Étienne de La Boétie - Sobre La Servidumbre Voluntaria (Prólogo, Angel J. Cappelletti)
Étienne de La Boétie - Sobre La Servidumbre Voluntaria (Prólogo, Angel J. Cappelletti)
Étienne de La Boétie - Sobre La Servidumbre Voluntaria (Prólogo, Angel J. Cappelletti)
SERVIDUMBRE
VOLUNTARIA
tienne de La Botie
(1530 - 1563)
Un verdadero predecesor de Gandhi y su no violencia
Etienne De La Boetie
"En tener muchos seores ningn bien veo, que uno no ms sea el amo y
uno no ms sea el rey" (1)
Esto deca Ulises en Homero, hablando en pblico. Si no hubiera dicho otra
cosa sino:
"En tener muchos seores ningn bien veo..."
ello estaba tan bien dicho que nada ms haba que agregar. Pero cuando,
atendiendo a la razn, era preciso decir que el dominio de muchos no puede ser
bueno, ya que el poder de uno solo, desde el momento que ste toma el ttulo de
amo, es duro y contra razn, fue a aadir, justo al revs:
"que uno no ms sea el amo y uno solo sea el rey".
De ello haba que excusar tal vez a Ulises, que posiblemente tena necesidad
de usar entonces ese lenguaje para apaciguar la rebelin del ejrcito, conformando
su propsito, creo yo, ms al tiempo que a la verdad. Mas, para hablar con
seriedad, es extremada desgracia el estar sujeto a un amo del cual nunca se puede
asegurar que es bueno, ya que est siempre en su poder el ser malo cuando quiere
serlo; y tener muchos amos es, en la medida en que se los tiene, ser otras veces
extremadamente desdichado. Aunque no quiero por ahora, discutir la tan agitada
cuestin de si las otras formas de gobierno son mejores que la monarqua, deseara,
con todo, saber, antes de dudar del rango que la monarqua debe tener entre los
gobiernos, si realmente les corresponde algn rango, por que es difcil creer que
haya nada de pblico en este gobierno en el todo es de uno. Pero tal cuestin est
reservada para otro momento, y exigira por cierto, que se la trate aparte, o, ms
bien, traera consigo todas las discusiones polticas.
En esta ocasin no quisiera sino averiguar cmo es posible que tantos
nombres, tantas villas, tantas ciudades, tantas naciones aguanten a veces a un
tirano solo, que no tiene ms poder que el que le dan, que no tiene capacidad de
daarlos sino en cuanto ellos tienen capacidad de aguantarlo, que no podra
hacerles mal alguno sino en cuanto ellos prefieren tolerarlo a contradecirlo. Gran
cosa es, por cierto, y sin embargo tan comn que es preciso dolerse de ella ms que
sorprenderse (2), ver a un milln de millares de hombres servir miserablemente,
teniendo el cuello bajo el yugo, no obligadas por una fuerza mayor, sino de alguna
manera (tal parece) encantados y hechizados por el nombre de uno solo, del cual ni
deben tener la potencia, puesto que es uno solo, ni amar las cualidades, puesto que
con ellos es inhumano y salvaje. La debilidad es tal entre nosotros, los hombres,
que a menudo nos es preciso obedecer a la fuerza; tenemos necesidad de
contemporizar, no podemos ser siempre los ms fuertes. Por eso, si una nacin es
obligada a servir a uno por la fuerza de la guerra, como la ciudad de Atenas a los
treinta tiranos,(3) no, debe uno asombrarse por eso, sino lamentar lo acaecido, o
mucho mejor, ni asombrarse ni lamentarse, sino sobrellevar el mal pacientemente y
esperar una mejor suerte en el futuro.
Nuestra naturaleza es tal que los deberes ordinarios de la amistad insumen
una buena parte del curso de la vida. Es razonable amar la virtud, apreciar las
buenas acciones, reconocer el bien all donde se ha recibido, y empequeecerse
muchas veces de buen grado para aumentar el honor y el provecho de aquel a
quien se ama y lo merece. As, pues, si los habitantes de un pas hallaron un alto
personaje que les demostr gran previsin para cuidarlos, gran valenta para
defenderlos, gran cuidado para gobernarlos, y s, desde entonces en adelante, se
comprometieron a obedecerlo y a fiarse de l tanto como para concederle ciertas
ventajas, no s si sera sabio sacarlo de donde obra bien para empujarlo adonde
puede hacer mal, y si no sera, por cierto, conveniente, dejar de temer un mal de
quien no se ha recibido ms que bien. Pero oh buen Dios! qu podr ser eso?
cmo diremos que se llama? qu desgracia es? qu vicio o, ms bien, qu
desgraciado vicio? Ver un nmero infinito de personas que no obedecen sino
sirven, que no son gobernadas sino tiranizadas, que no tienen bienes ni padres, ni
mujeres, ni hijos, ni siquiera la propia vida que les pertenezca! Sufrir los pillajes,
las lascivias, las crueldades, no de un ejrcito, no de un campamento brbaro
contra el que habra que defenderse exponiendo la sangre y la vida, sino de uno
solo, y no de un Hrcules y un Sansn, sino de un nico hombrecillo, que la mayor
parte de las veces es el ms cobarde y afeminado de la nacin, no acostumbrado a
la plvora de las batallas sino, y con gran pena, a la arena de los torneos, no capaz
de mandar con fuerza a los hombres sino enteramente incapaz de servir con
vilezaa la menor mujerzuela (4) Llamaremos a eso cobarda? Diremos que
quienes sirven son cobardes y flojos? Que dos, que tres, que cuatro no se defiendan
de uno, es cosa extraa pero, sin embargo, posible; bien se podr decir, con razn,
que hay falta de valor. Pero si cien, si mil aguantan a uno solo, no se dirn que es
porque quieren enfrentarse con l antes que por falta de audacia, no se dir que no
es cobarda sino ms bien desprecio o desdn?
Si se ve no a cien, no a mil hombres, sino a cien pases, a mil ciudades, a un
milln de individuos no atacar a uno solo, del cual el mejor tratado de todos recibe
el mal de ser siervo y esclavo cmo podremos llamar a esto? Se trata de
cobarda? En todos lo vicios existe naturalmente cierto lmite, ms all del cual no
se puede pasar: dos pueden tener a uno y posiblemente diez tambin, pero si mil,
un milln, mil ciudades no se defienden de uno eso no es cobarda; la cobarda no
llega hasta all, as como la valenta no llega a hacer que uno solo escale una
fortaleza, asalte un ejrcito conquiste un reino. Que monstruoso vicio es, pues,
este que ni siquiera merece el nombre de cobarda, que no encuentra palabra
suficientemente denigrante, que la naturaleza niega haber hecho y la lengua se
rehusa a nombrar?
Pnganse de un lado cincuenta mil hombres de armas; del otro, otros tantos:
que se los disponga para la batalla; que choquen entre s. Los unos, libres, para
luchar por su libertad, los otros para quitrsela: A quienes se les podr vaticinar la
victoria? De cules se pensar que han de ir con ms gallarda al combate, de
aquellos que esperan como galardn de sus trabajos la recompensa de su libertad o
de aquellos que no pueden esperar otro premio por los golpes que dan y que
reciben ms que la sujecin a otro? Los unos tienen siempre delante de sus ojos la
felicidad de la vida pasada y la esperanza de una dicha semejante en el futuro; no
consideran tanto lo que aguantan durante el tiempo que dura la batalla como lo
que no debern aguantar, ellos, sus hijos y toda su descendencia. Los otros nada
tienen que los enardezca sino un poquito de codicia, la cual se embota con
frecuencia ante el peligro y no puede ser tan ardiente como para no extinguirse,
segn parece, con la menor gota de sangre que brote de sus heridas. En las tan
clebres batallas de Mlciades, de Lenidas, de Temstocles (5), libradas hace dos
aos y todava frescas en la memoria de libros y hombres como si hubieran sido
libradas ayer, dadas en Grecia para bien de los griegos y para ejemplo del mundo,
qu cosa se piensa que dio a tan corto nmero de gente como los griegos, el poder
sino el coraje de resistir la fuerza de navos que llenaban el mismo mar, de
deshacer a naciones cuyo nmero era tan elevado que el escuadrn de los griegos
no hubiera podido, de ser necesario, proporcionarles capitanes a sus
ejrcitos (6) sino el hecho de que, al parecer, en esos das no se trataba de una
batalla contra los griegos contra los persas, cuanto de una victoria de la libertad
contra la opresin, de la independencia contra la codicia?
