Preparación para Participar en La Cena Del Señor
Preparación para Participar en La Cena Del Señor
Preparación para Participar en La Cena Del Señor
En este estudio iremos a las Escrituras para ver qué es lo que Dios espera de
nosotros mientras nos preparamos para participar en la Cena del Señor.
Una vez citaron a un amigo mío para comparecer ante Su Majestad la Reina. Éste
fue uno de los días más grandes de su vida. Junto con la citación, se le dieron
instrucciones de cómo debería vestirse. El protocolo incluía un sombrero gris, frac,
pantalones de rayas, y zapatos negros. Cuando llegó al Palacio Buckingham, le
escoltaron hasta una sala, y le dieron instrucciones específicas de cómo debía entrar
y salir de la presencia de Su Majestad. Debía acercarse a ella por un lado, entonces
ponerse en frente, y desde ese punto, proceder a su lugar designado delante de ella.
En la conclusión de la entrevista y después de la entrega de la condecoración, debía
retroceder hasta cierto punto, y entonces salir por el lateral. Recibió estrictas
instrucciones que bajo ninguna circunstancia debía darle la espalda a Su Majestad.
"Tomó el pan y dio gracias, y lo partió y les dio, diciendo: Esto es mi cuerpo, que
por vosotros es dado; haced esto en memoria de mí. De igual manera, después que
hubo cenado, tomó la copa, diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre,
que por vosotros se derrama".
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"Porque yo recibí del Señor lo que también os he enseñado: Que el Señor Jesús, la
noche que fue entregado, tomó pan; y habiendo dado gracias, lo partió, y dijo:
Tomad, comed; esto es mi cuerpo que por vosotros es partido; haced esto en
memoria de mí. Asimismo tomó también la copa, después de haber cenado,
diciendo: Esta copa es el nuevo pacto en mi sangre; haced esto todas las veces que
la bebiereis, en memoria de mí".
Tres veces en este pasaje se menciona: "Haced esto en memoria de mí".
Primero, debemos "mirar adentro". Siempre debe haber un periodo de auto examen
antes de la adoración. Segundo, durante nuestra adoración debemos "mirar atrás",
una mirada llena de adoración a las glorias pre-encarnadas de Cristo, y Su obra
redentora en la Cruz. Los aspectos del oro, el incienso y la mirra en la vida y
carácter del Señor deberían estar siempre bajo consideración. Tercero, debemos
"mirar arriba", donde el Cristo de Dios está sentado a la diestra de Dios, coronado
de gloria y honra. Cuarto, debemos "mirar hacia delante" a la venida del Señor.
Rara vez alcanzamos estos dos últimos puntos en nuestras reuniones de adoración.
Nos quedamos con nuestro bendito Señor colgado de la Cruz, cuando en realidad Él
está exaltado a la cumbre más alta del universo:
Pablo también nos exhorta a recordar al Señor:"hasta que Él venga". Cuando nos
reunimos para partir el pan, estamos anunciando al mundo, a los ángeles, y a
nosotros mismos, que el Señor viene pronto. La Cena del Señor no debería ser sólo
un lugar de pena, sino que debería ser un lugar de anticipación y gozo:
Además, antes de participar en la Cena del Señor, debemos juzgar nuestros motivos
al igual que nuestras acciones. Todo esto debiera ser puesto delante nuestro para
analizarlo detenidamente. Esto se aplica tanto a los hermanos mayores como a los
jóvenes. ¿Cuál es el propósito de ir a la Cena del Señor? ¿A quién recordamos? En
Juan 12, las multitudes no iban a Betania para ver a Jesús; venían para ver a
Lázaro, al que Jesús había resucitado de la muerte. Los sabios de Oriente fueron a
adorar al Rey. Los hombres sabios aún van a adorar al Rey. Los discípulos, en el
Monte de la Transfiguración "a nadie vieron, sino a Jesús solo". ¿Vamos realmente a
la Cena del Señor a ver a Jesús y a adorarle a Él?
