La Isla D Los Delfines Azules PDF

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Scott O'Dell

La isla de los delfines azules

Ttulo original:
Island of the blue dolphins

Decimoprimera edicin, marzo 1985

Coleccin:
Cuatro Vientos, 8

Editorial Noguer, S. A.
Paseo de Gracia, 96
Barcelona

Impreso por TENSA,


Feixa Llarga, 19
L'Hospitalet de Llobregat
Barcelona

I. S. B. N.: 84-279-3108-5
Depsito Legal: B-6.105-1985
__________________________

Prxima a las costas de California se encuentra una escarpada roca


conocida con el nombre de La isla de San Nicols. Los delfines brincan en
las azules aguas que la rodean y las nutrias marinas se tumban perezosas
en
sus bancos de algas. Los cormoranes anidan en sus riscos y por sus
pedregosas playas se pasean los elefantes marinos.
Cuenta la historia que, en esta isla y a comienzos del pasado siglo,
una muchacha india pas dieciocho largos aos viviendo en completa
soledad.
Esta novela es el relato de su hazaa. Una verdadera hazaa porque
Karana,
que as se llamaba la muchacha, tuvo que enfrentarse, para sobrevivir, a
una manada de perros salvajes, guardarse de los cazadores de nutrias que
llegaban procedentes de las Islas Aleutianas y luchar cada da, a lo
largo
de muchos aos, para procurarse alimento.
La isla de los delfines azules ha obtenido un gran xito editorial
en los Estados Unidos y ha sido utilizado como libro de lectura
recreativa
en numerosas escuelas norteamericanas. La American Library Association lo
ha calificado como la ms destacada contribucin del ao a la literatura
americana para chicos y ha otorgado a su autor, Scott O'Dell, la medalla
Newbery, uno de los ms preciados galardones de las letras
norteamericanas.
La isla de los delfines azules ha sido llevada al cine en una excelente
pelcula dirigida por James B. Clark.
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Para los chicos de los Russell: Isaac, Dorsa, Clare, Gillian y Felicity y
tambin para Eric, Cherie y Twinkle.
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CAPTULO I
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Recuerdo el da que vino el barco aleutiano a nuestra


isla. Al principio pareca una concha cualquiera flotando sobre el mar.
Luego se fue haciendo ms grande, y se
convirti en una gaviota con las alas plegadas. Al cabo,
bajo el sol que suba en el horizonte, vimos claramente lo
que era en realidad: un barco pintado de rojo, con las velas
del mismo color.
Mi hermano y yo habamos ido al extremo superior de
un can que baja retorcindose hasta una pequea baha
llamada la Caleta del Coral. Pensbamos recoger all races
de las que crecen en primavera.
Ramo era un chico de apenas la mitad de mi edad, -yo
tena a la sazn doce aos-, y ms bien pequeo para alguien que ha
vivido
ya tantas lunas y tantos soles. Rpido
como un saltamontes, y tan loco como ellos cuando se excitaba. Por esa
razn, y porque quera que me ayudara a recoger races, en vez de salir
de
estampa como hubiera hecho,
no le dije nada acerca de la conchita que flotaba en las
aguas, o de la gaviota de alas plegadas.
Segu escarbando entre los matorrales con mi bastn
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aguzado, como si nada ocurriera en el mar. Continu as
incluso despus de estar segura de que la gaviota era un
barco con dos velas rojas.
Claro que los ojos de Ramo eran de los que no dejan nada
sin registrar: poco es lo que se le escapaba en este mundo.
Tena unos ojos negros como los de un lagarto, muy grandes
y, como los de ese animal, a veces parecan somnolientos. En
cuyo preciso instante es cuando vean las cosas con mxima
agudeza. Y as estaban ahora, medio cerrados, como los de
un reptil agazapado en la roca, a punto de proyectar su lengua en el aire
para cazar al vuelo una mosca.
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--El mar est tranquilo, -dijo Ramo-. Parece una piedra llana y
lisa,
sin ninguna grieta.
A mi hermano le gustaba fingir que una cosa era otra en
realidad.
--No, el mar no es una piedra lisa, -dije-. Es mucha
agua y sin olas ahora.
--Para m es una piedra azul, -contest-. Y all lejos,
al borde, tiene una nubecita sentada encima.
--Las nubes no se sientan en las piedras. Aunque sean
azules o negras, o de cualquier clase.
--sta s lo hace.
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--No, en el mar, no, -respond-. En el mar se sientan
los delfines, y las gaviotas, y los cormoranes; o tambin las
nutrias marinas, y aun las ballenas; pero las nubes, nunca.
--Entonces a lo mejor es una ballena.
Ramo estaba apoyndose alternativamente, primero en
un pie y luego en el otro, vigilando atento la llegada del
navo, aun cuando no saba que era un barco porque nunca
haba visto uno antes. Tampoco yo los haba visto, pero s
estaba enterada de su existencia, y del aspecto que tenan,
porque los mayores me lo haban referido en ocasiones.
--Mientras t te dedicas a contemplar el mar, -le dije-,
aqu me tienes desenterrando races. Y yo ser la que me
las coma; t, desde luego, no.
Ramo empez a pinchar la tierra con su palo, pero conforme el buque se
fue acercando y acercando, con sus velas
rojas visibles entre la neblina maanera, sigui mirndolo,
haciendo a veces como que no lo observaba.
--Has visto alguna vez una ballena de color rojo? -me pregunt.
--Claro que s -repuse-, aunque jams las haba visto
de tono semejante.
--Las que yo he visto eran de color gris.
--T eres an muy joven, y no conoces todos los animales marinos del
mundo.
Ramo encontr una raz. Estaba a punto de echarla al
cesto cuando, de pronto, su boca se abri mucho y luego se
cerr en seguida otra vez.
--Una canoa! -grit-. Muy grande, ms que todas
las nuestras juntas! Y adems es roja!
Canoa o buque la cosa no ofreca diferencia, segn
Ramo. Antes de haberle dado tiempo a respirar siquiera,
ya haba lanzado por los aires la raz y corra entre los matorrales,
chillando con toda la fuerza de sus pulmones.
Yo segu recogiendo races, pero la verdad es que mis
manos temblaban al escarbar la tierra, porque estaba mucho
ms excitada que mi hermano. Saba que aquello era un
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barco, -y no una canoa-, y tambin que la aparicin de un
navo poda significar montones de cosas. Quera tirar el
palo aguzado y salir corriendo como Ramo, pero continu
mi labor de desenterrar races porque era un alimento que
necesitaban en la aldea.

Cuando hube llenado el cesto, el barco aleutiano haba


navegado ya dando la vuelta al banco de algas que protege
nuestra isla, y luego entre las dos rocas que guardan de los
embates del mar la Caleta del Coral. Alguien haba avisado
ya a la aldea de Ghalas-at. Llevando sus armas, nuestros
hombres se precipitaron por el sendero que baja dando vueltas hasta
alcanzar la playa. Las mujeres del poblado se haban congregado sobre una
meseta, en el extremo de las colinas que se desploman formando un
acantilado encima
del agua.
Me deslic entre los arbustos y espesos matorrales hasta
llegar, suave y rpidamente, a la parte inferior de una caada,
acercndome
tambin a las colinas que dominaban el
mar. Una vez all me apoy en rodillas y manos. Ante m, y
en un plano inferior, tena la cala que he citado. La marea
estaba baja y el sol brillaba con fuerza sobre la arena blanca
de la playita que se formaba en la caleta. La mitad de los
hombres de nuestro poblado esperaban en lnea al borde
del agua. El resto se haba ocultado entre las rocas del final del
sendero
de acceso, listo para lanzarse sobre los intrusos si mostraban
intenciones
poco amistosas.
Estaba arrodillada entre las hierbas y el matorral, procurando no
resbalar y caer acantilado abajo, a la vez que intentaba ocultarme, sin
por
ello dejar de ver y or, cuando un
bote se separ del barco. Remaban en l seis hombres con
unos remos muy largos. Sus rostros eran anchos, y el brillante cabello
negro les caa sobre la cara. Cuando se hubieron acercado algo ms vi que
llevaban adornos de hueso
atravesndoles la nariz.
Detrs de los que remaban, en la popa del bote, estaba
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de pie un hombre alto, de barba amarillenta. Yo nunca haba visto hasta
entonces un ruso, pero mi padre me cont de
su existencia en otras ocasiones, y me preguntaba a m misma, vindolo
all
plantado, con sus pies muy separados, los
puos en las caderas, y contemplando la caleta y sus contornos como si
todo
aquello le perteneciera ya, si sera acaso
uno de los hombres del Norte que tanto tema nuestra gente.
Estaba segura de ello al deslizarse el bote un tanto sobre la
arena, y saltar l a la playa, gritando al mismo tiempo en
semejante tono.
Su voz despert numerosos ecos en todas las paredes del
acantilado que rodeaba la cala. Pronunciaba unas palabras
muy extraas, distintas por completo a cuanto hasta entonces haba odo
yo
como lenguaje. Despus, vacilante y muy
despacio su habla, se dirigi a los guerreros en el idioma
que era el nuestro.
--Vengo en son de paz y deseo parlamentar, -avis a los
hombres de la tribu que estaban vigilantes en la orilla.
Ninguno le contest, pero mi padre, -que era uno de los
que se ocultaron entre las rocas-, sali de su escondite y
empez a dirigirse hacia l cuesta abajo, hasta llegar a la
orilla. Clav con fuerza su azagaya en la arena.
--Soy el jefe de Ghalas-at, -dijo-. Y mi nombre es
Jefe Chowig.
Me sorprendi muchsimo que diera su autntico nombre a un extranjero.
Todo el mundo tena en nuestra tribu
dos nombres, el autntico, el de veras, que era secreto y raramente se
usaba, y otro, digamos corriente, para utilizarlo
en el trato normal. Esto se haca as porque si la gente usa
su nombre secreto, acaba por desgastarlo, y luego pierde
su magia. De ese modo a m me llamaban Won-a-pa-, lei, que
significa La Muchacha de la Larga Cabellera Negra, aun
cuando mi nombre secreto era Karana. En cambio el nombre oculto de mi
padre
era Chowig, y desconozco las razones
que tuviera para decrselo a un extrao.
El ruso sonri y adelant su mano, presentndose como
Capitn Orlov. Mi padre levant el brazo. Desde donde
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yo estaba no poda verle el rostro, pero dudo mucho que correspondiera a
la
sonrisa de Orlov.
--He llegado aqu con cuarenta hombres, -dijo el ruso-. Venimos para
cazar nutrias marinas. Deseamos acampar en vuestra isla mientras estemos
de
cacera.
Mi padre no dijo una palabra. Era un hombre alto, aunque no tanto como
el
Capitn Orlov, y se qued all erecto,
con sus hombros desnudos echados hacia atrs, pensando en
lo que el ruso le haba dicho. No tena ninguna prisa en contestar,
porque
ya en otra ocasin los aleutianos aparecieron
en nuestra isla para cazar. Haca mucho tiempo de ello, pero
mi padre lo recordaba bien.
--T recuerdas ahora otra cacera, -dijo el Capitn Orlov al ver que mi
padre no contestaba nada-. Yo tambin
he odo hablar de la misma. La diriga el Capitn Mitriff,
que era un estpido, y ahora est ya muerto. Las dificultades se
produjeron
porque t y los de tu tribu hicisteis todo
el trabajo.
--Nosotros estuvimos cazando, -confirm mi padre-.
Pero ese que t llamas tonto no quera que descansramos.
Nos haca perseguir a las nutrias desde la maana hasta la
noche. Un da y otro, sin reposo.
--Esta vez t y los tuyos no tendris que hacer nada
-indic el Capitn Orlov-. Mis hombres harn toda la
faena, y luego dividiremos las capturas. Una parte para vosotros, que os
pagaremos en mercancas, y dos partes para
nosotros.
--Las partes deben ser idnticas, -avis mi padre.
El Capitn Orlov ech una ojeada al mar.
--Podemos hablar de eso ms tarde, cuando todos mis
suministros y equipo estn seguros en tierra.
La maana estaba en calma, y apenas si soplaba un ligero vientecillo,
pero habamos iniciado ya la estacin en que
cabe esperar se produzcan tormentas; as, que pronto comprend por qu le
corra tanta prisa al ruso refugiarse en
nuestra isla.
--Es mejor llegar a un acuerdo antes, -observ mi padre.
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El Capitn Orlov se alej un par de pasos de l, luego
se volvi y le mir derecho a los ojos.
--Una parte para vosotros, y dos para nosotros; me parece lo justo.
Nosotros somos los que haremos el trabajo,
y los que correremos los riesgos.
Mi padre movi negativamente la cabeza.
El ruso se rascaba la barba. Luego dijo:
--Puesto que el mar no es vuestro, por qu tendramos
que daros nada?
--El mar que rodea la Isla de los Delfines Azules es
nuestro, -contest mi padre. Hablaba muy tranquilo, demasiado quiz.
Seal
segura de su enfado.
--Desde aqu a la costa de Santa Brbara? Veinte leguas de mar?
--No. Tan slo el que rodea a la isla. La zona donde
vive la nutria...
El Capitn Orlov emiti ciertos sonidos con la garganta,
como una tos. Mir hacia los hombres de la tribu que estaban alineados al
borde del agua, y a los dems que haban
ido saliendo de entre las rocas. Luego contempl a mi padre,
y se encogi de hombros. Finalmente sonri, mostrando sus
largos dientes. Dijo:
--Las partes sern idnticas. La mitad para cada uno.
Algo ms pronunci, pero no pude orlo porque, justo en
aquel instante, la excitacin que me dominaba hizo que diera un golpe a
una
piedra, y sta cay en seguida retumbando
por el acantilado, y fue a parar a los pies del ruso. Todo el
mundo mir hacia arriba. Con silencio y precaucin me retir de entre los
arbustos, y luego empec a correr, sin parar hasta haber llegado a la
meseta donde estaban las mujeres
de la tribu.
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CAPTULO II
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El Capitn Orlov y sus cazadores aleutianos se trasladaron a tierra


aquella misma maana, haciendo numerosos
viajes entre el barco y la playa de la Caleta del Coral. Como
esa playa no era muy grande, y adems se inundaba casi por
completo al subir la marea, pidi permiso para acampar en
un nivel ms elevado. Mi padre accedi a ello.
Quiz debiera empezar explicando algo acerca de nuestra isla, para que
sepan los que me leen cmo es, dnde estaba el poblado, y en qu zona
acamparon los aleutianos
durante casi todo aquel verano.
Nuestra isla tiene dos leguas de largo y una de ancho. Si
uno se coloca en cualquiera de las colinas que se alzan en
el centro, tendra la impresin de que parece un pez. Como
un delfn que se hubiera echado de lado, con su cola apuntando a Levante
y
su morro a Poniente, en tanto que las
aletas las constituyen algunos arrecifes y bajos que estn
no lejos de la orilla. No s si la isla acab llamndose de
los Delfines Azules a causa de su contorno general, porque
alguien la bautiz as en los primeros das del mundo, cuando la Tierra
estaba en formacin y l se puso a contemplarla
desde las colinas, -no muy altas-, que hay en mitad de su
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territorio. Es posible. Por otro lado se da la circunstancia
de que en aguas cercanas a nuestra isla abundan los delfines, y quiz de
ah derive el nombre. En fin, sea como fuere,
la cuestin es que la llambamos como he dicho.
Lo primero que notaba uno en relacin con la isla, creo
yo, es el viento. Sopla por all casi cada da. A veces procedente del
Noroeste, en otras ocasiones del Este, de cuando
en cuando desde el Sur. Todos los vientos que azotan a nuestra isla
-excepto el del Sur-, son fuertes, y su accin ha
dado a las colinas un suave relieve. Tambin se debe al
viento que los rboles sean pequeos y retorcidos, aun en
el can que termina en la Caleta del Coral.
El poblado de Ghalas-at estaba al este de las colinas, sobre una
pequea
meseta, no lejos de la Caleta del Coral y
de una fuente pura. Alrededor de media legua ms al Norte
hay otro buen manantial, y all fue donde los aleutianos
plantaron sus tiendas. Estn hechas de pieles, y las colocan
tan a ras del suelo que los hombres han de entrar en ellas
arrastrndose sobre la boca del estmago. Al anochecer podamos ver el
resplandor de sus hogueras.
Aquella noche mi padre previno a todos los del poblado
de Ghalas-at para que no visitaran el campamento de los
cazadores extranjeros.
--Los aleutianos vienen de un pas muy lejano, hacia el
Norte, -les dijo-. Ni sus costumbres ni su lenguaje son
como los nuestros. Han venido a cazar nutrias y a compartir con nosotros
muchas mercancas que tienen, y que nosotros podremos usar. De esta
manera
algo saldremos ganando. Pero nada obtendremos ofrecindoles nuestro apoyo
y
amistad. Son gente que no entiende de amistades. No son
los mismos que vinieron ya antes a la isla, pero s pertenecen a la tribu
que caus tantas dificultades hace ya aos.
Las palabras de mi padre fueron obedecidas. No fuimos
al campamento de los aleutianos, y ellos tampoco se presentaron en
nuestro
poblado. Pero eso no quiere decir que ignorsemos lo que estaban haciendo
en la isla, cules eran
sus comidas, slo las guisaban, cuntas nutrias mataban
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cada da, y muchas otras cosas igualmente. Siempre haba
alguien de la tribu vigilando desde los acantilados cuando
cazaban, o desde un barranco cuando estaban en su campamento.
Ramo, por ejemplo, apareci trayndonos noticias del
Capitn Orlov.
--Por la maana, cuando sale a rastras de su tienda, se
sienta en una roca y empieza a peinarse la barba hasta dejrsela
reluciente
como el ala de un cormorn, -dijo mi
hermano.
Mi hermana Ulape, que tena dos aos ms que yo, era
la que recogi la novedad ms curiosa de todas. Juraba y
perjuraba que haba una chica aleutiana entre los cazadores
llegados a la isla.
--Se viste con pieles; igual que los hombres, -afirmaba
Ulape-. Pero lleva un gorro de piel, y por debajo de l le
sale un pelo espeso que le llega al pecho.
Nadie crey a Ulape. Todos acogieron con risas la idea
de que los cazadores se preocuparan de traer alguna de sus
mujeres consigo en aquel viaje.
Tambin los aleutianos vigilaban nuestro poblado. De
no ser as jams hubieran sabido la buena suerte que descendi sobre la
tribu poco despus de haber llegado ellos
a la isla.
Las cosas ocurrieron de este modo. A comienzos de primavera hay todava
poca pesca en aguas cercanas a nuestra
residencia. La revuelta mar invernal, y los vientos fuertes,
hacen que los peces desciendan hacia zonas ms profundas,
y all permanecen hasta que el tiempo se ha calmado. Durante esta
estacin
es muy difcil capturarlos. En invierno
la tribu come poco; principalmente se alimenta de semillas
recolectadas en el otoo, y guardadas para ms adelante.
La noticia de nuestra buena suerte la trajo una tarde tormentosa Ulape,
que nunca estaba quieta. Haba ido mi hermana a un arrecife situado en la
parte oriental de la isla,
con la esperanza de recoger mariscos. Estaba trepando por
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un acantilado, ya de vuelta a casa, cuando oy un sonoro
ruido a espaldas suyas.
Al principio Ulape no vea cul pudiera ser la causa de
aquel ruido. Pens que sera el viento resonando en las cuevas de dicha
zona, y estaba a punto de irse cuando not unas
sombras plateadas en el fondo de la caleta.
Las sombras se movan, y entonces comprendi que se
trataba de unas cuantas lubinas, cada una de ellas tan grande como la
propia Ulape. Perseguidas por ballenas blancas,
que se lanzan sobre dichos animales cuando no hay en las
cercanas focas o lobos marinos, las lubinas haban intentado escapar
nadando hacia la orilla. Pero llenas de terror
como estaban, no se dieron cuenta de la verdadera profundidad del agua, y
quedaron atrapadas en el roquizo arrecife.
Ulape dej caer su cesto lleno de mariscos y sali corriendo hacia el
poblado, llegando tan falta de aliento que
nicamente poda gesticular, sin decir palabra, sealando
en direccin a la orilla.
Las mujeres preparaban a la sazn la cena, pero todas
abandonaron sus quehaceres y fueron a reunirse en torno a
mi hermana, esperando que hablase.
--Una porcin de lubinas, -pudo decir al cabo.
--Dnde? Dnde? -pregunt impaciente todo el
mundo.
--All; sobre las rocas. Una docena de ellas. Puede
que ms.
Antes de que Ulape hubiera terminado de expresarse
ya estbamos corriendo hacia la orilla, esperando poder llegar a tiempo
antes de que las lubinas hubieran vuelto al
mar dando coletazos, o bien una ola repentina las hubiese
arrastrado de nuevo al ocano.
Alcanzamos el borde del acantilado y miramos hacia abajo. La bandada de
lubinas se encontraba donde la viera mi
hermana, relumbrando al sol. Pero como la marea estaba
alta, y ya empezaban las primeras olas a lamer el fondo
donde estaban prisioneros los peces, no tenamos tiempo
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que perder. Una a una las llevamos fuera del alcance de la
marea. Luego, transportando un par de mujeres cada lubina, porque todas
eran del mismo tamao, enormes y muy
pesadas, las subimos hasta lo alto del faralln, y finalmente al poblado.
Con aquel alimento cenaron todos los de la tribu aquella
noche y la siguiente, pero al otro da, bien de maana, aparecieron dos
aleutianos en la aldea y pidieron hablar con
mi padre.
--Tenis pescado, -afirm uno de los aleutianos.
--Slo el suficiente para mi pueblo, -contest mi padre.
--Vosotros habis capturado catorce peces, -concret el
visitante.
--Solamente nos quedan siete. Ya comimos el resto.
--De los siete podis cedernos un par.
--Vosotros sois cuarenta en vuestro campamento, -le
contest mi padre-, y en conjunto ms que mi tribu. Adems, tenis
pescado:
trajisteis pescado seco para vuestro
consumo.
--Nos cansamos de comerlo siempre seco, -dijo el aleutiano.
Era un hombre de corta talla, que apenas llegaba a los
hombros de mi padre, y con unos ojos como piedrecitas negras. Tena la
boca
como el filo de un cuchillo de piedra. El
otro aleutiano se le pareca bastante.
--Sois cazadores, -dijo mi padre-. Id pues a capturar
la caza, a pescar vuestro pescado fresco si os cansis del que
tenis. A m slo me toca preocuparme de mi gente.
--Le diremos al Capitn Orlov que no quieres compartir
tu pescado.
--S, podis decrselo, -propuso mi padre-. Pero tambin debis
contarle
por qu razones lo hago.
El aleutiano murmur algo a su camarada y ambos empezaron a caminar con
sus piernas cortas y robustas, atravesando la zona de dunas arenosas que
separaba nuestro poblado de su campamento.
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En mi tribu consumimos el resto de la captura aquella
noche, y hubo mucha fiesta y regocijo con el banquete. No
sabamos, cuando cantbamos y engullamos las lubinas, y
los viejos del poblado relataban junto al fuego historias
pasadas, que pronto iba a traer mala suerte a la aldea de
Ghalas-at nuestra gran captura afortunada.
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CAPTULO III
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Los grandes bancos de algas que rodean a nuestra isla


por tres lados llegan muy cerca de la orilla, y por el
lado opuesto se internan bastante en el mar. En esos profundos bancos,
aun
en das de fortsimo viento, cazaban siempre los aleutianos. Abandonaban
la
orilla al amanecer, bogando en sus canoas de piel, y nunca volvan antes
de
caer
la noche, llevando a remolque, de la popa de sus embarcaciones, todas las
nutrias cazadas ese da.
La nutria marina se parece cuando est nadando a la
foca o al lobo marino, pero en realidad es muy diferente.
Tiene un morro ms chato que la foca, extremidades con dedos unidos por
una
membrana en vez de unas aletas continuas; y su piel es ms espesa y de
mucho mayor belleza.
La nutria gusta de tenderse sobre la espalda en los bancos
de algas, flotando arriba y abajo al comps del movimiento
del oleaje, tomando el sol o durmiendo. Son los animales
marinos ms juguetones que existen.
Esas criaturas eran las que los aleutianos cazaban para
obtener sus hermosas pieles.
Desde el acantilado poda verles yendo activamente de
aqu para all, recorriendo con incesante movimiento los
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bancos de algas, casi a ras del agua, y sus largos venablos
lanzados como flechas contra las nutrias. Al obscurecer
los cazadores traan su presa a la Caleta del Coral, y en la
misma playa desollaban a los animales, descarnando luego
su esqueleto. Dos hombres, encargados tambin de afilar sus
venablos, se dedicaban a dicha tarea hasta altas horas de la
noche, laborando afanosos a la luz de unas hogueras de algas secas. A la
maana siguiente la playa estaba sembrada
de restos, y el oleaje tinto en sangre.
Muchos miembros de nuestra tribu se asomaban cada
noche al faralln para contar el nmero de capturas de esa
jornada. Tomaban nota mentalmente del nmero de nutrias
muertas, y se regocijaban pensando en la cantidad de cuentas de cristal y
otras cosas que cada piel supona para ellos.
Pero por mi parte nunca me llegu hasta la cala, y siempre
que vea a los cazadores bogando a ras del agua, lanzando
aqu y all sus dardos, me senta enfurecida. Las nutrias
eran amigas mas. Resultaba divertidsimo verlas jugando o
retozando unas con otras en su sitio favorito: el banco de
algas. A m, al menos, me gustaba ms contemplar esa escena que pensar en
collares de cuentas para mi cuello.
Una maana habl del asunto con mi padre:
--Apenas quedan una docena de nutrias en los bancos de
algas que hay alrededor de la Caleta del Coral. En cambio,
antes de que los aleutianos llegaran aqu haba muchas.
--Tambin quedan an en otros puntos de la costa, -me
replic sonriendo ante mi infantil observacin-. Cuando
los cazadores se marchen, volvern las nutrias.
--Para entonces no quedar ninguna. Ya habrn acabado con ellas los
cazadores. Esta maana han ido hacia el
Sur. Despus irn cambiando de sitio sin parar.
--Tienen el barco lleno de pieles. Dentro de una semana,
los aleutianos tendrn que marcharse.
Estaba segura de que mi padre as lo estimaba, porque
dos das antes haba mandado a algunos miembros jvenes
de la tribu a construir una canoa con un gran madero que
las olas haban arrojado a la playa.
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En nuestra isla no hay ms rboles que esos pequeos
y retorcidos que antes dije, castigados permanentemente
por el viento. Cuando algn madero, arrastrado por las corrientes,
apareca
en las playas, siempre lo llevbamos al
poblado y lo vacibamos para hacer una canoa; no fuera
que dejndolo en la arena el mar volviera a llevrselo.
Que los hombres trabajaran en el madero all mismo, en la
cala, y durmieran junto a l por la noche, significaba sencillamente que
deban vigilar a los aleutianos, para dar la
alarma en caso de que el Capitn Orlov intentara hacerse a
la vela de pronto, a fin de no pagarnos las nutrias capturadas.
Todo el mundo tema que lo hiciera, as que, aparte de
los miembros de la tribu que estaban en la caleta, otros se
encargaban de vigilar directamente el campamento mismo
de los aleutianos.
Cada hora llegaba alguien trayendo noticias. Ulape nos
dijo que la mujer aleutiana se pas toda una tarde limpiando sus faldas
de
piel, cosa que no hiciera desde la llegada a
la isla. Una maana muy temprano Ramo comunic que
acababa de ver al Capitn Orlov peinndose con todo esmero la barba, lo
mismo que cuando arrib por vez primera.
Los aleutianos encargados de afilar los venablos para la caza
dejaron aquella tarea para consagrarse exclusivamente a la
de desollar las nutrias que sus camaradas traan invariablemente al
anochecer.
En el poblado de Ghalas-at sabamos bien que el Capitn
Orlov y sus cazadores estaban preparndose para abandonar
la isla. Pensaran pagarnos las nutrias muertas, o, por el
contrario, imaginaban podernos burlar escapando a favor
de la noche? Acaso tendran que luchar nuestros guerreros
para obtener una justa participacin en las capturas habidas?
sas eran las preguntas que todo el mundo se haca mientras los
aleutianos se dedicaban a ultimar sus preparativos.
Todos hablaban de lo mismo. Excepto mi padre, que nada
deca, pero que cada noche trabajaba en la nueva lanza que
estaba preparando.
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CAPTULO IV
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Los aleutianos partieron un da nublado. Procedentes del


Norte unas olas muy grandes asaltaban las costas de la
isla. Se estrellaban contra las rocas de los arrecifes, y tronaban en el
interior de las cuevas cercanas al mar, llenndolo
25
todo de surtidores de blanca espuma. Era evidente que
antes de la noche estallara una tormenta.
Poco despus de amanecer los aleutianos desmontaron
sus tiendas y bajaron con ellas hasta la playa de la Caleta
del Coral.
El Capitn Orlov no le haba pagado a mi padre las nutrias muertas
por
sus hombres. Cuando llegaron al poblado
noticias de que los cazadores haban desmontado sus tiendas, toda la
tribu
en bloque abandon el poblado y sali corriendo hacia la cala donde
embarcaran. Los hombres, arma
en mano, iban en cabeza, seguidos de las mujeres. Los guerreros de la
tribu
tomaron el sendero que descenda dando
vueltas hasta la playa, pero las mujeres por su parte se escondieron
entre
los arbustos del acantilado que la dominaba.
Ulape y yo fuimos juntas hasta el extremo del arrecife en el que me
haba escondido antes de llegar los cazadores.
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La marea estaba baja y las rocas, as como la estrecha
zona playera, aparecan casi llenas de fardos de pieles de nutria. La
mitad
de los cazadores estaban en el buque. El resto
vadeaba con el agua hasta la cintura, cargados con bultos,
arrojndolos luego en la canoa que esperaba. Los aleutianos
rean y bromeaban sin dejar de trabajar, contentos al parecer de
abandonar
la isla.
Mi padre estaba hablando con el Capitn Orlov. No poda or su
conversacin a causa del ruido que hacan los cazadores, pero a juzgar
por
los movimientos de cabeza de mi
padre, saba que no estaba contento.
--Est furioso, -susurr Ulape.
--No, todava no, -le dije-. Cuando est enfadado de
veras suele tirarse de la oreja.
Los hombres que acarreaban fardos hasta la canoa haban dejado de
trabajar y contemplaban en silencio a mi
padre y al Capitn Orlov. Los guerreros de nuestra tribu
estaban tensos, al extremo del sendero que abocaba a la
caleta.
La canoa parti en direccin al navo repleta de pieles.
Cuando llegaba al barco, el Capitn Orlov alz el brazo desde la playa e
hizo una seal. Al regresar de nuevo la canoa
a la playa traa un cofre negro que dos de los cazadores depositaron
sobre
la arena.
El Capitn Orlov levant la tapa del cofre y extrajo varios collares.
Haba escasa luz ambiente, pero aun as las
cuentas centelleaban conforme las iba moviendo hacia uno
y otro lado. Junto a m Ulape contena el aliento embargada por la
excitacin, y podamos or los gritos de placer de
las mujeres de la tribu que se hallaban escondidas entre los
matorrales.
Pero aquellos gritos de entusiasmo cesaron como por ensalmo cuando mi
padre mene la cabeza y volvi la espalda
al cofre. Los aleutianos permanecan silenciosos. Nuestros
hombres abandonaron su guardia al final del sendero, y empezaron a
avanzar
unos cuantos pasos, esperando sin duda la seal de mi padre.
27
--Una vuelta de cuentas de cristal por cada piel de nutria no es lo que
habamos convenido, -dijo mi padre.
--Una vuelta, y una punta de hierro para fabricar una
lanza, -concret el Capitn Orlov levantando los dedos en
el aire.
--El cofre no contiene todo eso, -repuso mi padre.
--Pero es que hay ms cofres en el barco, -explic
el ruso.
--Pues entonces trelos a la playa. Tenis ya vosotros
en el buque ciento cinco fardos de pieles, y quince ms
aqu, en la caleta. Necesitar otros tres cofres del mismo
tamao.
El Capitn Orlov dijo algo a sus aleutianos que yo no
pude entender, pero pronto qued aclarada la significacin
de sus rdenes. Haba muchos cazadores en la caleta, y en
el momento en que se lo mand comenzaron a llevar aprisa ms y ms fardos
hasta la canoa.
Junto a m, Ulape estaba casi sin respiracin.
--Crees que nos darn los dems cofres? -susurr a
mi odo.
--No confo en esa gente.
--Cuando tengan toda la carga en el buque intentarn
escapar.
--Posiblemente.
Los cazadores aleutianos tenan que pasar junto a mi
padre para llegar a la canoa, y cuando el primero de ellos
se le acerc, mi padre se cruz en su camino.
--El resto de los fardos tiene que quedarse aqu -dijo,
mirando de frente al Capitn Orlov-, hasta que los cofres
estn en la playa.
El ruso se enderez secamente y seal con la mano las
nubes que galopaban por el espacio en direccin a la isla.
--Pienso cargar antes de que llegue la tormenta, -avis.
--Pues entonces dame los otros cofres, y yo te ayudar
con nuestras canoas, -contest mi padre.
El Capitn Orlov qued silencioso. Su vista recorri despacio toda la
caleta. Mir a nuestros hombres que estaban
28
de pie sobre una roca a una docena de pasos. Luego dirigi
la mirada hacia los farallones, y de nuevo se fij en mi padre. Despus
habl con sus aleutianos.
En realidad no s lo que ocurri primero, si fue mi padre
quien atac al cazador cuyo camino cerraba vigilante, o bien
si este hombre, -que llevaba un fardo de pieles a la espalda-, dio un
empelln a mi padre echndolo bruscamente a
un lado. Todo sucedi tan aprisa que no podra asegurar una
u otra cosa. Pero cuando me levant de un salto, Ulape chill, y sonaron
otros gritos por todo el acantilado, vimos un
cuerpo que yaca sobre las rocas. Era el de mi padre, quien
tena el rostro ensangrentado. Con cierta lentitud acab irguindose.
Con sus lanzas amenazadoramente empuadas nuestros
hombres corrieron, atravesando el arrecife para enfrentarse
con sus adversarios. En aquel instante apareci una nubecilla blanca en
un
costado del barco. Un fuerte ruido origin
gran eco en los farallones. Cinco de nuestros guerreros cayeron,
permaneciendo luego inmviles.
Ulape volvi a proferir un alarido, y lanz un pedazo de
roca en direccin a la caleta. El proyectil cay junto al Capitn Orlov
sin
hacerle dao alguno. Empezaban a llover
piedras en la cala, procedentes de diversos puntos a lo largo
del acantilado, y varias de ellas hicieron blanco en los cazadores
aleutianos. Nuestros guerreros trabaron entonces
combate con ellos, y ya fue muy difcil distinguir los cuerpos de unos y
de
los otros.
Ulape y yo nos quedamos asomadas al vaco, contemplando con
desesperacin
la lucha, pero sin tirar ms piedras porque temamos herir a nuestros
propios guerreros.
Los aleutianos abandonaron sus fardos de pieles sobre la
arena, y sacaron de la funda sus cuchillos. La lnea que formaban los
combatientes de cada bando se prolongaba a lo
largo de la playa. Caan algunos hombres sobre la arena,
para volver a levantarse y pelear con ms encarnizamiento.
Otros, en cambio, se derrumbaban para no levantarse ms.
Mi padre estaba entre los ltimos.
29
Durante bastante tiempo tuvimos la impresin de que
bamos a acabar ganando el combate, pero el Capitn Orlov,
que sali remando en direccin a su buque al empezar la
batalla, regresaba ya con ms aleutianos.
Nuestros hombres fueron retrocediendo, sin dejar de luchar con la
espalda
hacia el acantilado. Quedaban ya pocos,
y sin embargo combatan sin ceder apenas terreno.
Empez a soplar un fuerte viento. De pronto el Capitn
Orlov y sus hombres dieron media vuelta y emprendieron
veloz carrera hacia la canoa. Los nuestros no les persiguieron. Una vez
llegados al barco los cazadores, se izaron las
velas y el navo avanz despacio entre los dos peascos que
protegen el acceso a la caleta.
Antes de desaparecer el buque pudo observarse una nubecilla de humo en
el
puente. Bajbamos Ulape y yo corriendo hacia la playa cuando un
chirriante
sonido, -como
el de un pjaro volando velozmente-, zumb por encima de
nuestras cabezas.
La tormenta estall en aquel momento, azotando la lluvia nuestros
rostros. En seguida aparecieron otras mujeres
corriendo junto a nosotras dos, y sus gritos dominaban el
fragor del viento. Al final del sendero nos tropezamos con
los guerreros de la tribu. Muchos eran los que haban combatido en la
playa; pocos cedieron terreno ante el empuje
de sus adversarios, y los que lo hicieron fue por hallarse
heridos.
Mi padre yaca sobre la arena. Empezaban a pasarle las
olas por encima. Contemplando su cuerpo me di cuenta de
que nunca debi comunicarle al Capitn Orlov su nombre
secreto. De vuelta en el poblado todas las mujeres, -baadas en llanto-,
y
los hombres, -con la tristeza reflejada en
el rostro-, se mostraron de acuerdo en que dicho error
acab debilitndolo, hasta hacer que perdiera la vida en la
lucha contra el ladrn ruso y sus cazadores aleutianos.
__________________________
30

