4) El Misterio Del Lobo Blanco PDF
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El misterio
del lobo blanco
En este sueo conoceremos algo de cmo surgi la Edad de los Reinos Jvenes
y del papel que jug la Dama Negra, Myshella, cuyo destino se vera ms tarde
entrelazado con el de Elric de Melnibon...
Desde la ventana sin cristales de la torre de piedra, era posible ver el ancho ro que serpenteaba
entre sus riberas, amplias y pardas, a travs de un terreno ondulado de espesos sotos verdes que se
confundan muy gradualmente con la masa de la foresta propiamente dicha. Y, al otro lado de la
foresta se alzaba el acantilado gris y verde plido. Su roca cubierta de lquenes, ms oscura cuanto
ms arriba, terminaba confundindose con las piedras an ms enormes de la base del castillo,
que dominaba el terreno en tres direcciones distrayendo toda atencin del ro, de las rocas y de la
foresta. Sus muros eran altos y de recio granito, con numerosas torres: un tupido campo de torres
agrupadas como para protegerse mutuamente.
Aubec de Malador se maravill al verlo y se pregunt cmo era posible que lo hubieran
construido manos humanas, salvo que hubiera intervenido la magia. Sombro y misterioso, el
castillo pareca poseer un aire desafiante, pues se levantaba en el mismo borde del mundo.
En aquel instante, el cielo encapotado baaba con una extraa luz intensamente amarilla el
costado occidental de las torres, haciendo ms profunda la negrura donde no alcanzaba. Enormes
huecos de cielo azul se abran en la capa gris que cubra generalmente el lugar, y unas masas de
nubes rojas se confundan con sta, mezclndose para producir una gama de tonos ms amplia y
matizada. Sin embargo, aunque el cielo era impresionante, no consegua que la mirada se apartara
de la serie de enormes despeaderos creados por la mano del hombre que constituan el castillo de
Kaneloon.
El conde Aubec de Malador no se apart de la ventana hasta que la oscuridad se hizo completa
en el exterior, y foresta, acantilado y castillo no fueron ms que sombras contra un fondo de
negrura. Se pas una mano recia y nudosa por la cabeza, casi calva, y se encamin pensativo hasta
el montn de paja que le haca las veces de cama.
La paja estaba apilada en el nicho formado por un contrafuerte y el muro exterior, y la estancia
gozaba de buena iluminacin gracias al farol del conde. El aire, en cambio, era fro cuando se
acost en la paja con la mano cerca de su espada, un mandoble de tamao prodigioso que
constitua su nico armamento. La espada pareca forjada para un gigante prcticamente, tal era
el aspecto que ofreca Aubec de Malador, con su ancha cruceta, una poderosa empuadura
incrustada de piedras preciosas y una hoja de cinco palmos, ancha y lisa. Junto al mandoble
guardaba su armadura, vieja y resistente, y sobre ella se encontraba el casco, con las plumas negras
de su parte superior algo deshilachadas y ligeramente mecidas por la corriente de aire que pe-
netraba por la ventana.
Malador dorma.
Sus sueos, como de costumbre, eran turbulentos. En ellos aparecan poderosos ejrcitos
avanzando por campos en llamas, estandartes que tremolaban con los blasones de un centenar de
naciones, bosques de lanzas de relucientes puntas, mares de cascos erguidos, los sones valientes y
salvajes de los cuernos de guerra, el retumbar de los cascos de los caballos y los cantos y gritos de
los soldados. Eran sueos de tiempos pasados, cuando Aubec de Malador era joven y haba
conquistado para la reina Eloarde de Klant todas las naciones del sur, casi hasta el confn del
mundo. Slo Kaneloon, en el propio borde del mundo, haba quedado excluido de sus conquistas, y
ello, debido a que ningn ejrcito se atreva a llegar hasta all.
Para una persona de tan gloriosos antecedentes marciales, estos sueos resultaban
sorprendentemente perturbadores, y Malador despert varias veces esa noche, sacudiendo la
cabeza en un intento de librarse de ellos.
Malador habra preferido soar con Eloarde, aunque ella era la causa de su inquietud, pero la
reina no apareci en el sueo; no vio su cabello negro y sedoso mecido al viento en torno a su
plido rostro, ni sus ojos verdes y sus labios encendidos, ni su porte altivo y desdeoso. Eloarde le
haba nombrado para aquella empresa; Malador no la haba emprendido por propia voluntad,
aunque no haba tenido eleccin, puesto que, adems de su dama, Eloarde era tambin su reina. El
campen era por tradicin el amante de sta, y Aubec de Malador no poda imaginar que las cosas
pudieran ser de otra manera. Como campen de Klant, su deber era obedecer y dejar el palacio
para buscar a solas el castillo de Kaneloon, conquistarlo y declararlo parte del Imperio, para que
pudiera decirse que los dominios de la reina Eloarde se extendan desde el mar del Dragn hasta el
confn del mundo.
Ms all de ste no haba nada, salvo los remolinos de materia del Caos informe que se
extenda hasta la eternidad desde los acantilados de Kaneloon, turbio y bullente, multicolor, lleno
de monstruosas semiformas, pues slo la Tierra posea leyes y estaba constituida de materia
ordenada, que se mova a la deriva en el mar del Caos como haba hecho durante eones.
Por la maana, el conde Aubec de Malador apag el farol que haba dejado encendido toda la
noche, se enfund la cota de malla y las espinilleras, se coloc en la cabeza el casco de plumas
negras, apoy el mandoble en el hombro y sali de la torre de piedra, el nico resto que quedaba en
pie de algn antiguo edificio.
Sus pies, calzados con botas de cuero, avanzaron trastabillando entre unas piedras que parecan
parcialmente disueltas, como si el Caos hubiera baado una vez aquel lugar, en vez de batir las
torres de Kaneloon. Tal cosa, sin embargo, resultaba totalmente imposible, pues era bien sabido
que los lmites de la Tierra eran constantes.
El castillo de Kaneloon le haba parecido ms prximo la noche anterior, y Aubec se daba
cuenta ahora de que ello se deba a su enorme tamao. Sigui el curso del ro hundiendo los pies
en el suelo embarrado y aprovechando las grandes ramas de los rboles para protegerse del sol,
que
calentaba cada vez con ms fuerza mientras se abra camino hacia los acantilados. Kaneloon
quedaba ahora fuera de la vista, a gran altura sobre Aubec. Con cierta frecuencia, ste utilizaba la
espada como un machete para abrirse paso en aquellos puntos donde el follaje era especialmente
tupido.
Se detuvo varias veces a descansar y aprovech para beber las fras aguas del ro y refrescarse
la cara y la cabeza. No tena prisa; no tena el menor deseo de visitar Kaneloon y le fastidiaba
aquella interrupcin de su vida junto a Eloarde, que crea haberse ganado merecidamente. Tambin
l senta un temor supersticioso por el misterioso castillo que, se deca, slo estaba habitado por un
ocupante humano: la Dama Negra, una hechicera sin piedad que comandaba una legin de
demonios y otras criaturas del Caos.
Contempl los acantilados a medioda y divis el sendero que conduca hacia su cima con una
mezcla de preocupacin y alivio. Haba pensado que debera escalar los peascos, pero no era un
hombre que se decidiera por la ruta difcil cuando se presentaba una alternativa ms fcil, de modo
que hizo un lazo con una cuerda en torno a la espada y se la colg al hombro, pues era demasiado
larga y difcil de manejar para llevarla al costado. Luego, todava de mal humor, empez a
ascender el sinuoso camino.
Las rocas cubiertas de lquenes eran evidentemente antiguas, en contradiccin con las
especulaciones de ciertos filsofos que se preguntaban por qu slo se haba odo hablar de
Kaneloon desde haca unas pocas generaciones. Aubec de Malador comparta la respuesta ms
extendida a tal interrogante: que los exploradores no se haban aventurado tan lejos hasta tiempos
relativamente recientes.
Volvi la mirada hacia atrs, sendero abajo, y vio a sus pies las copas de los rboles
mecindose ligeramente bajo la brisa. La torre en la que haba pasado la noche apenas resultaba
visible en la distancia, y el conde Aubec saba que, ms all de ella, no haba ninguna muestra de
civilizacin, ningn puesto avanzado del hombre, en muchas jornadas de viaje hacia el norte, el
este o el oeste... Al sur quedara el Caos. Aubec no haba estado nunca tan cerca del confn del
mundo y se pregunt qu efecto tendra sobre su cerebro la visin de la materia informe.
Por fin lleg a la cima del acantilado y permaneci en pie con los brazos en jarras,
contemplando el castillo que se alzaba a un par de kilmetros, con sus torres ms altas ocultas tras
las nubes y sus inmensas murallas incrustadas en la roca, que se extendan a lo lejos, limitadas a
ambos costados por el propio borde del acantilado. Y, ms all de ste, salpicando como la espuma
marina a apenas unos palmos de la base del castillo, Aubec de Malador vio chapotear y agitarse la
materia del Caos, predominantemente gris, azul, parda y amarilla en aquel momento, aunque sus
colores eran cambiantes.
Le invadi una sensacin de tan indescriptible profundidad que durante un largo rato no fue
capaz de cambiar de postura, completamente abrumado por la percepcin de su propia
insignificancia. Finalmente se le ocurri pensar que si alguien viva en el castillo de Kaneloon
debera tener una mente muy fuerte o estar loco; tras un suspiro, continu hacia su objetivo y
apreci que el terreno era perfectamente plano, inmaculado, de un tono verde obsidiana que
reflejaba de forma imperfecta la cambiante materia del Caos, de la que desvi su mirada cuanto
pudo.
Kaneloon tena muchas entradas, todas lbregas e inhspitas y, de no haber sido de formas y
tamaos regulares, habran podido pasar por las bocas de otras tantas cavernas.
Malador hizo una pausa antes de decidir cul tomaba y, acto seguido, se encamin con
manifiesta determinacin hacia una de ellas. Penetr en una oscuridad que pareci prolongarse
eternamente. El tnel era fro y estaba vaco, con la sola presencia de Aubec de Malador.
Muy pronto se perdi. Sus pasos no producan eco alguno, lo cual le caus sorpresa; despus,
la negrura empez a dar paso a una serie de perfiles angulosos, como los muros de un pasadizo
serpenteante; unos muros que no llegaban al invisible techo, sino que terminaban a unos metros de
altura por encima de su cabeza. Estaba en un laberinto. Se detuvo, volvi la vista atrs y vio con
horror que el laberinto se retorca en mltiples direcciones, aunque l estaba seguro de haber
seguido en lnea recta desde la entrada.
Por un instante la confusin embarg su mente y la locura amenaz con aduearse de l, pero
luch por controlarse y desenvain la espada, tembloroso. Qu camino seguir? Decidi continuar
andando, incapaz de decir, ahora, si avanzaba hacia adelante o hacia atrs.
La locura que acechaba en las profundidades de su cerebro se filtr hasta su conciencia y se
convirti en miedo. Y, siguiendo inmediatamente a la sensacin de miedo, aparecieron unas
siluetas. Unas formas de movimientos veloces que surgan de diversas direcciones, malficas,
diablicas, absolutamente horribles.
Una de aquellas criaturas se acerc a l y Aubec la golpe con su espada. El ser huy, aunque
no pareci herido. Se acerc otro, y luego otro ms, y Aubec olvid su pnico mientras descargaba
golpes a su alrededor, manteniendo a raya a las criaturas hasta que todas ellas hubieron huido.
Entonces se detuvo y se apoy, jadeando, sobre la espada. Luego, cuando mir a su alrededor, el
miedo volvi a invadirle y aparecieron nuevas criaturas, seres de grandes ojos llameantes y te-
mibles espolones, de rostro malvolo y burln y de facciones casi familiares, algunas reconocibles
como pertenecientes a viejos amigos y parientes, aunque retorcidas en horrorosas muecas
pardicas. Solt un grito y corri hacia las criaturas enarbolando su enorme espada, lanzando
golpes y tajos, hasta dejar atrs a un grupo de ellas y doblar una esquina del laberinto para
encontrarse frente al siguiente grupo.
Una risa maliciosa recorri los retorcidos pasadizos, siguindole y precedindole en su carrera.
Aubec tropez y cay contra una pared. Al principio, la pared pareci de piedra slida, pero luego,
lentamente, se volvi blanda y el campen se hundi en ella atravesndola, hasta tener la mitad del
cuerpo en un corredor y la otra en otro. Termin de cruzar la pared y, todava a gatas en el suelo,
alz la cabeza y vio a Eloarde, pero una Eloarde cuyo rostro envejeca mientras Aubec lo miraba.
Estoy loco pens. Es eso realidad o fantasa...? O quiz ambas cosas? Extendi una
mano y grit:
Eloarde!
La imagen desapareci, pero fue reemplazada por una horda de demonios. Aubec se incorpor
y gir sobre s mismo con la espada, pero los demonios se pusieron fuera de su alcance y Aubec
les lanz un rugido mientras avanzaba. Por un instante, concentrado en aquel ejercicio, el miedo le
abandon de nuevo y, al hacerlo, se desvanecieron tambin las visiones hasta que comprendi que
el miedo preceda a las diablicas manifestaciones e intent controlarlo.
Casi lo consigui, esforzndose en tranquilizarse, pero el miedo volvi a surgir y las criaturas
cobraron forma en las paredes con sus agudas voces llenas de maliciosa hilaridad.
Esta vez no las atac con la espada, sino que se plant donde estaba con toda la calma que pudo
y se concentr en su propio estado mental. Al hacerlo, las criaturas empezaron a difuminarse y le
pareci que se encontraba en un valle apacible, sosegado e idlico. Sin embargo, rondando cerca de
su conciencia, le pareci ver los muros del laberinto dbilmente perfilados y unas formas
repugnantes movindose aqu y all por los innumerables pasadizos.
Cay en la cuenta de que la visin del valle era tan ilusoria como el laberinto y, con esta
certeza, tanto el valle como el laberinto desaparecieron definitivamente y Aubec se encontr en el
enorme saln de un castillo que no poda ser otro que el de Kaneloon.
El saln estaba desierto aunque bien amueblado y no alcanz a ver la fuente de luz que lo
baaba, brillante y uniforme. Avanz hacia una mesa sobre la cual se amontonaban unos rollos de
pergamino y escuch con agrado el eco de sus pasos. Enormes puertas claveteadas de metal se
abran en el saln, pero, de momento, decidi no investigarlas y se concentr en el estudio de los
pergaminos para saber si podan serle de ayuda para desvelar el misterio de Kaneloon.
Apoy la espada contra la mesa y asi el primer rollo.
Era un hermoso ejemplar de vitela roja, pero las letras negras escritas en su interior no tenan
ningn sentido para l y le dejaron desconcertado, pues, aunque los dialectos variaban de un lugar
a otro, slo haba una lengua en todas las partes de la Tierra. Otro rollo mostraba signos diferentes
y el tercero que abri presentaba una serie de dibujos muy estilizados que se repetan aqu y all de
un modo que le hizo pensar que se trataba de algn tipo de alfabeto. Disgustado, dej caer el
pergamino, agarr la espada, exhal un tremendo suspiro y grit:
Quin habita aqu? Quienquiera que sea, ha de saber que Aubec, conde de Malador,
campen de Klant y conquistador del sur, reclama este castillo en nombre de su reina Eloarde,
emperatriz de todas las Tierras Meridionales!
Al gritar aquellas palabras familiares, Aubec se sinti un poco ms tranquilo, pero no recibi
respuesta. Levant ligeramente el casco y se rasc el cuello. Despus tom la espada, la apoy en
su hombro y se encamin hacia la puerta ms grande.
Antes de alcanzarla, la puerta se abri de pronto y una cosa enorme de aspecto humano y
manos como tenazas metlicas le sonri.
Aubec retrocedi un paso y luego otro hasta que, viendo que el ser no avanzaba, se detuvo y lo
contempl.
Era aproximadamente un palmo ms alto que l y tena unos ojos ovalados de mltiples facetas
que, por su naturaleza, parecan inexpresivos. Su rostro era anguloso y tena un tono gris, metlico.
La mayor parte de su cuerpo estaba formado tambin de metal bruido, conjuntado y articulado
como si fuera una armadura. Sobre la cabeza llevaba un casco muy ceido, claveteado de adornos
de cobre. Produca una sensacin de tremendo e insensato poder, aunque no se mova.
Un golem! exclam el conde de Malador, creyendo recordar de las leyendas tales
criaturas fabricadas por el hombre. Qu magia te habr creado!
El golem no respondi, pero sus manos, formadas en realidad por cuatro dedos metlicos cada
una, empezaron a flexionarse lentamente. Continu sonriendo.
Aquel ser no tena la misma cualidad amorfa que sus anteriores visiones. El golem era slido,
real y poderoso, y ni siquiera el valor y la fuerza de Aubec podan derrotarlo, por mucho que se
esforzara. Sin embargo, el conde tampoco poda dar media vuelta y escapar.
Con un chirrido de articulaciones metlicas, el golem penetr en el saln y extendi sus manos
bruidas hacia el conde de Malador. ste poda optar por atacar o por huir, pero lo segundo habra
sido una necedad sin sentido. Decidi atacar.
Agarrando su gran espada con ambas manos, golpe el flanco del torso, que pareca ser su zona
ms dbil. El golem baj el brazo y la espada golpe contra el metal con un potente estrpito,
provocando una vibracin en la hoja que sacudi todo el cuerpo del campen. Aubec retrocedi,
trastabillando. El golem fue tras l sin la menor vacilacin.
Malador volvi la vista atrs y escudri el saln con la esperanza de encontrar un arma ms
potente que la espada, pero slo descubri una serie de escudos ornamentales colgados en la pared
de la derecha. Ech a correr hacia all, arranc uno de los escudos de su panoplia y lo sujet a su
brazo. Era una rodela ovalada muy ligera, formada por varas capas de madera trenzada. No es que
fuera gran cosa como defensa, pero le hizo sentirse un poco mejor cuando se volvi de nuevo para
hacer frente al golem.
ste avanz y Malador crey advertir algo familiar en l, igual que le haban parecido
conocidos los demonios del laberinto, pero la impresin fue slo vaga. Aubec se dijo que la extraa
hechicera de Kaneloon estaba afectando su mente.
La criatura metlica alz las tenazas de su mano derecha y lanz un rpido golpe a la cabeza
del conde, quien lo evit levantando la espada para protegerse. Las tenazas chocaron con el arma y,
de inmediato, el golem lanz otro golpe con su brazo derecho al estmago de Aubec. El escudo
par el golpe, aunque las extremidades metlicas se clavaron profundamente en l. Aubec arranc
la rodela de las tenazas al tiempo que descargaba la espada en las articulaciones de las rodillas.
Con la mirada puesta an en la lejana, como si no tuviera el menor inters en el hombre, el
golem avanz como un ciego mientras Aubec daba media vuelta y se encaramaba a la mesa,
esparciendo los rollos de pergamino por el suelo. Desde su nueva posicin, descarg un mandoble
sobre la cabeza de la criatura y los adornos de cobre soltaron chispas mientras el metal y lo que
contena quedaban abollados. El golem se tambale y, a continuacin, se agarr a la mesa y la
levant del suelo para obligar a Aubec a saltar. Esta vez, el conde de Malador corri hacia la puerta
y tir del picaporte, pero la hoja de madera no se abri.
La espada estaba mellada y despuntada. Aubec dio la espalda a la puerta mientras el golem
extenda el brazo hacia l y descargaba su manaza metlica sobre el extremo superior del escudo.
ste salt hecho astillas y un dolor lacerante recorri el brazo del hombre. Se lanz hacia el golem,
pero no estaba habituado a manejar la gran espada de aquella manera y lanz la estocada con
torpeza.
Aubec saba que estaba perdido. El nimo y la habilidad en el combate no bastaban frente a la
fuerza bruta del golem. Cuando ste lanz su siguiente golpe, el hombre se hizo a un lado, pero
uno de los dedos metlicos le alcanz, atravesndole la armadura y, aunque de momento no sinti
ningn dolor, vio que perda sangre.
Se puso en pie, tambaleante, mientras se desembarazaba de los fragmentos de madera a que
haba quedado reducido el escudo y agarr con firmeza la espada.
Este demonio sin alma no tiene puntos dbiles pens y, como carece de verdadera
inteligencia, no hay modo de hacerle entrar en razn. Qu puede temer un golem?
La respuesta era simple. El golem slo temera algo tan fuerte o ms que l mismo.
Aubec deba utilizar la astucia.
Corri hacia la mesa volcada con el golem tras l, salt sobre la mesa y gir sobre sus talones.
Vio que el golem tropezaba con el obstculo pero, contrariamente a sus esperanzas, no cay. Pese a
ello, el tropiezo retras a la criatura metlica y Aubec aprovech la ocasin para correr hacia la
puerta por la que haba entrado el golem. La hoja se abri, y el hombre se encontr en un pasadizo
serpenteante, envuelto en profundas sombras, no muy diferente del laberinto que haba encontrado
a su llegada a Kaneloon. La puerta se cerr, pero Aubec no encontr nada con que atrancarla.
Corri pasadizo arriba antes de que el golem derribara la puerta a golpes y continuara su
persecucin con pasos torpes pero apresurados.
El corredor se retorca en todas direcciones, y aunque haba momentos en los que no poda ver
al golem, Aubec no dejaba de escucharlo y le embarg el temor enfermizo de que, en cualquier
momento, poda doblar una esquina y encontrarse justo delante de l. No sucedi as, sino que lle-
g ante una puerta y, tras abrirla y cruzar su umbral, se encontr de nuevo en el saln del castillo
de Kaneloon.
Casi se tranquiliz de haber llegado a aquel lugar que ya conoca, pero pronto escuch el
chirrido de las piezas metlicas del golem, que continuaba persiguindole. Aubec necesitaba otro
escudo, pero la parte del saln donde ahora se encontraba careca de panoplias. La pared slo
contena un espejo grande y redondo de brillante metal pulimentado. Era demasiado pesado para
que le sirviera de ayuda, pero lo agarr y lo descolg de los ganchos que lo sostenan. El espejo
cay al suelo con un fuerte estrpito y se apresur a levantarlo, arrastrndolo con l mientras se
alejaba a trompicones del golem, que acababa de aparecer de nuevo en la estancia.
Utilizando las cadenas de las que haba estado colgado el espejo, Aubec sujet el gran objeto
ante l y, cuando el golem aument su velocidad y se lanz sobre l, levant el improvisado
escudo.
El golem lanz un alarido.
Aubec de Malador se qued asombrado. El monstruo se detuvo de inmediato y se apart del
espejo, como encogindose. Aubec adelant el metal bruido hacia el golem, y el ser dio media
vuelta y huy por la puerta que acababa de cruzar, soltando un aullido metlico.
Aliviado a la vez que desconcertado, Aubec se sent en el suelo y estudi el espejo. Aunque de
buena calidad, no haba en l nada mgico, desde luego. Sonri y exclam en voz alta:
Esa criatura se ha asustado de algo, sin duda. Se ha espantado de s misma! Ech la
cabeza hacia atrs y se ri a carcajadas, ahora ms tranquilo. Despus, frunci el ceo y aadi:
Ahora tengo que encontrar a los hechiceros que la han creado para vengarme de ellos!
Se puso en pie, sujet con ms fuerza las cadenas del espejo en torno al brazo y se dirigi hacia
otra puerta, recelando de que el golem hubiera completado el circuito del laberinto y apareciera de
nuevo por la misma puerta de antes. Cuando comprob que la puerta no se abra, levant la espada
y la descarg sobre la cerradura como si fuera un hacha hasta que cedi. Penetr en un pasadizo
bien iluminado, al final del cual pareca haber otra estancia. La puerta estaba abierta.
Mientras avanzaba por el pasadizo, un olor almizcleo lleg a su olfato. Era un aroma que le
record a Eloarde y las comodidades de Klant.
Cuando lleg a la cmara circular, vio que se trataba de un dormitorio, la alcoba de una mujer,
impregnado de la fragancia que haba percibido en el pasillo. Control la direccin que adoptaba
su mente, pens en Klant y en la lealtad que deba a su tierra, y se dirigi hacia otra puerta que
conduca fuera de la alcoba. Tir de ella hasta abrirla y descubri una escalera de piedra que
ascenda en espiral. La subi y pas junto a unas ventanas cuyos cristales parecan de esmeralda o
de rub; tras ellos parpadeaban unas formas en sombras, y Aubec comprendi que se hallaba en el
lado del castillo que daba a la inmensidad del Caos.
La escalera pareca conducir a una torre y, cuando alcanz por fin la portezuela de su parte
superior, Aubec estaba sin aliento y se detuvo unos instantes antes de entrar. Despus, abri la
portezuela de un empujn y entr en el habitculo de la cspide.
En uno de los muros se abra un enorme ventanal, un mirador de cristal transparente a travs
del cual podan verse las oleadas de la siniestra materia del Caos. Junto al ventanal, de pie, una
mujer le miraba como si estuviera esperndole.
Realmente eres un campen, conde Aubec dijo la mujer con una sonrisa que tal vez quera
ser irnica.
Cmo es que conoces mi nombre?
No es por arte de magia que lo s, conde de Malador: t mismo lo has gritado con suficiente
fuerza en el momento en que has visto el saln en su verdadera forma.
Y no ha sido eso obra de brujera? replic Aubec con displicencia. El laberinto, los
demonios..., incluso el valle? No es el golem producto de la magia? No es obra de la hechicera
todo este castillo maldito?
Puedes llamarlo as si quieres, ya que ignoras la verdad replic la mujer encogindose de
hombros. La magia, en tu mente al menos, es un saber imperfecto que slo proporciona un ligero
indicio de los poderes verdaderos que existen en el universo.
Aubec no respondi, algo impaciente al escuchar tales afirmaciones. Observando a los filsofos
de Klant, haba advertido que las palabras misteriosas solan ser disfraces de cosas e ideas muy
comunes. As pues, lanz a la mujer una mirada abierta y enfurruada.
Su interlocutora era rubia, de ojos verdeazulados y facciones suaves. Su larga tnica era de un
color parecido al de sus ojos. Posea una gran y enigmtica belleza y, como todos los habitantes de
Kaneloon que haba encontrado hasta entonces, le resultaba ligeramente familiar.
Reconoces Kaneloon? pregunt la hermosa desconocida.
Ya basta respondi l, sin hacer caso de la pregunta. Llvame ante los dueos de este
lugar!
No hay aqu nadie ms que yo, Myshella, la Dama Negra. Y soy la duea.
Y slo para encontrarte a ti he vencido tantos peligros? replic Aubec, decepcionado.
En efecto... Y unos peligros mayores de lo que imaginas, conde Aubec. Esos monstruos que
viste nacan de tu propia imaginacin!
No te burles de m, Dama Negra.
Hablo sinceramente se ech a rer ella. El castillo crea sus defensas a partir de la propia
mente. Raro es el hombre que pueda hacer frente y vencer a su imaginacin. Ninguno ha
conseguido encontrarme aqu en doscientos aos. Desde esa fecha, todos han muerto de miedo...,
hasta hoy.
La mujer le sonri. Su sonrisa fue clida.
Y cul es el premio para tan gran hazaa? replic l con aspereza.
La Dama Negra se ri otra vez y seal hacia la ventana que se abra sobre el confn del mundo
y el Caos ms all.
Ah fuera, nada existe todava. Si te aventuras en ello, debers enfrentarte de nuevo con las
criaturas de tu propia fantasa oculta, pues no existe nada ms que ver.
Se volvi hacia Aubec con admiracin y l carraspe, incmodo.
De vez en cuando continu ella, llega a Kaneloon un hombre capaz de soportar tal
prueba. Entonces pueden ensancharse los confines del mundo, pues, cuando un hombre resiste ante
el Caos, ste debe retroceder y cobran existencia nuevas tierras.
De modo que ste es el destino que tienes en mente para m, hechicera!
Ella le mir casi con timidez. Su belleza pareci intensificarse cuando Aubec la mir. Asi la
empuadura de la espada, apretndola con fuerza mientras la mujer avanzaba con elegancia hasta
l y le tocaba, como por casualidad.
Existe una recompensa a tu valor. Le mir a los ojos y no dijo una palabra ms acerca del
premio, pues era evidente cul era el que ofreca. Y despus..., cumple mis deseos y enfrntate
al Caos.
Mi dama, no sabes que el rito exige del campen de Klant que sea el fiel consorte de la
reina? Aubec solt una risa retumbante. He venido aqu a eliminar una amenaza para las
tierras de mi reina, no para ser tu amante y lacayo.
Aqu no hay ninguna amenaza.
Eso parecer cierto...
La Dama Negra retrocedi unos pasos como si volviera a estudiarle. Para ella, aquello no tena
precedentes; hasta entonces, nadie haba rechazado su ofrecimiento. Aquel hombre recio, que
conjugaba tan bien valor e imaginacin, le gustaba. Era increble, se dijo, cmo podan arraigar en
unos pocos siglos las tradiciones..., unas tradiciones que podan unir a un hombre con una mujer a
la que, probablemente, ni siquiera amaba. Mir a Aubec, plantado delante de ella con el cuerpo
tenso y el gesto nervioso.
Olvida Klant le dijo. Piensa en el poder que tendrs en tu mano. El verdadero poder de
la creacin!
Mi dama, reclamo este castillo para Klant. Esto es lo que he venido a hacer, y lo cumplir. Si
salgo de aqu con vida, ser reconocido como su conquistador y t acatars la situacin.
Ella apenas le escuch. Estaba pensando en diversos planes para convencerle de que su causa
era ms importante que la de l. Tal vez poda seducirle todava? O utilizar alguna pcima para
embrujarle? No, aquel hombre era demasiado fuerte para cualquiera de ambas cosas; era preciso
idear otra estratagema.
La Dama Negra not que sus pechos se henchan involuntariamente cuando mir al conde.
Habra preferido seducirle. Conseguirlo haba sido siempre un premio, tanto para ella como para
los hroes que haban vencido los peligros de Kaneloon en el pasado. Entonces, al fin, crey tener
el argumento decisivo.
Piensa, conde Aubec le susurr. Piensa... Nuevas tierras para el Imperio de tu reina! l
frunci el ceo.
Por qu no extender an ms los lmites del Imperio? continu ella. Por qu no crear
nuevos territorios?
