El Asesino Desorganizado PDF

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El asesino Desorganizado

La prdida de los controles instintivos

Niko Tinbergen, cientfico de renombre mundial, ha dicho que el hombre es un asesino


desorganizado, queriendo significar con esto que el hombre carece de las barreras
naturales instintivas que impiden al animal matar a sus congneres. Carencia que lo
obliga a la creacin de disuasivos -normas, leyes, preceptos y mandamientos-, que no
tienen por cierto la eficacia de los frenos e inhibiciones que dio natura al resto de
animales.

En el comportamiento agonstico o agonal de los animales, esto es, cuando luchan o


pelean (agn, en griego, significa lucha, combate, y por eso dice agona de la lucha
postrera de la vida contra la muerte); repito que en el comportamiento agonstico de los
animales, un gesto de sometimiento, de humillacin, pone fin a la contienda. No bien
reconoce uno de los contendores su derrota, muestra el adversario su punto ms
vulnerable. Los cuervos y otras aves ofrecen la parte posterior de la cabeza; los perros y
los lobos, la garganta. En el mismo instante del ofrecimiento, el vencedor debe
interrumpir la lucha, y la interrumpe. Una inhibicin propia de su especie le impide dar el
mordisco fatal. De esa manera, el ms fuerte se impone, pero el ms dbil sobrevive. El
hombre, en cambio, carente de tal inhibicin automtica, da el mordisco y mata al rival.

La significacin de las armas

La prdida de dicho control, segn Lorenz, se debi al uso de las primeras armas, que
permitieron al ser humano actuar con rapidez mayor que la del instinto, de modo que la
inhibicin de matar ya no fue eficaz.

Con el perfeccionamiento de las armas, el hombre pudo matar a distancia y, adems, sin
ser visto por el enemigo. Pero no slo eso: pudo matar tambin -y esto es
importantsimo- con impunidad emocional. El asesino que tira, por ejemplo, un misil de
un continente a otro, no vive directamente las terribles consecuencias que ocasiona.

Para sentir plenamente, emocionalmente, lo que significa matar, hay que hacerlo sin
armas. Si un fin de semana fusemos a cazar conejos y tuvisemos que matarlos con los
dientes y con las uas, y sintisemos cmo se defiende el conejo, y cmo le brota la
sangre, y todo el esfuerzo que hay que hacer para finiquitarlo a mordiscos, entonces
viviramos realmente, sentiramos profundamente, lo que es matar. Pero no, nosotros no
hacemos eso; vamos con la escopeta y le disparamos a cien metros. As no sentimos
nada.

El camino de la maza a la bomba atmica es en realidad la trayectoria de una


desinhibicin. Perdido el control instintivo que impide matar al contrincante, surgi la
posibilidad de matarlo innecesariamente. El hombre mata por gusto y se complace en
ello. Tambin es el nico animal que se ensaa, esto es, que se deleita en causar el
mayor dao y dolor posibles a quien ya no est en condiciones de defenderse. El
hombre, ha dicho Rolf Denker, no puede comportarse como un animal, sino con mayor
bestialidad que cualquier animal.

La compulsin de matar

En los primeros ciento cincuenta aos de los ltimos doscientos, en el Occidente


civilizado -supuestamente civilizado-, la principal ocupacin del hombre ha sido matar.
Cada minuto, un ser humano ha dado muerte a otro ser humano. En los ltimos
cincuenta aos, la pausa entre una y otra muerte violenta se ha reducido a un tercio; es
decir que actualmente cada veinte segundos un hombre mata a otro hombre.

"El hombre necesita matar, es un ser predatorio. Comenz hacindolo, hace millones de
aos, porque era la nica manera de sobrevivir, de comer, de no ser matado. Y ha
seguido hacindolo siempre, en todas las pocas de su historia, de manera refinada o
brutal, directamente o a travs de testaferros, con puales, balas, ritos y smbolos,
porque si no lo hiciera se asfixiara, como un pez fuera del agua." (Mario Vargas Llosa, El
Lenguaje de la Pasin, 222.)

Segn el historiador Eric Hobsbawn, a causa de la violencia intencional desplegada


desde 1914 hasta 1990, han muerto 187 millones de seres humanos. (Cf. Manuel
Piqueras, Lectura del Siglo XX, 7.)

La brutalidad, dice Friedrich Hacker, parece ser el lema de nuestro tiempo. Tanto la
aplicacin crudelsima de la violencia brutal cuanto la habituacin indiferente a la
brutalidad como suceso diario, son cada vez ms frecuentes. Hasta tal punto que hemos
de tenerlas por solencias, como dira Julin Maras.

Considerando, pues, la destructividad, la brutalidad y la estupidez de la especie humana,


yo comparto la opinin de Lorenz de que es intil seguir buscando el eslabn perdido,
porque el eslabn perdido somos nosotros.

"Si yo creyera -dice Lorenz- que el hombre es la imagen 'definitiva' de Dios, entonces no
tendra mucha confianza en Dios."