Cosa extraa es or hablar de la que la libertad infunde en el corazn de
quienes la defienden, pero esto, que sucede en todos los pases, entre todos los
hombres, todos los das, a saber, que un hombre maltrata a cien mil y los priva de
su libertad quin lo creera si slo lo oyera decir y no lo viera? Y si ello no
sucediera sino en pases extraos y lejanas tierras y se relatara quin no pensara
que es algo fingido e inventado antes que hecho verdadero? An este nico tirano,
no es necesario combatirlo, no es necesario destruirlo; l mismo se destruye, con tal
que el pas no se avenga a servirlo; no es preciso quitarle nada sino no darle nada,
no es preciso que el pas se tome el trabajo de hacer el trabajo en pro de s mismo
con tal de que no haga nada contra s mismo. Los mismos pueblos, pues, se dejan,
o mejor, se hacen devorar, ya que con dejar de servir estaran a salvo; el pueblo se
sujeta a servidumbre, se corta el cuello y, pudiendo elegir entre ser siervo y ser
libre, abandona su independencia y toma el yugo, consiste en su propio mal o, ms
bien, lo persigue. Si le costara algo recobrar su libertad, yo no lo apremiara, aun
cuando nada debe ser ms caro al hombre que reconquistar sus derechos naturales
y por as decirlo, de bestia volver a convertirse en hombre; pero ni siquiera deseo
yo en l una osada tan grande, le permito que prefiera una cierta seguridad de
vivir miserablemente a la dudosa esperanza de vivir a gusto. Qu? Si para tener
libertad no hace falta ms que desearla, si no necesita ms que un simple querer
se hallar en el mundo una nacin que la considere todava demasiado cara,
cuando la puede lograr con un solo deseo, que se niega querer recobrar un bien
que debera rescatar al precio de su sangre y cuya prdida hace que todo hombre
de honor considere desagradable la vida y la muerte deseable?
As como el fuego de una pequea chispa aumenta, se hace cada vez ms
vigoroso, y cuanto ms madera encuentra ms est dispuesto a arder, pero sin que
se le eche agua para extinguirlo, con slo no proporcionarle ms madera, cuando
no tiene ya que consumir, se consume a s mismo, queda sin fuerza alguna y no ya
fuego, as tambin los tiranos, cuanto ms roban, ms exigen, ms arruinan y
destruyen, ms se les da y ms se les sirve, tanto ms se mortifican y se hacen
continuamente ms robustos y vigorosos para aniquilarlo y destruirlo todo, pero si
no se les da nada y no se les obedece, sin combatirlos ni golpearlos quedan
desnudos y desechos y no son ya nada como cuando la raz carece ya de jugo o
alimento y la rama queda seca y muerta.
Los osados, para adquirir el bien que buscan, no temen el peligro; los
prudentes no rehuyen el esfuerzo; los cobardes y torpes no saben aguantar el mal
ni recuperar el bien, se contentan con solo desearlo y la virtud de intentarlo les es
quitada por su cobarda: el deseo de tener lo que les queda por su naturaleza. Este
deseo, esta voluntad es comn a sabios y a tontos, a valientes y a cobardes, los
cuales apetecen todas las cosas que, una vez adquiridas, los pueden hacer felices y
dichosos. Una sola cosa hay, cuyo, deseo de la naturaleza, yo no s cmo, deja de
inspirar a los hombres: la libertad, que es, sin embargo, un bien tan grande y
deseable que, una vez perdida, todos los males sobrevienen, y aun los bienes que
quedan despus pierden por completo su gusto y sabor corrompidos por la
servidumbre. Slo a la libertad no la desean los hombres, y no por otra razn, al
parecer, sino por que si la desearan, ola tendran, como si se rehusaran a hacer esta
bella adquisicin slo por que, es demasiado fcil. Pobres y miserable pueblos
insensatos, naciones obstinadas en vuestro mal y ciegas para vuestro bien, que os
dejis quitar de delante lo ms bello y limpio de vuestra renta y que dejis saquear
vuestros campos, robar vuestras casas y despojarlas de los muebles antiguos, de
vuestros padres! Vivs de tal modo que no os podis jactar de que nada seas
vuestro y parecera de que fuera gran suerte para vosotros el compartir por
mitades vuestros bienes, vuestras familias y vuestras vidas. Y todo este estrago,
esta desdicha, esta ruina os vienen no de vuestros enemigos, pero s, ciertamente,
del enemigo, de aquel a quien vosotros hacis tan grande como es, por quin
marchis tan valientemente a la guerra, por cuya grandeza no rehusis exponer
vuestras personas a la muerte. El que tanto os domina no tiene ms que dos ojos,
no tiene ms que dos manos, no tiene ms que un cuerpo, y no tiene nada que no
tenga el hombre ms humilde de entre el gran infinito nmero de los que habitan
nuestras ciudades, a no ser la ventaja que vosotros le concedis para que os
destruya. De dnde ha sacado tantos con que os espa, si vosotros no se los
disteis? Cmo tiene tantas manos para golpearos, si no las toma de vosotros? Los
pies con que pisotea vuestras ciudades de dnde los saca sino de los vuestros?
Cmo se atrevera a convocaros a la guerra si no estuviera de acuerdo con
vosotros? Qu os podra hacer, si no fuerais encubridores del ladrn que os
saquea, cmplices del asesino que os mata y traidores a vosotros mismos?
Sembris vuestros frutos para que l los consuma; amueblis y llenis vuestras
casas para dar materia a sus pillajes; criis vuestras hijas para l pueda satisfacer su
lujuria; criis a vuestros hijos para que, en el mejor de los casos, los lleve a sus
guerras, los conduzca a la carnicera, los haga ministros de su codicia y ejecutores
de sus venganzas; quebris vuestras personas en el trabajo para que l pueda
complacerse en sus delicias y revolcarse en sucios y bajos placeres; os debilitis
para hacerlo ms fuerte, ms duro en teneros corta la rienda; y de tantas
indignidades que las mismas bestias no podran sentir o podran aguantar, podis
libraros si tratis no ya de libraros sino solamente de querer hacerlo. Resolveos a
no servir ms y de ah que ya sois libres. No quiero que lo empujis o lo tiris por
tierra, sino solo que no lo sostengis, y lo veris, como a un gran coloso a quien se
le ha substrado la base, caer por su propio peso y romperse. Pero, en verdad, los
mdicos aconsejan no poner la mano en las llagas incurables y yo no obro con
sensatez al querer predicar sobre esto al pueblo, que ha perdido desde hace mucho
todo conocimiento y cuya enfermedad es mortal, como demustralo
suficientemente el hecho de que no siente ya su mal. Traemos, pues, de conjeturar,
si ello es posible, cmo ha enraizado as, tan hondamente, esta terca voluntad de
servir, hasta el punto de que ahora el amor mismode la libertad no parece ser tan
natural.
En primer trmino est, segn creo, fuera de duda que, si viviramos de
acuerdo a los derechos que la naturaleza nos ha dado y las enseanzas que nos
imparte, seramos naturalmente obedientes a nuestros padres, sbitos de la razn y
siervos de nadie. De la obediencia de cada uno, sin otra advertencia que la de su
propia naturaleza, tiene a su padre y a su madre, todos los hombres son testigos,
cada uno para s mismo; de la razn, si nace con nosotros o no, lo cual es una
cuestin debatida a fondo por los acadmicos y tocada por toda la escuela de los
filsofos (7), por ahora no creera equivocarme diciendo que hay en nuestra alma
una semilla natural de la misma que, alimentada por el buen consejo y la
costumbre, florece en la virtud y que, al contrario, no pudiendo muchas veces
soportar los vicios aadidos, asfixiada, aborta.
