Carta Que Se Encontró A Un Ahogado

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 17

CARTA QUE SE

ENCONTR A UN
Obra reproducida sin responsabilidad editorial

AHOGADO
Guy de Maupassant
Advertencia de Luarna Ediciones

Este es un libro de dominio pblico en tanto


que los derechos de autor, segn la legislacin
espaola han caducado.

Luarna lo presenta aqu como un obsequio a


sus clientes, dejando claro que:

La edicin no est supervisada por nuestro


departamento editorial, de forma que no
nos responsabilizamos de la fidelidad del
contenido del mismo.

1) Luarna slo ha adaptado la obra para


que pueda ser fcilmente visible en los
habituales readers de seis pulgadas.

2) A todos los efectos no debe considerarse


como un libro editado por Luarna.

www.luarna.com
Me pregunta usted, seora, si me burlo? No
puede usted creer que un hombre no haya sen-
tido jams amor? Pues bien: no, no he amado
nunca, nunca.

De qu depende eso? No lo s... Pero no he


sentido jams ese estado de embriaguez del
corazn que llaman amor. Jams he vivido en
ese ensueo, en esa locura, en esa exaltacin a
que nos lanza la imagen de una mujer, ni me vi
nunca perseguido, obsesionado, calenturiento,
embebecido por la esperanza o la posesin de
un ser convertido de pronto para m en el ms
deseable de todos los encantos, en la ms her-
mosa de todas las criaturas, ms interesante
que todo el universo. En mi vida he llorado ni
he sufrido por ninguna de ustedes. Tampoco he
pasado las noches en vela pensando en una
mujer. No conozco ese despertar que su pen-
samiento y su recuerdo iluminan. No conozco
tampoco la excitacin enloquecedora del deseo,
cuando se le espera, y la divina melancola sen-
timental, cuando ella ha huido, dejando en el
cuarto un perfume sutil de violeta y de carne.

Jams he amado.

Muy a menudo me he preguntado a qu es


esto debido y, verdaderamente, no lo s muy
bien. Aunque llegu a encontrar varias razones,
se refieren a la metafsica, y no s si las apre-
ciar usted.

Analizo demasiado a las mujeres para dejar-


me dominar por sus encantos. Pido a usted mil
perdones por esta confesin que explicar. Hay
en toda criatura dos naturalezas diferentes: una
moral y otra fsica.

Para amar tendra que descubrir, entre esas


dos naturalezas, una armona que no hall
jams. Siempre una de las dos hllase a mayor
altura que la otra; unas veces la naturaleza fsi-
ca, y otras la moral.
La inteligencia que tenemos el derecho de
exigir a una mujer para amarla no tiene nada
de comn con la inteligencia viril. Es ms y es
menos. Es menester que una mujer tenga el
entendimiento franco, delicado, sensible, fino,
impresionable. No necesita dominio ni iniciati-
va en el pensamiento, pero es menester que
tenga bondad, elegancia, ternura, coquetera y
esa facultad de asimilacin que en poco tiempo
la hace semejante al hombre, cuya vida compar-
te. Su primersima cualidad debe ser la sutileza,
ese delicado sentido que es para el alma lo que
el tacto es para el cuerpo. La revelan mil cosas
insignificantes: los contornos, los ngulos y las
formas en el orden intelectual.

Las mujeres bonitas, en general, no tienen una


inteligencia en consonancia con su persona. A
m, el menor defecto de concordia me hiere la
vista al primer momento. Esto no tiene impor-
tancia en la amistad, que es un pacto en el cual
se transige con los defectos y las cualidades. Se
puede, al juzgar a un amigo o a una amiga,
dndose cuenta de sus buenas condiciones,
prescindir de las malas y apreciar con exactitud
su valor, abandonndose a una simpata nti-
ma, profunda y encantadora.

Para amar, hay que ser ciego, entregarse


completamente, no ver nada, no razonar, no
comprender. Hay que hallarse dispuesto a ado-
rar las debilidades tanto como las bellezas y,
para esto, renunciar a todo juicio, a toda re-
flexin, a toda perspicacia.

Soy incapaz de cegarme hasta ese punto y


muy rebelde a la seduccin no razonada.

