Avital Ronell, Crack Wars, Trad. Mariano López, Hacia Un Narcoanálisis - )
Avital Ronell, Crack Wars, Trad. Mariano López, Hacia Un Narcoanálisis - )
Avital Ronell, Crack Wars, Trad. Mariano López, Hacia Un Narcoanálisis - )
Ronell,
de:
Crack
Wars:
Literature,
Addiction
and
Mania,
Lincoln,
University
of
Nebraska
Press,
1992
(traduccin
de
Mariano
Lpez,
reproducida
con
permiso
del
traductor).
SEGUNDA
PARTE:
HACIA
UN
NARCOANLISIS
Este
trabajo
no
concuerda
con
la
crtica
literaria
en
su
sentido
tradicional.
Sin
embargo,
est
dedicado
a
la
comprensin
de
una
obra
literaria.
Puede
Decirse
que
reside
en
el
distrito
del
esfuerzo
filosfico.
En
efecto,
intenta
entender
un
objeto
que
separa
la
existencia
en
articulaciones
inconmensurables.
Este
objeto
resiste
la
revelacin
de
su
verdad
al
punto
de
retener
el
estatuto
de
otredad
absoluta.
Sin
embargo,
ha
dado
origen
a
leyes
y
pronunciamientos
morales.
Este
hecho,
en
s
mismo,
no
es
alarmante.
El
problema
est
sealado
en
otra
parte,
en
el
agotamiento
del
lenguaje.
Dnde
se
podra
ir
hoy,
a
qu
fuente
podra
uno
volverse,
para
activar
esa
constatividad?
Ya
no
vemos
en
la
filosofa
la
posibilidad
ltima
de
conocer
los
lmites
de
la
experiencia
humanai.
Y
sin
embargo
comenzamos
este
estudio
citando
a
Nietzsche.
Hay
dos
razones
para
esta
seleccin.
En
primer
lugar,
Nietzsche
fue
el
filsofo
que
pens
con
su
cuerpo,
que
bail,
que
es
un
lindo
modo
de
decir
que
se
convulsion
y
lleg
a
tener
arcadas.
Y
adems
Nietzsche
fue
el
que
hizo
el
llamado
a
un
imperativo
supramoralii.
Esta
convocatoria
nos
alentar,
porque
en
cierto
sentido
estamos
lidiando
con
el
ms
joven
de
los
vicios,
un
vicio
demasiado
inmaduro,
a
menudo
juzgado
equivocadamente
y
tomado
por
otra
cosa,
un
vicio
que
todava
no
es
consciente
de
s
mismo
Lo
que
sigue,
entonces,
es
esencialmente
un
trabajo
sobre
Madame
Bovary.
Y
nada
ms.
Si
se
tratara
de
otro
tipo
de
trabajo
en
el
gnero
del
ensayo
filosfico,
la
interpretacin
psicoanaltica
o
el
anlisis
poltico-
se
esperara
que
hiciera
cierto
tipo
de
afirmaciones
que
obedecen
toda
una
gramtica
de
procedimientos
y
certezas.
El
prestigio
y
el
crdito
histrico
de
esos
mtodos
de
investigacin
le
habra
asegurado
al
proyecto
un
marco
tolerablemente
confiable.
Sin
embargo,
es
demasiado
pronto
para
decir
con
certeza
que
se
ha
entendido
plenamente
cmo
llevar
a
cabo
el
estudio
de
la
adiccin,
y,
en
particular,
cmo
puede
relacionarse
con
las
drogas.
Entender
de
esa
manera
sera
dejar
de
leer,
cerrar
el
libro,
o
incluso
arrojarle
el
libro
a
alguien.
No
puedo
decir
que
est
preparada
para
tomar
partido
en
esta
cuestin
extremadamente
difcil,
particularmente
cuando
los
partidos
se
han
trazado
con
tal
torpeza
conceptual.
Claramente,
es
tan
ridculo
estar
a
favor
de
las
drogas
como
asumir
una
posicin
contra
las
drogas.
Tentativamente,
se
las
puede
entender
como
objetos
maestros
de
catexis
libidinal,
cuya
esencia
an
tiene
que
ser
determinada.
De
hecho,
la
literatura
consume
drogas
y
trata
sobre
las
drogas;
y
en
este
punto
retengo
la
licencia
para
abrir
el
espectro
semntico
de
este
trmino
(que
ni
siquiera
llega
a
concepto).
Volver
a
las
distintas
fluctuaciones
de
significado
y
uso
en
el
curso
de
mi
argumento.