Mas, en verdad, si hay en la naturaleza algo claro y evidente, donde no es
lcito hacerse el ciego, es el hecho de que la naturaleza, ministro de Dios y aya de
los hombres, nos ha echo a todos de la misma forma y, segn parece, en el mismo
molde, a fin de que nos reconozcamos todos mutuamente como compaeros o,
ms bien, como hermanos; y si, al hacer el reparto de sus dones, ha concedido
algn bien, sea del cuerpo, sea del alma, en mayor cantidad a unos que a otros, no
ha pretendido, sin embargo, poner a cada uno en este mundo como en un campo
cercado, ni ha enviado ac abajo a los ms fuertes y avisados como bandoleros
armados en un bosque para que se traguen a los ms dbiles, sino que , al
contrario, es preciso creer que, concediendo a unos partes mayores y a otros
menores, quiso dar ocasin al afecto fraterno, a fin de que este pudiera
manifestarse al tener unos el poder de brindar ayuda y otros la necesidad de
recibirla. Puesto que esta buena madre nos ha dado a todos la tierra entera por
morada, nos ha alojado a todos, en cierta manera, en la misma casa y nos ha
delineado a todos con el mismo patrn, para que cada uno se pudiese mirar y
como reconocer en el otro; si a todos nos ha dado este gran presente de la voz y de
la palabra para unirnos y hacernos ms hermanos y lograr por la comn y mutua
transmisin de nuestros pensamientos una comunin entre nuestras voluntades, y
si por todos los medios ha tratado de apretar y estrechar con tanta fuerza el nudo
de nuestra alianza y sociedad, si en todas las cosas ha demostrado que nos quera
no tanto a todos unidos como a todos uno, no puede ponerse en duda que seamos
naturalmente libres, ya que todos somos compaeros y a nadie puede ocurrrsele
que la naturaleza haya ubicado a alguien en la servidumbre cuando a todos no
ubic en la camadera (8). Pero para nada sirve discutir si la libertad es natural,
puesto que no es posible mantener a uno en servidumbre sin hacerle injusticia y
puesto que no hay en el mundo nada tan contrario a la naturaleza, que es
totalmente racional, como la injusticia. Queda demostrado, pues, que la libertad es
natural y, por la misma razn, a mi juicio, que hemos nacido no slo en posesin
de nuestra independencia sino tambin con inclinacin a defenderla. Pero, si por
acaso llegamos a poner esto en duda y somos tan bastardos como para no poder
reconocer nuestros bienes ni, de un modo semejante, nuestros sencillos
sentimientos, ser preciso que os rinda el honor que os corresponde y que haga
sufrir a la ctedra, por as decirlo, a las bestias, para que os enseen vuestra
naturaleza y condicin. Las bestias Dios me ayude!, si los hombres no se hacen
demasiado los sordos, les gritan: Viva la libertad! Muchas hay entre ellas que
mueren no bien son capturadas; como el pez deja la vida tan pronto deja el agua,
aquellas igualmente dejan la luz y no quieren sobrevivir a su natural
independencia. Si los animales tuvieran entre s jerarquas, haran de esta (la
independencia) su nobleza. Otros desde los ms grandes hasta los ms pequeos,
cuando se los captura, ofrecen una resistencia tan grande con uas, cuernos, picos
y patas, que demuestran suficientemente cuanto aprecian lo que pierden; despus,
una vez cautivos, nos brindan tantas seales evidentes del conocimiento que tienen
de su desgracia que reconforta ver cmoel suyo es ms un languidecer que un vivir
y cmo continan viviendo ms para llorar su perdida dicha para complacerse en
su servidumbre. Qu otra cosa quiere decir el elefante que, despus de haberse
defendido hasta no poder ms, no ya en ello ningn orden, a punto ser capturado,
hunde sus quijadas y rompe sus dientes contra los rboles, sino que el gran deseo
de permanecer libre, como hasta all, le presta ingenio y le aconseja comerciar con
los cazadores si, por el precio de sus dientes, puede quedar libre y se le admite que
entregue su marfil y pague este rescate por su libertad? Damos de comer al caballo
desde que nace para acostumbrarlo a servir, pero no sabemos acariciarlo tan bien
que, cuando llega la ocasin de domarlo, no muerda el freno y no se levante contra
la respuesta, como para mostrar (segn parece) a la naturaleza y para testimoniar,
al menos de ese modo, que sirve, no es por su voluntad, sino por que nosotros lo
obligamos Qu hay que decir, entonces?
"Aun los bueyes bajo el peso del yugo gimen y los pjaros se lamentan en su
jaula" (9), como he dicho en otra ocasin, pasando el tiempo en nuestras rimas
francesas; por que no he de temer, al escribirte, oh Longa (10) intercalar versos, que
nunca leo sino para que, con el rostro satisfecho que t muestras, me cubras de
gloria.
As, pues, ya que todas las cosas que sienten , en cuanto sienten, sienten el
mal de la sujecin y corren en pos de la libertad; ya que las bestias, aunque creadas
para servir la hombre, no pueden acostumbrarse a servir sino bajo protesta de un
deseo contrario qu mala ventura ha sido la que pudo desnaturalizar tanto al
hombre, el nico nacido, a decir verdad, para vivir libremente, como para hacerle
perder el recuerdo de su serprimero y el deseo de recuperarlo?
Hay tres clases de tiranos: unos tienen el reino por eleccin del pueblo, otros
por la fuerza de las armas, otros por sucesin de su estirpe. Quienes lo han
adquirido por el derecho de guerra, se conducen de tal modo que bien se conoce
que estn (como suele decirse) en tierra conquistada. Quienes nacen reyes no son,
por lo comn, mucho mejores que habiendo nacido y crecido en el ceno de la
tirana, maman con la leche la naturaleza del tirano, mandan a los pueblos que
estn bajo ellos como si fueran sus ciervos hereditarios, y segn el temperamento a
que estn ms inclinados, avaros y prdigos, manejan el reino como si se tratara de
su herencia. Aquel a quien el pueblo ha dado su poder debera ser, me parece, ms
soportable, y lo sera, como supongo, si no fuera por que desde el momento en que
se ve elevado por encima de los otros, halagado por ese no s qu al que se llama
"la grandeza", decide no moverse de all; generalmente se preocupa por transmitir
el poder que el pueblo le ha cedido, y desde el momento en que han tomado esa
decisin, es cosa extraa observar cunto sobrepasan en toda clase de vicios y aun
en crueldad a los otros tiranos, pues no ven otro medio para asegurar la nueva
tirana ms que apretar tan fuerte la servidumbre y alejar tanto a sus sbditos de la
libertad, que aun cuando el recuerdo de sta siga todava fresco, puedan hacrselo
perder. As, para decir la verdad, veo bien que hay entre ellos alguna diferencia,
pero la eleccin no veo ninguna, y siendo diversos los medios para llegar a los
reinos, siempre el modo de reinar es parecido: los elegidos los tratan como si
hubieran cazado los reinos, siempre el modo de reinar es parecido: los elegidos los
tratan como si hubiera cazado toros para domarlos; los conquistadores hacen de
ellos su presa; los sucesores piensan usarlos como sus esclavos naturales. Pero, a
propsito, si por ventura nacieran hoy gentes totalmente nuevas, no
acostumbradas a la sujecin ni habituadas a la libertad, que no supiesen qu es la
una o la otra, y apenas conociesen sus nombres, si se les hiciese optar entre ser
siervos o vivir libres segn esas leyes de las cuales ni se acordaran, no puede
dudarse de que preferiran obedecer slo a la razn antes que servir a un solo
hombre, a no ser que por casualidad fuesen las gentes de Israel que, sin obligacin
ni necesidad alguna, se hicieron un tirano y cuya historia no puede leer jams sin
sentir gran despecho y sin llegar casi a la inhumanidad; pues me regocijo con
tantos males como le sobrevinieron. Pero todos los hombres, verdaderamente, en
cuanto tienen algo de hombres, antes de dejarse sujetar necesitan, una de dos, o ser
obligados a ser engaados, obligados por ejrcitos extranjeros, como Esparta o
Atenas por las fuerzas de Alejandro (11) o por las facciones, como la seora de
Atenas haba cado antes en manos de Pisstrato (12). Por engao pierden muchas
veces la libertad, y en esto no son tan frecuentemente seducidos por otro como
engaados por ellos mismos: as el pueblo de Siracusa, la capital de Sicilia (me
dicen que hoy se llama Saragusa), constreido por las guerras, imprudentemente,
sin considerar ms que el peligro presente, elev a Dionisio, el primer tirano; le
encargo la conduccin del ejrcito y no se dio cuenta de que lo haba hecho tan
grande que esta buena pieza, al volver victorioso, como sino hubiera vencido a sus
enemigos sino a sus conciudadanos, de capitn se hizo rey, y de rey, tirano (13). No
puede creerse hasta qu punto el pueblo, desde el momento en que est sometido,
cae de golpe en un tal y profundo olvido de la libertad que no es posible que
despierte para recobrarla, y sirve tan espontnea y voluntariamente que se dira, al
verlo, no que ha perdido su libertad sino que ha ganado su servidumbre. Verdad
es que al principio se sirve obligado y vencido por la fuerza, pero los que vienen
despus sirven sin pena y hacen con gusto lo que sus antepasados haban hecho
por necesidad. Eso se debe a que los hombres, al nacer bajo el yugo y al ser luego
criados y educados en la servidumbre, sin mirar ya haciaadelante, se contentan con
vivir como han nacido, no piensan tener otro bien ni otro derecho ms que el que
han encontrado, y consideran natural el estado de su nacimiento. Y, sin embargo,
no hay heredero tan prodigo y despreocupado que no pase alguna vez los ojos por
los registros de su padre para ver si goza de todos los derechos de su sucesin o si
no se le ha despojado de algo a l o a su predecesor. Pero, ciertamente, la
costumbre, que tiene en todo gran poder sobre nosotros, en ningn caso posee una
fuerza tan grande como en esto de ensearnos a servir y, como cuentan de
Mitrdates (14) que se habitu a beber veneno, en ensearnos a tragar y a no hallar
amarga la ponzoa de la servidumbre. No puede negarse que la naturaleza influye
en nosotros tanto como para arrastrarnos a don de quiere y para hacer que se nos
considere bien o mal nacidos pero es preciso confesar que tiene sobre nosotros
menos poder que la costumbre, por que lo natural, por bueno que sea, se pierde, si
no es cuidado, y el alimento nos plasma siempre a su manera, sea sta la que sea, a
pesar de la naturaleza.
