Julian Marias. El Cristianismo Como Cir PDF

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Julián Marías.

El cristianismo como circunstancia


del pensamiento

Juan Manuel Cabiedas Tejero


S EMI NA RI O SAN CA RLOS Y SA N AMBR OS IO

LA HAB ANA ( CUBA )

RESUMEN La celebración en el año 2014 del centenario del nacimiento del filósofo español Ju-
lián Marías Aguilera (1914-2005), figura clave de la cultura hispana contemporánea, brinda la
ocasión de volver sobre el modo en que este pensador católico ha vinculado confesión de fe
y experiencia vital de razón en el estudio del hombre como ser personal. Estas páginas tratan
de indagar tres presencias públicas como pensador católico que han informado la reflexión
antropológica de Julián Marías.

PA L A B R A S C L AV E Julián Marías, filosofía española, ser personal, humanismo cristiano, fe y cultura.

SUMMARY The upcoming centenary year of the birth of the Spanish philosopher Julián Marías
Aguilera (1914-2005), key figure in contemporary Hispanic culture, provides the opportunity
to recover the way he’s linked Christian faith confession and life experience of reason for the
study of man as personal being. These pages try to review three public appearances as catholic
thinker that support his anthropological reflection.

KEYWORDS Julián Marías, Spanish Philosophy, personal Being, Christian Humanism, Faith and
Culture.

INTRO DU CC IÓ N

Lo,gw| ga,r fhsi palai,ei pᾶj lo,goj, bi,w| de. ti,j1.


Mi primer ensayo filosófico, “San Anselmo y el insensato”, de 1935, me
hizo enfrentarme con la interpretación intelectual de la fe cristiana. Las

1 GRÉGOIRE PALAMAS, Triade I, 3, 13, en J. MEYENDORFF (ed.), Défense des saints hésychastes. Introduction, texte critique, tra-
duction et notes (Louvain 1959) 136: “Toute parole, est-il conteste une autre parole, mais quelle est la parole qui peut con-
tester la vie?”.

R E V I S TA E S PA Ñ O L A D E T E O L O G Í A 7 4 ( 2 0 1 4 ) 0 0 0 - 0 0 0
2 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

dos famosas expresiones, Fides quaerens intellectum y Credo ut inte-


lligam, dejaron en mí honda huella, me descubrieron una clave que no
había de abandonar nunca2.

El principio que guía la metafísica orteguiana –“yo soy yo y mi circuns-


tancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”3–, y lleva a Julián Marías a
concebir el quehacer de la filosofía como necesaria interacción entre interro-
gación racional y experiencia radical de la vida, culmina en el firme conven-
cimiento de la centralidad del hombre en cuanto ser personal como
sujeto/objeto primario del filosofar. Convencimiento que se construye y crece
–en su vertiente racional– a partir de la herencia de sus maestros4; desde el
punto de vista vital, a través de la inmediata confrontación con las posibilidades
y adversidades que conforman la experiencia de la propia existencia y los in-
terrogantes decisivos que actúan como provocación del proyecto vital del ser
personal: ¿quién soy yo? ¿qué va a ser de mí?
Pues bien, en la obra de nuestro autor, la fe cristiana es un referente que
actúa en ambas vertientes: razón y vida. Por tanto, no como espacio limitante,
sino como perspectiva que enriquece la visión de lo real. En efecto, Marías
trabaja con la convicción de que la razón puede ser ampliada y enriquecida
por la revelación cristiana (cf. Fides et Ratio, 76). Nuestro filósofo jamás
abandonaría la lección aprendida en la escuela de san Anselmo en torno a la
fe viva como búsqueda de comprensión que vincula a su afán la mismidad per-
sonal del hombre. La fe que Marías profesa y razona motiva su acción reflexiva
en un doble plano: no solo procede como ámbito referencial de sentido a partir
de experiencias personales de diverso calado biográfico –como por ejemplo,

2 J. MARÍAS, La perspectiva cristiana (Madrid 1999) 9.


3 J. ORTEGA Y GASSET, Meditaciones del Quijote (Madrid 31995) 77; y el comentario de Marías a la expresión del maestro en
la nota 52 de esta edición.
4 En Miguel de Unamuno aprende a concebir la sustancialidad del ser personal como búsqueda de sentido e instinto de es-
peranza. Cf. J. MARÍAS, Miguel de Unamuno (Madrid 1942); de José Ortega y Gasset hereda “una idea de metafísica como
teoría de la vida humana y, por lo tanto de toda realidad, pero en cuanto complicada en mi vida”, ID., La Escuela de Madrid.
Estudios de filosofía española (Buenos Aires 1959) 358; con Xavier Zubiri aprende que “el hombre se encuentra religado a
su existencia y, por tanto, la trasciende, y esto muestra a su vez la nihilidad radical de la existencia, que necesita un fun-
damento que la haga ser”, ID., San Anselmo y el insensato (Madrid 1944) 92; por último, junto al apreciado Gabriel Marcel,
afianza la posibilidad de fundar una antropología metafísica en el dinamismo del amor encarnado, integrando la condición
sexuada del hombre en la estructura empírica del ser personal. Cf. ID., “Love in Marcel and Ortega”, en P.A. SCHILPP –
L.E HAHN (eds.), The Philosophy of Gabriel Marcel. The Library of Living Philosophers XVII (Illinois 1984) 553-569. Persona,
Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 3

un viaje de juventud a Israel5 o la desaparición de la esposa6–, sino como pro-


vocación para asumir el cristianismo en su dignidad intelectual, esto es, como
realidad pensable, es decir, definible y justificable racionalmente. Así lo expresa:

La condición de cristiano sitúa al hombre en una perspectiva muy pre-


cisa, lo configura y lo conforma, y por tanto le presenta la realidad de
una manera concreta, de suerte que toda acción intelectual efectiva
está determinada por ese modo de ser o situación radical. Para que esto
sea así, es forzoso justamente que no se confunda esta constitutiva de-
terminación con una epidérmica adhesión a un repertorio de ideas ge-
neralmente admitidas. Al contrario, es menester que el hombre se deje

vida, Dios y amor son las constantes que constituyen el punto fundante de una antropología metafísica lanzada a la bús-
queda de la vida personal en su categoría de ser realidad primaria (sustancia), ampliamente diferenciada de la que es propia
de las cosas; ya que éstas no son ni podrán ser jamás sustancia proyectiva, esto es, solicitada por la posibilidad de poder
ser más: sujeto de ilusión, anhelo de felicidad, capaz de irrealidad (futuriza), de responsabilidad, de amor, y en definitiva,
de Dios.
5 Cuando a finales de los años ochenta rememora la experiencia juvenil de un crucero realizado en los años treinta por el Me-
diterráneo con profesores y compañeros de estudios en la Facultad de Filosofía de Madrid, escribe: “En Belén, en Jerusalén
sobre todo, revivía mi fe siempre viva, con dudas de muchacho pensativo, meditabundo, a las que dejaba existir, con la es-
peranza de que, sin violencia, se clarificarían y disiparían, sin estar nunca dispuesto a tirar por la borda, frívolamente, esa
fe a la primera dificultad. Cuando estuve en el Santo Sepulcro recapitulé mis diecinueve años en una plegaria: ‘Dios mío,
dame una vida intensa y llena de sentido cristiano’”, J. MARÍAS, Una vida presente. Memorias I (Madrid 1988) 139. Recien-
temente han sido publicadas en forma de libro las notas que Marías fue tomando durante ese viaje que le llevó a tierras
de Italia, Grecia, Egipto y Judea. En los apuntes dedicados a Tierra Santa, un jovencísimo Marías deja entrever el modo pro-
fundo en que ya entonces se interesa por el problema del sentido de la vida y la idea de la trascendencia. El mesianismo
cristiano, que él califica como “mesianismo de dentro”, pone al creyente ante la necesidad de dar a su vivir “el sentido de
referencia a lo celeste”. El cristiano no es, como el judío, el hombre proyectado hacia adelante por la promesa de Dios cuya
presencia mesiánica espera desde fuera, sino que es, sobre todo, quien “vive en la conciencia divina” y “busca la ayuda de
Dios para poder él resucitar; quiere la posibilidad de hacerlo, no una cosa desde fuera. Se trata de algo tan vital que, tiene
que hacerlo el hombre mismo”. Cf. J. MARÍAS, Notas de un viaje a Oriente. Diario y correspondencia del Crucero Universi-
tario por el Mediterráneo (Madrid 2011) 53-61.
6 Escribe Marías en sus Memorias al respecto: “No me sostenía más que la profunda fe en la resurrección, la evidencia de
que la persona que era Lolita no podía haberse destruido por un proceso corporal, de que volvería a verla y estar con ella
[…] Tengo que mencionar también la conmoción religiosa que me produjo la muerte de Lolita: ‘Lo que Dios une, que no lo
separe el hombre’, está escrito. Cuando el hombre no lo separa, ¿no puede esperar que no lo haga Dios? Había pedido con
tal fuerza que ello no sucediera, hubiera aceptado cualquier precio por evitarlo, que sentí angustias muy hondas. Pero pude
conservar la fe –fidem servavi, dice san Pablo al final de su vida–, apoyado sin duda por la que Lolita poseía; si la hubiese
perdido, me hubiese parecido, no sólo una infidelidad a Dios, sino también una deslealtad a Lolita, una manera de apartar-
me de ella”, J. MARÍAS, Una vida presente. Memorias III (Madrid 1989) 67-68.
4 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

afectar por su ser cristiano, y permanezca fiel al escorzo que la realidad


le presenta; por tanto a su cristianismo y al resto de su situación (social,
histórica, intelectual, “mental” en el sentido que Zubiri da a la palabra
mentalidad)7.

Estas palabras de nuestro autor refieren muy certeramente lo que pre-


tenden las páginas del presente estudio: nos interesamos por los enunciados
de teoría generados por una serie de presencias públicas donde se muestra el
modo en que la fe del pensador ha actuado como fuente de su concepción
del hombre como persona. Pues no se puede pensar-creer en el hombre sin
pensar-creer en Dios. En continuidad, deseamos sintetizar el modo en que el
pensador ha percibido la potencialidad de la fe como poderoso reconstituyente
de un Occidente sumido en una profunda crisis cultural y espiritual. Ha sido
esta precisamente la intención de Benedicto XVI al proclamar un “año de la
fe” como nueva oportunidad para creer8.

