ADORNO - Intervenciones
ADORNO - Intervenciones
ADORNO - Intervenciones
ADORNO
INTERVENCIONES
Nueve modelos de critica
Versin castellana:
ROBERTO J. VERNENGO
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As se present una palabra clave que, sin quererlo, vuelve
en muchos de los ensayos: la conciencia cosificada, en la cual
se quisiera intervenir quirrgicamente mediante estos trabajos,
sea que valgan nicamente como desarrollos propios de las
ciencias del espritu; indiquen la actitud hacia la filosofa de
quien ensea, los) clichs construidos alrededor de la idea de los
aos veinte o la permaner:icia maligna de los tabs sexuales;
denuncien el mundo preparado por la televisin o el de la opi-
nin descarriada. Esa unidad en el enfoque determina de con-
suno los lmites: la conciencia es sometida a crtica slo en cuanto
es reflejo de la realidad en que se mueve.
De ah que las perspectivas prcticas sean limitadas. Quien
propone, en general, consejos, se convierte fcilmente en cm-
plice. Hablar de un nosotros, con el cual nos identificamos, im-
plica complicidad con lo malo y el engao de que sera factible,
mediante buena voluntad y disposicin para la accin en comn,
lograr algo, cuando justamente esa voluntad es impotente y la
identificacin con los hombres de buena voluntad sirve para en-
cubrir una forma del mal. La reflexin pura, que s-e abstiene de
toda intervencin, no sirve sino para reforzar aquello ante lo
cual retrocede atemorizada. El componer la contradiccin no co-
rresponde a la reflexin; se impone la constitucin misma de
lo real. Pero, en un momento histrico en que parece que en
todas partes la praxis ha sido seccionada, cuando pretenda re-
ferirse al todo, quizs se tenga ms derecho a reformas mseras,
de lo que en s le corresponda.
Diciembre de 1962
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NOTA SOBRE LAS CIENCIAS DEL ESPIRITU
Y LA FORMACION CULTURAL
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cia que a ella corresponde y que, mediatamente, se contrapone
a aquello que Fichte, Schelling y Hegel pensaban con esa pala-
bra, ha logrado, a costa de sus momentos contrarios, un peso
lleno de enigmas, que no puede ser suprimido con un mero dic-
tamen. La espontaneidad, la imaginacin, la libertad frente a la
cosa, son todas explicaciones intiles frente a la pregunta siem-
pre presente: "se trata tambin de ciencia?'', al punto que el
espritu se ve amenazado de ser desespiritualizado en su dominio
propio. La funcin del concepto de ciencia se ha invertido. La
tan trada a cuento pureza metdica, el control generalizado, el
consenso de los dems hombres de ciencia, la demostrabilidad
de todas las afirmaciones, inclusive el rigor lgico de la argu-
mentacin, no son espritu: el criterio de invulnerabilidad siem-
pre funciona contra aqul. Donde ha sido resuelto el conflicto
contra los puntos de vista intuitivos no reglamentados, no puede
llegarse a una dialctica de la formacin cultural, al proceso
interno del sujeto y del objeto, que se pens en la poca de Hum-
boldt. La ciencia del espritu organizada es, ms bien, una toma
de posesin y una forma de ref~exin del espritu, antes que
una forma de su propia vida; pretende reconocerlo como lo no
semejante, elevando la falta de semejanza a principio. Si, en
cambio, esa ciencia se coloca en su lugar, el espritu desaparece,
inclusive de la ciencia misma. Ello sucede tan pronto la ciencia
se considera como nico organon de la formacin cultural, y
mientras la actitud de la sociedad no consiente ningn otro. La
ciencia se inclina abiertamente y cada vez ms hacia una intole-
rancia frente al espritu, que no se le parece, y recurre tanto
ms a sus privilegios en cuanto sospecha con hondura que no
ha logrado lo que promete. No es la ingenuidad de muchos estu-
diantes de ciencias del espritu la culpable de muchas frustra-
ciones experimentadas en los primeros meses de estudio, sino
que tambin lo son las ciencias del espritu, que han puesto de
lado ese elemento de ingenuidad, de inmediatez frente al ob-
jeto, sin el cual el espritu perece; no menos ingenua es su falta
de reflexin al respecto. Aun cuando se oponen, en cuanto con-
cepcin del mundo, al positivismo, secretamente acatan los mo-
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dos de pensar positivistas, los propios de una conciencia cosifi-
~ada. La disciplina convierte, en armona, con una tendencia
general social, en tab a todo lo que no se limita tercamente a
reproducir lo ya dado; pero aun ello sera una determinacin del
espritu. En una universidad extranjera se lleg a decir a un
estudiante de historia del arte: no est Ud. aqu para pensar,
sino para investigar. Lo mismo no se dira, por lo menos con
trminos tan secos, en Alemania, por respeto a una tradicin de
la cual poco queda, salvo ese respeto; pero tambin aqu no
dejara de verse afectada la forma de trabajar.
__ La cosificacin de la conciencia, la disponibilidad de meca-
nismos apropiados, la separa, de muchos modos, de los objetos,
e impide una formacin cultural que se confunde con la oposicin
a esa cosificacin. La trama con la que las ciencias del espritu
organizadas ha cubierto sus objetos, se convierte tendenciosamen-
te en un fetiche; lo dems es un exceso que no tiene cabida en
la ciencia. El dudoso culto filosfico de la originalidad promo-
vido por la escuela heideggeriana, habra fascinado gravemente
a la juventud dedicada a las ciencias del esp,ritu, si no fuera
que l tambin se opone a una exigencia real.. Diariamente ad-
vierten que el pensar cientfico, en lugar de suprimir los fen-
menos se resigna a aceptar su aspecto ya establecido. En l~
medida en que se pasa por alto al proceso social que cosifica
al pensar, han hecho de la originalidad nuevamente una espe-
cialidad destinada a satisfacer pretendidas cuestiones radicales,
y por ende, muy especializadas. Lo que la conciencia cientfica
cosificada demanda, en lugar de la cosa, es algo social: el encu-
brimiento mediante la rama cientfica institucionalizada a la que
esa conciencia recurre como nica instancia, tan pronto alguien
se atreve a recordarle lo que olvidan. En ello radica el confor-
mismo implcito de las ciencias del espritu. Si pretenden formar
hombres de espritu, los mismos quedan ms bien destrozados
por ellas. Erigen para s un autocontrol ms o menos voluntario.
Este no permite, por de pronto, afirmar lo que no corresponde
a las reglas del juego establecidas de su ciencia. Progresivamente
olvidan hasta el percibir mismo. Incluso frente a productos espi-
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rituales, es difcil ir pensando poco a poco para lo ya conse-
guido acadmicamente. Algo distinto de lo que corresponde al
inexpreso ideal de ciencia, que por inexpreso es tanto ms pode-
roso.
Su fuerza de represin de ninguna manera se limita a las disci-
plinas tericas o tcnicas. La exigencia que en su respecto ejerce
la utilidad prctica, tambin se extiende a aquellas donde tal exi-
gencia no puede plantearse. Puesto que al concepto de ciencia,
que se expande incansablemente desde que se rompi, por culpa
de ambas y para perjuicio de ambas, con la filosofa, es inma-
nente la desespiritualizacin. Sin saberlo, la formacin acadmica
se altera, incluso all donde temticamente tiene que ocuparse
del espfritu, equiparndose a una ciencia cuya medida est en los
datos, en lo fctico y en su preparacin --esa facticidad ante la
cual el no decidirse es la vida misma del espritu. En qu pro-
funda medida la desespiritualizacin y la cientifizacin han cre-
cido juntas, queda mostrado en que luego, como antdoto, ambas
buscan afuera filosofemas ya elaborados. Se los introduce en las
interpretaciones de las ciencias del espritu, para darles el esplen-
dor faltante y pese a que no brotan del conocimiento mismo de
los productos espirituales. Y con cmica seriedad, se vuelve a
extraer de ello, siempre y de nuevo, lo mismo, indiferenciado.
Entre el espritu y la ciencia se extiende un vaco. Y a no slo
la formacin especializada, sino la cultura misma ha dejado de
ser formadora. Se polariza conforme a las exigencias de lo met-
dico e informativo. El espritu culto sera, en su respecto, ms
una forma de reaccin involuntaria que duea de s misma. Nada
lo cuida y protege ya en los establecimientos educativos, ni si-
quiera en las escuelas superiores. Si la cientificidad no reflexiva
excluye al espritu como una especie de cosa caprichosa, al hacerlo
se hunde cada vez ms en una contradiccin con el contenido de
que se ocupa y con aquello que considera su propio trabajo. si
las universidades cambiaran de parecer, sera menester tomar me-
didas no slo en las ciencias especializadas, sino tambin en las
ciencias del espritu, que imaginan, a diferencia de aqullas, no
haber radiado injustamente al espritu.
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AQUELLOS AOS VEINTE
A Daniel-Henry Kahnweiler.
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sorprende advertir que poco se ha modificado en ese terreno.
Como en la moda, cambia la confeccin; la cosa misma, un len-
guaje de seales cortado a medida de los reflejos condicionados
de los consumidores, sigue siendo esencialmente la misma, con
el jazz como una moda duradera. Que esas modas pasadas, frente
a las hoy circulantes, tengan un aspecto de ingenuidad y torpeza,
que en la jerga de la msica ligera norteamericana se denomina
cornyJ debe atribuirse ms bien al factor tiempo en abstracto,
y en especial, al progresivo perfeccionamiento de las maquina-
rias, incluyendo las de control psicosociolgico, que a la sustan-
cia de lo difundido. El elemento de no excesiva elegancia, que
provoca sonrisa de igual tipo en la gente que entonces aplauda
a Mistinguett y a Marlene, y la nostalgia que adhiere hoy, ilu-
minndolos, a esos productos, son de igual esencia; no se com-
prende, bien la situacin menos desarrollada de las tcnicas de la
cultura de consumo, como si ese perodo hubiera estado ms
cerca de los orgenes, mientras que en verdad estaba dirigida
tan precisamente a la caza de clientes como en 1960. Es para-
djico pensar que en la esfera de una cultura racionalizada con-
forme a ideales industriales, algo pueda modificarse, puesto
que el principio de la razn misma, en la medida en que es
utilizado para calcular efectos sociales culturales, es siempre la
identidad. De ah que sea algo chocante el advertir que algo, en
la zona cultural industrial, envejece. El shock de esa paradoja
ya fue aprovechado por el surrealismo de los aos veinte, frente
al mundo de 1880; en Inglaterra, un libro como Our Fathers, de
Allan Bott, suscit entonces un efecto parecido. Hoy se repite
con respecto a los aos veinte, lo que se daba en 1920 con res-
pecto a la imagen del mundo del 80. Pero la repeticin hace
que la sorpresa sea menor. La rareza de los aos veinte es el
espectro de un espectro.
Esa imagen de los aos veinte, en la zona del idioma alemn,
posiblemente no est tan precisamente perfilada por movimientos
culturales. El expresionismo y la nueva msica tuvieron al apa-
recer entonces mucha menor resonancia que las tendencias est-
ticas radicales de hoy. Se trataba ms bien de una imagen del
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mundo resultante de la fantasa ertica. Fue alimentada por
obras teatrales que pretendieron aparecer como representantes
del espritu de la poca y que an hoy siguen valiendo como
tales, aunque por su propia estructura no pudiera afirmarse que
fueran especialmente avanzadas. Las piezas de teatro con msica
en que trabajaron juntos Brecht y Weill, la Opera de tres cen-
tavos y Mahagonny, as como ] ohnny spielt auf, de Ernest Kre-
nek, configuran esa lnea. La desazn ante la progresiva desexua-
lizacin civilizadora del mundo, que paradjicamente produjo
una proporcin grande de disolucin simultnea de tabs, lleva
consigo deseos romnticos de anarqua sexual, de nostalgia por
los distritos de luz roja y las ciudades abiertas de los aos veinte.
En todo ello se da algo de inconmensurablemente engaoso.
El entusiasmo por la Jenny de las cavernas, el personaje de
Brecht, corresponde a la persecucin de las prostitutas, accin
ante la cual el orden bien establecido, cuando no tiene ningn
otro objeto de qu ocuparse, atena sus mpetus. Si todo hubiera
sido tan lindo en los aos veinte, hubiera bastado con dejar en
paz a las muchachas livianas y suprimir las operaciones de lim-
pieza. En lugar de ello se confeccionan pelculas encantadoras
y antispticas sobre los naughty twenties, o, mejor an, sobre /
Toulouse Lautrec, el antecesor. Entonces esas muchachas no tra-
bajaban para divertirse nicamente. La explotacin desgraciada-
mente comercializada del sexo en la calle del Kurfurstendamn,
tal como la dibuj George Grosz y la fij en palabras Karl
Kraus, no estaba ms cerca de la utopa que el clima de desa-
rraigo de hoy.
Sin embargo, la representacin de los aos veinte como un
mundo en que, como se dice en Mahagonny de Brecht, todo se
puede hacer, tiene, como utopa, algo de verdadero. Entonces,
como sucedi tambin poco despus de 1945, se vio la posibilidad
abierta de una sociedad polticamente libre. Por cierto, que slo
fue una apariencia: ya en los aos veinte, como resultado de los
acontecimientos de 1919, se haba decidido contra ese potencial
poltico que, de haberse orientado de otra manera, con gran
probabilidad tambin habra afectado al desarrollo ruso e im-
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pedido el stalinismo. Es difcil escapar a la sensacin de que ese
doble aspecto -el de un mundo que podra girar hacia una
situacin mejor, y el de la destruccin de esa posibilidad por el
establecimiento de los poderes que finalmente se desenmasca-
raron con el fascismo- tambin. se expresaba en la ambigedad
del arte, ambigedad que es caracterstica de los aos veinte y
que no corresponde a una turbia e inclusive contradictoda promo-
cin de clsicos entre los modernos. Justamente esas peras en
las que se una la fama con el escndalo, aparecen hoy, por su
actitud bivalente ante la anarqua, como si su funcin principal
hubiera consistido en mantener el dilogo con el nacional-socia-
lismo, al que sirvieron en su giro hacia el terror cultural: algo
as como si el desorden intencionalmente fomentado ya aspirara
a lograr ese orden que luego Hitler introdujo en Europa. No se
trata, por cierto, de un ttulo de honor de los aos veinte. Las
catstrofes que siguieron fueron alimentadas en sus conflictos
sociales internos, inclusive en la esfera que suele denominarse
cultural.
En la medida en que la nostalgia por los aos veinte se aferra
de hecho a algo espiritual, y no se queda en el espejismo de una
poca que habra sido de consuno una poca de avanzada pero
an no cubierta por una modernidad de celofn, es de menor
importancia decisiva el rango y calidad de lo entonces producido,
que la actitud real o supuesta del espritu mismo. De antemano
cabe sospechar cmo esa cultura restaurada ha sido devorada
por la ideologa que ya se encontraba en juego. "como no se es
suficientemente capaz para contrarrestarla, se erige la imagen
deseada de una situacin superada en la cual el espritu no habra
necesitado reconocer su ambigua posicin frente al poder de la
realidad. Frente a lo que despus acaeci, el espritu toma el
aspecto de una nadera. Es culpable, pues no pudo evitar el
horror; pero su propia delicadeza y fragilidad suponen que cabe
una realidad desprovista de toda barbarie. Con todo aquello que
hoy se experimenta como prohibido al espritu, se reviste a la
imagen del tiempo inmediatamente anterior a la catstrofe. La
ausencia de movimientos espirituales profundos hoy en da
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-puesto que ya el existencialismo de los primeros aos poste-
riores a la guerra no fue ms que un renacimiento reiterado--
despierta, inclusive en lo inofensivo, Ja sospecha de esterilidad.
