Lindblom - La Ciencia de Salir Del Paso
Lindblom - La Ciencia de Salir Del Paso
Lindblom - La Ciencia de Salir Del Paso
CUARTO NÚMERO
Enero‐Abril 2010
Revista Electrónica del
Centro de Estudios en Administración Pública de la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales,
Universidad Nacional Autónoma de México
Charles E. Lindblom
Al comparar diversas políticas aprovecharía toda teoría que tuviese a su disposición y que hiciera
generalizaciones acerca de las diversas clases de políticas. Por ejemplo, al considerar la inflación
compararía todas las políticas a la luz de la teoría de precios. Como ninguna alternativa quedaría
fuera de su investigación, consideraría el control central estricto y la abolición de todos los precios
y mercados, por una parte, y la eliminación de todos los controles públicos, con una completa
dependencia del mercado libre, por la otra; ambas a la luz de todas las generalizaciones teóricas que
pudiese encontrar sobre esas economías hipotéticas.
Y por último, trataría de tomar la decisión que, en realidad, llevara al máximo sus valores.
Otra línea de ataque consistiría en fijar como objetivo principal, en forma explícita o inconsciente,
la meta bastante sencilla de mantener el nivel de precios. Este objetivo podría verse complicado o
en riesgo por algunas otras metas, como la del pleno empleo. Entonces, nuestro hombre se
desentendería de casi todos los demás valores sociales pensando que estaban más allá de su interés
actual, y por el momento ni siquiera intentaría catalogar los pocos valores que considerara de
aplicación inmediata. Si se le apremiara, pronto reconocería que estaba pasando por alto muchos
valores interrelacionados y muchas posibles consecuencias importantes de sus políticas.
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Como segundo paso, esbozaría las opciones políticas —relativamente pocas— que se le ocurrieran.
Luego compararía su limitado número de opciones, casi todas ellas familiares ya por pasadas
controversias, y por lo común no encontraría un cuerpo de teorías lo bastante preciso como para
permitirle hacer una comparación de sus consecuencias respectivas; en cambio, tendría que basarse
mucho en el registro de la experiencia pasada, con pequeños pasos de política destinados a predecir
las consecuencias de pasos similares que se extendieran al futuro.
Además, descubriría que las opciones de políticas combinan objetivos o valores en formas
diferentes. Por ejemplo, una cierta política podría ofrecer estabilizar el nivel de precios, pero al
costo de cierto riesgo de desempleo; otra podría ofrecer menor estabilidad de precios, pero también
menores riesgos de desempleo. Por tanto, el siguiente paso, según su enfoque —la elección final—
combinaría en una sola política la elección entre valores y la elección entre instrumentos destinados
a alcanzar los valores. Y no, como en el primer método de política, se aproximaría a un proceso más
mecánico de elegir los medios que mejor alcanzaran las metas antes clasificadas y calificadas.
Como quienes practican el segundo enfoque esperan alcanzar sus metas sólo en parte, entonces
esperarían repetir sin término la secuencia descrita conforme se modificaran las condiciones y
aspiraciones y mejorara la capacidad de predecir con exactitud.
Por lo complejo de los problemas, el primero de estos dos enfoques es, desde luego, imposible.
Aunque se pueda describir semejante enfoque, no se puede practicar salvo en problemas
relativamente sencillos y, aun entonces, con algunas modificaciones. Presupone capacidades
intelectuales y fuentes de información que los hombres simplemente no poseen, y aún más absurdo
es intentar un enfoque sobre las políticas cuando el tiempo y el dinero que se puede asignar a un
problema de políticas son limitados, como siempre ocurre. De importancia particular para los
administradores públicos es el hecho de que, en efecto, las dependencias públicas en general reciben
instrucciones de no practicar el primer método. Es decir, sus funciones y limitaciones prescritas —
las políticas o legalmente factibles— restringen su atención a relativamente pocos valores y pocas
políticas distintas entre las incontables opciones que se pueda imaginar. El que se practica es el
segundo método.
La tendencia común al describir la formulación de políticas, aun para problemas complejos como si
siguiera el primer enfoque se ha fortalecido por la atención prestada a la investigación de
operaciones, la teoría de la decisión estadística y el análisis de sistemas (y por el éxito obtenido con
ellos). Las características de estos procedimientos, características' del primer enfoque, son la
claridad de objetivos, lo explícito de la evaluación, un alto grado de generalidad para su
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observación y, siempre que sea posible, la cuantificación de valores para el análisis matemático.
