Francisco Rico Texto y Contextos
Francisco Rico Texto y Contextos
Francisco Rico Texto y Contextos
Texto y contextos :
Estudios sobre la poesa espaola delsiglo XV
ndice
Prlogo
Nota de procedencias
-I-
Los orgenes de Fontefrida y el primer romancero
trovadoresco
El testimonio de Jaume d'Olesa
Las naturas de la trtola
... ni poso en ramo verde...
... turbia la beba yo
La encrucijada del romancero trovadoresco
- II -
Pedro de Verage y fra Anselm Turmeda
Al hilo del catecismo
Los Trabajos mundanales
La Doctrina de Verage, en el siglo XV
- III -
Aristoteles Hispanus
El nacimiento de una leyenda
Gil de Zamora y Petrarca
Las lagunas del Prosodion
Juan de Mena: la quimera del Prerrenacimiento
- IV -
Las endechas a la muerte de Guilln Peraza
Guilln Peraza y La Palma: maneras de dominio
La historia y la memoria
Poesa del siglo XV y lrica tradicional
El planto de David
Texto y contextos
Excurso
El amor perdido de Guilln Peraza
-V-
Unas coplas de Jorge Manrique y las fiestas de
Valladolid en 1428
Qu se hizo el rey don Juan...?
Las justas y los torneos
Aquellos y no otros
- VI -
Un penacho de penas
De algunas invenciones y letras de caballeros
Entre Portugal e Italia
La caballera de Francia
Otoo de la Edad Media y primavera del 'Barroco'
Nota complementaria
Una torre por cimera
[VIII] [IX]
Prlogo
Presento aqu media docena de pequeas contribuciones al conocimiento de
la poesa espaola del siglo XV y a un cierto modo de entender el estudio
de la literatura. Tres, que se llevan los dos tercios del libro, son
nuevas e inditas hasta ahora; las otras tres, viejas, casi
antediluvianas, y publicadas en buena parte. Pero todas, ayer igual que
hoy, comprueban que un texto no se deja explicar adecuadamente si no se
contempla a la luz de los varios contextos -literarios y no literarios, en
la sincrona y en la diacrona- en que por necesidad est inserto.
El crtico se deslumbra a veces con la ilusin de encerrarse en el poema
como en un universo que se basta a s mismo y que proporciona desde dentro
la totalidad de las claves para descifrarlo. El historiador sabe que el
texto no es comprensible sin contextos, ni aun existe sin ellos, porque
tampoco existe sino en una lengua y en las coordenadas de una sociedad,
sobre el fondo de unas tradiciones, con unos ideales artsticos, frente a
un horizonte de gneros, en un sistema de valores... A un texto de otros
tiempos, en particular, o lo restituimos a los contextos que le son
propios, o bien, a conciencia o a ciegas, le imponemos los nuestros. Nihil
est tertium.
En cualquier caso, los trabajos impresos a continuacin nacieron siempre
al observar que una determinada perspectiva Xms amplia que 'la
obra en s' devolva al texto un sentido que el simple anlisis interno ni
revelaba ni poda revelar. Confo, sin embargo, en que tampoco sean ajenos
al punto de vista contrario y complementario y puedan dar unas cuantas
muestras de que el texto se gobierna frecuentemente por leyes vlidas
asimismo para largos contextos, de modo que el pormenor de suyo apenas
interesante en el uno contribuye a iluminar los otros, y con ellos hechos
literarios de mayor relieve.
Si no me engao en esas apreciaciones, tal vez el artculo femenino del
subttulo no carezca de pertinencia y el conjunto de los estudios anejos
sugiera algunas ideas tambin sobre el conjunto de nuestra poesa del
Cuatrocientos, por encima de cada una de las obras consideradas. En la
mayora de los manuales, como en muchos programas de estudio y hasta en
bastantes memorias de oposiciones, la 'poesa espaola del siglo XV'
tiende a reducirse a tres o cuatro obras maestras y a una sola direccin
de la 'lrica de cancionero'. Es una simplificacin injusta con la
poderosa inspiracin de la poca y con la multitud de caminos, senderos y
veredas que ensay.
No recuerdo, as, que en ninguna historia de la literatura se abra
captulo sobre los romances distintivos del perodo (ni siquiera se lo
dedica la esplndida monografa de Pierre Le Gentil, no digamos otras de
menor envergadura), con suficiente noticia de las bodas que los enlazaron
con los gneros eruditos y trovadorescos. No obstante, cuando la
trayectoria de los motivos de Fontefrida nos conduce a un espacio y a un
tiempo relativamente bien caracterizados, no slo el texto gana lejos y
sombras (como los gana toda obra annima al entrevrsele por lo menos la
silueta de un autor: porque unas palabras cariosas no valen lo mismo en
boca de una nia y en boca de una trotera, ni la elegancia de una
labradora es igual a la de una condesa disfrazada de maja), sino que
estamos asistiendo XIa la aparicin de uno de los fenmenos que han
marcado un rumbo ms nuevo y han tenido ms consecuencias en todo el curso
de la poesa espaola.
Fontefrida se revuelve y se pierde a menudo en el saco sin fondo del
romancero y de lo 'popular'. A la Doctrina de Pedro de Verage, en cambio,
ha llegado a colrsela entre los poemas doctos, anexionndola al mester
de no se sabe qu clereca, y a emparejrsela con una pieza tan personal
como los Proverbios de Sem Tob, atribuyndole un significado imposible en
el marco del siglo XIV. Careada con el Libre de bons amonestaments a cuyo
arrimo surge, en una confluencia entre literaturas peninsulares sumamente
representativa de tantas otras de fecha cercana, y por ende restablecida
en el Cuatrocientos, descubre ms bien la desmaa del coplero vulgar, de
la especie cuyos versos estaban destinados a correr en deleznables pliegos
sueltos, para instruccin de los ms ignorantes.
La leyenda del Aristteles espaol, sobre fascinante por s misma, ayuda a
definir el itinerario creativo e intelectual de Juan de Mena y el aire que
respiran todos nuestros prerrenacentistas. Porque es demasiado corriente
imaginarlo de una sola pieza, como tallado de una vez por todas (ah est
uno de los puntos menos slidos en el magno libro de doa Mara Rosa
Lida), pero Mena vacila, busca, da golpes de timn, en el Calamicleos no
es el mismo que en las Coplas de los pecados mortales, y la presencia o la
ausencia de la tal leyenda es un buen testimonio de la evolucin paralela
de su poesa y de su cultura. En un proceso similar de inercias y
progresos fue afianzndose el humanismo en Espaa.
A las endechas a la muerte de Guilln Peraza, uno de los plantos ms
hermosos de la Edad Media, se les ha prestado atencin casi exclusivamente
en el panorama de los gneros folclricos, y bien est. Pero folclore no
supone intemporalidad ni falta de vnculos con otros mbitos.
XII
Por ah, dira yo, es experiencia singularmente instructiva atisbar al
autor de esos versos prodigiosos traduciendo a un espritu de lrica
tradicional las pompas de Juan de Mena, los retrucanos cancioneriles y
los loci classici de la Biblia o el ritual eclesistico.
Cuando se averigua que las fiestas de Valladolid en 1428 tuvieron un
brillo tan inusitado y tales implicaciones en la batalla por el poder, que
permanecieron durante decenios en el recuerdo de los castellanos, se
confirma que las estrofas ms clebres de las Coplas manriqueas no son
vaga y mecnica generalizacin de moralista sobre la fugacidad de todo
esplendor, sino precisa referencia a sucesos histricos. Esa concrecin
acrece el tono melanclico de la pregunta por el rey don Juan y los
Infantes de Aragn, mas a la vez subraya las dimensiones polticas de
todo el poema.
Los gneros mnimos como los motes y las invenciones y letras de
justadores yacen hoy enterrados en la sepultura del olvido, pero en los
alrededores del 1500 (y an bastante despus) para muchos estaban cerca de
ser la poesa por excelencia: poesa en imagen y en accin, poesa
prctica, con un papel especfico en la realidad social. El juego de
palabras fundado en el doble sentido de pena permite seguir la tenaz
fortuna de unas formas literarias -la lrica cancioneril, la ficcin
caballeresca- que fueron tambin formas de vida, y luego, hasta los
tiempos 'barrocos', de supervivencia, para la vieja nobleza de la Edad
Media.
Tales me parecen algunos de los aspectos en que los concretos estudios del
subttulo hacen cierta justicia a la generalidad del ttulo. Un ttulo,
por otra parte, con paralelos bien conocidos en George Steiner, T. van
Dijk (horresco referens!), Daniel Devoto y qu s yo cuntos ms, pero
cuya falta de originalidad quiz se deje disculpar si en l se lee en
cifra la definicin del objeto y el mtodo de un arte admirable: la
historia de la literatura.
[XIII]
Nota de procedencias
Las tres contribuciones nuevas arriba aludidas llevan aqu los nmeros 1,
4 y 6. La primera (1) debiera aparecer algn da, con unas cuantas
variantes, en una miscelnea lisboeta en honor de Luciana Stegagno
Picchio. La segunda (4), aligerada, fue discurso de clausura en el III
Congreso de la Asociacin Hispnica de Literatura Medieval (Salamanca,
octubre de 1989), y Pedro M. Ctedra tiene prometido incluirla en las
actas correspondientes. La tercera (6) recoge casi todos los datos
aducidos en Un penacho de penas. Sobre tres invenciones del Cancionero
general, Romanistisches Jahrbuch, XVII (1966), pp. 274-284, pero les
aade muchos otros, est enteramente reescrita y, sobre todo, difiere en
la orientacin y en el alcance de las conclusiones.
Los actuales captulos 2 y 5 se publicaron, con los ttulos que conservan,
en el Bulletin of Hispanic Studies, L (1973), pp. 224-236, y en el Anuario
de estudios medievales, II (1965), pp. 525-534, respectivamente. Llevan
ahora adiciones [entre parntesis cuadrados], principal pero no solamente
de ndole bibliogrfica.
No me he visto con nimos para rehacer de cabo a rabo Aristoteles
Hispanus. En torno a Gil de Zamora, Petrarca y Juan de Mena, Italia
medioevale e umanistica, X (1967), pp. 143-164 (y reimpreso con una
Posdata en Aurora gido, ed., Mitos, folklore y literatura, Zaragoza,
1987, pp. 59-77), pero he procurado integrarle orgnicamente los no
escasos materiales nuevos y en especial le XIVhe ampliado la
seccin sobre Juan de Mena y la gnesis del Prerrenacimiento (3).
El Excurso El amor perdido de Guilln Peraza vio la luz en Syntaxis,
nm. 22 (invierno de 1990), pp. 27-34, y agradecera que no se olvidara
que fue escrito para una revista de creacin antes que de historia. La
Nota complementaria de la coda sali primero en los Estudios... al
profesor Emilio Orozco Daz, Granada, 1979, vol. III, pp. 87-89, pero ya
entonces destinada a mi Primera cuarentena y Tratado general de
literatura, Barcelona, 1982, pp. 65-68; como no quiero desmentir el
colofn de ese librito, agotado aos atrs, y el tema casaba bien con Un
penacho de penas, no me ha parecido inoportuno traerla tambin a las
presentes pginas.
Los estudios ahora reunidos (con la generosa colaboracin de Rafael Ramos,
que los ha preparado para la imprenta, y de Jos Mara Mic, que ha
corregido las pruebas) van grosso modo en el orden cronolgico de los
poemas del siglo XV que examinan. Las dedicatorias mantienen las de los
tomos de homenaje para los que se redactaron algunos trabajos, recuerdan
deudas contradas en ocasin de otros o son sencillos y humildes
testimonios de gratitud y admiracin.
[1]
-I-
Los orgenes de Fontefrida y el primer romancero trovadoresco
A Luciana Stegagno Picchio
Las ms antiguas versiones de Fontefrida que hoy conocemos se copiaron o
imprimieron en el primer tercio del siglo XVI. La ms memorable fue ya
entonces la glosada por Tapia en el Cancionero general de 1511 y de ah
reproducida tanto en otras colecciones como en pliegos sueltos1.
Ciertamente, nunca cansa volver a leerla.
2
Fonte frida, fonte frida,
fonte frida y con amor,
do todas las avezicas
van tomar consolacin,
si no es la tortolica,
qu'est biuda y con dolor.
Por all fuera passar
el traydor del ruyseor;
las palabras que le dize
llenas son de traycin:
Si t quisieses, seora,
yo sera tu seruidor.
Vete d'a, enemigo,
malo, falso, engaador,
que ni poso en ramo verde,
ni en prado que tenga flor;
que si ell agua hallo clara,
turbia la beva yo;
que no quiero aver marido,
porque hijos no haya, no;
no quiero plazer con ellos,
ni menos consolacin.
Dxame, triste enemigo,
malo, falso, mal traydor,
que no quiero ser tu amiga,
ni casar contigo, no.
(1329)
18
Esa trtola sentimental, incluso ms sentimental que casta y solitaria, es
sin duda la ms representativa de los das de Costana y Garcisnchez: la
trtola cuyo gozo era llorar (como glosa Tapia)32, la que en el
Cancionero de Palacio asoma no tanto viuda cuanto sola33, la que
Carasa pondera como ms amarga que la hiel.
23
[33]
- II -
Pedro de Verage y fra Anselm Turmeda
A Brian Tate
El inters por las dimensiones especficamente estticas de la literatura,
el moderno espejismo de identificar la calidad artstica con la
singularidad de la obra potica y me pregunto si tambin las necesidades
de la enseanza (elemental, por multitudinaria) tienden a limitar
peligrosamente el campo de nuestros estudios a un puado de creaciones
geniales. La situacin es poco menos que alarmante en el dominio
medieval61; y en el pecado se lleva la penitencia, porque tal vez en
ningn otro perodo las obras maestras han estado ms insertas que en la
Edad Media en una 34tradicin y en un sistema, y nunca como
entonces el conjunto y los varios componentes de una manifestacin
literaria han cobrado pleno sentido -antes que como hechos autnomos-
integrados en una serie y en una estructura62.
La produccin gnmica y sapiencial, pongo por caso, pese a ser una de las
vetas ms ricas e influyentes de la cultura hispana medieval, no ha sido
todava objeto de un anlisis detenido63, que sin duda habra de arrojar
raudales de luz sobre el panorama de las letras peninsulares, de la
Disciplina clericalis o la lrica de los cancioneiros hasta Ausias March o
La Celestina. Obviamente, ese estudio global debe ir precedido de buen
nmero de trabajos monogrficos de corto vuelo (bibliografas, ediciones
de obras olvidadas, escrutinios de fuentes, descripcin de rasgos de
estilo, etc.). Las presentes pginas quisieran ser una aportacin mnima a
semejante tarea previa.