Conduce a la leyenda de los aos veinte, durante los cuales el
reino mismo del espritu se tambale, espritu al que se le atri-
bua la misma importancia en la vida de los hombres. El hecho
de que, despus de 1918, el cubismo no pudiera continuarse, es
un sntoma que slo cabe diagnosticar post mortem. Dice Kahn-
weiler: "Picasso me suele repetir, an hoy, que todo lo que se hizo
entre 1907 y 1914, slo fue posible por un trabajo de equipo.
Lo preocupaba enormemente el estar aislado, solo, y fue en-
tonces cuando se produjo ese cambio". 1 El aislamiento que im-
impeda al pintor continuar su trabajo y que lo oblig a una
revisin, junto con otros, no era un azar contingente de su bio-
grafa. En ese aislamiento se hizo patente la desaparicin de las
energas colectivas que haban producido las grandes renovacio-
nes del arte europeo. La modificacin en las relaciones entre el
espritu individual y la sociedad se extenda hasta los ms se-
cretos movimientos de aquellos que rechazaban acomodarse a las
exigencias sociales. No faltaba, por cierto, lo que la ingenua
creencia en la cultura denomina dotes creadoras. En la idea
misma de produccin espiritual se ha colado un veneno. Su con-
ciencia, su confianza de ser creacin histrica, se ha desmoronado.
De ah que, justamente en la medida en que es aceptada, ya no
deja huella. Inclusive sus exponentes ms atrevidos no tienen
certeza alguna frente al cuadro de la actividad cultural integral.
Como el espritu del mundo ya no va acompaado por el espritu
mismo, aquellos ltimos das lucen como si hubieran sido una
edad de oro, edad de oro que efectivamente fueron. Lo que
qued es ms bien un eco de la autoridad fascista, antes que
cosa viviente: el respeto cultivado ante lo admitido, por ms que
se le considere importante difundirlo. Mejor hubiera sido ad-
quirir conciencia de la situacin real de impotencia efectiva:
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Beckett la tiene. No sera entonces ya una cultura del engao
renovado, sino que expresara por su aspecto lo que rebaja hasta
ese engao al espritu. De la maldicin de su inutilidad slo se ha
curado la cultura haciendo de la maldicin su tema.
La insegura relacin del presente con los aos veinte est con-
dicionada por la discontinuidad histrica. Mientras la dcada fas-
cista estaba ya preparada, con todos sus elementos, en la poca
inmediatamente anterior, hasta arraigar profundamente en el ex-
presionismo -uno de cuyos voceros, Hans Johst, fue un nazi
destacado, cosa que ya Brecht, en los aos veinte hizo objeto de
parodia con muy buen instinto-; luego, en cambio, el trmino
de "cambio", tan utilizado por los nazis, se mantuvo tristemente
en vigencia. La tradicin, inclusive la antitradicional, est ro-
ta, habiendo quedado pendientes slo trabajos a medio hacer.
Lo que se admite artsticamente de esa poca, remite eclctica-
mente a una productividad entretanto desaparecida, y responde
al deber de no olvidar lo que no ha sido liquidado. Atenindose
a la propia coherencia, se tratara de llevar adelante lo que fue
sepultado en 1933 por una explosin que, en otro sentido muy
distinto, fue consecuencia de la poca.
Cmo debi comportarse el arte contemporneo, conforme a
su propia problemtica, con respecto del vanguardismo del pa-
sado, es cosa que puede saberse muy precisamente, y los artistas
que cuentan lo saben muy bien. Irrenunciable es an el anticon-
vencionalismo; las formas slo retornan desde el interior mismo
de las obras, pero no les son propuestas heternomamente. Con
plena conciencia, las obras no tienen por qu medirse conforme
al estado histrico del material; no se entregan, ciega y feti-
chistamente, al material, ni tampoco se pretende configurar al
material desde afuera segn intenciones subjetivas. La intencin
de no llevar a cabo nada que sea superfluo slo la tiene quien
es libre de cobarda y debilidad, que abiertamente se atreve y
renuncia a todo aquello que, en el alemn de la era posthitleriana,
se denomina, con una expresin repugnante, "marco orientador".
Toda consideracin de los efectos, fuera inclusive bajo el aspecto
de las funciones sociales o del pensamiento de los llamados hom-
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bres, es suprimible; tambin lo es la autoglorificacin del sujeto
y su expresin segn los cannes de los das heroicos del arte
nuevo. A nadie pueden sorprender ya los aspectos paradjicos en
este arte: ese aspecto, y no un filosofema existencialista, es el
mencionado con el rtulo de "absurdo". En cada uno de sus
momentos, la produccin actual debe de tener. presente la crisis
de los sentidos, tanto del sentido subjetivamente otorgado a la
obra, como el de una concepcin significativa del mundo. De
otra suerte, se entregara a la autojustificacin. Las obras de arte
que hoy son vlidas como dotadas de sentido son aqullas que se
muestran de la manera ms rotunda contrarias al concepto mismo
de sentido.
Haba que proseguir impulsos que ya se haban paralizado o
evaporado en los aorados aos veinte. A la distancia cabe obser-
var que muchos artistas, cuyo prestigio es equivalente al atri-
buido a los aos veinte, ya haban superado en esa dcada su
culminacin, y se encontraban ya cerca de su desaparicin: Kan-
dinsky, pero tambin Picasso, Schonberg e incluso Klee. As
como no cabe dudar que la tcnica dodecafnica de Schonberg
deriva con todo rigor lgico de su propia produccin, tanto de
la emancipacin del lenguaje tonal, como de la radicalizacin del
trabajo musical motvico y temtico, tampoco cabe dudar de que
en la transicin hacia esos principios sistemticos se perdi algo
de lo mejor. El lenguaje musical, pese a la revolucin en su
material, se ha acercado ms al usado en las mejores obras de
Schonberg anteriores a la Primera Guerra Mundial: la espon-
taneidad dejada en libertad y la falta de restricciones otorgadas
al sujeto compositor, fueron limitadas por la exigencia de orden,
exigencia que demostr ser problemtica en cuanto el orden pos-
tulado derivaba de esa exigencia, pero no del objeto mismo. Lo
que apareci como un fenmeno de paralizacin en la msica de
las ltimas dcadas, as como el peligro, tantas veces comprobad9
con sorna, de que la vanguardia se convierta en un segundo con-
formismo, es en gran medida la herencia de esa exigencia de
orden. Lo que hemos recibido como tarea musical de los aos
veinte justamente pareciera ser la revisin de esa exigencia de
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orden, el logro de una musiq11e informelle. Pero slo como pues-
tas bajo un nuevo aderezo, pero no adoptadas en rigor, pueden
retomarse las representaciones de orden de los aos veinte. No
eran otra cosa que una abstracta negacin de un supuesto caos,
que era demasiado temido como para poder existir seriamente.
Corresponde, tambin, reflexionar en la necesidad de llevar
adelante sin compromisos aquello que, desde adentro o desde
afuera, fue detenido como si se estuviera al lmite de los recursos.
Que luego de treinta o cuarenta aos, despus de la quiebra total,
no pueda sencillamente llevarse a cabo lo que haba sido inte-
rrumpido, es cosa comprensible. Las obras ms significativas de
esa poca deben no poco de su fuerza a la frtil tensin con algo
que les es heterogneo, la tradicin contra la cual fueron engen-
dradas. La tradicin apareca entonces como un poder opositor y
justamente los artistas ms fecundos estaban impregnados de
ella. Con el desgaste de esa tradicin, ha desaparecido buena
parte de la necesidad que inspir esas obras. La libertad es com-
pleta, pero se corre el riesgo de caer en el vaco por falta de
un contrario dialctico, dado que no cabe mantener voluntaria-
mente ese contrario. Para que el arte actual no se convierta en
mera copia de los aos veinte, para que no se degrade a bien de
cultura, negando lo que corresponde a esos bienes, tendra que
adquirir conciencia no slo de sus problemas tcnicos, sino tam-
bin de las condiciones de su propia existencia. Como lugar de
aparicin social ya no cuenta con el ofrecido, pongamos, por el
liberalismo tardo en decadencia, sino con una sociedad fiscali-
zada, planificada e integrada, el "mundo administrado''. Aquello
que se levanta en l como protesta de forma artstica -y no
sera posible ya pensar en una forma artstica que no sea pro-
testa-, es parte de lo planificado que la contrarresta y lleva la
tacha de esa contradiccin. De esa suerte, las obras de arte,
desarrollndose, luego de la emancipacin y dominio total de su
material, conforme a una pura ley formal propia, sin nada de
heterogneo, se convierten potencialmente en algo brillante,
sometido, carente de peligro. Su destino es el convertirse en
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modelo de alfombras. La frustracin que as se produce lleva a
volver la vista a los aos veinte, sin que la alivie la nostalgia.
Quien tiene sensibilidad para esas cosas, no tiene necesidad sino
de examinar los ttulos de innumerables libros, cuadros y com-
posiciones recientes, para advertir algo sobriamente secundario.
Es insoportable, por cuanto cada obra que hoy se produce, qui-
rase o no, aparece como si slo se debiera a s misma. El ser que-
rida en sentido fatal, la falta de necesidad de ser en los objetos
creados, es substituida por una conciencia abstracta de lo que se
da en la poca. Ello refleja, a la postre, la falta de compromiso
poltico. El concepto de radicalismo, transpuesto enteramente al
terreno esttico, tiene algo de ideologa decadente, de mero con-
suelo para la impotencia efectiva del sujeto.
No hay ninguna demostracin ms contundente de la actual
apora cultural que el hecho de que toda crtica de esa esencia
ideolgica del progreso esttico, qumicamente puro, se convierte
de inmediato en ideologa. En toda la zona Este, la crtica se
limita a ahogar los ltimos espasmos informes que se han podido
mantener en el arte, para hacer del conformismo el patrn uni-
versal. Ello significa, nada menos, que el suelo mismo en que
se apoya el arte se resquebraja y que ya no es posible una rela-
cin ininterrumpida con el reino de lo esttico. El concepto
de una cultura surgida despus de Auschwitz es aparente y con-
tradictorio, y el amargo precio de ello tiene que pagarlo toda
obra que todava se produce. Pero como el mundo ha sobrevivido
a su propio ocaso, necesita del arte como de una inconsciente
redaccin de su historia. Los artistas autnticos del presente son
aqullos en cuyas obras palpita an el estremecimiento del alba.
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PROLOGO A LA TELEVISION *
Noles, tcnicos
ES POSIBLE encarar en forma separada los aspectos socia-
y artsticos de la televisin. Son entre s inter-
dependientes: la capacidad artstica, por ejemplo, depende de
la consideracin paralizante que se adopte frente al pblico masi-
ficado, al cual slo se atreve a perturbar una inocencia impo-
tente; el efecto social, de la estructura tcnica, as como de la
novedad del invento en euanto tal, que en los Estados Unidos
ciertamente, dio la tnica durante el perodo de iniciacin; pero
tambin, de los mensajes abiertos o encubiertos que las produc-
ciones televisivas transmiten al observador. El medio mismo
integra el esquema general de la industria de la cultura y fomenta
su tendencia a deformar y captar desde todos los ngulos la
conciencia del pblico, como sntesis del cine y la radio. La meta,
la de poder repetir en una imagen suficiente, captable por todos
los rganos, la totalidad del mundo sensible, este sueo insomne,
se ha aproximado mediante la televisin y permite, de consuno,
introducir en este duplicado del mundo, y sin que se lo advierta,
lo que se considere adecuado para reemplazar al real. Se colma
as la laguna que la existencia privada ocasionaba a la industria
de la cultura, mientras no cont con medios para dominar com-
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pletamente la dimensin de lo visible. Como fuera de la jornada
de trabajo apenas si puede darse un paso sin topar con una ad-
vertencia de la industria de la cultura, sus medios estn, en con-
secuencia, ensamblados de tal suerte que no es posibl~ reflexin
alguna en el tiempo que dejan libre y, por tanto, no es posible
advertir que el mundo que reflejan no es el mundo. "En el tea-
tro, por la diversin de la vista y el odo, la reflexin queda muy
limitada". La comprobacin de Goethe encontr por fin su
objeto en un sistema total, en el cual el teatro ha pasado hace
tiempo a ser un museo de espiritualidad, que sin pausa trans-
forma a sus consumidores, con el cine, la radio, los peridicos
ilustrados y, en los Estados Unidos tambin mediante las histo-
rietas y los comic books. Desde hace poco el juego conjunto de
todas esas experiencias, entre s relacionadas, y sin embargo dife-
rentes por su tcnica y efectos, constituye el clima de la industria
de la cultura. De ah que sea tan difcil para el socilogo decir
qu hace la televisin a la gente. Puesto que aunque puedan las
tcnicas perfeccionadas de la investigacin social emprica aislar
los "factores" que son caractersticos de la televisin, resulta que
esos factores slo adquieren su fuerza en la totalidad del sistema.
Ms bien los hombres son considerados como inmodificables, en
lugar de transformados. Por cierto que la televisin los convierte
en lo que ya son, slo que con mayor intensidad de lo que efec-
tivamente son. Ello corresponde a la tendencia econmica ge-
neral fundante de la sociedad contempornea, que no pretende
en sus formas de conciencia sobrepasarse y superar el statu quo,
sino que trata incansablemente de reforzarlo y, donde se ve ame-
nazado, volver a restaurarlo. La presin bajo la cual viven los
hombres se ha acrecentado en tal medida que no podran sopor-
tarla si las. precarias gratificaciones del conformismo, que ya han
acatado una vez, no les fueran renovadas nuevamente y repe-
tidas en cada uno. Freud ense que la represin de los instintos
sexuales nunca puede producirse totalmente y para siempre y
que en consecuencia la energa psquica inconsciente del indi-
viduo se disipa incansablemente, de suerte que lo que no puede
ingresar en la conciencia permanece retenido en el inconsciente.
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Esa labor de Ssifo de la economa instintiva individual parece
haberse "socializado" hoy, desde que las instituciones de la indus-
tria de la cultura tomaron la direccin de escena, para beneficio
de las instituciones y poderosos intereses que se mueven detrs.
A ello contribuye la televisin, tal como es, con lo suyo. Cuando
ms completo es el mundo en tanto apariencia, tanto menos su-
perable es la aparicin como ideologa.
La nueva tcnica difiere de la cinematografa en que, a seme-
janza de la radio, lleva el producto a la casa de los consumidores.
Los cuadros visuales son mucho ms pequeos que en el cine.
El pblico norteamericano no gusta de esa pequeez y, por tanto,
se trata de agrandar las imgenes, aun cuando parezca difcil que,
en viviendas privadas amuebladas, pueda alcanzarse una dimen"
sin que d la ilusin de un tamao real. Quizs puedan pro-
yectarse las imgenes en las paredes. Con todo, esa necesidad
es rica en sugestiones. Por un lado, el formato miniatura de los
hombres en la pantalla del televisor mpedira la acostumbrada
identificacin con el hroe. Las personas que all aparecen y
hablan con voz humana, son enanos. No pueden ser tomadas
en serio, en igual forma que lo son los actores de cine. El abstraer
del tamao real de los fenmenos mplica percibirlos, ya no
naturalmente, sino estticamente, y exige esa capacidad de su-
blimacin que la industria de la cultura no puede suponer se d
en el pblico, pues ella misma ha servido para debilitarla. El
hombrecito y la mujercita que son recibidos por el televisor en
la casa, se convierten, para la percepcin no consciente, en jugue-
tes. El espectador quizs extrae algn placer de esa circunstancia:
los siente como cosas de su propiedad, sobre las cuales puede
disponer, sintindose superior a ellos.
