ANAVERSA

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ANAVERSA

Introducción

El 3 de mayo de 1991, el sureste de la ciudad de Córdoba, Veracruz, se estremeció con


la explosión de las instalaciones de la empresa de plaguicidas Agricultura Nacional de
Veracruz (Anaversa) que derramó plaguicidas organofosforados y organoclorados a
varias cuadras a la redonda. Miles de vecinos empezaron a padecer los efectos de las
sustancias emitidas durante el accidente, así como de las dioxinas producidas por la
explosión. Nadie en Córdoba estaba preparado para enfrentar el desastre industrial de
los plaguicidas y las dioxinas. Mujeres y niños fueron los más vulnerables, además de
bomberos, servidores de limpieza pública y policías que auxiliaron en el control de la
catástrofe. Bajo un clima de impunidad, la empresa nunca pagó por el daño que hizo.
Aunque fue obligada a cubrir una reducida multa de cerca de cien mil pesos, recibió el
monto de un seguro por 3 mil 500 millones de viejos pesos. La planta cerró pero el
inmueble todavía está en pie y constituye un importante foco de riesgo para los
vecinos. La sociedad civil reclamó sus derechos, pero las autoridades municipales,
estatales y federales de los años noventa negaron los daños, obstaculizaron los
estudios, ocultaron la información y hostilizaron a la Asociación de Afectados por
Anaversa, auspiciada por la entonces diputada estatal de Ecología (1988-91),
Rosalinda Huerta Rivadeneyra, a quien, por ser de un partido de oposición, acusaron
de amarillista, de falsear la realidad y, además, de no contar con el diagnóstico clínico
científico para probar la correlación entre la explosión de Anaversa y las enfermedades
de los afectados. O sea, de no cumplir con las tareas que eran y siguen siendo
obligación oficial. Las autoridades municipales de los trienios 1992-95 recibieron un
fideicomiso irrisorio para atender a los enfermos pero nunca lo ejercieron, ya que
consideraron que no había daños y que sólo eran infundios de los periodistas de
Córdoba y la Asociación de Afectados. Este movimiento tuvo su mayor auge entre
1993-96, año en que murieron parte de los afectados más participativos de la
organización, sin haber recibido un diagnóstico preciso de sus enfermedades y menos
un tratamiento adecuado. Para 1996, la situación se hizo más patética para la
Asociación y para los afectados a quienes las autoridades de salud pública les negaron
toda credibilidad, más por motivos políticos que científicos. La población de las colonias
pobres de Córdoba es la que ha tenido que afrontar el costo del desastre industrial de
la planta mezcladora de plaguicidas y de la impunidad. Ellos todavía viven los efectos
negativos de las sustancias dispersadas antes de la explosión y durante ella. Abundan
los testimonios de afectados que revelan la necesidad de estudios, leyes, reglamentos
y de una nueva cultura que permita prevenir los desastres industriales producto de un
régimen social que fomenta la impunidad del delito de daños a terceros. El desastre
industrial no es natural ni producto de la furia de los dioses: es fruto de la falta de
previsión ante amenazas concretas y medibles. Se sabía que Anaversa constituía un
peligro porque trabajaba con sustancias altamente tóxicas, y que, en caso de
explosión, éstas producirían dioxinas, cuyos efectos sobre el sistema nervioso,
respiratorio y endocrino pueden permanecer activos durante décadas y afectan tanto al
directamente expuesto como a su descendencia.
Consecuencias del accidente

