Morner Magnus - Expulsion de Los Jesuitas PDF

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LOS MOTIVOS DE LA EXPUL-

SIN DE LOS JESUITAS DEL


IMPERIO ESPAOL*

Magnus MRNER
Universidad de Columbia

A L EXPULSAR a los jesutas de sus reinos en 1767, Carlos ni de


Espaa slo dio una explicacin muy vaga y envuelta en mis-
terio de aquella medida extraordinaria. Dijo que haba sido
"estimulado de gravsimas causas relativas a la obligacin en que
me hallo constituido, de mantener en subordinacin, tranquili-
dad y justicia mis pueblos, y otras urgentes justas y necesarias
que reserv a mi real nimo". Adems, la primera parte de la
consulta que al respecto prepar el Consejo Extraordinario de
Castilla, entidad encargada de la cuestin jesutica, ha brillado
por su ausencia desde por lo menos 1815; por lo tanto, la his-
toria de la expulsin qued envuelta en un aire de misterio. Lo
que directamente motiv el establecimiento del Consejo Extraor-
dinario fue, como se sabe, el llamado "motn de Esquiladle"
en 1766: una revuelta popular contra algunas medidas que des-
agradaron, tomadas por el marqus de Esquiladle, uno de los
ministros extranjeros del rey. Fue despus de varios meses de
investigacin que el Consejo hall o anunci que haba ha-
llado a los jesutas culpables de haber instigado al populacho,
y esto produjo la expulsin. Pero pocos historiadores han acep-
tado que el motivo verdadero se encuentre en los rumores ne-
bulosos y los hechos triviales relacionados con el motn de
Esquiladle; en lugar de esto han surgido otras explicaciones,

* Conferencia sustentada en El Colegio de Mxico el 16 de julio de


1965.
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siempre dependientes del talento imaginativo de cada quien, y


de acuerdo con su orientacin poltico-religiosa. Varias teoras
se han expuesto, que implican una especie de "conspiracin"
antijesutica: una conspiracin universal de masones; o una
conspiracin de imjjos volterianos; o, al decir de Vicente Ca-
sado, una conspiracin de los manteistas, es decir, de los inte-
lectuales salidos de los colegios de carcter inferior, quienes se
sentan resentidos con el grupo privilegiado que haba recibido
su formacin intelectual en los Colegios Mayores de los jesu-
tas. No es que quiera yo negar que resentimientos parecidos
hayan podido ejercer cierta influencia sobre uno u otro miem-
bro de los crculos gobernantes; lo que no quiero admitir, sin
embargo, es que "conspiracin" alguna pueda constituir la ex-
plicacin esencial de un hecho de tal trascendencia.
En el apndice documental de la obra de don Manuel Dan-
vila y Collado sobre el reinado de Carlos III, publicada en
1894, hay documentacin que nos proporciona elementos valio-
ssimos para comprender mejor el fondo del problema de la
expulsin, y casi nos compensa de la falta del documento del
Consejo Extraordinario que ya mencion; no obstante, muy po-
cos historiadores y escritores han aprovechado aquella fuente.
El hecho es que los supuestos misterios acerca de la expulsin
han llegado a aislar la historia de ese suceso de su natural liga
con otros aspectos de la poltica eclesistica de los Borbones tanto
en Espaa como en Flispanoarnrica. Slo recientemente, y gra-
cias a algunos brillantes estudiosos de la historia intelectual es-
paola, tales como Richard Herr, Jean Sarrailh y Ricardo Krebs
Wilckens, se ha empezado a dar ms atencin al clima ideol-
gico en el cual se produjo la salida de los jesutas. Finalmente
se ha llegado a criticar aquella idea tradicional, tan arraigada,
de que todos los consejeros importantes de Carlos III hubiesen
sido impos volterianos. Ahora que se ha iniciado el estudio
serio de estas personalidades puede advertirse que cada una de
ellas tiene su relieve intelectual e ideolgico propio; destaca la
monografa de Krebs sobre el conde de Campomanes en donde
se muestra que su formacin ideolgica era a la vez ms com-
pleja y ms moderada de lo supuesto. En materias eclesisticas,
LA EXPULSIN DE LOS JESUITAS 3

