Congregados para Darle Gloria
Congregados para Darle Gloria
Congregados para Darle Gloria
JORGE PRADAS
Daniel Garca
INTRODUCCIN
Una mezcla no muy definida de osada y de temor se haba apoderado de nosotros cuando nos constituimos como
Iglesia, despus de haber recibido el bautismo del Espritu Santo. Osada por el poder de Dios que se manifestaba a cada
momento; y temor por el desconocimiento de esa experiencia real en nuestro espritu, y tan controvertida en nuestra
mente.
La presencia de Dios era tan evidente, que pensbamos que eso no se terminara nunca, y nos sentamos capaces de
todo: hasta de evangelizar ciudad tras ciudad y pueblo tras pueblo sin que nadie nos detuviera. La osada sigui, pero el
miedo desapareci cuando entendimos con clara conciencia que no ramos un grupo de hermanos (doce a la sazn),
sino la Iglesia del Seor; y que estbamos cubiertos bajo su techo en tanto esperbamos aquel da que se acerca.
Yo nunca me haba preocupado mucho con respecto a la autoridad y cobertura que la Iglesia ejerce sobre el
creyente. Pero a partir de aquel momento comenc a valorarla.
Lo que tiene importancia, sin embargo, para esta introduccin, no es la faceta del temor, sino la de la osada: ese
empuje arrollador que sentamos, mezcla de orgullo y de confianza en Dios.
Durante trece aos, y antes de la experiencia con el bautismo en el Espritu Santo, domingo tras domingo fui fiel a la
predicacin del evangelio en una concurrida plaza de la ciudad donde todava vivo. La lgica, pues, era que ahora que
tenamos mayor luz, debamos tener mayor actividad evangelstica.
Y as lo hicimos. Varios das a la semana nos juntbamos los pocos miembros de la nueva Iglesia en la misma plaza
y predicbamos a voz en cuello, si bien es cierto que con mayor confianza y con mayores y visibles alabanzas al Seor.
No faltaban los instrumentos musicales, los dibujos relmpago, algunas sanidades y otras que lo parecan. Y junto a
todo ello, la respuesta diaria de pecadores que manifestaban entregarse al Seor. En menos de tres meses, alrededor de
doscientas personas fueron aadidas a nuestra congregacin, y la mayora de ellas fueron bautizadas posteriormente.
Como es de suponer, la euforia era grande y nuestra gratitud al Seor, inmensa, tanto por su gracia como por el
incumplimiento de los vaticinios que se nos haban hecho, contando con nuestro fracaso y extincin.
Un siervo del Seor se acerc por aquel tiempo, y nos fren tanta euforia. Y luego el Seor mismo nos hizo
despertar a la realidad. Poco tiempo despus se lo agradeceramos mucho.
Aquellas casi doscientas almas, poco a poco, se fueron yendo. Unas al lugar de donde haban venido: el mundo.
Otras no sabemos; pero en pocos meses ni uno solo de los convertidos estaba presente en la Iglesia.
No recuerdo cmo me encontr con un texto en Ezequiel 44. As le llamo, de un modo reverente, al pasaje bblico
que la gracia de Dios nos trajo en un momento de franca desorientacin.
Habamos llenado la casa de extranjeros. Para llenarla de hijos era necesario ministrar al Seor. Y as lo hicimos,
drsticamente. Cerramos nuestra boca callejera, y abrimos labios y espritu dentro del recinto de la Iglesia para alabar al
Seor. De acuerdo con Ezequiel, captulo 44, entendimos la importancia de ministrar al Seor, y as lo hicimos. Las
conversiones no fueron tan espectaculares, en lo que a cantidad se refiere: pero el Seor se meta bien hondo en los
corazones de aquellos que l traa a la Iglesia para que sean salvos. Y stos no se fueron. Han pasado diecisiete aos y
all estn, aunque no todos, pues algunos han salido a la obra misionera, dentro del pas y hacia Europa, fundando
nuevas iglesias. Los dems no s, aquellos que fuimos a buscar con gran despliegue de fuerza, coraje y vanidad, quizs
algn da vuelvan. Todava no entendemos bien esto. Lo que s qued bien claro fue que aquellas alabanzas y aquella
bsqueda del rostro del Seor tambin eran evangelismo.
Sin embargo, ahora Dios nos ha hablado de salir nuevamente a la calle. Y la Iglesia est en plena etapa de
evangelizacin, empleando recursos materiales y publicitarios que los tiempos aconsejan; para que resuene en los ms
numerosos lugares posibles la palabra del evangelio. Pero ha quedado firme el culto que ofrecemos al Seor como la
base fundamental, no slo del evangelismo, sino de toda otra actividad. El culto a Dios no es una cosa ms, es la cosa
que garantiza la presencia de Dios (Salmo 95:2). Y sin esa presencia nada se puede hacer (Juan 15:5). Con ella todo: y
as es como se marcha del tiempo a la eternidad.
Pero todo ello est circundado por lo que nunca se debe olvidar, y que es lo que tiene razn de ser en la tierra y en el
cielo, y por lo que el propio Seor se entreg: la Iglesia. Lugar por excelencia de congregacin para alabar y adorar
eternamente a nuestro Dios.
Una clara visin y cuidado de la Iglesia que nos acoge como miembros locales, nos dar una clara dimensin de la
Iglesia universal, la que sirve en grado sumo para la gran congregacin de santos que glorifican el nombre del Seor.
Todo comienza con muchos deseos de hacer intervenir al Espritu Santo desde el primer da, y lo real es que slo
dependemos de l el primer da, confiando todo el xito a la bondad de los mtodos que tenemos escritos en el papel,
por culpa de la pereza espiritual que es la gran enemiga de buscar a Dios.
As que, no es el enfoque de la campaa, ni los imitadores, ni la conservacin de frutos. El problema es que cada
uno de estos elementos no est cubierto por la presencia de Dios; el cual aparece soberano al grito de los corazones de
los hijos suyos, que con clamor, hacen venir a la tierra la manifestacin de su reino.
Tambin recuerdo que hace muchos aos, y precisamente en los das en que fui bautizado en el Espritu Santo, yo
estaba predicando bajo una carpa en una campaa especial en un barrio de cierta ciudad argentina. La campaa haba
sido organizada ms o menos igual que todas. Mucha participacin del Espritu Santo en la teora, pero no en la
realidad. Sin embargo, aquella vez el Seor hizo participar al Espritu Santo en un lugar donde se crea que sus
manifestaciones eran cosa de los primeros tiempos de la Iglesia de Cristo.
Yo tuve miedo de manifestar abiertamente lo que me haba sucedido estando en un reducido crculo de hermanos en
la fe; pero, adems, nadie me lo pregunt. No obstante, los resultados de mi bautismo se hicieron ver inmediatamente.
Yo no saba de dnde era aquel fuego en mi predicacin. Nunca me haba ocurrido ver a la gente tan tocada, pues no
soy tan buen predicador. Pero ocurrieron cosas: gente quebrantada entregndose al Seor en un ambiente, que las ms
de las veces, y casi necesariamente, tena que seguir un ritual entre la tibieza y la frialdad, para combatir el
emocionalismo.
Semanas ms tarde se levantaba una nueva Iglesia en aquel barrio. Y s positivamente que no fue mi predicacin, ni
la del hermano que tom los das restantes, ni la preparacin de la campaa, ni la posterior conservacin de frutos, sino
la aparicin, aunque disimulada, del Espritu Santo. Pensemos un poco en lo que hubiera ocurrido si le hubiramos
permitido al Seor obrar en plenitud. Por supuesto que nadie tuvo la culpa de esto, sino mi prudencia o mi temor.
No es, pues, la pericia del predicador (otro error en el que se cae tantas veces): no hay predicadores garantizados. S
que los hay buenos, con gracia y con uncin; pero necesitan un pueblo que los acompae y un marco espiritual
adecuado, ya que las conversiones son para integrarse a la Iglesia y no para disfrutarlas de una manera individual y
egosta.
Cuando Dios nos encerr en la Iglesia, despus de esa leccin que he compartido en la introduccin de este libro,
fuimos testigos de algo inusual: las almas quebrantadas, baadas por el llanto, abrazadas en el espritu al Seor, sin que
el evangelio hubiera sido predicado todava en el culto, rogaban que se les dijera qu hacer para ser salvos. La
predicacin se reduca al tremendo mensaje de cortas palabras: ... Cree en el Seor Jesucristo, y sers salvo, t y tu
casa (Hechos 16:31).
Y esto que explico en pasado sigue sucediendo hasta el momento presente.
No han pasado muchos das desde el ltimo bautismo en Espaa, donde cinco familias se identificaron con el Seor
en las aguas. Y todos convertidos por este mtodo.
Tambin, hace pocos das, en una zona indgena de Argentina, el pastor aborigen fue llamado urgentemente por un
hombre blanco, quien le rog que fuera a su casa porque su familia se quera entregar al Seor y tena que salir de viaje.
Solamente haban estado en un culto donde todo el tiempo se estuvo alabando y adorando al Seor. El mensaje en la
casa fue el mismo, corto y concreto: Cree en el Seor Jesucristo. El resultado igual: la conversin de toda la familia.
Otra vez, en Espaa, buscando el rostro del Seor, vino una palabra proftica que deca: Dentro de muy pocos das
aadir pueblo a mi pueblo. A las pocas semanas, dos o tres a lo sumo, apareci un centenar de personas a la puerta de
la Iglesia antes de abrir para el culto. Cien personas que nadie de la Iglesia haba invitado ni hablado jams, con sed de
Dios y ganas de convertirse. Unas cuarenta de ellas se entregaron al Seor aquel da, y hoy, despus de cinco aos,
permanecen en la congregacin.
La participacin del Espritu Santo tiene que encontrar nuestro beneplcito, tanto en el comienzo como en el trmino
de la campaa. Y as tiene que suceder domingo tras domingo, vez tras vez, en el recinto de la Iglesia y en la vida
particular y congregacional. Y en las campaas unidas, no slo haremos posible los resultados concretos, sino que
evitaremos desnimos, cerraremos bocas detractoras, y saldremos de esa prctica poco ortodoxa de la discusin en el
reparto de los prematuros fieles.
Quiero reiterarme. No es una panacea, no es cuestin de imitar, pero s que es el caso de derramarse en alabanzas al
Seor, para que el evangelismo sea mayor y mejor que en los primeros tiempos.
2. HIJOS Y DISCPULOS
Es conmovedor el relato del nacimiento de Juan el Bautista en el Evangelio de Lucas. Pero, sobre todo, la
preparacin de ese nacimiento.
Los convertidos no slo son hijos de Dios, sino hijos de aqul que los da a luz, o bien del que los cra, que puede ser
un predicador o un pastor que luego queda con ellos.
Para entender mejor diremos, en primer lugar, que el predicador debe ser pastor, y el pastor debe tener un corazn
de padre.
No opinamos muy bien de las madres que abandonan a los hijos en el umbral de la puerta de una familia rica. A
veces los predicadores nos parecemos un poco a ellas, abandonando a los que se han convertido, los que han venido a la
vida a travs de nosotros, en la puerta, quizs, de una familia pobre, inexperta y sin inters.
No creo que cada predicador tenga que llevar colgados, por donde quiera va, a todos los que se convierten a su paso;
pero s que debe tener un corazn de padre y ante la imposibilidad de llevarlos consigo, como un buen samaritano, debe
encargar rigurosa y sacrificadamente que cuiden a los hijos (Lucas 10:25-37).
Por tanto, sera bueno que no se comenzase a salir a predicar de una manera itinerante si no se ha probado
previamente que el predicador ha sido un buen pastor y, por consiguiente, un buen padre.
No es una mano que se levanta, ni un hombre o una mujer que quedan; son los hijos que Dios me dio (Isaas 8:18).
Y si me veo en la imposibilidad de llevarlos conmigo, mi corazn de padre los cobijar a cada uno y a toda la multitud.
No vale, para soslayar esta responsabilidad, aducir que a nadie llamis padre en la tierra (Mateo 23:9), porque se
trata de unas vidas que ya no pertenecen a la tierra, sino al reino de Dios. Y en este reino se necesitan pastores que sean
realmente padres.
Pero mal padre va a ser aquel que no lo desea ardientemente como lo habrn deseado Zacaras y Elizabet. En ste,
ms que en cualquier otro caso, no debemos buscar nuestro propio bien, sino el del otro (1 Corintios 10:24).
Pero en el nacimiento de Juan el Bautista no slo encontramos a unos padres preparados, sino que tambin el hijo
que nace es fuera de lo comn.
Y aqu otra vez tendramos que citar el mal que producen algunas estadsticas, ya que miramos ms el espejo
numrico que el espejo de la calidad. No soy, sin embargo, de los que abogan por los pocos y buenos. Prefiero a
muchos, pero buenos tambin.
De la sanidad de los padres depende mucho la salud de los hijos. Y esto tambin funciona, la mayor parte de las
veces, en la esfera espiritual.
No buscaremos, como en Lucas 1:5, los antecedentes del predicador, padre espiritual y vehculo, por el cual Dios
traer a la vida al pecador; ya que si lo hiciramos as, reduciramos mucho las posibilidades de paternidad. Pero s que
daremos gracias al Seor por los que puedan presentar una santa genealoga, y diremos a los dems que se afirmen en la
verdad de que en Cristo todo es hecho nuevo (2 Corintios 5:17).
Zacaras y Elisabet eran justos, estaban delante de Dios, y su caminar era irreprensible, tanto en los mandamientos
ms grandes como en las ordenanzas ms discretas; "pero no tenan hijo, porque Elisabet era estril, y ambos eran ya
de edad avanzada" (Lucas 1:6-7).
El problema radica en no tener hijo. Como sacerdote, Zacaras, deba tener sus discpulos a quienes ensear; pero lo
que importaba era tener un hijo. Esto era de suma importancia para el pueblo de Israel, tanto que, cuando Elisabet lo
tuvo dio gracias a Dios, porque l le haba quitado la afrenta que llevaba encima (Lucas 1:25), lo que prueba que el no
tenerlo era afrentoso. Es cierto que esto recaa en la mujer, pero si el marido la amaba deba sentir una gran congoja.
Tanto ms a la luz de Cristo, cuando marido y mujer son una misma cosa. Cuando uno se relaciona con jvenes, puede
comprobar que los ms problemticos son aquellos que no han tenido buenos padres. No decimos nada nuevo con esto,
pero significamos que al decir buenos padres nos referimos solamente a aquellos que saben corregir, no a los que los
maltratan o que los consienten. Y ah es donde aparecen los conflictos y las dificultades para que los hijos puedan tener
una vida ptima en Dios. El problema de lenta y difcil solucin est en que los padres tuvieron a sus hijos como de su
propiedad, sin haberlos ofrecido al Seor de todo corazn.
El ejemplo de Ana (1 Samuel 1:24-28), que vemos reeditado en Elisabet y en Mara, es el que ha de servirnos de
ilustrativo ejemplo para dar a luz, por la voluntad de Dios, a los nuevos creyentes-hijos, que as sern, por fin, bien
nacidos.
Bienaventurado el hombre que llen su aljaba de hijos (Salmo 127:5); pero esta bienaventuranza va unida a que
estos son herencia de Jehov (Salmo 127:3), es decir, que son de l, pues vive para siempre.
No solamente el predicador har bien en no desentenderse en el espritu y en las posibilidades fsicas a que hubiere
lugar de los que Dios va aadiendo a la Iglesia por su intermedio, sino que cuando los acepte como hijos en su corazn
deber saber que, siendo suyos, no lo son.