Por
el
momento,
se
puede
entender
que
las
drogas
implican
materialmente
1)
productos
de
origen
natural,
a
menudo
conocidos
en
la
antigedad;
2)
productos
desarrollados
por
la
moderna
qumica
farmacutica;
3)
sustancias
farmacolgicas,
o
productos
preparados
por
y
para
el
adictoiii.
Esto
no
dice
nada
an
sobre
los
valores
simblicos
de
las
drogas,
su
enraizamiento
en
lo
ritual
y
lo
sagrado,
su
promesa
de
exterioridad,
la
extensin
tecnolgica
de
estructuras
sobrenaturales,
o
los
espacios
esculpidos
en
lo
imaginario
por
la
introduccin
de
una
prtesis
qumica.
Bajo
el
significante
compacto
drogas,
los
Estados
Unidos
estn
librando
una
guerra
contra
una
serie
de
intrusiones
sentidas.
Tienen
que
ver
sobre
todo
con
la
deriva
y
el
contagio
de
una
sustancia
extraa,
o
de
lo
que
se
revela
como
extrao
(aun
si
es
de
cosecha
propia).
Como
todo
buen
parsito,
las
drogas
viajan
dentro
y
fuera
de
las
fronteras
de
una
poltica
defendida
narcissticamente.
Funcionan
como
doble
de
los
valores
con
los
que
no
estn
de
acuerdo:
acosan
y
reproducen
el
mercado
de
capitales,
crean
expansiones
visionarias,
producen
un
lxico
del
control
del
cuerpo
y
una
propiedad
privada
del
yo;
todo
lo
cual
debe
ser
revisado.
Las
drogas
resisten
el
arresto
conceptual.
Nadie
ha
pensado
definirlas
en
su
esencia,
lo
que
no
equivale
a
decir
que
ellas
no
existan.
Por
el
contrario.
Ofrecidas
en
todos
lados
bajo
una
forma
u
otra,
encuentran
su
fortaleza
en
sus
patrones
virtuales
y
fugitivos.
No
unen
fuerzas
con
un
enemigo
externo
(la
forma
fcil
de
escapar)
sino
que
tienen
una
red
de
comunicacin
secreta
con
el
demonio
internalizado.
Algo
est
emitiendo
seales,
llamando
a
las
drogas
a
casaiv.
La
identidad
compleja
de
esta
sustancia,
que
nunca
es
en
s
una
sustancia,
ha
dado
origen
a
la
inscripcin
de
una
historia
vergonzosa.
Este
no
es
el
lugar
para
trazar
sus
contornos
intrincados,
porque
se
trata
de
una
historia
abierta
cuyas
rutas
de
acceso
todava
estn
bloqueadas;
sin
embargo,
la
necesidad
de
llevar
a
cabo
esta
tentativa
sigue
existiendo.
En
algn
plano
de
la
decencia
del
pensamiento,
tratar
a
las
drogas
es
o
enteramente
auto-anulador
o
demasiado
fcil.
Precisamente
porque
estn
en
todas
partes
y
se
las
puede
obligar
a
hacer,
deshacer
o
prometer
cualquier
cosa.
Participan
del
anlisis
de
la
palabra
rota,
o
de
una
historia
de
la
guerra:
la
metedrina,
o
metil-anfetamina,
sintetizada
en
Alemania,
tuvo
un
efecto
determinante
en
la
Blitzkrieg
de
Hitler;
el
trmino
herona
deriva
de
heroisch ,
y
Gring
no
iba
a
ningn
lado
sin
su
dosis;
Dr.
Hubertus
Strughold,
el
padre
de
la
medicina
espacial,
llev
a
cabo
experimentos
con
mezcalina
en
Dachau;
en
efecto,
sera
difcil
disociar
a
las
drogas
de
la
historia
de
la
guerra
moderna
y
el
genocidio.
Podra
comenzarse
en
el
vecindario
contiguo
del
etnocidio
de
los
indios
norteamericanos
en
manos
del
alcohol
o
la
infeccin
viral
estratgica,
y
entonces
sera
de
no
acabar
de
las
drogas
impone
anlisis
de
los
modos
en
que
las
drogas
fueron
reclutadas
para
erosionar
el
sistema
de
justicia
criminal
norteamericano.
Los
aeropuertos
establecen
ahora
el
espacio
retrico
ms
claro
para
leer
las
consecuencias
de
lo
que
el
juez
Brennan
proyect
en
su
momento
como
el
ejercicio
no
analizado
de
la
voluntad
judicialxi.
