Cuentos de 2 Almas Encontradas para Almas Olvidadas
Cuentos de 2 Almas Encontradas para Almas Olvidadas
Cuentos de 2 Almas Encontradas para Almas Olvidadas
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Cuentos de 2 almas
encontradas para almas
olvidadas.
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¿Por qué palabras, es el momento en
cantas? Le que uno se ve condenado de
preguntan al por vida a esclavizarse a las
cantante. letras. En el que nos volvemos
¿Por qué escritores.
pintas? Le
preguntan al
artista. ¿Por qué escribo? Me
preguntan ustedes.
Pero yo no tengo respuestas
largas ni complicadas, ni
tampoco otro tema con que
esquivarles. Nadie sabe por
qué escribe. Quizá algunos te Escribir me
puedan inventar una buena permite
historia convincente. Algunos adentrarme
hasta se la crean. La verdad en mundos
escondida, y el misterio que que no
todo escritor (por malo y podría
patético que sea) es que no explicar. Me permite sentir lo
sabemos por qué escribimos. que no siento, pensar lo que
Un día nos vino una historia, no pienso, decir lo que no
ya sea de un sueño, de una digo. Escribir es un escape a
situación imaginaria o de lo una realidad, a veces cruda y
que hablaba el vecino. Y sin sentido… Escribir me
decidimos escribirla para no permite ser alguien diferente,
contársela al mundo. en muchas y complicadas
Todos escribimos, es verdad, facetas… Aunque
pero el momento en que precisamente, escribir me
alguien nos lisonjean las permite ser yo mismo.
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Cuentos de 2 almas encontradas para almas
olvidadas.
Allizzia|DarkAngel
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Índice.
Dedicatorias 9
Almas Flotantes 12
Johanna 17
Justina 21
La lluvia viene si se llama a la tormenta 23
Lápiz 25
Lidya 27
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2ª parte: Cuentos de DarkAngel
Aquelarre nocturno 31
Mora 34
Sueños de una mente enamorada 36
Cuando la magia de las drogas muestra su verdadera
cara...Suicidio… 37
Una noche. Una noche oscura y seca 39
El niño que olvido su papalote 41
Espera, Alma, Espera 42
Crónica de un accidente 44
Sentimientos 46
Diana 48
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Allizzia
A Los Queridos,
quienes siempre disfrutan
de mis historias.
Y a los Alejandros,
por ser mí apoyo
eh inspiración siempre.
DarkAngel
Esto es para la luna, quien me enseña que en un mes
se puede cambiar de forma espectacular. Es para la
montaña, quien no se detiene ante el más fuerte
huracán. Es para la lluvia, que enjuaga las lágrimas de
aquel que aun salta bajo sus gotas. Y es para la música,
que ha estado allí siempre.
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Prologo,
por Allizzia.
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1ª parte: Cuentos de Allizzia
-La traes.
Una mano ciñó mi hombro y un niño salió corriendo detrás de mí. Los niños tenían
el pelo corto y las niñas el cabello dorado y volando al viento. Todos los niños me
miraban y se reían, eso me molestaba.
-¡Ella la trae!
Gritaron atrás de mí, y todos empezaron a correr otra vez, sin dejar de verme.
Bueno, si eso era lo que querían… Comencé a correr lo más fuerte que pude, y
alcancé a una niña con vestido largo lleno de encajes, y un gorrito blanco de
encajes también. Corría demasiado fuerte a pesar de venir tan bien vestida, se
-¡Tú la traes!
Empecé a correr a donde corrían el resto de los niños. El primer nombre que
escuché fue el de Benito, un niño que era más bien pequeño, y llevaba vestido
pantaloncillo y saquito de tela oscura. El pobre duró media hora corriendo sin
poder alcanzar a nadie. El otro fue Gerta, que era una niña delicadita, con un
vestido más bien corto, pero que le quedaba algo grande, y que con sus patotas
alcanzó en unas cuantas zancadas al niño que llamaron Francisco. Francisco
parecía grande y fornido, pero era lento, o torpe. De los otros nombres no pude
darme cuenta, porque después de alguna hora más o menos, salieron unas de esas
señoras de vestido largo, cuello alto y peinado pomposo acompañadas de algunos
señores vestidos de trajes y algunos con sombreros llamando la atención a un par:
-Hola.
Pero no alzó la cabeza. Ni siquiera pareció oírme. Me acerqué y me senté frente a
ella en la mesita.
- Mina.
Bueno, si de algo servía, ellos hablaban raro también, como si fuera un crimen que
te escuchasen gritar. Agustina seguía viendo a la muñeca con un tanto de tristeza,
o de soledad.
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No. ¡No!. Ahora todos los niños se acercaban a mí con una mirada de malicia. Yo
no quería jugar. Me fui retirando poco a poquito, pero ellos me seguían de cerca.
Traté de ir más rápido pero me seguían al mismo ritmo. Me volví y corrí tras el
tronco del árbol, eran más niños de los que pensé. O quizá se habían reunido más.
Antes de que llegaran al tronco corrí de nuevo, y corrí y corrí, Agustina debía
haberse quedado atrás. La arboleda se había acabado, el Sol brillaba sobre mi
cabello, el resto de los niños me seguían. Seguí corriendo.
Di un par de vueltas en el jardín, y alcancé a pasar cercas de la puerta blanca de la
casa. Tenía cortinas blancas como velos que flotaban en la brisa invisible de cristal.
En algún momento me iban a alcanzar porque me comenzaba a doler la cabeza en
vez de cansarme. Volteé a ver qué tan cercas me seguían, y casi me tropiezo, al
volverme de regreso, vi una figura cerrándose sobre mí. Casi me estrello, si no me
hubiesen detenido sus manos, cerrándose sobre mis brazos y hombros
dolorosamente.
-Mina, mucho gusto. Claro, estás invitada, y… ¿tú eres hija de quien?
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Su cara de intriga me despertó un poquito. Claro que no podía quedarme, debía
irme ahora mismo.
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Johanna
Johanna había manejaba por el puente con cierta dificultad, “si tan sólo pudiese
detenerme aquí” pensó. Miraba de soslayo al anillo que estaba en su mano.
Desde hace un mes había estado escuchando la historia, con disparatadas ideas y
diversas interrupciones.