Campomanes y probablemente la mayora de sus colegas, eran


sobre todo regalistas o nacionalistas. Creo que, en primer lugar,
es de inters estudiar la historia de la expulsin de los jesutas
desde el punto de vista de los elementos regalistas que actuaron
en el hecho.
Pero antes de trazar un cuadro del regalismo espaol y de
su conexin con los jesutas, permtaseme subrayar que muchos
otros factores, tambin importantes, contribuyeron a la cada de
la Compaa de Jess en los reinos de Carlos III. En primer
lugar, claro est, debemos pensar en el impacto de las disposi-
ciones semejantes que haban tomado el gobierno portugus de
Pombal desde 1759, y el gobierno francs desde 1764: la hos-
tilidad contra la orden de Loyola factor importante para que
se tomaran aquellas medidas era en parte un fenmeno comn
al Occidente de la poca de la Ilustracin, y por lo tanto tam-
bin existente en Espaa.
Debemos igualmente tener presente el papel del odium theo-
logicum que haban provocado ciertas doctrinas de telogos
jesuitas, sobre todo el "probabilismo", y, adems, el escndalo
causado por la tolerancia de los misioneros jesuitas en el Oriente
hacia los llamados ritos. malabricos y chinos. El predominio de
los jesuitas dentro de la educacin superior era asimismo un fe-
nmeno casi universal en el Occidente catlico y no pudo sino
provocar la envidia de las otras rdenes religiosas que tambin
tenan ambiciones educativas; un historiador espaol reciente,
califica la expulsin de los jesuitas como "el primer desenlace
de la lucha entre la Iglesia y el Estado por la educacin de la
juventud". La prosperidad econmica y la excelente organiza-
cin financiera y administrativa de la gran mayora de los esta-
blecimientos de los jesuitas, tanto en Europa como en los terri-
torios ultramarinos, era otra causa de envidia, de carcter
materialista, no slo por parte de otras rdenes o categoras ecle-
sisticas, sino tambin por parte de los intereses seculares; los
casos individuales de padres jesuitas convertidos en comercian-
tes tales como el famoso padre Lavalette y la sospecha
de que la orden como tal era ante todo una gigantesca empre-
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sa poltico-comercial, hicieron que la codicia de los estados y


de los intereses seculares frente a la prosperidad jesutica pare-
cieran encontrar una justificacin de carcter moral: al con-
fiscar las propiedades de los jesutas se crea incluso corregir un
pecado y una violacin al voto de pobreza.

E N E L CASO particular de Espaa, algunos sucesos ocurridos en


las posesiones ultramarinas influyeron sobre las mentes de los go-
bernantes. Las misiones de los jesutas en el rea del Ro de la
Plata, entre los indios guaranes especialmente, haban sido des-
de el principio una empresa muy controvertida. Las treinta
misiones de los jesutas en esa regin encontraron generalmente
gran hostilidad de parte de sus vecinos, los pobladores europeos
del Paraguay, principalmente debida a una aguda competencia
por la mano de obra indgena, as como por el comercio. Situa-
das en la regin fronteriza con el Brasil, las misiones vivan al
mismo tiempo en hostilidades permanentes con sus vecinos bra-
sileos, en los comienzos representados por los famosos "bandei-
rantes", crueles traficantes de esclavos indios que, sin embargo,
fueron derrotados por los mismos indios capitaneados por los
jesutas. A partir de aquel suceso, la corona espaola us con-
cientemente de los indios de las misiones como una milicia y
guarnicin de frontera; y tambin los us contra los indios pa-
raguayos cuando stos se alzaron repetidas veces en las dcadas
de 1720 y 1730. Tales circunstancias, en combinacin con ru-
mores sobre el rgimen colectivista de las misiones en manera
alguna tan original como se suele suponer, hicieron a las mi-
siones guaranes cada vez ms famosas y foco de controversias.
Mas el desastre slo sobrevino a consecuencia del tratado his-
pano-portugus de 1750, en virtud del cual se formul, por vez
primera desde Tordesillas, una demarcacin estricta de los lmi-
tes las dos coronas en Amrica.
De acuerdo con ese tratado, un territorio espaol al sur del
ro Uruguay, con siete misiones guaranes, deba ser trocado con
una fortaleza portuguesa a las orillas del Ro de la Plata. El
tratado fue una sorpresa desagradable para los jesutas riopla-
tenses, quienes protestaron contra la cesin, pero en vano, y no
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pudieron evitar que una comisin hispano-portuguesa proce-


