Manuel Cruz
No hay dia en el que uno no se tropiece en diarios, revistas
o medios de comunicacién en general, con noticias o comenta-
rios que de una u otra manera refieren a la cuestién de la memo-
ria. Sin ir mas lejos, hace pocas fechas tenia la oportunidad de
leer una entrevista periodistica con el escritor John Berger, de la
que se destacaba la siguiente frase: «Vivimos bajo una enorme
presion para olvidar, para seleccionar los recuerdos». [...] En
realidad, lo primero que llam6 mi atencién fue el comentario del
entrevistador (que daba pié a la frase de Berger que acabo de
mencionar). Afirmaba el periodista: «Su libro (Un séptimo hombre)
parece una invitacion a recordar, ahora que la memoria parece fla-
quear y cuando otro sur mas pobre viene hacia nosotros» (subra-
yado, M.C.). Reconozco que me sorprendié el modo, tan desen-
vuelto, en que se daba por supuesta la afirmacién. Porque
gacaso es verdad que la memoria flaquea?
Bien esta que haya lugares comunes, pero resulta francamen-
te tedioso que los haya unanimes. Si los primeros se identifican
con los tépicos, los segundos son directamente banalidades,
«Recordamos mal», corresponde a una intervencién en el Simposio «Fare Storia H-
Storia come narrazione», celebrado en Venecia los dias 18, 19 y 20 de diciembre de
2003. Las actas de dicho simposio han sido publicadas bajo el mismo titulo en Ia edito-
ial Bruno Mondadori, de Milan, en 2005.
Manuel Cruz, Como hacer cosas con recuerdos, Buenos Aires, Katz editores, 2007.
encuentra recogido en castellano enpseudoevidencias que se han incorporado al discurso ordinario
hasta el limite del automatismo, que se han incrustado en nuestro
lenguaje hasta hacerse imperceptibles, cargando de oscura razon
nuestros enunciados, deslizando en su interior un sentido que
siempre permanece velado. Asi, la valoracion positiva de la memo-
ria se ha convertido de un tiempo a esta parte en uno de esos luga-
res comunes incuestionados, por no decir universalmente acepta-
dos. Siempre cabe discutir acerca de si en la practica se le presta a
la evocacidn del pasado la atencién que se merece pero, en todo
caso, lo que parece claro es que resulta insdlito encontrar hoy en
dia a alguien que manifieste estar resueltamente en contra de la
memoria 0, a la inversa, reconozca ser un fervoroso partidario del
olvido a cualquier precio.
Sin embargo, la rigida contraposicién entre memoria y olvido,
en la que a cada uno de los miembros de la pareja de términos le
corresponde o bien el signo positivo o bien el negativo (sin posi-
bilidades intermedias), no ha ayudado a una clarificacién critica del
asunto, Frente a tan rotunda contraposicién probablemente con-
viniera introducir una perspectiva mas matizada, en la que fuera
posible distinguir diversas modalidades tanto de la memoria como
del olvido, para poder a continuacion extraer de esta nueva pers-
pectiva las consecuencias pertinentes. Como, por ejemplo, la de
que puede haber variantes del olvido saludables, asi como formas
de recuerdo decididamente enfermizas (cuando no patoldgicas).
Recordar no es —no puede ser- un fin en si mismo, ni constituye
un valor supremo, tiltimo, que no pueda ser impugnado desde
lugar alguno. El mero ejercicio de la memoria todavia no nos
garantiza nada, por mas que tantos se empefien en sostener que
constituye una actividad inequivocamente progresista con el argu-
mento, ciertamente sumario, de que nos garantiza no reincidir en
los errores del pasado. Como ha sefialado el historiador francés
Jacques Le Goff en su libro Histoire et mémoire, la conmemoracion
del pasado es algo que también se da en regimenes autoritarios e
incluso dictatoriales. De hecho, uno de sus momentos culminan-
tes tuvo lugar en la Alemania nazi y en la Italia fascista.