El hijo bien criado es aquel que ha sido bien ofrecido. Y el que ha sido bien ofrecido es porque ha sido bien amado
por sus padres.
Es una experiencia gloriosa el dolor de ofrecer lo que se ama.
Samuel, Juan el Bautista y el mismo Seor son ejemplos elocuentes como frutos de entraas que amaron de verdad.
El cordero que se ofreca en cada Pascua no deba ser comprado a ltimo momento en la puerta del Templo, sino
que deba ser criado con mucho cuidado y cario, para luego tener que entregarlo al degello a los pies del altar.
No llamaremos a nadie padre en la tierra, pero clamaremos a Dios por la conversin de todo predicador a esa
paternidad, que se consigue dependiendo de l y buscando a cada momento la gloria de su nombre.
No son nmeros, ni mercadera que se compra y se vende con un buen empuje publicitario. Son hijos que nacen en
el reino de Dios, muy amados, a quienes renunciamos sin sacarlos de nuestro corazn. Y que ms tarde se
transformarn en discpulos.
El nio, cuando nace, ya es un discpulo en potencia, que a medida que pasan los das ve multiplicada su capacidad
de aprender. Pero el padre no ejerce en l, hasta ms tarde, su condicin de maestro. Ms que ensearle, lo que hace en
el primer tiempo es cuidar de l.
Y aqu es donde tenemos que poner un poco de orden en ese ministerio doble de pastor y maestro.
Antes de seguir adelante, sin embargo, diremos que cuando nos referimos al ministerio de pastor incluimos la
dualidad de predicador y padre.
Es muy significativo notar en la lista de Efesios 4:11 el orden de los ministerios, y ver que en el ministerio final,
dividido en dos, la prioridad est puesta en el ministerio pastoral. Entiendo que Pablo no est hablando de prioridad
cualitativa, sino cronolgica, por la razn que anteriormente ha quedado dicha, en cuanto al cuidado del nio, antes de
ejercer sobre l la enseanza.
Pastor primero, maestro despus: al comienzo es un orden de tiempo, mas cuando llega el momento de ejercer sobre
el hijo el ministerio de maestro, es necesario no olvidarse de la condicin de padre que nunca dejar de ser, aun cuando
la mayora de las veces el predicador itinerante no ejercer sobre el convertido la funcin de pastor ni la de maestro. Sin
embargo, en el espritu debe sentirlo como si lo hiciera, imbuido de la visin de la Iglesia local en el reino de Dios, y de
las palabras que hayan llegado como promesas a la congregacin y a la vida del recin convertido, si es que las hubo.
Quizs esto ser ms comprensible y viable cuando se empiece a creer y a experimentar lo que se relata en el
captulo primero de este libro acerca del evangelismo que, en la alabanza y la adoracin, espera la multiplicacin
maravillosa de las almas. Lo que precede est dicho con espritu contemporizador, tratando de ayudar un poco, en la
esfera de lo invisible, a ese movimiento de masas que siempre aprende y nunca llega al conocimiento de la verdad.
Pretender ayudar a ese despliegue de fuerzas que a veces descorazona cuando se ven los resultados, es lo que se
pretende con lo que queda dicho. Y si es la voluntad de Dios, y creo que lo es, que esos movimientos masivos
continen, no es cuestin de ofrecerle resistencia, sino de brindarles ayuda.
Todo el ao no es campaa, pero cada da debera haber conversiones. Vale decir que, aun cuando las cosas sigan
as, la Iglesia queda a cargo de un pastor que es el predicador de todo el ao, el portavoz de la verdad, que ha de ser
instrumento para redargir de pecado a la gente, cada semana como mnimo. Si el predicador itinerante encuentra
dificultades en ejercer su paternidad o su discipulado, el pastor no las tiene en lo geogrfico. Estas slo sern de ndole
espiritual. Y aqu s que tendr que buscar el rostro del Seor para tener xito en su tarea. Entonces el Espritu Santo,
seguramente, lo guiar a dejar sus funciones de maestro para cuando el hijo comience a entender.
No podemos llenar de enseanza a los recin convertidos, ni editar cursillos para que crezcan, o aun para que se
conviertan las almas perdidas. Los hijos no crecen por la enseanza sistemtica, sino por el cuidado y la alimentacin,
que no es la letra fra de un estudio bblico estereotipado. Es el calor del hogar, la caricia de la madre, la proteccin del
padre, la presencia de Dios. No nos apresuremos en llenar de letra a los recin nacidos, si no queremos que se
transformen en hombres y mujeres mentalizados, llenos de religiosidad malsana. La hora de la enseanza ya llegar a su
debido tiempo. No nos adelantemos a ella.
Pero no slo es peligroso tratar de prematurizar la enseanza; sino que es peor todava lanzar a los recin
convertidos a discipular a otros. En ellos no cabe ni la figura del creyente-hijo, ni la del creyente-discpulo; pues no
pueden hacer nada en ningn campo. Es un recin nacido, y si no est deseando la leche espiritual no adultera (1 Pedro
2:2) debemos preocuparnos por su salud o bien por la salud de quien lo ha trado al redil y le ha enseado. Que ocurran
casos excepcionales siempre confirmarn una regla clara y lgica en el Espritu Santo.
Deseamos una Iglesia llena de convertidos, de hijos recin nacidos que han gustado la benignidad del Seor, que van
creciendo para salvacin (1 Pedro 2:2), y que llegan a la adultez y son aptos para ensear, aunque no de una manera
profesional como quien ensea a extraos, sino a hijos en la edad conveniente, sanos que, adems, luego son discpulos.
No le conviene a la Iglesia del Seor tener padres prematuros ni maestros prematuros. Damos tanta importancia a
una cosa como a la otra, y para esto nos es necesaria la paciencia (Hebreos 10:36). Bien podra ser la causa de tanta
mediocridad ese afn de nmeros, esa fiebre de estadsticas que no es el imperioso celo de la pronta venida del Seor.
Precisamente su venida es la que nos tiene que mantener tranquilos y confiados. La seal de la madurez es un tanto
paradjica, pues quedando menos tiempo que en la adolescencia, las prisas no son tantas. En cambio el que tiene
todava una larga vida por delante, parecera que ha de morir maana.
No nos durmamos. Velemos, pero seamos sobrios (1 Tesalonicenses 5:6), ms an cuando aquel da se acerca
(Hebreos 10:25).
Cuando el Espritu Santo no ejerce una soberana total en la Iglesia y tambin en el individuo, es, como queda dicho,
desde todo punto, negativo para la crianza de los hijos en la buena senda. Y en este tiempo nos es dado ver que, segn
parece, los hijos de los pastores son los peor criados. Digo parece, porque realmente no es as. El pastor sabe muy bien
que sus hijos son mirados con cristal de aumento, y, por lo tanto, se cuida mucho en darles la mejor enseanza que sabe
dar, para que, si bien no alcancen a dar un testimonio excelente, por lo menos no desentonen demasiado. Y lo digo as,
un tanto descarnadamente, porque todos los pastores saben, con muy pocas excepciones y por propia experiencia, que la
vidriera de su hogar es contemplada con ojos crticos y casi nunca benevolentes. Conoc a alguien que se jactaba de
tener el ministerio de observar a los hijos de los pastores, ancianos y lderes, para acusarlos, denunciando sus actos de
mal testimonio. Siempre me pareci que este hombre le estaba quitando el puesto a Satans como acusador de los
hermanos (Apocalipsis 12:10).
Pero cuando el Espritu Santo gobierna absolutamente, ni los hijos dan mal testimonio, ni nadie se ocupa en
fisgonear sus vidas; por lo menos dentro de la Iglesia. Pero si esto ltimo ocurriera, porque el Seor a veces as lo
permite, la actitud ms sana es, ignorando el espionaje, saber que el pastor es padre de sus propios hijos y de los hijos
de los dems.
Aqu s que hay que pedir a Dios sabidura (Santiago 1:5), no dudando que nos la va a dar, pues en cada platillo de la
balanza hay que poner a los hijos: en un platillo los de los dems y en el otro los propios. Los dos deben ser amados por
igual, sin embargo, los hijos propios deben sentirse ms amados. Y sabiendo que se est obrando con honestidad y
temor de Dios, cerraremos los odos a las crticas, cuando stas denuncien que hacemos diferencias entre unos hijos y
otros hijos. No podemos protestar porque es verdad que muchas veces las hacemos, pero estamos justificados delante
del Seor, ya que esto ser hecho con la aprobacin suya, en beneficio de la doble paternidad ejercida, y para lograr el
xito, evitando que los propios hijos vayan en busca de otro cario. Algn da tendr que llegar cuando los hermanos de
la Iglesia comprendan esto y en vez de observar con ojo crtico a los hijos de los pastores, procuren que sus padres
puedan darles, adems del amor, cosas visibles que otros tienen o tal vez no.
No hay que regatear esfuerzo en decir que, sin embargo, un mismo amor cubrir tanto a unos como a otros; pero los
propios debern sentirse ms amados. Como el padre que cuando castiga a su hijo produce dolor para s mismo, as
estas diferencias con los hijos propios debern ir respaldadas con un amor a toda prueba hacia los hijos que slo lo son
en el espritu.
Las iglesias que son gobernadas por un presbiterio o consejo de ancianos, no slo no escapan a este problema sino
que lo ven multiplicado, por cada uno de los que ejerce el ministerio de autoridad. Por lo que opino que, esta doble
paternidad que define a un ministerio de pastor, debe ser ejercida por cada uno de los ministerios que Dios ha puesto en
la Iglesia. Y as tenemos que para ejercer cualquiera de los ministerios es necesario que se haya pasado por el ministerio
pastoral, tanto si se ejerce en una determinada localidad como si se es itinerante. Es como un escalafn. Esto va dicho
sin nimo de metodizar, pero me parece bueno que hasta que no se demuestre el correcto funcionamiento del ministerio
pastoral no se ha de tomar muy en serio ninguno de los otros ministerios. En ninguna manera ponemos en tela de juicio
lo que Dios ya haya otorgado a la Iglesia, pero es muy evidente que muchas veces se ejercen los ministerios sin que los
haya otorgado el Seor. Algunas veces la obra hecha con dedicacin, desvelo y equilibrio, se ve tambalear y en un serio
peligro de ser destruida por un desaprensivo profeta o un inmaduro apstol", que con palabras y consejos hieren de
muerte a unas delicadas ovejas. Simplemente esto sucede porque no se ejerce la doble paternidad: porque se aman los
hijos propios y no los hijos de los dems. El hecho de ser padre en el espritu hace a uno sentirse padre de los que por el
Espritu Santo se han engendrado, y muy respetuoso por los que ha engendrado otro. He aqu la importancia de ser
pastor primero. Repito: debera ser como un escalafn en el que se va subiendo, y recin, con una vida pastoral probada
y aprobada, tomar en serio el ejercicio de otro ministerio.
El apstol de esta forma exhortar: con valenta y con amor.
El profeta profetizar con uncin y sabr guardar silencio antes de lastimar a alguien, pues es de Dios que el espritu
de los profetas se sujete a ellos (1 Corintios 14:32).
El evangelista predicar sin desentenderse, y as, ciertamente, ir sembrando y llorando, para volver con regocijo
(Salmo 126:6).
Al maestro ya nos hemos referido en el captulo anterior, pues no hay duda que con el pastor forman un solo bloque.
Cunto cuestan los hijos, slo lo sabe quien es padre.
Cunto cuesta una oveja, slo lo sabe quien es pastor.
Prestemos mucha atencin en ejercer bien el ministerio de padre-pastor, pues, como hemos visto, no afecta slo a
una parte de la Iglesia, sino que abarca su totalidad. Y el evangelismo es la entrada correcta desde donde los hijos
comienzan a ver la luz para ir creciendo, y ser as un templo santo en el Seor (Efesios 2:21).
La bsqueda de Dios y no el mtodo adecuado, el padre espiritual y no el predicador publicitario. Lo puesto en
primer trmino es imprescindible, lo otro puede ayudar.
Mientras estoy revisando el manuscrito de este libro se estn operando, en varios puntos de Argentina, conversiones
a millares y sanidades sin nmero bajo la uncin del Espritu Santo, quien utiliza a hombres desconocidos y jvenes que
nicamente se han puesto en las manos de Dios.
4. BUSCANDO MOTIVACIONES
Es muy importante para todos los actos de nuestra vida cristiana saber las motivaciones que los han generado, y, por
lo tanto, el acto trascendental de llevar a las almas a los pies de Cristo tambin debe responder a motivaciones.
Tenemos permiso en la Biblia de instar a tiempo y fuera de tiempo (2 Timoteo 4:2), condescendencia a predicar el
evangelio por envidia y celos (Filipenses 1:15); pero tambin las Sagradas Escrituras principalmente nos sealan metas
altas y sublimes en las cuales ser ejercitados. Una vida sana en Dios es la que aspira a no tener mezclas de lo bueno con
lo malo (Mateo 9:16). Y siempre ser provechoso saber y practicar que lo mejor es ms alto que lo bueno.
La motivacin del evangelismo tiene que tener sus races en Dios. Ese ay de m! de Pablo (1 Corintios 9:16)
proviene de las profundidades de su espritu, de una necesidad congnita en su nuevo nacimiento que no se mezcla con
nada humano y natural, sino que responde definitivamente a Dios y que va ms all de lo que podemos haber pretendido
alguna vez, invocando el amor a las almas. Es el plaido espiritual de quien tiene necesidad de glorificar a Dios con lo
que hace.
Esta es la parte positiva de la motivacin: que Dios sea muy glorificado por la salvacin de un sinnmero de almas,
que a su vez, se dedicarn a glorificar su nombre.
La parte negativa de la misma es encontrar depurados de egosmo y glorias vanas el espritu y el alma del
evangelista, que, como un siervo intil (Lucas 17:10), se presentar delante del Seor con manos limpias.
En el momento en que nos despojemos del individualismo, para identificarnos con los dems creyentes en ese
mbito que el Seor ha formado para que estemos: la Iglesia; en la bsqueda de Dios, que hemos sealado como
mtodo experimentado para la conversin real de las almas; y en el buen ejercicio de la paternidad del pastor, del
maestro o del predicador, estaremos resguardados del peligro de sentirnos demasiado eficientes y acertados.
Cuando como individuos hemos recibido la salvacin preciosa y grande que Cristo nos compr en el Calvario,
debemos olvidarnos de nuestra vieja personalidad y entrar de lleno a ser uno con los dems, as como lo somos en
Cristo. Entonces estaremos a salvo de lo que acecha continuamente al creyente, que es su egosmo personal, el cual
transpone las fronteras de la conversin y a veces hace que la vida cristiana sea un continuo mal testimonio y un serio
pesar para quien la vive. Para vencer todo esto tenemos un grupo de gente espiritual con la cual vivir, por la cual
interceder, amar y dejarnos amar; que es lo nico bueno que se encuentra en este mundo todava, y a pesar de todo. Otra
vez vale la pena decirlo: es la Iglesia del Seor.
Es conmovedor saber que Cristo muri por el individuo y hay tantas referencias preciosas en la Escritura sobre esta
entrega por cada uno de nosotros. Pero lo que preserva la humildad, que nos es necesaria para no sentirnos
desmedidamente privilegiados, es saber que en este cada uno y en este todos, estn incluidos precisamente todos.