La Dama Negra le mir con nerviosismo mientras l se quitaba el yelmo y se rascaba la
cabeza, robusta y calva.
Por fin has dicho algo con sentido murmur, vacilante.
Piensa en los honores que recibiras en Klant si lograses conquistar no slo Kaneloon, sino
tambin lo que hay ms all...
Es cierto dijo Aubec, acaricindose el mentn. Es cierto...
Sus pobladas cejas aparecan ahora intensamente fruncidas.
Nuevas llanuras, nuevas montaas, nuevos mares..., nuevas poblaciones, incluso... ciudades
enteras llenas de gente recin surgida y, sin embargo, con el recuerdo de generaciones de
antepasados tras ella! Todo esto puedes hacerlo t, conde de Malador... Por la reina Eloarde y por
Lormyr!
Una leve sonrisa cruz el rostro de Aubec, prendida al fin su imaginacin.
Es cierto! Si puedo vencer tales peligros aqu... tambin puedo hacerlo ah fuera! Ser la
mayor aventura de la historia! Mi nombre se har legendario! Malador, seor del Caos!
La mujer le dirigi una mirada de ternura, aunque casi le haba engaado. Aubec se colg la
espada al hombro.
Lo intentar, Dama Negra.
Los dos permanecieron juntos ante la ventana contemplando la materia que formaba el Caos,
cuchicheando y mecindose interminablemente. La mujer nunca haba terminado de acostumbrarse
a su presencia, pues cambiaba sin cesar. En aquel instante, entre sus revueltos colores
predominaban el rojo y el negro. Zarcillos de violeta y anaranjados surgan en espirales en la masa
informe y se deshacan serpenteando.
Formas extraas se movan velozmente en la materia del Caos, con sus siluetas nunca
detalladas, nunca reconocibles con claridad.
Los Seores del Caos dominaban este territorio dijo Aubec. Qu dirn a mi
intromisin?
No pueden decir nada, y, adems, pueden hacer muy poco. Incluso ellos deben obedecer la
ley del Equilibrio Csmico que ordena que, si el hombre resiste al Caos, ste seguir sus mandatos
y se har Orden. As es como crece la Tierra, poco a poco.
Cmo entrar?
Myshella aprovech la ocasin para sujetar su brazo robusto y musculoso y sealar con l por
la ventana.
Mira... Ah... Hay un sendero que conduce desde esta torre hasta el acantilado, lo ves?
dijo, lanzndole una penetrante mirada.
Ah, s! No lo haba visto hasta ahora. Un sendero.
La mujer, detrs de l, sonri para s.
Voy a quitar la barrera inform. Aubec se ajust el casco a la cabeza y declar solemne-
mente:
Por Klant y Eloarde, y slo por ellos, me embarco en esta aventura!
La Dama Negra se acerc a la pared y subi la ventana. Aubec no la mir siquiera cuando
inici su avance por el sendero hacia la niebla multicolor.
Mientras le vea desaparecer, ella sonri. Qu fcil era engaar al hombre ms fuerte simulando
seguirle la corriente. Quiz aadira tierras a su Imperio, pero tal vez encontrara a sus pobladores
reacios a aceptar a Eloarde como emperatriz. De hecho, si Aubec haca bien su trabajo, quiz
estara creando a Klant una amenaza mayor de la que haba supuesto Kaneloon.
Y, con todo, Myshella admir a aquel hombre, se sinti atrada por l. Tal vez porque no le
haba resultado tan accesible como aquel hroe anterior, que haba ganado la tierra del propio
Aubec al Caos haca apenas doscientos aos. Ah, aqul haba sido un gran hombre! Pero l, como
la mayora de quienes le precedieron, no haba necesitado ms persuasin que la promesa de su
cuerpo.
La debilidad del conde Aubec haba residido en su fuerza, se dijo cuando l ya haba
desaparecido en la densa niebla.
Le entristeca un poco que, en esta ocasin, la ejecucin de la tarea encomendada a ella por los
Seores del Orden no le hubiera producido el habitual placer.
Y, sin embargo, se dijo, tal vez senta un placer ms sutil en la demostracin de firmeza del
hombre y en los medios que haba utilizado para convencerle.
Durante siglos, los Seores del Orden le haban confiado Kaneloon y sus secretos, pero el
progreso haba sido lento, pues eran contados los hroes que podan sobrevivir a los peligros de
Kaneloon; contados quienes podan vencer los peligros creados por ellos mismos.
Sin embargo, la tarea tena sus recompensas, decidi finalmente con una ligera sonrisa en los
labios. Se encamin a otra estancia para preparar la transicin del castillo a la nueva era del
mundo.
As fueron sembradas las semillas de la Era de los Reinos Jvenes, la Era del Hombre, que iba
a producir la cada de Melnibon.
LIBRO PRIMERO
La Ciudad de Ensueo
Qu hora es?
El hombre de la barba negra se despoj de su yelmo dorado y lo arroj lejos de s, sin imprtale
dnde cayera. Se quit los guanteletes de cuero y se acerc al fuego crepitante del hogar para que
el calor impregnara sus huesos helados.
La medianoche pas hace mucho rato gru otro de los hombres armados congregados en
torno a las llamas. Sigues estando seguro de que vendr?
Tiene fama de ser un hombre de palabra, si eso te tranquiliza intervino un tercero.
Quien as hablaba era un joven alto y de facciones plidas cuyos finos labios formaron las
palabras y las escupieron con un tonillo malicioso. El joven exhibi una sonrisa lobuna y
contempl al recin llegado directamente a los ojos con un aire burln.
El hombre que acababa de entrar le volvi la espalda encogindose de hombros.
A pesar de ese tono irnico, tienes razn en lo que dices, Yaris. Veris como no tarda en
aparecer afirm.
Sin embargo, sus palabras eran las de quien desea, sobre todo, tranquilizarse a s mismo.
Ahora eran seis los hombres reunidos en torno al fuego. El sexto era Smiorgan, el conde
Smiorgan el Calvo de las Ciudades Prpura, un hombre bajo y corpulento de cincuenta aos de
edad, con un rostro cruzado de cicatrices y parcialmente cubierto por una mata tupida de vello
negro azabache. Sus ojos llameaban malhumorados y sus dedos, cortos y rechonchos, jugueteaban,
nerviosos, con la rica empuadura de su espada. Smiorgan tena la cabeza absolutamente pelada, lo
cual daba origen a su apodo, y sobre su armadura dorada y llena de adornos le caa una capa ancha
de lana, teida de color prpura.
Nuestro hombre no le tiene ningn cario a su primo afirm Smiorgan con voz apagada
. Se ha vuelto un amargado. Yyrkoon ocupa el Trono de Rub en su lugar y le ha proclamado
traidor y fugitivo de la ley. Elric nos necesita si quiere recuperar su trono y a su prometida.
Podemos confiar en l.
Esta noche ests lleno de confianza, conde replic Yaris con otra leve sonrisa. Algo
muy raro en los tiempos que corren. Lo que yo propongo es que...
Hizo una pausa y exhal un profundo suspiro mientras observaba a sus compaeros. Su mirada
pas de Dharmit de Jharkor, con su cara chupada, a Fadan de Lormyr, que mantena apretados sus
labios carnosos mientras contemplaba fijamente las llamas.
Habla, Yaris le inst malhumorado Nacin, el vilmariano de facciones patricias.
Escuchemos qu tienes que decirnos, muchacho, si merece la pena prestar atencin.
Yaris se volvi hacia Jiku el Dandi, quien bostez groseramente y se rasc su larga nariz.
Y bien, Yaris, qu ibas a decir? aadi Smiorgan, impaciente.
Lo que propongo es que nos pongamos en accin ahora mismo y no perdamos ms tiempo
esperando a los caprichos de Elric. Seguro que en este momento est rindose de nosotros en
alguna taberna a cien leguas de aqu..., o tal vez est con los Prncipes de los Dragones, preparando
alguna trampa contra nosotros. Llevamos aos preparando esta expedicin y tenemos poco tiempo
para lanzar el ataque, pues nuestra flota es demasiado grande, demasiado conspicua. Aunque Elric
no nos haya traicionado, muy pronto habr un montn de espas corriendo hacia el este para avisar
a los Prncipes de los Dragones de que se ha reunido una enorme escuadra contra ellos. Nos
disponemos a aduearnos de una fortuna fantstica, a vencer a la mayor ciudad comercial del
mundo y a saquear sus incalculables riquezas..., o a encontrar una muerte horrible a manos de sus
Prncipes, si esperamos demasiado. No perdamos ms el tiempo e icemos velas antes de que
nuestra presa se entere del plan y prepare refuerzos.
Siempre has estado demasiado dispuesto a desconfiar de todo el mundo, Yaris respondi
el rey Nacin de Vilmir con palabras lentas y medidas, dirigiendo una mirada de desdn al joven
de facciones tensas. No podramos alcanzar Imrryr sin los conocimientos de Elric sobre el
laberinto de canales que conduce a sus puertos secretos. Si Elric no viene con nosotros, nuestra
empresa ser estril y vana. Le necesitamos. Tenemos que esperarle, o abandonar nuestros planes y
regresar a nuestras casas.
Al menos, yo estoy dispuesto a correr el riesgo aull Yaris, despidiendo clera por sus
ojos sesgados. Te ests volviendo viejo..., todos lo estis. Los tesoros no se conquistan con
tiento y precaucin, sino lanzndose a un ataque rpido y temerario.
Estpido! replic la voz atronadora de Dharmit. Una triste risotada recorri el saln
baado por las llamas. Yo tambin habl as en mi juventud... y pronto perd toda una flota de
buenas naves. La astucia, junto a los acontecimientos de Elric, nos darn Imrryr... Eso, y la
escuadra ms poderosa que ha navegado por el mar de los Suspiros desde que los estandartes de
Melnibon ondeaban sobre todas las naciones de la Tierra. Aqu estamos todos ahora, los Seores
del Mar, ms poderosos del mundo, al mando cada uno de nosotros de un centenar de veloces
navos. Nuestros nombres son temidos y famosos y nuestras flotas devastan las costas de multitud
de naciones menos fuertes. El poder est en nuestras manos!
Dharmit cerr su gran puo y lo movi frente al rostro de Yaris. Su tono de voz se hizo ms
controlado y lanz una sonrisa maliciosa, observando al joven y escogiendo sus palabras con
precisin:
Pero todo esto no tiene valor ni sentido sin el poder que posee Elric. El suyo es el poder del
conocimiento, de la hechicera, si prefers usar la palabra maldita. Sus padres conocan el laberinto
que protege Imrryr de los ataques desde el mar, y le transmitieron el secreto. Imrryr, la Ciudad de
Ensueo, duerme en paz, y as continuar hacindolo a menos que tengamos una gua para
ayudarnos a mantener un buen rumbo entre los traicioneros canales navegables que conducen a sus
puertos. Necesitamos a Elric; nosotros lo sabemos y l tambin. sta es la verdad!
La confianza que expresis, caballeros, resulta reconfortable.
Haba un tonillo de irona en la voz profunda que surgi de la entrada del saln. Las cabezas de
los seis Seores del Mar se volvieron de inmediato hacia la puerta.
La confianza en s mismo que acababa de demostrar Yaris desapareci tan pronto como sus
ojos se cruzaron con los de Elric de Melnibon. Los de ste eran unos ojos de viejo en un rostro
juvenil, de finos rasgos. Eran unos ojos carmes que miraban a la eternidad. Yaris not un
escalofro y volvi la espalda a Elric, prefiriendo contemplar el brillante resplandor del fuego.
Elric dirigi una clida sonrisa al conde Smiorgan cuando ste le puso la mano en el hombro.
Entre los dos exista una cierta amistad. Despus, hizo un gesto condescendiente de asentimiento a
los otros cuatro y se acerc al fuego con paso elegante y ligero. Yaris se hizo a un lado para dejarle
pasar. Elric era alto, de anchas espaldas y cintura estrecha. Llevaba su larga melena recogida y
sujeta a la nuca y, por alguna oscura razn, pareca disfrazado con las ropas de los brbaros del sur.
Vesta unas botas altas hasta las rodillas de suave piel de gamuza, un peto de plata con extraos di-
bujos labrados en l, un chaleco de lino a cuadros blancos y azules, unos calzones de lana escarlata
y una capa de suave terciopelo verde. Al cinto portaba su espada mgica de negro acero, la temida
Tormentosa que haba forjado una magia antigua y extraa.
Su extravagante indumentaria resultaba de psimo gusto y no se adecuaba en absoluto a su
rostro sensible y a sus manos de largos dedos, casi delicadas, pero Elric haca ostentacin de ella
porque contribua a destacar el hecho de que no perteneca a ninguna compaa, de que era un des-
terrado y un solitario. Sin embargo, en realidad, poco necesitaba dar un aspecto tan estrafalario,
pues sus ojos y su piel bastaban para distinguirle sin la menor duda.
Elric, ltimo seor de Melnibon, era un albino puro que obtena su poder de alguna fuente
secreta y terrible.
Bueno, Elric suspir Smiorgan, cundo salimos hacia Imrryr?
Cuando vosotros queris; a m me da igual respondi Elric encogindose de hombros.
Concededme un poco de tiempo para ultimar ciertos asuntos.
Maana? Podemos levar anclas maana? intervino Yaris con un cierto titubeo, conocedor
del extrao poder adormecido en el interior de aquel hombre al que haca unos minutos haba acusado
de traicin.
Elric sonri en respuesta a la impaciencia del joven.
Dentro de tres das respondi. Tres das..., o ms.
Tres das! Imrryr ya habr sido advertida de nuestra presencia para entonces! exclam el
grueso y cauto Fadan.
Yo me ocupar de que la flota no sea encontrada prometi Elric . Pero antes tengo que ir a
Imrryr... y regresar.
No podrs hacer el viaje en tres das; ni el barco ms rpido puede conseguirlo replic
Smiorgan.
Estar en la Ciudad de Ensueo en menos de un da afirm Elric con voz suave pero rotunda.
Si t lo dices respondi Smiorgan encogindose de hombros, lo creer... Pero a qu viene
esta necesidad de visitar la ciudad antes del ataque?
Tengo mis motivos de conciencia para hacerlo, conde Smiorgan, pero no os preocupis, no voy a
traicionaros. Yo mismo dirigir el ataque, estad seguros de ello.
Su rostro lvido como la muerte reciba la luz espectral del fuego y sus ojos encendidos parecan
flamear. Una de sus finas manos asa con firmeza la empuadura de su espada mgica y su respiracin
pareca ms profunda.
Imrryr cay, en espritu, hace quinientos aos sigui; muy pronto, su cada ser completa...
y definitiva. Tengo que cobrarme una pequea deuda y sta es la nica razn de que os ayude. Como
sabis, slo he puesto algunas condiciones; que arrasis la ciudad hasta no dejar piedra sobre piedra, y
que cierto hombre y cierta mujer no sufran dao alguno. Me refiero a mi primo, Yyrkoon, y a su
hermana, Cymoril...
Yaris not desagradablemente secos sus finos labios. Gran parte de su actitud arrogante se deba a
la temprana muerte de su padre. El viejo rey del mar haba muerto dejando al joven Yaris como
nuevo monarca de sus tierras y sus flotas. Yaris no estaba nada seguro de sus capacidades para
gobernar un reino tan inmenso y trataba de aparentar ms confianza de la que realmente senta.
Cmo vamos a ocultar la flota, Elric? quiso saber.
Yo os ocultar prometi el melnibons en respuesta a su inquietud. Ahora voy a
ocuparme de ello, pero antes comprobad que todos vuestros hombres estn fuera de los barcos. Te
encargars de eso, Smiorgan?
Ahora mismo respondi con voz atronadora el corpulento conde.
Smiorgan y Elric salieron juntos del saln dejando tras ellos a cinco hombres, cinco guerreros
que notaron una atmsfera helada, llena de malos presagios, en el caldeado saln.
Cmo podr esconder una escuadra tan poderosa si nosotros, que conocemos este fiordo
mejor que nadie, no hemos encontrado dnde hacerlo?, se pregunt Dharmit de Jharkor,
desconcertado.
Nadie le respondi.
Tensos y nerviosos, aguardaron mientras el fuego parpadeaba dbilmente y se apagaba sin que
nadie lo atendiera. Finalmente, Smiorgan regres dando grandes zancadas. Vena envuelto en una
bruma fantasmal de miedo, un aura casi tangible, y era presa de unos temblores incontenibles.
Unas sacudidas tremendas, torturadoras, recorran su cuerpo y tena la respiracin muy acelerada.
Y bien? Ha ocultado Elric nuestra flota... en un abrir y cerrar de ojos? Qu has hecho?
exclam Dharmit, impaciente, al tiempo que decida no prestar atencin al espantoso estado de
Smiorgan.
La ha escondido.
Fue lo nico que Smiorgan pudo decir y no surgi de su boca ms que un hilillo de voz, como
el de un hombre enfermo y consumido por la fiebre.
Yaris dio unos pasos hasta la entrada y concentr la mirada ms all de las laderas del fiordo,
salpicadas de fuegos de campamento encendidos. Prob a distinguir la silueta de los mstiles y las
velas de los navios, pero no alcanz a ver nada.
La niebla nocturna es demasiado espesa murmur. No consigo apreciar si nuestros
barcos estn anclados en el fiordo o no. Instantes despus, solt una exclamacin involuntaria al
observar un rostro blanco que surga de la densa bruma. Saludos, Elric balbuce, advirtiendo
el sudor en las tensas facciones del melnibons.
Elric pas a su lado tambalendose, y entr en el saln.
Vino murmur. He hecho lo necesario y me ha costado un gran esfuerzo.
Dharmit tom una jarra del fuerte vino de Cadsandria y, con mano temblorosa, llen un cuenco
de madera tallada. Sin una palabra, lo pas a Elric, quien lo apur con rapidez.
Ahora dormir un poco dijo a continuacin, recostndose en un silln y envolvindose en
su capa verde.
Cerr sus ojos carmes desconcertantes y cay en un sopor nacido de la ms absoluta fatiga.
Fadan se acerc hasta la puerta, la cerr y pas la slida tranca de hierro para asegurarla.
Ninguno de los seis durmi mucho esa noche. Por la maana, la puerta apareci abierta y Elric
no estaba en el silln. Cuando salieron al exterior, la niebla era tan densa que pronto se perdieron
de vista entre ellos, aunque apenas les separaban un par de palmos.
Elric estaba de pie, con las piernas abiertas, en la grava de la estrecha playa. Volvi la cabeza
hacia la entrada del fiordo y vio con satisfaccin que la niebla segua hacindose ms compacta,
aunque slo se extenda sobre el fiordo en s, ocultando a la potente flota. Alrededor, el cielo
estaba despejado y un plido sol invernal se reflejaba intensamente en las rocas negras de los
tortuosos acantilados que dominaban la costa. Ante l, el mar se alzaba y caa montonamente,
como el pecho de algn gigante marino dormido, gris y puro, brillante bajo la fra luz solar. Elric
pas los dedos por los relieves de la empuadura de su negra espada y un viento constante del
norte hizo volar los amplios pliegues de su capa verde, envolviendo su cuerpo alto y enjuto.
El albino se senta mejor que la noche anterior, cuando haba gastado todas sus fuerzas en
conjurar la niebla. Era un profundo conocedor del arte de la magia natural, pero no tena las
reservas de energas que haban posedo los Hechiceros Emperadores de Melnibon cuando
gobernaban el mundo. Sus antepasados le haban transmitido sus conocimientos, pero no su
vitalidad mstica; muchos de los conjuros y secretos que conoca estaban fuera de su alcance por-
que no tena los recursos, tanto espirituales como fsicos, para llevarlos a cabo. Y, en cuanto a
aquellos conocimientos. Elric slo saba de otro hombre que los igualara: su primo Yyrkoon. Su
mano se cerr con ms fuerza en torno a la empuadura de la espada al pensar en su primo, que
haba traicionado su confianza por dos veces, y se oblig a concentrarse en su tarea del momento:
pronunciar los conjuros que le ayudaran en el viaje a la isla de los Prncipes de los Dragones, cuya
nica ciudad, Imrryr la Bella, era el objetivo de la coalicin de los Seores del Mar.
Amarrada a la orilla haba una pequea chalupa de vela, la minscula embarcacin de Elric,
slida y mucho ms resistente y vieja de lo que pareca. El mar inquieto levantaba espuma en torno
a sus cuadernas con la retirada de la marea, y Elric advirti que le quedaba poco tiempo para ejecu-
tar sus hechizos favorables.
Tens el cuerpo y puso en blanco su mente consciente, para invocar secretos de las oscuras
profundidades de su mente. Mecindose de un lado a otro, con los ojos abiertos sin ver y los brazos
extendidos delante del cuerpo ejecutando signos profanos en el aire, empez a hablar en tono
monocorde y sibilante. Poco a poco, su tono de voz se elev, recordando el aullido lejano de una
ventolera al acercarse; luego, de pronto, la voz se hizo an ms aguda hasta convertirse en un
aullido salvaje dirigido a los cielos, y el aire empez a temblar y a estremecerse. Siluetas en som-
bras empezaron a cobrar forma lentamente sin permanecer quietas un instante, danzando veloces
en torno al cuerpo de Elric mientras ste echaba a andar con las piernas rgidas hacia su
embarcacin.
Su voz, en sus insistentes aullidos que invocaban a los espritus del viento, era inhumana. Los
silfos de la brisa, los sharnahs creadores de galeras, los h'Haarshanns autores de torbellinos.
Nebulosos e informes, los espritus giraron en torno a l mientras Elric invocaba su ayuda con las
palabras extraas de sus antepasados que, eras atrs, haban realizado pactos impensables con los
espritus para procurarse sus servicios.
Con las extremidades rgidas todava, Elric subi a la chalupa y, como un autmata, sus manos
izaron la vela y la ajustaron. Entonces, una gran ola surgi del plcido mar, elevndose ms y ms
hasta cernerse como una montaa sobre la pequea embarcacin. Con un violento fragor el agua se
desplom ante la chalupa, la levant y la lanz fuera del fiordo, a mar abierto. Sentado a popa con
los ojos en blanco, Elric continu su siniestra salmodia mgica mientras los espritus del aire
tomaban la vela e impulsaban la embarcacin sobre las aguas ms de prisa de lo que podra
navegar cualquier barco mortal. Y, en todo instante, el aullido ensordecedor e impo de los
espritus desatados llen el aire en torno a la barca mientras la costa desapareca y lo nico que
quedaba a la vista era el mar abierto.
2
Y as fue, con los demonios del viento por compaeros de viaje, como regres Elric, ltimo
prncipe de la estirpe real de Melnibon, a la ltima ciudad que todava gobernaba su raza; la
ltima ciudad y la muestra final de la arquitectura melnibonesa. Los rosa difuminados y los sutiles
matices amarillos de sus torres ms prximas aparecieron antes sus ojos horas despus de que
Elric saliera del fiordo; una vez junto a la costa, los espritus dejaron la embarcacin y volaron de
vuelta a sus guaridas secretas entre los picos de las montaas ms altas del mundo. Elric despert
entonces de su trance y contempl con renovado asombro la belleza de las delicadas torres de su
propia ciudad, que resultaban visibles incluso a aquella considerable distancia, protegidas todava
por la formidable muralla marina con su gran verja, el laberinto de las cinco puertas y los tortuosos
canales de altos muros, de los que slo uno conduca al puerto interior de Imrryr.
Elric saba que no deba arriesgarse a entrar en el puerto por el laberinto, aunque conoca
perfectamente la ruta. Decidi, pues, llevar su embarcacin a tierra a cierta distancia costa arriba,
en una pequea cala que conoca de antiguo. Con mano segura y experta, gui su chalupa hacia el
refugio secreto, oculto a la vista por unos matorrales cargados de bayas azules de una especie
altamente venenosa para el hombre, ya que su jugo le volva a uno ciego, primero, para luego
hacerle vctima de una lenta locura. Aquella baya, el nodoil, slo crea en Imrryr, como suceda
con otras plantas raras y mortales.
Unos retazos de nubes ligeras cruzaban lentamente y a baja altura el cielo baado por el sol.
como delicadas telaraas movidas por una sbita brisa. Todo el mundo pareca azul, dorado, verde
y blanco; Elric var la chalupa en la playa, aspir el aire limpio y fragante del invierno y el aroma
de las hojas y las hierbas en putrefaccin. En alguna parte, una zorra reclam a su compaero con
un aullido y Elric se lament de que su agotada raza no apreciara ya la belleza natural y prefiriera
quedarse siempre en la ciudad y pasar muchos de sus das en un sopor narctico. No era la ciudad
la que dorma, sino sus habitantes supercivilizados. Hasta l llegaron de nuevo los aromas
invernales, limpios e intensos, y se sinti completamente satisfecho de ostentar sus derechos de
nacimiento y de no gobernar la ciudad, como era su destino desde la cuna.
En cambio, Yyrkoon, su primo, ocupaba el Trono de Rub de Imrryr la Bella y odiaba a Elric
porque saba que el albino, pese a su desagrado por coronas y gobiernos, segua siendo por derecho
el monarca de la Isla del Dragn y l, Yyrkoon, era un usurpador no elegido por Elric para ocupar
el trono, como exiga la tradicin melnibonesa.
Pero Elric tena mayores razones para odiar a su primo. Por ellas, la antigua capital caera con
todo su magnfico esplendor y el ltimo fragmento de un Imperio glorioso quedara barrido al
derrumbarse las torres rosa, amarilla, prpura y blancas..., si Elric cumpla su plan y los Seores
del Mar tenan xito.
Elric se dirigi a pie tierra adentro hacia Imrryr y, mientras cruzaba la extensin de suave
hierba, el sol pint la tierra de un tono ocre antes de desaparecer, dando paso a una noche oscura y
sin luna, lbrega y llena de malos presagios.
Lleg por fin a Imrryr. All, recortaba su silueta en la profunda negrura, surga una ciudad de
fantstica magnificencia, tanto en concepcin como en ejecucin. Era la ciudad ms antigua del
mundo, construida por artistas y concebida como una obra de arte ms que como un lugar donde
vivir. Pero Elric saba que la suciedad acechaba en muchas de sus callejas y que los Seores de
Imrryr dejaban vacas y deshabitadas muchas de sus torres antes que permitir a la poblacin
bastarda de la ciudad residir en ellas. Quedaban ya pocos Amos Dragones, pocos que tuvieran
sangre melnibonesa.
Edificada siguiendo el contorno del terreno, la ciudad tena un aspecto orgnico, con callejas
serpenteantes que ascendan en espiral hasta la cima de la colina, donde se alzaba el castillo, alto,
orgulloso y repleto de torres en espiral, obra maestra definitiva y culminante del antiguo artista ol-
vidado que la haba construido. Pero no emanaba ahora de Imrryr la Bella ningn sonido de vida,
sino slo una sensacin de sopor y desolacin. La ciudad dorma, y los Amos Dragones y sus
damas, con sus esclavos especiales, dorman sueos narcotizados de grandezas y de horrores
increbles mientras el resto de la poblacin, sometida a toque de queda, permaneca tendida en
pobres jergones e intentaba no soar nada.
Elric, con la mano siempre cerca de la empuadura de su espada, se desliz por una puerta sin
vigilancia de la muralla de la ciudad y empez a caminar con cautela a travs de las calles a
oscuras, siempre ascendiendo por las tortuosas callejas hacia el gran palacio de Yyrkoon.
El viento susurraba entre las salas vacas de las torres del Dragn y, en varias ocasiones, Elric
tuvo que esconderse en rincones donde las sombras fueran ms profundas, al escuchar el ruido de
unas pisadas y ver aparecer algn grupo de centinelas cuya misin era hacer respetar estrictamente
el toque de queda. A veces, escuchaba una carcajada salvaje que el eco traa de una de las torres,
todava iluminada por la brillante luz de una antorcha que formaba sombras extraas y
perturbadoras en las paredes; otras, acompaaba a la risotada el grito estremecedor, seguido de un
lamento frentico, idiota, de algn desdichado esclavo sometido a una obscena agona para placer
de su amo.
Elric no estaba asombrado ni consternado por los gritos y las luces borrosas. Las apreciaba.
Segua siendo un melnibons el lder natural de su pueblo, si decida recuperar el papel que le
perteneca y, aunque senta un oscuro impulso que le llevaba a vagar y a probar los placeres
menos refinados del mundo exterior, tena tras l diez mil aos de una cultura cruel, brillante y
malvola, y el pulso de sus antepasados lata con fuerza en sus deficientes venas.
Llam con impaciencia a una slida puerta de madera negra. Haba llegado hasta el palacio y
ahora se encontraba ante una pequea entrada trasera, vigilando cautelosamente a su alrededor,
pues saba que Yyrkoon haba dado rdenes a los centinelas para que acabaran con l si intentaba
entrar en Imrryr.
Un cerrojo chirri al otro lado de la puerta y sta se abri hacia dentro silenciosamente. Un
rostro delgado y surcado de arrugas apareci ante Elric.
Eres el rey? susurr el hombre, escrutando las sombras nocturnas.
Quien hablaba era un individuo alto y extremadamente enjuto, de brazos largos y nudosos que
se balanceaban torpemente mientras se aproximaba, forzando sus pequeos ojos como cuentas
hasta distinguir a Elric en la oscuridad.
Soy el prncipe Elric respondi el albino. Pero olvidas, mi buen amigo Montn de
Huesos, que un nuevo rey ocupa el Trono de Rub.
Montn de Huesos sacudi la cabeza y sus ralos cabellos le cayeron sobre el rostro. Con una
brusca sacudida, los apart de los ojos y se hizo a un lado para que Elric entrara.
La isla del Dragn no tiene ms que un rey y su nombre es Elric; no importa que un
usurpador intente cambiar las cosas.
Elric no hizo caso de la declaracin, pero sonri levemente y aguard a que el hombre volviera
a pasar el cerrojo.
Ella sigue durmiendo, seor murmur Montn de Huesos mientras ascenda una escalera
a oscuras, seguido por Elric.
Ya lo supona respondi Elric . No creas que subestimo los poderes de hechicera de mi
buen primo.