En su libro En busca del futuro perdido’, Andreas Huyssen, profe-
sor de literaturas comparadas en la Universidad de Columbia
"Andreas HvuysseN, En busca del futuro perdido, México, Fondo de Cultura
Econémica/Goethe Institut, 2002.(Nueva York) y editor del periddico New German Critique, sefiala
dos momentos centrales de la cultura occidental del siglo XX en
los que surgieron discursos de nuevo cufio sobre la memoria. El
primero se ubica alrededor de los afios sesenta y es consecuencia
de los movimientos de liberacién nacional y los procesos de des-
colonizacion. Este primer momento se caracteriz6 por la busque-
da de historiografias alternativas, de tradiciones perdidas y por la
recuperaci6n de una vision de los vencidos. El segundo momen-
to, activado por el debate en torno al Holocausto, por la aparicion
de nuevos testimonios y por la profusién de aniversarios y recor-
datorios, se habria iniciado a comienzos de la década de los ochen-
ta y podria caracterizarse por una fascinacién con el tema de la
memoria 0, mejor dicho, con el acto mismo de recordar.
Desconocer este origen y, sobre todo, no distinguir la natu-
raleza especifica de cada momento probablemente esté en la
raiz de buena parte de las confusiones y malentendidos suscita-
dos alrededor de la cuestion. Por lo pronto, podria decirse que
el signo de estas dos maneras de reivindicar la memoria es desde
luego distinto, cuando no abiertamente contrapuesto. Porque
mientras bajo la primera todavia parecia subyacer una cierta
esperanza (en un determinado sentido, progresista) en la posi-
bilidad de la emancipacién final, bajo la segunda lo que late es
el convencimiento del fracaso del proyecto ilustrado. Pero eso
no es todo. Para terminar de complicar el asunto afiddasele a lo
anterior el hecho de que las mencionadas reivindicaciones de la
memoria se han producido en diferentes paises por motivacio-
nes dificilmente homologables. Poco parecen tener que ver la
necesidad de ajustar cuentas con el pasado que tuvo lugar en
Argentina tras la dictadura militar con la situacién de Sudafrica
tras el apartheid, 0 con la maneta tardia en que en Europa y
Estados Unidos se ha abordado la cuestién del Holocausto.
Una forma de intentar unificar el signo de tan diferentes
evocaciones consiste precisamente en convertir el Holocausto
en cifra y signo, en tropo universal bajo el que subsumir cuales-
quiera historias traumaticas. Quiza el principal peligro de esta
operacion —a menudo revestida de una dramatica grandilocuen-
cia que intenta esconder su auténtica naturaleza: «da historiogra-
fia del Holocausto no es, a pesat de todo, otra cosa que histo-
riografia», ha tenido que recordar Raul Hilberg— resida paradé-jicamente en los efectos desactivadores que contribuye a gene-
rar, en la dificultad con la que piensa la concreta injusticia, el
particular sufrimiento que se conjuga en cada situacion. Y es
que la memoria, como nos advierte Huyssen, «no puede ser un
sustituto de la justicia». El pasado no puede proveernos de lo
que el futuro no logra brindar. Justo por esa razon, afiade,
«acaso sea tiempo de recordar el futuro en lugar de preocupar-
nos tinicamente por el futuro de la memoria».
En todo caso, lo que convierte en extremadamente atractiva
la propuesta de Huyssen es la perspicacia con la que localiza en
las especificas carencias de nuestro presente las causas de la
obsesi6n contemporanea por la memoria. Frente al topi(caz)o
de que dicha obsesién intenta compensar la «amnesia historica»
inducida por el bombardeo mediatico y el vértigo de la vida
postmoderna (como si en ese bombardeo no cayeran sobre
nuestras cabezas numerosas bombas conmemorativas), propo-
ne,una tesis ciertamente original. A su entender la clave es el
cambio en lo que Raymond Williams ha llamado «estructuras de
sentimiento». Seguin la interpretacion de Huyssen desarrollada
en los dos libros que estamos comentando, asistimos a un pro-
ceso de extrema aceleraci6n del tiempo y compresion del espa-
cio (algo verificado por ejemplo en el éempo real de Internet) que
es fuente de profunda angustia. Los discursos de la memoria
nos ayudarian a combatirla, ampliando las extensiones del espa-
cio y del tiempo. La memoria, al igual que ese otro fendmeno,
tan caracteristico de nuestro tiempo, que es la musealizacion
generalizada, son invocadas para que se constituyan en baluar-
tes que nos protejan del miedo vertiginoso a que las cosas
devengan obsoletas y desaparezcan. Retengamos lo positivo de
todo esto. Acaso si algun dia somos capaces de superar dicho
miedo, consigamos restablecer una relacién con el pasado algo
menos alterada.