CAPTULO V
__________________________

Aquella noche fue la ms espantosa de que hubiera memoria en


Ghalas-at. Cuando amaneci el da fatdico
la tribu contaba cuarenta y dos varones, incluyndose en la
lista los que eran demasiado viejos para luchar. Al llegar la
noche, y una vez que las mujeres hubieron transportado a
la aldea los muertos en el combate de la Caleta del Coral,
slo quedaban quince hombres. De ellos, siete eran muy
viejos.
No haba en el poblado una mujer que no llorase la prdida de un padre
o
de un esposo, de un hermano o de
un hijo.
La tormenta dur dos das completos. Al empezar el tercero enterramos
nuestros muertos en el promontorio que
haba al sur de la isla. Tambin retiramos los cuerpos de los
aleutianos que haban cado en la playa, y los quemamos.
Durante muchos das el pueblo estuvo quieto. La gente
sala de sus cabaas para buscar comida y regresaba para
ingerirla en silencio. Algunos opinaban que lo mejor era
tomar nuestras canoas y trasladarnos a la isla de Santa Catalina, que
queda
a respetable distancia de la nuestra en
direccin Este, pero otros afirmaban que all escaseaba el
31
agua. Por ltimo, celebramos una reunin, y como resultado
de la misma se decidi permanecer en Ghalas-at.
En aquel consejo escogimos tambin un nuevo Jefe que
sustituyera a mi padre. Se llamaba Kimki. Era ya bastante
viejo, pero en su juventud fue un excelente cazador, y siempre una buena
persona.
La noche en que lo elegimos para Jefe nos reuni a todos
y dijo:
--La mayora de los que ayudaban poniendo trampas
para la caza y buscando peces en las aguas profundas, o
construyendo canoas, han desaparecido. Las mujeres, de
quienes nunca solicitamos otra cosa sino que permanecieran
en la casa, guisaran, tejieran nuestros vestidos, deben ocupar ahora el
puesto de los hombres y enfrentarse con los peligros que abundan en toda
la
isla. S que habr quienes
protesten por todo ello en esta comunidad de Ghalas-at.
Tambin calculo que alguno querr eludir sus obligaciones.
A estos ltimos los castigaremos, porque sin la ayuda de
todos nuestra tribu morir.
Kimki reparti el trabajo de cada uno de los miembros
que quedbamos con vida en la comunidad. A Ulape y a m
nos encomend la tarea de recoger abalones 1. Estos moluscos crecen en
las rocas de los arrecifes y su abundancia era
extrema alrededor de toda la isla. Salamos a por ellos cuando la marea
estaba baja. Llenbamos cestos y cestos de los
mismos, transportndolos luego a la meseta central, y una
vez all los abramos, extrayendo
0
------------
1 Nombre californiano tradicional de un molusco tipo mejilln, pero
mucho ms grande. Nota del traductor.
0
su carne de color rojo obscuro, y ponindola sobre piedras llanas para
que
se secara al sol.
Ramo por su parte deba procurar que las gaviotas no
se alimentaran con las capturas de moluscos hechas por
Ulape y por m. Tambin tena que encargarse de alejar de
los abalones a los perros salvajes. Docenas de nuestros canes, -que
abandonaron el poblado al morir sus dueos-, iban ahora en manada con
otros
ejemplares que nunca conocieron
32
amo, merodeando por todos los rincones de la isla.
Pronto resultaron ser unos y otros igualmente feroces, y si
se acercaban a la aldea era tan slo en busca de comida.
Cada jornada, al caer la tarde, Ulape y yo ayudbamos a
Ramo a colocar los abalones en grandes cestos, dejndolos
despus a salvo en el poblado.
Otras mujeres se dedicaban a recoger una especie de
manzanas de color escarlata, que crecen en los cactos y que
se llaman tunas. No se descuidaba tampoco la pesca, y
muchos eran los pjaros que se capturaban a la sazn con
redes, etc. En realidad las mujeres trabajaron con tanto
ahnco que las cosas nos iban mejor ahora. Mejor, en todo
caso, respecto a la alimentacin, de la poca en que se encargaban de
cazar
slo los hombres.
La vida en el poblado deba haber sido pacfica, tranquila, pero no
ocurra tal cosa. Los hombres opinaban que las
mujeres se encargaban de unas tareas que les correspondan por la ley de
la
tribu, y se quejaban de que, una vez
convertidas en cazadoras, las mujeres les respetaban menos.
Hubo muchos comentarios y dificultades en torno al tema,
hasta que Kimki decret que el trabajo volvera a dividirse
de nuevo: o sea, que los hombres cazaran, y las mujeres recogeran lo
necesario para poder comer. Puesto que ya disponamos de suficientes
vveres para pasar el invierno, no
era cuestin primordial la de saber quin saldra de caza.
De todas maneras no fue por eso por lo que el otoo y el
invierno resultaron intranquilos y tristes en Ghalas-at. Los
muertos de la Caleta del Coral estaban an con nosotros.
Por dondequiera que anduvisemos en la isla, en el mar; lo
mismo cuando pescbamos que cuando comamos, y aun al
sentarnos junto al fuego por la noche, nuestros difuntos nos
rodeaban. Todos tenamos alguien que llorar. Me acordaba de mi padre, tan
alto y fuerte, tan bueno. Haca ya
algunos aos que mi madre muriera, y desde entonces Ulape y yo estuvimos
intentando hacer lo que ella ya no poda
ejecutar en beneficio de la familia. Ulape con mayores posibilidades que
yo, por ser de ms edad. Ahora, tambin mi
33
padre se haba ido de este mundo. Y no era fcil cuidar de
Ramo, que siempre estaba metido en algn lo.
Lo mismo que nos ocurra a mis hermanos y a m estaba
pasando en otros hogares de Ghalas-at; pero, lo repito, ms
que las cargas y trabajos que sobre todos recaan en las nuevas
circunstancias, nos angustiaba la memoria de quienes
ya no volveran nunca a nuestro lado.
Una vez almacenados los alimentos precisos para pasar
el invierno, -y ahora cada cabaa estaba repleta de todo lo
necesario-, an tenamos ms tiempo para pensar sobre
nuestros muertos. Al cabo una especie de estupor general
se extendi por todo el pueblo. La gente permaneca horas
enteras sentada, sin hablar ni rer.
Al llegar la primavera, Kimki convoc una reunin de
la tribu. Nos dijo que haba estado pensando durante todo el
invierno. Finalmente decidi que se embarcara en una canoa, y, navegando
hacia el Este, pensaba arribar a una tierra en la que ya estuvo una vez
siendo muchacho. Estaba a
varias jornadas de viaje por el mar, pero intentara llegar
hasta all y buscar un sitio para todos. Hara el viaje en
solitario porque no poda, -dada la necesidad que de su
ayuda tenamos los supervivientes de la tribu-, llevarse a
ninguno de los hombres que quedaban para que le acompaaran. Prometi
volver.
El da que Kimki se march era una clara jornada. Nos
reunimos todos en la caleta para verlo salir con su gran canoa. Llevaba
dos
recipientes llenos de agua, y el suficiente
pescado seco para alimentarse durante muchos das.
Observamos todos atentamente a Kimki mientras ste
remaba a travs de los peascos de la entrada a la cala. Poco
a poco fue cruzando entre los bancos de algas, hasta llegar
al mar abierto. Una vez all se volvi hacia nosotros moviendo los brazos
en seal de despedida. Contestamos del
mismo modo a sus saludos. El sol, que empezaba apenas a
levantarse en el cielo, trazaba un rastro de plata sobre las
aguas. Nuestro Jefe desapareci siguindolo en la lejana.
Durante toda la jornada hablamos animadamente del
34
viaje. Llegara Kimki a aquel lejano pas del que nada conocamos los de
la tribu? Regresara antes de terminar el
invierno? Corramos el riesgo de no volverlo a ver?
Aquella noche nos sentamos en torno al fuego, y estuvimos charlando
mientras soplaba el viento y las olas se estrellaban rtmicamente contra
la
orilla.
Transcurrida la primera luna desde la marcha de Kimki
empezamos a vigilar su retorno. Cada da alguien se apostaba de manera
que
pudiera vigilar incansablemente el mar;
incluso cuando haba tormentas, o la niebla rodeaba nuestra isla. Todas
las
noches nos sentbamos alrededor del fuego, preguntndonos si el siguiente
sol nos traera a Kimki
de vuelta a casa.
Pero la primavera vino y se fue, y el mar segua vaco.
Kimki no volva! Aquel invierno hubo unas cuantas tormentas, y la lluvia
fue suave, terminando antes de lo acostumbrado. Ello significaba que
debamos tener cuidado con
el consumo del agua. En los viejos tiempos los manantiales
perdan caudal en ocasiones, y nadie se preocup demasiado
por una cosa as, pero ahora todo era motivo de alarma.
Hubo muchos que llegaron a temer que murisemos de sed.
--Otras cosas hay ms importantes que esa preocupacin, -dijo Matasaip,
quien haba ocupado el puesto de
Kimki como Jefe de la tribu.
Matasaip hablaba de los aleutianos, porque se acercaba
la poca del ao en que, como en veces anteriores, solan
acercarse por la isla. Pusimos vigas que inspeccionaban el
mar desde los acantilados en busca de velas rojas. Se celebr tambin un
consejo abierto para discutir el asunto, los
planes a ejecutar por si aparecan de nuevo los aleutianos.
Carecamos de los guerreros precisos para impedirles desembarcar, o para
poder salvar la vida si decidan atacarnos, lo
cual era ms que probable. En definitiva se decidi huir tan
pronto como fuera avistada su embarcacin.
Se almacen agua y algunos alimentos en canoas que
quedaron ocultas entre las rocas del extremo Sur de la isla.
Los acantilados de aquella parte eran muy altos y cortados
35
casi a pico, pero tejimos una fuerte cuerda de algas secas y
la aseguramos al extremo superior de los mismos para que
cayera colgando hasta el agua. Tan pronto como se diera la
alarma respecto al barco de los aleutianos, iramos todos al
faralln y nos dejaramos caer cuerda abajo, uno a uno.
A continuacin saldramos remando en nuestras canoas
rumbo a la isla de Santa Catalina.
Aunque la entrada a la Caleta del Coral era demasiado
estrecha para que pudiera usarla un barco en la oscuridad
de la noche, se colocaron centinelas en las inmediaciones a
fin de cubrir turnos de guardia desde el anochecer hasta la
aurora, aparte de los dispuestos por el da.
Poco tiempo despus, una noche de luna llena, vino un
hombre corriendo hasta el poblado. Estbamos todos dormidos, pero sus
gritos nos despertaron rpidamente.
--Los aleutianos! -chillaba desaforadamente-. Los
aleutianos!
Era lo que esperbamos, y estaba todo dispuesto para hacer frente a la
situacin, aun cuando tenamos mucho miedo
en el poblado de Ghalas-at. Matasaip fue de cabaa en cabaa recomendando
calma, y advirtindonos que no preparsemos para la huida cosas que luego
no bamos a necesitar. Por mi parte cog la falda de fibra de yuca,
porque
en
fin de cuentas haba pasado muchos das trabajando en ella.
Tambin quera llevarme mi capa de nutria marina.
Poco a poco y en silencio fuimos saliendo de la aldea,
siguiendo el sendero que lleva hacia el sitio en que tenamos
escondidas las canoas. La luna empezaba a ocultarse, y veamos un dbil
resplandor hacia Oriente. Empez a soplar un
fuerte viento.
No habramos recorrido an media legua cuando nos alcanz el hombre que
trajo la mala noticia. Estuvo hablando
con Matasaip, mientras los dems nos congregbamos en
torno a ambos.
--Fui a la cala despus de haber dado la alarma, -deca-. Cuando llegu
all pude ver el barco con detalle.
Est al otro lado de las rocas que guardan la entrada a la
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baha. Es una embarcacin ms pequea que la de los aleutianos, y en vez
de
rojas sus velas son blancas.
--Pudiste ver a alguien? -pregunt Matasaip.
--A nadie.
--No es, entonces, el mismo barco que vino la ltima
primavera?
--No.
Matasaip estaba silencioso, pensando sobre todo aquello
que le haba dicho el viga. Luego nos dijo que siguiramos
adelante hasta llegar a las canoas, mientras l volva atrs
para reconocer el terreno. Nosotros debamos esperarle en
las canoas. Se haba hecho de da, y recorrimos apresuradamente la cadena
de dunas hasta llegar al acantilado. Una
vez all estuvimos contemplando la salida del sol.
El viento era cada vez ms fro. Sin embargo, temiendo
que los del buque pudieran ver el humo, no nos atrevimos
a encender ninguna fogata, aunque llevbamos comida para
guisarla como desayuno. En vez de esto esta vez comimos un
poco de carne de abalone seca, y luego mi hermano Ramo
trep hasta lo alto del faralln. Nadie haba descendido al
otro lado desde que se ocultaron all las canoas; as, que no
estbamos seguros de si se encontraban a salvo o no.
Mientras mi hermano iba a comprobarlo vimos a un
hombre que corra por las dunas. Era Nanko, con un mensaje de Matasaip.
Sudaba copiosamente a pesar del fresco de
la maana, y trat de recuperar aprisa el aliento cuando
estuvo a nuestra altura. Esperbamos todos orle hablar,
pero de todos modos su rostro irradiaba felicidad, y sabamos que traa
buenas noticias.
--Habla!! -le dijimos a coro.
--He... he estado... corriendo durante ms de una legua... -repuso-,
y...
y... no puedo... hablar.
--Pues lo ests haciendo! -dijo alguien.
--Habla! Habla, Nanko! -el clamor era general.
Nanko se diverta tomndonos el pelo. Sac el pecho,
abombndolo, y realiz una profunda inspiracin. Luego
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empez a mirar a todos, girando la cabeza, como si no entendiera por qu
le
contemplbamos ansiosamente.
--El barco, -dijo al cabo hablando muy despacio-, no
es de nuestros enemigos los aleutianos. Es una embarcacin
del hombre blanco, y sus tripulantes han llegado a ese sitio
al que fue Kimki cuando sali de nuestra isla.
--Ha regresado Kimki con ellos? -pregunt con gran
inters un anciano de la tribu.
--No, pero l fue quien vio a los hombres blancos y les
dijo que vinieran aqu.
--Qu aspecto tienen? -pregunt Ulape.
--Hay chicos en el barco? -quera saber Ramo, quien
haba vuelto con la boca llena de algo.
Todos hablaban a la vez y la confusin era tremenda.
Nanko procur adoptar una expresin seria y concentrada, lo cual le
resultaba muy difcil porque su boca recibi
un corte en la batalla con los aleutianos, y desde entonces
siempre pareca estar sonriendo. Levant la mano pidindonos que
guardramos silencio.
--El barco ha venido por una razn, -nos comunic solemne-. Para
sacarnos
a todos de Ghalas-at.
--Y dnde nos llevarn? -pregunt yo.
Era ya una buena noticia que la embarcacin no perteneciera a los
aleutianos; pero, dnde querra el hombre
blanco que furamos?
--No s adnde, pero Kimki s est enterado, y ha sido
l quien pidi a los blancos que nos llevaran consigo.
Sin decir una palabra ms Nanko dio media vuelta y
se puso en marcha. Todos le seguimos. Tenamos cierto temor acerca de
cul
pudiera ser nuestro futuro, pero ramos,
al mismo tiempo, muy felices.
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CAPTULO VI
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No habamos cogido nada para llevrnoslo cuando pensamos que


tenamos
que huir; as, que la excitacin y algazara eran notables al preparar
ahora
nuestra marcha pacfica. Nanko iba y vena por fuera de las cabaas,
incitndonos a apresurarnos.
--El viento se va haciendo fuerte, -chillaba-. El barco
se ir sin vosotros.
Llen dos cestas con las cosas que quera llevarme. Tres
finas agujas de hueso de ballena, un punzn para abrir agujeros, un buen
cuchillo de piedra para desollar, dos cazuelas
de barro, y una cajita hecha de concha con muchos pendientes dentro de la
misma.
Ulape tena dos cajitas llenas de pendientes, -siempre
haba sido mucho ms presumida que yo-, y una vez las
hubo colocado en los cestos con todo lo dems que quera
llevarse, se hizo una delgada marca con piedra blanda azul
desde una mejilla al extremo de la otra, pasando por encima de la nariz.
La
marca mostraba que Ulape no tena
marido.
--Que se va el barco! -grit Nanko.
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--Si se marcha, -le contest Ulape chillando tambin-, ya volver
cuando haya pasado la tormenta.
Mi hermana estaba enamorada de Nanko, pero le gustaba rerse de l.
--Vendrn otros hombres a la isla, -le deca-. Y sern
mucho ms guapos y ms valientes que los que se marchan.
--Pero vosotras sois tan feas que les entrar miedo, y
en seguida se irn otra vez.
El viento soplaba a rfagas, fuerte pero discontinuo,
cuando bamos abandonando el poblado. Los ramalazos de
viento nos llenaban la cara de arena. Ramo iba haciendo cabriolas al
frente
de la expedicin, portando una de nuestras
cestas, pero antes de que hubiera pasado mucho tiempo regres a toda
velocidad diciendo que se haba olvidado de su
venablo. Nanko estaba de pie sobre el acantilado, hacindonos gestos para
que furamos an ms aprisa, as es que,
sujetando a mi hermano, le imped que volviera a la aldea
segn su deseo.
El barco estaba anclado fuera de la caleta, y Nanko nos
advirti que no poda aproximarse ms a la orilla, por temor al dao que
pudieran causarle si lo haca las altas olas
de aquel momento. Rompan contra el arrecife y los acantilados con el
sonido del trueno. Hasta donde alcanzaba la vista la lnea de la orilla
herva de espuma.
Haba dos botes en la playa de la cala. Junto a ellos permanecan
cuatro
hombres blancos, y conforme bamos descendiendo por el senderillo que
conduca a la arena uno de
esos blancos nos hizo seas de que acelersemos la marcha.
Nos hablaba en una lengua que nadie entenda.
Todos los hombres de la tribu, excepto Nanko y el Jefe
Matasaip, estaban ya a bordo del navo. Mi hermano Ramo
ya haba subido tambin, nos inform Nanko. Yo lo haba
visto correr otra vez a ponerse delante de la expedicin,
cuando le prohib que regresara al poblado en busca de su
lanza. Nanko dijo que haba ido en el primer bote que sali
de la caleta.
Matasaip dividi a las mujeres en dos grupos. Luego empujaron
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los botes hasta hacerlos entrar en el agua, y mientras estaban subiendo y
bajando sin cesar fuimos ocupndolos lo mejor que podamos.
La caleta estaba en parte protegida del fuerte viento,
pero tan pronto como iniciamos el paso entre las dos grandes rocas que
guardaban la entrada, y nos lanzamos al mar
abierto, unas olas gigantescas se desplomaron sobre nosotros. Hubo unos
momentos de gran confusin. La espuma
del desenfrenado oleaje nos baaba por entero. El bote en
que yo viajaba picaba hacia el fondo con tal violencia que
en un momento dado podamos ver el barco que nos esperaba, y al instante
siguiente ya haba desaparecido. Sin embargo, logramos llegar hasta su
costado, y con mltiples apuros nos fuimos izando hasta el puente.
El barco era grande, como varias de nuestras canoas. Tena dos altos
mstiles, y entre ambos estaba de pie un joven
de ojos azules y negra barba. Era el que mandaba a los blancos, al
parecer,
pues empez a dar gritos y todos le obedecan rpidamente. Se izaron las
velas, y dos de los hombres
empezaron a tirar de la cadena que sujetaba el ancla.
Llam a mi hermano sabiendo que era un chico muy curioso, y por tanto
lo
ms normal es que estuviera mezclado
con los hombres que maniobraban la nave. El viento ahog
mi voz y no obtuve respuesta. El puente estaba tan lleno de
gente y de bultos que resultaba difcil moverse, pero me las
arregl para ir de un extremo a otro del barco sin dejar de
gritar llamando a Ramo. Nadie contest. Los dems de la
tribu tampoco lo haban visto por all.
Al fin pude ver a Nanko. Yo estaba temblando de miedo.
Le grit:
--Dnde anda mi hermano?
Me repiti lo que ya haba dicho en la playa, pero cuando
estaba hablando, Ulape, que se mantena a su lado, seal
hacia la isla. Mir hacia el mar, a lo lejos, al otro lado del
puente. Corriendo a lo largo del acantilado, tremolando en
triunfo su lanza, estaba nuestro hermano Ramo.
Las velas se haban hinchado y el buque empezaba a
41
moverse despacio. Todo el mundo contemplaba los farallones, incluso los
hombres blancos. Corr junto a uno y le seal a Ramo, pero l movi la
cabeza y se march de all.
El barco iba cogiendo velocidad. Sin poderlo evitar, llor.
El Jefe Matasaip me tom del brazo.
--No podemos volver a por Ramo. No es posible esperar
ms, -me dijo-. Si lo intentamos, el barco se destrozar
contra las rocas.
--Pero tenemos que hacerlo! -chill-. Hay que recoger a Ramo!
--El barco volver uno de estos das, -me indic Matasaip-. Y tu
hermano
estar bien en la isla. Tiene alimentos para comer, fuentes para beber, y
no le falta sitio en
donde dormir.
--No!! -grit.
La cara de Matasaip adquiri la dureza de la piedra. Haba dejado de
escucharme. Volv a gritar, pero mi voz se perdi en el ulular del
viento.
La gente se reuni en torno mo
repitiendo lo que dijera el Jefe, pero todo aquello no me serva a m de
consuelo.
Ramo haba desaparecido de la punta del acantilado, y
yo saba que en ese instante corra por el sendero que llevaba a la playa
de la cala.
El barco empez a rodear el banco de algas. Cre que
regresaba a la orilla. Contuve la respiracin esperando los
acontecimientos. Luego, poco a poco, cambi de nuevo su
direccin, tomando rumbo al Este. En aquel momento cruc el puente y,
aunque muchas manos me sujetaban para impedrmelo, me tir de cabeza al
mar.
Una ola me envolvi por completo, y notaba cmo descenda y descenda
hasta creer que nunca iba a volver a la
superficie. Cuando emerg, el buque estaba lejos. Slo poda
verle las velas entre el agitado oleaje.
Por mi parte agarraba todava fuertemente la cesta con
todas mis pertenencias, pero pesaba un horror, y me di cuenta de que no
poda nadar tenindola sujeta. Dejndola hundirse, empec a bracear hacia
la orilla.
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Apenas poda ver las dos grandes rocas que guardaban
la entrada de la Caleta del Coral, pero la verdad es que no
me encontraba atemorizada. Muchas veces haba nadado
hasta distancias mayores, aunque no en una tormenta.
Iba pensando mientras nadaba cmo castigara a Ramo
cuando alcanzase al cabo la orilla, pero al sentir la arena
bajo mis pies, y verlo a l esperndome al borde de las olas,
agarrando fuertemente su lanza y con expresin de extremo abatimiento, se
me olvidaron todos mis propsitos. Ca
de rodillas junto a Ramo, y me abrac convulsivamente a
su cuerpo.
El barco haba desaparecido.
--Cundo volver? -me pregunt el chico. Estaba con
los ojos arrasados en lgrimas.
--Pronto, -contest.
Lo nico que me dola es que mi bonita falda de fibra
de yuca se haba estropeado sin remedio con la aventura.
Con el trabajo que me cost tejer aquella preciosa falda!
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CAPTULO VII
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El viento soplaba fuertemente conforme bamos subiendo


por el sendero, cubriendo aquella meseta con arena que
nos azotaba las piernas y oscureca la luz del sol. Como no
podamos encontrar el camino cierto en medio de la tempestad, optamos por
refugiarnos entre unas rocas, y all estuvimos hasta caer la noche. A
partir de entonces el viento
amain, sali la luna, y merced a su luz alcanzamos el
poblado.
Las cabaas parecan fantasmas a la fra luz lunar. Cuando nos
acercamos
o un extrao sonido, como si alguien corriese. Pens que era un ruido
producido por el viento, pero
cuando estuvimos ya al lado de nuestras cabaas, pudimos
ver docenas de perros salvajes merodeando por los alrededores. Huyeron
ante
nuestra presencia, lanzando gruidos
al alejarse.
La manada deba de haber invadido el poblado poco despus de nuestra
marcha, pues se haban comido casi todos
los abalones que nosotros no nos llevamos al barco. Los
perros haban recorrido todas las cabaas sin duda, porque
Ramo y yo tuvimos que buscar a fondo antes de encontrar
alimento bastante para la cena. Estbamos luego consumiendo
44
esos vveres junto a una pequea fogata, y podamos or
a los perros en la colina, no muy lejos. Durante toda la
noche sus aullidos llenaron el aire, llegndonos arrastrados
por el viento. Pero cuando sali el sol y me present fuera
de la cabaa, la manada huy hacia su guarida, que estaba
en la zona Norte de nuestra isla, en una amplia cueva.
Nos pasamos aquel da buscando comida. El viento azotaba toda el rea,
y
las olas estallaban con furia contra la
costa, de manera que no se poda ir a buscar marisco entre
los arrecifes. Recog unos cuantos huevos de gaviota entre
los acantilados y Ramo atraves con su venablo unos cuantos pececillos en
un gran charco, una especie de pequea
laguna conectada irregularmente con el mar, y en la que se
notaban por tanto las mareas. Trajo a casa su pesca exhibindola muy
orgulloso colgada a la espalda. De ese modo
juzgaba haber reparado su falta al quedarse en tierra cuando todos se
iban
al barco.
Con unas cuantas semillas que recogimos en un barranco pudimos
ofrecernos
una esplndida comida, aunque tuve
que guisarlo todo sobre una piedra plana. Mis cazuelas de
barro estaban en el fondo del mar.
Los perros salvajes retornaron al poblado aquella noche.
Atrados por el olor del pescado se sentaron en la colina
inmediata, aullando y grundose unos a otros. Poda ver
cmo brillaba reflejado en sus ojos el resplandor de nuestra
fogata. Al amanecer desaparecieron.
A la siguiente jornada la superficie del ocano estaba en
completa calma, y pudimos recoger muchos abalones entre
las rocas de la orilla. Sirvindonos de algas tejimos aprisa
un cesto de forma grosera, que estaba ya repleto antes de
que el sol ascendiera hasta la cspide. Al regresar al poblado, llevando
cada uno una asa de la cesta repleta de abalones, nos detuvimos en el
acantilado para observar el horizonte. El aire estaba muy limpio y
podamos
ver, en direccin hacia donde se fue el barco, hasta una respetable
distancia.
--Volver hoy? -pregunt Ramo.
45
--Quiz -repuse, aun cuando estaba ms inclinada a
creer lo opuesto-. Pero supongo que an tardar en regresar varios soles,
porque el pas al que se diriga est muy
lejos.
Ramo me mir de frente. Brillaban sus negros y grandes ojos.
--No me importa si el barco no viene ya nunca, -dijo.
--Por qu dices eso? -le pregunt.
Ramo se qued pensativo, dndole vueltas a su venablo
para hacer un agujero en el suelo.
--Dime, por qu? -volv a preguntarle.
--Porque me gusta vivir aqu contigo, -respondi-. Es
mucho ms divertido que cuando estaban todos los dems.
Maana voy a ir al escondite de las canoas, y me traer una
a la Caleta del Coral. La usaremos para pescar, y para ir
dando vueltas por todo el contorno de la isla.
--Son demasiado pesadas para que t solo puedas echarlas al agua.
--Espera y vers.
Ramo abomb el pecho. Alrededor del cuello tena un
collar de dientes de elefante marino, seguramente una posesin abandonada
por los que se fueron. Era demasiado grande para l, y adems los dientes
no estaban completos ni
enteros, pero hicieron un fuerte sonido cuando Ramo, con
un movimiento rpido, clav el venablo entre l y yo.
--Olvidas que soy el hijo de Chowig, -me advirti.
--No, no lo olvido, -repuse-. Pero eres un chico pequeo an. Puede que
llegues algn da a ser grande y fuerte, y entonces ser cuando consigas
manejar una canoa tan
grande como sas.
--Soy el hijo de Chowig, -repiti, y mientras hablaba
sus ojos se iban agrandando-. Soy su hijo, y, puesto que
l muri, he ocupado su puesto. Ahora soy el Jefe de Ghalas-at. Todos mis
deseos han de ser obedecidos.
--Pero primero tienes que hacerte un hombre. Y ya sabes, segn la
costumbre tradicional tendr que azotarte con
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un ltigo lleno de pinchos, y despus atarte junto a un nido
de hormigas rojas.
Ramo qued plido. Haba visto los ritos en cuestin,
usuales en la tribu, y los recordaba bien. Con toda rapidez
insinu:
--Como no hay hombres que puedan presidir el ritual,
quiz no tengas que someterte a la prueba del ltigo y las
hormigas, Jefe Ramo.
--No s si ese nombre me ir bien, -afirm sonriente, y
luego lanz su dardo contra una gaviota en vuelo bajo-.
Voy a empezar a pensar en algo mejor.
Estaba contemplndolo cuando se puso de puntillas para
enviar el venablo por los aires: un muchacho de piernas
delgadas y brazos no muy fuertes, llevando un collar de
dientes de elefante marino. Ahora que se haba convertido
en el Jefe de Ghalas-at todava iba yo a tener ms dificultades con l,
pero sent un impulso irresistible de precipitarme hacia mi hermano y
abrazarlo estrechamente.
--He pensado en un nombre, -dijo al regresar del sitio
donde fuera a recoger el venablo lanzado, sin xito, contra
la gaviota.
--Ah, si?, dime, cul es? -mi tono era solemne.
--Soy el Jefe Tanyositlopai.
--se es un nombre muy largo, y adems difcil de pronunciar.
--Pronto lo aprenders, -asegur el Jefe Tanyositlopai.
No tena por mi parte intencin alguna de dejar al Jefe
Tanyositlopai ir solo al lugar donde los hombres de la tribu
escondieron las canoas, pero, al despertarme a la maana
siguiente, Ramo no estaba en la cabaa. Tampoco andaba por
el exterior, y me di cuenta de que se haba marchado durante la noche en
busca de su objetivo anunciado el da
anterior.
Estaba asustada. Pens en los mltiples peligros que le
acechaban. Ya haba bajado por la cuerda de algas una vez,
pero tendra muchas dificultades intentando empujar las
canoas, incluso la ms pequea, para sacarlas de su escondite
47
entre las rocas. Y en caso de que, pese a todo, pudiera
hacer flotar una de ellas sin herirse, iba a ser capaz de remar para
sacarla de aquella ensenada, donde la marea y las olas son tan fuertes?
Sin dejar de pensar en todos los peligros posibles empec a dirigirme
all para impedirle cometer locuras.
No haba recorrido todava un gran trecho del sendero
cuando ya me preguntaba a m misma si no sera mejor dejarle bajar el
acantilado l solo. No podamos saber cundo
regresara el barco para recogernos, y hasta que tal ocurriera ramos mi
hermano y yo los nicos habitantes en toda
la isla. Por tanto, Ramo tendra que convertirse en un
hombre antes de lo que hubiera sido preciso acompandonos los dems
miembros de la tribu, pues era seguro que
necesitara su ayuda para multitud de cosas durante ese perodo de
espera.
De pronto di media vuelta y enfil el camino que conduca a la Caleta
del Coral. Si Ramo pudiera colocar la canoa
en el agua, y dominar los peligros que ofrecan las corrientes en aquella
zona arenosa donde se guardaban las embarcaciones, sin duda alcanzara la
cala cuando el sol estuviera
ya alto en el cielo. Le esperara entonces en la playa, porque, dnde
est
la diversin de un viaje si nadie te est
esperando para darte la bienvenida...?
Dej de pensar en Ramo para concentrarme en la bsqueda de
mejillones.
Pensaba en los vveres que podamos
reunir entre los dos, y en el mejor medio de protegerlos de
las incursiones de los perros salvajes cuando ninguno estuviramos en el
poblado. Intent recordar lo que Matasaip
me recomendara. Por primera vez dudaba de que el barco
regresara alguna vez. Estaba preguntndomelo sin cesar
mientras trabajaba, y alc la cabeza numerosas veces para
espiar mientras desprenda los moluscos de las rocas. Contempl con
aprensin el inmenso espacio del ocano que se
extenda, hasta donde la vista alcanzaba, enteramente vaco.
El sol ascendi todava ms en el horizonte, pero no haba an seal
de
Ramo. Empec a sentirme inquieta. Haba
48
llenado mi cesto, y lo sub hasta la meseta que coronaba el
acantilado.
Una vez en la cumbre estuve mirando hacia la baha, y
luego por toda la lnea de costa hasta la lengua de tierra
arenosa que se meta en el mar como un anzuelo. Poda ver
la procesin de las olas lamiendo la arena, y ms all de la
lengua arenosa, donde las corrientes adquiran mayor furia,
una lnea curva de espuma incesante.
Esper en la meseta hasta que el sol alcanz la vertical.
Despus me apresur a llegar al poblado, esperando que
Ramo hubiese vuelto all en tanto yo recoga moluscos y
aguardaba su llegada junto a la orilla. Nuestra cabaa estaba vaca.
Con toda rapidez escarb en el suelo para hacer un agujero, met en l
mi
captura de mejillones, y luego hice rodar
una piedra para proteger de los perros salvajes el depsito.
A continuacin sal en direccin al extremo Sur de la isla.
Dos senderos llevaban hasta aquel lugar, uno a cada lado
de cierta duna arenosa especialmente grande. Ramo no apareca por el que
yo
tom, y pensando que pudiera regresar
a casa por el otro no dej de llamarle mientras corra. Nadie
me contest. Sin embargo, all lejos oa el ladrido excitado
de los perros.
Los aullidos caninos se hicieron ms agudos e insistentes
conforme me iba acercando al acantilado. Cesaban y, tras
una corta pausa, volvan a hacerse insistentes y sonoros. El
sonido me llegaba del lado opuesto de las dunas; as, pues,
abandonando la pista que segua, empec a trepar hasta el
borde arenoso superior.
A poca distancia, al otro lado de la gran duna, cerca de
los farallones que se precipitaban en el mar, vi a toda la
manada de perros salvajes. Haba muchos y estaban trotando en crculo.
En medio del fatal crculo estaba Ramo. Yaca de espaldas, y su
garganta
mostraba una profunda herida. Se hallaba inmvil.
Cuando lo levant me di cuenta en el acto de que haba
49
muerto. Tena otros desgarrones y heridas en su cuerpo, producidos todos
por los afilados dientes de los perros. Llevaba
muerto bastante rato, y a juzgar por sus huellas en la tierra
comprend que nunca lleg a escalar el acantilado para deslizarse al otro
lado.
Los perros salvajes estaban en el suelo no lejos del cuerpo de mi
hermano. En el costado de uno de ellos apareca el
venablo de Ramo, partido y hundido en el flanco del animal.
Llev a mi hermano hasta el poblado, llegando all
cuando el sol estaba ocultndose. Los perros me siguieron
todo el camino, pero cuando, -despus de depositar su cuerpo sobre el
suelo
de la cabaa-, sal al exterior con una
maza en la mano, todos se apartaron, corriendo hasta una
colina no muy alta de las cercanas. Uno de ellos, grande y
gris, con pelo crespo y espeso y ojos amarillentos, se march
el ltimo. Deba de ser el jefe de la manada.
Estaba oscureciendo rpidamente, pero los persegu pese
a todo. Los perros se retiraban lentamente mientras yo
avanzaba contra ellos, sin que ninguno de ambos bandos
profirisemos sonido alguno. Les segu por dos crestas y un
valle, hasta llegar al sitio donde tenan su cueva, al pie
de un escarpado faralln. Uno a uno se metieron dentro.
La boca de la caverna era demasiado ancha y alta para
llenarla de piedras. Recog unos cuantos matorrales y arbustos secos, y
les
prend fuego, pensando irlo empujando luego, poco a poco, dentro de la
cueva. Supona que podra seguir con la tarea toda la noche, pero pronto
se
me acab el material combustible de las cercanas.
Cuando sali la luna abandon el lugar, y desanduve el
camino hasta volver a mi cabaa en el poblado.
Estuve toda la noche velando el cuerpo de mi hermano,
sin dormir un instante. Me jur a m misma que algn da
regresara a la cueva para matar a todos aquellos perros
salvajes. A todos, sin excepcin. Pensaba en cmo hacerlo,
desde luego, pero la mayor parte del tiempo mis pensamientos iban hacia
Ramo, mi hermano muerto.
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CAPTULO VIII
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No recuerdo muy bien aquellos das pero s que fue un