Pretendo, en efecto, sealar la dependencia de la Doctrina de la
discriin, de Pedro de Verage64, respecto al 35Libre de bons
amonestaments (1398), de fra Anselm Turmeda65. Turmeda, el increble
franciscano mallorqun convertido en truchimn del Rey de Tnez66, reuni
en los 428 versos del Libre un copioso repertorio de mximas morales,
preceptos religiosos y dardos de irona envenenada, donde se combinan sin
plan reconocible reminiscencias doctas, ecos populares y destellos de
positivo ingenio personal. Fuerza es conceder que no se trata de la obra
ms valiosa (aunque s la ms difundida) ni ms original de fra Anselm:
pues si por un lado sus mejores momentos distan mucho de la gracia y la
agudeza que a menudo brotan en la Disputa de l'ase, por otro sucede que
alrededor de la cuarta parte del Libre es fiel traduccin de la Dottrina
atribuida al enigmtico personaje conocido como el Schiavo di Bari67. La
obrita de Verage, en centenar y medio de estrofas, ofrece dos secciones
de ntida fisonoma: la primera contiene una sumaria exposicin del Credo,
los Mandamientos, las siete virtudes, las obras de misericordia, los
pecados capitales, los cinco sentidos y los Sacramentos; la segunda, bajo
el epgrafe (en el ms. S) de Trabajos mundanales, introduce una revuelta
coleccin de admoniciones vulgares, consejos dictados por el sentido comn
y alguna observacin no desprovista de agudeza. Pero si el Libre de
Turmeda 36haba espigado largamente en el poema del Schiavo, la
Doctrina de Verage, a su vez, sigue y calca a menudo las coplas de fra
Anselm.
(2-3)
(159.5-12)73
Es perfecta guarniin
los artculos syn quistin:
do non alcana discriin,
la fe basta.
(145.5-8)
39
Fra Anselm haba consagrado las dos coplas anteriores a una minscula
enunciacin de dogmas (la Trinidad, la divinidad de Jess), pero su
talante verstil lo alejaba de esa materia frreamente codificada;
Verage, por el contrario, echaba mano del mismo pasaje en que Turmeda se
desentenda del asunto y lo amplificaba, artculo por artculo, del Credo
a los Sacramentos, hasta convertirlo en ncleo mayor de la obra. Tanto es
as, que no ha faltado quien se preguntara si el catecismo rimado de las
estrofas 8-78 y los Trabajos mundanales que lo siguen son dos opsculos o
un poema nico (R. A. Del Piero, art. cit., p. 1341 a). Si no fuera
suficiente lo que nos revelan la tradicin textual y -pongo por caso- la
ceida correspondencia entre prembulo y despedida, la inspiracin comn
en el Libre de bons amonestaments nos certificara que ambas secciones se
engloban en un poema nico.
Incluso la primera parte, por ms que sometida al patrn catequstico,
fijado de una vez para todas, recurre en algunas ocasiones al filn de
Turmeda para glosar un mandamiento archisabido o animar otro con una
grfica comparacin:
(152.21.-28)
(146.2)
40
No deja de sorprendernos el proceso de Verage. En tres coplas seguidas,
las dos primeras recogen y adaptan diversas sugerencias de otros tantos
versos de Turmeda: la marcha hacia l'altre segle da pie a mencionar el
camino de salvacin; el a tu prximo sey begnino condensa en una la
lnea y media (152.27-28) del Libre, en tanto qui mal far semblant
haur se diluye en una parfrasis dentro de otra perspectiva (22 bis,
cd); se calcan las consonancias y hasta una palabra en rima, etc. La
tercera estrofa, a su vez, va a buscar seis pginas ms atrs una imagen
que debi complacer al rimador castellano. Parece como si este, hombre de
pocas fuerzas literarias75, desfalleciera en un determinado momento y
tuviera que rebuscar un poco azarosamente en su dechado para alimentarse
con una idea ajena. Justamente tal forma de trabajar ha debido ocultarnos
buen nmero de pasajes en que el texto de Turmeda pudo no ser propiamente
objeto de traduccin por parte de Verage, sino ms bien estmulo e
insinuacin que lo decidiera a ilustrar un cierto concepto con esta y no
con aquella aplicacin especfica, a subrayar en concreto algn aspecto de
un tema, a preferir un giro sintctico o a recurrir a un prstamo lxico76
(comprese, por ejemplo, 28-29 y 153.1-8, 57 y 147.10-13, 78 y 151.21-24).
Las concomitancias 41literales, en efecto, no pueden agotar el
vnculo entre modelo y copia.
(79)
(153.13-14)
(81)
(83-84)
(149.21-28)
42
Un escrpulo teolgico de un copista (el culto de latra no corresponde
sino a Dios) quiz convirti aorar en orar y determin el verso 83 b
de Verage; pero sin duda fue el mismo coplero castellano quien endulz la
directsima embestida de Turmeda contra los franciscanos de cap ras [...]
e barba. Y la modificacin es en extremo caracterstica: pues si los
mejores momentos del Libre corresponden a las andanadas ms evidentes
contra usos y personas (y, en nuestro pasaje, la sarcstica alusin de fra
Anselm a sus antiguos compaeros en religin casa bien con los denuestos
de dominicos y carmelitas, 154.7 y 11), el tono de la Doctrina viene dado
por la generalizacin poco brillante (a la que se ajusta perfectamente la
nada comprometedora advertencia de que el hbito no hace al monje).
No se quiebra la regla cuando a continuacin ensancha Verage la cuarteta
en que Turmeda asocia el amor a Dios y el temor a la muerte:
(85-87)
(145.17-20)
(90)
(141.17-20)
(91a)
... non tengas galgo en casa
que non cae.
(118 cd)
(145.7-8)
(100)
(148.13-16)
45
Vale la pena citar el texto del Schiavo (no sealado por A. Calvet) en que
se inspir Turmeda, para disipar cualquier sospecha que pudiera suscitarse
sobre quin imita a quin, si el castellano al mallorqun o viceversa:
(68)
Salta aqu a la vista que la ceida versin de fra Anselm no puede ser
sino la fuente de Verage, mientras la relacin contraria resulta
sencillamente inimaginable. Pues otro tanto se diga de los pasajes
transcritos unas lneas atrs, cuyo original se identifica fcilmente en
el Schiavo:
(47)
(145);
46
ah se ensaya un dilogo desengaadamente humorstico entre el poeta, que
representa el papel de triste e penado (135 a), y un hipottico amigo de
quien se busca en vano una palabra de aliento:
(137);
(144);
(143 a b);
(131)
Sin embargo, no conviene abultar la cargazn biogrfica de tales versos,
ni podemos engaarnos en cuanto al sentido de ese yo: esencialmente, es
el yo del maestro que, para mayor eficacia, presenta como vivido u
observado en propia persona el caso abstracto sobre el que dogmatiza86.
Para dejarlo bien claro, Verage, al hilo de una nutrida tradicin87, no
olvida poner de relieve el designio ejemplar -no anecdtico- de la primera
persona: Escarmienten todos en m... (134)88.
48
Aun en esos pasajes ms afortunados, no obstante, podramos or ecos del
Libre, si nos fuera dado penetrar en la mente de Verage. Como apuntaba,
las concomitancias literales seguramente no apuran el vnculo entre
dechado e imitacin; y se da ms de un lugar en que parece muy probable
que la Doctrina se haga cargo de una sugerencia de Turmeda (cf., en
especial, 94-95 y 148.13, 156.9-12; 107 y 156.25-28, 157.3-4, 18, 147.25).
Incluso para reiterar la manida invitacin a las enmiendas del lector89 y
para excusar ante l los posibles errores, Verage camina apoyado en las
muletas del Libre:
(147)
(151)
(159.13-16)
As, de las declaraciones iniciales sobre el propsito de la obra hasta la
conclusin en torno a sus fallas, de los datos de estructura hasta los
detalles de contenido, la Doctrina de la discriin se atempera con gusto
y con frecuencia al Libre de bons amonestaments90.
49
un claro eco del esplndido verso del Infierno, V, 103: Amor ch'a nullo
amato amar perdona... La coincidencia, en efecto, difcilmente puede ser
fortuita. Pero habremos de admitir el conocimiento de Dante en un autor
castellano de mediados del siglo XIV?91
Tal es la fecha comnmente admitida para la Doctrina92, 50mas claro
est que se impone retrasarla bastantes decenios. Turmeda concluy el
Libre de bons amonestaments en Tunis (144.12), en el mes de abril de
1398 (159.21-24). Por lo mismo, y habida cuenta del lapso que
necesariamente transcurrira entre la composicin del poema y su difusin
por la Pennsula, no se me antoja verosmil que Verage pusiera sobre l
sus manos pecadoras antes -digamos- del 1400. Por desgracia, no acierto a
dar ms precisin cronolgica que la de ese terminus a quo. Mas tengo para
m que la Doctrina es algunos -o aun muchos- aos posterior.
Ciertamente, no parece plausible que un poeta sin ciencia (cf. c. 143,
supra) parafraseara una lnea de la Commedia en los primeros lustros del
siglo XV, cuando slo una minora de letrados era capaz de paladear (y
harto presuma de ello!) el arte exquisito de Dante93. En un momento ms
avanzado del Cuatrocientos espaol, en cambio, la reminiscencia -libre de
las alharacas pedantes que acompaan a las muestras tempranas del influjo
dantesco- encaja muy naturalmente. Podramos tal vez avanzar hasta 1453?
En ese ao compona el Marqus de Santillana el Doctrinal de privados,
cuya estrofa 31 pudo prestar un 51verso a Verage: e sern buenos
imientos > e fars buenos imientos (20c)94. Es, sin duda, muy poco
para afirmar una relacin; pero tampoco cabe descartar su posibilidad, en
especial cuando se repara en que el ms antiguo manuscrito de la Doctrina
(con filigranas usadas en el perodo 1438-1455)95 desliza ya entre las
coplas de Verage una redondilla de Santillana (cf. supra, n. 88); la
tradicin textual, as, aade verosimilitud a la hiptesis de un vnculo
entre ambos autores96. A falta de indicios indiscutibles, con todo,
debemos ser cautos en la conjetura. Y creo no infringir tal norma al
proponer el segundo tercio del siglo XV como fecha ms probable de la
Doctrina de la discriin.
52
El mbito cronolgico ahora propuesto para el poema de Verage nos acerca,
segn insinuaba, a una mejor comprensin del desarrollo de la literatura
castellana, en ms de un aspecto. En lo formal, por caso, deja de
chocarnos la casi absoluta regularidad mtrica de la Doctrina97,
regularidad mal avenida -si se tratara de una obra del siglo XIV- con el
lento proceso de emergence of syllable count in octosyllabic verse
estudiado por D. C. Clarke98. En cuanto al estilo, cesa de parecemos tan
sorprendente como con razn indicaba E. S. OKane la tcnica de adaptar
refranes al fluir del discurso, en la que -se haba dicho- Verage no
tiene competidores durante casi un siglo: pues, en efecto, el
procedimiento slo se elabora resueltamente en la fragua de los
cancioneros99. En lo relativo al contexto intelectual, el eco de Dante no
resulta ya milagrosamente temprano y la queja ante el desdn espaol por
la ciencia (144) entra en el coro de parecidas lamentaciones que se deja
or en el Prerrenacimiento100. El mal llamado mester de clereca y el
panorama de la literatura 53didctica del siglo XIV pierden una
pieza hasta ahora considerada significativa101 (Menndez Pelayo leg a los
manuales la errnea calificacin de la Doctrina como el ms antiguo de
los catecismos espaoles102), y en el marco cuatrocentista resalta ms
ntidamente una tradicin de poesa gnmica en la que destella alguna obra
maestra como los Proverbios del Marqus de Santillana103. En fin, nuestro
conocimiento de las relaciones culturales de Castilla y Catalua104 se
enriquece con un dato sustancial; y se confirma, si falta hiciera, que
slo una perspectiva verdaderamente peninsular, atenta por igual a la
produccin en latn y en los diversos romances, puede dar cuenta de las
manifestaciones literarias de una determinada tradicin lingstica, entre
las varias que dibujan el mosaico de la Espaa medieval.
- III -
Aristoteles Hispanus
(p. 3)107
No, no hemos ledo mal. El libro primero del Tudense sigue paso a paso la
Chronica mundi isidoriana; pero cuando en el captulo XII de la quinta
edad (De Artaxerse, dicto Asuero)108 repite la estupenda noticia del
origen espaol de Aristteles, apenas es necesario recurrir al cuidado
texto de Mommsen109 para saber que nuestro autor se aleja de la fuente. En
tiempo de Artajerjes -dice all-,
Socrates venenum bibit et mortuus est. Diogenes claruit. Magnus
philosophus Aristoteles, hispanus natione, in Graecia Platonem
audivit et in multis floruit, maxime dialectica et metaphysica.
(p. 21)
64
(pp. 175-176)
(p. 179)
(p. 798)
73
Comentaba el benemrito Nolhac: Les derniers mots, o il reste rsoudre
une abrviation (peut-tre De amore), indiquent un volume particulier de
la bibliothque de Ptrarque, et le passage d'une Prosodia, o il est
question des mots dans lesquels la voyelle A prcde la consonne 74
M (p. 213, n. 1). Es fcil evacuar la cita de esa Prosodia (que ya
podemos llamar Prosodion): el tal pasaje se halla en el libro segundo del
Tractatus de accentu de fray Juan Gil, en la seccin (segn los epgrafes
de 7) de accentu in primis sillabis per A y en el apartado de A ante M
(T, fol. 20 vo.; P, fol. 92 vo.); y la abreviatura 'am.' (con tilde) se
resuelve inmediatamente al advertir que Gil de Zamora dedica ah unas
lneas a la dudosa prosodia de la palabra amen (nam et producitur in
communi usu... et corripitur apud aliquos, en especial en el Tobas) : al
margen de su ejemplar, Petrarca sin duda observara que amen, como Sara,
hebraicam debet habere rationem142.
