El Papel de La Norma en La Despersonalizacion Del Poder
El Papel de La Norma en La Despersonalizacion Del Poder
El Papel de La Norma en La Despersonalizacion Del Poder
Guibourg 119
EL PAPEL DE LA NORMA
EN LA DESPERSONALIZACIN
DEL PODER
J.J. Rousseau
Annimo
Q
ue los abogados pasan la vida inventando, sosteniendo y rebatiendo argumentos,
es un hecho que nadie discute. Cuando este hecho es visto como central en
relacin con todas las dems circunstancias que componen el fenmeno jurdico,
tal consideracin da lugar a uno de los enfoques epistemolgicos que en la
actualidad comparten el amplio campo iusfilosfico: el que examine el derecho
como un arte, eventualmente sujeto a reglas, o bien como una creacin cultural
en la que pueden advertirse ciertas regularidades de hecho, clasificables y formulables al
modo sociolgico. Ambos matices se distinguen por la distancia o perspectiva desde la que
observan el objeto: el primero parte del compromiso del sujeto cognoscente con el mbito
en el que las argumentaciones se desarrollan, en tanto el segundo describe los hechos desde
una distancia mayor.1 Uno es caracterstico del abogado prctico y del cientfico preocupado
por la prctica profesional. El otro es propio del jurista con pretensiones de objetividad
desapasionada o, como ocurre en la Argentina con la llamada teora crtica del Derecho, del
estudioso que, por hallarse ideolgicamente enfrentado con las manifestaciones vigentes del
poder poltico, busca desentraar mecanismos que le ayuden a poner en tela de juicio este
mismo poder y los mtodos que emplea.
Los dos matices de este enfoque, sin embargo, comparten una misma decisin
metodolgica: la de identificar el derecho como un hecho social.
1
La relacin entre ambos se asemeja a la que observa Hart entre los puntos de vista interno y
externo (cfr. Hart, H.L.A., El concepto de derecho. Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1963, pg. 111).
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sta es slo una de las decisiones posibles, ya que el derecho es un fenmeno con
diversas caractersticas, cada una de ellas relevante para distintos intereses. En efecto, es
un lugar comn en la teora trialista (o tridimensional) sostener que el derecho es a la vez
norma, hecho y valor. Alguna vez, he criticado esta teora desde el punto de vista
metodolgico,2 pero la afirmacin que le sirve de base es al menos apta para generar tres
enfoques distintos, cada uno de los cuales privilegia un aspecto del objeto y emplea un
mtodo diferente.
Por mi parte prefiero una teora general de corte normativista, ya que no encuentro
un mtodo apropiado para la identificacin de valores trascendentes y, a su vez, una teora
del derecho que enfocase su objeto como fenmeno puramente emprico se convertira en
un segmento de la sociologa. Esta actitud epistemolgica, sin embargo, no implica un
rechazo hacia el enfoque empirista en cualquiera de sus matices: creo, con un resabio
iluminista del que no me avergenzo, que todo conocimiento debe ser bienvenido y toda
opinin examinada, aunque pienso tambin que tales opiniones y conocimientos deben
sopesarse en relacin con el cuerpo de los conocimientos ya obtenidos e integrarse, de ser
posible, en un sistema general consistente que d cuenta de unos y de otros. Pero esto ltimo
ocurre siempre en un instante posterior, ya sea por va de simple inclusin, por medio de una
ampliacin y reformulacin de las teoras preexistentes o por obra de una ruptura y
reelaboracin del marco terico. Lo primero es, pues, la recopilacin de la materia prima,
ya sea proveniente de la observacin, de la innovacin metodolgica o del puro raciocinio.
El contenido de este trabajo parte de una observacin y ensaya una reflexin general
a partir de ella. Ambas estn referidas al ejercicio del poder por medio del derecho, pero
centran su atencin en un aspecto menor de este eterno drama: el del modo en que se
presentan las decisiones normativas y la funcin que ese modo cumple en las expectativas
humanas en general y en el fenmeno poltico en especial.
