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Ensayos en honor

de Quintn
Racionero
Fundador y Primer Director - Founding Member: Eloy Rada Garca (UNED)
Director Editor in Chief:: Jess Pedro Zamora Bonilla (UNED)
Editora Ejecutiva Managing Editor: Piedad Yuste Leciena (UNED)
Secretaria de Redaccin Editorial Secretary: Cristina Rodrguez Marciel (UNED)
Consejo de Redaccin - Editorial Board - Comit Editeur:
Julio Armero San Jos (UNED) Mara Garca Alonso (UNED)
Mara Jos Callejo Hernn (UCM) Huberto Marraud (UAM)
Mara Paz Moreno Feli (UNED) Quintn Racionero (UNED)
Eloy Rada Garca (UNED) Jacinto Rivera de Rosales (UNED)
Concha Roldn (CSIC) Javier San Martn (UNED)
David Teira Serrano (UNED) Carlos Thiebaut (Univ. Carlos III)
Secretario de Redaccin Adjunto Assistant Secretary: Kilian Lavernia Biescas (UNED)
Consejo Asesor - Advisory Board - Conseil Consultatif:
Juan Jos Acero (Univ. Granada) Juan R. lvarez Bautista (Univ. Len)
Antonio Beltrn (Univ. Barcelona) Eduardo Bustos (UNED)
Carlos Castrodeza (Univ. Complutense) Camilo J Cela (Univ. Palma de Mallorca)
Adela Cortina (Univ. Valencia) Manuel Fraij (UNED)
Miguel ngel Granada (Univ. Barcelona) Otfried Hffe (Universitt Tbingen)
Emilio Lled (Real Academia de la Lengua) G.E.R Lloyd (Univ. Cambridge)
M Carmen Lpez Sanz (UNED) Javier de Lorenzo (Univ. Valladolid)
Simn Marchn (UNED) Andrs Martnez Lorca (UNED)
Ulises Moulines (Univ. Munich) Javier Muguerza (UNED).
Len Oliv (UNAM-Mxico) Joao Pina Cabral (Univ. Lisboa)
Sergio Prez Corts (Mx-Iztapalapa) M. A. Quintanilla (Univ. Salamanca)
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Jos M. Sagillo (Univ. Sant. de Comp.) V. Stiopin (Inst. de Filosofa -ACR)
Ubaldo M. Veiga (UNED) Marcello Zanatta (Universit Calabria)
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Facultad de Filosofa. UNED. Paseo Senda del Rey, n 7. Madrid 28040. Espaa.
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Informacin Bibliogrfica Bibliographic Information:
La Revista Universitaria de Filosofa NDOXA es editada por la Facultad de Filosofa de la Universidad Nacional de Educacin
a Distancia (UNED). Fue fundada en 1993 y se publica con periodicidad semestral. Incluye artculos, discusiones, conferencias,
noticias de publicaciones y recensiones procedentes de colaboradores pertenecientes a la comunidad de profesores, investigadores y
graduados de todas las regiones a las que llega la presencia de la Universidad. Dado que sta alcanza con su presencia a gran parte
del mundo Iberoamericano y a buena parte de Europa se admiten colaboraciones en las diferentes lenguas de amplia difusin en
Occidente (castellano, ingls, francs, portugus, alemn e italiano).
The University Journal of Philosophy, NDOXA, is edited by the Faculty of Philosophy at the National University of Distance Learning
(UNED). It was founded in 1993 and appears at six-month intervals. It includes original articles, discussions, conferences, publication
reports and reviews by contributors who belong to the community of teachers, researches and graduates from all regions and countries where
the university is present. As this presence includes most of the Ibero-American world and a great part of Europe, we accept contributions in
the most widely spoken languages of the Western world (Spanish, English, French, Portuguese, German and Italian).

NDOXA est registrada e indexadaentre otros, por los siguientes Repertorios Bibliogrficos y Bases de Datos: Philosophers Index;
Scopus, Rpertoire Bibliographique de la Philosophie; Bulletin Signaltique; DICE, ICYT, ISOC-Filosofa (CINDOC) y RESH, del
CSIC; Ulrichs Internacional; Dialnet; e-spacio UNED.
NDOXAis included and registered, among others, by the following Indexing and Databases Services: Philosophers Index; Rpertoire
Bibliographique de la Philosophie; Scopus, Bulletin Signaltique; DICE, ICYT, ISOC- Philosophy (CINDOC) and RESH, from the
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REVISTA

La Revista Universitaria de Filosofa NDOXA es editada por la Facultad de Filosofa de la


Universidad Nacional de Educacin a Distancia (UNED). Fue fundada en 1993 y se publica con
periodicidad semestral. Incluye artculos, discusiones, conferencias, noticias de publicaciones y
recensiones procedentes de colaboradores pertenecientes a la comunidad de profesores y gra-
duados de todas las regiones a las que llega la presencia de la Universidad. Dado que sta alcan-
za con su presencia a gran parte del mundo Iberoamericano y a buena parte de Europa se
admiten colaboraciones en las diferentes lenguas de amplia difusin en Occidente (castellano,
ingls, francs, portugus, alemn e italiano).
El nombre de la Revista quiere indicar dos cosas. La primera, que es un espacio para las
Opiniones racionales y, por tanto, sus pginas estn abiertas a las diferentes y variadas opinio-
nes filosficas y antropolgicas que pueblan el mundo, supuesto que, adems, respondan al
formato racional de las propuestas filosficas. En este sentido la Revista viene a ser un largo
compendio de la variedad de visiones filosficas que conviven en amplias regiones del planeta.
La segunda que todas las ideas u opiniones publicadas lo son de sus autores y, por lo mismo,
NDOXA slo ejerce de altavoz. Sin embargo, en esta funcin, le complace abrir sus pginas a
los filsofos ms recientes y/o ms jvenes.

Difusin: Adems de a las universidades Espaolas, su difusin alcanza a la mayor parte del
Espacio universitario Iberoamericano y a varios Centros universitarios y de Investigacin de
Europa y EEUU.
La revista NDOXA posee un servicio regular de intercambio con otras muchas publicacio-
nes universitarias espaolas y extranjeras.

The University Journal of Philosophy, NDOXA, is edited by the Faculty of Philosophy at the
National University of Distance Learning (UNED). It was founded in 1993 and it appears
approximately at six-monthly intervals. It includes original articles, discussions, conferences,
publication reports and reviews by contributors who belong to the community of teachers and
graduates from all regions and countries where the university has a presence. Given that this
presence includes most of the Ibero-American world and a great part of Europe, we accept con-
tributions in the most widely spoken languages of the Western world (Castilian, English,
French, Portuguese, German and Italian).
The title of the journal proposes two things. First, that it is a space for Rational Opinions
and, therefore, its pages are open to the different and varied philosophical opinions that abound
in the world provided that they concord with the rational format of philosophical proposals. In
this sense, the journal purpose is to be a long compendium of the varying philosophical views
that exist together in wide areas of the planet. Second, all ideas or opinions belong to their
authors and, therefore, NDOXA aims to serve solely as a platform. As such and by way of ful-
filling this role, NDOXA is pleased to open its pages to the newest and/or youngest philoso-
phers.

Diffusion: In addition to Spanish universities, its spread reaches to most part of the Iberoamerican
space University and several universities and researchs centres in Europe and USA.
NDOXA keeps a regular service of exchange with other Spanish and foreign academic
publications.
Series Filosficas N. 38

Ensayos en honor de Quintn Racionero

Edicin a cargo de Piedad Yuste

Universidad Nacional de Educacin a Distancia


REVISTA (0170070RE31A17)
NDOXA N.o 38 (DICIEMBRE 2016)

Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorizacin escrita de los titulares del


Copyright, bajo las sanciones establecidas en las leyes, la reproduccin total o parcial
de esta obra por cualquier medio o procedimiento comprendidos la reprografa y el
tratamiento informtico, y la distribucin de ejemplares de ellas mediante alquiler o
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cos y bases de datos: Academic Search Complete (EBSCO), Philosophers Index;
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Philosophy (CINDOC) and RESH, from the CSIC; Ulrichs Internacional; Dialnet;
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UNIVERSIDAD NACIONAL
DE EDUCACIN A DISTANCIA - Madrid, 2016

Librera UNED: C./ Bravo Murillo, 38 - 28015 Madrid


Tels.: 91 398 75 60/73 73 e-mail: libreria@adm.uned.es

ISSN: 1133-5351
Depsito legal: M. 11.773-1993

Impreso en Espaa - Printed in Spain


Maquetacin: Regina G. Cribeiro
Impresin:
Agencia Estatal Boletn Oficial del Estado
Avda. Manoteras, 54. 28050 Madrid
NDICE

Presentacin
Piedad Yuste .................................................................................... 11
Recordando a un amigo
Cristina de Peretti ......................................................................... 19
Paisajes no duales en el pensamiento oriental
Mara Teresa Romn Lpez ............................................................. 23
Fundamentos ureos de la teora poltica platnica: sobre el mito del
Poltico y la tradicin religiosa
David Hernndez de la Fuente ................................................... 47
Ni realismo ni anti-realismo: el escepticismo como raz del constructivis-
mo filosfico
Ramn Romn Alcal .................................................................... 75
El desafo del cinismo antiguo en la Polis (s. III-IV a C.): una vida de
esfuerzo y de reacuacin de los valores
Pedro Pablo Fuentes Gonzlez ...................................................... 97
El primer principio Potencia de todas las cosas en Plotino
Jos Mara Zamora Calvo ............................................................... 131
Ciencias no divinas: ciencia y cultura en el helenismo
Eloy Rada Garca ........................................................................... 145
Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin en la filosofa pol-
tica espaola del siglo XVII: lamos Barrientos
Lola Cabrera Trigo ........................................................................ 169
Historia conceptual y Filosofa de la Historia desde una perspectiva
leibniziana
Concha Roldn .............................................................................. 217
La filosofa leibniziana de la subjetividad
Adelino Cardoso ............................................................................. 239
La carta como abstraccin, conocimiento y desencuentro. El Caso de G.W.
Leibniz
Juan Antonio Nicols ..................................................................... 255
La solucin leibniziana al problema de la relacin cuerpo-alma desde
una perspectiva actual
Hans Poser ...................................................................................... 271
Sobre la especificidad del atesmo moderno
Diego Snchez Meca ...................................................................... 297
El lenguaje y la estructuracin prctica de la existencia
Samuel M. Cabanchik .................................................................... 311
Historia de la polmica sobre la introduccin de la lgica difusa
ngel Garrido ................................................................................ 329
Reseas
Alejandro Escudero, Cristina De Peretti, Cristina Rodrguez y
Piedad Yuste (eds.), Controversias del pensamiento: homenaje al
Profesor Quintn Racionero
Kilian Lavernia Biescas .................................................................. 347
summary

Presentation
Piedad Yuste .................................................................................... 11
Reminding a friend
Cristina de Peretti ......................................................................... 19
Non-Dual Landscapes in Oriental Thought
Mara Teresa Romn Lpez ............................................................. 23
The Golden-Age Foundations of Platonic Political Theory: Regarding the
Myth of the Statesman and the Religious Tradition
David Hernndez de la Fuente ................................................... 47
Neither Realism nor Antirealism. Scepticism as the Root of Philosophical
Constructivism
Ramn Romn Alcal .................................................................... 75
The Challenge of Ancient Cynicism within the Greek City State (IV-III
Cent. BC): Living a Life of Toil and Recoining Current Values
Pedro Pablo Fuentes Gonzlez ...................................................... 97
The First Principle, Power of Everything, in Plotinus
Jos Mara Zamora Calvo ............................................................... 131
Non-Divine Sciences: Science and Culture in Hellenism
Eloy Rada Garca ........................................................................... 145
The Sense of Decline and the Spirit of Regeneration in 17th Century
Spanish Political Philosophy: lamos Barrientos
Lola Cabrera Trigo ........................................................................ 169
Conceptual History and Philosophy of History from a Leibnizian Pers-
pective
Concha Roldn .............................................................................. 217
The Leibnizian Philosophy of Subjectivity
Adelino Cardoso ............................................................................. 239
The Letter as Abstraction, Knowledge and Disagreement. The Case of
Leibniz
Juan Antonio Nicols ..................................................................... 255
The Leibnizian Solution to the Problem of the Relationship Body-Soul
from a Current Perspective
Hans Poser ...................................................................................... 271
On the specificity of Modern Atheism
Diego Snchez Meca ...................................................................... 297
Language and the Practical Structuring of Existence
Samuel M. Cabanchik .................................................................... 311
History of the Controversy over the Introduction of Fuzzy Logic
ngel Garrido ................................................................................ 329
Reviews
Alejandro Escudero, Cristina De Peretti, Cristina Rodrguez y
Piedad Yuste (eds.), Controversias del pensamiento: homenaje al
Profesor Quintn Racionero
Kilian Lavernia Biescas .................................................................. 347
Ensayos en honor de Quintn Racionero

EDICIN A CARGO DE PIEDAD YUSTE


PRESENTACIN

Toi qui sus le nant des grandeurs de ce monde,


Toi qui gotes enfin la paix douce et profonde,
Si lon rpand encore des larmes dans le ciel,
Porte en pleurant mes pleurs aux pieds de lternel!
me glorieuse envole au ciel,
Ah, porte en pleurant mes pleurs aux pieds de lternel!

Aria de lisabeth

Giuseppe Verdi, Don Carlos, Acto V

ndoxa dedica este volumen especial a la memoria del que fue nuestro
amigo y compaero Quintn Racionero Carmona, catedrtico de Filosofa en la
UNED y miembro del Consejo de Redaccin de esta revista. Junto a su denso
currculum acadmico, Quintn atesoraba, adems, otras muchas cualidades
personales que le valieron el respeto y admiracin de sus colaboradores y
discpulos: filsofo brillante, agudo ensayista, elocuente orador, conversador
irnico, profesor ameno y profundo. Tambin fue un valiente defensor de sus
ideas, expuestas siempre con talante crtico y sosegado. Quintn contemplaba
el mundo con la pasin del esteta y amaba tanto la vida que tropos celosa
se la arrebat demasiado pronto, sin darle apenas tiempo a despedirse de su
esposa, hijos y madre; de sus amigos y alumnos, quebrando repentinamente
sus aspiraciones y cercenando sus sueos.

Nosotros aqu hemos querido corresponder a su amistad con una coleccin


de trabajos cuyas temticas estn vinculadas a los propios intereses filosficos
de Quintn, que abarcaron casi todas las pocas y regiones del conocimiento.
Y hemos querido hacerlo con el rigor que caracteriza a las revistas cientficas,

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2017, pp. 13-18. UNED, Madrid
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sometiendo nuestras contribuciones a una doble evaluacin ciega; porque este


volumen no solo es un homenaje al compaero desaparecido, tambin es un
canto a la Filosofa, a la libertad de pensar, al deseo de escapar a esa creciente
mediocridad que nos envuelve poco a poco y nos oprime y asfixia. Nuestro
objetivo es conservar vivo el recuerdo de nuestro amigo ofrecindole estos
valiosos ensayos llenos de sabidura y erudicin, elaborados especficamente para
esta ocasin - y de la manera ms generosa que se pueda imaginar - por un grupo
selecto de prestigiosos profesores universitarios. As, comenzamos este nmero
con la emotiva despedida de Cristina de Peretti, quien ha consagrado estos
ltimos cuatro aos a mantener activo el Proyecto de investigacin que en su
da concibi Quintn con el propsito de analizar la estructura y elementos que
conforman las polmicas surgidas a lo largo del tiempo y en diferentes mbitos
del saber. Fruto del trabajo realizado en este Proyecto es el libro que recoge las
comunicaciones presentadas por sus miembros en el Coloquio que tuvo lugar
en noviembre de 2014, denominado Controversias del pensamiento, y que ahora
resea Kilian Lavernia en la ltima seccin de este volumen.

El orden en el que aparecen los artculos que componen este volumen


responde nicamente a un criterio cronolgico, pues esta es la forma en la
que ndoxa prepara y organiza cada uno de sus nmeros. En consecuencia,
iniciamos este recorrido con los evocadores Paisajes no duales en el pensamiento
Oriental, que describe Mara Teresa Romn a modo de polcromas pinceladas
que van haciendo surgir algunas de las tradiciones filosficas ms antiguas de
la humanidad, provenientes de India y China, y que rechazan, por ilusoria, la
separacin entre sujeto y objeto, apariencia y realidad, materia y espritu, para
reclamar en su lugar, una visin del universo nica e integradora en la que todos
los seres participan de una misma sustancia y comparten el mismo fin.

La filosofa griega y helenstica, tan querida y estudiada por Quintn (su


edicin de la Retrica mereci todos los honores), emerge aqu de la mano experta
de varios especialistas vinculados algunos de ellos a aquellas jornadas intensas y
memorables compartidas con l en el Curso de Verano que dirigi en 2011 y
que fue impartido en el Centro Asociado de la UNED en Denia. Bajo el ttulo,
El mundo de Alejandro, Pedro Pablo Fuentes, Eloy Rada, Ramn Romn y Jos
Mara Zamora, presentaron una serie de ponencias muy prximas a los textos que
recogemos ahora. David Hernndez de la Fuente, aunque no particip en este
evento, ha querido colaborar en este nmero especial con un interesante trabajo
que lleva por ttulo Fundamentos ureos de la teora poltica platnica: sobre
el mito del Poltico y la tradicin religiosa. En sus pginas plantea una nueva

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Ensayos en honor de Quintn Racionero 15

lectura de esta obra, engarzando la figura del poltico en la tradicin religiosa


que abraza Platn y que extrae del mito hesidico de las edades del hombre.
En consonancia con esta tesis, el legislador platnico conformara su modelo de
gobierno al que la divinidad instituy en el ciclo ureo.

El artculo que sigue corresponde a Ramn Romn quien, en clave escptica,


repasa y contrapone las nociones de realismo y anti-realismo a lo largo de la
historia del pensamiento en, Ni realismo ni anti-realismo: el escepticismo como
raz del constructivismo filosfico. Subyace a este debate el problema de si el
mundo es tal como aparece a nuestros sentidos o, por el contrario, es la mente
en tanto proveedora de esquemas conceptuales la que interpreta y reconstruye
la realidad. Pedro Pablo Fuentes, a continuacin, en El desafo del cinismo
antiguo en la polis (s. IV-III a.C.): una vida de esfuerzo y de reacuacin de
los valores, descubre las cualidades ms genuinas del movimiento cnico:
una corriente de pensamiento cercana al pueblo y libre de connotaciones y
sin exigencias eruditas. El autor establece una frontera entre la doctrina del
cinismo primitivo, preocupado de ensear cmo alcanzar la felicidad a travs
de un comportamiento recto y virtuoso, y esa otra corriente ms moderna,
tambin llamada cnica, y cuyos partidarios no hacen otra cosa que burlarse de
las creencias de sus conciudadanos y tratar de vivir de manera parasitaria en la
sociedad.

Avanzamos en nuestro relato y en el tiempo, desembocando en el siglo III


de nuestra era y en Plotino. Jos Mara Zamora Calvo analiza en, El primer
principio, potencia de todas las cosas, en Plotino, qu significado tiene para
este filsofo la idea del Uno-Bien, como causa y principio de todos los seres. Y un
poco ms adelante, el autor expone cmo el concepto de infinito, primariamente
considerado como indefinido y carente de lmites, se transforma para revestirse
de cualidades ms acordes con el ser divino. El infinito actual, considerado por
Aristteles algo imposible (pues no podemos otorgar realidad a algo mayor que
lo cual no hay nada), adquiere en Plotino cualidades de perfeccin con las que
define a Dios.

Cierra este ciclo de ensayos dedicados a la filosofa helena, el trabajo de


Eloy Rada titulado: Ciencias no divinas: ciencia y cultura en el helenismo.
Un excelente repaso de la cultura e historiografa en el perodo alejandrino y el
cual le sirve de excusa para tantear si es posible ajustar la evolucin e historia
de la humanidad a uno de los dos modelos posdarwinianos: el saltacionista,
que describira los sucesos histricos acaeciendo de modo discontinuo e

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intermitente, ligados al protagonismo de personas y hechos relevantes, o el


gradualista, segn el cual las variaciones son continuas y solo perceptibles a
muy largo plazo. El autor se decanta por la segunda opcin.

Lola Cabrera Trigo, en su lcido artculo, Sentimiento de decadencia y


espritu de regeneracin en la filosofa poltica espaola del siglo XVII: lamos
Barrientos, analiza la notable figura de este poltico castellano en el marco de
un pas en declive social y econmico, describindonos cmo sus propuestas,
ligadas en cierta medida a las tesis de Maquiavelo y en consonancia con el
tacitismo, buscaban en la Historia el elemento emprico con el que desarrollar
una teora racional del Estado.

La segunda coleccin de ensayos aborda diversos aspectos de la filosofa


leibniziana, a la que Quintn consagr un gran captulo de su vida (no
olvidemos el contenido de su tesis doctoral: Ciencia e historia en Leibniz. El
concepto de historia de la filosofa y la estructura relacional de la epistemologa
leibniziana), fundando junto a otros colegas la Sociedad Espaola Leibniz en
1989. Esta asociacin qued definitivamente consolidada en el primer congreso
internacional celebrado ese mismo ao en la Universidad Complutense de
Madrid y el cual coordinaron conjuntamente Quintn y Concha Roldn.
Desde entonces, la SeL ha crecido y ampliado sus objetivos, uno de los cuales
es la edicin en castellano de las obras del filsofo sajn, empresa que dirige
Juan Antonio Nicols al frente de la editorial Comares. Es un privilegio contar
ahora con la colaboracin de ambos y de Adelino Cardoso y Hans Poser, los
cuatro, amigos y compaeros muy prximos a Quintn.

Los artculos de Concha Roldn y Adelino Cardoso nos presentan la faceta


ms europesta de Leibniz y sus vnculos con el espritu de la modernidad. En
primer lugar, Concha, en Historia conceptual y Filosofa de la Historia desde
una perspectiva leibniziana, nos explica cmo los conceptos leibnizianos de
continuidad, perfeccin y armona podran haber contribuido negativamente
al nacimiento de una Filosofa de la Historia de corte determinista; siendo,
en cambio, los principios de tolerancia, libertad y contingencia los que
habran inspirado la versin crtica e indeterminista de esta disciplina. Por
su parte, Adelino Cardoso analiza La filosofa leibniziana de la subjetividad
y su posicin en el conjunto de las hiptesis surgidas en el perodo que le
toc vivir. En opinin del autor, Leibniz se enfrent a los cartesianos al
reconocer en el cogito una verdad de hecho y no de razn. Para el filsofo de
Leipzig la conciencia no constituye el fundamento del conocimiento, ya que

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Ensayos en honor de Quintn Racionero 17

la subjetividad se modela en una sucesin de percepciones muchas de ellas


inconscientes.

Juan Antonio Nicols, en La carta como abstraccin, conocimiento y


desencuentro, nos introduce en algo tan especfico y habitual en Leibniz
como fue su correspondencia personal. Las cartas le sirvieron a Leibniz como
vehculo para debatir con otros colegas sobre asuntos especficos: tica, poltica
o ciencia. El intercambio epistolar, concluye el autor, posibilita acuerdos y
reflexiones sobre muy diversos temas, pero tambin puede originar hostilidades
y desacuerdos, como el desencadenado a raz de la correspondencia que mantuvo
con Newton acerca de la primaca del clculo infinitesimal. Concluimos esta
serie dedicada al pensador de Hannover con el ensayo redactado por Hans Poser
en su lengua nativa y que traducen para nosotros Roberto Aramayo y Concha
Roldn: La solucin leibniziana al problema de la relacin cuerpo-alma desde
una perspectiva actual. En este texto se presentan hiptesis surgidas desde
diversos mbitos y que pretenden esclarecer la posible relacin entre materia y
espritu, mente y cuerpo; cuestin derivada de la metafsica cartesiana y que el
mismo Leibniz trat de explicar aplicando sus principios de razn suficiente,
continuidad y armona preestablecida; todos ellos insuficientes, sugiere el
autor, aunque hoy en da, la neurobiologa y la teora evolutiva tampoco son
capaces de dar respuesta a estas y otras muchas interrogantes que Leibniz fue
capaz de vislumbrar.

Muy comprometido con la situacin social y econmica del momento


histrico en que vivimos, Quintn escribi numerosos artculos e imparti
multitud de conferencias sobre teora del lenguaje, hermenutica y
epistemologa. Le omos hablar de condicin posmoderna, y no de filosofa
o ciencia posmoderna, para referirse a la idiosincrasia del pensamiento
contemporneo y sus ramificaciones. Tambin reivindic la necesidad de
crear un nuevo modelo de racionalidad, ms acorde a los tiempos que corren,
reclamando la naturalizacin del conjunto del saber. La nueva seccin que
abrimos ahora cuenta con tres magnficas aportaciones. Diego Snchez
Meca nos traslada primero a los albores del siglo XX con el ensayo: Sobre la
especificidad del atesmo moderno. Despus, nos adentraremos en el siglo
XXI con dos textos que analizan diversos aspectos de la epistemologa actual.

Diego Snchez Meca examina qu rasgos especficos caracterizan al atesmo


moderno, tomando como casos de estudio las reflexiones de Nietzsche, Marx
y Freud acerca del fenmeno religioso. Los tres coincidieron al definirlo como

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 13-18. UNED, Madrid
18 Piedad yuste

pantalla o subterfugio que el hombre crea para mitigar el miedo a la muerte y


la angustia que esta le provoca; una ilusin propia de una etapa de infancia e
inmadurez que la ciencia (confan en ello) lograr ahuyentar. A continuacin,
Samuel Cabanchik revisa el papel de El lenguaje y la estructuracin prctica
de la existencia. Parafraseando a Aristteles, el autor afirma que, el lenguaje se
dice de muchas maneras, o perspectivas, segn nuestro anlisis se realice desde
la ciencia, la psicologa o la filosofa. El profesor Cabanchik nos acerca aqu a las
tesis defendidas por Benjamin, Rosenzweig, Wittgenstein, Bajtin y Volshinov.

Para terminar, ngel Garrido , miembro del Proyecto de investigacin sobre


Controversias que dirigi Quintn, relata la Historia de la polmica sobre
la introduccin de la lgica difusa, herramienta que trata de poner lmites
y precisar la vaguedad y la incertidumbre. Acostumbrados como estamos al
esquema de un universo bivaluado en el que solo es posible decidir entre verdad
y falsedad, sin matices, esta nueva modalidad de razonamiento se aproxima ms
al lenguaje natural del ser humano al distinguir el grado de pertenencia de una
variable a determinada cualidad o valor.

Por ltimo, solo me queda expresar mi profundo agradecimiento a todas las


personas que han colaborado para que este volumen pudiera salir a la luz: a los
autores y autoras por sus excelentes contribuciones, a los evaluadores y al equipo
de la revista, por su constante apoyo y dedicacin.
Hasta siempre, Quintn.

Piedad Yuste Leciena


Facultad de Filosofa
UNED

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 13-18. UNED, Madrid
RECORDANDO A UN AMIGO

Cristina de Peretti

Facultad de Filosofa
UNED

Como muy acertadamente afirma Derrida, el duelo que sigue a la muerte se


prepara y anticipa siempre mucho antes de dicha muerte: ese es el tiempo mismo
de la vida, pero tambin el tiempo de la amistad. Y su ley. Esa ley que dicta que,
entre los amigos, uno ha de morir necesariamente antes que el otro y que este
ltimo, por consiguiente, se queda solo ante ese acontecimiento terrible, singu-
lar y siempre nico que es la muerte de su amigo, abocado ya exclusivamente al
trabajo de duelo, a recordar al amigo, a llevarlo consigo el resto de su vida: Die
Welt ist fort, ich muss dich tragen, aseguraba Paul Celan. El mundo se ha ido,
tengo que llevarte.

Todos los que lo conocimos sabemos de sobra el magnfico profesor,


pensador e investigador que fue Quintn Racionero, todos hemos tenido el
privilegio de escuchar esas clases, charlas y conferencias suyas presididas por
esa oratoria nica que lo caracterizaba, todos hemos tenido asimismo ocasin,
una y otra vez, de comprobar sus apabullantes conocimientos en tantos y tantos
campos del saber. Dicho de otro modo, todos somos conscientes de lo mucho
que Quintn nos ha podido ensear y legar en todos estos aos que ha dedicado
al estudio, al pensamiento y a la docencia.

No es, sin embargo, tanto a ese Quintn filsofo y docente al que yo


quiero recordar aqu cuanto a ese otro Quintn, a la vez otro y el mismo, que
fue mi amigo. Aunque, antes que nada, s me gustara dejar constancia del
agradecimiento que los miembros del Departamento de Filosofa de la UNED
le debemos por el impulso que, mientras fue su Director, le dio a nuestro
Departamento creando, por ejemplo, su primera pgina web, fomentando sus

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2017, pp. 19-21. UNED, Madrid
20 Cristina de Peretti

seminarios de investigacin permanente o consiguiendo la colaboracin de la


editorial Dykinson para futuras publicaciones, publicaciones de las que tantas
personas de dentro y de fuera de dicho Departamento, profesores y estudiantes,
nos hemos beneficiado desde entonces, e incluso tras su muerte, hasta hoy.

Ahora bien, insisto, es ante todo desde esa amistad que me honro haber
mantenido con Quintn desde la que me gustara acercarme aqu a l con la
memoria y con el testimonio. Para eso, sin embargo, me faltan las palabras. Me
faltan las palabras a pesar de ser tantas y tantas las cosas que podra decir de l.
Ahora bien, cules son las palabras oportunas para hablar de un amigo que
ya no est entre nosotros? Cmo hablar de l en lugar como sera mi deseo
de hablarle a l, de hablar con l y de poder escuchar su voz? Cules son las
palabras apropiadas para expresar aqu mis sentimientos hacia Quintn, para
explicar lo que l ha sido y ha significado para m ms all de esa imagen suya
de filsofo y de profesor? Cmo declarar mi cario y mi admiracin hacia l en
el tono ms acertado? Cmo dar testimonio de mi relacin personal con l sin
caer irremediablemente en cierto narcisismo encubierto o en una reapropiacin
del amigo que ya no est pero cuya alteridad nunca puede dejar de permanecer
infinita para siempre? No lo s.

Las primeras imgenes que tengo de Quintn se remontan a finales de los aos
1970, en los pasillos de la Biblioteca de la Facultad de Filosofa de la Universidad
Complutense. Yo saba perfectamente quin era l pero no recuerdo que, por
aquel entonces, intercambisemos muchas ms palabras que unos cordiales
buenos das o buenas tardes. Muchos aos ms tarde, Quintn se incorpor
a la UNED como catedrtico de Historia de la Filosofa Antigua. Fue entonces
cuando, muy pronto, tuve la inmensa suerte de trabar amistad con l. Una
amistad que fue creciendo con el tiempo pero que, desde el principio, decidimos
de comn acuerdo que deba de basarse en la sinceridad ms absoluta entre
nosotros. Lo cual en ocasiones nos acarre algn que otro rifirrafe rpidamente
superado, pero sobre todo nos permiti mantener una amistad verdadera hasta
su muerte tan prematura. Y tambin ms all.

A esa suerte incomparable que he tenido de conocer a Quintn, de haber


podido compartir con l todos estos aos de compaerismo y de amistad desde
su llegada a la UNED, no puede dejar de ir ntimamente unida la tremenda
gratitud que siento igualmente hacia l por haber depositado en m su confianza
tanto a nivel personal, al considerarme su amiga, como a nivel intelectual, al
contar conmigo para algunos de sus seminarios y proyectos de investigacin.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2017, pp. 19-21. UNED, Madrid
Recordando a un amigo 21

En este sentido tambin, mi deuda para con Quintn es incalculable y lo nico


a lo que aspiro, ms all de su muerte, es a estar hasta el final a la altura de esa
confianza que l consider que quera y poda otorgarme.

Cario y amistad. Deuda y gratitud. Y, por supuesto, inmensa admiracin


hacia Quintn: esos son los sentimientos que Quintn despert y siempre
seguir despertando en m. Admiracin, como es obvio, por esos raudales
de inteligencia, de conocimientos y de oratoria a los que nos tena a todos
tan acostumbrados, mas que no por eso dejaban de ser excepcionales. Pero
admiracin tambin por la vitalidad y el apasionamiento que caracterizaban
a Quintn: admiracin por la pasin que senta por todo lo que emprenda y
que le permita llegar siempre hasta las ltimas consecuencias de todo lo que se
propona, y admiracin por la fuerza y la valenta con las que Quintn siempre
supo afrontar la vida, con todas las dichas pero tambin las adversidades que
esta nunca deja de entraar. Prueba indudable de ello son, por ejemplo, la
energa y la entereza con las que Quintn supo encarar, al final de sus das,
su enfermedad y su muerte. Pero admiracin asimismo por ese extraordinario
sentido del humor que nunca dej de acompaarle y que Quintn utilizaba, en
primer lugar, para rerse de s mismo. Y admiracin, finalmente, por esa enorme
sensibilidad y generosidad que igualmente le eran propias y que no solo lo
llevaban a detectar de inmediato, y a saber escuchar, los problemas que podan
tener sus ms allegados sino que asimismo lo convirtieron en lo que podramos
denominar una persona socialmente comprometida, en el ms riguroso sentido
de estas palabras.

Este es tambin, dicho en pocas palabras, el Quintn Racionero que yo he


conocido, al que tanto he querido y admirado y con el que he compartido
tantos y tan maravillosos momentos siempre amenizados por otra de nuestras
aficiones comunes, actualmente tan denostada: la de fumar. Este es el Quintn
al que aqu quiero rendir homenaje, el Quintn que me hizo el mejor regalo que
puede hacrsele a alguien: el regalo de su confianza y de su amistad.

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NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2017, pp. 19-21. UNED, Madrid
PAISAJES NO DUALES EN EL PENSAMIENTO
ORIENTAL

NON-DUAL LANDSCAPES IN ORIENTAL


THOUGHT

Mara Teresa Romn1

Facultad de Filosofa

UNED

Resumen: El presente artculo est dentro de la lnea de una serie de trabajos cuyo
motivo principal gira en torno a la no-dualidad; en l se renen algunas de las reflexiones
que han prosperado en diversos espacios intelectuales de Oriente. Doctrinas, textos,
escuelas y pensadores han ido dando cuerpo y sentido a este escrito, constituyendo un
espectro muy valioso de perspectivas y variantes interpretativas.

Palabras clave: Acto inicial de particin, My, no-dualidad, vednta advaita,


Upaniad, budismo mahyna, corrientes taostas.

Abstract: This article is part of a series of works whose main motive revolves around
non-duality. It includes some of the reflections that have prospered in different intellectual
spaces in the East. Doctrines, texts, schools, and thinkers have created and given meaning
to this text, with a valuable range of perspectives and interpretational variations.

1
Profesora Titular del Departamento de Filosofa de la Facultad de Filosofa de la UNED.
Actualmente, es miembro de la Sociedad Espaola de Ciencias de las Religiones, de la
Asociacin Espaola de Orientalistas y de la Sociedad Acadmica de Filosofa. En Alianza
Editorial ha publicado Sabiduras Orientales de la Antigedad y Un viaje al corazn del
budismo. E-mail: mroman@fsof.uned.es.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 23-46. UNED, Madrid
24 Mara Teresa Romn

Keywords: Original act of severance, My, non-duality, Advaita Vednta,


Upaniad, mahyna Buddhism, Taoist Tendencies.

1. Introduccin

Cuando uno observa ese yo, ve que es un haz de recuerdos, de


palabras huecas. Y es a eso a lo que nos apegamos, sa es la esencia
misma de la separacin entre usted y yo, ellos y nosotros.

J. Krishnamurti, El vuelo del guila

Estamos ante una concepcin de la realidad en la que gobierna la


comunidad del lenguaje2, lo mensurable, lo convencional, lo provisional,
lo polticamente correcto3 (todo lo que no entendemos es o desestimado o
negado, sobre todo, si pone en peligro los credos oficiales), que se auto-justifica,
que emplea la reflexin ms perspicaz, no admite un debate en profundidad
y, por supuesto, no se modifica y el criterio cientfico es el tribunal supremo
que decide el sentido ltimo de cualquier respuesta o disponibilidad emocional,
conductual o cognitiva y que en el decurso del tiempo ha ido potenciando los
egos del individuo, hacindole creer que posee un poder ilimitado, que es el
rey de la creacin, que sus necesidades son prioritarias y que para satisfacerlas,

2
Una potente y eficaz mixtura de armazones lingsticos, modelos lgicos e interpretativos,
retazos deshilachados de elementos informativos, polisemia patolgica, palabras (esos atuen-
dos perecederos y manipulables con los que columbramos la realidad), ideas (melodas
muertas), pensamientos, fluctuaciones ideolgicas dentro de una atmsfera de domestica-
cin, alambicadas construcciones conceptuales, suposiciones, creencias, racionalizaciones,
distinciones, definiciones, comparaciones, intrincados mapas jerrquicos, redes de emociones
desgastadas, genealoga de memorias, ruptura, sofisticadas geometras proteicas e interacti-
vas y ritmos de vrtigo que mantienen viva, activa y cohesionada la matriz del universo con-
sensuado, la realidad cotidiana, el reino del ego, el mundo de la dualidad y de las medidas
(my). M. T. Romn, Reflexiones sobre el silencio y el lenguaje a la luz de oriente y
occidente, (2012), Damon, pp. 55-56.
3
En palabras de Jung: Muchas personas de mente cientfica incluso han sacrificado sus cono-
cimientos religiosos y filosficos por temor al subjetivismo incontrolado. A modo de compen-
sacin por la prdida de un mundo que lata con nuestra sangre y respiraba con nuestro
aliento, hemos desarrollado un gran entusiasmo por los hechos; montaas de hechos, ms all
de la posibilidad que cualquier individuo tiene, de poderlos estudiar. W.Y. Evans-Wentz, El
libro tibetano de la gran liberacin, Kier, Buenos Aires, 1998, p. 19.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 23-46. UNED, Madrid
Paisajes no duales en el pensamiento oriental 25

se justifica cualquier tropela; y, si esto fuera poco, ha dejado de lado cualquier


referencia a la espiritualidad4, lo sagrado, lo mgico y lo misterioso5, habitando
casi con exclusividad en estados de conciencia custodiados por hordas de
yoes6 hostiles avanzando hacia las fronteras de la nada y mbitos saturados de
significado, articulados y sostenidos por la dualidad, el universo inagotable de
las descripciones, las distinciones, la parcelacin y los mapas en una sucesin
de linealidades rutinarias, que inexorablemente acaban desembocando en la
soledad, el hasto, el desencanto, el desfondamiento, el miedo y la inseguridad
ms angustiosa. Quiz en esta dinmica residan las razones que impulsan a
algunas personas a buscar vas espirituales, mtodos de meditacin y tcnicas
psicoteraputicas, en muchos casos, con implantes orientales.

Gracias a los devaneos intelectuales pasatiempo practicado cada vez


con mayor pericia por una humanidad que desde hace tiempo ha perdido
el rumbo estamos aceptando un recorte de la realidad, una restriccin de
la visin muy alejada del epicentro de la no-dualidad, que permite que una
parte del universo se enfoque y se pueda ver, a expensas del resto que queda
fuera de los dominios del paradigma oficial y, por tanto, tampoco se aprecia. Si
introducimos ms variables y contextos interpretativos, esta especie de realidad
hecha a nuestra imagen y semejanza, gestionada por huestes de sombras
ominosas batallando contra s mismas, puede acabar desmoronndose como
un castillo de naipes. La teora cuntica ha abolido el concepto de objetos

4
La autntica espiritualidad implica tomar conciencia de quines somos como seres huma-
nos integrales algo que incluye al cuerpo, las emociones, la mente, el alma y el Espritu-
insertos en una red de relaciones interdependientes con la Tierra y con el cosmos. La autnti-
ca espiritualidad nos proporciona una sensacin de libertad, paz interior, servicio y
responsabilidad en el mundo. La autntica espiritualidad, en fin, constituye un factor decisivo
en el proceso de curacin y cambio social. F. Vaughan, Sombras de lo sagrado. Ms all de las
trampas e ilusiones del camino espiritual, Gaia, Madrid, 1997, p. 25.
5
La experiencia ms hermosa que tenemos a nuestro alcance es el misterio. Es la emocin
fundamental que est en la cuna del verdadero arte y de la verdadera ciencia. El que no la
conozca y no pueda ya admirarse, y no pueda ya asombrarse ni maravillarse, est como muer-
to. A. Einstein, Mis ideas y opiniones, Bon Ton, Barcelona, 2000, p. 10.
6
El hombre no tiene un Yo permanente e inmutable. Cada pensamiento, cada humor, cada
deseo, cada sensacin dice Yo [...] En su lugar, hay centenares y millares de pequeos yoes
separados, que la mayora de las veces se ignoran, no mantienen ninguna relacin, o por el con-
trario, son hostiles unos a otros, exclusivos e incompatibles. A cada minuto, a cada momento, el
hombre dice o piensa Yo. Y cada vez su yo es diferente. Hace un momento era un pensamien-
to, ahora es un deseo, luego una sensacin, despus otro pensamiento, y as sucesivamente, sin
fin. P. D. Ouspansky, El hombre es una pluralidad. Su nombre es legin. Fragmentos de una
enseanza desconocida, Hachette, Buenos Aires, 1979, pp. 91-92.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 23-46. UNED, Madrid
26 Mara Teresa Romn

fundamentalmente separados, ha introducido el concepto de partcipe para


reemplazar el de observador, y puede que hasta incluso crea necesario incluir la
consciencia humana en su descripcin del mundo. Ha llegado a ver el Universo
como una entretejida telaraa de relaciones fsicas y mentales cuyas partes slo
se definen a travs de sus relaciones con el todo7. En efecto, la consciencia de
la interconexin, de nuestra participacin en la trama de la vida slo es posible,
segn las tradiciones orientales no-duales, al trascender el plano inmediato de
lo material y acceder a otros niveles de realidad, conciencia y percepcin
ms sutiles8 descuidados por muchos pensadores occidentales9. El budista no
cree en un mundo exterior objetivo distinto o separado de l, en cuyas fuerzas
motrices podra insinuarse de algn modo. Mundo exterior y mundo interior
son para l las dos caras de un mismo tejido en el cual los hilos que constituyen
todas las fuerzas, todos los acontecimientos, todos los objetos y todas las formas
de conciencia, estn tejidos en una tela infinita inconstil, de acontecimientos
que se condicionan mutuamente10. En el Yoga Vasistha leemos: Aunque los
sabios hablan de exterior e interior, dentro y fuera, ambas expresiones son
palabras sin una substancia correspondiente, y slo se mencionan para instruir
al ignorante [] El sujeto no puede verse a s mismo como ve al objeto, pero

7
F. Capra, El Tao de la fsica, Luis Crcamo, Madrid, 1984, p. 161.
8
Nuestra consciencia despierta, normal, la consciencia que llamamos racional, slo es un
tipo particular de consciencia, mientras que, por encima de ella, separada por una pantalla
transparente, existen formas potencias de consciencia completamente diferentes [] Ningu-
na explicacin del universo en su totalidad puede ser definitiva si descuida estas otras formas
de consciencia. W. James, Las variedades de la experiencia religiosa, Pennsula, Barcelona,
1986, p. 291.
9
No hay que retroceder mucho en las revistas especializadas para leer una y otra vez acerca
de la filosofa como algo intrnsecamente occidental, de races griegas, que nunca se replic
en el otro lado. El pensamiento hind, budista o taosta se habra quedado en el mythos,
dejando a Occidente con la nica patente de corso para poder explotar el logos. Sin embargo,
un mnimo de investigacin bibliogrfica sobre el tema muestra de forma palmaria que esa
ilusin de monopolio de la razn no se sostiene: el acercamiento popular ve en el budismo
tibetano solo el mitolgico tantra de visualizaciones de deidades cuando no monjes levitando,
sin ser consciente de la cantidad de filosofa sistemtica que est detrs del budismo de los
seguidores del Dalai Lama. Las finas distinciones entre estados mentales del Abhidhamma no
pueden sino recordarnos tanto por objetivo como por metodologa a los ejercicios ms tcni-
cos de la filosofa analtica. Incluso el misticismo de un Dogen o un Nagarjuna tienen claros
paralelos en pensadores occidentales como Kierkegaard, Eckhart o Wittgenstein. El pensa-
miento oriental es filosofa. Y se trata de reflexin filosfica viva, en continua interaccin con
las ciencias actuales, que reflexiona sobre los mismos temas que nuestro pensamiento occi-
dental. D. Casacuberta, Reencuentros ms all de las etiquetas, en Enrahonar. Quaderns de
Filosofia 47 (2011), p. 222.
10
A. Govinda, Fundamentos de la mstica tibetana, Eyras, Madrid, 1980, p. 104.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 23-46. UNED, Madrid
Paisajes no duales en el pensamiento oriental 27

se ve precisamente como objeto y por lo tanto no se ve, es decir, aunque es la


propia realidad, se ve como algo irreal y no como realmente es. Sin embargo,
cuando se despierta el autoconocimiento y el objeto deja de existir, el sujeto se
comprende y se realiza como la nica realidad11. Por ltimo, en El malestar
de la cultura, Sigmund Freud afirma: Originalmente el yo lo incluye todo;
luego, desprende de s un mundo exterior12. No est de ms sealar aqu que
todas estas ideas nos obligan a redefinir el continente y el contenido de nuestro
universo.

En la medida en que penetramos en el interior de algunos edificios


filosficos, religiosos, psicolgicos, literarios de una arquitectura intelectual
brillante y elegante, hallamos vas de expresin y lneas argumentales profundas,
desconcertantes, integradoras, creativas, interactivas y holsticas13, apuntando
hacia mbitos ms maduros, vitales y proteicos e instrumentos de percepcin,
comprensin y transmisin distanciados del modelo cognitivo, emocional14 e
interactivo imperante, exclusivo, arbitrario y dual instaurado y expresado de
mltiples maneras en Occidente, cuya direccin seala hacia un mismo punto
de convergencia: la no-dualidad entre sujeto y objeto. Para que todos sean uno,
como t, Padre, ests en m y yo en ti, para que tambin ellos sean en nosotros
y el mundo crea que tu me has enviado [] Yo en ellos y t en m, para que
sean consumados en la unidad (Juan 17,21-22 y 23). De Kabr, sabio indio
del siglo XV, es el siguiente poema: El ro y sus olas son una unidad; qu
diferencia hay entre l y ellas? Cuando se levanta la ola, es de agua, y agua es
al caer de nuevo. Dnde est, pues, la diferencia? Deja de ser agua porque se
la llam ola? Dentro del Brahman Supremo existen los mundos como cuentas

11
E. Ballesteros (ed.), ob.cit., p. 121.
12
S. Freud, Obras completas, tomo VIII, Biblioteca Nueva, Madrid, 1974, p. 3019.
13
En 1925, el filsofo Jan Smuts escribi en el prefacio de su obra, Holism and evolution:
This factor, called Holism in the sequel, underlies the synthetic tendency in the universe,
and is the principie wich makes for the origin and progress of wholes in the universe. And
attempt is made to show that this whole-making or holistic tendency is fundamental in
nature, that it has a well-marked ascertainable character, and that Evolution is nothing but
the gradual development and stratification of progressive series of wholes, stretching from the
inorganic beginnings to the highest levels of spiritual creation. Holism and evolution, Nueva
York, Macmillan, 1926, p. V.
14
Por mucho tiempo hemos considerado equivocadamente que el pensamiento y la emocin
eran cosas distintas, que podan separarse. Que la mente del hombre funcionaba mejor sin la
interferencia de estados emotivos, cmo si fuera posible ignorar las emociones!. L. Esquivel,
El libro de las emociones. Son de la razn sin corazn, Plaza y Jans, Barcelona, 2000, pp.
27-28.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 23-46. UNED, Madrid
28 Mara Teresa Romn

de un rosario: contempla ese rosario con el ojo de la sabidura15. La Mundaka


Upaniad (III.2.9) afirma: He, verily, who knows the Supreme Brahman
becomes Brahman himself. Finalmente, la Mdkya Upaniad (II) proclama:
All this is, verily, Brahman.

Limitaciones de espacio nos impiden avanzar hacia un anlisis pormenorizado


de los diferentes momentos y vaivenes del proceso que pone al descubierto
procedimientos (por ejemplo, yoga, zazen, etc.) doctrinas y tcticas intelectuales
que han calado en grandes tradiciones sapienciales de oriente y que apuntan
directamente al ncleo de la doctrina de la no-dualidad16. Vamos a intentar, no
obstante, esbozar algunos aspectos bsicos.

2. Comienza el espectculo

Nuestra siguiente tarea va a consistir en llevar a cabo un ejercicio especulativo


para reconocer claves y variantes interpretativas cercanas al mundo de la
dualidad pero que permiten el acceso a diversos paisajes relacionados con un
mbito de excelencia y sorprendentes conexiones17. Comenzaremos con un
activo simblico de gran envergadura presente en algunas tradiciones sapienciales
y religiones antiguas, a saber, el desmembramiento18.

15
Kabir, Cien poemas de Kabir, Diana, Mxico, 1975, p. 38
16
Vase M.T. Romn, Una aproximacin a las sabiduras orientales no duales, en ndoxa
(2010), pp. 103-127.
17
Smbolo, mito, imagen pertenecen a la sustancia de la vida espiritual; que pueden camu-
flarse, mutilarse, degradarse, pero jams extirparse. M. Eliade, Imgenes y smbolos, Taurus,
Madrid, 1979, p. 11.
18
Vase M.T. Romn, El desmembramiento en las grandes sabiduras orientales, en Boletn
de la Asociacin Espaola de Orientalistas (2009), pp. 131-146.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 23-46. UNED, Madrid
Paisajes no duales en el pensamiento oriental 29

Alejamientos del vaco19, amputacin de la Eternidad, divisin


de la Identidad Suprema, acto original de separacin, paso de la unidad
a la multiplicidad, comienzo de My20, desmembramiento, ruptura
primigenia, gran principio o hgase la distincin son distintos nombres con
los que se denomina el paso de la no dualidad al dualismo originario (sujeto y
objeto) y que nos ha conducido a una forma coercitiva de conocer y relacionarnos
con todo lo que nos rodea, en base a la ignorancia21, el conflicto, la disgregacin
y la discontinuidad entre la humanidad y el universo. Ananda Coomaraswamy,
uno de los ms importantes exponentes del pensamiento oriental tradicional,
seala: En ese eterno comienzo, no hay ms que la Identidad Suprema de Ese
Uno (tad ekam), sin distincin de ser y no ser, de luz y tinieblas, sin separacin
de cielo y tierra. El Todo est entonces contenido en el Principio, al que se puede
designar por los nombres de Persona, Progenitor, Montaa, rbol, Dragn o
Serpiente sin fin [...] La Serpiente sin fin, que permaneca invencible en tanto

19
El testimonio de que con anterioridad al comienzo de la creacin no haba nada aparece
en diversas obras de la literatura de la India: Esta idea aparece en otro pasaje del Rig
Veda, Himno X, 72,2 y 3 (lo existente [sat] naci de lo inexistente [asat]; en el Atharva
Veda X, 7, 25 (los Dioses nacieron de lo inexistente); en el atapatha Brmaa (obra que
pertenece a una poca posterior a la de los Vedas) VI, 1, 1,1 (En el inicio esto [=el mun-
do] era inexistente, asad vi-dam agrast) y en las Upanishads (obras posteriores a los
Brmaas) hay referencias a personas que sostenan esta idea, como en la Taittirya II, 7.1
(En el inicio haba lo no-existente; de ste naci lo existente, asad v idam igra sit/tato
vai sad ajyata), cf. Chndogya VI, 2, 1. F. Tola y C. Dragonetti, El vedismo. Los Vedas.
Lo Uno como origen de todo el orden csmico, en Boletn de la Asociacin Espaola de
Orientalistas (2003), pp. 223-224. Por su parte, el Tao te ching (40) afirma: Las cosas del
mundo nacen del ser (y) del no-ser. La Vaciedad, afirma Nagarjuna, no es diferente de
las cosas, y ninguna cosa existe sin ella. F. Tola y C. Dragonetti, Nihilismo budista. La
doctrina de la vaciedad, Premi, Mjico, 1990, p. 179.
20
La Doctrina de My asevera que todo el mundo y la creacin csmica, subjetiva y objeti-
va, es ilusoria, y que la nica realidad es la mente. Los objetos de nuestros sentidos, nuestro
aparato corporal, nuestras cogniciones mentales, inferencias, generalizaciones, y deducciones
no son sino fantasmagora. Aunque los hombres de ciencia clasifiquen y acuerden fantasiosos
nombres latinos y griegos a las variadas formas de la materia, orgnica e inorgnica, la materia
misma carece de existencia verdadera. El color y el sonido, y todas las cosas vistas con los ojos
o percibidas con los rganos sensoriales, al igual que el espacio y la dimensin son igualmen-
te fenmenos falaces. W. Y. Evans-Wentz, Yoga tibetano y doctrinas secretas o los siete libros de
la sabidura del Gran Sendero, Kier, Buenos Aires, 1975, p. 195. Por su parte, Ken Wilber
afirma: Pensamiento, conceptualizacin, racionalizacin, distinciones, dualismos, medidas,
o conocimiento del mapa simblico, no son ms que distintas formas de denominar ese maya
mediante el cual dividimos aparentemente la unidad en muchas partes, generado el espectro
de la conciencia. El espectro de la conciencia, Kairs, Barcelona, 1990, pp. 138-139.
21
My (ilusin) y avidy (ignorancia) son conceptos intercambiables en la obra de
akara, el principal representante del vednta advaita.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 23-46. UNED, Madrid
30 Mara Teresa Romn

que Abundancia, es separada y desmembrada como un rbol al que se derriba y


trocea en rodajas [...] De este Gran Ser, como de un fuego asfixiado y humeante,
son exhalados las Escrituras, el Sacrificio, los mundos y todos los seres [...] El
Progenitor, cuyos hijos, emanados son como piedras durmientes e inanimadas,
se dice: Entremos en ellos para despertarlos; pero, en tanto es uno, no puede
hacerlo, por eso se divide22.

Los grandes rapsodas vdicos, de un genio mstico y poderoso, de estilo


lleno de vigor, encontraron las circunstancias favorables para avanzar hacia
una explicacin metafsica del mundo y de la vida, casi siempre inspirados
por los smbolos, y buscaron la unidad sin dejar de admirar la diversidad, a
menudo bajo la apariencia de un politesmo grosero. El g Veda (X, 90, 6-14)
explica de un modo dramtico la creacin del mundo mediante el sacrificio del
Prusha, el hombre gigantesco y primordial, que fue dividido al comienzo y
del cual surgieron, por esa particin misma, todos los seres manifestados: Al
ofrecer los dioses el sacrificio con el purusha como ofrenda, la primavera fue la
grasa, el verano la lea, el otoo la oblacin. Como sacrificio, sobre la paja ritual
consagraron al purusha, que naci en el principio. Con l sacrificaron los dioses,
los Sadhyas y los rishis. En este sacrificio, ofrecido totalmente, se recogi la grasa
coagulada. Con ella crearon a los animales, que viven en el aire, en los bosques
y en las aldeas [...] De l nacieron los caballos, y las bestias que tienen dentada
la boca; y nacieron las vacas, las cabras y los corderos [...] De su mente naci la
luna, del ojo naci el sol, Indra y Agni de su boca, de su aliento naci Vayu. De
su ombligo surgi el espacio; de su cabeza se desarroll el cielo; de sus pies naci
la tierra, y de sus orejas las regiones. As construyeron a los mundos.

Tambin los sabios-filsofos de las Upaniad, ejercitados en el manejo de


instrumentos intelectuales y sostenidos por materiales de todo tipo acumulados
a lo largo de los siglos, ofrecieron explicaciones sobre el paso de la unidad a la
multiplicidad. La Chndogya Upaniad (VI.2.2-3) proclama: In the beginning
this was being alone, one only without a second. It thought, May I be many,
may I grow forth. It sent forth fire. That fire thought, May I be many, may I
grow forth. It sent forth water. Therefore, whenever a person grieves or perspires,
water is produced from the fire (heat). Y la Brhadrayaka Upaniad (I.4.7)
declara: At that time (universe) was undifferentiated. It became differentiated
by name form (so that it is said) he has such a name, such a shape. Finalmente,
la Maitr Upaniad seala: Eso, dividindose a s mismo inmensurables veces

22
A.K. Coomaraswamy, Hinduismo y budismo, Paids, Barcelona, 1997, pp. 23 y 25.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 23-46. UNED, Madrid
Paisajes no duales en el pensamiento oriental 31

llena (prayati) estos mundos... de Ello proceden continuamente todos los seres
animados23.

Por su parte, el pensamiento budista deja clara la identidad del responsable


del universo de la manifestacin (samsra). En efecto, en un famoso fragmento
del Mahynaraddhotpdastra (El Despertar de la fe en el gran vehculo),
Avaghoa, poeta y filsofo indio de la corriente mahyna, declara:

The Mind, though pure in its self-nature from the beginning, is accom-
panied by ignorance. Being defiled by ignorance, a defiled [state of ] Mind
comes into being. But, though defiled, the Mind itself is eternal and immu-
table. Only the Enlightened Ones are able to understand what this means.

What is called the essential nature of Mind is always beyond thoughts. It


is, therefore, defined as immutable. When the one World of Reality is yet
to be realized, the Mind [is mutable and] is not in perfect unity [whith Such-
ness]. Suddenly, [a delude] thougt arises; [this state] is called ignorance24.

Asimismo, el Tao te ching (XXXII), uno de los grandes tratados del taosmo
filosfico, manifiesta: Cuando el Cielo y la Tierra estaban unidos se desprenda
dulce roco [...] Empezaron las jerarquas y con ellas aparecieron los nombres
(ttulos), habiendo aparecido los nombres, ser menester saber detenerse. Y
en el Zhuang zi (XII, VII), otra de las grandes obras del taosmo filosfico,
leemos: El gran principio fue la Nada; no haba Ser, ni haba nombres. De ella
surgi el Uno. Haba el Uno, pero no haba formas corpreas. Participando de
l nacieron los seres, y a esto nombrase Virtud. Lo que no tena forma corprea
se dividi, y de ah se sigui un incesante movimiento, a lo que se nombra
Destino. (La energa primordial) en su alternancia de movimiento y reposo
engendr los seres.

Tambin el Gnesis (1, 1,3-4, 6,27) refiere el paso de la unidad a la


multiplicidad as: Al principio cre Dios los cielos y la tierra [] Dijo Dios:
Haya luz; y hubo luz. Y vio Dios ser buena la luz y la separ de las tinieblas

23
A. K. Coomaraswamy, Las ventanas del alma, Sanz y Torres, Madrid, 2007, p. 13.
24
Y.S. Hakeda (ed.), The Awakening of Faith attributed to Avaghosha, Columbia University
Press, Nueva York, 1967, p. 50.

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32 Mara Teresa Romn

[] Dijo luego Dios: Haya firmamento en medio de las aguas, que separe unas
de otras; y as fue [] Y cre Dios al hombre a imagen suya, a imagen de Dios
lo cre, y los cre macho y hembra.

En Laws of form, el eminente cientfico George Spencer Brown expone una


versin matemtica del comienzo de My o acto original de separacin:
The theme of this book is that a universe comes into being when a space is
severed or taken apart. The skin of a living organism cuts off an outside from
an inside. So does the circumference of a circle in a plane. By tracing the way,
we represent such a severance, we can begin to reconstruct, with an accuracy
and coverage that appear almost uncanny, the basic forms underlying linguistic,
mathematical, physical and biological science, and can begin to see how the
familiar laws of our own experience follow inexorably from the original act of
severance25.

En El espectro de la conciencia, Ken Wilber, una de las grandes autoridades


en el estudio de la conciencia, desarrolla una versin psicolgica del
desmembramiento. He aqu un breve extracto:

En realidad, existe slo la Mente [] Pero a travs del proceso de maya,


del pensamiento dualista, introducimos dualidades o divisiones ilusorias
[] el hombre abandona su identidad csmica con el todo, para adoptar
una identidad personal con su organismo y generar as el segundo nivel
principal de la conciencia, el nivel existencial: el hombre identificado con
su organismo.

La fragmentacin a travs de la dualidad prosigue como una espiral


ascendente, de modo que la mayora de los individuos no se sienten siquiera
identificados con la totalidad de su organismo [] generando as el tercer
nivel principal de la conciencia: nivel egoico [] La identidad del individuo
se desplaza una vez ms, en esta ocasin a ciertas facetas de su ego, generando
el prximo nivel del espectro, que denominamos la sombra26.

25
G.S. Brown, Laws of form, George Allen and Unwin, Londres, 1969, p. V.
26
K. Wilber, ob.cit., pp. 132-133.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 23-46. UNED, Madrid
Paisajes no duales en el pensamiento oriental 33

La divisin entre sujeto y objeto se transform en un recurso metodolgico y


en una artificiosa pugna entre dos bandos distintos, distantes y opuestos y devino
en una realidad incuestionable. Al mismo tiempo que el trmino objetivo
se converta en sinnimo de verdadero, eran condenadas al ostracismo o,
en el mejor de los casos, tratadas con cierto desdn, todas las otras formas de
conocer, consideradas como no objetivas y por consiguiente, menos fiables, a
saber: lo filosfico, lo artstico, lo mtico, lo mgico, lo intuitivo, lo corporal, lo
emocional, lo paradjico, lo espiritual

3. La doctrina de la no-dualidad

Una adecuada comprensin de la doctrina de la no-dualidad es un requisito


necesario para aproximarse a un vasto mbito de excelencia, de sorprendentes
ligazones y misteriosas implicaciones, que a veces se manifiesta en la legalidad
cotidiana y aporta elementos inadmisibles, raros, fantsticos e inslitos y que
recibe los nombres, entre otros, de Realidad27, Absoluto, Conciencia28,
Mente, Sabidura Talidad, nyat29, Brahman, tman o la
negacin de cualquier nombre posible. Mientras que la existencia emprica
del ser humano est marcada por el sufrimiento y la esclavitud debido al efecto
ilusorio de su ignorancia espiritual, la iluminacin espiritual revela una realidad
eterna, en la que no pueden darse dualidad o limitacin alguna. Puesto que
la distincin entre objeto y sujeto no tiene cabida en ella, interpretarla resulta
obviamente difcil. Ha sido descrita en el Vednta como el autoconocimiento,
en base a su calidad de consciencia inmediata no objetiva. Ha sido descrita
por el budismo como Vacuidad, en funcin de su ausencia de determinacin.
Tambin ha sido descrita como revelacin de la Divinidad, en la medida en que

27
Verily, the name of that Brahman is the True (Chndogya Upaniad VIII.3.4).
28
La conciencia no es una manera de pensar o de sentir (en todo caso, no es eso exclusiva-
mente), sino un poder de entrar en relacin con la multitud de grados de la existencia, visi-
bles o invisibles. Mientras mayor sea el desenvolvimiento de nuestra consciencia, mayor ser
su radio de accin y ms numerosos sern los grados que sea capaz de alcanzar. Satprem, Sri
Aurobindo o la aventura de la consciencia, Obelisco, Barcelona, 1989, p. 77.
29
Se habran evitado muchas malas interpretaciones de la concepcin Madhyamika de la
vacuidad si se hubiera dado todo su peso a los trminos que se emplean como sinnimos de
vacuidad. Uno de los sinnimos ms frecuentes es No-dualidad [] Desde otro punto de
vista, la vacuidad es llamada Talidad, porque uno toma la realidad tal como es, sin superponer
sobre ella ninguna idea. E. Conze, El budismo. Su esencia y su desarrollo, Fondo de Cultura
Econmica, Mjico, 1978, p. 184.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 23-46. UNED, Madrid
34 Mara Teresa Romn

puede ser concebida como la nica fuente de la que puede surgir la totalidad
de sujetos y objetos30. A pesar de los diversos nombres que los sabios-filsofos
orientales atribuyeron a ese principio, el ncleo de las descripciones descansa
precisamente en su carcter nico. En xodo (3,14) leemos: YO SOY EL QUE
SOY. Y la Brhadrayaka Upaniad (I.4.10) proclama: I am Brahman.

Los pensadores de la India empleaban el concepto de My31 para referirse


a la condicin ilusoria del universo fenomnico. Eliot Deutsch, Director del
Departamento de Filosofa de la Universidad de Hawaii, seala: My existe
cuando dejamos de Realizar la unidad de lo Real32. En el Yoga Vsishta, uno de
los tratados ms importantes del vednta advaita, leemos: La ignorancia, My
oculta la verdad y crea esta diversidad [] El que sabe que slo Brahman es
verdadero, es el que puede considerarse iluminado33. En la Bhagavad gt (VII,
25) leemos: Oculto por la my yguica, no para todos me torno yo visible. El
mundo sumido en el error no me conoce a m, no-nacido, inalterable. Por su
parte, Ken Wilber ha recogido un interesante relato que nos sirve para ilustrar
la doctrina de My:

Se cuenta de un hombre que, durante un viaje en autobs, se encontr


con un viejecillo de aspecto tembloroso, el cual tena en una mano una
bolsa de papel e iba echando en ella trocitos de comida. Finalmente, el
otro pasajero no pudo aguantar la curiosidad y le pregunt qu era lo
que llevaba en la bolsa de papel.

Una mangosta. Como debe usted saber, es un animal que puede


matar serpientes.

Pero, por qu la lleva con usted?

Es que soy alcohlico y necesito la mangosta para que espante a


las serpientes cuando sufro un ataque de delirium tremens.

30
C.G. Pande, Dos dimensiones de la religin: reflexiones basadas en la experiencia espiri-
tual y en las tradiciones filosficas hindes, en E. Deutsch (ed.), Cultura y modernidad.
Perspectivas filosficas de Oriente y Occidente, Kairs, Barcelona, 2001, p. 314.
31
My tiene antecedentes en el g Veda (6.18.12 y 6.47.18), la Svestvatara Upaniad
(4.2) y la Bhagavad-Gt (4.67.14, 7.25-27).
32
E. Deutsch, Vednta Advaita. Una reconstruccin filosfica, Etnos, Madrid, 1999, p. 39.
33
E. Ballesteros (ed.), Yoga Vsishtha. Un compendio, Etnos, Madrid, 1995, p. 189.

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Paisajes no duales en el pensamiento oriental 35

Pero no sabe usted que esas serpientes son imaginarias?

S, claro replic el viejo, pero la mangosta tambin lo es.34


Una de las analogas ms frecuentes y paradjicas empleadas por los autores


de la literatura de la Prajpramit (Perfeccin de la Sabidura), las obras
literarias ms antiguas del mahyn, cuando intentan comunicar la doctrina de
la Vacuidad es la de My: La iluminacin suprema es como May y sueo35.
Por su parte, en el Yuktishashtika, Nagrjuna, el mximo exponente de la escuela
mdhyamaka del budismo mahyna, afirma: Cuando uno percibe con su
mente que la existencia es similar a un espejismo, a una ilusin mgica, uno (ya)
no es (ms) corrompido por las falsas doctrinas de un comienzo y de un fin36.

Si salimos de My, un paisaje intelectual37 y normativo caracterizado, entre


otras cosas, por oclusiones, tachaduras, entonaciones, ocultaciones, laberintos,
separaciones, oposiciones, nfasis, divisiones, ignorancia o ilusin, llegamos
a una doctrina que proclama la realidad de un principio holstico, sagrado,
inefable y no una quimera subjetiva, que permanece detrs de la pantalla
siempre cambiante de un universo de papel38, observando las peripecias que
forman parte del drama de la vida en medio de la asombrosa diversidad de formas
individuales y colectivas: Pero si el mundo es holstico y holnico, por qu no
hay ms personas que lo vean as? Y por qu tantas disciplinas acadmicas lo
niegan activamente? Si el mundo es total, por qu tantas personas lo consideran
fragmentado? Y por qu, en ltima instancia, el mundo est roto, fragmentado,
alienado y dividido?39. En las Analectas (VI, XV), Confucio formula las siguientes
preguntas: Quin puede salir por otro sitio que no sea la puerta? Por qu ser
que los hombres no andan a lo largo del verdadero camino?.

34
K. Wilber, La conciencia sin fronteras, Kairs, Barcelona, 1985, p. 106.
35
D.T. Suzuki, Ensayos sobre budismo zen, Tercera Serie, Kier, Buenos Aires, 1989, p. 266.
36
F. Tola y C. Dragonetti, ob.cit., p. 74.
37
El juego con conceptos es muy til para el pensar abstracto, esto es, para aquel que se ha
separado de la experiencia, pero es muy limitado para establecer nuestra comunin con la
realidad. R. Panikkar, La experiencia filosfica de la India, Trotta, Madrid, 1997, p. 20.
38
Lo que ves son rboles de papel, flores de papel, lunas de papel y estrellas de papel. Porque
no vives en la realidad, sino en tus palabras y pensamientos [] Desgraciadamente, vives una
vida de papel y morirs una muerte de papel. A. de Mello, Quin puede hacer que amanezca?
Sal Terrae, Santander, 1988, p. 54.
39
K Wilber, Una teora de todo. Una visin integral de la ciencia, la poltica, la empresa y la
espiritualidad, Kairs, Barcelona, 2007, p. 69.

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36 Mara Teresa Romn

Los ms representativos productos filosficos expuestos y desarrollados


por los filsofos de la Grecia antigua y que han definido los itinerarios ms
importantes de la actividad filosfica (sobre todo la occidental) as como el
objeto de sus diversas disciplinas, son dualidades. El conocimiento dualista
segn el cual el universo se manifiesta en dos grandes captulos: observador
y observado, sujeto y objeto, es la fuerza motriz de la filosofa, la teologa y la
ciencia de occidente. La filosofa occidental, en general, es la griega y la filosofa
griega es la filosofa de los dualismos40.

Sin embargo, en otros mbitos filosfico-religiosos florecieron las vigorosas


semillas que plantaron sabios axiales41 y algunos filsofos y eruditos de la
Antigedad y Edad Media. Una de estas simientes, la de la no-dualidad entre
el observador y lo observado, el cuestionamiento de la construccin mental
sujeto-objeto por la que se ha deslizado la filosofa y la ciencia occidentales, no
slo prendi, sino que evolucion de tal modo que facilit la gestacin de una
importante variedad de intuiciones, creencias, doctrinas, tratados, pensadores,
grupos y movimientos de una gran envergadura filosfica.

La no-dualidad es una pieza clave de la organizacin del pensamiento de


la escuela vednta advaita42 hind, los grupos mdhyamaka y yogchra del
Budismo mahyna y ciertas corrientes del Taosmo. En efecto, para estos
importantes sectores del pensamiento oriental existe un nico principio, aunque
ninguno de ellos rechaza de plano el mundo dualista relativo con el que tan
familiarizados nos hallamos y que terminamos confundiendo con el sentido
comn, el mundo en tanto coleccin de objetos discretos que interactan
causalmente en el espacio y en el tiempo. Lo que estos sistemas afirman, por el
contrario, es la existencia de una forma no-dual de experimentar el mundo, una
modalidad ms real y elevada que la modalidad dualista que los occidentales
damos por sentada43. En efecto, el despertar a la conciencia no dual, no
quiere decir que nuestro mundo desaparezca. Sencillamente adquiere un nuevo
significado. El esfuerzo de comprensin est dirigido a intuir la unidad de todo
lo existente44. Recordemos aqu las enigmticas palabras de un maestro oriental:
Antes de llegar al Zen, las montaas eran slo montaas, los ros slo ros, los

40
K. Wilber, El espectro de la conciencia, ed. cit., pp. 36-37.
41
La mayora de las tradiciones sapienciales aparecieron en el periodo que Karl Jaspers deno-
min la Era Axial, aproximadamente entre los aos 900 a 200 a.C.
42
Sistema no dualista del Vednta.
43
D. Loy, No dualidad, Kairs, Barcelona, 2000, p. 17.
44
Es indivisible y, como si estuviera dividido, reside en los seres (Bhagavad Gt XIII, 16).

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 23-46. UNED, Madrid
Paisajes no duales en el pensamiento oriental 37

rboles slo rboles. Cuando profundic en el Zen, las montaas ya no eran


montaas, los ros ya no eran ros, los rboles ya no eran rboles. Pero cuando
alcanc la iluminacin, las montaas volvieron a ser slo montaas, los ros
volvieron a ser slo ros y los rboles slo rboles45. Finalmente, en la mstica
musulmana encontramos el siguiente mensaje: Por mucho que te alejes se
nos responde es al punto de partida a donde vas a llegar de nuevo, como la
punta del comps volviendo sobre s misma. Se trata, simplemente de salir
de uno mismo para llegar a uno mismo? De ningn modo. Entre la salida y la
llegada, un gran acontecimiento lo habr transformado todo; el yo que se vuelve
a encontrar all es el que est ms all de la montaa de Qf, un yo superior46.

La doctrina de la no-dualidad, aquella en la que se trasciende toda diferencia


entre el sujeto y el objeto, el escenario idneo para llegar a comprender y
experimentar la naturaleza no-dual de la Realidad, forma parte del quehacer
filosfico-religioso (no exento de imaginacin, creatividad e intuicin) ms
antiguo de la India. En efecto, en el Himno de la Creacin del g Veda (10,129)
leemos: No exista la muerte, ni exista lo inmortal, ni signo distintivo de la
noche y del da. Slo el Uno respiraba, sin aire, por su propia fuerza. Aparte de l
no exista cosa alguna. En esta estrofa del clebre himno vdico est expresado
ya el pensamiento que a travs de los siglos va a determinar toda la reflexin de
algunos de los ms importantes pensadores y sabios-maestros de la India: el
Uno sin segundo: En este himno es posible distinguir la quintaesencia del no
dualismo. Todas las cosas se remontan a un nico principio47.

Las Upaniad repiten las catas ensayadas por los sabios-poetas vdicos para
establecer la naturaleza de aquello que era en el principio. En la Brhadrayaka
Upaniad (II. 4.14) leemos: For where there is duality as it were, there one
smells another, there one sees another, there one hears another, there one speaks
to another, there one thinks of another, there one understands another. Where,
verily, everything has become the Self, then by what and whom should one
smell, then by what and whom should one see, then by what and whom should
one hear, then by what and to whom should one speak, then by what and on
whom should one think, then by what and whom should one understand?

45
J. White (ed.), Qu es la iluminacin, Kairs, Barcelona, 1989, pp. 22-23.
46
H. Corbin, Mundus imaginalis, lo imaginario y lo imaginal (I), en Axis mundi (4), 1995,
p. 38.
47
T.M.P. Mahadevan, Invitacin a la filosofa de la India, Fondo de Cultura Econmica, Mji-
co, 1991, p. 22.

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38 Mara Teresa Romn

By what should one know that by wich all this is known? By what, my dear,
should one know the knower?; When, to one who knows, all beings have,
verily, become one with his own self, then what delusin and what sorrow
can be to him who has seen the oneness? ( Upaniad VII); (Turya is)
not that which cognises the internal (objects), not that which cognises the
external (objetcs), not what cognises both of them, not a mass of cognition,
not cognitive, not non-cognitive. (It is) unseen, incapable of being spoken
of, ungraspable, without any distinctive marks, unthinkable unnameable, the
essence of the knowledge of the one self, that into which the world is resolved,
the peaceful, the benign, the non-dual, such, they think, is the fourth quarter.
He is the self; He is to be known (Mukya Upaniad VII).

Comprometidas con la experiencia de la no-dualidad, las Upaniad


no proporcionan un conjunto sistemtico ni presentan un nico cuerpo
doctrinario, sino que condensan largos, laboriosos y distintos afanes
especulativos e imaginativos; pero en ellas se afirma que en la realidad ltima
no es posible encontrar diversificacin de ninguna clase. La pluralidad y la
heterogeneidad son slo aparentes, afirman los sabios-filsofos de las Upaniad.
En el mundo no hay diversidad. Ir de muerte en muerte quien aqu perciba
lo que parece diversidad; Brahman es lo absolutamente distinto del esto y del
aquello, precisamente porque es lo absoluto. A toda determinacin que del
Brahman se intente, la Upaniad responder neti neti (no esto, no esto).

La formulacin de la no-dualidad en las Upaniad est ntimamente


relacionada con el horizonte semntico que se desprende de las palabras
tman y Brahman. Esos dos conceptos, as como su identidad final Brahman
comenzaron por significar una forma concreta de plegaria para terminar
refirindose a la fuente ltima de todas las cosas, el ser absoluto e inefable. Por
su parte, tman parece estar asociado en un primer momento con la respiracin
y con el hlito vital, para convertirse luego en un sinnimo del sustrato ltimo
de la vida individual, el s mismo o ser interior de toda criatura.

En resumen, el ncleo de las Upaniad se asienta pues en una posicin que


suele formularse en trminos de la identidad existente entre tman y Brahman,
y que tambin se halla implcita en el clebre enunciado: That which is the
subtle essence (the root of all) this whole World has for its self. That is the true.
That is the self. That art thou (Chndogya Upaniad VI.8.7); All this is, verily,
Brahman. This self is Brahman (Mukya Upaniad II).

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Paisajes no duales en el pensamiento oriental 39

Por su parte, la escuela vednta advaita hind incluye la idea del mundo
percibido como My y la confirmacin de la existencia de una realidad
nica ms all de los dualismos. En palabras de Ramana Maharshi, uno de
los grandes msticos contemporneos del hinduismo, este estado trasciende al
que ve y lo visto. Donde no hay nada que ver tampoco hay espectador alguno.
El ahora est viendo todo esto deja de existir y lo nico que queda es el Ser48.
Por su parte, Sri Nisargadatta Maharaj, uno de los principales maestros de la
filosofa advaita en este siglo, declara: Cuando digo yo soy, no quiero decir
una entidad separada con un cuerpo como ncleo. Quiero decir la totalidad
del ser, el ocano de la consciencia, la totalidad del universo, todo lo que es y
conoce. No tengo nada que desear puesto que siempre estoy completo49.

La caracterizacin no dual de la Realidad tambin est presente en el


Taosmo filosfico. Zhuang zi declara acerca de esta Realidad nica, ms all
del dualismo y de trminos opuestos, lo siguiente: No hay nada que no sea eso;
no hay nada que no sea eso. Lo que no puede ser visto por eso (la otra persona)
puede ser conocido por m. Es por eso que digo, esto emana de eso; eso tambin
deriva de esto. Esta es la teora de la interdependencia de esto y eso (relatividad
de los patrones).

No obstante, la vida surge de la muerte, y viceversa. Las posibilidades


surgen de las imposibilidades y viceversa. Siendo este el caso, el sabio verdadero
rechaza todas las distinciones y se refugia en el Cielo (Naturaleza). Porque uno
puede basarlo en esto, aunque esto es tambin eso y eso es tambin esto. Esto
tambin tiene su bien y su mal, y eso tambin tiene su mal y su bien. Existe
entonces realmente una distincin entre esto y eso? Cuando esto (subjetivo)
y eso (objetivo) estn sin sus correlativos, ese es el verdadero eje del Tao.
Y cuando ese Eje pasa por el centro donde convergen todos los Infinitos, las
afirmaciones y las negaciones se mezclan por igual en Uno infinito50. Si
no hay otro, no hay yo; si no hay yo, no hay nada que pueda manifestarse
(Zhuang zi II, II). (El Cielo y el hombre son uno), y no importa si el hombre
gusta de ello o deja de gustar, que todo es uno (VI, I). Si alguien [...] conoce
que la vida y la muerte, y el tener y el perder, son una y la misma cosa, a se
tendr por amigo (VI, V). Y el Tao te ching (XXV) advierte: Hay una cosa

48
Sri Ramana Maharshi, Da a da con Bhagavn, Etnos, Madrid, 1995, p. 303.
49
Sri Nisargadatta, Yo soy Eso. Conversaciones con Sri Nisargadatta Maharaj, Sirio, Mlaga,
2003, p. 226.
50
Lin Yutang, Sabidura china, Biblioteca Nueva, Buenos Aires, 1959, pp. 72-73.

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40 Mara Teresa Romn

confusamente formada anterior al Cielo y a la Tierra. Silenciosa, ilimitada! De


nada dependen y no sufre mudanza, puede ser tenida por madre del mundo. Su
nombre desconozco, la denominan Tao; Cuando el cielo y la tierra estaban
unidos se desprenda dulce roco [...] Empezaron las jerarquas y con ellas los
nombres (ttulos); habiendo aparecido los nombres, habr que saber detenerse;
sabiendo detenerse, se excusar todo dao (XXXII). Tambin en el siguiente
pasaje del Lie zi encontramos referencias claras a la no-dualidad: Al cabo de
siete aos hubo otro cambio. Dej que mi mente lo reflejara pero ya no se ocup
de fijar lo correcto y lo incorrecto. Dej que mis labios pronunciaran lo que
queran, pero ya no hablaron de ganancia o prdida Al cabo de nueve aos
mi mente dio rienda suelta a sus reflexiones, mi boca dio paso a su discurso.
Entre lo correcto y lo incorrecto, la ganancia y la prdida, no hizo distincin,
tampoco entre tocarme a m o a otros Lo Interno y lo Externo se fundieron
en la Unidad51.

Para entrar en el reino de los cielos, el Evangelio segn Toms sugiere hacer
de dos uno: Ellos le dijeron: Entonces, volvindonos pequeos, entraremos
en el Reino? Jess les dijo: Cuando () hagis de dos uno, y cuando hagis
lo que est dentro como lo que est fuera y lo que est fuera como lo que
est dentro, y lo que est arriba como lo que est a bajo, y cuando ()
hagis, el macho con la hembra, una sola cosa [] entonces () entraris
(en el Reino)52. Dicho de otro modo, el conocedor debe convertirse en lo
conocido53. Finalmente, en Isaas (11,6-9) leemos: Habitar el lobo con el
cordero, y el leopardo se acostar con el cabrito, y comern juntos el becerro y
el len, y un nio pequeo los pastorear. La vaca pacer con la osa, y las cras
de ambas se echarn juntas, y el len como el buey, comer paja. El nio de
teta jugar junto a la hura del spid, y el recin destetado meter la mano en
la caverna del basilisco. No habr ms dao ni destruccin en todo mi monte
santo, porque est llena la tierra del conocimiento de Yav.

El budismo mahyna est plagado de advertencias contra las tendencias


dicotomizadoras de la mente y de referencias a la no dualidad entre el sujeto y
el objeto. En Chatustava. Los cuatro himnos de alabanza a Buda de Nagarjuna
leemos: De acuerdo con la verdad suprema no existe en este mundo ni el

51
A. Watts, El camino del Tao, Kairs, Barcelona, 1995, p. 131.
52
J. Perigordi (dir.), El Evangelio segn Toms, Siete y Media editores, Barcelona, 1981, pp.
33-34.
53
A. Silesius, El peregrino querbico, Siruela, Madrid, 2005, p. 95.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 23-46. UNED, Madrid
Paisajes no duales en el pensamiento oriental 41

conocedor ni lo cognoscible54. La literatura del grupo yogchra abunda en


pasajes que afirman explcitamente la identidad entre el sujeto y el objeto. Los
siguientes razonamientos de Vasubandhu, uno de los grandes eruditos de la
escuela Yogcra, son, posiblemente, los ms conocidas a este respecto: Where
there is an object there is a subject, but not where there is no object. The absence
of an object results in the absence also of a subject, and not merely in tha
of grasping. It is thus that there arises the cognition which is homogeneous,
whithout object, indiscriminate and supramudane. The tendencies to treat
object and subjetc as distinct and real entities are forsaken, and thought is
established in just the true nature of ones own thought55. Por su parte, en
un fragmento del Mahynaraddhotpdastra (El Despertar de la fe en el
gran vehculo), Avaghoa afirma: The non-duality of mind and matter, spirit
and body is the basic concept of this text and a common presupposition of
Mahayana Buddhism56.

Asimismo, en el budismo zen advertimos la doctrina de la no-dualidad:


Abandonad esos errneos pensamientos que conducen a falsas distinciones.
No hay ni yo ni el otro. No hay ni malos deseos, ni clera, ni odio,
ni cario, ni triunfo, ni fracaso. Con que slo renunciis al error del
pensamiento intelectual o conceptual, vuestra naturaleza exhibir su prstina
pureza, pues slo sta es la manera de obtener la iluminacin57. Para el maestro
del zen Yasutani, jams se puede alcanzar la iluminacin a travs de la inferencia,
la cognicin o la conceptualizacin. Dejen de aferrarse a estas formas de pensar!
[] Cuando se abrigan conceptos filosficos o creencias e ideas religiosas de uno
u otro tipo tambin somos como fantasmas, pues inevitablemente uno se ata a
esto. Slo cuando la mente est vaca de esas abstracciones existe la verdadera
independencia y libertad58. Por su parte, Ngrjuna afirma: La naturaleza
propia de todas las cosas es semejante a una imagen reflejada; su esencia, pura,
calma, es carente de dualidad, igual a la realidad absoluta59.

La meta pues ms elevada concebible para un ser humano en el contexto de


las grandes tradiciones sapienciales no duales de oriente es la liberacin. Ahora
bien, de qu tenemos que liberarnos? Siguiendo las orientaciones de las citadas

54
F. Tola y C. Dragonetti, ob.cit., p. 167.
55
E. Conze (ed.), Buddhist Text Through the Ages, Bruno Cassirer, Oxford, 1954, p. 210.
56
Y.S. Hakeda (ed.), ob.cit., p. 72.
57
J. Blofeld (ed.), Enseanzas zen de Huang Po, Diana, Mxico, 1976, p. 111.
58
P. Kapleau, Los tres pilares del zen, rbol Editorial, Mjico, 1990, p. 104.
59
F. Tola y C. Dragonetti, Budismo mahayana, Kier, Buenos Aires, 1980, p. 133.

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42 Mara Teresa Romn

Sabiduras, de todo aquello que creemos ser y que, en realidad, varados en el


ocano de la dualidad, slo ramos en parte. Esa limitacin es a su vez la causa de
nuestros recurrentes sentimientos de separacin, dolor, miedo, impermanencia y,
en ltimo trmino, del sentimiento que nos hace experimentar la vida como algo
fugaz, problemtico, descorazonador y absurdo. La ignorancia, My, oculta la
verdad y crea esta diversidad, pero no conoce su propia naturaleza. Eso es lo
verdaderamente extrao y sorprendente. Mientras uno no indaga en su propia
naturaleza, My gobierna nuestros pasos; en el momento en que investigamos
nuestra propia naturaleza, desaparece como si nunca hubiera existido60. La
liberacin es pues la destruccin de la ignorancia y la amnesia espirituales y la
realizacin de la no-dualidad.

4. Conclusiones

Como parte final de la tarea que nos hemos propuesto en este artculo queremos
dejar constancia de nuestra intencin que no ha sido ni ms ni menos que mostrar
un mbito abierto y lleno de posibilidades interpretativas de una premisa bsica de
la organizacin del pensamiento de un ncleo importante del quehacer filosfico-
religioso ajeno al nuestro, a saber, la doctrina de la no-dualidad. Por otro lado, hemos
descubierto que esta aventura no ha sido ni unidimensional ni homognea, por
el contrario, han ido apareciendo matices, tendencias, perspectivas muchas veces
contradictorias. Asimismo, hemos intentado dejar diseada la posibilidad de
considerar un suceso ajeno a nuestro mundo intelectual nico e incontrovertible
y situarlo en la cima de nuestro anlisis. Por ltimo, queremos dejar constancia de
los beneficios que se obtienen al conocer las reflexiones nacidas en otros universos
intelectuales que por razones diversas muchos estudiosos, sobre todo occidentales,
no han tenido en consideracin.

En resumen, se trata de dialogar, tender puentes, compartir y dar rienda


suelta al espritu crtico. Enrgico, pero muy ilustrativo es el discurso del
Buddha a los miembros del clan Klma, en el que les invita, entre otras cosas,
a poner en marcha el espritu crtico: Klmas, no os guiis por lo que habis
odo de la tradicin, ni por la opinin comn y la autoridad de las escrituras, ni

60
E. Ballesteros (ed.), ob.cit., p. 189.

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por las especulaciones y conclusiones, ni por atractivas teoras o ideas favoritas,


ni por la impresin de mritos personales (del maestro en cuestin), ni por la
autoridad del maestro! Sino ms bien, cuando discernis por vosotros mismos:
estas cosas son insanas, rechazables, son aborrecidas por el sabio, y conducen,
cuando se realizan, al infortunio y al sufrimiento entonces Klmas, deberais
rechazarlas Y cuando discernis por vosotros mismos: estas cosas son sanas,
aceptables, son alabadas por el sabio y conducen, cuando son realizadas, a la
buena fortuna y a la felicidad entonces Klmas, deberais adoptarlas61.

61
H. W. Schumann, Buda, Ariel, Barcelona, 2002, p. 211.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 23-46. UNED, Madrid
44 Mara Teresa Romn

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Recibido: 21/05/2013
Aceptado: 12/08/2016


Este trabajo se encuentra bajo unalicencia de Creative Commons Reconocimiento-
NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional

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fundamentos UREOS de LA TEORa
POLTICA PlatnICA:
SOBRE EL MITO DEL POLTICO Y LA
TRADICIN RELIGIOSA

THE GOLDEN-AGE foundaTions of PlatonIC


POLiTICal theory:
regarding the Myth of the Statesman
and the RELIGIOuS TRADItIoN

David Hernndez de la Fuente1

Facultad de Geografa e Historia


UNED

Resumen: El presente artculo pretende, tras pasar revista a la bibliografa exis-


tente y al estado de la cuestin sobre el mito del Poltico de Platn, proponer en
primer lugar una nueva lectura de este a la luz de la tradicin religiosa griega y,
concretamente, del Leitmotiv hesidico del mito de las edades del hombre. En segun-
do lugar, la comparacin de este mito y su trasfondo religioso con otros dilogos
polticos del filsofo ateniense, notablemente con las Leyes, revela a nuestro ver a
una insistencia en las nociones de la edad de oro y del gobierno divino como ideal
poltico. Considerar este pasaje del Poltico como un fundamento en el nivel mtico
y alusivo para estas nociones en otros dilogos de Platn (sobre todo en las Leyes)

1
Departamento de Historia Antigua. E-mail: dhdelafuente@geo.uned.es

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permitira, si nuestra hiptesis de trabajo se confirma, ilustrar la interaccin del


proyecto poltico global del filsofo con el recurso a la tradicin religiosa y con los
ejemplos mticos de otros dilogos polticos.

Palabras clave: Filosofa Antigua, Platn, Poltico, Mito de la Edad de Oro

Abstract: This contribution aims to briefly review the literature and state of the
art regarding Platos Myth of the Statesman and to propose, first, a new reading of this
myth in the light of the ancient Greek religious tradition and, specifically, of the Leit-
motiv of the Hesiodic Myth of the Ages of Man. Second, we will present a comparison
of this myth and its religious background with other political dialogues of the Athenian
philosopher, notably with the Laws, which could indicate the notion of the Golden
Age and of divine government as a political ideal. The consideration of this passage of
the Statesman as a foundation on the mythical and allusive levels for these notions in
other dialogues of Plato (especially in the Laws) would, if our working hypothesis is
confirmed, illustrate the interaction of the global political project of the philosopher
and the use of religious tradition and mythical examples in other political dialogues.

Keywords: Ancient Philosophy, Plato, Statesman, Myth of the Golden Age

1. Introduccin: el mito del poltico en su contexto

Esta contribucin propone una relectura del conocido mito que inserta Pla-
tn en el Poltico a la luz de los elementos de la tradicin mtica y religiosa griega
revisando las distintas propuestas interpretativas y realizando una comparacin
con el tpico de la edad de oro. El mito se encuentra, como es sabido, en un
dilogo que versa ante todo sobre la buena techne politike y las caractersticas que
deben adornar a quien la ejerce, el politikos. Nuestra propuesta quiere ver en este
mito una evocacin de la cosmologa, la historia mtica y la utopa que trasmite
la tradicin religiosa griega en un contexto poltico, postulando una influencia
de la teologa griega en la filosofa poltica de Platn y, en concreto, la presencia
determinante del Leitmotiv religioso tradicional del mito de la edad de oro (que
aparece en Trabajos y das de Hesodo) en el ltimo pensamiento poltico del
filsofo ateniense.

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Despus de los numerosos intentos interpretativos de este controvertido


pasaje, notablemente y entre otras las lecturas de Skemp (1952), Vidal-Naquet
[1978], Castoriadis [2004], Rowe (1995, 2002 y 2010), Brisson (1995) San-
ta Cruz (2002), Horn (2002), Lisi (1985 y 2004), El Murr (2010 y 2014),
y Montserrat (2014), aqu se defender que todava hay que seguir releyendo
el mito del Poltico en comparacin con las fuentes religiosas y las tradiciones
utpicas de la literatura griega, algunas de ellas descuidadas, que pueden arrojar
luz sobre su intencin y su lugar en el pensamiento poltico de Platn, entre la
Repblica y las Leyes. As, en una primera seccin de esta contribucin se revisa-
rn los elementos bsicos del mito examinando aquellos aspectos que coinciden
con la tradicin literaria del topos de la Edad de Oro. Hay que dar cuenta en este
proceso de las transformaciones de este tema literario y religioso tras la poca
arcaica y su paso de teleologa religiosa a antropologa histrica y, finalmente, a
tpico poltico y utpico entre los siglos V y IV a.C. En una segunda seccin de
esta propuesta esta tradicin subyacente tras el propio mito del Poltico de Platn
se pondr en relacin con otros pasajes paralelos del pensamiento poltico del
ltimo Platn y, en concreto, con las Leyes, una comparacin que acaso pueda
contribuir a aclarar algunas de las perplejidades que ha creado este mito en la
historia de su interpretacin. Con este recorrido, en fin, se pretende revalorizar
la interpretacin del mito de un pasado ednico de la humanidad como un
tpico poltico a la luz de la tradicin que, desde la poca de la tirana hasta las
postrimeras de la Guerra del Peloponeso, hizo un constante uso propagandsti-
co de este tema y, a partir de ah, reinterpretar el pasaje en cuestin del Poltico
comparndolo con la presencia de ideas recurrentes sobre el mito de las edades
y sobre los fundamentos divinos del poder poltico en otros lugares clave del
pensamiento de Platn.

2. Elementos religiosos y cosmolgicos del mito del Poltico

Ante todo, procede recordar a modo de resumen de qu manera se aborda el


recurso al mito del gobierno divino y de la edad de oro en el Poltico de Platn.
El mito en cuestin se inserta en la discusin despus de que el Extranjero de
Elea haya tratado de ofrecer una primera definicin de la figura del poltico.
En efecto, en un momento de la conversacin, que avanza hacia el horismos del

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hombre de estado mediante el procedimiento de la diairesis, se llega a definir al


politikos como un pastor de hombres (267a-d). Con ello, obviamente, se sigue
tambin una conocida tradicin literaria, en el mundo griego, que se remonta a
Homero y a su epteto para caudillos legendarios como Agamenn y que, ms
all todava, recoge una antigua metfora poltica muy presente en el mundo
semtico y en el antiguo Oriente.

En este punto del dilogo, sin embargo, esta definicin llammosle tradicio-
nal aparece como insuficiente, por lo que se opta a continuacin por introducir
una interesante digresin que propone una explicacin mtica de los orgenes
para proporcionar una nueva va que pueda ofrecer resultados satisfactorios. En
efecto, ante la va agotada o interrumpida que se plantea en el desarrollo de la
diairesis, el Extranjero de Elea emprende un nuevo camino en su conversacin
con el Joven Scrates, una senda que ha de ser tomada desde el principio (
268d5). Este camino,
otro y a la vez segundo, consiste, como se dice explcitamente, en el recurso
a la narracin de un largo mito ( 268d8).

La eleccin del vocabulario de este segundo intento ya ilustra que las pecu-
liaridades de la va del mito desde su propia introduccin, por lo que debemos
reparar preferentemente en ello para entender su nivel alusivo. La considera-
cin de la va del mito es la de ser casi un juego ( 268d9), de
manera que se juzga sin duda especialmente apta para el interlocutor, cuya edad
juvenil no est lejos de la de los juegos infantiles (
268e). Pero, aparte de tratarse de una referencia obvia a la edad
del Joven Scrates, hay que subrayar otras dos implicaciones de este prembulo
a la narracin mtica. Por un lado, el mito requiere de una atencin especial,
distinta del razonamiento diairtico precedente, por parte del oyente, que ha
de ser moldeado o educado desde el principio, como en la infancia, y ha de
prestar odos al relato con una actitud distinta, semejante a la de los nios que
oyen un cuento ( , ,
268e4). Se depone as la actitud del razonamiento discursivo y el nous pasa a
orientarse ante el narrador de muy diversa forma. Por otro lado, la utilizacin
de la metfora del juego indica, seguramente, un apunte coincidente con otros
pasajes de Platn que, lejos del plano de la broma o la irona, alude a la seriedad
filosfica del mensaje que viene a continuacin. Es decir, que el mito que se va a
narrar constituye un exemplum para salir del atolladero filosfico en el que se ha
detenido la conversacin frustrada tendente a la definicin del aner politikos. Ade-
ms de la alusin al juego, otras indicaciones sobre el nivel de conocimiento y

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percepcin que requiere el discurso mtico que va a emprender el Extranjero de


Elea, y sobre las que volveremos al final; son el sueo (277d3-4:
) y la visin (291b5:
). En este sentido, tras el estado de nimo especial
y propio del mito que se sugiere y que adoptan tanto el narrador, al contar, en
palabras de Marcel Detienne, esas viejas historias de la tribu que habitan en el
pas de la memoria, como el joven interlocutor, al que se pide un cambio de
actitud al escucharlas, cabe recordar aqu el pasaje clsico en Platn acerca de la
consideracin de la seriedad y el juego, al que se refiere la Carta VII 344c. Estas
caractersticas introductorias deberan, por lo menos, ponernos en guardia con
respecto a las implicaciones de este interludio mtico en el discurso filosfico,
que en absoluto lo invalida como lectura irnica o pardica, sino que, antes al
contrario, y como todos los juegos platnicos explicados por medio de un
mito, tiene consecuencias profundas para la educacin del alma del joven oyente.

