Misticos - Dr. Carlos Domínguez Morano, S.J.
Misticos - Dr. Carlos Domínguez Morano, S.J.
Misticos - Dr. Carlos Domínguez Morano, S.J.
l trmino amigo -lo sabemos todos- puede ser empleado con significados
muy diferentes. Algunos llaman amigos a cualquier conocido a travs de
relaciones realmente superficiales y otros reservan el trmino para referirse
exclusivamente a aquellas personas con las que mantienen un grado
realmente elevado de confianza e intimidad. Amigos, compaeros,
camaradas, colegas constituyen, pues, parte de una constelacin de
trminos que poseen determinados rasgos en comn, pero donde las
diferencias pueden llegar a ser muy significativas.
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Ambivalencia de la religin
Violencia y autodestruccin
No es momento de entrar aqu en las motivaciones psquicas profundas que alimentan estos dos
tipos de patologas religiosas[14]. Lo que interesa resaltar aqu es que en ambas, a pesar de sus
diferencias, encontramos un denominador comn: la incorporacin del ideal y la ley que
necesariamente han de articular la experiencia de fe, se ha llevado a cabo de un modo pervertido y
destructor.
En el fanatismo, la carencia de una suficiente integracin interna conduce a una absolutizacin de
la propia creencia. Es la nica forma de garantizar una seguridad de la que carece. Los elementos
de paternos de la ley, la exigencia, el ideal son acogidos, entonces, como un fetiche con el que se
pretende adquirir la consistencia interna de la que se carece.
La patologa fantica cabe en estructuraciones cognitivas diferentes. Por ello este tipo de
personalidad puede manifestarse en planteamientos religiosos conservadores como progresistas.
El denominador comn ser siempre el mismo: esa urgencia en ser reconocido como portador de
una palabra absoluta, de certeza incuestionable, de admiracin obligada y la paralela indicacin del
mal, siempre situado fuera, ya sea en el hereje o en la institucin, en el ateo o en el sistema, en el
rebelde o en la autoridad. La actitud sectarista y mesinica presidir siempre su relacin con los
otros.
Desde esta situacin psicodinmica de base, en la que los elementos paranoides se dejan ver con
claridad, todas las estructuras mentales y afectivas experimentan una urgencia de integracin que
poseer necesariamente un carcter compulsivo y, en menor o mayor grado, violento. La alteridad,
la diferencia es vivenciada como un peligro que hay que eliminar. Haciendo bandera de su idea,
camuflada de creencia y dogma, se ve obligado a imponerla violentamente o a destruir, incluso
mediante la muerte, a quien se resista a asumirla como propia. Dios queda reducido a ser un aliado
y soporte para la propia identidad amenazada. Como acertadamente se ha expresado: el fantico
devora a la divinidad[15].
Evidentemente, los niveles que van desde el integrismo, al fundamentalismo y al fanatismo pueden
ser muy diversos. Existe toda una graduacin con variaciones de importancia. Todas ellas, sin
embargo, poseeran un denominador comn: la de una patologa de las funciones cognitivas que,
en religin, puede encontrar un soporte y alimento nada desdeable. Porque, como afirm K.
Capel, cunto ms grande es la cosa en la que se cree, ms se encarniza uno en despreciar a los
que no creen en ella.
No deberamos olvidar hechos tan significativos como el que sean las personas religiosas las que
suelen alimentar en su interior ms prejuicios frente a las minoras de raza, pueblo o ideologa;
mostrando as una dificultad, que parece especfica, para asumir la alteridad y la diferencia[16]. El
resurgimiento actual de actitudes fundamentalistas y, a veces, dramticamente fanticas, en el
seno de las grandes religiones de Occidente, catolicismo incluido, deberan situarnos en una
posicin de alerta sobre estos riesgos que la experiencia religiosa parece generar con tanta
facilidad y que la han situado histricamente entre los agentes de violencia ms virulentos que ha
conocido la humanidad. Hemos podido constatarlo una vez ms en la reciente violencia
desencadenada a partir del 11 de septiembre, con sus explicitaciones religiosas por parte del
fanatismo islmico y con las no menos evidentes por parte de Estados Unidos en su cruzada de
justicia infinita contra el eje del mal, identificado, por lo dems, con cualquier tipo de disidencia
respecto a sus intereses y planes estratgicos.
Esa violencia que tantas veces se desata en las formaciones religiosas guarda tambin una curiosa
relacin con sus aspiraciones de amor. La ilusin amorosa que la religin propulsa deriva
fcilmente, en muchas ocasiones, en un deslizamiento de agresividad hacia los que no forman
parte del propio colectivo. Para asegurarse de que en su propio seno tan slo se van a expresar los
lazos amorosos, los conflictos, frustraciones y agresividades son desplazados y proyectados al
exterior. As el grupo evita la amenaza de su propia disolucin, propulsada por los inevitables
conflictos y agresividades que nacen en su seno. Toda religin, afirmaba Freud es una religin de
amor para sus fieles y, en cambio, cruel e intolerante para aquellos que no la reconocen[17]. Son
muchos hombres y mujeres en nuestros das los que temen a la religin en razn del potencial de
intolerancia, intransigencia y violencia que ella puede llegar a desencadenar.
