Cuentos Cortos-Ciencia Ficción Latinoamericana
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Cuentos Cortos-Ciencia Ficción Latinoamericana
ficcin latinoamericana
Bernard Goorden, Alfred E. van Vogt
(recopiladores)
ndice
Bernard Goorden y Alfred E. Van Vogt
Lo mejor de la ciencia ficcin latinoamericana
Prlogo......................................................................................................5
Nuevo Mundo, mundos nuevos................................................................8
Primera necesidad por Carlos Mara Federici.........................................12
El cambio por Mane Langer....................................................................17
LA OSCURIDAD por Andr Carneiro...................................................23
Un aroma de flores lascivas por Eduardo Goligorsky............................40
Caza de conejos por Mario Levrero........................................................49
La muerte del poeta por Alberto Vanasco...............................................71
El cosmonauta por ngel Arango...........................................................74
Futuro por Luis Britto Garca..................................................................77
Los embriones del violeta por Anglica Gorodischer............................79
Persistencia por Jos B. Adolph............................................................105
GU TA GUTARRAK por Magdalena Moujan Otao...........................107
Alguien mora en el viento por Hugo Correa........................................116
Plenipotencia por Emilio Rodrigu.......................................................140
Bibliografa...........................................................................................147
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Bernard Goorden y Alfred E. Van Vogt
Lo mejor de la ciencia ficcin latinoamericana
Prlogo1
En los aos sesenta se produjeron dos grandes acontecimientos en el campo de la ciencia ficcin.
Uno de ellos pas casi inadvertido en el mundo anglosajn.
El ms visible de los dos fue un fenmeno que al poco tiempo adquiri la denominacin de new
wave, nueva ola. Esencialmente, la new wave era un intento de introducir corazn en lo que hasta
entonces haba sido cabeza. Los sentimientos no reemplazan exactamente al intelecto; dudo si los
lectores de ciencia ficcin derramaban lgrimas de alegra o tristeza mientras devoraban la nueva
ciencia ficcin. Pero los autores de la new wave lucharon extraordinariamente por conseguir esa
respuesta.
Otra forma de describir la new wave es que fue un notablemente logrado intento de conseguir la
audiencia de un pblico que normalmente slo lee literatura general.
Mientras tanto...
En Sudamrica y en algunos pases de Europa estaba evolucionando una ciencia ficcin distinta, ms
literaria. Frederik Pohl, que por aquel entonces era director de las revistas Galaxy y Worlds of lf, supo
de este desarrollo y persuadi a sus editores para que publicasen una revista especial dedicada a esa
nueva corriente, International Science Fiction.
La nueva revista no fue un xito. Evidentemente, la new wave an constitua por aquel entonces
una innovacin. La ciencia ficcin literaria todava debera esperar a que los lectores, acostumbrados
a las obras de los pulps, escritas por grandes cerebros, se ajustaran a las ms sofisticadas obras
escritas por grandes corazones.
No obstante, el potencial pblico lector de ciencia ficcin es hoy tan enorme que puedo predecir
que algo as como un milln de lectores de ficcin de calidad estn preparados y esperando. Quiz no
sepan exactamente qu es lo que estn esperando, pero tendrn una idea ms clara tras leer esta
antologa de ciencia ficcin latinoamericana.
Cuando le su traduccin la primera vez, naturalmente cambi de forma automtica algunos
pasajes a mi propio e inimitable ingls; por consiguiente, tuve que reescribir a mquina toda la obra
para ponerla en limpio. Menciono esto porque, como es obvio, en estos casos siempre releo la versin
definitiva a fin de corregir posibles errores tipogrficos. Y de este modo qued enormemente
sorprendido al comprobar que gozaba mucho ms de las historias en su segunda lectura. Haba
esperado sentirme ms bien aburrido. Por el contrario, capt matices y cualidades especiales que se
me haban pasado por alto en mi primera lectura.
A consecuencia de ello, me sent motivado a escribir un breve comentario de mi reaccin ante casi
cada historia. Helos aqu:
El relato Primera necesidad proporciona una desacostumbradamente vivida visin de una destruida
ciudad de Nueva York, con pequeas bandas vagando por ella. Aunque nacido en Uruguay, y viviendo
an en Sudamrica, el autor parece estar muy familiarizado con el centro de Manhattan. El argumento
es superficial pero lleno de color. Y su final es realmente sorprendente.
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Esta introduccin corresponde a la edicin norteamericana de Simn & Schuster, en la
que fueron eliminados dos relatos de la antologa original, que han sido restituidos aqu .
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Lo mejor de la ciencia ficcin latinoamericana
El cambio empieza con una de las mejores frases-seuelo que he ledo en los ltimos aos. La
historia que sigue no es sin embargo lo que uno poda haber anticipado. Escrita por una psicoanalista,
que ha realizado un estudio sociolgico sobre la ciencia ficcin, refleja presumiblemente el anlisis
cientfico del gnero hecho por la autora. La encontr diferente, y la le con inters, sin sentirme
seguro en ningn momento de adonde me llevara. Y cuando finalmente llegu all segua sin estar
seguro de cmo se haba realizado el milagro. Cada lector deber decidir por s mismo.
Mi opinin acerca de La oscuridad es la de que se trata no slo de una gran historia de ciencia
ficcin sino tambin de una gran obra literaria. Constituye el eptome del tipo de ciencia ficcin que
se est escribiendo en Sudamrica en este caso en portugus y casi en todas partes fuera del
mundo de habla inglesa; no accin tipo pulp sino literatura en su mejor sentido. El autor, Andr
Carneiro, a quien conoc personalmente en 1969 en el II Festival Internacional del Film en Ro de
Janeiro (siempre recordar su amabilidad con los autores norteamericanos de ciencia ficcin), merece
la misma audiencia que un Frank Kafka o un Albert Camus. Cuan grande puede ser literariamente la
ciencia ficcin? Lean La oscuridad y lo descubrirn.
Tras leer atentamente Caza de conejos durante un cierto tiempo, maravillndome de la inventiva
del autor pero esperando llegar de un momento a otro a un rpido final, me pregunt de pronto:
cunto falta todava? Sorprendido e incrdulo, descubr que apenas haba empezado. Faltaba an un
buen montn de pginas. El autor es calificado en su pas como maestro de la fantasa. Realmente,
se necesita poseer un tipo muy especial de genio cmico para escribir algo como Caza de conejos, y
tener una mente muy osada para utilizar una forma de escribir tan distinta de lo que los lectores estn
acostumbrados. Puesto que su autor afirma que ha sido incapaz de ganarse la vida con sus escritos,
podemos especular que habr perseverado en ser igualmente innovador en sus dems historias, sin
preocuparse de las consecuencias.
En La muerte del poeta se nos da un atisbo del computarizado futuro de las obras de los escritores
y poetas y, presumiblemente, de la ficcin en general. Uno puede ver la justicia de las consecuencias:
se acab el escribir las mismas frases, o historias, o imaginaciones por segunda vez. Lo ms
importante de la historia es la originalidad y las implicaciones de algo en lo que probablemente no
hayamos pensado nunca hasta que a Vanasco se le ocurri plantearlo.
Si alguien se ha preguntado qu tipo de creatividad se est desarrollando en la Cuba de Castro, El
cosmonauta intenta sin duda decrnoslo. Puesto que la historia es corta, y est enrgicamente escrita,
el mensaje parece ser: es peligroso para los aliengenas de Norteamrica desembarcar en las playas de
Cuba; el pueblo cubano tiene buenas intenciones, pero est hambriento; y comer cualquier cosa.
En la breve presentacin de la autora de Los embriones del violeta, el seleccionador Bernard
Goorden la compara con uno de los grandes de Sudamrica. Sin embargo, una vez leda su inusual
historia, me descubr pensando en un genio norteamericano llamado Donald Barthelme. El estilo y los
giros de las frases reflejan las mismas sorprendentes inclinaciones mentales y el mismo brillante uso
del lenguaje, caracterizando una historia realmente original contada con habilidad.
O'Henry debe de haberse agitado miles de veces en su tumba, gruendo ante los innumerables
finales sorpresa de segunda categora que se escriben y que se supone sorprendern al lector con su
inesperado giro. Sin embargo, el autor de Persistencia probablemente habr merecido un
asentimiento y no un gruido del Maestro. El final de su realmente corta historia me sorprendi de
la mejor manera posible.
Gu ta gutarrak es, para m, la historia ms interesante de toda la antologa. Como la mayora de los
norteamericanos, tengo una conciencia extraordinariamente remota del pueblo vasco. Sin embargo,
puesto que siempre he sentido inters hacia los temas en cierto modo esotricos, probablemente s
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algo ms que la mayora de la gente. Soy consciente, por ejemplo, de que la lengua vasca es nica, y
no tiene parentesco con ninguna otra lengua europea. La docena de frases aproximadamente en
vasco que figuran en esta historia recuerdan de forma fascinante el siglo diecinueve, cuando los
escritores ingleses conocan idiomas extranjeros y salpicaban ese conocimiento a todo lo largo de sus
ficciones. Yo he estado haciendo lo mismo recientemente en mis propias historias, debido a que
siempre he admirado a esos escritores antiguos. Por otra parte, la visin de la personalidad vasca que
la autora nos presenta es el primer estudio caracterolgico que he visto relativo a un pueblo que
evidentemente es tan nico como su lenguaje. El especial humor que lo salpica nos proporciona una
visin diferente de un pueblo que la mayora de la gente conoce sobre todo por la tendencia de sus
facciones nacionalistas a atentar contra personalidades polticas y militares del gobierno espaol, el
cual intenta oponerse al derecho natural de cada vasco de elegir su propio gobierno. La autora, una
argentina de amplia cultura, parece saber muy bien de qu habla. La suya es sin lugar a dudas una
gran historia.
Hugo Correa ha escrito la que constituye probablemente la ms emotiva historia de esta
recopilacin: Alguien mora en el viento. La forma de vida aliengena de esta historia, aunque no es
vista en ningn momento, posee un impresionante poder, y opera a travs de un trascendental sistema
moral de castigos y premios. Los primeros son rpidos y mortales. Los segundos tambin son rpidos,
pero su resultado final es una casi divina paz mental. El efecto final es clidamente emotivo. Mi co-
antologista parece dar a entender que este escritor fue influenciado por Ray Bradbury en sus primeros
tiempos. Lo cual, por supuesto, es de alabar.
Plenipotencia obtiene precisamente toda su potencia de la forma en que es presentado. Pequeos y
vividos detalles conducen hasta un momento clave en el que el lector debe efectuar una serie de
contribuciones mentales a la historia, la cual posee muchos elementos de la ciencia ficcin
norteamericana de los aos treinta. Tiene al mismo tiempo la fuerza y la debilidad de un evento
colosal. Por primera vez, se me ocurri pensar que Dios debe de llevar una vida muy aburrida.
Si Franz Kafka, Albert Camus, Thomas Mann o W. Somerset Maugham hubieran escrito alguna vez
ciencia ficcin, stas habran sido indudablemente las historias que habran creado.
A. E. VAN VOGT
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Conviene ante todo sealar que, si bien las obras latinoamericanas de SF no son muy numerosas y
se trata principalmente de relatos cortos caracterstica esencial de la literatura en Amrica Latina
en general, presentan incontestablemente un carcter original. Adems, slo analizaremos la
produccin local no traducida.
Lo que sin duda se puede llamar escuela argentina de SF conoci muy temprano sus precursores,
grandes clsicos de las letras nacionales, a pesar de que parezca que hayan tratado la SF
inconscientemente. Es una novela de E. L. Holmberg, Viaje maravilloso del seor Nic Nac, la que
inicia hace un siglo los primeros pasos de la SF latinoamericana, y que ya entonces desarroll el tema
de la metempsicosis y de los mundos extraterrestres habitados (1875). En 1879 (Cibernius todava no
haba nacido), el mismo autor introduce robots en su novela Horacio Kalibang o los autmatas. Habr
que esperar hasta 1906 y la aparicin de Las fuerzas extraas de Leopoldo Lugones para encontrarnos
de nuevo con relatos de SF, un poco ahogados en una fantasa lujuriosa que ha engendrado la muy
impresionante escuela de escritores locales ms all de J. L. Borges. Ser entonces Horacio Quiroga,
un escritor uruguayo pero que los argentinos consideran como suyo, el que destacar con una larga
novela corta, El hombre artificial (1910) en la buena tradicin de Frankenstein, escrita bajo el
seudnimo de S. Fragoso Lima, y otras producciones episdicas en sus numerosos libros anteriores a
El ms all (1935). Incumbir a Roberto Arlt la creacin de una obra tan prolfica como la de Quiroga
entre las dos guerras, y en su obra se mezclan SF, fantasa y psicologa, tanto en sus novelas como en
sus novelas cortas y hasta en sus obras de teatro, alcanzando una especie de apoteosis en su larga
novela corta Viaje terrible, de 1941. Aqu acaba la prehistoria de la SF en Amrica Latina, bastante
desconocida.
Una de las pocas obras latinoamericanas de SF divulgada en el extranjero ser La invencin de
Morel (1940) de Adolfo Bioy Casares. Contrariamente a su amigo Borges, Bioy Casares no desdear
ulteriormente algunas incursiones en el campo de la SF. Se trata de una historia de amor: refugiado en
una isla desierta, un hombre se encuentra de repente rodeado por personajes que no lo oyen y que
aparentemente no lo ven. Entre ellos se encuentra una mujer de la que se va a enamorar y escoger la
inmortalidad; de hecho, se encuentra observando una serie de vidas registradas en tres dimensiones
a travs de una mquina concebida por Morel, que las grandes mareas ponen en marcha
peridicamente. El texto es muy original, y puede ser considerado como la transicin de la SF
latinoamericana en general hacia su edad de oro, que se manifestar en 1960.
Ser la revista argentina Ms all, que publicar 48 nmeros mensuales entre 1953 y 1957, la que
revelar por fin a los escritores locales de SF a un nivel comercial. Public una novela y decenas de
novelas cortas de autores argentinos, introduciendo talentos como Hctor Oesterheld y Pablo
Capanna, entre otros muchos. Su desaparicin, en el momento de su mayor xito, fue la seal; sus
sucesores tomaron el relevo.
Tenemos que abrir un pequeo parntesis para subrayar la importancia de un estudio de la
psicoanalista argentina Marie Langer, Fantasas eternas a la luz del psicoanlisis, publicado en 1957.
Por primera vez se estudia la SF bajo el prisma del psicoanlisis, estudiando ms detalladamente el
Homo gestaltensis (principalmente en la obra de Sturgeon), y esta literatura del siglo xx adquiere
por fin derecho de ciudadana en los ambientes universitarios americanos en general. No dejemos de
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sealar Los robots (1955) de Juan Jacobo Bajarlia, una obra de teatro que dar a su autor una gran
fama pero que sobre todo conceder un lugar privilegiado en el teatro argentino a la SF.
El primer gran clsico de la edad de oro de la SF latinoamericana, que durar de 1959 hasta 1973,
es un chileno: Hugo Correa. Se puede considerar que su novela corta Alguien mora en el viento y su
novela Los altsimos (1959) han marcado el inicio de esta edad de oro. La primera se desarrolla en un
planeta sometido a vientos violentos y por lo tanto inviable en su superficie para los terrestres. Una
joven superviviente de una expedicin anterior acoge a bordo en unas esponjas areas a los nufragos
de una segunda nave. Uno de ellos se enamora de ella pero en pocos das envejece decenas de aos,
puesto que ha sido condenado por los extraterrestres, que son corrientes telepticas. La segunda se
desarrolla en una tierra hueca, hiptesis en general cara a los escritores chilenos. Su novela El que
merodea en la lluvia (1961), llevada al cine, y su amistad con Ray Bradbury contribuyeron a
consagrarlo en Estados Unidos.
Asistimos a una especie de baja edad de oro brasilea a principios de los aos 60, que slo se
desarrollar en la segunda mitad del decenio en Argentina. Se haba perfilado un precursor, Jernimo
Monteiros; cuyas obras 3 meses no sculo 81 (1947), A cidade perdida (1950); despus Fuga para
parte alguma (1961), Os visitantes do espago (1963) y Tangentes da realidade (1966) son sobre todo
pastiches de los clsicos anglosajones, pero se produjo un autntico boom tan violento como efmero:
decenas de autores se dieron a conocer en las antologas Antologa brasileira de ficcao cientfica,
Historia do acontecer (1961) y Alem do tempo e do espago (1965), destacando sobre todo uno de
ellos. En efecto, Andr Carneiro destaca por su humor sabrossimo y sensible salpicado en sus relatos
Diario da nave perdida (1963) y O homen que adivinhava, que incluyen tambin unas novelas cortas
del gnero fantstico. Parece que slo la obra de Menotti del Picchia A filha do Inca-republica 3000
(1963) haya llamado la atencin de los editores del continente europeo, cuando por ejemplo la novela
corta de Carneiro Tinieblas, que figura en una antologa mundial de las mejores novelas del ao 1962,
inspir un guin de cine al escritor norteamericano Leo Barrow y fue llevada a la pantalla.
Antes de volver al campo argentino, la pelota se encuentra en Chile con la novela Los superhomos
(1963) de Antoine Montagne, despus da un rodeo por Mxico, donde Alexandro Jodorowski publica sus
Cuentos Pnicos (1965). El clebre autor cmplice de Arrabal y Topor est realizando un largometraje
basado en la obra Dune de Frank Herbert.*
Por aquella poca, podemos hablar de una escuela de SF argentina, puesto que se compondr de
decenas de autores de talento y tambin all las antologas efectuarn su labor de desbrozo. Citemos,
entre las obras ms destacadas, la antologa Ecuacin fantstica (1966), en la que los psicoanalistas se
divierten aplicando a la SF sus teoras, empresa realmente original!; las obras Memorias del futuro y
Adis al maana (1967), frutos de la colaboracin de Eduardo Goligorsky cuya novela corta La
cicatriz de Venus trata de un acoplamiento entre un autctono y un terrestre y de Alberto Vanasco.
Opus Dos (1967), novela anti-racista de poltica ficcin de Anglica Gorodischer; Plenipotencia (1967),
obra de Emilio Rodrigu, psicoanalista; Y las estrellas caern (1967), relato de Alfredo Julio Grassi; las
antologas Cuentos argentinos de ciencia ficcin (1967), Los argentinos en la luna y Ciencia ficcin:
nuevos cuentos argentinos (1968); los libros Historias de monstruos (1969), Frmula del Antimundo
(1970) y El da cero (1972), de Juan Jacobo Bajarlia, en los que se entremezclan SF y fantasa; los
ensayos El sentido de la SF (1966) de Pablo Capanna y Ciencia ficcin; realidad y psicoanlisis (1969)
de Eduardo Goligorsky y Marie Langer, que analizan la SF bajo los dos prismas de la sociologa y de la
psicologa; las novelas cortas de Magdalena A. Moujan Otao, de anlisis socio-poltico y llenas de
*
Al parecer, discrepancias y dificultades con el productor, Dio de Laurenttis, han hecho
que se malograra este interesante proyecto.
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humor... Adems de Buenos Aires, que constituye por aquel entonces la capital de la SF
latinoamericana, la ciudad argentina de Rosario es tambin un centro de intensa creacin: revistas
como El lagrimal trifurca animada por la dinmica familia Gandolfo (escritores y antlogos, crticos,
editores...), Kadath y Trafalmadores surgen all. Tambin en dicha ciudad, los xitos de Anglica
Gorodischer Bajo las jubeas en flor (1973), Casta luna electrnica y Trafalgar (1978) estimulan a
los jvenes talentos como Norma Viti y Gerardo D. Lpez, los cuales dan a conocer la revista espaola
Nueva Dimensin, que har mucho para ayudar a los escritores latinoamericanos de SF y contribuir
hasta cierto punto al estallido de la edad de oro local que suceder a la espaola.
Este rush de la SF argentina permite a los escritores de otros pases latinoamericanos superar los
prejuicios de los intelectuales, y estimula el nacimiento de obras de una gran calidad literaria por
todo el continente.
En Chile, Los tteres (1969) y Cuando Pilato se opuso (1971), dos libros de Hugo Correa, compiten
con novelas como Ac del tiempo (1968) y No morir (1971) de Antoine Montagne. Jaime Loperra
parece estar aislado en Colombia con su obra La perorata (1967).
En Cuba, sin embargo, Jamies parece ir a la par de la zafra de la caa de azcar. Las obras no
llegan al continente europeo o no son publicadas? ms que cuando la coyuntura econmica ha sido
buena. Sin poder estipular una fecha con precisin, sealemos la aparicin a finales de los aos 60 de
las obras de ngel Arango: Adonde van los cefalomos?. El planeta negro, Robotomaquia,
probablemente libros de novelas cortas y la prestigiosa antologa Cuentos cubanos de lo fantstico y
lo extraordinario, que dio a conocer a unos veinte autores bastante excepcionales, y cuya bibliografa
mencionaba una abundante produccin en el campo de la SF. Pero los informes sobre este tema son
escasos.
En Mxico tambin se encuentran algunos insignes escritores de SF: Mara Elvira Bermdez en sus
novelas cortas, Agustn Corts Gavio Hacia el infinito (1968), Rene Rebetez La nueva prehistoria
y otros cuentos (1968), Menen Desleal La ilustre familia androide y Toms MojareroTrasterra,
una novela. En Per, Jos B. Adolph ejerce hasta ahora una especie de monopolio con varios libros,
editados de 1968 a 1975.
Uruguay merece que nos detengamos: una generacin de escritores como Carlos Mara Federici,
Flix Obes Fleurquin (que Nueva Dimensin dio a conocer), Carlos Casacuberta y, sobre todo, Mario
Levrero, es realmente sorprendente por su atrevida stira subyacente de la sociedad humana. Federici
atestigua la lucha feroz de los clanes, en un mundo posatmico, para poseer un... dentista. Levrero,
en sus admirables libros La mquina de pensar en Gladys (1966) y Aguas salobres (1973), nos pasea por
unos laberintos ecolgicos; en Captulo XXX describe el modo de reproduccin escisparo de las
criaturas extraterrestres, al trmino de un proceso de simbiosis entre insectos, plantas y humanos.
Concluyamos nuestro recorrido por los mundos nuevos que nos ofrece la SF del Nuevo Mundo con
Venezuela. La obra de dos escritores merece especial mencin: La salamandra, una excepcional
novela muy larga (1973) de Pedro Berroeta y, por supuesto, los libros Rajatabla (1970), galardonado
con el premio Casa de las Amricas, y Abrapalabra (1977) de Luis Britto Garca, muy consciente de
los problemas sociales y polticos de Amrica Latina, que trata por medio de un humor-ficcin muy
potico.
He aqu, en sustancia, los ms bellos frutos de la edad de oro de la SF latinoamericana, que se
centr sobre el hombre, preocupacin fundamental de una literatura progresista.
El hombre se descubre en ella en toda su humanidad, y Amrica Latina confiere sus cartas de
nobleza a la SF, el humanismo del siglo XX.
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BERNARD GOORDEN
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Primera necesidad
Cuando entr el Flaco, yo haba llegado ya al lmite de mi resistencia y estaba pensando en tomar
medidas drsticas. Incluso tena en la mano la tenaza de mecnico que me haba prestado Willogh, y
estaba sopesando los pros y los contras. Ignoro lo que hubiera ocurrido entonces; pero,
afortunadamente, fue en ese preciso momento cuando el Flaco lleg con noticias.
Casi me abalanc sobre l.
Y?
Sonri, confortador.
Hecho, patrn dijo. Ya est localizado el A. P. N. Puede estar tranquilo.
Lo invit a sentarse en un cajn y me ubiqu frente a l.
Son muchos? le pregunt.
Bueno... repuso, tras meditarlo unos instantes. Son bastantes, pero tienen tres tullidos y un
ciego. Creo que podremos arreglrnoslas, sobre todo si les caemos de sorpresa. Se ve a la legua que
son novatos; no conocen esto.
Podremos afirm. Tenamos que poder, me dije. Y una cosa, Flaco: qu hay del A. P. N.? Es
hombre o mujer?
Se rasc un sobaco bajo la piel de perro que lo cubra y luego contest:
Eso no se lo puedo decir. La informacin me la pas Sammy, y no me habl nada de ese asunto.
Pues espero que sea hombre dije. Si no, la cosa se va a complicar el doble... Bueno, llama a
los otros, Flacoorden.
En un minuto estuvo reunido todo el elemento masculino del grupo. Se ubicaron como pudieron
entre los escombros y me miraron como el perro al amo. Ya saban de qu se trataba, y haba tres o
cuatro que estaban tan desesperados como yo mismo. Mejor, pens; de ese modo, van a luchar con
todo.
Bueno, chicoscomenc, el A. P. N. ha sido localizado. El Flaco, aqu presente, les va a dar
toda la informacin. Adelante, Flaco.
Avanz l un tanto aparatosamente no puede olvidarse de sus buenos tiempos de orador
gremialista, supongo, y se apoy sobre el garrote, asumiendo una actitud que debi de haberle
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parecido sumamente digna, y que en verdad tena algo de eso; pero hubiese resultado mejor si la
cabeza pelada y las cicatrices no hubiesen atentado contra el efecto general.
Son unos treinta, segn me transmiti Sammymanifest. Estn en el Metropolitan Museum.
Bastante protegidos, claro; hay escombros obstruyendo casi todas las avenidas que los rodean... Pero
nosotros iremos abriendo un camino levant un ndice audaz y declamante, con nuestro esfuerzo
comn y vuestro espritu de grupo y, todos juntos, sabremos llegar al pinculo de...
Basta, Flaco le interrump. No estamos en una asamblea. Haramos mejor en empezar a
preparar el ataque.
Y nos pusimos manos a la obra. Somos un grupo ducho en esas lides, aunque como jefe me est mal
el decirlo, y en contados minutos tenamos esbozado un plan de ataque.
No esperaremos a la noche indiqu. Eso es lo que hace todo el mundo, y ya no hay forma de
sorprender a nadie de tal modo. Nosotros les caeremos encima en pleno medioda ignor el
murmullo que se levant de inmediato y prosegu: Cuando el calor apriete bien, la mayora estar
sesteando, y los centinelas no esperarn nada ms peligroso que la picadura de un mosquito. Ser el
momento justo para darles con todo.
Un minuto objet Doc, mirndome desde atrs de los aros sin cristales que se ha empeado
en conservar sobre los ojos, contra viento y marea, si bien no hacen juego con el tapado de visn que
usa sobre sus destrozados paos menores. Si vamos tan a la descubierta nos vern en seguida y les
ser fcil emboscarnos. Ests loco, Matt! Tenemos que ir de noche, como es lo ms lgico.
Cllate, Doc. No demuestres tu inteligencia atrofiada de esa manera. Quin habl de ir a la
descubierta? Nos iremos ocultando tras las ruinas, idiota. Los rodeamos, despus uno o dos se hacen
ver y, cuando ellos intenten apresarlos, los dems les caemos desde todos lados. Es el mejor modo, te
digo.
Matt tiene razn! grit Bull.
Bull me apoya eternamente. Fue semipesado, como yo, y unos buenos puos son las nicas
credenciales que reconoce. Cuando me hice jefe, entre l y yo acabamos con la poca oposicin que se
nos present... y ahora lo vea dispuesto a emplear anlogos mtodos contra los que no se mostrasen
de acuerdo. Pero no era el momento. Necesitbamos a todos en perfecta forma. Se lo hice entender a
Bull y proced a emplear el raciocinio.
Todas las defensas se preparan teniendo en vista ataques nocturnos expliqu pacientemente;
una arremetida en pleno da los dejar pasmados.
Cmo sabes que habr donde esconderse? volvi a entremeterse Doc a destiempo.
No te preocupes. El Flaco y yo exploramos las inmediaciones del Central Park hace unos das...,
con Durkey. Hay montaas de escombros por todos lados. rboles cados, follaje..., de todo. En
cuanto al Metropolitan, tiene un boquete grande como un elefante en la pared de atrs. Por ah nos
podramos colar, si fuera preciso..., no es cierto, Flaco? Si los agarramos en el saln principal, estn
fritos.
Hubo algunos testarudos todava, pero finalmente los pudimos convencer. Entonces pasamos a
preparar en forma el armamento. Pulimos los garrotes y les colocamos nuevas tiras de cuero en las
puntas; nos calzamos lo mejor posible yo tena unas botas de charol que haba desenterrado de las
ruinas de una tienda, Macy's, creo y quien poda se protegi la cabeza. A m me hubiese gustado
resguardrmela, especialmente la mitad calva, pero haba perdido el casco de bombero das atrs, al
intentar cruzar el Puente de Brooklyn colgado de los cables menos destrozados. Ordenamos adems a
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las mujeres ponerse a preparar agua caliente y trapos, porque haba que estar prontos para curar a
quienes lo necesitasen.
No esperbamos salir intactos, claro. Yo me reserv a dos de ellas para otro trabajo. Se me haba
ocurrido algo que dara el toque maestro a nuestro plan de combate. Por ltimo, quedaba lo ms
importante: haba que revisar a conciencia a cada uno de los del grupo, por si alguno tena armas
encima. Sin ir ms lejos, un mes antes se haba colado un pual en una pelea y haba resultado un tipo
muerto. Esas son cosas que es preciso evitar a toda costa. Quedamos muy pocos en Manhattan, como
para darnos el lujo de liquidarnos as. Liarse a garrotazos est bien; es la ley de los grupos y, por
desgracia, la nica manera de entenderse. Pero nada de tiros ni cuchilladas. Al que rompe esa ley
cardinal, se le condena al ostracismo riguroso. Es el peor castigo. Un hombre solo no dura mucho en
estos das. Si no muere de hambre lo terminan los perros salvajes o las ratas, o lo aplasta algn
derrumbe atrasado... Es una ley muy dura; pero no cabe duda de que es la nica forma de evitar la
suciedad en las luchas de grupos.
Por fin estuvimos listos para marchar. Una gallarda tropa, me dije amargamente, pensando en
Corea y mirando las fachas de mis hombres, adornados con cicatrices y moretones, y engalanados
como para un Carnaval. Pero saban dar fuerte, y eso era lo principal. Nos pusimos en marcha,
avanzando agachados por detrs de las colinas de ladrillo, argamasa, cemento y vigas retorcidas que
alguna vez cunto haca ya de eso? haban recibido el elegante nombre de Rockefeller Center.
Imposible avanzar por la Quinta Avenida. Ni con una gra nos hubisemos abierto paso. Madison,
por el contrario, estaba demasiado llana. No nos convena. Siempre hay algn viga rondando por ah.
Tomamos la de las Amricas, cortando por callejones laterales cada vez que los obstculos se hacan
demasiado grandes como para superarlos. A la altura de la calle Cincuenta y Siete, nos fren el
agujero ms grande que haba visto hasta entonces.
Alto! orden, levantando una mano. Una mastodontera.
As le llamamos a los hoyos de bomba. El nombre clsico de zorreras resultara inadecuado...:
quin ha odo hablar jams de zorros de noventa y ocho metros? La mastodontera estaba inundada.
Podramos haberla cruzado sobre los tablones que flotaban dentro de la lodosa agua, pero aquello era
ponerse demasiado en evidencia. Prefer dar un rodeo por detrs de los escombros hasta Columbus.
Esto nos alej bastante, pero era mejor ser prudentes.
Entramos al parque por la Sesenta y seis. A golpe de garrote nos fuimos abriendo camino a travs
de la verdadera selva que era todo aquello. Ya era casi medioda y el calor empezaba a hacerse sentir.
La transpiracin nos pegaba las pieles al cuerpo. Un perfume no muy floral comenz a invadir
nuestras inmediaciones.
Maldita sea! gru Curls, rascndose el protuberante abdomen peludo. Nos van a descubrir
por el olor... Tendramos que baarnos una vez al ao, por lo menos.
Algunos se rieron. Yo no pude. Me acarici la mejilla.
Tenemos que arrebatarles al A. P. N. y mis dedos aferraron el garrote.
Cllense, animales! mascull Bull, colrico. Nos van a or!
Atravesamos lo que haba sido el zoolgico, ahora un bosque de barrotes hechos pasta dentfrica, y
cuerpos de bestias en descomposicin. Dos gatos, que banqueteaban sobre los restos de un
inidentificable cuadrpedo, salieron disparados, todo huesos, erizada piel y amarillos ojos
enloquecidos. No pude evitar estremecerme ante la vista pesadillesca de los felinos... Me pregunt
qu aspecto tendra yo mismo, con barba de seis semanas de un solo lado de la cara, una mejilla
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Bernard Goorden y Alfred E. Van Vogt
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hinchada y media cabeza lisa como un flan; para colmo, iba con unos pantalones de mujer y
empuaba un garrote.
Salimos del Zoo y nos fuimos escurriendo por debajo de un gigantesco tronco. La suerte pareca
sonremos: las ramas y las hojas formaban un verdadero teln delante de nosotros. Podramos
acercarnos bastante sin ser vistos.
Por fin avistamos la aguja del Obelisco de Cleopatra. Irnicamente, se mantena en pie, en tanto
que el Empire, el Chrisley y la Catedral de San Patricio, siglos ms jvenes, mordan el asfalto. Al lado
del obelisco, el viejo Metropolitan Museum exhiba sus heridas, sangrantes de manipostera.
Bueno anunci. Es el turno de los voluntarios.
Hubo un silencio. Todos parecan interesados en mirar a otra parte.
Bull ofreci:
Yo te convenzo a unos cuantos, Matt y cerr los enormes puos; pero yo sacud la cabeza.
Contigo y conmigo bastar, Bull. Los dems, quedan a las rdenes del Flaco. Rodeen el sitio, y
cuando vean que yo sealo hacia el obelisco, ataquen.
Alguno protest todava, pero al fin qued convencido.
Bull y yo cargamos con unos cueros de vaca rellenos de papeles ste era el trabajo que haba
encomendado antes a las mujeres, y caminamos sin vacilar hacia el ruinoso museo.
No pas mucho tiempo sin que nos gritaran que nos detuviramos.
Queremos unirnos a su grupo! vocifer. Traemos comida!
Abracadabra. Los cueros de vaca rellenos parecan, de lejos, un animal muerto, y los individuos
estaban tan hambrientos que ni desconfiaron. Vacilaron un poco, pero al cabo fueron emergiendo uno
por uno de la madriguera. Nos rodearon, relamindose por anticipado.
De dnde vienen? pregunt un gigante de espesa barba rubia, que sin duda era el jefe. Llevaba
un cuello alto y unos estrafalarios shorts de Bermuda.
Del campo repuse.
Cmo no les vimos acercarse?
Es que vinimos atravesando el parque. Por aquel lado dije, y seal hacia el obelisco.
La ma era una tropa disciplinada. En pocos segundos estuvieron sobre nosotros. La sorpresa fue
total. El ruido de los crneos sacudidos era una gloria. Entre el maremgnum de los garrotazos,
busqu con los ojos al A. P. N. No me cosi ubicarlo. Era hombre, por fortuna. Su actitud era la
acostumbrada. Miraba la lucha con aire un poco ausente, como si slo en forma indirecta le
concerniese. Haba algo de dilettante en su porte, algo de espectador de un partido de rugby. El
condenado saba que, cualquier que fuese el resultado, l seguira pasndoselo bien. No le importaba
gran cosa qu grupo lo adoptase. Se notaba incluso que estaba habituado a pasar con frecuencia de
mano en mano. Acodado en una de las ventanas, sus ojuelos astutos nos observaban
condescendientes.
Por fin el rubio alz la mano.
Es... t bien jade, restandose la sangre que le flua de la aplastada nariz, otrora prominente
. Ganaron ustedes... Qu... cuernos... quieren?
La sacan barata contest. Nos quedamos con el A. P. N. Pueden llevarse todo lo dems.
Hubo un mirar de splica en sus ojos grises; pero no me abland. Primero est el grupo de uno, y
adems... Con un temblor, record las tenazas de mecnico.
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Lo mejor de la ciencia ficcin latinoamericana
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Lo mejor de la ciencia ficcin latinoamericana
El cambio
Psicoanalista antes que todo, Marie Langer ha estudiado la ciencia ficcin desde un punto
de vista realmente original en sus ensayos Fantasas eternas a la luz del psicoanlisis (1957) y
Psicoanlisis y ciencia ficcin (1969; incluido en el estudio Ciencia ficcin: realidad y
psicoanlisis, escrito en colaboracin con Eduardo Goligorsky). Se preocupa particularmente
por el Homo gestaltensis en la obra Ms que humano de Theodore Sturgeon. Recopil, con
un grupo de investigadores argentinos, la antologa de ciencia ficcin psicolgica Ecuacin
fantstica (1966), en donde figura el cuento aqu recogido, El cambio.
Aunque argentina de nacimiento, prefiere vivir en Mxico, si bien sus ocupaciones la llevan
a viajar muy a menudo por todo el mundo.
Yo, Selma, que pronto ser una madre soltera en una poca en la cual esta situacin pertenece
totalmente al pasado tal como si yo fuera una salvaje que no hubiese aprendido a controlar sus
sentimientos y su cuerpo, escribo este relato para aclarar mi mente y entender cmo llegu a estar
en un enredo tan absurdo. Pero tambin porque el conocimiento de lo que nos pas puede ser til
para la ciencia.
Todo empez con un tratamiento con Aline Apfelbroot, o tal vez ya antes. S, empez junto
conmigo, con mi irrupcin en este mundo, y todava me acompaa. Sigo viviendo con esa sensacin de
extraeza que me hizo recurrir a ella. Sal del encuentro tan perpleja y desolada como antes, slo que
ahora he aprendido a sentir no solamente afliccin, sino tambin felicidad.
Ya durante mi tratamiento empec, confusamente, no solamente a darme cuenta de lo que pasaba
en m, sino de lo que pasaba dentro de ella. Pero recin ahora, con la brusca desaparicin de Aline A.,
y al leer su diario y su tesis que llegaron a mis manos, pretendo comprender. La tesis lleva como ttulo
Los antecedentes y la evolucin del sicomodelismo. La encontr muy ilustrativa y escrita en un estilo
tal vez no brillante, pero claro. El desarrollo del tema es sistemtico y serio. El estilo de la tesis
contrasta profundamente con el de las anotaciones de su diario. No me extraa que Aline A. escribiera
un diario de su propio puo y letra como sola hacerse en pocas que ya pertenecen desde hace tanto
al pasado. Y gracias a l me fue posible reconstruir la parte ms ntima de su personalidad y entender
algo ms el proceso que, con intensidad en aumento, se haba desarrollado entre nosotras hasta
volverse incontrolable.
Empiezo por el comienzo. Parece, por lo que coment en su diario, que Aline Apfelbroot, ya desde
nia sinti y desarroll una vocacin intensa aunque inconsciente y tal vez bastante perturbada, hacia
el sicomodelismo. Deca en el diario que una cancin la haba impresionado profundamente,
despertando en ella una especie de nostalgia, sentimiento tan raro entre nosotros actualmente, y el
deseo de modificarse a s misma y a los dems. A menudo consignaba las palabras de la cancin: How
you have changed my way to be, nobody can take away from me. Claro, era una cancin antigua de
amor y despedida. Su abuela la sola cantar. Ella haba sido psicoanalista. No de los primeros, desde
luego, no de los del todo clsicos. Haba trabajado e investigado en la segunda mitad del siglo pasado.
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Lo mejor de la ciencia ficcin latinoamericana
Y haba sostenido que las palabras de esta cancin correspondan al sentir de la persona que haba
terminado su tratamiento.
Sentir, qu es sentir? se haba preguntado Aline de nia. Recordaba una charla tensa entre su
madre y su abuela. Era a causa de ella. Justo haba logrado y gracias a las sicodrogas controlar sus
rabietas, espordicas es cierto, pero no por eso menos intensas. Su madre lo coment con orgullo a la
abuela. Y le anunci que Aline, aunque muy chica todava, ya iba a empezar su tratamiento diario y
de efecto prolongado con sicodrogas, para gozar de este gran logro de la neopedagoga. La abuela,
siempre tan serena, aunque nunca haba usado drogas, esta vez habl con un marcado tono de
protesta y exasperacin: Por qu quieres transformar a esta nia, a este ser tan vivo y espontneo
en un robot clever y ordenado? Y mam le contest extraada: Es que la prefieres el da de maana
llorando a gritos o riendo a carcajadas? Aline, en ese momento no entenda bien todas las palabras
de la discusin. Pero retuvo perfectamente su clima y su sentido profundo. Mam quera evitar que
sucumbiera a sus sentimientos y sentidos como, bueno, como yo, Selma, por ejemplo. Quera
ahorrarle sensaciones como nostalgia y desamparo. Y que ya no necesitara demasiado de nada ni de
nadie. Ni entendiera el sentido de determinadas palabras como angustia, conflictos y deseos. As
llegara, pensaba Aline con cierta irona amarga, a ser una ciudadana perfecta y eficaz de nuestro
glorioso siglo XX o, mejor dicho, del siglo 2 de la era atmica.
Es cierto, Aline se acordaba de aquel momento. Tambin de lo que sinti, mientras las escuchaba.
Pero de la abuela, como persona, se acordaba vagamente. Era slo una persona anciana en su poca
la gente todava no haba aprendido a rejuvenecerse que sola contarle cuentos de ciencia ficcin,
cuentos ingenuos que ya haban sido generosamente superados por la realidad. Despus muri la
abuela de una neumona comn, muy a la antigua, y Aline la olvid. La redescubri recin, cuando, en
la oficina de orientacin vocacional, se sorprendi contestando a la testista, sin haberlo pensado antes
jams, que iba a dedicarse a sicotcnica y sicomodelismo.
No es una carrera fcil, ni un estudio liviano. Hay que dedicarse primero a materias preatmicas,
como el clculo infinitesimal y la gimnasia yoga, despus vienen las TELEMATERIAS clsicas (telepata,
telequinesis y telecomunicaciones) y, finalmente, tuvo que estudiar OVNIismo, Adaptasmo von
Rotterdam y la historia del sicomodelismo. A esta ltima materia dedic su tesis.
Para esto Aline empez a estudiar en la biblioteca de su abuela, a leer los libros que sta haba
ledo y subrayado, a menudo, y a estudiar sus trabajos. Le fascinaba y le entristeca, en la medida en
que Aline muchacha juiciosa y sicoadaptada poda fascinarse y entristecerse, ver el largo camino
transcurrido entre los primeros descubrimientos de Freud y el sicomodelismo.
Para entender la direccin posterior de la investigacin de Aline, necesitamos conocer algunos
elementos, descritos en su tesis. Las primeras palabras difciles y significativas que encontr en sta,
eran transferencia y regresin. Le y rele las definiciones, les di mil vueltas en mi cabeza, sin
entender nada. Hasta que me acord de un episodio ocurrido durante mi tratamiento. Recostada en el
divn, me haba visto, de golpe, chiquita, sucia y robusta, en el patio de nuestra granja. Habr tenido
5 aos entonces. Lloraba y pataleaba furiosa. En el suelo estaba una gata, lamiendo gozosa la leche
que me haba hecho volcar. Llegu a revivir esta escena de mi infancia, recin despus de haber
pataleado y gritado largo rato en el divn, acusando a la imperturbable Aline, sentada detrs de m,
como su abuela se haba sentado detrs de sus enfermos, de burlona, malvada y cruel.
Haba otra palabra clave en el relato sobre psicoanlisis clsico. Contratransferencia- Significaba,
segn la docta definicin de Aline, un proceso emotivo y regresivo que se desarrolla dentro del
analista, desencadenado por los sentimientos del analizado hacia l y complementando a stos.
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Lo mejor de la ciencia ficcin latinoamericana
Nunca hubiera podido captar el significado de esto, si el diario de Aline y lo sucedido entre nosotras
no me hubiera ofrecido una revelacin sbita y desconcertante.
