DIALÉCTICA DE LA CONCIENCIA - Jose Revueltas
DIALÉCTICA DE LA CONCIENCIA - Jose Revueltas
DIALÉCTICA DE LA CONCIENCIA - Jose Revueltas
DIALCTICA DE LA CONCIENCIA
Realidad y Enajenacin
Textos Polticos y Filosficos
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Jos Revueltas
Libro 112
3
Seleccin de textos
Coleccin
SOCIALISMO y LIBERTAD
Libro 1 LA REVOLUCIN ALEMANA
Vctor Serge - Karl Liebknecht - Rosa Luxemburgo
Libro 2 DIALCTICA DE LO CONCRETO
Karel Kosik
Libro 3 LAS IZQUIERDAS EN EL PROCESO POLTICO ARGENTINO
Silvio Frondizi
Libro 4 INTRODUCCIN A LA FILOSOFA DE LA PRAXIS
Antonio Gramsci
Libro 5 MAO Tse-tung
Jos Aric
Libro 6 VENCEREMOS
Ernesto Guevara
Libro 7 DE LO ABSTRACTO A LO CONCRETO - DIALCTICA DE LO IDEAL
Edwald Ilienkov
Libro 8 LA DIALCTICA COMO ARMA, MTODO, CONCEPCIN y ARTE
Iaki Gil de San Vicente
Libro 9 GUEVARISMO: UN MARXISMO BOLIVARIANO
Nstor Kohan
Libro 10 AMRICA NUESTRA. AMRICA MADRE
Julio Antonio Mella
Libro 11 FLN. Dos meses con los patriotas de Vietnam del sur
Madeleine Riffaud
Libro 12 MARX y ENGELS. Nueve conferencias en la Academia Socialista
David Riaznov
Libro 13 ANARQUISMO y COMUNISMO
Evgueni Preobrazhenski
Libro 14 REFORMA o REVOLUCIN - LA CRISIS DE LA
SOCIALDEMOCRACIA
Rosa Luxemburgo
Libro 15 TICA y REVOLUCIN
Herbert Marcuse
Libro 16 EDUCACIN y LUCHA DE CLASES
Anbal Ponce
Libro 17 LA MONTAA ES ALGO MS QUE UNA INMENSA ESTEPA VERDE
Omar Cabezas
Libro 18 LA REVOLUCIN EN FRANCIA. Breve historia del movimiento obrero en Francia
1789-1848. Seleccin de textos de Alberto J. Pl
Libro 19 MARX y ENGELS.
Karl Marx y Fiedrich Engels. Seleccin de textos
Libro 20 CLASES y PUEBLOS. Sobre el sujeto revolucionario
Iaki Gil de San Vicente
Libro 21 LA FILOSOFA BURGUESA POSTCLSICA
Rubn Zardoya
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Jos Revueltas
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Seleccin de textos
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Jos Revueltas
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Seleccin de textos
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Jos Revueltas
INTELECTUALES APOLTICOS
por Otto Ren Castillo
de Vmonos patria a caminar, yo te acompao
(1965)
Un da,
los intelectuales
apolticos
de mi pas
sern interrogados
por el hombre
sencillo
de nuestro pueblo.
Se les preguntar
sobre lo que hicieron
cuando
la patria se apagaba
lentamente,
como una hoguera dulce,
pequea y sola.
No sern interrogados
sobre sus trajes,
ni sobre sus largas
siestas
despus de la merienda,
tampoco sobre sus estriles
combates con la nada,
ni sobre su ontolgica
manera
de llegar a las monedas.
No se les interrogar
sobre la mitologa griega,
ni sobre el asco
que sintieron de s,
cuando alguien, en su fondo,
se dispona a morir cobardemente.
Nada se les preguntar
sobre sus justificaciones
absurdas,
crecidas a la sombra
de una mentira rotunda.
Ese da vendrn
los hombres sencillos.
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Seleccin de textos
https://elsudamericano.wordpress.com
HIJOS
La red mundial de los hijos de la revolucin social
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Jos Revueltas
DIALCTICA DE LA CONCIENCIA
REALIDAD Y ENAJENACIN
Jos Revueltas
RACIONALIDAD Y ENAJENACIN
(Del pensamiento en general a la conciencia y el pensamiento terico)
DIALCTICA DE LA CONCIENCIA
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Seleccin de textos
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Ed. Era, Mxico, 1980, pp. 105-8, 218-20. Uno de los ms grandes novelistas mexicanos
modernos, militante comunista durante largos aos, Jos Revueltas, rompe en 1960 con el
PC mexicano. El libro Ensayo sobre un proletariado sin cabeza (1962) explica las razones de
esta disidencia y critica las concepciones predominantes en el seno de la izquierda mexicana,
desde Lombardo Toledano hasta el mismo PCM (pero en esa poca aun sin cuestionar a la
URSS y la tradicin del Comintern stalinista). En 1968 Revueltas participa en el gran
movimiento estudiantil y se asocia a jvenes marxistas revolucionarios. Es arrestado y
condenado a diecisis aos de prisin. Despus de su liberacin (1971) y hasta su muerte
(1976) acta como intelectual francotirador en el seno de la izquierda, sin comprometerse con
ninguna organizacin. (Este texto fue extrado del libro de Michael Lwy: El Marxismo en
Amrica Latina, 2007)
12
Jos Revueltas
dentro de las fronteras del pas no tiene un verdadero enemigo al frente en las
dems clases sociales, sobre todo en la clase obrera, que se encuentre en
condiciones de presionarla e inducirla, por la fuerza poltica, a seguir un
camino determinado aunque ella no quiera.
De tal modo la burguesa nacional mexicana unas eces hace cierta poltica
progresista y otras una abierta y cnica poltica reaccionaria, segn sus
conveniencias inmediatas, pero con la tendencia, cada vez ms acusada, de
realizar cada vez en mayor medida y preferentemente una poltica
reaccionaria, sin que esto quiera decir que renuncie a determinadas formas
burguesas de lucha (o de tironeo', ms bien) con el imperialismo. Pero
entendmonos.
El prejuicio ideolgico que debe desterrarse es aqul que hace consistir en
revolucionaria toda la poltica nacionalista de la burguesa. En este prejuicio es
en el que se sustentan los idelogos de la burguesa nacional para confundir a
la clase obrera y para perseguir e impedir sus luchas independientes. La
poltica nacionalista de la burguesa no es revolucionaria en todos los casos, ni
mucho menos; pero ms aun, es perfectamente compatible con una poltica
reaccionaria en el interior del pas, como lo demuestra la experiencia histrica
de Mxico en numerosas ocasiones, con Carranza, con Obregn, con Calles.
As pues, cuando el Partido Comunista Mexicano trata de explicarse la poltica
antiobrera del Gobierno y atribuye dicha poltica a una gran burguesa
reaccionaria mexicana, no hace sino tratar de que aparezca como menos
burguesa una burguesa nacional que se encuentra realmente en el poder, que
es duea material del Gobierno y cuya tendencia es seguir de modo preferente
el camino reaccionario, aunque no renuncie a su poltica nacionalista, propia y
muy suya, llena de las trampas, chicoleos, simulaciones, balandronadas,
hipocresas y trastopijes que le son tan psicolgicamente caractersticos y
que pareceran heredados por ella desde los tiempos del Emperador
Moctezuma II.
Aqu es donde se produce el fenmeno de coincidencia al revs del Partido
Comunista y de Lombardo Toledano. Mientras para el Partido Comunista
parece inconciliable que el Gobierno pueda llevar a cabo una evidente aunque
muy limitada poltica nacionalista, junto a una poltica reaccionaria y antiobrera,
abierta y franca, para Lombardo Toledano, en el sentido opuesto, ciertas
medidas nacionalistas del Gobierno deben ser consideradas de un modo
forzoso como revolucionarias y no pueden explicarse de ninguna otra mane-ra
que en esa condicin. De tal suerte, mientras para satisfacer su esquema el
Partido Comunista necesita una gran burguesa reaccionaria dentro del
Gobierno y un sector de la burguesa nacional fuera; para satisfacer el suyo
Lombardo necesita una burguesa nacionalista dentro del Gobierno y una
burguesa nacional que sirve al extranjero, desde fuera del aparato
gubernativo, el primero, al servicio de una lnea sectaria e izquierdizante; y el
segundo, de una lnea oportunista de derecha.
Lo anterior evoca inevitablemente aquella situacin en que dos sordos se
encuentran a la orilla de un ro y se produce entre ambos el siguiente dilogo:
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Seleccin de textos
Este dilogo de sordos parecera el que, cada quien por su lado, sostuvieran el
Partido Comunista y Lombardo Toledano respecto a la burguesa nacional.