I. TRES PR ES EN CI AS P ÚBL IC A S

1. C ON V ER SACIO NE S C ATÓ LI C A S DE GRE DOS

Entre otras figuras de la intelectualidad española, Julián Marías está en


los inicios y desarrollo, con su asidua participación, de las Conversaciones Ca-
tólicas de Gredos que se celebran entre 1951 y 1968. Impulsadas por el
sacerdote abulense Alfonso Querejazu (1900-1974), aquellas Conversaciones
fueron –en contraste con el ambiente de la España pre-conciliar– un espacio
donde se favoreció el encuentro cordial y el diálogo erudito entre hombres de

7 J. MARÍAS, La Escuela de Madrid. Estudios de filosofía española (Buenos Aires 1959) 323. Zubiri entiende por “mentalidad”,
en lo tocante a la referencia de Marías, la forma en que la tradición afecta, como condición y posibilidad, al conocimiento
de sí mismo que tiene cada hombre. En la tradición se incluye el conjunto de ideas y opiniones que constituyen el pensa-
miento de los hombres sobre las cosas, la “conciencia histórica” de una época, y “las convicciones que el hombre lleva en
el fondo de su vida individual, tocantes al origen, al sentido y al destino de su persona y la de los demás”, X. ZUBIRI, Natu-
raleza, Historia, Dios (Madrid 132007) 191. Cf. J. ANTÚNEZ, La intersubjetividad en Xavier Zubiri (Roma 2006) 464-467.
8 Cf. BENEDICTO XVI, Carta Apostólica en forma de ‘motu proprio’ Porta fidei, 11.10.2011.
Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 5

fe y de ciencia9. Alfonso Querejazu fue sin duda un hombre excepcional y pro-


videncial en aquel momento. Dotado de una exquisita humanidad y una fe
profunda10. Cercano al magisterio de Ortega, Zubiri y García Morente, había
tenido la oportunidad de formarse en prestigiosas universidades europeas y
de captar los nuevos caminos abiertos en Occidente. Toda su vida acaba con-
centrándose en el afán por acortar la distancia espiritual y cultural entre Europa
y España. Al recordar las fuentes nutricias de su intelecto, el teólogo Olegario
González, alumno suyo en el seminario de Ávila y presente en las Conversa-
ciones, recuerda que don Alfonso lee y asimila, entre otras, la obra de Newman,
Guardini y Blondel como exponentes de la noble tarea de fortalecer los lazos
de unión entre la fe personal y la doctrina revelada11. Los participantes de las
Conversaciones fueron también exponentes de ese interés que aun no ocupaba
la agenda de una teología española alejada, en gran parte, de los nuevos vientos
teológicos, bíblicos, eclesiológicos… que henchirían las velas de la nave del
Vaticano II. La creciente polarización de las posturas políticas en la España de
los sesenta y el impacto del Concilio supusieron el fin de las Conversaciones12.
No así de sus frutos, que seguirían prologándose en la tarea de las personali-
dades que pasaron por aquel parador de Gredos año tras año. Marías manten-
dría siempre un recuerdo vivo y agradecido de aquellos años y de lo que su-

9 “Encuentro de hombres liberales y libres, cristianos y creadores que no depusieron su responsabilidad para con la cultura
del país y para con la fe de la Iglesia, pese a las dificultades e inclemencias ambientales. En medio de ellos percibí lo que
puede ser la fidelidad en tiempos de dureza, lo que ofrecen y exigen los resquicios de libertad, la diferencia que existe entre
acatar y rendirse y cómo la permanencia junto al pueblo oprimido puede ser una forma más profunda de solidaridad que el
exilio altivo y compasivo”, O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, “Existencia cristiana y experiencia religiosa”, en J. BOSCH (ed.), Pano-
rama de la teología española (Estella 1999) 369.
10 Cf. O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL (ed.), Alfonso Querejazu, Joaquín Garrigues. Correspondencia y escritos [1954-1974] (Madrid
2005) 29-57.
11 Para ampliar el semblante de este singular sacerdote, además del volumen citado en la nota anterior, pueden verse del
mismo autor: O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, El poder y la conciencia. Rostros personales frente a poderes anónimos (Madrid 1984)
165-185; ID., Historia, Hombres, Dios (Madrid 2005) 293-329.
12 Quizás puede aducirse en este sentido, como signo del discurrir del tiempo, la evolución personal de alguno de los primeros
asistentes a aquellos encuentros. J.L. Aranguren, por ejemplo, pasó del entusiasmo inicial (cf. J.L. ARANGUREN, “Contralec-
tura del Catolicismo”, en ID., Obras Completas. Filosofía y religión I, Madrid 1994-1997, 558-562) a considerar aquellas con-
versaciones exponente de un momento que él mismo había superado después, el de “una fe trascendente”, que planeaba
“por encima de los problemas políticos, sociales, económicos”, J.L. ARANGUREN, “Memorias y esperanzas españolas”, en ID.,
Obras Completas. Estudios literarios y autobiográficos VI, 199. Una percepción similar, aunque desde un fondo de profundo
agradecimiento, puede leerse en Laín: “Acaso les sobrase, por otra parte, distinción, finura, elitismo, como ahora es tópico
decir”, P. LAÍN ENTRALGO, Descargo de conciencia [1930-1960] (Barcelona 1976) 42.
6 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

pusieron aquellos encuentros en los que sus participantes abandonaban el


fragor de la ciudad para recuperar, en la tranquilidad de la altura de Gredos,
la capacidad de escuchar, comunicar y apropiarse la fuente divina de la verdad.
El mismo considera las intervenciones ante aquel auditorio como un

dar constancia y reconocimiento a la dimensión religiosa de nuestras


vidas: nuestra fe, nuestras dudas, nuestros problemas, nuestro descon-
tento, nuestra esperanza, nuestros escándalos, nuestra irritación,
nuestra capacidad de efusión. Nos obligaba a atrevernos a ser nosotros
mismos. ¿Se imagina lo que esto significa? Su acción era profundamente
liberadora, porque nos exigía liberarnos –invocando, al mismo tiempo,
al Espíritu Santo13.

Con certeza las Conversaciones ayudaron a Marías a profundizar sus


convicciones en sintonía con el nuevo ambiente eclesial que se fragua a partir
de los pontificados de Juan XXIII y Pablo VI, así como de los frutos de su ma-
gisterio y la reflexión conciliar14.

2. C ON C ILIO VAT I C ANO I I

a. Impresiones
Marías tiene la oportunidad de asistir como invitado a una de las
sesiones del Concilio Vaticano II –otoño de 1964–, mostrando enorme interés
por los frutos del mismo. No en vano las decisiones que iban emanando del
Concilio estaban provocando un fuerte impacto, de manera particular, en la
sociedad y la Iglesia española. Dos son las notas con las que Marías describe
lo que él pudo apreciar en su estancia romana: un clima de optimismo y la
construcción de un nuevo consenso de la Iglesia consigo misma y con el
mundo: “Al mirarse en el espejo, la Iglesia universal ha encontrado que tenía
otro rostro que el que le venían trazando sus retratistas oficiales. Y hay que

13 J. MARÍAS, “El mágico prodigioso”, en A. GARRIGUES, Alfonso Querejazu. Conversaciones católicas de Gredos (Madrid 1977)
305; esta cita forma parte del recuerdo agradecido que tributa Marías al padre Querejazu (p. 301-306).
14 Cf. J. MARÍAS, Una vida presente. Memorias I, 386-388; II, 428-429. Pueden leerse también las impresiones de Marías en
la entrevista recogida en el volumen de P.J. LASANTA, Preguntas vivas, respuestas claras (Madrid 1989) 105-122.
Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 7

decir que ese descubrimiento la ha llenado de alegría”15. En este mismo lugar,


un poco más adelante, se muestra admirado por la enorme capacidad de los
padres conciliares para mantenerse fieles a la tradición y, al mismo tiempo, no
sin dificultades, situarse a la altura de un mundo sometido a cambios que, tan
sólo unos decenios antes, eran impensables.

El concilio no va “aceptando” a regañadientes y desde fuera la enorme


transformación a que estamos asistiendo; yo diría que “la está gozando”,
que se está sintiendo renacer. ¿A qué? A la autenticidad histórica. Creo
que cada día que pasa es menos difícil para los dos mil hombres que
se sientan en las naves de San Pedro armonizar su vocación y su deber
de prelados de la Iglesia católica con su irrenunciable condición de
hombres de la segunda mitad del siglo XX16.

Más en concreto, al contextualizar su reflexión en torno al Concilio en


el caso español advierte tanto las vías que se iban abriendo –que él concentra
en una renovada conciencia de libertad: para la teología, para el diálogo in-
terreligioso, en la vivencia cotidiana de la vida cristiana, etc.–, como las difi-
cultades que se cernían sobre el horizonte y podían obturar las posibilidades
del mismo. Entre ellas, la pujanza del marxismo entre la intelectualidad
española que, no sólo podía limitar el horizonte que se abría para el intelecto
teológico y la acción pastoral de la Iglesia, sino retrotraer la filosofía a un
estadio de preocupación por lo inmediato y, por tanto, de abandono de las
preguntas del hombre por los fundamentos últimos de su existencia.

Al primer encuentro con el marxismo –señala Marías–, a pesar de su


tosquedad filosófica, muchos quedaron deslumbrados. Se multiplicaron
los coloquios entre cristianos y marxistas, en beneficio exclusivo de los
últimos, y lo más grave fue la omisión por parte de los primeros del
torso más hondo y esencial de su propia perspectiva, para situarse ex-
clusivamente en el horizonte de las cuestiones –religiosamente secun-
darias– que interesaban desde un punto de vista meramente personal

15 J. MARÍAS, Sobre el cristianismo (Madrid 32000) 207.


16 J. MARÍAS, Sobre el cristianismo, 209.
8 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

y casi solo socio-económico o político. Por eso se ha hecho en los


últimos veinte años “teología” de casi todo, menos de Dios17.

La reflexión de Marías en aquel momento aúna las expectativas que la


trayectoria del Concilio provocaba tanto en orden a una profunda renovación
de la vida cristiana, como al fortalecimiento de la contextura teórica del cris-
tianismo en la plaza pública para hacer frente a la flaqueza filosófica e inco-
herencias de dos respuestas insuficientes a los verdaderos problemas de aquel
momento: el existencialismo ateo –que Marías ejemplifica en el pensamiento
de Sartre18–, y las filosofías de raíz positivista extrema, que desatienden la me-
tafísica o la consideran propia de otro tiempo19.

b. Libertad religiosa y renovación de la vida cristiana


En lo que se refiere a la renovación de la vida cristiana, Marías muestra
un gran entusiasmo por la declaración sobre la libertad religiosa cuyo alcance
y sentido se discute en el aula conciliar en los días finales de la tercera sesión
del Vaticano II en los que asiste como invitado. Lo que había comenzado
siendo un capítulo final incluido en el decreto sobre ecumenismo, se conver-
tiría finalmente en una declaración independiente firmada el 7 de diciembre
de 1965 con el conocido título Dignitatis Humanae20. Valora Marías en primer
lugar que la declaración fundamentase su reclamo de libertad sobre la “inter-
pretación del hombre como persona”21, porque si bien la vivencia religiosa ne-