Por lo cual, se hace conmovedor repetir que Jess am a la Iglesia y se entreg a s mismo por ella (Efesios 5:25). Esto
hace muy bien a nuestra humildad necesaria, y le hace bien a nuestra valoracin de los dems, constituidos en ese grupo
vasto que es, otra vez: la Iglesia de Cristo.
Y para no apartarnos del tema digamos que es necesario ver el evangelismo desde la Iglesia y no desde el ngulo del
individuo, ni desde ningn otro ngulo.
La Biblia, en el relato total de su historia, tiene dos grandes y principales protagonistas: el Seor y la Iglesia. l es el
hroe y ella es la herona. Vale la pena, pues, poner todas las disciplinas, ancdotas y aconteceres, dentro de este crculo
que forma el argumento del libro de Dios, y no ver nada sin estar identificado con el papel protagnico que nos toca
desempear; reiterando el doble propsito de que Dios sea glorificado y de que el creyente sea preservado de la
individualidad de la carne.
El mismo Seor, en su oracin pontifical, no dej librados los resultados de la evangelizacin a la labor del
individuo personalista, sino a la identificacin de los unos con los otros, expresada en sus propias palabras: ... para
que el mundo crea ... (Juan 17:21).
Es hermoso sentirse salvado por la sangre de Cristo, perdonados los pecados y asegurada la vida eterna. Junto con
eso es hermoso saber, tambin, que esto se ha de vivir con los hermanos, aqu y en la eternidad, en ese lugar donde no
habr ms llanto ni dolor, porque ser perfecto: una perfeccin que, sobre la base de las buenas y sanas motivaciones,
tomar lugar en el tiempo y en el espacio.
La bsqueda de Dios y la paternidad espiritual del evangelista, incorporadas en el propio seno de la Iglesia, son la
garanta de validez de la motivacin bsica para la predicacin del evangelio. Y tambin de los resultados, vistos desde
el punto de vista de Dios y no del agente no identificado plenamente con el Seor y la Iglesia. Porque realmente Dios no
mira lo que mira el hombre (1 Samuel 16:7).
Sabiendo, pues, que la principal ocupacin es buscar continuamente el rostro del Seor mientras se est incorporado
totalmente en el corazn de su pueblo, ser relativamente fcil entender el relato magistral de la Biblia, cuyos
protagonistas son el Seor y su amada.
Y esto lo tenemos en los comienzos de las Escrituras, cuando Dios va formando un pueblo para s mismo. Un pueblo
que es llamado ms de una vez por Dios rebelde y contradictor. Al que vez tras vez lo perdona porque lo ama; que le
provoca a celos, tanto cuando es el primitivo pueblo de Israel como cuando es la Iglesia de Cristo, culminando en el
libro de Santiago: Oh almas adlteras! N o sabis que la amistad del mundo es enemistad contra Dios? ...
(Santiago 4:4).
ste es el drama que se desarrolla en la Biblia, plagado de ancdotas y de situaciones, todas ellas dramticas,
comprendidas en un libro potico de un romance sublime: El Cantar de los Cantares. Este drama tendr su final en aquel
bendito principio sin fin que sern las bodas del Cordero.
La Biblia es una historia de amor y, por lo tanto, de celos, (que solamente pueden ser de parte de Dios, que por ser
perfecto los puede tener sin que sean pecado). Lo contrario sucede por el lado de su pueblo al que, vez tras vez, Dios le
est sealando que no tenga celos ni envidias. Debido al todava estado imperfecto de la Iglesia, este celo no sera celo
de Dios, sino pecado. Dios nunca ha provocado a celos a su pueblo, pues no ha amado a otra que a su amada, aun
cuando muchas sean las reinas y las concubinas (Cantares 6:8-9), pero la amada es una sola.
Todo quehacer en el reino de Dios debe ir marcado por ese reconocimiento del amor de Dios para no provocarle a
celos, teniendo cuidado de hacer algo que no sea motivado por su persona y por la necesidad de darle toda la gloria. Por
el hecho de que Dios no es hombre, esta gloria que le damos es ms que justificada, por lo cual todo lo que hay que
realizar para la gloria de su nombre est motivado por el fin de darle, precisamente, esa gloria. Dios tiene que darse
cuenta, por decirlo de alguna manera, que lo nico que nos interesa es tenerle contento. Que le sea agradable nuestra
nueva manera de vivir, como lo haca su hijo (Juan 8:29), que pueda confiar en nuestro amor y que sepa que l es lo
nico que nos interesa. Cosa un tanto difcil para un reino de Dios que ha estado acostumbrado a hacer las cosas por las
cosas en s, por la importancia de hacerlas, o mirando continuamente el premio subalterno a su labor.
No provocar a celos a Dios; buscando su rostro, sintindose padre de los que reciben la palabra dada por un
predicador, incorporado al pueblo en completa identificacin. Estas ya son bases firmes para ir por todo el mundo a
predicar el evangelio a toda criatura (Marcos 16:15).
Y como de estar metido en el pueblo se trata, lo primero que nos ha de ocupar es revisar el culto que, como Iglesia,
le ofrecemos al Seor.
5. EN EL TIEMPO DE EZEQUAS
No hablamos de la pompa de un ritual rutinario; ni del laicismo de una fra reunin, sin un atisbo de clereca;
tampoco de la fervorosa actitud de personas exaltadas por una emocin que est fuera de todo control. El culto que
debemos al Seor, y que seguramente le ha de ser agradable, es el que resulta de un ponerse en sus manos y dejar que
fluya el Espritu Santo, siempre en la conciencia de lo que se est haciendo: dando fruto de labios que confiesen su
nombre (Hebreos 13:15) y adorndole en espritu y verdad (Juan 4:23). Esta es la participacin del espritu, el alma y el
cuerpo, en una variedad que slo est en el programa que Dios tiene para que su pueblo, inspirado por l, le ofrezca lo
ms a menudo posible. Todo esto es nacido de un ntimo deseo de dar toda la gloria a Dios, y es lo que a l le satisface
por ser digno de suprema alabanza (Salmo 145:3). Y, precisamente, es lo que la Iglesia le ha retaceado por siglos, a
excepcin, de vez en cuando, de uno que otro individuo o pequea comunidad, que han entendido bien que dar culto a
Dios es el quehacer ms importante de su pueblo. Este pueblo reunido con el propsito de darle gloria, debe esperar, en
cada culto que ofrece al Seor, recibir el testimonio de su Espritu de que Dios ha aceptado el culto que se le ha
ofrecido, cosa que sucede cuando se depende de su inspiracin y se ofrece uno mismo a Dios con toda sinceridad.
En esto estaba el rey Ezequas mientras restauraba el culto a Dios, poniendo en sus mecanismos rituales todo el
simbolismo que significa un culto ofrecido en la mayor dependencia del Espritu Santo. De su gestin debemos
aprender mucho y restaurar, a nuestra vez, el culto que, entendemos, alguna vez le ha ofrecido la Iglesia a su amado
Seor: lleno de limpieza de vida y de autntico fervor espiritual y verdadero, pero que ahora es pobre y carnal.
Este rey, es uno de los pocos que menciona la Escritura como que hizo lo recto ante los ojos de Jehov (2
Crnicas 29:2), y esa rectitud se centr en la restauracin del culto al Seor. Su virtud consisti en reconocer que ellos
y sus antepasados haban hecho mal, llenando la casa de Dios de inmundicia, tal como leemos en el captulo 24 de 2
Crnicas. Una vez ms la herona del relato haba defraudado a su amado yendo tras los baales. Pero ahora el Espritu
Santo haba levantado a un hombre que conducira a este pueblo al reconocimiento de su falta y al ofrecimiento de
frutos de arrepentimiento. Otra vez, en el transcurso de la historia, el pueblo de Dios volva a reconocerlo como Seor
y, por lo tanto, lo haca digno del culto que de inmediato iba a ofrecerle.
Es interesante observar en el ltimo versculo del captulo 29 que todo se hizo rpidamente, porque el pueblo tuvo
una buena preparacin para ofrecerle aquel primer culto, preparacin que consisti en reconocer la falta y en
santificarse.
Es necesario llegar a establecer que, cuando no hay culto a Dios (en espritu y verdad), es que la Iglesia est amando
otras cosas: est detrs de los baales, est en adulterio. El regreso al culto a Dios es la seal inequvoca de la vuelta a la
buena senda. Fue un perodo relativamente corto el de aquella restauracin, despus siguieron dos reyes impos que
hicieron lo malo: Manass y Amn.
Poder terminar con esto; con las idas y venidas, las cadas y los levantamientos. De esto se trata, de una permanencia
en la fidelidad. Ezequas tena esta intencin, superada por el anhelo de ofrecer a Dios no slo un culto normal, sino de
mayor gloria an. Y pronto tendra la oportunidad de hacerlo, ya que la Pascua se acercaba.
Estamos urgidos por el tiempo. La hora de ir hasta lo ltimo de la tierra con el evangelio del reino hace rato que ha
sonado; pero, an as, hay una cosa ms urgente a qu dedicarse todava, y sta es restaurar el culto a Dios de una
manera permanente. Pero el culto a Dios, el verdadero culto que reconoce al Seor como digno de todo honor y de toda
gloria! Aun estando ocupados en las cosas de Dios y en un servicio indirecto a l, somos capaces de provocar el celo de
Dios por no dedicarnos a la mejor parte, que es estar a los pies de Jess adorndole y escuchndole. Y l mismo, en los
evangelios, nos dice que esto le gusta y le complace; tal como lo vemos con Marta y Mara, en el ungimiento en Betania
y en la casa de Simn el fariseo (Lucas 10:41-42; Juan 12:1-8; Lucas 7:36-50).
Dios rechaza el culto cuando ste es ofrecido en apariencia y no responde a un corazn limpio, agradecido y amante,
tal como lo encontramos en Isaas, captulo 1. El pueblo tuvo que santificarse en aquella restauracin de Ezequas,
puesto que el arrepentimiento siempre trae aparejado el deseo de rendir tributo, por esto tiene que pasar por el
lavamiento santificador.
Si la Iglesia ha abandonado el culto que Dios es digno de recibir, debe dejar urgentemente todas las otras
actividades, o bien reducirlas a la categora de un mantenimiento, para dedicarse a preparar ese servicio directo al Seor
de los seores y Rey de los reyes. Nada est en una posicin correcta si primero la Iglesia no deja todo para dedicarse al
oficio de esposa de Cristo, ya que su ocupacin primordial es servir en limpieza y santidad a la esencia misma del Ser
de Dios, que es espritu. Esto es el culto al Seor.
Este es el culto racional, en el que interviene el ser entero y en el que se presenta un doble conocimiento de Dios:
espiritual y mental. Por un lado, a veces, no deja satisfecho a nuestro espritu, pero nuestra mente sabe que no se podr
ir ms all. Otras veces el espritu queda satisfecho, pero la mente sabe que el Seor merece mucho ms. Nos es
necesario lograr la paz en esta lucha mental y espiritual, la cual tantas veces descorazona a los creyentes y los lleva a los
hospitales y a las clnicas. Es un dominio en paz de todas las emociones del ser, que en ninguna manera quiere decir el
ocultamiento de las mismas, sino su racional manifestacin (Romanos 12:1). A esto hay que dedicarle tiempo, pues es
en vano todo lo dems si el culto a Dios no funciona correctamente.
6. EL CULTO AL SEOR
Quienes hayan podido participar en la iniciacin de un mover de Dios, se habrn dado cuenta de que, mientras este
mover dura, el culto al Seor es imprescindible y fluye espontneo de las vidas de los creyentes, que no piensan en otra
cosa que en estar reunidos para alabar y bendecir al que es digno de toda honra y de toda gloria. Generalmente son
cultos largos aunque no lo parecen, y el tema de conversacin, entre culto y culto, gira alrededor de Dios y de sus cosas.
Cuando el mover cesa, cesa el culto. ste se ofrece generalmente ms corto, pareciendo largo. Tambin disminuye
la cantidad de los das para reunirse. En su lugar vienen otras cosas, otras actividades y tambin otras conversaciones
menos espirituales. Lo que falta descubrir es si el mover se acaba porque el culto cesa, o el culto cesa porque el mover
se acaba. De cualquier manera, esperamos un mover de Dios que no termine. Y si la Iglesia busca al Seor, el culto no
cesar ni el mover terminar. Pero esto todava est en el terreno de lo utpico.
Ezequas saba que para hacer las cosas bien delante de los ojos de Jehov, lo ms importante y urgente era
establecer el culto al Seor. Y a eso se dedic, encontrando eco en todo el pueblo. Vale decir que un hombre eminente e
inspirado puede llevar al pueblo entero a que d gloria al Seor. No es necesario esperar a que Dios mueva: ha llegado
el tiempo de obrar las obras de Dios, entre tanto que el da dura (Juan 9:4). Dios quiere que tomemos la iniciativa, por
cuanto ya sabemos que sa es su voluntad, y que sin esperar ms, nos lancemos a restaurar el culto a Dios, para que
podamos comprobar su aprobacin manifestada en un nuevo mover incesante. Un da llegar, antes de que el Seor
venga, en que los templos de todas las iglesias estarn abiertos las veinticuatro horas del da, repletos de gente alabando
y bendiciendo a Dios. Los hogares, a pesar de todo, estarn bien atendidos, y los trabajos seculares no sern
abandonados. ste es el miedo de muchos racionalistas cristianos que olvidan que Dios no es deudor de nadie (Hechos
17:25), que no quiere que los hogares se descuiden, que no quiere que los trabajos se abandonen; pero que es capaz de
multiplicar el tiempo de aquellos que ven en l al nico digno de recibir gloria y alabanza.
El mover de Dios cesa y el culto cesa tambin. No es esa la voluntad de Dios. Reiniciemos el culto y Dios se mover
otra vez, porque l ha venido para que tengamos vida en abundancia (Juan 10:10).
El culto, como la vida espiritual, es algo que va creciendo y tambin va de gloria en gloria. Debido al tiempo en que
haba cesado el servicio a Dios se pas la fecha de celebrar la Pascua, tal como nos relata el captulo 30 de 2 Crnicas.
Ezequas no corri a improvisar el culto, slo lo demor un tiempo, porque la Pascua era una reunin especial. Entre
tanto el culto normal haba quedado restablecido (2 Crnicas 29:35), sin embargo, Ezequas necesitaba un poco ms de
tiempo para ofrecer al Seor un culto de mayor gloria. Y mientras estaba abocado a esto repar en que le faltaban dos
cosas importantsimas para poder celebrar ese servicio: sacerdotes santificados y mayor cantidad de gente (2 Crnicas
30:3) reunidos en Jerusaln, que tipifica a la Iglesia.