De los efectos inmediatos, la prensa informa de 2 mil personas evacuadas, más de mil
personas con signos de intoxicación, 300 hospitalizados en estado grave. Conforme a
la recomendación de la Comisión Nacional de Derechos Humanos (CNDH), a la
Secretaría de Salud le correspondía realizar un censo integral de los afectados de
manera aguda por la contaminación y llevar a cabo los estudios epidemiológicos y de
colinesterasa, además de darle seguimiento a los pacientes. La Secretaría de
Desarrollo Urbano y Ecología debía informar sobre la pertinencia o no de demoler el
inmueble, así como de un informe conjunto de ambas secretarías a la población y a la
CNDH sobre las investigaciones y acciones llevadas después del siniestro. Parte de
estos estudios fueron ocultados y, algunas pruebas de laboratorio, destruidas. La
tragedia continuó meses después: se reportaron muertes de niños que entraron en un
estado de inmunodeficiencia y padecieron una larga lista de enfermedades; mujeres
que sufrieron abortos o tuvieron niños con malformaciones, padecieron cáncer,
depresión; se presentó cirrosis en gente que no tomaba alcohol, etcétera. A los cinco
años del accidente había 87 personas fallecidas como consecuencia atribuible a la
contaminación de plaguicidas; ahora, la cifra total se desconoce. Diversos especialistas
consideran el incendio de Anaversa como el peor desastre ecológico en América Latina,
especialmente por la presencia en el accidente de plaguicidas organoclorados que
provocan pocos efectos en forma aguda, pero son más tóxicos si son absorbidos de
forma inhalatoria que por vía oral o cutánea. La mayoría de los pacientes intoxicados
estuvieron expuestos por vía inhalatoria, lo que les afectó el sistema nervioso central,
el hígado y los riñones. La prueba diagnóstica de la exposición a los plaguicidas
organofosforados son las cifras en suero de la colinesterasa, enzima que es
responsable del control de la acetilcolina. Cuando su concentración en suero es menor
al 30 por ciento del valor normal, indica intoxicación por esos plaguicidas. Los reportes
de la Facultad de Ciencias Químicas de la Universidad Veracruzana en Orizaba sobre la
determinación de colinesterasa en 296 muestras enviadas a esta institución
inmediatamente después del accidente mostraron cifras inferiores a ese valor en todas
las muestras. Los síntomas de intoxicación aguda propios del daño por
organofosforados fueron evidentes; de una encuesta hecha a mil 540 vecinos de
Anaversa que vivieron los momentos del incendio, 485 presentaron dolor de cabeza;
379, dolor faríngeo y de boca; 282, irritación de piel y mucosas; 241 presentaron
mareos; 229, naúseas; 134, vómitos; 132, dolor abdominal; 120, debilidad; 118, tos;
97, insomnio. Los insecticidas organofosforados que, según la empresa se dispersaron
durante el accidente, fueron paratión, del cual se calcula que se quemaron 18 mil litros
ese 3 de mayo, y malatión, del que se desconoce la cantidad de litros quemados. En
relación con los plaguicidas organoclorados, su toxicidad es crónica, sus efectos se
muestran con el tiempo. Son ejemplo representativo de éstos el lindano y el
pentaclorofenol esparcidos en el incendio de Anaversa. Este tipo de compuestos
químicos se acumulan en el tejido graso y en el manejo de los intoxicados está
contraindicada la ingesta de leche o productos grasos. Sin embargo, los servicios de
salud les proporcionaron leche; incluso el gobierno del Estado otorgó mil litros para los
damnificados. El coctel logrado con la mezcla de estos productos químicos, los cuales
fueron esparcidos azarosamente por lluvia, depósitos de agua en calles, absorción,
drenaje, por arroyos y por polvo ha logrado cambiar la epidemiología de esta zona de
Córdoba. Ahí hemos encontrado una incidencia considerable de inmunodeficiencias:
lupus eritematoso sistémico, diabetes mellitus, nefropatías, hepatologías, patologías
hematológicas, aplasias medulares, leucemias, trastornos de las vías respiratorias
bajas, neoplasias varias; abortos, malformaciones congénicas y cromosopatías, entre
otras más, las cuales, por su aumento considerable en la zona a partir de 1991,
sugieren su relación con el incendio de Anaversa. Son muchas las pruebas del daño a
la salud de los afectados; tantas, como las muestras de la apatía oficial.