A grandes rasgos, el mito del Poltico describe en tono legendario la historia


del universo, dividida en dos periodos cosmolgicos distintos: durante el primero
los hombres y el cosmos entero estn al cuidado de la divinidad; en el transcurso
del segundo perodo, cuando el dios se desentiende de ellos, surge la necesidad
de ciertas regulaciones, entre las que se encuentra el arte de la poltica, que sirve
para suplir la falta del gobierno divino. Se recrea as con acentos cosmognicos e
intencin poltico-propedutica, al hablar de la primera etapa, una poca mtica
en que los hombres eran felices y casi perfectos bajo el gobierno del dios. En esta
primera etapa, que ser especialmente de nuestro inters por la idea tradicional de
la edad de oro de eterno retorno, se constatan diversos elementos de la narrativa
mtica y del folklore referidos a aquella feliz edad en diversas tradiciones mticas:
por ejemplo, el sol realiza un curso inverso al actual, los hombres nacen ancianos
y su vida corre hacia la infancia, hay abundancia de recursos, justicia equitativa y
buen gobierno, convivencia en paz con los animales, vegetarianismo utpico, etc.

El mito de esta edad de oro bajo el gobierno del dios en el Poltico recoge
claramente el viejo motivo de la tradicin literaria y religiosa representada en el
mundo griego por las cinco edades de Hesodo en Trabajos y das. Para entender
la carga filosfica del mito del Poltico la primera labor indispensable es contex-
tualizarlo en su marco literario, cosa que se ha pasado por alto las ms de las
veces en la polmica erudita que demuestran muchos de los artculos citados
ms arriba. La discusin acadmica acerca de las fases de la historia universal a
las que alude el mito platnico y, en concreto, de la raza de hombres que habita
en cada revolucin del mundo, sus condiciones de vida y su gradacin, ha sido

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52 David Hernndez de la Fuente

muy intensa en los ltimos decenos. En nuestra opinin, lo ms interesante de


este debate consiste en examinar la relacin con el mito tradicional de la Edad
de oro, o edad de Crono en la mitologa y la literatura griegas y en constatar en
qu sentido y con qu objetivo ha modificado Platn las cinco edades hesidicas
fruto ya de por s de una innovacin literaria con plena intencionalidad pica,
pues, como se ver, en el mito originario son tres (Baldry 1954) en una estruc-
tura de dos o tres fases csmicas, dependiendo de la teora que se siga.

En primer lugar, en cuanto a la triparticin de las edades, que transmita


tambin el aristotlico Dicearco de Mesina en su versin agrcola, y Hesodo en
la religiosa, segn los esquemas antiguos que subyacen al mito de las cinco razas
humanas de Trabajos y Das, hay que decir que desempea obviamente un papel
fundamental en el pensamiento poltico de Platn. La estructura tripartita es,
por lo dems, un esquema profundamente arraigado en el pensamiento griego,
de raigambre indoeuropea (Dumzil, 1941 y 1999; Alvarado 1993). El filsofo,
como es bien sabido, la enmarca en un sistema ms ambicioso que incluye una
definicin del alma humana y del estado ideal. El reflejo de la antigua triparticin
de las razas, con sus nombres de metal en gradacin preciosa oro, plata y bron-
ce se deja sentir en la Repblica en cuanto a los tipos de alma y sus funciones
(III 414a-415d) y tambin en cuanto a las constituciones, cuando se encarga a
los gobernantes, combinando estos metales, aquilatar las razas hesiodeas (VIII
547a-b) y tender hacia la antigua constitucin, es decir, un trmino medio
entre la aristocracia y la oligarqua (547 c)2. Las cinco razas simplificadas en tres
grupos han perdurado tambin en los tres tipos de gobierno de las ciudades en
el Poltico (291d), y, en general, en las funciones del alma, las del individuo en
sociedad y las virtudes, conformando un conocido ciclo de decadencia y retorno
que, en este dilogo hay que armonizar con una doble revolucin del universo3.

En segundo lugar, es interesante constatar cmo Platn, que conoce bien el


mito y lo usa en diversas ocasiones, lo simplifica aqu cosmolgicamente en dos
edades, una dirigida por la divinidad y otra en la que la humanidad est sola. A
este respecto, se ha discutido mucho en los trabajos citados al principio sobre si

2
Para la traduccin, cf. J. M. Pabn y M. Fernndez Galiano (eds.), 1993.
3
Los tres tipos del alma, racional (to logistikon), irascible (to thymoeides) y concupiscente (to
epithymetikon), corresponden en la Repblica, como es sabido, a las tres virtudes, sabidura,
valor y templanza. La edad de oro se puede asimilar a la monarqua, la timocracia a la de
plata, la oligarqua a la de bronce, la democracia es la edad heroica y la tirana sera una suer-
te de edad del hierro. Es interesante reparar en las consecuencias polticas de la trifuncionali-
dad indoeuropea en occidente como hace J. Alvarado, 1993.

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Fundamentos ureos de la teora poltica platnica... 53

hay dos o tres perodos csmicos en el mito del Poltico. La interpretacin ms


tradicional hace corresponder las dos revoluciones del mundo a dos etapas de la
historia, pese a que algunos autores hablan de tres pocas (Brisson 1995; Rowe
2002) para conciliarlo con la tradicin mtica de las tres edades y tres razas de
hombres de la literatura universal y el citado Leitmotiv indoeuropeo. Se propone
en esta interpretacin que durante la primera poca, la de Crono, el sol marcha
en la misma direccin que durante la actual, la de Zeus. Habra, adems, una
etapa intermedia de reversin del universo: pero es difcil de justificar sobre la
base del texto del dilogo y en la consideracin del gobernante divino, por lo
que una teora de tres etapas parece forzar en demasa la lectura de estos pasajes
(Horn 2002; Lisi 2004).

En efecto, el mito describe claramente la vida en nuestro universo como


resultante de dos revoluciones opuestas de un mismo ciclo: no es tan dependiente
en esta parte de Hesodo como de una visin cosmolgica que aun no est del
todo clara. La disputada cuestin de si se trata de dos o de tres ciclos (inter-
pretaciones que podramos llamar tradicional y reciente, respectivamente)4, ha
vuelto a la palestra en la ms reciente contribucin de El Murr (2014, 143-188,
en esp. 150), que viene a incidir de nuevo en la interpretacin tradicional, que
habla de la existencia de dos ciclos csmicos, en vez de tres. El mito del Poltico se
compar desde antiguo con otras tradiciones cosmolgicas: por un lado, los dos
ciclos parecieron a algunos una reminiscencia del Zoroastrismo5 mientras que,
por otro, las tres fases recordaban a la cosmogona del Timeo (Rowe, 2002), con
la que tiene puntos de contacto el mito del Poltico (p.e. Robinson, 1967). En
esta comparacin reside otra de las dificultades de la interpretacin cosmolgica,
es decir, en su armonizacin con lo que escribe Platn en el Timeo. En el caso del
Poltico el mundo gira en sentidos contrarios, dependiendo de si el dios lo dirige
o no, mientras que en la cosmologa del Timeo no se encuentra un cambio seme-
jante. Quiz se encuentre aqu implcita la nocin de alma del mundo en la razn
ordenadora que gua el cosmos en la etapa de gobierno divino (Gaiser, 1968,
206), pero el tema sigue sub iudice. Aunque El Murr (2014, 152 ss.) ha opinado
recientemente que la visin cclica del mito central del Poltico (268d4-274e1)

4
P.e. cf. L. Brisson, 1995 y 19983, y C. Rowe, 1999, xx-xxi. Este ltimo autor interpreta
incluso la revolucin del mundo como algo de un solo sentido: the reader of the following
translation should be forewarned that the rendering of the myth is base on a non-standard
reading [] According to the view reflected in the present volumen, by contrast, things go
in the same direction in both the age of Cronos and the age of Zeus, with a relatively short
period of reversal taking place on between them.
5
Segn un antiguo trabajo de Goodrich, 1906.

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54 David Hernndez de la Fuente

se opone a la del Timeo (41a7-b6), como apunta Lisi (2015) en su recensin de


este libro, en este dilogo se habla tambin de ciclos histricos que son comple-
mentarios al proceso de destruccin que se menciona en el mito del Poltico y
por ende no son contradictorias ambas visiones, sino complementarias.

En todo caso, en el Poltico, dentro del movimiento circular que caracteriza


el cosmos (, 271d3), hay una kyklesis hacia delante y una anakyklesis
hacia atrs (269e, , 270d3), conceptos no iguales, pero s semejantes
al Timeo (34a), donde el movimiento del cosmos tambin es en crculo, en
el caracterstico movimiento circular que en Platn define al cosmos, al alma
e incluso al razonamiento (Leyes 897c). En el Poltico la primera revolucin,
hacia delante o kyklesis, se da cuando la divinidad asiste al mundo y lo gua con
su sapiencia sobrenatural desde su torre de viga (272e). En la fase de gobierno
divino vive la raza de hombres ureos, los autctonos, que, como en Heso-
do, no mueren realmente: surgiendo de la tierra, en efecto, todos recobraban
vida, sin guardar recuerdo alguno de su anterior existencia.6 En esta primera
etapa, el sol sala por poniente y los hombres nacan ancianos, rejuveneciendo
gradualmente hasta desaparecer. Pero hay otra revolucin en la que el mundo
marcha hacia atrs o anakyklesis, cuando la divinidad est lejos de su gobierno
y deja que gire por s mismo. Esa es la etapa actual, nos viene a decir el mito,
con el firmamento en el ciclo que conocemos y la vida humana transcurriendo
desde la niez a la edad anciana. Al final de cada ciclo, sin embargo, se producen
grandes conmociones que no parecen constituir una etapa diferenciada, sino
simplemente la transicin entre las dos revoluciones. De la confusin con estas
etapas de transicin con una etapa propia se ha podido generar tal vez parte del
debate acadmico antes mencionado.

A nuestro entender no ha de haber necesariamente contradiccin entre la


triparticin tradicional y la doble y opuesta circunvolucin del universo en el
Poltico, como ha sido puesto de manifiesto a la hora de intentar armonizar este
pasaje con la cosmogona del Timeo. Y ello gracias a los cataclismos relacionados
con estas dos revoluciones y que ponen fin a las estirpes humanas, como en la
tradicin del mito. La ltima aparente y disputada contradiccin del mito es
que en otras versiones platnicas sobre la historia de la humanidad se ve una
cierta continuidad del gnero humano, mientras que en el mito del Poltico hay
una discontinuidad: esta peculiaridad podra ser explicada tanto por la herencia
discontinua de las edades hesidicas como por el recurso a la metfora mtica

6
Cito traducciones de M I. Santa Cruz, 1988, 527 y 534. Tambin en la pgina siguiente.

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Fundamentos ureos de la teora poltica platnica... 55

del fin de una edad y la renovacin del gnero humano. El esquema del mito
del Poltico, en efecto, seguir ah de cerca el modelo hesidico en el sentido de
la renovacin de los hombres antiguos a travs de la desaparicin de las razas y
el surgimiento a partir de ellas de ciertos daimones tutelares. Veamos qu dice el
mito (272e ss.):

Una vez, pues, que el tiempo de todas estas condiciones toc a su fin, que
deba producirse un cambio y que haba desaparecido ya por completo esa raza
nacida de la tierra [] el piloto del universo, abandonando por as decirlo la
caa del timn, se retir a su puesto de observacin e hicieron dar marcha atrs
al curso del mundo el destino y su inclinacin natural.

Resulta difcil no asociar a este piloto con Crono, y su puesto de observacin


con la torre de la que habla Pndaro en sus Olmpicas (II 70 ).
Sigue Platn:

En ese momento, todos los dioses que, cada uno en su regin, asistan en su
gobierno a la mxima divinidad, al advertir lo que estaba sucediendo, abandona-
ron, a su vez, las partes del mundo a las que dispensaban sus cuidados personales.
Y ste en su rotar hacia atrs, al sufrir el choque de los impulsos contrarios del
movimiento que comenzaba del que acababa, produjo en s una gran sacudida,
cuya consecuencia fue, otra vez, una nueva destruccin de todas las criaturas
vivientes.

Ese fin de raza siempre est marcado en Hesodo, como veremos ms en


detalle, por la muerte y paso al ms all de los miembros de cada edad humana
en una catstrofe csmica. Lo que aqu est haciendo Platn es afinar el reloj de
la historia universal, o de la primitiva antropologa histrica, para hacer coinci-
dir cada cambio de raza hesidico y cada ciclo que acaba en cataclismo con el
extremo de la revolucin giratoria del mundo.

Recapitulando ahora, el mito de las edades en Platn seala con claridad la


existencia de dos edades del mundo (con sus respectivas pocas de transicin),
la dirigida por la divinidad y la automtica, con dos razas de hombres, una feliz-
mente despreocupada de la poltica y otra que debe ocuparse filosficamente
de ella. Esta adaptacin no se opone a las ideas tradicionales que aparecen en
Hesodo, lo que se puede constatar comparando esta amalgama platnica de
tres componentes mticos (la revolucin inversa del cosmos, la edad de oro y la
generacin humana desde la tierra) con la tradicin del mito.

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56 David Hernndez de la Fuente

El Murr (2010) ha ensayado una interesante comparacin con Hesodo,


situando el mito en su contexto de la tradicin mitolgica griega. Pero a menudo
se olvida que, adems de Hesodo, hay otros muchos testimonios del gobierno
divino durante la edad de oro: desde otros mitos como los de Crono, Atreo y
Tiestes, hasta los referentes a los misterios rfico-dionisacos. A nuestro ver Pla-
tn refunde en el mito del Poltico tres viejos relatos tradicionales: el de Atreo y
Tiestes (cf. el resumen que ofrece Apolodoro, Ep. III 10-14), con el Leitmotiv
del curso revertido del cielo; el del reinado de Cronos en la edad de Oro; y el de
la generacin espontnea, a partir de la tierra, de los seres humanos7. El propio
extranjero, como un buen narrador de mitos, enumera al principio los temas que
va a tratar: 1) (268e8-10); 2)
(269a7) y 3) los (269b2). En realidad,
los dos ltimos son parte de esa misma idea religiosa de edad de oro a la que
hacemos referencia y el narrador los considera a todos parte del mismo
(269b5: ), un padecimiento
o evento que le sucede a nuestro mundo y a toda la humanidad, de antao u
hogao. A continuacin, el Extranjero de Elea entrar en detalle y desarrolla cada
tema por separado y cambiando el orden: 1) en 269d-270e, a continuacin 3)
en 271a-c y 2) en 271d-272b, terminando por explicar el cambio entre uno y
otro ciclo en 272d-274b.

La causa de estas modulaciones narrativas, de la combinacin de relatos


mticos y, sobre todo, la simplificacin de las edades en un esquema bipartito ha
de deberse sin lugar a dudas a razones de filosofa poltica, como veremos, pues
es aqu, en esta edad llammosle de hierro, donde sobreviene la necesidad de
ocuparse de la techne politike. Para un buen xito de las cosas humanas en esta
nuestra edad del desgobierno por parte divina, una filosofa poltica inspirada en
la divinidad deber regir a travs de su mmesis. Aqu es donde hay que alegar, a
modo de comparacin, las alusiones al gobierno ureo y divino en las Leyes que
se tratarn al final. Por ello esta propuesta se pretende, a continuacin, examinar
la tradicin religiosa y literaria, dando cuenta de su contexto global y no solo
circunscrito a Hesodo, y, en un segundo momento, comparar el trasfondo de su
filosofa poltica con el de las Leyes y sus alusiones a la edad de oro y al gobierno
divino, en la creencia de que proporcionan el mejor paradigma interpretativo
para entender el mito del Poltico.

7
Cf. C. Castoriadis, 2004, 113. Este mito sera la primera digresin en el plan de la obra,
pues recordemos que este autor subdivide el dilogo en dos definiciones, ocho incidentes y
tres digresiones.

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3. El mito de la edad de oro: de la religin a la poltica

Desde antiguo, la edad de oro lleg a ser un tpico religioso y literario, casi
un estado mental, una evasin del espritu que evocaba aquel mbito remoto en
el tiempo o en el espacio en que los hombres vivan sin temor a la muerte, entre
abundancia de alimentos y placeres, justicia igualitaria y eterna juventud8. Ya en
Homero se menciona el prestigioso illud tempus en que una raza de hombres
mejores que los actuales conviva con los dioses9. Pero el mito de la raza de oro,
recurrente en varias culturas, y de origen oriental10, entr en el pensamiento
religioso griego en poca arcaica con el poeta Hesodo, que representa la base
de la tradicin mtica griega a este respecto y tambin, obviamente, para el mito
platnico. En Trabajos y das (106-201) el mito de las edades, que propiamente se
debe llamar de las razas (Baldry, 1952, 89), se relaciona con la propia creacin
de la humanidad en sus distintas etapas, en tiempos de Crono y los Titanes. En
Hesodo las distintas edades representan nuevas creaciones de seres humanos sin
continuidad y sin que, aparentemente, tengan relacin unas con otras, por lo
que no se puede hablar de una humanidad homognea. Sin embargo, cada raza
desaparecida pasar a ocupar en el inframundo (o en el mundo paralelo de lo
divino) un estatus de semidioses tutelares de los hombres. El mito se estructura,
al igual que el platnico, en categoras segn la cercana a lo divino. La primera
y mejor raza es de oro, en tiempos de Crono, cuando an reinaba en el cielo11,
cuando los hombres vivan como dioses sin dolor (112
) ni conflictos, entre fiestas y banquetes (115
) espontneos de la tierra fecunda (117-118), eternamente jvenes, hasta
que, a la hora de morir, cayeron en un dulce sueo, convirtindose en genios
benficos, guardianes de los hombres (122-123: /
, , ). Las razas siguientes se van
alejando progresivamente del estatus semidivino en una cierta decadencia: los

8
Para un panorama general de la edad de oro, cf. H.C. Baldry, 1952 y H.F. Bauz, 1993.
Para una primera formulacin de lo que sigue, cf. Hernndez de la Fuente 2009.
9
Cf. Homero, Il. I, 251-272. Este pasaje hace referencia al prestigio de tiempos pasados con
varones sobrenaturales, como VII 120-160 con las evocaciones de Nstor. Para el origen de
esta idea antes de Hesodo, J.G. Griffiths, 1958, 91 y ss.
10
Slo hay que comparar las versiones de una edad de oro en el Gnesis, en la antigua Meso-
potamia o textos de la antigua India como la Bhagavad-Gita. A. Neyton, 1984 da un panora-
ma muy completo, tratando, por ejemplo, el poema sumerio de Enki y Ninhursag (p. 14).
11
Trab. y das 109-111. Cf. P. Mazon (1951) 90 ss.

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58 David Hernndez de la Fuente

hombres de plata (127-128:


/ ) son exterminados por Zeus por su impiedad, aunque tras la muer-
te tambin subsisten convertidos en dmones subterrneos (141
); la raza de bronce, nacida de los fresnos, es aniquilada por sus propias
guerras (143-144 / ); la cuarta
raza, de los hroes o semidioses, ms justa y mejor (158-159:
, / ), es una interpolacin pica de Hesodo12.
Esta raza acabar sus das combatiendo en torno a Tebas y Troya, y en el ms all
habitar las islas de los Bienaventurados13, regidas por Crono, segn reza una
interpolacin rfica en Hesodo14. Por ltimo, la quinta raza, es la de hierro (176
), la nuestra, que enlaza narrativamente con
el mito de Pandora, y en la que, ya lejos de las caractersticas semidivinas de la
edad de oro, reinan la guerra, la muerte, la injusticia y la enfermedad. Hesodo
manifiesta su deseo de no vivir en esta edad de hierro, sino de haber muerto
antes o haber nacido ms tarde (175), lo que sugiere la idea de que las razas
humanas se suceden en este orden en un tiempo circular universal y que la edad
de oro habr de volver. Tal es la base de su prestigio, primero religioso y luego
poltico: el eterno retorno de un esquema de gobierno y convivencia utpicos.

En efecto, la raza de oro o tiempo de Crono pas pronto a ser una expre-
sin proverbial para designar este paraso de abundancia, y las diferentes edades,
no ya las cinco que enunciara Hesodo, sino ms bien agrupadas y resumidas en
tres, pasaron al pensamiento griego en una estructura tripartita que, como se ha
dicho, estaba bien arraigada en l. El oro y la plata son la juventud y el vigor,
el bronce y la edad de los hroes la vida adulta y la edad de hierro la vejez15. Se

12
Trab. y das 161 ss. ' / /

Esta generacin se sale claramente del marco del mito [] La explicacin es sencilla. Heso-
do no poda ignorar la edad homrica, cf. H. Frnkel, 1993, 125-6.
13
Trab. y das 172-3 , /
.
14
Se trata a todas luces de una trasposicin de los tiempos de Cronos de la edad de oro a la
tierra, con las mismas caractersticas de la edad dorada: los hroes son tambin felices y viven
en una utopa de gran abundancia.
15
Puede compararse esta estructura con las tres funciones indoeuropeas que propona G.
Dumzil, vlidas para dioses y hombres, y tambin para las edades, en sus ya aejos pero
fundamentales estudios sobre la historia de las religiones indoeuropeas, cf. G. Dumzil, 1941
y 1999: se trata de la funcin de administracin de lo sagrado, la funcin del poder (fsico,
poltico) y la funcin productiva (la agricultura, la fecundidad). Para la gran influencia de
estas nociones en el campo del derecho poltico, cf. J. Alvarado 1993.

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Fundamentos ureos de la teora poltica platnica... 59

afianz tambin la idea de su retorno cclico, que se corresponde con la propia


concepcin del tiempo entre los griegos (Vidal-Naquet, 1983, 61), como se ve
tanto en Hesodo (Trabajos y Das 175) como en la reestructuracin platnica del
mito del Poltico (269d-e). Aquel tiempo pasado de justicia y abundancia volver,
y de hecho pervive en el presente al estar localizado ora en un lugar geogrfico
impreciso y lejano, donde sigue inalterable (las Islas de los Bienaventurados o la
primitiva Italia donde Virgilio situaba el reino de Saturno), ora en un ms all
paradisaco y prometido (los Campos Elseos, etc.). Crono, as, no slo reina
en la utopa pasada, sino tambin en la del ms all, en una prolongacin de la
utopa en un contexto geogrfico fantstico (Neyton, 1984, 61 y ss.), una idea
de gran fortuna en la literatura griega de viajes16. Pero, en cierto modo, tambin
pervive la edad de oro gracias a la religin: por un lado, segn las tradiciones
rficas recogidas por Pndaro (Ol. II 68 ss.), despus de ser destronado por Zeus,
Crono tuvo un dorado exilio en este paraso donde las almas de los iniciados que
permaneciendo hasta tres veces a uno y otro lado, se atrevieron a mantener su
alma lejos de toda injusticia, recorren el camino de Zeus hasta llegar a la torre
de Crono17. Y all las brisas ocenicas abrazan la Isla de los Bienaventurados
( ).

Para el orfismo, que impregna decisivamente la escatologa platnica, el mito


de las edades tiene una enorme importancia. Los rficos afirmaban que existieron
tres razas de hombres, de oro, de plata y de bronce18. Y hay un interesante mito
rfico sobre la generacin de la raza humana actual, la de hierro, que refiere
que se form a partir de las cenizas de los Titanes, fulminados por Zeus tras
haber consumido a Dioniso Zagreo19. Estos Titanes se parecen mucho a aquellos

16
Eliano (Varia historia III 18) transmite un fragmento del platnico Teopompo sobre la
ciudad de Eusebe, donde viven felices y sin trabajar (
), alimentados por una naturaleza exuberante (
) unos hombres longevos.
Otros ejemplos en el mundo lunar de Luciano (Historias verdaderas II) o el excelente pas de
los etopes en Herdoto (III 17 ss.).
17
. Cf. para el texto de Pndaro, cf. M. Fernndez
Galiano (ed.), 1992 148.
18
Segn, por ejemplo, testimonio de Proclo, In Remp. 2, p. 74 Kroll. La fecha tarda de los
testimonios no impide traer a colacin este pasaje como puramente rfico, cf. L. Brisson,
1987.
19
La historia se encuentra en Calmaco fr.643, Euforin fr.13, Plutarco, De esu carnium,
1.996, Proclo, in Pl. Tim. 35, Olimpiodoro, in Pl. Phaed 61 y 108 Nono, Dion. VI 165 ss.,
etc. Cf. en general la edicin de los fragmentos rficos de A. Bernab en Teubner. En todo
caso el mito de Dioniso no se narra de la misma manera en Olimpiodoro y en Proclo,
habiendo matices interesantes para el orfismo, cf. L. Brisson, 1992.

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60 David Hernndez de la Fuente

mones que en Hesodo resultan de los hombres de la raza plata hesidicos,


d
malvados y benefactores a la par, que segn este mito rfico resultan ser tambin
origen de la actual raza humana. Por otro lado, pero relacionados con el orfismo,
estn los ritos de Dioniso, dios de la utopa urea en la tierra (J.-P. Brisson, 1988,
930, Hernndez de la Fuente, 2009).

El tema de la edad de oro como utopa religiosa tendr as pronto derivacio-


nes para la poltica: el relato platnico del Poltico remite a una edad en la que
no exista entre los hombres guerra ni disensin y por tanto no necesitaban
constituciones. En ella, los medios de vida eran compartidos y espontneos
(271e5: )20, en una sobreabundancia vegetal caracterstica
de la utopa religiosa del mundo dionisaco, con frutos abundantes (272a3:
) que espontneamente los daba la tierra (272a4:
)21. En este aspecto, el paraso ureo de Platn
presenta tambin una abundancia vegetal, como en otros testimonios ya citados
del mito. Esta edad de abundancia y justicia, sin derramamiento de sangre y
con exuberancia vegetal, se relaciona tambin con el vegetarianismo utpico de
raigambre rfico-pitagrica: como se trataba en una obra perdida de Dicearco
de Mesina sobre la edad de oro y los primeros seres humanos, que conocemos
gracias al De abstinentia de Porfirio (IV 2 1 ss)22. La antigua raza humana viva
cerca de los dioses pues su dieta era perfecta e incruenta, lo que era el origen de
su justicia y buen gobierno23.

20
Poltico 271e-272b. Cito la traduccin de A. Gonzlez Laso (ed.) 1994, 27.
21
Seguimos la edicin de E.A. Duke et al.,1993, 499, que prefiere la lectura de las familias
ms antiguas de manuscritos (que ofrecen frente a y ).
22
, ,
, ' .
[] []
Cf. tambin W.W. Fortenbaugh y E. Schtrumpf (eds.)
2001, n.56B: Dicearco [] dice que bajo Saturno, es decir, en la edad de oro, cuando la
tierra provea de todas las cosas, nadie coma carne, sino que todos vivan de frutas y verduras
que nacan espontneamente de la tierra. Las traducciones al castellano de otras lenguas,
cuando no se especifica lo contrario, son nuestras.
23
Esto es lo dicho por Dicearco, cuando narra las antigedades de los griegos y relata como
bendita la vida de los humanos primeros, a la que contribua en no menor medida que otras
cosas la abstinencia de comida animal. As, no haba guerra, y la injusticia haba sido expul-
sada. Pero luego, junto con la injusticia hacia los animales, vino la guerra y la competencia de
unos contra otros; por ello me atrevo a decir que la abstinencia de los animales es la madre de
la justicia, puesto que la investigacin y la experiencia revelan que el lujo, la guerra y la injus-
ticia vinieron juntamente con este derramamiento de sangre. Cf. W.W. Fortenbaugh y E.
Schtrumpf (eds.) 2001, n.56A.

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Por otra parte, la edad de oro, como utopa de abundancia, tendr una cla-
ra relevancia en la actualidad poltica de la poca de la guerra del Peloponeso
en Atenas, como puede verse en la llamada Comedia utpica24, que evoca
aquellos tiempos felices en medio de las dificultades del presente25. A finales del
siglo V a.C., la idea de la edad de oro aparecer cada vez ms frecuentemente
en el imaginario griego, tambin con un significado hondamente poltico. La
comedia de Eupolis La raza de oro, por ejemplo, era una stira poltica contra
Clen que haca referencia a la igualdad democrtica de la edad de Crono (fr. 291
). Y en los programas de polticos
atenienses de los ms diversos signos, desde Cimn a Pericles, habr abundantes
referencias a la vuelta a esa edad de oro aorada26. El debate de la edad de oro, en
fin, estaba muy vivo en lo poltico, tras haber obrado el salto desde lo religioso a
la actualidad y a las propuestas utpicas. En palabras de Vidal-Naquet, la edad
de Cronos, la vida en la poca de Cronos, como se deca, es un eslogan para
sectas filosficas y religiosas que no estn satisfechas, o ya no lo estaban ms, con
el orden cvico existente. (Vidal-Naquet, 1978, 134) Sin duda, haba mucho
de transgresin o subversin de la ley y el orden en la edad de oro: frente a la
religin cvica, en el caso de los misterios, y frente a la ciudad-estado, en el caso
de la utopa poltica. Prueba de ello es que tiempo despus los cnicos hicieron
de la libertad de los tiempos de Crono un lema y un ideal de su modo de vida
y pensamiento en la poca de crisis de la polis27.

De esta variada tradicin como antecedente, que hemos resumido a muy


grandes rasgos, se toma la forma literaria del mito del Poltico de Platn, quien
la reflej en otras obras siguiendo la evolucin de su pensamiento, fundamental-
mente en las Leyes (p.e. 676b y 713b), como se ver en el siguiente epgrafe de
esta contribucin. A la hora de extraer las razones que llevan a Platn a incluirla

24
Como refiere crticamente A. Lesky, 1969, 452. Para algunas de estas utopas griegas, cf. L.
Bertelli, 1973.
25
Cratino (Ateneo, Deipn. VI 267e) en Ricos, Crates en Los animales, Teleclides en Anfictio-
nes, etc. Aristfanes, por su parte, no deja de evocar esa edad mtica entre temas tambin
rficos y dionisacos, como se ve en la katbasis de Dioniso en Ranas o en la parodia cosmo-
gnica de Aves (698 ss.).
26
Cf. p.e., Plutarco, Cim. X 7. Era un tpico antiguo. Segn Aristteles, Cons. At. XVI 7,
tambin la poltica del tirano Pisstrato se haba equiparado a la vida en tiempos de Crono.
27
Pseudo Digenes, Ep. p.32, Cf. tambin Luciano, Fugitivos 17 (' .

). Por otro lado, Antstenes (fr. 189 G.) defienda la estirpe de los Cclopes como
pertenecientes a esa edad de oro, ya que gozaban tambien los frutos espontneos de la tie-
rra.

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62 David Hernndez de la Fuente

en su discusin filosfica sobre el mejor gobernante, no hay que olvidar, como


han hecho algunas de las interpretaciones tradicionales, el contexto histrico de
la crisis de la democracia ateniense y el auge de las utopas escapistas basadas en
la nocin de la edad de oro. El recurso a este tema mtico en la obra poltica
de Platn confirma en cierto modo la gran popularidad de este dorado primi-
tivismo, aunque habr que notar una cierta distancia crtica con respecto a la
subversin que, en la poca de la Guerra del Peloponeso, haba significado este
motivo, como suele ocurrir en la actitud del filsofo a la hora de acercarse a la
tradicin de los mitos28.

Quiz un buen apunte de ello sea el pasaje en que el Extranjero de Elea pre-
gunta si las criaturas de la edad de Crono vivan una vida ms feliz que las de la
edad de Zeus (272 b), a lo que se responde de forma un tanto ambigua29. Vistas
las penalidades de la poltica en la democracia ateniense durante y despus de
la guerra, tras sus derrocamientos oligrquicos de 411 y 404, y los numerosos
procesos polticos y persecuciones, la cuestin es cuando menos curiosa. Se ha
hecho de este pasaje un lugar clave para la aplicacin poltico-filosfica del mito
(Lisi, 2004), pero no creemos que las ambigedades que expresa acerca de la
felicidad de la vida en aquella edad invaliden en absoluto el discurso general de
esta idea urea como gua del gobierno divino. En especial, y como hemos sea-
lado, hay que reparar en el prestigio que en el pensamiento tradicional tena la
idea del regreso cclico de las edades, que permite pensar en la esperanza de que
regrese el momento del gobierno divino. Si ya en los Trabajos y das hesidicos
(175) se aluda al eterno regreso de la edad de oro en un tiempo circular uni-
versal, mucho de ese prestigio del retorno quedar en las alusiones al mito en el
Poltico (269d-e): despus de la edad actual volver esa edad en que los hombres
rejuvenecen desde la vejez y viven en un paraso alimenticio y de justicia, gracias
a ese vaivn del mundo, que no es sino un movimiento circular (kyklesis)30. El
universo marcha guiado por la divinidad o en solitario, en cuyo caso hace una
vuelta cclica y esa su marcha retrgrada se da en l necesariamente como algo

28
Por ejemplo, en las Leyes a veces recomienda el vino y otras limita y proscribe su uso, como
veremos. Es una ambivalencia que ha notado P. Vidal-Naquet, 1978, 141: Platn resisti
hasta el fin los diferentes espejismos de la edad de oro [], pero no haba falta de tensin en
ellos.
29
Depender de si tales hombres se dedicaban a la filosofa o si, por el contrario, atiborrn-
dose de alimentos y bebidas hasta saciarse, conversaban entre s y con los animales sobre
mitos como los que ahora se cuentan a propsito de ellos (segn la traduccin de A. Gonz-
lez Laso, 1994, 28).
30
Tal y como entienden el pasaje C. Robin y P. Vidal-Naquet, 1978, 138.

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Fundamentos ureos de la teora poltica platnica... 63

que le es connatural , con los grandes cataclismos de transicin para los hom-
bres de ambas edades. Ello parece, a todas luces, una variacin racionalizada del
mito tradicional y adaptada a las ideas platnicas sobre el movimiento circular
del cosmos y del alma31, expresada en un momento poltico crucial, tras la crisis
de la democracia ateniense y en plena explosin de las diversas utopas que evoca
la comedia u obras como el Busiris de Iscrates.

4. La edad de oro en las Leyes

En el camino del pensamiento platnico, inserto en esta vuelta de siglo tras


la guerra del Peloponeso y el tira y afloja entre democracia y oligarqua, las obras
tradicionalmente llamadas de madurez, y sobre todo las Leyes, dejan ver en
nuestra opinin la importancia que el filsofo concedi a la edad de oro en la
concepcin mtico-religiosa del poder y de la ley. Si se repasan las alusiones a
este Leitmotiv en el ltimo proyecto poltico de Platn para la ciudad cretense
de Magnesia se pueden trazar ciertos paralelos con el mito del Poltico que son
especialmente interesantes para comprender su misin no slo en ambos dilo-
gos, sino en el marco global de la poltica platnica. El tpico mtico de la edad
de Crono encuentra un desarrollo en las Leyes que recoge la idea del gobierno
divino del cosmos esbozada en el Poltico y, ms all de sus concepciones cosmo-
lgicas, trata de tender puentes con las ideas religiosas de lo que Gilbert Murray
llamara el conglomerado heredado, en este caso de la religin cvica y tambin
de la rfico-dionisaca. En general se ha hecho notar en varias ocasiones, y as lo
hemos defendido en otros lugares, que el filsofo ateniense incorpora y adapta
a su ltimo proyecto de politeia ideal diversas ideas clave y herramientas de la
religin tradicional, tales como los orculos, las purificaciones, o el culto a los
hroes, Apolo, las Musas y Dioniso. Tambin la nocin de una edad dorada en
la que el mundo estaba bajo el gobierno divino es aludida en varias ocasiones
en las Leyes: la aspiracin del poltico platnico en este mundo, como veremos,
habr de ser conseguir una mmesis lo ms cercana posible a aquel gobierno
divino que evoca el mito.

31
En palabras de J.-P. Vernant, 2001, 25-26, las edades se suceden para formar un ciclo
completo que, acabado, recomienza, sea en el mismo orden, sea ms bien como en el mito
platnico del Poltico. Sobre el movimiento circular que es caracterstico del cosmos y del
alma, cf. Fedn 111e-112e, Fedro 247 b-d, Repblica 616b-617d y Timeo 34a-b.

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64 David Hernndez de la Fuente

En primer lugar, cabe destacar la concepcin de las leyes, y del propio proceso
de la legislacin y sus actores, como perteneciente al mbito de lo divino. As se
ve en 624 a y siguientes, cuando se introducen los exempla de las legislaciones
mticas de Creta y Esparta, en el libro I de las Leyes, que proceden respectiva-
mente de Zeus y Apolo por mediacin de los semidivinos legisladores Minos y
Licurgo. Al no poderse regir el mundo directamente por la gua de lo divino, en
esta etapa de gobierno humano o edad de hierro, se dira que hay un recurso
consciente de imitacin de ese mundo por medio de ciertos legisladores mnticos
asimilados a figuras heroicas y semidivinas, con los que se empieza la indagacin
en la ley. Pero, por otro lado, la legislacin humana es designada con diversas
metforas a lo largo de las Leyes que son muy relevantes porque apuntan a un
tipo de percepcin suprarracional sea potica, proftica o mtica y aluden a
un contacto privilegiado con lo sobrenatural: muy significativamente la legisla-
cin es comprendida como la mejor tragedia (817 b) y, sobre todo, un juego
(769a, 685a, 712b), de una forma que recuerda al nivel alusivo al mito que se
mencionaba en el epgrafe segundo.

Pero si hay un pasaje que a nuestro juicio continua, y en cierto modo ilumi-
na, el mito del Poltico en el plan platnico de fundamentacin mtica del poder
es el libro IV de las Leyes, donde se dan ciertas claves de hacia dnde se ha de
dirigir la figura del poltico y el legislador a cuenta, de nuevo, del mito de la edad
de oro. Dice el pasaje en cuestin, que extractamos convenientemente:

La tradicin nos ha transmitido una leyenda de la vida feliz de los hombres


de aquel entonces, que lo posea todo en abundancia y de manera espontnea. Se
dice que la causa de todo esto era que Cronos, conociendo [] que el ser huma-
no es incapaz de no llenarse de injusticia, coloc [] como reyes y gobernantes
nuestras ciudades, no a seres humanos, sino seres de una estirpe ms divina y
mejor, espritus ( ,
, ) (713c5-d2)32.

As, bajo estos espritus de raza superior, que recuerdan a los


de Hesodo, guardianes de los mortales (Trab. 109 ss.) los hombres
vivan felices. Hoy ya no es as, y nos encontramos, recordando a Hesodo, en la
triste y violenta edad de hierro. En consecuencia, hoy en da lo que habra que
hacer para obtener el buen gobierno en nuestra poca y en nuestro mundo, dice
el texto, no sera sino imitar por todos los medios la vida llamada de la poca

32
Traduccin de F. Lisi (ed.), 1999a, 369-370.

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Fundamentos ureos de la teora poltica platnica... 65

de Cronos33, sus comunidades polticas (713d-e), que proporcionaron, como


en el primer ciclo del Poltico, paz, justicia y abundancia. Una mmesis de los
modelos utpicos del mito referidos a esa edad legendaria del pasado. Bajo el
amparo del gobierno ureo exista en aquella edad una abundancia de justicia
distributiva (713 e2: )34 adems de una vida
sin trabajo y fatigas35. Parece que la poltica es algo propio de esta nuestra poca,
que requiere leyes por no estar regida directamente por la divinidad, y no es algo
que existiera de la urea edad de Crono caracterizada por la equidad bajo la gua
del dios o de seres divinos.

Se insiste en las Leyes en que la abundancia urea no solo era alimenticia sino
tambin de justicia y buen gobierno: pero la justicia interna del cuerpo, la dieta
alimenticia y la justicia de la comunidad se relacionan. En palabras de Cornelius
Castoriadis (2004, 115), esta edad de Cronos es [] el mito del comunismo
primitivo, pero tambin un periodo de abundancia. Y no hay que descuidar el
aspecto nutritivo y diettico, por la importancia que tena no solo en la filosofa
antigua (pinsese en lo que se cuenta sobre las actitudes de Pitgoras, Platn o
Aristteles acerca de la alimentacin), sino tambin en las prescripciones alimen-
ticias de diversos movimientos religiosos (obvio es el caso de los rficos).

Hay que destacar que, en las Leyes, la justicia de aquella edad concerna tanto
al nivel del microcosmos humano, su alimentacin, cuanto a la de la convivencia
entre seres humanos, y por supuesto tambin con los animales, en una suerte
de armona csmica. Cuando se trate el descubrimiento de la agricultura en las
Leyes tambin se aludir a la alimentacin urea de esa edad mtica cuando [los
hombres] no osaban ni probar el buey y no tenan las divinidades ofrendas de
animales, sino mezclas lquidas de harina, miel y aceite, frutos embebidos en
miel y otras ofrendas puras semejantes, mientras se apartaban de la carne como
si no fuera po comerla ni manchar los altares de los dioses con sangre, sino que
aquellos de nosotros que vivieron entonces llegaron a tener una especie de vida
llamada rfica36.

33
Traduccin de F. Lisi (ed.), 1999a, 370.
34
Cf. F. Lisi, 1985, 213 ss., para el orden bajo Crono. Hay que llamar la atencin sobre el uso
de Eunomia, que no ha de ser interpretado como existencia de leyes en aquella edad de
gobierno divino (cf. ibid. 230).
35
Es interesante lo que puede suponer para la labor del filsofo la vida ociosa. Cf. L. Brisson,
2005 y F. Lisi, 2004.
36
Leyes VI, 782c. Traduccin F. Lisi (ed.) 1999a, 493.

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66 David Hernndez de la Fuente

Aunque es cierto que este pasaje no cita explcitamente la edad de oro, la


alusin a la tradicin del vegetarianismo utpico que se mencionaba ms arriba
es innegable. Aqu se trata de ensalzar aquel tipo de vida justa, anterior en el
tiempo, en la edad de oro, de unos ancestros puros que tenan una alimentacin
sin derramamiento de sangre y por tanto acorde con la idea de justicia urea.
Aqu hay que citar el caso posterior de la antropologa histrica de Dicearco, que
recoge el mito tradicional de las edades con una perspectiva temporal semejante
a la platnica y quiz deudora de ella37.

Pero este asunto concierne tambin al alma. No hay que olvidar que la edad
urea no restaura tan slo la abundancia alimenticia y el igualitarismo poltico,
sino tambin la abundancia de felicidad y el contacto con lo divino, al menos
para los iniciados en las fiestas de los dioses: al hablar de la educacin en las Leyes
(653 c-e), la msica y la danza aparecen como un alivio de las penurias de la
actual edad de hierro, una cierta restauracin de la edad de oro concedida por los
dioses a los hombres, pues, para que recuperen su estado primigenio, les dieron
a las Musas y a Apolo, el gua de las musas, as como a Dioniso, como compae-
ros de sus festivales38. Y todo ello, esa recuperacin del estado primigenio del
hombre, no son sino juegos (paidian), por usar la terminologa del Extranjero de
Elea en el Poltico, que logran revertir, siquiera momentneamente, el curso de
las edades y traer de vuelta la edad de oro a travs de la msica, el baile, Dioniso,
Apolo y las Musas. Esto se ve tambin en el uso de las festividades relacionadas
con divinidades de la tradicin y en sus correspondientes coros, tal y como se
mencionan en las Leyes: suponen una restauracin del tiempo mtico, a travs
de las fiestas o en los coros como el de Dioniso. El curso de la vida normal tam-
bin se revierte en la experiencia urea dionisaca, como en el mito del Poltico,
y los ancianos marchan hacia una juventud renovada, tal y como ocurra en la
revolucin del mundo guiada por la divinidad39. Tambin en las Leyes se puede
constatar esta conexin entre Dioniso y la edad de Crono en el libro II, donde
se presentan ciertas reglas para el uso del vino que recuerdan, por un lado, a las

37
Como ha visto T. Saunders, 2001, 242, estudioso de las Leyes de Platn, en cuanto que est
articulada en base a las tres etapas histricas de la alimentacin para la raza griega: la edad de
oro, cuando los hombres simplemente comian el producto espontneo de la tierra, sin tener
que trabajar por l; la poca pastoral, caracterizada por el dominio de los animales y la inges-
ta de su carne, que tomo como implcita por pusieron sus manos sobre ellos (epsanto) y, la
poca de la agricultura.
38
Habla de los estrechos vnculos de Dioniso con la edad de oro M. Detienne, 1977, 200.
Para la traduccin del pasaje, F. Lisi (ed.), 1999a, 244.
39
Para el rejuvenecimiento en Eurpides, cf. el estudio de vocabulario de E.M. Thury, 1988.

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Fundamentos ureos de la teora poltica platnica... 67

alusiones dionisacas al camino del alma de los iniciados en las distintas etapas
de los misterios, pero, por otro, a este rejuvenecimiento ureo de los ancianos en
el mito del Poltico y en toda esta tradicin del juego serio que implica el nivel
mtico religioso, en esta ocasin bajo el signo de Dioniso (cf. Hernndez de la
Fuente, 2013). As, los ancianos invocarn con preferencia en sus coros a este
dios que les devuelve momentneamente el vigor juvenil, la fuerza urea: que
[el miembro del coro] convoque a Dioniso al misterio y al mismo tiempo juego
de los ms ancianos [] para que rejuvenezcamos40.

En los prrafos anteriores se ha visto cmo se alude en las Leyes a la nocin


de la edad de oro, en diversos pasajes que tienen que ver con la exaltacin de esa
poca feliz bajo el gobierno divino, que sigue presente en la edad actual a travs
de ciertas experiencias religiosas y legislativas. Por ltimo, resta la impresin inde-
leble de que la idea del mundo perfecto del pasado legendario bajo el gobierno de
Crono funciona ante todo como tpico poltico y modelo para los gobernantes
de este mundo, que han de tender a la mmesis del arquetipo divino. Esto se
habr de obrar, a ser posible, en la persona de un hombre divino, un filsofo
gobernante en contacto con lo trascendente. Pero, de no ser posible esto, como
es seguro en nuestro mundo alejado de la divinidad, al menos se podr lograr
mediante unos nomoi (leyes, pero tambin modos y medidas tradicionales de
la msica, del arte y de la costumbre) que se inspiren en aquel mundo mtico.

5. Algunas conclusiones sobre el mito del Poltico y el gobierno

La edad de oro, que haba centrado durante tanto tiempo el debate social y
poltico en tiempos de crisis para la polis, se perfila para Platn como una met-
fora del ideal de gobierno divino tambin para un mundo futuro. Recientemente,
Van Noorden ha estudiado la raigambre hesidica del mito de las edades en
Platn y ha constatado cmo se adapta filosficamente en cada lugar donde se
utiliza, segn el nivel alusivo y la voz del narrador del mito en su propedutica
filosfica: la finalidad de llevar al interlocutor, mediante el ejemplo, a la vida
filosfica, trasluce en todo momento41. Para la poltica platnica es muy notable,
entonces, la reutilizacin o reconstruccin de la tradicin religiosa encarnada por

40
De nuevo, cf. la traduccin de F. Lisi (ed.), 1999a, 271.
41
Van Noorden 2015, Cap. 3, 93 ss.

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el mito de las edades de cara a su plan filosfico. Por ello, se podra decir que,
para la ciudad de las Leyes, el modelo en el trasfondo es esa legendaria ciudad
de Cronos: con ello se afianza el fundamento mtico-religioso del gobierno que
ya est presente en el Poltico y que alcanzar su mayor concrecin en las Leyes.

Por decirlo con palabras de P. Vidal-Naquet las mejores organizadas entre


las ciudades-estado existentes son copias de las formas de autoridad y adminis-
tracin que hubo en la edad de Cronos ( ,
Leyes 713b2, Vidal-Naquet, 1978, 140).

El gobernante ideal, tambin en el Poltico, parece transitar as desde las falli-


das definiciones de pastor de hombres (y la posterior del poltico como tejedor)
a una definicin implcita en algunas expresiones y actitudes del Extranjero de
Elea. Como ha visto Montserrat en una reciente contribucin, el mito viene a
enderezar el iter lgico de la diairesis platnica, en pos de la figura del poltico,
pero no resulta en una clarificacin total del camino que se debe seguir: la para-
doja es que, pese a poner la edad de Crono como modelo poltico a imitar, esto
debe hacerse con las herramientas de la edad de Zeus y, por ende, tambin se
puede pensar que la edad afortunada es la nuestra, como resulta evidente por
la presencia del logos y de la filosofa (Montserrat, 2014, 110). Sin embargo,
cabe argir que el mito no pretende, como ya es sabido en su uso platnico, dar
soluciones de clara aplicabilidad. El discurso mtico, como hemos pretendido
mostrar desde el principio, es clave en ese sentido para entender lo que se plan-
tea como un juego (268d9), que revela una paideia divina. A partir de este
momento resultar difcil, de hecho, definir a lo largo de la conversacin algo
que es percibido desde un nivel de conocimiento inexplicable, como un sueo,
pero que al despertar se ignora (277d2-4:
). La poltica como arte
ms divina que regia queda as reservada a la esfera de este tipo de conocimien-
tos, propios del pensamiento mtico, como son, aparte de la nocin del juego,
el sueo y la visin. De hecho, cuando parece que el extranjero va a desvelar ya
la naturaleza del poltico, lo compara con el sacerdote proftico (290c4-5:
; 290c8:
; 290d6:
), aludiendo al antiguo Egipto. Slo entonces afirma que estamos
en el buen camino para comprender (
). En paralelo con esa comparacin, el
Extranjero Ateniense de las Leyes, tal vez un trasunto del propio Platn, es inter-
pelado en 634e as: Muy bien hablas, oh extranjero, como si fueras un adivino

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Fundamentos ureos de la teora poltica platnica... 69

( ). El legislador platnico se va aproximando, pues, al profeta


desde el Poltico a las Leyes.

El fundamento religioso y profundamente tradicional de todo el mito del


Poltico resulta obvio a estas alturas si se repara en esta comparacin con el nivel
de alusin propio de las visiones, sueos y profecas. Platn recoge la tradicin
religiosa griega y a la vez innova para trazar nuevos horizontes filosficos. Los
mitos aparecen siempre que el filsofo quiere tratar ciertos asuntos de impor-
tancia y necesitados de una especial disposicin del alma, y asimismo ocurre con
otras alusiones a la religin tradicional, como los orculos. Siguiendo en este
punto a F. Lisi no hay que descuidar, como lo ha hecho en ocasiones la crtica
tanto antigua como moderna el carcter profundamente religioso del pensador
ateniense ni olvidar nunca que en su filosofa lo divino est siempre presente
(Lisi, 2004, 88 y 89). En definitiva, y en palabras de este autor, no hay nada
en el texto de Platn que lo oponga a la religin de los padres, su filosofa es,
ms bien, un intento de combinar la religin astral con las creencias politestas
tradicionales. (Lisi, 2004, 73-90, cf. tambin 88).

Esta combinacin de su religin del sumo bien con la tradicin religiosa se


puede constar especialmente en el mython mythesthai en sus dilogos. El voca-
bulario religioso, por ejemplo, oracular en el caso del verbo manteuomai, se ha
estudiado en ocasiones (Collin 1952) como reconstruccin de un pasado mtico
con un sentido metafrico a la hora de expresar teoras ms relevantes, cautivar
a los interlocutores, oyentes o lectores, o persuadir en un nivel en que el cono-
cimiento se torna ciertamente suprarracional. As, es un conocimiento ajeno a
lo humano y a sus explicaciones el que emplea el recurso de la visin cuando el
Joven Scrates, extraado ante lo que cuenta el extranjero, le dice que parece
estar viendo algo extrao (291b5: ). A lo que el extranjero responde
s, pues lo extrao siempre resulta de la ignorancia (291b6:
). Justo entonces se interponen otros aspectos, y el
discurso vuelve a su cauce de definiciones, clases y especies, con el discurso de
las formas de gobierno.

Habr que esperar a las Leyes, que comienzan bajo los auspicios de la figura
mtica de Minos, legislador y poltico inspirado por la divinidad, para que el
extranjero de Atenas hable como un profeta (634e) y consagre una exhaustiva
teora poltica casi teocrtica basada en el respeto a la tradicin religiosa ms
arcaica, siempre fundamentada filosficamente de forma que armonice con la
idea del sumo Bien. En fin, en el mito del Poltico, el filsofo obrar de manera

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muy semejante a la detallada regulacin de la ciudad y sus cultos de las Leyes. El


tratamiento de la edad de oro, como se ha examinado desde la tradicin mtico-
religiosa y literaria, es un buen ejemplo de cmo Platn sistematiza las leyendas
y cultos tradicionales para crear su antropologa histrica, reuniendo materiales
de muy diversa procedencia y con una finalidad poltico-propedutica muy evi-
dente como programa en su proyecto de reforma de la ciudad estado. La mejor
ciudad ser la ms parecida a la ciudad de Cronos, en la mtica edad de oro. Y
en esta nuestra edad, nos vienen a decir tanto el Extranjero de Elea como el de
Atenas en su registro mtico, el mejor gobernante ser el que ms cerca est de
esa divinidad arcaica y poderosa, siempre actualizada filosficamente, para librar-
nos de los problemas de la democracia, en una poca en que Platn se hace eco
filosfico y poltico del desastre acaecido a su polis tras la Guerra del Peloponeso.

El Poltico sirve as de puente entre la idea del gobierno de los filsofos, que
se expone en la Repblica, y la de la necesidad de unas leyes fijas e inmutables,
basadas en modelos divinos, de las Leyes. El gobernante mediador en la socie-
dad, a imagen de los legendarios legisladores, como Minos o Licurgo, se va
configurando aqu como un hombre providencial. Se habla de una profesin
de la poltica, que se ejerce como un saber basado en una amplia formacin y
experiencia (episteme):

Entonces, necesariamente de entre los regmenes polticos, el ms recto


por excelencia y el nico que puede serlo es aquel en el que se puede descubrir
que quienes gobiernan son verdaderamente poseedores de una ciencia y no solo
supuestamente, ya sea que gobiernen por medio de leyes o sin leyes, con el con-
sentimiento de los gobernados o por imposicin, ya sean pobres o ricos, nada de
ello importa para determinar su rectitud. (Platn, Poltico 293e).

En el Poltico, en fin, se apunta la idea luego desarrollada en las Leyes de


que, en espera de un rey filsofo, debemos contentarnos con el imperio de una
ley basada en el conocimiento. Ms importante que el poltico son las leyes que
se implantan en la comunidad y el verdadero arte poltico es el de la legislacin.
La estructura del dilogo, dirigida hacia la determinacin de quin es y cmo
debe ser el poltico mediante un mtodo dialogado de dihairesis en pos de la
definicin del politikos, llega a la conclusin, tras las metforas del pastor y del
tejedor y por medio del recurso al mito de la edad de oro, de la necesidad del
gobierno a travs de una episteme lgicamente emparentada con el saber mtico
de los legisladores que lo heredan de aquel mundo ureo: el verdadero hombre
de estado se perfila como un hombre regio cuya palabra se convierte en derecho

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Fundamentos ureos de la teora poltica platnica... 71

y que gobierna en virtud de un conocimiento, revelado gracias a la filosofa, de


ndole superior y muy cercano al bien divino. En el pensamiento poltico del
ltimo Platn entendido como el proyecto de ciudad y gobernantes ideales
que se empieza a vislumbrar en el Poltico y llega a su mxima concrecin en las
Leyes, se tiende, si nuestra hiptesis no est equivocada, a una equiparacin cada
vez ms visible entre el poltico, el legislador, el filsofo y el mediador religioso.

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Enviado: 4/01/2014
Recibido: 17/03/2014
Este trabajo se encuentra bajo unalicencia de Creative Commons Reconocimiento-NoCo-
mercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 47-74. UNED, Madrid
NI REALISMO, NI ANTI-REALISMO:
EL ESCEPTICISMO COMO RAZ DEL
CONSTRUCTIVISMO FILOSFICO

Neither realism nor antirealism:


Scepticism as THE root

of the philosophical constructIvism

Ramn Romn Alcal1

Facultad de Filosofa y Letras


Universidad de Crdoba

Oh! este es animal que no existe.


Ellos no lo saban, pero en todo caso les agradaba
su porte, su traza, su cuello,
hasta la luz de su silenciosa mirada.

Ciertamente no exista. Pero, como ellos le amaban,


lleg a ser un animal puro. Ellos siempre le dejaron espacio.
Y en el espacio claro y libre irgui-se
suavemente su cabeza y apenas necesitaba ser.

No lo alimentaron con grano,


lo siempre con la posibilidad de ser.
s

Y esa posibilidad infundi tales fuerzas al animal,

1
Departamento de Ciencias Sociales y Humanidades. E-mail: fs1roalr@uco.es

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 75-95. UNED, Madrid
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que le creci en la frente un cuerno. Un cuerno.


Se lleg a una doncella todo blanco...
Y estuvo entonces en el argnteo espejo y en la nia.

Rainer Maria Rilke


(Sonette an Orpheus)

Resumen: No cabe duda que el realismo es un problema, no es exagerado afirmar


que el realismo se caracteriza de una manera diferente, dependiendo del autor que
hable de l, y esto es todo un desafo para quien quiera aprender lo que es. La cuestin,
pues, del realismo o del anti-realismo es una cuestin tan controvertida que un breve
relato nunca va a satisfacer la discusin entre estos mismos realistas o anti-realistas. Para
resolver este dilema el constructivismo propone como aspecto fundamental del cono-
cimiento su funcionalidad. El conocimiento no se corresponde con la realidad, ms bien
encaja con ella o no. El realista metafsico busca el conocimiento que corresponde con
la realidad, mientras que el constructivista busca encajar su teora con lo que sabemos
del mundo. El encaje describe la capacidad de la teora, pero no del mundo. Cuando
decimos de algo que encaja (una llave en una cerradura que la abre) ese encaja describe
una capacidad de la llave y no dice nada de la cerradura.

Palabras clave: Realismo, anti-realismo, escepticismo.

Abstract: There is no doubt that realism is an issue. It is no exaggeration to say


that realism is characterized in a different way depending on the author who is talking
about it, and this is a challenge for anyone who wants to learn what it is. The question,
then, of realism or anti-realism is such a controversial issue that a short story will never
satisfy the discussion between the realists or anti-realists. To resolve this dilemma, con-
structivism proposes knowledge as a fundamental aspect of its functionality. Knowledge
does not correspond to reality, rather it fits reality or it does not. The metaphysical
realist seeks knowledge that corresponds to reality, while the constructivist seeks to fit
his theory to what we know of the world. The fit describes the theorys capacity, but
not the capacity of the world. When we say something that fits (a key in a lock that
it opens), this fit describes a capacity of the key and says nothing of the lock.

Keywords: Realism, antirealism, scepticism.

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Ni realismo, ni anti-realismo: el escepticismo como raz... 77

1. Introduccin

Realismo y anti-realismo aportan a la historia de la filosofa una de las discu-


siones ms apasionantes y sugerentes de la teora del conocimiento. El alcance y
la dificultad de una controversia de estas caractersticas, lo seala el hecho de que
algunos autores al hablar de estos temas, por ejemplo Wazlawick en un libro de
ttulo paradjico denominado Es real la realidad?, comiencen con un principio
paradjico: lo que llamamos realidad es exclusivamente el resultado de la comu-
nicacin 2. Esta afirmacin nos pone en una situacin embarazosa, pues parece
necesario lgicamente, antes de estudiar el tema aludido ms arriba, echar una
ojeada a uno de los problemas fundamentales de la filosofa: la realidad. De una
manera sinttica, ya que no es el tema de estudio, debemos comenzar sealando
que las expresiones es real o realidad se pueden entender de cuatro maneras:

a) decir de algo que es o que es una realidad, en puridad no es decir nada


de algo, es decir, no damos caractersticas de ese algo, sino que decimos que es
cuantificable, o lo que es lo mismo, que es una redundancia.

b) decimos que algo es real cuando queremos decir que es autntico, genui-
no, verdadero o natural (cuando decimos que una manzana es real, decimos que
no es de cera, que se puede comer).

c) Decir que algo es real, tambin es decir que no es aparente, que no es


virtual o ilusorio o que no es Solo Posible.

d) Decir que algo es real o decir que es una realidad, equivale a decir que
existe o que es actual, presente, es decir, la llamada realidad en este caso es equi-
valente a decir existencia.

Filosficamente es real se ha entendido, principalmente, ms en el modo


c y el d, que en el a y b. En el modo c, estamos ms bien ante un enfoque nega-
tivo, y en el modo d, ante un enfoque positivo. La mayor parte de los filsofos
han entendido que el problema de la realidad es tambin el problema de cmo
conocemos esa misma realidad, y la mayor originalidad de los filsofos griegos
y de los sabios griegos (en el caso que nos ocupa) fue plantearse cuestiones que
se podran considerar como reflexivas, y que se clasificaran hoy en da en lo que
llamamos una teora del conocimiento.

2
Watzlawick, (1979), p. 7.

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Este contraste entre un cierto pesimismo y un cierto optimismo epistemol-


gico, se puede ver como el punto central de un gran debate entre el escepticismo
y el dogmatismo. Y yo aadira con una cierta actitud sesgada, lo reconozco, en
un debate entre la filosofa misma como espritu de investigacin y de examen
crtico, y el dogmatismo que significa que esa misma filosofa tras haber reflexio-
nado e investigado ha conseguido establecer una doctrina bien argumentada y
enseable de manera racional.

Ni realismo ni anti-realismo

En una definicin clsica e incompleta de realismo (Hessen, 1940, p. 72)


se dice que entendemos por realismo aquella posicin epistemolgica segn la
cual hay cosas reales, independientes de nuestra mente o de la consciencia. Esta
posicin admite diversas modalidades, la primitiva (histrica y psicolgica) es el
denominado realismo ingenuo. Aqu no hay todava influencia de ninguna teora
epistemolgica, lo objetivo y lo subjetivo todava no se hallan diferenciados, no
hay pues distincin entre la percepcin (como estado de conciencia) y lo per-
cibido (como realidad ontolgica). Es ms, esta posicin no distingue entre las
cosas en su corporeidad y los contenidos de la percepcin.

Diferente del realismo ingenuo, y como respuesta, surgi el realismo natu-


ral, este ya est incorporado por teoras epistemolgicas que distinguen entre el
contenido de la percepcin y el objeto percibido. Sin embargo, sostienen que
los objetos responden a los contenidos perceptivos, es decir, la miel es dulce,
se entiende todo como un paquete, y nada puede existir slo en nuestra mente.

La tercera forma es el realismo crtico que ya descansa sobre reflexiones epis-


temolgicas, pues no cree que todas las propiedades o cualidades de las cosas
que percibimos surjan, cuando determinados estmulos externos actan sobre
nuestros rganos de los sentidos. Estas cualidades no tienen carcter objetivo,
sino subjetivo, aunque hay que presuponer ciertos elementos causales en las cosas
que produzcan esas cualidades y no otras.

Las tres formas de realismo se encuentran ya en el pensamiento griego anti-


guo. El realismo ingenuo es la posicin mayoritaria de los filsofos presocrticos
(a partir de Tales y Anaximandro), y que Scrates bautiz en la biografa que

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Ni realismo, ni anti-realismo: el escepticismo como raz... 79

Platn le atribuye en el Fedn, como la investigacin sobre la naturaleza3. Este


perodo muere en Demcrito, quien al advertir que slo existen tomos y vaco,
y las propiedades cuantitativas y cualitativas que aaden nuestros sentidos, da un
salto hacia el realismo crtico (o cientfico como se llama hoy). A pesar de su xito
en la historia, este realismo no logr imponerse en la batalla del conocimiento,
pues fue sustituido por la gran influencia de Aristteles, por el realismo natural,
ya que al contrario de Demcrito, Aristteles defendi que las propiedades perci-
bidas de las cosas convienen, se adecuan tambin a las cosas independientemente
de la conciencia que las percibe o que las conoce.

No cabe duda que el realismo es un problema, no es exagerado afirmar que


el realismo se caracteriza de una manera diferente, dependiendo del autor que
hable de l, y esto es todo un desafo para quien quiera aprender lo que es. La
cuestin, pues, del realismo o del anti-realismo es una cuestin tan controvertida
que un breve relato nunca va a satisfacer la discusin entre estos mismos realistas
o anti-realistas. De hecho, habra que indicar que es casi imposible hablar de rea-
lismo sin adjetivarlo para saber lo que es: realismo cientfico, metafsico, crtico,
colorista, directo, in rebus, ingenuo, interno, escotista, moral, natural perceptual,
representativo etc. Por lo que, sera imposible aceptar o rechazar el realismo en
todos los campos, uno puede ser realista o anti-realista de una manera selectiva.
Se podra ser realista sobre el mundo cotidiano y macroscpico y antirealista en
moral o en esttica.

Adems, en el panorama filosfico actual, casi todos son realistas o anti-rea-


listas: en una encuesta, muy famosa y poco convincente que circula en internet,
sobre lo que creen los filsofos, sobre una muestra de 931 respuestas, aquellos
que creen que el mundo consta de alguna totalidad de objetos independientes
de la mente, y que la verdad es una especie de relacin de correspondencia,
o correlacin entre palabras o signos mentales y cosas o conjuntos de cosas
externas (externalistas o realistas) son el 42,7%; mientras que los que creen que
slo tiene sentido preguntarse por los objetos del mundo desde dentro de una
teora o descripcin son entre el 26, 4 % (internalistas o no-realistas); mientras
que los que no creen ni lo uno ni lo otro son el 30,8%. Adems, el 75,1% de
los filsofos se apuntan al realismo cientfico, frente al 11,6% que se apunta al
antirrealismo cientfico, y con respecto al mundo externo un 81,6% aceptan un

3
Platn, Fedn, 97B-99B. Se necesita algo ms que la experiencia de lo natural para llegar a
lo verdadero, eso es lo que explica Scrates con el deteros plus, segunda navegacin o singla-
dura para la bsqueda de la verdadera causa (99 D).

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realismo no-escptico, frente al 4% que acepta un idealismo y un 9,6 % que


acepta un escepticismo).

En medio de esta catarata de optimismo realista, The Cambridge Dictionary


of Philosophy (1995) (traduccin Diccionario Akal de Filosofa (2004, p. 831)
dice que el realismo metafsico en cualquiera de sus tres apartados (a) existen
objetos reales, b) existen independientemente de nuestra experiencia o de nuestro
conocimiento de los mismos, c) tienen propiedades y participan en relaciones al
margen de los conceptos con los que los entendemos o del lenguaje con los que
los describimos) es compartido por el sentido comn, las ciencias y la mayora
de los filsofos. Como para declararse no realista. El problema est en que en
el mismo diccionario y un poco ms abajo dice que la principal objecin a esta
posicin es que no es posible formarse una concepcin de los objetos reales, ya
que cualquiera de estas concepciones ha de descansar en conceptos previos y en
nuestro lenguaje y experiencia. Acabramos.

Es decir, las dificultades que tienen los realistas y no digamos los anti-realistas
para convencernos y demostrar sin gnero de duda su posicin son tan acusadas
que no es posible obviarlas. Adems, en medio de estas deficiencias de signifi-
cado, el Stanford Dictionary en su voz Scientic Realism (Abril 2011) dice que,
a pesar de todas las dificultades y las diferencias en las significaciones de Realis-
mo, se puede hablar de una receta general para el realismo que es ampliamente
compartida: nuestras mejores teoras cientficas dan descripciones verdaderas
o aproximadamente verdaderas de los aspectos observables y no observables de
un mundo independiente de la mente. Parece que no hemos avanzado mucho
desde las primeras discusiones en el pensamiento griego con los escpticos aca-
dmicos que hablaban de lo razonable (eulgon) o lo verosmil (Pithanon), como
criterio de verdad.

2. La raz del problema

En esa definicin tan vaga, est a nuestro entender el problema de fondo


de la cuestin que nos propone este artculo. La cuestin no est en el realismo
o no-realismo de las teoras defendidas, sino en la malla que cada teora debe
aportar a la teora del conocimiento o al problema epistemolgico de la ver-
dad. Es decir, en la posibilidad o imposibilidad de adquirir conocimiento de
la realidad, y la cuestin de si ese conocimiento es seguro o verdadero: esa es la
cuestin que ocupa el pensamiento de los filsofos actuales no menos que ocu-
paba el pensamiento de Platn, de los estoicos o de los escpticos. Un problema

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Ni realismo, ni anti-realismo: el escepticismo como raz... 81

que nos surge al ir a la raz de la cuestin ya en el pensamiento griego, es que


como advierte Putnam4, desde los presocrticos hasta Kant no ha habido ningn
filsofo que de una u otra forma no haya sido un realista metafsico. Es decir, la
cuestin bsica no se centraba en lo que son exactamente las cosas que hay, sino
en si podamos conocer las cosas que haba y cmo sabamos que esas cosas que
conocamos eran verdad.

De todas las grandes preguntas de la filosofa griega, la primera que surge


histricamente hablando tiene que ver con lo que existe, tiene que ver, eviden-
temente, con la fsica (phsis). Y dice mejor que yo Toms Calvo que la filosofa
no surgi originalmente como ontologa, sino como investigacin sobre la
naturaleza (per phseos histora), siendo la nocin central de esta forma de filoso-
far la nocin de phsis, juntamente con el verbo ggnomai (llegar a ser, generarse,
devenir)5. Sin embargo, a partir de Parmnides y hasta el aristotelismo, el ncleo
de las cuestiones filosficas de carcter ms universal y ms problemtico se con-
figur en el pensamiento griego como ontologa, pues aunque el fuego, el aire
o el agua (en un sentido presocrtico son (stin) todas las cosas que se generan,
el agua es agua, el fuego es fuego y el aire es aire y no otra cosa. Esto quiere decir
sencillamente que la reflexin sobre la realidad como tal (es decir sobre todas
las cosas que se generan), sobre el lenguaje en tanto que dice o es capaz de decir
o hablar sobre la realidad, y sobre la verdad como relacin fundamental entre
aquella y este, se plantearon finalmente desde la perspectiva del verbo ser (eim),
y su participio n/ntos en sus distintas formas y usos.

Darle vueltas aqu a lo que es (n/ontos) es darle vueltas tambin a lo que se


clasifica en el pensamiento griego como actitud complementaria lo que es real,
o lo que es verdadero, o tambin ms complejo lo que es siendo lo que es.
Apareciendo ya aqu, no solo la hipertrofia tradicional del verbo ser (de carcter
ontolgico) frente al ms antiguo y natural uso del verbo ggnomai (llegar a ser,
generarse, devenir), sino la aparicin de los dos rasgos ms filosficos del verbo
eim, el de permanencia y el de presencia que tanto juego le darn a Parmnides6.

4
Putnam, 1988, p. 65
5
Calvo advierte que conviene en principio recordar dos circunstancias de este verbo. 1.
admite todos los usos que tiene el verbo eim (absoluto existencial, llegar a la existencia, como
el uso predicativo llegar a ser tal o cual cosa), todo lo que puede decir el verbo eim lo dice
le verbo ggnomai, si bien este ltimo introduce un matiz que no introduce eim la idea o
matiz de generacin o devenir. 2. En la tradicin del per physeos ambos verbos conviven
pacficamente y no hay conflicto en ellos. Cf. Calvo, 2007, p. 162.
6
Cf. Calvo, 2007, pp. 162-163.

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De ah, que lo que es (n/ousa) se convirti paradjicamente en el punto cla-


ve para criticar idealmente todos aquellos conceptos que se oponan a lo que
vemos en torno a nosotros, a lo que se refiere al mundo aparente en el que se
desarrolla nuestra vida cotidiana. As frente al ser, inmvil, perfecto, redondo,
surge el devenir (gnesis), lo que aparece, lo que cambia y se transforma. A
partir de aqu lo que es real y lo que es aparente iniciarn una batalla dialc-
tica en el pensamiento griego, cuyos ecos todava perviven y siguen generando
controversias (mecnica cuntica frente a realismo cientfico).

A pesar de la importancia que pueda tener el verbo ser, slo una mnima tra-
dicin que comenz por Parmnides ha podido acreditar la idea que, segn la
sentencia escolstica, el ser o lo que es, es el primer objeto del intelecto y, por
tanto, debe ser el tema privilegiado de toda teorizacin filosfica. Aristteles y toda
la tradicin doxogrfica posterior asimila la propuesta parmendea y la olvida a la
vez: En efecto, como considera que, aparte de lo que es, no hay en absoluto
lo que no es, piensa que hay solamente una cosa, lo que es y nada ms7. Y
tambin Teofrasto, citado por Simplicio, aporta el siguiente esquema: Lo que est
fuera de lo que es, es lo que no es; pero lo que no es no es nada; pues lo que es, es
uno8. De la inexistencia de lo que no es, se concluye que lo que hay es lo que es,
de ah a su unicidad, despus a su unidad y por fin a su inmovilidad.

La conviccin de Aristteles y de sus comentadores de que la filosofa no puede


hablar de otra cosa que de lo que es, centraba la filosofa parmendea en lo que
no era ms que un corolario (aparece slo el v. 6 del frag. VII) el predicado de la
unidad, lo cual oblig a Meliso (por razones que no vienen al caso9) a corregir
la ontologa parmendea de la finitud. Pues, si atendemos a los sentidos, medita
Meliso, slo percibimos cosas cambiantes, movimiento continuo en un mundo de
apariencias que configura un mundo contradictorio y falaz donde predomina el
trnsito de lo que es a lo que no es. Por eso, la propuesta fundamental de Meliso
establecer, radicalmente, una separacin tajante, no parmendea, entre aparien-
cia (sensible) y ser (inteligible): la pluralidad que percibimos del mundo sensible es
apariencia errnea, mientras que el acto de aprehensin del ser por el pensamiento,
invalida justamente ese devenir. Ser, pues, la razn en su actividad la causante de la
determinacin de la realidad, mientras que la sensibilidad en su pasividad conduce
al error. La idea del hombre como observador que percibe ser sacrificada por la idea

7
Aristteles, Metaf., A 5, 986b 29.
8
Simplicio, Phys., 115, 11: DK 28 A 28. T par t n ouk n t ouk n ouden Hnra t n,
9
Romn, 1993, pp. 179-193.

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Ni realismo, ni anti-realismo: el escepticismo como raz... 83

del hombre que parece que constituye u organiza la realidad sin atender a los datos de
los sentidos10. Y esto es lo que nos gusta sealar aqu, y tendr sus consecuencias para
el constructivismo posterior.

Siguiendo esta misma lnea, Sexto Emprico cuando interpreta el Proemio de


Parmnides, interpreta el carro tirado por dos yeguas como el carro del alma huma-
na, las doncellas que preceden al carro como las sensaciones (de lo cual da seas el
propio Parmnides al hablar de que era acelerado por dos ruedas que son los odos,
gracias a los cuales recibimos todos los sonidos), mientras que la inteligencia, la
razn, sustituye en el paso de la noche a la luz a estos sentidos que se equivocan,
mientras ella (la razn) aprehende las cosas con seguridad: alcanzando la inteli-
gencia la firme comprensin de las cosas11. A partir de esta lectura, Sexto concluye
que Parmnides aconsejaba no atender a los sentidos sino a la razn: Y en fin, l
concluye claramente que no ha de atenderse a los sentidos, sino a la razn12.

La actitud de Sexto es comprensible ya que l estaba interpretando a Parm-


nides, quiz por influjo platnico, a travs de la disyuncin excluyente sentidos-
razn. De tal forma que el Emprico no poda entender cmo al final del Proemio
y despus de calificar como falsas las opiniones de los mortales, stas habran de
ser tenidas en cuenta, por lo que elimina los dos versos correspondientes intro-
duciendo lo que a l le parece ms legtimo. Esta interpretacin nos llevar a la
aceptacin de la tradicional distincin entre el ser que representa al mundo verda-
dero, y la apariencia que simboliza el mundo de los fenmenos fsicos errneos.
Al primero se llegara a travs del nos, la razn, y al segundo a travs de los sen-
tidos, aisthseis, considerando de esta forma a Parmnides como el iniciador del
pensamiento puro y del nos como principio de las representaciones puramente
intelectuales. As, el hombre tendra dos facultades de conocimiento: el intelecto
a travs del cual llegaramos a conocer la esencia de las cosas, y los sentidos mediante
los cuales percibiramos el mundo de los fenmenos. De aqu que se tienda, para
fundamentar esta tesis, a creer que el conocimiento de lo semejante se tiene por
lo semejante, llegando a conocer el mundo fenomnico por los sentidos y el

10
Esta idea que destaca la primaca de la razn sobre la percepcin en Meliso nos parece intere-
sante, aunque no compartimos la ampliacin que hace Zafiropulos a todo el pensamiento
griego, Cfr. ZAFIROPULOS, 1950, pp. 247-248, mucho menos estamos de acuerdo con el
paralelismo que construye este autor entre esta actitud griega y la de Kant en la Crtica de la
Razn Pura, que, segn l, poda haber sido escrita por un griego del siglo V a. C.
11
Sexto, M., VII, 113-114.
12
Sexto, M., VII, 114.

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mundo del pensamiento por la razn13. Con Parmnides aparece, segn Sexto, el
primer intento de convertir a la razn en rbitro de la realidad. Esta razn tiene
sus propias leyes y exigencias interiores, ya que las exteriores son todas errneas.
De la afirmacin de la razn como conocedora de la realidad se deriva la negacin
del devenir testimoniado por la experiencia sensible. Frente al ser nico, inmvil y
eterno al cual se llegar a travs de la razn, los sentidos slo sern capaces de captar
el movimiento, el cambio y la multiplicidad imperfecta.

Es comprensible la exposicin de Sexto con referencia al problema de la apa-


riencia/verdad que tanto preocup a los escpticos. Segn esta interpretacin, Par-
mnides inici el ataque a los sentidos como fuente de conocimientos errneos, en
aras de una sobrevaloracin de la razn14. Pero esta afirmacin es una gran trampa,
tal como intuir muy pronto Demcrito: no podemos destruir el conocimiento
aportado por los sentidos, ya que queramos o no es el nico fundamento posible
de las certezas de la razn: la desconfianza en los sentidos no tendr ms remedio que
acarrear la perdicin de la razn15. Curiosamente, la afirmacin de que los sentidos
jams descubren nada sobre el ser verdadero, es decir, sobre la esencia real de las
cosas, se convertir en uno de los argumentos ms usados por los propios escpti-
cos para negar la posibilidad de conocer la realidad, ya que si anulamos los cauces

13
En el anlisis de Parmnides no hemos encontrado una solo ejemplo definitivo de la viabili-
dad de esta interpretacin. No aparece, pues, en el Poema una evidencia absoluta que d mues-
tras de una radical posicin entre conocimiento intelectivo, por un lado, y conocimiento sensi-
tivo, por otro. Cfr. Gigon, 1944, p. 259 y Calvo, 1977, pp. 252-253.
14
Es interesante observar cmo tambin Herclito es interpretado de la misma forma. Segn
Sexto, el de feso tambin es responsable de cierta crtica a los sentidos como fuente de conoci-
miento; diciendo, en este sentido, que el hombre est compuesto de dos facultades para alcanzar
el conocimiento: la sensacin y la razn. La sensacin no es digna de confianza mientras que la
razn es asumida como el criterio. Por eso, Herclito estara condenando la sensacin cuando
deca: "Malos testigos son para los hombres los ojos y los odos cuando tienen almas brbaras".
Sexto, M., VII, 126: DK 22 B 107. Lo cual es equivalente a decir, segn Sexto, que confiar en
los sentidos irracionales es de almas brbaras, Sexto, M., VII, 126-127. Vemos aqu como Sexto
tambin se apresura a interpretar el texto de Herclito acudiendo al par de contrarios: sensacin
"versus" razn. Recordemos aqu la crtica epicrea a todos aquellos autores, Pirrn entre ellos,
que ponen en duda la capacidad de los sentidos para el conocimiento, ya que, segn Epicuro,
sin los datos aportados por los sentidos no puede haber conocimiento.
15
Demcrito acierta a plantear el dilema de que cualquier tipo de conocimiento racional que
desconfe del testimonio de los sentidos est condenado al fracaso. En este sentido, Galeno cita
un texto de Demcrito poco tranquilizador a este respecto, en l los sentidos, maltratados, acusan
amargamente a la razn de destruirlos, pero a la vez le advierten que su suerte est ligada a la de
ellos: Oh msera razn!, tomando de nosotros tus certezas (tu garanta) nos destruyes?, nuestra cada
ser tu perdicin, Galeno, De medic. empir., 1259, 8: DK 68 B 125.

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a travs de los cuales nos acercamos a la realidad, sta quedar indeterminada ante la
imposibilidad de su conocimiento.

En resumen, la necesidad impuesta por el sistema de Meliso de que el conoci-


miento verdadero slo se obtiene a travs del logos, a travs de la razn demostrati-
va16, ser uno de los argumentos ms frecuentemente utilizados por los escpticos
para dudar del conocimiento en general. Ciertamente, este atisbo de escepticismo
eletico (al menos en lo que a los sentidos se refiere) era filosficamente estril,
ya que era de raz metafsica y no epistemolgica, pero inici la va en la que ms
tarde se reconocern, plenamente, los mismos escpticos antiguos. As pues, por
una extraa jugada del destino los filsofos ms dogmticos inician la lnea de los ms
antidogmticos.

3. La duda acerca de la correspondencia entre saber y realidad

El escepticismo, pues, generaba una duda acerca de la correspondencia entre


el saber y la realidad de la que supuestamente era referido. Se generaban dudas
sobre la conexin y correspondencia de la verdad y realidad, por la imposibilidad
de crear un criterio de verdad adecuado para verificar la verdad de una, con la
verdad de la otra. Para Sexto, el primero que neg la existencia de un criterio
como gua de la verdad, que fuese capaz de distinguir lo verdadero de lo falso
con respecto a la realidad fue Jenfanes, llevando como resultado a suspender
nuestros juicios sobre el conocimiento de la realidad.

Sexto Emprico hace referencia a Jenfanes en numerosas ocasiones17, en


Matemticos, VII, 49, subraya el problema de la verdad y el criterio necesario
para distinguirla, y afirma que algunos pensadores han considerado que el cri-
terio est en lo racional, otros en las evidencias no-racionales y unos terceros
establecen la verdad en ambos. Sexto, no obstante, advierte que la cuestin no se

16
Como ya hemos observado, en Meliso hay una rigurosa necesidad de excluir todos los valores
propios de las dokonta, la verdad no puede provenir del examen de lo emprico, pues lo mlti-
ple es contradictorio, cfr. Calogero, 1977, p. 95, nota 16 y las pginas mencionadas de Rein-
hardt, 1985, pp. 71-73.
17
Por ejemplo, en seis pasajes de sus Hipotiposis Pirrnicas, Cfr. Sexto, H.P., I, 223, 224,
225; II, 18; III, 30, 218. En otros dos del libro I de los Matemticos: Sexto, M., I, 257, 289.
En cinco del libro VII: Sexto, M., VII, 14, 48, 49, 53 y 110. En uno del libro VIII: Sexto,
M., VIII, 326. En dos del libro IX: Sexto, M., IX, 193 y 361. Y, por ltimo, en otros dos del
libro X: Sexto, M., X, 313 y 314. Si bien es cierto que los pasajes no son coincidentes, pues en
unos lo reconoce como a un escptico, en lo que se refiere al conocimiento de las cosas, y, en
otros como un dogmtico en lo referente a su teologa.

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circunscribe a qu criterio hay que utilizar sino ms bien, si existe o puede existir
ese criterio. De ah que junto a estos autores que apuestan por un criterio, otros,
entre los que destaca Jenfanes, niegan que pueda existir criterio alguno. De ah
que diga el Emprico que en lo que se refiere al criterio para Jenfanes las cosas
son inaprehensibles (v a), pues por mucho que nos ocupemos
e intentemos conocer qu es la realidad nunca podremos saber si aquello que
conocemos o sabemos es lo verdadero.18

En la interpretacin que hace Sexto de este fragmento se observa una radical


precisin al afirmar que para Jenfanes no habr nunca un hombre que pueda
conocer lo patente, o haya visto cuantas cosas digo sobre los dioses, por lo que slo
queda la opinin, la conjetura19. Me interesa destacar aqu que si algo que puede ser
visto (eids) debe estar all antes de que la mirada pueda posarse sobre ese algo, debe
existir antes de que cualquier perceptor lo vea o lo experimente de alguna manera.
Ya desde Jenfanes qued establecido un marco conceptual o escenogrfico en el
que el realismo metafsico20 no era una posicin epistemolgica entre otras, sino la
nica posible. A partir de aqu la epistemologa griega se deslizaba sobre rales y slo
poda, con ayuda del escepticismo, descarrilar. Como observa Maturana (uno de
los mximos representantes del constructivismo filosfico) el supuesto a priori de
que el conocimiento objetivo constituye una descripcin de lo que es conocido
comete peticin de principios en la preguntas Qu es saber? y Cmo sabemos?

18
Sexto, M., VII, 49: DK 21 B 34 [a partir de ka t mn]. Este texto correspondiente a los
cuatro famosos versos de Jenfanes es citado y comentado repetidamente por Sexto en tres
ocasiones M., VII, 49; 110 y VIII, 326. Y la conocida frase dkos dep psi ttuktai es citada
separadamente en H.P., II, 18.
19
Cfr. Frnkel, 1925, pp. 174-192. La interpretacin del fragmento B 34 de Jenfanes ha
tenido una historia un tanto turbulenta. Frnkel en un estudio ya clsico, intent clarificar, a
su modo, la estructura del fragmento, eliminando, por un lado, la interpretacin socrtico-
platnica, y por otro, el tono excesivamente escptico que, segn l, haba recibido en Sexto.
Ambas interpretaciones son igualmente verosmiles pero tambin igualmente inverificables.
Siguiendo estas anotaciones de Frnkel, la estructura original del fragmento quedara as:
aquel que se acerca a lo saphs (lo patente) le falta el pleno saber sobre lo alcanzado, es decir,
todava no es un saber verdadero. No existe segura evidencia de que lo que conocemos lo
conocemos absolutamente. Por eso, "o" (opinin) se extiende sobre todas las cosas, lo
nico que tenemos son sospechas, podemos estar prximos a la verdad, pero no podemos
tener conviccin de ese hecho, por ms razones que tengamos para justificar o para creer que
estamos cerca de la verdad. No se puede negar que el tono de esta interpretacin de Frnkel
remite tambin a cierto escepticismo, pues ante la imposibilidad de conocer la verdad, cual-
quier saber seguro se transforma en opinin dudosa.
20
Por eso dice Putnam que la teora que afirma que la verdad es una correspondencia, es la
ms natural y por eso es imposible hallar algn filsofo anterior a Kant que no mantuviera
una teora de la verdad-correspondencia, cf. Putnam, 1988, p. 65

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Ni realismo, ni anti-realismo: el escepticismo como raz... 87

21
. Llevamos ms de 25 siglos tratando de responder a esta cuestin. Y no pode-
mos decir que en la actualidad, la mecnica cuntica, por ejemplo, haya resuelto
el problema, yo dira ms bien que lo ha aumentado. Pues la pregunta vigente es si
podemos seguir viviendo sin necesidad de abrir la caja y saber si el gato est vivo o
muerto, segn la paradoja de Schrdinger.

Si damos por sentado que el conocimiento refleja o debe reflejar la realidad,


la epistemologa tradicional crea un dilema tan inevitable como irresoluble. Si el
conocimiento ha de ser una descripcin o imagen del mundo como tal, necesita-
mos un criterio de verdad que demuestre que nuestras imgenes o descripciones
del mundo son correctas o verdaderas con respecto al mundo: el escepticismo hace
su agosto por aqu. La oposicin entre realidad-verdad y apariencia-error, iniciada
desde Jenfanes y desarrollada por Pirrn o Sexto al hablar de la percepcin, es la
piedra angular de toda teora del conocimiento. La incontestable pregunta de si, o
en qu medida, toda imagen que nos transmiten nuestros sentidos puede corres-
ponder con la realidad objetiva, tiene un amplio estudio en Sexto con el ejemplo
de la manzana, que tendr un gran xito posterior, dice: As, tambin es posible
que teniendo nosotros slo los cinco sentidos, nicamente percibamos de las
cualidades de la manzana las que somos capaces de captar; pero es posible que se
den otras cualidades que caigan bajo otros tipos de sentidos de los que nosotros
no estamos dotados, razn por la cual tampoco percibimos lo perceptible por
ellos. 22

Dicho de otra manera, por ms que queramos, lo nico que podemos hacer
es comparar nuestras percepciones solamente con otras percepciones, pero nunca
podemos comparar las percepciones con la manzana misma23. Todos estos argu-
mentos amargaron la vida a los filsofos dogmticos durante ms de XX siglos,
pero la perspectiva no mejor con Kant, sino que empeor, pues el creador de la
Crtica aadi a este argumento de la manzana, otro ms preocupante. En los Pro-
legmenos, Kant considera el espacio y el tiempo como aspectos de nuestra forma de
experimentar, anulando, as, la posibilidad de conocer las cosas ontolgicamente, y

21
Maturana, 1970, p. 2
22
Sexto, H.P., I, 97.
23
Digenes Laercio insiste en el mismo ejemplo al hablar de los Modos, tropos o maneras de
conocer de Enesidemo y Agripa, as dice, El tercer Modo es el que tiene que ver con los
diferentes canales sensoriales; por ejemplo, una manzana a la vista es amarilla, al gusto es
dulce, al olfato agradable por su aroma. Incluso las mismas formas se ven diferentes segn la
variedad de los espejos. De lo cual se deduce que lo que aparece no es ms del modo en que
aparece que de otro. D.L. IX, 81.

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88 Ramn Romn Alcal

retirndolas, por tanto, de la realidad para colocarlas en la esfera de lo fenomnico:


todo lo que puede ser dado a nuestros sentidos (a los externos en el espacio, a
los internos en el tiempo) ser para nosotros contemplado tal como nos aparece,
no tal como es en s24.

Este texto no slo pone en duda las propiedades sensoriales de la manzana,


sino la propia condicin de cosa de la manzana en s, no slo es dudoso su olor,
su dulzura o su color amarillo o rojo, sino que difcilmente podemos estar segu-
ros de que exista un objeto independientemente de cmo lo experimentamos.
Estara, pues, Kant cayendo en un idealismo manifiesto? No. Kant no afirma
que no haya nada fuera de mi pensamiento, como podra afirmar un idealista
ostensible, es ms, l confiesa que fuera de nosotros hay cuerpos, esto es, cosas
que conocemos fuera de nosotros, lo que dice es que nuestra experiencia no
puede ensearnos nada sobre la naturaleza de la cosa en s, pues conocemos
slo sus fenmenos, esto es las representaciones que producen en nosotros25.
Putnam pone un ejemplo que incide en esta cuestin26 y demuestra que no
existe, estrictamente hablando, un hecho objetivo (fact of the matter) respecto
a los objetos del mundo, por lo que es absurdo pensar que hay una manera en
que las cosas son en y por s mismas, con independencia del esquema concep-
tual respectivamente elegido. As dice, que si penssemos que solo tenemos un
mundo con tres objetos, x1, x2, x3, segn nuestra nocin tpica de objeto habra
tres objetos en el mundo, pero si furamos lgicos polacos que creen que la
suma de los objetos es otro objeto en s, no habra tres objetos sino siete, x1, x2,
x3, x1+x2, x1+x3, x2+x3 y x1+x2+x3. Es decir, dependiendo de nuestro esquema
conceptual cambiara el nmero de objetos del mundo. Todo objetivista de
los hechos, sin embargo, dira que el ejemplo de Putnam demuestra que hay
numerosas descripciones del mundo, igualmente verdaderas. Aceptara que para
cualquier segmento espacio-temporal dado, puede haber varias descripciones
del mismo, igualmente verdaderas, siempre que estas sean igualmente consis-

24
Kant, Prolegmenos, Primera parte, & 12.
25
Nos son dadas cosas, como objetos de nuestra sensibilidad, existentes fuera de nosotros;
pero de lo que puedan ser en s, nada sabemos, sino que conocemos slo sus fenmenos, esto
es, las representaciones que producen en nosotros, en tanto que afectan nuestros sentidos.
Segn esto, confieso, ciertamente, que fuera de nosotros hay cuerpos, esto es, cosas, las cuales
conocemos por medio de representaciones que nos proporcina su influjo sobre nuestra sensi-
bilidad, aunque con respecto a lo que puedan ser en s, nos son completamente desconoci-
das, Prolegmenos, Primera parte, &, 13, Segunda observacin.
26
Cf. Searle, 1995, pp. 165-166.

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Ni realismo, ni anti-realismo: el escepticismo como raz... 89

tentes27, estando solo obligados a pensar que no toda descripcin del mundo
posible en un segmento espacio-temporal dado es verdadera, y que algunas
sern falsas dependiendo de la correspondencia con lo que est ah. Pero esta
es la cuestin abierta si ese estar ah es tan fcil de fijar como las descripciones
verdaderas o falsas.

4. El constructivismo filosfico

Y aqu estamos de nuevo, desde Pirrn hasta los fsicos tericos actuales nos
preguntamos cada vez con mayor frecuencia si estamos descubriendo leyes de la
naturaleza o si, por la decantacin fina de las teoras de investigacin, estamos
forzando a la naturaleza a encajar en esas hiptesis previamente concebidas. En
este contexto, el escepticismo siempre ha sido un aguafiestas y un pesimista con
respecto a las posibilidades del conocimiento. Y nosotros en el fondo continua-
mos siendo realistas metafsicos que esperamos un conocimiento que nos procure
una imagen verdadera de un mundo independiente y supuestamente real, fiel a
la verdad.

Como se sabe, la ciencia clsica se haba propuesto como misin investigar


el mundo en su realidad objetiva, independiente de lo humano. Esto significaba
que para llegar a ese mundo objetivo, ese mundo sin sujeto tena que ser alejado
de toda contaminacin subjetiva, por lo que deba ser distanciado tambin del
observador. Pero el siglo XX empez a dinamitar esta idea cuando se empezaron
a multiplicar las dudas sobre la posibilidad de realizar dicho propsito. Se comen-
zaba a comprender que un mundo del que se haba expulsado toda subjetividad
era un mundo que dejaba de ser observable.

Haba una interdependencia entre el observador y el mundo observado que


empez a ser el tema del discurso de teoras como el constructivismo radical.
A partir de la teora de la relatividad de Einstein, se empez a afirmar que las
observaciones son relativas al punto de referencia del observador, y el postulado
de la relacin borrosa o el principio de incertidumbre de Heisenberg, afirmaba
que la observacin influa en lo observado. El colmo lleg en 1958 con Erwin
Schrdinger que aunque todava el trmino constructivismo no haba aparecido
en el mercado de las ideas deca: Toda imagen del mundo es y sigue siendo

27
Un sistema es sintcticamente consistente cuando en l es imposible derivar una expresin
determinada y tambin su negacin (consistencia o no contradictoriedad), y es semntica-
mente consistente si sus expresiones admiten un modelo.

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una construccin de su propia mente; su existencia no puede ser probada de


otra manera28. Y es ms contundente cuando en ese ensayo maravilloso de La
naturaleza y los griegos, al hablar del orgullo y la simplicidad y temeridad de
los cientficos propensos, dice l, a creer que han comprendido un fenmeno,
cuando en realidad nicamente se han aprendido los hechos describindolos29

Einstein insista en esto mismo cuando deca, y muchos cientficos estaban de


acuerdo con l, que la mente humana era activa, y que las teoras cientficas eran
creaciones libres de esa misma mente humana, y se asombraba de que a travs de
ellas (creativamente y no cientficamente) pudiramos comprender el universo.
Claro, advierte Maturana, la afirmacin y el asombro de Einstein surgen de la
suposicin implcita que tena l mismo de que hay una realidad independiente
que el observador encuentra y descifra con proposiciones explicativas, que segn
Einstein surgen independientemente de toda observacin directa con esa rea-
lidad objetiva 30.

Es evidente que si las suposiciones implcitas de Einstein fuesen correctas,


entonces su asombro tambin sera correcto. El realista puede continuar dejando
a un lado los argumentos escpticos, y anularlos por repugnar a un sano enten-
dimiento humano, pero sigue sin resolverlos, y si los toma en serio no tendr ms
remedio que retirarse a un cierto idealismo subjetivo que lleva a un inevitable
solipsismo, a una cierta creencia de que no puede existir un mundo independien-
te del sujeto. Dicho de otro modo, el observador no encuentra un fenmeno que
deba explicar fuera de l, por el contrario insiste Maturana, el observador pro-
duce el mecanismo generador que propone en el intento de explicar el fenmeno
que quiere explicar, como una proposicin ad hoc, especficamente designada con
elementos de su experiencia, para generarla como resultado de su operacin, y
sin otra necesidad de justificacin que sa31. Y aade, entre irnico y creativo,
que metafricamente es aqu donde reside la poesa del hacer ciencia.

