Mujeres Mir
Mujeres Mir
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des/armando la memoria
323.340983
M953m Mujeres en el MIR : des/armando la memoria /
Margarita Fernndez ... [et. al.]. -- 1a. ed.
Santiago de Chile : Pehun, 2017.
336 p. ; 15,5x21 cm. - (Testimonio)
ISBN: 978-956-16-0772-9
Edicin al cuidado de
Equipo Pehun Editores
Diseo
Mara Jos Garrido y Alexandra Niehaus
Portada
Camila Uribe F.
Ninguna parte de este libro puede ser reproducida, transmitida o almacenada, sea por
procedimientos mecnicos, pticos, qumicos, elctricos, electrnicos, fotogrficos,
incluidas las fotocopias, sin autorizacin escrita de los editores.
Margarita Fernndez
Viviana Uribe
Teresa Lastra
Patricia Flores
Prlogo e Introduccin
Carmen Castillo y Nubia Becker
ndice
Prlogo ................................................................................................ 09
Introduccin ........................................................................................ 15
Margarita Fernndez
Palabras a mi tribu .............................................................................. 19
Viviana Uribe
La vida en tiempos rebeldes ............................................................... 113
Teresa Lastra
La luminosa vida ................................................................................. 187
Patricia Flores
De sueos y porfas por la vida justa ................................................ 251
Prlogo
E
nero de 2017. Era una tarde de verano. La carta de Viviana, recibida
en Pars, ya me haba alertado. Se trataba de cuatro relatos de mu-
jeres en el MIR, escritos a lo largo de ms de dos aos en un taller
literario dirigido por Nubia Becker, tambin ella una mujer en el MIR.
Cuatro historias de vida que se entrelazaron durante esa larga travesa de
compromiso poltico, asumido por ellas desde las entraas.
Viviana escribe, invita. Ella, su trabajo y su aliento, inscritos en mis
dos pelculas en torno a la memoria. Acept sin dudar, como se acoge el
pedido de una amiga, honrada, emocionada por la confianza, obligndome
a dar el salto por sobre aquel demonio de la ilegitimidad que me paraliza
an hoy cuando, desde la lejana y consciente de la pobreza de mis palabras,
intento comunicar el impacto que la lectura de estos textos me produjo.
Han transcurrido varios meses desde mi primer encuentro con ellas.
Recuerdo que el canelo estaba florecido, que la vegetacin espesa de ese
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Prlogo
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Introduccin
A
c en Santiago, hace algo ms de dos aos, naci la idea de escribir
este libro. Fue en una reunin de ex combatientes para conmemorar
los das de preparacin en el exilio para volver a la lucha contra
la dictadura. Pero aquella vez, ms que hablar del pasado, la conversacin
deriv al presente de las movilizaciones juveniles que se expresaban contra
la mercantilizacin de la educacin y a favor de una educacin pblica y
de calidad para todos. Tambin manifestaban un profundo repudio por
las instituciones del Estado y los partidos polticos. Y sus consignas bus-
caban, tanto en su propia experiencia como en el pasado del movimiento
revolucionario de los aos sesenta y setenta, expresar las razones de su
indignacin. Sintonizaban con aquellas y, algunos casos, con el recuerdo
idealizado y mtico del MIR. Pero nos quedaba claro que la situacin
actual era muy distinta a la vivida en esos tiempos de revoluciones que,
saltando por sobre el conservadurismo pacato, se abra a los cambios ms
audaces acompaada por poderosos movimientos sociales, reforzados por
la multitud de jvenes y mujeres que entraban a militar en los partidos, a
los sindicatos, a las universidades, y se creaban nuevos referentes polticos
para representar a sectores marginados. Era un tiempo en que los partidos
polticos tenan propuestas nacionales y expresaban los intereses de sus
representados y no meras cpulas de poder para mantener el statu quo y
asegurar los cargos vitalicios. As mismo, viejas instituciones como la iglesia
catlica tena en su seno un sector progresista que apoyaba los cambios,
enarbolando el evangelio, el Evangelio de los Pobres.
En esas conversaciones constatbamos tambin que el modelo
impuesto por la dictadura y consensuado por la Concertacin haba
penetrado profundamente en el ser nacional, tanto en las organizaciones
como en las personas. El individualismo consumista y conservador haca
estragos en las vidas y proyectos transversalmente a todo nivel. Tampoco
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haba espacio para los sueos, menos para las utopas y cunda el estado
de nimo poltico del mal menor. De ah nuestro inters por lo que pa-
saba con las asonadas juveniles que emergan como una luz de esperanza
en un mundo chato y gris. Sin embargo, nos preocupaba la idealizacin
de ese pasado, temamos que en su bsqueda de referentes cometieran
el error de no leer correctamente el signo de los tiempos y las enormes
diferencias que separan estos dos perodos. Pensbamos que vala la pena
transmitir la historia de ese proceso desde la experiencia de los diversos
actores comprometidos para ponerla a disposicin de este mundo juvenil
poltico emergente que sin duda, como ciudadanos de este mundo, tienen
sus propios y nuevos saberes, necesidades y experiencias adems de su
ilimitado acceso a la informacin. En consideracin a ello buscbamos
contribuir, como testigos y actores en ese tramo de la larga lucha, a lograr
el enlace entre el pasado y el presente con las vivencias testimoniales
acerca de la diversidad de sectores polticos que conformaron el MIR:
estudiantes, cristianos, dirigentes sindicales, trotskistas, socialistas y una
diversidad incontable de jvenes venidos de todas partes; tambin narrar
algo as como la tica revolucionaria, la dedicacin, el trabajo en la base
popular, el desprendimiento y el coraje de la militancia, pero desde una
visin crtica de los errores cometidos: las rigideces doctrinarias con las
que enfrentamos la poltica en los drsticos momentos del proceso que
nos toc vivir; el excesivo eurocentrismo de nuestras fuentes ideolgicas
en relacin a la escasa influencia de idelogos y experiencias revolucio-
narias latinoamericanas al momento de disear la estrategia; o la falta de
un anlisis claro de la situacin en Chile cuando se lanz la poltica de
retorno, por ejemplo. Porque si bien los mitos perpetan la memoria, lo
que de hecho es bueno y ayuda a alentar la moral combatiente, tambin
pueden obstaculizar la mirada objetiva para encontrar el camino propio
para la accin y la concrecin de los ideales.
Este libro de memorias que aqu se expone, rescata las vidas de cuatro
mujeres militantes que, desde fines de los sesenta, participaron activamente
desde el MIR en aquella avalancha de gente que se movilizaba empujando
el proceso de los cambios que anhelaban tantos.
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Introduccin
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lugar en la larga tarea de retomar el camino de los cambios a los que han
dedicado su vida.
Por todo ello: para reflexionar sobre ese pasado y su papel de mujer
militante y en el rol que les cabe en la etapa actual, dieron a luz este libro de
la experiencia vivida como un dato de la causa para la causa revolucionaria.
Finalmente, como parte del proceso, me correspondi hacer el taller
que permiti recoger desde la memoria de estas compaeras la pica de
esta gesta del siglo XX, en la que nosotras, las mujeres, saltando por sobre
los obstculos y dejando atrs las barreras patriarcales tuvimos un papel
destacado. Fueron meses de encuentros programados mensualmente en
los que se revisaba el pasado, se discuta con ardor sobre el presente, se dis-
frutaba de la amistad. La nica exigencia era traer un texto escrito para ser
ledo. As, pasaron volando dos aos de gran esfuerzo y creatividad, donde
personalmente me rearm con la energa y el coraje de mis compaeras y
reafirm mi conviccin de que no fue en vano la lucha, pero por sobre todo
se logr la valiosa meta de dejar este legado para la historia.
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PALABRAS A MI TRIBU
M argarita F ernndez
E
scribo sobre todo para ustedes, mis hijos, que vivieron las consecuen-
cias de mis decisiones y an tienen preguntas que no son sencillas de
responder en una conversacin de sobremesa. Hacerlo es contribuir, en
parte, a reparar los daos vividos, pedir perdn por los costos y agradecer esa
renovada indulgencia que emerge desde ustedes para mirar a la madre que les
toc. Siento que sin duda, hoy estn en buen pie para acogerme de un modo
ms completo y amoroso, con menos dolor y cuestionamientos. Tambin escribo
para mis padres, abuelas, hermanas, hermanos y tas que dejaron en m otras
historias de compromisos, coherencia, solidaridad y bsqueda de justicia.
Un necesario prembulo
Nos iniciamos en la poltica desde la izquierda y en particular desde el MIR,
tratando de potenciar un perodo pre-revolucionario en el que estuvieron en
juego sendas transformaciones a favor de los desposedos. Luego supimos de la
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Palabras a mi tribu
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Palabras a mi tribu
Los liceos recin creados, haban abierto las puertas para recibir a
miles de nias que deseaban estudiar y cuyos padres vean en ello una
posibilidad de movilidad social. Yo estudiaba junto a Silvia, en el Liceo
n 2 de Nias, ubicado en Matucana, entre Erasmo Escala, Moneda y
Chacabuco, muy cerca de la Quinta Normal. All asistan cerca de dos
mil nias en las jornadas de maana y tarde. A lo largo de los diez aos
que pas entre sus paredes desde el 4 bsico al 6 de Humanidades
estall entre los jvenes de mi generacin, como en muchas partes del
mundo, la ruptura con las tradiciones. Comenzbamos a reconocernos y
a reivindicarnos como juventud y en ella se asentaba la rebelda con las
normas vigentes y las condiciones sociales. Para nosotras, niitas de liceo
de reas populares, la rebelda tom formas particulares. Nuestro curso, de
ms de cincuenta nias de alrededor de trece aos, arm dos equipos que
competan por una fantasiosa copa futbolera, inspirado de la obtencin
del tercer lugar en la Copa Mundial de Ftbol del ao 1962. Tenamos
como referencia a Honorino Landa, Misael Escuti, Tito Fouilloux y Leo-
nel Snchez y ramos un quebradero de cabeza para nuestras profesoras.
Luego, comenzamos a pololear y nos influenciaban las ideas del amor
libre, aunque nos costaba todava mucho entender de qu iba eso y dar el
paso a su prctica. Algunas comenzaban a perder la virginidad, an en forma
oculta, pero con ms apertura que la de nuestras madres que nos cuidaban
como tesoros para llegar vrgenes al matrimonio. Surgan tambin, apoya-
das por algunas revistas circulantes, los primeros esbozos del feminismo,
expresados en las discusiones sobre si casarse o no, usar o no sostn, estudiar
o no en la universidad, trabajar o no trabajar, ser o no dueas de casa.
Nos fuimos haciendo social y polticamente conscientes con novelas
como Subterra, Subsole, Hijo de ladrn o Las uvas de la ira, lecturas que nos
inundaban de visiones sobre injusticias y desigualdades. Ya ms grandes,
comenz la participacin poltica. Hacia fines de los sesenta, las masivas
huelgas de profesores y la solidaridad que despertaron en los estudiantes,
nos condujo a la primera toma del liceo. Tambin, por entonces, la guerra
de Vietnam, ese pequeo pas que enfrentaba al gigante del Norte, nos
llev a marchar por las calles del parque Forestal, frente a la embajada
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Palabras a mi tribu
podra criar a los nios con un ttulo colgado en la pared. Mis intentos de
rebelda eran acallados entre la fuerza y el amor. As haba logrado aislarme
de mi grupo de amigas de la infancia y adolescencia, las cuales ganaban
en libertad cotidianamente. A los diecinueve aos me tragu el amor y la
pena para cortar esa relacin asfixiante.
El da que la romp, encontr la valenta para contarle a mi padre sobre
la virginidad perdida. Su afirmacin de que ello no tena ninguna impor-
tancia para mi futuro, implic un vuelco en mi proyecto de vida. Con ello
relativic las normas y la reglas que nos sometan a las mujeres y gan en
una autonoma que ya no volv a extraviar bajo ninguna circunstancia. Fue
una ruptura profunda con la idea de otorgarle poder a otro sobre mi vida,
lo que barri tambin con las reglas del matrimonio y el proyecto de ser
una madre tradicional. No experiment frustracin con esa prdida, sino
un alivio profundo. La ruptura tan ntima me volc hacia la bsqueda de
nuevos roles y proyecciones. De all al MIR, a la ruptura de las reglas de la
sociedad en esa poca de transformaciones, fue solo un paso. Mi proceso
interno se encontr de frente con el ascendente torbellino que experimen-
taba la sociedad y la participacin en los cambios se volvi una necesidad.
Allende postulaba por cuarta vez a la presidencia en 1970, representando
las esperanzas de miles de trabajadores entre los que se encontraba mi familia.
Su empeo desde haca aos de aglutinar a la izquierda, despus de varios
intentos, haba acumulado la fuerza necesaria, aunque no mayoritaria, para
ser una alternativa. Yo cumpla mi segundo ao de universidad esa tarde del
4 de septiembre, cuando en la casa de mi abuela frente al nico televisor
en blanco y negro seguamos, nerviosos y expectantes, paso a paso los
resultados electorales. Allende ganaba la eleccin con una mayora relativa,
la cual deba ser ratificada por el Congreso una vez firmadas las garantas
constitucionales que le exigi la derecha y la Democracia Cristiana para
reconocerle el triunfo.
Nos volcamos a la calle a celebrar y en medio de la multitud, escuch
con atencin al futuro presidente, que nos instaba a participar de la revo-
lucin, a construir el socialismo y trabajar por la igualdad. A la chilena, por
la va democrtica y constitucional, con empanadas y vino tinto.
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una pregunta tan directa sobre una militancia que se supona clandestina.
Me interrog con inters pero muy serio, sobre qu era lo que quera.
Yo vena de un trabajo voluntario realizado en el asentamiento
campesino Flor del Norte, fruto de la Reforma Agraria, ubicado en los
alrededores de la ciudad de Ovalle. Cientos de estudiantes habamos salido
desde la Estacin Mapocho a comienzos de enero de ese ao en un tren
de trocha angosta con destino a diversos lugares rurales del norte chico
a participar de la batalla de la produccin. El tren demor 24 horas en
llegar a Ovalle y el alegre grupo cant canciones comprometidas, ri con
los chistes e intercambi largas y amenas conversaciones, compartiendo
huevos duros durante el viaje. Junto a mi hermano Mario y mi primo
Walter, a la fecha con catorce aos. Mi hermano no paraba de decir qu
buena uuunda, lo que le vali el mismo apodo, o sea el uunda por el
que fue conocido en el campamento. Al llegar a la estacin de destino esa
madrugada, nos subimos a un gran tractor que nos transport al asenta-
miento, entre cerros que cambiaban maravillosamente de color, del oro
al ocre y del ocre al morado. El grupo se cohesion alrededor de la tarea
asignada: la construccin de un gran galpn, destinado a criadero de aves
y produccin de huevos, que contribuira a satisfacer el incremento de la
demanda de alimentos, prevista por el aumento de la capacidad de compra
de los trabajadores.
Conscientes de nuestro rol, cincuenta o sesenta jvenes provenientes
de distintas clases, niveles sociales y corrientes de izquierda, trabajamos
duro ese mes en su construccin. Tres muchachos, sin embargo, escaparon
a la tarea. No se molestaban en explicar su ausencia, llegaban por la noche
al calor de la fogata y luego se dorman cansados, como todos nosotros,
para madrugar y salir a un nuevo quehacer al da siguiente.
El penltimo da de ese inolvidable mes de enero del 71, un hecho
fortuito cambi el rumbo de mi compromiso. Habamos finalizado nuestra
obra y nos preparbamos para regresar a Santiago. Las boinas negras con
la estrella en la frente, que rememoraban al Che y eran el smbolo juvenil
del proceso en marcha, se desplazaban por el campamento recogiendo los
distintos brtulos.
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graves problemas que nos afectaban y que nos empujaban, casi slo por
tica, a trabajar por los cambios.
El cordn de miseria que rodeaba la pequea ciudad de Santiago, las
casuchas de madera, construidas precariamente, la falta de agua potable y
saneamiento bsico donde los nios se moran como moscas por las dia-
rreas infantiles y la neumona. Las tareas que realizbamos eran sencillas y
consistan en colaborar en resolver el hambre, mejorar la higiene, ensear
la preparacin de mamaderas, hacer las zanjas y elaborar proyectos para
instalar letrinas. Pero nos brindaban una oportunidad para dialogar con
los pobladores y contribuir a su organizacin.
En salud, los equipos debatan sobre todo de educacin popular y
de transformaciones. Era una poca en que, fruto de la inversin estatal
en educacin gratuita, comenzaban a masificarse los profesionales y una
parte de nosotros senta la necesidad de retribuir a la sociedad el aporte
que sta nos haca. A pesar de lo cautivante de estas prcticas, al egresar
a mis veintids aos el ao 1973, tuve la oportunidad de sumarme a un
proyecto completamente nuevo que me vinculara al trabajo sindical. Estaba
en construccin el Parque O'Higgins en Avenida Matta al llegar a Blanco
Encalada, otro smbolo del gobierno de Allende que qued a medio camino
con el golpe militar. All se proyectaba la creacin de una gran Central
de Alimentacin que distribuira raciones de comida a casinos populares
perifricos. Luego fue privatizada y all se instal INACAP1. El Parque se
haba diseado como un gran espacio recreativo y cultural con potencia-
lidad de integrar a las diversas poblaciones del pequeo Santiago. Dotado
de grandes y preciosas reas verdes, centros de evento, talleres artesanales
y numerosos restoranes que ofrecan diversas alternativas gastronmicas,
sus principales atracciones eran la discotheque La jaula y la pea folklrica.
Cuando se puso en marcha, rpidamente se organiz el sindicato.
Me sum como delegada al Cordn Industrial O'Higgins que haba sido
creado a fines del ao 72. Como en muchos lugares, estos, considerados
como grmenes de poder popular, haban surgido despus del gran paro de
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Instituto Nacional de Capacitacin.
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esa suerte de mini ensayo del golpe militar. La brigada llegaba hasta las
fbricas que nos pedan auxilio. Resultaba raro, pero unos veinte o treinta
participantes nos vestamos, por decisin del sindicato, con unas cotonas
azules de mezclilla, cascos amarillos y portbamos cuando salamos, una
bandera chilena y unos palos. Yo a mis veintids aos, era la nica mujer
y una de las ms jvenes integrantes.
El parque est ubicado frente al regimiento Tacna y una de las tareas
del sindicato era la confraternizacin con los soldados. Los pelaos como
les llambamos a los muchachos que hacan el servicio militar, concurran
en masa los das viernes a los lugares de entretencin, especialmente a la
pea folklrica, la discotheque La jaula y a los restaurantes del pueblito
para divertirse. Nuestro sindicato se preparaba esos das para sostener con
ellos madrugadoras conversaciones sobre el acontecer del pas.
La crisis vena dividiendo en forma germinal, pero vertical y hori-
zontalmente, a las FFAA y una de nuestras polticas era influenciar a las
clases, suboficiales, tropas y soldados, buscando evitar su sumatoria a la
actividad golpista. Nos toc vivenciar esa incipiente ruptura en forma
directa la misma noche del Tanquetazo del 29 de junio. Recuerdo que
despus de la multitudinaria concentracin convocada por Allende en la
Plaza de la Constitucin, donde miles de personas coreaban con fuerza
crear, crear poder popular, nos acuartelamos en la empresa donde
nuestra compaera era interventora. Pasada la medianoche, un pequeo
grupo de las mujeres de nuestro GPM decidi concurrir al cuartel de San
Isidro a distribuir propaganda antigolpista. La guardia las sorprendi
distribuyendo panfletos con la consigna Soldado no dispares contra
el pueblo a grupos de pelaos que se agolpaban en la reja de entrada
para recibirlos. Luego de un intercambio abierto sobre su militancia
en el MIR, fueron ingresadas al cuartel. Las ubicaron en una antesala
y les indicaron a los pelaos tomar asiento a su alrededor. Esa noche los
pelaos hablaron con nuestras compaeras sobre la situacin del pas y
las salidas golpistas en preparacin, formularon preguntas y escucharon
nuestros argumentos. Las compaeras fueron liberadas a las 5:30 de la
maana, antes de que se produjera el cambio de guardia y ellos fueran
sorprendidos en ese acto.
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El da del golpe
El golpe militar no nos sorprendi. Todos las informaciones que circu-
laban por las redes partidarias de contacto con el mundo militar lo venan
informando y era evidente, desde las huelgas de profesionales, gremios y
camioneros; los grupos de mujeres que tiraban trigo al comandante en jefe
del Ejrcito (Carlos Prats) en su propia casa y el tanquetazo del 29 de junio,
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Miguel Enrquez. Discurso en el Teatro Caupolicn en julio de 1973.
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Estacin Central.
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tren que vena del sur hacia la estacin Mapocho. La lnea frrea pasaba
a unas dos cuadras de nuestra casa. A esa hora, muchos trabajadores tra-
taban de acortar los tiempos y distancias a travs de este medio. No haba
estacin, pero sus conductores bajaban la marcha a una velocidad mnima
para permitir que las personas pudieran subirse.
A medida que mi barriga iba creciendo se me haca ms difcil correr
al lado del tren para poder colgarme de alguna de sus puertas. Siempre cre
que el conductor del tren al verme, reduca an ms la velocidad para per-
mitir que Juan me empujara hacia arriba. Cuando yo ya estaba arriba, Juan
lograba colgarse de algunas de las barras de las puertas. Llegbamos hasta
la estacin Mapocho y all nos separbamos. Yo tomaba un bus que bajaba
por Independencia y nos concertbamos para encontrarnos en la tarde en
casa. l sala a hacer sus tareas y Alicia o yo apoybamos sus contactos luego
de las horas de oficina.
El cinco de octubre de ese ao, nos golpe la muerte de Miguel Enrquez
en la calle Santa Fe. A m, me doli doblemente la detencin de Carmen
Castillo con sus ocho meses de embarazo. Recuerdo haber llorado mucho,
por ella y su hijo, nio que luego muri en un hospital en Inglaterra. La
muerte de Miguel y las sucesivas detenciones nos hacan preguntarnos hasta
dnde era posible la permanencia en Chile de nuestra dirigencia y cmo
detener esa oleada de cadas. En la poblacin exista ms temor a prestar
colaboracin, sobre todo porque ya no haba esperanzas de que las cosas
cambiaran a corto plazo como al comienzo. Los cercos se estrechaban y era
ms difcil obtener apoyos. Adems haban miles de personas cesantes, que
haban sido expulsadas de sus trabajos tratando de sobrevivir. Debamos
ser autnomos en nuestros recursos, infraestructura y dineros.
Sopesbamos lo difcil de resistir, pero estbamos muy lejos de pensar
en replegarnos nosotros.
Percibamos la escisin de nuestro discurso con la realidad. Los
microfilms que nos llegaban con documentos ocultos en inimaginables
barretines hablaban de la resistencia del pueblo, en las crceles y centros
de tortura. Y haba resistencia, a veces heroica, sin duda, pero era defen-
siva. En cuanto a nosotros, no lo saba entonces, sino ms tarde, nuestros
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que haban llegado haca un par de semanas a los alrededores del canal San
Carlos, ubicado a media cuadra de su casa. Sal de all; media hora ms tarde
sta fue allanada y se llevaron a la Chica. Su niita, Andrea, qued con sus
padres, y scar se vio obligado a salir del pas. Los cercos se estrechaban.
La querida Chica estara siendo brutalmente violentada. Cmo
transmitirle fuerza y amor bajo esas circunstancias? Esta situacin me
puso de cara a una enorme decisin a tomar. No saba si me haban se-
guido. No poda avisar a Juan. Comenc a experimentar la prdida de mi
vida y una enorme vulnerabilidad. Sub al servicio a terminar mi ronda
pensando en irme de all. Deba irme pero dnde ir? No lo hice inme-
diatamente, todava incrdula de que me hubiesen seguido desde su casa.
