Cultura Afrocubana Tomo 4 PDF
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AFROCUBANA
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JORGE CASTELLANOS ISABEL CASTELLANOS
Jorge Castellanos & Isabel Castellanos, Cultura Afrocubana, tomo 4, Universal, Miami 1994
CULTURA AFROCUBANA
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CULTURA
AFROCUBANA
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MANUEL SANGUILY
VII
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NOTA PRELIMINAR
Miami, 1992
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INTRODUCCIÓN
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GASTÓN BAQUERO
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festaciones de esa cultura -y los cubanos todos- entre esos dos polos están
situados; unos muy cerca del extremo europeo (aunque siempre con penetra-
ciones de lo afrocubano); otros más cerca de lo africano (aunque siempre con
penetraciones de lo eurocubano); los más, en una infinidad de puntos interme-
dios entre los dos antípodas. Un miembro de la llamada "aristocracia" blanca
de La Habana, descendiente de padres españoles, educado en el seno de la
religión católica, con marginales y escasísimos contactos con la población
llamada "de color", se arrodilla ante la Virgen de la Caridad del Cobre, la
Virgencita Mulata. Un campesino negro de Alto Songo, con marginales y
escasísimos contactos con la población blanca, practicante de la Regla de Ocha,
lerindeculto a Changó, que por el otro lado de su esencia es Santa Bárbara.
En Cuba, los fundamentos generales de la civilización proceden de Europa,
pero nadie se salva de la mezcla con África. Tanto el blanco más blanco como
el negro más negro son -culturalmente hablando- "mestizos", es decir, mulatos.
Si no cueripardos, al menos en mayor o menor proporción -todos los cubanos
somos almiprietos.
Esta gran verdad no es imiversalmente aceptada por la población insular. La
conciencia de ese mestizaje no se ha extendido en idéntica medida por todos
sus sectores. Particularmente en el superestrato, el influjo constante y multi-
presente de lo negro tiende a ser negado por muchos. Y, sin embargo, basta
examinar el lenguaje de la antigua clase dominante criolla para comprobar la
indiscutible interpenetración. Lydia Cabrera, en La Sociedad Secreta Abakuá,
cita a la marquesa de Zuazo, quien para referirse a un gesto valeroso, a un rasgo
gallardo y varonil, usaba la palabra ferembeque, "aplicándola correctamente,
pero quizá ignorando su crudeza." ("Ferembeque" es la palabra ñañiga para
testículos.) A continuación Cabrera nos habla de otra señora de viejo abolengo
a quien había oido decir, reseñando una de esas fiestas costosísimas que solían
celebrarse en La Habana: "Allí estaba todo el koriofó reunido." ("Koriofó es el
grupo de los ñañigos de mayor jerarquía en una Potencia.)^ Por lo demás, todo
el mundo en la Isla sabía y sabe que butuba es comida y que ñampearse es
litúrgicos africanos van cambiando en Cuba sus palabras, bien por sustitución de aquellas
por otras nuevas o por corrupción de las arcaicas de significación perdida", (p. 93). Lo
mismo puede decirse de la música, cuyas alteraciones, sobre todo en las frases melódicas,
es muy frecuente. Por su parte, los instrumentos (por ejemplo, los tambores) podrán parecer
idénticos a los ancestrales de África, pero están hechos con materiales de Cuba y esto afecta
en no poca medida su sonoridad.
Cabrera (1969), pp. 9-10.
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morirse. No faltará novia que le asegure a su amado que lo querrá hasta que
ñangue, es decir, hasta la muerte. ¿Quién no habrá usado alguna vez las palabras
ecobio y tángana? ¿Cuántas veces al terminarse nuestras vacaciones un buen
amigo no nos habrá conmiserado porque "se nos acabó el changüí'"? ¿Y qué
decir del término chévere, de uso tan común y ya extendido por todo el Caribe?
¿Sabrán quienes lo usan que es el vocablo ñañigo para referirse al cofrade, al
ñañigo por antonomasia, al chévere monina, al famoso y bien cantado "chévere
del navajazo"?