75
(T, fol. 31, con una restitucin segn el ms. Laurenziano, fol. 32)
No juzguemos al buen franciscano impertinentissime evagatus: la gravitas
o alargamiento de la slaba medial de una palabra se tena entonces por
prueba de nobleza de la realidad designada149. Como sea, el profesor
Alonso apunta que en la disquisicin recin citada encajara
perfectamente 80la leyenda del 'Aristoteles Hispanus' que tanto
exasperaba al primero de los humanistas.
Lbreme Dios de encastillarme en una opinin aeja, y menos de querer
llevar la contraria a amigo tan querido como Luis Alonso, pero a m sigue
parecindome ms probable que la fbula que encocor a Petrarca se hallara
en la introduccin al Prosodion arriba repasada que en la digresin sobre
hispanus del tratado de accentu. Segn veamos, el contexto ofrece all
importantes concordancias con el lugar del De preconiis en que se
proclaman la hispanidad de Aristteles y la preexcelencia de los
'filsofos espaoles' in arte Magica et scientia Astrologie y en la
traduccin de fere omnes libri philosophici. La mencin del Aristteles
hispano en la introduccin al Prosodion estara plenamente conforme con
los tics y los modos de hacer de fray Juan documentados en el De
preconiis, mientras sera anmala en la digresin sobre hispanus. Posee
esta una integridad y una autosuficiencia corroboradas por la tradicin y
las fuentes, pues no en balde nos las habemos con una versin inequvoca
de la variante ms clsica de las laudes Hispaniae, la que se centra en
los dones naturales de Iberia y no se conjuga con ningn catlogo de viris
illustribus (vid. arriba, n. 105). A la misma variante pertenece el
tratado segundo del De preconiis (pp. 19-24), con ttulo propio (De
Hispanie fertilitate), claro est, y limpiamente deslindado de los
contiguos (De Hispanie populatione, De Hispanie liberalitate). Pero
ocurre que la tal digresin es sencillamente un resumen de ese segundo
tratado, con el que tiene en comn la mayor parte del contenido: el Quis
posset...? y otros versos modelados sobre Claudiano150, las citas de
Marcial y Papas y toda la 81enumeracin final, en ambos casos
cerrada con los mismos trminos (... in audacia singularis). El
paralelismo con el De preconiis, as, confirma que la mencin del
Aristteles hispano sera ms de esperar en la introduccin al Prosodion
que en la digresin sobre hispanus, donde se alejara de los hbitos de
Gil de Zamora y del tipo ms caracterstico de laus Hispaniae. Se dira
bien justificado, pues, suponer que la concesin de un pasaporte espaol
al Estagirita se haca en la introduccin y no en la digresin sobre
hispanus. No tiene demasiada relevancia, sin embargo, que quien acierte
sea Luis Alonso o sea yo: lo esencial es la seguridad de que Petrarca
conoci el Prosodion en un estado ms completo que el subsistente.
Estuviera donde estuviera, fcilmente se entiende que el pasaje sobre
Aristteles para nosotros vital no se halle en los manuscritos examinados
hasta la fecha]. Los lectores y los copistas extranjeros nada tenan que
objetar al principado de los espaoles en el terreno de la magia y de la
astrologa, segn se voceaba en la introduccin al Prosodion: por toda
Europa corra entonces la fama de los Toleti daemones, como corran el
Picatrix, las traducciones de Juan Hispalense o los libros astronmicos de
Alfonso X el Sabio151. Pero el mito del Aristteles hispano no 82
sera para ellos ms que un disparate sin paliativos; y, en consecuencia,
haran lo que se hizo luego con el pasaje de Juan de Mena donde se acoge
la misma patraa: suprimirlo, sin rebajar por ello la utilidad del
Tractatus. [Nos consta que obraron as con algunas otras muestras del
patrie sue... amor de fray Juan: el artculo del de accentu sobre la
cantidad de Zemora, la civitas in Hispania fertilis et bonis plurimis
insignita en que haba nacido el autor, est presente solo en el cdice
de Todi (f. 41) y falta en todos los dems; y la misma digresin sobre
hispanus que acabamos de leer no comparece sino fragmentariamente en los
manuscritos de Florencia, Pars y Merville]. Petrarca, cuya curiosidad
insaciable no se detena ante repertorios y obras de consulta
elemental152, todava alcanz a leer el Prosodion en un texto no mutilado.
He aqu, pues, una tarea para los estudiosos que tras las huellas de
Pierre de Nolhac y Giuseppe Billanovich se afanan por reconstruir la
biblioteca del primer humanista: localizar un cdice ntegro del tratado
de Gil de Zamora de accentu et de dubitabilibus que sunt in Biblia. No
slo prestarn un servicio a los estudiosos de la literatura hispanolatina
medieval, sino que quiz vern recompensado su celo al descubrir, en la
bella caligrafa de sendas notas marginales, una glosa sobre la etimologa
de amen y un nuevo testimonio de la 83irritacin con que Petrarca
acogi la leyenda del Aristteles espaol.
(17512-14 y 1761-2)
86
No es simplemente un testimonio ms. Para hacer a Aristteles no ya
espaol, sino concretamente cordobs, Mena olvida el disfraz de la
disposicin cronolgica y, dando la vuelta al orden adoptado por Gil de
Zamora, reconstruye a ojos vistas el proceso de induccin que debi
originar la leyenda. El De preconiis haba partido del dato fabuloso sobre
Aristteles; el comentario a la Coronacin 87arranca del caso
cierto de Averroes, lo confirma con el supuesto de Avicena y con el bien
sabido de Sneca y Lucano, y con rigor de silogismo infiere al fin: ergo
Aristteles hubo de ser cordobs.
[No echemos la culpa nicamente a la fiebre patriotera. En la primera
mitad del Cuatrocientos, fueron bastantes los espaoles que se dejaron
fascinar por la revolucin cultural que el humanismo haba producido en
Italia. Los viajes, los viajeros, algunos libros recientes les pusieron
ante los ojos la maravilla de una resurreccin de la Antigedad que estaba
cambiando la literatura, las artes, la misma vida cotidiana de las gentes
refinadas. Los 'intelectuales' madrileos de la ltima postguerra tal vez
abrazaban el existencialismo por el procedimiento de ponerse un jersey
negro o se hacan comunistas estudiando en un viejo manual de filosofa el
captulo dedicado a refutar a Marx. De modo no demasiado diferente, los
contemporneos de Juan de Mena vean solo los resultados ms epidrmicos
de los studia humanitatis y a menudo aspiraban a emularlos con los medios
que tenan a mano y sin variar la formacin que les era propia. Haba que
multiplicar las pinceladas mitolgicas, las alusiones a la historia y a la
geografa del mundo grecolatino? Pues all estaban la General estoria y el
Catolicn, las Etimologas y el De imagine mundi, tan opparos en datos,
mejores o peores, a tal propsito. El ideal del estilo era la elocuencia
latina? Pues ellos se saban al dedillo las recetas de los dictatores, y
muchos, adems, las del leguleyo a la escolstica. La tradicin clsica
era en Italia, tambin, una divisa nacionalista? Pues Gil de Zamora
certificaba la hispanidad nada menos que de Aristteles... El recurso de
la Coronacin al De preconiis es solo una ancdota ms, por encima incluso
de las implicaciones chauvinistes, del espejismo que encandil ms o menos
duraderamente a los prerrenacentistas espaoles: la quimera de construir
una literatura 'clsica' 88con materiales e instrumentos
bsicamente medievales161.
Por fortuna, no era esa una situacin dada de una vez por todas, ni
individual ni colectivamente. El esnobismo de los padres, acercando a los
hijos a la rbita del humanismo, les ayud a recorrerla desde el principio
con sosiego y aplicacin. El decisivo mecenazgo que dispens al estudio
de las letras y a la renovacin de las artes era para el Cardenal
Mendoza, expresamente, un modo de continuar las lecciones de su padre,
Santillana: como el Marqus, my seor162.
No siempre fue preciso aguardar una generacin. Juan de Mena, parece,
nunca lleg a penetrar el meollo de los studia humanitatis y percatarse de
que no eran (o no slo eran) la moda que l crea, sino, repito, una
autntica revolucin. Pero del Calamicleos a las Coplas de los pecados
mortales va un largo trecho. En verdad, Mena fue advirtiendo
paulatinamente hasta qu extremo poda ser superficial la manera potica
que le obsesionaba y, sin abandonarla por entero, se esforz por dar a sus
versos un 89sentido ms hondo; a la par, un saber cada vez ms
amplio y maduro le fue sin duda mostrando los peligros y los ridculos a
que vena exponindose con sus pretensiones de erudicin en falso.
S hacia 1438, as, la Coronacin otorgaba a Aristteles la ciudadana
espaola, la Yliada en romance, un lustro despus163, no se atreva a
renovrsela. La ocasin, sin embargo, era pintiparada. En el prlogo, Mena
hincaba la rodilla ante don Juan II y se deca venido no de Ethiopia con
relumbrantes piedras, no de Syria con oro fino, ni de frica con bestias
monstruosas y fieras, mas de aquella vuestra cavallerosa Crdoba, de
donde los mayores y antiguos padres tantas obras haban trado antao a
los gloriosos prncipes:
Como si dixssemos de Sneca el moral, de Lucano, su sobrino, de
Abenrruiz, de Avicena y otros no pocos, los quales temor de causar
fastidio ms que mengua de multitud me devieda los sus nombres
explicar...164
[95]
- IV -
Las endechas a la muerte de Guilln Peraza
A Bruce W. Wardropper
No quisiera ser injusto con don Marcelino, pero creo que quien de veras
devolvi las endechas por Guilln Peraza al mundo de la literatura viva
fue la Poesa de la Edad Media y poesa de tipo tradicional (1935) de
Dmaso Alonso. Como siempre, cierto, primero hay que quitarse el sombrero
ante Menndez Pelayo, a cuyo tino no se le escap una pieza tan notable
por la intensidad del sentimiento potico ni aun disimulada entre las
pginas de una remota publicacin regional175. Pero en el Suplemento a
la Primavera de Wolf y Hoffmann las endechas haban de quedarse 96
en mera aportacin erudita, y, desde luego, el imprevisible batiburrillo
de Cejador no poda hacer demasiado para sacarlas del limbo176. Cejador
exhum el poema, pero no tena carismas para resucitarlo.
Otro gallo le cantaba a la antologa de Dmaso. La inclusin de una
muestra deslumbrante de la poesa de tipo tradicional en un volumen
consagrado primordialmente a la Poesa de la Edad Media obedeca a una
precisa consigna de Menndez Pidal. En un discurso ledo en 1919 en el
Ateneo de Madrid, don Ramn haba reclamado en toda historia literaria
un captulo sobre nuestra abundante lrica popular, eminentemente
sinttica y volcada en los motivos elementales de la sensibilidad,
flor que espontneamente se abre al calor de toda emocin vital177. Aun
as, la eleccin de las endechas por Guilln Peraza estaba lejos de ser
obvia: al propio maestro parece que se le olvidaron, por ms que hubieran
ido pintiparadas en el discurso de la 'docta casa'178. Para acogerlas
entre una cincuentena de ejemplos del Cancionero annimo, haba que
gustar no solo los motivos elementales de la lrica popular, sino
tambin la valenta ms elaborada de una cadena de metforas, el atractivo
surrealista de un paisaje onrico.
La conjuncin de sencillez y atrevimiento era algo que Dmaso Alonso y sus
coetneos estaban soberbiamente capacitados para apreciar. En el Ateneo,
ante un pblico de variado pelaje, la propuesta de Menndez Pidal no iba
limitada a los especialistas, antes bien se apuntaba como 97
programa para los creadores, en la esperanza de que el estudio de esta
poesa fecundara el quehacer de nuestros eximios poetas espaoles... con
audacia renovadora de lo viejo. Nadie ignora que ocurri exactamente as
y que los mismos poetas fascinados por las vanguardias y por los suntuosos
laberintos de don Luis de Gngora se arrobaron con los romances y las
cancioncillas de la tradicin antigua y moderna179. Por eso es tan
significativo que el florilegio de Dmaso formara serie (y se quedara en
pareja) con otro no menos clebre en que Gerardo Diego sentaba el canon de
la Poesa Espaola de los Contemporneos (1932, 1934) y bendeca a los
grandes nombres de la nueva generacin. Cuando las dos antologas se ponen
una junto a otra, respiramos el mismo aire en que renaci Guilln Peraza,
percibimos el mismo equilibrio de tradicin y originalidad, naturalidad y
tensin imaginativa, sentimiento y smbolo, vivencia y cultura, que
tambin nos admira en las endechas. El clima que abrigaba a Dmaso y
Gerardo, mantenido durante tres decenios, convirti el planto por el mozo
sevillano en un clsico irremplazable en las antologas180 y en una
presencia firme en el paisaje de la poesa espaola. Cuando en otoo de
1959 Jaime Gil de Biedma me encontr 98en Cristal City hojeando
la Lrica de tipo tradicional de Jos Manuel Blecua, que l tanto haba
disfrutado181, lo primero que hizo fue llamarme la atencin sobre los
piropos que las damas de Canarias echaban a las mejillas de Guilln Peraza
(la flor... de la su cara, en interpretacin muy de Jaime) y pasar luego
a discurrir doctamente sobre la sincdoque de no s qu revista al titular
la noticia de la muerte de Grard Philippe: Les plus belles pommettes de
la France, fltries. Nunca he perdido el entusiasmo que entonces sent al
leer el poema.
99
Por los mismos aos de Poesa de la Edad Media y poesa de tipo
tradicional, tambin en apretada asociacin con las vanguardias y tambin
sobre manera curiosos por la veta popular en la literatura que les era ms
propia, Tynianov, Mukarovsky, el joven Jakobson explicaban que un poema
consiste en un sistema lingstico en cuyo marco jerarquizado un elemento
o un grupo de elementos predomina sobre los restantes, cohesionndolos y
conformndolos. Es el dominante. Tynianov haba escrito que la palabra
entra en el verso no tanto en s y por s cuanto como 100miembro
de una cierta serie, coloreada de un cierto modo183. Mukarovsky comentaba
que el dominante es quien pone en movimiento e imprime direccin a las
relaciones entre todos los dems componentes, quien los tie de una
tonalidad propia. Jakobson lo defina como el centro de perspectiva del
poema y cifraba la 'poeticidad' en la funcin de un componente que
transforma necesariamente los otros elementos y hace que la palabra sea
sentida como tal palabra184. Pues bien: no es preciso jurar por la Opojaz
y el Crculo de Praga, ni mucho menos suponer que la identificacin de los
procedimientos constructivos da cuenta suficiente del agrado que un poema
produce, para conceder que la nocin de dominante viene como anillo al
dedo a la comprensin del lamento por Guilln Peraza.