Pero seguir con la tesis. Ya que el anlisis insuma mucho tiempo y era un proceso doloroso, se
buscaba, sin mayor xito, distintas variantes, hasta ser abandonado bruscamente por el inters y
optimismo despertado por un procedimiento recin elaborado: la combinacin del rejuvenecimiento
con el imprinting. Todos sabemos actualmente qu es el rejuvenecimiento y cmo se practica. Y
tambin que hay que tener mucho cuidado, para no usarlo indiscriminadamente, ni antes de la edad
estrictamente indicada. Pero en la poca en la cual se intent la combinacin con el imprinting,
todava no se saba todo eso. Este ltimo concepto proviene de la sicologa animal. Y como me cri a
lo salvaje y todava entre animales, todo esto me interes muy personalmente. Descubrieron que
para el pichn recin salido del huevo, el primer ser viviente, y ni eso tal vez, porque podra ser
tambin un robot bien construido, es o se convierte en madre. Digo es, porque claro, durante millones
de aos era lo natural que el patito recin salido viera, siguiera e imitara a su madre pata. Pero si se
sustituye a sta por otro pjaro, por una persona o por cualquier otro elemento, ste har el
imprinting en el patito, quien aprender de l sus hbitos y su manera de ser. Lo cambiar
definitivamente a travs de este primer encuentro. (Se acordarn de la cancin preferida de la abuela
de Aline: How you have changed my way to be...) Pues nadie podr cambiar tanto a otro ser e incluso
a su estructura heredada e ntima como quien se acercara a l en este primer momento. Al leer esto,
no pude dejar de pensar, cuan diferente y cunto mejor habra sido esto, si mi primer encuentro
hubiese sido con Aline y si a ella su abuela la hubiera levantado en brazos. Y cuan cargada de
responsabilidad sera mi futura tarea.
El imprinting o, mejor dicho, reimprinting, porque era eso lo que interesaba para readaptar a los
desadaptados y cambiar su manera nociva, es factible nicamente combinado con un procedimiento
radical de rejuvenecimiento. Se empez a experimentar sin conocer todava los peligros. Todos
sabemos lo que pas despus. La perplejidad de los investigadores primero, su consternacin
posterior, la indignacin del pblico y, en parte, por lo menos, de las vctimas. Hasta que se acall el
escndalo haba personajes muy importantes involucrados y se implant, con obligatoriedad, para
evitar futuros desastres, como terapia el remodelar y como teora el sicomodelismo.
Esta solucin se hizo factible, cuando pudo comprobarse la eficacia del polietiltetilpandeminia y su
efecto prolongado. Se haba encontrado la solucin ideal. Si se equilibraba a la criatura humana desde
su nacimiento cuidadosamente con esta droga ya no habra ms desadaptados. Quedaban nicamente
adultos, como yo, que tendran que ser remodelados a travs de tratamientos combinados y aplicados
con mucho cuidado. Era a la investigacin de stos que Aline Apfelbroot decidi dedicarse. Su tesis
termin en este punto. Pero termin con una frase algo fuera de lugar en una disertacin cientfica
tan docta; plena de un sentimentalismo que no dejaba duda sobre cuan profundamente su abuela
haba influido en ella. Deca, refirindose a lo que se lograra y a las generaciones futuras y bien
adaptadas: Sern hombres contentos, autosuficientes y capaces. Estarn a la altura de la situacin
actual. Sabrn poblar la galaxia. Pero al no conocer ya la emocin de un amanecer, la tristeza suave
de una puesta de sol, ni la dicha difusa y torturada de un primer amor, sern realmente felices?
Lo que sigue es un extracto de las anotaciones de Aline en su diario, cuando relata sus
experiencias, sus dudas y cavilaciones, sus miedos y decisiones heroicas, sus esperanzas y su ltimo
experimento.
Aline una a la sensibilidad, por cierto adormecida en parte por su condicionamiento, y a la
curiosidad sicolgica heredada de su abuela, la audacia del verdadero explorador. Pero le faltaba la
paciencia japonesa del regulador. No era extrao, por eso, que pronto se hartara de modelar
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rutinariamente, como se lo haban enseado con tanto cuidado, pero consiguiendo a pesar de todo el
empeo que pusiera resultados bastante mediocres. En esta poca, su diario est plagado de quejas.
8 de julio, 56: Qu horror confesarlo, pero me aburre mi trabajo, me aburren los desadaptados, o
tal vez no tanto, lo malo es que los adaptados me aburren mucho ms. No puedo seguir as,
trabajando sin conviccin. Tuve un sueo extrao esta noche. Habl con mi abuela. Pareca joven,
enojada y muy vigorosa. Y me deca que forzosamente me iba a aburrir, si no sentamos nada ni yo, ni
mis pacientes. Que los dos estbamos muertos. O tal vez vivos todava, detrs de nuestras murallas de
Sidia. Mientras que ella deca todo eso, yo vea levantarse muros blandos y asfixiantes y me senta
siempre ms y ms encerrada. Cuando ya estaba totalmente envuelta en una pared, me despert
angustiada.
12 de julio, 56: Sigo discutiendo con mi abuela, pero por suerte ya no en sueos. Paso mi tiempo
libre, imaginndome largas conversaciones con ella. Consultndola. Recibiendo consejos atrevidos de
ella. Me instaba a la rebelin. Estar por volverme loca?
15 de julio, 56: No quise seguir as, discutiendo con una abuela imaginaria. Empec a buscarla en
los viejos textos. Leo ahora historiales publicados un siglo atrs. Me deslumbra la riqueza de
sentimientos que se describen ah. Amor, ternura, nostalgia, culpa u odio, voracidad. Qu contraste
con la aridez de las mentes de ahora. Seguirn existiendo dentro de nosotros todos esos sentimientos?
Har lo posible para despertarlos de nuevo en mis pacientes, a pesar de todas las prohibiciones y
riesgos.
Aline empez a experimentar. Tena que hacerlo. Muy cautelosamente, muy poco a poco empez a
bajar la dosis de Sidia (sicodroga diaria o dosis diaria de polietiltetilpandeminia) de sus pacientes y de
ella misma. Dej de sugestionar, de mandar, es decir de modelar. Al hacerlo, efectivamente
redescubri su capacidad de escuchar, su don de empatia. Pero los pacientes le fallaron. En lugar de
sentir, empezaron a actuar.
20 de agosto, 56: Mam habr tenido razn en esa famosa charla con abuela, cuando sostuvo que
sin sicodrogas iba a ser una loca, incapaz de dominarme? Efectivamente, hoy el paciente 973 C tuvo
un ataque. Empez a rerse a carcajadas, a llorar a gritos, pero yo percib perfectamente que todo ese
despliegue era artificial.
3 de septiembre, 56: Al fin, no s lo que busco? Recuperar el sentir? Que ellos sientan? Pero qu
sentimientos tendran que surgir entre ellos y yo? Qu se produca antes en la transferencia y
contratransferencia? Tendramos que revivir el viejo complejo de Edipo, descrito por Freud y
Sfocles? Esa fbula que cuenta de un hombre que mat a su padre y se cas con su madre? O ir ms
atrs an? Sentirse bebito, enamorado de mam? O ms atrs todava, querer estar dentro de ella?
No s. Lo nico que tengo claro es que quiero hacer cualquier cosa, para descubrir los vestigios del
principio del odio y del amor.
Aline cambi de tcnica. Empez a experimentar con la droga maldita, prohibida, con juvenal.
Porque si no rejuveneca, no iba a llegar al fondo. Pero se cuid mucho en la dosificacin de la droga,
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Lo mejor de la ciencia ficcin latinoamericana
3 de noviembre, 56: Seguir as no tiene sentido. Tendr que seleccionar mis pacientes. Har un
ltimo intento. Si pudiera encontrar a alguien cuyo principio de vida haya sido un poco distinto, un
poco a la antigua...
Me conmov cuando lea esta anotacin en el diario de Aline. Porque, en este momento crucial para
ambas, nos encontramos. Fue en la oficina de remodelismo, en una fra maana nublada de invierno.
Yo estaba sentada, esperando, en un rincn. Me senta, como siempre, una infeliz, un bicho raro.
Nunca entend del todo qu problema tena Aline con el sentir. Porque sentirme desgraciada haba
sabido desde siempre. Con ella aprend a sentirme feliz. Entr ella, alta, un poco desgarbada, la
tnica profesional puesta con cierto descuido. En su cara agradable contrastaba su mirada torturada y
reconcentrada con su expresin serena. Como distrada tom las fichas que la cinta mecnica tiraba
sobre el mostrador. Eran los resultados de los tests y entrevistas que me haba hecho la computadora.
Su inters se despert de golpe: Usted es de Vagora?, me pregunt con voz suave, de uno de los
pocos lugares subdesarrollados que siguen existiendo?
En ese momento el ambiente se aclar. Un rayo oblicuo de sol invernal atraves la pared de cristal
e ilumin su cara. Sent un vrtigo. La sangre se me agolp en la cabeza. Hubiera querido decirle
muchas cosas, suplicarle que se ocupara de m, que no me dejara ms. O contestar, por lo menos, su
sencilla pregunta. No pude. Sent algo raro en mi garganta. Sent que iba a llorar. Por suerte, ella lo
capt todo. Sin que articulara una sola palabra, decidi tomarme en tratamiento. Anot
cuidadosamente en su diario:
20 de diciembre, 56: Es cierto lo que dicen los textos antiguos. Ya no me cabe ms duda que Selma
est regresando. Ahora revive conmigo episodios y sentimientos vividos cuando tena 5 aos.
5 de enero, 57: Y la contratransferencia? Recin desde que tomo juvenal, desde ya en dosis muy
pequeas para evitar consecuencias fsicas drsticas, empiezo a sentirla. Pero es un sentimiento raro
que confunde bastante. Siendo a veces que Selma se parece a mi madre, casi siempre a mi abuela
creo que objetivamente hay algo de eso, pero nunca a mi padre. Claro, sera difcil ya que nunca lo
conoc. Muri antes que naciera, en esa malograda expedicin a Marte.
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Bernard Goorden y Alfred E. Van Vogt
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12 de enero, 57: Selma est progresando vertiginosamente. Pronto llegaremos a sentir juntas. Qu
pena no haberla conocido en otras circunstancias, fuera de aqu. Podramos haber sido tan buenas
amigas, habernos entendido tan bien!
30 de enero, 57: No s lo que pasa. Pero temo que el tratamiento de Selma se estanc. Aunque,
para poder concentrarme ms en ella, desped a todos mis dems pacientes. Ya no pienso en nada ni
en nadie ms que en Selma.
28 de febrero, 57: dem. Tengo miedo. Tengo pnico de haber perdido a la nueva Selma que supe
despertar. Me desespero al verla tan indiferente, como lo ha sido en estos ltimos das. Hara
cualquier cosa para cambiarla.
15 de marzo, 57: dem. Pero tuve una idea genial. Y si la ejecuto, ya no sabr si sentirme herona,
loca o criminal. Pero en todo caso siento. Lo har, lo intentar hoy mismo, para movilizar el proceso.
Tomar una dosis masiva de juvenal y, al rato, otra. Despus se ver.
Ah, en la fecha misma de mi ltima sesin, termina el diario de Aline. Ese da la vi por ltima vez.
Qu pena, ni le mir la cara. Pero justo ese da, al entrar y saludarla, baj, no s por qu, la vista. Vi
sus piernas, delgadas como las de una nia. Por qu usar una tnica tan larga?, me pregunt
distrada. Bueno, ella nunca se fija en la moda, no tiene tiempo para eso. Me recost, como
siempre, y ella se sent tras mo, en su ancho silln. No me acuerdo de qu habl, pero s que ella
estaba silenciosa y respiraba de manera extraa, con dificultad. Haba algo inquietante en el
ambiente. Despus me debo haber dormido. Nombres raros cruzaban por mi mente, Mara
Anunciata, Concepcin. Haba olor a heno, a establo. O el canto de pjaros desde que dej
Vagora, nunca ms lo haba odo, y el llanto de una criatura.
Me despert de golpe. Algo me haba tocado. Algo haba entrado dentro de m. Me levant de un
salto. En el suelo estaba, cada, la tnica de Aline. Su silln estaba vaco. A su lado, sobre el aparato
de Sidiaspray, apagado desde haca mucho, estaba su diario abierto. Instintivamente, como una que
est por ahogarse se agarra de una tabla de salvacin, lo tom y hu, hu en pnico de esa habitacin
vaca y silenciosa.
Necesit mucho tiempo para tranquilizarme. Y an ms, para entender lo que haba pasado. Le y
rele su tesis, sus papeles, sus ltimas anotaciones. Pero recin cuando mi cuerpo empez a cambiar,
a ensancharse, cuando sent crecer una nueva vida dentro de m, comprend del todo. Y jur,
entonces, que esta vez, cuando Aline nazca de nuevo, tendr una madre que sabr hacerla feliz.
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Bernard Goorden y Alfred E. Van Vogt
Lo mejor de la ciencia ficcin latinoamericana
LA OSCURIDAD
Andr Carneiro ha hecho mucho por la ciencia ficcin en el Brasil. Entre otras obras se le
deben dos libros de relatos Diario da nave perdida (1963, que incluye el cuento aqu
presentado) y O homen que adivinhava (1967), una novela Piscina livre (1975) y la
recopilacin de dos antologas: Histrias do acontecer (1961) y Alm do tempo e do espao
(1965). Hay que apuntar tambin en su haber un excelente ensayo: Introduao ao estudo da
'sience-fiction (1968).
Su cuento A escurido, que aqu les ofrecemos, dio origen a un guin del escritor
norteamericano Leo Barrow y ha sido incluido en una antologa mundial de los mejores
relatos de 1962. Su obra ha sido traducida a varios idiomas, entre ellos el espaol, el ingls y
el sueco.
Wladas acept la realidad del fenmeno ms tarde que los dems. Era soltero, distrado y muy
prctico. Tan slo al segundo da, cuando todos comentaban que la oscuridad diurna creca cada vez
ms y que las luces eran ms dbiles, admiti que s. Una vieja hablaba a gritos de que el mundo iba a
acabarse. Se formaban tertulias para discutir el fenmeno, y se daban innumerables explicaciones
metafsicas, mezcladas con los comentarios cientficos de los peridicos. l se fue a trabajar,
normalmente. El propio jefe, siempre invisible, estaba en una ventanilla, hablando con un amigo. La
mayor parte de los funcionarios no estaban. La enorme sala llena de mesas se vea casi despoblada,
definiendo el grado de importancia del acontecimiento. Record la revolucin, en su juventud.
Algo que irrumpe, hacindonos rebelar y arrastrndonos hacia un destino que no escogemos. Pero
una revolucin es algo distinto. Tiros, bombardeos, muertes. Ahora era un fenmeno extrao,
ciertamente, pero que no alcanzaba la categora de calamidad pblica. Los que se ocupan del tiempo
fueron los primeros en observarlo. La luz del sol pareca ms opaca, las casas y objetos estaban
orlados por una creciente penumbra. Al principio creyeron que era una ilusin ptica, pero de noche
la propia luz elctrica era tambin mas dbil. Las mujeres observaron que los lquidos no llegaban a
hervir y que los alimentos permanecan duros. Wladas se aproxim al jefe. Estaba citando opiniones
competentes, odas en la radio. Eran vagas y contradictorias. Las personas nerviosas hacan que
cundiera el pnico, y las estaciones ferroviarias y las terminales de autobuses estaban repletas de
millares de personas que huan, nadie saba adonde. Wladas dudaba que el fenmeno fuera universal
como decan las noticias.
Los ltimos telegramas afirmaban que las sombras aumentaban rpidamente. Alguien encendi un
fsforo, y comenzaron las experiencias que se hacan en todas partes: se encendan mecheros y
linternas elctricas, y se apuntaban a los rincones, notando que la llama y la luz eran menos intensas.
Las lmparas no iluminaban como antes. No poda tratarse de una dolencia visual colectiva. La gente
pasaba los dedos por encima del fuego sin quemarse. Muchos tenan miedo, pero Wladas no senta
ninguno. Aquella animacin general, el asunto nico que dominaba todas las conversaciones
aproximaba a todos; era un espectculo humano que haca olvidar las inquietudes del maana. Volvi
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Bernard Goorden y Alfred E. Van Vogt
Lo mejor de la ciencia ficcin latinoamericana
a casa a las diecisis horas. Las luces estaban encendidas. No iluminaban casi nada, parecan bolas
rojizas, como seales de peligro. En el bar donde sola comer consigui que le sirviesen bocadillos
fros. Slo estaban el dueo y un camarero, que se marcharon inmediatamente despus que el,
andando despacio en la penumbra.
Wladas lleg sin dificultad a su apartamento. Estaba acostumbrado a regresar tarde sin encender la
luz del descansillo. El ascensor no funcionaba; tuvo que subir por la escalera hasta el tercer piso. Puso
a todo volumen su radio porttil, y ni siquiera pegndola a su odo pudo percibir ms que sonidos
indistintos, no saba si voces o esttica. Se sent al borde de la cama con una penosa sensacin de
aislamiento. Abri la ventana y se reconfort con los millares de bolas rojizas, lmparas encendidas en
los grandes edificios, cuyas siluetas apenas se destacaban contra un cielo sin estrellas. A tientas,
Wladas hall una vela en un cajn y la encendi. La llama, sin ningn calor, era corta y plida, y
apenas permita ver las manecillas del reloj de pulsera a un palmo de distancia. Se sinti triste y mal.
Deba de ser la ausencia de trfico. No se oa ningn automvil por las calles, slo gritos y voces
distantes, tal vez gente extraviada, padres de familia volviendo a pie de su trabajo. De no ser por la
luz de la vela, se dira que era un fallo de la electricidad. Fue a la nevera y bebi un vaso de leche. El
hielo se desprenda con un ruido seco, el motor no funcionaba. Lo mismo ocurra con la bomba de
subir el agua; dentro de poco el depsito del edificio se agotara. Puso el tapn del desage de la
baera y la llen completamente. Hall su linterna elctrica de tres pilas y recorri el pequeo
apartamento, ansioso por hallar sus pertenencias a la dbil luz. Dej los botes de leche en polvo, el
azcar y la comida sobre la mesa de la cocina. Haba galletas y una caja de bombones. Quien viviera
en familia se ayudara mutuamente l tena que cuidarse a s mismo, prever lo peor. Cerr la ventana,
apag las luces y se acost. Un escalofro recorri su cuerpo; sinti la realidad del peligro. Nunca
haba ocurrido una oscuridad igual, nunca en la historia de la Tierra. No era solamente la claridad del
sol lo que se apagaba, sino todo lo que emitiese luz, los destellos y el calor luminoso, las hogueras, las
chispas de las piedras de afilar y los motores, las sustancias qumicas, las lucirnagas y las linternas.
Wladas lo saba, los ltimos peridicos lo publicaban. Haban parado tambin, como los automviles,
los camiones, los autocares, los aviones y los trenes. Se oan gritos y llamadas a lo lejos. Wladas
procur relajar los msculos y dormir. Al da siguiente todo se normalizara. Volveran las luces, las
radios, los vehculos...
Durmi en un sueo agitado, con pesadillas confusas y desagradables. En el apartamento de al lado
lloraba un nio, pidiendo a su madre que encendiera la luz. Se despert sobresaltado. Con la linterna
elctrica pegada al reloj vio que eran las ocho de la maana. Salt de la cama y abri la ventana. La
oscuridad era casi total. Por el este se vea el sol, rojo y redondo, como si estuviera detrs de un
grueso cristal ahumado. En la calle se vean pasar siluetas como bultos. Wladas se lav con dificultad,
fue a la cocina, tom leche condensada y galletas. La fuerza de la costumbre le hizo pensar en su
empleo. Descubri que no saba ni siquiera haca dnde deba ir. Record su terror infantil una vez
que lo encerraron en un armario. Le faltaba aire, y la oscuridad le oprima. Respir profundamente
junto a la ventana. Sobre el fondo negro del cielo se destacaba el disco rojo del sol. Se esforz en
razonar con calma, en hacer deducciones. Al principio los cientficos haban emitido hiptesis y
anlisis.
Por aquel entonces la electricidad consegua an hacer girar la rotativa de los peridicos, y las
radios emitan sonidos por sus altavoces, ahora mudos. Qu estara haciendo el gobierno para
protegerlos a todos?. Era inexplicable que los rayos del sol desaparecieran la temperatura siguiera
siendo normal. Se tratara de un gas desconocido e invisible que alteraba las leyes comunes. Wladas
no consigui coordinar su pensamiento. La oscuridad le impulsaba a correr en busca de auxilio. Apret
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los puos, se repiti para s mismo: Debo mantener la calma, defender mi vida hasta que todo se
normalice.
Tena una hermana casada que viva a tres manzanas de distancia.
La necesidad de comunicarse con alguien le hizo decidirse a ir hasta all y ayudarles en lo que fuera
posible. Se meti la linterna elctrica en el bolsillo, aunque no le sirviese de nada. Cerr la puerta del
apartamento y fue andando en la oscuridad del descansillo en direccin a la escalera, apoyndose en
la pared. A su lado se abri una puerta, y una voz ansiosa de hombre pregunt:
Quin est ah?
Soy yo, Wladas, del apartamento 312 respondi.
Saba quin era, un hombre vulgar, con mujer y dos hijos.
Por favor pidi ste, dgale a mi mujer que la oscuridad va a pasar. Est llorando desde ayer, y
los nios tienen miedo.
Wladas se acerc a tientas. La mujer pareca estar al lado del marido, sollozando en voz baja.
Procur sonrer, aunque no le viesen.
Estse tranquila, seora, es slo la oscuridad, pero an se ve el sol all fuera. No hay peligro,
luego pasar.
Ests oyendo? secund el hombre, es slo la oscuridad, no le va a pasar nada a nadie, tienes
que calmarte, por los nios.
A juzgar por los ruidos, Wladas adivin que los nios estaban agarrados unos a otros. Permaneci en
silencio unos segundos y luego dijo, rpido:
Ahora tengo que irme, si necesitan alguna cosa...
El hombre se despidi, animando a la mujer:
No, muchas gracias, esto va a pasar, hasta luego.
En la escalera no se vea nada. Wladas baj agarrndose al pasamanos. Oa retazos de
conversaciones a travs de las puertas de los apartamentos. La falta de luz haca que todo el mundo
hablase ms alto, o quiz las voces destacaban ms en el silencio general.
Lleg a la calle. El sol estaba alto pero no iluminaba prcticamente nada, tal vez menos que la luna
en cuarto menguante. De vez en cuando pasaban hombres, solos o en grupos. Hablaban en voz alta.
Algunos andaban a trompicones, tropezando en los desniveles de la calzada. Wladas ech a andar,
visualizando mentalmente el camino hasta casa de su hermana. La rojiza claridad disminua en las
sombras de los edificios. Con los brazos extendidos apenas poda divisar los dedos. Andaba con
cautela, asombrndose de los que pasaban aprisa. De un terrado cualquiera le llegaba el ladrido de un
perro, que fue coreado a lo lejos. Se oan confusos gritos de llamada. Alguien caminaba rezando.
Wladas iba pegado a las paredes para no chocar con nadie. Deba de estar a mitad de camino. Se
detuvo para recuperar el aliento. Sus pulmones jadeaban en busca de aire, sus msculos estaban
tensos y cansados. El nico punto de referencia era la mancha del sol, cada vez ms dbil. Por unos
instantes imagin que tal vez los otros vieran ms que l. Pero de todos lados se alzaban gritos y
voces. Wladas gir la cabeza. El disco rojo desapareci pulsando. La negrura era absoluta. Un hombre
pas gritando en otro idioma. Se perciba ruido de quejas y palabras entrecortadas. Wladas sac una
caja de cerillas de su bolsillo y frot una con cuidado. Se oy el ruido caracterstico, pero no brot
llama alguna. Encendi la linterna ante sus ojos: nada. Si apretaba los prpados vea danzar manchas
de luz. Qu hacer? Permanecer inmvil, escuchando el coro de medrosos nios y de aquellos que
perdan el control, poda llevarle a decisiones irreflexivas. La oscuridad era total. Sin la silueta de los
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edificios se sinti perdido. Memoriz el trayecto que hiciera hasta all. Imposible continuar. Intentara
regresar al apartamento. Qu hora sera? Apoy el reloj de pulsera contra su odo. No consigui abrir
el cristal con la ua, para comprobar las manecillas por el tacto. Con la mano derecha tocando una
pared y la izquierda en arco al frente dio media vuelta, arrastrando los pies por la acera. Conoca
aquel trecho; sus manos identificaban algunas puertas y escaparates. Transpiraba y se estremeca,
concentrando sus sentidos en el camino de regreso.
Al girar una esquina oy palabras incomprensibles de un hombre que vena en su direccin. Tal vez
bebido, se agarr con fuerza a Wladas, gritando, y ste intent soltarse, perdiendo la calma, gritando
an ms que el otro cosas sin sentido. Wladas lo sujet desesperadamente por la garganta, lo empuj
hacia atrs. El hombre cay y empez a gemir. Con los brazos extendidos al frente, en defensa,
Wladas anduvo unos pasos, atento a su alrededor. El borracho lloraba y gema, como si le doliera algo.
Pens en hablar con l, en socorrerle, pero el forcejeo le haba agotado. Recel verse dominado y se
alej a toda prisa, mientras el hombre lloraba tras l. Una puerta rota golpeaba una y otra vez en
algn lugar contra su batiente, y surgan ruidos inconcretos de las casas y apartamentos, no cubiertos
por los ruidos de los motores, radios y vehculos. En la oscuridad. Wladas lleg hasta su casa. Sus
manos palpaban, reconociendo puertas de tiendas, paredes de viviendas y sus portales Con la alegra
de llegar, tropez y cay en los primeros peldaos. Alguien grit:
Quin est ah?
Soy yo, Wladas, del tercer piso.
Una voz pregunt:
Usted estaba ah fuera? Se ve algo en algn lugar?
No, no se ve nada en parte alguna.
Hubo un silencio, y subi a tientas. Regresaba a su apartamento. All conoca la posicin de los
muebles y los objetos, poda controlar las pertenencias familiares hasta que la pesadilla terminase.
Movindose con cuidado, abri su puerta y se derrumb en la cama.
Fue un descanso corto y ansioso. No poda desagarrotar sus msculos, pensar con tranquilidad. Se
arrastr hasta la cocina, consigui abrir la tapa del reloj con un cuchillo. Palp las manecillas. Eran las
once o las doce, aproximadamente. No tena hambre, pero abri la nevera, comiendo los bocadillos
guardados de la vspera. El agua goteaba del congelador; el hielo estaba completamente derretido.
Con lentitud, disolvi leche en polvo en un vaso de agua y se la bebi. Regres al cuarto y se tendi,
pero hall imposible permanecer sumido en sus pensamientos sin tomar ninguna decisin. Llamaron a
la puerta. Su corazn lati aceleradamente. Grit que esperasen, lleg hasta ella y pregunt quin era
antes de abrir. Por la respuesta supo que era el vecino de antes. Haba tenido dificultades en hallar la
puerta correcta. Peda agua para sus hijos. Wladas le cont lo de la baera llena, y fue con l a buscar
a su esposa y los nios. Su previsin le haba valido. Se cogieron todos de la mano y fueron
deslizndose en fila india por el descansillo, los nios ms tranquilos, y hasta la mujer dej de llorar y
de repetir: Gracias, muchas gracias. Wladas los condujo hasta la cocina e hizo que se sentaran. Los
pequeos se agarraban al cuello de su madre. Palp un armario, rompi un vaso y encontr una jarra
de aluminio que llen en la baera y llev a la mesa. Fue entregando vasos de agua a los dedos que se
los solicitaban. Sin divisar dnde estaban situados, el agua resbalaba por su mano. Mientras beban,
pens que deba ofrecerles algo de comer. El nio dijo que tena hambre. Wladas fue a buscar un bote
grande de leche en polvo y empez a prepararla con precaucin Mientras efectuaba los gestos lentos
de abrir el bote, contar las cucharadas y mezclarlas con el agua, hablaba en voz alta y reciba los
nimos de los dems, recomendndole cuidado y aplaudiendo su habilidad. Le llev ms de una hora
distribuir la leche a todos, y le hizo bien el esfuerzo de no equivocarse, la certeza de estar siendo til.
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Uno de los nios ri una broma. Por primera vez desde que oscureciera. Wladas sinti optimismo.
La impresin de que todo terminara bien. Prob, con argumentos lgicos, que en modo alguno poda
prolongarse aquella sombra extraa. Eran contradictorios y complicaban todas las deducciones, pero
el hombre del apartamento vecino y su familia los apoyaron con exclamaciones, como si l, por si
solo, tuviese el poder de devolverlo todo a la normalidad. Pasaron la tarde en su apartamento,
procurando hablar, aunque no tuvieran nada de qu hablar; intentando divisar, apoyados contra la
ventana, alguna luz distante, percibiendo a veces alguna, entusiasmados, para descubrir luego el
error, que no admitan, de que haba sido tan slo un destello que tan pronto como apareciera haba
desaparecido. Wladas se convirti en el lder de aquella familia; los alimentaba y conduca por el
pequeo mundo de sus aposentos, que conoca con los ojos cerrados... Estuvieron ocupados toda la
tarde, haciendo muy poca cosa, pasando mucho tiempo para realizar los gestos ms simples: llevar
una silla de un lado a otro, buscar objetos cados que no aparecan... Seran las nueve o las diez de la
noche cuando Wladas los acompa, ayudndoles a acostar a los nios. Por un momento pareci que
para ellos slo se hubiera fundido un fusible; saltaban y rean. En la oscuridad otros deban de estar
sufriendo, enfermos y con dolores, sin mdicos ni medicamentos; nios con hambre y sed. En las
calles, padres desesperados gritaban pidiendo comida. Wladas cerr las ventanas para no orlos. Lo
que tena dara para un da o dos, alimentando a los cinco. Su vecino, emocionado, le pidi que se
quedara con ellos; los nios se sentiran mejor. Accedi. Volvi a su apartamento, donde se arregl.
Se puso un pijama, aun sabiendo que nadie lo notara. Cerr su puerta con llave para prevenir una
improbable invasin. Fue reconfortante or cmo saludaron los nios su llegada:
To Wladas ya est aqu, mam!
Se sinti conmovido. En la oscuridad no era preciso disimularlo. La memoria visual es dbil. Wladas
recordaba slo vagamente la fisonoma de sus nuevos amigos, a los que antes apenas prestaba
atencin en sus idas y venidas. Fue instalado en un gran sof a un lado del saln. Hablaron, acostados,
dejando que las palabras sealaran su presencia y su compaa. Terminaron durmindose, aferrados a
las almohadas, como nufragos agarrados a una tabla que oyeran gritos de socorro sin poder acudir a
ellos. Se durmieron, o tal vez se quedaron quietos, fingiendo, para no molestar a los dems. Qu
hara el mundo, inmerso en la oscuridad, para no perecer? Una ventana dejaba entrar las voces. En
ocasiones era slo un: Ayuda, necesito comida!. Otras hacan descripciones completas, a gritos,
mientras zigzagueaban por las calles llenas de detritus, hablando de su familia sin alimentos. Wladas
procuraba no pensar. Apretaba la almohada contra su cabeza, repitiendo que no poda hacer nada.
Durmieron, empujados por el cansancio, soando con un amanecer de cielo azul, con el sol inundando
las habitaciones, los ojos alimentndose de todos los colores despus de aquel ayuno. Fue diferente.
Wladas se sent en el sof y su vecino susurr:
Seor Wladas, est usted despierto?
Haba dejado un cuchillo sobre la silla para descubrir las horas. Tena prctica; levant en seguida
la tapa de cristal: las ocho, ms o menos. Los otros se agitaron, y se inici el complicado aseo, hecho
con un caldero de agua trado por Wladas, que inici con cuidado la preparacin de los vasos de leche
y la separacin de las galletas en raciones iguales. La procesin en fila india, todos dndose las manos,
se dirigi de nuevo a la cocina, donde tomaron el frugal refrigerio. Los nios golpeaban contra los
muebles, se perdan en el pequeo saln, su madre les regaaba ansiosa. Cuando se sentaron en las
sillas no saban qu hacer. Los vasos usados se quedaron sucios para no desperdiciar agua.
Volvieron sobre las causas del fenmeno, inventando razones e hiptesis que trascendan de la
ciencia. Por el momento soportaban las dificultades con la esperanza de volver pronto a la
normalidad, quizs en las prximas horas. Wladas apunt imprudentemente que la situacin poda
prolongarse para siempre. La mujer se ech a llorar, y fue difcil calmarla. Los nios hacan preguntas
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imposibles de responder. Wladas palpaba las manecillas del reloj, sin saber qu hacer. Sinti ansias de
hacer algo, se levant, iba a salir para investigar. Ellos protestaron; sera peligroso e intil. Se
apoyaban en l, tenan miedo de quedarse solos y perderlo. Tuvo que garantizarles que no se alejara
ms de veinte metros del edificio, slo hasta la esquina, no cruzara la calle. Apretaron fuertemente
su mano antes de salir.
Cuando lleg a la escalera, baj ms aprisa. Sus pies tocaban obstculos difciles de identificar.
Cruz la puerta principal del edificio, pegado a la pared, escuchando. Soplaba un viento fro,
arrastrando papeles con un ruido fofo. Haba ladridos muy lejos, que a veces se recrudecan, y voces,
muchas e ininteligibles. Wladas record sus paseos en la hacienda del abuelo. Solo entre los rboles,
haba odo tambin el viento agitando las hojas y trayendo retazos de conversaciones de las casas del
otro lado de la colina. Estaba inmvil, tenso, a la expectativa. Camin algunos metros. Slo los odos
captaban el pulsar de la ciudad ahogada. Con ojos abiertos o cerrados, siempre era el mismo color,
negro sin fin ni principio. Era terrible permanecer all, quieto, a la espera de nada.
Los fantasmas de la infancia cercaron a Wladas, y ste se dio la vuelta hacia su edificio casi
corriendo, arandose las manos contra las paredes, tropezando en los escalones, subiendo de prisa,
mientras voces medrosas gritaban: Quin est ah, quin est ah?. l responda, sin aliento,
subiendo los peldaos de dos en dos, hasta llegar entre sus amigos que tropezaban entre s para acudir
a su encuentro, temerosos de que estuviera herido, deseando preguntarle qu haba ocurrido. Se
sent y respir, aliviado. Ri y confes que haba sentido miedo, que haba subido corriendo. All fuera
todo era igual que aqu. Permanecieron encerrados el resto del da, si poda emplearse esa palabra.
Las menores acciones se hacan difciles sin luz, y eso serva para mantenerlos ocupados, lo cual era
mejor que pensar. Hablaban mucho, y cuando se dedicaban a algo iban describiendo lo que hacan. De
tanto en tanto las palabras que los unan se interrumpan. Nadie poda saber nada, pero todos
levantaban las cabezas al mismo tiempo, escrutando, respirando fuerte, aguardando un milagro que
no surga.
Racionada y repartida, la caja de bombones se acab. An quedaban galletas y leche en polvo,
pero si la luz no volva pronto era difcil prever las consecuencias. Pasaban las horas. Acostados de
nuevo, con los ojos cerrados, luchando por dormir, aguardaban una maana de rendijas luminosas en
la ventana. Pero despertaron como antes, los ojos intiles, las llamas apagadas, los fuegos fros y la
comida terminndose. Wladas reparti las ltimas raciones de galletas y leche. Permanecan parados
frente a la ventana, esperando una luz. La negra pared pareca aplastarse contra sus cabezas,
impenetrable. Se sentan inquietos. Tenan an una buena cantidad de agua, pero se les haba
acabado la comida. El edificio tena diez pisos. Wladas murmur que deba subir hasta el ltimo para
mirar a lo lejos.
Sali y comenz a subir. De los apartamentos surgan preguntas: Quin est ah?, quin est
subiendo?. Wladas se identificaba, aunque pocos inquilinos le conocan. Preguntaban lo que quera, y
en el sexto piso una voz le asegur:
Puede usted subir tan arriba como quiera, pero pierde el tiempo estuve all hace poco, con dos
compaeros. No se ve nada por ninguna parte.
Wladas se atrevi:
Mi comida se ha terminado, y tengo a una pareja y dos nios conmigo. Podran ayudarme en algo?
La voz respondi:
Nuestra reserva durar exactamente hasta maana. No podemos hacer nada...
Pens durante unos segundos y decidi volver a bajar. Les dira la verdad a sus amigos?
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Regres a casa a largas zancadas, en busca de sus amigos invisibles. Se detuvo de pronto, buscando
una seal conocida con las manos. Paso a paso avanz algunos metros, descubriendo puertas y paredes
hasta una esquina desconocida. Tena que regresar a la tienda para comenzar de nuevo el trayecto.
Rehizo con cuidado el camino recorrido, los dedos araados por la oscuridad, buscando la puerta
ondulada que no apareca. Anduvo en todas direcciones. Estaba perdido. Imposible tener la menor
nocin de dnde se hallaba, ni de lo que tena que hacer para descubrir el camino a casa. Se sent en
el bordillo, con las sienes latindole. Se alz como alguien que se ahoga y grit:
Por favor, estoy perdido, quiero saber el nombre de esta calle!
Repiti su grito una y otra vez, cada vez ms alto, sin que nadie le respondiese. Cuanto ms
silencio haba a su alrededor, ms imploraba, pidiendo por caridad que lo ayudasen. Por qu deberan
hacerlo?. l mismo haba odo en su ventana los gritos de socorro de los extraviados, cuyas voces
desesperadas hacan temer la locura de un asalto. Wladas ech a correr sin direccin precisa, gritando
socorro, explicando que cuatro personas dependan de l. Ya no tocaba las paredes, andaba de prisa,
de un lado para otro, como un borracho, implorando informacin y comida. No saba cunto se haba
apartado de su calle; tena esperanzas de hallarla:
Soy Wladas, vivo en el nmero 215, por favor, aydenme.
Haba ruidos en la oscuridad, era imposible que no le oyesen. Lloraba y peda sin la menor
vergenza, sintindose reducido por el manto negro al estado de un nio indefenso. Cunto tiempo
pas? No lo saba; su reloj funcionaba, pero no hall ninguna hoja fina para abrir la tapa de cristal, ni
le importaban las horas. La oscuridad le asfixiaba, entrando por los poros, modificando los
pensamientos. Wladas dej de implorar. Insultaba a sus semejantes a gritos, llamndoles malditos,
preguntando por qu no respondan. Su desvalimiento se convirti en odio y empu la pesada
palanqueta, dispuesto a conseguir comida por la violencia. Se cruz con otros como l, pidiendo
comida. Wladas avanzaba blandiendo su palanqueta, hasta que tropez con alguien lo sujet con
fuerza. El hombre grit y Wladas, sin soltarlo, le exigi que le dijera dnde estaban y cmo
conseguira comida. El otro pareca viejo; se derrumb entre sollozos de miedo. Wladas afloj la
presin, lo dejo ir. De qu le servira andar armado con una palanqueta, agresor potencial de
aquellos que sufran su misma desgracia? Volvi a meterse su arma en el cinturn. Se senta falto de
apoyo. Se sent para no desfallecer, hundiendo la cabeza entre los hombros. En cualquier posicin, la
negrura total hacia que el equilibrio fuera una entelequia. Se sinti un poco mejor, pero su cuerpo
estaba roto por el agotamiento y el hambre. Consigui levantarse y sigui andando en silencio. Las
tinieblas haban engullido su sentido prctico, y avanzaba en medio de la permanente noche en busca
de auxilio.
Perder as la vida era indignante. Wladas volvi a clamar en voz muy alta, pidiendo socorro,
explicando su situacin, discutiendo con odos invisibles que le deban de estar escuchando detrs de
las puertas y de las ventanas, sin valor o fuerzas para responder. Giraba las esquinas a la izquierda,
para no alejarse demasiado, y posiblemente estaba dando vueltas a la misma manzana, pasando
frente a su casa y alejndose de nuevo sin darse cuenta. Exhausto, con hambre y sed, hablaba consigo
mismo, pidiendo socorro muy alto de vez en cuando. Se sent de nuevo en el bordillo para escuchar
los menores ruidos. El viento haca resonar las ventanas abiertas en los apartamentos abandonados.
Desde varias direcciones le llegaban ruidos distintos, sonidos huecos, rasposos o agudos, de
animales u hombres, tal vez presos o hambrientos. Se llev una mano al odo, formando bocina. Se
acercaba un leve batir rtmico de pasos. Grit pidiendo ayuda y escuch. Una voz de hombre le
respondi en la distancia:
Espere, ir a ayudarle.
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Wladas se lo agradeci, diciendo que no tuviera miedo; slo necesitaba un poco de comida y
alguien que le ayudara a volver a casa. Todava hablaba cuando not que un brazo tocaba su hombro.
Se alz e implor que no le dejase abandonado. El hombre cargaba un pesado saco y jadeaba de
cansancio. Pidi que le ayudara sujetando una de las puntas; l ira delante. Wladas disimulaba los
sollozos, los brazos dolindole bajo el peso, hablando sin parar de lo que le haba ocurrido, desde el
principio. El hombre le responda con monoslabos y segua andando, con relativa rapidez. Wladas se
calm, sintiendo algo inexplicable. Casi no poda seguirle el paso, y el hombre giraba las esquinas con
toda seguridad. Una duda pas por su mente. Quin sabe si su compaero vea, si la luz volva para los
dems. Le pregunt:
Anda usted con mucha seguridad. Acaso... ve algo?
El hombre tard un poco en contestar:
No, no veo absolutamente nada. Soy completamente ciego.
Wladas tartamude:
Antes... de esto, tambin?
S respondi el otro. Soy ciego de nacimiento. Ahora nos dirigimos al Instituto de Ciegos, donde
vivo.
Wladas sinti una paradjica emocin. Aquel hombre conoca los caminos, su voz era natural, no
tena el tono ansioso que ya se haba acostumbrado a or. Ahora la oscuridad de ambos era la misma.
Solo que el ciego, que se llamaba Vasco, haba vivido siempre en ella, era su mundo, hecho de ruidos,
olores y el rozar de los dedos en las cosas slidas. Haba salido a buscar un saco de comida y
necesitaba la ayuda de Wladas para acarrearlo.
El ciego le cont que auxiliaban a personas perdidas y que haban recogido ya algunas, pero que la
provisin de alimentos era escasa. No podan albergar a nadie ms. La oscuridad segua, sin ninguna
seal de que fuera a terminar. En poco tiempo miles de personas moriran de inanicin, y nada podra
hacerse.
Llegaron finalmente al Instituto de Ciegos. Wladas se dej llevar por las distintas habitaciones
hasta un lugar donde le dieron una silla. Se senta como un nio al que los adultos salvan de un peligro
y le dan confort y seguridad. Bebi un vaso de leche y comi algunas tostadas que pusieron en sus
manos. Sin embargo, no poda apartar de sus recuerdos la imagen de sus amigos sobresaltndose a
cada rumor, pasando hambre, esperando su regreso. Pidi hablar con Vasco, su salvador, e insisti una
y otra vez en que no poda dejar a sus vecinos presos en el apartamento. Ellos argumentaron que el
edificio era grande, y todos los dems moradores merecan tambin ayuda, cosa impracticable.
Wladas no poda dejar de pensar en los nios. Pidi que le mostraran el camino, ira solo. Se levant
para salir, tropez con algo, cay. Vasco, aunque los otros dudasen, record que haba una baera
llena de agua; era una reserva que luego se hara necesaria. Trajeron dos grandes recipientes de
plstico y Vasco condujo a Wladas a la calle. Se ataron una cuerda a la cintura, unindolos. As podan
andar uno detrs de otro, con menos peligro ante los obstculos. Vasco dijo que estaban a cinco
manzanas de distancia. Haba nacido en aquel barrio y lo conoca perfectamente.