Ya examinamos esta cuestión en el capítulo destinado al estudio del lengua-
je. Pero bueno será recordar aquí que la palabra más sagrada del vocabulario
patriótico cubano, la palabra mambí, procede (sépalo o no quien la use) de la
raíz conga mbi, que significa persona malvada, cruel, salvaje. Los propagan-
distas del gobierno colonial español la emplearon para referirse calumniosa y
difamatoriamente a los patriotas rebeldes de la Guerra Grande y éstos la
adoptaron como insignia de honor, así como los exiliados antitotalitarios de
ahora se autodesignan -¡y a mucha honra!- gusanos. Todo esto, para im
cubano, es facilísimo de entender. Porque en Cuba "el que no tiene de congo
tiene de carabalí", por lo menos en el habla... Y conste que al aludir a esta
mezcolanzas no nos referimos a aleaciones raciales, de carácter biológico, sino
a interpenetraciones culturales de carácter social. Es muy probable que ima
mayoria de la población cubana porte hoy en su genotipo elementos negroides,
pero en definitiva lo esencial no es el color de la piel, el tipo de pelo o la forma
de la nariz, sino la textura del comportamiento individual y colectivo. Y lo que
para nuestro estudio es lo más importante: su raíz.
Es curioso que el poeta mulato cubano Nicolás Guillen, después de rechazar
el apelativo de afrocubana para la poesía comunmente así llamada en Cuba, se
refiera a ella como "la poesía cubana de raíz afro-española." El problema
terminológico ha constituido una verdadera plaga para cuantos hemos aborda-
do este asunto. Guillen, por ejemplo, ha escrito: "No creo -nunca lo he creído-
que exista entre nosotros una manera de ser 'afrocubana', diferenciada de lo
cubano esencial. Antes bien, pienso que la cubanía supone el concierto histórico
y psicológico de las esencias africanas y españolas, de modo que entrambas
reunidas dan lo que somos, y sobre todo darán lo que seremos, como las dos
corrientes humanas de mayor volumen en nuestra hidrografía social." Y luego:
"Sin el negro no existiría Cuba como es hoy; Cuba con su carácter y perfil,
como no existiría tampoco sin el blanco, que por europeo es también nuestro
pueblo, del mismo modo que por africano lo es también el que viene de congo
o carabalí. Ambos a dos,'juntos y revueltos, dan la cubanía, un precipitado
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3. Guiilén(1968),pp. 158yl82.
4. Roger Bastide establece distinciones culturales similares para todos los países de Airiérica
dotados de población de origen africano, aunque la terminología que usa es diferente de la
nuestra. Por ejemplo, él llama negro a lo que nosotros llamamos mulato. Estas dificultades
verbales han conducido siempre a numerosas confiísiones. Cf. Bastide (1972), pp. 23-25.
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CULTURA CUBANA
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compás de los batas, asiste a las salas de concierto para disfrutar la música de
Beethoven y Mozart. La misma persona que indaga mediante el coco o los
caracoles sobre sus problemas de salud, busca ayuda del médico y de la
medicina moderna para curar sus enfermedades. Para ellos no hay contradic-
ción entre los dos mundos, íntimamente sincretizados en su ideología. El
esquema no debe tomarse como algo fijo o estático. La realidad es siempre
dinámica y la gente se mueve constantemente a lo largo del continuo bipolar,
de acuerdo con sus particulares circunstancias, dentro del marco histórico en
que le ha tocado vivir.
Quizás se objetará: ¿Cómo es posible colocar esos toques y esos conjuros
sacerdotales de las "reglas" dentro de la cultura cubana, cuando no son sino
reproducciones casi exactas de lo africano ancestral? ¿Qué tienen de cubanos
estos versos con que un babalao "abre el día" en la mañana, de rodillas ante
Orula?
Totojunko
mo fi edde no.
Arayéjun lo.
Anújun lo.
Ofó junio.
Ogbogbo gbogbo.
Arayéjun ló.
Ko si ikú.
Ko si kopé anú.
Ko sé ofó junio.
¿Qué tienen de cubano estos otros versos que se entonan cuando la indica-
ción del sortilegio marca un iré (o "camino bueno") en el súyere o encanta-
miento del primero de los oddu de Ifá, conocido con el nombre de Eyiobbe?
Sin guini yo
Sin guini naso
Sin guini lepo
Loddá fun
Eyiobbe.