A este respecto, la televisin se aproxima a las historietas cmi-
1 grficas, esas series de cuadritos con aventuras semicaricatures-
cas
cas, que siguen, ao tras ao, las peripecias de las mismas figuras,
de episodio en episodio. Muchos de los programas que se estn
transmitiendo por televisin, por lo general farsas, se encuentran
cerca, por su contenido, de las historietas. Pero a diferencia de
ellas, que no aspiran a ningn realismo, en la televisin se
{,/.
65
mantiene la confusin entre las voces, reprod\lcidas con casi na-
turalidad, y las imgenes reducidas en tamao. Pero tales confu-
siones se encuentran en todos los productos de la industria de la
cultura y hacen presente el engao de una doble vida. Se ha
advertido, a este respecto, que tambin el cine ha sido mudo, o
que hay contradiccin entre las imgenes planas y el sonido con
propia espacialidad corprea. Tales contradicciones aumentan a
medida que la industria de la cultura suprime ms elementos de
la realidad sensible. Se impone la analoga de ambas versiones
con los estados totalitarios: en la medida en que, bajo la volun-
tad dictatorial, las cosas que entre s tienen relacin son integra-
das, en igual medida se acrecienta la desintegracin, y, en con-
secuencia, tanto ms se disgrega lo que no se corresponde de
por s, sino que simplemente ha sido agregado externamente. El
mundo imaginario sin lagunas resulta ser fragmentario. Super-
ficialmente, el pblico no se molesta gran cosa por ello. Pero,
inconscientemente, sabe qu sucede. Crece la sospecha de que
la realidad, a cuyo servicio se est, no coincide con lo que se
exhibe. Pero tal situacin no lleva a la rebelin, sino que se
adora, apretando los dientes, pero con mayor fanatismo, lo ine-
vitable y. muy secretamente odiado.
Las observaciones referentes al papel de la dimensin absoluta
de los objetos que aparecen televisados, no pueden separarse de
las relativas a la especfica situacin en que se ve televisin, la
del cinematgrafo domstico. Tambin ella dar mayor fuerza
a una tendencia de toda la industria de la cultura: la de dismi-
nuir, literal y metafricamente, la distancia entre el producto y
el observador. Se trata de algo que ha sido previsto econmica-
mente. Lo que provee la industria de la cultura se presenta, in-
cluso por la funcin que le atribuye en los Estados Unidos la
propaganda que se efecta a su alrededor, como una mercadera,
como arte para los consumidores, seguramente en una directa
relacin con la medida en que es impuesta, mediante la centra-
lizacin y estandardizacin, a los mismos. Se condena al consu-
midor a mantenerse dentro de lo que l mismo acepta, es decir,
no a la obra que debe ser experimentada de por s, y a la que
66
se debe atencin, concentracin, esfuerzo y comprens1on, sino
a una mera cosa de ocasin que le es propuesta y que luego
estimar como suficientemente agradable. Lo que sucede con la
msica sinfnica, que el empleado cansado, mientras sorbe su
sopa en mangas de camisa, ha llegado a tolerar, acaece tambin
con las imgenes. Ellas estn all para conferir brillo a su vida
gris, sin presentarle empero algo que sea distinto: de antemano
son intiles. Lo distinto es insoportable, pues sirve para recor-
dar lo que le est prohibido. Todo parece pertenecerle, justa-
mente porque no se pertenece ni a s mismo. Ni siquiera tiene
que moverse para ir al cine, y, en los Estados Unidos, lo que no
cuesta dinero ni exige esfuerzos debe ser estimado como de
menor valor. El fro mundo amenazante le llega ahora como
digno de confianza, como si lo tuviera cerca de su cuerpo: en
l se desprecia. La falta de distancia, la parodia de fraternidad y
solidaridad, han servido, sin duda, para llevar al nuevo medio a
su indescriptible popularidad. Todo aquello que, por distante
que sea, pudiese recordar los orgenes religiosos de la obra de
arte, cuyo ritual en esa ocasin podra ser hecho presente, es
evitado por la televisin comercial. Invocando el hecho de que
la televisin en la oscuridad es penosa, se deja de noche la
luz prendida, y de da no se cierran las cortinas: se trata de
que la situacin difiera lo menos posible de lo normal. Es impen-
sable que la experiencia de la cosa pueda constituirse en una
1
68
siva es, en forma inmediata, un acto regresivo. Contribuye a ella,
en medida destacada, la generalizada difusin de los productos
visuales. Mientras que, en muchos respectos, el odo es sin duda
ms "arcaico" que el sentido de la vista, arrojado atentamente
sobre el mundo de las cosas, es en cambio el lenguaje de imgenes,
que reemplaza al medio conceptual, mucho ms primitivo que
la palabra. Slo que, mediante la televisin, los hombres se
alejan ms an del lenguaje, ms de lo que ya estn en toda
la tierra. Puesto que si bien, en el televisor, las sombras hablan,
su hablar es, de ser ello posible, una retrotraduccin peor que la
del cine, un mero anzuelo que pende de las imgenes, y no expre~
sin de una intencin, de algo espiritual; pura explicitacin de
gestos, comentario de indicaciones que la imagen exhibe. As, en
las historietas cmicas se ponen las palabras como dibujos en la
boca de las figuras, puesto que de otra manera no se podra
confiar en haber comprendido con suficiente rapidez lo que
sucede.
Cules sean las reacciones de los espectadores frente a la
actual televisin, slo podra establecerse concluyentemente me-
diante una investigacin ms detallada. Como el material es-
pecula con lo inconsciente, las encuestas directas no serviran de
mucho. Los efectos preconscientes o inconscientes no son comu-
nicados en forma directa verbal en un interrogatorio. De stos
se obtendr, ms bien, o racionalizaciones o afirmaciones abs-
tractas, como la de que el televisor es un "entretenimiento". Lo
que efectivamente sucede, slo puede ser comunicado circuns-
tancialmente, sea, por ejemplo, al utilizarse imgenes televisivas,
sin palabras, como tests proyectivos, para estudiar las asociaciones
de las personas investigadas. Una comprensin plena slo podra
obtenerse mediante numerosos estudios individuales, de orien-
tacin psicoanaltica, realizados sobre espectadores de televisin.
Previamente habra que investigar en qu medida las reacciones
son, en general, especficas, y en qu medida el hbito de ver
televisin sirve a la postre a la necesidad de matar el tiempo
libre carente de sentido. Sea como fuere, un medio que alcanza
a incontables millones de personas, y que, sobre todo entre los
69
Jovenes y los mnos, frecuentemente apaga todo otro inters,
tiene que ser visto como una especie de voz del espritu objetivo,
aunque ste ya no sea el resultado involuntario de las fuerzas
en juego de la sociedad, sino que haya sido planificado indus-
trialmente. La industria, empero, tiene siempre que tomar en
cuenta tambin, en alguna medida, en sus clculos a aquellos
con que se ocupa, aunque ms no fuera para poder hacer llegar
a todo hombre las mercaderas de los ofertantes, los sponsors, los
dueos de cada programa. Ideas como las de que la cultura
de masas que culmina en la televisin impliquen la derrota
autntica del inconsciente colectivo, falsean lo intentado por
error en la atribucin de importancia. Cierto es que la cultura
de masas se encuentra enlazada con esquemas conscientes e in-
conscientes, que supone generalizados justamente entre los con-
sumidores. Ese patrimonio consiste en los instintos reprimidos
de las masas, o bien, simplemente, no satisfechos, a los cuales se
orientan, directa o indirectamente, las mercaderas culturales;
por lo comn lo hacen indirectamente en cuanto como lo ha
mostrado expresamente el psiclogo norteamericano G. Legman,
se reemplaza lo sexual por la representacin de actos de fuerza
y rudeza desexualizados. Es posible verificarlo, en la televisin,
inclusive en las farsas aparentemente ms inocentes. A travs
de esas u otras transposiciones, la voluntad de los recipientes
acepta el lenguaje de las imgenes,1 que tan fcilmente se ofrece
como el lenguaje de los objetos ofrecidos. En cuanto se despierta
70
y se representa figurativamente, lo que dorma preconceptual-
mente en el sujeto, simultneamente se le propone lo que debe
aceptar. As como toda imagen o cuadro pretende suscitar en el
observador lo que en ellos est enterrado y con lo cual ofrecen
analogas, los cuadros del cine o la televisin, breves como un
centelleo y fluidos, se parecen ms a una escritura. Son ledos y
no observados. El ojo es arrastrado por lneas, como al leer, y en
la plcida sucesin de las escenas, es como si se diera vuelta a una
pgina. En cuanto imagen, la escritura ideogrfica es un medio
regresivo en el que vuelven a encontrarse el productor y el
consumidor; se trata de una escritura que pone a disposicin del
hombre moderno imgenes arcaicas. Una magia sin encanto no
comunica ningn enigma, sino que corresponde a modelos de
comportamiento conformes no slo al peso del sistema total,
sino tambin a la voluntad de quienes lo controlan. La com-
plejidad del conjunto, que fomenta la credulidad en que los
seores del propio espritu son tambin dueos de la poca,
reposa, sin embargo, slo en la circunstancia de que inclusive
aquellas manipulaciones que confirman al pblico en la adop-
cin de una conducta adecuada a las exigencias de lo dado,
siempre pueden referirse a momentos de la vida consciente o
inconsciente de los consumidores y que, so capa de justificacin,
elimina el sentimiento de culpa. Puesto que la censura y adies-
tramiento propios de un comportamiento conformista, tales como
son sugeridos por los gestos ms contingentes dl espectculo
televisivo, cuentan no slo con hombres configurados segn
un esquema de la cultura de masas que se remonta, con todo su
prestigio, a los inicios de la novela inglesa de fines del siglo XVII,
sino sobre todo con formas de reaccionar puestas en funciona-
miento durante toda la edad moderna y que se han internalizado
casi como una segunda naturaleza, mucho antes de que se recu-
rriera a ellas en maniobras ideolgicas. La industria de la cultura
se permite ironas: s el que ya eres -su mentira reside justa-
mente en la reiterada aseveracin y confirmacin del mero ser
como se es, del ser que los hombres han llegado a ser en el
curso de la historia. Y, por ello, puede con mucha mayor fuerza
71
de conviccin, pretender que no los asesinos sino las vctimas son
los culpables puesto que no hace sino traer a luz lo que ya se
encuentra sin ms en los hombres.
Eh lugar de hacer el honor al inconsciente, de elevarlo a concien-
cia satisfaciendo as. su impulso y suprimiendo su fuerza destruc-
tiva, la industria de la cultura, principalmente recurriendo a la
televisin, reduce an ms a los hombres a un comportamiento
ihconsciente, en cuanto pone en claro las condiciones de una exis-
tencia que amenaza con sufrimientos a quien las considera, mien-
tras que promete premios a quien las idoliza. La parlisis no slo
no es curada sino que es reforzada. El vocabulario de la escritura
de imgenes no es sino estereotipos. Son definidos con novedades
tcnicas que permiten producir, en tiempo muy breve, enormes
cantidades Je material, o al informar, en los programas de slo
un. cuarto de hora, o media hora, slo en forma sumaria y sin
demoras, el nombre y especialidad de los que intervienen en la
accin dramtica. La crtica responder que desde siempre el arte
ha trabajado con estereotipos. Pero la diferencia entre muestras
promedio calculadas psicolgicamente con arte consumado, y
muestras torpemente seleccionadas; entre las que pretenden mo-
delar al hombre conforme al modelo de la produccin de masa
y aquellas que continan invocando la alegora de esencias obje-
tivas, es una diferencia radical. Anteriormente, ciertos tipos suma-
mente estilizados, como los de la comedia del arte, haban adqui-
rido tal familiaridad en el pblico, que a nadie se le habra ocu-
rrido orientar sus propias experiencias por el patrn de un payaso
disfrazado. En cambio, en los estereotipos de l~ televisin todo
es, exteriormente, puesto a un mismo nivel, hasta en la entona-
cin y los giros dialectales, mientras difunde directivas como la
de que todos los extranjeros son sospechosos, o de que el xito es
la: medida suprema con que cabe medir la vida, no slo verbal-
mente, sino en cuanto sus hroes las aceptan como provenientes
de Dios y establecidas para siempre, sin cuidarse de extraer mu-
chas veces la moraleja que puede llegar a querer decir lo con-
trario. Que el arte tenga algo que hacer con las protestas del
inconscente violado por la civilizacin, no puede servir como
72
excusa para el abuso del inconsciente con vistas a violaciones
ms graves efectuadas invocando el nombre de la civilizacin.
Si el arte pretende que tanto el inconsciente como lo pre-indi-
vidual cuente con lo que le corresponde en derecho, requiere de
una tensin suprema de la conciencia y de la individualizacin;
si ese esfuerzo no se produce, y si en lugar se deja en libertad
al inconsciente, en cuanto se sigue con una reproduccin mec-
nica, el mismo degenera en una mera ideologa orientada hacia
fines sabidos, por tontos que stos aparezcan a la postre. Que
en una poca en que las distinciones estticas y la individua-
lidad se perfeccionaron con una' fuerza liberadora tal como en
la obra novelstica de Proust, esa individualidad sea suprimida
a favor de un colectivismo fetichista y covertido en fin en s, y
en beneficio de un par de aprovechados, es prueba de barbarie.
Desde hace cuarenta aos sobran los intelectuales que, por ma-
soquismo o por inters material, o por ambos ,se han conver-
tido en heraldos de esa barbarie. A ellos habra que hacer com-
prender que lo socialmente efectivo y lo socialmente justo no
coinciden y que hoy, justamente, lo uno es lo opuesto de lo otro.
"Nuestro inters en los asuntos pblicos no es, a menudo, ms
que hipocresa" -.-esta frase de Goethe, conservada en el archivo
de Makarien, vale tambin para aquellos servicios pblicos que
dicen prestar las instituciones de la industria de la cultura.
Qu pase con la televisin es cosa que no cabe profetizar. Lo
que ella hoy es no depende de cmo la veamos, ni tampoco de
las formas particulares de su valoracin comercial, sino de un
todo al cual est enlazado ese milagro. La referencia al cumpli-
miento de fantasas fabulosas mediante la tcnica moderna, deja
de ser una mera frase cuando se le aade la sabidura aeja
de que la satisfaccin de los deseos rara vez va en bien de quien
desea. Desear correctamente es el arte ms difcil, y se nos ha
desacostumbrado a ello desde la infancia. As como en el caso
del marido al cual un hada le otorg el favor de concederle la
realizacin de tres deseos: el poder hacer crecer y desaparecer
una salchicha en la nariz de su mujer, de igual manera, aquel
que, confiado en el genio del dominio de la naturaleza, cree
73
ver en la lejana, no ve sino lo acostumbrado, adobado con la
mentira de que se tratara de algo diferente, lo que lo conduce
a advertir el falso sentido de su existencia. Su sueo de omni-
potencia se convierte en realidad eri una impotencia completa.
Hasta hoy, las utopas slo se realizan para impedir que los
hombres alcancen lo utpico y fijarlos, con cimientos ms fir-
mes, a lo ya dado o a lo pasado. Para que la televisin pueda
mantener la promesa que su mismo nombre involucra, tendra
que emanciparse de todo aquello que contradice, como la ms
audaz de las satisfacciones de deseos, su propio principio y trai-
ciona la idea de la mayor felicidad como una mercadera de
negocio de baratijas.
LA TELEVISION COMO IDEOLOGIA
76
Broadcasters informaba que los programas dramticos constituan
la: mayora. Se destinaba, en una semana cualquiera tomada
como muestra, ms de una cuarta parte de toda la programa-
cin a programas dramticos "para adultos". Durante las horas
de la noche, es decir, durante el tiempo de transmisin ms
efectivo, la proporcin se elevaba al 34,5 por ciento. Le seguan
en orden las obras para nios. En Nueva York, las obras dra-
mticas para la televisin abarcaban el 47 por ciento de la pro-
duccin total. Como en programas numricamente tan impor-
tantes se advierten claramente aspectos del manejo socialpsico-
lgico del pblico, que tampoco falta en programas de otro
tipo, parece muy adecuado dedicar los estudios pilotos a ellos.