Había empezado con el anillo en una playa virgen, perteneciente al jefe de una
tribu. Caray, Gabriel hasta había aprendido un poco de la lengua del lugar. La
historia del anillo se remontaba aún, unos mil años atrás. Se había hecho
representando al dios del agua y del fuego, la unión de los dioses más importantes
de la tribu. Se decía que la piedra era única, había sido resultado del amor de la
diosa Agua y el dios Fuego. Su único hijo fue una gran roca que cayó desde el cielo,
una noche en que la unión hizo teñir las nubes de rojo, y una lluvia caliente cayó.
Desde entonces, la roca fue descendiendo en tamaño durante los años, y para no
dejar morir el único fruto de lo que las personas creían imposible, hicieron el
anillo. Se decía tener poderes especiales por eso, entonces. Pero hasta entonces,
no se había dicho que tipo de poderes. Se suponía que cambiaba de color, pero
desde que Johanna lo había visto en el dedo de Gabriel había sido color turquesa…
quizá unas veces más tenue y otras más oscuro, pero era difícil saber bajo tanto
equipo…
Johanna volvió a mirar el anillo. Estaba turquesa agua. No se le ocurría por qué
habría de tener un anillo tan importante para una pequeña sociedad él.
Recordando su largo viaje, creía haber recordado que ya no quedaban muchos de
ella. Unos cuantos jóvenes no creyentes y el viejo, quien le contó fantásticas
historias de la creación de la tribu. Johanna, en el lugar de Gabriel, se hubiese
quedado ahí para morir. Pero ella, siendo enfermera, no recordaba la última vez
que había vivido sin contacto con la tecnología.
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Gabriel había llegado hacía un mes. Había sido a ella a quien se había topado por
primera vez en el hospital, insistiéndole a pesar de los otros 8 pacientes que ella
tenía que atender. Finalmente, fue ella quien le llevó a su cuarto, y quien había
estado atendiéndole por el resto del mes. La verdad es que en ese hospital nadie
se ocupaba mucho de estos cuartos, las enfermeras hacían la mayoría de las cosas.
Ella había estado ahí cuando el médico le informaba que tenía que empezar los
tratamientos inmediatamente, y que las estadísticas no les daban mucho con que
empezar. El había permanecido risueño, lo cual le parecía extraño, que quizá no
había entendido, pero decidió no involucrarse. Días después, Johanna también
tuvo que asistirle en la administración de medicamentos. “Que silencio, ¿No
crees?”, empezó él, pero ella no le contestó. Johanna había aprendido a no estar
en sí misma durante su trabajo, y siguió juntando guantes, tubos y jeringas del
suelo. 5 largos años al cesto de basura. La pregunta la sacó de su órbita y golpeó su
cabeza sobre una charola. “¿Puedo ayudarla?” se levantó súbitamente,
trastabillando pero Johanna se precipitó hacia él, soltando todo y haciéndolo
sentar de nuevo. “Por favor, no se levante”, le ordenó. Él obedeció y se sentó
lentamente, “Disculpe Señorita… Sánchez”, y vio ella la sonrisa que le ofrecía,
incluso cuando debía sentirse muy mal. “Johanna. No se preocupe. ¿Está
cómodo?“ Ella siguió, sin pensar en lo que hacía. “Más de lo que está usted, sí.
Pero no se preocupe, no me molesta en absoluto. Gabriel, por cierto. Y no me
llame de usted”.
Johanna se vio envuelta en un lío de presentaciones, que llevaron a un círculo de
historias míticas, animales al vuelo, dioses mortales, de lugares húmedos y tibios y
de otra vida totalmente diferente a la que ella jamás había imaginado. Todo esto
teñido por un acento tropical que la acompañaba casi todas las mañanas y casi
todas las tardes. De un momento a otro, se vio conociendo a Gabriel, más de lo
que se conocía a sí misma, y menos también y de la misma forma. Comenzó a
olvidar la mitad de sus tareas y a no terminar las otras. Pero no le importaba,
porque la magia de Gabriel y sus palabras nunca terminaban de sorprenderle.
La mayor historia, seguía siendo la del anillo. El que nunca debía quedar sin dueño,
por que el anillo se alimentaba de la vida, del gozo y de la salud de quienes lo
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usaban, dando también como resultado, otras virtudes de las que nadie supo
hablar. Había quienes decían que curaba enfermedades, pero era más que claro
que eso no podía ser verdad. Otros, que encontraba amores, pero nadie lo supo
probar. Otros tantos clamaban paz si era usado sabiamente, pero nadie era lo
sabio suficiente. Finalmente, algunas historias comenzaron a derivar de que el
anillo estaba maldito, aunque tampoco lo supieron comprobar. Así, de dueños
miedosos y otros menos supersticiosos, el anillo había llegado a su dueño actual.
Después, Gabriel se tomaba a contar historias de amor y de ficción: sobre diosas
con una virtud indestructible, y dioses que las supieron dominar; sobre animales
tan grandes tan grandes que podían alimentar a toda la aldea durante 3 semanas;
sobre los primeros jefes de la tribu que fundaron una gran familia descendentes de
los pájaros fénix; y entre otras largas historias que entretenían tanto a pacientes
como a trabajadores. Era Johanna quien nunca debía faltar.
Finalmente, en los últimos 4 días, Gabriel enfermó tan fuerte que le era difícil
hablar y las historias disminuyeron. La última historia, sólo la pudo escuchar
Johanna, muy cercana a su boca. Contó que, cuando él muriera, ella tendría que
cargar el anillo, porque no podía quedarse sin dueño, y porque nadie sabría que
podría pasar si el anillo quedaba huérfano. Johanna intentó convencer en vano a
Gabriel, pero no lo logró; sino que terminó prometiendo guardar casa al anillo. Él
le tomó la mano y se la besó, ella era la honoraria heredera del anillo de Agua y
Fuego. Después se quedó un poco callado pero muy risueño, como la vez que le
habían avisado sobre su enfermedad.
Varias noches había soñado ya, sobre grandes anillos de agua y otros de fuego que
la perseguían, que en un momento se convertían en nubes violentas, en piedras
turquesa, o que dejaban tras su paso, pedazos de amoríos de dioses, de personas
de la tribu como las había descrito Gabriel, en animales gigantes y feroces, para
luego volver a convertirse en los temidos aros de fuego o agua amenazando con
quemarla o ahogarla.