perodo de varios soles y lunas. Pensaba en cul sera
mi suerte habindome quedado sola en la isla. No sal del
poblado para nada. Hasta haber terminado mi provisin de
abalones no fui siquiera a buscar comida.
Y, sin embargo, recuerdo perfectamente el da en que decid no volver a
habitar jams en la aldea.
Era una maana de espesa niebla, y las olas sonaban a
lo lejos rompiendo contra los arrecifes. En aquel momento
me di cuenta de lo silencioso que estaba el poblado, un pensamiento que
nunca me acometiera anteriormente. La niebla entraba y sala por la
puerta
de las vacas cabaas. Al
elevarse o descender iba constituyendo fantsticas figuras,
trazos que me recordaban a personas ya muertas, o a quienes se fueron en
el
barco con los hombres blancos. El ruido
del oleaje me pareca un confuso rumor de voces humanas.
Permanec sentada largo tiempo, viendo tales formas y
escuchando las presuntas voces, hasta que el sol fue tomando fuerza y
acab
por disolver la niebla. Luego encend una
hoguera junto a la pared de una de las cabaas. Cuando la
cabaa entera ardi hasta no dejar sino cenizas, repet la
51
operacin en la siguiente. As, una a una, las destru todas,
de forma que slo un puado de ceniza marcase la situacin
del antiguo poblado de Ghalas-at.
No tena nada que fuera mo; excepto la cesta que hice
el primer da para guardar los vveres. Por eso marchaba
rpida por la isla, y antes de caer la noche ya haba llegado
al sitio donde deba vivir hasta la llegada del barco.
Mi nueva residencia se encontraba en un lugar apropiado. Sobre un
promontorio, a media milla de la Caleta del
Coral. Haba all una roca de gran tamao, con dos rboles
tpicos de la isla: retorcidos y pequeos. Al otro lado de la
roca un espacio llano, de diez pasos de largo, protegido del
viento y con vistas a toda la cala y el gran ocano, era el
sitio escogido. Un manantial flua de un barranco inmediato.
La primera noche trep a lo alto de la roca para dormir.
Era llana en la cspide, y lo bastante ancha para permitirme estirar las
piernas. Asimismo quedaba a la altura suficiente del suelo para no
tenerme
que preocupar de los perros salvajes cuando estuviese durmiendo. No los
haba
vuelto a ver desde el da en que mataron a Ramo, pero estaba segura de
que
pronto vendran a visitarme en mi nueva
residencia.
La roca era asimismo til para almacenar la comida que
haba logrado ir guardando, y cualquier otra cosa que pudiera serme de
utilidad. Como estbamos todava en invierno, y en cualquier momento
poda
presentarse de nuevo el
buque, no tena sentido guardar ms alimento del necesario. Pude, pues,
dedicar mi tiempo a fabricar armas con las que defenderme de la manada
de
perros salvajes, que
sin duda podan atacarme en un momento dado, para irlos
matando, uno a uno, a todos ellos.
Tena una maza que encontr en una de las vacas cabaas, pero
tambin
necesitaba un arco, flechas y una buena
lanza. El venablo de Ramo que arranqu del cuerpo del
perro muerto a su lado era poca cosa; apenas me serva
para alancear algn pez que otro.
Las leyes de Ghalas-at prohiban que las mujeres de la
52
tribu fabricasen armas, as es que part en busca de alguna
que hubiera podido quedar abandonada en la isla. Primero
investigu entre las cenizas del poblado, removindolas para
intentar hallar alguna punta de flecha; luego, al no encontrar ninguna,
me
llegu hasta el sitio donde se haban escondido las canoas de la tribu,
imaginando que quiz estuvieran las armas dentro de las mismas, junto al
agua y los
vveres almacenados.
No encontr nada en las canoas amontonadas bajo el
acantilado. Despus, acordndome del cofre que los aleutianos trajeron a
la
orilla, me puse a caminar hasta la Caleta
del Coral. Yo misma haba podido ver el cofre durante la
infortunada batalla, y no recordaba que los aleutianos se
lo hubiesen llevado consigo al huir.
La playa estaba vaca, excepto unas ristras de algas que
la tormenta arrojara a la arena. La marea haba bajado, y
empec a buscar dnde poda estar el cofre de nuestros
enemigos.
Ulape y yo nos habamos quedado justo al lado del arrecife viendo cmo
se
desarrollaba el combate. La arena era
all muy suave, y cav diversos agujeros pequeos con un
palo. Iba hacindolos en crculo amplio, suponiendo que la tormenta
habra
cubierto de arena mi futura presa.
Hacia el centro del crculo el palo tropez con algo duro,
que estaba segura sera una roca; pero al agrandar el agujero
con mis manos a fin de comprobarlo, me di cuenta que resultaba
ser la tapa del cofre.
Me esforc en desenterrarlo durante toda la maana. El
cofre estaba a cierta profundidad, y no quera sacarlo por
entero. Me bastaba poder llegar a levantar la tapa del
mismo.
Cuando el sol estuvo en el cenit apareci la marea, en
continuos y fuertes embates, llenando el agujero que ya tena abierto de
arena en bastante cantidad. Procur quedarme all, luchando contra el
oleaje, para saber exactamente
dnde se encontraba el ansiado cofre. Cuando la marea volvi
53
a bajar comenc a atacar la arena con los pies, y luego,
furiosamente, con ambas manos.
El cofre estaba lleno de collares de cristal, brazaletes y
pendientes de muchos colores. Me olvid de todas las armas
que esperaba haber encontrado en l. Alzaba una a una
aquellas chucheras para verlas al trasluz, movindolas de
forma que reflejaban los rayos solares. Me puse al cuello el collar de
ms
bonitas cuentas, el ms largo, -uno de tonos
azules-, y un par de brazaletes del mismo color, que se ajustaban
exactamente a mi mueca. Luego empec a pasear por
la orilla, admirndome a m misma.
Fui de un extremo a otro de la cala. Las cuentas y brazaletes
producan un agradable sonido. Me senta como la
prometida de un gran jefe el da de sus esponsales, conforme iba paseando
junto a las olas, arriba y abajo de la caleta.
Llegu hasta el arranque del sendero, donde se haba librado la
batalla final. De repente recordaba aquellos que
cayeron en dicho lugar, y quines eran los que trajeron el
cofre con todas sus maravillas. Corr hasta el mismo, y durante largo
tiempo estuve de pie junto a l, mirando los brazaletes y las cuentas que
pendan de mi cuello, tan hermosas
y brillantes bajo el fuerte sol.
--No pertenecen a los aleutianos, -me deca ensimismada-. Ahora son
mos.
Pero, aun dicindolo, saba en mi interior que nunca podra llevar
tales adornos.
Uno a uno me fui desprendiendo de ellos. Acab arrancndome todas las
cuentas, y tomando despus las que haba dentro del cofre. Entr en el
agua, y, una vez entre las
olas, las arroj lo ms lejos que pude, hacia aguas bien profundas.
No haba ninguna punta de hierro, susceptible de constituir la base
de
mi futura lanza, entre el contenido entero del
cofre. Cerr la tapa y lo cubr todo con arena.
Mir luego por el escenario de la batalla, especialmente
al pie del sendero, pero al no hallar nada que pudiera servirme abandon
la
bsqueda.
Durante muchos das no se me ocurri pensar en las
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armas que necesitaba; sin embargo, vinieron una noche los
perros, se sentaron bajo la roca en que me albergaba, y estuvieron
aullando
y gruendo hasta el amanecer. Llegada
la aurora se retiraron, pero no muy lejos. Durante todo el da pude
verlos
yendo de aqu para all entre las espesuras,
vigilndome.
Al caer la noche retornaron al promontorio. Haba enterrado al pie de
la roca lo que quedaba de mi cena, pero ellos
la desenterraron, gruendo y luchando unos con otros para
obtener los miserables restos. A continuacin empezaron a ir arriba y
abajo
por los alrededores de la roca, olisqueando el aire, porque mis huellas
estaban frescas y calculaban que
yo me encontraba en las cercanas.
Durante mucho tiempo estuve tumbada en la cspide
de la roca mientras ellos trotaban inquietos debajo de m.
Me hallaba a cierta altura y de ningn modo podan alcanzarme, pero pese
a
ello no estaba enteramente tranquila.
Pensaba en lo que poda ocurrirme si desobedeca a la ley
de la tribu que nos prohiba a las mujeres construir armas,
es decir, si no haca el menor caso a semejante tradicin, y
me procuraba lo necesario para defenderme en la isla ahora
que estaba sola.
Acaso soplaran los cuatro vientos en las cuatro direcciones, y me
arrastraran cuando estuviera fabricndome
dichas armas? O quiz temblara la tierra, -como muchos
aseguraban-, enterrndome bajo montones de rocas? O bien,
segn opinin de algunos de la tribu, se levantara todo el
mar en una terrible ola que anegase el conjunto de las islas? Puede que
incluso las armas se rompieran en mis manos cuando mi vida estuviera en
peligro, conforme nos aseguraba mi padre...
Estuve pensando en semejantes amenazas durante dos
das completos, y a la tercera noche, cuando regresaron los
perros salvajes a montar su guardia bajo la roca, tom la
decisin de que, pese a todos los pesares, iba a construirme
las armas necesarias para enfrentarme a ese peligro. La
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maana en que empec la tarea el espanto me dominaba
por entero.
Me propona servirme de un colmillo de elefante marino
para la punta de la lanza, ya que es de dureza y curvatura
apropiadas. Haba muchos de esos animales cerca de mi
campamento, pero careca de arma con la que matar un
ejemplar. Los hombres de la tribu solan cazarlos con una
fuerte red hecha de algas; red que arrojaban encima del elefante marino
en
tanto dorma el animal. Para dicha operacin se necesitaban al menos tres
hombres, pero, pese a todo, en ms de una ocasin el poderoso bicho se
zafaba de la trampa y lograba escapar al mar.
Para mis propsitos iniciales fabriqu una punta agresiva con cierta
raz
de forma conveniente, que endurec luego
en una fogata. Ms tarde at la raz a un largo palo valindome de los
tendones de una foca que mat con un pedrusco.
El arco y las flechas me llevaron ms tiempo, causndome grandes
dificultades hasta tenerlos listos. Tena ya la
cuerda para el arco, pero no resultaba sencillo encontrar
una madera que tuviera la flexibilidad y dureza necesarias.
Rebusqu por todos los barrancos de la isla a lo largo de
das antes de encontrarla; ya he dicho anteriormente que
los rboles escaseaban en la isla de los Delfines Azules. La
madera precisa para las flechas ya fue ms fcil de encontrar, y lo mismo
las piedras afiladas que serviran de puntas, y las plumas del otro
extremo.
En realidad el trabajo de recoger todos los elementos necesarios para
construirme un armamento suficiente no fue
lo ms difcil. Haba tenido ocasin de presenciar cmo los
de mi tribu se fabricaban sus armas. VI ms de una vez a
mi padre, sentado dentro de la cabaa en una noche invernal, cortando y
preparando la madera para las flechas, golpeando los pedazos de piedra
para
ponerles punta, y atando
las plumas en la parte posterior para dirigirlas; pero ahora
me daba cuenta de que no haba visto nada. S, estuve mirando,
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repito, en ms de una ocasin, pero no con el ojo de
quien va a necesitar alguna vez repetir la operacin.
sa es la razn de que me costara tanto esfuerzo, tantos
fracasos, y tantos das, poder ultimar un arco y flechas que
sirvieran para algo.
Dondequiera que fuese en mis caminatas por la isla, bien
hacia la orilla cuando recoga moluscos, o una caada en busca de agua,
llevaba terciado a la espalda el arco y su carcaj
correspondiente, y empuaba con vigor un buen venablo.
Hice prcticas de ambos hasta cansarme.
Los perros no vinieron al campamento mientras me dediqu a construir
las
armas, aun cuando ninguna noche dej
de escuchar a lo lejos sus aullidos prolongados.
Un da, -despus de tener ya armas-, pude ver al lder
de la manada, aquel que tena el pelo gris y los ojos amarillentos,
observndome en silencio desde el matorral. Haba
57
ido al barranco a por agua, y l estaba en el repecho de
encima del manantial, mirando hacia abajo y vigilndome.
No se mova en absoluto, y nicamente asomaba la cabeza
por entre un arbusto. Estaba demasiado lejos para propinarle un flechazo
con seguridad de acierto.
Tras la primera noche que pas en lo alto de mi roca,
noche poco confortable a causa de las desigualdades y asperezas de la
misma, haba ido llevando desde la playa algas
para tener algo mullido debajo de mi cuerpo. Ahora era un
lugar muy agradable, en el extremo del promontorio, con
las brillantes estrellas por techo. Me tumbaba de espaldas y
contaba las que ya conoca, dndoles nombres a las muchas
que me eran desconocidas.
Por la maana las gaviotas salan en bandadas de sus
nidos, construidos aprovechando hendiduras de faralln.
Daban vueltas volando por encima del pedazo de playa que
58
quedaba entre los arrecifes y la arena, y luego descendan a
ese lugar, echndose agua unas a otras, descansando sobre
una pata y luego sobre la otra, peinndose y alisndose el
hmedo plumaje con sus picos curvos. Al otro lado del banco de algas los
pelcanos estaban ya de caza, elevndose
sobre las claras aguas, y dejndose caer luego como un proyectil en
cuanto
avistaban un pez, golpeando el mar con un
peculiar chasquido que escuchaba incesantemente tumbada
boca arriba en mi roca.
Tambin vea desde mi observatorio a las nutrias marinas buscando su
alimento en la zona del banco de algas.
Esos tmidos animales haban regresado a la isla despus de
irse los aleutianos, y pareca haber ahora tantos como antes
de la matanza. El sol de la maana haca que brillaran como
el oro sus relucientes pieles.
Y, sin embargo, mientras estaba all encima mirando por
ejemplo hacia las estrellas, no dejaba de pensar en el barco
de los hombres blancos. Y al llegar la aurora, cuando empezaba a
extenderse
su resplandor por toda la superficie del
mar que abarcaba yo desde la roca, mi primera mirada iba
infaliblemente hacia la Caleta del Coral. Cada maana buscaba all el
barco
en cuestin, soando con que haba llegado durante la noche. Y cada
maana
tambin, nada vea excepto las gaviotas chillando y revoloteando por esa
rea.
Cuando Ghalas-at estaba habitado normalmente yo siempre me levantaba al
rayar el da, y estaba la jornada entera
ocupada con mil tareas. Ahora, como poco era lo que tena
que hacer, no abandonaba la roca hasta que el sol estaba
alto en el horizonte. Entonces coma, y luego me llegaba
hasta la fuente para tomar un bao en el agua de la misma,
caliente a esas horas. Despus bajaba hasta la orilla del mar
para recoger algunos abalones y, a veces, alancear peces que
me sirvieran de cena. Antes de caer la noche volva a trepar
a lo alto de la roca, y contemplaba el mar hasta que, poco a
poco, se difuminaban sus contornos en la noche.
El barco no vino, y esperndolo transcurri el invierno y
la primavera.
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CAPTULO IX
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El verano es la poca mejor en el clima de la Isla de los


Delfines Azules. El sol es clido entonces, y los vientos
resultan suaves, soplando principalmente del Oeste, y en algunas, -raras-
ocasiones, del Sur.
Era durante aquellos das justamente cuando ms posibilidades haba del
regreso del barco, y en consecuencia me
pasaba la mayor parte del da en lo alto de la roca, mirando
desde aquel promontorio hacia el Este, en direccin al pas
al que march mi pueblo a travs de aquel mar que no tena fin.
Una vez, estando de vigilancia, pude identificar un pequeo objeto en
la
inmensa superficie del ocano. Al principio juzgu que era un barco, pero
surgi una columna de
vapor y comprend que se trataba de una ballena que sala
a la superficie para respirar. Durante aquellos das veraniegos no vi
ningn otro indicio del mismo tipo.
La primera tormenta del invierno acab con mis esperanzas. Si el barco
de
los hombres blancos iba a volver en mi
busca, lo lgico hubiera sido aprovechar el tiempo ms favorable para
navegar hacia la isla. Ahora tendra que esperar hasta que pasase el
invierno; quiz an ms tiempo.
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El pensamiento de estar enteramente sola en la isla,
mientras tantos y tantos soles se levantaban del mar, y volvan al cabo
de
unas horas a hundirse en l, llenaba mi corazn de tristeza. No me haba
sentido tan solitaria antes
porque estaba segura de que el barco retornara, como el
Jefe Matasaip dijo, pero ahora no tena ya esperanza de que
as fuera. Estaba terriblemente sola, sa era la verdad. Pas
unos das sin apetito, y por la noche tena terribles pesadillas.
La tormenta esperada acometi a la isla desde el Norte,
enviando olas enormes contra las costas, y vientos tan fuertes que no
poda
yo permanecer en la roca. Me arregl un
lecho de algas y hojarasca al pie de la misma, y para protegerme mantuve
encendida una hoguera toda la noche. De
esa manera dorm cinco noches. Durante la primera vinieron los perros
salvajes a observarme, sin atreverse a cruzar
el anillo de fuego. Mat a tres con mis flechas, pero no pude
hacer lo mismo con el jefe de la manada. A partir de esa
noche ya no volvieron.
Al sexto da, cuando la tormenta hubo cesado, fui hasta
el sitio donde los hombres de la tribu escondieron las canoas, y me dej
deslizar hasta el final del acantilado. Aquella parte de la orilla estaba
protegida del viento, y encontr
las canoas en igual situacin que las haban dejado. Los vveres an
estaban en buenas condiciones, pero el agua no
serva ya; as, que regres a la fuente para llenar una vasija.
Haba decidido durante los das de la ltima tormenta,
una vez pens en que no vala la pena esperar el regreso del
buque, que cogera una de las canoas de la tribu e ira por
mis propios medios hasta el pas que estaba al Este de la isla.
Recordaba cmo Kimki, antes de partir, pidi consejo a sus
antepasados, a todos los antecesores que vivieron en pasadas pocas y que
haban llegado justamente desde aquel
pas a nuestra isla. Tambin solicit Kimki la opinin de
Zuma, el hombre brujo de la tribu, quien tena poder sobre
el viento y los mares. Pero aquello era algo que yo no poda
hacer, porque Zuma muri en la batalla contra los aleutianos,
61
y yo en toda mi vida nunca pude comunicarme con los
espritus de los muertos, pese a haberlo intentado repetidamente.
Y, sin embargo, no puedo decir que tuviera verdadero
miedo mientras preparaba mi viaje en la orilla. Saba que
mis antepasados cruzaron el mar en sus canoas, viniendo de
aquel pas que estaba al otro lado, y adems Kimki tambin fue capaz de
cruzarlo. Yo tena la misma habilidad que
aquellos hombres en el manejo de una canoa, pero debo indicar que
cualquiera que fuera la suerte para m reservada
en ese inmenso espacio acutico, la cosa no me aterraba. Era
menos temible que el pensamiento de permanecer sola en
la isla, sin un hogar, sin nadie con quien tratar, perseguida
aqu y all por una manada de feroces perros salvajes, y
con un ambiente que me recordaba por doquier a quienes
haban muerto, y a los que lograron escapar de semejante
prisin.
De las cuatro canoas que haba apoyadas en el extremo
inferior del acantilado escog la ms pequea, que aun as
era muy pesada, pues poda albergar a seis personas. Deba
intentar arrastrarla por toda la rocosa orilla, metindola en
el agua despus a una distancia de cinco o seis veces la largura de la
embarcacin.
Empec por limpiar de obstculos el trayecto entre la
canoa y el mar. Luego rellen los huecos y agujeros con
piedras y sobre el conjunto extend una capa de algas para
preparar una senda deslizante. La orilla estaba en cuesta, y
una vez lograse mover a la canoa, su propio peso la propulsara hasta
hacerla entrar velozmente en el agua.
El sol estaba en el Oeste cuando abandon la orilla. El
mar se hallaba en calma una vez traspuesta la lnea de arrecifes. Usando
mi
remo de doble paleta dobl en seguida la
parte Sur de la isla. Cuando llegu a mar abierta empec
a notar el viento. Estaba en la parte posterior de la canoa,
arrodillada y remando desde all, porque sa es la manera
de obtener ms velocidad, pero no poda manejar mi embarcacin con aquel
viento y en la misma postura.
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Me traslad al centro de la canoa y segu remando con
todas mis fuerzas, sin permitirme el menor descanso o pausa
hasta haber superado la zona de las corrientes, que van muy
aprisa por esa parte de los bancos de arena. Haba un oleaje
movido, aunque no alto, y pronto estaba calada de la cabeza
a los pies; pero al irme internando decididamente en el mar
la espuma ces y las olas se hicieron amplias y espaciadas.
Aunque realmente hubiera sido ms fcil remar a favor de
ellas, eso supona que tomaba la direccin contraria a la indicada. As,
pues, continu dejndolas a mi izquierda, y la
isla se hizo ms y ms pequea a mis espaldas.
Al anochecer lanc una ltima ojeada atrs. La Isla de
los Delfines Azules haba desaparecido en el horizonte.
Aqulla fue la primera vez que sent un estremecimiento.
En torno mo slo haba montculos y valles producidos
por el oleaje. Cuando estaba en el hondn no poda ver nada,
y cuando la canoa cabeceaba remontando la cresta, nicamente el ocano en
todas direcciones.
Cay la noche. Beb algo de agua de una vasija que portaba, y el
lquido
dulce suaviz mi garganta.
El cielo era una mancha negra y no poda apreciarse diferencia alguna
entre el mar y el firmamento. Las olas no
hacan gran ruido, apenas un chasquido suave al tropezar
con la canoa o pasar bajo ella. En ocasiones los sonidos del
oleaje parecan indicar enfado, y en otros momentos daban
la impresin de que a mi lado hubiera gente rindose. No
tena hambre, pues el miedo anulaba mis dems sensaciones.
La aparicin de la primera estrella me tranquiliz un
tanto. Apareca enfrente de mi canoa, hacia el Este, y en
posicin baja dentro del firmamento todo. Luego empezaron
a presentarse otras estrellas rodeando a la primera, pero sa
era la que miraba yo con ms afn. Daba la sensacin de ser
una serpiente, -as la considerbamos en mi tribu-, una
estrella de verdes reflejos, que me era familiar y a la cual
quera. De vez en cuando se ocultaba entre la neblina, pero
siempre terminaba por lucir con todo su brillo al cabo.
Sin ella me hubiese perdido, pues el oleaje era perpetuamente
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el mismo. Siempre me acometan las olas en la misma
direccin, y de un modo que me alejaba de continuo respecto a la tierra
que
quera alcanzar. Por eso es por lo que la
canoa trazaba en el agua ennegrecida una huella como de
culebra. Pero a pesar de todas las dificultades pude continuar adelante,
guiando mi rumbo la estrella, que brillaba
en el Este. Horas despus, ya entrada la noche, ese lucero
se elev y se elev, y entonces cambi mi direccin segn lo
que marcaba la Estrella del Norte que estaba a mi izquierda, la que
nosotros llambamos Estrella que nunca vara.
El viento empezaba a calmarse. Como siempre ocurra
lo mismo pasada la primera mitad de la noche, por ese detalle saba yo
cunto tiempo llevaba viajando, y cundo llegara nuevamente la aurora.
De pronto me di cuenta de que la canoa haca agua. Antes de anochecer
haba vaciado uno de los recipientes que
usaba para almacenar vveres, y me dediqu a achicar la
que entraba por la borda con el movimiento debido al oleaje. Pero el agua
que ahora bailaba en torno a mis rodillas
no provena de las olas.
Dej de remar y puse en movimiento la vasija en cuestin, hasta
conseguir
secar la canoa. Despus comenc a
buscar en la oscuridad, tanteando las pulidas tablas que componan mi
embarcacin hasta encontrar un sitio junto a la
quilla en el que se producan las filtraciones, por la existencia de una
raja tan larga como mi mano y de la anchura de
un dedo puesto de canto. La hendidura estaba en un sitio
que no permaneca constantemente en contacto directo con
el agua, pero sta entraba por el agujero cada vez que
la canoa se hunda hacia adelante entre las olas.
En las canoas de mi tribu las junturas entre tabla y tabla solan
protegerse con un betn que recogamos a flor
de agua en la orilla. Al no tener en esos instantes nada parecido, rasgu
un pedazo de mi falda y lo utilic para tapar
la raja. Aquello detuvo de momento la entrada del agua en
el interior de la canoa.
El alba dio paso a un cielo pursimo, y cuando el sol sali
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de entre las olas vi que estaba muy a la izquierda. Durante la noche me
haba ido desviando hacia el Sur, respecto a mi rumbo exacto, y correg
ahora el error de direccin, remando afanosa a lo largo del sendero que
sobre las
aguas marcaba el sol de la maana.
No soplaba el viento, y las olas, alargadas y suaves, venan a
estrellarse en continuo rumor contra mi embarcacin. Pude, por tanto,
avanzar con mayor rapidez que la
noche anterior.
Estaba cansada, pero con mayores esperanzas que en
cualquier otro momento desde que sal de la isla. Si no cambiaba el buen
tiempo iba a cubrir muchas leguas bogando
hasta el anochecer. Otra noche, y todo el da siguiente, me
permitiran avistar ya la tierra hacia la que navegaba.
Poco despus de la aurora, cuando estaba pensando en
aquellas extraas tierras hacia las que me diriga, y sobre
lo que encontrara all, la canoa empez a hacer agua otra
vez. La nueva hendidura estaba entre las mismas tablas que
la otra, pero era mayor y ms cercana al sitio donde yo bogaba,
arrodillada
en el centro de la embarcacin.
La hilacha que desgarr de mi falda, y empuj dentro de
la hendidura, sirvi para detener la entrada de casi toda el
agua. Con el vaivn del oleaje la entrada de agua era incesante, y eso
alivi algo la situacin. Sin embargo, me daba
cuenta de que las planchas estaban mal de un extremo a
otro de la canoa, probablemente por haber quedado sta tantas horas fuera
del agua y sometida a los rigores del sol.
Aquellas tablas podran abrirse longitudinalmente si las
olas golpeaban con ms fuerza en el punto dbil.
Repentinamente me di cuenta de que era peligroso seguir adelante. El
viaje hasta la tierra desconocida durara
an dos das, quiz ms incluso. En cambio, volviendo de
nuevo a remar en direccin a la isla, no tendra que viajar
tanto tiempo.
Pero fuera como fuese no poda resignarme al abandono
de mi proyecto. El mar estaba en calma y haba llegado ya
muy lejos. El pensamiento de regresar despus de tanto trabajo
65
era insoportable, y an peor la idea de volver a una isla
desierta, viviendo en ella sola y olvidada durante nadie sabe
cuntas lunas y soles ms.
La canoa se deslizaba perezosamente por el tranquilo
ocano, mientras yo le daba vueltas a la cabeza con esas
ideas. Cuando vi que, pese a todo cuanto ya llevaba hecho
para evitarlo, el agua tornaba a entrar en el fondo de la
canoa, empu el remo con decisin. Mi nica salida resida en dar la
vuelta y navegar hacia la isla.
Lo que es ms: saba que slo con una suerte extremada lograra
regresar
a ella.
El viento no empez a soplar hasta que el sol alcanz su
cenit. Antes de esa hora haba cubierto ya una gran distancia,
detenindome
para achicar el agua de vez en cuando, y
remando sin tregua el resto del tiempo.
Cuando se levant viento tuve ya que ir ms despacio, y
achicando de continuo, no por las rajas del fondo de la embarcacin, que
seguan resistiendo, sino a causa del mayor
oleaje, que haca entrar agua por los lados de la canoa.
sa fue mi primera seal de buena suerte. La segunda la
not al aparecer una bandada de delfines. Vinieron saltando
procedentes del Oeste, pero al ver la embarcacin describieron un gran
crculo y empezaron a seguirme. Se deslizaban
lentamente, y tan cerca de m que poda ver sus ojos, que
son grandes y del color del ocano. Luego nadaron adelantndose a la
canoa,
persiguindome enfrente de ella, hundindose y reapareciendo en seguida,
movindose y jugueteando, en ocasiones como si tejieran una pieza de pao
con el movimiento de sus grandes hocicos.
Los delfines son animales portadores de la buena suerte.
Me haca feliz verlos nadando en torno a la canoa, y aun
cuando mis manos empezaban a sangrar por el continuo
manejo del remo, con verlos se me olvidaba el dolor. Estaba
muy solitaria antes de aparecer, pero ahora que tena esos
amigos rodendome ya no me preocupaba tanto.
Los delfines azules me abandonaron poco antes de la
puesta del sol. Se marcharon con el mismo movimiento rpido
66
y grcil con que se haban presentado, escapndose en
direccin al Oeste, pero durante largo tiempo pude ver los
ltimos rayos solares cabrillear al tropezar con su lisa piel.
Una vez se hizo de noche segua contemplndolos con el
pensamiento, y estoy segura que gracias a eso continu remando, en
momentos
en los que mi obsesionante deseo era
tumbarme en el fondo de la canoa para descansar.
Lo repito: ms que ninguna otra cosa, si volva a casa
fue merced a la intervencin de los delfines.
Al caer la noche empez a levantarse del mar cierta neblina, pero aun
con
todo, -de vez en cuando-, poda yo ver
la estrella que est all arriba colgada, hacia Occidente. La
estrella de tono rojizo que en mi tribu llamamos Magat,
que es parte de esa figura parecida a un cangrejo, y que se
conoce justamente con ese nombre. Mientras tanto, las rajas
de la canoa se iban haciendo tan grandes que mis detenciones eran
frecuentes, tanto para evacuar el agua, como para
rellenar las hendiduras de pedazos de mi falda retorcidos.
La noche se me hizo muy larga, mucho ms que la anterior. Un par de
veces
cabece muerta de sueo remo en mano, arrodillada en el centro de la
embarcacin, aun cuando lo cierto es que jams haba tenido en mi vida
tanto miedo como entonces. Pero la maana amaneci clara, y pude
ver entonces ante m una lnea alargada y algo confusa,
como un gran pez que se baara al sol: mi isla.
Llegu, antes de que el sol alcanzara gran altura, a la
zona de los bancos de arena, y las fuertes corrientes de la
misma me precipitaron sobre la orilla. Tena las piernas entumecidas de
tanto ir arrodillada, y cuando la canoa choc con el fondo, e intent
levantarme, me ca al salir de ella.
Fui arrastrndome a travs del agua poco profunda en ese
lugar, y trep a la arena de la playa. All permanec boca
abajo largo tiempo, abrazando convulsivamente el suelo,
rebosante de felicidad.
Estaba demasiado cansada para preocuparme de los perros salvajes, y
pronto qued profundamente dormida.
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CAPTULO X
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Me despert con el rumor de las olas que ya me laman