Pero no es esto todo. Tengo tan elevado con-


cepto de la armona, que nada realizar nunca
mi ideal. Va usted a tacharme de loco! Esc-
cheme. Una mujer, a mi juicio, puede tener un
alma deliciosa y un cuerpo encantador, sin que
su alma y su cuerpo estn perfectamente de
acuerdo. Quiero decir que las personas que
tienen la nariz de una forma especial no pue-
den pensar de cierto modo. Los gruesos no tie-
nen el derecho de usar las mismas palabras que
los delgados. Seora: usted, que tiene los ojos
azules, no puede observar la existencia, juzgar
las cosas y los acontecimientos como si tuviera
los ojos negros. Los matices de su mirada deben
corresponder fatalmente con los matices de su
pensamiento. Para comprender todo esto tengo
el olfato de un perro perdiguero. Rase si le
place, pero es tal como lo digo. Cre, sin embar-
go, haber amado un da durante una hora. Me
dej dominar tontamente por la influencia de
las circunstancias que nos rodeaban. Me haba
dejado seducir por un espejismo boreal. Quie-
re usted que le refiera esta historia?

Una noche me tropec con una encantadora


personita, muy exaltada, la cual, para satisfacer
una fantasa potica, quera pasar la noche
conmigo en una lancha, en medio del ro; yo
hubiera preferido un cuarto y una cama, pero, a
pesar de todo, acept la barca y el ro.

Estbamos en el mes de junio. Mi amiga haba


escogido una noche de luna para dar rienda
suelta a su exaltacion.

Comimos en un ventorrillo, a la orilla del


agua, y a las diez nos embarcamos. La aventura
me pareca estpida; pero como mi compaera
me gustaba, no me enfad. Sentndome en el
banco frente a ella, cog los remos y partimos.

No poda negar que el espectculo era encan-


tador. Bordebamos una isla montaosa, llena
de ruiseores, y la corriente nos impulsaba
rpidamente por el agua, cubierta de reflejos
plateados. Por doquiera oamos el grito mon-
tono y claro de los sapos; croaban las ranas en
las orillas, y los rumores del agua corriente
formaban alrededor nuestro un sonido confuso,
casi imperceptible, inquietante, que nos daba
una vaga sensacin de miedo misterioso.
El encanto de las noches clidas y de las
aguas brillantes con el reflejo de la luna nos
invada.

Daba gusto vivir y, navegando de aquel mo-


do, soar y sentir al lado de una mujer tierna y
hermosa.

Encontrbame algo conmovido, emocionado,


embriagado por la claridad de la luna y con la
obsesin de mi compaera. "Sintese usted a mi
lado", me dijo. Obedec. Ella repuso: "Dgame
versos". Parecindome demasiado, me negu a
complacerla. Insisti. Decididamente le gusta-
ban las cosas por todo lo alto; quera que se
tocara la cuerda del sentimiento a toda orques-
ta. desde la luna hasta la rima. Acab por ceder
y le recit, por burla, una deliciosa composicin
de Luis Bouilhet, cuyas estrofas dicen:

Odio ante todo al lacrimoso vate


que frente al estrellado firma-
mento
musita un nombre, al que sin Li-
sa o Juana
le parece vaco el universo.

Oh, qu graciosa gente la que


cuelga
faldas sobre la fronda de los lla-
nos,
y en la verde colina cofias blan-
cas
para que el mundo tenga algn
encanto!

Qu sabe de la msica divina,


vibrante voz de la Natura eterna,
quien no gusta de ir solo en las
caadas
y al susurrar del bosque suea
en hembras?

Cre se enfadara, mas no fue as.

Qu verdad es eso! murmur.


Quedme estupefacto. Habra comprendido?

Poco a poco nuestra barca se acerc a la orilla,


penetrando bajo un sauce, que la detuvo. Co-
giendo a m compaera por el talle, acerqu con
dulzura los labios a su cuello. Pero me rechaz
con un movimiento irritado y brusco, diciendo:

Sulteme! Es usted un grosero!

Procur atraerla. Ella se defenda y, agarrn-


dose al rbol; por poco vamos al agua. Juzgu
prudente desistir de mis pretensiones. Entonces
ella dijo:

Le ruego que siga remando. Estoy tan bien


aqu! Sueo! Es tan agradable!