Pero estos avanzados procedimientos siguen siendo, en gran parte, las técnicas apropiadas de la
resolución de problemas en escala relativamente pequeña, donde es pequeño el número total de las
variables que deben considerarse y limitados los problemas de valores. Charles Hitch, jefe de la
División Económica de la RAND Corporation, uno de los principales centros de aplicación de estas
técnicas, escribió:
Por consiguiente, en este ensayo propongo aclarar y formalizar el segundo método, muy descuidado
en la bibliografía actual. Se le podría describir como el método de comparaciones limitadas
sucesivas. Lo contrastaré con el primer enfoque, al que podríamos llamar el método racional
comprensivo. En una forma más aproximada y breve —y, por tanto, empleada en general en este
artículo— se les podría llamar el método de la rama y el método de la raíz, el primero de los cuales
edificaría a partir de la situación actual, paso a paso y por pequeños grados; el segundo partiría de
hechos fundamentales cada vez nuevos, edificando sobre el pasado sólo como la experiencia está
encarnada en una teoría, y siempre dispuesto a comenzar por completo, a partir de cero.
CUADRO 1
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4a. El análisis es completo; se toma en 4b. El análisis queda drásticamente limitado si:
cuenta todo factor importante y pertinente. i). Se descuidan posibles resultados importantes.
ii). Se descuidan importantes políticas alternativas
potenciales.
iii). Se decuidan importantes valores afectados.
5a. A menudo hay que basarse claramente 5b. Una sucesión de comparaciones reduce mucho
en la teoría. o elimina la dependencia de la teoría.
Coloquemos las características de los dos métodos lado a lado en los términos más sencillos (véase
el cuadro 1).
INTERRELACIÓN DE LA EVALUACIÓN
Y EL ANÁLISIS EMPÍRICO (1b)
La manera más rápida de comprender cómo se manipulan los valores en el método de las
comparaciones limitadas sucesivas es ver cómo el método de raíz a menudo se descompone en su
manera de manejar los valores u objetivos. Resulta atractiva la idea de que hay que aclarar los
valores antes de examinar otras políticas. Pero, ¿qué ocurre cuando primero lo intentamos en
problemas sociales complejos? La primera dificultad es que en muchos valores u objetivos cruciales
los ciudadanos disienten, los congresistas disienten y los administradores públicos disienten. Aun
cuando se le haya impuesto al administrador algún objetivo bastante especifico, queda suficiente
espacio para desacuerdos en materia de subobjetivos. Por ejemplo, consideremos el conflicto que
surgió con respecto a las asignaciones para vivienda pública, descrito en el estudio de Meyerson y
Banfield de la Autoridad de Vivienda de Chicago,4 desacuerdo que ocurrió pese al claro objetivo de
construir cierto número de unidades de vivienda pública en la ciudad. Similarmente conflictivas han
resultado las metas de ubicación de carreteras, control de tránsito, administración del salario
mínimo, creación de instalaciones turísticas en parques nacionales o combate a los insectos.
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Aun cuando un administrador resuelva atenerse a sus propios valores como norma para tomar sus
decisiones, a menudo no sabrá cómo catalogarlos cuando entren en conflicto mutuo, como suelen
hacerlo. Por ejemplo, supongamos que un administrador debe reubicar inquilinos que viven en
departamentos que se van a destruir. Uno de los objetivos consistirá en evacuar lo antes posible los
edificios; otro, en encontrar acomodo apropiado para las personas desplazadas; otro será evitar
fricciones con los residentes de otras zonas, que no recibirán con agrado al gran número de nuevos
habitantes; otro más será tratar de convencer a todos los interesados, si esto es posible; etcétera.
¿Cómo se plantea uno, incluso a sí mismo, la importancia relativa de estos valores en conflicto
parcial? No bastará una simple catalogación de ellos; lo ideal sería saber cuánto de cada valor se
está sacrificando en aras de otro valor. La respuesta es que, de modo característico, el administrador
elige —y debe elegir— entre las diferentes políticas en que estos valores están combinados en
formas distintas. No puede empezar por aclarar sus valores y luego elegir entre las políticas.
