Revista Historica Universidad 1 1

AO I. DICIEMBRE 1907. N.
*^ I
REVISTA HISTRICA
DE LA
UNIVERSIDAD
Peridico trimestral publicado por la Universidad
XlKECCIOJSr :
Carlos Mara de Pena, Manuel Herrero y Espinosa, Juan Zorrilla de San

Martn, Jos Enrique Rod, Francisco J. Ros, Lorenzo Barbageiata, Daniel
Garca Acevedo, Carlos OnetoyViana, Orestes Arajo, Jos Pedro Vrela,
Jos Salgado.
ireccin interna:
Lus Carve
MONTEVIDEO
Imprenia El Siglo Ikisirado, de Marino y Caballero
23 CALLE 18 DE JULIO 23
1907
PROSPECTO
La REVISTA HISTRICA DE LA UNIVERSIDAD, iniciada

por el ilustrado Rector doctor Eduardo Acevedo j autoriza-
da por resoluciones superiores, se propone, llenando sin duda
en la literatura histrica un vaco sensible, hacer conocer los
sucesos anteriores y posteriores 1810, por medio de la pu-
blicacin de documentos inditos casi ignorados, y de toda
clase de materiales que sean tiles para la historia social,
econmica, poltica, militar, literaria y fsica de la Repbli-
ca y que han de servir de base la que alguno ha de tra-
zar en lo futuro.
Buscar exhibir con ellos, en su integridad indiscuti-
ble, para enseanza de las generaciones y como estmulo
los que ya viven en el movimiento que se opera en el cam-
po ilustrativo del pasado, la tradicin de nuestra naciona-
lidad desde que fu una posesin espaola hasta que el
proceso de su evolucin tom las formas de un organismo
libre y progresivo.
Para satisfacer las exigencias de este propsito patri-
tico, la direccin de la REVISTA HISTRICA DE LA UNIVER-
SIDAD contar con el caudal copioso que le proporcionarn
los archivos que han salvado en manos de coleccionistas
distinguidos, aficionados al estudio del pasado, algunos ri-
cos en manuscritos, de verdadera importancia, que la Uni-
versidad Nacional adquirir por donaciones compras rea-
lizadas con dinero de que dispone desde luego. La R E V I S -
TA HISTRICA DLA UNIVERSIDAD aparecer cuatro veces en
6 REVISTA HISTRICA
-el ao, formando un volumen de 800 pginas el tomo co-

rrespondiente cada trimestre.
Los documentos que se publiquen en la REVISTA irn
acompaados de los comentarios y explicaciones que exi-
jan por su naturaleza para la perfecta inferencia de la ver-
dad, debiendo obedecer un estricto sentimiento de pro-
bidad.
Tambin tendan cabida en la REVISTA HISTRICA DE LA
UNIVERSIDAD, las biografas de los orientales y extranjeros
que se hicieron dignos de la recordacin consagrando el es-
fuerzo de su voluntad las revoluciones emancipadoras de
la tierra, las dotes de la inteligencia la transformacin
institucional, que se caracterizaron por rasgos de in-
tuicin, de virtud y de trabajo fructfero para la Nacin.
As como las vidas de los que alcanzaron las alturas en
alas de la superioridad intelectual y moral, sern igualmen-
te admitidas en estas pginas las fisonomas de los que con
sus extravos malas cualidades, actuaron en las etapas
convulsas, de desconcierto poltico-social, que ha sufrido
el pas.
Para apreciar los personajes que merezcan que sus
nombres sean inscriptos en las pginas de la REVISTA H I S -
TRICA DE LA UNIVERSIDAD, y en el vivo anhelo de la Direc-
cin de ajustarse la justicia y la verdad, consultar, en
cada caso, correspondencias originales, impresos, peridicos,
manuscritos, noticias ntimas, autobiografas inditas que
ella ha de poseer; demandando de sus colaboradores que
fundamenten, dentro de una absoluta prescindencia del in-
ters de los partidos histricos, sus biografas monogra-
fas en la investigacin prolija en el documento que ha-
ble de manera elocuente, lo mismo para ensalzar que para
censurar las condiciones de sujetos de representacin.
Al lado del documento y de la biografa, con nimo de
cooperar de todas maneras al desarrollo de la literatura
histrica, sern acogidos en la REVISTA, los trabajos de cr-
tica y las composiciones de ciencia social que digan relacin
nuestro pas, sin que el escritor, sea el que fuere, tenga
DE LA UNIVERSIDAD /
en la emisin de sus opiniones acerca de lo que fu j de

los hombres, otras limitaciones que no sean la correccin
en la forma y la solidez en la informacin.
En cada aniversario del 19 de abril de 1825, 25 de
mayo de 1810, 18 de julio de 1830 y 25 de agosto de
1825, que coincida con la aparicin de la REVISTA, se pu-
blicar un estudio del acontecimiento, redactado por un
miembro de la Direccin por alguno de los ilustrados
cooperadores que han ofrecido su valioso concurso, y en los
que como no sern slo trabajos narratorios, el autor ten-
dr completa libertad de apreciacin sin que de estos se
entienda hacerse solidaria la REVISTA.
La Direccin de la REVISTA, creada por resolucin del
Consejo Universitario, ser presidida por el doctor Carlos
Mara de Pena, y sus atribuciones principales son las si-
guientes: 1 Decidir por mayora sobre la admisin re-
chazo de los documentos, biografas estudios histricos
que sean presentados para su publicacin; 2. Velar por la
buena impresin y administracin de la REVISTA; S.*" Pro-
veer las necesidades del peridico, dictando las medidas
que sean conducentes sus fines.
Para el mayor acierto, brillo y desarrollo de la R E -
VISTA, la Direccin se dividir en tres secciones, siendo
del presidente la facultad de distribuir las tareas; la prime-
ra seccin tendr su cargo el examen, comentario y ex-
plicacin de los documentos que se inserten en el peridi-
co; la segunda el anlisis de las biografas, memorias y tra-
bajos histricos; y la tercera el estudio de la bibliografa,
al que la REVISTA ha de consagrar algunas columnas, con
el fin de sealar la atencin del publico lo que salga de
nuestras imprentas de las extranjeras en lo referente la
historia americana y nacional, ya sea en forma de libro
de folleto. Con la seccin bibliogrfica terminar cada
numero de la REVISTA.
Las secciones debern someter el documento, biografa
trabajo cientfico literario, la Direccin para que ella
ordene su publicacin.
REVISTA HISTRICA
En la aifrninistracin y Direccin interna de la R E V I S -

TA i**egirn las disposiciones que la Direccin dicte para ase-
gurar la buena preparacin del peridico y la conservacin y
Custodia de los documentos depositados y los libros.
%
Fundacin de la Universidad ^^^
A la memoria de mi querida nieta MARGARITA P A -

LOMEQaB BARROS dedico estas pginas escritas ptc
calmar el dolor de su ausencia.
Ya en otra ocasin, como resulta de mi estudio titulado

El doctor do7i Jaime Estrzulas y el ambiente educa-
cional, puse de manifiesto cmo se haba desarrollado el
pensamiento de la instruccin primaria en la Repblica.
Los ciudadanos dirigentes, como Larraaga, Antua, Vz-
quez, Anaya y otros, no descuidaron esta faz social. Tra-
taron, por todos los medios, de difundir la educacin entre
(1) La Direccin de la REVISTA ha tenido desde el primer momen-

to el pensamiento de ofrecer los lectores la historia de la Universi-
dad de Montevideo, para que la juventud que busca en sus aulas el
beneficio de las ciencias y fortalecer la intuicin de la justicia, con-
vierta la mirada las nobles enseanzas del pasado. Solicitada del
doctor Alberto Palomeque la colaboracin para el peridico, este pu-
blicista envi el estudio informado con que honramos estas columnas.
A la Direccin interna de la REVISTA pertenecen las Apuntaciones bio-
grficas de loa hombres que, atentos al porvenir, crearon inauguraron
la institucin y le prestaron, en los primeros das, su capacidad y su
prestigio. En los nmeros siguientes insertaremos las que, por falta
de espacio, no se han incorporado al presente, y las de los estudian-
tes que contribuyeron al brillo de la festividad del 18 de julio
de 1849: Palomeque, Antua, Prez Gomar, Acua de Figueroa,
Ferreira y Artigas, Araucho, Muoz, J, A. Vrela, Villegas, Besnes
Irigoyen, Herrera y Obes, L. y N .
10 EEVISTA HISTRICA
la masa del pueblo, sin distincin de raza ni de color. Obe-

decan, en este ltimo caso, la idea que los haba llevado,
desde un principio, al proclamar la abolicin de la esclavi-
tud y dar al descendiente del africano, y ste mis-
mo, la libertad social de donde fluira su libertad pol-
tica. No es cierto, pues, como algn escritor lo ha afir-
mado, el doctor don Adolfo Baldas que la aboli-
cin de la esclavitud hubiera aparecido en el pas como
un recurso supremo de los hombres que en 1842 se ence-
rraron dentro de la plaza de Montevideo para defenderse
de la tirana de Rosas. Ese pensamiento,que naci con la
revolucin de 1810, teniendo su manifestacin elocuente
en la ley del congreso de Tucumn, en 1813, lo menos
como una aspiracin nacional, pues sucesos posteriores no
permitieron su desarrollo completo,vise inscripto, con le-
tras de oro, en las primeras resoluciones adoptadas desde los
albores de la independencia por los hombres de la pro-
vincia uruguaya. Ellos haban fundado la Biblioteca Na-
cional en medio la guerra con el conquistador; y, como
si respondieran la histrica frase de Artigas, de que los
orientales fueran tan ilustrados como valientes, establecan
escuelas primarias en toda la Repblica, y utiHzaban, desde
ese momento^ los trabajos que los padres franciscanos haban
reahzado desde sus celdas en el sentido de la educacin.
De ah que colocaran al benemrito religioso don Jos Be-
nito Lamas al frente de la escuela de latn la espera
de la ley sobre creacin de la universidad, que se dictara
una vez que los tiempos lo permitieran. Para no citar, en-
tre otras resoluciones, sino aquellas ms conocidas, basta
invocar el decreto de 10 de mayo de 1827 que cre las
escuelas pblicas en los pueblos de campaa; el de 22 de
octubre del mismo ao, estableciendo la condicin de ser
vacunado para optar la enseanza en dichas escuelas; la
ley de 22 de enero de 1830, que ampH la de 7 de sep-
tiembre de 1825, declarando libres todos los que nacie-
ran en el estado y prohibiendo el trfico de esclavos y su
introduccin en todo el territorio, de pas extranjero; las le-
DE LA UNIVERSIDAD 11
yes de 11 de mayo de 1829 recomendando al gobierno el

establecimiento de una biblioteca pblica, y de 11 de junio
de 1833 creando la universidad de la repblica; y el de-
creto de octubre 3U de 1834 fomentando una escuela de ni-
as de color, libres libertas, en donde se ensearan ru-
dimentos de religin, escritura, costura, planchado y toda
especie de grangera domstica.
II
Dada la especialidad de este captulo, basta, los efec-

tos de lo expuesto, las generalidades de la referencia. Con
ello se demuestra que nuestros predecesores no fueron in-
sensibles al sentimiento de la educacin. Ahora, detenin-
donos en lo que respecta nuestro objeto, que es el de re-
latar lo que se relaciona con la fundacin de la universi-
dad de la repbhca, daremos una idea de las leyes y de-
cretos que sirvieron para establecerla definitivamente en el
magno acto de su inauguracin, el 18 de julio de 1848,
as como tambin noticia histrica de lo relativo al Insti-
tuto de Instruccin Pblica, ntimamente vinculado al des-
arrollo de la enseanza secundaria y superior.
La ley de junio 11 de ] 833, suscripta por don Francis-
co Antonino Vidal, como presidente de la cmara, y don
Miguel A. Berro, como secretario, fu promulgada por el
presidente interino, don Gabriel Antonio Pereira, y su mi-
nistro don Santiago Vzquez. Ella estableca que habra
un preceptor de latinidad, una ctedra de filosofa, de juris-
prudencia, de matemticas, de economa poltica, dos de
medicina y dos de ciencias sagradas, siendo la dotacin del
preceptor de latinidad la de ochocientos pesos al ao y las
dems ctedras mil pesos cada una. El presidente de la
repblica quedaba autorizado para proveer esos empleos
con sujetos de idoneidad y probidad acreditadas, cuando lo
requiriera un nmero suficiente de alumnos, durando los
profesores en sus empleos mientras tuvieran discpulos y
12 REVISTA HISTEIOA
buena comportacin. Las materias de enseanza, duracin

de sus cursos y formas provisionales para el arreglo inte-
rior y exterior de las clases, se hara en un proyecto de
reglamento que el gobierno presentara la sancin de
las cmaras, debiendo erigirse la universidad por el pre-
sidente de la repblica luego que el mayor numero de
las ctedras referidas se hallasen en ejercicio, de lo que
deba darse cuenta la asamblea general con un proyecto
relativo su arreglo.
Como se ve, esta ley, dictada durante la administracin
del general Rivera, no iba tener una aplicacin inmediata,
porque su ejecucin dependa de la existencia de los alum-
nos, los que, por el momento, no seran muy numerosos. Por
eso, tanto la provisin de la ctedra como la ereccin de la
universidad, estaban sometidas aquella circunstancia.
Llamaba la atencin el punto constitucional, que, desde
luego, aunque sin discutirse especialmente, all quedaba re-
suelto, referente la intervencin del cuerpo legislador en
lo relativo la confeccin de las materias de enseanza,
duracin de sus cursos y formas para el arreglo interior y
exterior de las clases. El cuerpo legislativo, estar esta
ley, la que en este punto sera modificada con el andar del
tiempo, porque as lo aconsejaran la experiencia y el buen
criterio, se avocaba la facultad de entrar confeccionar, di-
remos as, hasta los programas de las materias que debie-
ran ensearse. Olvidbase que esto debiera estar reservado
al consejo universitario, como se ha hecho con posteriori-
dad, reconocindose as la buena doctrina. Sin duda este
error provena de considerar que esa autorizacin legis-
lativa estaba comprendida en el inciso tercero del artculo
diez y siete de la constitucin, en el que se dispone que la
asamblea general compete expedir leyes relativas al fo-
mento de la ilustiâcia. Esto importaba dar un alcance
muy extenso al precepto constitucional. Decir que el cuer-
po legislativo dicta las leyes relativas al fomento de la
ilustracin, no importaba afirmar que debiera intervenir
en lo referente la organizacin de las ctedras creadas
DE l.A UNIVERSIDAD 13
por ellas; todo lo cual es obra exclusiva del poder admi-

nistrador, por intermedio de sus oficinas cientficas y ase-
soras. Crear la ctedra y presupuestarla es la sola materia
legislativa, pues, no ser as, el parlamento se convertira
en una academia cientfica donde se discutiran hasta los
arduos sistemas filosficos.
III
Terminada la administracin del general Rivera, vino la

del general don Manuel Oribe. Durante sta, su ministro
de gobierno, don Juan B. Blanco, tir un decreto, de acuer-
do con aquella ley, instituyendo y erigiendo la casa de es-
tudios generales, en la capital, con el carcter de universi-
dad mayor de la repblica y con el goce del fuero y juris-
diccin acadmica; debiendo la composicin y organizacin
de aqulla reglamentarse en un proyecto de \ej someterse
inmediatamente a la sancin de las honorables cmaras.
Se fundaba ese decreto en el xito de los ensayos ya
obtenidos en la casa de estudios generales, creada por la
ley mencionada. Deca que aqulla haba correspondido
satisfactoriamente las esperanzas del gobierno y de la na-
cin, demostrando la necesidad de colocar la juventud
nacional en aptitud de dar al orbe literario mayores testi-
monios de su ilustracin y de sus progresos en el cultivo
de ios conocimientos humanos; que era llegado el caso de
hacer efectiva la autorizacin conferida al poder ejecutivo
por aquella benfica ley; que las exigencias que ya senta
la sociedad hacan palpable la urgencia de dilatar ms la
esfera intelectual de la juventud, suministrndole estudios
ms conspicuos y dignos de los servicios que la patria re-
clamara de ella algn da; que por ello, y en cumplimiento
de lo dispuesto en el artculo 13 de la citada ley de 1833,
haba venido el poder ejecutivo en acordar y decretar aqu-
lla del modo ms solemne.
Durante esa misma administracin se remiti la asam-
14 REVISTA HISTRICA
blea general el reglamento de estudios y organizacin de

la enseanza, confeccionado en febrero 17 de 1836 por
los seores Pedro Somellera, Florentino Castellanos y Cris-
tbal Echeverrarza, el cual haba sido aprobado por el se-
or ministro don Francisco Llamb, en febrero 22 del
mismo ao, nombrando los catedrticos que deban dirigir
las aulas. La Asamblea lo sancion en 7 de junio de 1837.
El poder ejecutivo de la poca, como se ve, daba aquel
decreto, que -llevaba la fecha de 27 de mayo de 1838, ca-
rcter de solemnidad, reconociendo as la importancia y
trascendencia que atribua al desarrollo de la educacin. Es
verdad que el gobierno que tal decreto daba no estaba co-
mo para ocuparse de asuntos escolares, desde que tena en-
cima el movimiento revolucionario del general Rivera,,
quien, los quince das, se presentaba vencedor en la bata-
lla del Palmar. Esto no obstaba para que ese propio gobier-
no, cuatro das antes de esta jornada, el 11 de junio de
1838, promulgara la ley que estableca una academia tc-
nico-prctica de jurisprudencia, por medio de la cual los
alumnos de derecho del ao 38, que hubiesen ganado los
respectivos grados con sujecin al reglamento de estudios,
quedaban habilitados para recibirse de abogados los do
aos de su incorporacin; mientras en los cursos sucesivos
la prctica en la academia sera de tres aos, independiente
de los determinados para los estudios.
Apenas triunfante la revolucin de 1838, se constituy la
academia de jurisprudencia por el tribunal superior de
justicia, designndose, por el doctor don Jos Ellauri,
ministro de gobierno, el da 2o de mayo de dicho ao, pa-
ra su solemne apertura.
Aquellas leyes de 7 de junio de 1837 y de junio 11 de
18)i8, como asimismo el decreto de 27 de mayo de este
ltimo ao, seran nominales, pues el pas no estaba en con-
diciones para ocuparse de la ereccin de la universidad. En
efecto, el 9 de julio la asamblea general facultaba al gobier-
no para abrir negociaciones de paz con el jefe de los disi-
dentes, como as se deca, del resultado de las cuales dara
*~^
cutnta el poder ejecutivo. Este, al da siguiente, nombraba

una comisin compuesta de los seores Joaqun Surez,
Juan Mara Prez y Carlos G. Villademoros para que se en-
tendieran'con el jefe de la revolucin. El derrumbe empez,
y es sabido que en octubre 24 de ese mismo ao caa el
general Oribe y lo sustitua el general vencedor.
IV
La situacin creada en el pas trajo la complicacin conr

el gobernador de Buenos Aires, don Juan Manuel de Ro-
sas, impidiendo que los hombres que entraban actuar en la
nueva poca prestaiau al pas el eminente servicio de poner
en prctica las leyes y decretos respectivos de 1833,37 y 38.
Pero, una vez que la plaza de Montevideo se consider ase-
gurada contra los ataques de sus enemigos, Rosas y Oribe,
que la sitiaban, sus hombres intelectuales, cuyo frente se
encontraba, como ministro de gobierno y relaciones ex-
teriores, el doctor don Manuel Herrera y Obes, compren-
dieron que slo en el desarrollo de la educacin podra en-
contrarse el bienestar general del pas.
En su consecuencia, se cre el Instituto de Instruccin
Publica, por decreto de septiembre 18 de IS'^-?, encargado
de promover, difundir, uniformar, sistematizar y metodizar la
educacin pbHca, y con especialida:d la enseanza primaria.
Tena las ms amplias facultades, entre las cuales, por su
especialidad, merece recordarse la que le autorizaba vi-
gilar cuidadosamente la observancia del ms perfecto acuer-
do entre la enseanza y las creencias polticas y religiosas
que sirven de base la organizacin social de la rep-
blica.
Esta facultad surga de uno de los considerandos del de-
creto, en el que se deca: que el cuidado de su desarrollo,
de su apHcacin y de su tendencia, no puede ser, pues, la
obra de la especulacin, de las creencias individuales de
los intereses de secta. Esa atribucin es exclusiva de los
l(j REVISTA HISTRrCA
gobiernos. Mandatarios nicos d,e los pueblos que represen-

tan, es ellos quienes est confiado el depsito sagradp,
de los dogmas y principios que bgsan la existencia d^ la
sociedad que pertenecen: de ellos ôlos es la responsabili-
dad, y ellos son, por consiguiente, IQS que tienen el forzoso
deber de apoderarse de los sentimientos, de las ideas, de los
instintos y an de - las impresiones del hombre desde que
nace, para vaciarlos en las condiciones y exigencias de su
asociacin. De otro modo no puede existir el civismo^ esa
armona social sin la que no hjy orden, tranquilidad, fuerza
ni vida para los estados.
No poda llevarse ms lejos el pensamiento del desarrollo
de la educacin. En ese decreto nb se Jiaca sino sostener el
principio de la enseanza obligatoria, prohijado hoy por to-
das las naciones adelantadas. ^1 gobierno estaba tan con-
vencido de la importancia y trascendencia de la obra que
realizaba, que, al finalizar los fundamentos de sus decretos,
declaraba que en aquel concepto estaba decidido forman
de ese cuidado el primero que contraer sus conatos
vs despus del de la salvacin y seguridad de la rep-
blica.
El Instituto servira de cuerpo consultor, siendo su presi-
dente nato el ministro de gobiernQ, quien conocera en to-
das las reclamaciones que originaran- sus'decis,iones. El nu-
mero de socios fundadores sera de diez, no pudiendo pasar
de doce. Adems, poda tener socios supernumerarios, ele-
gidos por los fundadores, con conocimiento y aprobacia
del ministro. Sus sesiones deban celebrarse en la sala del
museo en la de la biblioteca pblica.
Los primeros socios fundadores nombrados por ese de-
creto, cuyos nombres, sin que sepamos por qu motivo, se
han suprimido en la Coleccin Legislativa del doctor Ma-
tas Alonso Criado, fueron los siguientes: Francisco Ara-
cho, Andrs Lamas, Florentino Castellanos, Luis Jos 4^,
la Pea, Fermn Ferreira, Enrique Muoz, Cudido Jua.ni-
c, Jos Mara Muoz, Esteban Echeverra y JuaU; Ma-
nuel Besnes Irigoyen.
DB LA UNIVERSIDAD 7
De acuerdo con las facultades que le haban sido confe-

ridas, el Instituto nombro para presidente al doctor don
Luis Jos de la Pea y para secretario don Jos G. Palo-
meque, dndose en seguida su constitucin pravisional. El
Instituto tena como objeto transitorio, hasta que se erigie-
ra la universidad, inspeccionar la enseaUZa secundaria y
cientfica establecida por la ley de 11 de junio de 1833,
por lo que sus atribuciones se dividan en permanentes y
provisionales, siendo un cuerpo supletorio de la universi-
dad . crearse, por aquella ley, en la que estaba fundado el
reglamento de estudios aprobado por las honorables t-
maras en 30 de junio de 1837 y di(âdo por el gobierr^
n febrero 22 de 1830. 0)
. Iniciado este movimiento, el doetor don Luis Jos de la

Pea lo secund desde las filas populares. No haba en la
capital ms que treinta y dos escuelas privadas, lo que da
Tina idea del estado lamentable de la educacin. Ese digno
sacerdote 9,bri un colegio denominacio El Gimnasio Na-
ionaL Sus cl|ises empezaron funcionar tan slo con siete
alumnos, y cuando riudieroo examen, al ao siguiente, pre-
sentaba el hermoso espectculo de cerca de trescientps estu-
diantes, cuyo frente se encontraban, como maestros, ade-
ptas del director, los seores don Pedro Pico, Montafier,
Vincent, Vzquez y Aguiar, habiendo abarcado la ensean-
za no slo primaria sino la superior de los idiomas latino,
ingls y francs; la del dibujo de paisaje y la de filosofa y
matemticas. C-) El acto del examen fu presidido por los
seores ministros de gobiernoy hacieada juntamente -ôu
los miembros del Insdtuto.
(li Artculo 4.'' del Reglamento de fecha marzo 6 de 1848.

2) El Comercio del Piala^ 20 de julio de 1848.
-R, H. Df LA U-2, ' > --f-'
18 REVISTA HISTRICA
Los acontecimientos polticos y sociales haban aproxi-

mado estos tres hombres llamados Herrera y Obes, Penar
y Palomeque. Los tres posean condiciones de carcter,
desinters y abnegacin. En el trato ntimo se penetraron
y confundieron sus fuerzas. El primero conceba como jefe
de gobierno; el segundo como fuerza popular y el tercero
ejecutaba y desarrollaba en la accin lo que los dos prime-
ros haban preparado en la mente. Este ltimo careca
de ttulo acadmico, pues las vicisitudes polticas,la
mazotca de Rosas,le haban impedido continuar sus
estudios profesionales, iniciados en la universidad de
Buenos Aires, donde haba rendido sus exmenes y si-
do aprobado, segn consta de los documentos que pre-
sent al consejo universitario de Montevideo para optar
al ttulo de bachiller, hacindosele una concesin aten-
to sus servicios la causa de la enseanza. De ese tra-
to ntimo surgi la unin de las fuerzas, tirndose el decre-
to de julio 14 de 1849, que, por fir^ iba abrir verdadera-
mente las puertas de la universidad de la repblica la
juventud, ansiosa de instruirse, poniendo as en ejecucin*
las leyes de 11 de junio de 183.^y 30 de junio de 1837 y el
decreto de 27 de mayo de 1838, obra de las administracio-
nes presididas por los generales'don Fructuoso Rivera y
don Manuel Oribe.
, -
La ciudad de Montevideo se encontraba sitiada, desde

haca cerca de siete aos, por las fuerzas comandadas por
el ltimo mihtar citado. Los hombres que se encerraban
dentro de la plaza miraron su alrededor y slo vieron una
juventud educada en la escuela de Ja violencia, que no
aprenda sino exaltar el culto del valor personal sin
despertar la fibra legal. Ya tenan el Instituto de
Instruccin Pblica 'y el Gimnasio Nacional y el Co-
legio Nacional del doctor Pea. En estos dos ltimos
se educaba la juventud de la poca, de ambas orillas
del Plata, apareciendo entre ella los- nombres de Adolfo
Alsina, Laudelino Vz^quez, Nicols Herrera, Gregorio
Prez Gomar y otros tantos. Los colegios particulares
DE LA UNIVEKSIDAD 19
no eran bastantes para llenar aquel fin social que se

haba referido el doctor don Manuel Herrera y Obes al dar
vida al Instituto de Instruccin Pblica. Y entonces, fin
de abrirle nuevos horizontes aquella juventud y llenar el
propsito en que haban comulgado las personalidades po-
lticas de ambas colectividades, el dicho doctor Herrera y
Obes quiso solemnizar de una manera digna el aniversario
de la jura de la constitucin; y la universidad se inaugur
definitivamente el 18 de julio de 1840, presidido el acto
por el presidente de la repblica don Joaqun Surez,
acompaado del ministro de gobierno y relaciones exte-
riores, superior tribunal de justicia, jueces de prime-
ra instancia, consejo de estado, vicario apostlico, ins-
tituto de instruccin pblica, autoridades civiles y milita-
res, doctores y graduados en diversas profesiones cientfi-
cas y directores de establecimientos de educacin habilita-
dos.
El acto tuvo lugar en la iglesia de San Ignacio, la una
de la tarde del expresado da. Ocupado el asiento que le
estaba destinado al seor Surez, orden que por el oficial
I.'' del ministerio de gobierno y secretario del Insti-
tuto de Instruccin Pblica, seor Palomeque, se leyera la
ley que mandaba erigir la universidad y los decretos dados
en consecuencia.
El seor Surez dijo, en ese solemne instante, puesto de
pie: La universidad mayor de la repblica queda insta-
lada. Este acto decretado ha ms de once aos tiene lugar
en los ms crticos y solemnes momentos de la repblica.
La Providencia ha querido reservarme ese honor y esa sa-
tisfaccin. Ella es una de las gratas mi corazn. La pos-
teridad, sin duda, colocar ese acto entre los ms preciosos
monumentos del sitio de Montevideo. Quiera el Todopode-
roso colmar mis ms fervientes votos haciendo que mis es-
fuerzos contribuyan que la repblica asegure y consolide
sus libertades y su existencia en el saber y la virtud.
El presbtero don Lorenzo A. Fernndez, vicario apost-
lico, nombrado rector de la universidad, presta juramento en
20 REVISTA HISTRICA
se acto, manifestando que la inauguracin solemne de la

universidad, dando nuevos estmulos y nuevos medios de
propagacin la ciencia, contribuira consolidar esas mis-
mas glorias, fundndolas sobre la religin y enriquecindo-
las con las virtudes cristianas de los ciudadanos; porque sin
virtudes no hay verdadero patriotismo ni verdadera gloria;
y slo la religin divina y santa de Jesucristo es la que nos
ensea la verdadera virtud y nos hace adquirirla.
Luego hicieron uso de la palabra el seor don Domingo
Cobos, vicerector del Colegio Nacional, el seor don Lindolfo
Vzquez, profesor de enseanza primaria en el mismo, y un
alumno por cada clase de estudios en dicho establecimiento,
destacndose en sus alocuciones los jvenes Lucas Herre-
ra, Octavio Pico, Nicols Herrera, Jacobo Vrela y Berro,
Gregorio Prez Gomar y Fermn Ferreira (hijo), quien pu-
80 en manos del seor ministro de gobierno una composi-
cin potica titulada: A mi Patria: el 18 de julio, y una
traduccin en verso de la cancin de Berauger: Honneur
aux enfanU de la Fvance.
Lucas y Nicols Herrera y otros estudiantes entregaron
en ese acto al presidente de la repblica don Joaqun Su-
rez un plano del territorio, confeccionado por ellos mismos.
El ministro de gobierno entreg al rector del Colegio
Nacional, doctor Pea, una medalla de plata para que la
ofreciese al nio que se destacara, como testimonio del apre-
cio con que el gobierno miraba sus progresos y de las es-
peranzas que sobre l fundaba la patria.
VI
Dos hechos llamaron la atencin en ese momento: la

composicin potica del distinguido bardo argentino don
Esteban Echeverra, titulada: El 18 de julio en 1849, y
las palabras del doctor Herrera y Obes al reconocer los m-
ritos contrados por los miembros del Listituto de Instruc-
cin Publica, llamados, desde ese da, como l lo afirmaba,
desempear ocupaciones ms serias y ms trascendenta-

les para el bien de la repblica. El gobierno, deca, no-
duda que el celo, contraccin y habilidad que el Instituto ha
desplegado en aquellas hermosas tareas, las aplicar sus
nuevas funciones, adquiriendo as mayores tributos la
gratitud pblica. De ah que, como testimonio de honor y
justicia, y en conmemoracin de ese da solemne, el gobier-
no deseaba que los miembros del Instituto aceptaran s<unas
medallas como manifestacin de aquellos sentimientos, las
cuales fueron distribuidas los miembros fundadores.
Luego, dice el acta de inaugunicin, se pas al gran saln
de sesiones del Instituto de Instruccin Pblica, donde es-
taban expuestos al pblico los trabajos de los educandos
del colegio dirigido por don Jos Mara Lira, de cuyo lugar
se retir S. E, con el mismo acompaamiento.
Las palabras del doctor Herrera y Obes tenan su ex-
plicacin, pues por el artculo 8. del decreto de inaugura-
cin instalacin de la universidad, el Instituto de Ins-
truccin Pblica formaba parte del cuerpo universitario,
y sus miembros fundadores, con los catedrticos de la uni-
versidad, componan el dicho consejo. Haba ms: de
ese consejo formaba parte no slo el rector y vicerec-
tor, sino el secretario bedel, el que sera nombrado por el
propio consejo universitario. Era que se quera que el di-
cho secretario entrara tomar parte en las deliberaciones,
atentas las circunstancias especiales que reuna el seor
Jos Gabriel Palomeque, candidato impuesto, desde el pri-
mer momento, dada su actuacin en el Instituto de Instruc-
cin Pblica y sus vinculaciones con el seor ministro doc-
tor Herrera y Obes, cuyo lado se hallaba como oficial
1." del ministerio de gobierno. De esta manera se con-
servaba la influencia directa del gobierno en la direccin
de la enseanza, llenndose el propsito poltico que se per-
segua, como ya lo hemos expuesto al estudiar el prem-
bulo del decreto de creacin del Instituto.
As, tanto la enseanza primaria como la secundaria
quedaban bajo la direccin de la universidad, cesando las
22 REVISTA HISTRICA
atribuciones transitorias que se le haban conferido al Ins-

tituto como cuerpo supletorio de aqulla. En su virtud, el re-
glamento de la universidad, confeccionado por los seo-
res Lorenzo A. Fernndez, Luis J. de la Pea, Fermn Fe-
rreira, Esteban Echeverra, Alejo Villegas, Florentino
Castellanos y Jos G. Palomeque, ste como secretario, fu
aprobado en octubre 2 de 1849 con las adiciones que se le
hicieron en 9 y 22 de octubre de 1850.
Era tal la conviccin que el ministro fundador del Ins-
tituto y de la Universidad tena formada sobre el respeto
que mereca la persona del estudiante y su influencia en los
destinos de la sociedad, que la consideraba sagrada y no
quera exponerla caer bajo las balas del enemigo all en
las trincheras de la ciudad de Montevideo. De ahque hubiera
exceptuado del servicio mihtar, por decreto de 26 de octu-
bre de 1847, los cursantes de estudios secundarios. Y
cuando se adicion el reglamento, se dijo, en octubre 22 de
1850, en el artculo 3,", que esa excepcin slo sera en-
tendida respecto de los que la acreditasen con certificado de
la universidad. >
Es digno de recuerdo el interesante pleito que con ese
motivo se mantuvo entre el seor ministro de la guerra,
coronel entonces don Lorenzo BatUe, y el ministro funda-
dor de la universidad, del cual me ocup en el ligero es-
bozo que en su oportunidad hice del ilustre patricio don
Joaqun Surez, (1) exponiendo los argumentos que de una
y otra parte se alegaron hasta salir triunfante la doctrina
de que la vida del estudiante deba economizarse en holo-
causto al porvenir de la patria.
El Colegio Nacional y el Colegio de Humanidades,
juntamente con el Instituto de Instruccin Pblica, fueron
las columnas sobre las cuales repos el edificio de la Uni-
versidad. Ellos dieron la materia prima intelectual que vi-
gorizaba aquel organismo recin nacido la vida. Era una
(1) Fu publicado en el diario El Da.

-obra compuesta de diversos elementos, obedientes un plan

armnico en todas sus partes, con los cuales se completaba
se coronaba el frontispicio principal. Los alumnos de
aquellos establecimientos pasaban alimentar lo que se
llamaba la universidad mayor de la repblica en contra-
posicin a lo que se denominaba universidad menor. Esta,
que era el Instituto, vivi durante aos, en medio gran-
des luchas, sosteniendo las facultades que el decreto de
1847 le haba conferido. Las Juntas E. Administrativas
reivindicaban autonomas. Llen aqul su noble misin,
dentro de la poca azarosa y turbulenta en que le toc
actuar, poniendo en evidencia, quienes lo fundaron y
les subsiguieron en la tarea, su fuerza de carcter para so-
breponerse los ataques de los que no se daban cuenta de
que cada situacin engendra las instituciones que ella co-
rresponden. Por eso, cuando la oportunidad lleg, y el am-
biente educacional se ensanch, el Instituto, que ya haba
xealizado su obra, tom otro nombre distinto, aunque lle-
nndose siempre la misma finalidad educativa, y la mano
frrea de Jos Pedro Vrela traz los rumbos que desde
1876 tiene la enseanza primaria en el estadio de la Rep-
blica, cuyos frutos polticos recin comienzan vislum-
brarse.
Fu as que, al festejarse el primer aniversario de la
instalacin de la universidad, el consejo rindi aquel tributo
de respeto debido las mencionadas instituciones de ensean-
za primaria, existentes en la capital de la repblica. El
haba presidido los exmenes de los alumnos de aquellos
colegios y reconoca la influencia que haban tenido en los
destinos de la Universidad. El ministro de gobierno y el
consejo universitario asistan esos actos, estimulando,
con premios adecuados, y con su presencia, maestros y
estudiantes. El nmero de escuelas primarias habilitadas
comopbhcas era diez y ocho de varones y cuatro de ni-
as; las privadas eran diez de varones y mujeres, formando
un total de treinta y dos escuelas en que se educaban mil-
nios varones y cuatrocientas catorce nias. Haba, adems,
24 REVISTA HISTRICA
Otras, cuya estadstica no haba podido obtenerse, pero que^

segn los mejores datos, haran ascender el nmero de edu-
candos mil seiscientos. Todo esto lo haca la Universidad
en medio la mayor exigidad de recursos, por lo que con
razn el rector deca que todo era debido al celo patritico
de los encargados de la educacin pblica y a la consagra-
cin recomendable de los profesores en los diversos ramos
que abrazaba la enseanza
VII
El 25 de agosto de 1850 se celebraba la primera cola-

cin de grados, en la que salieron a lucir los tradicionales
birretes de aquella ceremonia aparatosa que dur hasta nues-
tros das, recibindose, de doctores en jurisprudencia, Adol-
fo Rodrguez, Adolfo Pedralbes, Salvador Tort, Marcelino
Mesquita y Luis Domnguez; en teologa, Domingo Cobos;
y bachiller en ciencias y letrals, Luis Velazco. Estos pro-
nunciaron sus proposiciones, siendo luego saludados por
sus respectivos padrinos los doctores Castellanos y Pea,
teniendo este ltimo por ahijados los doctores Cobos y
Domnguez. De stos solamenteôbrevive el honrado doc-
tor Pedralbefe, quien, con sus actos en la vida, ha demostra-
do saber mantener firme y enhiesta la bandera de la justi-
cia que despleg todos los vientos ese da, cuando dijo en
su proposicin acadmica: La observancia de la justicia
es el nico medio infalible de asegurar los hombres la
felicidad y los pueblos la paz, la gloria y el engrandeci-
miento.
VIt
Como se ha visto, el doctor don Luis Jos de la Pea,

presidente del Instituto de Instruccin Pblica y director
del Gimnasio y Colegio Nacional, que tantos servicios ha-
ba prestado la causa de la educacin y la Universidad

de la Kepblica, siendo su primer catedrtico de filosofa,
acababa de ser premiado con una medalla que le entregaba
l propio ministro de gobierno, conocedor fondo de la
intervencin que aqul haba tenido en los trabajos co-
ronados con tan buen xito.
Pero, all estaba el autor de la obra: el hermoso rostro
varonil del doctor don Manuel Herrera y Obes se destaca-
ba en el cuadro. Aquello era suyo. Era lo primero en que
haba pensado cuando en 1847 recuper el poder poltico de
aquella sociedad. Tena todos los talentos y toda la prcti-
ca del letrado, como que haba desempeado funciones en
la magistratura; pero careca del diploma expedido por una
academia cientfica. A l tambin le corresponda la recom-
pensa por tantos afanes, y el consejo universitario, que
as lo reconoca, le declaraba que no representara digna-
mente el reconocimiento que le debe la patria por estos
actos, si usando de sus atribuciones no ofreciera V. E,
como una prueba de l, el grado de doctor de la Facultad
de Jurisprudencia. El Consejo estaba cierto de queHe-
ri'era y Obes habra sido el primero en sohcitar ese grado
que su calidad de abogado recibido le permita optar desde
luego, pero se anticipaba para pedirle que lo admitiera y
que en su calidad de patrono de la universidad presidiera
el acto de la colacin que tendra lugar el 25 de agosto de
1850. El doctor Herrera acept la distincin merecida de
que era objeto, y el da 24 de agosto, en colacin privada,
reciba su grado, lo mismo que el doctor don Fermn Ferrei-
ra, otro de los benemritos trabajadores en pro de la educa-
cin en la repblica.
En ese momento agradeci el doctor Herrera el honor
que se le discerna, manifestando, ante su padrino, el doctor
don Florentino Castellanos, lo siguiente:
Animado en todos los actos de mi vida publica por mi
acendrado amor del bien; deplorando como siempre he
deplorado, los males y desgracias pblicas de que he sido
testigo; a]canzan':lo ver que su verdadero origen est en
20 REVISTA HISTRICA
esa lcera cancerosa que nuestra sociedad lleva en su seno

como fruto de ms de trescientos aos de vasallaje colo-
re nial y cuarenta de la ms espantosa y desenfrenada anar-
qua; y ansioso de encontrar el medio eficaz de poner tr-
mino tanto sufrimiento y tanta calamidad, toda mi
atencin se ha concentrado al fin sobre la educacin, co-
mo el nico poder capaz de operar ese fenmeno, remo-
viendo el peso inconmensurable de las habitudes y de las
costumbres. La ereccin, pues, de la universidad y las de-
ms creaciones que he propendido, en el inters de sis-
<^ tematizar y difundir la instruccin primaria y cientfica,
parten de un pensamiento fijo que preside mis creen-
* cias polticas; y as, slo debis tomarla como la prueba y
la expresin de esa voluntad que acabo de ofreceros. (1)
Pero, ah quedaba otra figura no menos simptica por
sus sacrificios y esfuerzos, que se ocultaba modesta dentro
del gabinete de trabajo. Esa era la que formaba la trinidad
ya mencionada. Y el doctor Palomeque reciba de manos
del presidente del Instituto de Instruccin Pblica una no-
ta honrosa, adjuntndole la medalla de oro con que la Uni-
versidad premiaba sus afanes. Fu, de los tres, el que que-
d al frente de la obra iniciada en 1847. Pea, cada la
tirana de Rosas, se fu su patria, y en Buenos Aires con-
tinu la jornada favor de la educacin, muriendo en el
puesto de director general de escuelas. Herrera y Obes si-
gui la corriente poltica en medio las intermitencias de la
poca, y Palomeque permaneci al frente de la secretara,
siendo el alma de aquel esqueleto, como, aos posteriores,
as lo calificaba el doctor don Manuel Herrera y Obes.
Pero, aqul nunca olvid que all palpitaba el alma del
doctor Herrera y Obes. En prueba de ello, all, en 1856,
reuna los estudiantes de la universidad menor, dirigidos
por los abnegados maestros don Fernando Barros y don
Martn Pays, y los exhortaba tributar el homenaje deres-
(1) El Comercio del Plata, 28 de agosto de 1850.

peto y gratitud que mereca el autor de la obra. Y de aque-

lla casa, que fu convento de franciscanos, (1) que no debi
venderse sino destinarse un gran colegio, porque era la
obra ms pura de aquella generacin batalladora, de donde
tambin haban salido los conventuales para ir reunirse
con el matrero Artigas, surgi un trabajo hecho por to-
dos los alumnos de enseanza primaria. El secretario lo en-
tregaba al agraciado adjuntndolo con una nota llena de
afecto y admiracin. Herrera y Obes deca entonces, en res-
puesta, a su viejo colaborador: S, esa es mi obra, es cierto
que yo la cre, pero hay mayor mrito en haberla conser-
vado un hombre que como usted tiene condiciones de ca-
rcter y labor poco comunes; usted ha conservado un es-
queleto de Universidad, de donde saldr lo bueno que
aprovecharn las generaciones del porvenir ^>.
(2)
Y en 18G0, ese secretario era nombrado jefe poltico en
el departamento de Cerro-Largo. Su amor al puesto dile
motivo para dirigir al consejo universitario la nota trans-
cripta en el acta respectiva, que en este momento no tengo
la vista,pero que all ha de existir. En ella deca que dependa
la aceptacin del puesto de sacrificio que el gobierno le con-
fera, de la circunstancia de conservar su secretara univer-
sitaria, con la facultad privativa de nombrar la persona
que debiera desempearla interinamente. El consejo as lo
resolvi, siendo, puede decirse, ste, el medio elocuente de
demostrar el aprecio que haca de los mritos del secretario
en propiedad. Y el distinguido doctor don Martn Berin-
duague, estudiante entonces, y actual senador de la rep-
blica, fu designado por el doctor Palomeque para secreta-
rio interino, en cuyo carcter l actu durante muchos aos,
Y el doctor Palomeque muri considerndose siempre el
secretario de la universidad de la repblica. Ese ttulo era
su orgullo!
(1) En el trabajo citado al comienzo de este artculo he explicado

como don Santiago Vzquez obtuvo ese local para la casa de estudios
generales.
(2) Carta original en mi archivo.
28 REVISTA HISTRICA
IX
Despus de todo lo expuesto, ms de una vez nos hemos

preguntado si los fundadores de aquella casa de estudios con-
siguieron realizar sus grandes propsitos. Entonces nos he-
mos dicho, con la mano puesta sobre el corazn de la patria
nativa: Muchos pudieron salvarse del arroyo de sangre en que
noshemos baado, porque quiz estaban predispuestos eu ese
sentido; pero el nmero, que es lo que siempre ha imperado
en la humanidad, ah quedaba envuelto en esa atmsfera
pesada de la lucha armada, hija del caudillaje que tanto nos
azotara. Cuando la juventud sala de su hogar, senta en la
calle el olor plvora que se quemaba en la trinchera, y
cuando miraba hacia el cielo lo contemplaba enrojecido
por el fuego del aduar humano. Este era el ambiente que
respiraba en presencia de la escena ah viva, real y brutal
del desenfreno de las pasiones humanas. El nifo, al entrar
la escuela, cortaba con su cortaplumas el asiento de la
banca, como los hombres, en las cuchillas, segaban con el
arma afilada la cmara del pensamiento. Desde nios co-
rran las murallas y se batan por sus ideales, ah per-
sonificados en los trapos ensangrentados de la poca. Es
que no hacan sino preparar sus armas para la futura gue-
rra librarse en los campos de batalla, y as destronarse
cual gelfos y gibelinos. No era malo el sistema de edu-
cacin implantado en las escuelas del doctor Pea. Es que
stas slo educan, como perfeccionadoras de costumbres
que flotan en la sociedad; pero, cuando la sociedad misma
es una carnicera humana, entonces ello se refleja en las le-
yes y en los decretos que emanan de las alturas del poder
y en las acciones que lleva cabo cada generacin para atar
el anillo de la cadena de la humanidad.
De ah que sea necesario empezar por morijerar las cos-
tumbres. Esta es la obra del hogar, continuada en la escue-
la comn y perfeccionada por la ciencia. Es que aquello
endereza sentimientos y esto adoba el pensamiento. Educar

no es instruir, si bien lo uno es la perfeccin de lo otro.
Y por ello, de la Universidad han surgido muchos caudillos
de pasiones violentas, tal como ella ingresaron, y pocos
estadistas, llegados la cumbre del poder, modelados en el
arte de gobernar pueblos incultos todava.
En su consecuencia, mucho debe esperarse de la obra de
Jos Pedro Vrela, cuyos frutos, sazonados en la escuela de
primeras letras, debe recoger la institucin universitaria pa-
ra realizar los fines que se propusieron sus ilustres propa-
gandistas. De todos modos la obra ha perdurado. Ah est,
hermosa por el esfuerzo de los que vinieron despus. Honor
todos ellos!
Baha Blanca, 1907.
A L B E R T O PALOMEQUE.
Apuntaciones biogrficas
Santiago Vzquez.
Don Santiago Vzquez naci en Montevideo] en una

lmpida atmsfera de veracidad, el 29 de diciembre de
1787. Adquiri la primera educacin en las escuelas de es-
ta ciudad, y complet su cultura en el Real Colegio de San
Carlos de Buenos Aires, como casi todos los jvenes de su
tiempo, cultura tan amplia y firme, que le sirvi para en-
sanchar la carrera de estadista y diplomtico. Excedera el
espacio de una nota biogrfica si hubiramos de escribir de-
DE LA UfflVERSIDAD 31
tenidamente la vida pblica de este grande hombre que

merece el respeto que se tributa los que, adelantn-
dose los aos, pusieron casi resueltas sobr el tapete
todas las cuestiones que han sido afrontadas por las gene-
raciones sucedneas. Hacer su biografa valdra trazar la
historia del pas de 1810 1847. En los ltimos aos de
la dominacin espaola, durante los reinados portugus y
brasileo, en las dos jornadas por la independencia
(1810-1825) y en los das de la transformacin nacional,
sin economizar sacrificio ninguno, tuvo figuracin saliente.
Concluido el asedio de 1811, el doctor Vzquez pas Bue-
nos Aires acompaando al general Rondeau, tornando des-
pus en calidad de secretario de Sarratea (1812). Produci-
da la deposicin de Sarratea, volvi Buenos Aires, donde
residi hasta 1817. Se le consider complicado en la revo-
lucin que arroj del directorio al general Alvear (1815).
Con Gabriel Pereira y Cristbal Echevarriarza, recibi del
Cabildo de Montevideo (182'>) la misin de tentar el con-
curso de armas, dinero y soldados de la Argentina para el
movimiento que, apoyado por Alvaro da Costa en desave-
nencias con Carlos Federico Lecor, habra modificado la his-
toria del Estado Cisplatino. A poco, frustrada la misin, re-
gres al seno del hogar destinando las suficiencias de su esp-
ritu apasionado por la felicidad del suelo de su nacimiento,
la propaganda de la emancipacin en El Aguacero y
M Ciudadano. Hostilizado hasta la agresin personal
por los agentes de Lecor, resuelve alejarse, embarcn-
dose para la capital de las Provincias Unidas, donde des-
empe, con el brillo que demostraba su saber, la subsecre-
tara del Ministerio de Guerra bajo la administracin de
don Bernardino Rivadavia, ligndose con los hombres hte-
rarios argentinos. Tom asiento en representacin de la
Rioja en el congreso constituyente de las Provincias Uni-
das (1825), donde, coherente en ideas y propsitos con Va-
lentn Gmez, Gallardo, Vlez Sarsfield, Gorriti y el Mi-
nistro Agero, apoy con las dotes excelentes de los orado-
res parlamentarios la teora constitucional de Rivadavia:
32 REVISTA HISTRICA
forma representativa republicana consolidada en unidad

de rgimen. La revolucin de 1825 tuvo desde el primer
momento el concurso de la pluma del proscripto en El Pi-
loto. Ingres, votado por Maldonado, la Constituyente de
1829^ tomando parte en los debates de la histrica Asam-
blea. Entonces conquist prestigio decisivo en la opinin y
en los caudillos todava mansos. El pacto entre la Argenti-
na y el Brasil que estableci la indej[)endencia del territorio
oriental, sujetaba al examen y aprobacin de las partes
contratantes, la constitucin del nuevo Estado. A Vzquez
le toc, por decreto de 30 de septiembre de 1829, recabar
de la Argentina la aprobacin. Ministro de Gobierno y Re-
laciones Exteriores en 1831-1833, hizo ejemplarizadora
labor. Su sesuda prudencia venci con la resistencia legal
en aquellas convulsiones crudas y violentas que dieron vida
los partidos que perduraron. Transigente por naturaleza
y conviccin, actu en la Convencin de Paz, celebrada en
el Miguelete (1838). Ocup una senadura en 1840, en la
que estuvo hasta 1843 que se hizo cargo del Ministerio de
Gobierno y Relaciones Exteriores que desempe durante
el resto de sus das. En esos aos se fij en la historia la es-
tampa de esta especie de matemtico de los destinos nacio-
nales. Con fe en la justicia de su causa y decidido enar-
bolar i.oda costa la bandera de la victoria, asoci sus fuer-
zas al designio previsor de don Florencio Vrela de traer
los conflictos del Ro de la Plata la duple mediacin de
1843 intervencin de 1845. Don Santiago Vzquez, dijo
don Juan Carlos Gmez en El Orden de 1853, ha sido uno
de los ms eminentes hombres de Estado de la Amrica del
Sur; y don Florencio Vrela en una erudita resea de sus
servicios escrita el da de su fallecimiento, concluye as:
El doctor Vzquez hablaba, con suma facilidad y esmera-
da correccin; su voz llena y sonora le haca especialmente
apto para brillar en la tribuna; como orador posey la vez
y segn el caso lo requera, las dotes del tribuno exaltado
que arrebata la multitud fascinndola, y del reposado es-
tadista que poder de razn y de lgica, conquista el con-
D LA UNIVERSIDAD 3
vencimiento y el voto de la asamblea. Falleci el 6 de
abril de 1846.
Juan B. Blanco.
Don Juan Benito Blanco, que naci en Montevideo el 30

de abril de 1789, adquiri ttulos al recuerdo respetuoso del
pas por una larga y no interrumpida serie de servicios
inestimables. Honrar servicios es acto de justicia y probi-
dad popular. A los diez y seis aos de edad se alist en el
cuerpo de Voluntarios de Infantera de Montevideo que
form parte de la expedicin reconquistadora que, las r-
denes de Liniers, march sobre la ciudad de Buenos Aires,
ocupada por las tropas de Berresford. Se bati en las jor-
nadas dla reconquista, y despus de restablecido el gobier-
no espaol en la capital del Virreinato, regres Montevi-
deo. En la invasin inglesa de 1807 volvi a tomar las ar-
mas para servir en el sitio de Montevideo, cayendo en el
asalto mortalmente herido. Al insurreccionarse en 1811 el
pas, se incorpor al ejrcito patriota cuyas filas no aban-
K. H . D B LA . 3 .
34 REVISTA HISTRICA
don durante la lucha; estuvo.en los dos sitios de Montevi-

deo, y se hall en la accin del Cerrito el 31 de diciembre
de 1812. Fu Regidor del Cabildo de 1814-15. Durante la
delegacin de Otorgues (1815), encargado de organizar
las oficinas publicas. Durante la dominacin portuguesa
permaneci en Montevideo, aceptando los hechos consuma-
dos, pero dispuesto servir la independencia. Nombrado
Regidor fiel ejecutor del Cabildo de 1817, renunci el car-
go que posteriormente se vio obligado aceptar. Fu de los
que prepararon con denuedo, desde Montevideo, el movi-
miento de 1825, y al producirse la cruzada, estuvo con don
Juan Francisco Gir y otros, encerrado en los calabozos de
la Cindadela. Emigr Jnenos Aires para ponerse al ser-
vicio de la revolucin. Elegido representante por Paysandu
al congreso de 1826, concurri y votla Constitucin unita-
ria sancionada en Buenos Aires. El departamento de la
Colonia lo design diputado la Asamblea General Cons-
tituyente, tom parte en sus debates y suscribi la Consti-
tucin de la Repblica. Actu en la primera legislatura en
representacin de Montevideo. Fu Alcalde Ordinario du-
rante la administracin del general Rivera, y en el primer
ao de la del general Oribe, Jefe Poltico dla Capital,en cuyo
cargo tuvo iniciativas de progreso. En 1830 se le encarg
de la Contadura General de la Nacin, y en l b 3 7 del Minis-
terio de Gobierno y Relaciones Exteriores, en cuyo carcter
firmo el decreto que erigi la Universidad de la Repbli-
ca. Al descender el general Oribe, se traslad Buenos Ai-
res, y despus de producida la invasin de 1843 regres
la ciudad natal, falleciendo el 3 de mayo de 1843.
jUaiiuel H e r r e r a y Obes.
Don Manuel Herrera y Obes, que naci en Monte-

video el O de junio de 1812, proceda de una de las anti-
guas y conspicuas familias del Ro de la Plata. Era hijo del
doctor Nicols de Herrera, oriundo de Montevideo, y condis -
cpulo, en la clebre^ Universidad de Charcas, de Moreno,

