Rafael Rojas Sobre Fernando Ortiz PDF

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R A FA E L RO JA S

Contra el homo cubensis:


Transculturacin y nacionalismo en
la obra de Fernando Ortiz

RESUMEN
La obra del antroplogo y etngrafo Fernando Ortiz es uno de los mayores esfuerzos
intelectuales por comprender abarcadoramente la sociedad y la cultura cubanas. En las
pginas que siguen, se propone un acercamiento a dicha obra, centrado en la tensin
entre dos conceptos primordiales de la biografa intelectual y poltica de Ortiz: el na-
cionalismo y la transculturacin. Ortiz, un intelectual pblico de la poca republicana,
defendi siempre un nacionalismo cvico, refractario a deniciones duras de la identidad
cultural cubana. La idea de transculturacin, desarrollada en su libro Contrapunteo
cubano del tabaco y el azcar, lejos de contraponerse al nacionalismo, le ofreci la
plataforma adecuada para articular un discurso de la identidad desde la diferencia.

A B S T R AC T
The work of the anthropologist and ethnographer Fernando Ortiz represents a major
intellectual effort in the comprehensive understanding of Cuban culture and society. The
pages that follow present an approach to his work that is centered on the tension between
two essential concepts of the intellectual and political biography of Ortiz: nationalism
and transculturation. Ortiz, a public intellectual of the Republican era, always defended
a civic nationalism that ran counter to rigid denitions of Cuban national identity. The
concept of transculturation, developed in his book Contrapunteo cubano del tabaco y el
azcar, far from countering nationalism, offered the appropriate platform for articulat-
ing a discourse of identity based on diversity.

A principios del siglo XX, en los crculos acadmicos de las ciencias sociales
cubanas, se difundi la noticia de que en una caverna de Sancti Spritus, al
centro de la isla, haba sido descubierto el fsil de un mono, junto a una
misteriosa quijada. El hallazgo suscit algunas conjeturas arqueolgicas que
ubicaban, en los albores del cuaternario, cuando Cuba estaba unida a la penn-
sula de la Florida, los primeros indicios de vida humana en la isla. El paleon-
tlogo cubano Luis Montan fue el jefe de aquella expedicin a la Sierra de
Banao en la que los investigadores encontraron, dentro de la cueva conocida

1
2 : Rafael Rojas

como Boca del Purial, los restos del que fuera bautizado como el homo
cubensis, montaneia anthropomorpha, hombre de Sancti Spiritus o, sim-
plemente, hombre fsil cubano.1 El hallazgo produjo, adems, una suerte de
euforia genealgica, en la que el discurso de las ciencias sociales, ansioso por
armar la identidad de la cultura cubana, aport sus primeros enunciados na-
cionalistas. Juan Antonio Cosculluela, destacado ingeniero, gegrafo y ar-
quelogo, lleg a describir la vida del virtual homo cubensis, cuya existencia
fuera cuestionada por la Sociedad de Americanistas de Pars, como una epo-
peya prehistrica de la cubanidad:

El homo cubensis, nuestro primitivo compatriota, testigo presencial de todas aquellas


revoluciones y transformaciones por las que pas nuestra tierra a nes del terciario y
durante todo el cuaternario, acompaado de una fauna ya desaparecida, donde abun-
daban los grandes mamferos, desde el hipoptamo hasta nuestra actual juta, por sus
selvas vag arrastrando miserable existencia, y sus bosques le sirvieron de refugio
contra los ataques de los enormes y eros cuadrpedos, hasta que aprendi a dominarlos
y vencerlos.2

En 1922 Fernando Ortiz intervino en aquel debate sobre la protocubani-


dad con su Historia de la arqueologa indocubana.3 Aqu el joven antroplogo
defendi la exogenia de los aborgenes cubanos y, en general, del hombre
americano, aunque no sera hasta mediados de los aos treinta, cuando el
triunfo de la Revolucin contra la dictadura de Gerardo Machado permiti el
regreso de su exilio en Washington, que pudo comprobar aquella intuicin, en
un artculo titulado Cmo eran los indocubanos (1935).4 En su defensa de la
tesis de que los primeros pobladores de Amrica haban sido asiticos que
llegaron al continente a travs del Estrecho de Behring, Ortiz lleg, incluso, a
darle la razn a Cristbal Coln: las Antillas fueron, etnogrcamente, como
las imagin Coln, las tierras ltimas de las Indias Orientales, o, mejor, la
ribera oriental de las Indias, las cuales miran a las tierras de Occidente desde la
otra orilla de ese mar Atlntico, que ayer divida al mundo, del uno al otro polo,
y hoy une sus continentes como un lago, un nuevo Mediterrneo de la civiliza-
cin.5 Al dotarla de un ser asitico, como dira Edmundo OGorman, Cris-
tbal Coln, segn Ortiz, no encubra ni inventaba Amrica, sino simple-
mente la dena en su remota etnognesis.6
El estudioso puertorriqueo Arcadio Daz Quiones ha podido leer en un
temprano texto de Fernando Ortiz, La losofa penal de los espiritistas (1915),
algunos vislumbres del concepto de transculturacin, que Ortiz desarrollara
en el Contrapunteo cubano del tabaco y el azcar (1940), insinuados en el
apotegma de la transmigracin de las almas, que sostiene el culto espiritista.7
De un modo original Daz Quiones recuperaba el viejo tpico de los begin-
nings, que Louis Althusser difundiera en los aos setenta con su teora del
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corte epistemolgico entre el primero y el segundo Karl Marx, y que Edward


Said teorizara en su libro Beginnings: Intention and Method.8 En el caso de
Fernando Ortiz, como veremos, esta tentacin de lecturas arqueolgicas dentro
de su propia formacin discursiva, se acenta por la fuerza de una certidumbre
en torno a la discontinuidad entre la obra eugensica de las dos primeras
dcadas postcoloniales la ambiciosa serie Hampa afrocubana (1906), La
reconquista de Amrica (1911), Entre cubanos (1913) y Las fases de la evolu-
cin religiosa (1919), controlada por el paradigma positivista de la antropo-
loga criminal italiana y espaola (Csar Lombroso, Enrique Ferri, Rafael
Salillas, Constancio Bernardo de Quirs), y los textos de madurez de los
aos cuarenta y cincuenta Los factores humanos de la cubanidad (1940),
Contrapunteo cubano del tabaco y el azcar (1940), El engao de las razas
(1946) y La africana de la msica folklrica de Cuba (1950), en los que
predomina una nocin republicana y transcultural de la identidad cubana.9
La crtica de la arqueologa nacionalista cubana en los aos veinte y treinta
tambin cumple la funcin de un puente entre el primero y el segundo Ortiz. Al
defender la exogenia del hombre cubano, el joven antroplogo desplazaba la
comprensin de la cultura nacional del discurso arqueolgico al discurso mi-
gratorio y cuestionaba la pertinencia de un relato mtico sobre los orgenes. En
este sentido, la obra del sabio cubano se inscriba plenamente en la ruptura con
los patrones positivistas y darwinianos de la antropologa victoriana, que, como
ha visto George W. Stocking, produjo la extincin del hombre paleoltico en
el campo del saber social.10 Este ajuste de cuentas con el evolucionismo clsico
le permiti a Ortiz avanzar hacia una idea de la cultura en la que la identidad
nacional aparece como una construccin histrica de las sucesivas inmigra-
ciones tnicas de la isla.11 Como es sabido, esta idea fue desarrollada luego por
Ortiz en la conferencia Los factores humanos de la cubanidad (1940), la cual
no slo recoga su crtica al discurso arqueolgico, sino que, a la vez, tomaba
distancia de otras interpretaciones migratorias y etnolgicas de la identidad,
como las de Ramiro Guerra en Azcar y poblacin en las Antillas (1927) o
Alberto Lamar Schweyer en Biologa de la democracia: Ensayo de sociologa
americana (1927) y La crisis del patriotismo: Una teora de las inmigraciones
(1929), quienes, a travs de una nostalgia por las lites criollas del siglo XIX,
insinuaban un rechazo eugensico al ennegrecimiento de la sociedad, al avance
del mestizaje y a la inmigracin antillana de las primeras dcadas postcolo-
niales.12
Sin embargo, la obra de madurez de Fernando Ortiz, esa que asociamos a
textos como Los factores humanos de la cubanidad (1940), Contrapunteo
cubano del tabaco y el azcar (1940) y El engao de las razas (1946), no est
desprovista de tensiones. La ms importante, a mi juicio, es aquella que se
establece entre el discurso antropolgico de la identidad y la prctica cultural
de la diferencia. La idea de la cubanidad, que en los dos primeros ensayos se
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expone por medio de la metfora del ajiaco y del concepto de transculturacin,