De la retama la rama,
de la rama la corteza,
no hay bocado ms amargo
que amar donde no hay firmeza193.
Si subieras, mi madre,
y al campo por la maana,
pregunta a los corantados ['muertos antes']
cmo es el trago de la retama
amargo y preto194.
No es slo saber ancestral ni slo estilizacin lrica, porque, mientras
haba pocas palmeras195, la austersima retama pareca especialmente
caracterstica de La Palma. Observaba 106el padre Abreu: es cosa
maravillosa el efecto que obran las retamas en esta isla, que al ganado
cabruno es muy buen pasto para las hembras, pero a los machos les cra
piedras en la vegiga, de que mueren, a cuya causa les guardan de traer, a
lo menos a los machos, entre retamas; las cuales, aunque tienen semejanza
con las retamas de Castilla en la hoja y flor, pero deben ser especie de
ellas, porque las de esta isla de La Palma son rboles grandes, y la
cscara es amarilla196. El verso en cuestin, pues, nos lleva al mbito
de la experiencia transmutada en metfora.
El ciprs, por el contrario, no es aqu rbol funerario de camposantos
espaoles197, porque en los aledaos de 1450 no existan los cementerios
de los grabados romnticos, sino el cupressus funebris( podos, V, 18)
de la Antigedad clsica: funebris, por cuanto consagrado al infernal
Plutn198. Por eso se solan desparcir sus ramos a las puertas de los
defunctos199, por eso se sembraban sus ramos en los sepulcros de los
ricos (como en los de los pobres se esparca el apio, como dijo Lucano,
lib. 3 [442])200 y por eso la endecha a Guilln Peraza mienta concreta y
sabiamente la triste rama; de la confera.
Sin embargo, podemos preguntarnos si la experiencia 107no vuelve a
asomar en la tercera estrofa. Tus campos rompan tristes volcanes, en todo
caso, no es una maldicin genrica, ni quiz nos basta interpretarla como
adecuada en especial a una isla notoriamente volcnica. Los palmeros
antiguos contaban que bajo el seoro del padre de Jedey y Chenauco, los
caudillos por quienes fue vencido Guilln Peraza, se haba derretido la
montaa de Tacande..., y dicen... que... cuando se derriti y corri por
aquel valle era la ms vistosa de rboles y fuentes que haba en esta
isla, y que en este valle vivan muchos palmeros, los cuales perecieron;
y aadan que el padre de Jedey y Chenauco haba pronosticado la ruina de
esta montaa201. No sera de extraar que la destruccin que auguran las
endechas se apoyara en el recuerdo de esa erupcin todava reciente y que
la impresionante visin de la copla tercera, a la par memoria y profeca,
se hubiera compuesto a conciencia de que en cierto modo, desde otro bando,
prolongaba el vaticinio del adalid indgena. Ni sera imposible que cubran
tus flores los arenales vuelva en deseo, por una vez, el temor que desde
el primer momento sintieron los conquistadores ante el peligro de
deforestacin y desertizacin siempre pendiente sobre el archipilago202.
No es intil, creo, interrogarse sobre el entorno que pudo haber encauzado
la gnesis de las endechas, mientras no se nos olvide que los datos
externos orientan pero no deciden necesariamente el alcance de un poema.
En particular, el nuestro apunta con firmeza que el cuerpo de Guilln
Peraza qued; en La Palma. Verdad es que de un soldado, yazga donde
yaciere, siempre cabe decir que '[se] 108qued' en el campo de
batalla en que fue vencido o que all 'dej' tal o cual atributo203. Pero
el mecanismo potico obliga a pasar por encima de cualquier indecisin: la
puntual correspondencia, en posiciones idnticas, entre la flor marchita
de la su cara y las flores cubiertas por los arenales -no en balde
enlazadas con la interpelacin final al caballero- convence de que el
cadver qued en La Palma. Fray Juan de Abreu, no obstante, hace constar
que lo llevaron a Lanzarote (abajo, pg. 119). La verdad de la poesa no
tiene por qu coincidir con la verdad de la historia.
Si La Palma ejerce la hegemona figurativa y comparte la formal con el
nombre del hroe, la condicin de dominante mtrico recae evidentemente en
Guilln Peraza. Nos las habemos, hora es de recordarlo (o adelantarlo),
con la muestra ms antigua de esas endechas de Canarias204 en 109
que parecen confluir, por un lado, ciertas canciones sentidas y
lastimeras al uso entre los aborgenes de las islas205 y, por otra parte,
los plantos en dsticos y en tercetos monorrimos documentados en la Edad
Media ibrica y entre los voceri de Crcega206. A medida que avanzaba el
siglo XVI (el manuscrito que ms copiosamente las atestigua lleva la fecha
de 1551), hasta las vsperas del barroco, las tales endechas fueron
encandilando a todos los espaoles con un doble hechizo: la expresin
pattica, exaltada y a la vez contenida, del desengao y del fracaso, y
un verso de extraa andadura. Es -sigue explicndolo Margit Frenk- un
verso largo que no mide sus pasos; no 110cuenta las slabas, ni
sigue un ritmo fijo. A veces le bastan ocho slabas, otras requiere doce,
pero se mueve ms a sus anchas entre nueve y once. Aqu y all se apunta
una divisin en hemistiquios, que suelen ser desiguales ('por los mos,
que quedan all' 5413, 'el cuerpo va, el corazn os queda' 5552, 'que
fueron libres y vienen cautivos' 8413), pero tienden a igualarse en 5 + 5
('qu'unas se vienen y otras se van' 843B2), sin que tal divisin llegue a
ser sistemtica207.
Que nuestra endecha se nos ofrezca excepcionalmente atenida a una norma
mtrica es singularidad que debe atribuirse a la presin de Guilln
Peraza. Pese al controvertible asomo de irregularidad en el verso
quinto, es un hecho que la pauta no slo silbica sino tambin acentual
(o o o) marcada por el nombre del muerto campea poderosa en toda la
composicin208. En rigor, slo se le resisten seis (42, 51, 61, 72, 91,
121) de veinticuatro hemistiquios, porque, aun si no conociramos la
virtud de los acentos secundarios, la misma inercia provocada por tal
pauta nos solucionara cualquier duda sobre cmo realizar de l su cra,
sin pesres y los renles209. Sealaba don Toms Navarro que, contra la
ordinaria inclinacin dactlica del pentaslabo, la insistente
acentuacin en la segunda slaba de cada hemistiquio da aqu al perodo
rtmico un grave comps trocaico210. Pues bien: la notable 111
regularidad de nuestro poema, frente a la fluctuacin habitual en las
endechas de Canarias211, se explica perfectamente al advertir que
Guilln Peraza fija el patrn mtrico a que responden las tres cuartas
partes de los hemistiquios212. La pareja de elementos dominantes extiende
su peculiaridad a todos los mbitos del cantar.
La historia y la memoria
El anlisis literario me interesa aqu (y siempre) en tanto indicio
histrico. Fray Juan de Abreu, al copiar el planto por Guilln Peraza
presentndolo como unas endechas cuya memoria dura hasta hoy, atestigua
que el cantar perviva a finales del siglo XVI213. Pero es casi
inconcebible que el plural azar de la transmisin oral desembocara en un
texto aglutinado tan densamente en torno a los dominantes que hemos
descubierto. Hay que pensar, por el contrario, que la presencia de esos
dominantes y del tramado 112de vnculos que determinan se remonta a
la redaccin primitiva de la pieza, y que fue precisamente la pujanza de
tales centros rectores la que consigui que el poema no sufriera grandes
transformaciones al correr de boca en boca. Vale decir: la versin que nos
ha llegado tiene todas las probabilidades de no diferir gran cosa del
original compuesto hacia 1440 y pico214.
No estoy en condiciones de fijar el ao exacto, porque tampoco me consta
cundo muri Guilln Peraza, pero todo desmiente la fecha vulgata de 1443
(vid. nota 222) y certifica el perodo que va de junio de 1445 a abril de
1448. Los datos al propsito se hallan menos en anales de gestas que en
legajos que registran los negocios y las ambiciones de un grupo social en
ascenso215. En nuestro infortunado caballero, en efecto, se reunan varios
linajes (Las Casas, Peraza, Prez Martel) que desde el Trescientos
tuvieron siempre entre ojos la ocupacin del archipilago. Eran familias
pertenecientes a la aristocracia sevillana no titulada, que haban
conseguido una excepcional prosperidad econmica merced al desempeo de
cargos hacendsticos y que en la intervencin en la empresa de Canarias
vean la oportunidad, no ya de aumentar su riqueza, sino, en especial, de
satisfacer sus aspiraciones seoriales, alzndose 113
definitivamente a la alta nobleza216. En concreto, a los padres de
Guilln, es decir, a Fernn Peraza e Ins de Las Casas, haban ido a parar
los derechos a las islas ganadas y por ganar que los ascendientes de Ins
haban obtenido por donacin real en 1420 y por compra al Conde de Niebla
en 1430, y quiz tambin otros ttulos que Fernn pudo heredar como hijo
de Gonzalo Prez Martel217. Como fuera, tales derechos, muy amplios pero
aun as parciales, se redondearon en junio de 1445, cuando Fernn Peraza,
ya viudo, obrando tanto en nombre propio cuanto de sus hijos Guilln e
Ins Peraza, menores de edad, adquiri los que posea Guilln V de Las
Casas, a cambio de una finca en Huevar218. Ahora bien, los documentos y
los cronistas (desde el primero en consultarlos con detencin, Pedro
Agustn del Castillo) dejan claro que la expedicin en que pereci Guilln
fue consecuencia inmediata de esa permuta que daba a los Peraza carta
blanca para rematar la conquista219. Pero cuando en abril de 1448 las dos
partes contratantes 114ratificaron el convenio, Ferrn compareci
por s e como heredero legtimo universal que dijo es de fecho e de
derecho del dicho Guilln Peraza, su fijo defunto, que Dios haya220. Los
trminos a quo y ad quem, por ende, no pueden estar ms claros: la muerte
de Guilln Peraza hubo de ocurrir entre junio de 1445 y abril de 1448221,
y de ningn 115modo, como lleva un siglo repitindose, en 1443222.
En cualquier caso, en 1445 Guilln Peraza era mayor de catorce aos e
menor de veinte e cinco aos223, y por tanto se hallaba todava so
podero paternal (PD, 559, 558)224. Como mozo, se comprende que
estuviera ansioso de corresponder en sus hechos a sus mayores (HC, 107),
116y ciertamente la fortuna le dio la ocasin de intentarlo.
Ferrand Peraza..., despus que hobo las Islas, porque era home muy rico,
vendi muchos de sus heredamientos que tena, as en Camas como en
Huvar..., e en esta cibdad [de Sevilla] vendi... casas... e otros muchos
bienes e joyas para la conquista de las dichas Islas..., e fizo grandes
gastos cerca dello ( PT, 169). Tras la permuta de 1445, en particular,
flet tres navos de armada, con doscientos hombres ballesteros, a cuyo
frente puso a Guilln225, quien parti de Sevilla y naveg hasta
Lanzarote y Fuerteventura, donde se le juntaron otros trescientos
hombres, y fueron a La Gomera226, y de all pas a La Palma (HC, 107). Es
legtimo preguntarse si los expedicionarios llegaban a la isla con el
propsito de conquistarla o de cautivar palmeros y robarles los ganados,
en una de las entradas y asaltos en que los Peraza eran duchos 117
desde decenios atrs227. La envergadura de la flota y la importancia que
en la pesquisa e inquisicin de 1477 (vid. n. 120) se atribuye a la
expedicin a La Palma para confirmar los derechos de Ferrn Peraza y sus
sucesores hacen pensar que s se trat de un intento de conquista
propiamente dicha y no de una simple correra.
118
Los sevillanos tomaron puerto en el trmino de Texuya [hoy 'Tajuya'],
seoro de Chedey [cuyo nombre parece reflejarse en el topnimo 'Jedey'],
el cual encomend la defensa de la tierra a su hermano Chenauco, el cual
apellidando la tierra vino en su ayuda y socorro otro palmero valiente
dicho Dutynymara228. Eran capitanes de la armada de Guilln Peraza de las
Casas, de la gente de Sevilla Hernn Martel Peraza, y de la de las islas,
Juan de Adal y Luis de Casaas y Mateo Picar. Metise la tierra adentro.
La isla de La Palma es muy alta y spera de subir y andar, y la gente que
llevaba Guilln Peraza de las Casas, no usada a semejantes asperezas; y
los palmeros, diestros y ligeros en ella, ponindose en los pasos ms
speros y dificultosos, acometieron a los cristianos de tal manera, que
los desbarataron y, aunque se defendan animosamente, los hicieron
recoger. Y queriendo Guilln Peraza de las Casas hacer rostro, le dieron
una pedrada y cay muerto (HC, 107-108). (Que una pedrada acabe con un
caballero puede parecer un mero accidente, un percance irregular; pero no
se olvide que los palmeros no haban pasado del Neoltico: las armas con
que peleaban eran varas tostadas, y, como en las dems islas, tambin se
aprovechaban de piedras, que haba entre ellos algunos de tanta fuerza y
destreza, que de una pedrada derribaban una penca de las palmas [ HC, 271
y 150]). La empresa haba fracasado: los expedicionarios, visto el
desgraciado fin de su capitn, se tornaron a embarcar, y con falta de
muchos 119de ellos (HC, 108), hasta cuarenta o casi sesenta
homes (PT, 204 y 132)229. Hernn Prez Martel no pudo hacer otra cosa que
recoger el cadver del pobre muchacho y llevarlo a Lanzarote, donde se le
cantaron unas endechas cuya memoria dura hasta hoy (HC, 108)230.