Esto es duro, ya lo s, pero cada vez parecemos estar ms seguros de lo que


no son las cosas y menos de lo que son, aunque nos resistimos a tener cier-
ta certidumbre en saber qu es lo que son. Giambattista Vico con su frmula
verum ipsum factum en 1710, lleg a defender que la verdad del ser humano

28
Schrdinger, 1958, p. 152.
29
Schrdinger, 2006, pp. 120-121.
30
Maturana, 1994, p. 172.
31
Maturana, 1994, p. 173.

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Ni realismo, ni anti-realismo: el escepticismo como raz... 91

era aquello que el ser humano llega a construir y formar mediante sus acciones.
Llegaba al convencimiento de que conocer era un hacer, un generar, un crear,
oponindose a la idea clsica de que el conocimiento era una actitud pasiva de
recepcin32. En la actualidad, el constructivismo filosfico33 intenta separarse
del realismo como forma tradicional de conocimiento de la realidad, y para ello
se sita en un nuevo paradigma, en una nueva forma de relacionar saber y real-
idad. Mientras la concepcin tradicional del conocimiento y las tradicionales
teoras cognitivas, consideran que existe una correspondencia casi icnica entre
el conocimiento y la realidad responsable de los datos que percibimos, el con-
structivismo cognoscitivo parte de un principio diferente. El conocimiento no es
la computacin de una realidad, sino ms bien la computacin de las descripciones
de una realidad. Es decir, las escuelas realistas o anti-realistas cuando tratan de
describir una mesa, observan al tocarla, la confirmacin de mi sensacin visual de
que all hay una mesa, el constructivismo ms bien dira que la correlacin entre
mi percepcin tctil y mi impresin visual permite que se genere una experiencia
que podra describir diciendo que aqu hay una mesa.

Y esto presenta un problema y es que las descripciones tienen como lmite el


lenguaje. Ya Wittgenstein en su proposicin 5.6. del Tractatus dice: Los lmites
de mi lenguaje significan lo lmites de mi mundo34, y esta sera una forma dbil
de hablar de una cierta verdad del escepticismo, ya que como dice un poco
ms abajo (5.62) que el mundo es mi mundo se muestra en que los lmites del
lenguaje (el lenguaje que yo solo entiendo) significan los lmites de mi mundo.
Desde este punto de vista no hay forma de acabar, a pesar de una larga tradicin
de argumentos, con el escepticismo, y como dice el propio Wittgenstein, toda
tentativa no hace ms que reforzarlo. El escepticismo debe ser entendido como
una traduccin epistemolgica de una dificultad real. Tenemos que comprender y
luchar contra esa pulsin humana y esa tendencia filosfica de poner en contacto
lo que decimos o pensamos con esa gran desconocida: la realidad.

32
El conocimiento humano estara condenado a raspar la superficie de la realidad natural, as
la verdad humana, de existir, sera solo una imagen plana, casi una pintura, Mondolfo,
1971, p. 84.
33
En las dos ltimas dcadas parece que se ha ido formando cierto consenso en humanidades
y en ciencias sociales entorno a la idea de que el conocimiento es algo socialmente construido
(concepcin unida estrechamente a posiciones progresistas, pos-colonialistas o multicultura-
listas), esta tesis no es tan clara en el caso de las ciencias naturales, vid. Borghossian, 2009, p.
16-25.
34
Wittgenstein, 1981, p. 163.

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92 Ramn Romn Alcal

Adems, los procesos de conocimiento no computan realidades (mesas, gal-


axias o agujeros negros), sino en todo caso las descripciones de tales entidades.
Pero es que adems, como cualquier neurofisilogo nos dira, la computacin
de una descripcin en el plano neuronal (por ejemplo una imagen proyectada
en la retina) seguir siendo elaborada en planos superiores (repeticin ilimitada
de descripciones) hasta la descripcin definitiva, eliminando as un desconocido
o desconocida al que hacemos constante referencia como es la realidad. La
computacin recursiva est a la base de todo proceso de conocimiento y de la
vida misma35.

As pues, el aspecto fundamental del conocimiento es su funcionalidad, el


conocimiento no se corresponde con la realidad, ms bien encaja con ella o no.
Ernst von Glasersfeld apunta a la diferencia que en el ingls cotidiano existe
entre las palabras match (corresponder, igualar, emparejar) y fit (encajar, ajustar,
acomodar), el realista metafsico busca el conocimiento que corresponde con
la realidad, mientras que el constructivista busca encajar su teora con lo que
sabemos del mundo. El encaje describe la capacidad de la teora, pero no del
mundo. Cuando decimos de algo que encaja (una llave en una cerradura
que la abre) ese encaja describe una capacidad de la llave y no dice nada de la
cerradura. Desde el punto de vista del constructivismo radical todos nosotros
hombres de ciencia, filsofos, legos, escolares, animales, seres vivos de todas
las especies- estamos frente al mundo circundante como un bandido ante una
cerradura que debe abrir (con su manojo de llaves) para aduearse del botn36.

El cientfico o el ser humano est situado frente al mundo circundante y


necesita una teora que sirva, que encaje (correspondera al trmino fit de la
teora darwinista o neodarwinista), para aduearnos de l. El constructivismo
rompe con las convenciones y desarrolla una teora del conocimiento en la cual
ste ya no se refiere a una realidad ontolgica objetiva, sino que se refiere a
la organizacin del mundo a travs de nuestras experiencias, como concluira
Piaget: la inteligencia organiza el mundo organizndose a s misma 37. En
este sentido, me gusta del constructivismo su modestia y humildad pues el
constructivismo no es una descripcin de una realidad absoluta, sino que es

35
Von Foerster, 1988, pp. 44-53.
36
Von Glasersfeld, 1988, p. 23.
37
Piaget, 1937, p. 311. La idea tradicional piagetiana de que el nio no sabe disociar correc-
tamente de s mismo el curso de los acontecimientos o la realidad de las cosas, ni agrupar
convenientemente los objetos, si no es de acuerdo con las relaciones que su propia actividad
puede introducir (ver Wallon, 1980, p.141), habra que ampliarla al conocimiento cientfico.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 75-95. UNED, Madrid
Ni realismo, ni anti-realismo: el escepticismo como raz... 93

un posible modelo de conocimiento en el que sobra la supuesta objetividad,


como dira Woody Allen, al menos hay una cosa en la que se pierde la obje-
tividad es imposible vivir la propia muerte con objetividad y, adems, cantar
una cancin38.

38
Allen, 1974, p. 31.

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94 Ramn Romn Alcal

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Recibido: 20/01/2016

Aceptado: 15/09/2016


Este trabajo se encuentra bajo unalicencia de Creative Commons Reconocimiento-
NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional

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EL DESAFO DEL CINISMO ANTIGUO EN LA
POLIS (S. IV-III A.C.): UNA VIDA DE ESFUERZO Y
DE REACUACIN DE LOS VALORES

THE CHALLENGE OF ANCIENT CYNICISM


WITHIN THE GREEK CITY STATE (S. IV-III
BC): LIVING A LIFE OF TOIL AND RECOINING
CURRENT VALUES

Pedro Pablo Fuentes Gonzlez1

Facultad de Filosofa y Letras


Universidad de Granada

Resumen: Hombres y mujeres de un tiempo de crisis, los primeros cnicos


representaron un verdadero desafo para sus contemporneos. Radicalmente opues
tos a los modos de vida y de pensamiento imperantes, lejos de apartarse en un retiro
indiferente, se mantuvieron conscientemente en el interior de la sociedad de su tiempo.
Lo hicieron ante todo como el mejor modo de realizar el cinismo por ellos descubierto,
a travs del desaprendizaje y desembarazo de todo aquello que est en el origen de la
esclavitud y desdicha reales del individuo, y como el mejor modo de confirmar las

1
Departamento de Filologa Griega y Filologa Eslava, Campus universitario de Cartuja S/N,
Facultad de Filosofa y Letras, Universidad de Granada, 18071, Granada. E-mail: fuentes@
ugr.es. Profesor Titular de Filologa Griega. Este artculo reelabora los contenidos principales
de la ponencia presentada en el curso de la UNED El mundo de Alejandro, celebrado los das
6, 7 y 8 de julio de 2011 en Denia bajo la sabia y cordial direccin del profesor Quintn
Racionero. A su memoria lo dedico, con todo mi agradecimiento por su confianza y genero-
sidad.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 97-129. UNED, Madrid
98 Pedro Pablo Fuentes Gonzlez

c laves de la verdadera libertad y felicidad. En ese contexto hostil es donde, como atletas
y soldados de la filosofa, se entrenaron y combatieron cotidiana y pblicamente, con
el objetivo de convertirse en seres autosuficientes, libres y felices. Antstenes, Dige-
nes, Crates, Metrocles y su hermana Hiparquia (esposa de Crates) representaron por
excelencia ese lado ms decididamente heroico y desafiante del cinismo antiguo. Poco
despus otros, como Menipo o Bion, prosiguieron este desafo en el mundo helenstico,
aunque quiz en su caso se tradujo ms en crticas y stiras literarias que en un compro
miso real de vida. Sin embargo, ser sobre todo en poca imperial cuando proliferar
la figura del falso cnico vulgar, que ocultaba los vicios del parsito bajo la apariencia y
la indumentaria del filsofo.

Palabras clave: Cinismo antiguo, Socratismo, tica, Individualismo, Naturaleza,


Sencillez, Autosuficiencia, Reacuacin de los valores, Ascesis, Aprendizaje, Voluntad,
Impasibilidad, Libertad, Felicidad, Antstenes, Digenes, Crates, Metrocles, Hiparquia,
Menipo, Bion.

Abstract: In an era of general crisis of the traditional city state, the first Cynics,
both men and women, offered a challenge to their fellow countrymen. While despising
in a radical way all the ways of life and currents of thought of their time, they refused
to remain indifferent outside the city and chose to deliver their message through an
active presence within the community. This involvement was for them the best and only
way of getting rid of, and unlearning all the practices and values that could enslave
someone and make him unhappy, and also of trying new paths to unconditional access
to real freedom and happiness. To face the hostility of society and the hardness of life,
they as athletes and soldiers of philosophy trained themselves and fought daily in
public to become autarchic, free and happy. Antisthenes, Diogenes, Crates, Metrocles
and his sister Hipparchia also the wife of Crates were the best representatives of
this heroic and provocative cynicism of the first generations. Later on, in the Hellen-
istic period, the challenge was handed down to figures like Menippus and Bion, but
their approach was of a more literary and satirical nature and did not necessarily imply
a thorough commitment in real life. Finally, in the Imperial era Cynics of a far less
authentic kind appeared, who wore the philosophers garment only to dissimulate the
wickedness of the parasite.

Keywords: Ancient cynicism, Socraticism, Ethics, Individualism, Nature, Simplic-


ity, Self-sufficiency, Defacing the recoining values, Asceticism, Training, Will, Indif-
ference, Freedom, Happiness, Antisthenes, Diogenes, Crates, Metrocles, Hipparchia,
Mennipus, Bio.

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El desafo del cinismo antiguo en la polis... 99

1. Cinismo antiguo y cinismo moderno

La palabra cinismo del lenguaje comn nos evoca hoy la actitud de quien
no acepta nada ni a nadie como sagrado y, movido por la pura indiferencia o
el mordaz sarcasmo, se complace en utilizar palabras provocativas e insultantes
para referirse a valores y sentimientos admitidos o incluso reverenciados por los
dems; y, ms an, no duda en servir a sus propios fines sin importarle los medios
empleados. Se trata de una actitud marcada no precisamente por un heroico y
desafiante atrevimiento social ni menos an por un compromiso tico firme,
rasgos que caracterizaron, en cambio, a aquellos lejanos filsofos griegos del s. IV
a.C. que fueron los primeros a los que se dio el apelativo de cnicos (),
es decir, perrunos, o el apelativo simplemente de Perros (). Se les dio
sin duda de modo peyorativo, y, sin embargo, ellos lo asumieron como el mejor
timbre de la sabidura y de la vida que preconizaban y practicaban. Al abordar el
estudio de este cinismo () antiguo, debemos, pues, permanecer atentos
contra toda fcil asimilacin basada en la evocacin del cnico moderno, como,
en general, de otras figuras de nuestro tiempo, como los hippies surgidos en los
ltimos aos de la dcada de 19602.

Lo importante es no confundir en modo alguno el cinismo antiguo con el


moderno y, en general, asumir la polisemia inherente al trmino. De hecho, ya
en la misma Antigedad las etiquetas de cinismo o cnico pudieron cubrir
actitudes muy diversas. Sobre todo, en la poca del Imperio romano hubo quie
nes adoptaron para s el calificativo de cnicos sin que ni su vida ni su pensa
miento fueran dignos del nombre que llevaron sus predecesores. Eran farsantes
que utilizaban una indumentaria desaliada y hacan gala de un comportamiento
desvergonzado con el nico fin de engaar a los dems y de vivir como simples
parsitos de la sociedad, prefigurando as aspectos del cinismo vulgar de los
tiempos modernos. Autores como Dion Crisstomo, Epicteto, Luciano o Juliano
se encargaran bien de desenmascarar a estos, a sus ojos, falsos cnicos y marcar
las distancias con respecto a los cnicos verdaderos, a menudo (como en el caso
de Epicteto o Juliano) a costa (hay que sealarlo tambin) de idealizar no poco
a estos ltimos, para rehabilitarlos sobre todo en un sentido social y poltico3.

Sobre el cinismo moderno hay que decir tambin que la actitud que lo defi
ne dista mucho de ser simple, y no se agota sin ms en la pura desvergenza

2
Cf. Shmueli 1970, Windt 1972, Dambska 1973, Xenakis 1973.
3
Cf. Goulet-Caz 1990, Billerbeck 1978, Ead. 1982, Ead. 1993, Bouffartigue 1993.

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100 Pedro Pablo Fuentes Gonzlez

o desentendimiento del cnico vulgar. Muy al contrario, el cinismo moderno


remonta al Renacimiento, hunde en particular sus races en la Ilustracin del
siglo XVIII con figuras tan notables como Rousseau, Voltaire o Diderot, en
Francia, Wieland, en Alemania, etc., y tiene, ms adelante, ya en el siglo XIX, a
uno de sus mejores representantes en Nietzsche4.

Hago aqu una mencin especial de la Crtica de la razn cnica de Sloterdijk


(1989), quien considera el cinismo moderno antirracionalista y desencantado,
puramente negativo, como un producto del fracaso prctico de la Ilustracin.
No en vano, lo define, de modo paradjico, como falsa conciencia ilustrada o
como voluntad de saber (entendido como poder) carente de ideales e infeliz.
Frente a l, propone como ejemplo transformador para el hombre de un tiempo
en crisis el gran cinismo valiente y fecundo de aquellos antiguos filsofos griegos
que s supieron realizar sus vidas en accin iluminadora y liberadora, aquellos
cuyo cinismo s era una tica, lo que supone un ideal de felicidad. De hecho, los
movimientos estudiantiles alemanes de los aos 1980 se vieron reconocidos en
el llamamiento de Sloterdijk, y su libro se convirti entonces en el ms polmico
y ledo en Alemania. Hoy, ms de treinta aos despus (la versin original es de
1983), cuando no podemos dejar de evocar al respecto por ejemplo el movimien-
to indignado e inconformista del 15-M, aquel llamamiento de Sloterdijk sigue
sin duda teniendo pleno sentido, como la necesidad misma de esa recuperacin
de lo ms autntico e invariable, de lo ms atrevido y desafiante tambin del
espritu del antiguo cinismo. Incluso desafos tan modernos como el ecologismo
no dejan de mirar hacia nuestros antiguos Perros5.

En las pginas que siguen presento una imagen de lo que fueron y signi
ficaron los cnicos en la Antigedad clsica y helenstica, del contexto en que
surgi su pensamiento y ms an de cmo se materializ vitalmente en la accin
filosfica de una serie de individuos. Para ello, resulta imprescindible abordar otra
cuestin preliminar, a saber: la de las fuentes que nos han llegado al respecto y
que son las que tenemos que utilizar para todo intento de reconstruccin.

4
Cf. al respecto Niehues-Prbsting 1979, Id. 1980, Id. 2000, Sloterdijk 1989 y Onfray 1990,
a los que hay que aadir Clment 2005, sobre el cinismo en el Renacimiento.
5
Cf. Cuesta 2006, 2011.

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El desafo del cinismo antiguo en la polis... 101

2. El problema de las fuentes sobre el cinismo antiguo

Se trata de un problema de capital trascendencia, ya que la inmensa mayora


de los textos que nos han llegado sobre los cnicos antiguos constituyen simples
testimonios contenidos en la obra de muy diversos autores, de orientacin ideo-
lgica muy diversa y casi siempre muy posteriores a los cnicos de la primera
generacin, el siglo IV a.C., es decir, Antstenes de Atenas, Digenes de Sinope,
Crates de Tebas y sus discpulos directos. Los textos que podemos considerar
fragmentos propiamente dichos de los cnicos son muy escasos. No es que ellos
no cultivaran la literatura, pues, pese a lo que podra pensarse si tenemos en
cuenta su fundamental e imperativo rechazo de la cultura tradicional, lo hicieron
con cierta frecuencia, aunque siempre desde luego segn su particular modo
pardico y transgresor6. Lo que sucedi, ms bien, fue que la ndole propia de
sus escritos, sobre todo desde el punto de vista moral y social, los destin a una
transmisin directa absolutamente precaria.

A ello colabor de modo trascendental el que los cnicos no constituyeran


nunca una escuela filosfica en el sentido convencional del trmino, marcada
por una lnea sucesoria que pudiera garantizar unas condiciones favorables para
la transmisin a lo largo del tiempo de la memoria del pensamiento y de la obra
de los predecesores. Muy al contrario, el cinismo se mostr desde el principio
ajeno a una realidad escolar de este tipo, tan ajeno como a una formacin y a una
actividad filosficas basadas en lo puramente intelectual y libresco. Pues bien,
uno de los mejores conocedores hoy de la tradicin filosfica antigua, Goulet
(2007), editor del monumental Dictionnaire des philosophes antiques, cuyos lti-
mos volmenes vern la luz este ao, ha puesto bien de manifiesto la importancia
del papel jugado por las escuelas en la transmisin y finalmente en la conservacin
de los textos filosficos griegos. Ms all del concepto de conservacin, vinculado
a una realidad siempre inestable y azarosa, se pone de relieve aqu sobre todo
el concepto de transmisin, que implica una voluntad de garantizar el conoci-
miento, el estudio y la pervivencia de determinados textos. Ante tal realidad,
pareca inevitable, por tanto, que los textos de los cnicos fueran objeto de una
conservacin extremadamente pobre y fragmentaria, ms an si pensamos, como
ha insistido tambin Goulet, que al final de la Antigedad fueron sobre todo los
textos filosficos que tenan algn inters para las escuelas neoplatnicas de los
siglos IV a VI los que se beneficiaron de una regeneracin a travs de la copia. En
efecto, los escritos de los cnicos no parece que jugaran en cuanto tales ningn

6
Cf. Roca Ferrer 1974, Martn Garca 2008.

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102 Pedro Pablo Fuentes Gonzlez

papel especial en los crculos neoplatnicos. Los neoplatnicos parece que slo
experimentaron un inters particular por los textos de Antstenes, mientras que
los dems cnicos no son objeto en sus escritos sino de simples menciones pun
tuales en tanto que protagonistas de dichos o ancdotas presentados ms o menos
al margen de su contexto originario.

Antstenes es tambin el nico cnico del que se nos han conservado escri-
tos en transmisin directa. Se trata de dos declamaciones en el estilo de Gor
gias, que fuera su maestro antes que Scrates: yax y Odiseo, conservadas en un
manuscrito medieval (el Palatinus Graecus 88, del siglo XII) como apndice a
los discursos de Antifonte y al lado de la Helena y del Palamedes de Gorgias y del
Odiseo de Alcidamante7. En este caso, la pervivencia se debe explicar sin duda
por la presencia y la utilidad que ambos textos de Antstenes pudieron tener en
las escuelas de retrica.

Nada ms nos ha llegado por transmisin directa de los cnicos. Tenemos, por
transmisin indirecta, algunos escasos fragmentos de las supuestas tragedias de
Digenes8, o de las elegas de Crates, fragmentos transmitidos en autores como
Plutarco, Digenes Laercio, Juan Estobeo, Juliano, etc., o en colecciones anni-
mas como la Antologa Palatina. De la famosa Repblica de Digenes, que debi
de constituir un escandaloso ejercicio de incursin cnica en la tradicin de los
escritos sobre la organizacin de la sociedad poltica que contaba en su haber a
filsofos tan ilustres como Platn, slo tenemos referencias en textos de autores
abiertamente hostiles al tipo de planteamientos lanzados aqu por Digenes9. El
testimonio ms sustancial en este sentido es el del epicreo Filodemo del siglo I
a.C., en los fragmentos de su obra Sobre los estoicos conservados en restos de dos
de los rollos de papiro sacados de las cenizas del Vesubio en la clebre Villa de
los papiros de Herculano10. En esta obra Filodemo atacaba duramente, junto a
la Repblica de Digenes, la obra homnima que habra escrito el fundador de la
Estoa, Zenn de Citio, en los tiempos en que siguiera la senda cnica, como disc-
pulo que fuera del discpulo de Digenes, Crates, cuya vida se adentraba ya en el
s. III a.C. (ca. 365-285). Para ello Filodemo no dudaba en presentar como mejor
convena a sus intereses y con el fin de desacreditar a sus adversarios naturales

7
Cf. Goulet-Caz 1992.
8
Se ha ocupado de ellos con finura entre nosotros Lpez Cruces, de quien cito uno de sus
trabajos ms relevantes al respecto (2010), sobre la tragedia Heracles.
9
Cf. Goulet-Caz 2003, Husson 2011.
10
Cf. Dorandi 1982, 1993.

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estoicos (que se haban encarnizado contra Epicuro y su escuela) los aspectos ms


escandalosos de ambas obras, eso s totalmente descontextualizados11.

El testimonio de Dion Crisstomo, discpulo de Musonio Rufo, constituye


tambin, a finales del siglo I y principios del II d.C., un testimonio precioso
sobre los cnicos de la primera generacin, en particular sus cuatro discursos
diogenianos. En efecto, en ellos debi sin duda de utilizar Dion fuentes de gran
antigedad, aunque sin descartar, por supuesto, la confluencia tambin de ele
mentos ms o menos legendarios o novelescos12.

Una fuente de extraordinaria importancia para el conocimiento del cinismo y


mucho ms antigua son los fragmentos de Teles, moralista del siglo III a.C., con-
servados en la monumental antologa que reuniera el ya citado Estobeo en torno
al siglo V d.C.13. Se trata de textos de una cierta extensin que nos testimonian
muy bien lo que pudo ser en plena poca helenstica la actividad pedaggica de
moralistas populares como este Teles, de clara inspiracin cnica. Los fillogos
alemanes del siglo XIX, para este tipo de testimonios y en general para todos
aquellos que reflejaban el modo de filosofar de los cnicos o de filsofos ms o
menos afines a estos, emplearon el concepto de filosofa popular, recordando
su propia tradicin filosfica del siglo XVIII del mismo nombre. Me refiero a
la tradicin filosfica representada por determinados filsofos que, siguiendo el
llamamiento a la popularizacin de la filosofa lanzado por Diderot, impulsaron
entonces una concepcin socrtica de la filosofa no encerrada en los lmites de
un espacio escolar sino abierta en el dominio pblico, en una relacin directa con
sus contemporneos, y ms all de la oposicin entre teora y prctica14. Entre
las principales figuras de esta filosofa popular moderna estuvieron Johann-
August Ernesti, Johann Gottfried Herder, o los filsofos del grupo de Berln,
sobre todo Friedrich Nicolai, Johann Jakob Engel o Moses Mendelssohn. Todos
ellos se empearon en sacar a la filosofa de las Universidades y ponerla al servi-
cio de la vida y del hombre ordinario. Evidentemente, tal movimiento no tard
en suscitar la oposicin enconada de los filsofos acadmicos, desde Immanuel
Kant y su escuela hasta Georg Friedrich Hegel, que negaban la pertinencia del
concepto mismo de filosofa popular, y situaban la filosofa en el dominio de la

11
Cf. Goulet-Caz 2003, Husson 2011, pp. 33-40.
12
Cf. Brancacci 1977, 1980.
13
Cf. Fuentes Gonzlez 1998.
14
Cf. Fornet-Betancourt 2002, pp. 175-267; Bhr 2003.

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104 Pedro Pablo Fuentes Gonzlez

ms pura especulacin terica15. Por supuesto con todas las diferencias de rigor,
podemos constatar la analoga esencial que presentaba esta situacin con la de
los cnicos del siglo IV a.C., y no deja de ser significativo que Hegel manifestara
en su historia de la filosofa un desprecio absoluto por el cinismo, as como por
todos los filsofos que slo nos son conocidos por noticias de tipo biogrfico y
anecdtico, y no por desarrollos doctrinales en sentido estricto. Para una reva-
lorizacin filosfica del cinismo similar a la de la Ilustracin habra que esperar
a la obra del ya citado Nietzsche en el ltimo tercio del siglo XIX, quien, como
fillogo clsico, no en vano manifest por cierto un inters muy particular por
el estudio de nuestra principal fuente biogrfica sobre los cnicos: las Vidas y
doctrinas de los filsofos ilustres de Digenes Laercio, obra que la crtica suele datar
en la primera mitad del siglo III d.C., pero en la que su autor reuni materiales
de muy diversa procedencia que ilustran de un modo sin igual la influencia de
toda una rica tradicin anterior de origen helenstico. Se contaban aqu, adems
de escritos pertenecientes en general a la tradicin biogrfica, otros que trataban
ms en sentido estricto sobre las doctrinas filosficas (placita, tratados sobre las
sectas), as como obras sobre las sucesiones de escolarcas. Son el tipo de obras que
se suelen calificar con el neologismo de doxogrficas, acuado por H. Diels a
finales del siglo XIX16.

Encontramos a los cnicos asimismo de modo abundante en la rica tradi


cin gnomolgica. Al respecto baste recordar de nuevo la antologa de Estobeo.
En obras de este tipo aparecen nuestros filsofos como personajes recurrentes
portadores de dichos y protagonistas de todo tipo de ancdotas moralizantes,
ciertamente enmarcados en contextos pedaggicos que obedecen a los intereses
concretos de los recopiladores17.

Desde un principio, los cnicos parecan destinados a no tener sino una


influencia muy limitada en el espacio y en el tiempo, y ello debido a la sin
gularidad de su filosofa. Esta se expresaba consciente y plenamente a travs de
una tica al servicio de la vida cotidiana del individuo, mediante un mensaje que
se presentaba abiertamente a contracorriente, y no resultaba nada fcil ni de reali-
zar ni de recibir, y menos an de retener. Lo que los cnicos dijeron y escribieron
efectivamente a sus contemporneos formaba parte de un empeo contracultu-
ral que slo difcil y muy parcialy distorsionadamente pudo tener reflejo en la

15
Cf. Hegel 1990, p. 99 ss.
16
Cf. Runia 1999.
17
Cf. Fuentes Gonzlez 2011.

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El desafo del cinismo antiguo en la polis... 105

cultura que era objeto en cada momento de transmisin, a travs de autores que
tradujeron esta contracultura en trminos ms respetables (comenzando ya quiz
por un Teles, y ms tarde por autores como Musonio y Epicteto), o bien a travs
de antologas donde las palabras y las ideas de los cnicos aparecan encuadradas
en contextos que resultaban ms fcilmente controlables o maleables.

Al margen de este tipo de transmisin, la voz de los cnicos antiguos estaba


sin duda prcticamente condenada al ms absoluto silencio. Pese a todo, incluso
si su voz no es para nosotros sino un eco que resuena a travs de los autores ms
diversos, un eco a menudo mal reproducido, por no hablar de los casos de los
adversarios declarados, paganos o cristianos, en quienes este eco ha sido clara-
mente objeto de falseamiento, dicha voz no ha dejado de escucharse a lo largo de
los siglos. En efecto, estos hombres, que aspiraban a cambiar la realidad a travs
de la sola transformacin radical de sus propias vidas individuales, han estado
constantemente presentes, dando a sus contemporneos y a las generaciones
venideras materia para pensar, para poner en duda los principios recibidos e
intentar comprender la consistencia y el sentido de la autntica vida humana,
del autntico hombre, ese que Digenes buscaba con su legendario candil en
pleno da, mostrando as que era empeo harto difcil (SSR V B 272). He ah
sin duda la principal misin de toda filosofa popular, y ha sido en el seno de
lo poco que nos ha llegado de la filosofa popular antigua donde este primer y
genuino cinismo ha logrado sobrevivir, por ms que difcil y fragmentariamente.

3. El cinismo como filosofa?

Vinculada a lo expuesto, otra cuestin importante en torno al cinismo es


su condicin o no de filosofa propiamente dicha. Ya los antiguos se hicieron
este planteamiento desde poca helenstica, como testimonia Digenes Laercio
(I 19), cuando se opone a un autor como Hipboto (su datacin flucta entre
finales del siglo III y finales del I a.C.), que negaba que el cinismo constituyese
una verdadera opcin filosfica () o escuela de pensamiento (= Hipboto,
fr. 1 Gigante). Por su parte, Digenes Laercio (VI 103) defenda que la filosofa
cnica deba ser considerada tambin como una escuela de pensamiento y no
slo, segn pretendan algunos, como un simple posicionamiento vital (
), una actitud prctica ante la vida. Se suele atribuir esta caracterizacin del
cinismo como un posicionamiento vital a la misma figura de Hipboto, aunque
el testimonio laerciano la atribuye en general a un impreciso algunos. Digenes
Laercio se limita en cualquier caso a negar esta opinin en un prrafo en que,

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 97-129. UNED, Madrid
106 Pedro Pablo Fuentes Gonzlez

por su parte, enumera, siquiera en escasas lneas, las doctrinas comunes que, a
su juicio, pueden justificar la consideracin del cinismo como verdadera escuela
de pensamiento18.

Al parecer, el criterio que un autor como Hipboto utilizaba para dejar al


cinismo fuera de la categora de escuela filosfica no era otro que el carecer de
un corpus de doctrina, y en el fondo no parece que haya que ver aqu sino una
discusin de tipo ms o menos tcnico de la historiografa filosfica. En el marco
de este debate erudito, determinados historiadores antiguos (como hiciera tam-
bin un Hegel en los tiempos modernos) pudieron considerar que el cinismo
adoleca (con respecto a las otras filosofas) de una pobreza o fragilidad doctrinal
que haca que debiera ser considerado, a sus ojos, ms que como una verdadera
opcin filosfica, como una simple disposicin o posicionamiento existencial.
Otros sin duda pudieron manifestar al respecto menos escrpulos y exigencias de
tipo tcnico, o bien considerar (como Digenes Laercio) que no se poda negar
que el cinismo tuviera unos mnimos principios doctrinales de base.

El hecho de que los cnicos se concentraran directamente en la tica, y deja-


ran del todo de lado las otras partes de la filosofa de entonces, la lgica y la fsica,
debi sin duda de llamar la atencin. No en vano a la propia Antigedad remon-
ta la idea segn la cual el cinismo sera un atajo hacia la virtud (felicidad), por
comparacin con la va larga de sus herederos estoicos, que pasaba, esta s, por
la fsica y por la lgica, adems de presentar finalmente en la tica una mayor y
ms sutil teorizacin19.

El cinismo, en cuanto que tica y slo tica, y por ms que sus principios
puedan parecer simples y poco elaborados y estuvieran focalizados directamente
a la prctica, debe ser considerado una filosofa en el pleno sentido de la pala-
bra. Y esta es de hecho la visin de la crtica actual sobre el cinismo, una crtica
que ha sabido dignificar la posicin de los cnicos en las historias de la filosofa
antigua, rescatndolos del ostracismo, o, en el mejor de los casos, de la simple

18
Sobre esta polmica en la Antigedad interesa asimismo el testimonio (transmitido por
Agustn, La ciudad de Dios XIX 1, 2-3) de Varrn (s. II-I a.C.), que reduca a los cnicos a
simples defensores de un modo de vida que, en su opinin, poda ser adoptado tambin por
los seguidores de cada una de las escuelas filosficas por l distinguidas, de tal forma que,
segn este planteamiento, cada una de estas escuelas (incluidas la platnica o la aristotlica)
podan tener una versin cnica si se adoptaba por el filsofo en cuestin el modo de vida
cnico. Sobre ambos testimonios de Hipboto y Varrn, vase Goulet-Caz 2014, pp. 65-69.
19
Cf. Goulet-Caz 1986a (20012), pp. 22-28; Ead. 2014, pp. 43-48.

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marginalidad anecdtica. A lo largo de todo el siglo XX, y de modo especial-


mente fecundo desde los aos 1980, los cnicos han sido objeto de un inters
creciente, serio y autnomo, por parte de la crtica, y hoy contamos, amn de
la monumental recopilacin de testimonios por parte de Giannantoni, en sus
Socratis et Socraticorum Reliquiae20, con un amplsimo corpus crtico que, sin
estar exento por supuesto de polmica en determinados aspectos21, nos permite
conocer mejor la aportacin de estos filsofos a la historia del pensamiento, y
cmo los cnicos no pueden ser despachados sin ms al plano de lo curioso,
extravagante y anecdtico en filosofa22.

4. El cinismo, una filosofa prehelenstica y socrtica

Es evidente que la cnica debe ser analizada como una filosofa prehelenstica,
surgida en el siglo IV a.C., siglo que en la filosofa (como tambin en la elo-
cuencia) constituye la poca clsica, y que en la filosofa, como de nuevo en la
elocuencia, est focalizado en la ciudad de Atenas. Se trata de un siglo caracteri-
zado por la crisis progresiva de las polis, hasta la consolidacin de la hegemona
de Macedonia en la segunda mitad del siglo. Y se trata, por tanto, de un largo
perodo de transicin hacia lo que ser plenamente el Helenismo23. Es en este
siglo IV de crisis, trgicamente marcado en sus inicios por la muerte en Atenas
de la monumental figura de Scrates (399), donde debemos situar el nacimiento
del desafo cnico.

Como ha destacado Teodorsson24, el cinismo es la ms extrema y particular


de las lneas de pensamiento que evolucionaron en Atenas despus de la muerte
de Scrates, y era la suya una tendencia diametralmente opuesta a la de Platn o
Aristteles, que se concentraron en la bsqueda del conocimiento del ser humano
y del mundo en todos sus aspectos, con el objetivo de presentar una base terica
estable para una tica y poltica ptima (mediante una mejor comprensin de la
psique humana) y tambin (mediante un mejor conocimiento de la naturaleza)
para una vida ms conveniente desde el punto de vista material, unido todo ello

20
Socraticorum Reliquiae, 1983-1985; Socratis et Socraticorum Reliquiae (SSR), 1990.
21
Cf. Fuentes Gonzlez 2013.
22
Cito alguna de las mejores sntesis: Goulet-Caz 1986a (20012), Ead. 1993b, Ead. 2010,
Ead. 2014, 9-97, Ead. & Goulet (ed.) 1993, Branham & Goulet-Caz (eds.) 2000, Desmond
2008, Navia 1996, Id. 1998, Id. 2001, Lpez Cruces 2015.
23
Sobre el concepto de filosofa postaristotlica o helenstica, cf. Isnardi Parente 1985-1986.
24
Cf. Teodorsson 2007, p. 49.

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al intento (mediante el pensamiento lgico y especulativo) de una interpretacin


metafsica y religiosa del universo en su totalidad. Segn Teodorsson, frente a esta
actitud investigadora y a esta actividad positiva y optimista que conformaba un
ambicioso programa social y civilizador, el cinismo puede ser caracterizado en
el polo opuesto: en lugar de tratar de mejorar y reformar la situacin actual de
las condiciones de la vida humana y de la poltica, los cnicos rechazaron radi
calmente todas las instituciones de la sociedad, a su juicio puramente artificiales
y perniciosas para el individuo. Lo que a su vez propusieron fue concentrar toda
la atencin en el individuo mismo, con el fin de que este pudiera alcanzar la
autntica excelencia humana (), encarnada por ellos, como veremos, de
un modo muy peculiar.

Pues bien, hay que insistir en la importancia de Scrates en el surgimiento


del cinismo. No en vano Antstenes, el fundador de esta filosofa segn todas las
evidencias que nos han llegado de la Antigedad, fue discpulo directo suyo25.
Se nos dice, en efecto, que era ateniense, aunque no de pleno derecho por ser de
madre extranjera (tracia), y que tras un contacto (quiz no muy dilatado) con
la retrica a travs de Gorgias, qued deslumbrado por la filosofa al conocer a
Scrates. Nuestros testimonios presentan esta relacin como marcada por una
fuerza que llevaba a Antstenes, que viva en el Pireo, a recorrer diariamente
una larga distancia para escuchar a Scrates, de quien le atraa sobremanera su
firmeza de espritu (), y a quien no dudaba en dirigir en adelante a
sus propios discpulos, convirtindose as en condiscpulo de los mismos junto
al nuevo maestro26.

Segn Jenofonte27, Scrates admiraba de Antstenes su capacidad para poner


en contacto a los individuos entre s, una habilidad que Scrates comparaba
con la del alcahuete-proxeneta, y Antstenes habra terminado por considerar
esta comparacin como el mayor de los elogios, y la expresin de la posesin de
un alma absolutamente rebosante de riquezas. El saber tratar y conversar con los
hombres representa ciertamente una clave de unin entre Antstenes y Scrates.
Ya en un testimonio relativo a su obra retrica vemos a Antstenes elogiando la
virtud odiseica de saber tratar a los hombres de muchos modos (SSR V A 187).
En realidad, se trata de un saber que tena como fin el propio sujeto mismo, y as

25
Cf. de nuevo Fuentes Gonzlez 2013.
26
Cf. Digenes Laercio VI 1 (SSR V A 12).
27
Cf. Jenofonte, Banquete 4, 61-64 (SSR V A 13).

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se nos dice que a quien le pregunt qu beneficio haba obtenido de la filosofa,


Antstenes le respondi: el poder tratar conmigo mismo (SSR V A 100).

Al respecto de la habilidad de Antstenes en el trato con los dems, merece


mencin especial el testimonio de Teopompo de Quos (SSR V A 22), historiador
del s. IV a.C., contemporneo suyo por tanto, que afirmaba de aqul que impre-
sionaba su habilidad para seducir a cualquiera por el tono ajustado de su trato (de
su conversacin). Es ms, Teopompo, que era contrario al idealismo platnico
como el propio Antstenes, afirmaba en su obra Contra las enseanzas de Platn
que Antstenes era el nico de los socrticos que le mereca respeto y admiracin.

La relacin entre Antstenes y Scrates no debi, sin embargo, de estar exenta


de tensin. En Jenofonte vemos, por ejemplo, a Scrates manifestando su males
tar y su recelo ante el carcter difcil de Antstenes, un carcter que, recono
ciendo admirar en otros sentidos, declara sobrellevar mal por la vehemencia de la
atraccin que hacia l senta su discpulo y que al parecer no se limitaba al atrac-
tivo espiritual28. Que Scrates no retroceda ante el reto de los caracteres difciles
lo sabemos por las numerosas ancdotas sobre su esposa Jantipa. De hecho, el
propio Antstenes, segn el mismo Jenofonte, le reprochaba el tener trato con
mujer tan sumamente insoportable, a lo que Scrates le habra respondido que
de ese modo, si era capaz de convivir con ella, estaba seguro de poder hacerlo con
cualquier otra persona29. Y otras ancdotas nos muestran una especie de rivalidad
de Antstenes con Scrates por poner pblicamente de manifiesto su fortaleza y
capacidad de resistencia y de asuncin de la pobreza, como cuando se nos dice
que Scrates le reprochaba el revelar un cierto amor por la fama () al ir
enseando de un modo ostentoso la parte rota de su tabardo, como si el discpulo
quisiera poner as de manifiesto que superaba en ello el modelo representado por
su maestro (SSR V A 12).

Al margen de estos aspectos ms o menos anecdticos, parece claro que


Antstenes admiraba y se senta sobre todo atrado por la fortaleza de espritu
de Scrates, y no en vano su propio pensamiento tico girar en torno a los
conceptos de fortaleza moral () y esfuerzo (). En efecto, la tica de
Antstenes parte del principio de que la virtud es enseable y, una vez adquirida,

28
Cf. Jenofonte, Banquete 8, 4-6 (SSR V A 14).
29
Cf. Jenofonte, Banquete 2, 10 (SSR V A 18). Curiosamente este prepararse a conciencia
para poder afrontar mejor experiencias ulteriores es un rasgo presente en numerosas ancdo-
tas sobre los cnicos.

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110 Pedro Pablo Fuentes Gonzlez

no se puede perder, que basta para procurar la felicidad, que es cosa de hechos y
no precisa de muchas palabras ni conocimientos, que es un arma que nadie nos
puede arrebatar, y que de este modo la sabidura prctica () se convierte
en la vida de los individuos en la ms segura de las murallas (SSR V A 9, 134).
En este sentido, la imagen del combatiente de la virtud es muy caracterstica de
Antstenes, y es Heracles enfrentado a sus clebres trabajos el hroe mitolgico
por excelencia en el cual se ven reflejados los cnicos en su andadura basada en
el esfuerzo y la superacin. Este hroe se convirti de hecho en una especie de
santo patrn del cinismo, ya desde Antstenes (SSR V A 3, 26, 96, 99, V B 584).
Y hablar de esfuerzo no es para un cnico sino hablar (con un smil deportivo,
fiel reflejo de su espritu combativo y desafiante) de entrenamiento (). No
se trata de saber lo que se debe hacer, sino de hacerlo, y de curtirse en ello da a
da, y nuestro anecdotario cnico nos ofrece numerosos ejemplos de ello, prota
gonizados en particular por Digenes, aunque se trata de un principio que ya
est en el propio Antstenes. Digenes insistir en la importancia capital de este
continuo entrenamiento en la realizacin de la filosofa cnica (SSR V B 291):
un entrenamiento con base siempre corporal pero supeditado a una finalidad
moral30. l entrena su cuerpo para hacerse fuerte frente a las penalidades (),
distinguiendo claramente entre las intiles, que son, entre otras, las que pasan
los atletas corrientes, y las tiles, las que ayudan a los atletas de la virtud a vencer
adversarios autnticos como la pobreza, el hambre o el fro. El entrenamiento del
cuerpo es para Digenes un medio para vencerlos, para aprender a soportarlos
mejor o para convertirlos incluso en sus aliados. l, el atleta del Ponto, gusta de
exhibir su desafo en los Juegos ms relevantes, como en los de Olimpia, donde,
corriendo a la zaga en la carrera de hoplitas, se proclama a s mismo vencedor
sobre todos los hombres en hombra de bien ()31.

En la bsqueda de la verdad, Antstenes debi sin duda de concluir que los


razonamientos lgicos no tenan nada que aportar. Es bien conocido que sus
planteamientos nominalistas fueron objeto de la ms absoluta ridiculizacin
por parte de Platn o Aristteles32. Lo que para l vala en cualquier caso era la
virtud, autosuficiente para la felicidad y que no precisaba de nada ms que de
fortaleza socrtica. La crtica ha querido ver en esta declaracin de la importancia
del esfuerzo por parte de Antstenes una ruptura del intelectualismo socrtico

30
Remito al libro ya clsico de Goulet-Caz 1986a (20012), en particular pp. 53-71.
31
Cf. Mximo de Tiro XXXIV 9 (SSR V B 177); Pseudo-Demetrio de Falero, Sobre el estilo
260 (SSR V B 449).
32
Cf. Brancacci 2005, 151-171, pp. 195-223.

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El desafo del cinismo antiguo en la polis... 111

(segn el cual la virtud se reducira al conocimiento y las malas acciones a un


error de juicio). De todas formas, no debemos pasar por alto que la tradicin
nos muestra a un Scrates que pone tambin de manifiesto la importancia del
componente prctico en la tica, por lo que hablar de una ruptura del intelectua-
lismo socrtico en Antstenes parece tener una consistencia muy relativa33. Lejos
quedaron ya, por lo dems, los enfoques monolticos de la figura de Scrates,
que debe ser contemplada en la riqueza polifnica que nos muestran nuestras
diferentes fuentes.

En cualquier caso, el Antstenes socrtico no es incompatible en modo algu-


no con el cnico. En su relacin, tensa y compleja, con Scrates pudo ciertamente
dar con una va filosfica propia que en un determinado momento se reconociera
como un nuevo camino que acabara denominndose como cnico. De hecho,
Antstenes debi de ser el primero en ser llamado Perro, y en este sentido resulta
revelador el pasaje de la Retrica de Aristteles en que este utiliza el apelativo refi
rindose, como acertadamente ha demostrado Goulet-Caz, a nuestro filsofo34.

En definitiva, como se ha sealado tambin con acierto35, las paradojas de


Antstenes (la imposibilidad de la contradiccin, la imposibilidad asimismo de
la definicin de la esencia, la visin de la virtud como suficiente para la felici-
dad, la preferencia de la locura al placer) eran respuestas extremas a cuestiones
socrticas: la bsqueda de la definicin, por un lado, y la reivindicacin de la
verdadera felicidad, por otro. Y la intencin de Antstenes con estas paradojas
debi de ser sobre todo llamar la atencin sobre la futilidad del discurso lgico
y sobre el carcter extrao de la senda hacia la felicidad.

La personalidad compleja de Antstenes debe sin duda disuadirnos de forjar


interpretaciones demasiado cerradas y unvocas. Me refiero en particular a la
de Brancacci 2005, quien se sirve de la reflexin antistnica sobre el logos como
nico factor de reconstruccin de la doctrina subyacente en nuestros testimonios.
Esta imagen de un Antstenes intelectualista y dogmtico consagrado (aunque
consciente de la importancia de la prctica) a sus investigaciones sobre el logos
parece responder a un deseo de alejarse a toda costa de la imagen de un Ants
tenes cnico (prejuzgada sin duda como menos seria y filosfica). Semejante
reconstruccin no tiene debidamente en cuenta toda la complejidad y riqueza de

33
Cf. Brancacci 2005, p. 82.
34
Cf. Aristteles, Retrica III 10, 1411a 24-25 (SSR V B 184); Goulet-Caz 2000.
35
Cf. Prince 2006, 77. Vase asimismo Navia 2001, cap. 6.

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112 Pedro Pablo Fuentes Gonzlez

nuestra tradicin, en particular en lo que se refiere al papel sin duda fundamental


del esfuerzo y del ejercicio en la filosofa de Antstenes.

Por lo dems, a travs de Antstenes, la tradicin socrtica debi de seguir


perviviendo en Digenes, por ms que la crtica moderna no deje de manifestar
ciertos escrpulos sobre la posibilidad del carcter consciente y voluntario de
tal perspectiva socrtica en Digenes y sus discpulos36. De hecho, aunque se
pueda sospechar de la autenticidad de la proverbial imagen de Digenes como
un Scrates enloquecido a los ojos de Platn, si fue gestada en poca ms o
menos tarda37, ello no impide reconocer que dicha imagen reflejara fielmente
la realidad de aquella compleja filiacin socrtica del cinismo, interpretado muy
acertadamente como un socratismo llevado a sus consecuencias ms extremas.

5. La cuestin del cinismo de Antstenes y de su relacin con


Digenes

Sobre el cinismo de Antstenes hay que mencionar la pretensin de buena


parte de la crtica ms especializada segn la cual dicho cinismo no sera sino una
invencin a posteriori, como tambin la relacin entre Antstenes y Digenes
(quien, segn esta interpretacin sera de hecho el primer cnico), una preten
sin que no duda en oponerse a toda nuestra tradicin antigua. En efecto, esta
coincide en afirmar la existencia de dicha relacin de magisterio entre Antstenes
y Digenes, y hasta principios del siglo XX a ningn crtico se le haba ocurri-
do ponerla en duda. As, un autor como Hegel no dejaba en modo alguno de
presentar a Antstenes como el fundador del pensamiento cnico y el maestro
de Digenes. Es cierto que nuestra fuente ms antigua al respecto, Dion Cri
sstomo, nos sita ya en poca imperial, concretamente en el siglo I-II d.C,
pero, como sabemos, esto por desgracia resulta frecuente en lo que tiene que ver
con nuestro conocimiento de los cnicos. Poner en duda esta tradicin supone
poner en duda una afirmacin, la del magisterio entre Antstenes y Digenes,
que tenan del todo clara autores de la relevancia del citado Dion Crisstomo,
cuyo testimonio merece en esencia la mxima confianza. En un trabajo reciente
he intentado demostrar la consistencia de la tradicin antigua sobre la relacin
(aunque tensa) entre Antstenes y Digenes frente a la inconsistencia de los

Cf. Goulet-Caz 1993b, p. 293.


36

Cf. Eliano, Historias varias XIV 33 (SSR V B 59). Como aadido tardo suele omitirse la
37

misma expresin en Digenes Laercio, Vidas y doctrinas de los filsofos ilustres VI 54.

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El desafo del cinismo antiguo en la polis... 113

istintos argumentos esgrimidos en contra por la crtica moderna, trabajo al que


d
remito, por tanto, para los detalles sobre esta cuestin38.

Como ya he dicho, los cnicos antiguos no constituyeron nunca una escue-


la propiamente dicha, con relaciones de magisterio convencionales. Es ms, al
menos en los primeros tiempos, no manifestaron en realidad ningn empeo
proselitista. El ejemplo por excelencia al respecto es el modo como Antste-
nes, despus de haber emprendido la senda del cinismo y consciente sin duda
de la dificultad que supona la realizacin de esta verdadera filosofa propia de
un seguidor espiritual de Heracles, se negaba a aceptar discpulos, en cuya real
disposicin no confiaba, hasta que la pertinacia de Digenes acab convencin-
dolo de permitir que lo siguiera, despus de numerosas muestras patentes de su
mejor disposicin a asumir el desafo (SSR V B 19). Y fueron raros sin duda los
individuos dispuestos a afrontar el desafo del verdadero cinismo. Con todo, el
ejemplo impactante que la actuacin de los cnicos supuso sobre otros individuos
que acabaron abrazando el cinismo fue trazando relaciones de atraccin y de
admiracin que se convirtieron en un especial modo de amistad y magisterio,
aunque cada cnico se saba radicalmente solo ante los retos constantes de su
andadura filosfica39.

Aceptando, por supuesto, los componentes ficticios y legendarios propios


de la tradicin biogrfica, nada nos autoriza a poner en duda la imagen general
de un Antstenes que, sin identificarse necesariamente de modo pleno con lo
que sera pronto la imagen de un Digenes (ya cnico sin casa y sin patria), bien
pudo resultar tambin chocante y desafiante en el panorama filosfico de la poca
como para que aceptemos que los testimonios biogrficos que nos han llegado al
respecto en la tradicin puedan tener un fondo de veracidad y de realidad. Nada
impide, en efecto, reconocer como verdica la imagen de un Antstenes al que el
propio Digenes bien pudiera haber querido imitar hasta llegar a superarlo en
la prctica, como vimos que quisiera tambin hacer Antstenes con su maestro
Scrates. Por lo pronto, si, como es notorio, Digenes careca de casa, parece
lgico pensar que hubiera tenido en su caso mayor utilidad el tabardo plega-
do, convertido en cobertor para dormir, como se cuenta en uno de los relatos
etiolgicos al respecto (SSR V B 174). En todos ellos parece patente el recurso
a elementos ficticios, como cuando se dice que Digenes habra terminado por
vivir en el clebre tonel del gora ateniense porque alguien a quien habra escrito

38
Cf. Fuentes Gonzlez 2013.
39
Cf. Fuentes Gonzlez 2003.

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114 Pedro Pablo Fuentes Gonzlez

encomendndole que le buscara una casa pequea se habra demorado demasiado


en hacerlo (SSR V B 174).

6. Las claves del desafo de los primeros cnicos

La asuncin de la pobreza () como modo de vida basado en la frugalidad


y la simplicidad est por supuesto en relacin con toda esta indumentaria exter-
na, pero lo est en un plano mucho ms profundo con el concepto de esfuerzo
(), que no en vano comparte con aquella la misma raz etimolgica. Era
de hecho la condicin y acompaante natural del cnico. Los griegos antiguos ya
haban ensalzado el valor de la pobreza, en particular en el mbito militar, y as
deca un autor como Herdoto (VII 101), en el contexto del relato de las guerras
mdicas, que los griegos haban tenido siempre a la pobreza como compaera
de cra (). Lo que los cnicos hacen en cualquier caso es convertir
a la pobreza en una exigencia de la vida autntica, de la vida filosfica, como la
nica garanta posible del ejercicio autnomo de la virtud40. La riqueza de un
individuo radica en esta virtud, y por ello el cnico, propugnando la pobreza,
est invalidando completamente los valores y las relaciones de dependencia en
las que se sustenta la sociedad convencional.

El cnico busca la autosuficiencia () ms absoluta, y para ello tiene


que construirse su propio ser como un mbito lo ms al abrigo posible de todo
condicionamiento y dependencia externos. Se desprender para ello de toda
posesin de los mal llamados bienes materiales, y en este sentido el ejemplo por
excelencia es el de Crates, que, perteneciendo a una familia acomodada, lo dej
todo para abrazar la filosofa (SSR V H 4-16). En Digenes Laercio (VI 87-88)
confluyen tres versiones que describen acciones distintas de Crates a la hora de
desposeerse de su patrimonio: la venta y el reparto altruista; el abandono y el
desecho puro y simple; y, por ltimo, el depsito condicionado al carcter futuro
de sus hijos. El resto de nuestras fuentes repite una u otra de estas versiones, con
alguna variante, o bien armoniza varias de ellas. La ms corriente es la segunda,
que no por ello debe considerarse libre de sospecha de contener elementos legen
darios o simples lugares comunes. En cuanto a la tercera, la del banquero-notario,
hay que sealar en cualquier caso que en ese momento no parece que tuviera
Crates ni mujer ni hijos. Sea como fuere, todas nuestras fuentes coinciden en un
dato muy significativo: en el hecho de poner en boca de Crates una proclama

40
Sobre el tema de la pobreza entre los cnicos, cf. Desmond 2005.

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El desafo del cinismo antiguo en la polis... 115

solemne al renunciar a sus riquezas, como si estas lo hubieran esclavizado hasta


entonces y l, desprendindose de ellas, se manumitiese a s mismo y lo hiciera
de modo enftico y solemne pblicamente, como un desafo.

Para garantizar esta libertad () autntica, que no se identifica con


el verse libre de la condicin servil tal como es entendida por la gente comn, el
cnico se mantiene al margen de la sociedad, por ms que su existencia se desarro-
lle conscientemente en el mbito de las ciudades, porque es ah donde su desafo
y su ejemplo adquiere toda su significacin41. Ms all de las creaciones literarias,
utpicas y pardicas, del poema de Crates titulado Alforja, con su ciudad insular,
frugal y libre de toda amenaza, o de la escandalosa Repblica de Digenes, el
cnico no aspira en modo alguno a crear una nueva sociedad propiamente dicha,
sino que su revolucin pasa de modo exclusivo por la transformacin directa e
interior de cada individuo. En este sentido una eventual sociedad cnica no sera
sino la coincidencia de una serie de actitudes individuales.

El cnico que sin duda ms apegado permaneci a la sociedad de su tiempo


fue Antstenes, aunque con grandes reticencias (SSR V A 121). Segn uno de
los dichos que se le atribuyen, preguntado acerca de cmo hay que acercarse a la
poltica, dijo: Como al fuego: ni demasiado cerca para no quemarte, ni dema-
siado lejos para no helarte (SSR V A 70). Ahora bien, el testimonio fundamental
al respecto es el que le atribuye la afirmacin de que el sabio participar en la
vida pblica no segn las leyes establecidas () sino segn la ley de la virtud
(SSR V A 134). Al primar de este modo la virtud interior sobre las leyes conven-
cionales, Antstenes pone de manifiesto el carcter rupturista de sus enseanzas
con respecto a los valores establecidos. De hecho, la reacuacin de los valores
( ) de que se nos habla con respecto a Digenes (SSR
V B 2-10) tiene, en mi opinin, como correlato en el Antstenes pedagogo aquel
desaprender el mal del que se nos habla con respecto a l (SSR V A 87). A dife
rencia de la virtud, que, segn Antstenes, no se puede olvidar una vez aprendida,
todo lo que la filosofa cnica identifica con el mal no slo presenta la fragilidad
de lo que no tiene un sustento verdadero en la naturaleza humana, sino que,
ms an, debe ser olvidado y desaprendido para vivir una vida que garantice la
felicidad y la libertad verdaderas del individuo.

41
Los cnicos griegos se distinguen claramente en ello del modelo, en otros aspectos com
parable, de los gimnosofistas de la India, que desarrollan su existencia y su ascesis filosfica
segn la naturaleza retirados de todo contacto social (cf.Estrabn XV 1, pp. 63-65).

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116 Pedro Pablo Fuentes Gonzlez

Frente a la actitud ms ambigua o prudente de Antstenes, Digenes se nos


muestra tajante con respecto al poder y al poderoso: es el cnico el que detenta
el autntico poder, y no slo no se somete al poderoso, sino que en modo alguno
necesita nada de l. Hay que citar al respecto el clebre episodio, sin duda legen
dario, relatado por Plutarco (Vida de Alejandro XIV 2-5, SSR V B 32), segn
el cual como Digenes, que viva entonces en Corinto, no siguiera la prctica
habitual de los grandes hombres del momento de ir a visitar a Alejandro Mag-
no, fue este quien se dirigi all para visitarlo y se lo encontr tomando el sol;
y cuando le pregunt si necesitaba algo de l, se limit a decirle que se apartara
para no hacerle sombra. Ms an, fue Alejandro el que acab diciendo que, de
no haber sido quien era, habra sido Digenes. El mismo encuentro se evoca en
otra ancdota, donde, al presentarse el monarca como Alejandro, el gran rey,
Digenes lo habra hecho como Digenes, el Perro (SSR V B 34). Digenes se
vea a s mismo de hecho, viviendo con la sencillez con que viva al aire libre, pero
alternando Atenas y Corinto en funcin de las estaciones, como el Gran rey de
los persas, que pasaba la primavera en Susa, el invierno en Babilonia y el verano
en Media: l pasaba el invierno en Atenas y el verano en Corinto (SSR V B 260).
De Alejandro se cuenta tambin otro encuentro, sin duda igualmente ficticio,
con Crates (SSR V H 31): tras la destruccin de Tebas (335 a.C.), el monarca le
habra ofrecido la posibilidad de reconstruirla, y el cnico le habra dicho que de
nada le serva una patria que otro Alejandro podra destruir. l era ciudadano
de Digenes, que no estaba expuesto a las intrigas de la envidia.

Los cnicos censuran la cercana del filsofo con los poderosos y su adulacin,
practicada abiertamente por el socrtico fundador de la escuela hedonista, Aris-
tipo de Cirene, lo que pone de manifiesto cun alejados pudieron estar en sus
posicionamientos quienes compartieron un mismo discipulado en Scrates. Y as
vemos a los cnicos (a travs de figuras como Antstenes, Digenes o Metrocles)
enfrentados en determinadas ancdotas con Aristipo (otras veces con su discpu-
lo Teodoro el Ateo, y otras con el mismo Platn), reprochndose mutuamente
el no saber llevar la vida ms adecuada: una vida frugal, por un lado; una vida
cortesana, por el otro (SSR IV A 44-48, SSR IV H 13, SSR V B 56). Y desde
luego Digenes tena claro lo que vala la amistad de los poderosos. Cuando se
le pregunt cmo trataba Dionisio, el tirano de Siracusa, a los amigos contest:
como a odres: colgando los que estn llenos y tirando los vacos (SSR V B 56).

El ejemplo mximo entre los cnicos de rechazo de la sociedad y de las


instituciones y valores establecidos fue ciertamente Digenes. Este complement
y radicaliz sin duda de modo decisivo el cinismo de Antstenes con ciertos

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El desafo del cinismo antiguo en la polis... 117

e lementos extremos que no estaban presentes, al menos no de modo explcito, en


l, sobre todo los que tenan que ver con la desvergenza y la bestialidad, incluida
la aceptacin (al menos terica) de prcticas escandalosas como el incesto etc.,
a juzgar por nuestros testimonios sobre su Repblica. Estas en cualquier caso no
debieron de aparecer, en su contexto genuino, sino como consecuencias extremas
de la defensa de la naturaleza (), que el cnico contrapone a la convencin
() y hace triunfar sobre ella, como ya hicieran los sofistas del siglo anterior,
pero con unos planteamientos y unas consecuencias muy diferentes, que nada
tenan que ver, por ejemplo, con la afirmacin sofstica del dominio del ms
fuerte sobre los dbiles y su realizacin a costa de estos.

Por lo dems, Digenes, que era exiliado y al parecer viaj ampliamente por
Grecia (Atenas, Corintio, Olimpia, Esparta, Delfos, Egina, Creta), se consideraba
un ciudadano del mundo (, SSR V B 332, 355). Este cosmopoli-
tismo cnico se ha definido normalmente como negativo frente al positivo de los
estoicos: no se caracterizara por la afirmacin de una comunidad universal bajo
un solo gobierno sino por el rechazo de la pertenencia a una comunidad con-
creta; toda la tierra es la patria del cnico porque ningn lugar concreto lo es42.

42
Cf. Goulet-Caz 2003, 29; Husson 2011, 159-163. Segn Estrabn (I 4, 9), Eratstenes,
el gran erudito alejandrino del s. III a.C., habra censurado en su Geografa el principio de
una divisin bipartita del gnero humano en griegos y brbaros, as como el consejo dado a
Alejandro Magno (por su maestro Aristteles, como precisa Plutarco, Sobre la fortuna o la
virtud de Alejandro 329 b-c) de tratar a los griegos como amigos y a los brbaros como ene-
migos. Para Eratstenes, el criterio vlido de divisin debe ser la virtud y la maldad, pues
deca hay muchos griegos que son gente malvada, y muchos brbaros poseen una civili
zacin refinada, como los indios o los pueblos de Ariana, o incluso los romanos y los
cartagineses, cuyas instituciones polticas son tan admirables. Segn l, Alejandro habra
desodo en realidad ese consejo, mostrndose igualmente acogedor y benefactor de cuantos
hombres notables trat, fueran de donde fueran. Por su parte, Estrabn considera que el
monarca s habra seguido aquel consejo, pero bien entendido, puesto que se tratara en el
fondo de oponer el orden, el sentido poltico y las cualidades que acompaan la buena edu
cacin a todo lo contrario. Pues bien, Tarn 1939, apoyndose en el testimonio de Eratstenes
y tambin en el de Plutarco, que consideraba derivado de este, defendi con firmeza la tesis
segn la cual la accin misma de Alejandro habra estado movida por la idea de un cosmo
politismo universal. Su universalismo sera as 23 aos anterior a la fundacin de la escuela
estoica por Zenn, cuyo cosmopolitismo habra estado adems limitado a los sabios. Esta
hiptesis de un Alejandro que soaba con crear una fraternidad entre todos los pueblos fue
rechazada por Badian 1958, que insista en el carcter cnico-estoico de la concepcin uni
versalista. Fue asimismo rechazada por Merlan 1950, quien, alegando el fr.44B Diels-Kranz
de Antifonte, sostena que no fue Alejandro sino este sofista del s. V a.C. el primero que
enunci el principio de la fraternidad humana y de la unidad de la humanidad. Ahora bien,
como seala Ramrez Vidal 1998, no se puede concluir que Antifonte sostuviera las ideas

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118 Pedro Pablo Fuentes Gonzlez

Por los ttulos que se nos han conservado de sus obras (SSR V A 41) y algn
testimonio (SSR V A 58), Antstenes parece que manifest cierto inters por el
matrimonio y la procreacin, aunque en la prctica abogaba por la satisfaccin
libre de las necesidades sexuales, recurriendo al servicio de las prostitutas (SSR V
A 56, 82), como hiciera tambin Digenes (V B 197, 213-216, 264). En cambio,
Crates protagoniza un caso proverbial de matrimonio cnico con Hiparquia de
Maronea (Tracia), hermana de su discpulo Metrocles. El episodio segn el cual
esta bella Hiparquia se enamor perdidamente de l, que segn nuestras fuentes
era feo y cojo, pese a los intentos vanos del mismo Crates y de los familiares de
la muchacha por disuadirla, pone de manifiesto la fuerza de atraccin de estas
personalidades cnicas (SSR V H 17, 19, 20-26, 40, V H 1). Al final, Crates
acab cediendo, y se nos dice que ambos consumaban su amor a la vista de
todos, ya que vivan en un prtico pblico, y a tal unin la llamaron matrimonio
cnico (). Este matrimonio se explica sin duda porque Hiparquia era
un alter ego de Crates, lo que pone de manifiesto adems que en el cinismo la
mujer poda ser considerada en un absoluto plano de igualdad con el hombre. La
relacin entre Crates e Hiparquia representa el ejemplo ms acabado de relacin

cosmopolitas que sern despus caractersticas del pensamiento social de los estoicos. Incluso
si aceptamos que defendiera el ideal de la igualdad entre los hombres segn las leyes de la
naturaleza, esa idea no se opondra a la desigualdad entre los hombres por las leyes esta
blecidas por convencin. Baldry 1965, 113-127 se opuso tambin a la hiptesis de Tarn de
una conviccin consciente por parte de Alejandro en la unidad de la humanidad. En cambio,
Bodei Giglioni 1984 rechaz, por su parte, la tesis segn la cual los cnicos fueron los precur
sores del cosmopolitismo helenstico. A su juicio, ellos no tuvieron nunca en perspectiva la
monarqua universal de Alejandro (su cosmopolitismo era puramente negativo; cf. Baldry
1965, 101-112, que insiste tambin en el individualismo cnico). Y en el mismo sentido
Giannantoni 1988, siguiendo a Tarn, sostuvo que tanto cnicos como estoicos, al menos
hasta el final de la poca helenstica, se mostraron siempre hostiles a Alejandro, como encar
nacin de los ms variados vicios. Sin poder cerrar, por tanto, la cuestin sobre el papel que
pudo jugar la accin de Alejandro en la configuracin del universalismo helenstico, hay que
recordar que el historiador Onescrito de Astipalea, que fuera discpulo de Digenes, acom
pa al monarca en su expedicin por Oriente (como el escptico Pirrn), y que en su his
toria de Alejandro, como parte de su retrato del mismo como hroe civilizador, pudo acuar
desde una perspectiva cnica la proverbial imagen del monarca como un filsofo en armas
y atribuirle la idea de una monarqua universal. En tal caso, desde luego, dicha idea habra
sido completamente ajena al cinismo de su maestro Digenes. En cuanto al cosmopolitismo
expresado por Eratstenes, tampoco podemos descartar que respondiera a una influencia
estoica (o cnico-estoica), de su maestro Aristn de Quos o del propio Zenn. Al respecto,
remito a Fuentes Gonzlez 2000, 195-196. Para una interpretacin positiva del cosmopo
litismo cnico en el marco de una propuesta de vida conforme a la virtud, como la consecu
cin de una identidad individual en alineacin con el , con un orden justo y mesu
rado, vase Pons Olivares 2009.

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de amistad pedaggica entre los cnicos, para quienes la amistad de hecho no


tena otro sustento que el basado en la asuncin de unos mismos principios y
un mismo modo de vida. Los simples lazos del afecto no tenan la suficiente
fuerza, y el individuo siempre deba primar sobre cualquier transigencia basada
en este tipo de lazos de dependencia43. No en vano los cnicos propugnaron en
el mbito psicolgico la ms absoluta insensibilidad e impasibilidad (,
SSR V A 11, 22).

Dicho esto, en el trato con los dems individuos Crates retomaba sin duda
aquella extraordinaria capacidad y sabidura atribuida a Antstenes. De hecho,
se nos dice que sus contemporneos, por el modo tan afable con que se diriga
a ellos (con una cierta dulzura, que no blandura), lo consideraban como un
genio benigno, y as le abran sus casas, en la confianza de que siempre tena las
palabras ms acertadas para llevarles la paz y la armona (SSR V H 18, 84). Este
talante filantrpico debemos sin duda ponerlo en relacin con la propia perso-
nalidad de Crates, muy diferente en este sentido de la de Digenes, ms dada al
empleo de las palabras hirientes y groseras, y al recurso a la retrica del gesto y
de la desvergenza y el impudor como el mejor modo de convencer y disuadir44.

Y esta rudeza de Digenes se pone bien de manifiesto en el episodio segn el


cual Antstenes, al final de sus das, aquejado de una grave enfermedad, recibi su
visita, y, al ver lo mal que su maestro sobrellevaba el trance, y que le preguntaba
quin podra librarlo de sus males, le mostr un pual, dicindole que pareca
estar necesitado de tal amigo (SSR V A 37). La reaccin de Antstenes fue decir
que peda librarse de los males, no de la vida, y en este aferrarse a la vida en tales
circunstancias Digenes debi sin duda de ver una actitud inconsecuente de su
maestro. Digenes afirmaba que haba sacado de la filosofa el provecho al menos
de estar preparado para cualquier azar (SSR V B 360), y el mismo Antstenes deca
que no haba nada que pudiera coger desprevenido al sabio o dejarlo sin recursos
(SSR V A 99, 134). El soportar (de mala manera) una enfermedad incompatible
con el autocontrol y que sin duda pona en riesgo esa muralla infranqueable que
se supona deba constituir para el cnico su saber y su actuar en la virtud, no
deba de ser visto por Digenes como un comportamiento muy coherente de su
maestro al final de sus das. En tales circunstancias, el cnico habra debido recu-
rrir al nico amigo posible: un pual como instrumento consciente y autnomo

43
Cf. Fuentes Gonzlez 2003. Sobre la reacuacin cnica de la familia en Crates, cf. Id.
2015.
44
Cf. Branham 1993.

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120 Pedro Pablo Fuentes Gonzlez

de suicidio, de abandono consciente de la vida cuando esta no est ya bajo el


control de la virtud.

En cuanto al tema del placer (), sabemos que Digenes defenda la


existencia de un placer superior que naca del desprecio de los placeres aparentes,
siempre que no se retrocediera ante el imperativo del ejercicio y del esfuerzo (SSR
V B 291). De Antstenes, por su parte, se nos dice que prefera enloquecer antes
que sentir placer (SSR V A 122). Se ha querido contraponer la teora de Dige-
nes sobre el desprecio del placer a la de Antstenes que preconizara el control del
placer a travs del autodominio-temperancia (), que, al permitir soportar
las necesidades (comida, bebida, sexo, sueo), alcanzara en su satisfaccin
un placer digno de recuerdo. En cualquier caso, a partir de la lectura de otros
testimonios sobre Antstenes, donde el placer autntico se vincula con el esfuerzo,
debemos reconocer la existencia de puntos de contacto con la visin de Digenes.
Y debemos reconocer igualmente que una parte de la tradicin atribuye a Di
genes una actitud ms positiva con respecto al placer, y que tambin en el caso
de Antstenes hay otra parte de la tradicin que lo presenta con una actitud ms
netamente rigorista, donde, sin embargo, el filsofo no se alza contra el placer
sino contra el placer cuya falta de mesura produce sufrimiento45.

En cuanto a la religin, parece que las ideas de Antstenes estaban todava


lejos de lo que sera la disposicin de los cnicos posteriores al respecto. En efecto,
al parecer sera el nico de los cnicos al que podra suponrsele el valor de la pie-
dad. De todas formas, hay que reconocer que, por el intermedio de la oposicin
entre y , aquel habra influido en Digenes sobre todo en lo relativo
a la crtica de las tradiciones religiosas y supersticiones. Por su parte, Digenes
habra adoptado una actitud agnstica (ms all del puro atesmo): la existencia
de la divinidad no le concernira ni le interesara en modo alguno (el cnico
utiliza a los dioses slo como un modo de compararse a su legendaria vida fcil,
del mismo modo que recurre a los animales, movindose as en un plano inter-
medio entre ambos, que sera el plano correspondiente al hombre de verdad); en
cualquier caso, su ideal de felicidad basado en la libertad real, la impasibilidad y
la autosuficiencia sera contrario a la idea de religin de sus contemporneos, y
de ah que la combatiera. Los cnicos posteriores habran permanecido ms bien
fieles a este espritu de Digenes en lo relativo a la religin46.

45
Remito para todo ello a Brancacci 1993.
46
Sobre los cnicos y la religin, cf. Goulet-Caz 1993a.

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El desafo del cinismo antiguo en la polis... 121

La imagen de este cinismo primero estara incompleta sin mencionar tam


bin algunos cnicos ya estrictamente de poca helenstica, donde la crisis de las
instituciones y de las creencias antiguas acab en el colapso radical que trans-
form la realidad del individuo en un entorno especialmente sacudido por el
azar. Una figura relevante entonces fue Menipo de Gdara, de finales del s. IV
y mediados del III. Esclavo fenicio al servicio de un tal Batn en la regin del
Ponto, obtuvo pronto la libertad, practicando la mendicidad o la usura, segn
Digenes Laercio (VI 99). Si bien tradicionalmente se ha interpretado como
discpulo de Crates, debi de serlo de Metrocles47. Aunque no se nos ha con-
servado nada de l, destaca como inventor del gnero que se conoce desde el
Renacimiento como stira menipea, mezcla de prosa y verso donde la crtica
de los vicios humanos se realiza con un estilo que es una aguda mezcla tambin
de seriedad y de comicidad (segn la tradicin propia de la poesa ymbica y
de la comedia), que explica que Estrabn XVI 2, 29 lo califica de serio-cmico
(). Sus ataques, segn este peculiar estilo, debieron de dirigirse
sobre todo contra epicreos y estoicos, y su influencia en la literatura posterior
fue enorme, tanto en la Antigedad (citemos por ejemplo a Varrn o Luciano)
como en el Renacimiento.

Del cinismo helenstico, contemporneo de Menipo, hay que citar tambin


a Bion de Borstenes (en Escitia, junto al Mar Negro), hijo de un liberto y de
una prostituta, que se acerc a la filosofa cnica (quiz de nuevo por influencia
de Crates, el cnico ms relevante a principios del s. III a.C.) con el bagaje, sin
embargo, de otras mltiples experiencias filosficas (platonismo, hedonismo,
aristotelismo) que denotan un carcter abiertamente eclctico48. Al parecer, su
actividad fue la de un filsofo itinerante con ciertos rasgos de tipo cnico (como
la asuncin del tabardo y la alforja), pero mezclados con otros contrarios en
principio al cinismo, como el hecho de recibir dinero por sus lecciones, como
los antiguos sofistas. Por los testimonios que nos han llegado en la biografa de
Digenes Laercio (IV 46-58), debi de conducirse como un maestro extravagante
e histrinico, con un comportamiento marcado por claros rasgos cnicos como
la impudencia o la irreverencia hacia los dioses, pero con otros que ponan de
manifiesto su personalidad multiforme y verstil (muy afn sin duda de nuevo a
los antiguos sofistas), y de una fortaleza ms que dudosa. Se nos dice por ejemplo
que en el momento en que le llegaba la muerte (en Calcis, en la isla de Eubea)
su atesmo flaque hasta el punto de que acept llevar amuletos y se arrepinti

47
Es la interpretacin acertada de Goulet-Caz 1986b.
48
Cf. Kindstrand 1976, pp. 56-78.

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de sus ataques a la divinidad, y que, encontrndose abandonado y solo, acab


aceptando los favores del monarca macedonio de entonces, el epgono Antgono
Gonatas.

En esto acab sin duda siguiendo los preceptos de su paso por la escuela
hedonista. Se ha querido ver en el cinismo de Bion una orientacin alejada
del rigorismo de los primeros cnicos, ms moderada y hasta hedonista. En mi
opinin, extrapolar estas consideraciones hasta el punto de establecer en tales
trminos de mayor o menor rigorismo una distincin o evolucin en la historia
del cinismo no deja de ser problemtico, entre otras cosas porque en los propios
primeros maestros tenemos tambin testimonios de claras actitudes hedonistas,
eso s basadas en un hedonismo reacuado, donde el desprecio del placer es visto
como el mayor de los placeres. Lo que s es verosmil, siempre teniendo en cuenta
la personalidad de cada filsofo en cada momento, es que en el siglo III a.C. (con
la crisis de la religin tradicional y la omnipresencia de la idea de la Fortuna)
debi de tener mayor predicamento la postura de la acomodacin del sabio a
las contingencias de la vida. Y de este posicionamiento filosfico nos dan buen
testimonio los fragmentos conservados de las prdicas de Teles, quien, como el
propio Bion (sin duda algunos aos mayor), recurra en sus lecciones morales a la
metfora del hombre sabio como un actor que debe saber representar igualmente
bien cualquier papel que la fortuna le asigne, ya sea el de rey o el de mendigo49.

Por lo dems, desde el punto de vista literario se ha enfatizado tambin


el papel de Bion, junto con Menipo, en el establecimiento de la stira cnica
dentro de la vieja tradicin del estilo serio-cmico. Recordemos al respecto que,
segn Digenes Laercio, Eratstenes lo present como el primero que revisti la
filosofa con un manto florido, refirindose sin duda a la vestimenta de las cor-
tesanas, con lo que daba a entender que Bion haba en cierto modo prostituido
la filosofa hacindola objeto de ese tratamiento vulgar, y sabemos tambin por
otras fuentes que Eratstenes, como Teofrasto antes, juzgaba ese estilo indigno
de vehicular un mensaje filosfico, aunque no sin reconocer un valor oculto en
los discursos de apariencia vulgar de Bion50.

49
Cf. Fuentes Gonzlez 1988, 148-166, Id. 2009, 151-153. Para la discusin en torno a la
cuestin de si puede establecerse una doble rama en la historia del cinismo basada en la opo
sicin cinismo rigorista/moderado y para una exposicin convincente de los argumentos en
contra de dicha hiptesis remito asimismo a Goulet-Caz 2014, 56-65.
50
Cf. Digenes Laercio IV 52 = Bion, test. 11 Kindstrand; Demetrio Lacn, p. 75 De Falco
= test. 3 Kindstrand; Estrabn I 2, 2 = Bion, test. 12 Kindstrand.

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7. A modo de conclusin

Hombres y mujeres (por recordar al menos el ejemplo notable de Hiparquia)


de un tiempo de crisis, los primeros cnicos representaron un verdadero desafo
para sus contemporneos. Radicalmente opuestos a los modos de vida y de pen-
samiento imperantes, lejos de apartarse en un retiro indiferente, se mantuvieron
insertos en el seno de la sociedad de su tiempo. Lo hicieron ante todo como el
mejor modo de realizar el cinismo por ellos descubierto (por el ejemplo de otros,
hombres o animales, o por su propia peripecia personal), a travs del desaprendi-
zaje (o falsificacin) de todo aquello que est en el origen de la esclavitud real del
individuo y de su desdicha, y como el mejor modo de confirmar las claves de la
verdadera libertad y felicidad.

En ese contexto hostil es donde, como atletas y soldados de la filosofa, se


entrenan y combaten cotidianamente los cnicos, en los espacios pblicos, con
el objetivo de convertirse en seres felices, autosuficientes y libres, desafiando con
su actitud a aquellos con los que se tropiezan, distinguindose de ellos como
los verdaderos especmenes del hombre. De paso pueden quiz de este modo
servir tambin de ejemplo a algunos de sus contemporneos, aunque esa no
sea propiamente su misin, sino la de vivir cada uno su vida como seres aut
nomos y autosuficientes, todo lo autnomos y autosuficientes que est en la
naturaleza humana, con slo saber recuperar y mantener su esencia (a travs del
entrenamiento cnico), por ms que ello suponga una tentacin constante ante
los mltiples enemigos bajo cuyo poder se encuentran sometidos el resto de los
mal llamados hombres.

De este modo, el cnico se erige ante sus contemporneos como una fortaleza,
parapetado en los tan firmes como sencillos principios que le dictan las leyes de
la naturaleza humana. Con la pobreza como la mejor compaera de viaje, para
perderse lo menos posible en las ataduras de los mal llamados bienes materiales,
y con el empeo asimismo de la insensibilidad, para igualmente mantenerse al
margen de los lazos de dependencia con respecto a otros hombres y mujeres, el
cnico es un atleta de la virtud, y como tal cultiva la fuerza del espritu como su
bien ms preciado.

Fueron los cnicos individuos y existencias desafiantes en el siglo IV a.C., el


gran siglo de la filosofa, y en su escenario por excelencia, la ciudad de Atenas,
pero itinerantes tambin en otras muchas ciudades, en su condicin de seres
libres de toda atadura a una patria o ciudad concreta, ciudadanos en este sentido

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del mundo. Y ah sin duda cumplieron una funcin singular, a travs de su pala-
bra y sobre todo de su accin, firmes, valientes y desafiantes ante la sociedad y
la cultura de su tiempo, por ms que sin duda su radical desafo, como era de
esperar, no alcanzara a tener apenas predicamento entre sus contemporneos y
por ms que de esa voz segura y firme nos hayan llegado en la tradicin slo
pobres ecos lejanos y distorsionados. Y como crticos y satricos de la sociedad y
de la cultura de su tiempo debieron de seguir desempeando un papel singular
en el mundo helenstico, como testigos y delatores de todo tipo de incoherencias
y vicios, de esos mismos vicios e incoherencias de los que tampoco ellos mismos
estaban libres sin ms, porque el cinismo verdadero es una filosofa que requiere
un entrenamiento y un esfuerzo constantes, se hace en un combate da a da y
necesita por tanto de espritus extraordinarios y heroicos. Antstenes, Dige-
nes, Crates, Metrocles o Hiparquia representaron sin duda esa generacin ms
decididamente heroica del cinismo antiguo. Poco despus otros, como Menipo
o Bion, prosiguieron el desafo cnico, aunque quiz en su caso se tradujo ms en
crticas y stiras literarias que en un compromiso real de vida. Andando el tiem-
po, y sobre todo en poca imperial, proliferar tambin la figura del falso cnico
vulgar, que ocultaba los vicios del parsito y del charlatn bajo la apariencia y la
indumentaria del filsofo51.

51
Sobre la poca imperial (que se sale del marco del presente trabajo), remito en particular a
Goulet-Caz 1990 y ms recientemente a Ead. 2014, 51-97, que llama la atencin sobre la
extraordinaria complejidad y diversidad que presenta en esa poca el panorama del cinismo,
como reflejo de concepciones diferentes de una filosofa que no se reduca desde luego enton
ces en modo alguno a esa figura del cnico vulgar, parsito y charlatn. Fue esta sin duda, eso
s, la que mejor se prestaba a las encendidas crticas de los contemporneos (por ejemplo, las
de Luciano, en la tradicin justamente de la stira menipea).

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Recibido: 6/02/2016
Aceptado: 4/11/2016

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NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 97-129. UNED, Madrid
El primer principio, potencia de todas
las cosas, en Plotino

The first principle, power of


everything, in plotinus

Jos Mara Zamora Calvo1

Facultad de Filosofa y Letras


Universidad Autnoma de Madrid

Resumen: Plotino denomina al Uno-Bien potencia de todas las cosas (


), o potencia total ( ). Asimismo, el primer principio es designado
como ms all del ser, anterior o superior a todas las cosas, pero nunca dice que sea
anterior o superior a la potencia. El Uno no es ninguna de todas las cosas (
), es decir, es diferente de todas las cosas, porque es anterior a todas ellas
y est ms all de todas las cosas, porque es principio de todas las cosas, causa de
todas las cosas o tambin potencia de todas las cosas, pero potencia activa y produc-
tiva de todo, y no pasiva o receptiva de todo como la materia.

Palabras clave: Neoplatonismo, Plotino, Potencia, Causalidad, Henologa.

Abstract: Plotinus calls the One, or the Good,the power of everything (


) or total power ( ). Also, the first principle is designated as
beyond being, above or superior to all things, but he never says it is previous or

1
Profesor titular de Filosofa Antigua, Departamento de Filosofa, Facultad de Filosofa y
Letras, Campus de Cantoblanco, 28049 Madrid, e-mail: jm.zamora@uam.es, Financiacin:
Proyecto de investigacin: Races filosficas de la Europa futura: hacia la Europa de las ciu-
dades (Ref. FFI2013-43070-R).

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superior to the power. The One is none of all things ( ), i.e., it is


different from everything because it is previous to all of them and it is beyond
all things, because it is the principle of everything, the cause of everything,
and also the power of everything, but it is an active and productive power of all,
it is not passive or receptive of everything as matter is.

Keywords: Neoplatonism, Plotinus, Power, Causality, Henology.

En homenaje y recuerdo a Quintn Racionero,

La en Plotino no es la potencialidad de todo, sino la poten-


cia de todas las cosas, y esta potencia est vinculada con la transcendencia. La fr-
mula de la Repblica VI de Platn equivale en las Enadas
de Plotino a la frmula . En la alegora del sol, la Idea del Bien
provee a las formas inteligibles de su existir y de su esencia, aunque el Bien no sea
esencia (ousa), sino algo que se eleva ms all de la esencia en cuanto a dignidad
y potencia ( ) (Resp.
VI 509b9-10). La interpretacin plotiniana de este pasaje est sujeta a fuertes
controversias: algunos comentadores consideran que el sentido atribuido por
Plotino a esta expresin, es decir, la transcendencia del Uno-Bien con respecto
al ser inteligible, se corresponde con el sentido autntico propuesto por Platn2;
otros intrpretes, en cambio, estiman que esta lectura sobrepasa el sentido origi-
nal del texto, incluso llega a contradecirlo3. Ahora bien, cuando Plotino presenta
el Uno-Bien como el principio que transciende el ser y la inteligencia, tiene
tras l una larga tradicin de interpretacin (Whittaker, 1969, 101). Mientras
autores como Justino, Clemente de Alejandra y Numenio muestran una actitud
dubitativa, al presentar unas veces el primer principio como y otras como
, otros autores como Calcidio, Celso, Orgenes, pseudo-
Brontino y Moderato de Gades son partidarios de la fusin de la mencionada
expresin de la Repblica VI con las tesis sobre el Uno de la segunda parte del
Parmnides (Dodds, 1928).

2
Cf. Krmer (1969); Hager (1970, 110-119); de Vogel (1986, 45); Halfwassen (1992, 221-
222).
3
Esta tesis es defendida por de Strycker (1970); Baltes (1997); Ferber (2003).

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El primer principio, potencia de todas las cosas, en plotino... 133

En el tratado 7 (V 4) Plotino deduce la transcendencia de la potencia del pri-


mer principio. Para ello, establece una equivalencia entre las expresiones
y , identificando el ser con todas las cosas y la
potencia con . El primer principio est ms all de todas las cosas por-
que es potencia de todas las cosas.

Ya que aquel estaba ms all de la esencia ( ). Y aquel (


) era potencia de todas las cosas ( ), mientras este es ya (
) todas las cosas ( ). Pero si este es todas las cosas, aquel est ms
all de todas las cosas ( ); por tanto, ms all de la esencia
( ). Y si este es todas las cosas, y, en cambio, el Uno es ante-
rior a todas ( ) sin estar en pie de igualdad con todas las cosas,
tambin por esta razn debe estar ms all de la esencia (
). Esto quiere decir que est ms all de la Inteligencia. Por tanto, hay
algo ms all de la Inteligencia ( ), (V 4 [7] 2, 37-43 Henry
& Schwyzer).

La arquitectura del sistema plotiniano se cimenta en un monismo, ya que


hay un nico y mismo principio en el origen de todas las cosas. Sin embargo, el
Uno-Bien no puede ser principio de todas las cosas sin aadir, durante la pro-
duccin de cada nueva realidad, los servicios de un principio derivado, de una
materia, la nica que pueda garantizarle permanecer en la identidad, es decir,
seguir siendo lo que es: principio de todas las cosas.

La generacin conlleva un movimiento, pero ese movimiento solo se halla


del lado de lo que es generado (OBrien, 1999, 51). El Uno-Bien produce por
ipseidad, permaneciendo en s mismo o, como afirma en el tratado 49 (V III),
permaneciendo aquel en el mismo estado ( )
(12, 34). Permanecer en s mismo equivale a no volverse otro, es decir, a seguir
siendo siempre s mismo. Por ello, el Uno-Bien, cuando genera otra cosa, no
sufre menoscabo de su propia integridad. Plotino parte de la interpretacin de
un pasaje del Timeo donde se dice que el demiurgo platnico es una divinidad
de un tipo especial: tras haber fabricado el universo, lo abandona y se retira,
permaneci en el estado habitual ( )
(42e-5-6)4. En efecto, en el dilogo fsico de Platn, ningn dios permanece

4
Sobre este pasaje, vase Armleder (1962, 9-10). Una lectura ingenua de + locativo
lleva a comprender thos en su primer sentido lugar acostumbrado de estancia. Es imposible
situar ese lugar de estancia y, concretamente, si se halla en el universo o en el exterior (cf.

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presente en el cosmos. El hombre se queda solo en un mundo donde la interven-


cin divina solo se manifiesta en el mbito del orden matemtico. Precisamente,
en la purificacin o conversin de las almas, la temtica de la diakritik tchne
conecta con la temtica que se refiere al mito probable, conjuntamente con la
cual Platn conforma el programa de la psychagoga (cf. Racionero, 1997, 149).

Plotino, por su parte, se refiere con frecuencia al principio de la donacin sin


merma con quedarse o permanecer en su estado o, simplemente, quedarse
o permanecer (). En el tratado 7 (V 4), cita este mismo pasaje del Timeo:
Permaneciendo, pues, l, en su propia ndole, lo proveniente, s, proviene de
l, pero proviene permaneciendo aquel (<> <
> , . (2, 21-22; cf.
Whittaker, 1980, 177). El primer principio, al producir otra cosa, permanece en
su propia ndole; los productos que dimanan de l no lo aminoran (V 9 [9] 9,
3) y no forma parte de lo que produce. Precisamente, si, de s mismo, dimanara
otro diferente a s mismo, se aminorara, ya que, si fuera diferente a s mismo,
necesariamente sera inferior a s mismo, por lo que no sera principio produc-
tor de todas las cosas, sino solamente todas las cosas (Collette-Dui, 2007,
60-63). Dado que el principio generador solo puede producir algo diferente a
s mismo, nunca puede l mismo ser ese otro, pues entonces dejara de ser el
principio productor de todas las cosas.

La actividad de la Inteligencia se supone que supera la mirada hacia el primer


principio: la Inteligencia genera tambin el ser, es decir, su propio ser en ella y
el ser de las formas inteligibles, al transformar la potencia nica del principio en
una pluralidad de realidades determinadas (V 1 [10] 7, 5-6 y 9-15; VI 7 [38]
15, 14-22). Para Plotino el primer principio es una causa que produce lo que
no posee. Por ese principio el ser es y la inteligencia es, y no porque el primer
principio sea ser o inteligencia, sino precisamente por lo contrario, porque
no es ser ni inteligencia5.

El primer principio es designado como potencia de todas las cosas (


) o potencia total ( ). Por una parte, Plotino califica el

Brisson, 2010, n. 257). Cuando aborda la causalidad de los inteligibles, Plotino interpreta
este a la luz del mismo verbo en Tim. 37d6, como la inmovilidad es decir, la ausencia
de cambio que caracteriza la accin de los principios inteligibles (V 9 [5] 5. 32-34; VI 9 [9]
9, 5-6; VI 4 [22] 8. 42-43; VI 5 [23] 2, 15-16; III 6 [26] 2, 51-52 y 14, 6; III 2 [47] 1,
44-45; I 1 [53] 2, 22-23).
5
Cf. Chrtien (1980); Regen (1988); D'Ancona (1992); Perl (1997); Aubry (2000) y (2006).

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primer principio como ms all del ser y, por otra, como anterior (), o
superior () a todas las cosas, pero nunca lo denomina como anterior o
superior a la potencia (cf. Aubry, 2006, 217). Pero adems el primer principio
es designado como potencia infinita ( ), para afirmar la ausen-
cia de determinacin del Uno-Bien en conexin con su exceso de potencia: Y
tambin hay que concebirlo como infinito () no por lo irrecorrible de la
magnitud o del nmero, sino por lo inabarcable de su potencia (
). (VI 9 [9] 6, 10-11; cf. II 4 [12] 15, 19; IV 3 [27] 8, 36; cf.
Meijer, 1992, 198-201). El principio es la potencia productiva de la que pro-
vienen la vida y la Inteligencia, porque es tambin la potencia de la esencia del
ser, y porque es uno.

Mas cuando lo pensares, sea lo que fuere cuanto recordares de l, piensa


que es el Bien (, ), pues es causa de vida sensata e inteligente
( ), ya que es potencia de la que proviene
vida e inteligencia ( , ) y cuanto es propio
de la esencia y del ser ( <> ); piensa que es Uno,
pues es simple y primero, y que es principio, pues de l provienen todas las
cosas. (V 5 [32] 10, 11-14. Trad. Igal (1998) modificada).

El Uno-Bien es potencia de todo, es anterior y superior a sus efectos, es


decir, estos no son el todo de su potencia. Pero, asimismo, su potencia infinita
revela su inconmensurabilidad con respecto a sus efectos. Cuando se trata de la
nocin de ilimitado, paradjicamente, la imagen se transforma en el modelo.
Plotino transfiere el carcter ilimitado de la materia sensible a la inteligible, pero
el nivel superior no sufre todas las divisiones del inferior, pues se encuentra ms
prximo del ser y de la verdad. La ilimitacin de la materia notica proviene
de la infinitud () del Uno-Bien (II 4 [12] 15, 19), potencia infinita de
todas las cosas, que carece de toda la ilimitacin del producto. En contraste con
la infinita potencia del primer principio se halla lo ilimitado del ltimo eslabn
de la cadena procesional, la materia sensible, que se identifica con lo ilimitado
en su propia esencia.

De este modo, Plotino renueva la acepcin de los trminos aristotlicos de


potencia () e infinito (). Segn Brochard (1926 [1974], 379-
380), en la concepcin tradicional de los griegos el infinito se identifica con lo
indefinido, lo indeterminado. El primer principio, por ser superabundante, es
fuente de toda determinacin, mientras que la materia sensible, por ser la mxi-
ma indigencia, es la absoluta indeterminacin. Moreau dice que todos los seres

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estn en el Uno-Bien no actualmente, como en la Inteligencia, ni virtualmente,


como en la materia, sino eminentemente, como en la fuente (Moreau, 1970a,
82; y 1970b, 179). Esta distincin que utiliza Moreau entre actual y eminente
es de origen escolstico. Una cosa est actual o formalmente en otra, cuando la
primera est en la segunda por entero y en relacin directa, como en Plotino los
inteligibles en la Inteligencia. Una cosa est eminentemente en otra, cuando,
siendo la primera causa y la segunda efecto, la causa y el efecto no son unvo-
cos, de una misma clase, sino que la causa contiene al efecto por ser ella de ms
excelsa condicin6.

En las Enadas Plotino renueva el significado de la terminologa aristotlica


y prepara el camino de la terminologa medieval y moderna. Para Aristteles, lo
infinito () se opona a lo perfecto y acabado (), y la potencia era
siempre inferior al acto. Para los griegos anteriores al neoplatonismo las nociones
de infinito y de perfecto se excluan mutuamente. La idea de un Dios infinito era,
pues, inconcebible. Pero la gran originalidad de Plotino consiste en identificar lo
infinito y lo perfecto, con el fin de distinguir el primer principio de la materia.
Mientras el Uno-Bien es potencia infinita, capaz de producir todo (V 3 [49] 15,
33-35), la materia, por el contrario, es privacin e indigencia, capaz de recibir
todo. El Uno-Bien contiene eminentemente todos los seres. De l, como de la
Sustancia infinita de Spinoza7, nada puede excluirse, pues es la fuente inmensa
de la que brotan todos los ros, sin que sufra ninguna prdida.

Lo perfecto es necesariamente fecundo y no puede ser estril, en caso con-


trario, no sera perfecto. La procesin consiste, precisamente, en este despliegue
o exteriorizacin de lo perfecto. El Uno-Bien, potencia infinita de todas las
cosas, no puede quedarse esttico, encerrado en s mismo, sino que produce sin
abandonar su permanencia. La fuerza productora del primer principio es tan
inmensa que carece de lmites, por lo que la potencia del Uno-Bien es infinita.
Si no existiera esta potencia, tampoco podra existir ni el ser, ni la Inteligencia,
ni todo lo que es inferior a ella (V 1 [10] 7, 9-10; III 9 [13] 7, 1; VI 4 [7] 9,
24-25; III 8 [30] 10, 1-5).

6
As lo expresa Leibniz en su Monadologa, 38: Por eso, la razn ltima de las cosas debe
encontrarse en una sustancia necesaria, en la que el pormenor de los cambios no exista sino
eminentemente, como en la fuente: Y esto es lo que llamamos Dios.
7
Para los cartesianos la nocin de infinito es positiva, y lo finito se concibe por negacin de
lo infinito. Cf. Spinoza: Ethica more geometrico demonstrata, Parte II, Prop. 8: Infinita idea
Dei. Sobre este punto, Moreau (1970a, n. 41).

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La Inteligencia posee el ser y lo inteligible en acto, porque hay una inma-


nencia y una identidad entre la Inteligencia y los inteligibles (Dufour, 2004).
Como el cambio necesita tiempo, y en el mundo inteligible no hay tiempo, sino
eternidad, en los inteligibles no se da lo potencial, sino solo lo actual, una vida
perfecta, toda a la vez e inextensa que es inherente al ser (II 5 [25] 1, 6-9 y III
7 [45] 3, 36-38). Pero incluso el Alma, tanto en su nivel intelectivo como en su
nivel inferior vegetativo, est en acto, porque tiene en s misma los lgoi desde
siempre (II 5 [25] 3, 31-34). En el interior de la Inteligencia se encuentran los
inteligibles en acto, de los que no se distingue (Wald, 1990, 51-56).