La violencia y destructividad que la experiencia religiosa puede poner en marcha no se canaliza
exclusivamente contra unos enemigos o amenazas externas. Tambin el propio sujeto religioso
puede ser objeto de ella en unas dinmicas de signos claramente autodestructivo. Todos
conocemos casos en los que la experiencia religiosa, en efecto, se ha aliado con los componentes
menos sanos de la personalidad para emprender una mutilacin de la vida personal y, en algunos
casos, de los grupos tambin. Los suicidios colectivos que en pocas recientes han tenido lugar,
expresan de modo escandaloso y paradigmtico a la vez, esa dinmica de autodestruccin que
puede anidar en el corazn de la religin.
Dios puede ser entrevisto y vivenciado como un absoluto que impide vivir. Confesarle parece llevar
de inmediato la obligacin de anularse a s mismo. Es identificado con una Ley absoluta que, como
si fuese un rival, prohbe cualquier modo de satisfaccin, autoafirmacin y motivo de felicidad. El
psicoanlisis reconoce en ello la dinmica infantil edpica del Padre Imaginario: aquel que detenta
el poder, el placer y la libertad absoluta.
En el corazn de este dinamismo de fe se esconde una profunda ambivalencia afectiva frente a
Dios. Unas corrientes ocultas de hostilidad han de ser celosamente reprimidas. Pero, no por ello,
dejan de mantener su vigencia y de generar unos sentimientos de culpa, generalmente tambin
inconscientes, que han de ser aliviados mediante los rituales y los sacrificios. Toda una dinmica
de negacin de s mismo, de exaltacin y sacralizacin del sufrimiento, de negacin del goce
(particularmente sexual) se van imponiendo, generando una vivencia religiosa en creciente
armona con lo obsesivo y en una permanente actitud de autocontrol y negacin de s.
La norma, la ley, los valores dejan de cumplir una funcin mediadora en el desarrollo personal y de
fe para convertirse en unos absolutos idolatrizados que aprisionan y que guardan la funcin
inconsciente de mantener el sometimiento y la negacin de s. El leguleyo, el fariseo (en trminos
clnicos, el obsesivo), tampoco puede prescindir de una mayor o menos absolutizacin de la
institucin religiosa. Ella es una garanta mgica que asegura su propia dinmica de ambivalencia y
un espacio donde permanece en el intento de resolver la conflictividad que experimenta en torno a
la autoridad y el poder.
Los rituales, por su parte, cobran un relieve que, en algunos casos, llega a la exacerbacin que
caracteriza a los ceremoniales del neurtico obsesivo. Esa loca idolatra -como tan bellamente lo
expres Shakespeare- de dar al culto ms grandeza que al Dios. Rituales los de los sacrificadores
en los que se deja ver tanto la aspiracin omnipotente del pensamiento mgico, como la dinmica
autodestructiva que se reanima desde los sentimientos inconscientes de culpabilidad[18]. Parece
que este tipo de religiosidad, con independencia de las diversas confesiones en las que se pueda
vehicular, contar siempre con adeptos sin nmero: cuenta con un importante dinamismo en el
desarrollo psquico del sujeto. El precio es el de una mutilacin esencial de lo humano en el
bloqueo del crecimiento y desarrollo personal.
Conclusin
Parece evidente que la creencia y la vivencia religiosa puede constituirse en un factor de equilibrio,
centramiento y maduracin personal; puede venir a ofrecer un horizonte de plenitud y desarrollo de
las capacidades del sujeto; puede, en determinados casos tambin, curar heridas y generar una
saludable compensacin que sanee conflictos previos. Pero puede tambin aliarse con las fuerzas
ms destructivas de la persona, potenciar desequilibrios existentes, acabar derrumbando
posiciones mnimamente estables, bloquear procesos de crecimiento y, en definitiva, convertirse en
un factor patgeno en el conjunto de la personalidad.
Desde la vertiente afectiva, puede ofrecer una confianza bsica en la existencia y una fuente de
satisfaccin y gozo de las que el mstico nos da cuenta de modo ejemplar. Puede tambin, sin
embargo, ofrecerse para regresar a posiciones infantiles, en bsqueda de unas satisfacciones
maternas imaginarias que la sana adaptacin a la realidad impediran. Las espiritualidades de tipo
iluministas, de ayer y de hoy, parecen dar prueba de ello.
Desde la vertiente cognitiva la religin puede ofrecer unos marcos de referencias que organicen el
sentido y la orientacin de la propia vida. La teologa ms crtica testimonia esta saludable funcin.
Puede tambin, sin embargo, hacer de la idea, de la creencia y del dogma un modo de parapetarse
frente la complejidad de lo real y, en casos extremos, hacer de ese dogma un fetiche de seguridad
peligroso para el propio sujeto y para los otros. Fundamentalistas y fanticos manifiestan ese lado
oscuro de lo que la religin puede hacer de la idea.
Desde la vertiente tica, por ltimo, puede ofrecer un fundamento valioso para el enraizamiento de
actitudes y valores morales, pero puede tambin originar una falta de autonoma personal y un
sometimiento infantil a una ley idolatrizada desde motivaciones muy regresivas. El profeta, por una
parte, y el neurtico obsesivo, por otra, estaran ilustrando una cara y otra en esas ambiguas
relaciones de la religin con la moral.
Desde la perspectiva psicolgica habra que concluir que, probablemente, ninguna otra dimensin
cultural posea tal poder en la estructuracin, desarrollo y potenciacin de la propia identidad y que
ninguna otra tampoco haya mostrado, tan fehacientemente, su poder aniquilador y destructivo para
esa misma identidad personal o colectiva. Ni siquiera los que en el campo de la psicologa de la
religin se presentaron como valedores principales de los beneficios psquicos y humanos de la
experiencia religiosa (como fueron, citando tan slo a los ms significativos, W. James, W. G.
