De Giorgi - Castigo y Economia Politica

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Delito y Sociedad 41 | ao 25 | 1 semestre 2016 9

Castigo y Economa Poltica*

Punishment and Political Economy Recibido: 02/03/2016


Aceptado: 17/05/2016

Alessandro de Giorgi
Universidad San Jose, Estados Unidos
[email protected]

Resumen Abstract
Este artculo propone una actualizacin de This article proposes a revision of the per-
la perspectiva de la economa poltica del cas- spective of the political economy of punish-
tigo. A partir de un amplio recorrido por dis- ment. From a detailed look at various authors,
tintos autores, tanto clsicos como contempo- both classic and contemporary, it promotes
rneos, promueve algunos de los lmites de some of the limits of this analytical perspec-
esta perspectiva analtica, y, a la vez, diferen- tive, and, at the same time, different contri-
tes aportes para superarlos. En este sentido, butions to overcome them. In this sense, the
el artculo proporciona algunos lineamientos article provides some guidelines for the con-
para la construccin de una economa poltica struction of a post-reductionist political econ-
post-reduccionista del castigo, la cual pueda omy of punishment, which can establish rela-
establecer relaciones entre la dimensin eco- tionships between economic and symbolic
nmica y simblica del castigo, los efectos dimension of punishment, the broader govern-
gubernamentales ms amplios generados por mental effects generated by penal strategies
las estrategias penales y los acuerdos polti- and the specific politico-institutional arrange-
co-institucionales especficos mediante los ments through which the relations between
cuales las relaciones entre castigo y estructura punishment and social structure are medi-
social son mediados. Finalmente, enfatiza la ated. Finally, emphasizes the possibility that
posibilidad de que la criminologa neo-mar- the neo-Marxist criminology can approach the
xista pueda abordar las polticas penales como penal politics as a set of material and symbolic
un conjunto de prcticas materiales y simb- practices that contribute to the overall repro-
licas que contribuyen a la reproduccin glo- duction of capitalist social formations and of
bal de las formaciones sociales capitalistas y their specifical regimes of accumulation.
de sus especficos regmenes de acumulacin.
Key words
Palabras clave Post-reductionist political economy of pun-
Economa poltica post-reduccionista del ishment, less eligibility, regime of accumu-
castigo, menor elegibilidad, rgimen de acu- lation, symbolic dimension of punishment.
mulacin, dimensin simblica del castigo.

* Publicado originalmente en Sparks, Richard y Simon, Jonathan (eds): The Sage Handboook on Puni-
shment and Society, Sage, London, 2012. Traduccin del ingls de Federico Abiuso (Universidad de
Buenos Aires, Argentina).
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Desde sus orgenes en las primeras dcadas del siglo XIX, y en la mayor parte del
siglo XX, la criminologa ha consistido en el estudio del delito antes que el estu-
dio del castigo: castigos, polticas criminales y estrategias de control social no fueron
los objetos del anlisis criminolgico, sino ms bien herramientas para gobernar la
cuestin criminal. El objetivo principal de la criminologa, particularmente en sus co-
rrientes positivistas, fue la produccin cientfica de estrategias efectivas para el go-
bierno de la desviacin y la criminalidad (Pasquino, 1980).
Sin embargo, entre fines de 1960 y principios de 1970, estos lmites epistemolgi-
cos fueron desafiados por la emergencia de perspectivas radicales acerca del castigo
y el control social. El principal blanco de este nuevo enfoque crtico fue exactamente
el paradigma positivista que haba dominado el campo de investigacin criminolgica
desde su muy temprano nacimiento. El rechazo de aquello que David Matza defini
clebremente como la perspectiva correccional (Matza, 1969: 15-40), concierne en
primer lugar a los principios tericos y metodolgicos de la criminologa positivista
su presumida neutralidad cientfica, el supuesto segn el cual los problemas socia-
les tenan causas objetivas que los cientistas sociales podan descubrir a travs de me-
todologas adecuadas y la ambicin de revelar verdades objetivas sobre el comporta-
miento criminal. Ms importante, la emergente nueva criminologa (Taylor et al.,
1973) cuestionar las implicancias polticas del enfoque positivista en particular, su
nfasis en la elaboracin de estrategias que puedan dirigirse efectivamente a las cau-
sas de desviacin, corregir criminales e idealmente erradicar al crimen en s mismo.
El contexto poltico de la dcada de 1960, con su crtica radical de todas las insti-
tuciones represivas (familia, universidad, asilo, crcel), y la irrupcin del marxismo
al interior del campo acadmico, prepararon un terreno frtil para la emergencia de
perspectivas crticas acerca del control social y penal1. Las formas de castigo, antes
que las causas del delito, se convirtieron en el foco de la nueva agenda criminolgica.
En particular la prisin, la peculiar tecnologa de castigo de la modernidad, se con-
virti en objeto de indagacin crtica. Numerosos estudios comenzaron a investigar la
trayectoria histrica a travs de la cual el encarcelamiento reemplaz las formas an-
teriores de castigo y las razones de su persistencia en las sociedades contemporneas.
Mirando ms all de la legitimacin retrica de la prisin la defensa de la socie-
dad del crimen en el nombre de la seguridad pblica, investigadores crticos em-
pezaron a revelar sus funciones latentes.

1 Varias direcciones de investigacin contribuyeron en este perodo a la consolidacin de perspectivas


criminolgicas crticas o radicales (feminismo radical, teora crtica racial, estudios postcoloniales,
etc), las cuales no todas se adscriben al marxismo. El foco de este captulo, no obstante, es la econo-
ma poltica del castigo, un enfoque que le debe mucho a la teora marxista. Para una reconstruccin
ms amplia de las diferentes corrientes de pensamiento de la criminologa critica, ver Van Swaaningen
(1997), Lynch et al. (2006) y DeKeseredy (2010).
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Una primera direccin de anlisis se centr en el rol de los sistemas penales en la


historia de las sociedades capitalistas. Las nuevas historias revisionistas del castigo
que aparecieron entre fines de los 60s y comienzos de los 80s deconstruyeron la prin-
cipal corriente de historiografa penal, criticando en particular su tendencia teleolgica
es decir, su tendencia a representar la historia del castigo como un continuo proceso
de reforma y como una mejora lineal hacia sanciones ms humanas. Contra esta his-
toriografa reformista (Ignatieff, 1983: 76), caracterizada por una narrativa de pro-
greso que oscurece el rol desplegado por las tecnologas penales en la consolidacin
del poder de clase, los historiadores revisionistas procuraron re-politizar la historia del
castigo, reconstruyndola desde el punto de vista de los blancos privilegiados del con-
trol social: las clases trabajadoras, los pobres, los desposedos (Platt, 1969; Foucault,
1977; Ignatieff, 1978; Melossi y Pavarini, 1981).
Un segundo conjunto de investigaciones emergi hacia fines de 1970 y se enfoc
en las transformaciones de la penalidad en las formaciones sociales tardo-capitalis-
tas contemporneas (Quinney, 1980). En este contexto, los cambios en las prcticas
penales y especficamente, las variaciones en la severidad del castigo, medida por
las tasas de encarcelamiento fueron analizados contra el trasfondo de la transfor-
macin de las relaciones de clases en las sociedades capitalistas avanzadas (Spitzer,
1975: Quinney, 1980; Adamson, 1984). As, mientras los historiadores revisionistas
del castigo dieron a conocer las conexiones histricas entre la invencin de la crcel y
el nacimiento del sistema capitalista de produccin basado en la explotacin extensiva
del trabajo asalariado; los crticos neo-marxistas de las polticas penales contempor-
neas examinaron la persistencia de esa misma conexin en sociedades de capitalismo
tardo, analizando la relacin que se establece entre las formas penales actuales y los
mercados de trabajo capitalistas (para una revisin de esta literatura, ver Chiricos y
DeLone, 1992; Melossi, 1998; De Giorgi, 2006: 19-39).
Ambas perspectivas sostuvieron que las polticas penales juegan un rol muy dife-
rente al de defender a la sociedad del delito: tanto la emergencia histrica de prcti-
cas penales especficas y su persistencia en sociedades contemporneas se encuentran
estructuralmente vinculadas a las relaciones dominantes de produccin y a las formas
hegemnicas de la organizacin del trabajo. En una sociedad dividida en clases, el de-
recho penal no puede reflejar ningn inters general:

Las teoras del derecho penal que deducen los principios de la poltica penal de los inte-
reses de la sociedad en su conjunto son deformaciones conscientes o inconscientes de la
realidad. La sociedad en su conjunto no existe sino en la imaginacin de los juristas: no
existen de hecho ms que clases que tienen intereses contradictorios. Todo sistema hist-
rico determinado de poltica penal lleva la marca de los intereses de la clase que lo ha rea-
lizado. (Pashukanis, 1976: 149)

Ya sea en el contexto de una crtica estructural de las ideologas legales burguesas


(tal como es el caso del trabajo de Evgeny Pashukanis recin citado), como en el de
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un anlisis cultural del rol de los pnicos morales en politizar la crisis de sociedades
tardo-capitalistas (Hall et al., 1978), o en la deconstruccin de los discursos penales
en tanto aparatos ideolgicos del Estado (Althusser, 1971), el terreno est plantea-
do para una crtica materialista del castigo como una herramienta del control de clase.