Para sealar cmo esos programas afectan a sus espectadores,
corresponde recordar el conocido concepto de la multiplicidad
de estratos estticos: el hecho de que ninguna obra de arte comu-
nica de manera unvoca y de por s su contenido. Se trata siempre
de algo complejo, que no puede ponerse estrictamente en un
casillero y que slo se abre en un proceso histrico. Con inde-
pendencia de los anlisis realizados en Beverly Hills, Hans Wei-
gel, en Viena, comprob que el cine, producto de una planifica-
cin comercial, no conoce esa riqueza de estratos. Lo mismo pasa
con la televisin. Pero sera demasiado optimista creer que la
falta de riqueza esttica ha sido reemplazada por la claridad
informatoria. Ms bien habra que decir que esa ambigedad
esttica, o sus formas decadentes, es utilizada para sus propios
fines por los productores. Buscan su propio provecho en la me-
dida en que presentan al espectador varios estratos psicolgica-
mente superpuestos, que recprocamente se influyen, para obte-
ner una meta nica y racional para el promotor: el acrecenta-
miento del conformismo en el espectador y la fortificacin del
statu quo. Incansablemente se lanzan contra el espectador
"mensajes" abiertos o encubiertos. Posiblemente estos ltimos,
por ser psicolgicamente los ms efectivos, tengan preeminencia
en la planificacin.
La herona de una farsa de televisin perteneciente a una
serie premiada por una organizacin de maestros, es una joven
77
maestra. No slo est mal pagada, sino que permanentemente
tiene que sufrir las sanciones convencionales que le impone,
conforme a los reglamentos, un director de escuela ridculamente
inflado y autoritario. No tiene, pues, dinero y debe pasar ham-
bre. La supuesta comicidad de la situacin radica en que, me-
diante pequeas argucias, consigue ser invitada a comer por todo
tipo de conocidos, aunque siempre sin' xito final. Pareciera, por
lo dems, que la mera mencin del acto de comer fuera algo
cmico para la industria de la cultura. En este humorismo y el
pequeo sadismo de las situaciones penosas en que se encuentra
la muchacha, radica todo el ingenio de la farsa; no intenta nada
ms ni trata de vender ninguna idea. El mensaje oculto se en-
cuentra en la visin que el libreto da de personas, seduciendo al
pblico para que tambin las vea del mismo modo, sin adver-
tirlo. La herona conserva un nimo feliz y tanta resistencia
espiritual que sas, sus buenas propiedades, aparecen como com-
pensacin de su destino desgraciado: se fomenta la identificacin
con ella. Todo lo que dice es siempre una broma. La farsa deja
entender al espectador que, si conserva el humor, si mantiene
el buen carcter, si es pronto de espritu y encantador en el
trato, no es necesario preocuparse demasiado por el salario de
hambre que se cobra: al fin, siempre sers lo que ya eres!
En otra farsa de la misma serie, una vieja seora excntrica
hace testar a su gato, designando herederos a un par de maes-
tros, personajes de piezas anteriores. Cada uno de los herederos
se deja seducir por la perspectiva abierta por el testamento y
acta como si realmente hubiera conocido al causante. Este se
llama Mr. Casey, sin que los herederos presuntos sepan que
se trata de un gato. Ninguno de ellos se aviene a reconocer que
jams ha visto a su benefactor. Ms tarde, claro est, se des-
cubre que la herencia carece de valor, pues consiste nada ms
que en juguetes para gatos. Al final, sin embargo, se descubre
que la vieja seora haba ocultado en cada juguete un billete de
mil dlares, teniendo los herederos que revolcarse en un basural
para no perder el dinero. La moraleja de la historia, que debe
provocar la risa de los auditores, reside en principio en la barata
78
sabidura escptica de que todos estamos dispuestos a hacer un
poco de trampa cuando creemos que no se puede salir adelante
de otro modo, junto con la advertencia de que no es bueno
abandonarse a esos impulsos, para lo cual la ideologa morali-
zante cuenta con la disposicin de sus partidarios a saltar sobre
la cuerda tan pronto se da la espalda. En todo ello se oculta,
sin embargo, el menosprecio hacia el sueo universal cotidiano
de la gran herencia inesperada. Segn esa ideologa corresponde
ser realista; el que se abandona a los sueos, se hace sospechoso
por haragn, vago y tramposo. Que ese mensaje no ha sido
"puesto", como reza el argumento apologtico, en la farsa, se
demuestra en cuanto algo semejante se reitera siempre. As, por
ejemplo, en una obra de vaqueros del oeste, alguien afirma de
pronto que, tratndose de una gran herencia, siempre hay infa-
mias en juego.
Una ambigedad sinttica semejante slo funciona en un
sistema fijo de relaciones. Cuando un sketch se llama El infierno
del Dante; cuando su primera escena transcurre en un local noc-
turno de ese nombre, donde un hombre con sombrero est sen-
tado sobre el bar y, a alguna distancia, una mujer de ojos vacos
y muy pintada, con las piernas cruzadas muy descubiertas, se
sirve un cocktail doble, el espectador de televisin habituado
sabe que puede esperar un asesinato a breve plazo. Si conociera
el infierno del Dante, quiz pudiera sorprenderse; pero ve la
obra segn el esquema de un "drama criminal", en el cual se
preparan siempre hechos de violencia especialmente espantosos.
Quizs la mujer en el bar no sea el delincuente principal, aunque
su forma de vida libre hace pensar que s; el hroe, que todava
no ha entrado, ser salvado de una situacin de la cual no hay
salida, conforme a los criterios de la razn humana. Ciertamente,
que esas exhibiciones no son referidas, por los espectadores inge-
niosos, a la vida diaria, pero pese a ello quedan aferrados a las
mismas, constriendo a sus experiencias a permanecer idntica-
mente rgidas y mecnicas. As aprenden que el crimen es cosa
normal. Se agrega a ello que, segn el romanticismo barato,
siempre se unen a hechos misteriosos la imitacin pedante de
79
todos los ritos de la vida exterior; si, en el espectculo, la forma
de hacer un llamado telefnico difiriera del modo corriente, in-
mediatamente la estacin recibira cartas indignadas del mismo
pblico que est dispuesto a aceptar con placer la ficcin de que
en cada esquina est al acecho un asesino. El pseudorrealismo
que el esquema requiere, llena la vida emprica con un sentido
falso, cuya falsedad el espectador difcilmente puede percibir,
puesto que el local nocturno es enteramente igual al que conoce
el espectador. Ese pseudorrealismo llega al detalle ms nfimo
y lo pervierte. Inclusive el azar, que aparentemente estara com-
prendido en el esquema, exhibe sus huellas en cuanto es puesto
bajo la categora abstracta del "azar cotidiano"; nada es ms
engaoso que cuando la televisin pretende hacer hablar a los
hombres cerno en realidad hablan.
De los estereotipos que funcionan dentro de los esquemas,
debindole su poder y, al mismo tiempo, crendolo, selecciona-
remos algunos al azar; todos ellos ponen en claro la estructura
bsica. Una obra trataba de un dictador fascista, medio Musso-
lini, medio Pern, en el momento de su cada. Que la misma
provenga de un levantamiento popular o de un golpe militar es
cosa que el argumento no menciona, as como ninguna otra
situacin social o poltica. Todo es asunto privado; el dictador
no pasa de ser un torpe rufin y maltrata a su secretario y a su
mujer, idealizada toscamente; su contrario, un general, es el
anterior amante de la mujer, que, pese a todo, se mantiene fiel
a su marido. Finalmente ocurre que la brutalidad del dictador la
obliga a huir, salvndola el general. El momento ms rico de
este drama de terror se da cuando la guardia, que el dictador
tiene en el palacio, lo abandona tan pronto la hermosa mujer
resuelve dejarlo. Nada puede verse de la dinmica objetiva de
las dictaduras. Ms bien, se suscita la impresin de que los esta-
dos totalitarios no son otra cosa que la consecuencia de defectos
de carcter de polticos ambiciosos, debindose atribuir su destruc-
cin a la nobleza de aquellos personajes con los cuales el pblico
se identifica. Se intenta ~s una personalizacin infantil de la
poltica. Claro est que, en el teatro, la poltica slo puede ser
80
encarada como la actuacin de personajes. Pero entonces es nece-
sario representar tambin cules son los efectos de los sistemas
totalitarios con respecto a los que viven bajo ellos, en lugar de
traer a escena una psicologa cursi de hroes prominentes y villa-
nos, ante cuyo poder y grandeza el espectador debiera tener res-
peto, aun cuando se los destruya como responsables de lo que
han hecho.
Un principio preferido del humor por televisin enuncia que
la muchacha bonita siempre tiene razn. La herona de una serie
de lujo de mucho xito, es lo que Georg Legman denomin una
bitch heroine, una herona malvada a la que en Alemania, consi-
deraramos una perra. Acta frente a su padre con indescriptible
crueldad y falta de humanidad; su conducta, sin embargo, es racio-
nalizada como "bromas ligeras". Nunca, con todo, le pasa nada;
lo que acaece a los personajes principales en la obra debe ser
considerado por los espectadores segn lo calculado, como un
fallo objetivo de justicia. En otra obra, de una serie destinada
al parecer a precaver al pblico de los estafadores, la muchacha
bonita es una delincuente. Pero luego de haberse congraciado
tanto, en las escenas iniciales con el pblico, no es posible de-
fraudar al mismo;. condenada a una dura pena de prisin, de in-
mediato es perdonada y tiene las mejores perspectivas de casarse
justamente con su vctima, dado que siempre ha encontrado opor-
tunidad de conservar luminosamente su pureza sexual. Piezas
de este tenor incuestionablemente sirven para confirmar como
socialmente admitida una actitud parasitaria; se premia lo que, en
psicoanlisis se denomina un carcter oral, una mezcla de depen-
dencia y agresividad.
De ninguna manera es exagerada la interpretacin psicoana-
ltica de los estereotipos culturales: estos dramas breves justa-
mente coquetean, aprovechndose de la coyuntura, con el psico-
anlisis. Es muy corriente el estereotipo del artista como un
dbil anormal, incapaz de ganarse la vida y algo ridculo, una
especie de lisiado espiritual. El arte popular ms agresivo de hoy
se ha apropiado del estereotipo; adora al hombre fuerte, al hom-
bre de accin y sugiere que los artistas son homosexuales. En una
81
farsa aparece un muchacho, que no slo debe exhibir una mscara
de imbecilidad, sino que, por aadidura, es presentado como poe-
ta, hurao y, como ahora se dice en la jerga, "introvertido". Est
enamorado de una muchacha a quien los hombres enloquecen,
pero demasiado tmida como para llevar adelante sus provoca-
ciones. Segn un principio bsico de la industria de la cultura,
los papeles de los sexos se invierten: la muchacha es la activa y
el hombre est a la defensiva. La herona de la pieza, que es otra
distinta de la afecta a los hombres, cuenta a un amigo los amores
del poeta imbcil. Al preguntrsele de quin ste est enamorado,
responde: "naturalmente, de una muchacha"; replicando el ami-
go: "Cmo, naturalmente? La vez pasada estuvo enamorado de
una tortura que se llamaba Sam". La industria de la cultura pasa
por alto su moralismo tan pronto puede introducir chistes de do-
ble sentido en relacin con la imagen del intelectual que ella
misma ha erigido. En innumerables oportunidades, demuestra el
esquema de la televisin su lealtad al clima internacional de anti-
intelectualismo. Pero la perversin de la verdad, la deformacin
ideolgica no se limita de modo alguno al terreno de los inca-
paces irresponsables o de los cnicos taimados. La enfermedad no
est en los individuos de malas intenciones, sino en el sistema
mismo. De ah que agreda tambin a todo aquel que, en cuanto
se le permite, postula ambiciones superiores y pretende ser de-
cente. Un libreto; seriamente preparado, retrataba a una actriz.
La accin trataba de exponer cmo esa mujer joven, famosa y con
xito, curada de su narcisismo, poda convertirse en un ser hu-
mano de verdad y aprender lo que ignoraba, a amar. Esta meta
le es propuesta por un joven intelectual -por excepcin, pinta-
do simpticamente- que a su vez la ama. Escribe una pieza en
que tiene que desempear el papel principal, y donde justamente
su experiencia con el papel constituye una suerte de psicoterapia
destinada a modificar su carcter y poner de lado los obstculos
psicolgicos entre ambos. En ese papel, revive su hostilidad super-
ficial, como tambin los impulsos nobles que, segn el propsito
de la obra, se encontraran en ella latentes. Al alcanzar, conforme
al modelo de la success story, un xito triunfal, entra en conflicto
82
con el dramaturgo, que acta como una suerte de psicoanalista
amateur, como en otras obras se dan detectives aficionados. Los
conflictos son provocados por su "oposicin" psicolgica. El
choque violento se produce despus del estreno, al hacer la actriz
ebria una escena histrico-exhibicionista. Por otra parte, tiene una
hijita que hace educar en un internado; puesto que teme que sea
perjudicial para su carrera el que se sepa que tiene hijos de al-
guna edad. La hija deseara volver a vivir con la madre, pero sta
le manifiesta que no lo desea. Huye entonces de la escuela y se
lanza a remo al mar, durante una tormenta. La herona y el dra-
maturgo corren en su auxilio. Nuevamente la actriz acta impru-
dentemente y egocntricamente. El dramaturgo, ante esa situa-
cin, se retira. la muchacha es salvada por un marinero alerta.
la herona sufre un colapso, abandona su oposicin psicolgica y
se resuelve a amar. Finalmente, vuelve a reconquistar a su drama-
turgo y formula una suerte de confesin religiosa.
El pseudorrealismo de la obra no es de tipo tan sencillo, que
pueda decirse que se introduzca de contrabando la aceptacin del
delito en la mente del pblico. Ms bien, es. la construccin mis-
ma de la trama la pseudorrealista. El proceso psicolgico, expuesto
ante la vista, es engaoso -phony, para decirlo en un trmino
del slang norteamericano, que no tiene equivalente exacto. El
psicoanlisis, o cualquier otro tipo de psicoterapia, es resumido y
formulado en una forma que no slo implica despreciar su prc-
tica, sino que tambin configura una deformacin de su sentido.
La necesidad dramtica de concentrar en una media hora prolon-
gados procesos psitodinmicos, cuya discusin no podran tolerar
los productores, armoniza demasiado bien con la distorsin ideo-
lgica, que es servida por la pieza. Supuestas modificarinnes pro-
fundas del individuo, una relacin formada conforme al modelo
de la relacin entre mdico y paciente, son convertidas en frmu-
las racionalistas e ilustradas con acciones simples y unvocas. Se
juega con todo tipo de rasgos de carcter, sin que nunca salga a
luz lo decisivo, el origen inconsciente de esas caractersticas. la
herona, la "paciente'', desde un comienzo est en claro sobre s
misma. Esa limitacin a lo superficial convierte a lo psicolgico
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que debe presentarse, en una puerilidad. Las modificaciones cen-
trales en el hombre aparecen como si todo .consistiera en hacer
frente a los "problemas" y en confiar en la mejor opinin de
quien asiste: todo saldr bien. Pero bajo la rutina psicolgica y
el "psicodrama" late, sin cambios, la vieja idea de la doma de la
brava: la del hombre fuerte y capaz de amor que supera la ca-
prichosa actitud imprevisible de una mujer no madura. La invo-
cacin a la psicologa profunda sirve nicamente para complacer
a los espectadores en sus actitudes patriarcales preferidas, sin ser
perturbados por complejos que entre tanto habrn sido mencio-
nados. En lugar de permitir que la psicologa de la herona se ma-
nifieste concretamente, los dos protagonistas charlan, ellos mis-
mos, sobre psicologa.