los pies. Era de noche, pero me encontraba tan agotada que no tuve nimos
de abandonar la zona de los bancos
de arena. nicamente procur trepar a un lugar ms alto en
el que quedar a salvo de las mareas, y volv a dormirme
poco despus.
A la maana siguiente tena la canoa a poca distancia.
Recog las cestas y vasijas, la lanza, el arco y las flechas, y
volv del revs la embarcacin de manera que las mareas
no la arrastrasen hasta el ocano. Luego sub hasta el promontorio donde
haba vivido en el momento de emprender
el fallido viaje.
Tena la sensacin de que hubiera pasado largo tiempo,
y permanec inmvil mucho rato contemplando la perspectiva que se vea
desde lo alto de la roca. Todo lo que pude
ver: las nutrias marinas jugando en los bancos de arena, los
anillos de espuma alrededor de las rocas que protegan el
acceso a la cala; las gaviotas volando, las olas incansables en
su acometida, todo constitua para m ahora motivo de
alegra.
Me sorprenda experimentar tales sensaciones, porque
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haca muy poco tiempo que, hallndome encima de la misma roca, haba
credo
sinceramente que no podra soportar
vivir en la isla ni siquiera otro da ms.
Mir la enorme extensin de agua azul que se extenda
hasta perderse de vista, y todo el temor que sent durante el
viaje volvi a mi nimo. La maana en que avist por primera vez la isla
me
pareci un gran pez que se escurra, y
pens que algn da volvera a emprender el viaje de nuevo
en direccin a aquel pas que estaba al otro lado del ocano.
Ahora saba positivamente que nunca iniciara nuevamente
una travesa como sa.
La Isla de los Delfines Azules era mi hogar: no tena
otro. Sera mi hogar hasta que los hombres blancos regresaran en su
barco,
pero, incluso si volvan pronto, antes del
siguiente verano, no poda continuar sin un techo para guarecerme, ni un
sitio en el que almacenar alimentos. Tendra
que construirme una casa, pero dnde?
Aquella noche dorm en la roca, y a la maana empec
sin tardanza la bsqueda del mejor lugar. La maana era
lmpida, pero hacia el Norte se presentaban unos nubarrones blancos. No
tardaran en acercarse a la isla, y detrs de
sa iban a seguir otras tormentas. Era urgente solucionar lo
de mi casa.
Necesitaba un lugar abrigado de los vientos dominantes,
no muy lejos de la Caleta del Coral, y prximo a un manantial. Dos sitios
que reunan tales caractersticas haba en la
isla: uno en el promontorio, y el segundo a menos de una
legua hacia el Oeste. A primera vista el ms apropiado me
pareca el del promontorio, pero como no haba estado en el
otro desde haca largo tiempo, decid inspeccionarlo para
asegurarme bien.
La primera cosa con que me tropec -algo que olvidaba-, es que aquel
segundo sitio posible estaba en las inmediaciones de la guarida de los
perros salvajes. Tan pronto
como me acerqu a las inmediaciones su lder sali a la boca
de la cueva y me vigil atento con sus ojos amarillos. Si
construa la cabaa por las cercanas tendra que matarle a
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l y a sus secuaces caninos, pero, aunque de todos modos lo
tena as decidido ya, era cosa que no poda hacerse rpidamente, y mi
casa
urga.
La fuente que flua en esa zona era, en cambio, mucho
mejor que la del promontorio: menos salobre de gusto y de
mayor regularidad en su manar. Adems era de acceso ms
sencillo puesto que apareca en el flanco de una colina, y no
en lo alto de un barranco como la otra. Asimismo estaba
cercana al acantilado y a una barrera de rocas que me serviran de
proteccin y abrigo.
Las rocas no eran tan altas como las del promontorio, y
en consecuencia me protegeran menos que estas ltimas respecto al
viento;
pero de todas maneras eran lo bastante elevadas, y desde ellas poda ver
toda la costa del norte de la
isla y la Caleta del Coral.
Lo que me decidi sobre el mejor emplazamiento fue el
tema de los elefantes marinos.
Los acantilados caan por aquella parte en suave descenso sobre una
amplia zona que cubran las aguas, -slo en
parte-, al subir la marea. Era un lugar ideal para los elefantes marinos,
porque podan arrastrarse hasta casi la mitad del acantilado si la
jornada
se presentaba tormentosa.
Los das de buen tiempo tenan ocasin de pescar en las grandes charcas
que
siempre quedaban entre bajada y subida de
las mareas, o, simplemente, de tumbarse descansando al sol.
En esos animales el macho es muy grande, y con frecuencia tiene un peso
equivalente al de treinta hombres.
Las hembras son mucho ms pequeas, pero en cambio producen un continuo
estrpito, del que los machos son inocentes. Siempre estn las hembras
chillando y ladrando, el da
entero, y a veces desgraciadamente tambin por la noche.
Las cras son asimismo del gnero ruidoso.
Aquella maana la marea estaba baja y la mayora de
los elefantes marinos de ambos sexos se encontraban lejos.
Parecan tan slo unas manchitas entre el oleaje, y sin embargo el ruido
que producan resultaba ensordecedor. Fui
dando vueltas el resto de la jornada, y al llegar la noche no
70
me haba alejado mucho de esa rea. Al amanecer, cuando
el clamor comenz de nuevo a orse, me aproxim otra vez
al promontorio.
An haba otro sitio al sur de la isla, donde pude haberme construido
un
albergue. Estaba cercano al destruido poblado de Ghalas-at, pero no quise
ir all porque me recordaba demasiado a todos los que ya no se
encontraban
junto a
m, aparte de que el viento soplaba fuerte y seguido en esa
zona, estrellndose contra una lnea de dunas que cubren
la parte media de la isla de tal forma que son enteramente errantes.
Por la noche llovi copiosamente, y el temporal de agua
dur un par de das. Hice un tosco refugio con ramas y maleza al pie del
faralln, con lo que evit calarme por completo, y com de las
provisiones
que me quedaban an como
recuerdo del viaje. No poda encender fuego a causa de la
continua lluvia, y estaba muy a disgusto, muerta de fro.
Al tercer da la lluvia ces y me dediqu a buscar todo
lo que pudiera servirme para construir una casa. Asimismo
necesitaba estacas o cosa semejante para una valla. Pronto
habra matado a todos los perros salvajes, pero entonces tendra que
contar
con las numerosas zorras, de pelambre rojo
oscuro, que poblaban mi isla. Eran tan abundantes que no
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imaginaba poder deshacerme de ellas jams, mediante la
lanza, las flechas, algn sistema de trampas, o como fuese.
Resultaban ladrones de lo ms habilidosos, y nada de lo que
quisiera almacenar estara a salvo de sus tretas hasta haber
construido una valla.
La maana era fresca a causa de las lluvias cadas en las
jornadas anteriores. El olor que llegaba de las grandes
charcas inmediatas a la orilla resultaba potentsimo. Una serie de suaves
aromas procedan de las hierbas salvajes que
crecan en los barrancos, y de las plantas nacidas entre las
dunas de arena. Iba cantando al descender por el sendero
que conduca a la playa, y a lo largo de sta hacia los bancos arenosos.
Tena la impresin de que el da, esplndido,
era promesa de buena suerte.
Era, sin duda, una excelente jornada para ponerme a trabajar en la
construccin de mi nueva casa.
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CAPTULO XI
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Aos atrs dos ballenas quedaron varadas en los bancos


de arena. La mayora de los huesos ya haban sido utilizados por los
miembros de mi tribu para hacer adornos, pero quedaban las costillas,
medio
enterradas en la arena, y esas costillas me sirvieron para construir la
valla que necesitaba. Las fui desenterrando una a una y llevndolas al
promontorio. Eran unos huesos largos y curvos, y cuando las hube clavado
en
tierra lo suficiente, an suban por encima de mi cabeza.
Coloqu las costillas con los bordes casi tocndose, y tiesas, con la
curvatura hacia fuera para que no pudieran trepar por ellas. Despus las
fui uniendo con cuerdas hechas de algas, las cuales, al secarse, tensan
lo
que con su uso se ha unido. Pens por un momento en utilizar tendones de
foca para ligar los elementos de aquella verja, dado que son
ms fuertes que cualquier alga, pero los animales salvajes
me parecan muy aficionados a roer una cosa as, y el resultado hubiera
sido el derrumbe de la valla. No fue fcil para m construirla. Y an me
hubiese costado ms tiempo de no ser porque la roca completaba lado y
medio
del cercado.
Para poder entrar y salir cav un orificio debajo de la
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valla, del tamao justo para poder pasar arrastrndome.
Aquella especie de tnel corto qued pavimentado con piedras, y tambin
coloqu otras en los lados para reforzarlo.
Por un extremo tapaba luego el hoyo con una cubierta de
caas entrelazadas que impidiese el paso del agua de lluvia;
por el otro, con una losa plana que poda yo mover con facilidad.
Consegu al fin un recinto cercado de unos ocho pasos de
largo, con lo cual ya tena el espacio necesario para almacenar cualquier
cosa cuya conservacin resultara interesante.
Haba levantado de todos modos la verja porque empezaba a hacer
demasiado
fro para dormir al aire libre, y no
quera tampoco guarecerme en el refugio que haba preparado hasta estar a
salvo de los perros salvajes.
Me cost ms trabajo la cabaa que la verja, ya que durante su
construccin llovi abundantemente y por otro
lado la madera, -que me era imprescindible para la armazn central-
escaseaba en la isla como ya he dicho antes.
Entre nuestra gente exista una leyenda en el sentido de
que en tiempos pasados toda la isla estuvo cubierta de espesos bosques
con
rboles muy altos. La leyenda deca que
sa era la poca del comienzo del mundo, cuando gobernaban Mukat y
Tumaiyowit. Ambos dioses discutieron sobre
muchas cosas. El ltimo quera que la gente muriera, el primero se opona
a
tal catstrofe. Tumaiyowit se march muy
enfadado a un mundo subterrneo, que est debajo del nuestro, llevndose
consigo sus pertenencias. La gente muere
hoy por causa de su accin.
En aquella poca, pues, abundaban los grandes rboles,
pero actualmente slo quedaba un puado en algunos barrancos de la isla,
y
adems eran pequeos y retorcidos. Resultaba muy difcil encontrar alguno
que sirviera para hacer
un buen poste. Busqu durante das, saliendo muy de maana y regresando a
casa al caer la noche, antes de encontrar madera bastante para mi cabaa.
La roca me servira de parte posterior de mi refugio, y
por delante lo dej abierto porque el viento no soplaba en
75
esa direccin. Procur que todos los postes tuviesen igual
longitud, aun cuando, -pese a servirme del fuego y de un
cuchillo de piedra-, encontr muchas dificultades en mi
labor, porque nunca haba hecho antes nada parecido. En
conjunto haba cuatro maderos a cada lado, bien hincados
en tierra, y doble nmero para formar el techo. Estos ltimos los at
fuertemente con tendones de foca, cubrindolos
luego con algas hembras que tienen hoja ms ancha.
Haba pasado ms de la mitad del invierno cuando termin de
acondicionar
mi cabaa, pero estuve durmiendo all
cada noche, sintindome al abrigo y bien protegida merced
a la fuerte valla de alrededor. Las zorras rojas llegaron a
visitarme algunas veces cuando estaba guisando la comida,
y desde fuera olisqueaban por entre las desigualdades de
la valla. Tambin vinieron los perros salvajes, mordisqueando las
costillas
de ballena, y gruendo disgustados porque
no podan atravesar el obstculo. Aprovech la ocasin para
matar a dos de ellos, pero no pude habrmelas con el jefe de
la manada.
Mientras dur la construccin de la valla y el refugio estuve
alimentndome con mariscos y merced a algunos pececillos que sola
cocinar
encima de una roca. Ms tarde fabriqu un par de tiles de cocina. A lo
largo de las orillas
de la isla haba piedras que el mar acab pulimentando antes de
arrojarlas
a la arena. La mayora eran redondas, pero
encontr dos con una depresin en el centro, agujero que
me encargu de hacer ms profundo y ancho frotndolas
con arena. Cuando pude servirme de ellas para guisar, logr de ese modo
guardar el jugo del pescado, que es muy
bueno, y antes se perda sin poderlo aprovechar.
Para cocer semillas y races tej una cesta de juncos muy
finos, con apretada trama; lo cual no me result difcil porque haba
aprendido cmo hacerlo gracias a las lecciones de
mi hermana Ulape. Una vez se hubo secado el cesto, recog
trozos de betn en la playa, los abland sobre una fogata, y
ms tarde apliqu la pasta resultante al interior del cesto,
de manera que ya no se escapara el agua. Calentando unas
76
cuantas piedras no muy grandes, y dejndolas caer en una
mezcla de agua y semillas que colocaba previamente en el
cesto, poda cocinar una especie de gachas.
Escarb en el suelo de mi cobertizo para poner, rodeado
de piedras, el fogn all. En el poblado de Ghalas-at encendamos fuego
cada noche, pero ahora me las arregl para
prenderlo muy de tarde en tarde, cubrindolo con cenizas
cuando me iba a dormir. Al da siguiente remova esas cenizas y soplaba
sobre las brasas que quedaban debajo, reavivando la fogata y ahorrndome
as mucho trabajo.
Haba en la isla muchsimos ratones de un color grisceo, y ahora que
tena vveres para ms de una comida, necesitaba un sitio donde
conservarlos. En la roca que formaba la pared posterior de mi casa haba
ciertas hendiduras a
la altura del hombro. Excav y pul esos agujeros naturales,
convirtindolos en una especie de estantes a los que no
podan llegar las ratas.
Cuando hubo transcurrido el invierno, y empez a verdear la hierba de
las
colinas, mi alojamiento resultaba ya
de lo ms confortable. Estaba al abrigo tanto de las inclemencias del
tiempo como de los animales que merodeaban
por all. Poda guisar lo que me apeteciese comer; cuanto
deseara lo tena a mano.
Haba llegado, pues, el momento de deshacerme de aquellos perros
salvajes
que mataron a mi hermano, y que eran
capaces de atacarme en cuanto me viesen desarmada. Necesitaba una lanza
ms
resistente, un arco mayor, y flechas
ms agudas y penetrantes. Para conseguir el material preciso con el cual
fabricarme las nuevas armas, rebusqu por
toda la isla durante muchos soles. A causa de ocupar el da
en buscar material apropiado, solamente poda trabajarlo
de noche. Como el fuego que me serva para cocinar arrojaba una luz del
todo insuficiente, arregl unas pequeas antorchas con el cuerpo
previamente puesto a secar de un
pescado que en nuestro lenguaje se llamaba sai-sai.
El sai-sai es de color plateado y no mucho mayor que
el dedo. En las noches de luna llena estos pececitos vienen
77
nadando por el mar en bancos tan espesos que casi se podra
andar sobre ellos. Se mueven a comps de las olas, y acaban
a veces en la arena, en la que saltan y se retuercen como si
estuvieran bailando.
Captur cestas y ms cestas de sai-sai y los puse a secar colgados del
techo de mi cabaa por la cola. Daban al
arder una luz muy clara, aunque tambin producan un
olor pestilente.
En cuanto a las armas me preocup de hacer primero el
arco y las flechas y desde luego estaba encantada cuando al
probarlos vi que poda disparar ms lejos y con mayor precisin que
antes.
Dej para lo ltimo fabricarme una lanza mayor. Me
preguntaba cmo conseguira suavizar y dar forma a la larga vara o bastn
que era su parte principal. Entretanto coloqu un aro de piedra bien
sujeto
en torno al extremo final,
con objeto de darle a la lanza peso y facilidad para agarrarla. La punta
quera hacerla, -como era tradicional en mi
tribu-, con dientes de elefante marino.
Pas muchas noches pensando en el mejor modo de cazar un elefante
marino,
porque no saba la manera de conseguir, sin ayuda de nadie, matar una
bestia tan grande. No
poda tejer una red de algas, puesto que para usarla se precisaba
coordinar
despus el vigor de varios hombres. Por
cuanto recordaba nunca logramos matar en la tribu un macho con flechas o
alancendolo. Tan slo despus de bien
sujeto con la red era posible acabar con l, y aun entonces
valindose de una gruesa maza. S habamos matado en
cambio con frecuencia hembras, -para utilizar su grasa-, sin ms que
dndoles
lanzazos, pero por desgracia sus colmillos no valan la pena.
Cmo poder lograr mi nuevo objetivo era el problema
que ms me preocupaba. Y, sin embargo, cada vez resultaba
mayor mi decisin de intentarlo, porque la verdad es que,
en toda la isla, nada poda sustituir a los dientes en forma
de colmillo de un elefante marino, como puntas de flechas
perfectas.
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CAPTULO XII
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No dorm mucho la noche que precedi a mi expedicin


en busca de elefantes marinos. Pensaba sin cesar en
la ley de la tribu que nos prohiba a las mujeres construir
armas, y calculaba las posibilidades de que mis no muy perfectas flechas
siguieran una trayectoria recta, as como, en
el caso de hacerlo, pudieran clavarse lo bastante atravesando la dura
piel
del animal. Y qu pasara si los machos se
revolvan para atacarme? Y si quedaba herida en la cacera, y tena que
enfrentarme a los perros salvajes, de vuelta
a casa, arrastrndome malherida por los senderos?
Pens, digo, en esas y otras cosas similares, durante gran
parte de la noche, pero al salir el sol ya estaba de camino
hacia el lugar favorito de los elefantes marinos.
Cuando llegu al acantilado las bestias haban abandonado el arrecife,
reunindose en torno a la orilla. Los machos estaban sentados en la
pedregosa pendiente, y ofrecan
todo el aspecto de unas rocas grisceas vistos de espaldas.
En un plano inferior las hembras y sus cras jugueteaban
entre las olas.
Quiz no resulte exacto ni apropiado hablar de los jvenes elefantes
marinos llamndoles cras, puesto que son
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en definitiva del mismo tamao que un hombre hecho y derecho. Pero, con
todo, son infantiles en muchos aspectos.
Siguen a sus madres a todas partes, empinndose sobre sus
aletas posteriores, -como los nios cuando estn aprendiendo a andar-,
emitiendo agudos chillidos y ruidos que
denotan extremado placer, como solamente los pequeos
saben hacerlo. Y antes de que se atrevan a abandonar la
orilla para aprender a nadar, sus madres han de empujarlos
hasta el agua, cosa que resulta en ocasiones bastante peliaguda debido a
su
gran peso.
Los machos estn siempre a cierta distancia los unos de
los otros, pues son de muy mal carcter, celosos por naturaleza, y
prontos
al combate en cuanto algo les molesta por
lo que sea. Debajo de m haba media docena de ellos entre
el acantilado y la arena, cada uno sentado en solitario y
adoptando aires de gran jefe, mientras vigilaba sin cesar el
comportamiento de las cras y sus madres.
La hembra tiene un cuerpo suave y una faz que se parece bastante a la
de
un ratn, con un morro puntiagudo y
largos bigotes. El macho en cambio es distinto: su hocico se
prolonga hasta taparle la boca; la piel es fuerte y spera, y
parece tierra previamente mojada que se ha secado luego
por la accin del sol, cuartendose y resquebrajndose. Es,
en verdad, un animal francamente feo.
Desde mi puesto de observacin all arriba, en la parte
superior del faralln, observ con mucho inters a todos y
cada uno de aquellos animales, intentando dilucidar cul sera, -por
pequeo-, mi vctima favorita.
Todos tenan aproximadamente el mismo tamao; todos,
menos uno, que a la sazn era el ms alejado del sitio donde
yo me encontraba, y adems quedaba en parte oculto por
una roca. Era un macho joven, de un peso que quiz no sobrepasara la
mitad
del de los dems en la manada. Como no
haba hembras ni cras jugando cerca de l entre las olas,
comprend que no tena familia alguna, por eso mismo no
sera tan quisquilloso ni irritable.
Me deslic despacio acantilado abajo. Para alcanzar a mi
80
vctima tena que pasar por detrs de todos sus congneres,
procurando no alarmar al rebao. Son animales extremadamente valerosos y
no
temen a nadie, por tanto no se hubieran movido aun habindome visto
avanzar, pero juzgaba
que era mejor no ponerlos en guardia en absoluto. Llevaba
mi arco, -que casi era tan alto como yo misma-, y una dotacin de cinco
flechas.
El sendero era spero y estaba cubierto de piedras sueltas. Procur con
exquisito cuidado no hacerlas rodar pendiente abajo. Caminaba tambin
intentando ocultarme de
las hembras, que se alarman con facilidad, y hubieran prevenido al resto
de
la manada con sus alaridos.
Me arrastr hasta colocarme tras una gran roca inmediata al macho joven
escogido como vctima. Luego, una vez
en pie, puse una flecha en el arco, recordando repentinamente las
advertencias de mi padre en el sentido de que,
por ser una mujer, el arco saltara hecho pedazos.
El sol estaba hacia el Oeste, pero afortunadamente mi
sombra no era visible para el elefante marino. La distancia
entre l y yo era escasa, y tena su espalda vuelta por completo hacia
m.
Sin embargo, yo no saba dnde intentar alojarle la primera flecha, si
entre sus hombros o en la cabeza.
La piel de esta bestia es fuerte, aun cuando muy delgada,
pero debajo de ella hay espesas capas de grasa. Por otro
lado, si bien su cuerpo es grande, la cabeza resulta comparativamente
pequea y ofrece escaso blanco.
Mientras yo estaba all, detrs de la roca, sin saber qu
hacer exactamente, preocupada de veras por la advertencia
de mi difunto padre acerca de cmo, invariablemente, el
arco manejado por una mujer de su tribu se rompera llegado el momento de
usarlo, el animal empez a desplazarse
hacia el borde del agua. Al principio pens que por alguna
circunstancia me haba odo llegar. Pronto me di cuenta, sin
embargo, de que se encaminaba hacia las hembras que pertenecan al viejo
macho que estaba en sus inmediaciones.
El elefante marino se mueve muy aprisa a pesar de su
gran tamao, bambolendose a uno y otro lado, y apoyado
81
en sus grandes aletas que utiliza como si fueran manos. El
macho joven estaba acercndose al agua. Lanc mi flecha, y
durante un trozo de su trayectoria fue directa al blanco; en
el ltimo momento cambi de direccin y pas sin hacer
dao junto a la vctima. No se haba roto el arco entre mis
manos, pero tampoco acert con mi disparo.
Obsesionada con el macho joven no me haba dado cuenta de que el viejo
estaba deslizndose pendiente abajo, hasta
que o piedras que entrechocaban por aquella direccin. Llegado a la
altura
de su rival lo derrib panza arriba con un
solo golpe de sus hombros. El joven era tan alto como un
hombre de buena estatura y dos veces ms ancho; lo cual
no impidi, por supuesto, que ante la fuerza del golpe rodara
hasta el agua, quedando momentneamente atontado.
El macho de ms edad carg sobre l moviendo furiosamente la cabeza, y
gritando con tanta fuerza que su voz resonaba por todo el acantilado. El
rebao de hembras y cras
que estaban entre el oleaje, rascndose unas cuantas la espalda con sus
aletas, interrumpi sus juegos para contemplar el singular combate. Dos
de
las hembras estaban en mitad del camino que deba seguir el macho anciano
para acometer a su rival, pero la bestia pas por encima de ambas
como si hubieran sido unas piedrecitas de nada. Valindose
de sus poderosos dientes en forma de colmillo abri una larga herida en
un
costado del macho joven.
Este ltimo se levant, y al volverse pude apreciar cmo
sus ojos se haban tornado de un rojo brillante. Cuando el
viejo carg contra l por segunda vez, se le adelant, hundindole los
colmillos en el cuello. Al no soltar su presa, los
dos enemigos rodaron juntos por el agua, levantando surtidores de espuma
merced a sus frenticos movimientos.
Las hembras haban escapado atemorizadas, pero el resto de los machos
continuaba en sus primitivas posiciones,
contemplando interesados los acontecimientos.
Ambos combatientes marcaron una pausa preparndose
para el nuevo ataque. Era una buena oportunidad para disparar otra vez mi
arco contra el joven, que se encontraba
82
tumbado sobre la espalda, con sus dientes hundidos en el
cuello del enemigo, pero esperaba verle ganar la batalla, y
por eso permanec en mi escondite sin mover un dedo.
El macho viejo tena cicatrices tremendas en su cabeza y
hombros, herencia sin duda de las batallas que librara en
anteriores ocasiones. Repentinamente agit con violencia la
cola, intentando romper la presa que su enemigo mantena
en el cuello propio, y dio un golpe lateral contra una roca.
Haciendo fuerza contra ella sac todo el corpachn fuera del
agua, y se deshizo del funesto abrazo del otro elefante
marino.
Trep con facilidad pendiente arriba, abierta de par en
par su enorme boca y seguido de cerca por su antagonista.
Vena en direccin adonde yo estaba, y por mi parte, en la
prisa por quitarme de su camino, -sin saber si se propona
o no atacarme-, di unos pasos retrocediendo. En ese momento resbal en
una
piedra y ca sobre mis rodillas.
Sent un agudo dolor en la rodilla, pero pude levantarme
en seguida. Para entonces el macho viejo haba dado la vuelta en redondo,
enfrentndose a su perseguidor con tal rapidez que el joven se vio
sorprendido por completo. Nuevamente cay al agua con violencia, y
llevando
adems en el
otro costado una profunda y larga herida que se deba a los
colmillos del viejo.
Las olas se fueron tornando rojizas por la sangre, pero
esta vez se incorpor sin tardanza, esperando la nueva carga
de su adversario. Cuando se produjo se oy un ruido como
si en vez de animales hubieran chocado dos rocas. Una vez
ms el macho joven hinc sus colmillos en la garganta del
otro, y juntos desaparecieron bajo las aguas. Al emerger de
nuevo estaban todava en mortal abrazo.
El sol haba desaparecido, y la oscuridad era tan grande
que apenas poda ver lo que suceda a mi alrededor. La pierna me dola
muchsimo, y como tena que recorrer un largo
trayecto no quise esperar ms. Conforme iba subiendo el
acantilado poda or su jadeo y gruidos, e incluso los escuch durante
una
buena parte del camino de vuelta.
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CAPTULO XIII
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Me dola tanto la pierna cuando llegu al cobertizo que


supuso un gran esfuerzo para m arrastrarme por debajo de la valla, y
echar
a un lado la gran piedra que tapaba
uno de sus extremos.
Durante cinco soles no pude salir para nada, porque mi
pierna se haba hinchado terriblemente, y careca de hierbas
para podrmela curar. Dispona de bastantes vveres, pero
al tercer da escaseaba ya mi provisin de agua. Dos das
ms tarde el cesto calafateado en que la guardaba qued vaco. No me
quedaba ms remedio que ir al manantial del
barranco.
Part con el alba. Me llev algunos mariscos para comer,
y como armas la lanza, el arco y las flechas. Iba muy despacio porque en
realidad marchaba a rastras sobre las palmas
de las manos y las rodillas, llevando los alimentos atados a
la espalda, y tirando con una mano de las armas.
No era muy largo el trayecto hasta la fuente, pero pasaba por muchas
rocas que en mis condiciones de ese momento no poda trepar, de manera
que
hube de hacer un
largo rodeo a travs de la espesura. Llegu al barranco cuando el sol
estaba alto, y all descans bastante tiempo, aunque
84
la sed me enfureca, rasgando un pedazo de cacto y machacndolo para
calmarla mientras llegaba el momento de beber, una vez descansada la
pierna.
Estaba reposando all, chupando con deleite el jugo del
pedazo de cacto, cuando vi al gran perro gris, lder de la
manada, entre los arbustos, un tanto por encima de mi nivel
y mirndome con fijeza. Tena la cabeza inclinada hacia el
suelo, y husmeaba sus propias huellas, que al parecer acababa de hacer.
En
cuanto me vio, -y fue casi en el acto-, dej
de olisquear. Tras l apareci el resto de los perros salvajes,
trotando en compaa. Al verme se detuvieron tambin.
Tom mi arco, enfilando una flecha, pero al hacerlo el
enorme bicho se esfum en el matorral, y los dems dieron
media vuelta siguindole. En un abrir y cerrar de ojos haban
desaparecido.
Como si jams hubieran estado all enfrente, contemplndome sin aullar.
Escuch los sonidos del ambiente. Se movan con tan poco
ruido que no me era posible escuchar sus pisadas, pero estaba segura de
que
intentaran rodearme entre todos. Poco a
poco fui arrastrndome, parndome de vez en cuando para
orlos, echar una ojeada hacia atrs, y para medir la distancia que an
me
separaba del manantial. Me dola la pierna
enormemente. Tuve que dejar en el suelo el arco y las flechas porque la
espesura era cada vez mayor, y no convena
perder tiempo, ni me servan de nada entre todos aquellos
matorrales. Con una mano empuaba firme la lanza.
Al fin llegu junto a la fuente. Manaba de una hendidura en la roca y
la
pared de piedra protega tres lados del
lugar.
Los perros salvajes no podran atacarme en ninguna
de esas direcciones; as, que me tumb de bruces y empec a
beber ansiosamente, vigilando al propio tiempo el barranco
que se extenda a mis pies. Beb grandes y continuos tragos,
llen despus el recipiente que llevaba, y, sintindome ya
ms aliviada, inici el camino hacia una cueva inmediata al
manantial.
La cueva tena una especie de reborde de roca negra encima
85
de la entrada. Unos arbustos de poca altura crecan
aqu y all en las inmediacio-, nes y entre ellos, asomando justo la
cabeza,
estaba el perrazo gris. No movi un solo msculo pero sus ojos
amarillentos
me seguan, volvindose lentamente conforme me acerqu poco a poco a la
entrada de la cueva. Otra cabeza apareci a su lado, y luego otra, y otra
ms. Todos los perros estaban demasiado lejos para usar con
xito mi venablo.
De pronto me di cuenta de que los matorrales se movan
por el lado opuesto al que estaba el jefe de la manada. Los
perros haban dividido sus fuerzas y me esperaban, ocultos
en la espesura, para cuando regresara a casa a travs del
barranco.
Tena ahora enfrente la cueva. Trep penosamente hasta
la boca y me dej caer al otro lado. Por encima de m poda
or ruido de rpidas pisadas, rotura de ramitas en el follaje;
despus se hizo el silencio ms completo. Estaba salvada!
Saba que los perros se acercaran al caer la noche, merodeando por el
matorral hasta la maana, pero sin atreverse
a entrar en la cueva.
Aunque la entrada a la caverna era muy estrecha, una
vez dentro haba espacio suficiente incluso para ponerse de
pie. Se filtraba constantemente agua por el techo, y el ambiente estaba
helado, sin fuego para calentarlo, pero en ella
me guarec durante seis soles hasta que mi pierna se cur.
Solamente fui una vez a buscar agua. El resto del tiempo
continu encerrada.
Durante los soles que viv en la caverna decid que convertira sta en
otra casa para m, donde pudiera estar tranquila y cmoda si volva a
sufrir un accidente, o resultaba
herida, etc. Y aquello deba hacerlo tan pronto como tuviera
la suficiente fortaleza y fuera capaz de andar.
La cueva se prolongaba mucho por debajo de la colina,
dando vueltas y ms vueltas, pero necesitaba tan slo arreglar la zona
que
estaba inmediata a la boca, y en la que
-durante parte del da al menos-, poda verse el sol.
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Mucho tiempo antes de mi estancia solitaria en la isla
los antepasados de nuestra tribu haban utilizado aquella
misma caverna, aunque no s exactamente para qu. A lo
largo de las paredes de cada lado grabaron en la piedra
figuras diversas. Haba pelcanos flotando en el agua o volando,
delfines,
gaviotas, ballenas, elefantes marinos, cuervos, perros y zorros.
Muy cerca de la entrada de la caverna excavaron asimismo dos cuencos
profundos en la roca, los cuales decid
usar como recipientes para guardar el agua puesto que tenan mucha mayor
capacidad que cualquier cesto mo.
Cav unas cuantas hendiduras, amplindolas para hacer
estantes como en el cobertizo, y recog mariscos y semillas
para depositarlos all. Tambin estuve recolectando hierbas
de la colina que haba encima del manantial, para poderlas
usar pronto en caso de necesidad. Asimismo decid guardar
en mi segundo domicilio el primer arco y flechas que constru en la isla.
Finalmente, despus de preparar una cama con algas
secas, y buscar madera seca en pedazos para encender y
mantener un pequeo fuego, cerr la abertura de acceso a
la caverna con piedras, excepto un pequeo agujero en la
parte superior del muro, a travs del cual deslizarme para
entrar o salir.
Hice todo esto pensando en las jornadas que haba estado enferma, sin
agua, padeciendo. Era un trabajo duro, realmente una labor que en la
tribu
hubiesen encomendado a
los hombres, pero hasta que no termin no quise ir al acantilado donde
solan vivir los elefantes marinos.
Cuando llegu a esa zona la marea estaba baja. A bastante distancia del
agua, tumbado sobre la pendiente, estaba el
cuerpo del macho viejo. Las gaviotas lo haban descarnado
hasta no dejar sino el esqueleto, pero encontr lo que iba
buscando.
Algunos de sus dientes en forma de colmillos eran tan
largos como mi mano, y casi la mitad de anchos. Estaban curvados por un
extremo y otro; varios aparecan rotos, pero
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cuando hube frotado las mejores piezas con arena, pude obtener cuatro
hermosas puntas de lanza, anchas por debajo,
puntiagudas por arriba, y de aristas afiladsimas.
Constru un par de lanzas ms con ellas, y dado el armamento de que
dispona ahora, juzgu que podra presentarme cuando quisiera en la cueva
de los perros salvajes, en su
misma guarida.
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CAPTULO XIV
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Recordaba haber visto perros salvajes en la Isla de los