17 J. MARÍAS, Memorias. Una vida presente II, 269.


18 Cf. J. MARÍAS, “La filosofía actual y el ateísmo”, en ID., Nuevos ensayos de filosofía (Madrid 1968) 79-95.
19 Cf. J. MARÍAS, “Sobre la situación de la filosofía”, en ID., Nuevos ensayos de filosofía, 40.
20 Marías recuerda especialmente la intervención en aquella sesión de Monseñor De Smedt, relator del esquema sobre la li-
bertad quien, a pesar de haberse anunciado que la votación del texto no se produciría, lee sin embargo el discurso de pre-
sentación que debía introducir aquella votación. Fue interrumpido en varias ocasiones, recuerda Marías, por ovaciones en-
tusiastas. Cf. J. MARÍAS, Sobre el cristianismo, 210. Aquellos días serían después conocidos como la “semana negra”, un
momento clave en que la minoría conciliar, entre la que encuentra una buena parte del episcopado español, combate con
perseverancia para evitar que se tomasen decisiones apresuradas y, según su parecer, contradictorias con la tradición ma-
gisterial de la Iglesia. Para una descripción detallada y técnica de las vicisitudes por las que atraviesa el esquema sobre la
libertad religiosa en aquel periodo conciliar resulta muy útil consultar: L.A. TAGLE, “La ‘semana negra’ del concilio Vaticano II
(14-21 de noviembre de 1964)”, en G. ALBERIGO (ed.), Historia del concilio Vaticano II. La Iglesia como comunión. El tercer pe-
riodo y la tercera sesión V (Salamanca-Leuven 2007) 357-415.
21 J. MARÍAS, Memorias. Una vida presente II, 282. En efecto, dice la Declaración: “Declara, además, que el derecho a la liber-
Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 9

cesita para su ejercicio de unas determinadas condiciones socio-políticas y cul-


turales, dicha vivencia no será plena si el cristiano no es consciente antes que
nada de su fundamento teológico: la filiación divina, el hombre libre es hijo
de Dios. Subraya Marías que ser hijos supone estar efectivamente “instalados
en el amor que ‘desecha el temor’ (1 Jn 4,18)” y que, sólo desde esa “instalación
amorosa confiada y segura de los hijos de la casa”, es posible poner en juego,
en el desarrollo efectivo de la vida religiosa, los atributos que definen la vida
considerada en sí: “libertad, elección, decisión, relativa creación de sí misma,
partiendo de la realidad que le es dada, con la cual tiene que hacerse”22.
En suma, la reconstrucción por parte de la conciencia creyente de esta
instalación radical o “fuente primaria” en la que consiste ser cristiano, está en
continuidad con la afirmación de que “el cristianismo –señala Marías–, en la
medida en que se puede expresar en términos ideológicos, consiste en ser una
interpretación personal del hombre y de Dios”23. Para nuestro autor, los carac-
teres que identifican el yo como persona a partir de la lectura de lo real que
emana de la consideración de la vida como realidad radical, se encuentran
en continuidad con la caracterización antropológica que exhibe la revelación
cristiana. Escribía Marías en 1967:

Yo no soy una cosa, yo soy una persona. Y esto quiere decir que soy
al mismo tiempo real e irreal, que consisto no en ser, sino en pretender
ser, que consisto en proyectarme, que soy misión, vocación, proyecto,
posibilidad de ser más o menos, de ser falso o verdadero, auténtico o
inauténtico; nada que se aparezca al modo de ser dado, fijo, rígido de
las cosas. El hombre está hecho primariamente de irrealidad, porque
está hecho de proyección hacia el futuro, es una realidad futuriza,
orientada hacia el futuro; es –lo dijo una vez Ortega– como un centauro
ontológico, natural y preternatural a la vez, con medio cuerpo en la re-
alidad y medio cuerpo proyectivamente lanzado más allá de la realidad.
Lo cual quiere decir que la forma misma de la vida humana consiste

tad religiosa está realmente fundado en la dignidad misma de la persona humana, tal como se conoce por la palabra de
Dios revelada y por la misma razón”, Dignitatis Humanae, 2. Otros lugares vuelven a insistir en ello: Dignitatis Humanae,
9; 11; 12.
22 J. MARÍAS, Sobre el cristianismo, 230.
23 J. MARÍAS, “Autoridad, libertad, pluralismo”, en ID., Nuevos ensayos de filosofía, 169.
10 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

en imaginación, proyección y libertad; se entiende, libertad con


recursos para realizarla. Este es, creo yo, el núcleo de la interpretación
de la realidad humana, que es a su vez el núcleo intelectual del cris-
tianismo24.

Dicho en clave teológica, en el misterio de su Encarnación, el mismo


Dios ha elegido el ser del hombre como ámbito de mediación para una
relación de máxima cercanía a él. Podría decirse que Dios es el fundamento
del ser personal del hombre desde dentro, desde su más honda entraña. Ha-
ciendo participar la humanidad de la divinidad en el Hijo, dicha humanidad
ha quedado elevada a la categoría de “absoluto relativo”25. En su Encarnación,
Dios lleva hasta el fondo la intuición omnipresente en Marías: el hombre es
un ser absolutamente inconfundible con las cosas. Este es el fundamento fi-
losófico-teológico de la dignidad del hombre, única instancia que se erige en
imperativo ético de toda relación interhumana en libertad. Dios posibilita el
ejercicio de la libertad desde el interior de nuestro ser26.
Para que el cristiano pudiese reavivar la conciencia de filiación que sos-
tiene su relación con Dios era necesario –según apunta Marías– en primer
lugar, una percepción de la revelación alejada de los parámetros cognitivos en
los que se había fijado en el largo período que va desde la Contrarreforma
hasta el Concilio Vaticano I. En este sentido escribe:

La religión no es “algo” que se aplica como un código –Unamuno tenía


mucha razón cuando hablaba del espíritu de “abogacía” de la escolás-
tica–, sino que más bien se vive como la lengua. Esta tiene una
estructura bien rigurosa; un sistema fonético, una gramática, un voca-
bulario; pero el que habla la usa libre y creadoramente, poniendo en
marcha en cada caso el espíritu de la lengua. Gracias a esa rigurosa es-
tructura es posible hablar y escribir; gracias a que la religión no es pura
indeterminación, sino al contrario, es posible una libre vida religiosa27.

24 J. MARÍAS, “Autoridad, libertad, pluralismo”, 170.


25 X. ZUBIRI, El hombre y Dios (Madrid 51994) 52.
26 Cf. J. MARÍAS, Tratado de lo mejor. La moral y las formas de la vida (Madrid 1995) 34-35.
27 J. MARÍAS, Sobre el cristianismo, 231.
Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 11

En segundo lugar, se requería un importante cambio en el modo en que


el cristiano se había relacionado con la propia Iglesia. Sólo después podía
revertir en la búsqueda de legítimos espacios socio-políticos en los que situar
la fe responsablemente. En línea con esto, un motivo añadido por el que dar
la bienvenida a esta perspectiva del Concilio residía en las nuevas posibilidades
que brindaba a la situación española28. De hecho, en las extensas reflexiones
dedicadas a las condiciones en que habría de producirse en España la
transición a la democracia, Marías recuerda tanto a las instituciones que rigen
la sociedad civil como a la Iglesia29, la urgencia de una administración respon-
sable de la libertad política y religiosa que se había ido abriendo camino en
aquellos años. Esto es, la cuidadosa observación de las “condiciones circuns-
tanciales de la libertad”30. Armando Rigobello atribuye a Marías la encarnación
de un personalismo en la España del siglo XX que “ha actuado como reclamo
de los principios de la libertad cristiana en un contexto caracterizado en
muchos casos por una fuerte cerrazón política e institucional”31.
Finalmente, la renovación vivencial de la conciencia creyente no puede
considerarse desconectada de la superación de lo que llama Marías “infideli-
dades cristianas al cristianismo”. Siendo, para él, la “más grave y actual” la mu-
tilación del horizonte escatológico de la fe.

El olvido de la otra vida, la atenuación de la perspectiva de la muerte


y la perduración de la vida personal. Para muchos hoy, lo cismundano
es el único horizonte. Como consecuencia de varios factores, se ha di-

28 Así lo hace notar P. HÜNERMANN, “La semanas finales del Concilio”, en G. ALBERIGO (ed.), Historia del Concilio Vaticano II V,
408. Para contextualizar el tema en la trayectoria post-conciliar: E. FORMENT, “Laicidad y libertad religiosa en Julián Marías”:
Facies Domini 3 (2011) 295-321.
29 J. MARÍAS, La España real (Madrid 1998) 265-268.
30 J. MARÍAS, La España real, 158. Los obispos españoles dieron muestra en aquel tiempo de poseer una conciencia clara de
lo que suponía la doctrina conciliar sobre la libertad religiosa. Tras reconocer sin ambages que ellos mismos se habían mos-
trado en desacuerdo con las deliberaciones del Concilio al respecto, manifiestan su total fidelidad a las afirmaciones con-
tenidas en Dignitatis Humanae. Se muestran plenamente conscientes del reto que suponía para una sociedad española en
la que sería necesario desplegar un esfuerzo pedagógico y pastoral enorme. Igualmente indican cuáles habían de ser los
parámetros de la tutela civil de la libertad religiosa en una España a la que había que reconocer “plural” en la vivencia es-
piritual de sus ciudadanos, incluidos los católicos. Cf. CONFERENCIA EPISCOPAL ESPAÑOLA, “Sobre libertad religiosa”, 22 de enero
de 1968, en J. IRIBARREN, Documentos del episcopado español (1870-1974) (Madrid 1974) 411-425.
31 A. RIGOBELLO, “I personalismi”: Studium 91 (1995) 589.
12 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

sipado la referencia a la perduración, la proyección hacia una vida con


la que se deja de contar32.

Uno de esos factores son las ideologías que enfatizan la concepción ma-
terialista de la existencia humana y oscurecen el horizonte de la esperanza en
una vida perdurable más allá de la muerte33 –el marxismo, tras el Concilio– o
aquellas otras que pretenden minimizar, mediante el recurso al progreso de
la técnica, la “inseguridad” o “azar” –insiste Marías– que caracteriza la vida hu-
mana como proyecto biográfico; pretendiendo su “asimilación al medio”, y no
la “adopción del medio”, que es el auténtico objetivo de un proyecto vital que
se construye en ejercicio de libertad34.
Marías ha dedicado los esfuerzos finales de su pensamiento a reivindicar
la libertad, el amor, el anhelo de felicidad y la capacidad de ilusión e
imaginación como áreas de lo humano que posibilitan el diálogo con el
espacio sagrado que habita el Dios personal. Desde ellas es posible recuperar
aquellas otras que las utopías de la inmanencia, la revolución sexual y la ex-
tensión de las ciencias naturales han secularizado: la vivencia del tiempo como
posibilidad de plenitud que abre la historia presente a la trascendencia, la ri-
queza expresiva y evocativa de la condición corpóreo-sexuada y la experiencia
de la muerte como ingrediente del sentido de la vida.

