CUENTOS PARA 2°AÑO Secundaria
CUENTOS PARA 2°AÑO Secundaria
CUENTOS PARA 2°AÑO Secundaria
Todo el mundo cantaba sus alabanzas; cuantos la conocieron repetan sin cesar:
"Dichoso el que se la lleve; no podra encontrar cosa mejor".
Lantn, entonces oficial primero de negociado en el Ministerio del Interior, con tres mil
quinientos francos anuales de sueldo, la pidi por esposa y se cas con ella.
Fue verdaderamente feliz. Su mujer administraba la casa con tan prudente economa,
que aparentaba vivir hasta con lujo. Le prodig a su marido todo gnero de
atenciones, delicadezas y mimos: era tan grande su encanto, que a los seis aos de
haberla conocido, l la quera ms an que al principio.
Solamente le desagradaba que se aficionase con exceso al teatro y a las joyas falsas.
-Cario, la que no puede comprar joyas verdaderas no debe lucir ms adornos que la
belleza y la gracia, que son las mejores joyas.
Y haca rodar entre sus dedos los collares de supuestas perlas; haca brillar,
deslumbradores, los cristales tallados, mientras repeta:
l sonrea diciendo:
Algunas veces, por la noche, mientras estaban solos junto a la chimenea, sobre la
mesita donde tomaban el t, colocaba ella la caja de tafilete donde guardaba la
Elycollar
"pacotilla", segn la expresin de Lantn, examinaba las joyas con atencin,
[Cuento. Texto
apasionndose como si gozase un placer secreto completo.]
y profundo. Se obstinaba en ponerle
Guy de Maupassant
un collar a su marido para echarse a rer y exclamar:
Una noche de invierno, al salir de la pera, ella sinti un estremecimiento de fro. Por
la maana tuvo tos; y ocho das ms tarde muri, de una pulmona. Lantn se
entristeci de tal modo, que por poco lo entierran tambin. Su desesperacin fue tan
grande que sus cabellos encanecieron por completo en un mes. Lloraba da y noche,
con el alma desgarrada por un dolor intolerable, acosado por los recuerdos, por la voz,
por la sonrisa, por el perdido encanto de su muerta.
Pero la vida se le hizo dificultosa. El sueldo, que manejado por su mujer bastaba para
todas las necesidades de la casa, era insuficiente para l solo, y se preguntaba con
estupor cmo se las haba arreglado ella para darle vinos excelentes y manjares
delicados, que ya no era posible adquirir con sus modestos recursos.
Contrajo algunas deudas y, al fin, una maana, ocho das antes de acabar el mes,
faltndole dinero para todo, pens vender algo. Y acaso por ser lo que le haba
producido algn disgusto, decidi desprenderse de la "pacotilla", a la que le guardaba
an cierto rencor, porque su vista le amargaba un poco el recuerdo de su mujer.
Rebusc entre las muchas joyas de su esposa -la cual hasta los ltimos das de su
vida estuvo comprando, adquiriendo casi cada tarde una joya nueva-, y por fin se
decidi por un hermoso collar de perlas que poda valer muy bien -a juicio de Lantn-
diecisis o diecisiete francos, pues era muy primoroso, a pesar de ser falso.
-Caballero -le dijo al comerciante-, quisiera saber lo que puede valer esto.
El joven tom el collar, lo examin, le dio vueltas, lo tante, cogi una lente, llam a
otro dependiente, le hizo algunas indicaciones en voz baja, puso la joya sobre el
mostrador y la mir de lejos, para observar el efecto.
El viudo abri unos ojos enormes y se qued con la boca abierta. Por fin, balbuci:
-Ah, caramba!
Sufra Conozco sintindose
constantemente, muy bien este collar;
nacida ha todas
para salidolas
de delicadezas
esta casa. y todos los
lujos. Sufra contemplando la pobreza de su hogar, la miseria de las paredes, sus
Lantn, desconcertado,
estropeadas pregunt:
sillas, su fea indumentaria. Todas estas cosas, en las cuales ni siquiera
habra reparado ninguna otra mujer de su casa, la torturaban y la llenaban de
indignacin.
-Cunto vale?
La vista de yo
-Caballero, la muchacha
lo vend enbretona que mil
veinticinco les francos
serva de criada
y se despertaba
lo comprar en ella pesares
en dieciocho mil,
desolados
cuando meyindique,
delirantes ensueos.
para Pensaba
cumplir las en las antecmaras
prescripciones mudas,
legales. Cmo ha guarnecidas
llegado a su de
tapices
poder? orientales, alumbradas por altas lmparas de bronce y en los dos pulcros
lacayos de calzn corto, dormidos en anchos sillones, amodorrados por el intenso
calorvez
Esta de la
el estufa. Pensaba
seor Lantn enque
tuvo lossentarse,
grandes salones colgados
anonadado por la de sedas antiguas, en los
sorpresa:
finos muebles repletos de figurillas inestimables y en los saloncillos coquetones,
perfumados,
-Examnelo... dispuestos para hablar
examnelo usted cinco horas
detenidamente, con
no eslos amigos ms ntimos, los
falso?
hombres famosos y agasajados, cuyas atenciones ambicionan todas las mujeres.
-Quiere usted darme su nombre, caballero?
Cuando, a las horas de comer, se sentaba delante de una mesa redonda, cubierta por
un
-S,mantel
seor; de
metres
llamodas, frente
Lantn, a suempleado
estoy esposo, que destapaba
en el ladel
Ministerio sopera, diciendo
Interior y vivo con
en laaire
de satisfaccin: "Ah! Qu buen caldo!
calle de los Mrtires, en el nmero 16. No hay nada para m tan excelente como
esto!", pensaba en las comidas delicadas, en los servicios de plata resplandecientes,
en los tapices que cubren las paredes con personajes antiguos y aves extraas dentro
El comerciante abri sus libros, busc y dijo:
de un bosque fantstico; pensaba en los exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en
fuentes maravillosas; en las galanteras murmuradas y escuchadas con sonrisa de
-Este collar fue enviado, en efecto, a la seora de Lantn, calle de los Mrtires, nmero
esfinge, al tiempo que se paladea la sonrosada carne de una trucha o un aln de
16, en julio de 1878.
faisn.
Tena una amiga rica, una compaera de colegio a la cual no quera ir a ver con
-Accede a depositar estams
joyaal
enregresar
mi casaadurante veinticuatro
Das y das horas nada ms, y
frecuencia, porque sufra su casa. pasaba despus
mediante recibo?
llorando de pena, de pesar, de desesperacin.