Amarrado a su gua, senta ahora el miedo de aquellos que vislumbran una salvacin, aunque
dudosa y frgil. Andaba lo ms aprisa posible. Vasco escoga los mejores lugares, diciendo el nombre
de las calles, cambiando de itinerario cuando oan rumores sospechosos o gritos enfurecidos. Vasco se
detuvo y dijo en voz baja:
Debe de ser por aqu.
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Wladas avanz unos pasos, reconoci el pomo de su puerta. Vasco le susurr que se quitara los
zapatos; iran sin hacer ruido. Entraron, Wladas delante, subiendo la escalera de dos en dos.
Apartaban las cosas de su camino y captaban voces ininteligibles a travs de las puertas.
Llegados al tercer piso se encaminaron al apartamento del vecino. Llamaron suavemente, luego
ms fuerte, nadie respondi. Imaginaron que estaban en el otro, pues Wladas les haba dejado la llave
para que utilizaran el agua. Fueron all. Oyeron ruido, y una voz pregunt:
Quien est ah?
Soy yo, Wladas, djenme entrar.
Se oy una exclamacin como quien no puede creer lo que oye y la puerta se abri, y unos brazos lo
recibieron.
Soy yo. Cmo estn? Encontr a un amigo que me salv y sabe el camino.
No dijo que era ciego; pareca que la palabra se identificaba con la desgracia de todos. Rodeado
por la mujer y los nios, distintos ahora, con las voces dbiles, el vecino les cont sus padecimientos,
alimentndose slo de agua, con las esperanzas puestas en la llegada del amigo. ste les explic la
situacin en el Instituto de Ciegos, y que tenan que ir all.
Llenaron los dos recipientes con el agua de la baera, y Vasco los amarr con una tira de tela al
costado de ambos. Ayud a identificar algunos utensilios tiles para llevarse. Se quitaron los zapatos
y, en fila, sujetndose por las manos, se dirigieron a la escalera. Iban de prisa; era inevitable que
fueran detectados. En la planta baja, cerca de la puerta, una voz indag:
Quines son, qu es lo que llevan?
Nadie respondi. Vasco fue empujndolos a todos hacia la puerta. La voz se movi en direccin a
ellos, pero ya estaban en la calle, emprendiendo el camino. El hombre grit preguntando si tenan
agua o comida. La fila se distanciaba. Difcilmente seran perseguidos.
Siguieron descalzos, para no perder tiempo, aunque los pies sensibles se quejaban de las
irregularidades del camino. El regreso les llev ms tiempo debido a los nios y a las paradas, cuando
oan ruidos cercanos. Llegaron cansados al Instituto, con el alivio provisional de los soldados que
consiguen un permiso despus de una batalla.
Vasco les sirvi leche con avena y fue a discutir con los compaeros lo que haran para sobrevivir si
la oscuridad continuaba. Otro ciego les arregl un lugar donde podan dormir, lo cual no fue difcil
pues no lo hacan desde haca mucho. Horas despus Vasco acudi a despertarles, diciendo que eran
las tres de la madrugada y que se haba decidido abandonar el Instituto para refugiarse en la Granja
Modelo, que la institucin posea a algunos kilmetros en las afueras de la ciudad. Era necesario, pues
las provisiones no duraran mucho y no haba medio de renovarlas sin peligro. Aunque era un camino
muy largo, haban planeado seguir los rales del ferrocarril, que cruzaban algunas calles a pocas
manzanas del Instituto. Por aquella parte las dificultades seran ms improbables. Las ltimas
instrucciones seran dadas en el saln principal, hacia donde fueron conducidos Wladas y sus amigos.
Deba de ser un local amplio, pues los rumores de las voces resonaban casi con ecos. Vasco, que
deba de ser ms viejo o tena alguna ascendencia sobre los dems,g dijo que era indispensable un
gran sentido prctico para todos aquellos que quisieran sobrevivir. Se dirigi en primer lugar a los
compaeros ciegos, afirmando que la oscuridad que afliga a los dems no constitua una novedad para
ellos. Lo difcil era la imposibilidad de producir calor con cualquier tipo de combustin. Eso impeda la
ingestin de la mayor parte de los alimentos comunes. Tenan recogidas a once personas en el
Instituto. Con los doce ciegos que vivan all, sumaban veintitrs. La comida susceptible de ser
ingerida dara para alimentarlos durante seis o siete das. Sera arriesgado esperar a que todo se
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normalizara dentro de ese plazo, sin hablar del riesgo de ser asaltados o robados por los hambrientos
marginales. En la Granja Modelo sola haber diez personas. Posean varias plantaciones, y mantenan
un stock para vender y agua potable en cantidad, lo que podra, con economa y racionamiento,
garantizar la vida de todos durante un tiempo ms dilatado. Aunque el propio Vasco reconoci que las
posibilidades de mantener sus organismos en razonable estado durante ms de treinta o cuarenta das
eran dudosas. De todos modos, era necesaria la unin de todos y la obediencia a las decisiones.
Acordaron que saldran del Instituto en silencio, sin responder a ninguna llamada, fuera cual fuese.
Los adultos deberan ayudar en el transporte de las latas de avena, miel y alimentos secos que
posean. Inmediatamente fue iniciado su embalaje y distribucin. Algunos pidieron ms informes,
otros dieron sugerencias. Nadie se opuso a lo acordado. Los ciegos acabaron de distribuir los sacos,
maletas y cajas llenos para el viaje. Wladas y los refugiados estaban en sus sitios, aguardando. Nada
podan hacer sino estorbar. Los movimientos se vean acompaados por rdenes dadas en voz alta. Por
mucho que se esforzasen, era perturbador recordar que los ciegos vivan en su misma oscuridad.
Cmo habituarse a aquello, a la sensacin de vaco, a la dificultad de orientarse? Slo vestirse ya era
un problema; andar dos pasos sin chocar contra algo era una suerte. Vivan ahora en el mismo mundo
invisible y peligroso. Wladas pensaba en cuntas veces se haba cruzado con esos hombres de gafas
oscuras, bastn blanco, la cabeza esttica mirando siempre al frente. Lo cierto es que durante toda su
vida les haba dedicado un rpido pensamiento de piedad. Ah, si hubiese sabido entonces cmo iban a
convertirse en mgicos protectores, capaces de salvar a otros seres, hechos de carne, msculos y
pensamientos, y de ojos intiles, iguales a los de ellos...
Como alpinistas, hicieron cuatro grupos, atados por una cuerda. Los ciegos conocan el trayecto. La
parte ms arriesgada sera recorrer las manzanas hasta la va frrea. Se exigi un silencio absoluto;
que slo se hablase cuando fuera estrictamente necesario. Wladas fue asignado al ltimo grupo y
llevaba un pequeo bulto. Sintieron en el rostro la fra atmsfera del exterior cuando iniciaron su
camino a ciegas. Atravesaron calles y doblaron esquinas, sintindose protegidos por la oscuridad, ya
que confiaban en los guas. Cuando nuestra supervivencia se ve amenazada, nos invade una dura
coraza de egosmo. Los gritos annimos que oan en las tinieblas se transformaban en obstculos que
haba que evitar. La columna, cargada de pertrechos, se desviaba de aquellos que imploraban un
pedazo de pan para sobrevivir. El viento traa gritos, y la fila de nufragos se deslizaba en la ms
extraa de las fugas, con sus timoneles ciegos. Cuando sintieron bajo sus zapatos el acero sin fin de
los rales, la tensin se alivi. Haba an un cruce con otra carretera, luego todo lo dems eran pasos
elevados y sera improbable encontrar obstculos serios. El avance se hizo penoso, tenan que calcular
los pasos para no tropezar con los travesaos. Pas el tiempo, a Wladas le parecieron muchas horas,
aunque saba que aquellas impresiones eran engaosas. De pronto se detuvieron. Vasco fue de grupo
en grupo explicando que haba un tren o vagones al frente. Fue solo a investigar. Se sentaron para un
descanso no muy aprovechado, ya que oan un ruido como de algo arrastrado o araado. Vasco se
demoraba. Un murmullo pasado de boca en boca les hizo ponerse de nuevo en camino. Tenan que
rodear los vagones. El rumor vena de uno de ellos. Pasaron por su lado con el corazn latiendo
fuertemente, los odos casi tocando las paredes de madera. Un hombre o un animal, echado,
murindose... Todo quedaba atrs, los pies agotados agitndose en un avance sin fin. Wladas record
la gran marcha cuando prest su servicio militar. El sol quemndole, el equipo tirando de sus huesos
doloridos, la sensacin de fatiga sin remedio... Cmo la envidiaba ahora, en ese tnel de pesadilla,
andando como un condenado con su capuz de muerte. La oscuridad haca bajar toda su vida hacia sus
zapatos, que lo transportaban por entre las piedras aguzadas entre los lmites paralelos de los rales.
Wladas se sorprendi cuando la cuerda amarrada a su cintura lo empuj hacia un camino de tierra.
Sin saber cmo, percibi que estaban en el campo. De qu modo descubran los ciegos el lugar
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exacto? Tal vez por el olfato, por el perfume de los rboles como un limn maduro. Aspir el aire.
Conoca aquel olor, era el de eucaliptos. Poda imaginarlos en hileras cerradas, a cada lado del camino
que recorran. Tal vez no fuera una carretera, apenas un simple camino, cmo saberlo? La fila se
detuvo; haban llegado. Era difcil acostumbrarse a las transiciones bruscas que traa consigo la
ausencia de visin. No saban el tamao de la propiedad, ni si era segura, nada. Les permitieron
hablar e hicieron preguntas rpidas, simultneas, no siempre respondidas. Haba en la casa ocho
ciegos y unos pocos empleados. Vasco dijo que descansaran, pero ya estaban sentados o echados en el
suelo. Wladas se situ cerca de su vecino de apartamento. Algunos dorman en el duro piso, los nios
en el cuello de sus padres. Del fondo llegaban sollozos ahogados como si provinieran de otra
habitacin, y alguien hablando abajo. Provisionalmente haban terminado la lucha urgente para no
morir de hambre. Los ciegos trajeron una sopa fra, donde pareca haber miel o avena. Vasco diriga la
difcil maniobra para que nadie chocara con nadie. Estaban a cubierto y tenan comida. Y los dems
que haban quedado en la ciudad, los enfermos en los hospitales, los nios pequeos...? Nadie poda ni
quera saber. Las mayores desgracias colectivas impresionan menos que las ms pequeas que nos
afectan directamente. Los refugiados no tenan que cerrar los ojos a las escenas de desamparo e
inanicin dejadas atrs, en las calles y las casas. Estaban encerrados dentro de s mismos, con las
suposiciones y pensamientos girando en una engaosa sucesin.
Mientras Wladas haba circulado por su barrio y apartamento, haba sido capaz de recordar la forma
de los edificios, muebles y objetos. En su nuevo ambiente, sus dedos inexpertos tocando aqu y all no
le daban ninguna base para una idea de conjunto. l, Vasco y otros estaban reunidos en un crculo
para establecer una norma de vida a seguir. Era evidente que en poco tiempo podan igualar la
experiencia de los ciegos. En los huertos haba zanahorias, tomates, verduras, etc. En los rboles
frutales, algunos frutos a punto de comer. Habra que establecer raciones iguales, un poco ms
grandes para los nios. Se especulaba que las verduras, con tantos das sin la luz del sol, no iban a
prosperar. El encargado del pequeo corral inform que desde el primer da sin luz haba seguido
alimentando a las gallinas, pero que desde entonces no haban puesto ni un huevo. Las cabras estaban
sueltas y no saban si haban sobrevivido o no.
Cada refugiado debera ayudar en los trabajos generales. Aunque su cooperacin valdra menos que
los problemas de conducirles y ensearles.
Con la tensin del peligro inmediato relajada, Wladas empezaba a sentir las reacciones que
provocaba la oscuridad. Sus palabras ya no seguan un camino directo a los ojos del interlocutor, no
haba nada que reforzara sus argumentaciones, un leve fruncir del ceo, una seal aprobadora con la
cabeza... Hablar sin ver a nadie implicaba siempre la duda de si se era escuchado o no. Con los
msculos del rostro inertes, comprenda ahora la falta de expresin que exhiben siempre los ciegos.
Los dilogos perdan naturalidad, y cuando no se obtena una respuesta inmediata pareca como si
nadie escuchara.
Tambin cuidaron de los problemas del alojamiento, que sera colectivo, en un barracn con
camastros de paja recubiertos con tela impermeable. Fue regulado el uso de las pocas instalaciones
sanitarias. Vasco inform que eran las diez de la noche y que deban dormir. Cada ciego qued
encargado de instruir a un pequeo grupo, al que llamaba por sus nombres y conduca en fila. Chocar
contra obstculos era algo muy comn. Alguien hizo un chiste sobre ello y hubo una inesperada risa
general, como si la desterrada alegra hubiera vuelto, por unos segundos, para iluminar los
pensamientos ocultos en las tinieblas.
Wladas durmi con un sueo pesado, poblado de pesadillas sin continuidad, llenas de luces fuertes
y una angustia que lo envolva. Se despert bruscamente y, durante un momento, esper a que
alguien encendiera una luz. Aceptaba la realidad de la ceguera como algo fantstico y transitorio.
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Imaginaba que, en otros pases, era probable que la situacin fuese distinta. Laboratorios y hombres
de ciencia estaran investigando en busca de la salvacin para todos. Hasta que un ciego viniera a
buscarle deba permanecer en el mismo lugar. No quera despertar a nadie. Susurr el nombre de
Vasco y esper. No saba cmo, pero l saba ensearle aquel mundo vaco donde las cosas se
materializaban debajo de los pies o pegadas a sus dedos. Era cierto que esos contactos perduraban en
su memoria, y recordaba el agujero en el suelo del da anterior, y sus manos reconocan una forma
tocada antes. Pero cuando manos y pies tanteaban un nuevo camino, slo los sonidos orientaban, y a
menudo haba que llamar pidiendo auxilio, aguardar a la experiencia de aquellos que eran hijos
definitivos de la oscuridad.
Estaban en el sexto da sin luz. La temperatura descendi, pero era normal en esa poca del ao.
De modo que el sol deba de alcanzar, de alguna manera, la atmsfera. El fenmeno no deba de ser
de orden csmico. Alguien cit las profecas de la Biblia, el fin de los tiempos. Otro sugiri una
misteriosa invasin de otro planeta. Hablando en voz alta, en la oscuridad. Wladas intentaba poner
equilibrio en las suposiciones, filtrndolas en relacin a lo que la ciencia poda elucidar Al parecer no
se trataba ni de invasin de otros planetas ni del fin del mundo. La Tierra, en su trayectoria por el
espacio, deba de haber penetrado en una sustancia de algn tipo que afectaba al sistema nervioso
central al mismo tiempo que impeda la combustin. Eran explicaciones cerebrales tan descabelladas
e improbables como las metafsicas y trascendentales. Vasco deca que, sin ni siquiera consultar el
reloj, perciba una sutil diferencia entre las horas del da y de la noche. Wladas afirmaba que era el
hbito, el organismo acostumbrado a los sucesivos perodos de descanso\trabajo. De tanto en tanto
alguien trepaba por una escalera situada junto a la puerta, en el lado de fuera, y miraba en las cuatro
direcciones. A veces alguien gritaba entusiasmado, anunciando haber percibido vagas claridades.
Haba un tumulto de alegra, todo el mundo avanzaba con los brazos extendidos hacia la puerta,
algunos en direccin opuesta, golpeando contra las paredes y preguntando: Dnde estn? Que
ocurre, vieron algo, qu fue? De tanto repetirse, la alegra cuando alguien vislumbraba alguna cosa
fue desgastndose. Tras exmenes y discusiones, la oscuridad segua siendo total. La vida se
desarrollaba en la granja con algunas contusiones y trastornos, resueltos por los ciegos. Wladas
observ que saba quines eran ciegos por el tono de voz. Lo cual no dejaba de ser extrao, puesto
que nadie vea.
Los refugiados tenan una nota perceptible de amargura en lo que decan o pedan. Cuando
intentaban frases alegres, la oscuridad eliminaba su sonrisa y la vivacidad de sus ojos. Cuando vemos,
son esos detalles los que dan a la palabra su cualidad sutil, su especie de intraducible aureola que no
existe en la oscuridad. Los ciegos tenan una inflexin de voz diferente. No se poda saber si era la
propia oscuridad la que los haba hecho cambiar. Era probable que s. En Vasco perciba con mayor
nitidez una actitud firme, la seguridad de quien acta sabiendo lo que hace y que lo hace mejor que
los otros y se siente bien as. Aquellos mismos hombres de bastn blanco y gafas oscuras que
preguntaban humildemente cul era el autobs que llegaba, o pedan que les ayudaran a cruzar la
calle, o pasaban tanteando y despertando miradas compasivas de los transentes, eran ahora rpidos,
eficientes, milagrosos con su habilidad manual. Respondan a las preguntas y llevaban a los refugiados
del brazo, con la solicitud y la satisfaccin de la caridad prestada que antes reciban. Eran pacientes y
tolerantes con los yerros e incomprensiones de sus protegidos. La desgracia particular de ellos haba
recado sobre todo el mundo. Algunos olvidaban a veces que aquellos hombres que contaban su vida
de un mes atrs, en un mundo de luces y colores, se haban vuelto ahora tan inexpertos como nios en
la negrura que los dominaba. Las manos eran insuficientes para los trabajos que la vida y la
subsistencia del grupo exigan. Haba poco tiempo de descanso, pero despus de la ltima comida del
da, los ciegos cantaban, acompaados por dos violines. Wladas notaba un entusiasmo natural e
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incluso una alegra que la situacin no comportaba. Por unos segundos, imagin a los otros viendo y l
ciego como estaba. Cunta piedad hipcrita y superficial y deprimentes limosnas habran soportado
con sus gafas oscuras y sus bastones blancos? Ahora se desquitaban; eran los guas que prestaban
favores y alimentaban generosamente a los de ojos perfectos.
Cuando no se puede alterar una situacin, hay que enfrentarse a ella o perecer. Wladas observ
que los nios resistan mejor las circunstancias que los adultos. Los dos hijos de su vecino haban
tenido miedo al principio, pero la continua proximidad de los compaeros les hizo salir en
exploraciones difciles de controlar. A su madre le hubiera gustado que permanecieran
constantemente ligados a ella. Los dos desaparecan, aunque supuestamente no podan alejarse de los
dems. Eran reprendidos e incluso lleg a pegarles, lo que provoc la intervencin de voces
conciliadoras.
Finalmente, y Wladas se sorprendi de ello, adoptaron incluso una rutina. Las idas a las
instalaciones sanitarias, la higiene a la orilla del ro, las importantes horas de las comidas, que se
hacan cada vez ms inspidas: verduras mustias, pepinos, tomates, leche, avena, miel, no siempre
identificables al paladar. Ninguna catstrofe, ningn acontecimiento humano podra ser ms
extraordinario y peligroso que aqul. Qu causaba la oscuridad, y cundo terminara? Cmo hablar
rutinariamente si tal vez estaban ya dentro de las profecas, si aquello poda ser el fin del mundo,
vaticinado desde pocas inmemoriales? Haba que recalcar esta perspectiva siniestra y pese a todo
cuidar de las banalidades esenciales, las ropas y los cuidados corporales, todo lo que nos mantiene
vivos desde que nacemos. Muchos rezaban en voz alta, implorando un milagro. Poda un
acontecimiento general alterarse con peticiones aisladas? Wladas no los criticaba. Si el rezar
proporcionaba un poco de esperanza y paz de espritu, era tambin una parcela de salvacin. Si bien
la negrura que los envolva traa aparejadas incomodidades y problemas, nada eran en comparacin
con los pensamientos que la impenetrable pared destilaba en sus cerebros.
Sin la vista para distraer la mente, era difcil soportar los momentos de ocio. La dedicacin al
trabajo se converta en una exageracin, porque en cuanto se controlaban los movimientos de los
dedos, de lo que se iba en busca era de una normalidad cotidiana, una voluntad de conservar un modo
de vida absurdo que no poda perdurar por ms tiempo. Esa alternativa del final, si el mundo
regresara a la normalidad o los hombres moriran de inanicin, constitua un dilema ms pesado que
la oscuridad que los ahogaba. Wladas no encontraba mucho tiempo para conversar con Vasco. Cuando
lo haca, notaba que haba en l una preocupacin por el futuro, aunque menos angustiosa que la suya
propia. Enfrentados ambos a una experiencia idntica, se vean imposibilitados de situarse en el punto
de vista del otro. Vasco haba nacido sin visin y no saba lo que era perderla. Wladas no poda
adivinar el estado de nimo de quien nunca haba llegado a ver. Las habilidades ms elementales que
aprenda le mostraban la distancia que lo separaba de Vasco y de los dems, manipulando los objetos
y construyndolos cuando era necesario. La rutina se ajustaba a los hbitos y horarios, pero nunca a la
expectativa del dudoso fin que la disminucin de los alimentos indicaba. Ya estaban en el decimosexto
da. Vasco llam aparte a Wladas. Le dijo que incluso las reservas que haban economizado, de avena,
leche en polvo y otros productos que podan consumirse en fro, se estaban terminando. El estado
nervioso se agravaba; no sera prudente avisar a los dems. El da anterior uno de los refugiados, an
adolescente, haba salido por la puerta al exterior, sin rumbo fijo, para ser recogido poco despus,
cado en una hoya. Se producan discusiones por tonteras, y se prolongaban sin motivo. La mayora se
hallaba en la frontera de un colapso nervioso que irrumpira de un momento a otro.
En las primeras horas del decimoctavo da, la gran sala fue despertada por gritos de alegra y
animacin. Uno de los refugiados, que no consegua dormir, sinti un cambio en la atmsfera. Subi
por la escalera exterior. A la altura del horizonte, haba una plida bola rojiza. Era el sol. Hubo
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racionales permaneca el misterio de la sangre corriendo, el placer de amar, realizar cosas, agitar los
msculos y sonrer. Vistos a distancia, los dos hombres eran mucho ms pequeos que los rales
paralelos que los delimitaban. Sus pensamientos saltaban por encima de las fronteras y del tiempo.
Sus cuerpos volvan a lo cotidiano, sujetos a las fuerzas y a los descontroles, desde el principio de las
eras.
Haba planetas, sistemas solares y galaxias. Eran apenas dos hombres, cercados por rales
impasibles, volviendo a casa con sus problemas.
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El lmite de la curva espacio-tiempo!, fueron las ltimas palabras que el padre Ulises Lem le oy
vociferar al comandante Rowulf por el sistema de altoparlantes de la astronave Lorelei II. Despus, el
estridente aullido de la sirena de alarma, con sus toques entrecortados, histricos, y una feroz
deflagracin que envolvi el compacto recinto de la capilla, donde Lem se haba refugiado un rato
antes para entregarse, tan slo como de costumbre, a sus rutinarios ejercicios espirituales.
La sirena enmudeci, las luces se apagaron tras un fugaz parpadeo, y en medio del silencio y las
tinieblas le captur un torbellino por cuya rauda espiral se precipit hacia el abismo inconmensurable.
Todo fue tan inesperado, tan vertiginoso, que ni siquiera atin a articular una plegaria por su alma y
por las de sus compaeros de expedicin.
Lo primero que vio cuando abri los ojos fue la bveda poblada de resplandores granates. stos
parecan proceder de dos discos gemelos, descomunales, casi tangentes entre s y muy prximos al
cnit: dos satlites rodeados de constelaciones y nebulosas mortecinas que no figuraban en ninguna de
las cartas celestes cuyos componentes haba memorizado Lem. Pero el portento mayor no eran esas
lunas en cuya factura pareca adivinarse la intervencin de una tcnica sobrehumana, ni ese cielo
irreconocible. El milagro que le hizo pensar instintivamente en los designios inescrutables de la
misericordia divina fue su propia supervivencia. Despojado de la escafandra y del traje protector,
respiraba normalmente en un medio extrao. Apenas salido de una catstrofe cuya clave an
ignoraba, se reencontraba gradualmente con sus sensaciones corporales, sin experimentar dolores ni
contratiempos.
Primero se sent, cautelosamente, ensayando los reflejos musculares, flexionando una a una las
articulaciones como le haban enseado a hacerlo en el centro de adiestramiento. Luego se levant,
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explorando las posibilidades de una gravitacin que no le depar ninguna sorpresa. Finalmente, dio
media vuelta para estudiar su entorno.
Fue entonces cuando vio, a pocas decenas de metros, los restos de la nave. Construida con
aleaciones que podan resistir las temperaturas de los magmas solares y de los gases incandescentes,
haba quedado reducida, sin embargo, a un montn de chatarra calcinada.
La angustia y la desolacin de los vacos siderales estrujaron las entraas del padre Lem. Su dicha
haba sido efmera. Ahora deba asimilar la idea de que sus camaradas haban muerto y de que l
estaba varado en un vericueto remoto de las trayectorias galcticas. El lmite de la curva espacio-
tiempo!, haba exclamado, antes de la hecatombe, el comandante Rowulf. Esta frase crptica
explicaba, tai vez por qu l, Ulises Lem, deba su salvacin y su condena a un nico e inexplicable
capricho de la Providencia, que no haba perdonado a los dems.
El padre Lem record la obligacin que le imponan sus votos. Era el capelln de la Lorelei II, un
capelln que haba encontrado muy poco eco en su rebao, pero capelln al fin, y deba rezar un
responso por el resto de la tripulacin. Se encamin hacia la espectral mole inerte, sobre la cual el
fulgor granate pareca haber generado una fosforescencia ubicua.
Adems, este fenmeno ptico se comunicaba al cuerpo del padre Lem. El sacerdote era alto,
flaco, nervudo. Su rostro demacrado, de pmulos prominentes y ojos ligeramente saltones, estaba
enmarcado por una cabellera blanca, larga pero rala, que contribua a avejentarle a pesar de que slo
tena cincuenta aos. Con el jersey y los pantalones uniformemente negros, tpicos de las unidades
expedicionarias espaciales, pareca un personaje apocalptico, un profeta flamgero pronto a
descargar su ira sobre territorios que jams haba hollado la planta del hombre.
Algo le detuvo, sbitamente. Algo sutil, que al principio no pudo identificar, y que diluy el
mandato del deber litrgico. Se qued inmvil, como si necesitara discernir las coordenadas de esa
comarca antes de seguir adelante. Alz la cabeza y sus fosas nasales se dilataron. Su actitud era la de
un animal que ventea territorios desconocidos, y sus ojos se apartaron de los restos de la nave para
otear el paisaje.
La luminosidad cromtica de las lunas bastaba para mostrar una extensa llanura cubierta por una
alfombra de hierba como las que en ese momento aplastaba bajo sus pies. Y en lontananza se
adivinaba una hilera de formas achaparradas que abarcaban todo el permetro del horizonte. Pero no
eran estas formas las que le haban distrado, hacindole olvidar, ya totalmente, su responsabilidad
eclesistica.
La causa de su enajenacin era el aroma.
Ulises Lem inhalaba profundamente, empeado en individualizar un matiz que avivara en su
memoria recuerdos adormecidos. Una evocacin esquiva le cosquilleaba las neuronas, excitndolas,
movilizndolas, y luego se replegaba, casi como si ensayara un juego perverso y provocativo, para
dejarle an ms ansioso. El perfume estaba asociado, l lo intua, lo saba, mejor dicho, con un
episodio furtivo, infinitamente obsceno, que haba conseguido sepultar en su inconsciente, al cabo de
muchos afanes, y que de pronto pugnaba por aflorar, aprovechando quizs el relajamiento de sus
defensas interiores en esa circunstancia crtica.
Simultneamente, ya fuera porque el aroma haba activado ciertos mecanismos secretos de su
imaginacin, o porque la atmsfera se estaba modificando, le envolvi un vaho clido, bochornoso,
que pes sobre l como una manta. Con una reaccin automtica se despoj del jersey, a tirones,
porque el sudor ya lo haba adherido a su piel. Las lunas dieron una pincelada de color a su torso
esqueltico, curiosamente desprovisto de vello, y as disimularon su blancura enfermiza. Luego,
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siempre sin pensarlo, y agobiado por la temperatura trrida, se quit las botas de media caa,
seguidas por los calcetines, los pantalones y el slip.
Al verse desnudo, en medio de la llanura solitaria, Ulises Lem se sobresalt. Le acometi la
vergenza, estimulada por la fugaz revitalizacin de las represiones que llevaba profundamente
implantadas. Para colmo, observ un cambio en su cuerpo, una alteracin que no se produca desde
haca muchas dcadas. En verdad, desde que l haba conseguido sojuzgar sus impulsos bestiales
mediante sistemticas mortificaciones y disciplinas. Entre sus muslos, all donde creca, aislada, una
espesa mata de pelo incongruentemente negro y ensortijado, empezaba a salir de su prolongado
reposo una oruga de carne. Ya no estaba flccida, replegada, como de costumbre, sino que se agitaba
recorrida por comezones hormigueantes, desperezndose, buscando la horizontal.
La imagen surgi entonces, patente, en su cerebro. La evocacin esquiva derrib todas las
barreras, las compuertas, e irrumpi con brutal crudeza. Ulises Lem sinti que se le aflojaban las
piernas y cay de rodillas sobre la alfombra de hierba, cubrindose el rostro con las manos. Tena las
mejillas mojadas. Por la transpiracin y el llanto.
En aquella ocasin tambin haba estado de rodillas. Tena trece, catorce aos. Quin sabe
cuntos. Era una tarde de verano. S, tambin clida, bochornosa. El sol entraba por el ancho ventanal
del aposento, baaba el lecho que en su recuerdo adquira dimensiones colosales, y llegaba hasta
donde estaba hincado l, frente al cajn abierto de la cmoda.
Dnde haba sucedido aquello? En una finca de campo, durante las vacaciones. Pero con ms
precisin, dnde? Quin era el ocupante de esa habitacin? Una mujer, s, esa era la alcoba de una
mujer. Nuevamente, quin? Una ta? Una parienta lejana? Tal vez una criada? Una amiga de su
madre? O acaso era posible que...? Sobre ese tramo se corra un velo impenetrable, del que se apart
con horror, sin atreverse a atisbar siquiera lo que se ocultaba atrs.
Pero el resto de la imagen conservaba su nitidez. l, postrado frente al cajn abierto de la cmoda.
Sus manos hurgaban dentro. Prendas ntimas, quimricas, cuya suavidad le exasperaba. Las frotaba
entre los dedos, oyndolas crujir y sisear seductoramente. Un fru-fru de seda, de nylon, de raso.
Costuras y elsticos que haban marcado su trayectoria sobre formas prohibidas. Hebillas de metal y
cierres de caucho que apresaban y estiraban y cean. Tules que enfundaban carnes opulentas,
agresivas.
Extrajo, tmidamente, una de esas prendas. Se volvi a medias para desplegarla frente al sol, para
mirarla al trasluz. Negra, transparente, tena la consistencia de una telaraa. Pens en los secretos
que seguramente dejaba entrever, prfidamente, cuando ocupaba el lugar que le corresponda. Sus
dedos se deslizaron hacia el punto donde confluan todos sus deseos, hacia el centro de las
voluptuosidades innombrables. Manose la prenda, la acarici, la palp. La acerc a su rostro.
El aroma. Ese fue su primer encuentro con el aroma. Lo aspir vehementemente, como si quisiera
incorporarlo a su organismo, mezclado con el oxgeno del aire. Como si quisiera convertirlo en el
ingrediente esencial de sus procesos qumicos vitales, hasta amalgamarse con l a lo largo de
sucesivas y escalonadas mutaciones de sus tejidos. El aroma. Exticos blsamos de almizcle,
empalagosas maceraciones de flores lascivas. Obedeciendo a un instinto atvico, exhal luego sobre la
tela nuevamente estirada una bocanada de aliento tibio, para extraerle mejor sus efluvios.
La embriaguez, el delirio, se agudizaron. Se llev la prenda a la boca, la roz con los labios, la
lami, primero con cautela, despus con ms exaltacin, confundiendo aroma y sabor, dejando un
reguero de saliva sobre el lustroso nylon negro, hasta que, finalmente, presa de un ataque paroxstico,
la sorbi, la masc, la desgarr con los dientes, apretndola con la lengua contra su paladar para
exprimir sobre sus papilas gustativas hasta la ltima partcula de substancia orgnica.
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mameln que se hinchaba, rebelde. La metamorfosis le hipnotiz y alz las dos manos, trmulas,
soltando lo que sostena en la una y en la otra. Ni siquiera pens en lo que as dejaba al descubierto.
Reverber una sonora bofetada, que le devolvi a la realidad. Y otra. Y otra. Su cabeza
bamboleaba flojamente sobre el cuello y las lgrimas brotaron tan insensiblemente que slo se dio
cuenta de que lloraba cuando un dejo salobre se mezcl con el que tena en la boca, diluyndolo,
envilecindolo, despojndolo de su maravillosa peculiaridad.
Se cubri el rostro con las manos, presagiando el acto que habra de ejecutar a la hora de la
catarsis, y se dej arrebatar por la fuerza incontenible de los sollozos. Mientras tanto, ella le haba
cogido por los hombros y le zamarreaba violentamente.
Vicioso! Nunca lo habra imaginado de ti. Es que no te das cuenta de que lo que te has llevado a
la boca est siempre en contacto con las partes ms sucias de mi cuerpo? Qu har ahora contigo?
Cmo podr escarmentarte?
Hubo una pausa. l no se movi, pero se dio cuenta de que su carne culpable se mantena tiesa,
quiz ms dura que antes, como si la referencia que ella haba hecho a las partes sucias de su cuerpo
hubiera repercutido directamente sobre un trauma secreto, ingobernable, que le empujaba a
perpetrar con renovada furia esas insidiosas profanaciones.
Lloras an? pregunt ella. Acaso te he hecho dao? No fue esa... no fue esa mi intencin...
Cuando menos lo esperaba, el tono cambi. La voz era la misma, ronca, nasal, pero ahora se haba
dulcificado, le consolaba.
Oh, pobrecillo. No te pongas as, cario. Ya pas. Ya pas. Vers como todo se arregla. Ser muy
buena contigo. Fue la sorpresa la que me hizo perder la cabeza, sabes? Claro, he sido una tonta.
Debera haberlo previsto. Ya no eres un nio. Y yo con esta ropa tan provocativa. Pero qu es lo que
te atrae en m? Vamos, dilo. Si soy una pobre vieja. Y sin embargo no hay duda, no hay duda... Esto lo
demuestra...
Los dedos. l segua cubrindose el rostro con las manos, pero otros dedos, que no eran los suyos,
se haban apoderado de su ser y lo masajeaban, lo frotaban. Iban y venan rtmicamente, dndole
apretones sabios en el momento oportuno. Y despus... Despus...
Apart las manos para poder ver. S, esta vez era ella quien se haba arrodillado y le manipulaba
delicadamente, susurrndole incoherencias.
Pobrecillo, mi nio, cmo le he hecho sufrir. Pero todo pasar. Oh, qu gallardo es, y qu
arrogante, qu bonito... Un hombrecillo... todo un hombrecillo... As, as quedar conforme. Ves...
ves...?
La voz se troc en sonidos ahogados, guturales. Chasquidos babosos restallantes. Una gruta
pulposa, libadora, poblada de tibiezas, que absorba sin tregua. El vio, s, vio, alelado, absorto, un
rastro de carmn pastoso sobre la epidermis irritada. Dentro de la caverna, un rgano dotado de vida
propia se encarnizaba con l, sometindole a una flagelacin epilptica.
Jams haba sospechado que semejante aberracin pudiera materializarse, y la sola idea de que
estaba practicando un rito abominablemente salaz, licencioso, un rito que condensaba sus obsesiones
ms aviesas, le ayud a vencer sus ltimas reticencias. Cogi con ambas manos los bucles sedosos,
para dirigir las alternativas de esa ceremonia servil, gradundola a su antojo, hasta que con una
amalgama de horror y placer se abandon a una sucesin de pulsaciones espasmdicas que le vaciaron
de toda su savia. A pesar de lo cual ella se empecin en su faena voraz, que slo concluy, de mala
gana, cuando l lanz un gemido de dolor. Las terminaciones de sus nervios parecan haber quedado
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laceradas por el incansable hostigamiento. A continuacin, un vahdo le hizo vacilar sobre las piernas,
y despus de dar un paso tambaleante se dej caer sobre el lecho.
Sin embargo, la sesin no termin all. En realidad, slo haba comenzado. An jadeante, con los
prpados entrecerrados, vio cmo ella se despojaba lentamente del vestido, desabrochando los
botones delanteros uno por uno, hasta aparecer sin ms ropas que aquellas cuyo perfume le haba
arrastrado a esa progresiva degradacin. Luego, tambin las prendas minsculas, que revelaban ms
de lo que ocultaban, cayeron al suelo. Slo conserv, ceida a las caderas, una franja de encajes y
volados rojos y negros de la que nacan dos tiras elsticas a ambos costados, para sujetar las medias,
cuyo puo renegrido comprima el muslo y lo ondulaba, por arriba, en una orla de piel marmrea. El
ignoraba cmo se llamaba esa prenda, pero s saba que en otras incursiones por el cajn de la cmoda
le haba encandilado con la promesa de inefables deleites. El hecho de que la conservara, junto con
las medias y las sandalias doradas, inyect en la escena un nuevo elemento de complacencia morbosa.
La mujer trep sobre el lecho, y sus piernas, apoyadas a ambos lados del cuerpo de l, formaron un
arco, un tnel, que se fue deslizando implacablemente hacia arriba, hasta cernirse encima del rostro
de Ulises Lem. Desde esa perspectiva, segua viendo las facciones de ella, vueltas hacia abajo,
crispadas en un rictus lbrico. Segua viendo los labios que haban perdido su capa de carmn pero que
ahora estaban recubiertos por una pelcula brillante que la lengua gil recorra con viciosa gula.
Segua viendo los pechos pesados, exuberantes, parcialmente ocultos por las manos de la mujer, que
los someta a una impdica caricia egocntrica. Pero lo que vio, sobre todo, fue una flor lasciva que le
mostraba su corola entreabierta, sus ptalos tumescentes y rezumantes enclavados en el centro del
monte hirsuto, su pistilo apenas disimulado por la capucha distendida, su cavidad de rojas paredes
aterciopeladas. All resida la mayor promesa, la insinuacin de deslizamientos lnguidos, abrigados
por la extasiante opresin de membranas untuosas.
Le envolvi el aroma. Puro, sin la intromisin ni la distraccin de los elementos intermedios. El
aroma de esa flor lasciva, fuerte, penetrante, corrosivo.
Esto era lo que buscabas, verdad? pregunt la voz desde arriba. Pues ya lo tienes, viciosillo.
Aprovecha, aprovecha porque no sabes si se te presentar otra oportunidad. Vamos, hrtate. Ya...
ya... ya...
La cabalgata lbrica que se desarroll a continuacin le empuj hacia las fronteras de un trance
catalptico. La voz sigui resonando en la habitacin, pero ahora con inflexiones demenciales,
excitndole, espolendole, desafindole a hundirse cada vez ms en la abyeccin. Ululaba una
delirante letana de interjecciones soeces, de palabras sicalpticas que hasta entonces l slo haba
escuchado en las conversaciones prostibularias de sus compaeros de escuela, cuando no las haba
visto escritas en las paredes de las letrinas. Algunas le resultaron totalmente nuevas, y stas fueron,
precisamente por su acepcin ambigua, las ms estimulantes, las que ms le subyugaron, las que ms
nimos le dieron para hacer lo que se esperaba de l.
Por ltimo, incluso le result difcil orla, porque los muslos le apretaban las sienes con un vigor
incontrolado, maltratndole, mientras la corola abierta acentuaba el ritmo frentico de la frotacin,
hasta contaminarle no slo la boca, la nariz y los ojos, sino todo el rostro y el cabello con la
concentrada viscosidad de las mucosas desbordantes.
La apoteosis, rugiente, tempestuosa, marcada por una retahla de blasfemias inconexas, de
desvaros obscenos, de gemidos y suspiros orgsmicos, se produjo cuando l ya estaba casi asfixiado y
desvanecido. Aun as, se dio cuenta de que, despus de reposar un momento sobre el lecho, para
recuperarse, ella repeta, sobre su ariete nuevamente tenso, el rito con que haba iniciado la
metdica corrupcin.
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AI da siguiente, a primera hora, Ulises Lem ya haba hecho su maleta. Fue a la estacin de
ferrocarril, solo, sin despertar a nadie, y regres a la ciudad. All ingres en un colegio religioso, de
donde habra de pasar al seminario, con una beca por sus sobresalientes calificaciones, y una vez
ordenado sacerdote eligi la carrera de capelln de los cuerpos expedicionarios espaciales. Era como
si quisiera alejarse lo ms posible de la escena de su cada.
Nunca volvi a ver a la mujer.
Hubo una poca, por supuesto, al principio, en que efmeras visiones de tegumentos chorreantes y
de crestas pulposas y de acoplamientos grotescos poblaron de angustia sus noches. Pero la voluntad,
ayudada por el severo rigor del ayuno y los cilicios, triunf sobre esas flaquezas corporales.
Ulises Lem descubri, con espanto, que ahora toda esa inexpugnable muralla de ascetismo y
templanza que haba levantado, trabajosamente, alrededor de sus instintos, se derrumbaba
irremisiblemente. El ms claro testimonio de ello era el vstago erguido y chocante que se empinaba
entre sus piernas, con una rigidez que no haba ostentado jams, ni siquiera en aquella jornada de
depravacin. Vibraba, sintonizando una confusa esttica de llamadas malignas, sigilosas. An no haba
localizado la fuente de la emisin, pero su antena enhiesta auscultaba el ter con sensibilidad
autnoma.
El aroma, el aroma de la flor lasciva, le envolva como si an impregnara su rostro, como si hubiera
quedado latente en sus poros desde el da aquel, para revitalizarse cuando l menos lo esperaba. Pero
no era de su piel de donde naca, sino que saturaba el aire y llegaba en rfagas sofocantes desde el
horizonte lejano, donde el reflejo de las lunas granates delineaba el vago perfil de indescifrables
masas acechantes.
Ulises Lem se puso en pie y march por el prado, obedeciendo a la sibilina instigacin. Unos
zarcillos invisibles se haban infiltrado en las anfractuosidades de su cerebro, donde transmitan
rdenes cifradas y activaban circuitos largamente descuidados, centros generadores de espejismos
concupiscentes, estratos recnditos donde se agazapaban sus anhelos ms inconfesables. Su organismo
se haba transformado en un ovillo de receptores hipertrofiados sobre los que confluan las llamadas
de la genitalidad, y l era un autmata gobernado por ondas que oscilaban en una frecuencia
subliminal.
Obnubilado por su idea fija, ni siquiera hizo caso de los fuselajes corrodos de otras naves
espaciales que jalonaban la llanura, lgubres cenotafios cuya proliferacin delataba, probablemente,
la existencia de un plan hermtico de ordenamiento csmico.
A medida que se acercaba al permetro de siluetas combadas, not, eso s, que las briznas de
hierba alcanzaban mayor altura. Ya le rozaban las corvas desnudas, pero despus de una primera
reaccin de recelo se despreocup, porque tenan una consistencia tersa, sedosa, y en verdad
producan un masajeo sensual semejante al que, segn les haba odo narrar a los tripulantes de la
Lorelei II, administraban algunas hetairas especializadas en las metrpolis ms envilecidas del
universo. Y en varios trechos, como si las mutaciones de la flora hubiesen respondido a las
excentricidades de una mente tortuosa, algunas de las hierbas, ms altas que las otras, ostentaban
apndices que se prolongaban hasta el bajo vientre. Dichos apndices estaban coronados, adems, por
ramilletes de pequeas ventosas que se adheran brevemente a la piel, en los puntos ms
susceptibles, en razn de lo cual desencadenaban inquietantes pruritos.