Cada uno, con diferente carnada, ha ido a pescar a una misma e idntica
burguesa revolucionaria, progresista, antiimperialista, susceptible de
incorporarse o de formar con ella un frente nacional. Sin embargo, para uno y
otro este frente nacional representa, en apariencia, dos cosas completamente
distintas entre s. Para los unos (el Partido Comunista), en virtud de que la
burguesa nacional que buscan no se encuentra dentro del Gobierno, el frente
nacional, en consecuencia, no solo debe ser antiimperialista, sino anti-
gubernamental. Para los otros (Lombardo y sus amigos), la burguesa
nacionalista est dentro o influye en la poltica del Gobierno y ste forma parte
(en Mxico) de las fuerzas revolucionarias, por lo que el frente nacional debe
comprender al propio Gobierno dentro de sus filas (ms adelante de los
prrafos de su artculo que aqu reproducimos, dice Lombardo: Hace unos
das, en Mxico, los dos sectores de la burguesa nacional, ligada al
imperialismo yanqui, elevaron su protesta porque el Gobierno, prosiguiendo su
poltica de nacionalizacin de las principales fuentes de la economa y los
servicios pblicos, despus de la nacionalizacin de la industria elctrica, ha
tomado en sus manos el monopolio de la exhibicin de las cintas
cinematogrficas, que funcionaba en violacin abierta del texto de la
constitucin).
Para el primer sordo ideolgico y poltico (Partido Comunista Mexicano) el
frente nacional no existe y debe ser formado despus de que se localice, con
toda precisin, el punto donde la burguesa progresista se encuentra.
Para el Sordo II (Vicente Lombardo), en cambio, esa burguesa revolucionaria
ya est localizada, por lo que a Mxico se refiere, dentro del propio Gobierno
(bajo el aspecto de una burguesa nacionalista) y como dicha burguesa liga
sus aspiraciones a las que el pueblo tiene, formando, as, un verdadero frente
nacional, lo nico que queda, entonces, es impulsarla para que mantenga su
actitud sin vacilaciones y sin concesiones peligrosas hacia el poder del
exterior. [...]
Pero, cmo proceden los idelogos de la enajenacin en Mxico?
a) Pretenden, de hecho, que la opresin imperialista despoja a la burguesa
nacional de su carcter de clase, de su inconsecuencia natural e inalienable, y
que, entonces, dicha burguesa nacional se convierte, en virtud de sus
circunstancias, en burguesa necesariamente progresista y antiimperialista.
b) Consideran que la industrializacin, en s misma, y no porque facilite la
lucha del proletariado contra la burguesa por el socialismo ya constituye una
aceleracin del proceso del desarrollo democrtico-burgus (ignorando que
este desarrollo pueda llevarse a cabo sin la burguesa), con lo que confunden
la revolucin democrtica con la clase burguesa y abandonan en manos de
14
Jos Revueltas
sta la hegemona dentro del proceso. Aqu, de tal modo, y a ttulo de que la
industrializacin constituye para el pas la forma de liberarse econmicamente
del imperialismo, adoptan sin ms ni ms el punto de vista de la prosperidad
capitalista, benfica para el pas y la nacin, segn ellos, y no como lo es, para
la burguesa.
La realidad, sin embargo, echa por tierra, en cada ocasin, tales posiciones,
como ya lo hemos visto repetidamente en este ensayo. Los idelogos de la
enajenacin, as, tienen que recurrir a los siguientes elementos de diversin
del problema:
a) Inventar una debilidad insuperable, permanente, de la burguesa nacional,
que, en virtud de tal estado de indigencia se ve en la obligacin ineludible de
enfrentarse siempre a su causante, el imperialismo;
b) Como, a pesar de todo, esa burguesa (contra todas las previsiones de sus
idelogos en el campo obrero) se consolida y fortifica cada vez ms, no queda
otro recurso que dividirla en sectores. Estos sectores, enriquecidos y fuertes,
se entregan de inmediato y sin ms trmites, al servicio del imperialismo y la
reaccin, dejando siempre, en el fondo del vaso de la prosperidad capitalista
con que se embriagan, un residuo de burguesa nacional antiimperialista y
progresista, pobre, maltrecha, y sin duda, tambin heroica. En esta forma no
es la burguesa nacional como clase (Lenin) la que engendra
inevitablemente su (propia) inconsecuencia en la revolucin democrtica, sino
que tal inconsecuencia radica en los sectores que la traicionan:
c) Como, a pesar de todo tambin, el Estado mexicano es un Estado de clase,
los idelogos de la enajenacin, como lo hemos dicho ya, salen del apuro,
unos (el Partido Comunista Mexicano) cargando sobre l la influencia
predominante de la gran burguesa reaccionaria, y otros (Lombardo
Toledano), entronizando en su seno a la burguesa del capitalismo de Estado
como una burguesa que se autoniega de hecho, de modo prctico y concreto,
y no de una manera falsa y aparente, en su condicin de clase social
burguesa, y ya no solo como un ncleo que podra ser, en el peor de los casos,
inconsecuentemente democrtico y progresista.
La autntica e indiscutible revisin del leninismo que practican, cada uno
desde sus posiciones, Lombardo Toledano y el Partido Comunista Mexicano,
por supuesto no se queda aqu.
Para Lombardo y el PCM, en palabras, el proletariado es la clase esencialmente
revolucionaria, pero en los hechos es una clase que no existe como tal, porque
jams la han situado, ni quieren situarla, en el punto real de las relaciones de
clase verdaderas que hay en la sociedad mexicana.
Dnde se expresa siempre, desde el punto de vista poltico, la realidad de las
relaciones de clase? Se expresa en la posicin estratgica que tengan las
clases hacia el Estado y, consecuentemente, en la actitud tctica que observan
frente al gobierno. Una clase que tenga en sus manos el poder del Estado,
pretender conservarlo y defender, entonces, su posicin hegemnica en el
gobierno, expuesto el problema en sus lneas ms generales. Una clase que
aspire a la posesin (o sustitucin) del Estado, estar colocada, pues, en la
situacin inversa, y mantendr hacia el gobierno las relaciones tcticas que se
15
Seleccin de textos
derivan de una lucha de clases. Que estas relaciones tcticas supongan una
lucha violenta o no violenta, dentro de la legalidad constitucional o fuera de
ella, por procedimientos parlamentarios o a travs de la lucha de masas (o por
medio de una combinacin de ambos mtodos), sern cosas que decidan la
correlacin de fuerzas y otros factores. Pero ante todo se tratar de mantener
hacia el Estado y el Gobierno una posicin de lucha de clases.
Ahora bien: ni Lombardo Toledano ni el Partido Comunista Mexicano
mantienen esa posicin en los hechos, ante el Estado y el Gobierno, porque
ambos, bajo diferentes formas, no ven sino una nica clase consecuentemente
democrtica y progresista, y esa clase no es el proletariado, sino la burguesa
nacional.
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Jos Revueltas
2
Henri Lefebvre, Sociologa de Marx, ed. Pennsula, Barcelona, 1969, cap.II ("La praxis"), pp.
25 y ss.
3
Karel Kosik, Dialctica de lo concreto, cit.
4
Ejemplo del sol y la planta, de Marx. (La planta, como efecto del sol, convierte al sol en su
dios, y el sol, como principio vivificante, se convierte en Monotesmo Solar. )
17
Seleccin de textos
19
Seleccin de textos
Nota marginal 7: La razn no tiene otro propsito que el ser. Luego, el ser es su
deseo deseo nico, pues no puede tener ningn otro fuera de la racionalidad
inmanente que la constituye y que es su esencia. El deseo de la razn,
entonces, no se realiza sino en el ser racional como la razn absoluta del ser.
Pero este ser es en la historia, lo que coloca a la razn frente a su
irracionalidad, asimismo inmanente, movimiento dentro del que la razn misma
no es, sino en las relaciones de su oposicin dialctica. En este movimiento y
las mltiples formas de su devenir histrico, el sujeto produce tanto la falsa
conciencia (como sujeto mistificado) de las formas enajenadas de y en la
cotidianidad y en la cotidianidad ms amplia de la historia, cuanto las formas
concretas de la verdad.
8
Se incurrira en la misma rigidez causalista y dogmtica del marxismo vulgar si se quisiera
encontrar en ste un "contenido de clase" y una "condicionante social". Desde luego que se
trata de un fenmeno social e histrico; es un hecho real que tiene su gnesis histrica. Igual
cosa ocurre con el marxismo: con el socialismo cientfico (el materialismo histrico) y con la
razn dialctica, que reconocen sus fuentes en la economa clsica inglesa, en el
materialismo francs del siglo XVIII y en la filosofa
23
Seleccin de textos
24
Jos Revueltas
9
Vase La razn dialctica en el fetichismo de la mercanca de Marx, cuaderno tercero,
apartado 9 (los jeroglficos sociales como organizacin de la conciencia y conciencia
organizada), p. 151.
25
Seleccin de textos
RACIONALIDAD Y ENAJENACIN
(Del pensamiento en general a la conciencia y el pensamiento terico)
10
Carlos Marx, Introduccin a la Critica de la filosofa del derecho de Hegel; op. cit. p. 3.
26
Jos Revueltas
11
Carlos Marx, Economa poltica y filosofa, op. cit., p. 31.
12
Ibd., p. 27.
27
Seleccin de textos
13
Rosental, Straks et al., Categoras del materialismo dialctico, ed. Grijalbo, Mxico, 1958,
cap. VIII, p. 258.
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Jos Revueltas
29
Seleccin de textos
14
Carlos Marx, Economa poltica y filosofa, op. cit., pp. 36-37.
15
El tigre me agrede humanamente. (Volver sobre esta idea respecto a la autodestraccin
humana del hombre.)