A las 11 de la maana me llamaron desde la direccin. Baj los siete pisos
que nos separaban definiendo si deba pasar de largo y seguir hacia afuera
del hospital. Pero en el primer piso un grupo armado con uniforme de la
Fuerza Area me tom bajo su control. Me sacaron del hospital en medio
de ametralladoras hacia unas citronetas estacionadas en su jardn anterior.
Me subieron a una de ellas y en el asiento del lado estaba mi padre. Lo
haban detenido en su casa a las 7 de la maana.
Sent primero una profunda tranquilidad, todo mi ser reaccionaba
concentrado, no vivenciaba el miedo. Luego aprend que soy contrafbica
y los miedos se me vienen sorteadas las situaciones. Deba proteger a mi
padre y a mi nio. No tena ninguna ecografa que lo indicase, pero yo
saba que era un nio.
En esa citroneta, con prohibicin de mirar hacia los lados, seguida
de otras tres donde se movilizaba un grupo armado de civil, atravesamos
Santiago. De reojo vea pasar las calles, la gente, el bello da de sol. Mi alma
nublada, profundamente triste. Mi nio y yo ya no veramos a Juan, a quien
imaginaba enterndose de los hechos a travs de una llamada telefnica a
la casa de mis padres. Se derrumbaba la vida.
As llegamos a la Base Area El Bosque. Al entrar me vendaron los
ojos y me llevaron al primer interrogatorio. Cmo te llamas? Para qu si
ya saban. Dnde vives? En la casa de mis padres Dnde esta Gustavo?
Qu Gustavo? No conozco ningn Gustavo Cmo que no? El Tacho?
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grande, crespo, de ojos oscuros, blanco de tez, vestido con ambo y una
camisa abierta. No lo haba visto nunca. Dnde est Emilio? Las armas?
Qu armas? La parcela que tu compraste? Qu parcela? Dnde tienen
las armas? Qu parcela, qu armas? La que t compraste!
No haba tenido nunca, salvo el 11 de septiembre, contacto con la
fuerza central del MIR, la nica que tena equipos que guardaran armas.
O sea,no saba nada de lo que les interesaba. Poda ser una estrategia del
interrogatorio. Vincularte a las armas era lo ms grave a lo que te podan
vincular. Pero sent que no saber, era una ventaja para m. El Tacho? No
saba nada del Tacho y ellos tampoco, o al menos as pareca. Aunque la
chapa de Juan era Gustavo. Sin embargo, ese nombre lo deban haber ob-
tenido de mi padre, ya que l no conoca a Juan por otro. Entre el bueno,
que me tomaba de las manos y me hablaba de que no queran hacerme
dao, y el malo, que me daba cachetadas y me amenazaba, se hizo la
noche, a pesar de los ojos vendados lo saba, pues las luces se encendieron
y se manifestaban en un resplandor en la venda.
En un momento, ya pasadas algunas horas, sent carreras de bototos
y mucha agitacin. Lo tenemos, lo tenemos! Me sacaron con rapidez de
esa sala y me llevaron por un largo pasillo a otro lugar. Me introdujeron
en una pieza que tena una cama y me dejaron all. Cada veinte minutos o
quizs menos, llegaba a mi lado un pelotn de soldados trotando, se detena
delante de m y entre gritos hacan sonar sus fusiles, como pasando bala.
Permanecan all unos cinco minutos gritando y luego se iban trotando.
La tercera vez que llegaron supe que era otra forma de amedrentarme.
Acurrucada en un rincn slo me concentraba en darle paz a mi nio, que
agitado en mi vientre, saltaba en forma ininterrumpida. Sus saltos llegaban
a mi garganta. Le hablaba para que se calmara, tomaba mi vientre con
las manos para transmitirle mi amor. Estaba aterrada de que naciera tan
pequeo, pero a la vez quera que naciera, poder entregarlo a mis padres y
sentirlo a salvo de mi suerte.
Despus de unas horas, ya casi de madrugada, me llevaron vendada,
rodeada del pelotn que trotaba a mi lado. Me hicieron entrar en una
pieza y me levantaron la venda. All estaba Juan, amarrado a una silla
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dijeron que slo intentaran una vez ms, porque ya era evidente que el
Guti estaba informado de que estbamos presos. Creca, sin embargo, su
desconfianza. Me dijo, no lo s, pero creo que el nico que me ha hecho
huevn es tu marido.
Al da siguiente llamaron a mi padre y me entregaron a l. Mi madre
haba puesto los recursos de amparo, y nos buscaba en los distintos centros
de detencin esperando que apareciramos en las listas de detenidos, pues
durante ese tiempo estuvimos desaparecidos. Al entregarme a mi padre
me advirtieron de su vigilancia y de que no podan controlar a la DINA
ni sus actos. Si la pacificacin del pas no tena resultados, las cosas iran
muy mal para nosotros.
El MIR rechaz la oferta de pacificacin. Efectivamente, ellos desis-
tiran de su poltica y se creara el Comando Conjunto de las FFAA y la
DINA. La poltica de exterminio sobre nosotros y la izquierda resistente
se instalara a plenitud. Cada vez que lo pienso, me digo qu habra sido de
mi nio si no hubisemos transitado por ese pequeo tiempo, ese pequeo
espacio en el que intentaron diferenciarse los mtodos de los Servicios de
Inteligencia.
Al salir de la AGA, no saba dnde refugiarme. Transit por la casa de
tos que cariosamente me acogieron en Rancagua y luego en Santiago,
hasta que comenc a perder sangre. Fui a una matrona que tras auscul-
tarme y escuchar mi historia, me diagnostic una colestasia gravdica y
me deriv de urgencia al hospital San Juan de Dios. En el hospital, tras
un examen diagnosticaron sufrimiento fetal y la necesidad de una cesrea
de urgencia.
Mi nio naci el 30 de diciembre de 1974 a las 16:10 hrs, con 2 kgs
y 450 grs. en medio de la felicidad de tenerle, del terror de caer en manos
de la DINA y de la pena y la tristeza por nosotros. Esa noche, busqu el
nmero de telfono de la Academia de Guerra y llam al comandante Ca-
bezas. A pesar de la evidente sorpresa de los que intermediaron la llamada
en la AGA, me conectaron con l. Le dije que le dijera a Juan Olivares, a
quien tena detenido, que haba nacido su hijo y que necesitaba concordar
con l su nombre. No s cmo me atrev a hacerlo, pero despus de un
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El 12 de junio de 1975, el vespertino La Segunda public en primera pgina, que: Dos
mil marxistas reciben instruccin en Argentina y que se organizan guerrillas en contra
de Chile En la misma edicin, agreg en la pg. 28: Fuerzas de Seguridad del Ejrcito
argentino detectaron que dirigentes del MIR, a los cuales se da por desaparecidos en Chile
y que las organizaciones internacionales al servicio del marxismo dan por asesinados, se
entrenan en Argentina e incluso comandan compaas guerrilleras. Los das 14 y 16 de
junio, el diario El Mercurio anunci que cincuenta guerrilleros haban sido detenidos en Talca
y que otros dos grupos habran cruzado la frontera desde Argentina en un plan combinado
del MIR chileno y el ERP argentino. El diario dice que informaciones provenientes de
Buenos Aires dan cuenta de un enfrentamiento con Carabineros (polica chilena) en el
que se habran producido algunas bajas. Este fue el comienzo de la campaa que configur
el caso de los 119.
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Sabamos que haba que movilizarse con rapidez y apoyar los recursos
de amparo presentados por los abogados del Comit. Se trataba de obtener
el reconocimiento de la detencin, lo que era sinnimo de conservarlos con
vida. A veces concurramos al Ministerio de Defensa, cuando los captores
eran miembros de los servicios de inteligencia de alguna de las ramas de
las FFAA. All subamos, o suban unos pocos, a entregar las cartas con
los nombres y los antecedentes de las detenciones solicitando el recono-
cimiento. Acompabamos a los familiares ms cercanos, mientras un
grupo, permaneca en la puerta del Ministerio, en la calle Zenteno, n45.
Surgan actos que nos conmocionaban. Recuerdo a doa Luca,
profesora, de alrededor de cincuenta aos y madre de Felipe, un miembro
de la Fuerza Central del MIR, que haba sido detenido herido un mes
antes por la SIFA y no apareca en las listas oficiales. Una de esas tardes
sali del Ministerio el comandante Cabezas acompaado de su escolta
de seguridad. Luca se abalanz sobre l y tomndolo firmemente de las
solapas de su chaqueta ante el estupor momentneo de su escolta que
no lograba desprenderla lo zamarre inquirindole por su hijo. Tal era
la determinacin de Luca y el desconcierto del jefe de inteligencia, que en
un momento crucial, le pregunt por el nombre de su hijo y le reconoci
que lo tena prisionero. Al da siguiente Felipe apareci en las listas de
detenidos de esa institucin.
Esas mujeres, madres o esposas, muchas de ellas mayores de cincuenta
aos representaron lo mejor de esos tiempos. Abogaban por el respeto a la
vida y a los cdigos internacionales de tratamiento de los presos polticos,
de resguardar y mejorar las condiciones en los campos de concentracin,
comunicar esa realidad a las organizaciones internacionales de Derechos Hu-
manos y de solidaridad con el pueblo de Chile de diferentes pases. Tambin
recorran las diferentes embajadas para informar, solicitar apoyo o gestionar
las visas que permitieran intercambiar las condenas de los procesados o la
salida al exilio de los detenidos que no tenan proceso.
Encontraban efectivos colaboradores. Sobre todo en algunas embajadas
y en el Comit de Migraciones. Personas maravillosas como Roberto Kozack
y su equipo, a quienes tantos de nosotros le debemos la libertad y la vida.
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Rivas Patricio, Chile, un largo septiembre, LOM Ediciones, 2007.
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Rivas Patricio, dem.
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Programa de Empleo para Mujeres y Programa de Empleo de Jefes de Hogar.
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sola, que danzaban las mujeres de los desaparecidos. All viva las misas
hechas en los momentos ms difciles y duros, tomada de la mano junto
a otros, respetando sus creencias y aunando energas para salir del paso y
resistir los atropellos.
Iba a la Penitenciara a ver a Juan los das sbados y los martes, lle-
vando a mi nio, Ivn, para que no perdiera el contacto con su padre. De
all salamos con tareas a realizar durante la semana, compartindolas con
Chea, Pata, Claudia, Linda, y tantas otras mujeres.
En ese ir y venir, me sorprendi en marzo del 1976 la conmutacin de
la pena de Juan por extraamiento y el establecimiento de la fecha para salir
del pas rumbo a Inglaterra. No poda sino tener sentimientos encontrados.
Por un lado era algo por lo que luchbamos, esperado y soado, la libertad
para Juan y la posibilidad de volver a estar juntos, ser familia. Por otro, ese
decreto significaba abandonar lo que amaba, el quehacer que constitua
mi intensa vida de esos das, los grupos de trabajo, las organizaciones y sus
cotidianas luchas. Tena que elegir. Decid darnos una oportunidad para
vivir juntos cuidando de nuestro pequeo. Decid emprender el viaje y
enfrentar esa nueva etapa. As lleg el momento de salir del pas.
El 26 de abril de 1976, a las 16 hrs, camino al aeropuerto, acompaada
de mis padres y de mi ta abuela, en el recorrido que hizo el auto por las
casitas de pobres de las comunas de Lo Prado y Pudahuel, me brot un
llanto desgarrador. No quera partir, no quera abandonar mi pas, no quera
dejar a mi gente, mi familia, mis tareas.
Nos recibi en el aeropuerto una funcionaria de ACNUR, que nos
dej instalados a m y a Ivn, en el primer asiento del avin KLM que nos
dejara en Dakar, para luego seguir camino a Londres. Esa tarde soleada y
gris del 26 de abril, Juan lleg ms tarde junto a otro funcionario inter-
nacional que lo acompa hasta al avin a sentarse a nuestro lado. Un
abrazo intenso. Lo haba llevado al aeropuerto una comitiva de las fuerzas
de seguridad y entregado a los representantes del Comit de Migraciones.
Sentados en el avin, aun con la alegra de estar los tres juntos y libres, ya
experimentbamos la ausencia. Eleg salir con l, con un desgarro profundo
en el alma. Luego, simplemente, no pude dar vuelta esta pgina.
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Organizaciones que tomaban las casas que iban a ser demolidas para contribuir a resolver
los problemas de vivienda.
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nuestro pas, a la cual se nos haban ido sumando tambin otras causas. Y
si bien se nos abra completamente el mundo, nuestras referencias seguan
ancladas a nuestro pas y a nuestras opciones polticas. Convivamos con
el peso de la derrota, dolorosas prdidas personales, de nuestros afectos,
espacios, trabajo, y sobre todo, de nuestro quehacer poltico y social de los
aos previos.
Seguamos da a da la lucha en Nicaragua y la explosin que sacuda a
Centroamrica nos renovaba las esperanzas. El triunfo sandinista, el avance
de la guerrilla en Salvador, nos situaban de cara a una Amrica central
que abra nuevos derroteros. Mientras tanto, en Chile, las fuerzas de la
izquierda estaban prcticamente diezmadas. La represin haba pasado a
nuevas fases. Se haba organizado el Comando Conjunto de las FFAA,
dirigido por Ceballo Jones. La DINA y Manuel Contreras, haban logrado
el respaldo que aspiraban para establecer su poltica de aniquilamiento y
exterminio de los militantes de izquierda y de la resistencia. Comenzaban
tambin los cambios en el modelo de desarrollo que nos conducira a la
mercantilizacin de nuestras relaciones y a la privatizacin de relevantes
funciones del Estado.
Las preguntas recurrentes como partido eran entonces: Qu ha-
ramos? Que alternativas eran posibles? Cmo enfrentaramos este
proceso? Debatamos en las clulas, conferencias y en los comits de
solidaridad, que se multiplicaban por todas partes, el acontecer y las
opciones que se iban jugando en nuestro pas: si la resistencia avanzaba
o retroceda, si haba que prepararse para una lucha ms larga, directa y
frontal que tuviera como norte el derrocamiento de la dictadura y si esa
era una estrategia adecuada. La inquietud de esos tiempos, contrastaba
con los planteamientos que sealaban que haba que calmarse, trabajar
por la solidaridad, por la condena a la dictadura, ejercer el internaciona-
lismo y proyectar nuestro propio quehacer personal, aprovechar el tiempo
para formarse, aprender, y para vivir. Muchos daban, muy legtimamente,
paso al respiro y a la integracin a su nueva realidad, con ms o menos
recursos, condiciones y poder, logrando mediatizar el conflicto que se
produca y expresaba en nosotros.
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Mi maternidad fracturada
Luego yo tom la opcin de retornar, pero no podra regresar sin
quebrar algo fundamental: mi maternidad y, con ello, causar un dao en
mis hijos. Un dao que trat de ser aminorado en todo lo posible, pero
que sin duda gener en ellos dolores profundos. Mi decisin no ha sido
fcil de explicar a mis hijos. Despus de treinta y cinco aos, an busco
respuestas que contribuyan a sanar sus heridas y dolores. No fue fcil, pues
era 1980, apenas siete aos de instalada la dictadura y pareca, ya enton-
ces, una locura. Visto desde hoy y desde la perspectiva de la familia y los
amigos con las cuales hemos roto, en parte, el silencio, an sigue sindolo.
A veces incluso para m.
En 1979, cuando haba decidido preliminarmente ser partcipe del
retorno a nuestro pas, no saba cmo ni en qu momento ello sera posible.
La poltica nos iba dejando a las mujeres atrs, a cargo de las familias. Un
grupo de mujeres militantes, radicadas en Europa, haban comenzado a
levantar una alternativa que consista en construir condiciones para regre-
sar, otorgando seguridad a los nios, hijos de la militancia, que no podan
acompaarnos. Comenzaba a hablarse del Proyecto Hogares.
Su gestacin tom bastante tiempo y se apoy, por una parte, en
el anlisis de momentos especiales, de grandes crisis y revoluciones en
diversos pases, donde las luchas sociales derivaron en violencia, guerras
civiles, revoluciones, muertes y exilio, preguntndose qu haba ocurrido
con los nios y cules haban sido los mecanismos para tratar de garantizar
su seguridad y sobrevida. Las respuestas eran diversas y planteaban duras
problemticas.
Tambin se busc, con apoyo especializado, comprender los efectos
ms profundos de las separaciones de sus padres y cmo evitar que los
nios lo percibieran como abandono. No tenamos las respuestas, slo
sabamos que haba que buscar un espacio proclive a su desarrollo, una
forma de organizacin que acolchonara las tristezas y algunos modos de
convivencia en la que los efectos traumticos de las separaciones de sus
padres fueran minimizados.
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que necesitaba para tomar mi decisin y dar el paso de dejar a mis nios
en ese colectivo.
Al da siguiente volv a La Habana. Se fij la fecha para mi integra-
cin al grupo que me corresponda. Sera tres das despus, pues ya tena
mucho retraso. Tenia slo tres das para instalar los nios en Tarar y
entregarlos al colectivo. El primer da los llevara con un bolso de ropita,
dormiramos all, al segundo da ira a buscar ms ropitas y ellos quedaran
con Tamara y el resto de los nios, al regresar me quedara con ellos una
horas, durante la tarde, pero ellos dormiran all, yo no. El tercer da ira
a despedirme. Luego... luego, no saba cundo podra verlos nuevamente.
Hoy me parece tan violento el modo de hacerlo, pero ellos tuvieron ms
suerte que otros nios que fueron entregados en una estacin de tren a
sus padres sociales.
Volv a La Habana a tratar de explicarle a Ivn que iramos al lugar
del que tanto le haba hablado antes, que llegaba el momento concreto en
que yo no estara, como le haba hablado tantas veces. l con sus cinco
aitos no comprenda cabalmente mis palabras y confiaba en que yo no
tomara decisiones que le hicieran dao. Pero no lograba dimensionar qu
imaginaba, qu senta. Camila cmo explicarle a Camila? Con sus dos aos
solo confiaba en m. Ella estaba feliz, juguetona, activa, tiernsima como
siempre. Cmo estaran dos, tres das despus? Meses despus? Qu
pasaran en sus cabecitas cuando yo no estuviera ms? Cmo explicarle
que tendra dos mams? La ltima noche dormimos los tres abrazados.
No me cans de besarlos, uno a cada lado, bajo mis alas. Al da siguiente
nos levantamos temprano. Alrededor de las once salimos de la casa. No
quera llorar, no quera hacerlos sentir inseguros y con miedo. Llegamos a
Tarar donde se encontraron con Tamara, quien los acogi amorosamente.
Ellos se entusiasmaron rpidamente con el lugar y con los nios. Camila
pas muchas veces acurrucada por Tamara, dejndose querer, tenamos
que crear una relacin a toda prisa. Pasamos el da ejercitando el rol de
Tamara, que la reconocieran, que fuera la persona de referencia para ellos.
Ella les dio la comida, su leche, los acompa en el juego, los gui. Y en
la noche los acost. Al da siguiente volv muy temprano a La Habana a
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buscar ms ropas, sus juguetes y otras cosas tiles para Tamara. Volv a
Tarar alrededor de las 14 hrs. Mis cosas fueron trasladadas a la casa de
trnsito a la que volvera por la noche para emprender al da siguiente mi
integracin al grupo con el cual realizara mi entrenamiento. Compart
con ellos, seguan entusiasmados, sobre todo Ivn, que se integr a jugar
con los nios en el campamento. Quizs no quera enterarse, no quera
saber. Camila se sent en mis brazos y me dio miles de besos, pareca
comprender ms profundamente la situacin. Me deca: t no te vas, t te
quedas, mami. Iba de mis brazos a los de Tamara sin parar.
Cerca de las 17 hrs, emprend el regreso a La Habana. Sal de Tarar
a una tarde ploma, oscura, de un gris profundo. No s si el da estaba real-
mente as o era mi alma que haba perdido toda la luz. Camin largamente
por la orilla del mar, agot las lgrimas que me quedaban de la noche an-
terior. Al llegar a la casa de trnsito me senta vaca. Algo muy profundo
y fundamental en mi vida haba escapado de m, algo que me ha costado
terriblemente recuperar y que slo mis nietos y nietas han contribuido ms
intensamente a sanar, aunque quedar siempre la estela de esa fractura.
Esa noche, mis sueos hablaron. Me vea en la habitacin de mis padres
en mi casa materna, en un segundo piso. Tena al lado a mi madre. Frente
a nosotras, la ventana que da hacia la calle, de dimensiones no tan amplias,
aunque grande, se haba agrandado an ms. Se vea un da luminoso, de
un cielo azul muy intenso y acogedor, con nubes grandes, blancas y amplias.
Yo tena la sensacin de que mi madre iba empequeecindose, ganando
en decrepitud. No la vea fea, sino muy arrugada, frgil, pero a la vez con
una cierta eternidad. Slo mirbamos a travs del vidrio, porque algo
amenazante haba surgido afuera: un gran pjaro, volaba hacia la ventana
y aleteaba pidiendo ingreso. El pjaro era blanco, tena zonas rosas y grises
en sus alas y su pico era grande como el de un pelcano. Era atemorizador
por su tamao y su actitud. Yo me resista a abrir la ventana y senta que
deba protegerme. Mi madre al lado no reaccionaba, slo estaba a mi lado
reducindose. Tambin senta que deba protegerla a ella.
No he podido olvidar ese sueo, que expres mis procesos y senti-
mientos ms profundos. Era mi ruptura con la insondable maternidad.
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La muerte de Juan
En esos das la vida fluctuaba entre un dolor persistente por las
separaciones, principalmente de los nios. Me nublaba el alma la fra-
gilidad de sus estados, la ausencia de sus besos y manitas se me haca a
veces insoportable junto a la incertidumbre de no saber cundo volvera a
abrazarles. Fue un perodo donde estuve sin ver a mis hijos y con noticias
relativamente escasas. Las guardias nocturnas, en las que todos debamos
participar por turnos, eran momentos particularmente especiales para
repasar la vida y pensar en mis hijos. Les enviaba mi cario y mi fuerza
con el deseo de que salieran adelante. Les escriba con frecuencia con la
loca esperanza de mantenerles conectados y sin tanta sensacin de prdida.
Grababa cintas para ellos que enviaba rigurosamente cada semana. Los
echaba de menos intensamente y saba que ellos a m tambin, que no
sera su mejor momento en la vida.
Afortunadamente, cuando el perodo en el monte finaliz y nos que-
damos en La Habana cerca de diez meses, abordando nuevas tareas de
formacin antes de enfrentar el retorno, tuve la posibilidad de verles cada
fin de semana, de pasar tiempo con ellos y entregarles mi cario. No s
como ellos lo recuerdan, pero para m fue un tiempo vital. Haban tenido
momentos muy duros, pero estaban mejor, ms adaptados.
Juan ya se encontraba en Chile, adonde haba partido en abril de
1980, despus de un breve paso por Inglaterra y antes de que yo partiera
con los nios a Cuba. A pesar de que en algn rincn de mi corazn
esperaba volver a encontrarlo, nuestro amor se haba desintegrado entre
las separaciones que haban impuesto sus continuos viajes en el exilio, su
retorno y las infidelidades que haba experimentado con mucha tristeza,
pues mi salida del pas haba respondido a una apuesta por mantenernos
unidos. l era un hombre atractivo, con mucha demanda femenina,
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La vida es porfiada
La vida es porfiada y en esos momentos necesitbamos sorberla hasta el
ltimo trago para contrarrestar las prdidas. Tena un cntaro desbordante
de emociones en el que se conjugaban las tristezas, las lgrimas, el temor,
la incertidumbre, las convicciones y el amor.
