Las Musas - Walter F Otto
Las Musas - Walter F Otto
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Walter F. Otto
Las Musas
El origen divino del canto y del mito
ePub r1.0
Titivillus 29.03.17
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Ttulo original: Die Musen und der gttliche Ursprung des Singens und Sagens
Walter F. Otto, 1954
Traduccin: Hugo F. Bauza
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A Elisa[*]
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NDICE
INTRODUCCIN
WALTER OTTO
BIBLIOGRAFA
PRLOGO
I. LAS NINFAS
II. LAS MUSAS
III. EL MILAGRO DEL CANTO Y DEL MITO
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INTRODUCCION
El estudio de las, Musas en la Antigedad exige penetrar en el horizonte mtico
griego del que emana una categora esencial, dado que la religin helnica es
entitativamente como subraya Walter Otto en varios pasajes de su obra la
religin del Ser.
De ese horizonte mtico-legendario se desprende tambin un modo simblico de
inteligir y de aprehender la realidad.
Las Musas o la Musa, porque son Una y varias a la vez son hijas de Zeus y
de Mnemosyne. Su madre segn nos testimonia la Teogona hesidica (v. 135)
es una de las numerosas divinidades del mundo titnico, hija del Cielo y de la Tierra.
El mito memora, que Zeus se uni a ella en la Pieria durante nueve noches seguidas,
y al cabo del ao nacieron las nueves Musas (Teog., v. 915. y sigs.).
El vnculo entre el padre de los dioses y Mnemosyne sugerira de modo simblico
el logro de la eterna potestad olmpica de Zeus. Tal hecho habra sido sealadb con
claridad en una perdida composicin de Pindaro que habra sido leda por Arstides, a
travs de quien conocemos su contenido (II 142,). En ella se narraba que cuando Zeus
hubo vencido a los Titanes, consultados los restantes dioses sobre si faltaba algo,
habran respondido que era menester la presencia de seres que con sus cantos
celebraran la gloria imperecedera de Zeus: fue entonces cuando surgieron las Musas
y surgieron precisamente de la unin de Zeus y de Mnemosyne quien, en cierto
modo, representa la memoria de la victoria de Zeus.
En cuanto a la interpretacin de la palabra Musa[1], O. Bie sugiere que no sera
ms que una abstraccin deificada, considerada como la personificacin del don
potico. Tal hecho segn Bie se dara en tres direcciones diferentes: 1) un
sentido personificado: Musa pensada como divinidad; 2) un sentido concreto u
objetivo canto, poesa, msica, es decir, composicin musical o potica, y 3) un
sentido abstracto o subjetivo, entendido como inspiracin, entusiasmo, facultad
potica.
En ese horizonte es forzoso sealar que la ms antigua es la significacin
personificada, tal como se aprecia en la Ilada (I 604; II 491; XI 218; XIV 508 y XVI
112, entre, otros).
En la Odisea y en los Himnos homricos, en cambio, aparece la acepcin
objetiva, principalmente en XXIV 62. Por ltimo, habra que destacar que el sentido
subjetivo se lo ve recin en la siglo V a. C., tal como est esbozado por ejemplo en
Esquilo (Vgr. Eumn., v. 308).
En otra perspectiva, hay quienes atribuyen a las Musas un origen naturalista.
Segn esta interpretacin, las Musas habran sido primitivamente las Ninfas de las
montaas y de las aguas; hecho que puede apreciarse en muchos textos lexicogrficos
arcaicos en los que se identifica a las Musas con las Ninfas.
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El error del mundo moderno se funda en buscar una explicacin racional de los
mitos y tal lo que ocurre en el caso particular de las Musas, tendencia que en las
ltimas dcadas se intenta superar. Lo de explicacin es, pues, una necesidad forzosa
de nuestra cultura; respecto del mito, los griegos con antelacin a Scrates y a los
sofistas no lo buscaron, sino que lo aceptaron como tal, en tanto que para ellos el
mito es solidario con la ontologa, dado que, por su contextura sacra, es una puerta de
acceso al mundo del Ser.
De ese modo, debemos despojamos de nuestros prejuicios racionalistas y
aceptar el orbe de las Musas tal como lo sintieron los griegos.
Como se ha sealado, se desprende que para los griegos de la Antigedad las
Musas no han sido meras abstracciones, sino que han tenido corporeidad fsico. As
por ejemplo, segn nos testimonia el Proemio de la Teogona, Hesodo las ha visto.
De igual modo la tradicin evoca numerosos testimonios de quienes durante las
noches las han visto descender de lo alto del divino Helicn, formando coro y
entonando voces armoniosas. Tal tradicin atestigua que las teofanas de las Musas
han ocurrido en la mayora de los casos en sitios prximos a arroyos, fuentes o
corrientes de agua, lo que hace que su culto se vincule con el de las Ninfas, las que,
como genios que habitan las corrientes y cavernas hmedas, fueron tenidas desde un
principio como capaces de instruir al hombre sobre el futuro y de inspirarle una
ciencia divina; inclusive sus orculos son ms antiguos que los del mismo Apolo. Eso
explica por qu Walter Otto, al emprender el estudio de las Musas, comience por el
de las Ninfas, que son sus parientes ms prximos.
La mayora de sus santuarios colocados prximos a corrientes de agua y
arroyos, segn nos corroboran la topografa y la etimologa, confirman que han
sido primitivamente divinidades del agua. En la eleccin de esos sitios pesa sin duda
el recuerdo de la virtud purficadora de las aguas que se percibe como una creencia
primitiva comn a los restantes pueblos indoeuropeos. En ese aspecto, quienes
buscan una interpretacin racional de los mitostal el Caso de los evemeristas, por
ejemplo prestan particular atencin al efecto teraputico de muchas aguas temales.
De igual modo relacionada con el agua se presenta la leyenda que evoca la lucha
de las Musas con las Sirenas.
El problema es discernir cmo esos genios femeninos de las aguas se convirtieron
con el tiempo en divinidades del canto y de la inspiracin potica.
Entre las tantas respuestas que se han propuesto hay una fsico-naturalista (de
difcil aceptacin) y otra mtico-simblica. La fsico-naturalista sostiene que para las
primeras poblaciones griegas, el sentimiento de armona musical habra brotado del
ruido cadencioso del agua, principalmente de la armona natural de arroyos y
torrentes; la mtico-simblica, en cambio, postula que tanto las Musas como los
diferentes genios de las aguas, en su mayora femeninos, poseen el don de la profeca
porque habitan el reino de Neptuno, poblado por un sinnmero de divinidades
fatdicas, as por ejemplo Glauco, Proteo y Nereo, entre otras.
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Tal actitud proftica sugerida ya en la Teogona (vv. 38-39) en tanto que las
Musas son omniscientes vincula de igual modo a estas con Apolo. ste no es slo
el dios Musagete conductor de las Musas, sino que aqullas son quienes asisten a
los guardianes de su orculo, tal como nos lo testimonia Plutarco (De Pyth. orac., 402
ti; ello explica que el mismo Plutarco (ibid., 398 c) tambin nos recuerde que del
Helicn haba salido la primera Sibila y que haba sido adoctrinada por las Musas.
Pero, ms que el don de la profeca, cabe a las Musas el de la de inspiracin, en
particular, la potica. As por ejemplo nos lo indica la Odisea (VIII 482}, donde se
seala que a los aedos la Musa, ella misma, les ha enseado su arte.
Esas diosas del canto han formado durante largo tiempo un coro tan indisoluble
como el de las Gracias. Pausanias, que haba visto santuarios con grupos de Musas en
el Helicn, no les atribuye diferencias. Ellas estn confundidas en un mismo coro y
en sus comienzos todava no presentan la especializacin en ningn arte particular, tal
como ya se ha puntualizado respecto de la Ilada.
Los primeros testimonios literarios vinculados con su culto pueden rastrearse en
el citado poema homrico. En dicha epopeya las Musas son hijas de Zeus, nacidas de
Mnemosyne, diosa de la memoria, a las que el poeta invoca por primera vez en el
Proemio de la composicin: Canta, oh diosa, la clera del plido Aquiles (v. 1). A
travs del mismo, vemos que es la Musa quien verdaderamente canta y donde el
poeta es slo un oyente de ese efluvio divino. En el mismo canto I (verso 604)
Homero seala que los ocios afortunados de la vida del Olimpo poseen tambin el
encanto de las Musas quienes, durante los festines de los inmortales les cantan,
alternando sus bellas voces, en tanto que Apolo ejecuta la ctara.
En la Ilada toda vez que se alude a las Musas, el poeta pone de relieve que, en
tanto que hijas de Mnemosyne quien es una suerte de memoria de la tradicin,
son las depositarias de un saber originario que transmiten a los mortales. Es por ello
que Homero siempre se dirige a estas deidades pidindoles invocacin, doctrina o
consejo.
Cuando el poeta jnico puntualiza: Vosotras sois diosas, vosotras estis presentes
en todo, vosotras sabis todo, en tanto que nosotros, nosotros no pretendemos ms
que la fama e ignoramos las cosas mismas (IL., II 485 s.), sugiere que por ser hijas de
Zeus participan de la ubicuidad y omnisciencia del padre de los dioses.
A esta sabidura omnisciente y a una suerte de revelacin de las esencias por
medio del canto, se reduce en la Ilada el carcter de las Musas, quienes forman un
coro ilimitado donde no se ofrecen caractersticas distintivas.
Es en la Odisea, poema segn parece compuesto con bastante posterioridad
al anterior, donde se las aprecia en nmero de nueve y con atributos delimitados.
A pesar de que segn Pausanias (IX 29) el culto de las Musas era considerado
autctono de Beocia, segn testimonios en su mayor parte epigrficos, dicho culto
habra sido originario de Tracia o, ms precisamente, de la zona prxima a la
Olimpia teslica; sin embargo, fue en Beocia donde se consolid y adquiri el
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carcter sacramente revelador con que lo vener la antigedad. Tal hecho fue
consecuencia de la Teogona de Hesodo, en la cual, de modo preciso, el poeta
explica la naturaleza divina de las mismas, su filiacin, su funcin y de qu modo le
inspiraron (enpneusan v. 31) ese canto que, por su naturaleza divina, es una
suerte de revelacin.
Son ellas quienes un da a Hesodo ensearon un bello canto cuando l
apacentaba sus rebaos al pie del divino Helicn. Y he aqu las primeras palabras que
me dirigieron las diosas, Musas del Olimpo, hijas de Zeus que tiene la gida:
Pastores de los campos, tristes oprobios de la tierra, que no erais ms que vientres!
Nosotras sabemos contar mentiras que parecen verdades; pero tambin sabemos
cuando lo queremos proclamar verdades. As hablaron las hijas verdaderas del
gran Zeus y, por bastn, me ofrecieron una vara soberbia de olivo floreciente;
despus me inspiraron acentos divinos para que glorificara lo que ser, lo que fue,
mientras ellas me ordenaban celebrar la raza de los bienaventurados siempre
vivientes y a ellas mismas, al principio y al final de cada uno de mis cantos (vv. 22-
34)[2].
Para agregar luego: Comencemos, pues, por las Musas, cuyos himnos alegran el
gran coro de Zeus, su padre, en el Olimpo, cuando ellas dicen lo que es, lo que ser y
lo que fue (vv. 36-39).
A partir del Proemio de la Teogona hesidica se fortalece la idea segn la cual el
poeta es un ser inspirado quien, con una rama de olivo en la mano, canta a los dioses
inmortales, y su canto que es un canto celebrante no es ms que la misma voz de
las Musas, siempre presentes.
Desde Hesodo el nmero de las Musas qued fijado en nueve, como as tambin
sus nombres: Clo, Euterpe, Tala, Melpmene, Terpscore, Erato, Polimnia, Urania y
Calope.
En el nmero nueve que las encierra, los neopitagricos han querido ver una
forma manifiesta de la perfeccin. Nueve es una cifra plena en tanto que encierra tres
veces al tres, que es un nmero perfecto, puesto que posee principio, medio y fin.
Esta tradicin, de la que tambin participa Espeusipo sobrino y discpulo de Platn
, sirvi igualmente para vincular al filsofo con el culto de las Musas porque, amn
del conocido nacimiento apolneo, Platn haba muerto a los 81 aos, cifra de
naturaleza apolneo-musical, dado que encierra nueve veces el nmero nueve, tal
como se pone de relieve en la oracin fnebre pronunciada por el mismo Espeusipo
con motivo de la muerte del filsofo, segn nos lo ha transmitido Digenes Laercio
(IV 1, 11).
En la versin ms arcana, corresponde a Calope la tutela del coro musical que
presenta nueve formas diferenciadas (Teog., v. 79); del mismo modo, uno puede
pensar en el simblico significado de su nombre: la de la bella voz, motivo por el
cual ulteriormente fue tenida por la Musa de la elocuencia y de la pica; a la
sazn, el gnero ms sublime.
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La supremaca de Calope[3], entre otros testimonios, podemos apreciarla tambin
en el conocido vaso de Franois donde est esbozado el casamiento de esta Musa con
Apolo, a la vez que se pone de manifiesto que de la unin de esas dos fuerzas
nacieron Hymeneo, Ialemo y Orfeo.
No obstante esas tradiciones, existen leyendas que difieren en cuanto al nmero y
a los nombres. As por ejemplo Plutarco (Symp., IX 14, 746a) puntualiza que para los
pitagricos el coro de las Musas estaba constituido por ocho deidades. En tal
apreciacin pesa el vnculo con las ocho esferas celestes.
Otra tradicin habla de las siete Musas de Lesbos, en la que est subyacente ya la
alusin a la heptacordia descubierta por Terpandro, ya el vinculo de las Musas con el
Apolo Hebdomageta.
Pero la que guard mayor fuerza luego de la consideracin de las Musas
novenarias fue la de las Musas ternarias. Tal divisin tripartita bajo los nombres de
Melete, Mneme y Aoide registrada igualmente en numerosos testimonios del
mbito de la plstica, respondera, segn Pausanias (IX 29, 2), a un culto
establecido por los alades, vale decir, por los fundadores mitolgicos de Ascra.
No obstante la referencia de Pausanias a una posible antigedad remota, se estima
que esta divisin tripartita respondera a una poca moderna de abstraccin y
reflexin en que las tres Musas indicaran las tres partes tradicionales del arte del
aedo: invencin, memoria y canto.
La citada divisin ternaria ofrece tambin un vnculo con las Chrites (las
Gracias), concebidas tambin en forma trinitaria, divinidades de la Belleza que,
junto con las Musas, forman parte del squito de Apolo. Inclusive es lugar recordar
que el nombre Tala designa tanto a una de las Chrites como a una de las Musas, la
que con rostro sonriente despierta alegra y preside, por tanto, los banquetes.
En la genuina tradicin griega las Musas no son mera imagen de un goce literario,
de un divertimento superficial, sino que entraan una significacin ms honda: ellas
nos trasmiten la msica universal y de ese modo hacen patente a los mortales el
mundo bienaventurado de los que eternamente son. As, pues, el thasos pitagrico
percibi en su meloda el eco de la armona de las esferas. Por esa causa, los
pitagricos no slo las honraron, sino que les tributaron un culto particular: les
instituyeron fiestas religiosas y trataron de extraer de sus enseanzas una suerte de
paideia que dej un influjo decisivo en la filosofa ulterior, aun cuando se haya
obnubilado esa base religiosa originaria.
La concepcin de la cultura del espritu y del saber asumida como un don de las
Musas alimenta, aunque de manera soterrnea, los fundamentos radicales del
pensamiento griego, y, aunque sorprenda, existen inclusive en el propio Aristteles y
en su discpulo Teofrasto vestigios reveladores de una actitud vinculada con las
Musas.
Habra de ese modo una lnea que arranca de las Musas y que pasando por
Pitgoras conduce a Platn; de ste a Aristteles y del estagirita a una vertiente de la
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filosofa posterior.
En Crotona ciudad de la Magna Grecia que pasa por ser la ms decisivamente
pitgorica, la figura de Pitgoras est vinculada con la de las Musas y la de Apolo.
En Crotona exista un mouseion, templo consagrado a las Musas, donde, segn la
tradicin, la muerte sorprendi al filsofo. Por esa causa, segn Jmblico (V. P., 264),
para expiar ese crimen sus discpulos instituyeron una fiesta religiosa en honor a las
Musas donde se entonaban cantos tanto a estas diosas como al maestro.
A travs de esas deidades, los pitagricos buscaban el secreto de la vida, fundado
en un principio de armona csmica, donde es la msica la que hace posible su
hallazgo.
A los pitagricos se debe tambin la idea de que la verdadera msica, concebida
como don de los dioses, se encuentra en la filosofa.
A travs de los pitagricos el culto musical pas a Platn, cuya Academia
fundada a posteriori de su inicitico viaje a la Magna Grecia se encontraba bajo
el patronato de las Musas. En ello radica una idea genuinamente helnica que los
filsofos heredaron de la religin, segn la cual la msica revela y vincula a los
hombres con un orden universal. En ese aspecto, P. Boyanc[4] seala que Platn se
comporta como un pardro, compaero de las Musas.
El testimonio ms elocuente de ello est quiz en el Fedn. Nos referimos al
pasaje del sueo de Scrates y al consejo transido de misterio y devocin que el
filsofo recibe: Haz y practica la msica (60 e) que, en lenguaje hesidico, no sera
ms que la veneracin de las esencias. De ese momio, en el Fedro, al iniciarse el
primer discurso de Scrates (273 a), se explica que ste invoque a las Musas.
Como ya hemos puntualizado, Espeusipo sobrino de Platn y su sucesor en la
Academia en el citado Encomio al maestro insista en el vnculo del mismo con las
Musas e igualmente con el Apolo dlfico.
Una inscripcin mtrica encontrada cerca de Rodas y que pertenece al siglo III a.
J. C.[5] indica que los platnicos, en las pocas que pasan por las menos religiosas de
la nueva academia, au moment de la mort d' un des leurs, reportant leur pense vers
les Muses et leur offrant un sacrifice[6]. Tal lo sucedido con motivo de la muerte de
Arideikes, segn lo evoca la mencionada inscripcin. La misma est formada por tres
dsticos elegacos de los cuales los dos primeros segn la traduccin que
esbozamos rezan: No es como un desconocido que t ests oculto en tierra doria,
bajo esa tumba en la que reposas bajo suelo nutricio, Arideikes, hijo de Eumoireo,
puesto que, en ocasin de tu muerte, hemos arrojado a las llamas ofrendas y tortas de
sacrificio a fin de honrar a las Musas.
El mismo vnculo de las Musas con el mundo post-mortem y con una posible
inmortalidad, constituye tambin el fundamento del Himno a las Musas del
neoplatnico Proclo.
De igual modo, la Vita Plotinis de Porfirio nos indica que bajo la conduccin de
Apolo el coro de las Musas deja or un himno que glorifica la ascensin del filsofo a
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la condicin de daimon.
Aristteles, por su parte, siguiendo los ecos del Fedn da a entender en su
Protrptico que la filosofa es la verdadera msica y en lo que atae a la organizacin
de los thasoi filosficos, reconoce tcitamente el vinculo de los hombres con lo
esencial, a travs de las Musas.
En cuanto al aristotelismo, Teofrasto no slo dot al Liceo aristotlico de una
suerte de estatuto jurdico, sino que lo puso bajo el patronato sagrado de las Musas.
No obstante ello, el filsofo fue juzgado por impiedad en virtud de que a los ojos
de los gobernantes de su plis esa sociedad habra aparecido como atea.
Franz Cumont[7] subraya que un poco antes del comienzo de nuestra era irrumpen
en el mbito del pensamiento clsico concepciones msticas procedentes del Oriente;
empero, debe sealarse que esas ideas quiz encontraron un campo propicio en virtud
de que el culto de las Musas y su influencia tanto en el orfismo como en el
pitagorismo, haba delineado un trasfondo mstico, fundado en la encantacin
producida por una msica que libera y purifica y que posibilita el acceso al Ser. No
obstante, debe sealarse que lo griego, a diferencia del misticismo citado por
Cumont, no implica unirse a la divinidad, sino que slo significa vivir en su
presencia.
En ese aspecto musical, cabe a la figura de Orfeo un papel destacadsimo, en
tanto que su msica mgica y reveladora produce una suerte de encantamiento
tanto sobre los hombres, como sobre las cosas. Por esa causa, los rficos buscaron en
la esencia de lo musical esa armona taumatrgica, la que trataron de transferir a
todos los rdenes del saber humano.
Asimismo, es lugar destacar que la idea helnica del culto a las Musas ha puesto
una semilla en cuanto a la creencia en la inmortalidad y en la divinidad del alma, idea
que luego ser desarrollada principalmente por los seguidores de Orfeo, tal como est
testimoniado en un sinnmero de tablillas fnebres[8].
En ese aspecto, el culto a las Musas exige considerar el sentido y el valor de lo
musical.
As, en Platn, junto a la idea de una msica que se presenta como intermediaria
entre lo inteligible y lo sensible, existe tambin la concepcin de una msica
universal. sta, ligada a la de perfeccin del movimiento circular, conduce segn
se explica en un pasaje memorable y muy conocido del Timeo a la idea de una
teora del alma, que funda su inmortalidad y su divinidad, precisamente en las
analogas con los citados movimientos circulares. Por ello, en una vertiente del
pensamiento griego, la Msica est al servicio de una paideia espiritual.
En cuanto a Platn, no puede afirmarse a ciencia cierta que haya credo en la
presencia de las Musas como seres personales, tal como por ejemplo asegura haberlas
visto Hesodo; lo que s puede afirmarse al menos por lo que se infiere del Timeo y
de otros dilogos es que el filsofo percibi la presencia de algo divino en lo
musical.
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Esa naturaleza divina de lo musical es una de las formas ms genuinas de
manifestacin de la Musa, segn explica Walter Otto en el presente trabajo.
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Walter F. Otto (1874-1958) ms que como un estudioso del mito, o simplemente un
mitlogo, sera ms justo considerarlo un telogo de la religin griega, en tanto que
estima que el mito helnico representa un aspecto de lo que el hombre percibe del
rostro de la deidad. De ah que Otto no se interese por explicar el mito (ya hemos
puntualizado que lo de explicacin es una preocupacin moderna), sino que su inters
se reduce slo a aceptarlo.
En su Teofana[9] indica que el hombre moderno se extasa ante el arte y ante toda
manifestacin de la cultura espiritual griega, pero que olvida lo esencial" su aspecto
divino, simplemente porque la modernidad ha perdido la vivencia de la deidad tal
como la concibieron los griegos. Comprender el arte y la cultura griegos para Otro
implicara vivenciarlos, y de ese modo percibir la deidad que en ellos alienta.
As, pues, se preocup por restablecer el valor religioso de la mitologa griega, en
oposicin a las corrientes positivista e historicista en boga en su poca; esta ltima
sustentada principalmente por Ulrich ron Wilamowitz-Moellendorff, el conocido
discpulo de Mommsen, quien desde 1897 fuera profesor en Berln.
Para W. Otto, Homero y Hesodo son los verdaderos telogos, puesto que han
enseado a los griegos los nombres de sus dioses y son, por tanto, una de las fuentes
de la creencia en la deidad. En la medida en que Homero y Hesodo estaban
inspirados por las Musas, debemos sealar que sus poemas son de alguna manera
una suerte de libros sagrados para los griegos. Se infiere de ah que quien escuche
esas composiciones inspiradas segn el pensamiento de Otto inhabilita
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temporalmente el mbito de la Musa y puede, por tanto, percibir a travs del odo el
reino bienaventurado de los que eternamente son.
Esa poesa inspirada que es una suerte de manifestacin musical del mito, no es la
mera narracin de una fbula, sino una realidad divina que configura y determina el
pensar y el actuar humanos.
En ese aspecto, W. Otto se adscribira a una cosmovisin rfica, en tanto que
considera la palabra como reveladora del Ser, cosmovisin que la modernidad
recupera en una lnea de la poesa germnica representada entre otros por el joven
Hlderlin y con posterioridad por el R. M. Rilke de los Sonetos a Orfeo.
