CUENTOS PARA 2°AÑO Secundaria

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Las joyas

[Cuento. Texto completo]


Guy de Maupassant
El seor Lantn la conoci en una reunin que hubo en casa del subjefe de su oficina, y
el amor lo envolvi como una red.

Era hija de un recaudador de contribuciones de provincia muerto aos atrs, y haba


ido a Pars con su madre, la cual frecuentaba a algunas familias burguesas de su
barrio, con la esperanza de casarla.

Dos mujeres pobres y honradas, amables y tranquilas. La muchacha pareca ser el


modelo de la mujer honesta, como la soara un joven prudente para confiarle su
porvenir. Su hermosura plcida ofreca un encanto angelical de pudor, y la
imperceptible sonrisa, que no se borraba de sus labios, pareca un reflejo de su alma.

Todo el mundo cantaba sus alabanzas; cuantos la conocieron repetan sin cesar:
"Dichoso el que se la lleve; no podra encontrar cosa mejor".

Lantn, entonces oficial primero de negociado en el Ministerio del Interior, con tres mil
quinientos francos anuales de sueldo, la pidi por esposa y se cas con ella.

Fue verdaderamente feliz. Su mujer administraba la casa con tan prudente economa,
que aparentaba vivir hasta con lujo. Le prodig a su marido todo gnero de
atenciones, delicadezas y mimos: era tan grande su encanto, que a los seis aos de
haberla conocido, l la quera ms an que al principio.

Solamente le desagradaba que se aficionase con exceso al teatro y a las joyas falsas.

Sus amigas, algunas mujeres de modestos empleados, le regalaban con frecuencia


localidades para ver obras aplaudidas y hasta para algn estreno; y ella comparta
esas diversiones con su marido, al cual fatigaban horriblemente, despus de un da de
trabajo. Por fin, para librarse de trasnochar, le rog que fuera con alguna seora
conocida, que pudiese acompaarla cuando acabase la funcin. Ella tard mucho en
ceder, juzgando inconveniente la proposicin de su marido; pero, al fin, se decidi a
complacerlo, y l se alegr muchsimo.

Su aficin al teatro despert bien pronto en ella el deseo de adornarse. Su atuendo


era siempre muy sencillo, de buen gusto y modesto; su gracia encantadora, su gracia
irresistible, suave, sonriente, adquira mayor atractivo con la sencillez de sus trajes;
pero cogi la costumbre de prender en sus orejas dos trozos de vidrio, tallados como
brillantes, y llevaba tambin collares de perlas falsas, pulseras de oro falso y peinetas
adornadas con cristales de colores, que imitaban piedras finas.

Disgustado por aquella inconveniente aficin al oropel, su marido le deca con


frecuencia:

-Cario, la que no puede comprar joyas verdaderas no debe lucir ms adornos que la
belleza y la gracia, que son las mejores joyas.

Pero ella, sonriendo dulcemente, contestaba:

-Qu quieres? Me gusta, es un vicio. Ya s que tienes razn; pero no puedo


contenerme, no puedo. Me gustan mucho las joyas!

Y haca rodar entre sus dedos los collares de supuestas perlas; haca brillar,
deslumbradores, los cristales tallados, mientras repeta:
l sonrea diciendo:

-Tienes gustos de gitana.

Algunas veces, por la noche, mientras estaban solos junto a la chimenea, sobre la
mesita donde tomaban el t, colocaba ella la caja de tafilete donde guardaba la
Elycollar
"pacotilla", segn la expresin de Lantn, examinaba las joyas con atencin,
[Cuento. Texto
apasionndose como si gozase un placer secreto completo.]
y profundo. Se obstinaba en ponerle
Guy de Maupassant
un collar a su marido para echarse a rer y exclamar:

-Qu mono ests!

Luego, arrojndose en sus brazos, lo besaba locamente.

Una noche de invierno, al salir de la pera, ella sinti un estremecimiento de fro. Por
la maana tuvo tos; y ocho das ms tarde muri, de una pulmona. Lantn se
entristeci de tal modo, que por poco lo entierran tambin. Su desesperacin fue tan
grande que sus cabellos encanecieron por completo en un mes. Lloraba da y noche,
con el alma desgarrada por un dolor intolerable, acosado por los recuerdos, por la voz,
por la sonrisa, por el perdido encanto de su muerta.

El tiempo no calmaba su amargura. Muchas veces, en las horas de oficina, mientras


sus compaeros se agrupaban para comentar los sucesos del da, se le llenaban de
agua los ojos y, haciendo una mueca triste, comenzaba a sollozar.

Haba mantenido intacta la habitacin de su compaera, y se encerraba all,


diariamente, para pensar; todos los muebles, y hasta sus trajes, continuaban en el
mismo lugar, como ella los haba dejado.

Pero la vida se le hizo dificultosa. El sueldo, que manejado por su mujer bastaba para
todas las necesidades de la casa, era insuficiente para l solo, y se preguntaba con
estupor cmo se las haba arreglado ella para darle vinos excelentes y manjares
delicados, que ya no era posible adquirir con sus modestos recursos.

Contrajo algunas deudas y, al fin, una maana, ocho das antes de acabar el mes,
faltndole dinero para todo, pens vender algo. Y acaso por ser lo que le haba
producido algn disgusto, decidi desprenderse de la "pacotilla", a la que le guardaba
an cierto rencor, porque su vista le amargaba un poco el recuerdo de su mujer.

Rebusc entre las muchas joyas de su esposa -la cual hasta los ltimos das de su
vida estuvo comprando, adquiriendo casi cada tarde una joya nueva-, y por fin se
decidi por un hermoso collar de perlas que poda valer muy bien -a juicio de Lantn-
diecisis o diecisiete francos, pues era muy primoroso, a pesar de ser falso.

Se lo meti en el bolsillo y, de camino para el Ministerio, siguiendo los bulevares,


busc una joyera cualquiera.

Entr en una, bastante avergonzado de mostrar as su miseria, yendo a vender una


cosa de tan poco precio.

-Caballero -le dijo al comerciante-, quisiera saber lo que puede valer esto.

El joven tom el collar, lo examin, le dio vueltas, lo tante, cogi una lente, llam a
otro dependiente, le hizo algunas indicaciones en voz baja, puso la joya sobre el
mostrador y la mir de lejos, para observar el efecto.

Lantn, molesto por aquellas prevenciones, se dispona a exclamar: "Oh, ya s que no


vale nada!", cuando el comerciante dijo:
conocer su procedencia.

El viudo abri unos ojos enormes y se qued con la boca abierta. Por fin, balbuci:

-Est usted seguro?...

El otro, atribuyendo a otra causa la sorpresa, aadi secamente:


Era una de esas hermosas y encantadoras criaturas nacidas como por un error del
destino en una familia de empleados. Careca de dote, y no tena esperanzas de
-Puede ver si alguien se lo paga mejor; para m, vale slo quince mil francos.
cambiar de posicin; no dispona de ningn medio para ser conocida, comprendida,
querida, para encontrar un esposo rico y distinguido; y acept entonces casarse con
Lantn, completamente
un modesto idiota,
empleado del recogi
Ministerio deelInstruccin
collar y se Pblica.
fue, obedeciendo a un deseo
confuso de reflexionar a solas.
No pudiendo adornarse, fue sencilla, pero desgraciada, como una mujer obligada por
Pero, en cuanto
la suerte se vio
a vivir en unaen la calle,
esfera estuvo
inferior a laaque
punto de soltar la risa,
le corresponde; pensando:
porque "Imbcil!
las mujeres no
Imbcil! Si le hubiese cogido la palabra... Vaya un joyero, que no sabe
tienen casta ni raza, pues su belleza, su atractivo y su encanto les sirven de distinguir lo
bueno de loy falso!"
ejecutoria de familia. Su nativa firmeza, su instinto de elegancia y su flexibilidad de
espritu son para ellas la nica jerarqua, que iguala a las hijas del pueblo con las ms
Y entr en
grandes otra joyera de la calle de la Paz. En cuanto vio la joya, el comerciante dijo:
seoras.

-Ah, caramba!
Sufra Conozco sintindose
constantemente, muy bien este collar;
nacida ha todas
para salidolas
de delicadezas
esta casa. y todos los
lujos. Sufra contemplando la pobreza de su hogar, la miseria de las paredes, sus
Lantn, desconcertado,
estropeadas pregunt:
sillas, su fea indumentaria. Todas estas cosas, en las cuales ni siquiera
habra reparado ninguna otra mujer de su casa, la torturaban y la llenaban de
indignacin.
-Cunto vale?

La vista de yo
-Caballero, la muchacha
lo vend enbretona que mil
veinticinco les francos
serva de criada
y se despertaba
lo comprar en ella pesares
en dieciocho mil,
desolados
cuando meyindique,
delirantes ensueos.
para Pensaba
cumplir las en las antecmaras
prescripciones mudas,
legales. Cmo ha guarnecidas
llegado a su de
tapices
poder? orientales, alumbradas por altas lmparas de bronce y en los dos pulcros
lacayos de calzn corto, dormidos en anchos sillones, amodorrados por el intenso
calorvez
Esta de la
el estufa. Pensaba
seor Lantn enque
tuvo lossentarse,
grandes salones colgados
anonadado por la de sedas antiguas, en los
sorpresa:
finos muebles repletos de figurillas inestimables y en los saloncillos coquetones,
perfumados,
-Examnelo... dispuestos para hablar
examnelo usted cinco horas
detenidamente, con
no eslos amigos ms ntimos, los
falso?
hombres famosos y agasajados, cuyas atenciones ambicionan todas las mujeres.
-Quiere usted darme su nombre, caballero?
Cuando, a las horas de comer, se sentaba delante de una mesa redonda, cubierta por
un
-S,mantel
seor; de
metres
llamodas, frente
Lantn, a suempleado
estoy esposo, que destapaba
en el ladel
Ministerio sopera, diciendo
Interior y vivo con
en laaire
de satisfaccin: "Ah! Qu buen caldo!
calle de los Mrtires, en el nmero 16. No hay nada para m tan excelente como
esto!", pensaba en las comidas delicadas, en los servicios de plata resplandecientes,
en los tapices que cubren las paredes con personajes antiguos y aves extraas dentro
El comerciante abri sus libros, busc y dijo:
de un bosque fantstico; pensaba en los exquisitos y selectos manjares, ofrecidos en
fuentes maravillosas; en las galanteras murmuradas y escuchadas con sonrisa de
-Este collar fue enviado, en efecto, a la seora de Lantn, calle de los Mrtires, nmero
esfinge, al tiempo que se paladea la sonrosada carne de una trucha o un aln de
16, en julio de 1878.
faisn.

Los dos hombres se miraron fijamente; el empleado, estpido por la sorpresa; el


No posea galas femeninas, ni una joya; nada absolutamente y slo aquello de que
joyero, creyendo estar ante un ladrn.
careca le gustaba; no se senta formada sino para aquellos goces imposibles. Cunto
habra dado por agradar, ser envidiada, ser atractiva y asediada!
El comerciante dijo:

Tena una amiga rica, una compaera de colegio a la cual no quera ir a ver con
-Accede a depositar estams
joyaal
enregresar
mi casaadurante veinticuatro
Das y das horas nada ms, y
frecuencia, porque sufra su casa. pasaba despus
mediante recibo?
llorando de pena, de pesar, de desesperacin.

Lantn balbuci:
Una maana el marido volvi a su casa con expresin triunfante y agitando en la mano
un ancho sobre.
-Si, s; ya lo creo.
-Mira, mujer -dijo-, aqu tienes una cosa para ti.
Y sali doblando el papel, que guard en un bolsillo.
Ella rompi vivamente la envoltura y sac un pliego impreso que deca:
Luego cruz la calle, anduvo hasta notar que haba equivocado su camino, volvi hacia
las Tulleras,de
pas el Sena, Pblica
vio que se equivocaba dealnuevo,
seor yy retrocedi hasta losles
"El ministro Instruccin y seora ruegan la seora de Loisel
Campos Elseos, sin ninguna idea clara en la mente. Se esforzaba, queriendo razonar,
hagan el honor de pasar la velada del lunes 18 de enero en el hotel del Ministerio."
Luego era un regalo! Un regalo! Y de quin? Por qu?
En lugar de enloquecer de alegra, como pensaba su esposo, tir la invitacin sobre la
mesa, murmurando con desprecio:
Se detuvo y qued inmvil en medio del paseo. La horrible duda lo asalt. Ella?... Y
todas las dems joyas tambin seran regalos! Le pareci que la tierra temblaba, que
-Qu har yo con eso?
un rbol se le vena encima y, tendiendo los brazos, se desplom.

