Alberro - Historia de Las Mentalidades

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LA HISTORIA DE LAS

MENTALIDADES: TRAYECTORIA
Y PERSPECTIVAS

Solange ^ L B E R R O
El Colegio "(le Mxico

L A LLAMADA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES tiene antecedentes y


orgenes tan conocidos c o m o respetables. Su rbol genealgi-
co se arraiga en Estrabn y en Julio Csar; sus ramas inclu-
yen obviamente a los moralistas de la antigedad y a los cro-
nistas espaoles de Amrica, entre quienes destaca Sahagun.
Comprende tambin a Montaigne, a Montesquieu y a otros
ilustrados, para alcanzar un gran vigor con la escuela sociol-
gica de Durkheim y Lvy-Bruhl, quien acua por primera
vez el trmino en 1922 en su libro La mentalidad primitiva.
Pero en qu consiste esta historia de las mentalidades?
Fuerza es aceptar que sus distintos padres, tutores, padrinos
y numerosos descendientes dan de ella definiciones variables
que tienen en c o m n un carcter de ambigedad y de am-
plitud. Si para el medievalista Jacques Le Goff abarca " e l
1
contenido impersonal del pensamiento", para Robert M a n -
2
drou es " u n a visin del mundo lato sensu". Pero n o resulta-
ra muy provechoso resear aqu las diversas definiciones
que dieron quienes cultivaron o siguen cultivando la historia
de las mentalidades, en un intento por entender en qu con-
siste realmente: c o m o cualquier corriente intelectual anima-
da de razonable dinamismo, sta sigue evolucionando y cada

1
LE GOFF, 1 9 7 9 , pp. 76-94.
2
LE GOFF, 1 9 7 9 , pp. 76-94.

HMex, XLH: 2, 1992 333


334 SOLANGE ALBERRO

uno de sus adeptos proponen la definicin que corresponde


al contenido que le dan. M s an, la ambigedad que en-
vuelve su definicin y por tanto su identidad y contenido le
proporciona una plasticidad asombrosa, que incluye formas,
problemticas y estrategias casi infinitas. Sin embargo, pode-
mos decir de nianera general que sin constituir propiamente
una subdisciplina de la historia social, la historia de las men-
talidades acta siempre en campos de inters dominados por
la sensibilidad, en oposicin a los que son regidos por la con-
ciencia. As, lo psicolgico prevalece sobre lo intelectual, y
lo automtico e inconsciente sobre lo que procede de opera-
ciones mentales deliberadas. D e ah que los procesos cultura-
les colectivos e impersonales sean privilegiados por este tipo
de historia, y no lo sean aquellos que por su carcter indivi-
dual y por corresponder a la obra o a la cultura de un autor
especfico pertenezcan a la historia de las ideas.

ANTECEDENTES Y ORGENES CLAROS

E S de sobra conocido que los padres oficiales de la historia


de las mentalidades son Henri Febvre y M a r c Bloch. En
efecto, durante varias dcadas esta tendencia se desarroll
slo en Francia, si bien ms adelante gan adeptos sobre to-
do en Inglaterra, Italia, Estados Unidos y Alemania, pas en
donde algunos estudiosos c o m o Ernst Cassirer o Norbert
Elias concibieron obras m u y afines que giran en torno a las
mentalidades, tanto por sus problemticas c o m o por los en-
foques adoptados. Curiosamente, ni Febvre ni Bloch recu-
rrieron al trmino de "mentalidades" en sus obras, conside-
radas c o m o fundadoras: El Problema de la incredulidad en el siglo
XVI. La religin de Rabelais, escrita por el primero y Los reyes
taumaturgos, por el segundo. El trmino "mentalidades" no
se impuso hasta la dcada 1960, durante la segunda etapa
del desarrollo de la historia de las mentalidades, que corres-
ponde a su difusin, vulgarizacin e incluso moda.
Febvre conceba una historia dominada por la psicologa,
en sus modalidades colectivas. Por ello, al escudriar los de-
rroteros mentales de Rabelais, Lutero o Margarita de Nava-
LA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES 335