Las publicaciones de Die Gtter Griechenlands. Das Bild des Gttlichen im Spiegel
des griechischen Geistes (1929)[10] y ulteriormente de Dionysos. Mythos und Kultus
(1933)[11] explican la idea segn la cual el mito o ms precisamente su expresin
en poesa es un acceso a lo divino, del mismo modo como desde la vertiente del
hombre la fiesta religiosa y el culto son tambin las posibilidades que ste tiene de
huir del tiempo profano, de contemplarmientras dura el tempo de la fiesta o del
culto el rostro de la deidad y de adscribirse, por tanto, al reino eterno del Ser.
El mito griego tal como nos lo revela la Teogona hesidica nos ensea que se
es hombre a partir de la palabra y que el acto ms sublime del gnero humano es su
intento de alabar y glorificar a la deidad. Por ello W. Otto no slo insiste en el valor
sacro de la palabra, sino tambin en el papel substantivo y divino del mito griego, en
tanto que lo divino se manifiesta ante todo en palabra, por medio de las Musas.
Amn de las obras mencionadas de Walter Otto, deben sealarse: Die Manen, von der
Urformen des Totenglaubens (1923), Der Geist der Antike und die christliche Welt
(1923)[12], Die altgriechische Gottes Idee (1926), Gesetz, Urbild und Mythos (1951),
Das Wort der Antike (1962), Mythos und Welt (1962), Die Wircklichkeit der Gtter
(1963) y en especial su Handbuch der Archologie (Mnchen, Beck, 1939-54), que
es parte del conocido Handbuch der Altertumswissenschaft.
Paralelamente a su labor de telogo de la religin griega que se desprende de las
obras mencionadas, no menos valioso ha sido su papel docente en las universidades
de Frankfurt a. M. y Knisberg, donde fue profesor durante varios lustros.
HUGO F. BAUZA
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BIBLIOGRAFIA
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12. Disandro, C., Hesiodo, en Trnsito del mythos al logos, La Plata, 1969, pp. 63-
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22. Wilamowitz, U. von, Der Glaube der Hellenen, Basel, 1956, vols. I y II.
(En cuanto a los autores de la Antigedad que se ocupan sobre las Musas Homero,
Hesodo, los trgicos griegos, Jmblico, Porfirio, etc. los mismos estn citados en
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el presente trabajo de W. Otto, por ese motivo se excluyen de esta bibliografa
complementaria).
Sobre Walter Otto en particular, en espaol, pueden consultarse dos trabajos.
1. Jesi, F., W. Fr. Otto, telogo en Mito, Barcelona, Labor, 1976, pp. 97-99.
2. Sequeiros, O., Realidad perdurable de la piedad griega el pensamiento de Walter
F. Otto, en Arkh, Rey. Amer. de Filosofa sistemtica y de hist. de la fil.
Crdoba, 1967, IV, fasc. 1 pg. 15-33.
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PROLOGO
En el presente ensayo se pretende presentar el culto a las Musas, que es
propiamente de los griegos, en cierto modo como la esencia de las antiguas religin
y cosmovisin griegas. Los inteligentes testimonios antiguos prueban que l es la
genuina religin y los crticas modernas slo pueden entenderlo en un sentido
esttico, salido de un prejuicio superficial. l nos retrotrae al canto y al mito y con
ello, en un modo autnticamente griego, a todo conocimiento y verdad, a una
inmediata inspiracin divina, a una presencia sacra, cuyas iluminacin y aparicin
significarn el ser de la esencia y as, pues, participa de los factores del orden
csmico. A travs de l el gnero humano ser alabado en el milagro del
conocimiento y de una visin espiritual; s, l es l mismo, el cual predica por boca
de la verdad revelada.
El modo como los griegos han expresado lo divino se refiere a que las Musas, que
tan decisivamente influyen en el ser de los hombres, habitan y actan en la quietud y
verdad de la naturaleza. All acuden ellas, a las Ninfas, los genios femeninos de los
campos, surgientes y montaas, tan semejantes, que ellas a menudo no se diferencian
de aqullas. De all que nuestra exposicin comience con un captulo sobre las
Ninfas y de all pase a las Musas.
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I
LAS NINFAS
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1
Las diosas benefactoras, a las cuales los griegos crean encontrar en la soledad de los
bosques y montaas, tampoco han perdido para nosotros su encanto. Creemos tener la
intuicin de que tales apariciones son posibles. As como nosotros mismos a veces
nos sentimos cautivados por la belleza de la naturaleza, as ella debe pensamos
haberse manifestado a los griegos, slo que su sentimiento de la naturaleza debe
haber sido mucho ms intenso cuando se estaba en condiciones de poblar las ms
hermosas comarcas con figuras antropomrticas. Sin embargo nos engaamos cuando
nos creemos muy cercanos al hombre antiguo. Nuestro sentimiento de la naturaleza
es una mezcla de bienestar fsico, estremecimiento espiritual y placer esttico.
Inclusive en la ms alta meditacin de este sentimiento nunca podra llegarse al
conocimiento de un encuentro con las apariciones divinas. Porque el conocimiento es
una forma completamente diferente de lo que nosotros pensamos cuando hablamos
del sentimiento. Nuestro sentimiento de la naturaleza se revela a travs de su
locuacidad, en tanto que los antiguos eran lacnicos al extremo que uno no podra
imaginario. Ellos habran tenido poco sentido para esta belleza de la naturaleza. Esto
sera por cierto un error, pero no tan grande como la ingenua seguridad con la cual se
transmite nuestro sentimiento de la naturaleza desde aqulla. Este sentimiento de la
naturaleza de ellos no fue insensible, sino, por el contrario, una evidencia de que l se
ha manifestado ms que como se ha dado a nosotros. Era el reflejo de un silencio
divino.
Para aludir a l la lengua griega tiene la palabra Aids[1], que nosotros traducimos
por vergenza. Hay pues una vergenza no respecto de algo de lo cual se deba tener
vergenza, sino el respeto por lo sagrado y lo secreto. El prudente detenerse delante
de lo desconocido, lo tierno y lo respetable, que es extrao para todo indiscreto; el
admirarse y el aquietarse delante del milagro de la pureza, esto es la sagrada quietud
en s misma. La deidad misma se manifiesta tanto en esa quietud como en la pacfica
luz del mundo. La divina Aids se apodera de los hombres donde ella significa
siempre una aparicin llena de nobleza (cf. Eur. Ifig. en Aulide, 821). Pero tambin
afuera, en el encanto de la naturaleza no profanada por la mano del hombre,
experimenta la devocin de su sosegado gobierno. All Hiplito entrega la tierna
corona de flores a la joven Artemis[2], en la solitaria pradera donde el pastor no se
atreve a llevar sus rebaos ni ha entrado jams el hierro slo la primavera visita este
prado y las abejas no le tocan, y Aids lo nutre con hmedo roco[3] 3 (Eurp.,
Hipl., 73 ss.; cf. Orph. h., 51, donde se dice de las Ninfas: ellas funden las aguas
benficas en los tiempos de creciente). Artemis convoca a la misma Aids (bajo la
forma de Ttiro, Furtwngler-Reichhold, lmina 122). Ella, la reina de los campos y
montes solitarios, es el espritu ms sublime de la quietud divina. Si bien se percibe a
menudo el tumulto de su caza en las montaas, tambin en la tormenta y en los
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estrpitos puede estar presente como la ms profunda quietud.
A su alrededor se agrupan las excitadas figuras de las Ninfas, cuyos nombres se
traducen por el de muchachas o novias. Cada una de ellas podra tambin llamarse
Aids. En presencia de Aids, la diosa serena conjura en grutas rocosas el eco de
Andrmeda, para no perturbar su cancin de lamento con sonora resonancia (Eur.,
frag. 118: prs Aidous se tas en ntrois). No puede verse a las diosas propicias
cuando ellas mismas no quieren mostrarse. De igual modo Hiplito tampoco vio a
Artemis, de quien es justo que sea su acompaante; pero l escucha su voz: A tu
lado estoy siempre, contigo hablo y escuchas mi voz, aunque no vea tu rostro (Eur.,
Hipl., 84 ss.). Tambin a menudo se dejan percibir las voces de las Ninfas. Como
Odiseo fue despertado por los fuertes chillidos de la danzarina Nauscaa, crey or a
las Ninfas, las habitantes de las ms altas cumbres, las surgientes de los ros y los
floridos valles (Od. VI 123). Inscripciones nos cuentan de piadosos fundadores, los
cuales, segn mandato de las Ninfas, han decorado sus grutas (I. G. I. 2, 778 ss.).
Se dice que una mujer de la Fcide manifest que haba odo a las Ninfas y que fue
atrapada por aqullas (Suppl. epigr. Graec. III 406). Tambin se sabe que eran
hermosas, desde luego no comparables con Artemis, su seora, a la cual destacaban
por medio del nombre la hermosa, la ms hermosa (kal, kallste).
Que los genios que habitan la sosegada naturaleza sean llamados hermosos es
ms bien como un cercano homenaje. La hermosura pertenece a su esencia, porque su
nacimiento es de la esencia de la quietud. Quiz pronto madure nuestro arte para la
plenitud de la belleza, clama el joven poeta Hlderlin y ordena para ello: Sed slo
piadosos, como era el griego. A la mirada piadosa, la calma se manifiesta con su
hermosura. Tambin el canto y la danza de las Ninfas pertenecen a esta esfera plena
de bendiciones. La calma de la naturaleza ya no es un silencio hueco, sino tan sutil
como lo es la paz de la inmovilidad. La quietud tiene su propia voz maravillosa: esto
es su msica. Cuando Pan sopla su flauta, se escucha el silencio primigenio.
Cantando la belleza, las Ninfas se pasean sobre las montaas (Kypr. fr., 4 K). Ellas
se pasean: su caminar y su danza son msica, tonos apenas perceptibles de sus
miembros en movimiento. La danza se origina en el misterio mismo, con belleza. Su
emocin es una quietud completa de los rganos en la unidad de sus movimientos
congnitos. Ella descansa en s misma y es elevada precisamente en la armona del
ser, de la alegra, y al mismo tiempo compaera de la danza invisible de toda la
naturaleza. En la magia de los orgenes, todas las cosas son sin peso; el cuerpo
viviente, libre y liviano. As como el viento pasa sobre las hierbas y roza las hojas de
los rboles, as danzan los seres invisibles y las muchachas griegas los imitan en su
ronda, en la cual ellas, una a otra, con un ademn pst (phtta) y con la invocacin
del nombre de las Ninfas, incitan a la celeridad (Poll. IX 127).
El sentimiento de la proximidad de esta esencia divina ha encontrado su ms
hermosa expresin en el Fedro de Platn. La conversacin se desarrolla en Ilissos,
debajo de un alto pltano donde burbujea un fresco manantial y el aire est
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impregnado de fragancia y del canto de las cigarras. Se conoce por un conjunto de
exvotos, que es el sitio sagrado de las Ninfas (230 B). Su presencia experimenta
Scrates en su entusiasmo, quien lo transmite en el transcurso de la conversacin: El
sitio brilla por ser verdaderamente divino, por eso no te asombres cuando sea
arrebatado a menudo de la conversacin por las Ninfas. Y l no puede abandonar
esos sitios sino slo para orar: Oh muy amado Pan y todas sus otras deidades,
permite que llegue a ser hermoso[4] en mi corazn (279 B). En la sagrada paz de la
plegaria pide la hermosura de lo divino, la cual podran otorgrsela, porque ellas son
ella m ~ ~
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2
Se distinguen Ninfas celestes y terrestres, fluviales, martimas y ocenicas
(cf. Schol. Apoll. Rhod., IV 1411, segn Mnasimachos de Phaselis). Las terrestres
eran imaginadas como procedentes de una fuente subterrnea de aguas (katachthniai
en Apoll. Rhod.). As se dice en el Himno rfico 51, que ellas tienen sus moradas en
el hmedo deslizarse de las tierras profundas. En tanto que genios de las aguas se las
llama tambin hijas del Ocano (Apoll. Rhod., IV 1414; Himno rfico 51), o de la
diosa marina Doris; (Sim. Rhod., fr. I), se dice acerca de las Ninfas como hijas de
Helios y de Neera, la hija del Ocano (Odisea, XII 133), o como hijas de Simois y de
Janto (Q. Smym., II 245; XII 460).
Sin embargo, desde siempre se supo que ellas habitaban en realidad las ms altas
cumbres (Il., XX 8; Od., VI 123). De igual modo, donde brotaban montaas, se dice
en la Teogona de Hesodo (v. 130) que all las Ninfas se detenan. Respeto del monte
Spylo, la Ilada (XXIV 615) nos informa que all, tal como se dice, estn las
moradas de las diosas, de las Ninfas, las cuales danzan en rueda alrededor del rio
Aqueloo. De ah que en Homero, Hesodo y autores posteriores, sean llamadas
mujeres montaesas (Orestides, Oreiai). En grutas y cuevas naturales estn sus
viviendas y santuarios, donde los pastores depositan sus dones, y peregrinos
piadosos, que han encontrado a las diosas y han sido atrapados por ellas, dejan a
menudo ricas ofrendas. Una gruta sagrada semejante se ve en el tica Hymeto[5] junto
a Vari. G. Vischer la ha descripto grficamente en sus Recuerdos e impresiones de
Grecia (2. ed., 1875, pg. 59 s), (Ausgrabungsbericht der amerikan. Schule Am.
Journ. Arch. VII 1903, pg. 268 y sigs; adems, Wrede, Attika, p. 14). En el rincn
occidental ms profundo de la gruta mana un fresco manantial y de su techo cuelgan
grandes estalactitas. En una de las paredes hay una severa imagen arcaica de la seora
divina esculpida en medio de la hmeda estalactita. Una hilera de inscripciones (I. G.
I.2, 778 y sigs.) nos informa de sus juramentos y donaciones. As explica un tal
Arquedamo de Tera (s. V a. C.) que l, atrapado por las Ninfas, por orden de ellas, ha
decorado la gruta, un jardn y un sitio de danza para las diosas. En la concavidad de
una roca de Parmes yace una gruta de las Ninfas y de Pan, en la cual han encontrado
innumerables lamparitas ofrecidas por pastores, as como muchos de los conocidos
relieves con rondas de Ninfas danzando bajo la conduccin de Hermes, adems de
Pan que sopla la flauta (Cf. Wrede, Attika, p. 18).
A la gruta se asocian siempre las nacientes, el rbol y las floridas praderas. En un
poema de Ibico (frag. 6) omos hablar de las plantas de membrillo y granada junto a
los ros donde se encuentra el intacto jardn de la joven (parthnon)[6]. En tomo de
la gruta de Calipso (Od., V 57 ss.) verdea un bosque de rboles, en el cual anidan aves
marinas, se extiende una parra[7], cuatro vertientes manan hacia diferentes
direcciones y en torno hay floridas praderas. Ms arriba del puerto al que lleg la
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nave reacia con el adormecido Odiseo (Od., XIII 102 ss.) se encuentra un olivo muy
alto y cerca de all est la gruta de las Ninfas en la cual anida un enjambre de abejas y
corre abundante agua. Las abejas recuerdan tambin a Hiplito cuando l habla
acerca de la sagrada pradera con flores de Artemis (Eur., Hipl., 75). En una
narracin popular se habla de la abeja como mensajera de amor de una Ninfa, a la
cual habla de regresar ms tarde. Finalmente se recuerda tambin que al padre de esa
Ninfa se le haba entregado un hijo de Zeus cuyo nombre fue Meliso (Apol., 1 5).
rboles, praderas, grutas, todos ellos sealan el milagro de la humedad, que es el
elemento propio de las Ninfas. Donde estn las Ninfas all susurran manantiales y
arroyos, mensajeros de su esencia y de su clemencia, conmocin del corazn y
meloda de la vida de la naturaleza. Ellas tambin se denominan especialmente
Nyades (Nades, Nadez), hijas de la humedad, e innumerables vertientes llevan
el nombre de una Ninfa. Ellas son los espritus del agua, presentes en ella. En la
lengua itlica su nombre (nmphe) como linfa ha llegado a ser directamente indicio
de agua. E inclusive posee al mismo tiempo su propia, libre vida mvil. No tenemos
derecho a preguntamos cmo esto es posible. En la lengua de los dioses no hay
lmites, a stos los establece nuestro pensamiento objetivo. All, vertientes y
bosquecillos y flores y aromas y rayos solares, todos juntos estn entrelazados en un
ser inexpresable y en sus luces juega el espritu divino, su encanto une en s a todas
las cosas.
Donde, empero, el agua surgiente sirve para uso humano, es gustada con respeto
al conocerse la sacralidad de su origen. Junto a un manantial, en la cercana de la
ciudad de Itaca, se elevaba un altar donde los peregrinos que all se refrescaban
realizaban sacrificios (Od., XVII 205 ss.). Todas las fuerzas benditas del agua que
surga de lo profundo de la tierra la atribuan a la esencia divina, cercana, purificante,
fecundante de las Ninfas. El manantial de bodas recogido de una surgiente vincula a
la novia (nmphe) con diosas del mismo nombre, a las cuales se ofrenda para un
nacimiento feliz y crecimiento de los nios (comprese por ej. Eur., El., 626). Junto a
la surgiente Kissusa, cerca de Haliartos, en Beocia, donde, como se deca, las
nodrizas de Dioniso, es decir las Ninfas, lo haban baado despus de su nacimiento
(Plut. Lys., 28), la novia ofrend antes de su boda un sacrificio solemne (Plut. amat.
narr. I). Se deca de las Ninfas que educan (kourtzousi) al nio para que sea hombre
con Apolo y con los ros (Hesodo, Teog., 347). Tambin dioses y hroes han sido
educados por ellas; inclusive se nombra a muchos hroes como hijos suyos.
En especial, las mltiples fuerzas divinas de las aguas las recuerdan, de modo que
a veces se las denomina mdicas (iatro) (Hesych.). Prximo a la desembocadura
del Anigro, en la Elide, haba una gruta de las angridas (Anigrades, anigrdes)[8]
Ninfas, donde se liberaba de las emociones y de toda clase de impurezas, y al baarse
en sus ros se recobraba la salud (Estrab. VIII 346; Paus., V 5, 11). Cerca de Olimpia
se encontraba un santuario de las Ninfas jnicas (Ionides), junto a las cuales se
busc un lugar de curaciones por medio del agua curativa. Acerca de los nombres
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particulares de estas Ninfas y del poder sagrado de sus surgientes nos informa
Pausanias (VI 22,7).
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Estas jvenes divinas no son las nicas habitantes de estas tocas solitarias. Tambin
all se manifiesta el espritu con salvaje, exuberante masculinidad, frente a cuya
impertinencia las Ninfas vuelan, aunque a veces ellas se muestran amables o son
vencidas por una fuerza superior. All est la especie de los stiros haraganes, los que
segn Hesodo (frag. 198) son los parientes ms cercanos de las Ninfas divinas de los
montes. All estn los Silenos, de los que el Himno homrico a Afrodita (262) dice
que ellos abrazan a las Ninfas en la oscuridad de las encantadoras grutas. All est
ante todos Hermes, su jefe de danzas y amante. El Himno homrico a Pan (31 ss.)
explica que una vez que l, enamorado de una Ninfa, la ms hermosa de las hijas de
Drope, apacentaba el rebao junto a su padre, le naci un alegre nio, Pan. Este Pan
es de entre todas las formas antropomrficas la ms poderosa aparicin de la libre
naturaleza. Cuando ella manifiesta en Hermes su fantstico secreto, en los
animalescos stiros y silenos, ella muestra de nuevo su primitiva naturaleza; as ella
ensea, a travs del divino Pan, que en las fieras est lo sobrehumano, lo monstruoso
y del mismo modo su encanto como rostro mortal que aterroriza. l es el polo
opuesto masculino de las amorosas formas divinas de las Ninfas, las que le temen
cuando l llega a desearlas, pero no podran estar sin su danza etrea y sin su msica
maravillosa. Sobre un prado florido, se dice en el Himno homrico, l se pasea
en compaa de las alegres y danzarinas Ninfas, las que descienden de las cumbres
peascosas llamando a Pan el dios de los rebaos de ondeante cabellera. Y entonces,
cuando es de noche, las Ninfas de las montaas se renen en tomo de los pastores
con sus voces claras y bailan alrededor de l con rpido pie junto a la profunda y
resplandeciente surgiente en la que resuena el eco de la alta montaa; y el dios, ya
aqu, ya all, en la danza, ya saltando en el medio, mueve los rpidos pies en la
danza. Se lo llama, pues, el ms perfecto danzarn de los dioses (Pnd., frag.
89). En los montes Mnalo, en la Arcadia, los ms sagrados para l, en la ms remota
antigedad los aldeanos creyeron or su flauta (Pausan., VII 136, 8). Un hermoso
epigrama, que parece atribuirse a Platn (Anth. Pal., IX 823), dice: Deben guardar
silencio los ms profundos bosques de drades y surgientes que se deslizan a travs de
las tocas y el sonoro balar de las ovejas, porque el mismo Pan ejecuta su meldica
siringa, y en torno de l, con amorosos pies, las Ninfas, hydrades[9] y
hamadryades[10], danzan. Pero ellas huyen espantadas delante de su impetuoso
amor. En la Elena de Eurpides (179 y sigs.) el coro escucha el lamento de la
desdichada mujer y canta como cuando una Ninfa de las ms altas montaas irrumpe
con una doliente meloda y los rocosos desfiladeros vuelven a resonar por la queja de
la impetuosa boda de Pan.
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Las Ninfas siempre se preocupan por presentarse invisibles a los ojos de los hombres;
as lo revela la saga popular, en especial el poema pastoril, para explicar a la elegida,
la que las descubre por el rostro; sus amores llegan a ser maravillosos (brillando y
hacindose invisible, la llama el Himno rfico LI 7).
La mayora de las veces, se canta al hermoso pastor Daphnis[11] unindose en
amor con una Ninfa; pero como una nica vez le fue infiel, no slo perdi su amor
feliz, sino que inclusive debi pagar con su vida. Kerambos, segn explica Nicandro
(en Anton. Lib., 22), era un pastor que por medio del canto, la flauta y la msica
encantaba a las Ninfas de los montes de tal modo que ellas se dejaban ver y danzaban
ante su msica. Pero una vez que l us palabras indecorosas, sinti su venganza. A
travs de Drope[12], la hija de Drfops, que apacentaba los rebaos de su padre en el
monte Eta, refiere el mismo Nicandro (en Anton. Lib., 32), que las Ninfas que la
amaban, la hicieron su compaera de juegos y le ensearon a cantar y a danzar para
los dioses. Ms tarde, como ella haba dado un hijo a Apolo y ste, despus de ser
mayor, haba erigido un santuario a su padre divino, las Ninfas, llenas de amor la
sacaron de all, la escondieron en el selva y dejaron que en su lugar creciera un lamo
junto al cual brot una surgiente; ella misma lleg a ser inmortal para las Ninfas.
Tambin, como agradecimiento, las Ninfas deben haber obsequiado su clemencia
a la mortal. De Reco[13], Charon de Lapsakos (Schol. Apoll. Rhod. II 477) supo decir
que l apuntal un rbol para que no se cayera, por lo cual la Ninfa del rbol le
permiti expresar un deseo. l pidi su amor y ella lo complaci bajo la condicin de
que l evitara toda relacin con mujeres. Una abeja serva entre ellos como mensajera
de amor. Un da, como la abeja lo encontr junto a un juego de dados, l la apart
impaciente, por lo cual las Ninfas se irritaron y lo castigaron con la ceguera.
Una leyenda de amor de las Ninfas es conocida en todo el mundo a travs de la
Ilada Odiseo, que fue atrapado en la isla de Calpso, conoci el amor de sta, quien
quiso convertirlo en su cnyuge y hacerlo inmortal; pero el muy experimentado, que
se encontraba en los brazos de la hermosa diosa, ansiaba su tierra natal y a su esposa;
siempre habra permanecido all si los dioses no hubieran intervenido y no lo
hubieran soltado.