Los dos hombres continuaron ascendiendo, ahora en completo silencio, hasta que llegaron por
fin a un pasadizo iluminado por las llamas vacilantes de una serie de antorchas. Los muros de
mrmol reflejaban las llamas y revelaron a Elric, acuclillado tras una columna junto a Montn de
Huesos, que la sala en la que estaba interesado se encontraba protegida por un inmenso arquero
un eunuco, por su aspecto que vigilaba, atento y despierto. El centinela luca el crneo pelado y
era muy grueso, con una reluciente armadura azul y negra que le comprima las carnes, y tena los
dedos cerrados en torno a la cuerda de su arco corto de hueso, en el cual tena montada una fina
saeta. Elric supuso que el individuo era uno de los excelentes arqueros eunucos de la ciudad, un
miembro de la Guardia Silenciosa, la mejor unidad de combate de Imrryr.
Montn de Huesos, que haba instruido a Elric en las artes de la esgrima y el tiro con arco,
estaba al corriente de la presencia del centinela y se haba preparado para ello. Con anterioridad,
haba ocultado un arco tras una columna. Tom el arma en las manos y, sin hacer ruido, dobl la
madera utilizando la rodilla y mont la cuerda, tensndola. Coloc una flecha en sta, apunt al ojo
derecho del guardin y solt el dardo... en el preciso instante en que el eunuco volva el rostro
hacia l. La flecha fall: tropez con la pieza de la armadura que protega el cuello del eunuco y
cay, inofensiva, sobre las losas del suelo entre las que asomaba la hierba y el musgo.
Elric reaccion con rapidez y salt hacia adelante, con su espada mgica desenvainada y
dejndose llevar por la extraa energa que le invada. El negro acero cort el aire al descargar el
primer golpe, y su filo hizo saltar en astillas el arco de hueso que el eunuco interpuso en su camino
con la esperanza de parar el golpe. El centinela solt un jadeo y abri sus labios carnosos y
hmedos tomando aliento para lanzar un grito de advertencia. Al abrir la boca, Elric comprob
que, como haba esperado, el eunuco era mudo y le haban extirpado la lengua. El tipo sac su
espada corta y consigui parar a duras penas el siguiente embate de Elric. Saltaron chispas del
acero y la Tormentosa hendi el filo de la espada del eunuco, quien se tambale y cay hacia atrs
ante el empuje de la espada mgica, que pareca dotada de vida propia. El estruendo de metal
contra metal reson por el corto pasadizo, transportado por el eco, y Elric maldijo al destino que
haba hecho volver la cabeza al tipo en el momento crucial. Con otro golpe rpido y certero, la
Tormentosa rompi la torpe guardia del eunuco.
ste slo lleg a ver la silueta a media luz de su oponente tras el torbellino de la negra hoja de
la espada, que pareca muy ligera y cuya longitud doblaba la de su arma. El eunuco se pregunt,
enfurecido, quin podra ser su atacante y, por fin, crey reconocer su rostro. De inmediato, una
pelcula escarlata oscureci su visin; not un dolor lacerante que se adueaba de su rostro y a
continuacin con filosofa, pues los eunucos son dados necesariamente a cierto fatalismo
comprendi que iba a morir.
Elric se inclin sobre el cuerpo abotargado del eunuco, extrajo la espada del crneo del
cadver, y limpi con la capa de su oponente muerto la mezcla de sangre y sesos que ensuciaba la
hoja. Montn de Huesos, sabiamente, haba desaparecido. Elric escuch el ruido de sus pies
calzados con sandalias que suban la escalera. Empuj la puerta hasta abrirla y penetr en una sala
iluminada nicamente por dos pequeas velas situadas a ambos extremos de una cama ancha y
cubierta con un rico tapiz. Dio unos pasos hasta el costado de la cama y contempl a la muchacha
de cabello negro azabache que yaca en ella.
El albino torci la boca en una mueca y unas lgrimas brillantes resbalaron de sus extraos ojos
carmes. Tembloroso, retrocedi hasta la puerta, envain la espada y pas los cerrojos. Regres
junto al lecho e hinc la rodilla al lado de la muchacha durmiente. Las facciones de sta eran tan
delicadas como las de Elric y guardaban un gran parecido con ellas, pero posean, adems, una
exquisita belleza. La muchacha respiraba levemente, sumida en un sueo provocado no por una
fatiga natural, sino por la magia perversa de su hermano.
Elric extendi la mano y tom en ella los delicados dedos de la durmiente. Los llev a sus
labios y los bes.
Cymoril musit, y una agona de aoranza lati en su interior al pronunciar aquel
nombre. Cymoril, despierta...
La muchacha permaneci inmvil; su respiracin continu inalterada y sus ojos siguieron
cerrados. Las blancas facciones de Elric formaron otra mueca y sus ojos rojos se encendieron
mientras se adueaba de l una clera terrible y apasionada. Su mano sigui asiendo la de ella, tan
flccida e insensible como la de un cadver; continu cogido a ella hasta que tuvo que soltarla por
temor a estrujar entre los suyos aquellos delicados dedos.
Un soldado empez a dar voces y golpes en la puerta en ese instante.
Elric volvi a colocar la mano de la durmiente entre sus firmes pechos y se puso en pie. Volvi
la vista hacia la puerta, desconcertado.
Otra voz ms aguda y fra interrumpi los gritos del soldado.
Qu sucede? Alguien ha intentado entrar a ver a mi pobre hermana durmiente?
Es Yyrkoon, ese tenebroso engendro del diablo, dijo Elric para s.
Tras unos confusos balbuceos de los soldados, la voz de Yyrkoon se alz al otro lado de la
puerta mientras gritaba:
Quienquiera que est ah dentro, te destruir mil veces cuando caigas en mis manos! No
tienes escapatoria. Si mi buena hermana sufre el menor dao... Si eso sucede, te prometo que no
morirs, pero suplicars a tus dioses poder hacerlo!
Yyrkoon, miserable canalla, no puedes amenazar a quien es tu igual en las artes ocultas!
Soy yo, Elric, tu rey por derecho! Vuelve a tu madriguera antes de que invoque contra ti todos los
poderes malficos que existen sobre la tierra y debajo de ella!
Yyrkoon respondi con una risa insegura.
De modo que has vuelto a intentar que mi hermana despierte. Con ello no slo la mataras,
sino que enviaras su alma al ms profundo infierno..., donde podras seguirla de buen grado.
Por los seis pechos de Amara..., sers t quien pruebe las mil muertes antes de que
transcurra mucho tiempo.
Ya basta de charla alz su voz Yyrkoon. Soldados, os ordeno que derribis esa puerta y
me traigis con vida a ese traidor. Elric, hay dos cosas que no volvers a tener jams: el amor
que te queda, pues pronto te arrastrars ante m suplicando que libere tu alma de la agona.
Elric no hizo caso de las amenazas de Yyrkoon y observ la estrecha ventana de la estancia.
Tena el tamao justo para que un hombre pudiera pasar por ella. Se inclin sobre Cymoril y
deposit un beso en sus labios; despus, se acerc a la puerta y abri los cerrojos sin hacer ruido.
Se produjo un estruendo cuando un soldado se lanz con todo el peso de su cuerpo contra la
puerta. sta se abri de golpe y el hombre tropez debido al impulso, cayendo de bruces al suelo.
Elric desenvain la espada, la alz sobre su cabeza y la descarg en el cuello del soldado. La
cabeza de ste rod de sus hombros y Elric lanz un potente grito con voz sonora y retumbante.
Arioco! Arioco! Te ofrezco esta sangre y esta alma! Aydame! Te ofrezco este hombre,
poderoso Rey del Infierno! Ayuda a tu siervo, Elric de Melnibon!
Tres soldados penetraron a la vez en la estancia. Elric descarg la espada sobre uno de ellos y
le parti la cara por la mitad. El hombre lanz un grito horrible.
Arioco, Seor de las Tinieblas..., te ofrezco esta sangre y esta alma! Aydame, Seor del
Mal!
En el extremo opuesto de la sala en penumbra empez a formarse lentamente una niebla ms
oscura, pero los soldados continuaron su acoso y Elric hubo de esforzarse para mantenerles a raya.
Continu gritando el nombre de Arioco, Seor de los Infiernos Superiores, sin cesar y casi
inconscientemente, mientras se vea obligado a retroceder debido al nmero de sus adversarios.
Detrs de los soldados, Yyrkoon vociferaba furioso y frustrado, instando a sus hombres, pese a
todo, a que apresaran con vida al albino. Esta condicin proporcionaba una pequea ventaja a
Elric... Eso y la espada mgica, la Tormentosa, que despeda una extraa luminosidad negra al
moverse y cuyo agudo aullido, como una especie de canto, taladraba los odos de quienes lo
escuchaban. Dos cuerpos ms cubran ahora el suelo alfombrado de la cmara, empapando con su
sangre el refinado tejido.
Sangre y almas para mi seor Arioco!
La niebla oscura se hinch y empez a cobrar forma. Elric dirigi una mirada al rincn donde
ello suceda, y le recorri un escalofro a pesar de que ya haba visto en anteriores ocasiones aquel
horror surgido del infierno. Los soldados estaban ahora de espaldas al ser aparecido en el rincn y
Elric se encontraba junto a la ventana. La masa amorfa que constitua la horrenda manifestacin
del veleidoso dios protector del monarca albino, se hinch an ms y Elric reconoci su forma
insoportablemente extraa. El sabor acerbo de la bilis llen su boca y luch por mantener la
cordura mientras conduca a los soldados hacia el ser que avanzaba como una masa viscosa.
De pronto, los soldados parecieron percibir que haba algo detrs de ellos. Cuatro se volvieron
y unos gritos desquiciados surgieron de sus gargantas al tiempo que aquel horror oscuro haca un
ltimo movimiento para envolverles. Arioco se cerni sobre el cuarteto, absorbindoles el alma.
Luego, lentamente, sus huesos empezaron a ceder y a quebrarse y, envueltos an en ms gritos
animales, los hombres cayeron al suelo como repulsivos invertebrados; pese a tener el espinazo
roto, todos ellos seguan con vida. Elric apart la vista, agradeciendo por una vez que Cymoril si-
guiera dormida, y salt al alfizar de la ventana. Mir hacia abajo y comprendi con desesperacin
que, finalmente, no iba a poder escapar por all. Entre l y el suelo haba ms de un centenar de
metros. Corri entonces hacia la puerta, donde Yyrkoon, con los ojos como platos por el miedo,
intentaba mantener a raya a Arioco. ste empezaba ya a desvanecerse.
Elric apart a su primo de un empujn, lanz una ltima mirada a Cymoril y ech a correr por
donde haba venido, resbalando sobre el suelo baado en sangre. Montn de Huesos sali a su
encuentro en lo alto de la oscura escalera.
Qu ha sucedido, rey Elric? Qu hay ah dentro?
Elric tom a Montn de Huesos por uno de sus magros hombros y le oblig a descender los
peldaos.
Ahora no hay tiempo para eso respondi jadeante, pero debemos darnos prisa mientras
Yyrkoon est ocupado con su actual problema. Dentro de cinco das, Imrryr experimentar una
nueva fase en su historia..., tal vez la ltima. Quiero que te asegures de que Cymoril queda a salvo,
me has entendido?
S, mi seor, pero...
Llegaron a la puerta y Montn de Huesos descorri los cerrojos para abrirla.
No tengo tiempo de decirte nada ms. Regresar dentro de cinco das..., y con compaa. Ya
entenders a qu me refiero cuando llegue el momento. Lleva a Cymoril a la torre de D'a'rputna y
esprame all.
Tras estas palabras, Elric se alej con pasos silenciosos, corriendo en la noche, con los gritos
de los soldados moribundos taladrando todava la oscuridad a su espalda.
3
Elric permaneca callado en la proa de la nave insignia del conde Smiorgan. Desde su regreso
al fiordo y la posterior salida de la flota a mar abierto, slo haba hablado para dar rdenes, y stas
con la mxima concisin posible. Entre los Seores del Mar se comentaba con murmullos que
llevaba en su interior un gran sentimiento de odio que emponzoaba su alma y le haca un hombre
bastante peligroso, tanto para el enemigo como para el camarada. Incluso el conde Smiorgan
evitaba el contacto con el taciturno albino.
Las proas invasoras surcaban el mar hacia el este, y las aguas aparecan negras de
embarcaciones ligeras mecindose en todas direcciones, como la sombra de alguna enorme ave
marina reflejada en la superficie brillante. Casi medio millar de naves cubran el ocano, todas
ellas de forma similar, largas, esbeltas y construidas para la velocidad, ms que para el combate, ya
que su misin habitual era el comercio y las incursiones costeras. El plido sol acariciaba las velas
y avivaba los brillantes colores de las lonas: anaranjados, azules, negros, prpuras, rojos, amarillos,
verdes claros y blancos. Cada nave llevaba al menos diecisis remeros, todos ellos experimentados
combatientes. Los tripulantes de los barcos eran tambin los guerreros que atacaran Imrryr; las
naciones del mar no podan desperdiciar a ningn hombre capaz de luchar, ya que sus tierras
estaban poco pobladas, pues perdan cientos de hombres cada ao en sus expediciones de saqueo
habituales.
En el centro de la gran flota navegaban algunos barcos de mayor tamao, en cuyas cubiertas
estaban instaladas grandes catapultas que se emplearan para atacar la muralla marina de Imrryr. El
conde Smiorgan y los dems Seores del Mar contemplaban con orgullo la flota, pero Elric se li-
mit a mirar hacia adelante, sin dormir, sin apenas moverse, con sus blancas facciones azotadas
por el viento y la espuma salada y con la mano descolorida en torno a la empuadura de su espada.
La flota continu su marcha hacia el este, rumbo a la isla del Dragn y sus fantsticas
riquezas..., o hacia el espanto ms infernal. Incansables, lanzadas a su destino, las naves avanzaron
con los remos batiendo las aguas al unsono y las velas hinchadas por el viento favorable.
Las proas surcaban las olas hacia Imrryr la Bella para saquear y arrasar la ciudad ms vieja del
mundo.
Dos das despus de que la flota zarpara, la costa de la isla del Dragn apareci a la vista y el
estrpito de las armas reemplaz al sonido de los remos; los barcos se agruparon y se dispusieron a
conseguir lo que cualquier hombre cuerdo juzgara imposible.
Las rdenes fueron pasando de barco a barco y la escuadra empez a disponerse en formacin
de combate; luego, los remos crujieron en sus hendiduras y la flota, con las velas arriadas ahora,
reemprendi la marcha pesadamente.
El da era despejado y fro, y una tensa expectacin embargaba a todos los hombres, desde los
Seores del Mar hasta los cocineros de a bordo, al pensar en el inmediato futuro y en lo que ste
les traera. Los mascarones de proa en forma de serpiente marina enfilaron hacia el gran muro de
piedra que cerraba el primer acceso al puerto. Meda casi treinta metros de altura y en l haba
varias torres, ms funcionales que las espirales como encajes de la ciudad, que brillaban a lo lejos,
tras la impresionante muralla. Las naves de Imrryr eran las nicas autorizadas a cruzar la gran
verja del centro de la muralla, y la ruta a travs del laberinto incluso la entrada exacta al
mismo constitua un secreto celosamente guardado por los navegantes de la ciudad.
En la muralla marina, que ahora se alzaba enorme sobre la flota, los asombrosos centinelas
ocupaban apresuradamente sus posiciones. Para ellos, la amenaza de un ataque era casi
inimaginable, pero all estaba. Una gran flota, la mayor que haban visto nunca, vena contra
Imrryr la Bella! Los soldados tomaron sus posiciones entre el susurro de sus capas y tnicas
amarillas, y el estruendo metlico de sus corazas, pero lo hicieron con perplejidad y desgana,
como si se negaran a aceptar lo que vean. Acudieron a sus puestos con desesperado fatalismo,
sabiendo que, incluso si las naves invasoras no llegaban a entrar en el laberinto, ellos no estaran
vivos para ver el fracaso del asalto.
Dyvim Tarkan, comandante de la Muralla, era un hombre sensible que amaba la vida y sus
placeres. Atractivo e instruido, luca una pequea perilla y un bigote fino. Tena un aspecto
magnfico con su armadura de bronce y su casco de altas plumas. Tarkan no quera morir y dio
rdenes concisas a sus hombres, que procedieron a cumplirlas con ordenada precisin. Escuch,
preocupado, los gritos lejanos procedentes de las naves y se pregunt cul sera el primer
movimiento de los invasores. No tuvo que esperar mucho para obtener la respuesta.
El brazo de la catapulta de una de las naves de vanguardia se alz acompaado de un sonido
vibrante y lanz una roca de gran tamao que surc el aire con un balanceo aparentemente grcil y
despreocupado. El tiro qued corto y la roca se hundi en las aguas, rociando de espuma las
piedras de la muralla.
Tragando saliva dificultosamente e intentando controlar el temblor de su voz, Dyvim Tarkan
orden disparar la catapulta de defensa. Con el sonido de un latigazo, la cuerda fue cortada y una
bola de hierro vol en respuesta hacia la flota enemiga. Las naves estaban tan juntas que la bala no
poda fallar y, en efecto, cay de pleno en la cubierta de la nave insignia de Dharmit de Jharkor,
destrozando su quilla de madera. En cuestin de segundos, la nave se hundi y Dharmit con ella,
acompaada de los gritos de los hombres heridos y mutilados. Parte de la tripulacin fue izada a
bordo de otras embarcaciones, pero los heridos fueron abandonados a su suerte.
Otra catapulta dej or su sonido y, esta vez, el proyectil alcanz de pleno una torre llena de
arqueros. Las piedras salieron despedidas y los ocupantes que no haban perdido la vida sufrieron
una espantosa cada, para morir en el mar cubierto de espuma que bata la muralla. Esta vez,
furiosos por la muerte de sus camaradas, los arqueros de Imrryr respondieron con una andanada de
finos dardos contra la masa enemiga. Entre los invasores se levantaron gemidos y alaridos
mientras las flechas de plumas rojas se clavaban cruelmente en sus carnes. Pero los invasores
respondieron a las flechas utilizando sus propios arcos y pronto no qued en la muralla ms que un
puado de hombres, con su nica mquina de guerra destruida y una parte de la muralla
desmoronada.
Dyvim Tarkan estaba vivo, aunque el rojo de la sangre tea su tnica amarilla y el asta de un
dardo sobresala de su hombro izquierdo. Viva an cuando la primera nave ariete avanz
obstinada hacia la gran verja de madera y la golpe con fuerza, debilitndola. Una segunda nave
arremeti contra el portn de la primera y, entre ambas, derribaron la verja y pasaron al otro lado.
Eran las primeras embarcaciones no imrryrianas que lo hacan en la historia. Tal vez fue el terrible
espanto de ver rota la tradicin, lo que hizo perder pie al pobre Dyvim Tarkan en el borde de la
muralla y le llev a caer con un alarido hasta romperse el cuello en la cubierta del buque insignia
del conde Smiorgan, en el momento que el barco cruzaba la verja.
Las naves ariete abrieron paso al barco del conde Smiorgan, pues Elric tena que indicar el
camino por el laberinto. Delante de ellos aparecan cinco altas entradas como fauces oscuras muy
abiertas, todas de parecida forma y tamao. Elric seal la del centro y, a paladas cortas, los
remeros empezaron a dirigir la embarcacin hacia la oscura boca de la entrada. Durante algunos
minutos, navegaron a oscuras.
Luces! grit Elric. Encended las antorchas!
Las teas ya estaban dispuestas y procedieron a encenderlas. Los tripulantes vieron que se
encontraban en un inmenso tnel horadado en la roca, que se retorca tortuosamente en todas
direcciones.
Que los barcos se mantengan juntos orden Elric, y su voz reson en la oquedad,
ampliada cien veces.
El rostro de Elric era una mscara de sombras y luces brillantes mientras las antorchas
elevaban lenguas de fuego hacia el techo apenas visible. Detrs de l, podan escucharse los
murmullos de asombro y temor de los hombres y, mientras nuevos barcos iban entrando en el
laberinto y encendan sus antorchas, Elric apreci que algunas de ellas temblaban, reflejando el
temor supersticioso de sus portadores. Pero tambin el albino sinti cierta inquietud al observar las
sombras danzantes, y sus ojos, obnubilados por el resplandor de las teas, brillaron febriles.
Con siniestra monotona, los remos siguieron chapoteando en el agua mientras el tnel se
ensanchaba y aparecan a la vista varias entradas a nuevas cavernas.
La entrada central orden Elric.
El piloto al timn asinti y gui la nave hacia la entrada que el albino indicaba. Salvo el
apagado murmullo de algunos hombres y el ruido de los remos, en la caverna de techo elevadsimo
reinaba un silencio lgubre y de mal presagio.
Elric contempl las aguas negras y fras, y se estremeci.
Por fin, salieron de nuevo a la luz del sol y los hombres miraron hacia arriba, asombrados de la
altura de los muros que se alzaban sobre ellos. En la cima de aquellos muros se hallaban apostados
ms arqueros vestidos de amarillo y protegidos con armaduras de bronce y, cuando el buque del
conde Smiorgan inici la salida de las oscuras cavernas con las antorchas encendidas todava bajo
el fro aire invernal, las flechas comenzaron a llover de lo alto en el estrecho can, hundindose
en cuellos y extremidades.
Ms de prisa! aull Elric. Remad ms de prisa! Ahora nuestra nica arma es la
velocidad!
Con frentica energa los remeros se aplicaron a su labor y las naves empezaron a tomar
velocidad, pese a que los dardos de los imrryianos se cobraban un alto precio en vidas de guerreros
y tripulantes. El canal de altos muros describa en ese tramo una recta, y Elric vio ante s los
embarcaderos de Imrryr.
De prisa, de prisa, nuestra recompensa est a la vista!
De pronto, el barco dej atrs los muros del laberinto y se encontr en las aguas remansadas
del puerto, frente a los guerreros congregados en el muelle. La nave se detuvo a la espera de
refuerzos que iban saliendo del canal. Cuando hubieron cruzado veinte naves, Elric dio la orden de
atacar el muelle y la Tormentosa aull en su vaina. El costado de babor de la nave insignia golpe
el embarcadero mientras las flechas llovan sobre l. Los dardos silbaron alrededor de Elric pero,
milagrosamente, no recibi ningn impacto mientras saltaba a tierra con un grupo de enardecidos
invasores. Los hacheros de Imrryr salieron al encuentro de los marineros, pero qued en evidencia
que tenan pocos nimos para la lucha, demasiado desconcertados por el curso que haban tomado
los acontecimientos.
La negra hoja de Elric cay con fuerza frentica en la garganta del hachero ms prximo a l y
le seg la cabeza. Lanzando su diablico aullido ahora que haba probado la sangre, la espada
cobr vida en la mano de Elric, buscando sangre fresca para derramar. En los labios descoloridos
del albino haba una sonrisa ptrea, siniestra, y sus ojos eran apenas dos rendijas mientras golpeaba
a los guerreros con determinacin.
Su plan era dejar la lucha para aquellos que haba conducido hasta all, pues tena otras cosas
que hacer... y en seguida. Detrs de los soldados de ropas amarillas se alzaban las altas torres de
Imrryr, bellsimas con sus colores suaves y resplandecientes, sus rosa coralinos y azules
difuminados, sus amarillos plidos y dorados, sus blancos y sus sutiles tonos glaucos. Una de
aquellas torres era el objetivo de Elric: las torres de D'a'rputna, donde haba ordenado a Montn de
Huesos que llevara a Cymoril en la certeza de que podra conseguirlo en plena barahnda invasora.
Elric se abri camino, baando en sangre a quienes intentaban detenerle, y los soldados caan
entre gritos horribles mientras la espada mgica les absorba las almas.
Por fin, Elric los dej atrs, enfrentados a las brillantes espadas de los invasores que seguan
asaltando al embarcadero, y ech a correr por las tortuosas callejas hacia arriba, dando muerte con
su espada a todo aquel que intentaba detenerle. Pareca un espectro lvido, con las ropas hechas ji-
rones y ensangrentadas, y la coraza abollada y rascada, pero corra a toda prisa por las
serpenteantes callejuelas empedradas hasta llegar por fin ante la esbelta torre de suaves tonos
azules y dorados, la torre de D'a'rputna. La puerta estaba abierta, seal de que haba alguien en el
interior, y Elric cruz la entrada y se encontr en el gran saln de la planta baja. Nadie sali a su
encuentro.
Montn de Huesos! grit con un rugido que le son atronador incluso a l mismo.
Ests ah, Montn de Huesos?
Subi el tramo de peldaos a grandes saltos, repitiendo el nombre de su criado. Al llegar al
segundo piso, se detuvo de pronto al escuchar un gemido procedente de una de las cmaras.
Eres t, Montn de Huesos?
Elric se acerc a la estancia y escuch un jadeo sofocado. Empuj la puerta y se le hizo un nudo en
el estmago al ver a su viejo criado tendido en el suelo desnudo de la cmara, tratando en vano de
detener el flujo de sangre que brotaba de una gran herida en el costado.
Qu ha sucedido? Dnde est Cymoril?
El viejo rostro de Montn de Huesos mostr una mueca de dolor y pena.
Ella... La he trado aqu, amo, como ordenaste, pero... tosi y le rezum sangre por la
barbilla, pero el prncipe Yyrkoon me... Debi seguirnos hasta aqu. Me... me hiri y se llev a
Cymoril otra vez. Dijo que la pondra a buen recaudo..., en la torre de B'aal'nezbett. Amo..., lo siento...
As debe ser replic Elric presa de clera. Despus, dulcific un tanto la voz. No te
preocupes, mi viejo amigo..., te vengar a ti y a m mismo. Todava puedo alcanzar a Cymoril ahora
que s dnde la ha llevado Yyrkoon. Gracias por intentarlo, amigo mo... Que tu largo viaje por el
ltimo ro sea plcido.
Gir sobre sus talones bruscamente y abandon la cmara. Baj corriendo la escalera y gan la
calle.
La torre de B'aal'nezbett era la ms elevada del Palacio Real. Elric la conoca bien, pues era all
donde sus antepasados haban estudiado sus oscuros hechizos y haban llevado a cabo sus temibles
experimentos. Se estremeci al pensar en lo que Yyrkoon poda estar hacindole a su propia hermana.
Las calles de la ciudad estaban silenciosas y extraamente desiertas, pero Elric no tena tiempo de
preguntarse la razn de que as fuera. Corri sin perder un instante hacia el palacio, encontr la verja
desguarnecida y la puerta principal del edificio sin centinelas. Tambin eso era inusual, pero Elric dio
gracias por la buena fortuna mientras continuaba su veloz avance, ascendiendo por los pasadizos que
tan bien conoca en direccin a la torre ms alta.
Por fin, alcanz una puerta de brillante cristal negro sin tirador ni cerrojo alguno. El albino golpe
el cristal frenticamente con su espada mgica, pero la puerta slo pareci absorber el golpe y recuperar
su forma. Los golpes no tenan efecto contra el cristal.
Elric se estruj la mente tratando de recordar la palabra mgica que hara que la puerta se abriera.
No se atrevi a ponerse en trance, cosa que, con un poco de tiempo, llevara la palabra a sus labios;
en lugar de ello, prefiri hurgar en su subconsciente hasta encontrarla. Todo su cuerpo se puso a
temblar mientras sus facciones se retorcan y hasta su cerebro empez a dar sacudidas. La palabra
mgica estaba a punto de salir; las cuerdas vocales se tensaron en su garganta y su pecho se elev.
Vomit la palabra por fin, y toda su mente y su cuerpo se dolieron del esfuerzo. A
continuacin, Elric aadi:
Te lo ordeno: brete!
Saba que, una vez franqueado el obstculo, su primo conocera su presencia all, pero no tena
ms remedio que arriesgarse. El cristal se expandi, latiendo y respirando, hasta que empez a
deshacerse. Desapareci en la nada, en algo ms all del universo fsico y del tiempo. Elric exhal
un suspiro de agradecimiento y penetr en la torre de B'aal'nezbett. Pero ahora, mientras Elric
suba trabajosamente los peldaos hacia la cmara central, un fuego espectral, helado y ominoso,
danzaba en torno a l. Tambin le envolva una msica extraa, misteriosa, que lata, sollozaba y
retumbaba en su cabeza.
Encima de l vio a un Yyrkoon que le sonrea burln, empuando tambin una espada mgica,
gemela de la que blanda Elric.
Engendro del infierno! exclam Elric con voz apagada y dbil . Veo que has
recuperado la Enlutada. Muy bien, mide sus poderes contra su hermana, si te atreves. He venido a
destruirte, primo.
La Tormentosa emita un peculiar gimoteo, un suspiro audible por encima de la msica
aulladora y extraterrenal que acompaaba el fuego helado. La espada mgica se agit en la mano
de Elric y ste tuvo dificultades para controlarla. Reuniendo todas sus fuerzas, el albino termin de
ascender los escasos peldaos que le quedaban y dirigi una furiosa estocada a Yyrkoon. Ms all
del fuego espectral bulla una lava verdeamarillenta por todas partes, encima y debajo. Los dos
hombres estaban ahora envueltos solamente por el fuego brumoso y la lava que acechaba detrs de
ste... Se encontraban fuera de la Tierra, enfrentados en una batalla decisiva. La lava dej de hervir
y empez a rezumar hacia adentro, dispersando el fuego.
Las dos espadas se encontraron, y un terrible rugido rechinante hendi el aire cuando ambas
hojas chocaron. Elric not que todo su brazo se entumeca y le produca un hormigueo
desagradable. El albino se sinti un ttere. Ya no era su propio dueo, sino que era la espada la que
decida sus actos por l. La hoja, con Elric asido a la empuadura, pas con un rugido junto a su
espada hermana y produjo un profundo corte en el brazo izquierdo de Yyrkoon. ste lanz un
alarido y abri los ojos como platos en un gesto de agona. La. Enlutada respondi al ataque de la
Tormentosa, e hiri a Elric en el mismo lugar en que ste haba alcanzado a su primo. Exhal un
gemido de dolor, pero continu avanzando y consigui herir de nuevo a Yyrkoon en el costado
derecho con un golpe lo bastante potente como para haber acabado con la vida de cualquier otro
hombre. Yyrkoon se ech a rer entonces; solt una risotada propia de un demonio surgido de las
infames profundidades del infierno.