se resiste a la postulacin antropolgica de un sujeto nacional hegemnico,
aunque ste se conciba como resultado del ms intenso mestizaje cultural.13
Ortiz mantuvo esta resistencia en El engao de las razas (1946) por medio del
rechazo explcito de la panmixia, a pesar de que en este libro asuma abierta-
mente un republicanismo posttnico, basado en la constatacin del amestiza-
miento creciente de la humanidad.14 En un comentario sobre el antroplogo
ingls J. C. Trevor llega, incluso, a cuestionar la pertinencia de una concepcin
hbrida de la etnicidad: lgicamente la mixtura implica el preconocimiento de
la pureza. Trevor preere el vocablo hbrido en vez de mixto; y no queriendo
decir poblaciones mestizas, escribe poblaciones hbridas. Pero el vocablo y el
concepto del hibridismo tienen los mismos reparos que mestizaje, mixtigenera-
cin y otros anlogos.15
El integracionismo de Fernando Ortiz no actuaba, pues, como un principio
disolutorio de la pluriracialidad, ni como un dispositivo favorable a las narra-
tivas cerradas de la identidad nacional. De ah que toda una tradicin de lec-
turas latinoamericanistas de Fernando Ortiz y de montajes del argumento com-
binatorio iniciada acaso por el gran terico uruguayo ngel Rama, que
identica la transculturacin con el mestizaje, la hibridez o la zona de contacto
debe ser cotejada desde la hermenutica sutil del texto orticiano.16 Aquella
advertencia que hace unos aos lanzara Antonio Cornejo Polar, acerca del
efecto totalizador que logran nociones como hibridez y mestizaje, no era ajena
al propio Fernando Ortiz, quien lleg a desconar de las facultades encrticas
de la metfora.17 Esto no niega, sin embargo, que la obra de madurez de
Fernando Ortiz busque una armacin del integracionismo tnico, en tanto
frmula desactivadora de discursos y prcticas racistas. Slo que dicho integra-
cionismo, a nuestro juicio, no era concebido como una fusin antropolgica,
que dejaba intacta la hegemona de las lites blancas, sino como la articulacin
de una ciudadana republicana, en igualdad de derechos civiles, sociales y
polticos, que manifestara libremente su heterogeneidad cultural.
Qu entenda Fernando Ortiz por integracin racial? Adems de Los
factores humanos de la cubanidad, Contrapunteo cubano del tabaco y el
azcar y El engao de las razas, hay un texto, Por la integracin cubana de
blancos y negros (1959), que aborda frontalmente el tema. Se trata de una breve
autobiografa intelectual que Fernando Ortiz escribi a partir de un discurso
que l mismo pronunci en el Club Atenas de la Habana en 1942. All se
establecen cinco fases de la integracin racial en Cuba o de la recproca
transculturacin de razas y culturas en la isla: la hostil, enmarcada en la
esclavitud colonial hasta 1886, la transigente, en la que el blanco, a nes del
siglo XIX, ejerce su hegemona social aceptando la libertad jurdica y la es-
pecidad cultural del negro; la adaptativa, que seala el momento de extensin
de derechos civiles y polticos a la poblacin negra, a principios del siglo XX;
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la reivindicativa, una fase de respeto mutuo y cooperacin entre negros y


blancos, aunque todava se interponen los resabios de los prejuicios seculares y
el gravamen discriminatorio de los factores econmicos, la cual, segn Ortiz,
era la que subsista en su poca; y, por ltimo, la fase integrativa, la que se
deba alcanzar en el futuro.18

Pero an nos queda una quinta fase que alcanzar en el futuro, la integrativa. En esa est
slo una minora reducida. En ella estamos nosotros los que aqu nos reunimos. Es la
fase de maana, del maana que ya alborea. Es la ltima, donde las culturas se han
fundido, y el conicto ha cesado, dando paso a un tertium quid, a una tercera entidad y
cultura, a una comunidad nueva y culturalmente integrada, donde los factores mera-
mente raciales han perdido su malicia disociadora. Por esto, el acto presente de un grupo
de cubanos de razas diversas que se juntan para un rito de comunin social, donde se
consagra la necesidad de la comprensin recproca sobre la base objetiva de la verdad
para ir logrando la integridad denitiva de la nacin, resulta por su profundo y trascen-
dente sentido un momento nuevo en la historia patria y como tal debemos interpretarlo.19

Algunas ideas de este prrafo fusin de culturas, cese de conictos, tercera


entidad, integridad denitiva de la nacin parecen aludir a una utopa
posttnica, en la que las identidades raciales se borran, se ocultan o se disuelven
bajo un tejido social homogneo. Si a estas ideas se agrega la inscripcin de
autoridad que conlleva la referencia a una minora reducida, que vive antici-
padamente en esa comunidad futura, es difcil no discernir aqu el enunciado de
esas lites letradas postcoloniales que legitimaban su hegemona cultural con
discursos de integracin republicana. Sin embargo, si se lee bien se advierte
que dicha minora era, segn Ortiz, un microcosmos de la heterogeneidad
tnica: un grupo de cubanos de razas diversas que se juntan para un rito de
comunin social. De esta forma, la narrativa cvica de Fernando Ortiz actuaba
como una compensacin moral, antirracista, de la certeza antropolgica de la
identidad tnica, propia del discurso antropolgico.20 A partir de esa tensin
entre antropologa y civismo, identidad y diferencia, transculturacin y repub-
licanismo, la obra del sabio cubano propuso una dialctica de la escritura, en la
que coexistan la visibilidad y el ocultamiento del sujeto racial.
En buena medida, la armacin de la exogenia de la humanidad insular
describi una mirada hacia la visibilidad de las identidades raciales y mi-
gratorias, una vocacin fronteriza y hasta taxonmica, que Fernando Ortiz
demostr a lo largo y ancho de su trabajo intelectual. Ah estn, para comprobar
dicha vocacin, sus tempranos textos sobre el dialecto y las costumbres menor-
quinas (Principi y prostes, 1895, y Para la agonografa espaola, 1901), sus
estudios sobre italianos, gallegos y chinos en Cuba, sus investigaciones antro-
polgicas sobre las culturas indocubana y afrocubana, su aproximacin a la
historia prehispnica y colonial de Mesoamrica y el Caribe en El huracn, su
mitologa y sus smbolos (1947) y en Historia de una pelea cubana contra los
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demonios (1959) e, incluso, sus incursiones en el tema de las relaciones diplo-


mticas y culturales entre Cuba y Estados Unidos. Este registro de la diversidad
y del borde, propio de una concepcin migratoria de la cultura, coloca a Ortiz
en esa tradicin del pensamiento del afuera, que deni Michel Foucault, a
partir de una lectura sutil de Celui qui ne maccompagnait pas de Maurice
Blanchot.21 La exterioridad interroga y desestabiliza los discursos ensimisma-
dos de la identidad nacional y aspira al remoto paradigma del patriotismo
cosmopolita.22