Ms conmovedoras, pues, y de maneras misteriosas son las historias verdaderas
del amor mortal de las Ninfas para con los hermosos nios, los que, a causa de este
amor, han sido arrebatos de su comunidad espiritual. En epitafios de antiguos
muertos, no pocas veces leemos el lamento de los padres por ese arrebato. El rey de
los ellos de Goethe nos deja adems percibir inclusive un escalofro del fantasma de
este amor espiritual.
Los poemas sobre el hermoso joven Hilas[14] nos conducen a la selva durante la
noche bajo el brillo del plenilunio, con el maravilloso brillar del manantial y con
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voces llenas de espritu que parecen llamamos, brillan y resuenan delante de la oscura
ladera. El joven se acerca a la vertiente para sacar agua justamente en la hora en que
las Ninfas danzan en coro y cantan para honra de Artemis cuyo rostro lunar brilla
desde el cielo. Entonces la Ninfa de la surgiente emerge de las aguas se enamora del
joven cuya belleza se acrecienta todava ms con el brillo de plata y como l se
inclina con su cntaro, ella enlaza su brazo izquierdo alrededor de su cuello para
besar su boca y con el derecho lo tira hacia abajo en el remolino donde se va
ahogando su grito de socorro (Apoll. Rhod., I 1207 ss.). O bien se cuenta acerca de
tres Ninfas, las que en el agua danzan en coro y atraen hacia las aguas burbujeantes al
nio que recoge agua y las ha encintado. Ellas conducen hacia abajo al joven que
llora y mientras lo sientan en su falda, tratan de consolarlo, mientras l, de modo
intil, responde al llamado de Heracles quien busca al perdido, pues el agua ahoga su
voz[15] (Tecr., XIII). En otro sitio (Nicandr., Lib. 26)dicen que por temor a Heracles
transformaba en eco la voz del chico, eco que repet|a su nombre. De igual modo se
cuenta tambin de otros jvenes hermosos (comp. Athen. XIV, 619). La bsqueda y
el llamado sobreviven al desaparecido en los cultos hasta mucho tiempo despus
(comp. Estrab., XII 564 y en otros sitios) y tradicionalmente se usan en funerales; de
ese modo, conducido al reino de las Ninfas, as, divinamente, llega a convertirse en
un muerto para el reino de los hombres (comp. tambin Calm., epigr. XXII).
De nuevo, otro arrobamiento como consecuencia del contacto con las Ninfas
muestra cmo es peligroso para los hombres encontrar de golpe las fuerzas de la
naturaleza. El aliento de las Ninfas produce un sacudimiento espiritual que puede
llevar a la demencia. Atrapado por las Ninfas (vymphleptos, lymphatus) se
denomina a un cierto sacudn de arrobamiento y en adelante, en especial, a los
enajenados. Testimonios de inscripciones de esta conmocin ya han sido expresados
ms arriba. Se dice tambin que una persona, a la que las Ninfas se le aparecieron en
una surgiente, lleg a enloquecer (Paul. Fest. pg. 120).
Sin embargo, la proximidad de las Ninfas puede tambin producir un entusiasmo
potico en el alma, tal como hemos visto a propsito de Scrates en el Fedro de
Platn. S, se puede poner de manifiesto en la conmocin provocada por las Ninfas el
conocimiento ms elevado. Durante la antigedad, la humanidad ha atribuido, pues,
al agua el espritu de verdad y el poder de profeca. Nereo, el viejo del mar, se llama
el infalible (nemerts, Hesodo, Teog., 235), y ste es precisamente el nombre de
una de las Nereidas, la que est ms prxima a su padre (Hesodo, Teog., 262),
mientras que las otras, por sus voces claras y hermosas, se llaman Ligora y Evgora.
De ese modo los videntes (Hesych.) son atrapados por las Ninfas (hoi
katechmenoi Nmphais). Al profeta Bakis las Ninfas le revelaron sus conocidas
sentencias (Aristf., La paz, 1070); l era uno de esos posedos o atrapados
(Pausan., IV 27, 4 mannti ek Nymphon; X 12, 11 katschetos ek Nymphon). Por lo
general una surgiente sacra pertenece a los orculos del estado a causa de la presencia
de las Ninfas. Bajo las minas de Hysiai, en Beocia, Pausanias (IX 2,1) vio un antiguo
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e inconcluso templo dedicado a Apolo y un manantial del cual, como se deca, se
beba en la antigedad para conocer el futuro. Ms tarde, en Delfos, del agua sagrada
saldrn profecas. En los tiempos ms remotos, la diosa de la tierra, la que coloc una
Ninfa de las montaas llamada Daphnis como sacerdotisa oracular, debe haber
escuchado al orculo dlfico (Paus. X, 5, 5). En la gruta de las Ninfas esfragitias en lo
ms alto del Citern haba antiguamente un orculo en el cual muchos de sus
habitantes fueron atrapados por las Ninfas (Plut., Arist., II). De un santuario arcadio
dedicado a Pan se dice tambin que antiguamente el dios haba dado un orculo y que
su sacerdotisa habra sido la ninfa Erato, de la que entonces se conocan profecas
(Paus., VIII 37, 11).
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Las Ninfas son diosas y as se indica que como tales fueron consideradas desde
siempre. Por mandato de Zeus, Temis[16] convoca a una reunin general de dioses y
no falta ninguna de las Ninfas, ni las que habitan los hermosos bosques, ni las
surgientes de los ros, ni las floridas praderas (Il., XX 4 ss.). La ninfa Calipso puede
hacer inmortal y joven a Odiseo (Od., VII 256 ss.). En su esencia, ellas son tambin
inmortales. Respecto de su divinidad, la atestiguan numerosos altares, sacrificios que
les fueron ofrecidos, regalos consagrados, oraciones dirigidas a las mismas (cf. Od.,
XVII 240 ss.; Esq., Eum., 22; Sf., Traq: , 215; Anassai[17] son llamadas en la
plegaria de Orfeo segn Apoll. Rhod., IV 1411.). Ms tarde, de acuerdo con la
enseanza de la mortalidad por parte de los demonios[18], durante mucho tiempo se
les confiri una vida muy larga pero limitada (cf. Paus., X 31,10), por lo cual en unos
versos de los que se vali Hesodo, se pone de manifiesto, como l mismo lo seala,
que las Ninfas viven diez veces ms que el longevo Fnix (Hesodo, frag., 171; segn
Plut, def. orac. 11; cfr. Reinhardt, Hermes 1942, pg. 234). De un modo primitivo y
natural vale esto de las Ninfas (Drydes)[19], cuya vida fue pensada inseparable con la
unin de un rbol. Se las llam tardamente hamadrades y es caracterstico que
Ausonio en su recreacin de los versos hesidicos emplea justamente esta
denominacin. En torno del mausoleo de Alcmen en Psophis se elevaban altsimos
cipreses, los que la boca del pueblo denomin las jvenes mujeres (Parthnoi)
(Paus., VII 24,7). En Olimpia creci un olivo salvaje (ktinos)[20] que fue considerado
sagrado y con cuyo follaje se entretejan coronas para los vencedores. Junto a l se
elevaba un altar para las Ninfas, el que, al igual que el olivo, fue llamado la corona
ms hermosa (kallistphanos), (Paus., V 15, 3). Apolonio Rodio (II 476 ss.) narra
acerca de un hombre quien, al querer derribar un rbol, no prest atencin a las
splicas de las Ninfas, por lo cual l y su descendencia recibieron un castigo divino.
Esta suerte de solidaridad de las Ninfas con su rbol se pone a menudo de manifiesto
(Schol. Apoll. Rhod., II 477, con cita de Pnd., frag. 118 Bowra). A propsito de esto
leemos extensamente en el Himno homrico a Afrodita (264 ss.): muy elevados
abetos o encinas crecen junto con las Ninfas y se los denomina santuarios de las
inmortales a los que ninguna mano del hombre toca con el hierro; pero cuando se
designa un destino de muerte, entonces se secan primero los hermosos rboles, se
marchita la corteza, caen las ramas y entonces se pierde tambin la vida de la Ninfa,
la luz del sol. stas estn tambin muy ntimamente unidas, como Artemis o Pan, con
las criaturas de la naturaleza. Y sin embargo son igualmente libres, como el viento
que sopla en torno de la copa de los rboles y encrespa el espejo de las aguas y son
sensibles y afectuosas como slo podran sedo las mujeres divinas.
Erato se llama en Hesodo (Teog., 246) una Nereida. Sin embargo conocemos
tambin este nombre como el de una Musa. As tambin el nombre de la musa Tala
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volvemos a encontrarlo en una Nereida (Il., XVIII 39; tambin una de las Gracias se
llama Tala: Hesodo, Teog., 909). Una Urania encontramos como Ninfa entre las
compaeras de juego de Persfone (Himno hom. a Demter, 423) y como hija del
Ocano y de Tetis. Esto nos revela el parentesco de las Ninfas con las Musas. Ellas
tambin cantan, como aqullas, y son maestras en ese arte (Tecrito VII 92 y otros).
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II
LAS MUSAS
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I
ESENCIA Y ORIGEN
De todas las antiguas divinidades las Musas son las nicas cuyo nombre sobrevive en
las lenguas europeas y que es necesario para designar el poderoso reino del tono.
Nosotros lo pronunciamos comnmente, sin pensarlo siquiera, como lo que yace en la
vulgar palabra msica, pero l puede y debe recordamos que la magia del tono a
travs del nombre msica (mousik) fue considerado como un don de una deidad,
inclusive como su propia voz sagrada.
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Las Musas estn emparentadas con las Ninfas, otra vez as como formas divinas, las
que slo pudieron brillar en la luz del espritu griego; podran estar emparentadas con
espritus muy antiguos de la naturaleza, en el origen de las primitivas creencias
populares griegas. Hay Ninfas en todas partes, se las llame mujeres o muchachas
del campo, aun cuando en ninguna otra parte existen formas tan llenas de maravilla
como en Grecia. Musas hay slo bajo el cielo griego y en el cual ellas estn afectadas
por el espritu griego.
Para los poetas y pensadores griegos ellas eran diosas dignas de adoracin, desde
Homero hasta los tiempos tardos. El arte pictrico las ha llevado con frecuencia a
una visin importante. Lo ms ilustrativo es un relieve helenstico que debe ser
considerado aqu para comenzar, apreciado no en su valor artstico, y sin atencin a
las preguntas de la historia del arte, sino slo a causa de la grandiosidad y verdad de
pensamiento, que yace asido a su modelo. Es la as llamada apoteosis de Homero
que ha sido donada por un poeta desconocido en el siglo II a. C., en agradecimiento
por su victoria en una competencia potica, a un santuario de Apolo y de las Musas.
Arquelao de Pirene, hijo de Apolonio, se nombra a s mismo el artista. En lugar de a
otras personas, el retrato ha pertenecido, segn Scheffold, al antiguo poeta (Oradores
y pensadores, p. 148).
El relieve est dividido en 3 o en 4 partes. En la de abajo, el lugar principal lo
ocupa Homero, parecido a Zeus; detrs de l est el dios del tiempo ilimitado y las
diosas del concilio, las que lo coronan; delante de ellos, Mito e Historia se ofrecen en
sacrificio junto a un altar circular y los genios del arte potico se aproximan con
gestos de homenaje. Sobre ese grupo, empero, en la segunda y tercera secciones, se
eleva el monte de las Musas; junto a su pie, la gruta sagrada en la cual se encuentra
Apolo con su ctara, una Musa le entrega un rollo de escrito del poeta, cuya escultura
puede verse al lado de la gruta con el trpode que ha recibido como trofeo. En el
descenso de la montaa, varias Musas se dividen en distintas posiciones y
ocupaciones; pero en el ascenso ocurre un cambio. En total tranquilidad se
encuentran las Musas en las montaas inferiores. Cuanto ms se asciende, ms
inquietas se encuentran las diosas, hasta que la ltima de las mismas, debajo de la
cima, irrumpe en movimientos de danza porque arriba descansa el padre de los
dioses; su cabeza majestuosa inclinada atrs, hacia la madre de las Musas, Nemosine,
parada un poco ms abajo, la cual, en su posicin de reina, susurra con l.
La escultura muestra de modo muy impresionante cmo el espritu de Zeus
mueve a las Musas, las que son llamadas sus hijas. Del mismo modo a las hijas de
Zeus se las llama Ninfas; empero, esta conexin con el dios supremo tiene un
significado especial para las Musas. No solamente tienen un padre en comn con las
Ninfas, sino tambin la misma madre, Nemosine, con la cual Zeus se uni en
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matrimonio (en la Teogona hesidica, 915, indicada en 5. lugar). Cerca de la cima
del nevado Olimpo dio a luz nueve nias, despus que el patrn del consejero de
Zeus ha quedado nueve noches en su lugar, lejos de los inmortales, penetrando en el
sitio sagrado (Hesodo, Teog., 56 ss.). As forman ellas una unidad cerrada muy
diferente a las Ninfas. A pesar de la reconocida mayora, siempre se es consciente que
en esencia slo hay una Musa. El proemio homrico comienza con la invocacin a la
Musa, y tambin ms tardamente, no obstante la pluralidad, la Musa siempre ser
nombrada en singular, lo que es inimaginable respecto de las Ninfas, a las que slo se
denominan mujeres, en tanto que Musa es un nombre propio muy preciso. Que
tanto las Musas como las Ninfas tienen nombres personales, no modifica en nada esta
distincin. Su unidad, pues, estar corroborada slo a travs de su pluralidad. Porque
no es un nmero indeterminado de muchas Musas, sino que ellas forman, como las
Gracias, un grupo de tres, que llega a ampliarse triplicando ste hasta llegar a un
grupo de nueve. Segn Pausanias (IX 29) antiguamente las tres Musas sagradas se
detuvieron en el Helicn, del mismo modo tres eran adoradas en Sikyon (Plut., qu.
sympos., IX 14, 7) y as tambin en Delfos (Plut., IX 14, 4), y los nombras que deben
haber tenido se indican claramente por el canto o por las cuerdas de los instrumentos
musicales. El nmero nueve, al que primero encontramos en la Odisea en un verso
discutido por los antiguos gramticos (XXIV 60), luego, por cierto, con los nueve
nombres propios con los que llegaron a ser conocidas en Hesodo (Teog. 77), ha
conseguido, como todos sabemos, la victoria. As, un epigrama de Platn (16) pudo
tributar honores a Safo como para nombrada la dcima Musa.
De qu modo ellas estn estrechamente unidas a Zeus y al Olimbo, se evidencia
con claridad en los ms antiguos testimonioL Segn Homero, ellas no tienen su
morada en el Olimpo (Olmpia dmat chousai, Il., II 484; X 112; XIV 518),
tampoco en Safo (fr. 58), el paisaje olmpico de las Pirides (donde ellas fueron
engendradas, segn Hesodo, Teog., 53) es designado como su hogar, sino que ellas,
nicas entre todos los dioses, son llamadas olmpicas como Zeus (Il., II 491
Olympides Mousai; de igual modo Hesodo, Teog., 26, 52, 966, 1022), en tanto que,
por cierto, los grandes dioses, por lo general a partir de Homero, se llaman
olmpicos; empero, ninguno llega a ser distinguido con este sobrenombre (cfr.
Wilamowitz, Glaube der Hellenen, I 250 y sigs.).
Las Musas, en contraposicin a muchas grandes deidades cuyos nombres y origen
remiten a la primitiva cultura griega, son genuinas parientas de la misma raza del
poderoso Zeus olmpico. Y esto lo indica tambin su nombre que es autnticamente
griego, como el de su madre Nemosine. sta, en efecto, pertenece a los Titanes,
segn Hesodo (Teog., 135). Su nombre, sin embargo, la seala como de la
generacin ms joven de dioses. Tambin l puede usarse slo para las Musas (Pnd.,
Nemea VII 15) y brilla en un vaso tico como de una sola. l la seala como diosa de
la memoria. Tambin se cree conocer Musas ms antiguas segn los testimonios de
Alcmn y de Minermo (Arist. en Schol. Pind. Nem.. III 16; Diodor., IV 7; Paus. IX 29,
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4), las que igualmente deben descender de los mismos padres, ms prximas de
Urano y de Gea. Museo estableci este otro gnero de Musas bajo Cronos (sin que la
garanta de nuestra autoridad traicionara algo de sus padres, Schol. Apoll. Rhod., III
1). Completamente singular es la opinin del coro en la Medea de Eurpides (834),
que dice que la rubia Harmona (hija igualmente de Afrodita) dio a luz en Atenas a
las nueve Musas pierias. Pero todo esto no puede cambiar en nada que las Musas, las
que conocemos, han nacido del poderoso Zeus olmpico.
De all que tambin su nombre sea griego, como el de su madre Nemosine al que
se denomina Mnme en un epigrama (Diog. Laerc., VI 1, 8) (como tambin
Pausanias IX 29,2 ha llamado a una de las tres ms antiguas Musas heliconades); de
ese modo Scrates invoca en el Eutidemo de Platn a las Musas y a Mneme para que
auxilien su memoria (275 D). La expresin de madre supone que tambin en la
Mousa se puede conocer la raz del pensamiento (mimnsko, memini, etc.). Tambin
Plutarco (Quaest. sympos. IX 14) nos informa que las Musas han sido denominadas
Mneiai. En esta interpretacin convengo absolutamente con Wilamowitz (Glaube der
Hellenen, I 250 ss.). Se deja comprobar tambin gramaticalmente. El romano Livio
Andrnico (fr. 23) tradujo el griego Mousa con Moneta[21], un nombre de diosa
deducido de moneo[22] que tambin en su forma contiene el mismo radical. Con lo
cual todo lector romano debi pensar en Juno Moneta, la que fue venerada desde el
arx[23] y tambin tuvo su templo en el monte Albano, cerca del de Jpiter Latiario.
Ella se llam con nombre completo Juno Moneta Regina, era tambin la gran reina
junto al seor del cielo, as como Nemosine era la esposa de Zeus. Sus gansos
sagrados, segn la saga, salvaron al Capitolio por medio de sus advertencias ante la
irrupcin de los galos. Tambin ella sola, sin Juno, lleg a ser llamada diosa junto a la
Concordia, Spes[24] y otros (Cic., De nat. deorum, III 47). Tal como Wissowa (Rel.
und Kult. der Rm., p. 190) puntualiz correctamente, el nombre puede haber
significado consejera, acreedora. La palabra monstrum deriva igualmente de
moneo, est deducida de monstrare[25], por cierto se necesitar de una seal
sobrenatural. Esto sucede especialmente para el nombre de las Musas como
pensamientos, recuerdos, cuando tambin estos pensamientos y recuerdos son
considerados junto a las diosas griegas en un sentido propio.
En tanto que tambin otras divinidades del Olimpo con sus nombres y esencia
remiten a la cultura medite~ea prehelnica, a travs de la cual los griegos deben
haberse elevado a fin de respetada de distintos modos, se experiment tanto la forma
de la Musa como la de Zeus, considerndolas como patrimonio indogermnico[26]. Y
tenemos derecho, por cierto, a estas creencias, segn las cuales una conformacin
potico-musical sera un arte divino ejercitado por dioses atribuible al primitivo
tiempo indogermnico. Un regalo del cielo lo designa la palabra del poeta en el Rig
Veda (comprese el revelador ensayo sobre el brahman de Paul Thieme, Zeitsch. d.
Deutschen morgernlnd. Gesellsch. 102, 1952, pg. 91 y sigs.). Pero la diosa Musa
nicamente fue hallada por los griegos. En ella se manifiesta una significacin del
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canto y del mito; a la que nunca han conocido ni siquiera los pueblos
lingsticamente emparentados con ellos; que no es slo un arte divino obsequiado
por los dioses a los hombres, sino que pertenece al mundo del orden eterno del ser, lo
cual se completa en primer lugar en s mismo. Por eso su rango ms elevado
pertenece al reino divino. Ellas no son slo nios de Zeus, como los son otras grandes
deidades, sino partcipes en su obra de creacin.
Se puede designar a las Musas como el alma del reino olmpico. Esto est
expresado en el comienzo de la I oda de Pndaro de una manera maravillosa, cuando
l, a travs de elevadas palabras sobre el poder taumatrgico del canto de las Musas
en el Olimpo, que apacigua y transforma los poderes ms belicosos, se acuerda del
adversario de Zeus: Todos los espritus, empero, a los que Zeus no ama, se espantan
cuando escuchan la voz de las Musas.
De ese modo ellas son tambin las representantes divinas del espritu griego y de
su llamado.
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Era bien conocido el mito segn el cual un rol en el gobierno del mundo de Zeus
corresponda a las Musas, las que no tenan su igual. De all se deduce no slo su
sobrenombre de olmpicas, sino tambin algo ms sobre la historia de su
nacimiento, tal como est explicado por Pndaro en su Himno a Zeus. Tal himno
lamentablemente se ha perdido, pero Arstides (II 142 Dind.), que lo ley, nos deja
conocer su contenido hasta el punto en que l se refiere a las Musas (para completar,
vase tambin Chorikios, Jn. Brumalia Justin. p. 175, Frster-Richtsky). Cuando
Zeus hubo ordenado el mundo, los dioses vieron con mudo asombro su
magnificencia, que se hizo presente a sus ojos. Finalmente el padre de los dioses les
pregunt si notaban la ausencia de algo. S, respondieron, falta algo: una voz para
alabar las grandes obras y la completa creacin en palabras y msica. Se necesitaba
para eso un nuevo espritu divino, y de ese modo los dioses pidieron a Zeus que
creara[27] las Musas. Lo cual es algo totalmente diferente a como lo deca el salmista:
Los cielos anuncian la gloria de Dios y las fiestas proclaman la obra de sus manos.
Lo creado no debe alabar al creador; falta todava algo, pues la esencia del ser no est
concluida hasta tanto no haya una lengua para expresarla. El ser y su magnificencia
deben ser expresados, esto es la plenitud de su ser. Y para esto ninguno de los dioses
a los que Zeus ha encargado el gobierno del ser ha sido llamado, puesto que ellos
mismos estn incluidos en su creacin. S, ellos tambin estn atrapados por su
silenciosa emocin y slo pueden pedir lo ms elevado, una voz para glorificar la
maravilla del mundo, y que pueda referirlo y alabarlo.
Esto es tambin para lo que las Musas fueron creadas; ste es el significado de su
esencia divina. Ellas son diosas en el sentido pleno del trmino. La primera oracin
en la que la lengua griega nos habla, el proemio de la Ilada, invoca a la Musa, a la
que l slo llama diosa. El canto y el mito son tambin ocupaciones divinas para
ser ejecutadas originaria y esencialmente slo por una deidad. Esto est unido al
espritu del canto y a su divina profundidad que en l y slo en l se manifiesta el ser.
sta es entonces la primera tarea de las Musas en el Olimpo, cantar la alegra de
Zeus, de los dioses y su vida bienaventurada, su aparicin en el mundo, el origen del
ser y el destino de los hombres mortales (Hesodo, Teog., 11 y sigs., 43 y sigs., 70 y
sigs.; Him. Apol., 189 y sigs. y otros).
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Tambin las Ninfas cantan (Kyprien fr. 4 K.; Himn. Pan. 19; Kallim. hymn. Del. 256)
y ensean su arte al pastor (Tecr. VII 92; Virg. Egl. Vil 21). Pero eso es slo una
dbil resonancia del canto de las Musas y no para compararlo con su significado en el
mundo.