Los sueños se fueron ahogando brevemente, para acosarla durante el día mientras
estaba despierta a un lado de Gabriel. Fueron esos últimos días los más feroces de
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sus sueños conscientes, hasta que comprendió que no podía soñarlos en su cama,
ya que había varios días que no dormía. No había dejado el lado de Gabriel. Él sólo
se limitaba a acariciar su cabello y decirle que debería descansar más, que iba a
terminar igual o peor que él. Johanna simplemente se reía sin ganas. Veía su flama
extinguirse, hasta que su día llegó. No se había dado cuenta de que se había
quedado dormida, y Gabriel también estaba dormido junto a ella, casi juntos, una
cabeza sobre otra y los brazos entrelazados. Johanna se levantó de su silla y lo
miró, simplemente. Tomó el anillo de sus manos blancas y lo puso en su dedo
anular izquierdo, justo donde lo llevaba él. Se retiró del hospital para no volver.
Johanna volvió a mirar el anillo, y se estacionó. Bajó al puente y se sostuvo unos
minutos observando el agua. Pequeñas lágrimas resbalaban silenciosam ente, e
iban a parar al mar, a sus manos y a su cuello. Se quitó el anillo y lo miró. Era
imposible como había llegado a involucrarse tanto con alguien, y ahora, se sentía
diferente. Sabía que una parte de Gabriel se había quedado con ella, pero ahora se
preguntaba si una parte de ella se había ido con Gabriel. Johanna volvió a mirar el
anillo casi con odio y lo apretó en su puño. El color turquesa no le hacía nada de
gracia, parecía mortecino, deprimente, y mórbido. No se dio cuenta de la fuerza
con la que apretaba al anillo hasta que escuchó un curioso “crack”. Abrió la palma
de su mano y ahí yacían dos aros, medio anillos, uno transparente, puro como un
diamante, y el otro rojo y brillante como la ira que sentía. Personas con
impermeables pasaban tras de ella, y se pensó en buscar un lugar cálido y
diferente. Miró de nuevo al ahora par de anillos que descansaban en sus manos.
Lanzó el blanco al agua, y el rojo lo puso en su “honor”, el dedo anular de su mano
izquierda. Y partió.
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Justina
Le besó el cuello. Los brazos y la boca. Ella le abrazaba tiernamente, con su usado
vestido que solía ser rojo. Le besaba también el cuello y el pecho.
-¿Cuándo?
Siempre contestaba él. Y cerraba los ojos para encerrar el momento. Su olor. Su
calor.
Y así despertó. En el frío cuartucho sin ventanas de la pensión. Sobre la cama sin
sábanas. La resaca. El dolor de cabeza.
Se levantó con el mismo traje viejo, roto y desvaído. Viejo, casi transparente de los
años. Caminó. Al pasar frente el bar, contando sus pasos en voz alta, sin darse
cuenta.
Rodrigo seguía con el mismo olor en la nariz, la misma piel en las manos, la misma
voz en los oídos. La misma mujer en el alma, la que alguna vez dejó olvidada en
algún lugar.
<<No se apuren plebes>> les gritaba Don Mateo, el viejo más antiguo del pueblo.
Decían que ya estaba medio zafadón. Clamaba algunas veces que su padre estaba
ahí cuando se fundó el pueblo, y él, de chico, lo miró con sus propios ojos. Otras
recitaba a José Soni, el supuesto “poeta” del pueblo, con frases que nadie lograba
entender. Por eso decían que ya estaba viejo demás y los niños se reían de él.
Como lo acababan de hacer al pasar y escucharlo.
<<Igual no van a llegar>> les gritó menos fuerte. Casi siempre estaba sentado en su
banca en el portal de su casita a medio caer, sin fuerzas para hacer muchas cosas.
Sus hijos ya se habían ido al otro lado y olvidado de él. Su esposa había muerto
hace tantos años que ni él la recordaba bien.
Por eso había querido morir desde hace mucho tiempo, tanto que esas ganas se
terminaron por mezclar con los sueños jamás realizados y perdidos, catalogado
como uno de ellos. Se volvieron ese vacío que rellena el corazón de la gente con
rutina. Esa sequedad de los lugares donde jamás llega la humedad. Ese amor que
Don Mateo pensaba en nada y en todo. Corrió un viento con olor a tierra mojada.
Saber cómo es el tiempo no es difícil. Lo difícil es vivir tanto como Don Mateo para
aprenderlo. Y Don Mateo se acababa de graduar. Y sabía exactamente qué era lo
que iba a pasar. Sabía, también con exactitud exagerada, cómo iban a resultar las
vidas de los que conocía, que era casi todo el pueblo. Cayó la primera gota y él lo
sabía. También sabía que eso era todo lo que necesitaba. El polvo del suelo
comenzó a humedecerse. Las señoras salieron a ver si sí era cierto que llovía. Los
niños regresaban corriendo cada uno para sus casas. Estaban enojados, pues no
habían llegado muy lejos y no pudieron jugar. Las señoritas mirarían frustradas
más tarde por las ventanas los rayos de fuego que soltaba el cielo, porque esta
noche no habría baile. Y los pocos campesinos que quedaban en el pueblo,
escucharían como suena la esperanza.
Era sencillo. Saberlo, era sencillo. Porque a esa edad todo deja de sorprenderte y
te das por vencido por que ya sabes lo que viene. Entonces probó una calma total,
de esas que preceden a los huracanes. Los niños se congelaron en su momento de
corredera y esa imagen se detuvo ante sus ojos.
Porque, cuando ya sabes qué viene, vivirlo, no sirve de nada. El sonido dejó de ser
y fue la última imagen que tuvo del mundo. Incluso el silencio dejó de cantar. Y lo
había esperado tanto que ni siquiera lo disfrutó. Porque el tiempo no volvería a
empezar, al menos no para Don Mateo.
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Lápiz
Había una vez un lápiz que se quedó sin alma. Su marca estaba mal impresa y el
borrador rosa se había caído. Y no pintaba tampoco. El dueño del pobre lápiz lo
desechó y después de pasar por una larga serie de manos fue exiliado a vagar solo
y sin trabajo por el mundo.
Estaba decepcionado ya que no podría regresar a su fábrica de origen, porque su
marca estaba mal impresa. Soñaba con regresar con sus semejantes del salón de
“Defectos y defectuosos” de sabrá-Dios Lápices.