Allport, O. Pfister o C. G. Jung) pudieron obviar las vertientes peligrosas que en esa misma
experiencia se pueden presentar. Por el otro lado, los que se situaron ms crticos y hostiles frente
al hecho religioso (paradigmticamente representados por S. Freud) tampoco pudieron negar la
hondura que posee la experiencia de fe y los indudables beneficios que la religin aport al
desarrollo de los individuos y de las culturas.
La religin, pues, est ah para lo mejor y para lo peor. La historia de los pueblos y las vidas de los
individuos lo verifican de un modo elocuente para cualquier observador mnimamente dispuesto a
reconocer los hechos. El psiclogo, el socilogo y el antroplogo, desde sus perspectivas
particulares, tambin pueden, si consiguen liberarse de fciles prejuicios en un sentido u otro,
confirmar esta ambigedad esencial e inherente de la vivencia religiosa. Por su parte, el telogo, el
catequista, el pastor, desde su legitima intencionalidad comn, tendran que ser igualmente
conscientes de la ambigedad que comporta este tipo de experiencia y de la ambivalencia de los
afectos que la componen y, en la fidelidad al mensaje que recibieron, propulsar una representacin
de Dios, la que nos vino por Jess de Nazaret, que es la del Padre bueno, misterio amoroso, que
infunde una confianza bsica en uno mismo, en la vida y en los otros y que, desde ah, nos llama a
participar con El en la construccin, lcida y valiente, de un proyecto histrico que denominamos
Reino de Dios.
[1] Cf. J. Laplanche - J.B. Pontalis, Diccionario de psicoanlisis, Labor, Barcelona 1971; B.E. Moore
- B.D. Fine, Trminos y conceptos psicoanalticos, Biblioteca Nueva, Madrid 1997. De modo
parecido lo define el Diccionario de la RAE: Estado de nimo transitorio o permanente, en el que
coexisten dos emociones o sentimientos opuestos; como el amor y el odio, o el de Mara Moliner:
Estado de nimo en que coexisten dos emociones o sentimientos opuestos; como la alegra y la
tristeza.
[2] En este sentido resulta enormemente significativo el anlisis efectuado por Freud sobre la
ambivalencia frente a los enemigos de guerra, en los que se hace perceptible la parte amorosa
reprimida que juega frecuentemente en esos tipos de relacin. Cf. Totem y tab, 1913, O.C., II,
1758-1794.
[3] M. Klein es una figura emblemtica del psicoanlisis posterior a Freud que realiz su labor en
Inglaterra y que profundiz particularmente en el psicoanlisis de nios y en el estudio de la
psicosis. Su obra ha tenido una influencia trascendental en todo el psicoanlisis posterior. Amor,
odio y reparacin o Envidia y gratitud, son dos obras importantes de esta autora, especialmente
relacionadas con nuestro tema (Obras Completas, Paids, Buenos Aires 1974).
[4] El tema, amplio y complejo, en el que no es posible adentrarnos ahora, lo analic con detalle en
la obra El psicoanlisis freudiano de la religin, San Pablo, Madrid 1990.
[5] Una mirada panormica a los Evangelios nos hacen comprender de inmediato que Jess tuvo
menos problemas con la expresin de la agresividad de la que han mostrado sus seguidores. Cf.
Beirnaert y otros, A la recherche d'une thologie de la violence, Cerf, Paris 1968.
[6] Cf. S. Freud, El porvenir de una ilusin, 1927, O.C. III, 2961-2992; El problema de la concepcin
del universo (Weltanschauung), 1932, O.C., III, 3191-3206.
[7] Cf. en este sentido la importante obra de la psicoanalista argentina Ana Mara Rizzuto, The Birth
of the Living God: A psychoanalytic study, Chicago University Press, Chicago 1979,
incomprensiblemente no traducida an en espaol.
[8] La obra del espaol Juan Rof Carballo, ilumin esta primitiva constitucin del ser humano en
obras de indudable inters como, Urdimbre afectiva y enfermedad, Labor, Barcelona 1979 o
Biologa y psicoanlisis, Descle de Brouwer, Bilbao 1984.
[9] La obra del psiquiatra y psicoanalista ingls Ren Spitz fue pionera en la demostracin de los
efectos catastrficos de una crianza en la que falte de modo importante el afecto y la comunicacin
emocional con el beb. Cf. El primer ao de vida del nio, Fondo de Cultura Econmica, Mxico
1973; No y s. Sobre la gnesis de la comunicacin humana, Horm, Buenos Aires 1960.
Posteriormente, las investigaciones de D. W. Winnicott supusieron un avace fundamental en el
conocimiento de estas primeras relaciones infantiles. Cf. Sostn e interpretacin, Paids,
Barcelona 1991; La naturaleza humana, Paids, Barcelona 1993.
[10] Llama de amor viva, Canc. 3, 10.