A pesar de eso las Musas les son tan prximas que a menudo no se las diferencia;
s, aqullas a menudo se igualan una a una (por ej. Licofr. 274 con escol.; Varrn en
Serv. Virg., Eg. VII 4 y otr.). Viven ellas tambin como las Ninfas en montaas y en
f~scas aguas surgientes. Pero aqu no estn como los restantes genios de la
Naturaleza en cualquier alta cumbre o surgiente. Dos grandes cumbres son sus
altares, a causa de las cuales ellas, desde los tiempos ms remotos, son llamadas
olmpicas y heliconades. Ellas nacieron en el Olimpo y all tienen desde
siempre, como lo indica una frmula del verso homrico, su propia morada. Ellas se
dirigen a la cumbre del buclico Helicn, donde se eleva el altar de Zeus, tal como
nos lo indica Hesodo en el comienzo de su Teogona, para realizar sus danzas en
forma de coro, y se dirigen luego al Olimpo durante la noche para alegrar all al padre
de los dioses con su canto y descender luego. Tambin otros sitios han sido indicados
como cumbres de veneracin muy antigua, de las que las Musas han recibido
conocidos sobrenombres.
Que ellas, al igual que las Ninfas, son de una naturaleza divina ajena a los
hombres, lo testimonia Plutarco de modo rotundo cuando seala que los altares de las
Musas (Mouseia) han sido apartados tan lejos como es posible de las ciudades en que
han sido colocados.
A la montaa pertenece la surgiente, y as vemos a las Musas, plenamente, como
a las Ninfas, en la cual se combinan los elementos puros del agua. Con esto se
relaciona por cierto que en Atenas les eran ofrecidas (Polemn, en Escolio a Sf., Ed.
Col., 100) libaciones sin vinos (neflia).
En el Helicn burbujea la surgiente conocida por la saga como del caballo, (ppou
krne), a la que Pegaso debe haber golpeado con su herradura en la tierra. En tiempos
antiguos el poeta recurra al entusiasmo por medio de un trago de agua de la surgiente
de las Musas. En el valle de las Musas, junto al Helicn, fluye la surgiente Aganipe.
La peirene de la acrpolis de Corinto fue considerada por los romanos como una
surgiente de las Musas en la que los poetas abrevaron su encanto. En el Olimpo, en el
conocido paisaje pierio de las Musas, una surgiente, una montaa y una ciudad se
llamaron Pimpleia, por lo cual los romanos llamaban a las Musas pimpleias. La
surgiente Kassotis, en Delfos, en la parte norte del templo de Apolo, cuyas aguas
subterrneas se dirigen hacia Adyton, ha sido vinculada a un altar de las Musas, el
cual se encontraba en ese lugar, donde el agua afloraba. Aqu se veneraba, como dice
Simnides (frag. 26), a las Musas de hermosos rulos de agua sagrada (por lo cual el
frag. 25 llama a la Musa Clo la protectora del agua sagrada). Y Plutarco, que todo lo
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transmite, llama a las Musas colaboradoras de la profeca (Pyth. or. 17), pues el
orculo se expresaba en forma potica. En Atenas, junto al ro Ilissos se elevaba un
altar de las Musas Ilisiades. Prximo a Ilissos se llev a cabo el dilogo entre
Scrates y Fedro, al final del cual (Pl. Fedro, 278 B) Scrates record las
maravillosas apariciones que ambos haban recibido junto al agua de las Ninfas y al
altar de las Musas. Del agua sagrada de la surgiente hogarea con la que l quiso
convidar a los invitados (Pndaro manifiesta la final de la VI oda tsmica), que las
hijas de Nemosine dejaban que las aguas brotaran cerca de las puertas de Cadmo.
Tambin el romano Horacio sabe que las surgientes de las Musas son sagradas.
As l (carm. I 26, 6) invoca a las Musas: O quae fontibus integris gaudes Piplei
dulcis!. En otra ocasin nombra a las Musas con el nombre romano Camenae y
asimismo amigas de las surgientes y coros (III 4, 24). Las Camenae (ms
antiguamente Casmenae) son antiguas divinidades romanas que no estn al mismo
nivel que las Musas tal como se crey al principio, segn la traduccin de la
Odisea de Livio Andrnico (frag. 1), sino que desde el principio han sido
consideradas diosas griegas bajo nombres romanos. En la floresta de la puerta Capena
flua una conocida surgiente sacra de la cual las vestales recogan agua. La saga
romana nos ilustra en su saber ms profundo: ellas son las que con Egeria (la que a s
misma se ha llamado Mousa, Dion. Hal., I 60) aconsejaban al rey Numa en la
formulacin de sus leyes (Liv., I 213; Ovid. Metam., XV 482; Plut. Numa VIII 13; Pol.
VIII 4).
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As como de las Ninfas, se dice tambin de las Musas que ellas atrapan a los
hombres. Pero cuando ellos son atrapados por las Ninfas (nymphleptoi) y se
encuentran en peligro hasta perder el sentido, tal es el enajenamiento que procede de
las Musas (apo Mouson katokoch te kai mana), (Plat. Fedr. 245 A), elevacin y
alumbramiento del espritu, en el que ser posible el milagro del canto y del mito. El
que fue atrapado por las Musas (mousleptos) es el poeta genuino, en contraposicin
al poeta artfice (Plut., de virt. mor. 12).
Los cantores y poetas dependen totalmente de la Musa divina. Venid aqu,
Musas, desde vuestra morada celeste!, las invoca Safo (frag. 154). Sin su ayuda el
poeta no transmite. Slo a travs de un hado divino dice Platn (Ion, 534 B) l
puede ser creador, slo eso, a lo que la Musa lo ha impulsado a producir en maneras
adecuadas. De este modo se califica al poeta y se llama a s mismo criado (prpolos),
vasallo (therpon) de las Musas (Homer. hymn. XXXII 20; Hesod. Teog., 10;
Baquil., 5, 12, 193 y otros). Vasallo y mensajero de las Musas los llama
Teognis (769). Como profeta (prophtas) de las Musas lo denomina Pndaro (Pen,
VI 6) y el mismo Baqulides (VIII 3). Profetisa, Musa, y yo ser tu profeta, exclama
Pndaro (frag. 137). La intimidad de las relaciones se expresa en lo ms hermoso
cuando Pndaro comienza: Oh divina Musa, mi madre (o ptnia Moisa, mter
hametra). Ella es la que ensea. Ella ha enseado a Demdoco (eddaxen, Odisea,
VIII 488). A los cantores cretenses la divina Musa les ha puesto el canto de dulces
tonos en el pecho (Him. a Apol., 518). Ciego es el sentido de los hombres, cuando
desea hallar solo, sin las diosas del Helicn, la senda profunda con inteligencia, se
lee en Pndaro (Pen., VII B).
Todava poseemos la declaracin autntica de un gran poeta acerca de su llamado
de las Musas, uno de los testimonios magnficos de la manifestacin divina. Al
comienzo de su Teogona, donde no desea ocuparse de las cosas pequeas, para
evocar cmo naci el mundo y cmo brillaron los dioses, explica Hesodo acerca del
momento ms elevado de su vida, precisamente cuando las Musas en persona lo
encontraron. Slo la ceguera de un principio pedante puede ver en este conmovido
relato una forma potica introductoria, as como ms tardamente ella ser empleada a
menudo. Cada palabra explica acerca de la experiencia viviente de las diosas a cuyo
elogio est dedicada ms de la dcima parte del extenso proemio de la Teogona
entera. Hesodo, as escuchamos, apacentaba el rebao al pie del sagrado monte
Helicn en cuya alta cima las Musas danzaban en rueda. Desde all descienden ellas
cantando con voz maravillosa para alabanza de Zeus, de Hera y de todos los otros
dioses. Y una vez ah entonces ensearon a Hesodo el canto, cuando l apacentaba
el rebao. l no las vio, pero escuch sus voces cuando ellas le hablaron, las
Olmpicas Musas, las hijas de Zeus que tiene la gida. Ellas comenzaron con un
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reto, del mismo modo como tambin en otro tiempo la deidad se dej percibir a
travs de la invocacin de su profeta: Vosotros, pastores en el campo, malos
compaeros, nicamente vientres! Nosotras sabemos decir muchas cosas fingidas
como si fueran verdades, sin embargo, nosotras sabemos, cuando queremos, narrar
cosas verdaderas (poimnes agrauloi, kk elgchea, gastres oion! idmen psedea
poll lgein etmoisin homoia, d. men d eutethlomen, aletha gersasthai)[28].
As, despreciables, sus palabras acometieron al pastor Hesodo cuando l estara
abrumado, como cualquier otro, en el embobamiento y cruda avidez y lo llamaron:
despierta, despierta ante ella pues nuestra boca divina desea manifestrsete. De modo
parecido comienza tambin la poesa oracular del cretense Epimnides, a quien de
igual modo encontraron los dioses. El apstol Pablo cita en su carta a Tito, el
conocido verso: Los cretenses son siempre mentirosos, especies perjudiciales,
vientres perezosos. (Kretes aei pseustai, kaka thera gatres arga. Diels-Kranz,
Vorsokratiker I6. p. 32). As hablan contina Hesodo las hijas del gran Zeus,
las que proclaman la verdad. Y entonces sucedi el milagro que lo hizo cantar. Y
ellas me permitieron romper mi bculo hecho de ramo de laurel, el imponente; y me
concedieron una voz divina para que pudiera narrar lo que ser y lo que un da fue; y
me llamaron para alabar el gnero de los bienaventurados, el eterno vivir y para
cantar a ellas mismas siempre como principio y fin. Aqu el narrador interrumpe con
un giro abrupto, como si l hubiera hablado demasiado de si mismo, para hablar
ahora en el extenso proemio slo de las Musas, para elogiarlas y para llevar consigo,
finalmente, el ltimo adis con el ruego de que lo obsequien con su agradable
canto.
Un relieve de un vaso del siglo V a. C. presenta con toda verosimilitud este
encuentro de Hesodo con las Musas (fr. Scheffold, Retratos de antiguos poetas,
oradores y pensadores, pg 57).
Las Musas han inspirado a Hesodo una voz y, a decir verdad, una voz divina
(auden thspin. As el fr. 197 thspion audenta) con la cual l podra manifestar lo
porvenir y la esencia. Su oda tambin es la que anima al cantor. Por lo que el cantor
es considerado divino (theios), y as su canto (thspis aoid). Entre todos los
hombres dice la Odisea (VIII 479) los aedos son partcipes de las ms altas y
grandes honras, porque la Musa les ensea los cantos y ama a toda clase de cantor.
Lo cual, por cierto, para este caso y con esta enseanza a travs de las Musas y de
su don del canto, ya nos habla el comienzo inolvidable de la Ilada:
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Al final de su proemio dirigido a las Musas (Teog., 105 ss.) Hesodo ruega a las
diosas:
El dios evoca todas las estirpes sagradas que eternamente viven y con ello
recopila el tema completo de su Teogona para cerrarlo:
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No permitas que descienda no alabado a las sombras / Slo las Musas
conceden algo de la vida a la muerte. Entonces sin forma, gran cantidad de
sombras se deslizan alrededor de los reinos de Proserpina, separados de sus
nombres; / sin embargo, cuando el poeta elogiado, crea, se asocia al coro de
todos los hroes.
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Como genuinas divinidades, las Musas llenan la totalidad del ser de su elegido,
alumbrndolo con la claridad de su espritu y dotndolo con todas las excelencias que
necesita. As Soln puede suplicar, en su conocida Elega a las Musas, que
escuchen su oracin puesto que ellas podran darle el bienestar de los
bienaventurados dioses y de todos los hombres de siempre noble fama.
Entonces a ella todo saber (Ilada II 485; Pnd., Pen VI 54 y sigs.) no slo
puede escucharla el poeta, sino tambin el hroe y confiarse a su gua. De ese modo
existe Calope como dice Hesodo (Teog., 80 ss) Es ella, en efecto, quien
justamente acompaa a los reyes venerados. Aquellos que honran a las hijas del gran
Zeus, aquellos de entre los reyes alimentados por Zeus sobre quienes se detiene su
mirada el da en que vienen al mundo, humedecindoles la lengua con dulce roco, a
la que acuden desde su boca amorosas palabras y toda la nacin mira cmo l dice
justamente lo verdadero.., y como a un dios aqullas honran en la asamblea.
Como en la poca augustea el espritu volvi a elevarse a la altura de los antiguos
poesa y pensamiento griegos, y el poeta pudo tomar para s como reivindicacin el
venerable nombre de profeta; ah Horacio, en la ms hermosa de sus odas romanas
(Carm. III 4), llam a la Musa desde el cielo para cantar un extenso poema y como l
experiment su hechizante proximidad, vio cmo las Musas lo protegieron como a un
nio y ms tarde lo salvaron en el peligroso camino de la vida y se sinti dispuesto a
enfrentar alegremente toda tempestad y toda molestia, slo cuando ellas estaban a su
lado. Tambin conoce (V 37 ss.) que las Musas dan suave consejo al gran Csar,
cuando l piensa en las necesidades de terminar los aos de guerra; entonces lo
refrescan en la gruta pirica. El arte del nombre soberano es tambin eso, que l es
amigo de la Musa y escucha su significativa y apremiante msica. As, ya en la
primitiva poca romana ha acogido al rey Numa de Egeria y al consejo Cameo.
Como el canto brota del reino de Apolo y de las Musas no con abundante
sentimiento, sino que l es escogido mensajero de la deidad, de ese modo es instruido
en todas las ambiciones por benevolencia de las Musas. Si, as puede Scrates decir
que la filosofa es el arte ms elevado de las Musas (Plat, Fedro, 61 A megste
mousik). Empdocles comienza su poema Sobre la naturaleza con un ruego a las
Musas en el que l, bajo solemnes invocaciones, dice: A ti, muy honrada joven Musa
de blancos brazos, te ruego que se permita a los mortales escuchar tanto como puedan
or, dirige desde la mansin de la piedad hasta aqu tu carro de livianas tiendas (frag.
3); precisamente tal como menciona Pndaro en sus Himnos de victoria. El carro
de las Musas, al que est permitido que el poeta ascienda (Ol. IX 80; Pit. X 65; Ist.
VIII 68). De igual modo, en el comienzo de las Purificaciones de Empdocles (frag.
131), Calope, de la que Hesodo dice que es la ms importante de todas las Musas y
que est al lado de los reyes segn el Scrates platnico (Fedro, 259 D) est al mismo
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nivel que Urania en cuanto a poder como protectora de los que viven en la filosofa y
alaban la msica (mousik) de estas divinidades. Pitgoras, retoo de las Musas
heliconades (Ant. Pal., XIV 1), debe haber dado a los ciudadanos de Crotona el
consejo ante todas las cosas, de elevar un altar a las Musas con el cual quedase
consagrada su armona (Jambl., Vit. Pyth. 45). l mismo se encuentra prximo a
Dikaiarch (Dig. Laerc. VIII 1, 21), junto al pasaje pitagrico, en el altar de las
Musas de Metaponto, a donde l se retir a morir. En la Academia fundada por
Platn, los discpulos del filsofo estaban reunidos alrededor de un altar de las Musas
(mouseion) que el mismo Platn haba donado. Para los griegos no haba de ningn
modo otro tipo de hermandad como no fuera a travs del culto. En ese altar,
Espeusipo, el sobrino y sucesor de Platn, bendijo las imgenes de las Gracias (Diog.
Laerc., IV 1), el persa Mitrdates lo adorn con una estatua de Platn esculpida por
Silanion (D. Laerc. III, 25). Las comidas en comunidad de los acadmicos tenan
carcter cultual. Ellas debieron contribuir a la honra de los dioses y a la conversacin
musical entre los participantes (Athen. XII, 548 A).
Pero no slo la filosofa podra regocijarse con la ayuda de las Musas. Todo
conocimiento genuino y todo obrar pleno de significado tiene en aqullas su origen
divino. El mismo guerrero les agradece su claridad y singularidad espirituales. As
nos informa Plutarco (de coh. ira X) que los espartanos antes de la batalla hacan
sacrificios en honor de las Musas, con lo cual no slo dominaban el valeroso mpetu
guerrero (tyms), sino que el entendimiento (lgos) permaneca claro.
Finalmente la gama completa de ocupaciones llamadas musicales en cuanto al
origen y por su naturaleza divina, y que ms tarde los romanos consideraron
humanas, fueron sealadas como adecuadas para la humanidad.
Quintiliano (I 10, 7) sugiere que Euenos, el contemporneo de Scrates, y el
pitagrico Arquitas, subordinaron la gramtica (es decir, el arte de leer y escribir y
del conocimiento de la literatura) a la msica y que antiguamente haban sido
explicadas por el mismo maestro en ambas clases. l nos remite a Cicern (Tusc., I
4), quien nos narra que Temstocles, porque en un simposio no fue capaz de taer la
lira, fue considerado un inculto; haba pues un refrn griego que sealaba que los
incultos estaban lejos de las Musas y de las Gracias (indoctos a Musis et Gratiis
abesse).
El primero de los Ptolomeos, el fundador de la conocida biblioteca alejandrina,
instituy asimismo juegos festivos para las Musas y Apolo en los que competan
poetas y se coronaba al ganador (Vitr., VII pg. 4). Los fillogos cuyo trabajo
consista en administrar y cuidar los tesoros de la biblioteca, construyeron, al igual
que los filsofos en Atens, una asociacin de Musas en la que haba asimismo un
altar consagrado a las Musas donado por los Ptolomeos (mouseion) frente al cual
estaba un sacerdote (Estrabn, XII 793).
Tambin en la escuela de los nios se encontraba un sitio para la veneracin de
las Musas (mouseion) con las imgenes de stas, de Hermes y de Heracles.
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(Hablaremos ms sobre esto en el captulo siguiente.) En general, segn Arriano
(Cyneg. 35), se dice que todos cuya profesin es la educacin y la formacin, ofrecen
sacrificios a las Musas, a Apolo Museo, a Nemosine y a Hermes.
As, pues, en la Medea de Euripides (1081 ss.) el coro de muchachas, cuando se
permite un juicio sobre la vida de los hombres, dice que stos no podran negarse al
gnero femenino, pues tambin entre nosotras est la Musa que nos habla acerca del
conocimiento deseado, y no solo a pocas; de ese modo, pues, no todo el gnero
femenino est privado de las Musas (apmyson). Igualmente Aristfanes, en su
Lisstrata, asegura en sus negociaciones con espartanos y atenienses: Soy
nicamente una mujer pero tengo inteligencia y no creo ser poca cosa y he odo
acerca de mi padre y de mis antepasados muchas cosas y por ello no he sido poca
cosa (memosomai) (v. 1124).
Se sabe que desde tiempo del helenismo (continuado hasta hoy) se ha
experimentado que los diferentes gneros de poesa y msica se han distribuido a
cada una de las Musas sin que se haya obtenido la completa uniformidad. Tambin el
arte de la palabra en prosa lleg a aceptarse en algunas divisiones. Empero, se coloc
inclusive la historia bajo la proteccin de una de las Musas (Clo) (Schol. Apollon.
Rhod., III 1), y Plutarco (q. s. IX 14, 3) conoce estas divisiones acerca de por qu la
retrica tiene su patronazgo bajo las Musas; no obstante, Luciano (hist. conscr., XIX)
interpreta como absurdo cuando un historiador al comienzo de su obra invoca a las
Musas. As, pues, todas estas distribuciones del conocimiento han llegado aqu sobre
todas las cosas desde el recto conocimiento y desde la rectitud de pensadores y
oradores (he tou lgou peri to kyrion orthtes, Plut.). De esta manera la ciencia de la
agricultura y el cuidado en el crecimiento de las plantas se vinculaban a las Musas
(Schol. Apollon. Rhod., III 1). Segn Apolonio Rodio (II 512), las Musas ensearon a
Aristeo arte de lo sagrado.
Que el espritu divino de las Musas gobierna tambin en el arte de las imgenes,
ya ha sido expresado relativamente temprano. De ese modo, en el Ddalo de Sfocles
(frag. 162) se habla de la Musa como de la forma. Un epigrama de Dagametos en la
tumba de Praxteles nombra a grandes escultores como enorme apoyo de las Musas
(Mouson hikane meris).
Pero volvamos hacia atrs. No puede discutirse que en tiempos antiguos, los
cantores y poetas debieron ser los primeros en tener el derecho de acceder a las
diosas. Finalmente lo musical podra resplandecer en muchos de sus ms tardos
elogios, tan disimulado como una dbil luz de brillo inusual, el que una vez lleg a
los griegos; brillo de un conocimiento, que es al mismo tiempo fuerza creadora de
una msica y de una lengua en la que el ser de toda cosa resuena y habla. De ah la
sublime alegra con la cual los ms elevados espritus recuerdan a la Musa. El ltimo
de los grandes trgicos en el umbral de su vejez ha permitido que su coro cante
(Eurp., Heracl., 673 ss.):
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Nunca deseo concluir
Musas y Gracias estando unido
a la alianza ms agradable;
jams vivir lejos de las Musas,
estar Siempre en el brillo de sus guirnaldas.
Tambin el cantor, no obstante su vejez,
ensay un pensamiento divino (Mnamosnan).
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II
LOS HIJOS DE LAS MUSAS
Las Musas, como tambin las Ninfas, se llaman doncellas, lo que por cierto
corresponde a sus esencias. Pero se conoce tambin respecto de sus hijos, no obstante
haber estado dotados con dones maravillosos, que siempre han tenido un destino
trgico. Esto vale en efecto para la totalidad de los hombres divinos. Sin embargo, lo
trgico tiene un significado especial. Toda msica humana, inclusive la ms amorosa,
est tomada a travs de tonos de un conocimiento doloroso. En el hechizante trino de
los pjaros, en el canto del ruiseor, se escucha una queja inconsolable y como un
eterno suspiro en el gorjeo de una golondrina. Las mismas Musas, cuando se dejan
or en el Olimpo, cantan, tal como se dice en el Himno homrico a Apolo (v. 150),
ante la eterna bienaventuranza de los dioses acerca de todos los males de los
hombres, los que deben sufrirlos bajo los inmortales dioses, ignorantes y
desconcertados, incapaces de encontrar un remedio contra la muerte y un rechazo a la
vejez.
Empero, los hijos de las diosas, cuya cancin expresa el saber, son de corta
duracin, tal como dice el Empdocles de Hlderlin (III 154). De estarse lejos en el
tiempo, a travs del espritu hablado.
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I. Lino
As se explica de Lino, quien fue el primero en recibir toda clase de dones en el arte
del canto y que lleg tambin a ser maestro en estas artes (Alcidamante, Od., 26). Se
dice que tambin fue maestro de Orfeo (de ese modo se supona que era su propio
hermano, cuando Eagro los entreg a su padre, Apol., I 14).[29] Su madre segn
Hesodo (frag. 192) era la musa Urania: Urania engendra a su muy querido hijo
Lino al que todos los cantores y taedores de cuerdas echan de menos en el convite y
en los coros danzantes, llamando a Lino desde el comienzo hasta el final. Como
padre de Lino se consider por cierto en el Helicn (Paus. IX 29,6) a Anfimaro, hijo
de Poseidn; aun cuando una vez se consider a Hermes, el inventor de los taedores
de cuerdas (Dig. Laerc., Pr. 4). Pero sin embargo siempre se tiene a Apolo como su
progenitor; por cierto, podemos considerar que Apolo renace nuevamente en este ser
humano del mismo modo como las divinidades griegas se tienen a menudo como
dobles o como encarnaciones humanas, las que sufren un destino trgico. De su
sobresaliente significacin nos ilustra un informe (Pausan., IX 29, 6) segn el cual se
le ofrecan anualmente en el Helicn sacrificios de muertes y se los ofrecan inclusive
antes de la ofrenda destinada a las Musas.
Muchos lugares, muy antiguos de cultura musical, reclamaron su tenencia y
sostuvieron poseer su sepultura. Su fin se explica de otro modo pero no obstante es
una muerte violenta, la que lo arrebata en lo mejor de sus aos y es celebrada por las
Musas con triste canto. En Tebas, donde debe haber sido enterrado, se deca que ha
enseado al salvaje joven Heracles y que fue muerto a golpes por ste a causa de un
arrebato (Pausan., IX 29,9). En Eubea se deca que all el mismo Apolo deba haberle
dado muerte (Dig. Laer. Pr. 4; Plut. De mus. 3). En el Helicn vio Pausanias (IX 29,
6) junto al camino hacia el bosquecillo de las Musas una imagen en piedra de Eufemo
que era considerada nodriza de las Musas, y a continuacin una imagen de Lino en un
peasco de la gruta donde le eran ofrecidas las ahora llamadas ofrendas de muertos.