Esta, en flagrante contradiccin con todas las nuevas teoras,
es colocada en el plano del yo consciente. No se toca nada de
las dificultades que un "carcter flico", como el de la actriz,
lleva consigo. De suerte que la pieza oculta al espectador el papel
de la psi_cologa. Este esperar justamente el opuesto contrario de
sus intenciones, y as se reforzar an ms la ya muy extendida
hostilidad contra una autorreflexin seria.
En especial, se ha desfigurado el pensamiento freudiano de la
"transferencia". El analista aficionado tiene que ser el amante de
la herona. Su distanciamiento, pseudorrealistamente imitado de la
tcnica psicoanaltica se confunde con ese estereotipo vulgar de la
industria de la cultura, segn el cual todo hombre siempre tiene
que estar en guardia contra las artes de seduccin de las mujeres,
conquistando nicamente a la que derrote. El psicoterapeuta se
parece al hipnotizador, y la herona responde al clich del "yo
individuo". De pronto es un ser humano noble y amable, que
solamente reprime sus sentimientos bajo la presin de alguna
triste experiencia; otras veces es una mujerzuela egosta, preten-
ciosa, como si ya no se supiera desde el prinicpio qu excelente
fondo va a mostrar a la postre. No es de maravillarse, pues, que
en tales condiciones la curacin se produzca velozmente. Apenas
comienza la herona a desempear el papel de una mujer egosta,
que la que se debe identificar para encontrar al llamado "su mejor
84
yo", que ella misma se modifica por su relacin con el papel. Es
superfluo recurrir a recuerdos obscenos de la niez. En la medida
en que la pieza permite vislumbrar con qu pie firme se levantan
las ltimas novedades de la cura de almas, recurre a conceptos
completamente estticos, rgidos. Los hombres son como son y
los cambios que deban sufrir slo consisten en sacar afuera lo
que ya son de antemano, como su "naturaleza". As se hace pa-
tente el mensaje oculto de la pieza, en oposicin al expreso. Ha-
cia afuera, trata de representaciones psicodinmicas; en verdad, se
limita a una psicologa convencional en blanco y negro, segn
la cual las caractersticas de los individuos ya estn dadas de una
vez para siempre y, como propiedades fsicas, no se modifican,
sino que slo se revelan oportunamente.
No se trata, con todo, de una informacin cientfica errnea,
sino que es asunto que afecta la substancia misma de la pieza.
Puesto que la naturaleza de la herona, que tiene que salir a luz,
al hacerse ella consciente de s misma mediante su desempeo
del papel, no es otra cosa que su conciencia. Mientras la psicolo-
ga postula un super-yo, como formacin reactiva ante los impul-
sos reprimidos del id, en la obra esos impulsos, como el desplie-
gue crudo de instintos que la herona exhibe en esa escena, se
convierten en un fenmeno exterior, y el super-yo es reprimido.
Puede replicarse que psicolgicamente se dan casos semejantes:
una ambivalencia entre un carcter instintivo y obsesivo. Pero
de tal cosa ni se habla en la obra. Se limita a referir las oscilacio-
nes sentimentales de una perosna, buena de corazn, pero que
oculta su frgil intimidad bajo una armadura de egosmo. En la
escena que falta -aquella en que se haran frente ambos yo de
la herona, al contemplarse en el espejo--, su inconsciente es
equiparado torpemente a la a la tica convencional y a la repre-
sin de sus instintos, en lugar de dejar que sean los instintos mis-
mos los que broten a la superficie. Slo su conciencia es la sor-
prendida. En sentido literal, se efecta algo as como un "psico-
anlisis" al revs: la obra llega a prestigiar los mecanismos de
represin, cuyo esclarecimiento justamente se trata de lograr me-
diante los procedimientos que la obra pretende exponer. Pero
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as, el mensaje transmitido se modifica. Aparentemente se ense-
a a los espectadores teoras sobre cmo se debe amar, sin preocu-
parse por la cuestin de si tal cosa puede ensearse; y tambin,
que no debe pensar en trminos materiales, mientras que desde
]enny Treibel, la novela de Fontane, sabemos que aquellas perso-
nas que tienen en la boca ideales sin reservas, son justamente
aquellas para las cuales el dinero est por sobre todas las cosas.
En verdad, se inculca al espectador algo muy distinto que esas
opiniones banales y discutibles, pero, de alguna suerte, innocuas.
La pieza sirve para calumniar a toda individualidad y autonoma.
Uno debe "entregarse'', y no tanto al amor, como al respeto de
aquello que la sociedad espera conforme a sus propias reglas de
juego. A la herona se le imputa, como pecado capital, el preten-
der ser ella misma; as lo afirma. Pero tal cosa no es admisible:
es necesario ensearle buenas costumbres, "quebrarla", al modo
como se doma un caballo. Su educador, en su gran discurso contra
el materialismo, le echa a la cara, como argumento ms poderoso,
caractersticamente el concepto de poder. Le recomienda la "nece-
sidad de salvar los valores del espritu en un mundo materialista",
pero para designar a esos "valores" no encuentra trminos ms
adecuados que referirse a la existencia de un poder "ms grande
que nosotros y que nuestro egosmo pequeo y soberbio". De to-
das las ideas tradas a cuento en la pieza, la de poder es la nica
que se concreta, y ello como bruta fuerza fsica. Cuando la he-
rona, para salvar a su hija, salta a un bote, su querido mdico
espiritual la abofetea, siguiendo aquella firme tradicin para curar
a los histricos, mientras se le permite seguir haciendo sus capri-
chos, que slo son considerados fantasas. La herona tambin se
rinde al final y resuelve mejorar y querer curarse. Esa es la prue-
ba de su cambio.
Por gruesamente que en tales productos, lo malo y falso est
expuesto en la superficie, no por ello es posible evitar el entrar
en su interior y, an contra lo deseado, tomarlos en serio. Puesto
que no aterra a la industria de la cultura el que nada en sus pro-
ductos pueda tomarse en serio, salvo como mercadera y entre-
tenimiento. De ello ha hecho, desde hace tiempo, parte de su
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propia ideologa. Entre los libretos analizados hay varios que.
juegan con el conocimiento de ser estticamente despreciables,
engaando al espectador en cuanto no pueden llegar a creerlo tan
tonto; de alguna manera se le hace crdito de confianza, halagan-
do su vanidad intelectual. Pero no puede decirse que un hecho
despreciable sea mejor, por admitir serlo, y, en consecuencia, co-
rrespondera ms bien hacer el honor al abuso cometido, tomn-
dolo por su palabra de que pretende infiltrar en el auditor. No
hay en ello peligro alguno de que se sancione excesivamente el
ejemplo tomado como caso, puesto que cada uno de ellos es pars
pro toto, y permite no slo la referencia al sistema, sino que la
exige. Frente al todopodero de ste, las propuestas de mejora-
miento en los detalles tienen algo de ingenuo. La ideologa est
tan hbilmente integrada a la masa del mecanismo, que cualquier
propuesta puede ser puesta de lado como utpica, tcnicamente
inaceptable y poco prctica. La idiotez del todo reposa en el sano
buen sentido de los individuos. No deben sobreestimarse las posi-
bilidades de modificaciones de buena voluntad. La industria de
la cultura se encuentra demasiado fundamentalmente comprome-
tida con intereses ms poderosos como para admitir que los es-
fuerzos honestos que se efecten en su terreno puedan llevar muy
lejos. Con un repertorio inagotable de fundamentos, puede justi-
ficar su actuacin pblica, o discutirla triunfalmente. Lo falso y
malo atrae magnticamente a sus beneficiarios, y aun los subal-
ternos adquieren finura de espritu, mucho ms all de sus posi-
bilidades espirituales, cuando se trata de buscar argumentos a fa-
vor de aqullos que en su fuero ntimo saben que es una falsedad.
la ideologa procrea sus propios idelo~os, las polmicas, los pun-
tos de vista: tiene grandes posibilidades de poder mantenerse en
vida. Tampoco corresponde regodearse en el derrotismo y dejarse
aterrorizar por toda tentacin interesada hacia lo positivo, que
por lo general slo pretende cambiar la situacin. Por de pronto,
es mucho ms importante tomar conciencia del carcter ideolgi-
co de la televisin, y ello no slo por parte de los que estn del
lado de la produccin, sino sobre todo por parte del pblico.
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Justamente en Alemania, donde las transm1s10nes no son con-
troladas directamente por intereses econmicos, cabe tener alguna
esperanza de las tentativas de esclarecimiento. Si la ideologa,
que se sirve siempre de un nmero limitado de ideas y subterfu-
gios, es puesta a un nivel inferior, puede ser que se constituya
contra ella una oposicin abierta a dejarse llevar por la nariz,
por contrario que ello sea a las disposiciones socialmente induci-
das de innumerables oyentes partidarios de la ideologa. Podra
pensarse en una especie de vacunacin del pblico contra la ideo-
loga propagada por la televisin y sus formas emparentadas.
Ello supone, por cierto, investigaciones mucho ms extensas.
Tendran que concretarse en normas socialpsicolgicas para la
produccin. En lugar de perseguir, como se suele, a los rganos
de autocontrol con agresiones e insultos, los productores debie-
ran tener cuidado en suprimir esas sugerencias y estereotipos,
que conducen, segn el juicio de muchos socilogos, psiclogos
y educadores, responsables e independientes, a la idiotizacin, a
la invalidez psicolgica y al oscurecimiento ideolgico del p\1-
blico. No es, pues, tan utpico el preocuparse por la implanta-
cin de esas normas, como pueda parecer a primera vista, va
que la televisin como ideologa no es simplemente cosa de la
mala voluntad, ni quizs tamooco asunto de incomoetencia de
los particioantes, sino un producto del antiespritu objetivo. Con
innumerables mecanismos domina hasta a los productores. Un
nmero grande de ellos reconoce la perversin de todo el asun-
to, quizs no siempre mediante conceptos tericos, pero s qui-
zs a travs de su sensibilidad esttica, sometindose slo bajo
la presin econmica; por lo general, cabe advertir cun grande
es la mala voluntad existente, al establecer contactos con escri-
tores, directores y actores. Slo la empresa que realiza el nego-
cio y sus lacayos proclaman la existencia de una humana con-
sideracin hacia la clientela. Si hay una ciencia que, sin tratarlos
de imbciles y sin despacharlos con vanos ascensos administra-
tivos, sino ponindose a investigar la ideologa misma, respalde
a los artistas que son considerados por la industria como infan-
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tes en andadores, stos quizs podran adquirir un rango mejor
frente a sus jefes y controles. Va de suyo que las normas social-
psicolgicas no tienen que prescribir qu deba hacer la televi-
sin. Pero como siempre, las pautas de lo negativo no estaran
muy lejos de lo positivo.
LOS TABUS SEXUALES Y EL DERECHO HOY
E ba regularmente,
L TERIOOque se lanza hoy a discusiones pblicas comprue-
y con vergenza, que lo que ha conse-
guido pensar ya ha sido formulado hace mucho tiempo, y casi
siempre mejor la primera vez. No slo la cantidad de lo escrito
y publicado ha aumentado hasta lo inconmensurable; la sociedad
misma parece, pese a todas sus caractersticas expansivas, estar
tambin excedindose, y reconstituyndose muchas veces, en de-
recho y poltica, sobre estratos viejos. Ello obliga, penosamente,
a volver a poner en juego argumentos de vieja data. Inclusive
el pensamiento crtico se ve amenazado por quedar adherido a
lo que critica. Debe dejar conducirse por las formas concretas
de la conciencia que combate y volver a repetir lo que fue olvi-
dado. El pensamiento, de por s, no es puro; por una parte,
est prcticamente tan encadenado al instante histrico, que se
convertira, en una poca regresiva, en abstracto y falso cuando,
al oponerse a la misma, pretendiera continuar movindose en
alas de su propio impulso. All reside la amarga verdad sobre
la palabra del pensador en tiempos menesterosos; lo que pro-
duce depende de que pueda poner en movimiento el elemento
de retroceso que lo ha penetrado, al tomar conciencia del mis-
mo. Con respecto a los tabs sexuales es difcil formular algo
con fines de esclarecimiento, que no sea cosa conocida desde
hace tiempo, por lo menos desde la poca de emancipacin
de las mujeres, y que luego no haya sido reprimido. Los punto~
de vista de Freud sobre la sexualidad infantil y sobre los ms-
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tintos sexuales, que quitaron a la moral sexual aceptada sus
ltimos justificativos, siguen valiendo sin limitaciones en una
poca que aspira a reafirmar la psicologa profunda; lo que es-
cribi Karl Kraus, en su inigualable libro primerizo, Moralidad
y delincuencia -hace poco el volumen fue reimpreso por Lan-
gen-Muller, como tomo undcimo de las obras-, no ha per-
dido nada en rigor y no parece superable en autoridad. La si-
tuacin misma lleva al mantenimiento de lo superado y, por
tanto, a cosas insoportables: se repite lo sabido por todos, como
si as se refutara algo. El segundo esclarecimiento que hoy se
pretende, frente al primero, slo servira, segn la opinin de
Enzensberger, para destruir al anterior.
El saboraje de una explicacin invocando su antigedad tiene
tambin sus efectos sobre las opiniones respecto al objeto. Ha-
blar de tabs sexuales suena a cosa anacrnica, en tiempo en
que toda muchacha que se haya independizado materialmente
de sus padres, tiene su amante; en una poca en que los me-
dios masivos empleados por la propaganda, para enojo de sus
opositores partidarios de una restauracin, provocan incansable-
mente excitacin sexual, y en que lo que los norteamericanos
llaman a healthy sex life, una sana vida sexual, forma parte,
por decirlo as, de. la higiene fsica y psquica. El tema est su-
bordinado a una especie de moral de la diversin, ftmmorality,
segn la graciosa expresin de los socilogos Wolfenstein y
Leites. Frente a todo ello, las propuestas para la reforma de la
legislacin sexual tienen, a primera vista, algo propio de hono-
rables sufragistas. All podrn apuntar sus armas con una gra-
tuita irona, que rara vez perdona, los protectores del orden.
Los hombres cuentan con su libertad; hacen lo que se les antoja.
Slo deben perseguirse con leyes los delitos: para qu, pues, las
reformas?
No cabe sino responder que la libertad sexual, en la sociedad
actual, no pasa de pura apariencia. Se ha producido en su res-
pecto lo que la sociologa, en otro contexto, denomina, con
una expresin preferida, una integracin; algo semejante a c-
mo la sociedad burguesa domin la amenaza del proletariado,
92
al incorporarlo. La sociedad racional, que se funda en el do-
minio de la naturaleza interna y externa, y que reforma deci-
didamente al difuso principio del placer, como inferior a la mo-
ral del trabajo y del principio del dominio, no tiene necesidad
de los mandamientos patriarcales de la castidad, la virginidad y
la inocencia. El sexo, deformado y modificado, gravado con im-
puestos y explotado de mil maneras por la industria material y
cultural, es digerido, institucionalizado, administrado por la so-
ciedad, de conformidad con su manipulacin. Slo en cuanto
est sometido es permitido. Hasta ahora, la sociedad lo consenta
en cuanto sujeto al rito sacramental del matrimonio; hoy lo
acepta, sin la instancia intermedia de la iglesia, y muchas veces
sin legitimacin estatal, ponindose bajo administracin directa.