Su primo haba perdido por fin sus ltimos restos de cordura y la ventaja estaba ahora de parte
de Elric. Sin embargo, la gran magia que Yyrkoon haba conjurado estaba todava en accin y
Elric sinti como si un gigante le hubiese agarrado y estuviera aplastndole mientras l se esforza-
ba en hacer valer su ventaja. De la herida de Yyrkoon segua brotando sangre, y sta cubra
tambin a Elric. La lava estaba retirndose lentamente y Elric pudo apreciar entonces la entrada a
la cmara central. Detrs de su primo se mova otra forma. Elric solt un jadeo. Cymoril haba
despertado y, con expresin de horror en el rostro, le gritaba algo incomprensible.
La espada an cay otra vez en un arco negro, golpe la hoja hermana que Yyrkoon empuaba
todava y abri la guardia de ste.
Elric! grit en ese instante Cymoril, desesperada. Slvame..., slvame ahora, o
quedaremos condenados por toda la eternidad!
Elric se qued perplejo ante las palabras de la muchacha, sin comprender a qu se refera. En
un arranque de furia salvaje, oblig a Yyrkoon a retroceder escalera arriba hacia la cmara.
Elric, guarda la Tormentosa. Envaina la espada o nos veremos separados otra vez insisti
Cymoril.
Sin embargo, aunque el albino hubiera podido controlar la espada sibilante, no la habra
envainado. El odio se haba adueado de su corazn y Elric no estaba dispuesto a guardar la espada
hasta que la hubiera hundido en el perverso corazn de su primo.
Cymoril sollozaba ahora, suplicndole, pero Elric no poda hacer nada. Aquel ser idiota y
babeante que haba sido Yyrkoon de Imrryr se volvi al escuchar el llanto de su hermana y
contempl a sta con una sonrisa burlona. Solt una risotada y extendi una de sus manos
temblorosas hasta asir por el hombro a la muchacha. Ella pugn por escapar, pero Yyrkoon
dispona an de su fuerza malfica. Aprovechando el momento de distraccin de su adversario.
Elric lanz una potente estocada al monarca impostor, casi separndole el tronco de las piernas.
Y, a pesar de todo, increblemente, Yyrkoon an sigui vivo, absorbiendo su vitalidad de la
hoja que todava segua enfrentndose a la espada mgica del albino. Con un ltimo impulso,
Yyrkoon empuj a Cymoril delante de s y la muchacha, con un grito, muri atravesada por la
Tormentosa.
Entonces, Yyrkoon lanz una ltima carcajada en forma de alarido y su alma negra cay
aullando hacia el infierno.
La torre recuper sus anteriores proporciones y desapareci todo rastro de lava o fuego. Elric
se sinti desorientado, incapaz de dominar sus pensamientos. Contempl los cuerpos sin vida de
los dos hermanos, y en un primer instante eso fue lo nico que reconoci: los cadveres de un
hombre y una mujer.
A continuacin, la siniestra verdad fue abrindose paso en su cerebro y Elric exhal un gemido
casi animal, abrumado de pesar. Haba matado a la mujer que amaba. La espada cay de su mano,
manchada con la sangre de Cymoril, y rod escalera abajo con un estruendo. Entre sollozos, Elric
se dej caer de rodillas junto a la muchacha exnime y la levant en sus brazos.
Cymoril gimi, notando ahora un dolor lacerante en todo su cuerpo. Cymoril..., yo te
he matado!
4
Elric volvi la vista hacia las ruinas de Imrryr, cuyas torres y edificios haban quedado
arrasados y eran consumidos ahora por las grandes lenguas de fuego de un voraz incendio, y anim
a los sudorosos remeros a que aumentaran el ritmo de sus paladas. La nave, con las velas recogidas
todava, dio una cabezada bajo el impulso de una corriente de aire contraria y Elric se vio obligado
a asirse del pasamanos del costado de babor para no salir arrojado por la borda. Volvi a mirar
hacia Imrryr y not un nudo en la garganta al darse cuenta de que ahora era un completo
desarraigado, un renegado que haba matado a una mujer, aunque fuera involuntariamente. Llevado
por su ciego afn de venganza, acababa de perder a la nica mujer que haba amado en su vida.
Ahora, todo haba terminado y el albino no poda imaginar ningn futuro para l, pues su futuro
siempre haba estado vinculado a su pasado y hoy, efectivamente, aquel pasado quedaba a su
espalda convertido en ruinas flameantes. Unos sollozos sin lgrimas se agolparon en su pecho y
sus dedos se cerraron con ms fuerza todava en el pasamanos de la nave.
A regaadientes, su mente volvi a centrarse en Cymoril. Elric haba depositado su cuerpo en
un sof y haba prendido fuego a la torre. Despus, haba vuelto sobre sus pasos y haba
encontrado a los invasores que, victoriosos, regresaban a sus barcos cargados con un cuantioso
botn y numerosas esclavas, prendiendo fuego llenos de jbilo a todos los bellos y altos edificios
que encontraban a su paso.
l haba causado la destruccin del ltimo signo tangible que demostraba que alguna vez haba
existido el grandioso y magnfico Brillante Imperio. Ahora, el albino senta que la mayor parte de
s mismo haba desaparecido con la ciudad.
Dirigi una nueva mirada a Imrryr y, de pronto, su pesar aument todava ms al ver que otra
torre, bella y delicada como un fino encaje, se resquebrajaba y se derrumbaba envuelta en llamas.
Elric haba destruido el ltimo gran monumento de la vieja raza a la que l mismo perteneca.
Quiz algn da los hombres aprendieran de nuevo a construir torres fuertes y esbeltas como las de
Imrryr pero, de momento, tal conocimiento agonizaba en el caos atronador de la cada de la Ciudad
de Ensueo y de la rpida extincin de la raza melnibonesa.
Sin embargo, se pregunt el albino, qu haba sido de los Seores del Dragn? Ni stos ni sus
naves doradas haban salido al encuentro de los invasores; nicamente los soldados de a pie haban
colaborado en la defensa de Imrryr. Acaso haban ocultado las naves en algn canal secreto y
haban huido tierra adentro cuando los invasores asaltaron la ciudad? El ataque haba sido
demasiado fcil y las tropas de Imrryr haban opuesto demasiada poca resistencia para poderlas
considerar derrotadas de verdad. Ahora que las naves de los Seores del Mal se retiraban, no era
posible que sus adversarios estuvieran proyectando alguna rplica inesperada? Elric intua que
exista un plan en ese sentido; tal vez un plan que inclua la presencia de los dragones. Un
escalofro le recorri al pensarlo. No haba hecho a sus aliados la menor mencin de los animales
que los melniboneses haban dominado durante siglos. En aquel mismo instante, era posible que
alguien estuviera abriendo las puertas subterrneas de las Cavernas de los Dragones. El albino
apart de su mente aquella temible perspectiva.
Mientras la flota se encaminaba hacia mar abierto, Elric, con los ojos entristecidos vueltos
hacia Imrryr, rindi silencioso homenaje a la ciudad de sus antepasados y a Cymoril. Una oleada
de clida amargura le recorri de nuevo mientras la dolorosa evocacin de la muerte de su amada
bajo su propia espada volva a su mente. Record las advertencias de Cymoril, cuando la haba
dejado para aventurarse en los Reinos Jvenes, respecto a que, si dejaba a Yyrkoon como regente
del Trono de Rub y renunciaba a su autoridad durante un ao, perdera definitivamente ambas
cosas. Se maldijo a s mismo. Luego, un murmullo como el retumbar de un trueno lejano se
extendi por la flota y Elric se volvi con rapidez, concentrndose en identificar la causa del al-
boroto.
Treinta navos de guerra melniboneses de velas doradas haban aparecido a ambos lados del
puerto, procedentes de dos de las bocas del laberinto. Elric comprendi que las naves contrarias
deban haberse ocultado en aquellos canales esperando atacar a la flota invasora cuando sta
regresara, saciada y agotada por los excesos. Las naves doradas, grandes galeras de combate, eran
las ltimas embarcaciones de Melnibon, y el secreto de su construccin se haba perdido.
Producan una sensacin de antigedad y de poder adormecido mientras avanzaban velozmente,
impulsadas cada una de ellas por cuatro o cinco hileras de grandes remos, con la intencin de
rodear a las naves invasoras.
Su flota pareci empequeecer ante sus ojos hasta producir la impresin de una serie de virutas
de madera frente al gran esplendor de las deslumbrantes naves de guerra. stas estaban bien
pertrechadas y listas para el combate, mientras que los hombres a bordo de los barcos invasores se
hallaban rendidos de cansancio tras el xito de la incursin. El albino se dio cuenta de que slo
haba un modo de salvar, al menos, una pequea parte de la flota. Para ello debera conjurar un
viento mgico que impulsara sus velas. La mayora de las naves insignia se hallaban cerca del
barco de Yaris, a bordo del cual se encontraba ahora el albino, pues el joven capitn se haba
embriagado en exceso durante el saqueo y haba muerto acuchillado por una esclava melnibonesa.
Junto al barco de Elric se encontraba el del conde Smiorgan y el corpulento Seor del Mar le
dirigi una mirada ceuda, pues comprenda perfectamente que l y sus naves, pese a ser
superiores en nmero, no tenan ninguna posibilidad en una batalla naval.
Sin embargo, conjurar unos vientos lo bastante fuertes para impulsar tantos barcos era un
asunto peligroso, pues el sortilegio liberara una energa colosal y caba la posibilidad de que los
espritus que controlaban el viento se volvieran contra quien los haba conjurado, si ste no iba con
mucho cuidado. Sin embargo, era su nica posibilidad pues, de lo contrario, los mascarones de las
proas doradas que levantaban espuma al cortar las aguas reduciran las naves incursoras
fragmentos de madera flotando en las aguas.
Tras tomar fuerzas, Elric empez a pronunciar los nombres antiguos y terribles, llenos de
vocales, de los seres que existan en el aire. Tampoco ahora poda arriesgarse a entrar en trance,
pues tena que estar pendiente de cualquier indicio de que los espritus del viento se estuvieran vol-
viendo contra l. Los invoc en un extrao idioma que a veces era agudo como el grito de un ave
marina y, a veces, grave y retumbante como el ruido de las olas al batir contra la costa. Por fin, las
siluetas difusas en los espritus del viento empezaron a revolotear ante su borrosa mirada. El
corazn le produca unas terribles punzadas en el pecho y not que las piernas le flaqueaban.
Reuniendo todas sus energas, conjur un viento que, con un aullido, empez a soplar furiosa y
caticamente a su alrededor, sacudiendo de un lado a otro incluso a las enormes melnibonesas.
Elric consigui, por fin, encauzar el viento y lo dirigi hacia el velamen de una cincuentena de
naves invasoras. Otras muchas no pudieron ponerse a salvo al quedar fuera del radio de accin de
sus poderosas rfagas.
Sin embargo, cuarenta de las embarcaciones escaparon finalmente de los mascarones
melniboneses y, entre el aullido del viento y el crujido de las cuadernas, saltaron las olas haciendo
gemir los mstiles que apenas podan sujetar sus velas totalmente hinchadas. El viento arranc los
remos de las manos de los tripulantes, dejando un rastro de maderas astilladas en la blanca estela
salada que herva tras la popa de cada una de las naves.
En un abrir y cerrar de ojos, Elric y sus compaeros se encontraron fuera del crculo de las
naves melnibonesas, que segua cerrndose lentamente, y surcando a velocidad de vrtigo el mar
abierto. Todas las tripulaciones perciban algo distinto en el aire y alcanzaban a ver fugazmente las
formas extraas, de siluetas confusas, que rodeaban sus naves. Haba algo inquietante y malvolo,
algo sobrenatural que produca asombro y temor, en aquellos seres que les ayudaban.
Smiorgan hizo un gesto con la mano a Elric, acompaado de una sonrisa de gratitud.
Ahora estamos a salvo gracias a ti, Elric! grit desde el puente de su embarcacin.
Saba que nos traeras suerte!
Elric ignor sus palabras.
Ahora, los Seores del Dragn iniciaban la persecucin con nimo de venganza. Las naves
doradas de Imrryr eran casi tan veloces como la flota invasora ayudada por la magia, y algunas
galeras agresoras cuyos mstiles no haban resistido la fuerza del viento que impulsaba sus velas
y se haba partido fueron apresadas.
Elric observ como eran lanzados desde las cubiertas de las galeras de Imrryr unos poderosos
garfios metlicos de brillo apagado que caan con estruendo de madera astillada sobre los barcos
de la flota que iban quedando a la deriva detrs del suyo. Las catapultas de las naves de los Seores
del Dragn arrojaban una lluvia de fuego sobre gran parte de las embarcaciones fugitivas. Unas
llamas voraces caan sobre las cubiertas como lava de olor pestilente y corroan las cuadernas
como si fuera vitriolo sobre papel. Los hombres lanzaban alaridos, tratando en vano de apagar el
fuego que prenda en sus ropas. Incluso saltaban a unas aguas que no extinguan las llamas.
Algunos se hundieron en el ocano y fue posible seguir su descenso, as como el de las naves nau-
fragadas, cayendo en espiral entre llamas, incluso bajo la superficie, como polillas quemadas por la
luz.
Las cubiertas invasoras no alcanzadas por el fuego quedaron rojas de sangre invasora cuando
los enfurecidos guerreros de Imrryr cayeron al abordaje sobre los incursores descolgndose por
largas cuerdas, empuando grandes espadas y hachas de combate y produciendo terribles estragos
entre los saqueadores del mar. Flechas y jabalinas imrryrianas llovan desde las elevadas cubiertas
de las galeras, diezmando a los aterrorizados ocupantes de las naves menores.
Elric fue testigo de todo mientras la suya y un puado de naves ms empezaban, poco a poco, a
poner distancia entre ellos y la primera galera perseguidora de Imrryr, el buque insignia del
almirante Magum Colim, comandante de la flota melnibonesa.
Por fin, Elric se dign hacer un comentario al conde Smiorgan.
Les hemos dejado atrs! grit para hacerse or por encima del viento ululante, con el
rostro vuelto hacia la nave del conde, donde ste permaneca de pie en el puente observando el
cielo con ojos muy abiertos. Pero cuida de que tus naves sigan un buen rumbo hacia el oeste o
estamos perdidos!
Smiorgan, sin embargo, no respondi. Su mirada segua fija en el firmamento y en sus ojos
haba una expresin de terror impensable en un hombre que, hasta aquel momento, no haba
mostrado jams el menor asomo de miedo. Inquieto, Elric sigui la mirada de Smiorgan y no tard
en verlos.
Eran dragones, sin duda! Los grandes reptiles estaban a algunos kilmetros de distancia, pero
Elric conoca el aspecto de las enormes bestias voladoras. La envergadura de alas habitual de
aquellos monstruos casi extintos era de unos diez metros. Sus cuerpos de serpiente, que empezaban
en una cabeza de hocico largo y estrecho y terminaban en una cola que constitua un ltigo temible,
alcanzaban los quince metros y, aunque no lanzaban fuego y humo por la boca como decan las
leyendas, Elric saba que su veneno era combustible y que poda prender fuego en la madera o en
la ropa por simple contacto.
A lomos de los dragones cabalgaban unos guerreros de Imrryr. Armados de largos aguijones
como lanzas, hacan sonar unos cuernos de extraas formas que emitan curiosas notas sobre el
mar turbulento y el sereno firmamento azul. Al aproximarse a la flota dorada, que quedaba ahora a
media legua de distancia, el dragn que abra la marcha inici un descenso en amplios crculos
hacia la enorme galera insignia. Cuando sus alas batan el aire, hacan un sonido semejante al
crujido de un relmpago.
El monstruo de piel escamosa verdegriscea se cerni sobre la nave dorada que se meca en el
mar turbulento y blanco de espuma. Recortada su silueta contra el cielo sin nubes, el dragn
ofreca una buena perspectiva y Elric pudo observarlo con detalle. El aguijn que el Seor del
Dragn agitaba sobre la cabeza del almirante Magum Colim era una lanza larga y fina sobre la
cual poda apreciarse, incluso a aquella distancia, un extrao gallardete de lneas negras y
amarillas en zigzag.
Elric reconoci en seguida la ensea. Dyvim Tvar, Seor de las Cavernas de los Dragones y
amigo de la infancia de Elric, encabezaba la escuadra de mticos animales, que vengara la
destruccin de Imrryr la Bella.
El albino lanz un nuevo grito a Smiorgan, de nave a nave.
Ahora, se es nuestro mayor peligro. Haz lo que puedas para mantenerlos a raya!
Se escuch un estrpito metlico mientras los hombres se preparaban, casi sin esperanzas, para
repeler la nueva amenaza. El viento embrujado no les proporcionaba ninguna ventaja frente al
rpido vuelo de los dragones. Dyvim Tvar actuaba en evidente acuerdo con Magum Colim y su
aguijn azuz al dragn en el cuello. El enorme reptil salt hacia arriba y empez a ganar altura.
Tras l iban otros once dragones, cerrando distancias ahora.
Con aparente lentitud, los dragones empezaron a batir las alas acompasadamente hacia la flota
invasora cuyos tripulantes elevaron plegarias a sus dioses suplicando un milagro.
Estaban condenados sin remedio. Hasta la ltima nave de los Seores del Mar estaba
irremisiblemente perdida y la expedicin haba sido infructuosa.
Elric advirti la desesperacin en los rostros de los hombres mientras los mstiles de las
embarcaciones continuaban cimbrendose bajo la fuerza del aullador viento embrujado. Ahora no
les quedaba otra cosa que morir...
Luch por liberar su mente del torbellino de dudas que la llenaba. Desenvain la espada y
percibi el poder perverso y pulsante que guardaba en su interior la Tormentosa de empuadura
labrada con signos mgicos. Ahora, sin embargo, Elric odiaba aquel poder porque le haba forzado
a dar muerte al nico ser humano que haba querido; y comprenda tambin cunta de su fuerza
deba a la espada de hoja negra de sus padres y lo dbil que se sentira sin ella. Elric era albino y
ello significaba que careca de la vitalidad de un ser humano normal. Furiosa e intilmente, al
tiempo que el velo de su mente era reemplazado por un miedo cerval, maldijo los planes de
venganza que haba tramado, maldijo el da en que haba accedido a conducir la expedicin contra
Imrryr y, por encima de todo, maldijo amargamente al difunto Yyrkoon y su retorcida envidia, que
haba sido la causa de toda aquella serie de acontecimientos marcados por la fatalidad.
Pero ya era demasiado tarde para maldiciones. El sonoro batir de alas de los dragones llen el
aire y los monstruos se cernieron sobre las embarcaciones fugitivas. Era preciso tomar alguna
decisin pues, aunque no tena ningn apego a la vida, se negaba a morir a manos de su propio
pueblo. Cuando muriera, se prometi, sera por su propia mano. Odindose a s mismo, Elric
adopt una resolucin.
Con una invocacin, hizo amainar el viento mientras el veneno de los dragones se abata sobre
la ltima nave de la fila.
Despus, Elric emple todos sus poderes para levantar un viento an ms fuerte en las velas de
su propia embarcacin, mientras sus camaradas, perplejos en sus barcos repentinamente
encalmados, le llamaban a gritos desde las otras naves preguntndose desesperadamente la razn
de su comportamiento. Ahora, el barco de Elric avanzaba a toda prisa y tal vez podra escapar por
muy poco a los dragones. As lo esperaba el albino.
Abandon a su suerte al hombre que haba confiado en l, el conde Smiorgan, y observ cmo
el veneno caa del cielo y le envolva en una llamarada verde y escarlata. Elric huy, sin permitir
que su mente se hiciera ideas sobre el futuro, y aquel orgulloso prncipe de una ciudad en ruinas
solloz en voz alta y maldijo a los malvolos dioses por el da aciago en que ociosamente, para
procurarse una diversin, haban engendrado al ser humano.
Detrs de l, las ltimas naves asaltantes estallaron en sbitas llamaradas aterradoras y, aunque
agradecidas a medias de haber escapado al destino de sus camaradas, los hombres a bordo del
barco observaron acusadoramente al albino. Elric continu sollozando sin ocultarlo, con el alma
desgarrada por grandes sufrimientos.
Una noche ms tarde, cuando la nave se encontr por fin a salvo de la terrible amenaza de los
Seores del Dragn y de sus monstruos, frente a la costa de una isla llamada Pan Tang, Elric
permaneci meditabundo en la popa mientras los hombres le contemplaban con miedo y con odio,
hablando entre dientes de traicin y de absoluta cobarda. Parecan haber olvidado su propio temor
y la posterior seguridad que haban disfrutado.
Elric permaneci meditabundo, sosteniendo la negra espada mgica en ambas manos. Haca ya
muchos aos que saba que la Tormentosa era mucho ms que una simple arma de combate, pero
ahora se daba cuenta de que la espada tena ms vida de la que l haba imaginado. Aquel objeto
terrible haba utilizado la mano que la empuaba para forzarla a matar a Cymoril. Y, sin embargo,
Elric dependa terriblemente de su espada mgica y se daba cuenta de ello con absoluta certeza. A
pesar de ello, tema y rechazaba el poder de la espada, la odiaba intensamente por el caos que haba
provocado en su cerebro y en su espritu. Presa de una agnica incertidumbre, sostuvo la hoja en
sus manos y se oblig a sopesar las alternativas. Sin la siniestra espada, perdera el orgullo y tal
vez la vida incluso, pero conocera la reconfortable tranquilidad del puro descanso; con ella,
tendra poder y fuerza, pero el acero le conducira a un futuro marcado por el destino. Saboreara el
poder, pero nunca tendra paz.
Exhal un profundo y sollozante suspiro y, movido por aciagos presentimientos, arroj la
espada mgica al mar baado por la luna.
Increblemente, no se hundi. Ni siquiera qued flotando sobre las aguas. Se clav de punta en
el mar y all se qued, temblando como si estuviera incrustada en madera. Permaneci en el agua
como la aguja de un metrnomo, quince centmetros de hoja sumergidos en el mar, y empez a
emitir un misterioso grito diablico, un aullido de horrible malevolencia.
Elric mascull una maldicin, extendi su mano delgada y de un blanco reluciente y trat de
recuperar la espada hechizada. Se estir todava ms, inclinndose todo lo posible sobre el
pasamanos. Segua sin alcanzarla; an quedaba a unos palmos de l. Con un jadeo, abrumado por
una enfermiza sensacin de derrota, cay por el costado de la embarcacin y se sumergi en las
aguas heladas para nadar luego con brazadas tensas, grotescas, hacia la enhiesta espada. Elric
estaba derrotado: la espada haba vencido.
Extendi el brazo hacia ella y sus dedos se cerraron en torno a la empuadura. La Tormentosa
se acomod a su mano al instante y Elric not que las energas volvan lentamente a su cuerpo
dolorido. Despus comprendi que l y la espada eran interdependientes, pues, si bien l necesitaba
el arma, la Tormentosa requera tambin un portador: sin un hombre que la empuara, la hoja
tambin era impotente.
As pues murmur Elric con desesperacin, debemos estar unidos el uno al otro. Unidos
por cadenas forjadas en el infierno y por circunstancias urdidas por el destino. Muy bien, pues,
semoslo y los hombres tendrn razones para espantarse y huir ante la mencin de los nombres de
Elric de Melnibon y su espada, la Tormentosa. Los dos somos iguales, hijos de una era que nos ha
desamparado. Demos a esa era razones para odiarnos!
Fuerte otra vez, Elric envain la Tormentosa y la espada se ajust a su costado; luego, con
potentes brazadas, el albino empez a nadar hacia la isla mientras los hombres que haba dejado en
el barco respiraban aliviados y se preguntaban si el melnibons solitario sobrevivira o perecera en
las aguas sombras de aquel mar extrao y sin nombre...
LIBRO SEGUNDO
MERVYN PEAK
Una noche, mientras Elric, con aire malhumorado, beba a solas en una taberna, una mujer sin
alas de Myyrrhn entr como surgida de la tormenta y apoy su cuerpo flexible contra l.
Su rostro era delgado y frgil, casi tan plido como la piel albina del propio Elric, y llevaba
unas ropas vaporosas de tonos verdes claros que contrastaban con su cabello pelirrojo intenso.
La taberna estaba profusamente iluminada con velas y animada por las discusiones a voz en
grito y las grandes carcajadas, pero las palabras de la mujer de Myyrrhn surgieron claras y lquidas,
perfectamente audibles por encima del barullo.
Llevo veinte das buscndote dijo a Elric.
ste la mir casi con insolencia con sus ojos carmeses entrecerrados y se recost en el
respaldo de la silla; entre los largos dedos de su mano derecha sostena una copa de vino de plata y
la izquierda se apoyaba en la empuadura de su espada mgica, la Tormentosa.
Veinte das murmur el melnibons en voz baja, como si hablara para s mismo, con un
tono deliberadamente brusco. Mucho tiempo para que una mujer bella y sola ande dando tumbos
por el mundo. Abri un poco ms los ojos y se dirigi a la mujer cara a cara: Soy Elric de
Melnibon, como muy bien sabes. No ofrezco favores ni los pido. Tenlo en cuenta y dime por qu
llevas veinte das buscndome.
La mujer respondi en el mismo tono, impertrrita ante la actitud desdeosa del albino.
Eres un hombre spero, Elric, eso tambin lo s. Y ests abrumado de pesar por razones que
ya son legendarias. Yo no te pido favores, sino que me ofrezco a ti y te traigo una propuesta. Qu
es lo que ms deseas en el mundo?
La paz respondi simplemente Elric. Despus, con una sonrisa de irona, aadi: Soy
un hombre malo, seora, y mi destino es la condenacin, pero no soy necio ni injusto. Deja que te
recuerde un poco de la verdad..., o llmalo leyenda, si as lo prefieres. A m me da igual.
Hace ahora un ao, una mujer muri bajo el acero de mi fiel espada. Dio unos secos golpes
en la hoja y su mirada se hizo de pronto dura y secretamente burlona. Desde entonces no he
cortejado ni he deseado a ninguna otra mujer. Por qu iba a romper hbitos tan firmes? Si me
preguntas, te aseguro que podra recitarte poesas y que tienes una gracia y una belleza que me
moveran a interesantes especulaciones, pero no querra cargar un solo gramo de mi penosa carga
sobre alguien tan exquisito como t. Cualquier relacin entre nosotros que no fuera la puramente
formal precisara que, involuntariamente, me descargara de una parte de ese peso. Hizo una
pausa durante unos instantes y aadi en voz baja: He de reconocer que a veces me pongo a
gritar mientras duermo y que a menudo me tortura un inexpresable sentimiento de desprecio hacia
m mismo. Vete mientras puedas, mujer, y olvida a Elric porque slo puede llevar pena y dolor a tu
alma.
Con un rpido movimiento, apart los ojos de ella y alz la copa de plata, apurando el vino y
llenndola otra vez con una jarra que tena al lado.
No replic tranquilamente la mujer sin alas de Myyrrhn, no me ir. Ven conmigo.
Se puso en pie y tom de la mano a Elric. Sin saber por qu, el albino dej que la mujer le
llevara fuera de la taberna, bajo la furiosa tormenta sin lluvia que ululaba en las calles de la ciudad
de Raschil, en Filkharia. Una sonrisa cnica y protectora se dibujaba en el rostro de Elric mientras
la mujer le conduca hacia el embarcadero batido por el mar, donde le desvel su nombre,
Shaarilla de la Niebla Danzante, la hija sin alas de un nigromante fallecido, una invlida en su
propia tierra extraa que le haba forzado al exilio.
Elric se sinti inquietamente atrado hacia aquella mujer de mirada tranquila que apenas
desperdiciaba palabras. Not surgir dentro de s una profunda emocin que no haba credo posible
volver a sentir, y dese abrazar aquellos hombros delicadamente torneados y estrechar aquel esbel-
to cuerpo contra el suyo. Sin embargo, reprimi tal impulso y estudi su marfilea finura y su
exuberante melena, que se meca al viento en torno a su rostro.
Un cmodo silencio se hizo entre los dos mientras el viento catico ululaba lbrego sobre el
mar. All, Elric apenas perciba el clido hedor de la ciudad y se sinti casi relajado. Por fin,
apartando la vista de l y vuelta hacia las agitadas aguas, con su tnica verde ondeando al viento, la
mujer murmur:
Naturalmente, habr odo hablar del Libro de los Dioses Muertos, no es as?
Elric asinti. La frase despertaba su inters, pese a la necesidad que senta de distanciarse lo
ms posible de sus congneres. Se deca que el libro legendario contena conocimientos que podan
solucionar muchos problemas que haban acosado a los hombres durante siglos; recoga un saber
sagrado y poderossimo que cualquier hechicero deseara probar. Sin embargo, la creencia general
era que el libro haba sido destruido, arrojado hacia el sol cuando los Viejos Dioses agonizaban en
el erial csmico que se extenda ms all de los confines del sistema solar. Otra leyenda, al parecer
de origen posterior, se refera vagamente a unos seres oscuros que haban interrumpido la
trayectoria de Libro hacia el sol y se haban adueado de l antes de su destruccin. La mayora de
los eruditos quitaban cualquier valor a esta leyenda afirmando que, tras el tiempo transcurrido, el
libro habra salido a la luz si todava existiera.
Elric se oblig a mantener un tono de voz neutro para tratar de mostrar desinters cuando
respondi a Shaarilla.
A qu viene hablar del Libro?
Tengo la certeza de que existe replic Shaarilla con vehemencia y s dnde est. Mi
padre tuvo conocimiento de ello justo antes de morir. El libro y yo seremos tuyos si me ayudas a
conseguirlo.
Elric se pregunt si sera posible que el Libro contuviera el secreto de la paz. Si lograba
hacerse con l, encontrara en sus pginas la forma de librarse de la Tormentosa?
Si tanto deseas encontrarlo que has venido a buscar mi ayuda respondi finalmente,
cmo es que no quieres quedrtelo?
Porque me dara miedo tener permanentemente bajo mi custodia un objeto semejante. No es
un libro para estar en manos de una mujer, pero t eres posiblemente el ltimo nigromante
poderoso que queda en el mundo y es justo que te hagas cargo de l. Adems, tal vez seras capaz
de matarme para conseguirlo; con un texto as en mis manos, jams estara segura. Slo necesito
conocer una parte muy pequea de los saberes que contiene.