Y aqu escuchamos que Lino, cuya gloria en el arte de las Musas ha superado a todos
los cantores, fue muerto por Apolo porque l en su arrogancia se haba comparado
con el dios. Los lamentos acerca de su muerte se extienden lejos, fuera de los limites
de Grecia, al punto que ya Homero conoci la cancin griega sobre los sufrimientos
de Lino.
En modo extrao pero sin embargo muy conocido era explicado en Argos el mito
de Lino. (Los testimonios fueron reunidos por Nilsson, Fiestas griegas 437; a
propsito, Wilamowitz, Informes de las sesiones berlinesas, 1925, 231.) Aqu el cruel
destino trgico encontr a Lino, entonces en flema juventud; la desgracia con la que
el dios veng la muerte de su hijo alcanz igualmente a los recin nacidos. La voz
que no se refiere a Lino no puede pertenecer al arte del canto, puesto que l es el hijo
de Apolo. Y aun cuando aqu su madre no es la Musa Urania, sino Psmate, la hija
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del rey Crotopo, as conocemos a esta Psmate antes que como hija del sabio Nereo,
tambin como Ninfa de los mares, y el nombre del padre, el que brilla en la forma de
Crotopo, recuerda a Croto, al hijo de la Musa de nombre Eufeme. Tambin aqu nos
encontramos en el mbito de Apolo y de las Musas. En efecto, en primer lugar es
evidente que Lino es un pequeo Apolo, un fiel retrato infantil del dios de los
pastores, l que taendo msica apacienta los rebaos de Admeto y l fue honrado
como kameios (krnos), como el dios carnero[30]. De ese modo Lino se cri entre
rebaos de corderos y el da a l consagrado se llama da del carnero. Sobre lo cual
los versos de Calmaco indican (Pfeiffer, Kallimachos I 1949, pg. 36):
Calmaco ha explicado la saga argiva en el primer libro de sus Aitia (cfr. Pfeiffer,
p. 35 ss.); y de su descripcin dependen la mayora de las veces las descripciones que
le suceden.
Psmate, la hija del rey argivo Crotopo, lleg a ser madre de un pequeo nio de
Apolo, quien lo confi a un pastor frente al temor de su padre terreno. El nio creci
en el rebao de corderos y un da fue destrozado por los perros del pastor. El lamento
de su madre la traiciona ante el padre, quien la mata en un arrebato. Con lo cual, el
irritado dios enva una venganza que arrebata a las madres los nios recin nacidos.
Dejamos aparte las restantes derivaciones de la historia. Es de gran significado que
este mito haya encontrado su expresin en reiteradas acciones cultuales. Se
conocieron las tumbas de la madre y del hijo en cuya proximidad se elevaba una
columna ptrea a Apolo Agyeo y un altar al Zeus que otorga las lluvias (Hytios).
Mujeres y muchachos anualmente celebraban la memoria de ambos con cantos
lastimeros. Los das de ese lamento se denominan das de los corderos (hemrai
Arneides) y del homicidio de los perros (Kynophontis), porque pertenece a las
costumbres de las fiestas de dolor en la que se mataba a todo perro que se haca
presente. Tambin el mes en el que caa esta fiesta tena el nombre de mes de los
corderos (Arneios).
Se ha visto muy clara y largamente que el mito est conectado con la aparicin de
la constelacin del perro, cuya salida implica un nocivo calor solar. Al hijo del dios le
son sagrados el cordero celeste, el astro de primavera y el astro rey. El nio Lino, el
mismo criado en el rebao de carneros, debe sucumbir al ardor demonaco de la
constelacin del perro y su temprana muerte irrumpe con desgarrados cantos de
lamento.
Lino es ya en Homero el nombre de la cancin del destierro de los nios
tempranamente arrebatados. Entre las muchas imgenes del escudo de Aquiles (Il.
XVIII 570) est expuesta tambin una fiesta de vendimia, donde en medio de los
racimos, un conjunto de muchachas y muchachos cantan a un chico para que salte la
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cuerda mientras ellos lo siguen con canciones y gritos. El canta al hermoso Lino
una conocida cancin popular, que todava se canta durante la vendimia. Ya en la
remota antigedad (cfr. Arist. Biz., en Athen. XIV 619 C, con referencia al Heracles
de Eurpides, 348) se tena la opinin de que deba haber sido de un tono alegre. Sin
embargo, el tono melanclico corresponde enteramente al arte de las canciones
populares inclusive en las fiestas, las que segn nuestro sentimiento debieron haber
llamado a un estado de nimo alegre. Inclusive, que la cancin de Lino tena un
sonido triste, una queja mortecina (de igual modo inclusive en Pndaro, frag. 139).
As nos enteramos de que la cancin de Lino era una dolorosa composicin que
durante tiempos antiguos haba sido familiar no slo a los griegos sino tambin a
muchos otros pueblos mediterrneos. Herdoto (II 79) nombra de entre todos a los
fenicios, a los de la isla de Chipre y especialmente a los egipcios, todos los cuales
cantan a Lino aun cuando cada uno de esos pueblos lo hace bajo su propio nombre.
Los egipcios dice en general no han tenido ninguna otra cancin. Entre ellos se
llamaba Maneros y ste debe de haber sido el nombre del hijo prematuramente
muerto del primer faran cuya muerte fue celebrada con canciones fnebres. Pero
slo en Grecia se lo ha llamado el lamento de Lino; sera intil buscar en este nombre
una etimologa semtica tal como continan buscndola inclusive hasta hoy (Diehl,
Rhein. Mus. 1940, pg. 89 y sigs.). Sin embargo, de todos aprendemos que la ms
antigua forma de Lino es propiamente de los griegos y que ms tempranamente haba
sido evocada en tiempos prehelnicos, cuya suerte era objeto de una muy antigua y
lastimera cancin, que en el mito griego haba sido incluida en el mbito de Apolo y
de las Musas. Conocemos la ms antigua de las canciones de la forma Lino, cuyo
nombre con ai (ay!), que se encuentra en la forma alinon[31], se ha convertido
universalmente en un grito de uso corriente; esa lamentable excitacin expresa desde
la desasosegada preocupacin hasta la desgarradora miseria. Respecto de la cual, en
los primeros coros del Agamenn de Esquilo, de terrible presentimiento, est dos
veces repetido el estribillo alinon en las estrofas, con el agregado de que lo bueno
podra vencer. En Sfocles (Ayax, 628) alcanza a ser como una ruptura de violento
alarido expresamente diferenciada de la suave melancola de la cancin del ruiseor.
Tambin se la emplea en la forma plural alina (as en Calmaco, Him. Apol. 20;
Mosco III 1). Inclusive el adjetivo alinos ha sido empleado en el sentido de
doloroso (Eurp., Helena, 171, 1164 y en autores posteriores).
En Pndaro (frag. 139) se indica que la divina madre en la muerte de su hijo ha
invocado con alta voz a Lino (achtan Lnon). Por lo tanto vemos que Lino es un
nombre de persona y cancin de lamento y a Lnon se aadira alinon. Del mismo
modo en que Lino fue construido como grito de dolor con el altamente dolorido ai,
as hubo para los mismos inculpados ya en tiempos primitivos, la forma del nombre
Oitolinos, el que utiliza Safo y con el que cant igualmente a Adonis y a Oitolinos.
Una conocida teora cientfica sostiene demostrar que la presentacin de una
forma divina se ha desarrollado como se dice en numerosas vertientes al
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principio secundarias respecto de una de las fiestas comnmente alegres o de gritos
dolorosos. As debe interpretarse la figura de Lino. Un proceso semejante en ninguna
parte ha sido comprobado ni como inverosmil, ni como verdadero. Por el contrario,
es verosmil y fcilmente comprobable que los gritos rituales hayan encerrado el
nombre del dios. Lino es, sin ninguna duda, una genuina forma mstica cuya remota
antigedad hace ms comprensible que su nombre se haya mostrado en una forma de
cancin y que haya sobrevivido en un llamado doloroso: el cantor apolneo, el hijo de
la Musa, al que se vuelve en todo el arte del canto, el que termin tan tristemente, tal
como respecto de l dice la cancin a la que dio nombre.
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2. Orfeo
De modo no menos cruel que Lino ha sido arrebatado Orfeo, el hijo de las Musas,
quien ha llegado a ser para todos los tiempos smbolo de la competencia del canto.
Su hogar es la tierra de las Musas pirides en el Olimpo; su madre, la musa
Calope, a la que Hesodo llama la ms excelsa de las Musas. Como padre tambin se
le designa Apolo, o como leemos en primera instancia en Pndaro, a Eagro. Del
mismo modo como Pndaro habla de la omnipotencia de las Musas apolneas (Pit. I
10), que frente a su manifestacin el poderoso carnero dejaba caer sus armas y que
entraba en dulce sueo, nos muestra una de las ms hermosas pinturas de vasos del
siglo V a. C. (reproducida por ejemplo por Scheffolf, pg. 59) a Orfeo cantando y
taendo su lira, su cabeza coronada de laureles elevada hacia la estrella, y, a causa de
su canto, hechiza en tomo de si a hombres armados, contemplndolos en pacfico
asombro o absorto en s mismo, soando con ojos cerrados. Pero no slo los
hombres, sino tambin la naturaleza toda escuchaba asombrada su meloda: las rocas,
los ros, los rboles y las fieras salvajes, los que pacficos se inclinan a sus pies. El
mismo corazn insensible del seor de la muerte se conmueve ante su meloda.
Del hombre de los milagros, de l Schiller dice:
Porque un dios lo inspira, l llega a ser para el oyente un dios, puesto que l
es la felicidad, t puedes ser el bienaventurado.
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de los dioses deberan ser enseadas por l (Timeo, 40 B). Su recuerdo sobrevivi en
una comunidad que lo honr como seor (nax, cfr. Eurp. Hipl., 953) y salvador y
por l se denomin rfica. Sobre l, tal comunidad crey poseer una teogona y
otros poemas. As como sobresale la cancin de las Musas, del mismo modo su canto
vale como origen divino de las cosas y de la transfiguracin en el reino divino.
Respecto de l le recordaba especialmente que haba descendido hasta las sombras y
que, por lo tanto, tena entonces un conocimiento secreto de la salvacin del alma
humana despus de la muerte. Quienes fueron iniciados en sus misterios, se
separaban como puros del resto de la gente, llevaban una vida recogida y esperaban
ser elevados a una existencia semejante a la de los dioses. En cuanto a la imagen del
divino pastor, su figura ha sido grata al cristianismo primitivo.
Debe recordarse tambin aqu a Musaios[32], a quien a menudo se nombra junto a
Orfeo y ha sido sealado como su discpulo. l vale no como hijo de una Musa, sino
que su nombre permite conocer en l el favorito y admirador de las Musas. En una
figura de un vaso del siglo V a. C. (cf. Scheffold, pg. 61), lo vemos coronado de
laureles, sosteniendo con la mano izquierda el juego de cuerdas y con la derecha el
bastn y escuchando piadosamente a la musa Terpscore, ubicado delante de ella,
taendo con sus dedos las cuerdas del arpa, mientras ella, frente a l, mira con su
cabeza inclinada y con grandes ojos.
De Museo se dice, contrariamente a su cnyuge espiritual, que no sufre. Su madre
era Selene, la diosa luna; su padre, Antfenos, hijo de Eumolpo, perteneca a los
hroes sacerdotales de Eleusis; de ese modo su recuerdo est firmemente relacionado
con Eleusis y con Atenas. Se dice que l, al igual que Heracles, se haba dejado
consagrar y que haba llegado a ser jefe en la congregacin eleusina (Diod. IV 26, 1).
En Atenas debe haber cantado sobre la colina que yace junto a la Acrpolis, la que se
llamaba Museo (ahora Philopappos), e inclusive all debe haber sido enterrado
(Pausan., I 25, 8). En Atenas, en la Pinacoteca, Pausanias (I 22, 7) vio una imagen de
l e indic que tena un poema en el cual l, como taumaturgo en el arte de Apolo
Abatis, estaba presentado flotando a travs del aire. Se escribi acerca de l una
teogona, poesa oracular y otras obras de las que, segn Pausanias, ninguna opinin
las consideraba genuinas, salvo para el grupo sacerdotal tico del potico himno a (la
eleusina) Demter de Licnides.
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3. Tmiris
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anciana venerable, lo corona; tras l estn de pie dos Musas y, entregadas, escuchan
su canto (cfr. Scheffold, pg. 58 y sigs.). La imagen de otro vaso nos testimonia
vivamente el trgico desenlace (Journ. Hell. Stud., 25, 1905, cuadro I): el cantor,
perdiendo la vista, inclina su cabeza y eleva la mano derecha espantada que deja caer
la lira y delante de l, en desesperacin, su anciana madre se arranca los cabellos,
mientras del otro lado una Musa est all, de pie, en altiva serenidad, con el
instrumento de cuerdas en su mano inclinada. Que l una vez fue amigo de las Musas
lo muestra la antigua imagen de un vaso (Rm, Mitteil. III, 1888, cuadro 9). Aqu
Tmiris ejecuta msica en el mbito de las Musas y de Apolo; una de las Musas le
entrega un collar de perlas, mientras la presencia de Afrodita y de su cortejo
femenino que juega con Eros recuerda que l haba pedido, segn la leyenda, el amor
de las Musas.
La saga lo ha asociado tambin con Jacinto, a quien una vez se ha sealado como
hijo de la Musa Clo (Apol., I 16) y del que un conocido mito narra que l como
favorito de Apolo lleg a ser muerto por el mismo dios a causa de una desafortunada
cada. l, para quien se haba determinado un destino tan triste, debe haber amado
primero a un hermoso muchacho (Apol. I 16).
Del otro lado del mito de la Repblica platnica (620 A), el alma de Tmiris elige
para su reencarnacin la vida de un ruiseor.
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4. Reso
Finalmente, vinculado con esto, se recuerda que algunos hijos de las Musas no fueron
conocidos por el canto, sino por la apariencia de un fulgor de cuento maravilloso
cuyo destino era desaparecer rpidamente, luego de un corto alumbrar. ste es el
trgico destino del rey Reso de quien tenemos noticias por dos poemas, conocidos
por el dcimo libro de la Ilada y por la tragedia euripdea del mismo nombre.
Se hablaba de l en Troya, donde segn una tradicin unnime debe haber
encontrado la muerte; un ro llevaba su nombre (Ilada, XII 20; cfr. Hesodo, Teog.,
340), en las proximidades de Bitinia, prximo a la costa asitica de Proponto, junto a
los montes Argantonios. Tambin all (segn Plinio, Hist. Nat., VI 4), un ro fue
llamado Reso. Se esposa Argantone era la Ninfa del mismo nombre de la montaa.
Sin embargo, la mayora de las veces se tuvo noticia de l del lado europeo, en Tracia
y en Macedonia, y slo pudo imponerse a travs de un prejuicio moderno, que la saga
sobre l sea nica y originariamente familiar a Troya. Siempre se lo designa tracio y
rey tracio (Ilada, X 434 s.; Hipon., frag. 41 y sigs.). All tambin se conocen los
nombres de sus padres. Como su padre, se tuvo al dios-ro Estrimn (as en Pndaro,
fr. 277 Bow., etc.). Aun cuando l en la Ilada (X 435), por el contrario, se denomina
Eyoneo, lo cual no significa una gran diferencia, pues junto a la desembocadura del
Estrimn se encuentra la vieja localidad con el nombre de Ein. Hiponacte (frag. 41)
lo denomina rey de los eiones, tambin del linaje tracio junto al curso del Hebros,
en cuya desembocadura se encuentra la ciudad de Ainos. De igual modo, inclusive, el
tracio dios-ro Hebros es considerado su padre (Servio, Verg. Aen., I 469). Su madre,
empero, es siempre la Musa. En la tragedia no se le designa ningn nombre
individual; en Pndaro se la llama Euterpe, en cambio en la hiptesis de Aristfanes
de Bisancio sobre la tragedia Reso, era Terpscore; en otros, Calope o Clo (Apol., I
18; Sch. Eur., Rhes., 346). En el monte tracio Rdope se hablaba de milagros,
inclusive en siglos posteriores a los que l haba efectuado. Todava l debe cazar all.
Y as como se deca de Orfeo, que las fieras salvajes seguan el sonido de su lira,
tambin se crea que las fieras de los bosques montaeses iban de a dos o de a tres
hacia su propio altar para ofrecerle sacrificios (Filstr., Her., II 8). A causa de los
ruegos de su divina madre fue liberado del reino de los muertos y vivi, tal como lo
predice la Musa en el Rheso euripdeo, oculto en lo ms alto de los montes Pangeos,
donde en otro tiempo mor otro hijo de las Musas, el profeta bquico Orfeo, como
un dios venerable por su conocimiento. Esto es indudable de acuerdo con un
antiguo culto a Reso, cuya sapiencia, como por cierto lo indican las palabras finales,
se haba difundido no muy lejos. Por eso puede explicarse como verosmil cuando se
informa que por mandato de un orculo los atenienses trajeron desde Troya los
huesos de Reso para la fundacin de Anfpolis en el ao 437 y que los sepultaron
junto a Estrimn y que l, en Anfpolis, alcanz el rango de hroe, y que por otra
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parte su madre, en una colina vecina, lleg a tener un altar (Pol., VI 53; Schol. Eur.
Rhes., 346). De modo contrario, en cambio, existe el testimonio sin importancia de
Cicern (De nat. deorum, III 45), segn el cual Orfeo y Reso en ninguna parte fueron
objeto de un culto.
Dice la Musa (Rhes. 970) que l sobrevivir sobre la tierra en cuyas
profundidades haya plata (en antrois tes hyparg tou chthons). Esta palabra es de un
significado decisivo. Es una tierra dorada y argntea la que suea sobre Reso. Llena
de minas de oro, dice Estrabn (331, 34), la comarca se encuentra en los alrededores
de Filipo, cerca de Pangaion; sta es elogiada por sus minas de oro y plata, y donde
uno encuentra el arar, a ambos lados de la tierra, desde Estrimn hasta Painoia, trozos
de oro entre montculos de tierra. Inclusive son conocidas las bsquedas de oro en las
montaas de Anfpolis, junto a Estrimn, de las que el historiador Tucdides obtuvo
beneficios (cfr. IV 105 y las biografas). Segn Herodoto (VI 47), ya los fenicios
haban explotado minas de oro en las inmediaciones de Tasos. Aqu tambin se
cuenta acerca del extrao rey Reso, respecto de quien todas las cosas en tomo de l
son de oro y de plata. As se presenta l en la descripcin de la Ilada (X 436 y ss.),
con sus muy hermosos y muy blancos caballos, los que resplandecan cndidos como
la nieve y rpidos como el viento; el carruaje, de oro y plata; las armas, doradas, un
milagro digno de verse, como slo los inmortales pueden usar. Y as el mensajero en
la tragedia de Reso (301): a l lo he visto como un dios parado en su carro, de oro
eran los aparejos sobre el pescuezo del animal, los que brillaban ms blancos que la
nieve, y en sus espaldas resplandeca el oro engarzado en el hierro forjado de su
escudo; los caballos tenan en la frente una diadema de bronce con muchas
campanillas cuyo tintineo impona temor. Y donde siempre se dice en esta tragedia
respecto de l que es llamado el armado de oro, puesto que agita su escudo de oro
(340, 370, 383)
A esta forma de cuento pertenece el amor romntico sobre el cual habla la saga
popular (Part. 36). La historia se desarrolla en la ciudad de Quos, en los montes
Argantonios, donde en otro tiempo el hermoso Hilas debe haber sido arrebatado junto
al agua surgiente de las Ninfas. All una tmida muchacha de nombre Argantone iba
de caza con muchos perros y como la reputacin de su hermosura haba alcanzado a
Peso, l resolvi buscarla y ganar su amor. Le dijo que tambin se abstena del trato
con seres humanos y que quera ser su fiel compaero de caza. Ella consinti y l no
se apart jams de su lado hasta que ella fue presa de una pasin tan violenta por l
que se dio en su amor y lleg a ser su esposa. Como entonces estall la guerra
troyana y los troyanos quisieron tenerlo como compaero en la contienda, ella lo
retuvo largo tiempo; mientras ella lo am, lo alert bien respecto de lo que poda
sucederle. Pero Reso no quiso soportar los reproches ni la injuria de los apremiados
compaeros. March hacia Troya y cay en la lucha a manos de Diomedes junto al
ro que de l tom su nombre. Cuando Argantone lleg a saberlo, se dirigi
nuevamente al lugar de su encuentro amoroso donde ella, errando siempre, lo llamaba
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por su nombre hasta que se desvaneci de tanto dolor.
Una autntica novela de amor bajo la cual, por cierto, se distingue claramente el
mito genuino. A l, la ms alta poesa como ocurre a menudo lo ha exaltado ms
fielmente que la leyenda popular en la que la ciencia nueva crey encontrar el
fundamento de una significacin preconcebida. Tambin en la Ilada Reso encontr
la muerte delante de Troya; desde all, antes, una mujer enamorada le previno de la
consecuente tragedia y no quiso dejarlo marchar porque ella haba intuido la
desgracia (900, 934). Pero aqu est la divina madre, la Musa. Y l no cay en la
lucha sino en un sueo, e inclusive pudo dar pruebas de su herosmo. Al principio, en
el ltimo ao de la guerra de Troya lleg con su ejrcito como aliado para ayudar
como milagroso salvador quien, con un golpe, pudo determinar la guerra en favor de
los troyanos. Fulgur como un dios (Res. 386), fulgur a causa del brillo de sus
armas de oro y ningn enemigo pudo oponrsele (Res. 375, 461). Su mirada
descubierta debi infundirle pavor (Res. 335). l pudo vanagloriarse de que un solo
da le era suficiente para aniquilar a los griegos (Res. 447). Y en efecto, esto lo
conoce la diosa Atenea (Res. 600), aunque l sobreviva slo en la noche de su
llegada, no habr ningn Aquiles ni ningn Ayax que pueda salvar de la ruina al
campamento griego. Sin embargo, la ciega certeza de la monstruosa victoria se
supone que fue su ltimo pensamiento. Con l entr en un sueo del que no despert
nunca ms. Diomedes, quien con Odiseo fue llevado durante la noche para
reconocerlo, atac por sorpresa su ejrcito desprevenido y mat al rey mientras
dorma. l respir con dificultad y entonces lo visit un sueo terrible (Il., X 469).
En la tragedia escuchamos las quejas de las madres a las que les han robado su
amado hijo y al mismo tiempo el rumor que l, semejante a un dios, hizo revivir en
los montes Pangaion. As se cerr el crculo de esta vida. Entonces en el Pangaion, en
la comarca con tierra colmada de oro (chrysbolos, Res., 921), las madres lo
recibieron del divino Estrimn, al cual en otro tiempo la Musa del canto ba con
sus aguas en su regazo virginal (351). All fue baado con el preciado cuidado de las
Ninfas de los manantiales (929); l se preocup entonces por el amor de las divinas
mujeres y debi vedas desaparecer como la imagen de un sueo. Y, en efecto, su
aparicin, su esencia y su destino se parecieron completamente a la imagen de un
sueo. Cuando otros hijos de las Musas debieron cautivar al mundo con su canto, as
debemos mencionar a Reso como el sueo dorado de la Musa.
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III
LAS MUSAS CON OTROS DIOSES
Las Musas, las hijas de Zeus padre del mundo y manifestantes de su espritu,
estn tambin ntimamente emparentadas con los grandes hijos de Zeus, con Apolo,
Hermes, Dioniso y Heracles.