Se impone, ante todo, incorporar a la reflexion acerca de la
memoria la dimension propiamente politica. A esta dimension
hacia referencia con acierto Berger en la entrevista que mencio-
nabamos al principio. Sefialaba: «Vivimos en una cultura que
dice que el mercado manda, que si no compras no cuentas, gue
Jos pobres son prescindibles. Si vives en un pais que dice eso, y esto
es un fendmeno nuevo, hay una presién enorme para olvidarcosas. E/ tiempo en que éramos pobres, por ejemplo» (subrayado
M.C,). No se trata, por tanto, de recaer por enésima vez en la
estéril contraposicion entre memoria y olvido. Lo que, concre-
tando, equivale a afirmar que, si se nos formulara la pregunta:
«entonces, grecordamos poco o demasiado?», a mi entender
sdlo cabria ofrecer una respuesta: recordamos mal y, ahado, a
corregir esta distorsion de la propia memoria deberiamos apli-
car nuestros mayores esfuerzos.
Hubo un tiempo en el que en Espafia (pienso en la época en
que el llorado Manuel Vazquez Montalban publicé su Crénica
sentimental de Espatia) parecia que los recuerdos personales cons-
tituian todavia el tinico territorio a salvo de las acechanzas del
poder, la materia prima con la que, de manera esforzada y difi-
cultosa, reconstruir una imagen veraz y compartida de nuestro
pasado. La unamuniana intrabistoria, a la que Vazquez solia alu-
dir, constituia en ese sentido el espacio de una resistencia, un
ambito cuasi inviolable para los relatos oficiales. La situacién a
este respecto parece haber cambiado de manera radical. Con lo
que nos las tenemos que ver hoy es con una auténtica industria
de la nostalgia que se dedica sistematicamente a la produccién
de recuerdos, a la generacion de una memoria personal sustitu-
tiva de la real memoria de los individuos. A modo de ejemplo
ilustrativo de la eficacia de dicha industria podriamos sefialar el
hecho de que resulta cada vez mas frecuente encontrarse con
personas que manejan recuerdos que no se corresponden con
sus auténticas experiencias (por ejemplo, se atribuyen su presen-
cia 0 participacion en episodios -pongamos por caso, relaciona-
dos con el franquismo- a los que cronoldégicamente ni tan
siquiera pudieron asistir). Importa resaltar que no se trata de
casos de impostura: de ser asi_no habria nada de nuevo en el
fendémeno. Lo Ilamativo es que esas personas han terminado
por asumir como propios tales recuerdos, hasta el extremo de
que su evocacién llega a generar en ellos lo que Arjun
Appadurai* ha denominado una nostalgia imaginada.
Esto empieza a parecerse de manera inquietante a B/ade
Ruaner (con sus replicantes incapaces de dilucidar, salvo por
Arjun APPADURAI, Modernity at Large. Cultural Dimensions of Globalization,
Minneapolis/London, University of Minnesota Press, 1998 [Ed. cast: La modernidad des-
centrada, México, FCE, 2001]medio de un “sf cientifico, si aquel pasado que creian recordar
les pertenece realmente). De ahi mi convencimiento: si algo se
trata de reivindicar no es tanto mayores dosis de memoria (que
tal vez constituyeran ya auténticas sobredosis), como algo mas
preciso y, sin duda, mucho mas necesario: la autonomia de la
memoria. Lo que se parece mucho a decir: que nos dejen recor-
dar por nuestra cuenta de una maldita vez.
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Pero esta exhortacién, queja o exabrupto (como se prefiera
calificarla) no debiera, con su rotundidad, apartarnos del hilo de
la argumentacién. Procede, constatado todo la anterior, intentar
adentrarse, siquiera sea minimamente, y a manera de coda final,
en los factores que estan contribuyendo desde distintos 6rdenes
a que se produzca la situacién en la que estamos. Hace un tiem-
po me referi, en un contexto periodistico’, al hecho, a mi enten-
der llamativo, de que en nuestras grandes ciudades empezaran a
proliferar un tipo de establecimientos caracterizados precisa-
mente por algo que podriamos definir como su engariosa antigiie-
dad. Ponia el ejemplo de un café existente en el Paseo de Gracia
de Barcelona, inaugurado hard cosa de unos tres 0 cuatro afios
en un local antes ocupado por una sucursal bancaria, en el que
ni la atenta mirada del profesional mas critico podria encontrar
el menor fallo en la reconstruccién. Todo pertenece a otra
época. No hay un sdlo elemento que refiera a la actualidad.