Lecturas en contrapunto
La primera reaccin de un lector ideal de Fernando Ortiz es el asombro ante la
diversa inmensidad de su obra. Ortiz, por s solo, encarna toda una formacin
discursiva en la cultura cubana que ejemplica esa metamorfosis textual, de
que habla Michel Foucault, por la cual un documento puede convertirse en un
monumento.23 Derecho y criminologa, etnologa y sociologa, lingstica y
arqueologa, literatura y poltica, antropologa e historia crean una inslita
multiplicidad de formas del saber que acta como un rizoma dentro de esa
formacin discursiva.24 Mara Zambrano us la metfora del rbol para sig-
nicar la unitiva plenitud de la obra de Jos Lezama Lima: rbol que se yergue
entero sobre sus races mltiples y contradictorias.25 En un sentido similar,
Manuel Ulacia se ha referido a la condicin arbrea que asume la potica de
Octavio Paz, al desplazarse hacia otras zonas de la historia y la cultura. Pero en
ambos casos el eje simblico de la metfora del autor-rbol reside en el tronco.
En Ortiz, por el contrario, la ecacia hermenutica se halla en las ramica-
ciones o, si se quiere, en la raz.
Imaginemos, por un momento, la historia intelectual de Cuba sin Enrique
Jos Varona y Jorge Maach, sin Elas Entralgo y Roberto Agramonte, sin
Alejo Carpentier y Jos Lezama Lima, sin Lydia Cabrera y Manuel Moreno
Fraginals. Aun en ese desierto, la sola obra de Fernando Ortiz bastara para
conectar la cultura cubana con la modernidad. El legado de Ortiz encierra el
misterio de una aventura intelectual plenamente moderna en el Caribe e, in-
cluso, en Hispanoamrica. Esa modernidad se pone a prueba en lo que, sigui-
endo a Habermas, podramos entender como una dilectica entre el autocer-
cioramiento de un lugar en el mundo y la capacidad de desplazamiento hacia
diversos horizontes epistemolgicos.26 El nomadismo discursivo de Ortiz se
cumple en la autora de ptimos estudios de antropologa cultural sobre el
folklore cubano, como La africana de la msica folklrica de Cuba (1950) o
Los bailes y el teatro de los negros en el folklore de Cuba (1951), de un libro
precursor de historia de las mentalidades, como Historia de una pelea cubana
contra los demonios (1959), que vislumbra, con una dcada de antelacin, el
camino historiogrco que abrieron Jacques Le Goff y Georges Duby, Carlo
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Ginzburg y Robert Darnton, de ensayos cvicos tan logrados como los que
integran La crisis poltica cubana: Sus causas y remedios (1919) o En la
tribuna: Discursos cubanos (1923), y de textos hbridos, a medio camino entre
la antropologa, la historia y la economa, como sus emblemticos Contra-
punteo cubano del tabaco y el azcar (1940) y El huracn, su mitologa y sus
smbolos (1947).27
Pero ms que en el carcter expansivo de sus textos, la modernidad de la
autora de Ortiz radica en la sombra que proyecta, en la estela de lecturas que
deja a su paso o en ese vasto territorio de interpretaciones que se abre a su
alrededor: muestra inusual, en la cultura cubana, de la correspondencia de dos
amplios registros, el de lo ledo y el de lo escrito.28 Tomemos, por ejemplo, el
caso del Contrapunteo cubano del tabaco y el azcar, el texto ms ledo y
comentado de Fernando Ortiz. La primera edicin de esta obra (La Habana,
Jess Montero, 1940) apareci precedida por un prlogo del historiador cubano
Herminio Portell Vil y una introduccin del antroplogo polaco-britnico
Bronislaw Malinowski, quien era entonces, y hasta su muerte en 1942, profesor
de Yale. Las dos lecturas del mismo texto nacieron de campos referenciales dis-
tintos y se orientaron hacia pblicos ajenos, sin provocar una tensin irrecon-
ciliable. Portell Vil trat de resaltar las implicaciones nacionalistas del Con-
trapunteo, en el contexto de un importante reajuste comercial y arancelario de
la exportacin de azcar cubana a los Estados Unidos; mientras que Mali-
nowski se propuso subrayar el aporte terico del concepto transculturacin a la
antropologa occidental y la pertenencia metodolgica de Ortiz a la escuela
funcionalista, fundada por l mismo y Alfred Reginald Radcliffe-Brown en
Inglaterra y asumida por los socilogos Robert Merton y Talcott Parsons en
Estados Unidos.29
Portell Vil lee en el Contrapunteo una doctrina cierta, de verdad incon-
trovertible, de que la caa de azcar, la industria que la benecia, el sistema
organizado en torno a ella, forman un todo adventicio en Cuba, algo extrao al
pas, que sirve al extranjero antes que al inters nacional y que no puede des-
prenderse de sus caractersticas de explotacin humana, privilegio indebido y
proteccionismo.30 Esta lectura nacionalista era suscitada, en parte, por el bina-
rismo del texto y, tambin, por la coyuntura econmica cubana, afectada enton-
ces por el proceso revolucionario de los aos treinta, el New Deal de la admi-
nistracin de Franklin Delano Roosevelt y el estallido de la Segunda Guerra
Mundial. La suspensin del sistema de cuotas azucareras, que haba establecido
la Ley Costigan-Jones en 1934, y el incremento decimal de los aranceles del
azcar, que propiciaban la reduccin del ingreso, el aumento del desempleo, la
cada de los salarios y el alza de los precios, provoc una interesante fractura
entre las lites polticas que an respetaban la clebre mxima de Raimundo
Cabrera (sin azcar no hay pas) y las lites intelectuales que, desde mediados
de los aos veinte, reclamaban la abolicin del latifundio y la redenicin de la
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soberana econmica frente a Estados Unidos.31 Otros letrados republicanos,


como Ramiro Guerra, Emeterio Santovenia, Francisco Ichaso o incluso Emilio
Roig de Leuchsenring, hubieran suscrito aquella crtica de Portell Vil a la
sinonimia entre azcar y nacin, que postulaba la identidad entre el inters
nacional y el inters azucarero.32 En ese crculo intelectual de liberales re-
publicanos, el Contrapunteo de Ortiz fue ledo como un alegato contra el mono-
cultivo y a favor de la diversicacin agropecuaria y la industrializacin.
La lectura de Malinowski, en cambio, no se diriga al espacio pblico
cubano sino al medio acadmico anglo-americano y, en menor medida, a cierta
porcin ilustrada de la clase poltica de Estados Unidos, relacionada con el
servicio exterior. En primer lugar, Malinowski, quien viaj a la Habana invi-
tado por Ortiz, reconoca la patente orticiana del concepto de transculturacin,
el cual le resultaba ms adecuado que otros como cambio cultural, acultu-
racin, difusin, migracin u smosis de culturas, por su abandono del
etnocentrismo europeo.33 En unas pginas del Contrapunteo, Ortiz no pudo
ocultar el orgullo que para l signicaba el hecho de que su trmino se difun-
diera en los centros acadmicos de la antropologa occidental. Sometido el
propuesto neologismo transculturacin escribe Ortiz a la autoridad irre-
cusable de Bronislaw Malinowski, el gran maestro contemporneo de etno-
grafa y sociologa, ha merecido su inmediata aprobacin. Con tan eminente
padrino, no vacilamos en lanzar el neologismo susodicho.34 Ortiz se senta,
pues, autorizado por Malinowski, pero Malinowski, a su vez, valoraba alta-
mente el benecio de autorizar al antroplogo cubano, ya que a cambio asegu-
raba la inclusin de Ortiz en el canon metodolgico del funcionalismo. Por eso
el profesor de Yale insiste demasiado en que Ortiz es un verdadero fun-
cionalista, sabedor de que la esttica y la psicologa de las impresiones sen-
soriales deben ser tenidas en cuenta junto con el hbitat y la tecnologa o en
que es buen funcionalista porque acude a la historia cuando sta es indispen-
sable.35
Sin embargo, hay un punto en que la lectura ideolgica nacionalista de
Portell Vil y la lectura epistemolgica funcionalista de Malinowski, hasta
ahora paralelas, chocan de un modo sutil. Portell Vil entiende que la crtica del
azcar, en tanto elemento forneo y entreguista, supone la independencia eco-
nmica frente a Estados Unidos, es decir, eso que en su prosa exaltada sera la
extirpacin de un parsito que extrae los jugos vitales de la nacin.36 Mal-
inowski, en cambio, asume que el concepto de transculturacin, al establecer
un dilogo bidireccional entre dos o varias culturas, no implica la independen-
cia sino la interdependencia con Estados Unidos.37 El autor de Magia, ciencia y
religin, quien en sus ltimos aos en Yale se haba familiarizado con el giro de
la diplomacia de Roosevelt hacia Amrica Latina, aprovechaba su introduccin
al Contrapunteo para involucrar la transculturacin en la poltica exterior y
sugerir que la interdependencia entre pases fronterizos abrira nuevas po-
Contra el homo cubensis : 9