Habr que pensar, en consecuencia, como ciertos gnsticos, que a nosotros no nos cre
Dios, sino el Diablo, en un momento en que Dios estaba descuidado.

Nuestra incomparable diabolicidad

Somos, pues, diablicos, y manifestacin palmaria de ello es nuestra perseverancia en el


error. Bueno fuera, o mejor dicho, no tan malo, que slo nos equivocsemos; pero no,
cometida la equivocacin, perseveramos en ella, persistimos en el yerro, en el desatino
o despropsito, en la estupidez monda y lironda. Es que no tenemos servomecanismos
verdaderamente eficaces; y para enderezar y componer nuestra conducta los
necesitamos; porque con la sola razn y las buenas intenciones seguiremos como
estamos, desmedrados.

Servomecanismo

Acaso los ms de los lectores ignoren lo que es el servomecanismo. Convendr, pues,


noticiarlos al respecto.

Dcese servomecanismo del sistema electromecnico que se regula por s mismo al


detectar el error o la diferencia entre su propia actuacin real y la deseada. (Servo-, del
latn servus, siervo, esclavo, sirviente, es elemento compositivo que entra en la
formacin de palabras con las que se designan mecanismos o sistemas auxiliares.)

En el ser humano, la deteccin del error o de la diferencia entre la propia actuacin real
y la deseada, no motiva la correccin, salvo ocasionalmente, y en consecuencia el yerro
o el desfase prosigue y la actuacin empeora. Pareciera haber en nosotros vocacin de
peora y no, como sera menester, nimo de mejora.
Suele decirse, repitiendo a Sneca, que es propio del hombre equivocarse ("errare
humanum est"); y es cierto; slo que siempre conviene agregar, como hacan los
escolsticos, que es diablico perseverar en el error ("perseverare autem diabolicum").

La perseverancia en el error es una de las caractersticas ms detestables del ser


humano y una de las ms peligrosas.

Como deca el fisilogo francs Charles Richet, estar dotado de razn y ser insensato es
algo mucho ms grave que no estar dotado de razn.

El hombre no es, pues, homo sapiens. Y entonces qu es?

Qu es el hombre?

El hombre es un miembro del reino animal, del filum de los cordados, del subfilum de los
vertebrados, de la clase de los mamferos, de la subclase de los euterios, del grupo de
los placentarios, del orden de los primates, del suborden de los pitecoides, del
infraorden de los catarrinos, de la familia de los hominoides, de la subfamilia de los
homnidos, del gnero homo y de la especie stupidus.

"Todos los hombres -deca Mussolini- somos ms o menos estpidos. La cuestin es ser
un estpido ligero. Dios nos libre de los estpidos pesados!"

Nosotros y los antropoides

"Recientemente -dice Jos Mara Cabodevilla, en El Libro de las Manos-, tras un serio
estudio comparativo entre el hombre y los antropoides, se ha demostrado que, de un
total de 1065 rasgos anatmicos, slo 312 son exclusivos del hombre, de tal suerte que
las semejanzas entre nosotros y los monos antropoides son mayores que las que existen
entre stos y el resto de los monos.

"Tanto ellos como nosotros somos primates, ttulo mucho ms insigne que el de simples
vertebrados o simples mamferos, pues 'primates' significa los primeros, los ms
sobresalientes, los Animales Principales."

Si lo que Cabodevilla quiere decir es que tal primaca obedece al hecho de ser nosotros
los que hacemos las mayores animaladas, entonces concuerdo plenamente con l. Nadie
nos supera, en efecto, en la comisin de burradas. Somos, pues, los Animales
Principales.

No solamente somos la nica especie que no sabe convivir y que mata cada veinte
segundos a uno de sus congneres, sino que estamos empeados -peligrossimo
empeo- en una creciente destruccin ecolgica.

La incapacidad convivencial y la homicidiofilia, o mejor dicho, la homicidioerastia, son


ciertamente terribles, pero la destruccin de todos los ecosistemas es de una
demencialidad estupefaciente.

Presuncin firme -muy firme- de Leakey

Richard Leakey, el gran paleontlogo de Kenia, tal vez el paleontlogo ms famoso del
mundo y cuyos hallazgos han sido sensacionales, ha publicado, en coautora con Roger
Lewin, el libro titulado Los Orgenes del Hombre. Entresaco de esta obra la cita
siguiente, que contiene una presuncin lamentablemente muy bien fundada y que dice
as:
"Quiz la especie humana no sea ms que un espantoso error biolgico que se ha
desarrollado hasta traspasar un punto en que ya no puede prosperar en armona consigo
misma ni con el mundo que la rodea."

A una especie as lo nico que le queda es extinguirse.

Esto no es pesimismo ni siniestrosis, como dira Pauwels. Tampoco es catastrofismo.


Esto es, sencillamente, la pura verdad. Aunque usted no lo crea.

Escrito por Marco Aurelio Denegri

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