[11] Como sabemos, la oracin de peticin ha sido objeto de un amplio debate en el campo de la
teologa espaola. En particular, los trabajos de A. Torres Queiruga sobre el tema dieron pi a una
rica y encendida polmica en torno a la cuestin. Estos trabajos, con independencia del acuerdo
que se les otorgue, se les ha de conceder, cuando menos, el haber dado pie a una obligada
reflexin en profundidad sobre cuestiones muy de fondo implicadas en la oracin de peticin y, ms
en particular sobre la imagen de Dios que se puede poner en juego. Cf. A. Torres Queiruga, Ms
all de la oracin de peticin: Iglesia Viva 152 (1991) 157-193; J. A. Estrada, La oracin de peticin
bajo sospecha, Sal Terrae/Fe y secularidad, Santander-Madrid, 1997; AA.VV., Es cristiano pedir a
Dios la lluvia?: Sinite XXXVI (1995) 485-487, C. Domnguez Morano, Orar despus de Freud, Sal
Terrae/Fe y secularidad, Santander-Madrid 1994.
[12] Mstica y profeca aparecen de hecho como dos manifestaciones esenciales de la
fenomenologa religiosa. Cf. P. Rodrguez Panizo, Tipologa de la experiencia religiosa en la
historia de las religiones, en: M. Garca Bar - C. Domnguez Morano - P. Rodrguez Panizo:
Experiencia religiosa y ciencias humanas, PPC, Madrid 2001, 107-150 y C. Domnguez, Msticos y
profetas: dos identidades religiosas: Proyeccin XLVIII (2001) 339-366. De este ltimo trabajo
recojo aqu parte de las ideas desarrolladas.
[13] G. Van Der Leeuw, Fenomenologa de la religin, Fondo de Cultura Econmica, Mxico 1964,
93.
[14] Me detengo ms en esta problemtica en C. Domnguez, J. M Uriarte, M. Navarro, La fe
fuente de salud o de enfermedad?, Idatz, San Sebastin 2001,15-57. Sobre las diversas formas
de patologa religiosas, Cf. J. Font, Religin, Psicopatologa y salud mental, Paids, Barcelona,
1999.
[15] Cf. D. Sibony, Les noeuds et les haineux de lorigine, en: T. de Saussure - L. Cassiers - Ch.
Duquoc - D. Sybony, Les miroirs du fanatisme, Labor et Fides, Genve 1996, 27-48.
[16] Estas diferencia se hacen menores en las personas que adems de confesarse como
creyentes son tambin practicantes. Cf. los reconocidos estudios de W. G. Allport sobre el prejuicio:
The religious context of prejudice: JSSR 5(1966)447-457. En la misma lnea se sitan los estudios
realizados por T. W. Adorno y otros, La personalidad autoritaria, Paids, Buenos Aires 1965 y M.
Rokeach, The Open and Closed Mind, Basic Books, New York 1960. Un estudio que recogen datos
de este orden entre la poblacin de jvenes espaoles es J. L. Trechera- C. Domnguez,
Mentalidad abierta y cerrada en los jvenes y su relacin con las creencias religiosas, en: L. S.
Filippi - A. M. Lanza, Certezze ed esperienza del limite, Franco Angeli, Milano 2001, 463-481.
[17] Psicologa de las masas y anlisis del yo, 1921, O.C., III, 2581.
[18] Siempre resultar iluminador releer a este propsito el texto de S. Freud, Los actos obsesivos
y las prcticas religiosas, O.C., II, 1337-1342.
http://www.svdmisioneros.cl/dominguez.htm
http://www.invire.net/libros4.htm
FUNCIONES DE LA RELIGIN
(En Carlos Domnguez Morano: "La ambivalencia de la religin".
Rev. Frontera, n 23, julio-septiembre 2002, pp. 11-31)
Pues bien, esa ambivalencia, descrita como un cruce de odio y de amor y constitutiva del
ser humano desde sus mismos orgenes, es la que Freud encontr tambin como elemento
fundamental para entender los mismos orgenes de la experiencia religiosa. Es la
coexistencia nunca resuelta de odio y amor lo que, en el parecer de Freud, mantiene vivo el
sentimiento religioso. Esa pareja de afectos contrarios es la progenitora de la culpa y esa
culpa es la que la religin intenta apaciguar (intilmente, en el parecer de Freud) con sus
sacrificios, renuncias y reparaciones. El amor ser explcito y predicado; el odio, sin
embargo, se intentar mantener camuflado y canalizado a travs de ritos sacrificiales,
fundamentalismo dogmtico, ascetismo masoquista o autoritarismo sdico. En ocasiones,
sin embargo, ese odio explosionar sin contemplaciones en guerras de religin, en hogueras
y ejecuciones o en fanatismo destructor.
De este modo, tenemos que la ambivalencia (al margen de la crtica que se pueda y se debe
hacer de la interpretacin freudiana de la religin) parece situarse tanto en los orgenes
mismos de la experiencia psquica de fe como tambin en sus resultados y en sus
derivaciones para la vida de los individuos y los grupos humanos. Si el amor y el odio, los
sentimientos opuestos, el s y el no, estn implicados en las primeras motivaciones
psquicas de la experiencia religiosa; tambin, la confesin de esa fe la veremos fcilmente
unida a la blasfemia, la creencia a la duda, el amor a la intolerancia, la misericordia a la
hoguera, la cruz a la espada, la media luna a la bomba, la felicidad del mstico al
sufrimiento del asceta, la potenciacin y expansin personal a la mutilacin y
empequeecimiento de las personas y las colectividades.
As, pues, el amor y el odio, las pulsiones de vida y de muerte que configuran la vida
afectiva de los seres humanos desde sus mismos orgenes se encuentran tambin, y de un
modo muy fundamental, en el ncleo de la experiencia religiosa. De la manera cmo se
articulen en su corazn, depender que las derivaciones de la religin comporten un signo u
otro. Pero ah estn siempre esos afectos de doble signo. Y conviene no olvidarlo. Ni
negarlo tampoco mediante mecanismos de defensa encubridores que nos hagan vivir la
ilusin de la religin como un "puro" amor y sana intencionalidad, alejada, por tanto, de
todo sentimiento "negativo", de hostilidad o animadversin.
