96 Vasconcelos - Ulises Criollo
96 Vasconcelos - Ulises Criollo
96 Vasconcelos - Ulises Criollo
CRIOLLO
JOS VASCONCELOS
PRLOGO DE
EMMANUEL CARBALLO
l. Biografa. l. t.
5
lo sera centro de conjuraciones hasta
pormenor de estos das pavorosos re-
D aireado de otro volumen. Ojal me
icerme de tanto recuerdo en favor de
narinero de Coleridge:
NDICE DE CONTENIDO
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Divisincomerca. GR. et
Mxico. D F Tet. 6Dlll
Entre otras no menos valiosas, la seriedad y el profesionalismo son las cualidades que
distinguen a este equipo de escritores. Su aportacin a la vida cultural del pas puede
sintetizarse, a juicio de Martn Luis Guzmn, en estos rasgos esenciales: Fidelidad a la
vocacin, amor al oficio y repudio de la improvisacin.[1]
Porfirio Daz, Justo Sierra, Ezequiel A. Chvez, Federico Gamboa, entre otros, en la inauguracin
de la Universidad Nacional; 1910; FINAH
Al centro, Antonio Caso, al extremo izquierdo, Pedro Henrquez Urea miembros fundadores del
Ateneo de la Juventud; con ellos Alfonso Pruneda, Alfredo Ramos Martnez, Federico Gamboa y
Luis G. Urbina; ca. 1913; FINAH
II
Las ideas que maneja Vasconcelos en esta respuesta son inquietantes. De ser vlidas,
cambiaran el rostro de la literatura mexicana, surgida en un ambiente que no ha
conocido la libertad y su consecuencia inmediata, la democracia. De acuerdo con este
punto de vista, Alfonso Reyes y Julio Torri, sus compaeros de equipo, se comportan
como escritores franceses y no mexicanos, equivocan el propsito de su obra. En la
terminologa del autor del Ulises son estilistas. ste no es el caso de Vasconcelos, ni de
Martn Luis Guzmn, quienes, a diferencia de los dos primeros, intentan influir con sus
libros en el pequeo universo en que viven.
La cuestin quedara ms correctamente planteada en estos trminos. Vasconcelos
es un escritor, y no un esclavo; no es un estilista sino un creador de mundos
autosuficientes y fascinantes; en sus libros triunfa la libertad, y se denuncian las
pilleras de los poderosos: por ese camino, desgraciadamente, don Jos desciende en
numerosas pginas (de El desastre y El proconsulado, principalmente) al documento, al
alegato poltico, a la subliteratura. Cuando acierta, como sucede muy a menudo, escribe
literatura, gran literatura.
En la advertencia al Ulises criollo Vasconcelos dijo que un libro de esta clase no
est destinado a manos inocentes, que contiene la experiencia de un hombre y no
aspira a la ejemplaridad sino al conocimiento. Por qu, entonces le pregunt,
ha permitido recientemente la edicin expurgada de sus memorias que hizo la Editorial
Jus en 1958?
Yo generalmente no pienso me respondi, acto. Estos libros estn escritos
con toda mi verdad. Ahora me gustara librarme de muchos recuerdos desagradables.
Es como quien se da un bao; al hacerlo se libra de la suciedad. La crudeza impeda
que se leyeran dentro de ciertos grupos que a los escritores nos interesan. Me resolv a
que los purificaran, y lo hice con gusto. Acusan a mis libros de que estn plagados de
erotismo, mas no hay que confundir a ste con el amor: nunca me he sentido culpable de
aventuras mujeriles que no presidiera el amor. Eso no es vicio. Nac para ser clibe y
traicion mi vocacin.[12]
Los dos sabios amigos que tuvieron a su cargo la expurgacin de las memorias no
cumplieron con el pacto verbal hecho con Vasconcelos: Suprimir lo objetable sin
modificar ni con una coma.[13] Modificaron la puntuacin a su conveniencia y
suprimieron pasajes no solamente erticos sino polticos y religiosos. Las
supresiones suman 194 y agregan a la edicin expurgada un prlogo innecesario.
Vasconcelos es un escritor neorromntico que cree primero en el estmulo externo,
en el estado de gracia y luego en el trabajo.
Escribo de prisa me asegur, para que no se me olvide lo que estoy
pensando. Mi mtodo [de trabajo] comprende dos fases: la primera, impremeditada, es
la inspiracin; la segunda, el trabajo, es premeditada e incesante. Siempre he trazado
minuciosamente mis libros.[14]
Cuando me decid a escribir prosa narrativa prosigui quise hacer novela a
lo Balzac, pero fracas: me sali un gnero un tanto hbrido, la biografa novelada.
(Nunca pude desprenderme de la primera persona.) En mis memorias intent describir a
mi generacin y al mundo miserable en que le toc vivir. Creo que los cuatro tomos que
las integran son una construccin pica. Estoy, sin darme cuenta, dentro de la corriente
narrativa de nuestros das.[15]
Portada de El desastre en una de las tantas ediciones expurgadas de Jus; AJV
Si ya saba, dichas por l, cul era su manera de escribir y cul su filiacin dentro de la
prosa narrativa del momento en que escribi sus memorias, tocaba sitio a otra pregunta
decisiva: En qu hecho, en qu obra, en qu autor, localiza usted su mayor
influencia? Lo que mayor influjo ha ejercido sobre m como prosista me precis
es una pgina de Nietzsche en la que cuenta cmo se hizo escritor. Dice, si mal no
recuerdo: Se ha de comenzar despojndose de todo convencionalismo, atrevindose a
decir con desnudez lo que se piensa. As comenc mis memorias, en el extranjero:
creyendo que nunca volvera a Mxico y como si se hubieran muerto mis
contemporneos. Al escribir me imaginaba que estaba juzgando desde otro mundo. Slo
as se gana la libertad.
Y despus?
Despus hay que hacer de la prosa un equivalente de nuestro jbilo y nuestro
dolor, de nuestro goce y de nuestras lgrimas. La prosa debe ser una manera de llorar
en pblico.[16]
Federico Nietzsche (1844-1890).
Lo que mayor influjo ha ejercido sobre m como prosista me precis es una pgina de
Nietzsche
III
Entre sus libros filosficos y sus libros literarios Vasconcelos prefiri siempre los
primeros. En carta dirigida a Alfonso Taracena el 3 de agosto de 1935 contrapone el
Ulises criollo (recin aparecido) y la Esttica (que se publicara al ao siguiente,
1936. La comenz en Espaa y la concluy en Argentina): No hay comparacin entre
un libro y otro. La Esttica es la obra de mi vida. Siempre pens que al concluirla me
podra morir tranquilo. La he concluido y no pienso por ahora morirme, aunque ya mis
comentaristas del Ulises me dan por muerto o por decrpito [tena 53 aos]. Es posible
que todava alcance vida para escribir [muri a los 77] eso que parece temer la
revolucin carranclana, La tormenta[17] (1937).
En El proconsulado Vasconcelos no recuerda los hechos con precisin. Escribe que
concluidos los originales de la tica (1932) y antes de empezar la Esttica decidi
darse un descanso. Entre una y otra obras lanzara un libro que haca tiempo deseaba
componer. Una novela, y cul mejor que la de las propias andanzas y pasiones
Comenc a borronear el Ulises criollo. Muy distante, imposible casi, se alejaba la
tarea de la Esttica y no dejaba de darme congoja pensar que, en espera tan larga, bien
podra surgir un accidente, o la misma muerte, que impidiera la consumacin de la
nica obra por la cual hubiera dado el resto de mis empresas.[18]
Carta de Vasconcelos a Taracena en que, como tantas otras veces, incita a un levantamiento;
1937; AJV
Las cosas no sucedieron como las relata el autor en el cuarto volumen de sus memorias.
Los meses que pas en Espaa (poco ms de un ao) fueron muy fructferos. Apareci
su tica, mal corregida, pero bien distribuida, que le produjo tres mil pesetas, su
presupuesto de gastos familiares correspondiente a mes y medio. En Somi, pueblo
cercano a Gijn, en Asturias, Vasconcelos ocupaba su tiempo en la preparacin y
redaccin del Ulises y el estudio de los temas que tratara en la Esttica. Tambin en
esos das seleccion el material del volumen titulado La sonata mgica (1933).
El Ulises me revel en 1958 lo comenc al mismo tiempo que la Esttica
[los manuscritos de ambos libros estn escritos en las mismas mquinas de escribir].
Era un pasatiempo para m, un descanso en mis actividades serias.[19] Redacta stos,
sus libros espaoles en un clima que preludiaba, en opinin del propio Vasconcelos, el
inevitable choque sangriento entre la Espaa progresista y la Espaa tradicional.
En Gijn, Espaa. Al frente, sentados Herminio Ahumada, Jos Ignacio Vasconcelos, Jos
Rodrguez, El compadre; ca. 1933; AJV
El Paso, Texas, 1906, fotografa de C. B. White; Archivo General de la Nacin, en lo sucesivo AGN
Hasta la fecha me explic don Jos en 1958 han aparecido ms o menos trece
ediciones del Ulises. Si supongo, como promedio, que de cada edicin se hayan tirado
4 mil ejemplares, la cifra total sobrepasara los 50 mil. Dicen que este libro mo ha
sido uno de los mayores xitos editoriales mexicanos. Lo dudo. Si se tiene en cuenta
que la primera edicin apareci en 1935, que en 23 aos se hayan vendido 50 mil
ejemplares revela que en Mxico el xito es muy relativo Mis libros me han dejado
poco dinero.[25]
Las opiniones de Vasconcelos acerca de sus memorias no coinciden
afortunadamente con los puntos de vista de lectores y crticos actuales. Sus memorias
son algo ms que chismes, contienen algunas de las mejores pginas que se han
escrito entre nosotros en los ltimos cincuenta aos. En cambio, sus obras filosficas
(de las que Vasconcelos tanto esperaba) carecen de lectores y crticos. De la Esttica,
pongo un ejemplo, hace bastantes aos que no se publica una nueva edicin.
Portada de la Esttica; 1945; AJV
IV
Por telfono me advirti que nos tena preparada una sorpresa. Y la sorpresa ms que
asombro fue deslumbramiento: concluidos los momentos del postre y el caf, Fernando
puso ante nuestros ojos los manuscritos de las memorias de Jos Vasconcelos,
propiedad de un anticuario amigo suyo que deseaba venderlos a instituciones
mexicanas. Peda cinco millones de pesos por cada uno de los cuatro tomos. Pese a los
esfuerzos de las personas all reunidas result imposible que los compraran las
entidades culturales ms representativas del pas.
Anuncio del peridico La Palabra comunicando a sus lectores la publicacin peridica de los
captulos que formaran el primer tomo de la autobiografa de Jos Vasconcelos, que entonces se
pensaba titular Odiseo en Aztln; 1935; AJV
Esa tarde apenas tuve tiempo de hojear el Ulises criollo. Recortes de dos revistas
sustituan a las primeras hojas. El texto mecanografiado comenzaba numerosas
cuartillas despus.
Se trataba de la copia del manuscrito que Vasconcelos, desde Espaa, hizo llegar a
Andrs Botas, su editor y ste, a la vez, al taller que imprima los ttulos de su editorial.
Qu imprenta tir el Ulises? La respuesta me era desconocida en ese momento.
Todas las cuartillas, en la parte central, tenan estampado, con lpiz rojo, el nmero
que les corresponda. Son, en total, 569 hojas, unas mecanografiadas en delgado papel
de copia y otras en spero papel tipo revolucin. Al repasar el manuscrito me pregunt:
se conservar el original de este libro entre los mermados papeles que al morir
Vasconcelos dej a su familia? Antes que la primera edicin del libro, conoc el
manuscrito de esta joya de la bibliografa mexicana reciente.
En l descubr, por lo menos, dos tipos distintos de teclados: uno que corresponde
al que se usa en Francia y otro que se emplea en los pases de lengua espaola. La
mecanografa (hecha por Herminio Ahumada y su esposa Carmen, la hija de
Vasconcelos) es presurosa, espontnea, descuidada, casi sin mrgenes, y cada cuartilla
parece tener ms renglones que los habituales en una hoja ortodoxa.
Con tinta y a lpiz Vasconcelos corrige con bastante frecuencia; ms que rayar una
palabra para poner encima de ella otra ms justa, la tacha en el afn de ser directo y
comprensible: le interesa la intensidad y certeza del discurso ms que las palabras
dispuestas con suprema elegancia en cada oracin.
Fracasado el empeo de Fernando Gamboa, me olvid de los manuscritos de las
memorias de Jos Vasconcelos. A principios de septiembre de 1992, instalado en
Austin para dar dos cursos en la Universidad de Texas, me enter que la Nettie Lee
Benson Latinoamerican Collection, en su seccin de Libros Raros, es la duea de estos
manuscritos. No s cundo los compr, ni en qu precio. Posee, tambin las primeras
ediciones de los cuatro volmenes de la autobiografa.
El Ulises manuscrito (el mismo que vi en Mxico), de tamao carta, est empastado
a la espaola en tela caf. El lomo es de piel. En un pequeo cuadrado de piel roja, tres
lneas escritas en letras doradas dicen: VASCONCELOS / ULISES / CRIOLLO.
Mis observaciones de 1985 son ms o menos correctas. Ahora las preciso. Los
recortes que abren la paginacin del manuscrito estn tomados de la revista habanera
Bohemia y de la mexicana Sistema (captulos II y III, febrero de 1935. En un principio
parece que Vasconcelos pensaba dividir la obra en captulos y stos en partes. Lleg
hasta el III y abandon la empresa. Hoy est integrada por secciones o capitulillos).
Bohemia los titula Odiseo en Aztlan, Las memorias del Lic. Don Jos Vasconcelos.
Manuscrito con correcciones de Vasconcelos
Adems de estar mecanografiado en por lo menos dos mquinas de escribir, el autor usa
en el Ulises cintas de dos colores: azul y negra. A veces el mecangrafo no acenta las
palabras que lo requieren y en otras pone acento en las voces que no lo llevan. Con
alguna frecuencia comete graves faltas de ortografa. En las correcciones de estilo
encontr casi siempre la letra de Vasconcelos y en contadas pginas otra que bien pudo
ser del corrector de estilo o de pruebas de Botas o de algn amigo de don Jos. En las
correcciones de estilo no se puede leer lo que hay abajo: el autor tacha con firmeza
para ocultar lo escrito abajo. Las correcciones intentan adelgazar frases y volver ms
esbeltas las ideas con el propsito de conseguir un estilo directo, parco y sin
digresiones. Cuida con especial empeo el uso del adjetivo: los nuevos, metafricos,
sustituyen a los viejos, las ms de las veces redundantes o complementarios.
Vasconcelos corrige con tinta negra y a partir de la cuartilla 357 modifica el discurso
con lpiz negro y ocasionalmente azul. Una cuartilla promedio del Ulises tiene 28
renglones y cada uno de ellos, 72 golpes de mquina. En la parte superior derecha cada
hoja tiene un orificio: el que le produjo el linotipista al archivarlas en el gancho de su
mquina.
A Vasconcelos le preocup desde un principio la redaccin de ciertos pasajes en
que entra de lleno en el erotismo y ste se poda confundir con la sexualidad. En el
capitulillo De abogado de la legua describe una aventura amorosa que tiene como
escenario Zacatecas: Las muchachas de aqu me haba dicho mi amigable cicerone
tienen buenas pantorillas de tanto caminar por estas calles en desnivel. Algunas que
vi de paso me dieron la impresin de llevar en la carne el mismo tono de la tierra
colorada, argamasa con reflejos de oro que se acumula en las bocaminas. La noche fra
del altiplano estimulaba la marcha. Atraves una silueta gil, hombros delicados bajo
el tpalo negro, caderas opulentas, andar voluptuoso. Apresurando el paso, mir un
rostro moreno y ovalado de ojos esplndidos. Salud sin obtener respuesta, pero no
rechaz la mano que la tomaba del brazo. Frente a la puerta intent despedirme, pero
sonriendo. Al fin entr a su vivienda: colcha bordada en la cama de respaldo de
madera; en la consola, un santo con su capelo, flores de trapo en un bcaro, cortinas de
punto blanco. Pero era ella soberbio adorno. Qu misterio enciende el sincero
arrebato, el delirio de carne y alma de dos seres que no se han preguntado los nombres
y que nunca volvern a encontrarse? Dos horas despus me hallaba de nuevo en la
calle, molido de cuerpo, pero dichoso, estremecido con el son que entona los himnos de
la alegra interior.[27] El pasaje est tachado finamente en la hoja correspondiente con
lpiz verde. Al releer el prrafo, Vasconcelos pens que haba cado en los terrenos de
lo que en los aos treinta se interpretaba como erotismo al rojo vivo. Ms sereno,
escribe despus en la parte de arriba de la cuartilla, al linotipista: No hacer caso de
las lneas verdes. Este lance amoroso figura en todas las ediciones del Ulises, salvo la
expurgada de Editorial Jus, que la considera impropia de los virtuosos ojos mojigatos.
En el capitulillo En Nueva York, Vasconcelos vuelve a sentir la comezn de
censurarse y tach el segundo prrafo de la pgina 346, edicin del FCE, en que
describe una noche de juerga y los distintos tipos y razas de mujeres que ofrece un
cafetucho a su clientela. De nuevo se dej ganar por la lucidez y vuelve a escribir: No
hacer caso de las lneas verdes. La edicin de Jus, acorde con su criterio estrecho, s
censur este prrafo.
Otro intento de supresin se encuentra en el capitulillo El violn en la montaa,
que relata una excursin a caballo por las altas tierras de Durango. Quiso extirpar, y
despus se arrepinti, estas cuantas lneas: De pronto, a la sombra de un follaje, cruz
una mujer en camisa. Dominando los ronquidos del gua, que ya reposaba en su rincn
[del cuarto oscuro y rudimentario], lanc un pist a la desconocida que entr despacio
y se subi en mi cama. Slo despus, y por el olor a tabaco, descubr que se trataba de
la misma vieja que nos haba servido la cena. Asqueado, sal a baldearme con agua del
pozo, y sin aguardar el amanecer levant a empellones la recia contextura de mi
acompaante. Muy voluntarioso, ensill y me condujo lejos de aquel sitio de
pesadilla.[28] La Editorial Jus elimina estas lneas rudas y de autorreproche, que no se
avienen con la afirmacin de don Jos en la cual afirma que nunca se acost con una
mujer sin estar enamorado de ella.
En el capitulillo El intelectual, cuartilla 343, el siguiente prrafo permite al
lector asomarse a la manera de corregir de Vasconcelos. Se lee en el manuscrito:
Muchos de ellos [de los atenestas] fueron avanzada de los que hoy desdean a Balzac
por sus descuidos de forma y, en cambio, soportan necedades de Gide o de
, como que eternamente los profesionales del estilo ignoran el ritmo de
relmpago con que se va construyendo un mensaje que contiene espritu.[29] La primera
correccin que hizo Vasconcelos fue en el manuscrito: llena el espacio en blanco con el
nombre de Proust, por el cual no senta el menor entusiasmo. En la primera edicin,
recorta y mejora la parte final de la ltima frase: Los profesionales del estilo ignoran
el ritmo de relmpago de los mensajes que contienen espritu. Si se lee con cuidado el
prrafo en su primera forma se ver que opone su visin de la literatura a la de Reyes y
Henrquez Urea. En la versin definitiva es menos autobiogrfico, aunque sigue siendo
un tanto injusto: don Alfonso y don Pedro no desdeaban a Balzac, simplemente no les
gustaba.
En el capitulillo Adriana refulge la manera de condensar de Vasconcelos. En l
habla de la mujer que ejerci tanta influencia en cierta poca de su vida. Ella est
presente en las ltimas cincuenta pginas del Ulises, a lo largo de La tormenta y en
cierto momento de El desastre (Reconciliacin-liquidacin). En el manuscrito y en la
edicin de 1935 as la retrata: Era una Venus esbelta y mrbida, de tipo criollo
provocativo que invitaba a la voluptuosidad. En la edicin de 1983 (que recoge
correcciones hechas por don Jos en los aos cuarenta y cincuenta), el retrato es ms
concentrado y sugestivo, ms literario: Era una Venus elstica, de tipo criollo
provocativo y risa voluptuosa.[30]
La primera edicin del Ulises criollo lleva como subttulo La vida del autor contada
por s mismo (que an conserva en la cuarta edicin); fue dada a conocer por Ediciones
Botas en la ciudad de Mxico el 21 de junio de 1935. Las dos primeras pginas van en
blanco. En la tercera viene la portadilla. En la cuarta, abajo, dice, Imprenta M. Len
Snchez S. C. L. Mxico (D. F.). La Advertencia comienza en la quinta y termina en
la sexta. En la sptima, sin folio, principia el texto, que termina en la pgina 527. La
528, la 529 y la 530 no estn impresas. En la 531 empieza el ndice, que contina en las
tres siguientes: 532, 533 y 534. Las dos ltimas pginas, 535 y 536, van en blanco. La
edicin que conserva la Biblioteca Benson est desencuadernada y se guarda en una
caja. Tiene 19 centmetros de alto.
La tipografa de la primera edicin es idntica a la de la segunda, tercera y cuarta;
sin embargo, y segn Taracena, se pararon nuevamente en linotipo. De la tercera se hizo
una tirada aparte de 100 ejemplares impresa en papel marfil de tamao especial. Uno
de ellos, que posee la Benson, trae en la portada un dibujo de Vasconcelos hecho por
Durn Jr. Este ejemplar est dedicado por el autor. La dedicatoria dice as: To Library
of the University of Texas, by un obliged guest. Austin, March 12, 1936. En esa
ocasin don Jos viaj a la capital de Texas para dar conferencias en la Universidad.
En su despacho de la Secretara de Educacin Pblica; ca. 1922; AJV
(Vasconcelos estuvo en Texas trece aos atrs, invitado para decir el discurso de fin de
cursos a los estudiantes de la Universidad de Texas, en Austin, el 29 de mayo de 1923.
Don Jos confunde la fecha del viaje en El desastre: afirma que fue en junio de 1924.
De esa visita queda el folleto de su discurso escrito directamente en ingls: 14 pginas
a mquina en hojas de la Secretara de Educacin Pblica. En la carta anexa al
discurso, dirigida a su amigo Mr. Hackett, afirma que su alocucin se va a imprimir en
los Estados Unidos; hasta la fecha no conozco, ni tengo referencias, sobre el folleto
impreso. Vasconcelos lleg a Austin por tren la maana del da 28, en un carro especial
en el que lo acompaaban amigos, parientes y funcionarios. Concluido el compromiso,
se traslad con su pequea e informal comitiva a la playa de Galveston, donde comi
jaibas tatemadas y bebi vino francs. Viva sus ltimos das como Secretario de
Educacin.)
El 21 de junio de 1935 Taracena escribe a Vasconcelos: Ya apareci su libro [El
Ulises]. Anoche me dio Botas el primer ejemplar, de los primeros salidos de las
prensas. Qued muy bien. Naturalmente se hicieron todas las correcciones que usted
marc Se va a vender mucho. Botas pondr un aparador con fotografas de la Decena
Trgica [el libro concluye unos cuantos das despus de la muerte de Madero, ocurrida
el 22 de febrero de 1913], de usted y de los principales aludidos en la obra Est
usted servido.[31] Entre las personas que aparecen con otro nombre, las principales
son stas: Pansi (el Ing. Alberto J. Pani), Ojo Parado (as llamaban los golpistas a
Gustavo A. Madero), Fulgencio o Plagianinni (Flix F. Palavicini), Dols (Flix
Martnez Dolz, poeta modernista y librero de viejo, oaxaqueo), el Librepensador,
primo de Luz Brioso (el erudito y tambin oaxaqueo Manuel Brioso y Candiani), y
Adriana (Elena Arizmendi, fundadora de la Cruz Blanca neutral, que lo mismo atendi
a los soldados del gobierno que a los maderistas).
Al centro, Adriana (Elena Arizmendi, fundadora de la Cruz Blanca neutral, que lo mismo atendi a
los soldados del gobierno que a los maderistas); ca. 1911
Vasconcelos acusa recibo a Taracena das despus, el 24 de junio: Sus cartas, que
siempre son para m un gusto, me traen adems casi siempre buenas noticias e
importantes servicios que usted no se cansa de otorgar al amigo. Mi agradecimiento
ms sincero por la publicacin de este libro que a usted se debe.[32]
El 8 de julio en El Universal de la ciudad de Mxico, Jorge Cuesta es el primero en
comentar el Ulises. Su ensayo es todava hoy uno de los ms lcidos y penetrantes que
se han escrito sobre Vasconcelos, su obra narrativa, su filosofa, su pensamiento
poltico y la relacin que ste guarda con la Revolucin mexicana. Dice as: Juzgo que
el Ulises criollo es uno de los libros ms importantes de la literatura mexicana
contempornea; aunque no a causa de su valor histrico, que es muy discutible, sino
porque referidos por primera vez los pensamientos de este escritor a las circunstancias
vitales en que han aparecido y se han desarrollado, adquieren, tambin por primera vez,
el sentido que no poda percibir el lector, mientras no poda prestarle sino relaciones
objetivas y lgicas. La irracionalidad que ha caracterizado a estos pensamientos
aparece, por fin, idntica a una existencia de las ms extraordinarias y fascinadoras,
que se ha distinguido por su repugnancia de lo racional. Nada es lgico en ella; ni
siquiera su conocimiento de ella misma. La de Vasconcelos es la vida de un mstico;
pero de un mstico que busca el contacto con la divinidad a travs de sus pasiones
sensuales.
La biografa de Vasconcelos es la biografa de sus ideas. Este hombre no ha tenido
sino ideas que viven: ideas que aman, que sufren, que gozan, que sienten, que odian y se
embriagan; las ideas que solamente piensan, le son indiferentes y hasta odiosas. El
Ulises criollo es, por esta causa, el libro en que la filosofa de Vasconcelos encuentra
su genuina, su autntica expresin. Aqullos en que la ha expuesto de un modo
puramente doctrinal son casi ilegibles. No es, en rigor, una filosofa la suya; pues es
evidente que en el pensamiento no encuentra la forma que le conviene. Su filosofa es su
emocin, con frecuencia intraducible; y las emociones son incomunicables por la
inteligencia. Pero tan inconsistente, tan pobre y tan confusa como es su doctrina cuando
se la mira pensando, es vigorosa, imponente y fascinadora cuando se la mira viviendo.
***
EMMANUEL CARBALLO
Austin, Texas
Advertencia
La presente obra no ha menester de prlogo; requiere, a lo sumo, la advertencia de que
no est escrita no lo est ningn libro de su gnero para caer en manos inocentes.
Contiene la experiencia de un hombre y no aspira a la ejemplaridad, sino al
conocimiento. El misterio de cada vida no se explica nunca, y apenas si nosotros
mismos podemos rescatar del olvido unas cuantas escenas del panorama intenso en que
se desarroll nuestro momento. Las del presente volumen [Ulises criollo] componen la
primera etapa de un curriculum vitae prolongado. Se cierra esta primera parte con la
muerte del Presidente Madero.
El segundo volumen de la obra [La tormenta], si llega a escribirse, ser el de la
pasin desorbitada y la revolucin; caos por dentro y por fuera, en un alma atormentada
por todas las angustias. Contendr juicios acerca de la sucia rebelin carrancista y
terminar con la muerte de Carranza. El tercer volumen [El desastre], si alguna vez se
compone, ser el de la vida conquistada para la edificacin en lo subjetivo y en lo
externo.
El nombre que se ha dado a la obra entera se explica por su contenido. Un destino
cometa, que de pronto refulge, luego se apaga en largos trechos de sombra, y el
ambiente turbio del Mxico actual, justifican la analoga con la clsica Odisea. Por su
parte, el calificativo criollo lo eleg como smbolo del ideal vencido en nuestra patria
desde los das de Poinsett, cuando traicionamos a Alamn. Mi caso es el de un segundo
Alamn hecho a un lado para complacer a un Morrow. El criollismo, o sea la cultura de
tipo hispnico, en el fervor de su pelea desigual contra un indigenismo falsificado y un
sajonismo que se disfraza con el colorete de la civilizacin ms deficiente que conoce
la historia; tales son los elementos que han librado combate en el alma de este Ulises
criollo, lo mismo que en la de cada uno de sus compatriotas.
El comienzo
Mis primeros recuerdos emergen de una sensacin acariciante y melodiosa. Era yo un
retozo en el regazo materno. Sentame prolongacin fsica, porcin apenas seccionada
de una presencia tibia y protectora, casi divina. La voz entraable de mi madre
orientaba mis pensamientos, determinaba mis impulsos. Se dira que un cordn
umbilical invisible y de carcter volitivo me ataba a ella y perduraba muchos aos
despus de la ruptura del lazo fisiolgico. Sin voluntad segura, invariablemente volva
al refugio de la zona amparada por sus brazos. Rememoro con efusiva complacencia
aquel mundo provisional del complejo madre-hijo. Una misma sensibilidad con cinco
sentidos expertos y cinco sentidos nuevos y vidos, penetrando juntos en el misterio
renovado cada da.
En seguida, imgenes precursoras de las ideas inician un desfile confuso. Visin de
llanuras elementales, casas blancas, humildes; las estampas de un libro; y as se van
integrando las piezas de la estructura en que lentamente plasmamos. Brota el relato de
los labios maternos, y apenas nos interesa y ms bien nos atemoriza descubrir algo ms
que la dichosa convivencia hogarea. Por circunstancias especiales, el relato sola
tomar aspectos temerosos. La vida no era estarse tranquilos al lado de la madre
benfica. Poda ocurrir que los nios se perdiesen pasando a manos de gentes crueles.
Una de las estampas de la Historia Sagrada representaba al pequeo Moiss
abandonado en su cesta de mimbre entre las caas de la vega del Nilo. Asomaba una
esclava atrada por el lloro para entregarlo a la hija del Faran. Insista mi madre en la
aventura del nio extraviado, porque vivamos en el Ssabe, menos que una aldea, un
puerto en el desierto de Sonora, en los lmites con Arizona. Estbamos en el ao 85,
quizs 86, del pasado siglo. El Gobierno mexicano mandaba sus empleados, sus
agencias, al encuentro de las avanzadas, los outposts del yankee. Pero, en torno, la
regin vastsima de arenas y serranas segua dominada por los apaches, enemigo
comn de las dos castas blancas dominadoras: la hispnica y la anglosajona. Al
consumar sus asaltos, los salvajes mataban a los hombres, vejaban a las mujeres; a los
nios pequeos los estrellaban contra el suelo y a los mayorcitos los reservaban para la
guerra; los adiestraban y utilizaban como combatientes. Si llegan a venir
aleccionaba mi madre, no te preocupes: a nosotros nos matarn, pero a ti te vestirn
de gamuza y plumas, te darn tu caballo, te ensearn a pelear, y un da podrs
liberarte.
En vano trato de representarme cmo era el pueblo del Ssabe primitivo. La
memoria objetiva nunca me ha sido fiel. En cambio, la memoria emocional me revive
fcilmente. La emocin del desierto me envolva. Por donde mirsemos se extenda
polvorienta la llanura sembrada de chaparros y de cactos. Mirndola en perspectiva, se
combaba casi como rival del cielo. Anegados de inmensidad nos acogamos al punto
firme de unas cuantas casas blanqueadas. En los interiores desmantelados habitaban
familias de pequeos funcionarios. La aduana, ms grande que las otras casas, tena un
torren. Una senda sobre el arenal haca veces de calle y de camino. Algunos mezquites
indicaban el rumbo de la nica noria de la comarca. Perdido todo, inmergido en la luz
de los das y en la sombra rutilante de los cielos nocturnos. De noche, de da, el
silencio y la soledad en equilibrio sobrecogedor y grandioso.
Una noche se me qued grabada para siempre. En torno al umbral de la puerta
familiar disfrutbamos la dulce compaa de los que se aman. Discurra la luna en un
cielo tranquilo; se apagaban en el vasto silencio las voces. A poca distancia, los
vecinos, sentados tambin frente a sus puertas, conversaban, callaban. Por el extremo
de la derecha los mezquites se confundan con sus sombras. Acariciada por la luz, se
plateaba la lejana, y de pronto clam una voz: Vi la lumbre de un cigarro y unas
sombras por la noria Se alzaron todos de sus asientos, cundi la alarma y de boca
en boca el grito aterido: Los indios; all vienen los indios
Rpidamente nos encerramos dentro de la casa. Unos celadores, despus de
ayudar al refuerzo de la puerta con trancas, subieron con mi padre a la azotea, llevando
cada uno rifle y canana. Cundi el estrpito de otras puertas que se cerraban en el
villorrio entero y empezaron a tronar los disparos; primero, intermitentes; despus
enconados, como de quien ha hallado el blanco. Mientras arriba silbaban las balas, en
nuestra alcoba se encendieron velas frente a una imagen de la Virgen. Aparte arda un
cirio de la Perpetua, reliquia de mi abuela. De hinojos, nios y mujeres rezbamos.
Despus del padrenuestro, las avemaras. En seguida, y dada la gravedad del instante,
la plegaria del peligro: La Magnfica, como decan en casa. El Magnificat latino
que, castellanizado, clamaba: Glorifica mi alma al Seor, y se regocija mi espritu en
Dios mi Salvador Cuyo nombre es santo y su misericordia, por los siglos de los
siglos, protege a quien lo teme
No fue largo el tiroteo; pronto baj mi padre con sus hombres. Son contrabandistas
afirmaron, y van ya de huida; ensillaremos para ir a perseguirlos. Se dirigieron a
la Aduana para pertrecharse, y a poco pas frente a la casa el tropel, a la cabeza mi
padre en su oficio de Comandante del Resguardo. Regres de madrugada, triunfante. En
su fuga, los contrabandistas haban soltado varios bultos de mercancas.
Igual que una pelcula, interrumpida porque se han velado largos trechos, mi
panorama del Ssabe se corta a menudo; brranse das sin relieve y aparece una tarde
de domingo. Almuerzo en el campo, varias personas aparte de la familia. Sobre el suelo
reseco, papeles arrugados, latas vacas, botellas, restos de comida. Los comensales,
dispersos o en grupos, contemplan el tiro al blanco. Mi padre alza la barba negra,
robusta; lanza al aire una botella vaca; dispara el Winchester y vuelan los trozos de
vidrio, una, dos, tres veces. Otros aciertan tambin; algunos fallan. Por la extensin
amarillenta y desierta se pierden las detonaciones y las risas.
Gira el rollo deteriorado de las clulas de mi memoria; pasan zonas ya invisibles y,
de pronto, una visin imborrable. Mi madre retiene sobre las rodillas el tomo de
Historia Sagrada. Comenta la lectura y cmo el Seor hizo al mundo de la nada,
creando primero la luz, en seguida la Tierra con los peces, las aves y el hombre. Un
solo Dios nico y la primera pareja en el Paraso. Despus, la cada, el largo destierro
y la salvacin por obra de Jesucristo; reconocer al Cristo, alabarlo; he ah el propsito
del hombre sobre la Tierra. Dar a conocer su doctrina entre los gentiles, los salvajes;
tal es la suprema misin.
Si vienen los apaches y te llevan consigo, t nada temas, vive con ellos y srvelos,
aprende su lengua y hblales de Nuestro Seor Jesucristo, que muri por nosotros y por
ellos, por todos los hombres. Lo importante es que no olvides: hay un Dios
Todopoderoso y Jesucristo, su nico hijo. Lo dems se ir arreglando solo. Cuando
crezcas un poco ms y aprendas a reconocer los caminos, toma hacia el Sur, llega hasta
Mxico, pregunta all por tu abuelo, se llama Esteban S; Esteban Caldern, de
Oaxaca; en Mxico le conocen; te presentas, le dar gusto verte; le cuentas cmo
escapaste cuando nos mataron a nosotros Ahora bien: si no puedes escapar o pasan
los aos y prefieres quedarte con los indios, puedes hacerlo; nicamente no olvides que
hay un solo Dios Padre y Jesucristo, su nico hijo; eso mismo dirs entre los indios
Las lgrimas cortaron el discurso y afirm: Con el favor de Dios, nada de eso ha de
ocurrir; ya van siendo pocos los insumisos
Me llevan estos recuerdos al de una misa al aire libre, en altar improvisado, entre
los mezquites, el da que pas por all un cura consumando bautizos.
No s cunto tiempo estuvimos en aquel paraje; nicamente recuerdo el motivo de
nuestra salida de all.
Fue un extrao amanecer. Desde nuestras camas, a travs de la ventana abierta,
vimos sobre una ondulacin del terreno prximo un grupo extranjero de uniforme azul
claro. Sobre la tienda que levantaron flotaba la bandera de las barras y las estrellas. De
sus pliegues flua un propsito hostil. Vagamente supe que los recin llegados
pertenecan a la comisin norteamericana de lmites. Haban decidido que nuestro
campamento, con su noria, caan bajo la jurisdiccin yankee, y nos echaban: Tenemos
que irnos exclamaban los nuestros. Y lo peor aadan es que no hay en las
cercanas una sola noria; ser menester internarse hasta encontrar agua.
Perdamos las casas, los cercados. Era forzoso buscar dnde establecernos, fundar
un pueblo nuevo
Los hombres de uniforme azul no se acercaron a hablarnos; reservados y distantes
esperaban nuestra partida para apoderarse de lo que les conviniese. El telgrafo
funcion; pero de Mxico ordenaron nuestra retirada; ramos los dbiles y resultaba
intil resistir. Los invasores no se apresuraban; en su pequeo campamento fumaban,
esperaban con la serenidad del poderoso.
Ignoro lo que hicimos en el nuevo Ssabe, que es el de hoy, ni s cmo lo dejamos.
La ms prxima visin que me descubro es una tarde, en Ciudad Jurez, o sea El Paso
del Norte; frondas temblorosas de lamos, paseo a la orilla de canales, llenos de agua
corriente, fangosa; casas de blanco y azul, aroma de tierra mojada. Mi madre camina,
adelantndose con paso nervioso; en su voz hay temor y congoja. No llegan noticias de
mi padre, que fue con negocio a Mxico; en vano acudimos al correo. Nos quedamos
mirando los canales; hallaron en ellos a un chino ahogado por esos das y yo pensaba
con insistencia molesta: agua de chino ahogado.
Nada ms descubro de ese periodo infantil. El hilo tenue de la personalidad se va
rompiendo sin que logre reanudarlo la memoria; sin embargo, algo aflora del ro
subterrneo de repente y nos descubre otro remoto paisaje. De nuestra estancia en El
Paso qued en el hogar un documento valioso: la fotografa de etiqueta norteamericana
que nos retrat el da de fiesta. Mi padre, de levita negra, pechera blanca y puos
flamantes. En el vientre, una leontina de oro; en el pecho, barbas rizosas. Mi madre luce
sombrero de plumas, aire melanclico, faja de seda esponjada, mitones de punto y
encajes negros al cuello. La abuela, sentada, sonre entre sus arrugas y sus velos de
estilo mantilla andaluza. Siguen tres nias gorditas, risueas, vestidas de corto y lazos
de listn en el cabello, y por fin, mi persona, frente bombeada pero aspecto
insignificante, metido en el cuello almidonado, redondo y ridculo, a pesar de la
corbata de poeta. Los hermanos ramos entonces cinco. El primognito muri en
Oaxaca, antes de que la familia emigrara. Yo, como segundo, hered el mayorazgo, y
seguan Concha, Lola, Carmen e Ignacio. Nos cay este ltimo no s exactamente en
cul estacin de la ruta, y nos dej a poco en otra, murindose pequeo. Cuando
preguntaban a mi madre por su preferido, responda:
Son como los dedos de la mano: se les quiere a todos por igual.
Se me pierde mi yo y vuelvo a hallarlo en las gradas de una escalera espaciosa.
Baja un seor de perilla blanca; se ve plido y alto, viste de negro, me toma de los
brazos, me alza y me besa; oigo decir:
El abuelo; tu abuelo
A poco nos despedimos, nos metemos en nuestra casa. Nuestra vivienda disfrutaba
la mitad de un patio con corredores y maceta. Y un da llegaron en cantidad ramos y
coronas de flores. Se nos prohibi la entrada a una de las habitaciones. Advertimos
rumor de llantos. Aprovechando un descuido materno, me asom al cuarto del misterio.
Sobre una mesa enflorada vi un cuerpecito envuelto en encajes blancos. Un dedito
asomaba y lo palp muy tieso. Nunca supe ms de este hermano. Mi padre sali
llorando con la cajita blanca al brazo. Lo acompaaban algunos amigos y se alejaron
todos en coches. En la familia se sola recordar a Nachito Cuando muri Nachito.
Parece que durante los meses de aquella estancia nuestra en la capital estuve en el
departamento de prvulos en la Escuela Normal, por la Encarnacin. Recuerdo un patio
que es, probablemente, el mismo en que despus fund la editorial de la Universidad.
Mi pueblo
Habitbamos una casa de pueblo. Sala, con mecedoras, mesa al centro, sillas adosadas
a la pared; a la vuelta, una serie de alcobas en fila. En la primera dorman mis padres;
en seguida, mis hermanas; luego, en otra, la abuela, y al final estaba la ma, pequea
pero con salida al patio principal. Las puertas interiores quedaban abiertas en largo
paso que mi madre poda recorrer con la vista desde su habitacin.
Una lmpara de petrleo arda en el dintel de mi puerta iluminando toda la noche el
pasillo interior. Me tocaba dormir solo porque era ya, segn decan, un hombre;
padeca, sin embargo, los ms extraos terrores de mi vida. Nuestros vecinos eran
pacficos, nada haba que temer de ellos; pero el pavor me lo causaban ciertos poderes
invisibles sensibles slo al tacto. Me andaban por las pantorrillas, me helaban la
espina, me atemorizaban con sus murmullos y saltos. Apenas me cubra con las ropas de
la cama, y no obstante las oraciones previamente recitadas de hinojos, los pequeos
monstruos comenzaban a agitarse, desarrollando holgorios y peleas.
Qu cree usted que hizo el otro da su Pepillo? Pues le pidi un beso a Laurita
en plena calle
Ser posible? coment mi padre.
Habra que castigar a ese muchacho afirm, severa, mi madre.
Luego cambiaron de asunto y me qued esperando el regao que seguira a la
despedida de nuestro vecino. Al marcharse ste, fing un sueo profundo, y con
sorpresa vi que no me despertaban.
Miren la mosquita muerta, pidiendo un beso; y vaya que es bonita la chica dijo
nicamente mi padre.
Noticias pretritas
La mayor parte de las noches, la tertulia era ntima. Mi madre se pona a leer; mi padre
fumaba y Gan nos platicaba. Eso de Gan era en el mundo una oscura, humilde
viejecita: doa Perfecta Varela. Y como ya empezaba a estar anciana, le asediaban los
recuerdos. En su infancia haba hecho un viaje a Espaa. Aunque nacida ella en
Mxico, el decreto de expulsin de los espaoles, por el ao treinta y tres, haba
afectado a sus padres. Cinco semanas o ms viajaron en un velero. Varias ocasiones,
deca, estuvieron a punto de naufragar. Se rezaba la Magnfica, se prenda la vela de
la Perpetua, y el barco segua adelante. Nada recordaba de lo visto en Espaa.
Siendo ella todava una nia, volvi con los suyos a Oaxaca.
El candelabro, por Jos Mara Velasco
El tema de los viajes era, por lo dems, un leit motiv familiar. No tena yo dos aos
cuando salimos de Oaxaca en caballos hasta el tren de Tehuacn. Fueron duras las
jornadas del Can de Tomelln, entre las cuestas y el ro. Cuando Clara, la criada
mestiza que todava nos acompaaba en Piedras Negras, se vio arrellanada en el vagn
del primer ferrocarril que nos transportaba, cuentan que dijo: Este caballito s me
gusta En la capital, mi padre obtuvo un puesto en la Aduana de Soconusco. Lo que
nos oblig a un viaje increble, creo hasta Puerto ngel, donde tomamos un barco. Un
temporal nos llev de arribada forzosa a Champerico, de Guatemala. All encontraron
mulas para atravesar la frontera por Tapachula. En plena estacin de aguas, apenas
avanzaban las bestias, resbalando en las pendientes. T ibas recordaba mi abuela,
mirndome dentro de un cesto atado al costado de la mula. La lluvia te escurra por
las sienes, atravesando el sombrerito de palma. Estabas tan flaquito y amarillo, que
llegamos a darte por perdido.
Por huir del paludismo, mi padre acept el cargo aquel del Ssabe, en el otro
extremo del sistema aduanal mexicano. Los relatos de mi hogar empezaban, pues, con
una advertencia geogrfica. Cuando estbamos en Chiapas, cuando pasamos por
Mxico, una vez en Oaxaca Y el castigo, cuando ramos todava muy nios,
consista en obligarnos a extender la mano para recibir los polvos de quinina que serva
el doble objeto de enderezar la conducta y curar de paso el cuerpo prematuramente
debilitado por las fiebres.
Gastronoma cosmopolita
En Piedras Negras, el clima extremoso resulta saludable. Se vive la mayor parte del
ao puertas afuera y no haba entonces otra diversin que los convites entre los amigos.
Aparte de solemnidades como la Navidad y Semana Santa, festejbamos los das de
San Ignacio y el Carmen. La cocina fronteriza era muy primitiva, y aunque despus nos
qued el gusto de las tortillas de harina, en casa no se escuchaban sino quejas de la
crudeza de los guisos locales. En cambio, el comercio prspero de un puerto
internacional suministraba los productos de toda la Tierra. Al otro lado, es decir, en
Eagle Pass, se consegua lo norteamericano, y el servicio de transportes por express
nos surta los productos de toda la Repblica hasta el Sur. Cuando llegaba la
encomienda de Oaxaca, entraba en funciones la abuela, especialista en pipianes y
moles, garbanzos y arroces. En la deshollejada del garbanzo nos empleaban en grupo y
llenbamos bandejas de grano pelado que serva a mis gentes no slo para el cocido y
los guisos usuales, sino tambin para un dulce de piloncillo y yerbas de olor, estilo
oaxaqueo.
Bodegn de Arrieta (detalle), siglo XIX.
Algunas veces, acompaando a mi madre en sus despachos de Vista, veamos salir de las
cajas ciruelas de Francia o pasas de Mlaga
El plato de lujo de mi abuela era un estofado de pollos que tragaba pasas, almendras y
alcaparras; todo el Oriente, en especias. La fruta escaseaba, pero llegaban del Sur
pias y aguacates. De Oaxaca nos enviaban turrones, tortas de coco y naranjas, limones
cristalizados. Y el latero abundaba. Algunas veces, acompaando a mi madre en sus
despachos de Vista, veamos salir de las cajas ciruelas de Francia o pasas de Mlaga.
El comercio local retena su fraccin de los tesoros que despus absorba el pas
entero.
Los regalos de Navidad que reciba mi padre no eran costosos, pero s variados.
Destripando los grandes cestos decorados de cintas, extraamos latas de esprragos y
atunes, con la etiqueta dorada de Burdeos, y frascos de frutas en almbar, a la espaola.
Otro amigo mandaba la caja de champaa o el encargo de vinos gruesos de Borgoa.
Mi padre, que no gustaba de bebidas fuertes, experimentaba arrobos frente a las
botellas con marca de Chateaux y de Cotes.
Nos complaca especialmente a los chicos el regalo anual de un importador chino
de Torren. Su paquete contena bulbos de azucena asitica y ollas de loza con asa de
mimbres, repletas de frutas en miel; adems, cajas con nueces de lichee y frutas
cristalizadas.
Bodegn, por Flix Parra
La primera orfandad
Sospecho que la suerte nos fue benigna en los primeros aos de estancia en la frontera.
El nio aprecia estas circunstancias, aunque no las comprende. Mi madre se vesta de
claro, andaba alegre y pareca ms joven. Se puso un da de luto, pero no indagu la
causa. Pas el tiempo, y una tarde, a la hora de la lectura, me hizo repetir un pasaje del
libro de Jos Rosas titulado: Un hombre honrado. Se celebra en l la ejemplaridad del
que sirve a su patria en los das adversos; se retira a la vida privada en la poca normal
y en ella conquista la estimacin de los buenos y muere venerado y tranquilo.
Los sollozos de mi madre interrumpieron mi lectura. En seguida, rehacindose,
pregunt:
A quin se puede aplicar este elogio?
Vacil y respond:
A Jurez.
S; y tambin a tu abuelo afirm ella.
No volvi a mencionar su pena. No era dada a estar rumiando una congoja. La
sufra violenta, la padeca, para en seguida entregarse a la obligacin de una actividad
provechosa y alegre.
La herencia
Mi padre lleg un da a la casa con varias talegas de a mil pesos, en plata. Venan de
Oaxaca, por el express, y procedan de la venta de un rancho de las cercanas de
Tlaxiaco.
No eran de all mis antepasados, pero se refugiaron en dicho pueblo durante la
revolucin de la Reforma, mientras mi abuelo, perseguido por Santa Anna, tuvo que
abandonar no slo Oaxaca, sino el pas. Mi abuelo empez de mdico pobre, casado
con una seorita Conde, de familia acomodada, pero ya en decadencia econmica. Tan
ricos haban sido los Conde, que sacaban la plata a asolear. Negociaban, segn creo,
la cochinilla, y quebraron por el invento alemn de las anilinas. En su destierro, mi
abuelo estuvo con Jurez en Nueva Orlens; despus, durante la guerra contra los
franceses, se estableci en Tlaxiaco, donde tuvo oculto a Porfirio Daz y le cur una
herida. Al triunfo del oaxaqueismo se retir de la poltica para seguir al lerdismo
vencido; pero aos despus don Porfirio volvi a hacerlo senador. Al morir, no dej
patrimonio. Si no me equivoco, el rancho de Tlaxiaco lo administraba para los hijos de
su primera esposa. Al enviudar, contrajo en Tlaxiaco segundas nupcias con una Adelita
que le dio una docena de hijos, mis medios tos, los Caldern.
Los dineros del rancho no los quiso tocar mi padre. Los llev a casa y los puso en
el ropero de mi madre. Lo indicado hubiera sido emplearlos en la compra de algn
solar que a los pocos aos le hubiera duplicado la inversin; pero ninguno de los dos
tena cabeza para los negocios. Mi padre, por orgullo, ni adelant opinin, y la duea,
incorregiblemente despilfarrada, empez a recorrer las tiendas y almacenes de los
pueblos rivales. De cada excursin volva con el coche cargado de cajas y envoltorios.
A mis hermanas, vestidos; a mi padre, un anillo; a m, ropas y libros; a la viejita, un
corte de vestido negro, de seda.
General Porfirio Daz.
haba contribuido a una de las derrotas de Porfirio Daz, persiguindolo como desleal por
el Istmo
Los inviernos eran crudos. A pesar de las estufas de carbn, encendidas al rojo, calaba
el viento helado. El frasco de la leche de almendras de droguera pasaba de mano en
mano, aliviando partiduras de rostro y manos. Vientos del Norte, ululantes, soplaban
veinticuatro horas sin parar, levantaban remolinos de polvo y de basura, sacudan las
puertas. Tras del huracn vena la helada. Congelbase el agua en las vasijas a la
intemperie, reventaban las caeras. Si el tiempo era lluvioso, formbanse en los
ramajes sin hojas cangilones y estalactitas de nieve que llambamos candelilla.
Raras veces nevaba, y cuando ocurra, se congregaban los muchachos para perseguirse
con bolas blancas inofensivas.
Las maanas me resultaban particularmente duras, por tener que atravesar el puente.
Era casi un kilmetro de marcha sobre el largo columpio de aceros temblantes,
azotados por el vendaval. Por momentos pareca que todo iba a quebrarse. La racha
conmova el acero y amenazaba lanzarme al vaco. Encogido, me cobijaba un instante
contra las varas de hierro; luego adelantaba corriendo. Una maana, para probar mi
resistencia, dej la mano derecha fuera del paleto; cortaba el viento helado, pero la
mantuve expuesta hasta que se puso insensible. Al entrar en clase advert que no poda
moverla. Violo la maestra y mand que me dieran frotaciones con nieve, sin las que
pude perder el miembro. En aquel ambiente de wild west y de cowboys anteriores a la
fase del cine, hacerse duros era la consigna, y provocaba emulacin. Una vez gan la
apuesta del que bebiera ms agua. Otros apostaban a recibir puetazos en las
mandbulas.
Los recreos degeneraban a menudo en batallas campales. Nos dispersbamos por
los barrancos arcillosos de la margen del ro. Se comenzaba a marchar entre los
matorrales, subiendo y bajando, segn las anfractuosidades del terreno. Uno haca de
jefe y era menester seguirlo; follow the leader llamaban al juego que encabezaba el
muchacho ms diestro y ms audaz Al principio no se trataba sino de proezas
deportivas: trepar un talud ayudndonos de las races de los mezquites, o saltar sobre
zanjas; pero el encuentro de grupos rivales provocaba peleas a pedradas. Se convena
en tirar slo a los pies, pero nunca faltaba algn descalabrado. La lucha enconbase si
por azar predominaba en alguno de los bandos el elemento de una sola raza, ya
mexicanos o bien yankees.
El ms inocente de los juegos, y tambin el ms cultivado era el base ball. Nunca
me sedujo. Me apartaba de los jugadores o me concretaba a mirarlos. Slo por
excepcin, si no haba otro, me comprometa como fielder para recoger las pelotas
lanzadas fuera del campo. Por lo comn, mientras se jugaba me echaba en la arena, la
colaba entre los dedos, en tanto reflexionaba largamente. Escarbando as bajo el sol,
me encontr un pellejo de una vbora de cascabel. Otras veces perseguamos stas con
vara hasta dejarlas inertes despus de aplastarles la cabeza. Me apasionaba tambin el
juego de canicas a pares o nones sobre un hoyo en la tierra. Las jugaba por inters
disputando las ms hermosas de vidrio o de gata.
El estudio
La escuela me haba ido ganando lentamente. Ahora no la hubiera cambiado por la
mejor diversin. Ni faltaba nunca a clase. Uno de los maestros nos puso expeditos en
sumas, restas, multiplicaciones, consumadas en grupo en voz alta, gritando el resultado
el primero que lo obtena. En la misma forma nos ejercitaba en el deletreo o spelling,
que constituye disciplina aparte en la lengua inglesa. Peridicamente se celebraban
concursos.
Gan uno de nombres geogrficos, pero con cierto dolo. Mis colegas
norteamericanos fallaban a la hora de deletrear Tenochtitln y Popocatpetl. Y como
protestaran, expuse:
Creen que Washington no me cuesta a m trabajo?
Madre campesina, por David Alfaro Siqueiros.
Al hablar de mexicanos incluyo a muchos que aun viviendo en Texas y teniendo sus padres la
ciudadana, hacan causa comn conmigo por razones de sangre
En todo, la escuela era muy libre y los maestros justicieros. El ao que nos toc una
seorita recib mi primer castigo. No recuerdo por qu falta, se me oblig a extender la
mano; en ella cay un varazo dado con ganas. Sin embargo, sin ira. Una vez azotado se
me dijo:
Ahora, a sentarse.
A poco rato, la misma maestra me hizo alguna pregunta como a los dems; el asunto
se haba liquidado. Hay algo de noble en un castigo as, severo y honrado. Se paga la
falta y se sigue viviendo ya sin carga alguna de remordimiento. Nunca he sido
partidario de la blandura de cierta pedagoga posterior que suele convertir al maestro
en juguete del nio y al estudiante en censor del catedrtico. Un manazo justo en la
infancia, una explicacin oportuna en el colegio, en la Universidad, producen un efecto
de saneamiento, de higiene indispensable de toda labor colectiva. La condicin de
eficacia est no ms en ejercer la autoridad sin odio.
La ecuanimidad de la profesora se haca patente en las disputas que originaba la
historia de Texas Los mexicanos del curso no ramos muchos, pero s resueltos. La
independencia de Texas y la guerra del cuarenta y siete dividan la clase en campos
rivales. Al hablar de mexicanos incluyo a muchos que aun viviendo en Texas y teniendo
sus padres la ciudadana, hacan causa comn conmigo por razones de sangre. Y si no
hubiesen querido era lo mismo, porque los yankees los mantienen clasificados.
Mexicanos completos no bamos all sino por excepcin. Durante varios aos fui el
nico permanente. Los temas de clase se discutan democrticamente, limitndose la
maestra a dirigir los debates. Constantemente se recordaba El lamo, la matanza azteca
consumada por Santa Anna, en prisioneros de guerra. Nunca me cre obligado a
presentar excusas; la patria mexicana debe condenar tambin la traicin miliciana de
nuestros generales, asesinos que se emboscan en batalla y despus se ensaan con los
vencidos. Pero cuando se afirmaba en clase que cien yankees podan hacer correr a mil
mexicanos, yo me levantaba a decir:
Eso no es cierto.
Y peor me irritaba si al hablar de las costumbres de los mexicanos junto con las de
los esquimales, algn alumno deca:
Mexicans are a semi-civilized people.
En mi hogar se afirmaba, al contrario, que los yankees eran recin venidos a la
cultura. Me levantaba, pues, a repetir:
Tuvimos imprenta antes que vosotros.
Intervena la maestra aplacndonos y diciendo:
But look at Joe, he is a mexican, isnt he civilized?, isnt he a gentleman?
Por el momento, la observacin justiciera restableca cordialidad. Pero era slo
hasta nueva orden, hasta la prxima leccin en que volviramos a leer en el propio
texto frases y juicios que me hacan pedir la palabra para rebatir. Se encendan de
nuevo las pasiones. Nos hacamos seas de reto para la hora de recreo. Al principio me
bastaba con estar atento en clase para la defensa verbal. Los otros mexicanos me
estimulaban, me apoyaban; durante el asueto se enfrentaban a mis contradictores, se
cambiaban puetazos. Pero la pugna fue creciendo y lleg a personalizarse. Un rubio
sanguneo, agresivo, gringo acabado, la tom directamente conmigo. La consabida
discusin sobre el valor de los mexicanos concluy con un:
Eso lo veremos a la salida.
Apenas termin la leccin nos dirigimos al extremo del llano inmediato a la
escuela. Un numeroso grupo nos segua. Se hizo el corro. Empezamos a pegarnos con
saa. Desde el principio llev la peor parte. Para quitarme de la cara sus puos no
hallaba mejor recurso que enlazarme con l, para pretender derribarlo. Lograba l
sacudirme; volvamos al frente a frente y otra vez hasta sacarme sangre de las narices.
Perd la serenidad y empec a lanzar araazos, patadas. El otro me castigaba con
mtodo. Era costumbre que el vencido exclamase basta; en ese instante se suspenda
el combate y los adversarios se estrechaban las manos, como en el ring. Los amigos me
gritaban:
Rndete, basta.
Pero la ira me haca olvidar las heridas; no senta el dolor, aunque me desangraba;
por fin vino el maestro a separarnos. Y como no hubo shake hands, qued pendiente el
encuentro. Pero mi estado era lamentable. Escoriaciones, hinchazn, rasguos; de todo
haba en mi rostro. Al cruzar el puente rumbo a mi casa iba ideando la fbula que
urdira para explicar mi condicin. Una cada desde la altura de un barranco. Mi madre
me cur, escuch la historia y la crey o hizo como que la crea. Pero al llegar mi padre
se arm el escndalo Seguramente se trataba de uno ms grande que yo; era una
salvajada, cmo me haban puesto; reclamara, acudira al Consulado no volvera a
la escuela.
En la maana siguiente, sin embargo, nadie me dijo no vayas. Tom solo el rumbo
de siempre. La comida del medioda solamos llevarla en la mochila de los libros, y a
pleno campo, solos o en grupos, devorbamos los sandwiches, los huevos duros, la
fruta. A esa hora no haba rias; todas se aplazaban para el atardecer. Y mientras coma
rumiando con el pan la amargura de mi derrota de la vspera, se me acerc un
condiscpulo mexicano, de los nacidos y criados a orillas del ro.
Toma me dijo, ensendome una potente navaja; te la presto. Estos gringos
le tienen miedo al fierro. Gurdala para la tarde.
Volvimos al aula. La maestra eludi gentilmente toda referencia al tema de la
discusin enojosa. La clase volvi a sentirse alegre, distrada en sus asuntos. Yo
acariciaba dentro de la bolsa del pantaln aquel instrumento que en ocasiones me haba
servido para cortar madera, para afirmar las horquetas con que se cazan a liga los
pjaros.
Al salir de clase, Jim, mi vencedor, se plant ante su grupo. Yo me acerqu con los
mos. Le hice una sea, invitndole a pelear, a la vez que exhiba en la mano derecha y
abierta la hoja, la navaja del compatriota.
No; as no dijo Jim.
Busca t otra le dije.
No; as no, Joe Si quieres, como ayer.
No, como ayer no; como ahora.
Ya ves, ya ves me dijo mi aliado acercndose a recoger su instrumento;
cmprate una que sepan que siempre la traes contigo, y no te volvern a molestar
estos gringos
Fue una fortuna que as lograra hacerme respetar, porque las clases me fascinaban.