Contestamos: ¿qué tiene entonces de cubano montar en automóvil? Desde
el punto de vista antropológico, cultura (como decía Luis Recaséns Siches) no
es más que "vida humana objetivada". O sea, un conjunto de actividades
realizadas por el hombre, que dejan una huella o im signo expresivo, ya sean
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ceiba y la palma buscando la libertad (en gran parte sangre de negros como
José Antonio Aponte, Gabriel de la Concepción Valdés (Plácido), Antonio
Maceo, Guillermón Moneada y miles y miles de soldados mambises de
ascendencia afrocubana.)
Hay, empero, muchos otros importantes aportes que también demandan
nuestra atención. Tómense, por ejemplo, dos sectores de tan diverso calado
social como la cocina y el carácter criollos. En un artículo seminal sobre la
primera se preguntaba Femando Ortiz: "¿Ha influido África en la alimentación
y arte culinario del pueblo cubano, como ha influido seguramente en otros
aspectos de la vida de nuestras clases populares y aun de las más cultas?" Y de
seguido respondía: "Indudablemente. Era a primera vista fácil de presumirlo,
habiendo sido los negros esclavos utilizados en los servicios domésticos por
sus amos, siendo el clima y latitud de Cuba análogos a los de las regiones
africanas de mayor intensidad en la trata negrera, y habiendo tenido los siervos
y después los libertos, en sus conucos y sitieríos bastante libertad para sus
cultivos y determinar su alimentación de acuerdo en lo posible con los gustos
y costumbres que trajeran de sus lejanas patrias nativas."'
El plato nacional cubano, el ajiaco, constituye al respecto todo un símbolo.
En nuestra peculiar "olla podrida" se cuecen y asimilan en el hervor y el sabor
la carne de puercos que descienden de aquellas famosas "ocho hembras del
Almirante / que alas Indias vinieron en la Marigalante / y en las Indias hozaron
la doncellez del fango" (según versos famosos de Llorens Torres), junto con la
yuca y el maíz que legaron los pobres indios desaparecidos, el plátano que llegó
del África Occidental y muchos otros ingredientes de las más variadas proce-
dencias. Si hay un plato mestizo, ése es el ajiaco.
Por lo demás, ¿qué cubano auténtico no ha probado algima vez la malanga,
oí fufú de plátano verde o pintón, el qüimbombó compuesto, la tajada de melón
de agua? ¿Qué guantanamero no recuerda la friturita de afió? ¿Y quién que
cocine "a la cubana" podrá prescindir del "sofrito", ese mezclado condimento
que tanto se parece a la salsa llamada ata por los yorubas nigerianos? Pero hay
más: la influencia negra trasciende la dimensión puramente africana. La comida
del esclavo, sea cual fuere la procedencia de su menú, influye sobre la de su
amo y, en definitiva, sobre el pueblo todo. Por eso han sido tan populares en
Cuba el bacalao y el tasajo, comidas de origen no africano, pero que saltaron
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rigor que algún día habrá que poner en ello, si queremos tomar conciencia de
nuestro complejo nacional."' Mucho pudiera discutirse en pro o en contra de
los criterios emitidos por el profesor Mañach, particularmente sobre el tema
racial, en este famoso ensayo. Lo que queremos tomar de él es esa idea clave:
de haber efectivamente un "carácter nacional cubano", éste no pudo haberse
forjado sin una sustancial contribución de la población "de color".
No sólo en el carácter, sino en todo el vasto tejido de las interacciones
sociales de una isla bi-cromática el factor negro debe jugar rol capital. Desgra-
ciadamente la sociología cubana tampoco ha prestado a tan importante tema la
atención intensiva que merece. Por lo general la discusión de ese fenómeno se
reduce al problema de la llamada "discriminación racial" cuyos perfiles exa-
minamos anteriormente y sobre cuyo grado y amplitud se expresan las más
variadas opiniones. Son innumerables las facetas de las relaciones entre blancos
y negros que nunca han sido abordados. El temor a ofender a las partes en
conflicto ha conducido a una avestrúzica "discreción" sobre la materia. Erró-
neamente se ha creído que el mejor modo de ayudar a la solución de los
conflictos étnicos consiste en desconocerlos. Por eso el estudio científico de este
costado esencial de la vida cubana apenas sobrepasa el estado interrogativo.