Delfines Azules desde que tena uso de razn, pero
tras asesinar los aleutianos a la mayora de los hombres de
nuestra tribu, los perros que tenan aquellos difuntos se
unieron, faltos de amo, a la manada que merodeaba por
todos lados, y as result sta cada vez ms atrevida. Durante
la noche no cesaba de recorrer el poblado, y en pleno da jams andaba
lejos. A consecuencia de aquella actitud los supervivientes de la matanza
aleutiana decidimos librarnos
de los perros salvajes, pero luego se present el barco de
los hombres blancos, y todo el mundo abandon Ghalas-at.
Yo estaba segura de que la manada se haba vuelto ms
audaz merced a la actividad desplegada por su lder, aquel
perrazo grisceo de ojos amarillentos, con el pelo de alrededor del
cuello
muy espeso.
Nunca habamos visto, ni yo ni nadie de la tribu, semejante bicho antes
de la llegada de los aleutianos; as, que
debi de venir con esa gente, y lo dejaron sin duda en tierra
al salir huyendo. Era mucho mayor que cualquiera de los
perros normales de la isla, que adems tienen el pelo muy
corto y los ojos color castao. Estaba segura de que era un
perro de raza aleutiana.
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Ya haba conseguido matar a cuatro de esos feroces animales, pero
todava quedaban muchos; ms que al comienzo, porque entretanto haban
ido
naciendo algunos. Y los jvenes resultaban an ms peligrosos que los
otros.
Para conseguir mis propsitos empec por ir a una colina cercana a su
guarida, -cuando la manada estaba vagabundeando fuera de sta-, y recog
brazada tras brazada de
maleza, matorrales, arbustos, etc., que fui colocando junto
a la entrada de su cueva. Solan regresar a la misma por la
maana temprano, despus de pasarse la noche entera en
sus correras buscando algo que comer. Me llev el arco
grande, cinco flechas, y mis dos mejores venablos. Fui andando
tranquilamente, sin hacer ruido, describiendo un amplio crculo al llegar
a
la entrada de su guarida, y me
aproxim a la misma desde un flanco. All dej todo mi armamento excepto
una de las lanzas.
Prend fuego a la maleza acumulada y la empuj hacia el
interior de la cueva. Si los perros salvajes me oyeron, lo cierto es que
no
se not ruido alguno. Cerca tena una roca que
se proyectaba un tanto hacia delante; me sub a ese accidente del terreno
para esperar, tomando las armas entonces.
El fuego creca en intensidad. Parte del humo suba colina arriba, pero
la mayora se meta en la guarida de los
perros salvajes. Pronto tendra que abandonar su refugio la
manada entera. No esperaba matar en esa ocasin a ms de
cinco, porque no llevaba encima ms flechas, pero me daba
por contenta con que el lder fuera uno de los cazados. Aunque luego,
pensndolo mejor, decid ahorrar todas las flechas para l; deba darle
su
merecido.
Ninguno de los perros apareci mientras hubo fuego ardiendo. Al
extinguirse salieron tres rpidamente y se escaparon. Luego aparecieron
unos cuantos ms, siete, segn
creo, y tras un intervalo otros tantos. Pero an quedaban
muchos dentro de la guarida. El grueso del ejrcito enemigo, pens.
Por fin apareci el jefe de la manada: al contrario que
sus compaeros l no quiso huir corriendo. Salt por encima
90
de las humeantes cenizas y qued ante la entrada de la cueva, oliendo
insistente el aire. Estaba tan cerca del animal
que poda ver su nariz temblar, pero l en cambio no me vio
hasta que le apunt con el arco. Afortunadamente no se
asust por mi movimiento.
Qued frente a m, con sus patas delanteras firmemente
apoyadas en el suelo y un tanto separadas, presto a saltar.
Sus ojos se haban cerrado hasta no ser sino un par de hendiduras
alargadas. La flecha le entr en pleno pecho. Dio
media vuelta, intent alzar la pata para andar, y cay al
suelo. Le envi otra flecha que se perdi sin dar en el blanco.
En aquel momento salan otros tres bichos furtivamente
de la cueva. Us mis ltimas flechas, y pude matar a dos
de ellos.
Llevando las dos lanzas bien sujetas baj del resalte rocoso, y me
fui derecha hacia la espesura, en busca del lugar
en que haba derribado al jefe de la manada. No estaba all.
Mientras lanzaba mis flechas contra sus camaradas el lder
se escap. No poda haber ido muy lejos, desde luego, a causa de su
herida,
pero aun mirando por todas partes en esa
zona cercana, no me fue posible dar con el perrazo jefe.
Esper largo tiempo para ver si poda rematarlo, y luego
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me met en la guarida. Era un agujero profundo en la colina, pero entraba
luz suficiente.
En un rincn, lejos de la abertura de acceso, estaba medio devorado el
cadver de una zorra. Junto a l un perro
negro tendido en el suelo con cuatro cachorros. Uno de ellos
vino despacio hacia m. Era una bolita de pelo que casi me
caba en una sola mano. Quise cogerlo, pero la madre salt
incorporndose, al tiempo que me enseaba los dientes. Levant mi venablo
en alto conforme retroceda para salir del
cubil, pero no lo utilic. El lder herido no estaba en la
cueva.
Vena la noche cuando sal al aire libre, y me march hacia la cabaa
andando por el borde de la colina que remataba en el acantilado. No
llevaba
mucho rato recorriendo
aquella senda, -de la que solan servirse en sus entradas y
salidas de la cueva los mismos perros salvajes-, cuando
pude ver en el suelo parte del asta de mi flecha. Estaba roda casi a la
altura de la punta, y ya no me caba duda de que
perteneca a la que estaba clavada en el animal, el jefe que
iba buscando.
Ms adelante haba huellas en el polvo de la senda. Eran
desiguales, como si el bicho caminara despacio y vacilante.
Las segu hacia el acantilado, pero cay del todo la noche, y
no pude continuar mi bsqueda.
Al siguiente da, y al otro, llovi sin parar y no sal de
mi cabaa en busca del jefe de la manada herido. Pas la
jornada fabricando ms flechas. Al tercer da me puse en
marcha para seguir el rastro que los perros haban hecho en
torno a mi cobertizo, provista de venablos, arcos y flechas.
No haba huellas pues la lluvia las borr todas, pero segu
la senda hasta la zona rocosa donde lo haba visto en anteriores
ocasiones.
En el extremo ms lejano, considerado el
camino desde mi casa, estaba el perrazo gris tumbado.
Tena alojada la flecha rota en su pecho, y yaca acostado de lado, con
una pata debajo del cuerpo.
Lo tena a unos diez pasos de m, de manera que pude
examinarlo con toda claridad. Me encontraba segura de que
93
haba muerto, pero de todos modos levant el venablo y le
apunt. Cuando estaba a punto de partir la lanza, l se incorpor un
tanto,
alzando la cabeza y dejndola caer a rengln seguido otra vez.
Aquello me desconcert por completo, y estuve con el
brazo en alto, lista para arrojar mi venablo, un buen rato,
sin saber qu hacer, incapaz de decidir si tena que servirme
de la lanza o del arco y las flechas. No era la primera vez
que un animal se haca el muerto para escapar a mi persecucin o caza, y
luego, cuando menos lo esperaba, sala corriendo tan campante.
A la distancia que me encontraba del bicho, el arma mejor era la
lanza, pero no saba usarla con tanta facilidad
como una flecha, y por esa razn trep a una roca inmediata
desde la que poda ver a mi enemigo si intentaba correr. Fui
con el mximo cuidado colocando pies y manos mientras suba. Llevaba a
mano
una segunda flecha por si fallaba la primera. Tens el arco, la coloqu
en
posicin de disparo, y apunt esta vez a la cabeza del perro.
Me resulta imposible explicar cul es la causa de que al
cabo no lanzara mi flecha. Estaba all encima de la roca, con
el arco tenso, y sin embargo no me decida a disparar. El
perrazo segua tumbado, inmvil, y quiz sea sa la causa
de que no partiera mi flecha. Si se hubiera levantado para
escapar, de seguro le atravieso. Permanec en la misma posicin largo
rato,
mirndolo fijamente. Luego salt de la roca
abajo.
No hizo el menor movimiento cuando me acerqu a l, y
por mi parte tampoco pude comprobar que an respiraba
hasta encontrarme muy cerca. La punta de la flecha estaba alojada en su
pecho, y el asta apareca rota, cubierta de sangre. El espeso pelo del
cuello lo tena empapado por las pasadas lluvias.
No creo que se diera cuenta de que lo levantaba en el
aire, pues su cuerpo estaba desmadejado, yerto casi, como si
hubiera muerto. Pesaba enormemente, hasta el extremo de
que la nica forma de levantarlo fue ponindome yo de rodillas,
94
y echando cada una de sus patas delanteras por mis
hombros. Colocado as, y parndome a descansar cuando me
encontraba demasiado agotada, lo llev hasta el promontorio.
No poda pasar con el perro por debajo de la cerca, de
manera que cort la ligazn de dos costillas de ballena, levant las
mismas, y de ese modo pude introducir al bicho
en casa. No me mir ni movi la cabeza cuando le deposit
al fin en el suelo de mi cabaa, pero tena la boca abierta y
respiraba, sin duda alguna.
La punta de la flecha no era grande, -sa fue la suerte
del bicho-, y sali sin dificultades, aunque la verdad es que
haba penetrado profundamente. No se movi mientras lo
atenda, ni tampoco luego, cuando le limpi la herida con un
palo sin corteza, del arbusto llamado por mi tribu coral.
Se trata de una planta que produce unas semillas venenosas, pero sin
embargo suele curar heridas que ninguna otra
logra aliviar.
No haba recogido alimento durante varios das ya, y mis
cestos y estantes estaban vacos, as que, tras dejar agua para
el perro, y remendar de nuevo la cerca, baj hasta la orilla
del mar. No tena gran seguridad de que el perro viviera, de
modo que no me preocup mucho dejndolo solo en casa.
Durante todo el da estuve entre las rocas buscando mariscos, y
solamente
en una ocasin pens en el perro herido,
mi feroz enemigo, tumbado en el suelo de la cabaa. Precisamente si pens
en l fue para preguntarme por qu no lo
haba matado en fin de cuentas.
Todava respiraba cuando, al hacerse de noche, regres
a casa; sin embargo, no se haba movido de donde lo dej.
Volv a limpiar la herida con otra rama descortezada del
mismo arbusto. Entonces not que mova la cabeza, y levantndosela le di
de
beber. Aquella era la primera vez que
me miraba desde que lo encontr malherido en la senda. Tena los ojos
hundidos y su mirada pareca llegarme desde el
fondo de la cabeza.
95
Antes de irme a dormir le di ms agua. Por la maana,
dej comida, al marcharme a pescar, especialmente preparada para l. Al
volver por la tarde se la haba tragado toda. Estaba en el rincn echado,
observndome fijamente. Sigui
mirndome sin cesar en tanto yo encenda fuego, preparaba
mi cena y la consuma en silencio. Sus ojos amarillentos me
seguan por doquier.
Aquella noche dorm sobre la roca porque me daba miedo mi husped; al
llegar la aurora sal en busca de alimentos
no sin antes dejar abierto el agujero de acceso a mi recinto
propio, para que se marchase si tal era su deseo. Cuando
volv estaba al sol, con la cabeza entre las patas delanteras.
Haba yo alanceado un par de peces bastante hermosos, que
guis para que me sirvieran de cena. Como vi que el perrazo
aqul estaba muy delgado, le di uno, y despus de habrselo
comido se me acerc, echndose junto a la fogata y vigilndome con sus
ojos
amarillos, que eran muy estrechos y vueltos hacia arriba por el extremo.
Durante cuatro noches segu durmiendo en la roca, y
cada maana quedaba abierto el agujero de entrada al cobertizo para que
se
fuera si quera. No dej nunca de llevarle un pez al volver de mis
expediciones de caza y pesca, y
siempre lo encontraba junto a la cerca, por la parte de dentro, esperando
su comida. No quera, sin embargo, tomar
directamente el pez de mi mano, as es que lo pona en el
suelo, de donde l lo recoga en seguida. Hubo una vez que
se lo ofrec adelantando la mano, pero l correspondi a este
movimiento mo retrocediendo un paso, y ensendome los
dientes.
Al cuarto da de tal situacin regres a casa ms temprano de lo
acostumbrado, y no estaba esperndome junto a
la valla. Sent que me embargaba una extraa sensacin. En
anteriores ocasiones, siempre que volva yo a la cabaa esperaba que el
perro se hubiera marchado ya. Pero ahora, al
arrastrarme para pasar bajo la cerca, me dominaba un sentimiento
diferente.
96
Le llam: Perro!, Perro!; as, simplemente, porque la
verdad es que no le haba puesto nombre alguno.
Me precipit dentro de la cabaa llamndolo: all lo tena. Acababa por
lo visto de levantarse, y se estaba estirando mientras emita un
prolongado
bostezo. Mir primero al
pescado que yo llevaba en la mano, luego fij su vista en m,
y al cabo mene la cola contento.
Esa noche dorm en casa. Antes de cerrar los ojos estuve
pensando un nombre para l porque no poda seguir llamndole Perro a
secas. El nombre que discurr era Rontu,
que en el lenguaje de mi tribu significa Ojos de Zorro.
__________________________
97

CAPTULO XV
__________________________

El barco de los hombres blancos no volvi esa primavera.


Ni tampoco durante el verano. De todos modos, cada
da, hallndome en el promontorio o mientras recoga moluscos en las
rocas,
y lo mismo si trabajaba en mi canoa,
lo esperaba. Tambin vigilaba la posible llegada del barco
de los aleutianos.
No estaba segura de lo que iba a hacer si stos se presentaban de nuevo
en la isla. Poda ocultarme en la cueva que
prepar con agua y comida, porque el matorral era espeso
en aquella zona, y el extremo inferior del barranco al que
se abra la caverna solamente caba alcanzarlo desde el mar.
Los aleutianos no haban utilizado esa fuente durante sus
anteriores viajes, -y por tanto no la conocan-, debido a la
existencia de otro manantial muy cerca del sitio donde solan ellos
acampar. Pero de todas formas podan dar con la
cueva casualmente, y en ese caso deba prepararme a huir
si fuera necesario.
Por eso es por lo que estaba ahora trabajando en la canoa
que abandon junto al mar. Fui antes a inspeccionar el escondite donde mi
tribu abandon sus embarcaciones antes
de irse con los blancos. Las canoas estaban demasiado secas
98
y se haban rajado sus tablas, aparte de resultar demasiado
pesadas para las fuerzas de una sola chica, incluso de una
muchacha tan fuerte como yo lo era a la sazn.
El ir y venir de las mareas casi haba enterrado la canoa,
y tuve que escarbar jornadas enteras para poderla extraer
de la arena. Como el tiempo era caluroso dej de hacer el
viaje de ida y vuelta hasta mi cabaa del promontorio, limitndome a
guisar
mis comidas en el mismo banco de arena,
y a dormir esas noches tumbada en el interior de la canoa,
con lo cual consegu ganar bastante tiempo.
Incluso aquella canoa era demasiado grande para que
pudiera meterla o sacarla del agua fcilmente, de manera que decid
construir una menor. Lo hice aprovechando el
material de la nica que haba quedado en uso en toda la
isla. Solt las tablas cortando los tendones que las ligaban,
y ablandando el betn que las mantena unidas tras haberlo
calentado concienzudamente. Luego di forma a aquellas tablas
reducindolas
a la mitad de su anterior longitud, usando para esto una serie de agudos
cuchillos fabricados con
una piedra negra apropiada, que slo se encontraba en un
lugar concreto de la isla. Cuando tuve que armar la canoa
de nuevo me serv del procedimiento tradicional de mi tribu
que ya he descrito: pez espesa y cuerdas vegetales.
Al terminar mi obra la canoa no tena tan bellas formas
como la anterior, pero s poda yo levantarla por un extremo, y
arrastrarla
as hacia el mar.
Durante todo el tiempo que estuve trabajando en la nueva canoa, -y la
faena citada me ocup todo el verano- Rontu no se separ de mi lado. Se
pasaba la jornada durmiendo en la sombra que marcaba la canoa sobre la
arena, o
corriendo de aqu para all por la playa, aullando mientras
persegua a los pelcanos que viven por esa zona en grandes
colonias, ya que la pesca es numerosa en las aguas inmediatas. Rontu no
lleg nunca a cazar alguna de aquellas
aves, pero segua insistiendo e insistiendo hasta quedar agotado y con la
lengua fuera.
Haba aprendido rpidamente cul era su nombre, y muchas
99
palabras que le interesaban de modo especial. Por ejemplo zalwit que es
como los de mi tribu llambamos al pelcano, o naip, que quiere decir pez
en general en nuestro lenguaje. Hablaba frecuentemente con l usando esas
palabras, y muchas otras que no entenda. Hablaba con l como
si estuviera charlando con un miembro de mi familia o de
mi tribu.
--Rontu -le deca, cuando me haba robado un pez
que preparaba yo con sumo cuidado para cenar-. Dime por
qu siendo un perro tan bonito eres a la vez semejante
ladrn.
Echaba su cabeza primero hacia un lado y despus al
otro, aunque slo saba el significado de dos de esas palabras, y se me
quedaba mirando fijamente.
En otra ocasin le deca:
--Hoy es un da hermossimo. Nunca he visto el ocano
tan en calma, y el cielo parece una concha de color azul.
Cunto tiempo crees t que va a durar?
Rontu segua entonces mirndome de manera peculiar,
como si entendiera mis frases, aun cuando, por supuesto, no
se enteraba del significado de ellas.
Gracias a ese sistema de dirigirme al perro consegua aliviar la
insufrible sensacin de soledad que senta. De no ser
por Rontu, ignoro lo que habra hecho.
Cuando la canoa estuvo terminada, seco el betn, y lista
para botarla, decid probar sus condiciones marineras y ver
si haca agua por alguna raja. Me dispuse, pues, a emprender un largo
viaje
alrededor de la isla. La expedicin me
cost una jornada entera, de la maana a la noche.
Hay muchas cuevas en la isla con acceso directo desde el
mar. Algunas son amplias en verdad, y penetran profundamente en los
acantilados. Una de esas cavernas estaba prxima al promontorio donde
dispuse mi alojamiento.
La entrada era estrecha, -no mucho ms amplia que el
paso justo para la canoa y su tripulante-, pero una vez dentro se
extenda
bastante, y resultaba ms capaz que toda el
rea de mi cabaa al aire libre.
100
Las paredes eran negras, suaves al tacto, y suban hasta
encontrarse muy por encima de mi cabeza. El agua del interior tena
asimismo un tono sumamente oscuro, excepto
en el momento en que la iluminaban directamente los rayos
del sol. Entonces adquira tonalidades doradas y poda verse
a los peces, que nadaban felices. Eran distintos a los de los
arrecifes, con ojos ms grandes y agallas que hacan el efecto de algas
unidas a su cuerpo.
Aquella cavidad daba acceso a otra que resultaba ya ms
pequea, y oscura hasta el extremo de no poderse ver apenas en su
interior.
El silencio era total all, sin que se escuchara el golpear rtmico del
oleaje contra la orilla; slo un
tenue susurro conforme el agua lama mansamente las paredes. Pens en el
dios Tumaiyowit, aquel que se enfad
con Mukat desapareciendo en los abismos, descendiendo a
otro mundo, y me preguntaba si no residira en algn lugar
parecido a ste.
All lejos se vea un poco de luz, un puntito no mayor
que mi mano, y en vez de volverme atrs, -que era mi deseo en ese
momento-
impuls la canoa en busca de la luz,
dando vueltas y ms vueltas hasta que al cabo pude llegar a
una gran cavidad como la de la entrada.
Todo a lo largo de una de las paredes haba un resalte
rocoso que daba al mar a travs de una pequea abertura.
La marea estaba alta, pero aun con todo no alcanzaba su nivel a cubrir
aquel reborde de la roca. Era un sitio ideal para
ocultar una canoa, la cual poda, sin especiales dificultades,
ser izada hasta esa especie de estante natural, quedando
guardada en un lugar realmente difcil de encon-, trar. Coincida adems
que
la abertura iba a parar al acantilado justo
debajo de mi cabaa. Todo lo que necesitaba era, por tanto,
una senda hasta la cueva, y as podra tener mi canoa protegida y muy a
mano.
--Hemos hecho un gran descubrimiento, -dije, feliz, a
Rontu.
Rontu no me oy. Estaba observando un pez diablo,
que nadaba algo ms all del acceso a las cuevas. Este animal,
101
que algunos llaman pulpo, tiene una cabeza pequea
con ojos saltones, y multitud de brazos alrededor. Durante
todo el da Rontu haba estado ladrando; a los cormoranes, a las
gaviotas, a las focas; a cuanto se mova por tierra,
mar o aire, en una palabra. Ahora en cambio se mantena
inmvil, inspeccionando aquella cosa negra que se deslizaba
por el agua.
Dej que la canoa siguiera deslizndose sola, y me arrodill para
ocultarme al extrao bicho hasta que llegara el
momento de tomar mi lanza y usarla contra l.
El bicho estaba ante nosotros, nadando despacio no lejos de la
superficie
y moviendo todos sus brazos acompasadamente. Los pulpos grandes resultan
peligrosos si uno se encuentra en el mar con ellos, porque son animales
de
brazos
tan largos como los del hombre, y en seguida salen disparados esos brazos
a
enlazarse en la vctima. Tienen tambin
una boca grande, y un pico agudo en la zona en que los brazos se unen a
la
cabeza. Aquel bicho era de los mayores de
su especie que jams viera.
Como Rontu estaba de pie en la proa, y yo no poda maniobrar con la
canoa hasta dejarla en la posicin de ataque
ideal, tuve que sacar parte del cuerpo fuera a fin de servirme del
venablo.
Al hacerlo el animal vio mi movimiento, y expuls en el agua un lquido
espeso y negro que lo ocult
en el acto.
Yo ya saba que no estaba en el centro de aquel lquido;
precisamente lo haba dejado tras de s al escapar. Por tanto
no dirig mi lanza contra esa especie de nube, sino que tom
el remo esperando que reapareciera. Cuando lo hizo estaba
a dos largos de distancia de mi canoa, y por muy aprisa que
pudiera remar no lo alcanzara ya.
--Rontu -le dije, porque no cesaba de contemplar el
lquido negruzco que flotaba entre dos aguas-, tienes mucho que aprender
de
ese bicho.
Rontu no me mir ni emiti sonido alguno. Ech su cabeza hacia uno y
otro lado alternativamente, sobremanera
102
extraado, y an ms cuando la nube termin por esfumarse, quedando slo
el
agua clara en su lugar.
Estos animales constituyen el bocado ms delicioso entre
los que viven en aguas de la isla. Su carne es blanca, tierna
y suave. Pero resultan difciles de coger si no utiliza uno
cierto tipo especial de lanza. Decid que me preparara esa
clase de venablo durante el invierno, cuando me sobraba
tiempo para cualquier tarea que quisiera emprender.
Rem con la canoa hasta llegar a la Caleta del Coral, que
no caa lejos de la caverna que acababa de inspeccionar, y
una vez all la saqu del agua para que no sufriera durante
las primeras tormentas del invierno. Estara a salvo en ese
sitio, y llegada la primavera, la ocultara en la cueva que
habamos encontrado Rontu y yo. Mi viaje de pruebas haba constituido un
xito. La canoa era manejable y no pesaba
excesivamente. Me senta muy feliz.
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103

CAPTULO XVI
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Las clsicas tormentas acompaadas de fuerte lluvia aparecieron


pronto
esta vez. La ventolera que azotaba la
isla lo llenaba todo de arena. Durante esa poca me prepar
otro traje, pero la mayor parte del tiempo lo pas fabricando
una lanza especial para atacar a los pulpos grandes.
Haba visto hacer este tipo de venablos a mi padre, porque siempre me
gust observar su trabajo preparando armas: lanzas, arcos y flechas. Pero
realmente no prest la
atencin necesaria para aprender la tcnica de su fabricacin. De todos
modos recordaba el aspecto que tena, y cmo
sola usarlo en mi tribu. Gracias a esos recuerdos, y tras muchas horas
de
trabajo y otras tantas de equivocaciones, pude
construirme la dichosa lanza. Trabajaba sentada en el suelo,
con Rontu a mi lado y las tormentas sucedindose unas a
otras, mientras el viento gema alrededor de mi refugio.
Quedaban an cuatro colmillos del elefante marino, y
aunque los fui rompiendo en el intento de construirme una
buena lanza, logr salvar el ltimo que fue el que sujet al
extremo de un palo aguzado. Hice luego una especie de
anillo, y lo asegur en dicho extremo. En l puse la punta
que iba unida por una larga cuerda hecha de tendones retorcidos.
104
Cuando se lanzaba el venablo, y ste penetraba en la
carne del pulpo, la punta se soltaba del palo propiamente
dicho, el cual quedaba flotando en el agua mientras la aguzada punta
continuaba unida a una cuerda que antes se ataba
uno a la mueca. Era una lanza sumamente apropiada para
tal tipo de operacin, puesto que poda arrojarse desde cierta
distancia.
El primer da de primavera baj a la Caleta del Coral
llevando mi nueva arma. Saba que acababa de empezar la
primavera porque al amanecer de esa jornada el cielo estaba lleno de
bandadas de pjaros emigrantes. Eran pequeos y negruzcos, y solamente
aparecan volando por encima
de la isla en esa poca del ao. Llegaban del Sur y se detenan un par de
soles, buscando su alimento por los barrancos; ms tarde, todos juntos,
emprendan otra vez el vuelo
rumbo al Norte.
Rontu no vino conmigo a la playa porque le haba dejado salir de la
cerca, y cuando me puse en marcha camino
del mar todava estaba fuera de casa. Los perros salvajes se
acercaron a menudo durante todo el invierno a la valla que
protega mi cabaa, y l no les prest atencin, pero en cambio desde la
noche anterior, despus de haberse ido los animales en cuestin, Rontu no
abandonaba la cerca. Gema
recorrindola de un lado a otro sin cesar. Me empezaba a
preocupar su extraa actitud, y cuando no quiso comer,
le dej salir al exterior.
Ahora recorra yo la playa dispuesta a salir de pesca.
Empuj la canoa para meterla en el agua, y una vez embarcada rem en
direccin al arrecife, donde estaba segura de
encontrar al pulpo. El agua tena la misma transparencia
que el aire en torno mo. Abajo, muy hondo, las hierbas marinas se movan
como si una brisa tibia las agitara. Entre
ellas iba deslizndose el pulpo con todos sus tentculos
alerta.
Me haca feliz volver de nuevo al mar despus de las tormentas
invernales, sobre todo pensando en la eficacia de mi
nueva lanza, que empuaba con firmeza; pero mientras persegua
105
-la maana entera-, al pulpo gigante no dejaba de
pensar en Rontu. Todo estaba a mi favor en aquel momento, y por tanto
deba sentirme feliz; sin embargo, no me encontraba a gusto. Regresara a
casa, o pensaba reanudar la
vida anterior en compaa de sus salvajes camaradas? Acaso iba a
convertirse nuevamente en enemigo mo? Saba que ni siquiera entonces
podra yo matarlo, despus de haber
sido mi buen camarada y amigo.
Cuando el sol estaba alto ocult la canoa en la cueva que
habamos encontrado, porque nos acercbamos a la poca
que sealaba la aparicin de los aleutianos, y con dos pequeas lubinas
que
haba alanceado, -aun cuando no pude hacer otro tanto con el pulpo
gigante-
trep acantilado arriba. Hubo un momento en que pens trazar un sendero
desde
la cueva a mi cabaa, pero al cabo cambi de idea por temor
a que pudiera verse desde un navo, o por cualquiera que
recorriera el promontorio.
La subida era muy empinada. Al llegar a la cumbre me
detuve para respirar profundamente. La maana estaba
tranquila, y los nicos ruidos que se escuchaban eran los
producidos por unos cuantos pajarillos saltando de arbusto
en arbusto, coreados por los gritos de las gaviotas a las que
desagradaba la presencia de esos extraos. Luego pude or
el ruido de un combate entre perros. Llegaba de muy lejos,
quiz desde el barranco. Cogiendo mi arco y unas cuantas
flechas sal a toda velocidad en direccin al sitio de donde
proceda el ruido.
Baj por el sendero que llevaba al manantial. Por toda
esa zona abundaban las huellas de perros, especialmente en
torno a la fuente citada. Entre ellas identifiqu las de Rontu, que eran
ms largas. Haba ms rastros cruzando el barranco que termina en el mar.
Cuando estaba identificndoles o de nuevo el distante sonido de la
lucha.
Cruc con dificultad el barranco, estorbada como iba
por mi arco y las flechas. Al cabo llegu al sitio en el que
el barranco se abre formando un prado que est justo al
borde de un pequeo faralln. Algunas veces y en poca de
106
verano, -tiempo atrs-, vivi por esa zona gente de mi
tribu. Recolectaban mariscos en las rocas y los consuman
all mismo, dejando las conchas vacas amontonadas hasta formar unos
montculos sobre los cuales se deposit la tierra, y creci la hierba,
as
como una planta de hojas gruesas
que nosotros llambamos guapn.
En un montculo, sobre la hierba y rodeado de plantas,
estaba erecto Rontu. Se hallaba frente a m dando la espalda al
acantilado. Tena delante, constituyendo un medio
crculo, la manada de perros salvajes. Al principio supuse
que lo haban acorralado contra el faralln, y se disponan
ya a lanzarse sobre l. Pero pronto observ que dos de los
bichos aquellos estaban un tanto separados del conjunto,
entre sus compaeros y Rontu y tenan ambos el hocico
baado en sangre.
Uno de ellos era el lder que ocup el puesto de Rontu
cuando ste se vino a vivir conmigo. El otro de piel a manchas era un
bicho
que nunca haba visto figurar entre los de
la manada. La batalla se desarrollaba entre Rontu y la pareja de enemigos
descrita. El resto de los perros salvajes esperaba paciente para acabar
con
el vencido.
Era tan grande el escndalo organizado por la manada,
que no me haban odo llegar a travs de los arbustos, ni me
vieron cuando me detuve para observarlos en el borde del
prado. Puestos en dos patas aullaban sin tasa, mirando fijamente a sus
camaradas en lucha. Pero desde el primer momento supo Rontu que yo estaba
por las cercanas: levant
su cabeza y husme insistentemente el aire.
Los dos perros que se le enfrentaban trotaban arriba y
abajo por delante del montculo que he dicho, vigilando el
menor movimiento de Rontu. La lucha haba empezado
quiz en el manantial, y se trasladaron luego a ese sitio como
ms conveniente para combatir. El acantilado protega a
Rontu de ataques por la espalda; as, que intentaban sus
dos enemigos alguna otra manera de acercrsele. La partida
hubiera resultado para ellos extraordinariamente fcil de
haberle podido atacar, a la vez, uno por la espalda y el otro
por delante.
107
Mi perro no se mova de la cumbre del montculo. De
cuando en cuando agachaba la cabeza para lamerse una herida de la pata,
pero desde luego ejecutaba tal movimiento
sin separar un instante los ojos de sus enemigos, que seguan incesantes
sus carreras arriba y abajo delante de l.
Poda haberles disparado sendas flechas, porque estaban
a mi alcance normal, o quiz pude espantar al resto de la
manada, pero lo nico que hice fue seguir tras los arbustos
y esperar. Era un combate entre ellos y Rontu. Si lo paraba entonces,
seguramente se reanudara en otra ocasin,
quiz en un lugar menos favorable para l.
Rontu volvi a lamerse la herida, y en esta ocasin descuid su
vigilancia de la pareja que le buscaba las vueltas.
Pens que era una trampa que les tenda, y as result, porque ambos se
precipitaron a atacarle. Llegaron por sitios
opuestos del montculo, con las orejas bajas y enseando
los dientes.
Rontu no esper a que le dieran un zarpazo. Saltando
contra el que primero le alcanzaba, baj la cabeza y atrap
una pata delantera del animal. La manada estaba inmvil y
silenciosa, y pudo orse el ruido del hueso al quebrarse. El
perro se retir cojeando, andando con tres patas nicamente.
Entretanto el segundo atacante haba coronado el montculo. Rontu se
revolvi en el acto para presentarle batalla,
aunque no a tiempo de evitar su primer zarpazo. La dentellada iba
dirigida
a su garganta, pero, en un movimiento
desesperado, Rontu logr que le alcanzara slo en el flanco, pese a lo
cual se derrumb sobre el montculo.
En aquel momento, mientras estaba all, sobre la hierba,
con el perro de manchas, -que le haba propinado el golpe-, dando vueltas
en
torno suyo, y la manada acercndosele despacio, sin darme cuenta bien de
lo
que haca puse una flecha
en el arco. Una buena distancia separaba a Rontu de su
atacante principal, y poda yo terminar el combate antes de
que el resto de los perros se hubiesen aproximado hasta caer
sobre el mo. Y, sin embargo, segn ocurriera antes, no lanc mi
proyectil.
108
El perro de la piel a manchas se par. Dio media vuelta,
y torn a saltar, esta vez atacando a Rontu por detrs.
Rontu estaba an en el csped, con sus garras bajo el cuerpo, y creo
que no se dio cuenta de que el enemigo se le
vena encima. Pero como un relmpago se puso en pie, evitando el choque
en
su mayor parte, al tiempo que hincaba
sus colmillos en la garganta del otro.
Rodaron juntos montculo abajo sin que Rontu soltara
la presa. La manada qued inquieta, -pero sentada-, a corta distancia de
ambos.
En pocos momentos ya se haba levantado Rontu, dejando al perro de las
manchas donde cayera. Subi al montculo, levant la cabeza, y emiti un
prolongado aullido.
Nunca haba odo yo una cosa semejante. Inclua el sonido
muchas cosas y circunstancias que no poda comprender.
Luego el vencedor descendi trotando, pas junto a m y
subi barranco arriba. Cuando regres a casa all lo tena
esperndome, como si nunca hubiese abandonado la cabaa,
y como si jams hubiera habido lucha alguna.
En todo lo que quedaba de vida Rontu no iba a escaprseme de nuevo, y
los perros salvajes, que por alguna
razn oscura se dividieron en dos manadas, nunca regresaron a la zona del
promontorio.
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110

CAPTULO XVII
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Aquella primavera las flores abundaban como pocas veces a causa de


las
persistentes lluvias que habamos
sufrido en la isla durante el invierno. Las dunas estaban cubiertas de
las
llamadas por mi gente flores de arena, rojas, con manchitas en ocasiones
rosas y otras veces blancas.
La yuca creca vigorosa entre las rocas del barranco. Sus
cabezas estaban llenas de globitos peludos, -no mayores que
una piedrecita-, y del color del sol al alba. Los altramuces abundaban en
las cercanas de los manantiales. Sobre
los soleados farallones, en hendiduras de la roca donde
nadie poda haberse imaginado que lograra arraigar un
vegetal, aparecan los ptalos rojos y amarillos del arbusto
comul.
Tambin eran abundantes los pjaros. Haba muchos colibres, capaces de
detenerse en el aire, que parecen pedacitos de piedras pulimentadas y
tienen unas largas lengecillas
para chupar la miel. Arrendajos azules, que son unos pjaros muy
pendencieros y ruidosos, y carpinteros blanquinegros que agujereaban los
tallos de yuca e incluso los postes
de mi cobertizo, picoteando en su entusiasmo incluso los
dientes de ballena que me servan de cerca. Mirlos de ala
111
roja que venan volando desde el Sur a la isla, y bandadas
de cuervos. Aquel ao apareci incluso una ave que nunca
viera anteriormente: tena el cuerpo amarillo y la cabeza color
escarlata.
Un par de esa ltima clase de pjaros hizo su nido en un
rbol retorcido cercano a mi casa. Lo fabricaron con hilas
de yuca, y dejaron una pequea abertura por la parte superior, colgndolo
luego de una rama como si fuera una
bolsa. La madre puso un par de huevos con pintitas, y ella y
el padre se turnaban en la incubacin. Cuando nacieron los
pajarillos puse conchas de abalones bajo el rbol, y la
madre dio la carne de ese molusco a sus hijitos.
Los nuevos pajarillos del nido en cuestin no eran como
su madre o su padre. Tenan, por el contrario, las incipientes plumas de
color gris, y resultaban feos de verdad, pero,
de todos modos, los tom del nido y los puse en una pequea
jaula que fabriqu con caas. As, cuando al terminar la
primavera todas las aves, -excepto los cuervos-, abandonaron mi isla, ya
tena un par de amiguitos que me acompaaran.
Pronto empezaron a nacerles plumas tan bellas como las
de sus padres, y emitieron el mismo piar, una especie de
rip, rip. Pero era un canto suave y claro, mucho ms
agradable al odo que los chillidos de las gaviotas, los graznidos de los
cuervos, o el charloteo de los pelcanos, que
siempre parece una animada disputa entre ancianos desdentados.
Antes del verano la jaula resultaba ya demasiado pequea para mis
pjaros, pero en vez de agrandarla o hacer otra,
cort los extremos de sus alas, una a cada uno tan slo, -para que no se
me
escaparan volando y volando-, y los dej ir
sueltos por el cercado. Cuando volvieron a crecerles las plumas
necesarias
al vuelo ya haban aprendido a comer de mi
mano. Saltaban contentos desde el techo del cobertizo, y se
me suban al brazo pidiendo la comida con su continuo
rip, rip.
Volv a despojarles del plumaje preciso. Esta vez los dej
112
ya en entera libertad, hasta el extremo de que le suban
encima a Rontu, quien ya se haba acostumbrado a su
presencia y no pareca alterarse por ello. La siguiente vez que les
crecieron las alas ya no se las cort en absoluto, pero
nunca volaron ms all del barranco, y siempre regresaban
a casa para dormir o, sin que importase lo mucho que ya hubieran
consumido,
para pedir ms alimento.
A uno de ellos, -el mayor-, le puse por nombre Tainor. Era el nombre de
un joven de mi tribu que me agradaba especialmente, y muri luchando con
los aleutianos.
Al otro le llam Laurai, que es como me hubiese gustado llamarme yo, en
vez de Karana como me pusieron mis
padres.
Mientras me dedicaba a domesticar los pjaros fui tejiendo una nueva
falda, tambin de fibra de yuca, que ablandaba humedecindola, y luego
entrecruzaba formando fibras
retorcidas.
La confeccion lo mismo que las otras, con pliegues en
redondo todo alrededor de mi cuerpo. Estaba abierta por
ambos lados y me llegaba a las rodillas. El cinturn lo hice
con piel de foca que ataba con un nudo por delante. Tambin me fabriqu
un
par de sandalias para andar por encima
de las dunas cuando el sol era muy fuerte, o, simplemente,
para vestir bien cuando llevase mi falda de yuca.
A menudo me colocaba la falda y sandalias para pasear
por el borde del acantilado en compaa de Rontu. Algunas veces agregaba
a mi atavo una corona de flores que
prenda del cabello. Cuando los aleutianos mataron a nuestros hombres en
la
Caleta del Coral, todas las mujeres de la
tribu se cortaron mucho el pelo en seal de duelo. Tambin
yo me lo dej entonces muy corto, recogido en una especie
de coleta, pero ahora lo llevaba nuevamente tan largo que
me llegaba al pecho. Me peinaba con una raya en medio,
echando cada parte a un lado y detrs; excepto, naturalmente, cuando
llevaba una corona de flores. En tales ocasiones
solemnes me peinaba con dos trenzas que sujetaba con largos agujones de
hueso de ballena.
113
Tambin confeccion una corona para el cuello de Rontu, la cual por
cierto no le gustaba al perro lo que se dice
nada. bamos juntos paseando por lo alto del faralln y mirando el mar.
Aunque el buque de los hombres blancos no
volvi, esa primavera fue para nosotros una poca feliz. El
aire ola a flores, y cantaban los pjaros por doquier.
__________________________
114