Las
torres
de
control
del
estado
han
efectuado
la
fusin
del
trfico
areo
y
el
trfico
de
drogas,
instituyendo
al
aeropuerto
como
zona
sin
ley
premonitoria
en
la
que
los
orificios
del
sujeto
estn
abiertos
a
la
investigacin.
En
esa
zona
no
se
necesita
ninguna
causa
probable.
Droit
de
la
drogue,
un
importante
estudio
en
francs
sobre
el
problema,
echa
luz
sobre
el
hechizo
prohibicionista
bajo
el
que
los
Estados
Unidos
continan
llevando
a
cabo
sus
intervencionesxii.
El
estudio
no
deja
de
analizar
los
efectos
de
los
clculos
xenfobos,
racistas
y
econmicos
que
han
comandado
los
discursos
morales,
legales
y
militares.
Sus
proposiciones
Implicada
en
el
comercio
de
opio
con
China,
Inglaterra
libr
dos
guerras
del
opio
contra
China,
en
1839-1842
y
en
1856-1858.
tericas
se
derivan
de
construcciones
que
conciernen
a
la
libertad
del
sujeto
legal
y
a
su
derecho
a
ser
protegido
de
la
condicin
de
esclavitud
que,
segn
se
dice,
las
drogas
producen
inevitablemente.
Es
cuestin
de
determinar
en
qu
momento
el
objeto
toma
posesin
del
sujeto.
Tendremos
que
dejar
que
estos
trminos
saturen
su
historia
no
deconstruida.
No
puedo
pretender
poseer
competencia
legal
ms
elaborada
que
la
de
cualquier
persona
letrada.
Slo
quiero
sugerir
que
consideremos
el
grado
en
el
que
el
objeto
literario
ha
sido
tratado
jurdicamente
como
droga.
En
un
caso,
ser
tratada
como
una
sustancia
medicinal,
posiblemente
a
causa
de
una
manipulacin
legal
inconsciente,
jug
a
favor
de
la
obra
literaria.
Este
es
el
caso
del
Ulysses
de
James
Joyce,
en
el
que
la
suerte
de
la
obra
fue
considerablemente
beneficiada
por
su
clasificacin
como
funcin
emtica
antes
que
como
aliciente
pornogrfico.
Fue
bajo
estos
trminos
que
se
le
concedi
performativamente
derechos
de
entrada
a
los
Estados
Unidos.
Sea
como
fuere,
Ulysses,
concebido
legalmente
ya
como
frmula
emtica
ya
como
filtro
afrodisaco,
fue
condensado
en
su
esencia
como
droga.
El
almuerzo
desnudo
demuestra
un
colapso
similar
de
la
frontera
entre
obscenidad
y
drogas.
En
Fiscal
general
vs.
un
libro
llamado
El
almuerzo
desnudo,
la
corte
dictamin
lo
siguiente:
La
Corte
Suprema
de
los
Estados
Unidos
ha
sostenido
que
para
justificar
un
cargo
de
obscenidad
deben
unirse
tres
elementos:
debe
establecerse
que
a)
el
tema
dominante
del
material
tomado
como
un
todo
apela
a
un
inters
lascivo
en
el
sexo;
b)
el
material
es
evidentemente
ofensivo
porque
ofende
estndares
comunitarios
contemporneos
y
c)
el
material
carece
completamente
de
valor
social
compensatorio
[el
nfasis
es
mo];
Un
libro
llamado
Johns
Clelands
Memoirs
of
a
Woman
of
Pleasure
vs.
Fiscal
general
de
Massachussets,
383
U.
S.
413,
418-421
En
cuanto
a
si
[El
almuerzo
desnudo]
tiene
algn
tipo
de
valor
social
compensatorio,
el
registro
contiene
muchas
reseas
y
artculos
en
publicaciones
literarias
y
de
otro
tipo
que
discuten
seriamente
este
libro
polmico
que
retrata
las
alucinaciones
de
un
drogadicto.
As,
parece
que
un
grupo
sustancial
e
inteligente
de
la
comunidad
cree
que
el
libro
tiene
cierta
importancia
literariaxiii.
El
deslizamiento
de
la
obscenidad
a
la
representacin
de
la
alucinacin
(en
otras
palabras,
la
representacin
de
la
representacin)
no
puede
evitar
plantear
preguntas
sobre
los
velos
que
proyectan
tanto
la
literatura
como
las
drogas.