-Cre, mujercita ma, que con ello te procuraba una gran satisfaccin. Sales tan poco,
Recobr el sentido en una farmacia adonde los transentes que lo recogieron lo
y es tan oportuna la ocasin que hoy se te presenta!... Te advierto que me ha costado
haban llevado. Hizo que lo condujeran a su casa y no quiso ver a nadie.
bastante trabajo obtener esa invitacin. Todos las buscan, las persiguen; son muy
solicitadas y se reparten pocas entre los empleados. Vers all a todo el mundo oficial.
Hasta la noche llor desesperadamente, mordiendo un pauelo para no gritar. Luego
se fue a la cama, rendido por la fatiga yAla
latristeza,
deriva y durmi con sueo pesado.
Clavando en su esposo una mirada llena de angustia, le dijo con impaciencia:
[Cuento. Texto completo.]
Lo despert un rayo de sol, y se levant despacio, para ir a la oficina. Era muy duro
-Qu quieres que me ponga para ir Horacio
all? Quiroga
trabajar despus de semejantes emociones. Record que poda excusarse con su jefe,
y le envi una carta. Luego pens que deba ir a la joyera y lo ruboriz la vergenza.
No se haba preocupado l de semejante cosa, y balbuci:
Se qued largo rato meditabundo; no era posible que se quedara el collar sin recoger.
Se visti y sali.
-Pues el traje que llevas cuando vamos al teatro. Me parece muy bonito...

Haca buen tiempo; el cielo azul, alegrando la ciudad, pareca sonrer. Dos transentes
Se call,andaban
ociosos estupefacto, atontado,
sin rumbo, viendo que
lentamente, consulas
mujer lloraba.
manos en losDos gruesas lgrimas se
bolsillos.
desprendan de sus ojos, lentamente, para rodar por sus mejillas.

Lantn pens, al verlos: "Dichoso el que tiene una fortuna. Con el dinero pueden
El hombretodas
acabarse murmur:
las tristezas; uno va donde quiere, viaja, se distrae... Oh! Si yo fuese
rico!"
-Qu te sucede? Pero qu te sucede?
Sinti hambre, no haba comido desde la antevspera. Pero no llevaba dinero, y volvi
Mas ella, valientemente,
a ocuparse haciendo
del collar Dieciocho unfrancos!
mil esfuerzo, haba
Era vencido
un buen su pena y respondi con
tesoro!
tranquila voz, enjugando sus hmedas mejillas:
Lleg a la calle de la Paz y comenz a pasearse para arriba y para abajo, por la acera
-Nada;
frente aque no tengo
la joyera. vestido para
Dieciocho mil ir a esa fiesta.
francos! VeinteDa la invitacin
veces a cualquier
fue a entrar; colega
y siempre se
cuya mujer se encuentre
detena, avergonzado. mejor provista de ropa que yo.

l estaba
Pero tenadesolado,
hambre, un y dijo:
hambre atroz, y ningn dinero. Por fin se decidi, bruscamente;
atraves la calle y, corriendo, para no darse tiempo de reflexionar, se precipit en la
-Vamos
joyera. a
Elver, Matilde.
dueo Cunto
se apresur a te costara
ofrecerle un silla,
una traje sonriendo
decente, que
conpudiera servirte en
finura. Los
otras ocasiones,
dependientes un traje
miraban sencillito?
a Lantn de reojo, procurando contener la risa que les retozaba
en el cuerpo. El joyero dijo:
Ella medit unos segundos, haciendo sus cuentas y pensando asimismo en la suma
que poda pedir
-Caballero, sin
ya me provocar
inform. Si una
ustednegativa
aceptarotunda y una exclamacin
mi proposicin, de asombro
puedo entregarle ahoradel
empleadillo.
mismo el precio de la joya.

Respondi,
El empleadoalbalbuci:
fin, titubeando:

-No lo s
-S, s; con seguridad, pero creo que con cuatrocientos francos me arreglara.
claro.

El marido palideci,
comerciante sacpues
de unreservaba precisamente
cajn dieciocho billetesesta cantidad
de mil francospara
y secomprar una a
los entreg
escopeta,
Lantn, pensando
quien firm un ir recibo
de cazay en
losverano,
guard a
enlaelllanura decon
bolsillo Nanterre, con algunos amigos
mano temblorosa.
que salan a tirar a las alondras los domingos.
Cuando ya se iba, se volvi hacia el joyero, que sonrea, y le dijo, bajando los ojos:
Dijo, no obstante:
-Tengo... an... otras joyas que han llegado hasta m por el mismo conducto, le
-Bien. Te doy
convendra los cuatrocientos francos. Pero trata de que tu vestido luzca lo ms
comprrmelas?
posible, ya que hacemos el sacrificio.
El comerciante respondi:
El da de la fiesta se acercaba y la seora de Loisel pareca triste, inquieta, ansiosa.
Sin
-Sinembargo, el vestido estuvo hecho a tiempo. Su esposo le dijo una noche:
duda, caballero.

-Qu
Uno detelos
pasa? Te veo inquieta
dependientes se vio yobligado
pensativa desde
a salir dehace tres das.
la tienda para soltar la carcajada;
otro se son con fuerza; pero Lantn, impasible, colorado y grave, prosigui:
Y ella respondi:
modos,
Y cogi una miserable.
un coche Casi,
para ir casi me
a buscar las gustara
joyas. ms no ir a ese baile.

-Ponte unas
Al volver a lacuantas
joyera, flores naturales
una hora -replic
despus, no sel-. Esodesayunado
haba es muy elegante, sobre todo en
an. Comenzaron a
este tiempo, y por diez francos encontrars dos o tres rosas magnficas.
examinar los objetos, pieza por pieza, tasndolos uno a uno. Casi todos eran de la
misma casa.
Ella no quera convencerse.
Lantn discuta
El hombre ya los
pis algo precios, enfadndose,
blancuzco, y en seguida ysinti
exiga
la que le mostraran
mordedura los Salt
en el pie.
-No hay nada
comprobantes
adelante, tan humillante como
de las facturas,
y al volverse parecer una
hablando cada
con un juramento vio una pobre en medio
vezyaracacus de
ms recio, que, mujeres
a medida que ricas.
arrollada la suma
sobre s
aumentaba.
misma, esperaba otro ataque.
Pero su marido exclam:
Los dos solitarios
El hombre ech una valan
velozveinticinco mil
ojeada a su francos;
pie, donde los
dosbroches, sortijas
gotitas de sangre y engrosaban
medallones,
-Qu tonta eres! Anda
diecisis mil; un aderezo
dificultosamente, a ver
y sac el a tu compaera
demachete
esmeraldas
de la de colegio,
y zafiros, la
cintura. catorce
La vboraseora
mil;
violas de Forestier,
la pulseras, y
amenaza, treinta y
y hundi
rugale
ms que
cincolamil; unte
cabeza preste
solitario,
en unas
el centro alhajas.
colgante
mismo Eres
de de
una bastante
sucadena
espiral;de amiga
oro,
pero suya para
elcuarenta
machete mil;tomarte
cay esa todo a
y ascenda
de lomo,
libertad.
ciento noventa
dislocndole lasy vrtebras.
seis mil francos.

La hombre
El mujer dej
comerciante escapar conun
dijohasta
se baj lagrito
sorna: de alegra.
mordedura, quit las gotitas de sangre, y durante un
instante contempl. Un dolor agudo naca de los dos puntitos violetas, y comenzaba a
invadir
-Esto estodo
-Tienes el no
razn,
de una pie. Apresuradamente
haba
persona pensado
que debiende se
ello. lig el sus
emplear tobillo con su pauelo
economas y sigui por la
en joyas.
picada hacia su rancho.
Al siguiente
Lantn repuso,dagravemente:
fue a casa de su amiga y le cont su apuro.
El dolor en el pie aumentaba, con sensacin de tirante abultamiento, y de pronto el
hombre
La seora
-Cada sinti
cual de dos osus
tres
Forestier
emplea fulgurantes
fue a un a
ahorros armariopuntadas que,cogi
de espejo,
su gusto. comoun relmpagos,
cofrecillo, haban
lo sac,irradiado
lo abri
desde la herida hasta la
y dijo a la seora de Loisel:mitad de la pantorrilla. Mova la pierna con dificultad; una
metlica
Y se fue, sequedad de garganta,
habiendo convenido conseguida deque,
el joyero sed al
quemante, le arranc
da siguiente, un nuevola
comprobaran
juramento.
-Escoge,
tasacin. querida.

Lleg
Primero
Cuando por finbrazaletes;
vio
estuvo al en
rancho yluego,
semir
la calle, ech
unlade brazos
collar sobre
de perlas;
columna la
Vendme, rueda
luego, de cruz
una
y sinti un trapiche.
veneciana
deseos Losde
de gatear dos
oro, y
por
puntitos
pedrera violeta desaparecan
ella comoprimorosamente
si le pareciese una ahora
construida.en
cucaa.Se la monstruosa
Seprobaba hinchazn
aquellas
senta ligero, conjoyas
nimo del
ante pie
para entero.
elsaltar porLa piel
espejo,
pareca adelgazada
vacilando,
encima de no y del
pudiendo
la estatua a decidirse
punto de ceder, de tensa.
en lo Quiso
a abandonarlas,
emperador, puesta llamar a Preguntaba
a devolverlas.
alto. su mujer, y la voz
sin se
cesar:
quebr en un ronco arrastre de garganta reseca. La sed lo devoraba.
-No
Almorztienes ninguna
en el otra? ms lujoso y bebi vino de a veinte francos la botella.
restaurante
-Dorotea!
Despus tom -alcanz a lanzar
un coche enque
para un lo
estertor-.
llevase Dame caay1!miraba despreciativamente a
al bosque,
los transentes,
-S, conquieres.
mujer. Dime qu ganas de Nogritar:
s lo "Soy
que arico!
ti te Tengo doscientos mil francos!"
agradara.
Su mujer corri con un vaso lleno, que el hombre sorbi en tres tragos. Pero no haba
sentido
Se acord
De gusto
repente de alguno.
su oficinaen
descubri, y una
se hizo
cajaconducir
de raso al Ministerio.
negro, Entr collar
un soberbio en el despacho de su
de brillantes, y su
jefe y le dijo
corazn con a
empez desenvoltura:
latir de un modo inmoderado.
-Te ped caa, no agua! -rugi de nuevo-. Dame caa!
-Vengo
Sus a presentar
manos mi al
temblaron dimisin,
tomarlo.porque acaborodeando
Se lo puso, de recibircon
unalherencia dey trescientos
su cuello, permaneci
-Pero es caa,
milxtasis
en francos. Paulino! -protest
contemplando la mujer, espantada.
su imagen.

-No,
Luego me diste
fue agua!
a estrechar
pregunt, Quiero
la mano
vacilante, caa,
dede
llena teangustia:
sus digo!
compaeros, y les dio cuenta de sus nuevos
planes de vida.
La mujer corri
-Quieres otra vez,No
prestrmelo? volviendo
quisieracon la damajuana.
llevar otra joya. El hombre trag uno tras otro
dos vasos, pero no sinti nada en la garganta.
Por la noche comi en el caf Ingls, el ms caro.
-S, mujer.
-Bueno; esto se
Viendo junto a lpone
a unfeo -murmur
caballero, queentonces, mirando
le pareci su pieno
distinguido, lvido
pudoy resistir
ya con lustre
la
gangrenoso.
tentacin
Abraz y bes Sobre la
de referirle,honda
concon
a su amiga ligadura
mucha del pauelo,
complacencia,
entusiasmo, la
que
y luego carne desbordaba
acababa
escap con de como
su heredar
tesoro. una
monstruosa morcilla.
cuatrocientos mil francos.
Lleg el da de la fiesta. La seora de Loisel tuvo un verdadero triunfo. Era ms bonita
Los
Por dolores
las otrasfulgurantes
que primera vez
y estaba se sucedan
en su vida, en continuos
no segraciosa,
elegante, aburri en relampagueos
el teatro
sonriente yyloca
pasdetoda ylallegaban
alegra.noche
Todos ahora
los a la
con
ingle. La atroz sequedad de garganta que el aliento pareca caldear
mujeres. la miraban, preguntaban su nombre, trataban de serle presentados. Todos los
hombres ms, aumentaba a
la par. Cuando pretendi incorporarse, un fulminante vmito lo mantuvo
directores generales queran bailar con ella. El ministro repar en su hermosura. medio minuto
con la frente
Se volvi apoyada
a casar en laao.
al medio ruedaLa de palo. mujer -verdaderamente honrada- tena un
segunda
carcter insoportable
Ella bailaba y lo hizo
con embriaguez, sufrir
con mucho.
pasin, inundada de alegra, no pensando ya en nada
Pero el hombre no quera morir, y descendiendo
ms que en el triunfo de su belleza, en la gloria de hasta la costa
aquel triunfo,subi
en unaa su canoa.de
especie
Sentose en la popa y comenz a palear
dicha formada por todos los homenajes que hasta
FINreciba, por todas las admiraciones, pordel
el centro del Paran. All la corriente
ro,
todos los deseos despertados, por una victoriaseis
que en las inmediaciones del Iguaz corre millas, lo llevara
tan completa antes
y tan dulce de un
para cinco
alma
horas a Tacur-Puc.
de mujer.