ira, lejos de producir biografas tradicionales, busc descu-


brir en qu medida y de qu manera, las ideas y creencias
propias de una poca especfica, se reflejaban en un destino
singular y c m o tambin ste, por las ideas y creencias que
promova, se relacionaba con esta misma poca. En otros
trminos, Febvre se interes por la relacin dinmica y a la
vez dialctica que une a un personaje especfico con el con-
texto temporal y social que le corresponde. Es importante
sealar que el trmino "psicologa" tiene aqu el sentido
amplio que le daba Henri Berr ya en 1911, cuando escriba:
"finalmente, la historia es la psicologa misma; es el naci-
n,z
miento y el desarrollo de la sique (el subrayado y la tra-
duccin son mos); es decir, una psicologa que se opone a
la historia tradicional de las ideas, cuyas categoras, dema-
siado amplias, conscientes y sobre todo abstractas slo son
reconstrucciones anacrnicas y reductivas de los historiado-
res. Para Febvre, " u n hombre del siglo X V I debe ser inteli-
gible, no con relacin a nosotros sino con relacin a sus coe-
4
tneos". Febre introduce en sus anlisis las nociones de
estructura y de contexto y rechaza a todas luces el juicio
ahistrico contenido en las categoras ideolgicas c o m o " el
renacimiento, el humanismo, la Reforma, etctera.
La nocin de "herramientas mentales" desempea tam-
bin en la obra de Lucien Febvre un papel importante y de-
finitivamente aceptado por sus sucesores, que se abocaron a
desarrollarlo y afinarlo.. Estas herramientas, de acuerdo con
la definicin que de ellas proporciona Jacques Revel, consis-
ten en " e l conjunto de categoras que, desde la percepcin
de la realidad, su conceptualizacin y expresin hasta la ac-
cin eventualmente ejercida sobre ella, estructuran la expe-
5
riencia, tanto en un nivel individual como colectivo".
Esta definicin de las "herramientas mentales" corres-
ponde cabalmente a lo que constituy el proyecto de nume-
rosos historiadores de las mentalidades, sobre todo a partir
de los aos sesenta. En campos m u y diversos, se dedicaron

3
Citado por REVEL, 1985, pp. 449-456.
4
REVEL, 1985.
5
REVEL, 1985.
336 SOLANGE ALBERRO

efectivamente a rastrear, describir y estudiar en sus mlti-


ples articulaciones los procesos sensitivos y perceptivos, las
operaciones intelectuales que abarcan tanto las lenguas y los
mltiples discursos c o m o las expresiones artsticas en su
conjunto, las tcnicas y las prcticas que las integran. Esta
nocin de "herramientas mentales" es mucho ms amplia
y rica que la de "sistema de representaciones", empleada a
menudo por la historia de las mentalidades, y que se cir-
cunscribe a la sola esfera mental, por lo que la primera (la
de "herramientas mentales") se presta mejor a los anlisis
globales, frecuentes en la historia de las mentalidades en la
dcada de los aos sesenta y que siguen siendo importantes
tanto por su nmero c o m o por su calidad.
Si Lucien Febvre se inclinaba hacia una historia en que
los factores psicolgicos formaban los ejes explicativos privi-
legiados, M a r c Bloch, influido por la sociologa de Dur
kheim, descubra en los conjuntos sociales inmersos en de-
terminados contextos socioeconmicos y en la naturaleza de
las relaciones existentes entre ellos la clave que permita
comprender la inteligencia de un proceso y a partir de ello,
de una poca. Su ltima gran obra, escrita poco antes de su
temprana muerte, La sociedad feudal (1939), muestra clara-
mente esta tendencia que, de hecho, lo alej paulatinamente
de la perspectiva de Lucien Febvre.
Despus de la segunda guerra mundial, la historia de las
mentalidades sigui desarrollndose en Francia, aunque dis-
cretamente, al quedar ocupado el proscenio por una historia
econmica a la que el contexto poltico internacional confe-
ra entonces un dinamismo no exento de una fuerte dosis de
imperialismo dictatorial. Los aos sesenta, con su estela de
esperanzas y desengaos, sus sueos y sus nostalgias, vio la
explosin de las mentalidades, c o m o verdaderos fuegos arti-
ficiales que n o tardaron en alcanzar otros pases y otros te-
rritorios histricos. N o resear aqu los numerosos y a me-
nudo brillantes trabajos que en pocos aos surgieron ni el
contexto en el que vieron la luz. Otros lo han hecho, mucho
mejor por cierto, de lo que sabra hacerlo y o . M e confor- i 6

6
Vanse REVEL, 1 9 8 5 ; LE GOFF, 1 9 7 9 ; CHARTIER, 1 9 8 3 , y ARIES, 1 9 7 8 .
LA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES 337

mar con recordar c m o de pronto una variedad de temas


nuevos y tan frescos c o m o inslitos invadi alegremente el
campo de la produccin histrica, que sola presentar una
apariencia demasiado solemne, conferida por su pretensin
a convertirse en ciencia y su cultivo friolento en los inverna-
deros universitarios.
En efecto, fue entonces que las sociedades remotas o cer-
canas dejaron escapar de sus bien ordenados estamentos,
clases y grupos, a sectores enteros, a grupos de individuos
que hasta entonces haban quedado sumergidos u ocultos en
su seno: las mujeres, los nios y los ancianos, los marginados
en un abigarrado cortejo de locos, prostitutas, criminales,
galeotes, etctera, los domsticos y las lites n o siempre de-
cadentes, los creyentes y los ateos y tantos otros grupos que
no alcanzan a cubrir an toda la variedad de las caracteriza-
ciones sociales pero que lograron, slo porque un historiador
amoroso sencillamente los llam por su nombre, salirse de
la nada o de la casi nada para convertirse mgicamente en
sujetos verdaderos. N o slo los hombres en sus peculiarida-
des sociales salieron a la luz de la nueva historia: sus senti-
mientos y pasiones el miedo, la ira, el cario de la madre
y el amor humano y divino; su cuerpo, con el rosario de
sus necesidades, apetitos y dolencias; sus ritos y fiestas junto
con las creencias que los inspiran; sus ideas claras enfunda-
das en certezas, sus fantasmas y sus sueos, todo lo que en-
vuelve su breve paso por, la tierra en la tibieza protectora de
la vida, todo esto y mucho ms fue entonces arrancado a las
categoras establecidas en las que no eran ms que residuos
insignificantes, basura desechable al fin y al cabo que apenas
alcanzaba, de cuando en cuando, el honor de ser menciona-
da al final de un prrafo un poco corto o aburrido. T o d o esto
fue n o solamente rescatado sino elevado a la misma categora
que pareca pertenecer por privilegio slo a unos cuantos
campos y objetos histricos generales poltico, econmico,
social, etc., entronizados por la enseanza universitaria de
fines del siglo anterior y las ortodoxias soberanas, para al-
canzar en una nueva jerarqua a la vez ms igualitaria y ms
real.
H o y en da, veinte aos despus de que estos temas fue-
338 SOLANGE ALBERRO