rosidades simblicas. Cuba, junto a Mxico conclua Malinowski, es el


ms prximo de esos pueblos latinoamericanos donde la poltica del buen
vecino debera ser establecida con toda la inteligencia, previsin y gener-
osidad de que son ocasionalmente capaces los estadistas y hasta los magnates
nancieros de los Estados Unidos.38
Una interpretacin poltica radical de las dos lecturas podra arrojar que
mientras Portell Vil se mantena en la perspectiva nacional, independentista,
Malinowski, muy a tono con el sentido originario de la empresa antropolgica
britnica, se colocaba en una perspectiva imperial. Sin embargo, en las dos
reediciones del Contrapunteo, corregidas y aumentadas por el propio Ortiz,
que se hicieron despus del triunfo de la Revolucin cubana, la de la Univer-
sidad Central de Las Villas (1963) y la del Consejo Nacional de Cultura (1963),
se excluy el prlogo de Portell Vil y se mantuvo la introduccin de Mal-
inowski.39 La explicacin es sencilla: el historiador nacionalista Herminio Por-
tell Vil haba emigrado a los Estados Unidos en desacuerdo con la adopcin,
por parte del gobierno revolucionario, del marxismo-leninismo como ideologa
ocial. Diez aos despus de aquellas reediciones, el importante historiador
Julio Le Riverend Brusone retomara no pocas ideas de la lectura nacionalista
de Portell Vil sin citarlo, naturalmente, inscribindolas dentro de una
hermenutica marxista-leninista del antimperialismo de Ortiz, en su prlogo a
la rbita de don Fernando que public la Unin de Escritores y Artistas de
Cuba.40 Pero esta incidental paradoja obliga a un replanteamiento del nacion-
alismo de Ortiz y, en general, de los nacionalismos en la cultura cubana, esto es,
un traslado hermenutico, como recomienda Montserrat Guibernau, del singu-
lar al plural, de ese tpico abusivo del nacionalismo cubano a una tipologa
de los nacionalismos en Cuba.41 Armar que Fernando Ortiz fue un intelectual
nacionalista es repetir una obviedad: el verdadero reto de una lectura sosti-
cada es ilustrar qu tipo de nacionalismo era el suyo.
Acaso sin proponrselo, Bronislaw Malinowski adverta que si el mismo
Contrapunteo no era ledo transculturalmente poda suscitarse una anti-
nomia discursiva entre el relato nacionalista y el relato transcultural. En efecto,
la retrica excesivamente binaria que adopta Ortiz para narrar la pelea secular
entre Don Tabaco y Doa Azcar parece, en momentos, sugerir, como le
sugiri a Portell Vil, que el tabaco era una metfora de lo nacional y el azcar
una alegora de lo antinacional. Uno de los pasajes ms problemticos, en este
sentido, es el que reza: en el comercio: para nuestro tabaco todo el mundo por
mercado, y para nuestro azcar un solo mercado en el mundo. Centripetismo y
centrifugacin. Cubanidad y extranjera. Soberana y coloniaje. Altiva corona y
humilde saco.42 Sin embargo, en otros instantes del texto, empezando por el
ttulo, Ortiz establece que lo cubano no reside en uno u otro arquetipo, en una u
otra alegora, sino en el contrapunteo, en el roce y la permuta, es decir, en la
transculturacin del azcar y el tabaco. As, por ejemplo, anota que el azcar y
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sus derivados producen un mestizaje de sabores, que el azcar fue mulata


desde su origen, pues en su produccin fundironse siempre las energas de
blancos y negros y que el brazo del negro y el azcar de caa son dos factores
de un mismo binomio econmico en la ecuacin social de nuestro pas.43
Fernando Ortiz, pensador dialgico y reacio a maniquesmos y estereotipos, no
exclua de la construccin de la identidad nacional cubana, como ha visto
Manuel Moreno Fraginals, a ese proceso econmico, poltico y cultural del
azcar, a pesar de su dialctica infernal de maquinismo, latifundismo, colo-
nialismo, trata de braceros, supercapitalismo, ausentismo, extranjerismo, cor-
porativismo e imperialismo.44 Por eso daba n al ensayo con el augurio de las
bodas de Don Tabaco y Doa Azcar y su trinitaria criatura: el ron.45
Una salida adecuada a la tensin entre nacionalismo y transculturacin
sera la dialctica de un nacionalismo transcultural. Es evidente que cuando
Ortiz escribe aquella frase tan memorable, la verdadera historia de Cuba es la
historia de sus intrincadsimas transculturaciones, revela una narrativa po-
rosa, matizada y permeable de la identidad nacional de la isla.46 Un lector
cuidadoso observar que al usar el plural transculturaciones, Ortiz alude,
primero, a una mutacin dentro de una poblacin sedentaria, la que se da entre
el paleoltico ciboney y el neoltico tano, y, luego, a un ciclo innito de in-
migraciones que se inicia con la llegada de los primeros espaoles y africanos
en los siglos XVI, XVII y XVIII y contina con la incorporacin a la sociedad
cubana de franceses, britnicos, alemanes, italianos, chinos, judos, polacos,
norteamericanos, rusos y otros inmigrantes en los dos ltimos siglos.47 La idea
aparece mucho ms desglosada en su conferencia Los factores humanos de la
cubanidad (1940), donde Ortiz usa la metfora del ajiaco para ilustrar ese
proceso interminable de asentamiento e ltracin de diferentes culturas en un
mismo espacio nacional. Habra que insistir una vez ms, por los equvocos que
este texto ha provocado, en que Ortiz no encuentra la cifra de la cubanidad en el
caldo, sino en su coccin, no en la salsa de nueva y sinttica suculencia
formada por la fusin de los linajes humanos, sino en el mismo proceso
complejo de su formacin, desintegrativo e integrativo.48 Esta idea de una
construccin cultural permanente en la que el choque y la hibridez entre los
actores nunca disuelven las identidades fragmentarias en un todo homogneo
es el puente epistemolgico entre el cubano Fernando Ortiz y la antropologa
postmoderna de Clifford Geertz, James Clifford y Dennis Tedlock.49
Las primeras lecturas postmodernas del Contrapunteo, como se sabe, se
deben a Antonio Bentez Rojo, quien resalta, sobre todo, el lugar de la ccin
en el texto,50 y, ms recientemente, a Gustavo Prez Firmat, Roberto Gonzlez
Echevarra, George Ydice, Romn de la Campa, Fernando Coronil, Peter
Burke, Enrico Mario Sant y otros, quienes, ms a tono con la antropologa
postfuncionalista, han visto en el nacionalismo transcultural de Ortiz una til
premisa analtica para pensar en la tensin entre multiculturalismo y republi-
Contra el homo cubensis : 11

