Hobsbawm La Era Del Imperio CAP 3 Word Editado

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Eric J.

Hobsbawm
LA ERA DEL IMPERIO (1870-1914)

CAPITULO 3
La era del imperio

() En resumen, la poca imperialista cre una serie de condiciones que


determinaron la aparicin de lderes antiimperialistas y, asimismo, las condiciones que,
como vere- mos (cap. 12, infra), comenzaron a dar resonancia a sus voces. Pero es
un anacro- nismo y un error afirmar que la caracterstica fundamental de la historia de
los pueblos y regiones sometidos a la dominacin y a la influencia de las metrpolis
occidentales es la resistencia a Occidente. Es un anacronismo porque, con algunas
excepciones que sealaremos ms adelante, los movimientos antiimperialistas
importantes comen- zaron en la mayor parte de los sitios con la primera guerra
mundial y la Revolucin rusa, y un error porque interpreta el texto del nacionalismo
moderno la independen- cia, la autodeterminacin de los pueblos, la formacin de
Estados territoriales, etc. (v. cap. 6, infra) en un registro histrico que no poda
contener todava. De hecho, fue- ron las lites occidentalizadas las primeras en entrar
en contacto con esas ideas du- rante sus visitas a Occidente y a travs de las
instituciones educativas formadas por Occidente, pues de all era de donde procedan.
Los jvenes estudiantes indios que regresaban del Reino Unido podan llevar consigo
los eslganes de Mazzini y Garibal- di, pero por el momento eran pocos los habitantes
del Punjab, y mucho menos an los de regiones tales como el Sudn, que tenan la
menor idea de lo que podan significar.
En consecuencia, el legado cultural ms importante del imperialismo fue una edu-
cacin de tipo occidental para minoras distintas: para los poco afortunados que llega-
ron a ser cultos y, por tanto, descubrieron, con o sin ayuda de la conversin al cristia-
nismo, el ambicioso camino que conduca hasta el sacerdote, el profesor, el burcrata
o el empleado. En algunas zonas se incluan tambin quienes adoptaban una nueva
profesin, como soldados y policas al servicio de los nuevos gobernantes, vestidos
como ellos y adoptando sus ideas peculiares sobre el tiempo, el lugar y los hbitos
domsticos. Naturalmente, se trataba de minoras de animadores y lderes, que es la
razn por la que la era del imperialismo, breve incluso en el contexto de la vida huma-
na, ha tenido consecuencias tan duraderas. En efecto, es sorprendente que en casi
todos los lugares de frica la experiencia del colonialismo, desde la ocupacin original
hasta la formacin de Estados independientes, ocupe nicamente el discurrir de una
vida humana; por ejemplo, la de sir Winston Churchill (1874-1965).
Qu decir acerca de la influencia que ejerci el mundo dependiente sobre los do-
minadores? El exotismo haba sido una consecuencia de la expansin europea desde
el siglo XVI, aunque una serie de observadores filosficos de la poca de la Ilustracin
haban considerado muchas veces a los pases extraos situados ms all de Europa
y de los colonizadores europeos como una especie de barmetro moral de la civiliza-
cin europea. Cuando se les civilizaba podan ilustrar las deficiencias institucionales
de Occidente, como en las Cartas persas de Montesquieu; cuando eso no ocurra pod-
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an ser tratados como salvajes nobles cuyo comportamiento natural y admirable ilus-
traba la corrupcin de la sociedad civilizada. La novedad del siglo XIX consisti en el
hecho de que cada vez ms y de forma ms general se consider a los pueblos no
europeos y a sus sociedades como inferiores, indeseables, dbiles y atrasados, inclu-
so infantiles. Eran pueblos adecuados para la conquista o, al menos, para la conver-
sin a los valores de la nica civilizacin real, la que representaban los comerciantes,
los misioneros y los ejrcitos de hombres armados, que se presentaban cargados de
armas de fuego y de bebidas alcohlicas. En cierto sentido, los valores de las socie-