ron tratados por primera vez de manera autnoma en obras


que c o m o su mismo ttulo lo indicaba, reivindicaban la no-
vedad de su proyecto La Peur en Occident. XVI-XVIII sicles,
3
de Jean Delumeau, 1976; L Homme devant la Mort, de Philip-
pe Aris, 1977, etc. , muchos de ellos nos parecen no slo
familiares sino poco originales, lo que atestigua la evolucin
lograda por este tipo de historia, que los integr definitiva-
mente con la prctica histrica incluso en su modalidad ms
conservadora, la acadmica. Pero muchos de ellos no slo
alcanzaron su autonoma de objetos sino que se convirtieron
a su vez en verdaderos campos, c o m o sucedi con los estu-
dios sobre las mujeres, que dieron origen a lo que hoy en da
los anglosajones llaman gender studies, gnero que rebasa con
mucho el campo inicial y versa sobre algo tan amplio c o m o
interesante: la historia de la diferenciacin entre el gnero
femenino y el masculino. El estudio de la familia ha seguido
la misma evolucin desde que Philippe Aris, Jean Louis
Flandrin y otros empezaron a tratar los temas del nio, del
amor y del matrimonio. Actualmente, un magnfico floreci-
miento internacional atestigua el dinamismo de la historia
de la institucin familiar, que se constituy primero c o m o
objeto y n o tard en alcanzar la categora indiscutible de
c
" c a m p o " histrico al abarcar objetos demogrficos, jurdi-
7
cos, econmicos, etctera.
Aparte de la influencia decisiva ejercida por Lucien Feb-
vre y M a r c Bloch sobre los orgenes y los desarrollos ulterio-
res del gnero histrico que nos ocupa, la revista los Annales,
ESC, de la que fueron fundadores, fue reconocida oficial-
mente c o m o la madrina de la recin nacida criatura que re-
cibi en seguida el nombre altisonante de historia de las
"mentalidades". Fuerza es reconocer que entre los numero-
sos trabajos deslumbrantes o simplemente atractivos que
brotaron, cual capullos en primavera, en la dcada de los
aos sesenta e incluso de los setenta, hubo algunos que por

7
La bibliografa sobre este campo es tan amplia que constituye el ob-
jeto de publicaciones especiales. Para quedar dentro del marco mexicano,
citar slo a GONZALBO, 1 9 9 1 . Vase tambin Familia y poder, 1 9 9 1 .
LA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES 339

querer a toda costa ser originales o exquisitos cayeron en el


ridculo o la futilidad por la inanidad misma de su objeto o
8
la debilidad de su interpretacin. Todava actualmente, y
pese al proceso de filtracin y purificacin que acompaa
automticamente cualquier proces de aejamiento, c o m o
el que sufri el producto llamado historia de las mentalida-
des, no dejan de colarse uno que otro trabajito de ttulo lla-
mativo y contenido decepcionante, resultado sin duda del
xito comercial alcanzado por este tipo de historia en algu-
nas de sus modalidades que ms se prestan a ello, c o m o la
sexualidad, el amor, etctera.

LOGROS, TENDENCIAS Y DEBILIDADES

Haciendo a un lado los antecedentes, principios y auge de


la historia de las mentalidades, es preciso ahora enfrentar lo
que constituye su periodo de madurez, sealando sus logros
indiscutibles y las grandes lneas de su actual evolucin, as
c o m o los problemas ms importantes que enfrenta.
Entre los logros reconocidos, la redistribucin de campos
y objetos histricos ocupa un lugar destacado, que acabamos
de mencionar brevemente. En efecto, la historia de las men-
talidades, partiendo del material histrico que por definicin
es finito y limitado, cual lava solidificada despus de una
erupcin volcnica, busca, y extrae de este material fragmen-
tos y pedazos que se encuentran originalmente integrados a
campos establecidos c o m o son la historia econmica, de las
ideas, etc., llegando a arrancarlos incluso a masas de contor-
nos ms reducidos, c o m o seran la historia de los precios y
la del atesmo, para poner un ejemplo. Este material puede
provenir de un conjunto existente en el que se hallaba por
lo general relegado, en cuyo caso se trata de una especie de
sustraccin, o puede ser el resultado de una operacin de re-