Los cimientos de la economa poltica del castigo

Los fundamentos sociolgicos de aquello que ms tarde sera la economa poltica


del castigo fueron ya establecidos, hacia fines de 1930, por Georg Rusche y Otto Kir-
chheimer en las primeras pginas de su clsico Pena y estructura social:

Cada sistema de produccin tiende al descubrimiento de mtodos punitivos que corres-


ponden a sus relaciones productivas. Resulta, por consiguiente, necesario investigar el ori-
gen y destino de los sistemas penales, el uso o la elusin de castigos especficos y la inten-
sidad de las prcticas penales en su determinacin por fuerzas sociales, sobre todo en lo
que respecta a la influencia econmica y fiscal (Rusche y Kirchheimer, 2004: 3) 2

Rusche y Kirchheimer sostenan que una comprensin sociolgica de las transfor-


maciones histricas y contemporneas del sistema penal deba estar orientada por un
anlisis estructural de las relaciones entre tecnologas penales y transformaciones de
la economa en particular, la transicin de las sociedades modernas del pre-capita-
lismo al modo de produccin capitalista.
El nacimiento de aquello que Michel Foucault definir luego como prcticas dis-
ciplinarias e instituciones de encierro en lugar de los tortuosos espectculos de su-
frimiento escenificados en las principales plazas de las ciudades europeas hasta el si-
glo XVIII (ver Spierenburg, 1984), debera, por lo tanto, ser interpretado como parte
constitutiva de un giro ms amplio hacia un nuevo sistema de produccin basado en
el proceso de escisin entre el obrero y la propiedad de sus condiciones de trabajo
(Marx, 2011: 893). Frente al trasfondo de una nueva estructura de clases emergente,
moldeada por la relacin entre capital y trabajo asalariado, la economa poltica de las
sociedades proto-capitalistas comenz a concebir al cuerpo humano como un recurso
a ser explotado en el proceso de produccin, antes que ser desperdiciado en los ritua-
les simblicos de castigo corporal:

2 Cabe destacar aqu que algunos aos antes de la publicacin de Pena y estructura social, Georg Rus-
che ya haba expuesto algunas de sus ideas en dos artculos. El primero de ellos, publicado original-
mente en 1930 en el peridico alemn Frankfurter Zeitung, analizaba las condiciones carcelarias en
los Estados Unidos en la poca de la Depresin (Rusche, 1980). El segundo, concebido como un pro-
yecto de investigacin para el Instituto de Investigacin Social en Frankfurt y publicado en 1933 en la
revista Zeitschrift fr Sozialforschung, delineaba los principales conceptos de la crtica materialista del
castigo (Rusche, 1978).
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De hecho, los dos procesos, acumulacin de los hombres y acumulacin del capital, no
pueden separarse; no habra sido posible resolver el problema de la acumulacin de los
hombres sin el crecimiento de un aparato de produccin capaz a la vez de mantenerlos y
de utilizarlos; inversamente, las tcnicas que hacen til a la multiplicidad acumulativa de
los hombres aceleran el movimiento de acumulacin de capital. (Foucault, 2008: 254)

Las instituciones penales modernas jugaron un rol decisivo en la consolidacin de


un proceso de produccin capitalista basado en la fbrica y fundamentado en la mer-
cantilizacin del trabajo humano (Marx, 1867 [1976]: 896-926). En los albores de la
revolucin burguesa, el gran encierro de ladrones, criminales, prostitutas y pobres
ociosos en casas de trabajo, casas de pobres y casas de correccin por toda Europa
(Foucault, 1965: 38-64) contribuy a transformar al proletariado enteramente libre
(Marx, 2011: 918), creado por la crisis de la economa feudal, en una fuerza de trabajo
dcil, obediente y disciplinada, lista para ser incorporada a los emergentes lugares de
la produccin capitalista. El nacimiento, consolidacin y continua transformacin de
las prcticas penales modernas reflejara por lo tanto la necesidad del capital de dife-
renciar e identificar una fuerza de trabajo dcil y laboriosa por fuera de la revoltosas,
indisciplinadas y algunas veces alborotadas clases peligrosas, constantemente gene-
radas por el capital mismo como un sub-producto de su movimiento de acumulacin
por desposesin (Harvey, 2003: 137-182).
De acuerdo a este marco materialista, las configuraciones especficas de la relacin
entre las tecnologas penales y las estructuras econmicas estaran moldeadas por la
lgica de menor elegibilidad. Este concepto, primeramente desarrollado en Inglaterra
hacia principios del siglo XIX, suministr la principal justificacin de las Leyes de Po-
bres Inglesas de 1834. En sus formulaciones ms tempranas, el principio sostena que:

La primera y ms esencial de todas las condiciones, un principio que encontramos univer-


salmente admitido, incluso por aquellos cuya prctica est en desacuerdo con ello, es que
su situacin [la del destinatario de la asistencia] en general no debe ser realmente o apa-
rentemente tan elegible [es decir, deseable] como la situacin del obrero independiente de
la clase ms baja. (Citado en Piven y Cloward, 1995: 35)

De acuerdo con esta lgica, la asistencia pblica nunca debe elevar las condicio-
nes de vida de los indigentes por encima de los estndares de vida disponibles para los
ms pobres entre los pobres que trabajan; de lo contrario, la ayuda pblica se volvera
ms elegible (ms deseable) que el trabajo asalariado. La intuicin de Georg Rus-
che fue aplicar este principio de menor elegibilidad al anlisis del cambio penal: desde
que la meta de cualquier sistema penal es disuadir a las clases ms marginalizadas de
la sociedad de cometer delitos de desesperacin (Rusche, 1978: 4) violando as la
advertencia capitalista de confiar nicamente en su trabajo para sobrevivir se sigue
que las condiciones generales de vida disponibles en las zonas ms bajas de la estruc-
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tura de clase determinarn los estndares de vida para aquellos que se encuentren atra-
pados en la red del sistema penal. En las palabras de Rusche:

Aunque la experiencia ensea que tambin los estratos superiores violan la ley en algunas
oportunidades, resulta indiscutible que la abrumadora mayora de la poblacin carcelaria
proviene de las capas ms bajas del proletariado. Por ello, si la ejecucin penal no desea
contradecir su funcin deber ser de una naturaleza tal, que incluso las capas ms predis-
puestas a la comisin de hechos criminales prefieran una existencia miserable en libertad,
a la vida bajo las presiones del sistema penal (Rusche, 1984: 266)

Desde el punto de vista de Rusche, sin embargo, la racionalidad de las prcticas


penales no est limitada a la lgica negativa de la disuasin. De hecho, la funcin del
mecanismo de menor elegibilidad no es nicamente disuadir a las clases ms desfa-
vorecidas de recurrir al delito (o a la asistencia pblica) para sobrevivir, sino tambin
y an ms importante forzar a los pobres a que prefieran cualquier condicin de
trabajo disponible antes que las sanciones vinculadas al comportamiento criminal y al
rechazo a trabajar. A partir del establecimiento de los estndares de vida para aquellos
que son castigados por debajo de la situacin de las capas ms desfavorecidas, pero
socialmente significativas, del proletariado (Rusche, 1984: 267), el principio de me-
nor elegibilidad asegura que las fracciones ms marginalizadas de la clase trabajadora
van a aceptar cualquier nivel de explotacin en el mercado laboral capitalista, ya que
ser en la mayora de los casos preferible a ser castigado por rehusarse a trabajar en
esas condiciones. En una economa capitalista, esto equivale a decir que la situacin
de la clase proletaria marginalizada moldear las polticas criminales, y por lo tanto,
las condiciones de aquellos que son castigados:

Estas reflexiones podran ser expuestas en forma general afirmando que todos los esfuer-
zos dedicados a la reforma del sistema punitivo encuentran su lmite en la situacin de las
capas ms bajas, pero socialmente significativas, del proletariado, a las que la sociedad
pretende mantener alejadas del crimen. Por ello, toda reforma del sistema penal, por ms
humanitaria que pretenda ser, est condenada a permanecer en el nivel de mera fantasa.
(Rusche, 1984: 267)

Lo que Rusche est criticando aqu es la representacin de la historia del castigo


como una secuencia de reformas humanitarias hacia la civilidad. Esta descripcin de
la transformacin penal como progresiva es ilusoria, Rusche argumenta que el princi-
pio de menor elegibilidad hacia el cual cualquier sistema penal debe en ltima ins-
tancia acomodarse establece un lmite estructural a cualquier esfuerzo de reforma
o proceso civilizatorio. El ritmo y la direccin del cambio penal estn dictados por
la situacin global de la clase trabajadora, y en una economa capitalista esa situacin
est determinada en primer lugar por el mercado de trabajo. De este modo, las dinmi-
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cas del mercado estableceran el precio justo del trabajo, as como de cualquier otra
mercanca: un aumento en la poblacin obrera excesiva para las necesidades medias
de valorizacin del capital y por tanto superflua (Marx, 2011: 784) disminuir el va-
lor del trabajo humano, empeorndose as las condiciones de la clase obrera. La con-
secuencia, siguiendo el principio de menor elegibilidad, es que cualquier incremento
en el tamao de la poblacin excedentaria impulsar polticas penales ms severas:

Las masas desempleadas, que tienden a cometer delitos de desesperacin por padecer
hambre y privacin, nicamente pararn de hacerlo a travs de sanciones crueles. La po-
ltica penal ms efectiva parecera ser el castigo corporal severo, si no la exterminacin
despiadada [] En una sociedad en la cual los trabajadores son escasos, las sanciones pe-
nales tienen una funcin completamente distinta. Ellas no tienen que parar a las personas
hambrientas de satisfacer sus necesidades bsicas. Si todos los que quieren trabajar pue-
den encontrar trabajo, si la clase social ms baja consiste en trabajadores no cualificados y
no en miserables trabajadores desempleados, entonces el castigo es requerido para hacer a
los reacios trabajar, y para ensear a otros delincuentes que se tienen que contentar con el
ingreso de un trabajador honesto (Rusche, 1978: 4).