Lantn balbuci:
Una maana el marido volvi a su casa con expresin triunfante y agitando en la mano
un ancho sobre.
-Si, s; ya lo creo.
-Mira, mujer -dijo-, aqu tienes una cosa para ti.
Y sali doblando el papel, que guard en un bolsillo.
Ella rompi vivamente la envoltura y sac un pliego impreso que deca:
Luego cruz la calle, anduvo hasta notar que haba equivocado su camino, volvi hacia
las Tulleras,de
pas el Sena, Pblica
vio que se equivocaba dealnuevo,
seor yy retrocedi hasta losles
"El ministro Instruccin y seora ruegan la seora de Loisel
Campos Elseos, sin ninguna idea clara en la mente. Se esforzaba, queriendo razonar,
hagan el honor de pasar la velada del lunes 18 de enero en el hotel del Ministerio."
Luego era un regalo! Un regalo! Y de quin? Por qu?
En lugar de enloquecer de alegra, como pensaba su esposo, tir la invitacin sobre la
mesa, murmurando con desprecio:
Se detuvo y qued inmvil en medio del paseo. La horrible duda lo asalt. Ella?... Y
todas las dems joyas tambin seran regalos! Le pareci que la tierra temblaba, que
-Qu har yo con eso?
un rbol se le vena encima y, tendiendo los brazos, se desplom.
-Cre, mujercita ma, que con ello te procuraba una gran satisfaccin. Sales tan poco,
Recobr el sentido en una farmacia adonde los transentes que lo recogieron lo
y es tan oportuna la ocasin que hoy se te presenta!... Te advierto que me ha costado
haban llevado. Hizo que lo condujeran a su casa y no quiso ver a nadie.
bastante trabajo obtener esa invitacin. Todos las buscan, las persiguen; son muy
solicitadas y se reparten pocas entre los empleados. Vers all a todo el mundo oficial.
Hasta la noche llor desesperadamente, mordiendo un pauelo para no gritar. Luego
se fue a la cama, rendido por la fatiga yAla
latristeza,
deriva y durmi con sueo pesado.
Clavando en su esposo una mirada llena de angustia, le dijo con impaciencia:
[Cuento. Texto completo.]
Lo despert un rayo de sol, y se levant despacio, para ir a la oficina. Era muy duro
-Qu quieres que me ponga para ir Horacio
all? Quiroga
trabajar despus de semejantes emociones. Record que poda excusarse con su jefe,
y le envi una carta. Luego pens que deba ir a la joyera y lo ruboriz la vergenza.
No se haba preocupado l de semejante cosa, y balbuci:
Se qued largo rato meditabundo; no era posible que se quedara el collar sin recoger.
Se visti y sali.
-Pues el traje que llevas cuando vamos al teatro. Me parece muy bonito...
Haca buen tiempo; el cielo azul, alegrando la ciudad, pareca sonrer. Dos transentes
Se call,andaban
ociosos estupefacto, atontado,
sin rumbo, viendo que
lentamente, consulas
mujer lloraba.
manos en losDos gruesas lgrimas se
bolsillos.
desprendan de sus ojos, lentamente, para rodar por sus mejillas.
Lantn pens, al verlos: "Dichoso el que tiene una fortuna. Con el dinero pueden
El hombretodas
acabarse murmur:
las tristezas; uno va donde quiere, viaja, se distrae... Oh! Si yo fuese
rico!"
-Qu te sucede? Pero qu te sucede?
Sinti hambre, no haba comido desde la antevspera. Pero no llevaba dinero, y volvi
Mas ella, valientemente,
a ocuparse haciendo
del collar Dieciocho unfrancos!
mil esfuerzo, haba
Era vencido
un buen su pena y respondi con
tesoro!
tranquila voz, enjugando sus hmedas mejillas:
Lleg a la calle de la Paz y comenz a pasearse para arriba y para abajo, por la acera
-Nada;
frente aque no tengo
la joyera. vestido para
Dieciocho mil ir a esa fiesta.
francos! VeinteDa la invitacin
veces a cualquier
fue a entrar; colega
y siempre se
cuya mujer se encuentre
detena, avergonzado. mejor provista de ropa que yo.
l estaba
Pero tenadesolado,
hambre, un y dijo:
hambre atroz, y ningn dinero. Por fin se decidi, bruscamente;
atraves la calle y, corriendo, para no darse tiempo de reflexionar, se precipit en la
-Vamos
joyera. a
Elver, Matilde.
dueo Cunto
se apresur a te costara
ofrecerle un silla,
una traje sonriendo
decente, que
conpudiera servirte en
finura. Los
otras ocasiones,
dependientes un traje
miraban sencillito?
a Lantn de reojo, procurando contener la risa que les retozaba
en el cuerpo. El joyero dijo:
Ella medit unos segundos, haciendo sus cuentas y pensando asimismo en la suma
que poda pedir
-Caballero, sin
ya me provocar
inform. Si una
ustednegativa
aceptarotunda y una exclamacin
mi proposicin, de asombro
puedo entregarle ahoradel
empleadillo.
mismo el precio de la joya.
Respondi,
El empleadoalbalbuci:
fin, titubeando:
-No lo s
-S, s; con seguridad, pero creo que con cuatrocientos francos me arreglara.
claro.
El marido palideci,
comerciante sacpues
de unreservaba precisamente
cajn dieciocho billetesesta cantidad
de mil francospara
y secomprar una a
los entreg
escopeta,
Lantn, pensando
quien firm un ir recibo
de cazay en
losverano,
guard a
enlaelllanura decon
bolsillo Nanterre, con algunos amigos
mano temblorosa.
que salan a tirar a las alondras los domingos.
Cuando ya se iba, se volvi hacia el joyero, que sonrea, y le dijo, bajando los ojos:
Dijo, no obstante:
-Tengo... an... otras joyas que han llegado hasta m por el mismo conducto, le
-Bien. Te doy
convendra los cuatrocientos francos. Pero trata de que tu vestido luzca lo ms
comprrmelas?
posible, ya que hacemos el sacrificio.
El comerciante respondi:
El da de la fiesta se acercaba y la seora de Loisel pareca triste, inquieta, ansiosa.
Sin
-Sinembargo, el vestido estuvo hecho a tiempo. Su esposo le dijo una noche:
duda, caballero.
-Qu
Uno detelos
pasa? Te veo inquieta
dependientes se vio yobligado
pensativa desde
a salir dehace tres das.
la tienda para soltar la carcajada;
otro se son con fuerza; pero Lantn, impasible, colorado y grave, prosigui:
Y ella respondi:
modos,
Y cogi una miserable.
un coche Casi,
para ir casi me
a buscar las gustara
joyas. ms no ir a ese baile.