CAPTULO XVIII
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Habamos entrado de nuevo en el perodo veraniego y


an segua sin tener ocasin de alancear el pulpo gigante que viva cerca
de la caverna.
Todos los das, durante la entera poca primaveral, fuimos Rontu y yo a
inspeccionar su refugio. Meta la canoa
en el agua y remaba suavemente a travs de la abertura,
llegando de una entrada a otra muchas veces. VI muchos
pulpos en esa oquedad, pero nunca pude contemplar de nuevo las
evoluciones
del gigantesco de la primera visita a la
caverna.
Al fin me cans de buscarlo y empec la recoleccin de
abalones para el invierno. Los de concha roja tienen la carne
ms sabrosa, y resultan tambin los ms apropiados para
ponerlos a secar, aunque los verdes y negros son buenos
tambin. Claro que como los rojos son exquisitos, segn
digo, las estrellas de mar se lanzan con voracidad a comrselos todos.
Esa extraa criatura, la estrella de mar, se coloca bien
agarrada encima de la concha de un abalone. Apoya sus
cinco tentculos, -extendidos hasta el lmite-, contra la
roca en que se ha sujetado el molusco, atrapa a ste con sus
115
ventosas, y comienza a encabritarse. A veces tira de la
concha del abalone durante das, sin soltar un instante sus
ventosas, hasta que, poco a poco, la pesadsima concha 1 del molusco se
desprende del cuerpo del mismo.
Una maana salimos de la cueva del pulpo y nos acercamos al arrecife
que est inmediato a ella, bogando yo suavemente en la canoa mientras
Rontu miraba.
Durante muchos das haba estado recogiendo mariscos,
a la sazn no demasiado abundantes, entre las rocas
0
------------
1 Como ya hemos advertido antes, el abalone es realmente
gigantesco en comparacin con sus congneres, -moluscos de esa familia-,
de
toda Europa. Nota del Traductor.
0
de la Caleta del Coral, sin dejar de inspeccionar el arrecife esperando
el
momento apropiado para mi propsito. Ese instante es cuando hay pocas
estrellas de mar pegadas a la concha de sus respectivos abalones, porque
resultan tan difciles de separar como stos de la roca.
La marea estaba baja, y el arrecife sobresala ms que
de ordinario. A cada lado podan verse multitud de abalones
rojos, y apenas unas cuantas estrellas de mar, as es que antes de llegar
el sol a su recorrido ms alto ya haba yo llenado el fondo de la canoa
con
abalones.
Aquella jornada no soplaba el menor viento, y teniendo
ya cuantos moluscos poda desear, at la canoa -Rontu
me segua de cerca-, y trep al arrecife para alancear algn
pez que nos sirviera de cena al perro y a m.
Los delfines azules jugueteaban al otro lado de los bancos de algas.
En
su sitio favorito estaban las nutrias dedicndose a las diversiones de
siempre, de las que nunca parecen
cansarse. Alrededor de nosotros, por todas partes, intentaban las
gaviotas
pescar mejillones, que eran especialmente abundantes ese verano. Suelen
crecer enredados en las
algas que flotan no lejos de la superficie de las aguas, y su
peso, -al ser tantos-, haca a la sazn que parte del banco
de algas estuviera entre la superficie y el fondo de esa zona.
Con todo, su abundancia permita que algunos quedasen al
alcance de las gaviotas. stas los tomaban con el pico, levantaban
116
el vuelo, y, desde cierta altura, los hacan estrellarse
contra el arrecife. Luego se lanzaban veloces a por los trozos de carne
al
descubierto.
Los mejillones caan sobre el arrecife como una especie
de extraa lluvia, lo cual me diverta mucho, aunque no as
a Rontu, quien no poda comprender lo que las gaviotas se
proponan con aqul tejemaneje. Andando con mil dificultades fui hasta el
extremo del arrecife, donde suelen vivir los
peces ms grandes. Con una cuerda de algas, y un anzuelo
hecho con un pedazo de concha de abalone, logr pescar un
par de buenos ejemplares. Tenan una cabeza enorme y muchsimos dientes,
pero eran de sabroso gusto. Di uno a
Rontu y de regreso hacia la canoa cog varios erizos de
mar de color prpura, que son muy buenos para teir las
prendas.
Rontu iba delante de m a buen paso. De pronto dej
caer el pez y se qued mirando hacia el fondo del agua, inclinado en el
borde de la roca. All mismo, movindose en
suave balanceo, estaba el pulpo. El que llevaba tanto tiempo
buscando. El gigante!
Era raro poder ver a los pulpos en aquella zona. Son bichos que gustan
del agua profunda, y por esa zona del arrecife el fondo estaba prximo a
la
superficie. Quiz el gigante
viviera en la cueva, y slo se acercase a esa rea cuando
era incapaz de hallar su alimento en otra cualquiera.
El pulpo no se haba movido. Estaba flotando casi en la
superficie, y poda ver perfectamente sus impresionantes
ojos. Eran del tamao de unas piedras pequeas, y le salan
de la cabeza, con negras pestaas y centros dorados. En el
centro de cada ojo, una mancha negra. Me recordaban los
de un fantasma que vi cierta noche en que llova a cntaros
y el rayo culebreaba insistente por los cielos.
Debajo de donde tena apoyadas las manos haba una
profunda hendidura en la roca, y en ella se ocultaba un pez
de su enemigo el pulpo.
Rontu no haba emitido sonidos de ninguna clase. Prepar la punta de mi
venablo, y at el palo del mismo a mi
116
mueca. Luego me coloqu en el borde del arrecife, lo ms
cerca del agua que pude.
El gigantesco pulpo estaba an un poco lejos para alancearlo, pero
mientras miraba sus movimientos uno de los
largos brazos se adelant y, metindose por la resquebrajadura de la
roca,
empez a tantear all dentro. El tentculo
del pulpo sigui su camino pasando junto al pez que haba
escogido como vctima. Luego se retorci por el extremo.
Cuando el brazo del animal hubo enrollado al pez, me puse
con una rodilla en la roca y la otra levantada, y prepar
la lanza.
Apuntaba a la cabeza del gigante. Al tirar el venablo
con fuerte impulso, y aun siendo el blanco que ofreca mayor que los dos
peces grandes que captur poco rato antes,
fall el golpe. La lanza se hundi en el agua y rebot un
tanto a continuacin. Instantneamente una espesa nube negra rode al
pulpo. Lo nico que poda ver de l era su largo brazo, enrollado an en
torno a su vctima.
Salt ponindome en pie para tirar de la lanza, pensando
que bien poda tener la oportunidad de arrojarla de nuevo.
Al hacerlo me di cuenta de que la aguda punta se haba soltado y solo
emerga ahora el palo.
En el instante en que la cosa ocurri empez a tensarse
la cuerda que ataba a mi mueca el arma. Se me desprendi el palo de la
mano y comprend que haba acertado en
alguna parte del cuerpo al pulpo gigante. A toda prisa solt
el cabo de cuerda que tena en la mano, porque cuando se
desliza a toda velocidad, tenindola agarrada, te quema la
mano o se engancha.
El pulpo no avanza por las aguas, como otros animales
marinos, gracias a sus aletas, cola, etc. Absorbe agua por un
agujero que tiene en la parte anterior del cuerpo, y la proyecta hacia
atrs, dndole salida por dos hendiduras de su
parte posterior. Cuando nada despacio pueden verse dos
columnas de agua que salen con fuerza hacia atrs. Si va
de prisa es imposible verlas: lo nico que se puede percibir
es un rastro en el agua.
118
El manojo de cuerda que haba yo dejado caer en la roca
daba saltos y zumbaba conforme se iba desenrollando a
toda velocidad. Luego desapareci en el agua. En el acto
sent una fuerte presin en mi mueca, y a fin de aminorarla
salt de la roca, acercndome a la direccin que el pulpo
haba tomado al desaparecer. Asegurando la cuerda con ambas manos, -pero
sujeta an al brazo-, apoy con fuerza
los pies en un resalte de la roca y me ech algo hacia atrs.
La cuerda estaba tensa con el gran peso del pulpo. Empec a recogerla.
Temiendo se rompiera fui dando pasos hacia delante, si bien luchando
ferozmente mientras ceda
terreno.
Estaba movindose hacia la cueva, deslizndose a lo largo del arrecife.
La caverna donde tena su guarida habitual
estaba an a cierta distancia. Si se meta en ella perdera mi
presa. Tena la canoa atada justo enfrente de m. Una vez
en la canoa ya poda dejarle que tirara hasta agotarse. Lo difcil era
soltar los amarres de la embarcacin sin dejar de
aguantar la tensin, con una mano ocupada en sujetar al
bicho.
Durante todo ese tiempo Rontu iba de aqu para all en
el arrecife, aullando y dando saltos en torno mo, lo cual an
me haca ms penosa la lucha con el gigante.
Paso a paso me fui acercando, hasta que el pulpo se hundi en las aguas
ms profundas inmediatas a su caverna.
Estaba tan prximo al agujero que hube de detenerme, aun
a riesgo de que se rompiera la cuerda y desapareciese el pulpo. Me par,
como digo, y sujet con todas mis fuerzas. La
cuerda se puso en extrema tensin, originando un ligersimo
oleaje sus subidas y bajadas espasmdicas. Poda or el ruido del
movimiento que haca, y no dudaba un momento de
que acabara rompindose. No sent cmo me cortaba las
manos, aunque desde luego empezaron a sangrarme.
La tensin se afloj repentinamente y me convenc de
que se haba roto, pero al momento siguiente la cuerda cortaba el agua en
amplio crculo. El pulpo nadaba, fuera de
la caverna y el arrecife, hacia algunas rocas que estaban al
119
doble de distancia de la que poda cubrir mi cuerda. All se
encontrara en lugar seguro, pues haba muchos sitios donde esconderse.
Recog parte de la cuerda conforme el pulpo se mova
hacia las rocas, pero pronto hube de dejarla ir de nuevo.
Volvi a ponerse tensa, y torn a recogerla. En esa zona el
agua me llegaba un poco por encima del pecho, y salt al
fondo desde el arrecife.
No lejos de las rocas se extenda un banco de arena. Andando
cuidadosamente por el fondo, que estaba lleno de
agujeros, fui dndole la vuelta poco a poco. Rontu nadaba
junto a m.
Alcanc el banco de arena antes de que el pulpo pudiera ocultarse entre
las rocas. Se puso en tensin la cuerda, y
una vez ms sali el bicho nadando hacia la caverna. Repiti
la operacin y en cada momento pude halar cuerda. A la tercera ocasin en
que apareci en aguas menos profundas fui
andando hacia atrs por el banco de arena, -procurando
que no me viera-, y tir de la cuerda con todas mis fuerzas.
El pulpo apareci en la arena. Estaba con todos sus brazos
extendidos,
parte de ellos en el agua todava, y daba toda
la impresin de un muerto. Despus percib el movimiento
de sus ojos. Antes de que pudiera gritar advirtindole del
peligro, Rontu se precipit hacia delante y cogi con
los dientes el cuerpo del gigantesco animal, que era demasiado pesado
para
alzarlo o moverlo siquiera. Cuando
las mandbulas del perro buscaban asirse en una nueva presa, tres de los
tentculos del pulpo se cerraron en torno al
cuello de Rontu.
Los pulpos son peligrosos nicamente dentro del agua,
cuando pueden enroscrsele a uno alrededor del cuerpo con
sus inacabables brazos. Sus tentculos tienen filas completas de
ventosas,
y pueden arrastrar a cualquiera hacia las
profundidades, hasta ahogarle. De todos modos, incluso en
tierra, el pulpo puede daar a una persona, porque es fuerte
y no muere as como as.
El gigante azotaba ahora el agua con sus tentculos, intentando
120
retroceder a los abismos. Poco a poco consegua ir
arrastrando a Rontu consigo. Por mi parte, la cuerda que
sujetaba la punta de la flecha ya no me serva de nada por
haberse enrollado a las patas del perro.
El cuchillo de hueso de ballena que usaba para soltar los
abalones de la roca, abrirlos, etc., penda de una cuerda
arrollada a mi cintura. La hoja era de buen tamao pero
an as no le faltaba filo. Dej caer la cuerda que sujetaba
al pulpo, y empu el cuchillo mientras corra hacia el
gigante.
Me coloqu detrs del pulpo, entre ste y la zona de
aguas profundas.
Tantos eran sus tentculos, y tal la agitacin de los mismos, que de
nada
iba a servir intentar cortar alguno. Se me
enrosc un brazo del monstruo a la pierna, y el impacto fue
como el de un latigazo: ardiente y doloroso. Otro tentculo,
que Rontu haba arrancado al pulpo, se contorsionaba an
al borde del agua como si buscara una presa a la que enroscarse.
La cabeza del pulpo sobresala de la maraa de sus tentculos y pareca
que estuviera hincada en un poste. Sus
ojos dorados, de negras pestaas, no dejaban de mirarme.
Por encima del chapoteo del oleaje, y de los ladridos estridentes de
Rontu, poda orse perfectamente el entrechocar de ambas porciones del
pico del monstruo, que era ms
afilado que mi propio cuchillo.
Hund a fondo ste en su corpachn informe, y en ese
mismo instante me pareci que quedaba cubierta de feroces
sanguijuelas, chupando al propio tiempo por muchos puntos
de mi piel. Por fortuna me quedaba una mano libre, y con
ella empuj y empuj el arma hasta lo profundo del pulpo.
Las ventosas que tena pegadas a la piel me dolan terriblemente, pero,
poco a poco, fue cediendo su presin. Los tentculos hicieron ms lento
su
movimiento, y al cabo se desplomaron inmviles.
Intent arrastrar al gigante fuera del agua, pero estaba
tan dbil que no poda moverlo. Ni siquiera fui en busca de
121
la canoa, amarrada en el arrecife, aunque s recuper la
punta de la lanza que tanto trabajo me cost fabricar y encontrar, y la
cuerda que la sujet mucho rato a mi mueca.
Era ya de noche cuando Rontu y yo entramos en el cobertizo.
El perro tena un gran chirlo en la parte del morro, debido al pico del
pulpo, y yo estaba llena de cortes, moraduras, escoceduras, etctera.
Aquel verano vi dos pulpos gigantes ms a lo largo del
arrecife, pero les dej que siguieran su camino sin intentar
alancearlos o atacarlos.
__________________________
122

CAPTULO XIX
__________________________

Despus de mi lucha con el pulpo recog dos canoas llenas de


abalones
en viajes sucesivos. La mayora de
los abalones eran de concha roja, de la mejor clase. Los limpi y los
almacen en casa. A lo largo de la parte Sur de la
valla, donde luca el sol ms rato al da, constru con ramaje
una especie de apoyos o estantes para poner la carne de los
moluscos a secar.
Los abalones frescos son mayores que la mano humana,
y de grosor ms que el doble de la misma, pero al secarse se
encogen extraordinariamente; as, que necesita uno muchos
para tener bastante comida.
En los viejos tiempos usaban las gentes de la isla los servicios de
muchos nios para vigilar la zona en que se haban
puesto a secar los abalones. De esa manera se mantena alejadas a las
gaviotas, que gustan de tales moluscos ms que
de cualquier otra cosa en el mundo. A no ser por los chiquillos, las
gaviotas hubiesen despachado en una sola maana tantos abalones como la
tribu poda recoger en un mes.
Al principio, cuando sala para ir a por agua al manantial, o a la
playa
para pescar, dejaba en la cabaa a Rontu
a fin de espantar a los pjaros, pero al perro no le gustaba
123
nada la tarea de guardin, y no paraba de aullar un solo
instante. Al cabo se me ocurri atar unas cuerdas de poste
a poste, y colgar en ellas conchas del molusco. La parte interior de las
mismas es brillante, y reflejaban el sol en mil
destellos, mecindose suavemente en el aire. A partir de mi
idea poco hube de preocuparme de los ataques de las gaviotas en busca de
abalones.
Tambin pesqu numerosos peces con una red que prepar al efecto, y
luego
los colgu de la cola para tener con
qu alumbrarme en invierno. Con toda esa carne secndose
al aire, y las conchas lanzando destellos al viento, as como
filas y filas de peces colgando de la cerca, mi cabaa pareca una
residencia de toda la tribu, en vez de, como era en
realidad, nicamente mi vivienda y la de Rontu en aquel
promontorio.
Una vez tuve provisiones suficientes para el invierno, el
perro y yo solamos bajar cada maana a la orilla del mar.
A finales de verano me dediqu una temporada a recoger
-para posterior almacenamiento-, semillas y races por
toda la isla, pero en los primeros das de dicha estacin
Rontu vena conmigo a la playa donde vivan los elefantes
marinos, a la Cueva Negra que era an ms amplia que la
primera que visit por dentro, o a la Roca Grande, donde
solan incubar los cormoranes.
La Roca Grande estaba a ms de una legua de la isla,
y era negra y brillante, con un brillo trmulo, debido justamente a estar
de arriba abajo cubierta de cormoranes. La
primera vez que fui hasta all mat diez de esos grandes pjaros, y
despus
los desoll, guardando la piel con sus plumas, puesto todo a secar,
porque
algn da quera hacerme
una falda con el bello plumaje de dichas aves.
En cuanto a la llamada Cueva Negra, se encontraba al
sur de la isla, cerca del sitio en el que se almacenaron las
canoas de toda la tribu. Frente a ella exista un valladar de
altas rocas, rodeadas por profundos bancos de algas, y hubiera cruzado
delante la abertura de acceso a la caverna sin
verla de no coincidir con que a mi paso sali volando de su
124
interior un halcn de mar. El sol estaba en el Oeste, y tena
an que recorrer un largo trayecto hasta arribar a las cercanas de mi
cabaa, pero despert mi curiosidad el ver a esa
ave, y quise conocer el sitio donde viva.
La abertura de entrada a la caverna era pequea, como
la de la cueva que haba bajo el promontorio, y tanto Rontu como yo
tuvimos que agacharnos para penetrar en el interior. Se filtraba all una
dbil luz, y pude contemplar una
gran sala con paredes negras y relucientes que se curvaban
hacia arriba. En el extremo opuesto al que nos encontrbamos se abra
otro
agujero no muy grande. Corresponda a
un tnel oscuro y largo, pero al atravesarlo llegamos a otra
habitacin ms alargada que la primera, y con una luz difusa tambin, que
era de origen solar desde luego, y provena de una raja en el techo de la
segunda sala.
Al contemplar el dbil resplandor, y las sombras que el
oleaje produca en las paredes, as como las originadas por
ambos al movernos, Rontu empez a aullar. El sonido de
sus ladridos despert ecos por toda la caverna y pareca que
era la manada completa de perros salvajes la que lo originaba. Sent un
escalofro recorrerme el espinazo.
--Silencio! -le orden, tapndole el hocico con la mano. Mi orden
repercuti nuevamente de pared en pared.
Hice dar la vuelta a la canoa y empec a remar buscando
la salida. En el muro que estaba agujereado por el orificio
de acceso a las cavernas comunicadas entre s, de uno a otro
lado, haba un resalte de la roca en el cual mi vista, que casualmente
recorri la zona, tropez con una fila de extraas
figuras. Puede que fueran incluso dos docenas, puestas en
pie y de espaldas a la negra pared. Eran tan altas como yo,
con grandes brazos y piernas, y cuerpos ms cortos de lo
normal, hechas de caa entrelazada y recubiertas por plumas de gaviota.
Cada una de ellas tena unos ojos hechos
con discos oblongos de concha de abalone, pero sin ms facciones que sa
en
toda la cara. Los ojos centelleaban dbilmente mirndome, devolviendo los
cambiantes reflejos del
125
agua al moverse all abajo. Daban la sensacin de unos ojos
ms vivaces que los de los mismos seres humanos.
En mitad del grupo de extraas figuras haba otra sentada: un
esqueleto.
Apoyaba la espalda en la pared, y sus rodillas estaban apuntando hacia
arriba. Entre los huesos de
las manos sostena una flauta hecha con un hueso de pelcano, que por un
extremo descansaba en lo que fue la boca.
Haba ms cosas en aquella cornisa, entre las sombras,
junto a las figuras que he dicho, pero como entretanto la
canoa se haba ido un poco hacia atrs, de nuevo hacia el
interior de la gran sala, volv a remar buscando la salida.
Qued sorprendida al comprobar que ahora la abertura era
todava menor: se me haba olvidado el juego de las mareas. No me era ya
posible atravesarla con la canoa. Tendra
que permanecer en la gran habitacin hasta la aurora, cuando se invertan
las mareas.
Rem hasta el extremo ms apartado de la abertura que
llegaba al exterior. No quera mirar de nuevo los ojos centelleantes de
las
figuras que me contemplaban desde la cornisa. Me hice un ovillo en el
fondo
de la canoa, y estuve
observando cmo, paulatinamente, la abertura de comunicacin con el mar
se
iba empequeeciendo hasta desaparecer al cabo. Vino la noche y apareci
una
estrella justo encima del agujero que tena en el techo la caverna.
Aquella estrella desapareci, siendo sustituida al poco
tiempo por otra. La marea iba haciendo subir la canoa a lo
largo del muro rezumante, y tena la sensacin de que el
chapoteo del oleaje contra las paredes del recinto era como
una serie de msica. Muchas fueron las melodas que me
pareci escuchar a la inexistente flauta, con el resultado de
que esa noche dorm poqusimo, dedicndome en cambio a
contemplar el desfile de estrellas por la raja del techo. Saba
que el esqueleto en cuclillas que estaba en el resalte del
muro, encima de la abertura, era uno de mis antepasados, y
los otros, aun no siendo ms que muecos de tejido vegetal,
representaban asimismo a antiguos miembros de nuestra tribu. Pero ni
siquiera el conocimiento de lo que la extraa
126
procesin inmvil representaba, pudo calmarme lo bastante
como para quitarme el miedo, y poder dormir tranquila un
rato seguido.
A las primeras luces del alba, coincidiendo con la retirada de la
marea,
empuj a golpe de remo la canoa y Rontu y
yo salimos al exterior. No quise mirar, -cuando pasaba por
debajo del grupo-, a las figuras de mis antepasados; ni siquiera a la del
que tocaba la flauta eternamente. Rem con
todas mis fuerzas para abandonar el lugar. Una vez fuera no
volv la vista atrs.
--Supongo que esta cueva tuvo alguna vez un nombre
-dije a Rontu, quien estaba tan contento de haberla
abandonado como yo misma-. Pero nunca lo he odo, ni
tampoco que hablaran de ella los de la tribu. Nosotros la
llamaremos Caverna Negra, y nunca, en toda la vida, volveremos a
visitarla.
Cuando regresamos de nuestro viaje a la Roca Grande
ocult la canoa en la cueva que estaba debajo del promontorio. Supona un
gran esfuerzo por mi parte, pero cada vez
que volva de un viaje con la embarcacin la sacaba del
agua, y procuraba dejarla en lugar seguro. Y lo haca aun
estando cierta de tenerla que usar al da siguiente, por
ejemplo.
Dos veranos haban pasado ya y los aleutianos seguan
sin aparecer, si bien lo cierto es que yo los estuve esperando.
Al amanecer, cuando Rontu bajaba conmigo del acantilado, nos quedbamos
en la playa vigilando el ocano para ver
si haba alguna vela en esa inmensa extensin. El aire veraniego era
claro
y desde nuestro puesto de observacin se
cubran muchas leguas. Dondequiera que fuese con mi canoa, nunca me
alejaba
ms de media jornada de la isla. Al
regresar a casa siempre procuraba ir pegada a la orilla,
inspeccionando las costas de la isla.
Los aleutianos se presentaron la ltima vez que hice un
viaje hasta la Roca Grande.
Acababa de esconder mi canoa, y sub por el acantilado
con las diez pieles de cormorn colgadas de la espalda. En
127
la cumbre permanec un rato vigilando el mar. Haba algunas nubecillas
flotando bajas, casi a ras del agua. Una de
ellas, la ms pequea, no era como las dems, y al observarla con
detenimiento comprend que era un barco.
El sol se reflejaba con brillo especial en las aguas, pero
con todo yo poda ver claramente. El objeto citado tena dos
velas, y era desde luego un navo que bogaba rumbo a mi
isla. Me pregunt si resultara ser el de los hombres blancos,
aunque realmente en los ltimos tiempos haba pensado
poco en ellos, y rara vez inspeccionaba el mar esperando
verlos venir.
Dej las pieles de cormorn colgando de la cerca y me
llegu al extremo rocoso del promontorio. Sin embargo, desde la roca no
mejoraba mi campo de visin, porque el sol
estaba ya bajo y los reflejos sobre la superficie de las aguas
eran muy agudos. Luego, estando an en ese sitio, record
que el barco del hombre blanco vendra del Este. El que se
acercaba era un buque que llegaba desde otra direccin:
desde el Norte.
De todas formas y pese a que segua sin tener absoluta
certeza de que el buque fuera de los aleutianos, decid preparar todo
cuanto, de confirmarse mis sospechas, tendra
que llevar conmigo a la cueva del barranco. No era poco mi
equipo: los dos pjaros amaestrados, la falda de yuca, utensilios de
cocina
hechos con piedras, mis collares y pendientes, las plumas de cormorn y
el
conjunto de armas, cestos
y vasijas de que dispona ya. Los abalones no estaban lo
bastante secos, de modo que deba dejarlos por fuerza en
el cobertizo.
Cuando lo tuve todo listo, junto al agujero que atravesaba por debajo
de
la valla, regres al promontorio. Me tumb en la roca para que nadie me
distinguiera desde el navo, y mir por entre dos porciones de la misma
hacia el
Norte. Durante algunos momentos no pude ver el barco, y
entonces me di cuenta de que navegaba a mayor velocidad
de la que haba pensado. Ya estaba contorneando el banco de
algas, inmediato a la Caleta del Coral. Los ltimos rayos del
128
sol iluminaban el bauprs, que tena forma de pico de pjaro, y las
velas:
dos, de color rojo.
Saba que los aleutianos no se atreveran a desembarcar
una vez oscurecido, y en consecuencia tena hasta la aurora
para llevar mis cosas a la cueva donde pensaba refugiarme, pero prefer
no
esperar ms. Estuve ajetreada la mayor
parte de la noche, haciendo en conjunto dos viajes hasta la
caverna. Al alba, cuando ya tena todo en sitio seguro, volv
a casa por ltima vez. Enterr las cenizas de la fogata que
sola arder de continuo, y ech puados de arena sobre los
huecos de la roca que me servan de estantes, alisando tambin el suelo.
Quit de los postes las conchas de abalone que
haba puesto para espantar a los pjaros, y las tir, junto
con la carne que tena a secar, al otro lado del faralln. Por
ltimo, y mediante la pluma de un pelcano, borr absolutamente todas las
huellas de mis pisadas. Al acabar mi
tarea pareca en verdad que el cobertizo y el recinto dentro
de la cerca estuviesen deshabitados desde haca largo
tiempo.
Para entonces el sol ya estaba alto en el horizonte. Trep
a la roca. El barco de los aleutianos oscilaba anclado en la
caleta. Unas cuantas canoas llevaban mercancas a la orilla,
cosas varias, en tanto otras se haban internado en el mar, a
la altura de los bancos de algas, y sin prdida de tiempo
cazaban ya la nutria marina. Arda una hoguera en la playa.
Junto al fuego guisaba algo una chica, y poda apreciar el
reflejo que en su cabellera proyectaba la fogata.
No me entretuve demasiado en el promontorio. Siempre
haba procurado, -durante los ltimos tiempos-, ir cada
vez al barranco por un sitio distinto, al objeto de no dejar
marcado ningn rastro en aquellos contornos. Esta vez fui
hacia el Oeste, a lo largo del acantilado, y luego cambi de
rumbo atravesando espesos matorrales, procurando en todo
momento no dejar huellas visibles. Las que Rontu pudiera
marcar no tenan importancia, porque los aleutianos conocan la
existencia
de perros en la isla.
129
La cueva estaba muy oscura y me cost algn trabajo introducir a
Rontu. nicamente despus de haberle demostrado, -entrando y saliendo por
el pequeo agujero repetidas veces-, que no haba peligro, se decidi a
seguirme dentro. Cerr la abertura con piedras y, dado mi cansancio, me
ech a dormir. Estuve en un sueo continuo toda aquella
jornada. Al despertar, las estrellas me enviaban su fulgor a
travs de las resquebrajaduras de la roca, y me entretuve
contemplndolas all arriba.
__________________________
130

CAPTULO XX
__________________________

No me llev a Rontu al marchar de la cueva aquella


noche. Y adems tom la precaucin de cerrar la
abertura de entrada de manera que no me siguiese, porque
si los aleutianos haban trado consigo sus perros, el mo
seguramente llegara a olerlos. Atraves despacio los matorrales hasta
llegar al promontorio.
Antes de haber subido hasta la cspide de la alta roca ya
poda ver el resplandor de las hogueras encendidas por los
aleutianos. Haban establecido su campamento en la meseta,
junto al manantial, exactamente donde ya estuvieron la otra
vez. A menos de media legua de mi escondite.
Me qued all largo tiempo contemplando las fogatas, y
preguntndome si no sera ms prudente trasladarme al
otro extremo de la isla, quiz a la caverna que haba sido
guarida de los perros salvajes. No es que tuviera miedo de
ser descubierta por los hombres de la expedicin, porque
stos se encontraban demasiado ocupados durante todo el
da, bien sea cazando con sus canoas, bien despellejando las
nutrias y realizando labores de ese estilo en la playa. Quien
ms me preocupaba era la chica. El barranco estaba cubierto de un espeso
matorral, -a travs del cual era difcil pasar-
131
pero lo cierto es que en aquella zona crecan semillas
y races muy tiles. Algunas veces, cuando ella sala en busca de
alimentos, caba la posibilidad de que se acercara hasta la zona del
manantial y viera que alguien lo utilizaba,
siguiendo despus mis huellas hasta la cueva.
Continu escondida en el promontorio hasta que las hogueras de los
aleutianos se apagaron. No cesaba de pensar
en todo lo que poda hacer, en los distintos sitios de la isla en
que poda arreglar un refugio para m. Al cabo decid quedarme en el
barranco. El extremo ms alejado al campamento aleutiano careca de agua,
y
adems si me trasladaba
all no tendra sitio, -pese a necesitarlo-, para esconder mi
canoa.
Regres a la cueva y no volv a salir de ella hasta la luna
llena, cuando ya tena pocos vveres. Rontu y yo subimos
al promontorio, y al pasar por delante del cobertizo observ
que faltaban tres costillas de ballena de las que componan
la cerca. Sin embargo, nadie merodeaba por los alrededores
puesto que Rontu sigui callado. Esper hasta que la marea baj -muy
cerca ya de la aurora-, y llen un cesto de
abalones y agua del mar. Antes de que se hiciera de da
estbamos el perro y yo otra vez escondidos en la caverna.
El agua del mar sirvi para mantener frescos esos mariscos, pero a la
vez
siguiente en que intent una salida nocturna no pude llegar hasta el
arrecife porque la oscuridad
era total, y tuve que contentarme con recoger unas cuantas
races. No me daba tiempo, de todos modos, a recoger muchas antes de que
saliera el sol; as que tuve que hacerlo
por la maana temprano hasta el siguiente cambio de luna.
A partir de ese momento volv al arrecife a por abalones.
Durante todas aquellas jornadas no vi a ningn aleutiano. Tampoco se
acerc la chica por las inmediaciones de la
caverna, aunque encontr sus huellas al comienzo del barranco, zona en la
que estuvo buscando races. Esta vez los
cazadores aleutianos no haban trado perro alguno, lo cual
fue muy afortunado porque de haberlos llevado a la isla no
132
hubiesen tardado en identificar las huellas de Rontu, siguiendo al perro
hasta nuestra cueva.
El da se nos haca interminable tanto a Rontu como a
m misma. Al principio el perro recorra sin cesar todo el recinto de la
cueva, y se acercaba a la abertura que daba al
exterior olisqueando las hendiduras. En ningn momento
le permit que saliera solo, por temor a que se acercase al
campamento de los cazadores y no volviera ms. Tras unas
cuantas jornadas se acostumbr a su encierro y estaba todo
el da tumbado en el suelo, inspeccionando atento cuanto
yo hiciera.
Dentro de la caverna la oscuridad era casi completa, incluso cuando
el
sol estaba alto en el exterior, de manera que
encend uno tras otro los peces que haba guardado para
que me dieran luz. Todos los das trabajaba un poco en la
falda que pensaba hacerme con plumas de cormorn. Las
diez pieles que consegu en la Roca Grande estaban ya secas y listas para
ser cosidas. Todas ellas eran de cormorn
macho, cuyas plumas son mucho ms espesas que las de la
hembra de tal especie, y adems de colorido muy agradable.
Por su parte la falda de yuca result sencillsima de confeccionar, pero
sta que ahora haca con pieles y plumas de
cormorn poda resultar mucho ms bonita, de modo que
cort y cos el material a mi disposicin con exquisito
cuidado.
Empec a confeccionar la falda por la parte de abajo,
poniendo las pieles unidas por las puntas, y utilizando tres
de ellas para todo el ruedo de la prenda. Luego fui progresivamente
aadiendo pieles, procurando que al terminarla las
plumas quedasen, de arriba abajo, formando dibujos.
Era en verdad una falda hermossima, y la termin a comienzos de la
segunda luna. Ya haba consumido todos los
peces que haca arder para iluminar la cueva, y como no
poda bajar hasta la playa por culpa de los aleutianos, saqu
la falda al exterior para ultimarla trabajando a la luz del
da. Haba visto por dos veces huellas en el barranco, pero
no ms cercanas a la caverna que antes. Empezaba a sentir
133
cierta sensacin de seguridad, porque no tardaran en presentarse las
primeras tormentas del invierno, y eso supona
que los cazadores de nutrias se iran de la isla. Calcul que
su estancia ya no podra durar ms de una luna.
Nunca haba visto la falda a la luz del sol; era negra a la
primera impresin, pero luego se observaban colores verde
y dorado debajo, y todo el plumaje espejeaba y lanzaba reflejos como si
estuviera ardiendo. Fui cosiendo ahora con
mayor rapidez, porque adems casi la tena acabada ya, y
de vez en cuando me paraba para colocarme la falda alrededor de la
cintura.
--Rontu -le dije embriagada de felicidad-, si no fueras un perro
macho te hara otra tan bonita como sta.
El bicho, que estaba perezosamente tumbado a la entrada de la cueva,
levant su cabeza, bostez, y continu dormitando como si tal cosa.
Estaba yo de pie probndome la falda, como he dicho,
cuando el perro se puso de pronto tieso. O claramente sonidos de pasos.
El
ruido vena de la direccin en que se encontraba el manantial, y al
volverme rpidamente vi a la
chica que me miraba desde unos matorrales.
Tena yo la lanza junto a la entrada de la cueva, casi al
alcance de la mano. En aquel instante la muchacha no estaba a ms de diez
pasos de donde nos encontrbamos Rontu
y yo; creo, pues, que con un solo movimiento poda haber
tomado el arma, arrojndosela con fuerza. Desconozco lo
que me impidi hacerlo, pues en fin de cuentas ella era un
miembro de la expedicin de los aleutianos que mataron a
los de mi tribu en la playa de la Caleta del Coral.
Ella pronunci algunas palabras, y Rontu abandon la
entrada de la cueva marchando lentamente a su encuentro.
En el trayecto el perro tena erizado el pelo, pero cuando
estuvo junto a la muchacha toler que sta le acariciase
el cuello.
La chica me mir e hizo un movimiento con las manos,
como dando a entender que Rontu le perteneca.
--No! -grit yo, y mov la cabeza con furia. Tom
mi lanza.
134
La muchacha empez a volverse, y cre que iba a escapar
huyendo a travs del matorral. En cambio hizo otro movimiento, dando a
entender que el perro era ahora mo. No
confiaba en ella, as es que continu con el venablo apoyado
en el hombro, y lista para tirrselo.
--Tutok, -dijo, sealndose a s misma.
No le indiqu cul era mi nombre. Llam a Rontu y
vino en seguida a reunirse conmigo.
La chica mir al animal, me mir a m y despus sonri
francamente.
Era mayor que yo, pero no tan alta. Era de cara ancha y
ojos pequeos de tono muy negro. Al sonrer vi que tena
los dientes desgastados por la costumbre de los aleutianos
de masticar continuamente tendones de foca, pero en cambio el color de su
dentadura era blanqusimo.
Tena yo entre las manos todava la falda hecha con pieles de cormorn,
y
la muchacha seal a la prenda mien-, tras pronunciaba algunas palabras.
Una
en particular me recordaba a la expresin que en el lenguaje de mi tribu
usamos para decir que una cosa es bonita: wintscha.
En aquellos momentos me senta tan orgullosa de mi
falda que era incapaz siquiera de pensar. Continuaba empuando la lanza,
pero con la otra mano levant en el aire
la falda para que lanzase destellos al sol.
La chica entonces sali de entre los arbustos, se me acerc, y toc la
prenda.
--Wintscha, -anunci complacida.
Por mi parte no pronunci palabra pero estaba claro que
quera tener en sus manos la falda, as es que se la entregu.
Ella la coloc en torno a su cintura hacindola oscilar a uno
y otro lado. Tena ademanes elegantes y la falda flotaba alrededor de su
cuerpo con verdadera gracia. Pero yo odiaba
a los aleutianos y se la quit.
--Wintscha, -afirm de nuevo.
Haca tanto tiempo que yo no oa el lenguaje humano
que sus palabras provocaron en m una sensacin extraa.
135
Y sin embargo resultaban agradabilsimas de or, aun viniendo, -como era
su
caso-, de un enemigo.
La chica pronunci ms frases, de las cuales no entend
nada, pero al hablar miraba ahora hacia la cueva por encima de mi hombro.
Seal hacia la caverna y luego hacia m,
con unos gestos que parecan indicar la accin de encender
fuego. Saba de sobra lo que quera decirme, pero me hice
la desentendida. La muchacha deseaba saber si viva permanentemente yo en
la cueva, a fin de volver con unos cuantos
aleutianos y trasladarme al campamento. Mov, pues, la cabeza
enrgicamente, al tiempo que con el brazo mostraba
el extremo ms alejado de la isla, porque no confiaba en ella.
Sigui mirando hacia la caverna, pero ya sin hablar ms
del asunto. Por mi parte continu sujetando la lanza sin tirarla, aun
cuando tema que pudiese volver con sus cazadores.
Torn a acercrseme y me toc en el brazo. El contacto
de su mano no me gust nada. Dijo ms palabras y sonri
de nuevo. Luego se fue hasta la fuente para beber all. En
un instante haba desaparecido entre los arbustos, sin el
menor ruido. Rontu no intent seguirla.
Retroced hacia el interior de la cueva y empec aprisa a
preparar mis pertenencias para salir en busca de otro refugio. Tena an
toda la jornada para poder hacerlo, dado que
los hombres trabajaban en sus cosas y no iban a regresar
al campamento antes de caer la noche.
Al ponerse el sol ya estaba lista para marcharme. Planeaba coger mi
canoa
e ir hasta la parte occidental de la
isla. Una vez all poda dormir en las rocas hasta que los
aleutianos tuvieran que marcharse, incluso yendo de sitio
en sitio diverso, de ser necesario.
Trep por el barranco llevando cinco cestas, y las ocult
al lado del cobertizo que fuera mi alojamiento hasta la llegada de los
cazadores de nutrias. Oscureca rpidamente y
an tena que ir hasta la cueva en busca de los dos que
faltaban. Me arrastr con todo cuidado a travs del matorral,
detenindome
justo encima de la boca de la cueva para
136
escuchar. Rontu estaba quieto a mi lado, al acecho tambin
de cualquier sonido. Nadie poda recorrer aquella zona
llena de maleza sin hacer ruido, una vez puesto el sol, excepto,
naturalmente, quienes hubieran vivido en la isla largo tiempo.
Llegu hasta el manantial. y regres de nuevo a las cercanas de la
cueva. Tena la sensacin de que alguien vino
hasta la caverna cuando yo me encontraba fuera. Podan estar ocultos
espindome. Quiz esperaban a que yo me metiera en la cueva.
Me encontraba tan atemorizada que no me atrev a llegarme a la
caverna
sino que di media vuelta. Al hacerlo observ algo que descansaba en una
roca plana que me serva
de apoyo para introducirme por el agujero de entrada a la
misma. Era un collar de piedrecitas negruzcas, hecho con
una materia que yo nunca haba visto hasta entonces.
__________________________
138