De qu se trata? quiso saber Elric, estudiando la serena belleza de Shaarilla mientras en
su interior se agitaba un nuevo impulso.
La mujer apret los labios y entrecerr los ojos.
Te responder a eso cuando tengamos el Libro en nuestras manos, no antes.
Tus palabras me bastan replic Elric rpidamente, comprendiendo que no iba a conseguir
ms informacin de momento. Y aadi: Y despiertan mi curiosidad.
A continuacin, antes casi de darse cuenta de lo que haca, Elric tom entre sus manos finas y
plidas los hombros de la mujer y apret sus labios descoloridos contra su boca escarlata.
Elric y Shaarilla cabalgaron hacia el oeste en direccin a la Tierra Silenciosa, cruzando las
feraces llanuras de Shazaar ante cuyas costas haba anclado su barco un par de das antes. La
regin fronteriza entre Shazaar y la Tierra Silenciosa era un territorio yermo en el que no se
alzaban ni siquiera las pobres viviendas de los campesinos; era una tierra de nadie, aunque frtil y
rica en productos naturales. Los habitantes de Shazaar haban renunciado deliberadamente a exten-
der sus fronteras, pues, aunque los moradores de la Tierra Silenciosa rara vez se aventuraban ms
all de los Pantanos de la Niebla que marcaban el lmite natural entre ambas regiones, los
habitantes de Shazaar seguan mostrando un temor casi supersticioso hacia sus desconocidos
vecinos.
El viaje haba sido rpido y sin obstculos, aunque cargado de malos presagios, pues varias
personas que no deberan haber sabido nada de sus intenciones haban advertido a los viajeros de la
proximidad de un gran peligro. Elric, taciturno, advirti las seales de peligro, pero decidi no ha-
cer caso de ellas y no le dijo nada a Shaarilla, quien, por su parte, pareci satisfecha con el silencio
de Elric. La pareja apenas intercambi palabra durante toda la jornada, reservando fuerzas de este
modo para el ardiente juego amoroso de la noche.
El golpe sordo de los cascos de sus monturas sobre el mullido pasto, y el ruido apagado de la
espada y los arneses de Elric eran los nicos sonidos que rompan el silencio del claro da de
invierno, mientras la pareja continuaba su avance aproximndose a los senderos traicioneros y
lgubres de los Pantanos de la Niebla.
Una noche oscura, bajo un cielo encapotado, alcanzaron los lmites de la Tierra Silenciosa
marcados por el pantano y se detuvieron a acampar en sus lmites, levantando su tienda de seda
sobre una colina con vistas a la extensa cinaga envuelta en niebla.
Las nubes, dispuestas como almohadas negras contra el horizonte, estaban cargadas de malos
augurios. Tras ellas acechaba la luna, cuya luz las atravesaba en ocasiones lo suficiente para enviar
un plido rayo vacilante sobre las brillantes aguas estancadas de la zona fronteriza, escabrosa y
cubierta de hierba. En cierto momento, un rayo de luna intensamente plateado ilumin la silueta
oscura de Elric, pero, como si la visin de una criatura viviente en la colina pelada le produjera
repulsin, el disco lunar corri a ocultarse de nuevo tras su coraza de nubes y dej al albino su-
mido en profundos pensamientos. Sumido en la oscuridad que l deseaba.
Un trueno se dej or sobre las lejanas montaas como si fuera el eco de la risa de unos dioses
distantes. Elric se estremeci, se ajust ms la capa verde y continu contemplando los pantanos
envueltos en la bruma.
Shaarilla no tard en acercarse a l y permaneci en pie a su lado, envuelta en una gruesa capa
de lana que no consegua aislarla por completo del fro y la humedad del ambiente.
La Tierra Silenciosa murmur. Son ciertas todas esas historias, Elric? Has conocido
alguna vez la verdad sobre esas tierras en tu vieja Melnibon?
Elric frunci el ceo, molesto de que la mujer hubiera perturbado sus pensamientos. Se volvi
hacia ella con gesto brusco, la mir por unos instantes con un aire ausente en sus ojos de iris
carmes y, a continuacin, dijo con voz montona:
Sus habitantes son temidos por todo el mundo y no son humanos, eso es lo nico que s.
Pocos hombres se han aventurado jams en su territorio y ninguno ha regresado, que yo sepa.
Incluso en los tiempos en que Melnibon era un imperio poderoso, sta fue una nacin que mis
antepasados nunca dominaron... ni mostraron deseos de hacerlo. Se dice que los moradores de la
Tierra Silenciosa son una raza agonizante, mucho ms severa de lo que nunca ha llegado a ser la
ma, y que tuvieron el dominio de la Tierra mucho antes de que los hombres iniciaran su
predominio. En la actualidad, esas gentes rara vez se aventuran ms all de los confines de su
territorio, perfectamente delimitado por los pantanos y las montaas.
Shaarilla lanz entonces una risilla irnica.
De modo que no son humanos. Qu me dices pues de mi pueblo, que est emparentado con
ellos? Qu dices de m, Elric?
T eres suficientemente humana para m replic l con indiferencia, mirndola a los ojos.
Ella sonri.
Eso no es ningn cumplido murmur, pero lo tomar como tal..., hasta que tu lengua
mordaz encuentre otro mejor.
Esa noche, su sueo fue inquieto y, como haba predicho, Elric se la pas lanzando gritos
agnicos en sus sueos turbulentos y llenos de terror. Y, entre los gritos, pronunci varias veces un
nombre que llen de dolor y de celos los ojos de Shaarilla. Ese nombre era el de Cymoril. Sumido
en sueos con los ojos muy abiertos, Elric pareca estar contemplando a la mujer cuyo nombre
pronunciaba, acompaado de otras palabras en un idioma sibilante que oblig a Shaarilla a taparse
los odos, presa de un escalofro.
A la maana siguiente, mientras doblaban entre los dos la seda amarilla susurrante de la tienda
y levantaban el campamento, Shaarilla evit mirar directamente a Elric pero, ms tarde, al advertir
que l no daba la menor muestra de querer hablar, la mujer le hizo una pregunta en una voz li-
geramente temblorosa.
Era una pregunta que Shaarilla senta necesidad de hacer, pero que se resista a surgir de sus
labios.
Por qu deseas poseer el Libro de los Dioses Muertos, Elric? Qu crees que encontrars en
l?
Elric se encogi de hombros, sin dar importancia a la pregunta, pero la mujer la repiti con ms
insistencia y en voz ms alta.
Est bien contest por fin el albino, pero no resulta fcil responder a eso en pocas
palabras. Digamos que deseo saber, sobre todo, una cosa.
De qu se trata, Elric?
El melnibons dej en el suelo la tienda que acababan de doblar y lanz un suspiro. Sus dedos
jugaron, nerviosos, con la empuadura de su espada mgica.
Quiero averiguar si existe o no un Dios superior. Eso es lo nico que necesito saber,
Shaarilla, para dar un sentido y una direccin a mi vida. Los Seores del Orden y del Caos rigen
ahora nuestras vidas, pero existe algn ser, algn dios, ms poderoso que ellos?
Por qu necesitas averiguarlo? insisti Shaarilla, poniendo una mano en el brazo de
Elric.
A veces, en mi desesperacin, busco el consuelo de un dios benigno, Shaarilla. De noche,
desvelado en la cama, mi mente busca en el oscuro vaco algo, cualquier cosa, que me acoja en su
seno, que me d calor y proteccin, que me diga que existe un orden en el catico rodar del
universo; alguien que me asegure que la precisin de los planetas es un hecho firme y no una mera
chispa brillante y efmera de cordura en una eternidad de malvola anarqua.
Elric emiti un suspiro. Sus palabras en voz baja estaban teidas de desesperanza.
Sin una confirmacin del orden de las cosas, mi nico consuelo es aceptar la anarqua
continu. As, puedo recrearme en el caos y aceptar sin temor que estamos todos predestinados a
la destruccin desde el primer momento, que nuestra breve existencia carece de sentido y, al
propio tiempo, est condenada. De este modo, puedo aceptar que estamos ms que desamparados,
ya que nunca ha existido nada que nos proporcionara cobijo. He sopesado las pruebas, Shaarilla, y
tengo que reconocer que se impone la anarqua, a pesar de todas las leyes que parecen gobernar
nuestros actos, nuestra hechicera y nuestra razn. Slo veo caos en nuestro mundo. Si el Libro que
buscamos me revela otra cosa, la creer gustosamente. Hasta entonces, slo confiar en mi espada
y en m mismo.
Shaarilla contempl a Elric con aire desconcertado.
No es posible que esta filosofa tuya est influenciada por los recientes acontecimientos de
tu pasado? No tienes miedo, tal vez, de las consecuencias de tu traicin y de esa muerte? No te
resulta ms cmodo, acaso, creer en unos merecimientos que rara vez se recompensan con justicia?
Elric se volvi hacia ella con sus ojos carmeses encendidos de clera pero, cuando se dispona
a replicar, la rabia desapareci de su corazn y el albino baj los ojos al suelo, ocultndolos a la
mirada de Shaarilla.
Tal vez respondi entonces sin conviccin. No lo s. sta es la nica autntica verdad,
Shaarilla. No lo s.
La mujer asinti y una enigmtica mueca de comprensin ilumin su rostro. Pero Elric no
advirti su mirada, pues los ojos se le haban llenado de unas lgrimas cristalinas que resbalaban
por su rostro enjuto y plido, despojndole por unos instantes de sus fuerzas y de su voluntad.
Soy un hombre posedo exclam con un lamento. Y sin esta espada diablica en la
mano, no sera un hombre completo.
2
Montaron en sus veloces caballos negros y los espolearon con furioso desenfreno colina abajo
hacia el pantano, con las capas ondeando tras ellos bajo el impulso del viento que las alzaba en el
aire. Los dos cabalgaban con aire decidido y serio, negndose a reconocer la dolorosa incertidum-
bre que les corroa por dentro.
Y los cascos de sus monturas chapotearon en las inseguras orillas de la cinaga antes de que
pudieran detenerlas.
Soltando una maldicin, Elric tir con fuerza de las riendas e hizo retroceder a su caballo hasta
tierra firme. Tambin Shaarilla domin a su semental y gui al asustado animal hasta la seguridad
de los pastos.
Cmo vamos a cruzar? le pregunt Elric, impaciente.
Hay un mapa... empez a decir Shaarilla con cierto titubeo.
Dnde est?
Se... se perdi. Yo lo perd. Pero me he esforzado en recordarlo y creo que ser capaz de
encontrar el camino para atravesar los pantanos.
Cmo es que lo perdiste..., y por qu no me lo has dicho hasta ahora? rugi Elric.
Lo siento, pero sucedi algo... Justo antes de que te encontrara en la taberna, tengo todo un
da en blanco en mi memoria. No s cmo, pero viv toda una jornada sin darme cuenta de nada
y... y cuando despert, el mapa haba desaparecido.
Estoy seguro de que alguna fuerza est actuando contra nosotros murmur l, ceudo,
aunque no s qu pueda ser. Elevando el tono de voz, aadi: Bien, esperemos que tu
memoria no nos falle demasiado. Estos pantanos tienen fama de siniestros en todo el mundo pero,
segn todas mis noticias, slo nos aguardan en ellos peligros naturales. Con una mueca, cerr los
dedos en torno a la empuadura de la espada. Ser mejor que vayas t delante, Shaarilla, pero no
te separes de m. Slo indcame el camino.
Ella asinti en silencio e hizo girar su caballo hacia el norte, galopando por la orilla hasta llegar
a un punto dominado por una gran pea ahusada. Desde all, un sendero cubierto de hierba de
apenas un metro de anchura se internaba en el pantano cubierto de niebla. sta slo permita ver a
unos pasos de distancia, pero daba la impresin de que el camino segua firme a lo largo de un
buen trecho. Shaarilla avanz con su montura por el sendero y puso el caballo a un trote lento,
seguida inmediatamente por Elric.
Los caballos se adentraron vacilantes entre los densos remolinos de niebla que despedan un
fulgor blanquecino, y sus jinetes tuvieron que manejar las bridas con energa y pericia. La niebla
envolva la cinaga en un profundo silencio, y los helechos brillantes y hmedos despedan una in-
soportable pestilencia. No vieron moverse ningn animal, ni oyeron el grito de ave alguna sobre
sus cabezas. Reinaba una quietud completa, perturbadora, cargada de presagios, que pona
nerviosos a caballos y jinetes.
Con el pnico atenazndoles la garganta, Elric y Shaarilla continuaron su marcha, adentrndose
ms y ms en los espectrales Pantanos de la Niebla, con la vista muy pendiente e incluso el olfato
atento a captar el menor olor a peligro en el hediondo cenagal.
Horas despus, cuando el sol ya haba dejado atrs su cnit, el caballo de Shaarilla se
encabrit, relinchando y gimiendo. La mujer lanz un grito a Elric con sus exquisitas facciones en
una mueca de espanto, mientras contemplaba la niebla. El albino espole su montura obligndola a
avanzar hasta Shaarilla.
Algo se movi lenta y amenazadoramente en la pegajosa blancura. La mano derecha de Elric se
movi hasta su costado izquierdo y se cerr sobre la empuadura de la Tormentosa.
La hoja surgi de la vaina con un aullido, despidiendo un fuego negro desde la empuadura
hasta la punta, y un extrao poder fluy de ella invadiendo el brazo de Elric y recorriendo su
cuerpo. Una luz extraa, inhumana, brill en los ojos carmeses de Elric, y su boca se torci en una
siniestra sonrisa mientras forzaba a su temerosa montura a continuar adelante entre la niebla.
Arioco, Seor de las Siete Oscuridades, acude en mi ayuda! grit Elric cuando identific
la forma cambiante que se mova ante l.
Era blanca como la niebla, aunque algo ms oscura y se extenda por encima de la cabeza de
Elric. La cosa meda casi tres metros de alto por otros tantos de ancho, pero segua siendo una
mera silueta y no pareca tener cabeza ni extremidades, slo movimientos; un movimiento rpido,
malvolo. Pero Arioco, su dios protector, no quiso escucharle.
Elric not palpitar el gran corazn de su caballo entre las piernas cuando el animal se lanz
hacia adelante bajo el frreo control de su jinete. Shaarilla le grit algo a su espalda, pero Elric no
entendi sus palabras. Descarg un golpe contra la forma blanquecina, pero su espada slo
encontr niebla y lanz un aullido de rabia. El caballo, loco de espanto, se neg a dar un paso ms,
y Elric se vio obligado a desmontar.
Sujeta el caballo! grit a Shaarilla antes de dirigirse a paso ligero hacia la forma
movediza que se cerna ante l, cerrndole el camino.
Ahora, Elric pudo distinguir algunos de sus rasgos. Un par de ojos de color amarillo plido se
abran casi en lo alto del cuerpo, aunque careca de cabeza diferenciada. Una raja enorme, obscena
y llena de colmillos, se abra justo bajo los ojos. El ser no tena nariz ni odos que Elric pudiera
distinguir. De su tercio superior surgan cuatro apndices y la parte inferior de su cuerpo se
deslizaba por el suelo sin la ayuda de ninguna extremidad. A Elric le dolieron los ojos de mirarlo.
Era una figura increblemente desagradable de contemplar y su cuerpo amorfo despeda un hedor a
muerte y putrefaccin. Venciendo su propio miedo, el albino avanz lentamente y con cautela,
sosteniendo en alto la espada para impedir cualquier ataque que la criatura hiciera con sus
apndices como brazos.
Elric reconoci al ser por la descripcin que haba de l en uno de los libros de hechizos que
haba estudiado. Se trataba de un Gigante de la Niebla, posiblemente del nico de ellos, Bellbane.
Ni siquiera los magos ms sabios estaban seguros de cuntos Gigantes de la Niebla existan, si uno
o varios. Era un espectro de las tierras cenagosas que se alimentaba de las almas y la sangre de
animales y seres humanos. Pero los Pantanos de la Niebla quedaban muy al este de los parajes
donde se deca que moraba Bellbane.
Elric no sigui preguntndose por qu haba tan pocos animales en la cinaga. Sobre su cabeza,
el cielo empezaba a oscurecer. La Tormentosa lati en la mano de Elric mientras ste invocaba los
nombres de los antiguos demonios-dioses de su pueblo. El nauseabundo espectro reconoci sin
duda los nombres y, por un instante, retrocedi agitndose. Elric oblig a sus piernas a seguir
acercndose a la criatura. Desde all poda distinguir que el espectro no era blanco, aunque
tampoco de ningn color que Elric pudiera reconocer. Haba unos matices anaranjados,
difuminados entre un repulsivo tono amarillo verdusco. Sin embarco, Elric no perciba tales
colores con sus ojos, sino que slo notaba aquellos tonos extraos, impos.
A continuacin, se lanz a la carrera contra el ser, invocando unos nombres que ya no tenan
ningn significado para su consciencia ms inmediata.
Balaan, Mathim, Aesma, Alastor, Saebos, Verdelet, Nizilfkm, Haborym! Haborym de los
Fuegos Destructores!
Toda su mente estaba desgarrada en dos. Una parte de l quera echar a correr, esconderse,
pero haba perdido el control del poder que ahora se haba adueado de l y le impulsaba a
enfrentarse a aquel horror. La hoja de su espada lanz golpes y estocadas contra la silueta
espectral. Era como querer herir el agua, un agua consciente y pulsante. Pero la Tormentosa hizo
efecto. La mole entera del espectro se puso a temblar como si fuera vctima de terribles dolores.
Elric se sinti lanzado al aire, y la vista se le nubl. No poda ver nada, ni hacer otra cosa que
seguir descargando tajos y estocadas contra la criatura que le tena levantado del suelo.
Baado en sudor, a ciegas, continu luchando.
Un dolor que apenas era fsico sino ms profundo, aterrador, llen su ser mientras lanzaba un
gemido agnico y continuaba golpeando sin cesar la blanda mole que le envolva y que le llevaba
lentamente hacia sus fauces abiertas. Pugn por desasirse del obsceno brazo, pero los poderosos
apndices del espectro le retenan casi con lascivia, tirando de l como un amante rudo lo hara con
su chica. Ni siquiera la poderossima energa interna de la espada mgica pareca suficiente para
acabar con el ser monstruoso. Aunque los esfuerzos de ste parecan ligeramente ms dbiles que
al principio, segua atrayendo a Elric cada vez ms cerca de la boca babeante.
Elric invoc de nuevo los nombres mientras la Tormentosa se agitaba y entonaba una horrible
cancin en su mano derecha. En un ltimo y extremo esfuerzo, Elric prob de nuevo a desasirse
mientras mascullaba oraciones, promesas y splicas, pero el espectro continu acercndole
centmetro a centmetro hacia su boca sonriente.
Se resisti con furia y determinacin, y volvi a gritar el nombre de Arioco. Una mente
sardnica, poderosa y perversa, toc la suya y el albino supo que su dios haba respondido al fin.
Casi imperceptiblemente, el Gigante de la Niebla empez a debilitarse y Elric aprovech la
ventaja. El conocimiento de que el espectro estaba perdiendo fuerzas le dio nuevas energas. A
ciegas, entumecido de dolor cada nervio de su cuerpo, sigui descargando su espada sobre el ser.
Y, de pronto, se sinti caer.
Le pareci que caa lentamente durante horas, ingrvido, hasta aterrizar en una superficie que
ceda bajo su peso. Empez a hundirse.
Entonces, ms all del tiempo y del espacio, escuch una voz lejana que le llamaba. No quiso
escucharla; estaba satisfecho de poder descansar all donde estaba, mientras la fra y reconfortable
sustancia en la que yaca le arrastraba lentamente hacia abajo.
Por fin, un sexto sentido le hizo advertir que era la voz de Shaarilla la que le llamaba y se
oblig a encontrar sentido a sus palabras.
Elric..., el pantano! Ests en el pantano! No te muevas!
Sonri para s. Por qu habra de moverse? Estaba hundindose lentamente, con toda calma...
Se hunda en la acogedora cinaga... No haba vivido ya otro momento como aqul, en otra
cinaga?
Con un sobresalto, su mente recobr la plena conciencia de la situacin y abri los ojos de
golpe. Encima de l segua la niebla. A un lado, un charco de colores inexpresables se evaporaba
poco a poco, despidiendo un hedor insoportable. Al otro lado, distingui apenas una silueta
humana que gesticulaba desesperadamente. Ms all de la figura humana quedaban las formas casi
irreconocibles de dos caballos. All estaba Shaarilla. Debajo de l...
Debajo de l estaba la cinaga.
El limo espeso y hediondo le aspiraba hacia abajo mientras permaneca tendido sobre l con los
brazos y las piernas abiertos, medio sumergido ya. La Tormentosa segua en su mano derecha y
Elric poda verla si volva la cabeza. Con cuidado, trat de levantar la mitad superior de su cuerpo
de la cinaga. Lo consigui, pero not entonces que las piernas se le hundan todava ms. Sentado
en el limo que se lo tragaba, grit a la mujer:
Shaarilla! De prisa..., una cuerda!
No tenemos ninguna, Elric respondi ella mientras se quitaba una de sus prendas,
hacindola tiras frenticamente.
Elric continu hundindose sin que sus pies encontraran un fondo firme en el que apoyarse.
Shaarilla anud apresuradamente los fragmentos de tela y arroj la improvisada cuerda hacia el
albino con movimientos inexpertos. Se qued corta y, recogindola a toda prisa, volvi a lanzarla.
Esta vez, la mano abierta de Elric consigui asirla y la mujer empez a tirar. Elric not que se
levantaba un poco, pero no sucedi nada ms.
No sirve, Elric..., no tengo suficiente fuerza!
Con una maldicin, Elric grit:
El caballo..., tala al caballo!
La mujer corri hasta uno de los caballos y anud la tela a la perilla de la silla de montar.
Despus, tir de las riendas del animal y ste empez a retroceder.
Elric fue arrastrado rpidamente fuera de la cinaga que le apresaba y, asiendo todava la
Tormentosa, alcanz al fin la relativa seguridad del estrecho sendero.
Jadeante, trat de ponerse en pie, pero not una debilidad increble en las piernas, que se
negaban a sostenerle. Se levant, dio unos pasos tambaleantes y volvi a caer. Shaarilla se
arrodill a su lado.
Ests herido? pregunt.
Elric le sonri a pesar de su fatiga.
Creo que no.
Ha sido horrible. No poda ver bien qu estaba sucediendo. Pareci que desaparecas y
luego..., luego gritaste ese..., ese nombre.
Shaarilla estaba temblando, con el rostro lvido y tenso.
Qu nombre? pregunt Elric con sincero desconcierto. Qu nombre gritaba?
No importa respondi ella sacudiendo la cabeza. Pero fuera el que fuese, te ha salvado.
Poco despus, has vuelto a aparecer y has cado al pantano...
El poder de la espada an flua en el albino, que ya empezaba a sentirse ms fuerte.
Con un nuevo esfuerzo, se incorpor y avanz con paso vacilante hacia el caballo.
Estoy seguro de que el Gigante de la Niebla no suele rondar por estas cinagas. Alguien le
ha enviado. Ignoro quin o qu, pero debemos llegar a terreno ms firme mientras podamos.
Hacia dnde? pregunt la mujer. Adelante o atrs?
Adelante, por supuesto! A qu viene la pregunta? replic Elric frunciendo el ceo.
Shaarilla trag saliva y movi la cabeza.
Dmonos prisa, pues! exclam.
Montaron y avanzaron sin grandes cautelas hasta que el pantano y su velo de niebla qued
atrs.
Ahora el viaje adquiri una nueva urgencia, pues Elric se haba dado cuenta de que alguna
fuerza trataba de poner obstculos en su camino. Descansaron un poco y cabalgaron a marchas
forzadas hasta dejar a sus poderosos caballos al borde de la extenuacin.
El quinto da se encontraron avanzando por un territorio rocoso y yermo bajo una ligera
llovizna.
El duro piso estaba resbaladizo, de modo que se vieron obligados a cabalgar ms despacio,
acurrucados sobre los cuellos empapados de sus monturas y envueltos en las capas que slo les
protegan en parte de la lluvia pertinaz. Llevaban un buen rato avanzando en silencio, cuando
escucharon un estremecedor coro de ladridos delante de ellos y el retumbar de unos cascos.
Elric seal un gran peasco que se alzaba a su derecha.
Refugimonos ah dijo. Algo se acerca... Posiblemente, nuevos enemigos. Con suerte,
pasarn de largo.
Shaarilla le obedeci sin una palabra y aguardaron juntos mientras los espeluznantes ladridos
seguan aproximndose.
Un jinete... y varias de esas otras bestias indic Elric tras prestar atencin. No s si las
bestias acompaan al jinete o le persiguen.
Instantes despus, galopando bajo la lluvia, apareci un hombre que espoleaba frenticamente
un caballo tan asustado como su jinete..., y, detrs de l, a una distancia cada vez menor, una jaura
de lo que a primera vista parecan perros. Pero no lo eran, Elric distingui unas quimeras, mitad
ave y mitad can, con las patas y el cuerpo largos e hirsutos de un perro, pero con unos espolones de
rapaz en lugar de pezuas y unos terribles picos curvos donde deberan haber tenido el hocico.
Los perros de caza de los Dharzi! exclam Shaarilla. Crea que se haban extinguido
hace mucho tiempo, como su amos!
Lo mismo tena entendido yo asinti Elric. Qu estn haciendo por aqu? Jams hubo
contactos entre los Dharzi y los habitantes de estas tierras.
Algo los ha trado... cuchiche la mujer. Esos perros del diablo nos olfatearn, sin duda.
Elric llev la mano a la espada mgica.
En tal caso, no arriesgamos nada si vamos en ayuda de su presa afirm, al tiempo que
azuzaba a su montura. Espera aqu, Shaarilla.
En ese momento la jaura infernal y el hombre que perseguan acababan de pasar ante su
refugio en direccin a un angosto barranco. Elric espole su caballo ladera abajo.
Eh, t! grit al frentico jinete. Vulvete y planta cara, amigo mo... All voy en tu
ayuda!
Elric enarbol su espada mgica y se lanz contra los perros diablicos que aullaban y
mostraban sus fauces. Los cascos de su caballo golpearon a uno de ellos con tal fuerza que le
rompieron su antinatural espinazo a la bestia. Quedaba otra media docena de perros del ms all. El
jinete perseguido dio vuelta a su montura y desenvain un largo sable que portaba al cinto. Era un
hombre de corta estatura, con una boca ancha y fea que le diriga una sonrisa de alivio.
Es toda una suerte haberte encontrado, noble seor!
No hubo tiempo para ms cortesas, pues dos de las fieras saltaban ya hacia el hombre y ste
tuvo que prestar toda su atencin a defenderse de las afiladas garras y de los peligrosos picos.
Los otros tres perros concentraron su maligna atencin en Elric. Uno salt gilmente, buscando
con el pico la garganta del albino. ste not su horrible aliento ante su rostro y movi la
Tormentosa en un rpido arco que parti en dos al animal. Una sangre repulsiva salpic a Elric y a
su montura, y el olor pestilente pareci incrementar la furia de los dems canes infernales. En
cambio, la sangre hizo que la mgica espada negra emitiera una suerte de tonada casi exttica, y el
albino not como se agitaba en su mano y atravesaba a otra de las terribles bestias. La punta de la
hoja penetr en el animal justo por debajo del esternn en el momento en que se alzaba a dos patas.
Soltando un terrible grito de agona, volvi el pico para clavarlo en el acero. Cuando el pico entr
en contacto con la negra hoja de suave brillo, un tremendo hedor, como si algo se quemara, asalt
el olfato de Elric y el chillido de la bestia ces sbitamente.
Enfrentado al monstruo que restaba, Elric lanz una fugaz mirada a los restos chamuscados. Su
caballo, encabritado, pateaba al ltimo de los extraos animales descargando ambas patas. El perro
esquiv el ataque del caballo y salt hacia el desguarnecido costado izquierdo de Elric. El albino se
movi sobre la silla y descarg una vez ms la espada, partiendo por la mitad el crneo de la bestia
y derramando sus sesos y su sangre en el suelo empapado y reluciente. El animal, an con vida,
trat dbilmente de morder a Elric, pero el melnibons no hizo caso de su ftil ataque y volvi la
atencin al hombrecillo, que haba dado cuenta de uno de sus adversarios y que ahora tena
problemas con el segundo. La fiera haba agarrado el sable entre su pico, muy cerca de la
empuadura.
Las garras buscaron la garganta del hombre mientras ste pugnaba por sacudirse al animal del
sable. Elric se lanz a la carga con la espada mgica, dirigida como una lanza hacia el lugar donde
el perro-ave colgaba en el aire lanzando golpes con sus zarpas, en un intento de alcanzar la carne
de su anterior presa. La Tormentosa atraves al animal por el bajo vientre y le desgarr el abdomen
hacia arriba, abrindolo en canal desde los genitales hasta el cuello. El perro diablico solt el
sable del hombrecillo y cay al suelo retorcindose. El caballo de Elric acab de pisotearlo contra
el suelo rocoso. Respirando profundamente, el albino envain la Tormentosa y contempl con
cautela al hombre que haba salvado. Le desagradaba el contacto innecesario con los dems, y no
deseaba verse abrumado por una muestra de emocionado agradecimiento por parte del individuo.
No qued decepcionado, pues la ancha y fea boca del desconocido se abri en una alegre
sonrisa, y el hombre le hizo una reverencia desde la silla mientras devolva su sable curvado a la
funda.
Gracias, mi buen seor dijo en tono ligero . Sin tu ayuda, la batalla tal vez habra
durado un poco ms. Me has privado de una buena sesin de ejercicio, pero tu intencin era buena.
Mi nombre es Moonglum.
Yo soy Elric de Melnibon respondi el albino, pero no apreci la menor reaccin en el
rostro del hombrecillo.
Era extrao, pues el nombre de Elric estaba rodeado de una reputacin horrible en todo el
mundo. La historia de su traicin y de la muerte de su prima Cymoril haba sido contada y
ampliada en las tabernas de todos los Jvenes Reinos. Por mucho que le disgustara, estaba
acostumbrado a apreciar alguna muestra de reconocimiento en todos aquellos a quienes conoca.