Gorriti, Passo, Castelli, Lpez, Agrelo, que alentaron la
gigantesca revolucin de 1810, levantaron el pensamiento
de Amrica ilustraron sus primeros gobiernos. Nicols
de Herrera fu de los americanos ms versados en los ne-
gocios pblicos y de ms elevada figuracin en la colonia,
en las revoluciones y en los perodos incipientes de estos pa-
ses. El doctor Manuel Herrera y Obes curs estudios en el
colegio de ciencias morales de Baenos Aires, con tanto

aprovechamiento que le sirvieron para aquilatar sus fecun-
das aptitudes paralelas, de estadista y jurisconsulto que
aplic con Castellanos, Req uena, Rodrguez, Velazco, Ma-
garios Cervantes, Acevedo, idneos representantes de
estas ciencias y verdaderamente capaces de estudiar y dis-
cutir todos los problemas cuestiones fundamentales.
No fu un repentista que llegara desde el primer salto
las alturas de la especLabilidad. Desde su juventud
ha sido. Alcalde Ordinario (1839), Juez, Representante
(1839-1811), miembro de la Asamblea de Notables y del
Consejo de Estado creado por decreto de 1846, Senador
36 REVISTA HISTRICA
(1863 y 1890), Ministro en los ltimos aos de la defensa,

en los das ms episdicos de la administracin de Gi-
r, en la provisional de Luis Lamas, en las crisis de la
del general Batlle^, y en las del general Mximo Santos,
Ministro de los Tribunales Superiores de Justicia (1882),
Rector de la Universidad (1857), Presidente de la Junta
Econmico-Administrativa de Montevideo en 1869, y, ya
que nos referimos este cargo, diremos que entonces se
produjo una controversia ruidosa con el Poder Ejecutivo
sobre facultades enteramente constitucionales que conviene
leer y citarse. En 1849, el Consejo Universitario, en mrito
de sus servicios la instruccin superior, le ofreci es-
pontneamente el grado de doctor que, por su calidad de
abogado poda optar, en trminos (jue, por s solos, eran
una recompensa. A todas las posiciones oficiales que lo
llamaron, aport, la vez que sentimientos y aptitudes de
paz y de concordia, el concurso de una competencia y cor-
dura que habra podido ser envidiado por el ms experto de
los hombres de Estado. Manuel Herrera y Obes y Andrs
Lamas son puntos luminosos en la triple alianza contra la
dictadura de Rozas, y en las avenencias de 1855, 1865,
1872. Entr en carrera poltica cuando el pas entero es-
taba conflagrado, y embanderndose en el partido que se de-
fenda dentro de las trincheras de Montevideo; pero su esp-
ritu gil y sagaz, profundamente intuitivo, lgicamente
pacifista, nunca se envenen con las pasiones extremas, ni
se dej tentar por lo inconsulto, que ha podido perturbar
los intereses permanentes de la patria. Tengo, escriba en
1872 don Andrs Lamas, comentando el pensamiento de
la convencin, para reformar la Constitucin, terror pnico
los ensayos polticos y mucho ms los ensayos violentos
improvisados. Para esta clase de mejoras soy comple-
tamente ingls, como soy decidido yankee para las materia-
les. Hay dos escuelas en poltica, escribi el doctor Ma-
teo Magarios Cervantes en discusin con el doctor Juan
Carlos Gmez, una que vive acariciando un ideal, al que
sacrifica la realidad de la vida, produciendo veces cata-
clismos sangrientos con sus proclamas; y otra que, to-

mando los elementos de que dispone, en el estado en que
se encuentran, hace el camino necesario para acercarse
la felicidad humana. A principios de 1851', con el pres-
tigio del servicio trascendente, el pas apaciguado lo
aclam candidato la Presidencia, y se puede dar
por cierto que por su eliminacin el pas corri riesgos
ms tarde. Sntesis de su programa despus de 1851:
fortificar la independencia y allanar el triunfo de la Re-
pblica por medio del orden regular. Remitimos al lec-
tor al folleto sobre la pacificacin de 1872, publicado
por el doctor Herrera y Obes, en que estn expuestas
con lisura sus ideas hondamente arraigadas, y la contro-
versia con el doctor Juan Carlos Gmez en 1873. El doc-
tor Herrera y Obes falleci el 17 de septiembre de 1890.
Luis jr. d e la Iea.
Don Luis J. de la Pea, perteneciente la generacin de

los Vrela, Alsina, Echeverra, del Carril, Alherdi, perma-
neci forzosamente en Montevideo durante la dominacin
de Rozas, prestando servicios meritorios nuestro pas. La
38 REVISTA HISTRICA
educacin nacional lo cont entre sus obreros. Fu Director

del Gimnasio Nacional, Presidente del Instituto de Instruc-
cin Publica, Catedrtico y Rector interino de la Univer-
sidad, consagrndose todas las tareas de maneras que su
nombre ha quedado sealado en los progreso sociales de
la Repblica. Frecuentemente su celo por el bien de la
juventud, excitaba en los catedrticos y alumnos el deseo de
manifestarle el aprecio que se tributaba su mrito. En
los aos 1850-51 se improvisaban serenatas al doctor de
la Pea, de las que no damos una idea por no ser difu-
sos. Los que sentan dentro de s la poesa le dedicaban
versos respetuosos. Restituido la tierra natal en 1852,
ocup los Ministerios de Relaciones Exteriores del Gober-
nador interino de Buenos Aires doctor Vicente Lpez, y
del Presidente Urquiza, y desempe misiones diplomticas
en el Uruguay, Brasil y Paraguay. No era un espiritual de
rango por las brillazones del talento y las dosis de doctri-
na que dieron renombre a otros de sus compatriotas, ni re-
presentaba cifra alta en la poltica de su pas; pero reuna
los conocimientos generales que levantan sobre el nivel co-
mn, el temperamento que permite desempear comisiones
de suyo delicadas.
Jos B. Ijamas.
El prelado Jos Benito Lamas naci en Montevideo en

1787 y falleci de fiebre amarilla en la misma ciudad en
1857. Dedicado por vocacin precoz al sacerdocio cristiano,
ingres los diez y seis aos de edad la comunidad de
los religiosos franciscanos, y despus al profesorado de fi-
losofa, latn y teologa, llegando ser un ingenuo, erudito
y perseverante civilizador. En la ciudad natal, en Buenos
Aires, Crdoba, Mendoza y San Luis, dogmatiz y doctri-
n en el pulpito con elocuencia evidentemente sobria, y
transmiti en la escdala universalidad de sus conocimien-
tos. El colegio de Buenos Aires, deque era Rector Fray Ca-
yetano Rodrguez (1811), lo tuvo de institutor de filosofa
DE LA UNIVEESIDAD 39
y latinidad. Se mantuvo la versin de que, ninguno le su-

peraba en el conocimiento de la lengua del Lacio. Artigas
le confi la direccin de la instruccin de Montevideo
(1815-1817). Siguiendo a Larraaga, tom parte en la
inauguracin de la Biblioteca, fundada sobre los bienes de
Prez Castellano ( l 8 l G ) la cabeza de los colegios. Fu
cura de la Matriz, de 18H8 1853, en que se le eligi para
la banca de senador por Montevideo. En 1854 reemplaz
don Lorenzo A. Fernndez en el vicariato de la Re-

pblica, y cuando la fiebre amarilla lo rindi, era can-
didato de Po I X para obispo in-partibus. Lamar-
tine dijo que cualquier lugar, funcin traje que no
hubiera sido el de sacerdote, no habra cuadrado la na-
turaleza de Bossuet. En Lamas se hallaban indisoluble-
mente unidas y confundidas la naturaleza y la profesin.
La autoridad moral que le daban su piadosa conviccin y
su flexibilidad de filsofo, infundieron doquier la estima-
cin que se dispensa a los hombres que se respetan. Ha sido
relatada la violencia con que Elo expuls de Montevideo
(1811) Fray Jos Benito Lamas con los conventuales
40 REVISTA HISTRICA
Pose, Santos, Freitas, Lpez y Faramifan por su adhesin

la revolucin, y es digna de saberse la elevacin mental
y la nobleza de corazn con que asisti en sus ltimos mo-
mentos (1821) al general Jos Miguel Carrera.
Cndido Jnanlc.
Don Cndido Juanic naci en Montevideo el 31 de oc-

tubre de 1812. Fueron sus padres el acaudalado don Fran-
cisco Juanic, espaol, de la Isla deMahn, y la seora Ju-
liana Texera, oriental. Nacido en el seno de nobilsima fa-
milia, su educacin no fu frivola sino cabal y perfecta.
Hizo sus primeros pasos escolares en los colegios de esta
capital, ingresando en 1823 uno de los liceos ingleses de
Buenos Aires, en el que obtuvo por el talento y la energa
persistente del esfuerzo, altas clasificaciones consagradas
por medallas que hoy existen en el Museo Pedaggico. Fn
1825 pas Londres continuar los estudios, trasladn-
dose en 1828 Lieja para concluir los preparatorios. Estor-
bado por sucesos revolucionarios, sali de la ciudad belga
en 1830 para volver Londres. De la capital inglesa, ya
provecto, se encamin Pars, vido de todo gnero de e-
tudios, letras latinas, historia, derecho, msica, aprovechan-

do en la capital francesa las lecciones del jurisconsulto Ge-
rando, del matemtico, escritor y poeta Lista, y del emi-
nente Roger-Collard; all dej establecida una intimidad con
el poeta y novelista Jos de Espronceda, que resisti al
tiempo y la distancia. Finalizados sus estudios en 1836,
se puso en camino de Montevideo, rindiendo en 1839 los
exmenes que haba menester para ejercer la carrera de abo-
gado que exiga la Academia Terico-Prctica de que
ms tarde fu secretario. Perteneci la magistratura
como juez del crimen y de lo civil (1843). En 1852 lo
llamaron ocupar asiento en el Tribunal de Justicia.
Fu representante (1853-5G y 59) y pronunci discur-
sos que tienen la firmeza propia de los hombres madu-
ros, en defensa del proyecto debatido de la neutrahzacin
aconsejado por el doctor Andrs Lamas. En 1846 form
en la Asamblea de Notables, en 1856 en el Consejo Consul-
tivo y en 1860 en la comisin de Biblioteca y Museo. Ha
sido Ministro cerca del Gobierno Argentino en horas de
tensin en los espritus (1863) y en 1865 Ministro Pleni-
potenciario en Europa. Representando los revoluciona-
rios, cooper, bregando contra las intolerancias, los trata-
dos que en 1872 pusieron trmino la guerra civil, inau-
guraron provisionalmente una polti(,'a de confraternidad y
de paz. Sirvi la reforma de la legislacin oriental en el
Cuerpo Legislativo y en las comisiones administrativas, ha-
cindose notar por su inteligencia en las cuestiones jurdi-
cas. Foment las industrias del pas, y se empe en co-
municar vida todas las iniciativas de progreso nacional. Per-
sonalidad interesante en nuestros anales intelectuales, no ha
merecido de ninguno de sus contertulios y cautivos, la p-
gina que lo exhib'era con su ingenio y sus enormes lecturas
europeas. Si el trabajo no tentara y sedujera los que tuvie-
ron gran amistad hacia l y fueron conmovidos, la memo-
ria del doctor Juanic, como la de muchos otros que se han
cernido muy alto, slo estar en la inscripcin sepulcral. Por
una especie de pereza fsica no us la pluma, y por sentir
42 REVISTA HISTRICA
algo as como el temor las sirtes y bajos que rodean las

alturas, resignaba las posiciones oficiales. Dicen que en
ellas lo aquejaba la nostalgia que domina al genio cultor de
lo bello, cuando se ve obligado al contacto de las cosas.
Interrogado el ilustre historiador argentino Vicente Fi-
del Lpez acerca de los intelectuales, contest: uno de los
hombres ms preparados del Ro de la Plata para la vida
pblica, ha sido el doctor Juanie. Haba ahondado tan
pacientemente en la literatura antigua, que Virgilio y H o -
racio le eran familiares, traducindolos libro abierto como
Fray Luis de Len. Recitaba, con grandes cualidades ex-
ternas, cualquier oda del autor de las Epstolas, poe-
ma del ms inspirado poeta del siglo de Augusto, con la
misma destreza que las creaciones de Hugo, Byron Man-
zoni, u otros modernos, sin caer en la afectacin raonoto-
na,^ segn nuestras indagaciones. Ha dicho un poeta pen-
sador, que as como el estilo es el tlenlo, el timbre de la
voz es toda el alma! En el arte de leer literariamente era un
ateniense de la edad clsica. El doctor Lucio V. Lpez en
un juicio crtico sobre el actor Calvo, dijo: en el Ro de la
Plata hay un lector sapientsimo, un gran inspirado; es un
Taima y un Garrick; ha sido el hombre ms lindo que he-
mos conocido; con un cuerpo digno de Apolo, y un espritu
sensible al ritmo como el de Orfeo, ha hecho la vida de
Digenes. Es el doctor Cndido Juanic, que nos ha hecho
comprender ese arte esencialmente moderno de la lectura; la
frase que pasaba por su boca y el verso que caa de sus la-
bios, se regeneraban si eran mediocres y crecan si eran
bellos. La msica apasion su naturaleza artstica de tal
manera, que lleg ser, como don Juan Bautista Alberdi, un
eximio tocador de piano por el discernimiento para com-
prender la psicologa del compositor, fuera Rossini, Meyer-
beer otro. Falleci el 13 de noviembre de 1884.
steban Ecbeverra.
El pensador de mltiples facetas, don Esteban Echeverra
que, segn la frase de Mrmol, vivi sin mancha y muri con
gloria, naci en Buenos Aires en 1805. A contar desde ju-

nio de 1841 que arrib Montevideo, estuvo entre los que
promovieron cuanto tena relacin con la civilizacin cu-
ya causa se consagr exclusivamente. Por esto su huella es-
t impresa en la historia de nuestros progresos morales. En
tierra extranjera, dice un eminente argentino, prodig el bien
que no pudo practicar en la nativa. Afront las tareas de ins-
pirar certmenes literarios en los aniversarios de Mayo,
ocasionar cuestiones trascendentales y propagar doctrinas.

El primer objeto de la revolucin de Mayo, deca, fu eman-
cipar la Patria de la Metrpoli, y el segundo fundar la
democracia sobre el principio eterno y providencial de la
soberana del pueblo. En virtud de comisiones ofi-
ciales su espritu vasto proyect institutos de educa-
cin y redact libros de enseanza y de moral para
las escuelas, que los progresos del pas no eliminaran
porque ellos estn llenos de conceptos fundamentales.
La coleccin de poesas con el ttulo de Consuelos en
que se vela influencia dla revolucin romntica que tuvo
lugar en los primeros aos del siglo XIX; sus poemas
44 REVISTA HISTRICA
Elvira la novia del Plata/>, Avellaneda, El ngel

cado, la Revolucin del Sur que trascienden perfu-
mes de patria; el poema descriptivo, aromado de bellas
imgenes, La Cautiva, y su fecunda prosa poltica y so-
cial, llena de ideas y de reformas, que ha sido publicada en
1871 bajo la direccin del doctor Juan Mara Gutirrez,
en cinco volmenes, debe estar al alcance de los que deseen
placeres delicados y lecciones severas. La concepcin de la
Asociacin de Mayo y el Dogma Socialista que redact con
delineamientos tan definidos como elegantes, dieron los
mayores contornos este poeta, filsofo y obrero de la ci-
vihzacin del Ro de la Plata. La primera fu una tentativa
para la regeneracin de Amrica por el trabajo de la ju-
ventud intelectual, apasionada de lo bueno, en palestra co-
mn; y en el segundo estn sus bellos ideales, su credo
poltico que lo constitua la frmula de aceptar la herencia
legtima de la tradicin de la revolucin de Mayo, con la
mira de perfeccionarla y complementarla, prescindiendo
del espritu de las facciones personales que por carecer de
doctrina poltica y constitucional, no atendan al desenvol-
vimiento del progreso. Ninguno de sus compatriotas, dijo
el doctor J. B. Alberdi, con apariencia ms modesta, ha
obrado mayores resultados. Las generaciones argentinas
posteriores la suya le han tributado homenajes. Ya tiene
el bronce representativo. Falleci en Montevideo en enero
de 1851, habiendo presentido su destino en la sentida poe-
sa que dedic otro argentino ilustre muerto en el des-
tierro (1839):
Triste destino el suyo!

En diez aos, un da
No respirar las auras
De la natal orilla,
No verla ni al morir.
La extensa composicin de este ilustre poeta recitada por

el estudiante Octavio Pico en la inauguracin de la Univer-
sidad (18 de julio de 1849), comienza as;
Vuelve de los recuerdos el venturoso da,

El da de las glorias y de la libertad,
E l que la Patria adora porque le diera vida,
Porque le abriera el campo de la felicidad.
Pero ah! como otro tiempo, la risa, el alborozo,
Ni las festivas pompas del patriotismo ven;
Ni el popular aplauso por boca de mil lenguas
Le da la bienvenida con entusiasmo y fe.
Por qu no trae regalo de bellas esperanzas?
Por qu entristece tanto su vista el corazn,
Y hoy las promesas suyas de porvenir, parecen
Slo un mentido sueo de la imaginacin?
Por qu no se oyen cantos en alabanza suya
Ni vivas espontneos de patria y libertad,
Ni msicas alegres? Por qu viendo su lumbre,
De gala no se viste la intrpida ciudad?
Por qu llora la muerte de sus mejores hijos
Sentada sobre escombros la tan erguida ayer,
Y estn sus calles solas, y la miseria triste
Asoma por las puertas del industrial taller?
Por qu todo es silencio...? la guerra s, la guerra
Que trajo sus campaas el brbaro invasor,
De Julio, le robara los prometidos bienes
Sembrando en sus hogares el llanto y el dolor.
Florentino Castellanos.
Don Florentino Castellanos, hijo del ilustre argen-

tino naturalizado, doctor Francisco Remigio Castellanos, de
extensa y meritoria figuracin, naci en Montevideo el 14
de marzo de 1809, y falleci el 25 de septiembre de 1866.
Estudi en Buenos Aires hasta graduarse en jurispruden-
cia y letras. La actuacin de este seorial representante de
la cultura y concordia, habra que buscarla fuera de las
oficinas porque no vivi asido ellas. Fu auditor de
guerra (1838), poco despus de llegar definitivamente la
ciudad natal; Presidente dla Academia de Jurisprudencia
terico-prctica, constituida en favor de la profesin (1839);
Catedrtico y Rector dla Universidad (1849-52-50), Mi-
nistro de Gobierno y Relaciones Exteriores en la Presidencia
46 REVISTA HtSTORICA
de Gir (1852 y 1858), y en Ja transitoria de Manuel Basilio

Bustamante (1855) y Presidente del Senado (1857-G0-61-
62). Sus luces personales, en las funciones que desempeara,
estuvieron al servicio de los verdaderos principios de admi-
nistracin, de moralidad y de progreso; y en los consejos
de gobierno para que, como ciudadano representativo, fu
solicitado cien veces, contribuy ala poltica sana por su fr-
mula armnica de garantizar el orden y la libertad dentro
de la norma constitucional. Disgregado de los partidos
orientales, no se enfil en las revueltas que hicieron crujir

los quicios del pas, ni azuz uno solo de los m-
viles que han prevalecido en diversas ocasiones. Su espritu
feereno y reflexivo dio la espalda los designios sombros que
obstaban la marcha del pas. Durante la guerra grande, con
domicilio en Montevideo, estuvo alejado de la contienda, y en
las crisis polticas posteriores sinti la dicha del deber bien lle-
nado. En un debate de la Comisin Permanente de que era
Presidente, sobre medidas polticas dictadas en circunstan-
cias trgicas, pronunci un discurso sin floripondios retri-
cos, de empuje de pensamiento y de patriotismo de exce-
DE LA UNIVERSIDAD 4?
lente ley, en que se ve sobre todo la virtud de la concilia-
cin, y el buen sentido que permite percibir las frmulas
exactas. Por s solo este discurso aureolara una reputacin
de orador parlamentario en cualquier asamblea de la tierra.
Contribuy la codificacin, civil y comercial del pas, con
su ciencia y su experiencia. Como jurisconsulto y aboga-
do tambin vivi en una atmsfera de elevada inteligencia
y de alta moralidnd; tuvo el pundonor de la probidad de
que habla Liouville en el libro Deberes^ honor y ventajas
de la profesin de abogado, que estara bien en los ana-
queles de todos los profesionales del da.
Liorenzo Antonio F e r n n d e z .
I'- --/ -/. it

0. r '
4 .t
Don Lorenzo Antonio Fernndez, que naci en Canelo-

nes afines de 1700 y adopt la carrera eclesistica para
cultivar el alma, form parte de la Junta de Representan-
tes de Canelones que en 1827 acept la Constitucin que
para las Provincias Unidas del Ro de la Plata dict
el Congreso de Buenos Aires el 24 de diciembre de
1826, declarando que la encontraba capaz de hacer la fe-
48 REVISTA HISTRICA
licidad del pueblo. Actu en la Asamblea General Cons^

tituyente Oriental. Al ser secularizada la Iglesia del anti-
guo Convento de San Francisco (1831), fu nombrado cura-
rector, y al producirse la guerra con Rozas, provisor ecle-
sistico con facultades de vicario. En 1846 ingres la
Asamblea de Notables creada para sustituir al Cuerpo
Legislativo, y el l, de mayo fu elegido vicepresiden-
te de ese Congreso cuyas sesiones presidi hasta el 6
de noviembre de 1848. Al fallecer el doctor Larraaga
(febrero de 1848) le sucedi en el cargo de prelado nacio-
nal. El internuncio apostlico reconoci la designacin
que el gobierno del seor Gir haba confirmado (1852)
por sus antecedentes, su inteligencia y sus virtudes. Mere-
ci la distincin de ser nombrado primer rector de la Uni-
versidad (1849) y simultneamente catedrtico. Falleci el
1." de octubre de 1852.
Fermn Ferreira.
Don Fermn Ferreira, que proceda de tierra extranjera,

ingres nuestra agrupacin ciendo la frente con los lau-
rels de las victorias de 1825. Dej el texto de medicina,

cuyos estudios cursaba en Buenos Aires, para agregarse al
ejrcito independiente y prestarle servicios nobilsimos, fa-
cultativos y humanitarios, afrontando los peligros inhe-
rentes la guerra. Lo dicen los boletines del ejrcito y
emana del testimonio personal. Se hall en los triunfos
del Omb (16 de febrero), Ituzaing (20 de febrero) y
Camacu (23 de abril de 1827). Terminada la contienda
fu nombrado por Rondeau interinamente cirujano del
ejrcito (1829), despus de haberse expedido en su favor
por las autoridades cientficas argentinas el diploma que
acreditaba la suficiencia de su espritu, y por el general
Rivera, miembro del Consejo de Higiene (1838). Form
en el ejrcito que venci en Cagancha (29 de di-
ciembre de 1839). Soport firme, sin ceder al infortunio una
vez, las inclemencias de la jornada que remat en Arroyo
Grande (6 de diciembre de 1842). Fu presidente de la Co-
misin inspectora de vveres creada en beneficio de la defensa
(1843), miembro de la Asamblea de Notables (1847), del
Instituto de Instruccin Pblica y del Consejo de Estado
(1849) y ofreci la Universidad desde un rectorado de
diez aos (1857-J8() 7) el resultado de sus estudios, de su
experiencia y de su observacin. Venerable modelo de m-
dico cirujano, ejercila profesin con tanto talento como
filantropa. A Ferreira como Vilardeb le falt escenario:
en Pars no habra estado al nivel de Dupuytren, pero
uno otro habra podido, con igual luz en la cabeza, mar-
char con paso igual Nlaton. En la epidemia de fiebre
amarilla (1857), que recrudeca cada da durante tres me-
ses, como presidente de la Junta de Higiene y mdico del
Hospital, con prodigiosa actividad y ceo blando, llevaba el
consuelo al enfermo, de la ciencia y de la piedad, sin ms re-
compensa que frases de admiracin. Podramos relatar
ancdotas escribir rasgos que definen netamente su cora-
zn y su carcter y dan la medida de sus conocimientos.
Su norma de cada da era la frase de La Bruyere: II y a
una espce de honte heureux a la vue certaines misres.
B . H , DE LA U . 4
50 REVISTA HISTRICA
En vano se buscara el nombre del doctor Ferreira fuera

de las vicisitudes y dlos prog)esos morales de la patria.
Siendo del estado mayor de uno de los partidos histricos,
comparti las fatigas y responsabilidades de los correligio-
narios de mayor representacin sin fascinarse con los triun-
fos. Cruz tiempos duros, sin que ninguno de los vrtices por
creces que tomara la agitacin, hiciera perder la elasticidad
su alma virtuosa. No le falt el respeto de sus adversarios
ni de los hombres sin antecedentes polticos que le reconocan
amor la tierra de su noble esposa, hija del histrico Ma-
nuel Artigas que acompa Belgrano en la expedicin al
Paraguay, y de sus hijos. Sincero afiliado la revolucin de
18G3, presidi en el ostracismo el comit que propenda su
buena suerte. Debe legarse al culto de todos el nombre de este
medico cirujano poltico que tanto se empe por el en-
grandecimiento dla Repbhca. Falleci el 10 de octubre
de 1867.
Andrs Ijainas.
Don Andrs Lamas naci en Montevideo el 3 de mar-

zo de 1817 y era hijo del patricio Luis Lamas, que tuvo
representacin decorosa en las conmociones profundas de
la Repblica. Bien pronto don Andrs Lamas, que llen
medio siglo en la poltica, en las letras, en la enseanza, en
la guerra y en la paz, fu envuelto en las altercaciones bo-
rrascosas. En la niez se sinti hombre enrolndose en el
partido de que era caudillo don Fructuoso Rivera, prestan-
do la revolucin contra el presidente Oribe, con la intre
pidez moral que vena de la cuna, el apoyo de su brazo y
su cabeza,recibi su bautismo militar en la accin del
Palmar (1836), en la que, el primero de estos dos fuertes
que en mala hora chocaron, mereci el favor de" la fortuna.
Fu auditor de guerra y comandante del Escuadrn de j-
venes Lanceros de la Independencia destinado guardia
de gobierno durante la invasin de Echage (1839).
Abandon estas posiciones para ser Oficial Mayor del Mi-

nisterio de Gobierno y Relaciones Exteriores. Llamado al
Juzgado del Crimen, lo desempe hasta 1843. Como
Jefe Poltico de Montevideo le toc, sin un instante de re-
poso, parte proficua en la organizacin de la defensa de
Montevideo (febrero de 1843).
La crnica, que siempre es la materia prima de la elabo-
racin histrica, presenta al doctor Lamas en aquellos das
exuberantes de peripecias dramticas, desplegando una
rapidez y energa que llamaban estrepitosamente la atencin.

Con la actividad febril de un general que se apercibe la
batalla, ve qu se ha hecho y proyecta qu debe hacerse.
Aproximado el ejrcito, poderoso, disciplinado, vencedor,
del general Oribe, las fuerzas bisoas con que la ciudad
contaba para resguardarse fueron sometidas la previsin
de Vzquez, al entusiasmo de Pacheco y Obes, la tctica
de Paz y las dotes de Lamasal temple de alma y la
uniformidad de miras de los cuatro proceres. Conviene,
deca el decreto que le nombraba, que la jefatura sea des-
empeada por una capacidad especial para llenar sus deli-
OJ REVISTA HISTRICA
cadas funciones con la fuerza de accin, perseverancia y pa-

triotismo que demandan las circunstancias. De la jefatura
es promovido al Ministerio de Hacienda, donde dicta, ven-
ciendo arduas dificultades, las oportunas medidas que la
vista humana poda distinguir. En la correspondencia
del doctor Lamas debe haber claves de muchos su-
cesos pblicos y reservados, porque estuvo en las in-
timidades de los caudillos y de los hombres de Es-
tada Iôs apremios de la guerra y el trabajo adminis-
trativo incesante, no le impidieron seguir nutriendo el es-
pritu en el estudio de las ciencias y dedicar sus facultades
sobresalientes la prensa, la enseanza superior y al mo-
vimiento Hterario que se desenvolvi dentro de la plaza
atrincherada, y que seala el mayor jornal de gloria de
< ^ J / l a legin clsica. En el aniversario de mayo de 18?Mi, en
combinacin con Vilardeb, Herrera y Obes, Ferreira,
Juanic, Pacheco y Obes, Rivera Indarte, fund el Insti-
tuto Geogrfico Histrico con el objeto de promover el
gusto por el estudio de la naturaleza fsica, del pas y for-
mar un depsito de materiales pertenecientes la historia
de Amrica. Es el primer paso, escribi Rivera Indarte, pa-
ra la independencia cientfica y literaria de la poblacin del
Ro de la Plata, y un nuevo vnculo de dulce fraternidad.
Nada detuvo la pluma ni embaraz el pensamiento del
doctor Lamas desde que lleg la edad de quince aos.
Adolescente, redact con soltura El Sastre (1836), que
motiv su primer destierro y la destitucin de un empleo
inferior por disconformidad de principios con los que guia-
ban la marcha de la Administracin. En 1837 dio exis-
tencia al Diario de la Tarde; en 1838 al peridico litera-
rio El Revisador, que luca como epgrafe el Bisogno ri-
porsi in va, con Alberdi, Echeverra, Gan y Fras. Re-
dact El Nacional (1838-1839), con Ca; El Semana-
rio y la Nueva Era, con Mitre (1846), y El Conserva-
dor, QOW Mrmol (1847). Su inteligencia seria y pensadora
hizo en todas las columnas obra de publicista, histo-
riador, poeta, improvisador, sin que nunca pudiera re-
funfunar el gramtico el retrico porque era experto

en el idioma, ni rectificar el cronista el amigo del
pas, porque era exacto en la nocin y cauto en el juicio.
Devoto por extremo de la historia, se explica, que en me-
dio de situaciones angustiosas y obscuras, haya sido, con
curiosidad insaciable, un perseverante compilador de docu-
mentos para la historia del Ro de la Plata y trazado con la
perspicacia del expositor clarovidente y doctrinario, tantas
pginas iluminadas. Como Tucdides pas la vida reunien-
do materiales para la historia. Compagin (1849) vol-
menes slidos de documentos y memorias sobre la histo-
ria y geografa del Ro de la Plata con explicaciones ilustra-
tivas que pocos conocen, sin embargo del valor del archivo
y de las explicaciones que preceden cada uno de los docu-
mentos estudios reunidos, necesarias para su cabal inteli-
gencia. Don Andrs Lamas es, mi juicio, dijo el doctor Pe-
dro Goyena, uno de los hombres ms poderosamente dotado
que he conocido, admirndome siempre su palabra y sus
escritos; y el general Mitre escribi, al saludar los restos,
que su obra como literato, poeta,historiador, publicista, di-
plomtico, jurisconsulto, economista, arquelogo, bibligrafo
y crtico, era vasta y estaba diseminada en diarios, revistas,
opsculos, registros oficiales, archivos y libros que revela-
ban una poderosa inteligencia, una labor inmensa, con un
caudal de variada erudicin enciclopdica. Su reputacin es
inmensa en el Ro de la Plata. Las pginas que sirven de
introduccin las poesas de Adolfo Berro (1842), en-
cantan por la bella manera con que expresa las ideas
y el perfume misterioso con que eleva al poeta. El
prefacioes un libro con que abre la ^Historia de la
conquista del Paraguay, Ro de la Plata y Tucumn por el
padre Lozano dla Compaa de Jess, sorprender siem-
pre por el caudal de erudicin y la inmensa bibliografa que
lo llenan. Las agresiones de Rozas la independencia
oriental (1849) en el estilo que convena, bizarro y va-
liente, son captulos de historia nacional que permanente-
mente resucitarn las pocas. En el estudio de Rivadavia
54 REVISTA HISTRICA
y SU tiempo, escrito con motivo del centenario del ilustre

estadista(1882), con los documentos ms autnticos-y los
testimonios contemporneos ms autorizados, borde, mere-
ciendo de los argentinos lisonjeras aprobaciones por la ver-
dad histrica que ajust la narracin de los hechos, por
la pica entonacin con que evoc los recuerdos y los hom-
bres de la revolucin, y por el criterio filosfico que aplic
la obra del Ministro y Presidente. El historiador Carranza
escribi: En este estudio emprendido cuando el doctor
Lamas haba alcanzado la plenitud de su genio y de su
experiencia, trata el asunto, no con el arrebato del senti-
miento patritico, sino con la reflexin fra, el anlisis pro-
fundo, magistral, de los sucesos, }" esa conviccin lentamen-
te formada acerca de los actores que nada puede conmo-
ver. La historia del Banco de la Provincia fundado en
Buenos Aires en 1822, que redact por encargo oficial (188())
es el libro de mayores fuerzas y mejor hecho sobre institu-
ciones de crdito que haya aparecido en la Repblica vecina.
Para m, escribi el doctor Carlos Mara de Pena, este li-
bro es de aquellos que se leen con gran provecho y que
ms interesan nuestra actualidad econmica por los he-
chos que revela y las doctrinas que contiene. Fu
poetacosech laureles en toda senday en sus ver-
sos, cuidadosamente medidos, que cantan al amor, la
patria y la amistad, derram fulguraciones vivaces.
En noviembre de lbi47trastornamos varias veces el
orden cronolgico en el inters dla claridadse le prefiri
para reemplazar don Francisco Magarios en la repre-
sentacin de la Bepblica en Ro Janeiro, y, con el princi-
pio de la misin, sin un da sedentaria, comienza la ms
trascendental etapa de su vida publica. Las mltiples ges-
tiones que marcaron su paso por la diplomacia hicieron
ruido y tienen renombre. Todas las cuestiones que relaciona-
ban los intereses de nuestro pas con los del Brasil, fueron tra-
tadas por el dotor Lamas (1851-18G2), segn era su mag
nitud y con la habilidad prctica que no le falt un da.
En los volmenes publicados por l, y en los inditos,
ei^tn las pruebas del ojo claro que tena para los conflictos
extremos. Discuti con aplomo de maestro, las demarcacio-
nes, la nacionalidad de los hijos de los brasileos nacidos
en territorio oriental; reclam por la esclavitud de cientos
de personas de color arrancadas nuestros hogares; por
correras y asaltos de tropas brasileas en nuestros depar-
tamentos y por la libertad de orientales forzados al servicio
militar. El derecho, la historia, los tratados vigentes, las con-
veniencias de uno y otro pas en que fundara los tpicos, fue-
ron desplegados con lujo de ilustracin. Admira ver cunto
talento emplea para justificar lo que persigue. Si la gestin
era desestimada, en vez de caer en la resignacin paciente,
pona la justa acritud en la nota, y si mereca ser acogida
favorablemente, merced lo que arga y sus sorpren-
dentes vinculaciones personales, la amplitud de sentimien-
tos y la urbanidad irreprochable de su individualidad, de-
jaban la calma en el jefe de la cancillera extranjera.
Por los diversos tratados en que intervino representando
la Repblica (1851 1855), que researemos y examina-
remos en uno de nuestros nmeros no lejanos, para que se
vea lo que hizo y lo que quiso hacer para afianzar los lin-
des territoriales y justificar las reivindicaciones de los de-
rechos de la Repblica como riberana del Y aguaron y la Me-
rm, se forj en contra suya una leyenda de venalidad y de
traicin por las intenciones determinadas a 'priori de unos, y
las obsesiones excusables de otros con quienes no debi vi-
vir en divorcio. Se ha escrito que la rivalidad de Guizot y
Thiers hizo ms dao la Francia que las dems aberracio-
nes. Mucho habra utilizado la Argentina de la correlacin
de Mitre y Alberdi. Acerbamente agredido el doctor La-
mas opuso la defensa del opsculo A mis compatriotas
(1855) en cuyas pginas no verti la indignacin amarga sin
embargo de sentir el escozor de las heridas. Debe ser reco-
rrido por los iconoclastas de estos tiempos, as como Ne-
gociaciones (1857), en que reforz la respuesta, con ms
razn que jactancia, la brutalidad de la detraccin. El
que juzga de lejos, dijo Alberdi, juzga como la posteridad
56 REVISTA HISTRICA
que todos apelamos, porque la distancia descubre veces

lo que oculta la proximidad. Los consejos y los anhelos re-
sumidos en estos volmenes son el testamento poltico de
un hombre eminente, poco nada conocido de los recin
venidos de las nuevas generaciones. En 1886 la Junta
Econmico-Administrativa le encomend el estudio de los
Escudos de armas de la ciudad de Montevideo, y en su in-
forme roz la cumbre, agotando la comprobacin histrica.
Public contribuciones ingentes la historia en la Revis-
ta del Ro de la Plata (187 1 -77) y en otras, y en folletos y
monografas que consignan cien veces ms la constancia pa-
ra las averiguaciones y comentos de los sucesos de las ar-
mas, y de los problemas sociales que leg el rgimen colo-
nial. Muri trabajando El Gnesis de la Revolucin y la
Independencia de Amrica ^>, de que slo se public una par-
te en los Anales del Museo de la Plata (1800); es la la-
bor de una cabeza profundamente instruida en los apartados
tiempos de Amrica. El trabajo forzado, la esclavitud de los
indgenas en diversas formas con diversas denominaciones,
pero siempre la esclavitud, ha sido la base fundamental de
todas las colonias establecidas por los conquistadores, y
adherida la esclavitud existe siempre una revolucin laten-
te. As se expresaexactitud y severidadalcalificarlos
medios planteados por la metrpoli, y las causas de las re-
sistencias de los dueos de estas tierras. Retirado en la ca-
pital argentina estudia en 1863-64 las diversas fases que
presentaba la guerra civil de nuestro pas, que se mantena
heroica y sangrienta, y los medios de finahzarla, y unido
agentes diplomticos extranjeros y orientales inspirados
por los mismos sentimientos de paz, promueve, multiplican-
do su actividad, negociaciones que fracasaron porque la fie-
bre de la perturbacin que arrastraba los hombres de
Montevideo, ultrapas la lnea de lo permitido. En Ten-
tativas para la pacificacin de la Repblica Oriental del
Uruguay (1865) estn la filiacin dlas gestiones, la na-
rracin de los hechos y los documentos que prueban las
convicciones y esfuerzos intiles de este aristcrata de la in-
teligencia que haba renunciado toda poltica que pudiera

complicarlo con ios partidoscomo en El acuerdo de li)de
febrero de 1872 de don Manuel Herrera y Obes, se seala
la cooperacin que prest, desde su misin confidencial ante
el gobierno argentino, la paz de abril. Encarnizado en la
defensa de la paz hace al gobierno de 1864, con la luz de
sus propias reflexiones, profecas que poco ms tarde fue-
ron justificadas por los hechos. En el Ministerio de 1875
se empe en la reconciliacin y en el olvido del pasado;
en esto era una roca. Evocar el pasado, repeta, es evocar
la guerra civil, y en la guerra civil no hay seguridad, ni
para adquirir, ni para conservar, siendo lo peor de la
guerra civil, no la riqueza presente que devora, sino la
riqueza futura que imposibilita, pervirtiendo los hbi-
tos y las ideas morales. En la prensa, los protocolos y
los anales parlamentarios, estn acreditados sus propsitos
que servirn para disipar la niebla de la duda moral que
puso sombras indefinidas en su rostro. Esta personalidad
se engrandecer, dijo (1894) el doctor Alberto Palomeque,
medida que se discutan sus actos y su poca por la
posteridad. Los estrechas lmites de un boceto paran la
mano. El doctor Lamas falleci, reclinado sobre s mismo,
sin ningn bien de fortuna, en Buenos Aires el 28 de
septiembre de 1891.
LUIS CAR VE.