-Ponte unas
Al volver a lacuantas
joyera, flores naturales
una hora -replic
despus, no sel-. Esodesayunado
haba es muy elegante, sobre todo en
an. Comenzaron a
este tiempo, y por diez francos encontrars dos o tres rosas magnficas.
examinar los objetos, pieza por pieza, tasndolos uno a uno. Casi todos eran de la
misma casa.
Ella no quera convencerse.
Lantn discuta
El hombre ya los
pis algo precios, enfadndose,
blancuzco, y en seguida ysinti
exiga
la que le mostraran
mordedura los Salt
en el pie.
-No hay nada
comprobantes
adelante, tan humillante como
de las facturas,
y al volverse parecer una
hablando cada
con un juramento vio una pobre en medio
vezyaracacus de
ms recio, que, mujeres
a medida que ricas.
arrollada la suma
sobre s
aumentaba.
misma, esperaba otro ataque.
Pero su marido exclam:
Los dos solitarios
El hombre ech una valan
velozveinticinco mil
ojeada a su francos;
pie, donde los
dosbroches, sortijas
gotitas de sangre y engrosaban
medallones,
-Qu tonta eres! Anda
diecisis mil; un aderezo
dificultosamente, a ver
y sac el a tu compaera
demachete
esmeraldas
de la de colegio,
y zafiros, la
cintura. catorce
La vboraseora
mil;
violas de Forestier,
la pulseras, y
amenaza, treinta y
y hundi
rugale
ms que
cincolamil; unte
cabeza preste
solitario,
en unas
el centro alhajas.
colgante
mismo Eres
de de
una bastante
sucadena
espiral;de amiga
oro,
pero suya para
elcuarenta
machete mil;tomarte
cay esa todo a
y ascenda
de lomo,
libertad.
ciento noventa
dislocndole lasy vrtebras.
seis mil francos.
La hombre
El mujer dej
comerciante escapar conun
dijohasta
se baj lagrito
sorna: de alegra.
mordedura, quit las gotitas de sangre, y durante un
instante contempl. Un dolor agudo naca de los dos puntitos violetas, y comenzaba a
invadir
-Esto estodo
-Tienes el no
razn,
de una pie. Apresuradamente
haba
persona pensado
que debiende se
ello. lig el sus
emplear tobillo con su pauelo
economas y sigui por la
en joyas.
picada hacia su rancho.
Al siguiente
Lantn repuso,dagravemente:
fue a casa de su amiga y le cont su apuro.
El dolor en el pie aumentaba, con sensacin de tirante abultamiento, y de pronto el
hombre
La seora
-Cada sinti
cual de dos osus
tres
Forestier
emplea fulgurantes
fue a un a
ahorros armariopuntadas que,cogi
de espejo,
su gusto. comoun relmpagos,
cofrecillo, haban
lo sac,irradiado
lo abri
desde la herida hasta la
y dijo a la seora de Loisel:mitad de la pantorrilla. Mova la pierna con dificultad; una
metlica
Y se fue, sequedad de garganta,
habiendo convenido conseguida deque,
el joyero sed al
quemante, le arranc
da siguiente, un nuevola
comprobaran
juramento.
-Escoge,
tasacin. querida.
Lleg
Primero
Cuando por finbrazaletes;
vio
estuvo al en
rancho yluego,
semir
la calle, ech
unlade brazos
collar sobre
de perlas;
columna la
Vendme, rueda
luego, de cruz
una
y sinti un trapiche.
veneciana
deseos Losde
de gatear dos
oro, y
por
puntitos
pedrera violeta desaparecan
ella comoprimorosamente
si le pareciese una ahora
construida.en
cucaa.Se la monstruosa
Seprobaba hinchazn
aquellas
senta ligero, conjoyas
nimo del
ante pie
para entero.
elsaltar porLa piel
espejo,
pareca adelgazada
vacilando,
encima de no y del
pudiendo
la estatua a decidirse
punto de ceder, de tensa.
en lo Quiso
a abandonarlas,
emperador, puesta llamar a Preguntaba
a devolverlas.
alto. su mujer, y la voz
sin se
cesar:
quebr en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
-No
Almorztienes ninguna
en el otra? ms lujoso y bebi vino de a veinte francos la botella.
restaurante
-Dorotea!
Despus tom -alcanz a lanzar
un coche enque
para un lo
estertor-.
llevase Dame caay1!miraba despreciativamente a
al bosque,
los transentes,
-S, conquieres.
mujer. Dime qu ganas de Nogritar:
s lo "Soy
que arico!
ti te Tengo doscientos mil francos!"
agradara.
Su mujer corri con un vaso lleno, que el hombre sorbi en tres tragos. Pero no haba
sentido
Se acord
De gusto
repente de alguno.
su oficinaen
descubri, y una
se hizo
cajaconducir
de raso al Ministerio.
negro, Entr collar
un soberbio en el despacho de su
de brillantes, y su
jefe y le dijo
corazn con a
empez desenvoltura:
latir de un modo inmoderado.
-Te ped caa, no agua! -rugi de nuevo-. Dame caa!
-Vengo
Sus a presentar
manos mi al
temblaron dimisin,
tomarlo.porque acaborodeando
Se lo puso, de recibircon
unalherencia dey trescientos
su cuello, permaneci
-Pero es caa,
milxtasis
en francos. Paulino! -protest
contemplando la mujer, espantada.
su imagen.
-No,
Luego me diste
fue agua!
a estrechar
pregunt, Quiero
la mano
vacilante, caa,
dede
llena teangustia:
sus digo!
compaeros, y les dio cuenta de sus nuevos
planes de vida.
La mujer corri
-Quieres otra vez,No
prestrmelo? volviendo
quisieracon la damajuana.
llevar otra joya. El hombre trag uno tras otro
dos vasos, pero no sinti nada en la garganta.
Por la noche comi en el caf Ingls, el ms caro.
-S, mujer.
-Bueno; esto se
Viendo junto a lpone
a unfeo -murmur
caballero, queentonces, mirando
le pareci su pieno
distinguido, lvido
pudoy resistir
ya con lustre
la
gangrenoso.
tentacin
Abraz y bes Sobre la
de referirle,honda
concon
a su amiga ligadura
mucha del pauelo,
complacencia,
entusiasmo, la
que
y luego carne desbordaba
acababa
escap con de como
su heredar
tesoro. una
monstruosa morcilla.
cuatrocientos mil francos.