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Jos Revueltas
trata de una praxis productiva, sino de una praxis que obstaculiza el desarrollo
de las fuerzas productivas o produce los elementos destructores de dichas
fuerzas por medio de la tcnica. (La industria como el esclavo emancipado
ibd, pp. 26-27.)
Si la clase caduca no se resigna a desaparecer sin resistencia, que es lo que
siempre ocurre y de lo que no ofrece un solo ejemplo en contrario, cuando
menos la historia de las sociedades civilizadas, el desidertum de la lucha de
clases, el sentido en que sta deber encontrar su solucin se plantea
entonces en trminos de poder y de fuerza. La clase o las clases
conservadoras y reaccionarias sern barridas del escenario histrico por las
clases revolucionarias.
Ahora bien; a lo largo del proceso de la lucha de clases y del encuentro entre
lo racional y no racional en la historia, se han venido realizando sucesivos
ciclos de enajenacin y desenajenacin del ser natural del hombre. La primera
enajenacin del ser natural humano consiste en lo siguiente: el pensamiento
del hombre se hace social pero en la condicin de una conciencia
fragmentaria, de una autoconciencia mutilada, la conciencia de clan, la
conciencia de tribu. Los hombres pertenecientes a los clanes y tribus
adversarios no pertenecen a mi yo social, no tienen los mismos intereses que
mi yo social, no son hombres como yo, ergo no son hombres. El hombre ha
dejado de ser la conciencia de la naturaleza, la naturaleza consciente, para
convertirse en la conciencia dividida de s mismo. La conciencia dividida del
ser ya no puede considerar de idntico modo a todos los hombres; los otros
hombres, para la conciencia dividida, ya no son naturales: son sus enemigos.
El hombre como enemigo del hombre (homo lupus homini) constituye, pues, la
primera enajenacin histrica.
Aqu es donde se plantea la ndole real, objetiva, racional y necesaria de la
enajenacin. La dialctica de la enajenacin radica en el grado de identidad de
sta con las leyes objetivas del desarrollo: si es una enajenacin que coincida
con la tendencia del desarrollo, se constituye al mismo tiempo en el contrario
de s misma, o sea, una desenajenacin, con lo que se reapropia parcialmente
el ser social en su conjunto a un nivel ms elevado respecto a la fase
precedente en que se encontraba. Si la conciencia social refleja al hombre tal
como es objetivamente en un momento histrico dado (como hombre dividido y
contrapuesto consigo mismo), dicha conciencia ser, a pesar de todo, la
conciencia completa del hombre en el estado en que se encuentra, pues el
hombre no puede ser reflejado de un modo objetivo por su propia conciencia
sino en la forma objetiva que tiene su ser en la realidad histrica de que se
trate. Esta conciencia completa del hombre incompleto (la conciencia de no ser
an del todo humano) induce al trabajo del pensamiento hacia su identidad con
las leyes objetivas del desarrollo que tienden precisamente a completar al
hombre. El maestro artesano del burgo medieval que se desenajena en la
manufactura fabril del sometimiento a las limitadas y precarias herramientas de
su antiguo oficio y se convierte en burgus, al enajenarse a esta nueva
condicin desenajena a la sociedad en su conjunto de las viejas trabas
feudales. El reflejo consciente de este proceso en el pensar filosfico se
expresar en la Enciclopedia y, ms tarde, en los derechos del hombre y del
ciudadano de la gran revolucin.
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Seleccin de textos
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Jos Revueltas
Nota previa:
Cada vez se hace ms necesario un trmino que sustituya a la nocin de
"marxismo vulgar". Se trata, ante todo, del marxismo devenido en ideologa, es
decir en una falsa conciencia. Si bien la palabra vulgar abarca en extensin a
este tipo de marxismo, resulta, en cambio, harto estrecha para su comprensin
total: hay, en el marxismo ideologizado, algo ms que simples reducciones
vulgares. El trmino de "reflexin acrtica", que usa Kosik, conviene mucho
ms; pero parece convenir slo en tanto que aplicacin positiva. Deja
pendiente, en cambio, su contrario: reflexin crtica, puesto que el que
pareciera convenirle, razn dialctica, tambin es algo ms, o mucho ms, que
la simple crtica reflexiva. El desarrollo de la crtica del marxismo vulgar crear
por s mismo el trmino. Con estas reservas, pues, seguiremos sirvindonos
de las dos expresiones: marxismo vulgar y reflexin acrtica o pensamiento
acrticamente reflexin, praxis y conciencia espontanea.
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Seleccin de textos
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Jos Revueltas
En relacin con la praxis que se hace, se deshace y se rehace, esto es, ante
todo, un proceso de la conciencia, un proceso de la racionalidad social-
individual (el grupo que oscila y asume, en diferentes grados, el movimiento
que se establece entre racionalidad e ideologa, ciencia y tcnica, y se instala
en una ideologa de clase incluso la del proletariado).
La necesidad de la nueva praxis tiene, as, mltiples expresiones, que no
siempre son ntidas, ni tan ntidas en la sociedad como pueden serlo en la
ciencia. Cierto que el ser social es el que determina la conciencia. Lo que hay
que agregar es que no siempre en la forma adecuada. (Vase Karel Kosik, op.
cit., pp. 212 y ss.)
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Seleccin de textos
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Jos Revueltas
DIALCTICA DE LA CONCIENCIA 16
1
Dicho del modo ms general, la teora funciona a travs de dos actos
pertenecientes a un mismo proceso del conocimiento. Primero, mediante
quienes la piensan y la confrontan consigo misma como pensamiento
abstracto; segundo, en concreto, como praxis, cuando lo transforma
adecuadamente, es decir en consecuencia con l mismo, el objeto que le fue
propuesto.
Hasta aqu no nos salimos del primer acto de la operacin terica, o sea, el de
la teora que se piensa a s misma a travs de las personas, de los seres
humanos que discuten entre s y confrontan el postulado de que se trate en
relacin con la necesidad propuesta, con el objeto del conocimiento propuesto.
En esta primera fase del devenir terico (del movimiento de la teora) el
concepto todava no es real sino en potencia, como posibilidad. Slo podr
dejar de ser un postulado para convertirse en lo real, mediante la praxis. Es
decir que el postulado, en vas de convertirse en concepto, ha de colocarse en
una situacin consecuente en relacin con lo que su objeto (le) pide o, en otras
palabras, respecto a la exigencia concreta que la necesidad propone y que el
concepto ha de satisfacer en tanto que consecuencia de la misma, en tanto
que deduccin o induccin de aquella necesidad. El segundo acto del proceso,
pues, consiste en la coincidencia del concepto con su necesidad propia,
coincidencia que se realiza con la puesta en marcha de tal necesidad. De otro
modo, la necesidad se ha transformado, de la necesidad inerte, quieta (que
era), en una necesidad en movimiento, una necesidad inquieta, ya que el
concepto, al slo aparecer, suscita de inmediato en ella esa inquietud. Luego,
aqu, el movimiento terico se ha convertido en praxis, en una unidad de lo
terico (lo real subjetivo) con lo prctico (lo real objetivo).
(Es necesario prevenirnos, sin embargo, respecto a la perniciosa confusin, en
que precisamente el marxismo vulgar incurre con frecuencia lamentable, entre
aquello que constituye la praxis y lo que no es sino la simple prctica, el
movimiento por el movimiento mismo, el movimiento en el vaco, cuestin
sobre la que volveremos ms adelante.)
En la praxis es donde el concepto y la necesidad (su necesidad especfica)
conquistan el derecho a ser reales, mas, para ello, este derecho a la realidad
ha debido contenerse desde antes dentro del concepto y la necesidad mismos,
bajo la forma de las premisas que harn legtima su existencia. Esta existencia
real, as, se inserta en la ley objetiva a la que obedece y de la cual es su
proyeccin concreta.
16
Mxico, enero de 1970 (en la crcel de Lecumberri), abril de 1975 (en la ciudad de Mxico)
37
Seleccin de textos
Hay que tomar en cuenta, sin embargo, que la descripcin que hemos hecho
del movimiento de la teora y su trayectoria hacia la praxis no deja de ser, con
todo, un esquema ideal. Ante un objeto simple (o que la vida cotidiana ha
vuelto simple) el concepto se inhibe, deja de ser necesario para los efectos de
la vida inmediata de relacin, lo que no ocurre, en modo alguno, cuando el
pensamiento comparece ante el problema de discernir la naturaleza interna de
objetos del conocimiento cuyo contenido no se puede desentraar sobre la
base nica del testimonio de los sentidos inmediatos. La realidad sensible
(aquella que se refleja en la mente humana a travs de una combinacin
adecuada de percepciones sensoriales, que la convierten en la imagen
subjetiva de s misma) nos proporciona las cualidades de la cosa, pero no lo
que constituye su naturaleza esencial.. Podemos saber y casi de un modo
incuestionable, gracias a la informacin que proviene de la realidad sensible,
si la cosa, por ejemplo, es caliente o fra, blanda o dura, transparente u opaca,
inodora o fragante, pero su esencia, su no particularidad, su condicin
genrica se nos escapa, y no hay que buscarla en el informe directo e
inmediato de los sentidos sino en un vasto complejo de relaciones internas y
correlaciones de muy diversa ndole, contenidas dentro de la cosa pero
inaparentes, invisibles, intangibles. Los sentidos no nos dan respuesta al por
qu de la cosa. Algo es caliente o fro al tacto; pero en cuanto comienza a
drsenos la respuesta a su por qu, al misma tiempo los sentidos dejan de
informarnos para ceder su puesto a la inteligibilidad. No dudamos, puesto que
el hecho puede ser sometido a rectificacin inmediata, si una cosa
determinada, una pieza de cermica por ejemplo, es de color rojizo y tiene una
consistencia frgil o recia. Pero ya no resulta tan simple emitir un juicio certero
cuando se trata de decidir si aquella pieza pertenece a la cultura chim o a la
cultura quechua, esta ltima inmediatamente posterior a la primera,
circunstancia que, por cuanto a cierta fase de la coexistencia histrica de
ambas, antes de fundirse la cultura chim con la que trajo consigo la
dominacin Inca, nos impide discernir a simple vista a qu grupo pertenece la
cermica que cada una de dichas culturas produjo en ese momento histrico
dado y cuya definicin requiere un conocimiento arqueolgico y antropolgico,
al menos y no una simple prctica sensorial.