32 J. MARÍAS, La perspectiva cristiana, 111. Cf. ID., Sobre el cristianismo, 19-20. Por ello, en realidad, no está Marías tan lejos
de la visión de J. Maritain como pudiera colegirse de esta afirmación con la que nuestro autor culmina su Panorama desde
el Concilio: “Desagradable e inquieta sorpresa es la que llena el áspero y melancólico libro de Maritain, Le paysan de la
Garonne, tan justificado en muchos de sus detalles, tan injusto con el tiempo que comienza”, J. MARÍAS, Sobre el cristianis-
mo, 231. Al igual que Marías, también Maritain pretendió estimular la conciencia cristiana, advertir que el Concilio debía
aun desarrollar su contenido, y que esto no suponía una ruptura con el pasado, sino su renovación. Tal vez Marías atribuye
sus epítetos más al estilo provocador y al tono polémico del escrito de Maritain, que al contenido con cuyas consideraciones
coincide en el fondo. Marías también habla de los peligros que entraña la tendencia a la secularización interna del cristia-
nismo o, como dice Maritain, a su “completa temporalización”, J. MARITAIN, El campesino del Garona (Bilbao 1967) 92. No
olvidemos que ambos son filósofos y que, como tales, su principal preocupación es la búsqueda de la verdad. Marías insiste
en la imposibilidad de encontrarla si se omite la base credencial o “prefilosofía” con la que ha de contar la realización
veraz de la vida humana. Maritain se refiere a una “prefilosofía del sentido común” que la cultura moderna rechaza para
reducir el conocimiento al reino de lo fenoménico por el que se renuncia “a la Verdad por la verificación, a la Realidad por
el signo”, J. MARITAIN, El campesino del Garona, 50.
33 J. MARÍAS, Introducción a la filosofía (Madrid 111971) 439-455; Sobre el cristianismo, 7; La justicia social y otras justicias
(Madrid 1979) 71-80. 86-112; “Desesperación y desesperanza”, en El oficio del pensamiento (Madrid 1958) 104-109.
34 J. MARÍAS, Antropología metafísica. La estructura empírica de la vida humana (Madrid 1970) 261. Donde Marías dice
“medio”, podría leerse, en clave orteguiana, “circunstancia”. Cuando K. Rahner habla de la libertad, esencial entre los exis-
Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 13

3. PO NTIFIC I O CO NS EJ O PA RA LA CULT URA

Marías fue el primer intelectual español en ser nombrado por Juan Pablo
II miembro del Comité Científico Internacional del Consejo Pontificio de la
Cultura. De manera que entre 1982 y 1992 tuvo la oportunidad de reflexionar
junto a otros intelectuales del orbe católico en torno a la situación y
posibilidades de la fe cristiana en las postrimerías del segundo milenio y el
alba del tercero35. De su participación en los encuentros periódicos del
Consejo, en el primero de los simposios que auspicia como preparación a la
Asamblea Especial para Europa del Sínodo de los Obispos y en otros coloquios
organizados por universidades católicas, nos quedan algunos ensayos breves
en los que Marías deja constancia, una vez más, de su capacidad para advertir
la aportación del mensaje de la revelación cristiana a la reconstrucción de una
humanidad maltrecha tras su paso por el siglo XX36. En el trascurso de la bús-
queda bibliográfica para la elaboración de este trabajo hemos encontrado un
escrito de nuestro autor, en forma de conferencia, en el archivo del Consejo
de la Cultura en su sede de Roma: “Una mirada cristiana a las culturas en las

tenciales que definen la dignidad del hombre, también advierte de la inmoralidad (inautenticidad, es el término que emplea
Marías en su esquema teórico) que implica someter el ejercicio de la libertad personal y responsable a la seguridad material
de la existencia humana. Ésta, que es en todo caso prerrequisito de la libertad personal, “estará bajo la sanción de la dig-
nidad de la libertad humana, en cuyo nombre se deberá reclamar”, K. RAHNER, “Dignidad y libertad del hombre”, en ID., Es-
critos de Teología II (Madrid 22000-2007) 245.
35 J. MARÍAS, Memorias. Una vida presente III, 243-246.
36 Cf. J. MARÍAS, “Towards a new anthropology”, en PONTIFICAL LATERAN UNIVERSITY-CATHOLIC UNIVERSITY OF LUBLIN (ed.), The Common
Christian Roots of the European Nations. An International Colloquium in the Vatican II (Florence 1982) 544-549; “Visión cris-
tiana del hombre y filosofías europeas”, en P. POUPARD (ed.), Cristianismo y cultura en Europa: memoria, conciencia y pro-
yecto (Madrid 1992) 59-65; “La persona humana como imago Dei”, en M. SÁNCHEZ SORONDO (ed.), La Vita, storia e teoresi
(Roma 1998) 309-312; “La razón contemporánea, entre la esperanza y la desesperanza”, en CONSEJO PONTIFICIO DE LA CULTURA,
La cultura y la esperanza cristiana. Actas del simposio celebrado en Sevilla, 12-14 de marzo de 1998 (Córdoba 1999) 39-46;
“The search for man”, en PONTIFICIA ACADEMIA SCIENTIARUM, Science and the future of mankind. Science for Man and Man for
Science. Proceedings of the Preparatory Session, 12-14 November 1999 and the Jubilee Plenary Session, 10-13 November
2000 (Vatican City 2001) 163-165. Puede verse también su contribución al congreso organizado por el Consejo bajo el tema
La herencia europea y su futuro cristiano en, N. LOBKOWICZ (ed.), Das europaïsche Erbe und seine christliche Zukunft (Köln
1985) 305-335 (la intervención personal y posteriores anotaciones de Marías se enmarca en una mesa de diálogo compar-
tida con otros participantes –W. Pannenberg, G. Schmidtchen, J. Wozniakowski, N. Lobkowicz– y abierta por una motiva-
ción del cardenal P. Poupard bajo el epígrafe, “Christsein im Europa von morgen”). Nuestro autor publicó su intervención en
aquel coloquio en prensa escrita en, J. MARÍAS, “El proyecto cristiano de Europa”, Diario La Vanguardia, Barcelona
(6.05.1984) 7; ID., “El proyecto cristiano de Europa (y II)”, Diario La Vanguardia, Barcelona (13.05.1984) 7.
14 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

postrimerías del siglo XX”37. En su materialidad, se trata de un texto de nueve


páginas mecanografiado en lengua francesa y datado en Madrid el 14 de no-
viembre de 1983. Por tanto, fechado unos meses después de que Marías fuese
nombrado miembro del mencionado Comité Científico Internacional. Nos
consta su presencia en Roma para la segunda convocatoria de sus miembros
en enero de 198438. Estas páginas fueron redactadas para el mencionado en-
cuentro programático del dicasterio vaticano39. De hecho, en una entrevista a
un diario español, en enero de 1983, Marías declara que le habían “encargado
preparar un documento general que sirva de base a la discusión de la próxima
reunión”40. En él se bosqueja lo que Marías cree que debían ser las líneas maes-
tras del trabajo que tenía ante sí el organismo vaticano recién creado por Juan
Pablo II41. Páginas en las que al diagnóstico de la situación presente de la
cultura europea –y occidental–, se suman los principios que, según Marías, co-
rresponden a una acción evangelizadora consciente de dicha situación. La
última sección de nuestro artículo se inspira en una lectura atenta del

37 Cf. J. MARÍAS, “Un regard chrétien sur les cultures vers la fin du XXe siècle”. Se encuentra depositado en el archivo del Pon-
tificium Consilium de Cultura, clasificado bajo la signatura CC 2. El texto apareció publicado en forma de varias interven-
ciones en prensa escrita: J. MARÍAS, “Las aspiraciones profundas y la cultura”, Diario La Vanguardia, Barcelona (25-
26.12.1983) 7; “Cultura y culturas”, Diario La Vanguardia, Barcelona (22.01.1984) 5; “Cristianismo y culturas”, Diario La
Vanguardia, Barcelona (29.01.1984) 5.
38 Cf. J. MARÍAS, Una vida presente. Memorias III, 278. Ocasión en la que se hospedó en la embajada de España cerca de la
Santa Sede, invitado por el entonces embajador Nuño Aguirre de Cárcer. Marías relata que la embajada organizó una con-
ferencia que él impartió. En sus memorias no ofrece más detalles. Debió asistir a ella una representación de alumnos del
Pontificio Colegio Español de San José de Roma, pues el cronista del Colegio recoge en su anuario la celebración del evento
e incluso el título de la conferencia que Marías dictó el 18 de enero de 1984: “El sentido religioso en la obra de José Ortega
y Gasset”. Cf. Mater Clementissima (1984) 11.
39 Un organismo que, en palabras de Juan Pablo II, debía iniciar su labor reflexionando “à son action future, à partir d’un re-
gard chrétien sur les cultures vers la fin du xxème siècle”, JUAN PABLO II, “Ad eos qui plenario coetui Pontificii Consilii pro
hominum cultura interfuerunt coram admissos”, 1: AAS 77 (1985) 740.
40 J. VILA, “Entrevista: Julián Marías: ‘la Iglesia quiere corregir su desconfianza ante la cultura’”, Diario ABC, Madrid
(30.01.1983) 48.
41 Al escribir en alguna ocasión sobre la figura de Juan Pablo II, Marías muestra coincidir con el afán del Papa por buscar sen-
das firmes que, en medio de la dialéctica de la modernidad que tiende a reducir la fe cristiana a la categoría de idea o con-
cepción ética, permitieran al cristianismo recuperar voz propia en un mundo crecientemente complejo. Cf. J. MARÍAS, “La
magnitud de Juan Pablo II”, en ID., Entre dos siglos (Madrid 2002) 561-564; ID., “Una encíclica compleja”: Cuenta y Razón
37 (1988) 7-10 (donde Marías comenta la encíclica Sollicitudo rei socialis). Subrayando este aspecto: J.F. SERRANO, “Marías,
maestro de la generación Juan Pablo II”, en J.L. CAÑAS-J.M. BURGOS (eds.), El vuelo del Alción. El pensamiento de Julián
Marías (Madrid 2009) 333-340.
Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 15

contenido de ésta y el resto de reflexiones dedicadas por Marías a la relación


entre la cultura cristiana y Occidente. De Juan Pablo II dice nuestro autor que
concebía “la cultura como el fundamento de la soberanía de los pueblos”42. Lo
mismo podría atribuírsele a él.

II. H ER MEN ÉU TIC A DE LA ID EN T IDAD CRI ST I ANA

Como intelectual cristiano, Marías se ha inclinado ante los problemas


reflexionando sobre el primer plano de la propia vida, haciendo gala al mismo
tiempo de una rigurosa objetividad científica siempre movilizada por un
ejercicio sincero, responsable y audaz de la libertad intelectual. Puede decirse
con toda legitimidad que ha pensado a la luz de la fe con toda su razón de
hombre43. Marías alude en varias ocasiones a la necesidad de evitar caer, re-
memorando la expresión de santo Tomás, in irrisionem infidelium44. Es decir,
a la urgencia de extremar la prudencia cuando se construye un argumento,
pensamiento o teoría. De manera que un pensamiento riguroso ha de evitar
tanto una vaga apelación a lo sobrenatural que descarte a priori como
ilegítimas todas aquellas tesis que no sean –stricto sensu– de fe; como aquel
procedimiento reflexivo que se apoya en razones autosuficientes, justificadas
sólo en su propio proceder. Cuando el hombre discurre de esta manera –en
cualquier área del saber–, las problemáticas que afectan a su existir y ha de
afrontar inevitablemente corren el riesgo de sobreponerse unas a otras en la
ilusión de haber sido superadas y resueltas:

42 Cf. J. MARÍAS, “Si los enciclopedistas levantaran la cabeza”, en ID., El curso del tiempo II (Madrid 1998) 122.
43 Podrían decirse de Marías palabras similares a las que su maestro Ortega empleaba para describir la labor intelectual des-
plegada en el catolicismo alemán durante la primera mitad del siglo XX: “hombres como Scheler, Guardini, Przywara se han
tomado el trabajo de recrear una sensibilidad católica partiendo del alma actual. No se trata de renovar el catolicismo en
su cuerpo dogmático (‘modernismo’) sino de renovar el camino entre la mente y los dogmas”, J. ORTEGA Y GASSET, “Espíritu
de la letra”, Obras Completas IV (Madrid 2004-2010) 163.
44 Cf. J. MARÍAS, Ortega y tres antípodas. Un ejemplo de intriga intelectual (Buenos Aires 1950) 182. El texto de santo Tomás
se encuentra en Sth I, q. 32. a. 1: “Cum enim aliquis ad probandam fidem inducit rationes quae nont sunt cogentes, cedit
in irrisionem infidelium: credunt enim quod huiusmodi rationibus innitamur, et propter eas credamus”.
16 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

El hombre tiene un horizonte problemático que cambia de tiempo en


tiempo. La mayor parte de los problemas dejan de serlo, no porque se
resuelvan, sino porque se disuelven. La historia de la filosofía, la historia
intelectual entera, es la historia de una sucesión de soluciones, pero
primariamente es la historia de una sucesión de problemas. Y estos
problemas se suceden históricamente, se van desplazando, se van di-
solviendo y dejando paso a otros45.