El vnculo con Apolo se evidencia claramente en el conocido sobrenombre del
dios como conductor de las Musas (Mousegtes), que en la literatura est ya
sealado en Safo (en Him. or. III 3) y en Pndaro (frag. 241 Bow.). As, pues, el viejo
Eumelo pudo designarlas como sus hijas.
Ellas se manifestaron a Apolo ya en la Ilada con la misma evidencia, tal como
aparece en tiempos posteriores en la poesa y en el cultivo de las artes. Al final del
libro I ellas cantan en el banquete de los dioses en el Olimpo, y Apolo juega con la
lira. Tan pronto como Apolo brilla en el Olimpo, se dice en el Himno homrico
(189), las Musas comienzan su canto. As el dios se present en el escudo de Heracles
segn el poema hesidico (202) con las Musas que cantaban. Hesodo, en la
Teogona (94), nos dice que de las Musas y Apolo descienden los cantores y
taedores de cuerdas. En un poema de Simnides, perdido para nosotros segn
Himerio (or. XVI 7), estaba descripto cmo las Musas siempre entusiastas del
canto, tan pronto como alcanzaban a divisar a su maestro Apolo, lograban desarrollar
sus voces con ms armona. Respecto de esta correspondencia, podran mencionarse
muchos otros testimonios. Tambin tempranamente el cultivo de las artes se ha
ocupado de este tema. As se vio en las arcas de Kypselos cantar a las Musas bajo la
conduccin de Apolo, y a propsito de ello existi un epigrama: Latodas outos
tchnax hekaergos Apollon, Mousai damphauton, chapeis chors, haisi katrchei
(Pausan. V 18, 4).
Naturalmente, tambin Hermes, el conductor de las Ninfas hermano de Apolo
, se encuentra prximo a las Musas. Tal como explica el Himno homrico, l
debe haber inventado la lira y habrsela obsequiado a Apolo. De l, el tebano Anfin
tambin debe haber recibido el instrumento de cuerdas, con el cual l mismo animaba
las piedras para construir con su movimiento los muros (Apolod., III 43; Pausan. IX 5,
8; Hor., carm. III 11, 1). Inclusive, tambin se le atribuye la invencin de la siringa
(Hom., Him. 512; Apol. od. III 115). Y una vez se dijo que el conocido cantor Lino
haba sido su hijo tenido con la Musa Urania.
De ese modo, encontramos al dios emparentado tambin con las Musas en el
culto. En Megalpolis haba un antiguo altar comn para Apolo, Hermes y las Musas
(Paus., VIII 32, 2).
De especial significado es que las Musas tambin aparecen en la rbita de
Dioniso. Este dios de embriagante msica pudo ser llamado en muchas ocasiones
Musagetes[36], al igual que Apolo. Las mujeres taedoras de flauta de su squito, en
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el coro de la Antgona (965) de Sfocles, se llaman Musas amantes de la flauta.
As, pues, antes de la invencin de la lira, las Musas primero deben haber soplado la
flauta (Himno a Hermes, 450); inclusive en Trzen haba un altar para las Musas
llamadas ardlidas a causa de Ardalos, el hijo de Hefesto, el inventor de la flauta
(Paus. II 31,3). Sin embargo, as como en tiempos antiguos se pens como muy
ntimo el vnculo de las Musas con Dioniso, el culto los muestra bien separados,
segn los escasos testimonios que poseemos. En el beocio Queroneo, donde, en la
fiesta de Agrionie, el mito del trgico destino del dios se ha escindido para manifestar
en una accin cultual, las mujeres buscaron al Dioniso que hua y finalmente
manifestaron que l hua de las Musas y que all se haba ocultado (Plut., symp. 8,
praef.).
Sin embargo, de todo esto no se deduce que las Musas, como ltimamente se ha
afirmado, hayan estado en el origen tan prximas de Dioniso como de Apolo.
Respecto de lo cual, vuelve a contradecirse ya el nombre de su madre Nemosine, al
cual, al igual que al suyo propio, ella, como diosa del pensamiento, coloca junto al
dios de la sabidura. As, pues, tambin en ambos tmpanos del templo dlfico a
Apolo, por un lado Apolo con las Musas y por el otro Dioniso con las tades, han
estado uno frente al otro. Sin embargo, a partir de la tragedia nacida del culto
dionisaco, lo ms elevado que se ha alcanzado en el arte de las Musas ha sido el
indisoluble vnculo de Dioniso con las mismas. Como genuino hijo de Zeus, tambin
Heracles fue tenido como amigo de las Musas y no en primer lugar por esto, sino
porque l jugaba un papel destacable en el gimnasio bajo los dioses de educacin
juvenil. Inclusive hoy, una imagen negra de la figura de un nfora nos lo muestra
ejecutando msica como Apolo (cfr. para ste y para el siguiente, Furtwngler en
Roschers Lexicon, I 2190; Gruppe, en la Realencyclopdie, Suppl. III 1101). Tambin
l a veces es llamado Musagetes. En la Mesene del Peloponeso, Pausanias (IV 31, 10)
vio en el templo de Hefesto una imagen de Apolo, de las Musas y de Heracles. En
Atenas, en la Academia, se elevaban altares a las Musas, a Hermes, a Atenea y a
Heracles (Paus. I 30,2). En la isla de Teos una ley concerniente a la educacin
musical dispona que las multas por contravenciones deban corresponder una mitad
para la ciudad y la otra, por cierto, para los altares de Hermes, Heracles y de las
Musas (Dittenb. Syll2., 523, 57). En Quos, una inscripcin indica los nombres de los
jvenes que haban vencido en las competiciones musicales y deportivas de sus
gimnasios y que haban ofrendado sus victorias a las Musas y a Heracles (Dittenb.,
524, 6). En cuanto a Roma, Plutarco (Quaest. Rom., 59) refiere un altar comn de
Heracles y de las Musas. Una particular expresin ha encontrado esta alianza en la
denominacin de Heracles de las Musas (Heracles Mouson) que est documentada
en testimonios arretinos. La misma lleg a ser famosa a travs de un templo romano.
El sutilmente formado y al mismo tiempo activo literato M. Fulvius Nobilior, quien
se dej conducir a la pradera etlica por el poeta Enio, trajo de all segn la
transmisin de Ambrakia las conocidas imgenes de las Musas que encontr en la
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instalacin del templo de Heracles Musarum fundado por l (de Hrcules y de las
Musas, dice Servio, Virg., Aen., I 8). Precisamente all debe haber colocado el
supuesto templete en piedra dedicado a las Musas, trado por Numa, al que haba
revelado un relmpago y el que haba sido encontrado muy prximo a la entrada del
templo del Honor y la Virtud (Ser., ad loc.). Eumenio (Paneg., ed. Bhr., pg. 121)
observa por ello que en Grecia lleg a conocerse a Heracles como Musagetes y que
por esa causa las nueve Musas fueron puestas por Ambrakia bajo la proteccin de
Hrcules Musarum. Y que probablemente tambin se encontr en la misma Roma un
altar griego, Heracles Mousagtes (CIG. 5987).
De entre las divinidades femeninas, las Crites[37] son las que estn ms prximas
a las Musas; las diosas de la graciosa benevolencia y de la satisfaccin en la
naturaleza y en el amor de los hombres. Todo lo que es hermoso, imponente y
espiritual ha tomado de ellas su magnificencia (cfr. Pnd., Ol. XIV 3 ss.). Del mismo
modo, el canto les recuerda su encanto y su grandeza (Pnd., Nem. X 1; Pt., XXXIX y
otr.). Las Gracias representan directamente el papel de las Musas, cuando la antigua
imagen de Apolo en Delos, que tom el arco con una de sus manos, con la otra atrap
a las tres Gracias, una de las cuales sostiene la lira; la segunda, la flauta, y la tercera,
la siringa. De ah que Pndaro, con gusto, enlace sus nombres con los de las Musas
(Nem. IV 1; final de la IX). Al comienzo del conjunto de las Elegas de Teognis, son
invocados Apolo y Artemis, las Musas y las Gracias, ellos, quienes en el antiguo
templo de Cadmo cantaron la hermosa palabra: lo que es hermoso es adorable, o
bien, lo que no es hermoso, no es adorable; esta palabra procede de una boca
inmortal. O bien, ya en el Himno homrico a Artemis (XXVII 15) se describa
cmo la diosa, despus que ella se regocij con la caza, va a Delfos hacia su hermano
Apolo para dirigir all al hermoso coro de las Musas y las Gracias. Segn Hesodo
(Teog., 64), las Gracias habitan en el Olimpo como inmediatas vecinas de las Musas.
Venid ahora, tiernas Gracias y atrayentes Musas!, exclama Safo (frag. 90).
Tambin en su vejez Eurpides desea, tal como l le permite cantar al coro en el
Heracles (673), que no dejen de unirse, Gracias y Musas, en la ms amorosa
alianza.
Tambin las cantoras medio fantasmales, tales como las Sirenas[38] que se acercan
a la muerte y que la traen, las que cantan las melodas de los Infiernos (Sf., frag.
777), emparentadas con las Musas. Tal como cuenta Homero, ellas habitan en el mar
y su canto hechiza a quien se conduce con semejante fuerza al punto que, quien no ha
respetado los huesos mortales acumulados alrededor de ellas, pierde su hogar y su
vida y ese en el destino que estos monstruos le han preparado. Por eso, segn el
consejo de Circe, Odiseo debe obturar a sus compaeros los odos con cera mientras
l, atado al mstil, escucha la maravillosa cancin y sus apasionados ruegos por
desatados para que sus sordos odos encuentren felicidad. As es dominado el poder
de esa meloda (Od., XII 38 y ss. y 158 ss.). Las voces melifluas de las Sirenas
expresan tambin un conocimiento, tal como precisamente lo dicen las Musas en su
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alocucin a Hesodo: Nosotras conocemos, tambin as dicen las Sirenas a Odiseo:
Todava aqu nadie se ha conducido con una nave que no haya escuchado encantado
y se haya alejado con un conocimiento ms rico; pues nosotras conocemos todas las
cosas, las que ocurrieron entre griegos y troyanos segn deseo de los dioses; nosotras
conocemos todas las cosas que ocurren en la otra tierra.
Pero no siempre las Sirenas parecen tan desgraciadas y peligrosas; muchas veces
se las coloca junto a las Musas como cantoras y maestras de los poetas. La Musa
suena, la Sirena de voz clara, expresa Alcmn en la cancin de uno de sus coros
(frag. 10). En una de las canciones de las muchachas, l elogia grandemente a la
corifea cuando ella tambin podra llegar a ser famosa no como conocedora del
canto como las Sirenas puesto que ellas son diosas (frag. I 97). De ese modo
fueron estimadas como hijas de una Musa y del dios-ro Aquelao (Apol, I 18, Epit.
VII 18; Apol. Rod., IV 895; Schol. Il., X 435). Se cuenta tambin respecto de aquellas
que cantaron con las Musas en una competencia y para ser ms preciso en la de la
beocia Queronea (Paus. IX 34, 3). All se elevaba en el templo de Hera una antigua
imagen de la diosa, obra de Pythodoros, la que de una mano conduca a las Sirenas.
Hera, as se dice, haba dispuesto que las Sirenas compitieran con las Musas y que
stas, victoriosas, deben haberse tejido las coronas con las plumas que arrancaron de
las Sirenas. Una vez (Steph. Byz., Aptera) esta historia fue llevada a la crtica Aptera,
de all debi haber tomado su nombre. La leyenda tambin est representada en el
arte de los retratos y tal como es sabido, las Musas llevan de vez en cuando plumas
en la frente.
De modo anlogo se nos informa tambin respecto de las Pirides (o Ematides),
las que se conocen por medio de sus nombres como parientas de las Musas. Ellas, a
causa de su derrota, deben haber sido transformadas en Urracas (Nicandro en Ant.,
Libr., IX; Ov., Metam., V 300 s).
De una naturaleza semejante a la de las Sirenas que conducen a la muerte, es la
tebana Esfinge; se dice que ella haba recibido su conocido acertijo de las Musas
(Apol, III 52).
A los hechizos de la msica pertenece tambin el suave sueo, el divino
Hipnos[39], que transforma todas las intranquilidades y combates en una
bienaventurada sonrisa. La maravillosa oda Ptica I de Pndaro, la que comienza con
la alocucin a la divina lira, orgullo de Apolo y de las Musas de cautivante encanto,
dice respecto de su meloda en el Olimpo que tambin apaga el rayo flamgero, el
guila del cetro de Zeus cierra los ojos y se duerme, y el mismo Ares[40], el poderoso,
deja caer sus mortferas armas y se sumerge en dulce sueo. El Himno homrico a
Hermes (449) explica sobre el asombro de Apolo acerca del instrumento de cuerdas
inventado por su hermano Hermes. Verdaderamente exclam aqu estn tres
cosas reunidas: jovialidad, amor y sueo placentero. As fueron ofrecidos juntos al
dios Hipno y a las Musas, tal como Pausanias (II 31, 3) nos informa a propsito de
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Trzen, donde prximo al Museion haba un antiguo altar procedente de Ardelaes,
perteneciente al dios Hipno y a las Musas, porque se deca que el dios del sueo
amaba particularmente a estas diosas.
Para concluir, con relacin a estas uniones se observan tambin animales
favoritos.
El canto de las cigarras para los griegos ha fulgurado desde siempre como algo
maravilloso. Se supo que slo lo canta el macho (Plin., Nat. hist., II 92; Ael., Nat. an.,
I 20, quien sugiere como muy hermoso que la hembra calla como una joven
avergonzada). Ya la Ilada habla de su sonido tierno como el lirio (III 151). La
misma palabra emplea Hesodo (Teog., 42) para el sonido de las Musas (cfr. tambin
Hesodo, Erga 582; Aspis, 395; Safo, frag. 89). Tambin despierta admiracin su
modo de amar. Ellas debieron alimentarse de gotas de roco (Hesodo, Asp., 395;
Virg., Egl. V, 77; Leonidas, Anth. Palat., VI 120; Plin., Nat. Hist. II 93; Aelian. Nat.
an., I 20). De ese modo la cigarra, en su presencia muy viviente, era un animal
mtico. Su arte fue tenido como muy antiguo y nacido de la tierra, porque los
atenienses ms antiguos llevaban para indicar que eran autctonos una cigarra de oro
como broche de cabello (Tuc. I 61). El muy antiguo Tithonos, uno de los ms
hermosos de todos los hombres, a quien su esposa Eos pudo hacerlo inmortal; sin
embargo, como desgraciadamente no pudo darle la eterna juventud, finalmente debi
ser transformado en una cigarra. Como cantoras, las cigarras eran las favoritas de las
Musas (Leon., ap. loc.; Poseidipp. all mismo, XII 98,). Proretas de las Musas, las
llama Scrates en el Fedro de Platn (262 D). A travs de su canto caracterstico l se
sinti hechizado e inspir su desacostumbrada elocuencia. La conversacin tiene
lugar al aire libre, en un clido medioda, y Scrates se encuentra en buen estado de
nimo como para explicar al joven Fedro una historia semejante. Nosotros debimos
avergonzamos delante de las cigarras que cantan sobre nuestras cabezas, puesto que
nos dormimos al calor de ese medioda en lugar de continuar nuestra conversacin.
Sin embargo, cuando ellas perciben que nosotros hablamos junto a ellas al igual que
junto a las Sirenas, sin arruinar su encanto, concluyen; de ese modo pudieron
maravillarnos mejor y obsequiarnos con lo que ellas entregan de divino a los
hombres. Y ante la pregunta de Fedro respecto de que cosa sera eso, l explica la
maravillosa historia de las cigarras.
Ellas, antiguamente, vivieron como hombres en el vicio tiempo antes del
nacimiento de las Musas y al igual que stas se presentaron e inspiraron su canto,
transportadas de ese modo delante de tanta maravilla, a tal punto que por tanto cantar
no pensaron ms ni en el alimento ni en la bebida y sin que nadie lo advirtiera, all
murieron. De ellos desciende ahora el gnero de las cigarras que fuera agraciado por
las Musas a no tener necesidad de ningn alimento sino que, sin comer y sin beber,
cantan desde el nacimiento hasta la muerte y despus de esto van hasta las Musas y
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les informan respecto de quin en la tierra las honra y a cul de aqullas le otorga su
honra. A Terpscore se ofrecen aquellos que en coro le han rendido homenaje y
preferentemente a ella se encomiendan a Erato, a aquella que ha sido elevada en el
espritu del amor y as a las otras; nunca hacia el arte de la manifestacin de la honra;
sin embargo, Calope, la ms celebrada, y Urania, la que viene despus de ella, les
comunican la filosofa viviente y la Msica de las diosas que han sido honradas,
quienes, la mayora de las veces, estn ms inclinadas a los pensamientos divinos y
humanos y a las palabras y de ese modo dejan sonar las voces ms hermosas.
Famosa hasta en los tiempos ms remotos es la historia del citarista Eunemos, en
Delfos, a quien una cigarra, en reemplazo de una cuerda que haba saltado de su
instrumento, lo ayud cantando (Estr. VI 260, segn Timeo; Clem, Alex., Protr. al
comienzo; Anthol. Pal. IX 584).
Un hermoso epigrama de Meleagro en la Antologa (VII 195) se dirige a las
parientas langostas como Musas de los campos, las nombra como apaciguadoras del
deseo, consuelo del sueo, imitando la lira con su ala que produce msica[41] y
ruega a ellas que le entonen algo de amor acompasando con los pies las rtmicas
alas. Una clase se llama profetisa (mntis, Tecr. X 18 con escol.; el nombre
mntis[42] ha existido ya en la terminologa cientfica).
Podra ponerse aqu de relieve que ejecutar la msica de estas criaturas es
realmente un milagro. Las ms modernas investigaciones ensean que ellas no slo
pueden producir sus tonos de un modo propio que puede ser tenido como hereditario,
sino, cuando se les nombra las posibilidades vivientes, de algn modo imaginario
ejecutan su canto por el que ellas han llegado a brillar en el mundo.
Tambin las abejas, en las que como dice Aristteles (De gen. an., III 10, 761a)
inhabita algo divino, han sido tenidas como parientas de las Musas y con
derecho dice Varrn (De re rust., III 16,7), porque ellas, cuando el enjambre se
ha desvanecido, con sonido de cmbalos y con estrpito palmoteante se vuelven a
reunir y a buscar (as tambin Aelian, Nat. an., V 12). Segn Filstrato (Imag. II, p,
413 K), en un viaje a Jonia, los atenienses deben haber sido conducidos por las
Musas en forma de abejas. Abejas de la Musa llama el joven a las muchachas de
Aristfanes (Asambi, 973). Es conocida la leyenda de quienes llegaron a ser poetas
que, estando en la cuna, sobre sus labios han volado abejas[43].
Tambin de otros animales, tales como delfines y cisnes (Mouson rnithes,
Calm., Him., Del. 252), fue elogiada su naturaleza musical, sin necesidad empero
de que fueran puestos en relacin con las Musas, como los ejemplos conocidos.
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IV
LUGARES DE CULTO
Prximo al cielo, sobre las ms altas montaas, habitan las Musas, y los dos sitios
ms antiguos y conocidos por la leyenda en que ellas han habitado son el Olimpo y el
Helicn. Segn la antigua tradicin, los tracios, que antes de los macedonios vivan
en la regin del Olimpo, haban trado el culto de las Musas desde all hasta el beocio
Helicn. Que esto sea cierto escapa a nuestro conocimiento. Pero con seguridad se
deriva de toda una tradicin que, como dice Wilamowitz en su estudio sobre las
Musas (Glaube der Hellenen, I 250 ss.), ya para el tiempo en que los griegos todava
no haban emigrado de esa comarca nrdica las Musas haban sido invocadas junto al
Olimpo por los cantores. Tambin es significativo que las Musas, tal como se subray
ms arriba, son las nicas de entre todos los dioses a excepcin de su padre Zeus
que en Homero y Hesodo son llamadas olmpicas.
Sobre el Olimpo, prximo a los montes nevados, nacieron las Musas (Hes. Teog.,
62 ss.). Desde el Helicn tal como lo explica en el Proemio de la Teogona van
ellas al Olimpo para alegrar a su padre Zeus con el canto. En el olmpico paisaje de
las Pirides, Orfeo debe haber cantado y encontrado su muerte. All en Din, el viejo
rey macednico Arquelao instituy un agn escnico para honrar a Zeus y a las
Musas. Alejandro permiti que fuera representado delante de su comitiva cuando iba
al Asia; necesit hacer un pomposo sacrificio y extendi la fiesta a lo largo de nueve
das, cada uno de los cuales estuvo consagrado a una Musa (Diod., 17, 16). l haba
celebrado una fiesta semejante con su padre Filipo con motivo de su victoria en
Queronea; se dice que ellos ofrecieron sacrificios a las Musas en Din y en Piride
(Dio orat., II, 2) y organizaron el ms antiguo agn de Olimpia.
Pirides, Pimpleia, Leibethron, de los que a menudo las Musas han recibido sus
sobrenombres, al mismo tiempo fueron conocidos como lugares de las Musas (Estrb.,
X 471). Pimpleia se llama un monte, una fuente, tambin un sitio en la Piride,
prximo a Din y a Leibethra y junto al rio Bfiras. Epicarmo (frag. 41) tuvo
referencias sobre una Musa Pimpleia que haba nacido en Pieros, madre de las Musas.
En Leibethra (o Leibethron) los gegrafos todava conocen una surgiente con este
nombre se encontraba una antigua imagen de Orfeo con los cipreses favorables
(Plut., Alex., 14). Segn Estrabn (IX 410; X 471) el nombre del lugar debe haber sido
transmitido desde all hasta el Helicn. l designa como prxima al heliconade
Hipocrene la gruta de las Ninfas labentreas y cree que los tracios haban consagrado
el Olimpo y el Helicn para las Musas. Pausanias (IX 34, 4) conoci cerca de
Queronea un monte Leibenthrion, con imgenes de las Musas y de las Ninfas
labentreas, adems de una surgiente labentrea.
Respecto del Helien, a partir de Hesodo, quien era oriundo de all, del muy
nombrado monte de las Musas, alaba Pausanias (IX 28, 1) la tierra ms sublime, la
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extraordinaria dulzura de los arbustos en los que apacientan rebaos de cabras, y el
carcter inofensivo de toda hierba y raz al punto de poder quitar fuerza al veneno de
las serpientes. Al respecto, del mismo modo nos informa (IX 29, 1 y sigs.) que la saga
haba ofrendado a las Musas heliconades, primero los alades Otos y Efitales y que
las haba consagrado el monte; tambin debe haberlas honrado la ciudad de Ascra, de
donde Hesodo era oriundo. stos son los famosos hijos peregrinos de Ifimedeia y de
Aloeo o Poseidn, de los que se dice (Od., II 305 ss.) que haban sido los ms
hermosos y ms vigorosos de todos los hijos de la tierra, pero, sin embargo,
efmeros[44], muertos por Apolo antes que les creciera la barba. Ellos quisieron tomar
por asalto el cielo a travs de las alturas de los montes Olimpo, Ossa y Pelin.
Tambin aqullos debieron haber honrado a Hera y a Artemis (Calm., Him. Diana.,
264; Apol, I 54). Se supone que ellos han tenido su morada en las inmediaciones del
Olimpo, pero, segn Pndaro (Pt., IV 88), tal hecho ocurri en la isla de Naxos,
donde Artemis los mataba, y all habran vivido segn Plutarco (De exil. 9). En el
beocio Anthedn se mostraban su tumba y la de su madre Ifimedia (Paus. IX 22,6).
Tambin en Creta se crea que se encontraba la tumba de Otos.
A este antiguo tiempo de los hroes se remite la cultura de las Musas del Helicn.