La gente debe reunirse en la Iglesia. Si de ofrecer un culto de mayor gloria al Seor se trata, no hacemos nada con
que la gente se rena en su casa: la Iglesia es el lugar, y cuanto ms grande sea el templo, mejor. Es necesario edificar
templos grandes donde multitudes se puedan reunir, no para celebrar la Pascua una vez al ao, pues nuestra Pascua es
Cristo que vive diariamente con nosotros y entre nosotros, y cada da que viene es digno de recibir el servicio de gloria
y alabanza que le debemos. Y siguiendo la lnea que vamos desarrollando, nos daremos cuenta de que no hay nada ms
sublime que cuando toda la Iglesia est reunida para este santo propsito. Es cierto que es imposible reunir a toda la
Iglesia universal. Aunque esto, en vez de hacernos abandonar, nos estimula para hacerlo segn nuestras fuerzas. Y
nuestras fuerzas estn para reunir a toda la parte de la Iglesia en la que estamos insertos, geogrfica y
denominacionalmente, en una sola voz, cantando loas al Seor. Si hacemos esfuerzos inauditos para cosas de relativa
importancia, si movemos paredes invisibles para campaas y otras misiones, y esto tiene la aprobacin de Dios; mayor
aprobacin de parte de l va a tener que hagamos lo imposible para darle un culto de mayor gloria. Y cuando se trata
del culto, no nos referimos a un culto nada ms que en el sentido numrico, sino a un culto que se renueva cada da, y
como cosa espiritual que es, va creciendo de gloria en gloria. Ojal esto se pudiera hacer sin necesidad de edificar
templos, pero en la prctica es imposible, pues pierde continuidad; y lo importante es que el culto que ofrecemos al
Seor sea un sacrificio diario de alabanza.
Vamos ms all de lo que hizo Ezequas. l tena buenas motivaciones, pero nosotros tenemos el motivo mayor:
sabemos y experimentamos la obra de Cristo en nosotros. Sin embargo, es bueno seguir a Ezequas en su cometido,
como un modelo a escala de lo que nos toca hacer a nosotros en el rea del servicio a Dios.
Por el orden que encontramos en el relato bblico acerca del quehacer de Ezequas vemos que, primeramente, se dio
cuenta de la falta de sacerdotes santificados. Despus not que le faltaba pueblo reunido en Jerusaln.
Ya son muchos siglos de Iglesia, ya es hora de que Dios no tenga necesidad de obrar a pesar nuestro, es hora de que
obre por causa de nosotros y a travs de nosotros. Hemos estado demasiado tiempo conformndonos con que el Seor
pasar por alto nuestros pecados. An vemos esto en la mediocridad de las manifestaciones artsticas que generalmente
se ofrecen al Seor, con el pretexto de que, por hacerse para su gloria, no necesitan ser mejores; cuando,
contrariamente, Dios dice que se haga bien (Salmo 33:3). El culto que debemos ofrecer al Seor, que redundar despus
en la salvacin de las almas, estar respaldado por un testimonio de vidas santificadas y eficientes en todos los aspectos.
Es hora de dejar los arrepentimientos en el pasado (Hebreos 6:1.2) y caminar hacia delante, hacia la perfeccin,
abandonando los rudimentos y proyectndonos a las cumbres ms altas de Dios. El triunfo sobre el pecado no tiene que
ser una meta para alcanzar despus de la glorificacin de nuestro cuerpo, sino algo para disfrutar mucho tiempo aqu, y
comenzando ahora. Juan nos dice que no podemos pecar, que nuestra nueva naturaleza no responde al pecado (1 Juan
3:9), y de acuerdo con la orden que Ezequas imparti, el tema de la santificacin es algo que tiene que ver con nuestra
voluntad de hacerlo. Por supuesto que procede de Dios, pero Dios nos ha dado la fe para apropiarnos de todo aquello
que nos hace falta para vivir una vida digna, como corresponde a hijos.
Haba sacerdotes santificados, pero para ofrecer el culto de mayor gloria que se deba ofrecer faltaban ms. Este
llamado a la santificacin tambin es un llamado masivo. Es el clamor por una Iglesia numerosa que al fin ha
encontrado su razn para serlo. No es por el hecho de ser una Iglesia numerosa; no es por vanidad que produce a los que
a ella pertenecen; no es para que los ojos de los dems se fijen con envidia, por la competencia tan usual entre las
iglesias. Es por la necesidad imperiosa de rendir a Dios un culto de mayor gloria.
Se necesitaban muchos sacerdotes santificados, lo que equivale a decir muchos creyentes verdaderamente
consagrados, gente con responsabilidad notoria, y luego una multitud que hasta ese momento andaba dispersa, ocupada
en sus cosas particulares, pero que tena que acudir como un solo hombre a Jerusaln para someterse a Jehov y venir a
su santuario (2 Crnicas 30:8).
Son muchas las almas que hay para salvar; pero son muchos ms de lo que pensamos los salvados que andan
deambulando de ac para all, picoteando en diversos sitios, disconformes con todo, o simplemente desorientados y
desalentados, que entraron en una Iglesia que no supo hablarles sino de los rudimentos de la doctrina de Cristo, o
ponerles una carga que ninguno de los dirigentes era capaz de tocar con un dedo (Lucas 11:46).
Es interesante notar que al salir a la calle, con el respaldo del culto a Dios como base de una plena y segura
evangelizacin, quienes responden de inmediato son estos creyentes-parias y tambin otros que hay que reorientar para
que no dejen su congregacin. Esto crea un serio problema salomnico: al escuchar de parte de esos creyentes estos
argumentos que uno conoce, porque ya ha vivido en el pasado situaciones semejantes, pero que hoy debe resolver de
otro modo, para no provocar una divisin en la Iglesia. Este problema subsistir hasta que todas las Iglesias se den
cuenta de que no se puede vivir en Dios sin darle un culto que realmente le glorifique, pues es obvio que no se puede
callar lo que se ha visto y odo (1 Juan 1:3).
Desde luego que responden los inconversos, y muchos responden; pero hay un pueblo de Dios, disperso, que tiene
hambre y sed de su presencia y que est preparado para acudir a un llamado como el de Ezequas.
Gente comprometida y santificada, y una multitud anhelante de celebrar una Pascua inusual, que se repita da a da
(2 Crnicas 30). La multitud fue cubierta con un manto de santificacin porque se dispusieron a buscar a Dios (v. 18).
La santidad les vino como un manto sobre sus cabezas, pero los sacerdotes tuvieron que procurarla (v. 15). El culto de
mayor gloria que Dios busca, requiere unos ministerios aprobados en santidad, lo cual se logra no hurgando tanto en
procurar la santidad de los otros, sino buscando con tesn la propia. Esto tambin es algo que casi siempre se ha hecho
al revs.
Es hora de hacer las cosas bien, es hora de dar toda la gloria al Seor y de saber decir con propiedad: ... sed
imitadores de m, as como yo de Cristo (1 Corintios 11:1). Si nos ejercitamos en darle culto a Dios, decir algo as
tampoco traer vanagloria.
seguramente que ser ms honesto hacerlo as y esperar en Dios. Entendemos que los verdaderos hombres de Dios se
abren paso con su exclusiva dependencia del Seor, sin el despliegue de un aparato publicitario como se ve en tantas
ocasiones. Saludamos desde aqu a los grandes evangelistas que en oracin y ayuno se ponen en las manos del Seor
para servirle con eficiencia. E instamos a los dems a que tomen este camino que es el de la honestidad, pues en algo
tan sublime como es llevar almas a los pies de Cristo, es necesario no hacer demasiadas mezclas. Preciso es rodearse de
colaboradores de probada capacidad espiritual y eficiencia profesional, y estimularlos a que den el mensaje completo, a
fin de dar la certeza de que se es un equipo al servicio del Seor, donde el objetivo es la gloria de Dios y el resultado la
salvacin de las almas.
Esto es slo una opinin, dicha al pasar, pero que puede contribuir a probar que esto tambin es evangelismo. Ahora
bien, ninguna estrategia debe prescindir de la gran motivacin que es el culto al Seor. Ah s que tiene que haber un
hombre muy espiritual y con presencia de Dios, que sepa dirigirlo. Casi siempre hemos visto la poca gracia que se tiene
en la direccin de los cultos y en las participaciones obligadas de ciertos dirigentes que tienen, forzosamente, que
figurar en el programa. Es muy importante dejar todos estos compromisos atrs, y buscar nicamente lo que glorifica a
Dios, y la gracia derramada en aquellos que realmente estn dotados por el Espritu Santo para llevar una congregacin
a alabar al Seor. En el transcurso de la alabanza ya comenzarn a verse los frutos. Ser la red que ya habr atrapado los
peces y luego el predicador no tendr ms que, con la ayuda de otros, levantarla y presentarla rebosante a Aqul por el
cual se habr promovido todo y que recibir la gloria desde el principio al final. Y esto lo proponemos para campaas
multitudinarias, para cultos regulares de los domingos y para ocasiones especiales donde toda la Iglesia debe estar
presente.
Como se puede notar, no hacemos nfasis en el evangelismo personal, tan necesario y eficiente en algunos casos,
porque estamos abocados a la participacin unnime de la Iglesia. El que no enfaticemos sobre lo personal no quiere
decir que no estemos convencidos de su necesidad. Pero aun esto se habr de hacer teniendo presente la totalidad de la
Iglesia. No como trabajo exclusivo del individuo.
Una Iglesia numerosa nos habla de congregacin, donde las individualidades se diluyen, pasan desapercibidas, y
donde se ven dos cosas solamente, transformadas en una: Cristo y la Iglesia.
Oramos por una Iglesia numerosa, honesta y consagrada. Y creemos que el Seor la va a tener, pues su Espritu ya
ha puesto en su pueblo el por qu tenerla: la gloria de Dios.
8. L ES DIGNO DE LOOR
La Iglesia numerosa es para la gloria de Dios, y secundariamente es un grupo de almas salvadas de la condenacin
del infierno. Las almas se salvan para la gloria de Dios, y secundariamente para evitar la condenacin del infierno.
Porque todo ha de girar alrededor de Dios y no alrededor del hombre. Desde antes del racionalismo, en la misma Iglesia
se ha entronizado al hombre como centro; pero en estos tiempos presentes esto ha tomado mayores proporciones. Fuera
de la Iglesia, lo que no es humanismo se tilda de fanatismo religioso. Y la Iglesia, amedrentada, contemporiza; porque
siempre quiere justificar a Dios a los ojos de los hombres, olvidando que l no le tiene que dar cuentas a nadie, tal como
lo explica claramente Pablo en Romanos 9.
Dios es nuestro centro, y su gloria nuestro motivo para llevar a cabo cualquier acto de nuestra vida. Aun valorando
todo lo honesto que pueda estimular una actividad como la de procurar la salvacin de las almas, la gloria debida a su
nombre es el gran estmulo que har, sin lugar a dudas, que las almas respondan en una perseverancia inusual y en una
consagracin fuera de lo comn. Deseamos que se entreguen al Seor, no que simplemente lo acepten, no que calculen
y analicen si es un buen negocio ser de Cristo, sino que sean envueltos por la presencia de Dios en medio de las
alabanzas de su pueblo. Que como Mateo, sin clculo previo, a la sola voz de "Sgueme" (Mateo 9:9), dejen todo para
seguirle, ahora y por la eternidad.
Si este estmulo ya halla respuesta en nuestro espritu es que ha llegado la hora de ponerlo en prctica. Quizs sea un
poco tarde, pero esto no importa. La pascua que celebr Ezequas tambin la celebr un poco tarde. No pudo ser en el
primer mes, pero fue posible hacerlo en el mes segundo (2 Crnicas 30:2). Era la hora de convocar a la gente. A los
sacerdotes santificados, por un lado; y al pueblo esparcido, por el otro lado. Y todos, como un solo hombre, reunidos en
Jerusaln para un mismo propsito: magnificar a Dios recordando aquella fecha gloriosa en Egipto. Ahora no tenemos
cordero que degollar, pues nuestra Pascua, que es Cristo, ya fue muerto por nuestros pecados, y ya hemos sido
rescatados por su preciosa sangre, como la de un cordero sin mancha y sin contaminacin (1 Pedro 1:19). Si no
existieran otras maravillas en el Seor Jess, sta bastara para hacer palidecer a todas las otras cosas que forman parte
del caminar de la Iglesia hacia su concrecin eterna. Una sola de sus promesas justifica que todo lo hagamos para su
gloria y honor.
Si ha llegado la hora, y es seguro que ha llegado, ya debemos alistarnos para poner manos a la obra. El culto que
debemos ofrecerle es inminente, y ya hace tiempo que la Iglesia se lo debe al Seor. Ya tuvimos mucho control de las
emociones por un lado y mucha carnalidad en el otro extremo. Pero el culto racional, espiritualmente hablando, es
inminente celebrarlo. Quizs en algn tiempo se ha celebrado este culto, pero en momentos muy especiales, en
situaciones de crisis o de exaltacin espiritual y verdadera. Pero abogamos por un culto alto y glorioso, continuado,
extraordinario, aumentando de gloria en gloria cada da. Un culto que tiene que ver con la vida, que est plenamente
ligado a ella, que no es una cosa el culto y el proceder diario otra; sino que aun, haciendo las cosas habituales de la vida
diaria, el corazn sigue cantando y esperando llegar al prximo da cuando junto a sus hermanos podr seguir
bendiciendo a Dios en alma y cuerpo.
Ezequas puso manos a la obra como dice en 2 Crnicas 30, y para ello hizo pasar pregn por todo Israel, para que
vinieran a Jerusaln a celebrar la Pascua del modo que est escrito (v. 5). Y envi cartas escritas por su propia mano y
por mano de los prncipes, para convocarlos a la magna reunin (v. 6).
Esta apertura evangelstica, esta convocatoria a celebrar el culto que Dios merece y espera, en un principio,
solamente va desde Dan hasta Beerseba (v. 5), agrupando a los hijos de Dios, llamndolos por medio de la Escritura. No
traspasa demasiado la frontera hacia los inconversos. Lo hemos podido comprobar en algunas oportunidades
organizando alguna campaa donde, con sorpresa, hemos visto la gran respuesta al llamado de dar gloria a Dios por
parte de los creyentes. Creyentes que han visto en ese llamado lo que ellos sentan en su corazn como una demanda, y
hasta ese momento no lo haban podido concretar. Sin embargo, tambin hay una respuesta de parte de los inconversos
para rendirle este culto. Esto ya lo hemos tratado anteriormente, de cmo viene la respuesta y son tocados en sus
espritus, para luego, tras un breve mensaje, rendirse al Cristo de la cruz. Pero es en este orden que debe producirse el
llamado. Hay una gran cantidad de creyentes alrededor del mundo que estn esperando esta oportunidad de ofrecerse en
espritu, alma y cuerpo en una alabanza gloriosa al Seor. Nos conviene traer ovejas que no son de este redil (Juan
10:16), pero primero es necesario que los ya redimidos formen el coro de alabanzas y el conjunto de adoradores que
Dios est buscando (Juan 4:23).
Parece ser que hasta que esto no suceda en los creyentes, no suceder en los inconversos a una escala masiva. Y aqu
es donde los pastores y ancianos de las iglesias no deberan poner trabas ni obstculos. Aqu es donde se deber perder
el miedo a tributarle un culto demasiado encendido a Dios, pues cuando le hemos alabado con todas nuestras fuerzas
todava estamos en deuda con l, porque l merece mucho ms. Y esto no slo es una conclusin que se saca
caminando y avanzando en el Espritu, sino que es algo fundamental sostenido por las Sagradas Escrituras.
Hay una Iglesia en cierta ciudad, celosa de la palabra de Dios y cuidadosa de rendirle culto. En ella, a la salida, los
creyentes se topan con un texto bblico muy sugerente, despus de que el culto se termina y han dado todo lo que tenan
de su ser entero en alabanzas al Seor. El texto es: Alma ma, espera en Dios, porque an he de alabarle (Salmos 42:5
y 11; 43:5). Y esto est dicho tres veces seguidas en la Biblia, como para asegurar que cuando se ha tributado a Dios
alabanzas con toda la fuerza que se tiene, todava hay lugar para seguir alabndole, pues l merece mucho ms.
