El Papel de La Norma en La Despersonalizacion Del Poder

Descargar como pdf o txt
Descargar como pdf o txt
Está en la página 1de 11

Ricardo A.

Guibourg 119

EL PAPEL DE LA NORMA
EN LA DESPERSONALIZACIN
DEL PODER

El ms fuerte no es nu nca l o bast ant e fu ert e para ser


siempre el amo, si no transforma su fuerza en derecho y la
obediencia en deber.

J.J. Rousseau

La hipocresa es el homenaje del vicio a la virtud.

Annimo

1. La argumentacin: un enfoque de la teora general del derecho.

Q
ue los abogados pasan la vida inventando, sosteniendo y rebatiendo argumentos,
es un hecho que nadie discute. Cuando este hecho es visto como central en
relacin con todas las dems circunstancias que componen el fenmeno jurdico,
tal consideracin da lugar a uno de los enfoques epistemolgicos que en la
actualidad comparten el amplio campo iusfilosfico: el que examine el derecho
como un arte, eventualmente sujeto a reglas, o bien como una creacin cultural
en la que pueden advertirse ciertas regularidades de hecho, clasificables y formulables al
modo sociolgico. Ambos matices se distinguen por la distancia o perspectiva desde la que
observan el objeto: el primero parte del compromiso del sujeto cognoscente con el mbito
en el que las argumentaciones se desarrollan, en tanto el segundo describe los hechos desde
una distancia mayor.1 Uno es caracterstico del abogado prctico y del cientfico preocupado
por la prctica profesional. El otro es propio del jurista con pretensiones de objetividad
desapasionada o, como ocurre en la Argentina con la llamada teora crtica del Derecho, del
estudioso que, por hallarse ideolgicamente enfrentado con las manifestaciones vigentes del
poder poltico, busca desentraar mecanismos que le ayuden a poner en tela de juicio este
mismo poder y los mtodos que emplea.
Los dos matices de este enfoque, sin embargo, comparten una misma decisin
metodolgica: la de identificar el derecho como un hecho social.

1
La relacin entre ambos se asemeja a la que observa Hart entre los puntos de vista interno y
externo (cfr. Hart, H.L.A., El concepto de derecho. Buenos Aires, Abeledo-Perrot, 1963, pg. 111).
120 Ricardo A. Guibourg

sta es slo una de las decisiones posibles, ya que el derecho es un fenmeno con
diversas caractersticas, cada una de ellas relevante para distintos intereses. En efecto, es
un lugar comn en la teora trialista (o tridimensional) sostener que el derecho es a la vez
norma, hecho y valor. Alguna vez, he criticado esta teora desde el punto de vista
metodolgico,2 pero la afirmacin que le sirve de base es al menos apta para generar tres
enfoques distintos, cada uno de los cuales privilegia un aspecto del objeto y emplea un
mtodo diferente.
Por mi parte prefiero una teora general de corte normativista, ya que no encuentro
un mtodo apropiado para la identificacin de valores trascendentes y, a su vez, una teora
del derecho que enfocase su objeto como fenmeno puramente emprico se convertira en
un segmento de la sociologa. Esta actitud epistemolgica, sin embargo, no implica un
rechazo hacia el enfoque empirista en cualquiera de sus matices: creo, con un resabio
iluminista del que no me avergenzo, que todo conocimiento debe ser bienvenido y toda
opinin examinada, aunque pienso tambin que tales opiniones y conocimientos deben
sopesarse en relacin con el cuerpo de los conocimientos ya obtenidos e integrarse, de ser
posible, en un sistema general consistente que d cuenta de unos y de otros. Pero esto ltimo
ocurre siempre en un instante posterior, ya sea por va de simple inclusin, por medio de una
ampliacin y reformulacin de las teoras preexistentes o por obra de una ruptura y
reelaboracin del marco terico. Lo primero es, pues, la recopilacin de la materia prima,
ya sea proveniente de la observacin, de la innovacin metodolgica o del puro raciocinio.
El contenido de este trabajo parte de una observacin y ensaya una reflexin general
a partir de ella. Ambas estn referidas al ejercicio del poder por medio del derecho, pero
centran su atencin en un aspecto menor de este eterno drama: el del modo en que se
presentan las decisiones normativas y la funcin que ese modo cumple en las expectativas
humanas en general y en el fenmeno poltico en especial.