Las semillas de bien que la naturalezapone en nosotros son tan pequeas y
escurridizas que no pueden tolerar el menor golpe del alimento contrario; no se
conservan con tanta facilidad como se desnaturalizan disuelven y aniquilan, ni
ms ni menos que los rboles frutales, los cuales tienen todos sus propias
caractersticas, que conservan si se los deja crecer, pero que abandonan luego para
dar otros frutos extraos y no los propios, cuando se los injerta. Las hiervas tienen
todas sus propiedades, su naturaleza y su singularidad, pero, a pesar de eso, el
hielo, el tiempo, la tierra o la mano del jardinero agregan o quitan mucho a su
virtud: la planta que se ha visto en un lugar no se la puede reconocer en otro.
Quien haya visto a los venecianos, puado de hombres que viven tan libremente
que el ms perverso de entre ellos no querra ser el rey de todos, de tal modo
nacidos y criados que no conocen otra ambicin sino la de aconsejar mejor y vigilar
con ms diligencia para que pueda conservarse la libertad, de tal modo enseados
y formados desde la cuna que no tomaran todo el resto de la felicidad de la tierra
a cambio de la menor perdida de su independencia, quien haya visto, digo, a esos
personajes y, partiendo de all a tierras de aquel que llamamos Gran Seor (15), al
ver en esos lugares gentes que no quieren haber nacido sino para servirlo y que
para mantener su poder ceden la vida, pensar que unos y otros tienen una
misma naturaleza o estimar ms bien que, saliendo de una ciudad de hombres, ha
entrado en un parque de bestias? Licurgo, el legislador de Esparta, haba criado, se
dice, dos perros, hermanos, alimentados ambos con la misma leche, uno
engordado en la cocina, habituado el otro en los campos al sonido de la trompa y el
cuerno. Queriendo demostrar al pueblo lacedemonio que los hombres son tales
como el aliento los hace, puso ambos perros en pleno mercado y en medio de ellos
una sopa y una liebre; uno corri hacia el plato y otro hacia la liebre. "Sin embargo
-dijo- son hermanos". As, con sus leyes y reglamentos, cri y form tan
perfectamente a los lacedemonios que cada uno de ellos hubiese preferido morir
mil muertes antes que reconocer otro seor ms que el rey y la razn.
Me place traer a la memoria cierta conversacin que tuvieron antiguamente
uno de los favoritos de Jerjes, el gran rey de los persas (16) y los lacedemonios.
Cuando Jerjes haca los preparativos de su gran ejrcito para conquistar Grecia,
envi a sus embajadores a las ciudades griegas a fin de que pudieran el agua y la
tierra: sta era la manera que los persas tenan de intimar a las ciudades a
rendrseles. A Atenas y Esparta no envi ninguno, porque Daro, su padre, lo haba
hecho, y los atenienses y espartanos haban arrojado a unos en los fosos y a otros
en los pozos, dicindoles que tomarn de all sin reparos el agua y la tierra para
llevar a su prncipe: esas gentes no podan tolerar que, aunque slo fuera con la
menor palabra, se atentar contra su libertad. Por haber obrado as,
particularmente de Taltibio, dios de los heraldos, y resolvieron, para apaciguarlos,
enviar a Jerjes dos de sus conciudadanos que se presentasen a l a fin de que l
hiciese con ellos lo que quisiera y se cobrara de ese modo por los embajadores que
les haban matado a su padre. Dos espartanos, uno llamado Esperties y el otro
Bulis, se ofrecieron espontneamente para ir a hacer este pago. Fueron, de hecho, y
durante el viaje llegaron al palacio de un persa que se llamaba Indarnes, el cual era
lugarteniente del rey en todas las ciudades de Asia que estn sobre la costa del
mar. Este los acogi con grandes honores, los agasaj mucho y despus de
conversar sobre diversos asuntos, pasando del uno al otro, les pregunt por qu
rehusaban tanto la amistad del rey. "Mirad -dijo- espartanos, conoced por m cmo
sabe honrar el rey a quienes lo sirven, y pensad que si vosotros le pertenecierais, os
tratara del mismo modo; si vosotros le pertenecierais y l os hubiera conocido,
ninguno de vosotros dejara de ser seor de una ciudad griega". En esto, Indarmes,
t no podras darnos buen consejo -dijeron los lacedemonios- por que el bien que
nos prometes lo has probado, pero el que nosotros gozamos no sabes qu es: t has
conocido el favor del rey, pero la libertad, qu gusto tiene y cun dulce es, nada
sabes. Pues si la hubieras experimentado, t mismo nos aconsejaras defenderla, no
con lanza y escudo, sino con dientes y uas". Unicamente el espartano dijo lo que
deba decirse, pero, en verdad, uno y otro hablaron segn el modo en que haban
sido criados, pues era imposible que el persa aorara la libertad, cuando nunca la
haba tenido o que el lacedemonio aguantara la servidumbre, despus de haber
gustado la independencia.
Catn de Utica (17), siendo an nio y encontrndose bajo la vara, iba y
vena con frecuencia a lo de Sila, el dictador (18) tanto por que a causa del lugar y
la casa en que estaba no se le cerraba nunca la puerta, como por el hecho de que
adems eran parientes cercanos. Cuando all iba, lo acompaaba siempre su
maestro, como es costumbre entre los nios de buena familia. Se dio cuenta de que,
en la residencia de Sila, delante de ste o con su consentimiento, se aprisionaba a
unos y se condenaba a otros, uno era desterrado y otro estrangulado, uno peda la
confiscacin de los bienes de un ciudadano, y otro su cabeza; en suma, que ah
todo marchaba no como en casa de un funcionario de la ciudad sino como en casa
de un tirano del pueblo y que ello era no un tribunal de justicia sino un taller de
tirana. El muchachito dijo entonces a su maestro: "Por qu no me dais un pual?
Lo esconder bajo mi ropa; yo entro muchas veces en el cuarto de Sila antes de que
se levante y tengo el brazo bastante fuerte como para librar de l a la ciudad". He
ah, por cierto, palabras verdaderamente propias de Catn: era para este personaje
un comienzo digno de su muerte: Y aun cuando no se mencione su nombre ni su
patria, si se relata slo el hecho tal como fue, el asunto hablar por s mismo y se
comprender con dificultad que l era romano y nacido en Roma, cuando ella era
libre. A que viene todo esto? No es que yo crea, por cierto, que el pas de la tierra
tengan algo que ver con ello, porque en todas las regiones y en todos los climas la
sujecin es amarga y ser libre es agradable, pero en mi opinin se ha de tener
lstima de quienes, al nacer, se encuentran con el yugo al cuello y se los ha de
excusar o se los ha de perdonar si, no habiendo siquiera la sombra de la libertad y
no teniendo noticia de ella, no advierten el mal que les toca al ser esclavos. Si
hubiera algn pas, como dice Homero de los cimerios (19) donde el sol se
mostrase a los hombres de diverso modo que a nosotros, y despus de haberlos
iluminado seis meses seguidos, los dejase durmiendo en la obscuridad, sin
volverlos a visitar en la otra mitad del ao, los que nacieran durante esta larga
noche sin haber odo hablar de la luz, tendra que asombrarse uno de que no
habiendo visto la luz del da se hubiesen acostumbrado a las tinieblas en que
nacieron sin desear la luz? Uno se lamenta por lo que nunca ha tenido; el pesar no
llega sino despus del placer; y el recurso de la dicha pasada est siempre unido al
conocimiento del mal. Lo natural en el hombre es, por cierto, ser libre y querer
serlo, pero su naturaleza es tambin tal que tiende espontneamente a adoptar la
forma que su crianza le confiere.
Digamos, pues, que para el hombre resultan naturales todas las cosas con las
que se nutre y a que se acostumbra, pero slo es puro aquello hacia lo que llama su
simple y no alterada naturaleza. As, la primera causa de la servidumbre
voluntaria es la costumbre: los ms bravos caballos al comienzo muerden el freno
y despus se habitan a l; mientras poco antes daban golpes contra la silla, ahora
se atavan con las guarniciones y muy orgullosos se pavonean bajo la barda. Dicen
que siempre han estado sujetos, que sus padres han vivido as; creen que estn
obligados a tolerar el mal, se engaan con el ejemplo y ellos mismos fundan sobre
la longitud del mismo derecho de posesin de quienes lo tiranizan; pero, en
verdad, los aos no dan nunca el derecho de obrar mal sino que hacen ms grande
la injusticia.
Se encuentran siempre algunos, mejor nacidos que los dems, que sienten el
peso del yugo y no pueden dejar de sacudrselo, que jamas se habitan a la
sujecin y que, como Ulises, el cual por mar y por tierra buscaba siempre el humo
de su casa, no pueden dejar de pensar en sus privilegios naturales y de recordar
sus privilegios naturales y de recordar a sus predecesores y su primitivo ser. Esos
son naturalmente los que, teniendo limpio el entendimiento y clarividente el
espritu, no se contentan, como el grosero populacho, con mirar lo que esta delante
de sus pies, sino que inquieren atrs y adelante y recuerdan an las cosas pasadas
para juzgar las futuras y para medir las presentes; sos son los que, teniendo de
por s bien formada la cabeza la han pulido tambin con el estudio y el saber. Esos,
aun cuando la libertad se haya perdido por completo y est excluida del mundo, la
imaginan y la sienten en su espritu y hasta la saborean, mientras que la
servidumbre no les causa gusto por ms beneficios que se le presenten.