Este
orden
de
cuestionamiento
ya
haba
penetrado
el
caso
de
Madame
Bovary,
en
el
que
se
sostena
que
la
cortina
de
la
no-representacin
(la
escena
del
carruaje)
haca
estallar
la
furia
alucinatoria
en
el
espacio
abierto
del
socius.
En
estos
casos,
la
amenaza
de
la
literatura
consiste
en
su
sealamiento
de
lo
que
no
est
all
en
el
sentido
ordinario
del
desvelamiento
ontolgico.
La
corte
no
est
equivocada
al
instituir
la
proximidad
de
la
alucinacin
y
la
obscenidad
como
territorialidades
vecinas,
dado
que
ambas
ponen
en
cuestin
la
capacidad
de
la
literatura
de
velar
su
percepcin
o
limitar
su
revelacin.
La
literatura
est
ms
expuesta
cuando
deja
de
representar,
esto
es,
cuando
deja
de
velarse
con
el
exceso
que
comnmente
llamamos
significado.
La
pregunta
se
reduce
al
modo
en
que
la
literatura
recubre
la
herida
de
su
no
ser
cuando
sale
al
mundo.
En
este
punto,
los
casos
de
Madame
Bovary
y
El
almuerzo
desnudo
son
slo
diferentes
hasta
cierto
punto
(todo
es
una
cuestin
de
dosis),
pero
la
materia
de
la
representacin
contina
siendo
la
misma:
la
corte
mantiene
una
vigilancia
atenta
de
las
criaturas
del
simulacro.
No
puede
haber
dudas
al
respecto.
El
almuerzo
desnudo
se
libra
de
sus
problemas
slo
cuando
se
le
arroja
el
velo
social
de
la
resea
literaria.
La
literatura
tiene
que
ser
vista
luciendo
algo
externo
a
s
misma,
no
puede
circular
sin
ms
su
no-ser,
y
prcticamente
cualquier
artculo
servir
para
cubrirla.
Esto
afirma
al
menos
un
valor
de
la
resea
de
libros
en
tanto
fuerza
legal
que
recubre
al
libro.
$
Pues
bien.
No
es
tanto
una
cuestin
de
conocimiento
cientfico.
Y
ciertamente
no
puede
ser
tampoco
una
cuestin
de
confianza
en
la
escritura.
Hay
ciertas
cosas
que
nos
fuerzan
la
mano.
Nos
encontramos
incontrovertiblemente
obligados:
ocurre
algo
anterior
al
deber,
y
ms
fundamental
que
aquello
de
lo
que
cualquier
huella
de
culpa
emprica
puede
dar
cuenta.
Esta
relacin
-
con
quin?,
con
qu?-
es
nada
ms
y
nada
menos
que
nuestra
responsabilidad:
lo
que
debemos
antes
de
pensar,
de
entender
o
dar;
esto
es,
lo
que
debemos
por
el
hecho
mismo
de
existir,
antes
de
ser
propiamente
capaces
de
deber.
No
tenemos
que
hacer
nada
respecto
de
nuestra
responsabilidad,
y
la
mayora
de
las
finitudes
no
hacen
nada.
Sin
embargo,
esta
responsabilidad
co-pilotea
cada
uno
de
nuestros
movimientos,
planeando
cada
uno
de
nuestros
vuelos,
y
permanece
como
el
lugar
ensombrecido
por
la
singularidad
infinita
de
nuestra
finitud.
La
obligacin
que
puede
forzar
nuestra
mano
se
parece
a
una
compulsin
histrica:
se
nos
obliga
a
responder
a
una
situacin
que
como
tal
nunca
nos
ha
sido
dirigida,
en
la
que
no
se
puede
hacer
ms
que
correr
hacia
un
impasse
identificatorio.
No
obstante,
nos
encontramos
tratando
de
alcanzar
la
exigencia,
como
si
el
peso
de
la
justicia
dependiera
de
nuestro
avance
inconsecuente.
No
me
pareci
provechoso
poner
en
riesgo
el
dialecto
peculiar
de
esta
obra
instalando
tonalidades
ticas
que
finalmente
pueden
corresponderse
slo
dbilmente
con
su
empuje
crtico
(Flaubert:
El
valor
de
un
libro
puede
juzgarse
por
la
fuerza
de
los
golpes
que
da
y
por
el
tiempo
que
nos
lleva
recuperarnos
de
ellosxiv).
La
tarea
de
producir
una
introduccin
me
hizo
vacilar,
del
mismo
modo
en
que
un
traductor
vacila
sobre
la
perspectiva
de
una
economa
sacrificial
que
de
todos
modos
dominar
toda
su
trabajo.