Si no estuviera respaldado por la Biblia, no nos atreveramos a estimular a los creyentes a dar el culto vivo a Dios, ni
llamaramos al inconverso para que responda a esa bsqueda de adoradores en la que l est empeado. Pero la
Escritura lo proclama una y otra vez, tanto en el Antiguo como en el Nuevo Testamento. Y vez tras vez nos
encontramos con ese llamado: en la figura de los holocaustos y de las ofrendas, de los cnticos y de las danzas en los
salmos, de las palabras de amor en Cantares, de los llamados fervientes de los profetas, de las actitudes de postracin y
adoracin de los que se encontraban con el Seor Jess, de las exhortaciones en las epstolas y de la visin escatolgica
de Juan en el libro que cierra la Biblia.
Ezequas, en el captulo 30 de 2 Crnicas, hizo el llamado a venir a rendir el culto al Seor, tal como estaba escrito
(v. 5). Del mismo modo llamamos a su pueblo a servirle diariamente, a tributar alabanzas a nuestro Dios, porque est
escrito. Otra sera la vida espiritual del pueblo cristiano si tuviramos cuidado en esto, y se proveyeran las
oportunidades de que la Iglesia se reuniera en cada lugar geogrfico para rendirle alabanzas.
En la ocasin en que por mandato de David se orden el culto, se dispuso que se le cantaran alabanzas al Seor
todos los das, a la maana y tambin por la tarde (1 Crnicas 23:30), esa fue una poca de prosperidad para el pueblo
de Dios. No hay prosperidad ni riqueza espiritual, si circunscribimos nuestro culto a reunirnos una o dos horas por
semana. Dios merece mucho ms. Y cuando le hayamos tributado ese culto, diremos a nuestra alma: Alma ma, espera
en Dios; porque an he de alabarle (Salmo 42:5). Y saldremos del culto esperando el da siguiente, para llegar a su
hora ms importante, cuando nos encontremos otra vez con los hermanos para seguir tributando loor al Seor. De
ningn modo ste es algn tipo de fanatismo: todo lo que va dirigido a Dios nunca es exagerado, porque mal puede ser
fantico quien no puede llegar a la exageracin.
El fanatismo inclina a matar y algunas veces hasta a morir, en una explosin insana de un espritu que no es de Dios.
Las alabanzas al Seor son un continuo llamado a la vida, para los dems y para uno mismo; es la explosin de un
corazn que ha sido llenado de vida eterna, y que desborda, en la imposibilidad de contener la abundancia con que Dios
lo ha llenado. Es, por supuesto, un desborde que tiene un lmite en lo que est escrito. Y la Biblia califica esto de
ilimitado. Bienaventurado aqul que encuentra en la Escritura Santa esa letra baada del Espritu y no sigue,
impertrrito y momificado, una fra letra que as no fue escrita. Cuando decimos que toda Escritura es inspirada por
Dios (2 Timoteo 3:16), no podemos pensar en algo inspirado sin vibrar de emocin espiritual, ms an ante la
magnificencia de lo que la Palabra nos relata. Y ella nos dice, por encima de todo, que el Seor es digno de suprema
alabanza (Salmo 145:3). Que hay que exaltarle y amarle no slo con la mente y el espritu, sino con todas las fuerzas
(Marcos 12:30).
9. REUNIDOS EN JERUSALN
Si tenemos que resumir un tanto lo que ya hemos expuesto, diremos que antes de emprender cualquier actividad,
fundamentemos el quehacer de la Iglesia sobre la presencia de Dios; que es la vivencia de su Espritu en ella, no como
algo terico, sino como algo real y vivo. Inclinarnos hacia la alabanza y la adoracin nos har estar en la posicin
correcta. Si somos exhortados a hacer todo para la gloria de Dios (1 Corintios 10:31), quiere decir que todo est
supeditado a esa gloria, por lo cual darle gloria es el fundamento donde est asentado el quehacer de la Iglesia.
Hay, pues, que acomodar el culto a esa prctica; pero no para que quede permanentemente igual, sino, como hemos
dicho, para ponerlo en las manos de Dios, y que l nos capacite para darle un culto de mayor gloria cada vez.
Una vez aceptado que lo principal es ofrecer ese culto a Dios, tendremos que trabajar para ese otro de mayor
magnificencia. Y para lograrlo tenemos que saber que se necesita la santificacin y el numeroso pueblo reunido en la
Iglesia. As habremos encontrado el motivo para una evangelizacin que no se centra en el hombre y su necesidad, sino
en algo superior que es Dios y su gloria. As lo entiende Isaas cuando transcribe lo dicho por el mismo Seor: ... trae
de lejos mis hijos, y mis hijas de los confines de la tierra, todos los llamados de mi nombre; para gloria ma los he
creado, los form y los hice (Isaas 43:6-7). Esa creacin a la que alude no es la creacin de Gnesis, sino la formacin
de un pueblo que empieza en la cruz de Cristo y que abarca a las generaciones pasadas, presentes y futuras. Tambin
Pablo expresa el mismo sentir en Tito 2:14: ... purificar para s un pueblo propio.
Adems de ser ste el motivo por el cual buscar las almas para indicarles el camino de la cruz salvadora, el mismo
mensaje que ha de ganar a esas almas para Cristo ser una invitacin a adorarle sin descartar las bendiciones que se
obtienen en Jess, comenzando por la de la salvacin eterna. Sin embargo, el nfasis ser la atraccin de seguir a Jess,
para estar postrado a sus pies en adoracin piadosa, ahora y siempre.
Quizs algunos no respondan a este mensaje, pero por cierto, s lo harn los que Dios busca para que le adoren. Y
hay ya pruebas concretas de que no son pocos los inconversos que anhelan or un mensaje as. Los dems, los que
responden por necesidad, siempre los tendremos con nosotros (Juan 12:8); pero a estos otros hay que buscarlos,
colaborando con Dios mismo para encontrarlos; y la manera de encontrarlos es llamndolos a adorarle.
Partiendo de la necesidad de mejorar cada da nuestro culto al Seor, no nos parecer nada raro que algo tan
importante como el evangelismo tenga que ver con aquello que es su propio fin.
Es cierto que darle gloria a Dios no consiste solamente en cantarle alabanzas en la Iglesia o particularmente: la vida
ha de responder, pero ha de responder en un todo. Sin embargo, queremos lograr llamar la atencin al culto integral que,
si se ofrece con el estilo de vida solamente, no pasa de ser un humanismo que pretende ser espiritual, y si solamente se
ofrece con los cnticos, no es otra cosa que declarada hipocresa.
Y esta evangelizacin comienza por casa. Es cuestin de predicar el evangelio con la uncin del Espritu Santo y
para la gloria de Dios, trayendo en primer lugar a las ovejas perdidas de la casa de Israel (Mateo 10:6).
Esas ovejas perdidas, que no lo son sino temporalmente, por ser de la casa de Israel, son aquellos creyentes que
dicen amar a Dios, pero que por nada estn dispuestos a sujetarse a la Iglesia. Desde Dan hasta Beerseba, tenan que ir a
Jerusaln para ofrecer el culto a Dios. Haba mucha gente en el reino de Israel, pero se deba estar en Jerusaln. Es un
mal testimonio ver tanto creyente independiente, visitador de iglesias, pero libre de su yugo. Y lo ms interesante es
que, en ese estado, se pretende estar unido al yugo de Cristo. La cabeza es Cristo, el cuerpo es la Iglesia, por lo tanto, el
yugo es el mismo. No existe el divorcio en el contexto de la santidad: Cristo y la Iglesia ni se han divorciado ni lo harn
jams. Ese romance de amor que es el argumento del relato bblico, perdurar por los siglos sin fin. Y hay un yugo que
llevar en esta tierra, el mismo que lleva Cristo y que le ha dado a la Iglesia. Es cierto que el convivir con los dems no
es muy halageo, pero el Seor mismo dice que este yugo es fcil y que la carga es liviana (Mateo 11:29-30). Si se
vive en el reino de Dios se tiene que vivir totalmente. La Iglesia no es un invento humano, es ms que una institucin
divina, es la esposa del Seor, y no estar sujeto a la Iglesia hace perder la relacin con Cristo. Ni siquiera se puede
comparar con el ciudadano de una nacin que vive en el extranjero, pues ste est sujeto a la ley de dos pases. El
creyente que no pertenece a la Iglesia no est sujeto a nadie, sino a la caprichosa interpretacin personal de las
Sagradas Escrituras. Esta inmensidad cierta de la Iglesia universal, es la suma de todas las iglesias constituidas bajo el
poder del Espritu Santo, y que tienen los ministerios correspondientes funcionando en ellas, a los cuales hay que
prestar atencin, y a los cuales hay que estar sujeto. No creamos que se vive tan bien en esa independencia. Nunca se
sabe hacia dnde uno va, dejndose guiar por su propio instinto. Da la sensacin de que se es un barco que va a la
deriva.
Por otro lado, si todos los creyentes pensaran as, nunca se podra encarar nada serio. Y por encima de todo, esta no
es la imagen que se tiene de un cuerpo unido; ya que si el cuerpo est diseminado debido a la insurreccin de sus
componentes, jams llegar a ser la una cosa que el Seor or en su despedida. No dejar de congregarse no connota
una congregacin diferente cada da, segn el impulso de la propia libertad; sino un compromiso con la Iglesia a la
que uno pertenece. Es de suponer que cuando el Seor venga, encontrar las iglesias en otra posicin de la que ahora
estn. Hay indicios de trabajos hacia la unidad que seguramente darn sus frutos, si estn hechos en el Espritu. Pero
nunca dejarn aparte la identificacin y el compromiso de cada creyente con su Iglesia, en una manera personal y
geogrfica. El hombre todava como cuerpo ocupa un lugar en el espacio, y, por lo tanto, debe estar en su lugar, no
andando de ac para all.
Me asombr la primera vez que estuve en los Estados Unidos de Norteamrica. Yo era bastante joven en aquel
entonces y recin descubra muchas cosas en la vida eclesistica propia y en la ajena. Me asombr, digo, cuando
descubr la cantidad de predicadores independientes que haba en aquel pas. Gente que, pretendiendo responder a
Cristo, no responda sino a su propia comodidad y libertad.
Sujecin a la Iglesia, no a instituciones humanas o religiosas. Es la Iglesia la co-soberana con Cristo. Y, repetimos,
la Iglesia universal est compuesta por todas las iglesias locales y denominacionales, que mal que nos pese, forman la
Iglesia del Seor. Si no pertenezco a una de estas iglesias no tengo lugar en la Iglesia Universal. Qu ser entonces del
creyente que se encuentra en esa situacin? No lo podemos echar del reino, simplemente diremos que es un hombre
rebelde que se ha sacudido el yugo del Seor, y que est dando un testimonio feo con respecto a la Iglesia, que ya de
por s lo tiene feo en el mundo por muchos siglos de desenfoque y de error.
Pero es lo nico que tenemos, que va marchando, llena de luchas, hacia la perfeccin... y la ha de hallar, puesto que
Dios se la va a presentar a s mismo siendo sin mancha y sin arruga (Efesios 5:27).
Agradezca a Dios aquel que est metido en la Iglesia, puesto que la Biblia dice que el que halla esposa hall a el
bien (Proverbios 18:22). Y rectifique su actitud aquel que equivocadamente anda sin rumbo.
...
Era una tarde medio lluviosa. Toda la familia estaba frente al televisor con la estufa prendida. Era domingo. Ni la
ms mnima intencin de ir al culto aquella tarde. De pronto aparecieron los ancianos de la Iglesia, haciendo una
visita, porque la actitud de aquella tarde de invierno se repeta domingo tras domingo. La vergenza se apoder del
padre de familia. Aquella tarde fueron al culto y comprobaron que el yugo es fcil.
...
No solamente que es fcil, sino que "mejor es un da en tus atrios que mil fuera de ellos (Salmo 84:10). Porque es
mejor estar en la casa de Dios "que habitar en las moradas de maldad" (Salmo 84:10). Es una mentira la pretendida
santidad hogarea en perjuicio del deber de estar en el culto bendiciendo a Dios. Si no podemos sentir la presencia de
Dios en presencia de los hermanos, no digamos que encontramos al Seor a solas: a solas encontramos una insana
satisfaccin nada ms, y muy pronto encontraremos un gran desvo doctrinal y espiritual. Nuestros encuentros
personales con Dios en el espritu son verdaderos cuando no se est desvinculado de la Iglesia: no puedo amar a Dios a
quien no he visto, si no amo al hermano que estoy viendo (1 Juan 4:20). Y para amar al hermano hay que estar con l.
El amor no se demuestra cuando se est lejos, cualquiera puede amar y ser amado en la lejana. Pero se trata de estar
pegados el uno al otro, de conocer nuestros defectos, y a pesar de ellos, amarnos entraablemente, de corazn puro (1
Pedro 1:22). Y esto no se logra perteneciendo itinerantemente a la Iglesia Universal, ni encerrado en la cmara secreta
nicamente, sino estando en Jerusaln, al lado de los hermanos que tienen el mismo deseo de alabar y bendecir a Dios.
Soy un enamorado de la familia. Actualmente la mayora de mis hijos casados viven, junto a sus cnyuges, con mi
esposa y conmigo. Sera difcil convivir si no pusiramos a Dios en primer lugar y a la Iglesia junto al Seor. Hemos
vivido por varios aos en una comunidad numerosa. Podemos contar cosas hermosas con respecto a la convivencia
fraternal, compartiendo mucha escasez y necesidad, ya que el Seor quiso hacernos vivir esa experiencia. Hubiera sido
conflictivo si Dios y el culto no hubieran presidido todo, y precedido a todo lo que se viva en la casa grande.
Dios es primero si realmente se quiere vivir en armona y felicidad, tanto en un hogar reducido como en una
comunidad numerosa.
Porque todo el bien que precisa la humanidad no se puede hallar fuera de la preeminencia de Dios.
desde distintos ngulos, teniendo en cuenta de hacer resaltar, en todos ellos, su indiscutible soberana y su amor hacia el
pecador.
De ninguna manera tratamos de restar fuerza a lo que nos proponemos difundir en cuanto a nuestro enfoque
evangelstico. Estamos convencidos de que Dios nos ha trado hasta este punto, y nos ha mandado proclamarlo. Pero
hasta aqu llega nuestra responsabilidad. Si esto ha de llamar la atencin o pasar desapercibido, est en las manos del
Seor. Nos resta ser fieles a lo que entendemos que Dios ha dicho. De una cosa s estamos persuadidos: de que hemos
dejado las tradiciones para atender la revelacin de Dios, que siempre est respaldada por la Biblia. Quizs por el
momento, escondida para algunos; pero en esto estriba la fidelidad: en poner manos a la obra cuando la palabra y el
Espritu ordenan llevarlo a cabo.
En la experiencia que hemos relatado en la introduccin del presente volumen, durante los aos cuando el
evangelismo que realizamos era slo de puertas adentro y mirando solamente al Seor y no a las almas, llovieron, por
supuesto, las opiniones en contra. A lo que anteponamos la siguiente justificacin: Estamos afilando la espada hasta
que llegue el momento de esgrimirla . Alguien nos contest con mucho humorismo ante nuestro argumento: Tengan
cuidado de que de tanto afilarla no les quede ms que la empuadura cuando la vayan a usar.