Por consiguiente, el nacimiento o la muerte de diferentes prcticas penales no pue-


de ser atribuida a las ideas de los reformadores: el cambio penal est determinado en
ltima instancia por las condiciones de trabajo, y ms especficamente, del mercado de
trabajo. Esto implica que ninguna reforma penal es irreversible, y que castigos huma-
nitarios sern rpidamente reemplazados por sanciones ms severas cuando emerjan
condiciones socioeconmicas que impulsen este giro; en este contexto, las institucio-
nes penales volvern a convertirse en lugares de pura tortura, adecuados para disua-
dir incluso a los ms miserables (Rusche, 1978: 6).3
Siguiendo este principio bsico, Rusche y Kirchheimer reinterpretaron toda la his-
toria de las instituciones penales, desde finales de la Edad Media hasta la dcada de
1930. As, cuando en el siglo XVI Europa fue afectada por una enorme crisis demo-
grfica (en parte como consecuencia de la Guerra de los Treinta Aos), la fuerza de
trabajo se volvi escasa y los salarios comenzaron a crecer. Estas circunstancias im-
pulsaron a que varios estados europeos revisen sus polticas hacia los pobres: aque-
llos que eran aptos deban ser puestos a trabajar. La imposicin del trabajo tratara con
dos cuestiones cruciales a la vez: por un lado, los problemas sociales creados por la
presencia visible del vagabundeo, y por el otro, la disminucin de las ganancias capi-
talistas causada por el aumento de los salarios. Inspiradas por esta nueva filosofa de
la pobreza, las primeras instituciones para la reclusin de los pobres se expandieron

3 Para un anlisis del retorno de los castigos corporales en los Estados Unidos durante el ltimo cuarto
del siglo XX, ver Cusac (2009).
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por toda Europa: el Bridewell en Inglaterra, el Hospital General en Francia, la Zuch-


taus y la Spinnhaus en Holanda. El encierro emergi como una alternativa a los cas-
tigos corporales para el control de las clases marginales: su utilidad fue ms all de
la segregacin de poblaciones socialmente indeseables (pobres, mendigos, prostitutas
o delincuentes) del resto de la sociedad, puesto a que inclua la posibilidad de trans-
formar a travs de la disciplina al criminal rebelde en un trabajador productivo.
Las transformaciones posteriores de la crcel tambin estaran influenciadas por
cambios en los mercados laborales. Siguiendo a Rusche y Kirchheimer, las dinmicas
del mercado de trabajo permiten explicar la emergencia del modelo de Filadelfia (ba-
sado en el aislamiento celular), su posterior crisis y la prevalencia final del modelo de
Auburn (fundado en el trabajo comn durante el da y el aislamiento celular a la no-
che) en Estados Unidos un pas cuya economa capitalista estaba atravesando una
aguda escasez de mano de obra en un perodo de rpido desarrollo industrial.
En Europa, por contraste, el significativo tamao del ejrcito industrial de reser-
va en gran parte del siglo XIX llev a un incremento en la severidad penal e impuls
la muerte de la idea de una prisin productiva en favor de un modelo punitivo pura-
mente basado en el aislamiento celular (Rusche y Kirchheimer, 2004: 160-166). Ha-
ca el final del siglo XIX, cuando la emergencia de una clase obrera organizada y los
cambios en el mercado laboral condujeron a una mejora en las condiciones de vida de
los pobres, las polticas penales cambiaron de nuevo: en ese contexto, las polticas so-
ciales fueron implementadas para tratar con una tumultuosa clase obrera, y un nuevo
clima de tolerancia penal se expandi por todas las crceles europeas.
Haca el final de su anlisis histrico, Rusche y Kirchheimer hipotetizaron un giro
posterior hacia el reemplazo del encarcelamiento por sanciones monetarias. Esta sec-
cin, menos convincente que la primer parte del libro, es el resultado del trabajo pos-
terior de Kirchheimer en torno al manuscrito original de Rusche4.

Crcel y fbrica: el castigo como control de clase

Despus de su publicacin en 1939, Pena y estructura social fue casi olvidado du-
rante mucho tiempo, tanto por historiadores de la pena como por criminlogos. Su cr-
tica econmico-poltica del castigo desapareci prcticamente del mbito de la teora
criminolgica hasta la publicacin de la segunda edicin del libro, en 1969, la cual
impuls una renovacin de la perspectiva estructural de Rusche y Kirchheimer al in-
terior del emergente campo de la criminologa crtica. Tanto el olvido inicial como el
sucesivo inters en la economa poltica del castigo tiene una explicacin histrica: la

4 Para una reconstruccin amplia de la compleja historia de Pena y estructura social, detallando tanto
las vicisitudes biogrficas de Rusche y la problemtica reelaboracin del manuscrito original por parte
de Otto Kirchheimer, ver Melossi (1978, 1980).
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primera edicin del libro fue publicada en un periodo caracterizado por una fuerte ad-
versidad al Marxismo en los Estados Unidos y para las ciencias sociales en Europa. El
advenimiento de los regmenes totalitarios, la Segunda Guerra Mundial, y ms tarde,
el enfoque tecnocrtico de los problemas sociales (entre los cuales se incluye el delito)
propio de la reconstruccin posblica, conjuraron todos ellos contra el xito de Pena y
estructura social y su perspectiva materialista. Fue nicamente en la transformada at-
mosfera cultural de las dcadas de 1960 y 1970, el contexto al interior del cual la cr-
tica estructural elaborada por Rusche y Kirchheimer poda ser redescubierta. Aunque
no siempre inspirados por el marco neo-marxista, las historias revisionistas del casti-
go que aparecieron entre fines de los 60s y principios de los 80s expresaron la amplia
influencia (fuere reconocida o no) de Pena y estructura social (Platt, 1969; Foucault,
1977; Ignatieff, 1978; Melossi y Pavarini, 1981).5
En otro lugar analic la relacin entre la teora Marxista y la emergencia de las his-
torias radicales del castigo (De Giorgi, 2006: 9-19). Aqu me voy a concentrar espec-
ficamente en Crcel y fbrica de Dario Melossi y Massimo Pavarini, ya que lo consi-
dero como el esfuerzo ms sistemtico de desarrollar una crtica poltico-econmica
de la historia de la crcel. Este libro sita el nacimiento de la crcel en aquella fase
especfica del desarrollo capitalista que Marx describi como la acumulacin origi-
naria (Marx, 2001: 891). En sus estadios iniciales, el capitalismo tena que crear las
condiciones para su propio desarrollo, lo que requera en primer lugar la creacin de
la fuerza de trabajo capitalista. Con miras a establecer un nuevo sistema de produccin
basado en el trabajo asalariado, el capital tuvo primero que separar a los productores
de sus medios de produccin, desentraando la estructura econmica de la sociedad
feudal; a continuacin, tuvo que transformar a las poblaciones desposedas, generadas
por esa disolucin, en una disciplinada y unificada clase obrera.
De este modo, el capitalismo liber a la mano de obra de la explotacin feudal,
pero nicamente para sujetarla a una forma puramente econmica de subordinacin.
Por lo tanto, la liberacin del trabajo adopt la forma de una expropiacin de los
productores, reemplazando un tipo de esclavitud por otro:

Con ello, el movimiento histrico que transforma a los productores en asalariados aparece
por una parte como la liberacin de los mismos respecto de la servidumbre y de la coercin
gremial, y es este el nico aspecto que existe para nuestros historiadores burgueses. Pero
por otra parte, esos recin liberados slo se convierten en vendedores de s mismos despus
de haber sido despojados de todos sus medios de produccin, as como de todas las garan-
tas que para su existencia les ofrecan las viejas instituciones feudales (Marx, 2011: 894).

5 En las primeras pginas de Vigilar y castigar, Michel Foucault reconoce que del gran libro de Rusche
y Kirchheimer se puede sacar cierto nmero de puntos de referencia esenciales, agregando que po-
demos, indudablemente, plantear la tesis general de que, en nuestras sociedades, hay que situar los
sistemas punitivos en cierta economa poltica del cuerpo (Foucault, 2008: 33-34).
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La consolidacin del sistema de la fbrica le dio nacimiento al proceso que Marx defi-
ni como subsuncin real del trabajo en el capital (Marx, 2009: 59-60). En el esfuerzo
del capitalismo por establecerse como el nuevo modo de produccin, las varias tipologas
de trabajo pre-capitalistas quedan subsumidas bajo la forma general del trabajo asalaria-
do abstracto. De esta manera, los productores independientes son convertidos en fuerza
de trabajo de carcter social, y el trabajador colectivo reemplaza al obrero individual:

Con el desarrollo de la subsuncin real del trabajo en el capital o del modo de produccin
especficamente capitalista, no es el obrero individual sino cada vez ms una capacidad de
trabajo socialmente combinada lo que se convierte en el agente real del proceso laboral en
su conjunto [] las diversas capacidades de trabajo que cooperan y forman la mquina
productiva total participan de manera muy diferente en el proceso inmediato de la forma-
cin de las mercancas o mejor aqu de productos (Marx, 2009: 78-79).

Las instituciones penales jugaron un rol crucial en el proceso histrico de subsun-


cin del trabajo por el capital. La crcel nace y se consolida como una institucin su-
bordinada a la fbrica, como una tecnologa penal cuyos efectos de poder eran con-
sistentes con los requerimientos de un emergente sistema de produccin industrial. El
despliegue de un rgimen penal disciplinario permite vincular las dinmicas internas
de la crcel (tanto en sus formas materiales como ideolgicas) a las transformaciones
que tienen lugar en la esfera de la produccin. Esta lgica disciplinaria caracteriza a
todas las instituciones de reclusin que emergieron desde fines del siglo XVII:

No se puede decir de manera ms sinttica la funcin de las instituciones segregantes []


unificadas ms all de las funciones especficas en un fin unitario y esencial: el control del
proletariado naciente. Ellas se caracterizan por estar destinadas por el estado de la socie-
dad burguesa al manejo de los varios momentos de la formacin, la produccin y la repro-
duccin del proletariado industrial; son uno de los instrumentos esenciales de la poltica
social del estado, poltica que tiene como fin garantizar al capital una fuerza y trabajo que
por sus actitudes morales, por su salud fsica, su capacidad intelectual, su conformidad
para obedecer las reglas por estar acostumbrada a la disciplina y a la obediencia, etc., pue-
da fcilmente adaptarse al rgimen de vida de la fbrica y producir el mximo de plusvalor
posible en un momento determinado (Melossi y Pavarini, 2014: 66-67).