Un día se desesperó tanto que se rodó hacia las llantas de un auto… Pero nada le
pasó. Después de pensarlo mucho decidió tomarlo como una señal y emprender el
viaje para encontrar a su familia verdadera, a su fábrica de nacimiento.
Con la ayuda del aire, los fuertes vientos ráfaga y a los caminos bien inclinados,
logró llegar lejos, pero ninguna de las fábricas que vio se parecía al logo chueco
que cargaba sobre su lomo.
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Al llegar, el hombre se sentó en su escritorio y trató de escribir pero no pudo. El
lápiz sintió desilusión en su cuerpecito recto de madera. El hombre lo dejó en el
escritorio y contempló a Lápiz por un momento. Luego se fue.
Al cabo de dos días, después de que el lápiz vio al hombre buscar e investigar en
computadoras y en libros grandotes amarillos con muchos números, después de
verlo llamar varias veces por teléfono (la última de ellas gritó hasta el punto en
que Lápiz descubrió una vena verde en la frente del hombre y colgó estrellando el
auricular) el hombre se fue estampando los pies y la puerta.
Fue casi un día de ausencia. El hombre regresó con una bolsa de plástico comercial
en la mano izquierda.
Al final, el lápiz se sentía lleno, contento, realizado. No sabía que había pasado
pero le agradaba.
El hombre comenzó a escribir pero no lo apartó. Lápiz ahora escribía. El hombre
escribió las cosas más bellas con ayuda del lápiz, quien lo había visto todo.
Atentamente:
El hombre.
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Lydia
Lidya hecho mal y por eso lloraba quedamente en la esquina de su cuarto. Habían
removido todo de allí. Sus muñecas, sus juguetes, su cama, las cortinas, e incluso
habían cerrado los armarios con cadenas. La ventana estaba tableada por fuera. Su
madre le había dicho que era necesario que ella se quedara allí, que lo que había
hecho estaba mal, y que no podría salir por algunos días. Papá ni siquiera podía
mirarla. Así que en la madrugada se despidieron de ella y la dejaron dentro. Pero
la pequeña Lidya no sabía qué era lo que había hecho mal. Lloraba con su cabeza
recargada sobre sus rodillas, sus lindos rulos caían sobre sus brazos y su elegante
vestido que había usado esa noche.
Se había puesto uno de sus vestidos más elegantes, pues papá habría de llevarla a
una fiesta del trabajo, con mamá. Ambos se habían vestido con trajes vistosos
después de que mamá había convencido a gritos a papá de que llevar a Lidya sería
mejor. Después de todo era la cena navideña familiar del trabajo, y algunas
personas llevarían a sus hijos. Así que después mamá entró al cuarto de Lidya y le
dijo que iría con ellos a una fiesta de papá. Le advirtió que debía ser buena y
comportarse. Lidya se había emocionado enormemente, pues era la primera vez
que papá le permitía salir. Había ido otras veces con mamá al mercado a
escondidas de papá, y le había gustado todo lo que vio. Los edificios, las demás
casas, las tiendas y las personas. Pero mamá le había dicho que era peligroso que
ella saliera, y que no debía hacerlo, al menos, no por ahora. Que debía esperar un
poco. Y Lidya pensó que quizás esto significaba que estaba lista. Mamá le había
puesto un bello vestido de terciopelo negro con blanco y sus zapatos de fiesta. Le
había peinado durante media hora hasta que mamá le avisó que estaba lista y
Lidya corrió por toda la casa, presumiendo su ropa, y su libertad. Papá la miraba
con los labios pegados a la fuerza.
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Cuando papá tocó el timbre de la casa de campo, avisó a mamá que solo se
quedarían y cenar y se saltarían el postre. Lidya estaba en los fuertes brazos de
mamá, y sintió que la apretaba aún más cuando se abrió la puerta.
-¡Qué hija tan adorable tienes!- admiró la señora que abrió. – ¡Qué gusto
verlos!
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hombros. Lidya cayó al piso, y ya no estaba nada feliz. Había olvidado que había
salido de su casa, que estaba en una fiesta con papá y mamá, que el niño que
estaba en frente no quería hacerle daño. Olvidó todo, porque estaba en el piso, y
ella quería tener ese juguete en sus manos. Ese suave y peludo juguete. Y lo único
que la separaba de él, era ese niño. Así que se levantó de un ágil salto, y se
precipitó sobre el niño; mientras la voz de su madre le ordenaba que no lo hiciera
por detrás. Lo último que recuerda haber sentido son las manos de su padre
cogiéndola con demasiada fuerza por la cintura.
Pensándolo bien, a Lidya aún le dolían las costillas donde su papá le cogido. Lidya
levantó la cabeza para secarse las lágrimas con el faldón de su vestido de
terciopelo. Pero su cara quedó manchada con el recién humedecido vestido que
ahora era negro, blanco y rojo sangre. Lidya no sabía qué había hecho mal.
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2ª parte: Cuentos de DarkAngel
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Aquelarre nocturno
El ritual comenzó.
Salí del trabajo corriendo para encontrarme con mi chica. Casi rompí la puerta de
cristal del local del que era recepcionista y le dije que quería hablar con ella.
Respondió que faltaban 10 minutos para que saliera. Desesperado me senté en la
banca y encendí un cigarrillo. Tenía meses sin fumar pero la situación era
estresante. Al salir casi le grite que qué me estaba pasando. Raro, ella estaba
riendo.
En su trabajo, las cosas no iban del todo bien. Las ventas son bajas y la gente es
terca. Olvido desayunar y lo único que le quedaba era un cigarro. Salió a la puerta
y empezó a fumar despacio, para poder saborear el tabaco. Habían pasado dos
horas desde que abrió los ojos y sus preocupaciones casi estaban en el olvido. Aun
traía esa espinita que no le permitía estar del todo bien. Sin pensar demasiado en
el tiempo, saco su laptop plateada y comenzó a escribir:
"Si hoy me decidiera a dejar mis memorias, ¿cuales serian?, mis fiestas, mis risa,
todo al morir quedará junto a mí, al ir bajando en el cajón, fría con los ojos
cerrados debido al miedo, llorare en un cielo dándole las gracias al mundo por lo
que me dejo ser, por lo que me dejo sentir…
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Desearía tener compañía, no me agrada la soledad, aun recuerdo mis alegrías con
amigos, entre cerveza y cerveza. Sé que las letras no igualan casi nada a lo que yo
estoy viendo en mi mente, pero en cada punto que encuentres necesario trata de
imaginar lo que describo, tengo la esperanza de haber vivido una aventura o una
reflexión contigo.