Hans Kelsen dijo alguna vez que el hombre es el nico animal que busca justificar
sus acciones.3 Con la misma sorna podra decirse que tal afirmacin peca de aventurada, ya
que no podemos saber si los animales se justifican o no. Para averiguarlo tendramos que
comprender su lenguaje. Porque, de qu otro nodo, sino por el lenguaje, advertimos el afn
de justificacin de los hombres? Las meras acciones humanas, despojadas del ropaje
lingstico que las envuelve, se mostraran ante un observador externo como manifestaciones
de la misma ternura que
3
Keisen, Hans. Qu es la justicia? Buenos Aires, 1960, prrafo 13, pg. 20.
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usa una leona con sus cachorros y de la misma crueldad que emplea la fiera para sus
vctimas: comer o ser comido y proteger a la propia gente parecen ser constantes de la
naturaleza, y las variables consisten en qu se entienda por comer y ser comido, as
como con qu amplitud se asuma el concepto de la propia gente.4
El lenguaje, en cambio, permite dar el sutil paso entre el Sein y el Sollen por medio
de la construccin de proposiciones generales que se proponen como modelos de acciones
valiosas o disvaliosas, elogiables, execrables o condenables. Este mecanismo permite a los
hombres cierto control recproco de las conductas.
Es claro que quien tenga mayor posibilidad de enunciar, difundir o inculcar tales
modelos tiene mejor perspectiva de lograr sus propsitos. Y, a partir de esta comprobacin,
aparece una conclusin que muchos encuentran seductora: los valores, las normas, la moral,
el derecho, la religin, el universo entero de los modelos y hasta el mtodo cientfico no son
ms que instrumentos de dominio y aherrojamiento heternomo, armas de unos hombres
contra otros, de una clase contra las dems, de un paradigma contra la libertad creadora de
los talentos rebeldes.
Tal conclusin no es falsa (dnde hay un pensamiento absolutamente falso?): slo
es exagerada. Los que ejercen el poder no siempre pueden emplear tales herramientas a su
gusto: la religin tiene vocacin de eternidad; los valores se presentan como atemporales,
aun cuando se relativicen entre s; la moral evoluciona con lentitud; los modelos no duran
menos de una generacin y el mtodo cientfico acaba siempre por contrastarse con
resultados observables. Slo el derecho responde dcilmente a la voluntad de los poderosos,
pero aun as se ven estos precisados a justificarse (es decir, a apelar a otros factores de
persuasin), ya que las bayonetas, como deca Bonaparte, no sirven para sentarse sobre
ellas. Y justificarse implica, entonces, ajustar el propio ejercicio del poder, real o
fingidamente, a valores que el poderoso no ha podido (al menos todava) modelar a su
voluntad.
De all que la justificacin sea una herramienta indispensable del dominio, pero
constituya a la vez un flanco dbil de quien lo ejerce. Un flanco que lo hace pasible de
crtica, blanco de la agitacin, vctima de las rebeliones (pacficas o no); reacciones todas
ellas fundadas, de un modo o de otro, en los mismos principios que el poderoso trat antes
de poner a su servicio.
Esta dplice relacin entre el poder y la justificacin impone, en consecuencia, la
prctica del disimulo. Los valores son el espejo en el que nuestras acciones se miran, e
imponen respeto desde dentro mismo de nuestros temores. Naturalmente, no es lo mismo
respetar que cumplir; pero para esto (entre otras cosas) est el lenguaje: para presentar
nuestras acciones de tal suerte que al menos parezcan acordes con los principios
4
Este ltimo tema ha sido desarrollado en Singer, Peter, The expanding circle - Ethics and
Sociology, New York, Farrar, Straus & Giroux.
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5
Como puede verse, a menudo se emplean anglicismos que, con un prestigio inverso a su belleza,
ayudan a enmascarar axiolgicamente el sentido de las acciones.
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4. Modelo 1962.
En marzo de 1962 el presidente Arturo Frondizi fue depuesto por un golpe militar
y encarcelado en la isla Martn Garca, en el Ro de la Plata. Cuando el jefe rebelde, general
Alejandro Poggi, se aprestaba a asumir el gobierno, la Corte Suprema dio un contragolpe
puramente formal: tom juramento al presidente provisional del Senado, Jos Mara Guido.