Cuando se va, dice Pausanias (IX 29, 5), por el monte Helicn hacia el bosquecillo
de las Musas (lsos ton Mouson), de ese modo del lado izquierdo se encuentra la
surgiente Aganipe, hacia adelante la escultura hecha en piedra de Eufeme, la nodriza
de las Musas; luego, en una gruta, la imagen de Lino, al cual anualmente se ofrecan
sacrificios delante de las Musas. Del mismo bosquecillo de las Musas, dice Pausanias
ms adelante (IX 31, 3) que sus alrededores estaran habitados por hombres y que los
tspicos celebraban all las fiestas de las Musas por medio de competencias (sobre
esto se tratar ms adelante); diez estadios ms arriba del bosquecillo de las Musas se
llegara a la surgiente, la que se llama Hipocrene, sitio que supuestamente habra sido
golpeado por la herradura del caballo de Belerofonte. En su descripcin del altar de
las Musas y del de Hipocrene, agrega Estrabn (IX 410) en su descripcin del
Helicn, la gruta de las Ninfas labentreas. De lo ms importe, sin embargo, nos
enteramos a travs de un testigo presencial y slo un precipitado conocimiento de
querer comprobar lo nuevo pudo aventurarse a desestimar este testimonio. Hesodo
comienza el Proemio de su Teogona con la descripcin de la danza de las Musas
en el Helicn, ellas danzan en torno de una surgiente oscura y brillante a la vez (por
cierto, pues, Hipocrene) y del altar del poderoso Zeus. Ese altar debe haber sido
erigido en lo ms alto del monte (cfr. Blte en la Realencyclopdie bajo la palabra
Helikon); quiz con razn se ha supuesto que l estara junto a la capilla de San
Elas, al noroeste, poniendo de relieve el punto ms elevado del monte. Por el
contrario, otras surgientes, Aganipe, Permessos, Olmeios, llamadas por Hesodo
como los sitios favoritos de las Musas, forman parte del conocido valle de las Musas,
del que su sublime belleza y estilo son inolvidables para todo el que las visita. El
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Permessos desemboca, unido con el Olmeios, prximo a Haliartos en el Kopaissee
(Est. IX 407, 411). Su manantial procede del Helicn (Estr. A props, de Pausanias,
IX 29,5). Una descripcin del altar de las Musas con sus hallazgos, los que deben
agradecerse a las excavaciones francesas, se encuentra en la Realencyclopdie (XXXI
821).
De Ascra, a los pies del Helicn, el suelo natal de Hesodo, no ha quedado nada.
Ya tempranamente fue conquistado por la vecina Tespia; de all fue trasladado el
culto de las Musas. En tiempos de Pausanias, all slo exista una antigua torre que,
tal como se presentaba, an hoy puede verse.
La vecina Thespiai (Tespia), hasta la poca romana una importante ciudad, en
tiempo de Estrabn (IX 410) junto con Tanagra, las nicas imponentes de Beocia, era
famosa por su antiguo culto a Eros y por sus estatuas de dioses en mrmol hechas por
Praxteles. No menos imponente era su culto a las Musas respecto del cual la ciudad
ya lo evidenci en su nombre la que habla a lo divino. Los tespios celebraban en el
Helicn cada cuatro aos competencias (ta mouseia) para honrar a las Musas como
as tambin para Eros, con gran pompa y brillo, tal como seala Plutarco (Amat. I;
para lo cual ver tambin Pausanias, IX 31,3), y por cierto no slo musicales, sino
tambin atlticas. Anfin de Tespia, quien escribi una obra especfica sobre el
Mouseion del Helicn, informaba acerca de danzas de jvenes y se refiri a un
antiguo epigrama en el que sealaba Baquades de Sikyon que l una vez danz junto
a las Musas (en Msais) y entonces practic las danzas nacientes (Ath. XIV 629 A).
Tespia, bendecida con hermosos nios, hospitalariamente am a las Musas
(Mosophlete), se dice en una cancin de la poetisa Corinna (frag. 3), que procede de
Tanagra. Se ha encontrado all una inscripcin interesante (Dittenb. Syll.2, 745):
lmite del sagrado distrito de la hesidica alianza cultual de las Musas (tal como
dice la correcta aclaracin de Dittenberger). Pausanias (IX 27,5) todava alcanz a ver
un modesto templo de las Musas prximo al mercado, con pequeas imgenes en
piedra dentro de l. Las excavaciones permitieron conocer dos templos, uno de Apolo
y otro de las Musas.
Tambin en Delfos hubo un antiguo culto a las Musas. Plutarco (Pyth. orac., IX) la
primera Sibila lleg desde el Helicn y all fue educada por las Musas. El mismo
Plutarco (en la misma obra, XVII) habla de un altar sagrado de las Musas en el lado
sur del templo de Apolo, prximo al lugar donde la surgiente Kassotis sale a luz y
cerca del sagrado altar de la diosa de la tierra. Se deca que el Kassotis corra bajo
tierra en el Adyton[45] del templo y all generaba entusiasmo[46] (Paus., X 24,7); de l
se sacaba agua para ofrendas sagradas. El agua sagrada que atrae encantadoramente
a las Musas de hermosa cabellera, la llam Simnides (frag. 25,26), para lo cual
Plutarco, que retorna estas palabras, indic que las sentencias del orculo eran
cantadas en forma de verso. En la vecina Daulis, el rey Pireneo debe haber retenido a
las Musas cuando ellas se criaron en el Helicn dlfico, para honrar su poder; sin
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embargo, ellas huyeron de all (Ovid., Metam., V 174 ss.).
De Atenas dice la Musa en el Reso (941) de Eurpides que ella y sus hermanas
tienen precisamente a esta ciudad en las ms altas honras. La colina llamada Museion
(ahora Philopappos), donde cant Museo y donde debe haber sido enterrado, yace
frente a la Acrpolis (Paus. I 25, 7). Por ese Museion en otro tiempo los atenienses
deben haber combatido contra las Amazonas (Plut., Thes., XXIV). Junto a Ilissos se
elevaba un altar de las Musas ilseas (Paus., I 19, 6). An hoy se seala uno de los
sillones marmreos del teatro de Dioniso como un lugar honroso de los sacerdotes de
las Musas. Especialmente memorable para nosotros es el culto a las Musas de la
Academia platnica, del que ya se habl en el primer captulo. La imagen de Platn,
donada por Mitrdates a la Academia, estaba acompaada de un epigrama cuyo
contenido deca que l haba honrado a las Musas por medio de la imagen de Platn
(Diog. Laerc. III 25). De all Pausanias menciona al altar de las Musas. Que en
Atenas se ofrecieron a Mnemosyne y a las Musas numerosas ofrendas excepto de
vino, lo indica un escolio al Edipo en Colona (100) de Sfocles. En Sikyon, en la
Arglide, se vener a tres Musas, de las cuales una se llamaba Polymatheia (Plut.,
Simp. IX 14, 7). De las diosas siknicas nos habla un epigrama de Baqulides (Ath.,
XIV 629 A).
En Troizen haba un antiguo lugar sacro de las Musas donado por Ardalo, el hijo
de Hefesto, el que invent la flauta. Por esa causa las Musas fueron llamadas
ardlides (Ardlides, Pausn., II 31, 3). Aqu Piteo debe haber enseado el arte de la
palabra (lgou tchnen). Segn Plutarco (Sept. sap. conv., IV), hubo all, en tiempos
de Thales, un Ardalo taedor de flauta que era el sacerdote de las Musas ardlides,
ms joven que el fundador del culto del mismo nombre, acerca del cual, tambin el
mismo Plutarco, nos informa en otro sitio (De mus. V), y del cual Pausanias (ad loc.)
testimonia un antiguo altar, prximo al Museion, donde al mismo tiempo se honraba a
las Musas y a Hipno, respecto del cual subraya que el dios del sueo fue tenido
especialmente como favorito de las Musas. De Ardalo se dedujo el sobrenombre de
las Musas inclusive segn Esteban de Bizancio, pero con el agregado de que ellas
haban recibido, segn otro parecer, su sobrenombre a causa del lugar.
En Olympia haba un altar comn a Dioniso y a las Gracias, junto al cual exista
un altar de las Musas y otro de las Ninfas (Paus. V 14, 10).
En Megalpolis, Pausanias (VIII 31,5) vio antiguas imgenes de madera de Hera,
de Apolo y de las Musas que deban proceder de Trapezunt. Tambin vio, tal como
nos informa, un templo en ruinas de las Musas, de Apolo y de Hermes (VIII 32, 2).
Respecto de Esparta, subraya Plutarco, en la Vida de Licurgo (21), que el rey,
antes del combate, no olvida honrar a las Musas. Fundamenta esto en otros escritos
(Instit. Lacon., 16, De cohib, ira, X), donde en lugar de un sentimiento de excitacin
debe haber tenido la claridad de conciencia de superioridad. Pausanias (III 17, 5)
habla del altar de las Musas en la ciudad y con ello est atento al hecho de que los
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lacedemonios, cuando se dirigan al campo de batalla, no dejaban sonar la trompeta
sino que marchaban al son de la flauta, de la lira y de la ctara. En Esparta, ya en
siglos tempranos causaron impresin grandes msicos y poetas: Terpandro, Taletas,
Alcmn, Tirteo.
Tambin de las ciudades griegas del sur de Italia[47] conocemos bastante respecto
de la veneracin de las Musas, especialmente a travs de los pitagricos. En Tarento
haba un Museion junto al mercado (Pol., VIII 27 y sigs.). De Metaponto, nos informa
Digenes Laercio (VIII 1, 4), segn Dicearco, que Pitgoras haba muerto all, en el
lugar sagrado de las Musas, en donde l se haba refugiado (cfr. Porf., Vit. Pyth., 57).
En Crotona, tal como nos transmite Porfirio (Vit. Pyth. 4, segn Timeo), la casa de
Pitgoras fue consagrada a las Musas y la calle fue llamada Museion. El templo de las
Musas en Crotona debe haber sido erigido por consejo de Pitgoras para conservar la
armona de la ciudad (Jmbl. Vit. Pyth., 50, e igualmente en 264, nos informa
respecto de ese altar y de las festividades de las Musas). En Thurioi haba un culto
muy antiguo a las Musas, sobre cuya institucin nos habla un poema pastoril (Escol.
Tecr., 7, 78). En la Thurioi, de igual nombre en Beocia, se encontr un Museion
(Plut., Sulla 17; tambin un templo de Apolo turio).
El famoso Museion en Alejandria, lugar donde los sabios bibliotecarios y
fillogos se reunan para comer, ya se ha hablado en el primer captulo. Acerca del
culto de las Musas en Roma nos informa el captulo sobre el vnculo de las Musas
con otros dioses.
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supersticiones paganas. En otro sentido pueden leerse con emocin las palabras de
Zsimo sobre el resultado de la cada de estas imgenes en el ao 404. Nos informa
(V 24) respecto del pavoroso incendio que produjo la rebelin del obispo Juan, que
alcanz a las construcciones del Senado y a las estatuas de las Musas que en el
tiempo del saqueo de todos los templos bajo Constantino debieron haber sido
llevadas hasta all y se hundieron en las llamas; una seal, la ms evidente, de la
incultura de los hombres que llegaban (amousa).
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III
EL MILAGRO DEL CANTO Y DEL MITO
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1
El mito de la Musa ha pasado de moda entre nosotros; no obstante recuperamos
su imagen y volvemos a tratarlo.
Ella no tiene su igual en ninguna parte del mundo. Entonces cuando en cualquier
otra parte hay espritus femeninos que cantan y la creencia de que los dioses cantan y
de que el canto de los cantores humanos es un regalo del cielo, tal como puede
remontarse hasta los viejos tiempos indogermnicos, vemos que la Musa significa
infinitamente mucho ms. Ella es el canto mismo. En todo lugar donde se canta, el
cantor humano, antes de elevar su voz, es un oyente; inclusive, es la diosa mina la
que canta en su voz. Y por ese motivo el canto y la palabra tienen un significado
como slo la verdadera divinidad puede tenerlo: es la manifestacin del ser de las
cosas; esta manifestacin es de naturaleza tal que sin el canto no se plenifica la obra
de creacin y el mundo no estara completo.
El mito de la Musa posee tambin un maravilloso conocimiento de la esencia del
mundo y al mismo tiempo del significado del canto y del mito; pues posee la lengua,
ese don que eleva a los hombres por sobre todos los otros seres vivientes y lo acerca a
lo divino. Se sabe que incluso algo precede a la palabra del hombre: esto debe ser
escuchado y vivenciado antes que la boca pueda ser perceptible para el odo, y se
sabe tambin que esta voz inspirada, llena de secretos, que precede al habla
armoniosa de los hombres, pertenece a la misma naturaleza de la cosa como una
manifestacin divina que se deja revelar con su esencia y con su excelsitud.
Es ste un conocimiento en sentido estricto o slo una hermosa fantasa?
A esto que an hoy llamamos musical, que ha llegado a ser un modelo
insuperable, acaso a travs de l no lleg el helenismo a poder aprender algo acerca
del espritu que gobierna en el reino del sonido y de la armona y ha creado nuestro
ser alumbrado de forma, de msica y de lengua?
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2
Qu podemos nosotros mismos responder a la pregunta acerca de dnde
proceden la msica y la lengua y qu significan? Por medio del habla uno se cree
capaz de negar a ser proporcionalmente armonioso, pues ella vibra para satisfacer una
comprensible necesidad de la comunicacin humana. Y sin embargo, qu poco
inspirada nos parece la lengua, comparndola sobre todo con la de los tiempos
antiguos, en que hablaba musicalmente era tambin canto hablado! Y cualquier
ostentacin acerca de palabras o formas de palabras, acerca de reglas artsticas sobre
construccin de oraciones para expresar o comunicar algo, esto era tan simple que,
inclusive a menudo, eran meros gestos para hacer algo comprensible. En cambio, el
carcter original de la lengua como canto hablado nos lleva necesariamente hacia la
msica, por lo que no debe sostenerse tan confiadamente que la variedad de sus tonos
alcance fines prcticos. Slo cuando hayamos comprendido la lengua como msica
podremos aproximarnos a la pregunta acerca de qu ha significado esta clase especial
de msica.;
La msica, como se sabe, ya existi en el mundo de los animales, y no por los as
llamados animales superiores, los que slo emiten sonidos ruidosos, sino por ciertos
insectos que suavemente se mueven y ante todo por pjaros movedizos de los cuales
muchas especies nos han hechizado con su canto. Esta msica sin palabras era
tambin especfica del hombre de tiempos antiguos. Esto recuerda muy remotas
clases de cantos tiroleses y arrebatos emparentados con otras variedades de cantos,
los que a pesar de certeras acusaciones respecto de un arte musical esencial, han
expirado por aqullos. Nada sera ms equivocado que el intento de explicado como
un involuntario sonido afectuoso; como el dolor o como el deleite, ellos arrancan lo
viviente! Entonces esos gritos, si ellos fueran proferidos por los animales o por los
hombres, no seran precisamente de naturaleza musical. Tambin donde siempre
brillan slo las ms sencillas series de tonos musicales, est el espritu de la vida en
un estado completamente diferente como si fuera un grito directo. Y llega desde ese
estado cuando preguntamos acerca del significado de la antigua msica.
Tambin en el canto de los animales, en muchos casos se conoce que l se basta a
s mismo, que no desea servir a ninguna finalidad ni producir ningn efecto. Tales
cantos se han sealado acertadamente como auto-expresiones. Ellos brotan de la
inherente necesidad del ser de dar expresin a su esencia. Pero la auto-presentacin
exige una presencia, para la cual ella se manifiesta. Esta presencia es el ambiente.
Ningn ser existe para s solo; todos estn en el mundo y a esto lo llamamos: cada
uno en su mundo. La criatura que canta se presenta por lo tanto en su mundo y para l
mismo. Al preguntarse se da cuenta del mundo y se alegra, lo llama y alegremente
hace uso del mismo. As se eleva la alondra en la columna de aire que es su mundo
hasta una altura vertiginosa y canta sin otra finalidad que su canto y su mundo. El
lenguaje de su propio ser es al mismo tiempo el lenguaje de la realidad csmica. En
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una cancin resuena un conocimiento viviente.
El hombre que practica msica tiene sin duda un mbito mucho ms amplio y
mucho ms rico. Sin embargo, el fenmeno es, en esencia, el mismo fenmeno.
Tambin l debe expresarse tonalmente, sin finalidad, ya sea o no escuchado por
otros. Empero, su auto-presentacin y manifestacin del mundo son tambin aqu una
y la misma. Al presentarse a s mismo, la realidad del ser abarcante llega a expresarse
en sus tonos.
Lo que tiene validez en general para la msica hay que tenerlo tambin para el
lenguaje. Puesto que l siempre es una especie de msica, an cuando l tambin, en
comparacin con el canto hablado originario, pudo llegar a ser tan pobre en cuanto a
tonalidad. Por lo tanto preguntamos: qu hay en esa clase especial de msica?
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3
Cuando aqu contemplamos la naturaleza particular de la msica-hablada, por lo
pronto desde el lado formal ella no fluye como la msica pura, en libre juego de
armona, sino que ser demorada por una tendencia a lo esttico. De la meloda de la
oracin resalta la construccin autnoma de la palabra, de la que W. von Humboldt
dice tan bellamente que sera la primorosa, floreciente floracin (de la lengua). La
palabra es un cuerpo sonoro demarcado y estructurado para si mismo, a travs de
sonidos, de mido, las as llamadas consonantes. De ah tiene su origen la msica-
hablada, sin perjuicio de su penetrante meloda, en cierto modo, siempre de nuevo,
bajo el influjo de detencin de la forma tonal de la palabra encerrada en s misma.
Sin embargo, la palabra como cuerpo sonoro propio, inmvil y reposante,
manifiesta en s a un mismo tiempo todo lo objetivo y todo lo concreto; sa es la
peculiar objetividad o conceptualidad de la lengua, que a causa de su contenido la
diferencia de la msica pura. No como si la msica no fuera objetiva! Ella lo es en
cierto sentido aun ms que la lengua, aun cuando a veces prevalezca en ella lo
sentimental; el verdadero msico sabe que sus estructuras tonales significan el ser del
mundo, y los grandes maestros, como Beethoven, la han explicado como ms
verdadera que todas las manifestaciones de los pensadores. Empero, la objetividad
especifica de la lengua reside en que en ella alcanzan a aparecer las cosas que existen.
La cosa es lo que es, lo que existe. El lenguaje no la encuentra, pues, para darle
solamente una expresin tal como el hombre superficial piensa. Donde no hay
lenguaje, no hay cosas, ni ningn pensar de ellas. Slo en el lenguaje, en el pensar
hablado estn ellas presentes como cosas.
Que las cosas, en tanto que tales, nacen de cierto modo en el lenguaje, se conoce
tambin en el modo como ellas aqu aparecen. Ellas ocurren en la palabra como
realidades mticas y a este carcter mtico, la palabra, a pesar de toda su
transformacin a lo abstracto, nunca puede perderlo completamente. Cuando quiera y
donde quiera, la lengua no slo sirve a una finalidad, sino, por as decirlo, es ella
misma por s misma, tal como en las palabras del poeta figuran las cosas nuevamente
en su vitalidad, su personalidad e inclusive su divinidad originales. Hasta en las
etapas tardas del desarrollo o de la decadencia, en muchas lenguas ha quedado
conservado que las cosas aparecen en la palabra como actuando o sufriendo, que se
mueven de modos variados segn una ley propia y a la medida del ambiente y
situacin en la que se encuentran; tambin ellas, como verdaderos seres, tienen un
gnero, el mismo gnero que en el verdadero mito o culto. As, como es sabido, en
griego los rboles son femeninos, los ros masculinos, anlogamente a su veneracin
religiosa como Ninfas y dioses fluviales. Sin embargo, la lengua va aun ms all que
el mito reconocido y ve tambin las cosas, que nosotros tenemos por inanimadas,
como estructuras vivientes. En eso, sin embargo, corresponde ella exactamente al
mito genuino, que para ella tambin las relaciones ante las cosas, sus calidades, sus
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composiciones, sus eventos, sus estados, sus diferencias y otros por el estilo, valen
como esencia personal y hasta divina. Eso lo conocemos precisamente en las lenguas
antiguas. Empero, tambin en lenguas ms modernas, amor, libertad, fidelidad,
etc., pueden presentarse en todo tiempo como estructuras personales. Para nuestra
lgica son esos conceptos abstractos los que estn personificados en la lengua. An
nadie ha podido hacer entendible un hecho tan absurdo como la as llamada
personificacin. Poco ms o menos el poeta personifica cuando dice:
O:
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misma desde la utilizacin de todos los das, ella quiere llegar a ser cantable, as
como tambin inversamente la msica pura siempre de nuevo aspira a la palabra. El
primitivo canto hablado muestra su carcter tambin en un fenmeno lateral que no
se debe olvidar al determinar su esencia.
Las musas no slo cantan y hablan, sino que con ello tambin danzan. Cantando,
ellas caminan tal como narra Hesodo, despus de haber danzado en rueda en la cima
del Helicn, desde la cumbre hasta el valle y de ah a la montaa del Olimpo.
Tambin en el mundo de los hombres el movimiento rtmico del cuerpo pertenece
desde el comienzo al canto hablado. Sin embargo, la lengua es en todo slo humana o
divina, la danza tiene, al igual que la msica, sus precursores conocidos ya en el
mundo de los animales.
El comportamiento bailarn de ciertas especies de animales est vinculado en
parte con notorias intenciones para provocar atencin o cario. Lo mismo vale
tambin para ciertas danzas primitivas de los hombres, que en parte hoy se practican.
Pero con eso no se explican las variadas formas artsticas de tales danzas, y con
referencia a efectos mgicos, slo se enmascara el problema de su esencia. Con
asombro vemos que existen danzas ya en el reino animal, las que no tienen nada que
ver con fines de tal naturaleza, sino que manifiestamente llevan su sentido en s
mismas.
En la danza el cuerpo es completamente l mismo, dirigido con postura y
movimiento a ningn efecto hacia el exterior, sino slo a s mismo. El ritmo que lo ha
posedo lo desenlaza de las ataduras con las cuales las cosas lo enredan y cargan, lo
libera y lo devuelve completamente a s mismo. Entonces todo se vuelve liviano. Los
movimientos etreos para lo cual han sido creados pueden gozar sin limites la
perfeccin y la belleza. La vida nacida libre se asolea en el brillo de su origen. As
puede decirse que lo viviente revela en la danza la forma pura de su ser y en ello
experimenta la delicia ms gozosa. Pero al ser, el bailarn, tan l mismo, sucede el
milagro de todo ser en s mismo genuino: al mismo tiempo, l no es ms l mismo. l
ha sido elevado en un encuentro ms alto con el ser de las cosas, el cual ahora eleva
su voz encantadora. La tierra que toca su pie ya no es un mero suelo; a travs de ella
su antiqusima eterna divinidad se filtra y santifica sus pasos. La cabeza est
suspendida, embriagada en la luz, hacia la cual remolinean los brazos. O bien las
manos toman las de los co-bailarines para conducir el corro alegre hacia el milagro
del mundo.
Eso es la danza en su impulso elevado hasta lo esttico, donde se apaga la palabra
y con ella el pensamiento objetivo. Aqu, como en la msica pura, se abre el ser del
mundo, pero nada objetivo. Sin embargo, cuando la danza ms tranquila acompaa al
canto hablado originario, entonces salen a la luz seres y cosas existentes, se iluminan
las formas divinas y todo lo real figura en el esplendor del mito. se es el fenmeno
originario del pensamiento y del conocimiento humanos. Dioses y esencias mticas de
todo rango no pueden ser imaginadas, ellas slo pueden aparecer y mostrarse. Y ellas
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surgen con el canto hablado, el cual ha nacido, no de una voluntad arbitraria, sino del
milagro de la percepcin y de la recepcin. Danza y msica, pertenecientes desde el
comienzo a la lengua, permiten conocer claramente el carcter fundamental de todo
hablar originario. Es la auto-manifestacin del hombre en medio de su mundo y el
llegar a manifestarse de ese mundo en Uno.