La institucin penitenciaria moldea una nueva categora de individuos. La misin


de la crcel es inculcar nuevos hbitos en las mentes y cuerpos de las masas expropia-
das, convirtiendo a estos sujetos indisciplinados en una fuerza de trabajo disciplinada
que, habiendo interiorizado un nuevo concepto del tiempo y del espacio, est prepara-
da para obedecer, ejecutar ordenes, y respetar los ritmos de produccin dictados por la
divisin capitalista del trabajo (Thompson, 1967). De este modo, las instituciones pe-
Delito y Sociedad 41 | ao 25 | 1 semestre 2016 19

nales transforman al pobre en criminal, al criminal en recluso y, finalmente, el recluso


se transforma en proletario.
Afuera de la crcel, en la fbrica, el disciplinado cuerpo de un proletario individual
se asociar con otros cuerpos, y la organizacin capitalista del trabajo convertir a este
trabajador colectivo en una fuente de plusvalor:

La disciplina que el capitalista impone sobre el obrero [] es la condicin bsica para la


extraccin de plusvalor, y la nica leccin real que la sociedad burguesa tiene para darle al
proletariado. Si la ideologa jurdica-legal rige fuera de la produccin, dentro de ella reinan
la servidumbre y la desigualdad. As, la funcin institucional de las casas de trabajo, y luego
de las prisiones, era ensear al proletariado la disciplina de trabajo (Melossi, 2012a: 132).

A diferencia de Rusche y Kirchheimer, quienes se centraron exclusivamente en el


rol instrumental de las instituciones penales en la reproduccin material de la fuerza de
trabajo capitalista, Melossi y Pavarini insisten en la decisiva contribucin de las tecno-
logas penales disciplinarias en la reproduccin ideolgica de las relaciones de produc-
cin capitalistas. La crcel es sin duda una institucin represiva, puesto que les impone a
los reclusos un rgimen de privacin y una subordinacin completa a la autoridad. Pero
tambin constituye una herramienta ideolgica, en el sentido de que representa la acep-
tacin incondicional a esa subordinacin como nico modo de salir algn da de
esta situacin. As, la crcel crea, por un lado, la condicin de recluso, e impone, por
el otro, la sujecin del recluso a un rgimen de trabajo, obediencia y disciplina (ele-
mentos que constituyen esa misma condicin) como nico camino a la libertad. En este
sentido, el sufrimiento producido por la crcel es representado ideolgicamente como
la consecuencia del rechazo del propio recluso de someterse a la disciplina del trabajo.
La normalizacin ideolgica de la crcel se encuentra reforzada asimismo por la lgica
contractual del encarcelamiento como un castigo cuya severidad est medida en tiempo:

La privacin de libertad por un tiempo determinado a consecuencia de la sentencia del tri-


bunal es la forma especfica en la cual el derecho penal moderno, es decir, burgus capi-
talista, realiza el principio de reparacin equivalente. Esta forma est inconscientemente,
pero a la vez, profundamente unida a la representacin del hombre abstracto y del trabajo
humano abstracto medible en tiempo (Pashukanis, 1976: 154).

El principio capitalista de intercambio de equivalentes provee de legitimacin


ideolgica al encarcelamiento a travs de la misma mistificacin que hace del trabajo
un contrato justo; en ambos casos, la explotacin, violencia y subordinacin desa-
parecen de la lgica de la razn contractual. La ficcin legal del castigo como retribu-
cin encubre la dimensin disciplinaria de la crcel, del mismo modo en que la ficcin
econmica del contrato de trabajo como un intercambio de equivalentes oculta la di-
mensin de explotacin del trabajo asalariado.
20 Alessandro de Giorgi | Castigo y Economa Poltica

Los lmites de la vieja economa poltica del castigo

En una resea crtica de la edicin de 1939 de Pena y estructura social, publicada


en el nmero de marzo-abril de 1940 de la Journal Of Criminal Law and Criminolo-
gy, el terico legal americano Jerome Hall present las siguientes conclusiones acerca
de la importancia del libro de Rusche y Kirchheimer:

A pesar de la importancia de sus tesis, abundantes datos descriptivos y muchas observa-


ciones crticas, el anlisis dista mucho de ser una contribucin importante a nuestro pre-
sente conocimiento. Para ello se vuelve rpidamente bastante evidente que de la situa-
cin social y el anlisis histrico-sociolgico de los mtodos penales los autores llegan
a la influencia econmica y econmica se convierte a veces en las condiciones del
mercado de trabajo, ocasionalmente mtodos de produccin, con frecuencia la influencia
de las clases econmicas dominantes, usualmente la burguesa. Como consecuencia, es
imposible determinar en que consiste su tesis. La corriente ms persistente de sus deba-
tes sugiere, pero nunca explcitamente, el determinismo Marxista (Hall, 1940: 971-972).

Jerome Hall no fue el nico en acusar a Pena y estructura social de determinismo


econmico; de hecho, otros comentaristas anteriores estuvieron de acuerdo, aunque a
veces con un tono menos agrio, de que esta era la principal falencia terica del libro.
A modo de ejemplo, en una resea publicada en The Economic Journal, el reconoci-
do socilogo britnico T.H. Marshall sostuvo que los autores tratan de llevar su ar-
gumento muy lejos y hacer que todo encaje demasiado bien, agregando en particular
que en la medida que sus anlisis se centraron en el siglo XIX (y en la emergencia de
las prisiones modernas), la simple correlacin entre mtodos penales y sistemas eco-
nmicos se deshace (Marshall, 1940: 126-127). Unos meses despus, David Riesman
Jr sum su voz al coro, expresando que el anlisis de Rusche y Kirchheimer desaten-
di los roles de la poltica, la religin y la cultura en las transformaciones penales, con-
cluyendo que los cientistas sociales tienen derecho a demandar un anlisis de la plu-
ralidad de factores, y un esfuerzo por asignar un peso apropiado a cada uno de ellos
(Rusche y Kirchheimer, 1940: 1299). Por ltimo, el socilogo de Chicago Ernest W.
Burgess reiter en su propia resea del libro que los autores destacaron en exceso la
relacin del crimen con las condiciones econmicas e ignoraron o minimizaron los
factores culturales y psicognicos (Burgess, 1940: 986).
A pesar de haber atrado la temprana atencin de semejantes acadmicos prestigio-
sos, Pena y estructura social desaparecera del campo criminolgico durante casi trein-
ta aos. Una vez que el libro resurgi del olvido, la acusacin de reduccionismo y/o
determinismo econmico atormentara de nuevo el trabajo de Rusche y Kirchheimer,
junto con la crtica materialista del castigo desarrollada en l. De este modo, en uno de
los textos fundacionales del campo del castigo y la sociedad, David Garland concluye
su captulo acerca de la economa poltica del castigo sugiriendo que:
Delito y Sociedad 41 | ao 25 | 1 semestre 2016 21

Punishment and social structure sobrestima el papel de las fuerzas econmicas en la con-
formacin del sistema penal. Subestima de manera drstica la importancia de las fuerzas
ideolgicas y polticas, y apenas habla de la dinmica interna de la administracin penal y
de su papel en la determinacin de las polticas. Tampoco menciona los smbolos y men-
sajes sociales que transmiten las medidas penales al pblico que se apega a la ley y, por
ende, no contempla las maneras en que estas preocupaciones simblicas ayudan a moldear
la trama de las instituciones penales (Garland, 2010: 134).

No resulta sorprendente que estas crticas se hayan vuelto particularmente fuer-


tes durante las dcadas de 1980 y 1990, cuando, como Dario Melossi refiere en su in-
troduccin a la tercera edicin del libro de Rusche y Kirchheimer, el marxismo fue
simblicamente quemado en la hoguera mientras se honraba la perspectiva cultural
(Melossi, 2012b: 261). Lo que es un poco ms sorprendente, no obstante, es que el
distanciamiento por parte de las sociologas crticas del castigo del enfoque estructu-
ral tuvo lugar en un contexto en el cual las sociedades capitalistas avanzadas estaban
siendo testigos del proceso ms significativo de transformacin estructural desde la
Revolucin Industrial. De hecho, esas dcadas presenciaron la crisis del paradigma
fordista-industrial, la muerte del Estado de Bienestar Keynesiano, la globalizacin de
la produccin y del consumo, la consolidacin de un modelo neoliberal de (des)regu-
lacin socioeconmica6 y, sobre todo en Estados Unidos, el despliegue de un giro pu-
nitivo que llevara a una reconfiguracin radical del escenario penal. Sin embargo, con
la notable excepcin del anlisis de Stuart Hall (1978) acerca del rol de los discursos
penales en la reproduccin hegemnica de clase (y de raza) en el capitalismo tardo
(ver tambin Laclau y Mouffe, 1985), el giro cultural en la sociologa del castigo
coincidi con (y en cierta medida lo ha animado) un rechazo de la economa poltica
Marxista, en un momento en que constitua lo ms requerido para elaborar una crtica
fundamentada del cambio penal7.