Marías ha mostrado una preocupación constante por lo que podríamos


llamar una hermenéutica de la identidad cristiana en orden a la existencia co-
tidiana del creyente. Nuestro pensador integra las notas antropológicas del dis-
curso de la revelación en su interpretación racional de la realidad del hombre:
en su vertiente personal, social, cultural o política tanto en sus libros teóricos
como en la tribuna pública del artículo o la conferencia. Muestra que entre la
confesión de la fe –racionalmente legible– y la vivencia de sus enunciados no
habría de darse solución de continuidad. La antropología de la fe es una an-
tropología desde la vida personal y para la vida personal:

El cristiano se ve a sí mismo como alguien inconfundible, no “algo”, un


“quién” distinto de todo “qué”, con nombre propio, creado y amado por
Dios, no solo y aislado, sino en convivencia con los que, por ser hijos del
mismo Padre, son hermanos. Se siente libre y, por tanto, responsable, capaz
de elección y decisión con una realidad recibida, de la que no es autor,
pero propia. Se sabe capaz de arrepentimiento, de volver sobre la propia
realidad, aceptarla o rechazarla y corregirla. Y esa realidad es proyectiva,
consiste en anticipación del futuro, de lo que va a hacer, de quién pretende
ser, y es amorosa, definida por la afección hacia algunas personas y el
deber de que se extienda a las demás. Y aspira a la pervivencia, a seguir
viviendo después de la muerte inevitable, no aislada sino con los demás
–reza su creencia en la “comunión de los santos”–. Vive por su condición
amorosa la posibilidad de la interpenetración de otras personas, de ser
“habitado” por algunas. Si esto se piensa, se hace una antropología de la
persona humana; si se lo vive, se es simplemente cristiano46.

45 J. MARÍAS, “Filosofía actual y ateísmo”, en ID., Nuevos ensayos de filosofía, 74.


46 J. MARÍAS, La perspectiva cristiana, 120.
Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 17

Estas palabras son exponente de una sencilla apologética que recuerda


cómo la vida cristiana, en cuanto encarnación de los enunciados de fe, es por-
tadora de razón o, si se quiere, de un intellectus fidei. No en vano,
filosóficamente hablando, es en la observación de los caracteres de la vida hu-
mana donde hunde sus raíces la concepción del filosofar como “visión respon-
sable”47 sobre la realidad en su totalidad para “saber a qué atenerse”48. Como
búsqueda infatigable de aquellas evidencias que permiten navegar en el pro-
celoso mar de la existencia para no ceder sin más al impulso de arrastre de las
olas. Esas evidencias, entre las que Marías privilegia la persona –evidencia frá-
gil49– activan las ya referidas preguntas radicales que se tornan brújula para el
rumbo de la existencia (también de la del cristiano): ¿quién soy yo? (identidad);
¿qué será de mí? (destino). Marías no concibe un filosofar que obvie u oscurezca
áreas de la realidad que son decisivas para la comprensión del sentido total de
la misma. Por ello ha revisitado el núcleo más íntimo de la confesión cristiana
y la perspectiva que aporta sobre la realidad50, leyendo a la vez la circunstancia
histórica del presente y los obstáculos que opone a la trascendencia. El mayor
de ellos, la renuncia a priori por parte de la razón contemporánea a explorar
la realidad en todo su espesor, generando un “pensamiento sin radicalidad”51.
Y así, en diversas ocasiones se ha referido al abandono de la metafísica en la
filosofía presente. Un fenómeno, por otro lado, de hondas raíces históricas.

La metafísica original de los pensadores del siglo XVII, es reemplazada


en el XVIII por el pensamiento de los “ilustrados”, sobre todo en
Francia, quienes, partiendo de un deísmo procedente sobre todo del

47 Cf. J. MARÍAS, Razón de la filosofía (Madrid 1993) 135-138.


48 Cf. J. MARÍAS, Razón de la filosofía, 37.
49 Cf. J. MARÍAS, Persona (Madrid 1996) 61-67.
50 Presentando en prensa La perspectiva cristiana, el libro en que Marías sintetiza los contenidos esenciales de la revelación
parangonándolos a las ideas de su propia visión del hombre, el teólogo Olegario González de Cardedal explicaba así la clave
de lectura adoptada por Marías: “Este no es un libro de teología; no habla directamente de las realidades cristianas. No
habla sobre ellas, sino desde ellas. ¿Cómo aparece la realidad, el hombre, la historia, el futuro, el corazón humano, el pró-
jimo, la libertad, la responsabilidad, si los miramos desde las afirmaciones cristianas fundamentales? ¿Cómo nos instala-
mos en la realidad si vivimos desde esa perspectiva? En esta luz aparecen el dramatismo de la vida humana, la innovación
y dignificación radical que suponen la encarnación, el hombre comprendido como criatura amorosa, la libertad y responsa-
bilidad como don y reto, la resurrección de la carne como recreación y afirmación absoluta de un destino biográfico”,
O. GONZÁLEZ DE CARDEDAL, “Introducción a la realidad cristiana”, Semanario ABC Cultural (13.03.1999) 22.
51 Cf. J. MARÍAS, Razón de la filosofía, 77-85.
18 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

empirismo inglés, resultó pronto irreligioso y abiertamente anticristiano.


Se perdió el sentido de la persona. Bajo la influencia de la ciencia
natural, y muy lejos de la actitud de sus creadores –Copérnico, Galileo,
Newton–, se emprendió la destrucción de la imagen personal del hom-
bre. En lugar del quis, el quod. Una ola de reduccionismo invade el
pensamiento. Se considera al hombre como un organismo formado por
el azar y la necesidad, sin libertad y, consecuentemente, sin responsa-
bilidad, el cual lejos de escoger su vida, está sometido a los mecanismos
de la biología, la psicología, la economía. En resumen, una cosa, olvi-
dando la irreductibilidad de la persona, del yo, a toda especie de cosa52.

De la obra de nuestro autor se desprende que, sólo una filosofía que


considera abiertamente la realidad de la persona, en todo su espesor existencial
y ontológico –donde juega un papel determinante el amor–53, puede explorar
el horizonte de la verdad de lo real sin reducirlo a esquemas previos, y salva-
guardar así el carácter vital de la razón. Este es sin duda alguna el irrenunciable
trecho filosófico del intellectus fidei al que no debe renunciar la teología54.

III. CU LTU RA OC CI DE NTAL Y C RI ST IANI SMO

1. LO S TES OR OS PE RD I D OS

La auténtica memoria histórica brota de una inteligencia exhaustiva, se-


rena e informada de aquellos trances históricos que han dibujado trazos de-

52 J. MARÍAS, “Visión cristiana del hombre y filosofías europeas”, 62-63.


53 Cf. J. MARÍAS, Persona, 101-108.
54 Así lo expresa una voz acreditada de la teología contemporánea: “Non dobbiamo rinunciare ai contenuti normativi dell’uma-
nesimo moderno, che insieme al problema di Dio, riproposto in una rinnovata tradizione metafisica, va preservato dall’au-
todistruzione e traghettato intero nel terzo millennio. Ma dovremo soprattutto mostrare che la fede cristiana in Dio è effet-
tivamente quella forza che dischiude la realtà, una forza che illumina, libera e riconcilia. Soltanto dove Dio viene pensato
come Dio il pensiero non sfocia in surrogati ideologici e in vuoti nichilismi. Oggi, quando l’età moderna conosce la sua fine
e vive la sua crisi, potrebbe dunque aprirsi la via che porta a quell’umanesimo nuovo, cristianamente connotato, che salda,
in una nuova sintesi, la tradizione biblica con la migliore eredità della metafisica e le sue trasformazioni moderne”,
W. KASPER, Teologia e Chiesa II (Brescia 2001) 26.
Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 19

cisivos sobre la faz de la humanidad. Como filósofo cristiano, Marías se ha in-


teresado por la visión e interpretación de la realidad que lleva consigo la re-
velación cristiana, por la perplejidad de la cultura greco-latina ante la novedad
que supuso el cristianismo, por las consecuencias que tiene para éste la inevi-
table asunción de un universo conceptual –y cultural– ajeno para dar cauce
a la necesidad humana de comprender el don revelado. Nuestro autor es cons-
ciente de que la interacción entre la revelación cristiana y el poderoso intelecto
griego, más allá de cualquier otra consideración, ha configurado decisivamente
la fisonomía de Occidente. Conocer las posibilidades y obstáculos de ese en-
cuentro permite a Marías actuar como espectador cualificado de la situación
del cristianismo ante la configuración cultural e intelectual que asume el siglo
XX. Pues, del mismo modo que no hay una filosofía atemporal, tampoco lo
es la mente y acción del cristiano. Es más, la Encarnación configura la entraña
de la identidad de la revelación como don divino que se abre a los hombres
“para invitarlos y recibirlos en su compañía” (DV 2). Como al teólogo alemán
P. Tillich –a quien tuvo la oportunidad de conocer55–, a Marías le ha
preocupado tender puentes entre el cristianismo y la cultura secular. Nos per-
mitimos una larga cita que denota su clara conciencia de la amenaza que se
cierne sobre un Occidente desfondado respecto de aquellas raíces que fundan
últimamente su identidad:

A pesar de los maravillosos logros de la cultura occidental, no dejo de


tener la impresión de que ha perdido muchos de sus tesoros o que, al
menos, permanecen ocultos u olvidados. El que solo haya sobrevivido
una parte de nuestra común tradición, representa la principal causa de
nuestros actuales problemas y crisis. Europa se ha consolidado sobre
un triple fundamento o, dicho de otro modo, su vida y su salud depen-
den de tres raíces: la idea griega de razón, y el subsiguiente conoci-
miento científico de la realidad; el concepto romano de autoridad
basado en la ley y el derecho; y la relación judeo-cristiana con un Dios
personal , a quien se puede llamar Padre, que conoce mi nombre y os-
tenta una vida íntima de la que el hombre está llamado a participar.
Estas raíces sobreviven muy debilitadas en el momento presente. El
irracionalismo invade gran parte de nuestra sociedad de Occidente (la