A mi me parecia ~y me sigue pareciendo— que no puede ser
casual —ni ser sdlo cosa de meros intereses comerciales— tanto
empefio en resucitar lo perdido. Lo que sucede, tanto en el
ejemplo mencionado como en muchos otros que podriamos
aportar (en el mencionado articulo me referia también a los par-
ques tematicos), parece estar informando de un cambio en
nuestro modo de vernos en el mundo, en nuestra manera de
percibirnos y representarnos, El cambio en cuestién refiere
directamente al pasado y al presente e, indirectamente, al futu-
ro. Al margen de mis detalles, a los que aludiré a continuacion,
el resultado es que el presente queda vaciado de contenido,
«Estamos de mas en el presente», E:/ Pais, 15 de enero de 1999, recogido en el libro
Cuando la realidad rompe a hablar, Barcelona, Gedisa, 2002.devaluado a la simple condicién de mirador desde el que con-
templar el pasado. Devaluacién en cierto sentido cémoda: el
pasado ofrece la gran ventaja de parecer un asunto de otros, en
concreto de quienes lo hicieron ser como fue. El futuro, en
cambio, resulta profundamente incémodo: cualquier represen-
tacién de futuro informa, con precision de orfebre, del presen-
te desde el que esta realizada; no pasa de ser, a ojos vista, una
proyeccién hacia adelante de los anhelos y temores del hoy. Y
tal vez sea eso lo que se pretende evitar.
Por supuesto que también en esto nos encontramos ante el
episodio final de un proceso que venia de atras. Habra que
recordar —y no como puntualizacién erudita, sino para caracte-
rizar adecuadamente nuestra situaci6n— que estabamos adverti-
dos. De Horkheimer a Kosselleck, pasando por otras mil for-
mulaciones mas ligeras, fueron muchos los que nos pusieron
sobre aviso de la tendencia: que si crece en nuestro interior la
nostalgia del futuro, que si se ha estrechado el horizonte de
nuestras expectativas, que si el futuro ya no es lo que era...
Incluso tenemos derecho a sospechar, a toro pasado, en qué
medida el tan publicitado dictamen de Fukuyama acerca del
final de la historia no hacia otra cosa en realidad que expresar,
en una clave ligeramente desplazada, lo que ha terminado por
hacerse evidente. A saber, que e/ futuro ha mnerto.
Efectivamente, ha desaparecido de nuestro campo visual la
idea de futuro. El tiempo venidero ha perdido los rasgos y las
determinaciones que poseia aquella venerable idea, para pasar a
ser el espacio de la reiteracion, de la proyeccién exasperada del
presente. Ya no es el territorio imaginario en el que habitan los
proyectos, intenciones o suefios de Ja humanidad, sino el lugar
en el que lo que hay persevera en su ser. Expresion de ese nuevo
convencimiento se diria que es la forma en que se nos habla de
él: en clave de designio inexorable (casi naturalista), anticipan-
donos las curvas de poblacion, advirtiéndonos de las dificulta-
des de tesoreria que tendra la hacienda publica dentro de trein-
ta afios, o cosas por el estilo.
Tal vez sea porque incluso los sectores que antafio se
autodenominaban progresistas han ido asumiendo este conven-
cimiento —esto es, han ido percibiendo el nulo margen de actua-
cidn que un futuro asi entendido les dejaba— por lo que sus pro-puestas se han ido girando, de manera creciente, hacia el pasa-
do. Como si no quedara mas proyecto posible que el de mante-
ner lo mejor de lo que hubo. Como si nada ofro (que no sea
terrorifico) pudiera ni tan siquiera ser pensado. Segun parece, la
esperanza paso de largo ante nosotros sin que nos diéramos
cuenta: ahora, algo tarde, debemos aplicarnos a salvar aquello
que era, sin nosotros saberlo, nuestro Gnico horizonte. Se com-
prende que recordemos mal: la atmésfera del pasado esta fran-
camente enrarecida.