6 Siguiendo el trabajo reciente de David Harvey, aqu empleo el trmino neoliberalismo para identificar un
proyecto poltico desarrollado por las elites de poder occidentales, particularmente en los Estados Unidos
y el Reino Unido, entre fines de los 70s y comienzos del 2000, con miras a reestablecer las condicio-
nes para la acumulacin del capital y restaurar el poder de las elites econmicas (Harvey, 2011: 24-6)
despus de la agitacin social de los 60s y comienzos de los 70s. Como sistema poltico-econmico, el
neoliberalismo enfatiza la libertad individual sobre la responsabilidad social, la competicin antes que la
cooperacin, fuerzas de mercado ms que intervenciones estatales, la circulacin del capital sobre la re-
gulacin financiera, e intereses corporativos ms que los derechos de las agrupaciones de trabajadores.
7 Esta afirmacin parecera pasar por alto las contribuciones de aquellos autores particularmente Da-
vid Garland (1985, 1990; pero tambin ver Howe, 1994) quienes durante las dcadas de 1980
y 1990 entablaron una conversacin crtica con la economa poltica del castigo. Sin embargo, el se-
alamiento que querra hacer es que la mayora de estos trabajos se centraron en estigmatizar la in-
capacidad de la perspectiva neo-marxista de comprender las dimensiones simblicas y culturales del
castigo, antes que fomentar un avance significativo en este enfoque.
22 Alessandro de Giorgi | Castigo y Economa Poltica

Esto no es para sugerir que el tradicional anlisis poltico-econmico, con su en-


foque reduccionista en las relaciones entre desempleo y encarcelamiento (Jankovic,
1977; Greenberg, 1980; Wallace, 1980; Galster y Scaturo, 1985; Inverarity y McCar-
thy, 1988), ha sido apto para elaborar una crtica estructural convincente del castigo
contemporneo; tampoco para argumentar que el nfasis exclusivo en el castigo como
instrumento de control de clase podra proveer de una explicacin exhaustiva de las
polticas penales en las sociedades contemporneas. De hecho, desde la perspectiva
que definira como una economa poltica post-reduccionista del castigo, el desafo
es concebir una crtica no ortodoxa de las estrategias penales, que sea capaz de superar
la falsa alternativa entre la estructura y la cultura, y teniendo en cuenta al mismo
tiempo importantes inquietudes tericas planteadas por otras corrientes crticas al in-
terior del campo del castigo y la sociedad.
En lo que hace a este aspecto, querra sugerir que al menos tres principales temti-
cas abordadas por narrativas recientes acerca del cambio penal (particularmente en el
contexto norteamericano) merecen la consideracin de los criminlogos neo-marxistas:
1. La ya mencionada cuestin de la dimensin simblica del castigo, que apunta
a la excesiva atencin del marco materialista en el aspecto instrumental de las prcti-
cas penales.
2. La cuestin de los efectos gubernamentales ms amplios generados por las estra-
tegias penales, la cual seala el foco limitado del paradigma neo-marxista en la margi-
nalidad socioeconmica como blanco exclusivo de las tecnologas penales.
3. El tema de los contextos poltico-institucionales especficos que definen el teln
de fondo al interior del cual las formas de penalidad se despliegan, que apunta a la ten-
dencia de la economa poltica del castigo de favorecer explicaciones globales de la
transformacin penal antes que anlisis comparativos.
En algunos casos, estas inquietudes tericas emergieron de trabajos directa o indi-
rectamente vinculados a la perspectiva neo-marxista (Cavadino y Dignan, 2006; La-
cey, 2008; Wacquant, 2009), mientras que otras surgieron de anlisis crticos de la pe-
nalidad, un trasfondo bastante distante con respecto al paradigma materialista (Simon,
2007; Barker, 2009). Sugiero que nos involucremos con cada una de estas temticas,
ya que ellas arrojan luz sobre dimensiones relevantes de la cuestin penal que han sido
dejadas sin explorar por la vieja economa poltica del castigo.
La primera de estas temticas apunta a una de las crticas ms persistentes que se
le han hecho a la criminologa neo-marxista: su aparente falta de inters en las dimen-
siones culturales, expresivas y discursivas de la penalidad. Mientras esta critica est
claramente bien fundamentada, vale la pena mencionar aqu que el nfasis en las di-
mensiones simblicas del castigo se hizo a menudo a costa de desenfatizar (si no ig-
norando) las dimensiones estructurales histricamente determinadas de la penalidad,
casi en un tipo de lgica de suma cero donde ms cultura parecera implicar menos
estructura (ver por ejemplo Garland, 1990; 2001). Recientemente, el tema de la es-
cisin cultura/estructura resurgi en el anlisis que Loc Wacquant (2009) hace de la
Delito y Sociedad 41 | ao 25 | 1 semestre 2016 23

penalidad neoliberal y de la emergencia del Estado penal norteamericano. Esta inda-


gacin se plantea explcitamente tender puentes entre las dimensiones instrumentales
y simblicas del castigo. En las primeras pginas de su libro Castigar a los pobres, de
hecho, Wacquant afirma que su trabajo no pertenece al gnero, que vuelve a ponerse
de moda en estos das, de la economa poltica de encarcelamiento, inaugurado por
la obra clsica de Georg Rusche y Otto Kirchheimer, Punishment and social structu-
re, dado que su ambicin es:

Reunir las dimensiones material y simblica de la reestructuracin contempornea de la


economa del castigo que esta tradicin de investigacin ha sido, justamente, incapaz de
abordar, debido a su incapacidad congnita para reconocer la eficacia y la materialidad es-
pecificas del poder simblico (Wacquant, 2011: 20).

Wacquant sostiene que el desenvolvimiento del experimento penal norteamerica-


no durante las ltimas tres dcadas no debiera ser interpretado como el leitmotiv de
la vieja economa poltica del castigo podra sugerir como un simple reflejo de la
transicin de un modelo de produccin fordista-industrial, basado en mercados de tra-
bajo estables, redes extensivas de proteccin social y polticas de bienestar inclusivas,
a un sistema econmico post-fordista, fundado en mercados de trabajo desregulados,
condiciones de trabajo flexibles y escasas protecciones sociales. De hecho, centrar la
atencin en la dimensin instrumental de la nueva punitividad impedira una com-
prensin ms profunda de la importancia del Estado penal norteamericano como pro-
yecto poltico ms amplio.
Siguiendo a Wacquant, el emergente Estado penal perseguira tres estrategias dis-
tintas, con consecuencias instrumentales y simblicas. En el nivel instrumental, el
experimento penal norteamericano implicara un depsito masivo de las poblaciones
excedentes generadas por la reestructuracin de la economa fordista-industrial. A su
vez, al incrementar el costo de cualquier intento de escapar de las regiones ms bajas
del mercado laboral (de acuerdo al bien conocido principio de menor elegibilidad),
este nuevo gran encierro contribuira a imponer una nueva disciplina de trabajo a los
sectores marginales de la fuerza de trabajo post-industrial. Por ltimo, en el nivel sim-
blico, el nuevo discurso penal apaciguara las crecientes inseguridades experimenta-
das por la clase media escenificando una reafirmacin ritual del poder del Estado para
neutralizar las clases peligrosas e indignas.
En otras palabras, los tentculos del Estado penal se extenderan profundamente al
interior de la fbrica de la sociedad norteamericana, reconfigurando tanto en el nivel
instrumental como el simblico su esfera pblica, sus instituciones polticas y sus
orientaciones culturales. Distancindose de la tendencia reduccionista de la economa
poltica del castigo, Wacquant seala que el giro punitivo lleva no slo a la consolida-
cin de una mquina represiva cuyas operaciones son funcionales a la reproduccin
de las actuales relaciones capitalistas, sino tambin a la configuracin de nuevas ca-
24 Alessandro de Giorgi | Castigo y Economa Poltica

tegoras y discursos, nuevos cuerpos administrativos y polticas gubernamentales, ti-


pos sociales renovados y formas asociadas de conocimientos (Wacquant, 2011: 417).
El intento de Wacquant de asignar un peso apropiado a los efectos simblicos y dis-
cursivos de las polticas penales proporciona aspectos importantes para una revisin
post-reduccionista de la crtica materialista del castigo. Pero la imagen que emerge
ms reiteradamente de las pginas de Castigar a los pobres es la de un Estado penal
envuelto en una pugna por regular (en trminos represivos) los sectores ms precarios
de la fuerza de trabajo post-industrial, mientras que se le da menos nfasis a su exten-
sin simblica a travs de otras regiones de la sociedad norteamericana. As, a pesar de
la insistencia de Wacquant en la necesidad de dejar de lado una visin estrechamen-
te materialista de la economa poltica del castigo (Wacquant, 2011: 21), su enfoque
corre el riesgo de reproducir la tan cuestionada divisin material/simblica. No muy
diferente de otras crticas materialistas de la penalidad, de hecho, el trabajo de Wac-
quant parece llegar a la conclusin de que el Estado penal neoliberal revela su lado
instrumental contra los nuevos pobres, mientras proyecta puramente su dominio sim-
blico al resto de la sociedad especialmente, sobre la clase media, donde lucha para
tranquilizarla, dejndola ser testigo del exceso punitivo desatado contra las nuevas cla-
ses peligrosas. En otras palabras, Castigar a los pobres podra ser menos distante de la
tradicional crtica de la economa poltica del castigo, ms de lo que el autor reconoce,
dado que una vez ms las dimensiones simblicas y discursivas de las polticas penales
aparecen principalmente como consecuencias ideolgicas de un Estado penal cuyo
principal rol es regular punitivamente a los pobres con miras a empujarlos al mercado
de trabajo post-fordista. Finalmente, nos quedamos con nuestro dilema sin resolver:
Cmo las dimensiones simblicas e instrumentales del castigo pueden estar reconec-
tadas en una crtica estructural integradora del cambio penal? Cmo los discursos y
prcticas penales se consolidan como poderosas tecnologas para gobernar no slo la
marginalidad social, sino las sociedades tardo-capitalistas/neoliberales en su conjunto?
Este interrogante nos conduce a la temtica de los efectos gubernamentales ms
amplios generados por los discursos y prcticas penales en las sociedades contempo-
rneas. En su formulacin ms bsica, este tema se basa en la mirada foucaultiana de
que las prcticas penales, como tecnologas de poder histricamente determinadas, es-
tn siempre inscriptas al interior de racionalidades de gobierno ms amplias. As, de
acuerdo a la genealoga de Foucault, la emergencia de la penalidad moderna (con la
transicin de un espectculo de sufrimiento a la consolidacin de tecnologas disci-
plinarias) reflejara un giro ms amplio de un poder soberano destructivo, que se es-
fuerza por neutralizar a sus enemigos, a una racionalidad gubernamental productiva,
dedicada a la regulacin eficiente de poblaciones enteras (Foucault, 2009: 117). Vale
la pena enfatizar la conexin, frecuentemente pasada por alto, entre la teorizacin de
Foucault del poder de castigar y los anlisis neo-marxistas de la reproduccin capita-
lista, particularmente a la luz del propio nfasis del filsofo francs en el rol desplega-
do por la emergencia de una economa poltica capitalista en el desenvolvimiento de
las racionalidades gubernamentales modernas (Foucault, 2009: 106107).
Delito y Sociedad 41 | ao 25 | 1 semestre 2016 25