El
Sehombre, con
fue hacia lassombra energa,
cuatro de pudo efectivamente
la madrugada. llegar medianoche,
Su marido, desde hasta el medio del ro;
dorma enpero
un
sangre esta vez- dirigi una mirada al sol que ya traspona el monte.

l le ech sobre los hombros el abrigo que haba llevado para la salida, modesto
La pierna
abrigo entera,
de su vestirhasta mediocuya
ordinario, muslo, era yacontrastaba
pobreza un bloque deforme y dursimo
extraamente que
con la elegancia
reventaba
del traje de baile. Ella lo sinti y quiso huir, para no ser vista por las otras mujeresel
la ropa. El hombre cort la ligadura y abri el pantaln con su cuchillo: que
bajo vientre desbord
se envolvan hinchado, con grandes manchas lvidas y terriblemente
en ricas pieles.
doloroso. El hombre pens que no podra jams llegar l solo a Tacur-Puc, y se
decidi a pedir ayuda a su compadre Alves, aunque haca mucho tiempo que estaban
Loisel la retuvo diciendo:
disgustados.

-Espera, mujer, vas a resfriarte a la salida. Ir a buscar un coche.


La corriente del ro se precipitaba ahora hacia la costa brasilea, y el hombre pudo
fcilmente atracar. Se arrastr por la picada en cuesta arriba, pero a los veinte
Pero ella no le oa, y baj rpidamenteElla escalera.
retrato oval
metros, exhausto, qued tendido de pecho.
[Cuento. Texto completo.]
Cuando estuvieron en la calle no encontraron
Edgar Allan coche,
Poe y se pusieron a buscar, dando
-Alves! -grit con cuanta fuerza pudo; y prest odo en vano.
voces a los cocheros que vean pasar a lo lejos.

-Compadre Alves! No me niegue este favor! -clam de nuevo, alzando la cabeza del
Anduvieron hacia el Sena desesperados, tiritando. Por fin pudieron hallar una de esas
suelo. En el silencio de la selva no se oy un solo rumor. El hombre tuvo an valor para
vetustas berlinas que slo aparecen en las calles de Pars cuando la noche cierra,
llegar hasta su canoa, y la corriente, cogindola de nuevo, la llev velozmente a la
cual si les avergonzase su miseria durante el da.
deriva.

Los llev hasta la puerta de su casa, situada en la calle de los Mrtires, y entraron
El Paran corre all en el fondo de una inmensa hoya, cuyas paredes, altas de cien
tristemente en el portal. Pensaba, el hombre, apesadumbrado, en que a las diez haba
metros, encajonan fnebremente el ro. Desde las orillas bordeadas de negros bloques
de ir a la oficina.
de basalto, asciende el bosque, negro tambin. Adelante, a los costados, detrs, la
eterna muralla lgubre, en cuyo fondo el ro arremolinado se precipita en incesantes
La mujer se de
quit el abrigo que
Elllevaba
paisajeechado sobre ylos hombros, delante delde
espejo,
borbollones agua fangosa. es agresivo, reina en l un silencio
a fin de contemplarse an una vez ms ricamente alhajada. Pero de repente dej
muerte. Al atardecer, sin embargo, su belleza sombra y calma cobra una majestad
escapar
nica. un grito.

Su esposo,
habaya medio
ya desnudo,
cuando elle pregunt:
El sol cado hombre, semitendido en el fondo de la canoa, tuvo un
violento escalofro. Y de pronto, con asombro, enderez pesadamente la cabeza: se
-Qu tienes?
senta mejor. La pierna le dola apenas, la sed disminua, y su pecho, libre ya, se abra
en lenta inspiracin.
Ella se volvi hacia l, acongojada.
El veneno comenzaba a irse, no haba duda. Se hallaba casi bien, y aunque no tena
-Tengo...,
fuerzas tengo...
para mover -balbuci
la mano,- que no encuentro
contaba el collar
con la cada de lapara
del roco seora de Forestier.
reponerse del todo.
Calcul que antes de tres horas estara en Tacur-Puc.
l se irgui, sobrecogido:
El bienestar avanzaba, y con l una somnolencia llena de recuerdos. No senta ya nada
-Eh?...
ni en la cmo?
pierna niNo
en es posible! Vivira an su compadre Gaona en Tacur-Puc?
el vientre.
Acaso viera tambin a su ex patrn mister Dougald, y al recibidor del obraje.
Y buscaron entre los adornos del traje, en los pliegues del abrigo, en los bolsillos, en
todas partes.
Llegara No lo
pronto? Elencontraron.
cielo, al poniente, se abra ahora en pantalla de oro, y el ro se
haba coloreado tambin. Desde la costa paraguaya, ya entenebrecida, el monte
dejaba caer sobre el ro su frescura crepuscular, en penetrantes efluvios de azahar y
l preguntaba:
miel silvestre. Una pareja de guacamayos cruz muy alto y en silencio hacia el
Paraguay.
-Ests segura de que lo llevabas al salir del baile?

All abajo,
-S, lo toqusobre el roelde
al cruzar oro, la canoa
vestbulo derivaba velozmente, girando a ratos sobre s
del Ministerio.
misma ante el borbolln de un remolino. El hombre que iba en ella se senta cada vez
mejor,
-Pero siy lo
pensaba entretanto
hubieras perdido enenlaelcalle,
tiempolo justo que haba
habramos odo pasado
caer. sin ver a su ex patrn
Dougald. Tres aos? Tal vez no, no tanto. Dos aos y nueve meses? Acaso. Ocho
meses y medio? Eso s, seguramente.
-Debe estar en el coche.

De pronto sinti que estaba helado hasta el pecho.


-S. Es probable. Te fijaste qu nmero tena?

Qu sera? Y la respiracin...
-No. Y t, no lo miraste?

Al recibidor de maderas de mister Dougald, Lorenzo Cubilla, lo haba conocido en


-No.
Puerto Esperanza un viernes santo... Viernes? S, o jueves...

Se contemplaron aterrados. Loisel se visti por fin.


El hombre estir lentamente los dedos de la mano.
-Un jueves...
encuentro.

Y ces de respirar.
Y sali. Ella permaneci en traje de baile, sin fuerzas para irse a la cama, desplomada
en una silla, sin lumbre, casi helada, sin ideas, casi estpida.
FIN
Su marido volvi hacia las siete. No haba encontrado nada.

El castillo en el cual mi criado se le haba ocurrido penetrar a la fuerza en vez de


Fue a la Prefectura
permitirme, de Polica, herido
malhadadamente a las redacciones
como estaba, dedelospasar
peridicos, paraalpublicar
una noche ras, eraun
uno
anuncio ofreciendo una gratificacin por el hallazgo; fue a las oficinas
de esos edificios mezcla de grandeza y de melancola que durante tanto tiempo de las
empresas
levantaronde sus coches,
altivasafrentes
todas partes
en mediodonde poda
de los ofrecrsele tanto
Apeninos,hola algunaenesperanza.
la realidad como
en la imaginacin de Mistress Radcliffe. Segn toda apariencia, el castillo haba sido
Ella le aguard abandonado,
recientemente todo el da, con el mismo
aunque abatimiento desesperado
temporariamente. anteen
Nos instalamos aquel horrible
una de las
desastre.
habitaciones ms pequeas y menos suntuosamente amuebladas. Estaba situada en
una torre aislada del resto del edificio. Su decorado era rico, pero antiguo y
Loisel regres
sumamente por la noche
deteriorado. Loscon el rostro
muros estabandemacrado,
cubiertosplido; no haba
de tapiceras y podido averiguar
adornados con
nada.
numerosos trofeos herldicos de toda clase, y de ellos pendan un nmero
verdaderamente prodigioso de pinturas modernas, ricas de estilo, encerradas en
-Es menester
sendos marcos -dijo- que escribas
dorados, de gusto a arabesco.
tu amiga enterndola
Me produjeron de que has roto
profundo el broche
inters, de
y quiz
su collar
mi y que
incipiente lo hasfue
delirio dado a componer.
la causa, Ascuadros
aquellos ganaremos tiempo.
colgados no solamente en las
paredes principales, sino tambin en una porcin de rincones que la arquitectura
caprichosa
Ella escribidello castillo haca inevitable;
que su marido le deca. hice a Pedro cerrar los pesados postigos del
saln, pues ya era hora avanzada, encender un gran candelabro de muchos brazos
colocado
Al cabo dealunalado de mi cabecera,
semana perdieron yhasta
abrir la
completamente
ltima esperanza.las cortinas de negro
terciopelo, guarnecidas de festones, que rodeaban el lecho. Quselo as para poder, al
menos,
Y Loisel,sienvejecido
no reconciliaba el sueo,
por aquel distraerme
desastre, como si alternativamente entre echado
de pronto le hubieran la encima
contemplacin de
cinco aos, manifest: estas pinturas y la lectura de un pequeo volumen que haba
encontrado sobre la almohada, en que se criticaban y analizaban.
-Es necesario hacer lo posible por reemplazar esa alhaja por otra semejante.
Le largo tiempo; contempl las pinturas religiosas devotamente; las horas huyeron,
rpidas y silenciosas, y lleg la media noche. La posicin del candelabro me
Al da siguiente llevaron el estuche del collar a casa del joyero cuyo nombre se lea en
molestaba, y extendiendo la mano con dificultad para no turbar el sueo de mi criado,
su interior.
lo coloqu de modo que arrojase la luz de lleno sobre el libro.

El comerciante, despus de consultar sus libros, respondi:


Pero este movimiento produjo un efecto completamente inesperado. La luz de sus
numerosas bujas dio de pleno en un nicho del saln que una de las columnas del
-Seora, no sali de mi casa collar alguno en este estuche, que vend vaco para
lecho haba hasta entonces cubierto con una sombra profunda. Vi envuelto en viva luz
complacer a un cliente.
un cuadro que hasta entonces no advirtiera. Era el retrato de una joven ya formada,
casi mujer. Lo contempl rpidamente y cerr los ojos. Por qu? No me lo expliqu al
Anduvieron de joyera en joyera, buscando una alhaja semejante a la perdida,
principio; pero, en tanto que mis ojos permanecieron cerrados, analic rpidamente el
recordndola, describindola, tristes y angustiosos.
motivo que me los haca cerrar. Era un movimiento involuntario para ganar tiempo y
recapacitar, para asegurarme de que mi vista no me haba engaado, para calmar y
Encontraron, en una atienda
preparar mi espritu del Palais Royal,
una contemplacin ms unfra
collar de brillantes
y ms serena. Alque les
cabo depareci
algunos
idntico al que
momentos, mirbuscaban. Vala
de nuevo el cuarenta
lienzo mil francos, y regatendolo consiguieron que
fijamente.
se lo dejaran en treinta y seis mil.
No era posible dudar, aun cuando lo hubiese querido; porque el primer rayo de luz al
Rogaron al el
caer sobre joyero que
lienzo, se los
haba reservase por
desvanecido tres das,
el estupor poniendo
delirante de por
quecondicin quese
mis sentidos les
dara por posedos,
hallaban l treinta y cuatro mil francos
hacindome si se lo devolvan,
volver repentinamente a laporque el de
realidad otro
lase encontrara
vida.
antes de fines de febrero.
El cuadro representaba, como ya he dicho, a una joven. se trataba sencillamente de un
Loisel
retratoposea dieciocho
de medio cuerpo,miltodoqueenleeste
haba dejado
estilo quesu sepadre.
llama,Pedira prestado
en lenguaje el resto.
tcnico, estilo
de vieta; haba en l mucho de la manera de pintar de Sully en sus cabezas favoritas.
Y,
Losefectivamente,
brazos, el seno tom
y lasmil francos
puntas de de
susuno, quinientos
radiantes de otro,
cabellos, cinco luises
pendanse en la aqu,
sombra tres
all. Hizo pagars, adquiri compromisos ruinosos, tuvo tratos
vaga, pero profunda, que serva de fondo a la imagen. El marco era oval, con usureros, con toda
clase de prestamistas. Se comprometi para toda la vida, firm sin saber
magnficamente dorado, y de un bello estilo morisco. Tal vez no fuese ni la ejecucin lo que
firmaba,
de sinnidetenerse
la obra, a pensar,
la excepcional y, espantado
belleza por laslo
de su fisonoma angustias del porvenir,
que me impresion tanpor la
horrible miseria
repentina que los aguardaba,
y profundamente. No poda por la perspectiva
creer de todas las
que mi imaginacin, privaciones
al salir fsicas
de su delirio,
y de todas las torturas morales, fue en busca del collar nuevo, dejando
hubiese tomado la cabeza por la de una persona viva. Empero, los detalles del dibujo, sobre el
mostrador
el estilo dedel comerciante
vieta y el aspectotreinta y seis mil
del marco, no francos.
me permitieron dudar ni un solo instante.
Abismado en estas reflexiones, permanec una hora entera con los ojos fijos en el
Cuando Aquella
retrato. la seora de Loisel devolvi
inexplicable la joya
expresin a su amiga,
de realidad sta
y vida quelealdijo un tanto
principio me hiciera
displicente: acab por subyugarme. Lleno de terror y respeto, volv el candelabro a su
estremecer,
agitacin, me apoder antes,
-Debiste devolvrmelo ansiosamente del volumen
porque bien pude yo que contena
haberlo la historia y
necesitado.
descripcin de los cuadros. Busqu inmediatamente el nmero correspondiente al que
marcaba el retrato
No abri siquiera eloval, y le y
estuche, laeso
extraa y singular
lo juzg la otra historia siguiente:
una suerte. Si notara la sustitucin,
qu supondra? No era posible que imaginara que lo haban cambiado de intento?
"Era una joven de peregrina belleza, tan graciosa como amable, que en mal hora am
al
Lapintor
seora y dese Loisel
despos con l.lalvida
conoci tena un carcter
horrible de losapasionado,
menesterosos. estudioso y austero,
Tuvo energa paray
haba puesto en el arte sus amores; ella, joven, de rarsima
adoptar una resolucin inmediata y heroica. Era necesario devolver aquel dinero que belleza, toda luz y
sonrisas, Despidieron
deban... con la alegra decriada,
a la un cervatillo,
buscaron amndolo todo, noms
una habitacin odiando ms que
econmica, unael arte,
que era su rival, no temiendo ms que la paleta, los pinceles y dems instrumentos
buhardilla.
importunos que le arrebataban el amor de su adorado. Terrible impresin caus a la
dama
Conoci orlos
al pintor
duros hablar
trabajos deldedeseo
la casa, de retratarla.
las odiosasMas era de
tareas humilde y sumisa,
la cocina. Fregylossentse
pacientemente,
platos, desgastando sus uitas sonrosadas sobre los pucheros grasientos y entorre,
durante largas semanas, en la sombra y alta habitacin de la el
La Soga
donde
fondo de (Silvina
la luz
las se Ocampo)
filtraba
cacerolas. sobre
Enjabonel plido
la ropa lienzo solamente
sucia, las camisas por el cielo
y los raso.que
paos, El artista
pona a
cifrabaen
secar suunagloria en subaj
cuerda; obra, que
a la avanzaba
calle todas las de hora
maanasen hora, de dayen
la basura da.el
subi Y agua,
era un
hombre
A vehemente,
Antoito Lpez le extrao,
gustaban pensativo
los juegos y que se
peligrosos:perda
detenindose en todos los pisos para tomar aliento. Y, vestida como una pobre subiren mil
por ensueos;
la escalera tanto
de que
mano no
del
mujer
vea
de que
humilde
tanque la luz que
condicin,
de agua, penetraba
tirarse fuepor tan
a casa lgubremente
del verdulero,
el tragaluz del techodel en esta
detendero torre
la casa,de aislada secaba
comestibles
encender papeles la
y delen la y
salud
los encantos
carnicero, de su mujer, que se consuma para todos excepto para l. Ella, no
chimenea. con Esos lajuegos
cesta al lo brazo, regateando,
entretuvieron hastateniendo
que descubrique sufrir desprecios
la soga, la sogayvieja
hastaque
obstante, sonreadefenda
insultos, porque ms y ms, porque
cntimo vea quesu
a cntimo eldinero
pintor,escassimo.
que disfrutaba de gran fama,
serva otrora para atar ylos bales,placerpara subir
en sulos baldes del fondonochedel aljibe
y day,para
en
experimentaba un vivo ardiente tarea, y trabajaba
definitiva,alpara
trasladar lienzocualquier
la imagen cosa;
de s, los juegos
la que lo entretuvieron
tantopagars,
amaba, la cual de hasta
da en que
da la soga cay en
tornbase
Era necesario mensualmente recoger unos renovar otros, ganar tiempo.
sus manos.
ms Todo un ao, Y,
dbil y desanimada. deensuverdad,
vida delos siete
queaos, Antoito haba
contemplaban esperado
el retrato, que le dieran
comentaban
en
la voz baja
soga; ahora su semejanza
poda hacer maravillosa,
con ella lo prueba
que palpable
quisiera. del genio del
Primeramente pintor,
hizo una y del
hamaca
El marido se ocupaba por las noches en poner en limpio las cuentas de un
profundo
colgada de amor que sudespus
unyrbol, modelo un le inspiraba. paraPero, al fin, cuando el trabajo tocaba a su
comerciante, a veces escriba aarns
veinticinco elcntimos
caballo, despus
la hoja. una liana para bajar de
trmino, no se permiti a nadie entrar en la torre; porque el pintor haba llegado a
los rboles, despus un salvavidas, despus una horca para los reos, despus un
enloquecer por el ardor con que tomaba su trabajo, y levantaba los ojos rara vez del
Y vivieron as
pasamano, diez aos.
finalmente una serpiente. Tirndola con fuerza hacia delante, la soga se
lienzo, ni aun para mirar el rostro de su esposa. Y no poda ver que los colores que
retorca ysobre
extenda se volva con la
el lienzo cabeza hacia
borrbanse de lasatrs, con mpetu,
mejillas de la que como
tenadispuesta
sentada aa su morder.
lado. YA
Al cabo de
veces suba dicho
detrs tiempo lo
de Toito haban ya
las escaleras,pagado todo,
trepaba todo, capital e intereses,
cuando muchas semanas hubieron transcurrido, y noarestaba
los rboles, se acurrucaba
por hacer ms que una en los
multiplicados por las renovaciones usurarias.
bancos.
cosa muyToito
pequea,siempreslo tena
dar un cuidado
toque sobrede evitar que ylaotro
la boca soga lo tocara;
sobre era el
los ojos, parte
almadel dejuego.
la
Yo lo vi llamar a la soga, como quien llama a un perro, y la soga se le acercaba, a
La seora Loisel pareca entonces una vieja. Se haba transformado en la mujer
regaadientes, al principio, luego, poco a poco, obedientemente. Con tanta maestra
fuerte, dura y ruda de las familias pobres. Mal peinada, con las faldas torcidas y rojas
Antoito
las manos, lanzaba la en
hablaba soga
vozy alta,
le daba aquellos
fregaba movimiento
suelos condeagua
serpiente maligna
fra. Pero y retorcida
a veces, cuando
que
su los dos
marido hubieran
estaba podido
en el trabajar
Ministerio, en un circo.
se sentaba Nadie
junto le deca: pensando
a la ventana, Toito, noenjuegues
aquellacon
fiesta de otro
la soga.La tiempo,
soga en aquel
pareca bailecuando
tranquila donde dorma
luci tanto y donde
sobre fue
la mesa o tan festejada.
en el suelo. Nadie la
hubiera credo capaz de ahorcar a nadie. Con el tiempo se volvi ms flexible y oscura,
Cul sera y,
casi verde supor
fortuna, suun
ltimo, estado al presente,
poco viscosa si no hubieraen
y desagradable, perdido el collar?
mi opinin. Quin
El gato no se le
sabe! Quin sabe! Qu mudanzas tan singulares ofrece la vida! Qu poco hace falta
acercaba y a veces, por las maanas, entre sus nudos, se demoraban sapos extasiados.
para perderse o para salvarse!
Habitualmente, Toito la acariciaba antes de echarla al aire, como los discbolos o
lanzadores de jabalinas, ya no necesitaba prestar atencin a sus movimientos: sola, se
Un domingo, habiendo ido a dar un paseo por los Campos Elseos para descansar de
hubiera
las dicho,
fatigas de lalasemana,
soga saltaba dede
repar sus manos
pronto en para lanzarse
una seora hacia
que delante,
pasaba para
con un retorcerse
nio
mejor.Si
cogido dealguien
la mano.le peda:Toito, prstame la soga.El muchacho invariablemente
contestaba:No.A la soga ya le haba salido una lengita, en el sito de la cabeza, que
Era
era su antigua
algo compaera
aplastada, de colegio,
con barba; su cola,siempre joven, hermosa
deshilachada, siempre
pareca de y siempre
dragn.Toito quiso
seductora. La de Loisel sinti un escalofro. Se decidira a detenerla y saludarla?
ahorcar un gato con la soga. La soga se rehus. Era buena.Una soga, de qu se
Por qu no? Habndolo
tantas enpagado ya todo,
En lospoda confesar, casi con
enorgullo, su en los
alimenta? Hay el mundo! barcos, en las casas, las tiendas,
desdicha.
museos, en todas partes... Toito decidi que era herbvora; le dio pasto y le dio agua.La
bautiz con el nombre Prmula. Cuando lanzaba la soga, a cada movimiento, deca:
Se puso frente a ella y dijo:
Prmula, vamos Prmula. Y Prmula obedeca.Toito tom la costumbre de dormir con
Prmula en
-Buenos la Juana.
das, cama, con la precaucin de colocarle la cabecita sobre la almohada y la
cola bien abajo, entre las cobijas.Una tarde de diciembre, el sol, como una bola de fuego,
brillaba
La enla
otra no elreconoci,
horizonte, admirndose
de modo que de
todo el mundo
verse lo miraba comparndolo
tan familiarmente con la luna,
tratada por aquella
infeliz.
hasta elBalbuci:
mismo Toito, cuando lanzaba la soga. Aquella vez la soga volvi hacia atrs
con la energa de siempre y Toito no retrocedi. La cabeza de Prmula le golpe el
-Pero..., seora!.., no s. .. Usted debe de confundirse...

-No. Soy Matilde Loisel.

Su amiga lanz un grito de sorpresa.


-S; muy malos das he pasado desde que no te veo, y adems bastantes miserias....
todo por ti...

-Por m? Cmo es eso?

pecho y le clav la lengua a travs de la blusa.As muri Toito. Yo lo vi, tendido, con los
-Recuerdas aquel collar de brillantes que me prestaste para ir al baile del Ministerio?
ojos abiertos.La soga, con el flequillo despeinado, enroscada junto a l, lo velaba.

-S, pero...

-Pues bien: lo perd...

-Cmo! Si me lo devolviste!

-Te devolv otro semejante. Y hemos tenido que sacrificarnos diez aos para pagarlo.
Comprenders que representaba una fortuna para nosotros, que slo tenamos el
sueldo. En fin, a lo hecho pecho, y estoy muy satisfecha.

La seora de Forestier se haba detenido.

-Dices que compraste un collar de brillantes para sustituir al mo?

-S. No lo habrs notado, eh? Casi eran idnticos.

Y al decir esto, sonrea orgullosa de su noble sencillez. La seora de Forestier,


sumamente impresionada, le cogi ambas manos:

-Oh! Mi pobre Matilde! Pero si el collar que yo te prest era de piedras falsas!... Vala
quinientos francos a lo sumo!...
EL RBOL DE LA BUENA MUERTE DE OESTERHELD

Mara Santos cerr los ojos, afloj el cuerpo, acomod la espalda contra el

blando tronco del rbol.

Se estaba bien all, a la sombra de aquellas hojas transparentes que filtraban la

luz rojiza del sol.

Carlos, el yerno, no poda haberle hecho un regalo mejor para su cumpleaos.

Todo el da anterior haba trabajado Carlos, limpiando de malezas el lugar

donde creca el rbol. Y haba hecho el sacrificio de madrugar todava ms

temprano que de costumbre para que, cuando ella se levantara, encontrara

instalado el banco al pie del rbol.

Mara Santos sonri agradecida; el tronco pareca rugoso y spero, pero era

muelle, ceda a la menor presin como si estuviera relleno de plumas. Carlos

haba tenido una gran idea cuando se le ocurri plantarlo all, al borde del

sembrado.

Tuftuftuf.

Hasta Mara Santos lleg el ruido del tractor. Por entre los prpados

entrecerrados, la anciana mir a Marisa, su hija, sentada en el asiento de la

mquina, al lado de Carlos.

El brazo de Marisa descansaba en la cintura de Carlos, las dos cabezas estaban

muy juntas: seguro que hacan planes para la nueva casa que Carlos quera

construir.

Mara Santos sonri; Carlos era un buen hombre, un marido inmejorable para

Marisa. Suerte que Marisa no se cas con Laico, el ingeniero aquel; Carlos no

era ms que un agricultor, pero era bueno y saba trabajar, y no les haca faltar

nada.

No les haca faltar nada?


Una punzada dolida borr la sonrisa de Mara Santos.

El rostro, viejo de incontables arrugas, viejo de muchos soles y de mucho

trabajo, se nubl.