Artigas antes de 1810
A te memoria de don Isidoro De-Mara.
Orgenes y causas de la leyenda artigiiista.Exposicin de la leyenda.Nacimiento de Ar-

tigas.Servicios de su abuelo y de su padre.Educacin Je Artigas.Sus primeros
trabajos en el campo. Distinciones qu? le hace : upadre. Un proceso y el indulto.Es-
tado de la campaa.Cansas de la creacin del Cuerpo de Blandengues. Su constitu-
cin.Entrada de Artigas al regimiento. - Sus primeras salidas.Medios de que se valen
sus amigos ; ara hacerle ayudante mayor.Se trata do nombrarle capitn. -Su fracaso.
Artigas y Azara: fundacin de San Gabriel.La guerra de 1801.Su vida en 1R02,
1803 y 1804.Casamiento de Artigas.Pide el retiro del ejrcito.Smbrasele jefe
del resguardo.Artigas y las invasiones inglesas.- -Conclusin.
El 15 de febrero de 1811, despus de haber declarado

Elo la guerra Buenos Aires, un suceso inesperado alar-
m profundamente las autoridades espaolas de la Colo-
nia del Sacramento. D Jos Artigas, capitn de la tercera
compaa del cuerpo veterano de Blandengues de la frontera
de Montevideo, que haca pocos das haba llegado del Uru-
guay reforzar aquel punto, fugaba Buenos Aires con el te-
nienteRafael Ortiguera y el presbtero Enrique de la Pea
para tomar parte en la rebelin contra el dominio espaol, que
haba estallado en la capital del Virreinato. Vicente Ma-
(1) Siguiendo don Isidoro De-Mara nuestros historiadores fijan

en el 2 de febrero la desercin de Artigas. Esto no es exacto. En el
Archivo Administrativo existe una Revista del Cuerpo de Blanden-
gues, de 15 de marzo de 1811, con estas notas: Jos Artigas, capitn
de la tercera compaa, fug Buenos Aires el 15 del mes prximo
pasado. Rafael Ortiguera fug Buenos Aires el 15 del mes prximo
pasado
ra Muesas, comandante militar de la Colonia, comunic al

gobernador de Montevideo la gravsima noticia, y compren-
diendo ste que la desercin del capitn importbala suble-
vacin de la provincia, dictS las medidas aconsejadas por
las circunstancias para afrontar los acontecimientos que se
produjeran; entretanto atraviesa aqul los territorios que
hoy forman los departamentos de Colonia y de Soriano,
entera de sus designios los amigos que encuentra su
paso, enva sus rdenes los ms distantes, cruza sigilosa-
mente el Uruguay, presentndose en seguida la Junta re-
volucionaria, ofrecindole el concurso de su brazo y de su
prestigio para llevar triunfante la bandera de la insurrec-
cin hasta la cindadela de Montevideo.
Quin era ese fugitivo que desamparando las filas rea-
hstas con tanto arrojo y confianza haca su debut en la
arena revolucionaria? Un libelo difamatorio aparecido en
1818 en plena guerra civil y extranjera, provocadas ambas
por las intrigas y los esfuerzos de los enemigos de Arti-
gas, rode de colores sombros y de visiones sangrientas los
actos de su vida agitada y original bajo diversos aspectos.
Fuera de las pasiones del momento que en verdad eran
tremendas, sucesos internacionales de trascendental im-
portancia para estas regiones contribuyeron tambin
acelerarla publicacin de esa obra virulenta y demoledora.
La fama de Artigas haba salvado ya la frontera resonando
su nombre en las discusiones que suscit en el Congreso
de Washington la noticia de haber proclamado solemne-
mente su independencia las colonias espaolas de Sud Am-
rica. En una sesin animada interesante de esa corporacin,
un orador manifest sin am})ages que el general Artigas
era el nico campen de la idea republicana en el Ro de
la Plata. A su vez el clebre guerrillero trat de insinuar-
se en el nimo deMonroe, entonces presidente de la Unin,
y aprovechando la oportunidad de la recepcin del cnsul
norteamericano Toms Lloyd Halsey, le dirige una carta el
1. de septiembre de 1817 en la que le particpala cordial
acogida dispensada al agente, brindndole al mismo tiempo
60 REVISTA HISTRICA
SU amistad y respeto. ^^^ Sus gestas y la accin decisiva que

ejerca en los acontecimientos polticos del Plata no las ig-
noraba el gobierno de Washington, punto de que fueron
partea entorpecer el reconocimiento demandado por los
enviados de Puyrredn, pues seles observ con razn, que
no se poda incluir en el nuevo Elstado la Banda Orien-
tal por estar bajo el dominio del general Artigas. La glorio-
sa travesa de los Andes realizada en esa poca por San
Martn y la victoria de Chacabuco que fu su consecuen-
cia, fortalecieron poderosamente la causa revolucionaria
concentrando sobre ella la atencin del mundo civilizado;
deseoso Monroe de tener noticias exactas de la situacin,
despach el 4 de diciembre de 1817 varios delegados al
Ro de la Plata, encargados de informar de los recursos y
fuerzas de los insurgentes y del estado poltico, social y eco-
nmico de estos pases. En los primeros meses del ao
1818 desembarcaron los comisionados en el puerto de
Buenos Aires ponindose en seguida en relacin con las
autoridades y personajes de influencia, estudiaron el am-
biente, exploraron las opiniones recogiendo los datos y de-
talles necesarios para transmitir su gobierno un dictamen
completo y acertado. La administracin de Puyrredn que
no haba logrado desterrar ni deshacerse de Artigas con-
forme lo consigui con otros opositores, no dej escapar la
ocasin que se le presentaba para descargar sobre l un
golpe que lo hiriera moralmente de muerte en el con-
cepto de propios y de extraos, y al efecto confi a
Pedro Feliciano Cavia, oficial mayor del Ministerio de
Go bierno y Relaciones Exteriores, la innoble misin
de escribir el libelo de la referencia con el propsito
deliberado de desnaturalizar su fisonoma poltica y
(l) El doctor Alberto Palomeque public esta carta por primera

vez en el tomo 1.0 de los Orgenes de la diplomacia argentina.
Posteriormente la cit Garca Merou, en el tomo 1 " de la Historia
de la Diplomacia Americana.
DE LA UNIVERSIDAD 6
moral, (i) Individuo de carcter exaltado y de pasio-

nes violentas, Cavia cumpli la tarea con saa implacable
fin de producir la impresin que se deseaba; enemigo perso-
nal de Artigas porque le haba hecho perder un cargo ele-
vado expulsndolo en 1813 de la Banda Oriental, venga
sus agravios desahogando las iras reconcentradas contra
ese genio malfico, como l le llama, que desde haca tiempo
estaba fijando la atencin del orbe pensador. Obra de par-
tido, inspirada en un mvil odioso, patrocinada por el go-
bierno que Artigas combata con encarnizamiento, en vano
se busca en ella la nota humana las enseanzas que siem-
pre se piden la historia; en vano se busca la sinceridad, la
justicia y aquellas consoladoras atenuaciones en que se basa
todo juicio histrico imparcial; predominan en sus pginas
envenenadas el fanatismo sectario y las crueles impreca-
ciones que en las grandes crisis polticas lanza un partido
la cabeza del adversario que no ha podido vencer ni ano-
nadar. No se estudia el origen y desenvolvimiento del terri-
ble drama en que se agita durante diez aos el protagonis-
ta, bregando sin descanso con todos los elementos internos
y externos desencadenados contra l; no se analizan sus
facultades personales extraordinarias, con las que alcanza
(1) E l folleto de Cavia se public en febrero de 1818 y en ese mes

llegaron los delegados. Vase la nota 2.^ del artculo V del Pro-
tector nominal de los pueblos libres, etc.. En la nota i.^ del artcu-
lo I I I , explica as el objeto de la obra: La poltica ha hecho tam-
bin deferir la presentacin de este horroroso retrato (de Artigas) cre-
yendo que su original cambiase alguna vei de fisonoma. Una triste
experiencia ha demostrado lo remoto de esta esperanza En tal con-
cepto, ha sido preciso describir este monstruo, para que el pas se
precaucione contra sus insidias, para que le conozca el mundo entero
y para que sepa, que aunque por excepcin de la regla, hay un hombre
tan malvado en estas regiones-. Comprese el artculo V con las pro-
clamas de Puyrredn, los habitantes de Entre Ros, de 5 de di-
ciembre de 1817, cuando mand socorros Ereru, Correa y dems
caudillejos que sus instancias se haban sublevado contra Ar-
tigas.
62 REVISTA HISTRICA
en breve tiempo aquel poder y prestigio incontrastable que

causan el asombro y la admiracin de sus coetneos. 'O Bien
es verdad que este no era el objeto que se persegua sino
flagelarlo sin piedad, y Cavia respeta maravilla la consig-
na navegando velas desplegadas por el mar de la invectiva
y la calumnia. Acumula con suprema frialdad cuantos re-
cursos encuentra se le ocurren para constituir un proceso:
recuerdos vagos, tradiciones confusas, imputaciones malevo-
lentes, ancdotas inverosmiles, todo lo utiliza en su rabia
destructora, altera los hechos ms conocidos los forja
su sabor de manera que el cuadro resulte ms ttrico y
sombro. Esta monografa, declamatoria y grotesca >, hija
de una imaginacin acalorada, podra servir, escribe Carlos
Mara Ramrez, para estudiar la sicologa de las facciones
de esa poca, pero no podr aceptarse nunca como com-
probacin de la verdad. Y sin embargo, no ha sucedido as:
la memoria de Artigas se resiente todava de la influencia
de este libro nefasto; en esa fuente contaminada han bebi-
do los publicistas europeos y americanos que de l se han
ocupado trasmitindose el romance de generacin en gene-
racin con los aadidos que le han zurcido los ltimos de
acuerdo con ideas preconcebidas antagonismos heredados.
No lo decimos nosotros, son ellos los que se encargan de in-
dicarnos el procedimiento. El doctor Vicente Fidel Lpez
siempre que tropieza con Artigas, y lo encuentra cada
paso en la primera dcada de la historia argentina, extre-
ma en acriminarlo todos los arbitrios de su verba inagotable;
pero impresionado l mismo de la viveza de sus ataques, se
detiene de repente para recordar: que es una regla elemen-
tal de historia no dar asenso los apreciaciones que proce-
den de nimos prevenidos contra los hombres de quienes se
trata, y advierte al lector que no tome su juicio al pie de la
(1) Ntase esta impresin en el Diario de Larraaga y Guerra,

en la Historia de Fue y en la correspondencia privada de otros
personajes de aquellos tiempos.
DE LA UMVERSrDAD 63
letra porque execra la persona, los hechos y la memoria

de ese funestsimo personaje de su Historia. (1)
Diversas causas facilitaron el desarrollo de lo que llama-
remos la saga artiguista, dndole una importancia que de otro
modo nunca hubiera alcanzado. Con pertenecer Artigas
una familia distinguida por su posicin social y sus vincu-
laciones en el perodo colonial, debido un destino singular
se desconoci durante muchos anos el lugar de su nacimien-
to. Poco falt para que se renovara en torno de su cuna la
polmica que sostuvo la antigua Grecia al rededor de la
cuna de Homero; as como Atenas, Argos y otras ciudades
disputaban Esmirna la ciudadana del poeta, Las Piedras,
el Sauce y otros pueblos del interior de la Repblica dis-
putaron Montevideo el nacimiento de Artigas. Igual in-
certidumbre exista respecto la fecha de este suceso, unos
la fijaban en 174G, otros en 1758, quienes en 1759 y quie-
nes en 1700, no obedecindola eleccin ningn mtodo
ni criterio racional sino al mero capricho de los autores,
al deseo de armonizar esas datas con sus opiniones perso-
nales con las consecuencias que de ellas pretendan dedu-
cir. Berra en la primera edicin de su Bosquejo Histrico
hace nacer Artigas en 1758, y en la ltima, publicada
veintes aos despus de haber hecho conocer Maeso la par-
tida de bautismo, lejos de corregir el error lo reproduce, qui-
zs por no destruir el andamiaje que sobre esa base haba
construido. An el ao de su incorporacin al ejrcito es-
paol ha sido objeto de profundas divergencias. El general
Nicols Vedia en su 3e7noria inicsi el 1800, Sarmiento el
1804, Washburn el 1808, y como quiera quedel enlace de es-
tas fechas con las anteriores resulta que Artigas ingresa en la
vida pblica en edad bastante avanzada, sus detractores que
no pierden oportunidad para vilipendiarlo no dejaron de evo-
car en su fantasa el pasado desconocido, los aos ignorados,
acumulando en sus narraciones la clera y los enconos alma-
(1) Historia Argentina, tomo 3., pgina 42,4.

64 REVISTA HISTRICA
cenados en los das de convulsin y de combate. Cuando los

escritores nacionales comenzaron ocuparse de su personali-
dad con entusiasmo, notaron en su vida las mismas defi-
ciencias y obscuridades, especialmente en la parte relativa
su adolescencia y juventud, y posedos del afn de llenar el
vaco recurren la leyenda entresacando de sus pginas
los rasgos ms atrayentes, las ancdotas ms originales,
contribuyendo sin saberlo darle mayor vuelo y vigori-
zarla. Sin duda Artigas no ha sido ajeno al mantenimien-
to de este estado de cosas por la serenidad con que acogi
en distintas circunstancias los denuestos y ataques de sus
enemigos; preocupado del triunfo de sus ideales, sin tiempo
para distraer su atencin en puntos extraos esa tarea, ca-
reciendo adems del auxilio de la prensa monopolizada por
sus adversarios, se limit levantar los cargos que oficial-
mente se le hicieron, relegando al desprecio 6 mirando con
indiferencia los que se le dirigan en otra forma, pues que
no necesitaba, deca, vindicarse en el concepto pblico ni
asalariar apologistas. En cierta ocasin le comunic An-
dresito los rumores desfavorables que circulaban su res-
pecto: deje usted que hablen prediquen contra m, respon-
de. Esto ya sabe que suceda, an entre los que me cono-
can, cuanto ms entre los que no me conocen. (1) Otra vez
escriba Gemes: A la distancia se desfiguran ios sen-
timientos y la malicia no ha dormitado siquiera para ha-
cer vituperables los mos. Pero el tiempo es el mejor tes-
tigo, y l justificar ciertamente la conducta del jefe de
los orientales. (2)
Nosotros no tenemos por qu ni podemos tampoco imitar
su indiferencia. En vista del rol extraordinario que ha des-
empeado en nuestra historia y de la influencia inmensa
que ejerci en el Ro de la Plata, influencia que continu
despus de su ostracismo hasta la organizacin completa de
(1) Artigas Antlresito en 1816, citado por Bauza.

(2) Artigas Gemes, 5 de febrero de 1810.
estos pases, nos es forzoso examinar detenidamente la le-

yenda para ver cules son los elementos histricos que con-
tiene. Empezaremos por exponerla y luego criticarla la luz
de los documentos que hemos podido procurarnos.
Narra sta, que incitado Artigas por un temperamento
rebelde toda dependencia, abandon en su juventud el
hogar paterno internndose en las agrestes soledades que
existan al norte del Ro Negro. Esa zona del territorio
uruguayo pareca destinada ser teatro del terror y la vio-
lencia, de ociosos y de bandidos por las seguridades que
les brindaba su configuracin especial, su aspecto salvaje,
la proximidad de la frontera y la falta absoluta de polica;
si se les persegua se ponan en salvo vadeando el Santa
Mara, buscaban asilo en las apretadas serranas, los es-
pesos bosques, los cerros abruptos y los profundos ba-
rrancos que la cubran. La disputa de lmites con el
estado vecino, la carencia de centros urbanos, y de
fuerza organizada, hacan que la accin de la autori-
dad no se dejara sentir con frecuencia en esos lugares
deshabitados. Fuera de los pueblos de Misiones todava
floreciente slo encontraba el viandante en las costas del
Uruguay la pequea poblacin de Paysand, y trechos
la choza de barro de algn miserable campesino, la tien-
da ambulante de cuero y estacas del indomable charra
arrinconado all por el empuje continuo aunque lento de la
conquista. En este escenario primitivo rodeado de horizon-
tes misteriosos, se despiertan, segn la fbula, las pasiones
instintos que bullen en el alma joven de Artigas. Reco-
rre caballo los campos dilatados que se extienden su
vista, bien as como el cosaco la estepa, no dependiendo
sino de Dios y de su lanza, estudia el terreno y las lo-
calidades, se hace insensible los padecimientos, resistente
la fatiga, acostumbrando su organismo la miseria y los
trabajos; lucha con los indgenas y las fieras ocultos en
los caaverales, cruza nado arrojos caudalosos, acosa pa-
ra sustentarse el ganado silvestre diseminado en las lomas,
sorprende al viajero y al traficante extraviado en los valles,
R. H . DJ LA U.5.
66 REVISTA HISTRICA
atisba desde la copa de algn aoso ora bu la partida de

tropa lanzada en su persecucin, y en las horas de cansan-
cio de peligro se refugia en la parte ms tupida de la
selva. Sus proezas le dan pronto renombre y una fama
ruidosa, afluyendo su guarida como la de David en los
desiertos de Judea los trnsfugas y los ricos en desgracia;
propietarios despojados, milicianos desertores, esclavos fu-
gitivos, contrabandistas contumaces, presidiarios escapados
de la Cindadela, sayones y holgazanes de las provincias del
virreinato y de los eptados limtrofes.
Aade la tradicin que sus cualidades personales lo desti-
naban dominar sobre cuantos le rodeasen: semejanza de
Pedro el Grande, con el fuego de su mirada detiene los mal-
vados les hace desfallecer su grito aterrador; diestro jinete,
maneja el caballo como ninguno de sus coetneos, montndo-
los medio domar, amansndolos en seguida al empuje de su
brazo y de su acicale; era tal su habilidad en las marchas en
preparar una sorpresa, que la tropa soberana escarmentada
por los contrastres sufridos, esquiva su encuentro resis-
tindose perseguirlo; si por un accidente imprevisto se
vea cortado, ultima los caballos cansados detrs de los cua-
les se parapeta y con sus fuegos certeros diezma al enemigo,
que huye despavorido dejando el campo cubierto de cad-
veres. Estas aptitudes excepcionales del fogoso adolescente
deslumhran sus cmara das, que lo aclaman una jefe de
la banda. Vindose Artigas al frente de fuerzas respeta-
bles se alia los contrabandistas de Ro Grande y ensan-
cha el teatro de sus operaciones, desbordndose como un
torrente sobre los pases linderos; invade Entre Ros, Co-
rrientes, el Paraguay y el Brasil; impone contribuciones,
destruye las cosechas, arrasa las aldeas, quema los templos,
llevando sus depredaciones hasta los arrabales de las ciu-
dades. Impresionado el virrey por el incremento de su po-
der y de sus recursos, crea un cuerpo especial de blanden-
gues para contenerlo; pero Artigas lo persigue, lo estrecha
y lo vence, aterrando las autoridades que estimndose
impotentes para destruir sus fuerzas, mudan de tctica y
resuelven reducirlo por medios pacficos; imitando las

matronas romanas cuando la invasin de Coriolano ruegan
sus padres que sirvan de mediadores para atraer al pros-
cripto; ste se somete pero imponiendo condiciones, exige
una indemnizacin, amnista general y admisin de l y los
suyos en el cuerpo recientemente formado. Nombrado ayu-
dante mayor de blandengues, cambia como por encanto de
costumbres, restablece la tranquilidad de la campaa, cas-
tiga inexorablemente los bandoleros, borrando con sus
servicios la causa del orden el recuerdo de sus excesos y
anteriores atropellos. Cuando el esquiln de la revolucin
de Mayo convoca los pueblos la independencia. Artigas
vacila en los primeros instantes, mas comprendiendo que
las simpatas generales estn de lado de los revolucionarios,
se deja arrastrar por la corriente plegndose al movimiento
emancipador, con la esperanza de constituirse un Estado
la manera de Francisco Esforza de Csar Borgia. (O
As nos describen al Artigas legendario Miller, Famiu,
Berra, Sarmiento, Wasliburn y Lpez, glosadores y co-
mentadores de las ancdotas novelescas que rebosan en el
folleto de Cavia. Como se echa de ver, se le quiso de-
primir con pertinacia inaudita, y lo que se ha conseguido es
elevarlo inmensamente dndole una importancia y propor-
ciones que estuvo lejos de tener antes de la revolucin.
Ms bien que un hombre moderno, parece un hroe de po-
cas remotas. Su figura romancesca tiene todos los relieves
de aquellos personajes mitolgicos en quienes simbolizan
los pueblos de antao las gestas y dolores de su infancia;
recuerda veces en ms de un rasgo Mitrdates reapa-
reciendo en Sinope para sentarse en el trono de sus proge-
nitores, despus de haber vivido sus mejores aos en las
(1) Hemos seguido en la exposicin de la leyenda, Miller, Me-

morias. Csar Famin, Chile, Paraguay, Uruguay, Buenos Aires,
pgina 5d. Washura, Historia del Paraguay, tomo 1.., cap-
tulo X V .
68 REVISTA HISTRICA
selvas del Paryadrs, entre los brbaros y las fieras; otras

trae la memoria los fundadores epnimos de las ciu-
dades griegas y romanas, que hastiados como Artigas de la
vida nmade y aventurera, crean Estados en donde conso-
lidan su poder con el prestigio adquirido por su valor y sus
hazaas; para que la semejanza fuera completa nicamente
olvid la leyenda el alfange y los coturnos de Teseo, la lo-
ba que amamant la infancia de Rmulo y las guilas que
velaron el primer sueo de Alejandro.
Nos placen los romances, sin resistirnos, diremos con
Waliszewski la necesidad histrica de contradecirlos
cuando ellos se engaan,y en nuestro caso se han equivo-
cado. Para demostrarlo, nos despediremos de la ficcin y
entraremos de lleno en los dominios de la historia
Jos Gervasio Artigas naci el 19 de junio de 1764 en
Montevideo, de Martn Jos Artigas y de Francisca Anto-
nia Arnal, bajo el gobierno de Agustn dla Rosa; lo bautiz
el 21 en la Matriz el presbtero doctor Pedro Garca, siendo su
padrino Nicols Zamora, escribano-secretario del Cabildo.
Era el tercero de la famiUa compuesta de varios hermanos:
Martina, Nicols y Manuel Francisco. Bien que consten
estos antecedentes en la partida respectiva, de la circuns-
tancia de habrsele bautizado los tres das de su naci-
miento, deducen algunos escritores que naci en Las Pie-
dras y despus se le trajo Montevideo para recibir aquel
sacramento; pero el propio Artigas, que es de suponer no
ignorase en dnde vio la luz por primera vez, se encarga de
resolver la duda manifestando en el acto de su matrimonio
ser natural de Montevideo, manifestacin confirmada por
los documentos expedidos por las autoridades espaolas
que lo declaran una hijo de esta ciudad. (1) No poda ex-
(1) Algunos, entre ellos el laborioso escritor Orestes Arajo, creen

que esta partida no resuelve el problema, porque el nombre Monte-
video se aplicaba toda la provincia, mas la observacin carece de
fuerza, pues la partida no dice natural de Montevideo sino de la ciu-
clamar con el poeta que su nombre principiaba con l, por-

que si bien fu el ms ilustre de su estirpe, sus agnados
haban dejado huella brillante en la vida administrativa y
miliciana de la colonia. Es menester detenerse un momento
en este blasn hereditario, no slo para ilustrar el pasado
de su linaje, los servicios prestados por sus mayores la
Pi'ovincia, sino tambin para comprender los rasgos sicol-
gicos de su carcter, su genio emprendedor y atrevido, su
prodigiosa actividad, su voluntad obstinada y su inclina-
cin los riesgos y la lucha. Al ocuparse los historiado-
res de sus antepasados, se limitan hacer resaltar su inter-
vencin en las magistraturas municipales y otros cargos ci-
viles que desempearon con aplauso general, dejando de
lado las funciones militares que absorban entonces la
atencin de los habitantes exigindoles rudos y continuos
servicios, y los Artigas dedicaron ellas sus energas, distin-
guindose en primera lnea entre sus contemporneos, pues
pertenecieron la milicia durante varias generaciones, pu-
diendo considerarse esta carrera tradicional en la famiha.
Bu abuelo paterno el zaragozano Juan Antonio Artigas,
empez su carrera en Espaa en la memorable guerra de
sucesin que agit doce aos la pennsula, despertando
entusiasmos idnticos los que despert posteriormente la
guerra llamada de la independencia contra la invasin na-
polenica. En la flor de la edad, los quince diez y seis
aos sent plaza de voluntario en el regimiento Nuevo
Roselln, en defensa de la causa nacional representada por
Felipe V, cuya popularidad creci en vez de menguar con
dad de Montevideo, determinando claramente la localidad. En una

acta del Cabildo del 3 de febrero de 1814, por la cual se nombran en-
viados para invitarlo la conciliacin con Espaa, se dice: y con-
fiadamente se espera por momentos el feliz da de l.i conclusin de-
seada por este pueblo que le dio la existencia. Larrobla en una carta
Artigas, en 1812, dice: este Cabildo hace V. S. la ms solemne
protesta de adherirse cuanto usted proponga bajo la justa recom-
pensa de su unin con Montevideo su patria, etc- .
70 REVISTA HISTRICA
los reveses experimentados en los primeros aos de la con-

tienda. En 1710, despus de Almansa, tom la ofensiva el
archiduque Carlos hallndose Juan Antonio Artigas en la
desgraciada batalla de Almenar deSegre, dirigida personal-
mente por el monarca, y en la de Zaragoza que abri por
segunda vez al pretendiente las puertas de Madrid. En esta
accin cay prisionero, logrando fugar los cinco das, y lue-
go de algunas peripecias alcanz y se incorpor al ejrcito
en retirada sobre Valladolid. No tardaron en reanudarse las
hostilidades, y auxiliadas las tropas de Felipe V, de las que
formaba parte Artigas, por el mariscal Vendme, atacaron
el 9 de diciembre las fortificaciones de Brihuega, consi-
guiendo aduearse de esta plaza a pesar de la valiente de-
fensa del general Stanope; con esta victoria y la de Villa vi-
ciosa obtenida al da siguiente por el marqus de Valdeca-
as en los restos del ejrcito ingls, se decidi el porvenir
de la dinasta borbnica, asegurndole hasta el presente el
trono de Espaa. En los ataques Barcelona despus de la
fuga del pretendiente, el escuadrn que perteneca Juan
Antonio Artigas, unido los dragones y coraceros del conde
de Maoni, se apoderaron del baluarte del Levante, ltima
escena del sangriento y porfiado duelo que termin con la
paz de Utrech. (1)
Buscando nuevo teatro y otros horizontes su actividad,
se embarc en 1716 para Buenos Aires, en donde contrajo
enlace con doa Ignacia Javiera Carrasco, ingres en la
compaa de milicias del capitn Martn Jos Echauri,
acompaando ste la primera expedicin que se envi
a l a costa de Rocha para desalojar al contrabandista francs
Esteban Moreau, y los reconocimientos realizados en
Montevideo cuando ocuparon este punto los portugueses.
Una vez echados los cimientos de esta ciudad, Juan Anto-
nio Artigas con otros soldados de Echauri, casi todos pa-
(1) Expediente en el Archivo de la Escribana de Gobierno y Ha-

cienda.
DE LA NfVERSIDAD 71
rientes suyos, se avecind en ella con su esposa y cuatro

hijas, constituyendo el primer ncleo de pobladores, recibien-
do en premio ttulos nobiliarios, pues fueron declarados hi-
jodalgos de solar conocido con derecho gozar de los privile-
gios anexos su categora en todos los dominios del Im-
perio espaol, ttulos que poco preocuparon los Artigas
porque en nuestras investigaciones nicamente hemos tro-
pezado con una descendiente (Brbara Bermdez) que tra-
tase de hacerlos valer.
La fundacin de Montevideo responda al propsito de
terminar con las tentativas que da da exteriorizaban los
europeos la posesin de estas colonias, principalmente los
lusitanos empeados en apoderarse de la margen izquierda
del Ro de la Plata. De ah que se diera la ciudad as-
pecto guerrero con bastiones y reducto, con cindadela y
fortificacin, con armada y guarnicin permanente; como
quiera que esta fuerza no bastase garantizar su estabili-
dad ni vigilar su dilatada campana, se enrol sus habi-
tantes en una compaa de milicias caballo bajo el mando
de Artigas, discernindosele el grado de capitn. Con estas
fuerzas inicia en 1 730 sus celebres excursiones ai interior,
anlogas las que ms tarde realizara su gran nieto, en
defensa de los propietarios vctimas de las violencias de
indgenas y malhechores. De complexin robusta, habitua-
do desde tierna edad los peligros, endurecido en las fati-
gas de la guerra, suple la falta absoluta de instruccin con
la experiencia y sagacidad natural; la obstinacin verdade-
ramente aragonesa que desplega en el cumplimiento del
deber,le grangean el afecto de los superiores,^que confan
tranquilos en su intrepidez y valor para ejecutar empresas
difciles. Cuando la primera insurreccin de los minuanes,
que hizo entenebrecer la estrella de Montevideo, ordena Za-
bala se enven comisionados los indios fin de inclinar-
los a un arreglo; nadie se atreve desempear la misin
porque los caciques amenazan de muerte los que se acer-
quen en demanda de paz; en este conflicto el Cabildo en-
carga Juan Antonio Artigas la ardua tarea, y en medio
72 REVISTA HISTRICA
de ser Alfrez Real, puesto que le faculta a rechazarla, se

encamina las tolderas, volviendo al poco tiempo con los
representantes de los indios para celebrar el convenio desea-
do por el gobernador. (1) En seguida se dirige Maldonado
impedir un desembarco que intentaban hacer los portu-
gueses; auxilia al Maestre de Campo Manuel Domnguez
en los dos combates que reprimen la segunda rebelin mi-
nuana; interviene en la guerra guarantica; asiste en 1762
la toma de la Colonia, procurando la caballada necesaria
para los regimientos, se le manda luego la frontera vigilar '
que el enemigo no ataque por el flanco al ejrcito de Ce-
ballos, que desprenda fuerzas para recuperar por sorpre-
sa la ciudad perdida. No solamente las tareas militares
distraan su atencin: en los descansos que stas le permi-
ten, atiende su establecimiento de campo de Casup re-
cibido en merced del Estado en su calidad de poblador. Es
de notar que las costumbres de nuestros antecesores tienen
cierta analoga con las de los primitivos romanos, dividen
su tiempo y actividad entre la labor domstica y los debe-
res pblicos; as como Cincinato dejaba el arado y acuda en
defensa de Roma amenazada, nuestros patricios interrum-
pen sus faenas para batir sus vecinos, cuyas expediciones
se repetan con la monotona de las de los Equos de los
Volscos, para asistir las sesiones del Cabildo con sus
capas radas y sus manos callosas, velar por el mejora-
miento de la naciente ciudad.
Entre todos sus hijos se distingue desde temprano Mar-
tn Jos, quien sin duda puso este nombre en recuerdo y
homenaje de su antiguo jefe; educado por los jesutas, com-
paero de su padre en sus correras y heredero de su pres-
tigio, obtuvo bien pronto los entorchados de capitn de mi-
licias, el puesto ms alto que podan aspirar los criollos
en la jerarqua militar de entonces. Las milicias eran ya
ms numerosas por el incremento de la poblacin y por ser
ti) Actas del Cabildo,

indispensables para custodiar los pueblos fundados en la

jurisdiccin de Montevideo; formaban compaas especia-
les, asistan las operaciones militares, haciendo los mis-
mos servicios de la tropa de lnea, servicios que ms de
una vez recordaron hicieron valer ante los olvidadizos
gobernadores. El virrey Vertiz en su expedicin Ro
Grande construy el fortn de Santa Tecla en la vieja ha-
cienda real de San Miguel, y al retirarse dej de guar-
nicin dos destacamentos, uno de lnea y otro de mi-
licias, el primero al mando de Luis Ramrez y el se-
gundo al de Martn Jos Artigas. En los primeros
meses del ao 1776, Pintos Bandeiras, capitn portu-
gus que haba adquirido por su denuedo una fama nove-
lesca, quiso sorprender el fortn, presentndose de improvi-
so al frente de seiscientos hombres; pero su intento fracas
porque lo descubrieron los de adentro pesar de la cerra-
zn que reinaba, y transform la sorpresa en bloqueo. Ra-
mrez y Artigas defendieron veintisiete das su posicin re-
chazando cinco asaltos furiosos del sitiador; capitularon cuan-
do se agotaron los vveres y municiones, y salieron de la pla-
za el 26 de marzo con todos los honores de la guerra: la guar-
nicin armada, descaones con mecha encendida y dos ca-
rros cubiertos, hecho, dicen Larraaga y Guerra, que hon-
ra tanto al vencedor como al vencido. (1) Despus ingresa
don Martn Jos en el Regimiento de caballera de Mili-
cias de Montevideo, donde tuvo de compaeros los Du-
ran, los Mas, los Cseres, los Bauza y los Prez Castella-
nos: se cre durante la guerra de la independencia norte-
americana. Esa era la mayor fuerza que haba en campaa
cuando Espaa, aliada de Francia, declar la guerra In-
glaterra en defensa de la causa de los insurgentes.
(1) Confrntese lo que dice el vizounle de San Leopoldo en la p-

gina 155 de sus Annaes da Provincia de S. Pedro, con una nota de
Martn Jos Artigas fechada en Santa Tecla el 27 de enero de 1776.
M. S. del Archivo Administrativo,
74 REVISTA HISTRICA
Estuvieron acampados, escribe un contemporneo, en

nmero de 1,800 porque las compaas tenan ms
de cien hombres, hacia el horno de Achucarro. To-
dos estaban montados en buenos caballos, suficientemente
ejercitados en las evoluciones; y muy resueltos que-
dar airosos, contra el dictamen de los veteranos, parti-
cularmente europeos, que los miran siempre con desafecto;
pero otros confiaban mucho en su robustez y destreza en
el manejo de los caballos, en la que seguramente no son
inferiores los antiguos Nmidas ni los modernos de
Argel. (1)
No careca, pues, Artigas desde su infancia de ejemplos
que imitar ni de estmulos la gloria; los halla brillantes
en su hogar, siendo testigo de las acciones de su padre en
la edad de ios entusiasmos, en la edad en que el espritu
no da cabida al olvido ni la indiferencia. Mientras el au-
tor de sus das liga su nombre la heroica defensa de
Santa Tecla, frecuenta l las aulas del convento de San
Bernardino, donde tuvo de condiscpulos Nicols Vedia,
Melchor de Viana y otros compatriotas, ms tarde
ilustres en los anales del Plata. Bien ser decir que no era
este el nico colegio que haba entonces en Montevideo como
aseguran nuestros historiadores, pues que en cumplimiento
del artculo 28 del decreto de expulsin de los jesutas, el
Cabildo instituye en 177'2, en el local desalojado por la Re-
sidencia, una escuela pblica y gratuita de primeras letras y
latinidad, destinndola especialmente la educacin de ni-
os pobres y menesterosos, la cual funciona en concurren-
cia con la de los Franciscanos durante la dominacin espa-
ola. (2) Si no era completa la instruccin que se daba en el
(1) Prez CastellanoCajn de lastre. M. S. en poder de don

Nicols Borraz.
(2) Esta escuela se reform (y no cre) en 1809, Sus primeros
maestros fueron Valdez y Ortuo. Despus de Gramtica, Jos Ga-
ria, y de primeras letras Jos Bernab Guadalupe.A fines del si-
glo X V I I I diriga don Manuel Pagla la clase elemental y la de la-
tinidad el presbtero don Jofc J. Aiboleya. M, S. del Ai chivo Pblico.
convento, supla sin embargo las exigencias del momento, di-

fundiendo los conocimientos indispensables la nifez: se en-
seaba leer y escribir, nociones de aritmtica, gramtica y
lengua latina con aditamento, como se comprende, dla doc-
trina cristiana, sometindose tambin los alumnos la disci-
plina y subordinacin de orden en las instituciones de esa n-
dole. Dentro de la estrechez de criterio de la poca en punto
educacin, los franciscanos ampliaban sus clases y progra-
mas siempre que las circunstancias se lo permitan; en 1787
crearon la ctedra de filosofa dirigida por fray Mariano
Chambo, pero Artigas no pudo aprovechar sus lecciones
como las aprovecharon Rondeau, Larraaga y otros dess
amigos y compaeros ms jvenes que l que fueron dis-
cpulos del fraile. No obstante esto, su instruccin si no fu
superior, igual la de la mayor parte de los militares de
su tiempo, incluso al general San Martn que como se sa-
be no sobresali por la calidad ni por la extensin de sus
conocimientos; que no es extrao que tal cosa acaeciera en-
tre nosotros cuando suceda otro tanto en los centros ilus-
trados de Europa, vindose obligada en 1 793 la Convencin
francesa, para corregir el mal, dictar una ley prohibiendo
se acordaran grados desde cabo hasta general las perso-
nas que no supieran leer y escribir. (1) En el orden militar
dice Taine, la capacidad es sobre todo innata; los dones
naturales, valor, sangre fra, golpe de vista, actividad fsica,
ascendiente moral, imaginacin topogrfica constituyen su
parte principal; en tres cuatro aos, hombres que apenas
saban leer, escribir y las cuatro reglas, se hicieron durante
la Revolucin oficiales excelentes y generales vencedores.
(2) Basta recordar los nombres de Jourdan, Vandame, Au-
guereau, Massena, Junot, Murat, Hoche, Ney y otros ge-
nerales de la Revolucin y del Imperio, para convencerse de
la verdad que encierra la observacin del gran publicista
(1) Lavise y Rambau: Histoire general', tomo 8, pg. 274.

(2) Taine: Le rgime moderne, pg, 335.
76 REVISTA HISTRICA
francs. Es muy de tener en cuenta que los "partes expedidos

por Artigas desde diversos puntos del territorio mientras
fu oficial de blandengues, demuestran que no olvid la
instruccin de sus primeros aos; si bien acusan cierta ne-
gligencia en la puntuacin y en la construccin del perodo,
no abundan los errores ortogrficos en las palabras ms
usuales que se ven en la correspondencia de otros militares
de su tiempo. La semejanza de varias frases y giros de dic-
cin con las notas posteriores principalmente con las que pu-
blic Fregeiro, prueban que si no las redact enteramente,
colabor en ellas, lo que confirma Robertsen en sus Cartas
al decir que cuando lleg Purificacin encontr Artigas
ocupado en dictar sus secretarios rdenes para sus co-
mandantes y respuestas a las consultas de los Cabildos.
Gustbale sobremanera la letra clara y correcta, punto de
que slo elega escribientes entre los individuos de buena
caligrafa, imponiendo esta condicin hasta en los partes
que le dirigan sus subalternos. Habindole mandado una
vez Rivera dos cartas confusas y de difcil lectura, no dej
de manifestarle su desagrado en la contestacin: <^ usted
me ha escrito dos, responde, y tengo la fortuna de que su
letra se va componiendo tanto que cada da la entiendo me-
nos. Es preciso que mis comandantes vayan siendo ms
polticos y ms inteligibles^>. (D Sus facultades inteligen-
cia se perfeccionaron ms tarde con el trato de los hombres
y de los negocios, con la observacin y la experiencia ateso-
radas en los aos de servicio, pues estuvo en relacin y bajo
el mando de jefes de la talla de Azara, Viana,Lecoq, Quin-
tana, Arrellano y Ruiz Huidobro.de cuya preparacin nadie
puede dudar. El primero le infundi en el ao de estada en
Batov aquel amor inclinacin por la agricultura que re-
belan algunas notas de Artigas, y que puso en prctica
cuando desengaado y vencido arrastraba su vejez y sus
angustias en la confinacin forzosa de Curuguat.
(1) Artigas Rivera, 11 de febrero de 1816.

t) LA UNIVERSIDAD 77
Sin orientacin definida, sin vocacin por el comercio

y las profesiones liberales, sin necesidades apremiantes por
otra parte, hizo Artigas en su adolescencia la vida fcil y
ligera de los hijos de familia acomodada. En el ambiente
patriarcal de la antigua ciudad no haba ms diversiones ni
entretenimientos que las corridas de toros, los bailes y las
visitas, as que la mayora de los jvenes distraan sus ocios
en excursiones de caza en cabalgatas al campo, trayendo
siempre al volver alguna ancdota que contar, en las que
era protagonista obligado el indgena el bandido que ha-
ba pretendido sorprenderlos en alguna encrucijada del ca-
mino. Los dominios rurales se destinaban la cra del ga-
nado y pertenecan los pobladores personas de influen-
cia. AH viados del proceso de la refinacin de la raza que des-
conocan, dejaban los dueos multiplicar aqul su albeldro,
sin otro trabajo que vigilar los peones esclavos que los
custodiaban. Los ms pasaban en sus establecimientos la
bella estacin refugindose en la ciudad en cuanto se ha-
can sentir los primeros fros. Con permiso de los gober-
nadores salan de tiempo en tiempo al frente de partidas
reclutadas entre sus hijos, vecinos, peones y esclavos, ahu-
yentar los ladrones que merodeaban por los aledaos de
la estancia escarmentar en sus guaridas los bando-
leros ms temibles, bien as como lo hacan con los indios
de la frontera los arrogantes plantadores de Maryland, Vir-
ginia y las Carolinas en la gran Repblica del Norte.
De ese modo se exphca que fueran tan imperiosos y arro-
jados los primeros nombres de la colonia, los Garca Zu-
iga, los Pereira, los Herrera, los Artigas, los Salvaach,
los Bauza, cuyas expediciones se consignan en las actas
del Cabildo.
La audacia y el culto al valor que profesan no es un
rasgo peculiar la raza como se ha credo, sino un ca-
rcter comn la sicologa de las sociedades en formacin
y especialmente a las de origen colonial. Causas fsicas y
no congnitas modelan el tipo que se extiende y perdura
hasta que el progreso lo refina y transforma. Un medio
^8 REVISTA HISTRICA
en esas condiciones retarda la aparicin de la cultura in -

telectual, pero desarrolla en cambio la impulsividad, el sen-
timiento individualista, la exaltacin de la personalidad,
el espritu independiente y rebelde las disciplinas socia-
les, el amor las aventuras y la vida romancesca y de
emociones que se acentan en un pueblo ms que en otro
por la menor mayor vivacidad de su imaginacin de
su idealismo. Artigas no poda ser una excepcin la re-
gla general: todo msculo y sangre, se rebela desde tem-
praiio en su organismo la nota originaria que imprime
en el individuo el ambiente de su tierra. El campo le atrae,
es verdad, como atrajo sus abuelos, pero sin desligarlo
de la ciudad la cual se siente adherido por el afecto y
el recuerdo; no la olvid ni an siendo oficial de blanden-
gues, pues pasa en ella grandes temporadas disfrutando
de los placeres que proporcionan la amistad y la familia.
Si despus en el apogeo del poder se aleja de Montevideo,
ms bien que una inclinacin innata la soledad, se de-
be las exigencias de la guerra y que tena que aten-
der los intereses de las provincias que le pidieron ampa-
ro. Don Martn Jos posea en Casup los campos hereda-
dos de su padre, en Chamizo, los que adquiri por denuncia
en 17G4, y en el Sauce los que su esposa haba aportado
al matrimonio. En ellos principia Artigas sus ensayos de la
vida rural, aplicando la tarea toda la actividad y energa
de su juventud 0-\ Se hace hbil en el manejo del caballo
y acarreo de ganado, vigoriza su constitucin, desarrolla
sus aptitudes, aprende la topografa y accidentes geogrficos
del pas, estrecha amistades que le sern tiles en lo suce-
sivo, y con este caudal de experiencia se lanza trabajar
por cuenta propia, detenindose y negociando en Misiones,
el Arapey, Queguay y sobre todo en Soriano, en donde
parece haber residido algunos aos antes de ingresar en el
(1) Expediente sucesorio de don Martn Jos Artigas, archivado en

el Juzgado de lo Civil de l.^r turno.
ejrcito. Los cueros y productos que acopia los remite

Montevideo la barraca de su padre, establecida en la
esquina de las calles San Luis y San Antonio. Conserv
siempre con su familia las mejores relaciones, mereciendo
por su conducta excelente y laboriosa que su padre acordase
l y Martina premios y distinciones que no acord
sus dems hijos. Le nombra segundo albacea en el testa-
mento, donndole en vida el usufructo de un solar de te-
rreno en la calle de San Luis (hoy Cerrito), donde con sus
ahorros edific dos casas que le producan cuarenta y dos
patacones mensuales de renta antes de la revolucin. (l^>
Cuando fuga Buenos Aires queda encargado de ellas
su ntimo amigo Juan Domingo Aguiar, pero en seguida
fueron administradas por el Gobierno, porque Elo confis-
c en beneficio del Estado su renta, como las de las propie-
dades de todos los emigrados. Siendo exactos imparciales,
es del caso agregar, que un perodo que conceptuamos
comprendido entre 1792 y principios de 1796, estuvo Ar-
tigas sometido un proceso, amparndose al indulto que
concedi Carlos I V el 22 de diciembre de 1795 en ce-
lebridad del ajuste de paz con los franceses y de los matri-
monios de las Serensimas Infantas doa Mara Amelia y
doa Mara Luisa. Este indulto se limit al principio la
Metrpoli, pero ms tarde comprendi tambin las co-
lonias, pubcndose por bando en Buenos Aires el 25 de
septiembre de 1796. Cul fu el motivo del proceso? Se
trata de un contrabando de desacato la autoridad co-
mo reza la leyenda? No hemos podido encontrar en nues-
tros archivos ni rastros del proceso, mas los trminos del
indulto dan base suficiente para responder esa pregunta. -^)
(1) Relacin Je los individuos que hacen de apoderados de las ca-

sas de los dueos ausentes de la plaza. M. S. Archivo Administra-
tivo. 1811.
(2) La nica noticia que tenemos al respecto es una frase inciden-
tal en una nota del marqus de Aviles que dice que Artigas se aco-
gi al indulto, sin indicar nada ms.
8 REVISTA HISTRICA
No se comprenden en l los reos de lesa Majestad divi-

na humana, de alevosas, de homicidios de sacerdotes, y
el que no haya sido casual, en propia y justa defensa;
los delitos de fabricar moneda falsa, de incendiario, de ex-
traccin de cosas prohibidas del Reino, de blasfemia,
de hurto, de cohecho y baratera, de falsedad, de resisten-
cia d la justicia, de desafo, de lenocinio, ni de las penas
correccionales que se imponen por la prudencia de los jue-
ces para la enmienda y reforma de las costumbres. Se
extenda la gracia real -^ los que estuvieren presos por
deudas, pobres y que no tengan de qu pagar. (1^' Los de-
litos que imputan Artigas sus adversarios son precisa-
mente de los exceptuados, la extraccin de mercaderas
prohibidas y la rebelin, y en vista de esto es lgico supo-
ner, que si lo favoreci la amnista no pudo haberlos co-
metido. La falta absoluta de datos impide saber la causa
del proceso, pero no obstante esto se puede afirmar que no
tuvo origen en alguna accin indigna infamante. Corrobora
esta creencia la circunstancia muy sugestiva por cierto, de
ser en esa poca secretario del Cabildo, un pariente muy cer-
cano de Cavia, pues que si Artigas se hubiera hecho reo de un
delito desdoroso para su reputacin, lo habra precisado aqul
en todos sus detalles. (2) Por el contra rio, en suclebre panfleto,
se limita consignar en trminos generales que anduvo diez
y seis diez y ocho aos fugitivo en la campaa cometiendo
desacatos, violencias y todo gnero de depredaciones. Mas
esta afirmacin se destruye por s misma. Para que Arti-
gas pudiese andar haciendo fechoras en el campo diez y seis
diez y ocho aos antes del 1795, es menester suponer que
(1) Archivo general Argentino. La copia de este documento y

otros, la debo la atencin del distinguido escritor don Jos J . Bied-
ma, quien reitero aqu mi profundo agradecimiento.
(2) E l secretario del Cab'ldo no fu Pedro Feliciano Cavia como se
ha supuesto hasta ahora, sino Manuel Jos Saenz de Cavia, padre
hermano del panfletista. Este ejerci tambin aqu su profesin. Su
protocolo est archivado en el Juzgado de lo Civil de S.^" turno.
DE LA UNIVERSIDAD ^l
comenzara los, once doce aos, porque en esa fecha re-

cin cumpla los veintinueve, y semejante absurdo no ca-
be en un cerebro de mediano criterio. No hay duda, y
estas contradicciones lo comprueban, que Cavia conoca
el juicio, pero como se trataba de cosa balad de poca
monta, lo indic en forma indeterminada desfigurando los
hechos para deducir conseciiencias adecuadas al objeto de
su libelo. Con cunta razn se dijo al comenzar este cap-
tulo, que ha contribuido poderosamente propagar la le-
yenda el haberse ignorado durante muchos aos la fecha,
el lugar del nacimiento y dems antecedentes de la niez
y juventud de Artigas! Ocupmonos ahora de la vida mi-
litar de nuestro hroe en el ejrcito espaol, detenindonos
un instante en el origen y constitucin del cuerpo de blan-
dengues.
El estado social de la campaa no poda ser ms deplo-
rable. La escasez de centros de cultura y la psima adjudi-
cacin del suelo haban producido un espantoso desorden
moral y un gran desequilibrio econmico. La codicia brutal
y el favoritismo pusieron en manos de un nmero reducido
de familias, inmensas extensiones de tierra que permanecan
incultas y despobladas como en los primeros das de la con-
quista. Este procedimiento ocasion desigualdades irritan-
tes: formse una pequea clase de terratenientes privile-
giados y otra numerosa de proletarios desheredados, apa-
reciendo el vagabundaje con los vicios y crmenes que son
su cortejo obligado. Los despojados, no pudiendo aplicar
la tierra su actividad, recurran para vivir, al hurto, cometien-
do mil tropelas: saquean las chacras y los establecimientos,
incendian las casas, talan los campos, roban las mujeres,
levndolas sus solitarios escondites, hieren matan los
sirvientes esclavos, sustraen los caballos dejando sus
dueos aislados sin medios de movilidad, y arrean haciendas
enteras para venderlas en Ro Pardo Ro Grande. La falta
de vigilancia y el alejamiento de la capital hacan que cundie-
ra el mal ejemplo porque los delitos quedaban sin castigo.
n. H. DE LA. U.6
82 REVISTA HISTRICA
Cuando el gobierno se desprestigia ose rebaja su autoridad,

el desorden se desenvuelve por s mismo; nadie obedece
porque nadie teme que recaigan sobre sus actos las san-
ciones legales judiciarias. Llegaron a tal extremo las co-
sas, que se perdan las cosechas por carecer de brazos para
recogerlas. Cansados los vecinos de estos excesos expusieron
en 1795 sus quejas al Cabildo, amenazando abandonar la
campaa si no se remediaba este desquicio. Confundiendo
los efectos con las causas, atribuan el desorden los des-
tacamentos de tropa de lnea que sustituyeron las primi-
tivas milicias en la polica rural, su poca pericia en el ma-
nejo del caballo decan, puede ser motivo de que ms ape-
tezcan el descanso la molestia que les ocasionara andar
una docena de leguas para perseguir media docena de
malhechores. Lo que podemos asegurar es que son casi
inofensivos y que jams vemos que se conduzca un solo
arrestado. No falta quien crea que las partidas abrigan
los bandoleros y que la sombra de ellos y por su media-
cin van al campo para enriquecerse y que muchos se hicie-
ron ricos de esta manera. Terminan pidiendo se restable-
cieran los destacamentos de gente veterana de milicias, di-
rigidas por jefes de buena fe, celo inteligencia, puesto
que antes cuando stos recorran el campo haba muchsimos
menos crmenes y en la cindadela de esta ciudad no pocos
reos conducidos por aquellas partidas. El Cabildo consult
el punto con el sndico procurador Manuel Nieto, quien re-
conociendo ser ciertas las quejas de los peticionantes y los
perjuicios que esos atentados ocasionaban al comercio, al
erario y los intereses de la comunidad, aconsej se
formase un cuerpo de blandengues semejante al que exis-
ta en la capital del virreinato, pues as como en Buenos
Aires su destino principal es contener los indios, fuese
aqu el evitar los delitos que representan los hacendados.
Los blandengues, aade, gente toda de campo acostumbra-
da sus fatigas y las del caballo, seran mucho ms pro-
psito para celar los desrdenes de esta campaa que la
BE LA UNIVEESIDAD 6
tropa soberana. (1) El expediente qued paralizado cerca

de dos aos por la desidia orgnica de la administracin, has-
ta que acontecimientos exteriores sacudieron la indolencia
de los gobernantes obligndolos poner en prctica las ideas
de Nieto.
Con la ventajosa paz de Basilea firmada el 22 de julio
de 1795 concluy Espaa la gueri'a que le haba declarado
la Convencin francesa, indignada por los esfuerzos gene-
rosos que hizo Carlos IV para salvar la cabeza de Luis XVI.
Mas la posicin brillante adquirida en este pacto la perdi
al ao siguiente, en el tratado ofensivo y defensivo que Go-
doy con egosmo inaudito celebr con el Directorio y cuyas
clusulas importaban la ruptura de hostilidades con la Gran
Bretaa. La suerte de las armas fu adversa la metrpoli;
pesar de las heroicas defensas de Puerto Rico, Cdiz y
Canarias donde Nelson dej un brazo, se posesionaron los
ingleses de la isla de Trinidad y derrotaron completamente
la flota espaola en el combate de San Vicente. Este
revs inici la ruina de su marina de guerra, comprometien-
do la estabilidad de su poder en las colonias sudamerica-
nas. Temerosa la Corte de que los ingleses se dirigieran al
Ro de la Plata, que de tiempo atrs despertaba su codicia,
orden al virrey que lo era la sazn Mel de Portugal,
que fortificase las costas y aumentara las milicias para impe-
dir cualquier sorpresa. Mel construy el fortn de Cerro Lar-
go, repar la fortaleza de Santa Teresa, y las bateras de Cas-
tillos, reuni en San Carlos y otros puntos compaas de mili-
cias, y recordando el consejo deManuel Nieto decret en enero
de 1797 la creacin de un regimiento de caballera deno-
minado Cuerpo veterano de blandengues de la frontera de
Montevideo, destinando treinta mil pesos para hacer fren-
(1) Solicitud de lo8 hacendudo al Cabildo de 28 de mayo de 1795,

intorme de Nieto de 3 ile junio del iniuio ao- M. S. S. del Ar-
chivo Administrativo.
84 REVISTA HISTRICA
te los gastos que demandase su instalacin. (O El virrey

falleci los pocos meses sustituyndolo el brigadier Anto-
nio Olaguer Feli; por esta razn se ha tenido ste por
fundador del popular regimiento, lo que no es exacto segn
se acaba de ver; aunque Olaguer Feli intervino coa efica-
cia en su organizacin y remonta, no puede arrebatar
aqul el mrito de haberlo creado y constituido definitiva-
mente.
La residencia de los blandengues se fij en Maldonado,
alojndolos en el cuartel de dragones de esa ciudad. Los
mandaba un sargento mayor y haca las veces de segundo
jefe un ayudante con el grado de teniente. Mientras el pa-
belln espaol flame en la cindadela de Montevideo, estu-
vieron bajo las rdenes de Cayetano Ramrez de Arellano,
siendo Artigas su primer ayudante mayor. Se afect al pa-
go de sueldos del cuerpo una parte del ramo de guerra
sea el impuesto de dos reales que se perciba por cada cue-
ro que se exportase y que constitua entonces una de las
principales fuentes de recursos del Estado. Segn el decre-
to de creacin, deba componerse de ocho compaas de cien
hombres cada una, y bien que existieran desde el principio
esos cuadros, su efectivo no pas de cuatrocientos ochenta
hombres en el perodo colonial. En los dos primeros aos
de servicio alleg Artigas al regimiento ms de doscientos
individuos entre reclutas y prisioneros tomados en diversas
expedici':^nes. Se prefera para soldados los buenos jine-
tes, sujetos prcticos y conocedores del campo. Lejos de
blandir la lanza como lo hace suponer el nombre de blan-
dengues, su armamento consista en fusil y espada con su
canana para municiones y balas; los de Buenos Aires usa-
ban carabina en lugar de fusil, por ser, segn Azara, ms
manejable y menos embarazosa que ste en las marchas
grandes distancias. Hacan ejercicio casi diario y los oficia-
(1) Nota de Mel de Portugal de 7 de enero de 1797 al Ministro de

la Real Hacienda en Montevideo. M. S. del Archivo Adminis-
trativo.
DE LA IVERSIDAD 85
les tenan academia, quedando sometidos al servicio perma-

nente y la disciplina de la tropa de lnea. El uniforme de
blandengue era de pao azul, casaca corta con cuello, solapa
y bocamanga encarnados, pantaln ceido para poder cal-
zar cmodamente la bota, galn angosto y dorado, y boto-
nes del mismo color. Como estaban obligados costearse la
indumentaria recin se uniform el cuerpo en mayo de
1802. Por esto y porque deban mantenerse y montar ca-
ballos propios se seal la tropa un sueldo superior al
que gozaban los de igual clase en los dragones. Sin embar-
go, el de los oficiales era menor, as un capitn de stos
perciba ochenta pesos mensuales, mientras que un capitn
de aqullos slo perciba cuarenta y ocho. En tiempo de
paz se les destinaba vigilar las guardias de la frontera,
perseguir bandidos y contrabandistas, y contener los
indios, y en tiempo de guerra actuaban con la tropa sobe-
rana formando junto con los dragones la caballera de l-
nea del ejrcito. De seis en seis meses se turnaban las com-
paas en sus comisiones, pudiendo ser prorrogado este pla-
zo si las necesidades del servicio lo exigan, lo que suceda
con frecuencia, sobre todo cuando iban al mando de tenien-
tes capitanes experimentados. Berra y el seudo Miller
consignan la inexacta versin de que los oficiales de blan-
dengues desempeaban las funciones de los antiguos pre-
bostes de Hermandad, juzgando y ejecutando sin ms tr-
mite los delincuentes. Haca ya tiempo que estas prcti-
cas primitivas se haban dejado de lado, si es que alguna vez
imperaron en la provincia; los prisioneros, ora fueran con-
trabandistas, ora malhechores, se remitan Montevideo en
donde se les juzgaba rodeados de todas las garantas le-
gales. En nuestros archivos y en los de Buenos Aires se ha-
llan expedientes de las causas seguidas los bandoleros que
Artigas y sus conmihtones apresaron. l' As se constituy
(1) Estos datos surgen de la Memoria de Azara, en los libros de