Me hiciste feliz, nuestro momento compartido fue el mejor, ahora que estoy
muerta no sé qué es lo que me espera, antes juraba que al morir vendría directo a
jalarle los pies a todo conocido… y aun sigo a obscuras, cuando la tierra me cubrió
por completo escuche que alguien me dijo “espera”.
Trato de reflexionar en lo que estuve mal y en lo que estuve bien, aunque ya no
tiene importancia, lo único que sigue presente eres tú y los demás, recuerdas
aquel día en que lloramos hasta cansar y nos reímos hasta que el aliento se acabo,
ahí creía morir..."
Guardo el documento y sintió que las cadenas de la tristeza la liberaban. Inicio el
mensajero y al comprobar que sus amigos estaban en línea, se sintió feliz. Sus
amigos son su familia, aunque estén lejos o se dejen de hablar por algún tiempo.
Ella sabe que siempre estarán allí.
El día apenas comenzaba para ella. Sus amigos estaban con ella y nada podía salir
mal. Dio gracias a la vida por "la vida" y comenzó su viaje por la extraña, dura, no
siempre entendible y la mayoría de las veces loca ciencia que es vivir.
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Sueños de una mente enamorada
¿Me juntas...?
Mis días de niñez transcurrieron como cualquier otro. Con raspones y caídas,
promesas sin cumplir y sueños de aventura. Pero lo que más atesoro de esa época
ociosa es a ti. Aun recuerdo el perfume de tu cabello que me cerraba los ojos. Tu
embriagadora sencillez de espíritu y cintura delineada. Tus manos blancas, tus ojos
verdes. Tu imagen es como un sueño vivido, del cual no es posible despertar, pero
que cuando despiertas, recuerdas cada detalle con nostalgia. Esa criatu ra de fina
melena castaña eres tú. Tu, lo único por lo cual eh vivido y esperado estos años.
Me levanto lentamente de mi asiento. Eh pasado tanto tiempo sumergido en mis
recuerdos que no me eh dado cuenta de que unas gotas de agua y gas caen
copiosamente. Mis ojos ven con ternura la calle, deseando tener nuevamente 7 y
saltar en el agua. Deseando correr sin importar los coches. Huyendo del baño
diario y la escuela matutina. Deseando poder acercarme a ti...
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Cuando la magia de las drogas muestra su verdadera
cara...Suicidio...
No puedo moverme.
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pizzería de enfrente a recoger las sobras. Pero no importaba ya que ella estaba
conmigo. Pero la semana pasada se fue. Sobredosis de anfetaminas mezcladas con
heroína y alcohol adulterado. Eso fue lo que dijeron los doctores. No pude hacer
nada. Estaba a un lado de ella y no puede salvarla. Estaba en un "viaje". Irónico,
¿no? Mi viaje será diferente. Viajare por soles y montañas, luces de colores y agua
cristalina, arboles de frutas y caminos desaparecidos. Viajare por el fino y casi
imperceptible firmamento de mí ser y llegare hasta ti. Te buscare y te traeré de
vuelta. Te amo.
No me interesa.
La mano que antes se agitaba, ahora tapa sus ojos. El pito sigue aullando, cansado
y resignado. Me tumbo en el suelo y mi cabeza se recuesta en una vía. Miro las
estrellas, esperando el fin...
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Una noche. Una noche oscura y seca
Frio. El aire estaba frio, tan frio que el vaho emanaba de cada respiración. De cada
sentimiento. Era una noche de octubre, víspera de noche de brujas. Y ese almacén
abandonado era mi refugio. Nuestro refugio.
Fuimos hasta allí para recordar nuestra niñez. Cuando nos escondíamos de
nuestros padres. Cuando quebrábamos los cristales y salíamos corriendo.
¿Recuerdas cuando le di a un pajarillo con mi resortera? ¿y que después fuimos
corriendo a enterrarlo cerca del árbol donde contábamos cuando jugábamos a las
escondidas?
Y ahora ya no corremos, ya no jugamos. Solo nos dedicamos a observar la noche.
Una noche oscura y seca. Donde las estrell as han escondido su rostro. Y la luna se
estremece tras las nubes pasajeras. Una noche de reproches y desilusiones. De
miedo al porvenir. De recuerdos vagos y bofetones.
Una noche donde la amistad infantil se ha perdido. Donde sin más me dices adiós.
Lo que no entiendo es porque te vas. Aquí lo tienes todo. Tienes una familia, un
perro y una casa. Y me tienes a mí. Aunque no parece importarte ya que en el
carro tienes una maleta llena de ropa, otra de zapatos y otra de memorias. Yo que
desde niño te dije que algún día me casaría contigo.
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el recuerdo de los días felices. Esos días en los que nuestro mayor problema era en
que casa comeríamos. Donde dormiríamos.
Y hoy, me quedo parado en medio de una noche fría. Sin luna. Sin estrellas.
Mirando el vaho de mi respiración y jugando con mis pensamientos. En una noche
oscura y seca. Y abrasante.
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El niño que olvido su papalote
El fino hilo se suelta de sus pequeñas manos. Su dedo regordete y pequeño intenta
aferrarlo pero el viento ha sido más rápido y le ha ganado. Lentamente sus
expresivos y dulces ojos negros se posan en el viento y en el suelo, en el horizonte.
Su cara es todo un mar de emociones: Sorpresa, Desilusión, Mi edo, Tristeza.
Corre tras aquello que le es tan importante en la vida. Corre, aferrado al
sentimiento, con la esperanza de que regrese de nuevo a sus manos. Corre lo más
fuerte que le permiten sus cortas piernas. Y cae. Y un nuevo raspón aparece en
esas rodillas sucias. Y se levanta. Y nos demuestra una vez más que caer es solo un
retraso de segundos en un camino de una vida.