55 Cf. J. MARÍAS, Un vida presente. Memorias II, 120.


20 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

droga es su ejemplo más evidente). La violencia –subversiva u opre-


siva– ha pasado a sustituir a la autoridad, la libertad y la legalidad. La
fraternidad entre los hombres, fundada en la paternidad de Dios, ha
quedado profundamente desvirtuada; la otra vida se presenta a la
mente de muchos contemporáneos, cuando menos, como un espectro
borroso; la idea de creación se desvanece. Es más, lo que permanece
de estas raíces lo hace de manera aislada. Asistimos a un impresionante
florecimiento de la ciencia que resulta ser más bien técnica científica
que conocimiento de la realidad. El hombre contemporáneo cree haber
alcanzado la cota máxima de su fuerza y poder, cuando en realidad le
asiste una inmensa pobreza de pensamiento político. Los conceptos
prevalentes –en ciencia, filosofía e incluso teología– apenas sirven para
comprender los contenidos del cristianismo. Las ciencias de la natu-
raleza y la interpretación naturalista de las así llamadas “ciencias del
hombre” (psicología, sociología, antropología) “cosifican”, haciendo
imposible comprender el espacio de lo personal. Ni siquiera la religión,
allí donde permanece viva, puede sustraerse a las estructuras mentales
de nuestros contemporáneos. ¿Cómo hacer inteligible la idea de crea-
ción? ¿Cómo puede tener significado para una mentalidad cuyo único
objetivo es la reducción al rango de cosa la unicidad e irreductibilidad
de cada persona (hombre, mujer, niño, incluso del no nacido)? ¿Está
capacitado el hombre de hoy, alimentado por el cientificismo preva-
lente, para comprender la afirmación Dios es amor? ¿En qué modo
puede anticipar, imaginar o desear su resurrección y una vida tras la
muerte? ¿Es posible dotar de contenido real conceptos como sacra-
mento, pecado, condenación, salvación?56.

El siglo pasado ha sido testigo del modo en que la cultura pública que im-
pera en Occidente se ha convertido en un instrumento que genera necesidades
y produce satisfacciones inmediatas. Una vía para dar cauce y, al mismo tiempo,
enmascarar, intereses de carácter político, económico o social. En el fondo,
cuando la ciencia, la política, la economía o el marketing manosean la condición
personal del hombre, lo que resta tan sólo es un pálido reflejo de aquellas aspi-
raciones, proyectos y deseos que habitan la entraña de la existencia de la persona

56 J. MARÍAS, “Towards a new anthropology”, 548-549.


Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 21

y constituyen su suelo nutricio. Más aun, en tales reduccionismos Marías siempre


ha visto una transgresión fenomenológica básica, porque un riguroso análisis del
modo en que percibimos y nos afecta cuanto vivimos, nos retira la posibilidad
de invocar cualquier derecho moral o intelectual a rebajar la realidad de la
persona. Según Marías, de igual modo que la filosofía no puede renunciar a la
metafísica si desea mantener su pretensión de ser visión responsable de lo real,
tampoco la cultura, en sus múltiples realizaciones, habría de renunciar a tener en
cuenta el temple ontológico de los hombres que la construyen, su constitución
existencial última. En este sentido, nuestro pensador apenas se ha interesado ex-
plícitamente por lo que podemos llamar la dogmática de la filosofía contempo-
ránea; además, el paradigma de la llamada posmodernidad no forma parte del
humus especulativo en que se ha formado y desarrollado el intelecto de nuestro
pensador. De ella esgrime un juicio netamente negativo.

Los que se llaman ahora “posmodernos” no presentan ideas propias,


sobre todo con una configuración coherente, sino que más bien des-
deñan o rechazan las interpretaciones elaboradas hasta hace pocos
años y, lo que es más importante, las cuestiones planteadas. No se
pierda de vista que de lo que se trata, sobre todo, es de la eliminación
de las preguntas que el hombre, y desde cierto momento la filosofía,
se han hecho por íntima necesidad. Hay una oscura adivinación de que
eso, las preguntas, son el contenido esencial e irrenunciable de la fi-
losofía, y que si se omiten acarrea su inevitable desaparición57.

A pesar de la explicitud de este juicio, sí es plenamente consciente de


las diversas manifestaciones que visibilizan la condición posmoderna: crisis de
la razón, fin de la metafísica, relativismo, antropología débil, nihilismo, situa-
cionismo gnoseológico…, etc. Ha percibido vivamente el desconcierto vital
que asedia al hombre contemporáneo, su sensación real de ausencia de
libertad para el ejercicio de imaginación, valoración y decisión que requiere
el desarrollo de la vida humana58. La cultura ha dejado de ser cauce para con-

57 J. MARÍAS, Razón de la filosofía, 76. Cierto que, en lo referente al plano estrictamente filosófico, su juicio puede y debe ma-
tizarse a partir de otras perspectivas que tratan de valorar e interpretar en sus posibilidades el diagnóstico trazado por el
pensamiento posmoderno. Cf. recientemente, CH. TAYLOR, A secular Age (Cambridge MA-London) 2007.
58 Cf. J. MARÍAS, Razón de la filosofía, 108-109.
22 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

vertirse en dique que bloquea los canales que favorecen la escucha y explo-
ración profunda de la realidad personal, allá donde habita la referencia teologal
del hombre.
La búsqueda del sentido a la propia existencia en orden a alcanzar la ar-
monía con el todo –felicidad–, es un imperativo para el hombre de todos los
tiempos. Tradúzcase “sentido”, en clave teológica, como salvación, plenitud de
vida. La acción salvífica de Dios tiene antes que nada una connotación positiva:
donar vida, invitar a la participación de la propia existencia divina. Por tanto,
en ningún caso se trata de ejercer algún tipo de coacción sobre la voluntad
humana; es más, la dinámica propia de la fe incluye como reverso permanente,
la duda y la oscuridad. La acción divina tampoco persigue ejercer con el
hombre una misericordia altiva que sea recuerdo permanente de la fragilidad
de su naturaleza. Sino que

para Dios el hombre es persona única, inconfundible, insustituible, lla-


mada a un destino rigurosamente personal. Y el hombre que se siente
y mira en esa perspectiva no puede renunciar a la condición personal
ni negarla a ningún otro, a quien vive como hermano, hijo del mismo
Padre, sean cualesquiera las diferencias59.

2. APREN DER A DE CI R S E L A S V ERDADE S DE L A F E

Julián Marías ha insistido reiteradamente en la contradicción que


encierra la promoción, sobre todo en Europa, de un cristianismo “naturalizado”,
es decir, no religioso o reducido a su eficacia social, vergonzante de su
identidad mistérica. Cuando el cristiano no es capaz de gratitud adorante ante
el Dios Creador; cuando la manifestación de Dios como Padre le parece sos-
pechosa; cuando predica la hermandad entre los hombres olvidando que su
fundamento se halla en la común filiación en Cristo cuya identidad de Hijo se
le muestra atenuada; cuando se oscurece, en fin, la esperanza en la
resurrección y la vida eterna quedando la muerte reducida a puro accidente
biológico… el cristianismo queda rebajado a una hábil combinación de iden-

59 J. MARÍAS, Persona, 163.


Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 23

tidad silenciada y mandamientos vacíos60; a un ejercicio de disimulo de su ser


por cortesía hacia otras propuestas, de carácter práctico o teórico, que parecen
mostrarlo con mayor evidencia61. Quizá uno de los exponentes más conocidos
en la actualidad, desde el punto de vista teórico, de este cristianismo rebajado
sea el pensador G. Vattimo, quien propone una regresión de la identidad cris-
tiana al estado de mito, es decir, de lo manipulable, de lo no verificable en
ninguna fuente que pueda considerarse divinamente revelada62. De modo que
el cristianismo –toda religión– pasaría a formar parte de aquellos recursos con
los que el hombre cuenta para oponerse a un cosmos que se obstina en re-

60 Cf. J. MARÍAS, La perspectiva cristiana, 105-117. Nos permitimos remitir a un texto procedente del universo teológico
que Marías podría suscribir: “Para mí todo el Jesuanismo, por muy piadoso que fuera, todo el compromiso a favor de la
justicia y del amor en el mundo, todo el Humanismo que quiera utilizar a Dios para el hombre y que no precipite al hom-
bre en el abismo de Dios, sería la religión de un Humanismo inconcebiblemente modesto, que nos está prohibido por el
enorme poder del amor de Dios, en el cual Dios mismo sale realmente de sí mismo. Nosotros, una de dos: o podemos
quererlo todo, a saber, Dios mismo en su pura Divinidad, o bien nos hallamos condenados, es decir, estamos sepultados
dentro de la prisión de nuestra finitud”, K. RAHNER, Sobre la inefabilidad de Dios. Experiencias de un teólogo católico
(Barcelona 2005) 39. En línea muy cercana puede leerse la aseveración de J. RATZINGER, Introducción al cristianismo (Sa-
lamanca 112005) 240. También Juan Pablo II había expresado esta misma preocupación en fechas cercanas a las páginas
escritas al respecto por nuestro autor: “La tentación actual es la de reducir el cristianismo a una sabiduría meramente
humana, casi como una ciencia del vivir bien. En un mundo fuertemente secularizado, se ha dado una ‘gradual secula-
rización de la salvación’, debido a lo cual se lucha ciertamente en favor del hombre, pero de un hombre a medias, redu-
cido a la mera dimensión horizontal. En cambio, nosotros sabemos que Jesús vino a traer la salvación integral, que abar-
ca al hombre entero y a todos los hombres, abriéndoles a los admirables horizontes de la filiación divina”, JUAN PABLO II,
Redemptoris missio, 11.
61 Cf. F. MARTÍN, “Ser cristiano al margen de la Iglesia es una contradicción” (entrevista a Julián Marías), Diario ABC
(23.02.1986).
62 Cf. G. VATTIMO, Dopo la cristianità. Per un cristianesimo non religioso (Milano 2002). En la antropología de Vattimo identifica
A. Rigobello la expresión de un espacio especulativo contemporáneo con el que el concepto persona ha de habérselas in-
evitablemente. De hecho, tras esta caracterización del cristianismo como espacio que ha de debilitar su identidad dogmá-
tica si desea validarse ante la cultura contemporánea como instancia de sentido, se encuentra el efecto disolvente que tie-
nen sobre una metafísica de la persona: la insistencia en la finitud del hombre y lo ilusorio de su inmortalidad (Sartre y
Heidegger), el nihilismo y su ontología del declive (Nietzsche) y la concepción del pensar como exhaustivo interpretar (Ga-
damer). Su resultado: “il tramonto della persona nella soggettività e, ancor più radicalmente, il dissolversi della soggettività
stessa nella trama delle apparenze, reali soltanto nel loro apparire, frammetti di umano da viversi con una autenticità di-
sincantata”. En consecuencia, “la temperie morale di questa effimera coscienzialità è da un lato un sottile sentire la vita
nella forma di evasione estetica, dall’altro il provare una compassione quasi religiosa verso ciò che rimane nel nostro pas-
sare e svanire, una ‘pietas’ nei confronti dell’umano”, A. RIGOBELLO, “I fondamenti speculativi dell’affermazione dell’idea di
persona nel XX secolo”, en A. PAVAN – A. MILANO, Persona e personalismi (Napoli 1987) 366.
24 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

ducirlo a la trivialidad de lo fáctico63. Es lo que el filósofo español F. Savater


ha denominado un cristianismo para élites o “cristianismo business class”64.
Una de las ocultaciones más onerosas para el hombre contemporáneo
es –según Marías– el silenciamiento de Dios, “el gran ausente”65. Su omisión
impide al hombre la remisión al fundamento de su vida, haciendo aun más
problemática la situación en que se halla66. La ausencia de Dios constituye un
factor decisivo para que la realidad persona deje de pertenecer al ámbito de
las creencias y pase a engrosar el de las ideas; es decir, se convierta en un pos-
tulado abstracto sostenido únicamente por ineficaces declaraciones constitu-
cionales de derechos y memorándums de rango internacional. La persona,
según nuestro autor, hoy ya no pertenece al horizonte de lo credencial, de
aquello en lo que se vive firmemente instalado, el subsuelo de la propia vida.
Una creencia no necesita justificación o demostración alguna. Es posible tener
ideas, en cambio las creencias nos tienen o sostienen67. Nuestro autor mantiene
con firmeza la conciencia de que el retroceso del cristianismo, o como prefería
decir de la “perspectiva cristiana”, constituye una causa decisiva en la atenua-
ción de la visión del hombre como persona. Porque, a su modo de ver, el cris-
tianismo sostiene una visión de la realidad –en continuidad con la sobrenatural