No. Carlos podra hacer feliz a Marisa y a Roberto, el hijo, que ya tena 18

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Eternauta y otros cuentos de ciencia ficcin

aos y estudiaba medicina por televisin.

No, nunca podra hacerla feliz a ella, a Mara Santos, la abuela...

Porque Mara Santos no se adaptara nunca haca mucho que haba

renunciado a hacerlo, a la vida en aquella colonia de Marte.

De acuerdo con que all se ganaba bien, que no les faltaba nada, que se viva

mejor que en la Tierra; de acuerdo con que all, en Marte, toda la familia tena

un porvenir mucho mejor; de acuerdo con que la vida en la Tierra era ahora

muy dura... De acuerdo con todo eso; pero, Marte era tan diferente!...

Qu no dara Mara Santos por un poco de viento como el de la Tierra, con

algn "panadero" volando alto!

Duermes, abuela? Roberto, el nieto, viene sonriente, con su libro bajo el

brazo.

No, Roberto. Un poco cansada, nada ms.

No necesitas nada?

No, nada.Seguro?

Seguro.

Curiosa, la insistencia de Roberto; no acostumbraba ser tan solcito; a veces se

pasaba das enteros sin acordarse de que ella exista.

Pero, claro, eso era de esperar; la juventud, la juventud de siempre, tiene

demasiado quehacer con eso, con ser joven.

Aunque en verdad Mara Santos no tiene por qu quejarse: ltimamente


Roberto haba estado muy bueno con ella, pasaba horas enteras a su lado,

hacindola hablar de la Tierra.

Claro, Roberto, no conoca la Tierra; l haba nacido en Marte, y las cosas de

la Tierra eran para l algo tan raro como cincuenta o sesenta aos atrs lo

haban sido las cosas de Buenos Aires la capital, tan raras y fantsticas

para Mara Santos, la muchachita que cazaba lagartijas entre las tunas, all en

el pueblito de Catamarca.

Roberto, el nieto, la haba hecho hablar de los viejos tiempos, de los tantos

aos que Mara Santos vivi en la ciudad, en una casita de Saavedra, a siete

cuadras de la estacin.

Roberto le hizo describir ladrillo por ladrillo la casa, quiso saber el nombre de

Biblioteca de Videastudio www.videa.com.arOesterheld, Hctor El


Eternauta y otros cuentos de ciencia ficcin

cada flor en el cantero que estaba delante, quiso saber cmo era la calle antes

de que la pavimentaran, no se cansaba de orla contar cmo jugaban los chicos

a la pelota, cmo remontaban barriletes, cmo iban en bandadas de

guardapolvos al colegio, tres cuadras ms all.

Todo le interesaba a Roberto: el almacn del barrio, la librera, la lechera...

No tuvo acaso que explicarle cmo eran las moscas? Hasta quiso saber

cuntas patas tenan... Cmo si alguna vez Mara Santos se hubiera acordado

de contarlas! Pero, hoy, Roberto no quiere orla recordar: claro, debe ser ya la

hora de la leccin, por eso el muchacho se aparta casi de pronto, apurado.

Carlos y Marisa terminaron el surco que araban con el tractor. Ahora vienen de

vuelta.

Da gusto verlos: ya no son jvenes pero estn contentos.

Ms contentos que de costumbre, con un contento profundo, un contento sin

sonrisas, pero con una gran placidez, como si ya hubieran construido la nueva
casa. O como si ya hubieran podido comprarse el helicptero que Carlos dice

que necesitan tanto.

Tuftuftuf...

El tractor llega hasta unos cuantos metros de ella; Marisa, la hija, saluda con

la mano; Mara Santos slo sonre; quisiera contestarle, pero hoy est muy

cansada.

Rocas ondulantes erizan el horizonte, rocas como no viera nunca en su

Catamarca de hace tanto. El pasto amarillo, ese pasto raro que cruje al pisarlo,

Mara Santos no se acostumbr nunca a l. Es como una alfombra rota que se

estira por todas partes: por los lugares rotos afloran las rocas, siempre

angulosas, siempre oscuras.

Algo pasa delante de los ojos de Mara Santos.

Un golpe de viento quiere despeinarla.

Mara Santos parpadea, trata de ver lo que le pasa por delante.

All viene otro.

Delicadas, ligeras estrellitas de largos rayos blancos...

"Panaderos"!

S, "panaderos", semillas de cardo, iguales que en la Tierra!

El gastado corazn de Mara Santos se encabrita en el viejo pecho:

Biblioteca de Videastudio www.videa.com.arOesterheld, Hctor El


Eternauta y otros cuentos de ciencia ficcin

"Panaderos"!

No ms pastos amarillos: ahora hay una calle de tierra, con (mellones

profundos, con algo de pasto verde en los bordes, con una zanja, con veredas

de ladrillos torcidos...

Callecita de barrio, callecita del recuerdo, con chicos de guardapolvo

corriendo para la librera de la esquina, con el esqueleto de un barrilete no


terminando de morirse nunca, enredado en un hilo de telfono.

Mara Santos est sentada en la puerta de su casa, en su silla de paja, ve la

hilera de casitas bajas, las ms viejas tienen jardn al frente, las ms modernas

son muy blancas, con algn balcn cromado, el colmo de la elegancia.

"Panaderos" en el viento, viento alegre que parece bajar del cielo mismo, desde

aquellas nubes tan blancas y tan redondas...

"Panaderos" como los que persegua en el patio de tierra del rancho all en la

provincia.

"Panaderos"!

El pecho de Mara Santos es un gran tumulto gozoso.

"Panaderos" jugando en el aire, yendo a lo alto...

Carlos y Marisa han detenido el tractor.

Roberto, el hijo, se les junta, y los tres se acercan a Mara Santos.

Se quedan mirndola.

Ha muerto feliz... Mira, parece rerse.

S... Pobre doa Mara!...

Fue una suerte que pudiramos proporcionarle una muerte as.

S... Tena razn el que me vendi el rbol, no exager en nada: la sombra

mata en poco tiempo y sin dolor alguno, al contrario...

Abuela!... Abuelita!...

L OS AMIGOS DE JULIO CORTZAR


(Final del juego, 1956)

EN ESE JUEGO todo tena que andar rpido. Cuando el Nmero Uno decidi que

haba que liquidar a Romero y que el Nmero Tres se encargara del trabajo, Bel-
trn recibi la informacin pocos minutos ms tarde. Tranquilo pero sin perder un

instante, sali del caf de Corrientes y Libertad y se meti en un taxi. Mientras se

baaba en su departamento, escuchando el noticioso, se acord de que haba visto

por ltima vez a Romero en San Isidro, un da de mala suerte en las carreras. En

ese entonces Romero era un tal Romero, y l un tal Beltrn; buenos amigos antes

de que la vida los metiera por caminos tan distintos. Sonri casi sin ganas,

pensando en la cara que pondra Romero al encontrrselo de nuevo, pero la cara de

Romero no tena ninguna importancia y en cambio haba que pensar despacio en la

cuestin del caf y del auto. Era curioso que al Nmero Uno se le hubiera ocurrido

hacer matar a Romero en el caf de Cochabamba y Piedras, y a esa hora; quiz, si

haba que creer en ciertas informaciones, el Nmero Uno ya estaba un poco viejo.

De todos modos la torpeza d la orden le daba una ventaja: poda sacar el auto del

garaje, estacionarlo con el motor en marcha por el lado de Cochabamba, y

quedarse esperando a que Romero llegara como siempre a encontrarse con los

amigos a eso de las siete de la tarde. Si todo sala bien evitara que Romero

entrase en el caf, y al mismo tiempo que los del caf vieran o sospecharan su

intervencin. Era cosa de suerte y de clculo, un simple gesto (que Romero no

dejara de ver, porque era un lince), y saber meterse en el trfico y pegar la vuelta

a toda mquina. Si los dos hacan las cosas como era debido y Beltrn estaba tan

seguro de Romero como de l mismo todo quedara despachado en un momento.

Volvi a sonrer pensando en la cara del Nmero Uno cuando ms tarde, bastante

ms tarde, lo llamara desde algn telfono pblico para informarle de lo sucedido.

Vistindose despacio, acab el atado de cigarrillos y se mir un momento al

espejo. Despus sac otro atado del cajn, y antes de apagar las luces comprob

que todo estaba en orden. Los gallegos del garaje le tenan el Ford como una seda.

Baj por Chacabuco, despacio, y a las siete menos diez se estacion a unos metros

de la puerta del caf, despus de dar dos vueltas a la manzana esperando que un

camin de reparto le dejara el sitio. Desde donde estaba era imposible que los del

caf lo vieran. De cuando en cuando apretaba un poco el acelerador para mantener

el motor caliente; no quera fumar, pero senta la boca seca y le daba rabia.

A las siete menos cinco vio venir a Romero por la vereda de enfrente; lo

reconoci en seguida por el chambergo gris y el saco cruzado. Con una ojeada a la

vitrina del caf, calcul lo que tardara en cruzar la calle y llegar hasta ah. Pero a

Romero no poda pasarle nada a tanta distancia del caf, era preferible dejarlo que

cruzara la calle y subiera a la vereda. Exactamente en ese momento, Beltrn puso

el coche en marcha y sac el brazo por la ventanilla. Tal como haba previsto,
Romero lo vio y se detuvo sorprendido. La primera bala le dio entre los ojos,

despus Beltrn tir al montn que se derrumbaba. El Ford sali en diagonal,

adelantndose limpio a un tranva, y dio la vuelta por Tacuar. Manejando sin apuro,

el Nmero Tres pens que la ltima visin de Romero haba sido la de un tal

Beltrn, un amigo del hipdromo en otros tiempos.

UNA CAMA TERRIBLEMENTE EXTRAA DE WILKIE COLLINS

Poco despus de finalizar mis estudios en la universidad, me encontraba pasando

unos das en Pars con un amigo ingls. Por aquel entonces, los dos ramos

jvenes y me temo que llevbamos una vida ms bien desordenada en la

encantadora ciudad que nos acoga. Una noche, estbamos dando vueltas por el

barrio del Palais Royal, sin decidirnos por cul sera la siguiente diversin a la que

podramos entregarnos. Mi amigo propuso una visita a Frascati, pero su sugerencia

no fue de mi agrado; me conoca Frascati al dedillo. All haba perdido y ganado

muchas monedas de cinco francos por mero entretenimiento, hasta que dej de

divertirme, y de hecho acab hartndome de toda la espantosa respetabilidad

propia de esa anomala social que es una casa de juego respetable. - Por Dios! -le

dije a mi amigo-, vamos a algn lugar donde podamos ver algo del autntico juego,

el que se juega sin escrpulos y por necesidad, sin nada de ese falso relumbrn

que hay por todo Frascati. Olvidmonos del popular Frascati y vamos a un lugar

donde no pongan impedimentos a alguien que no lleve abrigo o vista uno lleno de

remiendos. - Muy bien -contest mi amigo-, pero no hace falta salir del Palais Royal

para encontrar el tipo de compaa que deseas. Tenemos ese lugar justo en frente

de nosotros; segn todas las referencias, un garito de mucho cuidado.

Poco despus llegamos a la puerta y entramos en la casa. Subimos hasta el final

de la escalera y, despus de haber dejado nuestros sombreros y bastones al

portero, nos hicieron pasar a la sala principal de juego. No encontramos mucha

gente, pero, aunque fueron pocos los que alzaron la mirada al vernos entrar, todos

ellos eran representantes autnticos -lamentablemente- de sus respectivas clases

sociales. Habamos ido a ver gente sin escrpulos, pero aquellos hombres eran

algo peor. Todo canalla tiene su aspecto cmico ms o menos apreciable; sin

embargo, all no haba ms que tragedia, una muda y extraa tragedia. El silencio
de la habitacin era sobrecogedor: el joven delgado y ojeroso de pelo largo, cuyos

ojos hundidos observaban con vehemencia el descubrir de las cartas, no hablaba

nunca; el jugador fofo con cara regordeta y llena de granos, que comprobaba el

juego de sus cartas con perseverancia para averiguar con qu frecuencia ganaba

el negro o el rojo, no abra la boca; el viejo sucio y con arrugas, de ojos de rapaz y

con el gabn zurcido, que haba perdido ya lo ltimo que le quedaba y segua

mirando el juego desesperadamente, pese a que ya no poda apostar ms, no abra

la boca. Incluso la voz del croupier sonaba como si el ambiente de la habitacin la

hubiese apagado y espesado de modo extrao. Haba ido a aquel lugar a rerme,

pero el espectculo que tena ante m era para llorar. Pronto advert que

necesitaba refugiarme en algo emocionante para huir del desnimo que

rpidamente se estaba apoderando de m. Desafortunadamente, busqu la emocin

ms prxima acercndome a la mesa, y empec a jugar. Ms desafortunado an

fue que ganara -tal como luego se demostrara- prodigiosamente, de forma

increble, a tal ritmo que los restantes jugadores de la mesa se agruparon a mi

alrededor, y, mirando fijamente mis apuestas, con ojos de ansiedad y supersticin,

se susurraron unos a otros que el ingls iba a hacer saltar la banca.