Comenc en ese momento a mirarme en otros ojos y a enraizar len-
tamente un amor nuevo, que se volvi cada vez ms profundo. Germn, su
nombre de batalla, Sergio Pea el verdadero. Instalado en la cama enfrente
de la ma en la barraca, me haba llamado la atencin. Lo vea pasar todas
las maanas, atractivo y algo mayor que nosotros. Se despertaba y se sentaba
en la cama hablando solo sobre las ganas de encontrarse en otro sitio y sin
todas estas ridiculeces de jugar a la guerra, y no como el sutanito deca
refirindose a alguno de los compaeros que haba hecho tal o cual
hazaa el da anterior y que crea que tena un monumento ganado en
alguna plaza de Santiago. Su monlogo, que ironizaba todo, nos llenaba
de risas a los que estbamos cerca.
Se acerc a m a las dos semanas de haber llegado, ofrecindome ayuda
en las materias con las cuales yo estaba retrasada. Comenzamos a pasar
juntos las horas libres, conversando y escuchando la msica que resonaba
en los atardeceres en el campamento.
Sentados en un banco en medio de los rboles apoyaba su cabeza en mis
piernas y contaba historias. Inteligente y divertido, me fascinaba su mundo
interior, su irreverencia y su individualidad. A esas alturas saba que tena
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Lo que no saba, era que junto con el deterioro del proyecto del MIR,
el Proyecto Hogares sera tambin impactado. Padres y madres sociales,
no todos, se cuestionaran tambin su rol y terminaran reclamando la
necesidad de devolver los hijos de otros, que los ataban a precarias exis-
tencias en la isla.
No me d cuenta que los nios experimentaran luego el abandono con
toda la fuerza que la palabra pueda expresar. El abandono de no tener el
consuelo de los seres que de verdad te aman; el abandono de la proteccin
que proporciona pasarte a la cama de tus padres o ser el centro de sus vidas.
Los nios vivieron ese tiempo con grandes ausencias, con dolores profun-
dos, manifestados en su conducta o en la forma de aproximarse a la vida
en su ingreso a la adultez. Y ello es algo que me entristece profundamente
y por lo que debo pedir mil veces perdn. Mis lazos con Tamara tambin
se rompieron. Lo supe cuando volv a buscarlos.
El trnsito en Pars
Salimos de la isla hacia un lugar de trnsito para emprender el regreso
a Chile. La parada siguiente sera Pars. Llegu a comienzos de diciembre
de 1981. Me senta tranquila, iba en un bonito proyecto, en el cual podra
aportar. Se acomodaba a mis competencias. Si bien me aterrorizaba la idea
de cruzar la frontera, sabamos que se haba desarrollado con xito. Lo
difcil era permanecer adentro, labrarse la vida y realizar las tareas. Est-
bamos cerca del ao 1982 y en nuestro pas comenzaba a gestarse la crisis
econmica, se registraban mejores condiciones en el movimiento social,
sobre todo de reconstruccin de referentes sindicales. Nuestro partido, sin
embargo, estaba duramente golpeado con la muerte de los compaeros
que haban participado del intento de montar un frente guerrillero en la
cordillera de Neltume.
Pars se haba convertido en un nodo clave de la red de la resistencia.
Para muchos de nosotros result un tiempo de suspensin, en el que nos
consuma la ansiedad sobre nuestro futuro, pues despus de ese golpe, la
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La clandestinidad en Chile
Con la partida de Germn, todos mis sentidos se concentraron en el
regreso que emprenda a la maana siguiente. En el viaje en tren a travs de
Los Alpes, me sobrecogi tanta soledad, tanta belleza de ocres y morados.
No tena vuelta atrs y se reafirmaron mis escasas certezas. Desde Madrid le
llam por ltima vez para escuchar su voz y despedirme, esta vez en forma
definitiva. Ya en el avin hacia Latinoamrica, el futuro se me plant delante
y la necesidad de controlar los temores se hizo carne, dejando atrs todo lo
dems. Haba dejado mis hijos en primer lugar y tambin a mi familia, a
la cual, a pesar de mis convicciones de sobrevivir, no saba si volvera a ver.
Estaba inmensamente sola. El proyecto poltico que portaba, a pesar de
ocuparme la conciencia y parte relevante de la vida, no llenaba esos vacos,
nunca los llen. Slo le otorgaba un sentido a mi eleccin.
En Buenos Aires, lugar donde fue la parada intermedia, me junt con
una compaera con la que ingresaramos. El encuentro con ella fue una
grata sorpresa. Nos preparamos para atravesar la anhelada cordillera desde
Mendoza. El vuelo a Santiago, en nuestra leyenda, traa a dos mujeres
amigas de regreso de un viaje de compras. Vestidas elegantemente, yo
con una peluca rojiza, cartera gris de cuero y tacos, fuimos recibidas por
un aeropuerto en plena remodelacin. Mis sentidos en extremo alertas,
lo que solo perd despus de la llegada de la democracia, reconocieron
a un hombre sentado en las filas delanteras del avin, el que se volva a
observarnos varias veces y con demasiada atencin. Registr su rostro y
movimientos. Sent pnico cuando desde la fila que hacamos para pasar
polica internacional, lo vi conversar al odo con uno de los varios hombres
que vestidos con una suerte de uniforme de mezclilla se movan entre los
pasajeros que pasaban el control.
Al ir a retirar las maletas, nos demoraron de un modo que pareca
inusual hasta que quedamos casi solas en el aeropuerto. Mi pnico em-
pez a manifestarse. Ya slo podramos tomar el ltimo bus que sala
del aeropuerto hacia el centro de Santiago, cerca de las 19 hrs, antes del
toque de queda. Al subir al bus bamos no ms de cinco pasajeros. Seis de
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sin entregar demasiada informacin. Era una necesidad tica, que tuve
siempre con todas las personas y familias que constituyeron mi soporte
inmediato. Sus decisiones de apoyo deban ser tomadas con total libertad y
sin engaos. En todos los casos, los adultos, padres de familia, con mucha
valenta decidieron correr los riesgos. Qu ms que una paliza nos van a
dar fue la respuesta del dueo de casa. La tercera parada la hice en casa
de una colega, Carmen, que me tuvo en su hogar por un perodo de casi
seis meses. De ella estoy profundamente agradecida, pero con el tiempo,
decid que no arriesgara a hogares donde hubieran nios. Haba dejado
los mos por seguridad fuera de Chile y no expondra a otros.
Comenc entonces a arrendar habitaciones, lo que resultaba ms
limpio. El diario estaba lleno de este tipo de anuncios hechos por secto-
res de clase media empobrecidos que contaban con casas relativamente
grandes y recursos escasos y a quienes esta actividad les ayudaba a so-
brevivir en esos tiempos duros.
En los dos aos seis meses que dur mi vida clandestina, a los cuales
habra que descontarles los seis meses que pas en casa de mi amiga,
me cambi diecisiete veces de lugar. Conoc casi todos los barrios de
Santiago, tanto al norte, como al sur y profundic mi conocimiento de
la zona oeste de la ciudad, donde me haba criado.
Luego de un rato, me conectaron con la estructura de la zona oeste de
Santiago, en la que permanec hasta poco antes de volver a salir del pas.
En esa zona sostuve, junto a un ncleo de compaeros un intenso trabajo,
con diversos resultados, acoso represivo, prdidas irreparables y variados
conflictos internos.
Fueron tiempos duros, pero tambin llenos de sentido. Particip de
la construccin de la resistencia activa en diversos frentes y tambin de la
de un partido que se me present en extremo debilitado.
La actividad de resistencia y de desgaste de la dictadura, se apoy
desde mayo de 1983 en el largo perodo de protestas populares convocadas
por los lderes sindicales del cobre10 y luego por el Comando Nacional de
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Manuel Bustos y Rodolfo Seguel.
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Escapando de la detencin
Siempre pona en prctica medidas de seguridad, pero sobre todo
contaba con una enorme intuicin, un sexto sentido, que me permita
percibir situaciones de probables seguimiento. A veces me encontraba
con una mirada que me paraba todos los pelos. Confiaba en ello. Pona
entonces en prctica una serie de medidas de contra-chequeo, que me
permitan asegurarme de movimientos extraos y anormales y que la
situacin no obedeca slo a paranoia. Cuando comprobaba un segui-
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trecho por la Gran Avenida con el furgn detrs. En algn momento, antes
de la calle Sebastopol, ste adelant y parti raudo hacia adelante. Dos o
tres paradas despus, subieron a la micro dos mujeres. Una alta, maciza y
de pelo crespo semilargo o semicorto, que llevaba un abrigo envolviendo
su brazo izquierdo. Y la otra, maciza tambin, de anchas espaldas, crespa,
de pelo ms corto y ms baja.
Las dos caminaron directo al fondo y la ms pequea se sent detrs
de m. La ms alta y fuerte se qued de pie frente a mi asiento, cerrndome
el paso apoyada en las barras de los respaldos de los dos asientos entre los
cuales yo estaba acomodada pegada a la ventana. Yo no la miraba en forma
directa, no tuve ninguna reaccin, pero tena una profunda conciencia de
sus movimientos y la absoluta conviccin de que me iban a detener. En
algn momento, la que me cerraba el paso sac su mano derecha de la
barra delantera para buscar algo en su cartera, probablemente un arma.
Con ello me abri levemente el paso. No s an como, debe haber sido
la adrenalina acumulada, el instinto de supervivencia, el compromiso que
tena para mis hijos, o que no era mi hora, pero salt como un resorte
del asiento, pas en medio de ese pequeo hueco y en dos movimientos,
uno en la pisadera y otro en la calle, me encontr corriendo en sentido
contrario a la marcha de la micro. Afortunadamente el chofer llevaba la
puerta abierta. Fue tan sorprendente mi reaccin y velocidad, que ellas
no alcanzaron a actuar. Con los aos tuve la certeza del intento de de-
tencin, pues siempre las dudas quedan dando vueltas. A una de ellas la
vi en un documental de Carmen Castillo. La llamaban la Rosa Humilde
y era la misma mujer grandota que me cerr el paso, signada como una
cruel agente de la DINA.
Corriendo a toda marcha, luego de un rato tom un bus y luego un
taxi. Supe que no tenan el departamento de mi amiga, slo la zona, si no
me hubiesen detenido en su casa. Ya haba agotado variados recursos de
vivienda y soportes, as que volv a esa casa y le ped a mi amiga que me
ayudara a conseguir un lugar seguro donde trasladarme. Sali y regres
esa noche, indicndome que estaba todo listo, que me llevara donde unas
amigas. Les haba contado que yo vena de Valparaso, que estaba arran-
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cando de un marido que me buscaba para matarme por haberle sido infiel.
Al da siguiente muy temprano en la maana lleg su hijo en un auto. Sal
de all envuelta en una frazada en el piso del vehculo. Me llevaron a una
casa ubicada en la Avenida Los Morros.
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Organiz los apoyos y recursos para poder salir del pas. Yo deba cortar
con cualquier seguimiento posible.
Me fui de mi refugio de esos das. Sal una maana muy temprano
con destino al balneario de Quinteros con mis escasas pertenencias. Pase
all una semana, dedicada a caminar por el mar y a evaluar que estaba
limpia. Regres a Santiago a otra estructura, la estructura sindical para el
trabajo abierto y experiment el alivio del cerco represivo. Me acogieron
y cuidaron hasta que me avisaron que poda partir. Tena pasaje en un bus
hacia Mendoza y recursos iniciales para sobrevivir. Adems de un contacto
que deba realizar en Buenos Aires.
Sal de Chile en la tercera semana de diciembre de 1984, en compaa
de una gran mujer, argentina, mendocina, que con sus nios chiquitos,
viaj conmigo en el bus y luego me acogi por tres das en la casa de su
familia. Su calidez, comprensin y soporte fueron claves. La tensin al
pasar la frontera cuando entonces se suban los aparatos de inteligencia
a los buses y nos recorran con una mirada inquisitiva fue contenida con
su mano sobre la ma y un nio en mi falda.
No s exactamente a cunta gente le debo la vida. Slo s que de su
maravillosa solidaridad estoy infinitamente agradecida.
El saldo de ese periodo de clandestinidad es, sin duda, contradictorio.
Por una parte, siento que nada de lo ocurrido en mi pas me es ajeno, que
la fuerza y los aprendizajes que gan en esos aos me acompaarn en la
vida, que jugu los roles que mi conciencia me dictaba y contribu con mi
grano de arena a recuperar la democracia. Sin embargo, los costos fueron
altos, sobre todo porque vivimos duramente la poltica de aniquilamiento,
experiencias lmites, prdidas y separaciones que duelen hasta hoy. Tambin
porque no tuvimos la sabidura para enfrentar esos tiempos duros labrando
con coherencia un lugar social y poltico desde el cual disputar el carcter
de la democracia y empujar sus necesarias reformas. No encontr en mi
partido esa capacidad reflexiva y tampoco en el resto de la izquierda. Parte
de ella, por muchos aos, salvo excepciones individuales, se ha sumado con
alegra a la conveniencia del poder.
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Palabras a mi tribu
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Comisin de Naciones Unidas para los Refugiados.
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dad, con ellos y con todo lo que ello significaba para cualquier persona o
familia que participara de la desobediencia civil y de la recuperacin de
la democracia. En junio de ese ao emprend mi viaje a la isla, llena de
ansiedad por ese reencuentro.
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Palabras a mi tribu
lazos, desde muy atrs, desde un lugar en que yo, para bien o para mal, no
era su referencia primordial ni de afectos ni de contencin. An as, en el
fondo de su alma, saban que yo era su madre.
El proceso no fue fcil para ninguno de nosotros. Tuve en ese mo-
mento la posibilidad de recorrer las intensas emociones de esos das en La
Habana, junto a Patricia, mi querida Paty que vena de la misma historia,
con tantos o ms dolores que los mos. Su presencia fue un blsamo para
el alma.
Estaba decidida a volver a mi pas y a mis races, a mi familia, a la
familia real de mis nios. Mis padres y mi hermana apoyaron mi regreso,
econmicamente y con el amor de siempre. Mis nios se alegraron de venir
a Chile, una referencia cotidiana pero impalpable, casi desconocida para
ellos ms all de las consignas sobre la lucha de sus padres.
El 5 de octubre de 1985 ingresamos por Pudahuel, luego de estar una
semana en Lima, haciendo un trnsito que buscaba perder las huellas de
Cuba. All sacamos nuestros pasaportes, dando por perdidos los anteriores
que tenan sendos timbres de Cuba impresos. Como siempre, personas
acogedoras y solidarias nos apoyaron en ese retorno. Nos esperaban mis
padres, hermanos y hermanas, alegres de tenernos de vuelta, con todas
las condiciones preparadas para recibirnos y volver a vivir en familia. En
la casa de mis padres, Ivn y Camila encontraron una nido amoroso, que
contribuy a su cuidado, su abuela y abuelo, sus tos y la docena de primos
que acompaaron parte de ese proceso de adaptacin. La reinsercin fue
complicada. Ms all de los lazos familiares, llegamos a un pas mercantili-
zado y a una escuela en extremo autoritaria, incapaz de acoger las diferencias
desde todo punto de vista. Nada fue ms duro que los procesos escolares y
la bsqueda de algn espacio que comprendiera su historia. Deambulamos
por varias experiencias. Mi intento de que asistieran a escuelas ms abiertas
se contradeca con las distancias, la falta de recursos y la imposibilidad
de recuperar al mismo tiempo la vida laboral y atender a sus necesidades
cotidianas de acompaamiento.
Labrarse las condiciones de subsistencia fue tambin difcil. Hasta el
ao 87 intent diversas alternativas: un negocio autnomo, secretaria en una
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Palabras a mi tribu
Eplogo
La reintegracin a la sociedad no fue un trnsito fcil, pero estuvo
lleno de aprendizajes y en el recorrido hay, sin duda, numerosos rditos y
gratificaciones que no han sido vacas o carentes de sentido. Trabaj duro
y poniendo siempre en juego mis ms profundas convicciones.
Del MIR me fui definitivamente el ao 1988. Tom la decisin cuando
no haba posibilidad de revertir la postura mayoritaria de no participar en
el plebiscito en el que gan el No y que fue paso obligado en la recupe-
racin de la democracia. Para m era central, no slo por el acto de votar
o por los 7 millones de electores que se encontraban inscritos y la alegra
de tener una alternativa posible para salir de la dictadura, sino tambin
porque a pesar de que Pinochet se estaba cayendo sobre nosotros como
deca Salazar13 requeramos participar en ese proceso para construir un
sentido ms profundo y democrtico del No: No al neoliberalismo, No a
la constitucin antidemocrtica, No a la impunidad, No a la miseria en la
que se desenvolva la vida de un 38% de chilenos sumidos en la pobreza,
No a la desactivacin del mundo social y al desarme de nuestras fuerzas
organizadas.
Las nuevas bases militantes sobre las que estbamos anclados eran
impermeables e intransigentes con la realidad y reacias a la posibilidad
de concederle un significado clave a la vida en democracia. Se contrapuso
nuevamente la idea de la revolucin versus las reformas, sin comprender
que la revolucin tal y como la habamos concebido, no era posible y que
las reformas, si bien eran un camino largo de lucha poltica, eran el camino
para revolucionar la democracia. Ya no tenamos mucha capacidad para
ese tipo de anlisis. Esa ruptura abri a torrentes las prdidas, porque fue
el momento en que me permit llorar la muerte, no slo la de mis amores,
sino tambin tanta muerte de numerosos y cercanos compaeros y amigos
y los daos, sobre todo el que caus la etapa relevante que perd con mis
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Palabras a mi tribu
por una triple razn. Una clara percepcin de finitud comienza a insta-
larse y necesito hablar antes de que esta se haga carne. Luego, porque es
el modo de comunicar una experiencia que, como tantas otras, no puede
tener como puro destino el silencio y junto con ello estoy convencida que
es una historia que contribuir a fortalecer las races de mi tribu.
FIN
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V iviana U ribe
H
eredamos la audacia, paciencia y perseverancia de todas las mujeres
fuertes de la familia y el silencio y los miedos de los hombres.
Jess era bajita, morena, de ojos verdes. Debe haber nacido por
1870, en la provincia de San Juan, Argentina y a pesar de los ms de sesenta
aos que vivi en Chile, nunca perdi el acento argentino.
Su historia comienza cuando a los catorce aos decidi atravesar la
cordillera con unos arrieros disfrazada de hombre. Se cort el pelo, se
visti de jovencito y se uni a un grupo de arrieros chilenos y argentinos,
para huir de su hogar en Jchal. Pas noches muy fras, vientos terribles y
soledades. Su esperanza fue llegar a este pas, donde finalmente se asent
en el norte chico, en Copiap.
Nosotros nos hemos preguntado, desde siempre, cules fueron las
razones que motivaron a mi bisabuela Jess a dejar su hogar tan joven.
Nunca obtuvimos respuesta, ni tampoco la versin de ella. Con los aos
fuimos conociendo partes de la historia y llegamos a saber que la bisabuela
provena de una familia tpica argentina. Su padre haba enviudado y vuelto
a casar con una mujer muy joven. l administraba una hacienda que se
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slo a travs del estudio. l conoca la pobreza porque desde los ocho aos
ayud a su madre en la manutencin de la familia, vendiendo diarios en una
plaza. El dinero que ganaba lo distribua para la familia y para el ahorro.
Tuvieron siete hijos.
Imagino la carga emocional, fsica, econmica y social que tenan los
dos jvenes con una familia tan numerosa. El salario no les alcanzaba.
Antofagasta viva una especie de tranquilidad socioeconmica en compa-
racin con lo que haba sucedido en las zonas del salitre, desde donde eran
expulsadas miles de personas que, en una caminata sin rumbo, deambulaban
por todo el norte. An con el desempleo brutal y los desplazamientos de
las personas por la crisis, mi abuelo tena trabajo en el puerto.
Era una persona con un carcter fuerte, testarudo y voluntarioso, el
mismo que heredamos casi por decreto.
Despus de diecisiete aos de convivencia, la abuela Doralisa tom un
bolso y no volvi nunca ms al hogar. Tal vez, la enorme exigencia familiar
y laboral provoc el resquebrajamiento definitivo de su matrimonio.
Mi bisabuela Jess y su hija Berta, llegaron desde Copiap a acom-
paar a la familia, hacindose cargo de las cuestiones esenciales: el afecto
hacia los nios y lo domstico. Las comidas se transformaron en pequeos
manjares: jaibas, erizos, pescados y empanadas fritas, que eran las delicias
que preparaba la abuela Berta; mientras mi bisabuela Jess, a su lado, se
dedicaba a leer y dar instrucciones del quehacer en la casa.
El abuelo se aboc a terminar su autoeducacin. Logr su objetivo y se
transform en un experto en matemticas. Sigui con la trigonometra, el
clculo y la geometra. No dej de lado el arte y la msica: Puccini, Verdi,
peras que a l, probablemente, lo llevaban a ver su propia vida. Nosotras
observbamos cmo se emocionaba en ciertos momentos de la pera. Lo
mirbamos desde lejos, sin hacer ruido para no interrumpir esa nostalgia
pegada a su piel. Creo que la sensacin que tengo con respecto a la pera,
es que me hace llorar. Tambin incorpor los boleros peruanos. Con ese
arsenal de riqueza para el alma, integr, adems, el vasito de vino, en el
que todo, msica, arte, recuerdos, nostalgias y comida, hacan su mundo
interno y externo, sentado por las tardes mirando el mar. De la abuela
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y emocional del abuelo. Fue una torpeza involuntaria, dado que siempre
estaba ms preocupada de las grandes causas dejando de lado la ms im-
portante y verdadera: la familia. Esta distancia no me permiti continuar
conociendo a ese hombre que tena una voluntad inquebrantable pero que
era a la vez, frgil como un pjaro.
Pienso que la apasionada manera de querer saber y tener conocimiento
a travs del estudio, la hered de l. Su disciplina, responsabilidad y pasin
por aprender todo lo relacionado con el avance de las ciencias y la huma-
nidad, provienen de esa generacin.
En enero de 1974, mi abuelo recibi a mi hermana menor, de die-
ciocho aos, en la casa de Antofagasta construida por l mismo junto a
sus hijos, que sera reconocida como el hogar de todas y todos. Mnica
regresaba para incorporarse a la Universidad del Norte. Ese mismo ao
recibi, adems, a mi hermana Mara Teresa junto a su marido, porque
haba sido contratada en la misma universidad como acadmica en la
asignatura de Arte.
poca negra. Oscura. Temible. Incierta. Puedo creer que mi abuelo,
nuevamente intentaba proteger a la familia, pues saba que lo peor del ser
humano nos estaba rondando. En julio de ese ao sufrimos, primero, la
detencin de mi hermana Brbara y su marido Edwin; luego, fueron los
allanamientos nuestra casa de uoa; despus el robo de fotografas de la
familia desde la casa de mi padre. Cuando se inici esta cadena represiva,
me comuniqu inmediatamente con Antofagasta. Les ped a mis herma-
nas que dejaran el hogar del abuelo. Mnica logr salir de Antofagasta,
apoyada y custodiada por las religiosas que trabajaban en la universidad.
Sin embargo, Mara Teresa se qued, siendo detenida e incomunicada en
la Crcel de Mujeres de Antofagasta y posteriormente trasladada por la
DINA, con cadenas en sus manos, al centro de torturas e interrogatorios
Londres 38.
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dijo que ella era una mujer inteligente porque saba resolver todo tipo
de problemas.
Luego del liceo ingres a estudiar Ingeniera Civil a la Universidad
de Concepcin, llegando hasta tercer ao. Nos contaba que no le haba
gustado porque le haba costado dominar el clculo. Por esa razn, se vino
a Santiago a la Universidad de Chile, a estudiar arquitectura.
Muy joven y ya casado continu sus estudios, debiendo trabajar en
Ferrocarriles del Estado, como dibujante.