La sociología de las razas es en Cuba sólo un catauro repleto de preguntas.
Por ejemplo: si aceptamos con Ortega y Gasset que "la sociedad es tan consti-
tutivamente el lugar de la sociabilidad como el lugar de la más atroz insociabi-
hdad,"* ¿cuáles son los términos de la ecuación entre los procesos asociativos y
los disociativos en las relaciones entre las razas en Cuba? ¿Cómo cambian esos
términos con el decurso de nuestra historia? ¿Cuáles son las verdaderas causas
de la oposición inter-racial en la Isla? ¿Puramente económicas? ¿Puramente
biológicas? ¿O más bien psicosociales? ¿De qué modo afecta el conflicto racial
la tabla de valores generalmente aceptada por el pueblo de Cuba? ¿Cómo se
manifiesta la reahdad racial en las reglas de la etiqueta? ¿Cuál es el rol de la
imitación y la sugestión en la transmisión de la cultura de un grupo a otro? ¿Cuál
es el de la educación y la propaganda? ¿Cómo opera aquí el fenómeno de la
distancia social? ¿Qué factores lo favorecen o lo resquebrajan? ¿Puede un
conflicto racial, una vez planteado, resolverse con su eliminación total? ¿Por qué
el concepto de nacionalidad cubana propuesto por Saco y Delmonte (que excluía
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al negro del cuerpo nacional) fue derrotado por la visión de Gaspar Betancourt
Cisneros (El Lugareño) y de José Martí, que predicaban la vigencia de una Cuba
negriblanca? A estas preguntas pueden agregarse mil más. Y hasta que no se
respondan, toda labor de síntesis a este respecto resulta muy difícil.
Como este libro tiene un carácter introductorio, nuestro énfasis ha de caer
inevitablemente sobre aquellos aspectos de la cuestión negra que han sido
mejor estudiados, aunque en las cuestiones polémicas siempre procuremos
ofrecer nuestra particular opinión por lo que pudiera valer. Al examinar el
lenguaje, por ejemplo, abordamos el debatido problema de la existencia de un
creóle en Cuba y -a nuestro juicio- probamos que el bozal era una lengua
criolla. Al estudiar la religión afrocubana tratamos de establecer las bases sobre
las cuales se levanta el edificio de la cultura del mismo nombre, donde lo
sagrado resulta siempre preponderante. Y en las páginas que siguen nos
proponemos demostrar que sin una clara comprensión de las influencias
ejercidas por lo afrocubano en nuestro país resulta imposible precisar el
desarrollo de nuestra alta cultura.
Este examen detallado de la presencia negra en la realidad social y cultural
de Cuba conduce inevitablemente a esta conclusión: el devenir histórico de la
Isla supone un vasto y constante proceso de acultxiración y de transculturación
entre la etnia de origen europeo y la etnia de origen africano. Lo que no tiene
nada de extraño, pues estos mecanismos societarios siempre entran en acción
tan pronto dos o más grupos humanos se ponen en contacto. La aculturación
es un fenómeno \milateral: trabaja en un solo sentido. Y fimciona a la vez
substractiva y aditivamente. En el tránsito a una nueva sociedad el esclavo
importado perdía muchos de sus rasgos peculiares: la organización ciánica y
tribal, la estructura familiar, los sistemas de parentesco, los patrones laborales
típicos, las modas en el vestuario, etc., y a la vez, se veía obligado a adquirir
nuevos hábitos de vida: otro tipo de vestuario, otro lenguaje, otro modo de
trabajar, etc. Con mucha frecuencia la aculturación era sincrética. Las formas
africanas de existencia se fundían con las eurocubanas para integrar ito sistema
inédito. Los orichas, sin perder su individualidad ancestral, se convertían en
santos. Y el sincretismo religioso se producía no sólo con creencias y prácticas
católicas. El culto a los antepasados desempeñaba im rol central en las religio-
nes africanas que vinieron a Cuba. De ahí que las reglas afrocubanas adoptasen
fácilmente del espiritismo que las rodeaban tanto las técnicas de comunicación
mediúmnica con los muertos como las complejidades rituales de la "misa
espiritual". Hoy los espíritus de los antepasados (los egunes) se veneran a diario
en las "bóvedas espirituales", que el santero ha tomado de esa misma fuente
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El sostener que, a pesar de las brutalidades del régimen esclavista y de las injusticias del
sistema racial que le siguió, los negros cubanos siempre mantuvieron un nivel de dignidad
personal y de cohesión colectiva muy por encima del que generalmente se les atribuye no
quiere decir que aquel régimen y este sistema fueran más benignos de lo que se consideraba
anteriormente, sino que -como bien dice Lawrence W. Levine sobre una situación seme-
jante en los Estados Unidos- "los seres humanos son más elásticos, menos maleables y
menos capaces de vivir sin algún sentido de cohesión cultural, de autonomía individual y
de autoestima de lo que im número de autores recientes han mantenido." (Levine [1977],
p. xi.) Queremos dejar constancia aquí de nuestra deuda con el profesor Levine, con George
P. Rawick, Eugene Genovese y otros antropólogos norteamericanos que han liberado al
análisis de la cultura afroamericana de la vieja metodología, empecinada en una simple
contabilidad de "retenciones" y en un descuido lamentable de la dinamia creativa típica del
negro.