No hay razones para dudar que las coplas se compusieron al calor de tales
hechos y rodaron por la tradicin oral (pero probablemente no slo as)
hasta que las transcribi fray Juan de Abreu. Ha hecho bien Ricardo
Senabre, sin embargo, en asumir el papel de abogado del diablo e intentar
situarlas a principios del siglo XVI: bien y requetebin, digo, porque la
conviccin de que el planto es inmediatamente posterior a la muerte de
Guilln Peraza no haba sido sometida nunca a anlisis crtico y, unida
como iba al error de fechar la tragedia en 1443, era obligado ponerla en
cuarentena. No obstante, el apoyo a la hiptesis es ms 120que
dbil, como que se reduce a un nico punto que, en realidad, no resiste el
ms leve examen: quedar, con el valor transitivo de 'dejar', segn se
emplea en el primer terceto (qued en La Palma la flor...), parece uso
adscribible a un mbito leons y no se ha documentado antes del siglo
XVI231; de ah que el profesor Senabre, sin duda al tanto de que en el
siglo XV el archipilago haba sido mayormente un coto de los andaluces,
se sienta inclinado a retrasar las endechas hasta el primer tercio del
siglo XVI, acaso entre 1515 y 1530, cuando, definitivamente consolidada
la incorporacin de las islas Canarias, con multitud de conquistadores
peninsulares establecidos all y mezclados con los indgenas, en un
conglomerado variadsimo en que castellanos, leoneses y otros
repobladores aportaron sus peculiares tradiciones, se daban las
condiciones oportunas para que aquel nuevo pueblo comenzase a elaborar
poticamente su propia historia232.
Por desgracia, nuestro conocimiento del lxico antiguo no es tan completo
que nos permita excluir la existencia de quedar en el sentido de 'dejar'
en la segunda mitad del Cuatrocientos, ni aun si tuviramos un vocabulario
exhaustivo de los textos del perodo sera prudente descartar que 121
una acepcin registrada hacia 1500 pudiera haberse anunciado, ms o menos
tmidamente, hacia 1450. En este, como en tantos otros terrenos, siguen
siendo plenamente vlidas las conclusiones de Menndez Pidal sobre la
gran duracin de los procesos lingsticos y sobre los fenmenos que el
estado latente puede mantenernos invisibles centurias enteras. Como sea,
incluso si supiramos con absoluta certeza que quedar 'dejar' no hizo acto
de presencia sino entre 1515 y 1530, nada nos sera lcito deducir sobre
la datacin de las endechas: en un poema expuesto al flujo y reflujo de la
tradicin oral, el desplazamiento de dejar por quedar, o viceversa, es
variante que slo acredita el hbito personal de un transmisor y de ningn
modo nos remonta al arquetipo originario; y cuando el padre Abreu recoge
los trsticos, entre 1570 y 1590 (cf. n. 213), en el conglomerado
variadsimo de las Canarias, el hbito en cuestin ni siquiera hace al
monje, ni siquiera delata una procedencia dialectal233.
Todo habla contra la conjetura de que la cancin surgiera tres cuartos de
siglo despus de la desaparicin del caballero a quien plae. No reparemos
en que las endechas verosmilmente evocan la erupcin del volcn de
Tacande (arriba, n. 201), ni nos detengamos todava en mostrar que la
tradicin las arrima a usos funerarios que nos llevan a las mismas
exequias de Guilln. Veamos slo los signos ms obvios, ms elementales.
En verdad, bien entrado el Quinientos, el poema habra resultado
ininteligible como 122creacin ex novo. Incluso si se nos antoja
que las damas de la invocacin son un eco convencional de las filiae
Israhel que luego encontraremos (y no ms bien las andalucitas casaderas
que perdan uno de los mejores partidos de Sevilla), por qu iba nadie a
exhortarlas con tal urgencia a hacer correr el llanto por un remoto
desconocido? Se dir quiz que la evidente sensacin de proximidad, de
inmediatez, es simplemente un efecto dramtico. Pero si las coplas se
ponen entre 1515 y 1530 y se suponen artificial transposicin al pasado,
a quin que las oyera poda ocurrrsele pensar en un mozo desaparecido
hacia 1446 o 1447? En aquellos aos del siglo XVI, Guilln Peraza, por las
buenas, era el donjuanesco Guilln Peraza de Ayala, sobrino nieto de
nuestro protagonista, felizmente recin casado (en 1514) y recin creado
Conde de la Gomera (exactamente en 1516)234; y, sin ms, no haba motivos
para barruntar que se tratara de ningn otro, y s para recibir el cantar
como una noticia manifiestamente falsa, como un bulo inexplicable... Pero,
adems, por entonces, qu grotesca maldicin era la dirigida contra La
Palma? Si el conjuro se transportaba a mediados del Cuatrocientos, perda
toda fuerza, hasta volverse ridculo, al cabo de decenios y decenios sin
cumplirse; si se dejaba entre 1515 y 1530, qu sentido tena desear
catstrofes csmicas a una isla donde los espaoles estaban tranquilamente
aposentados desde 1493?
A mi juicio, la esencia misma del poema excluye cualquier posibilidad de
contemplarlo como una tarda 'elaboracin potica de la historia canaria',
porque es apenas concebible que un proyecto de tal ndole hubiera
pretendido 123realizarse por caminos tan puramente lricos -en vez
de narrativos- y en el vehculo inslito de las endechas de Canaria.
Ciertamente, en los orgenes se entonaban estas en las islas con motivo
de la muerte de alguna persona principal235, y en castellano fueron
bautizadas en virtud de esa funcin primitiva. Pero la sonada (cf. n.
205) no se puso de moda sino en la primera mitad del siglo XVI, y el
gnero, entre tanto, haba cambiado de carcter (aunque conservando
siempre su forma): 'ya no son verdaderas endechas funerarias, sino cantos
tristes de asunto amoroso o de tema en que se mezcla la tristeza con
cierta gravedad sentenciosa', quejas de un ser desdichado -casi siempre
un hombre-, que llora su destierro, su soledad, la inmensidad de su pena,
la crueldad de la amada, el 'mal presente y el bien pasado'236. Vale
decir: si nuestra pieza se hubiera compuesto entre 1515 y 1530, sera
difcilmente explicable la adopcin del molde de las endechas de
Canaria, a esa altura ajenas ya al uso fnebre que antao haban tenido.
Ni es aceptable, por otro lado, que la desdicha mala de Guilln Peraza
tuviera que esperar al remate de la conquista y al asentamiento de nuevos
pobladores para entrar en la conciencia histrica de las Canarias. Cuando
menos hasta los das de fray Juan de Abreu, la muerte del joven caballero
y la desgraciada expedicin a La Palma persistieron en el recuerdo no slo
como un episodio doloroso, sino como una pgina decisiva en los anales del
archipilago. En 1477, la informacin de Prez de Cabitos (n. 215), en
definitiva, busca dilucidar una cuestin de historia -a 124quin
pertenesci e pertenesce la conquista de... las... islas de Canaria-, y
para dilucidarla pregunta a insulares y peninsulares si saben, vieron o
oyeron decir quin gan la isla de Lanzarote e las otras islas de Canaria,
e quin fueron los que la conquistaron e tomaron la posesin de ellas; y,
cuando contestan que s, les repregunta concretsimamente si Ferrand
Peraza conquist e gan otras islas a sus expensas..., en la cual
conquista mataron al dicho Ferrand Peraza un fijo, si saben o creen que
una vez conquistando Ferrand Peraza la isla de Las Palmas [sic] los
canarios de la isla le mataron a su fijo Guilln Peraza (PT, 121, 123,
174)237. La inmensa mayora de los testigos posee adecuada noticia de todo
ello. Uno asisti al paso de los expedicionarios por La Gomera (n. 226);
otro vido que Ferrand Peraza envi con armada a la isla de La Palma a
Guilln Peraza, su fijo, e que lo mataron en ella (PT, 145); el padre de
Pedro Tenorio escap en la dicha conquista e se acaesci a ella al tiempo
que se fizo (196), y el de Manuel Fernndez Trotn perdi en la dicha
armada muchos dineros que haba prestado a un vasallo de Ferrand Peraza
(178), etc., etc. Poqusimos son quienes ignoran los sucesos de treinta
aos atrs. Para la inmensa mayora, repito, se trata de cosas
archifamiliares, porque es pblica voz e fama de la muerte de Guilln
Peraza en la dicha conquista,... as en esta cibdad [de Sevilla] como en
las dichas islas (155).
A ampliar esa pblica y notoria fama (PT, 139), junto a la lgica
impresin que haba de provocar un suceso tan malaventurado, contribuyeron
por mucho los intereses que en relacin con l estaban sobre el tapete.
Las protestas, primero, y despus la rebelin de los lanzaroteos contra
Ins Peraza y Diego Garca de Herrera se contaban 125entre las
razones que movieron a los Reyes Catlicos a encargar a Prez de Cabitos
que esclareciera los derechos al seoro y la conquista de las Canarias.
Los ttulos del matrimonio sevillano eran impecables, pero, naturalmente,
en la pesquisa e inquisicin de 1477, los esposos no desaprovecharon
ningn posible argumento a favor suyo. La muerte de Guilln, a quien Ins
heredaba a travs de Hernn Peraza, era una prueba resonante de que la
familia haba ejercido las prerrogativas y respondido con creces a las
exigencias del seoro; y como tal baza fue jugada una y otra vez en el
curso de la informacin de Cabitos. Se entiende, pues, que el dictamen
emitido por fray Hernando de Talavera y otros dos ministros del Consejo
para resolver el expediente reconociera que Diego de Herrera y doa Ins,
su mujer, tienen cumplido derecho a la propiedad... de las cuatro islas
conquistadas y a la conquista de la Gran Canaria e de la isla de
Tenerife e de La Palma, al tiempo que precisaba que si por algunas
justas y razonables causas convena a los Reyes mandar conquistar las
dichas islas, era obligado resarcir a Diego e Ins por el derecho que a
la dicha conquista tienen y por los muchos trabajos y prdidas que han
recibido y costas que han fecho en la prosecucin de ella (PD, 632).
Cuando al poco la Corona decidi que no faltaban las tales causas, se
comprometi, en efecto, a compensarles con cinco millones de maravedes y
con el Condado de Gomera y Hierro. Los cinco cuentos, sin embargo, no se
satisficieron sino a plazos escalonados entre 1486 y 1490, y el Condado no
lleg sino con Carlos V, en 1516238. Pero el retraso sin duda tuvo que
mover a los perjudicados a airear a menudo los mritos que les haban
conseguido esas mercedes tan dilatadas, y es ostensible que los
descendientes de Diego e Ins 126se enorgullecan del parentesco
con Guilln: no en balde el primer Conde de Gomera se llam Guilln
Peraza. En verdad, la familia de nuestro hroe, que conserv el seoro
sobre cuatro islas y nunca abandon sus pretensiones e implicaciones en
Canarias, tuvo mltiples oportunidades de rememorarlo: cuando Sancho de
Herrera, por ejemplo, troc a un sobrino la heredad de Valdeflores por la
doceava parte de Lanzarote y Fuerteventura239, no poda sino tener
presente que por una permuta similar haba empezado la empresa en que
sucumbi el primer Guilln Peraza. Propios y extraos, pues, quienes
siguieron de cerca los sucesos de La Palma y quienes tenan lazos de
sangre e intereses comunes con el malogrado mozo, debieron de ayudar a
conservar el recuerdo de Guilln por el camino de propagar el planto a l
dedicado. Pero ntese que la muerte de Guilln parece haber alcanzado una
repercusin popular bastante superior a la que uno esperara de la
relevancia objetiva del hecho. Al fin, aunque conmovedor, fue solo un
lance menudo en el curso de una larga, vertiginosa partida. La historia de
Canarias en el siglo XV abunda en momentos, no ya ms importantes, desde
luego, sino incluso ms sangrientos y llamativos: por ejemplo, y sin salir
del mismo linaje, el asesinato de Hernn Peraza, hijo de Ins y Diego de
Herrera (HC, 247-250). Por ah, la pblica voz, la notoria fama de la
malandanza de Guilln no se explica slo por la impresin que el suceso
causara en los extraos ni por la divulgacin nada inocente que le dieran
los propios, a travs del cantar o por otros medios: hay que suponer que
las endechas, de suyo, por su singular intensidad, por su vigor potico,
prendieron en la memoria de las gentes desde el primer instante. Entre las
deposiciones de 1477, hay incluso algunas en que se deja entreor un
127eco de las coplas: as, cuando Diego de Sevilla o lvaro Romero
declaran que mataron al dicho Guilln Peraza en la dicha Isla de Palmas
o que haban muerto en la dicha Isla de Las Palmas al dicho Guilln
Peraza (PT, 202, 204), no nos hallamos ante una msera reduccin del
segundo verso a prosa administrativa240? No pasan de una pgina los datos
del Cura de Los Palacios sobre cmo fueron conquistadas... estas islas
antes de que la Corona asumiera la empresa: unas lneas sobre Mosn de
Betancurt (y ni siquiera ciertas de si floreci bajo don Enrique III o
bajo don Juan II), una mencin an ms sumaria del Conde de Niebla, un par
de vagas indicaciones sobre Fernn Peraza (tuvo e seore e posey
[cuatro islas] cuanto vivi, e aun fizo guerra a las otras tres, pero
nunca pudo ganar[las], poco ms), y, en medio de ellas, un episodio
resaltado: donde en la conquista en La Palma le mataron un fijo los
palmeses, llamado Guilln Peraza, que no tena otro varn... 241 La
mencin inusualmente precisa, en un marco tan pobre en detalles, no
postula que aqu nos encontramos con un caso ms de la intensa
utilizacin por Bernldez de fuentes orales, y en concreto de nuestras
endechas? Creo que s242. Tres cuartos de siglo despus del magnfico
Cura, fray Juan de Abreu nos garantiza que, si quiz no la expedicin a La
Palma (contada 128por l, confiesa, segn o afirmar a los
antiguos243), por lo menos las primorosas endechas (cuya memoria dura
hasta hoy: la distincin es significativa) todava no haban sido
olvidadas. Posiblemente fueron ellas, la poesa mejor que la historia, las
que hacindose emblema, de acuerdo con los tiempos, convirtindose en
leyenda herldica, canonizaron a Guilln Peraza como una suerte de patrn
lego de las islas. Pues ya Marn de Cubas asevera que de Guilln es la
cabeza que est pintada de seglar, con las dos de religiosos, en el sello
de la provincia de Canaria, por orla de una palma244.
(XXII)
(XXXIII)
La prosa del comentario nos permite no perder detalle del alarde erudito
que el autor ha condensado en el verso. Por el comentario averiguamos que
la flor de la cara es la sangre della y advertimos que la frase no se
siente como metafrica, sino como designacin normal del 'color del
rostro', el 'arrebol', el 'tinte rubicundo (natural o enfermizo) de la
tez'248. Por el comentario deban de confirmar 131muchos lectores
que la palma es un rbol que denota victoria249 y enterarse bastantes
ms de las implicaciones fnebres del ciprs: Este nombre le pusieron los
griegos, segn dice Isidoro [XVII, VII, 34]. En otro tiempo, cuando los
gentiles solan quemar los cuerpos muertos, hacan poner muchos ramos de
cipreses en cerco de los lugares, por afuyentar los malos olores, ca la
suavidad y olor del palo de ciprs no deja corromper el aire del morbo
pestilencial.