2. Justificar y dominar, o el juego de los valores.

Hans Kelsen dijo alguna vez que el hombre es el nico animal que busca justificar
sus acciones.3 Con la misma sorna podra decirse que tal afirmacin peca de aventurada, ya
que no podemos saber si los animales se justifican o no. Para averiguarlo tendramos que
comprender su lenguaje. Porque, de qu otro nodo, sino por el lenguaje, advertimos el afn
de justificacin de los hombres? Las meras acciones humanas, despojadas del ropaje
lingstico que las envuelve, se mostraran ante un observador externo como manifestaciones
de la misma ternura que

Guibourg, Ricardo A., Ghigliani, Alejandro M. y Guarinoni, Ricardo, V., Introduccin al


2

conocimiento jurdico, Buenos Aires, Astrea, 1984, pgs. 196 y siguientes.

3
Keisen, Hans. Qu es la justicia? Buenos Aires, 1960, prrafo 13, pg. 20.
El papel de la norma en la despersonalizacin del poder 121

usa una leona con sus cachorros y de la misma crueldad que emplea la fiera para sus
vctimas: comer o ser comido y proteger a la propia gente parecen ser constantes de la
naturaleza, y las variables consisten en qu se entienda por comer y ser comido, as
como con qu amplitud se asuma el concepto de la propia gente.4
El lenguaje, en cambio, permite dar el sutil paso entre el Sein y el Sollen por medio
de la construccin de proposiciones generales que se proponen como modelos de acciones
valiosas o disvaliosas, elogiables, execrables o condenables. Este mecanismo permite a los
hombres cierto control recproco de las conductas.
Es claro que quien tenga mayor posibilidad de enunciar, difundir o inculcar tales
modelos tiene mejor perspectiva de lograr sus propsitos. Y, a partir de esta comprobacin,
aparece una conclusin que muchos encuentran seductora: los valores, las normas, la moral,
el derecho, la religin, el universo entero de los modelos y hasta el mtodo cientfico no son
ms que instrumentos de dominio y aherrojamiento heternomo, armas de unos hombres
contra otros, de una clase contra las dems, de un paradigma contra la libertad creadora de
los talentos rebeldes.
Tal conclusin no es falsa (dnde hay un pensamiento absolutamente falso?): slo
es exagerada. Los que ejercen el poder no siempre pueden emplear tales herramientas a su
gusto: la religin tiene vocacin de eternidad; los valores se presentan como atemporales,
aun cuando se relativicen entre s; la moral evoluciona con lentitud; los modelos no duran
menos de una generacin y el mtodo cientfico acaba siempre por contrastarse con
resultados observables. Slo el derecho responde dcilmente a la voluntad de los poderosos,
pero aun as se ven estos precisados a justificarse (es decir, a apelar a otros factores de
persuasin), ya que las bayonetas, como deca Bonaparte, no sirven para sentarse sobre
ellas. Y justificarse implica, entonces, ajustar el propio ejercicio del poder, real o
fingidamente, a valores que el poderoso no ha podido (al menos todava) modelar a su
voluntad.
De all que la justificacin sea una herramienta indispensable del dominio, pero
constituya a la vez un flanco dbil de quien lo ejerce. Un flanco que lo hace pasible de
crtica, blanco de la agitacin, vctima de las rebeliones (pacficas o no); reacciones todas
ellas fundadas, de un modo o de otro, en los mismos principios que el poderoso trat antes
de poner a su servicio.
Esta dplice relacin entre el poder y la justificacin impone, en consecuencia, la
prctica del disimulo. Los valores son el espejo en el que nuestras acciones se miran, e
imponen respeto desde dentro mismo de nuestros temores. Naturalmente, no es lo mismo
respetar que cumplir; pero para esto (entre otras cosas) est el lenguaje: para presentar
nuestras acciones de tal suerte que al menos parezcan acordes con los principios