Un soplo particularmente intenso del aroma le anunci a Ulises Lem que ya estaba prximo a su
meta. Sus ojos, habituados al fulgor granate de las lunas, desentraaron las formas que se alzaban
frente a l, y le recorri un estremecimiento. A primera vista parecan flores gigantescas, del tamao
de un hombre, o de una mujer, con corolas lobuladas, muy suculentas, glutinosas, recorridas por
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de la empedernida hibridacin. En semejante trance era imposible ignorar el deleite de los pliscinios
prensiles o la cimbreante actividad de las lrulas. Los dulimares le hostigaban, le azotaban, se colaban
por intersticios umbros, violaban espacios vedados. Las manos de Ulises Lem se crispaban
brutalmente sobre las sifias erctiles, magrendolas, retorcindolas, atormentndolas, hasta
obligarlas a eyacular nubes de mestn iridiscente. Su rostro se hunda entre los claumas, chupando y
mordiendo la pulpa elstica, sorbiendo sus zumos almibarados. Pero el ncleo infalible de su potencia
estaba sepultado en la mdula del ginofio, donde el protoplasma haba arreciado sus latidos hasta
tejer alrededor de la carne sobreexcitada una filigrana de sensaciones alucinantes que se fundieron en
un ramalazo ciclpeo, en una descarga entrecortada de simiente.
Cuando Ulises Lem se desprendi de la planta, exhausto, saciado, tuvo un acceso de remordimiento
y pens en huir. Sin embargo, su resolucin dur poco. Asombrosamente, la feroz expulsin de sus
humores no slo no le haba desentumecido, sino que, por el contrario, la rigidez haba llegado a un
nuevo apogeo.
Mecnicamente, tom por asalto el ginofio de otra flor, y aunque esta vez sus acrobacias resultaron
ms trabajosas y prolongadas, al espasmo final tampoco le sigui la previsible distensin. Presa de un
frenes rabioso, Ulises Lem se encarniz, a partir de ese instante, con una flor tras otra. La luz
granate de las lunas gemelas le mostr contorsionndose entre los pliscinios, columpindose sobre las
lrulas, sometindose a la intromisin de los dulimares, maltratando las sifias, bandose en el
mestn, revolcndose entre los claumas. Y, sobre todo, derramndose, una y otra vez, en los ginofios.
Hasta que la fibrilacin del msculo cardaco le abati en medio de un paroxismo de placer.
Las lunas se ocultaron detrs del horizonte y fueron sustituidas por un sol cintilante, cuyos rayos se
proyectaban desde una bveda violcea. El ciclo se repiti muchas veces, y el cadver de Ulises Lem,
al principio intacto, con el obelisco de carne incorruptible apuntando al cielo, se cubri poco a poco
de bubones y excrecencias. Que luego se abrieron y dejaron asomar los retoos del mestn instilado
en la materia orgnica fecundante y nutricia. El cuerpo slo desapareci cuando los capullos
terminaron de eclosionar. La floracin sigui su curso.
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Caza de conejos
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Fuimos a cazar conejos. Era una expedicin bien organizada que capitaneaba el idiota. Tenamos
sombreros rojos. Y escopetas, puales, ametralladoras, caones y tanques. Otros llevaban las manos
vacas. Laura iba desnuda. Llegados al bosque inmenso, el idiota levant una mano y dio la orden de
dispersarnos. Tenamos un plan completo. Todos los detalles haban sido previstos. Haba cazadores
solitarios, y haba grupos de dos, de tres o de quince. En total ramos muchos, y nadie pensaba
cumplir las rdenes.
1
Yo senta pinchazos en las piernas. Al principio no les daba importancia; lo atribua al pasto y a los
yuyos. Pero luego, cuando el dolor fue subiendo, y un poco ms tarde an, cuando el dolor y el mareo
me hicieron vacilar y caer, vi antes de que la vista se me nublara y cuando mi cuerpo comenzaba a
retorcerse en los espasmos de la muerte, vi la araa con ropas de cazador y sombrero rojo, y mirada
perversa y divertida, arrojndome sin pausa los darditos envenenados a travs de su pequea
cerbatana.
2
Al oso amaestrado lo habamos disfrazado de conejo, y bailaba en el bosque, saltaba en el bosque y
mova las orejas blancas del disfraz. Era penosamente ridculo.
3
Laura gateaba en el pasto. La cosquilla de los yuyos la excitaba, y entonces apareca un conejo.
Ella lo atrapaba entre sus piernas. Era lindo de ver la cabecita blanca asomando y hociqueando sobre
esas nalgas tambin blancas. Ella deca preferir los conejos a los hombres; que los conejos eran de
pelo ms suave y cuerpo ms clido. Y si ella apretaba un poco demasiado con sus muslos, al conejo se
le nublaban los ojos y mora dulcemente, graciosamente, o aun con indiferencia.
4
Nos gusta el conejo a las brasas, pero nuestra presa favorita es el guardabosques. Los conejos se
cazan con paciencia y astucia, con trampas ms o menos complejas de ramas y zanahorias; los
guardabosques, en cambio, necesitan todo nuestro arsenal. El tiroteo dur hasta el anochecer.
Cuarenta guardabosques desnudos colgaron finalmente de cuarenta horcas. Los cuervos les arrancaban
los ojos y acudan las hienas al olor de la putrefaccin. Los esqueletos de guardabosques colgaron
durante aos en las horcas, como ejemplo para otros guardabosques, y para los nios.
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No hay que creer demasiado en la sabidura de los viejos. En este bosque me deca un viejo
guardabosques estuvieron un da todos los conejos del mundo. Era el paraso de los cazadores y,
mientras no llegaron los cazadores, el paraso de los conejos. Todo el bosque era una masa blanca y
nerviosa, peluda y blanda, con infinidad de puntas ondulantes. Se refera sin duda a las orejas de los
conejos, las cuales tienen forma puntiaguda. Ahora, en cambio, slo nos queda el recuerdo de los
conejos. Est seguro de que no hallar uno, por ms que busque. Pero a pesar del disfraz, que era
perfecto las ropas, los lentes, lo reconoc y le dije: No me engaas, conejo. Huye, porque cuento
hasta diez y disparo. Las orejas, cuidadosamente peinadas hacia atrs, se irguieron bruscamente; los
redondos anteojos cayeron al suelo y se perdieron entre el pasto. El conejo se alej dando saltos
despavoridos entre los rboles. Cont hasta diez y dispar.
6
Cuando hubimos cazado un nmero suficiente de conejos como para satisfacer nuestra hambre
milenaria, preparamos una fogata con todos los carteles de madera que decan PROHIBIDO CAZAR
CONEJOS y asamos los conejos a las brasas.
7
Algunos cazan conejos persiguindolos sin tregua, a caballo, despiadadamente, dentro y fuera del
bosque; en polvorientas carreteras, en praderas enormes, trepando incluso a pedregosas montaas.
Cuando el conejo se detiene, loco de fatiga, le destrozan el crneo con un golpe certero de garrote.
Luego se lo comen, crudo y hasta con pelos.
Yo estoy condenado genticamente a otros procedimientos. Tejo laboriosamente durante varios
meses una enorme y casi invisible tela como de araa, y luego me siento a esperar, un poco oculto
entre el follaje. A veces pasan otros tantos meses antes de que aparezca un conejo en los
alrededores, y a veces otros tantos ms para que el conejo caiga en mi tela. Mientras tanto atrapo sin
querer moscas y mosquitos, moscardones, avispas, ratones, culebras, mulitas, caballos, pjaros,
jirafas y monstruos marinos. Me fatiga mucho despegarlos y recomponer la tela donde ha sido daada.
Es un trabajo agotador y la vigilia es constante. Me destrozo los nervios en esta tensa y eterna espera.
Tengo las mandbulas apretadas, me caigo de sueo, y mis sentidos se agudizan y exasperan en alerta
constante. Mi forma de cazar conejos, y no tengo otra, es lo que me ha transformado en un loco.
8
Cuando, rara vez, cae un conejo en mi tela, tiene la piel ms suave que los otros, su crneo queda
intacto, su carne no se ha envenenado con la fatiga muscular de una huida interminable y, en fin, es
un conejo vivo, alegre, un hermoso compaero de juegos.
9
Elegimos el bosque por dos motivos: porque en el bosque no hay conejos, y porque ignoramos todo
acerca de cmo cazarlos. Algunos imitan, en su ingenuidad, el mugido del alce; otros trepan a los
rboles y buscan en los nidos; otros rocan con insecticida viejos panales olvidados por las abejas. Los
hay que parpan, graznan y cacarean; los hay que agitan un trapo rojo; los hay que usan un contador
Geiger.
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El idiota va al bosque a imaginar conejos erticos y masturbarse. Los cree de grandes pechos y
ondulantes caderas. Evaristo, el plomero, los imagina con un complejo mecanismo interior de relojera
y quisiera atrapar uno para desarmarlo.
Otros, que han ledo alguna informacin errnea sobre el tema, se tienden bajo un rbol a esperar
que caigan. Al anochecer, el idiota, agotado por sus masturbaciones, hace sonar largamente su silbato
(un sonido cantarino y gorgoteante, por la baba mezclada con el aire que sopla) y todos nos reunimos
en un punto predeterminado y volvemos ordenadamente al castillo.
10
Era un da pesado y tormentoso; hicimos una enorme fogata para espantar los mosquitos que nos
devoraban. Tuvimos la mala fortuna de que la fogata se extendiera a los rboles vecinos y,
rpidamente, el bosque entero fuera pasto de las llamas. Fue as que perecieron casi todos,
horriblemente carbonizados. Los sobrevivientes se renen noche a noche, desde hace aos, en un
bodegn del puerto; recuerdan infaltablemente la ancdota y se reprochan la terrible imprudencia.
Despus, borrachos, se alegran: comienzan a rer. Luego rien entre ellos y el patrn, ya de
madrugada, los echa a la calle. Duermen entre tachos de basura y se revuelven sobre sus propios
vmitos.
11
Cuando graniza, o simplemente cae un chaparrn fuerte, el idiota corre con su primita a protegerse
bajo el enorme sicmoro que ocupa la parte central del bosque; las ramas del rbol se arquean hasta
tocar la tierra, formando una cpula que ms que de la furia de los elementos los protege de las
miradas de otros cazadores, o de los guardabosques. El sentimiento de proteccin es esencial para que
la primita se sienta solidaria con el idiota y se deje manosear y cubrir de baba el cuerpo angelical y
blanco. Cuando llega el invierno, el sicmoro se cubre de finas plumitas y da la impresin de un pjaro
enorme, o tal vez de un cisne con la cabeza metida bajo el ala. En primavera les brinda sus frutos,
unos higos que bajo la piel delgada son pura leche dulce. Al anochecer, la lluvia cesa. El idiota y su
primita vuelven a la interminable cacera de conejos, pero ahora tienen un fuerte sentimiento de
culpa y no se miran a los ojos. El idiota recoge bolitas de granizo y las mira disolverse en su mano con
una rapidez que espanta. De madrugada, cuando el campamento duerme y la fogata est casi
apagada, el idiota sigue despierto, babeando, sacando nuevos granizos de su faltriquera y mirndolos
cmo se disuelven, con una rapidez que espanta, sobre la palma de la mano.
12
Quisiera vivir entre gentes que fueran ms buenas, ms felices que yo. As les envidiara su suerte o
su bondad. Pero todos los cazadores son desgraciados, estpidos e infinitamente perversos. As, me
veo obligado a envidiarles sus pobres bienes materiales. Les tiendo trampas. Cuando alguien me ve
fabricando una trampa muy compleja y muy slida se re, porque cree que exagero; por lo general se
siente impulsado a explicarme el tamao y la fuerza reales de un conejo. Yo dejo que me expliquen.
No saben, ellos, que es un trampa para cazadores. Los mato y les robo el dinero, las ropas, las armas y
algn adorno collares de dientes de tigre, relojitos antiguos, anillos de compromiso, plumas de
colores, billeteras de cuero de cocodrilo. Los cazadores gustan de adornarse, y a menudo el colorido
de estos adornos es su perdicin: es fcil distinguirlos entre el follaje y tomarlos por sorpresa.
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13
El conejo en celo desprende un aroma muy tenue que slo es percibido por el finsimo olfato de los
cazadores. Llegan de todas partes, siguiendo este aroma en forma inconsciente y compulsiva; no
saben adonde van, ni por qu van. El conejo espera entre los matorrales. Cuando el cazador se
aproxima, el conejo tensa los msculos y se prepara para el salto. El cazador no ve esos ojos rojos,
astutos, brillantes, pendientes de sus menores movimientos. Cuando est muy cerca, el conejo en celo
salta, dejando escapar un espantoso rugido que hace estremecer el bosque. El cazador, tomado por
sorpresa, queda paralizado y no atina a defenderse. De todos modos, la lucha sera desigual: un par de
rpidos manotazos, una dentellada certera, y el conejo se aleja arrastrando un cadver flojo y
sangrante, que ser una fiesta para los hambrientos conejitos.
14
En ocasiones me gusta pasarme al bando de los guardabosques; entonces se produce un
desequilibrio entre las fuerzas, y los cazadores son derrotados con facilidad. Nosotros, los
guardabosques, no sufrimos ninguna baja.
15
Dicen que van a cazar conejos, pero se van de pic-nic. Bailan alrededor de una vieja victrola, se
besan ocultos tras los rboles, pescan o fingen pescar mientras dormitan; comen y beben, cantan
cuando vuelven al castillo en un mnibus alquilado que siempre resulta demasiado pequeo para
todos. Los conejos aprovechan los restos de comida. Tambin es frecuente que los falsos cazadores,
borrachos, olviden su victrola. Entonces los conejos bailan hasta el amanecer, a la luz de la luna, al
son de esa msica alocada y antigua.
16
Algunos conejos se han hecho expertos en el arte de imitar con gran precisin el grito con que los
cazadores suelen llamarse entre ellos cuando se encuentran perdidos o en dificultades. Ooooooh-
eeeeeeh, se oye a la distancia, y luego la respuesta, desde otro extremo del bosque: Ooooooh-
eeeeeeh. Los gritos se repiten, cada vez ms prximos. Despus hay un silencio, despus hay otro
grito, distinto, despus no se oye nada ms.
17
Al idiota le gusta el cementerio de elefantes, no por el valor de los colmillos, ni por el misterio del
impulso que lleva al elefante herido a buscar el lugar milenario, ni por el brillo de la luna en el marfil,
ni por el aspecto imponente de los esqueletos que semejan barcos antiguos semihundidos en un mar
verde oscuro, ni por or el curioso lamento de agona de los elefantes que llegan y se tienden, ni por la
aventura, sino por el olor a podrido de los elefantes muertos.
18
Creo haber atrapado un conejo, dije, acariciando la suave vellosidad de Laura, que es tan joven.
Ella re con una carcajada fresca y huye; yo recomienzo pacientemente la bsqueda.
19
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Cuando estoy imposibilitado de moverme, por haber cado en la trampa de otro cazador o haber
comido, por error, de las bayas silvestres venenosas de efecto paralizante, un ro de conejos de ojillos
vivaces salta interminablemente en blanca cascada ante mis ojos, de da y de noche, y al da
siguiente, y a la noche siguiente, y siempre.
20
Hay quien caza conejos por amor; yo los cazo por odio. Cuando los tengo en mi poder los voy
destrozando lentamente. Los mutilo, tratando de que no se mueran en seguida. Hay otros cazadores
que odian a los conejos porque destruyeron su hogar o sus cosechas, porque robaron a sus hijos o
mataron sus esperanzas; mi odio es injustificado y atroz. Creo que hay algo de amor en este odio; no
dedicara, de otro modo, tanto esfuerzo a combatirlos con mis armas ms arteras.
21
El conejito recin nacido es tal vez el espectculo ms tierno del mundo. Tan blanco y tan
indefenso, tan dbil y tembloroso, las orejitas sedosas y blandas, la naricita inquieta y rosada, los
dientecillos asomando apenas en su hociquito menudo que parece sonrer tmidamente.
22
Cuando en el club de caza se habla de caza, y siempre se habla de caza en este club, yo
permanezco obligadamente en silencio. No hay herosmo en la caza del conejo. Ellos narran aventuras
espeluznantes, se exhiben piezas embalsamadas de animales terribles. No hay nada de esto en la caza
del conejo, donde todo se desliza suavemente, amablemente. Intervienen la astucia y la paciencia,
pero tambin la imaginacin y la simpata. No hay sordos gruidos ni carreras dementes; no hay sangre
ni estruendos de armas de fuego, Todo es apacible y casi carioso; y aunque el peligro es tan grande
como el que corren los otros cazadores, de bfalos y tigres, es un peligro tan sutil y tierno, que nadie
que no cace conejos podra comprender que es realmente un peligro. Opto, entonces, por cerrar la
boca y escuchar, y pasar por tmido o por tonto.
23
Decimos que vamos a cazar conejos, pero en el bosque no hay conejos. Vamos a cazar muchachas
salvajes, de vello sedoso y orejas blandas.
24
Es inverosmil la fertilidad de estos animalitos. Uno casi puede verlos reproducirse ante sus ojos, a
una velocidad fantstica. Obsrvese este casal de conejos: en pocos minutos habr cuatro, luego
ocho, diecisis, treinta y dos, sesenta y cuatro, ciento veintiocho, doscientos cincuenta y seis, miles
de conejos que saltan y te rodean y se amontonan y te tapan y te asfixian.
25
Es inverosmil la fertilidad de los conejos. Obsrvese este casal: en pocos minutos habr cuatro
araas, ocho sapos, diecisis cotorras, treinta y dos perros, sesenta y cuatro bfalos, ciento veintiocho
elefantes.
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Desde que los conejos raptaron a mis padres, he perdido el gusto por la caza.
27
Llegamos al bosque en numerosa y bien pertrechada expedicin. Lo primero que advertimos fue el
enorme cartel que deca PROHIBIDO CAZAR CONEJOS. Nos miramos azorados, nos sonrojamos como
adolescentes, suspiramos con resignacin, nos dimos media vuelta y regresamos, muy tristes, al
castillo.
28
De hbitos sedentarios, jams se nos ocurrira algo as como ir al bosque a cazar conejos.
Preferimos criarlos en el castillo; a ellos destinamos las mejores habitaciones, que hemos llenado de
jaulas apropiadas, y vivimos de esta industria.
29
Si bien entre nosotros casi no se habla de otra cosa que de conejos, en realidad nunca hemos visto
uno. Dudamos incluso de su existencia. En nuestras conversaciones el conejo oficia de metfora, o de
smbolo. Es frecuente observar que muchos, una gran mayora, hemos olvidado la primitiva
significacin de la palabra, si es que ha tenido alguna vez.
30
Nunca hubo conejos en el bosque. Este sera un inconveniente insuperable para nosotros, cazadores
de conejos, si no fuera por la existencia de los magos. Cuando vamos de caza, y al cabo de varias
horas de dar vueltas intiles, sintindonos fracasados y doloridos, aparecen los magos. Son silenciosos,
de ropaje negro y elegante. Con gran habilidad comienzan a sacar conejos de sus relucientes galeras.
Cada uno de nosotros vuelve al castillo con un conejo en su morral; estamos contentos en apariencia,
pero llevamos en el corazn la sombra de una duda.
31
Con la piel de conejo, convenientemente curtida, nos fabricamos guantes sedosos para acariciarnos
el cuerpo desnudo en nuestra soledad. Nuestros nios juegan a las bolitas con los ojos. Los dientes de
conejo son maravillosas cuentas para los collares y pulseras de nuestras mujeres. La carne la
comemos. Con las tripas, fabricamos cuerdas para nuestros instrumentos musicales; nuestra msica es
profunda y triste. El esqueleto del conejo lo forramos con la felpa blanca, y en el interior colocamos
un mecanismo movido a cuerda: son juguetes que imitan a la perfeccin los movimientos del conejo.
Los domingos vendemos estos juguetes en la feria, y con el dinero podemos comprar balas para
nuestras escopetas de cazar conejos.
32
Las primitas del idiota mastican el mismo chicle, los rostros muy prximos, el chicle un fino hilo
que une salivoso sus bocas adolescentes, y el idiota se acuesta debajo del chicle, mirando desde abajo
los pequeos pechos puntiagudos, y estira sus manos con pereza hacia las tiernas vellosidades pero no
las alcanza, y de los cuerpos emana una radiacin de calor perfumado, y all arriba las bocas se
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aproximan tratando de conseguir la mayor parte del chicle, las bocas se juntan, cae saliva,
secreciones salobres resbalan por las piernas adolescentes hacia la boca del idiota, se mezclan con sus
babas. Nadie caza conejos.
33
El plan del idiota es perfecto. El grupo de expertos tiradores se ubica en el centro del bosque,
alrededor del psicmoro, y espera. Desde la periferia vienen los msicos, avanzando hacia el centro,
cercando a los conejos, espantndolos con el ruido de sus tambores, flautas y violines.
Por lo general, logramos dar muerte a infinidad de conejos. A veces, sin embargo, los conejos se
escapan, filtrndose entre los msicos cuando an estn muy espaciados entre s en la periferia del
bosque. O, a veces, todos los conejos se han reunido bajo la protectora copa del psicmoro, detrs del
cerco de expertos tiradores que apuntan hacia afuera. Entonces se produce el duelo lamentable entre
expertos tiradores y msicos; los msicos llevan la peor parte, pero a menudo ms de un experto
tirador es atravesado por un arco de violn, o por un sonido demasiado agudo o demasiado tierno.
34
Desde que los conejos industrializaron a mis padres, para protegerse en el invierno con el abrigo de
sus pieles curtidas, vengo notando en m un desconcierto creciente ante las cosas de la vida, que
antes me haban parecido tan sencillas y lgicas.
35
Para los que sienten como cosa esencial la esttica de la caza de conejos, o su metafsica, la luz es
quizs el factor ms importante a tener en cuenta. El sol directo afea los conejos, les quita realidad y
gracia. La oscuridad de la noche los vuelve invisibles, inasibles y muy peligrosos. Es a la luz incierta de
los ltimos rayos oblicuos, en ese instante mgico que se produce unos minutos despus de la puesta
del sol, cuando los conejos adquieren toda su dimensin de belleza y verosimilitud. Pero es muy difcil
cazarlos en la fugacidad de ese momento: tal es la comprensin que adquiere un observador sensible.
36
El idiota se agarr la cabeza, desesperado, porque ante sus rdenes precisas nos comportbamos
como verdaderos energmenos. Despus de aos de vivir encerrados en ese castillo oscuro, la
libertad, la belleza, la salud que se respiran en el bosque nos impedan ceirnos a la lgica inexorable
de su plan.
37
Para cazar conejos hay que sacar un permiso especial, que cuesta mucho dinero. En un pequeo
mostrador con caja registradora que hay a la entrada del bosque, un conejo gordo, de lentes y con
aire de cansada resignacin nos va entregando uno a uno los permisos de caza, a cambio del dinero.
Pero tambin, y para defenderse de los cazadores, los conejos han creado un impresionante
aparato burocrtico. Al cazador que desea obtener el permiso (y sin permiso es imposible cazar
conejos, porque se cae en manos de los guardabosques), le obligan a presentar multitud de papeles;
cdula de identidad, certificado de buena conducta, vacuna antivarilica, carnet de salud, recibos de
alquiler, agua y luz; certificado de residencia, certificado negativo de la direccin impositiva, carnet
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La msica favorita de los conejos es el Quinteto en La mayor op. 114 La Trucha, de Schubert.
Como no saben leer, se identifican con los movimientos nerviosos y juguetones, con el dramtico buen
humor, con la vida fcil de la obra y entre ellos, en su lenguaje especial, la denominan con una
palabra equivalente a Conejo.
39
Hay una trampa para cazar conejos que, si bien un poco compleja, resulta infalible. El cebo es,
desde luego, una zanahoria. El alimento preferido por los conejos es el afrecho, pero la zanahoria
tiene para ellos homosexuales en potencia el atractivo de un poderoso smbolo flico. Se coloca
entonces la zanahoria, en actitud procaz, en un lugar bien visible de preferencia un claro en el
bosque. Debajo de la zanahoria se cava un profundo hoyo circular, de unos tres metros de dimetro,
que se cubre con tablones resistentes disimulados mediante hojas y yuyos. Sobre estos tablones se
disemina una cierta cantidad, no necesariamente muy grande, de comejones (el comejn es
reconocido por su rpido trabajo destructivo en la madera). Cuando llega el conejo, atrado en primer
trmino por el suave aroma, luego por la vista de la zanahoria de color esplendoroso, y despus de
largos rodeos, no slo porque el conejo sospecha la trampa, sino porque entran a jugar en l de
inmediato los complejos mecanismos sexo-gastronmicos de atraccin y repulsin, comienza a saltar
sobre los talones (porque la zanahoria ha sido colocada a una altura tal que el conejo crea poder
alcanzarla saltando). Aqu se entabla una hermosa lucha entre el tiempo, el conejo y los comejones.
Los cazadores retienen el aliento e intercambian mediante signos preestablecidos silenciosas
apuestas en dinero.
Las variantes son mltiples. O bien los saltos del conejo terminan por romper los tablones
deteriorados por los comejones, y entonces caen al foso tanto los tablones como los comejones como
el conejo, o bien los comejones, que prefieren a la madera la carne de conejo, aprovechan la etapa
sa del salto en que las patitas tocan los tablones para invadir su piel, y terminan por devorarlo, o
bien el conejo, al sentir el mordiscn del primer comejn, alcanza gracias al dolor un impulso tal en
su salto que le permite llegar a la zanahoria (y entonces, el comejn pasa rpidamente a la zanahoria,
que es definitivamente su alimento favorito), o bien el conejo se cansa de saltar y se va, y entonces el
peso del cazador que va a rescatar su zanahoria vence ahora s la resistencia de los tablones
deteriorados por los comejones y cae al foso, llevando o no consigo la zanahoria que ha tenido tiempo
o no de desatar, o bien los comejones, por anterior satisfaccin o por desidia, resuelven no atacar la
madera de los tablones y dispersarse por el bosque, lo cual dificulta enormemente la posibilidad de
que el conejo logre su propsito de romper los tablones, o bien la zanahoria, cansada de esperar y
agobiada por la tensin nerviosa, se desprende de sus ataduras y cae entre los dientes del conejo (y es
a veces en este momento cuando los tablones ceden), o bien los cazadores, sobreexcitados por la
emocin de la escena que estn contemplando y por la enorme cantidad de dinero que hay en juego
por las apuestas cruzadas, se increpan duramente los unos a los otros y se van a las manos y aun se
matan entre ellos, o bien se lanzan enfebrecidos sobre el pobre conejo que salta, venciendo con el
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peso del conjunto la resistencia de los tablones deteriorados por los comejones y cayendo todos al
foso, desde el fondo del cual contemplan desesperadamente la zanahoria, o bien son los
guardabosques quienes atrados por la zanahoria o el conejo se ven precipitados al foso, donde son
rpidamente devorados por los comejones, o bien el conejo, aprovechando la memoria gentica de la
especie, ha construido previamente trampas similares en los sitios en que los cazadores suelen
apostarse, y tarde o temprano los cazadores caen a sus fosos particulares o son devorados por los
comejones que se les trepan por las piernas, o ambas cosas a la vez, o bien la trampa contra los
cazadores ha sido construida por los guardabosques, sus eternos enemigos, con idntico resultado, o
bien los comejones devoran tan rpidamente los tablones que cuando llega el conejo ve la trampa y se
va, o bien, aun viendo la trampa, es fuertemente tentado por la zanahoria y en lugar de los saltitos
verticales elige el salto largo, de un borde al otro del foso, tratando de alcanzar la zanahoria cuando
pasa a su lado, y en uno de esos saltos puede, por una falla de clculo, caer en el foso, o bien es
Laura, la hermanita gemela del idiota, quien es fuertemente tentada por la zanahoria, y entonces los
cazadores se masturban contemplando los graciosos saltos del cuerpo desnudo, o se arrojan todos
sobre ella con intencin de violarla, cosa que a menudo logran si los comejones les dan tiempo, o bien
no sucede ninguna de estas cosas y los cazadores se deprimen viendo cmo la hermosa zanahoria se va
secando con el paso del tiempo, perdiendo su frescura y color, volvindose fofa y resumida, quedando
finalmente convertida en una especie de fideo seco y deslucido.
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Cuando, al cabo de muchos aos, Evaristo el plomero logr atrapar al fin un conejo, se llev una
profunda desilusin. Le haba tocado un conejo vaco, sin mecanismos de relojera como los que
soaba y sin ninguna otra cosa en su interior.
Cuando, poco tiempo despus de formalizado su noviazgo con Laura, la hermana gemela del idiota,
Evaristo el plomero descubri la compleja red de relaciones hetero y homosexuales entre Laura y el
idiota y las dos primitas, recuper su confianza en los conejos y sigui tratando de cazarlos.
Cuando, mucho tiempo despus, Evaristo el plomero logr cazar un segundo conejo, y comprob
excitado que era mucho ms pesado y slido que el otro y que por lo tanto algo debera tener adentro,
lo llev a su pieza y se encerr con su instrumental para desarmarlo. Fue entonces cuando el conejo,
una variante gentica especial preparada por los terroristas, le explot en la cara.
41
Hay un refrn muy usual en boca de nosotros, cazadores de conejos: Donde menos se piensa, salta
la liebre. Interpretamos la palabra liebre como una forma velada y potica de referirse al conejo,
y cuando alguien dice este refrn, y se dice a menudo, los dems nos miramos con gestos de
complicidad y de astucia.
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La fuerza de los conejos radica en que todo el mundo cree en su existencia.
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Para las civilizaciones acostumbradas desde largo tiempo a los nmeros arbigos, los nmeros
romanos tienen un no s qu de misterioso y slido, de dificultoso y terrorfico.
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Hay quienes se unen a nuestro equipo de caza no por inters en los conejos, sino en los pjaros. En
efecto: quien ame el canto de los pjaros, encontrar en el bosque una tal variedad, y una tal
especial calidad en los cantos, que quedar maravillado. Son estas personas las que ms sufren cuando
se enteran, tarde o temprano, de que hay poqusimos pjaros en este bosque, y los que hay casi no
cantan o cantan mal o sin ganas; un canto opaco, sin brillo ni energa. Quienes cantan son las araas,
esa clase de araas enormes y peligrosas que hacen sus nidos en las copas de los rboles y se valen de
su canto para atraer victimas. El amante del canto de los pjaros, hombre de sangre dulce, es la
vctima favorita de estas araas.
45
El bosque acicateado, profanado y devastado por generaciones y generaciones de guardabosques,
se ha convertido hoy en una triste ciudad. Los conejos han pasado a residir en el inmundo sistema de
alcantarillas, y el cazador se ha visto obligado a cambiar sus sistemas de caza, su indumentaria y su
sentido del humor.
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Tardamos infinidad de veranos en descubrir que los conejos, en verano, emigran del bosque a la
playa. Usan trajes de bao de vistosos colores, anteojos para el sol y sombrillas, y nos resulta
prcticamente imposible distinguirlos de los otros turistas. Como, adems, nosotros, la gente del
castillo, no somos afectos a la playa, hemos finalmente decidido suspender la caza de conejos en el
verano, y jugamos, en vez, a la lotera de cartones.
47
Esteban, el hijo menor de Laura, es el vivo retrato de su padre (el casi legendario conejo
Archibaldo).
Cuando viene de caza con nosotros es prcticamente imposible distinguirlo de los otros conejos, y
es as como ha recibido, varias veces, peligrosas heridas. Ahora optamos por colocarle un par de
cartones redondos, uno en el pecho y otro en la espalda. Estos cartones tienen dibujados varios
crculos concntricos de distintos colores, como los cartones que suelen utilizarse para la prctica del
tiro al blanco. De este modo confiamos en que la prxima vez no habremos de errar el tiro.
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Las fatigosas marchas dominicales, al rayo del sol y con la carga de nuestro absurdo ropaje y
nuestras armas, nos decidieron por fin a trasladar el bosque al interior del castillo. Lo hicimos en una
tarde, ocupando a estos efectos todas las macetas y tachos que poseamos.
En poco tiempo el bosque se sec. Al principio quedamos disgustados y desconcertados, pero luego
recuperamos nuestra alegra al descubrir que en el desierto que dejamos en lugar del bosque, los
conejos eran mucho ms visibles y es por lo tanto mucho ms fcil cazarlos.
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Si hay algo tal vez ms apasionante que la caza de conejos, es la pesca. Aunque el ejercicio es
menos violento, la espera no es por ello menos tensa.
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Y no hay emocin comparable a la de ver moverse de pronto la pequea boya de corcho pintado de
rojo, y sentir en la lnea los nerviosos tirones, y recoger el hilo de nailon con el ril, comprobando en el
otro extremo la resistencia del conejo que, desde el fondo del ro, hacemos finalmente emerger con
el paladar atravesado por el enorme anzuelo, la zanahoria de cebo casi intacta.
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La mayor dificultad que se presenta, aun para el cazador ms avezado, es poder distinguir a
primera vista la diferencia entre un conejo y una gallina. Como las gallinas abundan ms que los
conejos, y en una proporcin realmente alarmante, con demasiada frecuencia terminamos comiendo
los detestables caldos de gallina seguidos de gallina a la portuguesa y arroz con menudos de gallina,
en lugar de los sabrosos conejos a la brasa que son nuestro deleite y nuestra razn de vivir.
El cazador se engaa casi siempre por la semejanza de los pelitos de las patas de unos y otras, de
las orejitas sedosas y romas, y sobre todo por el colorido de las alas y ese tono apagado de los
enormes colmillos de marfil. En cambio es muy fcil distinguirlos en el laboratorio: la reaccin al
papel tornasol muestra que la saliva de la gallina tiene un pH mucho ms elevado que la saliva del
conejo. Pero aunque muchos opinen lo contrario, un bosque no es lo mismo que un laboratorio, y
seguimos comiendo gallina y acumulando rencor contra la vida.
51
Si usted quiere venir con nosotros a la caza de conejos, desde ya le prevengo que ms le conviene
abandonar la idea. En primer lugar, le ser muy difcil, si no imposible, localizar nuestro castillo. Ex
profeso he dado referencias muy vagas, cuando no mentirosas, en mis textos. En segundo lugar,
localizado el castillo, no podr eludir las innumerables trampas mortales que hemos diseminado a su
alrededor, justamente para librarnos de los extraos como usted. En tercer lugar, eludidas las
trampas, le ser imposible vadear el foso repleto de cocodrilos. En cuarto lugar, vadeado el foso, ser
incapaz de salvar el enorme portn de altsimas rejas, de hierro, terminadas en puntas de lanza. En
quinto lugar, salvado el portn, la frialdad de nuestro recibimiento le provocar semejante desnimo
que decidir volver sobre sus pasos. Pero si usted es capaz de vencer todas estas dificultades, si bien
no podr venir de caza con nosotros porque el reglamento establecido por el idiota lo prohbe expresa
y terminantemente, obtendr en cambio la mano de la hija del Rey, esa hermossima mujer que desde
tiempo inmemorial espera al hombre capaz de merecerla.
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El idiota confundi al oso amaestrado disfrazado de conejo que siempre llevamos como seuelo en
nuestras caceras, con su primita Beatriz. El oso permiti que le babeara la espalda pero, aunque
irredento imbcil, destroz al idiota de un zarpazo cuando intent acariciarle las nalgas.
53
Evaristo, el plomero, cazaba conejos con el soplete.
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Lo mejor de la ciencia ficcin latinoamericana
Quien use los conejos con fines afrodisacos debe cuidarse especialmente de una variedad de
conejos que son sedosos al tacto cuando estn tranquilos pero que a la menor presuncin de cualquier
tipo de peligro erizan sus pelos, que se vuelven duros y afilados como las pas de un puercoespn.
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Los cachorros de tigre que han perdido prematuramente a la madre son por lo general recogidos
por conejas que han perdido a sus cras; de la simbiosis que se establece con el tiempo resultan esos
ejemplares de conejas feroces y carniceras, y de tigres temerosos, saltarines y ms bien
amariconados.
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Evaristo el plomero crea cuando era joven, debido a nuestra pronunciacin rioplatense de la zeta,
que bamos a casar conejos, y en su primera cacera junto a nosotros fue con un sacerdote.
En adelante tomamos el cuidado de pronunciar la zeta al estilo castizo, lo cual favoreci en
nosotros el desarrollo de una notable aficin por las cosas espaolas, y en especial la msica. Es as
que ahora, los domingos, en lugar de ir de caza nos quedamos en el castillo escuchando discos y
hablando de toros.
57
No llevamos a nuestros nios a las caceras para evitarles el bochornoso espectculo de las conejas
que se dedican a la prostitucin.
58
Era la primera y ltima vez que bamos a cazar conejos. Nuestra filosofa, que nos mantiene unidos
coherentes, nos prohbe repetir una experiencia determinada, cualquiera que ella sea. Este es el
secreto de nuestra eterna juventud, de nuestra alegra constante y de esa llama de bondad suprema
que siempre ilumina nuestros ojos.
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Hicimos un alto en la marcha; ese da estbamos agotados y no podamos encontrar el bosque.
Aprovech la pausa para sentarme sobre una piedra y desenvolver el paquete de papel de estraza que
me haba dado mi madre; pero en lugar de las habituales milanesas, encontr un par de viejas
alpargatas.
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Poniendo un conejo contra el odo, se oye el ruido del mar.
61
Atravesado arteramente por un conejo, las ltimas palabras del idiota fueron: Estoy cansado de
combatir, nuestros jefes estn todos muertos... Aquel que ha conducido a los jvenes est muerto...
Hace fro y no tenemos frazadas ni alimentos. Los nios pequeos se estn helando hasta morir...
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Escuchadme! Mis jefes: estoy cansado; mi corazn est enfermo y triste. Desde el punto en que el sol
se encuentra ahora, ya no combatir jams. Muy pocos lograron identificar la cita.
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Cuando un conejo sufre de polucin nocturna, una gran calma se extiende sobre el bosque.
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El conejo con tendencias paranoides se cree perseguido por multitud de cazadores que quieren
hacerle dao; es retrado y desconfiado, y se pasa la vida imaginando que va a ser vctima de
complejas maquinaciones y de terribles trampas. En la etapa aguda de su delirio, sus movimientos son
torpes y descoordinados y pierde toda capacidad de raciocinio. ste es el momento ms apropiado
para que el cazador lo atrape con facilidad.
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Cuando cay el idiota, atravesado por una certera flecha de los guardabosques, sus ltimas
palabras fueron: La liberacin de la energa encerrada en el tomo lo ha cambiado todo, salvo
nuestra manera de pensar, y por esta razn avanzamos incesantemente hacia una catstrofe sin
precedentes. Para que la humanidad sobreviva debe cambiar sus maneras de pensar. Una de las
necesidades ms urgentes de nuestro tiempo es la de disipar esta terrible amenaza.
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La msica favorita de los conejos es el Concierto en Re menor opus postumo La Muerte y la Nia,
de Schubert. Se identifican con su violencia interior, con su drama sombro, con su sentido agnico.
Como no saben leer la tapa del long-play, en su lenguaje particular llaman entre ellos a esta obra La
Muerte y la Nia.
66
Huberto, el socilogo, trabaj varios aos en el estudio de la organizacin socio-econmica de los
conejos. Sintetiz su investigacin en una sola frase: Dignidad arriba y regocijo abajo.
Curiosamente, trabajando en forma separada, paralela a la de Huberto, lleg a la misma sntesis,
expresada en la misma frase, Federico el sexlogo.
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Se dice, de los textos aqu presentados bajo el ttulo de Caza de conejos, que se trata en
realidad de una fina alegora que describe paso a paso el penoso procedimiento para la obtencin de
la Piedra Filosofal; que, ordenados de una manera diferente a la que aqu se expone, resultan una
novela romntica, de argumento lineal y contenido intrascendente; que es un texto didctico, sin otra
finalidad que la de inculcar a los nios en forma subliminal el inters por los nmeros romanos; que no
es otra cosa que la recopilacin desordenada de textos de diversos autores de todos los tiempos,
acerca de los conejos; que es un trabajo poltico, de carcter subversivo, donde las instrucciones para
los conspiradores son dadas veladamente, mediante una clave preestablecida; que el autor slo busca
autobiografiarse a travs de smbolos; que los nombres de los personajes son anagramas de los
integrantes de una secta misteriosa; que ordenando convenientemente los fragmentos, con la primera
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slaba de cada prrafo se forma una frase de dudoso gusto, dirigida contra el clero; que ledo en voz
alta y grabado en una cinta magnetofnica, al pasar esta cinta al revs se obtiene la versin original
de la Biblia; que traducida al snscrito, el sonido musical de esta obra coincide notablemente con un
cuarteto de Vivaldi; que pasando sus hojas por una mquina de picar carne se obtiene un fino polvillo,
como el de las alas de las mariposas; que son instrucciones secretas para hacer pajaritas de papel con
forma de conejo; que toda la obra no es ms que una gran trampa verbal para atrapar conejos; que
toda la obra no es ms que una gran trampa verbal de los conejos, para atrapar definitivamente a los
hombres. Etctera.
68
Nunca como aquel domingo habamos visto que la cosquilla de los yuyos provocara en Laura tal
alocada excitacin. Dej de gatear y se irgui de un brinco, saltaba y giraba sobre s misma, se
frotaba los pechos y el vientre, se abrazaba a los rboles, gritaba y daba inusitadas cabriolas. Todos
nos quedamos perplejos, pero el idiota nos explic, en dos palabras, mientras se acariciaba el bigote,
la mirada ausente: Bichos colorados, dijo.
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Capitn le dije al idiota, los hombres estn agotados.
El idiota se sec el sudor de la frente y me mir con cansancio, esbozando una sonrisa triste.
Lo s respondi.
Me mand dar la orden de descanso. Los hombres se dispersaron, se sentaron en troncos o en el
suelo, se quitaron las botas, se frotaban y acariciaban los pies llagados y cuarteados.
Capitn le dije, en nuevo aparte, no sera mejor abandonar la lucha? Volver al castillo?
Cunto tiempo hace que estamos aqu, dando vueltas sin sentido?
Hace tiempo respondi, hace mucho tiempo que he abandonado la lucha. Hace mucho tiempo
que lo nico que busco es la forma de salir.
La brjula?
Enloquecida. Seala cualquier direccin. Todas las direcciones.
Las estrellas?
Quin ha visto una puta estrella desde este puto bosque?
El Capitn se quit la gorra ajada y sucia y la arroj al suelo con furia. Qued en silencio unos
instantes.
Por qu razn era que habamos venido? pregunt, al fin.
Nadie lo recuerda exactamente. Haba un enemigo contra quien luchar, pero ni siquiera s,
ahora, si alguna vez supimos de quin se trataba.
Tenamos consignas.
Tenamos fe en el triunfo.
Sabamos lo que queramos.
Nuestra causa era justa.
Y ahora?
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Ahora, hay que seguir luchando. Luchando contra el bosque. El enemigo verdadero es el bosque.
El otro, la razn de que estemos aqu, ha desaparecido tal vez hace mucho. Y cmo lo
reconoceramos?
Hemos perdido muchos hombres.
Hemos de perder muchos ms todava.
Y qu ser de nuestras mujeres, de nuestros hijos en el castillo?
Tal vez nos hayan olvidado. Tal vez nos den por muertos. Tal vez ellas se hayan casado
nuevamente. Evaristo?
Muerto. Hace meses.
Huberto?
Muerto, tambin, hace aos, creo.
Esteban?
Muerto o desaparecido.
Federico?
Muerto por las fieras.
Este bosque parece infinito.
Tal vez lo sea.
Y el castillo?
Existi alguna vez el castillo?
El Capitn dio la orden de formar filas y seguir adelante, abrindose paso a machete. Algunos no
pudieron obedecer. La fatiga, la fiebre.
Qu hacemos? pregunt.
Adelante respondi el Capitn.