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10. Aunque con resultados distintos, dadas las peculiaridades de la cultura anglosajona, un
proceso semejante ocurrió en Norteamérica: los negros acabaron por crear su propia
religión, síntesis original del protestantismo y las esencias del alma religiosa africana. Cf.
Rawick (1972), pp. 31-52.
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Para comprender este complejo proceso no debe atenderse -como era hábito
de la vieja Antropología- al número de elementos culturales africanos que los
negros lograron retener a lo largo de su presencia en Cuba, sino al extraordi-
nario talento mostrado por éstos para salvar del desastre las claves de su "estilo
de vida". La cultura humana no debe ser vista como xm depósito de fragmentos
más o menos articulados sino como un proceso vivo de interacción entre el ayer
y el hoy. Los esclavos cubanos fueron siempre capaces de reaccionar de un
modo inteligente y creativo ante las demandas de su nueva situación en otro
continente. Lo que tiene valor a este respecto no es lo que sobrevive sino lo que
se transforma. Aunque las supervivencias, a veces, sean más profundas y sutiles
de lo que a primera vista pudieran parecer. Volviendo al campo de la música
para extraer un ejemplo: los esclavos cubanos entraron en todo género de
intercambios formales con la música occidental que los cercaba, pero en todo
momento preservaron la esencia de su estilo africano peculiar: su corte antifo-
nal, su tendencia a la improvisación, su permanente funcionalidad, su carácter
colectivista o grupal, su perpetua relación con la danza, etc.
En definitiva: era tan fuerte la capacidad retentiva y creadora de los africanos
traídos a Cuba que -sincretizando materiales procedentes de los dos lados de
Atlántico- produjeron una riquísima cultura afrocubana y pronto la convirtie-
ron en uno de los polos básicos de la cultura cubana. Con ella presionaron sin
cesar sobre el otro polo cultural del país, el eurocubano, hasta integrarse
plenamente con él en el seno de un rico, variado y complejísimo espectro
nacional. Por eso, si se desconoce la ingente tarea histórica de creación cultural
de los negros cubanos no es posible saber lo que es Cuba, hija de una los
procesos transculturativos más poderosos de América.
' Esta actividad sincretizadora no debe ser idealizada o exagerada. Responde
a la interacción dialéctica de fuerzas antagónicas: unas que tienden a homoge-
neizar, otras a mantener y hasta a acentuar las diferencias. No hay aspecto de
la vida comunitaria que no refleje esta dicotomía. Tómese un caso al azar: el
de los entierros en la Cuba del siglo XIX. Las desigualdades clasistas y raciales
jugaban ahí un rol preponderante. Mirando hacia uno de los extremos de la
sociedad: los ricos eran enterrados con gran pompa y ceremonia que lindaban
con lo ridículo -según nos lo informa la pluma fina y acida de la Condesa de
Merlín- con ataúd de lujo en coche suntuoso y gran despliegue de negros
vestidos de calzón corto y librea de gala portando antorchas en la mano, a los
que seguía largo cortejo de quitrines. Yendo al otro extremo: ¿recuerda el lector
la descripción que hace Anselmo Suárez y Romero del entierro del esclavo,
citada por nosotros en el tomo segundo de esta obra? Ni ataúd siquiera. El
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transcurso de los años y con los cambios sociales y políticos del país. Pero otros
se han mantenido vivos hasta nuestra era, como hemos tenido ocasión de ver
en el segundo volumen de esta obra. El proceso sincrético tiene sus límites. Es
capaz de superar o vencer ciertas barreras, pero resulta impotente ante otras.