8
Por impedir la caridad dar referencias al respecto, slo referir el
conocido chiste relativo a cierta voluminosa tesis doctoral cuyo tema era:
"La siesta en Sicilia en la primera mitad del siglo xiv".
340 SOLANGE ALBERRO

cuperacin, al tener frecuentemente un carcter residual,


por tratarse de algo que haba sido despreciado hasta enton-
ces, deja de estar integrado a algn conjunto preciso.
As por ejemplo, el historiador Georges Lefebvre, comen-
tando su trabajo sobre El Gran Miedo de 1789 (1932), que se
considera c o m o una obra a la vez pionera y maestra de la
historia de las mentalidades, escriba dos aos ms tarde
acerca de aquel miedo experimentado por todos los sectores
de la sociedad francesa en los primeros meses de la revolu-
cin de 1789, a raz de los falsos rumores:

Los historiadores suelen estudiar las condiciones de la vida eco-


nmica, social o poltica, por ser, segn ellos, el origen del mo-
vimiento revolucionario, mientras estudian por otra parte los
acontecimientos que lo marcaron y los resultados que logr.
Ahora bien, entre estas causas y estos efectos se intercala la
constitucin de la mentalidad colectiva; ella es la que establece
la verdadera relacin causal y hasta se puede decir que slo ella
permite entender cabalmente sus efectos, puesto que stos pare-
cen a veces desproporcionados respecto a la causa tal como la
9
define muchas veces el historiador.

A q u Georges Lefebvre, sin negar en absoluto el papel de-


sempeado en el estallido revolucionario francs por las cau-
sas tradicionalmente admitidas y reconociendo asimismo,
los resultados que ste produjo, introduce el factor del gran
miedo generalmente soslayado o al menos subestimado por
las explicaciones tradicionales aunque no desconocido, que
al abarcar a todos los sectores de la sociedad francesa adqui-
ri durante unos meses el estatuto de mentalidad colectiva.
Al dedicarle un libro entero, le otorga una funcin funda-
mental y decisiva, aunque n o exclusiva de un proceso cuya

9
Esta cita, sacada de un artculo de Georges Lefebvre en 1934, se en-
cuentra en el prefacio escrito por Jacques Revel a la reedicin de El Gran
Miedo de 1789, del mismo LEFEBVRE, 1988, p. 16. La he tomado a mi vez
de BOUREAU, 1989, pp. 1 491-1 504. El texto de G. Lefebvre se encuen-
tra en la pgina 1 497 de este artculo, ciertamente uno de los ms suge-
rentes sobre el tema en estos ltimos aos.
LA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES 341

complejidad y caractersticas rebasaban las explicaciones


hasta entonces propuestas.
Este ejemplo, particularmente esclarecedor pero que no
tiene un carcter excepcional, muestra que la historia de las
mentalidades, en su periodo pionero que abarca los aos
1920-1960, sacudi muchas rigideces y aniquil el orden ca-
si burocrtico que reinaba entonces en el jardn de Clo, en
donde las causas y consecuencias parecan encadenarse con-
certadamente en los arriates bien delimitados de lo econmi-
co, poltico, etc., aunque dejaban envueltos en sombras mu-
chos aspectos de la realidad.
En este sentido, es posible que la historia de las mentali-
dades, entronizada por algunos de los historiadores ms
ilustres de nuestros tiempos, haya desempeado en la histo-
ria entonces vigente una funcin semejante a la que ejercie-
ron los descubrimientos cientficos revolucionarios de los
primeros aos del siglo sobre la visin positivista que preva-
leca entonces en la vida intelectual. Sin subestimar en abso-
luto los avances logrados por los sistemas explicativos que se
derivan esencialmente de la gran historiografa del siglo
X I X , la historia de las mentalidades vino a completarlos y
matizarlos, proponiendo no slo campos y objetos nuevos si-
no tambin una elaboracin del significado ms fina y ms
apegada a la realidad, exactamente c o m o los trabajos sobre
el tomo completaron, sin anularlos, los descubrimientos de
los siglos anteriores sobre la materia.
Es posible tambin que el surgimiento de nuevos campos
y objetos de observacin, impulsado por la historia de las
mentalidades a partir de las antiguas categoras, estuviese
relacionado con el auge del psicoanlisis. La obra entera de
Lucien Febvre, dominada por el enfoque psicolgico, revela
la influencia que sobre l ejercieron las importantes investi-
gaciones llevadas a cabo entonces sobre todo en lo que con-
cierne a la vida mental y afectiva. En efecto, al descubrir la
existencia del inconsciente en la personalidad humana y al
mostrar el papel fundamental que ste desempea, Freud
tambin creaba un campo, unos objetos de conocimiento y
unas funciones explicativas nuevos.
En primer lugar, extraa y rescataba materiales y sueos,
342 SOLANGE ALBERRO