Para m caben pocas dudas de que el verso y la prosa de esas dos estrofas
brindaron al annimo de las endechas los esquejes deseados para plantar su
propio jardn en torno al nombre de la isla fatdica. Porque no slo los
elementos en cuestin se presentan en el mismo orden, la flor en una copla
y en otra, contiguos, la palma y el ciprs de significacin escasamente
divulgada, y no slo la Coronacin, a zaga de las Etimologas, se refiere
expresamente a los ramos de cipreses. Sucede tambin que los devotos de
Juan de Mena difcilmente podan leer la copla XXII 132del
Calamicleos (de hacia 1439) sin recordar que la misma expresin pintoresca
compareca en otro celebrrimo poema del maestro, El fijo muy claro de
Hiperin (algunos aos anterior, segn todas las posibilidades), pero
aqu referida ni ms ni menos que a la muerte sangrienta de un paradigma
de juvenil gallarda:
las semejanzas en la aplicacin del modismo nos convencen de que nos las
habemos con una reminiscencia de El fijo muy claro.... Pero no es menor
la similitud con que las endechas lo recrean para Guilln Peraza; y si a
ese parecido le sumamos las coincidencias con la Coronacin, no veo cmo
no concluir que el annimo beba en las fuentes de Juan de Mena.
As pues, en un aspecto primordial de la elocutio, podemos dejar a un lado
las generalidades habituales y precisar 133cul es la poesa del
siglo XV con la que el planto est prximamente emparentado: un tanto por
sorpresa, la pieza obligada al frente de todas las colecciones de lrica
'popular' resulta en deuda constitutiva con las obras ms doctas del ms
docto vate del Cuatrocientos castellano. Los rsticos... cantando no
eran del agrado de Mena (Laberinto de Fortuna, 287h), pero Mena s
agradaba a quienes cantaban tambin para los rsticos, endechadores
incluidos252. La inspiracin letrada no basta para quitarles a las
endechas el carcter de 'tradicionales': 'popular' remite a una variable,
al origen o al trecho de un recorrido; 'tradicional', a las constantes de
un estilo con etapas folclricas ciertamente privilegiadas. Ahora bien,
sea cual fuera la procedencia de los materiales que maneja, es obvio que
el estilo de nuestra cancin nada tiene que ver con Juan de Mena.
A juzgar por el comentario a la Coronacin y el tenor de El fijo muy
claro..., la flor de la cara era para Mena un giro lexicalizado, inerte.
Al igual que hace con La Palma, y verosmilmente por el impulso que le
presta el modo de encarar ese dominante semntico, el annimo devuelve a
la acuacin toda la viveza que en ella hubo de concentrarse el da de su
creacin: para lograrlo, no necesita sino adjetivar de marchita a la flor
y alinearla con la arboleda inmediata. Una elaboracin de ese tipo,
destinada a recuperar 134el color de un elemento desteido por el
tiempo, no entraba en las cuentas de Mena. A Mena le interesaba sobre todo
el reverberar erudito del lenguaje, que las palabras llevaran un halo de
referencia a la cultura que tan trabajosamente se haba ganado. La
enumeracin de rboles del Calamicleos (quiz recordada todava en el
Persiles, III, 5) no quiere ponernos ante los ojos un locus tan amoenus
como imposible, sino ensearnos una biblioteca. No busca que el lector se
represente visualmente las palmas, los cinamomos y los pltanos
(quin, adems, los reconocera?), sino que repase el libro XVII de las
Etimologas. No finge un bosque: compila un catlogo. La pedantera es
dulce, y nada hay que objetar, por supuesto. Pero otro es, evidentemente,
el proceder de las endechas. Del museo botnico de Mena, el annimo ha
rescatado la flor de la cara, ha mantenido la palma, que estaba en la
historia y en la geografa de Guilln Peraza, como la retama en la isla, y
ha respetado el ciprs, pero caracterizndolo de forma que a nadie, docto
o indocto, se le escapara su alcance fnebre. Pues a quien no pudiera
descifrarlo como alusin libresca se lo dibujaba como figuracin real con
fuerza de metfora. De ah la especificacin crucial, de triste rama, con
su precisa indicacin (rama) para el enterado, pero cuyo valor, en ltima
instancia, sin ms que dejarse guiar por el adjetivo triste253, tambin
poda percibir quien no hubiera saludado a San Isidoro ni al Mena de la
Coronacin. Las imgenes encontradas en la lectura se funden con las
captadas en la realidad. La artificialidad de Mena se cambia en el planto
por una percepcin 135milagrosamente natural y a la vez simblica:
la palma, la retama, el ciprs son paisaje y emblema.
Desde las mismas jarchas, es se modo de hacer arquetpico de una
corriente caudalosa en el Guadiana de la lrica tradicional: la realidad
enunciada es a la vez tal realidad e inevitablemente smbolo o metfora de
otra. Verbigracia:
Qu far, mamma?
Meu al-habib est'ad yana.
A coger amapolas,
madre, me perd:
caras amapolas
fueron para m!
Las amapolas son ciertamente las que la moza iba a quitar de los
sembrados, pero asimismo las gotas de sangre con que los salpic. No es
cosa de prolongar los ejemplos. Pocos hacen falta para cerciorarse de que
el annimo conduce las sugerencias de Juan de Mena a las maneras del
estilo tradicional.
Cabra registrar confluencias similares con otras venas de la poesa del
siglo XV? Con menos puntualidad, quiz s. Aparte el terceto de la
invocacin, los tres restantes contrapuntean con finura concreciones y
abstracciones. La retama y el ciprs siniestros se hacen desdicha,
desdicha mala. Los placeres de las flores y los pesares de los arenales
contrastan categoras semnticas al par que mezclan rasgos fonticos. El
escudo y la lanza abatidos son prendas de la malandanza. En esa trama de
convergencias y divergencias, dos abstractos, por una vez, se contraponen
entre 136s a corta distancia, en el mbito de un solo verso: no
vean placeres, sino pesares. Con autoridad nica ha sealado Margit Frenk
que el careo de los dos infinitivos sustantivados parece un rasgo de las
endechas de Canaria (Propio mo era el placer, / agora el pesar le vino
a vencer..., ... Pesar por placer, / dolor por pasin)254, y nos
preguntamos si el recuerdo de nuestro cantar no contribuira a divulgarlo
en las dems muestras del gnero. El juego de palabras en cuestin es de
los que saltan en la fraseologa vulgar255 y tal vez se nos antoje
demasiado trivial para intentar sacarle punta en ese o en otro anlogo
sentido. Pero un simple vistazo a El fijo muy claro de Hiperin, an
bien a mano, puede ser suficiente para hacernos cambiar de opinin.
En la obrita de Mena, es sabido, el arte mayor de las estrofas nones,
rebosantes de fanfarria clsica y bisutera mitolgica, alterna con los
octoslabos de las pares, quebradas de sutilezas y donde no hay
conceptuosidad que no tenga asiento. Por ejemplo, en la copla siguiente a
la estampa de Pramo con la muerte robando la flor de su cara:
El planto de David
Una imagen quiz demasiado convencional del otoo de la Edad Media y,
todava, un justo deslumbramiento ante la obra maestra de Jorge Manrique
han inducido a abultar los vnculos de nuestro poema con otras
composiciones castellanas de malogrados a lo largo del Cuatrocientos264,
y el prejuicio ha arrastrado a la ceguera de proclamar que en la endecha
estn presentes todos los motivos del planh; trovadoresco: (i)
invitacin al lamento, (ii) linaje del difunto, (iii) enumeracin de las
tierras o personas entristecidas con su muerte, (iv) elogio de las
virtudes del difunto, (v) oracin para impetrar la salvacin del 141
alma, (vi) dolor producido por la muerte265. Es obvio que la mera
enumeracin de tales motivos, sin necesidad de otras razones, refuta el
aserto que quisiera confirmar. En realidad, las coplas por Guilln Peraza
no muestran especial parentesco ni con el planh provenzal ni con las
defunciones, consolaciones y plantos que lo ponen al da en la Espaa del
siglo XV266, sino que responden a un esquema harto ms antiguo y para
entonces literariamente menos trivial.
El segundo libro de los Reyes (en la Vulgata y en los Setenta) se abre con
la escena en que David recibe la noticia de que Sal, su hijo, y Jonatn,
el hijo de Sal, han perecido en los campos de Gelbo frente a los
filisteos. Luego, cuenta el hagigrafo, planxit David planctum
huiuscemodi super Saul et super Ionathan filium eius:
18 Considera Israhel pro his qui mortui sunt
super excelsa tua vulnerati.
Texto y contextos
Si alguna conclusin cupiera sacar de las pginas anteriores, no sera,
desde luego, ninguna novedad: que la obra literaria vara al par que las
circunstancias, las perspectivas o las tradiciones en las cuales la
situamos y desde las cuales la contemplamos; que, en breve, el texto vara
con los contextos.
Tomemos como ejemplo el ciprs. Comprobbamos que los versos que lo
nombran parten de una sugerencia de la Coronacin del Marqus de
Santillana, donde Juan de Mena, sin embargo, no intentaba que nos
representramos 155el rbol visualmente, como presencia sensible,
como imagen concreta, sino que lo alegaba sin atender a otra cosa que a
las implicaciones emblemticas que en l le haban descubierto las
lecturas. Para los imitadores ortodoxos del cordobs la segunda estrofa de
las endechas probablemente sonara a pobre, a resumen de la vasta y
recndita erudicin del maestro. El annimo sin duda tena presentes las
implicaciones en cuestin, pero, como no poda pretender que la simple
mencin de la confera fuera suficiente para expresarlas (segn s
suceda, en cambio, con la palma y con la retama), tradujo el smbolo
cultural a realidad simblica, al estilo de la lrica tradicional: con
pathetic fallacy nada falaz, el calificativo triste convierte al ciprs
en un correlato de la emocin personal en el mundo objetivo de la
naturaleza. Quienes hacia 1450 oan la cancin, as, no necesitaban los
conocimientos de un Mena: el adjetivo triste y la jerarquizacin de la
serie en que se mienta el ciprs, de mal en peor ('no eres signo de
victoria, sino la amargura de la derrota y de la muerte, y eres
incluso...'), bastaban para hacerles captar lo fundamental del mensaje. Un
siglo largo despus, cuando el P. Abreu recoga los trsticos de boca del
pueblo y cuando hasta los analfabetos tenan noticia del significado de
los funestos y altos cipreses (con ellos comenzaba el divulgado romance
de la tumba escura293), los avatares de la literatura y de la pedagoga
haban restituido al rbol del quinto verso una buena medida del valor que
tena en la Coronacin -y 156que slo indirectamente alcanzaban los
primeros oyentes de las endechas-, pero no por ello anulaban la eficacia
de la triste rama en tanto realidad doblada de metfora. Nosotros, hoy,
podemos asumir, con mayor o menor comodidad, todas esas interpretaciones,
pero difcilmente nos es dado leer las coplas sin desprendernos adems de
las que nos brinda nuestra experiencia de la vida y de la poesa: desde el
hecho de que para nosotros el ciprs es parte regular del paisaje de
cementerio hasta la vaga impresin de familiaridad que nos produce No eres
palma, eres retama, eres ciprs de triste rama..., porque inevitablemente
le encontramos un regusto a Lorca o Rafael Alberti, a Blas de Otero o
Claudio Rodrguez...294
Pero dnde est el autntico sentido de nuestro ciprs? En Mena y los
suyos? En la mente del annimo? En la del grueso de sus contemporneos?
En un compromiso entre la intencin del uno y la comprensin de los
otros? En la explicacin que podan proponer los amigos del endechador o
en la que ofreceran los del P. Abreu? En el eclecticismo con que
nosotros acogemos todas esas interpretaciones y las aderezamos con otras
impuestas por nuestros prejuicios y actitudes? La sombra del ciprs es
alargada, en verdad. Pero no se nos olvide la acotacin de D'Ors: segn a
qu hora. En otras palabras: todo depende del momento y del lugar en que
la midamos. Porque, como sea, no podemos predicar el sentido del ciprs
como si pendiera en el vaco, fuera del tiempo: a conciencia de que ha
dado renuevos en no menos de tres siglos, hemos de decidir en qu punto de
las coordenadas lo ponemos.
Ocurre con el ciprs y ocurre, obviamente, con el poema 157todo,
con todo poema. Somos dueos de leer las endechas como si fueran de
nuestros das o proyectarlas a ciegas sobre un pasado incierto, de
devolverlas a los aledaos del 1447 o malatribuirlas al primer tercio del
Quinientos. Pero, a conciencia o no, necesitamos asignarles una fecha.
(Como nos es imposible apreciar el talento o la belleza de una persona sin
calcularle una edad). La fecha es slo uno, el ms urgente, de los
contextos imprescindibles para descifrar el texto. Para descifrarlo y
hasta para percibirlo. La correspondencia fonolgica de los placeres y los
pesares y su elegantsima vinculacin anagramtica con Peraza,
verbigracia, se nos esfuman si no hacemos nuestra la pronunciacin
medieval y advertimos que la s, la y la z eran, las tres, sibilantes
(como siguieron sindolo en las Canarias, donde el cantar perdur durante
decenios). El contexto es clave de la misma textura.
Los supuestos requeridos para la interpretacin no se quedan en el
contexto inmediato y, por decirlo de algn modo, esttico. Hay que
buscarlos tambin en el desarrollo de las formas, en la evolucin de los
gneros, en el hacerse de los motivos, temas, talantes, ideas. En el
correr de los tiempos, en suma. La prehistoria y la supervivencia del
texto no son ajenas a 'la obra en s'. Si no supiramos que el annimo lo
haba hallado en Mena, nos preguntaramos si el ciprs era el cupressus
funebris de los antiguos; sabindolo, nos preguntamos si las endechas nos
lo presentan como tal y quines y cundo lo entendieron as. Al averiguar
que las endechas recrean la pauta del planto de David, conjeturamos que en
un principio bien pudieron concebirse y entonarse como dichas por Ferrn
Peraza; por el contrario, la posibilidad de que la fuente inmediata sea
una pieza litrgica o paralitrgica les presta una coloracin menos
personal y ms ritual y comunitaria. La superficie del texto no se muda un
pice, pero los contextos le cambian el acento y el alcance.