Su albinismo era suficiente para marcarle.
Intrigado ante la ignorancia que demostraba Moonglum y movido por una extraa atraccin
hacia el arrogante hombrecillo, Elric le estudi detenidamente para descubrir de qu tierra
proceda. Moonglum no llevaba armadura y sus ropas eran de un tejido azul desvado, gastadas y
sucias por el viaje. Su sable colgaba de un recio cinturn de cuero y llevaba tambin una daga y un
zurrn de lana. En los pies Moonglum calzaba unas botas hasta el tobillo, de cuero cuarteado. La
silla de su caballo estaba muy usada, pero era de evidente buena calidad. El hombre, sentado muy
erguido en su montura, apenas deba alcanzar el metro y medio, con las pierna demasiado largas en
proporcin al resto de su menudo cuerpo. Tena una nariz pequea y respingona bajo unos grandes
ojos verdegrisceos de mirada inocente. Una mata de cabello de vivos tonos pelirrojos le caa
libremente sobre la frente y el cuello. Se mantena sobre la montura con comodidad, sonriendo
todava pero mirando ahora detrs de Elric, por donde se acercaba Shaarilla para reunirse con
ellos.
Moonglum hizo una complicada reverencia mientras la mujer tiraba de las bridas y detena su
caballo.
Mi seora Shaarilla dijo Elric framente, maese Moonglum de...
De Elwher aadi el aludido. La capital comercial del este..., la mejor ciudad del
mundo.
Elric record el nombre.
As que eres de Elwher, maese Moonglum. He odo hablar de ese lugar. Es una ciudad
nueva, verdad? Apenas tiene algunos siglos. Ests muy lejos de tu tierra.
Desde luego, seor. Sin conocer el idioma que se utiliza en esta parte del mundo, el viaje
an habra sido ms arduo pero, por suerte, el esclavo que me inspir con los relatos de su tierra
natal me ense muy bien vuestra lengua.
Pero por qu recorres esta regin? No has odo las leyendas? pregunt Shaarilla,
incrdula.
Son precisamente esas leyendas las que me han trado hasta aqu..., y ya haba empezado a
creer que no eran ciertas cuando esos desagradables cachorros se lanzaron a perseguirme. Ignoro
por qu razn decidieron darme caza, pues no les di ninguna causa para que se enfadaran conmigo.
Desde luego, vaya una tierra ms brbara.
Elric se senta incmodo. La conversacin despreocupada que pareca del gusto de Moonglum
era contraria a su naturaleza solitaria y lacnica, pero, pese a ello, aquel hombrecillo le caa cada
vez mejor.
Fue Moonglum quien sugiri que viajaran juntos un trecho. Shaarilla puso objeciones y dirigi
una mirada de advertencia a Elric, pero ste no le hizo caso.
Muy bien, pues, amigo Moonglum, ya que tres son ms fuertes que dos, tu compaa nos
vendr bien. Vamos hacia las montaas.
Incluso Elric se senta de mejor humor.
Y qu buscis all? quiso saber Moonglum.
Un secreto respondi Elric.
Y su nuevo compaero tuvo la suficiente discrecin para no insistir en el tema.
3
As pues, mientras la lluvia arreciaba, chapoteaba y cantaba entre las rocas, los viajeros
continuaron su avance con el cielo como acero mate encima de ellos y con el viento entonando un
canto fnebre en sus odos. Eran tres pequeas siluetas que cabalgaban rpidamente hacia la
barrera de montaas negras que se alzaba sobre el mundo como un dios pensativo. Y quiz era un
dios quien se rea de vez en cuando mientras se acercaban al pie de la sierra, o acaso era el silbido
del viento entre el tenebroso misterio de caones y precipicios, y la masa de rocas de basalto y
granito que se elevaban en solitarios picachos. Nubes de tormenta se arremolinaban en torno a esos
picos y de ellas descendan los relmpagos como dedos monstruosos que hurgaran la tierra en
busca de gusanos. Los truenos retumbaban sobre las crestas, y Shaarilla comunic por fin sus
pensamientos a Elric cuando las montaas aparecieron ante su vista.
Elric, volvamos atrs, te lo suplico. Olvida el Libro. Hay demasiadas fuerzas actuando
contra nosotros. Haz caso de las seales, Elric, o estamos perdidos!
Pero el albino mantuvo su hosco silencio, pues ya haca tiempo que haba advertido la prdida
de entusiasmo de la mujer por la empresa que haban iniciado juntos.
Elric, por favor... Jams alcanzaremos el Libro. Demos media vuelta, Elric.
Shaarilla se coloc al lado del albino y tir de sus rolanzas. Sus rostros eran invisibles, ocultos
en la sombra de las capuchas que cubran sus cabezas.
Elric y sus compaeros salvaron con sus caballos una empinada pendiente, buscando el refugio
de las rocas que la coronaban.
Nos detendremos aqu orden Elric e intentaremos mantenerles a raya. En campo
abierto les sera ms fcil rodearnos.
Moonglum asinti con la cabeza, expresando su acuerdo con el razonamiento del albino.
Detuvieron sus sudorosas monturas y se aprestaron a plantar batalla a la jaura aulladora y a sus
amos de capas oscuras.
Pronto, las primeras de las bestias monstruosas llegaron a la carrera por la pendiente, con el
pico que tenan por mandbulas muy abierto y las garras y espolones rechinando sobre las rocas.
Colocados entre dos grandes peas y cerrando el paso con sus cuerpos, Elric y Moonglum recibie-
ron el primer ataque y despacharon rpidamente tres de los animales. Varios ms ocuparon el
puesto de los muertos, y el primero de los jinetes se hizo visible detrs de la jaura mientras la
noche segua cerrndose.
Por Arioco! jur Elric, reconociendo de pronto a los extraos jinetes. Son los Seores
de Dharzi, muertos durante los ltimos diez siglos! Estamos luchando contra fantasmas,
Moonglum, y contra los espectros tangibles de sus perros. A menos que pueda improvisar un
hechizo para derrotarles, estamos perdidos!
Los muertos vivientes no parecan tener ninguna intencin de participar en el ataque por el
momento. Esperaban con una luz espectral en sus ojos muertos, mientras los perros infernales
trataban de atravesar la cortina de afilado acero de las espadas con las que Elric y su compaero se
defendan. Mientras mova la Tormentosa a un lado y a otro, Elric trataba de concentrarse en
recordar un hechizo oral que hiciera desaparecer a aquellos muertos vivientes. Por fin, le vino uno
a la cabeza y, con la esperanza de que las fuerzas que iba a invocar decidieran auxiliarle, empez a
entonar:
No sucedi nada.
He fallado murmur Elric, desesperado, al tiempo que haca frente al ataque de una de las
fieras y ensartaba al animal en su espada.
Sin embargo, al cabo de unos instantes, el terreno empez a moverse y pareci hervir bajo los
cascos de los caballos a cuyo lomo iban montados los muertos vivientes. El temblor de tierra dur
unos segundos y luego ces.
El encantamiento no era lo bastante poderoso suspir Elric.
La tierra tembl otra vez y unos pequeos crteres empezaron a abrirse en el suelo de la ladera
donde los difuntos Seores de Dharzi aguardaban impasibles. Las rocas se desmoronaron y los
caballos piafaron, inquietos. A continuacin, un rugido atronador surgi de la tierra.
Atrs! grit Elric, alertando a su compaero. Retrocedamos, o correremos su misma
suerte!
Se retiraron hacia el lugar donde esperaban Shaarilla y los caballos, mientras el suelo se
agrietaba bajo sus pies. Las monturas de los Dharzi se encabritaron y relincharon, y los perros que
an quedaban vivos se volvieron hacia sus amos con gesto nervioso, mirndoles con ojos descon-
certados y vacilantes. Un ronco gemido surgi de los labios de los muertos vivientes. De pronto,
una gran extensin de la empinada ladera se desmoron y en su superficie aparecieron numerosas
grietas que se abran como bocas hambrientas. Elric y sus compaeros saltaron a sus caballos
mientras, en un espantoso coro de confusos gritos, los Seores de Dharzi fueron engullidos por la
tierra y regresaron a las profundidades de las que haban sido conjurados.
Una carcajada ronca y obscena surgi de la tierra agrietada. Era la risa burlona de los Reyes de
la Tierra que se apoderaban nuevamente de las presas que les pertenecan por derecho. Entre
gaidos y aullidos, la negra jaura se arroj tambin a las entraas de la tierra, siguiendo a sus
amos al fro destino que les aguardaba.
Moonglum se volvi hacia el albino y, con voz an temblorosa, coment:
Amigo Elric, tienes tratos con las gentes ms extraas.
A continuacin, tras un escalofro, el hombrecillo encamin de nuevo su caballo hacia las
cumbres de las montaas.
Llegaron a los negros picos al da siguiente y Shaarilla, con aire nervioso, condujo a sus
compaeros por la ruta que haba memorizado. Ya haba dejado de suplicar a Elric que regresaran
y ahora se la vea resignada al destino que les aguardaba.
Elric senta bullir dentro de s una obsesin que le llenaba de impaciencia, pues tena la certeza
de que, por fin, estaba en camino de descubrir la verdad ltima de la existencia en el Libro de los
Dioses Muertos. Moonglum se mostraba alegremente escptico, mientras que a Shaarilla la consu-
man los malos presagios.
Segua lloviendo, y la tormenta retumbaba y crepitaba encima de ellos. Y, mientras la lluvia
arreciaba otra vez con renovada insistencia, el tro lleg finalmente ante la boca negra de una
enorme caverna.
Aqu se acaba lo que recuerdo del camino declar Shaarilla cuando la alcanzaron, dando
muestras de agotamiento. El Libro est en alguna parte ms all de la entrada de esa cueva.
Elric y Moonglum se miraron, indecisos. Ninguno de los dos estaba seguro de cul deba ser su
siguiente movimiento. Haban llegado a su objetivo y eran presa de un momentneo desconcierto,
pues nada bloqueaba la entrada de la caverna, ni nadie pareca guardarla.
Es impensable que todos los peligros que hemos afrontado no sean obra de una mano oculta
coment Elric, pero aqu estamos... y nadie intenta impedirnos entrar. Ests segura de que no
te equivocas de cueva, Shaarilla?
La mujer indic con la mano la roca que remataba la boca de la caverna. Grabado en ella haba
un curioso smbolo que Elric reconoci al instante.
Qu significa, Elric? pregunt Moonglum.
Es el smbolo de la desorganizacin y la anarqua perpetuas respondi el albino. Nos
encontramos en un territorio dominado por los Seores de la Entropa o por alguno de sus lacayos.
As que ste es nuestro enemigo! Eso slo puede significar una cosa: el Libro es de extrema
importancia para el orden de las cosas en este plano... y, posiblemente, en todos los incontables
planos del universo. Por eso Arioco se negaba a ayudarme...! l tambin es un Seor del Caos!
Moonglum le mir, desconcertado.
A qu te refieres, Elric?
Ignoras que hay dos fuerzas que gobiernan el mundo librando una batalla eterna? replic
Elric. El Orden y el Caos. Los partidarios del Caos afirman que, en un mundo como el que rigen,
todo resulta posible. Los opuestos al Caos, los que se alan con las fuerzas del Orden, dicen que sin
Orden no es posible nada material.
Hay quienes mantienen una tercera postura y creen que el estado de cosas ms conveniente es
un equilibrio entre ambos extremos, pero nosotros no podemos creer algo as. Estamos
involucrados en una disputa entre las dos fuerzas contrarias. El Libro, evidentemente, es valioso
para ambas facciones, y supongo que a los esbirros de la Entropa les preocupa el poder que
podramos liberar si lo consiguiramos. El Orden y el Caos rara vez intervienen directamente en la
vida de los hombres, y por eso no tenemos plena conciencia de su presencia. Ahora, quiz pueda
descubrir al fin la respuesta a la nica pregunta que me preocupa: Existe alguna fuerza ltima que
gobierne a las facciones opuestas del Orden y el Caos?
Elric cruz la entrada de la cueva y se asom al lbrego interior mientras los dems le seguan,
vacilantes.
La caverna se extiende hacia dentro un gran trecho. Lo nico que podemos hacer es
adentrarnos hasta que lleguemos al fondo apunt Elric.
Esperemos que el fondo no quede hacia abajo coment Moonglum con irona, mientras
con un gesto indicaba al albino que abriera la macha.
Avanzaron dando tumbos mientras la oscuridad de la cueva se haca ms y ms intensa. Las
voces resonaban amplificadas y huecas en sus propios odos, y el suelo de la caverna se inclinaba
acusadamente hacia abajo.
Esto no es una cueva cuchiche Elric, sino un tnel..., pero no tengo idea de adonde
pueda conducir.
Continuaron recorriendo el tnel sumidos en una completa oscuridad, asidos uno a otro
mientras avanzaban lentamente, con paso inseguro y la certeza de que seguan descendiendo por
una suave rampa. Perdieron toda nocin del tiempo, y Elric empez a sentirse como si estuvieran
viviendo un sueo. Los acontecimientos se haban hecho tan impredecibles y estaban tan fuera de
su control que ya no poda seguir considerndolos en trminos normales. El tnel era largo,
oscuro, ancho y fro. No ofreca la menor comodidad y, con el paso del tiempo, el suelo fue lo
nico que conservaba cierta realidad. Segua firme bajo sus pies. Empez a creer posible que no
estuviera avanzando en absoluto, que fuera el suelo el que se mova mientras l permaneca
siempre en el mismo sitio. Sus compaeros seguan asidos a l, pero Elric no era consciente de su
presencia. Estaba perdido y tena la mente paralizada. A veces, le invada una sensacin de vrtigo
como si estuviera al borde de un precipicio. En alguna de esas ocasiones perdi el equilibrio y su
cuerpo fue a golpear la dura piedra del suelo, refutando la proximidad de la sima por la que casi
esperaba encontrarse cayendo.
Pero en todo instante oblig a sus piernas a continuar caminando, incluso cuando no se senta
nada seguro de estar avanzando de verdad. Y el tiempo perdi todo significado y se convirti en un
concepto sin sentido y sin relacin con nada.
Hasta que, al fin, percibi un leve resplandor azulado delante de l y supo que, efectivamente,
haba estado avanzando en la oscuridad. Ech a correr por la rampa, pero se dio cuenta de que iba
demasiado de prisa y moder su velocidad. El aire fro del tnel estaba impregnado de un olor
extrao, de otro mundo, y el temor le invadi como una fuerza fluida que le inundara, como algo
ajeno a l mismo que se adueara de su ser.
Los dems tambin lo apreciaron, evidentemente; aunque nadie dijo nada, Elric se dio cuenta
de ello. Continuaron su descenso lentamente, atrados como autmatas hacia el plido resplandor
azulado.
Y pronto se encontraron fuera del tnel, contemplando con asombro la panormica no terrenal
que se abra ante ellos. Sobre sus cabezas, el aire pareca de aquel extrao tono azulado que les
haba atrado al principio. Se encontraban sobre una roca plana que sobresala del terreno y, aun-
que todava reinaba una cierta oscuridad, el misterioso resplandor azulado iluminaba una franja de
reluciente playa plateada a sus pies. La playa era baada por un impetuoso mar oscuro que se
meca, inquieto, como un gigante lquido sumido en un sopor agitado. Esparcidos por la playa
plateada estaban los restos confusos de unas naves naufragadas, la osamenta de unos barcos de
diseos muy peculiares, cada uno con su forma propia, diferente a las dems. El mar se perda en
la oscuridad y no se apreciaba ningn horizonte: slo la ms profunda negrura. Detrs de ellos, los
tres viajeros pudieron ver un acantilado cortado a pico que tambin se perda entre las sombras
ms all de un punto determinado. Y haca fro, un fro intenso, de un rigor increble. Y, aunque un
mar se agitaba a sus pies, no percibieron la menor humedad en el aire, ni el menor olor a sal. La
vista era desolada e imponente; aparte del mar, ellos eran los nicos seres que se movan. En
realidad, eran los nicos que producan sonidos, pues el mar, pese a su incesante movimiento,
permaneca en un horrible silencio.
Y ahora, qu? susurr Moonglum a Elric con un escalofro.
Elric mene la cabeza y los tres continuaron contemplando la panormica un largo rato hasta
que, por fin, con la blanca piel de sus manos y de su rostro casi fantasmagrica bajo la extraa luz,
respondi:
Ya que no sirve de nada retroceder, nos aventuraremos en ese mar.
Pronunci estas palabras con voz hueca, como si no fuera consciente de lo que deca.
Unos peldaos tallados en la propia roca conducan desde la boca del tnel hacia la playa y
Elric empez a descender por ellos. Los dems le dejaron abrir la marcha mientras miraban en
torno con los ojos iluminados por una terrible fascinacin.
4
Sus pisadas profanaron el silencio cuando llegaron a la playa plateada de guijarros cristalinos y
avanzaron sobre ellos hacindolos crujir. Elric se fij en uno de los objetos desperdigados en la
playa y sonri. Sacudi la cabeza enrgicamente, como para despejarse. Tembloroso, seal una de
las embarcaciones y sus compaeros vieron que, al contrario que las otras, estaba intacta. Era
amarilla y roja, de tonos chillones que resultaban vulgares en aquel paisaje; al acercarse,
comprobaron que estaba hecha de madera, aunque diferente a todas las que conocan. Moonglum
pas uno de sus dedos rechonchos por la quilla.
Dura como el acero murmur. No es extrao que no se haya podrido como las dems.
Se asom al interior y se estremeci. Bueno, el propietario no protestar si nos quedamos con
ella aadi irnicamente.
Elric y Shaarilla le comprendieron cuando vieron el esqueleto, extraamente retorcido, que
yaca en el fondo del bote. Elric introdujo la mano y extrajo los restos, lanzndolos contra las
piedras. El esqueleto se estrell contra los relucientes guijarros y rod sobre ellos desintegrndose,
esparciendo los huesos por una extensa zona. La calavera fue a detenerse al borde del agua y
pareci contemplar con sus cuencas vacas el inquietante ocano.
Mientras Elric y Moonglum tiraban esforzadamente de la embarcacin hacia el mar, Shaarilla
se adelant y se agach junto a la orilla, introduciendo la mano en el lquido. La retir
rpidamente, sacudindola para expulsar la sustancia.
Esto no es el agua que conocemos anunci.
Los hombres la oyeron, pero no dijeron nada.
Necesitaremos una vela murmur Elric. La fresca brisa soplaba hacia el ocano. Una
capa servir. Se quit la suya y la anud al mstil de la embarcacin. Dos de nosotros
tendremos que sujetarla por los extremos explic, as tendremos cierto control sobre la
direccin del bote. Es un arreglo improvisado, pero el mejor que se me ocurre.
Saltaron a la barca cuidando de no meter los pies en el mar.
El viento llen la vela e impuls la embarcacin sobre el ocano a una velocidad mayor de la
que Elric haba calculado en principio. La barca se lanz a una loca carrera como poseda de
voluntad propia mientras a Elric y a Moonglum les dolan los msculos, agarrados de los extremos
inferiores de la capa.
Pronto, la playa de plata qued atrs y poco les qued que ver: la plida luz azulada apenas
penetraba la oscuridad. En ese instante escucharon un seco batir de alas sobre sus cabezas y
levantaron la mirada.
Sobre ellos, descendiendo en silencio, volaban tres enormes criaturas parecidas a simios con
grandes alas coriceas. Shaarilla reconoci de qu se trataba y exclam:
Clakars!
Moonglum se encogi de hombros mientras se aprestaba a desenvainar su espada.
Desconozco esa palabra. De qu se trata?
No obtuvo respuesta, pues el primero de los simios alados descenda ya en picado, con un grito
terrorfico, descubriendo unos largos colmillos en unas fauces abiertas y babeantes. Moonglum
solt su extremo de la vela y lanz una estocada a la bestia, pero sta la esquiv batiendo sus alas
enormes y tom altura de nuevo.
Elric desenvain la Tormentosa..., y qued desconcertado. La hoja permaneci muda, callado
su familiar aullido de jbilo. La espada se estremeci en su mano y, en lugar del flujo de energa
que normalmente invada su brazo y el resto de su cuerpo, esta vez slo not un ligero escozor. Por
un instante, el pnico le paraliz; sin la espada, pronto perdera toda su vitalidad. Venciendo a
duras penas el miedo, emple la espada para protegerse del furioso ataque de uno de los simios con
alas.
La bestia agarr la espada lanzando a Elric a un lado, pero emiti un aullido de dolor cuando el
filo de la espada le atraves una de sus manos nudosas cercenndole varios dedos, que cayeron,
retorcidos y sangrantes, sobre la pequea cubierta. Elric se asi de la borda y se incorpor de
nuevo con esfuerzo. Con un chillido agnico, el simio alado atac de nuevo, pero esta vez con ms
cuidado. Elric reuni todas sus fuerzas y movi la espada en un mandoble que desgarr una de las
alas coriceas, y la mutilada bestia cay a cubierta, tratando desesperadamente de remontar el
vuelo. Elric calcul a ojo dnde deba tener el corazn y hundi la hoja bajo el esternn del simio.
Los movimientos de ste cesaron.
Moonglum descargaba furiosos golpes con su arma contra dos de los horribles animales, que le
atacaban por ambos flancos. El hombrecillo haba hincado la rodilla y lanzaba sus vanos golpes al
azar. Haba abierto de extremo a extremo el costado de la cabeza de una de las bestias pero, a pesar
del dolor, sta segua atacndole. Elric lanz la Tormentosa a travs de las sombras y su punta se
clav en la garganta de la fiera. El simio agarr el acero con ambas manos y cay por la borda. El
cadver flot en el lquido y luego, poco a poco, empez a hundirse. Elric asi con dedos
frenticos la empuadura de la espada mgica, estirndose cuanto pudo sobre el costado del bote.
La espada, inexplicablemente, se hunda con la bestia. Conociendo las propiedades de la
Tormentosa, Elric se qued desconcertado: en cierta ocasin, cuando haba arrojado la espada
mgica al ocano, el acero se haba negado a hundirse. Ahora, era arrastrado bajo la superficie
como una espada normal. Agarr con fuerza la empuadura y extrajo la hoja del cuerpo del simio.
Las fuerzas le estaban abandonando rpidamente. Era increble. Qu extraas leyes
gobernaban aquel mundo? No logr imaginarlo; lo nico que le importaba era recuperar sus
fuerzas, casi agotadas. Pero sin la energa que le proporcionaba la espada mgica, aquello era
imposible.
El sable curvo de Moonglum haba destripado al tercero de los simios y el hombrecillo se
ocupaba ahora de arrojar el cuerpo por la borda. Luego se volvi y lanz una sonrisa triunfal a
Elric.
Buen combate dijo.
Elric movi la cabeza en gesto de negativa y respondi:
Tenemos que cruzar de prisa este mar o estaremos perdidos, acabados. Mis poderes han
desaparecido.
Cmo? Por qu?
No lo s..., a menos que las fuerzas de la Entropa tengan ms fuerza aqu. Dmonos prisa..., no
es momento de cavilaciones.
Los ojos de Moonglum reflejaban preocupacin. No poda hacer otra cosa que obedecer a Elric.
El albino estaba temblando de debilidad y sujetaba la vela henchida con las escasas fuerzas que le
quedaban. Shaarilla se acerc a ayudarle y cerr sus delicadas manos sobre las de l. En sus ojos
profundos apareci un destello de comprensin.
Qu eran esos seres? pregunt Moonglum, mostrando los dientes blancos y desnudos bajo los
labios tensos.
Clakars respondi Shaarilla. Son los antepasados primigenios de mi pueblo y su origen se
remonta a antes de los primeros registros histricos. Mi pueblo est considerado el ms antiguo del
planeta.
Quienquiera que pretenda detenernos en esta bsqueda tendr que encontrar algn... medio
original para conseguirlo dijo Moonglum con una sonrisa. Los viejos mtodos no funcionan.
Sin embargo, sus compaeros no celebraron la broma, pues Elric estaba al borde del desmayo y la
mujer slo estaba preocupada por el estado del albino. Moonglum se encogi de hombros y mir al
frente.
Cuando volvi a hablar, un rato despus, su voz son excitada.
Nos acercamos a tierra!
En efecto, tenan ante ellos una costa y el bote enfilaba hacia ella a toda velocidad. Demasiado de
prisa. Elric se incorpor pesadamente.
Suelta la capa! dijo a duras penas.
Moonglum obedeci. El bote continu su rpido avance, alcanz otra extensa playa plateada y
encall en ella, abriendo una oscura cicatriz entre los relucientes guijarros hasta detenerse bruscamente,
inclinndose a un costado con tal violencia que los tres se vieron arrojados contra la borda de la
pequea embarcacin.
Shaarilla y Moonglum se incorporaron y ayudaron al agotado albino a saltar a la playa.
Transportndole entre los dos, cruzaron la playa hasta que los guijarros cristalinos dieron, paso a
una gruesa alfombra de musgo esponjoso que amortiguaba sus pisadas. Depositaron a Elric sobre
el musgo y le observaron con aire preocupado, sin saber qu hacer a continuacin. Elric se esforz
por incorporarse, pero fue en vano.
Dadme tiempo musit. No voy a morir, pero ya se me est nublando la vista. Slo
espero que el poder de la espada regrese aqu, a tierra firme.
Con enorme esfuerzo, extrajo la Tormentosa de la vaina y sonri aliviado cuando la terrible
espada mgica lanz un leve gemido y luego, lentamente, su canto aument de intensidad, al
tiempo que un fuego negro encenda su hoja. La energa de la espada empez a fluir por el cuerpo
de Elric proporcionndole una renovada vitalidad. Sin embargo, al tiempo que recuperaba sus
fuerzas, en los ojos carmeses de Elric se reflej una tremenda pesadumbre.
Como veis dijo con un gemido, sin esta espada no soy nada. Qu est haciendo de m
ese negro acero? Estoy condenado a seguir unido a ella eternamente?
Sus dos compaeros no le respondieron, embargados ambos por una emocin que no saban
definir, una emocin mezcla de miedo, odio y lstima, unida a algo ms...
Por fin, Elric pudo sostenerse en pie, tembloroso, y abri la marcha en silencio por la ladera
cubierta de musgo hacia la luz ms natural que se filtraba de lo alto. Observaron que la luz
proceda de una amplia chimenea que, aparentemente, conduca al aire libre del mundo superior.
Gracias a la luz, pronto pudieron distinguir una silueta oscura e irregular que se alzaba en las
sombras.
Al acercarse a la silueta, apreciaron que se trataba de un castillo de piedra negra, un extenso
conglomerado de edificios cubiertos de lquenes de tonos verde oscuro que envolvan su vieja
mole con una actitud casi conscientemente protectora. El castillo, que ocupaba una amplia
superficie, estaba salpicado de torres que parecan levantarse al azar. No consiguieron localizar
una sola ventana en todas sus paredes y el nico punto de acceso era una puerta trasera cerrada
mediante gruesos barrotes, de un metal que brillaba con un tono rojo apagado, pero sin despedir
calor. Sobre la puerta, elaborado en llamativo mbar, estaba el signo de los Seores de la Entropa,
que representaba ocho flechas dispuestas como radios en todas direcciones desde un eje central. El
signo pareca flotar en el aire sin llegar a tocar la piedra negra cubierta de lquenes.
Creo que nuestra bsqueda termina aqu declar Elric con voz ttrica. Aqu, o en
ninguna parte.
Antes de continuar, Elric, me gustara saber qu buscis murmur Moonglum. Creo que
me he ganado el derecho a enterarme.
Buscamos un libro respondi Elric despreocupadamente. El Libro de los Dioses
Muertos. Se encuentra entre los muros de ese castillo, de eso estoy seguro. Hemos llegado al final
de nuestro viaje.
Moonglum se encogi de hombros.
Mejor habra hecho en no preguntar dijo con una sonrisa; entiendo muy bien lo que
significan esas palabras para m. Espero que me conceders una pequea parte del tesoro que ese
libro representa.
Elric le contest con otra sonrisa, pese al fro que le atenazaba las entraas, pero no replic a su
compaero de viaje.
Primero tenemos que entrar en el castillo indic, en cambio.
Como si las puertas de ste le hubieran escuchado, los barrotes metlicos despidieron un fulgor
glauco hasta que el resplandor decreci en intensidad para volver al rojo y, finalmente, desaparecer
por completo en la nada. La entrada no estaba cerrada ni, aparentemente, haba nadie que la
guardara.
Esto no me gusta nada gru Moonglum . Es demasiado fcil. Seguro que es una
trampa. No querrs que caigamos en ella para alegra de quien sea que habite en los confines del
castillo, verdad?
Qu otra cosa podemos hacer? inquiri Elric sin alzar la voz.
Volvamos atrs... o continuemos adelante. Evitemos el castillo y no tentemos al Guardin
del Libro. Shaarilla, con el rostro tembloroso de miedo y una splica en los ojos, sujetaba con
fuerza el brazo derecho del albino. Olvida el Libro, Elric!
Ahora? Despus de todo este viaje? Elric solt una seca carcajada. No, Shaarilla, no
pienso hacerlo cuando estoy tan cerca de la verdad. Prefiero morir a no haber intentado alcanzar la
sabidura que encierra el Libro cuando lo tengo tan a mano.
Los dedos crispados de Shaarilla relajaron la presin y sus hombros se hundieron en gesto de
abatimiento.
No podemos combatir a los esbirros de la Entropa...
Quiz no tengamos que hacerlo.
Elric no crea sus propias palabras, pero en su boca haba una mueca que insinuaba alguna emocin
oscura, intensa y terrible. Moonglum dirigi una mirada a la mujer.
Shaarilla tiene razn afirm convencido. Entre los muros de ese castillo no encontrars otra
cosa que penalidades, es posible que incluso la muerte. No es mejor que continuemos subiendo por
esos peldaos y tratemos de alcanzar la superficie?
El hombrecillo seal unos escalones serpenteantes que conducan hacia la grieta que se abra en lo
alto de la inmensa oquedad como un bostezo. Elric movi la cabeza en gesto de negativa.
No. Vosotros podis iros, si queris.
Eres muy terco, amigo Elric se rindi Moonglum con una mueca de perplejidad. Bien, si se
trata de blanco o negro... estoy contigo. Aunque, personalmente, siempre he preferido los acuerdos
negociados.