pasiones, palabras y actos involuntarios, en los que despus


del Antiguo Testamento, la mitologa y los cuentos popula
res, slo, escritores c o m o Shakespeare, Racine, Dostoievski,
Rimbaud y algunos otros, con ciertos pintores y msicos, ha
ban encontrado fuentes de inspiracin en un contexto de
creacin literaria o artstica. Una vez que los hubo separado
de su contexto religioso o mtico-potico, los constituy en un
campo especfico e independiente el inconsciente, que
no slo accedi a una plena autonoma sino que empez a
ejercer una soberana absoluta y propiamente dictatorial so
bre el conjunto de la personalidad humana, que se conside
raba hasta entonces regida, ante todo, por las fuerzas de la
conciencia y la voluntad. Este campo, a su vez, n o dej de
llenarse de objetos mltiples las tendencias, pulsiones,
proyecciones, complejos, etc. , en un proceso semejante al
que haban registrado algunos de los campos ms dinmicos
de nuestra historia de las mentalidades.
El proceder de Freud estaba ciertamente al unsono con
la poca que vea surgir los nuevos campos cientficos del
tomo. Sin embargo, por lo que se refiere a la disciplina his
trica, la concepcin de la historia c o m o rompecabezas, es
decir, c o m o una realidad finita, objetiva y preexistente, pero
llena de huecos y de vacos era la que prevaleca. Dentro de
esta concepcin, el historiador-ebanista tena por misin ex
clusiva descubrir las piezas faltantes para colocarlas en el lu
gar que les corresponda, cuidando de no dejar ninguna a un
lado y luego ajustar y arreglar eventualmente las defectuosas
para que encajasen lo mejor posible en el cuadro preestable
cido y definitivo de una realidad histrica particular. La in
terpretacin que propona el buen artesano se limitaba gene
ralmente a la historia y descripcin de cada una las piezas
del rompecabezas y del cuadro final felizmente restituido.
Los diversos cuadros que componan la historia en general
se identificaban con unas etiquetas cuyo rtulo no corres
ponda a su contenido sino a un marco preestablecido que
organizaba su distribucin y organizacin en el conjunto.
En este contexto, la historia de las mentalidades introdu
j o , ms de manera implcita que declarada, la idea de que
la historia en s no tiene ms realidad ni existencia que la
LA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES 343

que el historiador le confiere a travs de una encuesta inspi-


rada por los interrogantes del presente. Fuera de unos haces
de fechas y acontecimientos concretos inscritos en la expe-
riencia humana, todo lo dems era un inmenso sedimento
preado de posibles significados que el historiador deba
suscitar y organizar alrededor de una hiptesis sugerida por
el tiempo presente. As, las nociones de hechos y sobre todo
de verdades histricas tienden singularmente a desvanecerse
ante las potencialidades que entraa una concepcin que
convierte la hiptesis y la interpretacin en ejes fundamen-
tales del quehacer histrico, percibido no como la bsqueda
de algo oculto, deteriorado o mal conocido aunque objetivo,
sino c o m o una interrogacin incesante y una creacin
mltiple dictadas por el presente.
Adems de favorecer la emergencia de nuevos campos y
objetos histricos y c o m o consecuencia lgica de ello, la his-
toria de las mentalidades contribuy fuertemente a suprimir
los monopolios explicativos ejercidos por los factores de viejo
o nuevo cuo, verdaderos cancerberos de las distintas orto-
doxias en cuya competencia reside demasiadas veces an el
debate histrico. Porque lo mismo que en el famoso calei-
doscopio de Lvi-Strauss, un pedazo de vidrio, incluso de
j pequea dimensin y peso insignificante, puede llegar a te-
ner, segn la posicin que ocupa dentro de la organizacin
total y el movimiento que se imprime al juguete, un lugar
decisivo en relacin con el equilibrio general que viene a
trastornar bruscamente: un campo histrico especfico y po-
blado de objetos diversos puede, asimismo, obedecer a la di-
nmica que le impone en un momento dado un factor u
otro, sin que tengan por definicin y a priori una preeminen-
cia permanente y absoluta. T o d o depende del momento, de
la posicin de los objetos dentro del conjunto y, por lo tanto,
de las relaciones que se establecen entre unos y otros. A un
sistema cerrado inspirado por un cientificismo obsoleto, en
el que las ideologas producen las jerarquas que distribuyen
a su vez la existencia y el lugar de los campos y los objetos
con las funciones explicativas y el significado, la historia de
las mentalidades opone una visin mucho ms dinmica y
matizada: del sedimento histrico emergen los campos y los
344 SOLANGE ALBERRO