158
Son obviedades, desde luego, y ni siquiera vlidas nicamente para la obra
literaria, sino para todo enunciado. Los otros textos, sin embargo,
difcilmente establecen con tantos contextos un dilogo tan amplio, tan
largo y tan fecundo. En l, cada acierto, en cada momento, lleva ms all
las fronteras de la literariedad y de la excelencia literaria; y los
horizontes as ganados, adems de aumentarle a la obra nueva las
expectativas y las exigencias, permiten leer la antigua con perspectivas
inditas. En los cancioneros cuatrocentistas se buscarn en vano otros
trsticos como los nuestros: no tenan sitio en el parnaso de la poca.
Pero las endechas por Guilln Peraza, sobre estremecedoramente hermosas,
eran un original derroche de maestra en el arte de volverse a la poesa
entonces de rango supremo y asimilrsela con modos de lrica tradicional.
La leccin, junto con otras coincidentes, no qued perdida: en el siglo
XVI, los ms doctos jardines se perfuman con flores tradicionales, y en
las endechas de Canarias se estiman a la par la sonada graciosa y
suave y una gracia y un peso de gran admiracin (n. 205). Luego, ayer
mismo, cuando el planto por el buen sevillano andaba olvidado y una
generacin de creadores y sabios se encaprich de esos vergeles
renacentistas, el retorno a la poesa que nuestras coplas haban
presagiado permiti hacerles justicia tambin a ellas. En la longue dure,
texto y contextos se van determinando mutuamente. Si un clsico se
reconoce por semejante flujo y reflujo en el tiempo, no por menudo las
endechas a la muerte de Guilln Peraza dejan de ser un clsico de cuerpo
entero.
[159]
Excurso
El amor perdido de Guilln Peraza
e si est encantada,
yo s buen escolar:
con arte buena provada
la cuido desencantar;
e si la ovier conquerida
en mi tern buen seor,
ella ser enaltecida
como nunca fue mejor.
Los mensajeros, pues, han pintado a Algeciras en el estilo hermtico de
las profecas de Merln que tan decorativo 164papel desempean en
el Poema, y don Alfonso les responde trasladando las quimeras al mbito
ms movido de las aventuras caballerescas: l sabr desencantar a esa
supuesta sierpe y devolverle su apariencia autntica de donzella muy
fermosa.
Es lo que hace, digamos, Esprcius en el Tirant lo Blanc, cuando besa al
monstruo y lo drac de continent se torn una bellssima donzella. El
desencantamiento ocurre ya en las postrimeras del relato, en la ltima
gran empresa del protagonista, cuya muerte pronto llora el Emperador
ascendiendo un grado a nuestra metfora, al caracterizar a Tirant como el
'marido' difunto y a Grecia como su 'viuda', pero sin llamarla as
directamente, sino mostrndola bajo el disfraz de la consabida 'trtola'
lacrimosa de la exgesis bblica, los bestiarios o Fontefrida: Moguen los
vents aquesta ferma terra, i les muntanyes altes caiguen al baix, i els
rius corrents s'aturen, i les clares fonts mesclant-se ab l'arena, tals
les beur la terra de gent grega, com a trista tortra desemparada de
l'esps Tirant....
La muerte de Enrique III en la Nochebuena de 1406 enfrent a Alfonso
lvarez de Villasandino con una visin de grande pavor: una procesin de
tres dueas tristes, provistas de coronas de esparto, espadas mohosas y
dems quincallera, que resultaron ser la reina doa Catalina, la Justicia
y la Iglesia de Toledo. Pero fray Diego de Valencia prefera luego
identificarlas con Castilla, el Buen Esfuerzo y la Santa Fe.
y4
-V-
Unas coplas de Jorge Manrique y las fiestas de Valladolid en 1428
A Keith Whinnom,
in memoriam
Tres rdenes de vida se deslindan y evalan resueltamente en las Coplas de
don Jorge Manrique a la muerte de su padre: la vida terrena (temporal, /
perecedera); la menos frgil vida de la honra (otra vida ms larga / de
fama); la vida perdurable, en fin, el ms all (estotra vida
tercera295).
170
No le caben dudas al poeta, cristiano impecable, sobre la justa prelacin:
182
Aquellos y no otros
Juan Antolnez de Burgos, el primer historiador de Valladolid (c.
1557-1638), no olvid consignar en la crnica de su ciudad natal la
noticia de tan grandes fiestas, con particular detenimiento en el Paso
de la Fuerte Ventura:
... dentro del castillo estaba el infante y los caballeros que eran
de su faccin, y sobre la puerta penda una campana para que cada
uno de los aventureros mandase dar tantos golpes cuantas carreras
quisiese hacer, a los cuales el infante y seis caballeros de su casa
que con l mantenan haban de satisfacer, segn contena el cartel
puesto en palacio. Hicironse en estas fiestas cosas muy sealadas y
solemnes [...]. De ser tan lucidas estas fiestas tom motivo aquel
insigne caballero don Jorge Manrique para aquellas clebres coplas
que escribi, tan llenas de desengaos como de gravedad y dulzura de
estilo, que dicen as: Qu se hizo el rey don Juan?, etc.314
[188] [189]
- VI -
Un penacho de penas
Del mismo
[Vizconde de Altamira]
a una pena:
En secreto manifiestan
ser sin cuento ms que muestran.
194
Esa pena reiterada es, evidentemente, y de ah el donaire, una palabra de
dos cortes y un significar a dos luces331: penna y poena, 'pluma' y
'sufrimiento, pesar, cuidado'. Por otra parte, que Hernando del Castillo
la saque a relucir hasta tres veces en unos pocos folios implica que hubo
de ser comunsima en las invenciones de la poca. Que dos de esas tres
veces no vaya expresa en el mote, sino la supla la materialidad de la
divisa, del contexto, quiere decir, en fin, que en la acepcin de 'pluma',
inslita en castellano, era ms que familiar a los aficionados al gnero.
Por si cupieran dudas, todos esos extremos se nos confirman en una
recargada pgina del Veneris tribunal. De los dos cortesanos galanes que
se le presentan en sueos a Ludovico Escriv, el ms anciano, o por mejor
dezir el ms lleno de ansias, calaba una agraciada gorra, de
terciopelo negro, con pennacho colorado, en el qual, a la una parte, en
el no breve breve ['placa o lmina, a modo de cdula o buleto, para una
inscripcin?'] de oro de martillo ['labrado, repujado'] smaltada esta
letra paresca:
Esta muestra
mi penar por culpa vuestra.
A la otra parte, por la colorada pluma arriba, suban las negras, las no
mudas vocales, diziendo:
Su color
porn fin a mi dolor.
Dos escogidas plumas, una amarilla y otra negra, hazan nico arreamiento
al negro terciopelo de la bien hecha gorra. A la parte negra, por el al
cabo un poquito quemado penacho, en un estrecho letrero de hoja de oro, en
lo de fuera se lea en la parte de la negra pluma:
Bol
tan alto, que se quem.
Figura 1
204
En cuanto alcanzo, la tradicin gallego-portuguesa medieval no registra
casos de nuestro calembour; pero don Luis no solo era un apasionado de la
poesa castellana del Cuatrocientos, sino que se complaca especialmente
en la antologa de Hernando del Castillo, y ms en concreto en la seccin
de Invenciones y letras de justadores, de donde espiga, por ejemplo, el
mote Todo es poco lo posible, para glosarlo en una copla tan repleta de
elementos cancioneriles como el resto de sus composiciones en octoslabos.
Ser, pues, blasfemo insinuar, siquiera sea como hiptesis remota, que al
jugar del vocablo de manera tan acorde con la lengua de que era supremo
artfice Camoens poda estar en parte respondiendo a una sugerencia
castellana?
No es imposible -deca- que Pedro de Acua fuera portugus y tambin a l
le hubiera sucedido otro tanto. Pero multipliquemos las cautelas, porque
parece ms plausible que en realidad nos las hayamos con un homnimo
italoespaol, muy servidor de las damas, elegante como pocos y lindo
trovador en la lengua toscana y en la castellana: el prior de Messina, de
la Orden del Hospital, que, capitn de cincuenta hombres, verti su
sangre hasta quedar fecho un cadver despedaado, heroicamente, en la
batalla de Ravenna, en 1512344. Es una eventualidad singularmente
atractiva, no solo porque el italiano da pie ms gilmente que el espaol
a una agudeza pareja a la de don Pedro en el Cancionero general, sino
asimismo porque el tal prior era tan diestro en invencionar como narra
Fernndez de Oviedo y tan aficionado a las empresas como nos consta por la
Cuestin de amor, y porque Castiglione 205refiere che egli
scriveva ad una sua signora [una lettra] il soprascritto della quale
dicea: 'Esta carta s'ha de dar / a quien causa mi penar'345, en trminos,
pues, no sin afinidad con las invenciones que nos ocupan. Italoespaol,
segn denuncian tanto el nombre como los escenarios y el lugar de
impresin de su novelita, tuvo que ser igualmente el Ludovico Scriv que
firma el Veneris tribunal estampado en Venecia en 1537. Pero el
ingrediente italiano de nuestra historia no tiene por qu limitarse al
dudoso Acua ni al indudable Escriv. Segn documenta Hernando del Pulgar,
el segundo conde de Haro, don Pedro Fernndez de Velasco, Condestable de
Castilla, haba adoptado para su divisa un endecaslabo de Petrarca: Un
bel morir tutta la vita honora (Canzoniere, CCVII, 65)346. No debiera
sorprendernos, por tanto, que tambin el Condestable de Castilla del
Cancionero general -probablemente hijo suyo, si no el propio segundo conde
de Haro- hubiera pergeado la bordadura y el mote en cuestin, en
coincidencia con Acua y Escriv, a vista de un modelo italiano.
No creo, sin embargo, que ese modelo pudiera ser el que tal vez se nos
antojara candidato obvio: el anillo con tres plumas usado como empresa,
entre otras, por Lorenzo el Magnfico y heredado con la misma funcin por
los Medici posteriores347. A tal divisa se le ha buscado correspondencia
206en el mote diamante in paenis (sic), pero se trata de una
interpretacin sumamente tarda348: la leyenda que de hecho la flanquea en
los testimonios renacentistas es un sencillo Semper, y no otra conoce
todava Paolo Giovio, para quien las tre penne di diversi colori no
denotan sino las tres virtudes teologales, la speranza verde, la fede
candida, la carit ardente cio rossa349.
Para esos aos, cuando despuntaba el siglo XVI, el juego de palabras par
force de pene era en lengua de ol ms que provecto. Anunciaba, por
ejemplo, Baudouin de Cond:
210
Pero concretamente en las invenciones debi de ser tan reiterado, que
provoc las iras de Rabelais con el mismo ardor que se las encenda la
oultrecuidance y la besterie de Le Blason des couleurs:
En pareilles tenebres sont comprins ces glorieux de court et
transporteurs de noms, lesquelz, voulens en leur divises signifier
espoir, font protraire une sphere, des pennes d'oiseaulx pour poines
[var. penes]..., que sont homonymies tant ineptes, tan fades, tant
rusticques et barbares, que l'on doibvroit atacher une queue de
renard au collet et faire un masque d'une bouze de vache un
chascun d'iceulx qui en vouldroit dorenavant user en France, aprs
la restitution des bonnes lettres. Par mesmes raisons (si raisons
les doibz nommer et non resveries) ferois je paindre un penier,
denotant qu'on me faict pener...357
Juzgo que todo indica que las penas espaolas del Cancionero general y sus
alrededores llegaran de donde lleg el 214ltimo grito de las
empresas, a lo largo y especialmente en los postreros decenios del siglo
XV: del mismo mundo de la caballera francesa en que parecen haber estado
singularmente enraizadas. Hubo de tratarse, claro, de un ejemplo no
libresco, sino asimilado en pasos de armas, torneos, captulos de rdenes
militares, fiestas y diversiones aristocrticas... No hay que insistir en
que esa caballera fue andante y cosmopolita casi por definicin364, ni en
que el ceremonial de las luchas deportivas, marco por excelencia de las
invenciones y letras de justadores, era bsicamente de importacin
francesa: desde la exhortacin inicial, Laissez-les aller pour faire leur
devoir!, a la continua intervencin de farautes, trompetas y purxivantes.
Naturalmente, los motes en francs estaban un peu partout. Por no remover
el sinuoso Peine pour joie del condestable don Pedro365, echemos solo un
vistazo a la estampa de Suero de Quiones en el Paso Honroso,
encima de un cavallo fuerte que traa unos paramentos azules
broslados de la divisa e fierro de su famosa empresa, e encima de
cada divisa estavan brosladas unas letras que dezan:
Il faut dliberer...
En el brao derecho, cerca de los morcillos, llevava su empresa de
oro ricamente obrada, la qual era tan ancha como dos dedos e tena
sus letras azules enderredor, que dezan:
215
O vislumbremos a Juan Rodrguez del Padrn, igualmente sin ventura
padeciente por amar, que en la corteza de los rboles fallava devisado
su mote escripto por letras: Infortune, mientras Ardanlier y los suyos
vestan ricas sayas de Borgoa, cotas de nueva guisa, de la una parte
bordados tres bastidores e de la otra seule y de blatey, escripto por
letras, empresa de puntas retretas, sangrientas, a pie y a cavallo, a todo
trance..., en batallas, justas, torneos, fechos y obras de
gentileza...367.
En ciertas zonas precisamente de este mundo se haban introducido y
comparecan de modo ocasional algunas penas inequvocamente venidas de ms
all de los Pirineos. Pieza importante de muchos escudos eran, en efecto,
los forros de pieles empleadas en vestiduras lujosas, que en francs
reciben el nombre de pennes368 Mossn Diego de Valera las llamaba peas
con toda naturalidad, pues peas era palabra de antiguo aplicada en
castellano a las pieles de la realidad que recreaba la herldica369: es
de saber que en armera se traen dos peas, las quales no se dizen ni se
deben dezir metales ni colores, as como armios o veros.... 216
Pero otros reyes de armas, en vez de traducir las pennes herldicas a las
peas de la indumentaria real, optaron por calcarlas crudamente, y, as,
Garc Alonso de Torres asegura que en derecha armora ay dos enforros,
que en francs se dicen penas, y todos los oficiales d'armas las llaman y
deven llamar penas.