4
Este ltimo tema ha sido desarrollado en Singer, Peter, The expanding circle - Ethics and
Sociology, New York, Farrar, Straus & Giroux.
122 Ricardo A. Guibourg

proclamados, en especial cuando alguien pueda sentirse lesionado por ellas.


Es as como los precios no se aumentan: se reajustan. Las empresas y los servicios
no se reducen: se redimensionan. Las actividades pblicas o privadas no se suprimen: se
discontinan.5 Occidente llega hasta el Japn; el cristianismo abarca al Dalai Lama, nuestro
modo de vida incluye a Hait, pero no a Checoslovaquia. Y los deudores reciben una amable
carta en la que, luego de informrseles con fingida sorpresa acerca de la existencia de un
saldo en rojo, se los invita a regularizar la situacin porque de lo contrario nos veremos
obligados a pasar el problema a nuestra Gerencia de Asuntos Jurdicos.
A esta ltima clase de disimulo quiero referirme ahora. A ella y al modo en que el
lenguaje normativo contribuye a facilitarla. Para ese propsito emplear algunos ejemplos
de la historia poltica argentina.

3. La coartada normativa, modelo 1955.

Entre el 16 y el 19 de septiembre de 1955, el gobierno de la Repblica Argentina


fue depuesto por una revolucin militar. Sea cual fuere el juicio poltico que se sustente
sobre aquel gobierno y acerca del acto que le dio fin, vale la pena destacar la parte inicial
del discurso-programa pronunciado por el jefe triunfante el 23 de septiembre: El
programa de mi accin provisional -que no tendr ms duracin que la impuesta por las
circunstancias- puedo resumirlo en dos palabras: Imperio del derecho. El 24, el nuevo
presidente dict el decreto n. 42 que, entre otras cosas, deca:
Que el triunfo con que la Providencia premi a las fuerzas de la Revolucin sell
su ttulo al ejercicio del poder;
Que el abandono del poder y de su supremo deber de comandancia por parte del
Presidente de la Nacin y Comandante en Jefe de las fuerzas armadas y la rendicin
incondicional que a ello se sigui, justifican el ejercicio de la pblica potestad por parte del
Jefe de la Revolucin triunfante;
Que la legalidad del alzamiento determinada por la intrnseca ilegalidad de los
poderes depuestos ha sido confirmada por la expresa voluntad de recuperacin jurdica
proclamada en el Discurso-Programa ledo al pueblo de la Repblica en el acto de
asuncin del poder;
Que es indispensable a la vida institucional del pas asegurar el ejercicio
ininterrumpido de los poderes previstos por la Constitucin Nacional;
Que cohonestando esta exigencia de continuidad con la situacin de acefala
determinada por la revocacin de los poderes preexistentes, se hace necesario que la funcin
legislativa sea asumida por un poder

5
Como puede verse, a menudo se emplean anglicismos que, con un prestigio inverso a su belleza,
ayudan a enmascarar axiolgicamente el sentido de las acciones.
El papel de la norma en la despersonalizacin del poder 123

pblico que est en condiciones de imponer en todo el territorio de la Nacin la efectiva