Aunque las elecciones inmediatamente anteriores fueron anuladas y el Congreso disuelto,
este funcionario se mantuvo en el cargo de presidente hasta las elecciones de 1963. De todos
modos, no tena posibilidad de oponerse frontalmente a los militares que lo toleraban, y
debi suscribir un decreto (el n. 2877/62) que, en el marco del estado de sitio, dispona
(esto es, convalidaba) la detencin del ex presidente Frondizi... a disposicin del Poder
Ejecutivo. As las cosas, la autoridad del nuevo presidente fue impugnada ante la Corte
Suprema con fundamento en la Constitucin Nacional, de la que slo quedaba una ficcin,
por un ciudadano que solicitaba la reposicin de Frondizi en su cargo. El tribunal decidi
entonces que Guido era el presidente legtimo porque Frondizi se hallaba, de hecho,
imposibilitado de ejercer su funcin. La circunstancia de que tal imposibilidad derivase
(formalmente, es cierto) de una decisin del propio presidente que lo reemplazaba no pareci
incomodar a los magistrados que de tal modo argumentaron: dijo el tribunal
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5. Modelo 1966.
6
C.S.J.N., sentencia del 3/4/62 en autos Pitto, Luis Mara s/peticin (Fallos de la Corte Suprema
de Justicia de la Nacin, vol. 252, pg. 178).
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6. Modelo 1976.
7. Poder y pudor.
Los ejemplos que anteceden provienen de golpes militares, pero el fenmeno que
en ellos se observa no es privativo de los gobiernos de facto. Sin embargo estos muestran
en forma condensada, sobre todo en sus momentos iniciales, la actitud del poder frente a las
normas con una claridad que no se advierte en los perodos de larga tradicin constitucional.
En el modo de relacionar la asuncin del poder con la sancin de normas vale la
pena sealar una evolucin de los modelos reseados. El de 1955 es en cierto modo
ingenuo, en la medida en que no cobra conciencia de su autocontradiccin. Extrae el poder
de la voluntad divina (fuente ltima de legitimidad); y el paquete tico queda completado
con las virtuosas intenciones de los vencedores. Pero al mismo tiempo el ejercicio del nuevo
poder es legal (pretensin derivada de cierto sentimiento de veneracin hacia el texto
constitucional anterior). Lo es por dos motivos: la ilegalidad del rgimen depuesto y la
acefala del gobierno por la rendicin o la huida de quienes lo ejercan. El primero de dichos
argumentos puede tener alguna fuerza poltica en el nimo de los partidarios del nuevo
gobierno, pero es jurdicamente dudoso si quienes lo invocan han derribado por las armas
un poder electoralmente consolidado. El segundo argumento es polticamente dbil (ya que
sin el hecho revolucionario no habra acefala), pero jurdicamente apoyado en precedentes
judiciales (la Corte Suprema haba elaborado esa doctrina a partir de 1930).
El modelo de 1962 no es ingenuo, sino todo lo contrario: tiene conciencia de su
endeblez argumental pero insiste tercamente en disimular lo que est a la vista de todos. El
poder proviene de la Constitucin y se ejerce en su nombre; claro est que algunas
desgraciadas circunstancias impiden momentneamente el cumplimiento estricto de sus
normas. Entre estas circunstancias se halla el encarcelamiento del Presidente, que justifica
la asuncin del cargo por su reemplazante legal; y tambin la nulidad de las ltimas
elecciones (dispuesta por el nuevo presidente), que obliga al Ejecutivo a disolver el
Parlamento y a gobernar por decreto (hechos ambos que la Constitucin no autoriza). En
estas circunstancias es preciso mantener a toda costa el orden y la tranquilidad pblica, y
este alto propsito justifica disponer el arresto del anterior Presidente (arresto cuya
concrecin de hecho por los militares haba servido antes de fundamento constitucional para
la asuncin del Poder Ejecutivo por el nuevo Presidente). El paquete (que esta vez no es
tico, sino puramente legal) es atado por prestigiosos juristas. Nadie cree en los
argumentos que l contiene, ni estn ellos destinados a ser credos. Pero, en la conciencia
de que se ha salvado al menos una pequea parte del rgimen civil, todos fingen
desganadamente que los creen y la cuestin de si el gobierno del Dr. Guido es de facto o
de iure queda siempre para ser debatida en un brumoso futuro.