diera a efectuar lo estipulado. Entonces los guaranes de las
siete misiones se rebelaron, oponindose a la evacuacin decre-
tada. Fue necesaria una campaa militar hispano-portugue-
sa en gran escala para sofocar aquel levantamiento. Haba
sido instigada la rebelin por los jesutas mismos? Obe-
deca a un plan para erigir un imperio en el corazn de
Sudamrica tal como muchos contemporneos supusieron? Es
verdad que las altas esferas de la Compaa y todos los jesutas
en cargos de responsabilidad se mostraron seriamente preocu-
pados por la rebelin, y que incluso la gran mayora de los
misioneros mismos hicieron cuanto estuvo de su parte para cal-
mar a los indios sublevados; pero pudiera ser que ciertos mi-
sioneros, desesperados ante las circunstancias, hayan tenido al-
guna culpa en el levantamiento. Esto queda por averiguar. Lo
que s sabemos de cierto es que pronto circularon por todo
el Occidente los ms fantsticos rumores.
Esos rumores tuvieron, no hay duda, un papel importante en
el descrdito de los jesutas ante la opinin de todo el mundo,
y tambin hicieron mella en Espaa. Por su parte la corona
hispana pronto se arrepinti de la poltica que la haba llevado
al tratado de 1750 y hasta empez una breve campaa militar
contra los portugueses en el Ro de la Plata en 1761. En rea-
lidad, el asunto paraguayo probablemente tuvo una influencia
ms directa en la expulsin de los jesutas del Portugal en 1759
que en su salida de Espaa ocurrida ocho aos ms tarde.
Otros factores de monta en el caso de la expulsin decretada
por Carlos III sern tratados en relacin con lo que consti-
tuye el tema central de este ensayo: el regalismo como base de
los acontecimientos de 1767.

S E PUEDE PREVER Y S I M P L E M E N T E definir el regalismo como la


afirmacin de los derechos del soberano en asuntos eclesisticos
a expensas del papa. La poltica eclesistica de la corona espa-
ola estuvo tradicionalmente imbuida de regalismo, tanto en el
territorio peninsular como en las posesiones ultramarinas. Pero,
como se sabe, la base institucional de la Iglesia era muy distinta
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en los dos lados del Atlntico. Por lo que toca a Amrica, a


partir de 1493 la corona haba recibido del papa una serie de
privilegios, de los que el ms importante data de 1508, por
el cual se estableca el llamado Real Patronato de Indias; en
razn de ste, todos los prelados eran nombrados por el rey,
quien, adems, a travs de las autoridades locales, poda ejercer
una vigilancia estricta sobre casi todas las actividades de la
Iglesia. En cambio, en Espaa peninsular, a excepcin de la di-
cesis de Granada, la corona slo obtuvo el patronato en 1753,
e incluso despus de esta fecha la condicin de la Iglesia en
la pennsula fue menos sumisa a la corona que lo que era la
Iglesia indiana.
En la Amrica espaola hasta encontramos un concepto, des-
arrollado lentamente, segn el cual el rey, en virtud de la bula
Inter caetera de 1493, debe ser considerado Vicario Apostlico,
condicin seguramente rara para un lego. La primera vez que
se ve que el monarca mismo lleg a aplicar esta idea extraa
es en una orden de 1765, en que dice que gracias a su delega-
cin apostlica tiene libertad para intervenir a voluntad en casi
cualquier aspecto del gobierno espiritual de Amrica.
Un elemento importante del Real Patronato Indiano era
la cesin de diezmos que el papa haca a la corona. Las r-
denes religiosas pretendieron que sus exenciones pontificales las
libraran de pagar diezmos al rey sobre su propia produccin
agrcola e industrial. Los jesutas particularmente, dueos de
vastas propiedades, se resistieron con una energa especial cuan-
do las autoridades trataron de hacerles pagar aquellas canti-
dades, y a partir de 1624 se entabl un largo pleito al respecto.
Despus de ms de cien aos, la corona acept en 1750 un com-
promiso segn el cual los jesutas slo tendran que pagar como
diezmo un treintavo en lugar de un dcimo de su produccin.
Pronto, sin embargo, el pleito fue revisado y solamente un real
decreto muy severo, de diciembre de 1766 y con efecto retro-
activo, puso fin a la cuestin mandando que todos los religiosos
deban pagar el mismo diez por ciento. El distinguido historia-
dor estadounidense J. Lloyd Mecham, autor de una historia de
las relaciones entre Iglesia y Estado en Latinoamrica, no cree
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que haya relacin alguna entre esta decisin o entre el patro-