El gran Turco (20) se ha dado cuenta bien de que los libros y el saber dan a
los hombres, ms que ninguna otra cosa, el sentido y la capacidad de reconocerse a
s mismos y de odiar la tirana; creo que en sus tierras no tiene sabios ni los
procura. Pero, por lo comn, el sello y la pasin de quienes, pese al tiempo, han
conservado la devocin a la libertad, por muy numerosos que stos sean,
permanecen por el hecho de que no se conocen entre s: bajo el tirano se les quita
toda libertad de obrar, de hablar y casi de pensar; quedan todos aislados en sus
fantasas. Por eso, Momo, el dios burln, no se burl demasiado cuando critic el
hombre que Vulcano haba hecho porque ste no le haba puesto un ventanita en el
corazn, para que por all se pudieran ver sus pensamientos. Se ha intentado
afirmar que Bruto y Casio (21) cuando emprendieron la liberacin de Roma, o
mejor dicho, de todo el mundo, no quisieron que Cicern (22) gran procurador del
bien pblico, si lo hubo, fuese de la partida, y consideraron que su corazn era
demasiado dbil para un hecho tan alto: confiaban ciertamente en su voluntad,
pero no estaban seguros de su coraje. Y sin embargo, quien quiera recorrer los
hechos del pasado y los anales antiguos, encontrar que pocas veces o nunca
aquellos que, al ver a su pas mal regido y en malas manos, emprendieron con
intencin buena, entera y no fingida, la tarea de liberarlo, dejaron de llevarlo a
cabo, y que la libertad, para dejarse ver, dej de abrirse paso por s misma.
Harmodio, Aristogitn, Trasbulo, Bruto el viejo, Valerio y Din (23), llevaron
felizmente a cabo lo que virtuosamente concibieron; en tales casos casi nunca la
fortuna deja de favorecer el buen deseo. Bruto el joven y Casio destruyeron muy
felizmente la servidumbre, pero al recuperar la libertad murieron, no
miserablemente (pues qu blasfemia seria decir que hubo algo de miserable en
esas gentes, ya en su muerte, ya en su vida?), pero s, por cierto, con gran dao,
perpetua desgracia y entera ruina del Estado, el cual fue, segn parece, enterrado
junto con ellos. Los otros intentos que despus se hicieron contra los emperadores
romanos no eran sino conjuraciones de gentes ambiciosas, a quienes no hay que
compadecer por las desgracias que en ello encontraron, pues es fcil ver que no
deseaban destruir la corona sino cambiarla de lugar y pretendan arrojar al tirano y
conservar la tirana. A stos no deseara yo mismo que les hubiera ido bien y me
alegro de que, con su ejemplo, hayan mostrado que no se debe abusar del santo
nombre de la libertad para intentar una mala empresa.
Pero, para volver a nuestro tema del cual ya me haba alejado, la primera
razn por la que los hombres sirven voluntariamente es por que nacen siervos y
son criados como tales. De sta deriva otra, que fcilmente la gente, bajo los tiranos
se vuelve cobarde y afeminada, cosa que comprendo a maravillas gracias a
Hipcrates (24) el abuelo de la medicina, que se dio cuenta de ello y as lo dijo en
uno de los libros que compuso sobre lasenfermedades. Este personaje tena por
cierto, un corazn bien puesto, y as lo demostr como el Gran Rey quiso atrarselo
a fuerza de ofrendas y grandes presentes; l respondi francamente que le
remordera mucho la conciencia si se pusiera a curar a los brbaros que queran
matar a los griegos y sirvieran con el arte que tena a quien intentaba reducir a
Grecia a la servidumbre, La carta que le envi se ve aun hoy entre sus obras y ha
de dar testimonio de su animoso corazn y de su noble naturaleza. Es cierto, pues,
que junto con la libertad se pierde el coraje (25). Los hombres sujetos a
servidumbres no tienen alegra en el combate ni rudeza; van al peligro casi como
atados y todos embrutecidos, y no sienten hervir en su corazn el ardor de la
libertad que hace despreciar el peligro y enciende el deseo de conquistar, por una
bella muerte junto a los compaeros, el honor y la gloria. Entre los hombres libres
prima la emulacin, cada uno por el bien comn y cada uno por si mismo; esperan
tener todos su parte en el mal de la derrota o en el bien de la victoria. Los hombres
sujetos, en cambio, adems del coraje guerrero, pierden en todas las otras cosas
fogosidad y tienen un corazn vil, flojo e inepto para todas las cosas grandes. Lo
tiranos saben bien esto y cuando ven que toman tal camino, para someterlos mejor,
todava los ayudan.
Jenofonte (26), historiador serio y de primera categora entre los griegos,
compuso un libro en el cual hizo hablar a Simnides con Hiern, tirano de
Siracusa, acerca de las miserias del tirano (27), Este libro est lleno de buenas y
graves observaciones, que, a mi juicio, son presentadas con tanta gracia como es
posible Hubiera querido Dios que los tiranos en toda poca existieron lo hubiese
tenido ante sus ojos y se hubiesen servido de l como de un espejo! No puedo creer
que no hubiesen reconocido sus verrugas y sentido alguna vergenza de sus
manchas. En ese tratado describe la inquietud de los tiranos que, al hacer mal de
todos, estn obligados a temer a todos. Entre otras cosas dice que los malos reyes
se sirven de extranjeros en la guerra y los tienen a sueldo, no atrevindose a poner
las armas en manos de sus hombres a quienes han tratado injustamente. (Ha
habido, por cierto, buenos reyes que han tenido a sueldo a naciones extranjeras,
como los mismos reyes franceses, y ms aun en el pasado que en presente, pero
con otra intencin, para salvaguardar a los suyos, no estimando en nada el gasto
de dinero con tal de ahorrar hombres. Esto es lo que deca, segn creo, Escipin, el
gran Africano (28), que preferira haber salvado a un solo ciudadano a haber
destruido cien enemigos). Pero, en verdad, muy cierto es que el tirano jams cree
tener bien asegurado su poder sino cuando ha llegado al punto de no tener bajo su
dominio hombre alguno que valga. Por eso, con buen derecho se le puede decir
aquello que Trasn se jacta de haber reprochado al amo de los elefantes, en
Terencio: "Tan capaz sois para eso, que os ponen carga de bestia.
Pero esta astucia de los tiranos al embrutecer a sus sbditos no se puede
comprender ms claramente que por lo que hizo Ciro (29) con los lidios, despus
de haberse apoderado de Sardes, la capital de Lidia, y de haber tomado prisionero
a Creso (30) aquel rey tan rico, llevndoselo consigo: trajronle noticias de que los
sardianos se haban sublevado; hubiera podido reducirlos enseguida a obediencia,
pero no queriendo ni entrar a saco en una ciudad tan bella ni verse obligado a
tener siempre un ejrcito all para vigilarla, imagino un buen expediente para
asegurarse de ella: estableci burdeles, tabernas y juegos pblicos, y promulg una
ordenanza para que los habitantes pudiesen hacer uso de ellos (31). Tan bien le fue
con esta guarnicin que nunca ms result necesario en adelante desenvainar la
espada contra los lidios. Estas pobres y miserables gentes se entretuvieron en
inventar toda clase de juegos, a tal punto que los latinos han sacado de all la
correspondiente palabra, y lo que nosotros llamamos "pasatiempo", lo llaman ellos
"ludi", como si quisiesen decir "Lydi" (lidios). No todos los tiranos han declarado
de un modo tan expreso el deseo de afeminar a su gente, pero, a decir verdad, lo
que ste orden formal y efectivamente lo han procurado con afn la mayor parte
de ellos. En verdad, es propio de la opinin del pueblo, cuyo mayor numero se
encuentra siempre en las ciudades, mostrarse suspicaz hacia quien los ama y
confiado hacia quien lo engaa. No creis que es ms fcil cazar un pjaro con
reclamo o ms rpido enganchar un pez en el anzuelo por el apetito del gusano,
que engolosinar a los pueblos todos con la servidumbre, por medio de la menor
pluma que se les pase, como suele decirse, delante de la boca; y cosa asombroso es
que se abandonen tan pronto slo con que se les halague.
Los teatros, los juegos, las farsas, los espectculos, los gladiadores, las bestias
extraas, las medallas, los cuadros y otras drogas semejantes eran para los pueblos
antiguos el alimento de la servidumbre, el precio de la libertad y los instrumentos
de la tirana. Este medio, esta prctica, estos halagos usaban los antiguos tiranos
para adormecer a sus sbditos bajo el yugo. As, los pueblos, atontados, hallaban
hermosos tales pasatiempos, divertidos con un vano placer que pasaba ante sus
ojos, y se acostumbraban a servir ingenuamente, como los niitos que aprenden a
leer para ver las brillantes estampas de los libros ilustrados, aunque de peor
manera que ellos. Los tiranos romanos tuvieron otra ocurrencia todava: festejar las
decenas pblicas, para abusar, como era preciso, de esa canalla que se deja llevar
ms que por ninguna otra cosa, por el placer de la boca. El ms prudente y
entendido entre ellos no hubiera dejado su escudilla de sopa para recuperar la
libertad de la Repblica de Platn. Ofrecan los tiranos una cuartilla de trigo, un
sextario de vino y un sestercio, y era lamentable or gritar entonces: Viva el rey!