En un mbito contiguo a ese y todava ms cercano al de las empresas
asoman tambin en algn caso aislado las penas que nos ataen. En la
fastuosa corte de Miguel Lucas de Iranzo, se exhibieron en 1461 unos momos
a guisa de peregrinos, tocados, entre otros perifollos, con sonbreros de
Bretaa, [y] en ellos penas y veneras370. Las tales penas podran ser,
desde luego, 'forros' o, mejor, pequeos jirones o colgantes de piel, como
en las pennes que jaspean los fondos de tantos escudos371. Pero se dira
ms probable que se trate de 'plumas', las plumas siempre frecuentes en
los sombreros, y que el origen o el estilo de los mentados chapeos baste
para explicar la forma inslita.
Ahora bien: si los calcos crudos se daban cuando existan en castellano
equivalentes cmodos y ceidos, qu no ocurrira si las pennes francesas
se presentaban con valor dilgico en un mote o en una divisa, jugando del
vocablo y de la imagen, y si para desentraar la polisemia y animarse a
imitarla mediante un cultismo sobraba con dos cuartos de latn? No tengo
testimonio cierto de que en fecha anterior al Cancionero general se
conocieran en Espaa invenciones francesas con los rasgos en cuestin,
pero creo necesario postular que as fue. En un rea prxima a la 217
herldica y a la indumentaria, como ellas a imagen y semejanza de los
usos de Francia y asimismo elemento primario de la vida caballeresca,
tuvieron que brotar las penas de nuestro penacho372.
219
y en los arcaduces de la noria que sac el Conde de Haro:
Ya es noria mi pensamiento,
mas tales vasos alcanza:
los vacos, de esperanza,
y los llenos, de tormento;
Garcisnchez de Badajoz
sac por cimera un diablo y dixo:
Ms penado y ms perdido
y menos arrepentido.
[228]
Nota complementaria
Una torre por cimera
ndice de nombres387
Abelardo.
Abreu, fray Juan de.
Abreu, Pero de.
Acua, Pedro de.
Adal, Juan de.
Adam, A.
Agapito y Revilla, J.
Alatorre, A.
Alba, Duque de.
Alberti, Rafael.
Alberto de Colonia.
Alejandro de Hales.
Alfonso X el Sabio.
Alonso, Dmaso.
Alonso, Luis.
Alonso, M.
Alonso, Mara Rosa.
Alonso Corts, N.
Alonso de Torres, Garci.
Altamira, Vizconde de.
Alvar, Manuel.
lvarez de Villasandino, Alfonso.
lvarez Delgado, J.
Alverny, M. Th. d'.
Alien, P. S. y M. H.
Amador de los Ros, J.
Ambrosio, San.
Anselmo San.
Antolnez de Burgos, Juan.
Antonio, Nicols.
Aranda, Luis de.
Arce, Joaqun.
Arcipreste de Hita, vase Ruiz, Juan.
Arias Bonet, J. A.
Arias Marn de Cubas, Toms.
Aristteles.
Armistead, S. G.
Asensio, Eugenio.
Asn Palacios, M.
Askins, A. L.-F.
Aston, S. C.
Aubrun, C. V.
Avalle-Arce, Juan Bautista.
Averroes.
Avicena.
Azceta, J. M.
Babudri, F.
Badawi, A.
Badia, Lola.
Bez, Y. J. de.
Baldwin, S.
Barba.
Barcia, P. L.232
Crabb Rocha, A.
Croce, A.
Croce, B.
Cruz Hernndez, M.
Cuervo, Rufino J.
Cura de Los Palacios, vase Bernldez Andrs.
Curtius, E. R.
Chassant-Tauzin.
Chatelain, E.
Chevalier, Maxime.
Chil y Naranjo, Gregorio.
Chrtien de Troyes.
Daly, L. W.
D'Ancona, A.
Dante Aligheri.
Darias y Padrn, D. V.
Datini, Francesco.
De Cesare, R.
De Martino, E.
Del Piero, R. A.
Denifle, H.
Devoto, Daniel.
Deyermond, A. D.
Di Pinto, Mario.
Di Stefano, Giuseppe.
Daz de Bustamante, J. M.
Daz Jimeno, F.
Daz Mas, Paloma.
Daz Tanco de Fregenal, Vasco.
Diego, Gerardo.
Diego de Sevilla.
Diego de Valencia, fray.
Dez de Games, Gutierre.
Dez del Corral Garnica, R.
Doglio, M. L.
Domenichi, Lodovico.
Domnguez Bordona, J.
Donado Calafat, El.
D'Ors, E.
Douais, C.
Dreves, G. M.
Dronke, Peter.
Drysdall, D. L.
Dubruck, E.
Duran i Senpere, A.
Dutton, B.
Egido, Aurora.
Encina, Juan del.
Enrique el Alemn.
Entwistle, W. J.
Epalza, M. de.
Erasmo, 192.
Escriv, Ludovico, vase Scriv, Ludovico.
Espinosa, A. M.
Estiga.
Eixemeno, Joan.
Eiximenis, Francesc.
Faulhaber, Charles.
Febrer, Andreu.
Fenollar, Bernat.
Feo, Michele.
Fera, Vincenzo.
Fernandes Torneol, Nuno.
Fernndez de Bethencourt, F..
Fernndez de Madrid, A.
Fernndez de Oviedo, Gonzalo.
Fernndez Guerra, Antn.
Fernando de Antequera.
Fernando el Catlico.
Ferrariis, Antonio, el Galateo.
Ferreiro Alemparte, J.
Ferro, D.
Ferrussiel, Josef ben.
Filgueira Valverde, J.
Floranes, R. de.
Flores, Juan de.
Flrez.
Fontaine, J.
Forcellini.
Foulch-Delbosc, R.
Fournival, Richard de.
Frakes, J. C.
Francs, Nicolao.
Freeman, M. A.
Frenk, Margit.
Frutuoso, Gaspar.
234
Haimn de Halberstadt.
Halev, Yehud.
Hring, N. M.
Haro, Conde de.
Haskins, C. H.
Hathaway, R. L.
Hauf, A.
Hauptmann, O. H.
Heine, G.
Henkel, N.
Hernndez Alonso, Csar.
Herrera, Sancho de.
Hesdin, Jean de.
Hispano, Vicente.
Hoffmann, A. H.
Hubbard, M.
Huizinga, Johan.
Humboldt, Alejandro de.
Hurtado de Mendoza, Antonio.
Huy, Gerardo de.
Impey, Olga T.
iguez de Atabe, Juan.
Iranzo, Miguel Lucas de.
Isidoro, San.
Jacquart, D.
Jacquot, J.
Jakobson, R.
Janer, F.
Jauss, H. R.
Jernimo, San.
Jimnez Delgado, J.
Juan II de Castilla.
Juan de Espaa.
Juan de Gales.
Juan de Sevilla.
Juan Hispalense.
Juan Manuel, don.
Juaristi, J.
Juli Martnez, E.
Kahane, H. y R.
Kasten, L. A.,
Keller, J. E.
Kerkhoff, M. P. A. M.
Kerr, R. J. A.
Klein, R.
Klopsch, P.235
Knighton, T.
Knust, H.
Kohler.
Khler, E.
Kristeller, P. O.
Labandeira, A.
Ladero Quesada, M. .
Laguna, Andrs.
Lapesa, Rafael.
Las Casas, Guilln IV de.
Las Casas, Guilln V de.
Las Casas, Ins de.
Latini, Brunetto.
Lauer, Ph.
Lawrance, J. N. H.
Layna Serrano, F.
Lzaro Carreter, Fernando.
Le Gentil, P.
Ledda, G.
Lefranc, A.
Leguina, E. de.
Lemari, Dom J.
Lemay, R.
Lenz, H. O.
Leonij, L.
Leons, Camilo de.
Levi, E.
Lewis, A. R.
Liborio, M.
Lida de Malkiel, M. R.
Lille, Alano de.
Linage Conde, A.
Lin y Eguizabal, J. de.
Littelefield, M. G.
Lomax, D. W.
Longino (Pseudo).
Lope de Vega.
Lpez, P. A.
Lpez-Baralt, L.
Lpez de Gmara, Francisco.
Lpez Ortiz, J.
Lpez Pacheco, Diego.
Lpez Pinciano, Alonso.
Lpez-Vidriero, Mara Luisa.
Lucano, Marco Anneo.
Lugones, N. A.
Luna, lvaro de.
Llull, Ramn.
Maccagnolo, E.
Macdonald, L.
MacKay, Angus.
Macpherson, L.
Macr, O.
Machado, Antonio.
Maiakovsky, V. V.
Mal Lara, Juan de.
Malkiel, Yakov.
Mann, Nicholas.
Manrique, Gmez.
Manrique, Jorge.
Maravall, J. A.
March, Ausias.
Margarit i Pau, Joan.
Marn de Cubas, T. A.
Mrquez Villanueva, F.
Marsden, C. A.
Martelli, S.
Martellotti, G.
Martin, J.-L.
Martn Hernndez, F.
Marx, K.
Massot, Josep.
Mateo Gmez, L.
Mateu Llopis, F.
Mauro, Hrabano.
Mazzocchi, G.
McGarry, D. D.
Mena, Juan de.
Menaguerra, Pon de.
Mendoza, Cardenal.
Mendoza Negrillo, J. de D.
Meneghetti, M. L.
Menndez Pelez, J.
Menndez Pelayo, M.236
Menndez Pidal, G.
Menndez Pidal, R.
Menestrier, C.-F.
Metge, B.
Mettmann, W.
Mic, J. M.
Micha, A.
Michelena, Luis.
Mil y Fontanals, M.
Millares Carlo, A.
Minio-Paluello, Lorenzo.
Miralles de Imperial y Gmez, C.
Mommsen, Th.
Moner.
Montalvo.
Montesinos, Jos F.
Morby, E. S.
Morreale, Margherita.
Mukarovsky, Jan.
Naccarato, F.
Navarro Durn, R.
Navarro Toms, Toms.
Nebrija, Antonio de.
Niebla, Conde de.
Nieto Cumplido, M.
Nigris, C. de.
Nisbet, R. G. M.
Nitti, J.
Nolhac, Pierre de.
Norberg, D.
Norti Gualdani, E.
Nunes, J. J.
Nez, Nicols.
Ochoa Sanz, J.
Oelschlger, V. R. B.
O'Kane, E. S.
Olesa, Bernat d'.
Olesa, Jaume d'.
Oleza y de Espaa, Jos de.
Olivar, M.
Orduna, G.
Ortega y Rubio, J.
Otero, Blas de.
237
Quevedo, F. de.
Quintiliano.
Quirs, P. de.
Rabelais, F.
Raby, F. J. E.
Ramos, R.
Ramos Bossini, F.
Reckert, S.
Redondo, A.
Rgulo Rodrguez, M.
Ren d'Anjou.
Renedo, Xavier.
Rennert, H. A.
Rey de Artieda, Andrs.
Ricci, Pier Giorgio.
Rinaldi, Giovanni de'.
Riquer, Martn de.
Rodrigo de la Guitarra.
Rodrguez, Claudio.
Rodrguez, I.
Rodrguez de Cubillos, Juan.
Rodrguez de Lena, P.
Rodrguez del Padrn, Juan.
Rodrguez Marn, F.
Rodrguez-Moino, A.
Rodrguez Purtolas, J.
Rohland de Langben, R.
Roig, Jaume.
Ros de Corella, Joan, vase Corella.
Romero, lvaro.
Romeu Figueras, J.
Roques, M.
Rosales, Luis.
Rosell.
Roth, N.
Rotondi, G.
Round, N. G.
Rozas, J. M.
Rubio Merino, P.
Ruggieri, R. M.
Ruiz, Juan, Arcipreste de Hita.
Ruiz Casanova.
Ruiz de Castro, Garci.
Ruscelli, G.
Russell, P. E.
Saguar Quer, C.
Said Armesto, V.
Salazar de Mendoza.
Salazar y Castro, Luis de.
Salinas, Pedro.
Salvador Miguel, N.
Sams, J.
San Pedro, Diego de.
San Vctor, Hugo de.
Snchez Alonso, Benito.
Snchez Arce, N. E.
Snchez Belda, L.
Snchez Cantn, F. J.
Snchez de Badajoz, Garci, vase Garcisnchez.
Snchez Robayna, Andrs.
Snchez Romeralo, A.
Snchez Sevilla, P.
Snchez Vercial, Clemente.
Sant Jordi, Jordi de.
Santa Mara de Regla, maestro de, vase Francs, Nicolao.
Santcliment, F. de.
Santiago, Miguel.
Santillana, Marqus de.
Scoles, E.
Screech, M. A.
Scriv (o Escriv), Ludovico.
Schack.
Scheler, A.
Schiavo di Bari.
Schiff, M.
Schkel, padre.
Schott, Andrs.
Sebeok, T. A.
Segre, Cesare.
Sem Tob.
Senabre, Ricardo.
Sneca.
Sers, Guillermo.
Serrano de Haro, A.
Severin, D. S.238
Shergold, N. D.
Siemens Hernndez, L.
Silva, Feliciano de,
Smalley, B.
Sol-Sol, Josep Maria.
Solalinde, A. G.
Soria.
Soria, A.
Speroni, G. B.
Stegagno Picchio, Luciana.
Stegmuller, F.
Steiner, George.
Storost, J.
Strong, E. B.
Stiga, Lope de.
Surez Fernndez, L.
Tabourot, tienne.
Talavera, Hernando de.
Tallemant de Raux, Gdon.
Tapia.
Tarugi, G.
Tate, R. B.
Tateo, F.
Taylor, B.
Tervarent, G. de.
Teyssier, P.
Thiene, Uguccione da.
Thorndike, L.
Tirso de Molina.
Toninelli, S.
Tornero Poveda, E.
Torre, Martn de.
Torres Campos, Rafael.
Torriani, Leonardo.
Torti, A.
Trogo Pompeyo.
Turmeda, fra Anselm.
Tynianov, J. N.
Wagner, C. P.
Waite, W. G.
Walberg, E.
Walker, R. M.
Walsh, J. K.
Walzer, R.
Warburg, A.
Wardropper, Bruce W.
Webber, R. H.
Weber, R.
Weijers, O.
Weisheipl, J.-A.
Weiss, R.
Whinnom, K.
White, T. H.
Wilkins, E. H.
Wittlin, C.
Wolf.
Wrobel, J.
Wunster, M. von.
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