objetos al llamado del historiador, y el significado se despren-


de de las relaciones que se establecen entre los elementos que
forman el nuevo conjunto, segn el movimiento y el enfoque
que reciban y la hiptesis planteada por el historiador.
Esto es precisamente lo que realiza Georges Lefebvre,
cuando otorga o restituye un peso determinante a un factor
hasta entonces relegado en el traspatio de las grandes enti-
dades explicativas; el miedo. Este, parcialmente suscitado
con fines polticos, lograra apoderarse de la mayor parte
de la sociedad francesa en los primeros meses de la revolu-
cin francesa y se volvera un factor autnomo regido por
su propia dinmica, convirtindose,* por tanto, en principio
causal.
La historia de las mentalidades muestra que en lugar de
un monopolio del significado otorgado por principio a los
factores considerados c o m o nicos portadores de sentido
los econmicos en primer lugar y eventualmente los " s o -
ciales" en general y los " p o l t i c o s " , ste puede en ciertos
casos deberse a factores considerados c o m o "secundarios",
cuando el movimiento del caleidoscopio histrico llega a c o -
locarlos en una situacin en la que su peso arrastra a todos
los dems objetos en un trastorno general. Esta nueva redis-
tribucin del significado, ms igualitaria y real que las dicta-
das por las ortodoxias y los "marcos tericos" hace nfasis
i

en las "relaciones" que se establecen de manera dinmica


entre los diversos objetos. Finalmente, complementa de ma-
nera adecuada la operacin de redistribucin de los campos
u objetos histricos, en la medida en que hoy en da, el pro-
ceso histrico en su conjunto, desde la problemtica escogi-
da hasta la interpretacin final, ignora tanto las categoras
inmutables que aprisionaban el material histrico c o m o la
jerarqua de los principios explicativos. Gracias a la historia
de las mentalidades y tambin a otras tendencias y a indi-
viduos innovadores, la historia ya no posee la concepcin
positivista en la cual al historiador slo le tocaba pegar los
pedazos rotos de un espejo de todos modos.empaado. A h o -
ra esta bsqueda, restauracin y ordenamiento de pedazos
que seguirn siendo imprescindibles, son slo las operacio-
nes preliminares de un quehacer histrico concebido ya no
LA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES 345

c o m o una restauracin sino c o m o una verdadera creacin,


o sea, una nueva lectura.
La historia de las mentalidades alcanz adems un tercer
e indiscutible xito al estimular el estudio de lo que no pode-
mos dejar de llamar "totalidades"-, a pesar de lo confuso y
pedante del terminajo. Esto n o significa en absoluto el regre-
so a una amplia historia social o de las ideas, tipo " l a edad
<
m e d i a " o la Ilustracin"; slo implica que el c a m p o que
se escoge para efectuar una investigacin debe parecerse a
una muestra geolgica, la cual, aunque de pequeo tamao,
penetre profundamente en el suelo para descubrir la natura-
leza de sus formaciones y la forma en que se hallan organiza-
das en un terreno especfico.
Numerosas obras reflejan cabalmente este enfoque y ante
la dificultad de elegir a alguna de ellas para ponerla c o m o
ejemplo, opto por el libro de Alain Corbin, por estar tradu-
cido al espaol y haber salido a luz hace poco en M x i c o ba-
j o el ttulo El perfume o el miasma. El olfato y el imaginario social,
siglos XVIII-XIX (Fondo de Cultura Econmica, 1987). C o m o
en la mayora de los estudios inspirados por la historia de las
mentalidades, el ttulo tiene por misin precipitar al lector
en la subjetividad de las percepciones, los afectos, las repre-
sentaciones o las expresiones, mientras el subttulo nos de-
vuelve discreta e inmediatamente al carcter ante todo inte-
10
lectual de la empresa. Aqu, despus de las palabras clave
miasma y perfume que imponen de golpe el terreno sensitivo,
el subttulo el olfato y el imaginario social, siglos XVIII-XIX decla-
ra sin ambigedad el verdadero fin que inspira la investiga-
cin: descubrir las relaciones que unen todo lo que atae al
olfato con el "imaginario social", terreno privilegiado de la
historia de las mentalidades. Esto es, efectivamente, lo que
realiza Corbin de manera magistral al analizar los lazos que
unen constantemente y en varios niveles las funciones y
prcticas olfativas con las sociedades europeas de los siglos
XVIII y X I X " e n conjunto". D e ah que a travs de la evo-

1 0
Entre otros muchos, el hermoso y reciente libro de Daniel Roche
da un ejemplo similar en lo que se refiere a la estructura del ttulo; vase
ROCHE, 1989.
346 SOLANGE ALBERRO