Del modo, pues, en el que esta ambivalencia quede resuelta, depender el modo en el que el
hecho religioso contribuya al desarrollo y potenciacin de las personas y los grupos o, por
contrario, a su bloqueo, mutilacin o, incluso, destructividad de los mismos. No olvidemos,
por lo dems, que por la fuerza de sus motivaciones psquicas, como por el carcter total y
absoluto de sus pretensiones, la religin constituye un potencial de primer grado en la vida
de los individuos y de las colectividades. Para su bien o para su mal.
Las representaciones religiosas, en tanto que "objetos internos", poseen un valor psquico
de primera magnitud. De ah que puedan despertar afectos, emociones y sentimientos tan
intensos y comportamientos tan radicalizados. Todo depender del "material psquico"
(esencialmente ese amor y odio al que antes nos referamos) con los que esas
representaciones psquicas se han ido configurando en los individuos y en los pueblos.
Nada, quizs, despierta tanto amor y tanto odio con-io la religin. Amor y odio en su
mismo corazn y amor y odio tambin en las emociones que ella misma despierta.
Esta radicalidad que posee la formacin cultural religiosa se comprende tanto ms cuanto
ms en profundidad se analizan los factores que intervienen en su constitucin y desarrollo.
Las ciencias humanas y, particularmente, la psicologa profunda ha desvelado los procesos
primitivos y arcaicos que siempre juegan un papel en la configuracin de las
representaciones de lo sagrado. Esas representaciones, en efecto, se constituyen al hilo de
los procesos fundamentales que intervienen en la constitucin del ser humano en cuanto tal
y se enrazan, adems, en las estructuras efectivas ms primarias y profundas del mismo.
En estadios posteriores, jugarn tambin un papel importante los procesos cognitivos y las
elaboraciones racionales. Su estructura de fondo, sin embargo, permanecer vinculada por
siempre, de un modo u otro, a los estratos emocionales y efectivos ms primitivos del ser
humano. En ello radica la fuerza y el potencial que el hecho religioso desempe siempre
en la vida de los individuos y de los pueblos.
A este respecto, no deja de ser significativo que el optimismo expresado por Freud en su
obra El porvenir de una ilusin, en la que auguraba un casi inmediato final de la religin
que, finalmente, sera desbancada por la razn cientfico-tcnica (el dios Logos), sera
rectificado por l mismo pocos aos despus confesando que la religin gozara todava de
muy larga vida, dado el enorme poder con que contaba en ese nivel de la afectividad ms
honda y primitiva. Poco podran contra ella los avances de la ciencia y de la razn.
DE LA CONFIANZA BSICA
AL DELIRIO PSICTICO
La confianza
El cuidado y el amor parental constituyen un factor imprescindible para el logro de una
suficiente integracin personal. Sin ellos, el ser humano no puede sobrevivir ni psiquica ni
fsicamente siquiera, como tantos estudios revelan. Tan importante como el pecho o el
bibern es la caricia, la palabra, el arrullo y la contencin. Sin ellos, no sera posible
disponer de una confianza bsica en uno mismo y en la vida que se habr de enfrentar.
Pero, al mismo tiempo, esa confianza bsica en s mismo, en la vida y en los otros, se alza
tambin como un presupuesto fundamental para la fe religiosa. Es la tierra frtil donde la
catequesis puede sembrar con fruto su palabra.
Quien no pudo, en efecto, experimentar esa confianza bsica, sostenido en unos brazos
maternos, no podr nunca fiarse de los otros y, por tanto, tampoco de ese otro psquico, que
es Dios para nosotros. Efectivamente, tal como Dostoievski afirmara, quien no tiene suelo
bajo sus pies, tampoco tiene Dios. Quin podra experimentar, por ejemplo, un
sentimiento profundo de proteccin, confianza y consuelo en Dios cuando cante el Seor es
mi auxilio, mifuerza y salvacin. si, previamente, no tuvo la experiencia de auxilio, fuerza y
salvacin en las primeras relaciones parentales que le constituyeron como persona?
Pero todo ello tan slo es posible cuando las representaciones sagradas se han ido
elaborando, madurando y dinamizando a partir de las pulsiones de vida, en una
supeditacin (no represin) de las hostiles. Francisco de Ass, por ejemplo, vendra a
representar una ilustracin paradigmtica del sujeto dinamizado por un tipo de
representacin de Dios como amor, fuente de amor y generadora, por tanto, de una
disposicin amorosa frente a toda la realidad. Hay un dinamismo unitivo, pacificador,
acogedor frente a todos y frente a todo. Es una representacin de Dios que queda
esencialmente vinculada con las experiencias amorosas primeras, maduradas, sin embargo,
convenientemente para evitar sus tentaciones regresivas e infantilizantes.
El amor, sin embargo, es una realidad ambigua como pocas. Y pocos trminos tan
equvocos como el de amor. En su nombre se cometieron atropellos de todo tipo. Tambin
en nombre del amor cristiano. Porque el amor puede ser iluso, posesivo, infantilizante,
dominador. Es importante, pues, discernir el tipo de vnculo amoroso que circula por los
campos de la religin. Porque tambin en ellos puede anidar, camuflado, el germen de la
violencia y la destruccin.