Revista de los Blandengues y otros manuscritos del Archivo Admi-
nistrativo. (2) Notas de Aviles de 6 de septiembre de 1799 y contesta
cin del Ministro de la Real Hacienda en Montevideo de 14 de sep-
tiembre de 1799. M. S. S. del Aichivo Administrativo-
86 REVISTA HISTRICA
el famoso regimiento que llena con su nombre los albores

de la nacionalidad uruguaya y en cuyas filas militaron los
Rondeau, los Artigas, los Quesada. los Belgrano, los Fer-
nndez, los Cardoso y la mayor parte de los jefes que des-
collaron en la guerra de la independencia. El 10 de marzo
de 1797, la edad de treinta y dos aos, entr Artigas en
el cuerpo en calidad de soldado, ejerciendo sin embargo las
funciones de teniente, bien que no se le otorg el grado
hasta un ao despus. En los cuatro primeros aos de ser-
vicio desplega una actividad incomparable, poniendo de re-
lieve sus condiciones y las facultades excepcionales de que
estaba dotado. A raz de su ingreso en el regimiento se le
manda campaa en busca de reclutas y escarmentar con-
trabandistas. Estos haban establecido el sistema con todas
las reglas del arte: los unos transportaban las mercaderas de
Ro Grande la laguna de los Patos, de sta la de Me-
rn y pasando despus en canoas y pequeas embarcaciones
los ros Yaguarn y Cebolla t que en ella desembocan,
esparcan sus artculos por el centro y Este de la Provincia;
los otros operaban por el Norte en los ros Santa Mara
Ibicuy, entraban en el Uruguay navegndolo hasta el Plata y
vendan los efectos en el trnsito los hacendados, las po-
blaciones de las costas los que se ocupaban de introdu-
cirlos clandestinamente en Montevideo, Buenos Aires, la
Colonia y villas subalternas. De este desorden, escribe el
Cabildo S. M., resultan perjuicios irreparables al comercio
de la Metrpoli y los intereses de aquellos habitantes, co-
mo es fcil demostrarlo. Llegan al Ro de la Plata por
ejemplo, tres cuatro expediciones de nuestros puertos de
la Pennsula, y como encuentran el pas abarrotado de
efectos, se ven en la necesidad los sobrecargos de pe^^der
para salir de la factura. Los cargadores, que lejos de repor-
tar algn lucro, se sienten gravados en sus intereses, se
abstienen de especulaciones sobre un pas que ninguna uti-
lidad ofrece. Pasa el tiempo, se consume la provisin, esca-
sea el gnero, crece la demanda efectiva, y entonces esos
mismos extranjeros imponen la ley, venden a los precios
que quieren establecer, la necesidad obliga al consumidora

suscribir todo, y al fin de los tiempos nos llevan nuestro
dinero dejando sacrificados aquellos habitantes *!'. Las
autoridades hacan esfuerzos de todo gnero para impedir el
mal, pero sin resultado, porque el mal era endmico, naca
de las instituciones, de la violacin de los principios econ-
micos y era menester reformar aqullas inspirndose en s-
tos para extirparlo. Artigas fu de los oficiales que ms
sobresah en la represin del comercio ilcito. Todo el ao
1797 lo pas en las dos zonas en donde maniobraban ha-
bitualmente los contrabandistas, persiguindolos con por-
fiado empeo. En el Chuy, al frente de cien hombres les
arrebata una hacienda numerosa que haban sustrado para
exportarla al Brasil; en agosto se traslada al Santa Mara,
apresa de entrada varios contrabandos y al portugus Ma-
riano Chaves en deuda con la justicia por un asesinato co-
metido en Soriano, y por haber escopeteado en el Arapey
una partida celadora. A pesar de ser insignificante la ac-
cin, la expondremos detalladamente para destruir con
pruebas las apreciaciones de Berra y Miller. La avanzada
de Artigas rdenes del sargento Manuel Vargas encuen-
tra de improviso en la costa del Hospital Chaves y su
gente, que al verse sorprendidos se amparan detrs de un
barranco haciendo tres bajas las fuerzas que los rodean.
Comprendiendo Vargas el peligro que corre, temiendo
que la presa se le escape, avisa Artigas de su difcil si-
tuacin; ste que estaba bastante alejado, galopa toda la
noche y logra al amanecer reunirse con su subalterno. Lo
que el enemigo se entera de su llegada, abandona precipi-
tadamente factura y barranco, internndose en el monte
cercano; entonces aqul divide sus fuerzas en cuatro grupos
y ponindose al frente de uno de ellos, penetran la serrana
por distintos lados; quiso la casualidad que el grupo que l
(1) Nota del Cabildo S^ M. en 1810. Borrador del Archivo Admi-

nistrativo,
88 REVISTA HISTRICA
diriga tropezara con Chaves, el cual munido de dos cara-

binas se preparaba la defensa apuntando los invasores,
mas al reconocer Artigas, tira sus armas y huye la es-
pesura de la sierra; ste le sigue con ahinco y en cuanto lo
descbrele da la voz de preso, no me tire, estoy rendido
grita azorado el bandolero. Artigas lo enva inmediatamente
Montevideo, y en el proceso que se le forma acta como
escribano Manuel Jos Saenz de Cavia. (1) Con
esa correccin y humanidad procedi en sus arrestos
desde principio de su carrera militar el gran calumniado.
La justicia sumaria y el credo cimarrn de que hablan Mi-
11er y Berra quedan relegadas la fbula al entreteni-
miento de los que cierran los ojos la evidencia.
Mientras el animoso blandengue brega con los bandi-
dos en la frontera, sus amigos trabajan sin descanso para
que se le premie con el cargo de ayudante mayor, todava
vacante. La empresa no era fcil, porque deban vencer una
seria dificultad. Haba que violar el escalafn, pasndolo
de soldado teniente, y esta irregularidad levantara justas
protestas de los aspirantes al puesto, que eran muchos. Para
salvar este inconveniente y llenar las formas legales, sus
protectores Olaguer Feli y Sobremonte, se valieron de un
ardid: aconsejan Artigas que pdala baja de Blandengue,
y una vez obtenida, le nombran el 27 de octubre capitn
del regimiento de caballera de milicias de Montevideo. El
31 de diciembre viene esta ciudad y reside en ella dos
meses luciendo su uniforme de oficial, y el 2 de marzo del
ao siguiente (1798) se presenta en Maldonado la co-
mandancia de Blandengues, solicitandonuevamentesu in-
corporacin al cuerpo, lo que se le concede en el acto con
el grado de teniente y en el cargo de ayudante mayor. ^'-)
(1) Parte de Artigas de octubre de 1797. Expediente seguido Ma-

riano Chaves por contrabando. Juzgado N. de Hacienda.
(2) Notas de Aviles, de 19 de octubre de 1799. Archivo Argen-
tino y la citada anteriormente,
Antes que al mrito, debi su primer grado la amistad y

el favor, pero lo pag bien caro, porque necesit despus
trece aos de sacrificios para obtener un nuevo ascenso. En
esos momentos los indgenas, eterna pesadilla de la admi-
nistracin espaola, se alborotan aterrorizando las pobla-
ciones diseminadas en la Provincia. Se destaca contra ellas
al capitn Francisco Aldao y Esquivel, llevando Artigas
su cargo las partidas descubridoras. Fallece Aldao en el ca-
mino y por orden superior toma Artigas la direccin dlas
fuerzas, acosa y derrota los indios, hacindoles setenta
prisioneros y en seguida se dirige Cerro Largo donde
queda de guarnicin las rdenes del capitn de blan-
dengues Felipe Cardoso, vigilando las guardias del
Yaguarn y Cebollat, hasta que en junio del 09
se le releva volviendo Maldonado reposar de
sus fatigas. Aqu comienzan los empeos para ocupar la
vacante producida por la muerte de Aldao. Los amigos de
Artigas renuevan los esfuerzos y ardides del 07, pero esta
vez sin resultado por haber cambiado las circunstancias..
Por una parte el marqus de Aviles haba reemplazado
Olaguer Feli, y el nuevo virrey no tena con i^rtigas la
menor vinculacin; y por otra, figuraba entre los interesa-
dos un veterano, el teniente Miguel de Borraz, que no esta-
ba dispuesto dejarse burlar. No obstante esto, el subins-
pector Sobremonte hace su propuesta colocando Artigas
en primer trmino y en segundo Borraz, sin mencionar
el tiempo de servicio de cada uno. Borraz protesta con ra-
zn de i a preferencia, pues haba servido veintin aos en
cuerpo de veteran"s en su actual clase y las de alfrez y
cadete, mientras que Artigas se hallaba en el tercer ao
de su carrera, habiendo pasado cuatro cinco meses en las
milicias de Montevideo, cuyos servicios no son con-
tinuos como los de la tropa soberana. El virrey solicita
informes del Ministro de la Real Hacienda de Mal-
donado. Se entera del extrao modo con que se le
proporciop su rpido ascenso de soldado ayudante ma-
yor-, as como tambin de que Borrc^z era ms antiguo,
90 REVISTA HISTORIO A
<^circunstancia que le ocult el subinspector en la consulta

que le hizo para arreglar el escalafn de los militares en el
mismo cuerpo, y convencido de la verdad que encierra la
exposicin del peticionante le acuerda interinamente el
grado de capitn hasta obtener la aprobacin de S. M. Es-
to demuestra que los procedimientos irregulares slo pro-
ducen los interesados ventajas momentneas, pues la
larga se vuelven contra ellos mismos privndolos de bene-
ficios duraderos. As Artigas que haba servido tres aos
consecutivos en la tropa veterana la cual perteneca su
regimiento, se perjudic en esta ocasin por haber aceptado
nominalmente en 1707 el grado de capitn de milicias,
dando base al virrey para suponer que sus servicios no eran
continuos porque en las milicias se interrumpan por aos
enteros, (l^
Sin embargo, no pasara mucho tiempo sin que el virrey
reconociera sus mritos. Portugal segua paso paso en
estas regiones su lucha de preponderancia con la metr-
poli. Colonias de conquista sobre territorios dilatados, se
promovan entre los ambiciosos vecinos las cuestiones y
rencillas comunes pases de fronteras iudeterminadas.
Aqul no desperdiciaba ningn contratiempo que tuviera
Espaa en Europa para adelantar sus lmites en el suelo
uruguayo. Convencido el clebre naturalista Flix de Aza-
ra deque si no se poblbala frontera continuara la usur-
pacin y se perderan en definitiva las Misiones, propu-
so en l(SOO al marqus de Aviles fundar en aqulla varios
pueblos, empleando las familias destinadas la costa pata-
gnica que se haban quedado aqu consumiendo anual-
mente al Estado cincuenta mil pesos en su manutencin.
Si se resistan, cesara la pensin repartiendo gratuitamente
las tierras los pobladores voluntarios que se presenta-
sen. El virrey aprob la idea con entusiasmo pesar de la
oposicin de algunos refractarios, nombrando al naturalis-
(1) Nota de Aviles, de octubre de 1799, Archivo Argentino-

ta comandante general de la campaa en todo lo relativo

poblaciones, fin de superar los obstculos que suelen
detener y an frustrar empresas de esta clase>\ Para que
lo auxiliasen en la obra puso sus rdenes al teniente Ra-
fael Gascn val ayudante Jos Artigas, en quienes, escri-
be el virrey, respectivamente concurren las cualidades que
al efecto se requieren, sin perjuicio de las dems que dicho
seor comisionado considere oportunas para los distintos
fines de su mandato y comisin. Acompaaba tambin al
delegado el teniente Flix Gmez, comandante de la guar-
dia de Batov, Joaqun de Paz de la de Arredondo y los
oficiales de blandengues Isidro Quesada, Agustn Belgrano
y el cadete Juan Gmez. Azara fund en la costa de Ya-
guar, sobre la guardia de Batov, el pueblo San Gabriel,
ponindole este nombre por haber firmado el decreto el vi-
rrey el 18 de mayo, da que la iglesia conmemora al arcn-
gel. Antes de emprender la divisin de tierras, pensaba
Azara levantar el mapa de la zona, pero considerando los
perjuicios que la demora de esa medida ocasionara por la
cantidad de pobladores que se presentaban, mud de opi-
nin, confiando Artigas la tarea de proceder al reparto
asesorado por el piloto de la Real Armada, Francisco Mas
y Coruela. Artigas fracciona para chacras y estancias los
campos comprendidos entre la frontera y el Monte Gran-
de, desalojando los portugueses que los detentaban ile-
galraente; demarca y amojona los lotes, seala sus respecti-
vos lmites, dando posesin cada poblador de la porcin
que se le adjudicaba, entregando despus al naturalista los
antecedentes de la operacin y los requisitos necesarios pa-
ra que ste pudiera expedir los iuteresados los ttulos de
resguardo y hacer las anotaciones del caso en el libro de
empadronamiento. <^)
Quiso la fatalidad que esta obra pacfica y civilizadora
(1) Memoria de Azara y libro de Empadronamiento del Archivo

del Juzgado Nacional de Hacienda.
92 REVISTA HISTRICA
se interrumpiera en 1801 por la desgraciada guerra que

Carlos I V empujado por Bonaparte declar Portugal y
que no tuvo ms resultado que la prdida de esas Misiones
que con tantos desvelos y desinters procuraba Azara
conservar su patria. En cuanto tuvo noticia de la rup-
tura, orden Artigas se retirara Montevideo, pero esti-
mando ste ser suficiente la guarnicin de Batov para re-
peler al enemigo por las pocas fuerzas de que poda dispo-
ner por ese lado, resuelve quedarse, dispuesto defender el
punto hasta el ultimo extremo. Causas ajenas su volun-
tad, frustraron sus anhelos de soldado y ciudadano. El co-
mandante de la plaza mantena estrechas relaciones con los
lusitanos, admitiendo en su intimidad un soldado que lo
visitaba diariamente. Repetidas veces le reproch Artigas
su conducta, que haca sospechar de su fidelidad, mas el
otro no haca caso siguiendo su correspondencia con los
portugueses. Inquieto Artigas, le manifiesta rotundamente
que en tiempo de guerra no era lcito ningn jefe tener
entrevistas con el enemigo, y que era menester prender
aquel soldado por no ser ms que un espa enviado para
enterarse del estado y recursos de la guarnicin. Gmez le
contesta que no har eso porque el soldado le debe sete-
cientos pesos, y de ese modo no los cobrara; cuando se trata
de salvar los intereses pblicos, replic Artigas, se sacrifi-
can los particulares, y convencido de lo infructuoso de sus
esfuerzos para desviarlo de la senda de la traicin, rene
su gente y se replega Cerro Largo, punto de concentra-
cin de las fuerzas espaolas; supo en el camino que las
pocas horas de haber abandonado la plaza, se posesionaron
de ella los portugueses despus de poner Gmez en liber-
tad los prisioneros que tom Ortiguera en el combate li-
brado das antes, (l) Se incorpor en seguida Artigas la di-
visin de don Nicols de la Quintana, en marcha para el
(1) Artigas Sobremonte (1801), en Lobo, Historia de las anti-

guas colonias hispano-americanas.
t)E LA UNIVERSIDAD 9,^
ro Santa Mara, con el objeto de evitar la irrupcin que

por esa parte pretenda hacer el adversario. Cruzan los
campos que riega el Ibicuy, ponindose en contacto en los
primeros das de noviembre con sus avanzadas en el vado
de la Laguna, y cuando Quintana se dispona atacarlas
recibe orden de retroceder con urgencia en socorro de Mel,
amenazada por las fuerzas reunidas en Yaguarn; contra-
marcha con toda celeridad atravesando con la artillera in-
mensos chncales y pantanos intransitables, pero a pesar
de su decisin se encontr con que la villa haba capitulado,
entregndose al coronel Manuel Mrquez de Souza. Entre-
tanto se acercaba Sobremonte al frente de fuerzas respeta-
bles. As que los portugueses tuvieron conocimiento, des-
alojaron Cerro Largo y Yaguarn, estando tan amedren-
tados, segn dice el vizconde de San Leopoldo, que en la
ciudad de Ro Grande los habitantes enfardaban mercade-
ras y muebles para transportarlos la ribera opuesta, y
los propietarios de los campos comarcanos arreaban sus
ganados al interior. O Esto no obstante, el malhadado sub-
inspector se limit costear las vertientes del Yaguarn,
y en vez de invadir Ro Grande del cual se habra podido
apoderar por carecer de fuerzas suficientes que oponerle,
desprendi Misiones al coronel Bernardo Lecoq encar-
gando Artigas de la direccin de la ruta y conservacin
de la artillera y carruaje que llevaba. En la marcha reci-
bieron orden de suspender las hostilidades por haber fir-
mado la paz los beligerantes en Badajoz. Entonces Arti-
gas vino Montevideo, donde pas todo el ao 1802 con
parte de enfermo. (2)
Ensoberbecidos los lusitanos por sus triunfos debidos
antes la impericia y carcter pusilnime de Sobremonte
que su denuedo, trataron de posesionarse de los campos
(1) Vizconde de San Leopoldo, Annaes da provincia de San Pe-

dro, pg. 274.
(2) Revista del Cuerpo de Blandengues. M. S, Archivo Administra-
tivo.
94 REVISTA HISTRICA
que se extienden desde Misiones al ro Negro, distribu-

yendo algunos sus paniaguados, y lanzaban en todas di-
recciones partidas sueltas que recorran el territorio uru-
guayo arreando con cuanto ganado encontraban. Desespe-
rados los hacendados, pidieron en 1803 Sobremonte, que
por una mueca del destino ocupaba ya el silln glorioso
de Vertiz y de Cevallos, que en remedio de sus males se
sirviera nombrar al teniente de Blandengues don Jos Ar-
tigas, para que, comandando una partida de hombres de
armas, se constituyese la campaa eii persecucin de los
perversos. Con parte de la guarnicin de Montevideo y
Maldouado y alguna artillera se forma un destacamento,
con el cual sale aqul desempear su comisin, sorpren-
diendo una fuerza portuguesa desprendida de San Nico-
ls, la que hizo siete prisioneros, y acosa hasta en sus
guaridas los indgenas y bandidos que aprovechando la
anarqua existente se entregaban a sus robos sin temores
ni recato; se port, consignan los hacendados, contal efi-
cacia, celo y conducta, que haciendo prisiones de los ban-
doleros y aterrorizando los que no cayeron en sus ma-
nos por medio de la fuga, experimentamos dentro de breve
tiempo los buenos efectos que aspirbamos viendo sus-
tituido en lugar de la timidez y sobresalto la quietud de
espritu y seguridad de nuestras haciendas y en manifes-
tacin de su justo reconocimiento le acordaron el do-
nativo gratificacin de quinientos pesos.
Al volver Montevideo soHcita de S. M. el 10 de marzo
de 1803, ser agregado esta plaza con sueldo de retirado:
las continuas fatigas de esta vida rural, dice, por espacio
de seis aos y ms, las inclemencias de las rgidas estacio-
nes, los cuidados que me han rodeado en estas comisiones
(que enumera) por el mejor desempeo de mi deber, han
aniquilado mi salud en los trminos que indican las ad-
juntas certificaciones de los facultativos, por lo cual ha-
llndome imposibilitado de continuar mi servicio con harto
dolor mo, suplico la R.*' P. de V. M. me conceda el
retiro en clase de agregado la plaza de Montevideo y
con el sueldo que por reglamento se seala. l)Su Majes-

tad le niega el retiro porque no quiere privarse de sus
servicios, volviendo nuevamente la lucha. A mediados de
1804 se hace cargo el coronel Francisco Javier de Viana
de la comandancia de campaa llevando Artigas de ayu-
dante, quien lo secunda bravamente en sus rias con los
charras. Durante esta expedicin detiuncia un campo de
una legua de frente por seis de fondo, situado en el rin-
cn del arroyo Arerungu, donde ms tarde se dio la ba-
talla de Guayabos, y se le otorga en propiedad l y
sus herederos. El 20 de marzo de 1805, desde su cam-
pamento de Tacuaremb Chico cien leguas de la capital,
reitera su pedido de licencia absoluta del ejrcito y el Rey
se la concede con goce del fuero militar y derecho usar
el uniforme de retirado. Es el caso de preguntar: estaba
en realidad enfermo, la licencia obedeca otro motivo
que no quera hacei' pblico? Puede ser que los seis aos
de trabajo y las penurias de la vida de soldado quebran-
taran su salud y necesitase descansar para recuperar las
fuerzas perdidas; con todo creemos que la causa verdade-
ra la oculta Artigas, por no ser la enfermedad fsica sino
moral. Sus ltimas estadas en Montevideo se prolongan
demasiado y llaman la atencin: pasa en esta ciudad todo
el ao 182 como se ha visto; nueve meses del 1803 y
la mitad del 1804; si fuera por enfermedad no habra sa-
lido al campo cuando los hacendados reclamaron sus auxi-
lios cuando Viana lo pide de ayudante. Luego no hay duda
alguna que otra cosa lo detiene y nuestro entender hela
aqu: Artigas amaba tiernamente su hermosa prima Ra-
faela Rosala Villagrn, hija de don Jos Villagrn y de
doa Francisca Artigas, la cual le corresponda con igual
apasionamiento. (^^ Para poder pasar temporadas su la-
(1) Nota de Artigas Su Majetad, del 24 de octubre de 1803. Ar-

chivo Argentino; dem de marzo de 1805, Archivo dem.
(2) De esta pareja descienden las familias de esta sociedad Ville-
gas, Vidal, Pereira y Villagrn.
96 REVISTA HISTRICA
do obtena licencia de enfermo, pero este recurso, como se

comprende, era precario; de repente interrumpa el idilio
una orden superior que lo enviaba por tiempo indetermii-
nado cien doscientas leguas de Montevideo y no haba
ms remedio que obedecer y marchar Esto lo desespera y
empieza mirar con ojeriza una carrera que lo obliga
interminables ausencias sin ninguna compensacin. No
pudiendo deshgarse de sus deberes mientras vista la casaca
militar, resuelve hacer su amada el sacrificio de aqulla
y pide entonces su baja absoluta. Lo que lo demuestra es
que su separacin del ejrcito coincide con la celebracin
del matrimonio realizado el 31 de diciembre de 1805. Des-
pus de los primeros entusiasmos vuelve su regimiento
sin que se repitan las dolencias de que se quejaba antes.
Al afo siguiente nace su hijo Jos Mara, nico vastago
del gran caudillo. Dona Rafaela luego de ser madre tuvo
ataques de enajenacin mental, y bien que gozaba de in-
tervalos lcidos, esta desgracia vel desde el principio las
alegras del hogar. Artigas profes entraable afecto su
esposa. En la correspondencia con su suegra en los aos
1815 y 1816, dedica frases cariosas su querida Ra-
faela, como l la llama: si las noticias de su salud son
buenas emplea la nota festiva expresiones Rafaela, di-
ce, dgale que no sea tan ingrata y que tenga esta por su-
ya; (1^ si por el contrario son desfavorables porque el
mal avanza, contesta resignado aunque con profunda tris-
teza; en una carta fechada en Purificacin, despus de
encarecer se cuide con empeo de la educacin de su hijo,
aade: de Rafaela s que sigue lo mismo, cmo ha de
ser!; cuando Dios manda los trabajos no viene uno solo.
El lo ha dispuesto as, as me convendr. Yo me consuelo
con que est su lado, porque si usted me faltase seran
mayores mis trabajos, y as el Seor le conserve usted
la salud. (2)
(1) Carta de Artigas doa Francisca Artigas, de 15 de agosto

de 1815.
(2) Carta de Artigas doa Francisca Artigas, I. de mayo de 1816.
Retirado del servicio activo, lo hace el gobernador Ruiz

Huidobro oficial del resguardo con jurisdiccin desde el
Cordn al Pearol. Estando en este puesto tuvo lugar un
incidente que es menester narrar para comprender cmo se
proceda en aquella poca en materia de arrestos. Un sar-
gento de milicias haba propinado una paliza su mujer, y
la infeliz se refugi en casa de un alfrez. El marido fu
reclamarla, indignado porque l otra no quiso salir, hizo
varios disparos al oficial En conocimiento Artigas del su-
ceso, manda cuatro hombres prender al sargento; ste no
se entrega, manifestando que slo muerto saldr de su vi-
vienda, y al efecto muestra las armas que tiene para defen-
derse: tres pistolas, una carabina y un sable, en una palabra
un verdadero arsenal. Artigas ordena la gente que se re-
tire; expone el hecho a Huidobro y concluye en estos tr-
minos la comunicacin: el sargento que mand me hizo
chasque dicindome que lo prendera matndolo. Yo le con-
test que se retirase. Esto supuesto, podr V. S. mandarme
avisar si para prenderlo hace armas segn intenta si podr
tirnrle; pues quiero dar parte V. S. por si tiene la aprehen-
sin de dicho sargento mal resultado no se hagan cargos
contra m.-> (1) Sesenta aos ms tarde, en pleno progreso,
y con una educacin ms depurada, las policas de su ciu-
dad natal no andaban con tantos miramientos para arres-
tar un desertor un delincuente!
Nuevos acontecimientos se preparaban en el nublado
horizonte de la poltica espaola que pondran prueba el
vigor de las colonias del Plata. El 20 de octubre de 1805,
Nelson derrota en Trafalgar las escuadras espaola y
francesa, quedando Inglaterra duea exclusiva de los mares.
Era evidente que aprovechara esa gran victoria para satis-
facer su ambicin, tentando la conquista de las ricas pose-
(1) Parte de Artigas Ruiz Hiudobro, o de junio de 1806. M. S. del

Archivo de don Isidoro De Mara.
K, H . D E LA V. .
98 REVISTA HISTRICA
siones de que Espaa disfrutaba en las cinco partes det

mundo. En noviembre de dicho ao llega Montevideo la
noticia de que un convoy ingls haba recalado en la baha
de todos los Santos en la costa brasilea. La noticia des-
pert en la ciudad la inquietud consiguiente, tomndose en
el acto las medidas necesarias para afrontar cualquier even-
tualidad; ciudadanos y gobierno concurren la obra alle-
gando recursos para vigorizar la defensa de la plaza. E l
rico saladerista Juan Jos Seco crea y mantiene de su pe-
culio un escuadrn de doscientos hombres, y una vez listo
lo entrega al gobernador que lo pone bajo la direccin de
Artigas envindolo al campo volante. (D El convoy ingls
pasa felizmente de largo en ruta al Cabo de Buena Espe-
ranza, colonia holandesa del Sud de frica, de la que se
apodera despus de breves combates. Ail se instala sin-
tiendo las seducciones de los pases situados su frente al
otro lado del Atlntico. Las narraciones medrosas de la
tripulacin de un corsario espaol, la fragata Dolores^>, sa-
lido de Montevideo y hecha prisionera la altura de la is-
la Asuncin, animan al comodoro Willian Popham pose-
sionarse de Buenos Aires, lo que consigue con facilidad en
junio de 180(3. Montevideo se agita al saber la noticia
improvisa una expedicin para reconquistar la capital del
virreinato. Artigas, que haba sido reincorporado los blan-
dengues en donde pas los mejores aos de su carrera, ve
salir sus camaradas sin poder acompaarlos porque el
regimiento queda de guarnicin en la provincia temerosa
de algn ataque de las fuerzas de Popham. Entonces se pre-
senta al gobernador y le ruega que ya que no pueden ir
los blandengues, se le permita l agregarse los gloriosos
cruzados. Huidobro accede sus suplicas y le da un plie-
go para Liniers encargndole que mande con el portador
la noticia de la victoria la derrota. Artigas marcha,
alcanza al ejrcito en los Corrales de Miserere, pelea en
(1) M. S. del Archivo Pblico. Expediente invasiones inglesas.

el Retiro y en la plaza Victoria, y luego de la rendicin de

Berresford, se embarca en un bote, naufraga, gana nado
la orilla como Csar con su parteen el brazo, llega Mon-
tevideo y trae al gobernador la ansiada noticia. (O Cuando
Montevideo le toca el turno de repeler la agresin extran-
jera, ocupa tambin su puesto de honor y no poda menos
de hacerlo as quien se adhiere con tanto entusiasmo las
fuerzas reconquistadoras. Hostiliza la divisin inglesa que
se posesiona de Maldonado; se opone su desembarco en
el Buceo, y en vez de huir al campo como huy casi toda la
caballera, se replega la plaza defendindola con tesn du-
rante todo el sitio; asiste al combate del Cardal, habindose
portado l y sus conmilitones en todas estas acciones, dice
el comandante Ramrez de Arellano, con el mayor enar-
decimiento y sin perdonar instante ni fatiga. (-) Asaltada
y tomada la plaza de Montevideo el 3 de febrero de 1807;,
Artigas no se entrega, se embarca para el Cerro y sigue
hostihzando los ingleses en los seis meses que la ocupan.
Evacuada sta, vuelve su vieja tarea de Blandengue, per-
siguiendo delincuentes, indios y portugueses, pudiendo es-
cribir con razn en 1809 su suegra: Aqu estamos pa-
sando trabajos siempre caballo para garantir los veci-
nos de los malhechores. El 5 de septiembre del ao si-
guiente, obtiene los entorchados de capitn de la tercera
compaa de Blandengues por fallecimiento de aquel Mi-
guel Borraz, quien haba disputado ese mismo puesto
en 1799. (B)
Los gobernantes espaoles tuvieron siempre el ms alto
cojicepto de Artigas, reconociendo todos sus grandes cua-
lidades. Los documentos que de ellos nos quedan lo enal-
tecen y encomian sobremanera. Ninguno consigna las
(1) M. S del iVrchivo Administrativo. Este parte debe de ser el

que public mi hermano Hugo en su Centenario de la Reconquista,
pgina 57.
(2) M. S. del Archivo Administrativo.
(3) Libro de mercedes, etc. Archivo Administrativo.
100 REVISTA HISTRICA
imputaciones que ms adelante le enrostran sus adversa-

rios. Al empezar la revolucin no dudaron un instante de
su fidelidad; en 1810 le daban todava misiones delicadas
y de confianza. Cuando supieron su fuga Buenos Aires
les caus asombro y desesperaron de poder llenar el vaco
que dejaba, comprendiendo que en esa desercin iba englo-
bada la prdida de la provincia. Buscaron desde los pri-
meros momentos por todos los medios su alcance, por la
amistad, por el parentesco, y hacindole brillantes y hala-
gadoras promesas, que volviera las filas abandonadas.
Para que se vea que no inventamos transcribiremos un p-
rrafo de la exposicin que don Rafael Zufriategui hizo las
Cortes espaolas el 4 de agosto de 1811. Refirindose la
desercin de los oficiales de Blandengues dice: Habiendo
causado asombro esta desercin en dos capitanes de dicho
cuerpo llamados don Jos Artigas, natural de Montevideo,
y don Jos Rondeau, natural de Buenos Aires, cuyo indi-
viduo acababa de llegar de la Pennsula y era perteneciente
los prisioneros en la prdida de aquella plaza. Estos su-
jetos, en todo tiempo se haban merecido la m.ayor con-
fianza y estimacin de iodo el pueblo y jefes en general
por su exactsimo desempeo en todas clases de servicios;
pero muy particularmente el don Jos Artigas para co-
misiones de la campaa por sus dilatados conocimientos en
la persecucin de vagos, ladrones, contrabandistas indios
charras y rainuanes que la infestan y causan males irre-
parables, igualmente para contener los portugueses que
en tiempo de paz acostumbran usurpar nuestros ganados y
avanzan impunemente sus establecimientos dentro de nues-
tra lnea (^'. Das antes de la batalla de Las Piedras, estando
acampado Artigas en el Santa Luca Chico, llega su primo
Manuel Villagrn con un mensaje de Elo pidindole que
reconozca el pabelln espaol; el caudillo enva Villa-
grn Buenos Aires para que se le juzgue, y despus de
rechazar la propuesta con indignacin, dice Elo: vuesa-
merced sabe muy bien cunto me he sacrificado en el ser-
(1) i l . S. del Archivo Administrativo.

vicio de S. M.; que los bienes de todos los hacendados de

la campaa me deben la mayor parte de su seguridad;
cul ha sido el premio de mis fatigas? El que siempre ha
sido destinado para nosotros. As, pues, desprecie vuesa-
merced la vil idea que ha concebido, seguro que el premio
de la mayor consideracin jams ser suficiente doblar
mi conducta ni hacerme incurrir en tan horrendo crimen. (1).
Es sta la expresin de la soberbia del odio? Ni lo uno
ni lo otro. Artigas condensa en esa frase que equivale un
proceso, los motivos que precipitan estos pases la in-
dependeucia. Espaa no quiso hacer de sus subditos ciu-
dadanos; apegada la tradicin como el plipo la roca, se
resiste refrescar sus instituciones en los principios espar-
cidos por la democracia moderna, y sus hijos embebidos
en ellos con todo el entusiasmo de la juventud, se emanci-
pan para establecerlos y sancionarlos por s mismos.
Este es el resumen de los hechos en que ctu Artigas

antes de 1810. Pocos son los lunares, y si algunos existen
son de los que provienen de la naturaleza humana y los
cuales no puede sustraerse el individuo. Haba quiz en
Montevideo uno que otro oficial ms instruido, pero nin-
guno le superaba en energa, resolucin y prestigio. Es la
figura mhtar ms eminente, la que ms se destaca entre
sus compatriotas que se agrupan su alrededor, confiados
en las inspiraciones de su experiencia y de su audacia. Es-
taba predestinado la misin que le sealaron los aconte-
cimientos. Cuando en el momento preciso da el grito de
emancipacin, brotan de su tierra soldados como los lirios
bajo la mirada del Jess de la leyenda. Nadie poda,
pues, disputarle el derecho de lanzar la pequea nave
uruguaya en el mar borrascoso de la revolucin.
Montevideo, agosto de 1907.
LORENZO BARBACIELATA.
(1) Carta de Artigas Antonio Pereira, de 4 de mayo de 1811.

La Junta de Mayo y el Cabildo de Mon-
tevideo
elisin d e l doctor J u a n J o s Pasîso
1810
Era en los ltimos das del mes de mayo de 1810.

Montevideo, la ciudad que fundara Zabala ochenta y cua-
tro aos antes, dorma todava la vida colonial. Si sus
habitantes antes de aquella poca haban vislumbrado ya
el momento de su emancipacin, determinando claramente
su posicin con respecto Buenos Aires, todava estaba el
gobernador espaol don Joaqun de Soria, firme en el
puesto que le confiriera el rey, todava estaba el Cabildo y
la enseaque los hijos de la reconquistadora ciudad,
llevaran en pos de la gloria, hasta clavarla en la otra mar-
gen del Plata, arrancando un pabelln extranjero en me-
dio de las balas y de los entusiasmos de una ardorosa re-
friega todava luca erguida en lo ms alto de la Cinda-
dela.
La civilizacin, el progreso en sus mltiples manifesta-
ciones, aun no haba penetrado, proyectando su inmensa luz,
en aquella sociedad que se desarrollaba paulatinamente,
aislada del mundo, separada de la madre patria por meses
de navegacin, y de las poblaciones vecinas, no ya por la
distancia, sino por la carencia casi absoluta de noticias.
Era en ese entonces Montevideo, ms que nada una

plaza fuerte, cuyas imponentes murallas coronadas de ca-
ones, mostraban al osado invasor, que hasta all, haba
extendido sus dominios la bandera gloriosa de Carlos V.
Figuraos un pequeo grupo de casas bajas en su mayor
parte, construidas de piedra y barro, con anchas puertas de
madera tosca, desparramadas aqu y all, a lo largo de las
primitivas calles delineadas por Milln, separadas casi to-
das por amplios terrenos baldos por huertos; figuraos
una poblacin que no subiera de ms de diez mil almas;
imaginad las calles de nuestra ciudad vieja, sin que jams
corriera un vehculo, no ser grandes carretas tiradas por
cuatro cinco yuntas de bueyes; suponed, que en esas ca-
lles, creciese el pasto hasta hacerlas intransitables se
convirtieran en pantanos en los das de lluvia; pensad en
el silencio absoluto de una ciudad sin vida, sin movimien-
to, rodeada de una inmensa mole de piedra en cuyos inaccesi-
bles fosos tanta sangre se derramara en el memorable asalto
de la noche del 'J de febrero de 1807, y tendris una idea
ms menos clara, ms menos definida de lo que era
el Montevideo colonial en los primeros aos del siglo X I X ,
Y si de las manifestaciones de la vida exterior de aque-
lla poblacin, penetrsemos en su vida ntima, en el estu-
dio de sus costumbres, de sus hbitos, de sus creencias, de
su modo de ser, nos encontraramos fcilmente con ese ti-
po de pueblos de que nos hablan los socilogos, que no
han adquirido todava un desarrollo amplio, y en que la
familia constituida en forma patriarcal, es la clula de la
sociedad. Arriba, la autoridad que gobierna, el represen-
tante del rey dueo y seor, sustentada por una guarni-
cin fuerte compuesta de soldados aguerridos; abajo, el pue-
blo, ese pueblo que en un siglo de colonizacin, por fusio-
nes de sangre, por mezcla de razas distintas, por la vida
que ha llevado, en lucha constante para atender sus nece-
sidades, ha dado finalmente, ese tipo propio, peculiar, el
croUo, que lleva asociadas en su temperamento, en raro
consorcio, la nobleza castellana y la pujanza indomable del
charra.
De la cultura de ese medio, de lo que era esa sociedad^

de sn estado intelectual, en la primera dcada del siglo X I X ,
bien poco podrase decir. Una escuela fundada en 1797 y
otra en 1809, las cuales concurrieron un nmero bien
escaso de ninus, adems del convento de San Francisco,,
donde se enseaba solamente latinidad y teologa, he ah
todos los centros de educacin que posea la antigua ciu-
dad colonial. No haba imprenta, y por lo tanto no haba
diarios. La que funcion con la dominacin inglesa, esa
haba sido llevada luego que ella termin, y La Gaceta,
la clebre de fray Cirilo de Alameda, an no haba visto-
la luz. (1' Un detalle ms y tendremos acabado el cuadro
de aquel ambiente social, en el momento preciso de que
nos ocupamos. Un escritor contemporneo es quien lo na-
rra y lo comenta. Era en 1807, durante el perodo corto
del establecimiento del ejrcito ingls. Un oficial de
Aiichmuty, recorre las calles de la ciudad colonial en bus-
ca de una librera... de pronto se detiene ante un cartel
anunciador... penetra en la casa... interroga su dueo,
y cuando cree encontrar un Lope de Vega un Padre
Feijo (son sus palabras) no ve en toda la estantera sino
dos tres infolios antiqusimos y algn tratado de teolo-
ga . . . y sin embargo, dice, era la nica librera que exis-
ta en la ciudad. ^-)
Cmo entonces, feurge la pregunta, pudironse desarro-
llar en ese ambiente pobre y atrasado, personalidades que
con su nombre y su accin, dominaron el escenario polti-
co del Ro de la Plata en la segunda dcada del siglo XIX?
Para investigar las causas y los factores que concurren
en la formacin de esos caractei'es, tendramos que penetrar
en el estudio de los orgenes de la nacionalidad oriental.
(1) La Gaceta de Montevideo public su primer nmero el 13 de

octubre de 1810.
(2) Citado por Zinni en su Historia de la prensa peridica de la
Kepblica Oriental del Uruguay, pg. 399.
No entraremos en esa investigacin, pues su desarrollo

nos conducira quizs un poco lejos del objeto de nuestro
estudio.
Sealaremos s, que ese pueblo humilde y pobre del
Montevideo colonial, haca ya tiempo que haba avan-
zado ideas en pro de su separacin de la autoridad vi-
rreinal. Diremos tambin que fu en 1750, veinticuatro
aos despus de su fundacin, cuando Montevideo no
era sino un simple villorrio, que se estableci en l una
gobernacin independiente de la de Buenos Aires; que
fu en 1808, cuando ese mismo pueblo, reunido en
asamblea, proclam pblicamente su desobediencia al
virrey Liniers, formando una Junta de gobierno, propia,
idntica en su origen Ja famosa del 25 de mayo de
1810; y que fu, en fin, en el cabildo abierto del 15
de junio de ese mismo ao, donde quedara de mani-
fiesto esa tendencia separatista del poder de la metr-
poli argentina, dando motivo as, en lo futuro, la crea-
cin de una nacionalidad.
La declaracin del cabildo abierto de junio de 1810,
que fu consecuencia de la misin del doctor Juan Jo-
s Passo, secretario de la Junta de Mayo, ser, pues, el
objeto de este estudio.
II
El 24 de mayo de 1810, un da antes que el pueblo de

Buenos Aires invadiera el recinto del Cabildo, para pro-
clamar la nueva autoridad de la Junta presidida por Cor-
nelio Saavedra, declarando caduco el poder colonial, llega-
ba Montevideo, fugitivo, el capitn de navio don Juan
Jacinto de Vargas, con las noticias de los sucesos que de-
terminaron aquel gran acontecimiento.
En realidad, Vargas no poda ser portador de los hechos
ocurridos en la capital vecina, sino desde el momento en
que Cisneros impuso al pueblo de las circunstancias crti-
cas porque pasaba la madre patria, con motivo de la inva-

sin napolenica, hasta la constitucin del cabildo abierto
del 21 de mayo. En su calidad de secretario interino del
virrey, haba presenciado todos los sucesos precursores de
la jornada del 25 de mayo y haba coparticipado, al lado
de la primera autoridad espaola, de todos los estremeci-
mientos de aquella situacin, que traeran el derrumbe de-
linitivo de aquel sistema poltico. En medio de los sinsa-
bores, de las angustias de aquel momento supremo, el vi-
rrey Cisneros, previendo su cada inevitable, deba acordar-
se de Montevideo, de la misma ciudad que haba formado
las huestes reconquistadoras que haban salvado Buenos
Aires en una ocasin cruenta, y llevado quizs de esa l-
iima esperanza, ya que le faltara en su ciudad todo apoyo
moral y material, encomend su secretario el capitn de
navio Juan Jacinto de Vargas, para que corriese, arries-
gando pehgros, hasta aquella ciudad, impusiera de viva
voz aquel valiente pueblo, de sus circunstancias bien cr-
ticas.
Era la tarde del 24 de mayo de 1810, cuando el ca-
pitn Vargas arribaba solo Montevideo con las primeras
noticias de los sucesos ocurridos en Buenos Aires. La nue-
va trascendi velozmente entre el pueblo, llegando hasta la
casa consistorial, donde en esos momentos sesionaba el
Cabildo, el que ante lo imprevisto de los hechos de que era
portador Vargas, sin animarse tomar ninguna resolucin,
slo se limit constatar aquella llegada inmotivada, di-
ciendo en el acta de ese da ^ que haba venido de Buenos
Aires, de cuyo destino haba salido precipitadamente, por
las conmociones populares de aquella ciudad. ^^^ Pero las
noticias haban trascendido demasiado entre el vecindario
de la ciudad para que el Cabildo no adoptase ninguna re-
solucin, y esa misma noche, temiendo probablemente quin
(1) Acta del Cabildo de Montevideo, de 24 de mayo de 1810. L i -

bros Capitulares. (Archivo Nacional).
sabe qu sucesos, dada la efervescencia de los nimos, sus

miembros volvieron reunirse fin de tomar una resolu-
cin. Probablemente las noticias, en cuanto se relacionara
on los hechos producidos en la vecina capital, eran con-
tradictorias. Vargas, la vez que era portador de una co-
misin del virrey, tambin haba trado diferentes cartas
que detallaban los acontecimientos de que haba sido tes-
tigo y actor. Perplejo el Cabildo, y ante las versiones dis-
tintas, resolvi llamar su seno al doctor Nicols de He-
rrera, Ministro de la Real Hacienda, accidentalmente en Mon-
tevideo, para oir su opinin. Como era razonable, el doctor
Herrera contest al Cabildo, que antes de nada debera
hacerse comparecer al propio don Juan Jacinto de Var-
gas, resolvindose as en consecuencia. ^^^
Amaneci el da 25 y los habitantes de la ciudad im-
presionados todava con los sucesos del da anterior, reci-
bieron plena confirmacin con la llegada del pasajero Ma-
nuel Fernando Ocampo, quien haba sido conducido desde
Buenos Aires en un lanchn, por su patrn Francisco Ro-
drguez. Ante la certidumbre de las noticias de que stos
eran portadores, el Cabildo reunido en la tarde de ese da,
consecuente con su resolucin de la vspera comision
su sndico procurador don Juan Bautista Arambur para
que pasase la morada de don Juan Jacinto de Vargas,
con recado poltico y lo invitase concurrir al Ayunta-
miento. Momentos despus, el secretario interino de Cis-
neros se presentaba en el Cabildo, acompaado de los doc-
tores Lucas J. Obes y Nicols de Herrera. All, en pre-
sencia de sus miembros y despus de narrar detalladamente
los antecedentes de los sucesos acaecidos en Buenos Aires,
declar Vargas que su presencia en Montevideo no respon-
da otra cosa que dar cumplimiento al encargo del virrey,
(1) Acta de la 2^ sesin del Cabildo, de 24 de mayo. (Archivo Na-

cional).
el cual le haba expresado que esperaba fuese su autori-

dad debidamente respetada por el pueblo y vecindario. ^^)
La cuestin evidentemente se complicaba. Urga una
contestacin al virrey, pero en qu forma? Acaso el Ca-
bildo de Montevideo debera hacerse solidario de los ac-
tos del virrey, que hubieran podido acarrear su cada? De
ningn modo. Si Montevideo haba dado pruebas de su
fidelidad al rey, tambin su vez haba desconocido abier-
tamente la autoridad de Liniers, formando, como intentaba
hacerlo Buenos Aires, una Junta propia de gobierno. El
Cabildo, pues, no lleg ninguna resolucin, determinando,
en vista que ya era noche entrada, dejar la contestacin
al virrey para el otro da.
En la sesin del 26, tras una larga discusin, el Cabildo
encontr una frmula conciliatoria, resolviendo responder
S. E. (el virrey) que estaba dispuesto ese cuerpo to-
mar todas las medidas conducentes la conservacin del
orden y legalidad de los derechos sagrados de don Fernan-
do VII. En este sentido se comision los seores Juan
Bautista Arambur y don Len Prez para que se aper-
sonaran Juan Jacinto de Vargas fin de que se embar-
case de nuevo para Buenos Aires informase al virrey de
la resolucin del Cabildo.
Pero Vargas, convencido quizs de la inutilidad de su
gestin, pues ya no existira quizs la autoridad del virrey,
cuando l llegase, se neg aceptar el cometido que le da-
ba el Cabildo de Montevideo, manifestando no haber ter-
minado algunos asuntos que lo retenan en la ciudad. (2)
Ante esta repulsa, el Cabildo debi volver sobre sus pa-
sos. Mientras tanto los nimos se exaltaban. La conducta
de Vargas exasperaba al pueblo, que no vea en su actitud
la seguridad que tena el secretario de Cisneros sobre la
ineficacia de su comisin.
(1) Acta del Cabildo, del da 25 de mayo. (Archivo Nacional).

(2) Acta del Cabildo del 26 de mayo de 1810. (Archivo Na-
cional).
El Cabildo, en la impotencia en que lo pona este incidente

crey de su deber consultar la opinin de otras personas, y
en la sesin del 27 haca comparecer su presencia para
pedir su opinin, al gobernador militar don Joaqun de So-
ria, al comandante de marina don Jos Salazar, los pres-
bteros Dmaso Larraaga y Jos Manuel Prez, al minis-
tro de la Real Hacienda don Nicols de Herrera, los aboga-
dos doctores Lucas J. Obes y Bruno Mndez y al tesorero
de gobierno don Jos Eugenio de Elias. La opinin predo-
minante, fu y as se resolvi: se indicara don Juan
Jacinto de Vargas fin de impedir hubiese una con-
mocin popular fuese vctima de una tropelala con-
veniencia de que se retirase al campo hasta nueva provi-
dencia->. ^1)
HI
Mientras tanto los sucesos se desenvolvan en Montevi-

deo en la forma que hemos descripto, en Buenos Aires los
acontecimientos que Vargas haba previsto se precipitaron
en tal forma que el 25 de mayo, la autoridad del virrey
Baltasar Hidalgo de Cisneros, haba casi enteramente des-
aparecido para dar por resultado la formacin de una
Junta de gobierno de origen popular, compuesta por ele-
mentos netamente distintos al rgimen colonial.
Apenas instalada la Junta de Mayo, una de sus prime-
ras medidas haba sido comunicar todas las ciudades y
pueblos del virreinato, los motivos de su creacin y las
causas que haban existido para declarar cesante la autori-
dad del virrey. La nota hecha en forma de circular haba
sido remitida con fecha 27 de mayo, siendo suscripta por
todos los miembros de la Junta. (^)
(1) Acta del Cabildo, del 27 de mayo. (A.rchivo Nacional).