El tercer punto, más sutil, subyace bajo los otros dos. Los objetivos sociales no siempre tienen los
mismos valores relativos. Un objetivo puede ser sumamente elogiado en ciertas circunstancias y
otro en otras distintas. Por ejemplo, si un administrador tiene en alta estima la rapidez con la cual su
dependencia puede realizar sus proyectos y las buenas relaciones públicas, importa poco cuál de los
dos valores —quizá conflictivos— prefiera en algún sentido abstracto o general. Las cuestiones de
política surgen de forma que plantean a los administradores preguntas como ésta: dado el grado en
que estamos o no estamos logrando los valores de rapidez y los de buenas relaciones públicas, ¿vale
la pena sacrificar un poco de rapidez para tener un público más satisfecho, o será mejor arriesgarnos
a ofenderlo, de modo que podamos llevar adelante nuestro trabajo? La respuesta a semejante
pregunta varía según las circunstancias.
Por consiguiente, imposibilitados de formular los valores pertinentes, para empezar, y luego de
elegir las políticas para alcanzarlos, los administradores deben elegir directamente entre diversas
políticas que ofrecen distintas combinaciones marginales de valores. De manera un tanto paradójica,
la única forma práctica de descubrir nuestros propios valores marginales pertinentes, aun para
nosotros mismos, consiste en describir la política que se ha elegido para lograrlos. Salvo de manera
vaga y aproximada, no conozco ninguna forma de describir —o siquiera de comprender— lo que
son mis evaluaciones relativas, digamos, de libertad y seguridad, de rapidez y precisión en las
decisiones gubernamentales o de bajos impuestos y mejores escuelas, como no sea describiendo mis
preferencias entre las elecciones específicas de política que puedan tomarse entre cada uno de estos
pares de opciones.
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En suma, se pueden distinguir dos aspectos del proceso por el cual se manejan en realidad los
valores. El primero es claro: la evaluación y el análisis empírico están entrelazados; es decir,
elegimos al mismo tiempo entre valores y entre políticas. Dicho de modo un poco más elaborado,
elegimos a la vez una política para alcanzar ciertos objetivos y los objetivos mismos. El segundo
aspecto está relacionado con el anterior, pero es distinto: el administrador centra su atención en
valores marginales o incrementales. Ya tenga conciencia o no de ello, no encuentra muy útiles las
formulaciones generales de objetivos y, de hecho, hace comparaciones específicas marginales o
incrementales. Se encuentra ante dos políticas, X e Y. Ambas le prometen el mismo grado de
alcance de objetivos, a, b, c, d y e. Pero X le promete un poco más de f de lo que le promete Y,
mientras que Y le promete un poco más de g de lo que prometía X. Al elegir entre ellas, en realidad
se le está ofreciendo la alternativa de una cantidad marginal o incremental de f a expensas de una
cantidad marginal o incremental de g. Los únicos valores que son aplicables en su elección son
estos incrementos por los cuales las dos políticas difieren; y cuando finalmente elige entre los dos
valores marginales tiene que hacer una elección entre políticas.5
En cuanto a saber si el intento de aclarar los objetivos antes de hacer la selección de políticas es más
o menos racional que el apretado entrelazamiento de la evaluación marginal y el análisis empírico,
la principal diferencia establecida es que, para los problemas complejos, la primera es imposible e
improcedente, y el segundo es a la vez posible y proce-dente. El segundo es posible porque el
administrador no necesita tratar de analizar cualquier valor, salvo los valores en los cuales difieren
las diversas políticas, y no debe preocuparse por ellos salvo en lo que difieren marginalmente. Su
necesidad de estar informado sobre los valores u objetivos se reduce en forma drástica en
comparación con el método de la raíz; y su capacidad de captar, comprender y relacionar los valores
entre sí no produce una presión intolerable.
La toma de decisiones suele estar formalizada como relación entre medios y fines: se considera que
los medios son evaluados y elegidos a la luz de los fines a la postre seleccionados,
independientemente de la elección de medios y antes de ésta. Tal es la relación de medios y fines
del método de raíz. Pero de todo lo que acabamos de decir se sigue que semejante relación entre
medios y fines sólo es posible en la medida en que se ha convenido en los valores, en que son
conciliables y estables en el margen. Es por ello característico que esa relación de medios y fines
esté ausente en el método de la "rama", en que se eligen en forma simultánea medios y fines.
Sin embargo, toda desviación de la relación de medios y fines del método de raíz, les parecería
inconcebible a algunos lectores, pues creerán que sólo en semejante relación es posible determinar
si una elección de política es mejor o peor que otra. ¿Cómo puede saber un administrador si ha
tomado una decisión sabia o absurda si carece de los anteriores valores u objetivos por los cuales
juzgar sus decisiones? La respuesta a esta pregunta nos remite a la tercera diferencia distintiva entre
los métodos de la raíz y de la rama: cómo decidir sobre la mejor política.