Los aos de matrimonio fueron marcados por el apoyo mutuo, la
colaboracin y la construccin de una gran familia, ms all de la nuclear,
porque se fueron incorporando mis tos jvenes que eran solteros. Se
conform un colectivo muy atractivo y diverso. Pienso que fueron aos
espectaculares y el soporte de amor y cuidados entre ellos y que nosotras
recibimos, no se circunscribieron a los padres solamente, sino a una red
familiar potente.
Todo este grupo familiar posea gran energa y felicidad ante la vida, pero
tambin omisiones respecto de la historia familiar muy grandes. Nosotras
ramos muy pequeas para comprender en profundidad las caractersti-
cas especiales de las personas, porque sin duda haba conflictos que eran
difciles de descifrar. Carl Jung, mdico psiquiatra, psiclogo y ensayista
suizo, fallecido en 1961, dice en algn texto que el carcter de las personas
viene en cada individuo al nacer, integrado e ineludible al ser Entonces
comprend que las crisis familiares de esa poca, fueron marcadas por el
carcter que la bisabuela Jess imprimi y luego, por nuestros abuelos, tos
y tas e inclusive por nuestros padres.
Nuestros padres se separaron despus de ocho aos de convivencia,
sin embargo, nosotras no fuimos marcadas por la separacin. Aprendimos
a vivir sin los dos juntos y a valorar a esos seres que nos dieron la vida,
como individuos, no como una pareja. Les encontramos defectos, como
tambin virtudes.
Vivimos una generacin que estaba inserta en un siglo transformador,
de cambios, de ideologas, de liderazgos, de capitalismo poderoso y brutal,
que nos ubicaron en una determinada trinchera. De tal manera, esta familia
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tuvo un tipo de lenguaje, cultura, actitud, gesto, cdigo, forma de vida, que
se fue por un carril distinto al resto, que era la izquierda, los rojos, desde
que tengo conciencia, sin entender al comienzo que esta diferencia era una
especie de desafo y peligro para nuestros vecinos y amigos. Vivamos en
la comuna de uoa.
Mi padre se titul como arquitecto, trabajando siempre en Ferroca-
rriles del Estado, lo que gener mejor calidad de vida para nuestra familia.
Pasamos a formar parte de la llamada clase media de Santiago.
Aspirbamos a ingresar a la universidad algn da y hacamos planes
para el futuro. Ninguno de nosotros saba que a partir de esa edad, en plena
adolescencia an, el futuro nos separara en forma definitiva y la historia de
lealtades llegara a su fin. De nuestro grupo del barrio, algunos se fueron
a Carabineros y a la Fach.
Qu caminos distintos tomamos!
Mi padre se cas por segunda vez, aportando a la familia dos hijos
ms: Claudia y Kiko, lo que alegr an ms nuestras vidas. Nunca dej
de estar presente y a cada una le dedicaba una atencin especial. l nos
ense que subir la montaa era aprendizaje para la vida, que all se for-
jaba el ser humano y se fortaleca. Tambin nos habl lo necesario que
era distinguir y conocer el universo, en especial las estrellas, porque deca,
que en algn momento de dificultades o extraviadas en la montaa, las
estrellas siempre nos orientaran. Nos exiga aprender de memoria todos
los pases, sus capitales, sus ros, rboles, mares del mundo en grandes
mapas y deca que la vida no era ganar plata, sino tener una profesin, ser
honestas y luchar por la felicidad.
Los 4 de julio, en invierno, llegaba mi pap con una botella de vino
y champagne. Celebrbamos la Toma de la Bastilla. Nos ense a cantar
la Marsellesa en francs, que tararebamos muy entonadas y felices. Nos
contaba que en su poca de estudiante en la Universidad de Concepcin,
haba apoyado la Revolucin Rusa. Insistentemente nos deca que el mundo
tena que cambiar y que l segua a un revolucionario llamado Salvador
Allende, que haba estado en una manifestacin junto a quinientas personas
apoyndolo. Entonces, nosotras decidimos buscar una foto de Allende, la
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pegamos en una ventana que daba a la calle del barrio, contentas de ser
parte de los anhelos de nuestro padre. No sabamos que el conservadurismo
fijaba su odio en contra de los cambios.
Falleci a los 91 aos de edad.
Nosotras
En febrero de 1963 falleci mi madre a los treinta y ocho aos, dejn-
donos an muy pequeas. Nosotras habamos quedado bajo la custodia de
nuestra ta Yeya, hermana mayor por la lnea materna, que en ese tiempo
an estaba soltera y era de profesin profesora.
Mi hermana Mara Teresa fue la mayor de las cuatro Uribe Tamblay
y la primera nieta en la familia, la primera sobrina y la ms amada. De-
sarroll una personalidad y carcter fuerte. Altiva, discreta, muy aguda
en sus comentarios, de una lealtad a toda prueba, intolerante frente a los
errores, elegante para vestirse y con un gusto exquisito que se manifestaba
en la decoracin de todo. Fue una alumna destacada en la Universidad de
Chile en la carrera de Diseo lo que le permiti ser acadmica. Se cas a
los veintitrs aos.
Brbara era menor que yo. Inquieta, alta y delgada. Su piel era morena
y su pelo de color miel. Divertida, impulsiva, simptica, muy guapa, atraa
a todos y todas con su personalidad. Cuando era chica la echaron de todos
los colegios defendiendo causas imposibles; se rebel contra el autorita-
rismo de las profesoras conservadoras de esa poca. Leal, perseverante,
apasionada, ingeniosa e ingenua. Sali del colegio y fue la nica de nuestra
generacin en la familia que dijo que no quera estudiar en la universidad y
que deseaba estudiar algo corto, porque su inters era formar una familia,
tener hijos. Se cas a los veinte aos recin cumplidos.
Mnica la menor de todas; bonita, de pelo caf y ojos brillantes.
Siempre considerada en forma inmediata por todas las personas, adultos
y jvenes. Lea infinitamente y fue adquiriendo una cultura que desde
muy pequea la hizo sobresalir. Amaba el teatro y el canto. Siempre
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de estudiantes ligados al MIR. Sin embargo, me seal que para ser mi-
litante del MIR tena que hacer mucho mrito y ganar esa distincin; si
te pedimos salir a pegar afiches en la madrugada, hacer el pegamento o
engrudo, apoyar las funciones de la imprenta en silkscreen; dejar propaganda
donde ellos dijeran y ante todo, ser la mejor alumna Tienes que hacerlo
y tener la mejor disposicin!.
En ese momento no dimension lo que me sealaba, pero saba que
estara a prueba, siendo observada por los miristas, que no eran tan pblicos,
por lo tanto no sabra cuntos ojos estaran sobre m. Me preocup de no
decir y hacer tonteras y tratar de actuar en consecuencia.
En esas dcadas las universidades chilenas, partiendo por la Univer-
sidad de Chile, incluida la de Concepcin, vivan un profundo proceso de
cambio y exigencias; es lo que se llam el proceso de reforma universita-
ria. Los estudiantes exigan un nuevo trato, establecer nuevas formas de
autoridad y mayor participacin del mundo estudiantil. Fue un perodo
tremendo, de mucho debate y movilizacin que termin abruptamente
con el golpe militar.
Mi vida estudiantil tena ya un sesgo, formaba parte del grupo de
estudiantes que quera producir un cambio en la sociedad conservadora.
Esperaba instrucciones sobre mi situacin a prueba. Pero entre medio, me
insertaba como una estudiante apasionada con los estudios.
Conoc las funciones de obrera revolucionaria, pintando muros (casi
me convert en trazadora), tena buena letra, as me decan los compaeros;
fui una experta en preparar en un olla grande engrudo para las pegatinas;
repart panfletos y no me perd marcha alguna. Lo que s llam la atencin
y me hicieron una crtica constructiva, fue que no era necesario que en
las noches usara el abrigo de piel blanco (sinttico, por cierto) que haba
cargado en mi maleta desde Estados Unidos a Chile, al estilo de Marilyn
Monroe. Dej de usarlo y lo envi a Santiago.
Una noche de madrugada pintando muros, pas un auto en el que
venan entre otros, Bautista Van Schowen, el Bauchi. Yo no lo conoca. Ver
a un hombre joven, alto, con unas manos hermosas acercndose a noso-
tros, los obreros estudiantes revolucionarios y hablarnos de la revolucin,
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si venan a allanar. Yo segua vestida con la misma ropa con la que haba
arrancado desde la universidad, sin un solo documento. En ese lugar me
prestaron ropa, nos aseamos y nos sentamos a escuchar la radio.
Sabamos que no nos podramos quedar muchos das en la casa de
nuestra amiga; la mayora de los que all estbamos ramos de Santiago
o de otras provincias.
Un compaero nos propuso una nueva casa de seguridad. Record la
casa de un familiar lejano, que lo haba alojado cuando l haba llegado a
la universidad desde Santiago. l saba que su familiar se encontraba fuera
de Concepcin. Tena las llaves del departamento, as es que partimos. En
ese momento, nos fuimos junto a nuestros dos grandes amigos argentinos,
Vicente y el flaco. Al llegar a ese departamento en silencio, ocultndonos de
la gente, nos sentimos aliviados. Acordamos mnimas medidas de seguridad,
de modo que nadie se percatara que haba personas en el departamento.
No encender las luces por la noche, andar en calcetines, para no provocar
ruido, silencio en la cocina, silencio en toda la vida cotidiana.
Al segundo da, lleg un nuevo compaero al departamento, se tra-
taba del Trosko Salinas. l con ms experiencia, nos organiz, record
los aprendizajes de los textos clsicos que indicaban cmo actuar en
clandestinidad. Analizamos la situacin y entre todos tomamos la deci-
sin que yo sera el nexo con el partido. El Trosko, junto a un grupo de
alrededor de diez miristas, haban aparecido en los peridicos locales,
como peligrosos, por lo tanto, nuestra primera preocupacin fue man-
tenerlo oculto. Nadie podra enterarse de dnde se encontraba y yo, en
mi calidad de enlace, llevara y recibira las instrucciones del partido.
Me transform en enlace, concepto muy raro para m y que no me
gustaba. Me rebelaba ante la idea de que por mi condicin de mujer de-
ba cumplir ese rol, cuando en realidad era tan militante como todos los
hombres que estaban conmigo en ese departamento. Pero la verdad, es que
tambin haba impedimentos graves, a nuestros amigos argentinos tambin
los estaban llamando por radios y peridicos y mi pareja, aun cuando no
haba sido requerido por los militares, era muy conocido en Concepcin,
a nivel del movimiento estudiantil.
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pelo castao, con un estilo cuico, por lo que trabajar con ella, nos sera
de gran utilidad. Inmediatamente empatizamos, ella fue muy receptiva
y permiti que trasladramos al Trosko a su casa hasta el momento de
partir. Ella se preocupara de su aspecto fsico.
Por otro lado, nosotros, junto a nuestros amigos del alma, los argentinos,
buscamos posibilidades con nuestros compaeros para solucionar el problema
de la apariencia. Por los contactos con el Partido sabamos que gran parte
de las personas haban emigrado a sus casas y, un gran porcentaje de ellos,
haba partido a Santiago, donde se comenzaban a conformar las colonias.
Salimos una maana muy temprano, nos divisamos todos. Nos sen-
tamos en diferentes lugares, pero en el mismo carro. Nos dio un poco de
risa ver al Trosko, de riguroso blanco y zapatillas, con una raqueta de tenis,
simulando ser un eximio tenista. Nos pareci creativa su forma de salir
de ese momento.
Fueron largas ocho horas hasta la Estacin Central. La llegada a San-
tiago que nos pareca, casi imposible, se haba logrado con xito. Cada cual
se fue a distintas casas de seguridad, no obstante yo part con los argentinos
y con mi pareja.
Llegu a uoa, a esa casa que slo nos haba trado felicidad. Todava
estbamos todas juntas, las cuatro, ms all del miedo. El Partido haba
sealado que nuestra casa era un peligro, porque prcticamente haba sido
una pequea sede en la comuna, por lo que orden a todos los militantes
no acercarse.
Qu hacer en esos das, en esos tiempos, cuando la pena se mezcla
con el estupor?
La casa quedaba cerca del Estadio Nacional, escuchbamos murmullos,
veamos a personas transitar con sus caras descompuestas, con el miedo
reflejado en sus miradas. Ya era octubre.
En un acto de mucho coraje, nos fuimos a parar en la vereda del frente
del Estadio Nacional, casi todas las tardes, mirando, observando esta tra-
gedia para nuestro pueblo. Circulaban listas con nombres de personas que
se encontraban dentro del Estadio; otras personas presentan lo peor de
sus familiares perdidos. Veamos a los soldados custodiando ese lugar de
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deportes, donde se hizo el Mundial de 1962; que hoy era utilizado como
centro de torturas, de detencin y tambin de asesinatos.
Los helicpteros pasaban casi todo el tiempo, las noches se hacan
largas, el toque de queda, el silencio, de pronto una rfaga advirtiendo
que el poder era de los que vestan uniformes y de ninguna manera
nuestro.
En noviembre supe los planes de mi familia: Mnica esperara ter-
minar su cuarto medio, amenazada por las nuevas autoridades del liceo,
por su condicin de dirigente estudiantil; Mara Teresa con su marido
vivan en uoa, pero no recuerdo dnde. Ellos tenan planes de irse a
Antofagasta, a hacer clases. La Yeya, mi adorada ta, estaba planificando
su matrimonio con Carlos Seplveda, ambos profesores adultos de ms
de cincuenta aos. Brbara con Edwin tomaron la decisin de casarse en
diciembre, porque a Edwin lo haban llamado a realizar el Servicio Militar
y el estar casado era un impedimento. En esta decisin tuvimos muchos
problemas. Mi padre se opuso tercamente. Deca que ninguno de los dos
tena profesin alguna y que eran demasiado jvenes. Nosotras apoyamos a
Brbara. Finalmente por la situacin poltica, social y emocional se decidi
armar un matrimonio para el da 29 de diciembre de 1973, restringido a
la familia ms cercana.
Pero no fue as; llegaron los amigos, los compaeros del partido con
rpidos abrazos, susurros intensos, palabras de esperanza, un da memorable.
Son esas las fotos que posteriormente fueron pancartas en el infinito, pues
los dos son detenidos desaparecidos.
A finales de diciembre de ese ao, mi casa estaba solitaria. Solamente
quedbamos mi padre, mi amiga Rayn de la universidad de Concepcin
y nadie ms.
Mis hermanas Mnica y Mara Teresa, haban partido a Antofagasta;
una a estudiar a y la otra, como acadmica de la universidad.
Brbara, ya casada con Edwin, se encontraban viviendo en Cirujano
Videla, uoa, junto a sus suegros: Ruth Altamirano y Francisco Van Yurick.
La Yeya, mi ta madre, tambin se haba casado con Carlos Seplveda
y vivan en un departamento del centro de Santiago.
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inici una conversacin conmigo, desnuda. Me dijo que por all mismo
haba pasado mi padre, revelacin que sent como un pual. Me asegur
que trabajaba en una base de militantes del rea internacional del MIR.
Me dijo que tena que hablar, cooperar, que no me hiciera la valiente. De
pronto, me amedrent diciendo que traeran a un detenido, se refera a
Sergio Prez, detenido desaparecido posteriormente. El agente me dijo
que estaba cansado, que eran las cinco de la maana, y que despus con-
tinuaran con el interrogatorio. Luego entre varios me condujeron a otro
lugar. Era otra pieza, llena de gente.
En ese lugar, me dejaron sentada. Inmediatamente, alguien me tom
de la mano. Se trataba de Rosala. Me cont que se trataba de un grupo
de miristas que haban cado en manos de la DINA el 21 de septiembre
de 1974. Supe que tena un beb recin nacido. La fortaleza de Rosala
provoc en m potentes sensaciones de valenta. Le pas mi pauelo que
tena guardado en mi abrigo desde el momento en que fuimos deteni-
das y que an conservaba el olor a la colonia, y le dije que si salamos
vivas, recordara sus nombres. Ella me dijo que estaba Lumi Videla y
Mara Cristina Lpez S., entre otros. De pronto, sentimos la presencia
de Romo, quien en actitud de gran dominio se acerc a m pasando algo
de comida. Dijo que su mujer me lo enviaba. Sent nuseas. Entregu ese
poco de comida al resto de los presos que llevaban muchos das sin comer.
En esa experiencia vivida, reconoc aos ms tarde, lo que seala
Pilar Calveiro, sobreviviente de tortura en Argentina, cientista poltica,
investigadora y escritora, en su libro Poder y desaparicin, que en un
universo dominado por los tormentos, el silencio, la oscuridad, el corte
brutal con el afuera apenas separado por una pared, la arbitrariedad
de los victimarios, seores de la vida y la muerte, perseguan convertir a
la vctima en animal, en cosa, en nada. Es lo que pretendieron con cada
uno de nosotros, primero con las agresiones fsicas, la violencia verbal, la
sexual, la biolgica, pasando das sin comer, sin aseo, queriendo denigrar
la existencia humana. All sent lo que esta sobreviviente seala, que en
ese tipo de agresin la persona percibe por s misma la propia experiencia
de terrorismo de Estado.
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Conoc a Rosita Elvira, con su largo cuello y ojos verdes, asistente social,
tena la figura de una bailarina de ballet. Rosita haba sido detenida con su
esposo Hernn. Permanecieron en la Villa Grimaldi. Con ellas compart
mucho despus, en Cuba y luego en Chile. A fines de 1975 naci Isabelita.
Estaba en una pieza, en las barracas, que era la nmero siete, junto
a Viola, Pili Bulnes, Nelly, que amaba leer a Simone de Beauvoir, Patty
Jorquera, Rosetta Pallini, Chini. Juntas constituimos una red de amistad,
de afectos y de solidaridad.
Yo era una especie de zngana, no haca nada, pensaba, lea, tomaba el
sol y esperaba esperaba noticias. Se aloj en mi interioridad vivir llena
de alertas, teniendo como medio la transitoriedad y tambin la levedad.
Era la forma de combatir la tristeza.
Las dirigentes del MIR eran serias, disciplinadas, absolutamente
compartimentadas. Nos daban instrucciones de qu y cmo opinar, a
quin elegir, el comportamiento en la crcel, el trato con los agentes, en
fin, intentaban generar una conducta militante y digna. Hoy, agradezco esa
forma de organizacin, porque fue la manera en que pudimos combatir los
miedos y la inmovilidad que produce el encarcelamiento.
Conspiramos mucho, ramos las hormigas que llevaban y traan
informaciones de las cadas de las personas. Me aprend de memoria los
nombres de aquellas personas que no aparecan en los centros de reclusin,
para que una vez en libertad pudisemos denunciar y hacer campaas
urgentes por su liberacin.
Finalmente, mi hermana Mnica fue dejada en libertad en una calle
de Santiago, junto a otras personas, en medio del toque de queda. Lleg
a nuestra casa de uoa, que se encontraba vaca, porque mi padre y su
familia haban salido a Argentina despus de su detencin. Ingres a la
casa familiar por una ventana semi abierta constatando que la familia se
haba desperdigado por todos lados.
Mi to Carlos Seplveda permaneci detenido hasta 1976.
Despus de algunos meses detenida en Tres lamos, en marzo de
1975 fui expulsada del pas rumbo a Mxico, junto a ms de un centenar
de presos polticos.
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organizados alrededor del Comit Pro Paz. Pero el exilio ofreca otras
oportunidades: la denuncia, la solidaridad y el apoyo a la resistencia en
Chile. Por ello, esa maana junto a las personas que fuimos expulsadas,
tuvimos la sensacin de ambigedad, entre lo duro que haba sido lo vivido
y la libertad esperanzadora que se vena encima.
Despus de muchas horas de vuelo y habindonos organizado, nos apron-
tamos a aterrizar en lo que sera nuestro nuevo hogar: Mxico. La televisin,
decenas de periodistas esperaban en el aeropuerto, especialmente por la llegada
de la ex diputada Laurita Allende, hermana del presidente mrtir.
Era difcil reflexionar acerca de la situacin nueva, pues venamos de
una especie de cataclismo que haba tocado toda nuestra intimidad, en
todas las reas del ser humano: en lo afectivo, en las redes familiares, en lo
social, en lo poltico y tambin en nuestra psiquis.
La vorgine de papeleos, de registros, de indicaciones, de normas, de
reglamentos, de historia, de cultura, nos llegaban a borbotones.
Debimos prestar declaraciones ante la gobernacin y se nos ubic en
un hotel en pleno centro de la capital, donde permanecimos por espacio
de dos meses para ser reubicados en viviendas sociales. All tuvimos apoyo
de asistentes sociales para reinsertarnos laboralmente.
Es difcil dar comienzo a una nueva forma de vida, sin que la anterior
se haya saldado, o madurado. Me suceda que por efectos del trauma, me
senta incapaz de hacer proyecciones. An crea ser estudiante universitaria,
lo que me situaba en un mundo especial de divagaciones, rescatando esa parte
inconclusa de lo que so ser algn da. No desarm mi pequea maleta
nunca. La dej lista para partir.
Tuve que reflexionar si mi nueva realidad me consuma o con ella em-
pezaba a caminar de otra manera. En todo caso, siempre estuve temerosa
de que en cada paso que daba, estaba dando un corte, generando un punto
de inflexin y ruptura con el pasado.
No obstante ello, una msica, un olor, los rboles, algunas calles, una
conversacin, traa al presente los recuerdos.
Los temas de identidad y pertenencia, el vivir en un lugar propio,
como derecho fundamental de los seres humanos, estaban quebrados. Nos
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haban expulsado, con un pasaporte vlido slo para salir del pas. Era un
viaje sin retorno. Por ello, tena que protegerme, no quera desintegrar mi
personalidad, a causa de estos cambios que haban afectado la esencia de
mi ser, algo muy dentro obligaba a que me rearmara. Tena la energa vital
para salir adelante, ms all de la tristeza, senta la necesidad de continuar
mi desarrollo, de avanzar en la bsqueda del crecimiento interior en for-
ma profunda, con clara conciencia que haber sobrevivido a esa catstrofe
humana, que implicaba adaptarme al medio con toda la fortaleza que an
me quedaba.
Era 1975, ao del conejo segn el horscopo chino. Mxico tena
una poblacin de casi 59 millones de habitantes. En Chile, la poblacin
apenas superaba los 10 millones, lo que marcaba las enormes diferencias de
poblacin y por supuesto de cultura. Fuimos recibidos en forma extraordi-
naria y se dispuso para nosotros, los ms de cien presos polticos, la mejor
infraestructura de atencin.
Los acontecimientos de Tlatelolco estaban muy presentes en la me-
moria del pueblo mexicano. Y como esponjas absorbimos inmediatamente
sus luchas.
En el plano ms militante, en materia de Derechos Humanos, me
propuse denunciar los crmenes estuviese donde estuviese. Y, en lo polti-
co, fortalecer mi compromiso ideolgico como sostn esencial para vivir.
Esos pequeos planes fueron mi principal instrumento para combatir
la desesperacin, la tristeza y la lejana. Me propuse tambin rescatar lo
que estaba en mi interioridad, dejando fuera el inmovilismo que produce
el dolor de la prdida de personas amadas y, aunque suene extrao, levant
una especie de templo sagrado a lo que haba pasado en una dimensin
diferente, dejando momentos de soledad para pensar y rezar.
As pude vivir, respirar y tambin crecer con cierta felicidad en ese pas.
No obstante ello, cuando llova, la nostalgia se meta como una intrusa
en el corazn.
Designados los departamentos en Ixtapalapa nos fuimos a vivir junto
a Rosetta y su hijo el Pollito, de casi dos aos de edad y adems, Celia.
Entre las tres pudimos darle un carcter de hogar a esa nueva casa. A
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separarme de mi hija, tal vez para siempre. Mi nia tena casi tres aos.
A los seis meses de la partida de Fernando, me traslad a Cuba.