63 Cf. J.A. MARINA, ¿Por qué soy cristiano? Teoría de la doble verdad (Barcelona 2005) 145: “No quiero expulsar de mi mundo
la religión. Usted puede hacer lo que quiera en el suyo. Me limito a hablar de mis evidencias privadas. Lo que para mí sig-
nifica la religión es el rechazo total a encerrarme en el mundo de lo fáctico y lo trivial”. En esta misma intensidad de honda
puede leerse, A. COMTE-SPONVILLE, El alma del ateísmo. Introducción a una espiritualidad sin Dios (Barcelona 2007).
64 Cf. F. SAVATER, La vida eterna (Barcelona 2007) 109.
65 J. MARÍAS, Breve tratado de la ilusión (Madrid 21985) 131-138; ID., Mapa del mundo personal (Madrid 32005) 98-100.
66 J. MARÍAS, Introducción a la filosofía, 462.
67 J. MARÍAS, La mujer en el siglo XX (Madrid 1980) 100. Evocamos aquí sugerente la distinción orteguiana entre ideas y creen-
cias empleada por el pensador español para definir el mecanismo básico que opera los cambios profundos, tanto en el es-
pacio de la historia de la cultura como de la vida del individuo. En breve: las creencias conforman el suelo firme de nuestra
vida, su continente, aquello con lo que contamos y nos sostiene; aunque sea de modo no siempre explícitamente reflejo y
formulado. Cuando este horizonte de las creencias se torna inseguro (o se quebranta por la novedad que trae el discurrir de
la experiencia histórica) y hemos de reparar en el perfil de su realidad, nos adentramos en el espacio, necesario mas no evi-
dente, de las ideas. A las ideas hemos de llegar, son objeto de conquista. Las ideas pueden desaparecer como tales o, si
cumplen su función, pasar a formar parte del sustrato de las creencias; “pero al principio las ideas son fuerzas destructoras,
porque desarraigan a los hombres de una u otra creencia y finalmente, al cabo del tiempo, pueden destruir toda la creencia
de un pueblo”, J. ORTEGA Y GASSET, “Un capítulo sobre la cuestión de cómo muere una creencia”, Obras Completas X (Madrid
2004-2010) 422. Añade Marías, al referirse a la situación de una sociedad compleja e intelectualizada como la nuestra, que
“el funcionamiento autónomo de las ideas, con vida propia e independencia, es un fenómeno histórico absolutamente in-
sólito”, J. MARÍAS, La estructura social, 144.
Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 25

de la fe–, capaz de hacer frente a todo reduccionismo antropológico que pre-


tenda relegar al hombre a su estructura biológica privándolo de su singularidad
de origen (creación), de identidad (encarnación) y de destino (salvación o ac-
ceso a una vida plena). Tras destacar lo que la concepción griega de la razón
y la idea romana del derecho han aportado a la interpretación personal del
hombre, afirma Marías que el cristianismo las ha asumido y recreado aportando
rasgos propios.

Ese hombre ha sido creado por un acto de amor efusivo de Dios, a su


imagen y semejanza, como imagen finita de la infinitud, siempre ha-
ciéndose y nunca concluso o perfecto. Y ese hombre llama Padre a
Dios, y por ello ve a los demás hombres como hermanos. Finalmente,
al carácter irreal, más que natural, proyectivo, futurizo que el pensa-
miento racional descubre, el cristianismo agrega la condición sobrena-
tural, la participación en la vida divina, la proyección de esta vida hacia
la otra, perdurable. De hecho, ha sido la religión cristiana la que ha
hecho participar a millones de hombres, durante casi dos milenios, de
esa visión de lo real, y en particular de la humana, en que va inclusa
la interpretación más honda del pensamiento creador de Occidente68.

Marías ha visto con total claridad que, no sólo una hermenéutica filosófica
de carácter materialista despoja al hombre de su bien más preciado, su ser
persona; sino que también contribuye a ello en Occidente una visión del cris-
tianismo que malversa sus contenidos más decisivos y los reduce a lo secundario.

68 J. MARÍAS, España inteligible, 419. La comprensión anticosista de la identidad del hombre que esgrime Ortega y Gasset actúa
en Marías como un poderoso punto de referencia a la hora de pensar el ser personal del hombre en continuidad con la afir-
mación bíblica de su identidad como imago Dei. En la antropología bíblica de la “imagen” que define la condición creatural
del hombre, reconoce Marías el modo en que la revelación cristiana compendia los caracteres de originalidad, mismidad, li-
bertad y proyectividad que emergen de la visión decididamente optimista del hombre que patrocina la metafísica orteguiana
de la vida. Un poco más allá de Ortega, la concepción de la persona humana como “innovación radical de realidad” y, sobre
todo, como “criatura amorosa” –patente en la experiencia del amor inter-sexuado en cuanto grado máximo de auto-posesión
de la vida personal– es, para Marías, el lugar exacto que posibilita la apertura de la antropología a la teología, es decir, a la
relación con el Ser absoluto-personal que funda la creaturalidad amorosa en plenitud; es decir, la analogía con la concepción
bíblica del hombre como imagen del Dios que se auto-identifica como Amor Personal. En otro lugar hemos estudiado amplia-
mente el modo en que nuestro autor reflexiona sobre la novedad que supone para la metafísica griega –y la antropología que
patrocina– la concepción revelada de la realidad como creatio ex nihilo sui et subjecti y de Dios como Persona y Amor: J. M.
CABIEDAS TEJERO, La persona es criatura amorosa. Perspectivas para una antropología teológica (Valencia 2013) 158-172.
26 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

Hay múltiples resistencias a la idea de un Dios personal –el que sea


“tripersonal” añade un elemento de irritación y repulsión que se
presenta como “intelectual”–, creador, justo, amoroso y amable, padre
de los hombres; que pide humildad, gratitud, adoración. Y este rechazo
envuelve otro paralelo a la imagen del hombre: libre, responsable,
capaz de santificación o de condenación, destinado a una vida perdu-
rable y a la participación en la divina; una persona irreductible a toda
“cosa”69.

Junto al olvido de Dios, la actual configuración cultural de Occidente


–como señala también nuestro autor– propende a la anulación de la libertad
y la disposición para elegir, optar y proyectar la existencia desde sus proyectos,
ilusiones o aspiraciones últimas70. En definitiva desde el fin que todo hombre

69 J. MARÍAS, La perspectiva cristiana, 115. Cf. Cf. M. CZAJKOWSKI, El tema de Dios en la filosofía de Julián Marías (Pamplona
2001); J. SÁNCHEZ-GEY, “La reflexión sobre Dios en Julián Marías”, en J.L. CABRIA-J. SÁNCHEZ-GEY (eds.), Dios en el pensa-
miento hispano del siglo XX (Salamanca 2002) 261-285; H. CARPINTERO, Julián Marías, una vida en la verdad (Madrid 2008)
165-194; H. RALEY, A Watch over Mortality. The Philosophical Story of Julián Marías (New York 1997) 135-149; ID., “Apuntes
para una filosofía cristiana en Julián Marías”, en H. CARPINTERO (ed.), Un siglo de España. Homenaje a Julián Marías (Madrid
2002) 311-315; I. SÁNCHEZ CÁMARA, “Julián Marías: una filosofía cristiana”: Communio 1 (2006) 9-22; A. ANDREU RODRIGO, “Ju-
lián Marías: ‘El tema del hombre’ y la teología”, en A. PÉREZ QUINTANA-L.M. PINO (eds.), Una vida presente: estudios sobre
Julián Marías (Santa Cruz de Tenerife 2009) 25-44; E. GONZÁLEZ FERNÁNDEZ, “Julián Marías y la divina razón”: Revista Espa-
ñola de Teología 69 (2009) 267-304.
70 En este sentido hablan algunos autores, no sin buenas razones, de la presión de una “secularización cualitativa” o secula-
rización de la sensibilidad humana hacia la experiencia religiosa (y las capacidades del espíritu humano en general). Según
esto, la desafección hacia lo religioso no tendría su fundamento principal en el campo intelectual o institucional, sino en
la conciencia “creyente” del sujeto. El debate no tiene su epicentro en la verdad sino, sobre todo, en el sentido. La llamada
secularización cualitativa ha de entenderse como distancia afectiva o no pertenencia; cuya fuente de alimentación se en-
cuentra en el estilo de vida y prejuicios que alimenta la cosmovisión dominante en Occidente. Estos manantiales de la ci-
vilización occidental contemporánea han colonizado la “gramática del sentido” (Grammar of Assent, J.H. Newman) que
todo hombre maneja para vivir, de modo que queda bloqueada la capacidad receptiva profunda de la persona, o lo que es
lo mismo, la capacidad de razonar más allá del puro concepto. Se trata de una herida infligida al corazón humano. Por eso
esta tonalidad de la nueva secularización es menos beligerante que la de otros tiempos, pues su campo de batalla no son
los argumentos sino el espacio de su configuración y asimilación subjetiva: la imaginación, la afectividad y la capacidad de
elección. “Il pensare moderno non pensa più la fede. Non pensa l’alto profilo antropologico dell’aver fede come struttura
originaria della coscienza umana, forma propria della sua stessa inviolabile dignità, radice qualitativa del legame interu-
mano… Nella coscienza postmoderna, il discorso assertorio su Dio è interamente consegnato all’opzione fideista della co-
scienza individuale”, P. A. SEQUERI, L’idea della Fede. Trattato di teologia fondamentale (Milano 2002) 214. Cf. M.P GALLAGHER,
“Nuevos horizontes ante el desafío de la increencia”: Razón y Fe 232 (1995) 279-293.
Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 27

persigue, la felicidad; que “se identifica –según Marías, comentando a Séneca–


con la fidelidad a lo más profundo y auténtico del ente humano”, esto es,
aquello que trasciende la animalidad71. La consecución de la felicidad pasa por
la asunción de una determinada visión de sí. Por ello interesa a Marías explorar
ese anhelo humano de felicidad tanto desde el punto de vista metafísico como
fenoménico. En la primera perspectiva la felicidad se revela como sentido
último de la existencia72; desde el punto de vista fenoménico como una
empresa o lucha cotidiana por mantenerse fiel a las propias aspiraciones bio-
gráficas73; en definitiva, a la propia vocación o llamada inscrita en nuestra hu-
manidad. Sobre el fundamento de Aristóteles, que considera la felicidad fruto
de la virtud74, santo Tomás acepta la consideración de la felicidad como fin de
la existencia humana, pero va más allá del filósofo al asignar toda prioridad
en la vida humana a la promesa de felicidad eterna que Dios hace al hombre75.
¿Cómo decirse cristiano y desconocer los pormenores de esa promesa divina?
La fe que gozó de vigencia social ha dejado de ser evidente para muchos con-
temporáneos. Es urgente revitalizarla, no trivializarla. El cristiano ha de
aprender de nuevo a decirse la verdad, la verdad de la fe. Primero y sobre todo
a sí mismo:

Debe repetirla incansablemente, debe reconocer sus dominios,


recordar vastas comarcas que casi nunca son visitadas, aun siendo
esenciales. Es menester que los cristianos aprendan a hacer ‘la vuelta
del propietario’ por los espacios a menudo desconocidos, desiertos, de
su fe casi inhabitada76.

El cristiano no puede vivir y presentarse como un hombre intelectual-


mente acomplejado, pues su fe es digna de ser vivida, pensada e integrada

71 Cf. SENECA, Sobre la felicidad (Madrid 31983) 52 (nota 18); traducción, introducción y notas de J. Marías.
72 Cf. J. MARÍAS, La felicidad humana (Madrid 82006) 330-339.
73 Cf. J. MARÍAS, La felicidad humana, 268-280.
74 ARISTÓTELES, Ética a Nicómaco I, 13, 1102 a (Madrid 1949; ed. bilingüe griego-español, introducción, traducción y notas de
J. Marías).
75 TOMÁS DE AQUINO, Summa contra Gentiles III, 25.
76 J. MARÍAS, “Los cristianos y la verdad”, en ID., Ensayos de convivencia, Obras III (Madrid 1958-1982) 134. Cf. otros lugares
en que se expresa con tono similar: “Le chrétien est-il de la Terre?”, en Ortega y tres antípodas, 186-192; “La perspectiva
cristiana”, en El curso del tiempo II, 241-244.
28 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

como referencia fundamental del propio quehacer vital y discursivo. Marías


ha aprendido de san Anselmo que la fe es una realidad operativa, viva, im-
pulsada y henchida por la dilectio, el amor divino77. Evangelizar hoy la cultura
–sobre todo la que se autodenomina cristiana– conlleva la tarea de
redescubrir y revitalizar las fuentes desecadas que han contribuido al saber
y al creer de la civilización occidental78. En concreto, Europa no es concebible
sin el cristianismo:

Puede decirse que una Europa descristianizada es, en esencia, una Eu-
ropa “deseuropeizada”. Creo que el proceso acaecido en la Europa del
Este constituye una demostración fehaciente. La lucha que los países
de la Europa oriental han mantenido contra el cristianismo ha supuesto
un tiempo de prueba que ha anegado el modo de vida europeo79.

Entre Europa y el cristianismo se da una relación de mutuo enriqueci-


miento llamada a nuevas realizaciones de futuro:

Si existe un futuro para Europa, ha de ser aquel en cuyo diseño el cris-


tianismo se considere un factor irrenunciable. Si se omite su presencia,
será a cambio de falsedad e inautenticidad. Por otro lado, me refiero
a un diseño de futuro, es decir, a algo nuevo, una previsión innovadora
de futuro, no sólo a partir de lo ya dado, sino de eso mismo en cuanto
debe ser imaginado, puesto que se encuentra en cambio constante.
Todo lo cual grava con desventaja la situación del hombre, permanen-
temente llamado a imaginar la novedad sin perder de vista su memoria
histórica, que es la que posibilita tener futuro y no sólo existir. El

77 Cf. J. MARÍAS, San Anselmo y el insensato, 21.


78 Para ello no basta con conocer, es necesario saber mirar, ojear e incluso curiosear en el alma de cada pueblo y región. En
sus viajes Marías se revela como minucioso observador e intérprete de las formas de vida y manifestaciones culturales que
han pasado ante sus ojos. Así lo testimonian los escritos que ha dedicado a Estados Unidos, la India, Israel o diversas re-
giones españolas. En su caso este ejercicio visual no responde a la curiosidad del viajero, sino a una necesidad de método.
Marías también aprendió de Ortega ha elaborar una filosofía fundada en la capacidad de introyectar mi yo en la fisonomía
del paisaje (circunstancia) para penetrar en su esencia. Cf. J. MARÍAS, “Ortega, amigo de mirar”: Criterio 1249-50 (1955) 910.
También, J. PADILLA, “Razón vital del paisaje en Ortega y Marías”: Revista de Occidente 324 (2008) 73-87.
79 Traducimos de la intervención de Marías recogida en “Podiumsdiskussion: Europäische Vielfalt und christliche Einheit”, en
N. LOBKOWICZ (ed.), Das europaïsche Erbe und seine christliche Zukunft, 310.
Julián Marías. El cristianismo como circunstancia del pensamiento 29

hombre jamás puede quedar reducido al pasado al que se encuentra


vinculado y del que se nutre80.

Ese diseño del futuro que implica la recepción imaginativa de la


herencia que ha construido Europa, pasa inevitablemente por la persona. Para
Julián Marías, la persona es el punto de partida esencial e irrenunciable para
una volver a formular de manera novedosa las preguntas últimas y decisivas
–¿quién soy yo?, ¿qué será de mí?– que abren el dique de las “esperanzas pro-
fundas” que habitan la humanidad; aquellas que apuntan a la verdad del
hombre que resuena en el corazón de Dios (cf. GS 1). En este sentido cabe
traer a colación las palabras del Pontificio Consejo de la Cultura:

No hay cultura si no es del hombre, por el hombre y para el hombre.


Ésta abarca toda la actividad del hombre, su inteligencia y su
afectividad, su búsqueda de sentido, sus costumbres y sus recursos éti-
cos. La cultura es de tal modo connatural al hombre, que la naturaleza
de éste no alcanza su expresión plena sino mediante la cultura. La
puesta en juego de una pastoral de la cultura consiste en restituirlo a
su plenitud de criatura “a imagen y semejanza de Dios” (Gn 1,26), sus-
trayéndolo a la tentación antropocéntrica de considerarse indepen-
diente del Creador81.

La cultura es intérprete de la vida, una hendidura –un medio– que


permite la entrada de luz en los rincones del interior que nutren la vida del
hombre, allí donde habitan los fines: impulsos, deseos, imaginación, proyectos,
anhelos y esperanzas. Todo lo que, según Marías, no posee hoy demasiado
crédito y, sin embargo, alimenta algo decisivo: la espontaneidad que impulsa
el emerger de lo personal dentro de una forma histórico-social82. La cultura es

80 Cf. “Podiumsdiskussion: Europäische Vielfalt und christliche Einheit”, en N. LOBKOWICZ (ed.), Das europaïsche Erbe und seine
christliche Zukunft, 312.
81 PONTIFICIO CONSEJO PARA LA CULTURA, Para una pastoral de la cultura (Città del Vaticano 1999) n. 2. En este documento progra-
mático se exponen algunos desafíos del presente que han constituido preocupación viva en el pensamiento de Marías. Así,
por ejemplo, la prevalencia del subjetivismo como criterio de verdad (n. 7); el nacionalismo (n. 10); la relación entre filosofía
y teología (n. 12); el papel de la mujer en su identidad antropológica y social (n. 15); la pervivencia de las grandes cuestiones
más allá de la secularización (n. 23). En línea semejante: JUAN PABLO II, Ecclesia in Europa, n. 7-8. 47.
82 Cf. J. MARÍAS, La educación sentimental (Madrid 1994) 18-19.
30 J u a n M a n u e l C a b i e d a s Te j e r o

tal cuando, en sus diversas creaciones y manifestaciones, es camino de


liberación de un horizonte fundamental del hombre: la interioridad y la capa-
cidad de asombro sedimentadas en el corazón de cada persona83. Dicho de
nuevo con palabras del magisterio de la Iglesia: “Las culturas, cuando están
profundamente enraizadas en lo humano, llevan consigo el testimonio de la
apertura típica del hombre a lo universal y a la trascendencia” (Fides et Ratio,
70). Lejos de ese horizonte, la cultura queda rebajada a ser puro sponsor de
la técnica, y la vida del hombre al tedio de un espectáculo digital incapaz de
movilizar el espíritu humano84. La realidad virtual, la utopía del siglo XXI, se
revela como un pobre remedo de la realidad vital. Incapaz de ser, al menos
por el momento, el impulso de discontinuidad que Ortega reserva a la cultura
para despertar la conciencia del hombre sobre el serio asunto que es su vida:

La vida es en sí misma y siempre un naufragio. Naufragar no es


ahogarse. El pobre humano, sintiendo que se sumerge en el abismo,
agita los brazos para mantenerse a flote. Esa agitación con que
reacciona ante su propia perdición, es la cultura: un movimiento na-
tatorio. Cuando la cultura no es más que eso, cumple su sentido y el
humano asciende sobre su propio abismo. Pero diez siglos de conti-
nuidad cultural traen consigo, entre no pocas ventajas, el gran incon-
veniente de que el hombre se cree seguro, pierde la emoción del nau-
fragio y su cultura se va cargando de obra parasitaria y linfática. Por
eso tiene que sobrevenir alguna discontinuidad que renueve en el hom-
bre la sensación de perdimiento, sustancia de su vida. Es preciso que
fallen en torno de él todos los instrumentos flotadores, que no
encuentre nada a qué agarrarse. Entonces sus brazos volverán a agitarse
en gesto salvador85.

83 Es la tesis con que nuestro autor elabora la obra que acabamos de citar, en el espacio concreto de la literatura occidental.
84 “Se si sviluppa la tecnica, ma non si espande di pari passo anche l’orizzonte spirituale dell’uomo, e la persona non permane
in una dinamica maturazione verso la trascendenza, allora si è spogliati di ciò che si possiede di più prezioso: la coscienza
di sè, del proprio limite e dell’apertura infinita verso cui si è indirizzati. Condizione letale, perché in questo modo non solo
cessa il vero progresso, ma l’uomo stesso muore per asfissia”, R. FISICHELLA, Identità dissolta. Il cristianesimo, lingua madre
dell’Europa (Milano 2009) 29.
85 J. ORTEGA Y GASSET, “Pidiendo un Goethe desde dentro”, Obras Completas V (Madrid 2004-2010) 122.

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