En el método de raíz, una decisión es "correcta", "buena" o "racional" si puede demostrarse que
alcanza cierto objetivo especificado, donde el objetivo se puede especificar sin describir
simplemente la decisión misma. Donde los objetivos sólo se definen por medio del enfoque
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marginal o incremental a los valores antes descritos, todavía es posible ver, me-diante una prueba, si
una política en realidad alcanza los objetivos deseados; pero una declaración precisa de los
objetivos toma la forma de una descripción de la política elegida o de alguna alternativa. Para
demostrar que una política es errónea no se puede ofrecer el argumento abstracto de que no se han
alcanzado objetivos importantes; en cambio, hay que argüir que se debe preferir otra política.
Hasta aquí, desviarse de los modos habituales de considerar la solución de problemas no es motivo
de preocupación, pues muchos administradores se apresurarían a convenir en que el análisis más
eficaz sobre lo correcto de una política toma la forma de una comparación con otras políticas que
habrían podido elegirse. Pero, ¿qué decir de la situación en que los administradores no pueden
ponerse de acuerdo sobre valores ú objetivos, ni en abstracto ni en términos marginales? ¿Cuál es
entonces la prueba de una política "buena"? Para el método de raíz no existe tal prueba. Si no hay
un acuerdo sobre los objetivos, no hay una norma sobre lo "correcto"; para el método de las
comparaciones limitadas sucesivas, la prueba es el acuerdo sobre la política misma, que sigue
siendo posible aun cuando no haya acuerdo sobre los valores.
De este modo, el acuerdo sobre política se convierte en la única prueba práctica de lo correcto de
esa política. Asimismo, si un administrador tratara de ganarse al otro en un acuerdo sobre los fines,
no lograría nada y sólo crearía una controversia del todo innecesaria.
Si ponerse de acuerdo directamente sobre una política como prueba para ver cuál es la "mejor"
parece un pobre sustituto de poner la política a prueba contra sus objetivos, debe recordarse que los
propios objetivos no tienen una validez última aparte de aquella en que ya se convino. Por tanto, el
acuerdo es la prueba de la "mejor" política en ambos métodos. Pero donde el método de raíz exige
un acuerdo sobre cuáles elementos de la decisión constituyen objetivos y en cuáles de estos
objetivos se le debe buscar, el método de la rama vuelve al acuerdo, dondequiera que se le pueda
encontrar.
Por tanto, en un sentido importante no es irracional que un administrador defienda una política
como buena sin poder especificar para qué es buena.
Lo ideal sería que el análisis exhaustivo y racional no dejara fuera nada importante. Pero es
imposible tomar en consideración todo lo importante, a menos que definamos tan estrechamente lo
"importante" que el análisis, en realidad, sea muy limitado. Los límites a la capacidad intelectual
humana y a la información de que dispone, fijan límites definidos a la capacidad humana de
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generalizar. Por consiguiente, de hecho nadie puede practicar el método exhaustivo racional en
problemas verdaderamente complejos, y cada administrador que se enfrente a un problema lo
bastante complejo, deberá encontrar maneras de simplificarlo en forma drástica.
Un administrador que ayude a formular una política económica agrícola no puede ser competente,
en primer lugar, en materia de todas las políticas posibles. Ni siquiera puede abarcar enteramente
una cierta política. Al planear un programa de suelos ribereños no puede prever bien la repercusión
del menor o mayor ingreso de las granjas, digamos, sobre la urbanización. Como consecuencia, la
posible relajación de nexos familiares, la posible necesidad de hacer revisiones ulteriores al seguro
social con nuevas implicaciones sobre problemas fiscales, que surgirán de nuevas responsabilidades
federales de seguro social y responsabilidades municipales por los servicios urbanos. Y en otra línea
de repercusiones, tampoco puede prever los efectos del programa de suelos sobre los precios de los
productos agrícolas en los mercados extranjeros y sus consecuencias sobre las relaciones exteriores,
inclusive las que surjan de la rivalidad económica entre los Estados Unidos y la URSS.
Pertinencia y realismo
Es cosa de observación común que en las democracias occidentales los administradores públicos y
los analistas de política en general limitan en gran parte sus análisis a las diferencias incrementales
o marginales, en políticas que habían sido elegidas para diferir tan sólo en forma incremental. Sin
embargo, no sólo lo hacen porque necesiten con urgencia alguna manera de simplificar sus
problemas; también lo hacen con el afán de ser pertinentes. Las democracias modifican sus políticas
casi enteramente por medio de ajustes incrementales. La política no avanza a saltos.