Lleg el da de la fiesta. La seora de Loisel tuvo un verdadero triunfo. Era ms bonita
Los
Por dolores
las otrasfulgurantes
que primera vez
y estaba se sucedan
en su vida, en continuos
no segraciosa,
elegante, aburri en relampagueos
el teatro
sonriente yyloca
pasdetoda ylallegaban
alegra.noche
Todos ahora
los a la
con
ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento pareca caldear
mujeres. la miraban, preguntaban su nombre, trataban de serle presentados. Todos los
hombres ms, aumentaba a
la par. Cuando pretendi incorporarse, un fulminante vmito lo mantuvo
directores generales queran bailar con ella. El ministro repar en su hermosura. medio minuto
con la frente
Se volvi apoyada
a casar en laao.
al medio ruedaLa de palo. mujer -verdaderamente honrada- tena un
segunda
carcter insoportable
Ella bailaba y lo hizo
con embriaguez, sufrir
con mucho.
pasin, inundada de alegra, no pensando ya en nada
Pero el hombre no quera morir, y descendiendo
ms que en el triunfo de su belleza, en la gloria de hasta la costa
aquel triunfo,subi
en unaa su canoa.de
especie
Sentose en la popa y comenz a palear
dicha formada por todos los homenajes que hasta
FINreciba, por todas las admiraciones, pordel
el centro del Paran. All la corriente
ro,
todos los deseos despertados, por una victoriaseis
que en las inmediaciones del Iguaz corre millas, lo llevara
tan completa antes
y tan dulce de un
para cinco
alma
horas a Tacur-Puc.
de mujer.
El
Sehombre, con
fue hacia lassombra energa,
cuatro de pudo efectivamente
la madrugada. llegar medianoche,
Su marido, desde hasta el medio del ro;
dorma enpero
un
sangre esta vez- dirigi una mirada al sol que ya traspona el monte.
l le ech sobre los hombros el abrigo que haba llevado para la salida, modesto
La pierna
abrigo entera,
de su vestirhasta mediocuya
ordinario, muslo, era yacontrastaba
pobreza un bloque deforme y dursimo
extraamente que
con la elegancia
reventaba
del traje de baile. Ella lo sinti y quiso huir, para no ser vista por las otras mujeresel
la ropa. El hombre cort la ligadura y abri el pantaln con su cuchillo: que
bajo vientre desbord
se envolvan hinchado, con grandes manchas lvidas y terriblemente
en ricas pieles.
doloroso. El hombre pens que no podra jams llegar l solo a Tacur-Puc, y se
decidi a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque haca mucho tiempo que estaban
Loisel la retuvo diciendo:
disgustados.
-Compadre Alves! No me niegue este favor! -clam de nuevo, alzando la cabeza del
Anduvieron hacia el Sena desesperados, tiritando. Por fin pudieron hallar una de esas
suelo. En el silencio de la selva no se oy un solo rumor. El hombre tuvo an valor para
vetustas berlinas que slo aparecen en las calles de Pars cuando la noche cierra,
llegar hasta su canoa, y la corriente, cogindola de nuevo, la llev velozmente a la
cual si les avergonzase su miseria durante el da.
deriva.
Los llev hasta la puerta de su casa, situada en la calle de los Mrtires, y entraron
El Paran corre all en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien
tristemente en el portal. Pensaba, el hombre, apesadumbrado, en que a las diez haba
metros, encajonan fnebremente el ro. Desde las orillas bordeadas de negros bloques
de ir a la oficina.
de basalto, asciende el bosque, negro tambin. Adelante, a los costados, detrs, la
eterna muralla lgubre, en cuyo fondo el ro arremolinado se precipita en incesantes
La mujer se de
quit el abrigo que
Elllevaba
paisajeechado sobre ylos hombros, delante delde
espejo,
borbollones agua fangosa. es agresivo, reina en l un silencio
a fin de contemplarse an una vez ms ricamente alhajada. Pero de repente dej
muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombra y calma cobra una majestad
escapar
nica. un grito.
Su esposo,
habaya medio
ya desnudo,
cuando elle pregunt:
El sol cado hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un
violento escalofro. Y de pronto, con asombro, enderez pesadamente la cabeza: se
-Qu tienes?
senta mejor. La pierna le dola apenas, la sed disminua, y su pecho, libre ya, se abra
en lenta inspiracin.
Ella se volvi hacia l, acongojada.
El veneno comenzaba a irse, no haba duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tena
-Tengo...,
fuerzas tengo...
para mover -balbuci
la mano,- que no encuentro
contaba el collar
con la cada de lapara
del roco seora de Forestier.
reponerse del todo.
Calcul que antes de tres horas estara en Tacur-Puc.
l se irgui, sobrecogido:
El bienestar avanzaba, y con l una somnolencia llena de recuerdos. No senta ya nada
-Eh?...
ni en la cmo?
pierna niNo
en es posible! Vivira an su compadre Gaona en Tacur-Puc?
el vientre.
Acaso viera tambin a su ex patrn mister Dougald, y al recibidor del obraje.
Y buscaron entre los adornos del traje, en los pliegues del abrigo, en los bolsillos, en
todas partes.
Llegara No lo
pronto? Elencontraron.
cielo, al poniente, se abra ahora en pantalla de oro, y el ro se
haba coloreado tambin. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte
dejaba caer sobre el ro su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y
l preguntaba:
miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruz muy alto y en silencio hacia el
Paraguay.
-Ests segura de que lo llevabas al salir del baile?
All abajo,
-S, lo toqusobre el roelde
al cruzar oro, la canoa
vestbulo derivaba velozmente, girando a ratos sobre s
del Ministerio.
misma ante el borbolln de un remolino. El hombre que iba en ella se senta cada vez
mejor,
-Pero siy lo
pensaba entretanto
hubieras perdido enenlaelcalle,
tiempolo justo que haba
habramos odo pasado
caer. sin ver a su ex patrn
Dougald. Tres aos? Tal vez no, no tanto. Dos aos y nueve meses? Acaso. Ocho
meses y medio? Eso s, seguramente.
-Debe estar en el coche.
Qu sera? Y la respiracin...
-No. Y t, no lo miraste?
Y ces de respirar.
Y sali. Ella permaneci en traje de baile, sin fuerzas para irse a la cama, desplomada
en una silla, sin lumbre, casi helada, sin ideas, casi estpida.
FIN
Su marido volvi hacia las siete. No haba encontrado nada.
pecho y le clav la lengua a travs de la blusa.As muri Toito. Yo lo vi, tendido, con los
-Recuerdas aquel collar de brillantes que me prestaste para ir al baile del Ministerio?
ojos abiertos.La soga, con el flequillo despeinado, enroscada junto a l, lo velaba.