2
Con lo anterior hemos querido ilustrar el hecho de que el concepto terico (el
pensamiento abstracto) no se produce de sbito como un brote espontneo y
sin una precedente preparacin histrica que ha debido transcurrir a lo largo
de numerosos contratiempos y vicisitudes, y que deber transcurrir as en lo
sucesivo. La trayectoria que recorre el concepto, la teora, desde su estado
embrionario hasta el encuentro de la necesidad objetiva, constituye su
proyecto, y por ende, hasta su realizacin en la praxis, |no obedece, como ya
lo dijimos, a un esquema ideal y sin tropiezo. Es un proyecto cargado a cada
paso de contradicciones, que avanza, retrocede o se detiene, sujeto a una
revisin y autocrtica continuas, hasta no devenir en el conocimiento real, que
a su turno deber comparecer ante nuevas formas de la contradiccin. Estas
contradicciones inagotables no provienen de contingencias externas, sino que
residen en la naturaleza sin lmite, infinita, del conocimiento mismo y se dan en
todos los niveles, a partir del conocimiento primitivo ms rudimentario.
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Jos Revueltas
17
Georg Lukcs. El joven Hegel y los problemas de la sociedad capitalista, ed. Grijalbo,
Mxico, 1963, pp. 453-54. (Los subrayados son mos, J.R.)
18
La afirmacin del concepto como la inquietud de una necesidad inerte, esto es, como la
puesta en movimiento de la necesidad, reviste una enorme importancia para el anlisis de las
determinaciones concretas en la lucha de clases, asunto del que nos ocuparemos cuando se
trate de examinar las deformaciones objetivas que han retrasado y perturbado los procesos
revolucionarios en Mxico.
39
Seleccin de textos
En el ejemplo de la cermica del antiguo Per, del que nos hemos servido ms
arriba, se destacan con suma nitidez las dos situaciones diferentes en las que
se coloca el objeto por cuanto a la necesidad o necesidades del conocimiento.
La primera situacin se refiere a lo inmediatamente discernible del objeto, o las
cualidades pertenecientes al objeto que se disciernen, decamos, a primera
vista, o dicho en otra forma, bajo la accin sensible, inmediata, de los rganos
sensoriales del conocimiento rudimentario. La segunda situacin se refiere a la
naturaleza del objeto que no se puede discernir mediante las simples
percepciones de los sentidos. Dijimos que la vista y el tacto nos proporcionan
la representacin del objeto en lo que hace a su color y su consistencia, pero
que ni aun el conjunto de la actividad de los sentidos ordinarios, como tales
sentidos ordinarios y comunes, puede tampoco permitirnos el conocimiento de
la adscripcin cultural del objeto, en nuestro ejemplo el de si la cermica dada
pertenece a la cultura chim o la quechua. Como puede verse aqu, lo
discernible y lo no discernible se dan pues dentro del objeto en tanto que
oposicin, que contradiccin no resuelta, no superada. Sin embargo, incluso a
un nivel cualitativamente ms elevado del conocimiento, la oposicin se
conserva todava, en lo no discernible de la pertenencia de la pieza cermica a
uno u otro de los dos horizontes culturales. Quiere decir que la oposicin, la
contradiccin, reside lo mismo en objeto que en la naturaleza de los sentidos.
As pues, unos son los sentidos ordinarios y otros los sentidos no ordinarios,
uno es el objeto sensible y otro el contenido no sensible del objeto. (La cultura
chim no se puede ver, oler, tocar, gustar, or, sino nicamente como una
licencia gramatical, como una figura de diccin del concepto, lo que sin
embargo, puede que no para la ciencia, pero para el arte tiene una importancia
decisiva.)
Deca Marx en los Manuscritos econmico-filosficos de 1844, que los
sentidos ordinarios (l los llamaba groseros) devienen en sentidos
teorizantes en virtud de las adquisiciones de la experiencia histrica. El odo
grosero es sordo para una sinfona Bach; el ojo grosero es ciego para la
pintura del Renacimiento; el conocer grosero (comn, rudimentario) es nulo
para l lenguaje terico. En efecto, la historia ha sido la ya consumada y
realizada, como historia natural del hombre (hecha por los hombres), no es
sino la historia del ensanchamiento del espritu a travs de la constante
superacin de las contradicciones, tanto en el devenir de las ideas (el
movimiento pensado y que se piensa) como en el movimiento objetivo de lo
real (independiente del pensamiento), superacin que se produce y se expresa
en el momento (en los momentos) de la unidad obtenida entre el pensar y el
ser, entre sujeto y objeto, entre existencia conceptuada y existencia no
conceptuada, o inconceptuada, de la cosa. O sea en la conquista de la praxis
mediante la acumulacin emprica de los actos del conocer, que recorren un
camino que va desde los sentidos ordinarios y comunes (groseros) hasta los
sentidos teorizantes y tericos. Antes de que aparezca en la historia la msica
sinfnica, el odo comn y corriente es sordo para ella. La msica sinfnica
aparece, luego, como la unidad entre el acto simple, prctico, de or, el odo
teorizante (de quien escucha la msica), y el odo terico (de quien compone y
organiza los sonidos). Para este concierto esta identidad sujeto-objeto, para
esta concertacin de la unidad, para esta unidad concertada, el odo grosero
no existe sino como negacin, es un odo fuera de concierto, no es un odo
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real sinfnico, aunque fuera de la sala exista como receptor de los ruidos de la
calle. El odo sinfnico, pues, se ha convertido en un odo real por obra de la
historia.
El pensamiento real, racional, no produce nada que se encuentre fuera de la
historia, y l mismo no constituye sino su propia autoproduccin histrica
natural-humana. En virtud de esta determinacin, en l se dan todos los
momentos de la historia en tanto que historia real y momentos reales de la
misma. (Pues en el decurso de la existencia no todos los actos del ser humano
pueden considerarse reales e histricos, problema que examinaremos en su
conexin con las relaciones sociales inmediatas.) De tal suerte, como
autohistoria sin reposo (que no tiene quietud jams), la historia es una
constante repeticin de s misma en la mente continuada del hombre, en la
mente genrica y su memoria subconsciente la subconciencia primero
ahistrica y luego histrica y social (no en el sentido vulgar en que se dice la
historia se repite, sino como presencia producida y que se produce dentro de
los lmites de eternidad del hombre), historia natural del hombre que se repasa
sin cesar. Resulta ya un pleonasmo decir que este fenmeno se da en todas
las etapas y todos los momentos del desarrollo, pues de lo contrario el hombre
mismo no sera una praxis, su propia praxis no existira en absoluto
suponiendo una existencia puramente animal del hombre, no sera un objeto
racionalmente contemplable y transformable mediante cul razn?, ni, por
ello, un ente real. Pero aqu estn planteadas una serie de cuestiones sobre
las cuales es preciso detenerse.
3
Ante todo se trata de la cuestin hombre. En virtud de su necesidad esencial
determinante (la necesidad de autosaberse, de autoconocerse), el
pensamiento reclama un hombre discernible, al que pueda ver y saber cmo
una entidad mensurable, concreta, dentro de sus diversas coordenadas. A raz
del descubrimiento de Amrica, los telogos de Espaa y de los dems pases
europeos emprendieron largas y minuciosas disquisiciones para establecer si
los aborgenes de lo que hasta entonces haba sido tierra incgnita tenan
"alma" o no, para ser considerados, en consecuencia, humanos o animales.
Concluyeron finalmente que los constructores de los grandes templos incas y
de las pirmides teotihuacanas no podan, en realidad, aceptarse de ningn
otro modo que como hombres, incluso ms o menos semejantes a los propios
telogos que as los cuestionaban. El pensamiento, pues, no se contenta con
una construccin mental esquemtica del hombre donde, dado un cierto
nmero de atributos, la suma arroje el arquetipo completo, fijo y resumido de
una vez por todas. El alma con sus facultades, potencias y virtudes,
pudo satisfacer la necesidad conceptual de los telogos del siglo XV y XVI,
pero fue rebasada por la considerable e incomparablemente ms vasta y
enriquecida necesidad que plante el desarrollo del conocimiento cientfico
ulterior, lo que nos indica que incluso el alma teolgica, por desgracia, era
tambin histrica, perecedera y terrenal. Pero, en fin, qu es el hombre?