Toda la problemtica denunciada por Freud en El porvenir de una ilusin cobrara aqu su
validez, por ms que muchas tesis defendidas en esa polmica obra sean cuestionables
desde tantos puntos de vista. Lo ilusorio, sin embargo, sigue siendo un hecho, del cual la
religin frecuentemente encuentra seria dificultad para desprenderse. Ilusiones de
"proteccin mgica" frente a la realidad amenazante, tantas veces presente en las plegarias
de peticin", en los rituales religiosos oficiales o populares, en las prcticas impregnadas de
supersticin, que tantas veces impregnan la actividad del sujeto religioso. En definitiva, la
fe religiosa se presta como ninguna otra dimensin cultural a ser utilizada como un escudo
proyector frente a la ansiedad y la angustia que nos supone estar abiertos a una realidad
contingente y que, esencialmente, escapa a nuestro manejo y control.
Ilusin tambin la de contar con unos esquemas interpretativos sobre la realidad que
protegen de la herida narcisista que nos supone siempre el "no saber", la ignorancia
permanente sobre tantos asuntos que nos conciernen de modo tan directo, sobre los que la
ciencia trabaja tan concienzuda y pacientemente y sobre los cuales el sujeto religioso
pretende tener el saber y la comprensin acabada: cules pudieron ser los orgenes del
mundo, las causas del mal y del sufrimiento de los inocentes, el sentido o el absurdo de la
creacin, de la direccin o el azar que la puedan presidir, y de un modo muy fundamental,
sobre la existencia o no de un ms all tras la muerte.
Este tema ltimo, constituye, sin duda, un captulo central en las funciones que la religin
desempea en la vida de los seres humanos y que, dependiendo de la configuracin
madurativa o regresiva que posea la experiencia religiosa, podr tener una significacin
muy diversa. Creer no es saber. La creencia, por ms que se instale originando una
conviccin y seguridad personal bsica, se sabe a s misma no confirmada y, por tanto,
siempre es consciente del factor subjetivo que la sustenta. Yo puedo afirmar que "creo" en
la vida eterna, pero nunca me ser lcito confesar que "s" de la existencia de la vida eterna.
Creo adems -como tan bien formulara Pedro Latn Entalego- en "la resurreccin de los
muertos" y no tanto en la "inmortalidad del alma". Nueva vida, por tanto, la que la fe
confiesa, que no niega la terrible herida narcisista que al ser humano le supone morir. Pero
la experiencia religiosa muchas veces se desliza desde la esperanza que brota de la fe (una
esperanza que es lcida y valiente para enfrentar y encajar las limitaciones de la existencia),
a la ilusin que brota del deseo que no ha madurado. Desde esa posicin ilusoria, cualquier
tipo de realidad que frustre o angustie -la muerte ms que ninguna-, queda envuelta en un
velo espeso que la defiende de la herida que se infringe a los sentimientos infantiles de
omnipotencia.
Frente al mstico que, sin defenderse de la realidad personal e histrica en la que vive,
manifiesta la apertura gozosa a la realidad de Dios Padre-Madre, encontramos siempre,
ayer y hoy, al iluminado. Al que pretende ser depositario de una luz sobrenatural que le
ahorra enfrentar la dimensin dura y conflictiva de la existencia, al que con una especie de
"hilo directo" cree conocer de modo inmediato el deseo y la voluntad de Dios sobre su vida
y sobre su entorno. Todo ello, adems, sin duda ni vacilacin. Ni tampoco sin la escasas y
el duro trabajo de discernimiento personal que marca siempre la experiencia de los
autnticos msticos.
Desde otra vertiente, a la que ahora vendremos, la experiencia religiosa puede mostrarse
como un potencial positivo para la construccin de un mundo mejor y puede tambin venir
a dar pie a una experiencia peligrosa que desencadena la destruccin del propio ser o de los
que le rodean.
AL FANATISMO DESTRUCTOR
Proyecto utpico
En el transcurso del desarrollo se tendr que ir enfrentando una serie de separaciones (del
seno materno, de su pecho, del apego fisionar primitivo ... ) y se tendr que ir asumiendo
una serie de realidades nuevas que, efectivamente, nos haga, siguiendo los trminos de
Zaborro, "animal de realidades". Animal enfrentado a una serie de limitaciones respecto a
las necesidades instintuales ms primitivas, como condicin de posibilidad para acceder al
mundo del lenguaje y del smbolo, de la sociedad y de la cultura. Habr que asumir normas
y modos de comportamientos, desde las primeras normas higinicas que nos convierten en
"animales limpios", hasta unos modos particulares, socio-culturales, de satisfacer
necesidades y deseos. Todo un mundo de prescripciones, ideales, proyectos, leyes y
normativas irn siendo incorporados a lo ms ntimo del propio yo, en una progresiva
apertura e insercin en el grupo humano, en sucesivos ritos de iniciacin y en complejos
mecanismos de identificacin y contra-identificacin con los modelos del entorno.
La experiencia religiosa no ser ajena a estos procesos de insercin en los registros del
lenguaje y del smbolo. Si la vivencia mstica, enraizada en la confianza bsica, constituye
un componente ineludible de la experiencia religiosa; el ideal tico, la moral, el
compromiso histrico, vendrn, por su parte, a constituir la otra gran vertiente de toda
experiencia de fe.