lucin de nociones dobles c o m o "limpieza/suciedad", "sa-



lud/enfermedad' ' , "elegancia/grosera'', 'hedor/fragancia'',
"espacio pblico/privado", etc., proceda a un estudio que re-
basa con mucho la esfera de lo olfativo, poniendo de mani-
fiesto procesos de cambios sociohistricos y evoluciones con-
ceptuales fundamentales. Otro ejemplo significativo sera el
proporcionado por el historiador Alexander Murray en su li-
bro, cuyo ttulo se apega ms a la tradicin: Reason and So
ciety in the Middle Ages, el que, sin embargo, trata a la vez
"de economa, de la difusin de la aritmtica, de la espiri-
tualidad cristiana y de los valores ticos de los siglos X I I y
X I I I , con el fin de circunscribir la emergencia de un tipo his-
trico de racionalidad concreta", aunque el trmino " m e n -
talidad" no aparece una sola vez en el texto, c o m o lo nota
11
Alain Boureau.
As, los principales logros de la historia de las mentalida-
des consisten en haber logrado, a travs de una redistribu-
cin de los campos y objetos histricos, de una reparticin
ms igualitaria de las funciones explicativas y de la invita-
cin a realizar investigaciones que pierden a veces en ex-
tensin lo que ganan en profundidad, modificar lo que se
entendi por mucho tiempo c o m o historia. La historia mine-
ralizada que el historiador-minero iba a buscar en las pro-
fundidades del pasado para traerla a la luz del sol tal y c o m o
la haba encontrado, tiende a ceder o al menos a coexistir con
una historia verstil que, en torno a hechos y acontecimien-
tos objetivos, autoriza tantas lecturas cuantas sean necesarias
a nuestro ansioso presente.
Actualmente, la historia de las mentalidades se admite en
todos los mbitos, y si perdi parte de su novedad en algu-
nos pases gan adeptos en otros. Adems, el hecho de que
a veces parezca superada no significa que haya perdido vali-
dez. En efecto, sucede- con ella lo que ocurri con el mar-
xismo y el freudismo: si bien ya no pueden hoy en da ser
aceptados c o m o sistemas globales, su parte medular fue tan
ampliamente recibida que ya fue asimilada por todos los
cientficos sociales cuya utilera conceptual y m o d o de enfo-

1 1
MURRAY, 1978. Tom la cita de BOUREAU, 1989, p. 1 493.
LA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES 347

car su estudio llevan su huella imborrable. N o olvidemos,


por otra parte, que algunos de los objetos que hicieron emer-
ger este tipo de historia se desarrollaron de tal manera que
llegaron a constituirse en campos autnomos o micrototali-
dades, o se integraron de manera natural a categoras exis-
tentes que contribuyeron notablemente a abrir y matizar.
Por lo que se refiere a las tendencias actuales de la historia
de las mentalidades, encontramos desde temas y campos a
los cuales los ltimos veinte aos han conferido un carcter
casi tradicional la muerte, la vida cotidiana, la fiesta,
etc. , que algunos historiadores descubren a su vez, hasta
modalidades ms recientes, c o m o el estudio de los conjuntos
simblicos y los sistemas de representaciones en general,
abordados a travs de discursos y, cada vez ms, a travs de
objetos y comportamientos. En la mayora de los estudios
dedicados a estos temas se advierte una marcada tendencia
por enfatizar la complejidad y multiplicidad de las relaciones
existentes entre los distintos elementos que forman el objeto
observado, sin que se busque conferir un carcter causal a
alguna o algunas de ellas. El resultado de semejante proce-
der suele ser fascinante por la misma complejidad que reve-
la, por la finura de los anlisis y lo profundo de la lectura
lograda. Sin embargo, cierta impresin de impotencia o de
debilidad acaba a veces por imponerse al quedar el objeto
histrico recin rescatado de los limbos del anonimato, en-
vuelto, al cabo de una brillante investigacin, en los velos no
siempre transparentes de una complejidad desesperante.
Es posible que esta renuencia o incapacidad de introducir
ejes causales en una lectura histrica est ligada a la descon-
fianza legtima que rodea actualmente las antiguas certezas
y jerarquas dictadas por las ideologas o las certezas de
ayer. Al no poderse admitir ya, al menos de manera absolu-
ta, estas certezas, quedan excluidas de golpe las relaciones
causales, por lo que la realidad presente o pasada, despro-
vista en cualquier hiptesis explicativa aunque delicada-
mente iluminada en todas sus estructuras y facetas, nos des-
lumhra y nos abruma con su luminosa opacidad.
Si as fuera y tomando en cuenta el carcter circunstan-
cial del proceso, no cabe descartar el posible retorno de las
348 SOLANGE ALBERRO

funciones explicativas, que acabaran por restituir la cohe


rencia necesaria a cualquier lectura de la historia. Porque si
pueden ofrecerse varias lecturas a partir de un mismo mate
rial, hace falta que cada una de ellas est articulada no slo
por su propia estructura sino tambin por el o los senti-
do(s) que el historiador le confiere a partir de sus hiptesis.
Pero sin duda, el mayor problema que se plantea a cual
quier historiador, consciente de las mentalidades, es el de la
relacin que existe entre lo individual y lo colectivo, lo ex
cepcional y lo comn. Este problema dista mucho de estar
resuelto, y suele originar buena parte de las crticas que reci
be este gnero histrico. Por muchas razones que no cabe
manifestar en el presente artculo, resulta fcil, tentador o
ineludible, a falta de otras fuentes, lanzarse a un ensayo so
bre una personalidad sobresaliente el Lutero o el Rabelais
Lucien Febvre, un individuo singular el molinero M e -
nocchio de Cario Ginzburg o un grupo especfico de indivi
12
duos. Ahora bien, la mentalidad colectiva n o es la suma
de las mentalidades individuales, y la que es propia de un in
dividuo no procede de la divisin aritmtica, de la colectiva,
por lo que no se puede partir de ninguna de ellas para esta
blecer la otra. Sin embargo, es obvio que existen relaciones
a la vez importantes y variables entre ambas, que no pueden
ser descubiertas ni definidas con certeza ni regularidad. Por
lo tanto, al intentar el historiador partir de un caso singular
para descubrir actitudes o comportamientos generales, corre
siempre el riesgo de proyectar y generalizar situaciones que
de hecho son particulares o , al menos, no totalmente c o m
partidas, sin que tampoco pueda determinarse con certeza la
distancia entre unas y otras. Este riesgo aumenta notable
mente cuando el conocimiento del contexto histrico es insu
ficiente, lo que ocurre m u y a menudo, puesto que el propsi
to mismo que inspira generalmente al estudioso es el de alzar
el velo sobre un momento o un objeto histrico a travs del
caso preciso que analiza.
La situacin se complica an ms si consideramos que
dentro de la categora de lo individual, caben asimismo, el