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Aqu no hablamos del arquitecto, del antroplogo, del propietario, del pen, del
inquilino, solamente como individuos, sino como individuos que al mismo
tiempo son seres sociales y luego, respecto al todo histrico, seres genricos.
Como individuos, sus relaciones fluctuantes e inestables tienen su lmite en el
cdigo, en la ley, en tanto que enajenacin jurdica secundaria que mantiene
esas relaciones dentro del status de dominacin de que se trate y lo mismo
reprime que protege, conforme a esta propia e irrenunciable necesidad de
dominacin en que se define el Estado. En sus circunstancias de individuo, el
arquitecto encuentra, en la ley, el instrumento que lo protege en contra de las
pretensiones que pudiera tener el propietario de modificar a su antojo el
edificio del que, como realizacin prctica de sus conocimiento profesionales,
el arquitecto se enajena, siempre de acuerdo con el acto jurdico. Los derechos
individuales del arquitecto (de los arquitectos) como actividad determinada, se
acogen al amparo y garanta del acto jurdico, que los consagra entonces
como derecho de propiedad; luego, el arquitecto se transforma en propietario
del ser inmediato de su objeto (el edificio) que en una forma inmediata de ser
de la propiedad privada.
El conocimiento arquitectnico deviene, as, en conocimiento privado, de y por
la propiedad privada. El acto jurdico, entonces, no hace sino disimular,
encubrir la hostilidad social contenida en el edificio, hostilidad que es
proyeccin prctica, material, de la contradiccin entre la arquitectura y la
forma privada en que se aduea del objeto arquitectnico una sociedad
radicalmente dividida entre propietarios y no propietarios. Por esto decimos
que el arquitecto, en tanto que arquitectura consciente de s, es rechazado por
su objeto en cuanto ste deviene en propiedad privada, sin que importe el
hecho de que, como individuo, se reincorpore al objeto enajenado al
convertirse l mismo en miembro de la propiedad privada, bajo la forma, que
siempre y en cualquier caso revestir su contrato (jurdico o no), de
autoenajenacin de la arquitectura.
Sin embargo, esta autoenajenacin no puede comprenderse sino en sus
trminos histricos. Pero ante todo: qu es, qu significa tomarse algo, una
cosa, en sus trminos histricos?
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Pero volvamos un poco atrs, al punto en que se hablaba del acto jurdico
como autoenajenacin de la conciencia arquitectnica. Por medio del acto
jurdico que sea (contrato o cdigo o simple consenso legal), el arquitecto,
como individuo, protege su trabajo y los derechos que sobre l le asisten.
Pero en realidad es su trabajo, como tal y en su conjunto, lo que l protege y
salvaguarda mediante el acto jurdico? No, en modo alguno. El acto jurdico
protege al arquitecto nicamente por lo que se refiere a un producto de su
trabajo, a una resultante de su conocimiento arquitectnico, una casa, un
edificio, un inmueble concreto, en suma, una cosa. Si alguien pretende repetir
el producto con todas sus caractersticas, o toma algunas de stas, el
arquitecto ser indemnizado o recibir las regalas correspondientes. sta es
la forma, no en que el arquitecto afirma su derecho de propiedad sobre la
casa, sino, a la inversa, la forma en que la propiedad privada afirma y confirma
sus derechos sobre el conocimiento arquitectnico que la cosa expresa.
Luego, conocimiento arquitectnico y objeto arquitectnico se independizan de
su autor, se constituyen en una unidad aparte, separada del arquitecto, ajena.
El arquitecto no existe en absoluto para su producto sino en la medida en que
la cosa se mueve, y aun este moverse tomado del modo unilateral ms
completo, autnomo, incontrolable y extrao, como el de su movimiento
mercantil. Entre un trabajo y otro (mientras no celebre el contrato
correspondiente), el arquitecto no es arquitecto y si, supongamos, pasa
algunos aos sin trabajar, dej de ser arquitecto con su ltima obra sin que
cuente nada para la arquitectura el postrer periodo de su vida, pues slo es
arquitecto in situ. El arquitecto no acta, pues, sino cuando aquella cosa suya
lo hace, y esto bajo el influjo de un poder absolutamente ajeno, desprendido de
s, por completo fuera de su voluntad y al margen de sus conocimientos
tericos.
En virtud de la apropiacin privada de su objeto arquitectnico (el edificio) y
aun cuando sea copropietario del mismo, como suele ocurrir, para el arquitecto
este objeto ha dejado de ser un objeto real (lo es nicamente como propiedad
privada o como propiedad privada no suya, que desaparece con su sujeto
inmediato y que, en esencia, se ha vuelto arqueolgica). Ya no es un objeto
terico sino una cosa puramente pragmtica en el sentido de haberse
transformado en un puro valor de cambio, cuya nica utilidad reside en el
usufructo privado, intil para el disfrute social, para el que ha dejado de ser un
valor de uso. Esta cosa prctica, til pero no disfrutable, ha sido escindida del
conocimiento terico, y si se la reduce a signos de cambio, puede ser cualquier
cosa, unos millares de cabezas de ganado o un cargamento de trigo o piezas
de gnero para vestir a un milln de habitantes. Luego, quien se convierte en
una cosa cualquiera no es nadie sino el arquitecto mismo: una cosa entre las
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dems y el precio de cuyo valor de uso ser cuantificado por encima o por
debajo de otras cosas y tan slo por lo que hace a sus conocimientos
aplicados. Conocimientos aplicados, esto es, sustrados, apartados, escindidos
de los sentidos tericos (y teorizantes) de la arquitectura, para satisfacer los
requerimientos de los sentidos ordinarios y groseros que la propiedad privada
reduce al nico, limitado y estrecho sentido del tener (tengo, luego existo, dice
la propiedad privada) por lo que se refiere al propietario no arquitectnico y
del sobrevivir (por lo que hace a los usuarios de la vivienda que deben pagar
por ocuparla).
Veamos algunas afirmaciones de Marx, en los Manuscritos de 1844, que
resultan extraordinariamente significativas al respecto:
La propiedad privada nos ha hecho tan tontos e inactivos dice que un
objeto no es nuestro ms que cuando lo tenemos, y que existe, pues, para
nosotros como capital; cuando es inmediatamente posedo, comido, bebido
por nosotros, llevado sobre nuestro cuerpo, habitado por nosotros, etctera,
en una palabra utilizado por nosotros. A pesar de que la propiedad privada
no toma todas estas mismas relaciones inmediatas de la posesin sino
como medios de existencia, y la vida a la cual ellas sirven de medios, es la
vida de la propiedad privada, el trabajo y la capitalizacin.
Todos los sentidos fsicos e intelectuales han sido por consiguiente
remplazados por la simple alienacin de todos estos sentidos, por el
sentido del tener. El ser humano deba ser reducido a esta pobreza
absoluta para poder dar nacimiento a toda su riqueza interior.
[...] La supresin de la propiedad privada es pues la emancipacin
completa de todos los sentidos y todas las cualidades humanos; pero esta
emancipacin es precisamente porque estos sentidos y estas cualidades se
han vuelto humanos, desde el punto de vista subjetivo como desde el punto
de vista objetivo. El ojo se ha convertido en ojo humano cuando su objeto
se ha hecho un objeto social humano, proveniente del hombre y destinado
al hombre. Los sentidos se han vuelto, directamente, en la prctica, unos
teorizantes. Se relacionan a la cosa por el amor a la cosa, pero la cosa es,
ella misma, una relacin humana objetiva, con ella misma y con el hombre
y viceversa. La necesidad o el espritu han perdido pues su naturaleza
egosta y la naturaleza ha perdido su simple utilidad por el hecho de que la
utilidad se ha vuelto utilidad humana19
Despus de la lectura de los precedentes conceptos de Marx, quedar bien
claro que nosotros, en el presente trabajo, no hemos hecho nada ms que
ceirnos a su contenido, desarrollndolo dentro del contexto de ciertos
ejemplos nuevos. Pero antes de entrar en el anlisis de los conceptos de Marx,
resumamos en un esquema la situacin en que se encuentran las relaciones
enajenadas entre sujeto y objeto por cuanto hace a la ancdota cognoscitiva
del arquitecto.
19
Carlos Marx, Economa poltica y filosofa, ed. Amrica, Mxico, sf, trad. Otto Rhle y Jos
Harari, pp. 39-40. Con este nombre aparecieron por primera vez en espaol los
Manuscritos... de Marx, en la ciudad de Mxico. La edicin carece de data, pero el libro debi
publicarse por los primeros aos de la dcada de los treinta, poco despus de la primera
edicin alemana (JR).