¿Cuál es el propósito básico de asistir a la Cena del Señor? ¿Es que me oigan? ¿Es el
actuar en un impulso repentino? ¿Es simplemente exponer la Palabra de Dios a los
presentes? Hay algunos que convertirían la Cena del Señor en una reunión de
exposición de la Palabra. Éste no es el propósito de esta reunión única; es completa
y únicamente para adorar a Dios, y para recordar a Jesús como Él mismo nos dijo.
Respecto a lo de la exposición de la Palabra o contar experiencias, no hay nada malo
en ello, pero, en el nombre de Dios, preservemos la singularidad sin par,
majestuosidad, esplendor, y sublimidad de la Cena del Señor, y tengamos otra
reunión en otro momento para lo demás.
En Lucas 22, y 1 Corintios 11, las palabras: "haced esto en memoria de Mí" se
mencionan tres veces directamente y una por inferencia. ¿Por qué quiere el Señor
que asistamos a esta reunión única? Es para "hacer memoria de Él", traerle a la
memoria. Éste es el único propósito de acudir a la Cena del Señor. Todo y todos
deben someterse a Jesucristo. La gloria y majestad incomparables, y la dignidad sin
par de Su persona deben saturar a todos los congregados. Todas las relaciones
humanas, terrenales y mundanas, deberían palidecer en insignificancia. La
atmósfera en la Cena del Señor debe estar cargada con la gloria del Señor Jesús de
la misma manera que lo fue en el Monte de la Transfiguración. En esta ocasión, el
Señor se mostró supremo; ni los mejores hombres podían comparársele. Cuando
Pedro equiparó al Señor con Moisés y Elías, Dios selló la escena con una
manifestación de Su gloria y, cuando la nube fue quitada, "a nadie vieron sino a
Jesús solo". Cuando asistimos a la Cena del Señor, nosotros tampoco deberíamos
ver a nadie excepto a Jesús, y adorarle sólo a Él.
"LA ADORACIÓN ES UN ALMA OCUPADA SÓLO CON DIOS". Éstas almas son las que
el Padre busca que le adoren. Muchos de los queridos hijos de Dios, a pesar de su
conocimiento de las Escrituras, no han sido capaces de irrumpir a través del techo
de alabanza y acción de gracias para entrar a través del velo al lugar santísimo, y
allí adorar al Señor en la hermosura de la santidad.
Cuando estamos en el Espíritu y estamos siendo controlados por Él, podemos entrar
en una experiencia espiritual profunda y conmovedora mientras adoramos a Dios, y
estar más cerca del cielo que de ningún otro lugar en la tierra.
Adorar en espíritu y en verdad puede ser costoso. Puede ser costoso en tiempo.
Puede que los demás no comprendan por qué nos ausentamos de ciertas actividades
para preparar nuestros corazones para adorar en la Cena del Señor. El Salmo 45
dice: "Rebosa mi corazón palabra buena, dirijo al rey mi canto..." El corazón del
salmista estaba rebosando de la adoración que él había hecho. Adorar no es como
encender la luz, un toque al interruptor y ya está. Lleva tiempo preparar el corazón
para adorar. No se aprende a adorar en un seminario o en un instituto bíblico.
Aunque aprendieras alguna cosas buena ahí, no pueden enseñar a una persona a
adorar. No es una asignatura académica. Es difícil enseñar a otro a adorar, porque
es algo que se aprende en la práctica. El mejor lugar para aprender a adorar es el
que ocupó María la hermana de Lázaro, es decir, a los pies de Jesús. Ella aprendió,
lloró, ungió, y adoró a los pies de Jesús.
Si sientes que no estás suficientemente cerca de Jesús al estar a Sus pies, sube un
poco más y, como Juan, recuéstate sobre el pecho del Salvador; escucha cada latido
de Su corazón; oye los suspiros que se escapan de Sus labios; saborea las palabras
que fluyen como miel de Su boca; mira Sus ojos benditos que hablan de Su
profundo amor; contempla Su rostro que fue herido más que cualquier otro,
permanece maravillado ante las manos y los pies marcados por los clavos, y el
costado abierto. Allí es donde aprenderemos a adorar, pero ganar esta percepción
profunda en el corazón del Señor puede ser costoso.