canismo que caracteriza a la sociedad contempornea.51 Algunas de estas lec-


turas, como las de Prez Firmat y Gonzlez Echevarra, arman, sin embargo,
la modernidad arquetpica del Contrapunteo, en tanto texto lastrado por el
imperativo de la identidad.52 Ahora bien, el rechazo de la sntesis, como
ccin dialctica que hace de la identidad nacional un metarrelato teleolgico,
es tan claro en Ortiz que se vuelve imposible hallar en sus ensayos un reciclaje
del mito de una supuesta mulatez primordial del cubano.53 El ajiaco supone
mestizaje (mestizaje de cocinas, mestizaje de razas, mestizaje de culturas),
pero no es sinnimo de mulatez.54 Comprender la mulatez o el mestizaje racial
como alegora de la nacionalidad es violentar un todo incompleto y difuso
dentro de una parte, ya que, como seala Ortiz, la nacin nunca est hecha y
su masa nunca est integrada. De ah aquella lcida conclusin que, tantas
veces, ha sido leda al revs: el innito tejido migratorio de la sociedad cubana
siempre diere y diferir la consolidacin de una denitiva y bsica
homogeneidad nacional.55 De modo que este nacionalismo transcultural se
desenmarca de un nacionalismo tnico, al estilo de La raza csmica del mexi-
cano Jos Vasconcelos, cuya argumentacin, segn Ortiz, era pura para-
doja.56 En El engao de las razas (1946), Ortiz reiter su desacuerdo con
Vasconcelos, al sealar que esa panmixia de la raza csmica era una
paradjica metfora de propaganda, de literatura, de religin y de ese viejo
ensueo losco de la mezcla universal, del cosmopolitismo y del humani-
tarismo, que privaba a la voz raza de su propio y verdadero sentido, que no es
supremamente gentico, sino de especicacin antropolgica.57
La narrativa nacional de Fernando Ortiz est, pues, ms cerca de un dis-
curso posttnico, en el sentido de David Hollinger, que de un modelo de
ciudadana multicultural como el que ha propuesto Will Kymlicka.58 A pesar
de su ponderacin de la heterogeneidad que distribuye el tejido migratorio
cubano, la obra de Ortiz subraya ms la integracin entre negros y blancos por
la va del civismo republicano que por la de una mitologa mestiza. Desde que
Ortiz abandona la episteme eugensica, que controlaba sus primeros libros
Los negros brujos: Apuntes para un estudio de etnologa criminal (1906), La
reconquista de Amrica: Reexiones sobre el panhispanismo (1911) y Hampa
afrocubana: Los negros esclavos (1916), y adopta la perspectiva posttnica
que cristalizar plenamente en El engao de las razas (1946), su nacionalismo
incorpora el principio cvico como liberador de tensiones intertnicas y ad-
ministrador de conictos interculturales. Fernando Ortiz, intelectual moderno,
plenamente adscrito al imaginario democrtico, siempre pens que la trans-
culturacin, con todas sus fricciones, desembocaba en una ciudadana republi-
cana, cuyos derechos sociales, civiles y polticos se distribuan sin encarnar
jurdicamente las seas de identidad de esas pequeas comunidades migrato-
rias que conformaban la nacin.
12 : Rafael Rojas

El republicanismo transcultural
Adems de la crtica a la arqueologa nacionalista, las intervenciones pblicas
de Fernando Ortiz, desde el doble rol de un intelectual y un poltico, fueron
articulando un discurso cvico que aanz, frente al principio de la hetero-
geneidad cultural de la nacin cubana, el principio de la homogeneidad re-
publicana. Estas intervenciones se hicieron recurrentes entre 1917 y 1933,
cuando Ortiz altern su trabajo acadmico con la diputacin ante la Cmara de
Representantes por el Partido Liberal (19171927), la colaboracin en el C-
digo Crowder (1919), la fundacin de la Junta Cubana de Renovacin Cvica
y del Grupo Minorista (1923), la presidencia de la Sociedad Econmica de
Amigos del Pas (1923), la delegacin ante la Tercera (1926) y la Sexta (1928)
Conferencia Panamericana celebradas en Washington y la Habana, el naci-
miento de Institucin Hispanocubana de Cultura (1926), la redaccin del Pro-
yecto de Cdigo Penal (1927), la edicin del valioso Boletn de Legislacin
(1929) y, nalmente, el exilio en Washington (19311933), donde se sum a la
campaa pblica contra la dictadura de Gerardo Machado.59
En esta etapa de intervencionismo pblico, Ortiz escribi algunos ensayos
polticos, en los que se maniesta un claro nacionalismo republicano, reacio a
la dependencia de los Estados Unidos y favorable al despliegue de una ciudada-
na moderna, en condiciones de igualdad jurdica. En La crisis poltica cubana
(1919), por ejemplo, Ortiz propona una tipologa de seis causas de la crisis:
histricas, sociolgicas, demopsicolgicas, proletarias, polticas e interna-
cionales. Y para cada uno de estos males recomendaba, a su vez, un remedio
del mismo tipo. Es interesante observar cmo Ortiz conservaba en su inter-
pretacin histrica, sociolgica y demopsicolgica de la crisis el enfoque civi-
lizatorio o culturalista de la episteme eugensica (incultura general de las
clases dirigidas, desintegracin y antagonismos raciales, debilidad del
carcter cubano, pesimismo criollo), mientras asuma un discurso institu-
cional y republicano en sus recomendaciones polticas: reformas constitu-
cionales, honestidad administrativa, generacin de empleos, incentivos para
la cultura, nacionalismo abierto, cordial intimidad recproca con Estados
Unidos y favorecimiento de la inmigracin hispana.60
El republicanismo civilizatorio de Ortiz ya se haba plasmado en algunos
ensayos de Entre cubanos: Psicologa tropical (1913). All el joven antroplogo
reaccionaba contra la pasividad del sujeto postcolonial en Cuba, el sooliento
hijo de los trpicos, caracterizado por un rosario de vicios morales (indiferen-
cia, choteo, vagancia, supersticin, irresponsabilidad, violencia, ilegalidad), los
cuales se ocultaban bajo una suerte de soberbia criolla, contenida en una frase
popular: entre cubanos no andamos con boberas.61 Es signicativo que ya
desde entonces, cuando la obra antropolgica de Ortiz an responda al para-
digma positivista, sus propuestas polticas no fueran eugensicas o moral-
Contra el homo cubensis : 13