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Hay otro punto ms adelante, en los Manuscritos de 1844, en que Marx
precisa la naturaleza de los sentidos (en la historia) y con ello nos ayuda a
comprender con ms hondura lo que significa la inactividad sensible. He aqu
este prrafo (que no habamos mencionado) de los Manuscritos...:
La educacin de los cinco sentidos es el trabajo de toda la historia
pasada. El sentido, sujeto a las necesidades groseras, prcticas [subrayo
yo, JR], no tiene ms que un sentido limitado. Para los hombres que se
mueren de hambre no existe la forma humana de los alimentos, sino
nicamente su existencia abstracta en tanto que alimentos; podran existir
bajo la forma ms tosca, y no se puede decir en qu diferira esta
actividad nutritiva de la de los animales.20
Empero, lo que Marx dice del hambriento, para quien los alimentos no existen
como forma humana, sino solamente en tanto que actividad animal, es
igualmente vlido para el ahto. La suculencia y refinamiento gastronmicos
tampoco revisten una forma humana para los sentidos groseros, prcticos de
la inactividad sensible (los hot-dogs norteamericanos) que se sirve de ellos
nicamente por lo que se refiere a su utilizacin provechosa, como posesin
privada nicamente ma, no perteneciente a la otredad de este poseedor, de
estos poseedores, y donde, precisamente, los otros son negados. La
inactividad de los sentidos se refiere, pues, a su ensimismamiento, a su existir
al margen de la educacin de los sentidos, a su no actuacin como sentidos
cognoscentes y, por ende, a su incapacidad de intelegir la riqueza espiritual de
los sentidos humanos, como ha quedado dicho ms arriba. Como en la historia
bblica de Esa, la inactividad de los sentidos renuncia a sus derechos de
progenitura del conocimiento, a cambio de todos los platos de lentejas del
poseer en el ahora y aqu, donde la propiedad privada nos ha hecho tan
tontos e inactivos que no podemos ver nuestra propia pertenencia sino en el
comer bien, vestir bien, habitar bien, enajenados, del ahora y aqu.
20
Carlos Marx, Economa poltica y filosofa, cit., p. 42.
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Se tratara, entonces, de abolir estas formas del comer bien, vestir bien,
etctera? No, de ningn modo, sino que estas relaciones inmediatas de la
posesin (repetimos: el ahora y aqu de la propiedad privada), al erigirse en la
parcialidad absoluta del tener y al negar con ello la actividad terica de los
sentidos, se convierten, al mismo tiempo, en la negacin absoluta de la
conciencia histrica y en un nuevo extraamiento del hombre, que se inserta
dentro de la enajenacin general como praxis perturbada, que se expresa en la
contrariedad entre el paraso artificial de los sentidos enajenados y el paraso
natural enajenado de los sentidos.
As pues, nuestra tontera e inactividad sociales (la puesta entre parntesis, la
congelacin de la conciencia crtica y la negacin de la autoconciencia a favor
del usufructo y goce inmediato de los sentidos, en virtud de la opacidad de las
relaciones inmediatas de la posesin, a las que consideramos como medios
de nuestra existencia, como nuestros medios de vida (nuestro empleo o
nuestro capital, con la suma de todo lo que ellos nos proporcionan: casa,
vestido y sustento), nos impiden ver que osa vida nuestra, a la que aquellas
relaciones sirven de medios, no es otra que la vida real y verdadera de la
propiedad privada. De este modo, el goce y usufructo de nuestros objetos, a
los que aun llamamos nuestros bienes, se han hecho burgueses en el
carcter inmediato de su posesin, a pesar de que no pertenezcamos a la
burguesa. Veamos lo que dice Marx en el apartado que sigue:
Todos los sentidos fsicos e intelectuales han sido por consiguiente
remplazados por la simple alienacin de todos estos sentidos, por el
sentido del tener. El ser humano deba ser reducido a esta pobreza
absoluta para poder dar nacimiento a toda su riqueza interior.
No obstante o, mejor dicho, por lo mismo que una de las necesidades de la
propiedad privada es la acumulacin de la riqueza, el tener as de su objeto
en la posesin inmediata de su usufructo convierte a la riqueza en su
contrario, la miseria. Pero no slo por lo que respecta al carcter absoluto de
esta parcialidad de la posesin que excluye a los otros y los hace miserables,
sino sobre todo porque esta conversin dialctica de la riqueza en su contrario
reduce tanto al ahto como al hambriento a la misma miseria humana. La
riqueza para m, en el tener inmediato y exclusivo de su posesin, despoja a
todos mis objetos de su contenido humano. El propietario privado, luego, es
tan humanamente miserable como el no propietario, con la nica diferencia de
que el primero encuentra un goce en esta deshumanizacin y ve en ella su
propia forma peculiar, e inaccesible para los ineptos, de ser, de actuar, de
conducirse a modo de que se le considere dentro de la sociedad como un ente
superior: la vulgaridad burguesa del tanto tienes, tanto vales. Esto es lo que
constituye la deshumanizacin anti-riqueza de la propiedad privada.
Repetimos, pero ahora como paradoja: la inactividad de la propiedad privada
no descansa y se adeca en todo caso a sus nuevas circunstancias.
Su estupidez histrica, que le impide penetrar la opacidad de las relaciones
inmediatas de posesin, la impele a resolver el antagonismo mediante una
especie de socializacin de sus propios sentidos inmediatos, como tales
sentidos groseros, toscos, ordinarios y prcticos del tener.
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Recobra su brutal validez la verdad prctica del tener es poder y con lo que
parecera un simple e inocente slogan de la mercadotecnia: lo toma o lo deja,
anula aquello que an parecera quedar de libertad en la opcin, al reducir sus
trminos contradictorios a una unidad conjuntiva, donde se condensa todo lo
irracional de un consumo devenido alucinante: lo toma y (simultneamente) lo
deja. (Cierto, debe usted tomarlo pero, perdn, no hay tiempo de que lo
consuma.)
De este modo ya es el Estado mismo el que participa cada vez ms en la
totalidad (tener es poder, s, pero tener el poder es tener el poder total) y la
produccin se sustenta cada vez ms en el desperdicio (utilcelo antes de
usarlo, abandnelo antes de consumirlo).
8
Como lo hemos visto en el ejemplo del arquitecto, al examinar la contradiccin
entre el trabajo intelectual y el trabajo manual contradiccin que la propiedad
privada asume en una forma enajenada (una de cuyas expresiones
secundarias, dijimos, es el acto jurdico), convirtindola, con ello, en una
contradiccin antagnica objetiva, la enajenacin, que hemos venido
tomando metodolgicamente por cuanto a los sentidos, aparece, ante todo,
como una escisin de la totalidad histrica de stos. (Y reparemos en que
Marx habla de la enajenacin de todos los sentidos, fsicos e intelectuales.)
Los sentidos enajenados escindidos y que se escinden, esto es, que prosiguen
por su propio impulso autodeterminado el movimiento de su haberse escindido
(en virtud de la necesidad interna de este movimiento), se dan como no
antecedentes, como sentidos sin memoria y desprovisto de retrocepcin, como
sentidos histricamente amnsicos. Por cuanto ignoran su propia riqueza
humana histrica acumulada, rechazan todo lo que, de inmediato, es intil e
inutilizable, y niegan toda trascendencia a cambio de la utilizacin efmera y
condensada de su objeto, que, sin embargo, comparece ante su ojo
enajenado, ante su odo enajenado, ante todos sus sentidos comunes y ya
ininteligentes, como eternidad. Este anhelo, creencia, en su consumo de
eternidad (puesto que la propiedad se afirma autopensndose como tal
eternidad) impulsa al movimiento de los sentidos enajenados, por obra de su
propio devenir dialctico, a una posesin exhaustiva del objeto ya lo dijimos,
posesin de la que quiere exprimir un todo que jams le satisface, por lo que,
en tanto que tendencia, tal carcter exhaustivo se convierte en su contrario y
es lo que informa la prctica alucinante del capitalismo actual, desde la
produccin masiva de artculos desechables hasta la produccin de la bomba
atmica: en la reiteracin posesiva de lo efmero, bajo formas constantemente
nuevas y contenidos constantemente idnticos, el ojo deshumanizado cree ver
la constante de eternidad, pero esto mismo le impide advertir la propia
inconstancia de su esencia, por lo que la eternidad se deshace (tambin
artculo desechable) en la eternidad de un da, de un ao, ya que no de un
siglo, en las vas reales de desaparecer con la catstrofe nuclear.
La imaginacin real de los sentidos (el acto que permite transformar a la
memoria en una creacin libre del espritu: una sinfona, un poema, una
ciudad) ha sido realmente mediatizada por la ilusin sensible de un
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A riesgo de aparecer machacones, tenemos que repetir lo dicho ms arriba,
as no sea sino en sus aspectos homlogos. Resumamos.
Por cuanto a los sentidos fsicos, hemos visto que su enajenacin a la
propiedad privada los conduce al mximo agotamiento de las sensaciones en
su estado puro. Se trata, como ya se ha visto, de las sensaciones limitadas a
la inmediatez de su ejercicio, ciegamente prcticas, no retroceptivas y que se
escinden, as, de la imagen real (rompen con la memoria genrica) y de la idea
real (carecen de toda idea). Confundidos en la prctica y de modo total, con los
valores de cambio, convierten el valor de uso en el uso alucinante del objeto.