aplicacin de sus mandatos;
Por ello, el Presidente provisional de la Nacin Argentina, decreta:
Art. 10.- Mientras dure la situacin de gobierno provisional definida en el
Discurso-Programa ledo en Buenos Aires al pueblo de la Repblica en el acto de juramento
del da 23 de septiembre del ao en curso, el Presidente provisional de la Nacin Argentina
ejercer las facultades legislativas que la Constitucin Nacional acuerda....
En el fragmento citado pueden observarse ciertos argumentos interesantes:
a) El ttulo para el ejercicio del poder es otorgado por la divina providencia, y su
manifestacin visible es el triunfo de las armas;
b) La rendicin o la huida de los vencidos justifican (y no slo facilitan) el ejercicio
del poder por el vencedor;
c) Existe una legalidad supra-legal cuya declaracin no depende de los jueces y que
permite declarar ilegales los poderes constitucionales y legal el alzamiento armado contra
ellos;
ch) Tal legalidad del poder del jefe vencedor puede ser confirmada por los buenos
propsitos declarados por el mismo jefe vencedor;
d) Quienes interrumpen el ejercicio de los poderes constitucionales pueden declarar
como objetivo propio el ejercicio ininterrumpido de tales poderes;
e) El jefe triunfante asume la funcin legislativa, pero no por su mera voluntad sino
porque la situacin de acefala (que l mismo determin y declar) lo hace necesario, ya que
(debido a su propia accin) no hay otra autoridad capaz de hacer cumplir sus mandatos.

4. Modelo 1962.

En marzo de 1962 el presidente Arturo Frondizi fue depuesto por un golpe militar
y encarcelado en la isla Martn Garca, en el Ro de la Plata. Cuando el jefe rebelde, general
Alejandro Poggi, se aprestaba a asumir el gobierno, la Corte Suprema dio un contragolpe
puramente formal: tom juramento al presidente provisional del Senado, Jos Mara Guido.
Aunque las elecciones inmediatamente anteriores fueron anuladas y el Congreso disuelto,
este funcionario se mantuvo en el cargo de presidente hasta las elecciones de 1963. De todos
modos, no tena posibilidad de oponerse frontalmente a los militares que lo toleraban, y
debi suscribir un decreto (el n. 2877/62) que, en el marco del estado de sitio, dispona
(esto es, convalidaba) la detencin del ex presidente Frondizi... a disposicin del Poder
Ejecutivo. As las cosas, la autoridad del nuevo presidente fue impugnada ante la Corte
Suprema con fundamento en la Constitucin Nacional, de la que slo quedaba una ficcin,
por un ciudadano que solicitaba la reposicin de Frondizi en su cargo. El tribunal decidi
entonces que Guido era el presidente legtimo porque Frondizi se hallaba, de hecho,
imposibilitado de ejercer su funcin. La circunstancia de que tal imposibilidad derivase
(formalmente, es cierto) de una decisin del propio presidente que lo reemplazaba no pareci
incomodar a los magistrados que de tal modo argumentaron: dijo el tribunal
124 Ricardo A. Guibourg

que la acefala se configuraba ante la falta de Presidente y Vicepresidente de la Nacin,


sin que incumba a la Corte Suprema pronunciarse acerca de la causa determinante de esa
falta.6