Y, perversamente, al mismo tiempo que algimas desaparecen otras se crean,
como sucede en el campo a veces raigalmente polémico, de la política. En
general, empero, el balance ha ido favoreciendo a los elementos integrativos
sobre los desintegradores. De ese modo se produjo, en medio de continuadas
disparidades y desemejanzas, homogeneidad suficiente para dejar constituida,
ya desde el siglo XIX, esa entidad nacional que llamamos Cuba. Por lo
demás, hay muchas diferencias que sólo pueden verse como variedades
positivas y creadoras dentro de un consenso más amplio, como un aporte
importantísimo al enriquecimiento de la vida en las comunidades donde
funcionan.
Los innumerables vaivenes de este extenso, complejo y prolongado proceso
transculturativo responden al concierto de una gran variedad de circimstancias
históricas. En primerísimo lugar, se debe al desarrollo demográfico (que
estudiamos detalladamente en el primer volumen de esta obra) cuyo motor
principal era la trata. Aunque a partir del siglo XVI siempre hubo comercio de
esclavos en Cuba, su intensidad y suritmocambiaron con las décadas y los
siglos. La densidad de la representación africana varió más de una vez. Y la
densidad es factor principalísimo en la dinamia del intercurso comimitario.
Hubo momentos en el siglo XIX en que la mayoría de la población era negra.
Desde la época de la Guerra Grande hasta 1959 la población "de color" ha
oscilado entre im cuarto y un tercio de la población total. En lo que a la trata
se refiere debe tenerse en cuenta, además, otro fenómeno: la época en que se
le pusofin.La importante diferencia que se nota en la retención proporcional
de afncanismos en Estados Unidos y en Colombia, de un lado, y en Cuba, del
otro, en gran parte se debe a que la trata y, por ende el contacto directo y
sostenido con África, desaparecieron en los dos primeros países a principios
del siglo pasado, mientras que en Cuba siguieron operando por ocho
décadas más.
Otro agente básico de la transculturación es la economía. Los mecanismos
de acercamiento y de distanciación entre amos y esclavos nofimcionabancon
idéntico signo de rechazo o de aceptación de ingredientes culturales en la
moderada épocapre-plantacional semifeudalizada que bajo el régimen seve-
risimo de explotación que reinaba en la época plantacional subsiguiente. Ya
vimos cómo la rápida transición de uno a otro período le confirió al segimdo
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que mirar hacia las dos vertientes de las relaciones raciales si queremos penetrar
en el secreto de sus contradictorios sentidos.'^
Debe recordarse, además, que los Conquistadores y primeros colonizadores
llevaron a Cuba durante el siglo XVI un buen número de negros y mulatos que
previamente habían vivido (y hasta nacido) en España, especialmente en
Andalucía. Al venir al Nuevo Mundo, estos esclavos traían su cultura bastante
europeizada por la aculturación, pero todavía repleta de sustanciales africanis-
mos. El papel de esos ladinos en el desarrollo inicial de la cultura afrocubana
nunca ha sido estudiado en detalle, pese a la importancia que debe haber tenido
su influencia. Por eso ignoramos, por ejemplo, hasta qué punto sus peculiari-
dades idiomáticas contribuyeron a la génesis del bozal. Los escritores del Siglo
de Oro le dieron cabida a la "gente de color" en la narrativa y el teatro de su
época y Lope de Vega, para citar sólo un caso, hizo hablar así a uno de sus
personajes negros en El Capellán de la Virgen:
El hocico de vosa mersé, ¡he, he, he!
me tiene periro, de amore venciro;
¡ay, ay, he; ay, ay, he!
¡que me moriré, que me moriré!