De ese modo, empero, el sexo se ha modificado. Mientras Freud,
en su tentativa de describir lo especficamente sexual, destac el
momento de la obscenidad -es decir, lo chocante socialmente-,
ese momento, por un lado, ha desaparecido y, por el otro, se
lo exagera. Todo ello no significa otra cosa sino que el sexo
mismo ha sido desexualizado. El placer sometido, o permitido
con prudencia sucia, ha dejado de serlo; los psicoanalistas no
tendran dificultad en demostrar en la industria generalizada del
sexo, monopolscicamente controlada y estandardizada, que recu-
rre a los patrones medios de la estrella de cine, el placer subs-
tituto o el pre-placer, han superado al placer mismo. La neu-
tralizacin del sexo, que es descrita como la desaparicin de las
grandes pasiones, avergenza an all donde todava puede ma-
nifestarse y satisfacerse sin timidez.
Cabe concluir de ello -y las neurosis de nuestra poca ser-
viran para confirmarlo- que no es verdad que los tabs se-
xuales hayan desaparecido. Slo se ha alcanzado una forma
nueva, ms profunda, de represin, con toda su fuerza de des-
truccin. Mientras se sujetaba al sexo, lo que no pudo ser so-
metido, aquello que justamente tiene un autntico aroma sexual,
permaneci siendo aborrecido por la sociedad. Si tiene su sen-
tido que lo sexual en sentido especfico eo ipso sea lo prohibido,
esa prohibicin sabe tambin afirmarse en las manifestaciones
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permitidas del sexo. Es difcil que en otra zona, fuera de las
siempre proscritas, pueda manifestarse tanto del monstruo ocul-
to. Es imposible pensar, en una sociedad no libre, en la libertad
sexual, as como en ninguna otra libertad. El sexo, como sex,
se convierte en una variacin del deporte, privada de ponzoa;
lo que an all es diferente, permanece siendo un punto alrgico.
Ello obliga, pese a todo, a tener que ocuparse nuevamente
de los tabs sexuales y el derecho sexual, no slo bajo una pre-
tendida solidaridad con las vctimas, sino tambin pensando en
qu pueda resultar de la creciente represin bajo la integracin.
Puede convertirse en un almcigo permanente de personalidades
autoritarias, siempre dispuestas a seguir en pos de cualquier es-
pecie de rgimen totalitario. Uno de los resultados ms claros
de nuestro libro La personalidad autoritaria fue comprobar que
las personas que, por la estrucrura de su carcter, estn predis-
puestas a convertirse en secuaces del totalitarismo, son aquellas
sujetas en destacada medida a fantasas persecutorias contra los
que, en su opinin, son desviados sexuales, as como a repre-
sentaciones sexuales incontroladas que reprimen en s mismas
pero que proyectan a grupos extraos. Los tabs sexuales ale-
manes corresponden a ese sndrome ideolgico y psicolgico del
prejuicio, que sirvi para dar una base en las masas al nacional-
socialismo, y que contina existiendo en una forma despolitizada
segn su contenido expreso. Pero podra muy bien volver a con-
cretarse polticamente. Corno interior al sistema y, de consuno,
sumamente discreto, se trata de un elemento mucho ms peli-
groso hoy para la democracia que los partidos neofascistas, que,
por un lado, no han logrado gran resonancia y que, por otra
parte, no disponen de muchos recursos efectivos y psicolgicos.
El psicoanlisis ha investigado los tabs sexuales, as como
su repercusin en el derecho, especialmente en el terreno cri-
minolgico -recurdese simplemente los trabajos de Aichorn-,
y las conclusiones a que arrib siguen mantenindose vlidas.
Pero correspondera agregar algo a las mismas, para poner la
situacin a la altura del momento actual. En la poca de Freud,
esos tabs regan bajo formas de la autoridad precapitalista o
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de la burguesa avanzada, del patriarcalismo de la pequea fa-
milia, de la represin por los padres, y de sus consecuencias, las
personalidades obsesivas, y sus correspondientes sndromes ana-
les. Ciertamente se confirmaba as la tesis social de que la su-
perestructura se altera con mayor lentitud que la infraestructura,
inclusive en terreno psicolgico, dada la relativa constancia, des-
tacada por Freud, del inconsciente. De hecho, la psiquis indi-
vidual es, frente al todopodero de los procesos sociales reales,
secundaria, o, si se quiere: superestructura. Bajo las fuerzas co-
lectivas que han ocupado el lugar de la autoridad paterna, la
imagen del padre, como ya lo comprob Freud en Psicologa de
masas y anlisis del yo, sigue subsistiendo. Desde entonces, sin
embargo, se han producido modificaciones en las relaciones de
autoridad sociales, que afectan por lo menos a la forma concreta
de los tabs sexuales. la sexualidad genital, contra la cual se
dirige la tradicional amenaza de castracin, no es ya punto de
ataque; Los haras de las tropas de asalto hitlerianas en Lebens-
born, la entrega de muchachas a quienes se consideraba parte de
una lite, para mantener relaciones temporarias, no son ms,
como muchas acciones iniciales del Tercer Reich, que la anti-
cipacin exagerada de tendencias sociales comunes. As como el
estado del Reich hitleriano no era el de la libertad ertica, de
igual manera, el libertinaje en las playas o en el camping prac-
ticado hoy, tampoco lo es, justamente cuando en cualquier mo-
mento se los puede reducir a puntos de vista sanos, segn la
manera de hablar propia de los tabs. Rasgos antropolgicos
tales como el concretismo de los jvenes, el temor a la fantasa,
el orientarse sin oposicin frente a exigencias dadas por la fuer-
za, ostentan todo un aspecto que coincide exactamente con la
nueva forma de los tabs sexuales.
Segn la teora de Freud, la forma aprobada y dominante
de la sexualidad, la genital, no es, como pretende exhibirse, la
original, sino el resultado de una integracin. En ella los ins-
tintos sexuales del nio, bajo la coaccin impuesta socialmente
a travs de la familia, se transforman en una cosa unitaria des-
tinada a satisfacer el fin social de la reproduccin. Qu esa in-
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tegracin slo tenga con la se:1C:ualidad genital una relacin pre-
caria es cosa que Freud no discute, aunque, como perfecto
burgus patriarcal, se lamenta de ello. La verdadera vida ertica
instintiva, las relaciones en que la sensualidad se realiza, no es
esa sana sex life que promueven hoy, en todos los pases indus-
trialmente adelantados, todas las ramas de la economa, desde
la industria de los cosmticos hasta la psicoterapia. Quizs. sub-
siste en la genitalidad la lbido sexual, que se resume as en
cada individuo. La felicidad se origina con su expansin. As
como el amor de la pareja, cuando no se satisface genitalmente,
conserva algo de vano, como si perteneciera a una etapa en que
la sensualidad todava no fuera conocida, del mismo modo los
instintos sexuales puestos en juego en actividades consideradas
perversas han sido empobrecidos, purificados de relacin con los
genitales, ensordecidos, llevados a una reduccin. La desexuali-
zacin de la sexualidad debe ser entendida, psicodinmicamente,
como aquella forma del sexo genital en que ste mismo se con-
vierte en una fuerza que impone tabs y que atemoriza o su-
prime al instinto sexual. Es una forma de la utopa sexual el
querer no ser uno mismo, o, tambin, el no amar, en la amada,
sino a uno mismo: la negacin del principio del yo. Ella se agi-
ta en aquellas formas invariables de la sociedad burguesa, en
su sentido ms lato, que han favorecido la integracin, la ne-
cesidad de identificacin. Primero se habra tratado de realizarla,
para despus eliminarla nuevamente. Lo que simplemente es
idntico a s mismo, no es capaz de felicidad. En la centraliza-
cin genital en el yo, y en la manera de encarar de igual forma
a los otros, para los cuales se puso, no por azar, el nombre de
"pareja", se da una forma de narcisismo. La energa de la lbido
se traslada al poder, que la domina y la defrauda. La obscenidad
sealada por Freud resultaba, sin embargo, del exceso del ins-
tinto sexual sobre la genitalidad, de la cual recibe fuerza y pres-
tigio. Los tabs sociales tradicionales atacan a ambos, a la geni-
talidad y al instinto, aunque posiblemente el ataque estuviera
dirigido ms bien contra ste: de ah que sublevara la obra de
Sade. Con la progresiva aceptacin social de la genitalidad, au-
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menta la presin contra el instinto sexual y contra sus represen-
taciones en las relaciones genitales. Como un residuo, slo se
cultiva un voyeurisme socializado, al pre-placer. Substituye la
unin con una persona por la observacin en comn y, as, da
expresin a la tendencia socializante del sexo, que constituye
uno de los aspectos de su fatal integracin. Las gratificaciones
que la sociedad patriarcal ofrece al carcter femenino, la do-
cilidad pasiva, desacostumbrada a percibir las propias inclina-
ciones y, de ser posible, tambin, las exigencias de la propia
sensualidad, cumplen una accin complementaria en la desexua-
lizacin del sexo. Se ocupa de ello tambin el ideal de lo na-
tural, que, bajo la forma de una cultura al aire libre, trata de
llegar a una pura genitalidad, luchando contra toda forma de
refinamiento. Correspondera estudiar las formas de los tabs en
medio de una libertad formal; tendran importancia en esos es-
tudios modelos como los de esa vida natural, as como los ar-
tefactos sexuales, fabricados en serie, de goma. En un clima en
que el poder subterrneo de las prohibiciones se mezcla con
la mentira, esos estudios seran invalidados o caeran vctimas
de persecuciones al nuevo estilo. En forma complementaria con
las debilidades del yo conocidas generalmente, como una inca-
pacidad psicolgica.JUente apropiada para apartarse de lo que
todos hacen, de igual modo los instintos sexuales, si no es todo
una falsedad, son reprimidos ms que nunca y tambin son ma-
nejados socialmente; en cuanto, aparentemente, menos indecen-
tes son, tanto ms fuerte es la venganza contra aquello que,
pese a todo, debe cumplirse. El ideal higinico es ms riguroso
que el ascetismo, que nunca quiso permanecer siendo lo que
ya era. Los tabs, en medio de apariencias de verdad, no permi-
ten, sobre todo, que se los tome a la ligera puesto que si bien
ya nadie cree enteramente en ellos, siguen firmes en el incons-
ciente de los individuos y son amparados por los poderes insti-
tucionales. En general, las representaciones represivas se con-
vierten en ms crueles cuando ms base han perdido; deben
exagerar su aplicacin a fin de que surtan efecto sobre los hom-
bres por el miedo, y los convenzan de que lo que es fuerte,
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tambin es legtimo. Florecieron los procesos de brujas cuando
el universalismo tomista haba decado. Parejamente, las masas
encuentran muy atractivo las confesiones exhibicionistas de pe-
cados de aquellas personas que combaten a su moralismo, al aso-
ciar esas confesiones con un llamado a las armas, en la medida
en que el concepto de pecado, separado del dogma teolgico,
carece de toda sustancia. Sin embargo, el carcter especfico de
tab se ve reforzado. Si los tabs primitivos, provocados por la
prohibicin de incesto, eran inviolables, puesto que la fuerza
as reprimida exclua toda justificacin, los tabs sexuales, en
una situacin de esclarecimiento total y, de consuno, limitado,
son demasiado fuertes, en cuanto, con respecto a lo que ordena,
carecen ya de toda razn de ser. La prohibicin, en cuanto tal,
absorbe las energas que afluan anteriormente desde fuentes
en el intern selladas. La mentira, que se encuentra adherida al
tab, se convierte en un momento ms del sadismo que merece
la vctima escogida y que sirve para ponerle en claro, de un
golpe, que su destino no es debido a un delito, sino a la cir-
cunstancia casual de ser diferente, de distinguirse de lo colectivo,
de pertenecer a una minora designada. Sea ello como fuere,
lo cierto es que hoy los tabs no constituyen novedad por su
contenido frente a los antiguos. Ha sido posible volver a mol-
dearlos por parte de los poderes que manejan las cosas, al haberse
hundido en el hontanar de las representaciones. Hoy son nueva-
mente convocados desde arriba. E incluso su debilidad, en cuanto
imitaciones plidas, sirve a la represin: permite dirigir contra
toda cosa posible la antigua indignacin vuelta a excitar, en la
medida en que sea necesario, sin preocuparse por su calidad. El
ser distinto en cuanto tal, es ser un enemigo condenado. La in-
vestigacin emprica habra tenido que analizar cmo tabs medio
olvidados y, en alguna medida, superados de hecho socialmente,
son nuevamente movilizados. Queda sin resolver, en primer tr-
mino, el saber si el odio, al que recurre la demagogia de la
moralidad, no es primaria e inmediatamente el de la renuncia
ertica. Es posible pensar que se relacione ms bien con una
concepcin global de la vida contempornea. En una libertad
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formal cada individuo es liberado del peso de la responsabilidad
de su autonoma, que ya les es imposible sobrellevar antropol-
gicamente, mientras que al mismo tiempo el individuo, por la
mala. relacin existente entre instituciones todopoderosas y el
nfimo campo de accin que se le permite, se siente demasiado
exigido y amenazado; una amenaza en que, seguramente, se es-
conde el viejo temor a la castracin, desfigurado hasta hacerlo
irreconocible. El despertar de los tabs se hace posible en cuanto
los sufrimientos sociales -y, en trminos psicolgicos, los del
yo-- son reducidos y limitados al sexo, al ms antiguo de los
pesares. De ah que ste, en extrema contradiccin con lo que se
da superficialmente, aparezca como el nervio sensible de la so-
ciedad: los tabs sexuales son actualmente ms fuertes que todos
los otros, inclusive los polticos, aun cuando no son inculcados
tan enfticamente.
La opinin pblica resuena con mltiples explicaciones, sea
a favor, sea en contra, sobre los cambios de la moral sexual.
Se encuentran muy cerca de las tesis corrientes segn las cuales
ya no habra ideologas, que sirven para crear una buena con-
ciencia esclarecida con un sordo cinismo y tambin para conde-
nar como anacrnica toda representacin que intente ir ms
all de las condiciones existentes. Puede inferirse de algunas
formas del espritu objetivo, en reglas de juego y costumbres
no expresables, y, ms an, en el terreno jurdico, que, pese a esas
opiniones, los tabs no han sido puestos de lado. En todas partes
se persigue a las prostitutas, mientras que pasaban desapercibidas
en pocas de supuesta represin sexual ms severa. Que no se
necesitara de prostitutas, luego de haberse logrado la emancipa-
cin, es un pretexto engaoso y aparente. A los fanticos de la
moralidad jams se les ocurrira fundar sus medidas justamente
en esa libertad de las costumbres que pretenden destruir. La
tcnica de las razzias; el cierre de los prostbulos, que condujo
a la prostitucin a la miseria que se le echa en cara; la prisa
con que se declara amenazado un barrio, para poder luego
explotar a las prostitutas de mejor manera all donde han tenido
que refugiarse --como los judos, tampoco ellas pueden tener
99
un lugar seguro-, todo ello revela una actitud que clamorea por
la deshonra del Eros, sin advertir que todo lo que hace conduce
justamente a esa ignominia, el condenarla a la desgracia. La pros-
tituta, imagen de lo que la ine~periencia y la curiosidad se figuran
es el vicio, es identificada, sin mayor discusin, con el instinto
sexual. Ella procura perversidades, en sorprendente contradic-
cin con la forma de negocio pobre y atemorizado a que la ha
reducido una sociedad que mantiene casa de vidrio sin guaridas.