Ms tarde, en el mes de septiembre, mis suegros, que aceptaron que-
darse con nuestra hija, se trasladaron tambin a Cuba al Proyecto Hogares,
lugar en el que viviran los hijos de los combatientes.
Dos aos estuve en la isla. Tuve un mundo de conocimientos, apren-
dizajes, viendo a mi hija solamente los fines de semana.
Mxico quedaba atrs, nuevamente un mundo de incertidumbre y
nuevas separaciones. Deb volver a reconstruirme y pensar que an est-
bamos vivos, que la vida era lo mejor que tenamos y que mi hija crecera
en el pas que habamos escogido, al cuidado de sus abuelos.
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Camin tanto, que en una tarde senta que estaba pisando sobre tierra ya
conocida y segura. Me gust ver a las personas de color, vestidas en forma
sencilla y con ese hablar tan particular.
Era una fecha cercana al veintisis de julio. Sin esperar orientaciones, me
incorpor a los bailes, el canto y la alegra que all se viva. Me sent muy feliz.
Al da siguiente, partimos, en un auto a lo que sera nuestro destino
por un tiempo. Era el momento de nuestro entrenamiento como comba-
tientes. Me senta dispuesta a conocer a nuevas personas, a abrir mi mente
y aprovechar al mximo todo lo nuevo que vendra.
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Cruzar la cordillera luego de tantos aos sin verla, fue muy hermoso,
ms an escuchar a alguien sealar que nos aproximbamos a Santiago de
Chile. Mi corazn tena una fiesta de emociones.
Llegamos al aeropuerto de Pudahuel, elegantes, como se viajaba antes
en avin, pareciendo la clase media chilena en plenitud. Fijamos la atencin
en todo lo nos rodeaba. Mi sistema de alertas funcionaba rpidamente.
Pas por Polica Internacional sin ningn problema, tal vez demasiado
fcil. Estaba en Chile, por fin! Tomamos un taxi y despus de dar muchas
vueltas, nos bajamos. Dejamos las maletas guardadas en la Estacin Cen-
tral, pensando que tenamos que caminar mucho por las calles, conocer
un poco el movimiento de las personas para luego, acercarnos al lugar que
sera nuestro nuevo hogar y entonces recuperar esas maletas que traan la
historia de los aos de ausencia de la patria.
Cuando todo ello se cumpli, tomamos la decisin de tocar la puerta
en el barrio de Macul. Increblemente, los amigos nos esperaban. Era una
familia compuesta por personas que haban sido del FER en la poca de
la Unidad Popular. Haban pasado tantos aos. Fue un momento de re-
encuentros, de abrazos, de explicarle lo que venamos a hacer en trminos
generales, y tambin sealarles en las condiciones en que estbamos, para
que estuviesen preparados para el peligro. Ese da, en la casa hubo cele-
bracin, se compraron bistecs para expresar su felicidad.
Nuestro amigo trabajaba en imprenta, por lo tanto, todos los recursos
financieros se enfocaron en adquirir equipamiento, arrendar un local y
legalizar un negocio de diseo, publicidad e impresiones en Providencia.
Todo ello, acompaado de apoyo a la familia, que seran la fachada.
Por eso, llegar a Chile, con el negocio instalado y empezando a cami-
nar, era algo que me vinculaba directamente al mundo real. No todos los
miristas clandestinos tuvieron esa oportunidad.
Esa noche la familia entreg su opinin sobre lo que pasaba en Chile
y me qued claro que no llegbamos a un pas de guerra popular prolon-
gada, ni menos de guerrillas instaladas. Estbamos frente a una realidad en
crisis, con una poblacin cesante, con dificultades para acceder a tener lo
ms bsico. La familia completa eran fuertes opositores al rgimen militar.
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entregada en Pars por las personas de tareas cerradas del Partido. Dicha
documentacin perteneca a una joven que haba desaparecido. Cuando
conoc esta historia, tuve ms motivos para distanciarme para siempre del
MIR. Consider esto como una enorme irresponsabilidad en la seguridad
de las personas clandestinas.
Volver a Chile, clandestina, sin recursos, sin identidad, me coloc nue-
vamente en una situacin de desafos. Poda sucumbir por la vulnerabilidad
en que me encontraba, o me reconverta desde esas debilidades. Hice esto
ltimo. Me vincul con una ta que era de derecha y excelente persona. Me
ampar, me protegi y pude salir adelante, con mucha dignidad.
Solicit a mi amiga de la infancia, su identidad, la que me facilit, sin
dudarlo. Envi esa documentacin a compaeros miristas que me daban
plena y total confianza. Ellos me entregaron la cdula de identidad con
la que pude sobrevivir hasta 1987, momento en el que pude legalizarme
en el pas.
Tom la decisin de tener a mi segunda hija, que naci en condiciones
diferentes, pero igualmente buenas. Mi hija debi estar clandestina hasta
1987, cuando pude legalizarla.
En medio de estas situaciones dolorosas que me afectaban profunda-
mente, viva da a da el proceso social y poltico en Chile. Y an, desde esa
vulnerabilidad, trabajaba y me planificaba, de tal manera, de nunca perder
de vista los motivos por los cuales me encontraba en este pas.
Me vincul con personas miristas que haba conocido en diferentes
lugares del mundo, pero ya en una relacin diferente, aportando desde
mi lugar, para continuar luchando siempre. Especial atencin merece mi
gran amiga Matilde, quien me sostuvo y acogi junto a mi hija en su casa.
Compartimos la vivencia de estar en Chile en dictadura. Matilde, bajita,
de pelo ondulado, habladora y con una voz maravillosa, me ense grandes
cosas y con ella, resarc los dolores y la decepcin. Tuve ms claridad sobre
mi vida y lo que quera. Ella me ense a nuevamente sentir pasin por la
vida, por la lucha, por resistir siempre ante la adversidad. La Chica, como
le decamos, era valiente y yo era su apoyo en la casa. Recibimos a su hija
que vena de Canad y conformamos una familia extraa.
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esas opiniones, que si bien eran generales, las reciba como un asunto
personal.
En este camino de encuentros fui a FASIC, organismo de Derechos
Humanos al que muchos chilenos, entre ellas yo, sentimos un gran recono-
cimiento. Me informaron que, en tanto retornada al pas, podan apoyarme
durante algn tiempo, mientras me instalaba en Chile. Fui beneficiaria de
los programas de esta institucin con un pequeo fondo financiero por
algunos meses y de los programas de salud mental. Me integr inmedia-
tamente a una terapia de reinsercin.
Obtuve la beca WUS que me alegr la vida, pues con ella podra
empezar a trabajar implementando un proyecto de Derechos Humanos.
Me present en Codepu, lugar donde se encontraba la dra. Paz Rojas,
como representante de la direccin. Paz no me conoca. Ella haba escrito
sobre tortura junto a un equipo de investigadores. Me integr a trabajar y
despus de muchos aos me sent de nuevo en casa. Ese fue mi comienzo
en esta institucin a la que sigo vinculada, tal vez hasta el final de mis das.
Fue complicado iniciar una rutina en legalidad, porque la clandestini-
dad se adhiere al espritu y salir de ella implica un proceso de recuperacin
en todos los planos de la vida, que toma muchos aos. Sin embargo, con
paciencia, cario y mucha conviccin fui ordenndome en las cosas ms
simples, como ir al trabajo, llevar a mi hija al jardn, conocer al vecindario,
pero jams bajando las alertas del peligro. En la casa de Agustinas du-
rante ms de cuatro meses, los organismos de seguridad nos amenazaron
insistentemente.
Sin embargo, toda mi energa estaba puesta en viajar a Cuba para re-
encontrarme con mi hija Brbara. Durante ese perodo solamente contaba
con la beca del WUS y tambin el apoyo de mi familia.
Es slo en febrero de 1989, cuando logr conseguir los recursos para
comprar un pasaje gracias a Berta Echegoyen, defensora de los Derechos
Humanos, a quien conoc en Codepu. Ella haba vivido en la isla y haba
conocido a mi hija y a sus abuelos. Fue una gran amiga y una excelente
persona.
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Haban pasado muchos aos sin ver a mi niita, siete para ser ms
exacta. Al llegar al aeropuerto Jos Mart, el mismo que en 1980 me haba
causado tanta alegra, ahora me senta llena de incertidumbre. Cuando vi a
mi hija que vena de Tarar con sus compaeros de colegio, me emocion
hasta lo ms profundo. Necesitaba abrazarla y decirle cunto la quera.
Quera pedirle disculpas por esta larga ausencia de la que ella fue una
vctima. En cada beso, caricia hacia ella, intentaba traspasar el amor de su
padre, que la am tanto. Brbara era una nia hermosa, delgada, morena,
su pelo era largo, sus dientes muy blancos, ordenada y contenida.
A partir de ese da, Cuba y La Habana seran cmplices de mi estra-
tegia que, como muchas cosas en mi vida, fue derrotada.
Caminamos mucho, la fui a buscar al colegio, recorrimos la Habana
Vieja, salimos a comer, sacamos fotos, fuimos a Cojimar, nos reunimos
con sus amigas, con los padres de sus amigas, llev regalos a todos, fui al
colegio a verla bailar, la aplaud, pero la distancia estaba instalada y era
muy difcil en pocos das dar saltos y llenar el vaco. Cuando le dije que
viajramos juntas, ella dijo que no quera hacerlo, pues Cuba significaba
todo para ella y que sus abuelos eran el sentido de su vida.
Volv a Chile sin mi hija en un vuelo largo y muy triste.
De nuevo en Santiago, tuve ms consciencia de estar en el pas real
sintiendo que deba fortalecer el ncleo familiar que estaba an muy
frgil.
Mi vulnerabilidad haca que cuestionara duramente las decisiones que
haba tomado en la vida y que tenan como resultado prdidas humanas y
separaciones; los desarraigos, exilios y soledades a los que haba sido so-
metida por las circunstancias histricas en las que haba vivido, estn muy
impregnadas en m. Yo requera con urgencia identificar otras partes de
mi vida que mostraran que no tena slo esa historia, que haba ms y que
era urgente rescatar lo bueno, lo importante y lo que me haba permitido
llegar hasta all.
Necesitaba encontrar otros territorios de mi vida que me devolvie-
ran la confianza y el verdadero sentido de m misma para estas actuales
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1
En la dcada de los setenta en Amrica Latina las dictaduras militares, aplicaron
el terror contra la poblacin. Miles de personas desaparecieron en diferentes pases. En
Argentina ms de 30.000 vctimas fueron desaparecidas, en slo siete aos desde 1976 a
1983. En Uruguay, durante la dictadura militar desde 1972 a 1985, 140 personas, de los
cuales 132 eran uruguayos, 8 eran extranjeros y 6 nios (3 nacieron en cautiverio). En
Paraguay, aproximadamente 500 personas fueron desaparecidas en la dictadura desde 1954
hasta 1989. En Brasil, el 10 de diciembre de 2014, el Informe de la Comisin Nacional de
Verdad y Reconciliacin registr 434 casos de personas muertas o desaparecidas, durante
el perodo 1946 a 1988. En Per, el Informe de la Comisin de Verdad y Reconciliacin
seal que en la poca del llamado conflicto armado, entre los aos 1980 y 2000, un uni-
verso de 61.000 personas fueron muertas o desaparecidas, de los cuales 17.000 personas
fueron vctimas de agentes del Estado. En Chile, un total de 1.300 personas sufrieron la
desaparicin, en los diecisiete aos de la dictadura militar (1973-1990).). Publicado en
http://www.archivochile.com/Memorial/caidos_mir/119/112uribe_barbara.pdf.
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Los dos se daban fuerzas. Muchas personas los vieron y los recuerdan,
tal vez por su juventud o porque eran el primer matrimonio de jvenes
miristas en esos centros de interrogatorio y tortura. Despus hubo ms.
A Edwin lo trasladaron un da a Villa Grimaldi. Desde all se perdi su
rastro. A Brbara la llevaron incomunicada desde Londres 38 a Cuatro
lamos, junto a otras mujeres detenidas. Dijeron los sobrevivientes que
ella cantaba por la ventana y su voz recorra las celdas de los detenidos,
todos jvenes como ella y esperaba. Saba que la vendran a buscar para
el destino final.
Un da, al parecer el 2 de agosto, la sacaron para nunca ms encontrar
su cuerpo.
Conservamos una foto del matrimonio. Se ven plenos de felicidad,
rodeados de quienes ms los amaron. Ese es un registro para recordarlos.
Fue un da caluroso y divertido, de encuentros y reencuentros, haban pa-
sado tres meses del golpe militar. Llegaron los amigos, los que no deban
ir por medidas de seguridad, y ese fue un da maravilloso, que quedar por
siempre en nuestras vidas.
Tal como seal una de mis hijas2, recordando a su ta, que traemos
a Brbara a nuestra vida presente cuando soamos con que no haya ex-
clusin, ni pobreza y nos la imaginamos en las poblaciones, expresando
apoyo y solidaridad hacia los ms vulnerables. La recordamos llorando de
impotencia porque la pobreza y la marginalidad era tan extensa y violenta
que provocaba demasiado dolor para su frgil corazn. Ms all del dolor,
ella se rebel contra la situacin injusta y por eso la hicieron desaparecer.
Si Brbara se disolviera, nosotros no sabramos vivir sin ella3 y nuestro
amor estara incompleto.
Tratamos de continuar siguiendo su corazn viajero y nos hemos
propuesto sembrar y contribuir a este mundo con una actitud mejor y
ms reflexiva. Nuestras nuevas generaciones de hijos y sobrinos siguen
2
http://www.archivochile.com/Memorial/caidos_mir/119/112uribe_barbara.pdf. Trabajo
de Paulina Lpez, junio 2006.
3
Ibdem, P. Lpez, junio 2006.
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4
Ibdem, P. Lpez, junio 2006.
5
http://www.archivochile.com/Memorial/caidos_mir/119/112uribe_barbara.pdf. Trabajo
de Paulina Lpez, junio 2006.
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La luminosa vida
Teresa Lastra
Presentacin
H
emos comenzado esta experiencia literaria, hace ya casi a dos aos.
Somos un grupo de compaeras y amigas que nos decidimos a
emprender este juego de la memoria, en encuentros plenos de
recuerdos, de reconocerse, de quererse y acompaarse en este tramo de
nuestras vidas que llaman la tercera edad.
La iniciativa parte de Nubia, nuestra querida Nubia, escritora autora
de libros y duea de una gran templanza, coraje y valenta que lo ha de-
mostrado, creo sin equivocarme, a lo largo de toda su vida. Ella nos insina
la posibilidad de escribir nuestras vivencias, nuestros testimonios, de que
estamos vivas. Contar nuestras pequeas vidas e historias para las futuras
generaciones, que quieran saber de los recodos y vericuetos de lo que fue la
lucha contra una feroz dictadura. Contar nuestros sueos, utopas, nuestros
errores y desaciertos, nuestra pica militante y el posterior desconcierto. Me
sent interpretada por esa convocatoria y pens en los y las jvenes con los
que desde la docencia, he compartido estos ltimos veintitrs aos, en sus
muchas interrogantes acerca del pasado histrico, poltico, social y cultural
chileno, de ese reticulado que no termina de configurarse por completo.
Mujeres en el MIR des/armando la memoria
1
Mujeres tras las rejas de Pinochet de la periodista Vivian Lavn sobre el testimonio de
tres ex presas polticas: Valentina lvarez, Gina Cerda y Elizabeth Rendic. Ediciones
Radio Universidad de Chile, 2015. El otro libro Antes de perder la memoria de Ana Mara
Jimnez y Teresa Izquierdo. Editorial Cuarto Propio, 2015.
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Sector del Partido Socialista chileno que apoyaba la guerrilla del Che Guevara en
2
Bolivia.
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3
Ruy Mauro Marini, Evelyn Pape (Brasil) Luis Vitale, Marta lvarez (Argentina), y tantos
otros.
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en nuestra formacin, pero nos dbamos cuenta de que era el proceso que
viva nuestro pas el que atraa a tan insignes intelectuales.
Ese ao pas a integrar una base del MIR en el movimiento estudiantil
el MUI, participando en distintas jornadas y movilizaciones en la ciudad,
en tomas de terreno y las escuelas de verano que se llevaron a cabo en las
zonas maderera de Ralco y las comunidades mapuche como Callaqui,
Trapa Trapa y otros.
Luego mi militancia continu en la zona del carbn, en la ciudad
de Coronel, all radicalice mi participacin. Hicimos mucho trabajo de
difusin de la poltica del MIR en el frente de trabajadores de la mina, en
los piques4, lugares de concentracin de los mineros. bamos hasta all a
diferentes horas del da, de acuerdo con los turnos de los distintos secto-
res, entregbamos el diario del MIR El Rebelde que contena el anlisis
de la coyuntura y las acciones a seguir en los diferentes frentes de masas.
Los compaeros reciban con agrado el peridico y se sorprendan al ver
que ramos jvenes estudiantes, hombre y mujeres, algunos se detenan
a conversar a hacer preguntas e inquirir sobre nuestra organizacin en la
comuna y en el pas. Tambin representaban sus acuerdos y sus temores
de la forma de radicalizacin de nuestras demandas sociales y polticas.
Recuerdo a un compaero llamado Camilo, a quien le debo mucho de
la experiencia poltica adquirida. Tena una militancia anterior en el Partido
Comunista, conoca como nadie la poblacin de Coronel y Lota, con l en
un primer tiempo recorramos las calles de estas ciudades. Desarrollba-
mos nuestra militancia recorriendo los lugares de trabajo, visitando gente
en los cerros de la ciudad, que muchas veces nos invitaban a pasar a sus
hogares para conversar y tomar una taza de t con pan con mantequilla.
Ah recibamos las demandas de estas personas, sobre todo en el plano de
la vivienda, en el mbito estudiantil, etc.
En la zona pudimos construir una poltica de alianzas con militantes
de la Izquierda Cristiana, del MAPU (Movimiento Popular de Accin
4
En la boca de mina desde donde venan los mineros con sus herramientas cubiertos
de carbn.
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5
Los compaeros y compaeras que participaron en esa toma, con el golpe fueron
desalojados, pero luego se les asign terrenos donde pudieron construir sus viviendas
definitivas. Hace pocos aos ( abril 2015) en Coronel se public un libro sobre esta
experiencia.
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6
Arnoldo Ros, Estudiante universitario militante del MIR que fue muerto por un grupo
de jvenes comunistas del sector Agita de la Perdiz de Concepcin el ao 1972.
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La luminosa vida
Alguna vez me dijeron que yo era por sobre todo humanista, liber-
taria, amante de la justicia, lo que me trajo problemas en mi militancia,
por ejemplo, mi preocupacin permanente por el lugar de la mujer en
este proceso. Recuerdo haber tenido, a pesar de la resistencia masculina,
algunas reuniones con parejas de mineros y pobladores, para dialogar sobre
cuestiones vinculadas con la emancipacin de gnero. Por supuesto, esto
tuvo poco eco en la dirigencia, se consideraba esta preocupacin como
pequeo burguesa, ya que lo importante era la clase social o bien los
pobres del campo y la ciudad, aun as ya se haba emprendido el camino
y muchas de nosotras, mujeres de izquierda, comenzbamos a cuestionar
el accionar militante de los compaeros que no tenan en consideracin: la
distribucin del trabajo poltico, los horarios y el tiempo empleado en largas
e interminables reuniones, el cuidado de hijos e hijas, la representacin y
el protagonismo de la mujer en la lucha poltica partidaria y militante. Se
comenzaba a discutir sobre la participacin de la mujer, haba compaeros
sindicalistas que compartan estas visiones al igual que dirigentes del MIR.
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Sergio Prez, esposo de Lumi Videla ambos militantes del MIR, asesinados por la
dictadura de Pinochet, el ao 1974.
8
Colonias se denominaba a los grupos de compaeros de fuera de Santiago que deban
congregarse en la capital.
9
En esa casa vivamos mi compaero, mi hija, el compaero Luis Pincheira encargado
del MIR en Coronel (posteriormente ejecutado poltico) y su compaera.
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10
Irene Romero: Romancero de tiempo oscuro. Letra Nueva. Mayo de 1990. Este texto me
fue entregado por ella en ese ao, cuando la visit en Concepcin.
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entonces las mujeres, con Irene a la cabeza, idearon una estrategia para
impedir mi salida del lugar.
La rutina en el lugar era similar a la de otros centros de detencin.
A nuestra llegada nos empadronaban, desnudas ante un grupo de mili-
tares, nos revisaban para saber si traamos algn explosivo. Esa imagen
siempre me ha recordado a esas pelculas de los nazis, cuando se busca
vejar al ser humano en aquello que es su recodo de identidad ms ntimo:
su cuerpo. Someterte a estar desnuda ante un grupo de militares, con su
uniforme prusiano, que observaban cmo te auscultaban el ano y la va-
gina para ver si portabas explosivos, era, sin duda, buscar la degradacin
de lo humano. De ah pasabas con tu ropa en la mano y a medio vestir al
lugar de detencin donde te abrazaban y cobijaban una serie de manos y
brazos dndote aliento y consuelo. Despus las compaeras comenzaban a
contarte cmo era la rutina, la hora de levantarse, las comidas, la hora del
sueo, los castigos, el comportamiento del teniente bueno y del teniente
malo, los interrogatorios, todas estrategias desarrolladas en una lgica de
guerra de ocupacin del territorio, contra personas que carecamos de toda
capacidad de resistencia visible.
Nuestras vidas pasaban en el suelo de aserrn, all se comentaban los
ltimos acontecimientos, los arrestos, la tortura y las desapariciones. Nos
pasbamos ropa, ya que algunas de nosotras no tenamos visitas, nuestros
familiares haban dejado la zona o bien estaban presos. Como en mi caso
que mi padre estaba detenido en el regimiento Pudeto de la Fach de Punta
Arenas. l fue detenido cuando lleg a la intendencia de esa ciudad a
renunciar a su cargo de administrador de Impuestos Internos, porque l
era funcionario del gobierno de Allende y ste haba sido depuesto. El
mismo general Torres (a cargo de las tropas en Punta Arenas) con quien
anteriormente haba compartido en algunas ocasiones, lo detuvo, justamente
por eso por ser funcionario del gobierno de Allende.
El horror en el recinto de detencin lo conoc cada vez que se llamaba
a interrogatorio, pero ms aun cuando lleg una chica de diecinueve aos
trasladada desde Temuco brutalmente torturada, quien no poda dormir en
la noche, no conversaba con nadie, estaba como ida. En la noche velbamos
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Luis Pincheira, jefe comunal del MIR en Coronel ese ao. Luego del exilio el compa-
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ero retorna a Chile de manera clandestina, siendo detectado y ejecutado por los servicios
de seguridad de la Central Nacional de Inteligencia (CNI)el ao 1985.
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Alto Comisionado de Naciones Unidas para Refugiados.
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El exilio
Al padre de mi hija le encomendaron la tarea de unirse al partido en
el exterior, los extranjeros constituan ya una buena red de apoyo a la lucha
de la resistencia en Chile. Hay que pensar que la direccin del MIR en
el interior, al igual que el conjunto del pueblo chileno, requeran de la
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Vida de migrantes
Cuando observo ahora como viven los inmigrantes en nuestro pas,
la inmigracin pobre, me acuerdo de nuestro exilio, la desconfianza de los
vecinos, el mirar prejuiciado, la condicin de hacinamiento en la que nos
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de 1974.
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El tero es mo y lo gestiono yo, el vaticano se gestiona el ano. Era coreado por miles
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Alianza de las fuerzas militares y para militares de las dictaduras cvicas militares del
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Cono Sur, para combatir a los partidos y movimientos revolucionarios de Amrica Latina.