CAPTULO XXI
__________________________

No entr en la cueva, ni tampoco quise tocar el collar de


la roca en donde se encontraba. Aquella noche dorm
en el promontorio, al lado de las cestas que haba ocultado.
Al amanecer regres al barranco, escondindome en un resalte de la roca
tapado por la maleza. Estaba cerca del manantial, y desde all poda ver
la
entrada de la cueva.
Se levant el sol iluminando todo el contorno. Desde
donde yo me encontraba vea bien el collar encima de la
roca plana. Las piedras parecan an ms negras a la luz del
da, y haba multitud de ellas. Quera bajar para contarlas,
para comprobar si daran una doble vuelta alrededor de mi
cuello, pero lo pens mejor y me qued donde estaba.
Continu en mi escondrijo toda la maana. El sol luca
en lo alto cuando Rontu ladr, y pude or ruido de pasos
debajo de m. La chica sali de la espesura a buen paso. Iba
canturreando. Se lleg hasta la cueva, pero al ver el collar
sobre la piedra qued inmvil. Tom el collar, colocndolo
en seguida otra vez en su sitio, y se asom al interior de la
caverna. Dos de mis cestos estaban an all dentro. Despus
la chica fue hasta el manantial, bebi, y se dispuso a meterse
de nuevo entre la maleza.
139
Salt abandonando mi escondite.
--Tutok! -gritaba yo mientras corra barranco abajo-.
Tutok!
La muchacha reapareci, surgiendo de entre los matorrales con tanta
rapidez que a buen seguro se haba metido all
para ocultarse mientras esperaba que yo volviese a la cueva.
Corr a ponerme el collar, y cuando lo hube colocado en
torno a mi cuello gir en distintas direcciones para que ella
pudiera apreciar el efecto. Las cuentas me daban tres vueltas alrededor
del
cuello, y no dos como yo supona. Eran
unas piedras largas y ovaladas en vez de redondas, una
forma muy difcil de hacer y que requiere habilidad para
conseguirla.
--Wintscha, -me dijo.
--Wintscha, -le contest, sonndome muy rara aquella
palabra extraa en mi boca. Luego pronunci la que significa
bonito en nuestro lenguaje.
--Win-tai, -dijo ella, y se ech a rer porque tambin le
sonaba raro.
Me toc el collar, indicndome cmo se deca en su lengua aquello, y le
expliqu cmo lo decamos nosotros.
Luego fuimos sealando otras cosas: el manantial, la caverna, una gaviota
que pasaba volando en aquel momento, el
sol, el cielo, Rontu -que estaba despierto-, intercambiando nombres sin
dejar de rer, pues a cada una nos sonaba a
cosa difcil el lenguaje de la otra. Nos sentamos en la roca
plana que haba a la entrada de la caverna, y estuvimos
jugando a eso hasta que el sol se fue por el Oeste. Despus
Tutok se levant con un gesto de adis.
--Mah-nay, -dijo, detenindose despus para escuchar
mi nombre.
--Won-a-pa-lei, -contest por mi parte, lo cual, como ya
he dicho, significa La Muchacha de la Larga Cabellera Negra. No quise
revelarle mi nombre secreto.
--Mah-nay, Won-a-pa-lei, -repiti la chica.
--Pah-say-no, Tutok, -contest.
Me qued mirndola cuando desapareca entre la espesura.
140
Segu largo tiempo escuchando el ruido de sus pasos
hasta que ya no pude or nada, y entonces fui al promontorio para traer
los
cestos otra vez a la cueva.
Tutok regres al da siguiente. Nos sentamos al sol en la
roca, entretenindonos con el intercambio de palabras. El
sol recorri rpidamente el cielo en esa jornada. Pronto lleg
el instante en que deba marcharse mi amiga. Al otro da
volvi a verme, y fue entonces, cuando estaba a punto de
irse al campamento a la cada del sol, cuando le dije mi
nombre secreto.
--Karana, -le inform, sealndome con el dedo.
Ella repiti la palabra, pero sin entender lo que significaba.
--Won-a-pa-lei, -insisti por su parte arrugando el entrecejo.
Sacud la cabeza con vigor, y volvindome a sealar
repet:
--Karana.
Sus ojos negrsimos se dilataron de asombro. Poco a poco
empez a sonrer.
--Pah-sai-no, Karana, -dijo.
Aquella noche empec a preparar un regalo para ella
como recompensa por el collar. Al principio calculaba darle
un par de mis pendientes de hueso, pero recordando que sus
orejas no estaban agujereadas, y que tena todo un cesto de
conchas de abalones trabajadas en forma de pequeos discos, me dispuse a
fabricarle una corona para el pelo. Hice
dos agujeros en cada uno de los discos, usando para ello una
fuerte espina y arena. Entre ellos coloqu diez conchitas de
unos minsculos caracoles marinos, que no eran ms grandes del tamao de
una de mis uas, y lo ligu todo con fibra vegetal.
Me cost cinco soles de trabajo aquel adorno para el cabello, y al
quinto
da, cuando la muchacha apareci, se lo
coloqu yo misma alrededor del pelo, atndolo por detrs.
--Wintscha, -dijo alegremente mientras me abrazaba.
141
Le gustaba tanto que me olvid del dolor de mis dedos debido al duro
trabajo de agujerear las conchas de abalones.
Tutok vino muchas veces a la cueva, hasta que un da ya
no se present. Esper su aparicin intilmente durante
toda la jornada. Al anochecer abandon la caverna y me fui
a ocultar en el sitio donde ya lo hiciera anteriormente, dominando el
barranco, temiendo que los cazadores aleutianos
se hubieran enterado de mi escondite y vinieran a buscarme.
Pas la noche en aquel sitio; una noche fra, con el primer
fro del invierno.
La muchacha no regres al da siguiente, y entonces me
acord de que ya estbamos en la poca en que los aleutianos deban
abandonar la isla.
Quiz se hubieran ido ya. Por la tarde me acerqu al
promontorio. Trep por la roca y fui arrastrndome hasta
llegar a un sitio desde el que se vea el mar. El corazn me
lata desacompasadamente.
El barco de los aleutianos estaba an anclado en la cala,
pero se vean varios hombres trabajando en el puente, y las
canoas que iban y venan hasta la playa. El viento era muy
fuerte, y sobre la arena descansaban fardos de pieles de nutria. Era lo
ms
probable que con la aurora partieran los
cazadores.
Ya de noche regres al barranco. Como haca fro, y no
era de temer que los aleutianos pudieran encontrarme, encend una hoguera
en la cueva y me hice una sopa de mariscos y races. Cocin cantidad
bastante para Rontu, para m
y para Tutok. Estaba segura de que Tutok no iba a volver,
pero de todos modos dej su porcin junto al fuego y me
puse a esperar.
Rontu ladr una vez y cre or pasos. Llegu hasta la
abertura de la roca, y estuve esperando, sin comer, durante
un largo rato. Las nubes se movan aprisa por el cielo procedentes del
Norte. El viento se hizo ms fro y empez a
producir extraos sonidos en el barranco. Al fin me decid
a cerrar la boca de la cueva con piedras.
Al amanecer fui al promontorio. El viento haba cesado
142
y el mar estaba envuelto en una niebla que se acercaba a
las costas de la isla en oleadas grisceas. Estuve esperando
bastante rato para inspeccionar a gusto la Caleta del Coral,
hasta que finalmente el sol hizo desaparecer la niebla. La
pequea baha estaba desierta. El barco de los aleutianos,
con su bauprs en forma de pico, y sus velas rojas, haba
desaparecido.
Al principio, sabiendo que ahora podra abandonar la
cueva y regresar a mi casa del promontorio, me puse muy
contenta. Pero luego, de pie en la elevada roca y mirando a
la desierta cala, al mar sin lmite, empec a pensar en Tutok. Recordaba
las jornadas en que nos habamos sentado
ambas al sol. Poda escuchar de nuevo su voz, y ver sus
ojos negros que casi se ocultaban al rerse de buena gana.
Rontu corra de un lado a otro del acantilado ladrando
a las gaviotas que volaban sobre nosotros. Los pelcanos
charloteaban sin dejar de pescar en las azules aguas maaneras. All a lo
lejos poda verse el vientre de un elefante
marino. Pero, repentinamente, al pensar en Tutok, la isla
me pareci silenciosa y como muerta.
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143

CAPTULO XXII
__________________________

Los cazadores aleutianos dejaron tras de s numerosas nutrias


heridas.
Algunas lograban flotar y fueron a morir
a la orilla. A otras las remat con mi venablo, pues estaban en mala
situacin, sufriendo mucho, y no haba esperanza de que viviesen. Pero
encontr una cra que no haba sufrido herida irremediable.
Estaba en un banco de algas, y le hubiera pasado por encima en mi canoa
de no haberme advertido Rontu aullando. Tena el animal un trozo de alga
en torno al cuerpo, y
pens al principio que estara durmiendo, pues frecuentemente, antes de
ponerse a dormir, se enrollan unas cuantas
algas para mantenerse en el sitio elegido sin que las corrientes marinas,
las mareas, etc., puedan arrastrarlas mar adentro. Luego me di cuenta de
que tena una raja en la espalda,
y bastante profunda adems.
La nutria no intent escapar nadando cuando yo me acerqu a ella,
inclinndome por un lado de la canoa. Tienen
unos ojos grandes, sobre todo las cras, pero sta los tena
dilatadsimos de dolor y miedo, hasta el punto que poda
verme reflejada en ellos al inclinarme. Cort las algas que
la mantenan fija, y la llev a una oquedad de la roca, junto
144
a las aguas del mar y en comunicacin con las mismas, al
otro lado del arrecife, bien protegida del oleaje.
El da haba amanecido en calma tras la tempestad de la
noche anterior, y pude pescar un par de peces cerca de la
orilla. Tuve el mayor cuidado en mantenerlos vivos, porque
las nutrias marinas no comen nada muerto, y los dej caer
en la oquedad. Eran las primeras horas del da.
Aquella tarde regres a la oquedad. El par de pececillos
haba desaparecido, y la joven nutria estaba dormida, flotando sobre la
espalda.
No intent aliviar su herida con hierbas, pues el agua
del mar ayuda a curar en gran medida, y las hierbas que le
hubiese podido aplicar las habra dejado caer en cuanto se
moviera.
En das sucesivos fui llevndole a su refugio dos peces,
que ella no quera comer estando yo presente. Luego le
llev cuatro, y tambin desaparecieron. Finalmente seis, nmero al
parecer
justo y apropiado. Y se los dejaba en la
oquedad baada de agua del mar, tanto si la jornada era apta
para la pesca como si amaneca un da tormentoso.
La cra empez a crecer, y la herida se le iba cerrando,
pero continuaba en su refugio, esperndome y tomando al
aparecer yo los peces directamente de mi mano. Aquella
desigualdad del terreno donde nadaba mi amiga la nutria
era de fcil acceso desde el mar, y viceversa, pero el animal
continu viviendo en ella, y aguardando a que apareciera
con su alimento cotidiano.
Haba llegado a alcanzar ya la longitud de mi brazo, y
un pelaje de lo ms brillante y satinado. Su hocico prolongado terminaba
en
punta, con numerosos bigotes a cada lado, y tena los ojos ms grandes
que
haba visto en animales de su especie. Me observaba cuidadosamente
mientras
estaba cerca de ella, siguindome en todos mis gestos, y si
deca algo mova sus ojos de una manera divertidsima. En
cierto modo sus ojos me causaban pena, y la garganta se me
cerraba, porque eran a la vez alegres y tristes.
Durante mucho tiempo la llam simplemente Nutria,
145
lo mismo que al principio haba llamado a Rontu Perro,
sin ms. Luego decid darle un nombre. Le puse Mon-a-nee, que en nuestra
lengua significa Pequeo Muchacho
de Ojos Grandes.
Era una tarea difcil la de intentar pescar cada da, sobre
todo si soplaba fuertemente el viento levantando un tremendo oleaje. Hubo
una jornada en que slo pude lograr dos
pececillos, y al dejarlos en su oquedad Mon-a-nee los trag
vidamente, esperando luego sin duda que le diera el resto
de su racin. Cuando comprendi que era todo lo que poda
conseguir, se puso a nadar en crculo, mirndome con expresin de
reproche.
Al otro da las olas eran tan altas que no pude pescar
en el arrecife. Ni siquiera con la marea baja. Como nada tena que
ofrecer
a mi nutria no la fui a ver ese da.
Pasaron tres soles antes de que pudiera pescar, y al volver a la
oquedad
llena de agua la nutria haba desaparecido.
Saba que alguna vez tendra que marcharse, pero me sent
desgraciada al no encontrarla y al darme cuenta de que ya
no tendra que pescar ms para ella. Tampoco saba si iba a
conocerla en el caso de que la viera casualmente en el banco
de algas, porque ahora, con la herida cerrada, habiendo crecido tanto,
sera aparentemente como todas las dems.
Poco despus de que los aleutianos abandonaran la isla
me traslad a vivir de nuevo en el cobertizo, llevando all
todas mis cosas.
No haba nada que estuviera estropeado, si descontamos
la cerca, -que arregl en un santiamn-, y a los pocos das
mi casa era la de antes. Lo nico que me preocupaba era el
hecho de que los abalones recogidos a lo largo de todo el
verano se hubiesen perdido. Necesitara vivir al da con lo
que pudiera ir pescando, haciendo que me durase para las
jornadas en que era imposible salir al mar. Durante la primera parte del
invierno, antes de que Mon-a-nee escapara
de su refugio, aquello fue realmente difcil en ciertas ocasiones. Luego
ya
no hubo tantos obstculos, y Rontu y yo
siempre tuvimos bastante comida en casa.
146
Mientras los aleutianos estuvieron en la isla no haba
oportunidad de pescar peces y secarlos, as que las noches
de ese invierno transcurrieron para m en la oscuridad. Me
iba a dormir temprano y slo trabajaba con la luz del da.
Pero aun as logr prepararme otra cuerda para mi lanza
arrojadiza, muchos anzuelos con conchas de abalone, y, por
fin, unos pendientes que hicieran juego con el collar regalo
de Tutok.
Estos ltimos me llevaron largo tiempo. Hube de buscar
en la playa, por la maana, cuando la marea estaba baja,
antes de conseguir encontrar dos guijarros del mismo color
que las piedras de mi collar, y a la vez de una consistencia
lo suficientemente blanda para poderlos cortar. Hacer los
agujeros en los pendientes supuso an mayor esfuerzo porque las piedras
no
se dejaban traspasar, pero una vez lo
consegu, y hube frotado con arena fina y agua mi obra, asegurndolos con
anzuelos de hueso para que se sujetaran a
mis orificios en las orejas, la verdad es que eran preciosos.
Los das soleados me colocaba mis pendientes, mi collar
y mi falda de plumas de cormorn, y sala a pasear a lo largo del
acantilado seguida del fiel Rontu.
Pensaba a menudo en Tutok, y, especialmente en esos
das miraba frecuentemente hacia el Norte, deseando que estuviera conmigo
para hablar, comunicarnos, vernos. Casi
poda or su charla en aquel extrao lenguaje, y me dedicaba
a pensar en las cosas que podra contarle, y en lo que ella
respondera por su parte.
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CAPTULO XXIII
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Retorn la primavera a la isla. De nuevo aparecieron las


flores, corri el agua por los barrancos hacia el mar, y
los pjaros se posaron por todas partes.
Tainor y Lurai hicieron un nido en el mismo rbol
en que nacieran. Lo construyeron con algas secas y hojas, y
tambin con pelos de la espalda de Rontu. Cuando el perro estaba en el
interior del cercado, durante la construccin
del nido, ambos pjaros se lanzaban sobre el pobre bicho si
ste se encontraba descuidado, y tras picotearle para robar
unos cuantos pelos, escapaban volando a toda prisa. La cosa
no le gustaba a Rontu en absoluto, y finalmente desapareci del alcance
de sus enemigos alados, al menos mientras
stos terminaban de fabricar el nido.
Haba acertado dndole a Lurai nombre de chica; a
poco puso unos huevecillos con pintas y, mediante cierta
ayuda de su compaero, incub dos feos polluelos, que pronto se
convirtieron, sin embargo, en un par de preciosidades.
Les busqu nombre y cort sus alas. En unos das se hicieron
tan amigos mos como sus progenitores.
Encontr tambin cierto da una gaviota que se haba
cado desde su nido a la arena. Las gaviotas anidan en lo
148
alto de los farallones que dan sobre la playa, en los huecos
de la roca. Se trata de nidos por lo general pequesimos, y
con frecuencia me quedaba yo mirando a un polluelo que
vacilaba al borde de su vivienda, preguntndome maravillada por qu no
caa, cosa que sucedi raramente.
Aquel cado que yo encontr era blanco, con el pico amarillento, y no
se
haba hecho mucho dao, aun cuando s se
rompi una patita. Lo llev a casa y junt sus huesos con
dos palitos y un trozo de tendn de foca. Durante cierto
tiempo no intent echar a andar. Despus, siendo tan pequeo que no saba
volar an, empez a corretear de manera cmica por todo el interior de la
cerca.
Con los pajarillos nacidos a Tainor y Lurai, stos, la
gaviota blanca y Rontu, que me segua por doquier pegado
a mis talones, la casa pareca un sitio feliz. Si al menos no
me hubiera acordado ms de Tutok! Si no me preguntara
constantemente qu sera de mi hermana Ulape! Dnde estara a la sazn, y
si las marcas que se hizo en las mejillas
obtuvieron el apetecido resultado, eran cosas que me preocupaban
constantemente. Quera saber si su pintura en las
mejillas result mgica, y estaba ahora casada con Kimki,
siendo madre de numerosos chiquillos. Bien que se hubiera
redo de m al ver mis criaturas, tan distintas de las que
siempre quise tener...!
A principios de primavera comenc a recoger abalones.
Obtuve una buena cosecha que llev hasta el promontorio
para ponerlos a secar. Quera tener alimentos bastantes por
si regresaban los aleutianos.
Un da, cuando me hallaba en el arrecife llenando de mariscos la canoa,
vi una manada de nutrias marinas jugando
en un banco de algas inmediato. Se perseguan unas a otras,
hundindose por debajo del banco repentinamente para aparecer de pronto
unos metros ms all. Era algo parecido al
juego que solamos emprender los chicos y chicas de mi tribu metindonos
entre los matorrales de la isla. Busqu a
Mon-a-nee, pero todos aquellos animales parecan iguales.
Llen, pues, mi canoa de abalones, y empec a remar hacia
149
la orilla con una de las nutrias siguindome. Cuando me
par repentinamente, ella se puso frente a m. Estaba an
alejada de la embarcacin, pero ya saba quin era. Nunca
pens llegar a identificarla de sus compaeras, aunque ahora estaba tan
convencida de que se trataba de Mon-a-nee,
que puse en alto, un poco separado de la canoa, uno de los
peces que acababa de capturar.
Las nutrias marinas son animales de movimientos rapidsimos dentro del
agua, y antes de que pudiera darme cuenta ya me lo haba quitado de la
mano.
Durante un par de lunas no volv a ver al bicho, y luego
una maana, mientras estaba pescando, emergi de repente
en el banco de algas. Llevaba detrs a dos cras. Eran del
tamao de unos perritos de pocos das, y se desplazaban con
tal lentitud que Mon-a-nee tena que darles prisa para acelerar sus
movimientos. Las nutrias de mar no saben nadar
cuando nacen, y su madre tiene que ensearles en seguida.
Poco a poco logra mos-, trarles lo que deben hacer, dndoles
golpecitos con sus aletas, y despus nadando en crculo alrededor de las
cras, hasta que stas han aprendido a imitar
su forma de proceder.
Mon-a-nee lleg muy cerca del arrecife, momento que
aprovech para arrojar un pez vivo dentro del agua, de los
que ya tena en mi cesto. No lo atrap instantneamente, segn era su
costumbre, sino que estuvo esperando a ver qu
haran sus cras. Cuando stas demostraron interesarse
ms por m que por la comida, y el pez empezaba a deslizarse veloz hacia
la
libertad, lo cogi con sus agudos dientes
lanzndolo justo delante de las pequeas nutrias.
Volv a echar otro pez delante de Mon-a-nee, y de nuevo hizo lo mismo.
Pese a ello las nutrias pequeas no supieron lanzarse a por el pez, y al
fin, cansada de los juegos y
prdidas de tiempo, nad hasta ponerse junto a ambas cras
y empez a darles empujones con el hocico. Entonces fue
cuando comprend que Mon-a-nee era su madre. Las nutrias escogen
compaera para toda la vida, y si muere la
150
madre el padre se encarga de alimentar y cuidar a las cras.
Eso es lo que deba haberle ocurrido a Mon-a-nee.
Mir a la familia de nutrias que nadaba feliz junto al
arrecife.
--Mon-a-nee -le dije-. Voy a darte un nuevo nombre. El que te
corresponde es Won-a-nee, porque significa
La Chica de los Ojos Grandes.
Las cras de nutria son animales de un crecimiento muy
rpido, y pronto estuvieron aqullas tomando directamente
el pescado de mi mano, aunque el abalone por m lanzado
alcanzase el fondo del arrecife, y luego se zambulla, emergiendo con el
marisco sujeto al cuerpo con una aleta, y llevando en la boca un pedazo
de
roca. A continuacin se pona
a flotar de espaldas, y, colocando el abalone sobre su ancho
pecho, lo golpeaba una y otra vez con la roca hasta romper
la concha.
Ense a sus cras a hacer otro tanto. A veces estaba yo
sentada en el arrecife la maana entera, vindolas a las tres
golpear la dura concha contra el pecho. Si no hubiese sabido
que todas las nutrias del contorno hacan lo mismo para poderse comer los
abalones, me habra parecido que Won-a-nee era la inventora de un nuevo
juego, slo por su afn de
complacerme. Pero lo cierto es que sus camaradas lo hacan
igual. Algo que me maravillaba entonces, y que sigue dejndome perpleja
hoy.
Despus de aquel verano, una vez que me hice amiga de
Won-a-nee y sus cras, nunca he vuelto a matar una nutria
marina. Tena a la sazn una capa de piel de ese animal, y
la segu llevando hasta su completo desgaste, pero jams
quise hacerme otra.
Tampoco volv a matar un cormorn para hacerme con
sus plumas magnficas, aun siendo pjaros con un cuello
largo y delgado, que estn siempre emitiendo desagradables
sonidos cuando hablan entre s. Ni siquiera mat ya focas
para aprovechar sus tendones; a partir de entonces me serv
de algas para ligar o coser lo que necesitaba.
151
Incluso dej en paz a los perros salvajes, a los elefantes
marinos, a todos.
Ulape se hubiera redo de m, y lo mismo el resto de la
tribu. Pero el que ms se hubiese divertido con mi proceder,
a buen seguro, habra sido mi padre. Y, sin embargo, as es
cmo haba llegado a sentir en mis relaciones con los animales que se
convirtieron en mis amigos, y tambin con los
que an no lo eran, pero con el tiempo podan llegar a serlo.
Si Ulape y mi padre hubiesen aparecido rindose, y todos los dems de
la
tribu otro tanto, aun entonces hubiera
continuado procediendo del mismo modo. Porque los animales terrestres,
los
pjaros, son como la gente para m
ahora, aunque no hablen ni hagan otras cosas que nosotros
podemos realizar. Sin ellos este mundo sera un lugar muy
triste.
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152

CAPTULO XXIV
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Los aleutianos no regresaron nunca a la Isla de los Delfines Azules,


pero por mi parte segu vigilando cada verano para saber cundo
aparecan,
y a comienzos de primavera sal a buscar mariscos, que luego pona a
secar
y guardaba en la cueva en que esconda mi canoa.
Dos inviernos despus de haberse ido por segunda vez
los aleutianos fabriqu ms armas: una nueva lanza, otro
arco, y un carcaj para las flechas. Todo ello lo almacen en
la cueva de debajo del promontorio, de manera que si venan otra vez los
cazadores estuviera lista para trasladarme
a otra zona de la isla; a irme moviendo incluso de cueva en
cueva, viviendo en la misma canoa en caso extremo.
Durante varios veranos despus de la matanza ltima las
nutrias no quisieron volver a la Caleta del Coral y sus bancos de algas.
Las viejas supervivientes de las lanzas aleutianas saban ya que el
verano
era una poca peligrosa en
aquel lugar, y al aproximarse la fecha fatal conducan la
manada a otras aguas ms pacficas. Solan congregarse en
los bancos de alrededor de la Roca Grande, y all se quedaban hasta las
primeras tormentas del invierno.
A menudo bamos Rontu y yo hasta la Roca, y vivamos
153
varios das pescando para Won-a-nee y otras nutrias ms
que se haban hecho tambin amigas nuestras.
Un verano las nutrias no se fueron a Roca Grande. Fue
el ao en que Rontu muri, y yo saba que la cosa era debida a que no
quedaba ninguna de las que recordaban la
matanza de los aleutianos. Cierto que tampoco pens ese verano mucho en
ellas, ni en los hombres blancos que se fueron diciendo que volveran, y,
sin embargo, no haban aparecido todava.
Hasta ese verano haba estado llevando la cuenta de todas las lunas
transcurridas desde que mi hermano y yo quedamos solos en la isla. Por
cada
luna que pasaba haca una marca en un poste colocado junto a la puerta
del
cobertizo. Ahora haba infinidad de ellas: desde arriba hasta abajo.
Despus de aquel verano no practiqu ms incisiones en el
poste. El paso del tiempo significaba poco para mi, y me limit a cortar
el
poste sealando las cuatro estaciones del ao.
El ltimo ao ni siquiera eso hice.
Rontu muri al acabar el verano. Desde la primavera
ya, cuando bajaba a la playa en busca de mariscos, o al arrecife para
pescar, el perro no me segua a menos de mandrselo. Gustaba de
permanecer
al sol ante nuestro cobertizo,
y sola dejarle tranquilo all, aunque la verdad es que no
baj a la playa o al arrecife con tanta frecuencia como
en veranos anteriores.
Recuerdo la noche en que Rontu se puso en pie junto a
la cerca y estuvo ladrando para que le dejara salir. Normalmente adoptaba
esa costumbre en das de luna llena, volviendo al cobertizo con la
aurora,
pero aquella noche no haba luna, y tampoco regres al alba.
Estuve esperndole casi todo el da, hasta casi la puesta
del sol, y luego sal en su busca. Pude identificar sus huellas
y las segu por el rea de las dunas, y por una colina, hasta
la guarida donde viviera antao. All lo encontr, echado en
el suelo al fondo de la caverna, solo. Al principio cre que
estaba herido; luego vi que no tena herida alguna. Toc mi
154
mano con su lengua, pero slo una vez. Despus estuvo inmvil; apenas
respiraba.
Como mientras tanto haba ido cayendo la noche, y era
ya tarde para poder llevar a Rontu a casa, me qued junto
a l en la caverna. Estuve sentada a su lado, hablndole sin
cesar la noche entera. Al amanecer lo cog en brazos y abandonamos la
cueva. Pesaba poqusimo, como si algo, en su
interior, se hubiese ido para entonces.
El sol estaba alto cuando pasbamos por el acantilado, y
las gaviotas llenaban el cielo con sus chillidos. Levant las
orejas al escucharlas, y yo lo deposit en el suelo creyendo
que quera dedicarles unos ladridos, segn era su costumbre. Levant en
efecto la cabeza, y las sigui un tanto con
la vista, pero sin emitir sonido alguno.
--Rontu -le dije-, siempre te gust ladrarles a las gaviotas. Durante
maanas y tardes enteras les dedicabas tus
ladridos. Hazlo ahora por m.
Pero no volvi a mirarlas. Con paso vacilante se fue
acercando hasta donde yo estaba y cay a mis pies. Puse mi
mano sobre su pecho. Poda sentir los latidos de su corazn,
pero slo un par de veces, muy muy despacio, arriba y abajo como las olas
en la playa. Luego ces de latir.
--Rontu!! -grit-. Rontu!!
Lo enterr en el promontorio. Cav un agujero agrandando cierta
resquebrajadura de la roca. Estuve trabajando dos
das enteros desde la aurora a la puesta del sol, y lo deposit
all con algunas flores de las que crecan entre las dunas,
amn del bastn que tanto le gustaba perseguir cuando se lo
tiraba con ese fin. Luego cubr su tumba con piedras de diversos colores
que pude reunir en la orilla.
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CAPTULO XXV
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Ese invierno siguiente a la muerte de mi perro no fui una