5. Modelo 1966.

El 28 de junio de 1966, un golpe militar termin con el gobierno del presidente


Arturo U. Illia. Los jefes de las tres armas firmaron primero un acta (el Acta de la
Revolucin Argentina) por la que asuman el gobierno del pas y explicaban los motivos
que haban tenido para hacerlo, as como su determinacin de transformar la nacin en
diversos aspectos polticos, econmicos, sociales y aun morales, en cumplimiento de un
mandato histrico. Ese mismo da adoptaron diversas medidas, todas ellas precedidas de
la frmula: ... la Junta Revolucionaria, en ejercicio de sus propios poderes, decreta: La
destitucin del Presidente y del Vicepresidente (decreto n. 1) se inicia con las palabras
Visto los arts. 2. y 3. del Acta de la Revolucin Argentina. La intervencin a las
provincias (decreto n. 2) menciona: Visto que por los arts. 2. y 3. del Acta de la
Revolucin Argentina han sido destituidos de sus cargos los gobernadores y
vicegobernadores de todas las provincias, as como tambin disueltas sus legislaturas....
El cese de los miembros de la Corte Suprema de Justicia (decreto n. 3) lleva como
antecedente el art. 4. del Acta.... El artculo 3. sirve para fundar el decreto n. 4, que
remueve al Intendente y disuelve el Concejo Deliberante de la ciudad capital; el artculo 5.
sirve de antecedente normativo para disolver todos los partidos polticos (decreto n. 6). Los
artculos 9 y 10 de la fecunda acta operan como base para disponer que los nuevos jueces
de la Corte Suprema sean designados por el Presidente de la Nacin (que esta vez no se
titula provisional). El decreto n. 8, visto lo dispuesto por el decreto n. 2 de esta Junta
Revolucionaria, distribuye entre 23 oficiales de las fuerzas armadas los cargos de
interventores provinciales. Y el decreto n. 9, visto el art. 11 del Acta de la Revolucin
Argentina, y lo dispuesto en el art. 1. del Estatuto de la Revolucin Argentina, designa
Presidente al teniente general Juan Carlos Ongana.
Algo ms tarde se dio a conocer el Estatuto de la Revolucin Argentina (mencionado
en los considerandos de los decretos 7 y 9), por el que se fijaban las atribuciones del nuevo
gobierno y las de sus rganos. La frmula utilizada aqu fue: La Junta Revolucionaria, en
ejercicio de sus propios poderes, estatuye: Y de all en adelante el jefe del Estado,
investido del poder legislativo, dictaba tanto decretos (El Presidente de la Nacin Argentina
decreta) como leyes (El Presidente de la Nacin Argentina, en uso de los poderes
conferidos por el artculo 5. del Estatuto de la Revolucin Argentina, sanciona y promulga
con fuerza de ley).

6
C.S.J.N., sentencia del 3/4/62 en autos Pitto, Luis Mara s/peticin (Fallos de la Corte Suprema
de Justicia de la Nacin, vol. 252, pg. 178).
Ricardo A. Guibourg 125

6. Modelo 1976.

El siguiente gobierno constitucional fue depuesto por las fuerzas armadas el 24 de


marzo de 1976. El nombre elegido para el perodo de facto que se iniciaba fue Proceso de
Reorganizacin Nacional, y el primer hecho normativo fue un acta firmada ante notario
pblico. Luego del encabezamiento formal de rigor, los comandantes militares, visto el
estado actual del pas, proceden a hacerse cargo del Gobierno de la Repblica. Por ello,
resuelven:
1. Constituir la Junta Militar con los Comandantes Generales de las FF.AA. de la
Nacin, la que asume el poder poltico de la Repblica.
2. Declarar caducos los mandatos del Presidente de la Nacin y de los gobernadores
y vicegobernadores de las provincias.
Luego de otras disposiciones que, en un total de once puntos, disolvan el Congreso,
removan a diversos funcionarios y establecan bases para el ejercicio futuro del poder (el
punto 10 resolva designar, una vez efectivizadas las medidas anteriormente sealadas, al
ciudadano que ejercer el cargo de Presidente de la Nacin), el acta terminaba con un cierre
de notable formalismo, literalmente copiado del Acta de 1966:
Adoptada la resolucin precedente se da por terminado el acto, firmndose cuatro
ejemplares de este documento a los fines de su registro, conocimiento y ulterior archivo en
la Presidencia de la Nacin, Comando General del Ejrcito, Comando General de la Armada
y Comando General de la Fuerza Area. Videla. Massera. Agosti.
El mismo da, los autores de aquel acta (mediante la frmula la Junta Militar
estatuye) resolvieron suspender la vigencia del ltimo prrafo del artculo 23 de la
Constitucin, que autoriza a los ciudadanos detenidos en virtud del estado de sitio a optar
por salir del territorio nacional. Tal disposicin es encabezada por estas palabras: Visto lo
dispuesto por la Junta Militar en el Acta para el Proceso de Reorganizacin Nacional....
Das ms tarde apareci el Estatuto para el Proceso de Reorganizacin Nacional,
suerte de reglamento de catorce artculos que estableca los rganos del poder militar y las
atribuciones que cada uno de ellos tendra. Dicha pieza tiene el siguiente encabezamiento:
Considerando que es necesario establecer las normas fundamentales a que se
ajustar el Gobierno de la Nacin en cuanto a la estructura de los poderes del Estado y para
el accionar del mismo a fin de alcanzar los objetivos fijados y reconstruir la grandeza de la
Repblica, la Junta Militar, en ejercicio del poder constituyente, estatuye:
Y el 27 de abril se estatuy un artculo adicional sobre las atribuciones de los
gobernadores provinciales, para lo que se us la siguiente referencia: Visto lo establecido
en los artculos 12 y 14 del Estatuto para el Proceso de Reorganizacin Nacional.
Tres personas se atribuan el gobierno del pas, comenzaban a ejercerlo, asuman el
poder constituyente y disponan consecuentemente; pero, salvo en el Acta y en el Estatuto,
cada uno de sus actos normativos contena una referencia a actos anteriores, de los cuales
el nuevo se presentaba como continuacin o consecuencia.
126 Ricardo A. Guibourg