En las Enadas, toda perfeccin implica desbordamiento. Si el primer prin-


cipio es potencia de todas las cosas (III 8 [30] 10, 1), se derrama, se vierte,
debido a su propia perfeccin desbordante (Pigler, 2003); por el contrario, la
materia sensible es imperfecta e incapaz de producir nada, totalmente yerma.
Mientras que el Uno-Bien lo compara con una fuente que contiene juntos todos
sus ros antes de que se ramifiquen (Roux, 2004, 287-289) y que presiente, de
algn modo, adnde va a enviar su corriente (III 8 [30] 10, 5-10), la materia
sensible puede venir simbolizada, como sugiere Wolters (1972), con la imagen
de una vasija agujereada (III 5 [50] 7, 24), que, por mucha agua que reciba,
jams logra colmarse, por su consustancial indigencia, que la lleva a llenarse
solo momentneamente, pero sin que tenga posibilidad de retener nada en su
interior. La insaciabilidad de la materia sensible se contrapone, por tanto, a la
superabundancia o exuberancia del primer principio. El Uno-Bien es poten-
cia de todas las cosas ( ), no en tanto capacidad de recibir
(), como en el caso de la materia indigente, sino en cuanto capacidad de
producir () la totalidad de las cosas (V 3 [49] 15, 33-35).

Sin embargo, si no se diera la absoluta alteridad de la materia, no podra darse


la multiplicidad de grados de ser en la que el Uno-Bien manifiesta su potencia
infinita. Si no se diera la absoluta alteridad de la materia, no se podra hablar
de movimiento alguno. El movimiento por el que el Uno-Bien produce algo
distinto de s no es causado por el Uno-Bien como tal, porque en el Uno-Bien no
hay ninguna privacin que le lleve a moverse, a dejar de ser lo que es. Si hay un
movimiento en sentido estricto, es decir, si hay un trnsito por el que se origina
algo distinto, no puede provenir del Uno-Bien, sino de aquello que, siendo lo
no-Uno y no-Bien, recibe la potencia fecundadora del Uno-Bien (V 1 [10] 6 y 7).

El Uno-Bien produce el movimiento permaneciendo l mismo inmvil (III


2 [47] 1, 34-45), produce por el solo hecho de ser lo que es, sin deliberacin, ni

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clculo, ni ningn tipo de operacin. El primer principio permanece fijo en su


absoluta perfeccin, por lo que todas las cosas necesitan y proceden de l, mien-
tras que l mismo no necesita ni procede de nada (I 7 [54] 1, 21-25).

No podemos confundir la procesin con la emanacin8, porque el Uno-Bien


no sufre ningn desgaste al producir algo diferente de s, sino que permanece
inmutable en su habitual estado, lo mismo que el demiurgo de Platn, tras fabri-
car el mundo (cf. Timeo, 42e5-6). No obstante, si lo generado ha de parecerse a
su generador, la Inteligencia al Uno, cmo el Uno, que no es Inteligencia, puede
engendrar la Inteligencia?; cmo el Uno, que no es mltiple, puede producir
la unidad mltiple que constituye la Inteligencia?9 Mientras que la unidad de la
Inteligencia es tambin pluralidad, el Uno no es pluralidad, sino potencia pro-
ductora de la pluralidad (V 1 [10] 8, 20; cf. Rist, 1967, 75-76).

En la Inteligencia tambin hay unidad, pero el Uno es potencia de todas las


cosas ( ). Y el pensamiento se divide de algn modo segn ese
poder del Uno y contempla todas las cosas bajo ese poder; de otro modo no sera
Inteligencia (V 1 [10] 7, 9-11; cf. Atkinson, 1983, 164-165).

Por el axioma de la procesin sabemos que todos los seres, cuando alcan-
zan su estado de perfeccin, engendran (V 1 [10] 6, 37-38). Esta idea tam-
bin la expresa Plotino con la metfora del desbordamiento: el Uno-Bien gene-
ra la Inteligencia, y esta el Alma, como una especie de desbordamiento de la

8
La procesin () se parece a la emanacin, pero no puede identificarse con ella, por-
que no hay prdida de s al engendrar algo distinto de s. Cada hipstasis, cuando produce un
nivel inferior, permanece como tal inalterable, no hay en ella ni merma ni desgaste. Pero la
procesin tampoco es creacin: Ni en el sentido de creacin artesanal, porque no precisa un
material preexistente ni requiere deliberacin, ni clculo, ni tampoco operacin por parte del
primer principio, como suceda con el demiurgo platnico. Ni en el sentido cristiano de
creacin ex nihilo, porque el nuevo ser no procede a partir de un acto libre por parte de un
Dios personal, sino que en la procesin plotiniana el nuevo ser proviene necesaria y eterna-
mente de la potencia infinita del Uno-Bien (cf. Trouillard, 1981, 1-30; Gerson, 1993, 559-
561). Y, en ltimo lugar, la procesin se parece a la generacin biolgica, pero tampoco puede
identificarse con ella. En la generacin biolgica el ser generado es de la misma especie que su
progenitor, mientras que en la procesin el ser generado es siempre inferior a su progenitor (cf.
Trouillard, 1955). Para Laurent la procesin es indisociable de la participacin: La
Procession de ltre hors de lUn, et des mes hors de ltre est donc la dimension plus impor-
tante du plotinisme. Elle rsout les apories souleves par la thoriee platonicienne de la Parti-
cipation, sans risquer la confusion des ordres que Plotin lit chez le Stagirite. (Laurent, 1992,
230).
9
Cf. Igal (1971); Santa Cruz (1979); Bussanich (1988); Mller (2008).

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El primer principio, potencia de todas las cosas, en plotino... 139

superabundancia ( ) de sus respectivos principios (V 2 [11] 1,


7-16). Cuando un ser llega a su perfeccin, est en condiciones de engendrar, en
virtud de este principio de la productividad de lo perfecto, no ha de permanecer
estril. Despus de esto, y una vez saciado, se dice que engendra a Zeus, lo
mismo que la Inteligencia engendra el Alma, cuando ha llegado a su perfeccin
( ). (V 1 [10] 7, 35-37). Ahora bien, no es posible que el ser
generado sea superior a su generador, porque como se trata de una imagen
() de su generador, ha de ser necesariamente inferior (V I [10] 7, 37-40).
Del mismo modo, el ser generado es indeterminado (), pero ha de ser
determinado e informado por su generador (V I [10] 7, 40-41), volvindose
contemplativamente a l.

Sin embargo, la Inteligencia, en tanto ser engendrado, es un ser degradado


respecto a su progenitor, el Uno-Bien. Cada vez que descendemos de nivel en
el esquema procesional, disminuimos de unidad, simplicidad y perfeccin, y
aumentamos, por tanto, en multiplicidad, complejidad e imperfeccin. La Inte-
ligencia, que procede del Uno-Bien, constituye una multiplicidad de inteligibles,
donde se despliega y fragmenta la potencia infinita del primer principio. Por el
movimiento de repliegue la Inteligencia deja de ser dada indefinida y pasa a ser
dada definida, Inteligencia; deja de ser alteridad y multiplicidad para ser alteridad
notica y unidad mltiple. Por el acto de audacia de esta conversin surgen, al
mismo tiempo, la Inteligencia y los inteligibles. Lo engendrado indefinido se
autoconstituye como segunda hipstasis, autnoma y diferente de su progeni-
tor. La multiplicidad en la unidad, el mundo inteligible, es, sin duda, lo que se
encuentra ms prximo del Uno-Bien, pero no es el primero, porque no es ni
uno ni simple (VI 9 [9] 5, 20-24).

El Uno-Bien es simple por exceso, porque es absolutamente perfecto, ya


que ni busca nada, ni posee nada, ni tiene necesidad de nada. Al ser perfecto,
superabunda, y en virtud del axioma de la productividad de lo perfecto, produce
algo diferente de l (V 2 [11] 1, 7-9). A diferencia del Uno-Bien, potencia
infinita de todas las cosas (III 8 [30] 10, 1), la materia agota la potencia pro-
ductiva y se encuentra en continua precariedad, pues no posee nada, sino que
necesita de todo. La potencia total ( ) del primer principio permite
pensar la causalidad y las principales caractersticas del momento prodico, o de
despliegue de la unidad en multiplicidad, donde lo generado es an indetermi-
nado y carece de contenido, mientras que lo potencial lo que est en potencia
( ) permite pensar el momento epistrfico o de repliegue de la
multiplicidad a la unidad, de conversin de lo generado a su progenitor, para as

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configurarse y perfeccionarse. En la henologa plotiniana el Uno-Bien, supra-ser,


es lo absolutamente simple por superabundancia, y el infra-ser, la materia, es lo
simple por precariedad y defecto. En contraste con lo simple-luminoso, el Uno-
Bien, se halla lo simple-oscuro, la materia, tanto en el fondo de los inteligibles
como en el fondo de los cuerpos.

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Recibido: 3/05/2016

Aceptado: 12/09/2016

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Ciencias no divinas: Ciencia y cultura en
el Helenismo

NoN-divine sciences: Science and


culture in Hellenism

Eloy Rada Garca1

Facultad de Filosofa

UNED

Resumen: La evolucin de la cultura humana es un largo proceso cuya expli-


cacin han intentado los historiadores desde los ms diversos puntos de vista. La
complejidad del desarrollo y sucesin de las culturas exige comprender por igual lo
que surge como novedad y lo que permanece, explcito o implcito, en las sucesivas
formas culturales. La Historia heroica (de los hechos gloriosos o catastrficos) no
basta para ello. Otra forma de ver el continuo socio-cultural (darwiniano o cuasi-
darwiniano, en clara analoga con el biolgico) permite comprender el proceso en
trminos de descendencia con variacin de supervivencia del mejor adaptado,
etc., siempre que estas categoras explicativas se entiendan tambin analgicamente
en su contexto cultural-antropolgico. Se ha repetido innumerables veces que nuestra
cultura es de origen griego y se habla de la herencia clsica, como si de una dote
conocida y compartida se tratase. Aqu pretendo mostrar, primero y esquemtica-
mente, la complejidad cultural acumulada en la cultura historiogrfica helenstica
y, despus, sealar algunos factores, tanto griegos como exgenos, incorporados a
ese legado y trasmitidos en l hasta nuestros das. La consideracin memtica, aqu

1
Profesor Emrito de la Facultad de Filosofa de la UNED; Dpto. de Lgica, Historia y Filo-
sofa de la Ciencia. E-mail: caprilander@gmail.com

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implcita, de todos estos factores permite una interpretacin naturalista de la evo-


lucin cultural que ha llegado hasta el presente. Puede ser relevante que, adems
de los entramados sociales, entre esos factores se hallen principalmente la ciencia,
las tcnicas o los cultos sociales junto con las concepciones filosficas o religiosas.
Sin embargo, la mayor relevancia reside, tal vez, en la posibilidad metodolgica de
comprender ms radicalmente los procesos culturales en trminos naturalizados.
Tomamos al Helenismo como ensayo.

Palabras clave: Helenismo, religin, cultura, tecnologa, naturalismo.

Abstract: Here I intend to show, first and schematically, the cultural complexity
accumulated in Hellenistic historiographical culture and then will I point out some
factors, both Greeks and exogenous factors, which they have been incorporated and
transmitted to this day. The consideration of memetics, implied here, of all these
factors allows a naturalistic interpretation of the cultural evolution that has reached
the present.

Keywords: Hellenism, culture, religion, technology, naturalism.

1. Introduccin

Todo regreso al pasado es siempre una ficcin que podemos condimentar


con estrategias literarias ms o menos sofisticadas, segn el gusto. La metodologa
cientfica que nos exige la ciencia histrica es lo suficientemente variada como
para permitirnos diferentes representaciones aceptables para el gusto de cada
poca, e incluso para el gusto de cada espectador. Hay, sin embargo, dos grandes
bloques de panormicas en las reconstrucciones histricas. Un primer bloque de
historias se basa en presentar cuadros en los que aparecen los grandes eventos
distintivos que consideramos relevantes y que permiten escribir nuestro discurso
con puntos y aparte. En este gnero de historias nuestro ficcional discurso, que
calificaramos de saltacionista, va dando saltos de tiempo en tiempo o de evento
en evento, acotando a uno como primero o inicial y a otro como ltimo o final.
Tpicamente es el caso de autores que acotan el perodo helenstico entre el ao
323, a.c, (muerte de Alejandro) y el ao 30-31, a.c (batalla de Actium en que
Octavio derrota a Marco Antonio y Cleopatra) y convierte a Egipto en Provin-
cia romana. Y, entre uno y otro, las hazaas de este o aquel Diadoco, ya sean
talos o Pirros, Seleucos o Ptolomeos, por no mencionar a otros protagonistas.
En este modelo la historia resulta de la sucesin de elementos discretos que son

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entendidos como causas o marcas ms o menos determinantes de las transforma-


ciones sociales, polticas o culturales registradas como pocas, perodos o eras.
El nfasis estar, por tanto, en los eventos nuevos que pueden registrarse como
causas del cambio histrico para cada momento dado en la sucesin temporal de la
humanidad. En este modelo de historias es inevitable la presencia de los grandes
protagonistas como causantes de grandes transformaciones.

El otro modelo de historias, que podramos denominar gradual, trata de


contemplar la corriente de la historia como un continuo fluir de sucesos encade-
nados, no solo por el lento y continuo acontecer en el tiempo, sino tambin por
la interna e inevitable coincidencia de diferentes actores y distintas circunstancias
ambientales cuya concurrencia produce variaciones solo perceptibles a largo plazo
sobre un fondo humano, social y cultural comn. Constantemente algo cambia
y mucho permanece y de ambas cosas trata de dar cuenta este modelo de historia
cuyo mayor protagonista es la sociedad entera y, con ella, la cultura en y con la
que vive. El gradualismo procura dar cuenta de la dinmica interna de los facto-
res que intervienen en los cambios continuos, siempre en el supuesto de que el
cambio y la permanencia se producen dentro de los lmites de la necesidad de
supervivencia de la humanidad. Si tomamos con las debidas cautelas la nocin
de meme, propuesta por R. Dawkins, como sujeto de la evolucin cultural y
aceptamos que aqu el trmino designa a bloques mayores o menores de la cultura
helenstica que sufren variaciones a lo largo del tiempo, pero permanecen fenotpi-
camente transformados en el seno de la misma, quiz pudiramos disponer de un
modelo terico aplicable a la imagen que pretendemos exponer. Por eso, en esta
perspectiva, es igualmente importante el estudio de los factores del cambio y el
de las causas y formas de permanencia y, por tanto, se necesita identificar a unos
y otras en el entramado social, poltico, econmico, cultural y antropolgico de
cada momento estelar (convencionalmente elegido para el caso).

Aqu, a modo de ensayo, propondremos algunos de esos factores que, en


nuestra opinin, contribuyen a interpretar los dos aspectos de permanencia y
cambio en el helenismo. Cambio o transformacin de la herencia clsica y perma-
nencia bajo formas nuevas de lo que result de aquellas transformaciones. La idea
final resultante sera que an hoy estamos dentro del marco creado en y a partir
del helenismo, cuyas frmulas polticas, religiosas, sociales y cientfico-culturales
nos rodean universalmente. Para el lector dejamos la tarea de reconocer o iden-
tificar en ellas las mltiples variantes del presente.

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2. Historia o historias. Una ciencia que nace y crece

No es empresa fcil para los historiadores, pese al caudal de textos y fragmen-


tos supervivientes, abordar la literatura histrica de la poca alejandrina. Tras la
estela de Herodoto y Tucdides, apenas si encontramos en los siglos inmediatos a
la muerte de Alejandro seguidores de los modelos de historein que ellos iniciaron
y que, en cierto modo, constituyeron el patrn al que vino a ajustarse la ciencia
histrica. Aparentemente los historiadores helensticos siguen en la tradicin de
Tucdides, contando las historias de las ciudades-estado y sus conflictos, pero
cada vez ms distantes de la posicin crtica de Tucdides. Proliferan entonces las
cronologas (Hipias de Elis nos haba legado un siglo antes la de los ganadores de
las Olimpiadas desde su inicio en 776 a.c), las genealogas o, ms comnmente,
las narraciones de hechos, a veces interconectados, que se encadenan a travs de
las relaciones entre ciudades-estado, o entre protagonistas tiranos o reyes- de
acontecimientos ms o menos extraordinarios. Estas series de crnicas localistas
son conocidas con el nombre de hellenica, muchas de ellas perdidas ya en poca
romana.

Una de estas fue la serie hellenica de Teopompo de Quos (380-323 a. c.),


que era una pretendida continuacin de la Historia de Tucdides (desde 411 a
395 a.c.) y, sobre todo, su obra ms importante (58 libros), Las Filipicas, dedi-
cadas a la vida y hechos de Filipo II de Macedonia, desde su ascenso al trono en
359 hasta su muerte en 336 a.c. Aqu Teopompo inicia un gnero de historia
que podramos llamar historia-denuncia, pues se adentra en los entresijos de las
corrupciones permanentes en Atenas y otros lugares y se deleita contando los
vicios y crueldades de Filipo el nuevo Rey de todos los griegos.

Contemporneo suyo fue foro de Cyma (380-330 a.c.) con una serie de
30 libros en la que pretende, por una parte, deslindar la historia del mito abar-
cando todo el periplo griego desde los hijos de Heracles hasta el ao 341 a.c.,
aunque, por otra parte, introduce en la historia su propia vena imaginativa con
el fin de maravillar o, al menos, convencer al lector ms que indagar la verdad.
Su Isocrtica ascendencia retrica le lleva a presentar los hechos en trminos
convincentes y produce con ello un efecto perverso en su relato; lo convierte
en lo que hoy llamamos novela histrica o, en otro sentido, historia-magistra.

Dos cosas podemos destacar a este propsito: La primera, que a la muer-


te de Alejandro los historiadores estaban ya practicando estos dos gneros de

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istoria, biogrfica una y ejemplarizante la otra. La segunda tiene que ver con la
h
introduccin en el campo de estudio de los historiadores un inmenso territorio
alejandrino desde el Bsforo al Indo y desde Afganistn a Sudn y con ello,
la irrupcin de nuevos mitos y culturas, adems de ciudades y religiones, en el
mbito cultural heleno.

La figura divinizada de Alejandro y despus la presencia de y culto a los


Reyes en los distintos reinos surgidos tras su muerte, propici materia biogrfica,
pero tambin mtica, para la proliferacin de historias, mticas o anecdticas
la mayor parte, que incorporaban personajes de todas clases, culturas o cultos y
religiones. La primera historia de Alejandro se debi a Calstenes, sobrino de
Aristteles, elegido por el propio Alejandro como cronista y testigo de los hechos
de su marcha a Oriente. Su historia devino un cmulo de adulaciones y un rosa-
rio de quejas, hasta que en 327 a.c. acab ejecutado y hoy disponemos de un
conjunto de escritos de escaso o nulo rigor histrico editados bajo la rbrica de
Pseudo-Calstenes por la incertidumbre que hay sobre sus autores. Pero adems
Alejandro cont con una plana de cronistas presenciales de la campaa asitica y
sin embargo la biografa cannica que poseemos es muy posterior, es la del histo-
riador greco-romano Lucio Flavio Arriano (86-175 d.c.) sobre la base de textos
aparentemente fiables de Aristbulo, Ptolomeo y Nearco, que acompaaron a
Alejandro en su larga expedicin. Pero los hechos atribuidos a Alejandro por
los historiadores de esa poca inmediatamente posterior a su muerte son ms
bien materia de leyenda que de historia y cuya mejor sntesis podra ser la obra
de Quinto Curtio Rufo. En su conjunto son la base del Poema de Alexandre, de
larga tradicin medieval en la literatura occidental.

Una segunda elaboracin tambin tarda, es la Biblioteca Histrica de Dio-


doro Sculo en 40 libros que incorpora resmenes de los datos procedentes de la
mayor parte de las obras de los autores an disponibles en su tiempo (70 al 30
a.c.), tales como Hecateo de Abdera, Timeo, Posidonio, Jernimo de Cardia, fo-
ro, Ctesias, Duris de Samos, Teopompo, Polibio, Diylus, etc. Merecen especial
mencin, como ejemplos de su presencia en Diodoro, Jernimo de Cardia, que
muri el ao 260 a.c. - a la edad de 104 aos y cuya obra aparece en la base de
Diodoro para los libros 18-20 que nos dan noticia muy detallada de las guerras
entre los sucesores de Alejandro hasta el establecimiento de los grandes reinos
alejandrinos, o Hecateo de Abdera, amigo personal de Ptolomeo I y cuya obra
sobre la historia egipcia est en la base del libro I de Diodoro. Hecateo escribe
para Ptolomeo e introduce de nuevo al servicio del reino egipcio el modelo de
historia de la ciudad-estado, aunque ahora sea reino y no mera Polis egemnica.

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Le seguir en esta tarea un sacerdote egipcio, Manetho, a quien debemos la cro-


nologa que an hoy es la base de la historia egipcia.

Y algo parecido ocurre con el reino selucida, donde Berosso, un sacerdo-


te bilinge de Baal, escribi una historia de Babilonia en griego y Megaste-
nes, embajador de Seleuco ante el emperador Sendragupta de la India e scribi
una admirable historia de la fundacin del imperio de Mauryan (320-185
a.c.).Aunque sean historias parciales o locales, estas muestras nos ilustran sobre
la ampliacin tanto geogrfica como etnogrfica y cultural que experimenta la
historia como consecuencia de las conquistas de Alejandro.

Otro ejemplo de Historia Universal que podramos destacar sera la extensa


obra de Polibio (200-118 a.c.) Historia General en 40 libros que, en realidad, son
una historia de la expansin y conquista romana del mundo mediterrneo hasta
su consolidacin como imperio a finales del siglo 2 a.c. Si repasamos la obra
de Polibio, pese a su implicacin personal en la poltica de independencia de la
Liga Aquea frente a Roma, tampoco sale de la categora localista (Roma como
protagonista) de la Ciudad-Estado, aunque la expansin de Roma ya desbordase
geogrficamente ese tipo de realidad poltica. Y, de paso, nos sirve ahora para
constatar que la tradicin historiogrfica griega, tras mltiples variaciones, se nos
trasmite justo a travs de los propios griegos que escriben la historia de Roma y,
mediante esta, nos llega a nosotros de la mano de enciclopedistas tales como el
propio Polibio, Dionisio de Halicarnaso, Diodoro Sculo, etc.

Pero no deberamos olvidar tras este breve repaso que, desde Herodoto y
Tucdides al menos, existe una tradicin metodolgica a la hora de hacer historia
(historein significa originariamente investigar una cosa) y por ello se ha asumido
que la primera declaracin explcita de historia como investigacin es de Herodoto
ya el comienzo mismo de las historiai:

Esta es la narracin de las investigaciones de Herodoto de Halicarnaso,


emprendida con el fin de que las hazaas de los hombres no sean olvidadas
con el paso del tiempo y las grandes y admirables obras de los griegos y de
los brbaros no carezcan de fama y no se olvide la razn por la que lucharon
unos con otros.

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Ciencias no divinas: ciencia y cultura en el helenismo 151

Y, puesto que la tradicin historiogrfica griega es tambin nuestra tradicin,


debemos ahora distinguir cuidadosamente, en el contexto del legado literario
helenstico, los textos que responden a la exigencia metodolgica de investigacin
que estableca la tradicin ya en aquel momento, respecto de aquellos otros que
desconocieron o alteraron por cualquier motivo dicha exigencia y, por mucho
valor literario que encierren, tendramos que clasificarlos entre los escritos para-
histricos, es decir, ensayos y variaciones en torno a momentos histricos o a esti-
los de hacer historia que, pese a todo, a la larga han dejado una secuela an viva
en nuestros das. Euhmero en la corte de Casandro en Macedonia, Calmaco
y Apolonio en la corte de Alejandra, son ejemplos de la deriva en que entran
los centros de cultura literaria vinculados a los reyes alejandrinos. Es cierto que
Euhmero (p.e.) introduce una variante escptica en la interpretacin de los
mitos griegos y racionaliza en trminos antropolgicos o meramente naturalis-
tas tanto a los dioses (Zeus era un rey de Creta divinizado por sus sbditos y su
tumba estaba cerca del palacio de Knosos) como a las historias de sus hazaas que
reduce a fenmenos naturales o eventos ritualizados. Esta forma de racionalidad
antropolgica, que tambin se puede encontrar en foro y otros, permiti, de
paso, trasladar los hechos histricos y sus protagonistas a un lenguaje mtico sin,
por ello, provocar sorpresa o crtica, ya que, si una vez los dioses fueron hombres,
nada impeda que los hombres llegaran de nuevo a ser dioses.

Quiz, para cerrar esta breve presentacin del nacimiento de la historia como
ciencia, sea mejor hacerlo con las palabras de Oswin Murray:

Durante 350 aos la tradicin griega de escribir historia invent la


mayor parte de los estilos de historia que todava practicamos, y que trata de
analizar muchos de los problemas polticos y sociales que an encaramos. Esta
tradicin ha establecido estndares de exactitud y variedad de enfoques que
la hacen claramente superior a cualquier otra tradicin histrica. Si tiene un
defecto, se trata de un defecto que compartimos, la incapacidad de manejar-
nos con el poder de Dios en historia, feliz la edad que puede permitirse igno-
rar a Dios. El final del perodo helenstico conoci los inicios de una nueva
religin, y el fluir conjunto de las tradiciones de Grecia y de Judea hacia una
nueva forma de historia, la irrupcin de la salvacin de Dios en la tierra. Los
Libros de los Macabeos y las obras de Josefo son producto de esta fusin de

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tradiciones culturales que sobrevive, mostrando el camino a seguir hacia la


Historia de la Iglesia de Eusebio y del mundo cristiano de Bizancio.2

Quiz O. Murray no se percatase aqu de un hecho trascendental. Adems


de una nueva religin (el cristianismo) el final del helenismo dej otras dos,
an hoy vivas: El judasmo, ya entonces muy helenizado y diasporizado, y en el
horizonte inmediato el islam enlazado con la tradicin helenstica de las Revela-
ciones Apocalpticas y cuya proyeccin en la historia no es menor que la de las
otras dos. Otra observacin no menos relevante sera que la salvacin de Dios,
para los creyentes, ya haca siglos que estaba en la oferta de las divinidades de los
cultos mistricos, como veremos. La idea de la salvacin de Dios en la tierra
(sotera en griego) inclua la felicidad en esta vida y en la otra. Es una especie de
garanta universal contra la desgracia, contra el dolor y contra la muerte. Bajo
frmulas ligeramente distintas la encontramos presente en las Escuelas socrticas
y como idea-ambiente en todos los crculos filosficos derivados del platonismo,
sobre todo. La idea de alma-inmortal o de otra vida eterna no era una idea
de origen bblico y por ello cabe atribuir al helenismo la presencia de esta en la
cultura posterior.

3. Fusin de culturas. Cambio y permanencia invisibles

En el ao 260 a.c.- el rey indio Asoka, recin convertido al budismo pro-


mulg un edicto para ser publicado mediante inscripciones en todo su imperio
de Mauriya (casi toda la actual India y Pakistan) y destinado a sus nios del
mundo. Menciona con exactitud a todos los reyes helensticos desde su misma
frontera hasta Macedonia, Cirene o Egipto. Este edicto estaba escrito en prakrit
por todo el imperio, pero en el noroeste tambin en arameo y en griego; una
copia en este idioma se conserva inscrita en su piedra original en Kandahar
(Afganistn) en el lugar donde estaba el asentamiento macedonio, invitando a
todos a llevar vidas de tolerancia y auto-sacrificio.

2
Cfr. Boardman, John Griffin J. y Murray, O. (eds.); en: Greece and the Hellenistic World.
Oxford (1989), Greek Historians p. 195.

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Aunque las relaciones ms intensas con la India fueron protagonizadas por


los Selucidas, este dato nos muestra que hubo una corriente de transferencias
mutuas cuyos contenidos no siempre podemos identificar. Elementos de la cul-
tura griega debieron llegar hasta la India, pues en Ai- Khanoum -segunda ciudad
de Afganistn- se ha descubierto y excavado un Gymnasium del s.II a.c. con los
tpicos espacios comunes para la enseanza y la discusin, lo que prueba que,
no solo lleg hasta aquellas remotas regiones del Noreste el idioma, sino que
adems existi una poltica de instruccin de la juventud en los trminos de la
idea helenizante de Alejandro.

Por lo que sabemos en todos los reinos se construyeron y dotaron bibliotecas.


Aunque las ms famosas sean las de Alejandra y Prgamo, hay que conceder que
tanto en sus recintos como en el entorno de cada una de ellas existi un grupo de
sabios y eruditos griegos y tambin nativos con acceso a textos de muy variada
ndole. Hoy an disponemos de muchos textos, incluso cientficos, gracias a que
previamente fueron vertidos del griego al siraco o al copto y circularon en estos
idiomas durante siglos ya desde bastante antes de la Era. Y, pese a que el griego
era el idioma franco en el mundo oficial y entre las clases cultas y dirigentes,
el copto, el arameo, el persa y otros siguieron vivos entre el pueblo y entre los
grupos ms cerrados -por razones religiosas, sociales, familiares, econmicas, u
otras- lo cual nos lleva a suponer que las traducciones de textos circularon en
ambas direcciones, toda vez que las juventudes nativas de las clases dominan-
tes eran por lo general bilinges, aunque no lo fuesen las de origen griego. En
cualquier caso, el hecho de que en los espacios de las Bibliotecas y Gimnasios se
propiciara la discusin y la enseanza permite imaginar hasta dnde poda llegar
el intercambio de ideas, saberes, concepciones del mundo, tradiciones etc. de los
diferentes pueblos y culturas integrados en el espacio de los reinos helensticos
o en relacin con ellos.

El caso mejor conocido3 es el del Museo y su aneja Biblioteca de Alejandra.


No solo sabemos que su fundacin cont con el asesoramiento de los aristotlicos
inmediatos a Teofrasto (Estratn de Lampsaco) y que algunos de ellos se instala-
ron en Alejandra como mentores de la poltica de helenizacin de Ptolomeo I,
sabemos tambin que fueron portadores de muchos textos de origen ateniense
y que, en casos, la Biblioteca cont con ttulos (apcrifos o no) hoy perdidos
atribuidos a Aristteles. La enorme cantidad de libros que lleg a almacenar
(ms de medio milln) eran una propiedad del Rey, cuya custodia estaba a cargo

3
Cfr. Fraser, P.M.: Ptolemaic Alexandria (3vls.) Oxford Univ. Press (1972).

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de un funcionario del ms alto nivel y confianza real. Los Ptolomeos tuvieron


buenos tutores y mostraron siempre inters, a veces notable, por la ciencia y el
saber y Ptolomeo IV hizo levantar un templo a Homero y hasta parece escribi
una tragedia. Uno de los Selecidas escribi algo as como un tratado en verso
sobre las mordeduras de serpientes y, como dice R. Lane Fox4, los reyes tam-
bin competan por el fondo de talento de las antiguas ciudades griegas. La
acumulacin de libros en las Bibliotecas formaba parte del proyecto helenizador,
y las llamadas a los griegos metropolitanos para colaborar en estos proyectos
gener una corriente migratoria tan eficaz a la hora de trasladar la cultura griega
hacia los nuevos reinos como haba sido la antigua poltica colonial hacia Sicilia,
Cirenaica, el Ponto y otros lugares. El prstamo de los rollos que contenan los
originales de las tragedias por parte de la Ciudad de Atenas para ser copiados en
la Biblioteca fue una de las hazaas de la monarqua ptolemaica, pero su afn
biblifilo comprenda disposiciones como la de registrar los barcos que llegaban
a Alejandra y obligarles a prestar los libros que viajasen a bordo, los cuales eran
copiados en hojas selladas con la marca de los barcos y las copias depositadas en
los fondos reales. Cuando Calmaco hizo el gran Catlogo (Pinaks) en tiempos
de Ptolomeo II, este ocup, ya en el s.III ac., nada menos que 120 volmenes.

La helenizacin, sin embargo, cont con otras presencias (y hasta competen-


cias) tanto idiomticas como culturales principalmente en Egipto, en Judea, en
Siria o en Persia. En todos los casos parece que con un cierto fondo nacionalista
de origen o carcter religioso y vinculadas a un cierto desarrollo de cultura escrita
previa. El caso judo es el mejor estudiado, pues disponemos de la crnica juda
(los dos primeros libros de los Macabeos) adems de las breves noticias dejadas
en el entorno helnico. La presencia juda (tras el Edicto de Ciro muchos haban
permanecido en Babilonia y otros en otras partes de Asiria de modo voluntario)
por todo el mundo helnico tuvo mucho que ver con la posterior generalizacin
del griego como idioma comn, pues permiti a los artesanos, comerciantes, y
predicadores de todas clases adentrarse en las comunidades de las ciudades sin
tener que integrarse en ellas ni en sus costumbres, permitiendo as conservar
durante generaciones ciertas formas de identidad cultural o religiosa de origen.
Los judos, aunque muchos helenizados, posean un corpus religioso-cultural
muy definido que canaliz la cohesin de las gentes oriundas de Judea, dentro
y fuera de los lmites de su lugar de origen. Con todo, los judos de la Dispora
tanto en su lenguaje como en sus formularios ideogrficos se helenizaron mucho
ms de lo que los textos cannicos judos, controlados por el ultra-nacionalismo

4
Boardman, J.: op. cit., p.336.

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Ciencias no divinas: ciencia y cultura en el helenismo 155

ortodoxo de los Rabinos de Jerusaln, nos dan a entender. Una amplsima lite-
ratura apcrifa5 (recordemos que apcrifo significa oculto, reservado o secreto)
nos muestra a los autores de las diferentes comunidades imbuidos de los modos
literarios, filosfico-teolgicos del platonismo medio (el ejemplo cumbre es el
caso de Filn), ticos o polticos de sus conciudadanos alejandrinos, antioquenos,
corintios etc. Y entre los varios textos apcrifos podemos tomar como ejemplos
los Libros 3 y 4 de Macabeos, cuya factura, texto y ambiente son enteramente
alejandrinos (Ptolomeo IV es el personaje del Libro 3, mientras Simn y Elia-
zar dos sacerdotes judos el primero de Jerusaln y el otro de Alejandra lo son
del Libro 4) aunque entraen una moraleja siempre repetida: la Ley (juda) es
el camino de la rectitud y la buena razn de nuestra vida y Yahv es el nico Dios,
que premia a los buenos y fieles seguidores de la Ley y castiga a quienes no la siguen.
Esta idea tan elemental de palo y zanahoria admite matizaciones diversas segn
la filosofa (o teologa) que se profese, desde la idea de salvacin eterna como
mximo premio a la de xito y felicidad en la vida en la tierra. El maximalismo
de la salvacin eterna (sotera) tuvo una importancia decisiva en muchos de los
movimientos gnsticos y en el cristianismo (especialmente en la versin paulina),
mientras que formas menos drsticas de plantear una satisfaccin de esta aspira-
cin dieron lugar a innumerables sectas o grupos tanto en Egipto como en otros
lugares del mundo helenstico. La literatura patrstica y ms directamente la apo-
logtica dan cuenta de esta proliferacin que muchas veces parte de movimientos
cristianos y son combatidos como herejas. As, por el lado ortodoxo figuran
los nombres de Justino, Ireneo, Clemente de Alejandra, Orgenes, Tertuliano,
Atanasio, Epifanio, Juan Crisstomo, Basilio, Luciano de Samosata, Agustn... y
por el heterodoxo, Baslides, Marcin, Valentin, Teodoto, Heraclen, Arrio,
pero hay otros ejemplos como Apolonio de Tiana o el apostolado de Mani, etc.6

Finalmente, para dar cuenta a la vez de la importancia que la Biblioteca de


Alejandra daba a la posesin de cuantos libros circulasen por el mundo y del
grado de helenizacin a que lleg la intensa tradicin juda, deberamos recordar
aqu lo que los mismos judos de Alejandra nos han trasmitido sobre un hecho
enormemente trascendental en la historia posterior: La Traduccin de los Setenta.
Recibe este nombre debido a la leyenda sobre su ejecucin, transmitida en una
clebre Carta de Aristeas a Philocrates, que es un relato de un autor judo alejan-
drino del siglo I a.c., que tiene como objetivo dignificar la Biblia ante los ojos de

5
Porter, J. R.: La Biblia Perdida, Edit. BLUME, Barcelona (2010). Es una coleccin de textos
de Apcrifos no incluidos en el Canon.
6
Cfr. Monserrat Torrents, Jos: Los Gnsticos. (2vol) Gredos: Madrid (1990).

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sus conciudadanos y adopta la personalidad de un funcionario griego -Aristeas- de


la corte de Ptolomeo II que escribe a su hermano -Philocrates-dndole cuenta de
cmo llega a la Biblioteca esta nueva obra. Segn se nos cuenta, Demetrio de
Falero el Bibliotecario de Alejandra informa a Ptolomeo II que la Biblioteca no
tiene los libros de los judos y Ptolomeo pide al Sumo Sacerdote de Jerusalen que
le enve seis representantes de cada tribu lo cual hizo que 72 doctores llegasen a
Alejandra y tradujesen el Pentateuco en 72 das y lo hicieron tan perfectamente
que, aunque trabajaban independientemente, todos coincidieron en las mismas
palabras, por inspiracin divina7.

Desde el siglo III a.c. los judos constituan una comunidad numerosa en
Alejandra y con la poltica de Ptolomeo II llegaron a tener relevancia econmica
y cultural, tanta que es posible afirmar que muchos de ellos se hallaban tan pro-
fundamente helenizados que hasta en sus creencias religiosas se helenizaban, no
solo en el lenguaje, sino y sobre todo en la interpretacin de los textos

en que originariamente se fundaban. De hecho, gran parte de ellos descono-


can el idioma hebreo y a casi todos los efectos podran pasar por griegos de la
poca. No es muy seguro quin decidi hacer esta traduccin, pero es cierto que
se hizo por partes y a lo largo de los siglos III-II-I a.c. El Pentateuco fue lo pri-
mero y quiz su traduccin se debiera a cierta iniciativa patrocinada por el propio
Ptplomeo II. Los dems libros del Antiguo Testamento se tradujeron gradual-
mente a lo largo de los dos siglos siguientes y se fueron aadiendo a la primera
traduccin. Los Salmos, los Profetas, Isaas y Jeremas se aadieron a mediados
del siglo II (entre 160 y 130 a.c.) y a principios del siglo I a.c. se aadieron La
Sabidura y 3 y 4 de Macabeos que fueron escritos originalmente en griego, y los
llamados Libros Deuteronmicos ms los Apocalpticos. Esta ltima coleccin
no fue aceptada en el canon hebreo y as resultaron excluidos Tobas, Judit, 1 y 2
de Macabeos, 1 Esdras, Baruch, Eclesistico, la Carta de Jeremas, y los aadidos
a Esther y a Daniel. El ltimo, ya en el ao 100 (d.c.) se aadi el Eclesiasts.
Finalmente, en el ao 90 (d.c.) un grupo de Rabinos reunidos en Jamnia cerr
el canon hebreo que incluye menos textos que la versin griega de los setenta.8

7
Cfr. Hadas, M.: Aristeas to Philocrates, N.Y. (1951). Repr. Ktav (1973). Contiene el texto
griego y su traduccin al ingls.
8
Cfr. Tripolitis, A.: Religions of the Hellenistic-Roman Age. Eerdmans Pub. Comp. Michigan.
(2002), p.61 y ss.

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Ciencias no divinas: ciencia y cultura en el helenismo 157

No es solo que algunos de los libros del A.T fueran escritos en griego (todos
los del Nuevo lo fueron) la traduccin misma signific una interpretacin pues
muchos trminos hebreos no tenan un equivalente en griego, lo cual sirvi para
introducir trminos y conceptos griegos en el ideario judo, y esto, a su vez, llev
a los judos a una integracin conceptual con los valores semnticos de los grie-
gos. El resultado de este proceso fue que la lectura de la Biblia en griego fue un
agente helenizador de la mayor importancia y viceversa, para la penetracin de
las creencias orientales en el mundo griego a travs de la traduccin de aquellos
textos. En poco tiempo la interpretacin dej de ser literal al modo rabnico y
pas a ser alegrica, con lo cual la Biblia adquiere campos referenciales enteros
propios de la filosofa griega. Las controversias con los rivales tambin necesitaron
de este bagaje semntico y terminolgico pues era el griego el idioma en que se
daba la crtica y las rplicas, como nos consta de modo ejemplar en la rplica de
Orgenes Contra Celso a la crtica que este haca a las enseanzas de los cristia-
nos9. Tanto la crtica de Celso (un texto imprescindible, pese a lo fragmentario
del mismo) como la respuesta de Orgenes son el mejor ejemplo del proceso de
constitucin de un lenguaje culto en la terminologa utilizada en las controversias
teolgicas. Este paso resultar fundamental en la historia posterior tanto de la
Gnosis10 como del nacimiento y formacin del corpus teolgico inicial del cris-
tianismo. No podemos desconocer que la doctrina de los cristianos (adems de
los Libros cannicos) se constituy entre y por los llamados Padres de la Iglesia,
casi todos de lengua y formacin griegas, adems de la multitud de apcrifos
declarados herticos y desaparecidos en buena medida por esa razn.

4. Religiones y Cultos

El trmino sincretismo es el ms utilizado y tal vez el que mejor describe el


estado de cosas respecto a cualquier aspecto de la poca: una mezcla de elemen-
tos, ya sean tcnicos, ya humanos, religiosos o culturales surgida del contacto
entre griegos y no griegos, aunque se haya aplicado con ms frecuencia al com-
plejo religioso-filosfico. Los griegos en general constituan la clase dominante

9
Cfr. Hoffmann R.J.: Celsus On the True Doctrine. A Discourse Against the Christians. Oxford
Univ. Press (1987). Hay una edicin D. Ruiz Bueno del Orgenes contra Celso en la BAC,
Madrid (1967), aunque con problemas, para los fillogos, en la traduccin de algunos textos.
10
Cfr. Markschies Christopf: La Gnosis. Herder. Barcelona (2002). Estudio de la Gnosis con-
tempornea del cristianismo de los siglos 1, 2 y 3 a la luz de los textos de las Apologas cristia-
nas cuya versin de las doctrinas que combatan no era la ms neutral que pudiramos desear.

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158 Eloy Rada Garca

y se establecieron en tan vasto imperio con sus dioses, sus cultos y, en general
con su civilizacin bien establecida. El resto de la poblacin en todo el oriente
ya haba acumulado una muy larga experiencia integradora de formas y culturas
supervenidas con las diferentes invasiones e imperios anteriores. Las corrientes
humanas de Oeste a Este y viceversa son muy intensas no solo por la acti-
vidad militar, sino por el traslado de pueblos enteros, por la permanencia de
la esclavitud en el mercado y por la enorme amplitud del corredor cultural y
comercial que se forma a travs de todo el mediterrneo cuando Roma entra
en contacto con el helenismo desde muy pronto en Sicilia y despus en toda
Grecia y Asia hasta el Tigris y Egipto. La incorporacin de tan extensos territo-
rios era causa ms que suficiente para incorporar a su propia cultura el universo
helenstico ms caracterstico. Pero adems el Imperio Parto al Este segua en
relacin comercial y cultural con los pueblos de ms al Este y no bloque por
completo la corriente que abri Alejandro con su conquista inicial. Las influen-
cias iranio-persas (Zoroastro p.e.) llegaron pronto a Occidente y se mantuvieron
largo tiempo no solo bajo su forma inicial sino tambin en el dualismo presente
en las sectas religiosas (recordemos a los seguidores de Mani) de inspiracin
Gnstica, sobre todo. No pocos estudiosos de los movimientos culturales de este
perodo relacionan al estoicismo y al neo-pitagorismo con influencias orientales
del budismo, tras los contactos del ejrcito de Alejandro.

La helenizacin de los cultos de cualquier procedencia fue un fenmeno de


convergencia tal que al llegar el siglo 1 de la Era ya se poda hablar de un Culto
de los Misterios que abarcaba a todo el mundo helnico y romano, sin que hubiese
internas diferencias ya fuese un culto de origen oriental ya procediese de la Grecia
clsica. De Grecia procedi el culto de Demeter en Eleusis, con la peculiaridad
de ser este su santuario, lugar de su culto, de los festivales en su honor y cen-
tro de concurrencia de los griegos de toda la Hlade. Los Misterios principales
de su culto slo se celebraban en Eleusis, una vez al ao y exista una especie
de cofrada o hermandad que vinculaba a sus miembros con determinados
compromisos, previa una inicitica ceremonia de admisin. Un determinado
cuerpo de sacerdotes presididos por un gua espiritual del mayor rango diriga los
ritos y administraba los bienes del santuario, ejerca las funciones pblicas en
nombre de la Diosa y diriga los ritos de iniciacin, purificacin y cultos de los
adeptos cuyo fin estaba ligado a la felicidad presente y futura bienaventuranza del
creyente. El mito aparece descrito ya en la Ilada (II, 470 y stss.) con la idea de
resurreccin asociada a los ciclos de la naturaleza, por una parte y con la idea de
misterios que deben permanecer en secreto, por otra. La primitiva vinculacin de
estos ritos a la tarea agrcola de Eleusis y su zona (cultivo del trigo, de la cebada.)

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Ciencias no divinas: ciencia y cultura en el helenismo 159

y su proximidad a Atenas no impidi la expansin de esta devocin a todo el


mundo helenizado, incluida Roma, alguno de cuyos Emperadores se iniciaron
y pertenecieron a la hermandad de Eleusis, aunque a Nern ni se le ocurri
pedirlo, pues deba saber que no se aceptaba a persona de mala conducta. Casi
nada sabemos de los ritos que conformaban las celebraciones mistricas, unas en
Atenas (Misterios menores) en primavera que culminaban en una p rocesin hasta
Eleusis en cuyas fiestas participaban todos sin secretos ni distincin de condi-
cin, y otras en septiembre en Eleusis (Grandes Misterios) durante diez das en
los que principalmente intervenan los iniciados y aspirantes a ello y cuyo acto
final ocurra en el Telesterion o templo supremo. En ambos casos los ritos incluan
abluciones y purificaciones con agua, sacrificios, plegarias y cantos o himnos,
comidas y bebidas, entre las cuales estaba el famoso kykeon o bebida sagrada11.

Un segundo culto y el ms expandido por el mundo helenstico fue el de


Dionisio, Baco para los romanos. Deba ser muy antigua la tradicin de Dio-
nisio en Grecia pues ya aparece mencionado en la escritura micnica Linear B.
Parece que, como Demeter, en su origen est ligado al fenmeno de la vida que
nace, muere y vuelve nacer en los cultivos, en los bosques, en la vida animal
etc., aunque acab convertido en el dios del vino y festejado en los eventos de
vendimia y dems relacionados con el vino, si bien inicialmente solo las mujeres
participaban en ello. Aunque no conocemos cmo eran los ritos es cierto que
tambin tena iniciados y que en cada lugar haba sus particularidades, pero
todos eran considerados como el smbolo y anticipo de un destino eterno para
cada uno individualmente, destino de eterna vida feliz que la orga (rito sagra-
do) anticipaba. En la poca clsica perteneca al culto de Dionisio, entre otros,
el universo del Teatro con sus dos grandes gneros (Tragedia- canto del macho
cabro y Comedia- canto de los borrachos). El primero porque el sacrificio del
Macho preceda al himno a Dionisio, el segundo por celebrar la llegada del nuevo
vino de cada ao. El grado de aceptacin y el nivel pblico al que llegaron en el
helenismo los festivales dionisacos alcanz esplendores comparables con los de
Atenas o Corinto. Veamos un ejemplo:

Un da de invierno en Alejandra en 270 ac. Ptolomeo II organiz un gran


desfile cuya seccin central honraba a Dionisio: Estatuas mecnicas avanzaban
sobre enormes carrozas. El vino corra libremente sobre las calles desde enormes
tinajas; bebidas frescas se ofrecan a los espectadores: Actores y multitud de

11
Cfr. Mylonas, George E.: Eleusis and the Eleusinian Mysteries. Princeton University Press.
Pinceton (1961) p. 230 y ss.

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mujeres se juntaban a los oficiales disfrazados de stiros en un Show que inclua


escenas de Dionisio borracho regresando de la India, la figura de Alejandro y
un enorme falo ureo de 180 pies de largo recubierto de gallardetes y rematado
en una gran estrella de oro. La estrella de la maana abra la marcha, la estrella
de la tarde la cerraba. En medio, 2000 bueyes recubiertos de oro, 2400 perros,
algunas jirafas, antlopes, papagayos indios, elefantes, un u, avestruces tirando
de carros, y un oso blanco (que no era seguramente del rtico). La carroza de
CORINTO preceda a una parada de mujeres nombradas con los nombres
de las ciudades de Jonia y de las islas. Clara alusin a la Liga de Corinto y al
compromiso de los Ptolomeos con la libertad de Grecia. Esclavos tiraban de las
carretas y los militares desfilaban en centurias.12

Aunque no especifica el lugar del que procede esta noticia que el pfr. Lane
Fox nos ofrece con tan precisos datos, su mera enumeracin de participantes nos
sirve aqu para considerar hasta dnde llegaba aquella devocin pblica y hasta
dnde, por otra parte, muchos de los formatos rituales, tanto religiosos como
sociales y polticos, siguen vivos en forma de procesiones, fiestas de patronos y/o
benefactores, alardes polticos o conmemoraciones histricas que desde los feste-
jos y los ritos de Triunfo estuvieron vigentes en Roma, ya inmediatamente con
Sila, los Escipiones, Pompeyo etc. y que an, si lo consideramos bien, perduran.

Estos festivales se extendieron por todo el mundo helenista y hasta Roma


conoci el esplendor de Baco en fiestas. Aunque el Senado (186 ac.) acab pro-
hibiendo aquellas bacanales que resultaban escandalosas y acaso peligrosas para la
salud del pueblo romano, no parece que fuera un Decreto demasiado respetado
por las gentes en privado pues el mero testimonio arqueolgico de cientos de
mosaicos en Villas y casas romanas desenterradas nos servira de buena prueba.

Pudiramos aadir an ms datos sobre los Misterios de Cibeles (en Asia pri-
mero y en Roma desde el 204 ac), de Isis y de Mithra, (iniciacin, purificacin,
gapes, consagracin, ofrendas y sacrificios rituales, procesiones, santuarios, sacer-
docio, etc.) con muchos de los cuales vinieron a coincidir en formato y a veces en
contenido muchos ritos cultuales del cristianismo y de las dems religiones mis-
tricas extendidas por el mundo helenstico, aunque solo el cristianismo llegara a
desarrollarse como una sistemtica filosofa religiosa, en trminos de A. Tripolitis13.
Y quiz mereciera la pena citar otros aspectos particulares relacionados con las

12
Lane Fox, R. En Bodman, J., op.cit., p. 333.
13
Cfr. op. cit., p.104 y ss.

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Ciencias no divinas: ciencia y cultura en el helenismo 161

Revelaciones o Apocalipsis, con la adivinacin y la profeca, con la angelologa,


el monaquismo, las jerarquas internas y la organizacin de las comunidades,
sin olvidarnos tampoco de los ritos que se practicaban en torno a un santoral de
dioses menores, ni de los muchos grupos de hermanos creados al amparo de
doctrinas religiosas de cuo gnstico y fines soteriolgicos, a los que acudan los
practicantes en busca de la salvacin eterna o incluso de la r esurreccin, sin la
cual tambin para ellos vana sera su fe. De todas estas cosas y de otras muchas
contamos ahora con instancias presentes en nuestra cultura y en nuestra civiliza-
cin y de todas ellas podemos hallar sus orgenes o su consolidacin en aquella
corriente de activa y a veces violenta inter-culturalizacin.

5. Saber y civilizacin

Una definicin aproximada de lo que se entiende por civilizacin podra


resumirse diciendo que es el conjunto de las frmulas y estrategias que utiliza
una sociedad humana para lograr sus objetivos de supervivencia. Simplificando
an ms, sus formas de relacionarse con el entorno. Ciertamente estas formas
son muy variadas y van desde lo ms elemental como el comer o el vestir hasta lo
ms complejo como las creencias, la organizacin social, la ciencia o la tcnica.
La mezcla de culturas que hemos sealado ms arriba signific la generalizacin
de una civilizacin que, por ejemplo, llev a Egipto nuevas variedades de trigo o
el consumo de garbanzos desde zonas muy al norte del mundo helenstico. Los
perros de caza, las ovejas de fina lana o los tejidos de algodn y seda se trasladan
de un extremo a otro del mundo alejandrino como resultado de las nuevas cir-
cunstancias polticas y comerciales. En las costas del Mar Rojo los Ptolomeos fun-
daron ciudades pobladas con ciudadanos griegos que comerciaban con la India y
en Alejandra haba maestros brahmines que enseaban doctrinas budistas. Los
reyes selucidas fundaron decenas de ciudades con el nombre de Antioqua y las
dotaron con los elementos propios de una ciudad griega y as sucesivamente. Este
juego de intercambios afect a todos los mbitos de la vida diaria, hasta el punto
de que los artesanos, los mdicos, los comerciantes y, en general, los ciudadanos
podan pasar de un extremo a otro, de una ciudad a otra o de un reino a otro
para ejercer sin interrupcin sus saberes de toda ndole. Los viajes de Herfilo o
de Galeno como mdicos nos muestran la facilidad con la cual se movan sabios,
artistas o comerciantes en aquel mundo helenizado.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 145-167. UNED, Madrid
162 Eloy Rada Garca

El Museo o las bibliotecas de Alejandra, de Prgamo, de Antioqua y muchas


otras llegaron a recopilar muchos de los saberes de la poca, sobre todo aque-
llos que estaban contenidos en libros o en instrumentos de alcance cientfico.
Sabemos que existan bacos para calcular, cilindros para codificar y descodifi-
car mensajes, esferas para representar movimientos de cuerpos celestes, planti-
llas cuadriculadas para dibujar a escala ya fuesen figuras humanas, animales o
construcciones arquitectnicas, etc. Si tratsemos de reconstruir el instrumental
de la vida diaria que manejaban desde los artesanos a los cirujanos pasando
por los cocineros, los escultores, los navegantes, los agricultores, los mineros,
los tejedores, los transportistas, los herreros, los sastres y carpinteros, etc. etc.,
entraramos en un universo insospechado de sorpresas, como las propiciadas por
las reconstrucciones de la famosa Antikythera, por las exploraciones del tnel de
Eupalino en la Isla de Samos o en las hiptesis sobre los mtodos de construc-
cin de templos y pirmides o extraccin, transporte, izado etc. de los enormes
Obeliscos erigidos desde ms de veinte siglos antes de la poca de Alejandro.

Dejando de lado el interminable debate sobre las relaciones entre ciencia y


tcnica y tambin las sutilezas que implica para muchos, podemos afirmar que el
mundo alejandrino reuni en sus diferentes centros de cultura (y de poder) una
muy amplia panoplia de saberes y tcnicas que tenan su expresin (ms all de
la filosofa, de las matemticas y de la astronoma) en las actividades relacionadas
con la minera y la metalurgia, con la construccin de edificios y ciudades, con
la agricultura, con el armamento y la logstica militar y civil, con la medicina
y la farmacopea, con la cosmtica y todas las artes suntuarias y de lujo, con la
nutica en todas sus facetas,14 etc.

Sin embargo, pese a la gran complejidad de tcnicas y saberes acumulados


por el mundo alejandrino, tambin deberamos tener presente un hecho, puesto
de relieve por casi todos los autores que han estudiado el desarrollo de la tcnica
y de los saberes asociados a ella, cual es su estancamiento secular a partir de los
siglos I-II d.c., y no slo se estancaron, sino que adquirieron bien poco despus
un perfil de leyenda, como saberes ritualizados de ndole divino-ancestral (pristi-
na sapientia) difciles de transmitir y casi imposibles de alcanzar, casi asimilados
a una revelacin perdida. An ahora persiste en muchos lugares bajo la forma
de esoterismo y saber antiguo con la etiqueta de saber secreto. Esta llamada
decadencia de la ciencia durante la Edad media no es una cuestin menor, si

14
Cfr. Drachmann, Aage Gerhardt: The Machanical Tecnology of Greek and Roman Antiquity,
Copenhague (1963).

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 145-167. UNED, Madrid
Ciencias no divinas: ciencia y cultura en el helenismo 163

queremos comprender el mundo alejandrino como una fase histrica (muy larga,
por cierto) de transicin entre la antigedad y la modernidad, fase en la que, a
la vez que perdura lo heredado, se origina lo moderno. Llama nuestra atencin
que una cultura como aquella sea capaz de inventar desde las trirremes a la
esfera giratoria de Hern, los mecanismos neumticos de Ctesibio o el tornillo
de Arqumedes y no sea capaz de inventar el humilde carretillo, o que pueda
construir puertas de apertura automtica y no descubra la eficiencia del collar de
tiro en el caballo o que fabrique carros de combate arrastrados por dos o cuatro
caballos y no sea consciente de las ventajas del estribo para el jinete en la silla de
montar, y as sucesivamente. Y, sin embargo, estas ausencias no son el centro del
problema, pues la cultura tcnica, ms all del carretillo, radica en la Mecnica,
la ptica, la Pneumtica, etc., que constituyen el fondo alejandrino de lo que un
da ser el prtico de la tcnica moderna15.

Se ha acudido como intento explicativo a la estructura esclavista del sistema


social de produccin. Pero resulta claro que un esclavo con un carretillo en las
manos es mucho ms eficiente y productivo que con una cesta a la espalda a la
hora de transportar cualquier mercanca. E igualmente un jinete, militar o no,
cabalga ms eficientemente con estribos que sin ellos. No menos podemos decir
del esclavo molinero que muele en un molino de agua frente al que empuja
la muela en un molino de mano. No obstante, el hecho de que las aplicacio-
nes tcnicas de lo que se conoca no progresasen hacia la industrializacin y
se congelasen en un estadio inicial y, por lo tanto, no siguiesen progresando
hacia nuevos descubrimientos parece ms ligado a un problema socio-cultural de
seguridad o de riesgo, problema muy complejo cuyos factores principales tienen
ms que ver con la cultura y la poltica que con la escasez de bienes o el sistema
de produccin, Con el Pfr. Lloyd respecto a la agricultura, podemos generalizar
la cuestin si consideramos que:

Toda sociedad de mayor o menor entidad debe encargarse de propor-


cionar el alimento necesario para la supervivencia de sus miembros. En la
mayora de los casos, conseguir dicho objetivo implica el recurso a un extenso
conocimiento colectivo de las condiciones del entorno ecolgico. Tanto en el
caso de la caza, la pesca, el pastoreo o la siembra y el cultivo, una vez que se
establece la eficacia de determinados mtodos o tcnicas, parece haber poco

15
Cfr. Landels J.G.: (1978 1) Engineering in the Ancient World. California Univ. Press.
(2000). Una muy amplia descripcin de casi todos los aspectos del saber tcnico en la poca
greco -romana.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 145-167. UNED, Madrid
164 Eloy Rada Garca

inters en la innovacin, ya que esta implica, probablemente, un altsimo


riesgo ...As que el abandono histrico de mtodos y tcnicas que ya estaban
perfectamente probados y establecidos tuvo que responder quiz a nuevas
necesidades......o a la concepcin de algn objetivo determinado, como la
obtencin de riquezas o prestigio social.16

Nuevas necesidades, algn (nuevo) objetivo significan cambio en el medio


en que se vive y adaptacin al nuevo medio, con lo que esto tiene de riesgo.
Sera imposible desconocer los cambios en el espacio poltico-social alejandrino
ocurridos durante los mil aos siguientes a la muerte de Alejandro, aunque
pudiramos resumirlos en los avatares del nacimiento, vida y muerte del Imperio
Romano (desde el s. II ac.- hasta el s. V dc., en Occidente o s. XV en Oriente).
Y si hubo cambios con nuevas necesidades y nuevos objetivos hay que suponer
que hubo adaptacin a las nuevas necesidades y a los nuevos objetivos. Y quiz
el estancamiento post-alejandrino tenga mucho que ver con la adaptacin a
esas nuevas necesidades y nuevo objetivo. Esto nos llevara a preguntarnos por
los trminos en que se presentan las nuevas necesidades y los nuevos objetivos
para las sociedades post-alejandrinas17. No tenan estos mucho que ver, desde
luego, con un crecimiento desbocado de las poblaciones ni con el aumento de
necesidades materiales de espacio y territorio. Tampoco con escasez de recursos
primarios para la subsistencia de las poblaciones, ello pese a las innumerables
invasiones y devastaciones de un lado y de otro. No es irrelevante que todo esto
ciertamente generase un alto grado de inseguridad y de temor entre las gentes
indefensas, pero, pese a todo ello y quiz por ello, sus necesidades procedan
de y/o se expresaban en otro orden de cosas. El culto de los misterios sirvi de
prtico para una nueva interpretacin del horizonte humano. Los adeptos a
estos cultos crean que su salvacin (su vida feliz-vita beata)18 estaba en otra vida
o en otro mundo. Las interpretaciones apocalpticas de los eventos histricos o
puramente naturales que introducen el protagonismo de un Poder Superior en el

16
Lloyd, Sir Geoffrey: Las Aspiraciones de la Curiosidad. Siglo XXI. Madrid (2008) -Trad. De
Paula Olmos (pp.100-102).
17
Tambin esto nos llevara a mantener que los humanos, como cualquier otra especie del
planeta, viven a salto de mata, es decir que resuelven la situacin que se les presenta con los
elementos que tienen a mano y progresan en esa solucin encontrada hasta donde les permi-
te la nueva situacin lograda. Esta perspectiva permite, de paso, explicar cmo y por qu
construyeron grandes monumentos antes que grandes sistemas tericos al igual que constru-
yeron los lenguajes antes que grandes poemas, etc.
18
De vita Beata. Es el ttulo de un dilogo de Sneca, pero ahora nos permitimos generalizar
a sus expensas para caracterizar una especie de ideario surgido de las diferentes corrientes que
se cruzaron en el perodo alejandrino.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 145-167. UNED, Madrid
Ciencias no divinas: ciencia y cultura en el helenismo 165

acontecer histrico, por una parte, y el dualismo antropolgico de carne-espritu


que introduce el pesimismo natural en el hombre-cado, por otra, se extendieron
por el medio cultural post-alejandrino, hasta que se generaliz la necesidad y el
objetivo de la salvacin, con lo cual acab instalndose el modelo de la Ciudad
de Dios amurallada por el temor del prximo final milenarista.

Si la anticipacin (en tanto que simulacin del entorno futuro, inmediato o


ms lejano) es una condicin fundamental de la conducta adaptativa humana,
no resultaba nada desdeable para la sociedad post-alejandrina el valor proftico
de los pretendidos mensajes-revelaciones procedentes de los poderes de un ultra-
mundo que se manifestaba por todas partes. El Hades o el Infierno, el Olimpo o
el Paraso eran familiares a todos y llegaron a ser incluidos universalmente en el
imaginario culto tanto como en el popular, independientemente de las creencias
concretas propuestas por las diferentes religiones. Orculos y adivinos, profetas
e intrpretes de sueos, predicadores como Apolonio de Tiana o fundadores y
maestros de Escuelas como Zenn de Citio, Panecio de Rodas, Posidonio de
Apamea, Andrnico de Rodas u Orgenes, escritores como Plutarco, Apuleyo,
Cicern, Lucrecio Caro, Sneca o Tertuliano y un interminable etc., nos servi-
ran como apoyo a la imagen esbozada del predominio adquirido por la idea de
vita beata de las escuelas de inspiracin socrtica y platnica frente a la idea de
vita heroica de los tiempos en que primaba la paideia homrica.

Una cuestin que podra llevarnos muy lejos es la que podramos plantear
sobre las causas de la aparicin y de la importancia socio-cultural que alcanzaron
las instancias mstico-religiosas en el mundo alejandrino19. Las escuelas no eran
instituciones del estado y, salvo en Atenas o en la Biblioteca de Alejandra, no
tenan apoyos pblicos de los que tengamos noticias. Hasta Marco Aurelio con
su patrocinio de las escuelas atenienses, ningn rey o emperador entr en el juego
de la enseanza. En cambio, proliferan las escuelas confesionales, c atequticas
o equivalentes (Alejandra, Cesarea, Antioqua, Roma, etc,). Esto excluye a la
accin del poder del conjunto de causas directas (al menos hasta la poca de
Constantino) de la aparicin primero y de la generalizacin despus de los movi-
mientos asctico-religiosos o msticos (a veces) que proliferaron desde, al menos,
principios del siglo III a.c., por las principales regiones del mundo alejandrino.

19
Por tratarse de una respuesta socio-cultural no es este el lugar para entrar en el debate sobre
la idea de virus de la mente que Dawkins atribuye al sentimiento religioso (Dawkins: Viru-
ses of the Mind en Dennett and his Critics. Edt.de B. Dahlbom Blackwell- Oxford 1993 p.13
y ss.

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166 Eloy Rada Garca

Equivale esto a preguntarnos por el tipo de necesidades que tenan los hombres
del mundo alejandrino y tambin por el objetivo que perseguan y, por supuesto,
por el tipo de respuesta que eligieron para satisfacer a unas y alcanzar el otro.
De hecho, tanto el cristianismo como el islamismo acabaron imponiendo sus
pautas culturales mayoritarias en todos los mbitos del mundo helenstico. Y no
es ninguno de ellos ajeno a los ideales nacidos en esos siglos que c onsideramos
post-alejandrinos. El hecho es que en ambos casos se produjo la aparicin de
estados con frmulas teocrticas divinamente vinculadas a la salvacin eterna
de los miembros de esas sociedades medio civiles-medio religiosas. Y no resulta
exagerado decir que en muchos casos este formulismo an pervive e impregna
partes muy amplias de nuestra sociedad.

No sera, pues, justo desconocer la enorme masa de conocimientos y tcni-


cas presentes en el universo alejandrino y menos an desconocer la eficacia de
su aplicacin en los campos de actividad en que lo juzgaron pertinente para su
supervivencia tanto en los problemas de construccin material como cultural.
Pero tampoco es irrelevante recordar aqu que las necesidades y objetivos de
una sociedad humana dependen de entornos siempre inestables que los pro-
pios humanos modifican constantemente. Por consiguiente, resultar inevitable
responder a esas modificaciones con variaciones en los sistemas de respuesta
disponibles, lo que dar lugar a aparentes discontinuidades, apariencia de la que
los historiadores nos informan mediante los convencionales (pero arbitrarios)
cambios de poca. La continuidad de la historia humana, sin embargo, no resulta
disuelta en la nada por la gracia de un punto y aparte. La Historia de la vida
humana no se interrumpe tan fcilmente como suele aparecer, a veces, en las
cronologas saltacionistas que frecuentemente nos presenta la historia Acadmica.

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Ciencias no divinas: ciencia y cultura en el helenismo 167

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Recibido: 21/03/2013
Aceptado: 10/9/2016


Este trabajo se encuentra bajo unalicencia de Creative Commons Reconocimiento-
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SENTIMIENTO DE DECADENCIA Y ESPRITU DE
REGENERACIN

EN LA FILOSOFA POLTICA ESPAOLA DEL


SIGLO XVII:

LAMOS DE BARRIENTOS

THE SENSE OF DECLINE AND THE SPIRIT OF


REGENERATION
IN 17th CENTURY SPANISH POLITICAL
PHILOSOPHY:

LAMOS DE BARRIENTOS

Lola Cabrera Trigo1

IES Jorge Guilln

Resumen: Siguiendo las pautas del tacitismo, Baltasar lamos de Barrientos repre-
senta como pocos el espritu regenerador de la poltica espaola. El artculo trata de
poner de relieve la importancia de esta figura histrica en un momento de grave crisis del
imperio, adaptando formas de maquiavelismo que ciertos sectores haban rechazado-

para prevenir sobre la experiencia actual mediante el continuo aleccionamiento de la

1
Avda. Olmpico Fernndez Ochoa s/n (Alcorcn, Madrid). E-mail: lolacabreratrigo@gmail.
com

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170 Lola Cabrera Trigo

experiencia pasada (la historia como magister vitae). As, de la tradicional poltica
ancilla moralis teologiae se pasa al conocer para prevenir, prevenir para vencer, gracias
a la influencia del impo Maquiavelo, tamizado por el tacitismo racional de lamos.

Tras l, muchos en Espaa han cogido el testigo del regeneracionismo con el mismo
xito: los novatores, los regeneracionistas decimonnicoshasta nuestros das, en los
que muchos quieren ocupar ese lugar apelando a una segunda transicin, a una marea
de cambio, a un mundo mejor posible... Pero quin realmente est proponiendo
soluciones tcnicas /racionales a los problemas concretos?

Palabras clave: Regeneracin, tacitismo, maquiavelismo, arbitristas, realista pol-


tico/econmico, decadencia, economa poltica, teora del Estado, magister vitae,
ciencia prudencial, novatores.

Abstract: Following the guidelines of tacitism, Baltasar lamos de Barrientos repre-


sented, as few others did, the regenerative spirit of Spanish politics. This article attempts to
highlight the importance of this historical figure at a critical time of crisis in the empire. To
regenerate politics, lamos adapts forms of Machiavellianism which certain sectors had
rejected to his own ends, in order to ward off difficult situations at that time by making
continual use of lessons learned from past experience (history as magister vitae). In this
manner, the traditional ancilla moralis teologiae politics is superseded by know in order
to prevent, prevent in order to defeat, thanks to the influence of the irreligious Machiavelli
filtered through the rational tacitism of lamos. In his wake, many in Spain have taken
the regenerationist baton from lamos with equal success: the novatores, the nineteenth-
century regenerationists This has continued up to the present, a time in which many
want to play a similar role, calling for a second transition, a tide of change (marea de
cambio), a possible and better world But who is actually putting forward technical/
rational solutions for the concrete problems?

Keywords: Regeneration, tacitism, Machiavellianism, political / economic realist,


decadence, political economy, state theory, magister vitae prudential science, novatores.

En un grande fuego casual ninguna cosa es de


tanto impedimento, para que no se ataje, como
los lloros, y gritos de las personas flacas,
y temerosas: por lo que se detiene, y ocupa
la gente en su salvacin, y se dexa ir
creciendo la violencia del fuego.

lamos de Barrientos, Aforismos al Tcito espaol


(p. 580, af.144 A.XV)

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Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin... 171

1. Introduccin: El Regeneracionismo entre las invariantes del


pensamiento poltico espaol

Puede resultar extrao para el lector, que un artculo como este, dedicado a
la figura de don Baltasar lamos de Barrientos, es decir, a un personaje situado
en lo ms dorado de nuestro Siglo de Oro, comience tratando un episodio tan
cercano en el tiempo como lo es el Regeneracionismo espaol; sin embargo -y
aunque el paralelismo se establecer efectivamente en este salto cronolgico-, si
recogemos ese mismo concepto en su sentido ms puro de regenerar, pode-
mos recorrer con l buena parte de la historia espaola sin caer por ello en un
anacronismo. As, podemos ir viendo ejemplos de esto desde que Espaa asienta
sus primeros hombres en Amrica hasta el momento mismo en el que su ltimo
colono es expulsado de esas mismas tierras; incluso me atrevera a decir que
an hoy en da podramos empezar a hablar de un necesario regeneracionismo
en Espaa, pero para dar este paso prefiero recorrer antes el transcurrir de los
regeneracionismos pasados.

Qu sentido tiene, no obstante, plantear la historia al revs de como ha ocu-


rrido? Pues bien, en primer lugar, por medio de este paralelismo anacrnico irn
surgiendo, a modo de breve glosario, los puntos centrales del espritu que mueve
el quehacer de lamos; pero adems, y en segundo lugar, me servir para enlazar
con la conclusin que pretendo llevar hasta nuestros das, no como defensa de
una direccionalidad histrica en la que parezca subyacer una lgica inamovible
de la historia de Espaa, pero s, quiz, como una interpretacin histrica que
descubre problemas que, si no se atajan, podran repetirse; de esta manera -al
modo de lamos- la historia podra servir para algo, podra reivindicarse como
magister vitae.

A nadie puede ya sorprenderle, entonces, que me site ahora en una Espaa


decadente, resignada incluso a perder sus ltimas colonias. Es la llamada Crisis
del 98 lo que obliga a los espaoles a empezar a pensar en un relevo generacio-
nal: la generacin de la Espaa colonial, de la Espaa que extiende sus fronteras
ms all de la Pennsula, est en declive; es necesaria la re-generacin, el renacer
de un impulso nuevo, portador de ideas que choquen con un pasado caduco. A
finales del s. XIX y principios del s. XX, Espaa -en consonancia con Europa-
sufre un fuerte impulso comercial: el desarrollo tecnolgico y la necesidad de
adaptarse con rapidez, contrastan con un pas an muy atado al campo y que,
por las mismas fechas, est sufriendo una guerra en sus ltimas colonias. Ambos
factores, unidos a un clima social que desconfa de sus gobernantes y se consume

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 169-215. UNED, Madrid
172 Lola Cabrera Trigo

en un apoliticismo sin rumbo y a una actitud del mundo intelectual, que ya ha


bebido de las fuentes positivistas del krausismo, y que, en consecuencia, prefiere
interrumpir las ideologas encendidas a favor de un fro objetivismo cientificista,
configuran el ambiente de la poca en la que se empieza a hablar del problema
de Espaa.

El primer paralelismo, por tanto, que cabe ya establecer con lamos es, en
resumen, una Espaa imperial en crisis (salvando las distancias entre un imperio
y otro) y una cierta capa de intelectualidad que detecta el problema y se enfrenta
a l del modo ms pragmtico que cabra esperar: estadsticas, datos sociolgicos,
interpretaciones histricas, son los instrumentos que, tanto en un momento
como en el otro, se proponen como los ms adecuados. Como dato caracterstico
a sealar -y que ya considero, el segundo paralelismo-, en los inicios del s. XX
se defiende, por parte de cierto sector, la solucin de europeizar Espaa para el
problema del retraso histrico que sufre frente a la Europa ya industrializada,
en lo que afecta a la economa, y con un pensamiento que persigue metas muy
avanzadas respecto de la pequea cabeza que Espaa representa. Este sector
vanguardista se ve enfrentado a un pueblo muy arraigado en la tradicin y en
la confianza ciega en un imperio preponderante que ya no existe. Si ahora nos
situamos en pleno barroco espaol se ver claramente cmo el caso de lamos
es muy similar: frente a un pueblo y a una nobleza circular a la corte, de men-
talidad ingenuamente optimista e inmovilizada por un falso esplendor, lamos
y otros pensadores denuncian una decadencia y aportan, sin excesiva recepcin,
soluciones polticas y econmicas que eviten el desastre. Entre otras medidas,
instan a que Espaa abra sus puertas a una Europa moderna y en pleno cambio
intelectual: la reforma ha puesto a la Iglesia en entredicho, la contrarreforma se
esfuerza en contra-argumentar esas tesis; el pensamiento, en consecuencia, va
muy deprisa en Europa, y Espaa se encierra en un catolicismo impasible.

Pero, qu es el regeneracionismo sobre todas estas cosas. Es la expresin lti-


ma de una crisis ideolgica. Por una parte, -y no quisiera extenderme mucho,
en lo que slo se presenta como introduccin- hay un desencanto generalizado
frente al sistema poltico de la restauracin que ya ha agotado todas sus estrate-
gias, ya no sorprende. Como contrarrplica necesaria al tedio poltico, la sociedad
busca y cree ir encontrando nuevos intereses, nuevos horizontes. Adems, el
regeneracionismo significa tambin la negacin de un sistema socio-econmico
precapitalista. Espaa se ve desde fuera como una nacin de economa arcaica, en
exceso agraria y sin voluntad clara de cambio desde sus pueblos; sin embargo, una
minora -en ocasiones, en forma de revuelta campesina- comienza a levantarse,

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Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin... 173

a solicitar, por ejemplo, el reparto razonable de los enormes latifundios en la


zona andaluza. La gran base proletaria, en manos de una clase alta mnima en
nmero, pero con enorme poder, y sin apenas mediacin de una clase burguesa
-ms propia de pases de economa ms avanzada- forma una estructura social
difcil de contener.

Las noticias van llegando de Europa y, al menos los intelectuales, empiezan


a responder con sus obras. El ejemplo ms magnfico, y al que ya siempre ir
unido el trmino regeneracionismo, es Joaqun Costa. Sus palabras aparecen
enfrentadas al sistema canovista, sostenedor de los dos grandes males que asolan
Espaa: caciquismo y oligarqua son dos factores que, unidos, hacen tambalear
cualquier estructura social de progreso. El caciquismo se extiende por toda la
nacin, afectando pueblo a pueblo. El cacique ejerce su poder sin lmites, con
absoluta arbitrariedad. Es un modelo impensable en una sociedad de tipo urbano
e industrial; requiere de una estructura y vida rural como lo es la espaola desde,
al menos, lamos de Barrientos hasta estas fechas; y en ambos periodos es un fac-
tor determinante de crisis e injusticias. Por su parte, la oligarqua -como explica
ntidamente J.L. Abelln en su Historia crtica del pensamiento espaol- configura
una situacin en la que el estado de hecho suplanta al estado de derecho,
utilizando para ello a los partidos polticos. As pues, ni tan siquiera se trata de
un sistema parlamentario en el que se dan espordicamente casos de corrupcin,
sino que, en rigor, lo que este sistema oligrquico instituye es un estado de cosas
en el que la corrupcin es la norma. En el mismo sentido, la constitucin legal
es inhabilitada a favor de una constitucin real, que todos aceptan y asumen.
Se gobierna al margen del pueblo, y lo que es peor, al margen del concepto, de
la idea misma de nacin; lo nico que importan son los intereses personales.

Diseemos pues el cuadro de la estructura de gobierno contra la que el


movimiento regeneracionista se va a alzar. En primer lugar, estn -como ya he
dicho- los oligarcas, situados en el centro de la nacin, como cabeza dirigente en
su globalidad. Por debajo, pero incluso con ms poder real, se sitan, en segundo
lugar, los caciques, diseminados por todo el territorio y autnomos entre s. Por
ltimo, est el gobernador civil, ficha intermedia con funciones de comunicador
entre los primeros y los segundos (que no entre caciques). En este entramado de
poder, la corrupcin est a la orden del da por medio de los llamados compa-
drazgos y pucherazos. Como contrarrplica a un sistema tan desestabilizador, los
regeneracionistas van a hacer una llamada a la revolucin ideolgica que propi-
cia la libertad en la atrasada mentalidad espaola. Pese a todo -y aunque ahora
esto nos interesa menos- estos innovadores planteamientos van a derivar en el

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denominado casticismo, que algunos han tachado de pre-fascismo quiz de un


modo algo prematuro. Ahora bien, al margen de estos extremismos, los medios
de cambios propugnados, que estos intelectuales alientan, se fundamentan en dos
firmes bases: la educacin del pueblo que llevar a una transformacin social ante
la evidencia con la que se muestra la decadencia; y una creencia en una lgica
de la historia en la que, supuestamente, a una depresin le sigue siempre una
exaltacin del pueblo que, no obstante, habr de regenerarse ms tarde, ante el
desarrollo de una nueva depresin. Aunque esta visin es demasiado positivista
e ingenua, pienso que describe con bastante certeza un reincidente problema
espaol.

En definitiva, y para concluir ya esta breve introduccin, creo que los para-
lelismos tanto histricos como intelectuales son palmarios; es ms, creo que, si
estos paralelismos se aceptan, habra que reivindicar, como ltima pincelada,
el estudio atento de la obra de autores que, como lamos, advierten, e incluso
predican, factores de declives que pueden llegar a representar una constante
de repeticin histrica. Demos, pues, la palabra a lamos y a la poca que a l
le toc vivir.

2. La decadencia como autoconciencia en la Espaa Imperial: Las


consultas de 1609 y 1619

Ni tuvo ascenso superior lo humano


Ni se so igual trono la grandeza
Ni usurp tanto eterno lo Romano,
Cay, en la Religin, la fortalea
Que lo divino huy de lo profano.
Templos sin culto, estatuas sin cabeza.

Dentro de este primer punto, de los dos que van a constituir el marco histrico-
poltico general de la Espaa de lamos, tratar de dar una visin puntual de ciertos
acontecimientos que marcaron el arranque ya decadente del s. XVII. Para llegar a
entender, en todo su alcance, la toma de decisin sorprendente, vista desde la pers-
pectiva de quienes ya conocemos sus funestos resultados, que ejecutan los gober-
nantes espaoles del s. XVII, an debemos ir ms atrs. Desde el reinado de los
Reyes Catlicos, Espaa acomete tareas universalistas a consecuencia de un e stado

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Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin... 175

de nimo imponente en tanto que primer imperio occidental. Sus pretensiones se


extienden por toda Amrica y an irn en aumento. A grandes rasgos, se podra
decir que el s. XVI supuso un excesivo apogeo de esta situacin, que condujo al
derroche sin freno de las riquezas que proporcionaban las Indias. La consecucin de
monarcas hasta el que inaugura el s. XVII -Felipe III- se caracteriza por emprender
grandes tareas, aprovechndose de una renta que siempre iba a menos. La falta de
inters por regenerar las energas gastadas en empresas faranicas -como la impu-
tada a Felipe III, de sentirse el mayor rey de la Cristiandad- es la tnica general. Y
no slo es un espritu que brota desde Espaa, tambin hacia Espaa llegan desde
Europa misiones que acometer; as T. Campanella escribe: Al rey de Espaa toca
protegerla, aprovecharse de sus conquistas y dar leyes al mundo regenerado []
(De monarchia hispanica discursus) (la cursiva es ma).

El s. XVII, sin embargo, ya se inicia con discursos nuevos. Frente a la economa


de tipo moralista que circulaba en el s. XVI, ahora se va a dar entrada a un periodo
de duros y fros anlisis. El esplendor a la baja de pocas pasadas empieza a tomar
forma en la literatura de algunos vanguardistas; Gonzlez de Cellorigo apunta
ya los Males de Espaa: ha llegado el tiempo que todos juzgamos por de peor
condicin que los pasados. (Memorial de 1600). Este ultimatum a modo de elega
al Imperio es resultado directo de las catstrofes econmicas que azotaban el pas
desde su base. Estos primeros lances contra el sistema poltico no tienen todava el
espritu que mover los escritos de lamos; ste est conforme con el ordenamiento
vigente, lo cual no quiere decir que como hombre poltico no apuntara ms alto
en sus propsitos; lo que no ser posible es el hallarse meramente en constante
nostalgia de tiempos pasados; como ya veremos: en poltica hay que actuar.

En este contexto, veamos cmo se fragua la Consulta del Consejo de Castilla de


1609. El dato que origina el problema no es otro que el de la masiva despoblacin
del pas. Por una parte, no se propone una poltica demogrfica planificada que
motive la natalidad; por otra, la gran derrota militar de Flandes merma el grueso
de la poblacin espaola, con el agravante de que los muertos en la guerra son
hombres de edades propicias para la fertilidad. A este elemento de carencia de bra-
zos activos, de agentes, en fin, de produccin nacional, hay que aadirle un hecho
tambin negativo para la nacin, a saber: el absentismo de los campos que lejos de
incrementar la produccin, incrementa el consumo pasivo de la reserva del nuevo
mundo. Los campos tienen pocos trabajadores y muy contrariados por su vida
servil, y escassimos terratenientes ocupados de dirigir esa labor. Pues bien, ante
este panorama la intencin poltica no parece cambiar. La ilusoria riqueza hace que
las clases dirigentes no tengan en cuenta el problema que se avecina sin mano de

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 169-215. UNED, Madrid
176 Lola Cabrera Trigo

obra activa. Aparentemente slo son ciertos tericos catastrofistas los que hablan de
ello; Fernndez Navarrete lo detecta rpidamente y aporta una solucin: hay que
aligerar Madrid de cortesanos ociosos y enviarlos a sus tierras, al menos para asumir
la responsabilidad de la direccin del trabajo. Esta idea de la necesidad de que cada
seor cuide de sus posesiones est bastante extendida entre esta minora pensante;
tambin Juan Palafox subrayar la urgencia de la descentralizacin administrativa,
puesto que el hecho de poner a cada uno en su lugar implica, a su vez, el que cada
cual se administre a su modo y, simultneamente, que no recaiga en Madrid el
peso tambin de la justicia. La propuesta acerca de la administracin de la justicia
parece inclinarse por la institucin de unas leyes generales espaolas, a las que se
iran aadiendo paulatinamente unas leyes provinciales, o por decirlo con ms rigor,
locales. Pese a todo, este planteamiento pone en marcha un mecanismo ms bien
de defensa, derivado de una pereza seorial que invade el pas.

Tenemos, pues, un absentismo rural, causa de la parlisis en la actividad indus-


trial y productiva, y una poltica centralista en Madrid, contraria absolutamente
al progreso de las provincias costeras. Ya entonces empieza a sonar una frase muy
repetida en lo sucesivo: Espaa es una nacin gobernada por Castilla y Castilla
es a su vez gobernada por los intereses econmicos de una dinasta incapaz. Esa
dinasta es la que Felipe II haba inaugurado; y esos intereses econmicos se materia-
lizan en un cobro de rentas y tributos caracterizado por la desigual distribucin de
impuestos y las recaudaciones elevadas, en el interior, y el descontrol de un sistema
bancario en manos extranjeras, desde el exterior.

La misma preocupacin tendra uno de los personajes ms importantes de la


Espaa de esos tiempos: el conde duque de Olivares; sin embargo, en este caso la
solucin es la inversa. El conde duque -a quien luego dedicar un mayor espacio-
defiende la idea de la castellanizacin de Espaa, llevando as a su prncipe a ser
el ms poderoso del mundo. No obstante, esta iniciativa del conde duque cabe
matizarla. No cree oportuno el alimentar los rencores del resto de la nacin sino,
ms al contrario, apoya la incentivacin del voluntario inters de la periferia por la
poltica estatal y su intervencin, y as acabar con los recelos y desconfianzas. Hasta
aqu su teora; en la prctica, su poltica no fue tan moderada.

Pero con el conde duque nos alejamos demasiado del contexto histrico de la
Consulta del 1609. Retomemos el hilo argumentativo resumiendo lo dicho. Con
Felipe II se pasa de una etapa de pasividad a una de crisis. Se aprecia ya el fin de
la hegemona espaola en Europa, o lo que es lo mismo, el fin de la hegemona
castellana en Espaa: El rey es castellano y nada ms que castellano; eso es lo que

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Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin... 177

ven los otros reinos, se dice. Tres son los problemas ms acuciantes del pas: la
disminucin de recursos econmicos conlleva una menor produccin nacional; el
descenso de la poblacin implica el correlativo descenso en la recaudacin fiscal,
a lo que se suman los menores ingresos de las Indias; la consecuencia es un agudo
agobio fiscal. Y, por ltimo, la soledad castellana le hace ser la que ms contribuye
y la que ms manda, lo cual lleva a que el resto de los reinos no quieran pagar la
defensa de una monarqua que les es ajena.

Con Felipe III, la corrupcin aumenta de modo directamente proporcional a la


debilidad del monarca. Desde el principio otorga plenos poderes al duque de Ler-
ma, personaje al que el gobierno le queda grande. Su lema era que el mejor modo
de conservar el poder era no ejercerlo demasiado: la responsabilidad del Imperio
parece ser muy pesada para todos. Se vende pues, en cuerpo y alma, a la aristocracia
e incluso a los enemigos, si fuera necesario. La apariencia prima sobre la realidad,
la imagen de la monarqua no admite problemas; las pruebas de ostentacin llegan
incluso a trasladar la corte a Valladolid (1601). Otros tres son los problemas que se
identifican en este reinado: por una parte, la prdida de plata americana a favor del
extranjero; por otra, el dominio econmico de Espaa en manos extranjeras (con-
secuencia directa de lo anterior); y finalmente, el negativo intercambio comercial,
para Espaa, con el extranjero. Las fronteras del Imperio se estn resquebrajando.

En esta delicada situacin, los arbitristas proponen varias vas de escape: fun-
damentalmente se ha de potenciar la autosuficiencia econmica de Espaa; ade-
ms plantean reformas de la burocracia y la gran corte, repleta de aristcratas y
oligarcas que se decantan por la conservacin del orden establecido. Tambin se
aportan reformas fiscales cuyo objetivo es acabar con el desequilibrio generalizado:
Castilla paga ms que nadie, y dentro de ella los pobres son los que ms pagan; de
este modo, los campesinos huyen a la ciudad, donde las medidas son ms justas,
pero dejan mermada la agricultura y la ganadera. Llegados a este punto, incluso el
duque de Lerma decide pronunciarse puesto que nada se ha solucionado. Es con-
vocada la Consulta de 1609 donde se debe imponer a los terratenientes su vuelta
al campo para hacer frente al problema de la despoblacin rural. Sin embargo, los
inconvenientes no acaban ah, porque ni se soluciona el campo ni la ciudad rinde
frutos: tampoco en la urbe existe vida econmica. Por consiguiente, el aumento
del paro es alarmante, mientras unos pocos privilegiados -iglesia y aristocracia-
acumulaban tierras sin parar al margen del gobierno, tomando as una gran fuerza
las ideas tradicionalistas por stos propagadas. Por ltimo, hay un obstculo ms
contra la mejora. Es la cuestin de la poblacin morisca, demasiado afn a nuestro
mayor enemigo: el turco. Son gente que trabaja mucho, gasta poco y tiene mucha

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familia; qu ms se puede ofrecer para ganarse la impopularidad de todo un pas.


Finalmente sern expulsados, es decir, se adoptar la peor de las soluciones posibles,
porque si bien se gan en homogeneidad religiosa, no se dio un paso en la unidad
regional, que era el dato de inters; por no hablar del granito ms de arena que
supuso al ya franco declive que se experimentaba: si haba poca mano de obra, pues
ahora hay menos...

Obviamente Espaa se encaminaba hacia una segunda Consulta, que slo tar-
dar diez aos en hacer su aparicin en el escenario de la poltica imperial. El 6 de
junio de 1618, Felipe III, ante el cada vez ms grave problema de la despoblacin,
vuelve a reunir a sus consejeros. Los males que en esta ocasin se presentan son:
por una parte, los impuestos antieconmicos y desiguales; y por otra, las costum-
bres viciosas, cmo no, acompaadas del mucho lujo y ostentacin. La farsa, cada
vez ms evidente, de los pudientes es, por tanto, el punto ms novedoso a tratar.
Los remedios analizados no son ni mucho menos originales: el modo de desviar
la crisis parece obvio; el problema ms bien es de mentalizacin, pero para eso no
sirven buenos proyectos de los ministros, para eso habr que esperar a las obras
de tericos como lamos de Barrientos, que, con verdadero espritu de reforma,
se dirige directamente al rey, a la actitud que ha de tomar y no a la obviedad de
reformas materiales a las que nadie presta atencin.

Tres cosas, Seor, son necesarias en el que aconseja a un prncipe soberano:


que sepa, que quiera y que ose [] (La cursiva es ma) (lamos 1990, 6).

Pero veamos los remedios propuestos: como en otras ocasiones el aliviar los
tributos parece una necesidad primordial; adems se deben disminuir los privilegios
y, por ello, moderar la administracin. En tercer lugar, deben repoblarse las tierras,
pero siempre con habitantes de la corte y no con extranjeros. La disminucin del
lujo se pretende hacer de un modo ejemplar, empezando por la corte. A modo de
reforma popular, se habla de una mayor proteccin de los labradores: bien escaso
que haba que conservar. A favor de la Iglesia, se quieren fundar nuevos monaste-
rios, donde acoger a los desposedos. Y, por fin, un remedio concreto: la supresin
de los cien receptores de tributos en razn de su desmesurada codicia. En defini-
tiva, una menor carga fiscal, con expresa atencin al caso de Castilla, y un intento
de reactivacin econmica. Sin embargo, en 1621 muere Felipe III y la cosa no
parece tomar buen rumbo. La Espaa de Felipe III (1598-1621) an ha sido una
gran potencia, heredada de Felipe II. Pese a todo, no ha sido capaz de iniciar una
certera restauracin en la breve paz de la que disfruta; por el contrario, se ha roto el

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Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin... 179

concienzudo equilibrio que la administracin de Felipe II haba logrado; en Espaa,


moral y poltica estn reidas.

La consecuencia de todas estas incertidumbres provoca que el pueblo no sepa


a qu atenerse: si atiende al lujo cortesano, todo parece ir bien y por tanto se debe
defender esa poltica; pero si se atiende al global de la poblacin, se comprende
fcilmente que la injusticia reina en Espaa. Podemos rastrear esos sentimientos en
manifestaciones muy variadas: los que prefieren vivir en el sueo de la Espaa impe-
rial inician una literatura apologtica-mesinica, digna de mencin. Un ejemplo
de este tipo de literatura es fray Juan de Salazar: la monarqua espaola -escribe-
durar por muchos siglos y que ser la ltima. La explicacin es bien clara: Dios ha
elegido al pueblo espaol para gobernar y legislar la tierra; el hebrasmo mezclado
con la fantasa de universalismo mantienen la ilusin de algunos. Frente a este tipo
de literatura, encontramos otra que en ocasiones llega incluso al catastrofismo; es el
caso de Mateo Lisn y Biedma. Para ste, el problema no es tanto la Real Hacien-
da como la debilidad econmica de los vasallos y aclara, con gran lucidez, que las
medidas tomadas sern un alivio inmediato del rey, pero un mal venidero cercano
para los sbditos. Entiendo, pues, que la poltica econmica debera pensar en el
pas y no en el rey. Lo que ocurre es que no gobiernan los mejores; a decir verdad,
en justicia se eligen a los ms incapaces (en este caso se refiere al conde duque). La
enfermedad de Espaa se localiza en la mala administracin local. Otro ejemplo
de desencanto es Fernndez Navarrete. Su punto de mira es la expulsin de judos
y moriscos, la abundancia de vagabundos, las costumbres de pequeos mayorazgos
que slo procuran holgazanera y el absentismo de las provincias en direccin a la
corte. Este anlisis tiene sus causas histricas: por un lado, seala la colonizacin
de Amrica, y por otro, el gran esfuerzo de contribucin humana para la guerra;
en su opinin, estas empresas empeoran la fortaleza espaola. El proceso est claro:
primero se acumulan riquezas, ms tarde surge la codicia y finalmente deviene la
ruina; hay que poner lmites a un imperio sobreestimado. Pero, cmo sobreponerse
al desastre: aumentando la poblacin; el aprovechamiento y creacin de fuentes de
riqueza nacionales; la incentivacin de matrimonios con privilegios y, sobre todo,
el fomento de la agricultura; son cosas imprescindibles para la mejora. Por ltimo,
sealar a otro autor de esta misma lnea, que disea con toda precisin la tarea que
lamos de Barrientos va a acometer. Su nombre es Sancho de Moncada y para l,
la riqueza de Espaa pasa por cubrir sus necesidades industriales, evitando las mer-
cancas extranjeras; cada nacin ha de ser autosuficiente. Por otra parte, advierte:
[] las Monarquas son tan mortales como los hombres, que es la Monarqua
muchos hombres y todos mortales; y, con todo, es precisa la continuidad monr-
quica, eso s, bien educada. Para ello propugna la fundacin de la ciencia de reinar,

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materializada en una ctedra de poltica en cada Universidad. lamos de Barrientos


bien podra haber sido el primero de estos catedrticos.

La poca de las consultas, como vemos, se caracteriza por la turbacin en todos


los sentidos, y as va a seguir al menos un reinado ms. Felipe IV, al igual que su
antecesor, va a prestar toda su confianza a un personaje que le eclipsar del todo.
Ya he hablado del conde duque de Olivares, pero sin duda merece una mencin
especial. Su figura, se podra decir, es la anttesis de la del duque de Lerma. Para
empezar, el conde duque careci de la paz de doce aos, de la que s dispuso su
antecesor en el cargo. Pero adems se mostr muy afn, en todo momento, a los
arbitristas que pretendan recuperar la economa espaola, es decir, la castellana.
Para ello no repar en mayores cargas fiscales, puesto que la pieza fundamental
era el aumento de la flota a toda costa. Las evidentes protestas por parte de los
castellanos impulsaron un nacionalismo centralista, en el que, con toda rapidez, se
apoy el conde duque. La nica va de escape era, entonces, una Unin de armas
a nivel peninsular.

No es el momento de estudiar con minucia este proceso, pero los malestares


que se produjeron fueron mltiples. Por una parte, Catalua qued implicada en
una guerra de la que no se senta partcipe y que slo trajo resentimiento (1640).
La sublevacin del campesinado cataln no se hizo esperar, que adems coincidi
con el correspondiente levantamiento portugus. El fracaso de Olivares -que adems
tena en su contra a la aristocracia en pleno- y, consiguientemente, de la potencia
castellana, aceler su proceso. El descontento de las clases dominantes frente al
gobierno de Olivares hizo que en 1643 perdiera sus propiedades por decreto real.
Ms tarde, en 1652, Barcelona se rendira ante el ejrcito real. Castilla se vino abajo
por pretender una excesiva hegemona, vctima de sus propias ilusiones, y con ella
cay Espaa y el Imperio.