Sin embargo, lo que ms importa aqu es la insistencia de Foucault en que las es-
trategias penales (y las tecnologas gubernamentales en general), no deben ser vistas
simplemente como herramientas represivas para el control de los pobres, sino ms
bien como elementos de racionalidades ms amplias para el gobierno de formacio-
nes sociales enteras.
Siguiendo esta perspectiva, en un trabajo reciente Jonathan Simon (2007) sita su
crtica del experimento penal norteamericano dentro de un marco terico que es muy
distante de aquel avanzado por Rusche y Kirchheimer. El nivel privilegiado por Si-
mon es el de un anlisis socio-legal y poltico de las racionalidades gubernamentales
que emergieron como consecuencia de la creciente centralidad de la cuestin penal
en Estados Unidos. En los ltimos treinta aos la continua proliferacin de discursos,
prcticas y conocimientos en torno al delito y al castigo habra resultado en una distin-
tiva racionalidad gubernamental a la cual Simon llama gobernar a travs del delito:

Cuando gobernamos a travs del delito, hacemos que el delito y los saberes que se han ido
asociando al delito [] pasen a estar disponibles fuera de los lmites de sus dominios te-
mticos originales y se conviertan en herramientas poderosas con las que cualquier forma
de accin social se puede interpretar y presentar como un problema de gobernanza (Si-
mon, 2011: 32).

Simon ofrece una genealoga rigurosa de esta nueva racionalidad gubernamental,


cuyos origenes se pueden situar en la crisis de legitimacin que afecta las formas de
gobierno liberales-bienestaristas que haban sido hegemnicas en los Estados Unidos
en gran parte del siglo XX. Simon reconstruye el encadenamiento de eventos discur-
sivos que proporcionaron el trasfondo simblico para el desenvolvimiento del giro
punitivo norteamericano desde la incendiaria campaa electoral de 1964 de Gold-
water a la guerra contra el terrorismo declarada por George W. Bush despus del 11/9,
pasando por las guerras contra el crimen y las drogas emprendidas por Nixon, Reagan
y Bush padre. Todas estas transformaciones convergieron hacia un nuevo paradigma
de gobernanza social, basado en la prevencin y neutralizacin de los riesgos crimi-
nales como un elemento constitutivo de la accin gubernamental en todos los niveles
de la sociedad norteamericana.
Esta perspectiva foucaultiana renuncia a un concepto descendente del poder pe-
nal, que encontramos comnmente en muchos criminlogos neo-marxistas, y describe
el giro punitivo desde el punto de vista tanto de sus consecuencias poltico-institucio-
nales como a partir de la difusin de estilos de vida, culturas de trabajo y patrones de
consumo en torno al nexo delito-castigo. Simon deconstruye, por un lado, las peculia-
res tecnologas gubernamentales que emergieron alrededor de este giro punitivo, y por
el otro, las cadenas discursivas que permitieron a estas racionalidades concordar con
las declinaciones punitivas y neo-autoritarias de miedo e inseguridad en una sociedad
neoliberal. Si se analiza con estos lentes particulares, el giro punitivo se presenta como
una dinmica social amplia cuyos efectos de poder son constantemente reproducidos a
26 Alessandro de Giorgi | Castigo y Economa Poltica

partir de la interaccin diaria entre ciudadanos (no nicamente los pobres) y un poder
de castigar que es parte de una estrategia ms amplia para regular lo social.
Sin embargo, querra sugerir que esta reconfiguracin de las tecnologas guberna-
mentales no est desconectada de las profundas desigualdades estructurales que afectan
el escenario social y urbano de la sociedad norteamericana. La difusin molecular de
los efectos de poder asociados a este nuevo modelo de gobernar a travs del delito no
implica que esos efectos se expandan uniformemente. Si bien podemos coincidir con
Simon de que deberamos concentrarnos en que tanto la justicia penal, concentrada en
lo que sucede en las comunidades pobres, como el sector privado, que se ocupa de los
espacios protegidos de la clase media, son modos de gobernar a travs del delito espe-
cficos de una clase social pero interactan entre s (Simon, 2011: 18), asimismo nece-
sitamos enfatizar que estas racionalidades de gobierno no generan efectos similares (o
incluso comparables) en diferentes latitudes de la jerarqua socioeconmica norteame-
ricana. El argumento neo-foucaultiano segn el cual el delito no gobierna slo a lo que
se encuentran en un extremo de las estructuras de inequidad (Simon, 2011: 34), ne-
cesita estar adecuado a la perspectiva marxista de que las estrategias penales contribu-
yen a la reproduccin global de esas varias estructuras de desigualdad socioeconmica,
en direcciones que resuenan con las dinmicas actuales de la acumulacin capitalista.
Ms an, la configuracin actual de esta simbitica relacin entre las tecnologas
penales y los procesos socioeconmicos no puede darse por sentada, ni puede presu-
mirse que se desenvuelva a lo largo de las mismas coordenadas a travs de todas las
sociedades tardo-capitalistas. Esta cuestin arroja luz sobre la tercera temtica que me
gustara discutir aqu: los acuerdos poltico-institucionales especficos mediante los
cuales las relaciones entre castigo y estructura social son mediados. Semejante tem-
tica tambin apunta a lo que John Sutton recientemente identific como una seria fa-
lencia terica en la economa poltica del castigo: su tendencia a asumir que todas las
economas capitalistas son lo mismo y que los ciclos de negocios son totalmente ex-
genos a otros tipos de procesos sociales (Sutton, 2004: 171).
La cuestin de la falta de anlisis institucionales comparativos en los postulados
neo-marxistas acerca del cambio penal fue recientemente planteada por perspectivas
tericas directamente vinculadas (si no internas) al marco poltico-econmico (Sutton,
2004; Cavadino y Dignan, 2006; Lacey, 2008). En The Prisoners Dilemma, a modo
de ejemplo, Nicola Lacey ubica expresamente su anlisis en el campo materialista,
aceptando ampliamente el argumento segn el cual las tendencias penales actuales tie-
nen que estar enlazadas a las transformaciones socioeconmicas que afectan las socie-
dades de capitalismo tardo. Sin embargo, antes que asumir una extensin global de la
ideologa neoliberal sustentada por un giro uniforme hacia la severidad penal, Lacey
proporciona un detallado anlisis comparativo de las distintas variedades de capita-
lismo que existen en el mundo occidental (Hall y Soskice, 2001), y sugiere que hay
que darles el peso apropiado a sus caractersticas especificas en el anlisis del castigo
y de la estructura social:
Delito y Sociedad 41 | ao 25 | 1 semestre 2016 27

Mi anlisis se construye en las teoras estructurales inspiradas por el marxismo, pero argu-
menta que las fuerzas poltico-econmicas estn mediadas, en el nivel macro, no slo por
filtros culturales, sino tambin por instituciones econmicas, polticas y sociales [] Es
esta estabilizacin institucional y la mediacin de las fuerzas estructurales y culturales, y
el impacto que esto tiene en los intereses percibidos por grupos relevantes de actores so-
ciales, lo que produce la significante y persistente variacin en todos los sistemas que es-
tn atravesando estadios similares de desarrollo capitalista (Lacey, 2008: 57).

Siguiendo a Lacey, el viraje norteamericano hacia una gobernanza punitiva de la


marginalidad social no se extendi a todas las democracias capitalistas avanzadas, del
mismo modo en que las configuraciones especficas del giro punitivo (donde de he-
cho tuvo lugar) no se pueden derivar automticamente de la emergencia de una eco-
noma neoliberal post-industrial. En cambio, diferentes formaciones sociales capita-
listas muestran tendencias divergentes. Si algunas economas de mercado neoliberales
como Estados Unidos (y en mucha menor medida, el Reino Unido) presenciaron una
transicin significativa desde las formas sociales a las formas penales de gobernar la
pobreza, este no fue el caso de las economas social-demcratas o corporativistas de
la Europa continental, donde en las ltimas dcadas las protecciones asistencialistas
no fueron drsticamente reducidas y los indicadores de severidad penal se mantuvie-
ron relativamente estables. En este sentido, las economas social-demcratas y corpo-
rativistas pareceran estar mejor posicionadas que sus contrapartidas neoliberales para
resistir al giro punitivo (a pesar de sus problemas de desempleo en aumento y de cre-
ciente desigualdad social), gracias a sus estructuras poltico-econmicas e institucio-
nales, basadas en mercados de trabajo estables, inversiones pblicas a largo plazo en la
fuerza de trabajo, polticas electorales orientadas a travs de coaliciones, y un mayor
aislamiento del Poder Judicial con respecto a los flujos y reflujos de la opinin pbli-
ca (ver tambin Cavadino y Dignan, 2006: 3-39). A la inversa, en formaciones econ-
micas neoliberales caracterizadas por mercados de trabajo flexibles, bajos niveles
de inversin en los servicios pblicos, sistema poltico bipartidista, una orientacin
monotemtica en el debate poltico y un posicionamiento hegemnico que favorece la
competitividad individual sobre la igualdad social, las consecuencias ms disrupti-
vas de la crisis de la economa industrial (concretamente, la produccin de un gran ex-
cedente de trabajo), se desplegaran en un contexto poltico-institucional que promue-
ve el viraje hacia un modelo ms punitivo de regulacin social. Lacey sugiere que con
miras a poder explicar tanto el giro punitivo de las sociedades neoliberales y la relativa
moderacin penal de otras formaciones sociales tardo-capitalistas, el enfoque materia-
lista necesita estar fundamentado en un anlisis comparativo de los acuerdos institu-
cionales, polticos y culturales, los cuales, en cada variedad de capitalismo, median (y
algunas veces, atenan) los efectos de las fuerzas econmicas en las polticas penales.
Tomndola juntas, las tres temticas discutidas la dimensin simblica de la pe-
nalidad, los efectos gubernamentales de las polticas penales y los diferentes contextos
28 Alessandro de Giorgi | Castigo y Economa Poltica