Podramos
enfrentarlo:
algunas
dudas
son
rigurosas.
Se
hacen
cargo
del
hecho
de
que
ninguna
decisin
es
estrictamente
posible
sin
la
experiencia
de
lo
indecidible.
En
la
medida
en
que
ya
no
podemos
ser
simplemente
guiados
por
la
Verdad,
por
la
luz
o
el
Logos-
hay
que
tomar
decisiones.
Sin
embargo,
no
quera
proteger
a
Emma
B.
de
lo
que
estaba
a
punto
de
suceder
(tena
que
permanecer
expuesta)
no
pervertirla
ms
a
fondo.
Ciertamente
no
quera
crear
un
lmite
desechable,
una
fase
explicativa
que,
en
el
momento
de
despegue,
pudiera
ser
fcilmente
dejada
atrs.
Esto
se
habra
acercado
demasiado
a
la
repeticin
de
la
estructura
de
abatimiento
con
la
que
se
ha
asociado
a
las
drogas,
una
estructura
en
la
que
no
hay
ni
introyeccin
ni
incorporacin,
pero
que
postula
que
el
cuerpo
es
el
no-retorno
de
la
desechabilidad:
el
cuerpo-basura,
pivoteado
sobre
su
propia
excrementalidad.
Duplicando
los
restos,
esto
momento
de
mi
argumento
ocupa
la
posicin
terrorfica
de
la
cuasi-trascendencia
porque
se
lo
puede
hacer
determinar
el
valor
del
adentro
del
que
es
expulsado.
Y
sin
embargo
uno
es
responsable
y
uno
tiene
que
encontrar
un
modo
de
pensar
esta
responsabilidad
como
si
estuviera
concluyendo
un
contrato
afirmativo
con
una
alteridad
perpetuamente
demandante.
Acaso
ms
que
cualquier
otra
sustancia,
sea
real
sea
imaginada,
las
drogas
tematizan
la
disociacin
de
la
autonoma
y
la
responsabilidad
que
ha
marcado
nuestra
poca
desde
Kant.
A
pesar
de
la
indeterminacin
y
la
heterogeneidad
que
caracterizan
a
estos
fenmenos,
las
drogas
estn
crucialmente
emparentadas
con
la
cuestin
de
la
libertad.
El
propio
Kant
dedica
pginas
de
la
Antropologa
a
contemplar
cmo
los
valores
de
la
fuerza
cvica
son
afectados
por
los
narcticos
(bajo
los
cuales
inclua
a
los
hongos,
al
romero
silvestre,
el
acanto,
la
chicha
peruana,
el
ava
de
Samoa,
y
el
opio).
Las
cuestiones
concernientes
a
las
drogas
revelan
slo
un
momento
en
la
historia
de
la
adiccin.
Como
tales,
las
drogas
han
acumulado
una
hermenutica
escasa
si
se
la
compara
con
la
considerable
movilizacin
de
fuerzas
que
han
implicado.
Nadie
ha
llegado
a
definir
a
las
drogas,
y
esto
es
en
parte
porque
son
no-
teorizables.
Sin
embargo,
han
globalizado
un
ejemplo
slido
de
jouissance
destructiva,
afirman
la
mutacin
del
deseo
al
interior
de
un
fraseo
post-analtico,
o,
dicho
de
otra
manera,
las
drogas
nombran
la
exposicin
de
nuestra
modernidad
al
carcter
incompleto
de
la
jouissance.
Es
posible
que
la
cualidad
de
estos
intereses
explique
en
parte
por
qu
se
han
vuelto
objetos
elusivos
de
una
guerra
planetaria
en
el
momento
en
que
la
democracia
est
en
recuperacin.
La
interseccin
entre
libertad,
drogas
y
condicin
adicta
(lo
que
estamos
sintomatologizando
como
Estar-en-las-drogas)
merece
un
anlisis
interminable
cuyas
puertas
enrejadas
apenas
pueden
ser
entreabiertas
por
medio
de
la
investigacin
solitaria.
Las
implicancias
del
deseo
narctico
para
la
libertad
no
escaparon
enteramente
a
la
mirada
de
Kant
(de
aqu
la
necesidad
de
prescripciones
en
general).
Pero
no
fue
hasta
Thomas
de
Quincey
que
las
drogas
fueron
empujadas
a
una
filosofa
de
la
decisin.