Y dando el ejemplo sac el machete y comenz a abrirse paso por centsima, por milsima vez en
el bosque. Los hombres se tambaleaban o se arrastraban detrs de nosotros. Un ejrcito de desechos
humanos.
Y el otro enemigo era el silencio.
70
Nunca pudimos salir del castillo. Por temor, por desidia, por comodidad, por falta de voluntad. Y a
pesar de todo, nuestra nica ambicin era ir al bosque a cazar conejos. Planificbamos expediciones
perfectas que jams se llevaron a cabo. Estudibamos los manuales ms completos sobre la caza del
conejo. Pero nunca nos atrevimos a salir del castillo.
71
Doa Encarnacin ha ideado una salsa para aderezar el conejo a la cacerola. Es tan sabrosa,
intervienen en su preparacin tantos y tan bien elegidos elementos, que por lo general terminamos
por despreciar el conejo y nos limitamos a mojar el pan en la salsa.
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Lo mejor de la ciencia ficcin latinoamericana
Quin podra imaginar un monstruo capaz de matar a un conejo? Nosotros los cazamos por
deporte, y luego los devolvemos sanos y salvos a su bosque. Ellos lo saben, y si oponen alguna
resistencia para hacer ms divertido el juego, finalmente se dejan atrapar complacidos.
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El idiota es un ser que salpica. Para hablar con l hay que estar alerta o mantenerse a cierta
distancia, por sus reiteradas eyaculaciones o el estallido de sus globos de baba. Algunos le salen muy
grandes, como enormes e irisadas pompas de jabn. Se desprenden de su boca, flotan suavemente en
el bosque, llevados por la brisa, eludiendo los rboles. A menudo, un cazador absorto en su presa,
pendiente, tras un rbol, de los menores movimientos del conejo, esperando el momento preciso para
dispararle sin errar, es tocado de pronto por uno de estos enormes globos, que estalla y lo baa de la
cabeza a los pies con una baba espesa y gomosa.
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Dgame una cosa, don me dijo un conejo con gravedad, apoyando una pata sobre mi hombro.
Por qu no se deja de joder con los conejos y escribe otra cosa?
75
Ahora, nico sobreviviente, he quedado solo en el castillo. Seor feudal muy pobre, sin compaeros
ni mujer ni hijos ni servidumbre, mi nica posesin es este castillo tenebroso y cerrado, que es mi
crcel. Despus de tanta algaraba y tanto brillo, el nico sonido que permanece es el tic tac del
antiqusimo, enorme reloj de pndulo. Este sonido me irrita y me produce insomnio. Pero no puedo
dejar de darle cuerda; me sirve para contar, anhelante, cada uno de los minutos que
desgraciadamente voy sobreviviendo a los dems. Es, tambin, una forma de compaa.
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Desde la noche en que, valindose de la superioridad numrica, el tamao y la fuerza, y el factor
sorpresa, los conejos tomaron por asalto el castillo y nos desalojaron, se han ido humanizando
progresivamente mientras nosotros nos vamos embruteciendo en el bosque.
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Para escribir historias de conejos, es preciso dejarse crecer un bigote sedoso y espeso. Despus se
hace inevitable pasarse varias horas acostado en la cama, mirando el techo, mientras los dedos,
inconscientemente, acarician con curiosidad y ternura la novedosa mata. Luego de un tiempo, los
dedos se acostumbran a su presencia y la van olvidando; pero, mientras tanto, las historias de conejos
surgen solas, inexorablemente.
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Los conejos, plaga social y todopoderosa, haban devastado los sembrados y jardines que rodean al
castillo. A solas en el castillo, sal esa noche afuera y a la luz de la luna me senta observado por
millares de ojitos rojos y brillantes. Me detuve ante la nica rosa que se ergua, intacta, en el jardn
destrozado. Ca de rodillas, los brazos extendidos.
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Conejos! clam, y la noche me devolva las palabras en ecos multiplicados. Vosotros, que
poseis la llave del bien y del mal; vosotros, amos de la vida y de la muerte; vosotros, todopoderosos
tejedores de dicha e infortunio; vosotros, quienes me habis arrebatado mi tesoro, quienes de mi vida
no habis dejado en pie ms que esta humilde, nica flor: a vosotros, conejos, os suplico. Con
humildad, de rodillas. Os suplico que no toquis esta rosa, que no toquis esta rosa.
A la maana siguiente me asom a la ventana y vi que los conejos haban destrozado salvajemente
la rosa y el rosal; los ptalos y las hojas yacan esparcidos, retorcidos, sobre la tierra hollada por
millares de patas salvajes y diablicas. En su lugar, haban erigido una enorme estatua de barro, con
forma de conejo, que miraba en mi direccin, con una mano en los genitales en actitud procaz y la
otra en el hocico, hacindome una cuarta de narices.
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Despus de haberlo probado todo en el castillolos aquelarres, la poligamia, la meditacin mstica,
la acupuntura china, las palabras cruzadas, los conciertos de cmara, la gimnasia yoga, las veladas
literarias, el trabajo fsico, el ayuno, los juegos parapsicolgicos, el cadver exquisito, la ruleta, la
malilla y el tute, la militancia poltica, los baos de inmersin, la lucha libre, etctera, se nos
ocurri que para combatir nuestra constante angustia existencia! debamos dedicarnos a la caza de
conejos. Organizamos una expedicin, bien armada, planificada y completa.
Cuando llegamos al bosque, pareca que los conejos nos estaban esperando. Bailaban para nosotros
con sus polleritas de rafia, nos convidaban con sabrosos refrescos servidos en vasitos de papel
encerado, entonaban bellas canciones acompandose de pequeas guitarras hawaianas. Luego nos
propusieron intercambio: tenan alforjas llenas de hermosas cuentas de bellsimos colores, espejitos
en los cuales uno poda verse el rostro reflejado con perfeccin inusitada, collares y pulseras, llaveros
y navajitas con incrustaciones de ncar. Yo no pude resistirme, y cambi mi escopeta por un
encendedor de tanque de plstico transparente, dentro del cual flotaba una mosquita artificial como
las que usan los pescadores. Todos volvimos prcticamente desnudos al castillo, cargados de objetos
brillantes y novedosos para nosotros y nuestras mujeres.
A la maana siguiente, nos despertamos con la inquietante certeza de haber sido engaados como
perfectos imbciles.
80
El conejo tiene un solo punto dbil: su poderoso instinto maternal. Si su bien adiestrada
desconfianza por el hombre no nos permite cazarlos de ninguna otra manera, ni con armas ni trampas,
tenemos un recurso extremo e infalible: vestimos al enano con ropas de beb, y lo dejamos
abandonado en el bosque, dentro de una canastita de mimbre. Entre sus ropitas disimula una pistola
calibre 45, y es difcil que no regrese con una buena docena de conejos muertos.
81
Nunca pudimos hacerle entender al idiota cmo son los conejos muertos.
Tiene orejas largas le decamos, y traa un burro.
Es pequeo y traa una pulga.
Es del tamao de un perro chico y traa un perro chico.
Es un roedor y traa una rata.
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Los conejos son de una fertilidad tan asombrosa que en el bosque se han colocado carteles
previniendo contra la extincin de la especie a breve plazo.
83
Cuando vamos a cazar conejos al bosque, es tan poco frecuente que encontremos alguno que, si
alguna vez descubrimos un conejo movindose entre el pasto, inmediatamente somos todos los
cazadores juntos que disparamos sobre l, lo acribillamos, lo agujereamos y reventamos de tal forma
todos al unsono con nuestras escopetas y ametralladoras, que despus no queda casi nada del conejo
y nos volvemos al castillo completamente frustrados.
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Es tal la repulsin, el asco, el horror que nos provoca la vista de un conejo, que si por casualidad
hallamos alguno cuando vamos al bosque a cazar elefantes, tiene la virtud de despertar en nosotros
una crueldad a la vez refinada y atvica. Rpidamente instalamos en un claro una cruz de madera, y
clavamos a ella las manos y los pies del conejo; en su inmunda cabeza colocamos una corona de
espinas y nos sentamos a su alrededor a contemplar cmo agoniza, durante horas, mientras le
escupimos y le lanzamos nuestros peores insultos.
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Nuestros nios, quienes siempre nos acompaan en la caza de conejos, aprendieron de stos una
palabra de oscura significacin, un adjetivo que aplican indiscriminadamente a distintos sustantivos en
las ms diversas circunstancias: chul. El idiota es chul, los nuevos cortinados del castillo son chul,
el caf con leche es chul, las manchas de alquitrn son chul.
Evaristo el plomero, que en sus ratos de ocio tiene inquietudes filolgicas, dedic una larga
temporada a investigar el lenguaje de los conejos. Descubri por fin que el adjetivo chul que utilizan
los nios es una deformacin de la nica expresin que usan los conejos para comunicarse entre ellos,
moviendo la cabeza tristemente: la expresin inglesa too late (demasiado tarde).
86
En la huerta que tenemos a los fondos del castillo, crece un rbol extraordinario y maravilloso,
cuyo fruto es el conejo.
En primavera se cubre de flores blancas y grandes. Hacia el verano, el conejo est a punto de
madurez. Slo tenemos que estirar la mano, arrancarlo, y llevarlo directamente a la cacerola.
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Por intercambio de mutuas influencias, con el paso de los aos los guardabosques se fueron
transformando en conejos, los conejos en comejenes, los comejenes en zanahorias, las zanahorias en
cazadores, los cazadores en guardabosques. El equilibrio ecolgico fue cuidadosamente respetado.
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Lo nuestro es imposible me dijo Laura. Soy duea de un castillo, estoy rodeada de joyas y
sirvientes, mis dominios se extienden hasta donde puede alcanzar la vista, y ms an. T, en cambio,
no eres ms que un sucio y pobre conejo de los bosques.
89
La felicidad de los conejos termin cuando la especie comenz a degenerar, tal vez por la nefasta
influencia del idiota. Se dedicaron a imitarlo en sus masturbaciones y globitos de baba y a salpicar a
todo el mundo. Al cabo de algunas generaciones adquirieron colmillos, y luego lanzaron un manifiesto
de Fe Racionalista.
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Poco a poco, casi insensiblemente, los conejos pasaron a dominarnos. Nos han cercado en este
inmundo castillo, donde nos hacen vivir penosamente. Nos obligan, mediante hbiles tcnicas
publicitarias o bien por la fuerza, a fabricar y consumir toda una serie de productos que no
necesitamos realmente. Nuestra otrora pujante y alegre raza de cazadores se ha transformado en una
opaca y deslucida caricatura. Conservamos nuestras vestimentas y nuestros sombreros rojos, pero ya
no nos ocupamos de la caza ni prcticamente de nada que valga la pena.
91
Cuando en el cine de mi barrio exhiben alguna hermosa y delicada pelcula sobre conejos, la sala se
llena de estos repugnantes animales de olor nauseabundo y que estropean las alfombras con sus patas
engradadas. Mastican ruidosamente sus zanahorias mientras se exhibe el film, lo comentan en voz alta
con total despreocupacin por los otros espectadores, hacen chistes groseros y ren estrepitosamente
durante las partes ms sublimes. Lo peor de todo es escuchar sus comentarios, mientras salen
ponindose el sobretodo o del brazo de sus conejas. Me pregunto dnde est el mensaje suelen
decir.
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Hemos equipado el castillo con luz elctrica, heladera, lavarropas, televisin y otros inapreciables
artefactos, gracias a los conejos. En efecto: como no hay ningn ro cercano, hemos fabricado una
gran jaula circular, del mismo tipo de las que se fabrican para las graciosas ardillitas, pero mucho ms
grande. La fuerza que desarrollan los conejos al tratar de huir, y que hace girar la jaula sobre su eje
central, es aprovechada por nosotros, transformada en energa elctrica y almacenada en un
acumulador que surte las instalaciones del castillo. Y no tenemos ningn gasto: no hace falta siquiera
alimentar a los conejos. Dada su asombrosa fertilidad, cuando alguno se muere de hambre y fatiga es
rpidamente repuesto por otro, que traemos del bosque.
A veces nos preguntamos por qu corren los conejos adentro de la jaula. Nos respondemos,
siempre: porque son irremediablemente imbciles.
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Un procedimiento muy eficaz para cazar conejos, consiste en descubrir su madriguera y hacer una
fogata a la entrada, poniendo algunas maderas y hojas verdes que producen un humo espeso.
Dirigiendo el humo hacia adentro de la madriguera, por medio de un abanico o un fuelle, en breves
instantes aparece el conejo medio asfixiado, tosiendo y con los ojos llenos de lgrimas. Fcil presa
para el cazador.
Pero parece que en los ltimos tiempos los conejos han aprendido esta artimaa, y se ha vuelto
peligrosa para el propio cazador. En efecto: hay conejos que fabrican otras salidas para su
madriguera, lejanas e invisibles, y cuando sienten el humo se escapan por ellas. Dan un largo rodeo y
trepan al rbol que est detrs del cazador agazapado abanicando o accionando el fuelle con
fruicin, y desde all arriba le dejan caer en la cabeza una pesada bocha, o una roca, o una bala de
can.
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La madriguera favorita de una variedad especialmente pequea de conejos es gueda, la prima del
idiota. Ella est casi siempre tendida en la alfombra, junto a la chimenea, con las piernas ligeramente
entreabiertas. Uno puede sentarse a prudente distancia, y si tiene paciencia y no hace ruido observar
al cabo de un tiempo la blanca y nerviosa cabecita orejuda que se asoma y mira. gueda odia a los
cazadores y protege a sus conejitos. Siempre tiene a mano un balde de agua para apagar las fogatas
que hacen algunos cazadores fanticos. Los conejitos, sabindose protegidos, se acodan a veces en la
puerta de la madriguera y nos miran con desprecio, con una tremenda expresin de complacencia
malvada en sus ojitos redondos.
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En una poca me deca un viejo conejo este bosque estaba repleto de guardabosques. Daba
gusto verlos retozar en el pasto, vestidos con sus brillantes uniformes. Ahora los tiempos han
cambiado. Est seguro de que no hallar un solo guardabosques, as se pase la vida buscndolo. El
disfraz de conejo era perfecto, pero de todos modos no logr engaarme. Vamos, guardabosques le
dije, con aire de superioridad protectora, te invito a tomar unas caas en el boliche.
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Como ejemplo aleccionante para los cuervos y las hienas del bosque, colgamos a veces los
esqueletos de nuestros nios en unas horcas siniestras.
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Laura prefiere los hombres a los conejos. Cuando vamos al bosque, de caza, ella se tiende en el
pasto y espera que vengan hombres a poseerla. Los hombres salvajes que habitan el bosque son de
inusual virilidad y muy hbiles para el abrazo, muy al contrario de los cazadores de conejos, a quienes
la vida sedentaria en el castillo nos ha vuelto plidos, dbiles, gordos, torpes y ms bien afeminados.
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Yo senta pinchazos en las piernas. Al principio no les daba importancia, pensando en los darditos
inofensivos de las araas con ropas de cazador y sombrero rojo. Pero cuando el dolor y el mareo me
hicieron vacilar y caer, y antes de que la vista se me nublara definitivamente, vi a las pequeas
enfermeras, de tnica blanca, con sonrisas diablicas llenas de colmillos, acribillndome con esas
agujas hipodrmicas llenas de un veneno amarillento, dolorossimo y fatal.
Eplogo
En total ramos muchos, y nadie pensaba cumplir las rdenes. Haba cazadores solitarios y haba
grupos de dos, de tres o de quince. Todos los detalles haban sido previstos. Tenamos un plan
completo. Llegados al bosque inmenso, el idiota levant una mano y dio la orden de dispersarnos.
Laura iba desnuda. Otros llevaban las manos vacas. Y escopetas, puales, ametralladoras, caones y
tanques. Tenamos sombreros rojos. Era una expedicin bien organizada que capitaneaba el idiota.
Fuimos a cazar conejos.
Marzo 1973
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Lo mejor de la ciencia ficcin latinoamericana
Alberto Vanasco naci en 1925 en Buenos Aires, Argentina. Su obra potica, iniciada en
1943, se distingue por su carcter experimental. Public, con otros poetas, en la revista
Zona, y todos sus poemas se agrupan bajo dos ttulos: Ella en general y Canto rodado. Su
incursin dentro de la ciencia ficcin fue muy tarda, y constituye una excepcin en su
produccin literaria. Su colaboracin con Eduardo Goligorsky (presente tambin en esta
antologa) produjo dos excelentes libros de relatos: Memorias del futuro (1966), que inclua
La muerte del poeta, y Adis al maana (1967).
El empleado de la seccin Poesa accion una pequea palanca del tablero central y casi de
inmediato apareci la tarjeta en la bandeja de informacin.
Aqu est dijo el empleado, tomando el cartn con su mano izquierda y extendindoselo a
Dorvs. Con la otra mano sostena la taza de caf.
Dorvs tom la tarjeta y trat de leer.
No entiendodijo.
Claro que no. Pero es sencillo. Mire: cada punto, una letra, cada dos puntos, un nmero.
Tengo que descifrarlo yo?
No, en absoluto. Pens que le gustara saber, por eso le explicaba.
Me basta con saber lo mo. Puede informarme?
S dijo el empleado, ponindose serio de pronto y dejando a un lado la taza vaca. Cmo no.
Estudi durante tres segundos las perforaciones del cdigo.
Tuvo suerte exclam, con entusiasmo. El libro ha sido aprobado. Le corresponde el nmero A
125.432 bis, de la fecha.
Qu quiere decir? Son todos los libros presentados en el ao?
No. Son los compulsados hoy. Pero el suyo es uno de los pocos que ha pasado la prueba. Hay
solamente veintitrs en las mismas condiciones. Y usted es el nmero uno.
Gracias. Eso est bien, no?
Supongo que s. Y para nosotros tambin. Es el primero que resulta aprobado en nuestra oficina,
en ms de diez aos.
Adonde debo dirigirme ahora?
A la biblioteca. All le darn toda la informacin.
Lo publicarn?
S. Son los que se encargan de eso.
Gracias.
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El cosmonauta
De ngel Arango, como de la mayor parte de los escritores cubanos, se sabe ms bien poco.
Naci en La Habana, Cuba, el 25 de marzo de 1926; se gradu como doctor en Derecho Civil,
pero jams ha ejercido; fue tallador de diamantes, y actualmente, segn nuestras noticias,
trabaja en Cubana de Aviacin. Ha vivido en Estados Unidos, y ha visitado Espaa, Mxico,
Brasil, Puerto Rico y Canad. En su haber tiene al menos tres obras de ciencia ficcin:
Adonde van los cefalomos? (1964), El planeta negro (1966) y Robotomaquia (1968). El cuento
que aqu les ofrecemos apareci originalmente en el nmero 42 de la revista espaola Nueva
Dimensin.
La nave haba sido desviada de su ruta por la interferencia de una corriente de partculas
metericas y el hombre se vio obligado a aproximarla al planeta para evitar un choque fatal. Luego la
fuerza de gravedad la atrajo y fue descendiendo en zigzag, utilizando el motor de freno como
compensacin.
As podr revisar los instrumentos y esperar a que termine el flujo meterico... se dijo el
cosmonauta.
Primero la nave era un punto negro en el cielo. Acercse a la superficie como una partcula estelar,
creciendo hasta tomar su forma definitiva sobre el polvo azul, que se apart inmediatamente dejando
lugar al oxgeno que respiraba la nave para protegerse, y que pronto vino a formar una mancha roja
debajo de ella.
Git, Nu, Mut y los dems nunca haban visto un meteorito tan extrao: ms brillante que los otros,
menos caliente, ms simtrico. Git se extendi sobre la nave. Su ojo blanco temblaba y las mltiples
esferas cerebrales de sus tentculos se humedecieron. El sudor de los pequeos cerebros a lo largo de
sus tentculos corra por el cristal de las ventanillas.
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Murdeme! suplic a Nu, y ella, choc!, le cort otro trozo de tentculo, que dio un hijo ms.
Como ocurra cada vez que caan meteoritos, su instinto de reproduccin era exaltado y el proceso
de cortar tentculos se multiplicaba.
Nu morda los tentculos de Git con las pinzas y los pequeos pedazos se iban rodando y crecan
con rapidez. Mut se extendi longitudinalmente sobre el estimulante polvo azul; alargndose, avanz
sobre la nave y form varios anillos en su rededor. Luego se subdividi y cada anillo fue a su vez
tendindose a lo largo sobre el polvo azul y subdividindose.
Movido por la necesidad de establecer contacto y por la confianza en s mismo, el cosmonauta
apareci en la puerta de la nave, contemplando a los curiosos pobladores del polvo azul. Solo en su
traje ancho, la cabeza dentro del casco de cristal que emita chispas por las antenas frente a sus ojos,
descendi por la escalera y se adelant hacia la multitud. Los otros quedaron sorprendidos ante aquel
ser que sala de un meteorito y caminaba sobre dos tentculos, moviendo otros dos en el aire.
Mut pregunt:
De dnde vendr? Nunca habamos visto a nadie en un meteorito.
Extrao, extrao coment Nu, e hizo choc! choc! en el aire con sus pinzas.
La osada del hombre creci al verse como un rey, delante de todos aquellos personajes que
permanecan inmviles, analizndolo a travs de sus mltiples tentculos llenos de esferas cerebrales;
miles de ojos pensantes sobre el hombre, escrutndolo, penetrndolo, tomando su imagen y
movimientos, apoderndose de sus formas.
Entr en el polvo azul. Los dems vieron cmo se mova cmodamente sobre sus pies, mirndolo
todo y lanzando constantes chispas entre ceja y ceja.
Hblale sugiri Mut. Dile cualquier cosa...
Quin eres? pregunt Git.
El cosmonauta no recibi nada. Su casco de cristal continuaba despidiendo chispas entre ceja y
ceja. Pero tuvo una cierta intuicin de que queran entablar un dilogo. Lo mejor que pudo hacer fue
lanzar ms chispas, esta vez azules.
Git, Nu, Mut, y los dems entendieron que eran un smbolo de paz.
Sus palabras son azules como nuestro polvo dijo Mut. Quiere decirnos algo...
Por qu ser tan pequeo? pregunt Nu.
Git seal:
Tiene dos cerebros gemelos que le brillan. Los abre y los cierra; miren bien. Y por encima de los
cerebros nos habla con palabras de luz azul.
S dijo Nu. Qu edad tendr?
Debe de ser muy joven especul Mut. Sus tentculos son cortos...
Nu se dirigi al hombre.
Acrcate le dijo, acrcate.
El cosmonauta no oa absolutamente nada.
Nu entonces se le aproxim.
Ests solo? No hay ms contigo?
Los dems miraron hacia la puerta exterior de la nave, que haba quedado abierta. Pero nadie se
asomaba. Uno de los tentculos-hijos se fue corriendo y trep por la escalerilla.
El hombre, que lo haba visto, sigui intentando entablar conversacin.
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Futuro
Tesis
Y se logr la sociedad perfecta, y se atenu la locura de la especie humana y los hombres
estuvieron dispuestos a dedicar sus energas a la consecucin de un objetivo.
Anttesis
Entonces encontraron que no haba objetivo alguno al cual se pudieran dedicar.
Sntesis
Por lo tanto, fue endiosada como objetivo la ausencia de todo objetivo, esto es, el vegetar.
Tesis
En primer lugar, la humanidad haba de liberarse del trabajo, y ello inici la ms loca carrera de
trabajo conjunto destinado al objetivo de no trabajar.
Anttesis
Finalmente, todo trabajo humano fue hecho por mquinas, y las mquinas fueron hechas por otras
mquinas, que a su vez eran dirigidas por otras mquinas, y as se liber la humanidad del trabajo.
Sntesis
Por lo que todas las facultades mecnicas del hombre, su musculatura, sus miembros y sus
posibilidades de moverse o de mover objetos, dejaron de ser tiles, se atrofiaron, y acabaron por
desaparecer.
Tesis
En segundo lugar, haba de liberarse la humanidad de la esclavitud del alimento.
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Anttesis
Todas las potencialidades qumicas se emplearon en la sntesis de las protenas y de los hidratos de
carbono a partir de la materia inanimada y del calor, y finalmente, mediante la energa atmica,
fuerza y materia fueron transmutadas en los laboratorios hasta que formaron la ms depurada
quintaesencia alimenticia, susceptible de pasar directamente al caldo sanguneo sin previa digestin.
Sntesis
Con lo que la boca y el estmago y el intestino y el hgado y en general las vsceras dejaron de
cargar con la pesada tarea de exprimir energas de los alimentos, y se atrofiaron, y acabaron por
desaparecer.
Tesis
En tercer lugar, deba liberarse la humanidad de la muerte.
Anttesis
Y los laboratorios acorralaron las toxinas que producan la degeneracin antao conocida como
vejez y corrigieron los genes que producan el suicidio del individuo conocido como muerte, y a partir
de la materia orgnica se hizo la sntesis del protoplasma y a partir de la sntesis del protoplasma se
hizo la sntesis de la inmortalidad.
Sntesis
Con lo que se hizo innecesario reproducirse y los rganos de la generacin dejaron de ser tiles, se
atrofiaron y acabaron por desaparecer.
Tesis
Y fue en esta alborada del espritu cuando el intelecto, ya dueo y seor del universo, estuvo
capacitado para lanzarse a la ms audaz aventura dentro de las ms puras categoras de la
abstraccin.
Anttesis
Liberado del trabajo, liberado del hambre, liberado del sexo, liberado de la muerte, el cerebro
humano se dispona a lanzar a la faz de lo creado su ms potente fruto: el que no haba nacido de
ninguna urgencia de las vsceras, de ningn apetito de la carne. Un acontecimiento enorme estaba por
sobrevenir.
Sntesis
En efecto, el cerebro humano tambin dej de ser necesario, tambin se atrofi, y tambin acab
por desaparecer.
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Anglica Gorodischer puede ser considerada con toda justicia como el Borges femenino.
Desempea un importante papel dentro de la escuela literaria de Rosario, ciudad donde
reside. Autora prolfica, entre su obra de ciencia ficcin cabe destacar la novela Opus dos
(1967), una original crtica del racismo en la lnea de las obras de Ray Bradbury, y los libros
de relatos Bajo las jabeas en flor (1973), de donde hemos extrado el presente relato, Casta
luna electrnica (1978), donde se mezclan relatos de ciencia ficcin, fantsticos y policacos,
y Trafalgar (1980), relatos de las andanzas por diversos mundos de un curioso personaje,
mitad aventurero, mitad poeta, llamado Trafalgar Medrano. Actualmente es traductora y
bibliotecaria en un hospital. y su tiempo discurre entre su trabajo, su marido, sus hijos, sus
gatos... y escribir incesantemente.
Se dio vuelta bajo las mantas, rugieron los torrentes. Alcanz a detener la punta de un sueo que
hablaba de Ulises; escuch la respiracin tranquilizadora de la noche en Vantedour. Bonifacio de
Solomea se estir a los pies de la cama y sac la lengua rosa para la rutina de un aseo perezoso. Pero
no haba amanecido, y los dos volvieron a dormirse. Atravesado en el umbral de la puerta, Tuk-o-Tut
roncaba.
Del otro lado del mar, los Matronas mecan a Carita Dulce. Haban transportado con cuidado el
huevo al aire libre, fijndose dnde pisaban para no tropezar, para no sacudirlo, y lo haban
destapado. La cuna enorme se mova al comps de la cancin y el sol amarillo pasaba entre las hojas
de los rboles y le lama los muslos. Se movi, se frot contra las paredes suaves de la cuna y
llorique. Los Matronas cantaron, y uno de ellos se acerc y le acarici la mejilla. Carita Dulce sonri
y volvi a quedarse dormido. Los Matronas suspiraron y se miraron entre ellos, arrobados.
En la isla era por la tarde: los clavicordios tocaban la Sonata nmero 17 en si bemol mayor.
Theophilus se preparaba para atacar nuevamente; Saverius haba terminado su discurso y l haba
estado planeando una respuesta brillante. Pero dentro de l reson la frase: Esta alma tambin ama a
Cimarosa. Se le escapaban las palabras que haba pensado decir, la importancia de una conjuncin
adversativa, el matiz de un adjetivo para calificar un tanto peyorativamente el pretendido modelo
universal de la percepcin?, y le pareci que Saverius empezaba a mostrarse demasiado satisfecho.
Retorcido como una soga, barbudo y sucio, oliendo a vmito y a sudor, hizo otro esfuerzo para
sentarse. Apoy con fuerza la mano izquierda en el suelo, apretando, apretando para que no
temblara, y se agarr a una mata de pasto. Alz la derecha, se sujet al tronco del rbol y empez a
izarse. Estaba mareado y una saliva biliosa le llenaba la boca. Escupi, y un poco de baba se le desliz
por la barbilla.
Cantemos dijo, cantmosle a la vida, al amor y al vino.
Tena siete soles dentro de la cabeza y dos afuera. Uno era anaranjado y poda mirrselo
impunemente.
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Quiero un traje dijo. ste est hecho una porquera. Un traje nuevo de terciopelo verde.
Verde, eso es, verde. Y botas altas. Un bastn, una camisa. Y whisky en copones de cerveza.
Pero estaba muy lejos del violeta y no tena fuerzas para caminar.
La fachada de la casa era de piedra gris. La casa misma estaba incrustada en la montaa, y por
dentro estaba minada por incontables corredores a los que no llegaba ninguna luz. Las salas de trofeos
estaban vacas: en el monte, los Cazadores asaban carne de ciervos. Haba salas tapizadas de negro a
las que a veces entraban los Jueces. Todo estaba en silencio como lo estaba la mayor parte del
tiempo: las ventanas seguiran cerradas. La cmara de torturas se encontraba en el stano, y hacia all
llevaban a Lesvanoos, con las manos atadas a la espalda.
Mientras tanto, quince hombres cansados se acercaban en la oscuridad. Once de ellos haban sido
elegidos por sus aptitudes fsicas, su valor y su capacidad de obediencia: los cuatro restantes, por sus
conocimientos. En el nico lugar que no era un pozo destinado a la mayor cantidad posible de
funciones tiles, siete se sentaban alrededor de una mesa.
Digamos que diez horas ms dijo el Comandante.
Lenidas Terencio Sessler pens que se haban dicho demasiadas cosas en ese viaje, y que por lo
visto, seguan y seguiran dicindose demasiadas cosas. Haba habido discusiones, peleas, gritos,
rdenes, disculpas, explicaciones, discursos moralizantes (a su cargo, exclusivamente a su cargo). Su
intencin no haba sido nunca resultar moralizador, pero en el deseo de paliar un poco lo que saba
que a los odos de los dems sonara como cinismo, algo se modificaba en el proceso oscuro por el que
los pensamientos se transformaban en palabras, y terminaba por aplastar con moralejas a todo el
mundo. Haba tenido tiempo de comparar muchas veces ese proceso con el que, crea, deba
producirse en la creacin un poema, por ejemplo: s salir antes del da sin despertar la estrella
verde y haba llegado a la conclusin de que la detonacin del lenguaje, grito, lenguaje, nombre
otra vez: habitar mi nombre haba sido un error monstruoso, o una broma sangrienta. Eso, segn
su estado de nimo; en el segundo caso (cuando llegaba a ser capaz de aceptar la posibilidad de la
sospecha de una sospecha: la existencia de dios), chistes interminables y reeditados, autobiografas
desoladas, recomendaciones y presunciones.
Deberamos suprimir las palabras y comunicarnos con msica dijo.
El Comandante se sonri, torciendo la cabeza como un pjaro de alas cortas, desconfiado.
No me refiero solamente a nosotros explic Leo Sessler, sino al hombre en general.
Mi querido doctor dijo el ingeniero Savan, segn usted, en este momento deberamos abrir las
bocas y emitir una marcha triunfal?
Aja.
No es lo mismo si gritamos viva viva, hurra hurra?
Por supuesto que no.
Doce notas son poco dijo Reidt el joven inesperadamente.
Y veintiocho signos son demasiadocontest Leo Sessler.
A ver ese caf dijo el Comandante.
A las once, hora de navegacin, aterrizaron en el as llamado Desierto Puma. No era un desierto,
sino una vasta depresin cubierta de hierbas amarillentas.
Triste tierradijo Leo Sessler.
Diez horas cincuenta y cuatro le contestaron.
Y tambin:
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Bajaron ocho de ellos, el Comandante, Leo Sessler, el ingeniero Savan, el radiooperador segundo, y
cuatro tripulantes ms. Todos llevaban armas livianas, pero el nico que se senta ridculo era Leo
Sessler.
Savan levant la cabeza para mirar al cielo, y dijo a travs de la mascarilla, con una voz
desconocida:
Reidt el joven tena razn. Uno de ellos por lo menos, es totalmente inofensivo. Mire para arriba,
doctor.
Gracias, no. Supongo que lo voy a hacer en cualquier momento, sin darme cuenta. El sol siempre
me ha inspirado cierta desconfianza. Imagnese cuando me encuentro con dos.
Empezaban a remontar la cuesta suave.
Cuando salgamos de esta hoya dijo el Comandante y se detuvo.
Contra el horizonte dorado galopaba un potro, negro a contraluz. Todos se quedaron parados,
quietos y mudos, y uno de los tripulantes alz el fusil. Leo Sessler alcanz a verlo y le hizo un gesto
negativo, el potro segua galopando a la vista de todos por el borde de la depresin, como
ofrecindose para que lo contemplaran, lleno de fuerza, acotado por el fro de la maana, animado
por ros de sangre caliente en los ijares y en los remos, las narices dilatadas y burlonas. De pronto
desapareci, bajando hacia el otro lado de la pendiente.
Ah no dijo el ingeniero Savan, pero si eso era un caballo.
Y al mismo tiempo:
Ustedes vieron? pregunt el Comandante.
Un caballo dijo uno de los tripulantes, un caballo, mi Comandante, seor, pero no era que no
bamos a encontrar animales.
Ya s. Nos hemos equivocado. Bajamos en otra parte.
Cllese, Savan, no diga estupideces. Hemos bajado exactamente donde debamos.
Pasaron los caballos que corran al osario, fresca todava la boca de salvias de la tierra.
Solamente que sta no es la Tierra y aqu no debera haber caballos dijo Leo Sessler.
El Comandante no le orden que se callara. Dijo:
Adelante.
El Maestro Navegador le haba hecho saber que todo estaba preparado. Sentado frente al
comunicador, Theophilus escuchaba. Oy:
Pasaron los caballos que corran al osario, fresca todava la boca de salvias de la tierra.
Solamente que sta no es la Tierra y aqu no debera haber caballos.
Y despus, otra voz:
Adelante.
Para cuando llegaron al borde del Desierto Puma, el sol amarillo calentaba la parte de afuera de los
trajes blancos, pero all adentro ellos no sentan el calor.
Se detuvieron en el lmite de un mundo verde y azul, manchado de puntos violeta. Estaban en la
Tierra en la primera maana de una nueva edad con dos soles y caballos, bosques de robles y
sicmoros, parcelas de tierra cultivada, girasoles y sendas.
Leo Sessler se sent en el suelo: algo le saltaba dentro de las tripas, algo le haba sellado la
garganta y andaba jugando dentro de l, Proteo, leyendas. Se parti: por favor, tengamos calma.
Supona que Savan estaba plido y que el Comandante haba decidido seguir siendo el Comandante:
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Leo Sessler saba que era un hombre enfermo. Pens que era una suerte que Reidt el joven se hubiera
quedado. El Comandante despleg un mapa y plante el asunto, dirigindose a todos. Lejos, el potro
galopaba contra el viento.
Dganle al Maestro Navegador que ya bajo dijo Theophilus.
Carita Dulce se encogi, las rodillas contra el mentn. Lesvanoos suplicaba que lo azotaran: el
verdugo tena orden de seguir esperando.
Haca girar el bastn con la mano derecha y con la izquierda se llevaba el copn a los labios. El
whisky chorreaba sobre el terciopelo verde.
Cuntos hombres? pregunt el Seor de Vantedour.
Ocho contest el viga.
La cosa es as dijo el Comandante: los datos no coinciden, de modo que debe haber un error
en alguna parte. Creo imposible que nosotros nos hayamos equivocado. La alteracin debe estar, con
seguridad, en la informacin que nos ha sido suministrada.
Cada hombre responde al ritual lingstico de su clase, pens Leo Sessler.
Se nos ha hablado de vida vegetal pobre, musgos, pastos, y a veces arbustos, y nos encontramos
con rboles (cultivos, eso es ms grave, pens Sessler), hierbas altas, en fin, una vegetacin
asombrosamente rica y variada. Sin contar con los animales. Segn los informes previos, solamente
debamos haber visto insectos, pocos, y algunos vermiformes.
Est el asunto del agua dijo Leo Sessler.
Qu?
Escuchen.
A la distancia, rugan los torrentes.
El agua, eso es, el agua dijo el Comandante, otra incongruencia.
Savan se sent en el suelo, junto a Leo Sessler. El Comandante tosi.
Creo que se consignaban hilos de agua dijo, intermitentes por otra parte, y estacionales, que
se hundan en el suelo. Pero lo importante ahora es resolver qu vamos a hacer. Podemos seguir. O
podemos volver y celebrar algo as como un concejo, con la informacin previa a la vista, para
compararla con lo que acabamos de ver.
Alguna vez vamos a tener que ir dijo el ingeniero Savan.
De acuerdo dijo el Comandante. Yo haba pensado ms o menos en los mismos trminos. La
reunin podr hacerse despus, y la ventaja de seguir reside en que contaremos con datos ms
amplios. De todas maneras, si alguien quiere volverse eso involucraba tambin a los tripulantes,
posiblemente no al radiooperador segundo, puede hacerlo.
Pero nadie se movi.
Sigamos entonces.
Pleg los mapas. Savan y Leo Sessler se pusieron de pie.
Tengan las armas listas pero nadie las use sin orden ma, vean lo que vieren.
Potros? Una cabina de telfonos? Un tren? Una cervecera? Lo cotidiano: vermiformes e hilos de
agua intermitentes y estacionales.
Todo parece tan tranquilo.
Leo Sessler pens una de sus frases clebres y se ri de s mismo. Algn da escribira sus memorias
de hombre solitario, y habra un apartado especial dedicado a sus frases clebres, pequeas
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enunciaciones dogmticas que haban nacido frente a situaciones inesperadas que los dems no
comprendan y l tampoco, para tratar de reducirlas a su no-moral de la fragilidad humana. Por
ejemplo, en este caso, que la belleza, porque todo esto era de una belleza maternal, no garantizaba
una acogida amistosa. No lo haba sido, indudablemente, para el Comandante Tardn y la tripulacin
de la Luz Dormida Tres. Poda haber silenciosas emboscadas. O monstruos. O aqu la muerte poda
adoptar formas amables. O sirenas, o simplemente venenos flotantes. O emanaciones que
fortalecieran en el hombre el deseo de morir. Lo que no explicaba el potro ni los campos cultivados.
Eso es un camino dijo Savan.
Ni los caminos.
Se pararon frente al camino de tierra apisonada.
Ni algo tan familiar como los girasoles.
Por el camino dijo el Comandante. Siempre nos va a resultar ms fcil andar por un camino
que a campo traviesa.
Hasta un militar de profesin poda tener rasgos admirables, y lo cierto es que esos rasgos
admirables podan muy bien formar parte precisamente del conjunto de inclinaciones y cualidades que
llevan a un hombre a elegir esa profesin abominable. Eso, decidi Leo Sessler, era demasiado largo,
no formara parte del captulo d las frases clebres, sino de, veamos, de Las Reflexiones del
Atardecer. Los soles estaban sobre sus cabezas, las botas levantaban pequeos remolinos de polvo, un
polvo blanco que flotaba un momento y caa suavizando las huellas de pies. El Comandante dijo que
caminaran durante una hora ms, y que, en caso de no encontrar nada nuevo, volveran y
programaran, una exploracin ms completa para el da siguiente. El camino atravesaba el bosque de
robles. Haba pjaros pero nadie los coment: el potro haba resumido a todos los animales que no
deban haber existido.
Efectivamente, es posible dijo el Seor de Vantedour. Cmo los oy?
Creando un comunicador. Sumamente fcil, hgame acordar que se lo explique.
Las ventajas de ser experto en electrnica superior sonri el Seor de Vantedour. Por qu
vino a verme a m?
A quin esperaba que fuera a ver? pregunt a su vez Theophilus. A Moritz? Kesterren queda
fuera de alcance. Y a Leval hay que encontrarlo cuando es Les-Van-Oos, pero me temo que ahora pasa
la mayor parte del tiempo siendo Lesvanoos.
Quiero decir si usted espera que hagamos algo.
No s.
Por supuesto, usted comprende que podramos hacer cualquier cosa.
Por cualquier cosa usted entiende suprimirlos dijo Theophilus.
S.
Fue lo primero que pens. Y sin embargo.
Eso es dijo el Seor de Vantedour. Sin embargo.
El camino sala del bosque de robles y Carita Dulce reclamaba caricias, ms caricias, mientras el
hombre del traje de terciopelo verde caa una vez ms, la copa se haca pedazos, el verdugo tensaba
las cuerdas, Lesvanoos aullaba, y el Seor de Vantedour y Theophilus trataban de ponerse de acuerdo
sobre qu se hara con los ocho hombres de la Nin Paume Uno.
Leo Sessler fue el primero en ver el muro de ronda y sigui caminando sin decir nada. Oyeron el
galope: el potro? Los hombres vieron alzarse al jinete detrs de la prxima cuesta, o tal vez
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alcanzaron a darse cuenta de las dos cosas al mismo tiempo, el muro de ronda y el jinete que vena
hacia ellos. El Comandante hizo un ademn: abajo las armas. El caballo fue sofrenado y el jinete se
acerc al paso.
Con los saludos del Seor de Vantedour, seores. Se les espera en el castillo. El Comandante
inclin la cabeza, el jinete desmont y empez a caminar al frente del grupo, llevando al caballo de la
brida.
El caballo era, o pareca, un pura sangre ingls de perfil rectilneo, de gran alzada. Los arneses
estaban hechos de cuero teido de azul oscuro con estrellas doradas estampadas a fuego. El bocado,
la barbada, los anillos para las riendas, y los estribos, eran de plata. Llevaba gualdrapas del mismo
color que las riendas, con estrellas en la orla.
Equus incredibilis dijo Leo Sessler.
Cmo? pregunt Savan.
O quizs Eohippus Salariis improbabais.
Savan no pregunt nada ms.
El jinete era un hombre joven e inexpresivo, vestido de azul y negro. Los calzones ajustados eran
negros, y la casaca era azul con estrellas doradas en la orla. Una capucha le cubra la cabeza y le
bajaba hasta los hombros.
El Comandante pidi al radiooperador segundo que llamara a la Nin Paume Uno dando el rumbo
que llevaban, sin explicar nada, diciendo que volveran a comunicarse. El hombre se fue quedando
atrs.
Cruzaron una rampa almenada sobre un foso seco, y el puente levadizo. Entraron en el patio
empedrado. Haba una cisterna y ladridos de perros y hombres vestidos como el gua, olor a animales,
a troncos quemados, a cuero y a pan caliente. Rodeados por las torres flanqueantes, las almenas y las
saeteras, encabezados por el Comandante para quien toda la marcha tena que haber sido un suplicio,
se dejaron llevar hasta la Puerta de Ceremonia: a medias en la sombra del interior, solamente las
piernas en el agujero de luz que haca el sol sobre el piso de losas de piedra, esperaban dos hombres.
El gua se apart y el Comandante dijo:
Tardn.
El Seor de Vantedour, querido Comandante, el Seor de Vantedour. Adelante, quiero
presentarles a Theophilus.
Los ocho hombres entraron en el saln.
En la isla, el Maestro Astrnomo compona su decimonovena memoria: sta, sobre la Constelacin
del Lecho de Afrodita. El jefe de jardineros se inclinaba sobre una nueva variedad de rosa ocre
moteada. Saverius lea La Doctrina Platnica de La Verdad. La Peona estudiaba su nuevo peinado. Y
en las cocinas se trabajaba en un ibis de hielo que llevara en el vientre ahuecado los helados de la
comida de la noche.