El juego en cuestin era el rojo y negro. Lo haba jugado en cada una de las

ciudades de Europa que visit, sin preocuparme nunca por analizar la teora de las

probabilidades (la piedra filosofal de todos los jugadores!). Por otra parte, no

puede decirse que yo fuera un autntico jugador. Estaba libre de la corrosiva

pasin por el juego. Jugaba simplemente por pasar el rato. Jams recurr a l por

necesidad porque nunca he sabido lo que es no tener dinero. En ninguna ocasin

haba jugado lo bastante como para perder ms de lo que poda permitirme o ganar

ms de lo que poda guardarme en el bolsillo, framente, sin perder la calma a

causa de mi buena suerte. En resumen, hasta ahora haba frecuentado las mesas

de juego por la misma razn que los salones de baile y los teatros de la pera, o

sea, porque me divertan y porque no tena otra cosa mejor que hacer en mis horas

de ocio. Pero esta vez se trataba de algo muy distinto: por primera vez en mi vida

sent lo que era realmente la pasin por el juego. Al principio, mi buena estrella me

dej perplejo; luego, me emborrach, en el sentido ms literal de la palabra. Por

increble que pueda parecer, lo cierto es, no obstante, que slo perd cuando

intent determinar las posibilidades y jugu dejndome guiar por clculos previos.

Si lo dejaba todo en manos de la suerte y apostaba sin preocuparme o reflexionar

en absoluto, estaba seguro de ganar, a pesar de las claras probabilidades en favor


de la banca. Primero, algunos de los jugadores presentes apostaban su dinero a mi

color con suficiente seguridad, pero rpidamente aument mis apuestas hasta

alcanzar sumas que no se atrevan a arriesgar. Uno tras otro abandonaron el juego,

y miraban el mo conteniendo el aliento. Sin embargo, segu apostando cada vez

ms alto... y continu ganando. La emocin de la sala lleg a un punto culminante.

El silencio era interrumpido por un coro de murmullos graves y exclamaciones

pronunciadas en diferentes idiomas cada vez que las monedas eran arrastradas

hasta mi lado de la mesa (incluso el imperturbable croupier golpe su rastrillo

contra el suelo, enfurecido por lo inverosmil de mi suerte). Pero haba uno de los

presentes que conservaba la calma: mi amigo. Se me acerc y, susurrndome en

ingls, me rog que me considerara satisfecho con lo que haba ganado y

abandonase el lugar. Debo hacerle justicia y decir que me repiti sus advertencias

y splicas varias veces, y que slo se march despus de que yo rechazase su

consejo (estaba prcticamente borracho por el juego) de manera tan rotunda que

le hubiera resultado imposible volverme a hablar esa noche. Poco despus de que

se marchara, una voz ronca son a mis espaldas. - Permtame, estimado caballero,

permtame devolver a su sitio los dos napoleones que se le han cado. Qu

increble suerte la suya, caballero! Le doy mi palabra de honor de viejo soldado que

a lo largo de mi dilatada experiencia en estos temas, jams haba visto suerte

parecida a la suya. Nunca! Contine, caballero. Por todos los santos! Siga

jugando con osada y haga saltar la banca! Me di la vuelta y vi a un hombre alto,

vestido con un gabn adornado con galones y lleno de alamares, que me sonrea y

asenta con la cabeza. Si hubiese estado en mi sano juicio, personalmente lo

habra considerado algo sospechoso para ser un viejo soldado. Tena los ojos

saltones e inyectados de sangre, los bigotes asquerosos y la nariz rota. Su voz

revelaba una entonacin vulgar de la peor especie, y tena las manos ms sucias

que jams haba visto (incluso en Francia). A pesar de todo, estas pequeas

peculiaridades personales no me repelan particularmente.

En medio de la loca emocin y el atolondrado triunfo del momento, yo me mostraba

dispuesto a confraternizar con cualquiera que me animase en el juego. Acept el

sorbo de rap que el viejo soldado me ofreci; le di varias palmadas en la espalda y

le asegur que era el tipo ms honesto del mundo, la reliquia ms gloriosa del Gran

Ejrcito con quien jams me haba tropezado. - Adelante! -grit mi amigo militar,

chasqueando los dedos en un arrebato de entusiasmo-. Adelante y a ganar! Haga


saltar la banca, maldita sea! Mi valiente camarada ingls, haga saltar la banca! Y

en efecto, segu jugando a tal ritmo que al cabo de otro cuarto de hora el crupier

anunci: - Caballeros, la banca no va ms por esta noche. En ese momento, todos

los billetes y monedas de aquel banco estaban apilados bajo mis manos. Todo el

capital flotante de la casa de juego esperaba a ser trasladado a mis bolsillos! -

Envuelva el dinero en su pauelo, distinguido caballero -dijo el viejo soldado, al

tiempo que yo hunda enrgicamente mis manos en el montn de oro-. Envulvalo,

como solamos hacer con lo que tenamos para cenar en el Gran Ejrcito. Sus

ganancias pesan demasiado como para metrselas en el bolsillo del pantaln. Ah!

Eso es! Pngalo todo dentro, los billetes tambin. Dios mo! Vaya suerte! Espere,

que se le ha cado otro napolen! Ah, maldito y pequeo polizonte de Napolen! Al

fin te he encontrado. Y ahora, caballero, dos nudos dobles bien apretados en cada

extremo, con su honorable permiso, y el dinero estar seguro. Tquelo! Tquelo,

afortunado caballero! Duro y redondo como una bola de can. Ah, bah!, si al

menos nos hubiesen disparado balas de can como stas en Austerlitz... en el

nombre de una pipa! Si al menos hubiesen sido como stas! Y ahora, qu puede

hacer un viejo granadero y bravo ex-combatiente del ejrcito francs como yo? Eso

es lo que me pregunto. Simplemente esto: Rogar a mi estimado amigo ingls que

comparta conmigo una botella de champn, y que brinde por la diosa Fortuna con

copas rebosantes de espuma antes de marcharnos!

- Fabuloso y bravo ex-combatiente! Alegre y venerable granadero! Champn,

naturalmente! Un brindis ingls por un viejo soldado! Hurra! Hurra! Y otro brindis

ingls por la diosa Fortuna! Hurra, hurra, hurra! - Bravo por el ingls, el amigable y

corts ingls por cuyas venas corre la sangre de Francia! Otra copa? Ah, bah! La

botella est vaca! No importa! Viva el vino! Yo, el viejo soldado, pido otra botella

y media libra de bombones para acompaarla! - De ninguna manera, ex-

combatiente! Jams, venerable granadero! Usted invit la ltima vez; ahora me

toca a m. Un brindis por el ejrcito francs, por el gran Napolen, por los aqu

presentes, por el croupier, y por la mujer y las hijas del honrado croupier, si es que

las tiene! Por todas las damas en general! Por todo el mundo! Al terminar la

segunda botella de champn, me sent como si hubiese estado bebiendo lava

ardiendo; la cabeza me arda. Nunca antes en mi vida un exceso de vino haba

tenido semejante efecto sobre m. Se trataba del resultado de un estimulante que

haba actuado en mi organismo cuando me encontraba en estado de gran

excitacin? Tena acaso el estmago particularmente trastornado? O es que el


champn era asombrosamente fuerte? - Bravo ex-combatiente del ejrcito francs!

-grit, loco de alegra-. Estoy ardiendo! Cmo est usted? Me ha encendido! Me

oye, hroe de Austerlitz? Vamos a tomar una tercera botella de champn para

sofocar el fuego. El viejo soldado movi la cabeza, y dio vueltas a sus desorbitados

ojos de tal modo que yo esperaba verlos salirse de sus cuencas de un momento a

otro. Luego, apoy su sucio dedo ndice en un lado de su nariz rota, exclam

solemnemente Caf!, y corri de inmediato hacia una habitacin interior.

La palabra pronunciada por el excntrico veterano pareci tener un efecto mgico

sobre el resto de los all presentes. De comn acuerdo, todos se levantaron y se

marcharon. Quizs esperaban poder aprovecharse de mi borrachera, pero al ver

que mi nuevo amigo estaba benvolamente decidido a no dejar que me

emborrachara del todo, haban abandonado toda esperanza de prosperar

tranquilamente a costa de mis ganancias. Cualquiera que fuese la razn, el caso es

que salieron todos juntos. Cuando volvi el viejo soldado y se sent de nuevo a la

mesa frente a m, no quedaba nadie en la habitacin. Yo vea al croupier cenar solo

en una especie de vestbulo situado a unos pasos. El silencio era sepulcral. El

bravo ex-combatiente tambin haba experimentado un cambio repentino.

Adopt una mirada solemne y siniestra y, al hablarme otra vez, no profiri

juramentos, ni reforz su forma de expresarse con el chasquido de sus dedos, ni

tampoco la anim emitiendo apstrofe o exclamacin alguna. - Escuche, mi querido

seor -dijo en un tono misteriosamente confidencial-, escuche el consejo de un

viejo soldado. He hablado con la seora de la casa (una mujer muy encantadora y

con gran talento para la cocina!) para convencerla de que necesitamos que nos

haga un poco de caf bueno y bien cargado. Debe bebrselo para librarse de esa

jovial exaltacin de nimos antes de volver a casa. Debe usted hacerlo, mi buen y

afable amigo! Con todo el dinero que se va a llevar a casa esta noche, es su

sagrado deber recobrar la serenidad. Varios de los caballeros presentes esta

noche estn al corriente de sus extraordinarias ganancias. Puede decirse que se

trata de personas excelentes y muy respetables; pero son seres humanos, mi

querido seor, que tienen sus debilidades; debo decir ms? Claro que no! Usted

ya me entiende! As pues, esto es lo que debe hacer: pida un coche cuando se

recupere; una vez dentro, suba todas las ventanillas y diga al conductor que lo

lleve a casa, indicndole que vaya nicamente por calles anchas y bien iluminadas.

Siga mi consejo y usted y su dinero estarn a salvo.


Hgalo y maana agradecer a este viejo soldado el haberle dado un consejo de

amigo. Apenas haba terminado el bravo ex-combatiente su discurso de tono

lacrimoso, lleg el caf servido en dos tazas. Mi servicial amigo me pas una de

las tazas hacindome una reverencia. Me mora de sed, as que me lo beb todo de

un trago. Casi de inmediato, not que me entraba un mareo y empec a sentirme

completamente embriagado, como jams me haba sentido anteriormente. La

habitacin me daba vueltas sin parar; el viejo soldado estaba ante m y pareca

subir y bajar regularmente como si fuera el pistn de una mquina de vapor. Me

qued medio sordo a causa de un zumbido violento que sent en mis odos. Una

sensacin de total desconcierto, impotencia e idiotez se apoder de m. Me levant

de la silla, apoyndome en la mesa para no perder el equilibrio y, tartamudeando,

dije que me encontraba muy mal, tanto que no saba cmo iba a llegar a casa. - Mi

querido amigo -contest el viejo soldado, y tambin su voz pareca subir y bajar

conforme iba hablando-, mi querido amigo, sera una locura que se fuese a casa en

su estado. A buen seguro que perdera todo su dinero. Alguien podra robarle y

asesinarlo sin la menor dificultad. Yo voy a dormir aqu. Usted debe hacer lo

mismo. En esta casa tienen unas camas estupendas. Acustese y duerma hasta

que se disipe el efecto del vino. Maana, a plena luz, podr volver seguro a casa

con el dinero ganado.