poltico-institucionales al interior de los cuales se despliegan las prcticas penales


pueden asistir a la criminologa neo-marxista en su esfuerzo por superar alguno de los
viejos dilemas de la criminologa materialista. De hecho, hasta que ellas no sean vistas
como alternativas a las explicaciones estructurales del cambio penal, estas temticas
no son incompatibles con una crtica poltico-econmica de la penalidad. En su lugar,
como voy argumentar ms extendidamente en la seccin final de este artculo, ellas
pueden ayudarnos a concebir un itinerario conceptual para la construccin de una eco-
noma poltica post-reduccionista, culturalmente sensible, del castigo.

Nuevas direcciones en la economa poltica del castigo

En el artculo de 1933 en el cual esbozaba la tesis que luego sera desarrollada en


Pena y estructura social, Georg Rusche ya haba sido cauteloso al enfatizar la comple-
jidad de la relacin entre estructura econmica y formas penales:

La dependencia del delito y del control del delito de las condiciones histricas y econmi-
cas no provee, sin embargo, una explicacin total. Estas fuerzas no determinan por si solas
el objeto de nuestra investigacin y por s mismas son limitadas e incompletas de varias
maneras (Rusche, 1978: 3).

Esta temprana advertencia contra las interpretaciones demasiado simplificadas del


vnculo economa / castigo no protegera a la economa poltica del castigo frente a los
peligros del determinismo econmico. Debe decirse que el giro reduccionista se va a
hacer de hecho particularmente evidente en la literatura criminolgica neo-arxista de
las dcadas de 1970 y 1980, cuyos intentos de aplicar el paradigma de Rusche y Kir-
chheimer a las sociedades tardo-capitalistas se enfocaron en estrechos anlisis esta-
dsticos de la relacin entre cambios en el mercado laboral y variaciones en las tasas
de encarcelamiento (para una revisin, ver Chiricos y DeLone, 1992; Melossi, 1998;
De Giorgi, 2006: 19-39). Esta literatura fue en su mayor parte capaz de proveer sus-
tento emprico a la hiptesis segn la cual habra una correlacin directa y positiva
entre desempleo y encarcelamiento, y a mostrar cmo, de acuerdo con las reflexiones
de Rusche y Kirchheimer, la severidad penal tiende a aumentar en tiempos de crisis
econmica y creciente desempleo. Sin embargo, el enfoque estrechamente cuantitati-
vo del cambio socioeconmico privilegiado por la mayora de estos anlisis (quizs en
un esfuerzo por darle validacin cientfica al enfoque materialista a partir del uso de
cada vez ms complejos modelos estadsticos) impidi una comprensin ms profun-
da de los factores extra-econmicos y extra-penales que contribuyen a estructurar esta
relacin (para excepciones destacadas ver Box, 1987; Melossi, 1993, 2000).
La tendencia reduccionista de la economa poltica del castigo result en una inne-
cesaria simplificacin excesiva de la perspectiva de Rusche y Kirchheimer, la cual a su
vez despoj al marco materialista de las herramientas tericas necesarias para elaborar
Delito y Sociedad 41 | ao 25 | 1 semestre 2016 29

una crtica integral de la restructuracin capitalista que se ha ido desplegando en las


sociedades occidentales desde comienzos de los 70s. Este amplio proceso de transfor-
macin socioeconmica involucr ciertamente (particularmente en los estadios tem-
pranos de esta transicin) una expulsin masiva de la fuerza de trabajo de los sectores
industriales de la economa, como lo demuestra el crecimiento vertical de las tasas de
desempleo entre fines de la dcada del 70 y comienzo de los 80s. Sin embargo, ms
importante es que result en una reestructuracin profunda del rgimen especifico de
acumulacin capitalista que haba sido hegemnico en Europa (y en grado menor) en
los Estados Unidos entre las dcadas de 1930 y 1960.
El concepto de rgimen de acumulacin fue elaborado por economistas polticos
neo-marxistas que pertenecen a la denominada escuela de la regulacin (ver Aglietta,
1979; Jessop, 1990). Esta perspectiva reconstruye la trayectoria del desarrollo capitalis-
ta a la luz de la tendencia contradictoria del capitalismo de generar, por un lado, crisis e
inestabilidades, y por el otro, consolidar nuevas instituciones, nuevas normas y nuevas
orientaciones culturales en respuestas a esas crisis8. De acuerdo a esta perspectiva, cada
rgimen diferente de acumulacin capitalista puede ser descripto a partir de cuatro as-
pectos principales: (1) un distintivo tipo de proceso laboral, el cual identifica la forma
dominante de produccin y la correspondiente composicin de la fuerza de trabajo (por
ejemplo, produccin masiva, la clase obrera industrial); (2) una estrategia especifica de
crecimiento macroeconmico, que identifica a los sectores lideres de una formacin eco-
nmica (produccin industrial, manufactura); (3) un sistema particular de regulacin
econmica, el cual describe el marco regulatorio predominante (convenio colectivo, re-
gulacin de mercado, polticas monetarias); y (4) un modo coherente de societalizacin,
que identifica las formas hegemnicas de organizacin cultural, institucional y social
(culturas de bienestar, polticas fiscales, patrones de consumo, etc) (Jessop, 2002: 56-58).
Siguiendo a esta perspectiva, el rgimen de acumulacin capitalista fordista-key-
nesiano estaba basado en un sistema de produccin masiva-industrial centrado en la
cadena de montaje, mercados de trabajo estables regulados por amplias polticas in-
dustriales, altos niveles de sindicalizacin laboral favorecidos por un extendido siste-
ma de convenio colectivo, intervenciones pblicas significativas en las orientaciones
econmicas y culturales que favorecan el consumo masivo, y un pacto social tcito
entre el trabajo y el capital (frecuentemente mediado por un Estado intervencionista),
de acuerdo al cual los salarios altos y las generosas protecciones sociales recompensa-
ran niveles altos de productividad laboral y disciplina de trabajo. Bob Jessop resume

8 Bob Jessop y Ngai-Ling Sum sintetizaron del siguiente modo el enfoque distintivo de la escuela de re-
gulacin: El enfoque de la regulacin es una variante de una economa evolutiva e institucional que
analiza la economa en su sentido ms amplio, en tanto que incluye tanto factores econmicos como
extra-econmicos. Interpreta la economa como un conjunto socialmente integrado, socialmente regu-
larizado y estratgicamente selectivo de instituciones, organizaciones, fuerzas sociales y acciones orga-
nizadas alrededor de, o al menos envueltas en, la reproduccin capitalista (Jessop y Sum, 2009:91).
30 Alessandro de Giorgi | Castigo y Economa Poltica

del siguiente modo la consistencia interna entre las dimensiones econmicas, institu-
cionales y culturales de este rgimen especfico de acumulacin:

Si el Estado-nacin de bienestar keynesiano ayud a asegurar las condiciones para la ex-


pansin econmica fordista, la expansin econmica fordista ayud a asegurar las condi-
ciones para el Estado-nacin de bienestar keynesiano. Los derechos de bienestar social,
basados en la ciudadana nacional, ayudaron a generalizar normas de consumo masivo y
de ese modo contribuyeron a niveles de demanda de pleno empleo; y ellos estaban susten-
tados a su vez por un compromiso institucionalizado que involucraba a sindicatos y em-
presas fordistas (Jessop, 2002: 79).