Los derechos humanos en el caso de Anaversa

Rosalinda Huerta Rivadeneyra - Presidenta de la Asociación de Asistencia a los


Afectados por Anaversa, ac

Las instalaciones de Agricultura Nacional de Veracruz (Anaversa) se encontraban en


una zona habitacional, rodeadas de casas, escuelas, iglesias y comercios. A pesar de
que en 1980 se iniciaron las protestas organizadas de los vecinos por los efectos que
provocaban en la salud las emanaciones de la fábrica, la solicitud de reubicación de la
planta nunca se tomó en cuenta.
En realidad, la contaminación que provocó Anaversa inició mucho antes de la explosión
e incendio del 3 de mayo de 1991, toda vez que la fábrica no contaba con los
mecanismos necesarios de control de emisiones.
Pero no fue sino hasta después de ocurrido ese siniestro que, ante la magnitud del
problema al que se enfrentaba, la comunidad organizó una asociación civil que
presentó el caso ante la Comisión Nacional de Derechos Humanos. Ésta emitió al
respecto la recomendación 99/91, dirigida a Patricio Chirinos y a Jesús Kumate,
entonces secretarios de Desarrollo Urbano y Ecología y de Salud, respectivamente. Las
recomendaciones de la cndh fueron:

PRIMERA: Investigar los motivos por los cuales fueron otorgadas las licencias
sanitarias y de funcionamiento respectivas, no obstante que resultó evidente que la
empresa no cumplía con los requisitos indispensables para operar.
Aunque Anaversa formulaba, envasaba y almacenaba productos agroquímicos
(insecticidas, preservadores de madera y herbicidas) desde 1971, no contó con las
licencias indispensables para operar sino hasta 1990, cuando le fue expedida la de la
Secretaría de Salud y, en 1991, poco antes del accidente, la de la entonces Secretaria
de Desarrollo Urbano y Ecología.
En la investigación realizada por el Ministerio Público Federal para fincar
responsabilidades a los funcionarios encargados de emitir las licencias, se determinó el
no ejercicio de la acción penal al comprobarse que, en el momento del accidente, no se
requería que las empresas contaran con un programa de seguridad interno ni externo.
Incluso, en su declaración, la doctora Cristina Cortinas, responsable de expedir las
licencias sanitarias federales en la época del siniestro, indicó que las condiciones bajo
las cuales se otorgó la licencia sanitaria no estaban fundamentadas en ningún
ordenamiento legal y se trataba sólo de señalamientos que se hacían a todas las
empresas sin distinción.
Asimismo, afirmó que los pasos que se seguían para otorgar una licencia sanitaria
federal se basaban en apreciaciones personales que no derivaban de una exigencia
legal.
Esta afirmación evidencia la frivolidad con que las autoridades han actuado en la
investigación del accidente y con la que han exonerado de toda responsabilidad en él a
cualquier autoridad involucrada. La falta de conciencia oficial llegó al grado de reducir
a 119 mil pesos la de por sí irrisoria multa de 238 mil pesos impuesta a la empresa.

SEGUNDA: Que la Secretaría de Salud lleve a cabo un censo integral de la población


que estuvo expuesta de manera aguda a la contaminación y realice los estudios
epidemiológicos y de colinesterasa complementarios.
El seguimiento epidemiológico fue cuestionado desde un inicio; los directores de las
escuelas, el cuerpo de bomberos, los pastores protestantes y los sacerdotes católicos
han dado testimonio de que dicho censo nunca fue aplicado y que las autoridades de
salud se limitaron a dar seguimiento a algunos de los casos reportados inicialmente.
De acuerdo con especialistas en epidemiología y estudios de causalidad, el estudio
epidemiológico adoleció de las siguientes deficiencias:

a. La Secretaría de Salud, al realizar los estudios e investigaciones, se constituyó


en juez y parte, violentando así el principio procesal fundamental reconocido
por el Estado mexicano. No es posible aceptar el argumento de que se trata de
la única dependencia facultada para ello, toda vez que existen en el país
instituciones e investigadores capacitados para realizar este tipo de estudios.

b. Se omitió considerar que la población no solamente estuvo expuesta a las


sustancias que reconoció la empresa y para las cuales tenía permisos oficiales,
sino a una mezcla de las sustancias peligrosas que manejaba y a los productos
derivados de la combustión, en especial las muy tóxicas dioxinas, lo que
permitiría prever el surgimiento de enfermedades no clasificadas.

c. El estudio se limitó exclusivamente a la búsqueda de algunos efectos de los


compuestos reconocidos por la empresa, a pesar de testimonios de vecinos y
trabajadores en el sentido de que ahí se procesaban y almacenaban grandes
cantidades de otros como BHC y fosfuro de zinc.