Para María, adorar al Señor fue una experiencia costosa, pero bendita. Trescientos
denarios era el salario de un hombre por el trabajo de un año. María invirtió sus
ahorros en aquel perfume. Al dárselo todo a Él, ella mostró el amor ilimitado que
tenía por Jesús. Derramó hasta la última gota de aquel costoso y precioso perfume
sobre Su bendita persona. Nunca en Su vida fue tan honrado el Señor Jesús.
Cuando nos reunimos en la Cena del Señor, Dios no quiere nuestras lenguas, ni
tampoco nuestros talentos. Tampoco quiere nuestra palabra de ministerio, a menos
que sea en el Espíritu. El Señor Jesús quiere todo nuestro amor y adoración. María le
dio ambas cosas —ella le dio su todo.
Hace años vi (en la televisión) cómo algunos veteranos de la guerra volvían a las
orillas de Normandía. Con gran emoción, visitaron las escenas de brutales batallas
anteriores. Más tarde, visitaron las tumbas de sus amigos que habían muerto en la
batalla. Finalmente, la cámara enfocó una lápida que llevaba el nombre de un joven
de diecinueve años. Debajo del nombre estaba la siguiente inscripción: "Dio su
todo". Este joven dio todo lo que tenía por nosotros; dio su todo por su Rey y su
país. Amados, ¿qué hemos dado nosotros al Señor Jesús? ¿Le hemos dado nuestras
vidas? En la Cena del Señor y en casa tenemos la oportunidad de hacerlo.
Sí, adorar es costoso. A Abraham le costó. Él dijo a los jóvenes: "Esperad aquí con
el asno, y yo y el muchacho iremos hasta allí y adoraremos". Adorar a Dios, al llegar
a este punto, a Abraham le costó su hijo, el hijo al cual amaba con todo su corazón.
Estaba dispuesto a sacrificar su posesión más preciosa para adorar a Dios. Si quería
adorar a Dios aceptablemente, debía preparar su corazón; debe haber sacrificio y
consagración de mente y cuerpo. Debemos saber lo que significa tener: "purificados
los corazones de mala conciencia, y lavados los cuerpos con agua pura". Es en este
estado sublime y espiritual en el que somos aptos para entrar en la presencia del
Señor y adorarle.
También hay una advertencia solemne dada para aquellos que participan en la Cena
del Señor. En Levítico 10, leemos la historia de dos sacerdotes jóvenes que eran
impetuosos y celosos. Se precipitaron en la presencia de Dios y ofrecieron fuego
extraño y, como consecuencia, perdieron sus vidas. Amados, no podemos asistir a la
Cena del Señor, partir el pan y participar del vino de manera despreocupada,
haciendo o diciendo cualquier cosa que se nos ocurra.
Pablo les recordó a los corintios que no podían atracarse comiendo y bebiendo hasta
empacharse en las cenas fraternales, y entonces esperar poder adorar al Señor en
Su Cena. No estaban en una condición apta para discernir el cuerpo y la sangre del
Señor en los elementos. Por este grave error Dios visitó esta iglesia en juicio.
Algunos estaban enfermos, otros débiles, y algunos habían muerto. Hermanos, si
Dios visitara la iglesia hoy de la misma manera, muchas se convertirían en
cementerios.
Cuando venimos para hacer memoria del Señor, venimos ante el Creador y
Sustentador del Universo. Venimos para hacer memoria del Señor de señores y Rey
de reyes. Venimos también a hacer memoria del Cordero de Dios, crucificado y
resucitado. El Ascendido, Glorificado, y Aquel que volverá.
—Dan C. Snaddon
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%20en%20la%20Cena%20del%20Senor.htm