nato como tal y la expulsin de los jesutas, decretada apenas
cuatro meses ms tarde. Pero es posible asegurarlo? En 1769
dice uno de los promotores de la expulsin, Jos Moino, ms
tarde conde de Floridablanca, que el pleito de los diezmos ha-
ba revelado los "fraudes de los jesutas. . . sus enormes adquisi-
ciones en Indias, sus intrigas en el ministerio y otros excesos". Las
palabras sobre intrigas deben ser una referencia al padre jesuita
Francisco Rbago, confesor del rey Fernando VI y como siem-
pre los confesores de los prncipes una persona influyente, a
quien se atribua haber logrado el compromiso de los diezmos
en 1750. No me parece que haya, por otra parte, duda alguna
sobre que el largo pleito de los diezmos contribuy poderosa-
mente a malquistar a los jesutas con el episcopado indiano;
ya que los diezmos fueron siempre destinados por la corona a las
necesidades de las dicesis y del clero americanos, los obispos
tenan el mayor inters en el aumento de su recaudacin. Sea
por esta razn, sea por otras que tambin existieron, la Com-
paa de Jess no gozaba en general de verdadero apoyo por
parte del espiscopado del Nuevo Mundo, y esto, a su vez, debi-
litaba notablemente su posicin. Adems, tericamente hablan-
do, la resistencia de los jesutas en el asunto de los diezmos
implicaba el negar al rey un derecho o una regala de la coro-
na, y esto era algo todava peor. Un parecer de los fiscales del
Consejo Extraordinario, Campomanes y Moino, fechado en
1768, deja ver con claridad que precisamente el carcter siste-
mtico y bien organizado de la resistencia de los jesutas al pago
de esa imposicin les haba chocado fuertemente. Desde el pun-
to de vista del regalismo y del despotismo ilustrado, una opo-
sicin eclesistica bien organizada y coordinada era el peor de
los pecados.
Desde los tiempos de Felipe n, el regalismo espaol estuvo
fuertemente imbuido de nacionalismo. Fue debido a las suspi-
cacias nacionalistas del rey prudente ante el carcter internacio-
nalista de la Compaa, que los miembros de sta no fueron
admitidos en las Indias sino a fines de la dcada de 1560, es
decir, ms de veinte aos despus de la fundacin de la orden.
8 MAGNUS MRNER

Pero una vez admitidos, las impresionantes actividades desple-


gadas por el nuevo grupo de misioneros y educadores pronto
hicieron de la Compaa uno de los elementos ms importantes
de la Iglesia indiana. Tanto los jesutas como algunas otras
rdenes solan reclutar parte de sus misioneros fuera de Espaa,
por ejemplo en otros territorios de la corona como Italia o
Flandes. Pero en 1654 esto fue estrictamente prohibido por el
rey. Para los jesutas tal restriccin era muy sensible, y des-
pus de muchas gestiones y maniobras lograron obtener licencia
para reclutar hasta una tercera parte de su personal fuera de
Espaa; de esta manera llegaron, por ejemplo, a Amrica jesu-
tas como los alemanes Sepp, Dobritzhoffer, Paucke y Samuel
Fritz, todos famossimos en la historia cultural hispanoamerica-
na. No obstante, ya que los jesutas eran los nicos que haban
obtenido esa licencia, al andar del tiempo el privilegio mismo se
convirti en un blanco de ataques y calumnias. Al ocupar las
tropas hispano-portuguesas las siete misiones guaranes en 1756
encontraron que haba muchos extranjeros entre los misioneros
jesutas, lo que en esas especiales circunstancias tuvo que parecer
alarmante. Por eso no sorprende nada que en 1760 el gobierno
espaol revocara la licencia que haban tenido los jesutas sobre
miembros extranjeros de la Compaa en Amrica. Teniendo
en cuenta el fuerte tono nacionalista caracterstico del regalismo
espaol, la cuestin de los misioneros extranjeros puede tener
significado en relacin con la cada de la Compaa. Hispano-
amrica era una regin celosamente monopolizada por la corona
espaola y muy pocos extranjeros llegaron a ser admitidos en
esos territorios, fuera del pequeo grupo de jesutas alemanes,
flamencos e italianos; de ah que se les hiciera fcilmente vc-
timas de toda especie de sospechas.