sola vez al arrecife. Com de lo que haba almacenado
en casa, y nicamente sala del cobertizo para ir a la fuente en busca de
agua. Fue un invierno duro, con salvajes ventarrones, lluvia continua, y
el
mar agitado moviendo un
oleaje que se estrellaba contra los acantilados, de modo que
no hubiera salido mucho de todas formas aunque Rontu
hubiese seguido a mi lado. Me entretuve preparando cuatro
trampas con ramaje bien dispuesto.
Durante el verano anterior, cuando iba de camino hacia
el lugar en que vivan los elefantes marinos, pude ver en
cierta ocasin, -slo una vez-, un perro joven que se pareca a Rontu.
Estaba trotando en mitad de una de las manadas de perros salvajes, y
aunque
apenas pude echarle una
ojeada estaba segura que era hijo de mi perro.
Era ms grande que los dems bichos que iban junto a
l, con pelo ms espeso, ojos amarillentos, y un paso elstico, gracioso,
elegante, idntico al de Rontu. Planeaba
capturarlo en la siguiente primavera gracias a las trampas
preparadas durante el invierno.
Ese invierno los perros salvajes aparecieron con frecuencia
156
por el promontorio, sabiendo que Rontu no viva conmigo ya. Acabada la
peor poca de tempestades coloqu fuera las trampas, cebndolas con
pescado. Atrap varios de
los perros salvajes que por all iban merodeando, pero no el
de ojos amarillentos que buscaba, y como me daba miedo
manejar semejantes bichos, los fui soltando uno a uno.
Constru luego ms trampas, colocndolas tambin, pero
aun cuando los perros salvajes se acercaban no queran tocar el pescado.
Entonces captur una pequea zorra de pelaje rojizo, que me mordi al
sacarla de la trampa, pero
pronto se hizo amiga ma y andaba de ac para all pidiendo
abalone. Era una perfecta ladrona. Cuando no estaba yo en
casa siempre encontraba el medio de hacerse con mi comida,
por muy escondida que la dejase; al cabo me hart y la puse
en libertad en el barranco. No por eso dej de presentarse a
menudo en el exterior de la cerca, y rascaba con las patitas
pidindome alimento.
Estaba visto que no poda apresar al joven perro que me
interesaba valindome de una simple trampa, y ya pensaba
en abandonar la partida cuando record la existencia de
cierta hierba que usbamos en la tribu para capturar peces
aficionados a vivir en las oquedades de la roca junto al mar,
aquella especie de grandes charcas que ya he descrito. No
es realmente una hierba venenosa, pero si introducamos
un poco en el agua, los peces quedaban panza arriba y flotando al poco
rato.
Recordaba tambin dnde poda encontrarla, y desenterr un poco en el
extremo opuesto de la isla. La fui haciendo
pedacitos y los ech en el manantial al que solan ir a beber
los perros salvajes. Estuve un da entero esperando. Al anochecer la
manada
se acerc a la fuente. Bebieron hasta saciar su sed, pero no les ocurri
nada, o al menos poca cosa.
Estuvieron haciendo unas cuantas cabriolas, mientras yo los
contemplaba oculta entre los arbustos, y despus se fueron
trotando.
Al da siguiente se me ocurri probar con xuchal, que
era algo utilizado por ciertos guerreros de nuestra tribu. Se
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hace con conchas marinas molidas muy finas, y unas hojas
de tabaco silvestre. Prepar un gran cuenco de aquello, mezclndolo
despus
con agua, y lo puse junto a la fuente. Despus me ocult para observar
qu
ocurrira. Los perros se
presentaron al anochecer, como de costumbre. Husmearon
el recipiente y se echaron hacia atrs mirndose unos a
otros, pero al cabo tornaron a acercarse y bebieron. Poco
ms tarde empezaban a caminar en crculo. De pronto fueron cayendo al
suelo, sumidos en profundsimo sueo.
Haba nueve de ellos durmiendo junto al manantial. La
noche me impeda identificarlos cmodamente, pero tras
cierto esfuerzo encontr al que me interesaba y me lo llev a
casa. Estaba roncando fuertemente, como si hiciera la digestin de una
esplndida comilona. Lo cog y regres aprisa
por el acantilado, temerosa a cada instante de que se despertara antes de
haber alcanzado el promontorio.
Pude introducirlo con trabajo por el agujero de la cerca. Lo at con
una
fuerte correa, y dej junto a l agua fresca
y un poco de comida. No tard en ponerse a roer la atadura.
Estuvo aullando sin cesar, y trotando lo que le permita la
longitud de su correa, mientras yo preparaba mi cena. Ladr tambin de
continuo toda la noche, pero al amanecer,
cuando me dispona a salir de casa, estaba durmiendo pacficamente.
Mientras l roncaba tranquilamente junto a la cerca,
pens en varios nombres, -uno detrs de otro se me iban
ocurriendo-, y al final, dado que se pareca extraordinariamente a su
padre,
le llam Rontu-Aru, que quiere decir
Hijo de Rontu.
En poco tiempo se hizo muy amigo mo. No era tan grande como su padre,
pero tena el mismo pelaje crespo y espeso de Rontu y ojos amarillentos.
A menudo, vindolo
perseguir intilmente a las gaviotas en el banco de arena, o
ladrndoles a las nutrias marinas en el arrecife, me olvidaba
por completo de que no era el propio Rontu.
Lo pasamos estupendamente juntos aquel verano, pescando, yendo a la
Roca
Grande, con la canoa. Sin embargo,
158
cada vez pensaba ms en mi hermana Ulape y en Tutok.
Algunas veces crea escuchar sus voces en el viento y, frecuentemente,
estando en el mar, el oleaje que bata contra
los costados de mi canoa me daba la impresin de ser ellas
llamndome.
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CAPTULO XXVI
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Tras las duras tempestades del invierno hubo muchos


das en calma. El aire resultaba tan espeso que pareca
difcil respirar, y el sol calentaba de modo que el mar se
converta en otro sol, reflejando con intensidad su luz hasta
imposibilitar mirarlo.
El ltimo da de aquel tiempo cog la canoa de la caverna, y fui
remando
en torno al arrecife hasta el banco de
arena. No me llev a Rontu-Aru porque al perro, si bien le
agradaba el fro, sufra mucho con tanto calor. Fue una buena idea
dejarlo
en casa. El da era el ms clido de todos, y
el mar espejeaba con luz rojiza. Sobre los ojos me haba
puesto, para ver a travs de ellos evitando la mayor parte
del resplandor, unas protecciones de madera con dos pequeas hendiduras.
Ninguna gaviota se senta con ganas de volar, y las nutrias, por su
parte,
aparecan tumbadas en los
bancos de algas, mientras los cangrejos que solan corretear
por la arena se encontraban ahora hundidos en lo profundo
de los agujeros que les servan de guarida.
Saqu la canoa a la playa, con una arena tan caliente que
casi arda, hmeda pero casi a punto de desprender vapor
al parecer. A principios de primavera tena la costumbre
160
de poner mi embarcacin al revs, y entonces iba colocando
betn fresco en las rajas que pudieran amenazarle al casco.
Aquella maana estuve trabajando en ello, y de vez en cuando me zambulla
en el mar para refrescarme. Cuando el sol
lleg al cenit me guarec bajo la canoa y pude descabezar
un sueo all.
No llevaba mucho rato durmiendo cuando de pronto me
despert algo que supona ser un trueno, pero mirando desde mi refugio
improvisado no pude percibir la menor nube
en el cielo. Sin embargo, el ruido sordo segua escuchndose. Llegaba al
parecer de cierta distancia, desde el Sur, y
conforme lo iba escuchando se haca ms y ms fuerte.
Me puse en pie aprisa. Lo primero que vi fue el centelleante pedazo de
playa que haba en la colina Sur del banco
de arena. Nunca, en toda mi vida, haba visto una marea tan
baja. Rocas y arrecifes minsculos que jams afloraban estaban ahora
expuestos al sol. Era como si la isla se hubiese
convertido en otro lugar. Como si me hubiese puesto a dormitar en una
isla,
y hubiera aparecido en otra distinta.
El ambiente empez a hacerse irrespirable. Haca un dbil ruido, como
si
algn animal gigantesco chupase y chupase sin cesar el aire a travs de
sus
dientes. El rumor sordo
iba acercndose, procedente de un cielo sin nubes, hasta casi
ensordecerme. Luego, al otro lado de la centelleante lnea
de playa, de los desconocidos arrecifes y rocas ahora al descubierto, ms
all de una legua a partir de todo eso, vi una
cresta blanca y enorme que se precipitaba contra la isla.
Pareca moverse entre el cielo y el mar, despacio, pero
era realmente el propio mar. Me quit con brusco ademn
la proteccin que haba preparado para mis ojos, y llena
de terror, corr por el banco de arena. Iba a trompicones,
cayendo aqu, levantndome en seguida, volviendo a caer
ms all. La arena se estremeca bajo mis pies al atacarla
la primera oleada. La espuma me cubri como si hubiera
sido espesa lluvia. Estaba llena de trozos de alga y de pececillos.
Siguiendo la curva del banco de arena poda alcanzar
161
la caleta, y desde all -por el sendero tradicional-, subir
hasta la meseta del promontorio. No tena tiempo. El agua se
precipitaba ya en torno mo, subindome hasta las rodillas,
en remolinos cada vez ms fuertes. Ante m se alzaba el
faralln, y aunque la roca estaba resbaladiza por causa del
musgo marino, pude encontrar un sitio en el que agarrarme,
y en seguida otro hueco para apoyar el pie. De ese modo,
sujeta a la pared rocosa, y poco a poco, fui izndome hacia el extremo
superior del acantilado.
La cresta de la tremenda ola pas justo debajo de m, tronando en su
camino hacia la Caleta del Coral.
Durante cierto tiempo no se percibi sonido alguno. Luego el mar
empez a retroceder, en busca de su antiguo lugar, originando espumosas y
violentas corrientes. Por encima del hombro poda ver la ola que llegaba.
No vino
aprisa, pues la anterior estaba todava de camino. Hubo un
rato en el que pens que no llegara al fin, porque de pronto
ambas se encontraron ms all del banco de arena, al otro
lado del mismo. La primera ola gigantesca estaba intentando alcanzar el
mar, y la segunda se abra paso en direccin
a la orilla.
Chocaron entre s como dos monstruos enormes. Se levantaron en el aire,
inclinndose primero hacia un lado y
luego hacia el otro. Se produjo un estampido como si inmensas lanzas se
rompieran en combate, y a la luz rojiza del sol
la espuma que rociaba el contorno pareca sanguinolenta.
Poco a poco la segunda ola triunf de la primera que retroceda camino
de
alta mar como he dicho. Pas despacio
por encima de ella, y luego las dos juntas, como un vencedor
que arrastra al cado, empezaron a moverse hacia la isla.
La ola se lanz contra los farallones. Envi lenguas prolongadas que me
envolvieron de tal modo que era imposible
ver u or. Esas lenguas de agua entraron por todos los agujeros,
resquebrajaduras, relieves de la roca, y tiraron de mis
pies y mis manos aferrados a varios de ellos. Fueron trepando por la
pared
del acantilado hasta situarse muy por
encima de donde yo permaneca agarrada, y despus,
162
deshacindose en un tremendo montn de espuma, cayeron pesadamente con un
silbido incesante hasta mezclarse con el
oleaje que llegaba camino de la caleta.
De pronto todo qued muy tranquilo. En aquel profundo
silencio poda escuchar el acelerado latir de mi corazn, notar que mis
manos an se aferraban desesperadamente a la
roca, y que yo estaba todava viva.
Cay la noche y segua teniendo miedo de abandonar el
acantilado; pese a lo cual, y sabiendo que me sera imposible resistir en
la roca hasta la aurora, porque me dormira y
caera desde la altura, decid hacer algo. Tampoco poda
buscar en la oscuridad el camino de mi casa, as que en definitiva baj
hasta la arena y me ech a dormir al pie de la
pared rocosa.
El amanecer trajo un da en calma y muy clido. El banco de arena
estaba
sembrado de montones de algas. Peces,
cangrejos, langostas y otros animales yacan muertos por
todos lados. Dos pequeas ballenas se haban perdido en las
paredes rocosas de la caleta. Incluso en el extremo superior
del sendero que desde ella ascenda a la meseta pude encontrar ese da
animales de las profundidades marinas.
Rontu-Aru me esperaba junto a la cerca. Cuando me
arrastr por debajo de ella para entrar salt repetidamente
junto a m, y luego me fue siguiendo, sin perderme un instante de vista
todo el da entero.
Me senta tranquila all arriba, en el promontorio, donde
las olas no podan llegar ni haban alcanzado a subir durante el fenmeno
aquel. Tan slo haba transcurrido un sol
y, sin embargo, daba la sensacin de que desde mi salida con
la canoa horas antes haban transcurrido muchos. Estuve
durmiendo casi todo el da pero con sueos extraos, y al
despertar todo el paisaje que me rodeaba tena un aspecto
extrao. El mar no produca su ruido de siempre chocando
contra la orilla. Las gaviotas estaban en tierra y silenciosas.
La tierra pareca contener su respiracin, como si esperase
algo terrible.
Al anochecer volva de la fuente con un recipiente lleno
163
de agua sobre el hombro, paseando por lo alto del acantilado seguida de
Rontu-Aru. Por doquier, hasta donde
alcanzaba la vista, el ocano estaba en calma, amarillento, recostndose
contra la isla como si se sintiera cansado. Las
gaviotas seguan estando quietas, alojadas en sus nidos del
acantilado.
De pronto la tierra empez a moverse. Se alejaba de mis
pies y por un momento me dio la impresin de flotar en el
aire. El agua salt del recipiente azotndome el rostro. Luego el cesto
cay al suelo. Sin saber qu hacer, y creyendo
estpidamente que otra gran ola podra engullirme, empec
a correr sin ton ni son. Pero, aun cuando s haba una ola en
movimiento, aquella ola era en plena tierra; tierra que se
retorca bajo mi paso a lo largo del acantilado.
Iba a toda velocidad cuando otra oleada me alcanz. Mirando hacia atrs
pude ver varias, una detrs de otra, que
llegaban en direccin adonde yo estaba procedentes del sur,
como si fueran olas marinas. Lo ltimo que recuerdo es que
estaba en el suelo con Rontu-Aru, junto a m, y los dos intentbamos
ponernos en pie. Las oleadas terrestres corran
ya hacia el promontorio, hacia una cabaa que se bamboleaba en la
distancia.
El agujero que me serva de acceso al cobertizo pasando
bajo la cerca no exista ya. Tuve que retirar rocas de l antes de poder
usarlo. Lleg la noche, pero la agitacin de la
tierra no haba cesado todava, y el suelo se levantaba y se
hunda de nuevo como si algn inmenso animal respirase
all abajo. Poda or las rocas que bajaban rodando desde los
farallones hundindose con estrpito en el mar.
Mientras estuvimos en la cabaa el perro y yo, durante
toda la noche, la tierra no ces de temblar y no dejaron de
desprenderse las rocas. No cay pese a todo lo grande, la del
promontorio, como hubiese cado si quienes estaban agitando el mundo
hubieran querido mostrarnos su extremo enfado con nosotros.
A la maana siguiente la tierra estaba de nuevo en calma, y un fresco
viento que ola a algas marinas soplaba en
el mar, procedente del Norte.
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CAPTULO XXVII
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El terremoto hizo pocos daos en la isla. Incluso la fuente,


que ces de manar durante algunos das, volvi a fluir
con mayor abundancia pasado ese perodo de tiempo. Pero
las extraas oleadas terrestres me haban costado todos los
alimentos y armas que guardaba en la caverna, as como la
canoa en la que estuve trabajando hasta esa jornada, y las
que quedaron ocultas bajo los acantilados del sur de la isla.
La mayor prdida la constitua la desaparicin de las canoas. El
intento
de encontrar madera bastante para hacer
otra me hubiera llevado toda la primavera y el verano. Por
tanto empec, en cuanto hubo una maana de buen aspecto,
a buscar los restos que el oleaje hubiera dejado en la orilla.
Entre las rocas cercanas a los acantilados del sur encontr
parte de una canoa, enterrada en un montculo de arena y
algas secas y retorcidas. Me pas la maana entera intentando liberarla,
y
una vez la tuve limpia no saba qu hacer,
cmo proceder para la reparacin o aprovechamiento. Poda
cortar las ligaduras y llevarme las planchas sueltas acantilado arriba,
de
dos en dos, cargadas a la espalda, pasando
por la zona de las dunas. Aquello supona muchos das de duro esfuerzo
hasta poder colocar el material en la Caleta
165
del Coral y a salvo. Tambin caba que reconstruyera una
canoa all mismo, entre las rocas, corriendo el riesgo de que
otra tempestad volviera a meterla deshecha mar adentro antes de haber
podido terminar de hacerla.
Finalmente no hice ni una ni otra cosa. Escogiendo el
da en que el mar estaba en ms calma, fui llevando partes
de la canoa flotando, empujadas frente a m mientras nadaba, a lo largo
de
todo el banco de arena y hasta entrar en
la cala. Cuando termin, apart del agua todos los restos
que haba reunido, y fui subiendo las planchas sendero arriba, hasta
alcanzar un sitio en el que ni el mayor oleaje pudiera arrebatrmelas
luego.
Encontr despus los restos de mi ltima canoa. Haba
quedado despedazada en un extremo de la cueva que no poda alcanzar; as,
que regres a los acantilados del sur de la
isla y rebusqu por entre los montones de arena y algas secas, hasta
reunir
suficiente nmero de trozos de madera,
aparte de la que ya tena, como para fabricar de nuevo otra
canoa ms.
La primavera tocaba ya a su fin para entonces. El tiempo no era an
seguro, fijo, porque una ligera lluvia apareca
casi a diario, pero de todos modos decid comenzar la construccin de la
nueva canoa, pues necesitaba salir en busca
de pesca, mariscos, etc. Ya no pensaba en los aleutianos
-como antes he dicho-, pero sin una embarcacin para ir
adonde quisiera me senta insegura.
Las tablas eran casi todas de tamao semejante: largas
como mi brazo; pero procedan de distintas canoas y por tanto resultaba
difcil irlas acoplando en una nueva. Claro que
ya tenan hechos los agujeros correspondientes, lo que me
ahorr tiempo y trabajo. Otra gran ayuda fue encontrar en
la orilla, donde los haba arrojado el mar, pedazos de betn,
material no siempre fcil de conseguir en la isla, y que me
iba a hacer mucha falta en seguida para mi labor.
En cuanto hube escogido las planchas, y les di forma, la
cosa fue rpida, de tal modo que al terminar la primavera
estaba lista para finalizar las junturas. Un da de mucho
166
viento encend una gran fogata para ablandar la pez. El viento era fro y
me cost mucho esfuerzo conseguir que prendiera el ramaje, maderas, etc.
Para acelerar la hoguera baj
a la playa en busca de algas secas.
Haba empezado a caminar rumbo adonde tena la hoguera encendida, y con
los brazos repletos de lo que fui a
buscar, cuando me volv para mirar el cielo, sintiendo, por
el contacto del viento con mi cuerpo, que poda estar a punto de estallar
una tormenta. Hacia el Norte el cielo careca
de nubes, pero por el Este, de donde solan a veces llegarnos tormentas a
la isla en aquella estacin, unos grises nubarrones iban amontonndose
unos
encima de otros.
En ese momento, entre las negras sombras que comenzaban a formarse como
consecuencia de las nubes, vi algo ms
y muy importante. Olvidando que llevaba encima todo un
cargamento de algas secas proyect ambos brazos hacia el
firmamento. Las algas se desparramaron.
Un barco! Haba un buque en el mar, a mitad de camino
entre la lnea del horizonte y la orilla.
Cuando hube alcanzado el promontorio el barco estaba
ya mucho ms cerca, movindose rpidamente gracias al
fuerte viento que soplaba a la sazn. Poda ver que no tena
el bauprs en forma de pico del de los aleutianos. Tampoco,
cosa curiosa, me recordaba al de los hombres blancos, cuyas
formas y perfil me era imposible olvidar.
Por qu habra llegado hasta la Isla de los Delfines Azules? Me agazap
en el extremo del promontorio, preguntndome, -entre los latidos
desacompasados de mi corazn-, si los hombres que lo tripulaban vendran
para cazar nutrias. Si eran cazadores tena que ocultarme antes de que
me vieran. Pronto encontraran la hoguera y la canoa que
estaba construyendo, pero de todos modos quiz lograse ponerme a salvo en
la cueva de la vez anterior. Ahora bien, si
eran gente enviada por los de mi tribu para llevarme con
ellos, en tal caso deba mostrarme.
El barco avanzaba despacio entre las rocas negras, entrando poco a poco
en la Caleta del Coral. Ahora poda ver
167
bien a los navegantes, y ninguno de ellos pareca un aleutiano.
Pusieron en el agua un bote y dos de los tripulantes remaron con l
hasta
la orilla. Haba empezado a soplar fuertemente el viento, y los hombres
tropezaban con dificultades
llegado el momento de desembarcar. Finalmente uno se qued junto al bote
para vigilar el mar, y el otro, un hombre
con barbas, recorri la playa y empez a subir por el sendero.
Desde donde yo estaba no poda verlo, pero al cabo de
un rato o un grito, luego otro, y entonces comprend que
haba descubierto mi hoguera y la canoa. No contest ni el
que se haba quedado junto al bote, ni ninguno de los del
barco; as, que era seguro que me estaba llamando.
Me deslic roca abajo y fui a casa. Como tena los hombros desnudos me
coloqu la capa de nutria marina. Cog
tambin mi falda de plumaje de cormorn, y la caja de conchas de abalone
en
que guardaba mi collar y mis pendientes.
Luego, acompaada por Rontu-Aru, descend por la senda
que bajaba hasta la Caleta del Coral.
Llegu al montculo en que mis antepasados acamparon
en otras pocas durante el verano. Pensaba en ellos y en los
felices momentos que haba pasado en mi cabaa del promontorio, y tambin
en mi canoa sin terminar, all, junto a
un sendero. Pens en muchas cosas, pero senta irresistible
el deseo de encontrarme con la gente, de vivir donde ellos
vivan, de or sus voces y escuchar sus risas.
Abandon el montculo y el csped que creca entre los
intersticios de las conchas que lo formaban. Ya no oa al
hombre llamarme, de manera que corr a toda prisa. Cuando llegu al punto
en que los dos senderos se unan, sitio
en el que haba encendido la hoguera, vi solamente las huellas que el
hombre haba dejado.
Las segu hasta la cala. La canoa haba regresado al barco, y el viento
aullaba cada vez ms violentamente. La baha
empezaba a llenarse de niebla y el oleaje azotaba la orilla.
Levant la mano y grit. Grit sin descanso, pero el viento
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arrastraba mis palabras en otra direccin. Corr por la arena hasta
meterme
un trecho dentro del agua. Los hombres
no me vieron.
Empezaba a llover con violencia y el viento haca que
el agua me diera en el rostro. Continu avanzando por el
agua sin preocuparme del agitado oleaje, y levantando ambos brazos para
llamar la atencin de los del barco. Poco a
poco, entre la niebla, la embarcacin se perdi de vista.
Tom la direccin del Sur. Por mi parte permanec en el
mismo sitio hasta verla desaparecer por entero.
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CAPTULO XXVIII
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Haban pasado ya dos primaveras cuando una maana


de nubecillas blancas y mar en calma volvi el navo.
Con la aurora lo vi desde el promontorio, un puntito en el
horizonte. Cuando el sol estuvo alto, la embarcacin ancl
en la Caleta del Coral.
Hasta el anochecer permanec espiando desde el promontorio mientras los
tripulantes instalaban un campamento en la orilla y encendan fuego.
Luego
me volv a casa.
No logr conciliar el sueo, pensando en el hombre que un
da estuvo llamndome.
La verdad es que haba recordado aquella voz durante
mucho tiempo, despus de la noche en que la tempestad
alej el barco de las costas de la isla. Da a da, durante dos
primaveras y dos veranos consecutivos, fui al promontorio
a vigilar la posible llegada del barco un par de veces cada
jornada: al amanecer y al anochecer.
Aquella maana perciba claramente el humo de sus fogatas. Baj al
barranco y me ba en la fuente. Despus me
vest con la capa de piel de nutria y la falda de plumas de
cormorn. Me puse asimismo el collar de piedras negras y
170
los pendientes haciendo juego. Con yeso azulado trac la
marca de nuestra tribu de lado a lado de mi nariz.
Luego hice algo que me daba un poco de risa incluso a
m misma. Hice lo mismo que mi hermana mayor Ulape
cuando sali de la Isla de los Delfines Azules. Bajo la seal
que me identificaba como perteneciente a mi tribu, trac
otra que daba fe de mi soltera. Ya no era una chiquilla,
pero la hice de todas maneras utilizando el mismo yeso azul
y algo de blanco para unas marcas de arriba abajo.
Regres a casa, y tras encender el fuego guis un poco de
comida para Rontu-Aru y yo. Como por mi parte no tena
apetito, el perro despach ambas raciones.
--Nos marchamos, -le dije-. Nos vamos de la isla.
Pero l se limit a echar la cabeza a un lado, como hiciera su padre a
menudo, y al ver que por mi parte no deca
una palabra ms sali trotando en busca de un lugar al sol.
Una vez que lo encontr se tumb en el suelo, y se durmi
inmediatamente.
Ahora que el hombre blanco haba regresado a mi isla
no poda hacerme idea de cul iba a ser mi vida cuando atravesara el mar.
Tampoco me era posible imaginar cmo resultaran ser lo mismo los blancos
que su gnero de vida, y
ni siquiera calculaba exactamente la existencia que llevara
mi pueblo, con el que perd el contacto tantos aos antes.
Por otro lado, y mirando atrs, me era imposible distinguir exactamente
cada uno de los muchos veranos, inviernos
y primaveras, que pas sola. Todos formaban una temporada continua y
triste
en mi pensamiento; una sensacin que
me oprima el corazn. Nada ms.
La maana era muy soleada. El viento traa olor a mar y
a las criaturas que en l viven.
VI a aquellos hombres mucho antes de que ellos se dieran cuenta de
la
existencia de mi casa en el promontorio,
cuando caminaban all lejos por las dunas, rumbo al Sur.
Eran tres, dos muy altos y otro de estatura ms bien baja, con un traje
largo y flotante de tonos grisceos. Salieron de
la zona de las dunas y empezaron a encaramarse por el acantilado.
171
Al ver la columna de humo que originaba mi hoguera, siguieron en esa
direccin y al cabo dieron con la cabaa.
Pas bajo la cerca quedando luego de pie frente a ellos.
El hombre del traje negro y gris tena una fila de cuentas en
torno al cuello, y colgando de ella un adorno de madera brillante.
Levant
su mano e hizo en el aire y hacia m un gesto de la misma forma que el
adorno. Luego, uno de los dos
hombres que le acompaaban me habl. Sus palabras producan el sonido ms
extrao que hasta entonces hubiera
escuchado. Me dieron ganas de rer, pero pude evitarlo mordindome la
lengua.
Mov la cabeza en tanto le diriga una sonrisa. l me habl otra vez
con
ms lentitud, y aunque sus palabras me parecan tan extraas como antes,
-y
tan incomprensibles
tambin-, al menos daban la impresin de ser suaves, de
algo dulce y agradable. Eran el sonido que produca una voz
humana, y no hay ninguno en el mundo que se le pueda
comparar.
El hombre levant su mano sealando la cala, y traz en
el aire una figura que quera representar una embarcacin.
Ante esto asent con un movimiento de cabeza, y seal los tres cestos
que haba colocado junto al fuego, a la
vez que indicaba mediante algunas seas mi deseo de llevarlos al barco.
Inclu en esos gestos la jaula que contena a mis
dos pajarillos.
Hubo muchos ms gestos por ambas partes antes de dirigirnos al barco,
aunque los blancos slo hablaron entre ellos.
Dieron muestras de agrado ante mi collar, la capa de nutria
y la falda de cormorn que espejeaba al sol. Pero una vez
que hubimos llegado a la playa, donde tenan instalado el
campamento, lo primero que les dijo a sus compaeros el
hombre del traje largo fue que procuraran buscarme un
vestido.
Saba lo que les recomend porque se me acerc un hombre, y mantuvo una
cuerda primero desde mi cuello hasta
mis pies, y luego de uno a otro lado de mis hombros.
El traje que me hicieron era azul. Lo componan dos
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pantalones iguales a los que llevaban los tripulantes de la embarcacin.
Primero cortaron los pantalones en varias piezas,
y despus uno de los blancos se sent sobre una roca y los
cosi con una cuerdecita blanca finsima. Tena una nariz
muy larga, del estilo de la aguja que estaba usando. Estuvo
toda la tarde all quieto con la aguja arriba y abajo, a un
lado y otro, reluciendo al sol.
De vez en cuando mantena el traje suspendido en el
aire, y empezaba a mover la cabeza en seal de complacencia. Yo le
imitaba
como si el traje me gustara, aunque la
verdad es que no me agradaba en absoluto. Quera seguir
llevando mi falda de plumas de cormorn, y mi capa de nutria, que
componan
un vestido mucho ms bonito que el
que aquel blanco me estaba preparando.
El traje me llegaba de la garganta a los tobillos, y ni me
gustaba el color ni la forma del mismo; adems daba bastante calor. Sin
embargo, no dej de sonrer, y guard la falda
de plumas de cormorn en uno de los cestos; porque estaba
dispuesta a seguirla llevando tambin cuando me encon-, trara al otro
lado
del mar y no anduvieran alrededor mo esos
hombres.
El buque estuvo fondeado en la Caleta del Coral durante
nueve das. Haba venido la tripulacin para cazar la nutria
marina, pero dichos animales se escaparon sin duda al ver
el navo. Alguna nutria deba quedar de las que recordaban la matanza
hecha
por los aleutianos, pues la cuestin
es que no se dejaron ver.
Yo saba muy bien hacia dnde haban ido las nutrias.
Se escaparon camino de la Roca Grande, pero cuando los
hombres blancos me mostraron las armas que haban trado
para cazarlas, mov la cabeza fingiendo no entender. Entonces ellos
sealaron hacia mi capa de piel, pero continu con
la misma actitud.
Les pregunt acerca del navo que se llev a mi pueblo
de la isla muchos aos antes, valindome para ello de seas,
movimiento de las manos trazando en el aire el contorno de
una embarcacin, indicacin de irme hacia el Este, etc., pero
173
no me entendieron. Segu sin tener noticias de los mos hasta despus de
haber llegado a la misin de Santa Brbara.
All me encontr con el padre Gonzlez, y l me explic que
ese barco por el cual yo preguntaba se haba hundido a consecuencia de
una
gran tempestad, poco despus de alcanzar
el pas, y se daba la circunstancia de que en todo el ocano no haba
noticias de l. sa era la razn por la cual los hombres blancos no
fueron
otra vez a la isla para buscarme.
Al dcimo da zarpamos por fin. Era una maana de cielo azul, casi sin
viento. Fuimos siguiendo derechamente el
curso del sol.
Durante largo rato permanec inmvil, contemplando
cmo se alejaba de nosotros la Isla de los Delfines Azules.
Lo ltimo que de ella vi fue el alto promontorio. Pensaba en
Rontu, descansando ahora bajo piedras de muchos colores,
y en Won-a-nee, dondequiera que estuviese, y en la pequea y rojiza zorra
que rascaba en vano la cerca de mi casa,
y en la canoa oculta en la cueva. Pensaba tambin en los
felices tiempos pasados all.
Los delfines saltaban fuera del agua y nadaban delante
del buque. Luego nos siguieron durante muchas leguas aquella maana, a
travs de las claras aguas de esa zona, trazando con sus cabriolas
complicados dibujos. Mis pajarillos piaban alegres en su jaula, y
Rontu-Aru estaba tendido a
mis pies.
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NOTA DEL AUTOR


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La isla que en nuestra obra denominamos Isla de los


Delfines Azules la habitaron por primera vez unos indios
alrededor de dos mil aos antes de Jesucristo, pero no fue
descubierta por el hombre blanco hasta el ao 1602 de nuestra Era.
En dicho ao el explorador espaol Sebastin Vizcano
zarp de Mjico, en busca de un puerto en el que los galeones que traan
anualmente ricos tesoros desde Filipinas a
Amrica pudieran refugiarse si llegaban a verse en dificultades.
Navegando
rumbo al Norte, a lo largo de la costa de
California, dicho explorador avist la isla, destac un bote
y algunos hombres hacia ella, y la bautiz como Isla de San
Nicols, en honor del santo patrono de los marineros, viajeros en general
y mercaderes.
Con el paso de los siglos, California, antes posesin espaola, se
convirti en territorio mejicano, y por ltimo de los
Estados Unidos. Durante muchsimos aos nicamente visitaron la isla, y
aun
de forma muy irregular, algunos cazadores. Sus pobladores indios vivieron
en completo aislamiento.
Esta Robinson Crusoe cuya historia he intentado trazar,
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vivi verdaderamente en la isla, -absolutamente sola-, desde 1835 a 1853,
y
la Historia la conoce como La Mujer
Perdida de la Isla de San Nicols.
Poco es lo que acerca de su vida se sabe con certeza. Segn los
informes
oficiales emitidos por el capitn Hubbard,
cuya goleta transport a tierra firme los indios de Ghalas-at, sabemos
con
seguridad que la muchacha se tir al mar
pese a los esfuerzos de todos por impedirlo. De acuerdo con
el diario de a bordo debido al capitn Nidever, sabemos
que l la encontr dieciocho aos ms tarde, viviendo sola
con un perro en una cabaa primitiva, sobre cierto promontorio de la
isla,
y vestida con una falda de plumas de cormorn. El padre Gonzlez de la
Misin de Santa Brbara, que
fue quien la atendi despus de su rescate, logr averiguar
que su hermano haba sido muerto por los perros salvajes
que merodeaban por la isla. Poco ms pudo llegar a conocer,
porque la india slo le hablaba mediante seas y gestos. Ni
el padre Gonzlez, ni ninguna de las personas de raza india
que tenan contacto con la Misin, y por cierto que no faltaban en esa
poca, pudo comprender el extrao lenguaje de
la interesada. Para entonces los dems indios de Ghalas-at
haban desaparecido ya.
La Mujer Perdida de la Isla De San Nicols est enterrada en una colina
prxima a la Misin de Santa Brbara.
Su falda hecha con plumas verdes de cormorn fue enviada
un da a Roma.
La isla de San Nicols es la ms alejada de la costa en el
grupo conocido en California como Islas del Canal. Se
encuentra a unas 75 millas marinas al Sudoeste de la ciudad
de Los ngeles. Durante muchos aos los historiadores creyeron que haban
llegado a ella sus primeros pobladores
hace unos seis siglos. Posteriormente las pruebas cientficas
llevadas a cabo mediante el procedimiento que se conoce
como Carbono- 14, realizadas sobre objetos extrados de
ciertas excavaciones, demuestran sin lugar a dudas que los
indios llegaron a esa isla, procedentes del Norte, mucho antes de la Era
Cristiana.
176
Las imgenes trazadas all por los indios de las criaturas
terrestres, marinas o del aire, son semejantes a las que cabe
encontrar en la costa de Alaska. Se trata de unas representaciones
grficas
realizadas con habilidad extraordinaria. Se
conservan hoy en el Museo del Sudoeste en Los ngeles.
El futuro de la isla de San Nicols no est claro. Hay
all ahora una base secreta de la Armada de los Estados
Unidos, pero los cientficos especialistas en tales cuestiones
predicen que a causa del furor de las olas en esa zona, y de
la violencia de los vientos que la azotan, quiz acabe un
buen da por desaparecer bajo las aguas.

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Al escribir La Isla de los Delfines Azules he recibido


estimable ayuda de Maude y de los Lovelace, as como de
Bernice Eastman Johnson, del Museo del Sudoeste. Deseo
igualmente expresar mi gratitud a Fletcher Carr, antiguo
encargado del Museo del Hombre en San Diego, California.
__________________________

FIN DE LA OBRA
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NDICE
__________________________

Captulo I ..................... 7
Captulo II .................... 15
Captulo III ................... 21
Captulo IV .................... 24
Captulo V ..................... 30
Captulo VI .................... 38
Captulo VII ................... 43
Captulo VIII .................. 49
Captulo IX .................... 59
Captulo X ..................... 67
Captulo XI .................... 73
Captulo XII ................... 78
Captulo XIII .................. 83
Captulo XIV ................... 88
Captulo XV .................... 97
Captulo XVI ................... 103
Captulo XVII .................. 110
Captulo XVIII ................. 114
Captulo XIX ................... 122
Captulo XX .................... 130
Captulo XXI ................... 138
Captulo XXII .................. 143
Captulo XXIII ................. 147
Captulo XXIV .................. 152
Captulo XXV ................... 155
Captulo XXVI .................. 159
Captulo XXVII ................. 164
Captulo XXVIII ................ 169
Nota del autor ................. 174

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