El espacio simblico de la identidad proftica no ser, por tanto, el del espacio ntimo y
recogido de la celda, como en el caso de la experiencia mstica. No es un espacio
impregnado de resonancias materno-filiales. Su espacio paradigmtico ser el de la plaza:
es decir, all donde transcurre la vida social, en ese entramado de relaciones interpersonales
tejido por la vida poltica, econmica y cultural. Es el espacio de la historia y de su devenir
donde la palabra paterna de Dios le encamina y le misiona. Como atinadamente lo expres
el fenomenlogo G. Van der Leeuw, la madre crea la vida, el padre la historia.
Pero de la misma manera que las experiencias primeras de cuidado, amor y proteccin van
a influir de modo decisivo en las futuras vivencias de Dios y en su carcter ms sano o
perturbador, tambin los modos en los que se lleve a cabo esa integracin de las
dimensiones ticas e ideales, van a determinar el carcter salutfero o destructor que la
experiencia religiosa llegue a tener en el futuro. Si frente al mstico encontramos al
iluminado, frente al profeta encontramos al fantico y al fariseo. La experiencia religiosa
vuelve, entonces, a recobrar los tintes ms sombros y perturbadores.
Violencia y autodestruccin
No es momento de entrar aqu en las motivaciones psquicas profundas que alimentan estos
dos tipos de patologas religiosas". Lo que interesa resaltar aqu es que en ambas, a pesar de
sus diferencias, encontramos un denominador comn: la incorporacin del ideal y la ley
que necesariamente han de articular la experiencia de fe, se ha llevado a cabo de un modo
pervertido y destructor.
La patologa fantica cabe en estructuraciones cognitivas diferentes. Por ello este tipo de
personalidad puede manifestarse tanto en planteamientos religiosos conservadores como
progresistas. El denominador comn ser siempre el mismo: esa urgencia en ser reconocido
como portador de una palabra absoluta, de certeza incuestionable, de admiracin obligada y
la paralela indicacin del mal, siempre situado fuera, ya sea en el hereje o en la institucin,
en el ateo o en el "sistema", en el rebelde o en la autoridad. La actitud sectarista y
mesinica presidir siempre su relacin con los otros.
Desde esta situacin psicodinmica de base, en la que los elementos paranoides se dejan
ver con claridad, todas las estructuras mentales y efectivas experimentan una urgencia de
integracin que poseer necesariamente un carcter compulsivo y, en menor o mayor grado,
violento. La alteridad, la diferencia es vivenciada como un peligro que hay que eliminar.
Haciendo bandera de su idea, camuflada de creencia y dogma, se ve obligado a imponerla
violentamente o a destruir, incluso mediante la muerte, a quien se resista a asumirla como
propia. Dios queda reducido a ser un aliado y soporte para la propia identidad amenazada.
Como acertadamente se ha expresado: elfantico devora a la divinidad.
No deberamos olvidar hechos tan significativos como el que sean las personas religiosas
las que suelen alimentar en su interior ms prejuicios frente a las minoras de raza, pueblo o
ideologa; mostrando as una dificultad, que parece especfica, para asumir la alteridad y la
diferencia. El resurgimiento actual de actitudes fundamentalistas y, a veces, dramticamente
fanticas, en el seno de las grandes religiones de Occidente, catolicismo incluido, debera
situarnos en una posicin de alerta sobre estos riesgos que la experiencia religiosa parece
generar con tanta facilidad y que la ha situado histricamente entre los agentes de violencia
ms virulentos que ha conocido la humanidad. Hemos podido constatarlo una vez ms en la
reciente violencia desencadenada a partir del 11 de septiembre, con sus explicitaciones
religiosas por parte del fanatismo islmico y con las no menos evidentes por parte de
Estados Unidos en su "cruzada de justicia infinita" contra el "eje del mal", identificado, por
lo dems, con cualquier tipo de disidencia respecto a sus intereses y planes estratgicos.
Esa violencia que tantas veces se desata en las formaciones religiosas guarda tambin una
curiosa relacin con sus aspiraciones de "amor". La ilusin amorosa que la religin
propulsa deriva fcilmente, en muchas ocasiones, en un deslizamiento de agresividad hacia
los que no forman parte del propio colectivo. Para asegurarse de que en su propio seno tan
slo se van a expresar los lazos amorosos, los conflictos, frustraciones y agresividades son
desplazados y proyectados al exterior. As, el grupo evita la amenaza de su propia
disolucin, propulsada por los inevitables conflictos y agresividades que nacen en su seno.
Toda religin -afirmaba Freud-, es una religin de amor para sus fieles y, en cambio, cruel
e intolerante para aquellos que no la reconocen. Son muchos hombres y mujeres en
nuestros das los que temen a la religin en razn del potencial de intolerancia,
intransigencia y violencia que ella puede llegar a desencadenar.
Dios puede ser entrevisto y vivenciado como un absoluto que impide vivir. Confesarle
parece llevar de inmediato la obligacin de anularse a s mismo. Es identificado con una
Ley absoluta que, como si fuese un rival, prohibe cualquier modo de satisfaccin,
autoafirmacin y motivo de felicidad. El psicoanlisis reconoce en ello la dinmica infantil
edpica del Padre Imaginario: aqul que detenta el poder. el placer y la libertad absoluta.