Para ya no citar otros, podemos referirnos al ejemplo que ofrece el sistema de
ventas a plazos.
El proceso comienza con el mito del crdito. Elevado a sujeto de crdito, el
consumidor cree ver en este hecho su propia realizacin humana y la de su
dignidad social. El fetichismo de la mercanca encarna en su persona misma
como el fetiche del ser, a quien el crdito le da una realidad sensible y objetiva:
el consumidor se mira en el crdito como ante un espejo donde se retratan
todos los atributos humanos que emanan de la posesin: respetabilidad,
honradez, actividad ocupacional, reconocidas y ponderadas por el consenso
social. El crdito es uno de sus penates familiares, un pequeo dios
domiciliario, no diferente al de las antiguas advocaciones totmicas. Pero qu
es lo que ocurre? El malvolo dios comienza a desvanecerse en el momento
mismo en que se le rinde el primer acto de adoracin mediante el pago inicial
de la compra, al que seguir, inexorable e improrrogable, el pago de los
vencimientos. El objeto de la transaccin aquello que el consumidor compra y
sigue comprando, condenado a una verdadera fatalidad puesto que todava no
lo adquiere aunque lo tenga deja de existir como objeto real y se esfuma en el
propio instante en que la magia del crdito lo transforma en dinero, aunque
permanezca idntico a s mismo, presente y sin alteracin en cada pago. El
valor de uso de dicho objeto y aqu no cuenta el ritmo del deterioro se disipa,
igual que un suspiro, con el acto de la compra, para convertirse en valor de
cambio absoluto: puede dejar de servir, pero no puede dejar de pagarse, e
incluso si rinde un buen servicio hasta el momento en que se cubra el importe
del ltimo vencimiento, entretanto no existe de ningn otro modo real que bajo
la forma del dinero que lo representa. A partir de este punto, el objeto ya no
acta de ninguna otra manera que como una presencia profunda y totalmente
hostil, respecto a cuyas relaciones de uso el comprador est sentenciado a no
observar en lo sucesivo sino la actitud de aqul a quien se le permite vivir en la
sociedad slo bajo caucin, en virtud de que pesa sobre su persona la
interdiccin de una libertad condicional, como en el caso cualquiera de no
importa qu infractor de la ley. Todas las nociones, entonces, se invierten y
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directas entre los hombres, aparece ante los ojos de stos como una relacin
fantasmagrica y mgica, donde la mercanca se convierte en un fetiche, en un
Dios que acta al margen de la voluntad y deseos de los seres humanos, un
Dios extrahumano y cuyos caprichos sern siempre impredecibles, incluso
para los febricitantes sacerdotes que ofician en el sagrado templo de la Bolsa
de valores. En esto, pues, reside la ideologa de la propiedad privada, su
religin laica, su metafsica real.
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El fenmeno de la mercanca nos coloca ante una apariencia social que para
la percepcin inmediata de los hombres, sujetos a las relaciones de la
propiedad privada, a la enajenacin de los sentidos intelectuales, reviste la
forma religiosa de una ideologa determinada: la ideologa especfica que se
desprende, con todas sus mltiples manifestaciones, del valor de cambio y que
inclusive acta con independencia de ste dentro de una aparente autonoma.
Pero toda apariencia social encierra una realidad interna en el caso de la
mercanca, la naturaleza del intercambio, que no puede desentraarse sino a
travs de la aplicacin de un mtodo racional, o sea la crtica, la revisin
cientfica, que precisamente es lo que hace El Capital de Marx como crtica de
la economa poltica, crtica econmica de una polis dada, es decir, la que
deviene del modo de produccin capitalista. Aqu, en este terreno, es donde se
contraponen y enfrentan la conciencia crtica racional (ciencia) de un lado, y
del otro la ideologa como falsa conciencia que no accede a sobrepasar los
lmites estrechos del pensamiento acrticamente reflexivo (Kosik).
La conciencia ideolgica del valor de cambio, en oposicin a la conciencia
crtica de la mercanca, no habra de quedar tan slo en lo que llevamos dicho
hasta aqu, y por cuanto la aventura fantasmagrica de la mercanca accede
por su propia contradiccin a recorrer los ms vastos caminos de lo imaginario,
nos permitimos acudir a un ejemplo fantstico: se trata de la novela de Balzac,
La piel de zapa (o de onagro).
Bien; todo el mundo sabe que la zapa o el onagro pertenecen a una especie
de burro silvestre que en la escala zoolgica sera la que antecediera al burro
moderno, del mismo modo en que el Homo erectus es el pariente, no tan
lejano, del hombre actual.
Pero continuemos. Desde la burra de Baalam y el asno de oro de Apuleyo, los
burros han sido la fuente fabulosa de las ficciones literarias, no solamente
porque en dichas ficciones los burros hablan y a veces escriben, como en el
caso de los marxistas mecanicistas, sino porque en la aparente resignacin y
en el moderado sosiego de los nobles asnos el vulgo cree ver el retrato de la
filosofa y, as, la cotidianidad compensa y satisface la falta de vuelo de su
prctica agotadora, rutinaria y sin imaginacin, con la mitigante idea de que,
por mucho que los burros hablen y los filsofos especulen, ni los primeros ni
los segundos cambiarn el mundo.
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deseo, se convierte a su vez en otra cosa una cosa apenas distinta a las
dems, tan slo porque es una cosa que suea: polvo ser, mas polvo
enamorado, dice Quevedo, cosifica su socialidad en una sociedad. de cosas
que sustituyen, con la relacin entre ellas mismas, la relacin misma entre los
hombres.
11
Nos hemos servido aqu de la mercanca o. si se quiere, de su valor de uso
epistemolgico ante todo como un modelo metafsico de la cotidianidad. O
sea, para establecer que lo cotidiano, lo inmediato, la vida contingente de
relacin, no puede asumirse por una mera reflexin representativa, es decir en
tanto que simple reflejo directo del mundo objetivo sobre la subjetividad del
cerebro humano, como si esto ya fuese la realidad esencial, como si esta
reflexin simple nos diese ya la clave para comprender su problemtica,
cuando precisamente ocurre lo contrario, cualquiera que sea la actividad
cognoscitiva de que se trate.
El ejemplo de la mercanca ilustra lo que es la esencia de la vida humana
como enajenacin del sujeto en toda la rica variedad de sus relaciones, y
luego, en la forma en que se ver ms adelante, el proceso en que esa misma
cotidianidad apenas a un nivel ms elevado se constituye en la base
enajenada (el pedestal civil del monumento ideolgico) sobre la que descansa
el sujeto mistificado, o sea un sujeto activo y pensante pero que, en tanto
mistificacin de la conciencia o conciencia ideolgica como una conciencia
falsa, no logra sobrepasar ni se lo propone el horizonte de la reflexin
acrtica, no dialctica, por lo que la actividad de su pensamiento deviene as en
una doble mistificacin, la del sujeto mismo y la de sus relaciones
cognoscitivas. Tenemos el clsico prrafo de Marx, en El fetichismo de la
mercanca y su secreto, de El Capital:
La forma de la madera, por ejemplo, cambia al convertirla en una mesa.
No obstante, la mesa sigue siendo madera, sigue siendo un objeto fsico
vulgar y corriente. Pero en cuanto empieza a comportarse como
mercanca, la mesa se convierte en un objeto fsicamente metafsico. No
slo se incorpora sobre sus patas encima del suelo, sino que se pone de
cabeza frente a todas las dems mercancas, y de su cabeza de madera
empiezan a salir antojos mucho ms peregrinos y extraos que si de
pronto la mesa rompiese a bailar por su propio impulso. 21
En la aventura de su trasponerse como relacin humana invertida, el ser social
de la mercanca se impregna a tal extremo de esta relacin que no slo se
realiza en el intercambio como el disfraz del valor, sino que incluso termina por
pensar. Esta subversin de las potencias humanas no slo, entonces, hace de
la fuerza de trabajo una mercanca, sino que convierte a la mercanca misma
en un ser social pensante, aunque deba aadirse, un ser que piensa como
mercanca y de cuya cabeza de madera no pueden salir sino los antojos
ms peregrinos y extraos.
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Carlos Marx, El Capital, ed. Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1946, t. I, pp. 36-37.
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burgus, hoy ser determinado por factores feudales y maana por los del
capital financiero, sin que, no obstante, la naturaleza proletaria de clase de la
reflexin acrtica devenida en marxismo vulgar sufra alteracin alguna. De
aqu la doble mistificacin a que Kosik se refiere y de cuyo modus operandi
nos ocuparemos en seguida.