Elric empez a caminar lentamente hacia la oscura entrada del castillo, desolado e imponente.
En mitad de un inmenso patio sombro, una figura alta, envuelta en un fuego escarlata, estaba
esperndoles.
Elric continu avanzando y cruz el portn de entrada. Nerviosos, Moonglum y Shaarilla fueron
tras l.
Una risotada explosiva surgi de los labios del gigante y el fuego escarlata se agit a su alrededor.
Estaba desnudo y desarmado, pero la energa que flua de l casi ech al terceto hacia atrs. Su piel era
escamosa y de un color prpura apagado. Su mole enorme era una masa de msculos vibrantes apoyada
en las yemas de los dedos de los pies. Tena el crneo alargado y la frente notoriamente huidiza,
mientras que sus ojos, que parecan carecer de pupilas, eran dos hilos de acero azulado. Todo su cuerpo
se estremeca en una poderosa muestra de alegra cargada de malicia.
Te saludo, prncipe Elric de Melnibon, y te felicito por tu admirable tenacidad.
Quin eres t? replic Elric con un rugido, llevando la mano a la espada.
Soy Orunlu el Guardin y sta es una fortaleza de los Seores de la Entropa.
Con una irnica sonrisa, el gigante aadi:
No es preciso que acaricies esa espada tuya con dedos tan nerviosos, pues debes saber que no
puedo hacerte ningn dao en este momento. Slo bajo esa promesa he obtenido el poder para
permanecer en tu plano de la realidad.
No puedes detenernos?
La voz de Elric traicionaba su creciente excitacin.
No me atrevo a hacerlo, ahora que mis esfuerzos indirectos han fracasado. Sin embargo,
reconozco que tus estpidas empresas me tienen un poco perplejo. El Libro tiene importancia para
nosotros, pero qu sentido puede tener para ti? Yo lo he guardado desde hace trescientos siglos y
nunca ha despertado en m la curiosidad de saber por qu mis amos le daban tanto valor, por qu
se molestaron en rescatarlo de su trayectoria hacia el sol para encerrarlo luego en esta aburrida
esfera de rocas, poblada por esos payasos traviesos de corta vida llamados hombres.
Busco en l la Verdad respondi Elric con cautela.
No hay ms Verdad que la lucha Eterna, sentenci con conviccin el gigante de las llamas
escarlata.
Quin gobierna sobre las fuerzas del Orden y del Caos? pregunt Elric. Quin
controla sus destinos como hace con el mo?
El gigante frunci el ceo.
No puedo contestar a esa pregunta. No lo s. Slo existe el Equilibrio.
Entonces, tal vez el Libro sepa decirnos quin sostiene el fiel de la balanza insisti Elric
con determinacin. breme paso y dime dnde est.
El gigante se hizo a un lado, sonriendo irnicamente.
Est en una pequea cmara de la torre central. He jurado no entrar jams en ella; de lo
contrario, tal vez yo mismo te habra llevado. Ve all, si quieres; mi deber ha terminado.
Elric, Moonglum y Shaarilla se encaminaron a la entrada de la torre pero, antes de penetrar en
ella, el gigante les dirigi una advertencia:
Por lo que s, el conocimiento que contiene el Libro podra romper el equilibrio en favor de las
fuerzas del Orden. Esto me preocupa, pero parece que existe otra posibilidad distinta que an me
inquieta ms.
De qu se trata? pregunt Elric.
Podra crear un impacto tan tremendo en el multiverso que produjera una entropa completa.
Mis Amos no desean tal cosa..., pues podra representar la destruccin final de toda la materia.
Nuestra existencia tiene por nico fin la lucha; no la victoria, sino el mantenimiento de la pugna
eterna.
No me importa replic Elric. Tengo poco que perder, Orunlu el Guardin.
En tal caso, ve.
Tras esto, el gigante abandon el patio y se perdi en la oscuridad.
En el interior de la torre, una luz plida iluminaba unos peldaos que conducan hacia arriba.
Elric empez a ascender por ellos en silencio, impulsado por su fatalista determinacin. Tras
vacilar ligeramente, Moonglum y Shaarilla le imitaron, con una expresin de desesperanzada re-
signacin.
Los peldaos llevaban ms y ms arriba, retorcindose tortuosamente hacia su meta, hasta que
por fin llegaron a la cmara, baada por una luz cegadora, multicolor y centelleante, que no
escapaba al exterior sino que se mantena confinada en la estancia que la albergaba.
Parpadeando y protegindose los ojos carmeses con el brazo, Elric continu adelante y, a
travs de sus pupilas de felino, observ que la fuente de luz pareca enfocar directamente un
pequeo estrado de piedra en el centro de la estancia.
Perturbados tambin por la deslumbrante claridad, Shaarilla y Moonglum entraron tras l y se
quedaron paralizados de asombro ante lo que vieron.
Era un libro enorme, el Libro de los Dioses Muertos, de tapas con incrustaciones de extraas
piedras preciosas en las que se reflejaba la luz. El libro brillaba y despeda destellos de luz de
distintos colores.
Por fin murmur Elric. Por fin... la Verdad! Avanz con el paso vacilante de un
hombre embriagado, extendiendo sus plidas manos hacia el objeto que haba buscado con tan
furiosa determinacin. Sus manos tocaron la tapa pulsante de Libro y, temblorosas, la abrieron.
Ahora sabr... aadi, con una satisfaccin casi maliciosa.
Con un crujido, la tapa cay al suelo y esparci sobre las losas las refulgentes piedras
preciosas. Bajo las manos crispadas de Elric no qued ms que un montn de polvo amarillento.
No! grit, atormentado e incrdulo. No!
Las lgrimas baaron su rostro contorsionado mientras tocaba el fino polvo. Con un gemido
desgarrador que sali de lo ms hondo de su ser, cay hacia adelante hasta que su rostro toc el
pergamino desintegrado. El Tiempo haba destruido el Libro, que haba permanecido intacto,
posiblemente olvidado, durante trescientos siglos. Incluso los sabios y poderosos dioses que lo
crearon haban perecido..., y ahora su saber les segua al olvido.
Se detuvieron en la ladera de la elevada montaa contemplando los valles verdes a sus pies. El
sol brillaba y el cielo estaba azul y despejado. Detrs de ellos quedaba la sima que conduca a los
dominios de los Seores de la Entropa.
Elric contempl el paisaje con ojos entristecidos y la cabeza hundida bajo el peso del
abatimiento y de la ms negra desesperacin. No haba pronunciado palabra desde que sus
compaeros le sacaran a rastras de la cmara del Libro. Ahora, alz su lvido rostro y habl con
una voz teida de autocompasin, punzante de amargura cargada de soledad: la voz de un ave
marina hambrienta volando en crculo por los cielos fros sobre unas costas yermas.
En adelante afirm vivir mi existencia sin saber por qu, sin saber si tiene un
propsito o no. Quiz el Libro podra habrmelo dicho pero, incluso en ese caso, lo habra
aceptado y credo? Soy el eterno escptico, jams seguro de que mis actos sean realmente mos,
siempre con la duda de si alguna entidad ltima estar guindolos. Envidio a quienes lo sepan. Lo
nico que puedo hacer es continuar mi bsqueda y esperar, contra toda esperanza, que antes de que
mi vida termine me sea concedido conocer la Verdad.
Shaarilla tom entre las suyas las manos laxas del albino y le mir con ojos llorosos.
Elric..., deja que te consuele.
l le respondi con una risa despectiva y amarga.
Ojal no nos hubiramos conocido nunca, Shaarilla de la Niebla Danzante. Durante un
tiempo me has proporcionado una esperanza..., llegu a pensar que estaba por fin en paz conmigo
mismo. Pero, por tu causa, estoy ahora ms desesperado que antes. No existe salvacin en este
mundo: slo una maligna condenacin. Adis, mujer.
Retir sus manos del contacto con las de ella y se alej ladera abajo.
Moonglum dirigi una mirada a Shaarilla y se volvi luego hacia Elric. Sac algo de su zurrn
y lo deposit en la mano de la mujer.
Buena suerte le dese, para echar luego a correr detrs de Elric hasta llegar a su lado.
Sin detenerse, Elric volvi la cabeza al percibir la cercana de Moonglum y, a pesar de su
sombro estado de nimo, le dijo:
Qu es esto, amigo Moonglum? Por qu me sigues?
Te he acompaado hasta aqu, maese Elric, y no veo razn para no seguir hacindolo
sonri el hombrecillo. Adems, al contrario que t, yo soy un materialista. Todos necesitamos
comer, sabes?
Elric frunci el ceo, notando un sentimiento clido en su corazn.
A qu te refieres, Moonglum?
Yo aprovecho las oportunidades siempre que se presentan, si puedo respondi el
hombrecillo con una risita burlona. Introdujo la mano en el zurrn y la sac mostrando algo que
brillaba con un fulgor deslumbrante. Llevo ms en la bolsa. Y cada una vale una fortuna
Moonglum tom del brazo a Elric y aadi: Vamos, Elric. Qu nuevas tierras vamos a visitar
donde podamos cambiar estas chucheras por vino y una compaa agradable?
Detrs de ellos, inmvil an en la ladera, Shaarilla les contempl con pena hasta que
desaparecieron de su vista. La joya que le haba entregado Moonglum le cay de entre los dedos y
rod, brillante, hasta perderse entre los brezos. A continuacin, dio media vuelta y la oscura boca
de la caverna bostez delante de ella.
LIBRO TERCERO
La ciudadela cantante
En el que Elric tiene sus primeros tratos con Pan Tang, Yishana de Jharkor y el
hechicero Theleb K'aarna, y descubre algo ms acerca de los Mundos Superiores...
1
El mar turquesa estaba tranquilo bajo la luz dorada de ltima hora de la tarde, y los dos
hombres apoyados en el pasamanos de la nave se mantenan en silencio vueltos hacia el norte, con
la vista en el brumoso horizonte. Uno era alto y delgado e iba envuelto en una gruesa capa negra
con la capucha echada hacia atrs, que dejaba a la vista su cabello largo y blanco como la leche; el
otro era bajo y pelirrojo.
Era una buena mujer y te amaba dijo por fin el segundo . Por qu la despediste tan
bruscamente?
Era una buena mujer replic el ms alto, pero su amor por m le habra costado la vida.
Deja que busque su tierra y se quede all. Ya he matado con mi mano a una mujer que amaba,
Moonglum. No quiero que vuelva a suceder.
Moonglum se encogi de hombros y coment:
A veces me pregunto, Elric, si este triste destino tuyo no ser una invencin de tu propio
estado de nimo abrumado por ese sentimiento de culpa.
Tal vez acept Elric, despreocupado, pero no me importa si tu teora es cierta. No
hablemos ms del tema.
El mar espumeaba y formaba una estela tras los remos que hendan su superficie impulsando la
embarcacin velozmente hacia el puerto de Dhakos, capital de Jharkor, uno de los ms poderosos
entre los Reinos Jvenes. Haca menos de dos aos que Dharmit, el anterior rey de Jharkor, haba
muerto en la desafortunada expedicin contra Imrryr, y Elric haba odo que los hombres de
Jharkor le responsabilizaban a l de la muerte del joven rey, aunque la imputacin no era cierta. Al
melnibons le importaba poco que le atribuyeran la culpa, pues segua sintiendo desprecio por la
mayor parte de la humanidad.
En una hora ms anochecer y no es probable que sigamos bogando toda la noche dijo
Moonglum . Creo que me acostar.
Elric se dispona a contestar cuando le interrumpi un grito agudo procedente de la cofa.
Vela por la amura de babor!
El viga deba estar medio adormilado, pues la nave que se acercaba a ellos poda distinguirse
sin dificultad desde la cubierta. Elric se hizo a un lado mientras el capitn, un tarkeshita de rostro
cetrino, se acercaba corriendo por cubierta.
Qu barco es se, capitn? pregunt Moonglum.
Una trirreme de Pan Tang, una nave de guerra. Se disponen a abordarnos.
El capitn continu corriendo, gritando rdenes al timonel para virar el rumbo.
Elric y su compaero cruzaron la cubierta para observar mejor la trirreme. Era una nave de
velas negras, pintada de negro con profusin de dorados, con tres remeros por pala, en lugar de los
dos por remo de la suya. De grandes dimensiones, pero a la vez elegante, tena una alta popa curva
y una proa baja, en cuyo extremo se apreciaba ya el gran espoln forrado de bronce hendiendo las
aguas. Llevaba dos velas latinas y tena el viento a favor.
Los remeros del barco de Elric se dejaron llevar por el pnico mientras se esforzaban por virar
la nave siguiendo las rdenes del timonel. Los remos se alzaban y caan confusamente, y
Moonglum se volvi hacia Elric con una media sonrisa.
No lo conseguirn. Ser mejor que prepares tu espada, amigo mo.
Pan Tang era una isla de hechiceros, totalmente humanos, que pretendan emular el viejo poder
de Melnibon. Sus flotas se contaban entre las mejores de los Reinos Jvenes y realizaban sus
correras sin miramientos ni precauciones. El tecrata de Pan Tang, cabeza de la aristocracia sacer-
dotal, era Jagreen Lern, de quien se deca que haba hecho un pacto con las fuerzas del Caos y
tena un plan para dominar el mundo.
Elric consideraba a los habitantes de Pan Tang unos advenedizos que no podan ni aspirar a
emular la gloria de sus antepasados, pero incluso l tuvo que reconocer que la nave era
impresionante y que no tendra problemas para reducir a la galera de Tarkesh.
Muy pronto, la gran trirreme se lanz sobre ellos y capitn y timonel permanecieron en silencio
ante la certeza de que no podran evitar el espoln. Con un spero sonido de cuadernas astilladas,
el ariete alcanz la popa e hizo una va de agua en la galera por debajo de la lnea de flotacin.
Elric permaneci impasible, observando los garfios de abordaje de la trirreme que volaban
hacia la cubierta de la galera. Con cierto desnimo, sabedores de que no eran rival para la
tripulacin de Pan Tang, bien entrenada y pertrechada, los hombres de Tarkesh corrieron hacia
popa aprestndose a resistir a los asaltantes.
Elric, tenemos que ayudarles! grit Moonglum con urgencia.
El albino asinti a regaadientes. Detestaba desenvainar la espada mgica que llevaba al
costado, cuyo poder pareca haber aumentado en los ltimos tiempos.
Ahora, los guerreros de armadura escarlata se descolgaban mediante cuerdas hacia donde les
aguardaban los tarkeshitas. La primera oleada, armada de anchas espadas y hachas de guerra, se
lanz sobre los marineros obligndoles a retroceder.
La mano de Elric se cerr en torno a la empuadura de la Tormentosa. Al asirla y sacarla de la
funda, la espada emiti un gemido extrao y perturbador, como de impaciencia, y un extrao
fulgor negro brill a lo largo de la hoja. Elric la not palpitar en su mano como un ser vivo
mientras se lanzaba en ayuda de los marineros de Tarkesh.
La mitad de los defensores yacan heridos en cubierta y, mientras el resto segua retrocediendo,
Elric se adelant, con Moonglum a sus talones. La expresin de los guerreros de armadura
escarlata pas del gesto torvo del triunfo a la sorpresa cuando la gran hoja negra de Elric se alz y
baj con un aullido y atraves la coraza de uno de ellos, abrindole el pecho desde el hombro hasta
las costillas inferiores.
Los asaltantes dieron visibles muestras de reconocer al hombre y su espada, pues ambos eran
legendarios. Aunque Moonglum era un hbil espadachn, ninguno de los guerreros le prest
atencin, pues todos comprendieron que deban concentrar todas sus fuerzas en acabar con Elric si
queran sobrevivir.
La salvaje y ancestral ansia de matar que el melnibons llevaba en la sangre domin a Elric
mientras la espada reclamaba almas. l y la espada se hicieron uno y fue la Tormentosa, y no Elric,
quien tuvo el control. Los hombres cayeron por todas partes, gritando ms de horror que de dolor
al advertir lo que la espada les extraa. Cuatro guerreros se lanzaron sobre l haciendo silbar las
hachas. Elric decapit a uno, abri un gran tajo en el diafragma de otro, cercen un brazo y penetr
de una estocada en el corazn del ltimo.
Ahora, los hombres de Tarkesh le vitoreaban y, con Moonglum a la cabeza, avanzaron tras
Elric barriendo de atacantes las cubiertas de la galera, que naufragaba rpidamente.
Aullando como un lobo, Elric se agarr de una cuerda, parte de los aparejos de la trirreme
negra y dorada, y se lanz hacia las cubiertas enemigas.
Seguidle! grit Moonglum. Es nuestra nica posibilidad! La galera est perdida!
La trirreme tena cubiertas elevadas a proa y a popa. En la de proa se encontraba el capitn,
vestido con esplndidas ropas escarlata y azules y con una expresin estupefacta en el rostro ante
el rumbo que haban tomado las cosas. El hombre haba previsto reducir a su presa sin esfuerzo,
pero ahora pareca ser l quien iba a convertirse en presa.
La Tormentosa emiti una tonada quejumbrosa, una cancin a la vez triunfante y exttica,
mientras Elric se abra paso hacia la cubierta de proa. Los guerreros de Pan Tang que an seguan
en condiciones de combatir dejaron de acosarle y se concentraron en Moonglum, que encabezaba a
los tripulantes tarkeshitas, dejando al albino va libre hacia el capitn.
ste, miembro de la teocracia, iba a ser ms difcil de derrotar que sus hombres. Cuando Elric
se aproxim a l, advirti que su armadura despeda un curioso resplandor, seal inequvoca de
que haba sido objeto de un encantamiento.
El capitn era un hombre tpico de su casta: bajo y robusto, con una barba cerrada y unos ojillos
negros maliciosos sobre una nariz poderosa y ganchuda. Sus labios eran gruesos y encendidos y
sonrean ligeramente, mientras, con un hacha en una mano y una espada en la otra, se dispona a hacer
frente a Elric, que ya suba la escalerilla de la cubierta.
El albino asi la Tormentosa con ambas manos y la dirigi al estmago del capitn, pero ste se
hizo a un lado y par el golpe con la espada, al tiempo que descargaba un hachazo con la zurda hacia la
desprotegida cabeza de Elric. El melnibons tuvo que saltar a un lado, tropez y cay sobre la cubierta,
rodando por ella mientras la espada de su adversario se clavaba en los tablones muy cerca de su hom-
bro. La Tormentosa pareci alzarse por su propia voluntad para parar un nuevo hachazo y su hoja
mgica cort de un tajo el mango del hacha cerca de la empuadura. El capitn solt una maldicin,
arroj el mango de madera, asi su espada de hoja ancha con ambas manos y la levant. De nuevo, la
Tormentosa reaccion una fraccin de segundo antes de que lo hiciera su portador y su punta se alz
hacia el corazn del capitn. La coraza protegida por el hechizo consigui detener la estocada por unos
instantes pero, a continuacin, la Tormentosa emiti un aullido quejumbroso y escalofriante, se
estremeci como si acumulara nuevas fuerzas y descendi de nuevo sobre la armadura. Esta vez la
coraza mgica se parti como una cascara de nuez, y dej al adversario de Elric con el pecho al
descubierto en el instante en que sus brazos se levantaban para descargar el golpe definitivo. El capitn
abri unos ojos como platos y retrocedi, olvidando la espada y con la vista fija en la terrible
Tormentosa, cuando la punta de sta le alcanz el pecho y se hundi en su carne justo bajo el esternn.
Con una extraa mueca, el capitn se tambale y solt su arma, asindose, en cambio, a la hoja de la
espada mgica que le estaba absorbiendo el alma.
Por Chardros..., no..., no..., aaag!
El capitn de la trirreme muri sabiendo que ni siquiera su alma estaba a salvo de la espada infernal
que empuaba el albino de rostro lobuno.
Elric extrajo la Tormentosa del cadver y apreci que su vitalidad aumentaba mientras la espada le
transmita la energa que acababa de absorber de su vctima. El albino no quiso plantearse en aquel
instante el dilema de que, cuanto ms uso hiciera del arma mgica, ms dependera de ella.
En la cubierta de la trirreme slo quedaban con vida los galeotes esclavos. Sin embargo, la
nave de Pan Tang estaba escorando peligrosamente, pues el espoln y los garfios de abordaje
seguan enganchados en el casco de la embarcacin tarkeshita, que zozobraba rpidamente.
Cortad los cabos de los garfios y ciad, de prisa! grit Elric.
Los marineros se dieron cuenta de lo que suceda y se lanzaron a cumplir lo que ordenaba. Los
esclavos dieron marcha atrs con los remos y el espoln qued libre con un crujido de maderas
astilladas. Los ltimos cabos fueron segados y la galera condenada a muerte qued a la deriva.
Elric hizo recuento de los supervivientes. Menos de la mitad de la tripulacin tarkeshita haba
salido bien parada del abordaje y el capitn haba muerto en los primeros envites. El albino se
volvi hacia los esclavos de la trirreme de Pan Tang.
Si queris conseguir la libertad, remad hacia Dhakos con todas vuestras fuerzas propuso a
aquellos hombres.
El sol se pona ya pero, ahora que estaba al mando, el albino decidi seguir navegando durante
la noche, guindose por las estrellas.
Moonglum, que haba escuchado la propuesta con incredulidad, exclam:
Por qu les ofreces la libertad? Podramos haber vendido esos esclavos en Dhakos y
obtener as cierta compensacin por nuestro esfuerzo de hoy!
Se la he ofrecido porque as lo he querido, Moonglum replic Elric encogindose de
hombros.
El hombrecillo pelirrojo lanz un suspiro y se alej para supervisar la operacin de lanzar por
la borda a los muertos y a los heridos graves. Jams lograra entender al albino, se dijo.
Probablemente era mejor as.
Elric hizo su entrada en Dhakos de manera sonada, cuando su primera intencin haba sido
colarse en la ciudad sin ser reconocido.
Despus de dejar a Moonglum negociando la venta de la trirreme y dividiendo las ganancias a
partes iguales entre l y la tripulacin, Elric se cubri la cabeza con la capucha y se abri paso
entre la multitud congregada en el embarcadero, dirigindose a una posada que conoca, situada
cerca de la puerta oeste de la ciudad.
2
Esa noche, cuando Moonglum ya se haba retirado a descansar, Elric baj a tomar unos tragos
al saln de la taberna. Al advertir con quin estaban compartiendo el lugar, hasta el ms entusiasta
de los parroquianos habituales se haba marchado y Elric se encontraba ahora sentado a solas bajo
la nica luz de una antorcha de caa que rezumaba brea, colgada sobre la puerta de entrada.
La puerta se abri en aquel instante y un joven ricamente ataviado apareci en ella,
inspeccionando el interior.
Busco al Lobo Blanco dijo, inclinando la cabeza en un gesto inquisitivo, pues no poda
ver a Elric con claridad.
A veces me llaman por ese nombre en esta regin respondi el albino con voz
parsimoniosa. Buscas a Elric de Melnibon?
As es. Le traigo un mensaje.
El joven entr en la taberna cuidando de seguir envuelto en la capa, pues la sala estaba helada
aunque Elric no lo hubiera advertido.
Soy el conde Yolan, segundo comandante de la guardia de la ciudad se present el joven
con arrogancia, acercndose a la mesa donde se hallaba sentado Elric y estudiando a ste con gesto
brusco. Eres muy valiente al volver aqu abiertamente. Crees que el pueblo de Jharkor tiene tan
poca memoria que ya ha olvidado que condujiste a su rey a una trampa hace apenas un par de
aos?
Elric dio un trago a su vino y luego, por encima del borde de la jarra, replic:
No me vengas con retricas, conde Yolan. Cul es el mensaje?
La actitud firme y resuelta de Yolan desapareci en un abrir y cerrar de ojos, y el joven conde
hizo un gesto de cierta debilidad.
Tal vez sea retrica para ti, pero as es como pienso y no me hars cambiar de opinin.
Acaso no estara hoy aqu el rey Dharmit si t no hubieras huido de la batalla que acab con el
poder de los Seores del Mar y con tu propio pueblo? No utilizaste acaso tus hechizos para
facilitar tu huida, en lugar de emplearla en ayudar a los hombres que se consideraban tus
camaradas?
S que la misin que te ha trado aqu no era provocarme como lo ests haciendo replic
Elric con un suspiro. Debes saber que Dharmit muri a bordo de su nave insignia durante el
primer ataque en el laberinto marino de Ymrryr, y no en la batalla posterior en mar abierto.
Te burlas de mis preguntas y respondes con burdas mentiras para ocultar tu cobarde
comportamiento replic Yolan con aspereza. Si por m fuera, te entregara a la voracidad de tu
propia espada... Estoy al corriente de lo que sucedi en ese ataque.
Tus provocaciones me cansan. Cuando te sientas preparado para transmitirme el mensaje,
dselo al posadero.
Elric se puso en pie, rode la mesa y se encamin hacia la escalera, pero se detuvo
bruscamente cuando Yolan, volvindose, le sujet por la manga.
Lvido como un cadver, Elric lanz una mirada amedrentadora al joven noble. Los ojos
carmeses del albino flameaban con una expresin amenazante.
No estoy acostumbrado a tolerar estas familiaridades, joven.
Lo siento Yolan retir la mano. Me he dejado llevar por mis emociones y no debera
haber permitido que stas se impusieran a la diplomacia. Estoy aqu para comunicarte un mensaje
de la reina Yishana. Solicita tu ayuda.
Soy tan reacio a ayudar a nadie como a dar explicaciones de mis actos replic Elric con
impaciencia. En el pasado, mi ayuda no ha sido siempre beneficiosa para quienes me la han
pedido. Dharmit, el medio hermano de tu reina, pudo comprobarlo en su propia piel.
Ests repitiendo mis propias advertencias a la reina, seor murmur Yolan con voz
hosca. A pesar de ello, desea verte en privado... esta noche. El joven conde frunci el ceo y
apart la mirada antes de aadir: Debo advertirte que podra arrestarte si te niegas.
Tal vez... Elric continu avanzando hacia la escalera. Dile a Yishana que me quedo a
pasar la noche aqu y que maana al amanecer, sigo camino. Si tanto le urge, puede venir a verme
ella.
Tras esto, empez a subir los peldaos dejando a Yolan boquiabierto en mitad del silencioso y
desierto saln de la taberna.
Theleb K'aarna frunci el ceo. Pese a todos sus conocimientos en las artes negras, estaba
locamente enamorado de Yishana, y sta, tendida en su lecho cubierto de pieles, lo saba. A la
mujer le complaca tener poder sobre un hombre que habra podido destruirla con un simple
hechizo de no ser por su debilidad amorosa. Aunque Theleb K'aarna ocupaba un alto rango en la
jerarqua de Pan Tang, la reina era muy consciente de que no deba esperar ningn peligro por
parte del brujo. De hecho, su intuicin le deca que aquel hombre a quien tanto gustaba dominar a
los dems tambin necesitaba que le dominasen. Y ella era quien cubra esa necesidad... con
agrado.
Theleb K'aarna continu mirndola con aire ceudo.
Cmo puede ayudarte ese decadente salmodiador de encantamientos donde yo no puedo?
murmur, tomando asiento en el borde de la cama y acariciando su pie enjoyado.
Yishana no era una mujer joven, ni tampoco hermosa. Sin embargo, tena algo de hipntico en
su cuerpo esbelto y bien formado, en su frondosa cabellera negra y en su rostro lleno de
sensualidad. Pocos de los hombres que Yishana escoga para su placer eran capaces de resistirse a
ella.
Tampoco tena un carcter dulce, ni era justa, sabia o altruista. Los historiadores no aadiran a
su nombre ningn apodo enaltecedor. Y, con todo, haba en ella tal arrogancia, algo tan ajeno a los
raseros normales por los que se juzgaba a una persona, que todo aquel que la conoca senta
admiracin por ella y era bienamada por sus sbditos, quienes la queran como se quiere a una hija
obstinada, pero con una fidelidad inquebrantable.
La reina se ri por lo bajo, burlndose de su amante hechicero.
Es probable que tengas razn, Theleb K'aarna, pero Elric es una leyenda; es el hombre de
quien ms se habla y de quien menos se conoce en todo el mundo. Esta es mi oportunidad para
descubrir lo que otros slo han podido intuir: su verdadero modo de ser.
Theleb K'aarna hizo un gesto de displicencia. Se mes la barba larga y negra y, ponindose en
pie, se acerc a una mesa en la que haba frutas y vino. Sirvi una copa de ste para cada uno.
Si pretendes hacerme sentir celoso otra vez, lo ests consiguiendo, por supuesto. Pero
preveo que tu aspiracin se ver frustrada. Los antepasados de Elric eran medio demonios; su raza
no es humana y no puede ser juzgada por nuestros raseros. Nosotros aprendemos las artes mgicas
a base de aos de estudio y sacrificio; para la estirpe de Elric, la hechicera es algo intuitivo,
natural. Tal vez no vivas para conocer sus secretos. Cymoril, su prima, a la que amaba, muri a
manos de su espada... y eso que era su prometida!
Tu inters me conmueve replic la reina, aceptando con indolencia la copa que Theleb
K'aarna le ofreca, pero voy a llevar adelante mi plan. Al fin y al cabo, no se puede decir que t
hayas tenido mucho xito en descubrir la naturaleza de esa ciudadela.
Hay algunas sutilezas que todava no he sondeado bien.
Tal vez la intuicin de Elric nos proporcione alguna respuesta donde t no has alcanzado
le sonri Yishana. Se incorpor y contempl a travs de la ventana el cielo, donde la luna llena
flotaba en un aire difano sobre las torres y agujas de Dhakos. Yolan se retrasa. Si todo hubiera
salido bien, ya debera estar aqu con Elric.
No deberas haber enviado a un amigo tan ntimo de Dharmit para esta misin. Por lo que
sabemos, bien puede haber retado a Elric y haberle matado!
De nuevo, la reina no pudo reprimir una risa.
Oh!, te dejas llevar demasiado por tus deseos, Theleb, y eso te nubla la razn. He enviado a
Yolan porque s que se mostrar spero con el albino y tal vez debilite su indiferencia..., tal vez
despierte su curiosidad. Yolan es una especie de cebo para atraer a Elric hasta nosotros!