Aparte los libros que se nos daban a leer, con frecuencia se hacan lecturas comentadas.
Uno de los libros que me removi el inters fue el titulado The Fair God. El Dios
Blanco, el Dios Hermoso, una especie de novela a propsito de la llegada de los
espaoles para la conquista de Mxico Y era singular que aquellos norteamericanos,
tan celosos del privilegio de su casta blanca, tratndose de Mxico siempre
simpatizaban con los indios, nunca con los espaoles. La tesis del espaol brbaro y el
indio noble no slo se daba en las escuelas de Mxico; tambin en las yankees. No
sospechaba, por supuesto, entonces, que nuestros propios textos no eran otra cosa que
una parfrasis de los textos yankees y un instrumento de penetracin de la nueva
influencia.
La he recordado siempre. Una de las ms fuertes sacudidas espirituales de mi
infancia: La Ilada, con notas y explicaciones al verso ingls. Me la prestaron.
Esforzndome para traducirla, captaba, no obstante la maraa bilinge, la accin
maravillosa, el ro de elocuencia del inmortal poeta.
El alumno que presentaba una composition acerca del libro ledo tena derecho a
otro prstamo. Cortas se me hacan las horas empleadas en borronear unas notas para
pedir otro libro, raro artificio de recreacin de sucesos maravillosos pretritos.
El mes de Mara
La primavera comienza temprano en las tierras bajas de Coahuila y Texas. Casi un
desierto Coahuila; sin embargo, en las vegas de sus ros, las nogaleras gigantescas, los
caaverales altos, los sembrados de trigo, de alfalfa, de maz y sandas, adquieren
fragancias acentuadas por el contraste de los arenales del contorno. Cerca de Piedras
Negras se vierte en la corriente abundante y cenagosa del Bravo el torrente cristalino
del ro de la Villita. La comarca de la confluencia es un vergel, y la misma margen del
Ro Grande, adelante de la casa que habitbamos, se converta por primavera en un
extenso prado de amapolas, violetas silvestres y margaritas.
Nos levantbamos al amanecer y partamos, en ayunas, al campo. Desde antes de
salir del pueblo, sobre los tapiales de los suburbios, contemplamos los quiebraplatos
especie de azucenas blancas y azules que forman enredaderas. Sobre las corolas
delicadas, el roco brillaba un instante, luego se difunda en el aire luminoso y clido.
El llano baja florecido hacia la vega. El ro sinuoso refulge sereno y ancho. A distancia,
por ambas riberas, la tierra se parte en grietas, asciende levemente ondulada, arcillosa,
salpicada con el gris de los arbustos.
A campo traviesa, por llanos ilimitados que parecen no tener dueo, los aromas de
la tierra estimulan el paso, nos vuelven giles las piernas. En el ambiente, humedad
ligera; yerba y flores silvestres en el prado, y en el cielo, remoto el Sol, ensayando su
podero sobre las gasas de la niebla del alba que parecen refrescarle el rostro y le
tamizan audazmente los rayos de su esplendor implacable. Mientras recogemos,
repartidos por la llanura, brazadas de azucenas, se va iluminando la punta de los postes
del telgrafo, nica eminencia de la tierra devastada. Iniciamos el retorno, envueltos en
la fragancia del botn.
Familia de principios de siglo en da de campo.
Nos levantbamos al amanecer y partamos, en ayunas, al campo
En un ngulo de la sala, tiras de tela azul celeste y blanco, y unas gradas sobre la mesa
revestida de paos claros forman altar a la imagen de la Virgen. Con las flores del
campo llenamos los vasos, apoyamos algunos ramos al pie del marco sagrado. Y una
vez adornado el altar, corremos al comedor donde esperan el chocolate y el pan dulce,
las tortillas de harina con natas. En seguida, mi madre y mis hermanas se iban a la misa
de enfrente y yo corra a mi escuela del otro lado; escuela laica, en realidad protestante
y cristiana, pero sin apariencia proslita.
Por la tarde, al regresar de clase, encontraba a mi madre con la mantilla puesta y en
la mano el devocionario de los das de fiesta, pastas de concha ncar y rosario
engarzado en hilo de plata. Entre velos blancos vaporosos, mis hermanas lucan sus
encantos de nias pulcras. Concha, sus mejillas de rosa; Lola, sus cabellos de oro, y
Carmen, sus ojos claros bajo las cejas negras.
Las flores puestas en el altar por la maana eran rociadas de agua fresca, y
transportndolas en cestos con ptalos de rosas, atravesbamos la plaza iluminada con
los resplandores del atardecer.
La iglesia era una pequea nave a medio techar.
En la portada barroca, humildsima, se quedaron vacos unos nichos que yo en mis
delirios de futuras grandezas me propona llenar comprndoles imgenes de talla
increble. A la izquierda, un arquito sostena la nica campana. En tan sencillo
escenario pasaron horas de embeleso inefable. Un pequeo rgano acompaaba la misa
de los domingos. Un confesonario despintado recibi mis primeras dudas, y no
recuerdo cuntas veces me acerqu al modesto altar donde nos daban la comunin.
Cmo es que la hostia puede contener a Dios? pregunt una vez al confesor,
no tanto porque dudara, sino por orle argumentos decisivos; pero repuso:
Dile a tu madre que te explique todo eso.
Las tardes de mayo no iba all para descifrar problemas, sino para gozar la dicha
del ofertorio de nuestras vidas, todava no marcadas por el dolor. Finga gorjeo de
pjaros el murmullo de nias de blanco y nios de negro sentados en bancas prximas a
la alfombra del altar. Gema dulcemente el rgano, y unas voces ingenuas alababan
cantando el misterio santo, mientras suban las nias de blanco, de dos en dos,
arrodillndose a intervalos, regando flores sueltas por las gradas, depositando los
ramos en el altar de una Virgen azul.
Volvan luego a sus asientos ligeras y contentas. Cesaba el canto y se reanudaba el
rezo, y as varias veces. Al final el sacerdote, de casulla de oro, incensando, se
postraba y descubra la hostia y la haca radiar entre los lirios. Las nias, arrodilladas,
ofrendaban su blancura intacta; doblbamos todos la cabeza reverente y suba al cielo
la plegaria sincera y melodiosa. Al salir al viento de la noche, una ventura dulce
embriagaba los corazones.
Trapos azul y blanco, humilde imagen, vasos con agua de color, flores campestres,
incienso ritual, ofrenda de corazones sencillos, qu magia, ni la ms complicada,
podra igualar el milagro que consumabais en mi conciencia? Contento sacbamos de
all para todo el da siguiente y aun para el ao entero hasta que otra vez los prados
florecieran en honor de la Inmaculada. Dios te salve Mara, llena eres de gracia
La devocin popular no se conformaba con un solo mes de plegarias. Golosa de
poesas, entraba en junio, el mes de Jess, dedicado a los hombres, como el de mayo a
las mujeres. Y ms rosarios con letana cantada y ora pro nobis en coro de fieles cada
uno de los das del mes.
El calor
El verano fronterizo es polvoriento y sofocante. No alivian los baos diarios, ya no en
baera como en invierno, sino al aire libre, en el patio, con la ducha de una manguera
destinada al riego del jardn. Luego, al caer la tarde por las calles recin regadas y
olientes a tierra humedecida, rodaban carruajes de tiro, alquilables por hora. En alguno
de ellos bamos al otro lado, a las neveras o en excursiones ms largas hasta el ro de
la Villita. En familia, despus del remojo en las aguas cristalinas y fluentes, nos
sentbamos en la grama, semienvueltos en toallas o ya vestidos para devorar una de
esas enormes sandas, orgullo de la frontera. Tombamos cada quien su rebanada,
grande, encendida y jugosa. Despus, el corazn colorado, casi quebradizo y dulce, era
repartido en trozos entre gritos pedigeos y risas de contento.
Casa del Marqus de Jaral de Berro, siglo XVIII
Tambin eran agradables las cenas improvisadas en las mesas populares de la Plaza del
Comercio, vulgarmente la Plaza del Cabrito, por el guiso predilecto que all se serva.
Aparte del cordero, daban tamales delgados, rellenos de pollo y de pasas y almendras,
todo con caf de olla, sobre manteles de hule y luz de quinqu. La clientela heterognea,
numerosa, comprenda obreros de la maestranza en overol y seoritas bien polveadas,
nios con los paps, y gringos del otro lado.
Despus de la cena, el fronterizo goza del fresco a la puerta de su casa. Juega la
brisa con las cortinas de encaje blanco y trabajan las mecedoras, en tanto languidece la
charla. Enfrente, la plaza iluminada bulle de paseantes. Una o dos veces por semana, la
banda militar toca en el quiosco marchas y sones cargados con imgenes de la ciudad,
sus luchas y victorias. Al cruzarse, sonren los vecinos. Es un hermoso milagro vivir.
Por delante, la senda ofrece muchos aos, repletos de dones apenas concebibles. En un
espacio inmaterial se palpa el futuro semejante al desarrollo de la msica con alzas y
bajas, dulzuras y abismos. Una borrachera de pensamientos marea la cabeza. Cada
pieza de la banda es como la copa de un ajenjo vagamente adivinatorio, que sugiere
vislumbres del porvenir. Y en vez de ir a mezclarse al correteo de los menores,
quedbame sentado al borde de la acera: prximo a la conversacin de los mayores,
pero sin orla. Me conturbaba lo mo: se me deshaca el corazn como con llanto, me
pesaba sobre los hombros la tarea que slo el transcurso de los aos va haciendo
factible y ligera.
Algunas noches, cuando el calor arreciaba y no haba serenata, as que las cornetas
del cuartel vecino tocaban la retreta, sacbamos al patio los catres de lona. Encima una
sbana y otra ms para envolvernos, sobre la bata, y a estarse en cama contemplando
las estrellas antes de dormir. De todos los goces del verano fronterizo ninguno es ms
profundo. El clima caliente y seco invita a pernoctar bajo la bveda celeste. En aquella
topografa de llanuras devastadas, el cielo es ms ancho que en otros sitios de la Tierra,
y las constelaciones efulgen dentro de una inmensidad engalanada de blidos. Algo
semejante observ Reclus en las noches de Persia, cuya magntica incitacin al sueo
produjo los cuentos de Las mil y una noches. Palabras cargadas de esplendor y de
virtud mgica que construyen con la fantasa todo lo que el esfuerzo humano jams
podr cumplir en la Tierra.
En aquellos cielos nuestros, desprovistos de literatura, la mente sondea, libre de
sugerencias, como si recin descubriese el cosmos. El alma se va por los espacios, y
divagando capta un man de gracia ms eficaz que el de Moiss. La memoria distrada
repite sin atencin los nombres de la media docena de constelaciones que la abuela
conoca: la Osa y el Abanico; las Siete Cabrillas y el Lucero. En la dulzura de la noche,
perdida toda la nocin finita, el tiempo ya no corre porque se hizo eternidad. Reclinado
el rostro sobre la almohada y al cerrar los ojos para dormir, una lgrima dichosa
escurre por la mejilla. Despus, no se llora as. El llanto se vuelve cido a medida que
se agria el vino interior.
Ripalda y reloj
En verano, con motivo de las vacaciones, se relajaba un tanto la disciplina de nuestra
casa; pero no lo bastante para prescindir de una Dictadura: la del reloj, ni del cdigo
vigente, el Catecismo de Ripalda. Con los metodistas norteamericanos tena mi madre
ese punto de contacto, sin saberlo; la divisin del da en horas para quehaceres en
serie. Hora para levantarse, hora para el aseo, hora para el paseo, hora para la lectura,
y as para las comidas y faenas ordinarias.
Belinda Palavicini, por Alfredo Ramos.
La hermana ms joven, Mara, era una rubia, esbelta y delicada
Antiguamente, las tabernas del pueblo servan a la clientela sendos vasos de vino tinto,
extrados de barricas procedentes de Espaa y de Francia por Galveston. En los
hogares se beban los vinos blancos de Burdeos. Pronto venci, sin embargo, la
cerveza. Cantinas o bares, mostradores de caoba, espejos biselados, fina cristalera,
hielo picado y brebajes de mezclas brbaras, whiskeys y bocks. Al principio, el gusto
educado les haca un gesto; preferan los nuestros el buen Madera, el Oporto o Jerez.
Pero la baratura y la abundancia, la facilidad para obtener el cocktail, los obsequios de
vasos a propsito para la cerveza, la complicidad del calor, todo concurra a la derrota
del vino. Pronto, aun en los hogares, iniciaba la comida, apareca la criada que, de
vuelta de la esquina, traa la jarra de cristal rebosante de espumas, exudadas por el fro
de un lquido que parece oro y que sabe a cocimiento sin endulzar.
En la escuela se observaba el desarrollo urbano de las ciudades vecinas. En la
distribucin de las tareas de clase de Geografa me toc levantar el plano de Piedras
Negras. Observ, con este motivo, mi pueblo en la amplitud y en el detalle. Visto desde
Eagle Pass, luce ventajosamente, asentado sobre el ms alto barranco de la margen
meridional del ro. Sobre las arboledas de mezquites asoman tejavanas y azoteas,
molinos de viento de las norias. A la izquierda, las chimeneas siempre humeantes de la
Maestranza prolongan el panorama del otro lado del puente del ferrocarril. Este puente
y el de los peatones limitan casi la extensin urbana. Por la derecha, unos cuantos
solares con cercas de madera o tapial invaden la vega. El talud arcilloso se desgaja a
trechos y descubre cuestas o en otro sentido bajadas, que todava utilizan aguadores
con sus burros y que antes de los puentes eran como calles hacia la ribera. Tal recuerdo
el conjunto; pero mi tarea me oblig a trazar las avenidas y los cuadros de casas.
Entrando por el puente de a pie, salvadas las garitas aduanales, hallbase a la
derecha la casa de los Riddle. Un solo cuerpo blanqueado, anchas ventanas, y mirando
al ro, un tejadillo con barandal de madera. Constitua aquel mirador sitio privilegiado
para contemplar las avenidas; Los Riddle, familia bilinge, padre tejano, madre
mexicana, eran gente afable, que invitaba a los vecinos al espectculo de la estacin
otoal si el mximo de la creciente coincida con el atardecer. Marqu, pues, sobre mi
plano, despus de trazar la lnea del ro, el talud y los dos puentes y como primera
indicacin urbana: Riddles home. Media cuadra adelante seal mi esquina, con la
administracin del Timbre al lado. Luego, el rectngulo del jardn municipal, con el
Cuartel y el Municipio, y enfrente la iglesia; en la misma acera de sta y sobre la
avenida principal, un casern en ruinas, de techo apizarrado, de dos aguas, muros
desportillados y ventanas sin vidrieras. Lo llamaban la casa de los murcilagos,
porque los vomitaba revoloteando cada atardecer.
El costado izquierdo de la plaza no lo adverta; lo encubran los chopos del jardn,
y quedaba separado del trfico. Sin embargo, haba all entre otros comercios una
joyera. En mi plano asent nicamente esa palabra. En realidad, aquella casa me
evocaba una emocin confusa. Cediendo a la costumbre norteamericana de hacer
trabajar a los jvenes en comercio o en oficio durante el periodo de vacaciones, mi
padre me haba puesto un mes como ayudante gratuito de aquel su amigo joyero. Me
ocupaba en clasificar, por tamaos, las argollas de oro para los matrimonios o en sacar
brillo al chapeado de los relojes con la gamuza amarilla. Con frecuencia, tras de un
simulacro de faena, se me mandaba a jugar con los hijos del patrn, por las
habitaciones y el patio. Cierto da, al recoger un trompo que entre todos hacamos
bailar, mis ojos se quedaron atnitos. Sentada en la alfombrilla del suelo, compona la
seora su mquina de costura. Levantaba la pierna sobre el pedal y mostraba, no
obstante las finas ropas, la parte ms delicada y secreta de su belleza rubia, juda y
juvenil. A pesar de una ignorancia cabal an, semejante visin me produjo desconcierto
y sobresalto ardiente.
Al trabajar sobre mi plano la imagen se encenda, y de haber dejado libre la voz de
la sinceridad, en lugar del letrero Joyera, que acababa de anotar, hubiera escrito:
Bella seora.
En aquel comercio adquiri mi padre un reloj de mesa. Peana larga de metal
barnizado de negro, y encima la cartula de un semicilindro bronceado. Al otro extremo
una mujer de metal dorado: cabeza griega, hombros desnudos, pechos firmes. Pegado al
talle, un manto le cie la cintura y baja cubriendo los muslos en posicin sedente; una
pierna recogida apoya unas tablas; la otra luce el torneo de una pantorrilla suntuosa.
Sostiene la mano izquierda el borde superior del libro abierto, y la otra mano, cada,
tiene un lpiz en espera de las rdenes de la mente que lo har escribir. Era la ciencia,
decan en casa, y su frente despejada contagiaba la serenidad; pero los muslos, aun
siendo de bronce, recordaban los de la juda.
Decididamente, era cosa pobre el plano en que trabajaba. Un rido conjunto de
lneas y letras, inepto para sugerir lo mejor de cada sitio: como jaula sin pjaros se
vea cada manzana de trazo.
Calle del Comercio, creo que se llamaba toda la avenida larga que parte de la
iglesia y remata en la estacin del ferrocarril. A cierta altura la Plaza del Comercio se
engalanaba con la tienda de ropa de los Miranda, veracruzanos, bien trajeados y
afables, y con almacenes de maquinaria agrcola, bares de mexicanos y yanquis.
Cerraba el costado opuesto la tienda de ultramarinos Trueba Hermanos, rica en
sardinas en lata, pasas y almendras, aceitunas y vinos generosos. Despus de la Plaza
del Comercio seguan calles con tiendas y tendajos y hospederas. Ya en su extremo, la
avenida se ensanchaba. De un lado a la derecha, el edificio de la Aduana, circundado
de su jardincillo; enfrente un doble piso de madera pintada de rojo con portalillos, el
hotel Internacional. Al fondo, el tejamanil de la modestsima estacin de ferrocarril.
Detrs los talleres, los almacenes de la Aduana, la pequea urbe de la Maestranza.
Muchas horas me tom el plano, pero al fin lo vi limpio y ampliado con noticias
suburbanas como el Cementerio y el camino de la Villita al sudoeste. Lo contemplaba
ya listo para ser desprendido del restirador y no me complaca. Por instinto repudiaba
mi obra como un caso de falsificacin de la realidad: la falsificaba por causa de la
abstraccin y las matemticas. Acaso la ms deshonesta y petulante de todas las
falsificaciones que perpetra el ingenio. En vez de pintar la vida del pueblo y proyectar
su alegra, yo fijaba las perogrulladas de un trazo que da cuenta del nmero y la
extensin del alineamiento urbano.
Quedaba fuera, ya no digo lo esencial; tambin el talle amable. La realidad
pintoresca, el calor y el olor, todo era sacrificado, convertido en perfil y traicionado.
Una pueril abstraccin de la realidad, eso era la geometra.
A esa misma hora, con idntico aparato cvico, la misma oratoria y el mismo
entusiasmo popular, se celebraban festejos iguales en cada aldea y en cada ciudad
del pas. Nada extrao es que yo tambin me sintiera conmovido, arrebatado casi por
los acentos de la elocuencia patritica. Tan intensamente me haba distrado la
ceremonia, que cuando me toc leer ya tena olvidado mi texto con sus frases
sentenciosas. Comenc con desgano la lectura. Mi voz escasa y opaca estaba contra m.
Una exagerada timidez para lo externo volva encogidos mis movimientos y contrastaba
penosamente con mi conviccin interna acerca del valor de mi pieza escrita. El pblico
atribuy mi atrojamiento al temor que causa enfrentrsele. En realidad, no me
preocupaba el pblico, sino que gradualmente, al leer mi composicin, perda inters
en ella, le encontraba defectos y mentalmente correga. Me daban ganas de decir: Esto
no est bien y hay que hacerlo de nuevo. Pero segua leyendo de cualquier modo y con
prisa de concluir, y como nadie oa, comenzaron los siseos. Mi padre empez a hacer
seas de que acortara, pero no hallaba el modo. En cada oreja senta arder una llama.
Por fin, termin. No era demasiado largo lo escrito, sino que no haba sabido
declamarlo; quiz tampoco estaba en estilo declamable. Lo cierto es que pas mi rato
de agona. Los dems se olvidaron pronto de m pero yo segua rumiando mi fracaso. La
claridad de la tarde de fiesta se me llen de humosidad gris. Mi padre estaba irritado.
Slo mi madre, horas despus, me dio la solucin consoladora: No eres t para la
oratoria: sers escritor, y vale ms.
Camino de Durango
A mi padre le haban asegurado que Durango se pareca a Oaxaca. Esto bast a
decidirlo. Adems, yndose a Durango contrariaba la corriente de los que empleaban
las vacaciones en San Antonio, Texas. Tomando la ruta del Sur, le volva la espalda
ostentosamente al progreso, a lo yanqui. A fuer de entendido, l se iba adonde la
verdadera civilizacin. La piedra labrada siempre valdra ms que el cemento, por ms
que se lo dieran superpuesto en pisos. Con mi padre iba yo por derecho de mayora. El
viaje le hubiera correspondido en seguida a Concha, pero no quiso separarse de mi
madre y cedi el lugar a Lola, que ahora completaba el terceto. Qued mi madre al
cuidado de su prole, aumentada ya con el nacimiento de la pequea Chole.
Mi hermana Lola tena tal vez siete aos y yo no ms de once. Lola era voluntariosa
y decidora; el abuso de los dulces, charamuscas rellenas de nueces, pastas de leche y
calabazates, la tena plida; pero era nerviosa y despierta. En los ocios forzados del
vagn mi padre explicaba por anticipado lo que veramos; nos describa las ceremonias
de la Semana Santa; el porqu de los altares enlutados; la sea y los maitines; el Stabat
Mater y la Misa de gloria. No era iglesiero ni rezador, sino ms bien un creyente tibio.
Sin embargo, adoraba el rito que era para l la mejor forma de arte. Lo que llamaba
funciones de la iglesia le remplazaban las satisfacciones del teatro y del concierto de
que disponen los modernos.
Grabado de la poca, siglo XIX.
Pasamos el primer da tragando el polvo de las llanuras ilimitadas, visin de palmeras
enanas, arena y sol hasta cansar los ojos
Nos seduca el poema zorrillense, atrevido y fcil, lo mismo en los raptos que en el
recitado de noches serenas y lunas claras. Despertaba secreta envidia el lamento de las
infames aventuras en las noches puras. En general, el verso me atraa slo
momentneamente. Ms bien padeca angustia si alguien soltaba un recitado de
memoria. Y vaya que lea poemas en dos idiomas. La Evangelina, de Longfellow, era
obligatoria del otro lado, y, en desquite, me hacan leer en casa a Peza y a Nez de
Arce. Pero me pasaba con la poesa lo que me pas ms tarde con la msica: me serva
de excitante para pensar mis temas, sin seguirla en su propio desarrollo. Si me
esforzaba en hacerlo, ya no experimentaba placer ni estmulo espiritual. El verso, aun
aceptndolo como magia quiz por eso mismo, no me deca nada en s; pero me
provocaba ideaciones intensas. Poda seducirme el amor virginal de Evangelina y las
peripecias de la vida en la Arcadia nrdica, smbolo del destino en el Continente
nuevo; pero lo mismo me hubiera dado que la obra estuviese escrita en prosa, o haberla
ledo en alguna traduccin castellana. Sin duda, una predisposicin temperamental, y
tambin el hbito de traducir desde la infancia, me ha dejado esta indiferencia e
incapacidad para la forma.
Los versos del teatro espaol fatigan por el nfasis y la lgica. Una poesa de por
qus aburre como una dialctica; sin embargo, interesa el tono espiritual de ciertas
obras. Con todo prefera leer los versos ya ingleses, ya espaoles, pues me exasperaba
el sonsonete del recitado. Cierto convencionalismo de la declamacin de cada lengua
revela su ridiculez cuando lo escucha un extranjero que no est viciado por el hbito.
En el poema ledo se revela una emocin independiente del efecto prosdico.
Adems, lo que en materia de espaol nos llegaba por el pueblo creaba un contraste
doloroso con el Shakespeare y los clsicos siempre vivos en la literatura de nuestros
vecinos.
Una de las compaas de trnsito represent la Flor de un da, de Camprodn. La
tirada pegajosa de los rboles gigantes del paisaje americano evocada en nosotros,
habitantes de la planicie rida, la visin de un trpico frtil, desconocido aunque
formaba parte de nuestra patria.
La empresa del ferrocarril haba organizado un domingo una excursin a Sabinas.
All pudimos ver unos nogales en la vega del ro, que justificaban la alusin del poeta.
Y tambin entre las vistas de nuestra coleccin oaxaquea figuraba el rbol del tule,
que pasa entre nosotros por el tronco ms grueso de la Tierra. Por la literatura
penetraba en el mundo, pero tomando los libros a saco, buscando en ellos el material de
mis tareas futuras. Me hubiera encerrado en una biblioteca lo he hecho despus en
muchas ocasiones, pero slo para salir de all equipado y dispuesto a la aventura del
destino espiritual egregio. Para darle principio era menester andar, caminar por el
ancho territorio. Apenas entrev una oportunidad, quise aprovecharla. El ambiente de
mi aldea era limitado como su panorama y, como ste, vaco. A la esquina de nuestra
plaza lleg una vez un yankee explotando el primer fongrafo conocido en los
contornos. Era del tipo primitivo, con auriculares de goma que alquilaba a cinco
centavos la pieza. El yankee ganaba dinero y decidi internarse en Mxico; pero no
saba una palabra de castellano. De cliente suyo pas a confidente y, por fin, me
propuso que lo siguiera como intrprete; compartiramos las ganancias, recorreramos a
pie o en tren el interior del pas. Al or su propuesta, el corazn me dio un vuelco y el
mirar se me ensanch en panoramas dichosos.
Y slo la violenta, decisiva prohibicin paternal, me quit la fiebre del viaje. Pero
en las tenebrosidades de mi solitaria meditacin acusaba a mis padres de haberme
cortado el destino.
La partida
Salir de all, salir sin motivo, pareca ser la consigna tcita en el seno de la familia. El
pretexto puede haberlo dado un disgusto con el nuevo administrador; pero el motivo
determinante era el deseo de encontrar colegios adecuados para mis hermanas y
prepararme a una carrera profesional. Aprovechando los dos meses de vacaciones con
sueldo, otorgados por el reglamento, despus de no s cuntos de trabajo, se decidi la
partida aun antes de saber exactamente dnde nos estableceramos. Ambicionbamos
una aduana en poblacin que tuviese colegios de segunda enseanza. De esa manera, la
familia seguira reunida sin perjuicio de nuestro adelanto educativo. Y revisando la
geografa de Garca Cubas, descubrimos slo dos puertos que llenaban el requisito:
Veracruz y Campeche. En Veracruz no haba que pensar, porque all iban los favoritos
del rgimen. Mi padre no lo era ni posea aptitudes para serlo. No quedaba otra
solucin que Campeche. Y con rara conviccin, como si ya contara con la aquiescencia
del ministro, mi padre comenz a afirmar:
Nos vamos a Campeche
Una extraa saudade me invada al echar las ltimas miradas de adis a mi escuela de
Eagle Pass. La gratitud y el afecto me ablandaban el nimo. Imposible consumar el
recuento de lo que deba al plantel; y una cierta acidez se mezclaba a mi aoranza, por
las huellas de los conflictos raciales patriticos que all haba padecido. Los campos
devastados de nuestros juegos y peleas me haran menos falta que los salones de clase
donde la curiosidad rob tesoros. Sin embargo, adverta que me iba despus de haber
sacado todo el fruto posible de aquellos aos ingenuos. Por delante se hallaba una serie
de pocas fecundas; la vida entera se me apareca como tarea explotable con miras de
eternidad.
Al concluir las clases, una tarde, me llam el director de la escuela, gringo alto,
correcto, grave y bondadoso. Caminando a pie lo segu varias cuadras rumbo a su casa.
Es sensible que te vayas deca, dejando interrumpida tu carrera entre
nosotros. Si tu padre quisiera dejarte al cuidado de alguna familia Tienes ahora trece
aos al cumplir los catorce, concluido el curso primario, podra obtenerse para ti una
beca en la Universidad del Estado, en Austin. Hblale a tu padre; si est conforme, dile
que me vea. Ser fcil arreglarlo.
Mi padre se ofendi primero; despus comprendi que la desinteresada oferta
mereca una negativa corts, agradecida, y se fue a darla. Mi madre no necesit
intervenir, pero tampoco hubiera consentido entregarme con personas excelentes, mas
de otra religin. En la frontera se nos haba acentuado el prejuicio y el sentido de la
raza; por combatida y amenazada, por dbil y vencida, yo me deba a ella. En suma:
dej pasar la oportunidad de convertirme en filsofo yankee. Un Santayana de Mxico
y Texas?
Los Estados Unidos eran entonces pas abierto al esfuerzo de todas las gentes. The
land of the free. Los aos maduros me hubieran visto de profesor de Universidad
enseando filosofas?
No estaba entonces por los destinos modestos. El futuro me sonrea ilimitado de
dichas y xitos. Tan intenso lo soaba, que a menudo la cabeza me arda de esperanza y
anticipadas certidumbres. Horas de exaltacin desmedida, que alternaba con estados de
anulacin y pesimismo, claudicaciones del albedro.
Entre los de Las Mil y Una Noches, el episodio que me obsesionaba era el de los
compaeros que se reparten por los cuatro rumbos del horizonte, tomando camino segn
el viento que sopla. Lo urgente era caminar, tomar rumbo, trasponer horizontes. No era
yo un alma cada al mundo? Pues urga lanzarse a explorar toda la extensin de la
temporal morada.
Por fin; una maana, desde la ventanilla del tren, dijimos adis a la pradera de la
Villita, y con el pecho sobresaltado nos internamos luego en el arenal sobre los rieles y
entre las nubes de tierra.
Peridicamente, en el llano, los remolinos del aire cavan el suelo, levantan el polvo
y lo bailan en espirales, dispersndolo en la altura.
Las estaciones, muy distantes unas de otras, constan apenas de un tejadillo que
abriga la sala de boletos y el telgrafo. Al lado, la choza de adobe de algn pastor, unas
cuantas gallinas desmedradas, ni una brizna de hierba y en torno leguas y leguas de
pramo. Slo al da siguiente, por la Laguna, vimos los primeros pastos reverdecidos,
bajo el sol caliente. Luego, al atardecer, la tierra empez a ponerse roja, y muy altas
montaas dibujaron estupendos perfiles. Los valles empezaron a poblarse de rebaos.
Un sol encendido ilumin un ocaso bermejo, como metal de fundicin. En los riscos,
sobre la montaa, se adivina tambin el cobre, el oro en bruto, el xido de plata.
Un airecillo fro y una sordera parcial advierten la entrada en el altiplano. Y los
valles se ensanchan circundados de serranas. La va frrea corre a la falda de los
montes y serpea en las gargantas. Es famosa la cuesta que conduce a Zacatecas. Trepa
jadeante la locomotora por una serie de curvas que peridicamente ocasionan
descarrilamientos. El viajero desde un vagn se asoma a la noche y de pronto descubre
un enjambre de luces que aparecen y desaparecen al fondo de un abismo.
Aproximndose, advirtese el trazo irregular de la ciudad cuyo nombre evoca historias
de mineros enriquecidos o fracasados. Al detenernos en la parada subieron al convoy
damas y caballeros de porte distinguido. Empezaba el Mxico de los refinamientos
castizos. Al deseo de habernos quedado un da para conocer a Zacatecas se mezclaba la
impaciencia de ver pronto las maravillas del interior de la patria. Sobre camas
improvisadas con mantas nos fue cogiendo el sueo al ritmo del acero en fuga
estrepitosa.
Amanecimos ms all de Aguascalientes. El paisaje haba cambiado; pero slo
despus de Len, por Irapuato y Celaya, comienza el deslumbramiento de los campos
verdes de alfalfa y los trigales que la brisa agita en la distancia. Bajo un cielo azul
difano y en el marco de montaas violeta, aparece el milagro de ciudades en ocre,
blanco y rosa. Cpulas de vidriado, amarillo, que fingen el esplendor del oro, y
campanarios de cantera en tonos claros, se levantan como aleluya perenne. Los
caminos, arbolados, conducen a quintas de recreo y a santuarios con leyendas piadosas.
Todo engendraba dichoso contraste con los pramos de nuestra frontera.
En cada parada consumbamos pequeas compras. Abundaba la tentacin en forma
de golosinas y frutas. Varas de limas y cestos de fresas o de higos y aguacates de pulpa
aceitosa; cajetas de leche en Celaya; camotes en Quertaro y turrones de espuma blanca
y azucarada; deshilados en linos y mantas o sarapes de colorido detonante;
manufacturas de cerda que recuerdan la paciencia china; por ejemplo: cestitos de
colores, trenzados, que embonan en orden descendente o sombreritos minsculos;
pequeas cajas de secreto, incrustadas; sobre papel negro docenas de palos de llama o
de celaje claro. No alcanzaba el tiempo ni el dinero para elegir. Los vendedores de
comestibles ofrecen tambin a gritos tacos de aguacate, pollo con arroz, enchiladas de
mole, frijoles, cerveza y caf. Y del seno de la algaraba, tmidamente y, sin embargo,
permandola toda, la voz del ciego ambulante, que improvisa corridos, tae la guitarra
y recoge limosnas.
Docenas de chiquillos descalzos, trigueos, piden: Un centavito, nio; un
centavito, jefe.
Con el cuerpo fuera de la ventanilla, todo lo vemos, desendolo; adquirimos
baratijas y dulces, repartimos cobres. Mucho he viajado despus, pero nunca he visto
en las paradas de ningn ferrocarril semejante animacin abigarrada y fascinante. En
Mxico mismo, las gentes visten cada da con ms uniformidad; las artes menores
decaen, el estilo de comer se americaniza, el traje se vuelve uniforme y el viajero ya no
asoma la cabeza a la ventana; la hunde en la partida de poker o, por excepcin, en la
revista recin entintada. El prejuicio sanitario veda el gusto de los platos populares y el
comercio ambulante decae.
Corra el tren por las comarcas feraces del Bajo; la frescura del campo nos
penetraba en todas las fibras, nos colmaba la sed orgnica de los aos pasados en sitios
resecos. Propiamente, veamos campo por primera vez. Unas cuantas vacas enterradas
en el pasto bastaban a darnos sensacin de plenitud agrcola. Las nubes adoptan all no
s qu distincin barroca, muy blancas y bien recortadas en el azul. Ya al oscurecer
pasamos a la orilla de un ro, quiz el Lerma. Sus aguas cristalinas corran entre
arboledas, se perdan en el cauce pedregoso. Lpiz en mano, intent fijar en mi
cuaderno siquiera algunas de las impresiones tumultuosas del da. No me guiaba la
vanidad, sino el deseo de guardar de algn modo la emocin venturosa del viaje. Pero
me estorbaban los adjetivos. En vez de apuntar las cosas, me empeaba en calificarlas.
Cada montaa tena que ser alta; las ciudades me merecan el mismo epteto de bonitas
y cada paisaje resultaba encantador. Con plena conciencia de que traicionaba mi sentir,
escriba y acusaba al lenguaje de llevarnos por sus caminos trillados, pese a la
virginidad de la percepcin. El caso es que mi ensayo me dejaba triste. No
corresponda al intenso vivir. Qu iba a ser de m en la capital sabia? Recordaba las
narraciones amenas de un libro de viajes alrededor del mundo, que en Piedras Negras
leyera, y me senta apocado. Era yo el grano de arena que se pierde en la sabana, brizna
de muchedumbre. As de humilde penetr al carricoche que nos condujo al hotel. La
iluminacin suntuosa de las avenidas produca estupor. Los cascos de docenas de
caballos de tiro repercutan en la atmsfera urbana, ornada de piedra, esplendor y paz.
En la capital
Vagos son los recuerdos de esta mi primera estancia consciente en la metrpoli
mexicana. Buscando en las aguas profundas y oscurecidas de mi pasado, extraigo: un
doble corredor de columnas esbeltas en torno a un patio con palmeras pequeas,
sillones de mimbre y un comedor extenso con mesas blancas y cristalera. Fue el hotel
Bazar? Luego, como si el tapete maravilloso nos hubiese transportado all, veo una
vivienda en la calle del Indio Triste. Farol de vidrio sobre una escalera angosta de
piedra con barandal de hierro. Llega de afuera el olor de alquitrn sobre el asfalto
nuevo. Mil circunstancias se pierden igual que si meses enteros y aun aos de nuestro
vivir muriesen antes que nosotros, sin que logremos resucitarlas. Y me pregunto: Qu
hay de comn entre el jovenzuelo que se quedaba absorto ante las fachadas de los
palacios citadinos y ste que soy ahora incapaz de reconstruirme en lo que fui? Los
mismos afectos que parecen determinar modalidades perennes, se descargan de su
vehemencia y fluyen con lo que pas.
Entre el rumor de los largos rezos revivo la imagen de mi ta Concha, hija menor del
primer matrimonio de mi abuelo. Estara en sus treinta entonces y se adornaba con unos
lazos anchos de listn. Su corta herencia la haba puesto a rdito y pasaba con nosotros
una temporada. Era bajita, de cara muy ancha y de un blanco mate lleno de arrugas
prematuras. Unos ojos claros inexpresivos ayudaban a darle aspecto de mscara, pero
de movimiento, porque la acometa un leve temblor de cuello cada vez que se quedaba
inmvil. La queramos por buena, pero era tan lela que la hubiramos cansado a burlas
si no fuese porque haba en la casa un jefe amado y temido: mi madre, que no entenda
de bromas y aplicaba un azote cada vez que era menester. Al concluir la misa de los
domingos la ta se iba a la Alameda con los pequeos y mi madre y yo nos quedbamos
a cumplir alguna manda, que nunca faltaba. Por ejemplo: para que mi padre regresase
antes de Navidad, y siempre con la advertencia de Dios disponga lo que ms nos
convenga. Seor, apidate de nuestro dolor y concdenos tu misericordia
No pidas lo que quieres aleccionaba mi madre; pide lo que convenga a tu
alma. El Seor sabe mejor que t lo que te conviene.
La iglesia estaba decorada en blanco y azul, y si no recuerdo mal se llamaba del
Carmen. El pblico endomingado en misa de doce abandonaba el local apenas
concluido el oficio. Nos arrodillbamos entonces frente a un altar del costado derecho
dedicado a una imagen de la Inmaculada. Iniciaba mi madre los rezos: Dios te salve,
Mara En voz baja yo tambin oraba fervorosamente. Un vigor nuevo me
enderezaba la espalda, ya fatigada de toda la misa. Un bienestar inefable flua de lo
profundo de mi nimo. Fijos los ojos en la imagen santa empec a descubrir efluvios de
gracia infinita. Las palabras bondad, misericordia, vagamente formuladas por el
pensamiento, se convertan en realidad sosegada y venturosa. Y era como si todo el
poder de los cielos se licuase en ternura. Mater misericordis, Madre del Eterno. De
pronto, sent que los ojos de la imagen se movan; su rostro tambin descenda
levemente. Una sonrisa de infinita dulzura estremeci el ambiente. La Virgen sonrea.
No me atrev a moverme. No comuniqu ni siquiera a mi madre aquella evidencia, tan
superior a mis merecimientos. Yo era obstinado, rencoroso y colrico; pero aquella
sonrisa deshaca todos los nudos de los reptiles internos. Mater misericordis: esta
invocacin era mi eterno ssamo. Esforzndome ocult el llanto que nublaba mis ojos.
Mi madre, absorta en su oracin, no advirti lo que haba ocurrido. Sal de all con mi
secreto, para siempre Ms bien dicho, hasta que pocos aos ms tarde, unos
pedantillos miopes lograron convencerme, en nombre de la ciencia, de que no haba
hecho sino experimentar una alucinacin El caso es que no he vuelto a tenerlas, como
no las tienen ellos. Nos falta la pureza del nimo.
Un estremecimiento fervoroso recorra la ciudad. Las parroquias y los barrios, el
Obispado y el comercio, el pueblo todo se aprestaba para la fiesta de la Virgen de
Guadalupe en el cuarto centenario de su aparicin. Iba a ser coronada de diamantes y
rubes. La magnfica joya labrada en Francia, toda de oro y gemas valiosas, estaba ya
dispuesta. Cada uno de los creyentes haba contribuido con unos cuantos centavos,
depositados en el cepo de cada iglesia del pas. Prohibida por la ley toda manifestacin
externa, haba, sin embargo, bastante tolerancia para no impedir que las familias, a su
antojo, decoraran las fachadas, iluminasen balcones y azoteas. Con anticipacin a la
gran solemnidad nos dedicamos en casa a pegar papel de China en banderolas y
farolillos. Con ramas de pino tejamos guirnaldas que, enfloradas, se colgaban de los
dinteles. En el barandal del balcn pusimos una tela tricolor con la estampa de la
Guadalupana en marco dorado. Sobre el balaustre, vasos de agua teida que en la
noche, con una capa de aceite y una mecha, se volvan lmparas. En las calles del
centro de la ciudad el adorno result fastuoso. Lunas de espejo y tapices cubran los
tableros de las fachadas y sobre el balcn tpalos de seda y mantones de Manila. En las
cornisas una hilera de vasos de color para la iluminacin nocturna. Flores en
abundancia, en coronas o guas y en tiestos, pjaros en jaulas doradas.
Las avenidas, habitualmente silenciosas y casi desiertas, comenzaron a llenarse de
peregrinos venidos de los distritos; tambin de un gran nmero de indgenas de
serranas prximas. Repletas las posadas, los ms humildes pasaban la noche en el
parque o en el atrio de los templos. Y amaneci el da glorioso con repiques de
campanas y cohetes. El sol de otoo ilumin un cielo sin nubes. Puliment las montaas
y los edificios. La brisa del volcn refrescaba los rostros alborozados. A las once ya no
caba gente en la Catedral. Entre nubes de incienso y polvo y vaho de la multitud,
fosforecan las bombillas elctricas, desvanecidas por el sol que entraba a raudales. A
las doce, las campanas a vuelo y el clamor de los fieles glorificaban el instante en que
el arzobispo en la Baslica de Guadalupe descorra el velo sobre la imagen coronada:
Reina de los Mexicanos. En los lienzos de las paredes y en los frisos, escrito con luces
o con flores, resplandeci la leyenda clebre: Non fecit talliter omni nationi.
Afuera, como en da de fiesta patritica, una multitud abigarrada rebasa las aceras,
circula por el pavimento. Los puestos de frutas y las fritangas atraen forasteros;
atruenan los gritos de los vendedores; indias bien lavadas, detrs de sus ollas de barro,
invitan a probar las aguas frescas de jamaica y de cha, la horchata de meln y el agua
de cebada, la limonada.
Luz, calor y colores, confusin de castas, dialectos indgenas, trajes bizarros; todo
el Mxico misterioso y complejo que el sentimiento religioso, hbilmente ligado a la
idea de patria, unificaba un instante. El Non fecit talliter, a travs de nuestra historia
angustiosa, podra parecer irnico a un juez imparcial; pero a nosotros nos confirmaba
la promesa de un augusto destino colectivo.
La tarde se emple en recorrer las iglesias ornamentadas para la ocasin. Tenan
todas fragancias como de camelias o de jazmines, azaleas y azucenas. En torno a las
columnas se haban puesto palmas, y en los frisos guas de laurel o de pino enflorado.
El plpito y los frontales de los altares lucan paos bordados. Pendientes de las araas
de la iluminacin se vean bolas de vidrio de color y naranjas ensartadas de banderitas
de papel de oro temblante. En las gradas de algunos altares se haban puesto tiestos de
trigo crecido a la sombra, de un verde plido misterioso. Una orquesta humilde pero
melodiosa y voces dulces se esparcan desde el coro; en la transicin del crepsculo se
apag afuera el da; pero los cirios y las lmparas elctricas prolongaron por dentro la
solemnidad que se hubiera deseado inacabable.
Los jacobinos
No haban pasado tres das de la fiesta cuando una maana fuimos sacados de clase a
gritos y empellones. Reunidos desordenadamente en el patio del Instituto se nos agrup
a la cola de los estudiantes formales, a la vez que corra la orden gregariamente
acatada: marcharamos en manifestacin contra el clero. Se nos repartieron banderas.
Inici el desfile el portaestandarte del colegio; lo seguimos en nmero de cien o
doscientos. En la calle tom nuestra retaguardia un grupo de enlevitados, suerte de
frailes del laicismo. A la entrada de la ciudad se nos uni una porcin del populacho y
comenzaron los discursos. En cada bocacalle hacamos alto. Sobre el techo de un coche
algn orador gesticulaba; en coro respondamos: Muera, muera! Se me qued el
nombre de uno de los que arengaban: Lalanne Ral Lalanne, bien parecido, abogado
joven y no s si diputado al Congreso por don Porfirio Su fama se asentaba en
simpata personal y en la gloria de su padre, general de Jurez en la lucha contra el
Imperio. Con ademn resuelto increpaba a los frailes y amenazaba los conventculos.
Detrs de algunas ventanas que la persiana velaba imaginbamos monjitas asustadas de
las amenazas de nuestros conductores. ramos el rebao que lanzaban las logias como
advertencia a la poblacin catlica que se atrevi a estar contenta el da de la
coronacin. Y de los gritos no pasamos, a causa de que los conventculos estaban bien
protegidos por la polica porfirista, y nuestros liberales, valientes contra las reclusas,
se mantenan respetuossimos frente al ltimo gendarme del rgimen.
San Francisco de Ass, grabado del museo de los Capuchinos de Roma.
Con ademn resuelto increpaba a los frailes y amenazaba los conventculos
Llegamos hasta la Alameda gritando: Vivan las leyes de Reforma; mueran los
curas! Los caballos de la polica, apostados en las bocacalles, hacan patente la
farsa de aquel entusiasmo libertino que de ser sincero hubiera dado contra el Dictador.
Obligados a gritar Viva Porfirio Daz! junto con Jurez, desahogaban su despecho de
serviles increpando a un clero ya sin poder, confiscado en sus bienes, tolerado apenas
por el poder pblico. Y ante la estatua de Jurez se formulaban juramentos en nombre
de esta heroica juventud liberal del Instituto que incub el genio de Ramrez.
Tan poca importancia se daba a semejantes escndalos, que mi madre no se alarm
de mi intervencin en ellos ni nadie habl del asunto al da siguiente. Se saba que don
Porfirio dejaba ladrar, de cuando en cuando, sus perros; pero no les permita morder.
Tan poco influy sobre m el plantel toluqueo, que lo dej sin sospechar el conflicto
de la doctrina aprendida en mi casa y la que en Mxico impone el Estado.
Liberacin
Las fiestas guadalupanas terminaron el doce de diciembre ao 1895?. La Navidad
la pasamos triste y, si no me equivoco, das antes de Reyes lleg el telegrama
largamente esperado en que mi padre nos anunci su nombramiento de contador o
segundo jefe de la Aduana de Campeche. A las noches de ensueos con lgrimas
sucedan ahora insomnios de ilusin ardiente. Pronto volvera a ver aquel rostro que
irradiaba proteccin casi divina. Contando los das y las horas del trayecto en
ferrocarril adornbamos la casa. Desde la vspera qued decorado el comedor y
dispuesta la mesa del desayuno. Y, por fin, nos despert temprano el rodar de un coche
a la puerta. Subi mi padre seguido de cargadores con bultos. Bati el corazn
grandemente sobresaltado en tanto que los abrazos confirmaban el jbilo. Despus, a
destapar envoltorios con los obsequios, a enriquecer la mesa con las golosinas
compradas al paso del tren por el Bajo.
Tan regocijados nos traa la marcha a Campeche, que no recuerdo detalles de mi
despedida del Instituto. El paso rpido por la capital me renov la impresin del
alquitrn sobre el asfalto, olor de chapopote que extenda su alfombra de lujo nuevo al
pie de los antiguos palacios de la Colonia.
Muchas veces he contemplado el panorama famoso del descenso de la meseta por el
Ferrocarril Mexicano a Veracruz, o viceversa. He recorrido el camino en tiempo
lluvioso y en la poca de las sequas. Lo he observado de noche bajo la luna y ms
frecuentemente a pleno sol; pero nunca experiment deslumbramiento parecido al de
aquel primer trnsito por nuestra tierra clida. Desde la vspera, imaginbamos el
esplendor de los parajes ms clebres: las Cumbres de Maltrata y el Puente de Atoyac.
Las veces que el Atlas ilustrado de Garca Cubas nos haba anticipado tales goces! Me
sobresaltaba, tambin, saber que, por fin veramos el mar. Slo quien ha pasado sus
primeros aos en la meseta, lejos de la costa, comprende la angustia de tener que
estarlo imaginando sin esperanzas de verlo.
Vista de Orizaba del siglo XIX.
Muchas veces he contemplado el panorama famoso del descenso de la meseta por el
Ferrocarril Mexicano a Veracruz
Desde la madrugada, horas antes de la partida del tren, estuvimos en pie, aseados y
empacando lo que deba ir a mano. En la estacin de Buenavista ocupamos un vagn de
segunda apenas estuvo dispuesto, porque cada cual quera ganar asiento de la derecha,
donde se obtienen las vistas mejores; perder una sola equivala a privarse de un plato
del banquete con que regalaramos el alma sedienta del vino de las visiones hermosas.
Los llanos de Apan son feos con sus arenales pedregosos y la cuadrcula
interminable de los magueyes; sin embargo, toman aspecto de castillo las
construcciones robustas de las haciendas, y las aldeas seducen por el encanto singular
de sus iglesias de portada barroca y campanarios ligeros. Un sol implacable calienta el
pramo, y en el confn azul se engendran mirajes caprichosos. Nombres de epopeya
como Otumba mranse decados sirviendo de rtulo al despacho de boletos del
ferrocarril.
En cada estacin se llenan los andenes de vendedores de esos extraos comestibles
deliciosos nicamente para los iniciados: gusanos de maguey y pulque, tortillas de maz
y aguacate.
La emocin del viaje comienza en Esperanza. Cambia el clima al iniciarse el
descenso y se modifica la topografa. En vez de llanuras devastadas, montes
reverdecidos y hmedos de lluvia reciente. A diferencia del aire seco y transparente de
la meseta, una atmsfera cargada de aromas vegetales, acariciada de nublados que
dejan lustroso el ail del cielo. Y en las laderas, sobre los prados, vacas gordas y
apacibles; una impresin de comodidad favorable a la vida; distensin sedante tras de
la vaga angustia latente del altiplano.
Como por los pasos de una complicada arquitectura el convoy penetra por la
hendidura de las montaas, a la vera de los cantiles. Frescas orqudeas decoran un
risco. Al fondo de un abismo corren aguas en perpetua efervescencia. Largo can
rocoso y luego, en las abras, la amplitud del cielo sobre el ocano de la serrana. En luz
viva refulgen peas y plantas que exhalan fragancias. En el vagn ha cesado el bullicio;
los viajeros aplican el rostro a las ventanillas. Tiembla en el aire el ritmo de allegro
que acelera el paso lento de la meseta. No slo los ojos, los sentidos todos despiertan a
la llamada de la armona.
Cuando en los precipicios se asoma la cabeza al filo del terrapln, el vago terror se
calma advirtiendo la solidez de los durmientes de acero y el seguro declinar del rodaje,
la blandura de los muelles. Ferrova construida por el sesenta, por ingenieros ingleses y
mexicanos, es todava la mejor de la nacin y hace contraste con las ms recientes
entregadas por el porfirismo a concesionarios norteamericanos, que a la mala tcnica
sumaron el abuso de excluir al nacional de toda colaboracin. Un tono de orgullo
patritico acrecentaba el efecto exorbitante de los panoramas.
Y hace falta proveerse de buen acopio de don admirativo, porque una tras de otra
emergen perspectivas sublimes.
Slo a caballo o a pie se las podra apreciar cumplidamente. Rpidos y
deslumbrantes van quedando atrs vislumbres de picos nevados y valles feraces. Al
lado de la va, las grietas del granito rezuman humedad cristalina y se revisten de
musgo. En las caadas la vegetacin teje malezas lujuriantes. A la orilla de un
precipicio, los basaltos verticales dan testimonio del trabajo milenario de un torrente
que a escalofriante profundidad se derrumba todava ms abajo y serena su caer con el
rayo de luz que irisa las espumas.
Los tneles nos producan sobresalto divertido: no hay uno solo en nuestras rutas de
los desiertos fronterizos; ahora, casi en cada vuelta, la locomotora taladra la montaa;
la respiracin se corta en la negra oscuridad humosa, y el ruido de la marcha
ensordece; hay un minuto de zozobra y luego se inicia al frente una claridad que va en
aumento; en seguida luce de nuevo la tarde esplndida. Los ojos se esfuerzan por captar
las visiones maravillosas que se nos pierden para siempre. Pero otras ms vienen a
calmar la avidez. Privada de belleza el alma mientras ignora el trpico, ahora, por fin,
se sacia y goza.
Avanzamos sobre un corte elevadsimo; las nubes al alcance de la mano se posan
sobre abismos. De pronto, un claro en las gasas de la bruma nos descubre el llano de la
sima amarillo de mieses, cuadriculado de riegos, salpicado de casero de muros
blancos y techos rojos. Impacientes, los espectadores gritan: Maltrata! Bajamos por
la famosa pendiente que los guas del turismo titulan las Cumbres de Maltrata.
Al nivel del llano y por las cercanas de Orizaba, el territorio se ensancha, la
serrana se aleja y la brisa adquiere tersura de velos, caricia de aromas. Sobre la tierra
feraz tejen enramada los cafetos, ms altos que un hombre. Lustrosos y ubrrimos
ondulan los platanares. Surcan el valle corrientes cristalinas y rpidas, sugiriendo la
fuerza que mover turbinas. Apenas distantes, las montaas apretadas de vegetacin
parecen abrigar los frutos y los animales del paraso.
Hurga el tren por la entraa de una manigua domesticada, embellecida con la
humana tarea. Torres y chimeneas marcan la ubicacin de las fbricas de Ro Blanco y
Nogales. Ms all, y emergiendo de la espesura verde, campanarios blancos, cpulas
rosadas, prticos luminosos de Orizaba, la Pluviosilla, que nos pareci la bien lavada
porque constantemente las brumas le pulen el firmamento azul y los aguaceros le lustran
el empedrado de las calles, y las vidrieras de sus ventanas, sus fachadas y azoteas.
Nutridos de aire fresco y balsmico, entramos bajo el cobertizo de la estacin.
Pblico abigarrado de tierra intermedia, visten unos paos y otros lino. Una
infinidad de vendedores se acerca ofreciendo racimos de pltanos; los hay grandes para
frer, medianos para alimento y pequeos dedos de dama que ya son golosinas.
Llaman la atencin pias de rabo lustroso sin garfios y leve rugosidad encendida,
grandes como antebrazo y dulces, tiernas, sin una fibra. En cestos se ven naranjas
ardidas de piel fina, jugosas. Casi se las desdea ante el prodigio de los mangos, tipo
Manila, gruesos y amarillos, moteados de negro por la maduracin, jugosos y dulces
hasta el hueso, de lmina transparente, color de mbar. Abundan igualmente mameyes y
chicozapotes, anonas y ciruelas. Fiesta de las frutas; si nada ms eso nos diera el
trpico bastara para hacerlo regin privilegiada del globo.
Lo que se ve a poco de traspuesta la estacin de Orizaba es una de esas maravillas
que justifican la aficin de los viajes. Tan rpido resulta el encanto, que se quisiera
deshacer el camino andado. Saliendo de un tnel, resbala el convoy sobre un puente
ancho y prolongado pasmosamente sobre el abismo. Elegancia en el alarde tcnico,
sorpresa de no haber cado en la sima que nos circunda, serena marcha de los carros
ligeramente frenados. Vasto panorama de la caada y las selvas, todo compone una
suerte de sublime armona. Un barandal de hierro protege el estrecho andn; por encima
miramos las pilastras, mitad mampostera, mitad entramado de acero. Esbeltas y
macizas, describen leve curva y apoyndose sobre el lecho pedregoso del ro sostienen
el viaducto entre los flancos de la anchsima barranca. Salto entre dos sierras ornadas
de vegetacin lujuriosa y tupida. Ni una huella de camino, ni siquiera de veredas.
Pronto en el otro extremo del puente nos traga la boca de un tnel. Durante un instante
nos vimos suspendidos en el espacio intermedio, maravillados e inquietos por atinar
con la nica salida del abismo, la oquedad minscula y oscura por donde hemos
taladrado la pea para ganar terreno slido despus de la proeza del salto. El tnel se
abre a poca distancia sobre el flanco de otra cordillera, desde la cual vemos en
perspectiva el conjunto del puente y la barranca famosa de Metlac.
El mar
Paramos en el Hotel Oriente, desde cuyas ventanas, nos dijeron, veramos de maana el
mar. Comenzaba la noche y soplaba viento norte, caa llovizna. La oscuridad lbrega
que a esa hora envolva las ventanas por la direccin de la costa nos produjo
desilusin. Y como no admita plazos nuestra impaciencia, despus de rpido aseo, nos
echamos a la calle por los almacenes de la Aduana y el muelle fiscal. La verja de
hierro estaba todava abierta y nos fue fcil avanzar unos pasos hacia afuera del
cobertizo. Una rfaga huracanada y acuosa nos azot el rostro; la luz del farol elctrico
se perda en una masa de sombras. De pronto, un retumbo del piso levant espumas que
brillaron un instante en el reflejo del foco elctrico. Azot en seguida la ola casi
delante de nosotros y barri la anchura del espoln. Habamos visto el mar terrible, o
mejor todava, lo acabbamos de sentir, hosco, inexorable.
Dentro del puerto la lluvia cesaba a ratos y el aire se pona oloroso, con ese olor
peculiar de la putrefaccin y la vida combinadas; mezcla de algas, yodo y detritus, vaho
tonificante que seduce al recin llegado aunque los habitantes de la costa ya no lo
adviertan Tras de callejas ahumadas y sombras desembocamos frente a la torre del
faro Benito Jurez. En la farola giraban los espejos; destellos cambiantes, firmes,
triunfaban de la sombra del viento. Y era como un ojo auxiliar de la conciencia del
hombre, metido dentro del caos y la furia de los elementos.
El caudal de los recuerdos no es precisamente la cinta del cinema que se
desenvuelve rpida o lenta, sino ms bien una muchedumbre de brotes arbitrarios,
parecidos a las explosiones de la cohetera nocturna que unas veces revienta en
ramillete de luces y otras falla dejando slo humo. As las imgenes en el juego del
recordar acuden o se pierden segn motivos que nos escapan y sin que la importancia
de la ocasin suela ser decisiva para fijarlas. No es extrao que entre tantas otras me
venga a la mente, clara como la vez primera, la visin de aquel mar verde y rizado que
a poco de amanecer contemplamos desde la ventana de nuestro humilde cuarto de la
vieja hospedera veracruzana.
Los buques no atracaban al muelle en la poca anterior al drenaje de la baha. Los
pasajeros se transportaban en bote de remos hasta el barco fondeado a una milla de la
costa. Y en tardes de norte como aquella en que por primera vez bogamos en el mar,
sola ser ms peligroso el embarque que todo el resto de la travesa Sobresaltados,
nos apretbamos dentro del barquillo que ya se clavaba en las lquidas simas, ya
trepaba a la cresta del oleaje amenazando volcarse. El viento arrebataba nuestros
gritos, mezcla de terror y de juego. Los bogas, con puos firmes, impulsaban, y el
timonel atento a los golpes de mar los esquivaba sin evitar que, a ratos, azotaran la
banda y nos baaran el rostro o la espalda. Fueron unos diez minutos de angustia,
seguidos del consuelo de pisar la escala, levantados casi en peso por la marinera,
hasta los encerados de un vapor flamante de aseo. Apenas instalados nos hicieron ver,
en la torre de las seales, la bandera negra que indicaba el cierre del puerto para las
embarcaciones menores, precaucin indispensable cuando arreciaba el temporal.
Orgullosos del riesgo que habamos corrido, prolongbamos los comentarios: que si
Fulano mostr menos temor que Mengano; que si tal ola fue la ms imponente y peg
ms fuerte que todas las dems.
Pero el entusiasmo marinero se cort en seguida; el barco se hizo a la mar en pleno
vendaval, y un mareo desesperado nos ech al camarote, a contemplar la claraboya ya
opaca, ya clara, segn el azote de las olas.
Cedi el viento al amanecer y el sol en pleno golfo nos depar un da esplndido.
No se vea la costa, pero nos sabamos en la ruta de Grijalba. En el mapa de mi
geografa escolar aquel rincn de Tabasco estaba sealado como el sitio de la tierra en
que es ms gruesa la capa vegetal. Cincuenta metros de humus para las races de una
selva que imaginbamos hermosa y terrible. Al llegar la noche la luna ilumin el mar.