Grita, corre, grita más fuerte. Pulmones sanos. No puede creer que las cosas hayan
acabado tan rápido. Sigue corriendo, cada vez con menos fuerza. Se detiene un
momento para tomar algo de aire y reemprende su carrera con ahincó. El sabe que
sus esfuerzos no servirán de nada, pero aun así no quiere pensar que todo fue en
vano.
Y mientras corre, pisa un charco de agua. Se detiene a ver su reflejo en el agua.
Una sonrisa de nuevo ilumina su rostro. La desesperación que antes hundía su
cara, desapareció como si de accionar un interruptor se tratase. Primero rodea su
tesoro. Vuelta, tras vuelta, tras vuelta. Y salta. Salta en el centro del agua, sus pies
empapados, sus manos sostienen un dulce y su cara irradia felicidad. Una tras otra
las gotas empapan su cabello. Su cabello que se mueve al compás del viento. Y nos
enseña que la vida es un juego. Donde no importa ganar o perder, sino cuanto lo
hemos disfrutado.
Y a lo lejos, la sombra de un papalote se refleja en el campo. Se aleja cada vez más,
mostrando una sutil silueta, cada vez más tenue y difusa. Y lo que antes era su vida
ahora es parte de su historia...
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Espera, Alma, Espera
El sol golpea sin piedad la cabeza de Alma. Ella voltea a ver el cielo y sus ojo se
queman con la luz. Baja la vista y su visión se nubla y se opaca. El viento caliente,
sofoca y corta la respiración. Los moscos son implacables, atraídos por el aroma
dulzón de la carne en proceso de descomposición. El día soleado, la humedad
seca, la tristeza y el llanto. La muerte silenciosa, siempre al acecho, mancha con
sus lágrimas el maquillaje de Alma. Alma, gótica, solitaria, callada. No puede
pensar en el hecho de que pasea su frágil cuerpo por entre tumbas y desechos
humanos, grillos y hierba alta. No siente nada, su mente se aleja, entre nubes y
soles, para adentrarse en nuevos mundos donde no hay mas nubes o mas soles,
donde el vació es la regla y la soledad la compañía.
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la realidad, hacia la mágica y fantástica tierra violeta. Luces de colores, arboles que
no dan frutos, sino notas musicales, sapos con caras humanas y zanahorias que
devoran conejos. El mundo de lo irreal convertido al presente. Un pene que
camina entre nubes color morado, con formas de senos femeninos. Grandes,
firmes, pequeños, deformes. Todo tiene cabida en este mundo donde las el tiempo
te pregunta la hora y el sol oculta su rostro, no por vergüenza, si no, por miedo.
Aquí Karla se perdió, no encontró la salida...o, ¿acaso encontró una nueva? No se
sabe, aunque su rostro parece cambiar y pese la rigidez de la muerte parece reír y
sonrojarse.
Alma ve todo esto y quisiera ser ella en vez de Karla. Se imagina el calor del ataúd,
la oscuridad placentera de la tapa sobre su delgado cuerpo. Imagina como seria
cuando la pala levantara la tierra y suavemente cayera sobre ella, el sonido
gratificante, la aplastante tranquilidad. A cada palazo un poco mas de tierra
cubrirían sus heridas y callarían las voces dentro de su cabeza.
Y así Alma, sentada a un lado de la tumba de su hermano, limpia un poco más la
inscripción, derrama una lágrima, corta su dedo, la sangre roja como el vino, sale y
cae y lo posa sobre "Murió". Abraza sus rodillas y esconde la cabeza, enjuaga las
lágrimas y piensa en Karla y en como la muerte la saludaría, como le gustaría
recibirla, en las flores marchitas y el pasto amarillo, en cómo le gustaría morir y
cuando morir...
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Crónica de un accidente
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vestido, su sobrina, sus alumnos, el café con sus amigas a las 6, sus hermanos y sus
deudas. Sobre todo, sus deudas. Si muriera, ¿quién las pagaría?
Escucha un fuerte ¡crack! que proviene del choque de su cráneo con el cristal. Sus
piernas golpean el volante violentamente, las manos aferran el volante, como si de
ello dependiera, literalmente, su vida, el cinturón de seguridad se ciñe a su cuello y
no la deja respirar, aire, se asfixia, ¡¡necesita aire...!! Y de pronto, todo termina, no
pasaron más de 5 segundos y al voltear a su alrededor, solo ve una barda de
piedra, hierbas altas, sangre y metal humeante. La lluvia lo cubre todo, los rastros
de la miseria, ahoga los pitidos del claxon. Pasan 5, 12, 21 minutos y nadie pasa por
esa carretera olvidada de la mano de Dios, esto es una eternidad, la puerta no
cede porque se ha doblado en un ángulo extraño, la cabeza le duele, el cuello la
mata.
Ve el retrovisor y piensa en detenerse. No lo hace, siempre ha sido un cobarde,
nunca logro nada en su vida. ¿Y si murió? Mejor acelera, dejando atrás la estela de
sus actos, sin saber que los demonios de la incertidumbre no lo dejaran dormir en
paz, ya que no sabrá si mato o no a una persona.
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Sentimientos
-Tengo un sentimiento.
-No, no me veas con esa cara, no es un juego. Hoy puedo morir y siento que
no eh hecho nada. Nada en mi vida, nada para nadie. Si desapareciera, nadie
notaría mi ausencia. Sería como el viento que ah arrancado una hoja y se la lleva
lejos, a la vista de todos, pero nadie se detiene por ella. Si desapareciera, que,
¿sería todo? mi nombre seria olvidado y mi rostro mutilado. Nadie recordaría
como fui o que hice. Pasaría a la historia de mi familia como -oh, sí, creo que se
llamaba fulanito. Por cierto, ¿dónde está?- mas por cortesía que por preocupación.