izantes, sino institucionales: educacin cvica, cultura jurdica, defensa de la


soberana, creacin de partidos polticos. Esta capacidad de combinar un dis-
curso antropolgico que, a la manera de Los negros brujos (1906), todava
localiza los vectores de la barbarie en ciertas taras tnicas, con una poltica
republicana que rechaza cualquier determinismo racial tambin se maniesta en
La reconquista de Amrica: Reexiones sobre el panhispanismo (1911). En
medio de una apasionada refutacin del criterio de superioridad racial y civi-
lizatoria, lo mismo entre sajones que entre latinos, hispanos o africanos, Ortiz
dice, a propsito de Espaa, que una nacin multitnica constitua una civiliza-
cin, no una raza.62 Cuba, nacin multitnica postcolonial, tambin era una
civilizacin, pero, segn Ortiz, inferior a las grandes civilizaciones occiden-
tales, incluida la americana.63
Esta concepcin civilizatoria de la cultura cubana, a pesar de las taras
positivistas con que cargaba, acentu el reformismo republicano de Fernando
Ortiz durante los aos veinte. Otro texto donde se plasma dicho reformismo fue
La decadencia cubana, una charla pronunciada por Ortiz el 23 de febrero de
1924 en la Sociedad de Amigos del Pas. En uno de los momentos de mayor
elocuencia, Ortiz usaba precisamente la palabra barbarie para referirse a la
aguda crisis del orden postcolonial: la sociedad cubana se est disgregando.
Cuba se est precipitando rpidamente en la barbarie. S! Y hay que decirlo
rotundamente, y repetirlo a diario por hogares y escuelas, por talleres y salones,
para que el cubano sienta todo el horror de su porvenir y el bochorno de su
abatimiento actual.64 Por decadencia y barbarie, dos conceptos tomados de la
morfologa histrica y de la antropologa evolucionista, Ortiz entenda algo
muy concreto, ms ligado a las contradicciones de un pequeo estado nacional
del Caribe, independizado del viejo imperio esclavista espaol y adscrito a la
rbita neocolonial de Estados Unidos. Los sntomas de esa disgregacin eran
estadsticamente tangibles: 53 por ciento de analfabetismo, 70 por ciento de la
industria azucarera en manos extranjeras, 17 por ciento del suelo nacional en
propiedad norteamericana y minera, ferrocarriles, telgrafo y banca bajo el
control de compaas forneas.65
La fatal combinacin entre incultura y dependencia creaba, segn Ortiz,
un capital egosta, carente de vibracin patritica, incapaz de sentir
solidaridad por los dolores patrios.66 Aunque era evidente el lamento por la
ausencia de una burguesa nacional, el discurso de Ortiz se adentraba en una
zona ms all del mero patriotismo cvico al insertar nociones civilizatorias y
eugensicas. As, en un pasaje poco comentado del texto, constataba que el
deterioro de la educacin pblica en Cuba era tal que estaba en la escala de la
instruccin por debajo de todas las Antillas inglesas, habitadas casi totalmente
por negros.67 Este apunte revelaba el peso que an tena, a mediados de los
aos veinte, el viejo tpico criollo del peligro negro, que fuera rearticulado, en
aquella dcada, por Ramiro Guerra, Alberto Lamar Schweyer y otros intelec-
14 : Rafael Rojas

tuales republicanos. En el caso de Ortiz, la aliacin a ese prejuicio ancestral


comenz a ceder a nes de los aos veinte, gracias, en buena medida, a su
cercana con el movimiento cultural afrocubano, impulsado, entre otras institu-
ciones, por la Revista de avance (19271930), y el cual tomara impulso con la
creacin, en 1936, de la Sociedad de Estudios Afrocubanos, encabezada por el
propio Ortiz y a la que pertenecieron los poetas Nicols Guilln, Emilio Bal-
lagas y Marcelino Arozarena y los jvenes antroplogos Rmulo Lachataer
y Lydia Cabrera.68
En noviembre de 1928, Fernando Ortiz pronunci en el restaurante
Lhardy, de Madrid, su clebre conferencia Ni racismos ni xenofobias, pub-
licada al ao siguiente en la Revista bimestre cubana. Aqu Ortiz asumi
plenamente el punto de partida de toda su obra posterior, esto es, el desplaza-
miento del concepto de raza por el de cultura, lo mismo en los estudios antro-
polgicos que en las intervenciones pblicas. Este giro, sin el cual es imposible
concebir la escritura del Contrapunteo cubano del tabaco y el azcar o El
engao de las razas, estuvo determinado por el republicanismo orticiano, es
decir, por la certeza, desprendida del legado de Jos Mart, de que la na-
cionalidad cubana deba ser denida en trminos cvicos, como una ciudadana
en igualdad de derechos, ms all de la interaccin cultural que establecieran
sus componentes tnicos. Es interesante observar, en un pasaje de este texto,
cmo Ortiz aplica el principio estilstico del contrapunteo a los conceptos de
raza y cultura, evitando as ese efecto perverso del desplazamiento discursivo
que implica el tab de lo racial:

La raza es un concepto esttico; la cultura, lo es dinmico. La raza es un hecho; la cultura


es, adems, una fuerza. La raza es fra; la cultura clida. Por la raza slo pueden animarse
los sentimientos; por la cultura los sentimientos y las ideas . . . La cultura une a todos; la
raza slo a los elegidos o a los malditos.69

En otro momento de aquella conferencia, Ortiz recordaba la famosa Ley


Mora, impulsada en 1910 por el senador negro del Partido Liberal, Martn
Mora Delgado, en contra del Partido Independiente de Color, la cual estableca
la imposibilidad legal de asociaciones polticas constituidas exclusivamente
por individuos de una sola raza o color.70 Como es sabido, los independientes
de color, encabezados por Pedro Ivonet y Evaristo Estenoz, se levantaron en
armas, en 1912, contra el gobierno del general Jos Miguel Gmez, dando lugar
a la nica guerra racial de la historia postcolonial cubana. La crueldad con que
fueron masacrados los rebeldes negros y mulatos en aquella guerra lleg, como
ha documentado el historiador Alejandro de la Fuente, a los niveles del terror
civil.71 Al evocar, en 1928, la enmienda de Mora Delgado, quien siguiendo
el dictum martiano de cubano es ms que negro, ms que mulato, ms que
blanco rechazaba la sociabilidad poltica racial, Ortiz reiteraba su apuesta
Contra el homo cubensis : 15

por la opcin republicana, aun en condiciones sociales propicias para la emer-


gencia de prcticas y discursos racistas:

En Cuba, por ejemplo, est vigente una ley que impide la formacin de partidos con
propagandas racistas, porque se estima que el racismo nos llevara a una desintegracin
suicida. Y si la ley impide un racismo negro, podemos a la vez permitirnos otro racismo
cualquiera, por superior que lo creamos?72

Esta apuesta republicana, sin embargo, dejaba intacto el problema del


racismo que, debido a las condiciones de hegemona social, econmica y pol-
tica de las lites blancas, se haba incorporado, desde sus orgenes, al modelo
cvico postcolonial. Frente a este dilema, Ortiz mantuvo la actitud reformista y
civilizatoria, delineada en los aos veinte, que conceba el racismo como un
conjunto de estereotipos y prejuicios, asegurado por un dcit cultural, el cual
deba ser enfrentado por medio de la educacin pblica. As, combinando el
reformismo cultural y el republicanismo poltico, Fernando Ortiz logr person-
icar las demandas del campo intelectual cubano, a mediados del siglo XX.
Eso explica que muchos otros escritores pblicos de las generaciones postcolo-
niales entre ellos Ramiro Guerra, Emeterio Santovenia, Jorge Maach, Her-
minio Portell Vil y Elas Entralgo lo percibieran como un maestro o como
un patriarca del saber republicano, capaz de establecer pautas en mltiples
disciplinas: antropologa, historia, economa, literatura, sociologa o poltica.
A mediados de los aos treinta, sin embargo, luego de la revolucin anti-
machadista y del n del breve exilio en Washington (19311933), el republi-
canismo de Fernando Ortiz alcanzar su plena formulacin conceptual, en
trminos antropolgicos; y esa plenitud operar un ajuste de cuentas con el
enfoque reformista y civilizatorio. Entre 1936 y 1940, mientras realizaba im-
portantes esfuerzos a favor del reconocimiento mutuo de las dos grandes races
de la cultura cubana, la espaola y la africana, a travs de la Institucin His-
panocubana de Cultura y de la Sociedad de Estudios Afrocubanos, Ortiz de-
sarroll el concepto de transculturacin, en tanto eje hermenutico de las
interpretaciones histricas y antropolgicas de la cultura cubana. Dicho con-
cepto apareci insinuado, primero, en el Contraste econmico del azcar y el
tabaco (1936), y luego, plenamente, en Contrapunteo cubano del tabaco y el
azcar (1940) y Los factores humanos de la cubanidad (1940).73
Luego de un estudio reposado de la correspondencia entre Ortiz y Mal-
inowski y de los usos del concepto de transculturacin en las ltimas dcadas,
Enrico Mario Sant concluye que la nocin orticiana ha tenido una fortuna
equvoca en la que predomina su confusin con otros trminos de las teoras
de la resistencia cultural, como mestizaje, hibridez, multiculturalismo o neo-
barroco.74 Sant recomienda, acertadamente, entender el proceso social de la
transculturacin como un equivalente histrico de la tcnica literaria del con-
16 : Rafael Rojas