L A NTIMA RELACIN entre las aspiraciones regalistas de la co-


rona y la expulsin de los jesutas resulta especialmente obvia al
considerar lo que sucedi despus-de 1767. Dos aos ms tarde,
el rey decidira hacer examinar y reformar las rdenes religiosas
restantes, y adems hara organizar una serie de concilios ecle-
sisticos provinciales a fin de discutir problemas importantes
LA EXPULSIN DE LOS JESUITAS 9

de acuerdo con temarios determinados por la misma corona.


Una reforma universitaria tambin se iniciara poco despus de
la expulsin. Esta reforma fue un golpe duro contra la tradicin
escolstica que a veces pero por cierto no siempre haba sido
defendida por los profesores jesutas expulsados. Con esa reforma
se abra, por otra parte, la puerta a disciplinas y pensamientos
ms modernos en el medio acadmico hispanoamericano. Es
interesante notar, sin embargo, que la "doctrina jesuita" que
sobre todo se trataba de eliminar fue al parecer el suarecismo o
populismo, es decir, la filosofa poltica formulada por algunos
sabios y telogos jesutas en el sigloXVI,la cual supona corno
base de la sociedad la existencia de una especie de contrato so-
cial entre pueblo y prncipe, y que, por cierto, se anticipaba en
unos doscientos aos a las ideas de Jean-Jacques Rousseau. Se-
mejante concepto tuvo que parecer una hereja sin igual en la
poca del despotismo ilustrado, aun sin llevarlo al corolario
radical que haba sido formulado, sobre todo por el padre Ma-
riana, justificando bajo ciertas consideraciones el tiranicidio
o el mismo regicidio.
Lo que sucedi relacionado con la proscripcin de los jesu-
tas me parece que no deja lugar a duda acerca de que, al menos
en parte, expulsarlos fue simplemente una manera como la co-
rona fortaleca y extenda su control, ya muy amplio, sobre la
Iglesia ultramarina y, por este medio, pretenda vigilar todava
ms la entera sociedad hispanoamericana.

considerar slo el lado hispanoameri-


PERO NO E S S U F I C I E N T E
cano de la expulsin. Para llegar a ella, las condiciones en Es-
paa misma tenan tal vez mayor importancia. De hecho, el
regalismo espaol se nutra de los privilegios extraordinarios que
la corona ya ejerca en Amrica. En 1755 el famoso juris-
consulto Joaqun Antonio de Ribadeneira en su Manual com-
pendio de el Regio Patronato Indiano concluy que ste no
dependa de la concesin papal sino que era un poder impl-
cito en la soberana temporal; tal doctrina se poda aplicar tam-
bin en la Pennsula. Por otra parte, el regalismo diecio-
chesco en Espaa fue asimismo inspirado por fuentes nue-
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vas y ajenas. El empuje renovado y la agresividad del re-


galismo borbnico no se puede comprender si no se tiene en
cuenta el galicanismo en la Iglesia francesa y las obras te-
merarias y antipapales de los telogos Van Espen y Johann
Nicolaus von Hontheim, ste ms conocido bajo el seudnimo
de Febronius. El mensaje de Febronius en su De statu Ecclesiae
publicado en 1763 y puesto en el ndice romano en 1764, fue
que la pureza de la Iglesia primitiva deba de ser restaurada
con el apoyo directo de los prncipes temporales. Su doctrina
caus sensacin y se divulg muy rpidamente por el Occidente
catlico. Si bien el febronianismo y semejantes ideas ms o me-
nos extremistas slo alcanzaron mayor difusin en la Espaa de
las dcadas de 1770 y 1780, puede ser que haya habido tiempo
para que penetrasen los nimos de algunos de los hombres im-
portantes ya antes de 1767. Un clrigo francs relata que el obis-
po de Barcelona le escribi en la primavera de 1768 que "Fe-
bronius se rpandait en Espagne, i l tait l'ouvrage la mode, et
F Inquisition le dissimulait".
No obstante esto, parece claro que la mayora de los rega-
listas espaoles tenan miras mucho ms moderadas; y por su
parte la actitud de los jesutas mismos frente al regalismo no fue
nada monoltica; en realidad es bien probable que la mayora
de los intelectuales jesutas haya sido ms o menos regalista en
su concepto de la relacin entre Iglesia y Estado. Se sabe de cier-
to que algunos de los confesores jesutas de los reyes borbnicos
en Espaa eran partidarios convencidos del regalismo. Me re-
fiero a los padres Robinet, Lefvre (ambos franceses) y Fran-
cisco Rbago, espaol. El papa Benedicto XIV consider, por
ejemplo, al padre Rbago el peor obstculo para la conclusin
del concordato de 1753. Incluso entre los jesutas expelidos de
Hispanoamrica en 1767 hubo algunos regalistas destacados
tales como el padre Domingo Muriel del Paraguay. A veces
sucedi que los jesutas espaoles no actuaron ciertamente de
acuerdo con los deseos de la Santa Sede: fue debido a influen-
cia de los padres de la Compaa que la Inquisicin espaola
puso en su ndice de libros prohibidos lista no siempre idn-
tica al ndice romano una de las obras del cardenal y telogo
LA EXPULSIN DE LOS JESUITAS 11