Mi tumba seria pisoteada y el tiempo seria lo único que pase por ella. Las flores
marchitas, el césped alto, el agua podrida, el mármol gastado. Y cuando por
motivos de espacio se necesite el lugar de mi descanso, sacaran mis restos y los
venderán a un estudiante de medicina o a un brujo deseoso de un esqueleto
humano. Mi cráneo terminara en la repisa de una recámara sucia y maloliente, con
un par de velas rojas, una blanca y una negra haciendo de postes a mi nueva
prisión. Alguien pintara extraños símbolos en mi frente y me expondrán como un
objeto de estafas y engaños, mentiras y dioses falsos. Y al final, cuando la farsa
termine, desecharan mi esqueleto a un basurero o quizás se tomen el tiempo de
triturar mis huesos hasta hacerlos polvo. Polvo eres y al polvo regresaras. Extraña
forma de regresar. Y así abre terminado, echo tierra por alguien que no conocía mi
sexo, mucho menos mi nombre. Y todo porque no hice nada, me quede siempre
donde le parecía mejor a otros y no a mí, quise hablar y me callaron la boca. Y
mansamente respondí, con un movimiento de cabeza, dando la razón a allá
cuando debía de alzar la mano y protestar. Y por eso, hoy podría morir, porque
sintiéndome así, no me importa el caminar sin ropa por entre la gente, no pienso
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en pensar, no me importa el mar de almas que me rodean y me excluyen, me
odian, me ridiculizan. Quiero sentir que moriré y dejar de sentir que podría morir.
El cielo raso se abre ante mi y subo ante lo que me espere arriba, sea la
reencarnación o el descanso eterno. Sea el nirvana o el ego. Convertirme en algo
nuevo o vagar por la tierra, escondiéndome a la luz del día y saliendo por las
noches a seducir extraños y pervertir sueños. O simplemente dejar de existir,
como el roció que no vemos cuando llega y no estamos cuando se va, como la
cruda llama de una vela que consume lentamente oxigeno y este deja de serlo
para pasar a alimentar el apetito del fuego. Consumirme con las brujas de antaño,
lentamente ahogarme en mis propios pensamientos, en mi propia miseria.
Encerrarme en las celdas de los delirios, en el calabozo d el miedo. Desaparecer...
Morir... Sentir...
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Diana
Había una vez una prostituta y un poeta drogadicto quienes entre arboles de
cristal, fierro retorcido, animales que exhalan humo y toxinas , se paseaban y
sobrevivían. Aquí se desarrolla nuestra historia, en medio de la selva de concreto y
las bajas pasiones, entre burdeles, prostíbulos, drogas y pisos derruidos. Aquí,
donde la sociedad ha arrastrado a los marginados a un punto en el que hasta el
amor es enfermo.
La prostituta rondaba en los 22. Tenía un cabello color negro intenso con puntas
rojas, maltratado por tanto tinte y sol. Lo traía corto, con un corte degrafilado,
rebelde. Su nariz era pequeña y en punta, pareciera la de una mujer famosa o tal
vez una artista. Piel extremadamente blanca, resistiendo a las grandes caminatas
bajo el astro rey. Sus 46 kilos de peso en 1.59 metros de estatura la hicieran
parecer débil, pero era una mujer fuerte, que había dominado a varios clientes que
se habían querido propasar más de lo que su cartera les permitía. Su rostro era
bello, aunque demacrado por las exigencias de la profesión, sus ojos eran
rasgados, negros, expresivos. Su cuerpo era una mina de tesoros: Copa B, vientre
plano, nalgas altivas. Conocía sus encantos y los utilizaba a su favor. Su nombre,
Diana. Su defecto: Sentimentalismo.
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centímetro de su ser. Porque cuando no estaban allí, el mundo se tornaba gris,
insensible, sucio, enfermo. La sociedad podrida de un sistema corrompido. Y sus
“dulces” le daban ese sentimiento de pertenecer a algo o a alguien. Hasta que
conoció a Diana.
La vida en la ciudad es un asco. Todas las noches los mismos rostros, la misma
rutina. Te levantas, te bañas, eliges que ponerte. Sales y el mismo conductor de la
ruta te mira, extiende la mano y recibe cuatro monedas. Alguien grita ¡En la
esquina bajan! y el sonido crudo de la puerta trasera te recuerda todas las veces
que has dejado pasar la oportunidad de romper las reglas. Pero la maravilla de la
vida es que todo cambia. Y algunas cosas mejoran, otras desaparecen, algunas mas
se obsesionan.
Todo empezó cuando Javier salió de su casa en busca de su “tirador”. Su ultima
dosis había acabado hace dos tardes y tras tratar vivir ansiosamente en este
mundo, se había desplomado ante la miseria de la gran urbe. Salió
dificultosamente de su vivienda y camino entre calles y arboles. Llego a la zona
rosa, donde se juntan las putas y los distribuidores. Caminando bajo la tenue luz
de la avenida, llego hasta donde se suponía debería estar su distribuidor. Pero esa
noche nadie lo esperaba. Confundido recorrió la calle donde la carne humana se
vende para placeres y depravaciones.
-¿Disculpa?
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Javier cayó sobre su propio vomito, presa de fuertes convulsiones. Su sistema
pedía drogas. Necesitaba drogas. Lo último que vio fue como la prostituta lo
esculcaba y aventaba sus escritos a la calle, al no encontrar nada de dinero en sus
bolsillos. Y después la obscuridad lo cubrió todo, adentrándolo en ese mundo
perfecto, cálido, donde nadie te encuentra y del cual no estás seguro si quieres
salir.
Diana vio como Sandra lo dejaba tirado en medio de la calle húmeda. Al principio
pensó en dejarlo allí, ¿a quién le importa? pero después de ver las erráticas
sacudidas de aquel individuo, pensó en llevarlo a su apartamento. Era un agente
libre, por lo cual, no tenía un proxeneta al cual darle cuentas. Cruzo la calle aun
dudosa, pero cuando vio que su cabeza golpeaba la banqueta por sexta vez, no lo
pensó más y corrió bajo la luz artificial de la farola. Dificultosamente lo ayudo a
pararse y tomo un taxi.
-¡Cállate cabrón!
-¡Huy! Las putas de hoy ya no tienen sentido del humor. Que se me hace que
te llevo por uno de mis atajos preciosa. Así aprenderás a hablar como la gente.
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empapando su cabello, mojando su pecho. Logro arrástralo hasta la entrada del
edificio F el cual siempre estaba callado y poco iluminado. Saco una llave y abrió la
puerta. La media luz alcanzo a distinguir el sillón, la mesa y una estufa vieja. Cargo
nuevamente con aquel hombre, a quien había dejado sentado en la escalera.