No es necesario abrigar ilusin alguna sobre las zonas donde se
autoriza la prostitucin, aun cuado las prostitutas, que entretanto
se han vuelto tan horrorosas como lo pretende la envidia de la
sociedad y como resulta de la manera de tratarlas, defienden,
como representantes inconscientes, otra posibilidad del sexo
frente a la ignominia de la moralidad. Todos los argumentos
trados a cuento: el mal que hacen, las provocaciones que sus-
citan, son nulos; nadie necesita entrar en tratos con ellas si no
quiere verlas, y mucho menos cuando los prostbulos estaban
autorizados. No se sabe qu pueda ofrecer de nuevo a los jvenes
la visin de una mujerzuela que hace la calle; el mal que pueda
recibir es totalmente ficticio. Se trata de una confusin ridcula
y perjudicial como aquella suscitada por un pastor protestante
que, en un barrio de una gran ciudad, intent suprimir la pros-
titucin con prdicas y reuniones, en lugar de reservar su vida
nocturna a la msica de cmara a la que estaban, l y sus seme-
jantes, condenados, y de cuyas reuniones puede excluir a esas
mujeres con toda satisfaccin; insoportable tambin la situacin
en que los rufianes, en lugar de meramente silbarlo segn la tra-
dicin, lo atacaron a tiros en su casa; y, ms an, un grave peli-
gro para las buenas costumbres cuando, al final, la polica tuvo
que explicar que esos tiros nada tenan que ver con la cruzada
moralizadora. En una sociedad que, aunque fuera de lejos, tuviera
la mayora de edad que supone su constitucin, la publicidad
tendra que hacer imposibles hechos semejantes; es ya un juicio
sobre la situacin general que tales cosas pasen y que sean di-
fundidas por la prensa, sin que nadie advierta lo cmico de la
situacin. Por cierto que si as se crea que una minora retrasada
100
y fantica poda someter ruidosamente a la mayora, se estaba
frente a una ilusin: la moralidad sacada de sus carriles no
poda convenir en absoluto, suscitando aquel escndalo que ella
misma produce al no conseguir adecuarse a la estructura instin-
tiva de la poblacin. Que en Alemania, donde habra mil razones
para evitar la persecucin de grupos indefensos, contine sin
pausa la persecucin de las prostitutas, es bien comprensible.
Que no se castiguen los asesinatos cometidos sobre prostitutas,
quizs pueda ser disculpable en cada caso particular; la frecuencia
de esos casos no aclarados revela, sin embargo, que, comparado
con la eficacia de la justicia frente a los delitos contra la pro-
piedad, el poder social, aunque sea inconscientemente, desea la
muerte de aquellas que representan para l, falsamente, una for-
ma de placer que no debe ser,1 la caza de prostitutas no se vera
fomentada probablemente, a pesar de un estado en que las rela-
ciones extramatrimoniales se han convertido en la regla, sino ms
bien en mrito a la existencia de esas relaciones: las mujeres,
que, pese a toda la emancipacin profesional, siempre deben
sobrellevar una carga social ms pesada, sienten que, pese a la
tolerancia tcita del tab, en cualquier momento puede volver a
ser puesto en vigencia, sea, por ejemplo, mediante una absurda
interpretacin extensiva de las normas que castigan el proxene-
tismo, o al quedar embarazadas. Ello provoca rencor. A la din-
mica cruel de las denominadas, por la sociologa, relaciones entre
personas, corresponde tambin el hecho de que los que tienen
que sufrir opresin, tratan de transferir la opresin a otros gru-
pos ms dbiles, propagando as, racional o irracionalmente,
el odio. Uno de los grupos preferidos para esa transferencia, por
caracterizarse por su impotencia, es el de la prostitucin. No slo
101
tiene que soportar la animosidad de los hombres sometidos a
una monogamia oficial, a partir de la cual se desarrolla, sino que
tambin es objeto de odio por las mujeres que, mientras acep-
tan inclusive a menudo contra su voluntad entrar en relaciones
simplemente porque es lo que se hace, continan aorando aque-
llo para lo cual han sido amaestradas por la sociedad durante
siglos, abrigando en secreto el deseo bien comprensible de lo-
grar seguridad y prestigio a travs del matrimonio. En la per-
sistencia de los tabs sexuales se confirma que la persecucin
no mejora la situacin, ni la de las mujeres ubicadas burguesa-
mente en una profesin, en cuanto en la vida privada se las
priva de ciertos privilegios burgueses, ni la de las mujeres re-
chazadas por la sociedad. Quizs sea ste el ms irritante de los
malos efectos de la opresin sexual ambigua y silenciosa. Muy
clara es la situacin con respecto de aquel tipo de homosexuales
en los cuales la preferencia por la virilidad es extendida al amor
por la disciplina y el orden, y que, acatando, por ejemplo, la
ideologa de cuerpo noble, est dispuesto a perseguir a otras mi-
noras, como la de los intelectuales.
las terribles normas penales referentes a la homosexualidad,
han conseguido mantenerse en la Alemania liberada. la ate-
nuacin que se permite, como la de absolver la sancin a los
acusados menores de edad, se convierte fcilmente en un favor
para los opresores. Nada cabe, en rigor, discutir con respecto
de los artculos que castigan la homosexualidad,. bastando recor-
dar todo el oprobio que han suscitado. Slo nos referiremos a
algunos aspectos poco destacados de la proscripcin de los ho-
mosexuales, que funcionan como signos fatales de una sexuali-
dad ajena a todo fin. Algunos podrn decir que los homose-
xuales permanecen, de no ser menores o personas en situacin
de dependencia, en la prctica, en una situacin mucho ms os-
cura que antes. Es un contrasentido que se justifique una ley
afirmando que no se la aplica, o que slo se la aplica muy limi-
tadamente; no es necesario describir io que tal forma de pensar
involucra para la seguridad jurdica y para la relacin de los
hombres con el orden jurdico. Puesto que aunque realmente se
102
castigue menos a los homosexuales, la atmsfera de discrimi-
nacin permanente tiene que someterlos a una angustia intole-
rable. Si se acepta, en cambio, la enseanza psicoanaltica, se-
gn la cual la homosexualidad es muchas veces de origen
neurtico, el producto de un conflicto infantil no resuelto que
impide la disolucin considerada normal del llamado complejo
de Edipo, resultara que, conforme a la ley psicolgica del re-
fuerzo, la presin jurdico-social, indirectamente, consolidara y
perpetuara a los neurtio.:s. Es cosa segura que entre los homo-
sexuales se encuentran personas sumamente dotadas espiritual-
mente; inclusive, por razones psicogenticas, en cuanto inter-
nalizan, por su intensa identificacin con la madre, aquellos
rasgos que distinguen a la madre del padre como representante
del sentido prctico de la realidad. Si mis observaciones no me
engaan, es frecuente entre los homosexuales espiritualmente
dotados, la paralizacin psicolgica de su productividad, la inca-
pacidad de llevar a cabo lo que bien podran. De ah la sensacin
permanente de angustia y la repulsa social, que inspira tanto a
la legislacin, como la refuerza al ser partcipe de la situacin.
Mediante las .normas que sancionan la homosexualidad, la so-
ciedad trata de lograr, lo mismo que en innumerables casos, la
destruccin de las fuerzas espirituales. Donde, por lo menos, el
tab social contra la homosexualidad es ms dbil, como su-
cede en ciertas sociedades cerradas aristocrticas, los homosexua-
les exhiben menos caractersticas neurticas y parecen ser, carac-
terolgicamente, menos deformados que en Alemania.
El tab ms fuerte de todos es, actualmente, el ligado a la
palabra clave "menor de edad" y que ya sali a la palestra cuan-
do Freud descubri la sexualidad infantil. El sentimiento de
culpa universal y fundado de los mayores, no puede liberarse de
lo que considera es la inocencia de los nios, como su imagen
contrapuesta y como refugio, y para salvar esa imagen todo
medio parece adecuado. Es bien sabido que los tabs se hacen
ms fuertes cuando los sujetos a ellos desean, inconscientemente,
hacer lo que el tab castiga. El fundamento del complejo de
minoridad debe encontrarse en tendencias instintivas insospe-
103
chadamente fuertes, que as se repudian. Adems, es necesario
rener presente que, en este siglo XX, posiblemente a partir
de una homosexualizacin inconsciente de la sociedad, el ideal
ertico se ha infantilizado para producir lo que hace treinta o
cuarenta aos se hubiera llamado con cierto horror libidinoso,
una mujer nia. El xito de Lolita, que no es obscena y que
posee demasiada calidad literaria para un best-seller, slo podra
explicarse por la fuerza de esa imagen. Seguramente esa imagen
deseada y prohibida debe contar con aspectos sociales, suscitados
por una repulsin acumulada contra una situacin que, tempo-
rariamenre, impide que se den juntas la pubertad y la autonoma
del ser humano. Las ligas que quisieran poner detrs de cada
nio, en los lugares de juego, una vigilante moralmente madura
para que los proteja de los males con que los acechan los ma-
yores, son los complementos de Lolita, Tatina y Baby Doll. Si
un sucesor del seor Von Ribbeck, de Ribbeck en el Havel,
aquel personaje de Fontane, regalara peras a las niitas, ese
gesto, al fin y al cabo humano, de inmediato sera percibido
como sospechoso.
El tema tocado es delicado, no slo por las fuertes emociones
que a l se enlazan, tan pronto no se respeta la opinin domi-
nante, sino tambin si se considera la indiscutible funcin pro-
tectora de la ley. Claro est que debe impedirse que se sujete
a violencia a los nios, o que las personas dotadas de algn tipo
de autoridad utilicen su posicin para obligarlos a convetirse
en personas bajo su dependencia, contra su voluntad. Si se per-
mite a la persona que ha cometido atentados sexuales contra
menores seguir en libertad, porque los padres se responsabilizan
por l y lo hacen trabajar como si una cosa tuviera algo que
ver con lo otro, resulta que se justifica as a las organizaciones
fanticas de la pureza que acusan a la autoridad administrativa,
por su ligereza, de ser realmente responsables si la persona en
cuestin llegara poco despus de matar a una nia. Pero se ha
acumulado, alrededor de este ncleo de verdad, un conjunto de
representaciones que deben ser sometidas a verificacin, en lugar
104
de que un santo apresuramiento impida toda reflexin ms de
cerca.
As, son puramente hipotticos los efectos supuestamente pe-
ligrosos de las lecturas y contemplacin de material pornogr-
fico. Es una insensatez y una interferencia en la libertad per-
sonal, impedrselo a los adultos que se complacen en ello. Con
respecto a los menores, correspondera por de pronto establecer
si efectivamente se dan consecuencias dainas y sus caracters-
ticas: defecto\ neurticos, fobias, histerias de sustitucin, o lo
que fuere. El despertar el inters sexual, generalmente ya dado,
no puede ser visto como perjudicial, salvo que se adopte la ac-
titud radical de condenar globalmente a todo lo sexual- acti-
tud que hoy no encuentra muchos partidarios y de la cual se
cuidan los apstoles de la moralidad. Justamente, el sexo no
mutilado ni sofocado no produce nunca algo malo en el hom-
bre. Esta comprobacin no slo debiera ser formulada sin re-
servas, sino que debiera penetrar en la lgica misma de la le-
gislacin y de su aplicacin. Con respecto a los daos efectivos
o potenciales que actualmente son ocasionados a la humanidad
por sus administradores, la necesidad de proteccin sexual tiene
algo de engaoso, pero el nmero de aquellos que se atreven
a admitirlo pblicamente es mucho menor que aquellos que pro-
testan contra disposiciones sociales tan bien vistas como la guerra
bacteriolgica o atmica.
En lo que atae a las leyes de proteccin de menores, sera
necesario investigar si los menores son realmente vctimas, sea
de la fuerza, sea de maniobras arteras de engao, o si ms bien
no se trata de menores que ya se encuentran desde hace mucho
en la situacin de la cual la ley los trata de excluir, y si no
sucede que ellos mismos no provocan, por el placer de la cosa,
los abusos, quizs con fines de extorsin. Un muchacho delin-
cuente, que mataba y robaba a sus clientes, confes ante el tri-
bunal que actuaba as por repugnancia ante las propuestas que
haba recibido, y ante la perspectiva de encontrar jueces justos.
f Adems, la proteccin de las personas dependientes es dema-
siado sumaria. Si la realidad correspondiera al tenor de las le-
1 105
yes, no habra lugar para tantos delincuentes en las prisiones;
no se trata, claro est, de un argumento vlido, pero, con todo,
constituye un indicio que ha de tomarse en cuenta. Sucedera; de
ajustarnos a la realidad, que las normas vigentes deberan auto-
rizar las relaciones del director de escena con sus actrices, pero
prohibir en cambio las del gerente con sus empleadas. Sera
ms razonable modificar las normas discutidas, de suerte que
slo se las aplique en aquellos casos en que los que cuentan
con autoridad recurren a su poder jerrquico frente a los que
estn en relacin de dependencia, amenazndolos real y proba-
damente con el despido u otros daos; pero no, en cambio,
cuando la pareja es llevada a unirse por la situacin misma, co-
mo Paolo y Francesca, en la lectura. Una redaccin prudente
del artculc.; 17 4 del actual Cdigo Penal, que excluya todo abu-
so, es tanto ms urgente en cuanto l, aunque no sea el nico
de los artculos referentes a delitos contra la moral, permite
eliminar a las personas que, polticamente o por otra causa, son
"poco simpticas", segn se suele decir en la jerga del alemn
moderno, tan consciente de la tradicin.
En general, la legislacin no tendra que ser atenuada. Al-
.gunas cosas debieran ser agravadas, como las penas previstas
contra delitos cometidos con violencia brutal. Pero resulta, como
lo seal Karl Kraus, que se castiga ms severamente las ter-
nuras prohibidas efectuadas a menores, que violencias tales co-
mo los castigos de maestros o padres que llegan al borde del
homicidio. La comisin de actos de violencia en condicin de
embriaguez es situacin en que siempre se ven con benevolencia
las consecuencias penales, como si segn el espritu de las leyes,
el alcoholismo excesivo no slo debiera ser tolerado, sino que
pudiera ser exhibido como prueba de virtudes viriles. Que se
contine afirmando que los conductores de automvil, algo al-
coholizados, pero que conservan el dominio de sus sentidos, que
han atropellado y matado a alguien, no cometen un delito pro-
pio de caballeros, prueba simplemente qu arraigada est la ten-
dencia a ver sus actos de esa manera, lo que debiera reflejarse
tambin en la legislacin. Las costumbres alemanas, en lo que
106
hace al manejo de vehculos, a diferencia de las corrientes tanto
en los pases anglosajones como en los latinos, pertenecen a
una de esas caractersticas nacionales en que puede observarse
persistir an algo del espritu del Reich hitleriano: el desprecio
hacia la vida humana, que la vieja ideologa alemana ya insu-
flaba en los bachilleres, como si no se tratara del bien supremo.
Lo que entonces, en forma puramente emprica, era rechazado
como contrario a la majestad de la ley moral, slo es reprimido,
en el curso de la tendencia evolutiva de una sociedad que se
precia de haber suprimido las ideologas, en mrito a reacciones
primitivas de autoconservacin: del impulso de pasar adelante,
en sentido no metafrico; de la corporizacin de una sana vo-
luntad de lograr xito. Claro est que no han superado las ideo-
logas: donde antes reinaba la ley moral, ahora slo se cuida
que se respete la ordenanza de trfico; el presupuesto para ello,
el superar la buena conciencia de alguien, es, simplemente, el
que se encienda una luz verde. En forma anloga, la psicologa
social, al estudiar los hbitos del nacionalsocialismo, acu el
concepto de formalismo legal. Los asesinatos planeados eran en-
cubiertos como tales, inclusive reatroactivamente, mediante una
reglamentacin cualquiera que serva para que los representantes
del pueblo los admitieran como lcitos. La brutalidad que se
exhibe en el trfico en las calles exhibe las mismas caractersti-
cas de acondicionamiento legalista que la persecucin de vc-
timas inocentes o de actos inocentes. La conformidad con la bru-
talidad, con instintos reprimidos, all donde puede ponrselos
de acuerdo con formas sociales institucionalizadas, acompaa
fielmente a la actitud de odio contra los instintos sexuales. B-
sicamente, y con inevitable exageracin, habra que afirmar que,
tanto en derecho como en las costumbres, son vistas con sim--
pata las formas de comportamiento en que se prolongan for-
mas de opresin social -tambin a la postre, de fuerza sdi-
c~, mientras que se reacciona inexorablemente contra for-
rnas de comportamiento contrarias al propio orden social que
monopolizan la fuerza. U na reforma penal merecedora de ese
nombre y que, por cierto, no cabe prever haya entre nosotros,
107
se liberara del espritu del pueblo, de aquellos faits sociaux que
Durkheim ya reconoca como los que son penosos.