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Las teoras lingsticas que actualmente estn en boga, parten de la opinin
preconcebida que el uso social y comercial, su aplicacin para el fin de hacer
comunicaciones, para instruir, para ordenar, etctera, seria determinante para la
pregunta por su origen y por su esencia. Que aparte de eso hay en todos los tiempos
otras clases de manifestaciones lingsticas, las que no intentan nada semejante y que
son precisamente ellas en las que la lengua prueba su fuerza ms genuina, apenas se
les presta atencin. Lo mismo que se suele considerar que el lenguaje se presenta con
un gasto admirable de formas de palabras y oraciones, y recin ms adelante limita de
modo paulatino su riqueza de formas; en cambio, se debera esperar lo contrario
cuando l, desde un principio, habra sido determinado para el uso prctico.
Segn la famosa disertacin de Herder (Acerca del origen del lenguaje, 1770)
sin mencionar los conceptos de las eras anteriores, uno se esfuerza por vincular
la aparicin de la lengua con las necesidades y capacidades simplsimas de la
humanidad ms remota. Se trata de colocarse en la situacin del hombre, aun antes de
que l pudiera hablar, y se cree poder demostrar cmo ese carente de lenguaje, a
travs de ciertas situaciones y acontecimientos, pudo o debi llegar a hablar
enteramente en forma natural. Eso no significa otra cosa que se cree poder demostrar
cmo el hombre todava no pensante lleg a pensar, o, dicho ms claramente, cmo el
hombre lleg a ser desde una existencia prehumana a la humana. Pues pensar y hablar
no pueden separarse uno del otro, sobre lo cual habra que decir todava algunas
cosas, y recin con la lengua figura el hombre como hombre en el mundo.
Pero qu clase de necesidades de comunicacin habrn sido, pues, las que
primero han abierto la boca al hombre primitivo de modo que l articulara con mpetu
algo diferente que gritos animales? Las oraciones supuestamente sencillas, tal como
se nos ofrecen como ejemplos para articulaciones originales, tienen un parecido
sospechoso con las oraciones modelo de las gramticas y textos de enseanza de la
lengua, y al someterlos a un examen detallado no resultan nada sencillas, sino que ya
presuponen la lengua completa. Ellas estn artsticamente formadas de manera tal que
parecen no exigir prcticamente nada al intelecto (lo cual es, admitidamente, un gran
error). Sin embargo, para establecer comunicaciones tan primitivas, no haca falta,
pues, ninguna lengua. Para eso, en la vida ms sencilla haba amplia posibilidad, en
grado suficiente, por medio de gestos y exclamaciones, a travs de los cuales tambin
las fieras se entienden entre si de manera excelente. Tambin hoy vemos a hombres
en su trabajo o en la necesidad de la vida prctica hacer apenas uso del lenguaje. Esto
debe, entonces, evocar la impresin de que la lengua puede haber sido creada, no para
el servicio de lo cotidiano, sino slo despus que ella haba sido perfeccionada en el
sentido ms elevado, tambin pas al uso prctico. As ha pensado el agudo Hamann
en contraposicin a Herder, cuando l escribi en su Aesthetica in nuce: La poesa es
la lengua materna del gnero humano; tal como la horticultura es ms antigua que la
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tierra arada; la pintura ms antigua que la escritura; el canto ms antiguo que la
declamacin; las alegoras ms antiguas que las conclusiones; el trueque ms antiguo
que el comercio. Y entonces, para hablar de nuestros antepasados: siete das
estaban sentados en el silencio de la contemplacin o del asombro; y abrieron su boca
para emitir aforismos alados.
Cuando las palabras original y esencialmente sirven a la necesidad de
comunicarse, habrn de ser, pues, signos para cosas y para opiniones y deseos, los
que se ligan a las cosas. Eso tambin es en general la conviccin de los tericos del
lenguaje hasta el da de hoy. Ya media centuria antes de Herder, Swift, en una de las
stiras ms alegres de su Gulliver ha puesto la enseanza de la lengua en boca de los
sabios del lenguaje del pueblo de los Laputa, quienes recomendaron a la gente, para
descansar sus pulmones, en lugar de hablar, que siempre llevaran consigo los objetos
mismos de los que ellos queran hablar y presentarlos slo en cada caso, porque las
palabras son slo signos de las cosas.
Ese concepto est basado en la creencia de lo ms ingenua de que existan en si y
que la lengua no tenga que hacer nada ms que darles nombre, para que puedan ser
retenidas en la memoria y puedan ser comunicadas a otros. En realidad, sin embargo,
las cosas no existen como tales solamente en el pensar hablado. La lengua no las
designa sino que ellas aparecen en ella. De ah, como se sabe, el que escucha no
percibe en la lengua ningn signo que apunte a la cosa sino las cosas mismas, porque
la lengua es la manera y el modo en los cuales se presentan como cosas. Slo as se
explica el hecho muy citado que se le poda atribuir a las palabras una fuerza mgica
y, aun cuando inconscientemente, todava hoy se le atribuye. Para eso no se necesita
ninguna lgica especial, tal como se ha pensado a partir de un extrao malentendido.
Slo porque la creacin de la palabra misma es una manera de conjurar, en la que lo
que existe se revela como tal, en todos los tiempos, el hombre tiene el sentimiento
vago de tocar con la palabra la existencia misma.
Lo mismo vale naturalmente tambin para la magia de los cuadros pictricos,
para cuya comprensin se crey deber inventar una lgica o prelgica propia de
equiparacin de imagen y objeto. En grado menor como las palabras son signos para
las cosas, como el cuadro es una mera indicacin del as llamado objeto, o una
repeticin del mismo, de lo ms altamente superflua.
El cuadro es una creacin en la cual se manifiesta el ser del objeto, as que l
mismo aparece en forma concreta. El sentimiento peculiar, a menudo
intranquilizante, que en la imagen el ser mismo estara presente, llega de aquellos que
sonren acerca de eso.
No se necesita ninguna hiptesis artificial para hacer comprensible la fe en la
magia de la imagen, la que en verdad no est atada a ningn rango de cultura o
formacin. La creacin de la imagen es, como tal, ya un milagro, una especie de
encantamiento. Ya que todo el crear pictrico est acompaado, como tambin el
hablar primitivo, de un sentimiento de euforia peculiar. Tal como el artista genuino,
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as ya estn impulsados los nios pequeos, muy pronto de haber aprendido la
lengua, irresistiblemente al dibujar y al pintar, y el entusiasmo se produce tambin en
las tentativas ms modestas. El artista, como el nio, crea sin ningn otro fin que el
de la creacin. Su hacer recrea las cosas en su verdadero sentido. De ah la alegra en
la concepcin y en la ejecucin, el placer apasionado del nio y el entusiasmo del
artista, el cual cuanto ms grande sea, tanto ms debe confesar que su creacin es en
el fondo una revelacin. El arte pictrico y la lengua bien entendida se iluminan
mutuamente. As como el artista no persigue ningn fin con su creacin, as vale
tambin para el poeta, es decir, para el que originariamente habla, que habla por
hablar.
A la funcin comunicativa de la lengua puede darse tanta importancia como
quiera; de significacin mucho mayor debe ser para nosotros, puesto que es en ella
donde se realiza el proceso de reconocimiento, es decir que las formas del ser llegan a
estar presentes como tales. Lo que denominamos imgenes y pensamiento eso es
precisamente el acontecer de la lengua misma. Eso de reducirla a imgenes y a
pensamiento, a los cuales supuestamente brinda expresin con el fin de la
comunicacin, no quiere decir otra cosa que explicar la lengua desde la lengua
misma, a lo cual ciertamente apunta una gran parte de las teoras lingsticas. El
hombre no habla porque piensa, sino que piensa al hablar.
Y l no se expresa en palabras, sino en lo completo concreto de la declaracin que
se llama oracin. Era un error fatal de la teora lingstica de Herder y de sus
seguidores, de partir de palabras, como si ella al principio hubiera existido sola y
luego se habra construido la oracin a partir de esta palabra originalmente
independiente. Las palabras surgen de la totalidad de la oracin, no la oracin de las
palabras, as como el organismo de los seres vivientes no es el producto de sus
miembros individuales. Tambin la declaracin lingstica es un organismo viviente,
una entidad meldica concreta. Slo dentro y con ella existen como rganos las
formaciones, las que actan como nombres, como verbos, etctera. Ellos son rganos
tales como los miembros del cuerpo viviente, los que admitidamente tienen su forma
propia, pero lo que ellos son, slo pueden serlo dentro del todo. Eso no puede decirse
mejor que con las palabras de W. von Humboldt (Acerca de la variedad de la
construccin lingstica humana, pg. 74):
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es la flor plena, que brota de ella.
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Con audacia puede sostenerse tan paradjico puede sonar que en todos los
tiempos lo menos que se habla sirve o tambin tan slo quiere servir a la
comunicacin. La comunicacin en s se limita en general al desear y al exigir, al
alabar y al criticar, es decir a lo que se siente y a lo que se quiere, lo cual expresa
tambin el habla por medio de gestos y exclamaciones no articuladas y lo que en s
ciertamente nunca habra hecho nacer una lengua en el verdadero sentido. Cuando, al
contrario, dos o ms personas conversan acerca de cualquier cosa, es fcil observar
que el uno se dirige al otro, no tanto como para ser entendido y para, de su parte,
nuevamente ser instruido, sino para tener oportunidad de hablar l mismo. Eso no
vale solamente para el hablar diario aunque aqu sea lo ms evidente, sino
tambin para conversaciones ms espirituales. Desde el punto de vista de la sociedad,
es una mala costumbre y se la critica con razn. Sin embargo, nos seala una funcin
de la lengua, la cual, sin duda, es ms original y esencial que la necesidad
comunicativa. Ya en el caso de los nios notamos lo mismo. Ellos comnmente
hablan sin prestar atencin el uno al otro, sin reparar en eso de si se les entiende o
siquiera si tan slo se les escucha. Ellos hablan por hablar, por meras ganas de hablar.
Hay una magia en el habla como tal. Ella quiere ser hablada porque el hablar
mismo tiene valor propio. Recin al hablar las cosas llegan a ser reales y viras. Y por
eso eleva al que habla, lo libera del conflicto de lo no aclarado y lo hace sentirse bien.
De eso saben lo ms los poetas, los que hablan en sentido perfecto. Se conoce el
testimonio de Goethe que l al expresarse verbalmente se las arregl con todo lo que
lo circundaba. Lo vivido perdi su intranquilidad, su pesadez abrumadora. De cierta
manera neg a su objeto al llegar a expresarse verbalmente. Sin embargo, tambin
muchas expresiones ms modestas que las del poeta alivian el nimo y quitan lo que
ataca al hombre, su aguijn peligroso, tal como se dice de los espritus demonacos
que ellos, tan pronto como se los puede llamar por su nombre, pierden su poder. Y
eso es ms que una mera comparacin, ya que en la lengua las cosas llegan a
manifestarse y la inquietud es neutralizada por el presente como tal.
Por cierto, no ha de negarse que tambin el sentimiento de participacin del
oyente, a quien se confa el corazn demasiado pleno, puede producir alivio. Sin
embargo el monlogo, que por otra parte en otro tiempo debe haber sido mucho ms
frecuente, tambin hoy puede ser observado con bastante asiduidad y da la prueba de
que el expresar no necesita necesariamente de la presencia de un oyente, sino que se
es suficiente a s mismo en las ocasiones alegres y tristes. Yo expreso como por
instinto, en alta voz, delante de m, que la teora de Newton sera falsa, narra Goethe
en su informe sobre una observacin ptica decisiva.
Pero tambin la conversacin genuina no es ninguna comunicacin, tal como se
suele pensar, sino una especie de monlogo de a dos. La conversacin genuina es a lo
sumo posible entre dos, o cuanto ms tres tal como la tragedia griega, pues nunca
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fue representada con el nmero mayor al de tres actores; entre dos de los que
Emerson dice tan bellamente que durante su hablar, encima de sus cabezas, un Jpiter
aprueba al otro con la cabeza. Aqu el hablante comunica al otro no algo acabado,
sino que l habla en cierto modo para s, aclarndose a s mismo al hablar y lo que l
ha pronunciado de este modo se contina de igual modo en el monlogo del otro.
Acerca de tales cosas debiera uno reflexionar en vez de glosar lo ms profundo con
medios de informacin tan baratos, como por ejemplo la necesidad de comunicarse.
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El cantar y decir debe pues tener su razn en la necesidad de un entendimiento de
ndole superior; de un entendimiento no con los semejantes sino con el ser de las
cosas mismas, el cual quiere hacerse patente en el cantar y en el decir del hombre.
Dado que esta manifestacin se produce en tonos, lo musical tiene que co-pertenecer
al ser de las cosas, una voz sobrenatural perceptible slo al odo interior, que impulsa
irresistiblemente al sensible a ella, a or como canto-hablado. Eso corresponde
exactamente al mito griego de la Musa y a la relacin del cantor griego para con su
diosa, tal como ha sido expuesto en lo que antecede.
Que las secuencias de tonos y armonas musicales son la voz innata de la esencia
del mundo lo ha experimentado Goethe y lo ha expresado con palabras inolvidables
cuando inform a su amigo Zelter (21 de junio de 1827) al escuchar obras de rgano
de Bach, que von Schtz le haba ejecutado en Berka: All, en un sosiego pleno y sin
distraccin exterior me haba nacido por primera vez una nocin de vuestro gran
maestro. Yo me lo expres para m como si la armona eterna se entretuviera consigo
misma, tal como probablemente pudiera haber acontecido en el seno de Dios recin
ante la creacin del mundo. De ese modo se mova tambin mi interior y era para m
como si yo ni poseyese ni necesitase, ya sea odos, menos todava vista, ni ningn
otro sentido.
Al significado de la msica para todo lo que significa crear, es decir, para el
encuentro fecundo con la verdad del ser, tambin Goethe ha sido llevado a travs de
su propia experiencia artstica. l, que sera vidente, escribe una vez a Zelter (6 de
septiempre de 1827): Tengo la intuicin de que el sentido para la msica debera
acompaar a todos y a cada uno de los sentidos artsticos; yo quise sostener mi
afirmacin a travs de la teora y de la prctica.
La excelente revelacin en que parecen estar los tonos musicales para con la
estructura elemental del mundo tal como es conocido, ha sido expuesta por
Schopenhauer en su obra principal; Richard Wagner ha intentado continuar los
pensamientos schopenhauerianos en su opsculo sobre Beethoven (1870).
No se explicara precisamente en eso la razn para el hecho de que toda accin
significativa en el reino de lo natural desde siempre ha convocado necesariamente al
canto? Eso podra sealarse en muchos ejemplos. En vez de en cualquier otra cosa,
pinsese solamente en los cantos que acompaan al trabajo, los que en todos los
tiempos han trocado la fatiga de la ocupacin en un placer, pero que por cierto no
fueron expresamente creados para ese fin, sino que se han presentado por s mismos
en contacto con las fuerzas de la naturaleza Pero, desde que el hombre ha
comenzado a traspasar ese contacto con la naturaleza a las mquinas, y a colocar
progresivamente en todas las situaciones imaginables la mquina entre s y la
naturaleza, la msica est enmudeciendo.
Las canciones populares, como hemos dicho, son slo un ejemplo para muchos.
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En todo lugar donde el hombre sea conmovido con fuerza elemental por la realidad
viviente, surge el canto hablado o la cancin, a menos que no permanezca atrapado
en un concernimiento inmediato que slo pueda callarse o gritarse, sino que pertenece
entre los susceptibles, en un sentido ms elevado, a los cuales el ser de las cosas se
hace patente como tal, ya los toque con goce o con pena. Eso lo vemos en los poetas
y msicos; ellos son para nosotros en general los representantes del habla original.
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Tal como el hombre es elevado ms all de s mismo por medio de la danza
primitiva, y por la msica pura y la existencia del mundo alrededor de l eleva su
voz, as l se halla con el canto hablado en la regin encantante de lo configurado, del
mirar y del saber, lo cual ocurre en tonos y es un escuchar.
De ese modo nos reencontramos, pues, con la experiencia propia, con el
primigenio pensamiento griego de la Musa, la que manifiesta y plenifica el ser de las
cosas en tonos, y del elegido, que es un escuchante del tonar (sonar) divino y tiene
que seguido en el canto con su voz humana.
Tambin nuestros poetas testimonian a menudo expresamente que sus palabras no
nacen de ellos mismos; que es como si un ser ms elevado hablara a travs de ellos o
les inspirara la palabras, o que un tonar musical los invadiera de una manera
inexplicable y los impulsara al crear potico, pues son oyentes antes de que ellos
mismos empiecen a hablar.
Cuando Goethe hace que Prometeo diga a Minerva:
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Esto y cosas semejantes podran explicarse como imgenes poticas, sin embargo
apuntan a un fenmeno primigenio que no podramos desconocer. Otras confesiones
hablan de inspiraciones musicales como hechos sobrenaturales.
Acerca de la elaboracin preliminar a la compaginacin dramtica del
Wallenstein, Schiller escribe a Goethe (18 de marzo de 1796): Quisiera saber cmo
ha procedido Ud. en tales casos. En mi caso, la sensacin al principio es sin objeto
determinado y claro, ste se forma recin ms adelante. Cierta disposicin anmico-
musical precede, y a sta recin sigue en m la idea potica. De manera
completamente semejante a Schiller se ha expresado ltimamente Paul Valry acerca
de la creacin de su Cimetire marin. En el Mercure de France (nmero de abril de
1953, pg. 591), Austin cita los Entretiens avec P. Valry de Lefvre"
Y el mismo Valry dice (Varit III, pg. 63) que ese poema no habra nacido de
su intention de dire, sino de faire. Quantau, Cimetire marin, cette intention
ne fut dabord quune figure rythmique vide, ou remplie de syllabes vaines, qui me
vint obsder quelque temps.
Que al poeta le surge una meloda como Zelter conoci y como su amigo
Goethe pudo confirmarle muestra parentesco con el espritu del canto-hablado
originario. Esta meloda o como dice Valry, este ritmo, sin la cual no habra
lengua, es el antiguo tono, el cual segn palabras de Valry asalta de improviso
al poeta y no lo suelta hasta que l no lo ha reducido a palabras conformadas para el
odo. Y lo que as nace, prueba a travs de su convincente verdad y de su operante
productividad que cada msica primigenia, a la que el ser debe agradecer, ha hablado
desde la propia armona del mismo ser.
As puede Hlderlin decir en uno de sus Himnos de las revelaciones, titulado
Fuerzas de los dioses:
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La a menudo larga clarificacin y videncia, que podramos atribuir por cierto a
muchos poetas y especialmente a Hlderlin, se comprende en efecto cuando se
reconoce al poeta como oyente. El escucha desde un susurro que siempre lo llama,
que l experimenta como si su palabra consonara perfecta con l. Y lo que se ha
conformado de ese modo, no es un habla extinguido, sino el sagrado anuncio tonal, a
partir del cual creemos percibir inmediata la voz del mundo y de lo divino en la cual
ella vive.
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Ciegos son los pensamientos del hombre, dice Pndaro, cuando busca el
camino con ingenios del intelecto sin las Musas. Pero si uno, continuando el sentido
del poeta griego, se deja conducir por las Musas, es decir, por la voz que sale sonando
de la esencia misma de las cosas, entonces las palabras son inspiradas no solamente
por lo vivido y por lo experimentado, sino lo mismo como lo cantado por la Musa: la
manifestacin del mundo y de lo divino. l, como dice Pndaro, ha montado al carro
de la Musa y puede llamar a ella su madre y a s mismo, su compaero, aclito o
profeta. Porque lo que l habla no es una mera tentativa de expresar en palabras algo
que lo ha conmovido. Es el llamado espectral desde lo ms profundo del mismo ser:
El fenmeno originario de la estructura tonal de la verdad, que en su lengua ha
llegado a ser habla perceptible.
Lo que en todos los tiempos vale del gran poeta, en quien la lengua nace siempre
de nuevo, tiene que valer tambin respecto del primitivo canto-hablado. Su
significado y ambicin no era servir a los requerimientos cotidianos por medio de
comunicaciones tiles. A ese usufructo, por cierto, l ha pasado paulatinamente como
tantas cosas sublimes, y en eso ha perdido ms y ms lo del canto. Pero ha ingresado
en el mundo con la vocacin de narrar y alabar el milagro del Ser. Y si l solo pudo
lograr eso, es porque la meloda primitiva de tal narrar y alabar la voz de la Musa
lo despert y llam; ah tenemos nosotros el testimonio de verdad del mito griego.
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Notas
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[*] [Nota del editor digital]. <<
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[1] Art. Musen en Roscher, W. H., Ausfhrliches Lexikon der gr. und rm. Mythologie,
www.lectulandia.com - Pgina 96
[2] Seguimos la edicin de Martin L. West, Oxford, 1966. <<
www.lectulandia.com - Pgina 97
[3] Ad hoc, cf. el artculo Musai en Psuly-Wissowa-Kroll, Realencyklopdie der klass.
www.lectulandia.com - Pgina 98
[4] Le culte des Muses chez les philosophes grecs, Paris, 1972, pg. 250. <<
www.lectulandia.com - Pgina 99
[5] Publicada por Hiller von Gaertringen en B. C. H., 1912, p. 230-239 y transcripta
nuestra grafa las palabras que el texto original de W. Otto colocaba en griego. (Todas
las notas al pie de pgina corresponden al traductor). <<
de Demter, la mayora de los mitos coincide en hacerla hija de Leto y de Zeus y, por
tanto, hermana gemela de Apolo. Muerto Hiplito, Asclepio resucit al joven a
pedido de Artemis, quien lo trasport a su santuario de Aricia. <<
<<
Hermes, dios de los rebaos, y de una Ninfa. Haba sido instruido por la msica. Su
infidelidad a la Ninfa Nomia le cost la vida. En la Buc. V de Virg. el pastor Mopso
narra su muerte y el pastor Menalca canta su apoteosis y transfiguracin. <<
rey Tiodamente y rapt a su hijo Hilas, joven de gran belleza, de quien se haba
enamorado. Hilas lo acompa en la expedicin de los Argonautas, pero durante una
escala en Misia fue atrapado por el influjo de las Ninfas. <<
la raza de los Titanes. Como diosa de las leyes eternas figura entre las esposas divinas
de Zeus (cf. Hesodo, Teog., 135 y 901 y sigs. <<
un cantor. La ms conocida dice que Psmate, hija del rey de Argos, Crotopo, haba
tenido un hijo de Apolo. Otra habla de un Lino hijo de Anfmaro y de un Musa
(generalmente Urania, aunque a veces Calope o Terpscore), que era un msico
famoso y que pretendi rivalizar con Apolo en el arte del canto substituyendo las
cuerdas de tripa de la lira por las de lino; por esta causa, el dios, encolerizado, le
habra dado muerte. <<
dios entre los dorios del Peloponeso; igualmente el nombre de un mes de los
lacedemonios, correspondiente al mes de agosto, durante el cual, por espacio de
nueve das, se celebraban fiestas en honor del Apolo Carnio. (Cfr. el valor simblico
de nueve das y la relacin de este nmero con el de las Musas). <<
en su origen, potencias de la vegetacin. Habitan en el Olimpo con las Musas con las
que, a veces, forman coros. <<
Noche y del Erebo y, por lo tanto, hermano gemelo de Tnato, la Muerte. Apenas
ha pasado de la fase de la pura abstraccin. Si bien Homero lo representa viviendo en
Lemnos, la versin clsica es la virgiliana (En., VI 278), que lo ubica en los Infiernos
<<
<<
que las abejas alimentaron a Platn cuando nio sobre el Mymette, en momentos en
que sus padres lo haban dejado olvidado al ir a hacer un sacrificio a Pan, a las Ninfas
y al Apolo Momio (Cicern, De divinitatione, 1 36,75). Ad hoc, cf. P. Boyanc, Le
culte des Muses chez les philosophes Grecs (Pars, Boccard, 1972, pg. 260 y sigs.)
<<
religiosos de la cultura helnica, entre los que hay que contar el pitagorismo. <<