Entonces, es posible que Elric se haya dado cuenta de la jugada?
No soy un prodigio de inteligencia, amor mo, pero creo que el instinto rara vez me
traiciona. Pronto lo comprobaremos.
Un poco ms tarde, tras unos discretos golpes en la puerta, penetr en la alcoba una doncella.
Majestad, el conde Yolan ha regresado.
Slo el conde Yolan?
En el rostro de Theleb K'aarna haba una sonrisa, pero sta iba a apagarse muy pronto mientras
la reina abandonaba la habitacin, vestida para salir a la calle.
Ests loca! exclam el brujo, al tiempo que la puerta se cerraba con estrpito.
Apur la copa de vino. Ya haba tenido un fracaso en el asunto de la ciudadela y, si Elric le
desplazaba, poda perderlo todo. Theleb K'aarna se puso a pensar muy profunda y
meticulosamente.
3
Aunque deca estar por encima de las emociones, los ojos atormentados de Elric traicionaban
su afirmacin mientras permaneca sentado junto a la ventana bebiendo un vino fuerte y pensando
en el pasado. Desde el saqueo de Imrryr, haba vagado por el mundo buscando un propsito para su
existencia, un sentido para su vida.
No haba podido encontrar la respuesta en el Libro de los Dioses Muertos, no haba sabido
amar a Shaarilla, la mujer sin alas de Myyrrhn y no haba logrado olvidar a Cymoril, que an
formaba parte de sus pesadillas. Y guardaba tambin el recuerdo de otros sueos..., de un destino
en el que no se atreva a pensar.
Lo nico que buscaba, se dijo, era la paz. Pero incluso la paz de los muertos le estaba negada.
En estos trminos y otros semejantes continu meditando hasta que unos ligeros golpes a la puerta
interrumpieron sus pensamientos.
De inmediato, sus facciones se endurecieron. Sus ojos carmeses adoptaron un aire precavido y
elev los hombros de modo que, cuando se puso en pie, su estampa result de fra arrogancia. Dej
la copa sobre la mesa y dijo con voz ligera:
Adelante!
Entr una mujer envuelta en una capa de color burdeos, que la haca irreconocible bajo la
penumbra de la habitacin. La mujer cerr la puerta tras ella y se qued plantada, inmvil y en
silencio.
Cuando por fin habl, su voz son casi titubeante, aunque tambin haba en ella cierta irona.
Estabas despierto a oscuras, Elric. He pensado que te encontrara dormido...
Dormir, seora, es la ocupacin que ms me aburre. Pero encender una antorcha, si no
encuentras atractiva la oscuridad.
Elric se acerc a la mesa y quit la tapa del pequeo cuenco de carbn all dispuesto. Alcanz unas
cuantas astillas de madera y coloc el extremo de una de ellas en el cuenco, soplando suavemente a
continuacin. Muy pronto, el carbn estuvo al rojo y la astilla empez a arder; Elric toc entonces con
ella una antorcha de juncos colgada de una horquilla en la pared sobre la mesa.
La luz de la antorcha ilumin la pequea habitacin llenndola de sombras. La mujer ech hacia
atrs la capucha, y la luz puso a la vista sus rasgos morenos y gruesos y la mata de cabello negro que
los envolva. Su figura contrastaba poderosamente con el esbelto y esttico albino que le sacaba una
cabeza y la contemplaba con aire impasible.
La mujer no estaba acostumbrada a miradas como aqulla y la novedad le complaci.
Me has mandado llamar, Elric... y ya ves que he acudido coment con una burlona reverencia.
Reina Yishana...
Elric respondi a la reverencia con una ligera inclinacin de cabeza. Ahora que le tena enfrente, la
reina apreci el poder del albino, un poder que tal vez le atraa an ms que el suyo. Y, sin embargo, l
no dio la menor muestra de responder a ella. Yishana se dijo que una situacin que haba esperado
interesante poda, irnicamente, convertirse en frustrante. Pero incluso esto la diverta.
Elric, a su vez, se sinti intrigado por aquella mujer, incluso a pesar de s mismo. Intua que
Yishana poda dar nuevas energas a sus agotadas emociones y la idea le resultaba a la vez excitante y
turbadora.
Se relaj un poco y encogi los hombros.
He odo hablar de ti, reina Yishana, en tierras alejadas de Jharkor. Sintate si quieres.
Seal un banco mientras l se instalaba en el borde de la cama.
Eres ms corts de lo que sugera tu convocatoria sonri ella mientras ocupaba el asiento,
cruzaba las piernas y juntaba los brazos delante de su cuerpo. Significa eso que escuchars la
propuesta que vengo a hacerte?
Elric le devolvi la sonrisa. Era una expresin extraa en l, algo sombra, pero sin la amargura
de costumbre.
Creo que s. Eres una mujer fuera de lo normal, reina Yishana. De hecho, sospechara que
tienes sangre melnibonesa si no supiera que no es as.
No todos los advenedizos Jvenes Reinos son tan primitivos como crees, mi seor.
Es posible.
Ahora que te veo cara a cara, hay cosas de tu oscura leyenda que me resultan difciles de
creer... y, sin embargo, por otra parte la mujer volvi la cabeza y le observ abiertamente,
tambin parece que las leyendas hablan de un hombre menos sutil que el que tengo delante.
Las leyendas suelen ser as.
Ah! exclam ella casi en un susurro, qu gran fuerza haramos juntos, t y yo...
Las fantasas de este gnero me irritan, reina Yishana. Cul es el objeto de tu visita?
Est bien... Ni siquiera esperaba que quisieras saberlo...
Te escuchar, pero no esperes nada ms.
Escucha, entonces. Creo que incluso a ti te interesar mi relato.
Elric prest atencin y, como haba anunciado Yishana, la historia que contaba fue prendiendo
su inters...
Haca varios meses, unos campesinos de Gharavia, una de las provincias de Jharkor, haban
empezado a hablar de unos misteriosos jinetes que raptaban jvenes de uno y otro sexo por las
aldeas.
Creyendo que se tratara de bandidos, Yishana haba enviado a la regin un destacamento de
sus Leopardos Blancos, los mejores guerreros de Jharkor, para poner a buen recaudo a los
malhechores.
Ninguno de los Leopardos Blancos haba regresado. Una segunda expedicin no haba
encontrado rastro de ellos pero, en un valle prximo a la ciudad de Thokora, haban descubierto
una extraa ciudadela. Las descripciones de sta resultaban confusas. Sospechando que los
Leopardos Blancos haban atacado a los bandidos y stos les haban derrotado, el comandante de
la segunda expedicin haba decidido emplear la discrecin y, tras dejar a algunos hombres para
vigilar la ciudadela e informar luego de todo lo que vieran, regres de inmediato a Dhakos. Una
cosa era segura: la ciudadela no haba estado en el valle unos cuantos meses antes.
Yishana y Theleb K'aarna haban acudido entonces al valle al mando de un gran ejrcito. Los
vigas apostados haban desaparecido pero, tan pronto como haba visto la ciudadela, Theleb
K'aarna haba aconsejado a Yishana que no atacara.
Era una vista maravillosa, Elric continu Yishana. La ciudadela refulga con los colores
brillantes del arco iris..., unos colores que cambiaban y se transformaban constantemente. Todo el
edificio pareca irreal; unas veces su perfil se recortaba claramente, otras pareca borroso, a punto
de desvanecerse. Theleb K'aarna dijo que su origen era mgico y nadie tuvo la menor duda de ello.
Era algo procedente del reino del Caos, y pareca muy posible.
La mujer se puso en pie y extendi las manos. Luego, continu:
Por estas tierras no estamos acostumbrados a manifestaciones de hechicera a gran escala.
Theleb K'aarna tiene bastantes conocimientos de brujera, pues procede de la ciudad de las
Estatuas Que Gritan, en Pan Tang, y all estas cosas se ven con frecuencia..., pero incluso l qued
desconcertado.
De modo que os retirasteis le cort Elric, impaciente.
Nos disponamos a hacerlo... De hecho, Theleb K'aarna y yo ya emprendamos el regreso a
la cabeza del ejrcito cuando escuchamos esa msica... Eran unos sones dulces, hermosos,
sobrenaturales, dolientes... Theleb K'aarna me grit que me alejara lo ms de prisa que pudiera. Yo
me demor, atrada por la msica, pero l dio una palmada a la grupa de mi caballo y cabalgamos
juntos, rpidos como dragones en vuelo, huyendo del lugar. Los soldados ms prximos a nosotros
tambin consiguieron escapar..., pero vimos como el resto daba media vuelta y regresaba hacia la
ciudadela, atrado por la msica. Casi doscientos hombres dieron media vuelta..., y no los hemos
visto ms.
Qu hiciste entonces? pregunt Elric mientras Yishana cruzaba la habitacin y se
sentaba a su lado. El albino se movi para dejarle ms espacio.
Theleb K'aarna ha estado tratando de investigar la naturaleza de la ciudadela, su propsito y
quin manda en ella. De momento, sus orculos no le han dicho mucho ms de lo que ya haba
adivinado: que el reino del Caos ha enviado la ciudadela al reino de la Tierra y est extendiendo
lentamente su radio de accin. Cada vez son ms nuestros jvenes, hombres y mujeres, que son
abducidos por los secuaces del Caos.
Y esos secuaces?
Yishana se haba acercado un poco ms a Elric y, esta vez, el albino no se movi.
Nadie que haya intentado resistirse a ellos lo ha conseguido..., pocos han vivido.
Y qu quieres de m?
Ayuda. La reina le mir con intensidad y extendi la mano para tocarle. T tienes
conocimientos tanto del Orden como del Caos; conocimientos antiguos, instintivos, si Theleb
K'aarna no se equivoca. Si hasta tus propios dioses son los Seores del Caos.
En esto aciertas completamente, Yishana. Y dado que mis dioses protectores son los del
Caos, no tengo ningn inters en combatir contra ellos.
Tras esto, Elric se inclin hacia la mujer con una sonrisa, mirndola a los ojos. De pronto, la
tom en sus brazos.
Tal vez t seas lo bastante fuerte murmur enigmticamente justo antes de que sus labios
se encontraran. Y en cuanto al otro asunto..., ya lo discutiremos ms tarde.
En el verde intenso de un oscuro espejo, Theleb K'aarna vio parte de la escena de la habitacin
de Elric, malhumorado e impotente. Se tir de la barba mientras la escena se desvaneca por
dcima vez en un minuto. Ninguna de sus invocaciones consigui recuperarla. Se reclin hacia
atrs en su silla de crneos de serpiente y urdi su venganza. Decidi que dispona de tiempo para
madurarla, pues, si Elric poda resultar til en el asunto de la ciudadela, no tena objeto destruirle
todava...
4
Cuando pasaban tambalendose junto a las ruinas de Thokara, Yishana levant de pronto la
mano hacia el cielo sealando algo.
Qu es eso?
Una criatura de gran tamao volaba hacia ellos batiendo sus alas. Tena el aspecto de una
mariposa, aunque con unas alas tan enormes que ocultaban el sol.
Puede ser alguna criatura que Balo haya dejado en este plano? pregunt la mujer.
Es muy probable replic l. Eso tiene el aspecto de un monstruo conjurado por un
hechicero humano.
Theleb K'aarna!
Esta vez se ha superado a s mismo coment Elric con tono burln. No le crea capaz de
algo semejante.
En su venganza contra nosotros, Elric!
La idea parece razonable. Pero estoy dbil, Yishana, y la Tormentosa necesita almas, si he
de servirme de ella para recuperar las fuerzas.
El albino estudi con mirada calculadora a los soldados que, detrs de l, contemplaban
boquiabiertos a la criatura que se aproximaba. Ahora poda apreciarse que sta tena las formas de
un ser humano con el cuerpo cubierto de pelos o plumas de los colores del pavo real.
La criatura descenda surcando el aire con un silbido; sus alas, de ms de quince metros,
empequeecan los ms de dos metros que meda el cuerpo. De su cabeza surgan dos cuernos
retorcidos y sus brazos terminaban en dos grandes zarpas.
Estamos perdidos, Elric! exclam Yishana.
La reina vio que varios soldados salan huyendo y les grit que regresaran. Elric se qued
inmvil donde estaba, consciente de que no podra derrotar sin ayuda a aquella criatura alada.
Ser mejor que huyas con ellos, Yishana murmur. Creo que ese ser se contentar
conmigo.
No!
El albino no atendi a la splica y se adelant hacia la criatura cuando sta se pos en tierra y
empez a deslizarse por el suelo en direccin a l. Desenvain una apaciguada Tormentosa, que le
pes en la mano. Un poco de energa fluy por su brazo, pero fue insuficiente. La nica esperanza
de Elric era conseguir una buena estocada en las partes vitales de la criatura y absorber de sta una
parte de su energa vital.
La voz de la criatura hendi el aire con un aullido y su rostro, extrao y desquiciado, adopt
una mueca horrible al acercarse al albino. Elric apreci entonces que aquel ser no era en realidad
un habitante sobrenatural de los mundos inferiores, sino una criatura que haba sido humana y a la
que Theleb K'aarna haba transformado mediante sus conocimientos de hechicera. Por lo menos,
aquello significaba que la criatura era mortal y que slo tendra que derrotar su fuerza fsica. De
haber estado en mejores condiciones, no le habra costado gran cosa deshacerse de ella, pero
ahora...
Las alas batieron el aire al tiempo que las zarpas de sus manos le agarraban. Elric asi la
Tormentosa con ambas manos y dirigi la hoja hacia el cuello del monstruo. Este pleg las alas
rpidamente para protegerse y la Tormentosa qued enredada en su carne extraa y pegajosa. Una
zarpa alcanz el brazo del albino, desgarrando sus msculos hasta el hueso. Elric lanz un aullido
de dolor y extrajo la espada del ala cerrada.
Trat de afirmar los pies en el suelo para lanzar otro golpe, pero el monstruo le asi por el
brazo herido y empez a arrastrarle hacia su cabeza ahora agachada y hacia los cuernos que
surgan de ella, enroscndose.
Elric luch desesperadamente, descargando golpes de espada en los brazos de la criatura con
las fuerzas que le daba sentirse amenazado de muerte.
En ese instante, escuch un grito detrs de l y vio por el rabillo del ojo a una figura que
saltaba hacia adelante con una espada reluciente en cada mano. Las espadas hirieron las garras del
monstruo y ste, con un alarido, se volvi hacia el aspirante a salvador de Elric.
Se trataba de Moonglum. Elric cay hacia atrs respirando entrecortadamente mientras
observaba a su amigo el pelirrojo enfrentndose al monstruo.
Pero Moonglum no tena posibilidades de sobrevivir mucho tiempo, a menos que recibiera
ayuda.
Elric se devan los sesos buscando algn conjuro que les pudiera ayudar pero, incluso si lo
encontraba, estaba demasiado dbil y no podra reunir la energa necesaria para convocar la ayuda
sobrenatural.
Y entonces le vino a la cabeza la solucin: Yishana! La mujer no estaba tan agotada como l.
Pero sera capaz de hacerlo?
Se volvi mientras el aire gema bajo el batir de las alas de la criatura. Moonglum slo estaba
consiguiendo a duras penas mantenerla a distancia y las dos espadas se movan como centellas en
sus manos, parando todos los esfuerzos del monstruo por ensartarle con sus zarpas.
Yishana! grit el albino.
La mujer se acerc hasta l y le tom de una mano.
Escapemos, Elric... Tal vez podamos ocultarnos de ese ser.
No replic l. Tengo que ayudar a Moonglum. Escucha, te das cuenta de lo desesperado
de nuestra situacin, verdad? Entonces, tenlo en cuenta mientras recitas este hechizo conmigo.
Tal vez juntos lo consigamos. Por estas tierras tiene que haber muchas especies de lagartos, me
equivoco?
En efecto, abundan estos animales.
Entonces, fjate bien en lo que tienes que decir... y recuerda que, si no tenemos xito, todos
moriremos bajo el ataque de ese monstruo enviado por Theleb K'aarna.
En los inframundos donde habitaban los arquetipos de todas las criaturas terrenas distintas del
hombre, una entidad se desperez al escuchar su nombre. Esa entidad tena por nombre
Haaashaastaak y era escamosa y fra, carente de inteligencia como la que posean hombres y
dioses, pero dotada de una conciencia que le serva tan bien como aqulla, si no mejor. La entidad
era hermana, en aquel plano, de otras como Meerclar, Seor de los Gatos, Roofdrak, Seor de los
Perros, Nuru-ah, Seor del Ganado y muchsimas otras. Haaashaastaak era el Seor de los
Lagartos. Su conciencia no capt las palabras en el sentido exacto, pero capt unos ritmos que
tenan un gran significado para l, aunque ignoraba por qu. Aquellos ritmos se repitieron una y
otra vez, pero parecan demasiado dbiles para merecer su atencin. Se desperez y bostez, pero
continu sin hacer nada.
Era una escena extraa, con Elric y Yishana entonando desesperadamente el hechizo una y otra
vez mientras Moonglum segua luchando, perdiendo fuerzas lentamente.
Haaashaastaak se estremeci y su curiosidad creci. Los ritmos no aumentaban de intensidad,
pero parecan ms insistentes. Decidi viajar al lugar donde vivan las criaturas sobre las que tena
autoridad. Saba que si responda a los ritmos, se vera obligado a obedecer a quien los estuviera
produciendo. Naturalmente, aquella entidad del inframundo no era consciente de que tales
decisiones le haban sido implantadas en una era muy remota, antes de la creacin de la Tierra,
cuando los Seores del Orden y del Caos, que por aquel entonces habitaban un solo plano y se
conocan por otro nombre, haban supervisado la formacin de las cosas y haban establecido la
manera en que deban comportarse, guindose para su gran edicto por la voz del Equilibrio Cs-
mico..., una voz que no haba vuelto a hablar desde entonces.
Con cierta pereza, Haaashaastaak se dirigi hacia la Tierra.
Elric y Yishana an seguan su cntico con voces roncas, cuando el Seor de los Lagartos hizo
su brusca aparicin. Tena el aspecto de una iguana enorme, sus ojos eran multicolores como un
montn de joyas talladas y sus escamas parecan de oro, plata y otros metales valiosos. Los perfiles
de su cuerpo eran ligeramente borrosos, como si hubiera trado con l una parte del ambiente en el
que viva.
Yishana emiti una exclamacin, y Elric exhal un profundo suspiro. Siendo nio haba
aprendido los idiomas de todos los Seores de los Animales, y ahora tena que recordar el sencillo
lenguaje de Haaashaastaak, Seor de los Lagartos.
La necesidad ilumin su cerebro y las palabras surgieron de pronto en sus labios.
Haaashaastaak grit, sealando a la criatura alada que les atacaba, mokik ankkuh!
El Seor de los Lagartos volvi sus ojos rutilantes hacia la criatura y dispar repentinamente su
gran lengua, enroscndola en torno al monstruoso ser, que lanz un chillido de terror al verse
arrastrado hacia las enormes fauces del lagarto. Brazos y piernas se agitaban frenticamente
cuando la boca se cerr, engullndolo. Con varios movimientos espasmdicos, Haaashaastaak
termin de tragarse la gran creacin del brujo Theleb K'aarna. A continuacin, el Seor de los
Lagartos movi la cabeza a un lado y otro durante unos instantes y desapareci.
El dolor empez a aduearse del brazo herido de Elric, mientras Moonglum se acercaba a l
tambalendose, con una sonrisa de alivio.
Os segu a distancia como me pediste explic el hombrecillo, ya que sospechaba que
Theleb K'aarna poda traicionaros. Luego le vi volver solo y le segu hasta una cueva de aquellas
colinas de all indic. Pero cuando el difunto continu, con una risa trmula sali de la
cueva y abri las alas, decid que era mejor perseguir a ese monstruo, pues tuve la impresin de
que se diriga hacia vosotros.
Me alegro de que fueras tan astuto declar Elric.
En realidad, el mrito es tuyo replic Moonglum. Porque, si no hubieras previsto la
traicin de Theleb K'aarna, yo no habra estado aqu en el momento oportuno.
De repente, Moonglum cay derrumbado sobre la hierba, qued tendido de espaldas, lanz una
nueva sonrisa y perdi el sentido.
Elric tambin se sinti mareado.
Creo que, de momento, no debemos temer nuevas sorpresas por parte de ese hechicero tuyo,
Yishana dijo a sta. Descansemos un rato aqu y refresqumonos. Quiz ms tarde tus
cobardes soldados empiecen a regresar y podamos enviarles a algn pueblo a buscar caballos.
Los dos se tendieron en el prado y, abrazados, se quedaron dormidos.
Elric mostr su asombro al despertar en una cama clida y mullida. Abri los ojos y vio a
Yishana y a Moonglum que le sonrean.
Cunto tiempo llevo aqu?
Ms de dos das. No despertaste cuando llegaron los caballos, de modo que hicimos preparar
una camilla a los soldados para trasladarte hasta Dhakos. Ahora ests en mi palacio.
Elric movi con cautela el brazo herido, que tena vendado y rgido. An le dola.
Mis cosas siguen todava en la posada?
Puede ser, si no las han robado. Por qu?
Tengo all una bolsa con hierbas que me curaran el brazo rpidamente y que tambin me
proporcionaran un poco de fuerzas, que necesito terriblemente.
Ir a ver si todava est todo dijo Moonglum, desapareciendo de la estancia al momento.
Yishana acarici el cabello de Elric, blanco como la leche.
Tengo mucho que agradecerte, lobo murmur la mujer. Has salvado mi reino..., tal vez
todos los Jvenes Reinos. A mis ojos, ests redimido de la muerte de mi hermano.
Oh, seora, muchas gracias! replic l con un tono de irona.
Sigues siendo un melnibons! ri Yishana.
S, sigo sindolo.
Eres una extraa mezcla, sin embargo. Sensible y cruel, sardnico y leal a tu pequeo
amigo, Moonglum. Tengo ganas de conocerte mejor.
En cuanto a eso, no estoy seguro de si tendremos ocasin.
La reina le lanz una mirada inquisitiva y pregunt:
Porqu?
Ese resumen de mi carcter que acabas de hacer estaba incompleto, reina Yishana; deberas
haber aadido despreocupado del mundo... y, sin embargo, vengativo. Deseo cobrarme
venganza de tu brujo domstico.
Pero si t mismo dijiste que haba dejado de ser un peligro, por el momento...
Escucha, Yishana, como has sealado, sigo siendo un melnibons. Mi sangre arrogante
clama venganza a ese advenedizo!
Olvida a Theleb K'aarna. Har que mis Leopardos Blancos le den caza y te aseguro que ni su
magia le salvar de esos salvajes.
Olvidarle? Oh, no!
Elric, Elric, te dar mi reino, te proclamar rey de Jharkor, si me dejas ser tu consorte.
Elric extendi su mano sana y acarici el brazo desnudo de la reina.
No eres nada realista, Yishana. Una decisin como sa provocara una rebelin unnime en
tu tierra. Para tu pueblo, sigo siendo el traidor de Imrryr.
Ya no... Ahora eres el hroe de Jharkor.
Cmo es eso? Tu gente no ha conocido el peligro que corra y, por tanto, no sienten
ninguna gratitud. Lo mejor ser que salde mi deuda con ese hechicero tuyo y luego siga mi
camino. Las calles ya deben estar llenas de rumores sobre si has llevado a tu cama al asesino de tu
hermano. No debes gozar de mucha popularidad entre tus sbditos, majestad.
No me importa.
Te importar cuando los nobles lleven al pueblo a la insurreccin y te crucifiquen desnuda
en la plaza mayor.
Veo que conoces nuestras costumbres.
Los melniboneses somos un pueblo culto y refinado, reina.
Versados en todas las artes.
En todas ellas.
De nuevo, Elric not que la sangre le circulaba muy de prisa cuando la mujer se levant y
cerr la puerta con llave. En aquel momento, no senta necesidad de las hierbas que Moonglum le
haba ido a buscar.
Esa noche, cuando sali de puntillas de la alcoba, Elric encontr a Moonglum esperando
pacientemente en la antecmara. Moonglum le mostr la bolsa de hierbas con un guio. No
obstante, Elric no estaba de humor. Sac unas briznas de hierba de la bolsa y seleccion las que
necesitaba. Moonglum hizo una mueca mientras contemplaba a Elric mascar y tragar la pcima. A
continuacin, abandonaron juntos el castillo a hurtadillas.
Con la Tormentosa al cinto y a lomos de su montura. Elric cabalg un poco por detrs de
Moonglum mientras ste abra la marcha hacia las montaas de ms all de Dhakos.
Si conozco a los hechiceros de Pan Tang murmur el albino, Theleb K'aarna debe estar
ms agotado de lo que me encontraba yo. Con un poco de suerte, le sorprenderemos dormido.
En tal caso, yo esperar a la entrada de la cueva sugiri Moonglum, quien tena ya cierta
experiencia acerca de las venganzas de Elric y prefera no asistir a la muerte lenta de Theleb
K'aarna.
Se lanzaron al galope hasta alcanzar las colinas y Moonglum gui a Elric hasta la boca de la
caverna.
El albino salt del caballo y se intern en la cueva sin hacer ruido, con la espada mgica
preparada.
Moonglum aguard con nerviosismo los primeros gritos de Theleb K'aarna, pero no escuch
ninguno. Sigui esperando hasta que el alba trajo las primeras luces difusas y, entonces, con el
rostro helado de rabia, Elric salt de la cueva, asi las riendas del caballo con furia y mont de un
salto.
Ests satisfecho? pregunt Moonglum, titubeante.
Satisfecho? No! Ese perro ha desaparecido!
Desaparecido...? Pero...
Era ms listo de lo que yo haba credo. Hay varias cuevas ah dentro y le he buscado en
todas ellas. En la ms profunda he descubierto restos de inscripciones mgicas en las paredes y en
el suelo. Nuestro amigo se ha transportado a alguna parte y no he podido descubrir adonde, a pesar
de que he descifrado la mayor parte de las inscripciones. Tal vez haya ido a Pang Tang.
Ah! Entonces, nuestra cacera ha sido en vano. Regresemos a Dhakos y disfrutemos un
poco ms de la hospitalidad de Yishana.
No. Nos vamos a Pan Tang.
Pero, Elric, los brujos hermanos de Theleb K'aarna tienen all su guarida. Y Jagreen Lern, el
tecrata, no permite visitantes!
No importa. Quiero dejar terminado mi asunto con Theleb K'aarna.
No tienes ninguna prueba de que est all!
No importa!
Y un instante despus, Elric espoleaba su caballo cabalgando como un hombre posedo o como
si huyera de un terrible peligro..., y quiz estuviera, en efecto, posedo y huyendo. Moonglum no le
sigui en seguida, sino que observ, pensativo, a su amigo que se alejaba al galope. Poco
acostumbrado a introspecciones, el hombrecillo se pregunt si Yishana no habra afectado al albino
ms de lo que ste deseaba. Dudo de que vengarse de Theleb K'aarna hubiera sido la principal
razn para la negativa de Elric al volver a Dhakos.
Por fin, se encogi de hombros e hinc los talones en los ijares del caballo, apresurando la
marcha para alcanzar a Elric. Mientras llegaba el fro amanecer, se pregunt si realmente seguiran
hacia Pan Tang una vez Dhakos quedara suficientemente atrs.
Pero en la cabeza de Elric no haba ahora pensamientos; tan slo las emociones le inundaban.
Unas emociones que no deseaba analizar.
Sigui cabalgando con sus nveos cabellos agitados por el viento a su espalda y una expresin
de seriedad en su rostro hermoso, lvido como un cadver, sujetando con fuerza las riendas del
semental entre sus manos largas y delgadas. nicamente sus extraos ojos carmeses reflejaban el
dolor y el conflicto que se agitaban dentro de l.
Aquella maana, en Dhakos, otros ojos haban reflejado tambin la pena, aunque no por mucho
tiempo. Yishana era una reina pragmtica.
NDICE
Prlogo
El sueo de Aubec . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 7
Libro primero
La Ciudad de Ensueo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 25
Libro segundo
Mientras los dioses ren . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 65
Libro tercero
La ciudadela cantante . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 107
NOTA ACERCA DEL AUTOR
Erekos:
1970 The Eternal Champion (El Campen Eterno, Ed. Martnez Roca, col. Fantasy nm. 4,
Barcelona, 1985)
Phoenix in Obsidian
1987 The Dragon in the Sword
1973 The Champion of Garathorn
1975 The Quest for Tanelorn
Elric de Melnibon:
1972 Elric of Melnibon (Elric de Melnibon, Ed. Martnez Roca, col. Fantasy nm. 11,
Barcelona, 1986)
1976 The Sailor on the Seas of Fate (Marinero de los mares del destino, Ed. Martnez Roca,
col. Fantasy nm. 19, Barcelona 1988)
1977 The Weird of the White Wolf (El misterio del lobo blanco, Ed. Martnez Roca, col.
Fantasy nm. 24, Barcelona, 1989)
1970 The Vanishing Tower (Ed. Martnez Roca, en preparacin)
1977 The Bane of the Black Sword (Ed. Martnez Roca, en preparacin)
Stormbringer (Ed. Martnez Roca, en preparacin) 1989
The Fortress of the Pearl (Ed. Martnez Roca, en preparacin)
Dorian Hawkmoon:
1977 The Jewel in the Skull (La joya en la frente, en El Bastn Rnico, Ed. Martnez Roca,
col. Gran Fantasy, Barcelona, 1989)
The Mad God's Amulet (El amuleto del dios Loco, en El Bastn Rnico)
The Sword of the Dawn (La Espada del Amanecer, en 7 Bastn Rnico)
The Runestaff (El Bastn Rnico, en El Bastn Rnico)
Conde Brass:
1973 CountBrass
The Champion of Garathorn
1975 The Quest for Tanelorn
OTROS CICLOS
Jerry Cornelius:
1968 The Final Programme (El programa final, Ed. Mi-notauro, Barcelona, 1979)
1971 A Cure for Cncer
1972 The English Assassin
1977 The Condition of Muzak
relacionados:
1976 The Lives and Times of Jerry Cornelius, relatos
The adventures of Una Persson and Catherine Cornelius
Oswald Bastable:
Karl Glogauer:
Serie de Marte:
OTRAS OBRAS