Lentamente, paso a paso, pudo sentarlo en el sillón. Encendió la luz y la verdad se
hizo presente: Un sillón roto, en la mesa había pedazos a medio comer de pizza, un
vaso de plástico, una silla a la cual le faltaba una pata y en su lugar habían puesto
un pedazo de escoba. La estufa, grasosa, tenía una olla con café y un sartén con
pedazos de una mezcla de carne de cerdo y frijoles de lata. En el frigo bar solo
había líquidos: agua embotellada y cerveza, un poco de vodka y más café. En la
esquina había una puerta que daba al cuarto de servicio y un pasillo a la derecha,
que daba al único cuarto y a un baño que no conocía más que mierda y sangre.
-¿Quién eres?
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-Lo siento- se disculpo- Pero… creo que no tienes seguro. Eres un indigente.
Javier no contesto nada. La chica enfrente de él parecía tan bella e inocente que
no la imaginaba como una asesina serial o un secuestrador o algo peor. Tal vez si
quisiera simplemente ayudarlo. Aunque él no era un indigente.
-¿Qué te hace pensar que soy un indigente? ¿Qué apoco piensas que por mi
ropa y mi aspecto puedes juzgarme?
-Diana
-Lindo nombre.
-Gracias.
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-Deberás disculparme, pero solo tengo vasos de plástico. No suelo comprar
de vidrio… se rompen muy continuamente.
Tomo el vaso azul que aquella fina mano le ofreció. Bebió a pequeños sorbos,
intentando alargar el momento. Pero la ansiedad de su co-dependencia se hacía
cada vez más fuerte, originándole un fuerte dolor de cabeza, seguido de nauseas y
mareos. El sol comenzaba a calentar mas, la transpiración se hacía presente en
suaves gotas de sudor en el cuello de ambos. Parecieran dos personas después del
sexo.
-Javier
-Soy poeta.
-Sobre la vida y la desilusión, sobre los dioses y las mujeres. Sobre lo que se
ve con los ojos del alma que se encuentra encerrada en pequeños puños de arena.
Sobre aquellos detalles que alguna vez nos causaron placer por cinco segundos,
pero que sin embargo hace falta una vida para poderlos olvidar.
Las palabras salieron de él sin siquiera pensarlo. Nunca antes había tratado de
decir sobre lo que escribía. Pero era claro que esta mañana era diferente.
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-Y tú, ¿a qué te dedicas?
El nudo en la garganta de Diana le impidió respirar. ¿Cómo decirle a aquella
persona que se dedicaba a hacer felaciones y se entregaba a extraños por unas
cuantas monedas? Entonces mintió.
Javier se quedo sin palabras. ¿Ayudarlo a conseguir drogas? Pero era lógico,
aunque ella había mentido, él sabía que era prostituta y por lo tanto, conocería a
más personas que él. Además la naturaleza de Javier era confiada, despistada. Así
que decidió que sería una buena ayuda.
-Soy un drogadicto.
Diana no dijo nada. Era la primera persona en su vida que le había echo una
confesión en su vida. No sabía cómo reaccionar. Se levanto de la silla y entro en
uno de los cuartos. Al poco rato salió, vestida con pantalones vaqueros a la cadera,
una playera azul de tirantes y un pequeño bolso. Camino hacia la puerta y puso
una mano sobre el picaporte.
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-Vamos pues. Tal vez conozca a alguien.
Salieron de la casa. El sol del mediodía cayó sobre am bos, produciéndoles dolor de
cabeza y confusión. Caminaron por aquellas calles que cuentan historias de
pobreza y marginación. Donde los niños juegan con botellas aplastadas de cerveza,
con colillas de cigarro y cristales rotos. Donde tener un arma es mejor que una
bicicleta.
-¿Quien es?
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la otra un cigarro. Su aspecto, mas el de un narcotraficante, parecía el de una
persona normal, de esas a quien uno le encarga su casa cuando sale de vacaciones.
-Así que tienes dinero. Bien -se volvió hacia Diana- ¿Es de fiar?
-Si no, no te lo hubiera traído. Así que no te hagas pendejo y saca la
mercancía.
El narco hizo una cara de fastidio y abrió la bolsa negra, llena de grapas de cocaína,
churros de mota, paquetes de LSD, crack, frascos de anfetaminas y hierbas de
peyote.
-¿Y cómo te quieres sentir hoy mi amigo? ¿Quieres volar hacia tus más
grandes sueños? ¿O acelerarte a tal grado de querer ganarle al tren?
-Así que quieres un viaje feliz, donde las pesadillas no existen eh. Al cliente lo
que pida. ¿80 microgramos, 100 o 200? Si quieres algo más fuerte, te lo debo. No
manejo dosis más grandes.
-Va uno por parte de la casa. Que les vaya bien -se despidió arqueando las
cejas.
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Diana se mostro confundida. LSD estaba relativamente bien, un viaje es necesario
de vez en cuando. Pero, ¿heroína? Era demasiado.
-Valla, tenemos un pinche gritón, si quieres les hablo a los vecinos, tal vez
ellos también quieran algo de mis productos. Llévatelo antes de que le rompa su
madre a este hijo de puta -le grito a Diana.
Diana jalo el brazo de Javier. Volteo a ver las demás casas, pero se alegro al ver
que solo un papel que revoloteaba gracias al viento había sido el único testigo de
su transacción. Caminaron calle abajo, donde los carros eran escasos.
-Me dan tiempo para escribir y soñar con otros mundos -fue la excusa de él.
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escribió Javier, aquella carta que apareció la siguiente noche al día que le dejo en
la calle del narcotraficante. Esperaba, olvidando la única regla de una prostituta.
Prohibido enamorarse.
“Diana:
La mañana que desperté en tu casa fue para mí una revelación. Nunca pensé que
después de ver morir a mi prometida (quien misteriosamente llevaba tu nombre)
podría volver a amar. Pero tú lo lograste, con solo medio día a tu lado. El destino
es cruel con aquellos que son más miserables. Y nos junto. Y solo por un momento
me ha dado lo que en la vida había conseguido. Amar intensamente, vivir por
alguien, morir por una razón. Y espero que tú seas aquella razón. Espero poder
darte todo aquello que te mereces, el mundo si es preciso. Por mi mente pasan
tantas cosas, donde lo único que es el factor común es tu rostro. Lo puedo ver en
las paredes, lo siento grabado en mi piel, mi voz no cesa de decir tu nombre. Solo
espero que tu sientas lo mismo. Y espero volver a verte.
Con amor,
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Epilogo,
por DarkAngel.
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