Avanzaba el barco dentro de un halo y removiendo el silencio infinito, con el eco
regulado de los pistones del motor. Una estela de viva luz marca el paso de la nave y la
extensin lquida tiembla y cabrilea, irreal como las figuras de un sueo. Permea el
ambiente dulce y misteriosa paz. Hablan las almas en dilogo lento mientras el cuerpo
se entrega al reposo:
Y es cierto, mam, que algunos han visto cara a cara a Dios?
Por qu no? Es tan grande su poder que, sin empequeecerse, sin dejar de ser
infinito, puede revelarse a los limpios y justos de corazn
Por el ojo del camarote entra todava un rayo de luz; contagiada del cuerpo, la
mente se adormece y el ritmo vibratorio del barco envuelve a sus habitantes y los
transporta por la apacible, luminosa inmensidad.
Campeche
Nuestra casa de Campeche tena un balcn grande y dos laterales, sobre la playa y
sobre el mar. Desde los barandales mirbamos a la derecha el muelle fiscal, slido
espoln de mampostera y cobertizo de teja colorada. Al frente, un mar de aceite
poblado de velas y mstiles; barcas airosas de Noruega de cinco palos, veleros de tres
y goletas; adems, lanchones diversos, y el vaporcito de la Aduana; botes de remo
amarrados a sus anchas. En la lejana, un confn azul sin trmino y una que otra vela de
pescadores remotos.
Por la lnea de tierra un casero reducido de dos cuerpos con tejados y azoteas, se
cierra en los extremos con el macizo mamposteado de dos fortines batidos de olas. Uno
de ellos guarda todava el can quitado al Lord pirata ingls que fracas en sus
intentos de rapia. El saliente opuesto se usa como torre de seales.
Los bajos de nuestra casa servan de almacn de maderas y el patio albergaba un
aljibe. Peridicamente la marinera extranjera se surta en l de agua potable para sus
barriles de a bordo. Ocasionalmente los tablones de pino del Norte salan de las calas
noruegas para ser almacenados en el bodegn de nuestro primer piso inferior.
Lanchones repletos del valioso palo de tinte palo de Campeche vaciaban sus
cargas al vientre de los navos.
Fuerte olor de humedad marina exhalaba desde el zagun todo el departamento bajo
de nuestra morada. Una escalera espaciosa de gradas bajas y anchas siempre oreadas,
facilitaba el acceso a un amplio corredor, pavimentado de mrmol a cuadros negros y
blancos. Igual pavimento luca en el saln ancho y con vista al mar, situado entre dos
alcobas tambin con balcn y techos altos, paredes encaladas. Por todo moblaje un
ajuar austriaco de bejuco, sof, mecedoras y silla, una mesita; y en las puertas
cortinajes largos de punto blanco eficaces para mitigar la luz sin mengua de la brisa. En
escuadra seguan otras habitaciones hasta el comedor opuesto a la sala.
Por camas tenamos catres de lona con mosquitero, segn el uso en toda la costa; pero
pronto los chicos aprendimos a disfrutar de la hamaca, suspendida dentro de la alcoba.
Tan bien me acomod en ella, que muchos aos despus he podido recobrar sin
esfuerzo la habilidad necesaria para sentarse, recostarse y dormir sin desasosiego. El
uso de la hamaca sugiere un aspecto general de rusticidad y aglomeracin de bohos;
sin embargo, Campeche posee abundancia de casas seoriales, slidas y enjalbegadas
de ocre o de rosa, o de azul, con balcones y rejas. Los interiores suelen estar
esplndidamente pavimentados con mrmol hasta el patio, decorados con plantas. El
empleo frecuente del pavimento de mrmol en pequeas baldosas cuadradas blancas y
negras, se explica por los veleros italianos que lo llevaban casi de lastre, cuando
acudan a cargar el palo de tinte. Por la misma razn abundan tambin en el puerto el
ladrillo rojo y la teja de Marsella. El jardn pblico, las casas mejores, la Catedral,
tienen el piso de mrmol. Ciudad bien calzada, pues, y anchamente construida para una
poblacin doble o triple de la que haba entonces. Me complaca confirmar esta ltima
observacin que anteriormente leyera en un diccionario de geografa escrito en ingls y
que formaba parte de nuestra pequea biblioteca familiar ambulante.
La Aduana y el edificio del lado opuesto de la plaza desplegaban galeras de
soportales a la italiana. En el jardn del centro haba bancos de azulejos y camellones
de follajes con jazmines de fuerte aroma. Fachadas en ocre vivo, luz intensa y azul
profundo, calor y soledad.
El panorama desde nuestro balcn era para colmar horas contemplativas. Las velas
pequeas, perdidas con el horizonte, habituaban el ojo al mirar largo, distante y total.
Soplos de brisa traen el gusto de la vida exbera del mar, especie de prana acutico
que entona y complace. En la playa una cinta de arena blanquecina refulge casi hiriendo
la vista; el azul, en cambio, la reposa, claro en el firmamento, verdoso en la extensin
del agua.
Difanas lejanas ensanchan el pensar y lo serenan. Cuando el sol llega al cenit y no
queda una sola sombra ni en la tierra ni en el mar, todo lo que tiene vida busca el
refugio de un techo o de un toldo.
Los bogas de piel tostada y recia musculatura trasudan la camiseta de punto,
suspenden sus faenas y, tras del almuerzo, duermen. El comer abundante derrama el
sudor sobre la piel bien baada; pero luego la hamaca, al mecernos, finge una brisa. La
imaginacin, en tanto, trabaja con fiebre. Se producen dinamismos parecidos al que
determina la accin de los explosivos. Irrumpen los ensueos desorbitados y, a veces,
la naturaleza tambin saca de su calma comprimida el drama que la desfoga.
De la nada de un cielo claro surgen de pronto gasas y en seguida nubarrones densos;
el viento, minutos antes quieto, se torna huracanado; cuaja la lluvia en chorros.
Rpidamente el cielo de azul se pone oscuro y las olas barridas por el vendaval se
miran turbias, se rizan primero, despus levantan crestas, se agitan los barcos, sacuden
sus mstiles, corre la marinera arriando velas, afianzando las anclas, apuntando las
proas sobre la marea. Los relmpagos ya muy prximos comienzan a coincidir con el
trueno; deslumbra el zigzag de una descarga prxima. El firmamento se vaca en
cascadas, los canales vomitan alegres chorros, inundan las baldosas de las aceras.
Pronto y sin metfora las calles son arroyos. En seguida, sbita, como vino, se va la
tempestad y el cielo se abre lavado y azul, pulido y luminoso. Las casas mojadas, el
empedrado lustroso, hacen marco a una prolongacin riente, aliviada un instante del
bochorno; anegada de luz despus del bao de agua y de viento.
El Instituto Campechano
Ocupa el local de un antiguo convento, anexo a una iglesia, de torre barroca y portada
en blanco y azul. Un moho de humedad mancha el encalado del doble piso con
balcones. El patio lo cierran arcadas de cantera y sus baldosas estn verdes de lama.
Contiene la planta baja el gimnasio, la biblioteca y algunas aulas.
Arriba, contra los muros del corredor, haba unas bancas destinadas al ocio. En lo
alto de la pared, unos pergaminos en sus marcos recuerdan la hazaa de los alumnos del
primer premio. Una puerta conduce al saln de actos decorado de cortinas en terciopelo
carmes, sobre los balcones de la calle y en el dosel que ocupa el fondo. En otro
extremo la Rectora, el gabinete de fsica y, en torno, las aulas. Modesto y reducido el
plantel, no daba la impresin de abandono del Instituto toluqueo. Se vea animado de
alumnos y bien cuidado en sus distintos servicios.
Al principio, la Institucin me rechaz. Mis papeles no iban en regla, faltaban cinco
meses para los exmenes; deba yo ir a la primaria superior, establecida en la acera de
enfrente, para refrendar en ella mis estudios y poder ingresar al colegio en el prximo
curso. Aunque es usual olvidar los dolores y guardar memoria nicamente de las
alegras, hay contrariedades que se recuerdan toda la vida. Me condenaban a un ao de
atraso. Mis padres insinuaron que haba que someterse y esto acab de obstinarme.
Casi ni coma ni dorma y les amargaba el reposo. Habl inclusive de que me mandaran
a la capital para iniciar all mis estudios definitivos. Se trataba de mi porvenir; no
haba ido a provincia para ser rebajado de categora qu se crean los del Instituto!,
etc. Y as fastidi horas y das. En el pecho se me clavaba un dolor y en la garganta una
congoja y en la vista me cegaba una sombra. Tanto angustiaron mis quejas que mi padre
movi desconocidos y amigos hasta lograr que me admitiesen de oyente, de
supernumerario, pero no con derecho al examen de doble tiempo que se impona a los
extraos.
En Campeche comenc a asistir a ctedras especializadas. Los profesores eran, en
general, superiores a todo lo que antes haba conocido. Reclutados entre los
profesionistas distinguidos de la localidad, cada uno trabajaba por aficin, ya que el
sueldo era msero. No pocos prestaban sus servicios gratuitamente, segn tradicin
honrosa de amor a la cultura y servicio de la localidad. Sin tan patritica decisin de
los particulares, el Estado, siempre en bancarrota, no habra podido remplazar a las
comunidades en el servicio de la enseanza secundaria que les arrebatara en la
Reforma.
En el colegio campechano, adems, y por lo mismo que no haba de por medio gajes
oficiales ni partidarismo poltico, no exista la pasin jacobinizante y anticatlica del
Instituto de la Toluca helada. Los de Campeche, fciles de trato, campechanos, no
eran para estarse cultivando rencores ni de religin ni de poltica. Inclinados a la buena
vida, despreocupados, bromistas, poetas ms bien que teorizantes, ponan ms orgullo
en un buen decir que en el dogma creyente o partidarista. Por ejemplo: nuestro profesor
de Gramtica, apellidado Aznar, abogado, poeta y lechuguino, redactaba con nfasis
largos prrafos del texto de otro Aznar yucateco, pariente suyo: No acierto a
comprender, etc., etc. El no acierto me dejaba impresin de suprema elegancia
retrica.
Don Joaqun Maury se llamaba, si mal no recuerdo, el catedrtico de Historia
Antigua y de Grecia. Al texto francs de Duruy agregaba unas notas de geografa antigua
con mapas a pluma y lxico erudito; el Ponto Euxino y el Hellesponto, el Chersonese y
la Thracia. De una gramtica latino-francesa y del Nebrija, copibamos los ejercicios
del rosa, rosae, rosam. Segn mis recuerdos, nunca pasamos, ni en el segundo ao, de
la primera conjugacin; amabo, amabis, amabit. El estudio se nos haca pesado porque
casi no traducamos, y slo se nos exiga de memoria el recitado de los casos y las
conjugaciones.
En general, se abusaba de nuestra memoria y lo atribua yo al atraso del plantel,
infatuado como estaba por mi experiencia modernizante de la escuela de Eagle Pass. En
esta ltima, la memoria quedaba circunscrita a la aritmtica y el deletreo. Y aun en
estas disciplinas se procuraba desarrollar la destreza ms bien que la retentiva. A
pesar, pues, de mi mala memoria y de mi resistencia, logr grabarme en la mente ciertos
conocimientos tiles como las conjugaciones francesas, Jai, tu as, il a, y la sintaxis de
la y, con prrafos del Telmaco: Calipso ne pouvait se consoler du dpart dUlyses,
etc., etc. No ramos capaces de dialogar un minuto en francs, pero repetamos versos y
tiradas de prosa pronunciando a la manera de Carcassone, o toutes les letres sonnent,
y, peor an, conforme a nuestra nativa prosodia castellana, modificada apenas con una
que otra regla no muy fija como la de que ai suena e y por lo mismo se dice pen para
pedir pan, aunque luego resulta que en Pars pronuncian pan.
En la clase de geografa estall mi protesta. Bien estaba que en latn o en gramtica
se nos recargase la memoria; por lo menos, yo no conoca otro sistema; pero en
geografa, magistralmente enseada en Eagle Pass, no me senta sumiso. Me agobiaba
tener que repetir la lista de los nombres de los departamentos de Francia: Sena; Sena y
Oise; Sena y Marne, ochenta y tantos ttulos castellanizados por nosotros, es verdad,
pero no por eso menos intiles. Lo dije as en clase negndome a dar la leccin. Quise
aducir razones para mi negativa, pero el profesor se irrit echndome un regao de esos
que hacen poca en un curso. Se llamaba el profesor don Evaristo Dez, y aunque
mucho ms tarde haba de encontrar en l un afectuoso y desinteresado amigo, por aquel
entonces se me convirti en obsesin. Por muy injusto que haya sido su reproche,
reconozco el bien que me hizo llamndome pedante, porque lo era. Humillado, pero
advertido del peligro, deca: Perder ms tiempo an, ya no slo en la clase de don
Evaristo, sino tambin en la de historia, en la que nos exigan la lista de los reyes de
Francia y de los emperadores aztecas, con la dinasta tlaxcalteca de Netzahualcyotl.
Por fortuna, olvidamos todo eso en el instante de concluir el examen. Lo que procur
retener con precisin, por desgracia corri igual suerte de olvido: los personajes y los
episodios de la mitologa griega. Ms interesantes, sin duda, que la genealoga de los
Capetos y los Luises, hacen falta para leer a Homero. Y menos mal que comprenda
nuestro curso de historia griega un texto francs de Mitologa. Aparte de que el
Telmaco, texto obligado de la clase de francs, nos exiga repasar la epopeya helnica;
sin embargo, nunca me sent harto de meditar los sentidos y pormenores del mito.
El santuario del Instituto era la Biblioteca. Entraba a ella con emocin parecida a la
que me producan las iglesias. El relente de los viejos infolios sugera el incienso, y la
manera de ensanchar el alma con los libros se pareca al despliegue de la oracin. No
era muy grande la sala, pero s acogedora. Una estantera de madera de zapote, morena
y olorosa, cubra casi las paredes y encerraba pergaminos que fueron de conventos y
volmenes de pasta francesa adquiridos por la direccin. En algunos tableros sin
estante y en el friso haba figuras en honor de la Ciencia. Segn recuerdo, una
Astronoma, grave matrona con su astrolabio. Una turgente Geometra, armada de
comps y en los festones, letreros alusivos al sistema de Coprnico, al principio de
Lavoisier. Equivala aquello a las imgenes que dan vida a los templos. Desde entonces
me qued la idea de hacer, alguna vez, una biblioteca ms grande segn el mismo plan.
El derecho de usar de aquella biblioteca fue para m don mayor que el de asistencia
a las clases. Nunca haba tenido a mi alcance tal nmero de libros. Lo lea todo con la
avidez del que va adquiriendo un vicio que subyuga. Un asunto que me llevaba a otro.
El conocimiento del francs escrito era como haber obtenido el ssamo de nuevos
mundos del espritu. Me cay en las manos una historia de la astronoma, desde los
caldeos y Tolomeo hasta Leverrier y el descubrimiento de Neptuno. De all pas a
hojear volmenes de astrologa y de magia. No me interesaba la tcnica de cada
ciencia, sino las conclusiones en cada caso alcanzadas. Por ejemplo: a la astronoma le
hubiera pedido exclusivamente que me explicase los prodigios de la estrella de los
Reyes y a la fsica el mandato que parti en dos el Mar Rojo. Desde entonces buscaba
en la ciencia, no la tesis abstracta ni la receta del prctico, sino el testimonio y camino
de la verdad total concreta y viviente.
Con la terminacin de los exmenes y tranquilizado por un xito fcil, pude
aumentar las horas destinadas a la lectura. Por lo comn pasaba las maanas encerrado
en la biblioteca. La tarde calurosa se dedicaba a la siesta y el bao. Por la noche,
mientras mi madre atenda a preparar la cena en la cocina misma, donde auxiliaba a la
criada, le haca yo el relato de lo ledo en el da o le lea en voz alta algn volumen. No
s si por accidente y curiosidad o por indicaciones suyas revis obras tan abstractas
como los dos volmenes de Augusto Nicols, sobre la Inmaculada Concepcin; pero
con ella lea mis clsicos escolares. Traducindole de una edicin inglesa, la inform
de Hamlet y de Lady Macbeth. Aparte de uno que otro de Caldern y de Lope, o
Moratn, no haba ledo ella otros dramas; pero Shakespeare le desagradaba.
Es muy feo eso de que todos acaban matndose comentaba.
Rega mis lecturas el azar de los hallazgos en la Biblioteca, pero tambin me
orientaban los dilogos que sobre toda clase de materias sostena con mi madre.
Cuando me qued solo poco tiempo despus, mi aficin de lector decay tanto que no
escap ni a las aventuras de un Hagard Reed ni al propio Ponson du Terrail. En cambio,
al lado suyo mantuve un nivel de lector elevado y asiduo. Y fue ella quien puso en mis
manos el acontecimiento libresco de todo aquel periodo de mi vida: El genio del
cristianismo, de Chateaubriand. Para tomar reposo en la ardiente polmica, leamos
Los mrtires, Atala, Ren y El ltimo Abencerraje. Adquirimos as aun Los Natches,
que no llegu a leer. Pero al Genio del cristianismo volvamos como a un leit motiv.
Despus he comprendido que, vindome leerlo, mi madre se tranquilizaba. No poda
evitar que me ganara el ambiente incrdulo y afirmaba mi creencia volvindola
combativa en previsin de los riesgos que no tardaran en presentarse.
Por lo pronto, el intelectualismo de Campeche era indiferente ms bien que
irreligioso. Los profesores del Instituto toluqueo se hubieran sentido deshonrados si
alguien los hubiese visto en misa. Muchos profesores del Instituto campechano iban el
domingo a la Catedral, pero se quedaban casi siempre a la puerta, para ver salir a las
seoras. Y habran sido incapaces de interesarse por una disputa teolgica. Sus
preocupaciones mentales no iban ms all de la frase galana y la irona. Sus ambiciones
no sobrepasaban el deseo de bienestar y la sensualidad.
Las vacaciones
El verano de Campeche obliga a baarse dos veces al da: una en la madrugada y otra
al atardecer. Y aunque en casa haba ducha, con frecuencia usbamos, calle de por
medio, la gran piscina del mar. Uno de los bogas al servicio de la Aduana recibi de mi
padre el encargo de darme las primeras lecciones de natacin. Los primeros ensayos
los hicimos de noche. Al entrar en el agua tras del marinero, el misterio de la
fosforescencia, que los pasos levantan del fango marino, me dejaba suspenso.
El agua tibia del Gulf Stream en pleno trpico temblaba acariciante y exhalaba el
olor tnico que complace en la sensibilidad. Desde la lnea del horizonte, perceptible,
no obstante la sombra, hasta el extremo firmamento, las estrellas cintilaban suspendidas
sobre el estanque inmenso del mar en calma.
Obediente a los consejos del boga, tenda los brazos, los apartaba y, sin remedio,
me hunda; si algo flotaba eran los pies. Paciente, el marinero me sujetaba del calzn o
me tena la barba; apenas me soltaba iba al fondo de cabeza. Avergonzado de sentirme
tan torpe, pronto prescind del maestro y decid ensayar yo solo; con el agua a la
rodilla, avanzaba estilo perro. No adelant mucho ms all, pero s lo bastante para
presumir de poder dar lecciones a mis hermanas. A poca distancia de nuestra vivienda
haba unas casetas, metidas mar adentro sobre pilotes, ligadas a tierra con andador de
madera. Nos desvestamos por turnos; me adelantaba de experto con el agua al cuello,
luego seguan mi madre y los chicos remojados dentro de sus batas de dormir.
Empapndonos de frescura, abramos los ojos, bajo el agua cristalina con fondo de
algas verde plido. Media hora despus devorbamos un desayuno de chocolate con
pan dulce. El pan de Campeche era entonces una especialidad inimitable. Por toda la
Repblica se vendan unas hojaldras azucaradas con el nombre de campechanas, pero
sin igualar jams a las legtimas. Tampoco haba en parte alguna mejor pan de huevo ni
pechugas y tostadas.
Mercado mexicano, grabado del siglo XIX.
A escondidas me aficion a los zapotes amarillos y chicozapotes, maraones, mameyes y
ciruelas
Aunque me recreaba mirar las floraciones de las algas bajo el agua transparente y dcil
a la quilla que la surca, en general prefera el mar desde mi balcn. All, sin trastorno
interior del cuerpo, la imaginacin se soltaba, grande como la inmensidad, libre como
el soplo que impulsa las velas o las arrolla al mstil. Me senta crecer la conciencia.
Confrontaba mi alma con las cosas. Puesto por el azar en aquella pequea ciudad de la
costa, qu era y de dnde vena?; qu andaba haciendo entre los sucesos? El origen se
me cerraba confuso igual que la maleza inexplorada que est detrs de Campeche. Si se
supiera el de dnde se sabra el para qu. El para qu, sin embargo, tomaba las
proporciones del mar sin fronteras. Estaba all vivo para recrearme en el espectculo
de las aguas y el cielo bajo la luz. Una vida larga apenas bastaba para correr los
caminos que los barcos abren en el mar. Recorrer, conocer, gozar el planeta, he all, por
lo pronto, un destino para muchos aos por venir.
La serie de los abrazos al mundo. Adems, haba el otro espacio que fascina: el de
la imaginacin y el sentimiento y la vida; el trato de las gentes de todas las razas;
aprender las historias y las fbulas, la ciencia y la literatura, la filosofa. Por larga que
la vida fuese, apenas haba tiempo para asomarse a la inmensidad de lo que es. Urga,
pues, usar intensamente cada uno de los instantes preciosos de nuestra perduracin
dentro del milagro ambiente.
Llenas de asombro pasaban las horas; an quedaba otro mundo de medianoche que
se penetra durmiendo. La conciencia se desnudaba en el sueo, como el cuerpo para el
bao matinal, y esperaba: comnmente el sueo profundo cerraba todas las vas de la
sensacin y el alma quedaba insensible. Pero, a ratos, dentro del sueo mismo, la
conciencia enderezndose se echaba a vagar en los sueos.
Con frecuencia, el sueo iniciado una noche volva a anudarse la noche siguiente,
enlazando as una doble vida, por encima de la ordinaria; vida libre en la que era
natural volar y obtener sin esfuerzo ms de lo que ambiciona el da. La historia de los
sueos que cada noche vamos pasando debiera escribirse, ya que se esfuma incapaz de
dejar huella en las cosas. Un diario de la noche, memorndum biogrfico de la odisea
misteriosa del alma en la sombra. Itinerario del conato de existencia que se produce al
soar. Por qu no escrib mi noctario, cuando an soaba?
Melancola
Eran tristes los atardeceres de aquel Campeche que en el noventa y seis resbalaba la
pendiente de una decadencia irremediable. Delante de nuestros balcones las faenas del
puerto mantenan un simulacro de actividad; pero las calles interiores, aun las
principales, se vean solas y abandonadas. Y cuando las cruzaba un transente se haca
ms patente el vaco porque dentro de las casas eran pocos los ojos a espiar. Un xodo
continuado iba dejando vacas las moradas. Los vestigios de la antigua prosperidad
hacan ms punzante la desvastacin inevitable. Filas de ventanas con rejas y zaguanes
suntuosos permanecan cerrados y sin anuncios de alquiler, como si los dueos se
hubiesen cansado de esperar inquilinos. En las barriadas ms pobres, a veces, toda una
cuadra de casas se caa por abandono, rotos ya todos los vidrios, sueltos los quicios de
las vidrieras. En las mansiones principales solan quedar nicamente los viejos. La
gente joven emigraba en busca de quehacer lucrativo. Un puerto que tuvo astilleros
famosos por el buen corte, la riqueza de la madera de sus barcos, dejaba podrir los
pilotes de las antiguas defensas. Naves extranjeras remplazaban el pabelln nacional y
los marinos que no se marchaban descendan de categora convirtindose en
pescadores. Sordo al clamor de los pueblos, el gobierno de los pretorianos encarnado
en un zafio mandn, rodeado de negociantes se haca aclamar como progresista porque
otorgaba al extranjero ventajas ruinosas para cada comarca. Cogida en el silencioso,
deliberado desastre, la clase media se refugiaba en el favor del Ministro campechano
que administraba la limosna de los empleos en la capital. En el hermoso jardn
principal todava la banda convocaba a las familias para retretas, pero cada da eran
menos las bellas de porte lnguido, plida tez y ojos negros. La casta criolla de lindo
tipo sensual ceda a los rudos indgenas del interior que en callados grupos escuchaban
el concierto a distancia y como si aguardasen el momento de ocupar las casas que
abandonaban los blancos. Una que otra bella de fino linaje, rezagada de la emigracin
colectiva, vea con ademn ausente y como si slo se preocupase del novio estudiante
que la sacara de sus lares en ruina.
La flor marchita, por Manuel Ocaranza.
cada da eran menos las bellas de porte lnguido, plida tez y ojos negros
Como mdico, don Patricio hablaba poco, pero saba dejar la impresin de que el
enfermo tena que sanar. Con una mano tomaba el pulso y sostena en la otra el reloj de
oro de precisin. Interrogaba sobriamente, luego peda papel y recetaba. Ya para
despedirse, tras de breve conversacin, lo llevbamos al lavabo, ofreciendo uno la
toalla, otro el jabn de olor, mientras la ta Conchita derramaba en el agua de la
palangana un chorro de Colonia o de Agua Florida. Ajustndose lentamente los puos
postizos de su alba camisa, don Patricio bromeaba y se retiraba caminando con
gravedad. A mi madre le recomend reposo y cambio de clima. Por lo pronto la mand
a pasar una temporada a la villa de Lerma, famosa por sus mariscos y por su brisa y sus
palmeras, al borde casi de la playa. Unas amistades ofrecieron hospedaje, si mal no
recuerdo gratuito, y mi madre se pas unas semanas leyendo a la vista de las olas. Una
o dos veces fuimos a visitarla, y como pronto se sinti aliviada, volvi con nosotros a
reanudar la vida acostumbrada.
El grande hombre
Desembarc una maana en nuestro muelle. Lo anunciaron escasos cohetes y lo segua
una comisin de funcionarios. Por debajo de nuestros balcones march indiferente,
quizs afable. Vesta con elegancia, avanzaba con soltura, aunque tena ya el pelo
entrecano. Los provincianos sin duda lo envidiaban al verlo pasar. Los estudiantes del
Instituto, que por cierto no fuimos convocados para aclamarle, conocamos su fama de
buen orador y aficionado a las aventuras galantes. Se alababan sus discursos escritos en
buen estilo y sus ocurrencias escpticas. Se llamaba don Joaqun Baranda. En otro
ambiente hubiera hecho un gran papel; metido en una administracin de fuerza bruta y
papeleo hipcrita, su esfuerzo abortaba. l lo saba y se consolaba gozando las
oportunidades del buen vivir.
Joaqun Baranda, 1840-1909.
Se alababan sus discursos escritos en buen estilo y sus ocurrencias escpticas. Se llamaba
don Joaqun Baranda
Examin la seora mis gustos de lector; su hija poco, pero yo ca fcilmente en todo
gnero de confidencias espirituales. Con vehemencia me puse a elogiar, criticar,
disparatar; slo de repente, al advertir mi pantaln corto, mi traza humilde y la belleza
singular de la joven, me senta confuso, enrojec sin causa y hubiera querido
despedirme para no volver. La buena dama, advirtiendo quiz mi timidez, me toc la
cuerda de Chateaubriand, por ejemplo, y volv a soltar la lengua en entusiastas y
complicadas disertaciones.
Gradualmente la conversacin a tres y con motivo del plan de las lecciones
inglesas, se fue convirtiendo en prctica de dos. Pronto, tambin de las aburridas
traducciones pasamos a la lectura en comn, de obras ms de acuerdo con la juvenil
sensibilidad. No s si a propsito de Atala, que yo le di a leer, puso ella en mis manos
el Pablo y Virginia, de Bernardino de Saint-Pierre, clsico de nuestra gente del trpico.
Lo que no leamos juntos nos lo prestbamos. De su mesa me llev la Ilustracin
Francesa para enterarme de las novelas en folletn que traduca a mi madre o lea solo.
Una recuerdo apenas, creo que era de Theuriet y se trataba de un seminarista
atormentado por el conflicto de la misin divina y el amor de una mujer. El asunto, de
una infinita poesa, me preocup hondamente.
Lamartine era tambin autor vivo de aquella poca. Con mi madre lea captulos de
Los girondinos. Con la hija del Rector lea o comentaba la Graciela. Qu admirable,
seguro instinto, establece estas divisiones consumadas sin malicia?
Lo cierto es que fue la Mara, de Jorge Isaacs, el motivo, si no el pretexto, de mi
primera inquietud amorosa en relacin con la joven. Leyendo en voz alta alguna de las
pginas que preceden al desenlace trgico, se interrumpi ella porque las lgrimas
velaban su voz. Continu yo entonces la lectura con inflexin tambin entrecortada y sin
pensar ya en el texto y s turbado por la presencia de aquella Mara viva, de voz bien
timbrada y brazos torneados color canela.
Sin darme cuenta me aficionaba al valo plido y los ojos amantes, los labios
delgados y la frente pulida; la cabellera negra y abundante con lazo en la nuca,
fragancia perfumada de la tierna doncella. Casi no la miraba cuando estaba con ella; en
cambio, a solas, me recreaba su imagen, idealizndola. Sus pensamientos y sus gestos
me arrastraban como el son de una msica irresistible.
Habituado desde nio al placer de adorar, lo ejercitaba en mi madre y lo exaltaba
en la oracin; pero ahora, con el nuevo amor cuyo nombre no me atreva a pronunciar,
una necesidad de acercamiento fsico se aada al estado habitual del xtasis
admirativo. Me recorran estremecimientos slo de pensar en el roce de aquellos
brazos redondos, y si alguna vez su mano chocaba con mis dedos en la lectura, una
sensacin de dulzura me colmaba. Sin saberlo, pero fiel al simbolismo de su nombre,
Sofa cumpli conmigo la misin iniciadora en el saber humano. De ella recib el
morbo romntico que no se cura nunca; de ella aprend el misterio que hace atractivos
los cuerpos, ya sea que anuden o separen las almas. Su recuerdo coincide con mi
despertar sentimental. Pendiente de su gusto me met por las regiones nuevas de la
literatura amorosa y so destinos enlazados a la dulce visin de sus ojos adelantados
en mi senda.
Apartndome de las secas lecturas filosficas y polmicas, supo comunicarme el
gusto de lo conmovido y humano. Soltndome la pasin difusa ensanch mi perspectiva
del mundo. Y un poco tambin y con toda inocencia, hizo de clsica Eva que nos seala
el bien y el mal, bajo el aspecto fascinante de la tentacin.
El cordonazo de San Francisco
Alrededor del cuatro de octubre soplaban los primeros vendavales anunciando el
cambio de estacin. Coincidan con el comienzo del curso en el Instituto. Mi posicin
se haba hecho brillante en el plantel: primer lugar en algunas clases, en otras segundo.
Y buen nmero de amigos para volar papalotes con colas de vidrio de botellas, para
pelear como los gallos, hasta que alguno, cortado del sostn de la cuerda, salta
describiendo piruetas. A veces para tomar mayor altura dejbamos la playa y
lanzbamos el papalote desde el terrapln de la muralla, ancho como de cuatro hombres
y protegido con parapetos de piedra.
En los bancos del colegio se perpetuaban discusiones. Relata un alumno acomodado los
ocios de la vacacin en su hacienda de las cercanas; el palo de tinte ya casi no se
corta, pero, en cambio, aumentan los cultivos. La mano de obra llega en barcos
reclutada entre los guachos miserables de la meseta, mal alimentados, ignorantes; los
vence el clima, los agobia la tarea. Con el caf y el pltano reciben cada maana el
puo de quinina que les reprime la fiebre.
A veces hay que darles de palos para que trabajen asegura el joven
propietario.
Cuando escapan aade otro, los cazan por la selva, los capturan y los ponen
al cepo. No pueden dejar la finca, porque nunca acaban de cubrir sus adeudos con el
patrn.
Protestando con violencia, los desheredados gritbamos:
Son los propietarios los que deban ir a los cepos.
Sin tomarnos en cuenta respondan los ricos:
Es que ustedes no tienen fincas.
Nos desquitbamos de ellos en clase, ganndoles primeros lugares. Un Lino Gmez,
de humilde familia tabasquea, era mi rival para el primer puesto; todas las primeras
filas eran de la clase media, como que a los ricos, qu les importaba el saber? Tenan
las tierras, las indias jvenes, los esclavos viejos!
Las Steger
Mis hermanas asistan a la Academia de las Seoritas Steger. Francoalsacianas,
emigradas por el setenta, muy jvenes llegaron a Campeche con el padre, que les cre
un pequeo haber. Al quedar hurfanas abrieron un colegio de enseanza general,
idiomas y msica. La mayor, Clarita, funga de directora de la Academia, a la vez que
regenteaba un establo propio que venda la mejor leche del puerto. Las Steger
enseaban a sus alumnas modales a la francesa, uso de guantes y polvos y recitaciones
de versos en francs. Profesores auxiliares enseaban castellano y matemticas. Clarita
daba las clases de msica y como el Estado, despus de cerrar los colegios, no
sostenan uno solo para la educacin femenina, las francesitas ejercan monopolio.
Mujer leyendo, por Marie Cassatt.
Clarita, la mayor, me pareca muy guapa
Cuando los del Instituto pasbamos frente a la Academia de las Steger, el corazn nos
palpitaba de prisa. A travs de las ventanas abiertas de par en par, segn el uso
indiscreto inevitable de la tierra caliente, veamos rostros de rosa inclinados en los
pupitres o faldas claras fugaces en los juegos del patio interior. Ninguna me atraa de un
modo especial, y rara vez prolongu la contemplacin; porque ya me seducan las
mujeres hechas ms bien que las chiquillas.
Por mis hermanas supimos la vida y milagros de las Steger. Mi madre sola
visitarlas y yo las vea cada domingo en la misa. Clarita, la mayor, me pareca muy
guapa, con sus trajes ceidos color de rosa y sombreros de ala ancha, de playa;
redondas y largas caderas, delicado el porte; casi una de esas heronas de la literatura
en que Sofa me iniciaba. La ms joven se llamaba Antonieta, hermosa de proporciones,
pero con un defecto en el labio. Haba otra o no s si otras dos, y todas gozaban de
reputacin intachable y estimacin sin reservas. Que te enseen a pronunciar la u
francesa, deca yo a mis hermanas. En el Instituto nadie acertaba y codicibamos la
diccin exacta de una lengua que empezbamos a dominar por escrito. Salimos todos de
Campeche sin sospechar que, pocos aos despus, un parentesco inesperado nos ligara
con las Steger.
Divagaciones y exmenes
Mi madre nunca puso el menor reparo a la influencia que me llegaba de la casa del
Rector. Al contrario, comparta con frecuencia las lecturas aconsejadas por Sofa. Y
cuando estaba ocupada, me deca: Lelo t y luego me cuentas. Lea yo la novela o el
libro y le haca relatos ms o menos compendiados. Ella segualos con inters que me
pareca perfecto, mantenindose al tanto de cada una de mis preocupaciones.
A pesar del mar y los raros paseos campestres, mi vida era libresca y
reconcentrada. Con mi madre hablaba de lecturas o de problemas. Adverta ella
duplicado en m, su natural reflexivo y grave. Rara vez me dedic alguna caricia, pero
estaba tan en m que yo me senta su proyeccin. Mi padre, que era efusivo y dado a
expresarlo, le reprochaba una tarde su gravedad que slo por momentos en la discusin
sola convertirse en acaloramiento. Estrechndola en sus brazos, mi padre le dijo: Ya
s que seras capaz de dar la vida por m, pero nunca me abrazas; pareces distante; no
seas tan seria. Aun con nosotros se portaba fra en apariencia; en realidad, su afecto,
como una llama siempre encendida, no necesitaba tocar para manifestarse. Y pareca
que nos tuviese en cuerpo dentro de su reflexin, aunque el alma suya fuese una lejana
serena y dulce. Tan cerca de m, interiormente, nadie ha llegado a estarlo!
Las Vizcanas, grabado del siglo XVII
La obra de la muerte se perda en una lontananza, gemela del confn en que se pierden
las velas diminutas de los pescadores, desde el observatorio de nuestro balcn.
Por ahora interesaba la vida con sus episodios emocionantes. Se acercaban los
exmenes y con ellos conclua mi ltimo ao de Instituto campechano. El clima nos
obligaba a partir. En la pared de los corredores del colegio relea los pergaminos con
los nombres de los primeros premios de cada curso. Aunque mi ambicin era ser astro
en la constelacin mayor de la Preparatoria de la capital, no quera irme sin dejar
huella. Me preocupaba asegurar el primer premio de aquel ao. Mis ltimos meses los
embarg el estudio. De tanto meterse en lecturas, el sueo mismo parece prolongar la
inmersin en las profundidades de lo irreal. En el sueo se nos resuelven problemas
que no atina a organizar el da. Junto con las inquietudes del aprendizaje, me
sobresaltaba la proximidad de un nuevo cambio en nuestra vida familiar. Vendran
ausencias, dolores; sin embargo, el porvenir en definitiva tendra que resolverse como
uno de esos sueos en que el esfuerzo concentrado en el vientre nos levanta del suelo y
nos pone a volar con los pies de propulsores y los brazos de remos, siempre por
encima de los abismos y del riesgo. En el vagar de los sueos recaa en Piedras
Negras; pero de paso, igual que un visitante que se siente extrao, pues todo haba
cambiado, y yo tornaba a ausentarme. Mi pueblo ya no era mo, y el alma volva a
alzarse en el viento, llevando a rastras el peso del cuerpo, ya nadando poderosamente
en las aguas, ya suspendindolo en el aire para avanzar.
En el curso ya se saba que el primer premio estaba entre Lino Gmez y yo. Ms
an: se admita generalmente, y lo reconoca el propio Lino, que yo le aventajaba en
probabilidades. Y si perd no fue por exceso de confianza, sino por obra del
reglamento. En las clases principales, cmodamente aseguraba la primaca, pero era
requisito aadir a las pruebas tericas algn conocimiento prctico. El ejemplo de
Norteamrica nos obliga a transformar nuestra cultura de ideas en una civilizacin de
manos y manufacturas. Mi madre me haba estimulado a aprender la encuadernacin, y
tena en casa un pequeo taller de donde sacamos algunas pastas en percalina. Para
dorar los lomos, la plancha de planchar. Adems, poda presentarme como intrprete y
traductor. Gan en cierta ocasin mis primeros cinco pesos traduciendo unas guas de
mercancas procedentes de Estados Unidos. Guardaba mi madre estos cinco pesos para
comprarse con ellos sus primeros anteojos, tan pronto como pasase por la capital.
Gozaba yo con la idea de que el primer oro conquistado por mi esfuerzo se volvera un
aro con cristal que aumentaba el poder de sus ojos clarividentes. Pero ninguna de estas
pruebas era para ser tenida en cuenta en la escuela. Lo que all deseaban por el
momento era crear la banda de msica del Instituto. Y se otorgaban no s qu tantos
puntos suplementarios a los alumnos ejecutantes.
Desde el primer ao del Instituto nos haban dado lecciones de solfeo, cantado y
escrito. Mi voz deplorable nunca lograba igualarse a los tonos; en cambio, la teora
musical me interes extraordinariamente. Pronto domin la tcnica de las llaves de Sol
y de la Fa. Escrib bastantes ejercicios sobre la pauta y cre penetrarme del papel que
desempean los sostenidos y los bemoles. Inclusive tratados de composicin me puse a
hojear en la biblioteca. Entre tanto, Gmez, mi colega rival, se aplicaba en la escoleta a
los ejercicios de pistn. Y obtuvo en msica la clasificacin mxima, quedndome yo
con un decoroso Bien, a pesar de tan prolijos estudios. A la hora del cmputo de
puntos, el descenso sufrido en msica me quit el derecho a primer premio, que con
toda justicia fue a dar a manos de Lino, otorgndoseme a m Mencin de Primera
Clase.
Y no qued mi nombre grabado en los pergaminos de la inmortalidad campechana.
nicamente saqu un diploma con dorados y un paquete de libros. Consum la entrega
el gobernador, desde el estrado del Saln de Actos del Colegio, rebosante ese da de
familias y de alumnos que aplauden.
Agobiado del sol que esplenda afuera y de la gloria que acababa de recoger a la
vista de mis familiares, regres a casa urgido por destripar el bulto de libros, que
contena las Vidas paralelas, de Plutarco; la Historia Universal, de Duruy, en cinco
pequeos tomos, y no s qu ms.
Durante varias noches se prolong entonces el placer vivo de acompaar a
Alejandro por rutas de Persia, combinando el orgullo del descubridor con las
satisfacciones del capitn.
Lo que ms me conmovi de Julio Csar fue la inquietud que le haca llorar porque
corran los aos, se haca viejo y no haba consumado una sola accin ilustre. Acaso
no estaba yo tambin perdiendo mi tiempo en aquel oscuro rincn de provincia? Iba a
ser eso mi vida, pasar cursos, sacar premios y llegar de viejo a ser otro don Patricio,
pongo por caso, y en el mejor de los casos? No; por fortuna all estaba enfrente el mar
que me libertara. El mar es abismo, pero tambin es ruta y es destino. Y mientras
sonaba la hora del cambio, lloraba el conflicto fascinante y trgico de Juliano el
Apstata.
Otra vez al garete
Muchos trminos de marino se haban incorporado a nuestro idioma de arribeos, o
sea, de mexicanos del altiplano. Con familiaridad llegamos a usar el vrate en vez de
vulvete, y banda por lado, popa por trasero; tambin localismos como no seas
caballo en lugar de no seas tonto. Usando el nuevo lxico comentbamos la
necesidad de abandonar aquel fondeadero. En realidad, habamos pasado ao y
medio dichoso en Campeche, y quiz presentamos que al salir de all quedara
liquidada para siempre la unidad de la familia. En adelante no volveramos a disfrutar
de sosiego. Sin embargo, no nos apenaba la partida. La capital nos fascinaba como a
buenos provincianos. La posibilidad de inscribirme en un colegio metropolitano me
causaba sobresalto vanidoso.
La primera que recibi el anuncio de nuestro viaje fue Sofa. Dijo que nos envidiaba.
Ella tambin deseaba viajar y soaba con trasladarse a la capital. En previsin de la
partida formulamos un plan de lecturas urgentes, y mis visitas se hicieron casi diarias.
Una tristeza dolorosa me llevaba a prolongar las entrevistas.
Alguna porcin de mi conciencia anhelaba quedarse. Pero estaba desprovista de
voluntad para resistir el empuje de todo el resto del nimo, que ambicionaba partir. Me
descubra un cario entraable para toda aquella familia bondadosa, y aunque nadie me
lo pidi, formulaba promesas de volver a visitarla. Y efusin de ternura llorosa me
desmayaba el paso cada vez que sala por el zagun de la casa que haba llegado a
serme querida.
Un vapor pequeo de la Lnea Ward nos arranc al sueo ardiente del vivir
campechano. A los dos das amanecimos bajo un alba gloriosa y sobre el mar que bate
los murallones semiderruidos del antiguo Veracruz. A la popa nos seguan los tiburones.
vidos y enormes, asomaban el lomo gris, resbalaban ligeros o tragaban los
desperdicios esparcidos por el agua. Tras de larga espera, atrac a nuestra borda la
lancha del prctico. Avanzamos y se acerc la sanidad; despus un remolcador y
lancheros para la descarga. Una marinera moderna, camiseta blanca y pantaln azul,
tom por asalto las bodegas, las cubiertas, los pasos todos del barco.
Me llam la atencin el espantoso vocabulario que usaban sin enojo, casi con la
sonrisa en los labios. En vez del inocente no seas caballo campechano, injurias
soeces y blasfemias que pierden sentido en fuerza de usarse, pero repugnan a quienes
las escuchan y envilecen a quienes las pronuncian. En cambio, nos rodeaba el panorama
veracruzano de rompientes, azoteas y palmeras. Separando la costa del agua, subsistan
los restos de un muralln lustrado por las mareas, reverdecido de lama en las bases,
prolongado por el contorno de antigua ciudad. Y hacia adentro un abigarramiento de
cobertizos y cpulas; lienzo de paredes blancas ennegrecidas por la humedad, pilastras
techadas slo de tejavn; construcciones de tres pisos con balcones de barrotes gruesos
de madera, cornisas voladas y miradores. Frente a las casas pobres de las orillas, un
tejadillo, y al lado una palmera, recordaban el clima implacable. Sobresala entre los
tejados un campanario barroco de azul y blanco, adosado a una cpula revestida de
azulejos claros; un poco ms distante la torre del faro cubierta de moho. Luego, a la
derecha, el rompeolas que remata en el islote de Ula, con su castillo convertido en
crcel; inepto para defender a la patria contra el ingls, pero ufano porque castiga y
amenaza las libertades del hombre.
De nuevo en la capital
No recuerdo la calle, pero era una casa pequea en un alto con escalera propia, pisos
de ladrillo colorado y dos balcones. Con escasos muebles nos instalamos a medias; por
bao, los prximos del Amor de Dios, y a corta distancia, la Preparatoria. Aunque
reducido a la categora de perro reservada a los alumnos de primero y segundo ao
del patio chico, no caba de orgullo al sentirme copropietario de las nobles arcadas, los
patios aireados, las aulas y laboratorios. Repartise mi tiempo entre las clases de
varios aos; por ejemplo: ya no repet geografa, pero me atrasaron en matemticas. No
tuve que cursar ingls, pero me faltaban pruebas de dibujo. El currculum
preparatoriano se ajustaba a la sntesis positivista aderezada por Barreda. Con la ufana
propia de la edad aceptbamos sin discusin el supuesto de que nuestro mtodo era el
mejor del mundo. Ni siquiera sospechbamos que lo mejor del colegio, sus edificios
suntuosos, era obra de una edad negada por nuestra enseanza, pero ms fecunda que
nuestro tiempo. Entraba sin prejuicios a un establecimiento que mi madre crea laico,
pero no sectario. Estaba satisfecho de mi cambio, y si algo echaba de menos eran unos
ojos dulces y empaados de llanto despus de ciertas lecturas tiernas. A menudo,
desatendiendo las explicaciones de la ctedra, me descubra escribiendo sobre las
pginas de las portadas de algn texto un nombre, reverenciado en silencio: Sofa.
Nombre simblico.
Plaza de Santo Domingo, grabado del siglo XVIII.
Atravesaba las calles antiguas y reposadas del rumbo universitario
Biblioteca Nacional
Ms de veinte mil volmenes a mi disposicin, sin contar con los seiscientos mil de la
Biblioteca Nacional, que poda tambin consultar a mi antojo.
Y lo que antes haba hecho por excepcin y con desagrado, rendirme al amor callejero,
ahora me pareca un goce y lo practicaba hasta el lmite de mis recursos monetarios.
As es que regresaba a mi alcoba deshecho de cuerpo y estragado de alma. Estudiaba
unas horas para no perder el puesto en la clase y me acoga al sueo como a una muerte
provisional y casi deseando no despertar ms. Indeseada, penetra por las rendijas de
nuestra puerta la maana. No puede ya traernos ninguna promesa. Y, en cambio, nos
confirma en la desgracia. En el sueo, acaso imaginamos que todo ha sido una pesadilla
que se disipar con el alba. Pero el despertar realista y amargo aniquila la esperanza.
Descuidado en el arreglo fsico, desganado en la mesa del desayuno, desmayado en la
marcha por las calles luminosas, pero vacas de contenido de espritu, nicamente al
trasponer el zagun del patio grande de la Preparatoria me acoga un soplo del mpetu
antiguo. Empujaba la ambicin. No era posible presentarme en Piedras Negras con un
desastre como final de ao. Adems, paseando la mirada por las aulas, los
laboratorios, las salas de lectura, recib la impresin del que abarca un botn. Cada una
de las ciencias all cultivadas sentiran la garra de mi ingenio; era menester sobresalir
en todas
Cuando recog mis notas, tragando lgrimas porque ya no tena a quin mostrarlas,
comprob ciertas calificaciones mximas con la naturalidad de quien recibe lo que se
le adeuda. No obstante, una vaga, pueril vanidad susurr para s misma; Est visto que
no slo en Campeche. Ms que la sensualidad, la ambicin se iba imponiendo al
quebranto y cambiaba las imgenes fnebres por otras de acierto y de bro. En los
sueos su imagen se me apareca rodeada de esplendor lunar y sonrindome. Estoy de
paso pareca decirme, y para quedar ms cerca de vosotros slo ms tarde
escalar los cielos. As que ya no la necesitramos, ella se ira ms all de la Luna,
cielo adentro, a la final beatitud. Desde una penumbra angustiosa mi alma le tenda su
anhelo, se apoyaba en su seno. En el instante en que iba a tocar su tnica negra sobre la
rodilla, sedante, y justamente cuando ella extenda tambin la mano para poner su
caricia en mi frente, una sacudida brusca me despertaba. Palpndome el rostro no
hallaba otra huella que la del llanto. Lo ocasionaba la dicha del sueo o el despecho
del despertar?
El fin del curso determin cambios de importancia en la vida de nuestra casa
provisional. Durante los meses de vacaciones las seoritas Orozco se marchaban a
Oaxaca; mis futuros cuados, con mi novia, salieron para su pueblo de la Mixteca. Los
ltimos das qued solo en casa con la criada. Era sta una vieja cocinera oaxaquea
que a menudo se asomaba a mi cuarto para darme en su charla un relato confuso de
cosas y personas de la provincia. Citaba nombres que ya conoca por haberlos odo en
mi infancia, y casi ni prestaba atencin a sus cuentos, salvo una vez que me dijo: T
debas llamarte Castellanos tu padre es hijo del cura Castellanos Tan inesperado
aserto me produjo perplejidad. Me di cuenta de que nunca se habl en mi casa del
abuelo paterno. Cierta o falsa la versin, ni me ha preocupado ni he vuelto a
escucharla, me preocup, y slo muchos aos despus supe la verdad: mi padre haba
sido un bastardo pero no de cura, sino de comerciante espaol acomodado y aun noble
de estirpe.
El retorno
Con sabor amargo en los labios me acercaba a Piedras Negras, ya no el pueblo en que
se ha soado, sino el sitio de la ms tremenda pena del nimo. Tema el encuentro con
mis familias Anticipaba el golpe de verlos de luto. Nos daramos un abrazo, pero sin
apretarlo demasiado, por peligro de hacernos dao en la herida interna. No se produjo
ninguna escena dramtica: la recepcin se desenvolvi rpidamente merced a los
carricoches que de la estacin nos transportaron a la vieja casa de la esquina del
parque. En la perspectiva conocida nada haba cambiado. Mis hermanas, un poco ms
crecidas, redondeadas por la pubertad, se vean ms blancas bajo las telas del luto. La
distribucin de las habitaciones, el abandono del patio, coincida con el recuerdo de la
poca infantil. Y aun podra imaginarse que no habamos estado en Campeche ni haban
corrido los aos y cambiado los panoramas, si no fuese porque, en el mismo instante de
apuntar la idea optimista, una punzada violenta recordaba la falta de lo nico que
realmente nos hubiera complacido hallar intacto y vivo. Como por tcito acuerdo
evitbamos hablar de ella, as nos refirisemos detalles de la vida comn. Slo la
abuelita, incapaz de contener sus ojos cansados, lloraba a menudo sin comentar su
llanto. Otra novedad fue que, a eso de las doce, Concha y Lola empezaron a asomarse a
la puerta, entre inquietas y alborozadas. La abuelita no vacil en prevenirme: Estas
nias, tan jovencitas, andan ya entusiasmndose porque unos tipos les pasean la calle.
Con el rezo empez a deshacerse mi hielo interno y advert la emocin que nos devuelven las
cosas por donde ha pasado lo que amamos.
Y, segn el uso de la poca, apenas advert que mis hermanas miraban en direccin del
jardn de enfrente, me ech yo a la acera con aire provocativo. Pasaban, en efecto, dos
jvenes del lugar. Desde mi puesto a orillas de la acera, los desafi con la mirada; ya
podan venir, si osaban. Ahora mis hermanas tenan quien las defendiese. Aunque
atractivas por su juventud, Concha resultaba fea con su rostro pecoso de frente grande
bajo el cabello castao claro. Sus ojos inteligentes, pequeos y grises, sus pestaas
escasas, la predestinaban con claridad para la ciencia, no para el amor. As me lo
adverta el instinto antes que lo confirmase la experiencia. Se haca, pues, ms
necesario protegerla de un galanteo que servira nicamente a la fatuidad de un necio. A
puetazos decid terminar semejantes relaciones. Por lo pronto, ya tuve ocupacin
peridica: mantener la guardia en la puerta en las horas consabidas. Con enojo, las
chicas protestaban, pero puertas adentro. Afuera logr ahuyentar a los importunos. En
efecto, en la frontera se reconoca el derecho del hermano a intervenir, violentamente si
era necesario, en defensa de las de su clan. Tanto, que lejos de tomrmelo a mal, cierto
da que pas junto a un grupo masculino que conversaba en una banca de la plaza,
alguien me hizo sea invitndome a acercarme; entre otros, reconoc a los que paseaban
la calle a mis hermanas. Temeroso de aparecer intimidado, me acerqu. Ven a sentarte
con nosotros dijo una voz; soy Fulano de Tal y ste es Zutano, etc. Me acogieron
as, cordialmente, como vecino y paisano.
Lola era una rubia plida del mismo tipo que mi madre, segn lo comprobaba el
retrato juvenil de sta. Su cuello largo y fino contrastaba con el muy corto que Concha y
yo tenemos. Afilada la nariz, los ojos claros y rubio el cabello. Lola se pareca poco a
Concha, de ojos grises y pelo desteido. Tambin por el humor ligero discrepaba de
Concha, reflexiva y apasionada. Lola, en apariencia vehemente, pona la cabeza delante
del corazn; haba nacido para la tierra. La otra, reprimida y ardiente, acabara en el
renunciamiento.
Apenas en sus doce aos, Mela era ya la bonita entre las tres. En Mela, reduccin
familiar de Carmela, designaba ya una pequea belleza de pelo negro y ojos claros.
Muy blanca y de temperamento nervioso. Ya se permita ensueos mundanos, segn el
que nos refiri una vez: Bajaba las escaleras de mrmol de un palacio en fiesta, cogida
de la mano de un lindo paje.
Seguan en escala cronolgica dos varones, Carlos y Samuel, de once y diez aos, y
una mujercita de nueve: Soledad. Todos muy unidos y bulliciosos, no obstante la nube
de la materna orfandad.
La plaza haba mejorado con un nuevo edificio municipal. Doble construccin de
ladrillo colorado y mansarda negra, estilo texano francs, resultaba horroroso, a pesar
de que haba costado un exceso. Mirndolo en la esquina opuesta de la iglesia,
recordaba mi palacio infantil del corral de nuestra primera casa fronteriza. Cunto
mejor lo que hice entonces, que el adefesio levantado sin consultarme. Era doloroso lo
que hacan con mi ciudad aquellas autoridades cretinas. En cambio, al otro lado, dentro
de su estilo moderno, mejoraba notoriamente, no slo en cantidad, tambin en gusto. El
contraste humillaba. De un lado la fuerza, el acierto, la libertad. Del lado nuestro la
ruindad, la envidia, el despotismo. Los de Eagle Pass no habran vacilado en abrir un
concurso entre los escolares, en busca de alguna idea aprovechable. Slo entre nosotros
la suficiencia torpe se aliaba al autoritarismo sombro.
Bajo una apariencia distrada y mientras iba y vena con mis hermanas o con mi
padre, un deseo me roa el pecho; en nuestras conversaciones se eluda el comentario
de la reciente desgracia. Se dira que aplazbamos la escena de echarnos a llorar
juntos, con pretexto de cualquier explicacin. En consecuencia, no me atrev a proponer
que alguien me acompaase a la visita del cementerio.
Dada mi condicin de autor de un plano de Piedras Negras, no tuve que interrogar a
nadie para llegar a nuestro nico Camposanto, rectngulo a cielo raso, protegido por
una verja de madera. Las seas contenidas en una de las cartas de mi padre decan:
Junto a la tumba de los Mzquiz La puerta cerrada a candado slo se abra previo
aviso especial; pero rodeando por una esquina descubr un trecho donde el terreno
bajaba dejando libre un buen espacio entre los barrotes y el suelo. Por all penetr; y
justamente a poca distancia, dos sepulcros de ladrillo blanqueado ostentaban el nombre
de nuestros antiguos vecinos. Reposaba en uno de ellos precisamente aquel viejo que
me acusara de pedir un beso a su hija pequea. Inmediato a estas sepulturas haba un
tmulo reciente, todava sin lpida y con slo una cruz provisional de madera. Frente a
l me detuve. Una fra, terrible sequedad me embargaba. Incapaz de hilar juicio estuve
no s cunto tiempo primero de pie, despus sentado sobre la tierra todava sin
macicez. Durante meses me haba acosado el deseo de acercarme a la tumba amada y
ahora me faltaba la ternura. Una suerte de anonadamiento y un pensar como de aguja
dentro del crneo me deca: Lo que est aqu abajo se ha vuelto ya horrible; no
podras besarlo. Luego, lentamente, un presagio libertador y jubiloso clamaba: Lo
que est aqu abajo no tiene nada que ver con ella; bscala por el alto cielo. En torno
la llanura caliza se daba al abrazo infecundo de un sol que en vano la calcina: pramo
inmenso abajo, y arriba un azul vaco. A distancia un maizal cultivado penosamente y
uno que otro mezquite entre chaparros grises. Naturaleza sin alma; seguramente, ella
estaba ya muy lejos de aquella tierra que le recibi el caparazn sin atender al alma
valiosa que lo haba animado. Con todo, en honor de la huella de su paso, por los
arenales ingratos, rec unas Salves, recordando, a la vez, que nada poda complacerla
ms.
Con el rezo empez a deshacerse mi hielo interno y advert la emocin que nos
devuelven las cosas por donde ha pasado lo que amamos. Y ya no por lo que all
estuviese de ella, sino por lo que ella misma desechara, por sus ropas para m queridas,
sus huesos entraables, por toda la humilde compaa de su alma, llor copiosamente,
acariciando la tierra que la cubra benigna. Oscureci mientras padeca y llegu a casa
cuando ya me esperaban con cierta alarma. Mi padre imagin la causa de mi demora, y
al procurar contestarle, la voz se me anud, y vencido, me ech a una cama y solloc
sin freno Mi llanto rompa el compromiso tcito de no comentar nuestra desgracia;
mis hermanas me rodearon afligidas y mi padre, enjugndose las lgrimas, refiri
pormenores que me haba estado reservando Momentos antes del final, y cuando le
pusieron los leos santos, redact su testamento Que mis hijos se mantengan fieles
cristianos A Pepe dganle que nunca olvide a Dios Nuestro Seor A cada uno
haba renovado el ruego: la abuela, mi padre, mis hermanos, cada uno me trasmita
idntico mensaje pstumo: A Pepe que nunca olvide a Dios Nuestro Seor, tales
haban sido sus ltimas palabras.
Yo quera llamarte explic mi padre, pero ella se opuso, no permiti que
perdieras el ao, no se preocup del agravamiento de su estado: Ya le tengo hechas
todas mis recomendaciones, afirmaba.
A su entierro haba concurrido una infinidad de personas
Ahora quiero a estas gentes de Piedras Negras insista mi padre. Cuntos
amigos hemos descubierto entre ellos!
Deseoso de distraerme, inventaba mi padre paseos, concertaba visitas.
Te acuerdas de Jimmy? interrog una vez, el gringuito que te peg?
Trabaja en la Maestranza; me ha preguntado por ti; le he prometido llevarte a verlo.
Y lo visitamos una maana en su propio taller. Vestido de caqui azul, vigilaba una
mquina perforada de lminas de acero; se haba vuelto un gigante rubio encendido.
Apenas me vio grit: Hello, Joe! Respond: Hello, Jim! Me apret la mano, me
abraz despus levantndome en peso Con razn pens, nunca pude con l
Me sorprendi hablndome en espaol corrientemente y nos despedimos
afectuosamente reconciliados.
En la vida fronteriza no es raro que las ms enconadas rivalidades terminen en
amistad que se impone a las diferencias de la raza y el conflicto de las naciones. El
amor vence cuando el trato humano se prolonga en condiciones leales y el nacionalismo
se purificara de rencor si no se fundase, tan a menudo, en injusticias.
Mi visita al cementerio se haba hecho cotidiana; me gustaba sentarme a pensar
entre las cruces. Buscando por el rumbo de la vega, juntaba unas cuantas flores
silvestres, mirtos morados y margaritas fnebres; colocaba mi ofrenda a los pies del
tmulo y en seguida divagaba. No haba, no poda haber problema ms importante que
el de la muerte. El breve plazo de la vida con sus alegras y sus dolores, la ciencia, la
experiencia y el mismo bien, slo adquiran sentido mediante una tesis cualquiera del
ms all. Investigar la realidad trascendental era la nica ocupacin digna de un ser
ambicioso. Revisara primero todo lo escrito en tal materia, las religiones, las
ciencias Ensayara las pruebas que personalmente pudiese aducir.