(2) Registro Oficial de la Repblica Argentina, tomo I, pg. .35.
lio REVISTA HISTRICA
En lo que se refiere Montevideo, el gobierno de Bue-

nos Aires comprendiendo, sin duda, la importancia que
tena su adhesin, dispuso el envo de un comisionado es-
pecial, cuyo objeto no era otro, que entregar en propia ma-
no al gobernador don Joaqun de Soria, el oficio por el
cual la Junta daba cuenta de su formacin, al mismo tiem-
po que se acompaaban algunos impresos en los que se
instrua de los antecedentes que haban obrado para su
instalacin. A este fin fu nombrado el capitn de Patricios
don Martn Galain, quien debi embarcarse el 20 de mayo,
arribando el 31 Montevideo.
Galain era portador, como decamos, entre otros docu-
mentos l) de la nota oficial de la Junta de Mayo, comu-
nicando su instalacin la vez que se exhortaba su reco-
nocimiento. Dicho oficio, que iba dirigido al Cabildo,
Justicia y Regimiento de Montevideo , estaba concebido
en los siguientes trminos: La Junta provisional guber-
nativa de las Provas. del Ro de la Plata nombre
< del Sor. Dn. Fernando 7. acompaa usted los
adjuntos Impresos que manifiestan los motivos y fines
<
' de su instalacin. Despus de haver sido solemnemente
reconocida por todas las corporaciones y gefes de esta Ca-
pital, no duda q.*" el zelo y patriotismo de V. S.
allanarn qualesquier embarazo q.*' pudiera entorpezer
<
' la uniformidad de operaciones en los distritos de Su
^ Mando, pues no pudiendo ya sostenerse la unidad cons-
< titucional sino por medio de una representacin q.*" con-
centre los votos de los Pueblos p.' medio de represen-
tantos elejidos por ellos mismos, atentara contra el esta-
(1) Adems de los documentos que hacemos referencia, conser-

vamos en nuestro archivo otros oficios de la misma fecha (27 de ma-
yo), como ser un expediente iniciado sobre remate del Alumbrado
pblico, que elevado en apelacin ante el virrey, fu devuelto por la
J u n t a de Mayo, diligenciado.
do qualesquiera que resistiese este medio producido por

la triste situacin de la pennsula y nico p.^ proveer
lejtimamente una autoridad q.'' exerza la representa-
cion del seor don Fernando 7. y vele sobre la guarda
de sus augustos Dros. por una nueba inauguracin q.*"
salve las incertidumbres en q.*^ est embuelta la verda-
dera representac." de la Soverana.
V. S. conoze muy bien los Diales consigtes de una
desunin q.*" abriendo las puertas consideraciones di-
rijidas por el inters momentneo de cada Pueblo, pro-
duzca al fin una recproca devilidad q.*" haga inevitable
la ruina de todos: y sta debera esperarse, si la Poten-
'i cia Vecina que nos acecha pudiese calcular sobre la di-
solucin de la unidad de estas Provas. Los dros del
Rey se sostendrn si firmes los Pueblos en el arbi-
<^ trio de la gral convocacin que se propone entran de
acuerdo en una discusin pacfica bajo la mira funda-
mental de fidelidad y constante adhesin de nuestro
August Monarca y la Junta se lisongea que de este
modo se consolidar la suerte de estas Provas. pre-
sentando una barrera las ambiciosas empresas de sus
<v enemigos y un teatro estable la vigilancia y zelo de
sus antiguos Magistrados . (1)
La nota en s no debi causar en un principio un efecto
mayor entre las autoridades. Soria, como el Cabildo, lo
mismo que los vecinos ms espectables de la ciudad, estaban
en antecedentes de los sucesos ocurridos en la metrpoli ar-
gentina, y el oficio de la Junta de Buenos Aires lo mismo
que los impresos de que era acompaado, no anunciaban si-
(1) Tomada textual del original indito en nuestro poder.La no-

ta dirigida al Cabildo, Justicia y Regimiento de Montevideo, va sus-
crita por Cornelio taavedra, Francisco Jos Castelli, M. Belgrano,
Miguel de Azcunaga, doctor Manuel Alberti, Domingo Matheu,
G. Larrea, Juan Jos Passo, secretario; y doctor Mariano Moreno,
secretario.
no los detalles de aquel movimiento, que en realidad no tena

un carcter manifiestamente revolucionario, desde que sus
actores hacan lujo de demostraciones del mayor acatamien-
to y sumisin la autoridad del rey Fernando VIL Res-
pecto esto, pues, no deba inquietar los nimos del vecin-
dario de Montevideo un suceso que, la verdad, no tena
mayores proporciones. En cuanto la noticia que el pue-
blo de Buenos Aires hubiese declarado caduca la autoridad
del virrey Cisneros, parecera primera vista que debi im-
presionar a aquel pueblo que como todos los de la Amri-
ca hispana, en esos tiempos-era tan apegado las prcti-
cas coloniales. Pero ese raismo vecindario no haba hecho
una cosa idntica dos aos antes con su antecesor Liniers,
cuando reunidos en el cabildo abierto del 21 de septiembre
de 1808, declaraban con su propio gobernador espaol, Elo,
que desconocan y negaban la autoridad de Liniers, en todo
el territorio Oriental?
Del oficio deque era portador el capitn Galain, una sola
cosa quedaba en pie, y era lo que realmente debi ocupar la
mente del Cabildo de Montevideo: el derecho que preten-
da abrogarse la Junta de Mayo de someter su autoridad
un pueblo que en diversos momentos de su corta vida
poltica, haba hecho demostraciones claras y categricas en
pro de su autonoma colonial.
El desarrollo de esta negociacin que historiamos con-
firma plenamente nuestras afirmaciones, y as veremos, co-
mo si bien el pueblo de Montevideo parece en un principio
aceptar las indicaciones dla Junta bonaerense, apenas ini-
ciadas las primeras tratativas, surge inmediatamente ese
sentimiento, que podramos llamar de nacionalidad, y que
har fracasar todas las tentativas de acatamiento recono-
cimiento de la autoridad portea.
Fu as que el Cabildo de Montevideo para contestar el
oficio de la Junta del 25 de mayo, resolvi la celebracin
de un cabildo abierto, que tendra lugar al da siguiente de
la llegada de Galain, invitndose para ese acto, como era de
prctica, los vecinos ms caracterizados de la ciudad y
r>E LA UNIVERSIDAD ILl
los cuales se les dio anuncio por medio de esquelas que

fueron repartidas ese mismo da. )
IV
Los Cabildos en Amrica, deca Florencio Vrela, han

tenido tal importancia en el drama de la revolucin ameri-
cana, que no es posible hacer un estudio completo de este
grandioso acontecimiento, sin precederlo de un examen de-
tenido de esa institucin genuinamente espaola, la cual en
su origen, en su forma, como las comunas de Nueva In-
glaterra, representaban al pueblo que delegaba en ellas
anualmente y por su voto directo, el ejercicio de su sobe-
rana.
Nada ms exacto que la afirmacin del famoso redactor
de Ll Comercio del Plata. Los Cabildos en Amrica fueron
la cuna donde naci y se desarroll el sentimiento de inde-
pendencia y las ideas de emancipacin. Representan las
aspiraciones del pueblo y su vida en el medio colonial,
marcan como jalones que sealan pocas, el desenvolvimien-
to de principios lentamente elaborados, que se harn hechos
reales y positivos, el da que la palabra libertad estremezca
el continente americano.
Es verdad que los gobernadores espaoles hicieron re-
petidas veces escarnio de tentativas liberales nacidas en el
calor de las discusiones del Cabildo; es verdad que sus miem-
bros fueron insultados aprehendidos; que fueron impues-
tas sus resoluciones por la fuerza armada, desterrados, agre-
didos y hasta obligados rendir vasallaje al jefe militar,
pero no es menos cierto que en esa lucha constante, de aos,
de siglos, entre la autoridad desptica y el poder civil, entre
los soldados y el pueblo, entre la fuerza y el derecho, fueron
(1) Apuntes de la guerra de los Orientales por Larraaga y Guerra.

La Semana*, nmero del 9 de noviembre de 1857.
B. H. DE LX .8
i 14 REVISTA lirSTRICA
desarrollndose paulatinamente esas tendencias hacia la

emancipacin y esa aspiracin suprema hacia la indepen-
dencia.
En Montevideo los Cabildos representan algo ms. El
territorio oriental, colonia en un principio, estado del virrei-
nato del Per y despus del de Buenos Aires, la autoridad
civil, no seala slo como todos los de Amrica la idea del
pueblo ansioso de romper los vnculos de soHdaridad que
lo unen con la madre patria, sino tambin el sentimiento
de la nacionalidad que va caracterizar cada uno de sus
actos, cada uno de sus momentos histricos. Por eso no
vacila en formar la expedicin con que Liniers va liber-
tar la ciudad hermana, cuando sus habitantes son rendi-
dos discrecin por los ingleses; por eso ha declarado ya
al pueblo reunido con el Cabildo, el 21 de septiembre de
1808, que nada lo liga con las autoridades de Buenos
Aires y ha formado una Junta independiente; por eso tam-
poco reconocer la Junta del 25 de mayo, cuando por boca
de sus delegados pretende imponer se preste acatamiento
sus decisiones.
Decamos que el pueblo, en su ms sana parte haba
sido convocado para la celebracin de un cabildo abierto
fin de considerar la nota de la Junta de Mayo y de la que
haba sido portador el capitn de patricios don Martn Ga-
lain. Era, pues, en los amplios salones de la planta baja
del edificio capitular donde ese da, el 1. de junio de 1810,
deberan sesionar los vecinos ms distinguidos de la ciu-
dad, constituidos en asamblea conjuntamente coa todos
los miembros del Cabildo, con las autoridades militares y
eclesisticas, para tomar en consideracin y resolver la ac-
titud que debera asumirse ante los sucesos de Buenos Ai-
res que haban provocado el cambio de sus autoridades.
Los datos que poseemos son un tanto escasos para re-
producir aqu las diferentes opiniones que fueron verti-
das en aquella asamblea. Apenas si del acta capitular que
tenemos la vista, podemos afirmar que ese da, reunido el
pueblo en cabildo abierto, estando presentes todos sus
DE LA UNIVERSIDAD ll5
miembros y sesionando como era de prctica, bajo la pre-

sidencia del gobernador don Joaqun de Soria, despus de
varias discusiones y opiniones, se acord pluralidad
de votos la conveniencia que exista en la unin con la ca-
pital (Buenos Aires) y reconocimiento de la nueva Junta
para la seguridad y conservacin de los derechos del rey
don Fernando VII. Esta declaracin, sin embargo, no se
haca de una manera categrica, sino al contrario, con
''ciertas limiaGones,pirai lo cual y con idntico objeto,
el Cabildo propuso una comisin que fu aceptada por la
asamblea, compuesta por el gobernador Soria, los vecinos
Joaqun de Chopitea, don Miguel Antonio Vilardeb, el
comandante don Prudencio Murguiondo, el presbtero don
Pedro F. Vidal y el Ministro de la Real Hacienda don Ni-
cols de Herrera, y cuyo cometido no era otro que unifor-
mar opiniones para resolver las condiciones en que Mon-
tevideo hara el reconocimiento de la Junta de Buenos Ai-
res. Una vez indicadas dichas clusulas, deberan ser so-
metidas la consideracin del Cabildo, el que en el caso
de resolver su aprobacin al da siguiente, elegira una per-
sona que ira con ese objeto la capital de Buenos Ai-
res. i^>
Como se ve, el espritu de la resolucin de este cabildo
abierto, era un tanto ambiguo. En l parece primar antes
que nada la duda de las intenciones de la Junta de Bue-
nos Aires, aumentada si es posible con la incertidumbre
que exista en Montevideo, referente los sucesos ocurri-
dos en la madre patria y de cuyas circunstancias y deta-
lles no se tenan ms noticias verdicas que las de que daban
cuenta los impresos y comunicaciones tradas por Galain.
Sin embargo, por encima de esto parece desprenderse de las
resoluciones transcriptas y del desenlace de toda la nego-
ciacin, ya que en este primer cabildo abierto no se aceptaba
(1) Acta capitular del cabildo abierto del l.*J de junio de 1810. Li-
bro capitular. (Archivo Nacional).
16 REVISTA HIKTOIUC
lisa y llanamente el reconocimiento de la Junta del 25 de

mayo, ese sentimiento de emulacin que exista entre las
dos ciudades del Plata y que se traduca aqu en una adhe-
sin que no era espontnea, sino al conti'ario, en cierto
modo forzadaobligada si es posible por haber asumido
la Junta la autoridad del virreyhaciendo una declaracin
con reservas y reticencias.
La Comisin nombrada por el Cabildo abierto no lleg
reunirse. Una circunstancia fortuita vino frustrar esa
resolucin: tal fu la llegada casual al puerto de Montevi-
deo, el mismo 2 de junio, del bergantn <-<Filipino, el cual
vena con impresos y comunicaciones de Espan, dando
cuenta de haberse instalado un gobierno de regencia en
Cdiz.
Como es claro suponer, las noticias cundieron rpidamen-
te por la ciudad, y el pueblo reunido en la Plaza Mayor ley
en voz alta una proclama dirigida por las autoridades es-
paolas los pueblos americanos invitndolos celebrar su
inmediato reconocimiento. El gobernador Soria, quizs un
tanto alarmado con el giro que podran tomar aquellos
asuntos, aprovech la efervescencia popular para celebrar tan
fausto acontecimiento con salvas de artillera y repiques de
campana, al mismo tiempo que haca que las tropas de la
guarnicin prestaran solemne juramento.
En estas condiciones la conducta con Buenos Aires se
impona. El oficio de la Junta de Mayo, sera tomado en
consideracin despus que ella reconociese el Consejo de
Pegeneia. Esto mismo fu lo que resolvi el Cabildo en su
sesin del 2 de junio: <-suspender toda deliberacin sobre el
nombramiento de diputados y dems puntos acordados en
su sesin anterior, hasta ver los resultados de dichas noti-
cias (las tradas por el bergantn Filipino) en la capital
de Buenos Aires. (1)
(1) Acta del Cabildo del 2 de junio. (A.rchivo Nacional).

En este sentido, pues, el gobernador Joaqun de Soria al

mismo tiempo que el Cabildo lo haca separadamentese
dirigi en oficiopor intermedio del mismo capitn Galain,
las autoridades de la ciudad vecina, dando cuenta de los
sucesos ocurridos y solicitando como paso previo para con-
tinuar la negociacin el reconocimiento inmediato del Con-
sejo de Cdiz.
La respuesta de la Junta de Mayo no se hizo esperar.
En una bien escrita nota en que se adivina fcilmente la
brillante pluma de su secretario el doctor Mariano More-
no, contestaba los argumentos expuestos en el Cabildo de
Montevideo, manifestando la ignorancia en que se encon-
traba esa Junta respecto la instalacin del Consejo de
Regencia de Cdiz, y aadiendo que no tendra inconve-
niente en jurar esa autoridad, una vez que la noticia fuese
ratificada, pero que en el intertanto convena la unin de
los dos pueblos. Dicha nota deca as: <( Reunidos los ofi-
cios de V. 8. del Sr. comandt''. de Marina y Gov'"'. Mi-
^< litar de esa Plaza, resulta q.*^ convocado el pueblo en su
mas sana parte instruido dlas ocurrencias de esta Cap.'
se acord una conducta enteramente uniforme, pero q.*"
al tiempo de nombrarse Diputado, apareci el Berg.''
Filipino cuyas noticias relativas el estado de nras.
armas y la instalac." de un Consejo de Regencia en Ca-
diz suspendieron la execucin hta. ver las resultas de es-
ta Junta, y esta Cap.' despus q." se instruyesen de aq.'
suceso .
Nada ha recibido esta Junta de oficio poi' conducto
. lexitimo q.*" pueda hacer variar los fundamentos de su
instalac": ha dado cta. de ella S. M. mandando uri oficial
de honor p."" instruir al Gobno. Soberano q.''encontrare le-
gtimamente establecido en Espaa; ha convocado igual-
mente Diputados de todos los pueblos p.''' q.*' decidan el
poder Soberano q.*" debe representar nuestro augusto
Monarca el Sor. Dn. Ferdo. 7. y ni esta Junta puede
prevenir aq.' juicio, ni la situac." peligrosa de la Metrpoli
se presenta mejorada desde el sitio de Cdiz ni las noti-
cias oficiales q.*" puedan venir de un Gbno. Soberano re-

conocido en la Monarqua trastornar las vases de esta
Junta Provisoria, puesto q.^ en su misma instalacin jur
reconocimiento del Gobno. Soberano q.*' estuviere lejti-
mmente establecido en Espaa .
Las contestaciones oficiales sobre este punto como la
r.' ard.'* q.*' ha publicado la Junta y acompaa V. S.
darn cabal idea de la circunspeccin conq.** se procede
en tan delicada materia y demostraran q.** no es oponerse
los dros. de la Soberana, sujetar su reconocimiento
los principios q.*' ella misma ha establecido y conciliarios
con los dros. y dignidad de los pueblos .
La Junta recomienda mucho V. S. se sirva observar
con detencin los principios q.*' han influido en su insta-
<<
- lacion. El principal fundamento de esta ha sido la duda
suscitada sobre la lejitimidad conq.*^ la Junta Central
fugitiva, despreciada del pueblo, insultada de sus mismos
subditos y con pblicas imputaciones detraydora, nombr
por s sola un Consejo de Regencia, sin consultar el voto
dlos pueblos y entre las convulsiones del estrecho crculo
de la Isla de Len .
Si recurrimos los primeros principios del dro. p-
blico de las Naciones y leyes fundamentales de la nra.,
la Junta no tenia facultad para trasmitir el poder sobe-
rano q.^ se le havia confiado: este es intransmisible por
su naturaleza y no puede pasar segundas manos, sino
por aq.' mismo q. la deposit en las primeras .
Ese mismo Consejo de Regencia ha declarado q." los
Puebles de Amrica y q."* deben tener un influxo activo
en la representacin de la Soberania; es preciso, pues,
q."* palpemos ahora ventajas de q.*" antes carecamos y
tengamos parte en la constituc." de los poderes soberanos,
mucho mas quando siendo la Amrica por declaraciones
anteriores parte integrante de la Monarq.**, seria irregu-
lar q.*" el mnimo punto de la Isla de Len arrastrase sin
exam." la suerte de estas bastas regiones .
Las incertidumbres sobre la legitimidad del actual
poder Soberano de Espaa, unidas al riesgo inminente

<^ en q/ pone al Reinla ocupac." de la mayor pâ-te de su
Territorio produxeron una gral. agitac." de q.*" ha nacido
la instalac.'' de esta Junta Provisional, p.'* q.'' gobernase
sin sospechar por parte del Pueblo, hta. q."" formado el
Congreso con los Diputados de las Provincias se decidie-
sen aquellas importantes qestiones: no ser fcil q." la
<<
- prevenga este juicio, ni esto es un embarazo p;"" la unin
y fraternidad con Montevideo .
Se reconoci en esa Plaza el Consejo de Regencia?
Buenos Ay.'' no lo ha desconocido y quiz el voto de sus
^^ representantes ser este mismo qdo. (?) en el Congreso
<^ deba darse: Montevideo por un zelo q. en s es laudable
anticip ya el suyo, y este ser seguramt."", el de su dic-
tado; pero entre tanto se verifica la reunin deben unirse
los dos Pueblos, porq.*" as lo exhigen los intereses, y los
dros. del Rey .
Ambos Pueblos reconocen un mismo Monarca; la Jun-
ta ha jurado al Sor. Dn. Ferd. 7."^ y morir por la guar-
da de sus augustos; si el Rey huviese nombrado la Re-
gencia no havria qestion sugeta al conocimiento de los
Pueblos, pero como la de Cdiz no puede derivar sus po-
deres sino de los Pueblos mismos, justo es que estos se
convenien de los Ttulos con q.^' los han reasumido .
Es esta una materia muy delicada para resolverse en
.< ella con ligereza y ningn Pueblo debe executar por s
< soio lo q.*'debe ser obra de todos. En la corresponden-
- cia de este Sup.' Gov." con el embajador espaol reci-
dente en el Janeiro, se ha encontrado aviso oficial de
q.*" la Junta Central havia declarado ltimamente la Re-
gencia del Reyno, favor de la S.'"" D." Carlota, Princesa
del Brasil y V. S. conocer muy bien, quau graves ma-
les nos envolveran ahora, si en virtud de esta sola aun-
que autorizada noticia, huvisemos jurado y reconocido
la Regencia de aquella Princesa .
< Lo sustancial es q.'' todos permanescamos fieles Va-
<^ salios de nro. augusto Monarca el Sor. Ferd." 7."; q."" cura-
120 REVISTA HISTEICA
<v piamos el juramento de reconocer al gob."" Soberano de

Espaa, lejtimamt.^ constituido; q." examinemos con
circunspeccin la legitimidad del establecimient." y no la
consideremos como una voz vana, sino como la primera
regla directiva de nuestra resolucin; y q. entretanto es-
trechemos nuestra unin, redoblemos nuestros esfuerzos
para socorrer la Metrpoli, defendamos su causa, obser-
vemos sus Leyes, celebremos sus triunfos, lloremos sus
<-. desgracias y hagamos lo q.*^ hicieron las Juntas Provin-
cales del Reyno antes de la instalac." lejtima de la Cen-
tral q.*" no tenan una representac." Soberana del Rey
por quien peleaban y no por eso eran menos fieles, me-
nos leales, menos heroicas, ni menos dispuestas prestar
reconocimt. un Supremo poder apenas se constituy
lejtimamente . (1)
Como se ve, la hbil y poltica nota de la Junta de Bue-
n-'^s irires, iba destinada tratar de vencer los obstculos
que el Cabildo y las autoridades de Montevideo pudiesen
oponer, ante la sospecha que aquel gobierno que haba su-
cedido al virrey, tuviese veleidades de abrogarse facultades
propias tendencias nuevas que pudieran traducirse como
un desconocimiento de la autoridad del rey en las colonias
americanas.
Pero la Junta de Mayo fu ms lejos. Demasiado com-
prenda la importancia que tena para la causa que haba
dado motivo su formacincualquiera que fueran sus
creencias respecto los derechos de Espaa sobre estos
Estados, hecho que en s, como se ha visto, lejos de des-
conocerlos, por el contrario Jos reconoca de una manera
(1) Tomado textual del original indito en nuestro archivo. La no-

ta de fecha junio 8 de 1810 va suscrita por todos los miembros de la
Junta del 25 de mayo, con excepcin del doctor Juan Jos Passo. El
doctor Passo, en efecto, no pudo firmar esta nota por haber salido
con esa fecha para Montevideo, con objeto de la misin que le con-
fiara la Junta de Buenos Aires siendo, seguramente, portador de la
comunicacin, adems de los poderes de que iba investido.
formal y categrica que una plaza fuerte, como era la de

Montevideo, se sometiese prestando su acatamiento sus
resoluciones.Convencidos los miembros de la Junta de
Buenos Aires de este hecho, de suyo incontrovertible, se
decidi a enviar un delegado especial al solo objeto de que
impusiera al Cabildo de Montevideo y sus autoridades
de los propsitos que le animaban, solicitando su adhesin.
A ese efecto, pues, se comision al doctor don Juan Jos
Passo, secretario de la Junta de Mayo, y uno de los hom-
bres ms importantes que haban cooperado en el movi-
miento poltico, que haba dado por resultado su instala-
cin.
La sociedad, el medio ambiente de aquel entonces, atra~

sado sin dudacomo lo hacamos notar en el comienzo d^
este estudio haba sufrido, sin embargo, el suficiente des-
arrollo para haber podido formar ciertas entidades polti-
cas intelectuales cuya aparicin en escena, en los momen-
tos que nos ocupamos, determinaron un aspecto nuevo en
la orientacin de los sucesos, una direccin distinta en el
desenvolvimiento de los acontecimientos.
As en la sesin de) 1.' de junio, como en el desenlace
final de los hechos que historiamos, la presencia de esos
factores sealaran nuevas tendencias, y contra la alta auto-
ridad, netamente espaola, del gobernador militar, aparece-
ra la opinin entusiasta de los verdaderos representantes
del pueblo nacional que triunfara en definitiva en la con-
tienda suscitada por las autoridades de Buenos Aires.
Lucas J. Obes no aportara solamente en las discusio-
nes celebrarse en el Cabildo el caudal de sus conocimien-
tos y la vehemencia de sus convicciones en pro de los inte-
reses americanos, por cuyo motivo, tan pronto sufrira to-
dos los sinsabores de unlai'go y penoso destierro,sino que
tambin, llevara aquellas deliberaciones la expresin
122 EEVISTA HISTRICA
genuina del alma nacional, de la patria, la que consagra-

ra siempre, todos los ardores de su espritu revolucionario,
en las diversas etapas de su intensa actuacin en la vida
pblica.
Al lado del doctor Obes, deber mencionarse igualmen-
te al doctor Nicols de Herrera, otra personalidad, quizs
la ms importante, de aquella situacin, por el respeto de
sus opiniones, por su talento y por su vasta ilustracin.
Nombrado en ese mismo tiempo, por el rey, en una difcil
comisin en estas coloniasdespus de haber merecido el
honor de ser el nico americano que actu como diputado
en el Congreso de Bayona, formado en la pennsula, cuan-
do la invasin napolenicase encontraba de paso, inci-
dentalmente, en su patria, Montevideo, en los precisos ins-
tantes en que se desarrollaban los sucesos en Buenos Aires,
Es su palabra autorizada la que prima en todas las deli-
beraciones de la casa consistorial, y los miembros del Cabil-
do, han llegado hasta detener una resolucin, para pedir al
doctor Herrera, haga luz en un asunto difcil y los ilustre
con su clarovidente criterio. Como Obes, Nicols de He-
rrera, tambin sera deportado, por sus ideas revolucionarias,
y su salida de la patria, coincidira con la iniciacin de su
importante vida, llena de servicios la causa americana.
Pero si con Obes y con Herrera, Montevideo tena
bastante para afrontar cualquier riesgo, cualquier pehgro,
era necesario que la autoridad civil fuese apoyada por la
opinin decidida de la Iglesia ya que en todos los sucesos
de la emancipacin del continente tanta influencia ejercie-
ra la religiny la Iglesia nacional sera representada en
las decisiones del Cabildo por Dmaso Antonio Larraaga.
No tomaremos aqu, para presentar su personalidad, la fa-
ma de sabio y de virtuoso que lo acompa toda su vida,
porque no fueron sin duda los nicos atributos de su des-
collante figura. Larraaga ante todo fu un exaltado por
la patria, y su voz y su palabra, repercutiran en el Cabildo
de Montevideo, no ya por la nobleza de su espritu, sino
por la altivez y el radicalismo de sus convicciones. Por eso
sera uno de los primeros proscriptos de su ciudad natal

cuando la autoridad espaola se asent detrs del baluarte
de sus inexpugnables murallas; por eso sera uno de los di-
putados que llev Buenos Aires las clebres Instruccio-
nes de Artigas, aquellas que decan: pedirn antes que na-
da la independencia de estas colonias del poder del rey de
Espaa.
Parecera, sin embargo, que entre aquel grupo de perso-
nalidades notables, llenas de energa, de talento y capaces
de afrontar cualquier situacin por crtica que ella fuese,
faltase un hombre de fibra que la inteligencia, reuniese
condiciones del tribuno que enardece y levanta las pasio-
nes, pero ese tipo apaj'ecera encarnado en la persona de
Mateo Magarios que ira al Cabildo y dominara los
nimos con su elocuencia tempestuosa hasta hacer triun-
far sus ideas que eran las mismas sustentadas por la ciu-
dad, en pugna manifiesta con la autoridad de Buenos Aires.
Es Mateo Magarios quien concurre la plaza pblica,
arengar al pueblo que se ha reunido a la espera de los
acontecimientos, recorrer sus filas y sacudir sus entusias-
mos, para ir despus la sesin y tomar all la palabra y
decir en nombre de ese mismo pueblo que no se debe
aceptar la Junta de Mayo porque ella pretende ejercer su
poder como sucesora de los derechos del virrey, y Monte-
video no reconoce en esa situacin, sino sus propias y le-
gtimas autoridades.
Si los relevantes servicios prestados posteriormente por
Mateo Magarios no fuesen suficientes para dar el colorido
necesario su personalidad, la actuacin especialsima que
tuvo en los dos cabildos abiertosde cuyo estudio nos
ocupamos sera bastante para que su nombre fuese re-
cordado siempre entre los primeros en la historia de la na-
cionahdad.
Eran estos, pues, los hombres principales de aquella si-
tuacin y contra los cuales tendra que luchar el delegado
de Buenos Aires para salir airoso en la difcil comisin de
(|ue lo encargaba la Junta de Mayo.
El doctor don Juan Jos Passo lleg Montevideo el

14 de junio de aquel mismo ao. (O
La noticia de su llegada cundi rpidamente por la ciu-
dad, causando la ms viva excitacin en el nimo de todos
sus habitantes. En la sesin celebrada ese mismo da por
el Cabildo, el gobernador Soria dio cuenta de haber llegado
el diputado de la nueva Junta de Buenos Aires con comi-
siones de importancia, '2) y acto continuo se resolvi
oirlo en audiencia, comisionando ese efecto los regido-
res don Jos Manuel Ortega y don Len Prez para que
invitaran al doctor Passo a concurrir la sesin fin de
tomar en cuenta el objeto de su misin. El representante
de la Junta de Mayo acept de buen grado la invitacin
que se le haca, y pocos momentos despus concurra la
Casa Consistorial, donde en presencia de los miembros del
Ayuntamiento all reunidos, con la palabra fcil que le era
caracterstica, hizo una relacin sucinta de todos los suce-
sos ocurridos en Buenos Aires hasta la formacin de las
nuevas autoridades, explicando los motivos (los mismos
que ya hemos expuesto), que haba tenido ese gobierno
para no reconocer al Consejo de Regencia establecido en
Cdiz, concluyendo el comisionado por solicitar la unin
del pueblo de Montevideo con la capital. Impuesto el Ca-
bildo de todo esto, previo el retiro del doctor Passo, el cual
fu acompaado por los mismos regidores hasta su posada
de extramuros^, pas discutir la actitud que debera asu-
mirse, resolviendo en definitiva, dada sin duda la impor-
(1) Suponemos que haya error en la afirmacin que hace Bauza en

su Historia de la Dominacin Espaola, tomando el dato de los se-
ores Larraaga y Guerra, al consignar el 10 de junio como el da
de la llegada del doctor Passo Montevideo. De la fecha con que
fueron expedidos Jos poderes que hacemos referencia, lo mismo que
del acta capitular del 14 de ese, parece desprenderse que el comisio-
nado de la Junta de Mayo no pudo arribar esta ciudad antes del
da 14.
(2) Acta capitular del da 14 de junio. (Archivo Nacional).
taucia del caso, la celebracin de un cabildo abierto, ^<pues

desde que la diputacin vena al pueblo, deba convocarse
en su ms respetable parte de su vecindario, para quei ns-
trudo por el diputado, deliberase lo que estimare justo. (D
Consecuente con esto, al da siguiente, 15 de junio, de
acuerdo con las prcticas establecidas en estos casos, las
personas ms caracterizadas de la ciudad se sentaban al
lado de los cabildantes. Hacan acto de presencia el gober-
nador militar don Joaqun de Soria, el jefe de la marina
don Jos de Salazar, las autoridades eclesisticas don D-
maso Larraaga y don Jos Manuel de Prez, el ministro
de la Real Audiencia don Nicols de Herrera, el tesorero de
gobierno don Jos Eugenio de Elias, los miembros del Ca-
bildo don Cristbal Salvaach, don Juan Bautista Aram-
bur, don Pedro Vidal, don Jaime Illa, don Jos Manuel
de Ortega, don Flix Mas de Ayala, don Damin de la
]êa, don Len Prez, don Juan Vidal y Benavides y los
ciudadanos don Lucas J. Obes, don Mateo Magarios, don
Juan J. Duran, don Jos de Acevedo, don Jorge de las Ca-
rreras, don Miguel Costa, don Roque Antonio Gmez, don
Bartolom Neira, don Bruno Mndez, etc., etc. (2)
No tenemos porqu llamar la atencin dla importancia
que iba tener la resolucin que adoptara este cabildo
abierto. Bastar simplemente decir que en l se iba decidir
definitivamente si el pueb'o de Montevideo aceptaba las
autoridades de Buenos Aires si las desconoca, si el pue-
blo de aquella ciudad se someta las decisiones de la
Junta de Mayo, si, por el contrario, se separaba para siem-
pre de la tutela que en vano haba pretendido imponerle.
Abierta la sesin y previa venia que le fu concedida al
doctor Juan Jos Passo, para que hiciera uso de la palabra.
(1) Acta capitular del da 14.

(2) Tomamos estos datos de los mismos libros capitulares y de la
relacin de servicios del doctor Mateo Magarios, citado por Bauza,
Historia de la Dominacin Espaola en el Uruguay.
ste procedi dar lectura de la nota dirigida al goberna-

dor, y en que lo acreditaba con poderes plenos su gobierno
para dar arribo la misin. Dicho oficio iba concebido
en los trminos siguientes: Convencida la Junta Provi-
sional de lo que interesa la causa del rey y de la pa-
tria, la estrecha unin de ese pueblo con ste, ha resuel-
to dar una prueba del celo con que se empea en pre-
caver todo error equivocacin que pudiera perjudicar
tan sagrados derechos.Al efecto, ha nombrado al doc-
^ tor don Juan Jos Passo, uno de sus secretarios y vocales
que reuniendo su confianza, sus sentimientos y su re-
presentacin, pase esa ciudad y allane los embarazos
que pudieran entorpecer una concordia tan interesante .
Sus poderes son amplios; no lo son menos su inteligen-
<' cia y la pureza de sus intenciones, y si la buena fe con
que se agita una causa justa, es el medio seguro de su
consecucin, espera la Junta que apreciando Montevideo
tan distinguida confianza, una sus votos los nuestros,
consolide tan estrecha unin que sirva de terror nues-
tros enemigos, y presente la patria el tierno espectculo
que prepara Buenos Aires en la entrada del represen-
tante de Montevideo en compaa del de la Junta, que
ha ido prepararle los caminos . 0-^ Inmediatamente el
doctor Passo entr manifestar el objeto de su cometido,
historiando los antecedentes que el pueblo de Buenos Ai-
res haba tenido en vista para declarar cesante al virrey,
proclamando una Junta propia de Gobierno, imitacin
de las establecidas en la madre patria y cuyos fines no eran
otros que formar autoridades locales que mantuviesen la
concordia y el orden de los distintos territorios mientras
(1) Notado la Junta de Mayo, de fecha 9 de junio de 1810, diri-

gida al gobernador de Montevideo y firmada por todos sus miembros
con excepcin del doctor Passo, quien aparece reemplazado por el
doctor J. J Gastelli en calidad de secretario interino. (Manuscrito
original en nuestro archivoj.
D LA UNIVERSIDAD 127
durase la acefala en la casa reinante de Espaa, provocada

por la invasin bonapartista. Habl de los peligros que co-
rran ios pueblos del virreinato, expuestos ms que nunca,
si no se unan, las ambiciosas miras de otras potencias;
dijo que era uecesari':> que esa alianza se hiciese para pre-
caver posibles ataques de la corte portuguesa, concluyendo
su discurso pidiendo que Montevideo aceptase la Junta de
Buenos Aires, reconociendo ese cuerpo como la legtima
autoridad del virreinato.
El discurso del doctor Passo haba excitado visiblemente
los nimos.Para los elementos netamente espaoles que
predominaban en aquella Asamblea, la Junta de Mayo si
bien reconoca categricamente los derechos de Espaa so-
bre estos pases, tena en su origen, en su formacin, qui-
zs en sus tendencias, algo que ellos traducan en cierto
modo como una rebelda la autoridad del rey. De aqu la
resistenciaque inmediatamente de retirarse el doctor
Passo del recinto para que el Cabildo deliberase - se not
en el nimo de todos aquellos. En cuanto los dems
miembros asistentes, la sumisin Buenos Aires no podan
admitirla bajo ningn concepto. El doctor Mateo Magari-
os fu quien tom la palabra sosteniendo esos principios,
y encarndola desde ese punto de vista, habl con elocuen-
cia tempestuosa, dominando con su palabra la Asam-
blea. '1) El rechazo del comisionado de la Junta del 25
de mayo fu resuelto en seguida. En este sentido fu, pues,
la resolucin del cabildo abierto; ella deca: que entre-
tanto la Junta no reconociese la soberana del Consejo
de Regencia que haba jurado el pueblo, no poda ni
deha reconocer la autoridad de la Junta de Buenos
<- Aires, ni admitir pacto algu7io de concordia uni-
dad >^. (2)
(1) Relacin de los servicios del doctor Magarifos, citada por Bauza-
(2) Acta del cabildo abierto, del 15 de jumo de 1810. (Archivo Na-
cional).
l28 REVISTA HISTRICA
De esta declaracin fu portador el mismo doctor Passo,

quien se embarc inmediatamente para Buenos Aires,
quedando desde este momento completamente desvincula-
do Montevideo de la capital.
Las noticias de la resolucin que adoptara el Cabildo,
seguramente deban llegar aquella ciudad antes que fue-
sen confirmadas por el mismo comisionado Passo. Es as,
que la Junta de Mayo, comprendiendo toda la importancia
del resultado de la asamblea verificarse, sin conocer su
resultado, se adelant dirigiendo una ltima nota al Cabil-
do de Montevideo, sin prever, que cuando eila llegase
su destino, sus habitantes habran ya definido su actitud
con respecto la autoridad de que ellos se crean investi-
dos. (1' Dicho oficio iba concebido en los siguientes trmi-
nos: La Junta ha sabido con harto dolor suyo que el egos-
mo y espritu de partido de algunos malos ciudadanos,
han sembrado especies siniestras contra la fidelidad de
este pueblo (Buenos Aires) y pureza de sus intenciones.
No es digno de la Junta rebatir unas calumnias que se-
rn desmentidas por su conducta, pero es un deber de su
institucin protestar V. S., no se dexe alucinar por vi-
les impostores que queriendo hacer servir sus personas
los sagrados derechos del Monarca, blasfeman todo lo
que se aparta del inters srdido que los anima. Exami-
ne V. S. despacio las causas y objetos de la instalacin
de esta Junta; y no encontrando en ellos oposicin algu-
na los Augustos derechos de nuestro Monarca, despre-
ci los clamores con que el inters personal grita contra
los privilejios de los Pueblos, lejitimados por las crticas
circunstancias del dia y por el exemplo de todas las Pro-
vincias de Espaa, considerando con especialidad que el
inters individual preferido la causa pblica es el me-
(1) La nota de la referencia es de fecha 16, por lo que creemos que

fu hecha sin que en Buenos Aires se tuviese conociniient j de los su-
cesos ocurridos en Montevideo el da anterior.
DE LA UNrVEESDAD 120
jor apoyo de las ambiciosas miras de Jos Bonaparte y

el ms fcil camino para ser subyugado de potencias
extranjeras que pretendan nuestra ruina . vi)
Esta nota probablemente no fu tomada en considera-
cin por el Cabildo de Montevideo. Escrita, como se puede
advertir fcilmente, con el propsito de destruir apreciacio-
nes, sobre las intenciones de Buenos Aires con respecto
los derechos del rey sobre sus colonias en la Amrica,
fu enviada por la Junta de Mayo, sin que ella tuviese co-
nocimiento de los sucesos ocurridos el 15 de junio y las
declaraciones categricas expresadas en el cabildo abierto
de ese da. Suponemos fundadamente que no fu tomada
en consideracin por las autoridades de esta ciudad, pues
dla compulsa que hemos hecho de los Libros Capitulares
no aparece nada que haga sospechar ni siquiera que haya
s'do recibida.
Seguramente el oficio en cuestin, recin lleg Mon-
tevideo el 18 el 19 de ese mes de junio, cuando ya
consecuencia del fracaso de la negociacin Passo, las rela-
ciones entre la Junta de Buenos Aire^ y el Cabildo de
Montevideo haban quedado de hecho interrumpidas.
VI
De esta manera, pues, quedaron teruiinadas todas las

gestiones que la Junta del 25 de mayo interpuso, fin de
que su supremaca fuese reconocida en Montevideo, igual
que otras provincias del virreinato que le haban prestado
su pleno asentimiento. Las causas que obraron en el nimo
de este pueblo, evidentemente fueron mltiples. Quizs si
Buenos Aires, en vez de adoptar una poltica ambigua, hu-
(1) Manuscrito original en nuestro archivo. La nota es de fecha 16

de junio. Como las anteriores est firmada por todos los miembros de
la Junta de Mayo y dirigida al Ilustre Cabildo de Montevideo. -
R. H. DE LA ,9.
i 30 REVISTA I I S T R I C
biese declarado categricamente sus intenciones y sus mi-

ras tendientes promover un movimiento separatista de la
madre-patria,en la forma expresa que lo hacan casi al
mismo tiempo otras colonias de Amrica,el partido
criollo que exista en Montevideo, que no trepid un ins-
tante en lanzarse la lucha por su independencia al ao
siguiente, y que estaba representado en nuestra ciudad por
el alma ardiente de Lucas Obes, de Nicols Herrera, de
Larmaga y de tantos otros, habra seguramente respon-
dido en una forma que la solidaridad de accin, entre las
dos capitales, hubiese sido un hecho terminado. Pero la re-
volucin del 25 de mayo de 1810, si bien seala en la his-
toria del pueblo argentino el punto inicial del cambio del
rgimen colonial, no marca, bajo ningn concepto, el mo-
mento histrico de su independencia y de su emancipacin.
Lejos de ello,como lo hemos visto en las notas cambia-
das con el Cabildo de Montevideosus actos todos, son
hechos nombre de Fernando V i l , como medios encontra-
dos para el mejor resguardo de sus derechos sobre estas co-
lonias. La idea de libertad, surge con el lento desenvolvi-
miento de los acontecimientos, apareciendo todava vaga
indefinida en la Asamblea de 1813, hasta consolidarse y
hacerse carne, recin en 1816, en la clebre declaratoria del
Congreso de Tucumn.
Encaradas as las cosas, cul deba ser la actitud de
Montevideo, ante las instancias repetidas de la Junta de
Buenos Aires, para que se reconociese su autoridad? Las
dos capitales del Plata coincidan en sus manifestaciones
decididas en favor de los inalienables derechos de Espaa
sobre sus colonias. No haba, pues, discrepancia al respecto.
Cules eran entonces los motivos que podan existir para
que Montevideo se negase la aceptacin de la Junta que
haba sucedido en la autoridad virreinal, dando un pretexto
ftil, como el no reconocimiento inmediato del Consejo de
Regencia de Cdiz, hecho que en s, ni siquieracomo se
ha visto anteriormente Buenos Aires lo desconoca?
Para encontrar una explicacin satisfactoria, tendramos
(|ue penetmr en el fondo de la cuestin, quizs en el estu-

dio de las sociabilidades que dieron nacimiento la forma-
cin de dos entidades, iguales en su origen, pero distintas
por tendencias encontradas, y que en el futuro daran razn
la creacin de dos naciones independientes. No haremos
un examen detenido de esas causas, pero s diremos, que es
el sentimiento localista que nace con el primer gobernador
de Montevideo;, en 1750, que se hace patente en el cabildo
abierto de 1 808, el que va determinar los sucesos y la
actitud de Montevideo en frente de las pretensiones de la
Junta de Buenos Aires. Es ese sentimiento localista el que
predomina en la declaracin de junio de 1810, ese senti-
miento innato la tierra en que se nace y que con el tiem-
po se transformar en espritu de nacionalidad, el que se
cierne en el ambiente donde se desarrollan esos aconteci-
mientos, el mismo que empujar las masas uruguayas de
Artigas, en la larga noche de desastres que se llam la in-
vasin portuguesa, el mismo que llevar Rivera las Mi-
siones y que guiar el sable triunfante de Lavalleja en
Ituzaing!
PABLO BLANCO AGE VEDO.

El cerro Tupambay
al travs d e l a historia, l a g e o g r a f a y la cartografa
nacional
Estudio dedicado la "Juata de Historia y Numismtica Americana"
POR FRANCISCO J . ROS
Miembro correspowlieate de la ^Junta de Historia y Niimsmitica Americana, de la' Sociedad

Geogrfica de lAma, etc.
En la Repblica O. del Uruguay, existen dos ce-

rros denominados Tupambay. Uno de ellos, que
es el que motiva este trabajo, est situado en el
departamento de Cerro Largo, los 32''4l' de latitud
Sur }- 1"19' de longitud Este (1) del meridiano de
Montevideo. El otro est situado en el departamen-
to de Maldoniido y forma parto de la cordillera de
Las Animas', prxima al estuario del Plata.
La nomenclatura geogrfica de la Repblica O. del

Uruguay, est tan extensamente vinculada los nombres
de las innumerables acciones de guerra que en ella se han
librado, que parece que algn genio siniestro se hubiese
(1) L a longitud y la latitud han sido tomadas en la Carta Geogr-

fica de la Repblica O. del Uruguay, del general de ingenieros don
Jo Mara Reyes.
empeado en que, ni uno solo de sus ros, ni de sus arro-

yos, ni de sus sierras, ni de sus valles, ni de sus cerros, ni
de sus costas, ni de sus islas, ni de sus ciudades, ni de sus
pueblos, se viese libre de recordar algn hecho de armas,
alguna otra escena trgica de sus luchas.
La obra fatdica de esas sangrientas vinculaciones entre
la geografa y la historia comienza en marzo de 151G, all
en las playas de Martn Chico, con la memorable masa-
cre de Sols y sus compaeros,que unos la atribuyen
ios indios charras, y otros los guaranes;la continua-
ron, despus, los conquistadores espaoles;la siguieron
los invasores portugueses; le prestaron su colaboiacin
los piratas, los faeneros y los mamelucos; - la aumentaron las
armadas de la Gran Bretaa;la agrandaron los patriotas
artiguistas;la ampliaron los ejrcitos de la independencia,
y la hemos seguido nosotros sin miedos ni reparos hasta la
hora presente.
Y por eso, estn escritos, en cada paso de los ros, en ca-
da ladera dlos cerros, en cada centro de los valles, en ca-
da escondido potrero de los bosques, en cada ciudad y en
cada pueblo,el nombre de una batalla., de un ataque, de
una sorpresa, de un entrevero de algn pequeo encuen-
tro parcial, pero todos igualmente sangrientos.
Si nos propusiramos expresar grficamente en una carta
del territorio cada uno de los sitios en que se detuvo el ca-
rro de la guerra para descargan* los hitos bermejos que mar-
can sus huellas de muerte y de horrores, tendramos que
apartar la vista de tan triste documento, aterrados ante el
nmero de puntos rojos que, al salpicarla, preconizaran el
recuerdo de tanto sacrificio, de tanta desolacin y de tanta
ruina.
Las madres orientales deben haber llorado mucho ms
que la Niobe inconsolable de la leyenda!
Y sin embargo,se creer que es paradoja al oirlo:--.