trapunteo, esto es, ni ms ni menos que como un dilogo entre los sujetos, las
prcticas y los discursos que conforman una cultura.75 Esta comprensin,
menos ideolgica que la que abunda en los estudios culturales, adelantada ya
por Antonio Bentez Rojo, apunta hacia un parentesco entre el republicanismo
transcultural de Fernando Ortiz y la teora del dilogo de voces y la na-
rrativa polifnica desarrollada por Mijal Bajtn en sus estudios sobre Dos-
toievski.
A partir de algunos apuntes de Viacheslav Ivanov y Leonid Grossman,
Bajtn deni las novelas de Dostoievski como textos en los que se escenica
una pluralidad de acentos, donde la identidad de los hroes alterna entre
lo propio y lo ajeno, entre lo familiar y lo extrao, o mejor, entre dos misterios:
el de uno mismo y el de los otros.76 En efecto, esta dialctica de la identidad y la
diferencia es muy similar a la que Ortiz trat de involucrar en la doble semn-
tica de la transculturacin y el contrapunteo. De acuerdo con la misma, ningn
agente de la cultura cubana ni la poblacin negra ni la blanca, ni la china ni la
rusa, ni la religiosidad catlica ni la yorub, ni la inmigracin espaola ni la
africana, en n, ni el tabaco ni el azcar preservaba intacta su homogeneidad
en el proceso de convivencia cultural, pero tampoco asimilaba totalmente la
condicin del otro. Esa era, ni ms ni menos, la dialctica del ajiaco, una
coccin perpetua de la cultura nacional con todos sus ingredientes, sin que
jams ninguno de ellos llegara a disolverse del todo en la entidad abstracta el
Espritu, el Alma o la Identidad de la nacin.77
Llama la atencin que Fernando Ortiz alcanzara esta comprensin trans-
cultural de la nacionalidad cubana justo cuando la turbulenta vida poltica del
pas se encaminaba, tras la revolucin antimachadista, hacia un nuevo pacto de
reconciliacin nacional que cristaliz en la Constitucin de 1940. El artculo
102 de aquel texto constitucional refrendaba la Ley Mora, que haba sido
defendida por Ortiz, al establecer que, aunque es libre la organizacin de
partidos y asociaciones polticas, no podrn, sin embargo, formarse agrupa-
ciones polticas de raza, sexo o clase.78 En este sentido, es posible armar que
el hallazgo del principio transcultural, en la obra de Fernando Ortiz, no implic
una retirada o un debilitamiento, sino una compensacin dialgica de su repub-
licanismo, el cual, a partir de 1940, demandara la igualdad de derechos y
deberes civiles, polticos y sociales de una ciudadana nacional moderna y, a la
vez, exigira el respeto a la identidad de los sujetos culturales y fomentara la
accin comunicativa entre los mismos, desde una perspectiva postfuncion-
alista.79
Esta yuxtaposicin entre homogeneidad jurdica y heterogeneidad cultural
conecta a Fernando Ortiz, dentro del pensamiento occidental, ms con la tradi-
cin republicana que con la tradicin liberal.80 Su insistencia en la igualdad de
derechos, como antdoto contra la estraticacin social, y su apuesta por pol-
ticas educativas y morales que fomentaran el cumplimiento de los deberes
Contra el homo cubensis : 17

cvicos, lo perlan como heredero de ese republicanismo atlntico y amer-


icano, personicado en Cuba por Jos Mart. Adems de una clara identica-
cin con el sistema de gobierno representativo, premisa de todo orden re-
publicano, en la obra de Fernando Ortiz abunda la tpica contraposicin entre
virtud y comercio, estudiada por J. G. A. Pocock, que arrastra una rama de la
tradicin intelectual hispanoamericana y cubana del siglo XIX, en la que gu-
ran Fray Servando Teresa de Mier, Flix Varela, Simn Bolvar, Jos de la Luz
y Caballero, Jos Enrique Rod y Jos Mart.81
A partir de 1940, la obra de madurez de Fernando Ortiz se adentr en el
anamiento de ese republicanismo transcultural. Textos como Por una escuela
cubana en Cuba libre (1941), Mart y las razas (1942) y El engao de las razas
(1946) fueron, en este sentido, emblemticos, dado el carcter expositivo y la
pasin pblica con que fueron escritos. Pero, incluso, la obra ms acadmica de
Ortiz, en las dcadas de los cuarenta y cincuenta Las culturas indias de Cuba
(1943), El huracn, su mitologa y sus smbolos (1947), La africana de la
msica folklrica de Cuba (1950) y Historia de una pelea cubana contra los
demonios (1959) se mantuvo siempre el al manejo de las tensiones entre un
nacionalismo controlado, propio de una pequea repblica postcolonial, vecina
de los Estados Unidos, y una ciudadana transcultural, incomunicada por mlti-
ples estereotipos y prejuicios.
La intensa recepcin de la teora transcultural de Fernando Ortiz, a pesar
de sus equvocos y manipulaciones, conrma la pertinencia de las ideas del
sabio cubano dentro del debate de las ciencias sociales contemporneas. Vista
desde la polmica actual, aquella opcin del republicanismo transcultural
vendra siendo una frmula mediadora de las tensiones entre el imaginario
liberal y el imaginario multicultural. Fernando Ortiz no slo fue un acadmico
que utiliz las herramientas de la antropologa y la etnografa para describir los
diversos componentes de la cultura cubana: tambin fue un intelectual pblico
que defendi un marco jurdico de convivencia entre los sujetos de esa nacin
caribea. Su legado se proyecta en dos dimensiones: el aporte decisivo al
conocimiento de los actores culturales de la nacionalidad cubana y la imagina-
cin de un orden posible, de una comunidad virtual, pregurada por el dilogo
y la vecindad, el roce y el contacto, la comunicacin y el intercambio entre
todas las identidades que practican sus diferencias.