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Organizando el retorno
Pasados cuatro aos en Italia y sin la posibilidad de vislumbrar nue-
vos horizontes de trabajo, comenc en 1977 a organizar nuestro retorno a
Chile. Saba que no poda volver, hasta que aparecieran las famosas listas
que autorizaba el dictador, lo que recin ocurri a fines del ao 87. Defini-
tivamente la posibilidad real era partir a pases como Venezuela, Colombia
o Panam. Tambin Cuba era una posibilidad, pero ah se rumoreaba entre
la militancia que era ms difcil pensar en el retorno, ya que el partido se
encargaba de encomendarte tareas que casi siempre significaba quedarse
en Cuba. Las visas se deban solicitar va embajada, ACNUR no interceda
en estos trmites, porque al partir se terminaba la condicin de refugiado,
entonces me decid por Panam. All estaba asilado mi hermano Andrs,
al que se le haba conmutado la prisin por exilio. Nos escribamos y yo
saba de su situacin, haba encontrado trabajo en el gobierno, tenan una
muy buena organizacin del partido y junto a otros exiliados constituan
un buen grupo de solidaridad con Chile.
Centroamrica estaba bastante convulsionado, los acuerdos Torri-
jos-Carter, que permitiran la subsistencia del canal para Panam y el
control del istmo para los EE.UU.; las guerrillas en el Salvador, Nicara-
gua y Guatemala presentaban una posibilidad real de alcanzar o instalar
gobiernos revolucionarios.
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Grupos que se identificaban con las etnias Guamy, Cunas y Chocoes de Panam.
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Nuestra partida fue bien curiosa porque para quienes nos conocan, la
justificacin del viaje no tena mucho asidero, cmo partir de un pas europeo,
que te permite al menos sobrevivir, para ir a otro donde la sobrevivencia
era incierta. Es cierto que pareca algo aventurado, pero era mejor esto que
seguir en un continente donde no vea otras posibilidades ms que el tipo
de trabajo remunerado que ya realizaba. Adems, para el partido y a nivel
de su organizacin, ya haban llegado suficientes compaeros y compaeras
que podran incorporarse al trabajo en Chile Democrtico, por lo que podra
ser reemplazada en esas tareas. El padre de mi hija parta a Mozambique
a trabajar como socilogo y no podra contar con l, como hasta ahora.
El viaje de regreso, en septiembre de 1977, fue algo tormentoso, ya que
el vuelo tuvo un retraso. Se trataba de un chrter (vuelo organizado) que
parta en la noche de Suiza desde Il Ticino, en la frontera con Italia para
luego de algunas escalas llegar a Lima, Per y de ah conseguir el resto del
dinero que an faltaba para volar hasta ciudad de Panam.
Nuestra llegada a Lima fue un martes, cerca de las 0:30 de la noche,
jams haba estado en ese pas. Me pareci algo extrao, cuando llega-
mos no saba a dnde ir, una pareja de personas mayores se acerc y nos
ofreci llevarnos hasta el centro cerca de la plaza San Martn, el camino
hacia la ciudad me pareci eterno, pero estaba cerca de Chile y eso era lo
que importaba. Nos dejaron cerca de la plaza y preguntando a la escasa
gente que haba en el lugar dnde podramos pernoctar, nos dieron un
dato de un lugar que resulto ser bastante lgubre y poco acogedor, pero
al menos tenamos una pieza donde dormir. Encend la radio que haba
en el velador y me emocion al escuchar msica altiplnica peruana, me
produjo una alegra indescriptible, mezcla de tristeza y nostalgia, pero
bueno, era eso lo que quera. Abrac a Luca, mi pequea hija y por esa
noche dormimos plcidamente. Al da siguiente, sal a recorrer las calles
del centro, descubr los colores, los olores a comida tan propios de nuestras
tierras. El siguiente paso fue llamar a Panam a mi hermano, l me dijo
que estaba complicado por lo de la firma de los tratados Torrijos Carter,
haba dificultad para conseguir vuelos, pero que tuviera paciencia, yo estaba
preocupada, tena dinero como para tres o cuatro das. Entonces al leer
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Con los das una se iba acostumbrando al sonido de los helicpteros, slo
haba que estar atenta para localizar dnde caera la bomba o los barriles
que arrojaban los militares, de este modo evitabas las detonaciones que
ensordecan y las peligrosas esquirlas.
Nuestro grupo de internacionalistas se uni y qued al mando de un
contingente, que se deca de cubanos, pero luego conversando con uno de
ellos result que eran chilenos que haban hecho el servicio militar en Cuba.
Prontamente nos dividieron para distintas tareas. A mi hermano, con
estudios en medicina, lo llevaron rpidamente a puestos cercanos a la lnea
de fuego, para hacerse cargo de los heridos. De ah no lo volv a ver hasta
poco despus del triunfo cuando ya estaba incorporado al hospital en su
calidad de mdico, lo que fue un orgullo para l, poder servir finalmente
en lo que haba estudiado. A m y otros compaeros nos encomendaron
la tarea de tomar nombres y direcciones de quienes partan a la lnea de
fuego, adems de repartir armas y pertrechos a cada combatiente. Me
sorprenda mucho la edad de estos jvenes hombres y mujeres de 16 y 18
aos, en su gran mayora. Nosotros en cambio habamos pasado los 20
aos, ya ramos personas viejas para ellos, pero igual valoraban nuestra
presencia y reconocan nuestro compromiso con su causa revolucionaria
que, por cierto, tambin era la nuestra. La despedida siempre era muy
emotiva, fuertes abrazos, hasta pronto Venceremos!
Los comandantes chilenos provenientes del ejrcito regular cubano,
no haban vivido el golpe de Estado en Chile, ya que se encontraban en
Cuba, por lo que su inters por conocer cmo ocurrieron los sucesos era
muy grande, recuerdo que luego de una instruccin de combate, convers
con uno de ellos en un momento de descanso, bajo la sombra de un rbol;
era un compaero militante de las juventudes comunistas de Chile, de
nombre Gaspar. Me dijo que ellos estaban de paso en Nicaragua y que
su voluntad poltica era ingresar a Chile y formar combatientes para la
lucha contra la dictadura. Eran todos muy jvenes pero con un tremendo
compromiso poltico militar con el Frente Sandinista y el pueblo de Ni-
caragua. Muchos de estos combatientes y comandantes revolucionarios,
despus de alcanzado el triunfo, engrosaron las filas del frente para luchar
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A los dos o tres das se nos encomend a Segovia (la compaera co-
lombiana) y a m, que debamos hacer de guardia de seguridad de Violeta
Barrios de Chamorro, periodista e integrante de la Junta de Gobierno
recin instalada. Ella era un personaje importante (PI) haba quedado
viuda de Joaqun Chamorro Cardenal, destacado periodista antisomocista,
asesinado en 1978, por lo que nos trasladamos a su casa y estuvimos ah
varias semanas. Fue una experiencia extenuante, pero muy importante, ya
que ramos mujeres internacionalistas y otra joven nicaragense quienes
tenamos a nuestro cargo la seguridad personal de una mujer respetada y
querida por el sandinismo. La casa donde estuvimos era bastante grande,
nosotras tenamos nuestra pieza, donde dormamos y tenamos nuestros
uniformes y otros enseres, luego haba una sala donde esperbamos cada
da la salida de nuestro personaje.
Durante esa misin nos toc ver desde muy cerca a Fidel Castro,
Muamar el Gadafi, Yasir Arafat y tantos otros lderes internacionales que
llegaban a esta tierra a solidarizar y saludar la joven revolucin. Recuer-
do haber recibido a Carmen Castillo20 en la residencia del consulado de
Francia, valiente y afectiva, como siempre ha sido.
Todo era un torbellino, pero yo tena que ordenar la vida familiar
con mi hija, as es que ped el permiso correspondiente y fui a buscarla.
Ya era el mes de septiembre, la haba dejado con una pareja de compa-
eros periodistas de Prensa Latina, que me mantenan informada de su
situacin y a quienes agradezco inmensamente esa muestra desinteresada
de solidaridad.
El reencuentro con Luca fue bastante complejo, ella estaba ahora en
la casa de compaeros donde viva mi hermano, quien la cuidaba era el
compaero Julin y su pareja, ya que los amigos periodistas tenan dos hijas
y fue difcil incorporar a ese ncleo una tercera hija ms. Con Julin y su
pareja Lucy tena una muy buena relacin, l la acompaaba a la escuela,
se preocupaba de sus cosas, de entretenerla y de que se juntara con otras
del combate donde cae acribillado por las balas de militares de la DINA el ao 1975.
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nias y nios de su edad del mismo barrio. Si bien en ella haba reproches,
todo se compensaba con que nos volvamos juntas a Nicaragua.
De vuelta a la tierra de Sandino con mi hija, tuve que abandonar las
tareas de acuartelamiento y pas a trabajar en lo social, como encargada de
educacin de adultos en un sector de Managua, eso me permiti insertarme
de otra manera en la realidad social de ese pas. Conoc la experiencia del
analfabetismo de hombres y mujeres nicaragenses, se trabajaba con el m-
todo de Paulo Freire de la educacin popular, lo que signific importantes
avances en el sentido de disminuir el analfabetismo, y al mismo tiempo
pude disfrutar de una estada con mi pequea hija.
En ese ao en Managua tuvimos la visita de Pepe Carrasco21, gran
compaero, quien fue el primero dentro del partido que hizo un recono-
cimiento a nuestra participacin junto al pueblo sandinista. Luego con la
llegada de los y la representante del partido, la compaera Gladys Daz,
pudimos retomar la militancia y de ese modo comenzar a cimentar el
camino del retorno clandestino a nuestro pas.
El retorno a la patria, era una poltica emprendida por el MIR desde
el ao 78, un anhelo para muchos de nosotros y nosotras, el tiempo del
exilio llegaba a su fin, porque si estbamos vivos, entonces haba que
seguir aportando desde el interior. Ya el campo de la solidaridad in-
ternacional daba sus frutos, el boicot contra la dictadura se haca sentir
en varios continentes: Amrica Latina, Europa, pases del frica, Asia,
en fin; el tirano no poda salir del pas, reciba sanciones de todas las
latitudes por las violaciones a los DD. HH, tortura, muerte y desapa-
ricin. La economa tambin se resenta. Los productos chilenos eran
boicoteados en los puertos de entrada, el cobre se vea tambin amena-
zado por estas acciones. La existencia de los duros y blandos dentro del
rgimen dictatorial se haca evidente y era conocida a nivel nacional e
internacional; la burguesa se divida entre quienes queran acelerar el
proceso de reconversin econmica y quienes tenan un proyecto nacio-
Jos Carrasco, periodista, miembro de la direccin poltica del MIR asesinado por la
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El ansiado retorno
Las peripecias del retorno en trminos de su ejecucin son todas ms o
menos similares, quizs la nica diferencia es que yo tena pnico de pasar
por el aeropuerto. Ya haba sido detenida en un aeropuerto en Francia, me
incautaron cartas y regalos y algo de dinero que de Cuba enviaban a Chile.
No s cul sera la estrella protectora, pero luego de un par de horas me
permitieron continuar mi itinerario.
Hay que decir que en todas las estaciones de este largo periplo siempre
hubo personas militantes y no militantes que nos acogieron y dieron fuerza
para continuar. Era lo que se denominaba en jerga militante la retaguardia
de la resistencia. Me impactaba cmo personas de distintas nacionalidades
que nos acogan, guardaban una gran discrecin con nuestro quehacer, no
haba preguntas, ni suspicacias, en cambio s haba una gran preocupacin
por nuestra estada, que no nos faltaran alimentos, que nuestras camas
tuvieran el abrigo necesario, que tuviramos el espacio suficiente para no
sentirnos invadidas, eran slo afecto y solidaridad, mucha solidaridad. Pienso
que esas expresiones, en el caso de Europa, eran producto del aprendizaje
de la Segunda Guerra Mundial, la resistencia antinazi y antifascista debi
realizarse de esa manera, redes de partisanos (as) que colaboraban con la
resistencia en distintos pases.
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El reencuentro soado
El retorno tambin tuvo mucho de reencuentro, de afecto, de reali-
zacin de una militancia que haba internalizado el sabor de la derrota.
Al retornar al pas, esa pesadilla se transformaba en esperanza, desde el
mismo momento en que atraves la aduana y pis tierra chilena, percib ese
calorcito de la gente que da lo que se reconoce como identidad, los colores,
los olores, los sabores, como el del plato de cazuela de pava que me serv
en la ciudad de Los Andes, acompaada de pebre y ensalada chilena, una
vez pasada la frontera. Yo me rea sola para mis adentros de la emocin
que me recorra en esos instantes. Luego, la llegada a Santiago, cerca de
las 22 horas. Lo curioso de llegar al terminal de buses, que saba mo,
pero donde nadie me esperaba, luego de tantos aos, tena que moverme
rpido, me sobrecogi el fro, todo aquello que antes fue ldico ahora me
pona al acecho, las miradas de quienes estaban all, ver si alguien se me
acercaba o me segua, comenzara a ser parte de la rutina durante los aos
de clandestinidad.
La primera parada fue en un hotel de calle Brasil. Yo casi no conoca
Santiago, haba vivido ah cuando tena 8 aos, por lo que me ubicaba
poco. El lugar era una casona antigua con varias habitaciones divididas por
un corredor. Ya en la pieza y tirada a todo lo largo de la cama mirando el
cielo, no poda dar crdito a lo que estaba sucediendo, ya estaba en Chile,
las emociones se agolpaban. Rpidamente me sobrepuse, tom mi cartera
y comenc a eliminar la documentacin con la que haba entrado al pas,
deba cambiarla por la nueva identidad con la que me registr.
Al da siguiente estaba soleado, decid caminar hacia la Alameda y
pregunt dnde quedaba la Estacin Central y la cordillera, fueron mis
permanentes puntos de referencia. Tom el metro y me dirig hacia una
casa de cambio, como me haban enseado. Haba que ordenarse con las
platas, los contactos y, por sobre todo, procurar una estada que no levantara
sospechas hasta que se produjera el contacto.
Un da despus de mi arribo, caminando cerca de la Plaza Italia,
encontr o mejor dicho me encontr una compaera que haba conocido
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(DINA).
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ventana del segundo piso y decid ir a buscar un taxi, eran como las 14
horas, hora de almuerzo tambin para ellos. Si lo lograba estaba todo a
salvo, incluida yo, y as fue, traje el taxi, se meti por el portn del jardn,
colocamos todo arriba en dos segundos y partimos rumbo al otro extremo
de la ciudad, hacia la comuna de Pudahuel.
Estaba claro que la situacin se complejizaba. Era fines de agosto del 83,
las sucesivas acciones de protestas del movimiento social, las acciones cada
vez ms agresivas emprendidas por el FPMR y otras del MIR, generaban
incertidumbre desde el punto de vista de la seguridad de los retornados, los
golpes sucesivos de la represin con resultado de ejecucin, donde quiera
que estuvieran, nos ponan en un contexto de debilidad. Afortunadamente
el trabajo de redes personales realizado, dio sus frutos en los momentos de
retirada, contaba con compaeras muy comprometidas, todas ellas pro-
venientes de los grupos de cristianos por el socialismo, o de la izquierda
cristiana. Qu grandes mujeres! No slo me dieron alojamiento, sino que
me adoptaron como parte de la gran familia que componan las monjas
venidas de otras latitudes, como la hermana Clara, que vena de Irlanda,
o bien mi amiga de siempre, la Pocho23 . Con ellas pasamos la Pascua y el
Ao Nuevo de ese ao.
No poda permanecer mucho tiempo en un solo lugar, esto era clave
para la lucha clandestina; por eso empezamos a convivir con un compaero
socialista, con quien arrendamos un pequeo departamento en la comuna,
l tena cncer, nunca me lo dijo, y estaba en la fase terminal con metstasis.
Le haban detectado la enfermedad a la vuelta de un curso de instruccin
en Alemania. Al poco tiempo de dejar el lugar quise reencontrarlo, pero
supe que haba muerto. Fui a su casa y al menos pude darle el psame a su
madre y hermana que estaban destrozadas por el repentino fallecimiento
de su hijo y hermano, tambin ignoraban su enfermedad.
El tiempo que permanec en la comuna de Pudahuel, en el sector de
Teniente Cruz, pude por primera vez percibir en directo la combatividad
Gran compaera y amiga Elena Bergen miembro del FASIC y del Comit Sebastin
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Acevedo.
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La compaera Luca Vergara, de 31 aos y dos hijos, fue acribillada por la CNI junto a
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Nota: Todas aquellas personas que me dieron refugio a m y a tantos otros, algn da
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planeado. Volver a salir de Chile donde nunca estuve legalmente, fue algo
complejo de asumir. Tena que aparentar que nunca haba entrado al pas,
porque volvera a recuperar los documentos que no me permitan entrar,
ya que servan slo para estar fuera de Chile.
En Brasil, part a la regin de Minas Gerais, a reencontrarme con
mi hija. No fue tarea fcil, ella estaba muy resentida, ya tena doce aos y
no entenda cmo y por qu la haba abandonado. De ah en ms, hasta
ahora los reproches se suceden una y otra vez, claro que cada vez con menos
intensidad. Ella ahora es madre, ha recuperado la vida poltica chilena y
ha podido explicarse muchas situaciones de nuestras vidas, pero no hay
nada que cierre por completo la herida.
Ese ao 84 Brasil se encontraba en todo el proceso de las Diretas j,
para el cambio de la Constitucin poltica. La vida poltica del Partido de
los Trabajadores era muy intensa, de mucho contacto con la base social,
ellos fueron un actor relevante en el proceso de vuelta a la democracia. El
PMDB, si bien tena su propia base poltica, era considerado un partido
socialdemcrata que no llevara a cabo reformas profundas para equili-
brar en algo la desigualdad, en ese entonces exista un 40% de personas
viviendo en condicin de pobreza, en el Brasil profundo, en el nordeste
y sur del pas. Aun as la solidaridad con nuestro pueblo para recuperar
la democracia no tena lmites ni condiciones. En muchas oportunidades
pudimos conversar con el compaero Lula sobre la poltica del MIR en
Chile o bien participar en actividades realizadas por ellos.
Mi situacin legal era mejor que la de otros compaeros, tena un
Certificado de Reconocimiento del estatus de refugiada poltica, adems
de tener una hija con un brasileo, lo que nos permiti realizar acciones de
mayor envergadura de solidaridad con las reivindicaciones de las agrupa-
ciones de DD. HH. Es as como decidimos ocupar el Consulado chileno
en San Pablo, un da 20 de agosto de 1985, para pedir por el fin del exilio.
La accin se realiz con xito, pero signific mi partida del pas, luego de
ser todos detenidos por la Prefeitura de la ciudad, fuimos advertidos de no
realizar ms acciones de este tipo, bajo la amenaza de expulsin del pas.
Estaba claro que deba partir, esta vez rumbo a Buenos Aires. Comuniqu
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El retorno definitivo
Es a comienzos de diciembre de 1987 cuando, por una llamada desde
Chile, me enter que haba aparecido en lista en el diario y poda retornar
al pas. Me produjo una tremenda inquietud y luego por supuesto alegra,
no desbordante, pero alegra al fin. Estaban, adems, las preguntas que se
agolpan en esos momentos: Volver a qu? Para qu? Con qu? Todas
las respuestas se iran construyendo en el camino y algunas todava no
terminan de responderse.
No puedo decir que nos preparamos para volver, mi hija pasara esas
vacaciones con su padre en Brasil y yo poda partir casi de inmediato al pas.
Eso permitira poder rearmar nuestras vidas antes de que ella llegara. Part
a Chile por tierra, quera saborear esta vuelta con la legalidad suficiente
-que da entrar con tus documentos- y con sesenta dlares en el bolsillo,
todo mi capital despus del largo exilio. Algunos de mis familiares (mam,
hermanos) me esperaban en el terminal de buses, en la Alameda. Siempre
he tenido la sensacin de que mi familia tena sentimientos encontrados
con mi regreso, de hecho mi padre no fue a mi encuentro, tal vez porque
otro hermano todava viva en una suerte de clandestinidad, sintieron temor,
despus de todo, estuvimos todos presos, en distintos perodos.
Las primeras semanas me qued en la casa de una amiga de mi her-
mano que estaba de vacaciones, hasta poder arrendar un lugar para vivir
en el sector de Villa Olmpica que, por ese entonces, era todava un barrio
sencillo y acogedor y con una tremenda historia de resistencia, pero tam-
bin de acciones y de ajusticiamientos de militantes del MIR y del FPMR.
Hasta ahora se rinde homenaje en el mes de septiembre a compaeros y
compaeras que cayeron abatidos por la CNI. En ese sector nos instalamos
compartiendo con una amiga y su hija por alrededor de dos aos. Luego
que ella parti tuvimos que cambiar de domicilio.
El pas, y Santiago, se me presentaban ajenos, no era el Santiago de la
clandestinidad y de la conspiracin, era la ciudad fra de asfalto que jams
se conmovi ni quiso saber cul haba sido la historia desde el 73, no que-
ran memoria, queran olvidar. Una comenzaba a hablar de su historia y
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Contar toda esta historia que he relatado aqu? Claro que no! Entonces
busqu en la empresa privada y consegu trabajo como cajera por seis me-
ses. Al poco tiempo me reencontr con las mujeres trabajadoras sexuales y
presentamos una propuesta en la Pastoral de los Trabajadores, ah gracias
a la intervencin pastoral de Monseor Alfonso Baeza, quien adems era
prroco, continuamos el trabajo que habamos desarrollado antes con la
ONG, finalmente tuve un trabajo que me brind a m y a mi hija insercin
econmica y social.
La experiencia que me brindaba el conocimiento del comercio sexual
de mujeres adultas como actividad remunerada, a lo largo del pas, me
permiti sumarme a la reivindicacin de las trabajadoras sexuales chilenas
de Romper el silencio. Haban callado toda una vida, ahora podan alzar
la voz a travs de la denuncia por las violaciones a sus derechos como
personas. Me enter de situaciones aberrantes ocurridas en dictadura,
como que despus de los operativos de los servicios represivos, pasaban
donde ellas para tener sexo y luego dejarlas botadas en cualquier parte, lo
mismo constat en el extremo sur donde estn acantonadas algunas fuerzas
militares. O el testimonio de una de ellas que contaba cuando cerraban
toda una calle para que el hijo de Pinochet y sus secuaces permanecieran
en una casa de tolerancia. Todas estas denuncias significaron cierto asedio
de las fuerzas policiales haca las personas que llevbamos adelante estas
acciones; como colocar un explosivo en la puerta del edificio donde viva,
sustraerle el auto a mi pareja, seguimiento a las lderes del movimiento y
al equipo tcnico, vigilancia en el lugar donde trabajbamos, la presencia
de jvenes militares en nuestra agrupacin cada 11 de septiembre para
preguntar por los estudios que realizbamos, etc.
Escrib el ao 97 un pequeo libro, Las otras mujeres, financiado por
BILANCE de Holanda26 acerca de esta realidad social y las personas que
la componen. Recorrimos todo el pas dando a conocer los derechos de
las trabajadoras sexuales, se realizaron tres encuentros internacionales y se
pudo entrar a discutir y debatir la situacin vivida por ellas. Se realizaron
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talleres de sensibilizacin con todos los actores de este sector social, hasta
que se cre la fundacin que hasta hoy representa, por ellas mismas, ese
trabajo que se desarroll nacional e internacionalmente.
Por mi parte pude retomar mis estudios que haban quedado inte-
rrumpidos el ao 73, all en Concepcin, y luego de tres aos termin
la carrera de sociologa. Lo que me permiti entrar a hacer clases a un
instituto y luego a la universidad.