-S, pero...
-Cmo! Si me lo devolviste!
-Te devolv otro semejante. Y hemos tenido que sacrificarnos diez aos para pagarlo.
Comprenders que representaba una fortuna para nosotros, que slo tenamos el
sueldo. En fin, a lo hecho pecho, y estoy muy satisfecha.
-Oh! Mi pobre Matilde! Pero si el collar que yo te prest era de piedras falsas!... Vala
quinientos francos a lo sumo!...
EL RBOL DE LA BUENA MUERTE DE OESTERHELD
Mara Santos cerr los ojos, afloj el cuerpo, acomod la espalda contra el
Mara Santos sonri agradecida; el tronco pareca rugoso y spero, pero era
haba tenido una gran idea cuando se le ocurri plantarlo all, al borde del
sembrado.
Tuftuftuf.
Hasta Mara Santos lleg el ruido del tractor. Por entre los prpados
muy juntas: seguro que hacan planes para la nueva casa que Carlos quera
construir.
Mara Santos sonri; Carlos era un buen hombre, un marido inmejorable para
Marisa. Suerte que Marisa no se cas con Laico, el ingeniero aquel; Carlos no
era ms que un agricultor, pero era bueno y saba trabajar, y no les haca faltar
nada.
trabajo, se nubl.
No. Carlos podra hacer feliz a Marisa y a Roberto, el hijo, que ya tena 18
De acuerdo con que all se ganaba bien, que no les faltaba nada, que se viva
mejor que en la Tierra; de acuerdo con que all, en Marte, toda la familia tena
un porvenir mucho mejor; de acuerdo con que la vida en la Tierra era ahora
muy dura... De acuerdo con todo eso; pero, Marte era tan diferente!...
brazo.
No necesitas nada?
No, nada.Seguro?
Seguro.
la Tierra eran para l algo tan raro como cincuenta o sesenta aos atrs lo
haban sido las cosas de Buenos Aires la capital, tan raras y fantsticas
para Mara Santos, la muchachita que cazaba lagartijas entre las tunas, all en
el pueblito de Catamarca.
Roberto, el nieto, la haba hecho hablar de los viejos tiempos, de los tantos
aos que Mara Santos vivi en la ciudad, en una casita de Saavedra, a siete
cuadras de la estacin.
Roberto le hizo describir ladrillo por ladrillo la casa, quiso saber el nombre de
cada flor en el cantero que estaba delante, quiso saber cmo era la calle antes
No tuvo acaso que explicarle cmo eran las moscas? Hasta quiso saber
cuntas patas tenan... Cmo si alguna vez Mara Santos se hubiera acordado
de contarlas! Pero, hoy, Roberto no quiere orla recordar: claro, debe ser ya la
Carlos y Marisa terminaron el surco que araban con el tractor. Ahora vienen de
vuelta.
sonrisas, pero con una gran placidez, como si ya hubieran construido la nueva
casa. O como si ya hubieran podido comprarse el helicptero que Carlos dice
Tuftuftuf...
El tractor llega hasta unos cuantos metros de ella; Marisa, la hija, saluda con
la mano; Mara Santos slo sonre; quisiera contestarle, pero hoy est muy
cansada.
Catamarca de hace tanto. El pasto amarillo, ese pasto raro que cruje al pisarlo,
estira por todas partes: por los lugares rotos afloran las rocas, siempre
"Panaderos"!
"Panaderos"!
profundos, con algo de pasto verde en los bordes, con una zanja, con veredas
de ladrillos torcidos...
hilera de casitas bajas, las ms viejas tienen jardn al frente, las ms modernas
"Panaderos" en el viento, viento alegre que parece bajar del cielo mismo, desde
"Panaderos" como los que persegua en el patio de tierra del rancho all en la
provincia.
"Panaderos"!
Se quedan mirndola.
Abuela!... Abuelita!...
EN ESE JUEGO todo tena que andar rpido. Cuando el Nmero Uno decidi que
haba que liquidar a Romero y que el Nmero Tres se encargara del trabajo, Bel-
trn recibi la informacin pocos minutos ms tarde. Tranquilo pero sin perder un
por ltima vez a Romero en San Isidro, un da de mala suerte en las carreras. En
ese entonces Romero era un tal Romero, y l un tal Beltrn; buenos amigos antes
de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonri casi sin ganas,
cuestin del caf y del auto. Era curioso que al Nmero Uno se le hubiera ocurrido
haba que creer en ciertas informaciones, el Nmero Uno ya estaba un poco viejo.
De todos modos la torpeza d la orden le daba una ventaja: poda sacar el auto del
quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a encontrarse con los
amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo sala bien evitara que Romero
entrase en el caf, y al mismo tiempo que los del caf vieran o sospecharan su
dejara de ver, porque era un lince), y saber meterse en el trfico y pegar la vuelta
a toda mquina. Si los dos hacan las cosas como era debido y Beltrn estaba tan
Volvi a sonrer pensando en la cara del Nmero Uno cuando ms tarde, bastante
espejo. Despus sac otro atado del cajn, y antes de apagar las luces comprob
que todo estaba en orden. Los gallegos del garaje le tenan el Ford como una seda.
Baj por Chacabuco, despacio, y a las siete menos diez se estacion a unos metros
de la puerta del caf, despus de dar dos vueltas a la manzana esperando que un
camin de reparto le dejara el sitio. Desde donde estaba era imposible que los del
el motor caliente; no quera fumar, pero senta la boca seca y le daba rabia.