Slo tena dos ideas fijas: una, que en ningn momento deba separarme de mi

pauelo lleno de dinero; otra, que deba tumbarme en donde fuese lo antes posible

para abandonarme a un sueo reparador. As que acept la propuesta de la cama y

me cog del brazo del viejo soldado, llevando el dinero en la mano que me quedaba

libre. Precedidos por el croupier, recorrimos varios pasillos y subimos por unas

escaleras que nos condujeron hasta el dormitorio que yo deba ocupar. El

excombatiente me sacudi suavemente con la mano, propuso que desayunsemos

juntos y, a continuacin, seguido por el croupier, sali de la habitacin para

dejarme dormir. Me precipit hacia el aguamanil y beb parte del agua que haba en

la jarra. Luego ech el resto en la palangana y sumerg la cara en el agua. Poco

despus me sent en una silla para intentar sosegarme. Al cabo de un momento

empec a sentirme mejor. El cambio de aire que experimentaron mis pulmones -de

la atmsfera ftida de la sala de juego al aire fresco de la habitacin que ahora

ocupaba- y el cambio de luz sufrido por mis ojos, casi igual de refrescante -de las

deslumbrantes luces de gas del saln a la plida y tranquila luz de una vela

encendida en el dormitorio- colaboraron a las mil maravillas con los efectos


reconstituyentes del agua fra. Ya no estaba mareado y poco a poco empec a

apreciar que recobraba la sensatez. El primer pensamiento que acudi a mi mente

fue el riesgo que supona pasar toda la noche en una casa de juego. El segundo

tena que ver con el todava mayor riesgo que entraaba intentar salir despus de

que la casa haba sido cerrada, y dirigirme solo y de noche a mis aposentos, por

las calles de Pars, llevando conmigo una gran suma de dinero. En mis viajes haba

dormido en sitios peores que ste, as que tom la determinacin de cerrar la

puerta con llave y pestillo, poner algn obstculo que impidiese la entrada y correr

el riesgo de quedarme all hasta la maana siguiente. As pues, me haba protegido

contra cualquier intrusin. Acto seguido mir debajo de la cama y dentro del

armario, y prob el cierre de la ventana. Luego, satisfecho de haber tomado todas

las precauciones necesarias, me desnud de cintura para arriba, coloqu la vela

-su luz era tenue- en el hogar entre un rastro de leves cenizas y me met en la

cama, con el pauelo repleto de dinero colocado debajo de la almohada. Pronto me

di cuenta no slo de que no poda dormirme, sino de que ni siquiera poda cerrar

los ojos. Estaba totalmente desvelado y tena mucha fiebre. Tena todos los nervios

alterados; todos y cada uno de mis sentidos parecan haber sido agudizados de

forma sobrenatural. Di vueltas y ms vueltas en la cama probando todas las

posiciones, esforzndome con insistencia por encontrar los extremos fros de la

cama. Todo fue intil. Si pona los brazos sobre las mantas, al poco rato los tena

otra vez debajo; si estiraba violentamente las piernas hasta el fondo de la cama,

inmediatamente las encoga de golpe hasta ponerlas lo ms cerca posible de la

barbilla; si sacuda la almohada arrugada, dndole la vuelta para ponerla del lado

fresco, la alisaba y luego me tumbaba tranquilamente, no pasaba mucho tiempo

antes de que, furiosamente, la doblase en dos y la apoyase verticalmente en la

cabecera de la cama para intentar adoptar la posicin de sentado. Todo esfuerzo

fue en vano. Emit un gruido de irritacin al percatarme de que me esperaba una

noche de insomnio. Qu poda hacer? No tena ningn libro para leer. Y, sin

embargo, a menos que encontrase algn mtodo para distraer mi mente, estaba

seguro de que mi estado me hara imaginar toda suerte de horrores; me

atormentara presagiando todos los peligros posibles e imposibles. En suma, iba a

pasar la noche sufriendo todas y cada una de las variantes imaginables del terror.

Me incorpor apoyndome en un codo y ech una mirada a la habitacin (estaba

iluminada por una encantadora luz de luna que penetraba directamente a travs de

la ventana) para ver si haba algn cuadro o adorno que pudiese distinguir con
claridad. Mientras mis ojos iban observando una pared tras otra, me vino a la

memoria el delicioso librito de Le Maistre, "Viaje alrededor de mi habitacin".

Decid imitar al autor francs y encontrar la ocupacin y el entretenimiento

suficientes que disminuyesen el aburrimiento provocado por mi insomnio. Para ello

hice un inventario mental de todas las piezas de mobiliario que poda ver, y rastre

hasta sus orgenes la multitud de asociaciones que incluso una silla, una mesa o

un aguamanil pueden traer consigo. La alteracin nerviosa de que en ese momento

era presa mi mente, hizo que me resultase mucho ms fcil llevar a cabo el

inventario que reflexionar sobre el tema, as que pronto abandon toda esperanza

de pensar en el imaginativo recorrido de Le Maistre o, a decir verdad, de pensar

siquiera. Me dediqu tan slo a observar los distintos muebles que haba en la

habitacin.

En primer lugar estaba la cama donde yo me encontraba; una cama con cuatro

columnas, lo ltimo que hubiera esperado encontrarme en Pars! S, una pesada

cama inglesa con cuatro columnas, con la tpica cubierta forrada de zaraza, la

tpica doselera rematada con flecos, las tpicas sofocantes y nada salubres

cortinas que record haber descorrido mecnicamente hasta las columnas, sin

apenas reparar en la cama, justo despus de entrar en la habitacin. Luego estaba

el aguamanil, con la parte superior de mrmol, del cual an goteaba sobre el suelo

de baldosas, cada vez ms lentamente, parte del agua que yo haba derramado a

causa de la precipitacin con que la haba vertido. A continuacin, dos sillas

pequeas donde haba arrojado el abrigo, el chaleco y los pantalones; a su lado, un

gran silln cubierto de bombas de un blanco deslucido, con mi corbata y el cuello

de la camisa apoyados en el respaldo; cerca de ste, una cmoda a la que faltaban

dos tiradores de latn, y sobre la que haba, a manera de adorno, un ostentoso

tintero roto de porcelana; despus estaba el tocador, decorado con un diminuto

espejo y un enorme acerico. A continuacin poda verse la ventana -una ventana

extraordinariamente grande- y un viejo y oscuro retrato que la dbil luz de la vela

apenas me dej ver. Se trataba del retrato de un hombre tocado con un sombrero

de copa espaol coronado por un penacho de altsimas plumas; un rufin de tez

morena, mirando hacia arriba atentamente -protegindose los ojos con una mano-

a lo que podra ser una alta horca de la que iba a ser colgado. De cualquier modo,

su aspecto era el de tenrselo bien merecido. El cuadro hizo que, en cierto modo,

yo tambin me sintiera impelido a mirar hacia arriba, al techo de la cama. Pero era

ms bien tenebroso y en modo alguno interesante, por lo que volv la mirada hacia
el cuadro. Cont las plumas del sombrero del retratado que sobresalan en relieve:

tres blancas y dos verdes. Observ la copa de su sombrero en forma de cono,

segn la moda que se supone impuso Guido Fawkes. Me pregunt qu estara

mirando. Las estrellas no podan ser, pues semejante forajido no era astrlogo ni

astrnomo. Tena que estar contemplando su propia horca momentos antes de ser

ejecutado. Se quedara el verdugo con su sombrero de copa cnica y con su

penacho de plumas? Volv a contar las plumas: tres blancas y dos verdes.

Mientras me demoraba en esta ocupacin harto enriquecedora e intelectual, mis

pensamientos empezaron a vagar sin que yo pudiese advertirlo. La luz de la luna

que iluminaba la habitacin me record otra noche de luna en Inglaterra, la noche

que sigui a una excursin al campo en cierto valle gals. Aunque no haba

pensado en esa excursin durante aos (y si hubiese intentado recordarla,

seguramente habra conseguido rememorar poco o nada de esa escena vivida

largo tiempo atrs), volvi a mi recuerdo todo lo acontecido en el viaje de vuelta a

casa, a travs de un hermoso paraje que la luz de la luna haca an ms

encantador. De todas las maravillosas facultades que contribuyen a reafirmarnos

en nuestra inmortalidad, cul revela esa suprema verdad ms elocuentemente

que la memoria? Aqu estaba yo, en una extraa casa de lo ms sospechosa, en

una situacin de incertidumbre e incluso de peligro que pareca dejar fuera de casi

toda consideracin el sano ejercicio de la memoria; sin embargo, segua

recordando, de modo absolutamente involuntario, lugares, personas,

conversaciones, pequeos detalles de todo tipo que yo crea olvidados para

siempre, que no podra haber recordado aun si lo hubiera deseado, incluso en las

circunstancias ms favorables. Y qu era lo que en un momento haba dado lugar

a este extrao, complicado y misterioso efecto? Tan slo algunos rayos de luz de la

luna penetrando por la ventana de mi dormitorio. Todava segua pensando en la

excursin, en nuestra alegra al volver a casa y en la joven sentimental que

recitaba el Childe Harold porque brillaba la luna. Me qued absorto en estas

escenas y diversiones pasadas cuando, de repente, el hilo del que pendan mis

recuerdos se rompi en pedazos: inmediatamente volv a centrar mi atencin ms

intensamente que nunca en las cosas que me rodeaban y me encontr, sin saber

por qu, mirando de nuevo fijamente el cuadro. Pero, qu estaba buscando? Dios

mo, el hombre se haba llevado el sombrero hasta la cara! No! El sombrero haba

desaparecido! Dnde estaba la copa cnica? Y las tres plumas blancas y las dos

verdes? No estaban all! En lugar del sombrero y las plumas, qu oscuro objeto
era aquel que ahora ocultaba su frente, sus ojos y la mano con que se cubra la

vista? Se estaba moviendo la cama?

Me acost boca arriba y mir a lo alto. Me haba vuelto loco? Estaba borracho?

Acaso estaba soando? Me senta mareado otra vez? O realmente estaba

descendiendo el techo de la cama lentamente, inexorablemente, silenciosamente,

horriblemente, justo sobre donde yo me encontraba tumbado? Pareci helrseme

la sangre. Una terrible sensacin de fro se apoder de m, dejndome paralizado,

al tiempo que revolva la cabeza en la almohada. Decid comprobar si era verdad

que el techo de la cama se estaba moviendo, para lo cual fij la mirada en el

hombre del cuadro. La siguiente mirada en esa direccin fue suficiente: el perfil

negro, sucio e insulso de la doselera de la cama se haba situado casi paralelo a la

cintura del retratado. No dejaba de mirar, asombrado. Y de forma constante y

lenta, muy lentamente, vi cmo la figura y el perfil del marco por debajo de ella

desaparecan a medida que la doselera iba descendiendo. Por mi naturaleza no soy

persona que se asuste fcilmente. En ms de una ocasin me he encontrado en

peligro de muerte sin haber perdido la serenidad en ningn momento. Pero, cuando

por vez primera tuve el convencimiento de que el techo de la cama se mova de

veras, cayendo sin parar sobre m, alc la vista estremecindome, impotente,

presa del pnico, debajo de aquella monstruosa mquina de matar que cada vez se

acercaba ms para asfixiarme donde estaba echado. Mir hacia arriba paralizado,

sin habla, sin aliento. La vela se haba consumido y con ella se haba extinguido la

poca luz que haba; no obstante, la habitacin segua iluminada por la luz de la

luna. El techo de la cama segua descendiendo sin detenerse, sin hacer el menor

ruido y, pese a ello, el pnico y el terror que senta parecan atarme ms

firmemente al colchn de la cama en que yaca. Cada vez estaba ms abajo hasta

que percib en toda su intensidad el olor polvoriento que despeda el forro del

baldaquino.

En ese decisivo momento, el instinto de supervivencia me sobresalt sacndome

del trance, y por fin me mov. Tuve el espacio suficiente para rodar hacia un lado

fuera de la cama. Justo cuando ca al suelo silenciosamente, el extremo del

baldaquino asesino me roz el hombro. Sin dejar de respirar profundamente y sin

haberme enjugado el sudor fro de la cara, me incorpor inmediatamente a la vez

que observaba el techo de la cama. Me tena literalmente hechizado. Si hubiese

odo pasos detrs, no podra haberme girado; si milagrosamente hubiese


encontrado un medio de escapatoria, no habra sido capaz de hacer un movimiento

para aprovecharlo. En aquel preciso instante toda mi vitalidad se concentraba en

los ojos.

Todo el baldaquino bordeado por el fleco descenda ms y ms, cada vez ms.

Tanto haba descendido que ahora no haba espacio para poner un dedo entre el

techo de la cama y el colchn. Me coloqu de lado y descubr que lo que desde

abajo me haba parecido el baldaquino ligero y corriente de una cama de cuatro

columnas, era en realidad un colchn amplio y grueso, oculto por la doselera y su

fleco. Al mirar arriba vi cmo las cuatro columnas se alzaban espantosamente

desnudas. En medio del techo de la cama se poda ver un gran tornillo de madera

que evidentemente haba ido bajando poco a poco a travs de un agujero

practicado en el techo de la habitacin, del mismo modo que actan las prensas

normales sobre el material escogido para ser comprimido. El espantoso aparato

haba funcionado con todo sigilo. Al bajar no se haba odo crujido alguno. Y

tampoco ahora se oa el ms mnimo sonido procedente de la habitacin de arriba.