Esto hubiera sido lamentable; pero no era probable que sucediera, pues mediaba una palabra bien clara del Seor. l
tiene acostumbrada a la Iglesia a darle palabra, y la Iglesia debe tambin acostumbrarse a obedecerla, aunque sin dejar
de tener en cuenta las opiniones bien intencionadas de los dems.
Esa salida graciosa del hermano, que nos quera bien, no se dej archivada, o peor, relegada con enojo,
atribuyndosele inoportunidad. La Iglesia qued esperando que viniera la otra orden, la cual finalmente vino. Y esa fue
directamente de Dios: Ahora ya podis lanzaros a buscar a las almas par a que vengan a Jerusaln a adorarme. Esta era
la palabra de Dios que se hizo esperar el tiempo exacto de su voluntad. Entre tanto las almas se iban agregando a la
Iglesia.
Respetmonos mutuamente en nuestras apreciaciones acerca de la marcha de la obra. Hablemos con relevancia y
conviccin sobre nuestras propias revelaciones recibidas. Y tengamos el corazn y la mente abiertos a la luz que Dios
quiera enviar. Esta luz tambin puede venir por la lectura de un libro.
Estamos convencidos de que esta revelacin responde a la Escritura, por ello escribimos y hablamos con
vehemencia. Estamos sintiendo lo que Moiss, cuando le dijo a Hobab al partir del desierto de Sina: Ven con nosotros
y te haremos bien (Nmeros 10:29). En esta expresin Moiss no solamente ofreca, sino que, al ofrecer, estaba
buscando la compaa de Hobab, porque lo necesitaba para que lo ayudara en el camino (Nmeros 10:31). Slo Dios en
su absoluta suficiencia no necesita de nadie. Pero nosotros, sus hijos, aun en las ms altas revelaciones, no nos podemos
poner en un plano suficiente, pues, realmente, necesitamos a los otros miembros del cuerpo, con sus apreciaciones
acerca de la obra de Dios. Escribimos, pero tambin leemos.
Con el culto espiritual y una amplia visin, que implica tener apertura hacia todo lo bueno que tienen los dems, se
alejarn los pecados. Mucha gente peca por falta de expresin a Dios y por estar reducido su plano visual. Practicando
estas dos cosas nos sobrar valor para enfrentar al enemigo de las almas. Y as se dejar sin excusa a aquellos que no
encuentran estmulo en congregarse, y estn en flagrante falta delante del Seor. Y se ver si estn apartados de la
Iglesia por los defectos que ella tiene, o si, en realidad, tienen que arreglar algo en su vida personal. Creemos que, sin
duda, hay algo que arreglar en la vida del creyente que se empea en no estar en Jerusaln. No existen las
jerusalenes, es la Jerusaln, y esta Jerusaln es la pequea Iglesia del barrio o la gran congregacin en la plaza ms
importante de la ciudad; aquella a la que se pertenece, esa es la Jerusaln. Nosotros estamos sujetos al espacio, no
podemos pertenecer sino a un solo lugar. El universalismo de la Iglesia es una cosa que est en el quehacer de Dios y
pertenece a su inmensidad; y l ha provisto, para nuestro reducido cuerpo, un adecuado lugar donde estar identificados.
No para que l pueda encontrarnos, ya que nos halla donde quiera estemos, sino para que podamos encontrarnos entre
nosotros. Es triste ver que, a veces, para encontrar a un hermano hay que dar miles de vueltas por otras tantas
congregaciones, tantos miles de domingos.
Congregados en una Iglesia que guarda plena armona, por su amplia visin, con todos los dems. Y lo ideal:
ofreciendo un culto espiritual, fresco y fragante al que es digno y espera recibirlo.
Hay pastores que aspiran a tener una Iglesia numerosa. Y tambin la generalidad de los creyentes est dispuesta a
prestar atencin a aquellos siervos que han logrado una Iglesia numerosa. Y parece que, en realidad, ste es el requisito
para que escuchen la voz de alguien. Sin embargo, ms importante que el nmero es que, en la Iglesia, los creyentes
aspiren a entrar en esas relaciones con Dios, que hemos sealado.
Esa es otra motivacin inadecuada: buscar tener una Iglesia numerosa para que los dems puedan percatarse de que
se existe y se tiene algo que decir. Y parece que no hay otro remedio que hacerlo as. Pero tengamos cuidado, pues una
sola motivacin vale para poder llegar a ser una numerosa congregacin. Y esa, ya lo hemos repetido, y creyndolo
necesario lo repetimos otra vez: para darle mayor gloria al Seor. Con esas nuevas relaciones con Dios tambin
comenzamos a darle mayor gloria: por esto son vlidas en s mismas. Y tienen doble valor porque ellas se mantienen en
el seno de la Iglesia, que es donde se celebra este culto espiritual y santo.
Estos estados de relacin con Dios se obtienen por la fe, que es la que siempre nos conduce a la gracia, y ellos son
disfrutados por el creyente como dones gratuitos (Santiago 1:17) y perfectos. Quienes conocen el camino del Espritu,
saben que estos estados de relacin se obtienen con ciertas condiciones espirituales; es decir, con el esfuerzo que
entraa nuestra colaboracin en el proceso de santificacin, que de una manera que slo se puede discernir
espiritualmente, nos remiten a Pablo, quien dice: Esfurzate en la gracia que es en Cristo Jess (2 Timoteo 2:1).
Toda gracia requiere del esfuerzo con que uno se ha de empear en obtenerla, y una vez lograda se ha de comprender
que ese esfuerzo no entraa ningn mrito propio; sino que es de la misma gracia de Dios, para que nada sea por obras
y para que atribuyamos todos los mritos al Seor. Si hemos hecho todo lo que tenamos que hacer somos unos siervos
intiles (Lucas 17:10), y esto quita toda posibilidad de arrogancia. Esta es la posicin correcta, la de siervo intil, en
que nos tiene que encontrar cada uno de los estados de relacin que el Seor, por su gracia, nos vaya otorgando.
Por cierto, que en la relacin primitiva que tenemos de hijos se marcar esa posicin de inutilidad bienhechora, ya
que cuando somos hijos lo somos en el sentido bblico y patriarcal, en el que el padre es el objeto de todo el servicio de
los hijos, tal lo que se desprende de la expresin hijo que le sirve que encontramos en Malaquas 3:17.
Si bien los que se descongregan se conforman con esa relacin de hijos, sin aspirar a ninguna otra, tambin es cierto
que no entienden el sentido bblico de ser hijos, que es estar en la casa al servicio del padre, sin que esto equivalga a
ningn mrito.
Para poder entrar en esas relaciones se debe olvidar cmo se encaran modernamente las relaciones entre padres e
hijos.
Hay un evidente deterioro en el concepto que se tiene de la paternidad y de la condicin de hijos. Por un lado, la
mayora de los padres han entrado en una gran declinacin en cuanto al ejercicio de la autoridad; y por el otro lado, los
hijos se sienten desprotegidos por esa falta de autoridad y se desvinculan muy fcilmente de sus lazos filiales. A eso
contribuye toda la enseanza, que tiende a desvirtuar la autoridad patriarcal, signndola de retrgrada y caduca.
Evidentemente esto no es lo que la Biblia ensea. Un padre, en la Escritura, es uno que ejerce autoridad sin
exasperacin de sus hijos (Efesios 6:4), porque es figura de la paternidad de Dios, quien soberanamente ama al hombre
que ha creado y lo disciplina con sabidura. Y un hijo bblico es el que absorbe esa disciplina con veneracin (Hebreos
12:9).
No es bueno que el creyente se deje influir por otras teoras y enseanzas, pues su conducta debe estar de acuerdo
con los dictados que rigen la filosofa del reino de Dios. Ir a buscar fuera de las Escrituras la manera de conducirnos,
contribuir, de una manera muy notable, a esa mezcla de mundanalidad que ya se nota demasiado en la vituperada
Iglesia del Seor.
Aspirar a nuevas relaciones con Dios, partiendo del primer estado que alcanzamos por la primitiva fe en Cristo
Jess. Esto nos mantendr no slo cerca del Padre, sino dentro del lugar donde el Padre est, que es su casa, la Iglesia
en la que estamos congregados, que junto con las dems, es la Iglesia, la nica que hay.
Muchos de ellos no regresan por la severidad que saben van a encontrar en la Iglesia, que no est dispuesta a
admitirlos si no hay una grandilocuente manifestacin de arrepentimiento. Otros solamente tienen la oportunidad de
regresar cuando hay una divisin en la Iglesia, incorporndose en alguno de los bandos que necesita nmero para
imponer su criterio. Otras veces, tambin son invitados a volver porque hay que echar al pastor, y se necesita un voto (
hay hermanos que nunca van a la Iglesia, pero jams dijeron que no pertenecan a ella, y apuntalan su membresa yendo
una vez cada tanto).
Oh la presencia de Dios! Oh la bsqueda del rostro del Seor! Oh el culto de gloria que se le debe ofrecer! Todo
esto es lo que hace falta para que no se den esos malos ejemplos entre los hijos de Dios, tanto entre los que estn dentro
como entre los que estn fuera.
Es un consuelo de tontos argumentar que somos una familia y que estas cosas suelen pasar entre las familias. Pero
esta, la familia de Dios, es una familia que debe dar ejemplo de virtudes, de amor y de unidad.
Proponemos poner los ojos en Jess, quitando el peso del pecado que nos rodea (Hebreos 12:1), y volver a la Iglesia
en humildad y arrepentimiento. Y de la otra parte, de la de los dirigentes, que pongan la mirada donde hay que ponerla,
obrando como el Seor obr siempre: con un juicio misericordioso y espiritual. Y con una seriedad que condiga con lo
que significa ser miembro del cuerpo de Cristo, lo cual tambin funciona en la esfera del Espritu, que es en el nico
nivel en que se deben conducir los hijos de Dios.
Nuestra actitud no es de beligerancia, antes ponemos todo nuestro empeo en rescatar de su vaguedad a los que no
estn en la casa del Padre, y son, como nosotros, hijos de Dios.
Podramos tomar una actitud indiferente y llamar a los cojos, a los ciegos y a los mancos... pero hay un llamado muy
particular en el pregn de Ezequas, en esas cartas enviadas por sus mensajeros, segn 2 Crnicas 30. Hay en ellos un
argumento (vs. 6-9) precedido de un encabezamiento conmovedor: Hijos de I srael (v. 6). Y por esa calidad de hijos
nos empecinamos y tambin argumentamos, que no os quedis fuera de Jerusaln, sino que acudis al santuario que "l
ha santificado para siempre (v. 8). Este santuario es la Iglesia, en la cual, en un lugar u otro, todos debemos estar.
Todos somos hijos, unos dentro y otros fuera: pero los que estn fuera no pueden alcanzar los otros estados de
relacin con Dios que hemos enumerado con anterioridad.
Desde afuera no se puede ser discpulo del Seor ni siervo, no se puede ser amigo, ni mucho menos amado. Ni
tampoco se puede dar ese culto de mayor gloria que l quiere recibir.
Y esto es lo que proponemos abordar en las pginas que siguen.
palabra, y, por lo tanto, no permanecieron con l, ni se quedaron en la congregacin, antes tomaron piedras y lo
apedrearon. Permanecer en la palabra, permanecer en Jess, es permanecer en la congregacin, es estar con los
condiscpulos, es seguir con ellos, con los mismos de siempre y con los que se van agregando en el camino. No, de
ninguna manera se puede ser discpulo sin estar congregado. Despjese de este error quien se considere un discpulo
itinerante que no tiene el respaldo de una congregacin. Podr tener el cuidado del Padre; pero no recibir la enseanza
del maestro.
Hay una figura muy ilustrativa que habla de la excelencia de permanecer. Y es aquella del que va a la peluquera,
sea hombre o mujer: para que el peluquero trabaje bien, es necesario estarse quieto. Es una tragedia ver a esos nios
revoltosos que no se quedan quietos, y el peluquero se ve en serios apuros para hacer su trabajo. Tiene que estar la
madre o el padre haciendo mil morisquetas o pegando retos, para que el nio se quede tranquilo. Ms serio es cuando
uno iba a afeitarse a la peluquera, lo cual hoy da no se estila tanto; pero recordando tiempos pasados, uno se senta
solemne ante la navaja del barbero, y para quedar bien rasurado el estarse quieto era una condicin indispensable.
No pretendemos, al usar esta ilustracin, restar seriedad a lo que venimos diciendo; pero no es extrao que algunos
queden con alguna lastimadura si no saben permanecer quietos delante de Dios. Y al decir quietos nos referimos a no
andar sin rumbo, de iglesia en iglesia, sin permanecer en ninguna.
Volviendo al peluquero, una vez uno me dijo:
- Un servicio de peluquera es ms importante que una buena comida.
A lo que contest asombrado:
- Usted me dir por qu.
- Porque hace resplandecer el rostro.
(Dicho sea de paso Qu higinico es el corte de cabello!)
Despus del comentario del peluquero, reflexion en que ese resplandor de rostro de un buen servicio, se debe a que
se ha permanecido quieto en su silln.
No slo el permanecer evita lastimaduras, sino que da brillo al rostro del creyente. El que permanece est imbuido
de seguridad, y emana seguridad para otros. No as el que un da est aqu y el otro est all. No puede resplandecer su
cara, porque la tiene llena de tajos y de tela adhesiva.
Si se tiene que ir de un lugar a otro, hgase junto con el pueblo, con los condiscpulos, como conviene a uno que
aspira a no ser solamente hijo de Dios, sino discpulo del Seor Jess; permaneciendo en la palabra, que jams nos dir
que nos descongreguemos.
Otros no quieren estar en la Iglesia por no tener problemas con los hermanos. Todava recuerdo el suspiro de alivio
de alguien que se alej de la Iglesia. Ahora me siento libre, por fin!, dijo. Tiempo ms tarde tuvo que regresar. Y
gracias a Dios que regres.
La felicidad no consiste en la ausencia de problemas, sino en caminar por encima de las aguas. Sabiamente nos dice
la Escritura que nos es necesaria la paciencia (Hebreos 10:36). La felicidad consiste en poner en funcionamiento las
virtudes de Jess, que l, generosamente, nos ha concedido. Soportarnos unos a otros (Efesios 4:2) equivale a ser feliz,
y, adems, forma en el creyente su nueva personalidad. Dios nos ha colocado en medio de hermanos. Es una insensatez
apartarse del lugar en que Dios nos ha colocado.
En la peluquera tambin se necesita paciencia, tanto en la espera de que nos toque el turno, como cuando ya nos
estn haciendo el servicio. Sobre todo si no se es muy conversador. Paciencia, que al final el rostro va a resplandecer.
Cuando se pulen piezas de metal salidas del torno, se colocan en un lugar que se llama bombo, y este empieza a
dar vueltas sobre su eje. Hay un ruido bastante regular que es producido por las piezas que dan vueltas tocndose unas
contra otras, y despus salen pulidas y relucientes. Luego ya no hay que hacerlo otra vez, pero ha sido necesario
revolverlas juntas. El estar juntos, unos con otros, nos pule las aristas de nuestro carcter. No hay nada mejor que los
hermanos de la congregacin para pulir nuestras aristas. Pero una vez realizado el trabajo no hay ms necesidad de
revolver.
Entonces, cada una de las piezas ocupa su lugar en la mquina, generalmente de una manera eficiente y til. Dios
sabe lo que hace al ponernos juntos. Ni el problema de tener problemas debe ser un problema. Estos forman parte del
proceso primario de formacin del nuevo carcter en Dios, y no hay que soslayarlo huyendo de la Iglesia y dejando, por
lo tanto, de ser discpulo del Seor.