d. Las autoridades no dieron a conocer en su momento el resultado de análisis de


dioxinas en las muestras de suelo y, posteriormente, condicionaron la aplicación
de medidas preventivas urgentes a los resultados de dichos análisis y a la
evaluación de la peligrosidad de los niveles determinados.
Con esta decisión, desconocieron que México, al haber firmado la Agenda XXI en la
Reunión de Río de Janeiro, se comprometió específicamente a aplicar el "Principio de
Precaución" en todo lo relacionado con las sustancias tóxicas y sus riesgos.
Entre los daños provocados por la exposición a dioxinas se encuentran: cambios en la
función endocrina asociada con las funciones reproductivas en animales y humanos,
cambios en el sistema inmunológico, alteraciones del proceso de diferenciación de las
células del sistema inmunológico, incremento en diabetes y mayor incidencia de
endometriosis en las mujeres.
Con una exposición muy alta se corre el riesgo de una reducción en la capacidad
reproductiva en los hombres, por una baja producción de esperma y una mayor
incidencia de cáncer del sistema respiratorio, de la piel, de los testículos, cerebro,
estómago, colon, recto, próstata, páncreas y riñón. La exposición a dioxinas en útero,
o de tipo posnatal, puede provocar deficiencias inmunológicas que persisten por 10
años o más.
Aunque se reconoció la presencia de dioxinas en la zona afectada por el accidente y se
advirtieron los daños que estas sustancias provocan en la población expuesta, hasta la
fecha la Secretaria de Salud se ha negado a realizar estudios sobre su presencia en
sangre, tejido adiposo y la leche materna de los expuestos a estas sustancias como
consecuencia del accidente, incluyendo quienes siguen usando agua de pozos
contaminados, a pesar de que estos análisis podrían establecer la relación directa entre
el accidente y las enfermedades presentadas por los expuestos.

e. La propia cndh reconoció que el estudio epidemiológico tuvo "algunas


deficiencias", lo que parece indicar que estaría aceptando que los resultados de
estudios científicos sobre salud pueden ser relativos. Aun reconociendo que
existen diferencias conceptuales y metodológicas en los estudios sobre salud
ambiental, no es menos cierto que un principio fundamental ético y humano es
asumir la posibilidad de riesgo y actuar preventivamente, tal como lo establece
el principio de precaución mencionado.

f. En los estudios existió un manejo tendencioso sobre la causalidad de los


problemas de salud detectados en los afectados por la explosión; además, se
utilizó una teoría de causación simple, que está explícitamente descalificada
para riesgos ambientales complejos. Es importante resaltar que, en virtud de
que la población estuvo expuesta a una diversidad de sustancias, no es posible
relacionar cada uno de los síntomas reportados con una sustancia en particular.
Usualmente las personas están expuestas a una o dos sustancias y no a una
diversidad de ellas, como ocurrió en este caso; a esto se debe la complejidad
del problema.

g. En la toma de muestras para llevar a cabo los estudios, la cndh certificó las
irregularidades que se presentaron; sin embargo, dichas irregularidades no
fueron subsanadas ni tomadas en cuenta al valorar el cumplimiento de la
recomendación.

TERCERA: Se refiere a la pertinencia de demoler el inmueble en el que se encontraban


las instalaciones de la fábrica.
Al respecto, si bien es cierto que el inmueble fue formalmente "clausurado", también lo
es que nunca se suprimió como fuente de exposición, pues ha permanecido siempre
destechado, provocando la dispersión de los contaminantes, a pesar de las
recomendaciones de expertos en el sentido de que debió ser totalmente sellado
inmediatamente después del siniestro.