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dades tradicionales no occidentales fueron perdiendo importancia para su superviven-
cia, en un momento en que lo nico importante eran la fuerza y la tecnologa militar.
Acaso la sofisticacin del Pekn imperial pudo impedir que los brbaros occidentales
quemaran y saquearan el Palacio de Verano ms de una vez? Sirvi la elegancia de la
cultura de la lite de la decadente capital mongol, tan bellamente descrita en la obra de
Sat-yajit Ray Los ajedrecistas, para impedir el avance de los britnicos? Para el
europeo medio, esos pueblos pasaron a ser objeto de su desdn. Los nicos no euro-
peos que les interesaban eran los soldados, con preferencia aquellos que podan ser
reclutados en sus propios ejrcitos coloniales (sijs, gurkas, berberes de las monta-
as, afganos, beduinos). El Imperio otomano alcanz un temible prestigio porque,
aunque estaba en decadencia, posea una infantera que poda resistir a los ejrcitos
europeos. Japn comenz a ser tratado en pie de igualdad cuando empez a salir
victorioso en las guerras.
Sin embargo, la densidad de la red de comunicaciones globales, la accesibilidad de los
otros pases, ya fuera directa o indirectamente, intensific la confrontacin y la mezcla
de los mundos occidental y extico. Eran pocos los que conocan ambos mun- dos y se
vean reflejados en ellos, aunque en la era imperialista su nmero se vio in- crementado
por aquellos escritores que deliberadamente decidieron convertirse en intermediarios
entre ambos mundos: escritores o intelectuales que eran, por vocacin y por profesin,
marinos (como Fierre Loti y, el ms clebre de todos, Joseph Conrad), soldados y
administradores (como el orientalista Louis Massignon) o periodistas colo- niales (como
Rudyard Kipling). Pero lo extico se integr cada vez ms en la educa- cin cotidiana.
Eso ocurri, por ejemplo, en las celebrrimas novelas juveniles de Karl May (1842-
1912), cuyo hroe imaginario alemn recorra el salvaje Oeste y el Oriente islmico, con
incursiones en el frica negra y en Amrica latina; en las novelas de mis- terio, que
incluan entre los villanos a orientales poderosos e inescrutables como el doctor Fu
Manch de Sax Rohmer; en las historias de las revistas escolares para los nios
britnicos, que incluan ahora a un rico hind que hablaba el barroco ingls babu segn
el estereotipo esperado. El exotismo poda llegar a ser incluso una parte oca-
sional pero esperada de la experiencia cotidiana, como en el espectculo de Bfalo Bill
sobre el salvaje oeste, con sus exticos cow-boys e indios, que conquist Europa a
partir de 1877, o en las cada vez ms elaboradas aldeas coloniales, o en las exhibi-
ciones de las grandes exposiciones internacionales. Esas muestras de mundos extra-
os no eran de carcter documental, fuera cual fuere su intencin. Eran ideolgicas, por
lo general reforzando el sentido de superioridad de lo civilizado sobre lo primiti- vo.
Eran imperialistas tan slo porque, como muestran las novelas de Joseph Con- rad, el
vnculo central entre los mundos de lo extico y de lo cotidiano era la penetra- cin
formal o informal del tercer mundo por parte de los occidentales. Cuando la len- gua
coloquial incorporaba, fundamentalmente a travs de los diversos argots y, sobre todo,
el de los ejrcitos coloniales, palabras de la experiencia imperialista real, stas
reflejaban muy frecuentemente una visin negativa de sus sbditos. Los trabajadores
italianos llamaban a los esquiroles crumiri (trmino que tomaron de una tribu norteafri-
cana) y los polticos italianos llamaban a los regimientos de dciles votantes del sur,
conducidos a las elecciones por los jefes locales, ascar (tropas coloniales nativas). Los
caciques, jefes indios del Imperio espaol en Amrica, haban pasado a ser sin- nimos
de jefe poltico; los caids (jefes indgenas norteafricanos) proveyeron el trmino utilizado
para designar a los jefes de las bandas de criminales en Francia.
Pero haba un aspecto ms positivo de ese exotismo. Administradores y soldados
con aficiones intelectuales los hombres de negocios se interesaban menos por esas
cuestiones meditaban profundamente sobre las diferencias existentes entre sus so-
ciedades y las que gobernaban. Realizaron importantsimos estudios sobre esas so-
ciedades, sobre todo en el Imperio indio, y reflexiones tericas que transformaron las
ciencias sociales occidentales. Ese trabajo era fruto, en gran medida, del gobierno
colonial o intentaba contribuir a l y se basaba en buena medida en un firme senti-
miento de superioridad del conocimiento occidental sobre cualquier otro, con excep-
cin tal vez de la religin, terreno en que la superioridad, por ejemplo, del metodismo
sobre el budismo no era obvia para los observadores imparciales. El imperialismo hizo
que aumentara notablemente el inters occidental hacia diferentes formas de espiritua-
lidad derivadas de Oriente, o que se deca que derivaban de Oriente, e incluso en al-
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gunos casos se adopt esa espiritualidad en Occidente. A pesar de todas las crticas
que se han vertido sobre ellos en el periodo poscolonial, no se puede rechazar ese
conjunto de estudios occidentales como un simple desdn arrogante de las culturas no
europeas. Cuando menos, los mejores de esos estudios analizaban con seriedad esas
culturas, como algo que deba ser respetado y que poda aportar enseanzas. En el
terreno artstico, en especial las artes visuales, las vanguardias occidentales trataban
de igual a igual a las culturas no occidentales. De hecho, en muchas ocasiones se
inspiraron en ellas durante este perodo. Esto es cierto no slo de aquellas creaciones
artsticas que se pensaba que representaban a civilizaciones sofisticadas, aunque fue-
ran exticas (como el arte japons, cuya influencia en los pintores franceses era nota-
ble), sino de las consideradas como primitivas y, muy en especial, las de frica y
Oceana. Sin duda, su primitivismo era su principal atraccin, pero no puede negar-
se que las generaciones vanguardistas de los inicios del siglo XX ensearon a los eu-
ropeos a ver esas obras como arte con frecuencia como un arte de gran altura por
derecho propio, con independencia de sus orgenes. Hay que mencionar brevemente
un aspecto final del imperialismo: su impacto sobre las clases dirigentes y medias de
los pases metropolitanos. En cierto sentido, el imperialismo dramatiz el triunfo de
esas clases y de las sociedades creadas a su imagen como ningn otro factor podra
haberlo hecho. Un conjunto reducido de pases, situados casi todos ellos en el noroes-
Fig. 1
La carga del hombre blanco. Caricatura de 1899. Publicado en the rains havn, Chicago.