Ya se ha observado a menudo el carácter incremental del cambio político en los Estados Unidos.
Los dos principales partidos políticos están de acuerdo en cosas fundamentales; ofrecen políticas
diversas a los votantes sólo en puntos donde hay diferencias relativamente pequeñas. Ambos
partidos favorecen el pleno empleo, pero lo definen de maneras un tanto distintas; ambos favorecen
el desarrollo de recursos de energía hidráulica, pero en formas algo distintas; y ambos favorecen el
seguro de desempleo, pero no el mismo nivel de prestaciones. De manera similar, los cambios de
política de un partido ocurren, en gran parte, mediante una serie de cambios más bien pequeños,
como puede verse en su aceptación, sólo gradual, de la idea de responsabilidad gubernamental en el
apoyo a los desempleados; este cambio de las posiciones de los partidos comenzó a principios de
los treinta y culminó, en cierto sentido, en la Ley de Empleo de 1946.
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A su vez, la conducta de cada partido está arraigada en actitudes públicas, y los teóricos de la
política no pueden concebir siquiera que la democracia sobreviviese en los Estados Unidos en
ausencia de un acuerdo fundamental sobre posibles cuestiones perturbadoras con la consecuente
limitación de debates políticos en diferencias de política relati-vamente pequeñas.
Dado que las medidas que pasa por alto el administrador son políticamente imposibles, y por ello
improcedentes, la simplificación del análisis lograda concentrándose en las medidas que sólo
difieren de manera incremental no es un tipo caprichoso de simplificación. Además, se puede argüir
que, dados los límites al conocimiento dentro de los que están confinados los políticos, si se
simplifica limitando el enfoque a las pequeñas variaciones de la política actual, se logra aprovechar
al máximo el conocimiento disponible. Dado que las medidas que se están considerando son como
otras medidas actuales y pasadas, el administrador puede obtener información y aspirar a tener
cierta visión. Por consiguiente, las propuestas de una política no incremental, por lo común no sólo
son improcedentes en el aspecto político sino que también tienen consecuencias impredecibles.
El segundo método de simplificación del análisis es la práctica de pasar por alto las importantes
consecuencias políticas de ciertas medidas posibles, así como los valores atribuidos a esas
consecuencias que se pasan por alto. Si esto parece revelar una escandalosa insuficiencia de las
comparaciones limitadas sucesivas, podrá replicarse que, aun si estas exclusiones se hacen al azar,
las políticas se pueden formular de manera más inteligente que mediante fútiles intentos por lograr
una generalización que estaría más allá de toda capacidad humana. Sin embargo, en realidad las
exclusiones que desde un punto de vista, parezcan arbitrarias o hechas al azar no necesariamente
son así.
Supóngase que cada valor desdeñado por una dependencia política fuese una importante
preocupación al menos de otra dependencia. En tal caso, se lograría una útil división del trabajo, y
ninguna dependencia consideraría que su tarea estaba más allá de sus capacidades. Las desventajas
de este sistema serían que una dependencia podría destruir un valor antes de que otra pudiese ser
llamada a salvaguardarlo, o a pesar de sus esfuerzos por hacerlo. Pero la posibilidad de que se
pierdan valores importantes está presente en toda forma de organización, aun cuando las
dependencias intenten abarcar en su planeación más de lo que es humanamente posible.
La virtud de esa hipotética división del trabajo es que cada interés o valor importante cuenta con sus
"perros guardianes". Y estos perros guardianes pueden proteger los intereses en su jurisdicción en
dos formas por completo distintas: primero, compensando los daños hechos por otras dependencias
y, segundo, anticipándose y previniendo los daños antes de que ocurran.
En una sociedad como la estadounidense, en que las personas son libres de unirse para buscar casi
cualquier interés común concebible que puedan tener y en que las dependencias del gobierno son
sensibles a las presiones de estos grupos, nos aproximamos al sistema descrito. Casi cada interés
tiene su perro guardián. Sin afirmar que cada interés tiene un perro guardián lo bastante poderoso, sí
se puede argüir que a menudo nuestro sistema puede asegurar un respeto más general a los valores
de toda la sociedad que ningún intento de generalización intelectual.