Puede
demostrarse
que
las
Confesiones
de
un
ingls
comedor
de
opio
perturban
toda
una
ontologa
haciendo
que
las
drogas
participen
en
un
movimiento
de
develado
que
no
es
capaz
de
descubrir
una
base
anterior
o
ms
fundamental.
Develando
y
clarificando,
el
opio,
en
la
interpretacin
de
De
Quincey,
lleva
a
las
facultades
superiores
a
una
suerte
de
orden
legal,
una
armona
legislativa
absoluta.
Si
perturba
la
ontologa
es
para
instituir
algo
diferente.
La
revisin
ontolgica
que
lleva
a
cabo
no
estara
sujeta
al
rgimen
de
altheia,
o,
ms
bien,
la
claridad
que
alienta
el
opio
no
depende
de
un
develamiento
anterior.
All
donde
las
partes
en
guerra
de
las
Confesiones
se
niegan
a
suturar,
se
detectan
las
cicatrices
increbles
de
la
decisin.
Siempre
un
adicto
en
recuperacin,
el
sujeto
de
Kant
no
era
particularmente
patolgico
en
la
persecucin
de
sus
hbitos;
el
adicto
a
De
Quincey
ha
sido
expuesto
a
otro
lmite
de
la
experiencia,
a
la
promesa
de
exterioridad.
Ofreciendo
un
escape
discreto
pero
espectacular,
una
saluda
atpica,
las
drogas
obligan
al
sujeto
a
tomar
una
decisin.
Autodisolvindose
y
reagrupndose,
el
sujeto
se
ligaba
a
la
posibilidad
de
una
nueva
autonoma,
y
el
opio
iluminaba
en
este
caso
(Baudelaire,
aunque
bajo
la
influencia
de
De
Quincey,
lo
utilizara
de
otro
modo)
a
un
individuo
que
finalmente
no
poda
identificarse
con
su
autonoma
ms
propia
y
que
en
cambio
se
encontraba
sometido
a
una
humillacin
heroica
en
las
regiones
de
lo
sublime.
El
opio
se
volvi
la
transparencia
sobre
la
que
poda
revisarse
el
conflicto
interno
de
la
libertad,
la
hendidura
de
la
subjetividad
all
donde
encuentra
el
abismo
de
la
jouissance
destructiva.
El
yo
en
constante
divisin
fue
transportado
en
algo
distinto
a
lo
sagrado,
aunque
los
efectos
de
la
revelacin
no
estaban
ausentes.
Tuvieron
que
tomarse
decisiones,
tuvimos
que
volvernos
estrategas
maestros
en
la
incesante
guerra
contra
el
dolor.
El
aspecto
ms
llamativo
de
la
decisin
de
De
Quincey
reside
en
el
hecho
de
que
se
resiste
a
ser
regulado
por
un
telos
de
conocimiento.
En
ese
sentido,
su
elaboracin
ha
descubierto
para
nosotros
una
estructura
crtica
de
la
decisin
en
la
medida
en
que
ha
sido
teida
por
el
no
conocimiento,
basada
en
gran
medida
en
un
estado
de
anarquivizacinxv.
Esto
deja
a
toda
reflexin
futura
sobre
las
drogas,
si
esto
fuera
posible,
en
la
posicin
decididamente
frgil
del
abandono
sistemtico.
En
el
presente,
no
hay
ningn
sistema
que
puede
sostener
o
tomar
drogas
por
mucho
tiempo.
Instituido
sobre
la
base
de
evaluaciones
morales
o
polticas,
el
concepto
de
drogas
no
puede
ser
comprendido
bajo
ningn
sistema
cientfico
independiente.
Estas
observaciones
no
buscan
implicar
que
un
cierto
tipo
de
suplemento
narctico
ha
sido
rechazado
por
la
metafsica.
Hasta
cierto
punto,
todo
es
ms
o
menos
una
cuestin
de
dosis
(como
dijo
Nietzsche
de
la
historia).
Precisamente
debido
a
la
promesa
de
exterioridad
que
se
supone
que
extienden,
las
drogas
han
sido
redimidas
por
las
condiciones
de
trascendencia
y
revelacin
con
las
que
comnmente
son
asociadas.
Pero
cualidades
como
estas
son
problemticas
porque
tienden
a
mantener
a
las
drogas
de
este
lado
de
un
pensamiento
de
la
experiencia.
Sacralizadas
o
satanizadas,
cuando
nuestras
polticas
y
nuestras
teoras
demuestran
estar
todava
bajo
el
pulgar
de
Dios,
se
instalan
a
s
mismas
como
co-dependientes.
