Federico García Lorca - Poemas
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Romance sonmbulo
LA LMPARA EN LA TIERRA
AMOR AMRICA (1400)
ANTES de la peluca y la casaca
fueron los ros, ros arteriales:
fueron las cordilleras, en cuya onda rada
el cndor o la nieve parecan inmviles:
fue la humedad y la espesura, el trueno
sin nombre todava, las pampas planetarias.
El hombre tierra fue, vasija, prpado
del barro trmulo, forma de la arcilla,
fue cntaro caribe, piedra chibcha,
copa imperial o slice araucana.
Tierno y sangriento fue, pero en la empuadura
de su arma de cristal humedecido,
las iniciales de la tierra estaban
escritas.
Nadie pudo
recordarlas despus: el viento
las olvid, el idioma del agua
fue enterrado, las claves se perdieron
o se inundaron de silencio o sangre.
No se perdi la vida, hermanos pastorales.
Pero como una rosa salvaje
cay una gota roja en la espesura
y se apag una lmpara de tierra.
Yo estoy aqu para contar la historia.
Desde la paz del bfalo
hasta las azotadas arenas
de la tierra final, en las espumas
acumuladas de la luz antrtica,
y por las madrigueras despeadas
de la sombra paz venezolana,
te busqu, padre mo,
joven guerrero de tiniebla y cobre
oh t, planta nupcial, cabellera indomable,
madre caimn, metlica paloma.
Yo, incsico del lgamo,
toqu la piedra y dije:
Quin
me espera? Y apret la mano
sobre un puado de cristal vaco.
Pero anduve entre flores zapotecas
y dulce era la luz como un venado,
y era la sombra como un prpado verde.
Tierra ma sin nombre, sin Amrica,
estambre equinoccial, lanza de prpura,
tu aroma me trep por las races
hasta la copa que beba, hasta la ms delgada
palabra an no nacida de mi boca.
Gabriela Mistral
Vergenza
Si t me miras, yo me vuelvo hermosa
como la hierba a que baj el roco,
y desconocern mi faz gloriosa
las altas caas cuando baje el ro.
Tengo vergenza de mi boca triste,
de mi voz rota y mis rodillas rudas;
ahora que me miraste y que viniste,
me encontr pobre y me palp desnuda.
Ninguna piedra en el camino hallaste
ms desnuda de luz en la alborada
que esta mujer a la que levantaste,
porque oste su canto, la mirada.
Yo callar para que no conozcan
mi dicha los que pasan por el llano,
en el fulgor que da a mi frente tosca
y en la tremolacin que hay en mi mano...
Es noche y baja a la hierba el roco;
mrame largo y habla con ternura,
que ya maana, al descender al ro,
la que besaste llevar hermosura!
Nocturno
Padre nuestro, que ests en los cielos!
Por qu te has olvidado de m?
Te acordaste del fruto en febrero,
al llagarse su pulpa rub.
Llevo abierto tambin mi costado,
y no quieres mirar hacia m!
Te acordaste del negro racimo
y lo diste al lagar carmes,
y aventaste las hojas del lamo
con tu aliento, en el aire sutil.
Y en el ancho lagar de la muerte
an no quieres mi pecho oprimir!
Caminando, vi abrir las violetas;
el falerno del viento beb.
y he bajado amarillos mis prpados
por no ver ms enero ni abril.
Y he apretado la boca, anegada
de la estrofa que no he de exprimir.
Has querido la nube de otoo
y quieres volverte hacia m!
Me vendi el que bes mi mejilla,
me neg por la tnica ruin.
Yo en mis versos el rostro con sangre,
como T sobre el pao, le di.
Y en mi noche del Huerto me han sido
Juan cobarde y el Angel hostil.
Ha venido el cansancio infinito
a clavarse en mis ojos, al fin;
el cansancio del da que muere,
y del alba que debe venir;
el cansancio del cielo de estao
y el cansancio del cielo de ail!
Ahora suelto la mrtir sandalia
y las trenzas, pidiendo dormir.
Y perdida en la noche, levanto
el clamor aprendido de t:
Padre nuestro, que ests en los cielos!
Por qu te has olvidado de m?
Los Sonetos de la Muerte (Desolacin, 1922)
Del nicho helado en que los hombres te pusieron,
te bajar a la tierra humilde y soleada.
Que he de dormirme en ella los hombres no supieron,
y que hemos de soar sobre la misma almohada.
Te acostar en la tierra soleada con una
dulcedumbre de madre para el hijo dormido,
y la tierra ha de hacerse suavidades de cuna
al recibir tu cuerpo de nio dolorido,
Luego ir espolvoreando tierra y polvo de rosas,
y en la azulada y leve polvoreda de luna,
los despojos livianos irn quedando presos.
Me alejar cantando mis venganzas hermosas,
porque a ese hondor recndito la mano de ninguna
bajar a disputarme tu puado de huesos!
II
Este largo cansancio se har mayor un da,
y el alma dir al cuerpo que no quiere seguir
arrastrando su masa por la rosada va,
por donde van los hombres, contentos de vivir...
Sentirs que a tu lado cavan briosamente,
que otra dormida llega a la quieta ciudad.
Esperar que me hayan cubierto totalmente...
y despus hablaremos por una eternidad!
Slo entonces sabrs el por qu no madura
para las hondas huesas tu carne todava,
tuviste que bajar, sin fatiga, a dormir.
Se har luz en la zona de los sinos, oscura:
sabrs que en nuestra alianza signo de astros haba
y, roto el pacto enorme, tenas que morir...
III
Malas manos tomaron tu vida desde el da
en que, a una seal de astros, dejara su plantel
nevado de azucenas. En gozo floreca.
Malas manos entraron trgicamente en l...