La dcada del noventa fue favorable, sobre todo en lo afectivo y
emocional. Conoc al que hasta ahora es mi compaero de vida: Omar,
tambin retornado, con quien hemos compartido los avatares del retorno
y la insercin. Para los dos ha sido un compromiso de compaeros y como
pareja nos hemos afiatado con el tiempo. Estuve quince aos sin tener un
compaero permanente a mi lado, de los 27 a los 42 aos, por lo que fue
complejo en un inicio admitir una pareja compartiendo mi cotidianidad,
pero finalmente lo logramos, en esto no hemos sido derrotados.
Mi hija volvi a Chile el ao 97 para intentar un segundo retorno.
Para ella, como para muchos de los hijos e hijas de los y las retornados (as),
la insercin no ha sido fcil, por una cuestin poltica, pero tambin cultu-
ral. Nada les ayuda a entender, desde el punto de vista social y/o cultural,
el compromiso de sus padres y madres con la lucha antidictatorial. Los
vencedores de las batallas vividas fueron quienes pactaron la democracia
protegida, los dems militantes, combatientes, sobrevivientes, fuimos parte
de la coreografa de la trastienda de la lucha antidictatorial.
Habr que esperar el paso del tiempo, la reescritura de la historia para
que puedan ellos, ellas, sus hijos e hijas, comprender y legitimar ese proceso
aun a costa de su propia historia personal.
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De sueos y porfas por
la vida justa
P atricia F lores
Palabras previas
L
a pregunta que gua estos recuerdos Qu me hizo ser una mujer
militante de un proyecto revolucionario en una poca intensa de
nuestra historia? He buscado explorar las causas que empujaron
mi vida por los derroteros por los cuales la he recorrido. En este camino
me encontr con las compaeras y hermanas que tambin, con sus propias
historias, llenan las pginas de este texto. Nos conocimos en la plenitud de
nuestra juventud, venamos de la conmocin que signific para la vida de
cada una, la tragedia que se cerni sobre nuestro pas con el golpe militar.
Nos habamos forjado en la militancia, convencidas de que era posible
construir un mundo ms justo en la poca en que los sueos florecan y se
vea cercana la posibilidad de tomar el cielo por asalto, y luego, cuando
esos sueos fueron aplastados, la conviccin se troc, suspendiendo el sueo
para tiempos futuros, en la necesaria e ineludible tarea de resistir y vencer
el embate de las clases dominantes. Estuvimos convencidas que nuestro
lugar era el frente de lucha y durante ese proceso, nos hicimos amigas, nos
quisimos y respetamos hasta el da de hoy.
Mujeres en el MIR des/armando la memoria
A mis hijos
Realizar esta retrospeccin y dar cuenta de los hechos de mi vida se lo
debo, sobre todo, a mis hijos Tania, Valeska y Luciano quienes han vivido,
sufrido y sobrellevado muchas de las consecuencias de mis decisiones.
A lo largo de sus vidas han tenido muchas preguntas para las cuales
mis respuestas no todas las veces han resultado comprensibles. Quizs estas
pginas ayuden en ello,como tambin, es probable que, a travs de estas
lneas, puedan aparecer respuestas a preguntas no planteadas.
La maternidad para m ha sido, pese a los hechos, central en mi vida:
quise ser madre, esper con amor profundo a cada una de mis hijas y a
mi hijo. So con que se convirtieran en mujeres y hombre realizados en
aquello que quisieran ser. Hoy me siento orgullosa de Tania, Valeska y
Luciano: son hermosas personas, sensibles, comprometidos, inteligentes,
ticos. Tal como en su niez, tampoco en su vida de adultos las cosas han
sido fciles, han sufrido penas, tenido frustraciones, experimentado prdi-
das. Pero tambin han logrado grandes satisfacciones y alegras, conocido
el amor, construido amistades amorosas y alcanzado reconocimientos en
sus quehaceres profesionales, sociales, polticos.
Mis hijas nos han regalado a todos la alegra de sus propios hijos:
all estn Kamilito, Julita y Camilita, nuestros amados pequeos que nos
alegran la vida y que tambin, con todo derecho, ya hacen preguntas.
Por todos ellos y ellas siento que ha sido un privilegio sobrevivir.
Haber podido estar hoy aqu, compartir esta historia que no es slo ma,
es tambin la de ellos.
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Desentraando mi origen
Cada uno de nosotros lleva un ro
Como el sonido ms puro de su infancia.
Cancin de cuna transmitida de padres a hijos,
de rboles a pjaros, de cielos a tierras.
Efran Barquero
Nac en Santiago en 1952. Muchos aos despus supe que ese fue el
ao en que por primera vez las mujeres votaron en una eleccin presiden-
cial en Chile. Soy la mayor de siete hijos. Al nacer yo, mis padres vivan en
calle Aldunate, cerca del parque O'Higgins (ex Cousio), en una especie
de cit junto a mi abuela paterna, mi Nana, quien me acompa gran parte
de mi vida.
Mis padres coincidentemente fueron hijos nicos, y las distintas ramas
de mi familia de origen no se caracterizaron por ser muy numerosas. Esta
caracterstica familiar quizs marc, en cierto modo, mi carcter y tambin
el de mis hermanos, quienes nos criamos hacia dentro de nuestro ncleo
familiar, sin haber gozado de la convivencia con tos, primos y dems fa-
miliares que una familia grande otorga. Aquello no fue nuestra realidad,
por eso hemos sido personas ms bien introvertidas, de tribu cerrada.
Mi madre, Cristina fue hija nica de un matrimonio que se disolvi
quiz antes de que ella naciera. Su madre, Mara, la dej an guagua con sus
abuelos maternos y parti al Norte en busca de una nueva vida, sin volver
jams a hacerse cargo de ella. No fue una abuela cercana para nosotros, y
las pocas veces que frecuent nuestra casa, vivimos momentos conflictivos
en la convivencia familiar.
Mi abuelo materno, Juan, comunista, funcionario civil de Famae, segn
siempre ha recordado mi madre, despus de su trabajo la visitaba cada tarde
y le dejaba unas monedas en sus manos. l muri cuando mi madre tena
11 aos. Ella conserva esos recuerdos con mucha ternura y le puso a uno
de mis hermanos el nombre de ese padre afectivo y cercano que perdi tan
pronto. Contaba mi madre y algunas de sus tas, que por andar arrancando
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Mis hermanos
Siempre esper una hermana mujer. Cada vez que mi madre estaba
embarazada me llenaba de expectativas de que esa vez llegara mi hermana,
quien tuvo nombre, elegido por m, varios aos antes de su nacimiento.
Finalmente, cuando yo tena 12 aos, y en el ltimo embarazo de mi madre,
naci Cecilia, mi hermana menor. Entre ambas estn mis cinco hermanos,
cada uno muy especial, que fueron todos revolucionarios, con el favor de
mi dios, tal como cantaba Violeta Parra.
Mis hermanos fueron mi referencia en la niez, compaeros de juegos
y travesuras, pero tambin de miedos y penas. No puedo dar cuenta de mi
historia si no relevo su presencia en ella. Ms tarde, cuando la vida se hizo
difcil en otra forma, nos separ el exilio, la clandestinidad o los caminos
que cada uno tom cuando se hizo adulto. Para m abarcan mi ncleo de
origen y por eso quiero traerlos ac, a estas pginas, desde la imagen que
conservo de cada uno de ellos:
Despus de m, vino Jos Luis, mi hermano cmplice y amigo durante
la infancia y nuestra juventud, con quien deliberbamos qu hacer frente a
situaciones que pudieran afectar a nuestros hermanos menores, pues com-
partamos su cuidado cuando estbamos solos. Ms tarde, compartimos la
poltica, cada uno en el lugar que eligi, lo que nunca supuso un conflicto
entre nosotros, pues estbamos en la misma trinchera.
Luego lleg Guillermo, un poco ms menudo porque fue siete-
mesino, pecoso y de ojos intensos, mucho ms sociable que los dems,
por lo cual era ms conocido y querido por gente que para nosotros era
extraa. Ms libre, menos dogmtico, marcando la diferencia dentro de
lo comn. As tambin sucedi en su militancia, que vivi con pasin,
pero tambin con libertad.
El cuarto fue Vctor, el ms mirista de nosotros. La ltima etapa de
su niez y la primera de su adolescencia la ocup en descubrir el mundo
de la revolucin con los adultos en el campamento Nueva La Habana.
Fue el primero por quien lleg la represin a mi familia das despus del
golpe, como preludio de lo que vendra despus en su intensa militancia.
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ubicadas al final de cada sitio, con baos de pozo negro y agua de piln.
En la parte delantera de los terrenos se comenzaron a levantar las casas,
con apoyo de tcnicos de Corvi, pero con la mano de obra de los dueos
de casa, que cada tarde despus de sus trabajos, organizados en cuadrillas,
fueron levantando nuestras viviendas. Fue una experiencia muy bonita y de
mucha unidad y solidaridad. Incluso se form un club deportivo y social
al que se le llam Los 36 Unidos. Era el ao 1965 cuando llegamos a
Joao Goulart, y mis padres an viven en esa casa.
La edad, el nuevo colegio y la llegada a Joao Goulart conformaron las
condiciones para mi despliegue social, femenino, poltico. Atrs iba que-
dando la nia tmida, slo amiga de sus hermanos, recluida en la casa. Me
convert en una lola con sueos, participacin, consciente de la poca que
vivamos, pero tambin disfrutando de la edad, me gustaba la nueva ola,
bailar, tener amigos, pero segua con admiracin la Revolucin Cubana,
usaba ropa a la moda que yo misma me confeccionaba con una mquina
de coser manual que compr mi madre.
El ao 1967 formamos con mis amigos de la poblacin el Centro
Juvenil, Alma Joven, nombre con clara inspiracin hippie. Fue una ins-
tancia muy gratificante, transversal, de amistad y compaerismo, la que
disolvimos, sin embargo, poco ms de un ao y medio despus, para que
cada uno y una tomara su lugar en la lucha poltica que se aproximaba. Ya
no haba tiempo para mantener las actividades de un centro juvenil. Era
la hora de otras decisiones.
La disolucin consciente de nuestra organizacin fue un acto que
responda a la llamada que sentamos desde la poltica tal como se viva
en aquel entonces: como una actividad noble y de entrega personal tras
un ideal que se abrazaba con mucho fervor. Cada uno y una busc su ca-
mino, algunos nos encontramos con el tiempo, con otros nos separamos
indefectiblemente, pues nuestras opciones fueron antagnicas.
El ao 67 asesinaron al Che en Bolivia. Escuch la noticia mientras
estaba con un grupo de amigos y amigas en la puerta de mi casa. Sent
pena, me hice preguntas y tuve la conviccin de que no poda ser en vano.
Siempre he guardado al Che en mi corazn y mi conciencia. No con la
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1
Gabriela Mitidieri. Monografa acerca del Movimiento de Pobladores durante el periodo
de la Unidad Popular. Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofa y Letras. Julio
de 2008. Pg. 15. Consultado en http://documents.mx/documents/el-movimiento-de-po-
bladores-durante-la-unidad-popular.html.
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2
Paulo Freire. Pedagoga de la Esperanza. Siglo XXI Editores. 1993, pp. 36.
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Ibid, pp 180.
3
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4
MLN-Tupamaros. Organizacin poltico militar de izquierda fundada en Uruguay
en 1966.
5
Instructor en prcticas de tortura, ajusticiado en Uruguay por los Tupamaros en 1970.
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una ola que se aproximaba, pero an no nos tocaba. Sabamos que se haba
levantado la marina en Valparaso, luego, que otros regimientos en Santiago
se plegaban al golpe. Allende nos comunicaba sus ltimas palabras, pero
an circulbamos por las calles, la gente se preparaba de distintas formas
para lo que estaba por venir: unos queran irse lo ms pronto posible a sus
casas, otros nos quedbamos a defender nuestros lugares de trabajo, no
sabamos si combatiendo o no. Con el transcurso de las horas conoceramos
nuestra verdadera situacin.
Al llegar me sum a las tareas que se desarrollaban en una impro-
visada planificacin de defensa. Por telfono quedaron coordinadas las
industrias del cordn. Durante esa maana me pidieron que me dirigiera
a la industria Soprole a buscar una frmula para elaborar bombas molotov
antiblindados. Los compaeros de Soprole me la entregaron escrita en
un trozo de papel que escond entre mi pelo largo (amarrado en un moo)
y me devolv corriendo a mi industria. Con un grupo pequeo, de mxima
confianza, estuvimos fabricando esas molotov en el laboratorio durante
toda la tarde y primeras horas de la noche del da 11.
No haba armas en Sorena. Das antes del golpe nos haban llevado
a un grupo de la Jota a un lugar que ahora no recuerdo para que nos en-
tregaran instruccin. Fue por una sola vez y nos ensearon a desarmar,
armar y disparar una pistola. Eso fue todo. Durante el da 11 y parte de la
noche se especul bastante en la industria respecto a que Prats llegara a
Santiago con tropas desde el sur. Durante la noche vimos a travs de las
ventanas muchos militares en las calles, con distintivos en las mangas de
distintos colores, y dentro de nuestra ingenuidad suponamos que unos
eran leales al gobierno y otros eran golpistas.
Durante la maana del 12 de septiembre nos dimos cuenta que ha-
bamos quedado encerrados en la industria: esa era nuestra real condicin.
No haba tropas leales, no llegaran armas, Allende haba muerto, slo se
escuchaba a los militares por las radios. Ya no podamos movernos de ese
lugar en que permanecamos un poco ms de cien personas, la mayora de
las cuales nos quedamos para defender la industria, el Cordn Industrial
al que pertenecamos y el proceso popular que llenaba nuestras ms claras
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jugar de all en adelante las mujeres en el pas: parir, criar y educar el fu-
turo de la patria. Todo este discurso era construido en contraposicin a
la imagen de los hombres: brutos, porfiados, merecedores de ser tratados
con mano dura. Posteriormente nos hicieron rezar el rosario gritando, a la
vez que escuchbamos los gritos de compaeros que estaban siendo tor-
turados. El piso del casino lo inundaban por la noche para evitar que nos
tendiramos a dormir, a lo que se responda con una actitud solidaria entre
nosotras consolndonos, juntando la mesas para que durmieran sobre ellas
las mujeres mayores, las embarazadas, quienes estaban heridas o haban
recibido ms golpes.
Al da subsiguiente nos liberaron a algunas mujeres. Con la enfermera
(de quien he olvidado su nombre), nos trasladamos a la poblacin vecina
a la industria a buscar el primer refugio. All nos unimos en los abrazos,
las manos amigas y la alegra por encontrarnos a salvo.
Regres a casa de mis padres a reunirme con mis nias y mi familia.
All me encontr con mi padre, quien tambin regresaba del intento de de-
fender con sus compaeros la industria Socometal, en donde trabajaba. Nos
fundimos en un abrazo y por segunda vez en la vida lo vi llorar. La primera
vez fue cuando Allende haba perdido las elecciones frente a Eduardo Frei.
Decidimos con mi Nana regresar al campamento Nueva La Habana.
En cada lugar del pas se escriba una historia parecida durante aquellas
horas y el campamento no fue la excepcin:
Un poblador record que prontamente los aviones de la Fuerza
Area hicieron un par de vuelos rasantes y durante las primeras
horas fue constante el vuelo de helicpteros sobre el campamento.
Tambin explic que Alejandro Villalobos, el Micke, llam a una
Asamblea General al medioda del mircoles 12 de septiembre
donde manifest a los pobladores que ya nada se poda hacer y
que por seguridad propia y del resto de la poblacin haba tomado
la decisin de retirarse del campamento, es decir, se despidi de
su comunidad para entrar a la clandestinidad.6
http://www.memoriachilena.cl/archivos2/pdfs/MC0033345.pdf.
6
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Los primeros das posteriores al golpe fueron de alta tensin, pues hasta
se lleg a comentar la posibilidad de ser bombardeados. El campamento
Nueva La Habana haba sido cono de la construccin de poder popular y
en su desarrollo fue siendo autogestionado en la mayora de las instancias
de organizacin social, superando poco a poco la dependencia de la buro-
cracia del Estado. El intento de impartir justicia propia haba concitado el
gritero de la derecha tiempo atrs, editorializado por el propio El Mercurio.
Salen del campamento parte de los principales dirigentes, los que se
quedan fueron detenidos despus y son llevados a distintos lugares
de detencin, entre ellos el regimiento de Puente Alto y el Estadio
Nacional. Todo esto sucede en las dos primeras semanas del golpe, y
cuando se ha logrado el descabezamiento orgnico, se hace presente
un oficial del ejrcito y nombra por decreto una nueva directiva,
manteniendo la estructura orgnica tal como era antes, pero con
cambio de nombre para la poblacin7.
Se instal el miedo entre los pobladores del campamento. No slo
por las detenciones de las que se iba conociendo da tras da, y tambin
por los cadveres de fusilados que, a diario, durante el primer tiempo, se
encontraban por las maanas en la avenida Departamental o en la rotonda
de igual nombre. Tambin el miedo lo provoc la instalacin militar. Todas
las noches se realizaban patrullajes por las calles principales y creo que cada
una de las personas de esas mil quinientas familias que habitbamos en el
campamento, esperbamos con temor que unas de esas noches golpearan
brutalmente a nuestra puerta.
Al tercer da despus del golpe los militares ingresaron al campamento
e iniciaron su trabajo en forma sistemtica: primero allanaron las
instalaciones de la construccin de las viviendas, detuvieron algunos
trabajadores; seguidamente detuvieron a los dirigentes ms conocidos
que todava permanecan al interior del campamento, y sumado a
7
Diversos Compiladores. Testimonio de Jos Moya Paiva en Torturas en poblaciones
del gran Santiago. Colectivo de Memoria Histrica Corporacin Jos Domingo Caas.
2005. Pg. 129.
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ello, cuando caa la noche, las patrullas militares recorran las calles y
pasajes disparando sus armas al aire para mantener atemorizados a los
pobladores. Esta prctica de terror se repeta diariamente desde que
empezaba a regir el toque de queda y hasta el amanecer y se extendi
durante todo el transcurso del ao 1973 y parte del ao siguiente.8
El regreso al campamento fue en condiciones de mucha precariedad:
tanto mi hermano Jos como yo habamos quedado sin trabajo, el padre
de mis hijas estaba detenido en el Estadio Nacional y, aunque no vivamos
juntos, segua siendo mi pareja y yo estaba preocupada por su situacin. La
nica posibilidad de sostenimiento fue la pensin de mi Nana, y durante
el primer periodo contamos con mercadera que no habamos consumido,
pues con el sistema de canasta familiar que distribua el Almacn Popular,
la mercadera no perecible a que accedamos era ms que suficiente. Poste-
riormente, vinieron los tiempos realmente duros, en que haba das en que
slo tenamos harina tostada y leche para las nias.
A fines de 1973 ya casi no salamos. Los militares permanecan
dentro, haban detenido a las personas que haban ocupado cargos en el
campamento y que se quedaron en l. En una de las redadas detuvieron a
Jos Luis confundindolo con mi otro hermano ms pequeo, Vctor. Esa
vez buscaban a algunos adolescentes que haban participado en una accin
previa al golpe. A Jos lo soltaron desde el regimiento de Puente Alto y a
Vctor lo escondimos en casa de una ta de mi madre.
En las primeras semanas despus del golpe de Estado, mi hermano Jos
llev un mimegrafo a nuestra mediagua que ocupamos para realizar nuestras
primeras acciones de resistencia. No recuerdo de dnde sacamos algo de papel,
pero por nuestra propia iniciativa elaboramos panfletos que imprimamos en
las primeras horas de la noche. A cada rato mirbamos por las rendijas el paso
de la patrulla militar y cuando se alejaba dbamos vuelta al tambor. Entre otras
formas, se nos ocurri salir muy temprano junto con la gente que acuda a su
trabajo a poner rpida y disimuladamente montoncitos de panfletos sobre el
parachoque de las micros, as cuando partan se desparramaban.
Ibid.
8
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nuestro derecho sobre esas viviendas, nuestra familia vivi una enorme
decepcin e impotencia, ms aun cuando gran parte de nuestras casas, las
ms grandes, fueron entregadas a familias de policas civiles y uniformados.
9
Luis Corvaln, De lo vivido y lo peleado. LOM Ediciones, Santiago 1997, pp. 158.
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Manifiesto de octubre. Desde Chile hablan los comunistas, pp. 22.
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que slo han quedado detenidas aquellas personas que estn comprome-
tidas en hechos de sangre. Aquello provoc una diferenciacin artificial
entre quienes supuestamente solo haba sido apresados por sus ideas, de
aquellos que haban realizado acciones de resistencia activa al rgimen. En
la prctica, por tanto, en la Agrupacin de Familiares de Presos Polticos,
quedamos quienes pertenecamos al segundo grupo y, como consecuencia
de ello, en la Vicara de la Solidaridad decidieron no seguir prestndonos
apoyo. Sacamos nuestras cosas y debimos conseguir otro espacio donde
reunirnos, con el consecuente riesgo para nuestra seguridad. La parroquia
El Buen Pastor ubicada en Macul con Rodrigo de Araya, se transform
en nuestra nueva casa, muy generosa, por cierto.
Yo era parte de una base y mis tareas eran ms bien del mbito abierto,
por lo que la intensidad de mi participacin se daba en torno a los grupos
relacionados con Derechos Humanos (apoyo a las huelgas de hambre, en
las tareas de comunicaciones, etc.). A la vez iba haciendo contactos con
compaeras que podan pasar a otro mbito ms cerrado.
El exilio
Me pareci mejor la tierra pobre
de mi pas, el crter, las arenas,
el rostro mineral de los desiertos
que la copa de luz que me brindaron.
El Exilio, Pablo Neruda.
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del avin iba cargada de bolsos de mano, charlones para tapar a mis nias
durante el vuelo, sus muecas y unas galletas por si les daba hambre. Una
autntica Carmela viajando a la ciudad.
Al llegar a Bruselas y aproximndonos a la salida del aeropuerto, vi
a un grupo de personas que me hacan seas, una dama chilena se acerc
y me abraz, yo me puse a llorar. Ella me deca ya pas, ya pas, ac vas
a estar bien con tus nias, compaera y lo que yo senta era lo contrario,
lloraba porque me haba ido, porque ese paso era demasiado grande para
retrocederlo, o quizs porque en mi fuero ntimo senta que nuestras vidas
ya no seran como hasta entonces, y vendran mayores dolores.
Llegamos pronto a una casa antigua de un sector viejo del centro de
Bruselas. La compaera Sofa en el camino me haba contado que eran de
una organizacin de acogida a los refugiados polticos, llamada Entraide et
Fraternit, que me iban a instalar durante un tiempo hasta que yo hiciera
todos los trmites de refugio y decidiera dnde vivir. Ella, Sofa, se encargara
de avisar a mi partido dnde me haban instalado. A la maana siguiente
lleg la compaera Nora, militante del MIR, oriunda de Valparaso, para
acompaarme en los trmites.
Llegu a Blgica sintiendo desde el primer momento nostalgia por
mi tierra y mi gente y con el nimo con el que seguramente llegaron la
mayora de los exiliados: esperando que fuera por poco tiempo. Mis nias
miraban y disfrutaban de todo lo nuevo con sus ojos bien abiertos y pre-
guntas constantes. Yo tena miedo que se acostumbraran a ese mundo y
desde los primeros das les reiteraba que todo lo que estbamos viviendo,
usando, teniendo, no era nuestro, solo prestado. Que lo dejaramos porque
volveramos a nuestro pas cuando los compaeros lo liberaran.