Reciclando
constantemente
la
huella
trascendental
de
la
libertad,
han
sido
las
impvidas
proveedoras
de
un
ansia
metafsica.
No
puede
haber
dudas
sobre
esto.
Lo
que
se
requiere
es
una
tica
genuina
de
la
decisin.
Pero
esto
a
su
vez
exige
una
forma
superior
de
droga.
$
Me
atrevera
a
decir
que
Madame
Bovary
es
un
libro
sobre
drogas
malas.
Del
mismo
modo,
es
sobre
pensar
que
las
hemos
entendido
correctamente.
Pero
si
la
novela
est
a
la
altura
de
su
reputacin
de
volver
inteligible
su
poca
nuestra
modernidad-
,
entonces
haramos
bien
en
recordar
que
poca
tambin
quiere
decir
interrupcin,
detencin,
suspensin
y,
sobre
todo,
suspensin
del
juicioxvi.
Madame
Bovary
recorre
el
filo
de
la
navaja
de
los
protocolos
de
la
comprensin
y
la
lectura.
En
este
contexto,
la
comprensin
aparece
como
algo
que
sucede
cuando
ya
no
estamos
leyendo.
No
es
el
eco
nietzscheano
indefinido,
Me
han
entendido?,
sino
ms
bien
el
Entiendo
que
significa
que
hemos
dejado
de
suspender
el
juicio
sobre
un
abismo
de
lo
real.
A
partir
de
este
colapso
del
juicio
no
puede
surgir
ninguna
decisin
genuina.
Madame
Bovary
entendi
demasiado;
entendi
cmo
se
supona
que
eran
las
cosas
y
sufri
una
serie
de
heridas
ticas
por
esta
certeza.
Su
comprensin
la
llev
a
legislar
conclusiones
a
cada
paso
del
camino.
Era
su
propia
fuerza
policial,
y
finalmente
se
entreg
a
las
autoridades.
Supo
cuando
era
hora
de
terminar
todo
el
asunto,
y
entonces
ejecut
una
coincidencia
brutal
de
pnico
y
decisin.
No
era
un
Hamlet
taciturno,
cuya
tendencia
a
leer
y
re-leer
y
a
tomar
notas
de
lo
que
oa
le
haba
otorgado
la
distensin
temporal
que
necesitaba
para
derribar
a
la
casa
reinante.
Sin
duda,
Hamlet
termina
envindose
la
punta
envenenada
por
correo
y,
como
Emma,
finalmente
se
entrega
a
una
escritura
del
suicidio.
Pero
si
bien
comparten
el
mismo
veneno,
y
aun
los
banquetes
de
lo
no
comido,
no
deberamos
mezclarlos
tan
inmediatamente,
porque
Madame
Bovary
se
abre
a
una
historia
de
inteligibilidad
absolutamente
diferente,
a
otro
pacto
suicida,
co-firmado
por
un
mundo
que
ya
no
limita
su
podredumbre
a
una
nica
localidad
de
lo
injusto.
Esto
no
quiere
decir
que
hayamos
lidiado
con
Hamlet
y
su
fantasma
de
modo
definitivo,
sino
que
han
sido
dejados
en
suspensin
por
medio
de
una
apertura
llena
de
interrogantes,
una
suerte
de
pregunta
ontolgica
o
transmisin
a
futuro
que
se
ocupa
de
distraer
a
los
canales
ms
serenos
del
olvido.
Emma
Bovary
ha
sido
comprendida.
Y
la
proliferacin
material
de
obras
crticas
alrededor
de
la
novela
no
refuta
esta
declaracin.
Por
el
contrario:
nadie
ha
declarado
sentirse
perplejo
frente
a
este
enigma;
ella
ha
sido
el
claro,
la
mquina
de
traduccin
por
medio
de
la
cual
una
poca
se
vuelve
inteligible,
si
no
es
que
se
eleva
por
encima
de
s.
$
Hamlet,
De
Quincey,
Emma
Bovary,
Balzac,
Baudelaire,
William
Burroughs,
Artaud
(y
muchos
otros)
nos
alentaron
a
reflexionar
sobre
la
nutricin
humana.
Si
no
fueron
vegetarianos,
intentaron
nutrirse
sin
necesidad
de
comer.
Inyectndose
o
fumando
cigarrillos
o
simplemente
besando
a
alguien,
re-trazaron
los
campos
de
caza
de
la
libido
canbal.