Cunta razn tena Saavedra Fajardo cuando hablaba de las locuras de Euro-
pa: Europa renuncia a la concepcin del mundo cristiano a favor de la racionalista,
de la revolucin moderna; y Espaa se enfrenta a ella... Pero cunta ms razn
tena Juan de Palafox cuando viendo a Espaa solitaria contra Europa, anuncia
su falta de energas hacia el exterior y su falta de unidad interna. Lo primero que
debera Espaa hacer es: gobernar en castellano a los castellanos, en aragons a
los aragoneses, en cataln a los catalanes, en portugus a los portugueses. La gran
crisis, la leyenda negra que se ha ido fraguando no es en vano. Espaa lleva desde
el s. XVI luchando en tres frentes distintos, en dos de ellos choca con una cultura
nueva -los turcos y Amrica- y en el tercero, con una religin que no entienden -la

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Europa protestante. La guerra de Lepanto, la enemistad con la Francia del astuto


Richelieu, son muchos esfuerzos en muy poco tiempo. Un siglo que acaba con
Espaa y especialmente con Castilla.

Desde una perspectiva filosfica, no hay que olvidar la parlisis espaola que
parece no querer ver que una vez condenado el aristotelismo por el obispo Tempier
(1277), la decadencia del escolasticismo racionalista y las fuertes trasformaciones
religiosas, sacuden Europa. Sin embargo, Espaa parece dispuesta a ser el paladn
del catolicismo. Junto a esto, el proceso asimilativo, cosmopolita, de elementos
clsicos que configuran, en la Europa del s. XVI, lo que se denominar moder-
nidad, es muy deficiente en Espaa. La revolucin cientfica, el humanismo,
forman un clima intelectual que ya no se conforma con mtodos argumentativos
con base en una autoridad impuesta; gustan de la especulacin terica y de la puesta
en prctica de sus conclusiones ... y, entre tanto, la caracterstica del pensamiento
poltico del barroco espaol es la hostilidad frente a todo tipo de especulacin pol-
tica: el tradicionalismo se identifica con el Imperio. El pensamiento est atascado
en la monarqua absoluta, clave de bveda del sistema social; es la culminacin
de un complejo de intereses seoriales, continuamente restaurados y que disean
una pirmide monrquica-seorial cuya gran base es el estado llano, paciente. Los
nicos brotes de protesta son el bandolerismo y pequeas oposiciones campesinas;
nada, pues, que afecte a la corte.

En Espaa, en fin, el barroco tuvo otro nombre: la gran crisis; el decaer de un


Imperio que desde finales del s. XVI hasta finales del s. XVII no levanta cabeza.

3. lamos de Barrientos: El contexto de la filosofa poltica


espaola del S. XVII

El nacimiento de lamos coincide con el ascenso al trono de Felipe II: 1556.


Tres son los felipes que lamos conocer, y en ninguno vio claro el regene-
racionismo de una nacin decadente. Los primeros aos del reinado de Felipe
II, es decir, durante la niez del autor que nos ocupa, se podran considerar
el optimum econmico castellano. lamos, por tanto, conoce la grandeza del
Imperio y sufre en plena madurez su cada. La regresin de 1590 -a ocho aos
del cambio monrquico- tiene unas causas bien precisas: la afluencia de oro y
plata de las Indias provoca un efecto pasajero de mejora que, como caba espe-
rar, produce una preocupante inflacin al no aumentar, simultneamente, la

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182 Lola Cabrera Trigo

produccin. El fraude, el contrabando y la afluencia de extranjeros en busca de


altos salarios, rematan la economa. Adems, la carga poltica exterior de Felipe
II -heredada de su antecesor Carlos V, que pese a ser el eterno deudor de los
bancos europeos consigue cierta estabilidad- hace imposible el mantenimiento
del equilibrio logrado.

Con Felipe III, la situacin exige demasiadas renuncias. Las grandes empresas
extranjeras se limitan sustantivamente; pero, pese a todo, la prometida prosperi-
dad no se alcanza. La presin de la opinin general, que ve sacrificado su imperio
en pro de una mejora econmica inexistente, es muy acuciante, por lo que el rey
decide solicitar dictamen al Consejo Real acerca de la economa castellana. Pues
bien, el dato que me interesa destacar es el auge que en esta situacin reciben los
arbitristas: ahora que la crisis es tan notoria se les empieza a tomar en serio. En
1614, lamos de Barrientos escribe su Tcito espaol.

Don Baltasar es secretario de Antonio Prez -quien a su vez ha sido secretario


de Felipe II-, situacin sta que le permite estar en el centro de las decisiones
de la poltica real de Espaa, es decir, de sus causas reales. Esto es especialmente
importante para un hombre que entiende la poltica como realidad efectual y
que, de este modo, se va configurando como un pragmtico en el arte del Estado,
o lo que es lo mismo, al margen de moralismos, empirismos y mero sentido
comn; como veremos las influencias que impregnan a lamos son palmarias:
el desencanto renacentista, el desengao y aparente pesimismo, que cunda en
la vieja Europa.

La vida de lamos viene estrechamente marcada por la poltica nacional.


Nace en 1556 en una familia de hidalgos. Su oficio como secretario de Antonio
Prez le obliga a verse envuelto en sus continuas fugas. Estas poco afortunadas
intervenciones hacen que sea sentenciado y deba fugarse de Madrid. No obs-
tante, en breve, obtiene una licencia del Presidente de Castilla en virtud de la
cual se le permite el regreso a Madrid. Una vez all, es nuevamente detenido a
consecuencia de falsas imputaciones; su encarcelamiento dura hasta la muerte
de Felipe II. En la crcel escribe su traduccin de Tcito y opsculos polticos
contra la actuacin del rey. Mientras tanto, han llegado hasta la prisin noticias
de las andanzas de su amigo, Antonio Prez, del que termina renegando en favor
de la monarqua; consigue, as, la libertad, pero sus reacciones hacen pensar en
la no correspondencia entre su vida y su doctrina, cuestin muy generalizada
entre los tericos del realismo. Una vez recuperada su libertad, renueva su tarea,
ahora restringida a asuntos especializados de ultramar. En 1644 muere, en pleno

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reinado de Felipe IV, esto es, en pleno gobierno del conde duque de Olivares. Es
una biografa, por tanto, que ocupa el paso entre dos siglos y fuertes cambios en
el modo de entender la poltica.

Los primeros aos del s. XVI caracterizan al pensamiento poltico espaol


por el acercamiento a los ideales del humanismo, sumados al gusto por los aspec-
tos utpicos de la poltica, a saber, los ideales imperiales, el gobierno universal, el
hebrasmo, ... Sin embargo, otra idea pone la pincelada negativa a esta poltica
fantasiosa -si bien es cierto que se trata de ocultar- es la idea de una Europa
fragmentada poltica y territorialmente, lo cual crea ingentes problemas sociales,
morales y polticos; es un mapa sumamente complejo, al que adems hay que
aadir el descubrimiento de Amrica. Con este panorama, la evolucin de las
ideas polticas en Espaa va a tomar el camino contrario a Europa: el original
pensamiento de Maquiavelo entra en la Pennsula por la puerta de atrs; la reac-
cin en contra de ste y de pensamientos por ste influidos ser muy violenta.
Sin embargo, la llegada de Tcito, aunque ser igualmente mal recibida, servir
como estrategia de incorporacin de las ideas maquiavlicas en el terreno pol-
tico espaol; es lo que ms tarde se denominar tacitismo, al que dedicar el
apartado siguiente. A grandes rasgos este sera, pues, el contexto previo a lamos
de Barrientos y su caldo de cultivo.

A finales del s. XVI y principios del s. XVII, el pensamiento espaol sufre


lentos cambios en los que lamos contribuir decisivamente. Espaa inicia el
debate ya superado por Europa; al menos sale del impase imperialista que ya
duraba ms de cien aos. Me estoy refiriendo a la discusin en torno a la alter-
nativa entre los que defienden una traduccin de Tcito -caso de lamos- y los
detractores de esta iniciativa por ciertas consecuencias socio-polticas que crean
entrever tras su lectura. Estas dos posturas promueven, para la tradicin poltica
del barroco espaol, dos escuelas encabezadas por: Rivadeneira y lamos. El
primero pertenece a la escuela moralista y defiende una nica razn de Estado:
la buena o cristiana, frente a la cual cualquier otra interpretacin es rechazada
por mala. No hay que olvidar, en ambos casos, que el momento ideolgico que
habitan est fuertemente condicionado por Maquiavelo. Por su parte, lamos
representa la escuela realista que persigue, a nivel ideolgico, confeccionar una
ciencia poltica que se desarrolle sujeta a unas determinadas reglas bien fundadas
en la experiencia. En el nivel prctico se descubre un fuerte pragmatismo, que
gua la ciencia de gobernar al margen de la tica; se limita a explicar cmo se
debe aplicar el instrumental terico derivado de circunstancias arquetpicas a
los problemas polticos que se van presentando: en este caso, el de la decadencia

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imperial. En esta segunda escuela, el momento ideolgico se halla especialmente


condicionado por Tcito.

Por tanto, para quin escribe lamos: para el imperial estado espaol; en
concreto, para la monarqua castellana. Se dirige al rey Felipe III y su afn es
educarlo, al modo como Aristteles hizo con Alejandro Magno; hay que adoctri-
nar al rey en materia de Estado y, por eso, escribe el Discurso al rey..., es decir, la
realizacin prctica de la teora expuesta en el Tcito espaol. Y cmo entiende
lamos que puede ayudar a Espaa en la persona de su rey? Los reinos de la
monarqua, es decir, los territorios dirigidos desde Castilla, son los siguientes:
Flandes, Portugal, Corona de Aragn e Italia, todos ellos cercados de enemigos.
Sin embargo, la cabeza dirigente est en crisis. Lo ruinoso de Castilla -entiende
don Baltasar- no son las elevadas cargas fiscales, sino que el dinero que de ellas
se recauda se va ntegro al extranjero. Amrica, tesoro de Castilla, es su soporte
ms firme pero slo para salvar las deudas, nunca a favor del ahorro. Adems, sus
minas no pueden durar indefinidamente y la costosa labor de trasportarlo hasta
la Pennsula se ve continuamente entorpecida por los ataques de piratas saquea-
dores. No obstante, aun cuando llega a buen puerto, su uso no es el adecuado.
Es causa de vicios contrarios a una moral austera como la que Espaa necesita.
Con todo, la monarqua resulta ser demasiado vulnerable y estar amenazada
preocupantemente.

Respecto del continente americano, lamos describe una colectividad muy


heterognea y, en buena medida, peligrosa. Como base autctona estn los que
l llama naturales, es decir, los indios muy debilitados a estas alturas. El brazo
fuerte y represor pertenece a los conquistadores que, junto con los forasteros
-entre los que tambin hay negociantes no peligrosos- suponen una amenaza
constante. Estos se dividen en pobres controlables y en ricos, entre los que cabe
aun una nueva subdivisin: los muy ricos, cabecillas de una hipottica revuelta,
y los nuevos ricos, que, en su ansia de poder, se presentan como extremadamente
peligrosos. Por ltimo, estn los eclesisticos, los cuales, por lo general, se alan
con el ms poderoso. Es claro, pues, que la columna vertebral de Castilla es, real-
mente, un peligroso polvorn; y huelga decir que una revuelta en estas colonias
supondra el fin del dinero y, en definitiva, de la estabilidad monrquica.

Esto en cuanto a Amrica, pero veamos qu opina lamos acerca de Francia,


Flandes e Inglaterra. En principio, lamos es partidario de la paz, puesto que,
aparte de las razones particulares de cada caso, hay un motivo que engloba a
todos ellos: la escasez de recursos blicos con los que cuenta Castilla. El objetivo

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Francia no es de inters blico tanto por ventajas indirectas como por ventajas
directas. Fundamentalmente la defensa es menos costosa que el ataque, luego
la paz hay que conservarla a toda costa. Los mtodos que para ello propone van
desde cosas tan sutiles como la cautela, las muestras de amistad -sin con ello dar
a pensar que se est formando una coalicin enemiga de Europa-, o el mandar
un grande a Francia, hasta manipular la influencia del Papa, pasando por renovar
pactos para no caer en el aislamiento. Frente a la poltica interna de Flandes, tiene
tambin una voluntad pacfica. Entiende como ventajas una prioritaria estrategia
de control martimo, y entiende que la libertad de los flamencos les enzarzara
en una pelea entre s. No obstante, es precavido puesto que si el dao presente es
cierto no cree prudente esperar al venidero incierto. As pues, su nimo pacfico
slo se alterara por un proceso que fuera de la independencia a la consiguiente
guerra martima. Al contrario, ocurre con Inglaterra. Para sta, lamos prepara
la guerra y sus razones no son pocas: se presenta como una enemiga religiosa,
que adems resulta ser muy beligerante y apoya a los rebeldes flamencos simple-
mente por temor a la expansin espaola; todo esto sumado a la conviccin de
que si siempre se est en paz se cae en el ocio vicioso, le hacen no tener dudas al
respecto: a Inglaterra hay que presentarle batalla. Ahora bien, una vez diseado
el cuadro de actuaciones mayoritariamente pacficas, lamos deja claro que no
se trata de un pacifismo moralizante, puesto que si no ira en contra de su
doctrina; se trata, meramente, de un pacifismo pragmtico, prudente.

En el caso de Francia, sus ojos estn puestos en la conservacin de la monar-


qua para lo cual es imprescindible ser dueos del mar; de ah que la prudencia
militar le obligue a descartar la guerra. Por lo que respecta a Inglaterra, plantea
una defensa terrena unida a una ofensiva marina; algo as como una contienda
heterodoxa en el mar, al modo corsario. Por ello, la marina ha de tener fondos
fijos, y el servicio militar, tanto de leva ciudadana como con tropas mercena-
rias, debe ser obligatorio, pero persuasivamente; de esa manera la defensa de la
Pennsula ser ms ardiente.

Por otro lado, lamos elabora un proyecto de poltico reformista a nivel


domstico, nuevamente al margen de la religin y la moral. Como propuestas
generales anota que el rey deje a sus ministros la ejecucin de medidas impo-
pulares para que sean respetadas por los sbditos sin que se le asocie con ellas.
Adems, ve con buenos ojos no convocar excesivas juntas administrativas a fin
de que la figura real slo se implique en asuntos de guerra y Estado. Sobre estas
cuestiones que ataeran al monarca, lamos medita profundamente. Por una
parte, hay que dar unidad a la diversidad, en el sentido de tener al rey no como

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amo sino como monarca de todos por igual, dando as una sensacin de unidad
peninsular. Aunque no es una opinin unnime en su tiempo, lamos confa en
que, si se apartan los intereses personales y la falta de visin poltica, la historia
demostrar que la unidad es posible. En su contra se pondrn ideas como las de
Palafox y Mendoza que entiende que, si Dios ha creado pueblos distintos, habra
que dotarles de leyes distintas; y otras ideas similares.

Entre los vicios que destaca en Castilla se encuentra el ya citado del excesi-
vo lujo; frente a la ostentacin de la nobleza cortesana propone la moderacin
ejemplar del rey, de lo que espera surja una moda cortesana de la que todos
sean partcipes para simpatizar con su monarca. Otro vicio -de este aun no he
hablado- es el que gira en torno a los pleitos. De esto es causa la codicia de los
abogados, que sabiendo el dinero que ganan por cada pleito, los inician incluso
ficticiamente. El remedio ms eficaz es el de reducir el nmero de abogados, que
sean pagados del tesoro pblico y que se penalicen los pleitos que sean injustos o
imaginarios. A estos vicios particulares, se unen otros tantos de carcter comn
y que dibujan una Castilla urgida de nuevos proyectos.

Segn el autor que nos ocupa, se debe vigilar de cerca el crecimiento abusivo
del nmero de clrigos puesto que acumulan riquezas sin aportar mano de obra,
es decir, conforman un ncleo que en gran medida es parsito de la sociedad. De
este modo pretende encauzar la justicia y los bienes para todos equitativamente;
as, se deber honrar a los grandes, dndoles puestos de gobierno; de los nobles
se deber servir la sociedad; y a la plebe no se le deber cargar de impuestos en
favor de su igualdad relativa respecto de los otros estamentos. Al mismo tiempo,
los tributos cobrados para un fin no debern ser desviados hacia otro, ya que de
lo contrario el cobro de lo primero ser indefinido. Y, por ltimo, slo se luchar
en caso de necesidad puesto que la guerra consume riqueza y bienestar.

Con todo este instrumental y reflexiones se incorpora don Baltasar lamos


de Barrientos al panorama poltico del s. XVII; una vez, pues, contextualizado
iniciar la exposicin ms detenida de los rasgos ms caractersticos del pensa-
miento de este autor.

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4. El Tcito espaol: Diagnstico y propuestas para la regeneracin


de Espaa

Toda crisis es una encrucijada; y el Barroco es el trance en que hace crisis el


Renacimiento, porque las soluciones aportadas por el favor grecolatino dejaron
de tener su equilibrada fuerza para dejar paso a un cmulo de interrogaciones
(Daz-Plaja, 1983, p.10).

Sin embargo, algunas de las propuestas que desde el Renacimiento se des-


cubren, adquieren su valor aos ms tarde; ciertamente, adquieren su valor en
momentos en los que el equilibrio se desvanece convirtindose en interrogacin;
ahora bien, si algunos de estos conceptos necesitaban de la serenidad renacentista
para desarrollarse, otros se amoldan a la perfeccin al enredo barroco. Este es
el caso de una de estas soluciones tardas del mundo grecolatino; el tacitismo.

El tacitismo se podra decir que es una tcnica en sentido positivo y en sen-


tido negativo. En su negatividad -a la que, en el prrafo anterior haca alusin-,
serva para ocultar mediante juegos de palabras, ejemplos histricos, eufemis-
mos, ... una idea que expresara un sentimiento contrario al poder establecido,
ya fuera el Estado o la Iglesia. En el nivel positivo, es una imitacin del estilo
historiogrfico de Tcito, en el que la narracin histrica de hechos acaecidos en
el pasado deba ser til para un acontecimiento similar presente, en el que haba
que tomar una decisin o para un hipottico hecho futuro en el que la historia,
a modo de ejemplo, sera magister vitae.

[...]ilustrados con los Aforismos, y advertencias de Estado, que se sacan


de sus palabras, y de los sucessos, que refiere, aadidos a la margen del texto
de Tcito, por consiguiente y necessarios para la conservacin y aumento desta
Monarqua, y el Govierno de la vida, y moderacin de los afectos humanos, y
que son el fruto verdadero de la leccin histrica, de donde nace la experiencia
universal, madre de la prudencia poltica, en lo que puede alcanar la flaqueza
del juizio humano (lamos, 1987, vol. I, p. 7).

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Se comprende, pues, fcilmente ahora por qu el tacitismo se recupera en la


Espaa del s. XVII. Por una parte, la dura Iglesia catlica, asentada en un poder
tradicionalista, persegua la innovacin luego haba que disfrazarla; y, por otra
parte, la grave crisis que sufra la economa poltica del pas, exiga infalibles solu-
ciones que, en opinin de los partidarios del tacitismo, se hallaban en la historia.

El tacitismo es un movimiento europeo que -como veremos luego con ms


rigor- justifica la poltica como realidad autnoma. En el caso de Espaa sirve
ms concretamente como soporte en la contrarreforma del seiscientos, de carcter
poltico, no tanto religioso.

Como ya dije, la mayor preocupacin del arbitrismo en Espaa -y por lo que


adquiere tanta importancia- es el tratar la poltica del modo menos contaminado,
ms objetivo que fuera posible, dado que cualquier agente extrao podra influir
en contra del buen rumbo de una decisin. Para ello, ya algunos tericos -entre
los que se incluye lamos- haban sealado la necesidad de hacer una ciencia de
la poltica, y en Tcito encuentran su mejor aliado.

Ciencia es la del govierno y Estado; y su escuela tiene; que es la expe-


riencia particular; y la leccin de Historias, que constituye lo universal (...)
Ciencia pues ser sta, que nos ensear a proceder en la vida, y casos della, y
sus pronsticos y remedios (lamos, ibd., pp. 34-35).

Este historiador clsico contiene las dos condiciones para hacer ciencia en su
caso a travs de la historia, en el de lamos a travs de la historia, pero para la
poltica; en l se anan la experiencia y la razn: la experiencia que aporta la his-
toria y la capacidad racional de acomodarla al caso presente, de modo tal que la
poltica se haga segn vagos instintos, intereses subjetivos o cuestiones de moral
providencial, que es -segn cree lamos- lo que tiene perdida a Espaa. Pues
bien, realmente es en el maquiavelismo -al que dedico el siguiente epgrafe- don-
de se sistematiza esta poltica racional al margen de sentimientos, pero es gracias a
las enseanzas de Tcito como se logra introducir un maquiavelismo encubierto,
es decir, la innovacin disfrazada a la que antes me refer. De esta manera, los
escritos seguan siendo polmicos, pero pasaban la censura; esfuerzo que mereca
la pena, con tal de captar la poltica desde un planteamiento racional.

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Pero antes de seguir con la explicacin, recorramos la historia de la introduc-


cin del tacitismo. En 1515 se publican las obras de Tcito en Roma cuyo inters
se centraba en su sentido positivo de tcnica capaz de modificar las conductas,
por medio del ejemplo histrico, pero no como denuncia soterrada. Su imitador
espaol ser, entonces, Saavedra Fajardo; aunque su verdadera introduccin en
Espaa vendr tras la publicacin en Amberes de la obra de Justo Lipsio, 59
aos ms tarde. Ya en este momento, la intencin espaola es otra; ahora lo
urgente es evidenciar la crisis hispana y dar medios para la conservacin de los
bienes que an perduran, y este va a ser el intento de los arbitristas y estadistas
primeros. Con retraso respecto de Europa, pero el tacitismo formaba, por fin,
parte de Espaa.

Y no avr sido vano, ni sin provecho este trabajo mo; pues, aunque
tarde, avr venido a saber, y ensear entre nosotros, y los de nuestra nacin, y
por ventura de los primeros dellos, que ste es el fruto de las historias, y aquello
mismo, de que dize Iusto Lipsio [] (ibd., p.32).

Fundamentalmente, este movimiento cobr importancia durante la segunda


contrarreforma -como ya apunt-, puesto que la asociacin de estos tericos con
el maquiavelismo hizo que se alzara una corriente antitacitista de gran poten-
cia. La Espaa tradicional empieza a tener un fuerte contrincante en la Espaa
europea, en la que se resiste a quedar anclada en el pasado. En este sentido,
sera muy interesante perseguir las relaciones que surgen de comparar el tacitis-
mo con el neoestoicismo y con el erasmismo. Si al erasmismo, en su forma de
racionalizacin de las costumbres, le unimos el tacitismo, como racionalizacin
de la poltica, se descubre ntidamente la intensidad con la que pregna Euro-
pa este movimiento. Estas correlaciones estn con todo rigor expuestas por el
profesor J.L. Abelln, a travs del cual se puede observar cmo, pese a todo, las
fuentes clsicas -en este caso el estoicismo- no cesan de nutrir al pensamiento
europeo en cualquier poca.

Pero volvamos a la recepcin del tacitismo en la Pennsula, y ms concreta-


mente a su consideracin por parte de lamos. En l se puede apreciar un pro-
ceso de captacin del tacitismo, que va desde lo que yo he dado en llamar nivel
negativo hasta el que denomino, nivel positivo. lamos, a diferencia de Antonio

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Prez, se nos presenta ya como un terico del tacitismo y no tan slo como un
hombre de experiencia poltica. Este hecho le permite tomar con ms tiento las
ventajas o desventajas de este movimiento. Al hilo de su propia trayectoria vital,
se puede distinguir una primera etapa en la que, como otros consejeros, recurre a
los autores antiguos en general para exponer sus ideales, y en particular, se escoge
a Tcito para sustituir el pensamiento del Maquiavelo maldito. En una segunda
etapa, lamos se despega de sus contemporneos y da primaca a la doctrina de
Tcito sobre la de Maquiavelo, al cual condena expresamente, siendo ste uno
de los motivos de desunin con Antonio Prez, al que rechaza desde la crcel;
a partir de entonces comienza un periodo de silencio que se romper, tras la
muerte de Felipe II, con la publicacin de su Discurso poltico al rey Felipe III.
La vuelta definitiva a Tcito se da ya con Felipe III en el trono: lamos publica
en 1614 el Tcito espaol ilustrado con aforismos. Con la interpretacin de Tci-
to, lamos de Barrientos, busca frmulas para salvar su patria, la Monarqua,
acosada por mltiples enemigos. Su inters ya ha dejado de ser Antonio Prez y
quien le importa ahora es la poltica del monarca principiante al que le sobre-
viene una Espaa en crisis. Descarta desde el primer momento las soluciones
morales, es decir, abstractas, a las que se ha acostumbrado el catolicismo reinante.
Para lamos, las soluciones adecuadas a un tiempo de crisis pasan por aceptar
que, a peligros concretos, medidas concretas, y esto significa exclusivamente,
la reduccin de lo justo a lo que salva, siendo as lo injusto, lo que pierde, sin
ms. El pensamiento ha de corresponderse tanto con la realidad evidente como
con la accin resolutoria. Como comentar en el siguiente punto, la Razn de
Estado se debe asentar, nicamente, en el inters concreto, todo lo dems est
fuera de la poltica.

Es a partir de la lectura de Tcito, cuando surge el caudal de opiniones sobre


el mundo de lo poltico que, en forma de aforismos derivados de la narracin
tacitiana -en estilo, por decirlo con la poca, conceptista-, lamos propone como
doctrina de Estado; es el texto histrico el que sugiere el grueso de estos comen-
tarios, centrados especialmente en una premisa: de unas mismas causas suceden
ordinariamente unos mismos efectos, por tanto, es lcito trasladar todo dato
pasado al presente, si en ambos casos la causa es similar. As, se sigue fcilmente
el mejor de los consejos para los poderosos: conocer para prevenir, prevenir para
vencer, es la regla de oro para un xito nacional y la misin del conocimiento
histrico que lamos -al igual que Maquiavelo, en este caso- se propone; es un
conocimiento dirigido al bien pblico. Sin embargo, esta buena voluntad -dicho
sea de paso- se desatiende enteramente, y slo habr que esperar un cuarto de
siglo para que se confirmen sus malos presagios. Entonces, recapitulemos para

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terminar: es el estilo oscuro o ambiguo lo que caracteriza las alusiones, en el s.


XVII, a Tcito; por esttica, por temor, por represalias, pero sobre todo y espe-
cialmente por enumerar otras formas pasadas, pero mejores, de poltica. As,
frente al pensamiento poltico espaol identificado con una concepcin moralis-
ta, es decir, como mera aplicacin del sistema agustiniano de virtudes cristianas,
carente de originalidad y realismo poltico, la influencia del impo Maquiavelo
va a acabar con la tradicional politica ancilla moralis teologiae en la que Espaa se
haba quedado, y todo ello pasado por el filtro del tacitismo racional.

5. Polmica del maquiavelismo y teora de estado

Me dispongo ahora a analizar dos de los conceptos que, junto con el ante-
riormente definido de tacitismo, conforman la base primordial del paradigma
filosfico de lamos; son los de maquiavelismo y teora de Estado, demasiado
estrechamente vinculados como para establecer una clara divisin. Tratar, no
obstante, de comenzar por el maquiavelismo aparte de la teora de Estado.

El maquiavelismo ha sido definido de muy diversas maneras: como remedio


frente a la crisis, como pura teora malvada o simplemente como doctrina
tpicamente italiano-renacentista. En Espaa, vigente aun la idea de que la
poltica deba servir a la tica, el maquiavelismo era la ms clara contraposicin
al recto catolicismo tradicional.

Y as me parece que de l -el Pontfice-, si se revolviesen las cosas, no se


puede esperar socorro ni favor cierto; sino cuando ms que sirva de apaciguar, y
que con esta excusa que siempre tendr para no declararse, se arrima al que fuera
ms poderoso, como las ms veces hemos visto que lo han hecho los Pontfices
pasados [...] (lamos, 1990, p. 49).

Sin embargo, una lite intelectual s alcanz a ver algo positivo en esta doctri-
na. lamos es el caso ms significativo; entiende que si antes, cuando haba una
poltica realista, se escriba una doctrina poltica moralista; ahora que no existe
tal realismo prctico, se debera aprovechar para escribir una teora realista. As
pues, lamos se instala como lo ms parecido a Maquiavelo en Espaa, lo cual
no significa que adopte como suya la totalidad de sus propuestas. Un caso claro

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es el elemento quiz ms frgil, y desde luego por el que es ms denostado, del


maquiavelismo, a saber: su desprecio radical al moralismo. As como don Baltasar
entiende que no es admisible que en tiempos de crisis se manifieste una total
impotencia ante la indomable realidad, slo amortiguada por buenas palabras
o con moralismos, tampoco ve con buenos ojos que en casos donde la moral
resuelva el problema, no se ponga en la prctica. Por consiguiente, lo que nuestro
autor toma del maquiavelismo es la puesta en marcha de la teora, del realismo
poltico, y en Espaa l es pionero. Segn esta teora habr que gobernar segn
dicta la Razn de Estado, y el arte de gobernar consistir sencillamente en la
defensa y engrandecimiento del Estado.

Histricamente, el maquiavelismo ha sufrido fuertes ataques desde frentes


muy diversos. La reaccin antimaquiavlica vino por parte tanto de catlicos
como de protestantes, con especial fervor entre los hugonotes franceses. El pen-
samiento ms criticado ser el de una concentracin de poder omnmodo, ani-
quilador de poderes intermedios y sin justificacin necesaria. Un personaje como
Bodino habla incluso de que las normas de este gran poder no le vincularan a l
personalmente y propugna un estado ms humano que el de Maquiavelo, ten-
dente a la burguesa. El mayor problema que Bodino encuentra en Maquiavelo
es su ignorancia. En definitiva, el mayor punto de desacuerdo de los hugonotes
con el maquiavelismo se hallaba en el empirismo en el que fundamentaba su
teora. Francia estaba en un difcil momento histrico ante la reciente prdida
de unidad espiritual, pero desconfiaba de la capacidad resolutiva de la Razn
de Estado autnoma. El odio a Italia desde la Corte y la falta de erudicin que
encontraban en los textos del florentino, fueron razones ms que suficientes para
-sirva esto como mera ancdota- que en la Noche de San Bartolom se rindiera
un homenaje, antimaquiavlico, a los hugonotes muertos.

El caso del antimaquiavelismo catlico va por derroteros completamente dis-


tintos; no en vano entre ellos tambin estaban enfrentados. Como dato inevitable
hay que advertir sobre la condena que el ndice de la segunda Contrarreforma,
aplic a Maquiavelo. Adems, se daban ataques concretos como el de atribuir a
la perversidad de los consejos maquiavlicos todos los errores de los gobiernos; al
tiempo que Campanella tachaba a la doctrina del florentino de: superficialidad
que slo vala para el uso de pequeos tiranos con insignificantes problemas.
Pero, con todo, cabe sealar que los catlicos s aceptan, defienden, una de las
tesis maquiavlicas: la de un prncipe absoluto, puesto que les resultaba muy con-
veniente a sus intereses; eso s, defensa sta barnizada del ms puro estilo tacitista.

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La historia del antimaquiavelismo es ms prolongada; citar slo un par de


ejemplos ya que extenderme en ellos sera salir mucho de la poca: en el s. XVIII
puede sealarse a Voltaire y en el s. XIX a Hegel.

En Espaa, el maquiavelismo es entendido, en general vagamente, como una


concepcin tirnica del gobierno. En contra de este sentimiento se encuentra,
en solitario, una corriente intelectual para la que lo decisivo es asentar la poltica
sobre datos empricos, encaminndola hacia un cientifismo; idea sta que escan-
daliza al sector poltico convencional. La dualidad es palmaria: por un lado, la
tradicin cristiana que defiende un destino individual del hombre; por otro, la
concepcin europea o europesta, es decir, moderna: modelo del gran Leviatn.
En la Pennsula, fue admitido como escritor poltico, pero desde el anatema de
1559 los recelos aumentaron hasta su prohibicin. En un primer momento se
identificaba a Maquiavelo con el espritu de la Reforma. Adems, un arte poltico
que se asienta al margen de las categoras aristotlicas de Justicia y Sensatez, deba
abandonar igualmente la concepcin religiosa; ha de notarse que esta segunda
crtica est formulada desde una interpretacin absolutamente disparatada de
Aristteles, es decir, desde el Aristteles platonizante y cristianizado de Santo
Toms. En tercer lugar y ltimo, denuncian una imperdonable falta de fidelidad
a la enseanza de la Iglesia, crucial para la educacin de un prncipe si ha de
defender la cristiandad.

Ante este rechazo manifiesto, no es de extraar la reaccin de todo defensor


de esta tesis, resolvindose en lo que se denomin maquiavelismo vergonzante, o
dicho ms claramente, tacitismo con el cual, aunque no se exprese libremente,
al menos se expresa.

Finalmente, en medio de este caos terico, lo que se distingue en Espaa son


tres grandes tendencias: la de aquellos que siguen el modelo tradicional; la de los
que comprenden la necesidad de cierta autonoma poltica sin llegar a decantarse
por la constitucin de una ciencia autnoma; y aquellos que promueven la crea-
cin de una rigurosa ciencia poltica, condenando los sentimientos ticos a la
vida privada de cada cual. lamos de Barrientos forma parte de este tercer grupo;
ana -como gran conocedor y comentador de Tcito- el empirismo metdico y la
erudicin poltica, sobrepasando pues, tanto la ignorancia de Maquiavelo como
el burdo antimoralismo de los seguidores de ste, llegando a resultar juicioso
consejero en opinin de su censor, Covarrubias, el cual le otorg sin reparos el
nihil obstat.

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Los estudios de Filosofa moral sirven mucho a los hombres grandes,


para entrar en la administracin de la Repblica, ms firmes y enteros contra
los sucessos causales della (lamos 1987, vol. II, pp.825, af.H.IV.19).

Si nos detenemos ahora un instante en las conclusiones acerca de la poltica


que se derivan de El Prncipe y, sobre todo, en el mtodo de investigacin que
propone, veremos que tampoco se trataba de tesis tan escandalosas. En rigor, se
limita a prevenir sobre la experiencia actual mediante el continuo aleccionamien-
to de la experiencia antigua, pasada. El mtodo cientfico es tan elemental como:
calibrar las experiencias a dos niveles; primero observar la realidad circundante,
esto es, lo que ocurre realmente y, acto seguido, observar la realidad que fue
en otro tiempo, es decir, lo que ocurri realmente. Y, por medio de la induc-
cin de elementos paralelos en la historia, podemos entonces extraer las reglas
generales, a partir de las cuales, cualquier prncipe puede poner en marcha su
poltica prctica.

El dato, pues, fundamental es la experiencia, o bien con carcter personal


(participacin de un mismo agente en situaciones repetidas), o bien con carcter
objetivo, impersonal (memoria histrica de una serie de repeticiones sobre la mis-
ma situacin, para saber qu soluciones se pueden dar). Esta segunda modalidad
de un criterio de verdad que niega la posibilidad de una verdad absoluta, puesto
que toda verdad debe ponerse a prueba antes de considerarla como tal. Esta es
la funcin prctica del empirismo: a travs de l se controla la realidad actual de
los hechos con un nico instrumento como denominador comn, la repeticin
de situaciones. Sin duda, en este modelo est la grandeza del maquiavelismo, y
en ello, quiz, tambin hay que ver la huella inigualable de Aristteles.

La grandeza del empirismo de Maquiavelo chocaba con el desprestigio que en


la poca se cerna sobre l. La experiencia -dicen sus detractores- proporciona el
conocimiento de cmo suceden los hechos, es decir, un conocimiento de segundo
orden si se le compara con el de la Ciencia -en el sentido, ahora, de episteme-,
esto es, un conocimiento superior que encuentra la causa misma de las cosas, de
los hechos. Sin embargo, en ese cmo es donde reside lo valioso de este saber;
se trata del conocimiento, no de la substancia incapaz de sacar al prncipe de
apuros, sino de la funcin, es decir, de datos tiles para la prctica de la poltica.

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Aun el que ha provado principalmente adversidades, siendo hombre


de buen entendimiento, siempre imagina, que en las prosperidades no ay menos
peligro, y conociendo la inconstancia de las cosas humanas, usa dellas con nimo
moderado, como persona que vive temerosos de lo que tiene tan conocido por
experiencia (ibd., p. 662, af.170 HI.).

lamos, en paralelo con Maquiavelo, lo que se pregunta es: cmo se adquiere


el poder y cmo se conserva, al margen de discursos morales y de justicia; y con
las respuestas configura su doctrina del Estado, eso s, del prncipe cristiano
(de lo que nunca se habla es de atesmo). Claro que tampoco se puede exagerar
su eficacia. Los propios tericos son conscientes de la existencia de otro elemen-
to perturbador que debe ser regulado. Me refiero a que, al trabajar con hechos
emprico-polticos, se debe tomar en consideracin que tras cada intento de
dominarlos hay un hombre-agente al que tambin hay que controlar, con su
lado emocional, subjetivo, contingente. As pues, otro paso en la investigacin
ha de ser el anlisis de la naturaleza subjetiva, a fin de conocerla y controlarla,
encauzarla segn lo que son y lo que hacen, nunca lo que deben hacer (tampo-
co aqu puede intervenir la moral). En este sentido, lamos configura todo un
cuadro de variables posibles en el comportamiento humano: la que depende del
territorio natal, la que vara segn la constitucin fsico-moral, la que integra el
factor familiar y las caractersticas humorales (consanguinidad y educacin); y,
por ltimo, la que depende de saber distinguir entre los amigos y los enemigos
(sta tomada directamente del concepto de malignidad natural de Maquiavelo).
Con esta relacin de afecciones humanas, no se pretende conocer el ser del hom-
bre sino proporcionar a la ciencia poltica las variables con las que todo carcter,
aunque vare, volver a su naturaleza originaria.

El principal remedio para sossegar vn motn y levantamiento, y persua-


dir lo que se pretende, es, conocer la fuera de los afectos del nimo [] (ibd.,
vol. I, p.81, af.184 AI.).

Se trata, en definitiva, de mero pragmatismo, donde el ideal no es la Justicia


con maysculas sino la utilidad probada mediante ejemplos y que, finalmente,

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va a ser la que decida los discursos de Estado. La historia es maestra de la vida;


la naturaleza humana es invariable; y la poltica se reduce a sencillas acciones
humanas.

Ahora bien, hasta aqu la teora maquiavlica parece servir slo en caso de que
el rey conozca el problema y deba resolverlo para mantener su poder; pero tam-
bin cabe la posibilidad de que se frage ocultamente una conspiracin. Maquia-
velo tambin tiene respuesta para ello. En primer lugar, advierte de la peligrosi-
dad tanto para el conspirador como para el prncipe, y pasa a dar razones. Si el
referente es una conjuracin individual se deber considerar lo imprevisible del
hecho puesto que cualquier particular resentido puede actuar, y hacerlo con tanta
vehemencia que ni su vida le importe con tal que la empresa sea exitosa. La nica
defensa frente a stos es la previsin del ataque; y la nica esperanza el que son
pocos los que dan su vida por algo. Lo mejor, pues, es no producir odio entre el
pueblo. Mas tambin se puede dar el caso de una conjuracin colectiva. Estos
s son previsibles; pero, por ello, muy peligrosos ya que ocurren desde el crculo
ms cercano al rey; descubrirlo depende de lo bien que guarden el secreto, pero
aun as, el rey siempre fracasa: si prospera, el rey morir; si resulta fallido, siem-
pre se desconfiar del rey. Cul es el consejo de don Baltasar: no crear ocasiones
imprudentemente, ya que es mejor prevenir que tener que curar. El secreto est
en compaginar la desconfianza general y la buena reputacin; que si se pierde
cuesta mucho recuperarla, luego para conservarla es lcito incluso los discursos
supuestamente morales. La reputacin se identifica con la eficacia, y la eficacia
necesita del distanciamiento, el xito en las empresas y el secreto de todo lo que
vaya mal.

La rebelin quando est en sus principios, y no ha cobrado fueras,


pudese remediar ms fcilmente, aunque entonces se conoce con dificultad:
pero despus que se ha descubierto, y echado razes, es dificultosa su cura (ibd.,
vol. II, p. 665, af.187 HI.).

El maquiavelismo no es lo mismo que el tacitismo; mientras este ltimo


independiza la tica de la poltica, el primero la subordina. Sin embargo, ambos
tratan de solucionar la nueva sociedad desde una razn natural. Ahora veremos
cmo la teora de estado, sin tampoco identificarse con el tacitismo ni con

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el maquiavelismo, trata, igualmente, de conseguir el mismo fin con similares


medios.

Antes de pasar a definir la Razn de Estado como tal, es preciso preguntarse


con algn detalle, qu es Estado y de qu modo lo piensan los autores del s.
XVII. Con el paso de la historia, el concepto de Estado se ha ido transformando
en la misma medida que lo hicieron la sociedad, la ideologa, las fronteras, etc.
En la Antigedad, el Estado (la polis) es la mejor forma de organizar la sociedad,
en perfecta conexin armnica con la justicia. Con la entrada de la Edad Media
la temporalidad del Estado en la tierra pierde su importancia puesto que la Jus-
ticia est ahora en el nivel supremo de lo espiritual; la Ciudad de Dios es la que
todo hombre espera. El Renacimiento supone una relajacin de esta dicotoma,
puesto que, aunque la Iglesia sigue predominando sobre el Estado, se sita ahora
mucho ms en la realidad terrena. Finalmente, el Estado moderno -el que se
est fraguando con lamos de Barrientos- se consolida como una colectividad
objetiva con plena autonoma: el Poder es del rey, pero su podero es el reino, y
ste es material y, por tanto, contingente. La mentalidad moderna, pues, adquiere
ya un sentido dinmico, pero manteniendo el estatismo consistente en un nico
objetivo: conservar el poder, conservar lo estado; el elemento dinmico, la acep-
tacin de la contingencia, dar la posibilidad de aumentar ese poder esttico...
pero tambin de disminuirlo o perderlo. Por eso el Estado es ahora un artificio,
por eso el poltico ha de ser un tcnico del buen hacer poltico, un experto en
el arte del Estado.

Detrs de las directrices de este estado moderno, se puede apreciar tambin


un cambio. Si bien en un primer momento la actividad poltica se halla subordi-
nada a la Iglesia, sobre el poder soberano del Estado; ms tarde, con la renovacin
aristotlica de Occidente, la potestad eclesistica sobre la civil, ambas provenien-
tes de Dios, va transformndose en una defensa del poder laico autnomo, a
saber, el Estado Absoluto. El poder compartido entre Iglesia e Imperio entra en
crisis; en Maquiavelo se ve clara la inversin: el Estado debe ser ajeno a la Iglesia.
Frente a este pensamiento innovador, desde la Iglesia se sigue apostando por la
superioridad papal sobre los reyes, y del deber ser sobre el ser; el Concilio
de Trento no deja dudas al respecto. El panorama es, entonces, una Europa
unida sobre las bases del Estado Absoluto regido por el consejo de la Razn de
Estado. El Estado no es ms que una realidad natural, y en sus decisiones no
cabe la moral. Y en el polo opuesto, un imperio en decadencia, que como nico
estandarte le queda el catolicismo; lo espiritual sigue envolviendo, para Espaa,
lo temporal; la razn y la fe no estn reidas.

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Pues bien, es una pequea parte del espectro intelectual espaol el que mira
a Europa, y es ese reducto donde lamos se inscribe y donde la nocin de Razn
de estado cobra toda su fuerza. Dos son ahora las nociones clave: la conveniencia
de estado, se ha de actuar con prudencia para conservar las posesiones; y la razn
de estado, consiste en la efectividad de ese poder objetivado que es el estado, o
dicho de otro modo, en ser susceptible de mantener la vigencia de sus normas.

Que nunca los prncipes grandes, dice mi maestro, se dejan llevar tanto
de la pasin, que atienden ms a la venganza y cumplimiento de sta que a lo
que conviene a la conservacin de su Estado; y que jams tuvo suceso prspero
resolucin hecha con pasin [] (lamos1990, p. 55).

Dicho esto, qu podemos entender por Estado en el s. XVII; pasemos al


concepto mismo de Razn de Estado. Razn de Estado es una nocin de la
que tenemos noticia, por vez primera, en la Oracin de Monseor Della Casa a
Carlos V en la catedral de Bologne; sin embargo, quien le da la relevancia que
para este artculo tiene es Maquiavelo y, a travs de l, lamos de Barrientos.
Razn de Estado comprende una serie de ideas que, en una visin de conjunto,
no resultan claras. La idea bsica presenta un obrar poltico que acta al margen
de la moral y en plena autonoma respecto de los valores de la Iglesia, como he
venido repitiendo a lo largo de todo el trabajo. Es una tcnica en busca de una
ley, de un logos que englobe todas las posibilidades en cada alternativa poltica;
dicho claramente, es una pretensin de ciencia, pero de ciencia -en terminologa
aristotlica- no apofntica ya que de las acciones humanas no se puede pedir
necesidad, universalidad, perfecta regularidad; se tratar, ms bien, de una ciencia
humana con el mayor grado de acierto posible. El fin es el xito poltico, y esto
es lo que esta tcnica ensea a conseguir.

Con todo, caben matizaciones a esta definicin; hasta aqu tan slo ha habla-
do Maquiavelo; ahora bien, cuando una nocin llega a ser tan potente lo mejor
para enfrentarse a ella es tergiversarla desde dentro... As pues, la Contrarreforma
se apunta tambin a las filas de la Razn de Estado, pero introduciendo en ella el
virus ms daino: la moral. Considerar, as, que hay una buena razn de Estado,
esto es, la que se subordina a la religin, y una mala razn de Estado, a saber, la
de su creador, la de Maquiavelo. Para el florentino, la gua de la razn de estado

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era el inters, y ste se contrapona absolutamente a la prudencia, a la moral; era,


sin ms, la autoridad conveniente a aumentar lo que se poseyera. Elabora una
regla que se adquiere por enseanza de la historia poltica; y se considera como
punto de referencia, la naturaleza humana. Esquemticamente, se podra decir
que la buena contiene, adems de la prudencia civil, las virtudes morales, y as
configura una verdadera regla de gobierno; y la mala slo se gua por su utilidad
privada, sin atender en absoluto a Dios.

Sin embargo, en este contexto se forma una postura moderada. stos consi-
deran a favor de la razn de estado para el prncipe, el hecho de que pueda gober-
narse segn una regla recta, lo cual es conveniente. Adems, no se debe olvidar
que un puesto divino como el de monarca absoluto, ha de mantenerse cueste
lo que cueste. Y, por fin, influye tambin que la mayora ya est utilizando esta
tctica. Ahora bien, en contra existen tambin algunos datos; como la mayora ya
lo lleva a cabo, se sabe que con ella se cometen injusticias; adems, en ocasiones
se decide contra la religin (y ya apunt que en ningn caso se habla de atesmo);
y, por ltimo, la mayora entre los que se sirven de ella son considerados tiranos.

Pena justa, que en esto no hay que poner duda de sus excesos y delitos,
pero no conveniente en buena razn de Estado, por la cual se permite perdonar a
los delincuentes verdaderos, o por lo menos disimular con ellos hasta que acaben
despus con diferentes ocasiones []

Pero no por esto se entiende que pueda haber razn de Estado por la
cual se permita castigar a los inocentes, que ninguno hay del justo y religioso, y
cul ha de ser, que lo excuse (ibd., p. 23).

As que la solucin ms prxima a lo mejor ve preferible incluir la moral,


aunque no de un modo excluyente; esta sera la postura moderada. Este mismo
conflicto es el que lamos se encuentra, y su final determinacin es clara (y
posiblemente inducida por la gravedad en la que ve sumida a Espaa): hay que
llevar a la poltica hasta la forma de una ciencia estricta; el arte de gobernar puede
conformarse como una tcnica de procedimiento inductivo por medio de ejem-
plos histricos que tendrn su provecho en el presente. Pues bien, ahora que la

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200 Lola Cabrera Trigo

postura de lamos est bien definida, hay que preguntarse por los instrumentos
con los que cuenta, los factores que influyen y, en fin, la metodologa a seguir.

Como antes apunt, el conocimiento de los afectos humanos es pieza clave


de su sistema. Mediante su anlisis se pretende generar reglas universales de la
conducta humana, en lo que se refiere al reducido mundo poltico. Para este
conocimiento de la naturaleza humana, lamos hace un particular uso de la
historia puesto que, en cuanto a la conducta humana, no puede ser infalible. El
modo de ser en la antigedad -pongamos por caso- puede ser gua de las cos-
tumbres del presente y futuro, pero no estricta. Se aprecia ya la imposibilidad de
hacer con ello una ciencia rgida. Es mediante las categoras que configuran las
inclinaciones naturales del hombre, como se producen ciertas leyes -considera-
das naturales- que, en principio, gobiernan nuestra conducta; a lo cual se deben
sumar las dos modalidades de facetas de la naturaleza misma y la aparente, es
decir, dependiente de circunstancias transitorias. Esto hace que para la aplicacin
en la prctica poltica haya circunstancias exclusivas de un suceso concreto. Son
los afectos naturales los nicos que, con el paso del tiempo, jams varan.

Y con esto se junta que como el cuerpo humano, sujeto de suyo a


enfermedades, est en mucho peligro de que, lleno de mal humor, no le acabe
del todo la primera enfermedad que le diere, y que despertara y moviera aquella
abundancia de los malos humores que no se ve ni conoce mientras est sano
[] (ibd., p. 11).

lamos pretende que no toda la realidad terrena sea un mundo catico de


apariencias; sino que -admitiendo que existe la variabilidad- se disciernan los
elementos permanentes del hombre. Slo as cabe una legislacin poltica rigu-
rosa; slo as el poltico podr enfrentarse con xito a la contingencia; slo as la
tcnica de la polis ser capaz de armonizar los afectos permanentes y los pasajeros.

Pasando a otra cuestin, lamos distingue entre tres rdenes formales de


experiencia en su tiempo para delimitar exactamente la que a l le interesa. Estos
tres tipos son: la del estadista; los ejemplos, sin ms; y la historia propiamente
dicha. La experiencia del estadista es la que, en su opinin, rene todas las
condiciones puesto que en ella se engloban tanto los ejemplos como la historia

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Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin... 201

en un uso poltico racional. Esta figura del estadista, a su vez, se concreta en


cuatro arquetipos: el hombre de Estado, que se basa en la experiencia personal;
el emprico poltico o gobernante, es decir, el tacitista riguroso; y el gobernante,
que inspira sus actos en la historia. El cuarto arquetipo, finalmente, es el teri-
co, cuya pretensin es fundar sus acciones polticas sobre premisas nicamente
racionales. De este ltimo desconfa enteramente lamos puesto que no cree que,
en materia poltica, se pueda llegar a conclusiones cabales slo por va racional.
De todo lo que se dice es necesaria prueba, regla que el racionalista no puede
seguir. Se deben compaginar la historia y los ejemplos y, de este modo, el mismo
proceso ir descubriendo las propias causas en el pasado. Y as la tesis se podr
llevar a trmino; bastar con imitar el suceso pasado en funcin de los efectos
ya conocidos de esas causas, en el caso de que su valor coincida con el deseado.
Cabe la posibilidad de hacer uso de las causas pasadas slo para hallar ejemplos,
y en ese caso slo obtendremos efectos. Pero tambin existe la posibilidad de
usar las causas como fuente de prudencia, entonces lo que importan realmente
son las causas mismas.

El gran dilema del poltico barroco se juega entre la teora y la prctica; por
lo general es un sujeto irresoluto en el obrar, carece de capacidad para unir la
experiencia y la razn, la prudencia y el saber. lamos le va a proporcionar un
mtodo: de los efectos y sus causas, dados por los ejemplos y la historia, se indu-
cen reglas generales; en un momento concreto, el gobernante debe deducir de
esas reglas generales -labor del terico- una solucin tentativa -labor del monarca.
La solucin se somete a prueba; en caso que se confirme la solucin, se podr lle-
var a la prctica; en caso contrario, la solucin habr de ser modificada. Pero esto
puede llevar a engaos; lo que hay es validacin o no, pero nunca falsacin ya que
las reglas probadas son inmutables en tanto que lo es la naturaleza humana; la
validacin es respecto de la coincidencia de situaciones, no sobre la regla misma;
es decir, lo que fallan son las circunstancias. Y, consiguientemente, la ecuacin
resultante es: inmutabilidad de las reglas + mutabilidad de las circunstancias =
resultado probable (no ciencia estricta).

Cules son, pues, las condiciones de posibilidad de una ciencia poltica? la-
mos las resume as: en primer lugar, ha de tener su propio terreno de verificacin
para sus principios-gua; y, en segundo lugar, ser susceptible de aplicacin del
mtodo inductivo-deductivo, lo cual, a su vez, exige ciertas condiciones: unos
principios generales para, con ellos, causar los efectos observados; en el caso que
nos ocupa, esta condicin quedar salvada por la gobernabilidad segn leyes
universales de la naturaleza humana. Adems, se ha de aportar un principio de

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202 Lola Cabrera Trigo

uniformidad de la naturaleza; ya est dicho: los efectos que su naturaleza pro-


duce son constantes sincrnica y diacrnicamente. Y, en ltimo lugar, han de
darse los efectos esperables; lo cual ocurre, y as se conocen, a travs del pasado y
de las experiencias presentes. Con estos elementos, la induccin se describe del
modo que sigue: la ciencia debe asentarse sobre principios -por tanto, lamos no
acepta como ciencia ni la especulacin pura, ni el empirismo puro-, ahora bien,
estos principios se generan inductivamente por medio de la historia (recordemos:
experiencia de tercer orden). Y la deduccin se describe: si entendemos la poltica
como una ciencia, es en la prctica de sta donde se deducirn los efectos, las
consecuencias, en forma de decisiones.

La verdadera ciencia es la confirmada por la experiencia (lamos 1987,


vol. I, p. 64, af.84 AI.).

La estructura del pensamiento de lamos resulta -despus de lo ya comenta-


do- de una claridad meridiana, fcilmente asimilable y muy sensata en la prctica.
Pero quiz demasiado. Hay autores contemporneos suyos que no opinan igual.
El caso de Antonio Lpez de Vega, sin ser muy conocido, es muy caracterstico.
Incide en la ingenuidad del razonamiento de lamos; para l, el que un ejemplo
histrico pueda alterar una decisin real, poltica, es una fantasa; adems no
confa en la repetitividad general de las situaciones, confa ms en la mutabilidad
de las circunstancias. Por su parte, Hobbes se muestra contrario a una ciencia
poltica puesto que una tcnica basada en la prudencia slo puede llevar a proba-
bilidades estadsticas, nunca a certidumbres. Es evidente que el peso de la ciencia
matemtica, geomtrica, exacta, de la modernidad es demasiado contundente
para la doctrina de lamos. Su situacin de poltico moderado, ni tacitista extre-
mo ni cientifista riguroso, defensor pues de la ciencia de la contingencia, no est
bien visto en su entorno; quiz Leibniz, desde su necesidad hipottica, le hubiese
entendido mejor. lamos es consciente de que el libre albedro del monarca hace
del clculo poltico algo imposible de vaticinar con certeza; sabe que la ciencia
poltica -como todo discurso humano- no es infalible; en fin, reconoce que slo
bajo el supuesto de la inmutabilidad de la conducta esencial humana, se puede
llegar a afirmar que la poltica es una ciencia, una ciencia contingente: las causas
son bien conocidas, los efectos pueden sorprendernos.

Cmo practicar, en definitiva, la razn de Estado. El ejemplo de lamos es


el de su prncipe, un prncipe catlico. Siempre que pueda, el monarca, debe
ajustarse a los imperativos morales, es decir, religiosos porque -y esto es lo que me
interesa sealar- la Teora de Estado no significa practicar el mal como sistema.

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Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin... 203

Sin embargo, cuando surge un estado de necesidad la misin del gobernante


es mantenerse en la situacin lmite y saber actuar: si la amenaza viene desde
fuera, tendr que luchar; si es interna, cabe una solucin tcnica al margen de la
moral, entonces entra en juego la teora de Estado.

6. La vinculacin de tica y economa: lamos de Barrientos


como primer terico europeo de la Economa poltica

Hasta aqu, hemos visto -adems de una larga pero necesaria introduccin
histrica- la visin ideolgica de lamos, sus propuestas polticas ms inmedia-
tas, su gran teora del Estado, sus adhesiones a ciertas corrientes que venan de
Europa..., pues bien, llegado es el momento de abordar, primero el punto que
culminar la explicacin estricta del personaje -tras esto slo me restarn las con-
clusiones-, pero tambin el epgrafe en el que se puede entender cmo lamos,
a la vez que es un personaje indudablemente europeo, no deja de conservar un
trasfondo propio de catlico espaol. Se trata de analizar la teora econmica de
lamos como vanguardia europea, en la que deja deslizarse la inevitable moral.
Frente a lamos, y como estricto contemporneo, se podra poner a un Hobbes,
cuya concepcin del Estado abandona ya toda cautela para la poltica efectiva.
Sera muy interesante rastrear aqu los rasgos distintivos de la moral catlica y
protestante, respectivamente, y sus influencias sobre la poltica; sin embargo, me
centrar en lamos, economista suficientemente rico por s mismo.

En primer lugar, habra que decir que en lamos el programa es muy claro en
su forma terica -con los tres puntos anteriores, lo he pretendido mostrar-, ahora
bien, la peculiaridad que hace de ste un poltico algo inclasificable es su mode-
racin poltica, desde el punto de vista prctico. El campo de la moral siempre
tiene un hueco de entrada, aunque sea pequeo, en la vida pblica. Veamos sus
razones. En lo que se refiere al modelo de saber ya no caben dudas: es un saber
de carcter emprico, esto es, dirigido al conocimiento histrico, pero no puede
olvidarse su inters por el conocimiento de los hombres (sus pasiones, sus efec-
tos, ... su subjetividad), y finalmente se da un conocimiento poltico completo,
dedicado al conocimiento, no del ser del hombre sino de su dominio. As pues,
se puede denominar realismo poltico si consideramos su literatura acerca de
la razn de Estado, ... pero, teniendo siempre presente que una condicin nece-
saria es que cualquier teora debe poner a salvo la libertad humana. El precio,

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204 Lola Cabrera Trigo

pues, que se ha de pagar por el mantenimiento del poder nunca podr rebasar
la dignidad del ser humano.

De la misma manera que hemos denominado a lamos realista poltico,


admite la calificacin de realista econmico. La economa como regla general
es el pilar central de la poltica de un pas; en la Espaa del s. XVII, esto es, en
una Espaa en nmeros rojos -valga la expresin-, lo es con mucha ms razn.
Las actitudes que caben ante tal situacin se distinguen a la perfeccin en la
Espaa del momento. Por una parte, lamos pasa por ser un catastrofista para
los ms cercanos al poder, mientras que, en su opinin -y segn la historia ha
demostrado-, es un realista. La parte contraria, es decir, los que le desautorizan,
forman el grupo de los arbitristas de la corte, cuya poltica era ms bien fantasiosa
y conservadora. El paralelismo casi total con la Espaa actual -dicho sea de paso-
hace pensar que ahora slo nos queda or hablar a la historia...

En lo econmico, los objetivos que lamos se propone enderezar son funda-


mentalmente de tres rdenes. Los dos primeros seran los impuestos y el crculo
de negociantes demasiado bien asentados en la corte. Ambos problemas -en opi-
nin de lamos- afectan al progreso del pas en un mismo sentido y, por ello, su
solucin apuntar en la misma direccin. El despilfarro de los ingresos estatales
se resuelve nicamente mediante una poltica de austeridad; o dicho con ms
concrecin, la primera medida ser no pagar las deudas, negociando su demora
o pidiendo su anulacin; a eso se le deber unir un incremento fiscal bien locali-
zado en los bolsillos enriquecidos del pas, y de este modo propiciar -incluso en
estos bolsillos- un recatamiento en los gastos superfluos, muy habituales entre
los parsitos cortesanos.

Es menester mirar mucho, como se permite, que las condenaciones de


dinero ya olvidadas se buelvan a resucitar para enriquecer al Fisco: porque suelen
ser causa de nuevo aborrecimiento del Prncipe (ibd., p. 482, af.134 A XIII.).

El ltimo objetivo de su poltica econmica es el que se refiere a la supuesta


riqueza que viene de las Indias para sustentar la nacin, y la poltica optimista
de los arribistas-arbitristas cercanos al poder. lamos, en esto, se sita del lado
de los tericos cuantitativos de la escuela de Salamanca, entre los que se extiende

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Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin... 205

el pesimismo que producen unas riquezas tan fugaces y efmeras como las ame-
ricanas. De nada sirve tener el agujero de la mina si el dueo de la plata es otro:
se gasta en trabajadores, se gasta en trasporte, ... y no se gana nada. Hasta lo
que parece bueno en este siglo resulta ir en perjuicio de Espaa. Pues bien, a
situaciones lmite, soluciones drsticas. Y as lo plantea lamos a su prncipe
catlico, empeado en las razones de tipo moral, heroico, imperialista. Siempre
que las soluciones de tipo tico, de buenas palabras, sean posibles, siempre que
las situaciones se puedan ajustar a imperativos morales o religiosos, el deber de
un prncipe catlico es defender los principios de su Estado e Iglesia. Ahora bien,
qu hacer si el contexto es tan adverso que se han agotado las buenas formas?...
hay que dar paso a la razn de Estado, bien entendido que esto no significa
practicar el mal sistemticamente. La razn de Estado-ya desarrollada ms arriba-
aparece slo cuando el problema se identifica con el surgimiento de un estado
de necesidad en el que nunca debe temblar el pulso al firmar.

Quando en un Imperio de diferentes naciones se levanten dos Prn-


cipes, fcilmente se mudan las provincias de un vando a otro con el miedo, y
la necessidad que les van poniendo las ocasiones: porque la fe y amor, es lo que
entonces tienen menos fueras (ibd., vol. II, p. 695, af.371 HI.).

Cuando se llega a este estado, la primera misin del gobernante es mante-


nerse aun en esta situacin lmite, hasta analizar la procedencia de la crisis. Si la
amenaza es externa habr que iniciar la guerra; si es interna la solucin deber
ser ms delicada, la destreza tcnica del poltico se pone a prueba. En este segun-
do caso, la peor de las decisiones es la vacilacin normalmente provocada por
reflexiones morales que ya no son oportunas. La vacilacin produce tardanza y,
en la mayora de los casos, decisiones con pretensin de trmino medio. Segn
lamos lo primero que se debe aprender es a evitar el trmino medio; no es
extrao que, recordando el esquema tico aristotlico, evite este procedimiento
puesto que lo que rechaza es toda tica posible cuando hay mucho en juego.
Con la indecisin, pues, lo que se muestra al enemigo es la debilidad interna del
estado, ante lo cual la victoria se presenta tan segura que nadie la despreciar; a
lo que hay que aadir que la experiencia histrica nos demuestra que el vencedor
nunca agradece las facilidades al vencido, slo se aprovecha de ellas.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 169-215. UNED, Madrid
206 Lola Cabrera Trigo

Esta irresolucin, a la que es demasiado proclive la monarqua hispana, tie-


ne una causa que lamos seala con toda claridad: al gobierno espaol le falta
independencia para guiar el destino de su nacin; la Iglesia y la aristocracia cir-
cundante -por no hablar del caso duque de Lerma o conde duque de Olivares- les
condicionan muy negativamente. Mediante el discurso de la moral, pretenden la
parlisis del pas en favor de su buena posicin. Sin embargo, como el hombre
-en opinin de lamos- no sabe ser ni del todo bueno ni del todo malo, debe
ordenar sus movimientos anulando sus pasiones en pro de la utilidad. Esta tesis
recoge con bastante rigor el llamado decisionismo maquiavlico que divide la
alternativa poltica en, o bien se toman decisiones consecuentes y se logra la
gloria, o bien se es tolerante con cualquier principio y se consigue la infamia.
Visto as, parece en exceso tajante pero slo si se considera desde los parmetros
morales, es decir, si no se atiende a la regla mxima de la praxis poltica: en
situaciones lmite se ha de prescindir de la moral. Ahora bien, tampoco se debe
entender, por la misma razn que lo que pasa a ser el bien en s mismo es la
crueldad; sta no es ms que la accin antittica al mal comportamiento de un
grupo en lo referente al bienestar de la nacin. El estado de necesidad genera,
en este sentido, una superacin vlida del imperio de la ley que, de mantenerse,
llevara a una debilidad de poder tan notoria que producira el desprecio de todo
enemigo, e incluso del experto poltico que le observara.

El Prncipe nuevo, y embuelto en guerras, no puede proceder en todas


las cosas segn la magestad del Imperio: que en algunos es foroso dexarse llevar
de la necessidad del estado presente (ibd., vol. II, p. 696, af. 376 HI.).

Estas reflexiones -tan solo apuntar esta idea- han llevado a algunos estudio-
sos a relacionar a lamos con ciertas teoras vitalistas de cuo nietzscheano (cf.
Escalante, 1975, 179). Para stas, como para nuestro autor, la conducta poltica
se debe vehicular en torno a la decisin, no a la discusin sin fin. En mi opinin,
la comparacin es algo extremada, pero no por ello deja de ser interesante una
posible reflexin acerca de la Gran poltica amoral que propone Nietzsche -claro
que ste no espera al estado de necesidad puesto que es el que se da siempre- y
la poltica de crisis que lamos propone.

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Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin... 207

Como vemos, por tanto, el esquema general, en casos lmite se podra con-
cretar en dos enfrentamientos conceptuales: la honestidad contra la utilidad y la
moral contra la poltica sin ms, contra la economa en crisis.

A lo largo de la historia, la poltica general se ha visto arropada por una cierta


tica. En el caso de Grecia, la defensa de la polis se haca en complicidad con un
politesmo civil; la religin nacional formaba parte de las decisiones polticas;
la poltica se serva de la religin de modo til. Roma hace tambin una clara
distincin entre lo honesto y lo til: la poltica tiene sus propias leyes, que slo
en situaciones muy excepcionales se deben rebasar. Sin embargo, el rumbo de la
historia sufre un decisivo viraje de la mano del estoicismo e, inmediatamente,
con el cristianismo. El intento de moralizar el discurso poltico tuvo como con-
secuencia la aparicin de problemas de tipo tico en las decisiones de poder. Con
el Renacimiento se produjo otro cambio, reconduciendo a su origen laico una de
las nociones de mayor raigambre en lamos: la prudencia. La identificacin de
sta con el trmino medio, entendido como mediocridad moralizada, a causa de
la desafortunada interpretacin tomista de Aristteles, haba hecho de la pruden-
cia un elemento moral, en lugar de tcnico. La prudencia moral es la que vimos
rechazar a lamos; sin embargo, hay otro modo de entenderla. La prudencia se
ve en el Renacimiento como virtud al margen de la justicia en el sentido de que
posibilita un mal si es a favor de una utilidad comn. La razn de Estado puede
llegar a sobrepasar la Razn de Justicia. La prudencia es una astuta virtud prctica
-y no una virtud cristiana-escolstica- tanto en el Renacimiento como, ya, en el
Barroco. La prudencia no es un modo de sabidura; la experiencia se opone a la
especulacin; la vida activa no puede identificarse con la vida contemplativa. En
definitiva, la praxis exige una direccin pragmtica del poder.

[] no quiero que la prudencia y maa de Estado ande sola, pero digo


que en todo caso conviene que sta sea lo primero, y con ella se acude como
he dicho y dir a las partes que convenga [...] Y que tambin le acompae la
prudencia militar, la cual es la metafsica de ella, y por mayor tambin es parte
de Estado (lamos, 1990, p. 69).

Para lamos una prudencia s es til: la de observar los ejemplos histricos


antes de actuar precipitadamente. Hay que saber distinguir una resolucin hones-

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208 Lola Cabrera Trigo

ta, conocida a priori segn reglas, ahora s, morales, de una resolucin til, en
las que la prudencia que exige el momento obliga a mirar la historia; dejar que la
historia nos muestre sus ejemplos es la nica ciencia prudencial (sensatez) que
cabe en poltica. Para los momentos fciles, para la vida privada est la moral;
para la Espaa econmicamente arruinada exige decisiones rpidas y, si es nece-
sario, cambios violentos pero cabales.

7. Singularidad e importancia del pensamiento de lamos de Barrientos:


Predecesor del pensamiento Novatores

Baltasar lamos de Barrientos es uno de los ms brillantes representantes


del humanismo literario poltico espaol a pesar de poner por delante una drs-
tica solucin poltica a los discursos tranquilizantes para su pueblo. lamos es
humanista -por decirlo de alguna manera- porque no es nietzscheano -valga el
anacronismo. Con palabras del alemn se podra decir que lamos mata a Dios
puesto que elimina a la religin y a la moral de las decisiones polticas crticas;
sin embargo, no cree demasiado humano mantener en el poder legislativo de
un monarca el centro de las decisiones de un pueblo. Por esta razn antes dije
que resultaba excesiva la comparacin con Nietzsche; por eso lamos es un
humanista y finalmente por eso el pensamiento de lamos es tan singular y tan
nuevo (cf. Escalante, 1975, p.179).

lamos de Barrientos es un producto cultural del cosmopolitismo que preg-


na Europa desde el Renacimiento, y que a Espaa llega con dificultad y retraso.
De alguna manera, podra presentarse como ejemplo de una Espaa distinta a
la que la historia nos transmite; sera una Espaa donde s ha llegado el barroco
europeo y no se reduce a su defensa del catolicismo y la moral. Ahora bien, en mi
opinin, hay que decir a favor de la historia que Espaa desde entonces ha ido
con retraso y slo casos aislados, y por ello muy importantes como el de lamos,
configuran una Espaa aparte.

Este captulo, con todo, pretende estudiar ese pequeo reducto de la Espaa
europea en dos sentidos: pretende mostrar un lamos vanguardista en el espacio,
puesto que abre Espaa hacia Europa, y vanguardista en el tiempo, puesto que su
modo de afrontar la tarea poltica ser modelo en su propio pas algunas dcadas

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 169-215. UNED, Madrid
Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin... 209

ms tarde; me refiero al movimiento de los novatores, el cual me servir como


ilustracin de un pensamiento vanguardista en general. En el paralelismo que
paso a establecer ahora entre lamos y los novatores, son las similitudes lo que
me va a interesar. El motivo no es otro que tratar de tender un puente entre uno
y otros, de manera que se vea clara, si no la influencia directa de lamos, s la
influencia reflexiva; dicho de otro modo, se trata de ver cmo a lo largo de la his-
toria de Espaa ha dominado un pensamiento general, se podra decir, nacional,
supuestamente defensor de la patria y los valores tradicionales, y otro pensamien-
to que entiende la defensa racional -y por ello es marginado y malinterpretado
por sus contemporneos- como crtica de lo negativo, pero crtica constructiva.

Lo primero que sera conveniente sealar es la diferencia temporal que separa


a uno y otros. La vida de lamos transcurre -como ya vimos- entre el 1556 y
el 1644 aunque su pensamiento se debe ubicar, con rigor, en el s. XVII. Por su
parte, los novatores ocupan el final del s. XVII y el principio del s. XVIII. Media
entre ellos, pues, apenas un siglo, en el cual -dicho sea de paso- se van sucediendo
las catstrofes poltico-econmicas que lamos haba predicho. La influencia
llega, por tanto, a los novatores en la forma que lamos hubiera descrito: como
ejemplos histricos que deben ser motivo de reflexin presente y elementos para
las decisiones con vistas al futuro. Los novatores pudieron comprobar histri-
camente que las reflexiones de lamos eran certeras, y sus modelos cientficos e
ideolgicos as lo reflejaron. Vemoslo ahora con ms detalle.

El calificativo novatores aparece, por vez primera, en 1714 en la obra


de uno de los escolsticos ms tradicionalistas del pas: Francisco Palanco; sin
embargo, el movimiento intelectual al que se refera con este trmino vena
existiendo desde 1680. La explicacin de este desplazamiento responde a lo que
va a ser -en cierto modo- la primera similitud de este grupo con lamos. Nova-
tores es realmente una denominacin despectiva que aparece en el mbito de
los escolsticos. La intencin es bien simple, frente al conservadurismo que stos
defendan, los otros se mostraban como regeneracionistas del sistema; proponan
nuevas metas y nuevos modos de perseguirlas, por todo lo cual pasarn a ser
reconocidos como los novatores. Cabe decir, no obstante, que lo que empez
como insulto, terminar convirtindose en sea de identidad propia: realmente
queran algo nuevo para Espaa.

En el caso de lamos el ataque no es tan claro, pero s lo es en lo que se


refiere al aire de familia que se le adjudicaba. Ya he dicho que lamos termin
siendo bastante crtico con Maquiavelo pero, en honor a la verdad, hay que decir

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 169-215. UNED, Madrid
210 Lola Cabrera Trigo

que el impulso renovador de su poca -y, por tanto, de lamos- tena el nombre
de Maquiavelo. Don Baltasar fue, en definitiva, uno de los varios intelectuales
criticados por el escolasticismo de entonces a los que se les pretenda ofender
con su inclusin entre los maquiavlicos. En este caso, el insulto ha tenido
ms fortuna y, aunque para lamos no era ms que una descripcin no muy
ajustada a su persona, en la actualidad an es sinnimo de malvado hacer algo
maquiavlico. De esta primera similitud, se deducirn ahora todas las dems.

Histricamente, la visin de conjunto tiene caracteres muy parecidos. Bre-


vemente cabe destacar la coincidencia sobre el estado de la escolstica en ambos
momentos. En el s. XVII son muy poderosos poltica y econmicamente, pero
en el terreno intelectual han perdido ya casi toda la credibilidad; lamos contem-
pla este hecho y propone su renovacin. Por su parte, en el s. XVIII la potencia
acadmica tambin est en decadencia, mas a ella debe sumrsele el declive
poltico y econmico que empiezan a sufrir; frente a ellos se alzan los novatores.
Escolstica medieval o escolstica acadmica, en ambos casos significa lo mismo:
conservadurismo. Estas malas relaciones con el clero son, adems, motivo de
peligro poltico para los replicantes. lamos, renovador pero muy moderado,
no sufre la censura inquisitorial de la poca, aunque s sufre el encarcelamiento,
momento en el cual las presiones eclesisticas influyen mucho, siempre tras la
tapadera poltica. Los novatores son tambin motivo de persecuciones religiosas
y, del mismo modo, su trasfondo es poltico. La estrecha relacin Iglesia-Estado
est fuera de dudas en estos siglos.

Con todo, hay que subrayar lo siguiente: tanto lamos como los novatores
eran gentes religiosas. lamos se consideraba catlico y los novatores defien-
den la ortodoxia, lo que ocurre es meramente que todos ellos pretenden des-
ligar la religin de la ciencia porque son terrenos no compatibles y que no se
deben confundir. Su misin es cientfica, no religiosa. Los novatores, en tanto
que modernos, son denominados cartesianos; no hay que interpretar que todos
defiendan a Descartes, algunos le critican, simplemente se trata de destacar el
carcter eclctico que para la poca significaba esto y que se identificaba con
un enfrentamiento al dogmatismo que la escolstica representaba. A lamos
se le ubicaba entre el maquiavelismo y el tacitismo, en tanto que pensador de
vanguardia; como ya sabemos, tampoco se le deben imputar estrictamente esas
denominaciones, responden tan solo al clima europesta de sus obras, enfrentado,
ahora, al catolicismo dogmtico y conservadurista.

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Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin... 211

Es el progreso cientfico y nacional lo que pone en marcha este afn. El


movimiento de los novatores, mayoritariamente en torno a la medicina, apunta
a la experiencia como el mejor de los mtodos para progresar en su ciencia.
De igual manera lo haba hecho lamos con respecto a la pretendida ciencia
poltica: lo mejor es recordar la experiencia histrica y recopilar ejemplos para
el presente. Estos modelos antiguos ya sabemos que no son infalibles; idea esta
que se transmite por igual a los novatores: el apoyo en la ciencia antigua ayuda
a progresar, pero no es suficiente.

La experiencia es mejor, por consiguiente, que la razn abstracta; y lamos


ir ms lejos: los datos histricos sirven con mucha ms eficacia que la moral
especulativa. La polmica con la escolstica est servida. El progreso universitario
significa discurso de la anti-iglesia acadmica; y a su vez, el progreso poltico se
ha de identificar con la negativa ante consejos de tipo moral o influidos por los
intereses eclesisticos. As pues, al atraso cientfico espaol del s. XVIII, causante
de una parlisis estatal, slo cabe responder con soluciones cientfico-tcnicas
de individuos capaces; as como para el atraso poltico-ideolgico del barroco,
motivo de la gran crisis, slo son vlidas las soluciones de arbitristas cualifica-
dos y no charlatanes. Es pues, -ya no me quiero extender mucho ms- la idea
de renovacin o de deseo vanguardista hacia Europa, lo que caracteriza a estos
movimientos y los relaciona entre s; del mismo modo que es lo que produce el
enfrentamiento con la escolstica acadmica o con el catolicismo politizante, y
que aparta a un rincn de la historia tanto a lamos como a los novatores.

8. Conclusin: Decadencia espaola hasta nuestros das; cuatro


siglos de decadencia?

La decadencia, ese es uno de los motivos por los que se pone un intelectual
a reflexionar; la crisis, esa es una de las causas por las que el rumbo histrico-
ideolgico de una nacin gira hacia otro objetivo.

En Espaa este punto de flexin se ha dado en varias ocasiones. lamos tuvo


la oportunidad de vivir uno de ellos y actu en consecuencia. Recordemos los
problemas ms acuciantes:

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 169-215. UNED, Madrid
212 Lola Cabrera Trigo

1. El origen dinstico planteaba un problema de reputacin que haca muy


difcil el desligarse de Flandes, territorio demasiado conflictivo para el Imperio.

2. La irracionalidad geogrfica del Imperio propiciaba las empresas tcticas


martimas, adems de las terrestres.

3. La debilidad castellana era el efecto directo del espejismo americano.

4. La falta de unidad provocaba el aislamiento de Castilla y la carencia de


apoyos nacionales contra el extranjero.

Pues bien, si estos eran los problemas, cmo se podan afrontar. Ante la deca-
dencia, lamos plantea la calma, es decir, el estudio cientfico detallado de la
situacin. Lo primero es recopilar datos para dar con la conexin ms adecuada;
actuar, por tanto, al modo positivista. El remedio fuerte es el maquiavelismo: la
actuacin fra, rpida, calculada, en fin, sin obstculos a la razn cientfica. Sin
embargo, lo cierto es que, pese a sus buenas intenciones y grandes esfuerzos,
lamos no fue muy escuchado en su poca. Ms tarde los aconteceres le dieron
la razn; ya hemos visto cmo, un siglo despus, los novatores siguen tratando
de sacar a Espaa de la parlisis. Esto ocurre en el s. XVIII, pero a finales del s.
XIX -como expona en la introduccin- la situacin toca fondo con la prdida
de las ltimas colonias del imperio. Parece que la historia prepara para Espaa
un declive por siglo... qu decir entonces del s. XX, cuyo declinar todava se est
agudizando en el XXI.

No quisiera dar a entender que llevamos ms de tres siglos de crisis, en honor


a la verdad, Espaa ha vivido tambin momentos de esplendor. Sin embargo, lo
cierto es que en los ltimos tiempos Espaa vuelve a estar en cuestin. Ya he hecho
alusin a este punto en el artculo y no voy a insistir ms, puesto que al modo
de Tcito pretendo no evidenciar las intenciones. nicamente sealar la posibi-
lidad de la que gozan los actuales gobernantes de revisar el pasado. Los ejemplos
de otras crisis y sus consiguientes dimisiones, de inicios de guerras a causa de la
corrupcin gubernamental, de insistencia en el poder y descalabro de la economa,
... pero siempre teniendo presente la regla de oro de lamos: no hay dominio sin
previsin, ni previsin sin conocimiento, son quiz los datos ms eficaces tambin
para la crisis actual.

Empieza a dar la sensacin que, tras los desprecios polticos hacia las ten-
tativas regeneracionistas anteriores con lamos, con los novatores y con los

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 169-215. UNED, Madrid
Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin... 213

r egeneracionistas decimonnicos-, se van acumulando en forma de avalancha


eclctica todos los problemas no resueltos en su momento, que retornan eterna-
mente contra nosotros: la corrupcin salpica hoy todas nuestras instituciones, la
Constitucin, tan apreciada en sus formas, recibe continuos varapalos en su aplica-
cin, la necesidad de aligerar de cortesanos ociosos el trono se hace cada vez ms
acuciante, el desconcierto fiscal en el que todos los partidos polticos se enredan
se une a la continua desviacin de fondos, el aumento del paro y la consiguiente
demonizacin de los inmigrantes sobrevuela los estratos ms empobrecidos de la
poblacin, las burbujas ya sean inmobiliarias o ultramarinas y la sobreexposicin
de la capacidad deudora del ciudadano medio son ya una sea de identidad patria,
la apelacin a la austeridad y, por fin, la fijacin en la UE como modelo a seguir,
son la tnica general y aparentemente inamovible de los ltimos siglos.

Joaqun Costa -tambin recurriendo a un modelo extranjero: el krausismo-


apuntaba hace ms de un siglo a la educacin (la Institucin Libre de Ensean-
za) como tabla de salvacin de una Espaa aferrada a su nostalgia de un pasado
imperial, lamos rescataba todava antes la idea de una historia como maestra de
la vida, de la mano de Maquiavelo y Tcito; ahora parece el momento de acudir a
nuestros clsicos para asumir los errores pasados y avanzar con los logros, que tam-
bin los hubo. Mientras el viejo continente se empea en traicionar su consolidado
modelo de Bienestar -alarde de pragmatismo equidistante de izquierdas y dere-
chas-, Obama se esfuerza en europeizar EEUU con sus reformas (por ejemplo,
sanitarias) e incluso se atreve a europeizar la UE lanzando conversaciones sobre
una Alianza Transatlntica de Comercio e Inversin con la UE, porque un comercio
que sea libre y justo a travs del Atlntico sustenta millones de empleos estadouni-
denses bien remunerados. Una OTAN de comercio justo, precioso oxmoron,
difcil de creer en la prctica, pero significativo en su exposicin narrativa.

Por ltimo, cabra preguntarse quin es ahora la figura regeneracionista?


Muchas voces se alzan queriendo ocupar ese lugar apelando a una segunda tran-
sicin, a una marea de cambio, a un mundo mejor posible... Pero quin
realmente est proponiendo soluciones tcnicas/racionales a los problemas con-
cretos?, quin tiene un programa racional de soluciones? Que sea la historia la que
responda y esperemos que esta vez no sea arrinconando a la personas grandes...
para conservar la virtud:

La gloria muchas vezes se saca de notables ofensas que se hazen a


personas grandes, por el nimo que se tiene de conservar la virtud (lamos,
1987, vol. II, af.16

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 169-215. UNED, Madrid
214 Lola Cabrera Trigo

Bibliografa fundamental:

lamos de Barrientos, B. (1987). Aforismos al Tcito espaol, Madrid: Centro de


estudios constitucionales.
(1990). Discurso poltico al rey Felipe III, Barcelona: Anthropos.

Bibliografa complementaria:

Abelln, J. L. (1979-1991). Historia crtica del pensamiento espaol, Vol. V, Madrid: Espa-
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Daz-Plaja, G. (1983). El espritu del Barroco, Barcelona: Crtica/Grupo editorial Grijal-
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Elliot, J. H. (1987). La Pennsula Ibrica, 1598-1648, cap. XV; Historia del mundo
moderno, Tomo IV: La decadencia espaola y la Guerra de los Treinta Aos; Cam-
bridge University Press, Barcelona: Sopena.
Maravall, J.A. (1990). La cultura del Barroco, Editorial Ariel, S.A., Barcelona 1990.
(1972). Los espaoles de 1600, Triunfo, suplemento especial, n 532, 9 diciembre.
Moncada, S. de (1974). Restauracin poltica de Espaa, Madrid: Instituto de Estudios
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Palacio Atard, V. (1966). Derrota, agotamiento, decadencia, en la Espaa del s. XVII,
Madrid: Editorial Rialp, S.A., Biblioteca del pensamiento actual.
Palafox y Mendoza, J. de (1672). Juicio interno y secreto de la monarqua por m
solo, en Obras completas, Madrid: Imprenta Gabriel Ramrez.
Salazar J. de (1997). Poltica espaola (2 ed); primera edicin a cargo de Miguel Herrero
Garca, Madrid (1945).
Sauquillo, Julin (2008), Baltasar lamos de Barrientos en la (pre)modernidad tacitista;
Res publica, 19 (pp. 235-260).

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 169-215. UNED, Madrid
Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin... 215

Recibido: 28/07/2016
Aceptado: 24/10/2016

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NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 169-215. UNED, Madrid
Historia conceptual y filosofa de
la historia DESDE UNA PERSPECTIVA
LEIBNIZIANA1

Conceptual history and philosophy


of history FROM A
LEIBNIZIAN PERSPECTIVE

Concha Roldn

Instituto de Filosofa, CSIC

A Quintn Racionero,

ms all del tiempo y del espacio,

en amistad.

Resumen: El presente trabajo pretende entablar un dilogo crtico entre la historia


conceptual y la filosofa de la historia. Por una parte, en lo tocante al supuesto inicio de
la identidad semntica de la modernidad; por otra, en la propia nocin de saber his-
trico y con ella las experiencias histricas colectivas e individuales que lo conforman:
no podemos olvidar que el sujeto del saber histrico no es slo o fundamentalmente- el

1
Este artculo se ha realizado en el marco de los proyectos de investigacin Prismas filosfi-
co-morales de las crisis. Hacia una nueva pedagoga sociopoltica (PRISMAS: FFI2013-
42935-P), "Leibniz en espaol- 3" (FFI2014-52089-P) y Philosophy of History and Glo-
balisation of Knowledge. Cultural Bridges Between Europe and Latin America
(WORLDBRIDGES: F7-PEOPLE-2013-IRSES: PIRSES-GA-2013-612644).

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estudioso de la historia, sino tambin quienes hacen esa historia o la padecen y que
tambin contribuyen a gestar el humus conceptual de una experiencia que se traduce
o debera traducirse- en responsabilidad tica por esos mismos conceptos. La crtica
a la filosofa clsica de la historia tiende as la mano a la propuesta de la rehabilitacin
de una filosofa crtica de la historia, aspectos ambos en los que se presentan como
antecedentes diferentes conceptos leibnizianos, como no poda ser de otra manera en
un trabajo dedicado a mi querido y extraado amigo Quintn Racionero que ya no
ser lo mismo sin poder discutirlo con l2.

Palabras clave: Filosofa de la historia, historia conceptual, saber histrico, moder-


nidad, filosofa crtica, Leibniz.

Abstract: The present text aims to establish a critical dialogue between Concep-
tual History and the Philosophy of History. On one hand, this dialogue refers to the
purported beginning of semantic identity in Modernity. On the other hand, it refers
to the very notion of historical knowledge and with it, of the collective and particular
historical experiences of which it is made: we cannot forget that the subject of historical
knowledge is not merely or fundamentally- the History scholar, but those who make
that History or suffer it, as well. Moreover, they also, in fact, contribute to create the
conceptual humus of an experience that is translated or should be translated- to ethical
responsibility regarding these very concepts. The critique of Classical Philosophy of
History thus reaches out to the proposal to rehabilitate a Critical Philosophy of His-
tory; in both of these aspects of the general discipline, different Leibnizian concepts are
presented as antecedents. This could not be otherwise in a text devoted to my beloved
and long-missed friend Quintn Racionero a text that will never be the same because
I can no longer discuss it with him.

2
No quera dejar de participar en este monogrfico de la revista ndoxa, dedicado a la memo-
ria de Quintn Racionero, pero se me ha hecho muy cuesta arriba escribir estas lneas que
carecen de la festividad de un regalo de cumpleaos. Tu reloj se par hace ya cuatro aos y me
pareca antinatural escribir para ti un trabajo bajo la dura certeza de la imposibilidad de
discutir contigo su contenido controvertidamente!, como a ti te gustaba hacer, sacando
punta a las cosas y enfrentndonos al fin y a la postre con muchas ms aristas del problema de
las que nosotros inicialmente presentbamos. Qu bonito habra sido agasajarte por tu 65
cumpleaos en 2013! Lamentablemente no podemos jugar a los contrafcticos, pero tampoco
queremos dejar de recordar a quienes han ocupado un puesto de referencia en nuestras vidas
y ya no estn. Te dedico, pues, unas reflexiones entre Leibniz y la filosofa de la historia, que
fueron acaso algunos de nuestros temas comunes ms recurrentes, mientras te veo esbozar
una sonrisa por detrs de tu dedicatoria en La inquietud en el barro: Es bonito sentir cmo
la amistad se sobrepone a las interrupciones del tiempo. Ojal se trate slo de una interrup-
cin! Que tenemos que hablar de muchas cosas compaero del alma, compaero

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Historia conceptual y filosofa de la historia... 219

Keywords: Philosophy of history, conceptual history, historical wisdom, moder-


nity, critical philosophy, Leibniz.

1. Prembulo. Otro probable inicio para la historia conceptual?

Hace unos aos escrib un artculo en homenaje al autor de la historia


conceptual, donde mi intencin era relacionar Ilustracin y Semntica histri-
ca, por una parte, para criticar la estricta circunscripcin que (Koselleck) hace
del nacimiento de esa modernidad ilegtima3, por otra, para poner de mani-
fiesto el protagonismo de Leibniz en los orgenes de la modernidad europea,
refirindome al Leibniz original y no al tamizado por Wolff y la denominada
escuela leibnizo-wolffiana. Aunque en aquel trabajo anticipaba ya algunos de
los conceptos leibnizianos a que aqu me referir, mi intencin all era establecer
un dilogo entre la denominada Ilustracin y la Historia Conceptual; ahora
quisiera poner en relacin la semntica histrica de la historia conceptual con
la filosofa clsica de la historia, en un intento por rehabilitar en nuestros das
una filosofa crtica de la historia4.

Aunque Koselleck fue precisando a lo largo de los aos el origen otor-


gado inicialmente a la historia conceptual en el arco temporal que iba de 1750
a 1850 (Sattelzeit), y en la que a su entender se perfilaran nuestras seas de
identidad semntica, siempre se mantuvo en fechas muy prximas a su encabal-
gamiento de la modernidad, con lo que no creo que hubiera aceptado este otro

3
Ilustracin y semntica histrica: el protagonismo de Leibniz, en Teoras y prcticas de la
Historia Conceptual, Faustino Oncina (ed.), CSIC-Plaza y Valds, Madrid, 2009, p. 398. En
el mismo volumen colectivo Jos Luis Villacaas (Acerca del uso apocalptico de la E.
Media, op. cit. p. 97) insiste en otro sentido en que la teora de la secularizacin se convier-
te as para Koselleck en una teora sobre la ilegitimidad.
4
A estos esfuerzos dediqu como investigadora principal la realizacin del proyecto de inves-
tigacin Filosofa de la historia y valores en la Europa del siglo XXI (FFI2008-04279//
FISO), en cuyo marco de investigacin vieron la luz varias publicaciones al respecto, no slo
mas sino tambin de Roberto R. Aramayo o Johannes Rohbeck, as como en el proyecto
internacional Enlightenment and Global History (ENGLOBE: Marie Curie Inicial Trai-
ning Network: FP7-PEOPLE-2007-1-1-ITN, en cuyo marco publicamos el volumen colec-
tivo New Perspectives in Global History (Edited by Daniel Brauer, Iwan DAprile, Gnther
Lottes, Concha Roldn), Wehrhahn Verlag, Hannover, 2012.

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220 Concha Roldn

probable inicio por emplear terminologa kantiana5- que yo propongo y que


se remontara casi un siglo hacia delante, a un pensador que sin embargo algunos
autores han dado en calificar de perteneciente a la primera ilustracin o ilus-
tracin temprana6, a saber, G.W. Leibniz, de cuya muerte este ao se cumple
el tricentenario. Un cambio de inicio que, por probable, no quiere arrogarse
determinismo alguno, sino reivindicar un mero espacio de contingencia en la
historia de la filosofa, que sin embargo nos permita interpretar la filosofa clsica
de la historia con una mayor precisin que el inicio ms tardo preconizado por
Reinhart Koselleck.

Si tuviramos que definir aforsticamente en qu consiste la historia


intelectual de la modernidad, podramos afirmar que no es distinta de la historia
de la formacin del lenguaje moderno. Ahora bien, las dificultades comienzan a
la hora de ponerse de acuerdo sobre este ltimo que no es, en definitiva, sino una
suma demasiado abigarrada de categoras, de tradiciones, de supuestos, de pre-
juicios, de conceptos y de metforas como para atribuirle una identidad fuerte.
Sin duda, el llamado giro lingstico y la crtica posmoderna vinieron a animar
esos debates en las ltimas dcadas del siglo XX, haciendo que nos ocupramos
cada vez ms de analizar y definir los conceptos fundamentales de nuestros
haberes ticos y polticos, para dirimir qu contenido semntico conservan de
su pasado y qu es lo que aportan de radicalmente nuevo en la construccin
de nuestra racionalidad posmoderna, como restos o indicios de un lenguaje
que siempre tenemos que volver a interpretar, bien desde la perspectiva de la
continuidad, bien desde la discontinuidad. En eso consiste nuestra tarea como
historiadores de las ideas, en descubrir los elementos pertinentes del pasado y
en interpretar su efectividad en el panorama contemporneo, pues si el pasado
est abierto, nuestra herencia ya no est unvocamente determinada, sino que se
nutre de un abanico de posibilidades capaces de cristalizar en diversas historias.

Desde la perspectiva de la historia conceptual (Begriffsgeschichte) ha sido


usual querer definir las ideas clave de nuestro arsenal moral y poltico (la libertad,
la autonoma, el progreso, la legitimidad, la soberana, o la secularizacin) en

5
Juego aqu con el ttulo del famoso opsculo de Kant Probable inicio de la historia humana
(1786), que traduje junto con Roberto R. Aramayo en Ideas para una historia universal en
clave cosmopolita y otros escritos de Filosofa de la Historia, Tecnos, Madrid, pp. 57-77.
6
Cf. Max Wundt, Die deutsche Schulmetaphysik des 17. Jahrhunderts, Mohr, Tbingen 1939
y Die deutsche Schulphilosophie im Zeitalter der Aufklrung, Olms, Hildesheim, 1945, y entre
nosotros Agustn Andreu, Ilustracin e Ilustraciones, Universidad Politcnica de Valencia,
1997.

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Historia conceptual y filosofa de la historia... 221

virtud de un doble componente: de un lado, lo que tienen de radicalmente


innovador de exponente de una experiencia especficamente moderna-; de otro,
lo que conservan, a la manera de un palimpsesto o pentimento, de modos de
pensar y de ordenar el mundo distintos y anteriores a la emergencia del novum de
la Modernidad. De manera que la genuina identidad moderna se capta o as lo
parece- cuando, sobre el confuso trasfondo de una multiplicidad de lenguajes y
de tradiciones puede destacarse la chispa centelleante de lo indito e innovador,
cuando -con palabras de Koselleck- un novedoso Erwartungshorizont u hori-
zonte de expectativas se emancipa del Erfahrungsraum o espacio de experiencia
habitual7.

La mayor parte de nuestras categoras vendran a ser entonces, de acuer-


do con este planteamiento, lo que result de los distintos modos de zanjar la
disputa de los antiguos y modernos (querelle des anciens et modernes) o, en el
supuesto de que asistamos ahora a la emergencia de novedad, lo que ha resultado
de la disputa entre modernos y posmodernos. De la crtica surge la filosofa
de la historia. La crtica es el heraldo de la crisis escribi Koselleck en Crtica
y crisis del mundo burgus8. Y en sus reflexiones posteriores Koselleck precisar
que somos herencia de una cosmovisin moderna gestada en esa Sattelzeit, en la
que a su entender se perfilaran nuestras seas de identidad semntica. No es mi
intencin entrar ahora en el espinoso tema de la periodizacin de la historia o
de la historia de la filosofa- sino slo para llamar la atencin sobre el problema
que plantea esta fijacin temporal que lleva a cabo la teora de la historia con-
ceptual en su emisin del diagnstico de la modernidad, a saber, precisamente
su insistencia en una lnea triunfante de la Ilustracin9, en nuestra posibilidad
de reconstruccin e interpretacin objetiva de la misma al margen de nuestras
ideologas, convicciones y experiencias presentes. Por eso, mi propuesta de situar
un siglo antes los orgenes de los conceptos modernos10, y darle a Leibniz en esta

7
Cf. R. Koselleck, Vergangene Zukunft, Suhrkamp, 1989, sobre todo las pp. 349-375.
8
Kritik und Krise, Suhrkamp, Freiburg/Mnchen, 1959, 6.
9
Esta es la tesis que defend en Entre Casandra y Clo en 1997, y que no me parece muy dis-
tante de la que Jonathan Israel ha defendido en su libro Radical Enlightenment: Philosophy
and the Making of Modernity, 16501750, Oxford Universit Press 2001, slo que el confiere
un papel mucho ms protagonista a Spinoza que a Leibniz para el desarrollo de los conceptos
modernos (hay traduccin castellana, La ilustracion radical, en FCE, 2012)
10
En este sentido, simpatizo mucho ms con la periodizacin que lleva a cabo Giuseppe
Duso para la gnesis de los principales conceptos modernos (entendiendo por aquellos los
que se difunden socialmente y se convierten en sentido comn en el perodo de la Revolu-
cin Francesa), que acaecera en el contexto de las doctrinas iusnaturalistas y del contrato
social, en tanto que origen de un nuevo modo de entender el hombre, la comunidad poltica

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empresa un mayor protagonismo, se sostiene siempre y cuando no perdamos


con ello de vista la premisa mayor de nuestro razonamiento aqu, a saber, que
no existe ninguna reconstruccin histrica privilegiada de la dialctica de la
Modernidad que asegure un acceso objetivo a la lgica de los grandes concep-
tos morales y polticos modernos, que a la postre no son sino una pluralidad de
conceptos aporticos de los que salieron a flote las perspectivas respaldadas por
el poder establecido.