Enrique Noris, quien haba atacado la doctrina que sobre la


relacin entre gracia y voluntad humana haba publicado el
jesuita Luis Molina. En Roma las obras de Noris eran consi-
deradas ortodoxas y el papa se esforz porque fuera removido
el trabajo de Noris del ndice espaol, pero en vano. Fue slo
despus de la desgracia del padre Rbago que la Santa Sede
lograra su propsito.
Este episodio de veras resulta paradjico tratndose de la
orden que se supona constituir el instrumento ciego del Sumo
Pontfice, y parece que los opositores y enemigos de los jesutas
quedaron un poco desconcertados ante semejantes ejemplos de
desobediencia al papa. Segn el decir de los fiscales Campo-
manes y Moino en 1767, "el voto especial de los jesutas al
Romano Pontfice no parece que versa en las materias de fe y
de Religin, porque en eso le desprecian cuando no les aco-
moda, y slo se entiende para las cuestiones de inmunidad y
jurisdiccin eclesistica, para engrandecerla en perjuicio de los
Soberanos. . Pero aunque indudablemente se plante a los re-
galistas espaoles antijesuticos un problema al juzgar a los "je-
sutas regalistas", queda en todo caso fuera de duda que lo que
a ellos pareca especialmente odioso era la misma organizacin
de la Compaa de Jess y su fuerte centralizacin que dejaba
tanto poder al Padre General en Roma. Dijeron Campomanes
y Moino que la existencia de cualquier faccin dentro de un
Estado era completamente incompatible con la existencia y se-
guridad del Estado mismo: "El gobierno civil ha de sucumbir y
perecer o expeler aquella mortfera sociedad como una verda-
dera enfermedad poltica". En otras palabras, la Compaa de
Jess fue juzgada y condenada sobre la base de su ideal de
constituir una monoltica y ciega milicia papal en la defensa
de los intereses de la Iglesia. Si la verdad histrica no siempre se
conforma con aquella opinin simplificada, eso no importaba
a los enemigos de la orden.
Al perder el padre Rbago su puesto de confesor del rey en
1755, los jesutas perdieron gran parte de su anterior influencia
en la corte. Fue este el primero de una serie de cambios que
introdujeron a los actores principales del drama de la expulsin:.
12 MAGNUS MRNER