Los bobos no advertan que no hacan sino recuperar una parte de lo suyo y que
eso que recuperaban no se los hubiera podido dar el tirano si antes no se los
hubiese quitado a ellos mismos. Este que hoy recoga el sestercio y se hartaba en el
festn pblico, bendiciendo a Tiberio o a Nern y su bella liberalidad (32) maana
obligado a abandonar a sus hijos a su lujuria, sus bines y la avaricia de aqullos, su
misma sangre a la crueldad de estos magnficos emperadores, no deca una
palabra, igual que una piedra, ni se remova ms que un tronco. Siempre ha sido
as el populacho; del todo abierto y disoluto para el placer que no puede
experimentar honestamente, y al revs, para el dolor que honestamente no puede
tolerar, insensible. No veo ahora a nadie que, oyendo hablar de Nern, no tiemble
aun ante el renombre de este innoble monstruo, de esta inmunda y sucia peste del
mundo. Y, sin embargo, despus de la muerte de ste, de este incendiario, de este
verdugo, de esta bestia salvaje, muerte tan baja como su vida, puede decirse que el
pueblo romano recibi tal disgusto, recordando sus juegos y festines, que estuvo a
punto de guardarle duelo. As lo ha escrito Cornelio Tcito (33) autor probo y serio
y uno de los ms verdicos. Cosa que no hallar extraa, si se considera lo que ese
mismo pueblo haba hecho antes, en ocasin de la muerte de Julio Csar (34), que
lo priv de las leyes y de la libertad, y en cuya personalidad no hubo, segn creo,
nada que valiese, pues su misma humanidad, que tanto se le alaba, fue ms
perjudicial que la que la crueldad del tirano ms salvaje que jams haya existido,
porque, en verdad, fue esta ponzoosa dulzura la que almibar la servidumbre del
pueblo romano. Pero despus de su muerte, este pueblo, que tena aun en la boca
el sabor de sus banquetes y en el espritu el recuerdo de sus prodigalidades, para
rendirle honores y reducirlo a cenizas, amonton los bancos de la plaza, y le elev
despus una columna como Padre del pueblo (as lo deca el capitel), y difunto, le
tributo ms honras de las que en justicia deba tributar a ningn hombre del
mundo, excepto quizs aquellos que les haba dado muerte. Tampoco se olvidaron
los emperadores romanos de tomar habitualmente el ttulo de "tribuno del pueblo",
no slo por que esta funcin era considerada santa y sagrada sino tambin porque
haba sido instituida para defensa y proteccin del pueblo y con el beneplcito del
Estado. Por este medio se aseguraban de que el pueblo confiara ms en ellos, como
si debera or el nombre y no experimentar los efectos contrarios. Hoy no obran
mucho mejor los que no hacen casi mal alguno, aun de importancia, sin poner por
delante algn lindo discurso sobre el bien pblico y el alivi comn: t bien
conoces Oh Longa! Las frmulas que en ciertas ocasiones podran usar con
bastante fineza, pero en la mayora no queda haber, por cierto, fineza, cuando hay
tanta desvergenza.
Los reyes de Asiria y aun despus de ellos, los de Media, no se presentaban
en pblico sino lo menos posible, para hacer sospechar al populacho que eran algo
ms que hombres y dejar en esta fantstica creencia a la gente, que con gusto se
entrega a l imaginacin en las cosas que no puede juzgar por sus ojos. As, muchas
naciones que estuvieron bastante tiempo bajo el imperio asirio, con dicho misterio
se acostumbraron a servir y sirvieron con ms gusto: al no saber qu amo tena ni
siquiera si tena alguno, teman a quien nadie haba visto nunca. Los primeros
reyes de Egipto casi no se mostraban sin llevar, ya un gato, ya una rama, ya fuego
sobre la cabeza, y, al hacer esto, por la rareza de la cosa, inspiraban a sus sbditos
cierta reverencia y admiracin, cuando, a mi juicio, no hubiera debido servir sino
de `pasatiempo y risa a gente que no hubiera sido demasiado tonta o demasiado
sumisa. Da lastima or contar de cuntas cosas se aprovechaban los tiranos del
pasado para fundar su tirana, de cuntos pequeos recursos se valan, habiendo
hallado al populacho hecho desde siempre a su medida, que caa en cualquier lazo
por mal que se lo tendieran, a quien engaaban con tanta facilidad que nunca lo
sujetaban tanto como cuando ms se burlaban de l.
Qu he decir otra grosera invencin que los pueblos antiguos tomaron
como dinero constante? Creyeron firmemente que el dedo gordo de Pirro, rey de
Epiro (35), haca milagros y curaba las enfermedades del bazo, y enriquecieron aun
el cuento, agregando que ese dedo, despus de haber sido quemado todo el cuerpo
muerto, haba sido hallado entre las cenizas. De tal manera el pueblo estpido crea
por s mismo las mentiras, para despus creerlas. Muchos han escrito de eso, pero
de tal modo que es divertido ver cmo han dado forma a los rumores de la gente y
a la charla vana del populacho. Vespasiano, al volver de Asiria, pasando por
Alejandra para ir a Roma a tomar posesin del imperio, obr maravillas:
enderezaba a los cojos, devolv la vista a los ciegos, y estaba lleno de otras bellas
cosas, de cuya falsedad quien no se daba cuenta, era, a mi juicio, ms ciego que
aquellos a quienes l curaba (36). Los mismos tiranos encuentran muy extrao que
los hombres puedan tolerar a un individuo que les causa mal; se desempean
mucho en ponerse por delante la religin, como guardia personal, y, de ser posible,
en tomar algn destellos de la divinidad para conservar su perversa vida.
Salmoneo, si se cree a la Sibila de Virgilio, en su infierno, por haberse burlado de
esa manera de la gente y haber querido pasar por Jpiter, tiene que rendir cuentas
y vive en la parte de atrs del infierno.
Tambin vi a Salmoneo padeciendo crueles tormentos
por haber imitado los rasgos de Jpiter y los fuegos del cielo
Por cuatro caballos llevado, iba ste blandiendo una antorcha,
a travs de los pueblos de Grecia y por el centro de Elis,
altivo, y reclamaba para s los honores divinos.
Loco, que la tormenta y el rayo inimitable
crey simular con el bronce golpeado por cascos equinos!
El padre omnipotente disparle entre densas nubes un dardo
(no antorchas, ni llamas de teas humeantes)
y hundido de cabeza en el abismo insondable (37).
Si ste, que slo se haca el tonto, est ahora bien tratado ahora all abajo, yo
creo que quienes han abusado de la religin, para ser perversos, encuntranse all
con mejores atenciones todava.
Los nuestros sembraron en Francia no se qu cosa por el estilo, escuerzos,
flores de Lis, la ampolla y la oriflama. De esto, por mi parte, sea lo que fuere, yo no
quiero descreer ya que ni nosotros ni nuestros antepasados hemos tenido hasta
aqu ninguna ocasin para hacerlo, habiendo tenido siempre reyes tan buenos en la
paz y tan valientes en la guerra que aun cuando hayan nacido reyes parece que no
fueron hechos como los otros por la naturaleza, sino elegidos por Dios
todopoderoso, antes de nacer, para el gobierno y la conservacin de este reino; y
aun cuando ello no fuera as, no querra yo entrar por eso a la lid, para discutir la
verdad de nuestras historias ni espurgarlas tan en privado, a fin de no destruir esta
hermosa diversin en la que podr ejercitar muy bien sus armas nuestra poesa
francesa, ahora no ya engalanada, sino, segn parece, enteramente renovada por
nuestro Ronsard, nuestro Baf y nuestro Du Bellay (38), que con ello hacen
progresar tanto a nuestra lengua que me atrevo a esperar que pronto los griegos y
los latinos no nos llevarn, en este aspecto, casi ninguna ventaja, sino talvez el
derecho de primogenitura. Y, en verdad, perjudicara yo mucho a nuestra rima
(uso de buena gana esta palabra y no me disgusta, porque, aunque, muchos la
hayan hecho mecnica, veo bastante, gente sin embargo, que trabaja para volver a
ennoblecer y darle su antiguo prestigio). Pero yo la perjudicara mucho, digo, al
privarla ahora de estos hermosos cuentos del rey Clodoveo, en los cuales me
parece ver ya cuan gustosamente y a sus anchas se adentrar la vena de nuestro
Ronsard en su Franciada (39). Conozco el aliento, veo la agudeza, advierto la
gracia del hombre: l manejar la oriflama como los romanos sus "ancilias".