El marxismo mecnico se sita ante el mundo de las apariencias (de las ideas
dadas y establecidas), donde la materialidad la realidad aparece al revs
(en la religin, en las estructuras jurdicas, en la poltica) con la misma vulgar
inesencialidad que tal mundo tiene y que caracteriza el comportamiento, el
modo de ser y la conducta de tales ideas socialmente dominan tes en la
realidad objetiva inmediata. Su reflexin acrtica y descriptiva de este mundo
no contiene la carga de racionalidad suficiente para trascenderlo y subvertir su
naturaleza, y entonces, lo toma tal como se le ofrece al corto anlisis de su
mirada: como es un mundo manipulado, quiere decir que ha sido y es
manipulado, luego, debe ser manipulado de nueva cuenta; como es una
realidad cosificada, en consecuencia debe recosificarse, resultado terico
que se obtiene con slo pasar de una oposicin a otra: lo antiguo ha de ser
suprimido por lo nuevo; lo caduco por lo renaciente; el atraso por el progreso;
la tristeza por la alegra; el escepticismo por la fe; los viejos por los jvenes, y
as se podra prolongar ad nauseam la dicotoma. Se trata de la lgica
inmanente del marxismo mecnico y de su falsa conciencia histrica. Su forma
de asumir la crtica de los instrumentos y recursos de dominacin de la
sociedad burguesa, no es sino la de copiarlos y hacerlos suyos con slo
insertarles un contenido diferente (y vanse los mtodos del stalinismo
clsico, que el neostalinismo no ha abandonado). Cierto, no podemos decir
que esto obedezca a ninguna intencin subjetiva de mala fe o que se maneje
con algn carcter tico, fuera de su frmula jesuta de que el fin justifica los
medios que ya es muy elocuente por s misma. En realidad, lo que ocurre
es que el marxismo vulgar no puede ir ms lejos en la autntica condicin real,
efectiva, que tiene. Para el marxismo vulgar slo en estas relaciones de su
inmediatez con el entorno, es donde reside la historia y desde donde apuntan
las determinaciones de sta, las cuales son reducidas por este marxismo a un
simple determinismo causal y, por ende, necesario, como la suma de
hechos y situaciones objetivas dentro de un contexto autnomo e
independiente (pero que aparece as en virtud de que se le escinde de la
totalidad genrica e histrica), y donde se haran visibles tales
determinaciones, con lo que este marxismo del carbonero trata de dar la
impresin sin ser nada ms que su dato equvoco de que nos encontramos
ante la esencialidad y racionalidad verdaderas.
De aqu que el marxismo vulgar abandone la historia corno historia de la
sociedad y la convierta en historia de las ideologas, historia dentro de la cual,
en su retrocepcin, l mismo se instala y se autoconcibe y donde realmente se
encuentra en su condicin de marxismo ideolgico. (En la poca de Marx, fue
lo que l mismo denominara el comunismo grosero.)
La falsa conciencia que constituye el marxismo vulgar, legaliza esta inversin
histrica la historia de la sociedad humana por la historia de las ideologas
reificando las ideologas como superestructuras, mediante el recurso de
darles una determinacin socioeconmica, y se inmuniza as de la constante
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Carlos Marx, Crtica de la dialctica y la filosofa hegeliana en general, en La Sagrada
Familia, de Grijalbo, Mxico, 1967, pp. 55-56.
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La realidad objetiva aparece ante el ser social y su conciencia inmediata como
una realidad incuestionable a la que est unido por una relacin puramente
prctica y utilitaria, por una parte, y por la otra, a travs de una relacin
prctico-ideolgica que aparece como una realidad hecha, establecida, dada
desde tiempo alias, y en la que este ser social no ha intervenido. La conciencia
inmediata del ser social asume as su vida de relacin con inda naturalidad por
cuanto, para ella, sta es la vida natural. El individuo que integra el ser social
trabaja, pertenece a una familia, lucha, se esfuerza: esta intimidad real
constituye el mundo slido y tangible en el cual se afianza, tiene una existencia
propia y nada de lo til le es ajeno, pues sin la conciencia prctica de esta
utilidad propia y la utilidad de su entorno, se desintegrarla en tanto el ser social
que es. La conciencia inmediata del ser social no percibe la realidad objetiva
que la rodea como una realidad ajena, pero antes ha comenzado por no
saberse a s misma como una conciencia inmediata, y se cree entonces
trascendida y trascendente, dentro de los lmites a que tiene acceso su
percepcin ideolgica: la patria, la religin, las instituciones civiles, las formas
del Estado, constituyen la herencia recibida de sus ancestros y que ha de
transmitir a sus descendientes sin solucin de continuidad. Este conjunto de
creencias en que se expresa la relacin prctico-ideolgica del ser social con
su forma objetiva de ser, constituye como lo hemos dicho el aroma
espiritual en que disipa y pierde ante s mismo tanto la conciencia de su
ajenidad como la conciencia de su inmediatez, que adoptan, as, una forma
neutral e indiferente.
La conciencia racional no dialctica, por su parte, se sabe en la inmediatez y,
por tanto, se sabe resultante mediata, discontinuada, escindida de su
derivacin en la realidad objetiva sensible donde el ser social se mueve y
acta, con lo que se diferencia del pensamiento comn as como de su
conformidad, y establece una relacin prctico-ideolgica negativa con el ser
social, estatuyndose como su contrario, aunque no su contraro antagnico.
La conciencia racional comienza por descubrir en la inmediatez, como tal
inmediatez, el carcter que reviste de apa rente autonoma, una autonoma
fctica, de hechos, cosas e interrelaciones entre stos y los hombres, regida
por determinados principios en tanto que realidad fenomnica; y, en cuanto tal
apariencia, en cuanto autonoma, se trata de una realidad devenida, que tiene
sus orgenes y, consecuentemente, no es un en-s ni un para-s independientes.
Esta contrariedad con que la conciencia racional inicia su propia recuperacin
en el vnculo negativo que establece con la inmediatez, disuelve la realidad
aparente bajo el aspecto de la autonoma negada, superada en el opuesto
prctico-ideolgico del ser social, pero no se emancipa ella misma, como
conciencia racional, en atencin a que no se ha salido de esa totalidad dada,
sino que. nicamente se estatuye como su reverso en la relacin negativa; y
su sola inquietud se explica nada ms en el acto unilateral de haber roto la
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Carlos Marx, Crtica de la dialctica y la filosofa hegelianas en general, en La sagrada
familia, cit., p. 59.
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actividad refleja, le impide pues, en rigor, asumir una actitud crtica real
respecto a su entorno. La crtica del ser social se expresa as tan slo al nivel
de la adaptacin y el acomodo, y sus manifestaciones superiores no pasan
ms all de la exigencia factible que se reduce a reclamar la modificacin del
status en aquello que es modificable. Desempea, de este modo, el papel de
una inercia del pensamiento que no acta sino bajo el estmulo de una
insatisfaccin relativa. Esta actitud, que engloba al conjunto del ser social,
comprende de igual manera a las clases que lo integran, de donde el
fenmeno de la conciencia de clase aparece como algo que no deriva di recta
ni causalmente de las condiciones sociales inmediatas y sensibles
(economismo), sino que es un proceso indirecto, que supera al pensamiento
ideolgico comn y elabora una ideologa propia como su forma peculiar de
enajenacin positiva, con lo que se produce, entonces, como un fenmeno
cualitativamente distinto, inherente a la praxis racional, respecto a la que
funciona como el lado negativo de la ecuacin.
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La inercia del pensamiento (forma acrtica de la conciencia del ser social) no
cuestiona hemos dicho sino lo posible, no intenta modificar sino lo
modificable, es pensamiento pragmtico enajenado a la esencia de las
ideologas (por cuanto la enajenacin dispone, a su vez, de una esencia): la
utilidad, esencia ancestral devenida de la naturaleza misma del trabajo como
exteriorizacin primigenia del hombre en la historia. En esta enajenacin es
donde se aloja la razn residual de la praxis a partir de la actividad primitiva del
pensamiento brbaro, como el conmino dialctico de su propio desdoblamiento
en la poisis, o sea, en la praxis intil, gratuita, desinteresada, donde la
ideologa comienza por negarse en su inmediatez y donde esta praxis humana,
no sujeta a la necesidad natural, al mismo tiempo se desvincula de sus
condicionantes sociales originarias y adquiere su propia naturaleza diacrnica
incondicionada. La compacta, inexpugnable solidez de la inercia del
pensamiento, obstinacin que permanece, bajo formas nuevas y diversas, a lo
largo de las desenajenaciones histricas, proviene precisamente de esta
esencia la ms universal de la enajenacin ideolgica, al mismo tiempo
enajenacin esencial humana, por cuanto es su misma historia til. (Esta forma
de la enajenacin alcanza su expresin clsica en la sociedad moderna con la
mercanca. El dinero es el ser supremo que se diviniza en las relaciones
sociales cosificadas como su inversin ms extrema y radical: la totalizacin
del valor de cambio, donde el hombre deviene en puro utensilio y la utilidad en
utilizacin pura deshumanizada, aprovechamiento total y desperdicio.)
La ideologa dominante (el compuesto o conjunto ideolgico dominante) como
sostn espiritual de la realidad social objetiva, tiene su sustento bsico en la
inercia del pensamiento, sobre la cual afirma y extiende su positividad (la parte
conservadora de la relacin). La inercia, pues, se niega en esta positividad, por
cuanto sta es un movimiento, una inquietud (la parte no conservadora de la
relacin), en su afirmarse y su extenderse (o, como se dira en el castellano
arcaico: en su de afirmar y en su se extender), que se contrapone a ella como
tal inercia y suscita precisamente su inquietud, al anexrsela como esta
positividad activa: la inercia del pensamiento, en su conformidad dentro de la
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Karel Kosik, Dialctica de lo concreto, cit., p. 27.
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