N O TA S

1. Emeterio S. Santovenia, Historia de Cuba, t. I (La Habana, Editorial Trpico, 1939), pg.
5255.
2. Juan Antonio Cosculluela, Cuatro aos en la Cinaga de Zapata: Memorias de un inge-
niero (La Habana, 1918), pg. 65.
3. Fernando Ortiz, Historia de la arqueologa indocubana (La Habana, El Siglo XX, 1922).
18 : Rafael Rojas

4. Fernando Ortiz, Cmo eran los indocubanos, Revista Bimestre Cubana 35 (1935), pg.
2628.
5. Ibdem, pg. 27.
6. Edmundo OGorman, La invencin de Amrica (Mxico, Fondo de Cultura Econmica,
1958), pg. 1517.
7. Arcadio Daz Quiones, Fernando Ortiz y Allan Kardec: Espiritismo y transculturacin,
Catauro: Revista cubana de antropologa, ao 1, no. 0 ( juliodiciembre 1999), pg. 1431.
8. Louis Althusser y Etienne Balibar, Para leer El Capital (Mxico, Siglo XXI, 1974).
9. Armando Garca Gonzlez y Raquel Alvarez Pelez, En busca de la raza perfecta: Eu-
genesia e higiene en Cuba (18981858) (Madrid, Consejo Superior de Investigaciones Cientcas,
1999), pg. 11767; Rafael Rojas, Isla sin n: Contribucin a la crtica del nacionalismo cubano
(Miami, Ediciones Universal, 1998).
10. George W. Stocking Jr., Victorian Anthropology (New York, Free Press, 1987), pg. 274
83.
11. Ibdem, pg. 30214.
12. Ramiro Guerra, Azcar y poblacin en las Antillas (La Habana, Instituto del Libro, 1970);
Alberto Lamar Schweyer, Biologa de la democracia: Ensayo de sociologa americana (La
Habana, Editorial Minerva, 1927), y La crisis del patriotismo: Una teora de las inmigraciones (La
Habana, Editorial Mart, 1929).
13. Fernando Ortiz, Etnia y sociedad (La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1993), pg.
120.
14. Fernando Ortiz, El engao de las razas (La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1975),
pg. 31333.
15. Ibdem, pg. 332.
16. ngel Rama, Transculturacin narrativa en Amrica Latina (Mxico, Siglo XXI, 1982);
Nstor Garca Canclini, Culturas hbridas: Estrategias para entrar y salir de la modernidad
(Mxico, Editorial Grijalbo, 1990); Mary Louise Pratt, Imperial Eyes: Travel Writing and Trans-
culturation (London, Routledge, 1992); Celina Manzoni, El ensayo excntrico: El Contrapunteo
de Fernando Ortiz (o algo ms que un cambio de nombre), Filologa, no. 29 (1996), pg. 15156;
Serge Gruzinski, El pensamiento mestizo (Barcelona, Paids, 2000).
17. Antonio Cornejo Polar, Mestizaje e hibridez: Los riesgos de las metforas, Revista
Iberoamericana, no. 63 ( julioseptiembre 1997), pg. 34144.
18. Fernando Ortiz, Por la integracin cubana de blancos y negros, en rbita de Fernando
Ortiz (La Habana, UNEAC, 1973), pg. 18688.
19. Ibdem, pg. 188.
20. Ver George W. Stocking, American Social Scientists and Race Theory, 18901915
(tesis, Philadelphia, University of Pennsylvania, 1960), y Race, Culture, and Evolution: Essays in
the History of Anthropology (New York, Free Press, 1968).
21. Michel Foucault, El pensamiento del afuera (Valencia, Pretextos, 1997), pg. 1522 y
7382.
22. Kwame Anthony Appiah, Cosmopolitan Patriots, y Scott L. Malcomson, The Vari-
eties of Cosmopolitan Experiences, en Pheng Cheah y Bruce Robbins, eds., Cosmopolitics:
Thinking and Feeling Beyond the Nation (Minneapolis, University of Minnesota Press, 1998), pg.
91114 y 233245. Ver tambin James Clifford, Routes: Travel and Translation in the Late
Twentieth Century (Cambridge, Mass., Harvard University Press, 1997), pg. 24477.
23. Michel Foucault, La arqueologa del saber (Mxico, Siglo XXI), pg. 5164.
24. Gilles Deleuze y Flix Guattari, Mil mesetas: Capitalismo y esquizofrenia (Valencia,
Pretextos, 1997), pg. 929.
25. Mara Zambrano, La Cuba secreta y otros ensayos (Madrid, Ediciones Endymion, 1996),
pg. 176.
Contra el homo cubensis : 19

26. Jrgen Habermas, El discurso losco de la modernidad, trad. M. Jimnez Redondo


(Madrid, Taurus, 1989), pg. 1135. Ver tambin el ensayo de Hannah Arendt sobre la mirada
moderna de Walter Benjamin en Hannah Arendt, Hombres en tiempos de oscuridad (Barcelona,
Gedisa, 1990), pg. 15878.
27. Julio Le Riverend Brusone, Fernando Ortiz y su obra cubana, prlogo a rbita de
Fernando Ortiz (La Habana, UNEAC, 1973), pg. 4951; Isaac Barreal, Prlogo, en Fernando
Ortiz, Etnia y sociedad (La Habana, Editorial de Ciencias Sociales, 1993), pg. viiviii.
28. Siguiendo a Bloom podra decirse que esa alargada sombra de lecturas hace de Ortiz un
autor cannico: Harold Bloom, El canon occidental: La escuela y los libros de todas las pocas
(Barcelona, Anagrama, 1995), pg. 1122. Ver tambin Jacques Derrida, La diseminacin (Ma-
drid, Editorial Fundamentos, 1975), pg. 41, y Guglielmo Cavallo y Roger Chartier, Historia de la
lectura en el mundo occidental (Madrid, Taurus, 1998), pg. 53449.
29. Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azcar (La Habana, Jess Montero
Editor, 1940), pg. ixxxiii.
30. Ibdem, pg. x.
31. Ibdem, pg. xi.
32. Ibdem, pg. x.
33. Ibdem, pg. xv.
34. Ibdem, pg. 142.
35. Ibdem, pg. xxi.
36. Ibdem, pg. xxi.
37. Ibdem, pg. xxii.
38. Ibdem.
39. Sobre las ediciones del Contrapunteo ver el Prlogo de Mara Fernanda Ortiz Herrera,
hija del autor, en una reimpresin cuidada por ella misma: Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano
del tabaco y el azcar (Madrid, Msica Mundana Maqueda, 1999), pg. iix. Ver tambin Fer-
nando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azcar (Universidad Central de Las Villas,
Direccin de Publicaciones, 1963), pg. ix. Una edicin crtica del Contrapunteo estuvo al cuidado
de Enrico Mario Sant: Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azcar (Madrid,
Ctedra/Msica Mundana Maqueda, 2002).
40. Fernando Ortiz, rbita de Fernando Ortiz (La Habana, UNEAC, 1973), pg. 39.
41. Montserrat Guibernau, Los nacionalismos (Barcelona, Editorial Ariel, 1996), pg. 914.
42. Fernando Ortiz, Contrapunteo cubano del tabaco y el azcar (La Habana, Jess Montero
Editor, 1940), pg. 7.
43. Ibdem, pg. 31, 80, 81.
44. Ibdem, pg. 71; Manuel Moreno Fraginals, El ingenio: Complejo econmico social
cubano del azcar (Barcelona, Crtica, 2001), pg. 87115.
45. Ibdem, pg. 131.
46. Ibdem, pg. 137.
47. Ibdem, pg. 13742.
48. Fernando Ortiz, Etnia y sociedad, obr. cit., pg. 6.
49. Carlos Reynoso, ed., El surgimiento de la antropologa posmoderna (Barcelona, Gedisa,
1992), pg. 6377, 14170 y 27588.
50. Antes que Bentez Rojo, Moreno Fraginals, desde la ptica de un historiador desconado,
se reri al peso de la ccin en el Contrapunteo, un libro escrito con toda la gracia e ingenio del
maestro Fernando Ortiz, planteando los contrastes entre el azcar y el tabaco al modo que hiciera el
Arcipestre de Hita en la pelea entre Don Carnal y Doa Cuaresma. Muchas de sus armaciones son
brillantsimas y sugerentes: otras muchas no resisten el menor anlisis cltico. Manuel Moreno
Fraginals, El ingenio: Complejo econmico social cubano del azcar, obr. cit., pg. 72829.
51. Antonio Bentez Rojo, La isla que se repite (Barcelona, Editorial Casiopea, 1998), pg.
20 : Rafael Rojas

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