Por ejemplo, en los Estados los Unidos ninguna parte del gobierno intenta hacer una supervisión
completa de la política de distribución del ingreso. Sin embargo, ha evolucionado una política que
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responde a toda una variedad de intereses. Un proceso de adaptación mutua entre los grupos
campesinos, los sindicatos, las municipalidades y las juntas escolares, las autoridades fiscales y las
oficinas gubernamentales responsables en las áreas de vivienda, salud, carreteras, parques
nacionales, bomberos y policía, logra una distribución del ingreso en que problemas particulares del
ingreso, descuidados en un punto en los procesos de toma de decisiones, ocupan lugares centrales
en otro punto.
La adaptación mutua es más omnipresente que las formas explícitas que adopta en la negociación
entre grupos; persiste en los impactos de los grupos unos contra otros, aun cuando no se encontraran
en comunicación. Pese a todas las imperfecciones y peligros latentes en este proceso ubicuo de
adaptación mutua, a menudo logra una adaptación de las medidas políticas a una gama más vasta de
intereses de lo que lograría centralmente un grupo.
Obsérvese también cómo la pauta incremental de la política coincide con la pauta de las presiones
múltiples. Pues cuando las decisiones sólo son incrementales, directamente relacionadas con
políticas conocidas, es más fácil que un grupo se anticipe al tipo de jugadas que otro podría hacer, y
también le será más fácil corregir algún daño ya causado.7
Hasta el partidarismo y la estrechez de criterio, para usar términos despectivos, a veces son cartas
de triunfo pues pueden garantizar por partida doble que lo que una dependencia descuide, no lo
descuidará otra; y especializan personal hacia diferentes puntos de vista. Es válida la afirmación de
que una coordinación racional y eficaz de la administración, si es posible lograrla, requeriría un
conjunto aceptado de valores,8 si definimos lo "racional" como la práctica del método de raíz de la
toma de decisiones. Pero un alto grado de coordinación administrativa ocurre mientras cada
dependencia adapta su política a los intereses de las otras en el proceso de la toma de decisiones
fragmentada que he descrito.
Pese a todos los evidentes defectos del enfoque incremental a las opciones políticas —su exclusión
arbitraria unida a su fragmentación—, cuando se le compara con el método de raíz, el método de la
rama a menudo parece muy superior. En el método de raíz, la inevitable exclusión de factores es
accidental, asistemática y no defendible por ningún argumento hasta hoy desarrollado; mientras que
en el método de la rama las exclusiones son deliberadas, sistemáticas y defendibles. Desde luego, en
la teoría el método de la raíz no excluye; en la práctica, tiene que excluir.
El último elemento distintivo del método de la rama es que las comparaciones, junto con la elección
de política, proceden en series cronológicas. La política no se hace de una vez por todas; se hace y
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Hacer política es, en el mejor de los casos, un proceso difícil. Ni los sociólogos ni los políticos ni
los administradores públicos saben lo bastante acerca del mundo social para evitar cometer errores
repetidos al predecir las consecuencias de las medidas políticas. Por consiguiente, un político sabio
espera que sus medidas sólo logren una parte de lo que espera y que, al mismo tiempo, produzcan
consecuencias imprevistas que él habría preferido evitar. Si procede por medio de toda una sucesión
de cambios incrementales evitará, de varias maneras, los errores graves y duraderos.
En primer lugar, las secuencias pasadas de sus pasos políticos le han dado un conocimiento de las
consecuencias probables de dar otros pasos similares. En segundo lugar, no tendrá que intentar dar
grandes saltos hacia sus metas, lo cual requeriría predicciones que están más allá de su
conocimiento o del de nadie más, porque nunca esperará que su política constituya la resolución
final de un problema. Su decisión sólo es un paso que, si sale bien, pronto podrá ser seguido por
otros. En tercer lugar, en efecto, logrará poner a prueba sus predicciones anteriores conforme
avanza cada nuevo paso. Por último, a menudo podrá remediar un error pasado con más rapidez que
si la política procediera por medio de pasos más espaciados en el tiempo.
Contrástese este análisis comparativo de los cambios incrementales con la aspiración de emplear la
teoría en el método de la raíz. El hombre no puede pensar sin clasificar, sin subsumir una
experiencia bajo una categoría más general de experiencias. El intento de llevar la clasificación lo
más lejos posible y de encontrar proposiciones generales que se puedan aplicar a situaciones
específicas es a lo que yo doy el término de "teoría". Mientras que el análisis de raíz a menudo se
apoya mucho en la teoría (en este sentido), no lo hace así el método de la rama.