7. Poder y pudor.

Los ejemplos que anteceden provienen de golpes militares, pero el fenmeno que
en ellos se observa no es privativo de los gobiernos de facto. Sin embargo estos muestran
en forma condensada, sobre todo en sus momentos iniciales, la actitud del poder frente a las
normas con una claridad que no se advierte en los perodos de larga tradicin constitucional.
En el modo de relacionar la asuncin del poder con la sancin de normas vale la
pena sealar una evolucin de los modelos reseados. El de 1955 es en cierto modo
ingenuo, en la medida en que no cobra conciencia de su autocontradiccin. Extrae el poder
de la voluntad divina (fuente ltima de legitimidad); y el paquete tico queda completado
con las virtuosas intenciones de los vencedores. Pero al mismo tiempo el ejercicio del nuevo
poder es legal (pretensin derivada de cierto sentimiento de veneracin hacia el texto
constitucional anterior). Lo es por dos motivos: la ilegalidad del rgimen depuesto y la
acefala del gobierno por la rendicin o la huida de quienes lo ejercan. El primero de dichos
argumentos puede tener alguna fuerza poltica en el nimo de los partidarios del nuevo
gobierno, pero es jurdicamente dudoso si quienes lo invocan han derribado por las armas
un poder electoralmente consolidado. El segundo argumento es polticamente dbil (ya que
sin el hecho revolucionario no habra acefala), pero jurdicamente apoyado en precedentes
judiciales (la Corte Suprema haba elaborado esa doctrina a partir de 1930).
El modelo de 1962 no es ingenuo, sino todo lo contrario: tiene conciencia de su
endeblez argumental pero insiste tercamente en disimular lo que est a la vista de todos. El
poder proviene de la Constitucin y se ejerce en su nombre; claro est que algunas
desgraciadas circunstancias impiden momentneamente el cumplimiento estricto de sus
normas. Entre estas circunstancias se halla el encarcelamiento del Presidente, que justifica
la asuncin del cargo por su reemplazante legal; y tambin la nulidad de las ltimas
elecciones (dispuesta por el nuevo presidente), que obliga al Ejecutivo a disolver el
Parlamento y a gobernar por decreto (hechos ambos que la Constitucin no autoriza). En
estas circunstancias es preciso mantener a toda costa el orden y la tranquilidad pblica, y
este alto propsito justifica disponer el arresto del anterior Presidente (arresto cuya
concrecin de hecho por los militares haba servido antes de fundamento constitucional para
la asuncin del Poder Ejecutivo por el nuevo Presidente). El paquete (que esta vez no es
tico, sino puramente legal) es atado por prestigiosos juristas. Nadie cree en los
argumentos que l contiene, ni estn ellos destinados a ser credos. Pero, en la conciencia
de que se ha salvado al menos una pequea parte del rgimen civil, todos fingen
desganadamente que los creen y la cuestin de si el gobierno del Dr. Guido es de facto o
de iure queda siempre para ser debatida en un brumoso futuro.
El modelo de 1966 reniega por igual de la ingenuidad y de la ficcin. Sus autores,
que parecen tener una slida formacin kelseniana, prefieren dejar las cosas en claro. La
Junta acuerda primero el Acta de la Revolucin Argentina, donde queda explcitamente
asentado el cambio
El papel de la norma en la despersonalizacin del poder 127