A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo
reconoci en seguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la
vitrina del caf, calcul lo que tardara en cruzar la calle y llegar hasta ah. Pero a
Romero no poda pasarle nada a tanta distancia del caf, era preferible dejarlo que
el coche en marcha y sac el brazo por la ventanilla. Tal como haba previsto,
Romero lo vio y se detuvo sorprendido. La primera bala le dio entre los ojos,
adelantndose limpio a un tranva, y dio la vuelta por Tacuar. Manejando sin apuro,
el Nmero Tres pens que la ltima visin de Romero haba sido la de un tal
unos das en Pars con un amigo ingls. Por aquel entonces, los dos ramos
encantadora ciudad que nos acoga. Una noche, estbamos dando vueltas por el
barrio del Palais Royal, sin decidirnos por cul sera la siguiente diversin a la que
muchas monedas de cinco francos por mero entretenimiento, hasta que dej de
propia de esa anomala social que es una casa de juego respetable. - Por Dios! -le
dije a mi amigo-, vamos a algn lugar donde podamos ver algo del autntico juego,
el que se juega sin escrpulos y por necesidad, sin nada de ese falso relumbrn
que hay por todo Frascati. Olvidmonos del popular Frascati y vamos a un lugar
donde no pongan impedimentos a alguien que no lleve abrigo o vista uno lleno de
remiendos. - Muy bien -contest mi amigo-, pero no hace falta salir del Palais Royal
para encontrar el tipo de compaa que deseas. Tenemos ese lugar justo en frente
gente, pero, aunque fueron pocos los que alzaron la mirada al vernos entrar, todos
sociales. Habamos ido a ver gente sin escrpulos, pero aquellos hombres eran
algo peor. Todo canalla tiene su aspecto cmico ms o menos apreciable; sin
embargo, all no haba ms que tragedia, una muda y extraa tragedia. El silencio
de la habitacin era sobrecogedor: el joven delgado y ojeroso de pelo largo, cuyos
nunca; el jugador fofo con cara regordeta y llena de granos, que comprobaba el
juego de sus cartas con perseverancia para averiguar con qu frecuencia ganaba
el negro o el rojo, no abra la boca; el viejo sucio y con arrugas, de ojos de rapaz y
con el gabn zurcido, que haba perdido ya lo ltimo que le quedaba y segua
hubiese apagado y espesado de modo extrao. Haba ido a aquel lugar a rerme,
pero el espectculo que tena ante m era para llorar. Pronto advert que
El juego en cuestin era el rojo y negro. Lo haba jugado en cada una de las
ciudades de Europa que visit, sin preocuparme nunca por analizar la teora de las
probabilidades (la piedra filosofal de todos los jugadores!). Por otra parte, no
pasin por el juego. Jugaba simplemente por pasar el rato. Jams recurr a l por
haba jugado lo bastante como para perder ms de lo que poda permitirme o ganar
causa de mi buena suerte. En resumen, hasta ahora haba frecuentado las mesas
de juego por la misma razn que los salones de baile y los teatros de la pera, o
sea, porque me divertan y porque no tena otra cosa mejor que hacer en mis horas
de ocio. Pero esta vez se trataba de algo muy distinto: por primera vez en mi vida
sent lo que era realmente la pasin por el juego. Al principio, mi buena estrella me
increble que pueda parecer, lo cierto es, no obstante, que slo perd cuando
intent determinar las posibilidades y jugu dejndome guiar por clculos previos.
color con suficiente seguridad, pero rpidamente aument mis apuestas hasta
alcanzar sumas que no se atrevan a arriesgar. Uno tras otro abandonaron el juego,
pronunciadas en diferentes idiomas cada vez que las monedas eran arrastradas
contra el suelo, enfurecido por lo inverosmil de mi suerte). Pero haba uno de los
abandonase el lugar. Debo hacerle justicia y decir que me repiti sus advertencias
consejo (estaba prcticamente borracho por el juego) de manera tan rotunda que
le hubiera resultado imposible volverme a hablar esa noche. Poco despus de que
se marchara, una voz ronca son a mis espaldas. - Permtame, estimado caballero,
increble suerte la suya, caballero! Le doy mi palabra de honor de viejo soldado que
parecida a la suya. Nunca! Contine, caballero. Por todos los santos! Siga
vestido con un gabn adornado con galones y lleno de alamares, que me sonrea y
habra considerado algo sospechoso para ser un viejo soldado. Tena los ojos
revelaba una entonacin vulgar de la peor especie, y tena las manos ms sucias
que jams haba visto (incluso en Francia). A pesar de todo, estas pequeas
le asegur que era el tipo ms honesto del mundo, la reliquia ms gloriosa del Gran
Ejrcito con quien jams me haba tropezado. - Adelante! -grit mi amigo militar,
en efecto, segu jugando a tal ritmo que al cabo de otro cuarto de hora el crupier
los billetes y monedas de aquel banco estaban apilados bajo mis manos. Todo el
como solamos hacer con lo que tenamos para cenar en el Gran Ejrcito. Sus
ganancias pesan demasiado como para metrselas en el bolsillo del pantaln. Ah!
Eso es! Pngalo todo dentro, los billetes tambin. Dios mo! Vaya suerte! Espere,
fin te he encontrado. Y ahora, caballero, dos nudos dobles bien apretados en cada
afortunado caballero! Duro y redondo como una bola de can. Ah, bah!, si al
nombre de una pipa! Si al menos hubiesen sido como stas! Y ahora, qu puede
hacer un viejo granadero y bravo ex-combatiente del ejrcito francs como yo? Eso
comparta conmigo una botella de champn, y que brinde por la diosa Fortuna con
naturalmente! Un brindis ingls por un viejo soldado! Hurra! Hurra! Y otro brindis
ingls por la diosa Fortuna! Hurra, hurra, hurra! - Bravo por el ingls, el amigable y
corts ingls por cuyas venas corre la sangre de Francia! Otra copa? Ah, bah! La
botella est vaca! No importa! Viva el vino! Yo, el viejo soldado, pido otra botella
toca a m. Un brindis por el ejrcito francs, por el gran Napolen, por los aqu
presentes, por el croupier, y por la mujer y las hijas del honrado croupier, si es que
las tiene! Por todas las damas en general! Por todo el mundo! Al terminar la
oye, hroe de Austerlitz? Vamos a tomar una tercera botella de champn para
sofocar el fuego. El viejo soldado movi la cabeza, y dio vueltas a sus desorbitados
ojos de tal modo que yo esperaba verlos salirse de sus cuencas de un momento a
otro. Luego, apoy su sucio dedo ndice en un lado de su nariz rota, exclam
que salieron todos juntos. Cuando volvi el viejo soldado y se sent de nuevo a la
viejo soldado. He hablado con la seora de la casa (una mujer muy encantadora y
con gran talento para la cocina!) para convencerla de que necesitamos que nos
haga un poco de caf bueno y bien cargado. Debe bebrselo para librarse de esa
jovial exaltacin de nimos antes de volver a casa. Debe usted hacerlo, mi buen y
afable amigo! Con todo el dinero que se va a llevar a casa esta noche, es su
querido seor, que tienen sus debilidades; debo decir ms? Claro que no! Usted
recupere; una vez dentro, suba todas las ventanillas y diga al conductor que lo
lleve a casa, indicndole que vaya nicamente por calles anchas y bien iluminadas.