El sol poniente caa en el llano, se hunda todo rojo incendiando un instante el
confn. Dej pasar el crepsculo, perdindome en una ensoacin distante, sin advertir
que la noche comenzaba. De pronto, me volvi a la realidad una lumbrada que arda en
el campo inmediato al cementerio. Sorprendido, porque saba que estaba deshabitada la
comarca, atraves entre las tumbas, hacia el extremo opuesto de la verja. Imagin que
algunos pastores habran hecho fuego a la intemperie. Sbitamente, al rodear por algn
sepulcro, desapareci la luminaria. En vano me empin oteando la llanura que
difcilmente poda ocultar cosa alguna y no vi fuego ni humo. Pensando que quiz se
haba apagado la llama, salt la cerca para buscar las brasas o la ceniza caliente. Al no
encontrar la ms leve huella me entr de pronto un escalofro de espanto y corr en la
sombra en direccin de las casas del suburbio iluminado ya con electricidad. Cuando
ganaba una de las callejas oscuras, bordeadas de cercas de espinas, sali del arroyo un
estruendo y luego un bulto pas rozndome; iba a soltar un grito, cuando advert que se
trataba de un cerdo extraviado.
El nuevo chasco me seren bastante, pero no logr quitarme la preocupacin de la
lumbre que apareci y desapareci sin causa.
La tarde siguiente, dominando mis nervios, me qued en el camposanto hasta bien
entrada la noche. No se produjo nada anormal y me sent casi defraudado. Era como si
los signos, despus de iniciarse, tornasen a su reposo mudo. Sin embargo, confundida
con otras cien, una idea explicaba: Semejante a la hoguera que arda y luego se torn
invisible, el espritu se aleja de los lugares estriles. No lo busques entre gusanos y
arenas vete por el mundo a pelear por tu causa entre los vivos y arde hasta que tu
hoguera tambin ilumine y se ausente
Despus de la comida de medioda y antes de salir para su oficina, me habl una
tarde mi padre. Estaba apesadumbrado; l tena la culpa por no haberme llevado, como
era su deber pero le dolan tanto semejantes ocasiones que prefera evitarlas; ahora
vea que haba hecho mal un conocido le inform que haba visto en el cementerio
mis flores y deseaba advertirme: no era sa la tumba, sino precisamente la de al lado
si yo quera, el informante me acompaara para mostrrmela, pero no era necesario; yo
encontrara las flores ya cambiadas por la mano amiga
Es imposible expresar el disgusto que me produjo mi engao De manera que
flores, oraciones y lgrimas, todo desperdiciado en la sepultura de un extrao; no
slo el destino me la haba plagiado en sus ltimos das; tambin ahora el azar
escamoteaba sus restos. Lo ms curioso es que ya no senta por la tumba autntica la
misma ternura lcida que ante la falsa. Imposible revivir momentos que fueron nicos.
No era rito de piedad filial lo que me haba llevado a aquel pedazo de tierra, sino
pasin desesperada que arde y no vuelve, como no volvi la hoguera que a poca
distancia se encendi Lo que hice despus tuvo ya mucho de rito. Una vez ms
limpiar de yerba, renovar las flores; en fin, a qu continuar un relato de lo que tantos
han padecido tambin?
Volva ella a tener razn: Para no caer engao, prescinde de poner odio ni amor en
lo que cambia y perece No ms idolatra de las tumbas
Cuando estas resoluciones se recuerdan a distancia de aos parecen lgicas y
fciles; sin embargo, cuesta dolor tomarlas en el momento vivo.
Mis vacaciones estaban a punto de terminar cuando a mi padre le lleg un ascenso.
Lo trasladaban con el mismo cargo de Vista a la Aduana de Ciudad Jurez, de categora
un grado mayor que Piedras Negras. Debe de haberle agradado el poder salir con los
suyos de un medio que ya no podra traerle sino recuerdos dolorosos. El viaje de toda
la familia se prepar con precipitacin, y juntos salimos otra vez, pero ahora
cabizbajos y diezmados, dejando para siempre en Piedras Negras la parte ms preciosa
de nuestras almas. Enlutados salimos del pueblo que tantas veces nos vio alegres y
amantes. En Torren, cruce ferroviario, tom yo rumbo a la capital y siguieron mis
gentes hacia el antiguo Paso del Norte.
El estudiante
No era la primera vez que entraba en la capital y, sin embargo, el corazn me lata con
fuerza a medida que el conductor anunciaba las estaciones inmediatas: Cuautitln,
Lechera, Tacuba. Peridicamente el convoy frenaba, reduca la velocidad. Los
pasajeros se sacudan las ropas; reunan sus maletas; en las ltimas paradas trepaban
los agentes de equipaje; por las ventanillas lanzaban sus tarjetas de anuncio los
hoteleros. Por fin, la capital! Y el fro y la zozobra encogan mis nervios. A la vista
estaban las barriadas pobres; los tranvas amarillos se deslizaban luminosos. Las
farolas bombeadas y blancas con luz de arco, tipo alemn, difunden claridad discreta,
ms poderosa y ms serena que el chilln destello de las bombillas incandescentes
yankees. Era yo uno ms que se sumaba al medio milln de habitantes. Me tragara la
ciudad como a tantos que disuelve en su vientre insaciable, minados por la enfermedad,
el infortunio y la miseria? O sera, segn lo sospechaba, de los llamados a sacudirla y
conmoverla? La angustia de la duda, el agotamiento de mi soledad entre la multitud, la
extensin de aquel organismo multnime, todo contribua a turbar, por lo pronto, el
nimo. Tmidamente, y a falta de seas precisas, me dej llevar al ms prximo
hospedaje: el Hotel Buenavista, frontero a la estacin, y prximo a otro, tambin malo;
el Hotel Dos Repblicas.
Antigua Escuela de Medicina.
No s cuntas viviendas ocupadas casi todas con pensiones y a un salto de la Escuela de
Medicina
Algo familiar perduraba en aquel barrio cosmopolita frecuentado por los gringos del
ferrocarril con su inevitable acompaamiento de peluqueras de negros y restaurantes
chinos. Pareca un trozo de la frontera, metido al extremo de la va frrea que liga las
dos naciones. Despus de dos das y dos noches en vagn, resulta un placer caminar a
pie durante horas, sobre todo si se atraviesa una ciudad como nuestra metrpoli, que
cada vez me pareca ms esplndida.
La maana siguiente, despus de un desayuno a la yanqui: fruta, huevos con jamn y
caf, ped el diario para buscar en los avisos de ocasin un domicilio. Entre largas
listas eleg uno que deca: Leandro Valle 5, estudiantes, Matilde El nmero 5 en la
calle de Leandro Valle era una conocida colmena estudiantil. No s cuntas viviendas
ocupadas casi todas con pensiones y a un salto de la Escuela de Medicina; raro era el
estudiante que no la haba visitado, por lo menos, en busca de algn condiscpulo.
Instalarse en ella era adquirir patente de corso, privilegio pleno en la soberana del
pueblo escolar de la Repblica.
Por dieciocho pesos, de los treinta de mi pensin, asegur alimentos y una alcoba
grande con balcn a la calle, compartida con dos camaradas, desconocidos. Con los
doce pesos restantes haba para baos y barbera, toros y aventuras.
El nico tropiezo de mi nueva vida emancipada se produjo en la Secretara de la
Escuela. Para el reingreso, aparte de los certificados del curso anterior, exigan una
solicitud firmada por el padre o tutor de los menores de edad
No tengo tutor declar al empleado que, sin levantar hacia m la vista clavada
en algn expediente, grit:
Pues bsquese uno
Irritado de no depender de m mismo del todo, ped su firma al to Luis, que ya
andaba de pasante o de empleado en uno de los juzgados de la capital. Sin vacilar me
prest el servicio; pero apenas puesta en el papel la firma se la cobr echndome
encima recomendaciones y advertencias pesimistas
Pero vas a vivir t solo? pero cmo permite don Nacho que andes as de
bala perdida? Te vas a hundir vas a estar sin freno dirs que no me importa,
pero, al fin, Carmita era mi hermana y t nunca vas por casa eres muy despegado
de los parientes a dnde vas a parar?
Un minuto despus no me quedaba ni el eco de sus advertencias, pero la alegra de
haber asegurado el ingreso me tornaba ligero; por el momento, mi escuela era mi amor.
El comienzo de los cursos era animado. Cada profesor nos endilgaba en un discurso
inaugural el panorama entero de la materia a su cargo. Las clases de matemticas y de
fsica estaban servidas por antiguos y venerados maestros; en el laboratorio
disponamos de mesa propia, grifo de agua, probetas y tubos. Cada tema del texto se
comprobaba en los aparatos. Las horas de clase transcurran amenas. En cambio, el
rgimen escolar extractedra era un remedo del cuartel. De director tenamos a un
coronel porfirista auxiliado de una docena de prefectos que hacan veces de sargentos.
Jams se nos permiti congregarnos ni en los patios ni en los alrededores del colegio, y
cuando se abra el saln de actos se aumentaba la vigilancia de los empleados. El
miedo de las tiranas a las asambleas se manifestaba vivo, as nos reunisemos para
leer versos o para preparar un festejo. Si en torno a una columna del corredor se
juntaban ms de cinco, en seguida vena el prefecto a disolvernos. Tan oprimidos se
hallaban los nimos, que apenas, por cualquier motivo, nos bamos en grupo al
gimnasio o a clase y estallaba lo que llambamos gritera colectivo alarido
irresponsable que en seguida provocaba la venganza. Nos cercaban los prefectos y nos
ponan en fila; luego contaban: uno, dos, tres, cuatro, cinco, al calabozo uno cinco,
al calabozo. Los elegidos en estas quintas eran encerrados en separos oscuros por cinco
o seis horas. A la segunda o tercera captura vena la expulsin irrevocable
Cuando entrevistbamos al director para pedir cambios de horarios, ventajas para
el aprovechamiento, pareca gozarse en oponer dificultades; empero, si pedamos
asueto lo conceda en seguida, sobre todo si se trataba del onomstico del ministro o de
alguna fecha grata a los funcionarios.
En cambio, nadie impeda que el alumnado patrocinara cantinas y tabernas y casas
de prostitucin y billares establecidos a inmediaciones de las instituciones de
enseanza. El ttulo de don Vidal para el respeto y el temor de los alumnos era la
confianza que le dispensaba el caudillo. Sin grado universitario, sin autoridad cientfica
o moral, su poder se asentaba en la obediencia a su amo y en la dureza con que impona
el orden porfiriano. Versin poco digna de nuestro lema escolar: Amor, Orden y
Progreso, pero perfectamente acatada por todas las luminarias del comtismo nacional.
Nuestro amor juvenil se dio sin reservas a la Fsica y la Qumica, la Astronoma y
la Mecnica; complementando los cursos ordinarios asistamos a las academias o
conferencias bisemanales de exposicin general y de historia cientfica. El
conferencista de la Academia de Fsica disertaba entre los aparatos de laboratorio.
Ejecutaban experiencias los ayudantes, mientras l haca de animador vestido con
pulcritud, flor en el ojal del jaquet, bien afeitado y limpia la mirada; su palabra flua,
conmovindonos a menudo Relataba cierta ocasin los trabajos que precedieron al
descubrimiento de la botella de Leyden, se extenda en consideraciones sobre la
devocin, el espritu de sacrificio que demanda esa moderna diosa que es la Ciencia.
Ella era la novia que l ofreca a nuestra juventud por encima y aun en oposicin a las
novias que, deca, nos llevan a comprar docenas de zapatitos para los nenes La
Ciencia no era un medio de acrecentar la dicha humana, sino el fin en s, la verdad
neutra y hermosa que reclama entero nuestro afn. Quien no se entregaba a la Ciencia
con pasin exclusiva, jams llegara a la cumbre en la que irradian Laplace y Newton,
Lavoisier y Berthelot La familia, los amigos, el amor, todo era secundario ante la
epopeya magnfica de nuestro tiempo, la conquista del progreso que levanta al hombre
por encima de la bestia y a la altura de los dioses de la antigua era teolgica.
Tal entusiasmo cientifizante me sedujo. Daba a mi desencanto de abandonado de la
gracia divina, privado del amor materno, ignorante del amor ertico, una orientacin
nueva y un objetivo concreto.
El conferenciante de Qumica era un melenudo, todava joven, especie de genio
fracasado. Alabando los mritos del descubridor cientfico, exclamaba. Quin sabe si
aqu, entre nosotros, est el genio que ha de dar gloria a la ciencia mexicana? Un
estremecimiento recorra los bancos llenos de alumnos; era forzoso empearse, el
porvenir se cargaba de promesas y agradecidos pensbamos: Acaso l mismo est a
punto de revelarnos algn hallazgo genial. No pas el pobre de ayudante de
laboratorio, pero le debimos instantes de la ms pura y noble ilusin.
En la ctedra, en cambio, se nos estrangulaba sistemticamente la fantasa. No
otorgars fe sino al testimonio de tus sentidos. La observacin y la experiencia
constituyen las nicas fuentes del saber. Estos y otros conceptos cotidianos recordados
ante cada ocasin iban conformando un criterio metdico, rigurosamente cientfico,
segn la otra definicin positivista: Slo adquiere categora cientfica un hecho, un
fenmeno cuyas condiciones de produccin conocemos y que se repite, cada vez que
esas condiciones vuelven a reunirse. Dos molculas de hidrgeno y una de oxgeno
producen agua invariablemente. La distancia ms corta entre dos puntos es siempre la
lnea recta, y a la inversa.
Cuanto no puede comprobarse de modo experimental carece de valor cientfico y
pertenece al reino caduco de lo teolgico o de lo metafsico. No hay ms verdad que la
de la experiencia sensible, ni otro dogma que el ser todo relativo y condicionado a sus
antecedentes. Lo nico absoluto es que todo es relativo.
El aspecto doctrinario de la ciencia era, sin embargo, el nico que me interesaba.
Ni por un momento pens dedicarme a descubrir una onda o aislar un metal. La
conclusin ltima de cada disciplina y su alcance con la totalidad del saber, tal era el
resultado nico que, en cada ciencia, buscaba. Nuestros textos franceses servan este
propsito con bastante eficacia. De haber estado en uso manuales como los que se
acostumbran en los colegios de Norteamrica, todo un grueso volumen dedicado a
ensear las aplicaciones del hidrgeno y ni una palabra de teora atmica, seguramente
cambio el estudio de la ciencia por el del comercio o el del ajedrez. El laboratorio era
el taller del obrero cientfico. Las leyes all descubiertas interesaban al filsofo slo
por su relacin con el concepto del universo que a l corresponde formular. Tal iba a
ser mi papel; acumular las conclusiones parciales de todas las ciencias a efecto de
construir con ellas una visin coherente del cosmos.
Me decepcionaba, por lo mismo, hurgar en la entraa cientfica para recoger tan
slo afirmaciones modestas; La experiencia no revela otra cosa que ciertas
regularidades en el proceso. Sin embargo, no me dejaba ir, como ms tarde, por el
lado de la astrologa; me mantuve fiel a Coprnico, sumiso a Comte, que prohbe las
aventuras de la mente y las excluye del periodo cientfico que profesamos.
El desastre de mi amor materno para el cual no aceptaba consuelos, la negacin
despiadada del milagro que pudo restituirle la salud, me mantenan en rebelin
antisentimental y antimstica. Movido de dolorosa voluptuosidad me entregaba al
dogma agnstico y comtista: No hay otra realidad que la que palpan los sentidos.
Despus, con dolorida irona, repeta el clebre pasaje: La ciencia acompaa al buen
Dios hasta sus fronteras y all lo despide dndole las gracias por sus servicios. Ni
quera recordar las anticipaciones del San Agustn de mi infancia cuando deca,
refirindose a Dios: Y no te acercas sino a los contritos de corazn; ni sers hallado
de los soberbios, aunque con curiosa pericia cuenten las estrellas del cielo y las arenas
del mar o investiguen el curso de los astros
La vanidad de creernos en una era nueva y el esnobismo de una ciencia entendida a
medias me impedan reconocer que el clculo maravilloso de la paralaje y el
descubrimiento sorprendente de Neptuno eran tan slo otros casos de cuento y recuento
de las estrellas, vaivn de las olas conocimiento humano limitado siempre por el
confn del misterio.
El nmero cinco
Nuestra vivienda dentro del tumultuoso nmero 5 de Leandro Valle era de las ms
pacficas. Mis compaeros de cuarto estudiaban tanto o ms que yo. Morones
perteneca a mi curso y era de mi edad. El otro, de veinticuatro, se llamaba Pacheco y
estudiaba el ltimo ao de Medicina. Entre Morones y Pacheco haba una alianza casi
religiosa, siendo Morones el devoto y Pacheco el dolo. Sin resistencia me fueron
admitiendo a un terceto bastante discreto. Con Morones sola juntarme para estudiar.
Con Pacheco conversbamos, discutamos. Y no muy a menudo porque las horas libres
las pasaba con la novia y llegaba ya slo a ponerse la visera verde para la lectura de
sus gruesos volmenes de patologa, a la luz de su quinqu. La calavera sobre su mesa y
el olor a yodoformo de sus instrumentos acababan de identificarlo con su profesin.
Morones era un mestizo de Xochimilco, de poco talento, gran tenacidad y slida
honradez. Pacheco era de familia criolla orizabea. Esmerado en el vestir, ordenado en
sus hbitos, fino en su trato. Los tres nos levantbamos temprano, a pesar de que las
luces del estudio ardan, a veces, ms all de las doce. Tras el rpido aseo Pacheco se
encaminaba al hospital donde era practicante. Morones y yo bajbamos al jardincillo
de Santo Domingo para repasar las lecciones del da. El rojo tezontle de la fachada del
templo, su torre garbosa y delicada, la fragancia de la pequea plaza, en la hora
matinal, nos ponan alegre el nimo. A menudo, marco tan potico nos apartaba del
estudio y nos entregaba a la divagacin. Por tal de consolarme de la aridez de las
ecuaciones del segundo grado, lea cada maana el folletn del diario popular de la
poca: las interminables aventuras de Rocambole. En seguida, con el gesto de fumador
que arroja la colilla de un mal tabaco, dejaba el peridico, abra el texto y paseaba. El
grato ambiente, la silueta esbelta y slida del colorido barroco dominicano, la eterna
primavera de los follajes en aquel clima benigno, todo contribua a la deliciosa
embriaguez del pensamiento. Tan dichoso pareca el instante, que resultaba pueril toda
preocupacin del futuro.
La Alameda, en el siglo XVIII.
Ciertos rincones del parque nos brindaban sombra y poesa
Para qu el estudio y para qu la accin, si la bella vida podra ser gustada a sorbos,
palpada en el cristal del ambiente? La armona de las cosas no se logra para pedirnos
expresiones o empeos, sino para recibirnos en su seno y permearnos de su dicha. No
era el momento de buscarle nombres a las cosas, sino de inmergirse en ellas. Apetito de
convivir, participando de cada latido del cosmos. Negacin de la ciencia ociosa que
dilucida oposiciones vanas, inventa problemas e ignora, en cambio, la alegra del estar
y el ser. El ser y el estar me deca filosofando: los dos verbos que encierran el
enigma de la creacin: el famoso monlogo de Hamlet me irritaba como una simpleza
o, segn dice la palabra insustituible del francs: una platitude. Ser o no ser, no es el
problema: el problema es el ser, que en sindolo de veras no puede dejar de ser. El
segundo problema es el estar, que as goce no se conforma con estar nada ms, reclama
todo el ser. Decididamente era fcil mejorar a Shakespeare como filsofo. Satisfecho
de este revolcn metafsico al ingls Shakespeare, me entregaba a consideraciones
sobre mi porvenir.
Un anhelo que lo mismo hiende los aires o se reparte sobre la tierra sin precisarse,
me levantaba el taln en cada paso, me emborrachaba de posibilidades y certezas, de
ambiciones y de alegras.
Entre el libro abierto y el despejado cielo, en una nebulosidad de potencias, mi
futuro indeciso interrogaba: Dicha o poder? Paz o gloria? Antes que nada el
podero, no sobre los hombres: sobre la existencia; oportunidad de sondear los abismos
y de contemplar las alboradas. Nutrirse de todas las imgenes, devorar emociones, y
luego, a semejanza de la naturaleza, engendrar en muchedumbres los pensamientos, las
teoras y las sntesis.
Lo intentara todo y arrebatara cada ocasin: sera rico y sera pobre, conocera la
derrota y el triunfo, la miseria y la abundancia. No era verdad lo que afirmaba uno de
nuestros maestros, que quien ha conocido la estrechez y la vence despus ya no
aventura su buen pasar; yo jugara con el xito, y siempre habra manera de volver a
ganarlo. Conquistar riquezas para tirarlas, en un instante de hartura y desdn, tal era la
norma de una ambicin decente. Poseer para despilfarrar y desdear lo que se posee. Y
para probar que no est nuestra medida en la posesin, sino en la capacidad. Quera el
placer pero a costa de haber desafiado el infortunio. Ms que la mente, era mi corazn
quien ansiaba la experiencia; ms que problemas quera aventuras. No era yo un
minsculo simulacro de la potencia divina, echado al mundo por el acontecer? Pues a
removerme dentro de mi ambiente, tratando de estar en todo, mientras era posible
volver al ser lo que ya no est porque es.
Calentada la cabeza con el monlogo, apenas quedaba tiempo para preparar la
leccin.
En la mesa nos haca compaa nuestra patrona, Matildita. Era una viuda menuda y
gruesa, blanca y afable, originaria de Guanajuato. Cada domingo, para ir a misa, vesta
su traje negro con abalorios. Era su predileccin Pacheco, a cuya novia visitaba y, con
todos sus hbitos de seora, en la casa trabajaba y mantena el orden rigurosamente.
Por las viviendas contiguas sola haber reuniones con entrar y salir de invitadas
sospechosas y botellas de aguardiente. Ella no admita sino muchachos serios y de
buenas costumbres. La comida abundante, en relacin a la cortedad de nuestra paga,
confirmaba su fama de mujer de conciencia. Despus de la cena y antes de clavarnos en
los libros, Morones y yo pasbamos un rato en el balcn de nuestro cuarto. Era el
ltimo del segundo piso, rumbo a la espalda de Santo Domingo. Enfrente, las bvedas,
la cpula y parte del costado de la hermosa iglesia nos daban motivo noble de
contemplacin. Cuando haba luna, la arquitectura se agrandaba misteriosa, llenando de
paz el barrio.
As que habamos estudiado una o dos horas, por va de descanso y entre cigarros y
bromas, nos echbamos boca abajo sobre el umbral del abierto balcn, para escuchar el
dilogo de unos enamorados, que a medianoche se entendan, l desde la calle, ella en
un balcn del tercer piso contiguo. Algn cuchicheo, alguna risa mal reprimida,
denunciaba nuestro espionaje provocando comentarios despectivos de la novia y
amenazas del que abajo se fatigaba el pescuezo para escuchar Pero di que me
quieres, dilo! eh? no se oye, oye dilo otra vez Y de nuevo nuestras risas
irnicas, insolentes
Pacheco trabajaba en el Hospital de Sanidad de la ex Iglesia de la Santa Veracruz,
por Hombres Ilustres, frente a la Alameda. As que se cerraban las clases y en los das
en preparacin de los exmenes, los estudiantes invadan los jardines pblicos,
especialmente el de la Alameda, pero no todos conocan el secreto de las ventanas con
reja del antiguo ex convento. Y aunque Pacheco aplazaba la promesa de llevarnos a
visitarlo, nosotros contbamos ya como propio el goce de ver aquellas bellezas en la
cama sanitaria que las rehabilita para el ejercicio de la profesin amorosa.
La tala de los rboles de la hermosa Alameda se consumaba con descaro y a pesar
de nuestra sorda indignacin. Ciertos rincones del parque nos brindaban sombra y
poesa. Estudibamos, repasbamos de memoria los temas del curso, forjbamos
ambiciones risueas.
Despus del almuerzo rpido volvamos a la Alameda. Dormitbamos sobre los
bancos en torno de la Venus que sale de su concha, en el centro de las aguas de una
fuente circular. Las turgencias de aquel bronce fueron durante muchos aos el arquetipo
de mis ensueos voluptuosos. No imaginaba modelo ms seductor de mujer. Y
precisamente por delante de la Venus simblica pasaban cada mircoles las pupilas de
las casas de placer de las calles de Dolores, para la visita de sanidad del otro lado de
la Alameda, en el Hospital de Pacheco. Respondiendo a algn gesto o simplemente al
deseo que arda en nuestras miradas, solan levantar la falda para mostrar la pantorrilla,
o la cean a la cadera desquiciando nuestra voluntad. Pasaban espaolas
despampanantes, cubanas sensuales y tapatas delicadas y voluptuosas. Caminaban
desenvueltas, nos miraban provocativas, nos dejaban inquietos y ofendidos. Para
seguirlas slo haca falta un poco de audacia y ms dinero que el que tenan nuestras
bolsas. Pero fue dulce esperanza la de poder alguna vez abrazarse a la ms insolente y
mrbida, la ms descarada y linda, con beso de ternura y ganas de fiera.
Siglo nuevo
Una calle larga bordeada de casas de un solo piso; arroyo de tierra recin regada;
aceras de loza o de madera, sobre las cuales rebasan las mercancas de una serie de
comercios, junto a los puestos de zapatos nuevos y de ropa a la medida, judos
internacionales que asaltan ofreciendo ocasiones. Nadie venda tanto como la tienda
de Las tres B. Bueno, Bonito y Barato. De ella salan los labradores vestidos de
nuevo. Los pequeos propietarios de los partidos y los burcratas consumbamos
nuestras compras del otro lado, en los almacenes de El Paso. Abramos la boca delante
de las casas de cinco pisos, aparte del stano, sobre cuyas rejas incrustadas en la acera,
se poda pasar. La metrpoli del desierto, llamaban a El Paso las guas tursticas. Sobre
las arenas, ms que un oasis era un triunfo del ferrocarril, la industria, el comercio y la
mquina. Calles asfaltadas, tranvas elctricos, hoteles de viajeros, espaciosos y
flamantes; almacenes de ropa con grandes vitrinas y mercaderas de lujo, coincida la
ciudad con el ideal de una poca: el progreso. Rpidos ascensores depositaban la
clientela en miradores y terrazas, sobre un desierto cortado en dos por el caudal escaso
del Ro Grande y salpicado de chimeneas y fbricas de ladrillo colorado. En los bajos
de los grandes edificios las drogueras congregaban hermosas damas devotas del
soda fountain. Malos helados, peores refrescos, pero mucho brillo de cristales, metal
pulido y mrmol para embobar a los necios, que, segn se sabe, hacemos siempre
multitud. Todo lo nrdico seduca a nuestras gentes, pero todava no alcanzaba el efecto
actual de fascinacin. El refinamiento de las costumbres, el esmero de los cultivos, la
uva y el vino eran privilegio mexicano. El vino dulce de El Paso era justamente
afamado. Las serenatas con banda militar se llenaban de visitantes anglosajones,
deseosos de aprender a vivir con abandono gozoso y sencillo. Los cowboys
semibrbaros, que empezaban a urbanizar en Texas, todava no construan bibliotecas y
clubes; la cultura era entonces cosa de latinos.
La vendimia, por Diego Rivera.
El refinamiento de las costumbres, el esmero de los cultivos, la uva y el vino eran privilegio
mexicano
La iglesia de Ciudad Jurez atraa devotos y reuna turistas. Levantada como eje de una
antigua misin franciscana, se mantena como puesto avanzado de lo europeo, en tierra
de milenario vaco espiritual. El envigado del techo y el retablo del altar mayor, de
cedro tallado, simbolizan la civilizacin que avanz de Sur a Norte, latina y catlica.
Para contrariarla, o bien para poder triunfar, all mismo, Jurez, que hoy da su nombre
al sitio, inici la norteamericanizacin, dej libre el paso al protestantismo. Desde
entonces una nueva corriente arrasaba de Norte a Sur, torbellino de novedades
manuales, sin mensaje de espritu. Nos aventajaban, sin embargo, en lo social y
poltico, pues practicaban la fraternidad si no la igualdad y eran libres, en tanto que
nosotros, supeditados a militarismos brutales, bajbamos a grandes pasos hacia el
abismo contemporneo.
Abigarrado gento de los dos Pasos del Norte, el antiguo y el yankee, acudi a la
misa de medianoche con que la vieja misin franciscana despeda el siglo XIX y
saludaba el XX. La luz elctrica, smbolo de la centuria difunta, ilumin la ptina de los
cirios sobre las tallas del XVII. Concluido el rezo nos detuvimos en la terraza del atrio
para contemplar el cielo estrellado. La noche transparente de un aire sin brumas no
revel ningn signo. Los blidos caan como caen siempre que se mira el cielo. Un
siglo no es ms que un minuto para las estrellas; pero nuestros pobres corazones
recordaban y hacan balances. Cumpla aproximadamente dieciocho aos. Los sucesos
importantes de mi vida iban a estar contenidos en el ciclo nuevo. Pero me alcanzaba el
orgullo de la muerta centuria: El siglo de las luces; nunca avanz ms la ciencia,
declaraba unnime la opinin. Mucho tendra que afanar el siglo XX si quera
mantenerse a tono con la impulsin y dada al progreso.
Otra imagen de aquellas vacaciones me descubre la bicicleta, que me serva para
recorrer las calzadas de lamos, a la orilla de los canales de riego. Un rumor de
follajes organiza pautas en la brisa. Por las aceras recin lavadas marchan enlazadas
las amigas para el paseo del atardecer. A veces encontraba a mi hermana Lola
repasando al piano los ejercicios del Eslava. En la escuela local superior, Concha
consumaba estudios de primer ao de normalista.
En los comienzos del siglo me encuentro, poco despus, instalado en la pequea
vivienda de una casa baja del callejn de Tepechichilco. Me acompaaba Renato
Miranda, estudiante de Medicina, hermano menor de los Miranda de la tienda de
Piedras Negras. Unos dos aos mayor que yo, compaero excelente y amigo leal, nos
ligaba una jovial camaradera. A la puerta siguiente, y con su numerosa familia,
habitaba el profesor Daniel Delgadillo, que trabajaba entonces sus textos de Geografa,
que ms tarde lo hicieron clebre. Visitante asiduo y vecino prximo era tambin
Wenceslao Olvera, indgena puro de Zimapn y alumno de Medicina. Entre Renato, que
tocaba el violn; Delgadillo, buen flautista, y Olvera, mediano acompaante de guitarra,
se organizaban escoletas y conciertos que yo escuchaba desde mi cuarto, metido entre
libros. Los alimentos los tombamos por abono en alguna de las fondas del barrio
estudiantil; el aseo matinal de la casa lo tom a su cargo la portera. Por fin, ramos
libres de ir y venir temprano o tarde sin tirana de horas fijas para las comidas y
pudiendo cambiar de fonda a discrecin.
Cada noche, despus de la cena, se reuna la tertulia en el corredor del patio
descubierto. Disparatbamos apasionadamente sobre toda clase de temas. Delgadillo
era un producto de la Escuela Normal: ni Dios, ni templo; slo el saber y la patria. No
alcanzaba a organizar su descreimiento en un sistema como el comtiano, pero
justificaba su vida con la pedagoga objetiva y el naturalismo sentimental. No llegaba
como mi ta Mara, a la Educacin de Spencer; le bastaba Rbsamen. Mi camarada
Renato no se ocupaba de metafsicas, porque apenas le dejaban tiempo libre las novias.
Y aun el violn lo cultivaba como un auxiliar de sus faenas amorosas. Ahora nada
menos, de recin llegado, ya le tocaba trozos a una muchacha de la vivienda de
enfrente, que no nos daba la cara ni para el saludo.
El joven poeta jalisciense Campos nos visitaba a diario. Cursaba Jurisprudencia,
haca versos y se embriagaba. El dolo de su cenculo de Guadalajara, un joven
apuesto, rico, casi genial, se haba suicidado por desdn de la vida, y Campos lo
imitaba a pedazos. Nosotros envidibamos a Campos, como l envidiaba al suicida. Le
veamos desperdiciar el talento divagando en amoros y borracheras, a la par que
algunas revistas le brindaban la gloria de publicar sus versos. Al grupo se agregaba con
frecuencia otro aspirante a poeta, bajito y trigueo, apodado el Chango, que, adems,
cantaba canciones en la guitarra.
Fue idea de Campos ponernos a contribucin hermanable a efecto de publicar una
revista. Sacamos cinco o seis nmeros en formato pequeo, con unos forros rosados de
papel humildsimo. Lo central de la publicacin eran los versos de Campos. Los
celebrbamos con entusiasmo. l se dejaba admirar como en broma, risueo y
estoico Qu quieres, hermano El genio es as, un azar sin importancia, pareca
decirnos, al agradecer nuestros elogios, Hermanito manito Simplificaba
popularmente el diminutivo cada vez que el alcohol le ablandaba el sentimentalismo y
le enrojeca el blanco de los ojos.
En su calidad de director indiscutido, Campos me asign una seccin de la Revista:
Filosofa, haba ya propuesto, pero Campos rectific: Filosofa del Arte, eso vas a
hacer t La asercin de Campos me dej complacido; cre que me iluminaba el
camino. En aquel momento necesitaba de estmulos, porque ya eran varias las noches
perdidas tratando de hacer versos, como vea a todos hacerlos. Y por ms que revisaba
la preceptiva y por mucho que confiaba en cierta definicin, creo que del Campillo,
lneas iguales rimadas al fin pero dentro hay que poner talento, y yo crea poner
talento, las lneas no me salan iguales y la rima se me negaba, pese al Diccionario de
la rima, suplemento de un gran Diccionario Castellano legado de mi padre. Tan pobres
vi mis poemas que desist para siempre de hacerlos, consolado con mi fama de
metafsico y filsofo. Sin rplica quedaban, en este particular, mis interpretaciones de
la teora de la unidad de todos los cuerpos en el elemento simple que constituye el
hidrgeno. Tambin disertaba prolijamente sobre el conflicto de la geologa y el
Gnesis, y de Coprnico y la antigua cosmogona metafsica. Lentamente la ciencia iba
disipando los prejuicios. En vez del infierno, el interior de la Tierra contena una masa
gnea primitiva, hecha de metales fundidos.
Con pretensiones de investigador cientfico abord el estudio de los fenmenos
espiritistas comenzando con Mesmer y rematando con Allan Kardek, cuyos libros
consult en la Biblioteca Nacional. Una secreta esperanza me insinuaba que acaso, por
la misma va experimental, podra volver a encontrar lo perdido, el principio
sobrenatural que resuelve los problemas del ms all.
Tomando como gua el volumen de la Biblioteca Alcan, del doctor Charcot,
Hipnotismo y sugestin, empec a visitar logias espiritistas, aparte de iniciar
experiencias en la casa misma que habitbamos. En general, mis colegas eran
escpticos, y cuando logrbamos ser admitidos a alguna prueba no era raro que la
medium en trance, incomodada, advirtiese: Hay influencias hostiles. Nos echaban
entonces del recinto mesmerizado y procedamos a mover mesas por nuestra cuenta,
siempre con resultados pueriles. Lo cierto es que la disciplina de la prueba cientfica
nos era impuesta de tal modo en la Preparatoria, que no era posible que prestsemos
atencin a casos de simple experimentacin incontrolada.
Lo que me preocupaba y aun me atormentaba era mucho ms serio y profundo que
hablar con muertos que se aparecen a los vivos. Como el nadador que a medida que
penetra en el mar siente que las ondas lo toman y acaba por perder el pie, as nosotros,
avanzando en el estudio del fenmeno psquico, en los textos de la psicologa emprica
perdamos hasta el ltimo apoyo de la nocin querida de lo sobrenatural. El bien y el
mal son productos como el aceite y el vitriolo, acababa de explicar Taine, y nuestro
catedrtico, don Ezequiel Chvez, expona su materia con celoso apego a la teora del
paralelismo psicofsico de Fechner.
Para curarnos de veleidades espiritistas nos recomend el libro de Flournoy sobre
la medium que, sin conocer ms idioma que el propio, cuando estaba en trance hablaba
el lenguaje del planeta Marte. Estudiando sus mensajes se descubri en ellos una
mezcla de ciertos signos del rabe y palabras de ingls y de francs. Investig entonces
Flournoy todas las lecturas que pudieran haber influido en el cerebro de la medium aun
de modo subconsciente y, en efecto, en la biblioteca de su padre, antiguo funcionario de
Colonias, hall un libro con dedicatoria en rabe. Las supuestas comunicaciones
marcianas no tenan de rabe sino los signos contenidos en las lneas de la dedicatoria;
con ellos construa un galimatas suficiente para maravillar a los ingenuos. Cada una de
estas tremendas comprobaciones afirmaba nuestra fe cientfica, pero nos dejaba
sumidos en terror y melancola.
Ya lo haba dicho el cirujano francs Bernard, cuya Introduccin a la Medicina
leamos a ttulo de modelo de mtodo cientfico en una edicin mexicana. No s si
calumnio a Claudio Bernard, pero, segn mis recuerdos, era suya la frase: No
encuentro el alma bajo el bistur Qu importaba entonces la ciencia? Si
precisamente yo iba a ella para interrogarla como nueva esfinge: Cul es el secreto del
alma? Si por anticipado se negaba a contestar, qu tena yo que hacer entre probetas y
frmulas de primer acto de Fausto? Particularmente irritante resultaba discutir con los
alumnos de Medicina. En general, profesaban la filosofa chabacana del poema de
Acua, Ante un cadver: Disuelto el cuerpo se transforma en flor y el alma un soplo
de viento Cortando el enredo de acaloradas disputas irrumpa de pronto una dulce
voz femenina, grito de carne en celo:
Si me pide un beso
le dir que no;
pero no resisto
si me pide dos
La joven que al principio no nos saludaba se haba rendido al violn y a las corbatas de
Renato. Eran ya medio novios y de paso nos regalaba a todos con canciones a toda
hora. La recuerdo en las maanas claras, vestida de azul y gorjeando, mientras limpiaba
las flores de sus macetas
Ah viene la primavera,
sembrando flores
sembrando amores
Antes de que concluyese atronaban nuestros aplausos, se esconda ella y otra vez
nosotros a caminar de un extremo a otro de nuestra seccin opuesta del corredor,
disertando: La humanidad se establece hoy en el periodo cientfico y hay que ajustar los
viejos modos al canon nuevo de la verdad finalmente lograda si se descomponen con
la muerte los elementos que nos constituyen, qu puede quedar de nosotros queda la
memoria, pero no en nosotros, sino en las generaciones venideras y en nuestros
deudos Y as hasta las dos de la maana o las tres, igual que posedos, una noche y
otra a la vista del cielo estrellado y mudo: simple mecnica del alma.
Renato dedicaba poco tiempo a semejantes inquietudes. No era precisamente buen
mozo, pero s de agradable presencia y buen trato. Aparte de la novia de casa, tena
otra que lo retena hasta bien tarde. Los hermanos, comerciantes en ropa de hombre, le
surtan generosamente el armario, y si l haca gala de su numerosa seleccin de
corbatas era con el fin de recordarnos que podamos disponer de ellas para ocasiones
excepcionales.
Poco intent yo en materia de noviazgos, porque me resultaron aburridos. Nos
acercbamos a jvenes, quiz por su extrema pobreza, muy ignorantes, as es que slo
podan atraernos por algn encanto fsico. Si por honestas no nos dejaban gustarlo, no
haba por qu volver. En el baile preferamos a las que se dejaban apretar el talle.
Obtuve una vez una cita de cierta jovencita atractiva, mi compaera de una noche de
baile. Cuando sali a recibirme a su puerta, la tarde del da siguiente, camin con ella
en derredor de la manzana y no se me ocurra tema de conversacin. La llev del brazo
un cuarto de hora, luego la devolv a su casa. Noviazgos yo no quera; en cambio,
ciertas jamonas de edad mayor me provocaban ahogos de deseo. El velo blanco y los
azahares slo llegu a desearlos desesperadamente muchos aos despus, cuando ador
a una amante que al conocerla ya no hubiera podido llevarlos.
Pesar injusto
Inesperadamente lleg mi padre a Mxico; se detuvo dos das a fin de verme, pero iba
camino de Campeche y se casaba con la menor de las Steger: Antonieta, de las bellas
caderas y feo labio, que sola yo ver en misa con perfecta indiferencia. Aunque natural
y legtima aquella decisin, me pareca monstruosa. Mi estpida educacin sentimental
me la representaba como una deslealtad casi criminal, contra el pacto de alma que
supona ligaba a mis padres. Acaso era la de ultratumba la fidelidad ms tierna y
necesaria. Precisamente cuando lea con mi madre Los mrtires, de Chateaubriand, en
los das de Campeche, reconoc la idea que distingua el amor cristiano del amor
pagano. Pesaba sobre m toda una literatura apoyada en el supuesto, bien contrario a la
letra del Evangelio, del amor, compromiso eterno. La nocin de inmortalidad
transportada al lo de las parejas me llevaba a confusiones trascendentales, penosas. El
morbo cursi del romanticismo suplantaba en nuestro nimo las sabias, prudentes y
cristianas advertencias de San Pablo sobre el matrimonio. Un simple ardid para no
quemarse. Una manera de alimentar el apetito sin exponerlo a las contingencias
mercenarias y garanta para la prole. Pero yo vea consumarse la ms negra traicin al
afecto y la memoria de nuestra muerta, y me constitu secretamente en juez y acusador.
Mi padre destrua el hogar introduciendo en l a una intrusa y yo era un mrtir de la
devocin maternal. Llegaron los desposados unas semanas despus. Los recib de mal
talante por la maana, y volv al atardecer para acompaarlos a la estacin, donde se
embarcaban para Ciudad Jurez. A la hora de la despedida me cargaron con pequeos
regalos y paquetes. Entre todo iba un hermoso pan de Apizaco, bien oliente. Pan de
huevos espolvoreado de azcar. Lo compraron porque saban que me gustaba,
explicaron al entregrmelo. Con un nudo en la garganta sufra sus amabilidades, y con
falsa sonrisa de mueca. Desde la ventanilla me dijeron adis, pero apenas anduvo el
vagn, mi carga de obsequios me produjo irona amarga, subi a los labios una protesta
y bajo las ruedas que giraban azot el pan y las cajas. En seguida una onda de orgullo
me infl el pecho y en la mente se configur mi imagen rebelde. El smil que me ayud
a salir de mi pena y confusin era que, as como el pan despedazado, quedaba deshecho
y divorciado de los viajeros mi valiente corazn.
Paseo de la Independencia, siglo XVIII
Es fcil a distancia juzgar con irona tales realidades. Lo que excusa la mezquindad de
nuestros actos es que cuando los vivimos, padecemos, y es el caudal del dolor sufrido,
lo que al cabo determina la misericordia que liquida la expiacin. Sufrir lealmente
vale, por lo menos, tanto como pensar despus en fro y condenar con suficiencia lo que
es y seguir siendo confusin, angustia y misterio.
Cada una de estas emergencias me dejaba convencido de que ya pronto iba a
estallarme el corazn. No saba que el pobre diablo, humano corazn, resiste mil
despedazamientos y oprobios y halla siempre excusa para tornar a la esperanza.
Considerndome perdido para el afecto paterno, abandonado moralmente, ya que no en
lo material, pues mi pensin modesta llegaba exacta como un reloj, y juzgando, por otra
parte, que mis dotes excepcionales bien podan dispensarme de tan excesiva dedicacin
como hasta entonces haba consagrado al estudio, empec a frecuentar bailes y otras
ocasiones de expansin ertica, mezclada de alcohol y canciones. Entre la grey
estudiantil abundaban los vagos que dorman de da y con guitarras y mandolinas
alborotaban de noche por las ventanas de amigos y novias. Cerca de casa tenamos
ahora un compaero originario de Cuatro Cinegas: Jos Zertuche. De su Escuela de
Comercio acababa de ascender a auxiliar de contador de La Bella Jardinera, gran
sucursal del almacn parisiense. Su sueldo era cuatro o cinco veces mayor que la
pensin de un estudiante. Su vestuario opacaba aun al del mismo Renato, y en la misma
categora superior fue exhibindonos una serie de amistades femeninas que nos daban
impresin de princesas. Era l buen camarada y aun demostraba cierta respetuosa
consideracin a nuestra calidad de preparatorianos y aspirantes de mdico, ingeniero o
abogado. De suerte que, no obstante pagar a veces los gastos del baile, todava tena
Zertuche que soportar nuestra presuncin. Las muchachas serias solan preferirlo,
sospechando que podra casarse, y las otras sonrean a sus fluxes nuevos y sus corbatas
francesas.
Usando sus derechos en la tienda, nos ofreca Zertuche la oportunidad de adquirir
ropa hecha a precios ventajosos; lo malo era que no podamos pagarla a ningn precio.
Yo me conformaba con el traje que cada ao me compraban en El Paso, durante las
vacaciones, sin invertir en l un centavo por razn de planchados o composturas. Sin
ms lujo que el bao diario de ducha, mal alimentado y no siempre bien dormido, y
nada gallardo de tipo, no puedo decir que entusiasmara a las hembras. Sin embargo, no
bailaba si no poda hacerlo con la ms bonita, a mi juicio, y siempre quedaba el
consuelo de las copas y la discusin sobre el amor, el vino y la muerte. Ya lo haba
dicho Baudelaire, nuestro gua de aquellos aos: Embrigate de amor, de vino o
poesa.
Despus de pagar las ltimas materias de Preparatoria, haba logrado el ingreso en
Jurisprudencia. Me urga presentar el curso de un ao en los seis meses restantes. Por
la maana nos daban dos o tres horas de clase y se pasaba el tiempo restante en la
tertulia de los bancos de la escuela. En seguida transcurre la tarde en visitas aburridas a
las casas de los compaeros que ya no cuentan con diez centavos para el caf. Cierta
fatiga originada por el mucho estudio de los meses anteriores, la alimentacin
desordenada e insuficiente y los desvelos, los pequeos excesos sexuales mercenarios
y los grandes excesos imaginativos, me mantenan incapacitado para estudiar algo en
serio. Inconscientemente buscaba en el trato humano un alivio al surmenage. Pero
nuestra pobreza slo nos permita el contacto con la clase venida a menos, casi
miserable, que pulula en las zonas pobres de las grandes urbes; de no pocas visitas
salamos desagradados. Alguna vez nos tomaba el furor del ejercicio fsico. De tres a
cuatro realizbamos excursiones por alrededores de la Villa o el Pen y Tacuba.
Al salir de la Preparatoria nos habamos llevado a casa los floretes y las caretas de
esgrima. Tirbamos una hora o dos sudando y enconndonos a menudo en los
encuentros. Llevaba varios das de desafo con el gero Garza Aldape, fronterizo
noblote y testarudo. En la pared anotbamos las tocadas recprocas. Me aventajaba
notoriamente en destreza y en fuerza, pero yo me obstinaba en demostrar la tesis dudosa
de que la esgrima obedeca a la prontitud de la mente ms que al msculo. Habamos
roto varias hojas y aquel ltimo encuentro lo librbamos con floretes desbotonados,
protegido nicamente el rostro con la careta; se acept que sera legtimo toda clase de
golpes. Intent varias veces uno italiano por el bajo vientre; mi rival pegaba con coraje,
o anulaba mi ataque con brazo de roble. En la sea no advert un rasgn a lo largo del
antebrazo derecho. Cuando el gero vio que me corra sangre, arroj su florete y vino a
abrazarme. En un instante la clera se le volva ternura amistosa. Perdona, hermano; lo
siento.
Por muchos aos me qued la marca de su acero, pero ms ha durado nuestra
amistad. Nunca he conocido un temperamento ms saudo y a la vez noble. Por gusto
buscaba peleas, que aprovechaba para demostrarme no slo su valor, tambin su
lealtad. A veces lo acompabamos dos o tres como Estado Mayor. Nos llevaba por la
Alameda: Desafiaremos a los primeros tres que pasen y el que se raje no es
hombre. Si el reto era aceptado, nos pona a espiar al gendarme, mientras l peleaba;
otras ocasiones concertaba el lance colectivo: T contra ste; t contra aqul; a m
djame ste, reservndose siempre el ms peligroso. La ocurrencia se resolva en el
cambio de unos cuantos puetazos sin consecuencias. Hasta que una vez escarmentamos
todos en cabeza suya. Mira, hermano; ese que viene all me gusta. Lo detuvo, el otro
acept con calma Son mis testigos dijo el gero, sealndonos. A darle,
manifest el desconocido, de mediana estatura y apariencia nada temible. Por una de
las callejas menos transitadas de la Alameda, a la hora del oscurecer, fue fcil escapar
a curiosos. Nuestro deber de testigos era doble: echar un ojo a la polica y estar listos
para impedir que se pegasen a cuerpo cado. Desde el comienzo del choque empez el
gero a desconcertarse. Las manos del desconocido posean un raro tino de dar con su
rostro. Sin embargo, volvi a embestir Dos o tres veces se lanz al ataque, slo para
ser rechazado de nuevo con sangre en la cara, por la boca, por las narices. Lentamente
el castigo aplacaba los arrestos del gero y, finalmente, le produjo lucidez. Echando
entonces mano de su don de simpata, exclam: Oiga, usted me la ha jugado. Usted es
boxeador? Para servirlo, repuso el otro, mientras recoga del pasto su saco y se
arreglaba la corbata. Est bien asinti el gero, lo merezco; me ha pegado usted a
la buena. Si quiere, ah va mi mano. El otro se la tom cordialmente.
Entre todos llevamos al vencedor a una cantina que haba enfrente, La Amrica,
famosa por los grandes vasos de cerveza rubia espumosa y los tacos de pollo con
aguacate. El pugilista acab dndonos consejos:
Miren, muchachos: el brazo izquierdo cubre el estmago; el hombro protege la
cara, y el derecho pega sin alargarse, poniendo todo el cuerpo en el swing o
acercndose para el upper cut en la quijada.
No nos faltaba dinero para unas cuantas copas; pero precisamente all, en La
Amrica, entraban y salan vuelos de faldas. Imaginbamos en los reservados caderas
y torsos que sobresaltan el pecho viril. Era fcil poner gusto de vino en los labios, pero
la sed de mujer, y mujer hermosa, se aplazaba constantemente. Y nuestro amor, entre
tanto, se envileca en los rpidos, nauseabundos encuentros callejeros que entristecen y
debilitan. Tras de aquellos canceles de La Amrica, vedada a nuestra condicin,
estaba la dicha plena, el placer con suavidades de seda, perfumes caros y labios
frescos.
Fuera del crculo estudiantil, casi no tena otros conocidos que los parientes de
Tacubaya. Los visitaba de cuando en tarde y, cosa que al principio me sorprendi, me
atraa Adelita, madrastra de mi madre, ms que sus hijos. Su fortaleza de alma, su
cordialidad y buen juicio reconfortaban. Con los tos acababa siempre embrollado en
discusiones agrias. Ella encontraba siempre la palabra de paz. De los desacuerdos era
yo, sin duda, el culpable: les hablaba para exhibir mi ciencia reciente, ufana, y no
lograba el efecto deseado. En mi despecho, llegaba a extremos ridculos; por ejemplo:
la predisposicin que se me desarroll contra un lejano pariente letrado que todava no
conoca. Pero lo invocaban para contradecirme o para sealrmelo como modelo:
Anda, pregntale a Manuelito; se si sabe, l es filsofo. Manuelito era el
librepensador oaxaqueo don Manuel Brioso y Candiani, autor de una Lgica,
catedrtico de la Normal de Oaxaca y metido por aquella poca en un cargo
abogadesco en la Suprema Corte de Justicia. Su fama de filsofo se afirmaba con la
caspa que nunca se sacuda del cuello, el mirar distrado y la melena. Varias veces lo
haba encontrado en casa de los Caldern y, por fin, acept su indicacin de visitarle.
Halllo rodeado de libros, soltero y cincuentn. Me examin de lgica
desilusionndose de m porque no pude repetirle de memoria reglas y casos del
silogismo. Sin embargo, me dedic su propio texto que nunca le. Lo tuve por atrasado,
en vista de que no aceptaba sin reservas a Stuart Mill, ni era positivista. Los viejos
liberales de su gnero vean con desconfianza el avance positivista. El intento comtista
de religin nueva les pareca sospechoso. Estbamos en la era de las luces y no
haba razn para volver a ocuparse de la religin. l se deca espiritualista, pero no
disimulaba su odio al catlico. Se especializaba en pedagoga segn direcciones
derivadas de Herbert. Yo profesaba un soberano desprecio por la pedagoga, ciencia
que ni siquiera figura, reflexionaba yo, en el cuadro comtista. Sin embargo, me
interesaba el caso de aquel hombre. Lo saba un poco pariente de mi madre por su
segundo apellido, Candiani, y l se refera a ella con simpata: Tena talento Carmita
afirmaba; era metafsica y mstica, pero tena talento; ya veremos si t logras
algo. Examinbalo con la curiosidad que suscita un brote de estirpe que era casi la
ma. Y no me halagaba demasiado mirarlo. No s qu pequeez se esconda en aquella
erudicin de autores de segunda. Su misma ambicin me pareca mezquina. No sentir
la amargura de verse a los cincuenta el autor de una lgica escolar! Por otra parte, su
criterio desentendido de los grandes, vuelto de espaldas a Kant y a Comte para
construir su vida en torno de Herberts, Krauses, Pestalozzis, me desilusionaba sobre la
capacidad de mi clan para la filosofa.
Precisamente la mejor leccin que debamos a Justo Sierra, aos antes de que
Bernard Shaw la diera, expresaba: Leed a Homero y Esquilo, a Platn, Virgilio,
Dante, Shakespeare, Goethe y, despus, volved a leer a Homero, Virgilio, Dante,
Shakespeare No dedicar mucho tiempo a segundones ms o menos ilustres,
enderezar el rumbo con la vista en las cumbres. Y he all quien se pasaba la vida entre
libros y no atinaba a distinguir los jalones, las luminarias de la ciencia. Los anteojos
de aquel lejano primo de mi madre servan unos ojos miopes del espritu! Para l, la
Lgica era la mxima ciencia. Y a m me interesaba, apenas, por los frutos que pudiera
darme un audaz raciocinio.
Tambin la orientacin de nuestros maestros preparatorianos era contraria al juego
de las abstracciones. Para librarnos de su vanidad, haba inventado Bacon el Novum
Organum, la experiencia que contiene sorpresas y puede conducirnos, quiz, a descifrar
el misterio. La preparatoria de mi tiempo vacilaba ya entre la rgida jerarquizacin
comtista y el evolucionismo spenceriano. Le Bon, Worms, Gumplowitz, empezaban a
privar en sociologa. De positivistas pasbamos a ser agnsticos, con no poca alarma
de la vieja guardia comtista.
Otro poder se alzaba enfrente de nosotros, aunque casi no lo advirtiramos: el
colegio jesuita llamado de Mascarones, por la casa colonial que ocupaba. Nuestro
contacto con los alumnos del plantel catlico era ocasional y motivado por los
exmenes en comn cada fin de curso. La poltica porfirista de la conciliacin con la
Iglesia haba llegado a trminos tan civilizados que se reconocan los estudios
particulares mediante un examen de tiempo doble, ante los jurados de la escuela oficial.
Ninguna animosidad nos distanciaba de los estudiantes del colegio catlico, y ms bien
les admirbamos su buena preparacin en humanidades, aunque en su ciencia resultaban
deficientes. Nos separaba de ellos principalmente la jerarqua social, pues ningn
pobre poda con los honorarios de Mascarones.
En Jurisprudencia
Me haba matriculado en la Facultad de Leyes, por eliminacin. Sin aptitud alguna para
el clculo, la carrera de ingeniero me estaba vedada por mi naturaleza. Una larga
convivencia con estudiantes de Medicina me haba revelado la exigencia a que se les
someta a aprender de memoria todos los nombres de los huesos con sus facetas y
articulaciones. Perdidos, as, en el detalle, y encaminados desde el comienzo hacia la
especializacin, lo que menos se preguntaban era lo nico que me hubiera interesado:
el secreto de los procesos del pensamiento; la teora de la voluntad o la psicologa del
amor. Todo ello estaba ms bien en los filsofos, y para estudiarlo no necesitaba
volverme impermeable al yodoformo. Hubiera querido ser oficialmente, formalmente,
un filsofo; pero dentro del nuevo rgimen comtiano la filosofa estaba excluida: en su
lugar figuraba, en el currculum, la sociologa. Ni siquiera una ctedra de Historia de la
Filosofa se haba querido conservar. Se libraba guerra a muerte contra la Metafsica.
Se toleraba apenas la Lgica y eso conforme a Locke, casi como un captulo de la
Fisiologa. Por propia iniciativa, y al margen de la ctedra, habamos constituido un
grupo decidido a estudiar a los filsofos. Antonio Caso, dueo de una gran biblioteca
propia, lea por su cuenta y preparaba sus armas para su obra posterior de demolicin
del positivismo. Yo formaba cuadros de las distintas pocas del pensamiento, de Tales
a Spencer, apoyndome en las historias de Fouill, de Weber y de Windelbandt.
Don Justo Sierra (1848-1912).
Justo Sierra era el poeta, el literato vulgarizador de la teora positivista en el arte y en la vida
La disciplina legal me era antiptica, pero ofreca la ventaja de asegurar una profesin
lucrativa y fcil. En rigor, era mi pobreza la que me echaba a la abogaca. Si hubiese
nacido rico, me quedo de ayudante del laboratorio de Fsica y repito el curso entero de
ciencias. Al entrar a las ctedras de Jurisprudencia advert como un descenso en la
categora de la enseanza. No era aquello ciencia, sino a lo sumo lgica aplicada y
casustica. La reforma cientfica no haba llegado al derecho; faltbale un genio
filosfico que incorporara el fenmeno jurdico al complejo de los fenmenos
naturales. Spencer, en su volumen de la Justicia, obra de consulta en nuestro curso, ya
iniciaba tarea semejante; pero entre tanto, el aprendizaje se desarrollaba dentro de las
disciplinas caducas. Y mientras el clebre maestro Pallares disertaba en su clase de
civil, yo me pona a leer el peridico en un rincn de la ltima banca.
Con no hacerme caso me fue ganando el viejo. Enjuto de tez, ojillos penetrantes,
frente muy blanca, sienes delicadas y cabellos negros, levemente rizosos, sus fieles lo
comparaban con Scrates por la fealdad y por unos sarcasmos que yo hallaba crueles.
Hablaba apoyando el mentn en el puo de oro de su bastn y con gala de
impertinencia, exclamaba: Esto no se los explico porque ustedes no me entenderan
este pas de catorce millones de imbciles
Me irritaba or todo aquello en labios de un simple abogado. Sabr su derecho
mercantil reflexionaba, pero qu sabe de filosofa? Ignoraba yo las virtudes del
hombre; nada saba de su vida austera, ni de su constante, firme protesta, contra el
despotismo porfiriano. Generalmente reconocido como el primer abogado de la
Repblica, viva, sin embargo, postergado, y se haba hecho inmodesto a fuerza de ser
injustamente tratado. A diferencia de tantos otros, deba su ctedra a una oposicin y no
a nombramiento de la dictadura. Titulado en Michoacn y ferviente catlico, jams
haba transigido ni con su creencia ni con la farsa y abuso de los hombres de la
administracin. A fuerza de tenacidad inteligente, sostena un bufete de buenos ingresos
pero en los grandes negocios figuraba, si acaso, como consultor, y los honorarios
gordos iban a las manos de medianas complacientes con el rgimen, protegidos del
dspota. Por experiencia saba que sus mejores alegatos poda echarlos por tierra una
sugestin, una consigna del Caudillo. Todo esto lo fui averiguando paulatinamente. Su
talento y su ciencia, su ntima bondad bajo la agria apariencia, se manifestaban
tardamente y como a pesar suyo. Al principio era yo del bando que lo contrariaba.
Pues, en efecto, haba dos bandos. Contra Pallares estbamos los preparatorianos
de la metrpoli, antijuaristas y cientifizantes que nos sentamos rebajados de estudiar el
Derecho Romano, despus de haber cursado el plan de Comte en la Preparatoria. En el
bando de Pallares se afiliaban los que, habiendo hecho su secundaria en los Estados,
conservaban el criterio indeciso entre la ciencia y la ideologa jacobina. Y aunque
Pallares no era jacobino, proceda de la provincia y no era afiliado a Comte. Adems,
era el rival de Justo Sierra, y los metropolitanos ramos sierristas. Justo Sierra era el
poeta, el literato vulgarizador de la teora positivista en el arte y en la vida. Su obra de
Ministro de Educacin todava no comenzaba, pero ya era conocido como el maestro
ms culto, ms elocuente de la poca.
Tan elocuente que en su clase de Historia, cada ao, arrancaba aplausos disertando
con entusiasmo sobre las libertades de Atenas. En cambio, jams abri los labios para
comentar el derrumbe de las libertades mexicanas. Despus de sus discursos
helenizantes, el pobre se iba a la Corte a firmar sentencias como magistrado del
porfirismo.