Si alguna repercusin clara han tenido las dcadas de crtica postmoderna


es justamente sta: el haber hecho aicos el espejo en que se miraba la historia
universal como una verdad absoluta, para propiciar el surgimiento de una plurali-
dad de historias que nos permiten descubrir planteamientos que en un momento
dado quedaron en la sombra y que, paradjicamente, en otro momento contri-
buyen a arrojar luz sobre una determinada problemtica, o, ms precisamente,
a adoptar una perspectiva distinta sobre argumentaciones pasadas, aguijoneados
por problemas de actualidad. En este sentido, tanto el diagnstico (teora de
la historia conceptual) como la prognosis (prctica de la misma) pasan por la
relacin de implicacin (tanto epistemolgica como poltica) que tenemos con
nuestros intereses presentes. Como escribiera C. Thiebaut al respecto: Los cl-
sicos son la otra cara del presente... Los clsicos no existen por s mismos, o slo
existen en una inquietante neutralidad, como si no fueran tanto textos cuanto
pretextuales, a la espera del acto lector interesado que les suministre actualidad,
vigencia y sentido y deben su ser al afn de construccin del presente por medio
de la construccin de un pasado11.

La historia, la interpretacin que de ella hace la filosofa de la historia


no es nada sin los protagonistas que le dieron vida. De manera que al alejarnos
de una concepcin de la filosofa de la historia unilineal y proftica no slo
reivindicamos un futuro indeterminado y contingente, sino tambin un pasado
abierto, como ya sugiriera Arthur Danto12. Ahora bien, el alejamiento de una

y la ciencia del mbito prctico. Cf. La rappresentanza politica: genesi e crisi del concetto, Fran-
co Angeli, Miln, 2006.
11
Cf. Cabe Aristteles, Visor, Madrid 1988, p. 17. No muy alejado de esta perspectiva escriba
Leibniz en Preceptes pour avancer les sciences: Jay trouv apres de longues recherches quordi-
nairement les opinions les plus anciennes et les plus receues sont les meilleurs, pourveu quon
les interprete equitablement, GP VII, 164.
12
We are always revising our belifs about the past, and to suppose them fixed would be
unfaithful to the spirit of historical inquiryAnalytical Philosophy of History, Cambridge Uni-
versity Press, London&New York, 1965, 145.

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Historia conceptual y filosofa de la historia... 223

interpretacin determinista y universalista de la historia no significa abrazar un


relativismo absoluto, ni sostener que no puedan descubrirse en los anlisis his-
tricos de los conceptos estructuras que nos permitan explicar mejor que otras
el desarrollo de los acontecimientos pasados o futuros: por ejemplo, el hecho de
que en los denominados momentos de crisis se vuelva a los filsofos antiguos
(Platn, Aristteles) es una constante que nos resulta ya familiar en la historia
intelectual de la Modernidad. Se trata ms bien de una precaucin profesional
prctica: no creamos nadie estar a salvo en nuestras interpretaciones de las ideo-
logas e intereses que nos dominan. No existen ni el observador ni el cronista
ideal y, menos an, el intrprete objetivo de la historia por antonomasia. Cada
historia es una historia ms, que acaso contribuya a iluminar un poco ms
desde su perspectiva de la problemtica subyacente a los vaivenes conceptuales de
la Modernidad heredada: como subrayaba Madame de Stal en sus comentarios
sobre la Revolucin Francesa las luces solo se curan con ms luces13.

2. Anticipacin leibniziana de cierta historia conceptual14

Como he venido subrayando en mis trabajos anteriores sobre Leibniz,


frente a la simplificacin y encasillamiento que se suele hacer de l en las histo-
rias de la filosofa, la complejidad y riqueza argumentativa de este pensador, su
talante multidisciplinar, su curiosidad por todos los campos del saber y todas
las culturas, permiten descubrir en su filosofa elementos esclarecedores para la
reordenacin de nuestras reflexiones filosficas sobre la historia y del mismo
concepto de racionalidad. El afn de Leibniz consista en conectar las distintas
ciencias para que cada una se enriqueciera gracias a las dems, formando una
especie de tejido o retcula en la que todo tena que ver con todo, superando esa
barrera especializadora que tanto lamentan actualmente filsofos de la ciencia e
historiadores de las ideas, pero sobre todo, haciendo de la actividad humana, de
su transformacin de la realidad y de las instituciones en aras de la consecucin

13
La frase ha sido sobre todo citada en contextos feministas, para poner de manifiesto la
incompletitud de una ilustracin que no inclua a la mitad del gnero humano, pero de la
que sin embargo no se deba hacer caso omiso, como han subrayado Celia Amors y Amelia
Valcrcel en sus escritos. Cf. por ej. C. Amors, Tiempo de feminismo: sobre feminismo, proyec-
to ilustrado y postmodernidad, Ctedra (Coleccin Feminismos), Madrid, p. 436.
14
Una primera versin de esta tesis apareci en el trabajo Ilustracin y semntica histrica,
en F. Oncina, Teoras y prcticas de la historia conceptual, Plaza y Valds/CSIC, Mxico-
Madrid, pp. 393-422.

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224 Concha Roldn

de una mayor felicidad, la meta de toda sabidura, como muy bien refleja su
lema Theoria cum praxi. Ahora bien, lo que sin duda hace a Leibniz atractivo
a la hora de encarar el problema de la racionalidad es que, en ese momento
crucial de la Disputa entre antiguos y modernos, l sabe compatibilizar sus
propuestas innovadoras con un dilogo crtico con la filosofa precedente, como
con los filsofos que gustamos de recordar como iniciadores de la Modernidad
(Descartes, Spinoza, Malebranche, Hobbes, Locke, Thomasius, Wolff, Newton,
etc.), comportndose como un autntico hermeneuta, pues no se conforma con
contraponer a sus adversarios lo que considera una teora ms potente, sino que
tambin explica el atractivo que reviste el modelo que critica, desde un perspec-
tivismo que en nuestros das le hace si cabe ms encomiable, con la finalidad
de iluminar y completar los saberes tericos, orientando los prcticos. Podra-
mos decir sin temor a equivocarnos, como han subrayado Quintn Racionero y
Marcelo Dascal15, que lo mejor del pensamiento de Leibniz se forja al hilo de las
controversias mantenidas con sus coetneos.

Ciertamente, y en esto coincidira nuestro anlisis con el de Koselleck,


algunos de los conceptos de la metafsica leibniziana llevados a sus ltimas con-
secuencias se convirtieron en el humus sobre el que se levant el edificio de la
filosofa clsica de la historia, que tanto hemos criticado; estas reflexiones ocupa-
rn el siguiente apartado, que podramos calificar como la herencia conceptual
negativa de Leibniz. Ahora bien, y sta ser mi apuesta en el siguiente aparta-
do, hay otra familia de conceptos leibnizianos que sirven tambin de base a la
Modernidad y que constituyen la otra cara de la Ilustracin la cara amable si
as se prefiere, que tambin he caracterizado de herencia positiva- en la que los
conceptos de contingencia, libertad, tolerancia y pluralismo se dan la mano para
zafarse del encorsetamiento determinista a que pareca condenada la historia de la
humanidad, bien por naturaleza, bien por convencin. Si los primeros conceptos
se presentan como persistentes durante casi dos siglos16, los segundos supieron
ser resistentes y sobrevivir en corrientes subterrneas del pensamiento hasta
poder emerger con toda su fuerza en nuestros pensamientos contemporneos17.

15
Cf. G.W. Leibniz. The Art of Controversies, Springer, The Netherlands, 2006. Libro que
fuera resultado de las investigaciones realizadas en la UNED de Madrid en el marco del pro-
yecto de investigacin que sobre el tema de las controversias coordinara Quintn Racionero.
16
Cf. C. Roldn y O. Moro (eds.), Aproximaciones a la contingencia. Catarata, Madrid, 2009.
17
Cf. La idea de tolerancia en Leibniz, en Forjadores de la tolerancia, M Jos Villaverde
and John Ch. Laursen (eds.), Tecnos, 2011, pp. 162-180. Cf. tambin A Leibnizian Way
to Tolerance: Between Ethical Universalism and Linguistic Diversity, en Paradoxes of
Religious Toleration in Early Modern Political Thought (ed. by J. Ch. Laursen and M J.

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Historia conceptual y filosofa de la historia... 225

Pero tanto unos como otros son deudores de esa modernidad que pervive, ms
o menos agnica, en nuestros das. Esto es lo que nos legitima, a mi entender,
para poder hablar no slo del protagonismo, sino tambin de la actualidad de
Leibniz, la cual (aparte de sus grandes intuiciones cientficas que van reconocin-
dosele hoy da poco a poco) reside precisamente en una actitud racional, que
me parece digna de tener en cuenta en nuestros planteamientos, en los que la
fragmentacin desemboca a veces en una excesiva simplicidad. En este sentido,
he subrayado en la introduccin de mi ltimo libro sobre Leibniz18 la idea del
desconocimiento de su pensamiento, cuando en realidad se anticipa a muchos de
los planteamientos contemporneos desde su propia perspectiva del momento.

3. Conceptos que la filosofa clsica de la historia hereda de


Leibniz

La reflexin sobre la historia -que durante siglos nos ha sido dada a


conocer como filosofa de la historia- es un fenmeno genuinamente ilustrado.
Ciertamente, toda periodizacin que se establezca en la presentacin de cualquier
historia de la filosofa es arbitraria, pero, aunque no podamos defender rupturas
absolutas, es evidente que en un momento determinado de la misma se dan
las condiciones adecuadas para que se manifieste un modo de pensar que antes
haba ido gestndose sin tener el empuje necesario para aflorar a la superficie. En
este sentido, aunque podemos hablar de una prehistoria en la reflexin sobre la
historia19 tanto en el mundo antiguo y medieval como en el Renacimiento y en
los comienzos de la Modernidad, la filosofa de la historia -entendiendo por tal
un modo de pensar reflexivo y crtico- hace por primera vez acto de presencia en

illaverde), Lexinton Books: Lanhan, Boulder. New York, Toronto, Plymouth, UK, 2012,
V
pp. 91-107. Precisamente el tema de la tolerancia fue el escogido para la celebracin del II
Congreso Iberoamericano de Filosofa en Per, bajo la coordinacin de Miguel Giusti. Yo
no pude asistir pero me consta que Quintn Racionero present una conferencia que
lamentablemente solo lleg a mis manos cuando mi manuscrito ya estaba en imprenta;
est publicado en Tolerancia, coleccin de cinco volmenes de las actas del XV Congreso
Interamericano y II Congreso Iberoamericano de Filosofa, editadas por M. Giusti (2011);
es otra conversacin pendiente.
18
Cf. C. Roldn, Leibniz. En el mejor de los mundos posibles, Batiscafo, Barcelona, 2015 (con
traducciones publicadas al portugus e italiano).
19
He desarrollado esta cuestin en el primer captulo de mi libro Entre Casandra y Clo, La
prehistoria de la filosofa de la historia, Akal, Madrid, 1997 (2 ed. 2005), pp. 19-46.

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226 Concha Roldn

la Ilustracin. Pero esto es posible, a mi entender, por la gestacin previa en los


orgenes de la modernidad (que Max Wundt denominara Ilustracin temprana
o primera Ilustracin20) de algunos conceptos genricos como racionalidad,
humanidad, libertad y progreso, pero sobre todo del cambio de signo de algunos
otros conceptos, que trasladan su significado genuinamente filosfico (incluso
metafsico) al mbito de la reflexin histrica. Lo que, en otro orden de cosas,
supondr un paso importante en el desarrollo de un mtodo que permita garan-
tizar la veracidad de los relatos histricos, un mtodo documental basado en la
filologa21.

Ya he insistido en otros trabajos sobre lo que considero una de mis aportacio-


nes fundamentales a la interpretacin leibniziana en relacin con la filosofa de
la historia, a saber, la colaboracin del pensador de Leipzig en lo que he venido
denominando lnea dominante o triunfante- de la filosofa de la historia,
fundamentalmente representada por autores como Kant y Hegel pero tambin
Comte o Marx- y en cuyo origen podramos situar algunos conceptos leibnizia-
nos que inspiran esa filosofa especulativa de la historia determinista, finalista-
lineal e inevitable, como caracteriz I. Berlin y que yo identifico con una
herencia negativa de Leibniz. A mi entender, Leibniz no lleva a cabo una filo-
sofa de la historia determinista, como en la que insistir la filosofa clsica de la
historia, aunque algunos intrpretes han puesto de manifiesto que es a l a quien
debemos la idea de la filosofa como una tradicin histrica continuada22, si
no que ms bien insiste en los aspectos histricos de la contingencia a la que nos
referiremos despus; sobre la relevancia de este aspecto anti-determinista en la
filosofa de la historia en Leibniz han insistido buenos conocedores de Leibniz
como Davill, Fischer o Hbener23, o donde los avances no obedeceran tanto a

20
Cf. Die deutsche Schulphilosophie im Zeitalter der Aufklrung, Olms, Hildesheim, 1945. M.
Wundt defiende un concepto amplio de ilustracin que no se restringe al siglo XVIII. Cf.
tambin al respecto, C. Roldn, La aurora de la filosofa de la historia, en Entre Casandra y
Clo, p. 47 y ss.
21
Cf. J.C. Bermejo y P.A. Piedras, Genealoga de la historia, Akal, Madrid, 1999, pp. 36-37.
22
Cf. A. Heinekamp, Die Rolle der Philosophiegeschichte in Leibniz' Denken, in Ibd., pp.
114-141.
23
Louis Davill fue el primero en poner sobre la mesa esta interpretacin de la filosofa de la
historia de Leibniz; en su conocida obra Leibniz Historien (Paris, 1909, p. 666), en el captulo
dedicado a la filosofa de la historia, afirma taxativamente que Leibniz nunca investig acerca
del encadenamiento de las causas y de los efectos en historia, como luego lo haran algunos
discpulos suyos como Herder, ni tampoco se dedic, por otra parte, a intentar deducir las
leyes generales que rigen los fenmenos histricos. Conviccin esta en la que insistirn otros
especialistas como Kuno Fischer, G.W. Leibniz, Heidelberg, 1920, p. 764 y Wolfgang

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Historia conceptual y filosofa de la historia... 227

la instauracin de ideas nuevas y revolucionarias, lo que en lenguaje de nuestros


das denominaramos innovacin y que hace pie en el ars inviniendi leibnizia-
no, como a la conservacin de lo que l denomin filosofa perenne y que se
apoyara ms bien en el ars demostrandi. Sobre esta cuestin incidieron algunos
sobresalientes representantes de la filosofa de la historia en los siglos XIX y XX,
como Robert Flint, quien afirmaba que la filosofa de Leibniz fue la primera que
se penetr entera y profundamente del espritu de la historia, debido a su com-
prehensin y universalidad24, o como Friederich Meinecke, que lleg a incluir a
Leibniz entre los precursores del historicismo25, por la idea de individualidad que
defiende en su filosofa, como referente de un individuo fuerte que acta y se
desarrolla o despliega segn sus leyes y el cual, por otra parte, coincide con una
ley universal, expresin de la armona universal y en la que no podemos evitar
ver trazos de un cierto determinismo.

Es cierto que en el planteamiento leibniziano se presentan relacionadas la


historia y la filosofa, que desde la antigedad se presentaban como extraas e
incluso enfrentadas26, si bien Leibniz subraya las diferencias existentes entre las
dos disciplinas y sus objetos, pues mientras la historia es un conocimiento que se
refiere o debera referirse, podramos aadir- a las cuestiones de hecho o singula-
res, cuyo conocimiento necesita tambin de la experiencia y de la memoria y no
slo de la razn, que basta a una filosofa concebida como ciencia demostrativa
y que se refiere a las cosas posibles y necesarias, como recuerda Leibniz en sus
Nuevos ensayos y en otros textos27.

A lo largo de su vida, Leibniz tuvo que ocuparse de trabajar como historiador,


recopilando los datos de la familia Braunschweig, tarea que a veces se le llega
a presentar como ominosa, sobre todo al final de su vida, cuando la ve como
impedimento para realizar otras dos tareas que l consideraba prioritarias en su

Hbener, Leibniz - ein Geschichtsphilosoph?, en Leibniz als Geschichtsforscher, Studia


Leibnitiana, Sonderheft 10, 1982, 38-48. Cf. Q. Racionero, Ciencia e historia en Leibniz,
en Revista de filosofa 2 (1989), pp. 127-154.
24
R. Flint, The philosophy of history in France and Germany, William Blackwood and Sons,
Edinburgh and London, 1874, Book II, p. 344.
25
Cf. F. Meinecke, Die Entstehung des Historismus, Leibniz Verlag, Mnchen, 1946, pp.
34-35.
26
Lo que no parece haber cambiado sustancialmente en la actualidad, donde todava escucha-
mos ecos de la polmica entre historiadores y filsofos, que se agudizara en el siglo pasado.
27
Cf. G.W. Leibniz, Nouveaux Essais sur lentendement humaine, III, 5. Vgl. a. C, 524. Cf.
tambin De fine scientiarum, en Grua, I, 240. Cf. tambin Couturat, Opusc., p. 524. Cf. De
fine scientiarum, en Grua, Textes indits, I, p. 240.

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228 Concha Roldn

desarrollo intelectual y poltico: la culminacin de la caracterstica universal y


la reunificacin de las iglesias. Pero, si le interpretamos bien, su inters por la
crtica histrica no procede tanto de su tarea como historiador, sino ms bien
de la aplicacin de sus mtodos de investigacin al estudio de la historia de
la filosofa, siendo revolucionaria la conexin que establece entre los estudios
filolgicos y los histricos28. Aunque podemos afirmar sin temor a equivocarnos
que su aportacin ms innovadora descansa en su concepcin filosfica misma,
donde aparecen apuntadas algunas ideas que luego sern desarrolladas por los
primeros filsofos de la historia a mediados del siglo XVIII; en este sentido es
como podemos entender las palabras de J. Thyssen cuando afirma que podra
sostenerse la tesis de que en Herder encontramos la filosofa de la historia propia
de la metafsica de Leibniz29.

Robert Flint habla en la obra anteriormente mencionada de algunas con-


cepciones de la filosofa leibniziana que habran sido despus transportadas
a la filosofa de la historia, en concreto, se refiere a la ley de analoga, la ley de
continuidad, el vitalismo, la teora general de la armona preestablecida y el
optimismo, pero afirma no le parece pertinente discutir de algo de lo que Lei-
bniz mismo no hizo la aplicacin histrica30. Por mi parte, no slo encuentro
pertinente hablar de ello, sino que considero que son algunos principios meta-
fsicos de la filosofa leibniziana como los de continuidad y armona universal,
pero sobre todo el de perfeccin31, los que se sitan a la base de la idea de progreso
hacia lo mejor que constituye una de las caractersticas definitorias de la filosofa
especulativa de la historia. A mi entender, ser justamente el entramado de esos
tres principios continuidad, armona y perfeccin- lo que proporcionar un
claro antecedente a esa versin laica y racional de la providencia que en Kant se
presentar como intencin oculta de la naturaleza y en Hegel como astucia
de la razn, que para el mismo Leibniz se presentar ya como traduccin secu-
larizada de la idea de una providencia divina, encargada de introducir orden y

28
Cf. R. Flint, op. cit., p. 21.
29
Cf. op. cit. p. 58. La influencia de Leibniz en la filosofa de la historia no slo deja sentirse
en el s. XVIII, sino que se prolonga a travs de Hegel durante todo el XIX; pensadores como
Comte, Marx e incluso Darwin citaron a Leibniz en momentos importantes de la exposicin
de sus ideas. Sobre la presencia de Leibniz en la filosofa de la historia de Kant, cf. C. Roldn,
Le fil dAriane de la dtermination rationelle et les enchevtrements de Cassandre, en D.
Berlioz et F. Nef (d.), Lactualit de Leibniz : Les deux Labyrinthes, Studia Leibnitiana Sup-
plementa 34, 1999, pp. 55-68.
30
Cf. op. cit. pp. 21-22.
31
Sobre el principio de perfeccin, cf. C. Roldn, Das Vollkommenheitsprinzip bei Leibniz
als Grund der Kontingenz, en Studia Leibnitiana XXI/2 (1989), pp. 188-195.

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Historia conceptual y filosofa de la historia... 229

c ontinuidad en el desarrollo contingente de los acontecimientos histricos, esto


es, una armona universal apoyada en los principios de razn suficiente y perfec-
cin. Algo que es posible en el pensamiento leibniziano, como mencionbamos
ms arriba, porque todos los seres del universo siguen espontneamente sus
propias leyes finales -tesis de la nocin individual de cada sustancia que escan-
daliz a Arnauld, pues contiene de una vez por todas todo lo que le acontecer-,
aunque no puede calificarse de determinista, pues este mismo despliegue alcanza
en los seres humanos un grado de libertad, esto es, de determinacin racional
al bien, de forma que puede llegar a afirmarse que el presente est preado de
futuro32 sin que ello signifique ausencia de libertad responsabilidad tica. Pues
el mejor de los mundos posibles leibniziano no es una realidad acabada ms
que para la previsin de una mente absolutamente perfecta que puede conocer
mediante la intuicin, mientras que los seres humanos con un entendimiento
discursivo que se despliega en el tiempo y espacios relacionales- estn llamados
a promover desde su libertad el progreso moral de la humanidad33, contribu-
yendo a mejorar, por as decir, continuamente el mejor de los mundos posibles.
Slo desde esta interpretacin podemos entender cmo en su correspondencia
con Bourguet afirma Leibniz que su hiptesis de que vivimos en el mejor de los
mundos posibles es compatible con otra hiptesis, a saber, la del progreso de
la humanidad; para explicar esta aparente contradiccin, recurre Leibniz a la
distincin conceptual entre dos tipos de perfeccin, la metafsica y la moral,
de manera que aunque el mundo tomado en su conjunto -esto es, considerado
como posible en el entendimiento divino- conserve siempre la misma cantidad
de perfeccin, lo que lo convertira en necesario, por otra parte es susceptible
de perfectibilidad a lo largo de un proceso infinito, gracias al avance progresivo
de las artes y las ciencias, lo que le permite decir en el 341 de los Ensayos de
Teodicea: E incluso puede suceder que el gnero humano llegue con el tiempo
a una mayor perfeccin que la que podemos imaginar ahora34. Desde su punto
de vista, y en virtud del principio de continuidad, la extensin gradual de la
civilizacin se lleva a cabo de manera constante, a pesar de las aparentes eta-
pas de estancamiento e incluso de retroceso, pues si se retrocede es para saltar

32
Cf. C. Roldn, La salida leibniziana del laberinto de la libertad, G.W. Leibniz. Escritos en
torno a la libertad, el azar y el destino, Tecnos, Madrid, 1990, pp. IX-LII.
33
Sobre la idea de progreso en Leibniz, cf. C. Roldn, El principio de perfeccin y la idea de
progreso moral en Leibniz, en Il cannocchiale. Rivista di Studi filosofici (1992), pp. 25-44.
34
G.W. Leibniz. Obras filosficas y cientficas (OFC) 10, ed. por Toms Guilln Vera, Coma-
res, Granada, 2012, 324.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 217-238. UNED, Madrid
230 Concha Roldn

mejor35, de forma que incluso los mayores males y desgracias -las disonancias
en la historia- revertirn en nuevos progresos hacia el bien -la armona del mejor
de los mundos posibles. As, desde mi punto de vista, puede afirmarse que los
conceptos de perfeccin y continuidad de Leibniz conforman la idea de progreso
ilustrada, lo mismo que su concepcin de racionalidad y armona constituyen
los fundamentos de la explicacin histrica; estos son los conceptos bsicos que
constituirn el fundamento de la filosofa especulativa de la historia, sobre todo
en la ilustracin y el idealismo alemanes.

4. Conceptos leibnizianos para la rehabilitacin de una filosofa


crtica de la historia

Segn acabamos de ver, Leibniz se convierte en el inspirador de la filosofa


clsica de la historia, con unos conceptos que podemos calificar como rgidos.
Pero en el pensamiento leibniziano podemos rastrear tambin otro grupo de
conceptos que podemos denominar flexibles36 y que contribuyen a introdu-
cir diversidad, gradualismo y un cierto pragmatismo37 en nuestras reflexiones
y experiencias. Esos conceptos no son otros que los de contingencia, liber-
tad (autonoma) y tolerancia, y se encuentran todos ellos bajo el paraguas
de un principio ms amplio, el de pluralidad, que Leibniz enuncia como
perspectivismo desde un punto de vista ontolgico-gnoseolgico en su Mona-
dologa38. As, la pluralidad de puntos de vista desde los que puede contemplarse

35
De rerum originatione radicali, GP VII, 308, en francs en el original: quon recule pour
mieux sauter. Cf. G.W. Leibniz, OFC 2, 285.
36
Prefiero optar por un concepto como racionalidad flexible, frente al de racionalidad
blanda empleada por Marcelo Dascal apoyndose en un texto en el que el pensador de Lei-
pzig habla de blandior ratio.
37
Cf. al respecto los excelentes artculos de Txetxu Ausn: Weighing and gradualism in Leib-
niz as instruments for the analysis of normative conflicts (Studia Leibnitiana XXXVII/1,
2006, 99-111) and The Quest for Rationalism without Dogmas in Leibniz and Toulmin
(D. Hitchcock & M. Verheij (eds.) Arguing on the Toulmin model New Essays in Argument
Analys and Evaluation, Dordrecht, Springer, 2006, 261-272).
38
Y como una misma ciudad contemplada desde diferentes lados parece enteramente otra y
se halla como multiplicada en lo que respecta a su perspectiva, tambin ocurre que debido a la
multitud infinita de las sustancias simples, hay como otros tantos universos diferentes que,
sin embargo, no son ms que las perspectivas de uno solo segn los diferentes puntos de vista
de cada mnada, Monadologie 57 (GP VI, 616; OFC 2, 336). Cf. al respecto Nouveau
System 14 (GP IV, 484; OFC 2, 246-247). Una primera aproximacin a estas reflexiones

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Historia conceptual y filosofa de la historia... 231

la ciudad, expresan metafricamente una peculiar racionalidad hermenutica


en Leibniz, que se reconoce por esforzarse en captar la parte de verdad presente en
cada perspectiva de la realidad, tal y como el propio Leibniz insisti siempre en
hacer en su propia filosofa, mal definida como eclecticismo; Leibniz siempre
y contra corriente insiste en conservar la perspectiva de la filosofa de los anti-
guos (cuando todos defienden la nueva filosofa cartesiana), o la filosofa de los
otros hombres doctos del momento, o la de las otras variantes del cristianismo,
o la de las otras culturas39... Se trata de un pluralismo que, sobre la base de su
concepcin de la contingencia y la individualidad, proporciona su fundamento
a la idea de tolerancia, con tintes cosmopolitas e incluso multiculturales. La
pluralidad de perspectivas ser la mejor salvaguarda para aproximarse a la verdad
libres de prejuicios y dogmatismos, no primando ninguna de ellas; sin embargo,
en esta aproximacin habr que encontrar tambin un camino intermedio que no
conduzca al relativismo, uno de los anatemas a que se opuso Leibniz de por vida.

En la concepcin del saber leibniziano se dan cita dos maneras de aproxi-


marse a los conocimientos y a la realidad, que el denomina ars demostrandi y ars
inviniendi, dependiendo de si podemos deducirlos a priori de axiomas primeros
evidentes y no contradictorios, por simplificar- o, por el contrario, precisan
de la creatividad humana para ganarse un lugar entre los conocimientos. Este
movimiento epistemolgico, que va de lo conocido a lo desconocido, no es muy
diferente a mi entender de la metodologa que emplea la semntica histrica en
su anlisis y definicin de conceptos, y que constituye el fundamento de lo que
he dado en llamar nueva filosofa de la historia40, que no puede por menos que
evocarnos a la pareja de herramientas conceptuales denominadas por Koselleck
espacio de experiencia y horizonte de expectativas.

No debemos olvidar que la metodologa que emplea Leibniz no slo en


sus consideraciones filosficas ms abstractas sino tambin en sus investigacio-
nes h
istricas, y en sus estudios sobre el origen de las lenguas y a caracterstica

aparecieron en mi artculo publicado en Isegora 17 (1997) bajo el ttulo Theoria cum praxi:
la vuelta a la complejidad (Apuntes para una filosofa prctica desde el perspectivismo leibni-
ziano), pp. 85-105.
39
Cf. C. Roldn, Las races del multiculturalismo en la crtica leibniziana al proyecto de paz
perpetua, en Saber y conciencia, J.A. Nicols y J. Arana (eds), Comares, Granada, 1995, pp.
369-394.
40
Me inspiro para esta denominacin en Hyden White y Frank Ankersmit eds. y su cons-
tructivismo narrativista, que tambin preconizara Arthur Danto, con su filosofa analtica
de la historia. Cf. C. Roldn, Entre Casandra y Clo, loc. cit. pp. 177-182.

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232 Concha Roldn

niversal, proviene de su concepcin de hiptesis metafsica. Uno de los ejem-


u
plos ms claros de hiptesis metafsica en el pensamiento de Leibniz lo encon-
tramos en su teora de la armona preestablecida, a la que siempre se refiere
en sus escritos como hiptesis o supuesto41, cuando, como l mismo afirma,
establecer una hiptesis o explicar el modo de generacin de algo no es ms que
demostrar la posibilidad de ese algo42. As pues, puesto que la primera condicin
de la posibilidad de una proposicin o de una cosa es su ausencia de contradic-
cin, en aquellas demostraciones que proceden de proposiciones concedidas o de
hiptesis, lo primero que hay que hacer es mostrar qu hiptesis se contradicen
entre s43. Ahora bien, una vez demostrada la coherencia interna, esto es, que
la argumentacin se desarrolla en una debida forma lgica, no puede olvidarse
que las conclusiones obtenidas son hipotticas44, lo que en lenguaje popperiano
equivaldra a afirmar que estn sujetas a la falsacin; lo que es lo mismo que
afirmar, en el ejemplo que barajbamos, que la hiptesis metafsica de la armo-
na preestablecida ha de ser considerada como una hiptesis ms que concursa
con el resto (por ej. la hiptesis de las causas ocasionales) en la explicacin de
la posibilidad de las cosas.

En este carcter contingente o flexible del discurso leibniziano radica pre-


cisamente su vinculacin con una filosofa de la historia no determinista, en la
que las explicaciones plausibles son las que ocuparan el lugar predominante,
lo que nos permite afirmar que para Leibniz los sucesos histricos, lo acaecido,
slo puede tener lugar en el supuesto de que Dios exista y haya creado este mun-
do, pues entonces y slo entonces -no olvidemos el subttulo de los Ensayos de
Teodicea: sobre la bondad de Dios, la libertad del hombre y el origen del mal- habra
que justificar la bondad de Dios y la existencia del mal en el mundo. De esta
manera, haciendo el esfuerzo hermenutico de poner esa perspectiva trascendente
entre parntesis y adoptando la pluralidad de perspectivas del mundo existente,
comprenderemos que lo mismo sea considerado por Leibniz como hipottica-
mente necesario desde el punto de vista de lo absoluto y como absolutamente
contingente desde la perspectiva humana. Dicho con otras palabras, esto no
significa otra cosa que afirmar que su talante racionalista no le impide a Leibniz
priorizar la importancia de la experiencia a posteriori, que en los seres humanos

41
Cf. Nouveau System 15 (GP IV, 485, OFC 2, 247-248) o Monadologie 59 (GP VI, 616,
OFC 2, 336). Cf. tambin GP I, 149 : "... per suppositionem sive hypothesin...".
42
De Synthesi et Analysi universali seu Arte inviniendi et judicandi, GP VII, 295.
43
Cf. De principiis (post. a 1683), en Couturat, Opusc., 184.
44
Meditationes de Cognitione, Veritate et Ideis, GP IV, 426.

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Historia conceptual y filosofa de la historia... 233

suple en la mayora de los casos a las razones a priori, lo que le llevar a afirmar
que la libertad humana es un factum, que no est sujeta a ningn determinismo
y que cabe elegir el mal, esto es, como ha subrayado Quintn Racionero en sus
trabajos, que, la hiptesis que hay que demostrar es la de la necesidad y no la
de la libertad45.

5. A modo de conclusin: De la historia conceptual como arsenal


de conceptos morales y polticos a la filosofa de la historia como
responsabilidad tica

Todo lo que forma parte del universo es contingente, pero lo que es con-
tingente por antonomasia es la historia, es decir, aquello que depende inme-
diatamente de la accin humana, que consigue en gran medida zafarse del
determinismo natural, porque los seres libres o inteligentes no estn atados a
leyes subalternas determinadas del universo, sino que actan por la sola espon-
taneidad de su propia potencia.46 Y, desde luego, Leibniz est convencido de
poder intervenir en la realidad histrica: de ah sus actividades polticas para
contribuir a la reunin de las iglesias, o sus empresas de fundacin de Acade-
mias cientficas. En este orden de cosas, la teora leibniziana de la libertad47
ser, pues, una teora de la accin que no puede conformarse con ganar espacio
al determinismo natural, sino que apunta a lo que realmente puede hacer el
ser humano, a esa creatividad radical que sale de su propio fondo plasmndose
en controversias tericas que adquieren su validez de su capacidad para influir
en la prctica. La contingencia no es, pues, slo un principio metafsico, sino
ante todo un principio moral, que posibilita la libertad de los sujetos y, como

45
La racionalizacin de la poltica, Revista latinoamericana de filosofa XVIII, n 1, otoo
1992, p. 96.
46
Leibniz afirma, criticando el Art. 6 de los Principia de Descartes: "No tenemos libre arbi-
trio al percibir, sino al actuar" (GP IV, 357). Cf. Verdades necesarias y contingentes, VE 3, 459
(Olaso, 333). A esto denominar Kant "causalidad por libertad".
47
Las conversaciones en torno a la libertad en Leibniz fueron uno de mis temas favoritos de
conversacin con Quintn Racionero, desde la defensa de mi tesis doctoral Contingencia y
necesidad. El problema de la libertad en Leibniz (1987), en cuyo tribunal estuviera Quintn.
Por eso resulta entraable ver que ambos escogimos este tema para homenajear a nuestro
comn amigo, Manuel Fraij, en Pensando la religin (Trotta-UNED, Madrid, 2013): el uno
bajo el ttulo La nocin de libertad racional en Leibniz y sus consecuencias para el problema
del mal (pp. 412-447), la otra como Teodicea y libertad en Leibniz: del mal radical al bien
comn (pp. 448-464); este fue el ltimo trabajo que mando a la imprenta en vida.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 217-238. UNED, Madrid
234 Concha Roldn

consecuencia, la imposibilidad de prediccin de sus acciones. En este sentido,


a lo largo de sus escritos se opondr Leibniz a la idea de que toda actividad
del hombre sea intil porque todo ocurra inevitablemente, esto es, la concep-
cin clsica del destino que Crisipo haba caracterizado como args logs, es
decir, la razn perezosa recogida en el mundo mahometano, por la que todo
lo que ha de ocurrir, ocurrir necesariamente obres o no obres, hagas esto o
aquello. Para el pensador de Leipzig, por el contrario, la accin humana no
slo es libre, sino que se dice de muchas maneras y de ella depende la historia
humana, individual y social.

No es casualidad que en este trabajo dedicado a la memoria de Quintn


Racionero, quiera concluir dedicando unos prrafos a la actualidad de Leibniz
en la importancia tico-poltica de unos conceptos que configuran una tenden-
cia en el pensamiento humano de la modernidad heredada, sin por ello querer
erradicar un pluralismo que, ms bien al contrario, estara fomentado por el
pensador de Leipzig, utilizando como contrapunto avant la lettre ese germen
del concepto de espacio de experiencia que fue el concepto de crisis para el
primer Koselleck. A mi entender, tanto a Leibniz como a Koselleck el concepto
de crisis48 les sirve para referirse a un cambio de poca, a la ruptura entre la
antigedad y la modernidad; un concepto el de crisis que zarandea a los indivi-
duos impidindoles dormirse en los laureles de su experiencia de la continuidad,
y que an sigue zarandndoles de manera pluscuamperfecta. Los dos autores, sin
embargo, se resisten al cambio y dedican sus esfuerzos reflexivos a levantar una
estructura conceptual que dote a la nueva poca de una racionalidad comn,
que ponga brida a unos conceptos que parecan cobrar vida propia, irrumpiendo
con decisin en la historia socio-poltica El protagonismo de los conceptos
pareca introducir en la historia de la humanidad -por la puerta trasera- un
determinismo cuyo yugo se haba sacudido la propia historia natural. Y la nica
manera de plantar cara a ese torbellino semntico pareca ser la historia concep-
tual, esto es, dedicarse a entender la gnesis, la lgica de los conceptos escondida
tras las palabras tan cargadas de significados, escudados en la conviccin de
que las ideas no tienen poder de actuacin al margen de la mente misma (mens
agit, ideae non agunt, subrayaba Leibniz).

48
Cf. P. Hazard, La crise de la conscience europenne: 1680-1715, Paris, 1935; hay traduccin
castellana en Alianza Editorial, Madrid, 1988. Cf. asimismo Koselleck, Crtica y crisis, loc.
cit.; y la voz Krisis de los Geschichtliche Grundbegriffe, tambin traducida al cast. por J.
Prez de Tudela.

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Historia conceptual y filosofa de la historia... 235

Ahora bien, una tarea que se quiere reflexiva y crtica no puede hacer tabula
rasa de los problemas del pasado, de esos mismos problemas que los conceptos
definen, pero nunca de manera neutra, siempre otorgndoles un valor, positivo
o negativo. Y es ah donde la historia conceptual tiende la mano a una nue-
va filosofa crtica de la historia, que modestamente y desde la contingencia-
quiere hacerse cargo de los conceptos morales y polticos, para impedir en la
medida de lo posible, el debilitamiento, la deformacin y el vaciamiento que
estn sufriendo los mismos en manos de ideologas neoliberales y conservadoras,
simplificadoras de lo humano. Cuando todo lo slido se desvanece en el aire49, los
sujetos individuales y colectivos se rebelan contra el peso inerte de los gran-
des conceptos vaciados de contenido (libertad, igualdad, solidaridad, progreso,
democracia), que se agitan sin ms como un mantra sinsentido, y se proponen
hacer cosas con conceptos, esto es, recuperar el sentido de una filosofa crtica
de la historia que es a su vez filosofa de la accin.

49
Bajo ese ttulo, tomado del Manifiesto comunista (1848) de K. Marx y F. Engels, Marshall
Berman public en 1982 en Nueva York un libro en el que pretende detectar en qu punto se
desvi la modernidad de sus verdaderos propsitos de progreso y emancipacin colectiva. No
podemos obviar que en las ltimas dcadas estamos asistiendo a una vuelta a Marx; cf. por ej.
uno de los ltimos nmeros monogrficos de Isegora. Revista de filosofia moral y poltica (50,
2014).

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Recibido: 30/09/2016
Aceptado: 15/10/2016
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mercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 217-238. UNED, Madrid
La filosofa leibniziana de la
subjetividad

the leibnizian philosophy of


subjectivity

Adelino Cardoso1

Facultade de Cincias Sociais e Humanas


Universidade Nova de Lisboa

Resumen: Leibniz elabora una filosofa original de la subjetividad, formada en la


confrontacin con el cogito cartesiano y con los autores que asumen el legado de Des-
cartes, en especial con Arnauld. Para Leibniz, yo pienso es una proposicin cierta y
evidente, pero no una verdad universal de razn, que pueda servir de fundamento a
todo saber. Se trata de una verdad de hecho, a la cual corresponde una experiencia insu-
perablemente confusa, que apela a un modo especial de inteligibilidad. En este marco,
Leibniz delinea una gramtica del yo, entendido como una estructura relacional, una
expresin singular del mundo comn.

En la fase monadolgica, que culmina el ejercicio filosfico leibniziano, la subje-


tividad se identifica con el dinamismo espontneo de la vida perceptiva, desarrollada
bajo la forma de un dinamismo espontneo subconsciente, a nivel de lo primordial.
Por lo que, sin llegar a ser su estrato originario, la conciencia representa una expresin
ms elevada del dinamismo perceptivo, garantizando la identidad del yo percipiente.

1
CHAM, Universidade Nova de Lisboa, Facultade de Cincias Sociais e Humanas, Av. Ber-
na, 26-C, 1069-061 Lisboa, Portugal. E-amil: cardoso.adelino@gmail.com. Traduccin del
original al castellano por Letcia Cabaas.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 239-253. UNED, Madrid
240 Adelino Cardoso

Palabras clave: cogitatio, mundo, percepcin, vida, yo.

Abstract: Leibniz works out an original philosophy of subjectivity, which is formed


in confrontation with the Cartesian cogito, alongside authors who take up Descartess
legacy, namely the influential Arnauld. For Leibniz, the proposition I think is cer-
tain and evident; however, it is not a universal truth of reason, that could be the very
foundation of all knowledge. It is a truth of fact, to which an insurmountably confused
experience corresponds, which appeals to a special way of intelligibility. Within this
framework, Leibniz delineates a grammar of the I, viewed as a relational structure, a
singular expression of our shared world.

In the Leibnizian philosophical exercise, which culminates in the monadological


system, subjectivity is interpreted as subconscious spontaneous dynamism, at the level
of a primordial Self. Therefore, consciousness is the highest expression of the perceptive
dynamism, through which the identity of the percipient subject is assured, although it
is not the primary stratum of perception.

Keywords: cogitatio, I, life, perception, world.

1. La reinterpretacin leibniziana de la subjetividad

El objetivo principal de este trabajo consiste en caracterizar la filosofa leib-


niziana de la subjetividad y determinar su lugar en el marco de la modernidad,
entendida sta como un espacio plural en donde se confrontan mltiples plan-
teamientos y doctrinas.

Sin duda el cogito cartesiano ocupa un lugar matricial en la elaboracin de la


subjetividad moderna, convirtindose en referencia ineludible para los pensadores
de la segunda mitad del siglo XVII. Lleg a suscitar un vivo debate, incluso entre
autores seguidores del legado cartesiano. Un ejemplo es la controversia entre
Arnauld y Malebranche sobre las ideas. Por su parte, E. Husserl, el fundador de
la fenomenologa, reconoce en el cogito una fuente de inspiracin y reflexin,
localizndose all el inicio de la fenomenologa.

En el marco del pensamiento cartesiano, el cogito responde a la exigencia de


un punto de apoyo firme e inmvil (punctum quod esset firmum et immobile)

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 239-253. UNED, Madrid
La filosofa leibniziana de la subjetividad 241

que sirva de fundamento incuestionable para todo saber, gracias a su estatuto


de verdad caracterizada como la ms cierta y ms evidente de todas (omnium
certissimam evidentissimamque)2.

El significado principal de la cogitatio es de ndole intelectual, por consistir


predominantemente en concebir y juzgar, pero abarca tambin el mbito de la
sensibilidad: es cierto que me parece que veo luz, que oigo ruido y que siento
calor; esto no puede ser falso y esto es, propiamente, lo que en m se llama sentir
y esto, precisamente, es pensar3. La experiencia de lo que sucede en s mismo
no puede ser falsa, al ir acompaada por un modo especial de evidencia, tal
como se afirma en el artculo 26 de Las pasiones del alma:

Debe destacarse tambin que a veces sucede que esa pintura es tan seme-
jante a la cosa representada, que uno puede engaarse respecto de las percep-
ciones referidas a lo objetos que existen fuera de nosotros, o bien las que se
refieren a algunas partes de nuestro cuerpo; pero que no puede engaarse
de la misma manera en lo tocante a las pasiones, pues le son tan cercanas e
ntimas a nuestra alma que es imposible que las sienta sin que sean verdade-
ramente tal y como las siente.4

El sentimiento interior es intrnsecamente verdadero debido a su inmediatez


y modalidad ontolgica propias: la alegra no es otra cosa que estar alegre, sentir
alegra.

Algunos pensadores inspirados directamente en Descartes asumen el cogito


como el sentimiento de s mismo. Es el caso, entre otros, de La Forge5 y Male-
branche. Este ltimo se ve forzado a romper con la cadena cartesiana de razones,
al considerar que, lejos de ser la cosa ms fcil de conocer, el alma no es suscep-
tible de un autntico conocimiento: La ilusin de que se conoce el alma es uno

2
Descartes, Meditationes de prima philosophia, AT VII, 24-25; trad. M. Garca Morente,
Madrid, Encuentro, 2005, pp. 154-155.
3
Ibid., p. 29; trad. ibid. p. 159.
4
Descartes, AT XI, 348; trad. J.A. Martnez y P. Andrade, Madrid, Tecnos, 2 ed., 2006, pp.
94-95.
5
Al referirse a la naturaleza del espritu como sustancia pensante, este cartesiano define el
pensamiento: entiendo aqu por Pensamiento esa percepcin, conciencia o conocimiento
interior que cada uno de nosotros siente inmediatamente por s mismo, al apercibirse de lo
que hace o de lo que en l sucede (La Forge, 1664, 14).

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 239-253. UNED, Madrid
242 Adelino Cardoso

de nuestros ms vivos sentimientos, dando lugar a muchos prejuicios6. Para un


filsofo oratoriano, conciencia y evidencia no concuerdan bien entre s.

En la fase inicial de su elaboracin filosfica, Leibniz asume el cogito como


un sentimiento interno, cuya verdad se funda en su inmediatez. Se expresa en
trminos muy prximos a Descartes: Aquello que sentimos que pensamos o
que no pensamos lo sentimos verdaderamente. Pues el sentir (sensio) del pensa-
miento es inmediato al propio pensamiento en el mismo sujeto, y por tanto no
hay ninguna causa de error7. De ah la tesis general de que todo sentimiento
de nuestro pensamiento es verdadero8.

La carta a Jean Gallois, de fines de 1672, es sumamente interesante en lo que


se refiere al significado del cogito. En su intento de ofrecer una respuesta a las
objeciones planteadas por el escepticismo, Leibniz afirma la existencia de propo-
siciones evidentes, esto es, que no admiten demostracin9. Tales proposiciones
son de dos tipos, sensibles e intelectuales:

En primer lugar deben admitirse aquellas [verdades] de las que tene-


mos constancia por los sentidos, como, por ejemplo, que yo me siento a
m mismo como sentiente; pero tambin aquellas que, conocidas mediante
los sentidos, se demuestran empleando definiciones, como son las que se
demuestran en base al anterior: yo me siento a m mismo o pienso []
Igualmente habr que recoger las proposiciones idnticas o bien la afirma-
cin de lo mismo por s mismo, con las mismas palabras (A II 1, 227 [A
II, 12, 350]).

El orden del texto resulta significativo. Se trata claramente de un orden psi-


colgico, quoad nos: en primer lugar las verdades sensibles y a continuacin las
inteligibles. A su vez, las verdades sensibles se dividen en dos niveles: aquellas

6
Malebranche, 1974, pp. 30-31. La viveza del sentimiento es seal de su opacidad: Cuando
ms vivos son los sentimientos, ms tinieblas siembran (Conversaciones sobre la metafsica y la
religin, trad..P. Andrade e I. Quintanilla, Madrid, Encuentro, 2006, p. 65).
7
Specimen demonstrationum, 1671, A VI 2, 305.
8
Ibid, A VI 2, 307.
9
Fernando Gil, que clasifica a la evidencia como verdad redoblada, muestra acertadamente
que hay un rgimen de lenguaje propio de la evidencia, que encaja en el sistema percepcin-
lenguaje. (GIL, 1996, 53-83).

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 239-253. UNED, Madrid
La filosofa leibniziana de la subjetividad 243

que son en cierto modo principales, esto es, que no dependen de ninguna otra
y son fuente de nuevas verdades, y las que de ellas dependen. A las primeras
corresponde lo que podemos designar como puro fenomenalismo, la experien-
cia inmediata de s mismo en cuanto sentiente. Nos situamos en el plano de la
facticidad, del acontecer. Las segundas, tales como siento, pienso, soy, no
son inmediatamente sensibles, sino inferencias que resultan de las primeras. Por
consiguiente, la evidencia racional sensible no se refiere al cogito como certeza de
la existencia del ser pensante en cuanto tal, sino al pensamiento dado en acto.
Leibniz lo explica de un modo muy preciso:

Resulta cierto por los sentidos que yo me siento como sentiente; por lo
tanto, que el yo sentiente se siente inmediatamente o sin mediacin, ya que
entre yo y yo en la mente no hay nada intermedio. Lo que se siente inmedia-
tamente es inmediatamente sensible. Lo que es inmediatamente sensible es
sensible sin posibilidad de error (porque todo error proviene de la mediacin
sensible, tal como supongo que debe ser demostrado en otro lugar) (Ibid.).

El lxico de Leibniz sufre transformaciones, pero permanece constante la


visin de un cogito sensible, carente de toda pretensin de fundamento y uni-
versalidad. As, en los Nuevos Ensayos, donde el yo pienso es asumido como una
verdad primera de hecho:

Siempre se puede afirmar que la proposicin yo existo es plenamente


evidente, por ser una proposicin que no puede ser demostrada a partir de
otra, o bien una verdad inmediata. Y decir pienso, luego existo no supone
propiamente demostrar la existencia partiendo del pensamiento, puesto que
pensar y ser pensante son la misma cosa, y decir soy pensante ya es decir
soy. Sin embargo, esta proposicin la podis excluir de los axiomas con
cierta razn, ya que se trata de una proposicin de hecho, basada en una
experiencia inmediata, y no es una proposicin necesaria.10

10
NE IV, vii, 7, GP V, 391-392; trad. J. Echeverra, Madrid, Alianza, 1992, p. 490.

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Leibniz reformula su tesis en el sentido de que las locuciones pienso, existo


se infieren de la experiencia inmediata de s, por considerar que el existir y el
pensar son parte intrnseca de esa experiencia, que es mximamente evidente,
aunque contingente. Se plantea la cuestin acerca del contenido de esa evidencia.
Ahora bien, la evidencia se refiere nicamente al hecho de que yo existo y no a
aquello que sobrepasa a ese mismo hecho, es decir, lo que yo soy, mi naturaleza.
Atendiendo a la gnoseologa leibniziana, y en especial a las Meditaciones, surge la
pregunta: la experiencia de nosotros mismos como seres pensantes es un cono-
cimiento distinto? La respuesta resulta ser que tal experiencia es inevitablemente
confusa: No es suficiente que yo me sienta como una sustancia que piensa; sera
necesario concebir claramente lo que me distingue de todos los dems espiritus,
pero slo tengo de ello una experiencia confusa.11

Naturalmente Leibniz no ignora la posicin de Arnauld a este respecto,


expresada en la controversia con Malebranche: Hay razones para creer que Dios,
al crear el alma le dio la idea de s misma, y que posiblemente ese pensamiento
de s misma constituye su esencia.12 El inters de Leibniz por enfrentarse a la
tesis de la autotransparencia de la conciencia est plenamente justificado debido
a la relevancia de la cuestin en debate.

Ciertamente no es algo acccidental que en esta ocasin el interlocutor de


Leibniz sea el filsofo que declara expresamente que el cogito implica la visin
inmediata de la propia esencia.

2. Reformulacin de la nocin del individuo como un yo

Arnauld se propone debatir con Leibniz la nocin de sustancia formulada


en el Discurso de Metafsica, considerando que la clave se encuentra en la nocin
del yo. As, oponindose a la doctrina malebranchiana de la visin en Dios, afir-
ma el insigne telogo: todo lo que quiero concluir, digo, es que no es en Dios,
que habita en una luz inaccesible para nosotros, donde debemos ir a buscar las
verdaderas nociones, especficas o individuales, de las cosas que conocemos, sino

11
Observaciones de Leibniz a una carta de Antoine Arnauld, 14. 07. 1686, OFC 14, pp. 42-43.
12
Arnauld, 1986, p. 260.

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La filosofa leibniziana de la subjetividad 245

en las ideas que encontramos en nosotros mismos. Ahora bien, yo encuentro en


m la nocin de una naturaleza individual, ya que encuentro la nocin de yo.13

Desde el punto de vista metodolgico, la ciencia del yo o del espritu opera


de igual modo que la ciencia geomtrica de la naturaleza: partiendo de ideas
simples y bien definidas, como ya qued claramente indicado en La logique, ou
lart de penser. En efecto, el nico principio de todo saber es ste: Que todo
lo que est contenido en la idea verdadera de una cosa (es decir, en la percepcin
clara que tenemos de ella), puede ser afirmado como verdadero14. Por consi-
guiente, la ciencia del espritu debe seguir el modelo axiomtico-deductivo de la
matemtica. As, el autor asume el modus operandi de la geometra para conocer
las propiedades de la esfera y concluye: Aplico la misma regla a la nocin indi-
vidual de yo (OFC 14, 30). Aqu se localiza el ncleo de la divergencia entre
Leibniz y Arnauld.

Segn Leibniz, existe una gramtica propia del yo y, por consiguiente, es


necesario filosofar de otra manera acerca de la nocin de una sustancia individual
que de la nocin especfica de la esfera.15 En qu consiste tal diferencia y cul
es su razn de ser?

La diferencia fundamental est en que la esfera es una entidad ideal, una pura
esencia, que permite ser considerada en s misma, sin conexin con otras cosas
posibles: Tambin la nocin de la esfera en general es incompleta o abstracta,
es decir, no se considera de ella ms que la esencia de la esfera en general o en
teora, sin considerar las circunstancias singulares y, por consiguiente, ella no
contiene de ningn modo lo que es requisito para la existencia de una deter-
minada esfera16. Por el contrario, no hay una nocin genrica del yo, porque
el susodicho yo, o lo que le corresponde en cada sustancia individual17 es un
ser completo. La completud es el requisito fundamental del yo y de la sustancia
individual concebida a la manera del yo.

La calificacin de sustancia individual como completa, en el marco del Dis-


curso de metafsica y la subsiguiente correspondencia con Arnauld, marca un

13
Carta de Arnauld a Leibniz, 13. 05. 1686, OFC 14, 29-30.
14
Arnauld, 1986, 59.
15
Observaciones de Leibniz a una carta de Antoine Arnauld, 14. 07. 1686, OFC 14, 36-37.
16
Ibid., 37.
17
Carta de Leibniz a Arnauld, 28.11.1686/8.12.1686, OFC 14, 80.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 239-253. UNED, Madrid
246 Adelino Cardoso

viraje en la metafsica leibniziana. Efectivamente, en la Disputatio de principio


individui (1663), la sustancia es calificada como tota, lo que significa que forma
una unidad indivisible con sus accidentes y que se constituye a s misma, a se, a
partir de su propia entidad. Al introducir el trmino completo como calificativo
de la sustancia, Leibniz mantiene la idea de que el ente real se constituye por un
dinamismo intrnseco del posible, que en la idea de un individuo considerado
en el estado de posibilidad se encuentra la razn y fundamento de todos sus
estados. Si embargo, el calificativo de completo aade un nuevo aspecto, que es
la relacin de composibilidad con todos los dems seres existentes. La comple-
tud, interpretada en trminos leibnizianos, lleva al lmite la relacin de compo-
sibilidad y coexistencia de los seres: el yo es completo en la medida en que es
el todo bajo un determinado punto de vista, conteniendo tanto orden como el
mundo del que es una parte total. El artculo 14 del Discurso de metafsica es
muy preciso en este sentido: una sustancia individual es una especie de emana-
cin que acompaa al pensamiento divino, en cuanto que este ltimo tiene una
percepcin particular del sistema general de los fenmenos que constituye la
materia fenomnica del propio mundo18. Un individuo es, por tanto, el perfil
del universal o la realizacin de una nueva posibilidad del mundo.

Desarrollando y profundizando una lnea ya apuntada en carta a Foucher de


1675, donde se afirma que hay dos verdades igualmente primitivas y mutuamen-
te independientes, es decir, que yo pienso y que muchas cosas son pensadas por
m, Leibniz establece una conexin muy estrecha entre el yo y su mundo. Lejos
de ser una entidad atmica y solipsista, el individuo es miembro de un mundo
comn, que le corresponde expresar. En cuanto al mundo, constituye un marco
de relaciones que forman una serie ordenada de fenmenos, que se desplieganen
en una infinidad de series, las cuales se desarrollan siguiendo un mismo principio
de orden. De ah que haya una correspondencia perfecta o relacin regulada
entre los fenmenos de cada una de las cosas que componen el mundo actual. A
este rgimen intensificado de orden lo llama Leibniz expresin, que es comn
a todas las formas y se define como una relacin constante y reglada entre lo

18
Dios, en efecto, hace girar, por as decir, por todos los lados y de todas las maneras el sis-
tema general de los fenmenos que considera oportuno producir para manifestar su gloria y
mira todos los aspectos del mundo de todas las maneras posibles, puesto que no existe rela-
cin alguna que escape a su omnisciencia; el resultado de cada visin del universo, en el que
ste comparece como contemplado desde un determinado lugar, es una sustancia que expresa
el universo conforme a esa visin, con tal que Dios considere conveniente hacer efectivo su
pensamiento y producir esa sustancia. (OFC 2, 175-176).

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La filosofa leibniziana de la subjetividad 247

que se puede decir de una y de la otra19 de las cosas conectadas por la expresin.
La expresin es el gran operador de la armona universal, que es la condicin
radical de todo ser y accin.

El yo es una expresin singular del mundo actual. Por consiguiente, su iden-


tidad no consiste en un fondo sustancial inmutable, sino en una serie ordenada
de cambios segn un principio interno de orden. Es ste un punto focal de diver-
gencia entre Leibniz y Arnauld. En efecto, para Arnauld mi yo es una entidad
permanente cuya naturaleza sustancial es indiferente a los mltiples accientes
que puedan afectarla. El hecho, por ejemplo, de hacer o no hacer un viaje en
nada afecta a la nocin individual de mi yo: Estoy seguro de que en tanto que
pienso, yo soy yo; pues no puedo pensar que yo no existo, ni que yo no soy yo.
Pero puedo pensar que har tal viaje o que no lo har, estando segursimo de que
ni lo uno ni lo otro impedir que yo sea yo. Estoy convencido de que ni lo uno
ni lo otro est contenido en la nocin individual de yo20. Leibniz adopta una
posicin drsticamente crtica respecto a la tesis de Arnauld, al considerar que se
trata de una idea preconcebida: Es un prejuicio [prvention] que no hay que
confundir con una nocin o conocimiento distinto.21

El procedimiento leibniziano es, por tanto, diametralmente opuesto al de


Arnauld: en vez de situar el yo como base de la nocin vulgar de sustancia, es sta
la que debe adaptarse al modo de efectividad del yo, a su realidad. El yo es una
forma princeps de autntica unidad; es ste el tema central de la carta a Arnauld
del 30 de abril de 1687, donde se afirma el carcter derivado de la extensin,
no reconocindole el estatuto de sustancia, en cuanto que expresa slo el estado
presente, y no el futuro ni el pasado, y sobre todo por carecer de unidad debido
a la uniformidad e indistincin de sus partes. Mientras que una verdadera uni-
dad, como lo es toda cosa animada, contiene un mundo de diversidades en una
verdadera unidad22. Una verdadera unidad se despliega en el tiempo segn un
orden invisible y algo laberntico, en donde un aspecto casi imperceptible puede
desviar el curso de una vida. Por consiguiente, la narrativa del yo asume la forma

19
Carta de Leibniz a Arnauld, 9. 10. 1687, OFC 14, 120.
20
Carta de Arnauld a Leibniz, OFC 14, 30.
21
Observaciones de Leibniz a una carta de Antoine Arnauld, 14. 07. 1686, OFC 14, 43.
22
OFC 14, 106.

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248 Adelino Cardoso

de una biografa compuesta de una unidad con una infinidad de acontecimientos


diversos y una red infinita de relaciones.

3. La subjetividad monadolgica

La monadologa, en el sentido de un marco general de inteligibilidad, es la


culminacin de la prctica filosfica de Leibniz, en particular en lo referente a
la subjetividad.

La mnada es una unidad real, distinta de las unidades arbitrarias de la


matemtica. Leibniz no abandona enteramente el vocabulario de la sustancia
completa, pero procede a calificar la sustancia preferentemente como simple:
La mnada, de la que vamos a hablar aqu, no es sino una sustancia simple que
entra en los compuestos (Monadologa, art. 1, OFC 2, 328).

A diferencia de una parte de la exgesis leibniziana, que tiende a hipostasiar a


las mnadas, por considerar que constituyen un mundo aparte, entendemos que
Leibniz establece una correlacin muy fuerte entre los simple y lo compuesto.
De hecho, las mnadas entran en los compuestos y, ms an, son los elementos
de las cosas (Monadologa, art. 3, OFC 2, 328), interpretando el elemento en
el sentido preciso de principio primero de constitucin de una cosa: aquello de
lo que algo est primariamente compuesto 23.

En su calidad de sustancia, la mnada es un ser capaz de accin (OFC 2,


344), que consiste nicamente en las percepciones y sus cambios (Monadologa,
art. 17, OFC 2, 330). A diferencia de Descartes24 e incluso de Locke25, Leibniz
asume la percepcin como sinnimo de actividad vital, mediante la cual el ser
vivo conecta con el mundo y ejerce su e spontaneidad. Ahora bien, como toda
verdadera accin, esa actividad es inmanente y resulta de un principio interno.

23
Aristteles, Metafsica 1014 a.
24
Todos los modos de pensar que observamos en nosotros pueden ser referidos a dos formas
generales: una consiste en percibir mediante el entendimiento y la otra en determinarse
mediante la voluntad (Descartes, Principes, parte I, art. 32, AT IX, 39; trad. G. Quints,
Madrid, Alianza, 1995, pp. 40-41).
25
La percepcin es la primera facultad de la mente que se ocupa de nuestras ideas (Locke,
1999, p. 126; Ensayo sobre el entendimiento humano, trad. S. Rbade y E. Garca, Madrid,
Editora Nacional, 1980, p. 219).

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La filosofa leibniziana de la subjetividad 249

En la definicin leibniziana, la percepcin es un estado transitorio, lo que


indica que es el eslabn de un continuum, que se inscribe en un proceso continuo
de cambios. Se trata de un proceso gradual e insensible, luego el marco general de
los fenmenos que se nos presentan no cambia abruptamente: lo que se produce
son pequeas variaciones en el modo en que somos afectados o nos relaciona-
mos con las cosas. Leibniz lo expresa con gran precisin en el artculo 12 de la
Monadologa: Pero tambin es preciso que, adems del principio del cambio,
haya un detalle de lo que cambia, que efecte, por as decir, la especificacin y la
variedad de las sustancias simples. (OFC 2, 329).

Es sin duda muy relevante que aquello que constituye la singularidad distin-
tiva de las mnadas sea una variacin mnima (punto de variacin) del marco
fenomnico: una atencin especial a una sonrisa, al amarillear de una hoja, a la
modulacin de un sonido. La singularidad se opera, entonces, por subjetivacin,
por un modo peculiar de afeccin y de relacin con el mundo, que se expre-
sa por la disposicin hacia una determinada serie de percepciones en lugar de
otra. Esta disposicin, que Leibniz designar como affectus, en la terminologa
monadolgica se denomina apeticin y se define como la accin del principio
interno que realiza el cambio o paso de una percepcin a otra (Monadologa,
art. 15, OFC 2, 329).

La razn de ser de la apeticin se debe a la diferencia entre lo buscado y lo


percibido. El acto perceptivo aprehende un nmero limitado de objetos, pero
apunta al todo, al infinito, tal como est expresado en el artculo 60 de la Mona-
dologa: No es por el objeto, sino por la modificacin del conocimiento del
objeto por lo que las mnadas son limitadas. Todas se dirigen confusamnte al
infinito, al todo, pero son limitadas y se distinguen por los grados de las per-
cepciones distintas (OFC 2, 336). Por consiguiente, la apeticin es el propio
dinamismo interno de la vida perceptiva, no un determinado tipo de instancia
exterior. Su funcin es inscribir la tendencia en el estado actual de la mnada,
convirtindolo en pasajero, en tensin hacia nuevas percepciones. As es, el apeti-
to de la mnada siempre obtiene algo (Monadologa, art. 15, OFC 2, 329), pero
no alcanza nunca al infinito hacia el cual tiende, debido al margen de confusin
presente en cada percepcin. Por tanto, confusin e infinitud de la percepcin
son indisociables. La confusin viene de la unin de la mnada con un cuerpo
propio, a travs del cual participa en el orden universal.

Efectivamente, la percepcin es un fenmeno psquico que sucede espont-


neamente en la propia alma y no en el cerebro o en las partes sutiles del cuerpo,

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 239-253. UNED, Madrid
250 Adelino Cardoso

lo cual no significa que el alma sea una entidad solipsista, al ser naturalmen-
te representativa de los fenmenos exteriores gracias a su vinculacin con un
cuerpo. Tal como se dice en el Nuevo sistema de la naturaleza, el alma tiene una
naturaleza representativa (capaz de expresar a los seres externos con relacin a
sus rganos) (OFC 2, 247). Esta sorprendente atribucin de rganos al alma
adquiere sentido en el contexto de un pargrafo donde se afirma que el punto
de vista del alma, segn el cual ella expresa el universo, est en la masa organi-
zada, esto es, en el cuerpo orgnico (Ibid.). Mantenindose fiel a su tesis de que
el cuerpo y el alma se influyen directamente entre s, Leibniz lleva al lmite su
acomodacin y expresin mutuas. De ah la afirmacin de que existe una unin
fsica del alma y el cuerpo (OFC 2, 344), esto es, que se ajustan naturalmente
entre s en su funcionamiento.

El cuerpo tiene un papel mediador entre el alma y el mundo externo, cuya


representacin es funcin del alma: y como este cuerpo expresa todo el universo,
por la conexin de toda la materia en lo lleno, el alma representa tambin todo
el universo, al representar este cuerpo que le pertenece de un modo particular
(Monadologa, art. 62, OFC 2, 337). De qu manera sucede esto? El cuerpo es
afectado por los objetos ms prximos y, a travs de ellos, por todos los cuerpos
del universo, de los cuales recibe impresiones. En realidad, el cuerpo orgnico es
una mquina natural o mecanismo perfecto e infinito, pero, adems, es tambin
una estructura sensible de afeccin. Segn el lxico leibniziano, el cuerpo es
afectado por las acciones de los otros cuerpos y recibe de ellos impresiones, que
podemos entender como afecciones fsicas. En el artculo 61 de la Monadologa,
Leibniz dice que de esa manera cada cuerpo es afectado no slo por aquellos
con los que est en contacto, y de algn modo siente todo lo que les ocurre, sino
que tambin, a travs de ellos, siente a los que tocan a los primeros con los que
est inmediatamente en contacto; de todo esto se sigue que esta comunicacin
llega a cualquier distancia (OFC 2, 336-337). Ahora bien, ser afectado y sentir
pertenecen al mbito de la sensibilidad fsica. Pero tal vez sea en el artculo 4 de
los Principios de la naturaleza y de la gracia donde el filsofo de la armona aclara
mejor la continuidad entre lo orgnico y lo psquico en la vida perceptiva: Pero
cuando la mnada tiene rganos tan ajustados que mediante ellos hay relieve y
distincin en las impresiones que reciben y, por consiguiente, en las percepciones
que las representan () (OFC 2, 345). Las mnadas se acomodan a las impre-
siones orgnicas y las expresan bajo el modo de la percepcin, otorgndoles una
significacin psquica, que ampla su significado fsico.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 239-253. UNED, Madrid
La filosofa leibniziana de la subjetividad 251

Leibniz no niega la posibilidad de existencia de espritus puros, totalmente


separados de la materia. Sin embargo, tales espritus seran entidades solipsistas,
incapaces de comunicar y de participar en cualquier tipo de orden, una especie de
desertores del orden general 26. Por consiguiente, el mejor de los mundos ser
siempre un sistema de cuerpos (es decir, de cosas ordenadas segn los lugares y
los tiempos) y de almas que representan y perciben los cuerpos, y conforme a
los cuales los cuerpos son gobernados en buena medida. (Ensayos de Teodicea,
art. 200, OFC 10, 238). La necesidad del cuerpo est en que es un requisito de
orden para el alma: en efecto, toda sustancia simple tiene un cuerpo orgnico
que le corresponde, de otro modo no tendra ninguna relacin establecida con
las otras en el universo y no podra actuar ni padecer ordenadamente. 27

4. Conclusin

La inscripcin del yo en el ncleo de la sustancia contribuye poderosamente


a la renovacin de la metafsica leibniziana, superando el carcter abstracto y
nominal de la nocin aristotlico-escolstica de la sustancia. El yo se revela como
la unidad de un proceso que se desarrolla bajo forma de una secuencia ordenada
de estados y, simultneamente, como un punto de variacin del mundo actual.

La filosofa monadolgica, que culmina el pensamiento de Leibniz, propor-


ciona el marco propio de una comunidad de seres vivos, cuya actividad consiste
en la percepcin, que es a la vez un tipo de accin inmanente y una forma de
comunicacin con el entorno.

La vida se manifiesta como un flujo espontneo de percepciones, muchas de


las cuales son pequeas percepciones, que tienen la funcin bsica de garantizar
la continuidad de un mismo ser vivo. Leibniz califica de insensibles a estas peque-
as percepciones de las cuales no nos apercibimos porque se sitan a un nivel

26
Solamente Dios est por encima de toda la materia, puesto que es el autor de ella, pero las
criaturas exentas o emancipadas de la materia estaran al mismo tiempo desligadas de la liga-
zn universal, y seran como desertoras del orden general. (Consideraciones sobre los princi-
pios de vida, OFC 8, 516-517).
27
Consecuencias metafsicas del principio de razn, C, 14.

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252 Adelino Cardoso

subconsciente del psiquismo. As, la conciencia no pasa de ser una fulguracin


puntual, discontinua, de la vida perceptiva.

El yo es la expresin ms elevada de la vida, pero no es lo dado primordial.


El estrato fundador de la vida es el de un s mismo (soi), previo a la conciencia,
a partir del cual, por un acto reflexivo de apercepcin, se constituye el yo. Muy
significativamente, Leibniz invierte la relacin lockiana entre el s mismo y la
conciencia: mientras que para Locke el s mismo era el resultado de la actividad
consciente, en Leibniz es la conciencia la que emerge como fulguracin de un
s mismo primordial.

La subjetividad comporta grados, segn una dinmica expresiva, en donde


lo ms elevado encaja en las formas elementales, y cuyo significado no debe
subestimarse, como insiste Leibniz a propsito de la distincin entre percepcin
y apercepcin, para sealar el gran error de los cartesianos: Y precisamente en
este punto los cartesianos han cado en un grave error, por no haber tenido en
cuenta las percepciones de las que no nos apercibimos. 28

28
Monadologa, art. 14, OFC 2, 329.

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La filosofa leibniziana de la subjetividad 253

Referencias bibliogrficas

Arnauld, A., (1986), Des vraies et des fausses ides. Paris: Fayard.
Descartes, R., Oeuvres publies par Charles Adam et Paul Tannery. Paris: Vrin.
Gil, F., (1996), Tratado da evidncia. Lisboa: Imprensa Nacional-Casa da Moeda.
La Forge, L. (1664) Trait de lesprit de lhomme et de ses facults ou fonctions et de son
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Locke, J., (1999), An essay concerning human understanding. Pennsilvania: Pennsilvania
State University.
Malebranche, N., (1974), Rflexions sur la prmotion physique. uvres Compltes de
Malebranche, ed. Robinet, tome. Paris: Vrin.
Malebranche, N., (1991), Entretiens sur la mtaphysique et sur la religion. uvres
Compltes de Malebranche, ed. Robinet, tomes XII-XIII. Paris: Vrin.

Recibido: 27/10/2016
Aceptado: 16/11/2016


Este trabajo se encuentra bajo unalicencia de Creative Commons Reconocimiento-NoCo-
mercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional

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LA CARTA COMO ABSTRACCIN,
CONOCIMIENTO Y DESENCUENTRO. EL CASO
DE G.W. LEIBNIZ

THE LETTER AS ABSTRACTION, KNOWLEDGE


AND DISAGREEMENT
THE CASE OF G.W. LEIBNIZ

Juan A. Nicols1

Facultad de Filosofa y Letras.


Universidad de Granada

Resumen: En la produccin filosfica de los siglos XVI al XVIII ocupa un papel


muy importante la correspondencia entre los intelectuales de diversas disciplinas. Dada
la ausencia de revistas cientficas, de editoriales y, por supuesto, de correo electrnico, la
correspondencia postal (al ritmo posible en aquellos momentos) era un elemento clave
de intercambio de conocimientos, de discusin y descubrimiento de nuevos hallazgos.

Se plantea aqu una reflexin sobre el sentido de la carta y su papel en la constitu-


cin del saber. Se destacan tres rasgos principales: la carta es una abstraccin respecto a
su contexto propio que es el conjunto de la correspondencia entre dos o ms autores;
la carta es un producto fundamental no slo en la difusin del saber entre especialistas,
sino tambin en su descubrimiento y creacin; y por ltimo, el intercambio epistolar
no slo constituye un modo esencial de comunicacin entre cientficos, polticos o
intelectuales, sino que tambin a veces ha constituido la plataforma en la que han tenido
lugar desencuentros de alcance histrico.

1
Departamento de Filosofa II: Filosofa, Universidad de Granada, Campus La Cartuja, Edif.
Psicologa, 18071, Granada. E-mail: jnicolas@ugr.es

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256 Juan A. Nicols

Toda esta reflexin se ilumina al hilo de los textos y ejemplos de la inmensa corres-
pondencia de Leibniz.

Palabras clave: Carta, correspondencia, Leibniz, Newton, conocimiento, desen-


cuentro.

Abstract: Correspondence between intellectuals of different disciplines occu-


pied a very important place in philosophical production between the 16th and 18th
centuries.The lack of scientific journals, publishers and email, made postal mail (at
the speed possible at that time) one of the key factorsfor exchanging knowledge,
discussion and discovering new findings. In this paper a reflection on the relevance
of the letter in the construction of knowledge is presented. Three main features stand
out. First, the isolated letter is an abstraction regarding its own context, the set of
correspondence between two or more authors. Second, the letter is a fundamental
product, not only for disseminating knowledge among specialists, but also for its
discovery and creation. Finally, the exchange ofletters is not only an essential means
of communication between scientists, politicians and intellectuals, but has also some-
times beenthe platform where confrontations of historical significance have taken
place. All these reflections are illustrated through texts and examples from the vast
correspondence of Leibniz.

Keywords: Letter, correspondence, Leibniz, Newton, knowledge, misunderstan-


ding.

1. Carcter polidrico de carta

Carta es una nocin polismica, plurifuncional y relacional. En primer


lugar, el trmino significa objetos muy diversos. Puede referirse desde un objeto
que permite un determinado juego (p.e., una carta de la baraja) hasta un argu-
mento (por ejemplo, Clinton jug sus cartas en el debate con los dems lderes
polticos). Pasando por significados tales como objeto que informa a otro de
algo (p.e., una carta de un banco a su cliente) o permiso para actuar con libertad
(p.e, La asamblea ha dado carta blanca al Presidente para decidir). Incluso el
trmino carta puede expresar ciertas habilidades (p.e, Espaa jug sus cartas
en el partido contra Holanda) o cualidades (p.e., El director supo jugar sus
cartas en la negociacin).

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La carta como abstraccin, conocimiento y desencuentro... 257

Por otro lado, desde el punto de vista funcional, tambin la nocin de carta
admite una pluralidad prcticamente irreductible. As por ejemplo, una carta se
puede utilizar con el fin de adivinar el futuro de una persona (p.e., le echaron
las cartas y cambi su vida). O bien se puede usar para orientarse en el mar
(p.e., una carta de navegacin); o para transmitir informacin (p.e., una carta de
despido de un trabajador) o para difundir opiniones (p.e, una carta al director
en un peridico), o para transmitir sentimientos (p.e, una carta entre amantes).

Toda esta diversidad de significados y funciones es de tal envergadura que


resulta difcil encontrar rasgos comunes que permitan establecer una mnima
univocidad. Uno de esos rasgos, aunque sea de tipo formal, podra ser el carcter
relacional del trmino.

La carta, por ltimo, en cuanto institucin social que constituye un cierto


gnero literario (tan diverso como se acaba de ver) contiene una lgica interna
que implica una duplicidad de sujetos. Sea una carta entre amigos, o sea una
carta profesional o una carta pastoral o una carta de citacin judicial, hay alguien
que expresa algo a alguien. Esto forma parte del sentido de la carta, por ello una
carta que realmente se dirija a nadie se sita en el lmite o bien del sinsentido o
bien del campo semntico que la constituye.

Se va a analizar la estructura relacional de la carta y sus mltiples implica-


ciones de la mano de uno de los intelectuales que probablemente ms cartas ha
escrito a lo largo de la historia. Se trata del filsofo G.W. Leibniz (1646-1716).
A lo largo de su obra puesta en forma de cartas se irn revisando tres aspectos: el
aspecto lgico de la carta como abstraccin, el aspecto epistemolgico de la carta
como medio de discusin y creacin de conocimiento y el aspecto psico-poltico
de la carta como desencuentro.

2. La carta como abstraccin

La estructura interna relacional de la carta implica que una carta forma parte
de un conjunto ms amplio dentro del cual adquiere su sentido. Siendo as, una
carta individual no es ms que una parte de un todo, fuera del cual no cumple
su funcin propia ni expresa aquello para lo que ha sido creada. Una carta es
una pieza que encaja con una respuesta por parte del destinatario, incluso aun-
que ste ofrezca como reaccin el no contestar. Este ir y venir de la carta y su

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258 Juan A. Nicols

respuesta constituye una unidad pragmtica que no se puede destruir si se quiere


mantener el sentido.

Esta idea ha sido expresada recientemente en la pelcula The Correspondence


de Giuseppe Tornatore (2016). Resumidamente el argumento consiste en una
relacin entre los dos co-protagonistas que en un momento determinado se sepa-
ran y continan su relacin por correspondencia, aunque el formato utilizado
para ello es Internet. Se intercambian mensajes de audio y video hasta que uno
de los corresponsales descubre que el otro ha muerto. Despus de mucho dolor
y sufrimiento, el corresponsal vivo sigue recibiendo mensajes del otro interlo-
cutor. Esto le lleva a multitud de averiguaciones, viajes, entrevistas y sobre todo
a un desconcierto absoluto. Tras muchas indagaciones va descubriendo que los
mensajes que va recibiendo en su ordenador haban sido programados (con la
colaboracin de varias personas) antes de su muerte por el otro corresponsal.
Cuando esto queda claro, el protagonista vivo decide en un momento determi-
nado desconectar definitivamente el mecanismo del intercambio epistolar. Ese
modo de correspondencia la estaba llevando al borde de la locura y la muerte.
Asumida de modo efectivo la muerte del otro corresponsal, carece de sentido
intentar mantener una correspondencia.

He aqu un caso, expresado artsticamente mediante una pelcula, en el que


expresa de modo dramtico hasta qu punto carta es una nocin bipolar, rela-
cional. De ah se deriva que la consideracin de una carta aisladamente es un
artificio al que le faltan piezas. El conjunto de esas piezas se llama correspondencia.
Una carta forma parte de una correspondencia que puede consistir en muchas
cartas o incluso en una sola. La correspondencia sera la unidad semntica y
pragmtica con sentido en s misma. Por lo que se puede decir que una carta,
considerada al margen de su pertenencia a una correspondencia completa no es
ms que una abstraccin.

En el caso de G.W. Leibniz, escribi a lo largo de su vida unas 20.000 cartas


pertenecientes a correspondencias con ms de 1.300 corresponsales de 16 pases
diferentes. Hubo correspondencias que se mantuvieron a lo largo de casi 40 aos
(p.e., con la Princesa Carolina o con G. Molanus). Mantuvo intercambio episto-
lar con los ms relevantes intelectuales y personajes de su poca pertenecientes a
los ms diversos mbitos del saber y de la vida social y poltica. As, por ejemplo,
mantuvo correspondencia con cientficos (I. Newton, S. Clarke, N. Hartsoeker,
L. Bourguet, N. Remond), con matemticos (J. Bernoulli, B. de Volder, Ch.
Huygens, Mariotte, Oldenburg, Ch. Wolff), con bilogos (Schwammerdam,

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La carta como abstraccin, conocimiento y desencuentro... 259

Stahl, ), con lgicos (A. Arnauld, ), con juristas (S. Pufendorf, H. Conring,
.), con filsofos (Ch. Wolff, N. Malebranche, B. Spinoza, Th. Hobbes, B.
Des Bosses, P. Bayle), con polticos (J.F. von Hessen-Rheinfelds, Boyneburg,
el Duque Ernst August, la reina de Prusia, Sofa Carlota, Princesa Carolina ),
con telogos (J.B. Bossuet, P. Pellison, G. Molanus, D. Jablonski ), etc.

Las correspondencias de Leibniz no siempre se realizan entre dos individuos,


sino que hay frecuentemente triangulaciones. Por ejemplo, la correspondencia
entre Leibniz y Newton a travs de Oldenburg; o la correspondencia entre Leib-
niz y J. Bernoulli a travs de De Volder; o la correspondencia entre Leibniz y A.
Arnauld a travs de Ernst von Hessen-Rheinfels. Este recurso era frecuente en la
poca. Del mismo modo era frecuente que las cartas fueran copiadas y reenvia-
das, con comentarios, a otros interlocutores; las cartas tenan un cierto carcter
pblico, ms que privado, pues su objetivo era la discusin y difusin del saber
en sus ms novedosos desarrollos. Por esto, las correspondencias forman parte
de las obras completas de los filsofos de esta poca.

La correspondencia expresa de un modo propio y explcito el papel del


dilogo en la accin racional. En primer lugar, esto no ha de confundirse con
el carcter dialgico de la razn ni con la razn dialgica. sta no consiste en el
hecho de que la razn se desarrolle mediante dilogos individuales, ni siquiera
en el formato de intercambio epistolar.

La dialogicidad de la razn se concibe como una alternativa al solipsismo


metodolgico, y su tesis fundamental consiste en que un individuo sistemtica-
mente solo no puede alcanzar conocimientos verdaderos. Esta dimensin de la
racionalidad pone de manifiesto la prioridad del carcter originariamente pblico
de la razn. Slo una vez socializado en un marco de categoras interpretativas
del mundo es posible entrar en la discusin racional, por ejemplo, en forma de
correspondencia. Slo as es posible, incluso, la innovacin en lo relativo a inter-
pretaciones o sentido del acontecer en el mundo. Esta infraestructura racional se
adquiere dialgicamente, mediante los procesos socialmente institucionalizados al
efecto. Este plano de constitucin racional es originario respecto a todo dilogo
efectivo entre individuos o grupos.

En segundo lugar, es frecuente el uso del dilogo en diversos mbitos


de creacin literaria (novela, filosofa, teatro, poesa, cancin) Este recurso
literario consiste bsicamente en que el autor de la obra construye a lo largo de
la misma dos o ms personajes que representan y mantienen puntos de vista

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260 Juan A. Nicols

diferentes y correspondientes cada uno a los diferentes puntos de vista que se


quieren confrontar.

Ejemplos de este modo de escribir hay muchos a lo largo de la historia


y en la actualidad. En el caso de Leibniz, utiliz este recurso en una de sus obras
ms polmicas y desarrolladas, a saber, los Nuevos ensayos sobre el conocimien-
to humano. Lo utiliz tambin en multitud de dilogos breves, tales como
Conversacin de Filareto y Aristo, Dilogo entre un telogo y un missofo,
Dilogo entre Poliandro y Tefilo, Dilogo entre Tefilo y Polidoro, Dilogo
entre Carino y Tefilo, etc.

En los Nuevos ensayos aparecen dos personajes, Tefilo y Filaletes, que repre-
sentan respectivamente las opiniones de Leibniz y de J. Locke. La obra consiste
en una detallada discusin del libro Ensayos sobre el conocimiento humano publi-
cado por Locke. Son un ejemplo de anlisis y crtica filosfica y de confrontacin
entre dos puntos de vista parcialmente divergentes como son la versin lockeana
del empirismo y la tan particular versin leibniziana del racionalismo2.

Ahora bien, aunque externamente estas obras tienen formato de dilogo y de


confrontacin entre puntos de vista diferentes, es evidente que la obra tiene un
nico autor. Este autor nico expone por un lado su propia opinin, y adems
reconstruye desde su propio punto de vista la opinin que quiere discutir. Esta
reconstruccin pertenece siempre al mbito creativo- del autor de la obra, y con
ello encierra sistemticamente una divergencia entre dicho autor y el verdadero
autor de la opinin sometida a prueba. Incluso con la mejor de las voluntades,
esta divergencia puede llegar a ser significativa. No faltan los ejemplos histricos
de imprecisin (e incluso de manipulacin) en la reproduccin de la opinin del
otro (cfr. Guilln Vera, T., 1990, 72-84).

As pues, las obras con estructura de dilogo no son verdaderos ejemplos de tal
modo de accin racional. A diferencia de la correspondencia. En ella s que hay
realmente una confrontacin entre puntos de vista (que no tiene por qu ser
conflictiva) en la que cada autor defiende su propia opinin en directo. Es un
modo explcito de dilogo, no verbal sino grfico. Evidentemente los contenidos
pueden ser tan diversos como es la capacidad expresiva y experiencial humana.
Se pueden transmitir desde sentimientos hasta tesis cientficas, desde dudas hasta

2
Un anlisis de esta obra en cuanto dilogo puede verse en T. Guilln Vera, Los Nuevos
Ensayos. Ensayo de un dilogo pretendido (1990).

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La carta como abstraccin, conocimiento y desencuentro... 261

interrogantes, desde situaciones hasta interpretaciones. La correspondencia es un


modo privilegiado de accin comunicativo-dialgica.

Este modo de interaccin comunicativa con tan diversos contenidos contiene


una dimensin epistemolgica. Uno de los resultados de la dinmica dialgica de
la correspondencia es la formulacin o descubrimiento de nuevos conocimientos.

3. La carta como medio de discusin y creacin del conocimiento

La carta en cuanto unidad de una correspondencia puede constituir, cuando


el tema lo permite, una estrategia de indagacin, ms o menos planificada, que
puede conducir a nuevos conocimientos.

La conexin entre las cartas y el conocimiento no ha desaparecido comple-


tamente de nuestra cultura. Echar las cartas a alguien es un modo de acceder
al conocimiento de lo que ser su futuro en algn aspecto concreto.

Pero en el sentido de carta que estamos manejando aqu hubo momen-


tos en la historia en que se constituy en uno de los modos fundamentales de
discusin entre cientficos, filsofos, telogos o juristas. Era la poca anterior a
Internet y a las revistas y congresos cientficos. Hay correspondencias que contie-
nen el proceso de argumentacin que condujo a determinados descubrimientos.

Retomando el caso de Leibniz, en su obra se pueden encontrar multitud de


correspondencias de contenido cientfico. En el siglo XVII comienzan a fun-
darse revistas y sociedades cientficas con el fin comunicar los resultados de las
investigaciones a la comunidad, poner en relacin a los cientficos y estimular la
discusin y desarrollo de los experimentos e indagaciones. Leibniz fue pionero
en el impulso de la idea de Europa como unidad cultural; y para ello fund
Academias (Academia de Ciencias de Berln), fund revistas, luch por la unidad
de las confesiones cristianas, etc.

Un caso paradigmtico de la capacidad de la correspondencia como medio de


discusin cientfica y de alcanzar nuevos conocimientos fue la correspondencia
con Johan Bernoulli. Esta correspondencia se mantuvo durante 23 aos, hasta

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262 Juan A. Nicols

la muerte de Leibniz y consta de 275 cartas3. A lo largo de la correspondencia


Leibniz discute con Bernoulli multitud de problemas matemticos y entre ellos
el correspondiente al modo de calcular la razn de procesos naturales de sucesin
infinita. En el intercambio se van forjando conceptos como vrtices, continui-
dad, vaco, logaritmo, series infinitas, tangentes inversas, cuadraturas, etc. Hasta
que van apareciendo con un significado nuevo y especfico las nociones de infini-
tsimo, sumatorio, integral y diferencial. Haba nacido en este contexto el clculo
diferencial. Consiste fundamentalmente en un supremo esfuerzo por reducir
la serie infinita de la sucesin de fenmenos naturales a una razn matemtica
manejable. La aproximacin entre ambas variables es una tendencia a cero, que
nunca se alcanza pero que permite a la razn humana atisbar la inteligibilidad
de lo infinito.

4. La carta como desencuentro

La correspondencia tiene un componente de encuentro con el destinatario


que puede afectar a muy diversas esferas de la personalidad de los corresponsales,
segn la ndole del contenido de las cartas. Pueden llegar a expresar y transmitir
el ms profundo enamoramiento, o incluso ser el escenario en que se produce
(por ejemplo, va correo electrnico).

Pero en el intercambio epistolar no siempre tiene lugar una feliz y fructfera


interaccin personal o temtica. A veces el cruce de mensajes conduce al ms pro-
fundo de los distanciamientos, malentendidos o enfrentamientos. Todos tenemos
experiencia o conocemos casos de cartas que parten el corazn, o que significan
una despedida definitiva, o que producen una incontenible tristeza y llanto, o
que ponen de manifiesto una incompatibilidad irreductible.

Esta posibilidad (tantas veces real) no es algo tangencial o externo a la din-


mica del intercambio postal, sino que forma parte de su ms profunda lgica
interna. He aqu la dimensin que la correspondencia encierra de desencuentro
con el otro.

3
La correspondencia entre Leibniz y Johan Bernoulli ha sido traducida completa por prime-
ra vez al castellano por B. Orio de Miguel en G.W. Leibniz, Obras filosficas y cientficas, vols.
17A y 17B: Correspondencia III.

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La carta como abstraccin, conocimiento y desencuentro... 263

Siguiendo con el caso de Leibniz, tambin hubo correspondencias de este


tipo, no todas fueron apasionadas discusiones matemticas o polticas con final
feliz. Quizs el caso con ms repercusiones histricas, cientficas, filosficas y
polticas fue su intercambio con I. Newton. Esta correspondencia estuvo entre-
tejida con la correspondencia con S. Clarke, defensor de la posicin de Newton
y otros que intervinieron en la discusin desde diversas posiciones. As, tomaron
parte en este intercambio, adems de Newton, Leibniz y Clarke, la Princesa
Carolina de Gales, Conti, Chamberlayne, Remond de Montmort, Keil, J. Ber-
noulli, etc.

La discusin entre Leibniz y Newton no slo fue en torno a una cuestin


matemtica. Tena un trasfondo metafsico (concepcin del papel de Dios,
nocin de fuerza, de absoluto), cientfico (concepcin del espacio y del tiempo),
por supuesto matemtico (clculo diferencial e integral desde perspectiva mate-
mtica o fsico-geomtrica), y tambin poltico. Estaban en juego las relaciones
entre la casa de Hannover (an inexistente Alemania como tal) y la corona de
Inglaterra. Leibniz estaba directamente relacionado con la casa de Hannover,
de donde acababa de salir el rey de Inglaterra (Jorge I) y su esposa, la Princesa
Carolina de Gales, posteriormente reina de Inglaterra. Por otro lado, Newton
era presidente de la Royal Society, institucin de alto prestigio cientfico. Este
trasfondo es el que determina una polmica que se centr en la prioridad en
la invencin del clculo infinitesimal y se desarroll en medio de lo que hoy se
consideran manipulaciones y falsedades desde el entorno de Newton, acusando
a Leibniz de haber copiado a Newton. A estas alturas parece claro que ambos
descubrieron el clculo por vas diferentes (algo que Leibniz reconoci), y con
signaturas y notaciones distintas. Pero no era principalmente una cuestin mate-
mtica lo que estaba en juego, ni tampoco es ste el lugar de discutir este aspecto
de la polmica.

Lo que interesa aqu es que la carta como gnero literario y como medio de
comunicacin personal y profesional estuvo en medio de toda esta discusin. Y
las acusaciones de ocultamiento de cartas, manipulaciones mediante aadidos y
recortes fueron el formato que adquiri la polmica.

Sin entrar en ms detalles, resumidamente lo que ocurri fue lo siguiente.


En 1673-4 estando Leibniz en Pars se dedic al estudio de series numricas. En
1674 recibe una carta de M. Oldenburg dicindole que el Sr. Newton ya haba
conseguido cosas semejantes, aunque el mtodo de Leibniz fue muy aplaudido

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264 Juan A. Nicols

por Newton4. En 1676 llega Leibniz a la formulacin del clculo diferencial, ao


en que pasa por Londres a su vuelta de Francia a Hannover. Al llegar a Hannover,
Leibniz recibe una carta de Newton (a travs de Oldenburg) donde deca que
dispona de dos mtodos para hallar la figura de las tangentes; pero estos mtodos
fueron encriptados por Newton, de modo que no haba una exposicin de los
mismos. En respuesta, Leibniz enva a Newton en carta de junio de 1677 su
mtodo, que segn Leibniz poda conseguir las mismas cosas que Newton deca,
aunque ste no lo haba mostrado claramente.

Posteriormente, Leibniz public en el Journal des Savans de Leipzig en 1682 y


1684 sus avances sobre series para el crculo y sobre el clculo de diferencias, que
haba inventado y guardado casi nueve aos sin preocuparme por publicarlo.

En 1687 I. Newton public sus Principia Mathematica en la que dice:

En el intercambio de cartas que mantuve hace ya diez aos con el Sr.


Leibniz, muy hbil gemetra, donde le haca saber que tena un mtodo
para determinar las cantidades ms grandes o las ms pequeas, de hallar las
tangentes que yo escond bajo letras transpuestas este clebre personaje
me respondi que l haba dado con un mtodo que tambin haca esto y
lo comunic; el cual no difera apenas del mo ms que en los trminos y
en los signos.

Este texto lo comenta Leibniz diciendo que Newton no protest en absoluto


cuando le comunic que haba alcanzado el mtodo por s mismo. Y por otro
lado, en la carta a Conti de abril de 1716 dice que no hay el menor rastro ni
sombra del clculo de diferencias o fluxiones en todas las antiguas cartas del Sr.
Newton que yo haya visto, excepto en la del 24 de octubre de 1676, en donde
l slo habla en enigma, y la solucin de este enigma que no ha dado hasta diez
aos ms tarde.

Pero a partir de ah, en 1711, segn Leibniz hubo gentes en Inglaterra que
azuzados, a lo que parece, por sentimientos de envidia se lanzaron a disputar la
prioridad de la invencin del clculo diferencial. Se public por parte de la Royal
Society (de la que I. Newton era presidente), sin conocimiento de Leibniz, un

4
Carta de Leibniz a la Baronesa de Kilmansegge de 7 de abril de 1716. Las cartas menciona-
das a continuacin estn recogidas en Obras filosficas y cientficas de G.W. Leibniz, vol. 18:
Correspondencia V. La traduccin es de Eloy Rada.

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La carta como abstraccin, conocimiento y desencuentro... 265

libro titulado Commertium Epistolicum en el que se recogan las cartas intercam-


biadas por ambos autores y otros documentos y comentarios de los editores. Ah
se acus a Leibniz de querer asumir la prioridad en el descubrimiento del clculo
diferencial. Todo dependa de cmo traducir e interpretar una frase de un trabajo
publicado por Leibniz en las Acta Eruditorum de enero de 1705 que deca: Pro
differentiis leibnitianis D. Newtonus adhibet, semperque adhibuit fluxiones.
Esta es la frase de la discordia. En el libro Commercium Epistolicum los editores,
del crculo de Newton, interpretaron que Leibniz reclamaba la prioridad sobre
Newton en el descubrimiento del clculo diferencial (clculo de fluxiones en la
terminologa de Newton): el sentido de las palabras es que Newton sustituy las
fluxiones por las diferencias leibnizianas5, con lo cual Newton habra copiado a
Leibniz. Pero Leibniz rechaza esta interpretacin en carta a Conti de 9 abril de
1716 diciendo que. esta es una interpretacin maliciosa de una persona que
busca pendencia no es en modo alguno que despus de haber visto mis dife-
rencias, sino que desde antes l se ha servido de las fluxiones. Y desafo a quien
quiera que sea a dar otro sentido razonable a estas palabras, semperque adhibuit

Pero el mal ya estaba hecho, porque el Sr. Newton lo ha hecho publicar


en el mundo mediante un libro impreso para desacreditarme y lo ha enviado a
Alemania, a Francia y a Italia, como en nombre de la Royal Society.6 Este libro
se imprimi y se difundi sin que Leibniz tuviera noticia de ello.

Por su parte, Leibniz defendi que nunca haba dicho que Newton elaborara
el clculo de fluxiones a partir de su clculo diferencial, pero que era igualmente
falso que l hubiera tomado las ideas de Newton para llegar al clculo diferencial.
Su postura fue pensar que ambos descubrieron el clculo diferencial por distintas
vas. En la carta a Conti de abril de 1716 dice:

No es por las fluxiones de lneas sino por las diferencias de nmeros como
yo he llegado finalmente a considerar que estas diferencias aplicadas a las
magnitudes que crecen continuamente se desvanecen en comparacin con las
magnitudes diferentes, en lugar de permanecer como hacen en las sucesiones
de los nmeros. Y creo que esta va es la ms analtica, el clculo geomtrico
de las diferencias que es el mismo que el de las fluxiones.