Es desde todo punto de vista incluyente lo que nos dice el evangelio en Juan 13:35: En esto conocern todos que
sois mis discpulos, si tuviereis amor los unos con los otros . El amor nunca busca la separacin; y el estado de relacin
con Cristo, en ninguna manera es individual. Este amor, que es condicin para reconocer a un discpulo, se demuestra
en la convivencia. Si por alguna circunstancia tiene que haber separacin fsica, esta ser por una intervencin soberana
de Dios, que unir ms los lazos de amor fraternal con los discpulos que estarn fsicamente congregados. Creemos en
el amor a la distancia, pero no por comodidad, sino por necesidad circunstancial. Pero entendemos que el amor se
practica en la congregacin como regla, que tiene su excepcin en la circunstancia especial que hemos apuntado.
Ser discpulo no es poseer un ttulo, es algo que forma parte de la vida, y cuya funcin se manifiesta junto a los
hermanos. Y no hay otro conjunto vlido de hermanos que no sea la Iglesia. Ese conjunto que acompaaba al Seor en
su peregrinar por Palestina era la Iglesia, la misma que hoy da est peregrinando todava en esta tierra, aun cuando
evolucionada.
Evidentemente Dios tiene inters en que se conozca que somos sus discpulos. Notemos: En esto conocer n todos
que sois mis discpulos. l no cre ese discipulado para tenerlo en secreto, aun cuando ha habido discpulos secretos,
los cuales no son mencionados en la Biblia para que sigamos su ejemplo. La Iglesia, la mxima congregacin de los
discpulos del Seor, no est para permanecer escondida, sino que, como una luz que es, ha de estar bien alta para
alumbrar a todos los que estn en la casa (Mateo 5:15). Tambin es una ciudad asentada sobre un monte (Mateo 5:14),
para que la vean desde lejos. Esta manifestacin se logra nicamente por el amor de quienes, congregados como
discpulos del Seor, conviven con todas las aristas del carcter que traemos del otro reino. La convivencia servir para
pulirnos, lo ms amablemente posible, entre nosotros mismos; bajo la correccin continua del Espritu Santo, que nos
sacar bien lisos y relucientes, para que todos conozcan que somos discpulos del Seor.
Se puede amar discrepando. Se puede convivir dndose un coscorrn de vez en cuando... pero viendo que a medida
que pasa el tiempo, ya no hay lugar para la discrepancia. Viendo que si estamos congregados, llegaremos todos a un
estado de unanimidad que asombrar por lo fresco y espontneo. El secreto est en congregarse, en tener comunin. Se
incurre en muchas tergiversaciones cuando se est distanciado.
Cuando un grupo de discpulos del Seor que formbamos parte de la Iglesia sentimos de parte de Dios que
tenamos que fundar una comunidad, fuimos, con la aprobacin de la Iglesia, a vivir en un campo. ramos alrededor de
cuarenta personas. La comunidad sigue existiendo hoy, despus de doce aos, con pginas muy elocuentes de lo que es
una congregacin viviente. Pero al iniciarnos en esa experiencia hubo versiones forneas de lo ms pintorescas y
maliciosas acerca de nosotros... sobre todo muy maliciosas. Tanto es as, que daban ganas de rebelarse o de
acobardarse, ante los falsos testimonios y las acusaciones de que nuestro vivir no era de acuerdo al camino de Dios.
Podemos asegurar, poniendo al Seor de testigo, que l nos estaba enseando a vivir una vida de santidad jams
experimentada. Pero lo que nos interesa de esto es mostrar la actitud de un pastor experimentado en cuanto a versiones
que no se apoyan en el testimonio visual: l vino a preguntarnos qu haba de verdad en lo que se deca. Le contestamos
con el clsico: Ven y ve. No vino, pero crey en nuestra palabra. Hasta ese momento no habamos tenido mucha
comunin con ese pastor, pero a partir de ah la tuvimos y pudimos bendecirnos mutuamente. La comunidad, como
hemos dicho, sigue funcionando. Hoy han desaparecido las versiones malintencionadas, porque la gente del pueblo de
Dios est aprendiendo que el distanciamiento no produce buenos frutos; en cambio la comunin no solamente aclara las
cosas, sino que abre el corazn, y aleja las sombras de las dudas y de la maldad.
Dicho sea de paso, es bueno no dejarse llevar por versiones circulantes, que abundan en una Iglesia que todava no
camina en perfeccin; es bueno ir a la fuente, como ese pastor, que vino para sacarse la duda y confi en nosotros. Aun
Pablo tena confianza en gente como los corintios (2 Corintios 7:16), si no fsica, espiritualmente congregado con ellos.
Nos congregamos para amarnos, nos congregamos para tener confianza los unos con los otros, y aun, si as fuera
necesario, para cubrir por amor nuestros pecados (1 Pedro 4:8); porque en el amor daremos a conocer que somos
discpulos del Seor.
Por eso es necesario anhelar entrar en nuevas relaciones con el Seor, pues stas, imprescindiblemente, nos agrupan;
mientras que quedndonos en el estado de hijos, corremos el peligro de querer arreglarnos solos. Si nuestro concepto de
hijos es el que campea en los pases ms avanzados, a los diecisis aos, es decir, ni siquiera en una elemental madurez
espiritual, ya buscaramos la anhelada independencia, que es un verdadero espejismo en el camino de Dios. Despus
de la vuelta del hijo prdigo y de la conversacin del padre con el hijo mayor, aquel hogar debi ser un hogar feliz,
viviendo todos juntos.
Aun cuando nuestro propsito va dirigido al culto congregacional, para darle a Dios un culto de mayor gloria,
entendemos, adems, que estos estados de relacin con l son justamente para darle esa mayor gloria. Por eso dice en
Juan 15: En esto es glorificad o mi padre, en que llevis mucho fruto, y seis as mis discpulos (v. 8). Lo que
equivale a decir que el discpulo, adems de ser un hombre congregado, es el que trae frutos para Dios.
Siempre hemos tenido tendencia a sealar que el fruto en el camino del creyente son las almas que l contribuye a
salvar, pero ese no es el fruto al cual se refiere el Seor como condicin de ser discpulo. Las palabras siempre son
espritu y son vida, y a menos que lo sealara expresamente, ese no puede ser tal fruto. Es el fruto del Espritu, el que
encontramos indicado y desglosado en Glatas 5, y que nombrado a lo largo de toda la Biblia, es el resultado de una
vida entregada al Seor. Es tambin el que se menciona en Efesios 5:9. Son las virtudes de Cristo, que necesariamente
anidan en el espritu del discpulo verdadero, y afloran para la gloria de Dios. No son muchos frutos, ni es mucha fruta;
es mucho fruto. Es un producto que tiene en su entereza: amor, gozo, paz, tolerancia, benignidad, bondad, fe,
mansedumbre y templanza; que no tiene ley, ni tampoco medida. Que es dado al discpulo en una gran abundancia
espiritual y, por lo tanto, ilimitada. Es el mucho fruto que honra a Dios, es el amor que no mengua. La fe imperturbable,
el gozo eterno, la paz como un ro... Se puede traducir en almas que se salvan, porque esa tambin es la tarea del
discpulo, pero es ms que eso, es su ineludible manera de vivir.
Y esto ser trado para la gloria de Dios en comunin fraternal, congregados con los condiscpulos en una santa y
gozosa convocacin permanente.
Ser hijo y ser discpulo ofrece al Seor m ayor gloria; pero hay glorias todava m ayores, las que se
desprenden de nuevas relaciones con D ios,y que llevan a una congregacin a estar todava m s estrecha
y m s unida.
un estado al otro, inundados por su soberana y misericordiosa voluntad, puesto que, aun cuando esos estados son
principalmente para su gloria, tienen la bendicin incluida para aquellos que han sido elegidos para tener esa intimidad
progresiva con l. En suma, estos estados de relacin traen el bienestar al alma y al espritu del convertido.
Es hermoso hacer la voluntad de Dios sin complicaciones, sin que medien protestas o pedido de explicaciones, sin el
consabido Por qu, Seor?, que tantos creyentes envan al trono de la gl oria o al techo de su casa. Por esto hacemos
el llamado a los dispersos de la casa de Israel, porque entendemos que han sido elegidos no solamente como hijos.
Nuestro llamado a entrar en esas relaciones necesarias para llegar a la plenitud de Jesucristo obedece a que estamos
persuadidos de que Dios, indefectiblemente, se saldr con la suya; y que esto es un medio, por decirlo de alguna
manera, pacfico, para que respondan a este llamado que puede llegar a ser no slo insistente, sino duro.
En estos das estamos viviendo un cuadro trgico en la Iglesia en que nos congregamos. Alguien que se conform
con ser hijo, y que ahora ha entendido que el llamado traa incluidos otros estados de relacin, est elevando su voz de
gratitud a Dios porque l le ha salido al paso. Y mientras se revuelve en su lecho de enfermedad gravsima, no cesa de
dar gracias a Dios y pedir perdn por haber sido tan torpe en no atender a la soberana voluntad de Dios. Los humanistas
llamarn a esto crueldad de un hipottico Dios. Ese hermano, ese creyente, ese hijo de Dios, lo llama misericordia y
compasin de Jesucristo. Ahora es un discpulo que atiende bien a las enseanzas, un siervo que le ministra a l y a un
prjimo que es bendecido por sus palabras y por su testimonio de gratitud. Un amigo de Dios y un amado, pues conoce
como nunca la intimidad del Seor.
El discpulo del Seor es un creyente que permanece en la congregacin y escucha, junto con sus compaeros y
hermanos, las enseanzas del maestro que son impartidas, a su vez, por los ministros que ejercen esa funcin de
ensear. Un siervo no se concibe tampoco ejerciendo su ministerio en soledad. Cuando hablamos de siervo ya estamos
pensando en un Seor y en una casa. Y lo seala as el propio Seor Jess en Lucas 12:42, cuando dice: Quin es el
mayordomo fiel y prudente al cual su Seor pondr sobre su casa, para que a tiempo les d su racin?
Las dos facetas del servicio se tienen que contemplar: el servicio es primeramente, como siempre, al Seor, en ese
ofrecimiento que encontramos en Ezequiel 44:15; donde se ordena que los sacerdotes se han de acercar a l para
ofrecerle la grosura y la sangre.
En ese captulo 44 de Ezequiel vemos dos clases de servidores. Una de ellas es desechada por el Seor, para la cual
no hay llamado de Dios. Este es un oficio que est impuesto por Dios como castigo a aquellos que se han apartado, que
han ido tras los dolos y las abominaciones. No es este el servicio del que queremos hablar. Lo que nos interesa de ese
captulo de las Escrituras es saber que un servicio a la Iglesia, que no incluye un servicio a Dios, nunca llegar a entrar
en la intimidad del Seor. Y es desesperante ver cuntos siervos creyentes hay que jams han tenido un amoroso
encuentro con el Seor Jess, y que militan en cargos de la Iglesia. Una de las faltas en que haban incurrido los
castigados a no entrar en la presencia de Dios, es que haban llenado la Iglesia de extranjeros (Ezequiel 44:6-14).
Cuando se entra en el servicio de la Iglesia sin pasar primero por el servicio de la adoracin a Dios, se incorporan
prcticas extraas y a gente extraa, que muy pronto desdibujarn totalmente la fisonoma santa y espiritual de la casa
de Dios; incluyendo an mandamientos de hombres, que despus, con los aos, desembocan en tradiciones contra las
cuales clama el propio Seor Jess (Mateo 15:6).
No se nos escapa el hecho de que no estamos haciendo un estudio sobre el discipulado o el servicio, ni sobre ningn
otro estado de relacin con el Seor. Solamente tratamos de encender una luz para que se vea la necesidad de poseer
estas relaciones, y alcanzar con ellas la perfecta comunin con Dios y la incorporacin a la Iglesia, tal como conviene,
para una mayor gloria al que es digno de recibirla. Porque de otra manera se estara en la Iglesia de una forma
incorrecta.
Cuando uno ha llegado a siervo del Seor, tiene forzosamente que pensar en estas dos facetas de servicio. Sin
embargo, an habr una distancia considerable hasta llegar a integrarse en la plenitud de su persona. Es tambin motivo
de tristeza pensar que a una simple oracin, o a una determinada reunin, se las pueda considerar momentos de
adoracin a Dios. El ofrecer la grosura y la sangre, que nos habla de un acercamiento a su persona en un reconocimiento
de su seoro y santidad, no es todava el acercamiento de un amigo o de un amado, sino, simplemente, de un siervo.
Por eso es imposible conformarse en la rutina de una oracin, o en el despliegue determinado de una reunin, donde
nada vibra ni nada se enciende, y que no pasa de ser un rito fro que conforma solamente a quienes no aspiran a ms.
El servicio al Seor llega a su trmino cuando el Espritu lo seala de una manera inequvoca, y los creyentes
espirituales conocen el momento cuando Dios dice estar satisfecho. No nos referimos a un culto irracional, sino a un
culto controlado pero ferviente, donde la presencia de Dios se hace sentir. Algunos piensan que el control del culto que
ofrecen al Seor, debe ser la quietud de los miedosos o de los indiferentes. El control se ejerce cuando las cosas estn en
movimiento. Cuando se controla el vuelo de los aviones, es porque estos vuelan. No se necesita ningn control cuando
todos estn detenidos. Ofrecer un servicio al Seor es exaltarle hasta lo sumo, y la marcha de la adoracin, de la
alabanza, de la profeca, en fin, del servicio que se le est ofreciendo al Seor, ser controlada por aquellos que
entienden las cosas del Espritu, y no por los que no las entienden.
Todo esto tiene que ser hecho en la casa. El siervo fiel y prudente es el que est sobre la casa. Es la figura del siervo,
encarnada en la persona del Seor Jess, que como cabeza est unido a la Iglesia, y es con ella una sola cosa.
No existen conflictos entre Cristo y la Iglesia, ya que esta ha sido formada para estar unida a l. Por lo tanto, no
debemos inventar nosotros un conflicto que no existe. Como siervos del Seor, le ministramos a l primeramente, y
luego a los que estn en la casa; porque los siervos del Seor estn sobre la casa, es decir, tienen los pies metidos en
ella, y la casa es el motivo de sus desvelos, tal lo que experimentaba el apstol Pablo cuando deca: ... lo que sobre m
se agolpa cada da, (es) la preocupacin por todas las Iglesias (2 Corintios 11:28). Pablo era un buen siervo de Dios,
que saba de las exaltaciones del tercer cielo (2 Corintios 12:2) y, por eso, estaba plenamente congregado en la Iglesia.
l no se mova a su capricho (Hechos 13:1-3), y s batallaba para que hubiera una buena amalgama entre aquellos que,
decididamente, tenan que congregarse (1 Corintios 1:10).
Quizs la parte ms elocuente, en cuanto al argumento de la funcin en la congregacin, es la figura del siervo por
amor (xodo 21:5.6). Porque este siervo ama a su Seor, no quiere salir libre de su casa. Pero tambin ama a su mujer y
a sus hijos, los que estn en la casa. No los quiere llevar deambulando por cualquier parte, no quiere usar esa engaosa
libertad; por cuanto antes que la libertad de moverse est el amor a Dios, nuestro dueo.