Inmerso en un terrible y absoluto silencio, observaba ante m -en pleno siglo

diecinueve y en la civilizada capital de Francia- una mquina pensada para el

asesinato secreto por asfixia, tal como podra haber existido en los peores das de

la Inquisicin, o en las solitarias hosteras de las montaas de Hartz o en los

misteriosos tribunales de Westfalia. Sin embargo, al mirarla, empec a recobrar la

capacidad de pensar y enseguida pude descubrir en todo su horror la conspiracin

asesina urdida contra m: haban drogado el caf que yo haba tomado, y de qu

forma! Haba podido evitar perecer asfixiado gracias a que me haban administrado

una sobredosis de algn narctico. Cmo me haba irritado a causa del acceso de

fiebre que, en cambio, me haba salvado la vida al mantenerme despierto! Qu

imprudente haba sido al confiar en aquellos dos miserables que me condujeron

hasta la habitacin, decididos, para conseguir mis ganancias, a matarme mientras

dorma, utilizando el ms seguro y horroroso de los artefactos para eliminarme en

secreto! Cuntos hombres, ganadores como yo, habran dormido (tal como yo

haba sugerido dormir) en esa cama y no se haba vuelto a saber nada de ellos

nunca ms! Me estremec slo de pensarlo. Pero la visin del baldaquino asesino

movindose otra vez interrumpi cualquier reflexin. Despus de permanecer

sobre el colchn de la cama -tan estrechamente unidos que parecan un solo

objeto- unos diez minutos, empez a ascender de nuevo. Evidentemente, los

malvados que lo estaban controlando desde el piso de arriba crean que su objetivo
se haba cumplido. De la misma manera que aquel terrible techo de la cama haba

descendido lenta y silenciosamente, volvi a elevarse hacia su lugar de origen. Al

llegar a los extremos superiores de las cuatro columnas, alcanz tambin el techo.

No dejaba ver ningn agujero ni tornillo alguno. La cama recuper su aspecto

normal; el baldaquino era otra vez un baldaquino corriente, incluso para los ojos

ms desconfiados.

Ahora, por vez primera, pude moverme, incorporarme, vestirme de cintura para

arriba y pensar cmo podra escapar. Si haciendo el mnimo ruido revelaba que el

intento de asfixiarme haba fracasado, era hombre muerto seguro. Haba hecho ya

algn ruido? Escuch atentamente con la mirada clavada en la puerta. No, afuera

en el pasillo no se oan pasos; en la habitacin de arriba, ni la menor seal de

pasos. El silencio era absoluto por todas partes. Adems de cerrar la puerta con

llave y echar el cerrojo, la haba atrancado con un viejo cofre de madera que haba

encontrado bajo la cama. Resultaba imposible desplazarlo sin hacer algo de ruido

(se me hel la sangre al pensar en cul podra ser su contenido). Por otra parte, la

idea de escapar a travs de la casa, que ahora permaneca cerrada a cal y canto

por ser de noche, era una autntica locura. Slo me quedaba una posibilidad: la

ventana. A ella me dirig sigilosamente caminando de puntillas. Mi dormitorio

estaba situado en el primer piso, encima de un entresuelo, y daba a la calle de

detrs. Levant la mano para abrir la ventana, sabiendo que de esa accin

dependa totalmente la posibilidad de ponerme a salvo. Como es sabido, las Casas

de los Horrores siempre estn vigiladas. Si cruja el marco o chirriaba la bisagra,

estaba perdido. Deb emplear al menos cinco minutos -calculados en tiempo real,

aunque a m me parecieron cinco horas a causa de la ansiedad- en abrir la ventana.

Consegu hacerlo en silencio, con toda la destreza de un ladrn, y luego ech una

ojeada a la calle. Saltar la distancia existente entre la ventana y el suelo era casi

un suicidio seguro. A continuacin, mir a ambos lados de la casa. Por el lado

izquierdo bajaba una gruesa caera que pasaba cerca del borde exterior de la

ventana. En el momento en que vi la tubera supe que estaba salvado. Era la

primera vez que respiraba sosegadamente desde que viera el baldaquino de la

cama descender sobre m.

A otros hombres, el medio de escapatoria que acababa de descubrir les podra

haber parecido difcil y peligroso; para m, la perspectiva de deslizarme por la

tubera hasta la calle no me inspiraba el ms mnimo temor. Gracias a la prctica


de la gimnasia, haba conservado la energa de cuando era escolar para seguir

siendo un atrevido y consumado escalador. Por eso saba que la cabeza, las manos

y los pies me serviran fielmente para afrontar cualquier riesgo que presentara la

subida o la bajada. Ya tena un pie en el alfizar cuando de pronto record que me

haba olvidado el pauelo lleno de dinero debajo de la almohada. Bien poda

haberme permitido el lujo de dejarlo all, pero, por venganza, estaba resuelto a que

los bellacos de la casa de juego se quedaran sin su botn y sin su vctima. As que

volv a la cama y, con la corbata, at el pesado pauelo a mi espalda. Justo cuando

lo tena bien atado y colocado en un lugar cmodo, cre or la respiracin de

alguien detrs de la puerta. Al escucharla, sent que la glida sensacin del horror

recorra todo mi cuerpo de nuevo. Pero en el pasillo todava reinaba un silencio

sepulcral: slo haba odo la brisa nocturna colndose en la habitacin! Al cabo de

un instante estaba en el alfizar, y poco despus me agarr firmemente a la

caera con manos y rodillas.

Me deslic hasta la calle sin dificultad y en silencio o, al menos, eso me pareci.

Enseguida pens que deba acudir a una subprefectura de polica que saba que se

hallaba en las inmediaciones. Hacia ella me dirig a toda velocidad. All me

encontr con que, por casualidad, un subprefecto y varios hombres escogidos de

entre sus subordinados estaban de guardia, madurando, segn creo, algn plan

para descubrir al autor de un misterioso crimen del que todo Pars hablaba por

aquel entonces. Cuando empec a relatar mi historia, jadeante y en un francs

deficiente, pude advertir que el subprefecto sospech por un momento que yo no

era ms que un ingls borracho que haba robado a alguien. No obstante, fue

cambiando de opinin a medida que prosegu con la relacin de los hechos, y

mucho antes de que hubiese finalizado, meti todos los papeles que tena ante s

en un cajn, se puso el sombrero, me dio otro a m (yo iba con la cabeza

descubierta), dio rdenes de que dispusieran un pelotn de agentes y les pidi que

preparasen todas las herramientas necesarias para forzar puertas y levantar

suelos de terrazo; luego me cogi por el brazo del modo ms amigable y familiar

posible para conducirme con l fuera del edificio. Me atrevera a decir que cuando

el subprefecto era nio y lo llevaron por primera vez al teatro, no estaba la mitad

de contento que ahora con el caso que tena en perspectiva en la casa de juego.

Encabezando aquel formidable pelotn de policas, anduvimos el subprefecto y yo

varias calles, sin dejar por ello de interrogarme y felicitarme alternativamente.

Nada ms llegar a la casa, se apostaron centinelas en la fachada y en la parte


posterior. Varios agentes aporrearon violentamente la puerta. Una ventana se

ilumin. Yo haba recibido instrucciones de esconderme detrs del grupo de

agentes. Una nueva sucesin de golpes en la puerta fue seguida por el grito de

Abran en nombre de la ley!. Ante tan terrible requerimiento, una mano invisible

descorri los cerrojos e inmediatamente despus el subprefecto se situ en el

pasillo frente a un camarero a medio vestir y de una palidez cadavrica. Ambos

entablaron un corto dilogo: - Queremos ver al ingls que duerme en esta casa. -

Se march hace varias horas. - No seor, fue su amigo el que se march. l se

qued. Llvenos hasta su dormitorio! - Le juro, Seor Comisario, que no est aqu.

l...

- Y yo le juro, Seor Camarero, que s est. Durmi aqu y, como no encontr

cmoda la cama que le prepararon, vino a presentarnos sus quejas. Est aqu entre

mis hombres. Y aqu estoy yo, dispuesto a ver si encuentro alguna pulga en el

armazn de su cama. Renaudin! -dijo, llamando a uno de sus subordinados y

sealando al camarero-, detenga a este hombre y tele las manos a la espalda. Y

ahora, caballeros, subamos el piso superior. Todos los habitantes de la casa fueron

aprehendidos, y el viejo soldado, el primero. Despus de identificar la cama

donde haba dormido, nos dirigimos a la habitacin de arriba. No haba ningn

objeto que pudiese llamar la atencin. El subprefecto pase la mirada por la

habitacin; mand que todos permanecisemos en silencio; golpe el suelo con un

pie por dos veces; pidi una vela para inspeccionar el punto donde haba golpeado,

y orden que levantasen con cuidado el revestimiento del suelo en aquel lugar. La

operacin fue realizada en un abrir y cerrar de ojos. Al acercar la luz pudimos ver

una profunda cavidad formada por los cabios, entre el suelo de esta habitacin y el

techo de la de abajo. A travs de esta cavidad descenda perpendicularmente una

especie de caja de hierro muy engrasada, cuyo interior contena el tornillo que

comunicaba por debajo con el techo de la cama. Era de una longitud desmesurada

y haca poco que lo haban lubricado; las palancas estaban disimuladas con fieltro.

Todas las piezas superiores propias de una gran prensa (construida con diablico

ingenio para que encajase con los accesorios inferiores restantes y que al ser

desmontada ocupase el menor espacio posible) fueron descubiertas

progresivamente y colocadas sobre el suelo. No sin dificultad, el subprefecto

consigui armar el artefacto y, dejando que lo pusiesen en marcha sus hombres,

descendi conmigo al dormitorio donde yo haba pasado la noche. Poco despus,

bajaron el asfixiante baldaquino, pero no tan silenciosamente como yo lo haba


visto descender. Cuando se lo hice observar al subprefecto, su respuesta, aunque

simple, revel un terrible significado: - Es la primera vez -dijo- que mis hombres

hacen bajar el techo de la cama; los hombres a los que usted desplum tenan

mucha ms prctica.

Abandonamos la casa acompaados slo por dos agentes de polica, y all mismo

se dispuso que todos los inquilinos fuesen trasladados a prisin. Despus de dejar

mi declaracin en su oficina, el comisario me acompa al hotel para examinar mi

pasaporte. - Cree usted -le pregunt al entregrselo- que algn hombre ha sido

asfixiado realmente en esa cama, tal como intentaron asfixiarme a m? - He visto

decenas de hombres ahogados extendidos en el depsito de cadveres -contest el

subprefecto-, en cuyas billeteras hallamos cartas donde se lea que se haban

suicidado en el Sena por haber perdido todo su dinero en la mesa de juego.

Cuntos de ellos estuvieron en la misma casa de juego que usted? Cuntos

ganaron como usted, durmieron en la misma cama que a usted le ofrecieron,

fueron asfixiados en ella y luego arrojados por alguien al ro, junto con una carta

explicativa escrita por los asesinos y colocada en sus billeteras? Nadie podr

saber si fueron muchos o pocos los que sufrieron el destino del que usted ha

podido escapar. Las personas de la casa de juego consiguieron mantener en

secreto la maquinaria del armazn de la cama, esquivando incluso a la polica! Las

vctimas se llevaron consigo el resto del secreto. Buenas noches, o mejor, buenos

das, seor Faulkner. Le espero de nuevo en mi oficina a las nueve en punto;

mientras tanto, hasta la vista!

El resto de mi historia se puede contar brevemente. Fui interrogado una y otra vez;

la casa de juego fue minuciosamente registrada de arriba abajo; los prisioneros

fueron interrogados por separado, y dos de los menos culpables confesaron que el

viejo soldado result ser el dueo de la casa de juego. La polica pudo averiguar

que haba sido expulsado del ejrcito haca aos por vagabundo, y que desde

entonces haba cometido toda suerte de fechoras; que posea objetos robados,

identificados por sus autnticos propietarios; y que l, el croupier, otro cmplice y

la mujer que me haba preparado la taza de caf, compartan el secreto del

armazn de la cama. Al parecer, existan razones para dudar de que las personas

del servicio de la casa estuvieran al corriente de la maquinaria asfixiante, y se

beneficiaron de esta duda siendo tratados como ladrones y vagabundos. En cuanto

al viejo soldado y sus dos principales secuaces, fueron condenados a galeras; la


mujer que haba drogado mi caf fue enviada a prisin por un perodo de aos que

no recuerdo; el personal permanente de la casa de juego fue considerado

sospechoso y puesto bajo vigilancia; y por lo que a m respecta, me convert,

durante toda una semana -lo cual es mucho tiempo- en la celebridad de la sociedad

parisiense. Mi aventura fue adaptada al teatro por tres ilustres dramaturgos, pero

nunca fue puesta en escena porque la censura prohibi la colocacin en el

escenario de una rplica perfecta del baldaquino de la cama de la casa de juego.

Sin embargo, mi aventura tuvo un resultado positivo que cualquier censura habra

aprobado: me cur para siempre de la tentacin de jugar al "rojo y negro". De

ahora en adelante, la visin de barajas y pilas de dinero sobre un tapete verde

estara asociada para siempre en mi mente con la visin de un baldaquino

descendiendo para asfixiarme en medio del silencio y la oscuridad de la noche.

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