La Repblica Oriental del Uruguay es, quizs,la nica na-
cionalidad contempornea de la cual puede afirmarse que
est realizando su evolucin poltica y su progreso, en medio

los acerbos dolores de cruentas luchas intestinas.
Pueblo guerrero desde antes de su independencia, sigue
sindolo an sin fatiga y sin desmayos, despus de tres
cuartos de siglo de haberse constituido en organismo libre
y soberano.
Su existencia tormentosa llama desde hace tiempo la
atencin del nmndo; y la llama, muy especialmente, por
dos circunstancias bien singulares: por lo continuado de
sus luchas y por el adelanto evidente y asombroso que ha
llegado, aun en medio este batallar sin tregua; adelanto
que autoriz al ilustre estadista rograndense Assis Brazil,
para afirmar, no hace mucho, que el pas ms rico de la
Amrica, es la Repblica O. del Uruguay. (^) Afir-
macin exacta, que fcilmente podramos comprobar
aqu, si la ndole de este trabajo no nos lo impidiera.
Mientras las dems repblicas sudamericanas se acomo-
dan cada da ms, transacciones de todo gnero dentro de
las exigencias poltico-sociales de su vida interna, sta, sin
embargo, contina irreductible en su turbulento radicalis-
mo de bandera; y mientras las dems, la sombra de esas
convenientes y necesarias transacciones, gozan de los bene-
ficios de una paz casi permanente, sta, no tranza ni
quiere dirimir definitivamente su viejo pleito partidista,
y los descansos intervalos obligados con que, de cuandj
en cuando, repara las fatigas de sus lidias, son apenas, como
los entreactos, forzosamente necesarios los protagonistas
de la larga y asombrosa tragedia que se est desarrollando
en el hermoso escenario de su territorio, agraciado con todos
los beneficios de una naturaleza esplndida, y colocado por
la suerte en una posicin geogrfica excepcionalmente pri-
(1) El doctor Assis Brazil lo dijo en un discurso pronunciado

en Washington, rectificando al Ministro de Relaciones Exteriores de
Norte Amrica, que sostena que su pas era el ms rico del conti-
nente americano.
vilegiada, que parece elegida, por fltsimo designio, para

que, en ella, se construya el prtico de la mejor y ms es-
plndida entrada la opulenta cuenca del Plata.
Su ltima guerra civil, que ojal sea definitivamente

la ltima,me ha dado motivo, incidentalmente, para escri-
bir este modesto trabajo de investigacin histrico-geogr-
fica.
La primera alborada del ao 1904, ilumin el horizonte
con fulgores siniestros.
Por causas que la historia aclarar y juzgar inexorable-
mente en su hora, Pelona,agitando en alto su roja antor-
cha,volvi alanzar su alarido brbaro, estremeciendo con
l los patrios hogares; y desde entonces y durante nueve
meses, la sangre oriental corri otra vez raudales, como
un riego maldito, sobre las frtiles y hermosas campaas
uruguayas.
Cinco mil ciudadanos de los ms vigorosos y necesarios
al trabajo, quedaron sepultados para siempre bajo los es-
combros de este ltimo desastre, que enlut el alma nacio-
nal, destruy la fortuna pblica por ms de veinte millones
de pesos, y embraveci las pasiones haciendo ms profun-
dos y ms intensos los viejos odios partidarios.
Entre las varias y memorables batallas que durante ese
lapso se libraron, la ms tremenda por las cifras que apun-
t la muerte en los diarios de campaa de uno y otro ban-
do, fu la que tuvo lugar el da 22 de junio en las vertien-
tes de un cerro denominado Tupamhay, situado en el de-
partamento de Cerro Largo y en el centro mismo de la re-
gin nordeste del pas.
El nombre de este cerro, clebre ya en nuestra historia
por haberse librado su pie, adems de esta batalla, otra,
no menos sangrienta, en agosto de 1832 (1), dio lugar, hace
(1) La primera batalla librada en Tvpmnbay, luvo lugar el 18 de

agosto del ao 1832; entre las fuerzas revolucionarias al mando del
poco, para que mis distinguidos amigos los doctores don

Oriol Sol y Rodrguez y don Jos M. Sienra Carranza, es-
cribieran algunos elegantes y eruditos artculos sobre la
interpretacin filolgica de la palabra que le sirve de deno-
minacin, artculos que todos hemos ledo con una mezcla
de deleite y de dolor, porque al saborear sus bellezas litera-
rias tenamos que recordar, al mismo tiempo, que, tan her-
mosas flores del ingenio, brotaban junto la sangre, toda-
va sin orearse, de nuestros valientes paisanos, derramada en
las vertientes de aquel cerro, cuyo nombre recordado por
la fatahdad de la guerra, daba lugar que se buscara su
origen etimolgico, afirmndose, por una parte, que signi-
fica. Visin de Dios cosa de Dios; y por la otra, que sig-
nifica Limosna de Dios Cerro de la limosna; y en uno
y otro caso, como traduccin de la palabra guaran Tupam-
bae (1) Tupamha (2).
A mi vez, pienso de distinta manera, y pesar del res-
peto que me merecen las opiniones de tan ilustrados com-
patriotas, voy fundar mi disidencia, en este caso, buscan-
do la verdad,al travs del tiempo,aunque con ms aridez
y menos atractivos,para demostrar que ese cerro no se
denomina Tupamha ni Tupamha^ sino TPAMBAY;
que este vocablo no es guaran sino un modismo misione-
ro, cuyo significado difiere, como se ver, del que en los
citados artculos se le dio.
general don Juan Antonio Lavalleja, y las fuerzas del Gobierno al

mando de su Presidente el general don Fructuoso Rivera,
La segunda tuvo lugar en los das 22 y 23 de junio del ao 1904
entre las fuerzas del Gobierno al mando del coronel don Pablo Ga-
larza y las del ejrcito revohcionario al mando del generalsimo don
Aparicio Saravia.
(1) Tupambae es la ortografa empleada por el doctor Oriol Sol y
Rodrguez. Vanse sus artculos publicados en La Razn en julio
14,21 y 30 de 1904.
\2) Tupamha, Q la ortografa empleada por el doctor Jos M.
!^!ienra Carranza. Vanse sus artculos publicados en La Razn
en julio 18 y 24 de 1904
DE LA NI^'ERSIDAD 137
Adems, en mi concepto, y por eso he emprendido es-

ta tarea,aqu no se trata de una simple cuestin etimol-
gica, ni tampoco se trata de buscar el origen de una le-
yenda indgena, sino de una importante investigacin de
sucesos histricos, hasta ahora no estudiados y que tienen
que ilustrar, necesariamente, un perodo casi desconocido
para nosotros.
En otro trabajo, qne tengo en estudio, tratar de am-
pliar lo que en ste apenas dejar esbozado. En l me
propongo incorporar nuestra historia un personaje hasta
ahora ignorado y sobre cuya existencia remota busco hace
tiempo noticias y documentos que justifiquen la opinin
que he formado su respecto. Me refiero al padre Jos
Das, muerto en marzo de 1758 inmediaciones del cerro
Tupamhay y quien en el curso de este ligero estudio he
de citar ms de una vez.
Expuesto as, en pocos rasgos, el mvil y origen de este
trabajo, y antes de entrar resueltamente al fondo del asun-
to, ha de permitrseme, que, previamente, divague un poco
sobre algunos puntos de geografa histrica, porque quizs
ellos puedan contribuir al fin que me propongo, de buscar
la verdad de acontecimientos que ya distan muchos aos
del presente.
II
La antigua geografa sudamericana adolece de muchos

errores, as en sus detalles orogrfico-hidrogrficos, como
en lo que se refiere la nomenclatura de los lugares, a l a
definicin de las cosas, al clculo de las distancias y la
fijacin astronmica de las locahdades.
Esos errores, en el andar del tiempo, han contribuido
fomentar muchas y largas discusiones,desde las ms tras-
cendentales, que afectaron la paz y las buenas relaciones
internacionales entre las cancilleras hispano-portuguesas
primero, y las de sus sucesores ms tarde,como couse-
138 REVISTA HISTOEICA
cuencia de la revolucin de 1810,hasta las ms humil-

des, de investigacin histrica y de ndole puramente cien-
tfica,pero no por eso menos interesantes para el hombre
de estudio.
Las causas que fuera del orden poltico han generado y
dilatado muchas de las controversias, hay que buscarlas, en
parte, en las imperfectas exageradas descripciones geo-
grficas, las veces fabulosas novelescas; y en parte, en
las deficiencias de la cartografa de los primeros aos del
descubrimiento y conquista de estos pases.
Habitada entonces la Amrica por gentes cuyos idiomas
y dialectos eran tan completamente desconocidos para los
conquistadores, como su origen, su historia y sus hbitos,
y siendo casi todas las lenguas brbaras que en ella se ha-
blaban, expresadas con sonidos guturales, nasales y aspi-
raciones, era muy difcil percibir con claridad el nmero de
slabas de cada palabra y el valor de cada letra, sobre todo
en las terminaciones; y era ms difcil an, diferenciar los
idiomas, de los dialectos, y traducir fielmente esos sonidos
con los abecedarios de los europeos (O, quienes, por lo gene-
ral, y salvo raras excepciones, eran obscuros hombres de ar-
mas y aventuras, de escasa ilustracin, y por consiguiente
poco preparados para darse cuenta de los complejos proble-
mas de ndole geogrfica, etnolgica y filolgica que for-
zosamente se les presentaban, y los cuales tenan que ser-
les malamente explicados por los aborgenes en idiomas pa-
ra ellos desconocidos. De ah que no pudieran legarnos cons-
tancia verdadera y perdurable de los datos y observaciones
que obtuvieron directamente en el terreno, de los natura-
les, en cada pas conquistado.
Cada cual llam las cosas como las entendi, sin otro
(1) Azara refirindose los charras, dice que tenan una lengua
particular diferente de todas las otras, y tan gutural, que el alfabeto
espaol no puede expresar el sonido de sus slabas. V. Viajes,
cap. 10.
intrprete que su propio odo, ineducado para percibir

bien y claramente, al travs de aquellos raros, nuevos y di-
fciles idiomas, el valor fontico de sus extraas sonorida-
des.
Si esto se agrega, que en las expediciones europeas, ve-
nan mezclados, hombres de diversas nacionalidades, que
hablaban el espaol, el portugus, el alemn, el italiano, el
francs, el ingls y el holands,y que fueron ellos quie-
nes construyeron los primeros mapas, quienes escribieron
las primeras crnicas y narraciones histricas, quienes es-
bozaron las primeras descripciones fsicas de los nuevos
territorios, y quienes Iradujeron las primeras palabras br-
baras que oyeron los habitantes de aquellos pueblos,
virtindolo todo sus respectivos idiomas, - entonces se
concibe fcilmente el origen del enorme cmulo de du-
das que sobre todo esto nos legaron aquellos aos ya le-
janos de exploraciones intranquilas, que, empujadas por la
ambicin de gloria y de fortuna, estremecieron las numero-
sas naciones indgenas en cuyo seno penetraban con vio-
lencia para alterarlas y transformarlas al influjo dla cruz
y de la espada.
Y tambin se explica, como consecuencia de todo esto,
que, ms tarde, nos hayamos visto obligados descifrar los
jeroglficos del pasado con nuevos procedimientos, y des-
pejar, una por una, las innumerables ecuaciones que nos
plantearon los errores y las deficiencias de aquellos hom-
bres; - ecuaciones cuyo despejo se exige, cada da ms, en
nombre de la ciencia moderna, que si bien acepta y nece-
sita las galas de la imaginacin y de la frase para embelle-
cer las ideas, no se contenta slo con eso, sino que quiere la
investigacin paciente y laboriosa, la afirmacin documen-
tada y la demostracin analtica de las rectificaciones de
las interpretaciones con que hay que exponer la verdad,
para que se destaque vigorosamente sobre el fondo bru-
moso del error pretrito.
Por otra parte, no debemos olvidar que una de las ma-
yores dificultades que para el europeo presentaban las len-
guas americanas consista en la parte fontica.
Una misma palabra oda por los espaoles, 6 por los

portugueses, por los alemanes, etc., era, despus, escrita
por cada cual de diferente manera, para traducir las impre-
siones del sonido con las letras que en los alfabetos de sus
respectivos idiomas juzgaban ellos equivalentes la sensa-
cin recibida al oirlo.
A veces, sin embargo, coincidan en dar la palabra el
mismo sonido al vocalizara, aunque hubiera sido escrita
con distintas letras, como sucede, por ejemplo, con el nom-
bre de nuestro rio Yi, que los espaoles lo escribieron cou
Y griega i latina, y los portugueses con G'^y con y griega,
Gy sonando no obstante, en boca de unos y de otros, casi
del mismo modo. Pero, quiero dar otros ejemplos, sin salir
del reducido sector en que necesariamente tiene que desen-
volverse este humilde trabajo, porque dentro de l me pro-
pongo demostrar con el apoyo de la cartografa y de la geo-
grafa histrica el verdadero nombre del ya, por dos veces,
tristemente clebre cerro TPAMBAY, denominacin geogr-
fica que desde hace algunos aos ha degenerado en Tu-
pambae y Tupamha; y as, pues, continuar este pesado
prembulo antes de entrar de lleno al fondo del asunto,
recordando algunos casos que comprueban la anarqua de
los antecedentes histricos de los diversos nombres que
una misma cosa les dieron los primeros exploradores, y para
sacar en consecuencia, que, si los que presentan esos carac-
teres de diversidad, no pueden ni deben aceptarse definiti-
vamente, sin una previa investigacin histrica,en cambio,
no estn en el mismo caso los que fueron escritos del
mismo modo y en diversas pocas lejanas, por hombres de
distintos idiomas, y que, por consiguiente, los consagraron
para siempre y desde su remoto origen con el sello perdu-
rable de la verdad.
En este caso, considero la denominacin TUPAMBAY dada
este cerro;y su confirmacin, pienso que ha de traer
ms adelante muy importantes y luminosas revelaciones
para la historia de nuestro pas, que, sin duda alguna, est
todava por escribirse.
Pero prosigamos:
El clebre Ulrich Schniidel, uno de los ms inteligentes
exploradores del siglo xvi, en su Viaje al Ro de la Plata,
escrito con las observaciones de veinte aos ( 1584-1554 ),
llama Don Pedro de Mendoza, que fu su jefe y cora-
paero, Tom Pietro Manthosa; (1) los charras-^^ les
llama Zechuruass; (^) los chaas, Zechennaus; ^3)
los guaranes, barenis; ^^) al Ro Paraguay, Para-
boe; 0^) y as, de esta manera escribe los nombres de gran
numero de cosas, personas y lugares, en su interesante his-
toria, porque, sin duda alguna era la traduccin, que, con
arreglo su idioma, crey que corresponda las sensacio-
nes recibidas por su odo.
El nombre de sMontevideo, que como se sabe, en su
origen fu Monte-vid segn unos, y 307ite-vi-ev segn
otros, en algunos mapas del siglo xviir se escribi Monte-
Seredo, segn lo consigna el P. jesuta Cayetano Cattaneo
en carta escrita su hermano Jos en 18 de mayo de 1 729
desde la ciudad de Buenos Aires. '6) Y Francisco de Albo
en su Viaje y Derrotero dice que le llamaban Santo
Vdio; y en el planisferio annimo de Weimar atribuido
Alonso de Chaves se le denomina Buendeseo.
El Ro Uruguay, que en el mapamundi de Gaboto se
llam Jordn, Diego Garca en su Memoria de Navegacin
le llam Oiiruay en 1520; en el planisferio de Diego Ri-
bero de 1529, se denomin de Uruay; en el mapamundi
de Gaboto de 1554 se denomin Huruay; en tanto que
en la carta de fray Juan de Rivadeneyra de 1581, se le
(1) Ulrich Schmidel. Viaje al Rio de la Plata. Edicia de la J u n t a

de Historia y Numismtica Americana, pgina 140.
(2) dem dem, pg. 146.
(3) dem dem, pg. 166.
(4) dem dem, pg. 151.
[o) dem dem, pg. 152.
(6) V. La Revista de Buenos Aires, tomo ix, pginas 78 82.
llam Oroy, y en el mapa de Abralian Ortelius de 1587

Urualt; como en el de Guillermo Delislede 1700, Uraguay;
y podra seguir citando muchos otros ejemplos cartogrficos
de este solo caso si no temiera hacer ms pesado este es-
tudio.
A los mismos <^charras quienes Schmidel llam
zechuruass en 1515, Diego Garca les denominaba cha-
rncaes y charruases en 1520, en tanto que el arcediano
del Barco Centenera, que fu el primero que dijo que nues-
tro ro Yi^> se llamaba Hum, les denomin charruahas
en una de sus octavas del canto X, y para que no se crea
que semejante ortografa haya sido una mera licencia po-
tica impuesta por las necesidades mtricas del verso, en
otra octava, la repite diciendo:
' Otra costumbre tienen aun mas mala
Aqestes charruahaes que en muriendo... etc.
Y luego la vuelve repetir en otras.
Pero sera interminable el nmero de ejemplos que po-
dra recordar, sin salir de los lmites de nuestro pas.
En cambio, muchos nombres geogrficos de nuestro te-
rritorio fueron escritos de la misma manera por los espa-
oles y por los portugueses, algunos de los cuales se han
conservado en toda su integridad por ms de una centuria,
aunque despus hayan sido alterados por nosotros, por cau-
sas que, en cada caso concreto, demandan su correspon-
diente explicacin.
As, por ejemplo, nuestro actual Marmarajd fu llama-
do Baumarahate, y el Aigud se denomin Aleigud por
las Comisiones de lmites espaolas ^1) y portuguesas (2) que
(1) V. Cap. V I del Diario de la Segunda Comisin de Limites, por

el segundo comisario y gegrafo don Jos Mara Calver. M. S. exis-
tente en la Biblioteca Nacional, ao 1783.
V. Memoria de Oyai'vide, pg. 293, tomo V I I I d l a Coleccin de
Tratados de la Amrica Latina*, por C- Calvo.
(2) Diario para os commisarios, astrnomos e gegrafos da pri-
meira tropa. CoUecpao de Noticias para a historia e geografa das
naQoes ultramarinas, ano 1753. Publicada pela Academia Real das
Scienciaa, tomo V I I , pg. 56.
D LA IVllRSmAD l43
estudiaron geogrficamente gran parte de nuestro pas, con

motivo de los trazados convenidos en los tratados de los
aos 1750 y 1777.
En el mismo caso de estos ltimos ejemplos se encuen-
tra el cerro TUPAMBAY, que con este nombre fu conocido
en la historia, en la geografa y en la cartografa, as como
tambin por las gentes de aquellas campaas, hasta que el ge-
neral don Jos Mara Reyes, en su <. Descripcin Geogrfica
de la Repblica, lo alter inconscientemente por el de
Tapambae, que emplea sin seguridad alguna, y sin que im-
porte rectificacin la ortografa antigua, como lo demos-
trar ms adelante.
Desde entonces, la nueva denominacin dada por Reyes,
ha sido, su vez, modificada por la de Tupamba, aun-
que no en todas las cartas, ni en todas las geografas de la
Repblica, pues en algunas de ellas, editadas en estos l-
timos aos, se le sigue llamando TUPAMBAY.
Y expuestas estas ideas previas que he credo necesarias,
entro resueltamente al fondo del asunt) y piso estudiarlo
desde su punto de vista histrico.
III
El documento ms antiguo que conozco referente al

CERRO TUPAMBAY, tiene la ya remota fecha de 28 de enero
de 1753. Un poco ms de un siglo y medio.
Ese da, las Comisiones demarcadoras de los lmites his-
pano-portugueses, que trazaban sobre el terreno la lnea
divisoria que, por el tratado de 1750, deba separar, en esta
parte de Amrica, los dominios de Espaa y Portugal, re-
gistraron en el Diario, llevado en portugus, la siguiente
anotacin:
Siguise la marcha por la cima de los cerros del arro-
yo Ventura Silveyra, que se introduce en el ro Negro,
quedando la lnea divisoria en la cumbre de la loma ms
< elevada que est al extremo de estos cerros, y por la
144 REVrSTA HTRTORTCA
parte de Portugal principian las aguas del Tacuar, que

< se introduce en el Cebollat, d) acampando en un plano
fuera de la lnea divisoria ms de media legua, donde
principian las aguas del ARROYO DEL TUPAMBAY, to-
mando este nombre por pasar por la falda de este
monte. . . ^2)^ etc.
Era, pues, el CERRO TUPAMBAY el que daba nombre al
arroyo que corre su pie.
Para dar una idea de la importancia que tiene la orto-
grafa empleada en este Diario, para designar el nombre
del arroyo y cerro citados, debe recordarse que los artculos
25 y 26 del tratado que se estaba interpretando prctica-
mente sobre el terreno, en nombre de los soberanos de Es-
paa y Portugal, dicen textualmente as:
Artculo 25. Los comisarios, gegrafos y dems per-
sonas inteligentes de cada tropa, irn apuntando los rum-
bos y distancias de la derrota, las cualidades naturales
del pas, de los habitantes y de sus costumbres, los ani--
males, plantas, frutos y otras producciones; los ros, la-
gunas y otras circunstancias, poniendo nombres de co-
mn acuerdo los que no los tuviesen, para que vengan
declarados en los mapas con toda claridad; y procurarn
^ que su trabajo no slo sea exacto por lo que toca la
demarcacin de la lnea y geografa del pas, sino ta-
is bien provechoso por lo que respecta al adelanto de las
"< ciencias, la historia natural y las observaciones fsicas y
matemticas . ^3)
(1) Estaban equivocadas las Comisiones, pues el Tacuar no desem-

boca en el Cebollat sino en la Laguna Mern. Este error se explica,
porque las Comisiones an no haban explorado aquella parte del te-
rritorio.
(2) CoUegdo de Noticias para a historia e geografa das nagoes ul-
tramarinas que viven nos dominios portugueses ou Ihes sao visinhas,
publicado pela Academia Real das Sciencias, tomo Yll, pg. 64.
(3) CoUegao de Noticias cit, tomo V I I , pg. 18.
El artculo 26, con toda previsin, dispona que: El

cuidado de apuntar todas las referidas noticias, se distri-
huyera entre diferentes personas de amhas naciones, con-
forme su capacidad y propensin, fin de que las ha-
. gan ms exactas y con menos trahajo . (l)
Estos dos artculos nos revelan, cuan digna de respeto,
por su exactitud, tiene que sernos la denominacin con qu
se registr en ese Diario el nomhre del CERRO TPAMBAY,
en aquella fecha ya lejana.
Este nombre lo tena ya, por consiguiente, en el ao 1753.
Pero, desde cundo? Quin se lo dio? Qu signi-
icaba?
Trataremos de investigarlo.
Pero antes, intentemos, primeramente, bosquejar la li-
gera y en pocos rasgos, cul era el estado de esta parte del
pas en aquella poca; y digamos con qu nomenclatura geo-
grfica se encontraron las Comisiones demarcadoras de
lmites, que fueron las primeras que,al menos oficial-
mente y sin reservas, emprendieron en esta regin un es-
tudio topogrfico del territorio, para trasladar despus al
papel la expresin grfica de los detalles orogrfico-hidro-
grficos de nuestro hermoso suelo, hasta entonces slo re-
corrido por los aborgenes, los audaces changadores
faeneros'>, los piratas que frecuentaban el litoral ocenico,
los depravados mamelucos, y tambin, y mejor que todos
seguramente, por los Padres jesutas, de las misiones al
oriente del Uruguay, que entonces constituan un poderoso
foco de eivihzacin que irradiaba su luz cristiana sobre la
tierra charra, deslumbrando con sus destellos atrayentes
nuestros indios, ms dciles los consejos del Evangelio
que las imposiciones del arcabuz y de la espida, como lo
demuestra, la efmera existencia que tuvieron los centros
fundados por la fuerza, y el desarrollo creciente y expansivo
que adquirieron los pueblos misioneros, cuya influencia se
hizo sentir, hasta la margen oriental del Estuario del Plata,
(1) Collepao de Noticias cit., tomo VII, pg. 19.

B. H. DE LA U..10
comprobndose este aserto, entre otros antecedentes, con la

nomenclatura geogrfica encontrada en eJ interior, que per-
petuaba en el cristal de las aguas y en el dorso ptreo de
las sierras, los nombres del Santoral y el rastro evidente
del paso del audaz y estoico predicador de la Compaa
que, la vez, dejaba tambin escrito en los cerros y en los
arroyos el recuerdo de sus medios de seduccin hbiles y
humanos, como lo comprueba, mi juicio y segn lo vere-
mos despus, el nombre mismo del cerro que motiva este
trabajo.
Los charras, como los minuanes,de quienes se han
dicho tantas cosas, que estn por probarse; y de quienes
an no se han dicho muchas otras que conviene conocer,
parecen haber sido tan accesibles y dciles las sugestio-
nes bondadosas y persuasivas, como indmitos y terribles
toda imposicin violenta.
Y as fueron, generalmente, las diversas tribus que po-
blaban lo que se llam Banda Oriental.
Basta, slo recordar el afable recibimiento que nuestros
huraos indgenas liieron en el siglo xvii al segundo go-
bernador de Buenos Aires, el suave don Francisco de Cs-
pedes, quien, segn cuenta la historia, encontrndoles en
buena disposicin para oira doctrina cristiana, encomend
esa tarea fray Bernardo de Guzmn, el cual con algu-
nos compaeros de su orden, obtuvieron resultados satis-
factorios.
Adems, es cosa que ya no puede ofrecer duda, que
verdaderos exploradores gegrafos, disfrazados de misio-
neros, realmente misioneros gegrafos, al conocer el res-
peto que stos inspiraban los indios, recorrieron, repe-
tidas veces, esta parte del territorio, reconocindole pre-
viamente, para apoderarse, sin duda de l despus con
ms facilidad por medio de las armas si necesario fuese, segn
lo sospechaba Felipe V al darle noticia del hecho el goberna-
dor de Buenos Aires en los primeros aos del siglo xviii.
Para convenir en esta sospecha y aceptarla, basta re-
cordar la copiosa cartografa que exista ya del territorio
que hoy pertenece la Repblica Oriental del Uruguay.
DE I-A UNIVERSIDAD 147
Sin contar el planisferio annimo de Weimar de 1527,

atribuido Alonso Chaves, que ya dibuja el permetro ar-
cifinio de nuestro territorio; ni el planisferio de Diego Ri-
bero de 1529 que aumenta la nomenclatura del anterior;
ni el mapamundi de Sebastin Gaboto de 1544 que la
ampla un poco mas; ni el mapa muy imperfecto del P.
Rivadeneyra de 1581; ni el de Abrahan Orteluis de 1587,
que puede considerarse el primer dato serio de esta inci-
piente cartografa; ni el de la extremidad austral de la
Amrica del ao 1600, atribuido Ruy Daz de Guz-
mn, (1)podemos citar, como comprobacin de la exis-
tencia de importantes trabajos topogrficos en nuestro te-
rritorio, el primer mapa del Paraguay construido por los
jesutas entre los aos 1646-1()50, que fue dedicado al
P. Carrafa, general de la Compaa de Jess, en el que
ya figura el permetro del Uruguay, con el curso de los
los Tebiquary y Negro, as como muchos de los afluentes
del estuario del Plata hasta el arroyo de Sols Grande
actual;y el mapa de Guillermo Delisle del ao 1700
que perfecciona el anterior; y el segundo mapa del Para-
guay construido por los jesutas en 1722, quefue dedica-
do al Padre Tamburiui, X I V general de la Compaa, en el
que ya se detalla una buena parte interna de nuestro pas;
y el mapa del Paraguay, tambin construido por los je-
sutas en 1730 que aumenta los detalles de nuestra oro-
' (1) Despus de escrito este trabajo, he tenido ocasin de leer un eru-
dito estudio de mi ilustrado amigo el doctor Daniel Garca Acevedo
sobre el mapa indito de Ruy Daz de Guzmn,cuyo original se en-
cuentra en el Archivo General de Indias, en el estante 70, cajn 2,,
legajo 10;y despus deimponerme de tan interesante como valiosa
<^ Contribucin al estudio de la cartografa de los pases del Ro de la
Piaia-\ declaro, que ya no cabe decirse, al hablar de ese mapa,
âtrihnido Ruy Daz de Giznin- uno que, debe decirse con toda
certidumbre: <de Ruy Daz de Guzmn^, pues el doctor Garca Ace-
vedo ha conseguido comprobar que el original aludido es el que
acompaaba al texto de la .Argentina y con ello ha prestado un
relevante servicio la historia americana.
grafa hidrografa; y el tercer mapa, tambin del Para-

guay, construido por los mismos jesutas en 1 732, dedicado
al padre Francisco Retz, X V general de la Compaa, que
perfecciona el anterior; y el de 1 7 5 3 por D'Anville que
enriquece los detalles de los precedentes,lo mismo que
debe recordarse otro mapa del Paraguay, de los jesutas,
construido en 1734, que adelanta ms el conocimiento in-
terior del Uruguay;y el que levant el jesuta Quiroga
del territorio de las Misiones, determinando con prolija
exactitud la posicin geogrfica de los treinta pueblos de
esas Misiones y de las ciudades de la Asuncin, Corrientes,
Santa Fe, Colonia, Montevideo y Buenos Aires, comple-
tndolo con los datos que le suministraron los padres de la
Compaa;y el mapa de la Amrica Meridional de
D'Anville de 1748 que perfecciona todos los anteriores;
y el mapa del padre jesuta Pedro Francisco Javier de
Charlevoix, del Paraguay y los pases adyacentes; y el
clebre mapa de los confines del Brasil con los de la Coro-
na de Espaa en la Amrica Meridional, que tiene fecha
de 1749 y con el cual se pact el tratado de lmites firma-
do en Madrid el 13 de enero de 1750, para el trazado de
la lnea de que nos estamos ocupando en esta monografa.
Se ve, pues, cuan recorrido haba sido ya el interior de
nuestro pas en la poca de que nos ocupamos; pero de
cualquier modo, y desde que el fin que ahora me propon-
go, no permite dentro de sus lmites anahzar puntos que
le son ajenos, convengamos en que, en la historia de la
Repblica Oriental del Uruguay, existe un gran vaco que
hay que llenar con serias y arduas investigaciones, y que
por ahora y entretanto, est ocupado por la fbula el
misterio del silencio.
Lo que ocurri en nuestro territorio desde la venida de So-
ls hasta el momento en que nos encontramos con el Diario
de la Primera Demarcacin de Lmites, en la vspera de la
clebre Guerra Guarantica, puede decirse que est por es-
cribirse. Y lo que es ms: que est por investigarse; porque,
como lo ha dicho con razn el profesor R. R. Schuller en su
prlogo la Geografa Fsica y Esfrica de las Provincias^

del Paraguay y Misiones Guaranes, por el sabio Flix
de Azara, <- cuantos se han propuesto hacerlo lo hanhe-
cho en vano. Los charras siguen, todava, siendo enigmas^
: en la etnografa de la cuenca del Plata, como lo eran, y co-
mo lo son hasta el momento .
Y para expHcar por qu est todava en blanco esa in-
teresante pgina de nuestra historia, el citado profesor
agrega, con severa franqueza, que ^<ese vaco hay que atri-
huirlo la poca escrupulosidad con que se procede en in-
vestigaciones cientficas de tanta trascendencia, la falta
< de conciencia que requiere el estudio de la etnologa y
al hecho de carecer en absoluto de discernimiento y de
^ previa instruccin que, basada en slidos conocimientos
cientficos y literarios en la materia referida, es indis-
pensable todos los que se preocupan del estudio del
hombre americano. (1)
Aunque este lenguaje resulte duro, tenemos, sin em-
bargo, que conformarnos con l. Quizs hubiese podido
suavizarlo un poco si hubiera recordado que estos pueblos
del Plata han pasado gran parte de su existencia entrega-
dos otra clase de preocupaciones y actividades casi ex-
cluyen tes de la tranquila meditacin de gabinete, y que re-
cin empiezan conseguir un relativo sosiego para poder
entregarse esta clase de pacientes estudios.
Pero, en todo caso, bueno es tener presente esa crtica
para reaccionar de inmediato de la costumbre hasta aqu
seguida por muchos de ir copindose los unos los otros,
y para entrar resueltamente, cueste lo que cueste, y an
cuando se cometan errores, en la investigacin previa, que
es obra de paciencia y de dedicacin laboriosa y abnegada.
Entretanto, debe considerarse meritoria y digna de en-
comio, toda rectificacin sensata y fundada, que venga
(1) R. R. ScHULLER. Prlogo la Geografa Fsica y Esfrica de

las provincias del Paraguay y Misiones Guaranes, por don Flix de
Azara, pgina 12.
desvanecer una duda, a destruir una fbula que contri-

buya evidenciar una verdad puesta en discusin.
Si es cierto que de los charras y otros indios que habi-
taron en esta parte oriental del Uruguay, apenas nos lian
quedado algunos pocos elementos de juicio, esos pocos, y
precisamente por eso, debemos conservarlos ntegramente,
sin que se desfiguren con extraviadas interpretaciones; por
eso considero meritoria la rectificacin que hace el doctor
Schuller, la afirmacin de que los charras no eran ca-
noeros, cosa que demuestra con una cita de Pedro Lpez de
Souza, que dice: que al llegar Montevideo los vio venir,
unos nado y otros en canoas, Y esta cita pudo refor-
zarla todava con Pigaffeta, (1) con Herrera (2) y con Diego
Garca, ^3) que lo demuestran acabadamente.
Hay, pues, necesidad de restablecer la verdad histrica
de lo poco que por ahora se conoce; hay que buscar lo que
todava se ignora respecto la vida y costumbres de aque-
llas gentes que desaparecieron para siempre entre las som-
bras de la muerte; y hay que ir reconstituyendo los acon-
tecimientos que durante ese lapso tuvieron lugar, como se
reconstituyen en paleontologa los esqueletos de otras eda-
des.
Por lo que nosotros respecta, lamentamos no poder
contribuir como deseamos tan noble tarea, porque nues-
tra humildad cientfica de meros aficionados estudios
de esta ndole no nos autoriza para abrigar esa pretensin;
y adems, los estrechos lmites de una monografa como
sta slo nos permiten trazar los grandes rasgos, los ms
estrictamente necesarios, para conducir la idea que quere-
mos exponer hasta el trmino de un esclarecimiento lgico.
Por eso, reanudando la oracin, he de contentarme
con decir que cuando las Comisiones demarcadoras
llegaron su punto de partida, en la ensenada de Cas-
(1) Primo viaggio ia torno al Globo. Libro I, pgina 22.

(2) Historia de las Indias Occidentales. Dcada II, Libro IX.
(3) Memoria de Navegacin, ao 1527.
tillos Grandes, la entonces Banda Oriental Vaquera

de Buenos Aires, slo contaba con cinco centros de civi-
lizacin, algunos de ellos de escassima importancia: Santo
Domingo Boriano>;, fundado en 1624; las capillas de V-
boras y Espinillo poco despus de aqul y como aqul
por fray Bernardo de Guzmn y sus cuatro compaeros
de la misma orden; la Colonia del Sacramento, por los
portugueses en 1680 y la ciudad y Plaza Fuerte de Mon-
tevideo en 1727 por don Bruno Mauricio de Zabala, con
un gobierno poltico y militar, cuya jurisdiccin slo alcan-
zaba hasta Cufr, Pan de Azcar y la cuchilla Grande.
El resto del dilatado territorio, que desde las mrgenes
del Uruguay, el Plata y el Atlntico se extenda hasta los
indecisos lmites con las posesiones portuguesas, estaba in-
mensamente poblado de ganados vacunos y caballares,re-
produccin asombrosa de los cien bovinos y de las dos ma-
nadas de yeguas que Hernandarias de Saavedra haba
mandado introducir en nuestros frtiles campos, durante
el primer cuarto del siglo xvir,para convertirlos as en
opulenta deheza de los habitantes de la margen occidental
del Plata; y sin pensar que su enorme fecundidad haba de
ser causa, ms tarde, de nuestra vocacin econmica, de pue-
blo esencialmente pastoril.
Con los ganados convivan las fieras salvajes, que llega-
ron sumar cifras aterradoras, las que haba que agregar
las numerosas jauras de perros cimarrones que recorran
las eampaas en toda direccin.
De estos frtiles campos, y de estos incontables gana-
dos, slo disfrutaban los pocos indios que al mediar el si-
glo xviii haban quedado en ellos, y los faeneros con
quienes se juntaban para negociar los cueros secos con los
contrabandistas que entraban por los afluentes del Lago
Mern, con los piratas que frecuentaban los puertos de
Maldonado y de Castillos.
Los lugares, los arroyos y las sierras que entonces te-
nan nombre, eran pocos;y de ellos, los ms,por una
otra circunstancia,los deban los individuos que los
recorran haciendo esa vida azarosa; ya porque durante al-

gn tiempo, establecieran su permanencia en un punto, -
porque lo elegan para explotar en l su peligrosa industria.
Otros eran conocidos por el nombre de algn santo, puesto,,
sin duda, por los misioneros que recorran furtivamente las,
campaas.
La nomenclatura indgena era la ms escasa; muy par-
ticularmente en la parte Este y Nordeste. Si acaso existi
en mayor nmero, pocos fueron los lugares que la conser-
varon.
Las mismas Comisiones demarcadoras lo comprueban
en su referido Diario, al empezar sus trabajos en Castillos,
diciendo que estaban los dos campamentos rodeados de
montes y no hay ninguno que tenga nombre, sino el cerro
c de Navarro y el de Cafalote (Chafalote), los cuales, co-
mo todos los dems montes y casi la mayor parte de
los arroyos les dieron nombre los que venan hacer
cuereadas en estos campos, que estaban muy poblados de
ganados, no habiendo quedado noticias de los nombres
que les dieron los indios que han poblado estepasJ^^
Ntese, que refirindose los indios, el Diario dice:
*que han poblado estepaU^-) y no que lo poblaban en ese
momento.
Y efectivamente: en todo el largo trayecto que recorrie-
ron las Comisiones, desde la Ensenada de Castillos, siguien-
do por la cumbre que vierte aguas al Plata y al Lago Me-
rn, hasta encontrar la cuchilla Grande, y por sta,--en
la divisoria de las aguas al mismo Mern y al ro Ne-
gro,solo vieron, lo lejos, algunos indios minuanes y al-
gunos tapes.
Dnde estaban los charras en 1753?
Tengo que dejar la pregunta sin respuesta en este lige-
ro estudio, porque para satisfacerla de inmediato me aleja-
ra demasiado de la lnea que deseo seguir.
Slo dir, que en este momento histrico, los charras
(1) CoUe0o de Noticias cit., tomo V I I , pg, 47.

no estaban en la zona Este y Nordeste del territorio que

hoy es de la Repblica Oriental del Uruguay.
Ni el rastro de ellos encontraron las Comisiones en su
largo itinerario y en su dilatada permanencia de varios
meses en la regin que atravesaban.
Y no solamente los charras haban desaparecido, sino
tambin sus aliados los minuanes, de los cuales, apenas,
como he dicho, pudieron divisar la distancia alguno que
otro grupo pequeo.
A qu responda este xodo de gentes que no conocieron
el miedo, ni contaron jams el numero de sus enemigos en
la guerra?
Saban ellos acaso, que las Comisiones del marqus de
Valdelirios y del conde de Bobadela, venan partir en
dos, la que hasta entonces era su patria comn, sin otros
lmites que el mar, la resistencia de una fuerza superior
la de ellos?
Y si lo saban, quines fueron los que en el misterio de
sus campanas les impusieron del trascendental aconteci-
miento, y les persuadieron efectuar una retirada silencio-
sa y estratgica, sin oponerse desde luego, como era su
costumbre, los nuevos invasores que venan sealando
con hitos de mrmol, la huella de sus pasos sobre las
cumbres de su patria, siempre defendida?
Esta nueva interrogacin hace mirar hacia el Norte, tie-
rra adentro,hacia el centro entonces de una nueva y ex-
traa civilizacin, donde los jefes de las tribus indgenas
que se les sometan seguan siendo sus capitanes, y donde
el conquistador jesuta, para el adulto, apenas era un aps-
tol, que no le obhgaba cambiar de idioma, (^) sino que le
aconsejaba y le enseaba en el que haban aprendido de
sus mayores, utihzndolos polticamente, como un medio
(1) El guaran fu el idioma de las Misiones. No se enseaba el

espaol. (ANDRS LAMAS: Introduccin la < Historia de la Conquis-
ta del Paraguay, Ro de la Plata y Tucuoin, hasta fines del siglo
XVI, por el P . Jos Guevara, pg. X X X .
transitorio, pues que toda su esperanza de futuro para sus

planes de dominacin perdurable, se cifraba en el nio, y
cuando ms en el adolescente, que educado en sus colegios,
haba de ser el verdadero conquistador; el que llevara
los suyos el amor de lo que haba aprendido, imponin-
dolo naturalmente.
Realizaba as la clebre Compaa su sabio precepto de
no nadar contra la corriente, sino atravesndola. W
Hacia aquel centro es que hay que dirigir la mirada;
hacia aquel centro entonces poderoso, cuyos lmites al Sur
estaban planeados hasta los 3229',(2) ms menos has-
ta donde hoy se levanta el pueblo de Nico Prez;y
en los cuales, por esta parte, era probablemente su centinela
avanzada, en aquellos momentos, un Padre llamado Jos
Das con algunos compaeros de su orden, encargados de
hacer conocer estas naciones indgenas los beneficios de
aquel centro, atrayndolas hacia l con sus consejos, fies-
tas y tupainbays.
All se encontrar la respuesta.
No haba de tardar en comprobarlo un gallardo jinete
misionero, que, salido de aquellas que podran llamarse
sus patrias aldeas, se presentaba escoltado por treinta bi-
zarros compaeros, para decir, en nombre de ocho mil in-
dios armadosy con la severa majestad del Dios Trmino
en los clsicos das de Numa Pompilio,que traa orden
de notificar los demarcadores hispano-portugueses, que
no se les permitira pasar de all. (3) Una de las pruebas
del xodo charra en aquella poca se encuentra en el Dia-
rio que nos estamos refiriendo. En l slo se hace refe-
rencia los indios minuanes, diciendo que algunos de
l) D R . COUTO DE MAGALHA.E4. Catahese de indgenas no Brazil,

-cap. I I .
(2) AZARA: Geografa Fsica y Esfrica de la Provincia del Para-
guay y Misiones Guaranes, ap. 191.
(3) Colleeclo de Noticias, tomo V I I , pg 77.
stos, cuando las Comisiones estaban acampadas en Cas-

tillos, vinieron desde treinta leguas de distancia y les roba-
ron cien caballos en la noche del 19 de noviembre de 1752,
pero que perseguidos por los soldados espaoles y por-
tugueses de las comitivas, les tomaron su vez ciento
cuarenta de los de los indios, y adems treinta y dos perso-
nas, todas mi^/ergs y nos.'^^)
Despus, nos hace saber que el nombre del arroyo
Bauniarahate (hoy Marmaraj) es de origen 7uiniin,
en cuyo idioma (que segn Azara no tena analoga algu-
na con el de los charras) ('-) significa Cerro-fro (3); que el
arroyo <iBarriga Negra-> se llama as, por haber encontra-
do un hombre muerto por los minuanes, que as le nom-
braban.
Tambin nos dice que al atravesar la sierra de Yace-
gu (Acegu) se vio rastro fresco de haber estado gente
en su cumbre, as como, que encontraron dos caballos can-
sados y un novillo que el prctico (vaqueano) les dijo que
eran de los indios rinuanes, infirindose que sera de
hs que se recogan d las estancias jjertenecieîtes las
misiones de los Padres de la Compaa de Jess. '^)
Ni una palabra de los charras. Ni su sombra en los
campos, ni su idioma en la Geografa!
Siempre el enigma!
Y para disipar cualquier duda que pudiera abrigarse, de
que los demarcadores no supieron distinguir las diversas
naciones de indios, y les llamaron minuanes todos los de
la regin que recorran^ conviene hacer notar, que en el
mismo Diario, en la jornada del 14 de febrero de 1753,
se dice que el Cerro de la Cruz (cerca de Acegu) te-
(1) CoUegao de Noticias, tomo VIL

(2) AZARA: Viajes por la Amrica Meridional", cap. 10. Sobre n
dios salvajes.
(3) Collegdo cit., tomo YH, pg. 72.
(4) dem cit., pg. 70.
156 BEVrSTA HISTRICA
na ese nombre, por una de madera que encontraron en su

cima, la cual haba sido colocada all jor los indios Ta-
2?es que a7idaba7i por aquellos campos.
De la misma manera consignan en la jornada del 21 de
febrero, que al llegar las puntas del ro Negro, vieron
la puesta del sol unos humos que juzgaron ser de los in-
dios Tapes, quienes regularmente andaban recorriendo
el campo y recogiendo el ganado que hua para la cam-
paa, salido de las estancias inmediatas.
Debemos advertir que en este punto empezaba el pobla-
do misionero. Los campos casi desiertos y sin gobierno,
aparentemente, quedaban ya la espalda de las Comisiones:
al Sur.
Los demarcadores haban entrado ya en los dominios de
la Compaa de Jess, cuya influencia poltica se hara
sentir muy en breve, en beneficio futuro de una nacionali-
dad, que, en el transcurso del tiempo, haba de llamarse la
Eepblica Oriental del Uruguay.
Efectivamente: cinco jornadas ms adelante, las Comi-
siones avistaron unos ranchos sobre una loma de las ver-
tientes del ro Negro. Era un puesto avanzado de la juris-
diccin de Santa Tecla.
En l encontraron varios indios, de los cuales, uno, per-
teneca a la estancia de San Antonio, correspondiente al
pueblo de San Miguel; y ellos les dijeron que tenan or-
den de proveerles del ganado que necesitasen.
Habindoles pedido los comisionados, que les llevaran
una carta al cura de la estancia, se prestaron gustosos
desempear el encargo, agregando, desde luego, y con la
conviccin de una cosa ya sabida, que el cura haba de ve-
nir, agregando que se llamaba el Padre Miguel Ferreira.
Vase cmo en aquellas campaas desiertas, que las
Comisiones dejaban su espalda,-que otrora fueron tea-
tro de feroz barbarie, y que no obstante habanlas recorri-
do en plena paz y tranquilidad durante varios meses, sin
encontrar ni un solo obstculo por parte de sus levantiscos
habitantes,estaba, sin embargo, en pie, siguindoles y
observndoles, la invisible pero alerta centinela del jesuta

que habales acompaado en silencio durante su lenta tarea
de explorar vertientes, medir cumbres divisorias de aguas^
y colocar en sus cimas los marcos divisorios que levanta-
ban, creyendo que, con ellos, y de una vez para siempre, se
pona trmino al largo y debatido pleito del aledao entre
las coronas de sus respectivos soberanos.
Tmese nota de esto, para ver cuan posible es, que los mi-
sioneros hubiesen estado antes en el CERRO TPAMBA Y de Ce-
rro Largo, y que hubiesen llegado hasta el litoral del Plata de-
jando el rastro de su paso en el otro TPAMBAY de Maldona-
do, en la cordillera dlas Animas; celebrando, tanto al pie del
uno como del otro, las alegres fiestas que ms adelante
vamos describir y eu las que se distribuan premios re-
galos, con que divertan, atraan y conquistaban las almas
ariscas pero sencillas dlos indgenas, y cuyas fiestas se
debe el nombre de esos cerros, pues ya fuera la palabra
TPAMBAY usada en estos territorios por charras minua-
nes, fuera un modismo absolutamente misionero,que
es lo que yo creo, fuera corrupcin del vocablo guaran
tupambae tupamba, lo que se quiera, pues yo no he
de entrar al terreno de la lexicologa, porque no domino
esa lengua casi muerta, ni creo que el diccionario del Pa-
dre Restivo ni el del Padre Ruiz de Montoya, puedan re-
solver el punto,lo cierto es que TPAMBAY, en estas re-
giones, donde imperaba el jesuta, no tena otro significado,
que el de premios regalos dados en las fiestas populares
que se celebraban en honor de los santos patronos, las
cuales tambin se denominaban del mismo modo, y cuyos
regalos se repartan sin distincin entre pobres y ricos,
aunque algunas veces no dejaba de favorecerse con ellos,
preconcebidamente, los ltimos segn lo veremos des-
pus. Serva tambin este nombre para recordar un da
alegre, deseado de antemano, y al cual se sacrificaban hasta
las economas y lo necesario al sustento, para invertir-
lo en TUPAMBAYS, como hoy se invierten los dineros p-
blicos en adornos y objetos conmemorativos en nuestros
festejos nacionales.
158 KEVISTA HISTRICA
Buscar en los vocabularios que han quedado del idioma

guaran el significado de la palabra TPAMBAY, ajn como
corrupcin de Tupamha, y suponiendo que fuese as,
an en este caso, sera lo mismo que buscar en nuestros
diccionarios las palabras paquete y zafada,por ejem-
plo, y para no citar ms,y deducir de ellos lo que en
nuestro pas quei'emos decir, con esos que hemos converti-
do en modismos nacionales, cuando expresamos con ellos,
que Fulano estaba muy paquete, que Fulana era
una zafada, modismos que, como se sabe, entre nosotros
quieren, decir, que Fulano estaba muy bien vestido, y que
Fulana era muy inmoral, no obstante que segn el diccio-
nario de la Academia, resultara, que Fulano estaba muy
bien envuelto y fajado, y que Fulana era una mujer que S3
haba librado de algn pehgro 6 dificultad.
Ms adelante ampliaremos esta afirmacin anticipada,
que dejamos caer, de paso, en el rido camino que vamos
recorriendo.
Pero antes de reanudar nuestro discurso, permtasenos,
ttulo de nueva digresin pertinente, que diga que las
Comisiones demarcadoras, en el mismo Diario en que re-
gistran la posicin del cerro TITPAMBAY, haban registrado
los nombres del arroyo Santa Luca, del cerro de los
^<Penitentes > y del valle del <.Campanero, nomenclatura
sta, que no puede atribuirse los faeneros ^--changa-
dores que pululaban por aquellas campaas; ni menos
los indios;as como, permtasenos tambin, que dejemos
constancia de que en el mismo Diario se registr el nom-
bre de un arroyo y cerros de Jos Das, poco antes de lle-
gar TPAMBAY, cuyo nombre de Jos Das ha desapare-
cido de nuestra cartografa moderna para ser sustituido por
el de arroyo de las Tarariras >, lo que no ha impedido, sin
embargo, que l se haya conservado en otra forma, graba-
do cincel, sobre una tosca piedra que fu lpida sepulcral,
la cual existe depositada en nuestro Museo desde el ao
1893; y esa lpida seal durante 140 aos la sepul-
tura del Padre Jos Das de la orden de Paula de
Portugal, fallecido en marzo de 1 753, en la margen de

un arroyo, que por eso, y desde entonces, se le conoce
con la denominacin de Frayle Muerto.
El distinguido Director del Museo, mi amigo don Juan
Mesa, al recibir esa lpida, que le fu enviada en el citado
ao 1893, por el entonces Jefe Poltico de Cerro Largo
don Gumersindo Collazo, le dio cuenta al Ministro de Fo-
mento (O de la valiosa adquisicin, dicindole que el padre
Jos Das formaba parte de las Comisiones de lmites del
marqus de Valdelirios y del conde de Bobadela.
Estaba en error el Director del Museo al hacer semejan-
te afirmacin. No es as: y conviene aclarar el punto por
diversas razones de carcter histrico, que su tiempo ten-
drn mucha importancia.
Ese fraile, padre, se encontraba ya en aquellas campa-
as y precisamente cerca de TPAMBAY cuando por all
pasaron las Comisiones de lmites anotando en su Diario
con fecha 2 8 de enero de 1753 el nombre del arroyo Jos Das
que, sin sospecharlo, era el del obscuro religioso, que qui-
z desempeaba en aquellos campos y en tales momentos
alguna importante misin poltica, y que, probablemen-
te, les segua los pasos, como centinela invisible de las Mi-
siones, las cuales no haba de volver jams, porque la
muerte le sorprendi dos meses despus hallndose corta
distancia de TPAMBAY.
El padre Jos Das no form parte de las Comisiones de
lmites como lo afirma el Director del Museo.
Los religiosos que acompaaban los demarcadores eran
tres y se llamaban: el P. Bartolom Panigai de la Compa-
a de Jess, observador astronmico de la partida portu-
guesa;el R. P. Cayetano Soares de Aguiar, capelln de
la misma Comisin, y el clebre R. P. Bernardo Ibez de
Echevarry, de la Compaa de Jess, perteneciente la
(1) Varie la nota del Director del Museo al seor Ministro de Fo-
mento de fecha 24 de julio de 1893.
partida espaola, y autor ms tarde de la ruidosa obra

El Reino Jesutico del Paraguay, que le vali su ex-
pulsin.
Queda as aclarado ei error cometido por el seor Direc-
tor del Museo y paso evidenciar otro que con respecto al
mismo <^fraile muerto comete tambin nuestro estimado
liistoriadordon Isidoro De-Mara, cuando afirma que el arro-
yo Fraile Muerto debe su nombre al hecho de haber sido
enterrado all en 1804 el capelln de la tropa que llev
don Francisco Javier de Viana en aquel ao, para reprimir
las depredaciones y asesinatos que se entregaba la india-
da de charras y minuanes en el departamento de Cerro
Largo. C-^
No niego que durante la expedicin de Viana hubiese
muerto el capelln de su tropa; pero hago constar que en-
tonces haca ya ms de medio siglo que el padre Jos Das
dorma el eterno sueo bajo la lpida de piedra con su nom-
bre grabado cincel, y que el arroyo cuya margen se le
sepult se denominaba ya del Fraile Muerto^>, como
lo comprueba el mapa de la segunda Comisin que
vino trazar los lmites con arreglo al tratado de 1777 y
de la cual hablar ms adelante.
Tampoco est en lo cierto el ilustrado autor del Dic-
cionario Geogrfico de la Repblica O. del Uruguay don
Orestes Arajo, cuando asegura que el sacerdote que se
refiere el seor De-Mara, se llamaba Fray Juan Alonso
^s Martnez, (-> que fuera propietario de campo en aquel lu-
gar y edificara all una azotea en que vivi, y aun secon-
c< serva con el nombre de Padre Alonso. Y digo que tam-
poco est en lo cierto, porque esa azotea fu edificada en
1802 por un espaol llamado Alonso Martnez, que no
era sacerdote, sino que, segn las referencias de los veci-
(1) I. De Marii: ^Rasgos biogrficos de hombres clebres.