lacrimoso, lleg el caf servido en dos tazas. Mi servicial amigo me pas una de
las tazas hacindome una reverencia. Me mora de sed, as que me lo beb todo de
habitacin me daba vueltas sin parar; el viejo soldado estaba ante m y pareca
qued medio sordo a causa de un zumbido violento que sent en mis odos. Una
dije que me encontraba muy mal, tanto que no saba cmo iba a llegar a casa. - Mi
querido amigo -contest el viejo soldado, y tambin su voz pareca subir y bajar
conforme iba hablando-, mi querido amigo, sera una locura que se fuese a casa en
su estado. A buen seguro que perdera todo su dinero. Alguien podra robarle y
asesinarlo sin la menor dificultad. Yo voy a dormir aqu. Usted debe hacer lo
mismo. En esta casa tienen unas camas estupendas. Acustese y duerma hasta
que se disipe el efecto del vino. Maana, a plena luz, podr volver seguro a casa
Slo tena dos ideas fijas: una, que en ningn momento deba separarme de mi
pauelo lleno de dinero; otra, que deba tumbarme en donde fuese lo antes posible
me cog del brazo del viejo soldado, llevando el dinero en la mano que me quedaba
libre. Precedidos por el croupier, recorrimos varios pasillos y subimos por unas
dejarme dormir. Me precipit hacia el aguamanil y beb parte del agua que haba en
empec a sentirme mejor. El cambio de aire que experimentaron mis pulmones -de
ocupaba- y el cambio de luz sufrido por mis ojos, casi igual de refrescante -de las
deslumbrantes luces de gas del saln a la plida y tranquila luz de una vela
fue el riesgo que supona pasar toda la noche en una casa de juego. El segundo
tena que ver con el todava mayor riesgo que entraaba intentar salir despus de
que la casa haba sido cerrada, y dirigirme solo y de noche a mis aposentos, por
las calles de Pars, llevando conmigo una gran suma de dinero. En mis viajes haba
puerta con llave y pestillo, poner algn obstculo que impidiese la entrada y correr
contra cualquier intrusin. Acto seguido mir debajo de la cama y dentro del
-su luz era tenue- en el hogar entre un rastro de leves cenizas y me met en la
di cuenta no slo de que no poda dormirme, sino de que ni siquiera poda cerrar
los ojos. Estaba totalmente desvelado y tena mucha fiebre. Tena todos los nervios
alterados; todos y cada uno de mis sentidos parecan haber sido agudizados de
cama. Todo fue intil. Si pona los brazos sobre las mantas, al poco rato los tena
otra vez debajo; si estiraba violentamente las piernas hasta el fondo de la cama,
barbilla; si sacuda la almohada arrugada, dndole la vuelta para ponerla del lado
noche de insomnio. Qu poda hacer? No tena ningn libro para leer. Y, sin
embargo, a menos que encontrase algn mtodo para distraer mi mente, estaba
pasar la noche sufriendo todas y cada una de las variantes imaginables del terror.
iluminada por una encantadora luz de luna que penetraba directamente a travs de
la ventana) para ver si haba algn cuadro o adorno que pudiese distinguir con
claridad. Mientras mis ojos iban observando una pared tras otra, me vino a la
hice un inventario mental de todas las piezas de mobiliario que poda ver, y rastre
hasta sus orgenes la multitud de asociaciones que incluso una silla, una mesa o
era presa mi mente, hizo que me resultase mucho ms fcil llevar a cabo el
inventario que reflexionar sobre el tema, as que pronto abandon toda esperanza
siquiera. Me dediqu tan slo a observar los distintos muebles que haba en la
habitacin.
En primer lugar estaba la cama donde yo me encontraba; una cama con cuatro
cama inglesa con cuatro columnas, con la tpica cubierta forrada de zaraza, la
tpica doselera rematada con flecos, las tpicas sofocantes y nada salubres
cortinas que record haber descorrido mecnicamente hasta las columnas, sin
el aguamanil, con la parte superior de mrmol, del cual an goteaba sobre el suelo
de baldosas, cada vez ms lentamente, parte del agua que yo haba derramado a
apenas me dej ver. Se trataba del retrato de un hombre tocado con un sombrero
morena, mirando hacia arriba atentamente -protegindose los ojos con una mano-
a lo que podra ser una alta horca de la que iba a ser colgado. De cualquier modo,
su aspecto era el de tenrselo bien merecido. El cuadro hizo que, en cierto modo,
yo tambin me sintiera impelido a mirar hacia arriba, al techo de la cama. Pero era
ms bien tenebroso y en modo alguno interesante, por lo que volv la mirada hacia
el cuadro. Cont las plumas del sombrero del retratado que sobresalan en relieve:
mirando. Las estrellas no podan ser, pues semejante forajido no era astrlogo ni
astrnomo. Tena que estar contemplando su propia horca momentos antes de ser
penacho de plumas? Volv a contar las plumas: tres blancas y dos verdes.
que sigui a una excursin al campo en cierto valle gals. Aunque no haba
una situacin de incertidumbre e incluso de peligro que pareca dejar fuera de casi
siempre, que no podra haber recordado aun si lo hubiera deseado, incluso en las
a este extrao, complicado y misterioso efecto? Tan slo algunos rayos de luz de la
escenas y diversiones pasadas cuando, de repente, el hilo del que pendan mis
intensamente que nunca en las cosas que me rodeaban y me encontr, sin saber
por qu, mirando de nuevo fijamente el cuadro. Pero, qu estaba buscando? Dios
mo, el hombre se haba llevado el sombrero hasta la cara! No! El sombrero haba
desaparecido! Dnde estaba la copa cnica? Y las tres plumas blancas y las dos
verdes? No estaban all! En lugar del sombrero y las plumas, qu oscuro objeto
era aquel que ahora ocultaba su frente, sus ojos y la mano con que se cubra la
Me acost boca arriba y mir a lo alto. Me haba vuelto loco? Estaba borracho?
hombre del cuadro. La siguiente mirada en esa direccin fue suficiente: el perfil
lenta, muy lentamente, vi cmo la figura y el perfil del marco por debajo de ella
peligro de muerte sin haber perdido la serenidad en ningn momento. Pero, cuando
presa del pnico, debajo de aquella monstruosa mquina de matar que cada vez se
acercaba ms para asfixiarme donde estaba echado. Mir hacia arriba paralizado,
sin habla, sin aliento. La vela se haba consumido y con ella se haba extinguido la
poca luz que haba; no obstante, la habitacin segua iluminada por la luz de la
luna. El techo de la cama segua descendiendo sin detenerse, sin hacer el menor
firmemente al colchn de la cama en que yaca. Cada vez estaba ms abajo hasta
que percib en toda su intensidad el olor polvoriento que despeda el forro del
baldaquino.
del trance, y por fin me mov. Tuve el espacio suficiente para rodar hacia un lado
los ojos.