de la norma bsica: se asume el poder poltico y militar de la Repblica. De tal cambio


se da cuenta al pueblo mediante un mensaje: ...era indispensable eliminar la falacia de una
legalidad formal y estril bajo cuyo amparo se ejecut una poltica de divisin y
enfrentamiento... de tal suerte que las Fuerzas Armadas, ms que sustituir un poder, vienen
a ocupar un vaco de tal autoridad y conduccin antes de que decaiga para siempre la
dignidad argentina. La misma junta ejerce luego el poder constituyente al promulgar el
Estatuto de la Revolucin Argentina. Y, cuando pone en ejecucin lo acordado en el acta,
la Junta obra en ejercicio de sus propios poderes; esto es en uso de un poder originario
y no derivado de normas anteriores. Al disolverse la Junta, en cambio, el presidente militar
legislar a su gusto pero como autoridad delegada, ...en uso de los poderes conferidos por
el artculo 5. del Estatuto....
En 1976 se sigui un esquema idntico al de diez aos antes: acta, estatuto,
designacin de presidente y ejercicio por ste de una autoridad derivada. Slo cabe anotar,
a modo de diferencias, cierto descuido de la esttica normativa (agregados y reformas
ulteriores del Estatuto) y variaciones en la estructura institucional (subsistencia de la Junta
Militar, con reserva de ciertas atribuciones).
Pero, aun por encima de las diferencias o semejanzas que pueden observarse de un
modelo a otro, se advierte una constante en la relacin entre poder y norma. En efecto, quien
ejerce el poder se siente desnudo frente a sus sbditos si no tiene alguna norma que ampare
sus acciones. Por lo tanto, o bien invoca normas anteriores, acaso con cierto auxilio religioso
(modelo 1955), o finge que su poder es el mismo que ejercan sus predecesores (modelo
1962), o da rpida expresin normativa a su poder y se apoya luego en esas normas, como
si quisiera olvidar que fue l mismo quien las dict (modelos 1966 y 1976). En estos
ltimos casos, ante la necesidad de hacer explcito el ejercicio inicial de un poder no
derivado, sino conquistado de hecho, busca obsesivamente rodear ese acto de formalidades
jurdicas, que llegan en 1976 al extremo de requerir la presencia de un escribano.
Acaso sea posible extraer de aqu una conclusin que, como dije antes, no se aplica
slo a los militares aunque seala un fenmeno particularmente observable en los gobiernos
que se autoconstituyen. El poder es pudoroso. Se avergenza de s mismo. No tanto de las
normas que dicta (que acaso puedan ser mejor o peor defendidas), como del hecho mismo
de dictarlas.
No es difcil desentraar de dnde proviene este pudor. El ejercicio del poder
consiste siempre en imponer a las personas conductas, cargas o penas de las que es al menos
dudoso que ellas las aceptasen de buen grado. Aun los actos que conceden beneficios
suponen, en la mayora de los casos, un costo para alguien; y la desaprobacin o el disgusto
de los afectados es una molestia que el poderoso no desea afrontar mediante la mera
exposicin de su preferencia axiolgica. Es aqu donde aparece la tentacin de trasladar al
menos una parte de la responsabilidad.
En la poca del absolutismo (me refiero al tiempo en que el absolutismo era
ideolgicamente aceptado: no al de su aplicacin prctica que es an el nuestro en muchos
lugares), la responsabilidad se transfera,
128 Ricardo A. Guibourg