Uno de los motivos del desprecio de Pallares por sus alumnos era nuestra
ignorancia del latn. Yo haba estudiado y olvidado dos aos de latn campechano, pero
mis compaeros, en su mayora, slo haban pasado por el curso de races griegas
que nos daba el maestro Ribas, un judo sefard muy capaz, pero que, desilusionado de
lo poco que poda hacerse en un solo curso, se limitaba a bromear con sus alumnos.
Pallares, con razn, se preguntaba: Qu puedo hacer con estudiantes incapaces de
entender una cita? Y no slo lo deca en clase; lo haba dicho en los consejos de las
facultades y lo haba sostenido en el Congreso.
De all proceda su choque formal con Justo Sierra. Al discutirse en el Congreso la
reforma de la enseanza, el asunto del latn se haba convertido en cuestin de partido.
Los liberales estaban contra el pasado porque era pasado y contra el latn porque es el
idioma que se usa en las misas. Los positivistas se apoyaban en la autoridad de Spencer
que elimina las lenguas muertas en favor de las vivas, sin duda para que poco a poco
vaya quedando slo el ingls. As como los liberales eran yankeezantes, los
positivistas se crean muy britnicos siguiendo a Spencer. Ni unos ni otros se tomaban
el trabajo de informarse de que al latn dedican y dedicaban hasta cuatro aos todos los
colegios de segunda enseanza de Inglaterra y los Estados Unidos. Se daba, pues, el
caso de que un pas latino suprima de sus programas de enseanza el latn, en tanto que
el vecino pas sajn multiplicaba universidades y colegios en que el latn es
obligatorio. Contra este absurdo propsito que recuerda esas estampas de zules
descalzos y con sombrero de seda europeo, se levant Pallares y habl convincente y
firme. Pero los diputados los diputados de entonces, menos ignorantes que los de
ahora, mantenan, sin embargo, igual tradicin de servilismo. Pallares era un
independiente; por lo mismo, un sospechoso. Atender sus razones equivala casi a
traicionar al rgimen. Don Justo representaba la opinin oficial; era subsecretario; el
Gobierno siempre tiene razn para destruir a su contrincante. Al contestarle don
Francisco Bulnes, lo design cambindole de intento, el nombre: El seor Pajares.
Irritado ste por las discusiones, no advirti el peal, y quiso rectificar: Pallares,
seor Pajares, insisti Bulnes volvindose a su pblico. Las risas estallan, la
votacin se apresura y triunf la consigna abolicionista de las lenguas muertas. La
intelectualidad del rgimen proclam la nueva victoria obtenida contra las tinieblas.
De su derrota injusta guardaba Pallares un rencor mudo que haca extensivo a todos los
que llegbamos de la Preparatoria.
Segn veis conclua desde su ctedra el sardnico maestro, tras de explicar
algn precepto jurdico desconocido por una prctica de abusos, esto no est al
alcance de los catorce millones de imbciles que componen la Repblica
Safo, maestro se me ocurri a m gritar un da desde mi banco.
Qu dices, muchacho?
Que le ruego haga en mi favor una excepcin entre los catorce millones
Pues sin duda eres t el ms presuntuoso de todos repuso. A ver, cmo te
llamas?
Das despus, desde su pupitre, para interrogarme improvis entre burln y
afectuoso:
El hombre spero gan fcilmente mi afecto. Pero pasaron muchos aos antes de que
pudiese apreciar todo el alcance de su lucha ingrata contra el medio que nos incubaba.
La pendiente
Hastiados de mal comer en fondas y pensiones baratas, y tambin para lograr ms
libertad, decidimos rentar una vivienda completa haciendo cocina en casa. Entre cuatro
nos instalamos, suprimiendo el saln, en alcobas individuales y comedor. Un estudiante
de ingeniera, Nacho Guzmn, hizo de jefe y tesorero. Mensualmente le entregbamos
nuestra cuota y l se entenda con el servicio. Consista ste de una vieja criada que
haca de ama de llaves y cocinera, auxiliada de una hija fortachona y cacariza, a salvo,
segn supusimos, del deseo varonil ms desesperado. Ocupbamos un interior del
segundo piso de un edificio con ocho viviendas. Las del piso bajo eran humildsimas,
ocupadas por artesanos y lavanderas. Las del frente de la calle eran habitadas por
familias que no veamos casi ni en la escalera. Por arriba ramos dueos de una azotea,
cmoda para estudiar por las tardes y contemplar desde ella las puestas del sol y los
tejados vecinos. Varias salidas aseguraban a cada quien independencia completa. Al
principio todo fue bien: comamos con abundancia, eligiendo los manjares a nuestro
antojo. En vez de Renato, que temporalmente suspendi los estudios, tenamos ahora de
compaero a Jos Santos, tambin de Piedras Negras o de Sabinas, que ya cursaba el
ltimo ao de Medicina. Lo visitaba y conviva a veces con l una Lola, su amante, y
afanadora de un hospital. Ocupaba otra habitacin el Chango, estudiante de leyes,
guitarrista y poeta. Nos visitaban compaeros de diversas facultades, invitados a comer
o simplemente a la charla y la divagacin de las canciones y los devaneos amorosos.
Con frecuencia faltaba a clase, aburrido de traducir y comentar las Pandectas, y
acompaaba a Santos o a Olvera a sus prcticas mdicas. Llegu a saberme de memoria
todas las salas del espantoso Hospital Jurez, a la vez hospital de sangre para las
vctimas de los crmenes, los atropellos de la ciudad y asilo general de alcohlicos,
cancerosos, reumticos, venreos y hasta leprosos. La cantidad de horror que all se
poda ver en slo una maana, supera a cuanto hayan imaginado las ms sombras
literaturas. A tal punto que despus de contemplar los tumores y las llagas, casi no
impresionaba el anfiteatro, con su media docena de cadveres despedazados sobre
planchas impregnadas de la pestilencia inconfundible: la cadaverina Bastara
recordarla para quitarnos toda posibilidad de sensacin voluptuosa fundada en la
atraccin de la carne.
La conferencia, por Jos Clemente Orozco.
La casa de las locas se hallaba cerca de nuestro domicilio de la calle de San Lorenzo, en la
Canoa, donde hoy est la Beneficencia
Cuando penetr por primera vez al anfiteatro, un practicante aserraba con calma el
crneo recin rapado de un muerto. La cabeza de otro cadver al lado, tena ya cortada
la tapa y se vean en los sesos las circunvoluciones. Aquella ocasin, de regreso del
hospital, no pude comer. Al da siguiente com doble. Contra la tenacidad del cuerpo
que insiste en vivir y gozar, hay el disolutivo eficaz de la cadaverina. Pero en auxilio de
la vida llega el olvido y actan las apetencias. Con todo, aos despus, en la
voluptuosidad de un amor que declinaba, sent de pronto algo como el tufo de la
cadaverina. Como si el interior de la entraa se adelantase y se diese a la muerte antes
que la piel y el rostro, antes de que la muerte se imponga.
La cadaverina: Pero de qu sirven las profundas lecciones a una juventud en
frenes, sedienta de goce? Con todo y la dosis matinal de cadaverina, por las noches
corramos tras de las ms humildes faldas.
Cierta maana curamos a un herido; detrs del practicante iba la afanadora con la
gasa, las bandejas esterilizadas. Recostado sobre sus pobres almohadas el enfermo
descubri el pecho. Sobre la piel morena, a la altura de las tetillas, se abri una
especie de boca con labios violceos; el practicante pasa un algodn, luego tapa con
gasa. Al concluir el recorrido, pregunto por lo bajo:
El de la pualada no est muy mal?
Pst contesta; si esta noche le entra la fiebre, maana est muerto.
En el extremo de los patios, y fuera del pabelln, en unas barrancas, moraban los
leprosos; uno asom sin narices
Los curan? indago.
Bah! Son incurables; los recoge la polica de las calles cuando ya estn
imposibles, y aqu se van deshaciendo despacio.
La sala de operaciones es el sagrario del hospital. Las batas blancas recuerdan el
sobrepelliz del sacerdote. Los instrumentos bruidos, hervidos, reciben honores de
reliquia. El operador dirige con la mirada, los ayudantes trajinan, los alumnos forman
grupo reverente. El enfermo, arrastrado en su camilla, es lo que menos importa;
representa un caso en un largo registro de casos. A una seal, aplican las enfermeras la
mascarilla del cloroformo; el olor nauseabundo se difunde como incienso de aquel
ceremonial cuyo objeto es aliviar la carne, aun a despecho del alma. Empieza el
enfermo a divagar; en seguida, en crescendo pattico se lamenta como mrtir en el
tormento. El sabio operador malhumorado dice a los alumnos:
Estos alcohlicos consuetudinarios despliegan una sensibilidad morbosa para el
cloroformo.
Por fin, y despus de que ha chorreado una o dos veces la cnula de anestsico, se
inicia el estertor, se apagan las quejas de enfermo y empieza a rasgar el bistur. Las
manos del mdico se van llenando de sangre; corre sangre por la piel cetrina de la
vctima; blanquea el tejido sebceo y aparece el rojo lastimero de la entraa; su
palpitar desamparado, desnudo, produce vrtigo. Una corriente nerviosa quebranta cada
coyuntura y muere en los talones; durante un brevsimo instante tuve necesidad de
buscar el apoyo del brazo de mi compaero de pensin. Todos atentos a la faena
operatoria, nadie advierte mi momentneo desfallecimiento; me qued en la boca un
sabor de podredumbre. La cosa no termina; extrese materia sanguinolenta, se habla de
tumores. Las operaciones siempre terminan bien; ahora que, es claro, el enfermo
comnmente fallece de alguna complicacin. La ciruga es infalible; el porvenir de
la Medicina, la ciruga! El coro de los convencidos, nuevos creyentes de la religin
teraputica, se dispersa por las salas, regresa al centro de la ciudad.
Ya en el tranva, el pequeo grupo de estudiantes veteranos se cuentan historias:
Operaba don Tobas encontr un enfisema; al revisar la tarjeta del enfermo,
rpidamente haba observado su profesin: msico. Con la prueba escondida, don
Tobas diserta sobre las infecciones del diafragma, ocasionadas por los instrumentos de
viento. Concluye la operacin, despierta el operado, y don Tobas, triunfal, pregunta:
Que instrumento tocas, hijo?
Doctor, la tambora
No s cunto tiempo me dur la obsesin. Quera verlo todo y ensayarlo, bajar a
todas las cavernas de la miseria biolgica. Tambin revisar el aparato humano en su
normalidad. En un ao de la escuela de Medicina, Olvera se pasaba largas horas de la
noche practicando disecciones. A menudo me llev para encomendarme tirar de un
tendn, mientras l ligaba, descubra los haces, las fibras. Pona en su tarea un orgullo
de artista. La preocupacin de la esttica se prolonga al terreno de lo macabro.
Mira qu linda pelvis exclamaba alguno delante de las vitrinas del museo
escolar, buen forro sta fea la otra.
Y as entre las osamentas, restablecanse las categoras del apetito ertico.
Y conoc algo peor. La obsesin del practicante de Sanidad, amigo de nuestro
grupo. Viendo pasar las favoritas del mundo galante, mezcladas al paseo dominical de
Plateros, apreciaba, segn detalles inimprimibles de las partes secretas, mientras los
ingenuos admirbamos las pestaas o el talle de las bellas.
Cierto cinismo sentimental, fruto de su hbito de ver nicamente la carne, volva
molesta, en ciertas ocasiones, la compaa de nuestros futuros mdicos. Haba en sus
charlas erticas algo de la crudeza y desazn del higienista que explica cmo se han de
masticar los alimentos a fin de asegurarles la eficacia nutritiva. Nos quita las ganas de
comer.
Sin embargo, me fue preciso recorrer todo el viacrucis mdico. La casa de las locas
se hallaba cerca de nuestro domicilio de la calle de San Lorenzo, en la Canoa, donde
hoy est la Beneficencia. Acompaado del practicante, traspuse el zagun, atraves el
patio; una gritera confusa, estridente, sacudi mis nervios. Son las ninfmanas
explic el practicante tranquilizador. Apenas ven pantalones y gritan obscenidades,
invitaciones de pesadilla. Por San Fernando, en otro ex convento, se hallaban
instalados los locos. Sala primera, cama sin patas, los epilpticos. Apariencia normal;
de repente, el vrtigo, las contracciones, los gritos acompaados de una angustia que
sale a la boca en espumas.
Departamento de cretinos, dientes enormes, miradas gelatinosas, babeo. En seguida
los melanclicos, pacficos, pero expuestos a accesos de furor, perdidos en horizontes
irreales. Luego, los enajenados, consumando paseos interminables o entregados a crisis
furiosas El que se cree el Emperador Moctezuma, el que quiere cogerse el ndice
sujetndolo con la izquierda y arrebatndolo con su misma mano derecha. En otra
seccin, los subnormales; pero fuera de all, en el xito y la fama, estaban otros, segn
Lombroso, segn Nordau, idnticos, por ms que la humanidad los venera como genios.
Tambin el genio era un desarreglo, un caso de patologa. El mdico, sacerdote de la
religin de la ciencia, entraba, con su escala de temperaturas y su registro de sntomas,
en las cmaras ms ocultas del laboratorio de la ciencia. Entre el criminal nato y el
profeta, apenas haba una barrera accidental. El misticismo de Santa Teresa era un caso
de excitacin ertica reprimida. La charlatanera literario-teraputica de las glndulas y
las secreciones endocrinas, estaba a punto de iniciarse con Voronoff. Pero todo aquel
triunfo de la Ciencia, triunfo de la carne, con sus ritos de asepsia, sueros y bacilos de
Metchnikoff, se unificaba en estelas de yodoformo.
Era preferible volver donde los locos con las ideas abstractas, sitio de reunin en
los bancos de la Escuela de Jurisprudencia. Tardes lluviosas y melanclicas,
recargadas de la fragancia del jardn, divagaciones y bostezos. Tristemente fumbamos
soando en las tardes que vendran, lluviosas tambin, pero al abrigo de una alcoba con
cortinajes, donde una amada perversa y hermosa vertera licores despus de las fatigas
del amor.
Conatos de pasin
La gran necesidad de afecto del joven que vive aislado, complicndose con los deseos
erticos de la adolescencia, conduce inevitablemente a enamoramientos disparatados;
sbitos ataques de epilepsia espiritual. Hay quien los evita intoxicando la fantasa con
juegos de pasatiempo como las damas y el domin. Por ejemplo: el mdico nato,
Olvera, se pasaba las tardes del domingo entregado a las complicaciones del ajedrez.
Yo he detestado siempre los juegos. Veo en ellos la ms tonta manera de usar el ms
precioso tesoro de cada existencia, su tiempo, limitado, contado y que, por lo mismo, es
necesario exprimir, aprovechar, gozar, en ltimo caso sufrir, pero nunca, jams,
desperdiciar. Alarmado, pues, del tiempo que corra intil como si una vena de la
propia sangre corriese perdindose, arrastrndonos al vaco del no ser, me angustiaba
de las horas sin empleo valioso. Ensayaba escribir; pero apenas traduca mi
pensamiento en signos, las ideas perdan toda su profundidad; lo escrito me
desencantaba, me irritaba como una traicin a mi esencia singularmente valiosa. La
charla con los amigos se haca aburrida. Cada uno en la discusin buscaba exhibirse. A
m la discusin me exaltaba, me llevaba a proferir enormidades que luego el amor
propio impeda rectificar. A veces senta que un torrente de luz me inundaba el alma.
Era como la evidencia de mi destino, manifestada en jbilo soberano. De un extremo a
otro de la habitacin caminaba como con alas en los pies. Mis potencias y mi ser, y aun
mis clulas orgnicas, se baaban del esplendor inesperado y se aprestaban a la cita.
Todo lo que me compona y constitua se alzaba fulgurando, listo para la eleccin
escondida en la entraa del tiempo, desde antes de mi nacimiento y de mi formacin.
Cuando ya la soledad me tena as, transido de sus visiones, saltaba a la habitacin
donde los compaeros jugaban cartas, fumaban. Vamos a algn lado, muchacho,
propona alguien Se levantaban dos o tres, a veces todos juntos nos bamos por el
barrio, por frente a la novia de alguno o por los sitios de diversin que puede
frecuentar el estudiante.
Nos haban hablado de un caf recin abierto, por Santa Brgida. Lo regenteaba un
espaol que le puso no s si La Alhambra, y consista su novedad en el servicio a
cargo de bonitas meseras. Una muchedumbre dominical, ruidosa, plebeya, ocupaba ya
casi todas las mesas. Tras de alguna espera, logramos acomodarnos en torno de una los
cuatro amigos. Se acerc a servirnos de uniforme y delantal una joven agraciada.
Despus de alguna frase de galantera pedimos nuestras copas. En derredor observamos
la algazara; irrumpi una orquesta. Entre el humo de la clientela, regres nuestra
camarera, seguida de otra que le ayudaba a servir, y seguramente, le quitaba los
admiradores pues, era una morena esbelta de cara oval, ojazos y trenzas negras
Empezaron mis compaeros a celebrarle la hermosura; sonrea ella complacida.
Deslumbrado, la contempl, a la vez que un deseo violento, pasin en coup de foudre,
me levant del asiento Por entre las sillas logr alcanzarla y le plant un beso
tronado en la mejilla. La imprudencia molest a los parroquianos de al lado, con
quienes acaso tropec; nos hicimos de palabras, hubo sillas levantadas en alto,
intervino el propietario, nos amenazaron y sisearon; por fin pagamos y nos marchamos
despacio para no aparecer corridos
Mestiza de finales del siglo XIX.
Se llamaba Mara Sarabia; deca ser de por Guanajuato o Jalisco
No s por qu haba retardado tanto tan notoria lectura. Conocedor bastante prolijo de
Shakespeare y de la Odisea, de Goethe y aun de Milton, el conocimiento directo de
Dante se me haba ido quedando aplazado. Es claro que no est al alcance de prvulos,
pero mi ambicin desmedida me haba llevado anteriormente a lecturas ms
complicadas. Discpulo infantil de La ciudad de Dios y Las confesiones, no me explico
por qu mi madre no us tambin a Dante de libro de cabecera. De todas maneras, era
lo que ms poda haberle gustado y, leyendo, imaginaba que lo haca tambin por ella.
Avanzaba en la lectura, y as como las florecillas inclinadas y cerradas por la
escarcha se abren erguidas en cuanto el sol las ilumina, as creci mi abatido nimo, e
inund tal aliento mi corazn. Y el mo clamaba: Dichoso y bendito. Dichoso de haber
nacido a una vida que ha producido tambin un Dante. Bendito de su amor y su llama.
Cun pequeos se vean los contemporneos al lado de esta alma esplndida. Y qu
asombrosa y justiciera la certeza con que se coloca a s mismo entre sus seis ms
grandes: Homero, Virgilio, Horacio, Ovidio, Lucano. En rigor, debi citar tres:
Homero, Esquilo, Dante; dejarse en el limbo a los romanos.
Porque el ser, gua y maestro de Dante, me llev a hojear la Eneida, en traduccin
francesa, es cierto, tambin es cierto que despus de La Divina Comedia, escrita en
presencia de Dios mismo, no se puede tolerar al poeta servil que alaba a Augusto y el
tema lo recibe prestado y lo aprisiona en una lengua antilrica. Dante no slo no tena
par en toda la literatura, su creacin era ms que literatura! En Milton se advierte el
artificio; en Shakespeare cansa la vena pattica de ambicin herida y siempre humana.
nicamente Dante en cada verso plasma una porcin de realidad eterna. Y a pesar de su
trascendentalismo, suele humanizarse en gritos dignos del Prometeo de Esquilo:
Pueblo malo e ingrato que en un tiempo descendi de Fisole ser tu enemigo por lo mismo que le
prodigas en bien
Y en seguida:
La fortuna te reserva tanto honor que los dos partidos anhelarn poseerte, pero la hierba estar lejos del
piso
Dispuesto estoy a correr todos los azares de la fortuna con tal que mi conciencia no me haga reproche. No
es la primera vez que escuch semejante prediccin y, as, mueva fortuna su rueda como le plazca y el
campesino su azada.
Exaltado, interrumpa la lectura, posedo de un delirio ideolgico. Con desdn apartaba
la jerga filosfica de los contemporneos, petulante y mezquina, incapaz de engendrar
una concepcin decorosa del mundo. De suerte que aqul era el medievo desdeado
por los positivistas! El mensaje dantesco no es tesis que se discute y se prueba ni es
resumen de hechos concordes que sirven para formular una ley La doctrina dantista
es una msica que penetra y fortalece, dejndonos ricos para siempre. Nunca me
abandonaran aquellos consejos del Canto Vigsimo Cuarto:
Ahora es preciso que sacudas tu pereza; que no se alcanza la fama reclinado en blanda pluma, y el que
sin gloria consume su vida deja en pos de s la misma huella que el humo en el aire o la espuma en el
agua Ea, pues, levntate domina la fatiga con el alma que vence todos los obstculos, mientras no se
envilece Tenemos que subir una escala todava ms larga
No basta aada yo por mi cuenta estar atravesando por entre los espritus
infernales Si me entiendes, deben reanimarme mis palabras Ea, levntate, y
del suelo me levantaba un batir de alas. Y como enfrentndome a la oscuridad de mi
destino, mentalmente le deca: Seas como fueres, vamos, que me siento fuerte y
atrevido.
Y por muchos das ces el quebranto de mis dudas y tambin la sed de los apetitos
insatisfechos.
Jirones, torbellinos de pensamiento, descendan, estremecan las fibras de mi
conciencia, le restituan sus poderes nativos. Y con sarcasmo dichoso clamaba: De
manera que esa alma que estoy a punto de licenciar en nombre de la ciencia es una
realidad que tales prodigios engendra, cuando la encarna un Dante! Pues vale entonces
ms que todos sus negadores!
Ea, levntate. Qu importa la afliccin si tenemos que subir todava ms
alto?, y No es descansando en blandos cojines como se llega a alcanzar la
gloria
Newton, y Comte, y Spencer, catalogadores de hechos ninguno mereca el nombre
de filsofo. Penetrar la maraa de los hechos para descubrir el hilo conductor, remover
y animar la entraa misma de la creacin, eso es ser un filsofo.
Y hubiera querido tener poder para convocar a la ciudad con dianas y repiques, y
una vez reunidas las gentes en las plazas y azoteas, pregonarles la buena nueva, el leit
motiv dantesco: Un mismo amor mueve las almas y las estrellas. Y un jbilo
resonante gritara en todas las bocas: As sea y danzaran los cuerpos danzas de
dicha.
Por lo pronto, la sin par lectura me contuvo en el descenso que me arrastraba. Me
desat el poder del vuelo; me hizo ver desdeables todos los tropiezos.
Al volver a los libros de curso para salvar aquel ao de estudios que se perda, el
contraste haca sufrir. El Derecho Romano y la Ley Civil eran crculos infernales que
deba atravesar sin Virgilios y sin Beatrices, pero eran peldaos de mi escala y se haca
menester treparlos con nimo sereno.
La fecha de los exmenes estaba ya casi encima, y aparte mi poco estudio, por no
haber asistido al sesenta por ciento de las clases, estaba obligado a tiempo doble en la
prueba. Sacrificando las vacaciones, todava me era posible aprovechar el segundo
periodo de examen por diciembre. A la carta en que le comunicaba mi deseo de
suspender los estudios, mi padre haba contestado que tuviera paciencia y presentara el
examen, aadiendo que, de todos modos, a fin de ao hablaramos en El Paso.
No faltaban entre los camaradas casos desesperados como el mo, que se resolvan
en uno o dos meses de veladas en torno a una mesa con la marmita del caf.
Comnmente nos reunamos varios en la misma alcoba, aunque alguno estudiase
Patologa y el otro Qumica.
Los de sueo ms pesado, inmunes al caf, dejaban peridicamente el asiento para
mojarse la cabeza en la palangana de agua fra. En seguida, con la toalla al cuello,
volvan a clavarse en la lectura.
Mentalmente ordenaba los elementos de mi futuro oficio. Tendra que ocuparme de
las relaciones que se establecen entre el hombre y la cosa con miras a su posesin y
disfrute: distingua primero las distintas categoras de la cosa; la res privat, objeto
especial del derecho; la res nullius, que escapa a sus normas o se cobra al margen de
ellas; la res publicae y la res sacrae, de normas peculiares que dan origen a otras tantas
ramas de la codificacin. Luego, el alcance del derecho sobre la cosa, el jus utendi y el
abutendi. El origen de la propiedad simbolizado en la lanza del guerrero victorioso. El
homicidio como base del sistema jerrquico de los seores y los esclavos La
usucapio y despus la accesio, el aluvin, la herencia, los medios naturales del
dominio.
En otro acpite, el sujeto del derecho, los distintos grados de autonoma o de
capitis diminutio. Y como norma los principios abstractos de la trama econmico-
poltica. Justitia est constans et perpetua voluntas jus suum quique tribuendi. Dos
tomos del Ortoln y no s cuntas Pandectas reducanse poco ms o menos, sin duda
insuficiente, a parecido esquema, suficiente quiz para el examen; aadido un poco de
historia sobre las Codificaciones de Justiniano, el Fuero Juzgo y las Partidas.
Cualquiera que fuese la pregunta concreta que el sinodal formulase o que la ficha de
examen requiriese, buscara la manera de saltar hasta las generalidades de la supuesta
ciencia y consumira el tiempo de la prueba simulando un conocimiento cabal del
conjunto. Con eso y la definicin precisa de ciertas modalidades como las
servidumbres y la prescripcin, hubo bastante, despus de un trabajo de dos meses,
para aventurarse al riesgo de las tres erres del reprobado. Con obtener dos notas de
mediano, aunque la tercera fuese negativa, se estaba libre de tener que repetir el curso.
Obtenido un sumario del Romano, resultaba ya muy fcil consumar una sntesis del
primer ao del Civil, suficiente para el salto al segundo curso. El ndice del Cdigo
est indicando por s solo el plan del asunto que abarca. Personas, cosas, contratos. En
personas basta considerar la familia ordinaria tal como est constituida en nuestros
das: el padre y su autoridad; la madre y sus derechos; los hijos, la minora de edad, la
mayora, la tutela. Luego la desaparicin de la persona y su consecuencia ante los
bienes: Testamento o intestado; codicilos, testamentos y ley hereditaria.
Al abordar en seguida las cosas bastaba, en rigor, recordar las divisiones del
ingenio romano, entreverado de lectura de los artculos especiales que determinan las
variantes propias de la poca o la nacin. Las obligaciones constituyen asunto ms
complicado, pero su desarrollo estaba relegado al curso siguiente. Lo dems del
programa, la Sociologa, por ejemplo, poda calificarse de literatura; de eso ya traa
buen caudal desde la poca en que me mataba estudiando en la Preparatoria. De paso y
a propsito de cualquier observacin pertinente, procurara insistir en un tema que me
pareca decoroso puntualizar. Ya era high time, como dicen los gringos, de salirte al
paso a esa conseja de tradicin servil que atribuye a Napolen la paternidad del
Cdigo. El caso era tan monstruoso como el de los aduladores vernculos que atribuan
a Porfirio Daz el desarrollo de los ferrocarriles mexicanos, como si fuese el inventor
de la caldera de vapor o siquiera alguno de los ingenieros que los construan. Lo que
haca Porfirio Daz era encarecer el ferrocarril por su rgimen de favoritismo y de
tirana, y lo que haba hecho Napolen era volver nugatorios los preceptos del Cdigo,
con su poltica cesrea de fusilamientos y confiscaciones. Era, pues, urgente, que una
Escuela de Jurisprudencia celosa de su justicia reconociese, si gloria haba en ello, la
gloria de Merln, el recopilador y redactor del Cdigo llamado de Napolen por textos
y generaciones de esclavos. No s cuntas veces le di vueltas a semejante discurso, que
adquira proporciones capitales en mi imaginacin sobreexcitada por la vigilia, el
hambre, la angustia, la lujuria insatisfecha, la ambicin desenfrenada.
Y la fortuna estuvo de mi parte: la tentadora, la irresistible Mara, se despidi de
nosotros un mes antes del examen; marchaba, segn dijo, a visitar a su familia por el
Bajo, y regresara a principios de ao, ms o menos para la fecha en que yo estara de
vuelta de mi viaje de vacaciones a la frontera.
Hacia la independencia
Como era de esperarse, me encontr a la familia transformada: Concha, muy formal, se
haba hecho practicante de normalista en la escuela de la localidad, a cargo de unas
buenas seoritas Urrea. Lola segua dedicada al piano y sonrea a ms de un
pretendiente. Mela se haba puesto muy linda; blanca, de pelo negro y ojos claros, la
sangre azul le sala a la piel. Me refiero a esas venillas que azulean bajo el cutis mate.
Una tarde la acompa con Lola, al otro lado, para una compra de sombreros. Nunca he
dejado de recordar el instante en que bajando ella del tranva por delante de m se
volvi para recoger algo del suelo a tiempo que yo brincaba. El esfuerzo que hice para
no caer sobre ella, lastimndola en su lozana, me dej impresin de que se haba
evitado una tragedia. Acompaando a mis hermanas por las drogueras y los almacenes,
por sitios flamantes de aseo y pulcritud, recordaba con pena los lugares srdidos que en
la capital frecuentaba. Me aliviaba observar a mis hermanas, limpias, ingenuas,
dichosas con la compra del sombrero de cinco dollars; a fin y al cabo, ya era mucho
tener quien se los comprara. Entre nuestras conocidas de la capital haba tantas que
trabajaban todo el da en la costura o el taller y no juntaban lo suficiente para
mantenerse, menos para comprarse adornos. Por lo mismo, aceptaba con gusto
cualquier responsabilidad que el futuro me reservase. Cuando llegare a faltar mi padre
cumplira el deber de hermano mayor y aquellas criaturas deliciosas seguiran
ignorando las humillaciones de la miseria; la proteccin empezaban ya a necesitarla,
aunque fuese de un orden moral nicamente, pues vivan a disgusto, dividido el hogar
en dos campos enemigos: el de ellas y el de mi madrastra. Todo, por supuesto, por la
intransigencia de nosotros, por el necio prejuicio de que seramos infieles a mi madre
si llegbamos a fraternizar con la madrastra. En la penosa situacin, ella obraba con la
mayor prudencia. A pesar de su temperamento imperioso y sensitivo, por amor a mi
padre y tambin por su bondad nativa, se mostraba paciente y tolerante. Viva
encerrada, gastaba poco, todo el dinero sobrante procuraba desviarlo a favor del bien
parecer de mis hermanas jvenes. A distancia desempeaba su difcil papel de madre
no recompensada. Pero nosotros, ciegos, nada le concedamos. nicamente Concha,
metida ya al trabajo y entregada en las horas libres al rezo y al estudio, procuraba
iniciar una era de paz. Por su parte, mi padre se haba adelantado a mis deseos de
conseguir trabajo; no tendra que interrumpir los estudios. Su buen amigo don Benigno
Fras Camacho, juez de Distrito de Jurez, me recomendara a sus amistades de
Mxico. La esposa de ste, Amadita, haba tomado cario a mis hermanas, las llevaba
consigo a las reuniones y bailes del lugar, las presentaba a los jvenes o les prohiba
amistades. Tena Amadita cierto parentesco con un juez de la capital, para quien me
dieron cartas. No haba de preocuparme; obtendra una colocacin ya en un despacho
jurdico, ya en un juzgado de la metrpoli. El porvenir se presentaba, pues, fcil y
risueo y no haba por qu no emplear bien los ltimos das de vacaciones.
Iremos seguido al otro lado haba dicho mi padre.
Msicos en la calle.
El otro lado, tpica ciudad yankee, era un vrtigo de construcciones, comercio, trfico
Empezaba a tratarme como a persona mayor. El otro lado, tpica ciudad yankee, era un
vrtigo de construcciones, comercio, trfico. Cada ao se estrenaban nuevos hoteles,
nuevos almacenes, y la zona pavimentada ganaba kilmetros de asfalto. Nuevos barrios
de residencias invadan cerros y valles que antes fueran un pramo. Tambin por arriba,
en sentido vertical, la ciudad multiplicaba las ventanas, los pisos y miradores.
El lujo de las cerveceras contrastaba con la ruindad de nuestras pobres antiguas
tabernas del territorio mexicano. A tal punto, que los ricachos de Jurez y aun los
empleados cruzaban todos los das la lnea divisoria para tomar el aperitivo, que ya no
era el jerez familiar, sino el cocktail jugando a los dados en el cubilete que circulaba
de mano en mano sobre el tapete verde de las mesas. Mi padre no era aficionado a las
bebidas fuertes, pero se haba acostumbrado a la cerveza. Flua sta de los grifos
flamantes, rubia y espumosa. Camareros uniformados de blanco impecable depositaban
en las mesillas los vasos empaados por la bebida helada. Grandes sillones
acolchonados de cuero rojo aseguraban la comodidad, y el obsequio de papas tostadas
y aceitunas incitaba a beber ms. En el espejo que cubra el lienzo del mostrador
advertase la animacin de los gabinetes que un resto de puritanismo ocultaba con el
rubro Family entrance. Sbito flamear de peinados rubios y faldas sedosas sorprenda
las miradas, despertaba la ambicin de penetrar los ms ocultos recintos de aquel
templo del goce. Adivinando mi padre la inquietud que me producan aquellas
familias, cuyas risas un poco estruendosas se mezclaban al choque de la cristalera y
las conversaciones, dijo con el ademn desdeoso: Mercenarias. No pareca darse
cuenta de que con eso me las haca ms deseables, las recomendaba. Pues para qu
preguntbamos nosotros, en los medios de rompe y rasga estudiantil, para qu
queremos a las honradas?
La mayor parte del da, y la mejor tambin, la pasaba en casa, en compaa de los
hermanos. La menor de la familia, Chole, tendra doce aos y era objeto de nuestras
preferencias. Jugaba con ella, la acariciaba como a chiquilla, agasajndola con ternura
casi paternal. Los dos hermanos hombres, Carlos y Samuel, se pasaban las horas en el
patio de la casa dedicados a sus animales; tenan un burro pequeo y juguetn, al que
consagraban cario casi humano. Era dulce estar otra vez en el hogar, y qu bien se
olvidaban all todas las angustias, los sobresaltos del trfago metropolitano. Con pena
en el pecho y humedad en los ojos me arranqu al reposo despreocupado. Era el
comienzo del ao; los cursos estaban abiertos; un nuevo soplo de la ambicin o del
destino me aventaba otra vez hacia la capital.
Desencantos y esperanzas
La misma casa de San Lorenzo, los mismos compaeros y nuevos libros de curso recin
comenzado. Empleo del obsequio paterno en metlico en desempeo de algunos
muebles y en la adquisicin de ciertas obras de texto. Segundo de Civil, segundo de
Romano, primero de Mercantil, Economa Poltica, Internacional, ni un solo asunto de
inters; por lo mismo, y en previsin de escasez futura, visita a los libros viejos para
comprar la edicin completa de Schopenhauer que haca tiempo codiciaba. Aparte de
algn dinero, apretaba ahora sobre mi cartera un pliego salvador, una especie de
ssamo de todas mis dificultades. La carta de don Benigno para el juez Uriarte. La
present en seguida. No era difcil ver al juez; al contrario, puerta abierta a todo el
mundo, y acogida un poco brusca pero cordial.
Comentaba, cnico: Habrse visto obsesin! Matarse por una cuando hay tantas, y
bien dispuestas!
Era cmodo el transcurso de la maana rematado con la copa o el vaso de cerveza
en la cantina con free lunch. Pero despus del almuerzo y la breve siesta, qu
melanclico y a la vez qu dulce tornbase el vivir! Semidormidos en el cuarto
solitario nos despertaba el rasgueo de la guitarra en alguna habitacin contigua. Cada
quien, desde su rincn, se enderezaba y acuda. Cunto tienes? Un peso, peso y
medio Dcalo! Si se reunan tres o cuatro pesos, haba bastante para organizar
un baile. Se invitaba a las de la vuelta, a las de enfrente; se compraba cataln con
prisco, una mezcla de aguardiente y jarabe de precio irrisorio y efecto fulminante. Se
alquilaba una msica. Por nica indicacin al que parta en busca de las amigas: No
vayas a traer honradas Adems, nunca las mismas, por aquello de la Afrodita de
Pierre Louys: Dos veces es ya casi matrimonio; palabra aborrecida. No faltaban en
nuestras relaciones, y por nuestro vecindario, la joven que se aburre de estar en la casa
lbrega con el padre ebrio, la costurera que ya a las cinco bosteza y anhela
esparcimientos y regocijo. Juntbamos, pues, fcilmente unas cuantas parejas para
bailar en la casa o recorrer cafetines, hasta la una, las dos de la maana.
Mientras andaba confundido con el vagar de todos, una tristeza profunda me roa, un
despecho ella no apareca por ninguna parte. Ya en el caf, las compaeras se
cansaban de decir que nada saban. Ninguna otra me gustaba; todas me parecan feas o
vulgares. Slo su imagen me encenda en deseo, me enloqueca de tentacin. Si ahora
volva a encontrarla no la dejara jams.
Se present de improviso, una tarde. Vena turgente y elstica, festiva y desenvuelta.
Seguramente le haba sentado la provincia. Ni le ped pormenores de su ausencia ni ella
los dio. No haba tiempo que perder; nos esperaban los sitios habituales. Exhibirme con
ella no era ya un orgullo? Y volvi la existencia terrible de la poca anterior, ahora
agravada porque mi amiga se haba vuelto insaciable al vino; beba sin descanso, ya
bailando, ya disputando con las conocidas. Luego, a otro sitio, a lo mismo. En todas
partes hallaba amigos que nos invitaban, obligndome a corresponder el obsequio. En
pocos das mi bolsillo qued otra vez exhausto y la falta de sueo, el desgaste nervioso,
la pasin insatisfecha, me traan malhumorado, impaciente, irritable.
Una noche, despus de pasarla en vilo por comederos y bailes pblicos de mala
ralea, se nos ocurri lanzarnos a la Villa de Guadalupe, para ver salir el sol desde el
cerrito. En el tranva dormitaba, reclinada en mi hombro la hermosa cabeza. Minutos
despus corrimos por el campo, despreocupados y alegres, olvidados de la noche
canalla. Esto nos despert el apetito. ramos cuatro con su amiga y el banderillero sin
contrata. Alguien propuso comer por all unas enchiladas, pero Mara insisti: Al
guila de Oro, y hubo que tomar coche para regresar de prisa y tomar un verdadero
almuerzo en el caf de sus das de lujo. Al pagar el carruaje advert que se iban mis
ltimas monedas, pero confi en que llevara fondos el ex torero; sin embargo, aun ste
vacil a la puerta. Slo Mara avanz resuelta arrastrndonos a todos. Y pidi con
garbo huevos fritos, bistec con papas, cerveza, caf. Apenas ces el hambre, comenz
la inquietud. La sobremesa se prolongaba, nos observbamos sin hablarnos los hombres
y, por fin, Mara, por bajo la mesa, disimulada, me pas su bolsa de mano Qu
objeto tena aparentar que rehusaba? Con las orejas sbitamente encendidas, abr el
bolso; entre varias monedas encontr un billete de a cinco, lo extraje y lo tend al
camarero
Nos despedimos momentos despus; ella, para dormir y estar lista a las seis en su
trabajo; yo, para sentarme en el banco de la clase a reflexionar. El disgusto, la
humillacin, me agobiaban; decididamente, era menester conseguir dinero, en cualquier
forma, o concluir aquella relacin. Sin reservas expuse el caso a Guzmn, el
compaero mayor de edad y excelente amigo
No s qu le has visto a esa mujer Si por lo menos se limitara a no quitarte el
tiempo Resulvete, no la veas t ms
Pronto no necesit el esfuerzo de huirla. Desapareci otra vez del caf, y varias
semanas estuvo sin presentarse por casa. Me puse desolado. Los celos me desgarraban,
la soledad se me haca intolerable y de nuevo, ahora por desconsuelo, y solo, pasaba la
noche recorriendo bailecitos y tabernas con la secreta ambicin de encontrarla.
Cuando ya deshecho llegaba a echarme en cama, el insomnio me tena largas horas
atento a los ruidos de la vecindad. Un chiquillo se soltaba llorando en la madrugada.
Con nuestra ausencia, durante las vacaciones, las vecinas se haban aplacado, pero,
impacientado una noche con el llanto de la criatura, empec a lanzar Pstchs y por
ltimo grit: Ahgalo! Al instante voces mujeriles estallaron amenazantes. Luego,
durante el da, nos gritaban nuestros apodos: Mena era el Chango; Guzmn, el Peligro
Amarillo; Zertuche, el Cabezn. Yo haba escapado indemne, pero el episodio del
chico provoc a una de ellas que al verme pasar exclam:
Ah va el loco el Loco Dios
Acababa de estrenarse en esos das el drama de Echegaray: mi tipo extenuado,
plido y melenudo sugiri el mote que en seguida recogieron mis compaeros de casa:
Oye, Loco Dios mira Una vez propuse:
Para saber quin es el cuerdo, los desafo a un concurso; ante un jurado de
amigos discutiremos cualquier tema de Lgica, los que me llaman loco y yo.
Me molestaba particularmente el apodo porque iba contra mi conviccin de poseer
una cabeza firme y clara. Un futuro ordenador de ideas! Qu equivocados andaban
todos aquellos modestos muchachos, buenos camaradas, pero evidentemente medianas
condenadas a no salir jams del montn! Eran los aos de la vanidad.
Caminando un da con los compaeros por la calle, vi a distancia una falda
colorada; el corazn me dio un salto y ech a correr; dobl la esquina el revuelo rojo y
por all torc afanado; me aproxim palpitante. No, no era ella Los que me vieron
exaltado y ridculo exclamaron:
Lo ves?, y dices que no eres loco?
No era ella. Quin sabe! Quiz no la vera ms. Y una garra me apretaba por dentro
el costado.
Y se repitieron los crepsculos de agobiadora tristeza, frente al patio miserable
lleno de chiquillos astrosos y mujeres que lavan ropa conversando a grandes voces
De repente, en el rincn del Chango, la guitarra lloriquea y una voz se queja:
Gmez Robelo, nuestro Rodin, al final de los gapes estudiantiles levantaba su copa y
nos hablaba estremecido con el dolor del mundo. Su inteligencia penetrante, su
erudicin (era ya un gran traductor de Shakespeare y de Poe), su don pasional sincero,
todo haca de l un tipo de genio prematuramente condenado. Era bien feo y se
enamoraba de las ms insignificantes prostitutas. Y si con frecuencia converta su
pasin en literatura y en oratoria, se lo perdonbamos porque era elocuente. Disertando
entre copas de sobremesa nos daba idea de un Nietzsche maldiciente pero generoso.
Corra por sus mejillas el llanto durante el discurso, se rehaca en seguida y se tornaba
optimista, ingenioso. Fue muchas veces la voz de nuestra amargura, voz llena de
presagios de pocas nuevas y de catstrofes, ahogos de angustia, dolor, crueldad, ansia
de ternura y de dicha.
Y porque vivamos as, oprimidos, bastaba un incidente trivial cualquiera para
excitarnos y lanzarnos a la exageracin.
Con motivo de una campaa contra un gobernador (crtica abierta del caudillo no
sola hacerse), comenzaron a publicarse noticias vagas del maltrato a los trabajadores
del campo, en la tierra caliente Accidentalmente cay en mis manos el diario y en
seguida me encendi el recuerdo de los relatos de los alumnos ricos del Instituto
Campechano. Al momento escrib una larga y apasionada resea de casos que me
haban referido testigos presenciales. Firmada la mand al peridico. A primera hora
del da siguiente hall en primera plana el rubro: Un estudiante de Jurisprudencia hace
revelaciones. Al final de dos columnas de tinta fresca, mi nombre. Grande y virginal
sacudida de la fama. Revisando mis frases las hallaba mejoradas por la letra de
molde Luego era verdad que bastaba con un esfuerzo Tan fcil as era el xito!
Naturalmente, la campaa del diario se perdi en la indiferencia general, los
veteranos del jacobinismo usaban a los estudiantes para descargar sus viejos rencores
contra la Iglesia vencida; en cambio, sellaban cuidadosamente la boca si se aluda
siquiera a los sistemas del caudillo. Ms bien nos utilizaban para sus agasajos y
adulaciones. Todava recuerdo uno que me humill profundamente. Estbamos en
Preparatoria la tarde en que los diarios pregonaban el regreso feliz del dictador, de un
viaje a Tampico Sbitamente, y obedeciendo rdenes de arriba, las clases se
suspendieron y se nos reuni en el patio. Un grupo de alumnos distinguidos form por
delante con la bandera de la escuela. Y salimos en rebao, hasta la calle de Cadena.
Las tropas nos abrieron paso; unas damas vestidas de verde y sombrerillos franceses
del ms acabado estilo se vean esbeltas y elegantes conversaban en un largo
balcn y corri la voz: Aqulla es Carmelita, la otra su hermana. Carmelita, no
obstante la manera familiar con que se le designaba, reciba acatamientos de
emperatriz. Presida una nobleza de Corte y pasaba por santa, pese a su abolengo de
hija de un bribn que haba traicionado al Presidente Lerdo. Por abajo, en las aceras,
unos cuantos curiosos contemplaban, mantenidos a raya por los salvajes mercenarios de
nuestro Ejrcito. Preferidos, atravesamos nosotros porque ramos el argumento del
fariseo, representbamos la popularidad del rgimen. Al da siguiente los diarios
informaran que los estudiantes aclamaban al pacificador de la Repblica. No slo
nos dejaron atravesar las filas de los esbirros; nos metieron al patio de la augusta casa
y el propio caudillo, al pie de la escalera, nos mostr su figura de dolo azteca. De
nuestras filas azoradas se desprendi un compaero que hizo ademn de hablar, pero no
pudo hacerse or. Confundido balbuce algunas palabras y, por ltimo, exclam:
Perdonad, seor; la emocin no me deja hablar.
Inmediatamente los comparsas iniciaron un aplauso y sonaron gritos:
Viva Porfirio Daz!
El Caudillo levant la mano imponiendo silencio, y con voz trabajosa crey
expresarse:
Agradeca a la juventud, l tambin haba sido joven, ahora el pas
estaba en paz, nosotros deberamos retirarnos en paz
Una infinita tristeza inexpresable pesaba sobre nuestros hombros as que
regresamos a la escuela para devolver la bandera y cobrar nuestro premio: un asueto
rematado en el billar, en el prostbulo o en la oscura alcoba del vecindario.
Otra vez nos convoc el escndalo. En la parroquia de Santa Catarina, prxima al
barrio estudiantil, un cura de nombre Amado abus de una hija de confesin. Intervino
el juez y el cura fue excomulgado; pero haba que aprovechar el incidente para
desahogar los nimos reprimidos por la tirana. Pegando al clero indefenso, los viejos
liberales se crean rejuvenecidos y simulaban la libertad de reunin. De paso, el astuto
dictador recordaba a la Iglesia que su seguridad dependa de su arbitrio. Se junt, pues,
bastante pblico culto. Fogosos oradores de dos o tres generaciones, hasta la nuestra
inclusive, se lanzaron contra el Papa, increparon al Obispo inerme y ensalzaron las
implacables Leyes de Reforma, sin acordarse de la Constitucin que nadie respetaba.
Buen cuidado tenan los agitadores de no equivocarse resbalando hacia la crtica del
rgimen, y por si ocurra olvido, all estaba, odo atento, el jefe de la Polica; all
estaban los escuadrones de gendarmes y detrs el Ejrcito. Se poda increpar a Dios y
al Diablo, a la Iglesia y al extranjero; todo, menos la ms leve alusin al amo de los
mexicanos
Viva Jurez! corebamos. Abajo el padre Amado muera el Papa
muera!
En el instante en que la turba, empujada por los jacobinos, se dispona a franquear
el umbral del templo, a una seal del Inspector desboc sobre nosotros la caballera.
Con el solo ademn cortaron los sables de la masa humana que se abri en brechas
desordenadas. Hubo heridos de la espalda y del crneo; escondironse en los zaguanes
nuestros instigadores y detrs de nuestros pasos en carrera, se apag el eco de las
herraduras sobre el pavimento.
Y en verdad, nos arrastraban a tales desmanes, pues las generaciones
preparatorianas ya no compartamos la saa anticlerical de las gentes de la Reforma.
Desde que Lerdo y dems directores mentales de Jurez, reconocindose
incompetentes, confiaron a Gabino Barreda, el comtista, la direccin de la enseanza
secundaria, una escisin profunda qued planteada en la conciencia nueva. Los viejos
liberales la advirtieron demasiado tarde y cuando ya los asuntos polticos estaban fuera
de sus manos. Los polticos positivistas, escpticos en la cuestin religiosa,
desentendidos de la cuestin anticlerical, acogan lo mismo a catlicos que ateos con
tal de que reforzaran el partido llamado Cientfico, cuyo credo definiera Justo Sierra
y cuyas ventajas usufructuaba una docena de cortesanos hbiles. A los viejos jacobinos
les quedaba tal o cual puesto en la judicatura; ninguno casi, en la enseanza. Se sentan,
pues, despojados y traicionados en la doctrina, y ms que al cura, ya reducido a
impotencia, odiaban a los agnsticos y evolucionistas posesionados de la situacin. El
Dios abstracto de los jacobinos: Supremo Arquitecto Masnico, estaba suplantado por
el Becerro de Oro de los negociantes, partidarios de la sumisin a la realidad.
Adems, las dos influencias reconocidas de nuestra poca, Justo Sierra, tolerante y
culto y al final de sus das converso, y Pallares, irnico y escptico, pero de confesin
catlica, no eran para mantener vivo el fuego sagrado del juarismo. Si acaso algn
compaero, procedente de retrasado Instituto de provincia, nos llegaba con arrestos
jacobinizantes, en seguida el ambiente culto de la capital lo aplastaba. Los captulos
ms radicales de la ley religiosa no slo no se observaban, sino que maestros
positivistas como don Miguel Macedo, propugnaban la modificacin de las Leyes de
Reforma en el captulo de personas morales, a efecto de dotar a stas de la capacidad
de adquirir bienes para enseanza y beneficencia. La decadencia de universidades y
fundaciones por causa de un sistema legal equivocado y sectario era prueba patente de
la esterilidad de la Reforma.
En general, mi generacin era escptica, indiferente a la cuestin religiosa. Por mi
parte adopt el comtismo y el evolucionismo y despus el voluntarismo de
Schopenhauer, como otras tantas etapas del largo experimento filosfico que sera toda
mi vida. Aceptaba la cosmografa mecnica, pero sin prescindir del primer motor
misterioso, y en vano pretenda Spencer convencernos de que la aparicin de Cristo era
un episodio sin mayor importancia en el desarrollo humano. Lo que l no perdonaba a
Cristo es no haber sido ingls. Asimismo, le molestaba Platn, cerebro superior al
suyo, no obstante sus dos mil y tantos aos de atraso en la cadena evolutiva Pero no
por eso senta el impulso de volver a la fe de mi infancia. Echaba de menos la
eucarista; pero antes de acercarme a ella me hubiera sido necesario aclarar una serie
de dudas referentes al dogma. De la Iglesia me apartaba la intransigencia en el dogma.
En este sentido, Tolstoi me proporcion un alivio. Segn su manera, poda volver a
sentirme lealmente cristiano. Y no desesperaba de resolver el caso del espritu, dentro
de la conciencia misma, a efecto de no crear dualismos como los que se atribuan a
ciertos sabios catlicos: la experimentacin para la realidad; la revelacin para el
dogma. Yo aspiraba a un monismo, a una coherencia de experiencia y videncia. En la
ciencia misma hallara el camino de la presencia divina que sostiene el mundo.
Llegar a Dios por la experiencia. Y no tanto por la experiencia mstica, segn
enseaba William James en sus Variedades de la experiencia religiosa, sino por el
camino fisicoqumico o en el descubrimiento de la entraa de la cosa. Por eso antes que
los cdigos, lea textos como la Irritabilidad, de Richet, investigando el eslabn que
separa lo fsico de lo biolgico. Ideaba una serie de procesos y avances hasta el
momento en que el reflejo deja de serlo para convertirse en acto libre de propsito
concreto, pura actividad de espritu. En la materia misma era forzoso hallar el espritu.
Y a ello se dedicara toda mi actividad de estudioso Pero todo se quedaba en
esquemas y planes. Ni era llegado el tiempo de formular conclusiones ni mi estado de
nimo se prestaba a ahondar cuestiones profundas. Me consolaba anotando las obras
que tendra que ir leyendo, imploraba a mi destino oscuro, pidiendo un suceso que
provocase un cambio. Pues bien adverta el desastre de cada una de mis horas.
Provisionalmente formulaba borradores, trazaba cuadros. En realidad, me agobiaba la
impotencia, aunque soliese buscar excusas de carcter accesorio; que mi estilo
resultaba confuso y pobre, y que no era necesario escribir, sino vivir y pensar. Y
contemplando el xito de los camaradas, que ya empezaban a publicar prosas selectas y
bruidas, yo ambicionaba un estilo suelto y conciso, capaz de resistir la traduccin a
todas las lenguas, valioso por su contenido original y definitivo.
De amanuense
Regocijado, lo refer en la casa y los compaeros no queran creerlo. Me haba llegado
un aviso del Juez Uriarte, lo haba entrevistado y me mandaba con su amigo notario, que
me ofreci cuarenta pesos mensuales. Esa misma tarde comenzara a trabajar como
amanuense. Com de prisa, cepill la ropa y me lustraba las botas, prxima ya la hora
de entrada a la Notara, cuando apareci, por la puerta abierta del cuarto en que
estbamos reunidos, Mara Sarabia. Con cunto afn la haba buscado! Pero faltaban
veinte minutos para mi cita. La sorpresa me dej confuso. Ella explic: Regresaba del
campo; tena la tarde libre; me la dedicaba. Perplejo me qued mirando, sin
responder. Rpidamente se cruzaron en mi interior deseos contradictorios. Algo me dijo
que aqulla era una ocasin nica; pero llegar tarde el primer da, o no llegar era,
tambin, catastrfico. Con la impresin de que descargaba sobre m un rayo, tom una
decisin tajante No puedo faltar a un quehacer le dije; te dejo con los
compaeros; a la noche, si quieres. Al decirlo senta que asesinaba mi dicha en el
momento de tenerla, por fin, en la mano. Al mismo tiempo reflexion: Si falto a la
primera tarea faltar despus a las otras, y mi suerte se habra derrumbado en el
momento que poda levantarla. Haba dado mi palabra de estar puntual; me lo deba a
m mismo; no era digno vacilar. Y me fui desgarrado y pensativo.
Desde aquel instante yo qued marcado: perteneca a la casta de los hombres de
deber, a diferencia de los hombres de placer. Seguira en adelante inflexible. El
sacrificio me haca dao, pero me entonaba. Con paso ligero march por la ruta del
xito, dejando atrs, abandonada, la dicha.
Mestiza, grabado del siglo XIX.
Entre ellas descubra una morena de grandes ojos, llamada Marina
El aire tranquilo de mi primer patrn, su tono afable y el dictado sobrio que me hizo
escribir, absorbieron las horas de la tarde. Antes de despedirme convers conmigo el
licenciado: Le complaca servir a don Jess, dndome trabajo; tendra yo toda su
confianza. Regres a nuestro vecindario despacio y pensativo; casi tema llegar. Por
momentos, una loca esperanza me llevaba a imaginarla todava en mi cuarto
esperndome. En seguida me convenc de haberla perdido para siempre. No tuve que
preguntar. Al llegar a casa irrumpi el propio y prudente Nacho:
Qu bruto eres; esa mujer vena a entregarse y no la volvers a ver. Se ha
marchado ofendida.
Por la noche mi almohada recogi las primeras lgrimas tributadas a la necesidad
de ganar el pan. Y desde el da siguiente la carpeta de leguleyo cobij bajo mi brazo las
amarguras del decepcionado. Era parte de mi tarea visitar, despus de clase, los
juzgados para tomar nota de los acuerdos recados en unos cuantos asuntos que con la
Notara llevaba mi licenciado. Las horas de la tarde se empleaban en la copia a mano
de escrituras Los asuntos se despachaban con lentitud. Mi jefe se apellidaba Aguilar
y Marocho, descendiente del ministro de Maximiliano, sealado como traidor en los
textos oficiales de la historia escrita por el liberalismo. Si en vez de triunfar los
liberales se impone el Imperio, los traidores hubieran sido los gobiernos de la
Reforma, con la prueba irrefutable de las concesiones de tierras a compaas
extranjeras y la oferta a Washington del Istmo de Tehuantepec. Sin embargo, a causa de
que mis familiares eran burcratas del rgimen reformista, y tambin por virtud de mi
educacin en escuelas pblicas, comparta el odio al Imperio y el cario a Jurez. Y no
slo cario, aun culto, pues cada 18 de julio asista al Panten de San Fernando a la
tenida blanca que le dedicaban los masones, con pebeteros de luz verde en torno del
sarcfago y discursos que lo comparaban con Cristo. Bien es verdad que ya desde
entonces los estudiantes comentbamos la vaciedad, la pobreza ideolgica de los
liberales y sus maestros europeos. Voltaire, Rousseau, Diderot; de todos los
enciclopedistas no se sacaba un verdadero filsofo. Inspiraba curiosidad el caso de mi
jefe, vstago de un conservadorista quintaesenciado y vencido. Pareca que una derrota
sin esperanzas truncaba en l toda ilusin, dejndolo, a pesar de todo, bondadoso y
honesto. Su actitud escptica, reservada ante los hombres, contrastaba con su serena fe
de creyente. Trabajaba despacio, con tesn y esmero. Cobraba poco, viva como asceta,
en la bolsa esconda un devocionario y slo cuando se vea estrechado a emitir juicios,
fallaba sincero: se es hombre bueno. As opinaba el juez Uriarte. De los
rematadamente pcaros deca: Mucho cuidado, mucho cuidado; sea usted prudente. O
bien, por excepcin y si el caso le pareca peligroso, se acercaba y casi en voz baja
adverta: se es malo Algo de la experiencia y el fracaso del padre recaa en el
hijo. Sin duda andaba por la Repblica, diseminada, toda una generacin del tipo de mi
jefe, laboriosa, patriota y honesta, que a diario oa cmo a sus progenitores los
acusaban de traicin los mismos que, en contubernio desenmascarado con el extranjero,
vendan los recursos nacionales, comprometan el futuro moral de la patria.
No obstante la simpata que me inspiraba mi jefe, la rutina del trabajo no poda ser
ms penosa. Tener en la cabeza la ambicin de escribir un ensayo sobre la manera
como la voluntad de Schopenhauer se transforma en goce esttico, y en las manos una
pluma que copia las clusulas de una compraventa de inmuebles, constituye un suplicio
tan refinado como agotador. Pero mi buen sentido prctico ya desde entonces me
anticipaba la frase que despus conoc en Nueva York: The only bad job is no job
El nico mal empleo es el sin empleo Ni un instante pens en renunciar y, al
contrario, me cuidaba bien de complacer aumentando siempre un poco ms sobre la
faena rigurosa de cada da. Necesitaba vencer la indigencia; ganarse la vida no era la
primera obligacin del filsofo? Ya despus habra tiempo para escribir mazos,
torrentes de ideas. Delante de m se alzaba, emuladora, la imagen de Espinosa, vidriero
ptico, rebelde, solitario y proscrito, formulando a la postre, y a pesar de todos los
yugos, el mejor libro de su tiempo.
En realidad, estaba muy lejos de la fuerza de carcter y el amor de la sabidura que
nos aparta de la pereza y de las fciles satisfacciones de la sensualidad. Metido en mi
cuarto de estudiante pasaba las primeras horas del anochecer frente a los libros; pero
bastaba que una guitarra gimiese a distancia para que toda la melancola del mundo
pesara sobre mis hombros. Y me dejaba ir por el ocano de las divagaciones estriles,
terribles enemigos del alma, desgaste y masturbacin de la fantasa. Borracho de
devaneos absurdos, me levantaba de pronto el resorte del apetito en brama. En la
habitacin vecina ya estaba congregado el crculo de los atormentados gensicos,
entregado a desvaros conceptuales. Tras de la ltima confidencia galante, surga la
exigencia del goce inmediato. Dentro de la misma vecindad adonde nos habamos
mudado, ciertas vecinas jvenes que no nos saludaban nos regalaban canciones a dos
voces. Las entonaban con bro rematndolas con una exclamacin de sabor campesino:
Zancas de gallo copetn! Una ardorosa incitacin al goce hinchaba el timbre de las
voces femeninas. Con frecuencia salamos de all en busca de la ocasin, tomndola si
se ofreca, robndola si era preciso, pagndola si para ello daba el bolsillo.