5
Carta de Leibniz a Conti de 9 de abril de 1716.
6
Carta de Leibniz a Chamberlayne de 17 de abril de 1714.

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266 Juan A. Nicols

En la carta a Chamberlayne de 1714 escribe: Yo siempre he hablado como


si de su cosecha l [Newton] hubiera sabido cierta cosa semejante a mi mtodo.
Y en carta a la Baronesa de Kilmansegge de abril de 1716 dice: Yo he tenido la
honestidad de decir pblicamente, y hacer decir a mis amigos, que yo crea que el
Sr. Newton haba tenido de su propia cosecha cierta cosa similar a mi invencin.

En la disputa se le pidi su opinin a J. Bernoulli, prestigioso matemtico del


momento, y dijo en carta que despus recogi Leibniz en su carta a la Baronesa
de Kilmansege de 7 de abril de 1716:

Mi conjetura se apoya en un indicio muy fuerte. Es que en todas las car-


tas del Commertium Epistolicum no se encuentra la menor traza ni sombra de
letras como x o y, puntuadas por uno, dos, tres o ms puntos sobrepuestos,
que ahora emplea en lugar de dx, ddx, dddx, dy, dy, ddy, etc. E incluso en la
obra de los Principia Mathematica, donde tena tan frecuentemente ocasin
de emplear su clculo de fluxiones, no dice una palabra, y no se ve ninguna
de estas seales Estas letras puntuadas no han aparecido hasta el tercer
volumen de las Obras del Sr. Wallis [en 1693], muchos aos despus de que
el clculo de diferencias hubiese sido recibido por todos.

Leibniz comparte esta misma opinin, que expresa en la Charta Volans, con-
siderada de su autora:

El Sr. Newton no haba llegado an a conocer el verdadero clculo de


diferencias en 1687, cuando public su libro Principia Mathematica, pues
adems de que no lo hizo aparecer, aunque tuvo muy buenas ocasiones para
ponerlo en prctica, cometi errores que no son compatibles con el conoci-
miento de este clculo.

En la carta a Conti de abril de 1716, Leibniz llega a decir sobre la prioridad


del descubrimiento: Si la cuestin consistiera nicamente en quin de los dos, el
Sr. Newton o yo, hall primero el clculo en cuestin, no me hubiera preocupado

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La carta como abstraccin, conocimiento y desencuentro... 267

en absoluto. Pues es difcil decidir lo que uno y otro puede haber guardado in
petto y durante cunto tiempo. Pero un seguidor del Sr. Newton ha pretendido
que yo lo haba tomado de l. Esa fue la idea difundida en el Commertium
Epistolicum, y por eso Leibniz se ve obligado a cambiar de opinin respecto a
Newton: El Sr. Newton dice que yo lo he acusado de ser un plagiario, pero
dnde est el lugar en que lo he hecho? Son sus incondicionales quienes han
parecido intentar esta acusacin contra m, y l ha entrado en connivencia con
ellos. Y en la carta Chamberlayne dice: Pero engaado [Newton] por algunos
de sus aduladores malinformados se ha dejado llevar a atacarme de manera muy
sensible.

As, Leibniz se siente injustamente tratado (mi honestidad ha sido mal


reconocida, parece que se buscaba un pretexto de ruptura) y pasa de estar
muy inclinado a creer al Sr. Newton por su palabra a una opinin mucho ms
precavida y desconfiada: dado su ltimo proceder, me ha obligado a ser mucho
ms cauto a este respecto. Y en la carta a Conti mencionada: Tengo una tan
gran opinin sobre el candor del Sr. Newton que le he credo bajo su palabra,
pero al verle en connivencia con las acusaciones cuya falsedad le es conocida, era
natural que empezase a dudar.

La ruptura estaba consumada y adems de forma definitiva. En carta de 29


de noviembre de 1716, Conti comunicaba a Newton: El Sr. Leibniz ha muerto
y la disputa ha terminado.

Independientemente de la aclaracin del fondo de la disputa, si es que fuera


posible para la ciencia histrico-filosfica, en este contexto lo relevante es que
se trata de toda una polmica cientfica, filosfica, matemtica mantenida fun-
damentalmente en el formato de correspondencia en la que se cruzaron cartas
de diversos corresponsales como Oldenburg, Conti, Bernoulli, Clarke, Princesa
Carolina, Baronesa de Kilmansegge, etc., adems de Leibniz y Newton. Todo
este trasiego de cartas en diversos idiomas, pases y mbitos del saber acabaron
en una desavenencia de alcance histrico.

He aqu un caso en el que el intercambio epistolar acab en la incompren-


sin mutua y en la imposibilidad de llegar a un acuerdo. Es la posibilidad que la
correspondencia contiene de desencuentro con el otro.

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268 Juan A. Nicols

Carta de G.W. Leibniz a L. Velthius

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La carta como abstraccin, conocimiento y desencuentro... 269

Bibliografa

- Leibniz, G.W. (2011), Obras filosficas y cientficas, trad. B. Orio de Miguel, vols. 17A
y 17B: Correspondencia III, ed. Comares, Granada.
- Leibniz, G.W. (2016), Obras filosficas y cientficas, trad. E. Rada, vol. 18: Correspon-
dencia V, ed. Comares, Granada.
- Cubells, M.R. (en prensa), La correspondencia de Leibniz en el conjunto de la obra
leibniziana en J.A. Nicols, M. Mendona (eds.), Gua Comares de Leibniz (Mona-
dologa), ed. Comares, Granada.
- Gdeke, N. (2009), Leibniz lsst sich informieren. Asymmetrien in seinen Korres-
pondenzbeziehungen, en K.D. Herbst, S. Kratochwil (Hrsg.), Kommunikation in
der frhen Neuzeit, P. Lang Verlag, Frankfurt a.M., 25-46.
- Guilln Vera, T. (1990), Los Nuevos Ensayos. Ensayo de un dilogo pretendido,
Azafea, 3, 63-86.
- Taton, R. (1976), Le rle et limportance des correspondences scientifiques aux
XVIIe et XVIII sicles, Revue de Synthse, 81-82, 7-22.
- termehlen, G. (1976) La correspondence de Leibniz et son dition dans les
Smtliche Schriften und Briefe, Revue de Synthse, 81-82, 95-106.

Recibido: 1/09/2016
Aceptado: 20/10/2016

Este trabajo se encuentra bajo unalicencia de Creative Commons Reconocimiento-


NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional

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La solucin leibniziana al problema de
la relacin
cuerpo-alma desde una perspectiva
actual1

THE LEIBNIZIAN SOLUTION TO THE PROBLEM


OF THE RELATIONSHIP
BODY-SOUL FROM A CURRENT PERSPECTIVE

Hans Poser2

Technische Universitt, Berlin

Resumen: El problema de la relacin mente-cuerpo, a da de hoy, difiere de aqul


del siglo XVII en la medida en que no es tanto discutido como problema ontolgico
cuanto como cuestin para las ciencias empricas y, en el mejor de los casos, para la
epistemologa. Se remonta a Descartes y encontr su solucin leibniziana gracias a la
armona preestablecida entre mnadas y sustancias, y entre los cuerpos de stas como

1
Presento aqu un trabajo (traducido por Roberto R. Aramayo y Concha Roldn) que desa-
rrolla y completa el presentado al Congreso Internacional de la Sociedad espaola Leibniz
Ciencia, tecnologa y bien comn: La actualidad de Leibniz, celebrado en Valencia entre el 21 y
el 23 de marzo 2001 bajo el ttulo Qu cabe aprender de la solucin leibniziana al proble-
ma de la relacin alma-cuerpo? y que fue recogido en las Actas de dicho Congreso (Valencia:
Universidad Politcnica 2002). En esta versin desarrollada y ms precisa de aquel trabajo
tuvieron mucha relevancia las discusiones mantenidas con Quintn Racionero, por lo que me
parece de la mayor justicia dedicarle estas pginas en un monogrfico concebido como home-
naje a su persona.
2
Profesor Emrito en el Institut fr Philosophie, Literatur-,Wissenschafts-und Technikges-
chichte, Technische Universitt Berlin. E-mail: hans.poser@tu-berlin.de

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 271-295. UNED, Madrid
272 Hans Poser

fenmenos; esto es, como sustancias corpreas garantizadas de arriba a abajo por la
seleccin divina respecto del mundo. Esto supone ciertas presunciones que sern anali-
zadas en el presente trabajo, a fin de sealar que las propuestas modernas de cara a una
solucin por medio de complejos procesos evolucionarios depende de una va de abajo
a arriba, y se puede someter a crtica por medio de conjeturas comparables.

Palabras clave: Leibniz, relacin mente-cuerpo, cogito,

Abstract: The mind-body problem of today differs from that of the 17th century,
as it is not so much discussed as an ontological one, but as a question of the empirical
sciencesat best of epistemology. It goes back to Descartes, and found its Leibnizian
solution by the pre-established harmony between Monads as substances, and their bod-
ies as phenomenanamely, corporeal substanceswarranted top down by Gods selec-
tion of the world. This needs presumptions that are analysed here, in order to indicate
that modern proposals for a solution via complex evolutionary processes depend on a
way that is bottom up, yet by introducing comparable conjectures.

Keywords: Leibniz, relation body-soul, cogito.

1. Situacin del problema

Rudolf Carnap haba publicado en el ao 1928 su obra Pseudoproblemas


en la filosofa, donde intentaba mostrar que la lucha entre idealismo y realismo
careca de sentido, al no ser posible de ninguna manera demostrar o refutar una
de las dos posiciones. Poco despus, en los aos cincuenta del pasado siglo XX
Ludwig Wittgenstein tuvo una gran repercusin al proponer como solucin la
idea de que los problemas de este tipo descansan sobre un hechizo de la mente,
el cual se origina por una mezcolanza de diferentes juegos lingsticos descan-
sando el uno sobre objetos fsicos, el otro sobre sensaciones y estados anmicos.
Por su parte, Gilbert Ryle casi convenci a dos generaciones de que hablar de la
mente significa tanto como hablar de un fantasma dentro de una mquina y de
ah surgi la unnime apreciacin de que la filosofa debera enterrar el antiguo
problema de la relacin alma-cuerpo. Pese a ello, las ltimas dcadas certifican un
sorprendente renacimiento del problema. Ahora no se trata de la diferenciacin
que se puede hacer entre cuerpo animado (Leib) y cuerpo fsico (Krper) por
un lado y entre mente (Geist) y alma (Seele) por el otro -estos dos conceptos
son manejados con significados equivalentes, cuando no debe subrayarse expresa-
mente que cuerpo fsico puede concernir tambin a lo inanimado (verbigracia
una piedra) y alma puede concernir tambin a lo inconsciente (verbigracia un

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 271-295. UNED, Madrid
La solucin leibniziana al problema de la relacin... 273

alma animal); proceder de otra manera significara generar una absurda diferencia
entre el problema alma-cuerpo en lengua alemana y el problema angloameri-
cano de mente-cuerpo (mind-body)3.

Sin duda, el problema actual de la relacin alma-cuerpo es muy distinto al


del siglo XVII, pues ya no es visto como un problema ontolgico, sino como un
problema de las ciencias empricas o, a lo sumo, de la teora del conocimiento.
Los argumentos que se han renovado hoy en da a este respecto proceden de dos
mbitos diferentes; el primero es el criterio operacional de la conciencia seala-
do por Alan Turing, segn el cual a un X -ya se trate de un hombre o de una
mquina- colocado en una habitacin separada ha de serle atribuida conciencia,
cuando no cabe averiguar mediante preguntas a ese X desde otra habitacin, y
en base a una valoracin de sus respuestas, si dicho X se trata de una mquina o
de un ser humano. Frente al pensamiento de Turing cabe observar las siguientes
secuelas crticas o refutaciones:

a. La moderna frmula de Hilary Putnam acerca de la mente en la botella,4


a saber, el experimento mental del cerebro en un tarro, que es dirigido por
un gran ordenador y no est en situacin de distinguir entre un mundo
externo real y sus sensaciones internas -una concepcin que, por una
parte, desemboca en una especie de funcionalismo y, por la otra, en una
ontologa platnica de las matemticas.

b. La habitacin china de John Searle,5 en la que a travs de una hendidura


se van mostrando signos chinos que, sin ser comprendidos por los seres
humanos que se hallan en la habitacin, son respondidos a partir de una
lista dada de antemano con signos ordenados -un experimento mental que
debe mostrar que es imposible reducir la semntica a la sintaxis, siendo
esta ltima la nica que puede ser programada en una mquina. Por ello,
segn Searle, es imposible una reduccin tal, esto es, un reduccionismo de
lo mental a lo material. De manera similar argumenta Roger Penrose con
referencia a la necesidad de un platonismo mnimo en las matemticas.6

3
N.T.: Hemos optado por conservar entre parntesis los trminos originales, pues el castella-
no no distingue y precisa los significados lo mismo que el alemn, y para que se vea la termi-
nologa usada en el mundo anglosajn.
4
Hilary Putnam: Reason, Truth and History, Cambridge: Cambridge UP 1981, c. 1.
5
John Searle: Minds, Brains, and Programs, en: The Behavioral and Brain Sciences, 1980 (3),
417-457.
6
Roger Penrose: The Emperor's New Mind: Concerning Computers, Minds and The Laws of
Physics, Oxford: Oxford UP 1989.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 271-295. UNED, Madrid
274 Hans Poser

c. Umberto Maturana y Francisco Varela representan el denominado


contructivismo radical,7 que saca las consecuencias ontolgicas del
funcionalismo y rechaza absolutamente la existencia de un mundo
externo a mi conciencia.

Toda esta discusin gira en torno a la cuestin de la posibilidad de una inte-


ligencia artificial, a cuyo efecto la mayora sostiene una posicin materialista,
llevados por el convencimiento de que slo es una cuestin de tiempo el que
todas las funciones de la mente puedan ser simuladas mediante un ordenador.

La segunda manera en que se aborda la polmica en torno al problema


de la relacin alma-cuerpo deriva de la neurobiologa y queda caracterizada por
las siguientes posiciones:

a. El neurobilogo Paul M. Churchland defiende un materialismo


eliminativo,8 el cual aspira a evidenciar como superflua toda expresin
sobre lo mental, mientras

b. los neurofisilogos hacen suyos los argumentos de Searle y Penrose


adaptndolos a su objetivo de un materialismo funcional, para mostrar que
en particular con el trasfondo del problema de la intencionalidad resulta
imposible reducir las expresiones mentalistas, tal como se emplean en la
psicologa, a expresiones no mentalistas.

Tambin aqu las variantes del materialismo -eliminativo, reductivo, fun-


cional y relativo a las teoras de la interpretacin- suponen las posiciones ms
frecuentes. Esto se manifiesta en que Ryle fue un exorcista sumamente eficaz,
cuando interpret el trmino mente como un fantasma, para desterrarlo. Sin
embargo, la actual polmica muestra en todos los casos que el viejo problema
de la relacin alma-cuerpo, que fuera considerado como una cuestin metafsica
sin sentido, est todo lo ms muerto slo en apariencia. Mientras tanto, se estn
defendiendo enfoques no reduccionistas, comenzando con:

7
Humberto Maturana, Francisco Varela: El rbol del conocimiento, Santiago de Chile: Ed.
Universitaria 1984.
8
Paul M. Churchland: Matter and Consciousness. Cambridge: PIT Press 1984.

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La solucin leibniziana al problema de la relacin... 275

a. los argumentos a favor de un antireduccionismo, tal como son expuestos


verbigracia por Thomas Nagel,9 cuando muestra que yo nunca estar en
situacin de saber en qu consiste ser un murcilago; ms an:

b. la propuesta de Nicholas Rescher, de que ambas partes, cuerpo y mente,


sean vistas como procesos,10 de manera que en la concepcin del proceso
coincidan juntas operaciones fsicas, biticas, psquicas y mentales; y
finalmente:

c. el enfoque de una Monadologa cuntica (Quantenmonadologie) de Teruaki


Nakagomi11, completamente apoyada en el pensamiento de Leibniz, y
que por el lado de la conciencia propone un significado terico cuntico,
mientras que por el lado material lo que sugiere es una interpretacin
causal.

Resulta particularmente llamativo que durante las ltimas dcadas la discu-


sin se haya dirigido hacia un nuevo tipo de solucin y con ello hacia una nueva
variante del materialismo, el llamado materialismo no reductivo, que se caracteriza
por la idea de un sobrevenimiento o emergencia. Con el trasfondo de las conjeturas
terico-evolutivas de la biologa, las teoras de la emergencia intentan explicar
cmo pudo ocurrir que la materia se transfiriese a un biosistema de autoconser-
vacin, que los biosistemas desarrollasen cualidades sensibles y se transformasen
en psicosistemas, a la par que finalmente los psicosistemas pretendan adquirir las
nuevas cualidades de la reflexin -cualidades todas ellas no reducibles a cualida-
des meramente materiales. Este renacimiento del problema de la relacin alma-
cuerpo arroja una nueva luz sobre el planteamiento leibniziano y su solucin.

9
Thomas Nagel: What Is it Like to be a Bat? En: The Philosophical Review 83.4 (1974) 435
450.
10
Nicholas Rescher: Process Philosophy and Monadological Metaphysics, en: Monadisches
Denken in Geschichte und Gegenwart, hg. von Sigmund Bonk, Wrzburg: Knigshausen &
Neumann 2003, 209-217.
11
Teruaki Nakagomi: Quantum Monadology: A World Model to Interpret Quantum
Mechanics and Relativity. En: Open Systems & Information Dynamics 1.3 (1992) 355-378.

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276 Hans Poser

2. Descartes y la dificultad sistemtica del problema de la relacin


alma-cuerpo

Desde que Descartes escindi radicalmente la res cogitans y la res extensa, el


problema de la relacin alma-cuerpo qued establecido como uno de los desafos
centrales de la modernidad, pues cmo es posible que concuerden ambas facetas?
Peter Bieri ha formulado el problema en forma de tres enunciados, enunciados
que parecen aceptables tomado cada uno por separado, si bien no son concilia-
bles entre s:12

1) Los fenmenos mentales son fenmenos no-fsicos (la mente es inmaterial).

2) Los fenmenos mentales pueden causar fenmenos fsicos (la mente opera
sobre el cuerpo, o sea, origina una diferencia en el mundo material).

3) El mbito de los fenmenos fsicos (esto es, el mundo material o corporal)


es cerrado de manera causal.

El primer enunciado expresa nuestra conviccin cotidiana de que mente y


cuerpo pertenecen a dos mbitos ontolgicos distintos que se hallan claramente
escindidos: el amor, el miedo, el pensar y la voluntad pertenecen al primero; la
extensin, el peso, el calor y la impenetrabilidad al segundo. As pues, este enun-
ciado pone de manifiesto el dualismo ontolgico.- El segundo enunciado implica
la bien conocida experiencia de un puente tendido entre ambos mbitos, como
temblar de miedo, sonrojarse de indignacin o hacer algo intencionadamente.-
Por ltimo, el tercer enunciado tiene su origen en la concepcin de la fsica del
siglo XVII, segn la cual la naturaleza es comprendida como materia y no como
algo animista, como se entiende en la alquimia: los fenmenos fsicos son slo
causados por fenmenos fsicos y explicar un fenmeno fsico requiere una expli-
cacin basada en condiciones fsicas y leyes naturales nada ms: un experimento
no depende de frmulas mgicas (o conjuros). Bieri ha llamado a este enunciado
fisicalismo metodolgico. En realidad, el xito de las ciencias naturales modernas
descansa sobre este presupuesto.

Estos tres enunciados son susceptibles de aprobacin tomados por separado,


pero son incompatibles en tanto que tomados dos a dos contradicen al tercero.
Eso es justo lo que ocasiona el problema de la relacin alma-cuerpo. Ahora bien,

12
Bieri, Peter: Generelle Einfhrung, en: P. Bieri. (ed.), Analytische Philosophie des Geistes,
Bodenheim: Athenum 21993, 1-28, p. 5.

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La solucin leibniziana al problema de la relacin... 277

Descartes ensay una solucin para conciliar entre s los tres enunciados, al
seguir un camino que tradicionalmente es tomado de una exposicin leibniziana
de Descartes. En el contexto que aqu consideramos es irrelevante si Descartes
defendi la posicin que luego le atribuy Leibniz, tal como piensan la mayora
de los investigadores cartesianos, o no (como algunos intentan mostrar). Lo que
a m me interesa es la solucin leibniziana y esta a su vez desde el trasfondo de
la actual discusin entre neurobilogos, partidarios de una inteligencia artificial
y filsofos.

Partamos, pues, de la reconstruccin y crtica leibnizianas de Descartes. En el


80 de su Monadologa Leibniz escribe: Descartes ha reconocido que las almas
no pueden transferir fuerza alguna a los cuerpos, porque siempre hay la misma
cantidad de fuerza en la materia. Crey, sin embargo, que el alma poda cambiar
la direccin de los cuerpos. Esto hay que entenderlo de la siguiente manera:
Descartes crea que la voluntad poda modificar en el interior de la glndula
pineal, de la epfisis, la direccin del movimiento de los spiritus animales de los
nervios. Merced a ello intent hacer compatibles los tres enunciados de Bieri:
partiendo de un dualismo ontolgico como el expresado en (1), Descartes desa-
rrolla una peculiar forma del influjo entre la voluntad y los spiritus animales de
los nervios y con ello est de acuerdo con (2); y finalmente aboga por (3), porque
este peculiar tipo de influjo no destruye la unidad de la fsica (como un sistema
cerrado causal), al ser compatible con la ley del mantenimiento de la fuerza. Pero
Leibniz se opone a esto: La razn de ello fue que en su poca no se conoca la
ley natural que establece tambin la conservacin de la misma direccin total de
la materia. Si [Descartes] hubiese advertido esto, habra venido a parar a mi sis-
tema de armona preestablecida13. As pues, Leibniz muestra que una ley fsica,
a saber, la conservacin del impulso como un vector, hace imposible adherirse
al enunciado (2).

Para decirlo con Peter McLaughlin, rechaz Leibniz (2), para solucionar
el problema de la relacin alma-cuerpo, rechazando por tanto el influjo de la
voluntad sobre el mundo; en cambio Hobbes negaba (1), o sea, la inmaterialidad
de la mente, mientras que hoy rechazamos al menos a (3) la tesis de la unidad

13
Des Cartes a reconnu, que les Ames ne peuvent point donner de la force aux corps, parce
qu'il y a tousjours la mme quantit de force dans la matiere. Cependant il a cr, que l'ame
pouvoit changer la direction des corps. Mais c'est par ce qu'on n'a point s de son temps la
loy de la nature, qui porte encor la conservation de la mme direction totale dans la matiere.
S'il l'avoit remarque, il seroit tomb dans mon Systeme de l'Harmonie prtablie.
Monadologa, 80.

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278 Hans Poser

causal del mundo material.14 Dediquemos nuestra atencin tras estos prembulos
a la solucin leibniziana.

3. La solucin leibniziana: la armona preestablecida

La pregunta de Descartes sobre la relacin entre res cogitans y res extensa, el


ocasionalismo de Malebranche y el monismo de Spinoza configuran los antece-
dentes de la solucin leibniziana al problema de la relacin alma-cuerpo. Precisa-
mente en la polmica con Spinoza queda claro que para Leibniz no se trata de un
mero problema ontolgico, sino de hacer posible la libertad. Un determinismo
que contemple estas dos facetas, la res cogitans y la res extensa, como plenamente
acopladas en el sentido de Spinoza, excluira por completo a la libertad -y con
ella a la posibilidad de una tica y de un obrar responsable. Se trata de que ten-
gamos esto siempre presente en lo que sigue, cuando se trata de la relacin entre
monadas, cuerpos y sustancias corporales.

La respuesta de Leibniz, la armona preestablecida, fue asumida con reticencia


por Christian Wolff, criticada por Johan Christoph Gottsched y rechazada por
Kant. Su tesis central de un paralelismo perfecto de cuerpo y alma,15 expresada
reiteradamente con la metfora de dos relojes sincronizados, es bien conocida
y no necesita verse repetida aqu. Lo que s resulta de inters es el fundamento
de la solucin leibniziana, su valoracin de ambas facetas y sus argumentos a
favor del paralelismo -si la metfora es en todo caso adecuada, pues presupone
un dualismo de dos mbitos ontolgicos diferentes y equivalentes que se hallan
en una armona preestablecida. Al fin y al cabo, uno de los principales puntos
de partida de la metafsica leibniziana es, como es sabido, su rechazo del mate-
rialismo avant la lettre. Sin presentar de modo exhaustivo su concepcin, seale-
mos como significativo que todos los argumentos leibnizianos contra el carcter

14
Peter McLaughlin: Descartes on Mind-Body Interaction and the Conservation of
Motion, en: The Philosophical Review 102 (1993) 155-182; p. 158.
15
J'ay etabli un parallelisme parfait entre ce qui passe dans l'ame et entre ce qui arrive dans
la matiere, ayant monstr, que l'ame avec ses fonctions est quelque chose de distinct de la
matiere, mais que cependant elle est tousjours accompagne des organes de la matiere, et
qu'aussi les fonctions de l'ame sont tousjours accompagnes des fonctions des organes, qui
leur doivent repondre, et que cela est reciproque et le sera tousjours. Considerations sur la
doctrine d'un Esprit Universel Unique, GP VI 533.

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La solucin leibniziana al problema de la relacin... 279

sustantivo de la materia descansan sobre presupuestos metafsicos, como sobre


el concepto de sustancia como un Unum per se, sobre el principio de continui-
dad con la consecuencia de una divisibilidad discrecional, sobre la coincidencia
del pensar y el ser, as como sobre el principio de conservacin de la vis. Todos
ellos parecen excluir no slo al cuerpo en el sentido de un dualismo ontolgico,
sino tambin a una sustancia corporal entendida como una unidad de alma y
cuerpo. Sin embargo, Leibniz utiliza justamente este concepto tan a menudo que
la unin entre cuerpo y mente ha de ser vista de tal modo que asegure que los
argumentos contra el materialismo no destruyan al mismo tiempo la posibilidad
de una sustancia corporal.

Ahora bien, la ontologa leibniziana es mucho ms rica que un estricto idea-


lismo, pues abarca:

Ideas, desde ideas simples sobre el concepto completo de una sustancia


individual hasta los mundos posibles en la Regio idearum,

monadas con percepciones y apetitos hasta el mundo de las monadas,

cuerpos materiales que pertenecen el mundo de la naturaleza hasta todo el


universo.

Segn la Monadologa los cuerpos son agregados de sustancias (Mon. 2) y al


mismo tiempo, como escribe en una carta a Rmond, slo fenmenos bien fun-
dados. Adems, cuerpo y alma estn tan perfectamente separados que el influjo
de una faceta sobre la otra slo puede ser ideal (Mon. 51). Por eso este tipo
de influjo ideal o de relacin interna es el que ha de llevar la carga de la conexin
entre la unidad sustancial de las mnadas y el cuerpo al cual pertenecen.

La libertad, la voluntad libre como problema central dentro del ms amplio


de la relacin alma-cuerpo, es un peculiar e importante campo de este influjo
ideal: una accin es libre, si resulta de una decisin racional al sopesar las posi-
bilidades entre acciones alternativas conforme al principio de lo mejor. Esta
decisin es parte de la ley interna de una mnada dotada de razn -con ello
no presupone slo el propio concepto consumado de la sustancia individual
que contiene el transcurso vital, tambin reclama tanto la sintona de todos los
conceptos individuales de este mundo tomados uno por uno, como la supresin
de otras posibilidades, esto es, de otros mundos posibles: la libertad fuerza este
amplio margen.

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280 Hans Poser

El concepto completo de la sustancia individual, al igual que la relacin


interna, suele verse reducido a la construccin formal de mundos lgicos en el
reino de las ideas. Tambin esta fundamentacin es bien conocida y supone un
primer paso, muy importante, en la fundamentacin; pero es insuficiente para
comprender qu son las sustancias corporales. Leibniz define una sustancia
corporal como algo que consiste en una sustancia simple o mnada (esto es, en
un alma o algo anlogo al alma) y un cuerpo orgnico que est unido a sta.16
En una carta a Volder ofrece Leibniz su famosa quntuple respuesta a la pregunta
sobre su concepto de sustancia:

Por tanto, yo distingo entre:

1. la entelequia primitiva o alma,

2. la materia, a saber, la materia prima o fuerza pasiva primitiva,

3. la mnada ntegra, en la que estn unidos ambos momentos,

4. la masa o materia segunda, esto es, la mquina orgnica en donde concurren


innumerables mnadas subalternas,

5. el animal o la sustancia corporal, que obtiene su unidad por medio de la


mnada dominante en la mquina.17

Entelequia primitiva significa aqu fuerza activa primitiva, la cual ha de ser


considerada, al igual que la fuerza pasiva primitiva, como una propiedad de
la mnada. Incluso si por ende el cuerpo es un agregado de sustancias, pero

16
Substantiam corpoream voco, quae in substantia simplice seu monade (id est anima vel
Animae analogo) et unito ei corpore organico consistit. Carta a Bierling, 12 Aug. 1711.
17
Distinguo ergo (1) Entelechiam primativam seu Animam, (2) Materiam nempe primam
seu potentiam passivam primitivam, (3) Monada his duabas completam, (4) Massam seu
materiam secundam, sive Machinam organicam, ad quam innumerae concurrunt Monades
subordinatae, (5) Animal seu substantiam corpoream, quam Unam facit Monas dominans in
Machinam. En Correspondencia con De Volder, 20 June 1703, GP II 252.

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La solucin leibniziana al problema de la relacin... 281

estrictamente no es ninguna sustancia,18 como Leibniz escribe a Arnauld, si bien


cada sustancia est dotada de un cuerpo.19

6. De la idea al cuerpo: fuerzas y emanacin

Lo que falta todava es la conexin interna y no-lgica entre (i) ideas como
construccin lgica del concepto completo de sustancias individuales, (ii) mna-
das como unidades de actividad interna con percepciones, (iii) cuerpos vivos y
activos que contienen una mnada, y (iv) simples agregados que siguen leyes
fsicas en sus movimientos. Leibniz da una doble respuesta: que ha de ser con-
siderada como las dos caras de una moneda, al recurrir por un lado al concepto
de fuerza y por el otro al concepto de emanacin.

El concepto de fuerza es introducido por Leibniz en su Dinmica. Tiene


una vertiente fsica; las fuerzas en el mbito de los cuerpos son simplemente de
naturaleza derivativa. En cambio, las fuerzas primitivas han de tener su fuen-
te en las sustancias como fuerza activa, que contienen un tipo de actividad
o entelequia.20 En Specimen dynamicum Leibniz muestra que fuerza activa,
en su terminologa vis activa primitiva, es inherente a cada sustancia corporal
como tal, mientras que la vis activa derivativa a partir de la limitacin -por as
decir- de la fuerza primitiva, resultante de la colisin de los cuerpos entre s, se
presenta de diversas formas.21

18
Le corps est un aggreg de substances, et ce n'est pas une substance proprement parler.
En Carta a Arnauld, 23 de marzo de 1690, GP III 135.
19
Como escribe Adams. Vase: Adams, Robert Merrihew: Leibniz. Deist, Theist, Idealist,
New York - Oxford: OUP 1994, p. 264.
20
Cujus rei ut aliquem gustum dem, dicam interim, notionem virium seu virtutis (quam
Germani vocant Krafft, Galli la force) cui ego explicandae peculiarem Dynamices scientiam
destinavi, plurimum lucis afferre ad veram notionem substantiae intelligendam. Differt enim
vis activa a potentia nuda vulgo scholis cognita, quod potentia activa Scholasticorum, seu
facultas, nihil aliud est quam propinqua agendi possibilitas, quae tamen aliena excitatione et
velut stimulo indiget, ut in actum transferatur. Sed vis activa actum quendam sive ente-
lecheian continet, atque inter facultatem agendi actionemque ipsam media est, et conatum
involvit; atque ita per se ipsam in operationem fertur; nec auxiliis indiget, sed sola sublatione
impedimenti. De primae philosophiae Emendatione, et de Notione Substantiae, GP IV
469.
21
Duplex autem est Vis Activa, nempe ut primitiva, quae in omni substantia corporea per se
inest, aut derivativa, quae primitivae velut limitatione, per corporum inter se conflictus resul-

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 271-295. UNED, Madrid
282 Hans Poser

Ahora bien, esto es de gran inters para nuestra cuestin, tal y como con-
tina: El uno primitivo (que no es sino la primera entelequia) corresponde
al alma o forma substancial; pero justamente por ello no pertenece a las causas
generales, las cuales no pueden ser suficientes para explicar los fenmenos22.
Dos puntos han de ser resaltados aqu, (i) la atribucin de una fuerza primitiva
a la forma substancial, al alma y a la sustancia corprea al mismo tiempo, y (ii)
la diferencia evidente entre alma y fenmenos, en tanto que estos ltimos son
vistos en conexin con causas y fuerzas derivativas. Esto se corresponde con la
quntuple caracterizacin de la sustancia ofrecida a de Volder, lo que se man-
tiene tambin para el poder pasivo, para lo que Leibniz distingue entre fuerzas
primitivas y derivadas, que se corresponden con la prima y la secunda materia.
Al hacer un sumario de dichos puntos en la parte II de su Specimen Dynamicum,
declara Leibniz que: A partir de ah, arrojaremos nueva luz algn da sobre la
explicacin de la unin del cuerpo y el alma23. Esto viene a mostrar cun central
es el concepto de fuerza para nuestro problema.

Sin indicarse cmo se procura la conexin entre fuerzas primitivas y deriva-


tivas, resulta claro sin embargo que Leibniz ve en ellas el elemento vinculante
entre mnadas y cuerpos.

Otro tipo de fuerza, evidentemente diferente, que ha de tomarse en cuenta


aparece tras la llamada dinmica de las ideas de Leibniz. Concierne al puente
tendido desde el reino de las ideas al mundo de las mnadas. Se puede aadir a
la pura construccin lgica de los mundos posibles de dos maneras diferentes.
El primer camino consiste en atribuir a las posibilidades una actividad; Leibniz
emplea la expresin existiturire como un modo de presin de las posibilidades
lgicas para ser realizadas,24 para lo que describe a las posibilidades como algo
que gracias a un conatus se encuentra en el camino que lleva de la posibilidad

tans, varie exercetur. Specimen dynamicum, pt. I, GM VI 236.


22
Et primitiva quidem (quae nihil aliud est, quam ) animae vel for-
mae substantiali respondet, sed vel ideo non nisi ad generales causas pertinet, quae phae-
nomenis explicandis sufficere non possunt. Specimen dynamicum, pt. I, GM VI 236.
23
Ostendimus igitur in omni substantia vim agendi et, si creata sit, etiam patiendi inesse,
extensionis notionem per se non completam esse, sed relationem ad aliquid quod extenditur
cujus diffusionem sive continuatam replicationem dicat, adeoque substantiam corporis quae
agendi resistendique potentiam involvit et ubique massa corporea existit praesupponi,
huiusque diffusionem in extensione contineri. Unde aliquando lucem quoque novam expli-
candae corporis animaeque unioni accedemus. Specimen dynamicum, pt. II, GM VI 247.
24
Omne possibile exigit existiturire, GP VII.289. Vase De ratione cur haec existant potius
quam alia, A VI 4,1634 y ss.

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La solucin leibniziana al problema de la relacin... 283

lgica a la realidad, como algo con el afn de existir, y ciertamente dependiendo


del respectivo grado de realitas sive perfectio que cada realidad posee.25 Esto sig-
nifica atribuir al dynaton lgico un tipo de entelecheia en sentido aristotlico, que
impulsa a los elementos posibles del reino de las ideas a existir como formas
activas sustanciales.

El segundo camino se basa en la conviccin de que las ideas no actan por s


mismas, rechazando, por tanto, la identificacin de posibilidad lgica con poten-
cialidad. As, escribi Leibniz criticando a Spinoza: Las ideas no actan. Acta
la mente. Esta observacin no es un caso aislado, provocado por Spinoza,26
sino que su contenido se encuentra repetido en muchas otras ocasiones. As,
en su Dilogo entre Theophile y Polidore de la misma poca leemos que: Las
posibilidades carentes de existencia no poseen la fuerza para exixtir hacerse a s
mismas. 27

Leibniz escribe as dos aos despus a de Volder: Una idea es por as decir-
algo muerto e inmutable en s, como la forma, mientras que el alma es algo vivo
y activo, y en este sentido yo no sostengo que sea una idea la que tiende por s
misma al cambio.28 La actividad que estamos buscando no descansa pues en
la idea, sino en la mente, lo que en relacin con los mundos posibles viene a
significar en la mente de Dios: La mente divina es la causa del mundo, escribe
en su Discusin con Wagner.29

Es Dios quien selecciona dichas posibilidades como candidatos para la crea-


cin, las cuales en tanto posibilidades contienen el mximo grado de realitas sive
perfectio, no como su entelequia interna, sino a modo de su propia evaluacin
y eleccin. Esta interpretacin concuerda con la cita del existiturire, en la que
introduce Leibniz este neo-latinajo por medio del comentario por el cual [Dios]
o el Ser Necesario es la causa en razn de la cual algo existente es mejor que algo

25
ut omne possibile habeat conatum ad Existentiam, GP VII 289.
26
- e.g. Ideae sunt aliquid mere abstractum ut numeri et figurae nec agere possunt, F. Rf.
44.
27
Mais les choses possibles nayant point dexistence nont point de puissance pour se faire
exister, Grua 286 / A VI 4, 2232.
28
Idea est aliquid ut sic dicam mortuum et in se immutabile, ut figura, anima vero aliquid
vivum et actuosum, et hoc sensu non dico esse unam aliquam ideam, quae ex se ad mutatio-
nem tendat, a de Volder, 23 junio 1699, GP II 184.
29
Mens divina est causa mundi, Discusin con Gabriel Wagner, 3 de marzo de 1698, Grua
397.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 271-295. UNED, Madrid
284 Hans Poser

no existente 30; siendo esto apoyado por una reflexin leibniziana en relacin
al elemento que Kant echar en falta y respecto al cual ste criticando a Wolff-
entender que no tiene sitio en la fundacin de una metafsica sobre la base
de posibilidades conceptuales tan solo: a saber, nos referimos al complementum
possibilitatis. Leibniz claramente expone en su Nuevo Sistema que tal complemen-
to, que produce el trnsito de la posibilidad a la actualidad, no es de naturaleza
conceptual sino el fiat divino31. Ese acto inmediato e inmaterial de Dios, es el ver-
dadero fundamento de la vis primitiva activa de cada una de las mnadas, y halla su
expresin como el apetito que conduce a las mnadas de percepcin a percepcin,
mientras que el cambio en el mundo corporal acontece de manera que la suma de
esas fuerzas permanece constante en el mundo.

Resumiendo, con ello se presenta el cuadro siguiente: la armona preestableci-


da depende de algunas premisas metafsicas esenciales, que contienen posibilida-
des y potencialidades, las cuales permiten desarrollar un orden no-reduccionista.
Dicho orden tiene su punto de partida en estructuras lgicas, se enriquece por
medio de valores y fuerzas, conduce al reino de las mnadas como sustancias, est
presente en un perspectivismo en el nivel de las sustancias corpreas y alcanza
hasta los agregados de sustancia contingentes como materia. En este nivel se
presentan nuevas cualidades, que se basan en transformaciones:

desde las condiciones lgicas de un sujeto hasta la sustancia como un yo,

desde las percepciones a los fenmenos,

desde las leyes individuales de cada mnada individual hasta las leyes
naturales en el mundo corporal,

desde el apetito de la mnada hasta el conatus de los cuerpos orgnicos,

desde la fuerza activa primitiva (vis primitiva activa) de las formas


sustanciales hasta la fuerza derivativa activa (vis derivativa activa) de lo
orgnico y, finalmente, de todos los cuerpos, y

desde la fuerza primitiva pasiva (vis primitiva passiva) hasta la masa.

30
[Deus] Est ergo causa cur Existentia praevalet non-Existentiae, seu Ens nesessarium est
Existentificans. GP VII 289.
31
lacte ou le complement de la possibilit, Systme Nouveau, GP IV 479.

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La solucin leibniziana al problema de la relacin... 285

Todas estas transformaciones han de ser concebidas de modo neoplatnico


como una emanatio de Dios por medio de las almas hasta los cuerpos orgnicos
y, ms hacia abajo, hasta la materia. Emanacin no es ningn trmino tcnico
de la filosofa leibniziana de madurez, pero lo utiliza con frecuencia.

De este modo culmina la Arquitectnica de Robinet en un captulo sobre


La ciencia de la visin: creacin y emanacin 32. En una de sus ms tempranas
listas de definiciones escribe Leibnit: La Causa Eficiente es una causa fundada
en accin. (La Causa por emanacin) es causa eficiente sin alteraciones de s 33.
Es significativo en grado sumo que Leibniz no use el concepto prcticamente en
sitio alguno de forma coloquial, sino que lo use de manera tcnica y adems en
conexin con la creacin divina.

As lo menciona tres veces en el Discurso de Metafsica, el texto clave, en el


que se encuentran otros conceptos centrales como el de nocin completa de
una sustancia individual, el concepto de la forma sustancial y el concepto de
sustancia corporal. Leibniz escribe: En primer lugar, est muy claro que las
sustancias creadas dependen de Dios, que las conserva e incluso las produce con-
tinuamente por una especie de emanacin, como nosotros producimos nuestros
pensamientos.34

Y algunas pginas despus, contina: Uno reconoce con claridad que el resto
de sustancias depende de Dios del mismo modo que el pensamiento emana de
nuestra sustancia 35. Este segundo tipo de emanacin, esto es, nuestro pensami-
ento, tiene su fuente en Dios igualmente, como Leibniz escribe a Sophie: El
mismo Dios, que es la fuente de todo bien, es as el fundamento (principe) de
todo nuestro conocimiento. Esto tiene validez en la medida que la idea de Dios
incluye a la del Ser absoluto, que por as decir equivale a eso que es absolutamente
simple en nuestros pensamientos, a partir de lo cual todo lo que c omprendemos

32
Andr Robinet: Architectonique disjonctive, automates systmiques et idalit transcen-
dentale dans loevre de G.W. Leibniz, Paris: Vrin 1986, pp. 418-442.
33
Causa efficiens est causa per actionem. (Causa per emanationem) est causa efficiens sine
mutatione sui. Ca. 1671, A II 1, 490.
34
Or il est premierement tres manifeste que les substances cres dependent de Dieu qui les
conserve et mme qui les produit continuellement par une maniere d'emanation, comme
nous produisons nos penses. Discurso de Metafsica 14 / A VI 4, 1549.
35
on voit fort clairement que toutes les autres substances dependent de Dieu comme les
penses emanent de nostre substance, Discurso de Metafsica 32 / A VI 4, 1580.

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286 Hans Poser

toma su origen36. En su Monadologa Leibniz usa el trmino fulguracin en ese


mismo sentido37; pero a nuestro entender, al no aparecer mencionado en ese
uso en parte alguna ms de la obra de Leibniz, uno podra tomarlo simplemente
como sinnimo de emanatio ya que ambas expresiones son empleadas de manera
sinnima dentro de la tradicin neoplatnica.

No slo es iluminador aqu el concepto de emanacin o fulguracin, sino a


la misma vez dos cualidades adicionales que Leibniz le atribuye: en primer lugar,
el paralelismo que se dibuja entre el pensamiento divino y el pensamiento de los
seres humanos como clase de la emanacin, y, en segundo lugar, que dicha clase
de emanatio es la ltima fuente de la continuidad: Leibniz habla de una creatio
continua como una emanacin continua en el Discurso de Metafsica, en carta
a Bayle38, y como fulguracin continua en la Monadologa.

Esto est en consonancia con la afirmacin Ideae non agunt. Mens agit,
que muestra la fuente de la dinmica de la Creacin, la cual, como algo continuo,
garantiza la continuidad de todas las fuerzas, las primitivas y las derivativas, y que
establece una jerarqua ontolgica de Dios hacia abajo. En el as llamado Sistema
Teolgico, escrito el mismo ao que el Discurso de Metafsica, Leibniz repite esta
vinculacin al decir que algunos conciben a Dios como una clase de vis elevada
de la cual todo emanara 39. En una pequea obrita sobre Malebranche escrita
20 aos despus -es decir, tras 1706- podemos observar una posicin similar

36
Dieu qui est la source de tous les biens, est aussi le principe de toutes les connoissances.
C'est parce que l'ide de Dieu renferme en elle l'Estre absolu, c'est dire ce qu'il y a de sim-
ple en nos penses, dont tout ce que nous pensons prend son origine. A Sophie (?), GP
IV.292.
37
Ainsi Dieu seul est l'Unit primitive, ou la substance simple originaire, dont toutes les
Monades crees ou derivatives sont des productions, et naissent, pour ainsi dire, par des Ful-
gurations continuelles de la Divinit de moment moment, bornes par la receptivit de la
creature, laquelle il est essentiel d'tre limite. Monadologia, 47. Para un anlisi adicional
de fulguratio, vase Andr Robinet: Fulgurationen, en: 25 Jahre Gottfried-Wilhelm-Leib-
niz-Gesellschaft, Hannover 1992, pp. 27-39, donde Robinet muestra, que Leibniz utiliza
cration y manation como combinando por un o en el sentido de un y, de forma que la
emanacin, y a partir de ella la fulguracin, no debe ser entendida como una forma de aluci-
nacin de Dios, o como algo menos real, sino como una analoga, la cual indica la realidad de
la sustancia creada en su relacin con el creador original e increado (p. 34).
38
Dieu, de qui tous les individus emanent continuellement, Discurso de Metafsica 14 / A
VI 4, 1550sq. - l'auteur des choses, de qui toutes les realits ou perfections emanent
tousjours par une maniere de creation continuelle, Carta a Bayle, GP III 58.
39
qui Deum concipiunt tanquam vim quandam summam a qua cuncta quidem emanent,
Systema Theologicum, A VI 4, 2357.

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La solucin leibniziana al problema de la relacin... 287

en la que la emanacin inmediata y continua incluye todas las perfecciones


40
. Asimismo, en sus notas sobre el primer libro del Ensayo de Locke Leibniz
usa el trmino emanar con respecto a Dios como una sustancia41. Y en su
muy condensada afirmacin acerca de su concepto de mnada dentro de sus
comentarios sobre Bayle, deja claro Leibniz que una emanacin a partir de los
seres humanos como imitacin de lo divino es un tipo de segunda emanacin,
regresando en esto a la primera que surge de Dios: l es el ms elevado centro a
partir del cual surge todo por emanacin, y si es que algo emana de nosotros al
exterior, no sucede de inmediato, sino como l quiso que las cosas estuvieran dis-
puestas en el exterior y de acuerdo con sus deseos 42. Todos estos aspectos vienen
a confluir en una carta a Morell de 1698, en la que Leibniz le expone que, en lo
que a una accin se refiere, para Dios del mismo modo que para cualquier otra
mente, tres formas han de unirse: fuerza, conocimiento, y voluntad; y prosigue:
La ms elevada esencia de cada sustancia consiste en esta fuerza; es esta fuerza en
Dios la que hace que Dios exista con necesidad y que todo lo que existe haya de
emanar 43. En su intensa discusin con Gabriel Wagner, Leibniz bosqueja la base
conceptual de sus nociones de posibilidad y de sustancia, concluyendo que: Esta
serie de posibilidades actuales o mundo emana de Dios sin necesidad, lo que
significara que otras series no seran posibles sino con la certeza y determinacin

40
Et qu'il est vray cependant que Dieu nous donne tout ce qu'il y a de positif en cela, et
toute perfection y enveloppe par une emanation immediate et continuelle, en vertu de la
dependance que toutes les creatures ont de luy, et c'est par l qu'on peut donner un bon sens
cette phrase que Dieu est l'objet de nos ames, et que nous voyons tout en luy. GP VI 578
/ A VI 6, 557ss. Vase tambin la carta a Bayle citada en la nota 37.
41
Et comme on peut dire que c'est une verit des plus manifestes, qu'une substance dont la
science et la puissance sont infinies, doit estre honnore, on peut dire qu'elle emane d'abord
de la lumiere qui est ne avec nous, pourveu qu'on y puisse donner son attention. GP V.23.
lEstre parfait qui est la derniere raison des choses, et de ses emanations, Grua 580.
42
Mais qu'il y a en Dieu non seulement la concentration, mais encore la source de l'univers.
Il est le centre primitif dont tout le reste emane, et si quelque chose emane de nous au
dehors, ce n'est pas immediatement, mais par ce qu'il a voulu accommoder d'abord les choses
nos desirs. Extrait du Dictionnaire de M. Bayle, GP IV 553.
43
Je serois plustost pour ceux qui reconnoissent en Dieu comme en tout autre esprit trois
formalits: force, connoissance, et volont. Car toute action dun esprit demande posse, scire,
velle. Lessence primitive de toute substance consiste dans la force; cest cette force en Dieu qui
fait que Dieu est necessairement, et que tout ce qui est en doit emaner. Carta a Morell, 29
de septiembre de 1698, Grua 139.

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288 Hans Poser

por la razn, es decir, por ser las mejores 44. La serie de posibilidades actuales es
la serie de las sustancias que, sin dejar de ser un agregado, constituye el mundo45.

Esto muestra que la emanacin, que tiene su origen en Dios, produce las
sustancias, 46 los cuerpos orgnicos47 y toda la serie de cosas (series rerum) de los
agregados. Muestra que la emanacin expresa toda clase de fuerza que surge de
la mente de Dios y expresa lo mejor, una fuerza que puede ser observada tanto
en las sustancias como en los cuerpos. Precisamente esto vuelve a llevarnos al
problema alma-cuerpo: la armona preestablecida es asegurada por esta emana-
cin continua, pues las diversas entidades emanadas estn unidas por medio de la
representatio como una concatenacin ontolgica y epistemolgica, por medio del
perspectivismo que determina la representacin, y por medio de una potencialidad
activa que alcanza hasta la causalidad desde el actus purus de Dios y el principio
de lo mejor por medio de la finalidad de las mnadas. Ahora bien, esas transfor-
maciones y representaciones no permiten ningn tipo de reduccionismo. Esto
es lo que caracteriza la riqueza del idealismo leibniziano; pero al mismo tiempo
se muestran aqu los presupuestos metafsicos sobre Dios y el mundo, sobre los
que descansa esta solucin al problema de la relacin alma-cuerpo.

7. Viejas respuestas, problemas nuevos

En qu consiste entonces le significado de la respuesta leibniziana para la


formulacin actual del problema de la relacin alma-cuerpo? El trasfondo ha
cambiado radicalmente desde entonces, en parte a causa de los nuevos resulta-
dos cientficos, que destruyen los principios leibnizianos de razn suficiente y
continuidad. Nuestro concepto de materia es considerablemente ms rico que

44
Series haec actualium possibilium seu Mundus emanat ex Deo non necessario, alioqui
aliae series non essent possibiles, sed tamen certa et determinata ratione, majoris scilicet
boni. Discusin con Gabriel Wagner, 3 de marzo de 1698, Grua 396.
45
Mundus vero est aggregatum plurium substantiarum, Discusin con Gabriel Wagner, 3 de
marzo de 1698, Grua 396.
46
la supreme substance, dont toutes les autres ne sont que des emanations et des imitations,
Remarque sur ...Characteriticks of Men, Anexo a la carta a Coste del 30 de mayo de 1712,
GP III 429ss.
47
Et rien ne pourra dtruire tous les organes de cette substance, estant essentiel la matiere
d'estre organique et artificieuse partout, parce qu'elle est l'Effect et l'emanation continuelle
d'une souveraine intelligence, Carta a Bassange, 1696, GP III 122.

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La solucin leibniziana al problema de la relacin... 289

el del siglo XVIII; por eso no vacilamos lo ms mnimo en considerar la energa


como algo que -siguiendo a Einstein- posee un equivalente en masa. Conocemos
muchos detalles del orden interno de un organismo hasta el anlisis del genoma,
y diariamente nos presenta la neurobiologa resultados que son mucho ms suti-
les de lo que Leibniz se pudo imaginar nunca. An ms, los problemas mismos
se han transformado. Nadie intenta desarrollar una teora acerca de la libertad de
eleccin divina respecto a los mundos posibles, nadie busca una aclaracin del
paralelismo alma-cuerpo por medio de la armona preestablecida como resultado
de esa eleccin divina; y nadie querra pretender que todo el mundo sea orgnico.
Qu podemos aprender entonces de Leibniz?

Incluso cuando el horizonte se haya transformado, el problema nuclear per-


manece, a saber: cmo es posible la libertad humana? Cmo podemos explicar
la relacin alma-cuerpo? Cmo podemos entender la conexin entre materia,
organismo, datos neurobiolgicos, hechos psicolgicos y el pensamiento?

Presentemos en primer lugar esquemticamente una tesis que es defendida


con frecuencia: los neurofisilogos explican que los filsofos deberan aprender
que la voluntad libre es una absoluta ilusin, ya que esto ha sido probado clara-
mente por experimentos: Cuando alguien cree levantar voluntariamente su brazo,
lo que sucede es que el centro de su cerebro responsable del movimiento de su
brazo, se vuelve activo algunas milsimas de segundos antes de que ese centro
en el que solemos localizar las decisiones muestre una actividad. Por lo tanto,
concluyen, tendramos que aprender que no existe nada ms que una serie de
procesos electrnicos en el cerebro y que calificar a los mismos como libertad
de la voluntad, incluso debido a su secuencia temporal, es una ilusin: No slo
Leibniz estara por ello en un error cuando explica que Virgilio se equivoca al
afirmar: La mente mueve la masa, y se mezcla con todo el cuerpo.48 Ambos
errores, el de Leibniz y el de Virgilio, son mucho ms profundos, pues no hay
ninguna mente. Lo que tenemos delante de nosotros es a lo sumo materialismo
en toda su extensin. Pero esta tesis puede refutarse con ayuda de argumentos
leibnizianos:

El primero de todos es que el modelo terico de la neurobiologa es hasta


la fecha demasiado simple; pero su desarrollo subsiguiente es una cuestin de
las ciencias empricas, en todo caso, de la teora de la ciencia, o, en lenguaje

48
Mens agitat molem, et magno se corpore miscet. Teodicea, Discurso Preliminar 8, en
Virgilio Eneida.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 271-295. UNED, Madrid
290 Hans Poser

leibniziano, de las conexiones internas dentro de la Scientia generalis. No con-


tino refirindome a l aqu porque no tiene una relacin inmediata con el
problema de la relacin alma-cuerpo.

En segundo lugar, detrs de las apreciaciones actuales hay un error catego-


rial: la libertad se basa en una eleccin racional entre alternativas previamente
valoradas, y no en condiciones electroqumicas; estas condiciones pueden estar
dadas simultneamente con un phenomenon bene fundatum, pero su sentido,
su semntica es completamente diferente de un estado fenomnico. As, por
ejemplo, las posibilidades representan alternativas; pero las posibilidades no son
hechos, no pertenecen a este mundo como estados de cosas. Si existe un estado
del cerebro que expresa una posibilidad, porque pensamos algo como una posi-
bilidad, entonces esto es una cuestin que le compete a la semntica, y, como
sabemos por Searle, la semntica no puede reducirse a la sintaxis, mientras que
slo reglas puramente formales, sintcticas pueden ser presentadas en la estruc-
tura de un estado electroqumico. Ahora bien, los neurobilogos se defenderan
en este punto aduciendo que la percepcin de un estado de hechos est localizada
en una regin del cerebro diferente a aquella en la que se encuentra una mera
posibilidad. Cierto, -pero para poder hacer esta distincin no slo se requiere
un conocimiento o una capacidad de discernir en sentido espacial, sino entre
realidad existente y pura posibilidad; y esto ya no es una cuestin de neurologa,
sino de epistemologa. En Leibniz aparece esto en la problemtica de los concep-
tos primitivos como ideas atmicas, indescomponibles e indefinibles (como, por
ejemplo, el concepto de la existencia y de la posibilidad), las cuales, para decirlo
con Leibniz, pueden ser comprendidas por s mismas: contienen en cierta medida
su propia semntica. Aun cuando hoy da no consideremos vlidos semejantes
prima possibilia, estos indican el precio metafsico que tenemos que estar dispues-
tos a pagar, para conseguir una solucin al problema de la relacin alma-cuerpo.

Al rechazar hoy los prima possibilia de Leibniz, resta sin embargo la cuestin
de cmo podemos entender conceptos como existencia, posibilidad, esencia,
identidad o semejanza: Puesto que no podemos obtenerlos por medio de abs-
traccin, tienen que ser presupuestos como forma prioritaria de pensamiento a
la manera kantiana. El logicismo leibniziano-kantiano, a partir del que pueden
reducirse objetos matemticos a la lgica, apenas encuentra hoy da defensores,
pero su trasfondo ontolgico de un platonismo segn el cual las estructuras mate-
mticas existen independientemente de la mente humana sigue siendo comparti-
do por algunos eminentes cientficos como Penrose. Incluso aun cuando no este-
mos dispuestos a aceptar ni ideas innatas ni formas a priori, desde que Chomsky

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 271-295. UNED, Madrid
La solucin leibniziana al problema de la relacin... 291

fracasara en la bsqueda de universales lingsticos, no podemos explicar cmo


es posible que en teoras cientfico-naturales encuentren aplicacin formalismos
matemticos sin aceptar al mismo tiempo una especie de platonismo mnimo, un
platonismo con una p minscula como lo ha denominado Paul Bernays. Todo
esto muestra que la ontologa neurobiolgica no es lo suficientemente rica: nece-
sita ser completada al menos con una semntica y un platonismo mnimo. Ahora
bien, tan pronto como estamos dispuestos a ello, nos encontramos confrontados
con la problemtica de la mente o del alma, puesto que ni la matemtica ni la
semntica seran explicables slo en el nivel de los cuerpos y de la materia.

Tercero, Leibniz transforma el cogito cartesiano y con ello aclara que debe-
mos partir de nuestra propia experiencia como un individuo, como un yo uni-
tario. Para hablar de los otros como mnadas, atribuirles individualidad y capa-
cidad de pensar, presupone, por una parte, el concepto de analoga como forma
de pensar, por otra parte, la existencia de otros cuerpos fenomnicos no como
amasijos de materia sino como individuos. Pero una forma de unidad tal no se
encuentra en la materia, a no ser que yo se la atribuya; y no existira nada que
fuera responsable de sus acciones, si no existiera ninguna persona. Esto significa
que los derechos humanos -o los principios leibnizianos de la justicia, esto es,
honeste vivere, neminem laedere, suum cuique tribuere- presuponen la unidad de
la persona, que no est constituida de ninguna manera por la materia.

Cuarto, Leibniz crea que el mundo de las mnadas era un mundo lleno de
vida. En esto ya no le seguiramos hoy, pero nos encontramos ante el problema de
explicar cmo en el comienzo de nuestro universo pudieron originarse, a partir
de un plasma casi homogneo y altamente energtico, primero partculas, luego
tomos y molculas, y finalmente macromolculas altamente complejas con capa-
cidad de autoreproduccin, las cuales, unidas a agregados biticos, desarrollaron
un sistema nervioso y, por ltimo, llegaron a tener estados mentales. Al igual
que Aristteles, Leibniz incluy en el mismo grupo a seres humanos, animales
y plantas, atribuyndoles percepciones, mientras que se distanci de Aristteles
al incluir en el mismo grupo a Dios y excluir la materia como fenomnica. Hoy
ha cambiado el paradigma dominante y, por regla general, nos encontramos
totalmente del lado opuesto: no Dios, sino la materia es escogida como punto de
partida, mientras que prefiere excluirse el otro extremo, la mente, por no hablar
de Dios. Pero precisamente lo mismo que Leibniz tena que explicar qu eran las
sustancias corporales en conexin con los cuerpos materiales como phenomena
bene fundata, nos encontramos hoy con la dificultad de que una considera-
cin que parte de una explosin originaria sera absolutamente incompleta, si

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 271-295. UNED, Madrid
292 Hans Poser

e xcluyese la mente como algo reducible a la materia, tal y como se ha propuesto


el materialismo eliminativo.

En todo caso, el problema mente-cuerpo de hoy en da no es sino un paso


en el desarrollo en cuestin desde el Big Bang. Esto deja claro que hemos de
introducir un concepto que nos permita describir (y quizs no explicar) y salvar el
vaco entre un nivel y el siguiente en tanto emergencia de las nuevas propiedades
en el nivel superior. Esto ha de ser emprendido de manera no reductivista, puesto
que no hay posibilidad de predecir el desarrollo aqu en liza. Recordemos que
Leibniz, a fin de solventar el problema mente-cuerpo por medio de la armona
pre-establecida, se vio forzado a introducir un tercer nivel, esto es, la regin de las
ideas en la mente divina, y a enriquecerlo por medio de una actividad dentro de
dicha mente. Por lo tanto, en la actualidad el resultado no puede consistir en una
reproduccin de la doctrina aristotlica de las capas ontolgicas nicamente, sino
que se requiere la idea aristotlico-leibniziana de una energeia o potencialidad que
impulsa los estados, de modo que esta potencialidad crea absolutamente nuevas
clases de individuos que tienen absolutamente nuevas propiedades, como se sabe
del caso especial que es la evolucin, y que acaba en individuos con consciencia.

Probablemente no es de ayuda alguna el creer que ya en el primer estado


plasmtico a altas temperaturas se incluyeran todas las consecuencias, ya que no
existe principio de razn suficiente detrs (incluso y an en el caso de que la ley
de desarrollo interno se tenga en cuenta en la discusin contempornea como
principio antrpico). Pero a fin de cuentas todo esto viene a significar que hemos
de buscar una nueva y ms apropiada respuesta que debera contemplar cul es
la manera en que Leibniz la intentara contestar.

Las ltimas reflexiones muestran que el problema de la relacin alma-cuerpo,


hoy lo mismo que para Leibniz, no puede considerarse nicamente como un pro-
blema de la mente humana y del cuerpo humano, sino como problema parcial en el
desarrollo del universo en expansin desde la denominada explosin originaria. Solo
en un marco semejante lo suficientemente amplio pueden concebirse las citadas
conexiones, porque el problema de la relacin alma-cuerpo ya para la tradicin no
se poda clasificar de otra manera. Con ello, se muestra que tiene que ser desarro-
llado un modelo que nos permita describir y quiz tambin explicar cmo puede
entenderse el camino desde el comienzo esbozado, a travs de los distintos niveles,
como una emergencia de las respectivas nuevas cualidades sobre las respectivas del
nivel ms elevado. Esto debe suceder de una manera no reduccionista, porque no
hay ninguna posibilidad de predecir las nuevas cualidades en el nivel precedente, o

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La solucin leibniziana al problema de la relacin... 293

en el nivel ontolgicamente inferior, por decirlo en trminos aristotlicos. Con ello


recordamos que Leibniz, para solucionar el problema de la relacin alma-cuerpo
por medio de su armona preestablecida, se vio obligado a aceptar como nivel ms
elevado la regio idearum del pensamiento divino y, adems, a enriquecerlo con una
actividad de la mente divina. De acuerdo con esto, no se puede volver a aceptar hoy
simplemente la doctrina aristotlica de las capas ontolgicas, sino que se requiere
una concepcin leibniziano-aristotlica de una energeia o potencialidad, la cual
impulse las situaciones ahora bien, de abajo hacia arriba -, de forma que esa
potencialidad absoluta pueda producir nuevas especies de individuos con cualidades
absolutamente nuevas, como es conocido a partir de las teoras evolutivas, en las que
al final se consigue producir el individuo con conciencia. Probablemente no nos sea
de mucha ayuda aceptar, en el sentido del principio antrpico, que el primer plasma
altamente energtico ya contiene en s todos sus estados subsiguientes -tal y como
Leibniz lo acept para cada mnada-, porque el principio de razn suficiente en su
radio de alcance se nos presenta como limitado desde nuestra comprensin actual.
En efecto, todo esto muestra cun alejados estamos de una respuesta satisfactoria.

Si echamos una mirada retrospectiva al desarrollo del problema de la relacin


alma-cuerpo en Leibniz y hoy da, parece claro que se trata de dos formas de acce-
so muy diferentes, que descansan en modos de plantear cuestiones muy diversas.
Leibniz intent desarrollar un sistema como una hiptesis que conduca desde
la emanacin de Dios a travs de los individuos y sus percepciones hasta el mundo
percibido, mientras que hoy da partimos de un fundamento fsico para, a partir
de all, llegar en una emergencia a la mente a travs de biosistemas. Ambos puntos
de vista son perspectivas externas sub specie aeternitatis, pues ambos admiten un
topos externo: Leibniz intenta ver a Dios en los mapas, mientras que nosotros
intentamos llegar detrs del enigma de la evolucin desde una postura de observa-
dor. Los principios que se presuponen en ambos casos son absolutamente distin-
tos. Leibniz desarrolla su representacin sobre la base de la lgica y del principio
de razn suficiente que, al mismo tiempo, es tambin el principio de causalidad
suficiente; por ello aparecen vinculadas causas y principios, de forma que, lo que
l desarrolla es vlido tanto para las mnadas como para los cuerpos. Con lo cual
viene a relacionar esto con una perspectiva teleolgica, en tanto que incluye en el
principio de razn suficiente el principio de lo mejor como un principio moral
para regir las acciones divinas y humanas. Todo esto se diferencia radicalmente de
los presupuestos actuales: desde que la teora cuntica ha dejado de ser discutible,
denegamos al principio de razn suficiente su validez universal, y desde la Crtica
del Juicio de Kant hemos dejado de buscar interpretaciones teleolgicas de la natu-
raleza. Antes bien, lo que intentamos es disear una teora de una nueva forma de

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 271-295. UNED, Madrid
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desarrollo fuera o junto al desarrollo causal, como se ve, por ejemplo, en la relacin
de la teora cuntica de campos y la fsica clsica, junto con las interpretaciones
que aseguran la independencia de la conciencia; o en una perspectiva teortica
procesual, que acopla con procesos de conciencia los procesos evolutivos finales
debilitados; o en los modelos del caos determinista, de la evolucin y de la autoor-
ganizacin, ejemplos en los que la no predecible aparicin de algo completamente
nuevo, es posible seguida de seleccin o estabilizacin. Esta nueva forma de ver es
tan poderosa que ha encontrado su camino en muchos campos cientficos en los
que era vlido estructurar procesos temporales; ahora bien, hoy ha alcanzado en la
forma de teoras de la emergencia al problema de la relacin alma-cuerpo.

El esquema de la evolucin es la nueva visin del mundo, que ha aparecido en


el lugar de la visin causal mecanicista; y con ello se ha desplazado la cuestin con
la que confrontarse cientficamente. Ya no se trata de cmo llev Dios la emanacin
al mundo, sino en lugar de una solucin top-down, una bottom-up de cmo algo
completamente nuevo pudo convertirse en real. Tambin aqu aparece un notable
paralelismo con Leibniz: para su teora de la emanacin necesitaba Leibniz una
especie de fuerza (vis), que tena que hacer su aparicin como vis primitiva y fiat!
Divino ante las posibilidades de la regio idearum, para entrar a formar parte como
appetitus en las mnadas y como vis derivativa en la dinmica del mundo de los
cuerpos, -en ambos casos combinada adems con un tipo especial de potencialidad
activa: este es en realidad el precio metafsico de la solucin leibniziana. Si mira-
mos a partir de aqu hacia las teoras de la emergencia, se muestra que precisan
algo anlogo, esto es, una especie de potencialidad dinmica. sta no puede ser de
naturaleza teleolgica, sino que ha de permanecer abierta hacia el futuro, impul-
sando a su vez la evolucin de manera que, con las caractersticas de la emergencia,
surjan nuevos niveles con nuevos objetos y nuevas cualidades, que revelen un tipo
especial de necesidad. Tambin aqu se presenta el problema, el problema de la
sustancia corporal, pero ahora slo como un problema botton-up: la prima materia
es un apeiron anaximndrico de elevada energa, pero cmo podemos introducir
entonces orden por as decirlo contra la segunda ley de la termodinmica? cmo
puede llegar ste a la auto-organizacin y auto-reproduccin de biosistemas y, final-
mente, a la mente?

Mientras que Leibniz colocaba en el nivel superior el reino de las ideas y la acti-
vidad de la mente divina, nosotros tenemos que ampliar nuestro nivel inferior: el
plasma lleno de energa no es de ninguna manera la materia tradicional sobre todo
tienen que ampliarse las potencialidades que determinan el universo en expansin
con su dinmica interna. Todo esto suena a pura fsica, pero de hecho se trata de

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 271-295. UNED, Madrid
La solucin leibniziana al problema de la relacin... 295

una metafsica de estados hipotticos, que posibilitan la libertad en el nivel superior;


quiz deberan por ello los cientficos naturales denominar tambin a sus nuevos
sistemas como hiptesis, tal y como lo hizo Leibniz. En cualquier caso, la teora de
la emergencia es una teora metafsica, quiz frtil, si estamos dispuestos a sondear
y analizar a la manera leibniziana sus presupuestos metafsicos.

Si el neurobilogo tuviera razn con su supuesta demostracin a favor de la no


existencia de la libertad de la voluntad, ni su afirmacin sera libre, ni la consecuen-
cia de una reflexin, sino el resultado de un acto de habla o escritura que tuvo lugar
antes de que comenzara a pensar. Si no aceptase esto, su propio modelo fracasara.
En cualquier caso, seguimos con nuevas preguntas y viejas respuestas respuestas
que no solucionan el problema actual, pero que nos muestran porqu algunas de
las nuevas propuestas de solucin son insostenibles y qu tipo de metafsica tiene
que entrar en escena, para que pueda ser posible una solucin hipottica.

Recibido: 1/10/2016
Aceptado: 21/10/2016


Este trabajo se encuentra bajo unalicencia de Creative Commons Reconocimiento-
NoComercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 271-295. UNED, Madrid
Sobre la especificidad del atesmo
moderno

On the specificity of modern atheism

Diego Snchez Meca1

Facultad de Filosofa
UNED

Resumen: En este ensayo se trata de analizar el tipo especfico de atesmo que


caracteriza y peculiariza al pensamiento filosfico contemporneo, representado en
tres autores: Marx, Nietzsche y Freud. Para todos ellos la religin es una ilusin que
debera quedar superada y desplazada por la ciencia, el progreso de la civilizacin y
la autosuperacin del individuo. La religin es el fruto de una proyeccin subjetiva,
es decir, de una invencin a la vez individual y colectiva, de naturaleza compensato-
ria, propia de un estadio infantil e inmaduro de los individuos y de la sociedad que
debera superarse para acceder a una situacin de ms libertad, de ms salud psquica
y, en definitiva, de mejor realizacin humana. Por eso, estos tres pensadores exhiben
su atesmo en ntima conexin con una crtica de la cultura cuyo fin es propugnar
una liberacin del ser humano de todo aquello que lo aliena, lo anula o lo neurotiza,
es decir, de todo aquello que le impide ser todo lo que los seres humanos podramos
llegar a ser. No se trata, por tanto, de una destruccin de lo religioso como dimensin
existencial propia y distintiva de lo humano, sino de una crtica de determinadas
expresiones que la religin y la fe en Dios han adoptado en nuestra cultura.

Palabras clave: Religin, atesmo, Marx, Nietzsche, Freud.

1
Departamento de Filosofa, UNED. C/ Paseo Senda del Rey, 7. Madrid (28040). E-mail:
dsanchez@fsof.uned.es

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 297-309. UNED, Madrid
298 Diego Snchez Meca

Abstract: In this paper we try to analyze the specific type of atheism that
characterizes and distinguishes contemporary philosophical thought, represented
by three authors: Marx, Nietzsche and Freud. Religion is for them an illusion that
should be overcome and displaced by science, the progress of civilization, and the
individual self-improvement. Religious is the result of a subjective project, that is, an
invention that is, at the same time, individual and collective, of a compensatory nature,
belonging to an infantile, immature stage of individuals and society which should be
overcome in order to gain access to a situation f greater freedom, greater psychological
health and, in short, improved human fulfilment. Because of this, these three thinkers
exhibit their atheism in intimate conncection with a criticism of culture, in order to
foment the liberation of human beings from all that alienates, annuls, or neuroticizes
them, that is, everything that prevents them from being all that they could be. It is
not, therefore, a destruction of all that is religious as an existential dimension in itself,
something distinctive to being human, but rather a criticism of certain expressions that
religion and faith in God have adopted in our culture.

Keywords: Religion, atheism, Marx, Nietzsche, Freud.

Que Marx, Nietzsche y Freud son los tres grandes pensadores ateos de la
filosofa europea postilustrada creo que es algo de todos suficientemente cono-
cido. Es conveniente, sin embargo, especificar qu clase de atesmo caracteriza y
peculiariza al pensamiento de cada uno de estos autores y qu pueden tener en
comn. Si hubiera que sealar algn aspecto comn en lo referente a la com-
prensin de la religin en estos tres autores, probablemente el que ms inmedia-
tamente salta a la vista es la caracterizacin que hacen de la religin como una
ilusin que debera quedar superada y desplazada por la ciencia, el progreso de la
civilizacin y la autosuperacin del individuo. Por ejemplo, para Marx, la religin
es la ilusin consolatoria que los seres humanos se procuran, a la manera de un
opio, en situaciones sociales, econmicas y polticas de injusticia e inhumanidad
para evadirse de ellas y poder soportarlas. Nietzsche, por su parte, afirma que
fueron los nihilistas, es decir, los despreciadores del cuerpo y de la tierra quienes
inventaron las cosas celestiales, los trasmundos y a Dios como clave de bveda de
toda una construccin metafsica y moral de la vida que ha mostrado finalmente
su nada constitutiva en nuestra poca. Y Freud define la religin como la ilusin
fruto de la estrategia de los impulsos inconscientes y ofrece analogas entre ella,

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 297-309. UNED, Madrid
Sobre la especificidad del atesmo moderno 299

los sueos y los sntomas neurticos con los que se satisfacen de manera sustitu-
toria y disfrazada necesidades psicolgicas.

Es decir, ninguno de estos autores afronta la religin y la creencia en Dios


como un error en sentido lgico o gnoseolgico sealando, por ejemplo, la falta
de valor probatorio de estas o aquellas pruebas; ni tampoco, de manera directa,
como una mentira en sentido moral, sino, que la afrontan como el fruto de una
proyeccin subjetiva, es decir, de una invencin a la vez individual y colectiva,
de naturaleza compensatoria, propia de un estadio infantil e inmaduro de los
individuos y de la sociedad que debera superarse para acceder a una situacin de
ms libertad, de ms salud psquica y, en definitiva, de mejor realizacin humana.
Por eso, estos tres pensadores exhiben su atesmo en ntima conexin con una
crtica de la cultura cuyo fin es propugnar una liberacin del ser humano de
todo aquello que lo aliena, lo anula o lo neurotiza, es decir, de todo aquello que
le impide ser todo lo que los seres humanos podramos llegar a ser. No se trata,
por tanto, de una destruccin de lo religioso como dimensin existencial propia
y distintiva de lo humano, sino de una crtica de determinadas expresiones que
la religin y la fe en Dios han adoptado en nuestra cultura, as como de los efec-
tos que han tenido contrarios a ese fin positivo que es la liberacin de los seres
humanos. Pues bien, vamos a analizar la formulacin del atesmo y la crtica a la
religin en cada uno de estos tres autores.

En el caso de Marx2, partimos de esa definicin que hemos sealado de la


religin como la falsa conciencia del ser humano sobre s mismo que se produ-
ce en condiciones sociales, econmicas y polticas injustas. En este sentido, la
religin forma parte de las superestructuras ideolgicas sin las cuales tales con-
diciones injustas y opresivas no podran mantenerse, de modo que su funcin
habra sido la de narcotizar a los individuos para que soporten mejor la miseria,
la explotacin y la opresin. Puesto que somos seres sociales, los seres humanos
nos encontramos siempre inmersos en un conjunto de relaciones de produccin,
de trabajo, de sistema poltico, de creencias y de costumbres que son como son
sin que nuestra voluntad y libertad tengan muchas posibilidades de intervenir
para cambiarlas sustancialmente. Este sistema de relaciones de produccin y de
trabajo es lo que constituye la infraestructura econmica de nuestra sociedad,
y por tanto es la base real sobre la que se levanta una superestructura jurdica

2
Para la crtica de Marx a la religin vanse sus Tesis sobre Feuerbach y otros escritos filosficos,
Grijalbo, Barcelona,1974. Tambin se consultarn con provecho sus Textos selectos, Gredos,
Madrid, 2011 y sus Manuscritos: economa y filosofa, Madrid, Alianza, 1981.

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(que son el derecho y las leyes vigentes) y una superestructura poltica (que es el
Estado), a las que corresponden formas determinadas de conciencia social por
parte de los individuos como son la moral, la filosofa, y naturalmente la religin.

Tenemos, por tanto, aqu uno de los principios ms distintivos del pensa-
miento marxista, y es que las formas de produccin de los medios materiales
necesarios para vivir condicionan de manera decisiva todo el proceso social, pol-
tico, pero tambin cultural y espiritual de una sociedad. Con esto, Marx se opone
a lo que afirmaba la filosofa tradicional, en el sentido de que no es el espritu
o la conciencia de los hombres lo que determina su ser, sino al contrario, su ser
social y las condiciones de su medio econmico y poltico son las que determinan
su conciencia, su pensamiento y su cultura. O para decirlo ms brevemente, la
superestructura no es sino un subproducto de la infraestructura. Y esto significa
que la cultura en su conjunto, o sea, la moral, la poltica, el arte, y, por supues-
to, la religin, no seran ms que un reflejo de las condiciones econmicas en
las que se vive, por lo que no seran ms que ideologa. Y aqu entramos en un
aspecto muy polmico que es precisamente el especfico del atesmo marxista.
Pues para el marxismo, ideologa son todas las ideas y discursos con los que trata
de justificarse y legitimarse el estado social de hecho, por lo que de ningn modo
reflejan con veracidad esa situacin, sino que la presentan falseada, tergiversada
y enmascarada.

Lo que los seres humanos piensan y creen estara siempre influido y has-
ta determinado, segn el marxismo, por los condicionamientos econmicos y
polticos de la sociedad en la que se vive. Y esto es lo que genera la alienacin de
esos individuos, alienacin que Marx interpreta en los mismos trminos que lo
haba hecho antes Feuerbach. Para Feuerbach, la alienacin es un mecanismo de
proyeccin objetivadora que los seres humanos hacen indeliberadamente de pro-
ductos de su propia actividad y fantasa, tomndolos luego como realidades en s
y sometindose a ellos3. Por ejemplo, alienacin sera ese tipo de proyeccin que
tiene lugar, de un modo particularmente relevante, en la religin y que consiste
en que en vez de ser Dios quien crea al hombre, es el hombre dice Feuerbach-
quien crea a Dios. Por lo tanto la religin es alienacin que conduce a la evasin
de la realidad hacia un mundo trascendente lleno de creaciones ilusorias que
sirven de consuelo y de esperanza ante este mundo injusto y sin esperanza. Las
religiones dice Marx- surgen de esas situaciones de injusticia para consolar a

3
Feuerbach, Ludwig, La esencia del cristianismo, Madrid, Trotta, 2009.

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los individuos del sufrimiento que les produce un mundo malvado, desalmado e
inhumano, ya que sin el opio de la religin, estas situaciones no podran subsistir.

De ah que la religin induzca a apartar la mirada de este mundo para vol-


verse hacia la esperanza en un ms all. Al prometer una felicidad en la otra vida,
ensea a aceptar la desdicha en la tierra y disuade de la protesta y de la rebelin.
Adormece, en definitiva, la lucha revolucionaria y entorpece as la liberacin
de los seres humanos. Por eso dice Marx que la religin, como el resto de la
ideologa, se encuentra siempre e invariablemente al servicio y en beneficio de la
clase dominante. Y esta es la razn por la que rechaza todas las religiones y niega
toda transcendencia. La falsa conciencia de la religin debera quedar superada,
segn l, como primer requisito para cambiar el mundo de tal modo que dejara
de necesitar semejantes ilusiones4.

En cuanto a Nietzsche5, hay algunas analogas entre este atesmo de Marx y


el de Nietzsche, como vamos a ver, aunque Nietzsche, en realidad, lo que hace
es un anlisis de la religin en la historia de Occidente, as como de los efectos
y consecuencias que la fe en el Dios cristiano ha supuesto para el desarrollo y
el estado actual de nuestra civilizacin occidental. Todos saben, sin duda, o lo
habrn odo decir, que Nietzsche es el filsofo del Dios ha muerto. Y algunos
hasta creen que Nietzsche es quien lo ha matado. Esto sera, creo yo, tener una
idea demasiado elevada del poder de Nietzsche, por lo que no tiene mucho sen-
tido eso que se cuenta sobre cierta inscripcin encontrada en el muro de Berln.
Por lo visto haba un grafiti que deca: Dios ha muerto, firmado Nietzsche. Y
debajo otro que deca: Nietzsche ha muerto, firmado Dios, como desafiando a
ver cul de las dos afirmaciones era la ms verdadera. No. Yo creo que este no es
el modo de enfocar la cosa. Nietzsche no es el asesino de Dios, ni hubiese podido
serlo por mucho que lo hubiese querido ser. Borrar a Dios de nuestras vidas y

4
Para seguir leyendo sobre el atesmo marxista, an sigue siendo sugerentes los libros de Gar-
davsky, Vtezslav, Dios no ha muerto del todo: reflexiones de un marxista sobre la Biblia, la reli-
gin y el atesmo, Salamanca, Sgueme, 1972, y el de Gonzlez Ruiz, Jos Mara, Marxismo y
cristianismo frente al hombre nuevo, Fontanella, Madrid, 1969. Un enfoque ms reciente es el
de MacIntyre, Alasdair C., Marxismo y cristianismo, Buenos Aires, Nuevo Inicio, 2007.
5
La crtica de Nietzsche a la religin est diseminada por toda su obra. Son muy importantes,
no obstante, algunas obras ltimas como El Anticristo, Crepsculo de los dolos o Ms all del
bien y del mal. Tambin las primeras obras de madurez, Humano, demasiado humano y La
gaya ciencia, que pueden encontrarse en Nietzsche, F., Obras Completas, edicin de D. Sn-
chez Meca, vol. III, ed. Tecnos, Madrid, 2013. As mismo son insustitubles sus fragmentos
pstumos, cfr. Nietzsche, F., Fragmentos pstumos, edicin de D. Snchez Meca, Madrid,
Tecnos, 2007-2010, 4 vols.

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de nuestra historia no es un acontecimiento pensable como un acto voluntarista


o un ejercicio terrorista de destruccin de alguien en particular aunque se trate
de Nietzsche.

La expresin Dios ha muerto, lo nico que significa es la constatacin, ya


en tiempos de Nietzsche (o sea en el s. XIX), de que la fe en el Dios cristiano se
haba debilitado hasta el punto de no servir ya de fundamento a los valores y a
las verdades sobre las que se haba sostenido antes la civilizacin europea. Esta
disolucin de la fe en Dios fue el resultado de todo el proceso de crticas que
tuvieron lugar por parte de los cientficos y filsofos modernos, especialmente
franceses e ingleses, en lo que se ha dado en llamar el proceso de secularizacin.
Y Nietzsche lo que hace es proseguir este proceso de desenmascaramiento y
deslegitimacin con la conciencia de que al hacerlo as est respondiendo a la
exigencia de bsqueda de la verdad y de autenticidad moral que siempre haban
propugnado la metafsica y la moral cristiana. Porque es esta exigencia la que
termina conduciendo finalmente a la disolucin de Dios y de la religin, a la
manera de un proceso de purificacin que no tolera ya lo falso e ilusorio con
lo que muchas veces, histricamente, se han construido la teora y la praxis de
nuestra cultura occidental.

No creo que sea preciso aclarar que este dios que muere es, en realidad,
el Dios de la teologa, de la metafsica y de la poltica. O sea, es el Dios de la
ontoteologa que al fin se ha descubierto como simple ilusin, o sea, como ms-
cara de la nada, pero a la vez, sin embargo, como instrumento importante de
determinadas formas de ejercicio histrico del poder. Como para Marx, tambin
para Nietzsche la fe surge como respuesta al sufrimiento y es creacin infantil
de ilusiones sustitutorias. Slo que para l eso ha formado parte de la estrategia
de unos pocos que astutamente lograron dominar a grandes masas mediante
la estrategia de utilizar a Dios como el principal instrumento para debilitar y
domesticar al ser humano. La estrategia consista en arrebatar, mediante el con-
cepto de pecado y de culpa, el amor por la vida, la autoafirmacin, la adhesin
a este mundo y a la felicidad de esta tierra. La religin se habra desarrollado as
como una especie de intoxicacin para sumir a los seres humanos en el desprecio
de s mismos logrando convertir al europeo de hoy en un animal enfermo.

En este sentido, la religin cristiana habra funcionado promoviendo unos


valores y unas actitudes que han favorecido la rebaizacin de las masas, la
desaparicin sistemtica de las individualidades fuertes, independientes y crea-
tivas, convirtiendo, por tanto, nuestro mundo en el reino del nihilismo y de la

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Sobre la especificidad del atesmo moderno 303

ediocridad. Por esta razn, Nietzsche plantea su crtica a la religin cristiana


m
como el primer paso de un proyecto de transvaloracin de los valores morales.
Si el Dios cristiano ha servido durante siglos de fundamento de todo el edificio
de verdades y valores sobre los que se sostena nuestra cultura nihilista, la muerte
de Dios implica que ahora los seres humanos podemos darnos a nosotros mis-
mos unos valores, unas metas y unos fines que proporcionen un nuevo sentido
a nuestra vida y ofrezcan a nuestro mundo un nuevo centro de gravedad. Para
Nietzsche, la muerte de Dios ha sido, en este sentido, un acontecimiento positi-
vo, porque una vida sometida a un Dios eterno e inmutable no poda evolucio-
nar, ya que tena que atenerse a un orden de valores y verdades fijado de una vez
por todas. Como despus para Sartre, Nietzsche piensa que este Dios no debera
existir, ya que si existiese el ser humano no sera libre para crear su ser individual,
su sociedad y su proyecto de vida.

Ahora es posible una transvaloracin, es decir, una nueva creacin de valores


que se base, no en la promocin de la debilidad y el rechazo a esta vida, sino
en su aceptacin y afirmacin, a ejemplo del paganismo antiguo que sirvi de
fuente a una cultura sana y creativa, como fue la de los antiguos griegos. Lo que
caracteriz a esta religin pagana, dice Nietzsche, fue que nunca pretendi la
moralizacin de la sociedad, sino que su razn de ser fue la exaltacin de una
imagen de la felicidad representada en la pluralidad de los dioses olmpicos. Es
decir, no consista en la sacralizacin de ningn cdigo moral que proclamara las
tablas de un bien y de un mal trascendentes, sino que era la expresin sublimada
de impulsos erticos que tienden al amor universal y de una crueldad que se
liberaba mediante los sacrificios y rituales litrgicos.

Por tanto, contra la religin cristiana como consuelo, opio, deseo de muerte,
neurosis, martirio, crucifixin, y obsesin con el dolor, Nietzsche propone abrir
paso ahora a la religin como serenidad y afirmacin de la vida en su totalidad
simbolizada en la figura del dios Dioniso. Ya no se identificara, por tanto, la
religin con una Iglesia en cuanto institucin de poder que conduce a las almas
como un rebao, sino que se entendera como libre espiritualidad y vida interior,
que siente la vinculacin del hombre con la tierra y le impulsa a identificarse
con la totalidad de todo lo que existe, afirmndola y comprendindose parte
de ella. Esta religin promovera un nuevo amor espiritualizado y un profundo

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r econocimiento hacia la vida, al ensear al individuo a vivir religado con la tota-


lidad universal perfecta en todos los momentos de su devenir6.

Veamos, por ltimo lo que nos dice Freud7. Para Freud, la religin nace de
la misma necesidad que las dems formas de la cultura (ciencia, tcnica, poltica,
etc.), que es la necesidad de defensa del individuo humano frente a las fuerzas
de la naturaleza y la violencia de los dems hombres. Su origen es, por tanto, el
desamparo del adulto, que continua y repite el desamparo infantil. La mayo-
ra de los seres humanos estamos destinados, segn este autor, a seguir siendo
siempre nios, y por eso, cuando se trata de la religin, lo que se hace es investir
a las potencias desconocidas y terribles del mundo y de la vida con los rasgos
de la imagen paternal. La fuente de la religin, lo mismo que la de la moral, es
la situacin de indefensin propia del ser humano y el miedo que nace de esta
indefensin, ya se trate de un miedo real o de un miedo neurtico, frente al cual
se recurre a la figura del padre como defensor y protector.

Ahora bien, lo especfico de la religin es, para Freud, que tanto sus creencias
como su ceremonial remiten a una realizacin de ese deseo del padre segn el
modelo del sueo, o sea, produciendo ficciones, mitos, relatos que entran todos
en su concepto de ilusin. La ilusin sera, por tanto, una estratagema del deseo
para realizarse al margen del principio de realidad. Y esto es lo que permite a
Freud ver una simple diferencia de grado entre la mitologa religiosa y el delirio,
porque el conflicto con la realidad est disimulado en la ilusin mientras que se
hace patente en el delirio. Por esta razn, algunas creencias religiosas resultan,
en este sentido, para l, claramente delirantes. En cualquier caso, la religin es,
para Freud, la realizacin de un deseo disimulado segn el modelo proyecti-
vo-imaginativo propio del sueo, que surge de una situacin de sufrimiento y
malestar profundos como deseo de consuelo (o sea, lo mismo que para Marx y
para Nietzsche). Puesto que el ser humano es un ser bsicamente infeliz al no
poder conciliar nunca la satisfaccin de sus deseos ms profundos con la tarea
histrica de la cultura y con su realizacin objetiva como hombre, necesita de
una institucin como la religin que le ofrece justamente, junto al rostro severo
y cruel de la prohibicin y del castigo, tambin la cara amable del perdn y del

6
Para la crtica de Nietzsche a la religin, sigue siendo imprescindible el libro de Valadier,
Paul, Nietzsche y la crtica del cristianismo, Madrid, Cristiandad, 1982. Tambin contina
siendo interesante el de Jaspers, Karl, Nietzsche y el cristianismo, Buenos Aires, Leviatn, 1990.
7
Las principales obras en las que Freud desarrolla su crtica a la religin son El porvenir de
una ilusin, Totem y tab y Moiss y el monotesmo, que pueden consultarse en Freud, S., Obras
completas, ed. James Strachey y Anna Freud, Buenos Aires, Amorrortu, 1972 ss.

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Sobre la especificidad del atesmo moderno 305

consuelo. Por eso es por lo que histricamente se han representado a los dioses
en forma humana de modo que el individuo los pueda ver frente a s como seres
susceptibles de ser aplacados e influidos. Se ha creado, por ejemplo, la figura de
la Providencia, como dios benvolo capaz de dejarse sobornar con ofrendas y
promesas para realizar a cambio los deseos del hombre, porque slo un cosmos
regulado por esta providencia favorable, justa, paternal y sabia resulta adecuada
a los deseos del hombre. De modo que la religin promete as al ser humano
alivio de su pesada carga de sufrimiento, le reconcilia con su destino ineluctable
y le compensa de todos sus sacrificios.

La historia de las religiones habra evolucionado, en consonancia con esto,


en funcin de sucesivos desplazamientos de esta figura paterna, de modo que
primero esa figura paterna es el totem, luego son los espritus y los demonios,
luego es una pluralidad de dioses y, finalmente, es un dios nico. Por tanto, el
momento culminante de la historia de las religiones sera el monotesmo judaico
y luego cristiano, que es el momento en el que la multiplicidad de lo divino se
reduce a una persona nica, de tal modo que la relacin de los individuos con
l puede adoptar ya esa intimidad y esa cercana que es propia de las relaciones
infantiles del nio con su padre. Por tanto, ntese que el consuelo ofrecido por
la religin en compensacin por el sufrimiento de la vida est implicando un
retroceso de los individuos a la situacin infantil anterior a ese sufrimiento. El
mecanismo sobre el que se forma y se consolida la religin sera, pues, ste: del
mismo modo que todas las situaciones de impotencia y de dependencia en la que
los seres humanos nos encontramos repiten nuestra situacin infantil de despro-
teccin y desamparo, tambin la consolacin de la religin actuara repitiendo
y reactivando el prototipo de todas las figuras consoladoras que es la figura del
padre protector y omnipotente, que queda as instituido como Dios. En defini-
tiva, en la religin, el ser humano seguira siendo presa de la nostalgia paterna,
porque nunca deja de ser dbil como un nio. Entonces, si todo desamparo es
nostalgia del padre, todo consuelo es reiteracin del padre. Y por eso, frente a la
desgracia, la violencia, el terror, las catstrofes, el hombre-nio sigue recurriendo
a dioses a imagen del padre.

Una vez aclarado lo que para Freud constituye la esencia de la religin,


querra decir un par de cosas ms, una sobre lo que piensa acerca de la prctica
de la religin y otra sobre cul fue su origen en los comienzos de nuestra civili-
zacin. En relacin con las prcticas religiosas, Freud establece una significativa
analoga entre estas prcticas y la neurosis obsesivo-compulsiva. En un escrito
de 1907, titulado Actos obsesivos y ejercicios religiosos, la prctica religiosa, y, ms

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concretamente, la observacin de un ritual, de una ceremonia o de un sacra-


mento, es comparada elemento a elemento con el ceremonial del neurtico. En
ambos casos, dice Freud, se da el mismo cuidado por respetar los detalles del
ritual, la misma atencin por no omitir nada, la misma tendencia a complicar
su ordenamiento, la misma tortura de conciencia cuando se ha omitido algn
fragmento. Y, por ltimo, el mismo carcter defensivo y protector del ceremo-
nial frente a un vago miedo al castigo procedente de fuera. Naturalmente, en el
caso de Freud, esta comparacin apunta a la pregunta: habra que comprender
entonces la neurosis obsesiva como una cierta religin privada y la religin como
una neurosis obsesiva universal? En cualquier caso, sea cual sea la respuesta que
se le quiera dar a esta pregunta, lo cierto es que esta analoga se ha utilizado en
exceso para presentar cualquier prctica religiosa como una caricaturizacin de
la neurosis, y esto no puede hacerse as sin ms, sin antes no haber determinado
razonadamente si toda religin o religiosidad puede quedarse reducida a esta
caricatura trgico-cmica, o bien se trata slo de determinadas formas regresivas
de religin que, en efecto, suponen y se aproximan a la neurosis.

La segunda cosa a la que quera referirme, ya en el mbito del psicoanlisis


de la cultura, es a esa reconstruccin de los orgenes de la humanidad que Freud
lleva a cabo en su obra Totem y tab, en la que presenta la figura de Dios como
la proyeccin de la omnipotencia del deseo segn el modelo de la paranoia.
Ayudndose de estudios etnolgicos y antropolgicos, elabora en esa obra una
especie de mito de los orgenes que dice lo siguiente: la sociedad humana habra
dado comienzo con un crimen, concretamente con un parricidio, porque en la
horda prehumana, un padre tirnico y cruel impeda a sus hijos tener contacto
sexual con las mujeres que l tena slo para s, de manera que los hijos se unie-
ron y mataron al padre. Pero como ese padre era al mismo tiempo el defensor y
el protector del clan, una vez cometido el crimen los hijos se arrepintieron y su
remordimiento les llev a estas dos cosas: Primera, a aceptar la ley del padre, o
sea, la prohibicin del incesto, con la que da comienzo la sociedad propiamen-
te humana, y segunda, a instaurar una rememoracin peridica de ese crimen
originario con el establecimiento de un ritual en el que el animal-totem (que
simboliza la figura del padre) es muerto y comido su cuerpo y bebida su sangre.
Este ritual de rememoracin disfrazada de la muerte violenta del padre tendra
la funcin de reavivar la reconciliacin con su imagen interiorizada y sublimada,
por lo que, con el tiempo, este totem se termin convirtiendo en Dios.

La explicacin que da Freud de esta institucin de Dios es la que ya hemos


dicho antes, o sea, si la angustia es nostalgia del padre, el consuelo tiene que ser

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Sobre la especificidad del atesmo moderno 307

reiteracin del padre. En cuyo caso, tambin aqu la explicacin freudiana apunta
a la pregunta: sera entonces la religin una pura repeticin montona y casi
neurtica de sus propios orgenes arcaicos? Y tambin, como antes, creo que no
todas las formas de religin y de religiosidad pueden quedar reducidas a esto,
sino slo aquellas que han hecho, por ejemplo, un mal uso de la culpabilizacin
y del pecado para hundir a los individuos en la regresin, o que han creado
mecanismos de consuelo promoviendo determinado tipo de devocin interesada
e idlatra que mantiene a los individuos fuera del principio de realidad8.