(2) O. ARAJO: Diccionario Geogrfico de la Repblica O. del
.Uruguay, pg. 208.
nos ms antiguos del lugar, los indios le llamaban padre

por la caridad que ejerca ^1)
Hechas estas aclaraciones que he credo necesarias para
salvar de dudas la memoria del padre Jos Das, cuya vida
cuando se conozca y pueda incorporarse nuestra historia
ha de iluminar las obscuridades de un perodo muy intere-
sante, reanudo mi estudio para terminar con la parte refe-
rente al Diario de las Comisiones de lmites en el ao 1753,
y con el cual he querido no slo demostrar la ortografa
del vocablo TPAMBAY, sino, tambin, poner de relieve la
extraordinaria influencia que ejercieron los jesutas sobre
nuestros indios, y para evidenciar que nadie sino ellos die-
ron nombre esos montes que en Cerro Largo y Maldona-
do se denominan de TPAMBAY.
Tan luego como las Comisiones demarcadoras enviaron

la carta que hemos hecho referencia, dirigida al Padre
Miguel Ferreira, cura dla Estancia San Antonio, (2)tra-
taron de proseguir el deslinde, pero al emprender de nuevo la
tarea, no demor en presentarse ante ellas un escuadrn de
treinta hombres armados, de entre los cuales uno se ade-
lant preguntando por el capitn de dragones don Francis-
co Bruno de Zabala, perteneciente la Comisin de S, M.
Catlica; y una vez en su presencia ^^sin demostrar urba-
nidad y tratndolo con toda descortesa, le notific que
traa orden del Padre Superior y del Padre Cura del pueblo,
para impedir el paso de las dos partidas demarcadoras de
S. M. F. y de S. M. C, para lo cual estaban prontos y cerca
de all ocho mil indios armados. (3) El capitn Zabala lere-
(1) SAVINIANO P K E Z : Cartilla Geogrfica con noticias histricas

del departamento de Cerro Largo.
(2) V. CdleQfJy de Noticias cit., pg. 76.
(3) ltimamente, habiendo obtenido permiso real para tener que
usar armas en defensa de las agresiones de los salvajes enemigos,
organizaron milicias relativamente numerosas, y las adiestraron para
K. H. DK LA .11.
J62 REVISTA HISTRICA
plic ^<que viesen lo que hacan, porque las Comisiones

venan en paz y no para insultarlos; que estaban obedecien-
do y dando cumplimiento a las rdenes de sus soberanos >,
y agregando para reforzar la rplica, que el representante
de S. M. C. estaba en el campamento.
A esta rplica el indio contest con elocuente laconis-
mo que: ellos tambin obedecan la orden de los Pa-
dresy>, (1)
Histrica y memorable respuesta cuya trascendental im-
portancia haba de producir uno dlos acontecimientos ms-
notables y dignos de recuerdo.
Ella fu la primera notificacin de la resistencia ind-
gena al tratado de lmites de 1750, resistencia que despus
se consign en la historia con el nombre de Guerra Oua-
ranitica.
Sin ese suceso, los lmites actuales de la Repblica O.
del Uruguay no nos permitiran llamarnos dueos de dos
terceras partes del departamento de Rocha, de un tercio
del de Maldonado, de tres cuartas partes del de Minas, de
todo el de Treinta y Tres y de tres quintas partes del de
Cerro Largo.
Saludemos, pues, desde esta hora de la posteridad, a
aquel indio lancero, que, jinete en potro sin arreos, con
aire de seor territorial, dilatado el desnudo pecho, erguida
la cabeza coronada con vistosas plumas de and, y exten-
diendo majestuosamente el brazo con la mano abierta, en
actitud de contener el avance formidable de dos reinos,
notific el da 7 de marzo de 1753 con breves y solem-
nes frases a los representantes de Espaa y Portugal, que
no se les permitira que continuaran un trazado que hubo
las funciones de guena bajo la direccin y el mando personal de los-

P P . de la Compaa. A N D R S LAMAS: Introduccin la Historia
de la Conquista del Paraguay, Ro de la Plata, etc., por el P . Jos
Guevara^ pg. X X X I .
(1) Colk^'Oo de Noticias cit., pg. 77.
DE LA UNIVERSIDAD 16-5
de despojar, ellos primero, y nosotros despus, de la

parte ms opulenta y de ms auspicioso porvenir de un te-
rritorio que en el andar del tiempo haba de pertenecer
la Repblica O. del Uruguay.
Saludemos tambin con gratitud aquellos esforzados
jesutas misioneros, que con su catequizacin evanglica y
sus TPMBAYS, lograron armar el brazo fuerte del indio
y convertirlo en instrumento heroico de una defensa terri-
torial tan justa como preciosa; aunque, como consecuencia
de esa sugestin, y tambin como obra providencial para
los destinos futuros de la democracia sudamericana, el es-
fuerzo les costara la prdida del teocrtico reino guaran-
tico, cuya metrpoli echaba sus cimientos, all, en el seno
de las sslvas donde el indio, por vez primera, haba odo
las vibraciones sonoras del bronce cristiano.
No en vano el marqus de Pombal le deca al goberna-
dor general de Marau: No puedo sujetar estos Padres;
su poltica y destreza son superiores mis cuidados y la
fuerza de mis tropas. Han dado los salvajes, costumbres
y hbitos que los unen ellos indisolublemente-). (1)
Pasemos ahora estudiar otros antecedentes.
IV
Malogrado por la resistencia indgena el trazado de la

lnea divisoria convenida por el tratado de 1750, volvieron
las cosas al estado en que se encontraban antes, por ha-
berse as resuelto en otro tratado que se celebr en el Par-
do, en 12 de febrero de 1761, por el cual se dejaron sin
efecto las estipulaciones del anterior, y como si no hubiese
existido.
Este, su vez, y con motivo de la muerte de don Jos
de Portugal, fu sustituido por el que definitivamente ne-
'^(1) Coleccin de Angeli?, tomo 11, pg. I I I . Discurso preliminar

la historia del P. Guevara.
1G4 REVISTA HISTRICA
goci el conde de Florida Blanca en 11 de octubre de

1777 y que fu el ltimo que estableci para siempre los
debatidos lmites de los dominios liispano-portugueses en
Amrica.
El determin, para el porvenir, el derecho territorial de
todas las nacionalidades que despus de la revolucin de
1810 se constituyeron en los que fueron dominios de Es-
paa.
Para interpretar sobre el terreno las estipulaciones de
ese clebre tratado, una y otra nacin mandaron sus ge-
grafos ms eminentes.
Baste recordar que por la parte de Espaa figuraron
Vrela Ulloa, Diego de Alvear, Flix de Azara, Oyarvide,
Oabrer y tantos otros ya eminentes en los anales de la
geografa.
De uno de los Diarios de esas Comisiones, voy extraer
1 segundo documento que se refiere al cerro TPAMBAY.
En el que fu redactado por el coronel de ingenieros don
Jos Mara Cabrer, cuyo original autgrafo se encuentra
en nuestra Biblioteca Nacional, en el apunte correspondiente
\ da 9 de mayo de 1785, al referirse al relevamiento de
la cuchilla Grande, se lee lo siguiente:
Corrise un pequeo tramo de esta cuchilla, hasta lo-
grar un cruzamiento al cerro de Nico Prez. Relevn-
dose asimismo los cerros del Cordovs, los de Pablo
<v Pdez, los de TPAMBAY, mayor y menor, occidentales to-
dos al camino real que sigue la cresta de la misma cu-
chilla, la cual se halla tendida de N. E. S. O. .
Esto es lo que de puo y letra del mismo Cabrer puede
leerse en el captulo V I del tomo I del manuscrito que,
<'omo ya he dicho, existe en nuestra Biblioteca Nacio-
nal.
Entre este Diario y el que redactaron los comisionados
portugueses en 1753, median treinta y dos aos.
La faz del territorio haba cambiado notablemente. Los
pueblos de Maldonado, San Carlos y Minas, y las fortale-
zas de Santa Teresa y San Miguel existan ya.
La planta del viajero de las tropas de los ejrcitos es-

paoles haban trazado ya los caminos que desde Monte-
video conducen todava la frontera del Chuy, al pueblo
de Minas y la guardia donde ese mismo ao deba fun-
darse la villa de Mel.
En las campaas del Este y Nordeste existan ya mu-
chas estancias.
Los arroyos, los cerros, las cuchillas, las lagunas y las-
sierras empezaban tener denominacin. Los afluentes del
lago Mern adquiran nombre propio, y los del Plata tam-
bin.
El arroyo Baumaragate Bauviarahate, an se lla-
maba as, aunque se le empezaba denominar Marmaraj;
el Aleigii todava no se llamaba Aiyu, pero la no-
menclatura del Santoral no aumentaba en un solo nombre.
Los jesutas haban sido expulsados de sus dominios!...
No obstante, el TUPAMBAY, como hemos visto, segua
llamndose el TUPAMBAY, con la misma ortografa.
A este respecto debo hacer notar, que Cabrer, adems
de sus indiscutibles mritos de hombre de ciencia, era tam-
bin un fino espritu literario y agudo observador de las
cosas; basta leer su Memoria para darse cuenta del valor
que daba las palabras y del arte con que expresaba lo
que senta; y por eso, el hecho de encontrar escrito de su
puo y letra y subrayada la palabra TUPAMBAY, coinci-
diendo letra por letra con la del Diario de la Comisin del
trazado de 1750, merece que se tenga muy en considera-
cin para no dudar que as se denominaba aquel cerro.
Pero aun voy presentar otra prueba documental de la
ortografa de esta palabra y de lo que ella quiere decir.
Es la autoridad del brigadier general don Diego de Al-
vear, primer Comisario en Jefe de la 2!" Divisin espaola
de lmites, quien no slo nos va dar tambin la palabra
TUPAMBAY subrayada, sino que va explicarnos el signifi-
cado que ella tuvo en las Misiones, y va darnos la prueba
de que los charras eran conocidos en esas fiestas de los
patronos en que se repartan TUPAMBAYS. Al mismo tiempo
nos servir para patentizar la participacin directa que en

esos festejos tomaban los Padres Misioneros, dando al acto
un carcter esencialmente religioso, aunque mezclado con
los atractivos mundanos, con que ellos, seductores de hom-
bres brbaros, pero de almas candidas, rodeaban su con-
quista espiritual.
Dice el general Alvear en el captulo V de su Relacin
geogrfica histrica de las Misiones:
Para la fiesta del Santo Patrono, se convidan los Ca-
bildos, curas y administradores de los otros pueblos inme-
diatos, y generalmente todas las personas de algn viso y
amistad. Estos suelen venir un da antes y se les sale
recibir larga distancia con msica de pfanos y tambo-
res; se les aloja en los mejores cuartos viviendas del
Colegio; se les festeja con todo obsequio y urbanidad, y
su retirada se les acostumbra dar algn TUPAMBAY
regalo, que se reduce una pequea expresin de algunas
varas de lienzo fino, picho, paos de manos bordados y
otras cosas semejantes del pas, aunque se ha llegado
abusar de esto y cometer varios desrdenes.
Esta funcin dura comunmente tres das: en el pri-
mero al punto de las doce todos los del pueblo y convi-
dados montan caballo, reservando para estos casos una
^< caballada numerosa y escogida que llaman del santo y
se dirigen juntos casa del Alfrez Real. Acompaado
ste de su paje, no menos engalanado que l, toman tam-
c bien sus caballos, que son de los selectos, muy saltarines
y ricamente enjaezados: reciben el Estandarte Real en
Casa del Cabildo, y tremolando delante sus banderas,
<^ cuatro soldados de la mihcia de infantera y blandiendo
sus lanzas, otros cuatro en igual alternativa y destreza de
todo aquel lucido acompaamiento, dan una vuelta re-
donda la plaza con toda pausa y gravedad, mucho ruido
de tambores, pfanos, tiros, camaretas y continuas acla-
maciones de vtores y voces de viva el Rey y el santo
tutelar.
Este paseo se termina en la puerta de la iglesia, donde,
<s dejando todos sus caballos, son recibidos de los curas y

dems sacerdotes que se han juntado de los otros pue-
blos, y descubriendo entonces el retrato del Rey, que al
efecto conservan todo el ao en su urna de madera con
puertas y cortinas de tafetn damasco, en el mismo
prtico se le saluda con tres voces de Viva el Rey, y se
deja abierto el resto del da con su guardia montada que
le provea de centinela. Se entra luego en la iglesia, en
donde el Alfrez Real tiene su silla, almohadn y alfom-
bra como el gobernador tenientes, obsequio que tambin
suelen usar con todo oficial de graduacin que pase por
los pueblos, cantando con ostentacin y solemnidad el
& himno de Magnficat, se retiran sus casas, precediendo
otro paseo semejante por la plaza, y dejando el estan-
darte presentado en el testero opuesto la iglesia sobre
un frontispicio de bastidores y arcos, en que colocan
tambin una imagen devota de la Virgen del Santo
Patrono.
A esta ceremonia sigue inmediatamente otra no menos
vistosa y que tambin da buena idea del carcter de estos
indios, que es la bendicin de las mesas. De cada una de
las casas del pueblo conducen las mujeres a la puerta del
colegio, de la iglesia, una mesa pequea dispuesta en
forma de altar, con su estampa cuadro y algunas
viandas, de las mismas que han de comer. Cuando estn
todas juntas y en su orden, va el Cabildo en cuerpo avi-
sando los convidados, circunstancia que precede todos
los actos, y uno de los curas bendice las mesas pblica-
mente, entonando los cantores en su propio idioma, una
letrilla en accin de gracias; y hecho esto^ se las vuelven
llevar las mismas chinas que las trajeron, brindando
antes los asistentes con alguna fineza fruta, que sue-
len admitir por no desairar aquella inocente sencillez.
A la tarde se cantan las vsperas hora competente y
la maana del otro da, su misa de tres, de primera
<^' clase, con su panegrico y asistencia del Estandarte Real,
<< conducido con la misma formalidad y acompaamiento;
y al caer el sol se cierra el retrato del Rey, y se guarda el

dicho Estandarte en la Casa Capitular, siguiendo todos
dejar en la suya al Alfrez Real: etiqueta que no se dis-
pensa por cualquier pretexto. Los msicos, sacristanes,
y seises, como en las dems funciones, son puntualsimos
y diestros en no perder genuflexin alguna ni inclinacin
de cabeza, de cuantas ordena el ritual romano, ya las
glorias, ya al invocar el nombre de Jess y otras preces.
El ltimo da se suele celebrar en algunos pueblos una
misa cantada de rquiem con su vigilia, y an los dems
sacerdotes aplican la suya por los hijos del pueblo ya
difuntos.
Corren en estos das tambin toros y la sortija, que no

es ms que una argolla de fierro suspendida de un tor-
zal entre dos palos derechos, y tiran sacarla la carre-
ra del caballo con un asta de madera puntiaguda dando
su pequeo premio TPAME A Y al que lo consigue. Re-
raedan sobre todo con ms perfeccin las escaramuzas
de los infieles charras caballo, pintndose como ellos
los cuerpos desnudos de varios colores y figuras, ador-
nndose cabeza y cintura de penachos de plumas largas
^ de avestruz y capacetes de cuero, y corriendo en pelo,^
silbando y acometiendo les unos los otros con las chu-
zas, con tal celeridad, tendidos sobre el caballo y hacien-
do con el cuerpo varios quites, que admiran. Finalmente,
-< el resto del tiempo lo emplean en galopar y correr al
rededor de la plaza haciendo diversos torneos, entradas
y salidas con simetra y orden, son de trompetas y pi-
tos, en lo que son incansables y tienen su ms particular
y frecuente diversin.
Se ve, pues, que los TUPAMBAYS eran los premios, los re-
galos, que se daban en esas festividades de las Misiones, para
que tuvieran mayor atractivo,y que en esos festejos, aunque
populares, predominaba la forma religiosa.
Tambin el sabio Azara nos hace interesante descripcin
de una de esas fiestas y nos da la prueba de que en ellas
PE LA UNIVEKSIDAD 169
tomaban parte, personalmente, nuestros charras y mnua-

nes, dato importante que induce creer que en los cerros
Tupambay de Cerro-Largo y Maldouado,aun cuando
no fueran pueblos y por consiguiente no tuvieran santos
patronos,se celebraron algunas de esas fiestas que tanto
cautivaban los indios, y que por eso podran explicar la
presencia en nuestro territorio de algunos de los Padres,
entre los que indudablemente deba contarse el Padre
Jos Das.
Pero debo hacer notar que Azara no escribe la palabra
TPAMBAY dos veces del mismo modo, por ms que la em-
plea en tres pasajes de su descripcin, subrayada y siempre
con distinta ortografa. Ora escribe Tiipambahe ponin-
dole al lado y entre parntesis (tupamhahi), pero con h
en la penltima letra; y con i latina, en tanto que en todos
los antecedentes que he citado se escribe con y griega al
final y sin h.
Pero, adems escribe tupambac sin h, de donde resulta
que el sabio no se apercibi de la diferencia no le dio
importancia la ortografa de ese modismo, sin duda algu-
na, y precisamente por ser modismo, lo que se comprueba
en la misma descripcin que vamos copiar.
Dice Azara en el captulo que en su tercer viaje dedica
al Pueblo de indios de San Miguel y en sus apartados 194,
195 y 190: 0)
194. El da 29 era la grande festividad del pueblo, y
don Manuel Lasarte empeado en obsequiarme no me
dej salir. Las ningunas noticias de los portugueses, y
de lo que pasaba en el Paraguay, me inquietaban en tau-
ta distancia, agregndose el temor de que si por algn
accidente me viese obligado hacer alguna detencin, ya
(1) V. Geografa Fsica y Esfrica de las provincias del Paraguay

y Misiones guaranes, por Flix de Azara, pginas 117, 118 y 119
de la edicin dlos Anales del Museo acional de Montevideo con
bibliografa, prlogo y anotaciones del doctor Rodolfo R. Schu-
ller, 1904
no podra tomar las alturas meridianas con m: instru-

ment, porque el sol vena de prisa al trpico inmediato
<< y yo iba hacia l. Estas reflexiones me quitaron de la
cabeza el pasar los pueblos de Yapey, La Cruz, San
Borja y Santo Tom, entretenindome ese da en hacer
las siguientes apuntaciones de la fiesta.
195. La vspera, el da y el despus de la fiesta, no
(cesaron) cesan de tocar los msicos da y noche, y la
plaza est llena de gentes corriendo toros, sortijas, par-
is jas y haciendo bailes todos con rancha formalidad y con-
cierto. Los bailes son siempre serios con vestidos con-
venientes que da la comunidad y se reducen una mezcla
de danza y de esgrima. No tienen parte en ellos las mujeres
ni los instrumentos de aire. Cada danza es seguida de
<s un entrems pantomima. Los bailes de la noche se ha-
cen con iluminacin y al que desempea bien cualquier
cosa de las dichas se le da tupambahe (TUPAMBAHI) que
es un pedazo de Henzo otra friolera. Los administra-
dores modernos han enseado los indios algunas con-
<- tradanzas y bailes valencianos que ejecutan bien.
196. Se hallaban en estas fiestas algunos brbaros
charras y minuancs que tanto persiguieron en tiem-
pos pasados Buenos Aires y Montevideo y hoy estn
en paz corriendo libremente los campos desde aqu al
ro Negro y Santa Tecla. Hablan guaran, pero tienen
idioma particular muy gutural. Corrieron stos, parejas, y
sortijas juntamente con los guaranes, recibieron tiipam-
haes como si todos fuesen unos mismos. Iban montados
en pelo: un palito serva de bocado al freno y sus puntas
de cuerno hacan de alacranes. El vestido se reduca
un escaso taparrabo trapillo sucio ceido los rones:
los adornos consistan en una cuerda sobre la frente ata-
da en el cogote, el pelo tendido y las quijadas pintadas de
blanco. Algunos estaban armados de una lanza larga de
< doce pies con la punta de fierro delgada, y larga media
vara: otros llevaban su aljaba muy aplastada que ocupa-
<- ba la espalda y lomos en la que estaban las flechas cortas
DE LA. UNIVERSIDAD 171
<- y en abanico, cuyas plumas sobresalan la cabeza for-

; mando un arco de varios colores que haca por delante
una apariencia verdaderamente hermosa. Su figura y
talla es arrogante y bella como la de los brbaros mby
<' sin comparacin mejor que la de los guaran .
Podra citar an otros documentos que contribuyeran
justificar la tesis que estoy sosteniendo, pero temo dar muy
abultadas proporciones este modesto trabajo.
Creo que con lo dicho hasta aqu basta para justificar his-
tricamente la verdadera ortografa y el verdadero significa-
do que tiene el modismo TPAMBAY.
Paso ahora comprobar mis afirmaciones con el auxiho
de la cartografa.
Podra empezar citando una carta geogrfica, que tengo

en mi archivo y que atribuyo los jesutas, la cual contie-
ne ya el arroyo de TPAMBAY, con su vieja ortografa, pe-
ro la circunstancia de estar muy destrozada y no tener el
ao de su construccin publicacin, me impide alegarla
como prueba, por ms que podra justificar el origen y la
poca, por el hecho de que la parte de la leyenda que an
se conserva, dice: Carta geogrfica de los territorios de
las Jjisiones orientales y tierras adyacentesy>.
Dejando, pues, un lado ese antecedente, comenzar por
citar el mapa muy conocido en la cartografa americana
que contiene esta leyenda: Carta Esfrica de la Confe-
deracin Argentina y de las Repblicas del Uruguay y
Paraguay, que comprende los reconocimientos practica-
dos por las frimera y segunda subdivisiones espaolas y
portuguesas al mando de los seores don Jos Vrela y
Ulloa {comisario Pr."'^ Dir.''), don Diego de Alveai',
el teiiiente general lusitano Sebastin Javier de Vega
Cabral da Cmara y el coronel Francisco Juan Roscio,
en cumplimiento del tratado preliminar de limites dell
de octubre de 1777. Constimida oficiosamente en 1802^

por el segundo comisario y gegrafo de la sobredicha se-
gunda subdivisin espaola don Jos Mara Cabrer. >
En esta carta que debe considerarse como un respetable
monumento de la geografa americana, tanto por la enorme
extensin de los territorios que abarca, como por el indis-
cutible mrito cientfico de los trabajos geodsicos que la
precedieron, y sobre la cual se han construido despus to-
das las cartas parciales de estos pases, tomndola como ba-
se;en esta carta, digna de toda consideracin para el
hombre de estudio, est relevado el arroyo TPAMBAY y de-
nominado con esta ortografa.
Tambin est relevado el arroyo Jos Das, pero ste
empieza ya denominarse tambin del Pescado puesto que
dice arroyo de Jos Das^ del Pescado-.
Este arroyo es el que actualmente se denomina de las
Ta7'arras y no hay que confundirlo con el del mismo
nombre, pero de la hidrografa del departamento de la Flo-
rida, cuyas nacientes estn tambin en la cuchilla Grande
al N. O. de la <
. Sierra de Sosa>^ y desagua en el ro Yi. El
que nos est llamando la atencin por ]a relacin histrica
que pueda tener con el Padre Jos Pas es un afluente
del Ro Negro, como lo es tambin el TPAMBAY.
Como se ve, pues, en el ao 1802, en que fu construida
esta carta, TPAMBAY conservaba la ortografa que en 1753
se consign en el Diario de la Comisin portuguesa que
operaba con el conde de Bobadela.
El segundo documento cartogrfico que tengo la vis-

ta, es la Carta Geogrfica del Estado Oriental del Uru-
guay y posesio7ies adyacentes, trazada segn los docu-
mentos ms recientes y exactos. Publicada bajo la direc-
cin del seor A. Roger, cnsul de Francia, dedicada al
xcmo. seor Presidente general don Fructuoso Rivera.
Pars, ao 1841.y>
Entre esta carta geogrfica y la anterior median treinta
y nueve aos, y el TUPA MB A Y conserva an su ortografa

sin alteracin alguna.
En cuanto al arroyo Jos Das, ha cambiado definitiva-
mente de nombre.
En esta nomenclatura se le llama ya Pescado.
Esta carta que es poco conocida est grabada con toda
delicadeza y su tamao es de 0"80^x 0'^55*'. La considero
digna de respeto, pues adems de ampliar los detalles dla
de 1802, es la primera que establece los lmites dla Re-
pblica con el Brasil teniendo por divisoria al Norte el ro
Ibicuy.
El tercer documento lo constituye la Carte Genrale

du Bassin de la Plata. Dresses d/aprs les documents re-
C'iieillis sur les lieux, et les meilleurs planspai^tiels de cet-
te Gontre,jar Mr. Coffiniers Z'* Cnel Du Gme. Moyite-
vdeo 1850. Gravee au Depart de la Guerre. Publi en
1853.^
En esta hermosa carta que mide lÔ^'x O"??" y que
ampla las anteriores en sus detalles topogrficos, no slo
se conserva la ortografa del TPAME A Y, sino que por pri-
mera vez aparece situado el cerro con su nombre clara-
mente escrito, lo mismo que el arroyo.
El nombre de <Jos Das ha desaparecido tambin y
el arroyo que lo llevaba se denomina como en la carta an-
terior solamente del Pescado^.
Nuestros lmites con el Brasil, en el Norte, estn fijados
en el ro Ibicuy y dentro del permetro nacional estn de-
terminados los puntos en que se libraron batallas hasta esa
fecha, consignando el ao en que tuvo lugar cada una de
ellas.
Se ve, por consiguiente, cmo la documentacin carto-
grfica al igual de la histrica y de la geogrfica, ha con-
servado desde el sig'o xviri la denominacin de cerro y
irroyo TPAMBAY con la misma ortografa.
Recin en 1859, en la <^ Carta Geogrfica de la Rep-
Mica Oriental del Uruguay, 'por el general de ingenieros

don Jos Mara Reyes, Comisario de la misma Repbli-
ca para la demarcacin de sus lmites con el Imperio
del Brasil,es que se altera la ortografa del TUPAM-
BAY.
El general Reyes escribe en su carta: cerro y arroyo de
Tupamha. En ella tambin, el antiguo arroyo Jos Das
tampoco conserva ni su primitivo nombre ni el de Pescado,
que le dieron cartas anteriores.
En sta se denomina arroyo de las Tarariras, que es
el nombre con que actualmente se le conoce.
A partir de la publicacin de esta carta (ao 1859), la
anarqua se produce en las numerosas ediciones que del
mapa de la Repblica se han publicado.
En unas, el arroyo y cerro que nos ocupa, se denomina
Tupambae, en otras Tupambahe Tupamba sin h, y no
faltan las que siguen conservando la verdadera y primitiva
ortografa.
Este es el origen de la confusin.
Pero ha llegado el momento de saber si ese cambio de
nombre un lugar geogrfico, es la obra meditada del car-
tgrafo, si es una rectificacin concienzuda del gegrafo,
si por el contrario es un descuido de detalle un error
inconsciente de ortografa al escribir la nomenclatura en-
tonces ya muy numerosa.
Yo afirmo, que fu un descuido, un error de ortografa
cometido por el general Reyes y que l no tuvo la intencin
de modificar, en forma alguna, el vocablo, y que ni siquiera
se apercibi del caso.
La prueba para esta afirmacin ma, me la da el distin-
guido gegrafo en su Descripcin geogrfica del territorio
de la Repblica Oriental del Uruguay.
Baste decir, que en la pgina 22G escribe Tupambahi,
en la pgina 31(5 T'upambae, y en la pgina 317 Tupam-
ba, y siempre subrayando la palabra en las tres nicas
veces que hace uso de ella.
De manera, que esto prueba que no se preocup de esta
denominacin geogrfica, y que si en su carta escribi Tu-

pamhae, lo mismo habra escrito Tupamhae Tupambahi,.
como lo hizo en el texto de su hermosa Descripcin geo-
grfica de la Repblica, la cual, y no obstante ste y otros
detalles que pueden rectificarse, ser siempre un libro de
consulta del que no podr prescindirse, tratndose del te-
rritorio nacional.
VI
Creo haber demostrado con antecedentes histricos, geo-

grficos y cartogrficos, dignos de todo respeto, cul es la
verdadera ortografa con que se escriba y debe seguirse
escribiendo el nombre de ese cerro, que las fatalidades de
la guerra han hecho ya tristemente clebre, pesar de su
mismo nombre, cuyo verdadero significado he puesto en
claro para evidenciar que l rememora das lejanos de ale-
gra indgena que permanecen an en misteriosa obscuridad,,
pero que la investigacin paciente ha de iluminar para
exhibirlos con todos sus interesantes detalles.
TPAMBAY fu modismo misionero.TPAMBAY fu un atri-
buto de una fiesta popular en los pueblos que fundaron
los jesutas, fiesta que, como hemos visto, se celebraba en
plena luz solar, en medio rumorosas alegras y que sus-
tituy ventajosamente para la civilizacin las terribles
asambleas augrales, que congregaban en el silencio de las
noches, bajo el plido resplandor de la luna la incierta
claridad de las estrellas, los brbaros y taciturnos ind-
genas, para atormentar sus almas de guerreros terribles con
siniestros vaticinios en los que no se hacan sentir jams
las dulces inspiraciones de Tupa, sino las gangosas profe-
cas de Aag, para turbarles sus sueos y hacerles delirar
con visiones pavorosas y sangrientas.
Esta palabra pertenece en la geografa y en la cartogra-
fa de estas regiones la nomenclatura misionera.
Quin se la aplic ese cerro del departamento de
Cerro-Largo, y al otro (que an conserva su ortografa) en
!la cordillera de las Animas, en el de Maldonado, junto al

Plata?
Anduvieron por aqu, tan al Sur, los jesutas de las Mi-
siones?
Celebraron en esos parajes,de la tierra del charra,
las fiestas donde hubieron TUPAMBAYS?
Cmo y cundo?
Quedan estas interrogaciones esperando las respuestas
de los pacientes investigadores de los das que fueron.
Por mi parte, creo haber llegado al lmite que rae ha-
ba fijado para la terminacin de este modesto trabajo,
sosteniendo corno conclusin, que la palabra TPAMBAY
debe conservarse en nuestra cartografa oficial y en nues-
tra historia, sin alterar su ortografa primitiva, porque ella,
como he pretendido demostrarlo, tiene un significado que
obliga investigar una serie de cuestiones, hoy ignoradas,
pero que cuando se expliquen lgicamente, han de contri-
buir iluminar un perodo muy interesante pero muy des-
conocido en la historia de la Repblica Oriental del Uru-
Montevideo, Agosto de 1904.

Biografa del general Pacheco 3^ Obes
POR EL GENEKAL LOKENZO BATLLE (1)
El general don Melelior Pacheco y Obes naci el 20 ele

enero de 1809.
Sus padres, don Jorge Pacheco y doa Dionisia Obes,
pertenecieron dos familias distinguidas de Buenos Aires,
(1) Entrego para su publicacin en la REVJSTA HISTRICA este

precioso original, indito hasta hoy.
En circunstancias en que me preocupaba, hace algunos anos, de
reunir datos y antecedentes que me habilitasen escribir la biografa
de Melchor Pacheco y Obes, el inolvidable Arturo Santa Anna me
dio consultar los apuntes biogrficos que van leerse, los cuales se
conservaban en poder del seor don Jos Batile y OrdRez, quien
luego tuvo la benevolencia de cederme la propiedad de tan valioso
manuscrito. El inters que l encierra no necesita encarecimiento,
pesar de que el esbozo biogrfico que traza con sobria sencillez el
general Batile queda interrumpido al comenzar la poca de verdadera
espectabilidad y gloria del organizador de la Defensa. La juventud
de Pacheco no es la parte ms gloriosa de su vida, pero s la ms
ignorada y la que ms afanes impone al investigador.
En cuanto la biografa que proyect en un tiempo, de aquel gran-
de hombre,quiz la figura ms genial y fascinadora de nuestra his
toria,no es una idea abandonada, sino slo diferida. L a grandeza
del tema impone un respeto que explica suficientemente el temor de
profanarlo, tanto ms i? se tienen en cuenta las dificultades con que
tropieza entre nosotros todo propsito de investigacin histrica or-
denada y completa. Fo al tiempo la esperanza de pagar un da, en
la medida de mis fuerzas, el tributo de admiracin que tengo prome-
tido la memoria del que fu cabeza, corazn y brazo de la inmortal
Montevideo.JOS E N R I Q U E E O D .
R, H. DE LA U . 1 2 .
que unidas produjeron hombres de sobresaliente mrito y

capacidad.
El lugar del nacimiento del general fu dudoso por mu-
cho tiempo. Aproximadamente se seala en el mes de ma-
yo, pues en el mes de mayo fu bautizado. Estando la
partida de nacimiento ste debi ser en Buenos Aires. (1)
Concurra mantener la incertidumbre el saberse que
por aquella poca su padre don Jorge, al servicio del rey,
haba desempeado varias comisiones en este Estado
entonces Provincia del virreinatoya guarneciendo las
fronteras, ya persiguiendo ladrones; conduciendo su familia
los puntos que sus servicios lo llamaban.
Quizs contribuyese mantener la duda, el deseo vehe-
mente del general de ser tenido por hijo de esta tierra la
que haba consagrado su afeccin y sus servicios desde la
ms temprana edad.
A ms de otros datos, el que mayor fuerza le haca era
una carta escrita por su padre al general Lavalleja en el
ao 18'J5 cuando el joven Pacheco fug de Buenos Aires
para" venirse incorporar las filas libertadoras. En ella
le recomendaba su hijo y, disculpaba su fuga, porque crea
natural el sentimiento que le impulsaba queriendo ayudar
libertar su tierra natal. El general Pacheco se apoyaba
en esta carta, como en el documento ms convincente,
para persuadirse de lo que tanto deseaba.
He credo indispensable hacer mencin de estas circuns-
tancias porque ellas han ejercido cierta influencia en la vida
del general.
(1) L a fe de bautismo del general Pacheco y Obes dice que laci

en la Argentina, pero se puede aseverar que era de Paysand. A los
pocos meses de nacer en esta poblacin oriental, toda la familia se
traslad la Argentina, donde el prvulo se enferm. Este acci-
dente motiv su bautizo fuera de la Repblica. Tenemos el dato del
doctor Pedro Bustamante y seor Fernando Torres. Hacemos una
pesquisa que confirmar la informacin de estos distinguidos ciuda-
danos.(Direcci/i interna de la REVISTA HISTRICA).
D LA UN^ÊRSIDA) l79
El joven Pacheco hizo su primera educacin, parte

en Buenos Aires y parte en la Corte del Brasil, adonde
fu bajo auspicios de su to don Lucas Jos Obes, siendo
en Buenos Aires y en el Brasil siempre un estudiante
aventajado, segn declaraciones de sus maestros y condis-
cpulos.
Por aquel tiempo fermentaba en Buenos Aires el
entusiasmo por la guerra qne sostena este pas para expul-
sar de su seno el ejrcito brasileo y la dominacin que l
se le impusiera.
El joven Pacheco se sinti arrebatado por el deseo
de compartir los peligros de la lucha, y temeroso de la
oposicin de su padre, hizo sus aprestos sigilosamente, para
trasladarse esta Banda, y lo verific en 1 8 L ' 5 .
Ya entonces la patria de sus afecciones era este territorio.
Por eso busc la incorporacin de sus divisiones y no la
del ejrcito argentino que empezaba formarse, y donde
es de suponer, tuviese mayores concesiones.
Es probable le inculcara estos sentimientos su to don
Lucas J. Obes, en cuya compaa haba pasado bastante
tiempo, y quien, con ser igualmente argentino de naci-
miento, se haba consagrado al servicio y engrandecimiento
de este pas con todo el ardor de su alma apasionada y los
recursos de una inteligencia tan cultivada cuanto fecunda y
creadora.
El joven Pacheco sirvi casi toda la campaa las
rdenes del general Lavalleja y coronel Laguna. Se gran-
je el cario de estos jefes que le trataban como un hijo.
Les serva de amanuense, para lo que era extremadamente
apto por la facilidad y expedicin con que lo haca.
Asisti la batalla de Ituzaing en la divisin del coro-
nel Raa, a la que haba sido incorporado das antes de la
accin; y al terminar la guerra en 1828, se encontr con el
grado de teniente 1." de caballera de lnea.
El teniente Pacheco haba trabado relaciones durante ese
perodo con la generalidad de los jefes y oficiales de los cuer-
pos que haba pertenecido. Su genio festivo y locuaz, y
l80 REVISTA HISTRICA
la vivacidad y travesura de sus chanzas, le hacan buscar y

querer de sus companeros de armas.
Era de talla baja y tau sumamente delgado y rubio, que
los 19 aos pareca un nio. Todos le trataban con
el miramiento y simpata que inspira este exterior, mxime
cuando va acompaado de un nimo resuelto y de un genio
agudo y decidor.
Su divisin march, la paz, para el departamen-
to de Paysand, adonde la acompa, y contrajo ma-
triuionio poco despus, establecindose all.
Por aquel tiempo le acaeci un lance pueril, pero que le
ocasion mucha mortificacin por las chanzas y burlas de
que fu objeto.
Hallbanse en desavanencias los generales Lavalle-
ja y Rivera. El hermano de este ltimo, don Bernab,
acaudillaba por aquellos parajes una fraccin que le era
muy adicta.
Acostumbraba visitar en una estancia de aquellas inme-
diaciones, yendo acompaado slo de un ordenanza.
Pacheco se ofreci para ir prenderlo.
Aceptado su ofrecimiento, se fu emboscar en las cer-
canas de la casa, con una partida. Pasada con mucho la
hora en que le esperaba, crey errado el golpe, y siendo la
noche mala, se refugi en esa misma casa, dejando afuera,
bajo unos rboles, su piquete.
A la madrugada se present don Bernab sin ms s-
quito que el de costumbre, avisado probablemente por al-
guno de los mismos que acompaaban Pacheco, en inte-
ligencia con sus dems compaeros. El resultado fu que
todos los soldados se le plegaron, y lâcheco, encerrado
solo en la casa, hubo de rendirse.
Pudiera ser que no precediera ninguna inteligencia, y
que Rivera, fiado slo en su ascendiente y bro, acometiera
la empresa, porque era hombre capaz de eso y mucho ms;
pero el resultado para el joven oficial fu el mismo.
Don Bernab le trat con bondad, pero con desdn, ofen-
dido de ûe un nio tuviese la arrogancia de quererle apri-
sionar. Le despidi con mofa, y el teniente regres corrido

de la expedicin.
Este hecho, probablemente de una apariencia dbil, y su
mediana destreza en el ejercicio del caballo, que nuestros
paisanos valoran en tanto, pusieron por mucho tiempo en
duda el coraje de un hombre que, despus, en la Defensa
de Montevideo se mostr superior toda suerte de peli-
gros.
En 1832, cuando estall la revolucin del general L a -
valleja para derrocar la primera administracin constitu-
cional presidida por el general Rivera, Pacheco se encon-
traba en la capital. La causa de la legalidad, y quizs la
influencia que sobre l ejerciera el doctor Obes, uno de los
ms conspicuos consejeros de Rivera, hicieron que Pacheco
se decidiera en favor de ste, y contra su antiguo general,
por quien, no obstante sus separacin, conserv siempre
profundo respeto y gratitud.
Creo que su to Obes tuviera la influencia que he mar-
cado, en los primeros afectos y pasos polticos del general
Pacheco, porque veneraba su memoria, y deca era la nica
inteligencia ante la cual se haba inclinado siempre, subyu-
gado por su superioridad.
Resuelto sostener al gobierno, sirvi de agente para
promover k contrai'revohicin, que hizo en la Cindadela, el
Batalln de Cazadores, que poco antes, arrastrado por la
influencia de su antiguo jefe, el coronel Garzn, haba ser-
vido en las milicias de los revolucionarios. Sirvi poco
despus como capitn de compaa, y se le confi la difcil
misin de vigilar y contener las demasas del joven Le-
zaeta, quien la casuahdad coloc al frente del movimien-
to; y de mantener en buen espritu una tropa que en breves
das haba hecho dos revoluciones, y se hallaba desmorali-
zada y dispuesta ser seducida para cometer mayores des-
rdenes.
Pacificado poco despus el pas, obtuvo su separacin
del cuerpo, y regres al seno de su familia.
En 18)^5, cuando la administracin de Oribe decretla
reforma militar, se le dio de baja en el ejrcito sin opcin

premio, por no tener el tiempo de servicio que designaba
la ley.
Otros, en identidad de circunstancias, obtuvieron gracia:
l reclam y no se hizo mrito su solicitud.
No obstante considerarse agraviado, se abstuvo de tomar
parte en la revolucin de 1836, por la que el general Ri-
vera quiso derribar de la presidencia al general Oribe.
Aunque simpatizara con el partido de Rivera, le repugna-
ban las vas de hecho entre la autoridad legitimada por la
ley.
Inquietado por la autoridad del departamento, y teme-
roso de que le comprometieran sus amigos, en actos en que
no quera ser partcipe, se retir la capital con algunas
carretas, dedicndose trabajar con ellas personalmente,
para subvenir sus necesidades. Fu tan afanoso incan-
sable en este ejercicio, que en l se sostuvo por muchos
meses, que le produca abundantemente con que vivir, y la
satisfaccin an mayor, segn l deca, de haberse cerciorado
una vez ms, que en cualesquiera circunstancias en que se
hallara, l se bastara s mismo.
Terminada la guerra de 1838 por el triunfo del general
Rivera, entr de nuevo en las filas del ejrcito, donde
desempe varias comisiones.
Su estreno, entonces, fu tomar su cargo la defensa del
sargento mayor Marote, complicado en la ltima discordia,
con la defeccin del coronel Raa del bando de Rivera.
Este general se mostraba irritado y le haca encausar
conservndole con grillos. Pacheco le patrocin, defendin-
dole calurosamente con los descargos que l le suministrara,
y, sosteniendo por fin, con tanto talento como nobleza, la
doctrina de no ser crimen de lesa patria en las discordias
civiles, ser trnsfuga de un partido otro. Todo ciudadano,
dijo, tiene el derecho de abrazar el partido que crea justo,
lo mismo que de cambiar de causa, sin ms pena que la
que inflige la opinin la inconsecuencia y falta de pun-
donor. La necesidad de la propia conservacin podra, en
DE LA XrVERSDAD 183
casos anlogos, disculpar el rigor; pero no hoy, en que la

causa del general Rivera ha triunfado y tiene en su apoyo
la opinin uniforme del pas.
Esta defensa hizo sensacin en el ejrcito, y Rivera man-
d suspenderla causa, poniendo al acusado en libertad poco
despus. No es de suponerse hiciera ejecutar un castigo
cruel, pues que fu constantemente generoso con sus ene-
migos, pero esto no quita el mrito de haber arrostrado su
desagrado cuando otros trepidaron para llenar un deber de
humanidad, de conciencia y de honor.
La ltima guerra civil haba producido complicaciones
fatales para la Repblica. Por una parte los unitarios, emi-
grados de la Repblica Argentina en nuestro Estado, haban
tomado partido a favor del general Rivera, y el gobierno de
Buenos Aires haba auxiliado la administracin de Oribe
con esta notable diferencia: que los primeros servan indi-
vidualmente y bajo las banderas de Rivera, y que Rozas
intervino con soldados regimentados, su pabelln enarbo-
lado.
Sobrevino entonces el bloqueo de Buenos Aires por la
escuadra francesa, que naturalmente tena en nuestro puer-
to su centro de operaciones, emergencia que nos compro-
meti ms y ms con el dictador argentino.
Un ejrcito suyo de seis siete mil hombres, reunido en
el Entre Ros y mandado por el general Echage, invadi
sbitamente nuestro territorio, en 1839. Servale de pre-
texto, la reinstalacin de la presidencia de Oribe, quien al
llegar Buenos Aires haba protestado contra la renuncia
que de ella hizo voluntariamente ante las Cmaras, al au-
sentarse de aqu. El pretexto era tanto ms ftil, cuanto
que slo le faltaban cuatro meses de mando, y que ni vino
l reconquistar su presidencia.
La guerra que empezaba no pudo, pues, ser considerada
sino como guerra nacional.
El capitn Pachece ascendido sargento mayor, fu
puesto las rdenes del general don Rufino Bauza, nom-
brado comandante general de armas de la capital y su de-
partamento. Obtuvo toda la confianza de este oficial ge-

neral, y despleg tanto celo inteligencia, que puede decir-
se se constituy en rgano indispensable de todo el servicio.
Amagado el departamento por una incursin que hizo hasta
las puntas del Miguelete el coronel don Manuel Lavalleja,
en veinticuatro horas reuni y equip una fuerza de caballe-
ra capaz de repeler cualquiera tentativa semejante.
Cooper con su eficacia y actividad en el equipo y apres-
tamiento de refuerzos de infantera, que esta comandancia
tuvo orden de enviar al ejrcito, y vencedores de la inva-
sin el 29 de diciembre de ese mismo ao, el sargento ma-
yor fu llamado continuar sus servicios en campaa.
Las aptitudes que despleg en la capital, hicieron se le
destinara al E. M. G. All descubri nuevos recursos y
mayor aplicacin al buen desempeo de sus deberes, y fu
adquiriendo importancia y consideracin hasta ser nom-
brado 2. jefe de este ramo y encargado del detall, sobre-
llevando casi exclusivamente todo el trabajo.
En el entretanto se relacionaba estrechamente con los
jefes de ms valer del ejrcito, se haca de. ellos escuchar,
y en ms de una ocasin, hicieron apercibir al general Ri-
vera que sus operaciones eran discutidas y algunas comen-
tadas desfavorablemente por sus subordinados. Conociendo
dnde estaba el centro de esta oposicin, quiso alejarle del
ejrcito, y el teniente coronel Pacheco (promovido este
grado al ser nombrado Jefe de detall) tuvo ordsn de bajar
la capital para hacerse cargo de la Jefatura de Polica y
Comandancia Militar del departamento de Mercedes, con
la oferta de recibir con esta investidura la graduacin de
coronel.
O no quiso el general Rivera que se advirtiese el mvil
de su conducta mostrando disfavor, bien quizo hacer las
cosas noblemente, al separar un hombre cuyos servicios
eran apreciables, y usufructuarle en otro puesto.
Efta separacin le fu muy penosa, porque el ejrcito
estaba prOxitno a pasar a 1 Entre Ros en cuya campaa
anhelaba servir. Pero hubo de resignarse, y emprender su
DE LA UXIVERRIDAD 185
viaje para la capital, donde le fueron cumplidas las ofertas

del general, pasando inmediatamente instalarse en su
nuevo mando.
Bosquejaremos antes de hacerle entrar en la gran escena
en que, desde aqu, empieza a figurar, el carcter y cualida-
des del coronel Pacheco.
Tena un temperamento fogoso y apasionado. Cuando
nada le estimulaba, era indolente y perezoso, punto de
pasarse los das acostado, sooliento, entregado la lec-
tura. Pero que una ocupacin cualquiera le pusiese en ac-
cin, era activo y constante. Si en vez de una ocu-
pacin, casi indiferente, tena empeo en conseguir su
objeto, era entonces tenaz incansable, punto de no
admitir dilacin, removiendo y dominando cualquiera in-
conveniente resistencia, que le embarazase. Exci-
tado por el entusiasmo ms ardiente que le inspira-
ra la causa que haba abrazado, causa que, con la ms pro-
funda conviccin, l crea justa, santa y gloriosa, sin esfuer-
zo ni hacerse violencia, se elev la altura de sus convic-
ciones por la fuerza incontrastable de su voluntad, el bri-
llo y lucidez de su inteh'gencia y la actividad febril de su
accin que no le permita sino escassimas horas de des-
canso; y an de stas, sin que se pasara una que no fuese
interrumpida por alguna orden, anticipndose los queha-
ceres del da venidero corrigiendo reparando algn
error omisin. Digo, sin que le costara violencia, apa-
rente al menosporque se mantuvo con igual tesn todo
el tiempo que estuvo al frente de la defensa; y que l, de una
naturaleza enfermiza, goz de mejor salud entonces que en
otras pocas de mayor sosiego para su nimo.
Sus sentimientos de amor patrio, se haban exaltado
trminos, que pocos hombres podran expresarlos con igual
ardor y elocuencia; y sus acciones hacan buenas sus pala-
bras. Para l, el hombre que haba servido la patria, tena
todo derecho proteccin; y no le escaseaba alabanzas ni
servicios. No conoci el mezquino sentimiento de la envi-
dia, y as elogiaba ms al que ms lo mereca, sin que le
detuviera el temor de la rivalidad: por el contrario^, esta cir-

cunstancia le impulsaba ser ms prdigo de encomios y
encarecimientos.Exagerado algunas veces con los amigos
quienes quera bien, nunca fu injusto ni deprimi los
que no le eran afectos, si tenan ttulos la gratitud p-
blica.
Toc los extremos en cuanto generoso y desprendido,
haciendo gala en dar, an cuando para ello tuviese que pe-
dir y contraer empeos que rara vez dej de satisfacer el
da fijo que prometa. Razn por la cual siempre tuvo cr-
dito con los amigos a quienes ocupaba.
Dotado de una inteligencia privilegiada y de una ima-
ginacin rpida cuanto ardiente y entusiasta, nutri, y se
desenvolvieron estas brillantes facultades por la lectura que
era una de sus pasiones y su recreacin favorita.
Estudi la historia de varios pases, y con especialidad
la de Francia y su revolucin, que conoca en sus menores
detalles. La de Amrica y las guerras de su emancipacin,
le eran familiares y hablaba de ellas con extensos datos y
conocimientos.
En los ltimos aos de su vida, se propona escribir la
biografa de los hombres ms notables que en ella haban
nacido.
Tena suma facilidad en versificar y escribir en prosa,
con un estilo que arrastraba por la lgica y colorido de sus
pensamientos imgenes.
La fuerza de su imaginacin lo descarriaba veces, ha-
cindole exagerar los sentimientos nobles y generosos, sa-
crificndole conveniencias reales, y le haca dar asenso
algunos presentimientos y supersticiones vulgares.
As que jams emprenda cosa de importancia en da
martes, y le aconteci notar al salir una vez de su casa para
una empresa, que haba bajado el umbral con el pie dere-
cho, y subi inmediatamente para partir con el izquierdc,
porque haba ledo que un pueblo de la antigedad tena
la preocupacin, que salir con este pie era signo de buena
fortuna.
Su memoria era prodigosa. Recordaba sesiones enteras