Ocupbamos ahora dos viviendas de un enorme vecindario cuadrangular, situadas
en los extremos altos del segundo piso. El comedor colectivo estaba instalado en la
vivienda mayor, que se reservaron Guzmn, Santos y algn otro. Y al rincn opuesto, la
vivienda menor la tomamos el Chango y yo. Dentro del patio haba otro cuadrado de
viviendas de un solo piso, cuarto y cocina, separado por calle interior en torno. All
hormigueaban nios, mujeres, ancianos. Frecuentemente toda una familia se acomodaba
en un solo aposento. Sobre el nmero exacto de individuos slo un censo habra podido
informar. Pues aun los ocupantes de las viviendas mejores practicaban subarriendos y
hospedajes. De extensin tena la casa media manzana con frente a la calle. Espalda de
San Lorenzo? Espalda de Santo Domingo? La memoria me falla en el nombre; no me
fallara para llegar al sitio La espalda del vecindario daba a otra calle, por el barrio
de las hueveras.
A casa nueva, amistades nuevas, fue nuestra divisa. Al efecto, para adquirirlas y de
paso fraternizar con los vecinos, iniciamos nuestras veladas con un baile rumboso. A
escote reunimos lo bastante para tres msicos, unas tortas compuestas de pollo o de
sardinas y medio barril de cerveza, con limonadas para las damas y cataln con prisco
para los alcohlicos. Los compaeros de la meseta gustaban del pulque, y aun nosotros
solamos probarlo si era curado de almendra o de pltano; pero, en general, nunca nos
aficionamos al tpico brebaje. Para invitar bailadoras se utilizaba al Chango; feo, pero
agradable y labioso, inspiraba confianza a las mams. Se llenaron las tres habitaciones
de la vivienda grande la noche de nuestra primera recepcin y todava repartimos
cataln entre los varones que, asomados a las puertas, observaban en silencio. Casi
todas las muchachas de la vecindad haban concurrido. Entre ellas descubr una morena
de grandes ojos, llamada Marina. La monopolic en el baile. La llev a otro extremo
del patio, a mi vivienda, para mostrarle libros y estampas. Estuve tentado de instalarla
all para vivir juntos, ofrecindole todo lo que tena. Despus de aquel baile, cada
noche sala ella a su puerta, callejn abajo, y hablbamos cogidos de las manos, en la
penumbra. Pronto se formaliz un noviazgo ardoroso. Su vivienda tena entrada por el
callejn del vecindario y ventana con verja de hierro a la calle de la espalda. Una
noche logr desviar por all un gallo estudiantil. Le dimos serenata; pero cuando ya
quedamos dos o tres rezagados nos asalt a palos un grupo desconocido que nos
acechaba. Desairadamente tuvimos que echar a correr para escapar a peor fracaso.
Pocas noches despus acud al corredor, encima de la vivienda de la bella, con el
Chango, que le cant en la guitarra. Estbamos en lo ms sentimental de los trmolos
cuando apareci en el callejn la figura de un hombre alto, de sombrero ancho y
embozado en su manta. Mirando apenas hacia arriba empez a insultarnos
Vaya, rotos tales
La entonacin de Chango vacil notoriamente. Yo no me senta nada cmodo; pero
siendo el responsable, procur alentarlo:
Acaba siquiera la cancin y nos vamos.
Con visible esfuerzo concluy el canto y yo, tratando de disimular exclam:
Bueno, ya es tarde; estar durmiendo; vmonos.
Al avanzar nosotros por la baranda alta, el desconocido segua retndonos:
No se vayan tales No se rajen
Pasbamos por delante de la vivienda de los compaeros, y uno de ellos dijo:
No est Nacho; sali; todos estn fuera; es mejor que se vayan a acostar, porque
el sujeto ese no ha de estar solo.
Con temor de que nos cortaran a medio camino en el hueco de la escalera sin luz,
nos apresuramos a ganar nuestra vivienda. All, por fin, cerramos prudentemente la
puerta. Apenas habamos prendido la luz, reson un toquido imperioso; el Chango se
dej caer en una cama; pero comprend que siendo fcil forzar nuestra puerta, era mejor
aparentar serenidad. Sin sacar la pistola del escritorio, abr bruscamente. Al instante se
precipit sobre nosotros el del sombrero, pero ya sin embozo, seguido de los
compaeros que rean y gritaban. No conceban que no hubisemos reconocido a Nacho
en la voz. Los cogimos entonces a almohadazos y a golpes en broma; luego nos tomaron
el pulso a fin de dar fe del susto que nos haban dado.
Un domingo en la tarde me fui con Marina en tranva por las cascadas de Tizapn.
Me inspiraba un deseo violento, pero tambin consideracin y ternura por su trato
delicado y su desinters. Toda la semana trabajaba de tapicera en un gran almacn. El
aire del campo la puso dichosa. Cuando nos perdamos por los parajes solitarios del
arroyo se prestaba a todo gnero de halagos y caricias pero defendindose. Lo que ms
me impresionaba ms tarde era la ocurrencia que tuvo interrumpiendo una larga ntima
conversacin amorosa para decir: Y si nos matramos?, y aadi el impulso de
arrojarse, a tiempo que enlazados caminbamos a filo de un talud sobre la va frrea.
Ests loca? le dije, retenindola por la cintura.
Pas aquello y volvi a estar alegre. Al descender del tren en el zcalo se
renovaron los abrazos y los besos en las sombras propicias del jardn al costado
oriente de la Catedral. Conoca yo una casa adecuada por all cerca, y vindome a la
cara al resplandor de los faroles, inquiri:
Bueno; pero t te casars despus conmigo?
Bien saba que otorgando una vaga promesa vencera el pudor de la ocasin; pero
de tal modo me mir que no pude mentirle
No podra contest; mis estudios
Nos habamos soltado las manos; camin ella en direccin de su casa y la segu en
silencio, sin atreverme ni a tomarla del brazo Cuando llegamos, dijo:
Qu tarde es!
Luego me despidi en su puerta.
Contando mi aventura a uno de los expertos de mi crculo, le o decir: A quin se
le ocurren estas franquezas!
Intent verla, como de costumbre, la noche siguiente, y un hermanito me afirm que
no estaba en casa. Ms tarde, por los vecinos supimos que regresaba ya de noche y que
la visitaba un seor elegante del Jockey Club. Desapareci poco despus y se dijo que
le haban puesto casa. Ms o menos un ao ms tarde, Santos inform:
Ni te imaginas: habl con Marina; est de afanadora en el hospital.
Pas todava ms tiempo, y una maana, al abrir el diario en la pgina sangrienta, el
retrato de Marina, momentos despus de su muerte por envenenamiento. Me vino a la
memoria su obsesin de suicidio. Pasa el tiempo, y con l las penas de estos
misteriosos encuentros; pero al correr de los aos no queda punto sensible sin cicatriz.
De ah, sin duda, la facilidad con que un viejo se enternece.
El Jockey Club
El Jockey Club se me volvi un nombre odioso por el recuerdo de Marina y por otro
asunto de envidias galantes A la puerta del Jockey Club haba unos sillones sobre la
acera de la avenida de San Francisco, zagun de los Azulejos. En las sillas o de pie
sobre el umbral de su palacio vi a un dandy saludando con familiaridad a Pepa la
Malaguea. Era sta una deliciosa criatura de tez nacarada y ojos negros, turgente y
esbelta, a lo maja de Goya, pero mucho ms linda de rostro. Todos los das, a las doce,
pero especialmente los domingos, la Pepa se incorporaba al desfile mundano de la
calle principal. Su carroza, tirada por caballos andaluces, la mostraba entre ropas de
azul o de lila. Una sombrilla de seda protega del sol la cabeza adorable y nerviosa.
Verla pasar sonriendo era un deslumbramiento. Cierto grupo de estudiantes
aglomerados en la acera para contemplarla aclamla una vez, por el garbo del ademn,
por el esplendor de su belleza delicada y voluptuosa. Luciendo sus dientes preciosos
agradeca los homenajes y reparta ilusin. Pero precisamente en la puerta del Jockey
Club levantaba ella la mano en saludo cordial, y dos o tres voces de macho envanecido
gritaban: Hola, Pepa! El hada de un sueo se converta, de esta suerte, en la presa
fcil de los ricachos, y una doble rebelin proletaria y masculina me volva rencoroso.
Nunca he visto mujer ms codiciable que aquella Pepa maravillosa, ni sonrisa ms
alegre, ni marcha ms armoniosa que la de una tarde que atraves Plateros a pie, ligera
y sensual, delicada y seductora como una msica que pasa.
La carta, por Goya.
Era sta una deliciosa criatura de tez nacarada y ojos negros, turgente y esbelta, a lo maja
de Goya
Un reaccionario
Corta fue mi permanencia en la Notara. El juez Uriarte me consigui, por fin, un puesto
en su Juzgado; el ltimo de la planta, pero bien pagado gracias a los emolumentos
extraordinarios. Consistan stos en gratificaciones por la copia de documentos y en
honorarios de perito traductor. De los Estados Unidos llegaban en aquella poca
infinidad de actas, compraventas, poderes jurdicos escritos totalmente, o en parte, en
ingls. Los presentaba el abogado con su traduccin, la cual verificaba un perito
nombrado por el juez. Habitualmente el juez designaba el perito indicado por el mismo
cliente, pero cada vez que lo dejaban libre me nombraba a m. El nuevo trabajo me
ocupaba toda la maana; tena que faltar a ciertas clases; para ir a otras me permitan
escapar. La prctica del tribunal me ahorraba la asistencia a cursos como
Procedimiento Civil, cuyo examen di sin haber asistido a clase una sola vez. Slo para
los cursos sustanciales, el Penal, la Economa Poltica, el Mercantil, cuid la
asistencia. De todas maneras, segua la carrera de prisa y con desdn ostentoso. En una
ocasin, precisamente en Procedimiento Civil, me dieron calificacin inesperadamente
alta. Mi pase usual era por tres medianos, el mnimo para no repetir curso. En este
caso, y por no tener a mi favor asistencias, haba expectacin. Sal del saln de examen
y me rodearon los compaeros inquiriendo, como de costumbre, los puntos de la nota;
alargando sta, prorrump: Me sobr calificacin.
Haba logrado creo que dos B y un mediano.
Bosquejo de San Ildefonso
En realidad, viva inmensamente atareado. Las horas del juzgado eran cortas, pero
abrumadoras. Y llevaba un curso doble para terminar la carrera de cinco aos en tres y
medio, como logr hacerlo. Y no era un desprestigiado como estudiante, porque vean
todos mi paso de exhalacin por los cursos, y para simple casualidad y audacia era ya
mucho que no me reprobasen en una sola materia. Deba, pues, existir algn otro factor
adems de la suerte. Reconocindolo as se daba el caso de que al llegar la poca de
preparacin de los exmenes buscaban mi compaa por los corredores de
Jurisprudencia los ms respetados alumnos, los primeros premios del curso. Ya desde
entonces Quiroz era una potencia en Mercantil. Sin embargo, me invitaba para
estudiar. Y me deca con su tono poblano de cortesa muy discreta:
Es que usted, compaero, tiene una facultad rara para leer de una ojeada todo un
captulo y despus resumirlo en unas cuantas palabras, y eso en estos apuros de las
vsperas de examen!
En aquellas horas finales yo devoraba pginas, exprimiendo, condensando lo
indispensable para el xito en la prueba.
Mi atencin total y amorosa, no iba yo a desperdiciarla ni en Dalloz y Laurent ni en
Leroy Beaulieu, ni siquiera en el simptico penalismo de Garofalo. Para leer todo
aquello empleaba un sistema ptico que avizora el sujeto, el predicado de la oracin, la
esencia del prrafo, sin detenerse en adjetivos ni en sorites. De este vol plan salan
como en panorama cuadros y esquemas, ndices y conclusiones. Slo en un texto hall
resistencia de materia esponjosa, viscosa: un Ahrens que nos imponan a ttulo de
Filosofa del Derecho. Lo pona de lado con arrogancia. Qu tena que ver el Derecho
con la Filosofa?
Estudi conmigo otro compaero, ya desde entonces famoso: Luciano Wicchers,
hijo de veracruzana y de banquero judo. Por astucia de poderoso no le haba mandado
el padre a Mascarones con los ricos, sino a Jurisprudencia con los pobres. Para que
aprendiese a defenderse de ellos? Paseando el corredor, revisbamos no s qu texto.
Wicchers llevaba zapatos nuevos y fue a tropezar con un ladrillo flojo del piso.
Inmediatamente interrumpi la marcha, y subiendo el pie a una banca se puso a pulir
con saliva un leve rasguo de la puntera del calzado. Increpaba al mismo tiempo su
torpeza y, en seguida, explic:
Y usted estar pensando qu puede importarme a m, hijo de millonario, un
raspn en la punta de un zapato? Es claro: no es el dinero; no pienso dejar de usarlo
porque se ha raspado; lo que me duele es el dao causado en algo que es mi propiedad.
Vaya le contest bromeando, no presuma usted de Shylock.
Qu Shylock ni qu literatura repuso, si lo judo lo llevo en la sangre! y
rectific: Judo de la banca, se entiende.
A propsito de la teora de los contratos, comentaba que su padre era tan honrado
que antes se pegara un tiro que faltar a compromisos por l firmados
Eso s agregaba; mi padre no firma jams un contrato en que no estn de su
parte todas las ventajas
En el juzgado de lo civil
Lentamente haba ido escapando de la abyeccin de nuestras fiestas estudiantiles. El
Teatro Arbeu contribuy a libertarnos. En grupos ocupbamos la galera para aplaudir a
las mujeres geniales de la escena italiana, cuya aparicin dejaba hondas huellas de arte.
Pero quedaba la hora terrible de la melancola y la tentacin: el atardecer. Para distraer
algunas, empec a visitar la casa de don Francisco Pascual Garca, abogado oaxaqueo
de la generacin posterior a la Reforma; es decir, indio casi puro, en contraste de la
gente que antes figuraba en Oaxaca, toda criolla; por ejemplo: doa Luz, su esposa,
gorda y fea pero blanca, de ojos azules. En Oaxaca llamaban biches a esta clase de
ojos, y a sus poseedores biches. La biche Fulana, o sea, la rubia de ojos glaucos
gatunos. Don Francisco Pascual Garca haba sido magistrado en San Luis y era
conocido como escritor de nota y una de las columnas del partido catlico. De trato
fcil y chispeante, su gordura rivalizaba con su simpata y su ingenio. Salvo el color
cetrino, su tipo recordaba el de Renan o el de un cannigo un poco libre. Sorprende que
los hombres mejor dotados de aquella poca no dejasen obra social ni obra escrita. Sin
duda los agobiaba el medio. El himno diario de toda la prensa, de casi toda la
intelectualidad, en alabanza de la mediana homicida encaramada en la presidencia
desde los das de Bustamente y con diversos nombres, va deformando el criterio y lo
lleva a perder la nocin y el amor del hroe.
Teatro Nacional de Mxico.
En grupos ocupbamos la galera para aplaudir a las mujeres geniales de la escena
italiana
Don Pascual no era antiporfirista, al contrario, lo acataba como el mal menor del
liberalismo. Las ironas de su ingenio polmico las reservaba para los positivistas
como Justo Sierra. Amaba en l al poeta, pero despus de celebrarle la Playera (Baje
a la playa la dulce nia) denunciaba la inconsistencia y la penuria del pensador. Se
meta don Pascual con toda la familia librepensadora. De Renan afirmaba que era un
genio al revs, porque habindose propuesto demostrar la humanidad de Cristo quedaba
convencido y convenca a sus lectores de su divinidad. A Comte no le conceda ni el
rango y se limitaba a ridiculizarle los amores con madame de Vaud. A Rousseau lo
trataba de loco, y a Jorge Sand, de libertina. De su biblioteca le la Indiana y Lelia y
las novelas de Hugo con Las contemplaciones. Una mesa llena de papeles en desorden
un estrado de sillones de cuero y anaqueles de libros por los cuatro costados de la
habitacin, tal era el sitio de las tertulias en que don Pascual disertaba de literatura o
de filosofa con un diputado conservador, Aldasoro, y algn visitante.
Intervena discretamente en las conversaciones su esposa Luz, poetisa en su
juventud y muy al tanto de cosas literarias. Esta dama me mostraba singular solicitud y
cario porque en Oaxaca haba sido compaera de escuela de mi madre. De memoria
sola recitar poemas enteros de Nez de Arce, y de Bcquer y de Lope de Vega.
Recordando de pronto mi impiedad de preparatoriano, puesta delante de m, declamaba
el conocido:
Por su parte, los literatos Pedro Henrquez, Alfonso Reyes, Alfonso Cravioto,
imprimieron al movimiento una direccin cultista, mal comprendida al principio, pero
til en un medio acostumbrado a otorgar palmas de genio al azar de la improvisacin y
fama perdurable, sin ms prueba que alguna poesa bonita, un buen artculo, una
ingeniosa ocurrencia.
Por otra parte, mi accin en aquel Ateneo, igual que en crculos semejantes, fue
siempre mediocre. Lo que yo crea tener dentro no era para ser ledo en cenculos; casi
ni para ser escrito. Cada intento de escribir me produca decepcin y enojo. Se me
embrollaba todo por falta de estilo, deca yo; en realidad, por falta de claridad en mi
propia concepcin. Adems, no tena prisa de escribir; antes de hacerlo me faltaba
mucho que leer, mucho que pensar, mucho que vivir. Algunos de mis colegas lo
comprendan y afirmaban su esperanza en lo que al cabo hara. No falt, sin embargo, el
literato precoz y ms tarde fallido que me dijese como negndome el derecho de
atenesta:
Bueno, y t qu escribes, qu haces?
Le respond, deliberadamente enigmtico y pedante:
Yo, pienso.
Con todo, se acercaba la fecha del examen profesional y era menester presentar una
tesis. Ningn tema jurdico me interesaba. La Economa Poltica la haba estudiado
como el que ms, rebatiendo al catedrtico el supuesto carcter de ley que daba a la
oferta y la demanda, oponiendo al Leroy Baulieu del texto los argumentos socialistas a
lo Lasalle y Henry George. Pero aqulla era la despensa del edificio cientfico, tema
para las amas de llaves de la inteligencia. Eliminando aqu y all, llegu, por fin, a la
nica pregunta que me haba interesado en relacin con la disciplina jurdica: Qu
puesto ocupa sta en el concierto de las causas? Cul es la ndole ntima del fenmeno
jurdico? Qu relacin hay entre el acto jurdico y la ley ms general de la ciencia, la
ley de conservacin de la energa? En otros trminos: deseaba ensamblar en la doctrina
de la Preparatoria la prctica de Papiniano. Para ello urga otorgar al derecho un valor
conexo del principio general del saber de la poca. As como para el romano, la lgica
aplicada a las relaciones sociales dio la norma jurdica, ahora haba que buscar un
entronque causal y dinmico para explicar las funciones sociales, y ms especialmente,
los conflictos de apetencia que determinan la necesidad del derecho. Una solucin
dinmica; con slo enunciarlo ya tena marcado el camino; pero el momento era tmido.
Todos mis compaeros escriban a base de citas y entre comillas. Los libros del propio
Caso dan fe de esa tendencia erudita. Los literatos de mi grupo no se decidan a
escribir, por ejemplo, una novela; se gastaban en comentarios y juicios de la obra ajena
a lo Henrquez Urea, que le haca de maestro. Atenido, pues, a mi propia audacia,
busqu analogas del acto jurdico con el acto voluntario de los psiclogos, con el acto
biolgico, con el proceso qumico y, finalmente, con el mecnico. Tal y como se
solucionaban los conflictos de fuerza, as deberan solucionarse en una sociedad
perfecta los conflictos jurdicos. En teora, quien ms haya menester de una cosa, quien
ms ponga en ella apetencia y voluntad, se debe ser su dueo. En torno de estas
apetencias sinceras, la sociedad debe obrar como en la composicin de fuerzas,
colaborando con los deseos nobles, vigorosos, pero libres de mezquindad. Me haca
falta entonces discutir, hablar las ideas antes de escribirlas. Con Caso me puse a
hablarlas, me ayud con su instinto de sabio y su visin lcida. l no estaba conforme
con mi ocurrencia; el derecho era un fenmeno social; no apareca donde no haba
coaccin; no era legtimo concebir el derecho como un impulso natural; menos como
una fuerza. En torno al Tratado tico poltico, de Espinoza, discutimos largamente.
Fundndose en el libro de Fouill, sobre las ideas fuerzas, objetaba yo que aun la
ideacin, fenmeno ms imponderable que la voluntad manifestada en el derecho, era
asimilable y deba serlo al concepto de fuerza, nocin fsica de toda la filosofa, nocin
moderna.
Escrib sobre el derecho como fuerza y dinamismo interno de las relaciones
sociales. Partiendo del concepto primordial de impulso, procur determinar de qu
manera, dentro del juego mltiple de la dinmica, emerge la oposicin jurdica tan
fatalmente como choca y se combina la fuerza de los remos y la fuerza de la corriente
en el bote que sube el ro Cuando llegu a definir: Concepto dinmico del derecho,
sent pasar por la frente un relmpago. Antes que a nadie, le mis cuartillas a Caso
Es curioso observ; ha escrito usted bastantes pginas sin hacer cita y sin
perder de vista su tema Es raro que nosotros no podamos escribir as En fin; es
original su trabajo y lo felicito.
Y su enhorabuena fue sincera porque, consciente Caso de su propio valer, no
conoca la envidia y era por naturaleza generoso.
Mis hermanas
Vivamos ahora en Tacubaya, a la vuelta de la Ermita. La casa, muy modesta, de un solo
piso, tena esa absurda planta en alcayata que tanto se multiplic durante el porfirismo;
mezquina arquitectura tan expresiva de la poca ruin. Al frente dos habitaciones, saln
y alcoba, cada una con balcn entresolado a la calle. Por el interior, una serie de
alcobas a lo largo de un corredor estrecho, en torno a un medio patio con macetas y
plantas. Al fondo, el bao y la cocina. En la alcoba, con balcn a la calle, se instalaron
mis hermanas. Contiguo a su dormitorio, el mo con puerta al interior; en seguida la
abuela y ms all Carlos y Samuel. Mi padre estuvo con nosotros hasta la fiesta de mi
recepcin de abogado, que coste muy ufano, y luego se fue a su nuevo puesto por la
frontera de Sonora. Vivimos en esta casa una corta temporada dichosa. Desde la muerte
de mi madre no habamos estado juntos. Cada peso libre y cada hora de asueto serva
para darnos algn paso por teatros o refresqueras. Los domingos por la tarde
escuchbamos la orquesta del Caf Chapultepec, tomando cerveza o helados.
Frecuentemente nos acompaaba mi novia, establecida tambin temporalmente en
Tacubaya. Si quera sorprender a las mujeres, presumir de calavera, bastaba con
beberse un ajenjo mientras ellas tomaban sus helados. La vida de familia despus de
tanta presin ingrata me resultaba agradable. Mis hermanas eran bonitas y alegres, un
poco descuidadas en los asuntos de la casa; pero yo estaba tan habituado al desorden
que ahora senta la comodidad de tener quien juntara la ropa de lavar, hiciera las
cuentas, dispusiera la comida. De no ser por cierta exigencia que me obligaba a escapar
algunas noches, como los gatos cuando se echan por los tejados, maullando, nada
hubiera tenido que buscar fuera de la casa. La mujer como hermana era una novedad
que me resultaba dulce, entraable Pero qu cosa no echa a perder la impertinencia
de la juventud, su arrogancia? Los enojos empezaron por causa de Concha. No quera
acompaarnos al paseo, no iba al teatro, no se adornaba, se mostraba siempre cordial,
pero apartada, encerrada, iglesiera. La ta Mara, en vsperas de irse al convento, haba
paseado con nosotros y bromeado. Concha, en su propia casa, se anticipaba a la
clausura. Aquello me dola y me irritaba. Y no pudiendo desahogar mi enojo con ella,
lo lanzaba contra los curas, acusndolos de influir en su preocupacin. Tildaba la
religin de fanatismo y la vocacin monjil de mana. En el mundo poda hacer el bien y
eso era mejor que estarse rezando. Que se convirtiera, si quera, en asceta, pero laica y
metida a trabajar en buenas obras. Haba en el mundo bastantes males que remediar; en
fin, y de manera inconsciente, recitaba la tesis protestante de que se nutre nuestro
seudoliberalismo. En vano intent obligarla a la lectura de obras en boga sobre el
misticismo, como histeria y casi locura. Casi no quera creer que se ira. Me
tranquilizaba saber que, no teniendo quien le diera la dote, no la recibiran. Pronto
descubr que las mismas influencias que ayudaron a Mara se movieron en favor de
Concha. No s si una seora rica dio algo de dote o si la recibieron porque su
conocimiento de idiomas y sus dos aos de normalismo podan habilitarla de profesora;
el caso es que fue, tambin con las Damas del Sagrado Corazn, primero a Francia,
despus a Espaa. March contenta y nos dej tristes, confusos. Y a m, irritado.
Por algn tiempo Lola y Mela tuvieron que soportar mis abusos. Con la intencin de
inmunizarlas contra la mana religiosa, pero con crueldad y torpeza que hoy me
abochornan, no slo les discuta y les contradeca en cuestiones de creencias, sino que,
de obra, los das de vigilia haca servir por la criada un plato de carnes fras, mientras
ellas tomaban su bacalao.
A la disputa religiosa vino a aadirse otra causa de discusin. Supe por la abuelita
que Mela aceptaba las atenciones de un pretendiente que le rondaba la calle. Se trataba
de un sujeto alto, un poco gordo, medio conocido mo de la Escuela Preparatoria,
ricacho del clan tacubayense. Una suerte de tenorio pueblerino. Sin prudencia, pero con
claridad y cario advert a Mela del peligro de aquellas relaciones. Tanto ella como
Lola defendieron vivamente al sujeto como un caballero y como si ellas pudiesen
conocerlo mejor que yo. Pasaron semanas. Algunas veces yo llegaba tarde; otras me
dorma temprano. Viendo que no me enteraba de nada, la abuela, por fin, me advirti:
Mela platicaba con el galn a medianoche por el balcn. En seguida les puse la celada:
Llegu temprano, pretext una jaqueca, me retir a dormir y esper en cama a medio
vestir, con la luz apagada. Cerca de las diez o entreabrir las vidrieras. Lola no se
movi de su cama; pero Mela, instalada en su barandilla, empez a cuchichear
Entonces me levant sin ruido; no slo mi puerta, tambin la del zagun la haba dejado
entreabierta. Irrump, pues, por sorpresa, en la calle, a tres pasos del balcn de los
enamorados, tanto que el novio me sinti cuando tuvo encima el empelln que con todo
el cuerpo le met, echndolo a media calle. Segu empujndolo a golpes, para no perder
la ventaja de la sorpresa. Seguramente ms fuerte que yo, el atacado no me opuso
resistencia. Intent darme explicaciones, invoc la amistad.
No es ste el sitio; si algo tiene que decirme, vame en mi despacho; de lo
contrario, y si lo vuelvo a encontrar aqu, le aviento un tiro, ya no bofetadas.
Mela haba cerrado su puerta, y al regresar a mi cama slo la abuela me acogi
desde el zagun. La mand acostar y todo qued en calma. Al da siguiente, ya por la
tarde, al iniciarse una conversacin, estall el enojo de mis dos hermanas. Yo las
comprometa con esos escndalos; yo no tena derecho, etctera. Alegu mis derechos
de mayor, la minora de edad de Mela, y todo volvi a quedar en paz. El enamorado no
volvi a presentarse!
No dispona, por otra parte, de mucho tiempo para los asuntos familiares. El trabajo
abrumador y mal pagado creca; las maanas, en los juzgados; las tardes, en las
diligencias judiciales o en el bufete de don Jess. Uno de los clientes de ste me
encomend la tramitacin de un intestado: el primer negocio que me dejara honorarios
de ms de quinientos pesos pagados en junto. Me ufan la ganancia, pero sin destruir el
roedor de la frase de Bernard Shaw, recogida no s si en el prlogo de Man and
Superman: What is true misery La desventura positiva ensea consiste en
estar entregado a un trabajo para el cual no se tiene vocacin ni amor. Y no haba
remedio. La posibilidad de hacer dinero de prisa garantizaba la independencia para
dedicarse despus a otros afanes; pero avanzaba muy despacio. Me complaca haber
concluido pronto con la vida de estudiante: Verdadera pesadilla la de aquellos aos de
placeres bajos y ambiciones locas; vida parasitaria y mezquina, disimulada con
palabras altisonantes: ideales y juventud. Como si la juventud, en general, entendiese de
otra cosa que del toque a rebato de los apetitos Por lo menos, ya no era estudiante.
Ahora de abogado era menester sacarle a la carrera frutos pecuniarios o relegarla. Pues
no se soporta el estudio de las leyes per lhonore, sino por la ventaja. Para la fama hay
medios directos y cmodos; por ejemplo: la poesa o el periodismo. Al titulillo aquel
que recog para meterlo en tubo de lata, era menester exprimirle los pesos. Urga
extraerle su mximo rendimiento al esfuerzo. El primer paso era librarme de don Jess,
que siempre se llevara todo el dinero, dejndome todo el trabajo.
Mi pobre padre intent sacrificarse para juntarme unos mil pesos e instalarme en
despacho independiente. Mi buen sentido prctico rehus la oferta. Los bufetes, ya me
lo haba enseado mi corta experiencia, no se inician con muebles, sino con clientes.
Sin la base de una iguala o de un grupo de clientes no iba a agravar nuestra situacin
echndole encima gastos de renta, empleados, telfono. Nada de bufete; eso vendra a
su tiempo. Por lo pronto, la solucin estaba en salir de don Jess; pero, tambin, sin
perder lo poco que all tena seguro. Mejor seguir con l de esclavo que verme en el
caso de pedir prestado o pesar sobre otro. Fue tambin una fortuna que no tuviera sobre
quin pesar. Por eso cuidaba lo que tena, por poco y amargo que fuese. La mayor parte
de las locuras de la iniciacin las cometen los que tienen en quien recaer en caso de
fracaso. La mejor manera de no fracasar es saber de antemano que no hay quien preste
socorro en la quiebra. Desde temprano, mi instinto de luchador me deca: Tus aventuras
vvelas, en primer lugar, con la imaginacin; en segundo lugar, con tu vida misma si es
inevitable; pero nunca con el dinero. Con el dinero, cautela; por lo mismo que es un
medio, hay que usarlo de modo que nunca nos convierta en sus servidores. Llevado del
mismo sentido de la realidad, nunca perda el tiempo con los aparentemente ingenuos
que ofrecen al abogado joven negocios perdidos o problemticos, que requieren
preocupacin y anticipo de trabajo, sin remuneracin. Si me hablaban de ganar diez mil
pesos, contestaba: Eso es mucho para m; confenme un negocio en que gane diez
pesos si el honorario es seguro En tal forma defenda, por lo menos, mi tiempo. Y,
en efecto, nunca dije que no, ni a los negocios mnimos ni a las diligencias penosas,
exceptuando desahucios, que por principio nunca acept si se trataba de inquilinos
humildes. Al da siguiente de mi licenciatura, don Jess me haba hecho una
proposicin: aumentarme el sueldo a sesenta y cinco; es decir: veinticinco pesos ms,
pero a condicin de dedicarle atencin exclusiva a sus asuntos poniendo los mos en
comn y abonndome a fin de ao un cinco por ciento. La proposicin me irrit, pero
me limit a no aceptarla. Prefiero le dije seguir como antes; menos sueldo, y
libertad para los pocos asuntos mos. Perfectamente adverta que don Jess abusaba
de mi condicin oscura, falto de relaciones y apoyos. l, en cambio, iba en ascenso. Su
lotera era el compadrazgo con Ramn Corral, un palurdo de antecedentes turbios,
extrado de una aldea de Sonora para ser improvisado personaje digno de suceder a
don Porfirio Daz. Los cortesanos se preguntaban cul sera la suerte del pas al
desaparecer por muerte natural el invicto caudillo del cuartelazo de Tuxtepec. Y
preparaban la respuesta en la persona de un testaferro.
De don Jess me apartaba su amigo, el ministro Corral. En unas posadas en la
casa de mi jefe me haba tocado ver de cerca al amo presunto del pas; tena la risa
mala, el tipo endomingado y belfo de bajos instintos. La rudeza mental, la ignorancia
crasa, estallaban bajo la capa mundana. Le haban falsificado fama de enrgico, aureola
de estadista, y no pasaba de un precursor de Plutarco Elas Calles, sin los antecedentes
sanguinarios que hicieron del candidato obregonista un caso ms repugnante. Me dola
el destino que la dictadura preparaba a la patria.
Y me ofenda que don Jess, al fin hombre intachable en su vida privada, se
rebajase con sus obsequiosidades para con aquel rufin encaretado a ministro. Hasta de
mujeres se iba el pobre de don Jess, beato y adems fiel a su esposa joven y bella, con
tal de acompaar a la crapulosa excelencia que usaba el poder como ms tarde sus
congneres del callismo, para vengarse de su vida oscura de provinciano.
Saba, por experiencia de mi orgullo propenso a la nusea, que no iba a soportar
indefinidamente el ambiente de semejante bufete. Pero no hallaba salida compatible con
la seguridad del pan. Ya por all, entre mis relaciones de covachuelista, contaba con un
abogado tabasqueo de nombre pico y campechana disposicin: Aquiles Zentella. Le
costaba trabajo entenderse con unos abogados yankees que lo tomaron de socio. Me
conoci con motivo de unas traducciones, cuyo peritaje desempeara, y me haba
dicho: Ay, compaerito; dichoso usted que sabe ingls! Yo no le entiendo una palabra
a esos gringos, ni quiero; pero si usted est disponible, en la primera oportunidad lo
empleo en este bufete como ayudante; le convendra? Aqulla era precisamente la
ocasin de mis sueos, pero tardaba en llegar. Entre tanto, y contra lo que don Jess
creyera, yo empezaba a salir de la oscuridad. Mi paso meterico por la Escuela de
Jurisprudencia, sin honores, pero sin tropiezos, me haba dado fama de audacia. Luego
mi tesis refutada por todos los sinodales, pero elogiada unnimemente como interesante
y original, acab de crearme cierta reputacin. As, cuando ocasionalmente, y
obedeciendo todava a la querencia, me asomaba por los corredores de la escuela, los
compaeros me acogan benvolos. En una de estas ocasiones de charla se me acerc
Guillermo Novoa. Su padre mandaba en Justicia. Era el ministro un seor viejo
dedicado a amantes jvenes, y todo el manejo administrativo recaa en el subsecretario
Novoa, seco, trigueo, dispptico, pero recto y decidido. A pesar de mi relativa
amistad con el hijo del alto funcionario, no haba pensado iniciar gestiones por aquel
rumbo, porque mi padre me contagiaba de su odio a la vida burocrtica: No se haca
carrera para eso afirmaba sino para volverse independiente.
Sin embargo, mis resoluciones claudicaron ante una oferta del buen colega, que
doblaba en seguida mis entradas. A la pregunta discreta de mi compaero, repuse:
A m no me digan dnde me mandan, sino cunto me pagan
Su padre, explic, quera mandar a los Estados jvenes activos Das despus
recib el nombramiento de fiscal federal. Y vala la pena haberlo obtenido, slo por
gozar la sorpresa, la casi incredulidad de don Jess cuando le dije:
Me voy ganando el doble, casi el triple de lo que gano aqu
Buena suerte, buena suerte tiene usted, no cabe duda en fin me alegro lo
felicito
Ya no restaba sino liquidar mis asuntos antes de partir. Fcilmente hall sustituto
para una tutela que me haba conferido don Jess, en sus tiempos de juez. Administraba
yo las rentas de un viejecito demente; cobraba los intereses de sus hipotecas, pagaba su
alquiler, vigilaba al criado; me quedaba, de todo, el diez por ciento, unos quince pesos
mensuales. Nunca falta un pasante laborioso y necesitado que recoja con gusto estos
huesos Cobrando algunos saldos reun poco ms de quinientos pesos. En seguida,
despus de comprar algunos regalos para mis hermanas, decid despedirme de la
capital cumpliendo un par de antojos largamente aplazados. Consistan en una rubia
fastuosa llamada Estrella y una mazatleca elstica y morena llamada Laura, ambas
famosas en ciertos centros Cuando expuse mi plan de campaa de los ltimos das
metropolitanos a un ntimo, estudiante fsil, lector de los griegos y de la
Tauromaquia del Guerra, me dijo:
Cuidado, no te pase lo que a Demstenes, que se enamor de una cortesana
clebre cuyos favores, segn tarifa pblica, costaban cinco minas. Tenazmente el
filsofo se puso a ahorrar, primero una mina, despus dos. Y as que mir las cinco
minas reunidas, decidi guardarlas.
No fui yo tan sabio.
En provincia
Sin reflexin haba aceptado aquel cargo de funcionario en provincia. La primera
decepcin fue que me enviaban a Durango, ciudad cmoda, buen clima y poco trabajo,
pero sueldo escaso. Hubiera preferido a Tampico, infestado de paludismo, pero con
sueldo de primera categora. A mi padre le desagrad mi decisin. A m mismo no me
halagaba ir a cobrar menos, quiz, de lo que sola reunir en Mxico. La comodidad de
no tener de qu afanarme para cobrar me ofreca, sin embargo, un til descanso y quiz
oportunidad para actividades de cultura. Y tomndolo as, como arreglo provisional, no
haba de qu alarmarse. Antes de salir de Mxico qued apalabrado con Zentella.
Bastara un telegrama suyo asegurndome sueldo, as fuese modesto, para que,
renunciando al nuevo cargo, me presentase en la capital. Entre tanto, gozaba
volvindole la espalda al mundo de la cuistrera en que penosamente se
desarrollaron mis comienzos. Aprovechara los largos ocios del provinciano en
lecturas tanto tiempo aplazadas. Compr a Platn y a Kant; adems, me propuse volver
a cursar latn en el Seminario de Durango y como antecedente de una buena inmersin
en la Summa, de Santo Toms. La pequea ciudad sera mi sala de estudio. De ella
volvera sano de cuerpo y repleto de doctrina.
Entre los compaeros no faltaba quien me compadeciera. Para todos implicaba una
capitis diminutio profesional eso de refugiarse en los estados. Y peor si ya se estaba
casi establecido en la metrpoli. Ni yo mismo lograba sustraerme a esa impresin de
descenso y de prematura confesin de derrota. Pero mi suerte estaba echada; la haba
jugado, como quien dice, a una carta o, ms bien dicho, a un par de cartas mediocres.
Me complaca y casi me exaltaba dejar de golpe el engranaje antiptico que forman en
torno nuestro los hbitos, los deberes de una situacin poco satisfactoria. Era como
amanecer en otro planeta, libre de la visita a los juzgados, del hojeo de los expedientes
y la disputa con el tinterillo. Tres aos de faena azarosa, triste y dura, quedaban
relegados de un puntapi, y ya me seduca la maana despejada de mi primer despertar
en aquel Durango que visitara de nio: ruidos musicales y mujeres plidas, pjaros en
los balcones, campanarios al viento. Cual ave que cambia el plumaje, segn la nueva
estacin, as me fui desembarazando de las adherencias metropolitanas. Quedaban en
Tacubaya mis familiares y mi novia; pero en todo pensaba menos en boda. Un hbito de
aos me haba convertido a la novia como algo con que se suea mientras se suceden
amoros fugaces. Adems, el trato de los ltimos meses haba establecido entre
nosotros una especie de amistad singular; si, por excepcin, nos quedbamos solos, no
hablbamos sino de futilezas aburridas. Su mundo, sus gustos, eran diferentes; pero la
vea como porcin de la familia; estaba convenido el matrimonio y no dudaba de mi
promesa. Nos despedimos con naturalidad, como tantas otras veces nos habamos
despedido. Ella se quedaba con el hermano; mis hermanas se quedaban con la abuelita
y los hermanos menores. Ms pena me dio la soledad en que dejaba a mis hermanas.
Mi confianza en el destino evit, sin embargo, tristezas, y me desped de todos con aire
de quien se va de vacaciones.
Recostado en los cojines del carro pullman, repasaba las bromas acabadas de
escuchar en la despedida que me tributaron los compaeros: Regresar usted dentro
de algunos aos con su paya (campesina) al brazo y el chorro de hijos, haba dicho
Eduardo Coln, en el corro Cuide, al menos observ Wichers, de que esa paya
tenga su tierra con algunas vaquitas Delante de m, una familia duranguea
comentaba las impresiones de la capital, el regreso al hogar. Matrimonio maduro y una
hija de quince aos, maravillosa de hermosura y gracia. Si mal no recuerdo se
apellidaban Rodrguez. Disponan los camaristas las camas, cuando, de pronto, una
sacudida violenta, un chirriar de aceros, un vuelco, gritos y pnico Descarrilamos!
Llevndome las manos al rostro las retir con sangre proveniente de la nariz. El choque
me haba arrojado sobre el respaldo de enfrente. Mis vecinos de Durango, pasada la
alarma, comprobaron su integridad y se pusieron conversadores. Asomando por la
ventanilla, vimos nuestro carro fuera de la va, clavado en la cuneta del terrapln. Antes
de dos horas, un tren de auxilio levant los vagones y volvi a lanzarnos sobre las
paralelas de acero. Cuando, ya metido bajo las colchas, la trepidacin del rodaje
levantaba su clamor casi meldico, en un semisueo, vi la carita sonriente y
aporcelanada de mi joven vecina. Y asocindola involuntariamente a las advertencias
de Coln y de Wichers, decid que no poda haber nada mejor que las payitas de aquel
Durango adonde me arrastraba, si no un destino propicio, s un vagn de buen muellaje
y marcha cmoda y rpida. Mi existencia se converta en un proyectil lanzado al futuro
sin tiempo ni ocasin de revisar su pasado; tendido en su totalidad hacia el instante
prximo, siempre ms all, en mirajes que no por fingidos dejaban de aliviar el
trasiego. Leguas y leguas se interponan entre mi sujeto y la ciudad de Mxico; tambin
entre mi presente ambulante y mi pasado acabado de liquidar. Los aos de aprendizaje
y el abandono pertenecan ahora a mi biografa; es decir, a uno ya un poco extrao y que
yo mismo enterraba. Mi verdadera vida comenzaba y no haba de parecerse a la
concluida. Tampoco sera igual a nada anterior, desde que se constituy el universo.
Podra la memoria objetiva reconstruir la visin de las peripecias del sujeto que
despachaba en una oficina pequea, al lado del Juzgado; que mir la ciudad como
devastada y ya sin el color, la alegra que le prestaron los ojos de la infancia; pero lo
que resulta difcil no slo describir, sino siquiera recordar, es la experiencia de la
personalidad interior, cuyas moradas no retrata ninguna proyeccin. Para retener la
huella del fluir que somos, se escriben los diarios; pero yo nunca acostumbr llevarlos.
Siempre me pareci vano ocuparme de la minucia del da. Y cuando el suceso era o me
pareca extraordinario, lo era tanto que no necesitaba de ser apuntado; se incorporaba
de por s y para siempre en la estructura misma de mi conciencia. Lo cierto es que
cuando pasan los aos y meditamos, las cosas se nos presentan amparadas en imgenes
ms o menos vivas; pero lo que es ms nuestro, la esencia de lo que fuimos; qu era yo
que ni yo mismo recuerdo? A dnde se fue quien vivi aquellos das de mi destierro
durangueo? Revivo el goce de la luz de las maanas y la miel de unos higos negros y
gruesos que vendan en las huertas; pero el hlito de mi ser de entonces, cmo podra
rehacerlo, si el contenido de mi alma de hoy es tan distinto? Ni quiero volver a ser lo
que fui, ni amar maana este yo de hoy que tanto necesita mejorar a fin de que yo
mismo lo encuentre amable.
A falta de diario, escriba yo entonces borradores para futuros libros, apuntes de
tesis filosfico-artsticas con que imaginaba remover las bases del pensamiento
contemporneo.
Aparte del inters de la fama, me mova en estos intentos la necesidad de hallar una
clave o frmula de explicacin total de la vida, un sistema cabal del mundo. Hallazgo
semejante me haca falta, no slo para iniciar un tratado de filosofa; tambin para
enderezar y organizar mi propia vida interior, ansiosa de arquitectura. Empendome en
trazar el cuadro de la totalidad que nos acoge, acababa perdido en ideaciones
prolongadas y confusas, pero llenas de hechizo. Padeca entonces la embriaguez, el
hipnotismo del Todo. Y eso que parta del induccionismo positivista. De aquel temblor
de la nave cuyo ritmo estudia Spencer en los Primeros Principios. Slo que no me
importaba el sentido fsico de la direccin del barco, ni que los planetas girasen. Lo
que me preocupaba y lo que preguntaba al conocimiento era el valor de mi alma y su
camino entre todos los senderos del cosmos.
Estableca, para empezar, una divisin de los humanos ingenios en dos ramas:
cabezas empricas, cabezas anglosajonas que se conforman con el trabajo de hormiga
de la induccin que amontona casos, y cabezas latinas que usan los casos, los datos
para formular esquemas, generalidades, conjuntos. No mereca atencin un pensamiento
que comienza inquiriendo su propia validez y no se conceba sta sin relacin de
incidencia con el poder que determina el alfa y la omega del mundo.
Cul era ese comienzo, segn la disciplina emprica que ha menester de palpar
ms que de razonar? La pregunta formulada en tales condiciones exiga una respuesta
concreta, obligaba al descubrimiento de un valor, una realidad susceptible de ser
aprehendida con los dientes de la tenaza filosfica de mi poca: la observacin y la
experiencia.
El hallazgo tena que realizarse en sustancia externa o interna, fsica o psicolgica
pero aprehensible y determinable. Mejor an, pensaba yo, si acertamos a descubrir una
sustancia transferible de lo fsico a lo psicolgico y viceversa, denominador comn de
la simple existencia. Buscando unidad en la muchedumbre de los conocimientos,
remontaba a los peripatticos para razonar: El acto es finalidad a que tiende la
potencia. Sin embargo, cada acto al cumplirse, adquiere condicin esttica equivalente
a la muerte. Mientras ms bien se cumpla y, peor an, si se ha hecho perfecto, el acto
parcial ser siempre un remedo del ser absoluto. Suponerlo entonces eterno, es lo
mismo que pronunciar en su contra una condena irremediable, una perpetuacin de su
particularismo incompleto. Pues slo lo absoluto merece el acompaamiento de la
eternidad. Reneguemos, pues, de todo acto ya consumado y dmonos a la potencia
henchida de sorpresas. Slo una tenaz aspiracin de lo irrealizable, consolar nuestro
disgusto de cuanto se ve realizado y cumplido. En cada proceso, nos seduce, no su
trmino genrico sino la aspiracin de rebasar, incluso el propio arquetipo. Pues nada
es cabal sino lo absoluto. La hermosura reside en el trnsito de la forma propia, al
arquetipo genrico, pero ste ha de resolverse en la realidad que trasciende las formas
y no ha menester de ellas. Hace falta para que haya belleza, una especie de soplo
redentorista que convierte el movimiento a tarea ajena de sus determinaciones comunes
y se emparenta con el propsito divino. Mientras no se consuma semejante
transformacin y enlace, podr lograrse perfeccin, acomodacin, a un propsito
menor, pero no se alcanzar la belleza. Cuando el acto o el proceso se cumplen en el
extremo de su serie, el prototipo de su gnero, realizan un desarrollo evolutivo o
perfectibilista que estanca la energa en lo fraccionario y parcial. El mpetu creador se
quiebra de esta suerte retenido en lo formal, y aborta por suspensin del desarrollo en
actos o ideas que no van ms all del propsito concreto o de la ms acabada
representacin de su especie; no pasan de abortos, porque la naturaleza no tiene su
finalidad ltima en las ideas, ni en las formas, sino en la esencia divina, que est ms
all de apariencias y formas. Si el devenir no tuviese ms objeto que el cambio, sera
legtimo el afn de fijarlo en el instante en que alcanza caractersticas gloriosas. Pero si
el devenir tiene por objeto reintegrarnos a la gracia de la comunin con el Todo,
entonces, el acto sublime y la forma perfecta slo tienen sentido como escalones de un
proceso que supone desformalizacin en beneficio de la divinizacin. O reversin de la
forma en la esencia.
El estado de nimo esencial que los psiclogos buscan en el seno de nuestra
introspeccin, no nos aparece como impulso que tiende a un acto concreto, sino como
poder que engendra el acto o lo niega, segn el juego de su albedro. El poder de este
albedro es un trasunto de la dicha y la fuerza de Dios.
De suerte que el acto, en vez de trmino y culminacin de la potencia es una
fatalidad de su trascurso. Consecuencia de su divorcio de lo absoluto. Cada accin es
triste remedo del podero divino. Si la serie de los actos, que, en suma, constituyen los
diversos aspectos del acontecer, ha de lograr, alguna vez, significado superior al de la
intil repeticin en el tiempo, ser porque la corriente toda de la voluntad
particularista, se contagie del sentido y el rumbo de lo Absoluto. La vida como funcin
de lo Absoluto a diferencia de la vida como operacin biolgica, he aqu una definicin
de la esttica.
La sustancia cumplida en el todo, despus de ensayarse en los actos parciales, se
manifiesta a la conciencia, en el Consumatum est, evanglico. La potencia se sacia,
mira cumplidos los actos y usa su poder en la tarea de coexistir con el Padre. Es decir,
obtiene naturaleza divina.
Quien logra un vislumbre del estado de comunin con lo divino, adquiere tambin
concepto congruente de las teoras que separan: el sujeto, el saber y su objeto. Slo
durante el fugaz instante de nuestra participacin con lo absoluto, podemos afirmar que
existimos. Cuando nos quedamos abandonados al propio azar, ya no somos un sujeto, un
alma, ni siquiera una conciencia. Perdidos con el ocano de los sucesos, desbarramos
peor que el hecho fsico que, por lo menos, tiene la ley de su gnero. Al divorciarnos
de la esencia divina caemos en dispersin ms radical que el explotar de los elementos
del tomo. Se nos convierte la vida en girn de mpetus desviados, ineptos, perdidos,
caricatura odiosa del divino poder que impulsa el mundo.
Potencia que ya no aspira porque pudo todo y lo rehus por lograr lo absoluto. Al
llegar a esta condicin la voluntad, en el penltimo de los anhelos, entra en accin el
filsofo. Su territorio est ms all de la potencia y el acto.
Hojeando otro cuadernillo de mi adolescencia que el azar conserv a travs de
tantas vicisitudes, hallo anotaciones que son germen de mis reflexiones filosficas
posteriores:
La funcin esttica ya no se empea en cumplir actos sino en limpiarlos, bruirlos,
otorgndoles, al mismo tiempo, un nuevo sentido. La esttica es como la meloda, un
problema de equilibrio y de rumbo. El esteta no se pregunta qu quiero? sino hacia
dnde voy?, de vuelta al caos, o en direccin del concierto en el Todo? La condicin
tipo es la de la identificacin en lo absoluto. Aparecen entonces los objetos como
porciones menores de una potencia que se disemina, pero puede siempre rectificarse.
Cuando contemplamos con la inteligencia, prevalece el sentido de la disociacin,
as sea ordenada de objetos o imgenes, y la multiplicidad engloba y arrastra nuestra
propia conciencia. Sin embargo, en nosotros, sub inteligencia o super inteligencia o de
ambos modos, opera la emocin, que incesantemente, ata lo disperso, coordina lo
contradictorio y por adivinacin nos acerca a la profunda unidad dichosa. Hay un
criterio de dicha que es el del mstico. La mstica usa el anlisis como ejercicio de
sntesis. Condena el espectador que discurre y se agria, el crtico que es un mutilado
del alma.
La inteligencia para abstraer prescinde de lo esencial y mata porciones vivas de la
existencia. La inteligencia es un aparato de muerte. La emocin no prescinde ni del ms
humilde matiz de lo creado; sin embargo, consigue la sntesis. Su adivinacin es como
el relmpago que abarca los cielos y tambin a cada pequea cosa, la torna visible.
Mi yo no se resigna a estar ausente de ningn sitio del mundo. Anhela estar en cada
instante del tiempo y realizarse junto con cada brizna de la potencia que ensaya
combinaciones sin trmino. Pero atento siempre al todo, mi juicio operar en la
dispersin como la singladura de la red que tira hacia el centro, as que se ha cargado
de pesca.
Mi ser no ambiciona ejecutar la serie de actos que le iran dejando el anhelo
petrificado en porciones ineptas; tampoco se empea en seguir a la potencia, por todos
los ensayos de sus milenios infecundos; lo que ha menester es el podero que en un
instante supera la accin y salta el crculo del acontecer como intercambio y repeticin.
El dualismo: objeto idea, potencia y acto, desarrolla una pugna inacabable. Hay en
nosotros una potencia que anhela recorrer todos los senderos, cumplir y llevar a
trmino cada una de las determinaciones latentes del mundo. Expansin que toma por
asalto el universo, y se prolonga insaciable. Pero le hasta cada uno de los instantes de
su xito y se reconoce superior a sus conquistas. Y como no le basta tampoco el papel
de fakir que todo lo podra realizar y permanece quieto, busca entonces un equilibrio
asentado ya no en la gana propia, sino en el ser Absoluto. El desequilibrio y la
desarmona de cada instante responden al anhelo del progreso absoluto. Por ello nos
preguntamos: Qu ser del mundo, emocin-imagen que va dejando nuestra conciencia,
como estela que slo descubre la mente? O en otros trminos: Cul es el destino de la
representacin? Ser toda ella una escala que, una vez subida, se olvida, o hay algo en
nuestra experiencia del objeto que la hace digna de incorporarse al existir que se
consuma en lo eterno?
Penetro con la vista amorosa en el seno del objeto, y al concebirlo en funcin de
belleza, le cambio el equilibrio atmico y transformo el arreglo mecnico en ritmo de
jbilo. Toda belleza se distingue con el signo de un ritmo en marcha. La forma ha de
soltarse al lmite como escapa la oruga al capullo para ser mariposa. Sin milagro de
avatares no hay belleza. Implica sta un trnsito ya no de un fin a otro fin, de una causa
a su consecuencia, a la manera fsica, sino una transmutacin del valor dinmico, por
encima de los fines y las causas y rumbo al fin de los fines: el fin Absoluto.
Lo propio de la intuicin artstica es, de tal suerte, una invencin o descubrimiento
de los ritmos que apartndose de la mecnica corriente, y aun de los propsitos de la
voluntad ordinaria, se lanzan a la conquista de lo Absoluto.
La ciencia descubre las leyes de los movimientos de lo concreto y relativo. La
esttica busca el ritmo de la finalidad definitiva que lleva cosas y seres a reencarnar en
lo divino.
Podrn parecer pobres estas reflexiones y aun serlo; pero tal juicio no alivia la
carga del esfuerzo que me cost alcanzarlas. Lecturas extensas y variadas de filsofos,
reflexiones en la soledad con sacrificios de pasatiempos y complacencias; rpidos
atisbos conquistados sobre la cotidiana vulgaridad. Doble vida del esclavo social que
ha de disputar su pan y el alma que exige ocio contemplativo indispensable a su
esencia. Y aun, tambin, triple vida, porque no slo nos roba atencin el trato humano;
tambin el cuerpo nos reclama su porcin de dicha y comodidad y todo ha de salir de
una chispa pequeita de espiritualidad que casi se apaga a ratos y trechos y, a veces,
por siempre.
La realidad
Pobre, mediocre, fue mi porcin de humano goce en el Durango inmovilizado de los
ltimos tiempos del porfirismo. Al principio anduve sus calles, recorr sus parques
como eremita en una ciudad desierta. Se caminaba a veces dos o tres cuadras sin
encontrar un transente. Las casas, las aceras y el pavimento de piedra amarillosa
daban sensacin de cosa definitivamente estancada. Buscando vida en el panorama, que
no entre las gentes, visit al prroco de la capilla de Guadalupe, para quien llevaba una
carta. Del otro lado de la estacin, sobre una colina, una nave con campanario airoso
decora la campia verde y el cielo azul inmvil. Ms de una hora convers con el culto
y tolerante sacerdote, uno de esos que nos acercan a la Iglesia. Al caer la tarde baj
hacia la poblacin. El casero de tonos azules, blancos, ocres o rojos se baaba de los
rosicleres del crepsculo. Las montaas distantes, teidas de violeta y de cobalto,
recortaban perfiles en el cielo intenso. La conciencia tambin se me llen de luz. En una
de las cantinas, por la estacin, en vez de la usual cerveza tom un vaso de agua fresca
y clara.
Pronto a las cotidianas fricciones se aadi un terror. Me haba dicho: Quieres hijos?
Tendremos hijos. Yo haba respondido: Para qu ms feos en el mundo? Ya conmigo
basta Pero la tema; consultaba doctores. Dos aos transcurrieron sin amenaza de
prole, pero no se conformaba; en secreto meditaba, procuraba mi prdida. A mi lado y
aun sin quererlo, era el peligro, la amenaza, el enemigo, sin que nada de eso cuajase en
palabras. Por fuera subsistan las frmulas del afecto. Implacable, el apetito sensual
cumpla sus tareas muy lejos del alma; pero un instinto subyacente, una voz amiga me
revelaba mi desventura, me compadeca en mi cada.
El exceso de trabajo, las ilusiones de una doble ambicin, la del dinero y la de la
fama, me dejaban poco tiempo para rumiar quejas. En casa estaba de paso; mis horas
contadas bastaban apenas para conducir la tarea. El porvenir segua oscuro, pero
grvido de anticipaciones desiguales intensas y ya patticas, ya dichosas, pero en todo
caso exaltadas. Qu importaban aquellos das y aquellos aos si pronto ocurrira el
prodigio que al cambiar mi rumbo transformara todas las circunstancias pequeas y
molestas de los comienzos?
Entre tanto, en la casa de mis hermanas ocurri un nuevo desmembramiento.
Despus de unos meses de hija de Mara, escapulario al cuello y muchos rosarios y
misas, Mela, nuestra dulce y delicada Mela, el orgullo y la alegra de nuestro hogar
deshecho, escap para el convento. Casi no lo queramos creer. Nos habamos opuesto.
Avisado mi padre del peligro, habame mandado rotunda negativa.
Esper ella entonces a cumplir veintin aos, y el da justo de su mayora se
despidi de mis hermanas, mand una carta a mi padre, me mand a m un abrazo y
desapareci de nuestro mundo para siempre. Todava pas algunos meses confiando en
que se arrepentira. Seguramente las primeras pruebas, el largo aislamiento, acabaran
por quebrantarla, y yo slo cuidaba de enviarle recados frecuentes: Ya est bien que
eso termine; como experiencia ya es bastante recuerda que tienes tu casa donde te
esperamos si hacen sobre ti la menor presin avsame y denuncio el convento. Con
los parientes, con las amistades que visitaban a mi hermana repeta parecidos encargos.
Intiles, porque pronto supimos que se haba fijado fecha para la ceremonia de la toma
del hbito.
En la capilla del convento, a inmediaciones de nuestro domicilio de Tacubaya, se
celebr la misa de entierro para el mundo. Asistieron a ella mis hermanas y mi esposa.
Me qued solo esa maana en casa imaginando los pormenores de aquel nuevo desastre
familiar. Renuncia, frente al altar, de toda esperanza inmediata; sacrificio de una dicha
falsa, si se quiere, pero tangible. Aos de tormento a cambio de un enigma insondable.
En aquel instante la hostia volva santo el cuerpo impuro. La trenza, hermoso lujo
femenino, caa para convertirse en reliquia, como recuerdo de muerta. Lo que ms me
apesadumbraba era la previsin de las horas de desaliento, quiz de arrepentimiento.
Cuando esas horas llegasen yo tambin resultara culpable. Sin duda, como hermano
mayor, no haba hecho todo lo posible para hacerle ms amable la vida corriente.
Obsedido por las pequeas apetencias de mi egosmo, no haba sabido dedicarle el
tiempo y la atencin que reclamaba su juventud. Quiz un sentimentalismo desesperado
la lanzaba a una aventura de que, despus, se arrepentira. En fin; ahora no quedaba
sino reiterarle que en toda ocasin contara con el hermano que no supo retenerla en el
mundo.
El remoto, falaz consuelo de esta oferta no impeda que me sintiera culpable y que
el paso dado por ella, tomase a mis ojos la apariencia de un suicidio. Con ella, uno ms
de la familia se perda para la dicha, desertaba hacia el dolor.
La partida de Mela nos decidi a acercar ms a las dos familias. Tombamos en el
mismo Tacubaya una casa con dos departamentos. La abuela segua siendo el lazo
comn. Pasaban sobre ella los aos aadindole penas y arrugas. En otros tiempos,
cuando ramos pequeos y ella andaba por los sesenta enfermaba a menudo. Cada
invierno, neumona y tremendos ataques de asma. Envejeci ms y se volvi sana.
Conservaba lcido el juicio; pero divagaba en cuestin de recuerdos y fechas.
Encorvada y con ojos lacrimosos y dulces, vigilaba nuestros pasos, rezaba sus
devociones, cuidaba las macetas. En un lote que haba yo comprado para edificar ms
tarde una casa plant un rbol que habra de sobrevivirla. Mi ltimo recuerdo de ella es
un rostro enjuto, cetrino, sonriendo a la flor que a diario regaba en un tiesto.