La norma, la ley, los valores dejan de cumplir una funcin mediadora en el desarrollo
personal y de fe para convertirse en unos absolutos idolatrizados que aprisionan y que
guardan la funcin inconsciente de mantener el sometimiento y la negacin de s. El
leguleyo, el fariseo (en trminos clnicos, el obsesivo), tampoco puede prescindir de una
mayor o menos absolutizacin de la institucin religiosa. Ella es una garanta mgica que
asegura su propia dinmica de ambivalencia y un espacio donde permanece en el intento de
resolver la conflictividad que experimenta en tomo a la autoridad y el poder.
Los rituales, por su parte, cobran un relieve que, en algunos casos, llega a la exacerbacin
que caracteriza a los ceremoniales del neurtico obsesivo. Esa loca idolatra -como tan
bellamente lo expres Shakespeare- de dar al culto ms grandeza que al Dios. Rituales los
de los sacrificadores en los que se deja ver tanto la aspiracin omnipotente del pensamiento
mgico, como la dinmica autodestructiva que se reanima desde los sentimientos
inconscientes de culpabilidad. Parece que este tipo de religiosidad, con independencia de
las diversas confesiones en las que se pueda vehicular, contar siempre con adeptos sin
nmero: cuenta con un importante dinamismo en el desarrollo psquico del sujeto. El precio
es el de una mutilacin esencial de lo humano en el bloqueo del crecimiento y desarrollo
personal.
CONCLUSIN
Desde la vertiente afectiva, puede ofrecer una confianza bsica en la existencia y una fuente
de satisfaccin y gozo de las que el mstico nos da cuenta de modo ejemplar. Puede
tambin, sin embargo, ofrecerse para regresar a posiciones infantiles, en bsqueda de unas
satisfacciones maternas imaginarias que la sana adaptacin a la realidad impediran. Las
espiritualidades de tipo iluministas, de ayer y de hoy, parecen dar prueba de ello.
Desde la vertiente cognitiva la religin puede ofrecer unos marcos de referencias que
organicen el sentido y la orientacin de la propia vida. La teologa ms crtica testimonia
esta saludable funcin. Puede tambin, sin embargo, hacer de la idea, de la creencia y del
dogma un modo de parapetarse frente la complejidad de lo real y, en casos extremos, hacer
de ese dogma un fetiche de seguridad peligroso para el propio sujeto y para los otros.
Fundamentalistas y fanticos manifiestan ese lado oscuro de lo que la religin puede hacer
de la idea.
Desde la vertiente tica, por ltimo, puede ofrecer un fundamento valioso para el
enraizamiento de actitudes y valores morales, pero puede tambin originar una falta de
autonoma personal y un sometimiento infantil a una ley idolatrizada desde motivaciones
muy regresivas. El profeta, por una parte, y el neurtico obsesivo, por otra, estaran
ilustrando una cara y otra en esas ambiguas relaciones de la religin con la moral.
Desde la perspectiva psicolgica habra que concluir que, probablemente, ninguna otra
dimensin cultural posea tal poder en la estructuracin, desarrollo y potenciacin de la
propia identidad y que ninguna otra tampoco haya mostrado, tan fehacientemente, su poder
aniquilador y destructivo para esa misma identidad personal o colectiva. Ni siquiera los que
en el campo de la psicologa de la religin se presentaron como valedores principales de los
beneficios psquicos y humanos de la experiencia religiosa (como fueron, citando tan slo a
los ms significativos, W. James, W. G. Allport, O. Pfister o C. G. Jung) pudieron obviar las
vertientes peligrosas que en esa misma experiencia se pueden presentar. Por el otro lado, los
que se situaron ms crticos y hostiles frente al hecho religioso (paradigmticamente
representados por S. Freud) tampoco pudieron negar la hondura que posee la experiencia de
fe y los indudables beneficios que la religin aport al desarrollo de los individuos y de las
culturas.
La religin, pues, est ah para lo mejor y para lo peor. La historia de los pueblos y las vidas
de los individuos lo verifican de un modo elocuente para cualquier observador
mnimamente dispuesto a reconocer los hechos. El psiclogo, el socilogo y el antroplogo,
desde sus perspectivas particulares, tambin pueden, si consiguen liberarse de fciles
prejuicios en un sentido u otro, confirmar esta ambigedad esencial e inherente de la
vivencia religiosa. Por su parte, el telogo, el catequista, el pastor, desde su legitima
intencionalidad comn, tendran que ser igualmente conscientes de la ambigedad que
comporta este tipo de experiencia y de la ambivalencia de los afectos que la componen y,
en la fidelidad al mensaje que recibieron, propulsar una representacin de Dios, la que nos
vino por Jess de Nazaret, que es la del Padre bueno, misterio amoroso, que infunde una
confianza bsica en uno mismo, en la vida y en los otros y que, desde ah, nos llama a
participar con El en la construccin, lcida y valiente, de un proyecto histrico que
denominamos Reino de Dios.
SALTERRAE 1999
Las sorprendentes y chocantes analogas existentes entre lo que
los grandes msticos cristianos describieron de sus vivencias y lo
que los psicopatlogos encontraron como sntomas de graves
afecciones psicticas o neurticas invitaron una y otra vez a
reducir la experiencia de los primeros a manifestaciones ms o
menos enfermizas de diverso carcter y consideracin. Se trata,
pues, de revisar desde la ptica psicoanaltica la significacin de
tales tipos de experiencias, evitando tanto la tentacin
reductiva, predominante durante largo tiempo, como la de
carcter ms defensivo, que no quisiera ver en ellas sino la
manifestacin de una accin sobrenatural, ajena a la historia y
la psicodinmica particular del sujeto que las tiene.