El modelo de 1966 reniega por igual de la ingenuidad y de la ficcin. Sus autores,
que parecen tener una slida formacin kelseniana, prefieren dejar las cosas en claro. La
Junta acuerda primero el Acta de la Revolucin Argentina, donde queda explcitamente
asentado el cambio
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casi ntegramente, a una entidad supraemprica. El prncipe, que lo era por la gracia de
Dios, no deba a persona alguna cuenta de sus actos, y el precio que hubiese de pagar por
ellos quedaba diferido al tiempo posterior a su muerte. En la actualidad, en cambio (y con
excepcin de ciertos estados teocrticos), se acepta que el poderoso, independientemente
de que el origen de su poder sea democrtico o autoritario, gobierna en beneficio del pueblo
y debe satisfacer las aspiraciones de sus sbditos. El imperio de la ley, a menudo ensalzado
como garanta contra el despotismo, suscita cierta actitud de veneracin hacia las normas
vigentes (aun con independencia de su contenido). Parece conveniente, en consecuencia,
apoyarse siempre en alguna norma que pueda citarse con nmero de artculo; no slo para
fundar la propia capacidad legislativa sino tambin, en lo posible, para mostrar que la
decisin que se adopta es consecuencia insoslayable de una norma preexistente (jurdica,
moral o religiosa) a la que el decisor, simple amanuense al servicio de sus propias virtudes,
debe acatamiento y obediencia.
En una primera aproximacin, la tendencia que acabo de describir es seria candidata
a un juicio desfavorable. En efecto, ella exhibe cierta inseguridad en la escala de los valores
polticos y morales sustentada por quienes en cada caso ejercen el poder y, en especial,
demuestra que la capacidad de hacerse obedecer no corre siempre parejas con el valor
necesario para asumir pblicamente la responsabilidad de acciones controvertidas.
Sin embargo, un anlisis ms minucioso que principista permite advertir que la
tendencia al uso de la coartada normativa tiene un costado alentador.
Basta para ello considerar que el pudor del poder, el temor a confrontar el ejercicio
del gobierno con la queja de los sbditos, la necesidad de justificacin y, en especial, la
bsqueda de esta justificacin en la invocacin de normas generales es precisamente el
flanco dbil del despotismo. Es el gran regalo que la Revolucin Francesa, a despecho de
involuciones posteriores, hizo al hombre de hoy. Un regalo que se exhibe, es cierto, en la
organizacin de las sociedades democrticas; pero anida tambin, como molesto parsito,
en el corazn de los tiranos. Es un medio dbil pero persistente, del que disponen los
sbditos para controlar y moderar la arbitrariedad de los gobernantes, ya que stos no se
sienten a gusto cuando se los sorprende incursos en acciones opuestas a las normas y a los
valores en los que intentan justificar su poder.
En nuestros tiempos es posible incluso prever una evolucin favorable a partir del
actual disimulo, ya que la arbitrariedad tiende a hacerse tcnicamente insostenible.
En efecto, la creciente complejidad de la vida social lleva insensiblemente (en
especial con motivo del uso de la informtica) al empleo de pautas generales, rutinas
deliberadas y criterios formalizados.7 Esta
7
Guibourg, Ricardo A., El fenmeno normativo. Buenos Aires, Astrea, 1987, pgs. 147 y 148.
El papel de la norma en la despersonalizacin del poder 129
aplicacin obliga a hacer explcitos criterios que antes se hallaban encerrados -y protegidos-
en la caja negra de la apreciacin discrecional; y, en la medida en que la necesidad
administrativa y el avance tecnolgico avancen de consuno por ese camino, ser cada vez
ms difcil al poderoso escindir sus acciones de los valores que proclama. Que tales valores
nos satisfagan no es algo que pueda garantizarse; pero, en el peor de los casos, pueden
preverse mayor igualdad ante la ley, una seguridad jurdica ms slida y un mejor control
pblico de las normas y de su aplicacin.
Por esa va el poder adquirira mayor aceptabilidad intersubjetiva, en la medida en
que su ejercicio se autolimitase y autoencauzase. Semejante evolucin, aunque no incluyera
otras mejoras, sera descrita por algunos como un avance de la justicia.
DOXA 4 (1987)