26
Sobre la incursin del budismo en ambientes occidentales, que conoci un xito desusado durante un
tiempo, vase Jan Romein: The watershed of two eras, Middletown, Conn, 1978, pp. 501-503, y la expor-
tacin al extranjero de hombres sagrados indios, en gran medida por medio de los adalides procedentes
de las filas de los teosofistas. Entre ellos Vivekananda (1863-1902), del clan Vedanta, puede pretender
ser el primero de los gurs comerciales del Occidente moderno.
te de Europa, dominaban el globo. Algunos imperialistas, con gran disgusto de los lati-
nos y, ms an, de los eslavos, enfatizaban los peculiares mritos conquistadores de
aquellos pases de origen teutnico y sobre todo anglosajn que, con independencia
de sus rivalidades, se afirmaba que tenan una afinidad entre s, conviccin que se
refleja todava en el respeto que Hitler mostraba hacia el Reino Unido. Un puado de
hombres de las clases media y alta de esos pases funcionarios, administradores,
hombres de negocios, ingenieros ejercan ese dominio de forma efectiva. Hacia
1890, poco ms de seis mil funcionarios britnicos gobernaban a casi trescientos mi-
llones de indios con la ayuda de algo ms de setenta mil soldados europeos, la mayor
parte de los cuales eran, al igual que las tropas indgenas, mucho ms numerosas,
mercenarios que en un nmero desproporcionadamente alto procedan de la tradicio-
nal reserva de soldados nativos coloniales, los irlandeses. Este es un caso extremo,
pero de ninguna forma atpico. Podra existir una prueba ms contundente de supe-
rioridad?
As pues, el nmero de personas implicadas directamente en las actividades impe-
rialistas era relativamente reducido, pero su importancia simblica era extraordinaria.
Cuando en 1899 circul la noticia de que el escritor Rudyard Kipling, bardo del Imperio
indio, se mora de neumona, no slo expresaron sus condolencias los britnicos y los
norteamericanos Kipling acababa de dedicar un poema a los Estados Unidos sobre
la responsabilidad del hombre blanco, respecto a sus responsabilidades en las Fili-
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pinas, sino que incluso el emperador de Alemania envi un telegrama.
Pero el triunfo imperial plante problemas e incertidumbres. Plante problemas por-
que se hizo cada vez ms insoluble la contradiccin entre la forma en que las clases
dirigentes de la metrpoli gobernaban sus imperios y la manera en que lo hacan con
sus pueblos. Como veremos, en las metrpolis se impuso, o estaba destinada a impo-
nerse, la poltica del electoralismo democrtico, como pareca inevitable. En los impe-
rios coloniales prevaleca la autocracia, basada en la combinacin de la coaccin fsica
y la sumisin pasiva a una superioridad tan grande que pareca imposible de desafiar
y, por tanto, legtima. Soldados y procnsules autodisciplinados, hombres aislados
con poderes absolutos sobre territorios extensos como reinos, gobernaban continen-
tes, mientras que en la metrpoli campaban a sus anchas las masas ignorantes e infe-
riores. No haba acaso una leccin que aprender ah, una leccin en el sentido de la
voluntad de dominio de Nietzsche?
El imperialismo tambin suscit incertidumbres. En primer lugar, enfrent a una pe-
quea miona de blancos pues incluso la mayor parte de esa raza perteneca al
grupo de los destinados a la inferioridad, como adverta sin cesar la nueva disciplina
de la eugenesia (v cap. 10, infra) con las masas de los negros, los oscuros, tal vez
sobre todo los amarillos, ese peligro amarillo contra el cual solicit el emperador
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Guillermo II la unin y la defensa de Occidente. Podan durar, esos imperios tan
fcilmente ganados, con una base tan estrecha, y gobernados de forma tan absurda-
mente fcil gracias a la devocin de unos pocos y a la pasividad de los ms? Kipling,
el mayor y tal vez el nico poeta del imperialismo, celebr el gran momento del
orgullo demaggico imperial, las bodas de diamante de la reina Victoria en 1897, con
un recuerdo proftico de la impermanencia de los imperios. Nuestros barcos, llamados
desde tierras lejanas, se desvanecieron; El fuego se apaga sobre las dunas y los pro-
montorios: Y toda nuestra pompa de ayer es la misma de Nnive y Tiro! Juez de las
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Naciones, perdnanos con todo, Para que no olvidemos, para que no olvidemos.
Pomp plane la construccin de una nueva e ingente capital imperial para la India