Despus, con un poco de irona en el acento,


aadi:

Tan pronto ha olvidado usted los versos


que acaba de recitar?
Era justo. Call.

Vamos, reme usted me dijo, y cog de


nuevo los remos.

Empezaba a parecerme la noche muy larga, y


ridcula mi actitud.

Mi compaera me pregunt:

Quiere usted hacerme una promesa?

S. Cul?

Permanecer tranquilo y correcto, discreta-


mente, mientras yo...

Qu?

Ver usted. Quisiera echarme en el fondo


de la barca, a su lado, mirando las estrellas.

Comprendo exclam.
No, no comprende usted replic ella.
Vamos a echarnos uno al lado del otro; pero le
prohbo que me toque, que me abrace; en fin...,
que..., que me acaricie...

Promet. Entonces ella advirti:

Si hace usted un movimiento inconvenien-


te, har zozobrar la barca.

Y nos echamos en el suelo, uno al lado del


otro. Los vagos balanceos de la canoa nos mec-
an. Los ligeros rumores de la noche, llegando
ms distintos al fondo de la embarcacin, nos
hacan vibrar, estremecindonos. Senta crecer
en m una extraa y punzante emocin, una
ternura infinita, algo como una necesidad de
abrir los brazos para estrechar en ellos alguna
cosa, y el corazn para amar, de entregarme a
alguien, de entregar mis pensamientos, mi
cuerpo, mi vida, todo mi ser!

Mi compaera murmur como en un sueo:


En dnde estamos? Dnde vamos que
parece que abandono este mundo? Qu dulzu-
ra ms grande! Oh! Si me amara usted... un
poco.

El corazn me lata con violencia. Nada pude


responder; me pareci que la amaba. No senta
ningn deseo violento. Estaba muy bien de
aquel modo a su lado; me pareca suficiente
aquello.

Y permanecimos largo rato, largo rato, in-


mviles. Nos habamos cogido una mano; una
fuerza misteriosa nos contena: una fuerza des-
conocida, superior, una alianza pura, ntima,
absoluta de nuestros cuerpos que eran el uno
del otro sin tocarse. Qu significaba aquello?
Lo s yo? Amor quiz?

El da clareaba poco a poco. Eran las tres de la


madrugada. Lentamente una inmensa claridad
invada el cielo. La canoa tropez con algo. Me
incorpor: habamos llegado a un islote.
Permaneca en xtasis, encantado. Frente a
nosotros, en toda la extensin, el firmamento se
iluminaba de un rojo violceo, salpicado de
nubes entrelazadas semejantes a un humo do-
rado. El ro estaba de color purpreo y tres ca-
sas de la orilla parecan arder.

Inclinme hacia mi compaera para decirle:

Mire usted.

Pero me call de pronto enloquecido y sola-


mente la vi a ella. Tambin ella estaba baada
en la luz rosada, un rosa de carne mezclado con
un poco del matiz del cielo. Sus cabellos eran
de color de rosa, de color de rosa eran tambin
sus ojos y sus dientes, su traje, sus encajes, su
sonrisa. Todo era del color de rosa. Y tan enlo-
quecido estaba que cre tener a la aurora ante
m.

Se levant dulcemente tendindome sus la-


bios. Inclinme hacia ellos, estremecido, deli-
rante; sintiendo muy bien que iba a besar el
cielo, la dicha, un sueo convertido en mujer,
un ideal descendido a la humanidad.

Pero entonces ella me dijo:

Tiene usted una oruga en el pelo.

Y por esto sonrea!

Me pareci que haba recibido un fuerte golpe


en la cabeza.

De pronto sentme como si hubiera perdido


toda la esperanza que tena en el mundo.

Esto es todo, seora. Es pueril, tonto, estpi-


do. Desde ese da creo que no amar jams...
Pero... quin sabe?

El joven sobre cuyo cuerpo se hall esta carta


fue sacado ayer del Sena, entre Bougival y Mar-
ly. Un marinero compasivo que lo haba regis-
trado para saber su nombre present el papel
que acabamos de copiar.

También podría gustarte