Bien, no querra terminar sin decir que, segn me parece, un atesmo como
el de estos tres autores no puede agotar su significacin en la simple negacin y
destruccin de la religin a partir de sus efectos negativos en la cultura o en la
psicologa de los individuos, sino que debe tener tambin el sentido de servir
para despejar el horizonte a lo que podramos llamar, de manera paradjica,
una cierta religiosidad postreligiosa. Lo que critican y tratan de destruir Marx,
Nietzsche y Freud es la religin y sus secuelas como fenmeno histrico-cultural,
no tanto la religiosidad como actitud existencial y personal que debe ser propia
de cualquier ser humano que se pregunta por el sentido de su vida y el valor de
su existencia9. En este sentido, deca Paul Tillic, que la clave para comprender
la situacin de desorientacin del hombre contemporneo es la prdida de su
dimensin de profundidad. Nuestro mundo, tan avanzado cientfica y tcnica-
mente, ha creado un entorno social que impulsa a los individuos hacia delante en
direccin horizontal. Es decir, no tiene actualidad preguntarse hoy por el sentido
de la vida, de dnde venimos, adnde vamos, qu debemos hacer, qu somos
los seres humanos. Si la dimensin de profundidad es hacerse apasionadamente
estas preguntas y estar abierto a una respuesta, entonces esta dimensin es algo
que tienen en comn la filosofa y esa religiosidad que no tiene por qu estar en
dependencia de ninguna religin concreta. Yo creo que es posible una religiosidad
postreligiosa, y creo que lo que mejor la definira sera justamente esta dimensin
de profundidad de la que habla Tillic10.

8
Para la crtica del psicoanlisis a la religin es sugerente el libro de Kristeva, Julia, Al comien-
zo era el amor: psicoanlisis y fe, Barcelona, Gedisa, 2002
9
Sobre la discusin general acerca del atesmo son orientadores los libros de Puente Ojea, G.,
Atesmo y religiosidad: reflexiones sobre un debate, Madrid, Siglo XXI, 2005 y, del mismo autor,
Elogio del atesmo: los espejos de una ilusin, Madrid, Siglo XXI, 1997.
10
Vase, sobre todo, Tillic, P., Filosofa de la religin, Buenos Aires, Megpolis, 1973. Otras
obras suyas importantes son Teologa de la cultura y otros ensayos, Buenos Aires, Amorrortu,
1974 y Teologa sistemtica, Salamanca, Sgueme, 1982, 3 vols.

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El ser humano ha demostrado a lo largo de su historia una amplia capacidad


para comprender y transformar el mundo, y hoy le anima la idea de que nin-
gn lmite se impone ya a esta capacidad. Qu sea lo que empuja as a los seres
humanos hacia delante, en direccin horizontal, es difcil saberlo. En su caminar
por el espacio y el tiempo, al ir transformado el mundo, el ser humano ha ido
convirtiendo en instrumento todo lo que le sala al paso, y eso ha hecho que
tambin l mismo se haya convertido finalmente en instrumento. Sin embargo,
a la pregunta de para qu haya de servir el instrumento, no sabe darle respuesta.
Siente el vaco y lo absurdo de su vida en este funcionamiento ininterrumpido
de produccin de medios para fines que a su vez se convierten en medios y que
no apuntan nunca a ningn fin ltimo. De modo que la vida del individuo
actual est llena a cada instante con algo que tiene que ser hecho, que tiene que
ser visto, dicho, planeado o disfrutado. Vive, pues, en un movimiento incesante
de cosas y actividades. Sin embargo, no puede saber lo que es profundidad sin
quedarse quieto, en silencio y reflexionar sobre l mismo. Slo cuando deja de
preocuparse por lo de fuera puede experimentar la plenitud del instante aqu y
ahora, de ese instante en el que espontneamente se despierta en l la pregunta
por el sentido de su vida.

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Bibliografa

Feuerbach, L. (2009), La esencia del cristianismo, Madrid: Trotta.


Freud, S. (1972), Obras completas, ed. James Strachey y Anna Freud, Buenos Aires:
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Jaspers, K. (1990), Nietzsche y el cristianismo, Buenos Aires: Leviatn.
Kristeva, J. (2002), Al comienzo era el amor: psicoanlis y fe, Barcelona: Gedisa.
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Marx, K. (1974), Tesis sobre Feuerbach y otros escritos filosficos, Barcelona: Grijalbo,
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(1997), Elogio del atesmo: los espejos de una ilusin, Madrid: Siglo XXI.
Valadier, P. (1982), Nietzsche y la crtica del cristianismo, Madrid: Cristiandad.

Recibido: 31/03/2016
Aceptado: 19/09/2016


Este trabajo se encuentra bajo unalicencia de Creative Commons Reconocimiento-NoCo-
mercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 297-309. UNED, Madrid
El lenguaje y la estructuracin

prctica de la existencia

language and practical estructuration

of existence

Samuel M. Cabanchik

UBA/UNL/CONICET, Argentina

Resumen: En el presente trabajo me propongo explorar diversos aspectos implica-


dos en la concepcin prctica del lenguaje. Desde el punto de vista metodolgico, se
argumentar en favor de la pertinencia de las consideraciones ontogenticas y filoge-
nticas, desde la perspectiva del hablante/intrprete, para el tratamiento de los proble-
mas semnticos y semiticos del lenguaje. Descripto este contexto, se har foco en la
estructura actancial que atraviesa el lenguaje, mostrando su irreductibilidad para una
representacin terica del mismo. Desde el punto de vista prctico as concebido, se
expondrn imgenes del lenguaje en la mayora de las cuales, ms all de sus profundas
diferencias, parece imponerse un elemento mtico que fungira como sustituto de la
imposibilidad de fundamento terico. As, se compararn las estampas producidas en las
obras de Bajtn, Benjamin, Rosenzweig, Sartre y Wittgenstein, valorando el componente
mtico y el componente crtico en sus respectivas concepciones del lenguaje. La pregunta
que guiar este trabajo comparativo, es el papel que cabe asignarle a la polarizacin
conciencia-comunidad en la constitucin prctica del lenguaje, y las diferentes maneras
en que las estructuras materiales y objetivas se integran en ella. A partir de este punto
pivote, se establecer una gradacin entre las imgenes referidas, segn la cual iremos
del extremo mtico de un Benjamin al extremo crtico de un Bajtn. Finalmente, ms
all de esta gradacin, se intentar responder si es posible una concepcin prctica del
lenguaje puramente crtica, esto es, ms all de todo mito.

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Palabras clave: Filosofa del lenguaje, Bajtn, Benjamin, Rosenzweig, Sartre, Witt-
genstein.

Abstract: In this paper, I intend to explore various aspects involved in the practical
conception of language. From a methodological point of view, we will argue in favor of
the relevance of ontogenetic and phylogenetic considerations; from the perspective of
the speaker / performer, we will study the treatment of semantic and semiotic problems
of language. Having described this context, we shall focus on the actantial structure that
is transversal to language, showing it to be non-reducible for a theoretical representation
of language. Conceived in this way, from a practical point of view, images of language
will be presented, most of which, beyond their profound differences, seem to impose
themselves upon a mythical element that would function as a substitute of the impos-
sibility of any theoretical foundation. Thus, the impressions produced in the works of
Bakhtin, Benjamin, Rosenzweig, Sartre, and Wittgenstein are compared, valuing the
mythical component and the critical component in their conceptions of language. The
question that will guide this comparative work is the role that can be assigned to the
consciousness-community polarization in the practical constitution of language, and
the difference ways in which the material and objectives structures are integrated in
it. Starting with this pivotal point, a gradation among the images mentioned will be
established, according to which we shall go from the mythical extreme of Benjamin to
the critical extreme of Bakhtin. Finally, beyond this gradation, we shall try to respond
to the question of whether a practical conception of purely critical language is possible,
that is, beyond all myth.

Keywords: Philosophy of language, Bakhtin, Benjamin, Rosenzweig, Sartre, Witt-


genstein.

A travs de su historia, la filosofa se manifiesta cifrando su autoconciencia


en diversas configuraciones esenciales. Se impone con evidencia irrefutable que
lo propio de la contemporaneidad filosfica ha encontrado en el lenguaje su
pivote o configuracin esencial. (Con mayor audacia, podra pretenderse que
esa dimensin axial es connatural a la filosofa como tal, y que de hecho as se ha
manifestado en su origen en las ms diversas tradiciones, de oriente a occidente).

Los afanes ms profundos de la filosofa buscaron en la esencia del lenguaje la


comunicabilidad de lo originario, entendido como lo absoluto. Absoluto significa
a la vez libre y absuelto, de modo que, si el lenguaje es lo absoluto, ha de tratarse
de la concrecin misma de lo espiritual, esto es, de una potencia inagotable e
irreductible, o, como tambin cabe especificar, infinita.

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El lenguaje y la estructuracin prctica de la existencia 313

La consecuencia inevitable de este reconocimiento, es que el lenguaje per-


manece ms all del concepto, porque todo concepto lo traiciona, al menos
parcialmente. Es una situacin desesperada para la filosofa, pues tambin el
concepto le es connatural, con lo que debe servir a dos dioses cuya tensa con-
vivencia es el precio de su hipoteca no cancelable: lo que vuelve posible a la
filosofa, es lo que la lleva a fracasar en su aspiracin mxima, la de dar caza al
absoluto dicindolo.

Anoticiados de ese lmite infranqueable, somos confinados a ubicar al len-


guaje en la base de todas las mediaciones a travs de las cuales esa Unidad o
Totalidad, amenazada con devenir mtica, se diferencia y articula. Se abre as el
abanico de todas las dicotomas o n-cotomas, si se me permite el neologismo
con las que el pensamiento filosfico se organiza, tanto en la formulacin de
sus problemas como en la sistematicidad de sus soluciones.

Herclito, Parmnides o todas sus mezclas dan igual, pues el logos quiere
y no quiere ser llamado con el nombre de Zeus y, como ese camino es un no
camino, tendramos que seguir a Parmnides en su ecuacin entre Ser y Pensar,
lo que nos dejara chapoteando en el pantano extendido entre la tautologa y el
silencio, como al Wittgenstein del Tractatus (Y si quisiramos salirnos con la
nuestra a pesar de todo o, mejor dicho, con el Todo, todos seramos eternamente
Hegel).

Somos invitados entonces a un juego aristotlico: el lenguaje se dice de muchas


maneras. Como facultad puede ser estudiado y, en el mejor de los casos, expli-
cado, en trminos de la filognesis y la ontognesis, en sentido amplio, esto es,
reuniendo los esfuerzos de la antropologa, la biologa, la historia, la lingstica,
la psicologa y la sociologa en una teora unificada o, ms plausiblemente, en
una ciencia bsica en la que se formulen las leyes correspondientes a las que todo
ese amasijo de conocimientos se reducira.

Otra de las maneras en las que se dice el lenguaje es en trminos de la plu-


ralidad de las lenguas existentes alrededor de 6000 segn algunos lingistas -.
Es un terreno ms manejable en el que el trabajo interdisciplinario, por ejemplo,
entre la etnolingstica y la neurologa, promete mucho.

Sin embargo, el avance en el conocimiento cientfico del lenguaje como


facultad y en el de las lenguas como sus diversas manifestaciones, nos dara una
teora del lenguaje en la que los problemas de la filosofa que se agitan dentro

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314 Samuel M. Cabanchik

de esa bsqueda del absoluto a la que hicimos referencia, no tendran respuesta,


pues ni siquiera podran ser formulados.

Podramos sencillamente desestimar por mtica esa dimensin soada, como


dejamos atrs, al parecer, las explicaciones teolgicas segn las cuales el lenguaje
es un don con el que Dios distingui al ser humano por encima de todo el resto
de su creacin. Pero ese gesto de autosuficiencia sera tirar al beb con el agua
sucia.

Por otra parte, el campo de lo que seguiremos llamando filosofa del lengua-
je, no fusiona todos sus problemas tpicos en esa nica bsqueda del lenguaje
como absoluto: tambin en la filosofa, el lenguaje se dice de muchas maneras. A
continuacin, veremos algunas de las principales imgenes o figuraciones que el
lenguaje ha adoptado en la filosofa contempornea, ponderando de qu modo
el enfoque filosfico logra su mayor pertinencia, no cuando compite con las
teoras cientficas, de las que puede beneficiarse, sino cuando expresa, en una
representacin integral, al lenguaje como articulacin prctica de la existencia.

El modo en que los grandes filsofos de la Grecia antigua se interrogaron por


el lenguaje nos sita en la proximidad del hambre de absoluto que respecto de
l tienta al filsofo. Una expresin culminante de ello es el dilogo El Sofista de
Platn, en donde se inquiere, con profunda perplejidad, acerca de cmo es posi-
ble decir lo que no es. Se admite el no ser a travs de un giro lingstico, por
as decir, pues se lo introduce a fin de explicar el discurso falso. Por este camino,
Platn, en su afn de derrotar al sofista, condena a la filosofa a divorciarse del
absoluto.

Esta posibilidad, la de decir lo falso, sera, en la concepcin platnica, con-


natural al lenguaje, tanto como su capacidad de ser verdico, - sin embargo, slo
aquella parece configurar el problema filosfico all, como si el discurso verdadero
fuera de suyo-. Aqu Platn se vuelve el parricida de Parmnides, al condescender
con la tesis de que el no ser tambin pertenece al lenguaje y al pensamiento. Ms
an, por albergar la falsedad en el discurso, este queda marcado en su ser, pues
ser de la ndole del logos la bipolaridad proposicional, por ende, su capacidad
de ser verdico -.

Haber recordado la doctrina platnica del lenguaje y el no ser es un buen


prembulo para acercarnos a la concepcin benjaminiana. Dar cuenta de esta
compleja y extraordinaria perspectiva de forma esquemtica no es satisfactorio,

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El lenguaje y la estructuracin prctica de la existencia 315

pero en este contexto ser inevitable. Para introducirnos de golpe y rpidamente


en ella comenzamos por sealar que Benjamin, si bien reivindica la teora de las
ideas de Platn, en lo que concierne al lenguaje su referencia fundamental es la
tradicin bblica. Vemoslo ms de cerca.

La representacin benjaminiana pretende dar cuenta de tres planos del len-


guaje: el de la facultad, el de su ser en tanto lenguaje humano en relacin al
sentido en general y, por ltimo, el de la pluralidad de las lenguas y la posibilidad
y funcin de la traduccin. Benjamin adopta el relato bblico en la siguiente
interpretacin:

(Resumo en mis propios trminos) Dios crea todas las cosas al nombrar-
las, menos al hombre, al que hace con barro y le insufla el aliento, tal que
l pueda nombrar todas las cosas a su vez, siendo esta su facultad exclusiva,
convergente con por momentos pareciera incluso dependiente de - el
hecho de no haber sido creado por un nombre de Dios. En segundo lugar,
debido a que todas las cosas han recibido un nombre de Dios y la capaci-
dad nominativa del humano deviene del artificio de Dios, con lo que se le
supone una participacin en lo divino, el lenguaje adnico, que sera la vida
secreta de todo lenguaje, puede comunicar su espiritualidad y la de todas
las cosas. Es decir, el ser lingstico que somos presta su voz a un mundo
pleno de sentido, pero mudo, voz que resuena en los nombres de las cosas,
o se vislumbra en la representacin de sus ideas, vistas estas bajo el modelo
platnico. Finalmente, cada lengua es una expresin parcial, incompleta del
lenguaje adnico, por lo que la traduccin es el lugar de, en cierta forma,
su restitucin en el mundo de los pecadores. A pesar de ello, debido a que
el lenguaje humano introduce el juicio, a quien compete la polaridad bien-
mal (o verdadero-falso podramos agregar) y la capacidad de la referencia a
lo abstracto, la recuperacin de un lenguaje puramente nominativo como el
adnico, prximo al lenguaje de la creacin, nos resulta inaccesible.

Despojada de su sugestivo ropaje alegrico, esta idea de lenguaje puede


ser asociada a tesis destacables: 1) el lenguaje no puede fundarse a s mismo,
siempre hay un lenguaje dado del que se parte: la lengua materna, por caso,
o paterna, en la alegora benjaminiana, respecto de la cual no hay funda-
mento racional hasta ahora tampoco hay explicacin emprica, agreguemos
- ; 2) la alegora de Benjamin aleja una imagen envolvente, causada por una

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316 Samuel M. Cabanchik

c omprensin equivocada del giro lingstico, al sugerir que no estamos hechos


de palabras; 3) el vnculo entre las palabras y las cosas no es meramente con-
vencional. (Por otra parte, si lo fuera, las cosas igualmente no seran escindi-
bles de las propiedades o significados que las palabras le han transferido); 4)
la traduccin acrecienta el mbito de la significacin autntica, de las cosas
mudas al lenguaje humano que le da su voz y de cada lengua potencialmente
a todas las dems, camino por el cual la experiencia y el lenguaje limitado de
una lengua en particular se redimen a travs de su renacimiento en la matriz
de las otras lenguas. Por el camino de la traduccin, la supuesta inefabilidad
de lo que cada lengua muestra, pero no es capaz de decir, es tangencialmente
comunicable en su despliegue hermenutico.

En esta perspectiva, nuestra experiencia del mundo es relativa a la lengua


con la que hacemos esa experiencia, pero esto no vuelve a las cosas numenos
inalcanzables ni transforma a cada lengua en una especie de crcel que nos
condena a hablar de palabras segn un esquema autista.

Esos planteos, como los del convencionalismo, son producto de una divi-
sin o dicotoma entre las palabras y las cosas que resulta arbitraria. Quiz
inducidos por la modernidad, - en la que fue posible, por ejemplo, que un
Kant dijera que el escndalo de la filosofa radica en no poder dar cuenta de
cmo algo en la mente representa algo fuera de la mente -, partimos de la
separacin entre las palabras y las cosas para luego buscar reunirlas, lo que
parece condenado al fracaso.

Pero nuestro mundo de cosas encarna propiedades que no tendra sin nues-
tras palabras, al punto que, como puede apreciarse con ayuda de estudios lin-
gsticos, ya al nivel del sector en donde ms prximo nos encontramos de lo
que pudiera considerarse independiente de nosotros, nuestras representaciones
varan en funcin de idiosincrasias lingsticas: la representacin espacial de
los objetos, su distribucin en gneros y la clasificacin de sus colores, por
ejemplo. Es que hay una normatividad del lenguaje, de cada lengua, respecto
de la cual no somos libres.

Por otra parte, y mal que le pese a Benjamin, los nombres y las cosas viven su
vida comn en el seno del discurso en donde reina, para reponer sus trminos,
la palabra juzgadora, es decir, aquello que liga el sentido a la norma veritativa.
Pero esto sera de lamentar slo si siguiramos siendo preplatnicos, en contra
de lo que el filsofo ateniense desarrollara en su Sofista. (Tal vez Benjamin piense

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El lenguaje y la estructuracin prctica de la existencia 317

especialmente en el lenguaje potico, en el que puede reinar el nombre/cosa sin


discurso. Por otra parte, hay que recordar que en su concepto la verdad es del ser,
no de la proposicin, o, dicho de otra manera, en su visin alegrica, la verdad no
es objeto de conocimiento, sino que se percibe al nombrar las ideas que conectan
los fenmenos entre s, pero no nos interesa ahora indagar en estas peculiaridades
de su representacin del lenguaje).

Benjamin no pretendi que su filosofa del lenguaje tuviera algn poder


explicativo, algo que slo es dable esperar de las teoras cientficas del lenguaje,
pues en ese caso se procura incrementar nuestro conocimiento, algo que la filo-
sofa no podra proporcionarnos en la visin del filsofo berlins. Su importancia
debe evaluarse bajo la luz de lo que pretenda con ella, a saber: dar una repre-
sentacin o constelacin de ideas en las que el lenguaje tomara su papel junto a
muchas otras, todas ellas relativas a una comprensin prctica y existencial de la
condicin humana.

(Cabe sealar, incidentalmente, que lo mismo corresponde decir, sin embar-


go, de un libro tan diferente de los textos de Benjamin como lo es el Tractatus
de Wittgenstein, aun desde la propia concepcin de la filosofa del filsofo vie-
ns. Como se recordar, segn se afirma en esa obra, la filosofa no aporta nuevo
conocimiento acerca de hechos sino ms bien una clarificacin del marco dentro
del cual se dan sus descripciones. Es lo que luego llamar representacin perspicua,
cuyo sentido ltimo es prctico y existencial, no terico y cognoscitivo. (La pala-
bra alemana que traducimos por representacin es en ambos casos, en Benjamin
y en Wittgenstein, la misma: darstellung). Comparando ambas representaciones,
las analogas son notables, sin por ello obviar las tambin notables diferencias.
En particular, ambas imgenes aluden a un lenguaje fundamental en el que el
seoro corresponde al nombre y con el que el lenguaje natural guarda un vn-
culo esencial. En el T. esos nombres originarios no son los de Adn, ciertamente,
sino los inscriptos eternamente en la forma lgica, pero como ha dicho Isidoro
Reguera, la forma lgica es el Dios del T.).

Volviendo a nuestras tesis benjaminianas, me interesa enfatizar la dimen-


sin comunitaria implicada en su concepcin de la traduccin. Si bien pareciera
haber un criterio trascendente de correccin, proporcionado por el hecho de
que el referente ltimo es el nombre originario, parcialmente comprendido en
los diferentes nombres de las distintas lenguas, este criterio no es directamente
operativo, ya que no poseemos ni podemos poseer ese lenguaje, sino que perma-
nece como un ideal inspirador para realizar lo que verdaderamente importa: el

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318 Samuel M. Cabanchik

lenguaje de la traduccin en el cual nos es dada la comunicacin del mundo en


el lenguaje verbal y de cada lengua en todas las dems en las que nos logramos
instalar.

Una breve comparacin con ideas similares de otro filsofo judo alemn de
la misma poca y del mismo ambiente cultural, nos ayudar a clarificar la idea.
Me refiero a Franz Rosenzweig, de quien cito:

No hay nada a lo que la palabra no siga de cerca. El lenguaje es apndice


del mundo. No es el mundo, ni pretende serlo. Pero qu es entonces? []
Qu lugar queda entonces todava para el lenguaje? [] Slo le cabe una
cosa: tender un puente entre el mundo y lo dems. Y eso es lo que hace.
[] La palabra no es una parte del mundo. Es el sello del hombre (1994,
pp. 54 y 55).

Como en Benjamin, esta palabra del hombre no es pura convencin, ni


arbitraria ni relativa. Y si no lo es, es en virtud de la confianza con la que se la
renueva, se la traslada y traduce, ms all de su comienzo, pero conservando su
fuerza originaria hasta alcanzar la palabra final, que coincidir con la palabra
de Dios. (Nuevamente, esto puede sonar extrao si se lo contempla a travs de
la asepsia habitual del abordaje lgico-analtico del lenguaje, pero no est muy
lejos de un gran racionalista, en sentido amplio, como Peirce, si se recuerda su
peculiar pragmatismo semitico sobre el conocimiento y la verdad).

Mundo, hombre y Dios, las tres dimensiones de la existencia en la perspec-


tiva de Rosenzweig, armonizan en estos trminos por obra y gracia del lenguaje:

Hasta en la ms pequea de las cosas actan as, unas sobre otras, las tres
potencias. Hay un trozo de mundo; unos hombres le dan su nombre; Dios le
pronuncia, a esa cosa mltiplemente nombrada, la sentencia de su destino.
[] Pues el mundo slo es realmente en este acontecer que comprende cada
punto de su ser en el intervalo entre palabra humana y sentencia divina. No
hay un mundo en s. Hablar del mundo quiere decir: hablar del mundo que
es nuestro y de Dios (Idem, p. 59).

En las imgenes de Benjamin y de Rosenzweig, como vemos, el lengua-


je se presenta con una duplicidad: como lenguaje del mundo, entendido este

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El lenguaje y la estructuracin prctica de la existencia 319

como creatura, y como lenguaje del hombre. Pero esta doble vida del lenguaje se
sostiene dentro de una concepcin desta. Si prescindimos del desmo, se cancela
dicha duplicidad? Cules son las consecuencias ms vastas cuando la presencia
de Dios abandona nuestras palabras?

Estas figuras alegricas del lenguaje encuentran en Dios su fundamento.


Pero en ausencia de Dios, conservara an nuestro lenguaje algo as como un
fundamento? Ocurre que en la idea de fundamento se integran muy diversas
cosas: explicacin, origen, causa, norma, ser; nada como Dios para reunir en
una sola instancia todo eso. Por ello, en su ausencia, las preguntas se separan,
abriendo diversos campos de investigacin sobre el lenguaje.

De todos esos caminos nos interesa indagar por el ser del lenguaje para,
a partir de ello, esclarecer el modo en que ste se constituye en una instancia
estructural de la existencia. Si bien exposiciones como las de Benjamin y Rosen-
zweig parecen apuntar a lo mismo, la dimensin desta slo podra admitirse
como smbolo expresivo, de ningn modo como descripcin o anlisis, que es
el modo con el que estamos comprometidos.

Tienen razn esos autores en ubicar al lenguaje como una dimensin social,
comunitaria de la existencia, forjada a travs de la comunicabilidad plena
potencialmente infinita del mundo en el lenguaje, de cada lengua en todas las
dems.

Es la redencin de Babel con Pentecosts, como ha sealado Murena: al


confundir las lenguas, nos dice el ensayista argentino, Yahveh libera al hombre,
irnicamente, de la locura del discurso nico, de la obsesin del regreso: le indica
que el camino de retorno est para l slo a travs de la aceptacin de la diver-
sidad. Pero, completa, el smbolo de Babel ha de leerse junto al de Pentecosts:

Pentecosts es paralelo a Babel, pero es, sobre todo, lo contrario. [...] En


Pentecosts late de manera singular el afn de comunicar. Comunicar qu?
La Unidad. Como en el reino de la diversidad esto es absolutamente impo-
sible, se desfigura el orden natural del mundo, se hace que unas criaturas
hablen en lenguas que hasta ese instante ignoraban.

Estas criaturas se hallan inspiradas de manera especial. As logran anular


de manera repentina la distancia y, con su fervor en el Otro Mundo, consi-
guen traerlo a ste, que se ve por ello transfigurado (2002, p. 458).

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Pero, nuevamente, el smbolo, la imagen, la metfora permiten el fulgor


intuitivo del rayo. Es necesario irradiar esa luz a travs de su difusin analtica y
descriptiva. A tales fines, nuestro punto de partida es el reconocimiento pleno
de que el ser del lenguaje es la base material que estructura nuestra existencia,
nuestro ser en el mundo. Para dar cuenta del mismo, han de integrarse en
una reconstruccin unitaria el punto de vista del hablante, tanto en el contexto
ontogentico en el que un no hablante se transforma en hablante, como en el
contexto normalizado en el que la conciencia adquiere su consistencia como
ser social en la comunicacin, es decir, en la vida dinmica de los signos en su
realidad semitica.

Adoptar este punto de partida es aceptar, en vena wittgensteiniana, que quien


est en el lenguaje est en las cosas mismas y, viceversa, que nadie est en las cosas
mismas sin estar en el lenguaje. Estar en las cosas mismas es estar en la forma de
vida y estar en el lenguaje es haber aceptado tomar la palabra como respuesta a
la invocacin recibida de parte de la comunidad de habla en la que se ha nacido,
integrndose a ella como un hablante ms.

Palabra y cosa son anverso y reverso de una sola y nica realidad, por lo que
cualquier tesis filosfica que implique la imagen de una unidad formal llamada
lenguaje como una especie de red arrojada sobre lo real para pescar cosas, es el
alimento de mitologas conceptuales variopintas. De igual manera que pretender
dar cuenta de una realidad estructurada ms all del lenguaje, pero emparejada
con l como su reflejo en un espejo a cada proposicin verdadera el hecho que
la hace tal; a cada cosa su exclusivo y esencial nombre.

La falsa alternativa a la que nos enfrenta esa mirada abstracta sobre el lenguaje
es la siguiente: o bien hay una separacin radical entre las palabras y las cosas,
y entonces algo ms bsico que el lenguaje y el mundo comunes debe unirlas,
o bien hay una unidad esencial, ms all de tal aparente separacin pero ya no
concebible como lenguaje y mundo comunes. Quien acepte esta alternativa,
ser llevado a preguntar dnde y cmo est dada o se alcanza esa unidad, sin que
el trabajo de la filosofa deba nada al lenguaje ya enraizado en el mundo con el
que se articula, ni a ste, en tanto instancia articulada con aqul.

Sostenida por el presupuesto de esta alternativa, la filosofa se transforma


en una va de desarraigo de toda forma de vida, adoptando una perspectiva
abstracta sobre los vnculos entre lenguaje y la realidad. Una vez emprendida esa
marcha, la incomprensin de nuestra condicin como hablantes de un lenguaje

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El lenguaje y la estructuracin prctica de la existencia 321

es inevitable, generando la perplejidad filosfica y la subsecuente necesidad de


teoras que la disipen.

La alternativa en cuestin es aparente, pues entre las palabras y las cosas


no hay lugar alguno en el que habitar. (Diferente es concebir un ms all de la
unidad palabra-cosa como el fondo inaccesible de lo sensible, terreno movedizo
en el que sera impropio ubicar lo discreto y estructurado, rasgos tanto de los
nombres y las proposiciones, como de la referencia y las situaciones que hacen
verdadera o falsa a stas por limitarnos slo a la funcin asertiva del lenguaje).

En consecuencia, slo queda en pie una de las dos opciones: la que concibe
una unidad originaria de naturaleza peculiar, separada del lenguaje comn, pero
tambin del mundo comn. En qu podra consistir esta rara unidad? El mejor
candidato, si no el nico, es precisamente, el mundo de lo privado, uno de cuyos
lados se pretendera aun lenguaje, mientras el otro estara habitado por su corre-
lato inmediato, sea esto lo que fuere.

Para comprender cmo se llega a este postulado, podemos valernos del pro-
blema russelliano que originara su teora de las descripciones. Recurdese el
clebre ejemplo: El actual rey de Francia es calvo. El anlisis de Russell trat la
expresin el actual rey de Francia como un nombre aparente, cuya funcin en
la oracin no era realmente ser su sujeto lgico. En este ejemplo, lo que hace de
esa expresin un nombre aparente no es, naturalmente, el hecho de que Francia
no sea ya una monarqua, sino que sea una descripcin. Cualquier descripcin,
aun una de cuyo objeto se pueda afirmar con verdad que existe y lo que la
descripcin le atribuye, tampoco sera un nombre.

Para Russell, un autntico nombre no puede en ningn caso carecer de


denotacin, constituyndose sta en su nica significacin. Para garantizarlo,
se requieren pronombres que funcionen como nombres propios. A su vez, las sig-
nificaciones o denotados de estas expresiones tienen que ser forzosamente algo
de lo que se tenga experiencia inmediata, respecto de la cual no quepa error de
juicio alguno.

La consecuencia anmala de este resultado es que las proposiciones obteni-


das a travs de este anlisis, a pesar de no ser tautologas ni verdades necesarias
bajo ningn concepto, nunca pueden ser falsas. Para ellas, tener sentido y ser
verdaderas son lo mismo.

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En cambio, las proposiciones que no contienen nombres genuinos retienen


la bipolaridad verdadero-falso, pero al precio de perder el vnculo denotativo
entre el lenguaje y su referencia. Pagado este precio, las proposiciones que no
contienen nombres genuinos pueden ser significativas y, como tales, verdaderas
o falsas. As resulta porque su forma lgica contiene afirmaciones existenciales y,
como tales, generales. Por contraste, las proposiciones cuyo sujeto lgico es un
pronombre en funcin nominativa, no contienen generalidad, denotan lo simple.

En la concepcin russelliana, el modelo objeto-designacin, como lo llama-


remos con Wittgenstein, puede generalizarse a todo el lenguaje, pues las proposi-
ciones que contienen generalidad constituyen lo que Russell llam conocimiento
por descripcin, pero todo el contenido de este conocimiento, para ser tal, debe
poder remitirse en ltima instancia a lo que llam conocimiento directo, pre-
cisamente el que se expresa en las proposiciones que contienen slo nombres
genuinos.

Ahora bien, es claro que accede al conocimiento directo slo aquel que expe-
rimenta directamente los estados de cosas por l descriptos. Pero el lenguaje que
expresa esta experiencia y conocimiento directos agota su significado en los deno-
tados as experimentados. Cmo puede ahora concebirse este lenguaje como
comn a distintos sujetos de distintas experiencias? Que la experiencia no puede
ser comn se sigue de que, si lo fuera, podra ser objeto de un conocimiento por
descripcin, o bien permanecer cierta exclusivamente en el propio caso, pues
cmo podra alguien estar cierto de que lo que experimenta el otro es lo mismo
que experimenta l mismo?

Si hemos presentado sumariamente la concepcin russelliana del modelo


objeto-designacin, es porque constituye un paradigma filosfico poderoso que
induce a una concepcin mitolgica que desnaturaliza el ser social del lenguaje, al
exigir como complemento de su nocin de significado, una determinada imagen
del pensamiento, esto es, la de un proceso interno, oculto, que acompaa como
una sombra al lenguaje en su alcance semntico.

Para superar la atmsfera mitolgica en la que queda envuelta la compren-


sin del lenguaje en esta y otras representaciones similares, es necesario reponer
los contextos dinmicos en los que el hablante/viviente articula su existencia a
travs del lenguaje en su dimensin prctica, sea el ontogentico en el que el
an viviente no hablante se vuelve hablante, sea en los ms diversos contextos

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El lenguaje y la estructuracin prctica de la existencia 323

en los que, lo que es una vivencia propia y singular desde el punto de vista de la
conciencia individual, alcanza su realidad social de signo.

En el modelo privado objeto-designacin, podramos acaso tener un nombre


comn para referirnos a un tipo de ese algo que queremos mencionar? Podra-
mos incluso tener nombres propios?

En ambos casos lo nico que tendramos, como muestra Wittgenstein en


If 258-261, es un sonido asociado a una experiencia a travs de una especie de
ostensin privada, pero este sonido, de no estar vinculado normativamente con
esa experiencia, volvera a ser tan slo un sonido inarticulado, que era lo que por
caso tena el nio antes de adquirir el lenguaje natural a partir del enseamiento
del adulto.

Lo que queramos era pasar del sonido inarticulado al lenguaje y, por este
camino, no nos hemos movido aun un paso. La clave est en la exigencia de nor-
matividad, una regla respecto de la cual quepa la distincin correcto/incorrecto
cuando se la aplica. Ahora debiera concebirse una regla en trminos puramente
privados, puede concebirse una regla as? Si lo que oficia de regla es nuevamente
la asociacin de un signo arbitrario o un grito inarticulado con una experien-
cia, el caso se homologa al anterior, por lo que la fundamentacin buscada no
habra procedido, es decir, careceramos an de la fuerza normativa requerida.

Cabe no obstante sealar, que no se trata de acusar de mitolgica solamente a


la visin del lenguaje que nos proporcionan los partidarios del lenguaje privado,
sino tambin y por lo mismo al platonista del sentido, al realista de la mente o
del significado, al naturalista cientfico, sea en la variante natural o social, al feno-
menlogo trascendentalista y a todo aqul que pretenda suprimir la tensin y el
movimiento dialctico que se establece en nosotros entre las palabras, el sentido
y la experiencia. La moraleja es que no hay atajos para la filosofa, condenada a
enfrentar el arduo trabajo de la crtica de s misma y de las condiciones subjetivas
y objetivas de su realizacin en cada situacin.

La filosofa del ltimo Wittgenstein es un poderoso antdoto crtico para


curarnos de todas esas mitologas filosficas. Sin embargo, su antimentalismo
le jug una mala pasada, porque le impidi lograr restituir adecuadamente la
perspectiva de la comprensin, al no proporcionarnos una imagen en la que la
vivencia consciente se integre por derecho propio al vnculo semitico.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 311-327. UNED, Madrid
324 Samuel M. Cabanchik

A fin de avanzar en ese sentido, sumaremos sucintamente dos referencias


contemporneas ms en nuestro camino de completar una figura del lenguaje
que nos permita recuperar lo que puede ser conservado de aquella bsqueda de
absoluto con la que comenzamos.

Prometedora en esa orientacin crtica, es la filosofa del lenguaje elaborada


por Volshinov y por Bajtn. Dar cuenta cabal de la misma implicara recorrer y
sistematizar muchos textos, lo que estara fuera de lugar en el presente trabajo.
Nos contentaremos con unas pocas citas de El marxismo y la filosofa del lenguaje,
cuya autora se le atribuye al primero de los nombrados.

Para apreciar la fuerza y el alcance de las citas que seguirn, necesito expli-
citar la orientacin general del libro. En dicha obra se afirma que la filosofa del
lenguaje es la herramienta bsica para el estudio crtico de las ideologas, pues el
lenguaje como tal es concebido como una estructura ideolgica, aunque neutral
en relacin a ideologas ms especficas que lo presuponen.

El estudio del lenguaje, segn Volshinov, debe dar a quien lo suyo: a las
perspectivas del hablante y del intrprete la soberana relativa de la realidad
dinmica que articula la vivencia individual en el medio de la comunicacin
social, y a la estructura de la lengua la normatividad inmanente a su historia y
a la dinmica de la comunicacin, que slo metodolgicamente puede aislarse
para considerarla como una estructura o sistema formal de seales que presionan
normativamente sobre la comunicacin. Teniendo presente esta contextualiza-
cin leamos los siguientes pasajes:

Sin contar con una objetivacin, con una expresin mediante un mate-
rial determinado (el material del gesto, de la palabra interna, del grito),
la conciencia es una ficcin. [] Pero la conciencia en cuanto expresin
material organizada (mediante el material ideolgico de la palabra, del soni-
do, del signo, del dibujo, del color, de la msica), es un hecho objetivo y
una enorme fuerza social. Es verdad que la conciencia no se encuentra por
encima de la existencia ni la puede determinar constitutivamente, pero en
cambio es una parte de la existencia, una de sus fuerzas y por lo mismo posee
una eficacia, juega un papel en la arena de la existencia (2009, p. 144).

Y ms adelante:

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 311-327. UNED, Madrid
El lenguaje y la estructuracin prctica de la existencia 325

El mundillo de una vivencia puede ser muy estrecho y oscuro, la orien-


tacin social de la vivencia puede ser eventual e instantneaUna semejante
vivencia fortuita permanece aislada en la vida psquica de una persona deter-
minada. No es capaz de consolidarse y encontrar una expresin diferenciada
y acabada Tales vivencias constituyen el estrato inferior, inestable y suma-
mente cambiante de la ideologa cotidiana. [] Los estratos superiores de la
ideologa cotidiana, que son contiguos a sistemas ideolgicos, resultan ms
consistentes, responsables y de ndole creativa. [] Lo que suele llamarse
individualidad creativa representa la expresin de una lnea firme y perma-
nente en la orientacin social de una persona [] (pP. 147-8).

Finalmente:

El centro organizador de cada enunciado, de cada expresin no se


encuentra adentro sino afuera: en el medio social que rodea al individuo.
Slo un grito animal inarticulado aparece organizado, en efecto, desde el
interior del aparato fisiolgico de un individuo aislado. Este grito no agrega
ningn matiz ideolgico a la reaccin fisiolgica. Pero incluso el enunciado
ms primitivo de un hombre, realizado por un organismo singular, se organi-
za fuera de este, en las condiciones extraorgnicas del medio social (p. 149).

En resumen, para Volshinov el lenguaje no es una estructura normativa


abstracta desvinculada de la faz intersubjetiva en la que se manifiesta, pero
tampoco es engendrada en la intimidad de sujetos constituidos como tales
fuera del lenguaje. Por el contrario, el desafo para una filosofa del lenguaje
consiste en dar cuenta de la comprensin como centro generador del signo en
tanto vnculo social entre conciencias.

Por otra parte, a mayor insercin de la espontaneidad subjetiva en la sig-


nificacin social, -ideolgica en los trminos del autor-, mayor creatividad y
libertad en relacin a las fuerzas alienantes de los dispositivos ideolgicos. Es
decir que la pertinencia de la conciencia, eliminada en la estrategia descriptiva
wittgensteiniana, radica en ser la instancia dinmica en la que la realidad de la
lengua como forma normativa, alcanza su concrecin y su capacidad de reno-
var la expresin de la vida colectiva, tanto en su articulacin con el organismo
como con el mundo material que lo circunda.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 311-327. UNED, Madrid
326 Samuel M. Cabanchik

No se trata de afirmar ninguna autonoma de la conciencia en relacin al


lenguaje, ya que, por fuera de la materialidad del signo, aquella se desintegra-
ra, subsistiendo solamente el proceso vital del organismo. Para ste, volverse
signo y expresarse en la conciencia son una y la misma cosa. Ms all o ms
ac de esa expresin, nos reencontraramos con la vida sin lenguaje, como en
el animal o en el nio no socializado, con ambiente ms que mundo, como
se ha dicho desde hace tiempo y, por otro lado, con una estructura abstracta
fantasmagrica, a la que slo imaginariamente podra representrsela como un
lenguaje. (En este punto, deberamos discutir con el posestructuralismo, pero
no hay posibilidades de hacerlo aqu y ahora).

Observemos que, paradjicamente, por este camino crtico en el que acep-


tamos perder el absoluto al que aludamos al comienzo, y del que tambin
apartamos toda divinidad, en cualquiera de sus posibles metamorfosis, hemos
conseguido finalmente una representacin del lenguaje que conserva algo del
absoluto soado o perdido. En efecto, y para terminar con una ltima referen-
cia, afirmaremos con Sartre que el lenguaje

[] no puede ser separado del mundo, de los otros y de nosotros mis-


mos: no es un enclave extrao que me puede cercar o desviarme de mi
propsito; soy yo, en tanto que estoy ms cerca de ser yo mismo cuanto
ms lejos estoy, con los otros, y entre las cosas. Es la indisoluble recipro-
cidad de los hombres y sus luchas, puestas de manifiesto, conjuntamente,
por las relaciones de ese todo lingstico sin puertas ni ventanas, en el que
no podemos entrar, del que no podemos salir y en el que estamos [] nada
precede al lenguajehemos pasado sin esfuerzo, merced a nuestra simple
afirmacin prctica de nosotros mismos, del alma hablada al alma hablante
(1975, pp. 23, 24 y 51).

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 311-327. UNED, Madrid
El lenguaje y la estructuracin prctica de la existencia 327

Referencias bibliogrficas

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reproducido en Walter Benjamin, Conceptos de filosofa de la historia, Caronte, Bue-
nos Aires, pp. 91 a 108.
Murena, H.A. (2002). La metfora y lo sagrado, reproducido en Hctor A. Murena,
Visiones de Babel, F.C.E., Buenos Aires.
Rosenzweig, F. (1994). El libro del sentido comn sano y enfermo, Caparrs Editores,
Madrid.
Russell, B. (2013). Sobre la denotacin, reproducido en Bertrand Russell, Lgica y
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Sartre, J.-P. (1975). El idiota de la familia, Editorial Tiempo Contemporneo, Buenos
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Volshinov, V. N. (2009). El marxismo y la filosofa del lenguaje, Ediciones Godot,
Buenos Aires.
Wittgenstein, L. (1973). Tractatus lgico-philosophicus, Alianza, Madrid.
(1999). Investigaciones filosficas, Altaya, Barcelona.

Recibido: 16/03/2016
Aceptado: 12/09/2016

Este trabajo se encuentra bajo unalicencia de Creative Commons Reconocimiento-NoCo-
mercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional

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Historia de la Polmica sobre la

introduccin de la Lgica Difusa

History of the controversy ON the

introduction of Fuzzy Logic

ngel Garrido1

Facultad de Ciencias
UNED

Resumen: Los problemas de incertidumbre, imprecisin y vaguedad se han deba-


tido durante muchos aos. Estos problemas han sido temas importantes en los crculos
filosficos, con muchos debates, en particular, acerca de la naturaleza de la vaguedad
y la capacidad de la lgica booleana tradicionales para hacer frente a los conceptos y
percepciones que son imprecisas o vagas. La lgica difusa (que se suele traducir al cas-
tellano por Lgica Borrosa, o Lgica Difusa, pero tambin por Lgica Heurstica)
puede ser considerada una lgica divergente o una deviant logic (lgica multivaluada,
MVL, en su acrnimo). Se basa en, y est estrechamente relacionada con, la teora de
los conjuntos fuzzy borrosos o difusos-, y est aplicndose con creciente xito en el
tratamiento de informacin y el control de distintos sistemas difusos. Se podra pensar
que la lgica difusa es muy reciente y que ha funcionado slo desde hace poco tiempo,
pero sus orgenes se remontan al menos a los filsofos griegos. Incluso parece posible
rastrear sus orgenes en la China y la India antiguas. Porque parece que fueron ellos los

1
Profesor de Anlisis en el Departamento de Matemticas Fundamentales, Facultad de Cien-
cias, UNED. E-mail: agarrido@mat.uned.es

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330 ngel Garrido

primeros en tener en cuenta que todas las cosas no tienen por qu ser de un determina-
do tipo o dejar de serlo, sino que puede haber y de hecho los hay- una amplia gama
de estados intermedios. Es decir, que habran de ser los pioneros en considerar que no
deben ser slo considerados un par de grados absolutos y totalmente contrapuestos,
sino que puede haber y de hecho la hay- toda una escala que abarca desde el mayor al
menor grado tanto de verdad como de falsedad. En el caso de los colores, por ejemplo,
entre el blanco y el negro hay toda una escala infinita: la de los tonos de grises. Algunos
teoremas recientes muestran que, en principio, la lgica difusa se puede utilizar para
modelar cualquier sistema continuo que se base en la inteligencia artificial, o la fsica o
la biologa, o la economa, , por tanto, en muchos campos se puede encontrar que los
modelos difusos y la lgica de sentido comn son los ms tiles, y mucho ms conve-
nientes o adecuados que aquellos que son estndar, entre los que podramos considerar
la matemtica clsica. Analizaremos aqu la historia y el desarrollo de este problema: el
de la Vagueness, o de la Fuzziness, Borrosidad en castellano, que resulta esencial para
trabajar con la incertidumbre.

Palabras clave: Lgica Matemtica, Lgicas No Clsicas, Lgica Difusa, Trata-


miento de la Incertidumbre, Aspectos filosficos de la Lgica Difusa.

Abstract: The problems of uncertainty, imprecision and vagueness have been


under discussion for many years. These problems have been important themes in phi-
losophical circles, with many debates, specifically regarding the nature of vagueness and
the capability of traditional Boolean logic to deal with concepts and perceptions that
are imprecise or vague. Fuzzy logic can be considered a divergent or deviant logic
(a many-valued logic, with the acronym MVL). It is based on and closely related to the
theory of fuzzy sets, and is applied with increasing success in the treatment of informa-
tion and to control various fuzzy systems. Fuzzy logic might seem to be very recent and
not to have been functioning for long, but its origins date back at least to the Greek
philosophers. The origins of fuzzy logic may even be traceable to ancient China and
India, where philosophers seem to have been the first to note that not everything has to
belong to a certain type or not, but that there may be - and indeed are- a wide range of
intermediate states. That is, they seem to have been the pioneers in feeling that not only
should a few absolute and totally opposed degrees be considered, but that there might
be and, indeed is, an entire scale from the highest to the lowest degree of both truth
and falsehood. For colors, for example, there is an infinite scale of gray tones between
black and white. Recent theorems show that, in principle, fuzzy logic can be used to
model any continuous system based on artificial intelligence, or physics or biology, or
economics... Therefore, in many fields fuzzy logic models and commonsense logics are
found to be the most useful, and more convenient or a better fit than standard logics,
including classic mathematics. We will discuss the history and development of the pro-
blem of vagueness or fuzziness, a concept that is essential to working with uncertainty.

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Historia de la polmica sobre la introduccin de la lgica difusa 331

Keywords: Mathematical logic, non-classic logics, fuzzy logic, treatment of uncer-


tainty, philosophical aspects of fuzzy logic.

Lema:
Todo es vago en un grado del que no te das cuenta hasta que tratas de especificarlo.
Bertrand Russell, Vagueness2

1. Introduccin

Como sabemos, la lgica es el estudio de la estructura y los principios del


razonamiento correcto, y ms especficamente, los intentos de establecer los
principios que garantizan la validez de los argumentos deductivos. El concepto
central de la lgica es el de validez, porque cuando afirmamos la validez de un
argumento se nos est diciendo que es imposible que su conclusin sea falsa si
sus premisas son verdaderas.

Las proposiciones son descripciones del mundo, es decir, son afirmaciones


o negaciones de eventos en diferentes mundos posibles, de los cuales el mundo
real es slo uno de los posibles. Existe una larga tradicin filosfica de distinguir
entre la verdad como algo necesario (a priori, o lgico), y los hechos contin-
gentes (a posteriori, o de hecho, factuales).

Ambos han abarcado realmente los dos conceptos de la verdad lgica, sin
que se opongan entre s, aunque son muy diferentes: la concepcin de la ver-
dad como coherencia, y la concepcin de la verdad como correspondencia. De
acuerdo con el punto de vista de la coherencia, una proposicin es verdadera o
falsa dependiendo de su relacin con respecto a un determinado conjunto de
proposiciones, puesto que se han aplicado las normas de dicho sistema. Bajo los
trminos de dicha correspondencia, una proposicin es verdadera o falsa, si est
de acuerdo con la realidad, es decir, con el hecho de referencia.

2
Bertrand Russell 1922.

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332 ngel Garrido

Otras opiniones han tratado de superar tal dicotoma. Entre las ms nota-
bles se puede mencionar el punto de vista semntico, planteado por el brillante
matemtico y filsofo polaco Alfred Tarski (1902-1983).

2. Verdad o falsedad

Para incrementar todava ms la complejidad del problema, hay que tener


en cuenta que no slo se predica la verdad o falsedad de las proposiciones, sino
tambin de las teoras, ideas y modelos. Y as admitiremos una concepcin nueva
y diferente de lo que es la verdad.

La idea bsica que subyace a todos estos enfoques es el de una dicotoma


intrnseca entre lo verdadero y lo falso. Esta oposicin implica el necesario an-
lisis sobre la validez de dos leyes fundamentales de la lgica clsica:

- Principio del tercero excluido (tertium non datur): Toda proposicin es ver-
dadera o falsa, y no hay otra posibilidad.

- Principio de no contradiccin: No puede haber una proposicin que sea


verdadera y falsa al mismo tiempo.

Esta idea bsica genera una serie de paradojas y una insatisfaccin que se basa
en la necesidad de superar la rigidez del concepto de verdad, esto es, la cmoda,
pero estrecha bivalencia de la lgica clsica.

Aceptar que una proposicin acerca de un evento futuro es verdadera o


falsa hace necesario o imposible, respectivamente, el evento expresado por la
proposicin. La solucin propuesta por Jan Lukasiewicz en su artculo clsico de
1920, es la aceptacin de una lgica de tres valores de verdad (o de tres grados),
tambin llamada trivalente o trivaluada, que adems de verdadero y falso, acepta
un valor de verdad indeterminado, al que le atribuye un valor de verdad o grado
de pertenencia del 0.5.

Charles Sanders Peirce (1839-1914) lo anticip en alguno de sus trabajos,


pero ha habido muchos otros que tambin han ido contribuyendo a su cons-
truccin, as como al muchas veces agrio y tenso debate generado en torno a

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Historia de la polmica sobre la introduccin de la lgica difusa 333

su introduccin, como el mantenido contra el cientfico de la computacin


americano Bart Kosko.

Bertrand Russell (1872-1970) es considerado por algunos como el padre de


la Lgica Difusa, pues parti de la idea segn la cual la lgica clsica, inevitable-
mente, conducira a contradicciones, lo que expuso con su habitual agudeza en
una conferencia sobre la vagueness del lenguaje3, llegando a la conclusin de
que dicha vaguedad es precisamente cuestin de grados.

3. Los orgenes de la Lgica Difusa

Segn esta nueva teora, tenemos una funcin de transferencia que procede
de la generalizacin de la llamada funcin caracterstica. Se suele llamar la fun-
cin de pertenencia (membership function), y se extiende desde el universo de
discurso, U, hasta el intervalo unidad cerrado de los reales, que es el I = [0, 1],
contenido en R. No as en los llamados `crisp sets (conjuntos clsicos, o con-
juntos ntidos), donde el rango de la funcin se reduce a un conjunto que consta
de tan slo dos elementos, a saber, el {0, 1}. Por lo tanto, la teora de conjuntos
difusos sera una generalizacin de la teora de conjuntos clsica.

Las nuevas ideas surgieron del estudio de varios pensadores de diversas dis-
ciplinas, quienes tenan una visin divergente de los problemas respecto de la
presentada por la lgica tradicional. La paradoja del conjunto de todos los con-
juntos que no se contienen a s mismos, que es muy famosa, o la del barbero, que
fue propuesta por Bertrand Russell. O el principio de incertidumbre de la fsica
cuntica, de Werner Heisenberg, muy emparentado con lo anterior.

La teora de conjuntos fuzzy (los llamados conjuntos borrosos) parte en los


tiempos modernos del fsico cuntico y filsofo alemn Max Black (1937), que
tambin analiz la cuestin de modelizar la vaguedad. Pero Black se diferen-
cia de Russell en que admite que la lgica tradicional puede ser reinterpretada
por la vaguedad, que representa un nivel adecuado de detalle, y sugiere que

3
Bertrand Russell, Vagueness. Texto ledo ante la Sociedad de Jowett, Oxford, 25 de
noviembre de 1922. Publicado por primera vez en The Australasian Journal of Psichology and
Philosophy, 1 (junio de 1923, pp. 84-92). Este texto puede tambin ser encontrado en sus
Collected Papers (1988, pp. 147-154).

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334 ngel Garrido

la definicin de Russell de la vaguedad confunde la vaguedad con la generali-


dad. El mencionado autor analizaba la vaguedad de los trminos o los smbolos
mediante el uso de casos extremos, en donde no est claro si el trmino puede
ser utilizado para describir la situacin. Cuando habla de tal medida, seala que
la indeterminacin que es consustancial en la vaguedad est presente tambin
en todas las mediciones cientficas. Una solucin propuesta por Max Black es
la idea de un perfil de consistencia o de una curva que nos permita el anlisis de
la ambigedad de una palabra o de un smbolo. Para el investigador de la lgica
difusa de hoy en da, estas curvas tendran un gran parecido con las llamadas
funciones de pertenencia de los conjuntos difusos de Tipo-1.

Tambin puede considerarse como clave y de lo ms esencial la contribucin


-algo posterior- del lgico y matemtico polaco Jan Lukasiewiz (1878-1956). Por
lo tanto, se debe en buena medida a tales influencias intelectuales el que Lofti
Asker Zadeh (n. 1921) publicara su el conocido artculo [2] en la revista Infor-
macin y Control, y tres aos despus (en 1968), otro sobre el llamado algoritmo
de aproximacin4.

Al dar a conocer de nuevo estas ideas en un modo ms consistente y formali-


zado, los artculos publicados por Lotfi A. Zadeh no fueron nada bien recibidas
en Occidente, sino que en muchos casos fueron rechazados con una extrema
dureza por los elementos ms conservadores de la comunidad cientfica. No obs-
tante, con el tiempo comenzaron a ir ganando ms y ms adeptos, lo que llev a
que estas teoras se extendieran cada vez ms, establecindose con firmeza entre
los cientficos ms innovadores y especialmente, entre sus mejores profesionales.
Ms que en cualquier otro lugar lo fue inicialmente en el Japn, y luego en Corea
del Sur, China y la India. Europa y Estados Unidos van siendo incorporadas a
esta nueva matemtica, pero ms lentamente.

Como cuestin pintoresca o anecdtica, si se quiere, pero que es bien cierta,


podemos referirnos a que el ahora reconocido por muchos como el padre de
la Lgica Difusa, Lotfi A. Zadeh, en su da se reuni con los ejecutivos de la
empresa IBM, quienes le dijeron que a su descubrimiento no le vean ningn
inters, ni utilidad futura ninguna. Por supuesto, esto puede ser considerado
como un modelo muy claro, un paradigma, de la inteligencia y de la visin
comercial de ciertas grandes empresas de Occidente. Si no hubiera sido as,
probablemente se hubieran desarrollado en los Estados Unidos, y en otros pases

4
Zadeh (1965).

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Historia de la polmica sobre la introduccin de la lgica difusa 335

occidentales, muchos de los notables avances tecnolgicos derivados de la nueva


ciencia.

La intencin de Lofti Zadeh fue la de crear un formalismo que permitiera


manejar de manera ms eficiente la imprecisin del razonamiento humano. Sera
en 1971 cuando l publicara los elementos formales que condujeron a la meto-
dologa de la lgica difusa y sus aplicaciones, tal como se conocen hoy en da.

De lo anterior se deduce que es posible que necesitemos un replanteamiento


radical de nuestros conceptos clsicos de la verdad y la falsedad, mediante la
introduccin del concepto de borrosidad (vaguedad o imprecisin), y como
resultado de lo cual la verdad o falsedad de los casos seran slo sus situaciones
extremas. Por vagueness (o borrosidad) se puede entender el hecho de que una
proposicin puede ser parcialmente verdadera y parcialmente falsa al mismo
tiempo. Una persona no es slo alta o baja, sino que parcialmente puede par-
ticipar de ambas caractersticas, mientras que en la zona intermedia de las dos
alturas extremas debe existir como una graduacin por la que est dejando de
ser alta o empezando a ser baja. Parece intuitivamente claro que el concepto de
borrosidad tiene sus races en gran medida dentro de nuestras formas de pensar
y de hablar. Otra cuestin distinta es la valoracin que cada individuo concede
un carcter difuso (el vaso medio lleno o medio vaco), que dependen de los
problemas psicolgicos subjetivos y difciles de evaluar.

El principio difuso clave es el mencionado, segn el cual todo es cuestin de


grados. Podra ser ese su ms famoso leitmotiv. Todas las proposiciones adquie-
ren un valor de verdad entre uno (totalmente verdadera) y cero (totalmente falsa),
admitiendo ambos inclusive. La asignacin de estos valores extremos slo se dar
en el caso de las verdades lgicas o falsedades o inducciones fuertes: Todos los
hombres son mortales puede ser un ejemplo de induccin fuerte, ya que no se
han producido hasta el momento contraejemplos, aunque s muchos candidatos
a serlo, pero una vez y otra resultan fallidos.

Los argumentos para introducir el concepto de borrosidad en la lgica ya han


sido expuestos, pero ser necesario examinar en detalle algunos aspectos clave:

a) Los antecedentes histricos y el concepto metodolgico.

b) La posibilidad de construir un lenguaje formal de valor infinito, y si es as,


que tratemos de definir sus propiedades y leyes.

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336 ngel Garrido

c) Las consecuencias filosficas y prcticas derivadas de dicha introduccin.

4. Punto de vista Oriental vs. Punto de vista Occidental

El profesor norteamericano Bart Kosko5 puso de relieve las diferencias entre


las filosofas orientales y occidentales con respecto del concepto de la verdad,
que resume en la oposicin de Aristteles contra Buda. De hecho, B. Kosko cree
que la filosofa occidental, en cuanto sucesora directa de Aristteles, ha aceptado
acrticamente la bivalencia como el sistema que resulta til, pero que es dema-
siado simple para una realidad que es cada vez ms compleja. En pocas palabras:
lo que ha ganado en simplicidad se ha perdido en precisin. Por el contrario,
las filosofas orientales: el Buda, Lao Tse, Confucio, etc., siempre han aceptado
la estricta unidad de los opuestos, de lo que llaman (como sabemos), el yin y el
yang, adoptando con naturalidad la teora de los grados de verdad.

No est muy de acuerdo el profesor Julin Velarde ni con la predicacin ni


con el personaje de Bart Kosko, y menos an con sus crticas sobre las opiniones
del Estagirita, pues como l dice primero hay que leerlo, y Aristteles es mucho
Aristteles para trivializarlo as6.

Por otro lado, si bien es cierto que Aristteles puede considerarse como el
introductor de la bivalencia, no debemos por ello pensar que se le pasara por alto
la existencia de las caractersticas o propuestas difusas, como cuando coment
que:

En cualquier caso, lo que se dice de acuerdo con ellos (cualidades) apoya


sin duda el ms y el menos

O cuando nos habla de que podemos llegar al conocimiento, pero sin la


certeza de ello. Si Aristteles (una mente tan brillante como aquella) no lleg
a estudiar este concepto fue posiblemente porque faltaba an el conocimiento
matemtico necesario para su desarrollo. No fue sino hasta la aparicin de un
Clculo cada vez ms sistemtico y operacional, la combinatoria y la teora de la
probabilidad, la teora de juegos, o la nueva teora, conocida ahora como Crisp

5
Bart Kosko (1993).
6
Julin Velarde (1996).

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Historia de la polmica sobre la introduccin de la lgica difusa 337

Set Theory, o teora clsica de conjuntos, iniciada por Cantor, as como la esta-
dstica moderna y el clculo matricial, entre otros.

Como se dijo anteriormente, Aristteles no tena el aparato matemtico que


posibilitara el desarrollo de una lgica difusa. La gestacin de esa construccin se
inicia con Newton y Leibniz, que desarrollaron el clculo en el siglo XVII. Tal vez
por la obsesin con la exactitud de las matemticas, se ha hecho perfectamente
aplicable la famosa cita de Einstein:

En la medida en que las matemticas se refieren a la realidad, no son ciertas.


Y en la medida en que son ciertas, no se refieren a la realidad.

Pero lo que no dijo Einstein es que, sin duda, el aparato deductivo desarro-
llado por la matemtica nos facilita y mucho la comprensin de la realidad. La
explicacin dada por el movimiento de Aristteles se sustituye por el ms inno-
vador tratamiento de Newton, pero gracias a una fuerte apoyatura en el Clculo,
sin el cual no habra sido esto posible. Sin embargo, el clculo infinitesimal en
profundidad slo fue utilizado para el estudio de la fsica en los siglos siguientes,
experimentando luego un crecimiento espectacular, con Euler, Laplace, Lagran-
ge, Fourier, y as sucesivamente. Hoy en da impregna todas las ciencias, tanto
sociales y humanas como naturales. Pero tambin con el Calculus se introdujo al
menos, subliminalmente- la esencial cuestin del grado.

La Lgica Clsica (de esencia aristotlica) se ha demostrado durante mucho


tiempo muy eficaz en las ciencias llamadas duras, tales como las matemticas
o la fsica. Sin embargo, resulta insuficiente cuando los predicados contienen
imprecisin, incertidumbre o vaguedad. Ahora bien; resulta que as es como
el cerebro funciona realmente y se desenvuelven el razonamiento humano y el
lenguaje natural; en general, es el modo como se comportan todos los sistemas
que nos rodean. La lgica difusa tambin ha ayudado a que el software sea capaz
de interpretar las sentencias de este tipo.

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338 ngel Garrido

5. Aplicaciones de Lgica Fuzzy

En la lgica difusa, las declaraciones no son absolutamente ciertas o abso-


lutamente falsas7. Una cosa puede ser fiel a un 5% (tcnicamente, su grado de
verdad es de 0,05). Y las variables (o categoras) no son nmeros, manifestndo-
se sin nombres ni fronteras lingsticamente precisas (alto o bajo, rico o pobre,
gordo o delgado, sano o enfermo, viejo o joven, caliente o fro, o bien si es nor-
mal o con qu grado esto ocurre, etc. Los operadores que los modifican son los
de bastante, mucho, demasiado, casi, apenas, o no demasiado. Son los
llamados fuzzy modifiers (linguistic hedges, o modificadores difusos). Con
esto se consigue atribuir un valor a cada una de esas caractersticas difusas, y ese
valor se acenta o se diluye segn, por ejemplo, las diversas potencias o races de
los valores iniciales o con expresiones polinmicas que dependan de dichas fun-
ciones. Por ello son llamados modificadores de la intensificacin (el operador
INT), o de la expansin (dilatacin, el operador DIL), respectivamente, con
efectos graduales y admitiendo todas las variaciones y combinaciones posibles.
Las herramientas para trabajar con estas regiones fronterizas no se encuentran
totalmente definidas en esta nueva rea de las matemticas8.

En 1973, con la teora bsica de Zadeh de los controladores borrosos, otros


investigadores comenzaron a aplicar la lgica difusa a diversos procesos mecni-
cos e industriales, contribuyendo cada vez ms a las mejoras existentes.

Se establecieron varios grupos de investigacin en universidades japonesas


sobre procesos difusos. De este modo, los profesores Terano y Shibata en Tokio,
junto con los profesores Tanaka y Asai en Osaka, hicieron importantes contri-
buciones tanto para el desarrollo de la teora de la lgica difusa como de sus
aplicaciones9.

En 1980 el profesor Ebrahim Mamdani, en el Reino Unido10, dise el pri-


mer controlador difuso para un motor de vapor, que se aplic para controlar una
planta de cemento en Dinamarca, y lo hizo -por cierto- con gran xito.

7
D. Dubois y H. Prade (1980).
8
ngel Garrido (2011).
9
J. S.R. Jang; C.T. Sun (1995 y 1997).
10
E. H. Mamdani; S. Assilian (1975 y 1977).

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Historia de la polmica sobre la introduccin de la lgica difusa 339

En 1987, Hitachi utiliz un controlador de lgica difusa para el control del


tren de Sendai, que utiliza un innovador sistema para ser guiado autnomamen-
te. Desde entonces, el controlador ha estado haciendo su trabajo de manera muy
eficiente. Fue tambin durante este ao de 1987 cuando la compaa Omron
desarroll los primeros controladores difusos con fines comerciales. As que el
ao 1987 se considera el fuzzy boom, debido a la gran cantidad de productos
basados en lgica difusa creados para ser objeto de comercio. En 1993, la lgica
difusa fue aplicada por la casa Fuji al control qumico de inyeccin en las plantas
de tratamiento del agua, por primera vez en Japn. Fue all mismo, en el pas
nipn y en Corea del Sur, donde la lgica difusa ha estado brillando a mayor
altura, sobre todo, en su vertiente tecnolgica, debido a una estrecha colabora-
cin entre el gobierno, las universidades y la industria11.

Paralelamente al estudio de las aplicaciones de la lgica difusa, los profesores


Takagi y Sugeno ha desarrollado el primer mtodo para la construccin de Fuzzy
Inference Rules (Reglas Difusas de Inferencia), a partir de los datos de formacin
o de Aprendizaje Automtico (Fuzzy Learning).

Las aplicaciones de la lgica difusa en la vida cotidiana han crecido desde


entonces con suma rapidez. De hecho, ya es parte fundamental de ella. Por ejem-
plo, algunas marcas de lavadora utilizan la lgica difusa, entre las que podemos
citar las de Electrolux, AEG y Miele, empleando esos mtodos computacionales
para moderar el programa, por ejemplo, si el programa de lavado ha de ser para
ropa no muy sucia, que es un caso paradigmtico de concepto vago. La tcni-
ca tambin est extendida para el ABS, esto es, los sistemas de frenado para los
automviles, las cmaras de enfoque automtico o el control de los ascensores,
los filtros de correo basura, tambin conocido como spam, y los videojuegos
que ahora estn en todas partes. Aunque los fabricantes no quieren dar mucha
publicidad a la fuzziness implcita en estos hechos por una razn obvia. Decir
que el freno de los vehculos est controlado por la lgica difusa no pertenece a
la clase de mensajes que permite vender ms coches.

Para construir un sistema difuso, un cientfico o ingeniero podra comenzar


con un conjunto de reglas difusas diseadas por un experto. El cientfico-inge-
niero puede definir los grados de pertenencia en la entrada de varios conjuntos
borrosos, y los de salida mediante conjuntos de curvas. El sistema difuso se
aproxima a una funcin matemtica, o a una ecuacin de causa y efecto.

11
M. Sugeno (1977 y 1985).

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 329-345. UNED, Madrid
340 ngel Garrido

Un resultado muy importante dice que mediante los sistemas difusos se


puede aproximar cualquier funcin matemtica continua. Bart Kosko (1993)
demostr este teorema de la convergencia uniforme, mostrando que, si toma-
mos los parches borrosos lo suficientemente pequeos, estos permiten recubrir
suficientemente la grfica de cualquier funcin, o bien la entrada/salida de una
relacin. El teorema tambin muestra que podemos elegir de antemano el error
mximo de la aproximacin y estar seguros de que existe un nmero finito de
reglas difusas para lograrlo.

Y los ltimos avances en las llamadas Neural Networks, las redes neuronales
o redes neurales (en trminos de los programas que aprenden de la experiencia),
y en los Algoritmos Genticos (programas que evolucionan con el tiempo) son
sin duda un complemento adecuado a la lgica difusa. Otra de las razones clave
para una mayor investigacin en este campo sera el inters en dichas redes neu-
ronales por el parecido con los sistemas difusos. Buscando las relaciones entre las
dos tcnicas, y obteniendo de esta manera Tecnologas y Lgicas Neuro-Fuzzy
(Neuro-Difusas), que utilizan mtodos de aprendizaje basados en redes neuro-
nales para identificar y optimizar sus parmetros12. Entonces, como se dijo, apa-
recen los algoritmos genticos, que junto con las redes neuronales y los sistemas
difusos son herramientas muy poderosas y por lo tanto de gran inters para la
investigacin futura, tanto para las matemticas actuales como para la mayora
de las nuevas, que ya estn aqu, y rpidamente van tomando forma13.

Las redes neuronales son un modelo diseado a partir de conjunto de neu-


ronas y sinapsis artificiales, que cambian sus valores como respuesta a las
entradas de las neuronas circundantes y de las sinapsis. La red neuronal acta
como una computadora, ya que asigna recursos y resultados. Las neuronas y
las sinapsis pueden ser tanto componentes de silicio, o chips cunticos, como
ecuaciones en el software, que simulan su comportamiento.

El Aprendizaje Supervisado (o Supervised Learning) lleg a travs de las


llamadas redes supervisadas, ajustando las reglas de un sistema difuso, como si
fueran las sinapsis. El usuario proporciona el primer conjunto de reglas, que son
refinadas por las redes neuronales mediante la ejecucin a travs de cientos de
miles de entradas, que varan ligeramente de modo fuzzy, estableciendo cada
vez cmo de bien est funcionando el sistema. La red tiende a mantener los

12
J. S. R. Jang (1997).
13
M. Sugeno (1985).

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Historia de la polmica sobre la introduccin de la lgica difusa 341

cambios que vayan en la direccin de la mejora del rendimiento, y hacer caso


omiso de los dems.

El modelado difuso es muchas veces utilizado para transformar el cono-


cimiento de un experto en un modelo matemtico. El nfasis est en la
construccin de un sistema experto difuso que sustituya al experto humano.
Asimismo, como una herramienta que puede ayudar a los observadores humanos
en la difcil tarea de transformar sus observaciones en un modelo matemtico. En
muchos campos de la ciencia, algunos observadores humanos han proporciona-
do descripciones lingsticas y las explicaciones para los diferentes sistemas. Sin
embargo, a la hora de estudiar estos fenmenos, existe una necesidad de cons-
truir un modelo matemtico adecuado, un proceso que normalmente requiere
una comprensin matemtica muy sutil. El modelado difuso resulta, pues, un
enfoque mucho ms directo y natural para la transformacin de la descripcin
lingstica en dicho modelo.

Un modelo difuso representa el sistema real en una forma que se correspon-


de estrechamente con la manera en que los seres humanos lo percibimos. As,
el modelo es claramente comprensible, y cada parmetro tiene un significado
fcilmente perceptible. El modelo puede ser hbilmente modificado para incor-
porar nuevos fenmenos, y si su comportamiento es diferente de lo esperado,
por lo general es ms fcil encontrar la regla que se debe modificar y saber cmo
hacerlo. Adems, los procedimientos matemticos utilizados en el modelado
difuso se han probado muchas veces, y sus tcnicas estn relativamente bien
documentadas.

La posible mala reputacin, aparte de la agria polmica sobre la lgica


difusa, adems de los consabidos prejuicios, est posiblemente al menos, en
parte- basada en un nombre que debi ser posiblemente mal elegido, como se ha
sealado muchas veces. Porque la lgica llamada difusa no es difusa en s misma,
ya que tiene una definicin matemtica precisa, aunque s lo es, en cambio, el
mundo sobre el cual se aplica, incluida nuestra percepcin de sus lmites y de
las categoras14.

14
J. Velarde (1996); R. Yager (1980).

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342 ngel Garrido

6. Conclusiones

La investigacin sigue adelante con el apoyo de la lgica difusa, lo que sir-


ve para seguir avanzando la Ciencia en los principales pases15, si hablamos en
trminos de progreso econmico y tecnolgico, incluso en pases con menor
cultura cientfica, o ms tradicional y de tipo ms esttico, como bien puede ser
la del territorio espaol, o pases similares. Pero los grupos que se han formado al
menos intentan hacer avanzar la ciencia siempre bastante precaria en diferentes
grados, pero siguiendo esa misma y prometedora direccin. Tambin cuando
se analizan en profundidad tienen grandes derivaciones y consecuencias (sobre
todo, en los fundamentos matemticos y filosficos), lo que influye quermoslo
o no- en los ms apasionantes desafos del futuro16.

Hay dos obstculos principales que vienen impidiendo su divulgacin com-


pleta, as como la absorcin de esta nueva forma de pensar frente a la ciencia, por
lo menos en algunos de sus campos. Se trata de la visin tradicional de los temas
matemticos, repetidos del mismo modo, hasta la saciedad, incluso cuando hace
mucho que ya han perdido inters y eficacia. Por lo tanto, hay quienes ignoran
esta nueva ciencia, en parte por ignorancia, por arraigados prejuicios, y en parte
tambin por un visceral desprecio.

Otra dificultad importante es que por algunos se vea la fuzzy logic como
una herramienta til para todo, pero no muy consistente desde el punto de vista
terico, considerada por ello con desdn, ya que son a menudo cuestiones tcni-
cas ajenas a la torre de marfil en que se han atrincherado no pocos matemticos.
Y es que puede ser muy perniciosa y absurda esta situacin, si por mucho tiempo
subsiste, para determinados pases no precisamente muy avanzados.

La ciencia (con la filosofa) y la tecnologa se perdern o se salvarn juntas.


Todas ellas tienen un origen comn y son poco ms que una diferente visin,
desde distintos enfoques, pero a menudo convergentes, de una misma realidad,
que presenta muchas facetas. Lgicamente, si una cosa resulta adems til, ser
esta la mejor situacin posible. Pues cuenta no slo la belleza, sino tambin la uti-
lidad. El mundo real no es preciso y las nociones de vaguedad, la incertidumbre,

15
Lofti A. Zadeh (1975 y 1989).
16
ngel Garrido (2011); T. Williamson (1994).

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Historia de la polmica sobre la introduccin de la lgica difusa 343

la imprecisin, estos son conceptos y percepciones que resultan fundamentales


en la manera en que los seres humanos abordan y resuelven los problemas.

Es preciso sealar que algunos avances, como por ejemplo los operadores de
agregacin (las T-normas, las T-conormas, etc.), as como en el modelado difuso,
son cruciales. Y junto a todo este desarrollo, nuevas generalizaciones de las teoras
matemticas que nos permitan avanzar en el tratamiento de la incertidumbre, a
la espera de crear una nueva matemtica, ms pegada y prxima a la realidad.

Es tambin importante observar que en ciertos otros campos, aparentemente


alejados del tratamiento de la borrosidad, tales como son los de la simetra y la
entropa, se ha entrado en nuevas vas de investigacin, como la simetra aproxi-
mada, la entropa aproximada, los grficos borrosos, y as sucesivamente.

Acerca de mi pas, por poner algunos ejemplos, debemos mencionar el gru-


po de trabajo que funciona en el Departamento de Inteligencia Artificial de la
Universidad de Granada, o el Centro de Investigacin en Inteligencia Artificial
y Soft Computing, establecido en la localidad de Mieres, y que ha sido creado
por el Gobierno del Principado de Asturias. Tambin hay un esforzado grupo
de investigadores trabajando en Barcelona, en Granada, Navarra o en Madrid,
sobre diversos temas de Lgica Difusa.

Agradecimientos.

Este trabajo se ha realizado bajo los auspicios del Proyecto de Investigacin


FFI 2011-29623, que lleva por nombre El papel de las polmicas en la produccin
de las prcticas tericas y en el fortalecimiento de la sociedad civil, cuyo investiga-
dor principal fue hasta su fallecimiento el aorado Profesor Quintn Racionero
Carmona, y actualmente lo dirige la Profesora Cristina de Peretti. La institucin
convocante es el MYCINN espaol. Agradecemos pblicamente su ayuda y
sabio consejo.

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344 ngel Garrido

Referencias

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Mamdani, E. H, and Assilian, S. (1975), Un experimento en la sntesis lingstica
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Psichology and Philosophy, 1 (junio de 1923, pp. 84-92). Este texto puede tambin
ser encontrado en sus Collected Papers, vol. 9: Essays on Language, Mind and Matter
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Sugeno, M., Fuzzy Measures and Fuzzy Integrals (MM Gupta, Saridis GN, y Gaines
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NY, 1977.
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Velarde, J. (1996), Pensamiento difuso, pero no confuso: de Aristteles a Zadeh y
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Williamson, T. (1994), Vagueness. London: Routledge.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 329-345. UNED, Madrid
Historia de la polmica sobre la introduccin de la lgica difusa 345

Yager, R. (1980), Sobre una clase general de conectivas difusas, Fuzzy Sets and Sys-
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Zadeh, L.A. (1965), Fuzzy Sets, Information and Control, vol. 8, pp. 338-353.
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(1988), Fuzzy Logic, Informtica, vol. 1, N 4, pp. 83-93, 1988.
(1989), La representacin del conocimiento en lgica difusa. IEEE Transactions
on Knowledge and Data Engineering, vol. 1, pp. 89-100.

Recibido: 10/02/2016
Aceptado: 16/11/2016

Este trabajo se encuentra bajo unalicencia de Creative Commons Reconocimiento-NoCo-
mercial-SinObraDerivada 4.0 Internacional

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 329-345. UNED, Madrid
RESEAS
Reseas 349

VV.AA., Controversias del pensamiento. Homenaje al profesor Quintn Racio-


nero, A. Escudero Prez, C. de Peretti, C. Rodrguez Marciel y P. Yuste Leciena
(eds.), Madrid, Dykinson, 2016, 326 pp.

Kilian Lavernia Biescas

Bajo el ttulo Controversias del pensamiento. Homenaje al profesor Quintn


Racionero, amigos y compaeros de Quintn Racionero (1950-2012) se dan cita
en una obra coral en torno al papel de las controversias en la produccin de las
prcticas tericas y en el fortalecimiento de la sociedad civil. Tal fue, de hecho,
el ttulo del ltimo proyecto de investigacin iniciado por el profesor Racionero,
proyecto que, tras su lamentado fallecimiento, los dems miembros y colabora-
dores han sabido llevar a muy buen puerto, aunando homenaje, admiracin y
cario con el estudio de casos paradigmticos de controversias filosficas.

La obra colectiva se abre con una contribucin de scar Nudler titulada


De los espacios controversiales a los conflictos entre mundos (pp. 11-28). En
un primer movimiento, Nudler desarrolla tericamente su particular nocin de
espacios controversiales, concebidos como conjuntos interrelacionados de con-
troversias a partir de los cuales se puede reconstruir una suerte de historia intelec-
tual. Partiendo de algunos ejemplos fuertes que aporta la historia de la filosofa
(Scrates platnico vs. sofistas) y la historia de la ciencia (Galileo vs. jesuitas), los
espacios controversiales revelan un innegable valor epistmico, porque remiten
a estructuras cambiantes y evolutivas que se van formando gradualmente ms
all del fenmeno aislado de una controversia. Los cuatro tipos de controversia
presentados por el autor (reales, ficcionales, ocultas y aparentes) remiten, por un
lado, a diferentes estrategias retricas de persuasin, por el otro, a distintas velo-
cidades de resolucin controversial, en el caso de que haya una base de acuerdo
efectivo. Pues cuando en un conjunto dado no hay un mnimo de presupuestos
compartidos, un terreno comn como para que un debate racional de los presu-
puestos sea en principio posible (p. 19), la estructura se transforma en trminos
no controversiales. En este segundo movimiento de su argumentacin, Nudler
estudia por tanto la naturaleza problemtica de estos espacios no controver-
siales, otorgndoles un slido marco conceptual (pp. 20-24). Un conflicto no
controversial irrumpe siempre que en un conflicto entre dos mundos lo que el

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 347-355. UNED, Madrid
350 Reseas

autor denomina crisis de mundo, al menos una de las dos partes da muestras
de intolerancia e intransigencia a la hora de acercar puentes entre dos mundos
aparentemente inconmensurables. Ampliando as la nocin de inconmensura-
bilidad del segundo Kuhn, Nudler ilustra, tanto en el conflicto epistemolgico,
doctrinario y sobre todo poltico entre Galileo y la Iglesia catlica, como en el
topos de la condena a Scrates, la renuncia a una apertura mnima hacia el mun-
do, y ejemplifica, con inusitada actualidad, la aterradora facilidad con que se da
el paso del dilogo al no dilogo en pocas de crisis de mundo (p. 28).

Tras la aportacin de Mara Jos Abella en torno a la posibilidad de entender


las controversias religiosas del cristianismo como fuente de polmica e identidad
humanas (pp. 29-42), Carmen Revilla Guzmn reflexiona sobre la actualidad o
falta de actualidad de uno de los debates filosficos ms representativos de nues-
tro presente, a saber: la controversia entre Maurizio Ferraris y Gianni Vattimo
sobre el llamado nuevo realismo (pp. 43-60). En realidad, la reflexin de la
autora adopta los rasgos de una metarreflexin sobre las condiciones de posibili-
dad de un debate filosfico productivo en el seno terico transversal y difuso
de la hermenutica posgadameriana, en el cual se generan nuevas dinmicas
comunicativas y mediticas propias del siglo XXI, as como una pluralidad de
agentes e interlocutores extrafilosficos que modifican la textura de la huella
intelectual que se busca dejar. Su propuesta se centra, por tanto, en el estilo de
sus protagonistas, atendiendo a la posicin y al modo de intervencin (p. 46),
es decir, a la particular relacin que se establece entre contenido y forma, desde la
cual se puede medir tambin la eficacia de los correspondientes argumentos y, en
ltima instancia, el desplazamiento parcial, relativo o total del marco terico que
ambos comparten. Un enfoque de esta naturaleza evita, a su entender, dicotomas
simplificadas, y permite acercarse a la crtica de Ferraris, iniciada en 2011, en su
doble vertiente terica y poltica: como crtica, por un lado, al debilitamiento de
la nocin de realismo por parte de la ideologa posmoderna y sus posiciones
constructivistas, a la practicada disolucin de los hechos en interpretaciones
mediante un uso irresponsable de la idea de verdad (p. 48); por el otro, como
crtica a la irrupcin de los populismos polticos y mediticos que se despren-
deran de aquella desproteccin terica de esas nociones fuertes de verdad y
realidad. Esta imbricacin terico-poltica ha sido rechazada aunque slo de
manera indirecta y sin voluntad de continuidad por el propio Vattimo (pp.
50-52), de ah que el centro de gravedad se desplace finalmente hacia la pregunta
sobre la efectividad de un estilo como el de Ferraris: como paradigmtica contro-
versia en el trillado contexto de la postfilosofa, la reivindicacin de su ontologa
social podr demostrar su continuidad terica en la medida en que reduzca su

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Reseas 351

carcter meditico y le sea til, en definitiva, a la propia hermenutica. El que


una controversia perviva depende, por una parte, de que de las perplejidades
y problemas que suscita surjan perspectivas de desarrollo y, por otra parte, del
modo en que este consiga desarrollarse (p. 58).

Como interesante contrapunto, el artculo de Cristina de Peretti, titulado


Derrida y Habermas: un enfrentamiento resuelto? (pp. 61-80), pasa revista
a los enfrentamientos ms representativos y a la posterior reconciliacin entre
el filsofo francs y el pensador alemn. En primer lugar, la autora critica con
contundencia las conocidas y manifiestas carencias y adulteraciones de la no-
lectura habermasiana del pensamiento derrideano, tal como qued evidenciada
en El discurso filosfico de la modernidad (cap. 7 y sobre todo en el Excurso
sobre la disolucin de la diferencia de gneros entre Filosofa y Literatura). La
imagen simplificada de Derrida que construy Habermas no slo confunda
sus fundamentales distinciones tericas entre concepto y metfora, entre lgica
y retrica o entre filosofa y literatura, sino que las lea bsicamente a travs del
prisma de la recepcin norteamericana de la deconstruccin y la crtica literaria
(pp. 64-65). La sutil respuesta de Derrida, expresada en una largo posfacio en
Limited Inc. (1988), dej pas sin embargo a una posterior reconciliacin a partir
del nuevo milenio, propiciada ciertamente por las urgencias polticas y ticas del
momento. Desde Juidits (2000) se perfila un acercamiento amistoso, pblico
y siempre respetuoso, que culminar finalmente en la contribucin conjunta La
filosofa en una poca de terror. Pero incluso en este segundo momento, la autora
ve importantes diferencias filosfico-polticas de fondo. La saludable voluntad
intelectual de pensar conjuntamente el carcter excepcional de aquel major event
que fue el 11 de septiembre no pudo esconder ni sus distintas actitudes filosficas
ni, desde luego, sus correspondientes estilos discursivos. La importancia otorgada
por Derrida a los pliegues y matices ideolgicos del lenguaje el 11 de septiembre
como chiffre, como inscripcin de la excepcionalidad de un acontecimiento sin
precedentes contrasta con la visin acadmicamente solemne de Habermas,
contrastes que se repiten, aunque con matices, en sus respectivos anlisis del
fenmeno del terrorismo global (pp.73-75) o en la reevaluacin de la nocin
ilustrada de tolerancia (pp. 75-79). En definitiva, la autora concluye su aporta-
cin sugiriendo la idea de que, incluso tras su reconciliacin y reconocimiento
mutuos, las controversias entre Derrida y Habermas no slo se debieron a meros
malentendidos: mostrar esas diferencias de fondo, esos desacuerdos profundos,
pasar en todo caso por reactivar sus propuestas filosfico-polticas all donde
nuestro presente ms las necesite.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 347-355. UNED, Madrid
352 Reseas

Despus de las originales aportaciones de Teresa Aguilar (Posmodern/Post-


mortem: arte necrfilo) y Santiago Caneda Lowry (Canon corporal y educacin
esttica de la existencia) sobre algunas derivas imprevisibles de la estetizacin
global y el lugar que en tales discursos estticos ocupa el cuerpo humano en
connivencia con la dimensin poltica, social o cultural, la obra coral avanza con
una muy recomendable revisin del clsico debate entre comunitarismo y libera-
lismo firmada por Mariano C. Melero (pp. 119-140). Precisamente porque los
ltimos aos de la vida poltica en nuestro pas han incorporado aceleradamente
nuevos lenguajes y cartografas de lo poltico cuya consolidacin y xito estn
todava por determinar, reactualizar este viejo y clsico topos de la teora poltica
y la filosofa del derecho contemporneas me parece ms que acertado, porque
ratifica no slo su rendimiento terico, sino demuestra que la longue dure de
cualquier controversia del pensamiento poltico o filosfico-jurdico hace justi-
cia a la complejidad y riqueza inherentes a toda gran apora de la res publica. La
pregunta, lejos de estar agotada, tiene un estatus paradigmtico: cmo escapar
del atrincheramiento mutuo tanto del racionalismo liberal como del relativismo
comunitarista? En este sentido, el autor estudia el posicionamiento del liberalis-
mo y el comunitarismo entendidos ambos como paradigmas epistemolgicos
(p. 121) en el trillado debate constitucional contemporneo (constitucionalismo
liberal vs. constitucionalismo poltico), presentando tres marcos de discusin
a partir de los cuales seguir pensando nuestro orden jurdico, su encaje y fun-
damentacin en la dimensin moral y los enfoques epistemolgicos desde los
cuales intentar mejorar ese difcil encaje: 1) el marco de las limitaciones entre el
individuo y la sociedad en la cuestin de la proteccin judicial de los derechos
individuales (pp. 122-129); 2) el marco controversial entre el primado de la
neutralidad del Estado y el compromiso republicano con un Estado promotor
de la virtud ciudadana, tensin que hace aflorar la necesidad de fijar el papel
y los actores de la deliberacin racional en el procedimiento democrtico (pp.
129-134); 3) el marco terico de la controversia del universalismo frente al rela-
tivismo. El autor desemboca, finalmente, en una interesante propuesta de signo
constructivista, pues la cuestin central no es quin tiene la autoridad final, sino
qu tipo de estructuras institucionales son necesarias para asegurar una adecua-
da justificacin de cualquier lmite legal de los derechos (p. 137). Frente a la
satisfaccin de una determinada teora sustantiva de la justicia la Rawls, Melero
defiende una concepcin procedimental y estructural de la legalidad, en la cual
se discutan los presupuestos compartidos y se acuerden las leyes de aquel diseo
institucional que mejor favorezca la interaccin y la interdependencia entre los
diversos poderes del Estado.

NDOXA: Series Filosficas, n.o 38, 2016, pp. 347-355. UNED, Madrid
Reseas 353

Tras un estudio de Luis Ferrero Carracedo sobre la relacin biogrfica y


terica entre Foucault y Deleuze que explora las ricas afinidades de su rencontre,
de su enriquecedora polmica sin polmica (pp. 141-169), la obra colectiva
prosigue con la presentacin de otros tres espacios controversiales, a saber: en
la biologa evolucionista de la mano de Eloy Rada (pp. 171-182), en la llamada
lgica multivaluada de la mano de ngel Garrido (pp. 183-203), y por ltimo,
como interesante contraste a la aproximacin de Garrido, en las sugerentes con-
cepciones de la lgica en la filosofa budista de la mano de Piedad Yuste Leciena
(pp. 205-253). No obstante me parece adecuado concentrarme, para concluir,
en las tres ltimas aportaciones de Alejandro Escudero Prez, Simn Royo Her-
nndez y scar Snchez Vadillo, ya que en ellas se refieren explcitamente a la
obra de quien fuera su maestro Quintn Racionero y, por consiguiente, ofrecen
un valioso acceso a la produccin del homenajeado desde los distintos enfoques
e intereses que se articularon en dicha produccin.

El texto de Escudero se titula La postmodernidad explicada por Quintn


Racionero (pp. 235-249), y resume, desde una atenta lectura de algunos textos
clave de Racionero dedicados al trillado debate de la condicin postmoderna,
sus aportaciones para pensar, en primer lugar, un diagnstico crtico de nuestra
actualidad basado en un anlisis sincrnico de la difusa postmodernidad (pp.
236-242). De acuerdo con Racionero, la especificidad de este ambiguo y equ-
voco fenmeno, que est enraizado en una severa y profunda crisis del mundo
moderno, radica en su carcter polmico, controversial. La (auto)legitimacin de
nuestro mundo moderno a travs del master narrative de una optimista historia
universal se alimenta de un dispositivo metafsico que busca siempre la clausura
del mundo anclndolo en un fundamento. Sin embargo, lejos de haberse clau-
surado, la crisis de la modernidad sigue abierta y exige pensar, en segundo lugar,
una apuesta de futuro (pp. 242-245) que indague los atisbos de pluralidad de
una sociedad abierta, porque lo que est en juego es una ineludible pugna inter-
pretativa entre, por un lado, procesos emergentes de una cultura de la diversidad,
de la diferencia, y, por el otro, procesos ideolgicos cerrados de una cultura de la
homogeneidad y del pensamiento nico. De ah que, en tercer lugar, Escudero
recupere con acierto la apuesta de Racionero en torno a la llamada ontopra-
xeologa, dividiendo esta compleja trama terica en tres claros apartados, que
implican un giro retrico, una razn polmica y el principio de la praxis (pp.
245-249). La ontopraxeologa es, en definitiva, una propuesta fuerte que trata de
rehabilitar, para nuestro presente, (1) la radicalidad de la retrica de la argumen-
tacin como pulsin de persuasin sobre la verdad de algo, (2) la consiguiente
rehabilitacin de una razn polmica, crtica y no dogmtica en un e spacio

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354 Reseas

controversial dado, (3) la recuperacin de cierta comprensin y experiencia del


mundo como praxis, es decir, como actividad organizada, institucionalizada,
como un saber atravesado por un poder en el que est en juego la propia verdad.

Los textos de Royo Hernndez y Snchez Vadillo acaban de completar algu-


nos de los rasgos decisivos de este programa filosfico de Racionero. El primero
(pp. 251-272) reconstruye su larga labor de traduccin y reinterpretacin herme-
nutica de la Retrica aristotlica, ponindolas en ntima relacin con su propues-
ta ontopraxeolgica y, desde luego, con la necesidad de reconfigurar partiendo
del Estagirita un modelo de racionalidad ms adecuado a un marco pragmtico,
argumental y controversial. En esa rehabilitacin de la retrica como elemento
fundamental de la filosofa (prctica), la re-lectura de Aristteles realizada por
Racionero es recuperada como teora de la argumentacin, como discurso de la
razn persuasiva, mientras que su interpretacin de la Metafsica (pp. 262-272)
rompe con la comprensin escolstica ms clsica y aboga, como Aubenque, por
una visin integral de ese rico programa de investigacin. Snchez Vadillo (pp.
273-308), por el contrario, sugiere un recorrido por el pensamiento de Racio-
nero sealando en qu sentido su bsqueda en pos de los enfrentamientos de las
razones, en pos del papel ontolgico de las controversias releyendo a Aristteles,
Leibniz, Hegel, Wittgenstein o Heidegger, desemboc en la necesidad de pen-
sar un nuevo modelo crtico de racionalidad en el inevitable horizonte nihilista
de la contemporaneidad. Nuevamente es la ontopraxeologa la clave de bveda
para sealar una salida posible a la filosofa de la identidad, a la nostalgia de la
metafsica, pero sobre todo para reevaluar el papel de la controversia como praxis
fundante, como trabajo de la razn pragmtica que sondea la posibilidad de la
libertad en un escenario no relativista.

Como excelente colofn, la obra se cierra con un indito de Racionero titu-


lado La postmodernidad explicada a estudiantes de arquitectura (pp. 309-
326). Surgida de una leccin informal a unos estudiantes de arquitectura en el
ao 2004, este brillante texto clarifica, en un primer movimiento, la tesis fuerte
de Racionero segn la cual la postmodernidad, en tanto que objeto de estudio
heterogneo y difuso, debe ser concebida no como filosofa, sino como cultura,
como una nueva sensibilidad y forma de mirar la realidad (pp. 310 s.). Ese mirar
lo igual de otra manera, ese reajuste de la mirada, implica pensar, en un segundo
movimiento, una realidad en comn habitable dentro de la perpetuacin ampli-
ficada de las estructuras capitalistas en una sociedad de informacin globalizada.
Se trata de un horizonte ineludible que, sin embargo, al tiempo que distorsio-
na el estado de las cosas, nos invita a tomar conciencia de la emergencia de la

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Reseas 355

luralidad y de la dislocacin de los referentes histrico-conceptuales de sentido,


p
rasgos imprescindibles para delinear un modelo epistmico de una racionalidad
unificada que garantice el respeto y el dilogo en igualdad de condiciones (pp.
315-321). Desde estas dos coordenadas, Racionero salta, en un tercer y ltimo
movimiento, a las relaciones entre arquitectura y postmodernidad (pp. 321-
326), tomando como punto de partida un concepto de objetividad trasladado al
lenguaje de la arquitectura. Al mostrar cmo las tradiciones arquitectnicas del
racionalismo, que han venido confrontndose desde principios del siglo XX, han
reafirmado sucesivamente su adhesin a ciertos modelos mnimos racionales de
satisfaccin de las necesidades humanas de acuerdo con criterios de necesidad y
funcionalidad, se puede hablar de una afirmacin de la diferencia y la plurali-
dad como estados convertidos en objetivos. Racionero cierra as el crculo de su
argumentacin: No hay, pues, una arquitectura postmoderna. Hay un modo
distinto de ver, de concebir, la arquitectura que tenemos. Y la postmodernidad
es una invitacin a esa mirada, a esa concepcin distinta de lo mismo, en la
que se juega, frente a la lgica de la repeticin, la lgica del simple y respetuoso
cuidado de s (p. 326).

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Presentacin Piedad Yuste .............................................................................................. 11
Recordando a un amigo Cristina De Peretti ................................................................... 19
Paisajes no duales en el pensamiento oriental Mara Teresa Romn Lpez .......................... 23
Fundamentos ureos de la teora poltica platnica: sobre el mito del Poltico y la tradicin
religiosa David Hernndez de la Fuente ..................................................................... 47
Ni realismo ni anti-realismo: el escepticismo como raz del constructivismo filosfico Ramn
Romn Alcal ..................................................................................................... 75
El desafo del cinismo antiguo en la Polis (s. III-IV a C.): una vida de esfuerzo y de rea-
cuacin de los valores Pedro Pablo Fuentes Gonzlez ............................................ 97
El primer principio Potencia de todas las cosas en Plotino Jos Mara Zamora Calvo ...... 131
Ciencias no divinas: ciencia y cultura en el helenismo Eloy M Rada Garca ...................... 145
Sentimiento de decadencia y espritu de regeneracin en la filosofa poltica espaola del siglo
XVII: lamos Barrientos Lola Cabrera Trigo ................................................................. 169
Historia conceptual y Filosofa de la Historia desde una perspectiva leibniziana Concha
Roldn ........................................................................................................................... 217
La filosofa leibniziana de la subjetividad Adelino Cardoso ............................................ 239
La carta como abstraccin, conocimiento y desencuentro. El Caso de G.W. Leibniz
Juan Antonio Nicols .................................................................................................... 255
La solucin leibniziana al problema de la relacin cuerpo-alma desde una perspectiva actual
Hans Poser .................................................................................................................... 271
Sobre la especificidad del atesmo moderno Diego Snchez Meca .................................... 297
El lenguaje y la estructuracin prctica de la existencia
Samuel M. Cabanchik .................................................................................................. 311
Historia de la polmica sobre la introduccin de la lgica difusa ngel Garrido ................ 329
Reseas
Alejandro ESCUDERO et al. (eds), Controversias del pensamiento: homenaje al Profesor
Quintn Racionero
Kilian Lavernia Biescas ................................................................................................. 347

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