4
27
R.H.Gretton: A modern History of the englis people, II: 1899-1910, Londres, 1913, p. 25
28
W.L.Langer: The diplomacy of imperialism, 1890-1902, ed Nueva York, 1968, pp. 387 y 448. Ms en
general, H. Gollwitzer: Die gelbe Gefahr: Geschichte eines Schlagworts: studien zum imperialistischen
deken, Gotinga, 1962
29
Rudyard Kipling: Recessional, en R.Kiplings Verse, Inclusive Edition, 1885-1918, Londres, s.a., p. 377

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en Nueva Delhi. Fue Clemenceau el nico observador escptico que poda predecir
que sera la ltima de una larga serie de ruinas de capitales imperiales? Y era la vul-
nerabilidad del dominio global mucho mayor que la vulnerabilidad del gobierno doms-
tico sobre las masas de los blancos?
La incertidumbre era de doble filo. En efecto, si el imperio (y el gobierno de las cla-
ses dirigentes) era vulnerable ante sus sbditos, aunque tal vez no todava, no de for-
ma inmediata, no era ms inmediatamente vulnerable a la erosin desde dentro del
deseo de gobernar, el deseo de mantener la lucha darwinista por la supervivencia de
los ms aptos? No ocurrira que la misma riqueza y lujo que el poder y las empresas
imperialistas haban producido debilitaran las fibras de esos msculos cuyos constan-
tes esfuerzos eran necesarios para mantenerlo? No conducira el imperialismo al
parasitismo en el centro y al triunfo eventual de los brbaros?
En ninguna parte suscitaban esos interrogantes un eco tan lgubre como en el ms
grande y ms vulnerable de todos los imperios, aquel que superaba en tamao y gloria
a todos los imperios del pasado, pero que en otros aspectos se hallaba al borde de la
decadencia. Pero incluso los tenaces y enrgicos alemanes consideraban que el impe-
rialismo iba de la mano de ese Estado rentista que no poda sino conducir a la de-
cadencia. Dejemos que J. A. Hobson exprese esos temores en palabras: si se divida
China,
la mayor parte de la Europa occidental podra adquirir la apariencia y el
carcter que ya tienen algunas zonas del sur de Inglaterra, la Riviera y las
zonas tursticas o residenciales de Italia o Suiza, pequeos ncleos de ricos
aristcratas obteniendo di- videndos y pensiones del Lejano Oriente, con un
grupo algo ms extenso de seguido- res profesionales y comerciantes y un
amplio cor junto de sirvientes personales y de trabajadores del transporte y
de las etapas finales de produccin de los bienes pere- cederos: todas las
principales industrias habran desaparecido, y los productos alimen- ticios y
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las manufacturas afluiran como un tributo de frica y de Asia.
As, la belle poque de la burguesa lo desarmara. Los encantadores e inofensivos
Eloi de la novela de H. G. Wells, que vivan un vida de gozo en el sol, estaran a mer-
ced de los negros morlocks, de quienes dependan y contra los cuales estaban inde-
31
fensos. Europa escribi el economista alemn Schulze-Gaevernitz [...] traspa-
san la carga del trabajo fsico, primero la agricultura y la minera, luego el trabajo ms
arduo de la industria, a las razas de color y se contentar con el papel de rentista y de
esta forma, tal vez, abrir el camino para la emancipacin econmica y, posteriormen-
32
te, poltica de la razas de color..
Estas eran las pesadillas que perturbaban el sueo de la belle poque. En ellas los
ensueos imperialistas se mezclaban con los temores de la democracia.

30
Hobson,op. Cit., ed 1938., p. 314
31
Vase H.G.Wells: The time machine., Londres, 1895.
5
32
H.G.v Schulze-Gaevernitz: Britscher Imperialismus un englischer freihandel zu beginn des 20. Jahrun-
derts, Leipzig, 1906.

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Ficha de lectura

Eric J. Hobsbawm (2009). La era del imperio (1870-1914). (6ta ed.).


Buenos Aires, Argentina: Crtica, pp. 88- 93.

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