En el departamento que nos ubic Sofa, conoc a Teresa, comunista
uruguaya, entraable compaera de esos das, que me recibi y acompa
con una fraternidad enorme. Ella estaba sola con su hijo pequeo en otro
departamento del mismo edificio. En Uruguay era obrera talabartera, de
una firmeza ideolgica impecable, acompaada de una gran ternura, y con
ambas cualidades me fue guiando en este mundo nuevo. Yo, que vena de
un pas donde la leche an se venda en botellas de vidrio no desechables,
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haba empezado a guardar las botellas plsticas de la leche una vez des-
ocupadas. Eran bonitas, de muy buena factura, y no conceba echarlas a
la basura hasta que Teresa, ayudndome a ordenar, me sentenci o t
botas las botellas o las botellas te van a botar a ti de este lugar. Hoy ese
comentario provocara escozor en nuestra mentalidad ambientalista, pero
en ese tiempo ese no era un tema, y que yo empezara a guardar todos los
envases, daba cuenta de mi concepcin de pobre proveniente de un pas
pobre: guardar lo que pueda servir para algo posteriormente, porque nunca
est la seguridad de volver a poseer ese objeto.
A travs de Teresa conoc otros compaeros uruguayos del Partido
Comunista, tan fraternos como ella. A los pocos das organizaron una
cena en casa de una pareja de compaeros para recibirnos a mis hijas y a
m. En esa ocasin, me hicieron escuchar los temas del conjunto Xarax,
a quienes yo no conoca. Me emocion hasta las lgrimas con algunas de
sus letras. Al volver a casa, mis nias iban cargadas de juguetes.
Junto con conocer nuevas personas algunas de ellas permanecieron en
mi vida como amigas me integr a las movilizaciones en solidaridad con
los pueblos de Latinoamrica, Asia y frica, lo cual abri mi conocimiento
del mundo, de su geografa y las luchas de sus pueblos. En aquellos aos
Chile era un pas ms lejano y extremo, de poco contacto con el mundo.
El proceso poltico y principalmente la eleccin de Salvador Allende como
presidente fij los ojos del mundo en nuestro pas. Por la misma razn, los
habitantes (no pertenecientes a las elites), tenamos fundamentalmente a
Latinoamrica como la zona prxima de contacto y poco conocamos de
los procesos polticos en tierras ms lejanas.
En aquellos das tambin conoc unas de las dimensiones ms duras del
exilio. Una maana recin llegada a Amberes, donde me traslad a vivir, sal
a comprar zapatos para mis nias. Haba visto un lugar con varias tiendas
de calzado y en sus vitrinas estaba lo que buscaba, pero cuando entraba, los
vendedores me hacan seas de que no haba. Al repetirse la situacin por
tercera vez, me di cuenta de qu se trataba: no me queran vender. Sent
que estbamos siendo humilladas y me alej del lugar prometindome no
volver a exponernos a ello. La sensacin de discriminacin es dolorosa y
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la mayora de los exiliados con los que me relacionaba hasta ese momento
no haban experimentado, puesto que tuvieron que exiliarse en los primeros
meses despus del golpe, o haban permanecido prisioneros o prisioneras y
una vez liberados haban salido hacia el exterior sin tener la oportunidad de
tomar contacto con las primeras y distintas manifestaciones de resistencia
que se iban incubando en el seno del pueblo chileno. Estbamos en una
situacin incuestionable de repliegue de las luchas populares, pero sobre
ese mismo repliegue, iban surgiendo nuevas expresiones de lucha que
respondan a las posibilidades, contextos y necesidades del momento. La
conciencia acumulada tras dcadas de luchas populares impulsaba a hacer
algo, y ello coexista con el miedo que paralizaba. De la relacin entre
ambas pulsiones iban surgiendo a veces acciones ms o menos espontneas,
y otras veces ms o menos organizadas, y como trasfondo, en un pas que
se torn gris, el silencio, el dolor y la impotencia.
Antes de partir a Blgica particip en el plebiscito de 1978 que busc
legitimar la permanencia en el poder del rgimen militar y de Pinochet
como su mximo representante. No haba registros electorales y al votar,
como respaldo del voto, cortaban la punta de la cdula de identidad y le
ponan un sello. Era un da de verano, con mucho calor, me toc votar en
la poblacin San Gregorio. Recuerdo que haba colas inmensas puesto
que, por miedo a las represalias, la mayora de las personas asisti a votar.
A pesar de eso, el ambiente era desafiante, con panfletos en contra del
rgimen botados en el suelo y la gente hablando en voz alta de tal manera
que la palabra No se repeta constantemente, lanzndose as mensajes que
demostraban la opcin de muchos.
Las frases dichas con el No introducido con tanta frecuencia provo-
caban risas cmplices entre quienes estbamos en las filas. Los panfletos
que de alguna manera se haban esparcido por el recinto, hablaban de
una organizacin previa. El parloteo constante en las filas destacando el
vocablo No era muestra de las acciones espontneas que surgan aqu
y all en esos aos.
De fondo a estas expresiones estaba el dolor y la muerte que todos
sabamos que se producan, que desgarraban nuestra vida y nuestra
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mundo cruel, inhumano, srdido y bestial que haba cado como una pesa-
dilla sobre nuestro pueblo despus de que habamos alcanzado un tiempo
luminoso, digno y lleno de esperanzas, que fue aplastado y destruido y que,
con nuestra vida debamos recuperar. Mientras estbamos combatiendo
debamos protegerles tambin, ponerles en un tero hasta nuestro regreso
ohasta la liberacin. Ese tero era el Proyecto y lo que protega al tero
era la Revolucin Cubana.
Cuando me fui de Cuba y mis nias quedaron con quien sera su
madre social, yo esperaba intensamente, vitalmente, con todo el dolor de
la renuncia, que mis nias la amaran tanto que no me extraaran, que no
sufrieran por mi ausencia, que ese fuera su hogar y se sintieran lo ms
felices posible en l. Mi imagen de aquellos primeros tiempos en esa casa,
fue la mesa servida, con comidas lindamente decoradas y conversaciones
entre los comensales: toda esa gran familia constituida por la madre social,
Lety, su hijo Andrs, los hermanos Olivares y mis nias.
Mujeres y hombres del MIR, as como de otras fuerzas polticas
de la izquierda revolucionaria en Latinoamrica, luchamos por sueos
irrenunciables en ese contexto y poca. Sueos de justicia social e igual-
dad, de construccin colectiva de una sociedad para todos y la abolicin
de la cultura de la opresin. Sueos que han sido universales y por ende
compartidos, trascendiendo las fronteras, las lenguas y las culturas, cada
uno interpretando esos sueos desde su particular experiencia y creen-
cias. Mujeres y hombres estbamos llamados a esa lucha y as partimos a
prepararnos para ingresar al frente. Mi lugar de preparacin estuvo en la
Escuela Ricardo Ruz, donde me integr pasando a la categora de aspirante
del MIR a mitad del ao 1980.
Habamos estado un ao en Blgica, a principios de ese ao haba lle-
gado el padre de mis hijas quien aspiraba a proyectos totalmente diferentes
a los que yo tena. Se encontr con mis decisiones tomadas y no fue fcil
que aceptara. Finalmente decidi incorporarse tambin al MIR y asumir
el retorno. Cuando pas nuevamente por Europa, en direccin a Chile,
en octubre de 1981, nos vimos unos das en Pars y pusimos fin a nuestra
relacin. Ya no haba nada que nos uniera. Ser padres de las nias era una
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Fui de las primeras que parti de la escuela hacia Europa para desde
all dirigirme a Chile. El partido ya me haba entregado una misin: deba
insertarme en la zona del carbn, y mis tareas iban a ser de orden poltico
militares. Yo me sent contenta por ello, pues llegara a la tierra de mi pa-
dre, a los pueblos mineros tan presentes en sus relatos desde siempre. Me
desped una vez ms de mis amadas hijas, esta vez slo con el consuelo
de advertir que estaban ms integradas a ese hogar constituido por su
madre social y los otros hermanos sociales, que conformaban una de las
ms numerosas familias del Proyecto Hogares, ya instalado en Alamar,
ciudad de La Habana.
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De vuelta al exilio
A Mendoza llegaban muchos chilenos por aquellos das, la mayora
ligados al MIR. Junto a quienes llegbamos de la zona sur de Chile, se
sumaban numerosos compaeros de Caro Ochagava y Pudahuel, dos
zonas de Santiago fuertemente golpeadas por la dictadura en esos meses.
Vivamos en casas para refugiados, similares a hospedajes, compartiendo
piezas, mesas largas de comedor y pocos espacios para la intimidad. De all,
la oficina del Acnur organizaba el arriendo colectivo de casas, puesto que el
recurso que aportaban no alcanzaba para que cada pareja o familia arrendara
por su cuenta. Al arriendo se sumaba una cuota para alimentacin y traslado,
por lo que vivir en comunidad tambin ayudaba a compartir los gastos.
Comenc a controlar mi embarazo en el hospital Lagomaggiore.
Solo haba tenido dos controles durante esos 8 meses: uno antes del gol-
pe represivo en un consultorio de Concepcin, bajo identidad falsa, por
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castigados que atend, tenan como castigo el regresar a Chile! Ante esa
medida, era claro que para algunos miembros de la direccin volver a Chile
ya no era un mrito, sino un castigo. Debo reconocer la seriedad y compro-
miso con que aquellas compaeras y compaeros castigados preparaban
conscientemente su retorno, que, me consta de la mayora, hicieron efectivo.
Viaj de Cuba con mis hijas va Lima hasta Buenos Aires y desde
all a Mendoza. Debamos preparar su ingreso a Chile. Eran los primeros
meses de 1986. Mis padres viajaron a buscarlas y logramos conseguir
salvoconducto, e, incluso, que un compaero se hiciera pasar por el padre
en una notara (aludiendo haber sido robado esa maana por lo que no
contaba con su cdula de identidad), para que otorgara el permiso de viaje,
cuestin que en Chile es obligatoria.
Nuevamente me separ de mis nias, pero esta vez con la conviccin
de que mis tres hijos deban estar juntos, ms cerca de la familia, adems
ntimamente confiaba en que la represin tena mayores obstculos para
actuar usando nuestros hijos, y tambin con la esperanza que era ms
cercano el trmino de la dictadura: era el ao 1986, el P.C. lo haba pro-
clamado como el ao decisivo bajo su estrategia de la rebelin popular
y el MDP, alianza en que participaba el MIR se mantena al frente de las
movilizaciones y en la recomposicin de los movimientos sociales.
Mi segundo retorno
Luego de enviar a mis nias con mis padres a Chile, ingres clandestina
desde Argentina, en agosto de 1986, para sumarme a un proyecto que se
propona reconstruir fuerza poltica en la zona centro sur.
Esta segunda vez, lo que podramos llamar la base madre, ramos gente
de fuera de la zona y la relacin de algunos compaeros de esta instancia con
ese territorio la haban construido por medio de sus labores profesionales.
Esta era una zona muy distinta a la anterior, y en principios no cont con
el apoyo de compaeros oriundos de all para conocerla en profundidad, lo
que me oblig a leer, escuchar, preguntar mucho, en definitiva, acercarme
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sin cejar pese a los costos que pag para derrocar la dictadura y buscar
construir una sociedad justa.
Se nos convoc a participar del IV congreso. Dimos una discusin de
los documentos que nos llegaron, a nivel de base y luego como zona. Deba
viajar a Argentina, para llevar nuestra discusin al Congreso. Este viaje,
sin embargo, se vio abortado por una razn fortuita: lleg a nuestro poder,
como era habitual, materiales partidarios en microfilme y estncil que en
ese tiempo ya eran quemados. Entre ese material, vino por descuido, una
carta enviada por nuestro encargado de la direccin a otros miembros de
ella, en que se evidenciaba una mquina, es decir, un complot, promovi-
do dentro del congreso en contra de otros grupos de la misma tendencia.
Grande fue nuestra decepcin y dolor. Se nos trat de dar conformidad
con una disculpa que lo nico que demostraba era la subestimacin que
miembros de la direccin tenan por los militantes.
Habamos llevado adelante la fase previa para asistir al congreso, rea-
lizando reuniones, en distintos lugares de la zona con los riesgos que ello
implicaba. Desarrollamos con conciencia y profesionalismo la discusin
confiando en aportar al proceso. Finalmente nos dbamos cuenta que ese
proceso estaba viciado.
Yo sent que no poda estar disponible para seguir formando parte
de la construccin de una estructura que se vaciaba de lo colectivo y pro-
yectos de futuro para nuestro pueblo y se adentraba en luchas intestinas
por disputas de poder entre ciertas parcelas o entre ciertos individuos.
Sentimos que quienes participbamos en algn territorio o estructura
pasbamos a formar parte del capital poltico con que negociaban el o
los miembros de la direccin con otros sectores de ella. Para m ese no
era el MIR.
Con algunos de los compaeros con quienes formbamos la base
madre discutimos qu hacer: varias fueron las opciones que se barajaron y
finalmente, como grupo, tomamos la opcin que creo fue la ms acertada:
cada uno venamos o estuvimos fuertemente ligados a algn sector social.
Nos planteamos volver a l, insertarnos y tratar de contribuir en ese espacio,
volver, en definitiva, a nuestras races. Me haba mantenido en esta tarea
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desde agosto de 1986 hasta noviembre de 1988. Fue la fecha en que termin
mi militancia en el MIR.
Poco a poco haba ido recuperando la relacin con mis hijas e hijo y
hacindome cargo de ellos. Lucianito tena entonces ms de tres aos, con
l tuve que recuperar todos los lazos. Mis padres, luego de largos aos de
lucha abnegada y valiente, se haban ido a Suecia donde se encontraban
mis hermanos hombres y mi hijo haba quedado al cuidado de mi hermana
Cecilia y Hugo, su pareja. Mis hijas haban llegado a nuestra casa antes de
mi viaje a Argentina. Too, entre otras cosas, ofici de apoderado y busc
colegio para cambiarlas de donde mis padres las haban matriculado (donde
prim la cercana de la casa de ellos para facilitar su acceso), a escuelas que
fueran ms cercanas a nuestra nueva vida. As se incorporaron, en principio,
al colegio Andacollo.
Viaj a Argentina y volv a ingresar al territorio chileno con mi
nombre despus de aos de entrar, permanecer y salir con otras iden-
tidades. Al llegar a Los Andes en nuestro viaje por bus de regreso, me
encontr con un hecho doloroso publicado por los diarios ese da: las
muertes de Pablo Vergara y Aracelli Romo (a quien haba conocido en
Mendoza en los aos de nuestro repliegue masivo). Eran dos hermosos,
magnficos, valientes y generosos jvenes, que haban entregado sus
vidas en pos de los sueos de un mundo nuevo. Seguamos perdiendo
a nuestros mejores hombres y mujeres en una etapa en que ya era muy
difcil sostener nuestras estructuras y, por ende, mnimas seguridades
para nuestros compaeros.
Con esta pena llegu a Santiago, a nuestra casa, a la vida comn. To-
dava permaneca la dictadura, esa dura etapa de la historia del pas y de la
vida nuestra seguira estando presente ms all de lo que imaginbamos.
El eplogo sera largo y doloroso. bamos a tener que reconocer otras caras
de este amargo proceso que golpe las vidas de tantos hombres y tantas
mujeres de nuestro pueblo, como la vida propia.
Ya se haba producido un hecho marcador: el plebiscito de octubre de
ese ao en que gan el No, poniendo fecha de trmino al rgimen en sus
estructuras institucionales, ms no en los mltiples mecanismos de poder
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Eplogo
Haba reunido mi grupo familiar y vivamos mis hijos y Too en la
comuna de Lo Prado. Uno de los primeros problemas a resolver era el
trabajo. Una compaera me inform que en un lugar buscaban personas
para realizar un trabajo con jvenes en la zona sur en Santiago. As llegu a
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no. Eran los ritos de la escuela lo que estaban recuperando. Volvan a ser
estudiantes. Tenan ellos su escuelita.
Con el tiempo a algunos de ellos los logramos insertar en talleres
vocacionales. A otros de aquellos nios la crudeza del sistema los alej, en
algunos casos para siempre, de nuestra relacin de afecto y amistad. La
muerte se los llev demasiado temprano, pese a los intentos por torcer la
fatalidad de su destino.
Esa experiencia constituy para m un aprendizaje de la vida y para
la vida: Los nios queran saber, queran ser, tener una identidad que les
correspondiera en tanto nios. Si la escuelita era reconocida, si pasaban
de curso, si tenamos ttulo de maestras o no (por cierto, no lo tenamos),
no era importante. Lo importante es que volvan a ser estudiantes, que
tenan un cuaderno y un lpiz consigo y podan hacer aprendizajes. Todo
ello nosotros lo aprendimos para siempre.
La Caleta Sur se transform inmediatamente en un lugar de militancia
nueva para m. Creo que fue una experiencia reparadora respecto a la tre-
menda frustracin con que haba terminado mi militancia poltica. Desde
mi trabajo en La Pintana primero, y Lo Espejo posteriormente, pude palpar
concretamente cmo la alegra no llegaba para los sectores populares. Por el
aprendizaje que recog de los nios y adolescentes con que trabaj durante los
diecisis aos que estuve en La Caleta Sur, me hice educadora. Me convert
en profesora de Educacin Bsica para volcar en la educacin nuevos sueos
y nuevos compromisos de construccin de espacios ms humanizados.
Mi participacin en este mbito no ha sido para m un lugar elegido
slo para desarrollarme profesionalmente, sino, fundamentalmente, en la
certeza de que el rol de maestro/a y el ejercicio educativo no es neutro, es
poltico, se ha constituido en mi vida en un espacio en donde actuar crtica-
mente frente a la cultura dominante, y tal como se aspira desde la pedagoga
crtica respecto de las experiencias en las escuelas, hacer prevalecer los
principios del bien comn, del esfuerzo humano y de la justicia social.11
Henry Giroux. Los profesores como Intelectuales. Hacia una pedagoga crtica del
11
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Ese espacio llamado Caleta Sur, todas las personas con quienes me
vincul cercanamente en las poblaciones donde trabaj, y tambin los com-
paeros y compaeras con quienes construimos experiencias comunitarias,
fueron el lugar donde me nutr para seguir construyendo nuevos desafos
en una etapa en que, pese a no estar ya bajo la opresin de una dictadura,
mi disconformidad se fue acrecentando cada vez ms.
No he valorado la democracia de mentira con que nos conformaron
para terminar con la dictadura. Creo que la salida pactada fue una tremenda
operacin diseada para conservar todo aquello contra lo cual luchamos.
Todo lo que ha sucedido posteriormente da cuenta que no slo se administr
el modelo impuesto, sino que se profundiz. Que se disminuy la pobreza?
S, es cierto, pero bajo cules parmetros? Consumismo, endeudamiento,
despolitizacin, desmovilizacin
Desde Caleta Sur, observamos cmo esta decisin de la clase polti-
ca dominante no lograba disminuir los niveles de desigualdad, sino que
los profundizaba, justamente en aquellos sectores en donde la poltica
econmica haba golpeado ms fuerte. Esto no cambi y la alegra para
ellos nunca lleg. Justamente los pobres de la ciudad y del campo seguan
siendo los ms pobres, pero esta vez, sin proyecto, sin referentes para el
cambio. Y sin bsqueda de cambio, pues quedaron en el peor de los mun-
dos: el de la exclusin y marginalizacin, pero con la falsa ilusin que, a
travs del consumo, se podan integrar. Es un callejn sin salida pues el
endeudamiento en los sectores pobres profundiza su pobreza. Elemental.
Los veintisis aos despus de terminada la dictadura, los he vivido entre
claros y oscuros. A veces siento que podemos avanzar a travs de experien-
cias pequeas, territoriales. Ese avance significa organizacin, reflexiones
comunes, formacin para elevar nuestros niveles de conciencia, comprender
mejor cmo el sistema nos atrapa para encontrar los intersticios que permitan
zafarse. Otras veces me gana la rabia y la impotencia. Todo se convierte en un
aplastamiento. Las mquinas de sometimiento estn por todas partes: desde
los dirigentes vecinales hasta el sistema poltico, autoridades municipales,
directivos de escuelas, mdicos, curas, los aparatos de represin, los grandes
empresarios que son dueos de las riquezas y de las conciencias de muchos.
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Antonio
Nuestros caminos se encontraron en tiempo duros. Lleg hasta
Mendoza cual chasqui para depositar en mis manos un mensaje de mis
compaeros prisioneros. Luego de ese encuentro no nos separamos ms.
Primero mantuvimos una relacin epistolar en donde tmidamente nos
acercamos al conocimiento mutuo.
Con el correr del tiempo hemos sido padres y nos hemos transformado
en abuelos de los hermosos hijos de mis hijas. Hemos formado parte de
espacios sociales y laborales que nos han ocupado y pre-ocupado: all juntos
tambin, hemos cultivado amistades y carios permanentes con hermanos
y hermanas de construccin.
Del mismo modo, cual nmades de este tiempo, hemos emprendido
vuelo para conquistar otras experiencias en tierras sureas, con ilusin y
energas, siempre inquietos, siempre generando nuevas ideas para intentar
comprender las complejidades del ser humano y sus comunidades.
Agradezco a la vida este amor que nos ha permitido consolidar una
historia capaz de sortear momentos difciles y disfrutar de estar juntos,
empeados constantemente en un nuevo hacer, pensando cul ser el
ltimo proyecto en nuestra inquieta vida.
Quin sabe
Palabras finales
Al concluir este ejercicio de revisin de vida en tanto mujer militante,
he intentado transmitir de la mejor forma posible, los por qu he vivido mi
historia de esta manera. Ha sido un ejercicio en que he intentado se refleje
pensamiento y emocionalidad, porque ambos han estado involucrados en
esta tarea durante estos meses de realizacin.
Sin duda quedan sin mencionar aspectos y razones que afectaron
mi vida y que tambin han tenido incidencia en los caminos que tom,
sin embargo, creo, haber integrado en este escrito lo que ms he amado,
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Mujeres en el MIR des/armando la memoria
mis mayores convicciones y las experiencias que con mayor fuerza fueron
encausando mi forma de estar en la vida.
En estas seis dcadas en que ha transcurrido nuestra vida el mundo
cambi para mejor? Yo creo que no, y este planteamiento no surge desde la
nostalgia de un pasado mejor. La constatacin no es una novedad. Aquella
fase final del capitalismo an tena muchas ms barbaries que ofrecernos
hasta el punto de poner en riesgo la existencia misma de la humanidad.
Yo creo que la lucha contina,sin embargo, la tarea es ms ardua por-
que caminamos un poco a ciegas en un mundo ms inhspito. Nosotras,
quienes hemos escrito a cuatro voces este texto, venimos de un tiempo de
certezas, lo que se llam la poca de las revoluciones mundiales. Desde
Asia, frica, Amrica, surgan heroicos combates por la transformacin
del mundo, que buscaban hacer retroceder el capitalismo e instaurar el
socialismo. Las luchas de liberacin se plasmaban contando con el esfuerzo
heroico de mujeres y hombres de distintas latitudes, pero hermanados por
sueos comunes.
Hoy, cada lucha es ms en solitario. La ideologa del neoliberalismo ha
buscado tener su mayor triunfo en la captura de nuestras mentes haciendo
prevalecer el yo sobre el nosotros y ese individualismo extremo pone enormes
obstculos a los proyectos colectivos. Aun as, confo en que los hombres
y mujeres de este tiempo, que no se conforman con el actual estado de las
cosas, seguirn luchando por emanciparse y transformar este sinsentido
en otro mundo en que la humanidad sea posible.
Cuando los aos se han acumulado en mi cuerpo y ste me avisa
constantemente que me adentro poco a poco a la etapa del sosiego, miro
hacia atrs y siento que ha valido la pena vivir la vida tan apegada a la
historia que nos ha tocado como pueblo. Creo, finalmente, que como mujer
y militante he sido hija de esta historia.
A pesar de mis pesares, me siento feliz de muchas cosas como es
observar a mis hijas y Luciano, mi hijo, en sus afanes, comprometidos
fuertemente con las construcciones actuales, cualportadores de sueos,
con los que nos sentimos comprometidos como familia, y que alimentan
nuestras conversaciones.
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Colofn