1 2
GINZBURG, 1 9 7 6 .
LA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES 349

don fulano l o que Alain Boureau llama el "individuo me


dio' ' , el ser ejemplar y el singular, o sea, un individuo que
no es ni lo uno ni lo otro, sino un ser especfico. L o mismo
sucede c o n la categora de lo colectivo, que abarca matices
c o m o " l o general". Paradjicamente, el caso excepcional
resulta menos problemtico, aun cuando las relaciones que
unen lo normal y lo excepcional no sean siempre evidentes.
Un delicuente, por ejemplo, es un marginal en relacin con
la sociedad en la que vive, pero al mismo tiempo est estre
chamente relacionado con ella al originarse al menos par
cialmente su delito en las relaciones y situaciones que la ca
racterizan. Es sabido que cada sociedad genera sus delitos
y delincuentes, por lo que un transgresor siempre revela
" a l g o " importante de la sociedad que lo produjo, al mani
festar una tendencia latente en ella, amplindola, o bien
invinindola o contradicindola. El determinar en qu con
siste este " a l g o " constituye el problema que se plantea el
historiador de las mentalidades.
Finalmente, el enfoque escogido para este artculo me lle
v a oponer la historia de las mentalidades a otras maneras
de concebir la historia y de hacerla. Sin embargo, tal oposi
cin resulta totalmente artificial. Este tipo de historia n o s
lo n o cancela a las dems prcticas histricas, sino que de
pende por completo de ellas. Sin el respaldo de la historia
econmica, poltica, institucional, de las ideas, etc., la de las
mentalidades se reduce a unas lucubraciones huecas o im
pertinentes, al quedar los objetos que observa desprovistos
del contexto que les corresponde y, por tanto, demasiado ex
puestos a recibir contenidos apriorsticos. La vocacin pro
funda de este tipo de historia no es la de excluir y prescindir
sino, al contrario, la de coexistir, matizar y ampliar, tanto
a travs de las modalidades que presidieron su alumbra
miento c o m o a lo largo de su evolucin. Por ello mismo, n o
puede surgir en un contexto en el que continentes enteros de
la historia se hallen casi totalmente desconocidos, c o m o su
cede a veces en algunas historias nacionales c o m o la mexica
na, en la que subsisten lagunas inmensas, en particular, en
lo que se refiere al siglo X I X . En estos casos, hace falta des
brozar primero el terreno, operacin despus de la cual la
350 SOLANGE ALBERRO

historia de las mentalidades puede resultar til al matizar,


ahondar y completar lo que ya se sabe de un fenmeno o una
poca en trminos generales. El hecho de que el mayor nme-
ro de trabajos inspirados por ella hayan salido a luz en pases
de fuerte tradicin histrica y sobre todo, acerca de pocas
y sociedades bien conocidas, confirma esta observacin.
Actualmente, la historia de las mentalidades atraviesa
ciertamente una crisis, c o m o la historia y las ciencias socia-
les en general, crisis que se arraiga en sus propios problemas
y en la prdida general del sentido, originada por la ruina
de las ideologas. Sin embargo, nuestro gnero chico est
mucho mejor preparado para superarla, en la medida en
que nunca acept los significados preestablecidos. La ampli-
tud de sus campos existentes y la potencialidad de aquellos
que slo esperan la invitacin de algn historiador para
emerger a la luz del da, constituyen tambin una garanta
de dinamismo, al contrario de lo que sucede con campos r-
gidamente definidos. En fin, ya que los estudios sobre las
mentalidades cosntituyen una respuesta o al menos un in-
tento de respuesta a interrogantes surgidos del presente, po-
demos presumir que nuestra poca, preada de dudas, de
desengaos y nostalgias, suscitar nuevos enfoques y nuevos
objetos. En este caso, c o m o suele suceder, la flexibilidad
abierta, la disponibilidad creativa y cierta ambigedad indi-
sociable de tales caractersticas seran las garantas ms se-
guras de dinamismo y renovacin.

REFERENCIAS

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LA HISTORIA DE LAS MENTALIDADES 351

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