Acariciando su viejo escapulario pasaba otras veces las horas junto a un pequeo
bal. Extraa de l unos aretes enmohecidos, obra de filigrana antigua. Tambin ciertos
collares de perlitas y corales, quiz de Acapulco, engarzados en oro. Cuntas veces,
por causa de viajes o temporales cesantas, aquellas perlas haban visitado el
Montepo! Iban siempre al final, ya que se haban empeado o vendido los anillos de
brillantes, el reloj de repeticin. Lo de ms valor no siempre volva a ser rescatado.
Pero las perlitas tornaban invariablemente con el buen tiempo. Se dio cuenta la abuela
de que sus viejos tesoros resultaban un poco intiles ante los avances del nieto, ya
propietario? De todos modos, a ella la vida ya no poda darle mucho ms que sus migas
de pan remojadas con caf con leche.
De vuelta de uno de mis viajes de negocios por el interior, me la encontr muerta,
ya tendida, chupado el rostro, con algo de ave. Segn sus instrucciones, la enterramos
en el Panten Espaol. Fue un dolor sereno. Repet sus generales para el registro del
cementerio, y a propsito de sus ochenta y cinco aos coment el anciano intendente:
Descans, la pobre. Fue una oracin fnebre que produjo alivio. Los senderos
bordeados de rboles de aquel prado de los muertos ofrecan a pesar de todo, no s qu
promesa consoladora. Exiguo era el cortejo que formamos, con la compaa de un
amigo y algn pariente. A nuestro aislamiento y soledad contribua aquella nuestra vida
de gitanos. Ya no ramos de ningn sitio. Dejbamos all a la abuela despreocupados
de que maana cada uno caera en su hora por cualquiera de los rumbos del viento.
Haca esfuerzos para endurecerme el nimo. Resista el impulso de sollozar sin tregua
pensando que la abuela mora a su tiempo y para descansar, segn observaba el
empleado. A la vez, tema no poder contener el llanto por la que muri a destiempo y
para que nosotros ya no tuviramos nunca descanso.
A mi lado, durante la breve ceremonia de la capilla, rezaron Lola y mi esposa. Los
menores, Carlos, Samuel, Chole, lloraron a su Gan, para ellos la nica madre que
conocieron. Carlos solloz como ninguno. Su destino condenado a temprana muerte
reciba, quiz, avisos confusos?
Desde su puesto en la frontera, mi padre me envi una carta enternecida. Me
agradeca el cario con que habamos enterrado a su madre. Entre l y ella haba sabe
Dios cuntas dichas y amarguras comunes. Desde su infancia, ms que la mayora de las
madres, aquella doa Perfecta haba sido para l refugio y compaa, consuelo y sostn.
Muchos das se habl de la abuela, se recordaron sus excentricidades de ancianita que
iba perdiendo el seso, devuelta casi a la infancia. Luego entr a la segunda muerte, que
es el olvido Qu es en la memoria humana un recuerdo? Qu se hizo de su alma en
la inmensidad? Se necesitaba el mximo fervor de la fe cristiana para no doblegarse,
desquiciarse ante estas preguntas! De la otra hablbamos menos; casi no hablbamos;
era una herida nunca cerrada. nicamente Concha, metida ya en hbitos monjiles,
escriba de Espaa en los aniversarios: Hoy hace tantos aos, a tales horas, dej esta
vida nuestra santa mam. Supongo la habrn recordado y que t cumplirs su deseo
mantenindote fiel catlico para que todos podamos reunirnos otra vez en el cielo.
Slo en el cielo podra volver a juntarse la pobre familia que de Piedras Negras sali
ya incompleta y se segua disgregando. Pero quin penetra el misterio de las uniones,
desuniones de las criaturas?
En la nueva casa, separando al fondo las dos hileras de habitaciones, haba un
doble piso; abajo comedor y arriba antesala y alcoba. Por ms independiente, habamos
cedido el alto a Carlos, que dorma all solo. Una noche, a la hora de acostarnos, oyse
un estruendo. Salimos al patio creyendo que arriba se haba cado algn mueble. Carlos
asom un poco perplejo. Al escuchar, l tambin, el ruido, sali de su alcoba
encontrndose tirada en el suelo la palangana que haba en el vestbulo. Ya bajaba
aadi, para preguntarles si alguien haba subido. Registramos toda la casa.
Propusieron las mujeres que Carlos cambiara de dormitorio; pero l se opuso,
diciendo: Si se trata de espantos, no pierdo la oportunidad de observarlos No
volvi a ocurrir cosa extraordinaria.
Carlos trabajaba, se paseaba, y por presin ma realizaba economas. Era jovial,
desinteresado y enrgico. Estaba inscrito en un gimnasio donde haca atletismo.
Frecuentaba los encuentros de box, concurra al Teatro Principal, con amigos alegres,
para aplaudir a las bailarinas. Siempre optimista y resuelto, no me causaba ninguna
preocupacin. Al revs de Samuel, que acostumbraba quejarse y hallarlo todo mal.
Pero una tarde lo hall en el bosque de Chapultepec, adonde acudamos todos a
menudo, por su proximidad a Tacubaya; lo vi apoyado en la bicicleta de que acababa de
apearse. Tena el gesto contrariado. Sin hablar me alarg el papel en que le notificaban
su cese en la compaa, por diferencias con un empleado superior, etctera.
Muchas veces habamos hablado del proyecto de que pasara unos aos en los
Estados Unidos, la Meca del xito, la ilusin de los jvenes ambiciosos de aquella
poca. Por lo menos, perfeccionara su ingls. No iba a quedarse de empleado de
comercio toda su vida. Trabajando en los Estados Unidos podra, como se estilaba
antes, seguir al mismo tiempo una carrera corta; se hara mecnico tcnico; despus
volvera a Mxico a poner un taller o a trabajar en el ferrocarril. Los ferrocarriles en
aquellos aos ocupaban mucho personal extranjero, alegando que no haba mexicanos
preparados; l se adiestrara. El plan no poda ser mejor; pero no podamos pagar un
colegio formal. Son caros los institutos tcnicos, las universidades. En cambio, en las
escuelas auxiliares de mecnicos ensean sin exigir preparacin escolar de
importancia. Contando con sus ahorros y ayudas ocasionales que promet suministrarle,
decidi su viaje. Se march primero a Ciudad Jurez, donde cultivaba la amistad de
Jesusito Fras, hijo de don Benigno, mi antiguo protector.
Lo vimos partir con tristeza, pero esperanzado. Cumpla veintin aos, le convena
probar fortuna. En todo caso, si te ves apurado le advert, pon un telegrama y en
veinticuatro horas te giro tu regreso. Mi padre, ausente, no intervino en estas
decisiones, cuya responsabilidad asum plena. El mismo Carlos no se hubiera decidido
sin mi asentimiento, dada la confianza que pona en mis juicios. No se me escap que lo
empujaba a una empresa dura y de las que ponen a prueba un carcter. Pero yo tambin
me sostena a fuerza de tenacidad y me halagaba sentir en el hermano predilecto,
madera que resiste el temporal.
De abogado de la legua
Desde mi ingreso al bufete Warner, y especialmente en los tiempos de Zentella, haba
tenido que hacer viajes de negocios por distintos rumbos del pas. Una de mis primeras
comisiones la desempe en Zacatecas. Me toc levantar el acta, legalizar el papeleo
del consejo social de una empresa propietaria de minas. La ciudad que tantas veces
haba visto en panorama desde los vagones del ferrocarril, me abra ahora sus calles,
que ya empezaban a verse desiertas. Casas amarillas de uno y de dos pisos, dinteles de
cantera, pavimento de piedra irregular, plazoletas reducidas, circundadas de casas
color ocre. Ambiente mineral. Apenas un estrecho jardn al lado de la Catedral de torre
barroca primorosamente tallada. Por bajo el balcn del hotel circulaban mulas y burros
con sacos de mineral. Sube olor de talabartera. El eco de las pezuas herradas sobre el
empedrado repercute en la fachada de piedra. En torno, ahogando casi la zona
urbanizada, levantan su mole rojiza los montes. Sobresale el cerro de la Bufa, atalaya
del viejo campamento de los gambusinos. Lo que abajo queda en palacios y templos es
testimonios de bonanzas que ya son nicamente leyenda. Los conocedores nos
advierten:
Ya esto se acab; estn agotadas las vetas; nunca volver a ser lo que fue.
Fugaz destino de la urbe minera. Improvista arquitectura lujosa, pone estera de barras
de plata para el matrimonio de los hijos del amo de la veta incalculable; luego, a los
nietos, tras del derroche, les hereda ruina, humillacin y exilio.
Con avidez de viajero novel recorr todos los sitios clebres, incluso la Villa de
Guadalupe; nobles sillares en un desierto Un colega local me mostr las colgaduras
de terciopelo carmes de la sala de fiestas del teatro Caldern: Alarde postrero de una
decadencia sin gloria. Muebles de peluche donde no hay espectculos y ya casi ni
pblico. Volv a pasar por all en la noche. Una compaa de la legua anunciaba no s
qu piececilla o sainete. Obstruan el prtico mujeres con rebozo y hombres descalzos.
Un nio de clase media mal vestido, triste el semblante, detuvo mis reflexiones. No
poda entrar a la funcin; no poda comerse los dulces de los vendedores ambulantes;
no tena esperanza de un traje nuevo. Toda la angustia de la ciudad, con su teatro de lujo
y su poblacin desarrapada, expresbase en el gesto de aquel nio que no peda nada ni
hubiera aceptado merced, pero comprenda y apeteca sin ilusin de alcanzar.
Esta comarca est en la miseria haba yo dicho a mi amigo, desde por la
maana, y me respondi:
La ciudad s, por la casi extincin de los trabajadores de las minas; pero el
territorio circundante es rico. Esas tierras coloradas y secas no carecen de pastos; se
sostienen en ellas millones de ovejas.
Ningn otro estado compite con Zacatecas en la exportacin de lana.
Faltaban apenas ocho aos para que llegaran por all las huestes carrancistas
robando ovejas, embarcando los ganados para los Estados Unidos en beneficio de los
generales, los ministros de la revolucin. Con tal barbarie volvi a triunfar el desierto.
Sin embargo, en aquellos tiempos yo me senta revolucionario, crea que podan
consumarse reformas civilizadas y siglo veinte con girondinos y aun con Robespierres.
Me indignaba de la miseria pblica; disertaba contra los hacendados que compran
palacios en Pars y dejan descalzos a sus labradores. Censuraba al gobierno
desentendido de las muchedumbres de pordioseros que acuden a las paradas del
ferrocarril. La tirana era cmplice de cada abuso, obstculo de cualquiera enmienda;
era menester derrocarla y el porvenir se arreglara solo despus; lo primero era
conquistar la libertad
Revolucionariamente reflexivo, me fui internando por callejas pintorescas y
tortuosas, misteriosas, pese al alumbrado elctrico. Suben algunas en gradas como
escalera; bajan otras de suerte que edificios de un piso resultan por la espalda de tres.
Las muchachas de aqu me haba dicho mi amigable cicerone tienen buenas
pantorrillas de tanto caminar por estas calles en desnivel. Algunas que vi de paso me
dieron la impresin de llevar en la carne el mismo tono de la tierra colorada, argamasa
con reflejos de oro que se acumula en las bocaminas. La noche fra del altiplano
estimulaba la marcha. Atraves una silueta gil, hombros delicados bajo el tpalo
negro, caderas opulentas, andar voluptuoso. Apresurando el paso, mir un rostro
moreno y ovalado de ojos esplndidos. Salud sin obtener respuesta, pero no rechaz la
mano que la tomaba del brazo. Frente a su puerta intent despedirme, pero sonriendo.
Al fin entr a su vivienda: colcha bordada en la cama de respaldo de madera; en la
consola, un santo con su capelo, flores de trapo en un bcaro, cortinas de punto blanco.
Pero ella era soberbio adorno. Qu misterio enciende el sincero arrebato, el delirio de
carne y alma de dos seres que no se han preguntado los nombres y que nunca volvern a
encontrarse? Dos horas despus me hallaba de nuevo en la calle, molido de cuerpo,
pero dichoso, estremecido con el son que entona los himnos de la alegra interior.
En otra ocasin me toc caminar en compaa de Wilson y el banquero, que
llamaremos Beckins. Capitaneaba la expedicin el banquero, y el vellocino de oro lo
constitua cierto testamento que lo nombraba albacea de cuantiosos intereses por
Colima. El ferrocarril no pasaba entonces de Tuxpan. En este punto, dentro de sus
mismas tiendas de lona, nos alojaron los ingenieros que construan la va. En una
especie de bodegn remendado con tablones, los cocineros chinos del campamento nos
sirvieron cena copiosa al estilo norteamericano: leche en lata, huevos fritos con jamn,
galletas, mantequilla, carnes enlatadas, cereales. Procuramos en seguida dormir en los
catres de campaa, bajo el doble cobertor olivo, tipo ejrcito yankee. Durante la cena
se haba concertado un acuerdo, lo que nos permiti emprender el regreso en el tren
inmediato de las cinco de la maana. A las tres nos levantaron para darnos un almuerzo.
La misma lista de manjares conservados, y la inevitable botella de catsup, tomate
farmacutico. Naturalmente el exceso de mala comida me produjo insomnio y despus
jaqueca. Se malogr la fiesta del paisaje magnfico. Enormes montaas, bosques de
palmeras y manchones gloriosos de los rboles con flor amarilla o rosada que
denominan primavera o maravilla. Apenas lo vea agobiado por el dolor de las sienes,
la nusea. Mal hereditario se juzgaba la jaqueca en mi familia. Hasta que Upton
Sinclair me libert con su folleto. Doble retrato: Upton Sinclair before fasting; Upton
Sinclair after fasting. Primero un rostro cetrino, melanclico, vista apagada, tez
granulosa; as estaba cuando coma y coma y se curaba los trastornos de la salud con
medicinas antes de aplicarse el rgimen del ayuno. En el segundo retrato aparece
Sinclair sonrosado, luminosa la pupila, limpio el cutis, optimista la expresin. Bastaba
con dejar de comer totalmente, una o dos veces, al menor indicio de trastorno
fisiolgico, al primer sntoma de constipacin. Toda mi vida estudiantil entre alumnos
de Medicina y mdicos, y ni un consejo para combatir el estreimiento, que ya Voltaire
sealaba como causa de todo mal, a no ser el uso de laxantes, que lo empeoran. Toda
una prctica mdico-nacional de administrar carbonatos para hacer comer cuando no
hay hambre, renegada, vencida en un instante por la teraputica, simple y eficaz y por
otra parte antiqusima, bblica: el ayuno por higiene. La beatera cre el absurdo del
ayuno como penitencia; los yanquis nos devolvan a la sana tradicin.
Por lo pronto, mis compaeros de viaje discutan y soaban, disertaban sobre el
mismo tema: los negocios y la riqueza. El banquero Beckins comenzaba la carrera que
en pocos aos lo hizo millonario. De frente napolenica, tipo menudo, tez morena,
pensamiento rpido y pocos escrpulos, era un predestinado del xito. Su dios era el
poder, y su gran sacerdote, el dinero. Se le atribuan combinaciones turbias y aun se le
consideraba autor del tropical ranch scheme. Escritura de compraventa de diez mil
pesos, lanzamiento de bonos hipotecarios en Estados Unidos por cien mil; gastando la
mitad en propaganda, comisiones y algunas mejoras, se reservaba el banquero la otra
mitad para la accin hipotecaria, a la hora de la quiebra inevitable. Luego, la
reorganizacin, nueva emisin en el mercado yanqui, que entonces rebosaba dinero, y
as sucesivamente hasta que el Banco Beckins luci sus mrmoles sobre la principal
avenida de la capital.
Emersonianamente constitua Beckins el representativo de la fiebre de especulacin
de un continente. Los ms audaces ya no se hacan guerreros ni exploradores, o
pioneers, sino empresarios de ferrocarriles, presas de riego, desecacin de pantanos,
aprovechamiento de energa elctrica: promoters. La oportunidad de convertirse en
millonario pareca al alcance de cualquier osado. Beckins me fascinaba y l pareca
interesarse en el contraste que le ofreca mi carcter.
Lstima que usted se aferre a su temperamento de dreamer. Si usted quisiera
entregarse de verdad a los negocios prosperaramos ms all de lo que usted imagina.
Con cincuenta mil pesos me compro casa y huerta y un campo para encerrarme a
trabajar en lo mo, y basta le objetaba yo.
Rea Beckins estrepitosamente.
Por Dios, V., cincuenta mil pesos! Para qu sirven cincuenta mil pesos? Eso se
gana en un negocio en una semana. Try Five millions, ensaye a reunir cinco millones, y
cuando los tenga, por qu no aumentarlos a diez?
Su imperialismo sobrepasaba la idea nacional, las fronteras, las razas. Lo que
haca falta eran hombres como Porfirio Daz, capaces de tener en un puo a la plebe,
hecha de ineptos y descontentos. De esa suerte prevalecan los hombres creadores y
grandes. Lstima que los Estados Unidos no tuvieran un Porfirio Daz.
Sera hermoso un continente gobernado napolenicamente desde Washington. Y
por qu no? Qu escrpulos puede nadie oponer? Usted es buen mexicano, yo soy
buen americano; por qu no haban de unirse las dos naciones como se nos uni Texas,
y entonces, quin sabe? Un mexicano poda llegar a ser jefe de todo el Continente!
Elecciones o plebiscitos peridicos y toda la autoridad posible al elegido, a reserva de
exigirle responsabilidades al fin de su trmino constitucional.
No era se el secreto del xito de los Estados Unidos, el primer pueblo de la
historia?
Poco despus de este viaje se oper un cambio en el bufete de Warner; se separ
Wilson, llevndose la clientela del banquero Beckins. Me invit Beckins a que los
siguiese. No quise hacerlo por escondida repulsin a Wilson y por lealtad a Warner.
Nunca me arrepent de haber evitado el camino torcido. Beckins no lleg a ser un
Morgan, pero s junt los cinco o seis millones que disfruta en su palacio de Mxico y
sus residencias veraniegas de Estados Unidos.
Para alcanzar la grandeza no le ha estorbado la murmuracin de los envidiosos o de
los agraviados. A ttulo de ancdota que define a un tipo refiero lo que se me cont.
Despachaba Beckins, como de costumbre, en su Banco, rodeado de auxiliares,
taqugrafas, clientes. Presenta el mozo una tarjeta. Sin parpadear, Beckins ordena: Que
pase. Penetra a la sala un caballero yankee alto, barba blanca venerable, porte severo.
Llammosle mister Jones. Los empleados, las taqugrafas conocen la correspondencia
violenta en que el recin entrado reclama contra una prdida de que se acusa a Beckins,
y hacen ademn de retirarse.
Con una seal, los retiene; cortsmente indica a Jones un asiento. ste, en voz
pausada y alta, declara:
Mister Beckins: he venido a su propia casa para decirle delante de sus
empleados que es usted un bribn y debiera estar no en su Banco, sino en presidio!
Hay una breve pausa, tras de la cual, con su voz atiplada y tranquila, Beckins
pregunta:
Y eso es todo, mister Jones?
S; eso es todo contesta el viejo preparndose a salir.
Un instante nada ms, mister Jones, se lo ruego interpone Beckins, y echndose
atrs en el asiento giratorio examina a Jones de arriba abajo, y sonriendo exclama:
Ahora comprendo, mister Jones, por qu usted a sus aos est pobre y arruinado, hecho
un fracaso, en tanto que yo soy millonario. Haber hecho un viaje para darse la molestia
de decirme lo que todo el mundo sabe y mejor que nadie, mis asociados: Que soy un
bribn que debiera estar en presidio; vaya, mister Jones; a sus aos preocuparse de
ese modo de lo ajeno, en vez de atender a sus propios asuntos! Con razn. Su sombrero,
mister Jones; aqu est su sombrero
Se asegura que los presentes se pusieron a rer y mister Jones se retir confuso,
casi avergonzado. La liberalidad de Beckins con sus amigos y servidores le aseguraba
no pocas adhesiones leales
El tipo del negociante, Warner, era ms humano y ms fino. Propiamente, no era
Warner negociante, sino soador metido a negocios, caso desesperado. Warner forjaba
proyectos y fantasas y dejaba escapar las ocasiones modestas. Deseaba un milln; pero
haba de venirle asociado a la estimacin de sus iguales, sin mengua de su nombre de
buen linaje. Una guerra para apoderarse de Cuba no estara bien; era como pegar a un
nio. Sin embargo, l deca: Take Cuba, gently, para sanearle sus puertos y liberar la
poblacin oprimida. Mirando aqu y all los restos de la accin espaola en Mxico,
comercios urbanos, explotaciones agrcolas, comentaba: Son admirables! Fjese
cmo tienen el secreto de hacer trabajar recogiendo ellos el fruto. En el fondo se
senta, como tantos otros yanquis, el heredero de los conquistadores espaoles.
Ostensiblemente y para la galera hispanoamericana, censuran las atrocidades de la
Conquista, el rigor del coloniaje y, en realidad, estudian el sistema y desearan
repetirlo. No era Warner el tipo del capataz. Emulaba ms bien el caso del aventurero
moderno, negociante y promotor, suerte de Peer Gynt ambicioso, no slo de oro, sino de
poder y de fama. El profeta de sus empresas era Ibsen, por encima del mismo Emerson
y con desdn confesado de Ruskin. Saltando sobre los frenos de la tradicin
democrtica igualitaria, los yanquis se volvan a sentir vikingos rapaces apenas
trasponan nuestras fronteras. Toda nuestra literatura revolucionaria se ensa ms
tarde contra el tipo de negociante intervencionista que aprovechaba la crisis moral de
un pueblo para medrar y oprimir sin compasin. Por desgracia, hasta ahora no hemos
logrado otra cosa que proveer a estos traficantes con el socio que necesitaban: el
poltico, general de la revolucin, que les asegura la impunidad.
Mientras Warner perda dinero y tiempo en organizar negocios de rendimiento
problemtico, Beckins no meta jams un peso suyo a ningn negocio. Los negocios los
haca con el dinero de los otros, sin perjuicio de adjudicarse la parte del len en las
ganancias. En esto del sentido prctico para el negocio tena yo ms de Beckins que de
Warner. Muchas veces evit que Warner arriesgara sumas en provisiones dudosas, y el
poco dinero que yo ahorraba lo guardaba contante y sonante en el Banco. Hice una casa
porque tena familia y era necesario meterla en algn sitio; pero nunca invert en
negocios aleatorios. Para soar basta con la poesa; y no hay nada ms triste que
rebajar el sueo al nivel de una realidad que slo agradece a quien la trata con claro,
preciso, definitivo desdn.
Entre la multitud de los aventureros que se diseminan por nuestro territorio en busca
de minas, tierras, bosques que trabajar o explotar, hubo, por supuesto, hombres
admirables, ingenieros que en la mina o por los terraplenes de nueva va frrea
vivieron largos aos con la frugalidad de un monje, slo para dejar al morir una fortuna
modesta que paraba en manos de abogados y banqueros. El gusto casi heroico de la
tarea purifica y eleva estas almas singulares. Con uno de estos hombres conviv en
cierto viaje. Era l un cincuentn enriquecido en el trabajo, y yo un pobre principiante.
Sin embargo, yo derrochaba imbcilmente propinas, vasos de cerveza, coches y extras
en la mesa. El otro caminaba a pie para economizar el taxi, beba en la mesa agua, en
vez del vino caro y malo, y se acostaba temprano mientras yo me iba al teatro. El
trabajo humano me deca, a propsito del dinero no lo derroche; es de tontos
hacerlo. En cambio, en nuestra enrevesada tica criolla quien no despilfarraba as
tuviese que vivir despus de prestado no saba lo que es vivir; no era hombre.
Llegbamos al abra en que se divisa Oaxaca. Cuando Hernn Corts lleg a este
sitio (record el yankee), se quit el sombrero y clam: Gracias, Dios mo, porque me
has concedido contemplar este panorama. Sbitamente el confn se ensancha y aparece
un valle dulce, poblado de casas y arboledas, partido por la cinta plateada de un ro
que corre entre playas de oro. Hacia el fondo, cpulas bizantinas y campanarios
barrocos. Ocre subido de la piedra tallada; encalados paredones casi sin vanos,
balaustradas de hierro forjado y aleros de teja. Todo tiembla en el cristal de una
armona extica.
El convoy, al bajar, nos ha metido en capas de aire denso embalsamado de
tropicales florestas, refrescante y como nutritivo. Altos ramajes de mameyes y de
mangos, tierra colorada, siembras y chozas entre palmares, ovejas y gallinas,
guajolotes, indios de blanco. A mi mente acuden nombres aprendidos en la infancia. Los
barrios del Carmen Alto y la Soledad, las Mirus, las Fandio, familias que oa recordar
y de las que ya nada sabr jams. Estaban all los panoramas que recrearan a mi madre
en su juventud. Irreprimiblemente la garganta se me estrechaba de verme solo, deshecho
el manto del familiar afecto. El cochero que nos recibiera en la estacin haba
pronunciado calle, con la elle fuerte de mi abuela; elles oaxaqueas, que en Amrica
slo usan tambin los argentinos. La musical estridencia acordaba con el ambiente
despejado y slido, trasparente y casi quebradizo. Desde el asiento de la calesa
revisaba las casas, las puertas, las esquinas, buscando la traza de los relatos paternos,
cotejando las fotografas que fueron tesoro de la familia. Era un poco mo cuanto
miraba. Cierta casa baja encalada y con balcn corrido de hierro y un ventanillo, me
sobresalt con la sugestin: Esto mismo vieron sus ojos tantas veces. La angustia de mi
goce se avivaba como si estuviera dentro de m el alma infinitamente amada. Lo que
ella en sus ltimos instantes rememor quiz, creyendo no verlo ms, ahora lo
contemplaba con mi mente. Ms que yo mismo, era ella quien vea de nuevo sus parajes
nativos. Aquellas imgenes eran tambin algo como un complemento. As que las
incorporase a mi conciencia, como nutricin del ambiente nativo, mi personalidad sera
ms rica y coherente. Lentamente me volva ms yo mismo Asom la portada de la
Soledad con su gradera, y encima el atrio donde se comen los buuelos y se quiebra la
cazuela el da de la fiesta. Largamente, deliciosamente, examin la noble portada
barroca, piedra dorada y cornisa ondulosa, sin torres. All s, seguramente, los mos
gozaron la verbena y en seguida, recobrada la compostura, meditaron frente al altar
semichino, recargado de molduras de oro, patinados los leos, ardida la tierna cera de
los cirios Oscureca y estaban cerradas casi todas las ventanas, desiertos los
balcones. Una vaga protesta, absurda, se alzaba dentro de m; extrabame de que las
puertas no se abrieran a mi paso, de que nadie acudiese a la bienvenida. Desde luego ya
no tena por all parientes; nadie saba, ni le hubiera importado saber mi llegada; pero
esto mismo haca ms aguda la desazn de entrar a la propia casa como desconocido.
Mi gringo minero, al lado, aunque bondadoso y prudente, haca ms doloroso el caso.
Llevado all por extraos, gracias a ellos volva, ya no el hijo prdigo, sino su
descendiente, y a presenciar la ruina de su propia estirpe. Las casas, las minas, los
ranchos, empezaban a ser propiedad de extranjeros, como el que me acompaaba
Concluida la cena, me desped de mi cliente y me ech a vagar por la ciudad. Eran
ms o menos las diez. Desembocaba el zagun del hotel en el portal frente a la plaza.
Los arquitos recordaban las casas de los nacimientos con que se festejaba la
Navidad. Uno que otro transente miraba con indiferencia las alacenas de dulces y
pastas. A la derecha, los soportales de cantera del Palacio del Gobierno sugieren el
tipo arquitectnico de la Colonia, de Antequera a Guatemala. Al centro de la plaza, un
jardn que embalsama la noche. Andadores espaciosos, pulcramente embaldosados,
brindan asientos a la sombra de toronjales cargados de fruto. Frescura y pureza del
hlito vegetal. Reposadamente observ el Palacio: anchas puertas, protegidas de
balcones, a lo largo de la cornisa de la arquera. Lo hicieron criollos espaoles; es
decir: mexicanos de la era fecunda. Y nosotros no tenemos ni memoria para recordar
los nombres de los constructores. En cambio, cualquiera por all pregona que en el
Palacio despach Benito Jurez, y an se conserva en el descanso de la escalera el
retrato de Porfirio Daz. Pasmme hallar en la piedra el mismo sepia de mis antiguas
vistas estereoscpicas. Di otra vuelta a la plaza. Todava algunos grupos, dialogando
con desgano en las bancas, gozaban la flacidez de la noche infinita. Caminando unos
pasos, sin preguntar, reconoc las torres dobles, bajitas, y la fachada robusta de cantera
verde, la Catedral de los ditirambos arquitectnicos de mi padre. Atrio despejado y
calle de por medio, un jardn con arboleda frondosa. El suelo pavimentado de cantera
se ve limpio, impecable. Por la esquina del fondo se alzan casas modestas, pero
robustas; dos pisos y balconera de hierro. Todo est puesto como para perdurar en los
siglos. Examino de cerca el templo y descubro, por fin, el tono incomparable de aquella
cantera verde tan alabada. En los nichos de un tablero hay imgenes en piedra,
discretamente talladas. El tiempo les da distincin. Era verdad y no exageracin
paterna: de la obra dimana fuerza y nobleza. Para construirla haban penado y haban
vencido nimos clarividentes dominadores de la selva, la soledad, la cordillera. Un
trozo de cordillera se haba hecho msica. Quines fueron los fundadores? Ni sus
nombres nos ha reservado la furia destructora de la poca posterior, la apata, la
ruindad de nuestra herencia sin casta.
Cabizbajo segu penetrando por avenidas semidesiertas, anchas y limpias, bien
alumbradas. Las calles laterales se ven partidas por el cao que recoge el agua limpia
de los aguaceros. El empedrado lustroso de granito amarillento; las fachadas, de poca
altura y macizo ensamble; todo sugiere la influencia romanoibrica. Los zaguanes
denuncian el grueso singular de los muros. Acuden a la mente historias de alarmas y
terremotos. Al comienzo del arrabal cesan las cornisas y se expanden los aleros de teja
envejecida y potica.
Por la subida del Carmen hay una perspectiva de calle que asciende y finge en la
sombra nocturna el contrafuerte de una muralla fantstica. Al fondo de las avenidas se
levanta ciclpea la masa oscura de las montaas. Estamos en el corazn ptreo del
mundo. En l la ciudad es un ensayo de expresin de la cordillera. Reluce de aseo la
doble fila de aceras embaldosadas. Cada hora golpea en la esquina el sereno y declama
la cuenta del tiempo. Una quietud perfecta, sin otra presencia que el alumbrado, invita a
seguir caminando. Arriba, la noche es un terciopelo recamado de astros. Parece que se
han aproximado las constelaciones.
Cada dos o tres manzanas, el trmino de la va pblica se ensancha en plazas
reducidas, sombreadas con algn jardn. Cierran el cuadro casas como palacios y
templos antiguos. En ellos toma un alma el granito. Las sombras de los follajes
agrandan, ennoblecen las proporciones. En el vano de un prtico, una vieja enlutada
tiende la mano pidiendo limosna. Dios se lo pague, murmura dulcemente. Una idea
me remueve; la ancianita podra ser alguna remota pariente.
Avanzando, siempre sin preguntar, desemboqu, por fin, de improviso, a la fachada
de Santo Domingo; lo mejor en su gnero en todo el Continente y en ciertos aspectos
nico en el mundo. Sorprende la masa robusta de la nave. Los contrafuertes se
multiplican hacia los muros del convento anexo. Vista de cerca, la portada se impone
con majestad. La torre lateral, no muy alta, cuadrada en el doble cuerpo, redonda en el
tope, resiste no slo el tiempo, sino la amenaza de los temblores. Todo el edificio es de
piedra dorada semejante al mrmol pentlico, pero sin lujo de columnas y frisos. La
armona definitiva de Bizancio ha dejado ms bien su huella en este monumento del
Nuevo Mundo. Los sillares sin ornato dicen el poema de la simple duracin. La idea
busca en la cpula, imagen del firmamento, la totalidad de los destinos celestes.
Por un costado, unos rboles frondosos se ven jvenes a pesar de su altura. Tenue
brisa juega en el ramaje y pasa como las miradas de las generaciones sobre el macizo
de cantera; una que otra ventana recuerda los interiores vastos como plazas defendidas.
Desentendida momentneamente de lo presente, mi atencin extraa del pasado las
sensaciones que mis padres, mis abuelos, mis consanguneos todos, experimentaron a la
vista de su iglesia. Sin duda muchos de ellos apegados a la provincia, la tuvieron como
paradigma de sus anhelos de hermosura. Cada uno en mi clan, en tiempos remotos o en
ocasiones todava prximas, haba contemplado los muros clebres, haba recorrido el
trayecto que yo ahora desandaba en direccin de mi hospedaje. Los mismos salientes y
tableros que ahora me fascinaban, los rboles centenarios de la Alameda de Len,
cuanto me rodeaba habl antes a tantos otros, doblegados por el misterio que me
sobrecoga. Al cruzarme con algn raro grupo de transentes me entraba de pronto el
impulso de detenerlo para abrazar a cada uno diciendo: Aqu estoy! Y luego la
splica: Hblenme de ella, que no pudo volver. Selenme la casa que habit. A qu
balcones asomaba los das de los cortejos triunfales. En qu losa cay la flor que
arroj al hroe su mano blanca y leve? Cul de estas naves que envuelve el reposo
guard el afn de sus rezos? Ah!, y dgame: Por dnde est la casita del barrio
pobre en que escondi sus amarguras mi abuelita difunta, la buena viejecita sacrificada
al hijo sin amparo? Un vivo dolor me relaj de pronto los msculos, me deshizo la
voluntad, me grit en lo profundo: T tambin eres aqu como expsito que nadie
conoce en su tierra. Ni hace falta, replicaba el orgullo. Y luego, contagiado de las
influencias estilo yankee, musitaba: Bien podras ya comprar la casa cuyo alquiler
agobiaba a tu padre. Comprarla y obsequiarla para biblioteca de futuras generaciones.
Y bien vistas aquellas casas, en su mayora resultaban chatas, sin encanto; casi no
respondan a la ternura y tentacin del desagravio. Y como algunas lgrimas empezaron
a correr sin motivo, antes de llegar a las esquinas vivamente alumbradas me restregaba
con la mano las mejillas. El desgaste nervioso me fue encaminando al hotel. Todava
uno de los puestos de dulces del portal estaba abierto y ofrendaba las mismas golosinas
que nos llegaban a Piedras Negras. vidamente com dos, tres tortitas famosas: pasta
de harina y huevo, coco en almbar y encima turrn de clara y miel virgen espolvoreado
de azcar colorada y ans. Haba tambin turrones blandos en obleas roja y blanca. Y
es tan humilde un dolor humano que la gula de los dulces me hizo pasadera la sal de las
lgrimas!
Se disipa la pena, pero retorna, y ahora mismo, que escribo estas pginas viendo
jugar a mi nietecita de ao y medio, lloro por la abuela ma que es su tatarabuela, o sea,
para la nia, una extraa. Pero en m se juntan todava, como maana se juntarn con
ella, generaciones pretritas cuya memoria mueve a llanto y proles del futuro cuyo
destino incierto nos sobrecoge. Tiemblo por la aventura todava intacta de la pequeita
y me preocupan las desdichas de sus hijos y los nietos que ella amar entraablemente.
Y atado as el lazo irrompible de las generaciones, me prolongo en el dolor sin trmino
hacia atrs y hacia adelante, mirando con los ojos viejos de los antepasados y con los
ojos todava sin abrir de los postreros, el horror y el esplendor inacabables. Slo es
dichoso el que rompe la cadena de la maldicin.
Al otro da mi cliente se fue a visitar unas minas de las cercanas y yo me qued a
gestionar algunos trmites en unin de un abogado local. Era ste un indio casi puro,
bronceado y talentoso, con fama de buen jurista. Sin embargo, cierta vez, en el descuido
de la charla, me dijo:
Usted es originario de aqu, verdad?
S.
Y conoce usted a estos gringos?
Seguramente.
Y dgame usted, en confianza y como paisanos: es verdad que en Nueva York
existen edificios de cuarenta pisos, o es que esto lo dicen para presumir? No s el
efecto que le causara la risa que no pude contener; pero insisti: Usted los ha
visto?
No, hombre; yo no he estado todava en Nueva York; pero no le quepa a usted
duda que los hay Acurdese usted le dije despus de su clase de lgica, de su
estudio jurdico, y de la teora de las pruebas: sobre la prueba del testimonio humano se
funda ms de la mitad de lo que sabemos y tenemos por incontrovertible.
No s si logr convencerlo. Y aunque de pronto me burlaba del incidente, despus
meditaba: por muy ledo que sea, la vida en estos encierros de la serrana tiene que
conducir a estos estados de desconfianza y de candor La civilizacin era cosa de
ruedas; haba que moverse; bendito el da en que el hombre y el orgullo echaron a mis
padres a vagar por nuestro territorio, conmigo a cuestas!
Por la tarde, libre ya de quehaceres, visit a una seorita de edad, una Luz Brioso,
prima del libre pensador y no s si tambin algo pariente de mi madre o, por lo menos,
amiga. Con ella y dos jvenes, cuyos nombres no recuerdo, hicimos un paseo al ro
Atoyac, por debajo del puente, en un cochecillo de alquiler. En la feracidad de la tierra
hay algo magntico: las flores huelen ms que en la meseta mexicana; la luz es viva con
un tono que baa de oro las cosas. El firmamento es azul con temblor de presencias
creadoras. El reposo es all de una densidad que justifica la frase local: un aire que se
corta, y yo aada: que nutre; un ambiente embalsamado de esencias vegetales,
transparente y plcido.
Caminando por un atajo, entre cercas de bejucos, pretend arrancar una vara para
ocupar la marcha. En el instante de alargar la mano me pic en la enramada una espina
que me produjo dolor vivsimo; en seguida una inflamacin rojiza avanz de la mano al
brazo. Es la mala mujer comentaron mis amigas, una liana daina que usan
precisamente en los cercados. Durante una o dos horas tuve dolor y parlisis del
brazo, hasta el hombro; aquello fue el aviso de las perfidias del trpico.
Por la noche, despus de la cena, mi buena amiga Lucha me par frente a una casa
de zagun ancho y dos ventanas bajas las recuerdo apenas y no las reconocera hoy
, y me dijo:
Aqu naciste.
Probablemente el paseo de la noche anterior me haba agotado la sensibilidad
domstica, pues no experiment la menor emocin. Ni me ha gustado nunca relacionar
las gentes que amo con sus horas de accin cotidiana, menos en la agona de un parto.
La vida aparece en condiciones desagradables y supongo que aun los ms ignorantes
padecen ante ellas repulsin; pero despus que se ha escuchado una ctedra mdica con
el detalle de la placenta, los desgarramientos y los lquidos, queda para toda la vida un
ocano de asco de toda funcin fisiolgica. Y as yo cuento mi nacimiento desde el da
en que por primera vez, siendo nio, me pregunt:
Quin soy? Qu soy?
Regres mi gringo de la mina y todava nos quedaba pendiente una gestin en el
juzgado de Tlacolula, para donde part con uno de sus ingenieros. Desde el comienzo
del viaje a caballo convinimos en quedarnos a pasar la noche en Mitla, para disfrutar
de un buen hospedaje y de paso visitar las clebres ruinas. Era la primera vez que
montaba en albardn y saltaba feo en el caballo, educado al trote ingls. Advirtindolo
el ingeniero, un britnico, me procur tiles consejos de equitacin; pero lo malo fue
que al comentar el sistema de montar nico que yo conoca, el mexicano en silla
vaquera, opin el ingls:
Debiera usted aprender el estilo que en Europa usan los gentlemen.
Una sensibilidad que hoy parece excesiva me hizo responderle:
No dudo que as monten los gentlemen. Pero antes de que en Inglaterra hubiese
gentlemen ya haba en Castilla caballeros que montaban como montamos nosotros, al
estilo charro.
No era yo, y menos entonces, un tradicionalista; pero ninguna arma es mejor que una
noble tradicin cuando hace falta castigar la impertinencia de los extranjeros.
Las ruinas de Mitla figuraban en la coleccin de vistas oaxaqueas de mi infancia;
as es que reconoc cada porcin. Restos de muros con grecas talladas en el granito;
pilastras en bruto de un solo bloque de piedra; dos o tres salas semihundidas; cunto
mejor la obra de la tarde, afuera, en el sol que se pona con arreboles suntuosos. Y
cunta ms arquitectura en la nave de un humilde templo catlico que en esos mismos
das reparaba el prroco a veinte pasos de las ruinas brbaras.
Cualquiera de las iglesias de Oaxaca o su mismo Palacio renacentista me haban
producido mayor impresin que todo aquel rectangular, confuso residuo de una
civilizacin sin alma.
El patio del hotel tlacolulense era una delicia. Encuadrado en corredor ancho,
enladrillado; sobre el pretil, las macetas desbordaban rosas, claveles, azaleas. Por
arriba, el cielo deslea su resplandor postrero. Recog el llavn de una alcoba olorosa
a la resina de los cedros del techo. Para la cena nos sirvieron sopa caldosa y de arroz,
pollo guisado y ensalada de lechuga con betabel, vinagre, aceite de oliva y azcar en
vez de sal. Este aderezo dulce se haba ido perdiendo en la mesa de mi familia; pero
recordaba la poca en que as la servan. De tales detalles se va formando la sensacin
de la tierra natal.
Cierta notoriedad derivada de notas de prensa sobre las reuniones del Ateneo en la
capital y la camaradera de los colegas de profesin determin que se me diera un
almuerzo de agasajo en una hermosa huerta de los alrededores, la vspera de mi partida.
Entre copiosas libaciones y moles regionales se multiplicaron los discursos. Y el
encargo de decir en la metrpoli que tambin la provincia tiene talento y que no est
muerta la vieja Antequera y, en fin, el entusiasmo de rigor en estas reuniones en que la
juventud manifiesta sus anhelos. Uno de los comensales recogi un grupo y nos llev a
su casa. All hubo por la noche ms comida con tinto de Burdeos que acababa de
embotellar; otro se llamaba Dols? me dedic libros suyos. En fin; sal de all
rebautizado oaxaqueo y complacido de aquella gente sincera, y que tan poco logra en
favor de su regin, quiz por su prurito de emigrar.
Carreta de principios del siglo XX.
All alquil caballos y un gua para las pocas leguas que me separaban del trmino del viaje
Barbarie adentro
Los azares de la clientela me llevaban tambin por sitios menos afinados por la cultura
y, en ocasiones, por sitios completamente hoscos. Cahitas era una estacin de tres
casas, una especie de hospedera. Los viajeros se apeaban del tren en Cahitas para
seguir en diligencia hasta Nieves. Por imprevisin fui a dar all en domingo y no corra
diligencia hasta el martes. Una de las tardes ms tristes de mi vida fue la de aquel
domingo. Nada saba entonces del arte difcil de la paciencia. Y en vano ensayaba
disciplinas yoguis para encontrar inters a las plumas de gallina que el viento levantaba
en torno a la msera posada. Apenas una cerca de alambres nos separaba del arenal.
Muy distante se ergua el perfil azuloso de unos montes y el alma se contagiaba con la
sequedad de la llanura. Al cabo de splicas y regateos, un cochero acept conducirme
en un carruaje de dos ruedas y un caballo: una chispita. Salimos el lunes,
economizndome un da de espera. Partimos de madrugada en direccin de las Tetillas,
de cerros paralelos que justifican su nombre. En ellos se parte el camino, a la derecha
en direccin de Sombrerete, donde el mineral aflora en la montaa, y a la izquierda,
rumbo a Nieves, el final de mi ruta, otro mineral pacfico y prspero. Corra la chispita
por la senda que deshace el matorral y escapaban las liebres, sin mayor susto, un poco
extraadas de que alguien se aventurase por sus reinos solitarios. Al acercarnos a la
serrana, el terreno se puso menos rido y empezamos a ver ganados. Un toro
estacionado cerca de las rodadas que segua nuestro cochecillo se nos qued mirando
amenazante; pero el cochero arre sin miramientos y la fiera se qued perpleja,
inocente y hermosa.
A medioda estuvimos en Ro Grande. All alquil caballos y un gua para las pocas
leguas que me separaban del trmino del viaje. En este Ro Grande, mientras almorzaba
en la fonda escuch las conversaciones, examin los tipos. Me senta extrao entre
aquella gente de pantaln pegado a la pierna, lanzadores y vaqueros que no hablaban
sino de peleas de gallos, apuestas y coleaderos. Y con asombro, y sin simpata por
aquel gnero de vida, me preguntaba: Ser esto de verdad Mxico y no la corteza de
europesmo que mantenemos en las ciudades? Por lo menos la larga paz porfiriana
haba relegado a su sitio a aquellos tipos vulgares. Sin embargo, all estaba la cizaa
que Carranza sembrara por el pas, con disfraces de generales y de caudillos. No eran
los pobres ni los explotados, sino los pequeos caciques, los mayordomos desleales
que mataran al patrn para hacerse propietarios. El labrador indgena la hara de
recluta para ser otra vez traicionado. Proletarios de reloj y cadena de oro, los llamaba
cierto ministro carrancista que detestaba a Villa, pero se haca sordo al escndalo de
los rufianes que exaltaba Carranza. No me pas por un momento la idea de que aquella
plebe gallera y alcohlica sera en pocos aos duea de la Repblica. Nos forjbamos
demasiadas ilusiones acerca de un progreso que apenas rebasaba el radio de las
grandes ciudades. La patritica revolucin de los maderistas afect apenas a aquella
gente. La corrupcin carranclana primero, y la corrupcin definitiva del callismo, han
tomado en ella el material con que se fabrican los ministros ladrones, los diputados
analfabetos, los militares asesinos.
Nadie pensaba entonces en rebeliones; los caminos eran seguros, y apenas si en el
patio de la posada o la puerta de las tabernas algn malencarado osaba mirar
torvamente al catrn de la ciudad que pasaba mal sentado en la montura y renegando de
la lentitud, la incomodidad de las jornadas campestres.
A cuatro o cinco leguas de Ro Grande est Nieves, la antigua cabecera de un
renombrado mineral. Bajando a caballo una cuesta vse en primer trmino la torre con
su reloj. Circndala un despliegue de azoteas con una que otra chimenea de los
laboreos adyacentes. Precisamente la mina que iba a embargar se hallaba situada en las
inmediaciones. Su acreedor me haba dado carta para un comerciante de la localidad
que, a falta de hotel, hospedaba en su casa a los viajeros distinguidos. Llegu al
atardecer hecho pedazos por el caballo y sin nimo ms que para echarme en cama. Sin
embargo, me reanim una cena esplndida acompaada de vinos franceses en
abundancia. Como que a la mesa estaba el agente de vinos, mexicano-francs, que, con
el seudnimo de Crter, se hizo clebre durante el maderismo, por sus libros en defensa
del indio. El ambiente cosmopolita de los minerales se haca sentir en aquella casa,
bien atendida y cordial, donde no se aceptaba estipendio; reciba huspedes por servir
a los amigos recomendantes, y si alguien hubiese insistido en pagar le habran
respondido, molestos: Esto no es posada. De sobremesa me fue presentado el
personal de juzgado para la diligencia del da siguiente, y hubiera dormido en la casa
limpia y muelle a no ser porque el cansancio y la cena excesiva me tuvieron afiebrado,
casi delirante, toda la noche.
Concluidas mis gestiones, el regreso lo hice en una diligencia de doble tiro de
mulas lanzadas a toda carrera por despeaderos escalofriantes. La escarcha blanca
cubre las montaas y el fro entumece pero a medida que sube y calienta el sol se
desperezan los viajeros, se fuma, se conversa. En la remuda almorzamos, y al atardecer
de un da de tumbos se vuelve a ver Caitas. Media hora despus pasa el tren de la
capital. Los cojines afelpados del pullman, con la blanca almohada dispuesta y el botn
elctrico para pedir cerveza helada o comida, parecen el regazo mismo de la
civilizacin. Atrs quedaban las incomodidades y la barbarie.
El violn en la montaa
De Durango al suroeste las tierras son espaciosas. A trechos verdean en ellas trigales
que no se sabe a quin van a alimentar, perdidos en la soledad. En ciertas extensiones
se forman lagunas que se denuncian a distancia por el vuelo de los patos silvestres. Al
borde mismo de la meseta existe un paradero denominado las Bocas, porque all se
abren sendas en la mole inextricable de la Sierra Madre Occidental. Se deja all el
coche para montar caballo o mulo de esos que araan con las pezuas los granitos a las
orillas de los precipicios. Mientras el gua toma un bocado y se ensillan las bestias,
procuro dormir un momento para reponerme de la feroz madrugada. El catre hecho de
tiras de cuero de vaca lastima las carnes, y el ruido de la conversacin no cesa en la
tienda contigua. Entran y salen indgenas preparando su carga para el camino. Otros se
proveen de tabaco y velas y jarciera. No pasan de tres las casuchas pero las voces, los
ruidos, resuenan amplificados contra el granito de montaas que, cerradas en ollas, nos
circundan, nos agobian con su soberbia inclemente.
Suena de pronto el violn del indio ciego que est a la puerta. Es un instrumento de
madera sin barnizar y tres cuerdas gruesas, resecadas al sol. El arco de cerda es
tambin imperfecto y arranca una meloda lastimera, desentonada, que se repite y
repercute en la quebrada distante. Una extraa emocin despierta en la soledad. El
ambiente primordial se estremece como si el ciego con su insistente meloda excitase
uno de los nervios ocultos del cosmos. El ciego no mira la spera rugosidad de los
basaltos gigantescos; pero la caja de su tosco instrumento capta el ritmo de la cosa en
su inmensidad, lo transforma en son y lo hace entraable. La montaa como en un
encantamiento, prescinde de su hosquedad e invita a penetrarla; seguramente haba
poesa atesorada en sus abismos, altivez en sus riscos, ninfas en la hondonada y chorros
cristalinos en el resquicio de las peas. Hlito sordo de la piedra hecho meloda, se
inserta al corazn y se transforma en sensibilidad. Una multitud de sugerencias confusas
nace del terco son. Lanzando al encuentro de la pea su meloda, el ciego penetra en el
secreto de lo inerte como no logran hacerlo los ojos, construidos para reflejar
superficies. El sonido, en cambio, es la mirada en profundidad; el sondeo que perfora,
rompe velos, murallas. Oyendo tal msica entraba anhelo de abandonar papeleo y
negocios para seguir por lo intrincado del monte, hasta los huecos en que se escucha el
rumor de los tomos.
Jinetes en la montaa, grabado del siglo XIX.
La montaa como en un encantamiento, prescinde de su hosquedad e invita a penetrarla
Al lado del ciego se iran desenvolviendo, junto con la meloda de su violn, las tesis
estticas que me bullan en la mente sin acertar organizarse en palabras.
El listo, jefe del gua me despert del ensueo. Resbalando casi hasta el
pescuezo del caballo en los descensos, agarrados a la crin en las cuestas para no salir
por las ancas, atravesando laberintos, desembocamos por fin, en el can del
Mezquital, clebre corte de la sierra que abre paso a un proyecto de ro que es ms bien
un camino de obstculos. Durante horas, las bestias hunden las pezuas en la arena
clida o trepan por los pedruscos y bloques de granito que en largos trechos obstruyen
el lecho seco del arroyo. En algunos sitios el arenal se despeja y simula una calzada
entre muros de granito. En otros pasos el viaducto agobia como si fuese a derribarse y a
cerrar para siempre el camino. Ms o menos a la mitad del trayecto, hay una gotera en
la pea. Los caminantes han construido una especie de tazn de roca que recoge hasta la
ltima filtracin y es tan escasa el agua en toda la comarca, que se acostumbra echar en
el tazn el agua que traen los frascos antes de volverlos a llenar de refresco. Dan ganas
de detenerse frente a ciertos acantilados desnudos, a fin de proyectar las inscripciones
y altorrelieves que pudieran marcar lo esencial de la civilizacin, que los va
conquistando. Nada de esto hay en el continente, que, segn la geologa, es el ms
antiguo de la Tierra. Le han faltado ros en la meseta, pero tambin le ha faltado casta.
Pues sin ros el Tbet se ha llenado de monumentos. Y donde hay ros y fertilidad, la
obra artstica aborigen resulta pobre comparada con la indiano-egipcia. As lo
comprueba el mismo arte maya. Por aquella serrana del Norte, especialmente, nunca
han pasado, desde que rueda el planeta, gentes capaces de imprimir su huella en la
roca. Y eso contribuye a la emocin desolada del que recorre sus parajes siempre
desiertos de significacin, aunque estn y hayan estado habitados. Para humanizarlos
habra que tallar en los basaltos escenas de la redencin cristiana que trajo su
esperanza al mundo de la muerte.
Ya cuando el sol declina, las cabalgaduras ascienden al terreno plano de un valle
prolongado entre cordilleras. Se ven unas cuantas milpas y vacas que pacen sin dueo
en la extensin sin chozas. De pronto un alambre corta el sendero y una brecha seala el
desvo de media legua por lo menos. La casa de una hacienda muestra su enjalbegado a
poca distancia; pero el dueo, segn explica el gua, para robar un terreno ha corrido el
lindero llevndose de paso el camino. Con una cena al jefe poltico, una propina al
coronel, los propietarios arreglan estos asuntos sin necesidad de tribunales. Y el
viajero reniega en vano delante del gua, que calla. Maldiciendo la propiedad y los
propietarios acabamos por someternos, pues no hay ms casa que aquella de la
hacienda en muchas leguas a la redonda, y es all donde deberemos pedir permiso para
pernoctar. Nos lo da obsequioso un administrador espaol de barba negra cerrada;
reposamos en un banco, mirando la puesta del sol tras de las montaas; temprano
todava, nos llaman a la mesa comn: papas, bistec, frijoles, tortillas y una leche gruesa
espumosa que, nos explicaron, era el producto de los pastos secos de la sierra. Para
dormir me colocaron en un cobertizo de teja entre sacos de maz y monturas. El catre,
sin embargo, tena sbanas limpias, por lo que muy confiado apagu la lmpara de
petrleo y procur dormir. A los pocos instantes me pas por la oreja un rozamiento y
rumor incomprensibles. Volva del otro lado la cabeza decidido a vencer la fatiga,
adolorido de cada coyuntura; pero pas otra vez el soplo macabro. Incorporndome
espiaba en la oscuridad, con la pistola al alcance de la mano, cuidando de no hacer
ruido. Busqu cerillos sin encontrarlos, hasta que, al fin, el vago destello de una
claraboya en lo alto del muro me permiti advertir el paso de una sombra negra por el
aire. Sbitamente comprend: un murcilago. Y no haba medio de ahuyentarlo; tuve que
pasar la noche en acecho somnoliento. Hacia la madrugada el bicho, se escondi y
dormit un poco. Pero bien temprano reanudamos la marcha, previo almuerzo de huevos
con frijoles fritos, tortillas calientes y leche sabrosa. Si dormir fuera tan fcil como
comer, no habra de qu lamentarse en los viajes. En las consideraciones que me
mostraban todos aquellos hombres recios adivinaba cierta piedad por mi condicin de
curro de la ciudad entrometido en la aspereza de la vida del campo; por eso ni
mencion el incidente del murcilago. Al volver a montar sent que se me quebraba en
pedazos todo el cuerpo Esa misma maana llegamos a San Miguel, obtuve del
registro de la propiedad los datos requeridos, present al juzgado alguna instancia y al
Jefe Poltico una carta. Pese a la mala fama de los funcionarios de aquella poca, la
primera autoridad de Mezquital result un hombre amable, que me invit a comer en su
casa y me prest un mosquitero para la siesta; no fue largo, con todo, mi reposo, pues
reflexionaba: Si he de dormir mal en este pueblo, vale ms pasar la noche caminando
para regresar a Durango y descansar de veras. Y caminamos, caminamos tanto, que ya
no senta la fatiga y parecamos connaturalizados con el caballo. En los tramos
despejados galopbamos. En uno de estos galopes se me salt de la funda la pistola y
perdimos una hora buscndola en el arenal, sin encontrarla. A eso de las diez empez a
salir la luna. Con ella emergieron el llano y los montes y uno como canto del silencio.
Seran las doce cuando decidimos apearnos para dormir unas horas en una casita y
tienda a la orilla del camino, cerca de la entrada del can. El gua que conoca a la
duea, golpe la puerta; nos abri una vieja que arregl una cama en un cuarto oscuro
de piso de tierra y nos hirvi caf. Revisando en su msero escaparate todava
encontramos una lata de sardinas y unas botellas de agua mineral. Cenamos vorazmente;
luego me desvest para acostarme, tapado con una sbana porque cobija no la permita
el calor. En aquellos tiempos yo andaba igualitario y empeado en ejercicios pueriles
de vida cristiana, de suerte que en vez de dejar al gua tirado a la puerta, segn el uso,
le mand poner catre dentro de la alcoba. Era ste un mocetn bronceado, fornido y de
buen humor, pero apenas se descalz difunda olores capaces de intoxicar un becerro.
Insomne, contempl a travs de la puerta abierta un seto de plantas que la luna converta
en miraje de jardn casi sobrenatural. De pronto, a la sombra de un follaje cruz una
mujer en camisa. Dominando los ronquidos del gua, que ya reposaba en su rincn,
lanc un pist a la desconocida que entr despacio y se subi en mi cama. Slo
despus, y por el olor a tabaco, descubr que se trataba de la misma vieja que nos haba
servido la cena. Asqueado, sal a baldearme con agua del pozo, y sin aguardar el
amanecer levant a empellones la recia contextura de mi acompaante. Muy
voluntarioso, ensill y me condujo lejos de aquel sitio de pesadilla.
Conversando otra vez durante la marcha dijo el mozo estirndose: Ah! Me siento
como cuando pasa uno la noche con su prieta a puro beso y beso. Si as estaba l, yo
no pesaba ya sobre el caballo de tan frgil y estropeado que me hallaba. Sin embargo,
us ruegos y promesas de propinas para convencerlo de que echramos de un tirn la
jornada para dormir esa noche en Durango. Tanto forzamos el trote que atravesando
primero el can, luego las llanadas, estuvimos a la vista de las torres de la Catedral
antes del ocaso. Tuve tiempo de baarme, afeitarme y buscar a los amigos. Unos ya no
estaban; en otros ya no encontr el mismo beneplcito de dos aos antes. Nunca
vuelvas al mismo sitio por gusto, me deca decepcionado. El resto de la noche lo pas
aburrido en un partido de boliche, jugando como si no tuviera encima las tremendas
jornadas de una ida y vuelta que pareca increble a los que me oan contarla. Y no
corr a la cama porque la sobreexcitacin me alejaba todava el sueo.
Sobre el asfalto
Con prisa regresaba cada vez a la metrpoli. Concluido el embrujamiento de los
panoramas campestres, la vida en las poblaciones pequeas se hace molesta por el
hbito del billar y las libaciones alcohlicas. Se produce, adems, la inquietud del
retorno. La apariencia exterior de la ciudad es hermosa y esplndida. La vieja
arquitectura es noble y serena. Las fachadas principales se han librado del gris
moderno y conservan enjalbegados en rosa o en amarillo. Un sol que nunca falta aviva
los tonos. La atmsfera se mantiene transparente y el clima siempre benigno invita a
estar en la calle y a vivir puertas afuera. En cuanto a calidad auditiva, las campanas de
las iglesias, los pregones melodiosos, el bullicio del trfico y las voces de timbre claro
engendran una sinfona sin estridencias. Bien mereca la metrpoli de aquellos aos el
msico que le forjara su suite para colocarla caracterizada entre las poblaciones de
armona y en oposicin de las capitales de la disonancia. Todava recorramos su
extensin a pie casi de un extremo a otro. Las colonias modernas, vistosas y bien
saneadas, empezaban apenas a crearse y los citadinos vivamos entre las viejas casonas
sin ms recreo vegetal que el Zcalo y la Alameda.
Por San Andrs Tuxtla me met una vez, con motivo de no s qu gestin judicial, pero
explorando de paso el sentir pblico y la posibilidad de un levantamiento general, esa
unnime protesta contra el despotismo que haba faltado a rebeldes anteriores como
Garca de la Cadena, el general Martnez y los Magn, a todos los que se haban
enfrentado al dictador. Quiz la rebelin que ahora preparbamos nosotros sera la
definitiva.
Forzando el parecer del gua sal de San Andrs a las dos de la tarde, en pleno sol.