La discusin sobre una judicatura ms severa o clemente,
cuando los actos son resultados de conflictos entre el yo y el id,
resulta en una polmica sobre la libertad de la voluntad. La ma-
yor parte de los intervinientes toman posicin a favor de la teo-
ra de la retribucin, que ya Nietzsche examin a fondo, y de la
severidad de las penas; mientras que los deterministas prefieren
teoras educativas (de prevencin especial) , o persuasivas (de
prevencin general). Esta alternativa es nefasta. Muy probable-
mente, la pregunta por la libertad de la voluntad no es nunca
una cuestin abstracta, que pueda contestarse partiendo de una
constitucin ideal del individuo y de su carcter existente en
s, sino nicamente comprensible tomando conciencia de la re-
lacin dialctica entre individuo y sociedad. La libertad, inclusive
la del querer, es algo que ha de lograrse, y no algo que pueda
suponerse ya positivamente dado. Por el otro lado, la tesis ge-
neral del determinismo es tan abstracta como la del libre arbitrio,
no se conoce cul sea la totalidad de las condiciones de que,
segn el determinismo, depende el acto de voluntad, constitu-
yendo una construccin intelectual que no puede ser encarada
como una dimensin disponible. La filosofa, por su parte, no
se .ha inclinado, en sus etapas ms adelantadas, por una tesis
o la contraria, sino que se ha limitado a dar expresin a la
antinomia de la situacin. La tesis kantiana de que toda accin
emprica se encuentra determinada por sus caractersticas emp-
ricas, pero stas originalmente son puestas por caractersticas
inteligibles provenientes de un acto libre, es, para ello, quizs
el modelo ms grande, por difcil que sea de representar cmo
el sujeto pueda determinar su propio carcter. Mientras tanto, la
psicologa descubra determinantes infantiles en la formacin del
carcter, de los cuales no tena la merior noticia la filosofa
alemana de comienzos del siglo XVIII. A medida que deben
atribuirse a la esfera emprica ms elementos del carcter, ms
difusos e incomprensibles se hacen los inteligibles, que se pre-
tende son los datos originales. Probablemente no haya nada que
108
sea una psiquis individual, sino ms bien la configuracin sub-
jetiva de un grupo de hombres objetivamente libres. Todo ello
arroja a la filosofa tradicional a una situacin penosa, en la
cual tendra que buscar sus fundamentos la ciencia del derecho
al embarcarse en el debate penal. De ah que sea fcil que, co-
mo instancia suprema, se infiltren las actitudes arbitrarias de
meras concepciones del mundo; la inclinacin hacia el determi-
nismo, o hacia la tesis de la libertad de la voluntad, depende
bsicamente de una opcin efectuada vaya a saber Dios por qu.
Mientras que la cientifizacin del mundo avanza, en forma ine-
xorable, al punto en que todo conocimiento aspira a convertirse
en patrimonio de expertos, una disciplina como la ciencia del
derecho, que tanto se vanagloria de su rigor cientfico, acepta
como criterio vlido en una cuestin central la tesis del com-
mon sense, con todas las confusiones que le son propias, hasta
descender a la sana opinin del pueblo, y la opinin media de
un grupo. Ello sucede justamente all donde se recalca el ca-
rcter racional de la jurisprudencia, cuando, yendo ms all de
su terreno firme institucional, deja penetrar aquellos instintos
destructivos que la psicologa ha descubierto detrs de las exi-
gencias sancionatorias autoritarias. La contradiccin, empero, en
que se desenvuelve la filosofa -la de que no es posible pen-
sar a la humanidad sin recurrir a la idea de libertad, aun cuando
los hombres reales son esclavos, tanto interna como exterior-
mente-, tiene fundamento real y no es un defecto de la meta-
fsica especulativa, sino culpa de la sociedad que persiste en
una falta de libertad interna. La sociedad es, de consuno, la
determinante efectiva de la libertad y la organizadora de su
fuerza. Luego de la decadencia de las grandes filosofas, que
tenan plena conciencia de los momentos social-objetivos de la
libertad subjetiva, la antinomia que siempre estaba presente ha
decado hasta convertirse en un tema aislado y defectuoso de
discusiones polmicas: de ah la vacua elocuencia oficial al re-
ferirse a la libertad, que slo sirve por lo comn a la falta de
libertad, estando al servicio de rdenes autoritarias; de ah el
determinismo torpe y abstracto que no consigue ir ms all de una
109
mera confirmacin de la causalidad y que ni siquiera alcanza a
los determinantes verdaderos. En el centro mismo de las con-
troversias moral y iusfilosficas se repite el combate de som-
bras entre el absolutismo y el relativismo. Es una falsedad la
separacin absoluta entre la libertad y la falta de libertad, aun
cuando exhibe algunos aspectos que son verdaderos, no pasando
de ser ms que expresin desfigurada de la efectiva separacin
existente entre los sujetos, y entre ellos y la sociedad.
El determinismo consecuente nada tuvo que decir, al corres-
ponder tan fielmente a la falta de libertad reinante entre los
hombres, contra lo acaecido en Auschwitz. Tendra que en-
frentarse as con un lmite que ni siquiera ha sido superado por
los llamados valores de la filosofa de repuesto a la moda, ni
puede ser disuelto en la mera subjetividad de lo tico. Ese l-
mite seala el momento distintivo insuperable en la relacin
entre teora y prctica. La praxis no se produce a partir del puro
pensamiento autrquico, que descansa en s mismo; tanto la hi-
pstasis de la teora, como la de la prctica, es parte de una
falsedad terica. Quien ayuda a un perseguido, tiene teortica-
mente mejor derecho que quien permanece en la contemplacin,
a resolver si existe un derecho natural eterno o no, aun cuando
la prctica moral requiera de la mayor conciencia terica. Hasta
ahora la frase de Fichte segn la cual la moral debe autocom-
prenderse, mantiene, pese a su cuestionabilidad, su sentido. La
filosofa, que, frente a la prctica, se esfuerza en incorporar a
sta hasta identificarse, es tan falsa como la praxis ejecutiva
que prescinde de la reflexin terica. La sana razn humana,
que simplifica la cuestin, para lograr llegar a algo ms til,
hiere as mortalmente a la verdad. No es posible convertir hoy
a la filosofa, concluyentemente, en legislacin y procedimientos
legales. Les corresponde a ellos una cierta timidez, no slo por-
que no han alcanzado la altura exigida por la complejidad de
la filosofa, sino tambin en razn del nivel terico de sus
conclusiones. En lugar de descubrir, en una argumentacin irres-
ponsable, su falsa profundidad o su superficialidad radical, de-
biera la ciencia del derecho intentar alcanzar el nivel ms acle-
110
lantado del saber psicolgico y social. La ciencia ha ocupado,
hasta su paralizacin, en todas partes, el lugar del pensamiento
no reglamentado, el campo de la conciencia ingenua; tambin
la ciencia domina el terreno que la ciencia del derecho cree
suyo, ya que psicologa y sociologa cuentan con muchos ms
datos_ de los que jams ha pretendido conocer el experto en
derecho. Combinan una rigurosa lgica sistemtica con una ac-
titud espiritual que funciona como si en realidad la ciencia no
hubiera descubierto causas y como si cada cual pudiera, con sus
propias fuerzas, elaborar la filosofa que le conviniera, para re-
emplazar el saber actualmente disponible mediante el manejo
satisfactorio de conceptos fabricados para los propios fines. En
general, corresponder aventurar la hiptesis de que hoy la filo-
sofa a la que se recurre auxiliarmente --sobre todo hoy, con
la ontologa existencial- funciona unilateralmente en forma
reaccionaria. Habra que contrarrestarla con las conclusiones psi-
coanalticas no diluidas sobre los tabs sexuales y sobre la le-
gislacin sexual, hacindolas frtiles para las cuestiones crimino-
lgicas. Sin ninguna pretensin sistemtica, enumeremos aqu
algunas investigaciones posibles.
1 . Una cuestin importante que habra que analizar es la
que tiene su centro en la relacin entre los prejuicios sexuales
y las fantasas punitivas, por un lado, y, por el otro, con pre-
disposiciones ideolgicas e inclinaciones de tipo autoritario. Po-
dra partirse para ello de la llam~da "escala F" indicada en el
libro La personalidad autoritaria; se tratara de utilizar el instru-
mento de investigacin conforme enteramente a las distintas
dimensiones de las opiniones sobre lo sexual. Debe destacarse,
sin embargo, que en los Estados Unidos comprobamos que cier-
tos enunciados referentes a ese tema aparecan como los ms
tajantes, y que ello se ha repetido en las tentativas de ade-
cuar la escala norteamericana a las condiciones de la situacin
alemana.
2 . Cabra investigar, quizs con respecto a un perodo es-
trictamente limitado, los fundamentos de las sentencias dictadas
en procesos referentes a delitos contra la moralidad, selecciona-
111
das al azar, para elaborar tanto los criterios decisivos en juego
con la estructura de la argumentacin. Debieran, luego, cotejarse
las categoras dominantes, as como la lgica utilizada en la
prueba, con los resultados de la psicologa analtica. Debe te-
nerse presente que los fundamentos que suelen encontrarse en
tales casos, muchas veces son parecidos a los de las noticias pe-
riodsticas que regularmente se repiten, como la de que el ca-
dver de la rica seora X fue encontrado en el ro; se tratara
de un suicidio y como motivo del acto se supone que obr en
estado de depresin.
3. Una muestra representativa de prisioneros, condenados
por inconducta o delitos sexuales, debiera ser investigada psicoa-
nalticamente al tiempo de su detencin .Los anlisis debieran
ser comparados con los fundamentos de las sentencias para me-
dir su validez promedio.
4 . Correspondera analizar crticamente la estructura cate-
gorial de las leyes penales correspondientes. Para ello, no de-
biera partirse de un punto de vista firme trado de afuera; se-
ra necesario ms bien preguntar por su coherencia inmanente.
La orientacin de lo que cabe esperar puede describirse, acaso,
con el concepto de imputabilidad parcialmente compartida. Per-
mite la locura de considerar sucesivamente a la misma persona
como susceptible de prisin o encierro, o del asilo de insanos,
en cuanto irresponsable.
5. Un estudio detallado mereceran los aspectos relevantes,
para el derecho sexual, de los procedimientos penales. As, en
todo los casos en que un acusado hubiera provocado escndalo
pblico, debe darse al informe policial una importancia especial
en lo tocante a la situacin a menudo confusa en que el delito
pueda haberse cometido. Hay motivos para pensar que esos in-
formes frecuentemente estn dirigidos, bajo presin, contra acu-
sados atemorizados que han cado en las redes de una razzia.
Muchos de ellos no comprenden el alcance de las manifesta-
ciones que formulan a la polica. Tambin el hecho de que los
detenidos muchas veces no puedan recurrir a abogados durante
112
el sumario policial, es cosa que empeora su situacin; habra que
revisar ese punto.
6 . Habra que analizar en detalle ciertos procesos que, si
bien .no son directamente procesos referentes a delitos contra
la moralidad, tienen la peculiaridad de que en ellos se consi-
deran elementos sexuales, para saber de qu manera esos ele-
mentos determinan la conduccin de los procedimientos y, de
ser el caso, la sentencia. El caso de Vera Bruhne, en el pasado
inmediato; es digno de ser recordado. Cabe pensar que se dan
relaciones entre una sentencia severa, fundada en prueba indi-
ciaria no muy rigurosa, y los elementos erticos salidos a luz
en el proceso, aunque muchos de ellos no tengan ninguna re-
lacin con el homicidio. Seguramente late en todo ello la idea
no fundada de que una mujer que lleva una vida sexual libertina,
tambin dbe ser capaz de matar.
7 . A los filsofos les corresponde elaborar para su anlisis
conceptos dogmticos, que circulan an hoy en la legislacin,
como los del sano sentir popular, la opinin general admitida,
la moral natural, etc. Especialmente, sera importante prestar
atencin a la fundamentacin racionalista more iuridico de ac-
ciones que, en realidad, se cumplen segn leyes de irracionalidad
psicolgica.
8 . Entre las dificultades ms destacadas que se encontrarn
al comienzo del camino, deber hacerse frente a las de las inves-
tigaciones empricas destinadas a averiguar si ciertas acciones y
forma de actuar, a las cuales se atribuyen tcitamente consecuen-
eias nefastas para la juventud, ocasionan efectiva y probada-
mente daos. Los exhibicionistas, muy a menudo calificados co-
mo monstruos, son, por lo comn, si ha de confiarse en el
psicoanlisis, inocuos y carentes de peligrosidad. No hacen sino
buscar obsesivamente una triste satisfaccin, y, ciertamente, co-
rresponde someterlos a tratamiento antes que echarlos en pri-
sin. Pero, sea ello como fuere, lo cierto es que el dao psquico
que se les atribuye ocasionar a los menores que los observan,
no pasa de ser, por el momento, ms que una afirmacin. No
est acreditado, aunque sea posible, que los encuentros con ex-
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hibicionistas dejen traumas psquicos en los nmos; no parece
insostenible, en cambio, la tesis de que las mujeres y muchachas
que experimentan situaciones de terror frente a exhibicionistas,
lo hacen por motivos psicolgicos propios, o, como dicen los
psicoanalistas, en razn de retrofantasas; la criminologa ya es-
t bien al tanto en general sobre el problema del contenido
objetivo de las deposiciones testimoniales. Lo mismo vale con
respecto al efecto de las denominadas representaciones obscenas
sobre los jvenes. Debe intentarse interrogar a un grupo de j-
venes que haya ledo algn libro considerado como indecente,
sobre diferentes aspectos de sus estados anmicos y psquicos, so-
bre sus representaciones morales y erticas y tambin sobre el
estado de sus instintos, procediendo anlogamente con un grupo
de control que no haya tenido contacto con el libro. En especial,
debiera cuidarse que no se trate, en el caso, de grupos autose-
lectivos, y tambin de que los que hayan ledo el libro no sean
de antemano ms experimentados sexualmente, o ms interesados
en asuntos sexuales, que lo que no lo han ledo. No debe per-
derse de vista que esas investigaciones han demostrado ser prc-
ticamente irrealizables, o, bien, que no ha sido posible desa-
rrollar un mtodo que permita lograr, clara y unvocamente,
resultados. Pero aun esta situacin tendra valor como conoci-
miento: sea que se pruebe la existencia de los supuestos daos
o se los rechace, lo cierto es que la legislacin debera estar
atenta a manejarse con cuidado cuando recurre a la idea de tal
perjuicio.
9. Con respecto a la cuestin de la persistencia de los tabs
sexuales en las costumbres populares: debiera estudiarse cmo,
segn las reglamentaciones o reglas de juego vigentes, la indus-
tria cinematogrfica elimina, por autocontrol libre, la represen-
tacin de caricias erticas, exhibiciones u obscenidades, mientras
se admite, en contra, lo que es seriamente daino, como los mo-
delos de actos sdicos, delitos violentos, ataques tcnicamente
perfectos. Es sabido que la crueldad muchas veces va oculta-
mente unida a la violencia sexual. En los Estados Unidos, hace
ya ms de diez aos que se ha apuntado a esta notoria mala
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relacin entre lo prohibido y lo permitido, sin que, en la prc-
tica, se haya modificado nada. Sucede que los tabs sexuales ac-
tan en forma tan duradera como el asentimiento mismo que
la sociedad presta al principio de la violencia.
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