casi ntegramente, a una entidad supraemprica. El prncipe, que lo era por la gracia de
Dios, no deba a persona alguna cuenta de sus actos, y el precio que hubiese de pagar por
ellos quedaba diferido al tiempo posterior a su muerte. En la actualidad, en cambio (y con
excepcin de ciertos estados teocrticos), se acepta que el poderoso, independientemente
de que el origen de su poder sea democrtico o autoritario, gobierna en beneficio del pueblo
y debe satisfacer las aspiraciones de sus sbditos. El imperio de la ley, a menudo ensalzado
como garanta contra el despotismo, suscita cierta actitud de veneracin hacia las normas
vigentes (aun con independencia de su contenido). Parece conveniente, en consecuencia,
apoyarse siempre en alguna norma que pueda citarse con nmero de artculo; no slo para
fundar la propia capacidad legislativa sino tambin, en lo posible, para mostrar que la
decisin que se adopta es consecuencia insoslayable de una norma preexistente (jurdica,
moral o religiosa) a la que el decisor, simple amanuense al servicio de sus propias virtudes,
debe acatamiento y obediencia.
En una primera aproximacin, la tendencia que acabo de describir es seria candidata
a un juicio desfavorable. En efecto, ella exhibe cierta inseguridad en la escala de los valores
polticos y morales sustentada por quienes en cada caso ejercen el poder y, en especial,
demuestra que la capacidad de hacerse obedecer no corre siempre parejas con el valor
necesario para asumir pblicamente la responsabilidad de acciones controvertidas.
Sin embargo, un anlisis ms minucioso que principista permite advertir que la
tendencia al uso de la coartada normativa tiene un costado alentador.
Basta para ello considerar que el pudor del poder, el temor a confrontar el ejercicio
del gobierno con la queja de los sbditos, la necesidad de justificacin y, en especial, la
bsqueda de esta justificacin en la invocacin de normas generales es precisamente el
flanco dbil del despotismo. Es el gran regalo que la Revolucin Francesa, a despecho de
involuciones posteriores, hizo al hombre de hoy. Un regalo que se exhibe, es cierto, en la
organizacin de las sociedades democrticas; pero anida tambin, como molesto parsito,
en el corazn de los tiranos. Es un medio dbil pero persistente, del que disponen los
sbditos para controlar y moderar la arbitrariedad de los gobernantes, ya que stos no se
sienten a gusto cuando se los sorprende incursos en acciones opuestas a las normas y a los
valores en los que intentan justificar su poder.
En nuestros tiempos es posible incluso prever una evolucin favorable a partir del
actual disimulo, ya que la arbitrariedad tiende a hacerse tcnicamente insostenible.
En efecto, la creciente complejidad de la vida social lleva insensiblemente (en
especial con motivo del uso de la informtica) al empleo de pautas generales, rutinas
deliberadas y criterios formalizados.7 Esta

7
Guibourg, Ricardo A., El fenmeno normativo. Buenos Aires, Astrea, 1987, pgs. 147 y 148.
El papel de la norma en la despersonalizacin del poder 129

aplicacin obliga a hacer explcitos criterios que antes se hallaban encerrados -y protegidos-
en la caja negra de la apreciacin discrecional; y, en la medida en que la necesidad
administrativa y el avance tecnolgico avancen de consuno por ese camino, ser cada vez
ms difcil al poderoso escindir sus acciones de los valores que proclama. Que tales valores
nos satisfagan no es algo que pueda garantizarse; pero, en el peor de los casos, pueden
preverse mayor igualdad ante la ley, una seguridad jurdica ms slida y un mejor control
pblico de las normas y de su aplicacin.
Por esa va el poder adquirira mayor aceptabilidad intersubjetiva, en la medida en
que su ejercicio se autolimitase y autoencauzase. Semejante evolucin, aunque no incluyera
otras mejoras, sera descrita por algunos como un avance de la justicia.

DOXA 4 (1987)

También podría gustarte