Entendemos que en el esclavo por amor priva un criterio espiritual muy maduro, que algunos en nuestros das no
han atinado a ver. Por encima de todo ama a su Seor, y en esto tenemos que ver la base de su decisin de no irse de la
casa. Hay que desconfiar del genuino amor a Dios de quienes no tienen reparo en irse de la Iglesia. El otro valor que
juega en la decisin de no salir, es la familia. l sabe que no puede ejercer una dedicacin completa a su familia, por
cuanto est al servicio del Seor, y este puede requerirlo en cualquier momento. Pero el esclavo, el siervo, prefiere esta
contingencia antes que estar lejos de l y de la casa. Lo hace porque ama a su mujer y a sus hijos, y no los quiere dejar
sin la presencia del dueo y sin el techo que los cubre. Amar a la familia es tenerla bien metida dentro de la Iglesia.
Actualmente hay una tendencia que proclama la suspensin de reuniones en favor de la atencin de la familia; y ya hay
Iglesias que se renen solamente una vez a la semana, y si lo hacen por la maana no lo hacen por la tarde. Esto no es
amar ms a la mujer y a los hijos. Un siervo de Dios no quiere salir de la casa. Prefiere estar en ella, con la familia
incluida, para su propia proteccin. Pero para eso se requiere tal amor a Dios, que uno se deje agujerear la oreja, de
modo de quedar identificado toda la vida como siervo de Dios. Sin embargo, si las reuniones de la Iglesia no son otra
cosa que reuniones para saludarse entre los concurrentes, s que, seguramente, ser suficiente con que se hagan una vez
a la semana, o quizs una vez por mes. Pero no se salva a la familia de esta manera. Nos referimos a una familia en
Dios, donde la mujer y los hijos tambin son siervos en la casa y que, como el padre, tambin aman a su dueo.
Debemos estar en la Iglesia para vernos y saludarnos, como segunda prioridad de algo sublime y principal, que es
darle culto al Seor, alabndole con todo nuestro corazn. As se manifiesta su presencia; y cuando la presencia de Dios
se hace ver, ni el padre, ni la madre, ni los hijos, querrn salirse jams de la casa. Se acabaron los complejos, porque
encontraron en un Dios vivo toda la realizacin de sus inquietudes.
El siervo de Dios, pues, as como el discpulo, tambin est integrado en la congregacin, aun cuando haya que salir
hasta lo ltimo de la tierra para predicar que el reino en el cual se est inserto ya ha llegado.
amigos, y no a esperar que ellos nos favorezcan a nosotros. Ninguno est autorizado a tomar el lugar de soberana de
Dios, sino el lugar de siervo humillado hasta la muerte que tom el Seor Jess. Esa autoridad la podemos tomar frente
a los enemigos espirituales, que, en los aires, tratan de obstaculizar la obra de Dios. Pero nunca debemos tomar la
autoridad de Dios para exigir un servicio de los hermanos. Hay cosas que ha realizado el Seor Jess y son solamente
prerrogativas de l, tales como recibir adoracin, ponerse por encima de Jons y de Salomn, declararse Seor del
sbado, y esta que nos ocupa: exigir y dar rdenes en nombre de la amistad. Nosotros debemos brindar, en esa amistad,
nuestra obediencia, tanto a Dios como a aquellos de quienes somos amigos. De esta manera, si se entiende que se es
amigo para obedecer y no para exigir, se terminarn los abusos que en el nombre de la amistad se hacen.
Una de las cosas que nos ayudan mucho para convivir en las comunidades que estn funcionando, es el dicho que
hacemos circular entre nosotros: Lo mo es tuyo y lo tuyo es tuyo. No hay ningn error de imprenta. S, ha ledo bien.
Parecer que lo lgico es que si lo mo es suyo, lo suyo sea mo. Pero esto es un concepto egosta de la amistad. La
amistad, como el amor, siempre se brinda sin necesidad de recibir la reciprocidad.
Si en algn momento esto da lugar a exigencias caprichosas por parte de los vivos, que quieren aprovecharse de
los deseos de caminar bien que tienen los buenos amigos de Dios, es cuestin de andar la segunda milla, si es necesario,
y de entregarle tambin la capa. Pasar por tonto, a veces, es una humillacin necesaria. Pero no nos preocupamos
demasiado por eso: lo que edifica es estar al servicio en bien de la amistad con el Seor y con los hombres; en esto
tenemos que salir aprobados. Dios se encarga de aquellos que se exceden y que son de tropiezo. Sin embargo, y
seguramente, estar siempre el perdn para aquellos que no saben lo que hacen (Lucas 23:34).
Una amistad cuyo objetivo es obedecer los mandatos de Dios, trae su recompensa como aadidura. Aunque no hay
que ir a buscarla, pues sta siempre viene. Cuando el Seor mismo indica que busquemos el reino de Dios y su justicia,
no nos ordena buscar las dems cosas, sino que nos dice que estas vendrn consiguientemente.
Y esta aadidura o recompensa es la revelacin de sus propsitos: Ya no os llamar siervos, porque el siervo no
sabe lo que hace su Seor; pero os he llamado amigos, porque todas las cosas que o de mi Padre, os las he dado a
conocer (Juan 15:15).
No podemos confiar en la revelacin de hombres o de mujeres que anden solos. Ya hemos visto que no son amigos
de Dios; por lo tanto, no tienen la revelacin de Jess. Esta revelacin siempre parte de aquellos que estn en la Iglesia,
amistados con el Seor y con los creyentes, fogueados de ejecutar rdenes que parten de lo Alto, y aun caprichos,
alguna vez, de hermanos que no tienen luz. An esto se va arreglando a medida que se camina, pues slo congregados
recibimos, por la amistad, la revelacin que nos hace falta y que el Seor Jess nos brinda, porque a l se lo ha revelado
el Padre.
Sin la revelacin de Dios pocas cosas se pueden hacer en su reino. Ni siquiera podemos interpretar correctamente la
Escritura, aun proveyndonos de las ayudas hermenuticas ms avanzadas. Ni podemos llegar al corazn del pecador
con el mensaje de vida, si ste no ha sido previamente revelado. Ni podemos edificar la Iglesia con profeca, pues sta
slo existe con la revelacin de Dios. Es, pues, la amistad con el Seor Jess, la garanta de un ministerio fructfero. Si
hasta ahora solamente hemos sido hijos, deberemos ser discpulos, para despus ser siervos y llegar a ser amigos del
Seor, sabiendo que todo parte de su soberana eleccin.
Bienaventurado aquel que no necesita un proceso demasiado largo para entrar en estas relaciones con Dios. Y
dichoso, si con todo lo que queda dicho, prepara el corazn para responder al llamado que, seguramente, Dios estar
haciendo a cada uno que entiende lo que lee, y puede entrar rpidamente a participar de esos estados de relacin que le
acercan ms y ms a l.
Una Iglesia en la que los hermanos son todos amigos, porque esta amistad parte de Dios, ser una Iglesia que tendr
pocos problemas en la relacin fraternal. Y esto es lo que se debe anhelar: que as como el Seor nos brinda su amistad,
nosotros podamos brindarla a los dems. La amistad respeta a los dems, y el respeto a los dems es el principio de la
armona, y la armona, ya lo dice la Escritura, es buena y deliciosa (Salmo 133).
En todo tiempo ama el amigo, y es como un hermano en tiempo de angustia (Proverbios 17:17). El hombre que
tiene amigos ha de mostrarse amigo; y amigo hay ms unido que un hermano (Proverbios 18:24).
Tratemos de conocer a los hermanos que concurren a la Iglesia, brindemos nuestra amistad. Y estemos seguros de
que esto ha empezado primero en nuestra relacin con Dios; de lo contrario, otra vez el sentimiento humanstico
desdibujar algo tan santo y delicado como es una amistad en el Espritu. Por razn de su soberana, todo comienza en
l, y luego l derrama de lo suyo, hasta que sobreabunda.
Por supuesto que entrar en esta relacin, volvemos a decir, parte de la eleccin de Dios. Y nos la apropiamos, no por
ningn mrito, sino por esa bendita y sencilla fe que Dios ha depositado en nosotros. Como lo hizo con Abraham.
Crey, y por creer fue llamado amigo de Dios (Santiago 2:23).
Esa amistad con el Seor Jess, cumpliendo sus mandatos, quizs nos lleva a actos semejantes al que fue llevado
Abraham. Quien cuando tena el cuchillo en la garganta de su hijo, y cuando suba la montaa, y aun cuando Isaac le
pregunt por la vctima, l saba lo que realmente contest: Dios se proveer de cordero para el holocausto, hijo
mo... . Era amigo de Dios, y l ya le haba revelado todo lo que ira a suceder. La fe de los amigos de Dios es una fe
reveladora; trae consigo la revelacin, y por eso se va confiado hasta el final del camino. Al principio Abraham no
haba entrado an en esa amistad con Dios. Por eso sali sin saber a dnde iba (Hebreos 11:8). Ah Dios le brind su
amistad. A partir de aquel momento Abraham no fue ms a tientas, sino que supo siempre la voluntad de Dios, aunque
tambale algunas veces: Pablo nos dice que se fue fortaleciendo en fe dando gloria a Dios (Romanos 4:20). Y culmin
en ese acto de obediencia suprema, pero tambin de suprema revelacin. Era demasiado solemne el momento para
mentir, y cuando dijo: Dios se proveer de corder o (Gnesis 22:8), fue porque la fe en su amistad con Dios le haba
revelado que, momentos ms tarde, Dios dira: No extiendas tu mano sobre el muchacho (v. 12). Y ms tarde an, el
balido de un carnero trabado en un zarzal (v. 13), sera la prueba de esa amistad que trae como aadidura revelacin. De
lo contrario, como nos dice Hebreos 11:19, si hubiera tenido que llegar hasta el final, Dios lo hubiera levantado de los
muertos. Y esto tambin le hubiera sido revelado.
Volved a la casa aquellos que os habis ido! Porque estas pginas tan bellas que se han escrito en la Biblia y que
muchos han continuado experimentando fuera de los tiempos bblicos, las cuales Dios quiere seguir escribiendo, se
realizan dentro del reino de Dios. All es donde se glorifica su nombre por excelencia, el lugar al que, hoy como ayer,
los Ezequas estn llamando, para que como sacerdotes os santifiquis, y juntos salgamos hasta lo ltimo de la tierra a
buscar a estos que Dios tiene sealados, para traerlos tambin a la casa a darle ese culto de mayor gloria.
Nos falta considerar la relacin de amados, pero todava podemos gozarnos en ver que, siendo amigos de Dios,
hemos llegado al punto necesario para entrar en esa otra relacin, que sin la amistad, el servicio y el discipulado,
ofrecer serias dificultades; ya que a mayor cercana de Dios, mayor sutileza del enemigo. Es, pues, necesario pasar por
todos estos estados de relacin y vivir intensamente cada uno de ellos.
Dios, sino Satans. Y el ejemplo de esto lo encontramos en grandes ministros del Seor que han llegado a niveles muy
altos en su relacin con Dios. Sin embargo, al descuidar su identidad congregacional se han vuelto vanidosos, hasta tal
punto, que en algunos casos han tomado el lugar de Dios. Todo lo bueno que haban realizado hasta ese momento, se
arruin por la usurpacin que hicieron de ese lugar, que no es para un individuo, sino para la esposa de Cristo.
Mucho es lo que de vez en cuando se escucha, que asombra no slo a los creyentes, sino al mundo entero: el
testimonio nefasto de personajes, ex ministros del evangelio, que caen estrepitosamente infatuados por Satans, quien
les hace creer que asumen una representacin individual y exclusiva de Cristo. Estos integran la lista que describe Juan
de los muchos anticristos que ya hay en el mundo (1 Juan 2:18). No decimos que esto no obedezca a otros factores,
adems del que nos ocupa. Pero estamos tratando este factor y, por lo tanto, vamos a exhortar con intensidad, para que
al llegar a este nivel del Espritu, uno se identifique totalmente con la Iglesia, pues de lo contrario se est exponiendo a
ese peligro de trgico fin.
Simn el mago era un creyente que, por lo poco que conocemos de l, quera las cosas de Dios para un beneficio
propio e individual. Y esto es calificado como estar en prisin de maldad (Hechos 8:23). No es nuestro propsito
iniciar una discusin al margen del tema que nos ocupa en este captulo, sobre si es posible que un creyente pueda llegar
a tales extremos. La advertencia de Pablo a la que ya nos hemos referido, de que "... el que piensa estar firme, mire que
no caiga." (1 Corintios 10:12), tiene mucho que ver con lo que estamos diciendo. Por otra parte, los ataques de Satans
son ms fuertes cuanto mayor es la altura espiritual que alcanzamos. Y la vigilancia acerca de nuestra salvacin,
siempre ser con temor y temblor (Filipenses 2:12).
Es hermoso poder entrar en la presencia de Dios, y dialogar con l de la misma manera que el Espritu nos describe
en los captulos 6, 7 y 8 del Cantar de los cantares.
No slo es hermoso sino conveniente, y hacia eso debe ser enfocada la vida del creyente que posee no slo vida,
sino vida abundante (Juan 10:10), lo cual es el propsito de la venida de nuestro Seor Jesucristo. Y queremos animar a
nuestros hermanos a que procuren llegar hasta ah. Es por eso que hacemos la advertencia, tan seria y solemne, de no
dejar ni en espritu ni en verdad, la identificacin con la Iglesia. Ese lugar de gran intimidad, donde el esposo alaba a la
esposa, no es nada frecuente en la Escritura, refirindose a la relacin de Dios con sus hijos; aun cuando en otros
lugares de la Biblia el Seor habla en tono superlativo de las virtudes que los creyentes adquirimos en Cristo (Mateo
5:13-14; Malaquas 3:17), y esto es por su gracia. Este es el lugar donde se juntan dos extremos: la santidad en alto
grado y la posibilidad del engreimiento.
Es demasiado ntimo el dilogo entre el esposo y la esposa como para que sea accesible a otro que no sea la esposa.
Y la esposa siempre es la Iglesia, la congregacin. El Seor no tendra esa intimidad con nadie ms que con ella. Es
intil, pues, pretender tener la ltima revelacin de los secretos de Dios, de los cuales nos ha hecho administradores (1
Corintios 4:1), si no llegamos a esa intimidad, que es la plena, ntima y total identificacin con Cristo.
Abogamos por una Iglesia en plenitud de vida y de relacin con su amado Seor, lo cual quiere decir: una Iglesia
completa y compenetrada de su funcin. El Seor quiere creyentes que lo conozcan ntimamente, que a su anhelante
amor y deseo de estar en su ntima presencia, unan el amor y la unin con sus hermanos: la nica manera de vivir el
amor de Dios.
Develemos este misterio a vidas que son usadas espiritualmente. No hay conocimientos de Dios sin identificacin
con los hermanos, y esto equivale a lo que nos dice Juan, y que se debe repetir todo aquel que desea, en lcito derecho,
entrar en los niveles ms altos del Espritu: El que ama a Dios, ame tambin a su hermano. (1 Juan 4:21). Y este es el
cometido de la Iglesia, una Iglesia que quizs tiene muy poco que ver con lo que ahora estamos viviendo, pero que
lograr, indefectiblemente, una veraz relacin con el Seor y con los hombres.
Creemos oportuno anotar los versos que una Iglesia, la Iglesia, inspira en el corazn de quienes nunca quieren
separarse de ella. Y proponemos leer con oracin el presente poema:
ELLA
Vale la pena que vuelvan a la Iglesia aquellos que un da salieron para hacer su propia obra.
FIN