La suposición de los analistas de raíz es que la teoría es el medio más sistemático y económico de
hacer que un conocimiento procedente se aplique a un problema específico. Si concedemos esta
suposición, un hecho lamentable es que no tenemos una teoría adecuada que aplicar a los problemas
de ningún ámbito político, aun cuando la teoría sea más adecuada en algunos ámbitos —por
ejemplo, la política monetaria—que en otros. El análisis comparativo, como en el método de la
rama, a veces es una opción sistemática a la teoría.
Supongamos que un administrador debe elegir entre un pequeño grupo de políticas que sólo difieren
incrementalmente entre sí y respecto de la política actual. Podría aspirar a "comprender" cada una
de las opciones: por ejemplo, conocer todas las consecuencias de cada aspecto de cada política. De
ser así, en realidad sí necesitaría de la teoría. Sin embargo, de hecho habitualmente decidiría que
para fines de establecer políticas necesitará conocer, como se explicó antes, sólo las consecuencias
de cada uno de esos aspectos de las políticas en que difieren entre sí. Para esta aspiración mucho
más modesta no necesita teoría (aunque, si la hubiera, podría serle útil), pues podrá proceder a aislar
las diferencias probables examinando las diferencias de las consecuencias asociadas a diferencias
pasadas en las políticas: programa factible porque podrá tomar sus observaciones entre una larga
secuencia de cambios incre-mentales.
Por ejemplo, sin una teoría social acerca de la delincuencia juvenil más completa de las que hasta
ahora han producido nuestros estudiosos, no podemos comprender las formas en que toda una
variedad de medidas de política pública —por ejemplo, sobre educación, alojamiento, recreo,
empleo, relaciones raciales y policía— podría fomentar o combatir la delincuencia. Y necesitamos
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ese entendimiento si emprendemos un es tudio generalizado del problema, prescrito en los modelos
del método de raíz. En cambio, si simplemente deseamos movilizar conocimientos suficientes para
ayudar a hacer una elección entre un pequeño grupo de políticas similares —por ejemplo, diversas
políticas sobre procedimientos en los tribunales sobre delincuencia juvenil— podremos hacerlo
mediante el análisis comparativo de los resultados de política pasadas similares.
TEÓRICOS Y PRÁCTICOS
Esta diferencia explica —al menos en algunos casos— por qué el administrador a menudo
considera que el experto llegado de fuera, o el que resuelve problemas académicos, a veces no le
ayuda; y por qué, a su vez, ellos le piden apegarse más a las teorías. Y explica por qué un
administrador con frecuencia se muestra más confiado cuando "siente sus pies bien plantados en la
tierra" que cuando sigue los consejos de los teóricos. A menudo, éstos piden al administrador que
dé un largo rodeo hacia la solución de sus problemas; de hecho, le piden que siga los mejores
cánones del método científico, cuando el administrador sabe que la mejor teoría de que disponga
tendrá menos buen rendimiento que las más modestas comparaciones incrementales. Con
frecuencia, los teóricos no se dan cuenta de que el administrador está practicando de hecho un
método sistemático. Sería absurdo llevar demasiado lejos esta explicación, pues a veces los
hombres prácticos que toman decisiones no están siguiendo un enfoque teórico ni comparaciones
sucesivas, ni ningún otro método sistemático.
Cabe subrayar aquí que la teoría a veces es de una utilidad sumamente limitada en la toma de
decisiones de políticas, al menos por dos razones bastante distintas. La teoría está ávida de hechos;
sólo se la puede construir mediante un gran número de observaciones. Y, de manera característica,
no es lo bastante precisa como para poder aplicarla a un proceso político que avance por medio de
cambios pequeños. Por contraste, el método comparativo economiza la necesidad de hechos y a la
vez dirige la atención del analista precisamente hacia aquellos hechos que son pertinentes para las
sutiles decisiones que habrá de considerar el que las toma.
Con respecto a la precisión de la teoría, la teoría económica puede servirnos como ejemplo. Predice
que una economía sin dinero o sin precios asignará mal los recursos en ciertas formas especificadas,
pero este descubrimiento corresponde a una alternativa que está muy lejos del tipo de políticas en
que necesitan ayuda los administradores. Por una parte, no es lo bastante precisa para predecir las
consecuencias de las políticas que restrinjan los consorcios de negocios, y ésta es la clase de asuntos
en que los administradores necesitan ayuda. Sólo en áreas relativamente limitadas, la teoría
económica logra alcanzar una precisión suficiente para ayudar a resolver cuestiones de política; su
utilidad en la formación de una política siempre es tan limitada que requiere ser complementada por
el análisis comparativo.