CUARTA y QUINTA: Establecen la necesidad de informar a la población sobre los


estudios, investigaciones y acciones realizadas, así como del Plan Nacional de
Contingencia para Accidentes Ambientales.
Sin embargo, la población no ha sido informada debidamente de las acciones llevadas
a cabo ni del plan referido. Por el contrario, a los pacientes se les ha ocultado su
diagnóstico y el resultado de sus estudios, así como se les ha negado la expedición de
constancias de haber sido tratados.
La Asociación de Asistencia a los Afectados ha enfrentado continuamente una cerrazón
institucional que llegó al grado de malversar los fondos designados a la creación de un
fideicomiso: para la atención de los afectados el ayuntamiento de Córdoba los aplicó
en la compra de una reja para un parque de la ciudad, alegando que dicho dinero
había tenido un objetivo "ecológico".
Existe una larga lista de funcionarios implicados en este problema y de irregularidades
en el proceso. Existen, asimismo, pruebas fehacientes de que las consecuencias del
accidente han rebasado, incluso, las predicciones hechas por expertos hace diez años.
Sin embargo, más allá de las limitaciones de la ley, el caso Anaversa ilustra la falta de
voluntad política, de independencia y compromiso de las autoridades en el
cumplimiento fundamental de su responsabilidad de velar por el respeto al derecho a
la protección de la salud, a un ambiente sano, a la información y a la vida de las
futuras generaciones en México.

En relación con los plaguicidas organoclorados, su toxicidad es crónica, sus efectos se muestran
con el tiempo. Son ejemplo representativo de éstos el lindano y el pentaclorofenol esparcidos en
el incendio de Anaversa. Este tipo de compuestos químicos se acumulan en el tejido graso y en el
manejo de los intoxicados está contraindicada la ingesta de leche o productos grasos. Sin
embargo, los servicios de salud les proporcionaron leche; incluso el gobierno del Estado otorgó mil
litros para los damnificados. El coctel logrado con la mezcla de estos productos químicos, -los
cuales fueron esparcidos azarosamente por lluvia, depósitos de agua en calles, absorción, drenaje,
por arroyos y por polvo- ha logrado cambiar la epidemiología de esta zona de Córdoba. Ahí hemos
encontrado una incidencia considerable de inmunodeficiencias: lupus eritematoso sistémico,
diabetes mellitus, nefropatías, hepatologías, patologías hematológicas, aplasias medulares,
leucemias, trastornos de las vías respiratorias bajas, neoplasias varias; abortos, malformaciones
congénicas y cromosopatías, entre otras más, las cuales, por su aumento considerable en la zona a
partir de 1991, sugieren su relación con el incendio de Anaversa. Son muchas las pruebas del daño
a la salud de los afectados; tantas, como las muestras de la apatía oficial.

ANAVERSA constituía un riesgo para la comunidad, en la medida que manejaba agroquímicos


organofosforados y organoclorados. Estos últimos tienen efectos altamente tóxicos en caso de
explosión, ya que generan una sustancia llamada dioxina (tetraclorodibenzeno-p-dioxina) que
puede permanecer activa en el ambiente por décadas. Desde los años 60 del siglo XX,
investigadores descubrieron los efectos negativos de las dioxinas sobre la piel, el sistema nervioso,
respiratorio y endocrino, efectos que pueden afectar a quien recibe la intoxicación como a su
descendencia. Esto ha generado una poderosísima arma química como el Agente naranja que fue
utilizada en Camboya por los norteamericanos. La amenaza aumentó frente a la incapacidad de las
autoridades de velar por las medidas de seguridad para los trabajadores de las comunidades
vecinas. Ahora es claro que 15 años después, la seguridad industrial, la seguridad en minas y en
campos es prácticamente nula, en la medida que no se vela por el bienestar humano sino sólo por
la explotación del trabajo. A pesar de que Anaversa no tenía las medidas de seguridad para operar,
la Secretaría de Desarrollo Urbano y Ecología (SEDUE), institución federal que era la 4 encargada
de permisos para las operaciones industriales, se lo extendió provisionalmente. Patricio Chirinos
Calero, entonces secretario de la SEDUE, fue quien expidió un permiso provisional de operación a
pesar de que la planta no contaba con extinguidores en caso de incendio. Así el accidente se da
bajo la complicidad empresarial y de la institución gubernamental de velar por la seguridad
industrial. En otro régimen, ante tanta irresponsabilidad el funcionario responsable hubiera sido
removido de su puesto, pero no fue así, sino que obtuvo como premio la gubernatura de Veracruz.
Aquí se encargó de que el caso no se encendiera y que el sector salud no reconociera las decenas y
centenas de cánceres asociados al caso Anaversa.

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