Lesvanoos haba eyaculado sobre las piedras rugosas de la cmara. Flojo y dolorido, con los ojos
llenos de lgrimas, los labios resecos, la garganta ardiendo, alz la mano derecha y seal la puerta.
El verdugo llam en voz alta y El Campen entr con un manto desplegado que ech sobre Lesvanoos.
Lo envolvi, lo levant en brazos y lo sac de all.
El hombre del traje de terciopelo verde dorma bajo los rboles. Siete perros aullaban a las lunas.
Carita Dulce se haba despertado y los Matronas le hablaban en arrullos, aflautando las voces,
imitando balbuceos de nios.
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Confo en que una explicacin har que nos comprendamos mejor dijo el Seor de Vantedour.
Estaban sentados alrededor de la mesa en el Gran Saln. En las chimeneas ardan los leos, bufones
y trovadores esperaban en los rincones. Los sirvientes trajeron vino y carne asada. Las damas haban
sido excluidas de la reunin. Eran los ocho hombres de la Tierra, el Seor de Vantedour y Theophilus.
Bonifacio de Solomea trep sobre las rodillas de Leo Sessler y estudi al hombre con sus ojos
amarillos. Tuk-o-Tut guardaba la puerta que daba a la Sala de Armas, los brazos cruzados sobre el
pecho.
Imaginan a la Luz Dormida Tres cayendo hacia el mundo con una rapidez mucho mayor de la
prevista.
Nos vamos a estrellar.
Moritz vomita, Leval parece de piedra. El Comandante Tardn consigue frenar, no mucho, no todo
lo que sera necesario, el impulso suicida de Luz Dormida Tres, que se yergue al fin sobre la tierra
desconocida hacindoles cimbrar los huesos. Pero el suelo de Salari II es gredoso, reseco y flojo, y
cede bajo un costado y la nave se inclina y cae.
Heridos dijo el Seor de Vantedour, estuvimos inconscientes mucho tiempo.
Hay un despertar blanco: el sol entra por las grietas abiertas en la popa.
Salimosdeallcomopudimos. Kesterren era el que estaba peor, lo sacamos a rastras. La Luz
Dormida Tres qued acostada en la llanura.
El mundo es un fro pedazo de cobre bajo dos soles. Kesterren se queja. Mientras Leval se queda
con l, subo a la Luz Dormida Tres con Sildor en busca de agua y suero. Tengo las manos quemadas y
Sildor est herido en la cara y arrastra una pierna. Afuera ha empezado a soplar el viento, y ya se ha
vuelto peligroso pensar.
Vivimos entre el desierto y la Luz Dormida Tres, mantenindonos con raciones nfimas, durante
varios das, no puedo decirles cuntos. Todos los instrumentos estaban destrozados y la provisin de
agua se iba a acabar muy pronto. Kesterren termin por reaccionar, pero nos era imposible moverlo,
la pierna de Sildor se volvi enorme y rgida, y mis manos estaban en carne viva. Moritz se pasaba el
da sentado, con la cara entre las rodillas y los brazos alrededor de las piernas, y a veces sollozaba sin
pudor.
A Leo Sessler se le ocurri (Bonifacio de Solomea dorma sobre sus rodillas) que el pudor puede muy
bien dejar de florecer en un mundo desierto, donde no hay agua ni comida ni antibiticos; en un
mundo con dos soles y cinco lunas, al que el hombre llega por primera vez en misin precolonizadora
para un rpido viaje de reconocimiento, y donde se ve obligado a enfrentar sus pocos, ltimos das.
Yo haba decidido matarlos, me comprenden? dijo el Seor de Vantedour. Entrar en la Luz
Dormida Tres, dispararles desde ah y pegarme un tiro despus. No podamos salir en busca de agua.
Incluso si la hubiramos encontrado hizo una pausa, desdeando hilos de agua intermitentes,
estacionales e improbables, nuestras posibilidades de sobrevivir eran tan limitadas que resultaban
casi inexistentes. Algn da desembarcara otra expedicin, ustedes, y encontraran los restos de la
nave y cinco esqueletos con agujeros de bala en la cabeza. Sonri. Sigo teniendo muy buena
puntera.
Comandante Tardn dijo Savan.
Seor de Vantedour, por favor, o simplemente Vantedour.
Pero usted es el Comandante Tardn.
Ya no.
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El Comandante de la Nin Paume Uno se movi en su silln y dijo que l pensaba como Savan, que
Tardn no poda dejar de ser quien haba sido, quien era en realidad. La pregunta de Savan no lleg a
ser formulada: suavemente, intervino Theophilus.
Explqueles cmo descubrimos el violeta, Vantedour.
Explquenos de dnde sali todo esto dijo el Comandante, y abarc con un gesto el Gran Saln,
los trovadores, las chimeneas de piedra, los sirvientes vestidos de azul, los enanos, la Escalera de
Honor, Tuk-o-Tut junto a la puerta de la Sala de Armas adornado de collares, alfanje a la cintura,
babuchas en los pies; las caras femeninas tocadas con altos sombreretes blancos que se asomaban a
los balcones interiores.
Es lo mismo dijo el Seor de Vantedour.
Dgales que somos dioses sugiri Theophilus.
Somos dioses.
Por favor!
Camino alrededor de la nave rota esperando acortar el da. Sildor viene a mi encuentro renqueando
y caminamos los dos en crculos muy lentos. Evitamos pisar las dos grandes manchas de luz violeta,
como lo hemos hecho desde el principio. Tienen bordes imprecisos y parecen fluctuar, moverse, estn
vivas tal vez, y tal vez son mortferas. No sentimos curiosidad, ya que conocemos una respuesta.
No quiero comer.
Cllese, Sildor. Quedan provisiones.
Mentira.
Creo que voy a golpearlo, pero l se re. Doy unos pasos hacia l: retrocede sin mirar adonde pone
los pies.
No quise insultarlo dice. Iba a explicarle que no quiero comer, pero que dara cualquier cosa
por tener un cigarrillo.
De dnde sac ese cigarrillo? le grito.
Sildor me mira espantado, y despus recobra su cara de la nave.
Escuche, Comandante Tardn, no tengo cigarrillos. Solamente dije que quera un cigarrillo.
Lo asalto, como si fuera a luchar con l, lo agarro de la mueca y le alzo la mano, se la pongo
frente a los ojos.
Tiene dos cigarrillos en la mano.
La nica solucin posible era que estbamos locos sigui el Seor de Vantedour.
Y el universo se desploma encima mo, blando y pegajoso. Acostado en el Lecho de Afrodita,
oprimido por la tapa de mi atad, oigo muy lejos las voces de Sildor y de Leval. Me llaman, tienen un
megfono, s que hemos dejado atrs los lmites, me silban los odos y sueo con el agua. Me golpean
la cara y me ayudan a sentarme. Kesterren pregunta qu pasa. Quiero saber si los cigarrillos existen.
Los tocamos y los olemos. Finalmente nos fumamos uno entre los tres y es un cigarrillo. Decidimos
suponer por un momento que no estamos locos y hacer una prueba.
Quiero un cigarrillo dice Leval, y se mira las manos vacas, que siguen vacas.
Lo repite sin mirarse las manos. Imitamos las palabras, los gestos y las expresiones que tenamos en
el momento en que se produjo el primer cigarrillo. Sildor se para frente a m y dice: No quise
insultarlo. Iba a explicarle que no quiero comer pero que dara cualquier cosa por tener un cigarrillo.
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No sucede nada ms. Me ro por primera vez desde que la Luz Dormida Tres empezara a tomar
demasiada velocidad, ya dentro de la atmsfera.
Quiero un refrigerador de alimentos con comida para diez das digo. Una casa de veraneo a
orillas de un lago. Un sobretodo con cuello de piel. Un automvil Snior De Luxe. Un gato siams.
Cinco trompetas.
Leval y Sildor tambin se ren, pero hay un cigarrillo.
Dormimos mal, hace ms fro que las noches anteriores, y si bien Moritz ya casi no habla ni se
mueve, Kesterren no deja de quejarse.
Pero a la maana siguiente, antes de la hora fijada para el desayuno, si es que lo que habamos
venido comiendo poda llamarse desayuno, me levant antes que los otros se despertaran y, por
intrigado que estuviera con lo de la noche anterior, fui hasta la Luz Dormida Tres en busca de los
rifles. Cuando mir hacia abajo, la carpa y el infinito mundo pardo que empezaba a iluminarse con los
dos soles, y las manchas violeta que parecan agua, o aguas vivas, pens que, con todo, era una
lstima. No tena miedo, no me daba miedo eso de morir, porque no pensaba en la muerte. Despus
del primer acceso de terror durante mi infancia, haba adivinado que esas cosas se aceptan o nos
vencen. Pero me acord del cigarrillo y volv a bajar. Me lo fum ah, helado de fro en el viento de la
maana. El humo era de un azul violceo, casi como las manchas en el suelo de Salari II. Como iba a
morir ese da, camin hasta una de ellas, me par encima, y comprob que no senta nada. Dije
quiero una afeitadora elctrica y la dese realmente con fuerza, me sent no como si me estuviera
afeitando, sino como si yo mismo hubiera sido una afeitadora elctrica. Me quem los dedos con el
cigarrillo, y el dolor de la brasa sobre las manos ya quemadas me hizo gritar. Tena una afeitadora
elctrica en la mano.
Los enanos jugaban a los dados junto a la chimenea. Los malabaristas y los trovadores los
azuzaban. Un contorsionista se tendi como un arco por encima de los jugadores, las llamas de los
leos iluminndole la cara. Redes, claves: los sirvientes miraban y se rean.
Como la muerte dijo el Seor de Vantedour, esto era algo que haba que aceptar. Y aun
cuando estuviramos locos, si podamos fumarnos nuestra locura, afeitarnos con nuestra locura,
llenarnos el estmago con nuestra locura, era no slo conveniente sino necesario aceptarlo. Despert
a Sildor y nos paramos cada uno sobre una de las manchas violeta. Pedimos un ro de agua dulce y
clara, con peces y lecho de arena, a diez metros de donde estbamos, y lo obtuvimos. Pedimos
rboles, una casa, comida, un automvil Snior De Luxe y cinco trompetas.
Los ocho hombres pasaron todo el da y se quedaron a dormir en el castillo del Seor de Vantedour.
Theophilus volvi a la isla. Bonifacio de Solomea y Tuk-o-Tut desaparecieron detrs del Seor.
Esa noche Reidt el joven tuvo pesadillas. Tres enfermeros con los guardapolvos manchados de
sangre empujaban montaa arriba una silla de ruedas en la que l iba sentado. Al llegar a la cima
soltaban la silla y lo dejaban solo, se volvan corriendo por donde haban subido: iban inflando globos,
globos que se hinchaban y los izaban del suelo. l se quedaba en su silla, al borde de un precipicio sin
fondo. En la ladera que caa a pico haba escalones excavados, y l se levantaba de la silla y
empezaba a bajar agarrndose de los bordes de cada agujero. Gritaba porque saba que cuando bajara
el pie no iba a encontrar el prximo escaln: iba a terminar por soltarse, tanteando con el pie en
busca del otro hueco, iba a abrir las manos y a caer y gritaba.
Esa noche el radiooperador primero anot en el parte un mensaje firmado por el Comandante en el
que se deca que haban encontrado un lugar apropiado en el que acampanan para pasar la noche.
Esa noche Les-Van-Oos mat tres serpientes marinas, armado solamente con una lanza, y la
multitud lo aclam. Carita Dulce cerr los ojos dentro del tero-cuna, tante entre sus piernas con
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una mano, y los Matronas se retiraron discretamente. Bajo las estrellas que se deslean, el corazn del
hombre del traje de terciopelo verde galopaba y se debata en su jaula.
Esa noche Leo Sessler se levant de la cama y acompaado por torrentes y por la luz de las teas,
recorri corredores y subi escaleras hasta llegar a la puerta delante de la cual dorma Tuk-o-Tut.
Quiero ver a tu seor dijo Leo Sessler tocndolo con el pie.
El negro se levant y le mostr los dientes, la mano sobre la empuadura del alfanje.
Si este animal me da un golpe con eso, me destroza.
Quiero ver al Seor de Vantedour.
El negro hizo que no con la cabeza.
Tardn! grit Leo Sessler. Comandante Tardn! Salga! Quiero hablar con usted!
El negro desenvain el alfanje, la puerta se abri hacia adentro.
No, Tuk-o-Tut dijo el Seor de Vantedour, el doctor Sessler puede venir cuantas veces quiera.
El negro sonrea.
Adelante, doctor.
Tengo que pedirle disculpas por esta visita intempestiva.
Pero no. Voy a hacer que nos traigan caf.
Leo Sessler se ri:
Me gustan esas contradicciones: un castillo medieval en el que no hay luz elctrica pero donde
uno puede tomar caf.
Por qu no? La luz elctrica me irrita, pero el caf me gusta. Fue hasta la puerta, habl con
Tuk-o-Tut y volvi a sentarse frente a Sessler. Tambin tengo agua corriente, como habr visto, pero
no tengo telfono.
Y los dems? Tienen telfono?
Theophilus tiene, para comunicarse con Leval cuando Leval est en condiciones de comunicarse
con alguien. Kesterren no lo est casi nunca, y Moritz definitivamente nunca.
Era una estancia enorme y los dos hombres estaban sentados en el centro. La cama, sobre una
plataforma de madera trabajada, ocupaba la pared del norte. La pared del oeste no exista: tres
arcadas sostenidas por columnas daban a una galera con balcones sobre el patio, desde los que se
vean tambin el campo y los bosques. Todo era desmesurado: los techos eran demasiado altos, haba
pieles en el suelo y colgaduras en las paredes. No se oa nada, salvo la voz poderosa de los torrentes
que Sessler todava no haba visto, y hasta eso se adivinaba gigantesco a la distancia.
Qu vamos a hacer, Vantedour?
Es la segunda vez en el da que me hacen esa pregunta. Y le voy a confesar que no veo por qu
tengo que ser yo el que decida. Theophilus me pregunt lo mismo, cuando supimos que ustedes haban
llegado, l por medios mucho ms perfectos, y, digamos, ms modernos que yo. Entonces se trataba
de decidir qu bamos a hacer con respecto a ustedes. Parece que ahora se trata de qu vamos a
hacer con respecto a nosotros.
Yo me refera a todos, a ustedes y a nosotros dijo Leo Sessler. Pero le confieso que soy
suspicaz en cuanto a m mismo y a mis motivos. Sospecho que esto, por importante que sea, no es ms
que una aproximacin oblicua para alentarle a que me d algunas explicaciones.
El Seor de Vantedour sonri:
No le basta con todo lo que dije durante la comida?
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No hay mujeres, Sessler. Debido a las condiciones, digamos tan particulares, bajo las cuales
puede obtenerse algo del violeta, no nos ha sido posible a ninguno de nosotros obtener una mujer.
Pero yo las he visto.
No eran mujeres. Y ahora, si usted me disculpa, y espero que no me tome por un anfitrin
desconsiderado, es hora de que nos acostemos. Queda mucho por hacer maana.
A las tres de la madrugada el doctor Leo Sessler sali al patio del castillo, atraves el puente, baj
la rampa y empez a caminar bajo las lunas buscando una mancha violeta en la tierra. Desde los
balcones de la galera, el Seor de Vantedour lo miraba.
Hemos encontrado a la dotacin de la Luz Dormida Tres anunci el Comandante.
Cmo murieron? pregunt Reidt el joven.
No murieron dijo Leo Sessler. Viven, estn vivos, saludables y satisfechos.
Y cmo vamos a hacer para llevarlos con nosotros, seor? pregunt el oficial de navegacin.
Cinco hombres son demasiado peso extra.
No parece que quisieran volver dijo Leo Sessler.
Son los dueos y seores de Salari II casi grit Savan. Cada uno de ellos tiene un continente
entero para l solo y pueden obtener todo lo que quieren de esas cosas violeta.
Qu cosas violeta.
No nos apresuremos dijo el Comandante. Rena a la tripulacin.
Los quince hombres subieron al vehculo de Theophilus, con el Maestro Navegador a los controles.
Se deslizaron por la superficie de Salari II.
Prefieren volar?
No dijo Theophilus. Sigamos as. Conocen tan poco de Salari II.
Aqu vive Kesterren.
Dnde?
En cualquier parte, por aqu cerca. Nunca se aleja mucho.
Los hombres caminaban por el campo, probaban suerte en las manchas violeta.
Hay un vagabundo acostado all dijo uno de los tripulantes.
El Seor de Vantedour se inclin sobre el hombre vestido de harapos color verde. Estaba descalzo y
tena un bastn en la mano.
Y si nos ataca? dijo uno de los hombres con la mano en la culata de la pistola:
Dgale que deje eso le dijo Theophilus al Comandante.
Kesterren!
El Seor de Vantedour termin por sacudirlo mientras lo llamaba. El hombre de los harapos abri
los ojos.
Ya no podemos hablardijo.
Kesterren, despirtese, tenemos visitas.
Visitas de los cielos dijo el hombre. Quines son ahora los hombres de los cielos?
Kesterren! Ha llegado otra expedicin de la Tierra.
Estn malditos. Cerr los ojos otra vez. Dgales que se vayan, estn malditos, y vyase usted
tambin.
igame, Kesterren, quieren hablar con usted.
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Vyanse.
Quieren contarle algo de la Tierra y quieren que usted les hable de Salad II.
Vyanse.
Se dio vuelta y se tap la cara con los brazos extendidos. Tierra y hojas secas caan de los restos
del traje de terciopelo verde.
Vamos dijo el Seor de Vantedour.
Pero vea, Tardn, no podemos dejarlo en ese estado, est demasiado borracho, le puede pasar
algo protest el Comandante.
No se preocupe.
Se va a morir, abandonado ah.
Difcil dijo Theophilus.
El vehculo baj frente a la fachada gris de la casa gris en la montaa. La puerta se abri antes que
llamaran y qued abierta hasta que pas el ltimo hombre. Despus volvi a cerrarse. Caminaron por
un corredor oscuro, inmenso y vaco, hasta otra puerta. Theophilus la abri. Detrs haba una sala
mezquina, sin ventanas, iluminada por lmparas que colgaban del techo. Dos mujeres muy jvenes
jugaban a las cartas sobre la alfombra. El Seor de Vantedour se les acerc:
Saluddijo.
Me hace trampas dijo una de las mujeres mirndolo.
Mal hecho dijo el Seor de Vantedour.
S, no es cierto? Pero yo la quiero lo mismo. Soy capaz de perdonarle cualquier cosa.
Ah dijo l. Dnde podemos encontrar a Les-Van-Oos?
No s.
Hay una fiesta en alguna parte dijo la otra.
En la sala dorada dijo la primera.
Dnde queda?
No pretender que la deje sola, no? No puedo ir con ustedes. Pens un poco. Salgan por esa
puerta, no, por la otra, y cuando encuentren a los Cazadores, pregntenles.
Sigui jugando a las cartas.
Tramposa oy Leo Sessler antes de salir.
Otro corredor igual al primero y corredores iguales a ste y al anterior, que se abran en ngulo
recto. Llegaron a una sala circular, con un techo de losas de vidrio por el que entraba la luz. Un grupo
de hombres coma sentado a una mesa.
Ustedes son los Cazadores?
No.
Somos los Gladiadores dijo otro.
Dnde est Les-Van-Oos?
En la sala dorada.
El hombre se levant limpindose las manos en el taparrabos.
Vengan.
Recorrieron, atravesaron corredores, hasta la sala dorada.
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El Hroe, despatarrado en el Trono de la Victoria, tena una corona de laureles sobre la cabeza y
absolutamente nada ms. Trat de ponerse en pie cuando los vio entrar.
Ah mis amigos, mis queridos amigos!
Escuche, Les-Van-Oos! grit el Seor de Vantedour abriendo los brazos.
La msica, los gritos, el ruido, se tragaban todo lo que se deca.
Vino! Ms vino para mis invitados!
El Seor de Vantedour y Theophilus se acercaron al Trono. Leo Sessler los mir mientras hablaban,
y vio cmo se rea el Hroe, golpeando con la mano abierta sobre los brazos del Trono. El Trono tena
incrustaciones de piedras preciosas y los brazos, las patas y el respaldo, remataban en Gorgonas de
marfil con ojos de piedras.
Esplndido, esplndido! aullaba el Hroe. Traeremos bailarinas, organizaremos torneos! Que
sirvan ms vino! Escuchen, escuchen! Saluden a los huspedes, mustrenles sus habilidades! Vienen
de un mundo miserable, no hay hroes all, no hay ms hroes que los que han quedado en las
leyendas y en los estados mayores!
Se levant y camin, siempre a punto de resbalar, siempre a punto de caer, hasta el centro de la
sala seguido por Theophilus y por el Seor de Vantedour. El ruido se aquiet, no del todo; los vestidos
dejaron de flamear, la msica baj.
Vienen de un mundo en donde la gente mira televisin y come sobre manteles de plstico y pone
flores artificiales en floreros de cermica; donde se pagan salarios familiares, seguros de vida,
impuestos a las cloacas; donde hay empleados de banco y sargentos de polica y enterradores. Las
mujeres se rean. Denles vino! Cada hombre tuvo que aceptar una copa llena hasta los bordes.
Ms vino!
Las jarras se inclinaron sobre las copas y las copas desbordaron y los quince hombres de la Tierra se
quedaron quietos mientras el vino les salpicaba las botas y corra por el piso.
Basta, idiotas, esperen a que tomen!
Desnudo y coronado de laureles, el cuerpo lleno de cicatrices y de costras, Les-Van-Oos les daba la
bienvenida.
He visto a la tierra fraccionada volverse estril bajo el peso de las genealogas recitaba, he
bajado a las minas, he fabricado cuchillos, he disuelto sal en mi boca, he soado sueos incestuosos,
be abierto las puertas con llaves falsificadas. Denles vino a los hombres opacos de la Tierra, intiles!
No ven que las copas estn varas?
Las copas de los quince hombres seguan llenas. Leo Sessler pens que le gustara llevarse a Les-
Van-Oos, as como estaba, borracho y obsceno, a algn lugar en el que pudiera seguir hacindole
hablar; pero que all, en la fiesta enloquecida, y con la tripulacin completa de la Nin Paume Uno
detrs de l, lo que quera, ms que nada, era golpearlo hasta que cayera inconsciente sobre el piso
de mrmol. Les-Van-Oos era un desecho, flaco y con mataduras, un megalmano babeante y desnudo.
Si l lo golpeaba, lo matara, y los invitados se le echaran encima y lo destrozaran. O tal vez no. Tal
vez lo sentaran en el Trono de la Victoria, desnudo. Mientras tanto Les-Van-Oos haba visto muchas
cosas, haba hecho muchas cosas y estaba llegando al borde de s mismo.
He visto los ritos y los fraudes, he visto migrar a pueblos enteros, he visto ciclones y cavernas y
terneros de tres cabezas y tiendas de compraventa! He visto los pecados, he visto a los que los
practicaban y he aprendido de ellos! He visto a los hombres comerse unos a otros, y tambin las
huidas! Yo, galeote!
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Todo termin en un hipo y un sollozo. Lo alzaron en brazos y lo llevaron al Trono donde qued
desplomado y jadeante.
Dejen esas copas y vamos dijo el Seor de Vantedour.
Leo Sessler puso la suya en el suelo, en el charco de vino sobre el que haba estado parado.
Les-Van-Oos peda a gritos que le sacaran la corona de laureles que le quemaba, que le quemaba la
frente.
Los gladiadores haban terminado de comer y se haban ido, dejando platos sucios y sillas volcadas.
Las mujeres seguan jugando a las cartas.
Era de noche cuando llegaron a Vantedour.
Me gustara ver alguna vez esos torrentes dijo Leo Sessler.
El Seor de Vantedour estaba a su lado:
Cuando usted quiera, doctor Sessler. Queda bastante lejos, pero podemos ir en cualquier
momento. Tambin tiene que ver los cafetales. Y los invernaderos de Theophilus.
Por qu torrentes?
En realidad es una gran catarata, mayor que cualquiera que usted haya visto nunca. Es que pas
gran parte de mi vida cerca de una catarata.
Cmo se puede tener una casa cerca de una catarata?
No era mi casa, yo nunca tuve casa, doctor.
El Seor de Vantedour los condujo a travs del patio de honor.
Theophilus volvi a acompaarlos en la comida, y Tuk-o-Tut volvi a pararse frente a la puerta de
la sala de armas. El Comandante dijo un discurso y Leo Sessler se ri de l en silencio. El Seor de
Vantedour se puso de pie y rechaz con suavidad el ofrecimiento en nombre de quienes haban sido los
tripulantes de la Luz Dormida Tres. Bonifacio de Solomea estaba evidentemente de acuerdo, y Tuk-o-
Tut frente a la puerta y las mujeres de los sombreretes blancos en los balcones interiores, sonrieron.
No veo que exista otra solucin posible dijo el Comandante.
La ms sencilla y la ms sensata es que dejen todo como est dijo Theophilus. Vuelvan a la
Tierra y nosotros nos quedaremos aqu.
Pero tenemos que hacer un informe y presentar evidencias. No podemos llevarnos a todos, es
cierto, pero lo menos a Kesterren que necesita asistencia mdica urgente, y quiz tambin a Leval
que necesita que lo traten.
Usted no ha visto a Moritz dijo Theophilus.
Podemos llevar a dos segn los clculos, ya veremos a quines.
Ni hablar. Vuelvan, hagan su informe, pero prescindan de nosotros.
Un informe sin evidencias fsicas?
No ser la primera vez. Nadie llev a la Tierra las columnas de Tammerden ni los glifos de Arfe.
Eso es menos increble que.
Que nosotros.
De todas maneras hay que poner a esos hombres en tratamiento, es una simple cuestin de
humanidad. Y todava ms: cuando lleguen los colonizadores, ustedes estarn ocupando ilegalmente
las tierras, y tendrn que volver.
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Debido a aquellas condiciones especiales e indispensables bajo las cuales deben concebirse las
cosas a crear dijo el Seor de Vantedour. Si alguno de ustedes hubiera tenido anoche un grabador,
o si poseyera una memoria perfecta, encontrara el medio, entre todo lo que dije.
Eso cambia las cosas, definitivamente despert el Comandante.
S? El hecho de que por lo menos cuatro de nosotros nos acostamos con muchachos cambia las
cosas?
Por supuesto. Ustedes son, o eran, pero me atrevo a decir que siguen siendo, oficiales de la
Fuerza Espacial.
No, se dijo Leo Sessler, no, no, un hombre no puede recorrer el espacio, pisar otros mundos,
deslizarse en el silencio, hundirse en las atmsferas, preguntarse si alguna vez va a volver y para qu
est ah, y seguir siendo nada ms que un Comandante de la Fuerza.
Y yo no puedo cargar con la responsabilidad de desprestigiar al Cuerpo (Nunca he odo una
mayscula con mayor claridad que sa, pens) llevando a la Tierra a cinco oficiales homosexuales.
Entonces Reidt el joven estall. Leo Sessler cruz hasta l en dos trancos y le dio una bofetada.
No pueden! gritaba Reidt el joven y la sangre del golpe brutal de Sessler le corra desde la nariz
hasta la boca, tiendo y arrastrando las gotitas de transpiracin y segua gritando y rociando la cara
de Sessler con una lluvia rojiza. No pueden obligarme a estar al lado de esa basura! Basura!
Basura! Putos asquerosos! Viciosos inmundos! Otra bofetada. Brranlos! Me han ensuciado!
Estoy sucio!
Leo Sessler cerr el puo.
Saquen a ese imbcil de mi casa dijo el Seor de Vantedour.
Dos tripulantes levantaron al muchacho desmayado, por las rodillas y por las axilas.
Y usted deca que nosotros necesitbamos atencin mdica? pregunt Theophilus. Qu me
dice de su tripulacin, Comandante? Nosotros estamos razonablemente satisfechos, podemos vivir con
nosotros mismos, jugamos limpio; pero las noches de ese tipo deben ser una orga de sexo y
arrepentimiento. Usted se arrepiente de algo, Vantedour?
Podra hacerlo matar dijo el Seor de Vantedour. Haga que se lo lleven de ac y lo encierren
en la nave, Comandante, o lo hago degollar.
Llvenselo dijo el Comandante. Est bajo arresto en la nave.
Usen mi coche dijo Theophilus.
Me parece que tenemos que disculparnos.
Oiga Sesslerprotest el Comandante.
Le pedimos disculpas por el incidente, Seor dijo Leo Sessler, todava de pie.
Sentmonos. Le aseguro que ya me he olvidado de ese infeliz. Y por favor, sigan con el postre. Tal
vez prefiera los membrillos a las uvas, Comandante.
Vea Tardn, djese de hablar de comida.
Vantedour, Comandante, Seor de Vantedour, y es la ltima vez que se lo digo: es el precio de mi
perdn.
Si usted cree que puede tratarme como a uno de sus sirvientes.
Claro que puede, Comandante dijo Leo Sessler. Lo mejor es que vuelva a sentarse.
Doctor Sessler, usted tambin est bajo arresto!
Lo lamento Comandante, pero sa es una arbitrariedad que voy a pasar por alto.
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El Comandante de la Nin Paume Uno empuj con fuerza el silln en el que haba estado sentado
durante la comida, que cay al suelo con ruido.
Doctor Sessler, voy a hacer que lo expulsen de los Cuerpos Auxiliares! En cuanto a ustedes, en
cuanto a ustedes!
Leo Sessler tuvo un instante de pnico. No se puede saber cmo va a reaccionar el corazn de un
hombre de cincuenta y ocho aos, enfermo, maltratado por el espacio, las gravedades y el vaco,
frente a una tensin demasiado grande.
Si el Comandante se muere.
Voy a recomendar que se esterilice a Salari II! Que toda la vida humana o lo que sea
desaparezca, termine, muera!
S usted se vuelve a sentar, Comandante.
No quiero sus uvas ni sus membrillos!
Si usted se vuelve a sentar, yo le voy a explicar por qu no le conviene hacer nada de eso.
Carita Dulce dorma y Lesvanoos lloraba en los brazos de las jugadoras de cartas.
El hombre bajo los rboles haba recobrado su traje de terciopelo verde, pero ste era de un verde
ms claro y las botas tenan hebillas plateadas y una cadena de oro le cruzaba el chaleco. Mala cosa,
los sueos.
Cualquiera de nosotros, Theophilus o yo, y hasta Leval o Kesterren, puede aniquilarlos a todos
ustedes antes que usted tenga tiempo de dar una orden.
El Comandante se sent:
Usted no es tan estpido como cree que tiene que ser.
Eso es un elogio, Comandante dijo Leo Sessler. Hemos venido, y usted lo sabe, a romper el
equilibrio en Salari II.
Tenemos cmo hacerlo dijo Theophilus. De hecho, tenemos ya dos medios, igualmente
rpidos, igualmente drsticos.
Est bien dijo el Comandante, ustedes ganan. Qu quieren que hagamos?
Hemos ganado. Qu es eso de hemos? Ahora s, no hay duda de que alguna vez voy a tener que
escribir mis memorias.
Pero nada, Comandante, absolutamente nada. Salvo mantener al predicador encerrado en la
nave, nada. Terminar de comer. Dar un paseo, si quieren. Han visto las cinco lunas? Una de ellas
alcanza a dar tres vueltas al mundo en una sola noche. Y despus ir a dormir.
El vehculo de Theophilus los llev hasta el ro, y desde all tuvieron que seguir a pie.
No hay caminos del otro lado dijo Theophilus.
Cruzaron el puente colgante: del otro lado slo haba una pradera cubierta de pasto verde y tierno.
Encontraron flores, pjaros, y tres manchas violetas. Los hombres se paraban sobre el violeta y pedan
oro, toneles de cerveza, automviles de carrera; despus seguan caminando. Ni el Comandante ni Leo
Sessler hicieron la prueba. Pero Savan s, y pidi una pulsera de platino y brillantes para regalarle a
Leda. Hubo un gritero: Savan tena una pulsera de platino y brillantes en la mano.
Ya ven, no es tan difcil dijo el Seor de Vantedour. Usted, ingeniero, cumpli las condiciones
sin saberlo.
Pero yo no hice nada.
Claro que no.
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Shhh.
Leo Sessler lo toc. El huevo era gris y fibroso. Tena una ranura que corra horizontalmente, como
si las dos mitades pudieran separarse. Podan separarse.
Los matronas sonrean y les sealaban al hombre dentro del huevo, el mentn contra las rodillas,
los brazos alrededor de las piernas, sonriendo en sueos. El interior del huevo era hmedo, clido y
blando.
Moritz! dijo el Comandante casi en voz alta.
Los matronas alzaron los brazos, despavoridos. Carita Dulce se movi, sin despertarse y llorique.
Uno de los matronas seal la salida: era una orden. Leo Sessler volvi a cambiar de opinin: escribira
sus memorias.
Esa noche fueron huspedes de Theophilus: clavicordios, en vez de torrentes.
Hace unos meses era peor dijo el Seor de Vantedour: msica china antigua.
La mesa era de cristal, con patas de bano fileteadas en oro. En los mosaicos ocre y dorado del
piso, ningn dibujo se repeta jams. La Dama y el Unicornio los miraban desde los tapices. Los
tripulantes se sentan incmodos, se rean mucho, se codeaban y se hacan chistes: tenan cuatro
tenedores, cuatro cuchillos y tres copas alrededor del plato. Mucamos vestidos de blanco pasaban las
fuentes y el mayordomo estaba de pie detrs de la silla de Theophilus. Leo Sessler se acordaba del
hombre-feto encogido dentro del tero-cuna viscoso y clido, y se preguntaba si el recuerdo le dejara
comer. Pero cuando trajeron sobre una mesa rodante las esculturas de hielo y una de ellas empez a
incendiarse con una llama azul, descubri que haba comido de todo, esperaba que con los cubiertos
correspondientes, y que comera tambin las frutas escarchadas y los helados cuando las esfinges y los
cisnes se derritieran. El Comandante hablaba en voz baja con Theophilus. Saverius, Leo Sessler se
haba dado cuenta, no tena idea de qu tenedor era el que haba que usar con el pescado (l s: era
el nico del que estaba completamente seguro) y no le importaba, ni a Theophilus tampoco. El
Maestro Astrnomo anunci que les leera la Introduccin a su Memoria sobre la Constelacin del
Lecho de Afrodita. Haban visto de lejos a la Peona al entrar; Theophilus la haba saludado pero no la
haba llamado para que se reuniera con ellos. Leo Sessler hubiera querido verlo de cerca y hablar con
l. Eso s, haba rosas ocre moteadas en el centro de la mesa.
Pero hay que ocuparse de ellos, por lo menos de Moritz.
Por qu? pregunt Theophilus.
Est enfermo, eso no es normal.
Usted es normal, Comandante?
Me muevo dentro de la normalidad.
Mrelo as dijo el Seor de Vantedour: un tratamiento psiquitrico, porque efectivamente,
podemos conseguirle un psiquiatra a Moritz, le hara sufrir durante aos, para qu? Contando con el
violeta, como contamos todos, empezara, sano, curado, dado de alta, por pedir una madre, y eso ira
cambiando o hipertrofindose otra vez hasta convertirse en un tero-cuna. Eso es lo que l quiere. As
como Leval quiere oscilar entre el herosmo y la humillacin, y Kesterren quiere hundirse en una
borrachera eterna, y Theophilus quiere Cimarosa o msica china, helados dentro de estatuas de hielo,
filsofos alemanes y tapices, y yo quiero un castillo del siglo doce. Cuando se tiene la posibilidad de
conseguirlo todo, uno termina por ceder a sus demonios personales. Lo cual, no s si se habr dado
cuenta, Comandante, es otra manera de describir la felicidad.
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La felicidad! Estar encerrado chupando las paredes de la propia crcel? Pasar de las
aclamaciones a un stano donde lo azotan a uno y le ponen hierros al rojo en las ingles? Vivir
inconsciente en una borrachera continua?
Y, s, Comandante, eso tambin puede ser la felicidad. Cul es la diferencia entre encerrarse en
un tero artificial y sentarse a la orilla del ro a pescar dorados? Aparte de que uno puede frer el
dorado y comrselo, y de que el sol da un aspecto muy saludable. La satisfaccin, el placer, quiero
decir. Es tan legtimo un medio como otro: todo depende del individuo que busca la felicidad. Entre
empleados de banco y funebreros, si usted me permite citar a Les-Van-Oos, es posible que el tero
sea el espanto y la pesca del dorado lo deseable. Pero en Salari II?
Ya no haba esfinges ni cisnes. Leo Sessler cort una naranja escarchada y la encontr rellena de
guindas y las guindas a su vez estaban rellenas con la pulpa de la naranja.
Lo mismo, Comandante, lo mismo contestaba el Seor de Vantedour. El tero, las borracheras,
el ltigo.
El Maestro Astrnomo carraspe y se puso de pie.
Van a or algo muy interesante dijo Theophilus.
Los mucamos pusieron tazas de cristal cortado para caf, frente a cada uno. En los globos
transparentes el vapor de agua comenz a condensarse y a oscurecerse.
Introduccin a la Memoria sobre la Constelacin del Lecho de Afrodita dijo el Maestro
Astrnomo.
Esa noche, en Vantedour, fue el castellano el que recorri galeras y baj escaleras hasta la
habitacin del doctor Leo Sessler. Llevaba a Bonifacio de Solomea en los brazos, y Tuk-o-Tut los
segua.
Buenas noches, doctor Sessler. Me he tomado la libertad de venir a visitarle.
Leo Sessler le hizo pasar.
Y de pedir que nos trajeran caf y cognac.
Me parece muy bien. Oiga, ya no voy a tener tiempo de ver los cafetales ni los viedos.
De eso quera hablarle.
Quiero decir que nos vamos maana.
S.
Trajeron el caf. Tuk-o-Tut cerr la puerta y se sent en el corredor.
Por qu no se queda, Sessler?
No crea que no lo he pensado.
As yo me enterara, por fin, si usted es el hombre que supongo.
Pedir una casa austera dijo Leo Sessler, toda blanca por dentro y por fuera, paredes, techo,
chimenea. Con un hogar y un catre de campaa, un armario, una mesa y dos sillas, y ponerme a
escribir mis memorias. Probablemente ira a pescar dorados una vez por semana.
Qu se lo impide? Le molesta no poder tener una mujer?
Francamente, no. Nunca me acost con un hombre, nunca tuve amores homosexuales, si se
excepta una amistad fronteriza a los trece aos, con un compaero de colegio, pero eso est dentro
de la normalidad, como dira nuestro Comandante. No voy a retroceder espantado, como Reidt el
joven. Yo tambin creo que es imposible mantener para Salari II la moral sexual de la Tierra. Se ha
preguntado alguna vez qu es una moral, Vantedour?
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Claro, conjunto de reglas que deben seguirse para hacer el bien y evitar el mal. No creo haber
odo nunca algo ms idiota. Conozco un solo bien, doctor Sessler, no violentar a mi hermano. Y un solo
mal: pensar demasiado en m mismo, y he practicado los dos. Por eso lo que le hago es un
ofrecimiento, pero si usted quiere irse, no voy a insistir.
S, he decidido que quiero volver.
Me gustara saber por qu.
No estoy muy seguro. Por oscuras razones viscerales, porque no ca en Salari II con una nave
destrozada, porque no he tenido tiempo de crear aqu una Tierra alrededor mo y segn mis demonios
personales, porque siempre he vuelto y esta vez tambin quiero volver.
Con quin vive en la Tierra?
No, no es sa la razn por la que le digo que no. Vivo solo.
Muy bien, Sessler, le despediremos con fanfarrias. Pero quiero advertirle algo. Toda la tripulacin
de la Nin Paume Uno va a olvidar lo que vio aqu.
Era cierto entonces?
En ese momento no. Ahora s es cierto.
Cmo se las van a arreglar?
Cosas de Theophilus. Nadie se va a dar cuenta de que hay algo que se les mete en el cerebro.
Media hora despus de cerrar las escotillas de la nave, todos van a estar seguros de haber encontrado
un mundo peligroso, devastado por las radiaciones que probablemente mataron a la dotacin de la Luz
Dormida Tres. El Comandante va a informar que no hay posibilidades de colonizacin, y va a
recomendar un perodo de cien aos hasta la prxima exploracin.
Lstima. Es un mundo amable. Pienso escribir mis memorias, sabe Vantedour? Y lamentar tener
que describir a Salari II como a un mundo muerto y letal. En este momento no puedo imaginarlo, pero
supongo que eso vendr slo.
El Seor de Vantedour sonrea.
Me asombra que me lo haya dicho agreg Leo Sessler.
S? Le voy a decir otra cosa. Nadie puede obtener nada del violeta si no se siente como lo que
quiere obtener. Se da cuenta? Por eso es imposible crear una mujer. Cuando la primera vez
Theophilus dese un cigarrillo tena tantas ganas de fumar que se identific, no con el fumador sino
con el cigarrillo. Fue cigarrillo: se sinti tabaco, papel, humo, toc las fibras. Fue cada fibra. Yo le
dije la Otra noche, hablando de la afeitadora, la segunda experiencia si no contamos el otro cigarrillo,
con el que pas lo mismo, claro. Les dije que me haba sentido, no como el hombre que se afeita, sino
como la afeitadora. Pero lo perdieron en medio de todas las cosas que dije, que era lo que yo
esperaba.
As que era tan simple.
S. El ingeniero Savan debe estar muy deseoso de esa mujer. Por un momento se sinti alrededor
de la mueca de ella y dese la pulsera. Por eso usted no obtuvo nada anteanoche. Pero si quiere
probar ahora, podemos ir hasta el violeta.
Usted saba?
Lo vi desde el balcn. Esperaba que lo ensayara, claro. Ahora puede conseguir lo que quiera,
cualquier cosa.
Gracias, pero creo que ser mejor no probar. Y de todas maneras slo me durara una noche y
resulta que maana voy a haber olvidado.
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Es cierto dijo el Seor de Vantedour y se levant. Lamentar no leer sus memorias, doctor
Sessler. Buenas noches.
Bonifacio de Solomea haba quedado en la habitacin, y Leo Sessler tuvo que abrirle la puerta. Tuk-
o-Tut vena hacia ellos, y Bonifacio de Solomea salt hacia los brazos que le tenda el negro.
En la escalerilla de la Nin Paume Uno, la dotacin se volvi y salud. Leo Sessler no hizo el ademn
militar sino que agit una mano. La poblacin de Vantedour retrocedi al cerrarse las escotillas,
cuando la nave empez a jadear.
Amarrado a su asiento, Leo Sessler recorra Salari II con los ojos cerrados. Dentro de veinte
minutos, diecinueve minutos cincuenta y ocho segundos, diecinueve minutos cincuenta y tres segundos
lo olvidara. Nadie hablaba. Reidt el joven tena la cara hinchada, diecinueve minutos.
El Comandante le deca a alguien que se hiciera cargo. Leo Sessler jugaba con el cierre de la
correa; el Comandante deca que se iba a sentar inmediatamente a escribir el borrador del informe
sobre Salari II, tres minutos cuarenta y dos segundos.
Va a hacer alguna recomendacin especial, Comandante?
Es claro. Si quiere que le diga francamente lo que pienso, creo que Salari II es una emergencia,
atindame bien, una e-mer-gen-cia.
Leo Sessler galopaba sobre las praderas de Salari II y el aire le zumbaba en los odos, dos minutos
cincuenta y un segundos.
Como tal, voy a recomendar una expedicin de salvataje.
A quin piensa salvar, Comandante?
Se puede saber de dnde viene ese zumbido? El Comandante sac el micrfono de su soporte.
Verifiquen procedencia zumbido agregado.
Y lo volvi a colocar.