Así pues, las comparaciones limitadas sucesivas forman un método o sistema; no son una falla de
método por la que los administradores deban disculparse. No obstante, sus imperfecciones, que no
hemos analizado en este ensayo, son muchas. Por ejemplo, el método carece de una salvaguardia
interna para todos los valores pertinentes, y también pue-de llevar al que toma las decisiones a pasar
por alto medidas excelentes por la única razón de que no fueron sugeridas por la cadena de pasos
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sucesivos que condujeron al presente. Por tanto, se debe decir que de acuerdo con este método,
como con cualquiera de las variantes más refinadas del método de raíz —por ejemplo, la
investigación de operaciones—, las medidas políticas seguirán siendo tanto absurdas como sensatas.
Entonces, ¿para qué molestarse en describir el método con tantos detalles? Porque es, en realidad,
un método común de formulación de política y para problemas complejos es la principal guía de los
administradores así como de otros analistas de la política .9 Y dado que será superior a cualquier
otro método de toma de decisiones de que dispongamos para problemas complejos en muchas
circunstancias, ciertamente es superior a todo vano intento por alcanzar una generalidad
sobrehumana. La reacción del administrador público a la exposición de métodos sin duda será
menos el descubrimiento de un nuevo método que un mejor conocimiento del antiguo. Pero al
cobrar mayor conciencia de que están practicando este método, los administradores podrán
practicarlo con mayor habilidad y saber cuándo extender o limitar su uso. (El hecho de que a veces
lo practiquen eficazmente y a veces no, explica los extremos de opinión sobre "salir del paso",
sistema que en ocasiones es elogiado como forma muy refinada de resolver problemas, y otras
veces denunciado como la total falta de método; y yo sospecho que en la medida en que hay un
sistema en lo que se conoce como "salir del paso", lo es este método.)
Si este fenómeno constituye una barrera a la comunicación, entonces comprenderlo nos permitirá
enriquecer la interacción intelectual en la formulación de la política. Una vez comprendida la causa
de la diferencia, a veces resultará estimulante para un administrador buscar a un analista político
cuya experiencia reciente sea de una cadena política diferente de la suya propia.
Esto vuelve a plantear una pregunta apenas mencionada antes sobre los méritos de la similitud de
ideas entre administradores del gobierno. Aunque gran parte de la teoría de la organización sostiene
las virtudes de los valores comunes y de los objetivos organizativos convenidos, para los problemas
complejos en que es inaplicable el método de raíz las dependencias desearán tener entre su propio
personal dos tipos de diversificación: los administradores cuyo pensamiento se ha organizado por
referencia a cadenas de políticas aparte de las que son familiares a casi todos los miembros de la
organización y, aún más comúnmente, los administradores cuyos valores o intereses profesionales o
personales creen una diversidad de opinión (tal vez a causa de diferentes especialidades, clases
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sociales o áreas geográficas) de modo que aun dentro de una sola dependencia la toma de decisiones
pueda fragmentarse y algunas partes de la dependencia puedan servir como perros guardianes para
otras partes.
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¹ James G. March y Herbert A. Simon caracterizan de manera similar la bibliografía. También dan
algunos pasos importantes, como los han dado los recientes artículos de Simon, al describir un
modelo menos heroico de formulación de políticas. Véase Organizations, John Wiley and Sons,
1958, p. 137.
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mismo método en la solución de problemas personales, en que a veces los medios y los fines son
imposibles de separar, donde las aspiraciones o los objetivos pasan por un desarrollo constante y
donde una drástica simplificación de la complejidad del mundo real es algo urgente si se quieren
resolver los problemas en el tiempo necesario. Para un economista acostumbrado a enfrentarse al
concepto marginal o incremental en los procesos de mercado, la idea central del método es que
tanto la evaluación como el análisis empírico son incrementales. Por consiguiente, yo me he
referido en otra parte al método como "el método incremental".
Tomado de:
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La Ciencia de "salir del paso"
Lindblom Charles E.
CUARTO NÚMERO
ENERO ‐ ABRIL 2010
Revista Electrónica del
Centro de Estudios en Administración Pública de la
Facultad de Ciencias Políticas y Sociales,
Universidad Nacional Autónoma de México
Contacto: [email protected]
Secretario Administrativo: Aureliano Morales Vargas
w w w . p o l i t i c a s . u n a m . m x
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