Me haban prevenido del peligro de la insolacin; pero tena el propsito de llegar a la
estacin Juanita para alcanzar el tren de Orizaba esa misma madrugada. Avanzbamos
por un camino que comienza bardeado de maleza tupida y alto boscaje, pero sin la
sombra que proteja, ni en parte, la calzada. En el cielo azul, ni una nube. De pronto
sent una especie de golpe a medio crneo; tir la rienda del animal y levant el
sombrero para aumentar la ventilacin. Unos metros adelante iba el gua, pero no quise
confesarle lo que me pasaba; nicamente le ped de beber. Me tendi una de las
botellas de cerveza que habamos preparado. Estaba caliente, pero fue mejor as; beb
unos tragos y en seguida, buscando la sombra de un rbol, descansamos un cuarto de
hora. Caa fuego del cielo; pero la selva toda verde, en torno, aliviaba imaginariamente.
Continuamos la marcha, y al acercarnos a un ro la humedad produjo alivio. Segn
atardeci hubo un soplo de brisa. Atravesamos pueblos de treinta o cuarenta casas en
doble fila pintadas de rosa o de azul, contra el follaje tupido. A la puerta de su nico
cuarto, algn negro ve pasar al viajero sin moverse de su sitio. Uno vimos que jugaba
con su sexo sin inmutarse, dando la impresin de un orangutn de museo. Sobre la nica
calle, la yerba crece y en todas direcciones no se ve sino el bosque sin trmino. En el
horizonte, hacia occidente, dibjase la silueta violcea de la Sierra Madre Oriental,
que corre a juntarse con la de Occidente, aminoradas ambas en el nudo del Istmo. La
selva, por su parte, alcanza alturas de cumbre y compone oleajes de verdor. Se antoja
meterse a su entraa, obstruida de bejucos, yerbas y ramazones, poblada de guacamayos
y pericos, gatos monteses y pumas. La sensacin de vitalidad inexhausta contagia y
expande el nimo. Se siente que la vida tiene arraigo en el planeta. La belleza no es all
una elemental combinacin de lneas y de tonos, sino muchedumbre de paraso que
encuentra su ritmo en la fragancia de los hlitos y en el clamor de mltiple vida.
Varios ros cruzamos y creo que fue en el Coatzacoalcos donde nos cogi la puesta
del sol. Las bestias sienten antes que los hombres la emocin peculiar, uno de los
motivos elementales de jbilo que consiste en acercarse, viniendo de la estepa o de la
montaa, a las mrgenes de un ro caudaloso. Cuando, despus de bajar resbaladeros y
vericuetos, se desemboca sobre arena humedecida y lucen las ondas, el olfato se
complace con la humedad y todo el organismo disfruta esparcimiento. Puesto el pie en
tierra se mira el ro ancho y alto casi a nivel del horizonte; detrs, el sol ha llenado de
fuego los cielos. Se dira que est ardiendo el mundo; por eso es tan grata la frescura
del agua sobre los guijarros. En una lancha de remo han embarcado nuestro equipaje; en
seguida nos sentamos entre los remeros, que a popa y a proa se turnan buscando el
impulso de la corriente. Detrs, los caballos sin las monturas nadan ayudados de una
cuerda atada al timn. Un mundo lquido resbala poderoso cargado de limos bermejos.
Ciertos deslaves sugieren las caderas de una ondina de la raza autctona, color de
avellana. En la margen del desembarcadero hacen horizonte los manglares. Unsonos
coros de ranas levantan clamor infatigable. Montando otra vez nos alejamos del agua, a
travs de un bosque de cedros gigantescos. Una grata fragancia se desprende de sus
ramajes floridos. Espesa grama cubre el suelo y apaga el golpe de los cascos;
avanzamos como dentro de un jardn encantado. En un claro, y ya en la penumbra del
crepsculo, vimos un grupo de mujeres aldeanas. Vestidas de colores vivos, tejan
coronas con las flores desprendidas de los rboles. Los ecos de sus voces
despreocupadas ponan un acento de confianza en la vastedad desconocida. Minutos
ms tarde nos detuvimos en el portalillo de la tienda de una aldea. Mientras nos servan
un tamarindo escuch el dilogo de los indios que reposaban en el entarimado:
hablaban de jornales. Los indios eran nuestra esperanza para la rebelin. A Madero lo
acababan de recibir en triunfo los de la tribu del Yaqui; igual entusiasmo le
demostraron los mayas de Yucatn. Y se contaban historias fabulosas de los vencidos
en la ltima rebelin. El hacendado que recibiera en su finca de Veracruz un
repartimiento de prisioneros de la distante Sonora llama un da a un indio joven que
trabaja bien y le propone casarlo con la mujer que elija entre los suyos. El sirviente ex
prisionero contesta:
No quiero tener hijos esclavos.
Sin duda los indios nos ponan el ejemplo, pensbamos, y el mito autctono creca.
Desesperado tiene que estar un pueblo que as fa su destino al elemento salvaje de su
poblacin!
Ms all de aquella aldea, en zona cercana al ferrocarril, los desmontes han
descubierto una llanura ondulada interminable. Segn avanzamos, el horizonte se
ilumina con las llamas de los pastos secos que se queman a fin de la estacin para
destruir los insectos del trpico. Algunas luminarias distantes fingen en la oscuridad
perfiles de castillos y palacios. El cuerpo fatigado suea con hospedajes blandos,
camas con sbanas blancas y mujeres maravillosas que acogen al caminante. La
realidad es un catre de tijera bajo un tejavn; un mosquitero desgarrado por donde se
cuelan enjambres de mosquitos, y la cercana de un chiquero con cerdos en disputa que
a cada rato interrumpen los comienzos del sueo. Y a pesar de todo se experimenta
satisfaccin de haber penetrado estas regiones que al paso del tren tientan la mirada,
fascinan con su misterio intacto.
El Istmo
Por Juchitn llegu otra vez, aprovechando la ocasin para instalar un club que cumpli
entre los buenos. Aquello era meter discordia en los feudos mismos del Caudillo. Una
mujer adinerada, comadre de Porfirio Daz, era la cacique reconocida en aquella
especie de matriarcado indgena. Anteriormente nadie se le enfrentaba. Me conquist,
sin embargo, a un tinterillo resuelto que asumi la representacin maderista, y ms
tarde fue diputado. Y, por supuesto, segn acontece en la juventud, el propsito
prctico, el negocio profesional y la accin poltica son otros tantos pretextos para
gozar las oportunidades y las sorpresas del ambiente. Pocos se aventuraban por
aquellas regiones mal afamadas por el vmito negro y el paludismo, incmoda hasta lo
increble, as se fuese bien provisto de dinero. Con todo, una vez acomodado a las
circunstancias, descubra el viajero raros encantos, aparte de sensualidades violentas y
exticas.
En el entronque de Santa Lucrecia haba un nico hotelillo de chinos, al que se
llegaba de noche. Lo comn era encontrarlo lleno.
No hay cuarto solo deca el camarero.
Est bien responda la fatiga del solicitante; deme una cama.
No hay ms que media cama.
Fragmento de una obra mural de Diego Rivera.
Una mujer adinerada, comadre de Porfirio Daz, era la cacique reconocida en aquella especie
de matriarcado indgena
Indignado, sal pensando que sera fcil recostarme a la intemperie. No contaba con el
pinolillo, el jejn y las serpientes, las garrapatas, los mosquitos. Pronto regres,
temeroso de que ya ni la media cama estuviese disponible. El chino, indiferente, me dio
lo que acababa de rehusar. Un sujeto grueso, barbudo, envuelto en una sbana limpia,
roncaba en un lado de una cama no muy ancha. Sin quitarme la ropa interior, me envolv
tambin en otra sbana y me acost con precaucin. El desconocido se volvi de
espaldas; le di tambin la espalda y me empe en dormir. Al da siguiente la cuenta
era alta. En los carros del ferrocarril los viajeros quejosos denunciaban que la demora
en instalar un buen hotel era debida al precio excesivo que por simple arriendo exigan
los administradores de las tierras del contorno, tituladas a favor de la esposa del
Presidente Daz. Los concesionarios ingleses ponan vagones de primera para el trfico
internacional del Istmo, que en aquel tiempo circulaba un convoy cada dos horas.
Peridicamente veamos los cambios ocupados con hileras de vagones de mercaderas
del Asia, que por all tomaban el rumbo de Europa antes de la apertura del Canal de
Panam. De una aldea de pescadores, Salina Cruz haba saltado a la categora de gran
puerto mundial. Todo se haba improvisado en cuanto a urbanizacin, pero las obras de
ingeniera del puerto eran esplndidas. Un rompeolas en muralla y gras como
catedrales, calles nuevas de casas de madera recin pintadas, albergaban una multitud
de todas las latitudes del planeta.
En los restaurantes y cantinas, en mesillas al borde de la acera, se beba a toda hora
cerveza de Monterrey o de Alemania. Brisas marinas del atardecer disipaban el calor
del da. Entre los bebedores haba quien se ufanaba de completar la docena de bocks;
nunca faltaba quien invitase la ronda. El derroche del dinero provocaba locas
apetencias sensuales. Haba de todo para comer; desde las uvas de Mlaga y las
manzanas de California hasta los ms exquisitos frutos del trpico: mangos y
chicozapotes, pias y mameyes. A los guisos criollos de lechn en salsa y pavo en mole
se aadan las latas de Burdeos, atunes y esprragos, los pimientos de Espaa. La
ruleta, el contrabando, el comercio, improvisaban fortunas que en seguida corran
deshechas en champaa; todo el que algo tena lo gastaba sin preocupacin, seguro de
que el da siguiente sera mejor. Pues no estaba en sus comienzos la prosperidad de
aquella ruta donde converga el trfico del mundo? Las conversaciones de aquellos
piratas en fiesta versaban sobre el monto y manera de las ganancias. Los nuevos ricos
se dedicaban a la especulacin; los pequeos propietarios de la vspera haban visto
centuplicado el valor de sus tierras vendindolas o arrendndolas al extranjero, y todo
el mundo se diverta sudando
Ninguna apetencia de la carne quedaba insatisfecha. Concesionarios chinos
explotaban la pareja siamesa del vicio: el amor y el azar. Ruletas y juegos dudosos
chupaban el oro de los incautos, y en salones de baile anexos poda escoger la lujuria,
desde la rubia canadiense hasta la negra antillana con todas las gradaciones de la piel,
la edad y el gusto. Y entre la clientela, ingleses y mexicanos, yanquis y espaoles,
italianos y japoneses, alemanes, chilenos, canacos, de todo vaciaban los trasatlnticos y
veleros y todo lo acarreaba el ferrocarril para llenar otras calas desde el Pacfico hasta
el Golfo de Mxico.
Por aquel ao de 1909, al lado de tal anticipacin de Panam, Tehuantepec
conservaba su carcter autctono, ms bien criollo. A un lado, sobre la va del
ferrocarril de Chiapas, Juchitn se conservaba colonial, con extico atractivo que no
tiene par en todo el planeta.
Uno de los agentes de nuestro Banco para los negocios de tierras de la regin era
juchiteco nativo, pero de origen europeo. El nombre de su familia, muy influyente en la
localidad, denunciaba la procedencia francesa. Tanto l como sus primas tenan la piel
tostada y los ojos azules. A las mujeres, el cruzamiento indgena les dejaba el porte de
estatuas en accin un poco lnguida. No hay entre los mestizos de Amrica tipos
esculturalmente ms hermosos y sensuales. El juchiteco descendiente de franceses,
hablaba espaol, ingls y zapoteca. Su amistad me abri puertas comnmente cerradas
al forastero, as sea mexicano, que para el caso era igual casi a un yankee, pues las
mujeres solan hablar nicamente el idioma de la regin. Se celebraban unas fiestas
llamadas velas, especie de carnaval de aguardiente y danzas en vsperas de alguna
fiesta religiosa. Ataviadas con telas rojas y amarillas, con tocas blancas, estrechas de
hombros y de cintura, amplias de cadera, duros y punteados senos y negros ojos,
aquellas mujeres tienen algo de la India sensual, pero sin la religiosidad. Su baile, la
zandunga, es hoy popular; pero habra que orla en aquellas orquestas acompaadas de
clarines marciales, bajo el tejado de palma, en la noche estrellada y ardiente.
Espectculo deslumbrante es tambin el del mercado, en las horas tempranas, por
ejemplo, en el pueblo de Tepelpan, inmediato a Juchitn. Oro encendido es el arenal en
que se asientan casas en rosa o verde claro; pilastras con tejavn abrigan los puestos de
frutas y legumbres. Mujeres morenas, desnudos los brazos redondos, adornadas de
collares de monedas de oro y blusas azules o anaranjadas, bromean y trafican con voces
de cristal y miradas de llama. Sopla brisa sobre el campo desierto y amarillo. De una
casa con techo de paja salen dos mujeres, ondulando las caderas, desnudo el ombligo,
tenso el corpio por la ereccin de los pezones y erguida la cabeza que sostiene el gran
cesto redondo de mercaderas. Van a la plaza. Caminan sobre la arena dorada con los
pies limpios, ligeros y desnudos. En sus desnudas pantorrillas hay la consistencia de la
palma real. Y en sus labios, la frescura opalina del agua de coco tierno.
Por dondequiera que caminase adverta el viajero, en aquellos das finales del
porfirismo, un bienestar creciente. Sin duda en el campo, especialmente en las
comarcas remotas, existan abusos tremendos, pero no peores que los impuestos por los
nuevos propietarios, los generales del carrancismo y del callismo. Porfirio Daz y
muchos de sus colaboradores se mantuvieron ajenos a la explotacin directa del
trabajador. Hay que llegar a los tiempos de Calles para ver a las tropas batiendo a los
trabajadores en El Mante o en Cajeme, las fincas de Obregn y del propio Calles y sus
hijos. De todos modos, no fue la miseria la causa del levantamiento maderista. Ni se
movi el pas por desesperacin y s por anhelo de un mejoramiento espiritual. Mxico
tena pan y quiz ms seguro que en cualquier otro periodo de su historia; pero anhelaba
lo que no puede dar un tirano: libertades. Por ansia de libertades y por encono contra
gente que aprovechaba la influencia oficial en sus negocios particulares, Mxico
respondi al llamamiento maderista. Ms tarde, al carrancismo acudieron, con los
buenos, los salteadores que se han impuesto a la Nacin. Al maderismo concurrieron
los patriotas, quedando reducidos a insignificancia matones y logreros.
La conciencia nacional rechazaba a Ramn Corral por ciertas historias turbias de su
pasado en la administracin de Sonora. Despus de Obregn, la Repblica ha tragado
la vergenza de soportar facinerosos a sabiendas de que lo son. La revolucin
maderista no era regresin, sino exigencia de progreso. A Porfirio Daz podamos
agradecerle ciertos aspectos de nuestro progreso; pero no le perdonbamos el rgimen
de cuartel, la ley fuga y la explotacin del pblico. Sobamos con llegar a constituir
un Gobierno en el que pudieran colaborar sin bochorno los hombres honrados.
Empezbamos la campaa sin odio. No ramos fracasados que miran en la revuelta una
tabla de salvacin. Madero, educado en Europa, hijo de rico, liquidaba sus negocios
agrcolas con una ganancia de doscientos cincuenta mil pesos, que destin en su
totalidad a la regeneracin de la patria. La mayor parte de nosotros pona en peligro
una situacin conquistada con duro esfuerzo. Antes de lanzarse a la lucha intransigente,
Madero visit a Porfirio Daz y le propuso soluciones cordiales. El Dictador, ciego
como tal, no tom en cuenta a Madero y quiso burlarse de las oposiciones.
De intrprete
Con motivo de cierto negocio, tuve ocasin de ver por primera vez, de cerca, al viejo
Caudillo. Me llev Warner a una conferencia en calidad de intrprete. Se trataba de
solicitar garantas para unos mineros yanquis del estado de Oaxaca. Nuestro cliente
exhiba presentaciones del presidente americano Taft, que le abran todas las puertas
del mundo oficial. Nos recibi el Viejo en el Saln Verde de Palacio. Se sent con
sencillez, para escuchar nuestro caso con atencin que ya hubieran querido los clientes
mexicanos. Antes de abordar el asunto, me interrog:
De dnde es usted?
De Oaxaca
Retrato ecuestre del General Porfirio Daz, J. Cussachs
El Capitolio, en Washington, D. C.
El primer consejo que en Washington me dieron fue cambiar, por uno nuevo, mi sombrejo
ajado
Con la avidez del apetito contenido, recorra las pginas de aquella sabidura remota.
Todo lo que cita Menndez Pelayo en su Historia de las ideas estticas, todo lo que
menciona Vacherot, estaba, por fin, a mi alcance y lo revisaba con avidez. Adems,
para fijar mis ideas, emprenda la traduccin de los Inteligibles, de Plotino, tomados
del Taylor. Todava no exista, por entonces, la traduccin de Inge. Trabajaba una hora y
sala a tomar el lunch por alguno de los cafs baratos del rumbo. Excepcionalmente
suba al restaurante situado en los altos de la Biblioteca, bueno, pero caro. Despus del
ligero yantar me quedaba cuatro o cinco horas, hasta las seis, que emprenda el regreso
despacio, bajando la avenida Pensilvania y a pie hasta mi cuarto de la calle Octava,
ms all del Hotel Belle Vue. Llegaba sudoroso y me entonaba con un bao, contestaba
la correspondencia y volva a la calle para cenar. La completa soledad de tantos das y
cierto agotamiento ocasionado por el calor y el descanso insuficiente me producan
dolor de cerebro casi constante. Como quien cambia interiormente de morada, me sala
de Jmblico y de Plotino al oscurecer, para meterme a la maraa de las noticias
polticas, las actividades semioficiales de nuestra Legacin. Vez hubo, en los ltimos
das, en que tuve que levantarme a las dos de la maana para descifrar un cable y
contestarlo. Slo la castidad que en toda esta poca logr mantener me ayud a
perdurar en la tarea sin quebranto de la salud.
Cuando se supo que don Francisco I. Madero se acercaba a la frontera por las
cercanas de El Paso, y al frente de las huestes rebeldes, don Francisco Vzquez Gmez
se dirigi al Sur dejndome de nico representante de la rebelin en Washington.
Coincidi mi nueva posicin con los combates que se libraban por la posesin de
Ciudad Jurez. Los agentes de la prensa me enteraban de la cinta telegrfica antes de
dar a la imprenta las novedades. A mi vez, yo les trasmita cuanto me llegaba
directamente de nuestra agencia en El Paso. Los asuntos de la revolucin ocuparon
primera plana en todos los diarios por la repercusin del combate de Jurez, ocurrido a
la vista del pblico, y mi efigie de representante moral del suceso apareci el mismo
da en la prensa de Washington y Nueva York. De los fondos incautados en la Aduana,
me remitieron por primera vez algn dinero junto con mi nombramiento telegrfico de
agente confidencial. Com ese da en uno de los restaurantes del centro, cuyos bistecs
me haban atrado varias veces desde la vitrina; se acerc un mesero muy corts que a
poco rato, exhibiendo su diario, pregunt:
Thats you, isnt it? sealando mi retrato.
No caba duda: la fama comenzaba y con el nuevo puesto tendra que atender a
ciertos ciudadanos de ropa y porte, y a la maldita corbata, que siempre se me corra de
lado. Ya un amigo gringo me haba aconsejado que cambiara mi peinado para atrs por
uno de raya y que me afeitara el bigote. No hice caso y result precursor, porque dos
aos ms tarde Wilson impuso en Washington la melena a lo intelectual en oposicin a
la pomada del petrimetre. Y en verdad, los sucesos que yo representaba en Washington
eran dignos del entusiasmo que despertaban en el mundo. Fuerzas de patriotas al mando
de Pascual Orozco, Francisco Villa, Ral Madero, Jos Garibaldi, capturaron la plaza
de Jurez con todo y guarnicin. Atestiguaba la prensa yanqui la impotencia de nuestro
ejrcito que los dspotas corrompen adiestrndolo en el fusilamiento de los
prisioneros, pero no en la resistencia del combate. Una vez ms se comprobaba que
jams fueron valientes los asesinos. El efecto moral de la toma de Jurez fue grande;
haca falta sacarle el provecho que la situacin precaria del movimiento exiga. Tan
pronto cay la Aduana en poder de los rebeldes, la diplomacia de Porfirio Daz
gestion el cierre de la frontera. Nuestra misin en Washington era obtener un
reconocimiento de beligerancia con la reanudacin del trfico internacional. Si
triunfaba la embajada porfirista, los maderistas que acababan de conquistar a Ciudad
Jurez no podran aprovisionarse de municiones de guerra ni de vveres. Los intereses
del comercio fronterizo yanqui estaban a nuestro favor. La poltica de Taft, favorable a
Porfirio Daz, nos condenaba. Eludiendo entonces toda cuestin de reconocimiento de
nuestra categora de Gobierno provisional de hecho, manifest simplemente que nuestra
aduana segua abierta y que en nuestro territorio el comercio internacional quedara
garantizado. Los dos das que tard en salir una declaracin favorable del
Departamento de Estado fueron los ms intensos de mi estancia en Washington. La
reapertura del puente internacional por el lado yanqui implicaba el reconocimiento de
nuestro partido.
Entre tanto, en Jurez ocurran sucesos que rpidamente transformaban la historia
patria. Una vieja dictadura caa; pero la nueva situacin estaba ya dividida por el
antiguo conflicto de nuestra historia: oposicin del troglodita y el idealista; perduracin
de la barbarie autctona frente a todos los intentos regenerativos. Ostensiblemente, sin
embargo, el Quetzalcatl Madero lograba victorias sin precedente en nuestro ambiente.
Los ms significados cabecillas de la reciente campaa exigan su presa. Los
federales mataban a los prisioneros capturados despus de la batalla. Los villistas no
queran prescindir del mismo postre canbal: ejecuciones en masa como holocausto de
la victoria; pedan la entrega de Navarro, el general vencido, y todos sus oficiales.
Madero, naturalmente, se opuso, y as se produjo el primer choque de su alma grande y
el medio salvaje. Los revolucionarios no son asesinos clamaba Madero. Y los
desleales murmuraron: Se est defraudando la revolucin. Cierto que Navarro era
reo de muerte por haber fusilado sin compasin en todas sus campaas; pero no vala la
pena consumar una revolucin para ponerse a copiar los mtodos del ayer. El papel en
que Madero gustaba de colocarse era el de reformador moral por encima del poltico.
Y ya desde el Plan de San Luis, conocedor de su pueblo, le recomendaba que
renunciase a la crueldad. Grit la plebe armada reclamando su presa; pero Madero,
enardecido, no slo neg la entrega de los prisioneros, sino que los libert con
escndalo. Deliberadamente prepar la escena, que era un bofetn a la historia de
nuestro ejrcito y un reto al matonismo futuro, ya en acecho. A medioda se present, en
carruaje descubierto, a las puertas de la prisin. Mand sacar al preso, lo sent a su
lado, lo pase por las calles de Jurez y luego, rpidamente, lo llev al vado donde ya
le tena dispuesto caballo y escolta para trasladarlo a territorio norteamericano. Y
mientras Navarro lloraba de gratitud, el nuevo caudillo, de vuelta a su mesa de trabajo,
pensaba: He liquidado el signo de la maldicin que ha estado pesando sobre mi
patria. Aquel perdn riesgoso cerraba el ciclo dominado por el rito azteca que
requiere el sacrificio de los prisioneros. Los grandes fusiladores del maana inmediato,
los Victoriano Huerta, los Pancho Villa, los Carranza y los Calles, se inmutaron.
Decididamente, no podran acomodarse a un rgimen que as se iniciaba desplegando
un manto piadoso.
Y no tard en producirse el episodio canalla. Para constituir un gobierno, Madero
se vio obligado a nombrar Gabinete; pero no habiendo entre nosotros figuras de
bastante relieve, o siquiera de edad legal para fungir de ministros, tuvo que echar mano
de personas no muy identificadas con el movimiento. Aparte de los Vzquez Gmez,
que resultaron miembros del Gabinete por derecho propio y de todos reconocido,
decidi Madero nombrar a don Venustiano Carranza, sin duda por mritos de edad,
pues era en el grupo el nico viejo. Quiso Madero que don Venustiano ocupase la
cartera de Fomento; pero el ex senador insisti en que se le diese la cartera de Guerra.
En las prisas del caso, Madero accedi y se hicieron pblicas las designaciones. Todos
los nombramientos fueron recibidos, salvo el de don Venustiano, que provoc la
primera sublevacin del rgimen.
Por qu ha de mandarnos ste que no ha peleado? Por qu hemos de obedecer a
uno que se suma a la rebelin en la hora del triunfo? Tales comentarios corran por las
filas poco disciplinadas del nuevo ejrcito. Y aprovechando el descontento en
beneficio de sus ambiciones, los dos cabecillas ms afamados, Pascual Orozco y
Francisco Villa, reunieron sus tropas, pusieron cerco a la Aduana y llegaron con sus
escoltas hasta el bufete mismo en que Madero despachaba como Presidente Provisional
de Mxico. Asaltndolo por sorpresa creyeron fcil intimidar a su jefe y le exigan en
tono imperioso la revocacin del nombramiento de don Venustiano. No contaban los
rufianes con el temple del hombre a quien haban jurado lealtad. Se levant Madero de
su asiento, negndose a discutir con sus subordinados, y stos lo tomaron preso. Al
llegar a la puerta de la calle contempl Madero las fuerzas de caballera que rodeaban
el edificio. Entonces, con iluminacin propia de su genio, adivin la situacin y el
recurso salvador. Apostrof a los soldados exigindoles obediencia exclusiva en su
carcter de Presidente Provisional; les seal el peligro que amenazaba a todos si
rompan la unidad en el mando, y tomando con una mano el brazo de Villa y con la otra
de Orozco, y lanzndolos lejos de s, exclam:
Ah tenis a estos traidores; prendedlos!
Apresados por sus propios soldados, fueron a dar a la crcel los dos futuros
caudillos.
La autoridad de Madero creci notoriamente; pero como no era hombre engredo en
pequeeces ni aficionado a cultivar sus caprichos, reconociendo la porcin de justicia
que mova a los descontentos, se deshizo de don Venustiano decorosamente
nombrndolo Gobernador Provisional de Coahuila, el puesto que don Porfirio le haba
negado, y poco despus indult a Orozco y a Villa. El primero no perdon; esper la
ocasin del nuevo zarpazo; el segundo se convirti en fiel de Madero y luch por su
reivindicacin pstuma.
Los arreglos de Ciudad Jurez
Contemplando desde afuera el panorama poltico de Mxico, se vea muy claro. Las
detalladas informaciones de la prensa, las declaraciones gubernamentales, daban una
visin que permite deducir el momento que sigue. Era evidente que el ciclo porfirista se
acercaba a su trmino. La rebelin del Sur amenazaba la capital, y en sus calles,
despus de la toma de Ciudad Jurez, se haban producido manifestaciones tumultosas y
sangrientas para exigir la renuncia del Dictador. Enferm ste, y rodeado de una
camarilla inepta, no le quedaba al rgimen otro camino que el que adopt sin demora:
el de transaccin con los rebeldes. Se discuti mucho acerca de la conveniencia de los
llamados arreglos de Ciudad Jurez, desde el punto de vista de los revolucionarios. Es
evidente que en unas semanas ms de lucha, el porfirismo habra sido barrido sin
condiciones y exaltado Madero a la Presidencia. Se hubiera ahorrado as el pas todo el
inquieto y peligroso periodo del interinato del seor De la Barra. Desde Washington yo
aconsejaba tal proceder contrario a los arreglos. Y durante mucho tiempo el elemento
ms radical de la revolucin culp a Madero de debilidad por haber pactado con el
enemigo. Pero es un hecho que as pensbamos los no combatientes. En cambio, los que
estaban en el campo se regocijaron, en su mayora, de la pronta terminacin de la lucha
armada. Se ha repetido que los tratados de Ciudad Jurez fueron el comienzo de la
claudicacin revolucionaria. Por mi parte, despus de una larga experiencia de los
manejos de las revoluciones, he reconocido no slo la sabidura del acuerdo, sino que
tambin creo haber adivinado los motivos que determinaron la decisin de Madero.
Ms an, creo haber odo al propio Madero explicarla, como se ver en seguida.
Las guerrillas contra la dictadura, por Alberto Beltrn.
y ahora exigamos una patria libre y maternal para todos sus hijos
Tantas manos fervorosas tuvo que estrechar, tanto sonri a las multitudes en el
prolongado desfile y despus en la recepcin de Palacio, que al da siguiente se
quejaba de tener adolorido el rostro y entumecido el brazo.
Desde antes de su encarcelamiento no nos habamos visto. Supo que yo viva a
pocos pasos de la casa en que fue a hospedarse en Tacubaya y me mand invitar para el
desayuno, al da siguiente de su llegada. Lo hall vigoroso y tostado el semblante por
los soles fronterizos. ramos pocos a la mesa y se hablaba del sinnmero de
felicitaciones que continuaban llegando Figrese usted observ doa Sara,
esposa de Madero, quin cree usted que tambin nos ha mandado su
enhorabuena? Con un ademn benvolo, Madero la contuvo en sus comentarios
Pues s creo que haya sido sincero al enviarla exclam; una cosa es haber tenido
un desmayo; pero tiene que haberle dado gusto nuestro triunfo
Se trataba de Fulgencio, el trnsfuga.
De poltico
Por ms que no desempeaba cargo alguno oficial, no fue posible alejarme del todo de
las actividades polticas. A efecto de preparar nuestra intervencin en las prximas
elecciones y para defender los intereses de la revolucin, que con pocas excepciones
haba quedado fuera del gobierno, design Madero un Comit al que toc organizar el
partido Constitucional Progresista. Nombrado entre los de la Comisin, ms tarde
result vicepresidente del nuevo Partido. A l empezaron a afiliarse algunos patriotas y
otros que sonrean a la nueva situacin a efecto de ganar un puesto. Tambin
comenzaron a ser el blanco de los irreconciliables los cados de la pasada
administracin que, por reconocerse taras irremediables, no vean esperanza de medrar
donde gobernsemos nosotros.
Peridicos de la poca
Desgarramiento irremediable
Pasaban atareados y dichosos los das. Aumentaba la buena clientela profesional, y con
ella, de un modo seguro, sin precipitacin ni compromisos, las entradas. Las noches las
dedicaba ahora a las conversaciones y las juntas de Partido. Sin proponrnoslo, y casi
sin darnos cuenta de ello, resultbamos figuras nacionales, atento todo el mundo a
nuestras ocurrencias y a nuestros yerros. En mi casa haba esa paz provisional que
establece una prosperidad recin llegada y todava no muy abundante. Vivamos unidos
y laboriosos; Lola tena un novio serio; Chole rezaba; Samuel estudiaba, y esperbamos
a Carlos. Le haba escrito ya, envindole algn dinero; pero no se daba prisa;
contestaba dando plazos por lo dems muy prximos. Una maana abr la
correspondencia, todava en cama, y me encontr con la carta de uno de los compaeros
de mi hermano ausente. Recomendaba que se mandara por Carlos en seguida: su
sacrificio era estril l no quera darse cuenta urga Sin imaginarme en concreto
qu era lo que pasaba, aquella noticia me fulmin. Algo terrible, irremediable, qued
ya suspendido sobre nuestra quietud. Ese mismo da por cable remit los fondos
necesarios para el viaje de Carlos insistindole que se apresurara. Respondi en
seguida pero advirtiendo que vendra por mar, porque el mdico prohiba el viaje por
tierra. Todava me alegr, sin mucha conviccin, la idea de que en esa forma se
divertira a su paso por la Habana. Dos semanas ms tarde lo recibimos temprano en la
estacin de Buenavista por el tren de Veracruz. Me cost trabajo reconocerlo entre la
gente que bajaba del vagn. Apenas tuvo fuerzas para corresponder a nuestros abrazos,
sonrea con una sonrisa dulce y triste, hablaba ya en tono bajo de enfermo y traa una
palidez mortal. Entre sus finos labios, ya sin sangre, se le vean los dientes alargados,
amarillentos. Daba la impresin de un fantasma. Nuestro Carlos se haba deshecho y
llegaba apenas su sombra Metindome entre la gente para ocultar las lgrimas,
hubiera querido echar a correr, con esa desesperada, intil carrera del que huye de s
mismo y de su propio remordimiento y laceracin. Reunida la familia a la salida del
andn, subimos al auto que nos llevaba a Tacubaya y yo retena las palabras por miedo
de echarme a llorar. En vano buscaba frases de consuelo, promesas, una esperanza.
El valle de Mxico, por Jos Mara Velasco
El enfermo, sin embargo, se mostraba contento. Asomaba la cabeza para mirar las casas
nuevas del Paseo, apreciando el crecimiento de la ciudad en el ao y medio que llevaba
ausente. Sentado a su lado, mi padre conversaba tambin; mis hermanas rean; por un
momento pareci que era una vida ms la que haba llegado a completarnos y no la
muerte a plazo corto. Das antes haba logrado, por fin, tras de muchas gestiones y
usando para este nico caso toda mi influencia, que a mi padre le cambiaran su empleo
en Aduanas por otro en la oficina de contribuciones en Hacienda. Antonieta, nuestra
madrastra, nos acompaaba; estbamos, pues, todos reunidos, por primera vez desde
haca muchos aos Faltaban las dos hermanas monjas; pero las sabamos tranquilas.
Debi de ser aqulla una maana de fiesta, y sin embargo, temiendo desengaarnos,
eludamos examinar de cerca al enfermo. l hablaba de su salud con cierta desgana. No
haba venido antes porque no hubiera podido hacer el viaje. Haba tenido un catarro
muy fuerte; ms bien dicho: varios catarros sucesivos, luego una especie de neumona y
ahora le quedaba nada ms algo de tos y debilidad; pero se repondra. Estaba contento
y haca preguntas. Consolaba escucharlo.
Le habamos preparado un desayuno de fiesta: fresas, caf, chocolate, cremas,
conservas, fruta. Comi apenas. Tambin el estmago, dijo, lo tena echado a perder;
pero era de tanto como antes fumaba. Ahora ya haca un mes que no fumaba y pronto
estara bien. Se hallaba contento de estar en Mxico en aquellos das. Justamente en
Veracruz se haba acercado a un mitin improvisado y haba odo hablar a Madero.
T ahora vas a estar muy bien observ dirigindose a m. Nuestra casa de
Tacubaya estaba todava sin concluir; pero reducindonos, le habamos dispuesto un
cuarto slo para l. Por lo pronto, despus del desayuno, y como no quiso dormir, lo
sentamos en un silln en el jardn, al sol tibio de la maana. Era el final de julio del
novecientos once.
Con pretexto del trabajo, escap y en taxi me fui a la casa del mdico amigo, Carlos
Barajas. De los tiempos del Ateneo databa nuestra amistad. Le produca su consultorio
importantes ingresos y viva holgadamente con su mujer, dos hijos y el padre. Tocando
en su gran rgano automtico, Eolian, temas de Bach y de Haendel, reuna
peridicamente a sus amigos, nos obsequiaba vinos deliciosos, como cierto chipre
color de rosa, servido caliente y perfumado. Ahora buscaba al mdico y tambin al
amigo. Necesitaba desahogarme con persona ajena a la familia. Apenas me sent en el
reservado de su consultorio, me ech a llorar sin poder hablarle. Alarmado, se me
acerc, me puso el brazo en el hombro y me anim:
Diga lo que sea, no importa lo que sea, tiene en m un amigo.
Apresurado, entrecortado, le rogu:
Vamos en seguida a verlo; lleg mi hermano, viene muy malo, tiene usted que
salvarlo
Instalado en el taxi con Barajas al lado, me vino una racha de optimismo, una
alegra que ahora me daba aplomo. Sin necesidad de fingir, con desesperada conviccin
repentina, expliqu a Carlos: El doctor es un amigo y un gran mdico; te va a dejar
sano en seguida.
Barajas tambin bromeaba; pareca no dar importancia al caso. Registr, con todo,
minuciosamente al enfermo. Recet algn calmante para hacerlo dormir, y luego, sin
mucha conviccin, me dijo:
Ensayaremos unas inyecciones nuevas alemanas; yo mismo vendr todos los das
a ponrselas; adems, hay que contar con la ventaja del clima. Veremos
Pero yo exiga certeza y le forzaba a dar opiniones. Hice que me recomendara
tratados recientes de tuberculosis y me puse a leer y a estudiar. En su irona, la suerte
me daba recursos ilimitados para una curacin ya imposible, en tanto que un ao antes
nos haba negado lo indispensable para que nunca hubiera ocurrido el riesgo de
contraer aquel mal. Pero no me daba cuenta an Acaso no estbamos en la poca de
la ciencia? No se acababa de aislar el bacilo? Antes de Koch, el peligro hubiera sido
grave; ahora, merced a la ciencia, la salud dependa del ingenio humano en la misma
medida que un clculo algebraico.
La mentira de las diez ampolletas milagrosas y el clima benigno de la meseta en
verano crearon unas semanas de falsa esperanza. Caminaba el enfermo por su pie,
pasaba la maana al sol, rodeado de algunos familiares; por la tarde se le acentuaba la
fiebre, y en la noche tosa. Espiando el efecto del tratamiento, imaginbamos alivios
sbitos. Llegaba yo a su silln, le obsequiaba un billete de banco. l lo guardaba
jubilosamente en su cartera; luego se pona a hacer planes para gastar el dinero cuando
sanara
Notoriedad
Ante el pas pasaba yo en esos das por una especie de nio mimado de la fortuna. Rara
era la semana en que los diarios no publicaban mi retrato a propsito de declaraciones
polticas o de encomiendas pblicas honrosas. Con el rubro de Un amigo del pueblo
haba circulado mi retrato en los diarios porque me negu a figurar como subsecretario
de Justicia en un plan de reorganizacin del Gabinete del Gobierno provisional. Para
justificar mi renuncia hube de emprender viaje a Tehuacn, donde se hallaba Madero
descansando. No quera poder a medias, le expliqu, y en un Gobierno de compromiso.
Por otra parte, econmicamente no me convena dejar mi profesin por un cargo
gubernamental cuyo salario, por alto que fuese, no se comparaba a mis ingresos
independientes. El pblico vea nada ms el menosprecio del poder que haca en mi
negativa y creca mi fama. Era yo una reserva de un sistema de cosas todava por venir
y de carcter marcadamente revolucionario. En el Partido mi voto sola ser decisivo
por lo mismo que no aspiraba a ninguna ventaja inmediata. La atraccin segura que
ejerce el xito llevaba a mi despacho nuevas representaciones, asuntos fciles y
honorarios crecidos. Rpidas pasaban las horas ocupadas en productivos afanes;
risueo, seguro pareca el porvenir. Engredo retornaba a mi hogar. La misma
enfermedad del hermano se presentaba, a ratos, como un accidente transitorio que la
medicina no tardara en resolver.
Del porfirismo a la revolucin, por David Alfaro Siqueiros.
Zapata, un guerrillero del Sur, campesino sin letras, se rebel contra el Gobierno
Provisional
Las sesiones del Ateneo concluan cada viernes en algn restaurante de lujo. Ya no era
el cenculo de amantes de la cultura, sino el crculo de amigos con vistas a la accin
poltica. Antonio Caso fue quiz el nico que no quiso mezclarse en la nueva situacin.
Se proclamaba, ms que nunca, porfirista. Colaboraba, sin embargo, en todo lo que
significaba esfuerzo de cultura. Durante este ao de mi gestin, recibi el Ateneo a
varios conferencistas extranjeros como Pedro Gonzlez Blanco y Jos Santos Chocano.
Anteriormente la Universidad no invitaba sino a profesores de Norteamrica. Recuerdo
un curso de Psicologa del clebre Baldwin, al cual asistamos slo diez personas
porque las explicaciones en ingls no eran comprendidas del alumnado. Nosotros
inicibamos en el Ateneo la rehabilitacin del pensamiento de la raza. Madero, por su
parte, en el orden diplomtico, rompa el precedente porfirista: Un buen embajador en
Washington; el resto del Cuerpo Diplomtico sale sobrando. Madero, despus de
Alamn, fue el primer gobernante de Mxico que quiso reconocer los intereses morales,
si no de comercio, que hay en el Sur. El ministro preferido de la poca maderista fue
siempre el de Guatemala, a pesar de que ninguna simpata le inspiraba el sistema de
Estrada Cabrera. Pero buscaba hacer patente nuestra solidaridad con la porcin
hispnica de Amrica. La circunstancia de haberse educado Madero fuera de las
fronteras nacionales, en medios como Pars y San Francisco, donde los hombres de
habla espaola se reconocen como parientes, le dio una visin del problema americano
que no suelen poseer los nacionalistas de campanario.
El nico fracaso de la nueva poltica hispanizante lo origin la primera visita de
Manuel Ugarte. Desde que desembarc lo atraparon los descontentos, lo rodearon los
intelectuales del viejo rgimen. Le hablaron de la calumnia corriente Madero haba
hecho la revolucin con dinero yanqui. Porfirio Daz cay, le aseguraron, porque se
neg a dar concesiones de petrleo a los yanquis. A nosotros nos era repugnante
ponernos a negar o discutir siquiera estas inepcias. Los registros oficiales fehacientes
de ambos gobiernos, demuestran a todo el que se toma la pena de consultar, que todas
las concesiones petroleras se dieron en la poca de Porfirio Daz. Despus de esa
poca no se dieron ms concesiones y Madero, por su parte, no otorg una sola. De m,
en lo particular, dijeron los diarios que no acudira a festejar a Ugarte porque
representaba a compaas de Norteamrica. Es verdad que nuestras relaciones con los
yanquis eran hasta ese momento excelentes, por el apoyo moral que en muchos casos
nos haban dado. Tambin era cierto que sin provocacin no poda Mxico, pas vecino,
lanzarse a una campaa estruendosa de animadversin. A pesar de eso, fue evidente que
Ugarte vena realizando su patritica campaa sin cortapisas. Desde la costa hasta el
interior del pas, los teatros, las plazas de toros, se llenaban para escuchar sus
discursos sin que nunca una sola autoridad pretendiese ponerle obstculo. Era natural
entonces que la suspicacia de los comentarios de los unos y la grosera calumnia de
otros nos irritase y ofendiese. En vano recordbamos al pblico que Porfirio Daz no
dej llegar a la capital ni al propio Daro, por temor de que el recuerdo de su Oda a
Roosevelt provocase un gesto adverso en los Estados Unidos. Aquellos porfiristas que
tomaban a Ugarte como bandera contra nosotros, saban de sobra que su antiguo jefe no
le hubiera dejado desembarcar. A pesar de todo esto, firm y repart, como presidente
del Ateneo y de acuerdo con el personal del mismo, invitaciones para una sesin que
habra de celebrarse en honor de Ugarte y de Gonzlez Blanco. La inclusin de este
ltimo no agrad, la sesin hubo de aplazarse. Lo que aprovecharon los diarios para
volver a la carga, ahora contra m Pretenda deslucir el xito de Ugarte, porque yo
era representante de una compaa norteamericana. Contest que no era representante
de una compaa, sino de diez, y que no siendo funcionario pblico no tena que
explicar a nadie mi conducta. De paso aad, desafo a mis enemigos para que
publiquen copia de cualquier instancia en que yo haya pedido al Gobierno, del que soy
amigo, un solo favor para m o para mis clientes. Por unos das, estas declaraciones
violentas acallaban el moscardeo de las murmuraciones. Pero nunca falta algn nuevo
pretexto. Contra Madero y su familia se publicaba cada semana alguna nueva infamia.
Escribanlas polticos despechados como Rbago y el doctor Gonzlez Martnez;
sacaba las copias el amanuense Genaro Estrada, futuro as del callismo. Al abuso de la
libertad de prensa contribuan, incluso, aventureros internacionales en busca de
chantaje. Pero lo triste, lo terrible, es que el pblico arrebataba las hojas ms viles, y
las celebraba y las pagaba. Y si alguien escriba algunas lneas en defensa del
Gobierno, inmediatamente se le catalogaba como incondicional y como servil. Una
suerte de perversin colectiva se ensaaba contra una administracin que no robaba ni
dejaba robar; no comprometa los recursos nacionales; no venda las tierra al
extranjero. Tambin parece que el pas echaba de menos esa voluptuosidad masoquista
de que despus se ha hartado: la de sentirse vejado, infamado por un tiranuelo ms
respetado cuanto ms miserable se le sabe.
No haba ambiente para un trabajo sistemtico de estadista, y menos puede haberlo
para un florecimiento intelectual que hubiese dado al Ateneo un papel en nuestra vida
pblica, tan necesitada de elevados incentivos.
Todo era lucha sorda y pasin mezquina. Las apetencias sueltas despus de la
prolongada represin porfirista se volvieron feroces contra quien los libertaba.
Muerden la mano que les quita el bozal dijo una vez Gustavo, de ciertos
jvenes oradores brillantes y recin manumisos del porfirismo. Bastaba con que una
persona cualquiera tuviese amistad con un maderista o quisiese demostrar adhesin al
nuevo orden de cosas, para que en seguida la calumnia y el odio se lanzasen feroces en
contra de ella.
Adriana
Con motivo de estas innobles embestidas de la oposicin, me referir a la mujer que
ejerci tanta influencia en cierta poca de mi vida. La llamaremos Adriana. Se present
en mi despacho con tarjeta del propio Madero. Necesitaba abogado, pero no ante los
tribunales, sino ante la opinin. Haca tiempo que la molestaban bajamente slo porque
se haba atrevido a inaugurar un servicio de enfermeras neutrales, cuando la Cruz Roja
porfirista declar que no curara a los rebeldes. El pas entero aclam entonces como
herona a quien supo reclutar mujeres y mdicos para acudir al campo rebelde,
desatendido del servicio oficial. Pero ahora se volvan contra ella, a veces hasta los
mismos que la haban aplaudido. Su fidelidad al Gobierno la arrastraba en la misma ola
de fango que a nosotros nos bata. Sin titubeo escrib una serie de artculos apasionados
en defensa de la correligionaria y en homenaje de la mujer cuya belleza notoria desde
el primer momento me fascin. Para caracterizar su atractivo desenterr la frase de
Eurpides: Hermosura punzante como la de una rosa
Adriana.
Sin ttulo escrib una serie de artculos apasionados en defensa de la correligionaria y en
homenaje de la mujer cuya belleza notoria desde el primer momento me fascin
Era una Venus elstica, de tipo criollo provocativo y risa voluptuosa. Pronto comprob
que era una de las raras mujeres que no desilusionan en la prueba, sino que avivan el
deseo, acrecientan la complacencia ms all de lo que promete la coquetera y lo que
exige la ambicin.
Para platicar de sus asuntos me visitaba en el bufete cuando conclua la jornada.
Algunas veces esperaba mientras atenda a algn cliente de ltima hora o daba las
rdenes para el trabajo del da siguiente. Luego salamos; tomados del brazo,
caminando por las calles ms concurridas, olvidados de la gente y de sus acechanzas.
Acababa de ascender Madero a la Presidencia. Celebraba la ciudad las posadas
tradicionales; mi esposa las festejaba con sus amistades de Oaxaca. Los familiares de
Adriana tambin se divertan en su crculo. Ella y yo, los dos solitarios, ms bien
acompaados del mundo, comprbamos de paso la langosta en el Coln, y champaa, y
tombamos el camino de Tizapn. Viva all, en una pequea quinta que le cediera
provisionalmente su padre, modesta de habitaciones, pero con jardn lozano y rboles
seculares.
Las palabras de Adriana fluan como las notas de la flauta que hipnotiza a las
bestias. Desde haca aos la serpiente de mi sensualidad reclamaba una encantadora. A
su lado brotaba de mi corazn la ternura y de mis sentidos el goce. La boca de Adriana,
fina y pequea, perturbaba por un leve bozo incitante. Unos dientes blancos, bien
recortados, intactos sobre la enca limpia, iluminaban su sonrisa. La nariz corta y altiva
temblaba en las ventanillas voluptuosas, un hoyuelo en cada mejilla le daba gracia, y
los ojos negros, sombreados, abismales, contrastaban con la serenidad de una frente
casi estrecha y blanca, bajo la negra cabellera abundosa. Deca de ella la fama que no
se le poda encontrar un solo defecto fsico. Su andar de piernas largas, caderas anchas,
cintura angosta y hombros estrechos, hacan volver a la gente a mirarla. Largo el cuello,
corto el busto, aguzados los senos, gilmente musical el talle, suelto el ademn,
estremeca dulcemente el aire desalojado por su paso. Bajo la falda, una pantorrilla
gruesa remataba en tobillo airoso, redondo, y empeine arqueado de danzarina. El
vientre de Adriana era digno de la esmeralda de Salom. Deprimido el estmago,
adelantado en el pubis. Cuando vesta seda entallada, color de vino, su cutis delicado
era ncar y oro. Y bastaba tocarle la mano para sentir la voluptuosidad de los serrallos.
Tan rara perfeccin del demonio andaba ya por los treinta y no haba llegado ni a
bailarina famosa ni a reina. De broma sola decirle que era lo mejor del botn
revolucionario, por lo que yo me la adjudicaba. La vida anterior de Adriana era un
tanto misteriosa; casada y divorciada una vez, viuda otra, conoca el idioma ingls con
esa perfeccin que no se adquiere en los libros. Por el Sur de Estados Unidos vivi una
temporada y all aprendi enfermera. Entre sus ascendientes haba un ministro de
Jurez y emigrantes vascos establecidos desde antiguo por Veracruz. Era perseguida de
pretendientes y de murmuradores. Para dormir a su lado era preciso guardar un ojo en
acecho. Especialmente en aquella casa quinta de rboles frondosos y tapias altas, donde
caan, ya tarde, dos o tres hermanos celosos.
Uno de los ms recientes caprichos de Adriana haba sido presentarse en una
asamblea de estudiantes de Medicina, donde se haca censura de su gestin como
enfermera en campaa. Al principio, su belleza se impuso; pero se mostr gobiernista
en su discurso, y ciertos galanteadores despechados hicieron correr la voz de que era
amante de Madero; la heroica asamblea se puso a sisearla. Ocurri todo esto das antes
de que yo la dirigiera. Lo primero que le aconsej fue la abstencin completa de toda
presencia en pblico y el silencio. Que me dejara a m liquidar esas cuentas; ya llegara
la ocasin.
Se present sta, justamente, con motivo de las manifestaciones antimaderistas que
siguieron a la visita de Manuel Ugarte. Los estudiantes, equivocados, se hacan
instrumento de los enemigos del nuevo rgimen o del sentir de sus familiares heridos en
algn inters personal, o simplemente resultaban un reflejo de la pasin acumulada en
el ambiente del momento. Lo cierto es que llevaban das de celebrar juntas y pronunciar
discursos por plazas y calles. Nos acusaban de falta de patriotismo. El Gobierno
despilfarraba, si no es que robaba, los dineros de la reserva acumulada por Porfirio
Daz. La nacin estaba en peligro. La juventud deba actuar. Crecidos en sus exigencias,
los alumnos de Jurisprudencia echaban de la Direccin a Luis Cabrera. Otro grupo se
haba ido a buscar profesores del porfirismo para fundar la Escuela Libre de Derecho.
Para campeones de la ley buscaban a los antiguos servidores de la tirana. Sin embargo,
todo el mundo observaba y callaba. La prensa toda tom el partido de la juventud. Se
ergua el fetiche del estudiante.
Tanta confusin de valores me irritaba aun sin estar yo mezclado en ella, pero ahora
la amistad con Adriana me encendi. Llam a un reportero del diario ms ledo; le
entregu unas declaraciones. Recordaba en ellas el envilecimiento de la clase
estudiantil durante el porfirismo. Haca memoria de las mascaradas de adhesin al
caudillo encabezadas con los estandartes de las escuelas que tantas veces as
deshonramos. Que no anduvieran ahora hablando de la libre Escuela de Jurisprudencia,
porque no haba sabido serlo durante la tirana y ahora abusaba de la libertad. Que no
se ufanaran nada ms de ser jvenes, porque se poda ser joven y servil, como lo fuera
la mayora que no se conmovi con nuestra prdica revolucionaria, que no contribuy
al peligro ni oy la voz del deber El efecto fue inmediato; se juntaron todas las
escuelas y decidieron celebrar una manifestacin de protesta contra mi persona. Por
momentos reciba de los amigos noticias de la marcha de los debates y de los trminos
del plan aprobado. Los diarios de la tarde publicaron los discursos adversos y el
programa de la manifestacin hostil. Una palpitacin de odio conmovi a la ciudad. A
eso de las seis de la tarde desembocaba la columna por Plateros. Varios miles de
colegiales venan de sus escuelas del rumbo de San Ildefonso y se dirigan a mi
despacho en la calle de San Francisco. Avanzaban por la avenida gritando mueras y
detenindose en las esquinas para pronunciar discursos. El pblico de paseantes, que a
esa hora llena la avenida, escuchaba con maledicencia y curiosidad. Por la lengua
ingenua de la juventud hablaba el rencor annimo. Algunos oradores no me conocan,
pero se exaltaban adjetivndome. Cuando llegaron casi a la esquina de la High Life,
cerr mi balcn y baj a la calle para curiosear. Me situ enfrente por el callejn de los
Azulejos. All, con la salida franca, escuch la algaraba. No pas de algn vidrio roto
en los bajos. Los manifestantes llegaron ya fatigados, y como mi balcn era alto y lo
vieron a oscuras, duraron poco en su labor ofensiva. Se dispersaban ya cuando un grupo
me vio, al borde de la acera. La sorpresa de encontrarme a pie, revuelto entre ellos, me
dio tiempo para cambiar de calle y perderme de nuevo entre la gente. A la vuelta tom
un taxi. No haba querido que uno solo de mis amigos me acompaara en el trance,
porque secretamente y en sitio previamente convenido me esperaba Adriana. La
encontr excitada, nerviosa, casi dichosa. Ella tambin haba buscado la manifestacin
y desde un auto la sigui a distancia.
Ahora qu hara yo? Qu bien les haba dolido el castigo! Y qu ms iba yo a
decirles? Por lo pronto resolvimos cenar juntos. Despus, si los muchachos hubieran
podido imaginar mi gratitud! Pocas veces un vencedor fue tan ampliamente
recompensado.
Poltica y negocios
La prosperidad pblica creca agigantada con el impulso de las inversiones del capital
extranjero, que ya no buscaban privilegios y locas ganancias sino la seguridad de una
transformacin, casi sin sangre, desde la dictadura porfirista a un rgimen de
democracia y cultura. Todo prometa una serie de gobernantes, ya no abortos de cuartel
ni jefes de banda, sino universitarios y hombres de ideas, lo mismo que en el resto de la
Amrica espaola, ya no digo en Europa y los Estados Unidos. Bien se adverta en mi
bufete el efecto de aquella renovada confianza en nuestra nacin. Instancias
administrativas en gestin de empresas, casi todas nuevas, ocupaban mis horas. La
compaa de Luz trabajaba en la prolongacin de una lnea elctrica a Puebla, que,
segn adverta el doctor Pearson, hara uno de los ms audaces caminos a travs de un
panorama esplndido, entre cumbres de volcanes.
Victoriano Huerta (1845-1916).
En efecto, Huerta, que lo tema por leal a Madero, le forj una intriga y en vsperas del
combate decisivo quiso fusilarlo
Una noche que no pude contener los sollozos, mi esposa haba asomado de su
habitacin prxima; apenas pude decirle: Carlos Carlos. Ahora, con Adriana,
senta menor la amargura. Ella tambin haba sufrido, segn me deca, y ramos dos a
vengarnos de la suerte, gozando impdicamente, desenfrenadamente.
De oracin slo una repeta: Cuida, Seor, de mis hijos, y caiga sobre m lo que
deba caer
Las hermanas
Chole segua rezandera y triste; solterona condenada al sino de su nombre: Soledad.
Supimos un da que Concha regresaba a Mxico, despus de su noviciado en
Chamartn. La destinaban al colegio del Sagrado Corazn, de Guadalajara, y a su paso
por la capital la visitamos. Era la primera vez que me asomaba a un convento. La casa
de Mascarones abra nicamente el postigo de su ancho zagun; un jardn lleno de
follajes ocultaba el patio; a la izquierda, un pequeo recibimiento de piso encerado y
muros blancos; sillas contra la pared. All esperamos un instante un poco cohibidos y,
por fin, apareci Concha, risuea bajo una cofia blanca, blancas las manos sobre la
tnica negra. La cara la tena sonrosada, limpio el cutis, no obstante algunas pecas
Relataba su vida en Madrid, fro el invierno. Con motivo del viaje haba atravesado
una sola vez la ciudad; hablaba con tono muy dulce; yo casi no poda responderle:
comparaba mi vivir exaltado y la alegra de la maana en las calles, con su vida
truncada, de encierro y monotona. Una sorda protesta contra la brutal injusticia del
destino que as reparte desigualmente la dicha, me minaba el nimo. Pensaba en lo que
nos callaba, en sus horas de duda y de angustia, y luego la conformidad de lo
irremediable. Una pena violenta me oprimi la garganta. En la despedida hice un
esfuerzo para retener el agua que me senta en los ojos. Apenas estuvimos afuera,
dentro del auto, me ech a sollozar en pleno da, por la amplia avenida luminosa de San
Cosme.
Mela, por humildad, haba preferido una orden contemplativa
Y haba algo peor; siquiera Concha estaba agregada a una orden rica y activa, viajaba a
menudo y se distraa con las diarias labores de la enseanza. En cambio, Mela, por
humildad haba preferido una orden contemplativa, modestsima, encerrada de por vida
en un casern de un barrio de Tacubaya. Tanto me dola pensar en ella que nunca la
haba visitado. Le mandaba peridicamente algn obsequio: una barrica de vino
francs, un fongrafo, provisiones, algunas veces dinero; pero tema ver con mis ojos lo
que se me apareca como un tormento insufrible. Cuando supo que haba visitado a
Concha me mand instar para que tambin la viese a ella. Por fin, una tarde hice la
caminata cuesta arriba desde nuestro domicilio de Tacubaya a la mansin conventual,
ubicada frente al cuartel que quisimos tomar cuando el complot. Esperaba encontrarla
deshecha y plida y me sorprendi presentndose con la misma risa jovial de antes, con
un tono ms dulce y cierta luz en el semblante. Desde el recibimiento en que estbamos
se oa la banda militar.
Irrumpan sones de estruendosa mundanidad y sin poder evitarlo descuidaba la
conversacin para imaginar las obras de tormento de quince o veinte jvenes en
clausura perpetua, obligadas a escuchar, dos o tres tardes por semana, los ecos de la
dicha fcil del amor y el placer sin trabas. La tentacin del goce fsico sin duda las
obseda ms que la soledad. Sus almas estaban dadas a Dios; pero el apetito primitivo
sin duda sacuda la carne reprimida, sedienta. La conversacin de ella revelaba
despreocupacin y, ms all de la conformidad, alegra. Sin embargo, mi demonio
interior preguntaba: Cuntas veces un descarado pasodoble haba provocado esa
sensualidad que incita a salir a la esquina a ofrecerse? Bromeando, le dije: Bueno;
todava no te arrepientes? Recuerda que an es tiempo Si te sales, te llevo a un
baile en Palacio, te paseo en auto vestida de seda por Plateros. Pero ya no era la
misma; slo una indulgencia amable recordaba su antigua locuacidad. Lo que ms
conmova en ella era cierta efusin entraable que le sala en la voz y el ademn como
de quien mucho sufri y a la postre logr vencer.
Bajando la calle, de regreso a la casa, las lgrimas me corran a dos carrillos,
mientras reflexionaba: Qu profundidad de dolor habr sido necesaria para engendrar
alegra tan serena. Sin duda, torrentes de lgrimas y largas horas de agona, crecido
precio del halo que empezaba a envolverle el semblante.
Madero, gobernante
Nunca prometi Madero imposibles, por ms que sus enemigos lo tacharon de
demagogo. Desde sus primeros discursos a los obreros de Orizaba, record que el
secreto de la prosperidad est en el trabajo y no en la engaifa de sistemas que adulan a
tal o cual clase de la poblacin. Sin incitar al indio contra el blanco, inici la tarea de
despertar a la raza vencida; sin proclamarse de derecha o de izquierda, estuvo siempre
atento al mayor bien de los humildes, sin preocuparse de la enconada hostilidad de los
explotadores. Ms all de lo econmico tambin vio su atencin de estadista. Durante
su Gobierno la educacin pblica recibi el primer gran impulso de difusin. En los
mejores tiempos de la administracin porfirista, el presupuesto de educacin pblica
no alcanz ms de ocho millones de pesos. Madero elev el presupuesto de Educacin
a doce millones, y con el aumento estableci las primeras escuelas rurales sostenidas
por la Federacin. La Universidad le fue antiptica por su positivismo, que l quera
sustituir con un espiritualismo libre. Su empeo de difundir la enseanza responda al
deseo de cimentar la democracia. Desde el principio nuestra sociedad padece la
peridica invasin de la barbarie del campo sobre los centros de cultura que se forman
en la ciudad. Cada revolucin ha sido desencadenamiento salvaje que arrasa el
trasplante europeo penosamente cultivado por mestizos y criollos. As, nuestras
ciudades son islotes en un mar de incultura.
Francisco I. Madero (1873-1913)
Nunca prometi Madero imposibles, por ms que sus enemigos lo tacharon de demagogo