De
acuerdo
con
una
determinada
manera
de
monitoreo
consciente,
se
negaron
a
comer;
y
sin
embargo
lo
nico
que
hacan
todo
el
tiempo
era
devorar,
o
tomarse
el
derrame
txico
del
Otro.
Las
drogas
nos
hacen
preguntarnos
qu
significa
consumir
algo,
cualquier
cosa.
Esta
es
una
pregunta
filosfica,
en
la
medida
en
que
la
filosofa
siempre
ha
diagnosticado
la
salud,
esto
es,
el
ser-uno-mismo
o
el
estado
de
no-alienacin
,
por
medio
de
sus
escneres
medico-
ontolgicosxvii.
Dnde
comienza
la
experiencia
del
comer?
Qu
sucede
con
los
restos?
Las
drogas
estn
de
algn
modo
conectadas
con
la
administracin
de
los
restos?
Cmo
ha
sido
arrastrado
el
cuerpo
hacia
los
sistemas
de
desechos
de
nuestra
era
tecnolgica?
Acaso
no
nos
sorprenda
que
cada
enunciado
vinculado
a
las
frogas
tenga
algo
para
decir
sobre
lo
que
es
apropiable.
En
su
introduccin,
William
Burroughs
escribe:
El
ttulo
significa
exactamente
lo
que
dicen
las
palabras:
Almuerzo
DESNUDO,
un
momento
congelado
en
el
que
todos
ven
lo
que
est
en
la
punta
de
cada
tenedorxviii.
Con
anterioridad
a
este
momento
congelado,
Baudelaire,
el
primer
lector
digno
de
Madame
Bovary
de
acuerdo
con
Flaubert,
observ:
Para
digerir
la
felicidad
natural
y
la
artificial,
primero
es
necesario
tener
el
coraje
de
tragar;
y
aquellos
que
ms
merecen
la
felicidad
son
precisamente
aquellos
sobre
los
que
la
alegra,
tal
como
la
conciben
los
mortales,
ha
tenido
siempre
el
efecto
de
un
vomitivo
(leffet
dun
vomitif)xix.
La
posibilidad
de
una
salud
absolutamente
diferente,
que
apunta
al
gran
vomitador,
Nietzche,
tiene
que
ver
con
el
carcter
propiamente
impropio
del
cuerpo.
Al
parecer
estamos
lidiando
con
fuerzas
de
inscripcin
que
alivian
al
cuerpo
de
s
mismo
al
tiempo
que
resisten
su
sublimacin
en
idealidad,
espritu
o
conciencia.
La
purificacin
del
cuerpo
descripta
por
Baudelaire
mantiene
paradjicamente
al
cuerpo
en
su
estado
material
y
corruptible
de
des-integridad.
En
tanto
aquello
que
puede
tragar
y
vomitar
natural
o
artificialmente-
el
cuerpo
implica
rigurosamente
la
dinmica
del
devenir,
sobrepasndose
sin
reducirse
a
un
pasillo.
En
verdad,
estas
observaciones
modelan
preocupaciones
milenarias
cuya
suscripcin
al
pensamiento
ha
sido
renovada
por
el
modo
en
que
las
drogas
negocian
la
sustancia
paracomestible.
$
Por
qu
debera
comenzar
mi
estudio
de
Madame
Bovary
en
modo
ficcional?
Para
completar
una
prescripcin;
a
saber,
que
las
provisiones
del
simulacro
sean
duplicadas.
Es
un
mtodo
similar
al
que
utilic
hace
tres
siglos
cuando
edit
Las
penas
del
joven
Werther.
Haba
otro
motivo,
ms
oportuno,
que
no
descubr
hasta
que
no
le
un
pasaje
de
Gilles
Deleuze
en
Diferencia
y
repeticin:
Por
un
lado,
un
libro
de
filosofa
debera
ser
un
tipo
muy
particular
de
historia
policial,
y
por
el
otro
debera
parecer
un
libro
de
ciencia
ficcin.
Con
historia
policial
(roman
policier)
queremos
decir
que
los
conceptos
deberan
intervenir
para
resolver
una
situacin
local
y
movilizados
por
una
zona
de
presenciaxx.
Esto
localiza
nuestra
investigacin
en
los
distritos
exteriores
del
gnero
detectivesco,
en
la
tradicin
de
Sherlock
Holmes,
de
quien
se
deca,
ay,
que
era
adicto
a
la
cocana.
i
ii
iii
iv
v
vi
vii
viii
ix
x
xi
xii
xiii
xiv
xv
xvi
xvii
xviii
xix
xx