Para regularizar la situacin de los tripulantes de la Luz Dormida Tres. (Dos segundos. Uno. El
zumbido dej de orse), que deben de haber muerto bajo las radiaciones.
Leo Sessler pens apresuradamente en Salari II, el ltimo pensamiento, y lo record verde y azul
bajo los dos soles. El Desierto Puma, el potro, Vantedour. Theophilus, Vantedour, Bonifacio de
Solomea, Kesterren, La Peona, el puetazo a la mandbula de Reidt el joven, Vantedour, el Trono de
la Victoria. Carita Dulce encerrado en el tero, las cinco lunas y el Seor de Vantedour ofrecindole
que se quedara en Salari II y advirtindole que lo olvidara todo, pero l no olvidaba.
Es lamentable deca el Comandante, lamentable que ni siquiera hayamos podido salir en busca
de restos como evidencia para adjuntar al informe, pero esa radiacin nos hubiera matado, aun con
los trajes. Reidt el joven no se equivoca. Quin era el fsico de la Luz Dormida Tres?
Jons Leval, creo.
Ah. Bueno, doctor, me voy a poner a redactar el borrador de ese informe. Hasta luego.
Hasta luego, Comandante.
No he olvidado, no olvido.
Lamentar no leer sus memorias, doctor Sessler, haba dicho el Seor de Vantedour.
Lamentar no leer las memorias del doctor Sessler dijo el Seor de Vantedour.
Usted cree que Sessler es de fiar? pregunt Theophilus.
Aja. Y si no lo fuera, imagnese el cuadro.
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Persistencia
Los padres de Jos B. Adolph, nacido en Stuttgart, Alemania, en 1933, huyeron del
nacional-socialismo en 1938 y se afincaron en Per, donde l ha vivido toda su vida. Jos B.
Adolph es un escritor de ciencia ficcin bastante aislado en su patria de adopcin, y sus libros
de cuentos o novelas mezclan muy a menudo la ciencia ficcin y lo fantstico. Entre sus obras
ms importantes podemos mencionar El retomo de Aladino (1968), Hasta que la muerte
(1971), Invisible para las fieras (1972), Cuentos del relojero abominable (1974, libro del cual
ha sido extrado este relato) y Maana fuimos felices (1975), todos ellos libros de relatos,
adems de las novelas La ronda de tos generales (1973) y Maana de las ratas (1978), donde
aparecen el Tercer Mundo en general y Lima en particular durante el ao 2034. Jos B.
Adolph trabaja en la actualidad como periodista en el diario La crnica de Lima, donde se
caracteriza por su irona y un estilo provocador.
Gobernar la nave se hace cada vez ms problemtico. Los hombres estn inquietos; slo la ms
ardua disciplina, las ms dulces promesas, las ms absurdas amenazas mantienen a la tripulacin
activa y dispuesta. Una humanidad que ya no se asombra de nada nos vio partir hacia el ms all;
estaba ya habituada a una desfalleciente fascinacin.
Comprendo a todos; stos han sido aos de sucesos terribles, de convulsiones. Muertes masivas,
guerras, inventos maravillosos; quin poda entusiasmarse por una conquista de aquel espacio que ya
nada nuevo promete a hombres hartos de progreso? Los costos son elevados, pero ya nadie se fija en
cifras. Corre sangre y corre dinero en estos aos en que somos, a la vez, creadores y asesinos.
Amo y odio a mis compaeros. En cierto sentido, son la hez del universo; en otro, son balbucientes
nios en cuyas manos se moldea el futuro. Abriremos una ruta que liberar a este planeta del hambre,
de las multitudes crecientes que ya no encuentran un lugar bajo el sol y que slo esperan, aterradas y
resignadas, un juicio final del que desconfo; cmo se puede ser tan supersticioso en estos tiempos de
triunfo de la ciencia, del arte, de una nueva promesa de libertad como la que encarna esta nave?
Hemos partido hace meses; en este tiempo solitario hemos recorrido la inmensidad de cambiantes
colores, reducidos a lo mnimo. Nos hemos visto convertidos en criaturas desnudas, flotando en la
creacin; los hombres tienen miedo. Saban que exista este vaco; lo supieron siempre. Pero ahora
que se sienten devorados por l, sus miradas se han endurecido para siempre. El final es un lejano
punto que no logro construirles.
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No hay comunicacin con un pasado que slo recobraremos como futuro. Y mi soledad es mayor;
ay de los que poseemos la verdad y la seguridad! Una sola lgrima nuestra, descubierta por ellos,
equivaldra a una desesperada muerte.
Pero es inmensa la recompensa: al otro lado nos esperamos nosotros mismos, encarnados en esa
libertad y en esa abundancia de que ahora carece nuestro planeta. Debemos durar, debemos resistir,
no slo porque el retorno es imposible, sino porque mienten cuando dicen preferir la seguridad de la
prisin que dejaron. La verdad, me digo, es obligatoria. Y el encargo que llevamos nos ha sido
encomendado por todos los hombres de la Tierra, aun por aquellos que no saben de este viaje e
ignoran lo miserable de su existencia.
El viaje continuar, as tuviera que matarlos a todos y gobernar yo slo la nave. Nadie puede
escapar, si no es a travs de su propia muerte: confo en sus instintos, ms que en sus razonados
temores. Hasta ahora no hemos encontrado las horribles pesadillas que algunos timoratos previeron.
S que todo marchar bien, o todos moriremos juntos; si as fuera, si lo ltimo se cumpliera, otros
retomarn la esperanza y esa huida que ser un gran encuentro. El cielo es negro sobre nosotros, pero
miles de luces nos acompaan; son como cirios de la esperanza. Ellos las miran con temor y odio; no
quieren comprender que son guardianes y guas; cmo no sentirse hermano de las estrellas, que
observan, comprensivas, nuestra soledad que es la de ellas?
Me siento solo, y no me siento solo. Habr alguien que pueda comprender esta atraccin por un
abismo que para m no es sino una ruta ms? Es cierto que a veces tengo miedo, como todos. No soy
sino un hombre frente a fuerzas desconocidas; las intuyo, pero no las domino; las comprendo, pero no
son mas. Pero sin miedo no hay esperanza.
Y, sin embargo, el tiempo es largo, sobre todo para ellos. El viaje se les aparece infinito. Empiezan
a sentirse privados de toda realidad; se creen fantasmas de s mismos. Sus ojos me amenazan, porque
siempre hay un culpable. La nave cruje y se mece, la inmensidad es cada vez ms aplastante, pese a
esos signos que, desde hace un par de das, nos aseguran que no hay error, que mis clculos son
correctos.
Debo anotar, pues, que ojal se cumplan los pronsticos favorables antes que el temor termine
totalmente con la confianza. Rogar al Seor para que tal cosa no ocurra. Danos, pues, Seor, la
gracia de poder cumplir nuestra misin antes que finalice este octubre de 1492.
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GU TA GUTARRAK
Aldiaren zentzunaz euskotarra naiz (Basko soy, y con sentido del humor).
Los baskos nada tenemos de racistas. No somos raza, sino especie. Una especie que al mezclarse
con la otra sigue dando como resultado baskos puros. El Evangelio dice algo sobre levadura y mostaza
que no recuerdo bien, pero que creo tiene con esto algo que ver. Me basta considerar mi propio caso,
pues por la ascendencia me corresponde solo un 50% de basko, y cada vez que me presentan un
francs, el gabacho me pide cuentas por lo de Roncesvalles. (Dicen que los moros nos ayudaron, pero
no es cierto, hicimos solos la tarea. Y no es cierto que atacramos a traicin, haciendo rodar peas y
provocando avalanchas. Fue de frente, y las peas las alzbamos en vilo, y cuando faltaban las peas
nos despebamos nosotros. Bueno, ellos, pero cuando un basko habla, por su boca habla la especie
entera.)
Es sabido que cuando un gobierno no nos gusta, emigramos. En general la violencia nos desagrada,
somos gente pacfica, enemiga de matar, sobre todo si no es a mano limpia. Generalmente los que
emigramos hacemos la Amrica. Ese ha sido mi caso, y Jainkoa (El Seor que esta arriba) me ha
castigado por haber querido ser tan rico, pues he estado siempre solo. Porque hay que ver que los
baskos nacidos aqu son distintos. Debe ser la abundancia de terreno llano y frtil, el basko es
montas, por eso aqu muchos baskos han degenerado transformndose en estancieros, y despus en
nios bien, gente sin las virtudes de la raza. Si hasta juegan rugby, en lugar de practicar los deportes
nobles y tradicionales: hachar o arrancar rboles de cuajo, barrenar piedras, y para los refinados
pelota y frontn (a mano, mejor que a cesta o a pala).
Con esto de estar solo he pensado y ledo mucho sobre la especie baska, y he sabido que somos un
misterio, que nada tenemos que ver con el resto de los habitantes de Europa, que parece que siempre
hemos vivido ah, junto a los Montes Cantbricos, los Pirineos y el mar. Que algunos dicen que
descendemos de los atlantes, cosa que no creo, porque Jainkoa no destruira un continente poblado
por baskos. Que siempre tuvimos el mismo estmago fuerte, la misma forma de ser y la misma lengua.
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Que nuestro especial tipo de sangre ha dado mucho que cavilar. Y que en resumidas cuentas nadie
sabe nada sobre nuestro origen, y que lo nico que hay sobre esto es una leyenda, la de Aitor y
Amagoya, que llegaron a aquel lugar en tiempos muy remotos, y sus siete hijos, que fundaron las siete
provincias: Zaspiak-bat.
He vuelto muchas veces a la Euskalerria, y mucho la he recorrido, aunque no he podido quedarme,
pues rbol trasplantado soy. He tratado de ver cuanto se ha hallado de nuestros antepasados
prehistricos, y muchas veces he trepado hasta la Gruta de Orio, y mirando aquellos dibujos en sus
paredes he pensado que los baskos siempre tuvimos mucho de nios y que siempre hemos sido los
mismos.
Tengo parientes en la Euskalerria, pero no me he atrevido a verles, pues hubo un feo lo, cuando la
primera Guerra Carlista, entre mi abuelo y el bisabuelo de ellos. He cuidado en mi testamento de
dejarles todo lo que tengo. Quiz entre ellos haya alguno con suficiente cabeza como para averiguar
algo sobre el origen de nuestra especie.
Todo esto empez cuando despus de saber que el to Isidro haba muerto en Amrica, sin que ello
me entristeciera, Jainkoa me lo perdone, nunca haba visto al to Isidro, lleg la noticia de que yo era
su nico heredero. Pens que ahora podra comprar una barca nueva y corr a casa de Gregoria, a
pedirle que nos casramos. Luego supe que el dinero era ms de lo que yo pensaba y le propuse una
locura: pasar nuestra luna de miel en el extranjero. Contra lo que yo esperaba, ella acept. Nos
casamos en la iglesia de Guetaria y viajamos a Mlaga, y luego a Palomares. Estbamos all cuando
chocaron los aviones y se desparramaron las bombas de hidrgeno y tanto trabajo hubo para subir la
que haba cado al fondo del mar. (La sacaron porque era el Mediterrneo, que en el Cantbrico otra
cosa hubiera sido). Y unos meses despus me dice el Doctor Ugarteche:
Mira Iaki, mejor es que ests prevenido sobre el hijo que esperis. Gregoria y t habis recibido
una dosis muy fuerte de radiacin. Y sigui hablando, repitiendo muchas veces la palabra
gentica, diciendo muchas cosas que no entend y preguntndome otras que son demasiado ntimas
para repetirlas, Gregoria la cabeza me partira.
Xaviertxo lleg muy bien, slo que tard once meses. Era un nio muy robusto, que a los tres meses
parta una vara de un dedo de grueso con sus manitas. En un basko eso no llama la atencin. Pero lo
que s nos extra fue que a los cuatro meses hablase el euskera mejor que cualquiera de nosotros,
incluido el Padre Lartaun. El Doctor Ugarteche, cuando le vea, sola decir cosas no muy
comprensibles, repitiendo muchas veces: mutacin favorable. Un da me llam aparte y me dijo:
Mira Iaki, ahora puedo decrtelo. Tu mujer y t habis quedado afectados genticamente para
siempre por la radiacin recibida. Pero, Jainkoarieskerrak (Gracias a Dios), parece que ha sido para
bien. Y agreg otras cosas sobre el deber de traer al mundo ms cros como ese.
Jainkoa nos mand seis ms: Arnzazu, Josetxo, Plcido, Begoa, Izaskun y Malentxo. Todos,
Jainkoarieskerrak, sanos y robustos como el que ms. Y todos hablaron perfectamente el euskera a los
cuatro meses, y leyeron, escribieron e hicieron clculos a los nueve.
Cuando Xaviertxo cumpli ocho aos viene Gregoria y me dice:
Mira Iaki, Xaviertxo quiere ser fsico.
Quiere fabricar bombas? Eso no es cristiano.
No Iaki, dice algo as como que quiere estudiar la estructura del continuo espacio-tiempo.
Primero tendr que hacer el bachillerato.
No Iaki, quiere empezar ya a estudiar en la Universidad. Y dice que tenemos que ir pensando lo
mismo para Arnzazu y Josetxo, para dentro de poco tiempo, que tendrn que ir a estudiar
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electrnica a Bilbao. En cuanto a l, le apena irse al extranjero, pero dice que por ahora estudiar
fsica terica, y para fsica terica, Zaragoza.
Pero Mujer, mira que slo tiene ocho aos.
Y qu vamos a hacerle, Iaki, si superdotado es.
Y siendo superdotado, en Zaragoza le recibieron, y a los trece aos era doctor en fsica. Arnzazu y
Josetxo de modo parecido se portaron en Bilbao, y los ms pequeos parecan tambin inclinarse
hacia la fsica o la ingeniera y yo recordaba siempre el testamento del to Isidro, donde haba escrito
cunto le agradara que alguno de la familia estudiase el origen de los baskos, y pensaba que mis
hijos, pese a ser superdotados, no habran de cumplir el deseo del difunto.
Pronto Xaviertxo nos dijo que tena que viajar a Francia, Estados Unidos o Rusia, para perfeccionar
sus estudios. El Padre Lartaun dijo que Pars no era lugar para un muchacho de su edad.
En cuanto a Estados Unidos o Rusia, pases herejes son, de modo que no s qu decirte, y por otro
lado no debes cortar la carrera del pequeo. Lo mejor, Iaki, es que lo decida la madre.
Por una vez Gregoria no saba qu decidir, pero al fin tuvo una idea brillante. Se fue a San
Sebastin, y con licencia del Padre Lartaun vio todas las pelculas del Festival Internacional que all
daban. Volvi bastante escandalizada, y decidida a enviarle a Rusia, diciendo:
All, por lo menos, mujeres ligeras de ropas no ver.
Xaviertxo pas cuatro aos en Rusia. Lo primero que hizo fue derrotarles al campen mundial de
ajedrez. Los rusos, en seguida, le pusieron de profesor en Akademgorodok, y los alumnos de Xaviertxo
grandes cosas hicieron. Los rusos a Xaviertxo el oro y el moro le ofrecieron con tal de que no les
dejara: queran nombrarle Acadmico, y Hroe de la Unin Sovitica, darle el premio Lenin y un
palco, de por vida, en el Teatro Bolshoi, pero Xaviertxo no acept.
Mirad, Ama eta Aita (madre y padre): no soporto estar lejos de vosotros y del Cantbrico. Adems
all me dan grandes laboratorios, y muchos ayudantes, todo lo que yo quiera para poder investigar,
pero no me dejan trabajar en el problema que ms me interesa. Dicen que mis teoras contradicen la
Dialctica de Marx y Engels y que mi mquina es una contradiccin en s misma.
Qu mquina, Xaviertxo?
Una mquina del tiempo. Naturalmente, slo un proyecto es.
Pues si te dicen que no la construyas, debes construirla. El que contradice a un euskalduna lo que
hace no sabe dijo Gregoria muy firme, y en ese mismo momento decidi que Xaviertxo, Arnzazu y
Iosetxo salieran para Estados Unidos.
All los tres pasaron dos aos. Los yanquis, con tal de que se quedaran, les ofrecieron grandes
contratos, muchos automviles, ciudadana honoraria y un rancho en Texas cuyas paredes
ntegramente pantallas de televisin eran, pero mis hijos no aceptaron.
Nosotros no soportamos estar lejos, Ama eta Aita, y adems los yanquis no quieren ni or hablar
de la mquina del tiempo. Dicen que es una contradiccin en s misma y un peligro para el American
Way of Life.
Pues si todos dicen que no hay que construirla, debis construirla cuanto antes dijo firmemente
Gregoria . Lo que haris ser construirla aqu.
Pero necesitaremos ms gente que trabaje con nosotros, y muchos instrumentos, y una
computadora, y muchos libros.
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Eso puede hacerse dije . Nunca os dijimos cun ricos somos, pero el to Isidro nos dej una
cantidad enorme de dinero, repartida en muchos bancos de Europa. Les dije la cantidad y ellos se
santiguaron. Arnzazu coment:
El to Isidro no puede haber sido todo lo honrado que un basko debe ser.
No debes hablar as de l, pues muerto est. Y debo deciros que en su testamento pone que le
alegrara que alguien de la familia averige de donde venimos los euskaldunas, cosa que parece nadie
sabe. Sirve para eso la mquina del tiempo, Xaviertxo?
Sirve.
Pues entonces, a construirla.
Pero est el problema de la gente. Habr que traer extraos, y necesitaremos algo as como un
instituto cientfico.
Pues el Instituto lo fundaremos nosotros. Y funcionar aqu, junto al Cantbrico. Y lo dirigirs t,
y la gente que te d la gana traers a trabajar contigo. Y aqu estudiarn tus hermanos ms pequeos,
que no tendrn as que viajar al extranjero, y con gente extraa tratar.
Fundamos el INSTITUTO DE INVESTIGACIONES DE LOS ORIGENES DE LOS BASKOS en un valle cercano
a Orio, bien escondido entre las montaas y bien alejado de las carreteras, para que nadie molestase.
Sobre una ruinas muy viejas que all haba construimos un bonito edificio de piedra, grande como para
que en l se albergaran y trabajaran todos los que en el proyecto de Xaviertxo intervendran, y le
agregamos una capilla y un frontn. Luego Xaviertxo, Arnzazu y Josetxo viajaron a Bilbao, y
empezaron a encargar material para el trabajo cientfico, y a su buscar gente que se les uniera en la
tarea.
Necesitamos gente muy, muy capaz, pues el problema muy difcil es. Y muy honrada, para que no
venda la mquina a quien la use para mal.
Pues busca entre los baskos que sepan de estas cosas, que ellos no te traicionarn. Y para los
extranjeros, impn que hablen el euskera. El extranjero que lo aprenda muy inteligente ha de ser, y
bueno adems, pues Jainkoa no dejara aprender el euskera a un malvado. El Demonio estuvo aqu
siete aos, y con nadie entenderse pudo.
En un plazo de dos aos el Instituto empez a funcionar. Haba en l treinta fsicos e ingenieros,
hombres y mujeres, aparte de mis hijos. De esos treinta, quince eran baskos, y el resto extranjeros:
catalanes, gallegos, castellanos y un argentino de sangre baska, llamado Martn Alberdi, que siempre
bromeaba y a Gregoria llamaba Doa Goya.
Yo trabajo aqu porque ustedes me son enormemente simpticos, Arnzazu especialmente
deca , pero este asunto de la mquina del tiempo no puede tener xito. Imagnese, Doa Goya, que
con una mquina del tiempo uno podra viajar al pasado y matar a su abuelo. Y entonces, adis uno, y
agur mquina. No ve que la idea contiene una contradiccin fundamental?
Ninguna contradiccin veo, pues a ningn basko se le ocurrira a su abuelo matar, as que un
basko la mquina puede construir contestaba Gregoria.
Nuestros hijos, en cambio, haba veces que no estaban tan seguros. El problema, segn decan, muy
difcil estaba resultando, y los clculos eran terriblemente complicados, pese a contar con la
computadora JAKINAISUGURRA (hocico inquisitivo), ntegramente construida en Eibar.
Es un problema que con la lgica comn no podemos manejar. Demasiadas paradojas. Otra lgica
necesitamos, que an no ha sido construida.
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Un da Xaviertxo dijo que las cosas iban demasiado mal, y que no era cosa de hacer perder tanto
tiempo a la gente, y que esto era derrochar la herencia del to Isidro, y que el Instinto mejor hara en
dedicarse a algo ms productivo. Su madre le rega entonces como antes nunca lo haba hecho.
Parece que basko no fueras, pues echarte atrs quieres. Has olvidado que tu madre naci en
Guetaria, lo mismo que Sebastin Elcano?
Barkatu Ama (perdn madre) dijo Xaviertxo, y volvi a escribir frmulas. Al fin Malentxo, la
ms pequea, les dio la solucin, inventando la nueva lgica que necesitaban.
Entraron entonces en lo que ellos llamaban la ETAPA EXPERIMENTAL PREVIA y con unos extraos
aparatos algunas cosas raras hicieron con mi boina, que a m trucos de feria me parecieron. Sin
embargo ellos excitadsimos estaban, y decan que haba que empezar a verlo todo de una manera
totalmente distinta, y el argentino Martn Alberdi me deca que se haba producido la GRAN
REVOLUCION EN LA FISICA, algo mucho ms importante que la Relatividad, y que la Teora Cuntica y
la Bomba Atmica, y luego me llam aparte, y con una cara de zozobra que en otro me hubiera
engaado me dijo:
Don Iaki, las grandes potencias se nos van a echar encima para arrebatarnos EL SECRETO. Y aqu
no se toman medidas de seguridad. Cmo es que no hay guardias? No desconfan de nadie? Han
estudiado nuestros antecedentes?
Mira Martn. Slo a ti se te puede ocurrir hacer bromas sobre la honradez de tus compaeros. Y
de dnde has sacado que no tenemos guardias? le seal a mis tres perros, Nere, Txuri y Beltxa, que
echados al sol estaban . Y sabes que hay otros ms, perros y perras de buena raza, pescadores y
pastores, y que a los baskos otra clase de guardianes no nos gustan, y a ti tampoco.
Con su carcter tan distinto, Martn trabajaba muchsimo, y Xavietxo deca que era muy, pero muy
inteligente, y Arnzazu lo miraba con buenos ojos, y todos le queramos mucho. El sola decirme:
Sus hijos sern superdotados, pero yo soy muy vivo.
Y pronto empez a llamar Ama a mi mujer, y Aita a m, y luego, con su habitual falta de respeto,
Ama Goya y Aitor.
Despus de los experimentos con mi boina, mis hijos y sus compaeros pasaron un tiempo armando
un extrao chisme metlico, lleno de lucecitas de colores. Muy bonito era, y los muchachos le
llamaron PIMPILIMPAUSA (mariposa).
Y ahora habr que probarlo dijo Xaviertxo, un poco preocupado. Alguien tiene que ir.
Naturalmente, debes ir t dijo Gregoria . Y como es natural, toda tu familia contigo ir. Y
nadie pudo discutir cosa tan justa.
En el da de San Sebastin el Padre Lartaun ofici misa en la capilla del Instituto y bendijo a
PIMPILIMPAUSA, a la que Gregoria haba pedido que una imagen pequeita del Sagrado Corazn
pegaran. Habamos colocado a PIMPILIMPAUSA alejada del edificio, en el centro mismo del valle. Nos
colocamos alrededor, toda la familia, incluidos los tres perros, Txuri, Beltxa y Nere. Nuestros amigos,
desde el edificio del Instituto, cantaron para despedirnos:
Agur Jaunak,
Juanak agur,
Agur ta erdi...
(Adis seores. Seores adis. Adis y medio)
Xaviertxo apret un botn rojo y la mquina zumb. Xaviertxo dijo:
Parece que no ha funcionado.
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Pues saltar de nuevo atrs dijo Gregoria , pues muy lejos del origen an estamos.
Pas la noche del 7 al 8 de julio de 1524, y al amanecer todos, incluido el pescador que haba dado
a Xaviertxo la buena nueva, nos preparamos para dar otro salto al pasado. El Padre Lartaun mucha
preocupacin tena.
Es que, sabis, nuestros antepasados mucho en convertirse tardaron. Natural es, pues somos un
pueblo terco. El prximo salto nos ha de llevar a tierra de paganos.
PIMPILIMPAUSA funcion de nuevo. Esta vez se hicieron muchos clculos, y dijeron que iramos al
siglo octavo, y all fuimos. El valle no haba cambiado, pero cuando nos movimos, ya no estaban ni
Guetaria, ni San Sebastin, ni el castillo sobre el Monte Urgull. Pero las barcas de pesca en el
Cantbrico eran las mismas, y en todas haba perros blancos, negros o de pelo spero, color castao,
muy parecidos a Txuri, Beltxa y Nere. A nadie llambamos la atencin cuando con otros baskos por los
caminos nos cruzbamos. Alguna vez nos preguntaban, en un euskera igual al nuestro, si por ah
habamos visto alguna partida de godos. Ms o menos la mitad de los baskos que encontrbamos eran
cristianos.
En cuanto a los dems deca el Padre Lartaun , dicen que la nueva religin buena es, pero que
cambiar la religin de los padres es cosa mala. Hice mal en llamarles paganos, pues siguen la religin
natural...
Y usted no les predica, Padre?
Predicarles? Bueno, algo intent, pero ya sabis que conseguir que un basko cambie de idea es
algo muy, pero muy difcil...
Un grupo de caminantes pas, y a comer en su casero fuimos invitados. Avergonzados estbamos
por no poderles decir de dnde (de cundo) venamos. Hasta el Padre Lartaun estaba de acuerdo en
que la verdad parecera cosa demasiado extraa, cosa del Diablo, o del Basajaun (El seor del bosque
en la mitologa baska). Haba que mentir, diciendo que ramos baskos del otro lado de las montaas, y
a ningn basko le agrada mentir. Aceptamos la hospitalidad, comimos y bebimos (angulas, tocino con
habichuelas rojas, queso y sidra), bailamos aurreskos, cantamos, agradecimos y nos despedimos con el
Agur. Y otro salto dimos en seguida, muy avergonzados por haber mentido. El Padre Lartaun estaba
ahora preocupadsimo.
Es que no os dais cuenta? Vamos ahora a una poca en la que todava el Salvador no habr
venido.
All fuimos. Y en lo que se vea el cambio no era mucho. Casas y pueblos eran casi todos los mismos
que habamos dejado. Se bailaba, se cantaba y se coma lo mismo, y todos nos entendamos
perfectamente, en un euskera sin traza de cambio alguno. Claro que la cruz faltaba, y el Padre
Lartaun estaba siempre preocupado.
Es que mi deber sera predicar a los paganos. Y cmo voy a predicar, si Cristo todava no naci?
Si no puede predicar, profetice Padre le dijimos . No habr profecas ms seguras que las
suyas le dijo, riendo, Martn, que por otro lado estaba escandalizado de encontrar baskos iguales a
lo que los baskos siempre seran.
Nuevamente aceptamos la hospitalidad de la gente, con mucha vergenza por mentir acerca del
lugar y el tiempo de los que venamos. Comimos angulas, y sardinas asadas, y tocino con habichuelas
rojas, y todos nos preguntaban si no habamos visto a esas gentes del Sur, que estaban cruzando las
montaas con aquellos monstruos de largas narices. El Padre Lartaun cont algo sobre Asdrbal, Anbal
y su familia, y todos le miraron con gran respeto. Martn empez a contar unos chismes sacados de un
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libro de esos que no deben ser ledos, llamado Salamb, pero Xaviertxo no le dej continuar,
dicindole:
Los baskos amigos fueron, segn la historia, de los cartagineses. Alteraras la historia silos
convencieras de que los cartagineses eran, son, unos degenerados.
Y como alterar la historia es grave responsabilidad, Martn no sigui hablando.
Volvimos a saltar al pasado, ahora mucho ms atrs, y sin embargo todo era muy parecido a lo que
habamos dejado, slo que haba menos caseros, y muchas gentes entraban y salan de las cuevas de
las montaas, y muchos vivan en ellas. Ya no nos sorprenda que todos fueran tan parecidos a
nosotros, ni que nuestro idioma fuera el de ellos.
Trepamos hasta la gruta de Orio, y entramos en ella, mientras deca Martn:
Hoy est de moda ser espelelogo.
Va a tener que pasar una punta de miles de aos para que la moda vuelva.
Luego deca, mirando aquellas pinturas:
Quizs con el prximo salto podamos conocer al artista que decor esta cueva.
Nos hicimos amigos de los pescadores, y en sus barcas salimos al mar, con Nere, Txuri y Beltxa, que
mostraron su habilidad en la pesca del bonito. El Cantbrico estaba mucho ms poblado, y hasta vi
grandes cachalotes cerca de la isla de Santa Clara.
Tuvimos una reunin y Xaviertxo, muy preocupado, nos advirti:
Debemos decidir ahora. PIMPILIMPAUSA frgil es, y un nuevo salto la arruinar. Volvemos a
nuestro tiempo, o seguimos hacia el pasado para enteramos, en definitiva, de cul fue nuestro origen?
Esto es cosa para votar, y debe ser votada dijo Gregoria. Y trajo habas blancas y negras y tom
mi boina . El que est por volver, eche una haba negra. El que est por seguir, eche un haba blanca.
As se hizo, y al volcar mi boina slo habas blancas cayeron.
Dimos el salto. Y lo dimos para no hallar traza de ser humano en estas tierras.
Entre hielo y nieve trepamos a la gruta de Orio, y en ella no haba pintura alguna. Y PIMPILIMPAUSA
no funcion ms.
De todo eso han pasado algunos aos. Desde entonces muy contentos hemos vivido. No importa el
fro, que es mucho, pues tenemos buen abrigo y trabajamos duro, y para el alimento ah est el
Cantbrico, libre de hielo y con pesca tan abundante. Mis hijos y sus amigos se lanzan al mar, a sacar
peces y cazar cachalotes y ballenas, acompaados de Nere, Txuri y Beltxa y otros muchos perros, hijos
y nietos de los tres perros pescadores. Van en barcas iguales a las de siempre, que ellos han
construido con madera acopiada aqu antes del ltimo salto. Y llegan muy lejos.
Todos estamos a gusto. Claro que nos preocupa que falte tanto tiempo para la fundacin de la
Santa Madre Iglesia, sobre todo porque como el Padre Lartaun no es obispo, no puede ordenar a nadie.
Jainkoarieskerrak, el buen cura est muy fuerte, y tendremos para rato religin como la de nuestros
padres. Para despus habr que confiar en la providencia.
Se han formado ya algunas familias. Arnzazu y Martn se casaron y tienen una hijita. A la nia le
encanta dibujar y constantemente lo hace sobre las paredes de la gruta de Orio, donde vive con sus
padres.
Estamos muy contentos, porque vivimos, en lo esencial, como hemos vivido siempre. Y muy
conformes, pues PIMPILIMPAUSA cumpli su cometido y sabemos al fin quienes dieron-dimos-daremos
(lo este difcil hasta para Jainkoa), origen a los baskos. Nosotros y los nuestros: gu ta gutarrak.
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Bob.
Suspiros de alivio, casi imperceptibles, contenidos largo rato, interrumpieron el silencio. Nadie se
movi. Bajo los trajes espaciales los msculos se relajaron.
El aludido veinticinco aos abri la boca para decir algo. Se arrepinti. Esboz luego una
sonrisa. Dos hombres le echaron una rpida ojeada. Los rostros de los dems, impasibles.
El segundo.
El comandante extendi el papel con rapidez. Conclua el descanso. La atmsfera de la cmara se
puso rgida. Bob, la cabeza inclinada, daba una impresin de cansancio.
Igor.
La voz son tranquila. Treinta aos. Macizo, de rasgos duros, con una expresin obstinada en la
boca. Trag saliva.
Yo!
Hizo un gesto de furia, y mir a Bob, que pareci no verle. Lanz en seguida una mirada circular a
sus compaeros.
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Lo siento. El tercero.
Igor sali de la fila, y se aproxim a una ventanilla. La ira distorsionaba su cara.
Pedro.
Tena que ser yo! exclam el interpelado, con una sonrisa en su amplio rostro. Qu le vamos
a hacer! Tarde o temprano...
Se encogi de hombros, y palmoteo las espaldas de Bob. Sereno, sus treinta y siete aos no le
haban dejado huellas.
Vamos, viejo! No hay tiempo que perder.
Adis, muchachos! dijo el comandante. Es de esperar que vuestro sacrificio no sea intil. De
lo contrario no tardaremos en encontrarnos en el otro mundo.
Todava es tiempo que cambiemos puesto, comandante coment Pedro riendo, al dirigirse a la
cmara neumtica.
Sonri el comandante. Igor le lanz una rencorosa mirada.
Es usted un hombre de suerte, comandante farfull con los dientes apretados.
Est en un error, Igorreplic el comandante, inmutable. El reglamento es el reglamento.
Lamento que elija esta hora para hacerme una observacin as.
Pareci que Igor iba a agregar algo. Los otros no le despegaban los ojos de encima temiendo una
imprevista reaccin. Volvi a hacer un gesto de furia, ya no con tanto nfasis. Entr en la cmara
donde se encontraban Pedro y Bob.
Comandante dijo Pedro desde el umbral, vaya a mi casa, y dle un pellizco a mi chiquillo en
mi nombre. Debe de estar hecho una pelota!
As lo har, Pedro. Y agreg con voz firme: Tienen dos minutos para la operacin.
Cerrse la puerta tras los hombres. Se encendi una luz. El barmetro indic que la presin
disminua rpidamente. Nadie cambi de posicin. En el reloj desfilaban los segundos: ochenta y
siete, ochenta y nueve, noventa. Se densific el silencio cuando lleg a ciento dieciocho. A los ciento
diecinueve uno de los hombres emiti un ruido gutural. Ciento veinte.
A sus puestos! tron el comandante.
Afuera, en el vaco punteado de estrellas, tres objetos se separaban lentamente del cohete. Tres
hombres encerrados en sendas cpsulas salvavidas. Doscientos veintisiete kilos de peso que
permitiran a la astronave escapar de una segura destruccin.
Abajo, interponiendo su mole a la luz del sol, el planeta. Un gigantesco cerebro cuyas
circunvoluciones se retuercen con blanquecinos destellos y se negrean, a veces, en embudos. Un
manto de nubes martirizado por huracanes de mil kilmetros por hora ocultan su faz. Qu haba
debajo? Nadie lo saba. Desde el Principio el viento se enseoreaba all. El astro ofreca siempre una
misma cara al sol, acarreando as un perpetuo desequilibrio de presiones. Tres expediciones fueron
engullidas por su furor; jams se volvi a saber de ellas. Desde la ltima los hombres abandonaron sus
intenciones de explorarlo.
Miren!
La astronave escupi largos chorros de fuego; se detuvo en el vaco. Luego empez a alejarse de los
nufragos, ascendiendo con poderoso mpetu.
Que revienten!
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ah abajo. Yo habra cambiado el mundo! Habra sido un Ford, un Fitzpatrick! Algo habras hecho t
tambin, Bob. Una brillante carrera de astrogador, por lo menos. Pero, Pedro...!
Qu miseria! Salir con sas ahora. Qu culpa tengo? Tal vez mereca mejor suerte. l y Bob eran
los que prometan ms entre nosotros. Y les toc. Pero pierdo a mi chiquillo y a mi mujer. Mi gordo
ser alguien! No como su padre, que siempre fue poco inteligente. No tiene dos aos y est
aprendiendo a hablar. No deb meterme en esta profesin. Por querer mejor sueldo... Siempre la
ambicin!
Con gran trabajo sac de su pecho una fotografa. La mir con ternura. Su hijo y su mujer. Qu
rollizo era! Daba gusto mirarle sus muslos cortos y llenos de pliegues. Mir abajo: la muerte ya
cercana. Cerr los ojos y guard la foto. A unos cien metros a su izquierda, la cpsula de Bob inmvil
en el vaco. A su derecha, el quieto salvavidas que llevaba a Igor. Sobre su cpula una estrella
ascenda lentamente.
Es hora de disparar los cohetes! grit Bob.
Para qu? Qu ganamos?
No s qu ganaremos! Me limito a aconsejar, Igor. Podremos llegar a las nubes con velocidad
cero. Listos? Empiezo a contar.
Los otros obedecieron automticamente.
Sin conciencia ni misericordia! Las fuerzas naturales desatadas. El viento me arrastrar por la
atmsfera. Me estrellar. Me har pedazos. Qu horror! Maricas! Cmo los odio!
Fue preciso, Bob! exclam Pedro. Velocidad cero. Estamos a menos de mil metros.
Cllate! Que estemos a cien, a cincuenta! Miren eso! Una tormenta de alquitrn. Observen la
velocidad de las nubes. Y miren ms all. Ven ese embudo? Ah las corrientes luminosas se
encuentran con las oscuras y forman una vorgine.
Encomindate a Dios, Igor! Es lo mejor que puedes hacer.
Para qu? Dios nos dej hace rato. Se fue con el cohete! Es el diablo el que nos espera, buen
Pedro!
Pedro no alcanz a contestar. Bruscamente su salvavidas se inclin. Ya no caa a plomo: comenzaba
a seguir una larga diagonal. Las rfagas ms altas lo haban cogido.
Ya estamos en el baile! A ver quin dura ms. Cmo gozar el comandante pensando en nuestro
destino!
Eh! Reserven combustible para ms adelante! No corten los transmisores! Tal vez...
Vamos al infierno, Bob! Todava no te convences? Todo el planeta es igual! Un solo torbellino.
Los vientos dan la vuelta al mundo.
La inclinacin de su cpsula permiti a Pedro ver una manga de nubes negras que se deslizaban a
gran velocidad. Hacia ellas diriganse los nufragos. Un ro en plena crecida, turbio y arremolinado.
Como los desbordes del Claro en su tierra natal, cuando las lluvias hinchaban el torrente, hasta
transformarlo en una avalancha oscura, que ruga ensordecedora. Ahora, mediante los audfonos,
empez a or el ulular de la ventisca. Un bramido de monstruos enloquecidos que se extenda por
todos los mbitos, acompaado de silbidos y lejanos truenos.
Oyen eso? Era Igor, trmulo. Es el infierno! Mi cpsula est tocando las nubes...
Dios Santo! Igor!
Me hundo!
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Pedro cort el transmisor. Entonces tambin fue cogido por el soplo. Su cpsula empez a girar.
Gritos poblaron su cerebro. Era Bob que caa en las proximidades. Sigui el frentico rotar hasta que
empez a marearse. En medio de la algaraba not que era engullido por un luminoso remolino.
Paralelamente su conciencia fue oscurecindose.
La noche daba vueltas a su derredor.
Abri los ojos. La cpsula inmvil. Una luminosidad invada el recinto. Pestae. La cabeza an
abombada. Peg la vista al cristal de observacin.
Se restreg los ojos repetidas veces. No caba duda: su cpsula a medias hundida en una masa
verde, de caractersticas vegetales. Multitud de filamentos inclinados hacia atrs acometidos de una
curiosa vibracin. El cielo se present como una bveda blanquecina poblada de figuras que se
agitaban. Como contemplar un paisaje submarino. Y todos los objetos realizaban sus movimientos en
un mismo sentido. Cuerpos similares a estrellas rotaban veloces: sus puntas no se distinguan. Figuras
alargadas, tubulares, de difanos colores rosa, azul y gualda. Todas se retorcan delicadamente.
Tambin l se mova! Su cpsula se balanceaba levemente. Encendi la radio.
Auxilioooo! Estoy cerca de la superficie. Es lisa como una plancha de mrmol! Voy cayendo...!
Silencio. El rugir del viento. Pedro escuch los latidos de su corazn. Igor haba muerto. Se qued
inmvil, escuchando. Nada. Pasaron varios segundos antes de que se recuperara. Volvi a mirar: todo
calmo y sereno. El bramido del huracn despertaba un eco interminable. Cmo explicar aquella luz y
ese sinfn de cosas danzantes? De pronto comprendi. Se hallaba en el centro de una corriente area.
La revelacin lo dej ensimismado. Su salvavidas fue a caer sobre un vegetal que volaba arrastrado
por la ventisca, junto a otras grandes masas semejantes que seguan su misma direccin. El tamao de
aquellos islotes era suficiente como para sostener una astronave. Todo cuanto le rodeaba no era sino
la atmsfera del planeta que arrastraba en sus entraas una fauna vegetal y tal vez animal, liviana y
sutil, como los gelatinosos cuerpos marinos. Y la luz provena sin duda de algn microorganismo
fosforescente. A qu altura? Confront sus instrumentos. Altitud constante. Descenda a veces
algunos centenares de metros, y luego se elevaba, llegando a superar los veinte kilmetros. A lo lejos
un muro de tinieblas limitaba la visual.
Suspir. No corra peligro por ahora. Llevando la mano al pecho oprimi la fotografa. Agradeci a
la Providencia. Qu sera de Bob? Tambin debi perecer junto al infortunado Igor. Pobres! Claro
que l tampoco poda felicitarse demasiado. El agua y los vveres le alcanzaban para diez das. La
atmsfera del planeta, con un porcentaje de oxgeno superior al de la Tierra, era respirable, aunque
sera necesario filtrarla.
Not de pronto que el nivel exterior suba. No terminaba de sopesar este descubrimiento cuando la
masa vegetal lleg a la altura de la ventanilla de observacin. Se estremeci. El salvavidas se hunda.
La nube no era tan slida como para soportar su peso. O lo estaba absorbiendo un organismo? De
sbito la vertiginosa visin desapareci. Le rodearon las tinieblas: el salvavidas resbalaba hacia abajo.
Luego de descender un trecho interminable se detuvo. Trmulo, encendi la luz. Aguard. Pensaba
que bastara una exhalacin suya para que el salvavidas continuase su trayectoria. Por ltimo cambi
de posicin. Nada ocurri. El fragor del cicln llegaba a sus odos como algo lejano y apagado. Poda
suceder que se hallase a pocos metros de la cara inferior de la nube: de seguir deslizndose quiz
fuese a dar de nuevo al huracn. Trat de penetrar las tinieblas. La ventanilla pegada a una sustancia
compacta. Hizo girar la cpula: a los sesenta grados la visual se prolong hasta una distancia
indefinida. A su izquierda el muro empezaba al lado mismo del cristal.
Gordo: estos son los momentos en que hay que proceder.
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Revis el laboratorio automtico: aire puro, sin los residuos de afuera. Quit los seguros a la
portezuela, y la empuj. Se estremeci el salvavidas. Pasado un segundo de inmovilidad volvi a la
faena. La luz formaba en el suelo un largo rectngulo, revelando un piso lleno de protuberancias.
Alarg un pie. La pesada bota se hundi en un suelo elstico, consistente y parejo.
Hallbase en el interior de una galera de gruesas paredes: el viento se oa apagado. Dio algunos
pasos para tantear el terreno. Luego con su linterna inspeccion el salvavidas. El tubo de acero con su
tobera incrustada en el piso, se apoyaba en el muro del fondo donde conclua el pasaje. A sus espaldas
el conducto se curvaba. Descenda en suave pendiente, internndose en el interior del macizo.
Cilndrico y de un dimetro estimable en dos metros. La cpula del salvavidas tocaba el techo. Sobre
ella se abra el agujero por donde el pesado artefacto llegara all luego de resbalar por lo menos un
centenar de metros.
Bien. En muchas cosas me ha ido mal a lo largo de mi vida. Pero ahora no puedo quejarme.
Verific la presin del aire, y procedi a quitarse la escafandra. Aspir la atmsfera tibia,
perfumada, que llenaba el recinto. Se sinti rejuvenecido. Se despoj tambin del pesado traje
espacial, quedndose slo con el buzo y las alpargatas plsticas. Hizo una flexin; luego se sent y
apoy sus homplatos en la confortable pared. A sus odos, sobre el lejano rugido del viento, parecan
llegar los ecos de una suave meloda. Record a su mujer y su hijo, la casa que con tanto sacrificio
construyera. Elena en la Tierra estara a esas horas disponindose a dormir. Era invierno en su pueblo.