El hocico neglo, ¡he, he, he!
y lo diente dentlo; ¡ay, he, he!
Blanco sobre plieto, ¡he, he, he!,
neglo tiene muelto; ¡he, he, he!
Si no dan remedio, trite yo ¿qué haré?
Anima me saca, ¡ay, ay, he!
Ciertos paralelos con el habla bozal de Cuba son obviamente tentadores. Sea
lo que fuere, la base histórica para penetrar en el tema es muy endeble. Como
lo es también para deteminar el rol de los esclavos venidos de la Península en
las sincretizaciones primarias que condujeron a las diversas reglas. Ortiz está
seguro del influjo de su música sobre el desarrollo de la afrocubana. Volvere-
mos sobre este tema en el lugar adecuado.
Otro factor modificante del proceso aculturativo que ya estudiamos a todo
lo largo del primer tomo -y aquí sólo vamos a mencionar- es que la trama de
relaciones inter-raciales se integra en Cuba en íntimo contacto con ese otro
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Price(1976),pp. 15yss.
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cubanos negros y blancos que creían saber inglés, para su sorpresa descubrieron
en el exilio que el suyo era como aquel de Vito Manué en el son famoso: un
inglés de trai-guán yguan-tu-trí, es decir, cultura yanqui acriollada que había
que desaprender aquí.
Recuérdese además otro hecho sustantivo: desde muy temprano en la historia
colonial la mayoría de la población cubana "de color" es urbana. Ya libres, ya
esclavos, los habitantes negros y mulatos de las ciudades mantienen con los
blancos (y entre sí) relaciones más reiteradas e intensas que las posibles en las
zonas rurales y sobre todo en las plantaciones azucareras, donde la segregación
era muy intensa. Consecuentemente, en las áreas urbanas la transculturación
estaba mucho más extendida y la aculturación substractiva y el sincretismo
resultaban más frecuentes. En las plantaciones la retención adquiría más fuerza,
ya que el contacto fundamental se realizaba con esclavos bozales recién llegados,
es decir, con gente más afncanizada que la de las ciudades. De todos modos,
dadas las características de la producción azucarera (ausentismo moderado del
amo, transporte del dulce a los puertos de embarque, traslado frecuente de
víveres y esquifaciones de las ciudades a los campos, transferencia no escasa de
negros de la casa urbana del amo a la finca y viceversa, etc.) nunca deben
considerarse las plantaciones como compartimentos estancos de la sociedad
cubana, como lo prueba la identidad de creencias y prácticas religiosas de la
población "de color" a todo lo ancho, lo largo y lo hondo del país.
Y al retomar al tema de la religión, bueno será señalar cómo ciertas
características básicas del culto yoruba tradicional influyeron poderosamente
en el curso que siguió el proceso sincretizador. El sistema religioso yoruba es
extremadamente maleable y flexible en sus creencias y ritos. Y su piedra
angular (el concepto de aché, la energía vital que anima y transforma todo lo
que existe) estimula la incorporación de cualquier tipo de fuerza positiva que
sirva para reforzar y ampliar el desarrollo espiritual del individuo y del grupo,
facilitando notablemente los procesos aculturativos. Así lo ha entendido Mar-
garet Thompson Drewal al escribir: "La maleabilidad de la práctica ritual
yoruba le ha permitido ajustarse tanto al Cristianismo como al Islam. También
le dio la capacidad de sobrevivir en el seno de las opresivas sociedades
esclavistas a que fue conducida en el Nuevo Mundo, actuando inicialmente en
forma clandestina y después en forma más abierta."''
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14. Cf. Edwards y Masón (1985) p. 24. Algunos fieles asocian los cohetes yel rayo láser con
Ogún. Es que las funciones de los orichas llamados colectivamente "los guerreros" (Elegua,
Ochosi y Ogún) están muy inter-relacionadas. Y las atribuciones a los santos de poderes
sobre fenómenos contemporáneos, imprevistos por la tradición, varían de ilé a ilé.
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alma nacional. Nuestro destino de pueblo nos manda a marchar juntos "y todos
revueltos", blancos y negros, como pedía Félix Tanco. Desconocer esta gran
verdad significa sublevarse contra lo más puro de la historia y lo más prome-
tedor del futuro de Cuba.
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