Y yo dije al Seor: - Por las sendas mortales
le llevan Sombra amada que no saben guiar!
Arrncalo, Seor, a esas manos fatales
o le hundes en el largo sueo que sabes dar!
No le puedo gritar, no le puedo seguir!
Su barca empuja un negro viento de tempestad.
Retrnalo a mis brazos o le siegas en flor.
Se detuvo la barca rosa de su vivir...
Que no s del amor, que no tuve piedad?
T, que vas a juzgarme, lo comprendes, Seor!
Balada
El pas con otra;
yo le vi pasar.
Siempre dulce el viento
y el camino en paz.
Y estos ojos mseros
le vieron pasar!
El va amando a otra
por la tierra en flor.
Ha abierto el espino;
pasa una cancin.
Y el va amando a otra
por la tierra en flor!
El bes a la otra
a orillas del mar;
resbal en las olas
la luna de azahar.
Y no unt mi sangre
la extensin del mar!
El ir con otra
por la eternidad.
Habr cielos dulces.
(Dios quiere callar.)
Y el ir con otra
por la eternidad!
Volverlo a Ver
Y nunca, nunca ms, ni en noches llenas
de temblor de astros, ni en las alboradas
vrgenes, ni en las tardes inmoladas?
Al margen de ningn sendero plido,
que cie el campo, al margen de ninguna
fontana trmula, blanca de luna?
Bajo las trenzaduras de la selva,
donde llamndolo me ha anochecido,
ni en la gruta que vuelve mi alarido?
Oh, no! Volverlo a ver, no importa dnde,
en remansos de cielo o en vrtice hervidor,
bajo unas lunas plcidas o en un crdeno horror!
Y ser con l todas las primaveras
y los inviernos, en un angustiado
nudo, en torno a su cuello ensangrentado!
La Oracin de la Maestra
Seor! T que enseaste, perdona que yo ensee; que lleve el
nombre de maestra, que T llevaste por la Tierra.
Dame el amor nico de mi escuela; que ni la quemadura de la
belleza sea capaz de robarle mi ternura de todos los instantes.
Maestro, hazme perdurable el fervor y pasajero el desencanto.
Arranca de m este impuro deseo de justicia que an me turba, la
mezquina insinuacin de protesta que sube de m cuando me hieren.
No me duela la incomprensin ni me entristezca el olvido de las
que ensee.
Dame el ser ms madre que las madres, para poder amar y defender
como ellas lo que no es carne de mis carnes. Dame que alcance
a hacer de una de mis nias mi verso perfecto y a dejarte en ella
clavada mi ms penetrante meloda, para cuando mis labios
no
canten ms.
Mustrame posible tu Evangelio en mi tiempo, para que no renuncie
a la batalla de cada da y de cada hora por l.
Pon en mi escuela democrtica el resplandor que se cerna sobre
tu corro de nios descalzos.
Hazme fuerte, aun en mi desvalimiento de mujer, y de mujer pobre;
hazme despreciadora de todo poder que no sea puro, de toda
presin que no sea la de tu voluntad ardiente sobre mi vida.
Pececitos
Pececitos de nio,
azulosos de fro,
cmo os ven y no os cubren,
Dios mo!
Pececitos heridos
por los guijarros todos,
ultrajados de nieves
y lodos!
El hombre ciego ignora
que por donde pasis,
una flor de luz viva
dejas;
que all donde ponis
la plantita sangrante,
el nardo nace ms
fragante.
Sed, puesto que marchis
por los caminos rectos,
heroicos como sois
perfectos.
Pececitos de nio,
dos joyitas sufrientes,
cmo pasan sin veros
las gentes!
El ngel Guardin
Es verdad, no es un cuento;
hay un ngel Guardin
que te toma y te lleva como el viento
y con los nios va por donde van.
Tiene cabellos suaves
que van en la venteada,
ojos dulces y graves
que te sosiegan con una mirada
y matan miedos dando claridad.
(No es un cuento, es verdad.)
El tiene cuerpo, manos y pies de alas
y las seis alas vuelan o resbalan,
las seis te llevan de su aire batido
y lo mismo te llevan de dormido.
Hace ms dulce la pulpa madura
que entre tus labios golosos estruja;
rompe a la nuez su taimada envoltura
y es quien te libra de gnomos y brujas.
Es quien te ayuda a que cortes las rosas,
que estn sentadas en trampas de espinas,
el que te pasa las aguas maosas
y el que te sube las cuestas ms pinas.
Apegado a M
Velloncito de mi carne,
que en mi entraa yo tej,
velloncito friolento,
durmete apegado a m!
La perdiz duerme en el trbol
escuchndole latir:
no te turben mis alientos,
durmete apegado a m!
Yerberita temblorosa
asombrada de vivir,
no te sueltes de mi pecho:
durmete apegado a m!
Yo que todo lo he perdido
ahora tiemblo de dormir.
No resbales de mi brazo:
durmete apegado a m!
La Casa
La mesa, hijo, est tendida,
en blancura quieta de nata,
y en cuatro muros azulea,
dando relumbres, la cermica.
Esta es la sal, ste el aceite
y al centro el Pan que casi habla.
Oro ms lindo que oro del Pan
no est ni en fruta ni en retama,
y da su olor de espiga y horno
una dicha que nunca sacia.
Lo partimos, hijito, juntos,
con dedos duros y palma blanda,
y t lo miras asombrado
de tierra negra que da flor blanca.
Baja la mano de comer,
que tu madre tambin la baja.
Los trigos, hijo, son del aire,
y son del sol y de la azada;
pero este Pan cara de Dios*
no llega a mesas de las casas;
y si otros nios no lo tienen,
mejor, mi hijo, no lo tocaras,
y no tomarlo mejor sera
con mano y mano avergonzadas.
FIN