La desaparicin gradual de este modelo de desarrollo capitalista en las economas


occidentales durante la dcada de 1970 fue impulsada por varios aspectos generadores
de crisis del paradigma fordista-keynesiano, tales como la cada constante de las ga-
nancias capitalistas producida por la radicalizacin de los enfrentamientos de clase, la
crisis fiscal del Estado de Bienestar, precipitada por las demandas crecientes de provi-
siones sociales (acompaada, particularmente en los Estados Unidos, con el aumento
de los movimientos anti-impuestos), las tendencias inflacionarias generadas por altos
salarios y altos gastos en asistencia social, la saturacin de los mercados domsticos
para los bienes duraderos, y la prdida de la ventaja comparativa sufrida por las eco-
nomas occidentales en el despertar de la globalizacin econmica.
En sociedades liberales como Estados Unidos, cuya historia econmica fue tra-
dicionalmente inclinada hacia un modelo laissez-faire de desarrollo capitalista basa-
do en mercados desregulados, mnimas intervenciones pblicas en la economa y un
sistema de protecciones sociales parecido a un Estado caritativo (Wacquant, 2011),
el desmantelamiento del rgimen fordista-keynesiano se desenvolvi en una variante
neoliberal caracterizada por la extrema flexibilidad del mercado laboral, un descen-
so vertical de la sindicalizacin laboral, una reduccin drstica de las provisiones del
bienestar y niveles de desigualdad socioeconmica en auge (Sennett, 1998; Shipler,
2004; Katz y Stern, 2006). En este sentido, la crisis del paradigma fordista-keynesiano
y el concurrente proceso de reestructuracin capitalista implicaron mucho ms que la
expulsin de una fraccin significativa de la fuerza de trabajo industrial del sistema de
produccin el nico aspecto plasmado por el estrecho enfoque de la vieja econo-
ma poltica del castigo acerca del desempleo y el encarcelamiento. Efectivamente, la
transicin a un rgimen de acumulacin post-fordista/post-keynesiano adopt la for-
ma de una amplia ofensiva capitalista contra la fuerza de trabajo, en un intento exitoso
por romper el compromiso fordista-keynesiano y restablecer las condiciones adecua-
das para una rentable acumulacin capitalista en una economa globalizada: una dis-
ciplina de trabajo ms estricta, mayores niveles de flexibilidad laboral, condiciones de
trabajo ms inseguras, menos protecciones sociales y una elevada competencia entre
los pobres para trabajar. Este proceso de reestructuracin capitalista logr producir un
desplazamiento significativo en el balance de poder desde el trabajo hacia el capital.
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Como lo afirma Melossi, en algn momento, a mediados de los aos setenta el siste-
ma social comenz a exprimir a la clase obrera para el jugo de la produccin, no slo
con una mano, sino con ambas al mismo tiempo (Melossi, 2012b: 279-280).
En el contexto de este realineamiento general del poder social por toda la estructura
de las sociedades tardo-capitalistas, es donde debe situar su crtica un anlisis materia-
lista del cambio penal contemporneo. Y como tal, debe ser capaz de tomar en cuen-
ta no nicamente las dinmicas cuantificables del mercado laboral, sino tambin las
transformaciones polticas, institucionales y culturales que contribuyeron a redefinir
las estructuras existentes de desigualdad socioeconmica en el despertar de un nuevo
y emergente rgimen de acumulacin capitalista.
Con miras a ilustrar algunas de las implicancias tericas de este giro cualitativo,
vuelvo una vez ms a la formulacin original de Rusche acerca del concepto de menor
elegibilidad como la lgica que gobierna la relacin entre castigo y estructura social:

Todos los esfuerzos dedicados a la reforma del sistema punitivo encuentran su lmite en
la situacin de las capas ms bajas, pero socialmente significativas, del proletariado, a las
que la sociedad pretende mantener alejadas del crimen. Por ello, toda reforma del sistema
penal, por ms humanitaria que pretenda ser, est condenada a permanecer en el nivel de
mera fantasa (Rusche, 1984: 267, nfasis agregado).

Lo que querra sugerir aqu es que el concepto de Rusche de la situacin de las


capas ms desfavorecidas, pero socialmente significativas, del proletariado (Rusche,
1984: 267) se presta a una considerablemente ms amplia conceptualizacin que el
enfoque estrechamente economista privilegiado por la mayor parte de la literatura en
desempleo y encarcelamiento: una que fomenta una integracin productiva entre la
tradicional critica materialista del castigo y algunas de las temticas tericas plantea-
das por las recientes sociologas del giro punitivo.
De hecho, si el poder relativo de la fuerza de trabajo en una economa capitalista
est determinado en ltima instancia por el valor econmico de su trabajo9, la situa-
cin general de esa fuerza de trabajo su posicin contingente al interior de las jerar-
quas existentes de mrito social, o su valor social no es simplemente el producto
de la estrecha dinmica econmica. Ms bien, resulta de la continua interaccin entre
los procesos estructurales de transformacin econmica (modos de produccin, patro-
nes de crecimiento econmico, dinmica del mercado laboral), las tecnologas guberna-
mentales de regulacin social (variedades de asistencia social o planes de trabajo, estra-
tegias de intervencin pblica en la economa, acuerdos poltico-institucionales, modos

9 Lo que a su vez depende de la presin ejercida por la poblacin desempleada en el mercado de traba-
jo, la cual llena las filas del ejrcito industrial de reserva marxista: Durante los periodos de estanca-
miento y prosperidad media, el ejercito industrial de reserva o sobrepoblacin relativa ejerce presin
sobre el ejercito obrero activo, y pone coto a sus exigencias (Marx, 2011: 795).
32 Alessandro de Giorgi | Castigo y Economa Poltica

de regulacin / desregulacin econmica, patrones de redistribucin / concentracin de


la riqueza) y dinmicas discursivas y simblicas de reproduccin cultural (taxonomas
de raza y de gnero acerca del valor social, narrativas predominantes sobre el mrito
y el desmrito). En otras palabras, la situacin general de las clases sociales margi-
nadas est determinada tanto por su lugar en la estructura econmica como por su po-
sicin en la economa moral de las formaciones sociales capitalistas (Sayer, 2001).
Debe sealarse aqu que este continuo proceso de redefinicin del valor econmi-
co y social del trabajo representa una caracterstica constante en la historia del capi-
talismo, y que la trayectoria de este reposicionamiento de la fuerza de trabajo en la
estructura social tiende a seguir un patrn bien definido: la situacin general de las
clases marginadas tiende a mejorar cuando una dinmica estable de valorizacin ca-
pitalista garantiza periodos extendidos de crecimiento econmico y estabilidad social,
mientras que tiende a deteriorarse cuando la crisis de un modo especifico de desarro-
llo impulsa a las formaciones sociales capitalistas a revolucionar el sistema de pro-
duccin y provocar un nuevo rgimen de acumulacin (Marx, 1867 (1976): 896-904).
Siguiendo esta perspectiva, una economa poltica post-reduccionista del giro punitivo
en Estado Unidos debe analizar la cambiante situacin de las clases marginales frente
al contexto de los procesos econmicos y extra-econmicos que redefinieron la posicin
de los pobres al interior de la economa material y moral de la sociedad norteamericana.
A lo largo de las ltimas tres dcadas, los procesos estructurales de transforma-
cin capitalista (desindustrializacin, reduccin de personal, tercerizacin, etc), redu-
jeron significativamente el valor econmico del trabajo asalariado y consolidaron una
tendencia hacia el aumento de la inseguridad laboral, salarios decrecientes, horas de
trabajo extra, y un crecimiento general en los niveles socialmente aceptables de ex-
plotabilidad de la fuerza de trabajo norteamericana (Schor, 1992; Sennett, 1998; Ehr-
enreich, 2001). Al mismo tiempo, una amplia reconfiguracin de las estrategias gu-
bernamentales de regulacin social como la transicin de la asistencia social a los
planes de trabajo, el creciente nfasis poltico-institucional en la responsabilidad in-
dividual, y la emergencia de formas de gobierno neoliberales que alentaron la sece-
sin de los exitosos en campos como los impuestos, la vivienda, la educacin, etc.
(Reich, 1991) erosion el acuerdo fordista-keynesiano, profundizando las fracturas
sociales en base a las divisiones de raza y clase. Por ltimo, en el campo de la signifi-
cacin cultural, la poderosa influencia neoconservadora en los debates pblicos sobre
la desigualdad socioeconmica reforzada por la emergencia cclica de pnicos mo-
rales racializados acerca de la clase marginada, la dependencia de la asistencia social,
el delito callejero y las drogas, la inmigracin ilegal, etc. contribuy a consolidar
representaciones hegemnicas de los pobres como indignos y potencialmente peligro-
sos (Handler y Hasenfeld, 1991; Gans, 1995; Quadagno, 1995).
En el campo de las polticas penales, el amplio marco materialista esbozado ante-
riormente permitira a la economa poltica del castigo superar su tradicional nfasis
en el costado instrumental de la penalidad, y analizar la emergencia del Estado penal
norteamericano desde el punto de vista de su impacto en cada uno de los diferentes ni-
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veles en los cuales esta reconfiguracin amplia de la estructura social (y de la situa-


cin de las poblaciones marginadas) ha tenido lugar desde la dcada de 1970. En esta
direccin, una crtica post-reduccionista del giro punitivo debe, por supuesto, enfatizar
la dimensin estructural de las prcticas penales recientes, ilustrando su rol instrumen-
tal en imponer la disciplina de la mano de obra desocializada entre las fracciones esta-
blecidas del proletariado [] aumentando el coste de estrategias de escape y resisten-
cia que conducen a los jvenes de la clase baja a los sectores ilegales de la economa
de la calle (Wacquant, 2011: 20). Pero tambin debera analizar los efectos guberna-
mentales extendidos de las tecnologas penales particularmente, en conjuncin con
otras herramientas para la regulacin socioeconmica, como las polticas sociales y
fiscales e ilustrar sus tendencias a reproducir y reforzar desigualdades existentes en
la estructura socioeconmica. Ms importante, no obstante, debe elaborar una crtica
materialista, culturalmente sensible, de las consecuencias simblicas de las formas pe-
nales contemporneas, y analizar cmo las representaciones hegemnicas de meritorio
y no meritorio resuenan con (y a su vez le da legitimidad cultural a) un emergente mo-
delo post-fordista de produccin capitalista, cuyo rgimen de acumulacin est funda-
mentado en la devaluacin material y simblica del pobre y de su trabajo.
Finalmente, el desplazamiento epistemolgico aqu propuesto permitir a la crimi-
nologa neo-marxista abordar las polticas penales ya no como el resultado de las re-
laciones de produccin capitalistas (una superestructura de la economa capitalista,
en el lenguaje del marxismo ortodoxo), sino como un conjunto de prcticas materiales
y simblicas que contribuyen a la reproduccin global de las formaciones sociales ca-
pitalistas y de sus especficos regmenes de acumulacin.

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