Todo el baldaquino bordeado por el fleco descenda ms y ms, cada vez ms.
Tanto haba descendido que ahora no haba espacio para poner un dedo entre el
desnudas. En medio del techo de la cama se poda ver un gran tornillo de madera
practicado en el techo de la habitacin, del mismo modo que actan las prensas
haba funcionado con todo sigilo. Al bajar no se haba odo crujido alguno. Y
asesinato secreto por asfixia, tal como podra haber existido en los peores das de
forma! Haba podido evitar perecer asfixiado gracias a que me haban administrado
una sobredosis de algn narctico. Cmo me haba irritado a causa del acceso de
secreto! Cuntos hombres, ganadores como yo, habran dormido (tal como yo
haba sugerido dormir) en esa cama y no se haba vuelto a saber nada de ellos
nunca ms! Me estremec slo de pensarlo. Pero la visin del baldaquino asesino
malvados que lo estaban controlando desde el piso de arriba crean que su objetivo
se haba cumplido. De la misma manera que aquel terrible techo de la cama haba
llegar a los extremos superiores de las cuatro columnas, alcanz tambin el techo.
normal; el baldaquino era otra vez un baldaquino corriente, incluso para los ojos
ms desconfiados.
Ahora, por vez primera, pude moverme, incorporarme, vestirme de cintura para
arriba y pensar cmo podra escapar. Si haciendo el mnimo ruido revelaba que el
intento de asfixiarme haba fracasado, era hombre muerto seguro. Haba hecho ya
algn ruido? Escuch atentamente con la mirada clavada en la puerta. No, afuera
pasos. El silencio era absoluto por todas partes. Adems de cerrar la puerta con
llave y echar el cerrojo, la haba atrancado con un viejo cofre de madera que haba
encontrado bajo la cama. Resultaba imposible desplazarlo sin hacer algo de ruido
(se me hel la sangre al pensar en cul podra ser su contenido). Por otra parte, la
idea de escapar a travs de la casa, que ahora permaneca cerrada a cal y canto
por ser de noche, era una autntica locura. Slo me quedaba una posibilidad: la
detrs. Levant la mano para abrir la ventana, sabiendo que de esa accin
estaba perdido. Deb emplear al menos cinco minutos -calculados en tiempo real,
Consegu hacerlo en silencio, con toda la destreza de un ladrn, y luego ech una
ojeada a la calle. Saltar la distancia existente entre la ventana y el suelo era casi
izquierdo bajaba una gruesa caera que pasaba cerca del borde exterior de la
siendo un atrevido y consumado escalador. Por eso saba que la cabeza, las manos
y los pies me serviran fielmente para afrontar cualquier riesgo que presentara la
haberme permitido el lujo de dejarlo all, pero, por venganza, estaba resuelto a que
los bellacos de la casa de juego se quedaran sin su botn y sin su vctima. As que
alguien detrs de la puerta. Al escucharla, sent que la glida sensacin del horror
Enseguida pens que deba acudir a una subprefectura de polica que saba que se
entre sus subordinados estaban de guardia, madurando, segn creo, algn plan
para descubrir al autor de un misterioso crimen del que todo Pars hablaba por
era ms que un ingls borracho que haba robado a alguien. No obstante, fue
mucho antes de que hubiese finalizado, meti todos los papeles que tena ante s
descubierta), dio rdenes de que dispusieran un pelotn de agentes y les pidi que
suelos de terrazo; luego me cogi por el brazo del modo ms amigable y familiar
posible para conducirme con l fuera del edificio. Me atrevera a decir que cuando
el subprefecto era nio y lo llevaron por primera vez al teatro, no estaba la mitad
de contento que ahora con el caso que tena en perspectiva en la casa de juego.
agentes. Una nueva sucesin de golpes en la puerta fue seguida por el grito de
Abran en nombre de la ley!. Ante tan terrible requerimiento, una mano invisible
entablaron un corto dilogo: - Queremos ver al ingls que duerme en esta casa. -
qued. Llvenos hasta su dormitorio! - Le juro, Seor Comisario, que no est aqu.
l...
cmoda la cama que le prepararon, vino a presentarnos sus quejas. Est aqu entre
mis hombres. Y aqu estoy yo, dispuesto a ver si encuentro alguna pulga en el
ahora, caballeros, subamos el piso superior. Todos los habitantes de la casa fueron
pie por dos veces; pidi una vela para inspeccionar el punto donde haba golpeado,
y orden que levantasen con cuidado el revestimiento del suelo en aquel lugar. La
operacin fue realizada en un abrir y cerrar de ojos. Al acercar la luz pudimos ver
una profunda cavidad formada por los cabios, entre el suelo de esta habitacin y el
especie de caja de hierro muy engrasada, cuyo interior contena el tornillo que
comunicaba por debajo con el techo de la cama. Era de una longitud desmesurada
y haca poco que lo haban lubricado; las palancas estaban disimuladas con fieltro.
Todas las piezas superiores propias de una gran prensa (construida con diablico
ingenio para que encajase con los accesorios inferiores restantes y que al ser
simple, revel un terrible significado: - Es la primera vez -dijo- que mis hombres
hacen bajar el techo de la cama; los hombres a los que usted desplum tenan
mucha ms prctica.
Abandonamos la casa acompaados slo por dos agentes de polica, y all mismo
se dispuso que todos los inquilinos fuesen trasladados a prisin. Despus de dejar
pasaporte. - Cree usted -le pregunt al entregrselo- que algn hombre ha sido
fueron asfixiados en ella y luego arrojados por alguien al ro, junto con una carta
explicativa escrita por los asesinos y colocada en sus billeteras? Nadie podr
saber si fueron muchos o pocos los que sufrieron el destino del que usted ha
vctimas se llevaron consigo el resto del secreto. Buenas noches, o mejor, buenos
El resto de mi historia se puede contar brevemente. Fui interrogado una y otra vez;
fueron interrogados por separado, y dos de los menos culpables confesaron que el
viejo soldado result ser el dueo de la casa de juego. La polica pudo averiguar
que haba sido expulsado del ejrcito haca aos por vagabundo, y que desde
entonces haba cometido toda suerte de fechoras; que posea objetos robados,
armazn de la cama. Al parecer, existan razones para dudar de que las personas
durante toda una semana -lo cual es mucho tiempo- en la celebridad de la sociedad
parisiense. Mi aventura fue adaptada al teatro por tres ilustres dramaturgos, pero
Sin embargo, mi aventura tuvo un resultado positivo que cualquier censura habra