"y escudos del cielo arrojados,"
Segn Virgilio dice (40) l manejar nuestra ampolla tan bien como los
atenienses el cesto de Erictonio (41) l har que se hable de nuestras armas tan bien
como ellos de su oliva, la cual aseguran que est aun en la torre de Minerva.
Cometera yo, por cierto, un ultraje, si quisiera desmentir a nuestros libros y correr
as tras los pasos de nuestros poetas. Pero, para volver all de donde, no se cmo,
he desviado el hilo de mi discurso, jams ha sucedido que los tiranos, para
asegurarse, no se hayan esforzado por habituar al pueblo no slo a la obediencia y
a la servidumbre sino tambin a la devocin hacia ellos.
Lo que ensea, pues, a la gente servir ms a gusto, segn he dicho hasta
aqu, no les sirve casi a los tiranos sino con el pueblo nfimo y grosero. Pero ahora
llego a un punto que es, a mi manera de ver, resorte y secreto del dominio, sostn y
fundamento de la tirana. Quin piensa que las alabardas, los guardias y el atalaya
custodian a los tiranos, se engaa, a mi juicio, grandemente; estos confan ms,
segn creo, en el formalismo y en el espantajo que en la guardia que tienen. Los
arqueros impiden que entren al palacio los mal vestidos, que no tienen medios, que
pueden intentar algo. Entre los emperadores romanos es fcil ver, por cierto, que
no fueron tantos los que evitaron algn peligro gracias a la ayuda de sus guardias
como los que fueron muertos por sus mismos arqueros. No son las bandas de
gente a pie, no son las armas las que defienden al tirano. No se podr creer a
primera vista, pero, en verdad, es cierto: son siempre cuatro o cinco los que
mantienen al tirano, cuatro o cinco los que conservan a todo el pas en la
servidumbre. Siempre ha sucedido que cinco o seis han tenido acceso al tirano y se
han aproximado por s mismos a l o han sido por l llamados, para ser cmplices
de sus crueldades, compaeros de sus placeres, alcahuetes de sus lascivias y
copartcipes de sus pillajes. Estos seis encaminan tan bien a su jefe que, para la
sociedad es preciso que ste sea perverso no slo por sus propias perversidades
sino tambin por las de ellos. Estos seis tienen seiscientos que debajo de ellos
lucran, y ellos hacen con sus seiscientos lo que han elevado y han hecho otorgar el
gobierno de las provincias o el manejo del dinero, a fin de tener a mano su avaricia
y su crueldad y para que, cuando llegue la ocasin las pongan por obra, haciendo,
por otra parte, tanto mal que no pueden durar sino bajo su sombra ni exceptuarse
de las leyes y el castigo sino por medio de ellos. Grande es el cortejo que viene
despus, y quien quisiera divertirse desenredando esta madeja, ver que no son
seis mil, sino cien mil, sino millones los que por medio de tal cuerda estn atados al
tirano y se valen de ella, como en Homero, Jpiter, que se jacta de arrastrar a s a
todos los dioses, si tira la cadena. De ahprovena el crdito del Senado bajo Julio,
el establecimiento de nuevas dignidades, la creacin de cargos: no eran
ciertamente, si bien mira, modos de reformar la justicia sino nuevos sostenes de la
tirana. En suma, se llega a la conclusin de que por los favores o los sub - favores,
por las ganancias o reganancias que se logran con los tiranos, al fin son casi tantos
aquellos a quienes la tirana parece ser provechosa como aquellos a quienes la
libertad sera agradable. De mismo modo que los mdicos dicen que si hay en
nuestro cuerpo alguna parte daada, mientras que en otro lado algo se agita, esto
se vuelve enseguida hacia la parte infectada, as tambin, cuando un rey se declara
tirano, todo lo malo, toda la escoria del reino (y no me refiero a un montn de
ladronzuelos y pelados, que en un Estado no pueden hacer mal ni bien, sino a los
que son presa de una ardiente ambicin y una notable avaricia), se amontonan a su
alrededor y lo apoyan para participar en el botn y ser ellos mismos tiranuelos, bajo
el dominio del gran tirano. As obran los ladrones y los famosos corsarios: los unos
limpian el pas los otros asaltan a los viajeros; los unos tienden emboscadas, los
otros estn de centinelas; los unos asesinan, los otros despojan y, aunque existan
jerarquas y unos son criados y otros son jefes de la asamblea, no hay al fin uno
solo que pretenda el botn principal o que al menos no lo procure. Se dice que los
piratas sicilianos no solamente reunieron en tan grande nmero que fue necesario
enviar contra ellos a Pompeyo el grande (42), sino que tambin se aliaron con
muchas hermosas villas y grandes ciudades, en cuyos puertos se refugiaban al
volver de sus correras y a las cuales entregaban, como recompensa, una parte del
fruto de su pillaje.
As, el tirano reduce a servidumbre a unos sbditos por medio de otros ; es
guardado por aquellos que si algo valiesen, debera guardarse, y, como suele
decirse, para partir el leo hace cuas con el mismo. He ah sus alabarderos, y no
por que ellos mismos no sufran a veces de l sino por que estos perdidos y
abandonados de Dios y de los hombres se conforman con sufrir el mal, con tal
poder causarlo, no a quien se lo hace a ellos, sino a quienes, lo sufren sin poderlo
evitar. Sin embargo, al ver a esa que gente que sirve al tirano para lograr sus fines
con la tirana y con la servidumbre del pueblo, frecuentemente me causa asombro
su perversidad y algunas veces siento lastima de su estupidez; por que, a decir
verdad, qu otra cosa significa acercarse al tirano sino alejarse de la propia
libertad y, por as decirlo, apretar con ambas manos y abrazar la servidumbre? Que
dejen un poquito de lado su ambicin, que se despoje un poco de su avaricia, que
se miren luego a s mismos, que se reconozcan, y vern claramente que los
aldeanos, los campesinos a quienes en cuanto pueden pisotean y tratan peor que a
forzados o esclavos, ver,, digo, que stos, tan maltratados, son, sin embargo, en
comparacin con ellos, felices y, en cierto modo, libres.
El labrador y el artesano, por ms que estn sujetos a servidumbre, cumplen
haciendo lo que les han dicho; pero el tirano ve a los otros que estnjunto a l
briboneando y mendigando su favor: es preciso que no slo hagan lo que l dice
sino que piensen lo que quiere y, con frecuencia, para satisfacerlo, que adivinen
aun de antemano sus pensamientos. No basta con que lo obedezcan, es necesario
que se rompan, que se atormenten, que se maten trabajando en los asuntos de l y
luego, que se complazcan con sus placeres, que abandonen los propios gustos por
los suyos, que fuercen el propio temperamento, que se despojen de la propia
naturaleza: es necesario que cuiden sus palabras, su voz sus gestos y sus ojos, que
no tengan ojo, ni pie, ni mano, que todo est al acecho para espiar sus deseos y
para descubrir sus pensamientos. Es esto vivir con felicidad? Esto se llama vivir?
Hay en el mundo algo menos soportable que esto, no digo para un hombre
valiente, no digo para un bien nacido, sino slo para quien tenga sentido comn o,
aunque desea, aspecto d hombre? Qu condicin ms miserable que la de vivir
as, sin tener nada propio, pendiente de otro la comodidad, la libertad, el cuerpo y
la vida?
Pero quieren servir para tener bienes, como si pudieran ganar algo que les
perteneciera, cuando no pueden decir que se pertenecen a s mismos; y como si
alguien pudiera tener algo propio bajo un tirano, pretenden que los bienes les
pertenezcan y no se acuerdan de que ellos mismos le dan fuerza para quitarles
todo a todos y para no dejar nada que se pueda decir que es de alguien. Ven que
nada sujeta tanto a los hombres a su crueldad como los bienes, que no hay para l
ningn crimen digno de muerte ms que el de tener algo, que no aprecia sino las
riquezas y que no destruye sino a los ricos, y vienen a presentarse como ante el
carnicero, para ofrecerse as, llenos y ahtos, y provocar su envidia. Sus favoritos
no deben acordarse tanto de, quienes han ganado muchos bienes junto a los tiranos
como quienes, despus de haberlos amontonado durante un cierto tiempo, han
perdido luego los bienes y la vida; no deben rememorar tanto cuntos otros han
conquistado riquezas sino cun pocos de ellos las han conservado. Explrense
todas las historias antiguas, contmplense las que nosotros recordamos, y se ver
perfectamente cun grande es el nmero de los que, despus de haber ganado por
malos medios la privanza de los prncipes, despus de haber utilizado su maldad o
abusado de su simpleza, fueron al fin aniquilados por stos mismos. As como les
haba resultado fcil elevarlos, fueron luego igualmente inconstantes para
abatirlos. Entre tantos hombres que estuvieron siempre junto a los malos reyes,
hubo ciertamente muy pocos o casi ninguno que no hayan experimentado alguna
vez en s mismos la crueldad del tirano que ellos haban atizado antes contra los
dems: las ms de las veces, habindose enriquecido a la sombra de su proteccin,
con los despojos de los dems, lo enriquecieron ellos mismos con sus despojos.