en 1758 Clemente XIII fue exaltado al solio y al padre Lorenzo


Ricci electo nuevo general de los jesutas; en 1759 Carlos III
ascendi al trono de Espaa; en 1762 Campomanes fue nom-
brado fiscal del Consejo de Castilla; en 1766 el conde de Aran-
da ocup la presidencia del Consejo de Castilla.
Durante los primeros aos del reinado de Carlos III hubo
dos incidentes con Roma, ambos destinados a presentar a los
jesutas bajo una luz desfavorable. El primer caso fue el de la
beatificacin de aquel prelado ilustre del siglo XVII, el obispo
de Puebla de los ngeles en Nueva Espaa, Juan de Palafox y
Mendoza, tal vez ms famoso que por otras razones por su con-
flicto con los jesutas mexicanos. Claro est que los jesutas
trataron de poner obstculos en el camino de Palafox hacia la
santidad. Por su parte, el gobierno espaol trat por todas ma-
neras posibles de promover el caso de Palafox, pero fue en vano.
El otro caso fue el del catecismo de un telogo francs, Fran-
cois Philippe Msenguy; el nuevo papa trat de impedir su pu-
blicacin en Espaa y era sobradamente conocido que los je-
sutas consideraban hertico y jansenista a Msenguy, pero
Carlos III, quien deseaba la publicacin, se rehus a escuchar
al papa y hasta impuso con este motivo una estricta censura
estatal sobre todos los breves y mensajes dirigidos al clero es-
paol desde el Vaticano. Despus de menos de un ao, sin
embargo, Carlos se vio forzado a ceder y la censura fue suspen-
dida; es decir, que el rey haba sufrido una prdida tremenda
de prestigio frente al Santo Solio. En ambos casos, los rega-
listas espaoles, humillados por los reveses sufridos, consideraron
responsables a los jesuitas. En cuanto al monarca espaol mis-
mo, el historiador Rodrguez Casado asevera que fue a partir
de ese momento, en que sinti el pesado influjo de la Compaa
en Roma y en Espaa misma, que naci en l "el deseo de
acabar con su poder".
Precisamente en ese momento sicolgico, dos medidas to-
madas por el papa Clemente XIII contribuyeron a fortalecer
la impresin real de que el papa y el cardenal secretario de
Estado Torrigiani no eran ms que portavoces del general je-
suta Lorenzo Ricci: la bula Apostolicum pascendi gregem del
LA EXPULSIN DE LOS JESUITAS 13

ao 1765 era una refutacin categrica de todas las acusaciones


contra los jesutas, con que se haba acompaado la supresin
de la orden en Francia y en Portugal. Otra bula que se expidi
en septiembre de 1766 tena un carcter ms bien rutinario
confirmando ciertos privilegios eclesisticos de que gozaban los
misioneros de la Compaa. Pero ambas bulas parecan dictadas
por los jesutas, lo que, como ya dije, en la situacin existente
habra de dar resultados ms bien contraproducentes.
En atencin a los incidentes que acabo de referir, y teniendo
en cuenta las miras de la gente que ocupaba posiciones estra-
tgicas dentro o fuera del gobierno de Espaa, y en atencin
tambin al impacto de los sucesos ocurridos ya en Portugal y en
Francia, los acontecimientos de Espaa a partir del motn de
Esquilache hasta la promulgacin de la expulsin de los jesutas
no pueden causar sorpresa alguna. El hecho de que las acusa-
ciones a los jesutas como instigadores del motn probablemente
hayan carecido de fundamento tampoco sorprende al historia-
dor. La expulsin como tal se presenta como una manifestacin
vigorosa del poder y de la autoridad de la monarqua espaola
frente a la Iglesia. Fue sobre todo una advertencia dirigida al
clero regular de no oponerse a la voluntad real, mientras que
al mismo tiempo armonizaba con los esfuerzos de la corona por
enaltecer la posicin del episcopado nacional, a saber, un epis-
copado bien sumiso y disciplinado. Esto, por lo menos, es la
interpretacin ma de los trminos empleados en la consulta
remitida por el Consejo Extraordinario el 30 de abril de 1767,
en ocasin de haberse recibido un mensaje del papa lamentando
la expulsin:

E1 admitir un orden regular, mantenerlo en el reino o expelerlo de l


es un acto providencial y meramente de gobierno, porque ningn orden
regular es indispensablemente necesario a la Iglesia, al modo que lo es
el clero secular de obispos y prrocos, pues si lo fuera lo habra esta-
blecido Jesucristo . . .

Al fortalecer la posicin del episcopado en relacin con el


clero regular, la corona tendra que incrementar su propia auto-
ridad en materias eclesisticas tanto en Espaa como en Hispa-
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noamrica, en concordancia con los derechos de patronato que


ya ejerca. Al mismo tiempo, una poltica de esta naturaleza
podra tambin ser concebida como una etapa hacia la restau-
racin de la Iglesia primitiva en toda su pureza. En qu medida
se trataba aqu de un afn sincero o de una actitud hipcrita
es por supuesto muy difcil de juzgar, y sin duda no se puede
generalizar en esta materia; Carlos ni mismo parece haber sido
un hombre sinceramente religioso y bien puede ser que algunos
de sus consejeros, con todo y su regalismo extremo, tambin lo
fueran. Quienes ven en la expulsin de los jesutas un desastre
para la Iglesia Catlica de expresin espaola, no deben, por
esto slo, confundir las causas con los efectos.

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