De seguro llova y en la chimenea crepitaban los troncos de eucaliptus. Su gordo ya deba estar
acostado, con sus mejillas rojas y frescas.
Bueno: haremos una exploracin. Veamos dnde va a dar ese tnel.
El macizo se balanceaba con suavidad. Un barco bogando en mar tranquilo. El piso permita avanzar
con rapidez, hundindose como una gruesa alfombra sin que quedasen huellas en l. Las paredes
suaves al tacto, con delicadas protuberancias, despedan un perfume difcil de definir. Hongos de
variadas formas crecan en las orillas del pasaje delineando una curiosa avenida. Ni una brisa. Una
agradable temperatura reinaba en el lugar. El camino describa peridicas curvas. Galeras de variados
dimetros desembocaban en l: enfilaba siempre por la ms amplia. As camin unos quinientos
metros.
Cada vez ms lejano el rugido de las rfagas. De ese simple hecho poda colegirse el espesor de
aquella verdadera esponja que volaba impulsada por el cicln. La multitud de conductos llenos de aire
la transformaban en un aerstato natural.
De sbito, al describir una curva, apareci una luz. El hombre se detuvo en seco. La naturaleza de
aqulla era peculiar, como si no fuese el resultado de una fosforescencia. Escuch: una antigua
meloda surga de un lugar bastante prximo. Luego de unos instantes de vacilacin avanz. Aument
la luz. Por mera precaucin llev la piano a la pistola. Terminaba el pasaje desembocando en una
cavidad de gigantescas proporciones. Una verdadera gruta abierta en el corazn del macizo. De su
techo, a gran altura, penda un globo que iluminaba ntidamente el lugar. Y dicho artefacto un sol
artificial era de origen terrestre.
Debajo del foco, una laguna bordeada de plantas plidas confera al lugar singular belleza. En las
vecindades del agua una tienda neumtica, de color blanco y antiguo diseo. De all provena la
msica. Ms atrs dos casamatas plidas completaban el campamento.
Excitado, reanud su camino. El suelo recubierto de una capa de tierra, donde crecan hongos y
otras plantas desconocidas, de etreos colores, descenda hasta llegar a la laguna. Tom un caminillo
que remataba en la tienda. Quin habitara all? Record las expediciones anteriores. En la Tierra se
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supuso que nadie haba escapado con vida. Pero su propia experiencia demostraba esa posibilidad. Ya
vea surgir un nombre barbudo y desgreado de la carpa. Slo la msica arrancaba ecos en el recinto.
La puerta se abri cuando estaba a menos de veinte metros. Apareci en el umbral una muchacha
alta, vestida con falda y blusa pasadas de moda. En extremo joven. Su rostro irradiaba frescura, y una
cierta inmaterialidad.
Ha demorado usted le dijo sonriente.
Pedro detenido, la boca y los ojos abiertos.
Cmo...?
Ri, lo que ilumin an ms su semblante. El pelo rubio caa sobre su frente. Una expresin traviesa
jugueteaba en sus vivaces ojos oscuros.
Que cmo s que vena? Avanz. Intuicin femenina. Como usted quiera llamarla! Pero pase.
Le estaba esperando a comer.
Le cogi de una mano y le condujo a la tienda. Una sala de estar amueblada con implementos de
campaa. Sillas, mesa y un divn. En el rincn de la izquierda una cocina con ollas que despedan un
clido y apetitoso aroma. Tambin una cafetera.
Tome asiento. Tiene hambre?
No s. Dgame quin es usted!
Laura. Extrajo platos y cubiertos de una alacena, y puso la mesa como una experta ama de casa
. En la primera expedicin vino una mujer.
Usted?
Volvi a rer, mostrando unos dientes blancos.
No, no. Soy hija de esa mujer.
Y los dems? Sus padres?
Murieron. Destap una olla y le ech una rpida mirada a su contenido. Pareci satisfecha.
Hace aos que vivo sola aqu.
Me quiere decir que es la nica persona que habita este lugar?
As es. Sirvi dos platos de sopa, y luego de alcanzarle uno, tom asiento frente al suyo.
Srvase antes de que se le enfre.
Como estar en casa. Slo los pausados balanceos le recordaban su situacin.
Mientras coman Laura le cont su historia. Hablaba con tranquilidad, como si se refiriera a hechos
naturales y comunes. Tres hombres y la doctora Solar, nica mujer de la expedicin, fueron
depositados por el viento en una nube, luego que abandonaron el cohete. Descubrieron la especial
conformacin del islote, y se instalaron en su cmara central. Rescataron varios objetos, restos de la
catstrofe, que el huracn fue a dejar all: una pila atmica porttil, el sol artificial, tiendas,
comestibles y medicamentos. La vida de los nufragos empez a desenvolverse normalmente. A pesar
de que disponan de radio les fue imposible comunicarse con el exterior debido a extraas
interferencias. Tuvieron que amoldarse a la idea de que no podran salir de all. La turbulenta
atmsfera constitua un escollo imposible de vencer para la ciencia humana. En lo cual no se haban
equivocado, pens Pedro al rememorar las posteriores tentativas para explorar el planeta. Pero
sobraba el agua, el buen aire, y las plantas comestibles que aseguraran su subsistencia. Sin ser
halageo su porvenir, los nufragos podan contar con la seguridad, al menos, de no perecer por
inanicin. Pero haba una mujer.
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Al decir esto Laura desvi la mirada hacia la cocina. No la embargaba ninguna emocin especial.
Pedro pensaba, a ratos, que estaba protagonizando un sueo absurdo.
Donde quiera que estn los hombres, siempre sern hombres, prosigui la muchacha. La doctora,
framente, decidi complacerlos a los tres, a fin de evitar rivalidades. Fue un error. Uno de ellos se
enamor de la doctora. Desesperado por su inconmovible actitud se suicid. Laura no aparentaba
agitacin por su relato. Como quien narra el argumento de una pelcula acabada de presenciar.
Los otros dos hombres envejecieron rpida e inexplicablemente.
Envejecieron? Pedro experiment un escalofro.
S: al cabo de pocas semanas estaban convertidos en unos ancianos. Y murieron.
Cmo? Por qu?
Se encogi de hombros. Se levant, y procedi a servir el segundo plato.
De viejos.
A lo lejos el bronco fragor.
Tal vez una enfermedad desconocida. Pero todos sus sntomas, segn mi madre, eran los de la
vejez. Y ella tambin envejeca, aunque no tan de prisa. Esperaba un hijo.
Coloc los dos platos ya servidos.
Mi madre me dio a luz sin ayuda de nadie. Todo result bien. Pero ella sigui envejeciendo, y
cuando cumpl diez aos, falleci. Hasta sus ltimos momentos tuvo la esperanza de que llegaran a
rescatarla. Era muy hermosa. La trastorn su prematura vejez. Odiaba este planeta!
Y usted?
Me gusta. No conozco otra cosa. Y con lo que s de la Tierra creo que no estoy tan mal. Cmo
encuentra este guiso?
Muy bueno. Exquisito en realidad.
Se hace de unas plantas que abundan aqu. Muy nutritivo. Y aadi: Quiz usted piensa que
debera tener otras aspiraciones. Volver a la Tierra, o al menos intentarlo, casarme, tener hijos. Pero
no me preocupan esas cosas.
Qu edad tiene?
Tengo entendido que esa pregunta no se le hace a las mujeres, no?
El hombre enrojeci.
No tiene importancia! exclam ella riendo al ver su turbacin. Veinte.
Representa quince.
Eso debe de ser una galantera. A mi madre le gustaba que le dijese que representaba menos
edad de la que tena. Pobre! Fue muy desgraciada.
Le mir largamente. Pedro se sinti embargado por una inefable ternura. Por ltimo la muchacha
frunci el ceo, tamborile con sus largos dedos sobre la mesa, y sonri.
Me gusta usted. Nunca haba visto un hombre. Pens que sera algo inquietante, que me llenara
de turbacin. En cambio al tenerlo cerca siento paz y tranquilidad. Hbleme de usted.
Le explic que el cohete haba sido desviado de su trayectoria por un meteorito. Cay bajo el
campo de gravedad del planeta. Andaban escasos de combustible. Ante el inminente peligro de caer
en aquel mundo tuvieron que desprenderse de toda la carga. No fue suficiente. Necesitaban
alivianarse de doscientos kilos ms. Se aplic el reglamento. Le toc a l, y a otros dos.
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Comenz a guardar las ollas y cubiertos en la alacena. Pedro se levant y dio unos pasos por la
tienda.
Ver como le gusta esta vida. Los aos no pasarn sobre usted.
Cmo lo sabe?
Porque ha sido bienvenido. Se va a sacar varios aos de encima. No tendr necesidades materiales
como me sucede a m. Al revs de mi madre, que siempre estaba sin nimos porque le pesaba su parte
fsica, cada da me siento ms gil y joven.
La atmsfera del planeta acenta el temperamento de las personas agreg Laura. Los
materialistas sienten exacerbarse sus apetitos. Eso lo comprendieron los sobrevivientes de la primera
expedicin.
Y las otras expediciones? Se salv alguno?
Ninguno, que yo sepa. Usted es el primero en veinte aos que ha escapado del huracn. Y no fue
por casualidad. Tal vez el destino ha querido que tenga un compaero.
Pedro se asom al exterior. A ms de cincuenta metros de altura se meca el sol artificial. Su
imagen adquira raros contornos al reflejarse en las aguas de la laguna, cuya superficie, a
consecuencia del vaivn, apareca cubierta de un leve oleaje.
Diez aos sola! Pobre. Despus de todo tal vez ha sido para mejor.
Tiene sueo?
La voz lo sac de sus reflexiones.
Puede acostarse cuando quiera.
Gracias. Sac la fotografa, y se la mostr. Mi mujer y mi hijo. No es tan bonita como usted,
pero es la nica que me ha querido. Qu le parece el nio?
Qu lindo es!
S; llnala vida.
Usted muri para ellos, no?
S, es verdad. Que se haga lo que Dios quiera. Tengo suerte. En la Tierra las cosas no son tan
simples. Es agradable conocer una muchacha como t, espontnea y sin malicia. Soy simple: no tengo
la inteligencia de Bob e Igor.
Sabr corresponderle. Y agreg con infantil vehemencia: Har todo lo posible porque sea feliz.
El hombre la cogi de la barbilla y la mir a los ojos. Sostuvo ella su mirada. La estrech entre sus
brazos: sinti el cuerpo de la muchacha. El perfume de su pelo le produjo un dulce bienestar. El
lejano rugido de la ventisca. Una esponja que daba vueltas arrastrada por la turbulenta atmsfera. Y
l estaba all con una mujer que no se opondra. No. No poda hacerlo. Por qu? De tan simple acto
dependa la destruccin del hechizo. Diez aos sola. Su madre y sus tres amantes. Se separ con
suavidad. Laura sonri. Un gran alivio se reflej en su semblante.
Seremos muy felices. Ya vers. Aqu se necesitaba un hombre como t. Porque los hombres
deciden el destino de las cosas. No es as?
Quiz sean las mujeres.
Cmo amaneciste? Laura entr en el dormitorio. El olor del caf dilat las narices del hombre.
Como estar en casa. Pensaran alguna vez sus compaeros del cohete que l, condenado a una
muerte segura, disfrutaba a esas horas de mayores comodidades que ellos?
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Los hombres nunca podran hollar esa tierra. Imagin una astronave tratando de aterrizar. Qu de
tumbos y volteretas dara hasta quedar deshecha y enriquecer con sus restos la poblacin de los
torbellinos!
Suban como saetas. Prosiguieron saltando de corriente en corriente, desplazndose de un lado
para otro con el simple recurso de trasladarse a los vientos que soplaban en sentido contrario. A veces
las distintas densidades de la niebla creaban espejismos, lagunas con exticos bosques y selvas
flotantes. O todo pareca inmvil. O el viento se transformaba en un torbellino al cambiar de
direccin. Todo empezaba a girar, y uno se crea en el interior de un caleidoscopio que daba vueltas.
Sbitamente se encontraron volando por el interior de un inmenso tnel de difana atmsfera, con
paredes de espesas nubes iridiscentes girando vertiginosas. Se perda a lo lejos en un embudo
polcromo. Planearon sobre suaves lomajes: en las alturas la bveda ncar con sutiles reflejos
luminosos.
Salieron del aeroducto, y desembocaron en un soplo de luz. Muy cerca, una nube se deslizaba
rauda.
Hemos llegado! Y aadi: Tu amigo est aqu.
Quin?
Ese que se llama Bob. Ha llegado durante nuestra ausencia.
Una vez que se desembarazaron del equipo, ella le susurr al odo:
Ests contento?
S.
Espero que podamos ser siempre felices dijo con tristeza.
Porqu?
No s...
Bob estaba junto a la tienda. Abri tamaos ojos al verlos.
Pedro! Y esa chica? Estoy soando?
Esto es el infierno. El viento me hizo dar vueltas y vueltas. Por poco me hace pedazos.
Abandon el salvavidas cuando ste empez a girar. Su cuerpo fue a incrustarse en algo. Perdi el
conocimiento con el golpe. Al volver en s descubri que su sostn perda altura. El vegetal que le
recibiera se hallaba a punto de ser engullido por una oscura zona. Su cuerpo haba destrozado la frgil
planta. De sbito las rfagas lo sacaron de all. Durante horas fue arrastrado por la corriente, dando
volteretas y enredndose en los objetos que volaban junto a l. Menos mal que no se top con nada
duro! Por fin, cuando se crea perdido, vino a dar a la nube.
Parece que tuviste mejor suerte que yo, Pedro.
Igor muri.
Quin puede sobrevivir afuera? No s cmo he escapado. Y t? Y esta chica? Cuntame.
Le hizo una breve relacin de sus aventuras y de la historia de Laura.
Qu suerte la tuya! Venir a dar aqu desde el principio. Aadi, dirigindose a la muchacha:
Imagino que deben ser muy buenos amigos! Con toda su pachorra, Pedro no es de los que pierden el
tiempo.
Ella se sonroj.
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Ha sido muy buena conmigo dijo Pedro, molest. Me ha dado hospedaje, y me ha hecho
conocer este mundo.
Laura, con disimulo, le hizo un gesto para que callase.
Hay ciertos hechos que hacen la vida color de rosa. Hasta el infierno se convierte en un paraso!
Eres muy, pero muy afortunado, Pedro.
Laura sali de la tienda. Bob se inclin sobre la mesa, y le pregunt en voz baja:
No me vayas a decir que le has sido fiel a tu mujer con ese bombn al lado!
Somos amigos no ms, Bob. Aunque te parezca raro. Es una muchacha muy buena. Podra ser su
padre.
Vamos! No me vengas con esas. Es una reina en cualquier parte!
No sabe nada de la vida, Bob. Se ha criado sola, y es feliz. Es muy espiritual...
S? Con esos pechos y ese cuerpo capaces de hacer feliz al ms exigente, mentira al decir que
me despierta el espritu. En cuanto a que no sepa nada de la vida... Bueno! Nunca es tarde para
aprender. O no?
No s, Bob. Me desagrada el tema.
Por qu? Vamos, Pedro! No te pongas pacato. Hablemos las cosas por su nombre. Esa mujer me
gusta. Entiendes? Estamos abandonados en este infierno, y podra consolarnos de tantas penurias.
Como llegaste primero no te voy a discutir tus derechos. Claro que esa torta da para dos con holgura.
Si vamos a vivir en comunidad te propongo compartirla. Nada de egosmos!
Pedro se puso de pie, irritado.
Mira, Bob: haz lo que quieras. Es mujer y sabr poner las cosas en su lugar. Si tratas de recurrir a
la violencia te prevengo que la defender. Hay cosas que no se comparten! Si te acepta no me voy a
meter en el asunto. Claro que habra preferido no tocar el tema. Pero en fin, comprendo tu modo de
ser.
Vaya, vaya! No hagamos escenas baratas. Si he hablado as es para que veas que estoy
procediendo honradamente. No quiero pelearme contigo! Pero no te voy a engaar respecto a mis
intenciones. Por cierto que no la voy a violar! Lo que quiero evitar es que maana mi actuacin se
preste para malentendidos.
Bob hablaba con sinceridad. Vea las cosas as, simplemente. El hombre es hombre donde se
encuentre, haba dicho Laura.
Abandon la tienda, y se dirigi a la laguna. Unos pasos leves a su espalda.
Qu te deca tu amigo?
Nada. Me hablaba de sus peripecias.
No te dijo nada de m?
Le gustas mucho replic secamente. Se arrepinti de su tono, y agreg sonriente: Qu te
parece?
No s. Mira de una manera...! Me da miedo. Pero es agradable al mismo tiempo.
Ah!
Qu te pasa? Que no te avienes con l?.
No, no! Es un buen muchacho. Muy inteligente. Prometa ser un gran astrogador. Iba a ascender a
comandante despus de este viaje.
Pobre! Y venir a dar aqu! No es de los que se adaptan al planeta.
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Por qu lo dices?
Por lo que cont. No ha sido bien recibido como t. Por eso te ped que callases cuando ibas a
hablar del viaje. Todava no conviene que se entere. Trataremos de hacerle llevadera su existencia
para que no se amargue. Verdad?
Suspir Pedro. Qu fcil era hacer lo que deca, pens, recordando el reciente dilogo!
Seguiremos siendo amigos, no? Cualquier cosa que te disguste, dmelo. Sera muy triste para m
perder tu aprecio.
No te preocupes. Siempre podrs contar conmigo.
Alej los oscuros presentimientos.
Pase por las galeras de la esponja, que integraban un intrincado laberinto. El encantamiento
producido por el viaje en el viento se haba desvanecido. Por qu? La vuelta a la realidad: empez a
vivir un sueo, y bruscamente se produjo el despertar.
Soy un egosta. Bien hecho que me pase por haberme olvidado de mi gente. Quiz ya estn
sufriendo por m. El cohete debe haber llegado a la Tierra, y Elena tiene que conocer la historia.
Pobre! Cmo sufrir. Ya estaba dispuesto a dejarme llevar por una vida fcil y sin sentido. Cmo
salir de aqu? Pensar que estoy condenado a morir en este mundo. No es para m. Laura naci aqu y
nunca ha conocido otra cosa. No puedo criticar a Bob por sus intenciones. Es joven y sin compromisos,
lo mismo que Laura. El nico que sobra aqu, despus de todo, soy yo. Y me felicitaba de mi suerte!
Dios sabe lo que hace. Ojal que l me ilumine y me permita escapar para que pueda volver a
regalonear a mi gordo. Esa s que es vida! Or chillar a ese demonio y saber que uno lo puede aliviar y
consolar; que su destino depende de mi esfuerzo, de mis sacrificios. Y ser alguien. Ya est
aprendiendo a hablar el chico! Un ao y medio! No le permitir que se dedique a la astronutica.
Ser mdico. Elena quera que estudiara ingeniera electrnica. Nada de esas profesiones que
despiertan curiosidades peligrosas! Ah me impondr yo. Elena es comprensiva; no me discutir. Bien
sabe lo que es tener un marido que viaja de un planeta a otro!
Cuando llegaba a la tienda oy la fresca risa de Laura. Y tambin la de Bob.
Hola, Pedro! Dnde andabas?
Acordndome de mi chiquillo, Bob.
Laura lo mir por lo bajo. Estaba roja.
Bob y Pedro se turnaban en los trabajos de la colonia. Sin ser excesivos requeran una mnima
dedicacin. Recolectaban las plantas de las galeras, y las elaboraban en una antigua refinadora. Bob,
excelente mecnico, revis la pila, y repar algunas mquinas hasta entonces en desuso por
desconocer Laura sus aplicaciones.
Los dos hombres ocupaban el mismo dormitorio. Pedro se haba percatado de que el muchacho y
Laura sostenan largas conversaciones. Ms de una vez los vio salir y volver horas ms tarde, juntos,
riendo. Tambin observ que su presencia, en determinadas ocasiones, no era bien vista por Bob. No
as por Laura que siempre se esmeraba en atenderlo. Hasta crey notar en la muchacha ciertos gestos
de reproche por su actitud ausente y como despreocupado. Pero, qu poda hacer?
Al tercer da de su arribo, Bob no durmi en su cama. Aquella maana, por primera vez, Laura no le
trajo su desayuno. Se levant, y fue al bao, que separaba ambos dormitorios. A pesar de las paredes
neumticas le pareci or que una voz de hombre emerga de la alcoba.
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Cuando sala del bao se encontr con Laura. La muchacha, de inmediato se turb.
Buenos das!
Tomaste el desayuno? Perdona que me haya atrasado un poco!
No te preocupes. Yo mismo me lo preparo.
No seas tonto. Anda a vestirte. Te lo tendr listo cuando hayas concluido.
Al dirigirse al comedor, minutos despus, se top con Bob. El muchacho se dispona a entrar en el
bao, bostezando y desperezndose con un cnico gesto.
Qu tal, Pedro! Cmo pasaste la noche?
Bien, gracias. Y t?
Como un califa! Boccato di cardinale, como deca Igor.
Remat la frase con un largo guio.
Pedro le hizo un gesto para que callase, pues oa a Laura en la cocina. Bob se afirm en la puerta
del bao y lo mir compasivamente.
Insisto en mi proposicin, Pedro dijo en voz baja, con una amplia, sonrisa. No soy egosta.
Cuando quieras podemos hacer un convenio... digamos de no agresin. Noche por medio. Qu te
parece? Ya la muchacha est expedita en el difcil arte del amor. Un trabajo menos para ti! No quiero
dejarme llevar por la vida fcil y licenciosa. Las cosas se te harn muy llevaderas en este mundo
desgraciado.
Pedro sinti deseos de abofetearle. Se contuvo y lanzando un suspiro fue a la sala de estar. Oy que
Bob entraba al bao silbando una cancin.
Laura, que en esos instantes serva el desayuno, le sorprendi observndola. De inmediato se
ruboriz. Se arrepinti al pensar que su mirada pudo ser impertinente.
Te ayudo?
No, no! No volver a suceder.
Alarg la taza con torpeza. Por poco la derrama sobre Pedro.
Voy a hacer tu pieza. No s qu me pasa hoy!
Djame hacerla a m interrumpi l. Nada me cuesta, y estoy acostumbrado.
No. Promet que tendras un hogar. Y agreg acongojada mirndole a los ojos. S que ya no es
lo mismo.
Vaya! No te preocupes. Ests cumpliendo muy bien. Si te he dicho que puedo hacer mi pieza es
para que no te retrases en tus quehaceres. Siempre ayudaba a Elena. Cundo iremos a pasear de
nuevo?
Este... Puedes ir cuando quieras! Ya sabes como hacerlo...
Y por qu no vamos los tres? A Bob le encantara.
Qu es lo que me encantara?
Bob irrumpi en la sala envuelto en una toalla de bao.
Volar, Bob. Dejarse llevar por el viento.
Yo? Ests loco! Ni muerto, viejo. No s cmo lo pudieron hacer ustedes. Deben tener alguna
condicin especial! Slo de pensar en que podra cometer semejante estupidez se me pone la carne de
gallina.
Pero si el viento es tan poderoso como para arrastrar una astronave. Qu crees que te va a pasar?
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Qu s yo! Cuando caa en medio de las rfagas no me senta liviano en absoluto. Mi cuerpo
pesaba como un saco de plomo. Ves? No flot. Giraba como un trompo, siempre cayendo.
Los rayos del sol artificial formaban un trapezoide en el suelo, cerca de la mesa. El fragor apagado
como un distante lamento.
No te preocupes por eso, Bob! dijo ella quebrando la pausa. Ya te aclimatars! No todos
tienen la facilidad de Pedro.
Esto es el infierno! repiti Bob mirando a Laura. Pero algn da llegarn los hombres, y les
aseguro que algo podrn hacer. Por lo menos descubrirn que es posible vivir en estas nubes. Y la
energa elica les proporcionar fuerza motriz barata para explotar el planeta. Basta que hagan un
estudio sistemtico de las corrientes para conocer con exactitud su situacin y lo dems ser sencillo.
Cuestin de dejarse caer proa al viento e ir frenando paulatinamente hasta tocar tierra. Pueden
construir cohetdromos subterrneos, y como hay agua y aire en abundancia, no tendrn problemas de
abastecimiento. No como los dems planetas, en los cuales no haba nada.
Dio media vuelta para dirigirse al dormitorio. De paso cogi a Laura por la cintura. Ella se
desprendi con suavidad, echando una mirada de reojo a Pedro.
Ests equivocado, Bob! dijo la muchacha con lentitud. Las corrientes cambian de curso
constantemente, sin una secuencia fija. No hay ninguna que mantenga un curso regular.
S? Bueno. Ya descubrirn un sistema. La raza humana no se detendr por un inconveniente as. Y
menos cuando sepa que varios nufragos han podido escapar con vida.
Cmo lo sabrn?pregunt Pedro.
Voy a construir un transmisor para que nos oigan desde la Luna o de cualquier cohete que vaya a
Mercurio. Los que utilizaron los primeros nufragos eran modelos anticuados.
Pedro entraba por uno de los conductos cuando le alcanz Laura. Se vea agitada.
Qu pasa?
Quera hablarte de Bob.
Ech una rpida mirada a la casa; luego le cogi de un brazo, y penetr con l en la galera.
Qu agradable es estar contigo! Me siento tranquila y en paz. Aadi en un tono de splica:
No pienses mal de m.
Pensar mal de ti? Cmo puede ocurrrsete? Le tom la barbilla y la mir. Nunca pensara mal
de ti, entiendes?
Gracias murmur ella. Le bes la mano. Eres muy bueno, Pedro. Sabes? Bob nunca podr volar
como t y yo. Ellos no le quieren. Le han dado, no obstante, una oportunidad. Le condujeron para ac
en lugar de dejarle abandonado a su suerte. Pero no harn nada ms por l. Ves? Y se da cuenta de su
situacin aunque no la comprende bien. Algo intuye sin embargo. Le parece increble que hayas
podido volar y recorrer el planeta arrastrado por los vientos. Est convencido de que nunca lo podr
hacer. No se equivoca. Esa idea se la han metido los que viven aqu. Ellos saben lo que hacen.
Pero, crees eso realmente? No ser una mera ocurrencia tuya o de Bob?
No. Ya te lo dije: aqu hay un Orden. Y agreg con voz temblorosa: Tampoco me atrevera
ahora a lanzarme al viento.
Sin decir ms volvi sobre sus pasos, gacha la cabeza. Pedro la vio abandonar la galera y dirigirse a
la tienda. De sta sala Bob: iba a la casamata de las mquinas. Conseguira su objetivo? El solo hecho
de que Elena se enterase de que viva le iba a servir de consuelo. El nuevo ambiente le sentaba bien.
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No tema a los vientos, y tampoco le atormentaba la inquietud de buscar solucin al misterio. Pero no
poda pensar en quedarse all por toda la vida.
Bob, quieras que no, estaba obligado a formar un hogar con Laura. Se encargara de eso: quera a la
muchacha, y le deseaba una existencia digna y feliz. Pero al verlos unidos le recordaran a su mujer y
su hijo. Sera desgraciado. De poco le servira una vida eterna, al decir de Laura.
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Mi organismo ha sido beneficiado por este planeta. A Bob le ha ocurrido lo contrario. Dios, cmo
ha envejecido! Por qu? El terror o los sufrimientos producen los mismos efectos en la Tierra. Hay
personas que se vuelven viejas de la noche a la maana.
Insensiblemente sus pasos le condujeron a la rotonda de salida. Slo cuando las rfagas le azotaron
el rostro volvi de sus abstracciones. Una gran claridad penetraba por el brocal. Cuerpos etreos
ascendan girando vertiginosos: luego resbalaban por las paredes del agujero como minsculos
espectros. Ensordecido por el fragor se coloc la escafandra y el traje espacial que, luego del primer
viaje, dejara en una oquedad. Un secreto impulso le decidi a probar suerte en el tornado. Tuvo una
pequea vacilacin al recordar a Laura. La muchacha tema. Por qu? Al borde del pozo. La
atmsfera especialmente difana. Cerr los ojos y se precipit al vaco. Segundos despus flotaba
experimentando la ms absoluta sensacin de incorporeidad. Record a Laura y la compadeci. Pobre.
Saba que estaba sufriendo. Pero se entreg a Bob por su propia voluntad. Por qu? Era una mujer
despus de todo: imposible que se sustrajese a las debilidades. El muchacho no la mereca, sin
embargo.
Cada vez ms veloz. La atmsfera ms clara y transparente que la primera vez que efectuara el
viaje. En la Tierra todo material y duro. Aqu todo tenue y vaporoso. El rugir del viento arrancaba
lejanas resonancias. Como flotar en el interior de una catedral donde un coro entonara un canto de
gloria. Se dejara arrastrar por las rfagas donde quisieran llevarlo. Nada le preocupaba. Imagin estar
al lado de Elena, con el nio en sus rodillas, estrechando sus manitas. A pesar de su lejana los senta
a su lado. Hasta le pareci or el gorjeo del pequeo.
Ante sus ojos entrecerrados se materializ una gigantesca nube. Hacia ella lo impulsaba el huracn.
Un angustioso presentimiento. En pocos segundos bajo el manto verde. En un remolino penetr por el
agujero inferior y aterriz sobre la esponja. Se acentu la angustia. Rpido se despoj de la
escafandra y, guardndola a la entrada de la galera, se intern por sta. Algo le impulsaba hacia el
corazn del macizo. La senda expedita. En pocos minutos arrib al bolso central. Pase la linterna por
el vasto cubculo. La luz fue reflejada por una masa brillante. Ahog una exclamacin. En el centro de
la cavidad se ergua un cuerpo cilndrico que desapareca por ambos extremos en la ligera sustancia.
Dnde estuviste?
Algo en el ajado rostro de Bob no le gust. Detrs de l extendase el campamento brillantemente
iluminado. El pelo del hombre, encanecido. De trasluz sus rasgos casi invisibles.
Sal a dar una vuelta.
Por tres das? A m no me vienes con esas. Esa putilla me ha dicho que ests en connivencia con
ciertos seres que pueblan este planeta. Dime, qu te han dicho?
La voz cascada call. El fulgor de sus pupilas y su agitada respiracin.
Ests loco, Bob. Terminaste el transmisor?
Sabas que iba a fracasar, verdad? Y no me advertiste. Cobarde! Tenas celos. Por qu no fuiste
lo suficientemente hombre para decrmelo? Infeliz. Con razn Igor te dijo todo eso.
Tena su revlver al cinto. Simultneamente con notarlo Bob llev la mano al arma.
Deja tranquilo eso, Bob!
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Fui egosta, y he sido castigada. Lleg Bob: no pude resistir su atractivo. Lo envejecieron y te
condujeron al cohete. Eso significa que te dan una oportunidad de marcharte aunque les eres grato.
Anda a juntarte con tu mujer y tu hijo!
Bob lleg respirando con dificultad. No mir a Laura.
Vamos! No perdamos ms el tiempo...
Laura no quiere irse.
Y qu? Ella sabr. Mal que mal es de aqu. No es as, Laura? La mir suplicante.
S, Bob. Vyanse ustedes, y djenme. He sido la culpable de todo.
Dnde hay un traje para Bob? pregunt Pedro de pronto.
En la segunda casamata hay tres inform Laura.
Pedro parti. Laura a su zaga. Bob se apoy en la tienda con una cansada expresin vaca.
Uno es de mi padre. No s cul de los tres.
Pedro cogi uno y lo revis.
S que esperas un hijo, Laura. Me remordera la conciencia dejarte. El cohete me producir
mucho dinero. No tendrs problemas materiales ni tampoco tu hijo. Velar por ustedes. Este sirve
para Bob! El tuyo est en la rotonda, no?
S; el de mi madre. Al ver que Pedro se aprestaba a salir lo retuvo y le dijo: No me crees? No
puedo irme. Morir de vieja antes de que el cohete zarpe. En cambio si me quedo alcanzar a criar a
mi hijo por un tiempo al menos. Bob tampoco escapar; con l comprobars lo que te digo. Una vez
contrado el mal o la maldicin, no hay remedio posible.
A lo lejos el fragor subi de tono. Laura deca la verdad. De sbito Pedro lo comprendi as. Se
estremeci.
Slo una cosa te pido: nada digas sobre la verdad de lo ocurrido aqu. Di nicamente que por azar
el viento te llev al cohete abandonado. Aadi con una triste sonrisa: Es una historia como las que
se ven a diario en la Tierra, no? Los hombres mueren o se van, y la mujer queda esperando un hijo.
Pedro! Por qu demoras tanto? La voz reson plaidera. El rugido se tornaba ensordecedor.
Surga de los innumerables conductos de la esponja con un eco rabioso.
Llvatelo: quiere irse. Pobre! De nada le servir. El nico que est en condiciones de marcharse
sin peligro eres t. Adis. Y perdname.
Pedro la mir. Los cansados ojos de la mujer estaban serenos. El hombre pens que pronto perdera
todo su atractivo.
Nada tengo que perdonarte. Voy a dejar a Bob. En una hora ms estoy de vuelta. El nio no puede
quedarse solo. Me encargar de l, y si Dios quiere, algn da se me presentar otra oportunidad de
salir de aqu. La vida eterna no es para los hombres, Laura.
Por el envejecido rostro resbalaron lgrimas.
No, no debes. Sera injusto!
Un nio va a nacer. Mi deber es quedarme y cuidarte.
Ella empez a sollozar.
Nada puedo ofrecerte, Pedro. Antes tena mi juventud, y ahora...
Cogi Pedro el traje, y se dispuso a salir.
Y el nio? Si an fueses joven no me importara dejarte.
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Hay que atenderlo y cuidar sus ltimos momentos dijo Pedro en voz queda. Llevmosle a su
dormitorio.
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Plenipotencia
Ya era casi de noche cuando Estrella Snchez entr en la Galera Santa Fe por la calle Charcas para
tomar un helado, usando el tiempo que le sobraba antes de la consulta psiquitrica. Luego camin
lentamente por la galera y sali a Santa Fe. En la esquina verific la hora en un telfono pblico.
Ajust apenas las agujas. Cosa de segundos.
Salvo lo minucioso de esa breve operacin, no haba nada fuera de lo comn en esa mujer joven
que dejaba Santa fe en la esquina de Montevideo y caminaba hacia la plaza Vicente Lpez, con la
precisa intencin de cruzarla. Eran las 20 horas, 12 minutos y varios segundos.
La noche en la plaza era violeta y con perfumes de buenos aires en ese da avanzado de noviembre.
La plaza no admita el olor a nafta o a ciudad que la bordeaba. Era un bolsillo verde, ms fresco, ms
tibio, ms querido por los hombres. La seorita Snchez mir el cielo y otra vez tuvo una actitud de
precisin inusitada, como quien ajusta la mecnica de las esferas celestes. En el firmamento slo
haba estrellas de primera magnitud. Quizs Alfa de Centauro brillaba ms entre el maravilloso follaje
de la vieja tipa, en la esquina de Las Heras.
A las 20 y 14 la seorita Snchez entraba en el palier del consultorio del psiquiatra.
Prefiero las primeras entrevistas de noche, en las ltimas horas del consultorio. La toma de
contacto psiquitrico es una cita con la angustia y la angustia viene a flor de piel, en ojos hmedos, o
en caras duras y largas frases que en realidad no dicen nada. Pero siempre est en la voz. Y es que la
angustia, como los animales de presa, se tira a la yugular. Pero, despus de un tupido da psiquitrico
uno se pregunta: a la yugular de quin?
La paciente nueva lleg en punto. Contest el timbre con la chicharra del portero elctrico y ella
empuj la puerta. Fue en ese momento cuando ocurri el apagn y la casa qued a oscuras. Es
absurdo, casi ridculo, un consultorio sin luz. No se juega al cuarto oscuro en el consultorio del
psiquiatra. No es siniestro tambin? La oscuridad deja las yugulares al desnudo. Maldita electricidad.
Seorita Snchez?
S, doctor, soy yo.
Lo lamento, seorita, pero se ha cortado la luz. Espere un momento que voy buscar velas.
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Con el encendedor en alto y la mano en la corbata fui al armario de la cocina. La seorita Snchez,
de pie, a mi derecha, encendi un cigarrillo.
Ya estaban las dos velas sobre el escritorio. El psiquiatra me miraba con detencin, buscando algo
en el juego de sombras de mi cara. Por supuesto, era previsible.
Pero yo a usted la conozco, seorita Snchez dijo el psiquiatra, su cara me es muy familiar.
S, doctorcontest, de las clases de la universidad.
Y entonces vino el reconocimiento:
Ah, s! ahora recuerdo. Usted es la alumna que adems de psicologa social cursa fsica.
Astrofsica correg, mirando el reloj (las 20 y 21).
S, es claro. Ahora la recuerdo bien.
El silencio fue slo muy breve, despus el psiquiatra, llevndose la mano a la corbata, me pregunt
con una sonrisa simptica y profesional:
Y en qu puedo ayudarla?
Profesor, necesito hablar con usted.
Bien, la escucho.
Me ofreci un cigarrillo y fumamos.
Le mir con todas las dudas de la ltima semana, con toda la indecisin del ltimo mes, con la
soledad de los cuatro aos ltimos. Hice un gesto para levantarme; en cambio habl.
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Aquella increble sonrisa. Con disimulo, al abrigo de la luz que encandila, abri el cajn derecho
del escritorio. Ms seguro por el contacto fro con el acero hizo la pregunta vital, pero intil:
Y corre peligro el Sol?
La seorita Snchez rompi en un llanto torturado de fsforo de cera que se quema. Luego levant
la cara y tras la red luminosa de lgrimas estaban las dos pupilas puntiformes y la mueca, casi la
sonrisa.
Lo estoy controlando dijo. Hago todo lo que puedo.
El psiquiatra dispar rpido y con cuidado. La bala penetr dejando un pequeo agujero color
cromo en la frente de la seorita Snchez. Estall en su cerebro. Ahora era slo cuestin de esperar
ocho minutos junto al cadver. El tiempo que tomara en llegar el correo de luz del sol con su posible
mensaje apocalptico. Incrdulo, esper.
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Quise decirle que lo hice por amor, por odio, por la locura de una noche donde yo era el cosmos y
la estrella slo un tomo, por la soledad de una noche donde yo no era nadie mirando el cielo. Pero no
pude decirle nada de eso y segu llorando. Las lgrimas me quemaban los ojos y lo deformaban todo.
El psiquiatra no deca nada y pareca pensar, su cara inexpresiva. Nos quedamos as, sin palabras,
durante ms de cinco minutos. Luego me pregunt:
Cmo lo hizo?
No lo s, doctormurmur, no lo recuerdo.
Levant la mirada, y de pronto lo vi todo en su cara. Grit:
No me mire as, doctor!
No la comprendo me contest.
No me mire as, con esa sonrisa! Qu horrible! Dios mo, qu miedo tengo!
Pero seorita Snchez... comenz a decir y le interrump:
No me mire as!
Lo juro, haba algo de demonio en aquella expresin. Nunca una cara me ha dado tanto miedo.
Pero la voz ahora era ms bondadosa, casi paternal. Cerr los ojos para no verlo.
Seorita Snchez, clmese, tranquilcese. Comprendo lo terrible que es comprobar que en efecto,
usted tiene ese poder. Eso la confunde y sospecha de m. Yo slo la puedo curar si tiene confianza en
m.
Yo quiero tener confianza en usted vacil.
Muy bien me contest. Dme una prueba de su confianza: cul es el secreto de su poder?
No s, no lo recuerdo... estoy confusa.
En realidad, creo que ment. Casi se lo digo, tengo tanta necesidad de apoyarme en alguien.
Pero...
Bien, no importa, ya lo va a recordar me dijo el psiquiatra con una clida voz persuasiva y me
ofreci el divn para que me recostara y pudiera sentirme cmoda.
No se preocupe me dijo. Yo la puedo curar, pero primero es necesario descubrir el secreto de
su poder, comprendido?
S, doctordije, y me sent apoyada.
Bien me lleg la afable voz psiquitrica de psicoanalista, usted ahora ha olvidado su secreto.
Pero este secreto le pesa. No se preocupe, va a aflorar. Usted diga lo primero que se le ocurra,
comprendido?
S, doctor dije y, de pronto, se me apareci algo de la infancia que mi doctor debe saber:
Qu curioso! Es algo que tena olvidado. Cuando ramos chicos Alberto y yo, Alberto fue un
primo mo, inventamos una tarde el juego de hacer lucirnagas. Primero practicamos con moscas,
despus con abejas y hormigas. Luego pasamos a esos cascarudos que se llaman toritos. Daban una luz
gorda. Lo que ms nos diverta era hacer luz con las langostas, parecan como esos tubos de nen en
las oficinas. Nuestras lucirnagas daban mucha luz pero bang se moran. Cuando Alberto qued ciego
mam no quiso que jugramos ms juntos... Ah!... Si...
falla en la energa elctrica. El mdico y la seorita Snchez se enfrentan mesa de por medio en una
entrevista psiquitrica. El ventanal est abierto cuando se produce el efecto nova. La luz es
enceguecedora, duplica la habitual del sol.)
PSIQUIATRA. Dios mo! Qu inhumana responsabilidad! Mreme las manos! (El psiquiatra muestra
sus manos fibriladas.)
PACIENTE. S, lo s.
PSIQUIATRA. Necesito pensar. (Cierra los ojos.) Cul es su nombre?
PACIENTE. Estrella Snchez.
PSIQUIATRA. Necesito pensar, Estrella. Mi nombre es David. Un nombre quizs apropiado para las
circunstancias. Dme unos minutos.
ESTRELLA. Bien, David. Es un pacto.
(Se interpone un largo silencio. El consultorio sigue con un mximo de iluminacin. Estrella y
David no se mueven y esa inmovilidad con el correr del tiempo se hace antinatural. Estrella la corta,
soplando las velas.)
DAVID. Tengo unas preguntas que hacerle.
ESTRELLA. Pregunte.
DAVID. En estos ltimos minutos he pensado con singular lucidez. Tiene usted algo que ver con eso?
ESTRELLA. S, David, es parte del pacto.
EL HOMBRE QUE PUEDE SER VICTIMARIO. Segunda pregunta. Si decidiera hacerlo, la puedo matar?
LA HACEDORA DE NOVAS. Con ese revlver en su cajn?
DAVID. S.
LA HACEDORA DE NOVAS. NO, David, no puede.
EL HOMBRE QUE PUEDE SER VCTIMA. Usted puede matarme instantneamente?
ESTRELLA. S.
PSIQUIATRA. Otra pregunta. Usted me lee el pensamiento?
LA MUJER QUE TIENE EL PODER. Slo lo central, la nervadura de los pensamientos. La
intencionalidad.
DAVID. Otra pregunta. Usted puede hacer estallar el Sol?
ESTRELLA. Creo que s.
DAVID. Y dgame. Estrella, la nova del Sol la destruira?
(La seorita Snchez demor en contestar. Por vez primera baj la vista y l mir las manos
blancas.)
LA MUJER QUE TIENE EL PODER. Actualmente, s.
DAVID ANTE EL MISTERIO DE LA HACEDORA DE NOVAS. Otra pregunta, Estrella, va a ser usted Dios?
(La seorita Snchez nuevamente demor en contestar. Con un ademn mecnico prendi las
velas.)
PACIENTE. NO s. No s cmo contestar esa pregunta.
DAVID. Esccheme, Estrella, sta es la ltima pregunta y la ms importante. Tiene usted miedo?
LA MUJER QUE CONTIENE EL LLANTO. YO no lo llamo miedo, David. Lo llamo desesperacin, lo llamo
espera, incgnita, culpa, soledad. Necesito ayuda.
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PSIQUIATRA. S, lo s, usted necesita ayuda. Estrella, voy a hacer todo lo posible para ayudarnos.
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