Aun los hombres de bien, si a pesar de todo se encuentran alguno que sea
querido por el tirano, por ms que estn adelantados en su gracia, por ms que en
ellos brille la virtud y la integridad, que hasta los ms malvados impone de por s
reverencia cuando se la ve de cerca, aun los hombres de bien, digo, no podran
durar all, y es preciso que experimenten el mal comn y que sientan en carne
propia la tirana.
Un Sneca, un Burro, un Trasea (43), terna de gente bien, a dos de los cuales
su mala fortuna acerc al tirano y les confi el manejo de sus asuntos, estimados
ambos para l, ambos queridos, uno de los cuales adems lo haba criado y tena
como prenda su amistad la educacin de niez, son los tres suficiente prueba, con
su muerte cruel, de cun poca seguridad hay en el favor de un amo malvado. Y, en
verdad, qu amistad se puede esperar de quien tiene el corazn tan duro como
para odiar a su reino que no hace ms que obedecerlo, de quien por no saber
siquiera amarse as mismo, se empobrece y destruye su imperio? Pero, si se
pretende que aquellos, por haber vivido bien cayeron en estas desgracias, mrese
directamente en torno a ese mismo tirano y ver que quienes llegaron a su gracia y
ella se mantuvieron por malos medios no tuvieron una mayor duracin. Quin ha
odo hablar de un amor tan rendido , de un afecto tan extrao? Quin ha ledo
jams de un hombre tan obstinadamente aferrado a una mujer como aqul (Nern)
a Popea? Ahora bien, sta fue luego envenenada por l mismo (44). Agripina, su
madre, haba muerto a su marido Claudio para hacerle dar a l (Nern) el imperio;
para complacerlo nunca se haba negado a hacer o sufrir cosa alguna: he aqu que
su mismo hijo, su criatura, su emperador, hecho por su propia mano, despus de
haberle faltado por muchas veces, le quit finalmente la vida (45) y no hubo
entonces que no dijera que ella haba merecido con exceso el castigo de manos de
cualquier otro menos de las de aquel que se lo dio. Quin fue nunca ms fcil de
manejar, ms simple o, por mejor decir, ms verdaderamente tonto, que el
emperador Claudio? Quin fue nunca ms engaado por una mujer que l por
Mesalina? Al fin la puso en manos del verdugo (46). La limpieza les sirve siempre
a los tiranos, cuando la tienen, para no saber obrar bien; y no s de que modo, para
ser finalmente crueles aun con aquellos que estn cerca de ellos, se les despierta
aun el poco ingenio que poseen. Bastante conocida en la desgracia de aquel otro
que, al ver descubierto el cuello de su mujer, a quien ms amaba y sin la cual no
pareca que hubiese podido vivir, lo acarici con estas lindas palabras: "Este
hermoso cuello ser pronto cortado, si lo ordeno (47). He ah por qu la mayora de
los tiranos antiguos eran generalmente asesinados por su voritos que habiendo
conocido la naturaleza de la tirana no podan confiar tanto en la voluntad del
tirano como desconfiar de su poder. As fue muerto Domiciano por Esteban (48).
Cmodo por una de sus mismas amigas; Antonino por Macrino, e igual casi todos
los otros.
Por eso, ciertamente, el tirano no es amado ni ama jams. La amistad es
palabra sagrada, es cosa santa; nunca se da sino entre gente de bien ni establece
sino gracias a una mutua estima; se consigue tanto con beneficios sino con una
vida buena. Lo que hace que un amigo confe en el otro es el conocimiento que
tiene de su integridad; los garantes que ello tiene son su buena naturaleza la fe y la
constancia. No puede haber amistad all donde hay crueldad, all donde hay
lealtad, all donde hay injusticia; y los malvados, cuando se renen, constituyen
una conspiracin, no una compaa; no se aman entre s sino que entre s se temen;
no son amigos sino cmplices. Pero, aun cuando eso no fuera impedimento, sera
todava difcil hallar un amor seguro en un tirano, ya que, hallndose ste por
encima de todos y no teniendo compaeros, est ms all de los lmites de la
amistad, que tiene su verdadera fuente en la igualdad, que no quiere cojear nunca
y es as siempre pareja. He ah por que hay entre los ladrones (se dice) cierta buena
fe en el reparto del botn: por que son iguales y compaeros, y si no se aman entre
s, al menos no se temen, y no quieren, desunindose, disminuir su fuerza; pero del
tirano, quienes son sus favoritos no pueden tener nunca ninguna seguridad, en
cuanto ha aprendido de ellos mismos que todo lo puede, que no hay derecho ni
deber alguno que lo obligue, jactndose de poner su voluntad en lugar de la razn,
de no tener compaero alguno y de ser, en cambio, el amo de todos. No es, pues,
gran lstima que, viendo tantos claros ejemplos, viendo tan prximo el peligro,
nadie quiera volverse sabio a expensas de los dems y que, entre tanta gente que se
acerca voluntariamente a los tiranos no haya ni uno que tenga la inteligencia y el
valor de decirles lo que, como narra el cuento, le dijo la zorra al len que estaba
enfermos: "Ir a verte a tu cubil; pero veo muchos rastros de animales que van
hacia ti y ninguno que venga de vuelta" (49).
Estos miserables ven recluir los tesoros del tirano y contemplan enteramente
asombrados los rayos de su osada; engaados por esta claridad, se acercan y no
ven que se meten en una llama que no puede dejar de devorarlos; as el stiro
indiscreto (como dicen las fbulas antiguas), viendo brillar el fuego hallado por
Prometeo, le encontr tan hermoso que fue a besarlo y se quem; as la mariposa
que, esperando disfrutar un placer, se mete en el fuego por que ste reluce,
experimenta la otra propiedad, aquella por la cual quema, como dice el poeta
toscano (50). Pero supongamos aun que estos favoritos escapen de las manos de
aquel a quien sirven; no se salvan jams del rey que lo sucede: si ste es bueno, es
preciso darle cunetas y reconocer, al menos entonces, la razn; si es malo y
semejante al amo de ellos, no dejar de tener favoritos, los cuales en ningn caso se
contentan, con tener a su vez, al cargo de los otros, si no tienen adems, por lo
comn, sus bienes y sus vidas. Es posible, pues, que haya alguien que, con tanto
peligro, y tan poca seguridad, quiera ocupar este desdichado cargo de servir con
tanta fatiga a un amo tan peligroso? Qu pena, qu martirio es ste, Dios
verdadero? Estar da y noche listo para tratar de agradara uno y temerlo, sin
embargo, ms que a ningn hombre en el mundo; tener siempre el ojo vigilante, la
oreja alerta, para espiar de dnde ha de venir el golpe, para descubrir las
emboscadas, para advertir la destruccin de los propios compaeros, para avisarle
quien lo traiciona; sonrer a todos y, sin embargo, temer a todos; no tener ningn
amigo abierto ningn amigo seguro; mostrando siempre el rostro sonriente y el
corazn transido, no poder estar contento ni atreverse a estar triste! Pero da gusto
considerar lo que sacan de este gran tormento y el bien que pueden esperar de su
fatiga y de su miserable vida. El pueblo espontneamente no acusa del mal que
padece el tirano, sino quienes lo gobiernan: los pueblos, las naciones, todo el
mundo a porfa, hasta los campesinos, hasta los ladrones saben sus nombres,
descubren sus vicios, amontonan sobre ellos mil ultrajes, mil villanas, mil
maldiciones; todas sus oraciones, todos sus votos van dirigidos contra ellos; todas
las desgracias, todas las pestes, todas sus hambrunas se las achacan y si alguna vez
les rinden, por cumplido, un honor, al mismo tiempo las maldicen en sus
corazones y sienten en ellos un horror ms profundo que si a las bestias salvajes .
He ah la gloria, he ah el honor que reciben por sus servicios de parte de los
hombres que, aunque tuvieran cada uno un miembro de su cuerpo, no estaran
aun, segn creen, satisfechos del todo ni a medias saciados por su trabajo; y, en
verdad, aun despus de muertos, quienes vienen detrs nunca son tan perezosos
como para no ennegrecer el nombre de estos devoradores de pueblos (51) con la
tinta de mil plumas, su reputacin es desgarrada en mil libros, y sus mismos
huesos, por as decirlo, son arrastrados por la posteridad, que los castiga, hasta
despus de muertos, por su perversa vida.
Aprendamos de una vez, pues, aprendamos a obrar bien; elevemos los ojos
al cielo por nuestro honor, por amor a la virtud, o, en verdad, hablando como
buenos entendedores, por el amor y el honor de Dios todo poderoso, que es seguro
testigo de nuestros hechos y justo juez de nuestras faltas. Por mi parte, creo
firmemente y no estoy engaado, puesto que nada hay tan contrario a Dios,
enteramente liberal y benigno, como la tirana, que l reserva all para los tiranos y
sus cmplices una pena particular.
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