del congreso de Buenos irires que haba asistido siendo
colegial; todas las proclamas y documentos notables de
aquella poca, mxime tantas publicaciones burlescas como
aparecieron; los nombres y las fechas de los ms de los
personajes y sucesos histricos; multitud de versos y un c-
mulo de ancdotas curiosas que contaba con mucha gracia.
As era su conversacin de entretenida y varia, que las per-
sonas que le frecuentaban no se cansaban de su sociedad.
Luego, su facilidad para hablar, tanto que creemos que el
don de la palabra fu la facultad ms prominente en l.
Sus improvisaciones en pblico fueron siempre elocuentes,
y heran fuertemente las cuerdas del corazn que le conve-
na tocar.
Por todas estas cualidades reunidas y por una conducta
siempre leal, patritica y animosa, fu que lleg ejercer
tanta influencia sobre sus correligionarios polticos que,
puede decirse, habra sido decisiva, si algunos desvos pro-
pios no hubiesen minado su valimiento.
El coronel Pacheco lleg Mercedes oportunamente y
tom posesin inmediata de su empleo. Se hallaba aquel de-
partamento como los ms de la Repblica, en un desgo-
bierno completo.
Amagados entonces con una segunda invasin ms po-
tente que la del general Echage, el general Rivera se ha-
ba propuesto llevar la guerra la otra parte del Uruguay,
donde incorporndosele el ejrcito correntino, crea poder
establecer la lid con ms ventaja.
Como medida precautoria para el caso de un revs, el
Gobierno haba dispuesto se organizasen militarmente todos
los departamentos. Esta era la misin ms importante de
aquel momento, y para llenarla cumplidamente, despleg
el nuevo jefe verdadero celo inteligencia.
Sus medidas fueron tan acertadas, que en breve hubo
organizado las milicias en nmero tan crecido como nunca
haban alcanzado all. Sus proclamas y discursos, y la fe-
liz eleccin de los agentes que emple, junto con su pre-
sencia y actividad en todas partes, fueron los nicos resor-

tes que dieron este gran resultado. All, como en los de-
ms puntos, y an ms quizs, exista una masa de hom-
bres que, desafectos al partido que estaba en el poder
sordos los intereses de la patria y atentos slo su bien
particular, se esquivaban siempre de todo compromiso y
obligacin, mxime si se trataba de enrolamiento.
El supo hacer comprender los primeros, que antes de
los intereses de partido estaba el inters nacional; y los
segundos, que se arriesgaba ms en desobedecer que en
someterse.
La primera gloria, sin embargo, que aspir, fu regu-
larizar la administracin, haciendo sensibles los beneficios
del orden, la seguridad y el goce de todos los derechos.
Abraz en el acto el conjunto de sus deberes, y se ocup
con igual anhelo en favorecer la enseanza pblica, en la
compostura de caminos y pasos reales; en los medios de
hermosear y dar comodidad la poblacin, construyendo
veredas, estableciendo el alumbrado de las calles y los ca-
rros de la limpieza pblica, mejoras que la riqueza y cul-
tura de aquel vecindario hacan de fcil realizacin. Con-
voc los vecinos para que le auxiliaran llevar ejecu-
cin estos proyectos y le ofrecieron entero concurso y coo-
peracin.
Pero su ms difcil tarea consista en subordinar algunos
espritus dscolos indmitos, que avezados al crimen y
no reconocer freno en sus desmanes, hacan alarde de bur-
lar la poHca. Les amonest, por emisarios adecuados, que
entrasen en la lnea del deber, dndoles un plazo para pre-
sentarse, pasado el cual, siendo agarrados se les tratara con
todo el rigor que dieron mrito sus hechos. Redujo al
mayor nmero, pero unos pocos ms contumaces siguieron
sus correras, abrigndose, cuando se vean perseguidos, en
los montes, que son por aquellos parajes tan abundantes y
extensos.
Lisonjendose con la idea de haber hecho lo suficiente
en cuanto aprestos militares, porque esperaba que la suer-
T)E LA XTVERSrDAD 180
te fuera propicia nuestras armas, y todo evento, en que

lo que haba alcanzado le respondera de poder disponer de
cuantos elementos blicos se encerraban en el trmino de
su jurisdiccin, quiso conquistarse una corona cvica, dejando
recuerdos permanentes de su bien entendida administracin.
Noble aspiracin y laudable empeo, que el destino le
arrebatara, lanzndole en otra senda, bien que menos ben-
fica y til para la prosperidad de la patria, no menos glo-
riosa ni de menos alta prez; gloria que aparecer ms pura
medida que el tiempo pasando, calme la violencia de las
pasiones encontradas, que tan rencorosas se agitaron.
Entregado proyectos que impulsaron los elementos de
riqueza y engrandecimiento que posea el magnfico terri-
torio que mandaba, proyectos rendientes dar mayor segu-
ridad y garanta nuestros criadores de ganados, y fomen-
to la industria y la labranza, el da 8 de diciembre le
sorprendieron los rumores de una gran batalla perdida por
nuestras armas, en los campos del Arroyo Grande.
Esparcise all la primer noticia por un oficial disperso
en la accin que lleg con una celeridad extraordinaria, y
buscando en los montes dnde ocultarse, cay en manos de
los pocos hombres desalmados que en ellos haban hallado
refugio. Supieron por l, el desastre cruel que habamos su-
frido; y so pretexto de color poltico le ultimaron brbara-
mente, le despojaron, y salieron despus circular la mala
nueva. Con este reciente atentado repiti sus rdenes para
la prisin de los delincuentes, dando tales prescripciones
que esper prenderles, proponindose hacer con ellos tal
escarmiento que sirviera de leccin saludable y vigorizara
su autoridad.
Al siguiente da nuevos dispersos confirmaron la fatal
noticia, suministrando pormenores que le hicieron compren-
der la ruina y total dispersin de nuestro ejrcito.
Mir con una mirada profunda irritada el caos que por
todas partes ofreca el pas, para oponerse la tremenda
invasin que iba asolarle: la generalidad de los departa-
mentos, sin organizacin militar defectuosa incompleta;
el tesoro exhausto por fraudes consentidos y manejos re-

prochables; el Gobierno dbil y gastado, incapaz de arros-
tar los azares y enormes dificultades de que iba verse
cercado; el general Rivera, el baluarte ms firme de la in-
dependencia nacional, desalentado quizs; su prestigio, aho-
ra ms que nunca necesario, quebrantado por la desgracia,
y sus huestes desbandadas.
Nada de esto pudo poner pavor su corazn, ni contur-
bar su mente.
Saba que los pueblos hacen esfuerzos de gigante cuan-
do se les hiere en sus creencias, en sus derechos, en el sa-
grado de su suelo nativo. Juzg que el pueblo oriental no
es inferior otros pueblos, y que sabindole dirigir, las
voces de patria y libertad, hara prodigios de constancia y
valor. Quizs tambin sinti en s fuerza y cualidades bas-
tantes para dar impulso esta lucha,al parecer temera-
ria,y ejercer en ella una influencia superior.
Tampoco se le pudo ocultar que, si el pnico horrible
que preceda la marcha del invasor, era un elemento pode-
roso para intimidar y apagar la resistencia,una vez sta
entablada,aquellas espantosas crueldades sublevaran to-
das las almas bien puestas, y nutriran dando incremento
y expansin al fuego concentrado de la defensa nacional.
Para no creerse engaado en sus apreciaciones, tena los
antecedentes de la campaa de Echage, en que los mis-
mos principios y las mismas banderas, haban sido comba-
tidas y vencidas por solo los orientales, sin la concurrencia
ya del elemento unitario.
Sera la invasin ahora menos ominosa para que ma-
yor nmero de lanzas y bayonetas pretendieran impo-
nernos?
O porque trajesen como auxihares, escrito en sus
pendones,el exterminio para sus contrarios y la confisca-
cin, terminantemente prohibida en nuestro Cdigo Fun-
damental?
La confiscacin que arrebata la fortuna adquirid?, por
el trabajo, la honradez, la economa de la larga existencia
t) LA UlCrVERSDAl) l9l
de un padre de familia, veces de dos y ms generaciones;

que destruye los grandes caudales as acumulados porSu-
rez, Sayago, Mrquez y mil otros, que deban el origen al
respeto y consideracin de todos, sirviendo de moralidad
por el estmulo laudable que ellos infundan, - y que le-
vanta sobre sus ruinas media docena de fortunas innobles,
que engendran la envidia y todas las aspiraciones bastar-
das, hasta el espritu de revuelta para i'econquistar la usur-
pacin enriquecerse como otros se enriquecieron.
La confiscacin y el exterminio! La preponderancia ex-
tranjera representada por un Rosas, el azote de la huma-
nidad! Cmo dudar de la justicia, de la santidad de la
causa? Los mismos orientales quienes la fatalidad haba
arrastrado en pos de Oribe, venan abismados del cmulo
de males que iban talar su tierra infehz. Al menos, todos
aquellos que tenan cabeza para pensar y corazn para sen-
tir! Ese falso pundonor que nos liga todos de no desertar
de un compromiso contrado, cuando no se previeron todas
sus consecuencias, los encadenaba en su puesto: quizs
taubin el terror y la certeza del triunfo. Apelamos sus
conciencias, y da llegar en que algunos publiquen sus
dolorosas impresiones: no, ellos no pudieron derramar
sobre su patria, prspera y feliz entonces, los trastornos
calamitosos que se le preparaban. Testigos, la carta de don
M. Errasquin^, y la noble conducta del general Garzn,
bastante independiente, para no querer venir presenciar
desastres que no podra contener ni mitigar siquiera.
Su odio la revolucin y dilapidaciones del general Ri-
vera, no los autorizaba tanto. Los haba vencido con ele-
mentos nacionales. En buena hora le hicieran la guerra,
pero apelando slo al sentimiento del pas. Quizs, quizs
hubiese correspondido sus deseos; y si sucumban habran
llevado consigo la simpata y el inters de muchos de los
buenos, tal vez de los ms. Entonces el coronel Pacheco ha-
bra sido un jefe como otros, porque le hubiera faltado la
fe en el corazn y la inspiracin, hija slo de profundas
convicciones.
Preciso es establecer bien estas premisas, porque la jus-

ticia del mvil, es el alma que realza y diviniza los esfuer-
zos humanos, y la luz que los muestra en relieve la pos-
teridad!
El extravo y obcecacin de las pasiones podr an po-
nerla en duda; pero la historia le dar plena rzn y
santificar sus trabajos; y siempre que la patria oriental
sea hollada por la planta insolente del extranjero querien-
do dominarla, sus buenos hijos le dedicarn un recuerdo, y
desearn se presenten otros que se le asemejen. La ver-
genza y el oprobio son el sentimiento de las naciones que,
sin lidiar, inchnan la cabeza voluntades extraas, an
cuando stas no pretendiesen entronizar la arbitrariedad, el
despojo y el degello.
El coronel Pacheco, fuerte en su derecho, penetrado de
la magnitud del desastre, y escondiendo en el pecho sus do-
lorosas reflexiones, se present impvido y sereno, resuelto
conjurar la pavorosa borrasca, sucumbir en ella.En
su derredor todo fu postracin y espanto en los primeros
momentos: l tuvo el envidiable saber y el raro ascendien-
te, de trocar casi instantneamente el desaliento en bro y
esperanza en la salvacin de la Hepblica, excitando la ab-
negacin y el civismo, hasta en los pechos ms indife-
rentes.
La noticia de aquel suceso nefasto, revel su menta
nuevas y poderosas concepciones, y toda la discrecin, ener-
ga y voraz actividad para dar el trmino cumplido.
Antes de recibir orden alguna, ni an el parte oficial de
la derrota, se apoder con mano robusta de todas las facul-
tades gubernativas que podan desembarazar la ejecucin
de sus desiofnios.
Haba pedido al Gobierno mandara armamento, vestua-
rio, monturas, municiones: io haba pedido con instancia y
por repetidos expresos; nada se le envi. Ante la urgencia
del peligro, comprendi que era llegado el momento de bas-
tarse s mismo, y hall en su fecundo pensamiento recur-
sos bastantes para llenar sus necesidades.
DE LA UNIVERSIDAD 19^
El pueblo de Mercedes, rico y surtido de cuantos artcu-

los de comercio poda precisar, le provey abundantemente
con que uniformar sus tropas. Ivas familias se ocuparon en
coser vestuarios.
Requisas rigurosas colectaron cuantas armas existan.
Todos los talleres se convirtieron en maestranza, armera y
parque, para construir carros y fragua de campaa, hacer y
componer armas, confeccionar correajes y municiones, diri-
giendo y activando personalmente estas obras.
El comercio, y en particular los amigos de la causa, faci-
litaron los fondos de que haba menester.
Decret el enrolamiento para el servicio activo desde 14
aos hasta 50, siendo igual inexorable en esto como en
todo, para el rico como para el pobre. De 50 para arriba
form la milicia pasiva. Decret la formacin de un bata-
lln de infantes de las gentes del pueblo.
Anlicipndose al Cuerpo Legislativo, y autorizado por la
ley suprema de la propia conservacin, decret la libertad
de la esclavatura, y convertidos en hombres libres les im-
puso el deber de la defensa nacional.
Interes hizo tomar parte en sus trabajos, los clebres
coroneles Olavarra y Hornos, con muchos otros emigra-
dos y extranjeros.
Equipaba, dndoles media paga, los oficiales y tropa
del ejrcito que caan dispersos, hacindoles regresar sus
filas, dominada ya la impresin de la derrota.
Persegua con incansable afn los forajidos que se
abrigaban en los montes y pretendan ahora partidarismo
por la causa del vencedor.
Todos estos trabajos se ejecutaban con la celeridad del
pensamiento por el coucuerdo y orden que presida en sus
deliberaciones, y sin otro rigor que ruidosas amenazas, sin
derramamiento de sangre hasta entonces.
Mantena una correspondencia activa con sus colegas de
los departamentos vecinos, con el gobierno, con el general
Rivera y sus jefes ms acreditados, y con sus amigos in-
fluyentes, comunicando todos su patriotismo exaltado, el
U. H, DE LA U . 1 3
194 REVISTA HrSTRIC
xito de sus trabajos y sus convicciones entusiastas de que

la Repblica podra ser asolada, pero saldra triunfante en
la encarnizada contienda
El fuego que brotaba de su alma se transmita los que
le escuchaban: las esperanzas empezaron renacer, y los pe-
ridicos ensalzar sus tareas y creer en la posibilidad
del triunfo, considerndole como un ariete, cuyos esfuerzos
levantaran del suelo el espritu pblico, postrado por el
terrorismo y el poder inmenso del invasor.
Hasta entonces, para muchos, la principal ncora de sal-
vacin estribaba en la nota colectiva que los ministros
Mendiville y Delurde, pasaron Rozas despus de la ba-
talla, intimndole diera orden para que sus tropas no pasa-
ran el Uruguay. El coronel Pacheco juzg desde el primer
momento irrisorio ese documento, y vio en l una tenden-
cia fatal adormecernos en la confianza que hara ms f-
cil nuestra ruina. Escribi en consonancia todas partes,
estimulando con mayor ahinco el celo en los aprestos, di-
ciendo de no fiar sino al nmero y temple de nuestros pe-
chos y aceros, el sagrado depsito de nuestras libertades
pblicas.
Ms de 1,100 hombres de caballera y 800 infantes se
hallaban reunidos, en un departamento que escasamente
haba podido dar antes, nn contingente mayor de 300 ji-
netes.
Perfectamente equipados y montados, los ocupaba
todas horas en ejercicios de armas, y en evoluciones que
los amaestraran en el arte de la guerra, permaneciendo fir-
mes en su puesto hasta que la proximidad del enemigo de-
terminara su accin, rdenes superiores le marcasen su
destino.
Captur alguno de los malhechores, entre ellos, uno de
los asesinos del oficial mencionado, y un agente del gene-
ral Oribe, y aprovechando la coyuntura de practicar un cas-
tigo que impusiera, form toda su tropa y con grande os-
tentacin y aparato, hizo fusilar tres, eligiendo para este
acto riguroso la cuchilla ms alta inmediaciones del pue-
blo.
DE LA UNÎVERSDAD iQo
Proclam en seguida su tropa inculcndole, cuan abo-

minable y despreciado se haca el que traicionaba su patria.
Y para impresionar ms vivamente los nimos hizo arrasar
la pequea habitacin de uno de ellos, fijando en alto este
letrero: Aqu se abrig la traicin: la justicia nacional
arras la guarida^>.
Esta fu la vez primera que el coronel Pacheco derram
la sangre de sus semejantes; y es justo para su buen nom-
bre notar, que las pocas veces que lo hizo, lo hizo la luz
del da, dando toda publicidad y aparato al castigo que
crea merecido, para producir el escarmiento y evitar la re-
peticin de actos que repugnaban su corazn; lo hizo,
aceptando para ante el tribunal de los hombres y la histo-
ria la responsabilidad ms completa, conforme en su (on-
ciencia y ante Dios, reposaba en la justicia de sus fallos.
Recibi este tiempo del general en jefe la orden de in-
corporarse al ejrcito con la divisin de caballerrt, y dirigir
la capital la infantera.
Ejecut lo que se le mandaba, haciendo acompaar al
batalln y un gran convoy de familias que voluntariamente
abandonaban sus casas, por una fuerza de caballera, y lo
practic l poco despus con sus dems escuadrones.
^' Mas cortas leguas del pueblo, le llega aviso de haber
entrado l y aparecido por sus alrededores, varias parti-
das enemigas: contramarcha rpidamente, los arrolla de-
lante de s, los desaloja y entra de nuevo en Mercedes. En
aquellos momentos llegaba la escuadrilla de Buenos Aires,
trayendo para posesionarse del punto al coronel Pinedo con
300 infantes. Sus rdenes le prescriban la incorporacin
pronta al ejrcito, y por otra parte, con caballera nica-
mente, no poda repeler la agresin sin prdida de mucho
tiempo; emprendi, pues, otra vez su partida.
Es muy notable y digno de encomio advertir que todas
estas medidas rigurosas, y an violentas algunas, fueron
llevadas cima con tanto pulso y juicio, que ellas no pro-
vocaron odio ni animadversin publica contra su auior.
Puso en contribucin principalmente los que eran ms
pronunciados por la defensa nacional, dicindoles: <^si

triunfamos, como confo, el erario pblico os pagar con
creces y tendris la satisfaccin de haber rendido un servi-
cio importante; si sucumbimos, de todas suertes, vuestros
haberes no sern bastantes saciar la rapacidad del ven-
cedor.
La libertad de la esclavatura, habra slo causdole se-
rias y quiz invencibles dificultades de parte de los extran-
jeros, si como lo calcul perfectamente, su actitud no arros-
trara la indecisin del Cuerpo Legislativo. Felizmente, la
ley extinguiendo el derecho que su decreto atacaba, para-
liz toda resistencia su mandato.
Ki tampoco olvid su solicitud al vecindario que iba
abandonar. Prescribi la milicia pasiva sus deberes en lo
sucesivo, limitados repeler toda gavilla de ladrones
desertores, y acatando las fuer/as que obedeciesen cual-
quiera de los contendientes. Invit los extranjeros, y ellos
aceptaron compartir este servicio vecinal.
Conserv hasta su muerte un recuerdo tierno de afecto
inters por Mercedes y su departamento. All fu la cuna
de su gloria, y donde su palabra, por primera vez, reper-
cuti sonora y simptica, invocando Patria y Libertad!
En el paso de Villasboas del ro Yi, ingres l con su
divisin compuesta de ochocientos y ms soldados, en las filas
del ejrcito. El general Rivera la pas en revista, y al ver su
nmero y organizacin, disciplina, y el espritu marcial que
en ella reinaba, no pudo contenerse de decir al coronel Pa-
checo: c<Si en todos los departamentos hubiese tenido jefes
como t, yo respondo que el enemigo no pisara esta mar-
gen del ro Negro.
En estas palabras se encerraba la recompensa ms grata
su corazn. Este le haba hecho sentir, y su razn se lo
confirmaba, que haba el deber de resistir, y los elementos
para triunfar: la exclamacin del general ratificaba sus sen-
timientos y clculos.
Desde aquel momento, hasta la retirada Canelones,
acompa al ejrcito. Fu en ese corto perodo el cnsul-
tor en quien el general pona ms confianza, y su consejo,

decisin incansable afn, concurrieron activar la re-
unin de las fuerzas que se haban levantado en otros de-
partamentos, y en inculcarles orden, moralidad y entu-
siasmo por la causa.
All, todo el tiempo que no estaba ocupado con el gene-
ral, lo empleaba en recorrer los cuerpos, en hablarles, y su
palabra prestigiosa ya por el xito de sus brillantes traba-
jos, era escuchada con respeto inters. En sus discursos
exaltaba el bro y la constancia del soldado oriental; reme-
moraba sus hechos pasados, por los que conquistaron pa-
tria independencia; la ruina de cuantas agresiones injus-
tas nos haba trado la Repblica Argentini, }' predeca
que la presente invasin, si bien ms pujante, destructora
y sangrienia, tendra por eso mismo un escarmiento mayor
y de ms alto renombre y honor para nuestras armas.
Concitaba la vez el odio contra el enemigo, pintando con
vivos colores los horrores que dejaba en su rastro, y de que
iban ser teatro nuestros pueblos, nuestros campos, y
hasta el hogar de las familias.
El general Rivera, cuya conveniencia suprema para el
xito de sus operaciones ulteriores estaba en salvar la ca-
pital, centro de todos sus recursos, comprendi cunto im-
portara para su defensa la presencia dentro de sus muros
y al frente de la reparticin de la guerra, de un hombre
como el coronel Pacheco, y le propuso el Ministerio de la
Guerra.
l se manifest dispuesto servir donde fuera ms til
y pudiera contribuir con ms eficacia al triunfo nacional,
pero le signific la necesidad de conservar al general Paz
en el mando del ejrcito de la capital.
Contrariaba Rivera esta exigencia, porque estaba lle-
no de prevenciones contra aquel entendido jefe, y pretendi
convencer Pacheco, que concentrada en su mano toda la
autoridad militar, podra desenvolver sus planes sin que le
entorpecieran las pretensiones de un hombre tan engredo
que crea todos inferiores su mrito y saber: y propona
para mandar ese ejrcito otro jefe de condicin ms blan-

da y acomodaticia. Le halagaba tambin, hacindole entre-
ver, que en este caso, toda la gloria de la defensa refluira
en l.
Pero Pacheco era ms patriota que aspirante. Bien se le
alcanzaba que mandando Paz el ejrcito, su posicin en el
Ministerio era secundaria; y que los laureles que se obtuvie-
sen, se distribuiran todos este general acostumbrado siem-
pre vencer, por sus acertados planes y hbil estrategia.
Pero comprenda tambin que en presencia del peligro in-
minente que corramos, deban usufructuarse los servicios
de todos, y ms en particular los del general Paz, que, aun
prescindiendo de su ciencia militar, representaba por s solo
una fuerte columna en la confianza que inspiraba los pro-
pios, y el temor y recelo que infundira en los contrarios.
Insisti, pues, agregando estos conceptos, que en cuanto
l no poda solo asumir tan seria responsabilidad de que la
suerte de la Repblica penda probablemente, porque ni
tena en s, ni poda merecer de nadie, la confianza de co-
rresponder dignamente tan importante misin.
El general, empero, no desisti de llevarle al gobierno,
aplazando la cuestin del mando de Paz para cuando llega-
se Montevideo.
El coronel Pacheco le precedi de algunos das. A su
arribo los patriotas le recibieron con universal aplauso, y la
prensa le salud como un hombre de quien se esperaba
mucho ms para el porvenir de la patria de cuanto haba
hecho ya en pro de la causa: tan aventajada era la idea que
haba hecho concebir de sus talentos administrativos, capa-
cidad militar y acendrado patriotismo.
La nacionalidad de los hijos de los brasi-
leos nacidos en la Repblica
Las notas del doctor Lamas que publicamos, tratan una

cuestin de la mayor importancia para los pueblos de Am-
rica. El xito obtenido por el Ministro oriental en el Bra-
sil merece ocupar, justo ttulo, un lugar preferente en el
primer nmero de la REVISTA HISTRICA DE LA UNIVERSI-
DAD, porque significa en definitiva un triunfo del criterio
americano sobre el principio europeo en materia de nacio-
nalidad, pues la cancillera brasilea no poda, con arreglo
las mismas disposiciones constitucionales del Brasil, de-
fender la doctrina que impugn victoriosamente el doctor
Lamas.
El criterio europeo y el americano tienen necesariamente
que ser opuestos para apreciar la cuestin de la nacionali -
dad. El primero, el criterio europeo, est condensado en los
breves trminos con que Bluntschli resuelve esta cuestin
diciendo: El carcter de nacional reside en la sangre y
en la raza; es ante todo personal; la consideracin del lu-
^s gar del nacimiento el domicilio slo vale en segundo
trmino: el lazo que une al individuo la nacin es de-
cisivo; el que lo une ?iX pas es secundario.
El criterio americano, por el contrario, sostiene que el
nacimiento es decisivo para determinar la nacionalidad, y
respondiendo ese principio declara, como lo hace el ar-
tculo 7. de nuestra Constitucin, que ciudadanos natu-
rales son todos los hombres libres nacidos en cualquier parte
del territorio del Estado. Las dems constituciones de

Amrica, con ligeras variantes de forma, hacen la misma
declaracin.
Es el conflicto del jus solis que segn la tradicin feu-
dal consideraba al hombre como una dependencia del suelo,
y eljus sanguinis del moderno derecho europeo, fundado
en el principio de las nacionalidades, que slo atiende al ori-
gen del nacimiento para establecer la agrupacin que per-
tenece el individuo.
El jus solis, respondiendo la naturaleza de las cosas y
tambin la ley de la necesidad, ha venido ser el principio
americano, aceptado tcitamente por la prctica en la Eu-
ropa contempornea, pues son contados los casos de con-
flicto que esta diferencia de criterio engendra entre ambos
continentes.
Decimos que este principio responde, en Amrica, la
naturaleza de las cosas, porque ella fu poblada desde su
origen por hombres que en su mayora soaban con la fun-
dacin de una patria nueva ms grande y sobre todo ms
libre de la que abandonaban. Y an los que no se daban
cuenta de esta aspiracin, tendan instintivamente ala eman-
cipacin, V por lo menos, la autonoma.
As los puritanos que en 1620 desembarcaban en la
Amrica del Norte, decan los pocos das de pisar la nueva
tierra: Declaramos solemnemente ante Dios que nos uni-
mos para formar un cuerpo civil y poltico y establecer
el orden, dictando las leyes, ordenanzas, resoluciones y
creando las instituciones necesarias para el bien pblico
de la colonia, con cuyos trminos decretaban los colonos
del Norte la nueva patria que fu totalmente libre en 1776.
La emigracin que pobl la Amrica espaola y portu-
guesa, reclutada, en su mayor parte, entre los desheredados
de la fortuna, reivindic tambin desde los primeros das el
gobierno propio en sus formas ms rudimentarias pero no
por eso menos decididamente: el nombramiento de Hernan-
darias de Saavedra principios del siglo xvil es una buena
prueba de ello,
Fu, pues, la mente de los pobladores de Amrica fun-

dar nuevos organismos de cuyo funcionamiento result l-
gicamente el grupo de las actuales naciones de Amrica.
El Brasil, emancipado de Portugal, proclam en su Cons-
titucin el principio eljus solis; declarando el inciso 1.''
del artculo 6.", que son ciudadanos brasileos todos los na-
cidos en el Brasil, aunque el padre sea extranjeiô, aunque
igualmente es cierto, que tambin declar ciudadanos los
hijos de brasileos nacidos en el extranjero que establecie-
ran su domicilio en el Imperio, lo que dio origen al con-
fhcto y discusin que motivan las notas del Ministro oriental
en el Brasil, doctor Lamas.
La solucin del conflicto no poda ser otra que la obte-
nida por el Ministro oriental, pues tratndose de doctrinas
contrarias no poda la cancillera brasilea desconocer el
derecho en que aqul fundaba su reclamo, desde que invo-
caba la propia disposicin constitucional del Brasil en la
materia.
Cabe notar todava en apoyo del rigorismo de las dis-
posiciones brasileas sobre esta cuestin, que su Constitu-
cin es la que menos facilidades da para la naturalizacin
del extranjero y menos ventajas le ofrece, pues, por los ar-
tculos 95 y 186, el ciudadano naturalizado no puede ser
ni diputado, ni ministro.
Entretanto, un pas en el que se extremaba hasta ese
punto el jus solis, pretenda imponer la nacionalizacin
brasilea al hijo de brasileo nacido en nuestro territorio,
aunque ste manifestara claramente su voluntad de seguir
siendo oriental con la exhibicin de su papeleta consular!
Volvemos repetir que la solucin obtenida por la ges-
tin del doctor Lamas no poda ser otra que la justa que
figura en forma de acuerdo en las notas que publicamos,
cuyo trabajo, estamos seguros, ser ledo con provecho por
todos los hombres de estudio.
Debemos, para terminar, dejar constancia que la nueva
Constitucin republicana del Brasil ha hecho desaparecer
la mayora de las dificultades que la imperial opona la
naturalizacin del extranjero, quien puede ejercer hoy to-

dos los cargos pblicos con excepcin de la Presidencia de
la Repblica que, semejanza de las dems de Amrica,
slo puede ser ocupada por ciudadanos naturales.
MANUEL HERRERO Y ESPINOSA.
Nm. 44.
Legacin de la Repblica Oriental del Uruguay en el Bra-

sil.
Ro de Janeiro, abril 14 de 1857.
El infrascripto, Enviado Extraordinario y Ministro Ple-

nipotenciario, acaba de recibir nuevas reclamaciones de in-
dividuos que siendo orientales por el nacimiento, por las
leyes de la Repblica y por su propia voluntad, son consi-
derados brasileos en la provincia de Ro Grande del Sud
y obligados al servicio militar del Imperio, en cuyo acto se
desconocen inutilizan por autoridades subalternas loe cer-
tificados de nacionalidad de que aquellos ciudadanos orien-
tales estaban legalmente provistos.
Proveniendo las violencias de que se quejan los recla-
mantes de la aplicacin de una medida general, el infras-
cripto contraer esa medida la reclamacin que es de su
deber presentar S. E. el seor doctor don Jos Mara da
Silva Paranhos, del Consejo de S. M., Ministro Secretario
de Estado para los Negocios Extranjeros.
Por el inciso I.*" del artculo 0. de la Constitucin de es-
te Imperio, son brasileos todos los nacidos en su territo-
rio^ ya sean ingenuos 6 libertos, aunque el padre sea ex-
tranjero, una vez que ste no resida por servicio de su
nacin.
Haciendo la aplicacin de este artculo contra las preten-
siones de las naciones europeas que sostienen la regla de
que el hijo hace parte de la nacin d que pertenece su

padre, si nace de legitimo matrimonio, de la nacin
de su madre si sta no es casada ha sostenido y sostie-
ne el gobierno de este Imperio:
Que la primera calidad es la patria, la derivada del lu-
gar del nacimiento;
Que en ese concepto, por la presuncin de que el que
nace en cualquier Estado no se querr privar del derecho
de ser miembro de l, y por motivos de conveniencia na-
cional, la Constitucin no faculta sino que impone la na-
cionalidad brasilea al que nace en el territorio del Brasil;
Que no desconoce que el hijo se supone seguir el destino
de su padre en todo cuanto, en razn de su edad, no puede
enunciar un juicio esclarecido y seguro; êro que esta pre-
suncin no rige en los casos en que la ley, sustituyendo la
voluntad paterna, ha supuesto la del menor como en el
V del artculo 6." de la Constitucin del Imperio,
Esta es la interpretacin doctrinaria de la Constitucin
brasilea, estos son los principios sostenidos por el gobier-
no imperial en sus discusiones sobre la nacionalidad dlos
hijos de extranjeros nacidos en el Brasil, como es de verse
en los Relatorios presentados al Cuerpo Legislativo, espe-
cialmente en los de 1847 y 1852.
Entretanto, la medida general adoptada y violentamen-
te ejecutada en la provincia de Ro Grande del Sud,deque
el infrascripto reclama, se basa en los principios diametral-
mente opuestos.
El seor barn de Muritiba, Presidente de Ro Grande,
deca al Cnsul oriental,si tales individuos so conside-
rados orientales por el hecho material del nacimiento, y
slo por l, esa circunstancia no puede perjudicar la prime-
ra calidad, entendiendo por primera calidad la derivada de
la nacionalidad de los padres.
Segn la presidencia de Ro Grande:
La primera calidad no es, como sostiene el gobierno
imperial, la patria, el lugar del nacimiento.
No se presume, como dice el gobierno imperial, que el
que nace en cualquier Estado, quiera conservar el derecho

de ser miembro de l.
La ley no puede suplir en el caso, como el gobierno im-
perial supone que puede suplir, la voluntad paterna, y el
menor sigue forzosamente la condicin de los padres.
Doctrinas tan sustancialmente opuestas, principios tan
mortalmente contrarios, no pueden existir en un mismo
gobierno, en una misma materia, para la inteligencia dlos
prrafos de un mismo artculo de la Constitucin.
O los principios que rigen la interpretacin del 1. del
artculo 6." de la Constitucin del Brasil, rigen la interpre-
tacin del 2. del mismo artculo, y en ese caso la medida
reclamada por el infrascripto esprima facieilegal y aten-
tatoria, esta medida interpreta bien la Constitucin del
Brasil, y en este caso el Brasil no puede sostener, bona
fide, la aplicacin que hace del 1." de esa Constitucin,
retracta los principios que hizo suyos al sostener esa apli-
cacin, y reconoce la injusticia con que ha resistido las
reclamaciones que sobre ella le hicieron y le hacen otras
naciones.
Este dilema sera inevitable si la letra del 1. del ar-
tculo 0. de la Constitucin brasilea no declarara explci-
tamente cul es el principio que la rige.
El nacido en el Brasil, dice, es brasileo aunque el pa-
dre sea extranjero.
El principio, pues, que sostiene el gobierno imperial,
el de que la primera calidad es la patria la derivada del
lugar del nacimiento,es el principio constitucional brasi-
leo.
El principio contrario, el que despreciando el hecho ma-
terial del nacimiento hace primera calidad la nacionali-
dad del padre, ese principio sostenido por la presidencia de
Ro Grande, es notoriamente inconstitucional en el Brasil.
Siendo evidente que la Constitucin no puede interpre-
tarse contra su principio, esto es, interpretarse inconstitu-
cionalmente, el 2.** del artculo 0. en cuestin no admite
ni puede tener la interpretacin que le dio la presidencia
t) r.A UNIVERSIDAD 205
de Ro Grande, pai'a mantener los actos que dan origen

esta reclamacin.
La Constitucin de la Repblica Oriental del Uruguay
declara ciudadanos orientales todos los que nazcan en su
territorio.
Es el mismo principio de la Constitucin brasilea.
El Brasil no tiene, no puede tener derecho alguno que
no tenga la Repblica Oriental del Uruguay, que el Brasil
no sea obligado reconocer y a respetar en esa Repblica
como en cualquier otro Estado soberano independiente.
El derecho que tiene, y que ejerce el Brasil al declarar
brasileo, al imponer la calidad de brasileo al que nace en
el territorio del Brasil, es el mismo que tiene la Repblica
Oriental para declarar orientales los que nacen en su te-
rritorio.
Ella lo tiene y ella lo ejercita:--son orientales los que
nacen en territorio oriental.
Reconoce el Brasil en alguna nacin extranjera el dere-
cho de desnacionalizar, contra su voluntad, al ciudadano
brasileo que tiene esa ciudadana de las leyes del pas en
que naci y que quiere conservarla?
S. E. el seor Paranhos, contestar que no, que no reco-
noce en nadie el derecho de desnacionahzar un brasileo
contra su voluntad, de privarlo de la proteccin del Brasil
en que naci y que quiere pertenecer.
Esa contestacin perfectamente justa, perfectamente arre-
glada la proteccin que debe el Brasil todos los que re-
conoce por hijos suyos, resuelve, inapelablemente, la recla-
macin presente, pues, como va dicho, el Brasil no tiene ni
puede tener derecho que no reconozca en la Repbhca, su
igual en soberana.
En efecto, la medida adoptada y ejecutada en la Provin-
cia de Ro Grande, des7iacionaliza ciudadanos orien-
tales contra su voluntad, violentamente.
Ellos son orientales por el lugar de su nacimiento; y no
slo se presume, sino que, mayores de edad, declaran expl-,
citamente la voluntad de conservar y usar del derecho de
ser miembros del Estado en que nacieron.
206 REVISTA HrSTOKICA
Recurren la autoridad oriental, prueban su nacimien-

to, piden y obtienen el certificado de su nacionalidad, y
esta nacionalidad emana de un hecho y de un principio que
el Brasil reconoce y aplica,que hace parte de su misma
Constitucin.
Entretanto, las autoridades locales de Ro Grande decre-
tan que esos orientales son brasileos aunque nacidos en
territorio oriental, porque sus padres lo son,los molestan,
los oprimen y declaran nulos, cancelan, rompen descortes-
mente los certificados de nacionalidad legalmente expedidos
por las autoridades orientales.
Tales son los hechos en su ms sencilla y verdadera ex-
presin.
Estos hechos, en su fondo y en su forma, encierran aten-
tados injurias individuales,atentados injurias interna-
cionales.
De esos hechos reclama el infrascripto, y reclama con-
vencido de que el Gobierno de S. M. no puede dejar de ha-
cer pronta y plena justicia a esta reclamacin.
Desde que los individuos de que se trata son orientales
en virtud de un principio y de un derecho que el Brasil
reconoce y aplica por su parte, l no puede desnacionali-
zarlos, ni privarlos del derecho de entrar, de salir y de re-
sidir en el Imperio la faz y bajo las condiciones de los
dems orientales, de los dems extranjeros.
La Presidencia de Ro Grande ha declarado reciente-
mente (oficio de 16 de febrero del corriente ao) en con-
testacin la reclamacin del Cnsul de la Repblica, que
si los individuos nacidos en territorio oriental queran go-
zar los fueros que les conceda la ley coyistitucional del
Estado One7ial, all deberan tener su do'micilio.>
Esta pretensin, que tal vez habra podido tener asidero
en el derecho feudal, no lo tiene ni en los principios del
moderno derecho de gentes ni en la Constitucin y leyes
de este pas.
La Constitucin brasilea, apartndose del derecho feu-
dal, como se apart, el derecho moderno, no ha supuesto,
t) LA UNIVERSIDAD 207
en ningn caso, que la calidad de brasileo sea indeleble,

que se entienda de la cuna al sepulcro contra la voluntad
del hombre.
Ella ha reconocido que el ciudadano brasileo puede
perder esa calidadque puede renunciarla de diversos
modos; y entre estos modos, por naturalizarse ciudadano
extranjero.
Aunque fuesen fundadas y admisibles algunas de las
pretensiones deducidas por la Presidencia de Ro Grande
para sostener la medida, insostenible, origen de esta recla-
macin, ellas debieron detenerse, cuando menos, en presen-
cia de documentos que atestaban que si el individuo deba
ser considerado brasileo por la nacionalidad por el
domicilio paterno, ese individuo haba usado de una liber-
tad constitucional naturalizndose extranjero.
Las condiciones con que se otorga la naturalizacin del
extranjero, son peculiares de cada pas; cada uno establece
las que ms le conviene cree convenirle.
Desde que el extranjero las acepta libremente, desde
que, con arreglo ellas, se naturaliza ciudadano de este
del otro Estado, el acto est legalmente consumado, lo
est para la patria renunciada por el individuo de qiie se
trate.
Las frmulas de la naturalizacin son del dominio pri-
vativo de cada pas.
Al extranjero le basta saber por conducto competente,
que esa que se le presenta es la frmula bastante.
Todos los nacidos en el territorio oriental, son, de dere-
cho, orientales; y cualquiera autoridad oriental est no slo
autorizada sino que tiene deber estricto en el extranjero de
reconocerles esa calidad, de declararla, de documentarla y
de sostenerla.
Desde que individuos nacidos en el territorio oriental
se presentaron al consulado de su pas, acreditaron el naci-
miento que les confiere ipso fado la nacionalidad oriental,
y pidieron que se les reconociese y documentase, el cnsul,
competente para reconocerla y documentarla nombre de
la Repblica, tena deber estricto de hacerlo.
^08 REVISTA HSTSRIGA
Ese documento era una prueba cabal de nacionalidad

oriental.
El hombre que lo presentaba se haba hecho oriental; y
como los brasileos tienen la libertad de naturalizarse
orientales, no puede desconocerse, contradecirse, nulifi-
carse ese acto sin atacar la libertad constitucional del hom-
bre, sin atacar el derecho de la nacin que lo reconoci y
admiti como hijo suyo.
Qu pueden exigir las autoridades de) Imperio para
reconocer que uno que consideraban ciudadano brasileo
dej de serlo por haberse naturalizado ciudadano ex-
tranjero?
La prueba de esa naturalizacin?
Pues todos los orientales violentados que se refiere
esta reclamacin la tenan y la presentaban en ese certi-
ficado consular que han cancelado y roto atentatoria y des-
cortesmente las autoridades de Ro Grande.
Y esos certificados consulares eran, en el caso, documen-
tos intachables, pues reconociendo, como han reconocido las
autoridades de Ro Grande, que ellos eran expedidos
hombres nacidos en territorio orientaL reconocan que
de conformidad con las leyes de la Repblica, ellos haban
sido expedidos en regla, legalmente, competentemente.
Aun bajo este aspecto restricto, el proceder de las auto-
ridades de Ro Grande viola la Constitucin de este Im-
perio y es contrario los deberes y la cortesa inter-
nacional.
El infrascripto no puede dejar de llamar la atencin de
S. E. el seor Paranhos al hecho de que la Repblica no
slo ha observado respecto al Brasil los principios en que
asienta la presente reclamacin, sino que los ha observado
con extrema benevolencia, con extrema deferencia por el
Brasil y por las autoridades brasileas.
El Brasil ha reconocido como brasileos a individuos
nacidos y domiciliados en la Repblica y que continan su
domiciho en ella, por el solo hecho de haber nacido duran-
te la poca de la ocupacin brasilea.
DE LA. UIrVERSIDAD 209
De ese hecho no deduce la Repblica, ni es dado deducir

el derecho que el Brasil ha deducido:
Primo: Porque declarados nulos, rritos / de ningn
valor ni efecto los actos de incorporacin al Brasil, aquel
territorio no dej de ser nunca para los orientales, tei^ritorio
oriental.
Secundo: Porque los individuos nacidos y domiciliados
en un territorio que muda de nacionalidad y permanecen
en \, siguen la suerte de la nacionalidad del territorio; y
este principio no es meramente terico,es un principio
prctico. Puede servir de ejemplo lo ocurrido con los ha-
bitantes^ de las provincias reunidas la Francia de 1790
1814, y que fueron ciudadanos franceses por el acto de
la reunin: separadas esas provincias de la Francia en eje-
cucin de los tratados de 1815, todos los habitantes de
ellas fueron 7'econocidos extranjeros por la misma Francia,
lo mismo los que vivan en el momento de la reunin, que
los que nacieron mientras el territorio fu territorio francs.
Tercio: Porque la Constitucin d- la Repblica declar
ciudadanos naturales todos los que haban nacido en
su territorio; y el Brasil prest su explcita aprobacin
esta como las otras disposiciones de dicha Coîstitucin.
Sin embargo, la Repblica ha tolerado que el Brasil
naturalice brasileos de facto, naturales del territorio
oriental que no han salido jams de aquel territorio, que
permanecen en l, y que hicieron de la nacionalidad brasi-
lea un verdadero fraude para librarse de las cargas de la
ciudadana oriental, cuyos beneficios tenan y ejercan
cuando esa ciudadana les fu pesada en das de doloroso
conflicto para el pas.
Cabe advertir, para consignar todas las circunstancias
del hecho, que los orientales que de facto, se han naturali-
zado brasileos en el territorio oriental sin haber salido
de l, lo han hecho por meras declaraciones ante la Lega-
cin Consulado brasileo, y que entraron y se mantuvie-
ron en el goce de las excepciones de los verdaderos brasile-
os, sin otro documento que un certificado de nacionalidad
K. H. D \.h. .14.
expedido por la Legacin Consulado del Brasil cev-

cado igual, de igual valor en derecho, los que expiden la
Legacin Consulados orientales en este Imperio, certifi-
cados que han sido en la Repblica respetados hasta por la
autoridad suprema, pero que en el Brasil son cancelados,
rotos, menospreciados, hasta por los nfimos empleados de
polica.
La Constitucin brasilea ofrece la ciudadana brasilea
los hijos de brasileos nacidos en territorio extranjero;
pero condicin deque vengan ^'î^?' domicilio en el Im-
perio.
Hijos de brasileos nacidos en territorio oriental que
sintieron pesada en los das dolorosos para la Repblica su
ciudadana natural, y slo por eso verificaron un viaje de
placer Ro Janeiro, y haciendo de una simple vista un
equivalente del domicilio exigido por la Constitucin, re-
gresaron Montevideo y fueron reconocidos, declarados, do-
cumentados y sostenidos por las autoridades brasileas como
ciudadanos del Brasil.
Algunos ni an las incomodidades de se viaje se suje-
taron: sin salir un solo da de Montevideo, sin pisar una
pulgada de tierra brasilea, por el solo hecho de ser hijos de
brasileos, obtuvieron y usaron de certificados de nacionali-
dad brasilea.
Todos esos certificados, ilegales ante la misma ley del
Brasil, han sido respetados, y respetados generalmente co-
mo el Brasil lo exige que lo sean.
Para establecer como exige que lo sean, basta memorar
un hecho.
En 1844 un hombre enganchado libremente en el ejr-
cito, desert al frente del enemigo.
Para escapar al castigo del crimen, ocurri la Legacin
brasilea y probando ser nacido en el Brasil obtuvo, con
fecha posterior la desercin, un certificado de nacionalidad
brasilea.
Con l fu hacer alarde de impunidad; pero creyendo su
jefe que el certificado era falso, que an siendo verdadero
b LA UNIVERSIDAD 211
era irregularmeote expedido y que en todo caso no cubra

el crimen del soldado que libremente jur la bandera y que
la desert al frente del enemigo, prendi al desertor y lo
castig. Ese hecho fu considerado como un atentado gra-
vsuno, hasta por un insulto nacional por el representante
diplomtico del Brasil el seor Felipe Jos Pereira Leal,
Todos recuerdan la angustiosa posicin de Montevideo
en 1844.
En medio de esa angustia, en que la moral del ejrcito
era vital, en que un solo peso era una cuestin de Estado,
el representante del Brasil exigi como reparacin el casti-
go solemne de! oficial que castig al soldado desertor al
frente del enemigo, sin miramiento al certificado de nacio-
nalidad, y una tortsima indemnizacin pecuniaria en favor
del castigado.
No hubo trmino eutre dar esas reparaciones estable-
cer un conflicto que comprometa la situacin.
Era un sacrificio cruel bajo ms de un aspecto; pero el
sacrificio fu hecho en aras del respeto exigido nombre
del Brasil para el certificado de nacionalidad brasilea, bien
mal expedido, por su representante en Montevideo.
El Gobierno de S. M. el Emperador, tan justo, tan
ilustrado, tan benvolo como es, no puede dejar de recono-
cer que todos los hechos consignados en esta nota, los que
tienen lugar en Ro Grande, los que han tenido lugar en
Montevideo, hechos de que, sin duda, no se ha apercibido
bien, le,hacen una posicin odiosa que no querr que sea la
suya, que compromete su poltica, que compromete sus con-
veniencias.
El Brasil no puede pretender, y no pretende, que le sea
permitido proceder fuera de toda regla.
No puede pretender, y no pretende, ms derechos que los
que reconoce en sus iguales, los otros Estados indepen-
dientes.
Quiere, sin duda, el Gobierno de S. M. someter
su conducta internacional principios y reglas ciertas, defi-
nidas, conocidas, y admite que los principios y reglas que
aplica le sean aplicados.
En ese concepto, le parece al infrascripto que bastara

para llegar un acuerdo sobre la importante materia de
que se ocupa, que el Gobierno de S. M. se dignase,
tomndola en consideracin, establecer los principios y las
reglas que reconoce y admite ya en relacin los hijos de
extranjeros que nacen en su territorio, ya sobre la natura-
lizacin de los extranjeros en el Brasil, ya sobre la protec-
cin que les deba una vez reconocidos brasileos si de esa
nacionalidad son violentamente despojados en algn otro
Estado.
Declarados esos principios y esas reglas y siendo casi
evidente que estaran de acuerdo, que seran las mismas
que la Repblica tiene por justas y convenientes, y que
quiere aplicar por su parte, la cuestin estara resuelta.
La Repblica est dispuesta entrar en un acuerdo es-
pecial sobre esta materia, si eso deseara el gobierno impe-
rial.
Lo que no quiere la Repblica, lo que no puede querer
el gobierno imperial, es la confusin, la contrariedad, los
abusos y las violencias de que el infrascripto ha tenido el
honor de reclamar.
La situacin actual es, en la materia de que se trata,
adems de odiosa, daosa para las relaciones de los dos
pases.
Respecto los certificados consulares, el infrascripto de-
clara formalmente nombre de su gobierno, que admite
las reglas que quiera establecer el de S. M.
Cules son los efectos que atribuye el gobierno impe-
rial los certificados de nacionalidad oriental expedidos
por la Legacin cnsules orientales en el Brasil?
Hacen fe? Cmo? Para qu?
Pueden .ser desconocidos y cancelados por las autori-
dades del pas? porqu autoridades? por qu motivos? con
qu formalidades?
Las reglas que el Brasil establezca y observe respecto
los certificados de nacionalidad oriental, sern las mismas
que establecer y observar la Repblica respecto los
certificados de nacionalidad brasilea.
DE LA UNTYERSrDAD 213
S. E. el seor Paranhos no puede dejar de hacer justicia

al espritu de equidad y la amistosa cordialidad que ha
dictado las propuestas de que el infrascripto acaba de ser
rgano.
Ellas se resumen en esta frmula igualdad de dere-
cho reciprocidad.
S. E. el seor Paranhos reconocer tambin la conve-
niencia de que, mientras se discuten y resuelven esas pro-
puestas que deben eliminar en esta materia la cuestin pre-
sente y prevenir su repeticin, se ponga trmino los vio-
lentos procederes de las autoridades de Ro Grande que
la han originado.
La Repblica respeta certificados de nacionalidad brasi-
lea que juzga indebidamente otorgados.
No es justo que se respeten los certificados de nacio-
nalidad oriental, al menos por el corto plazo necesario para
que los dos gobiernos lleguen un acuerdo sobre la ma-
teria?
No accediendo el gobierno imperial este medio provi-
sorio de concihacin, mientras se llega un acuerdo defi-
nitivo, encamina las relaciones de los dos pases a un con-
flicto innecesario injustificado.
Ambos pases pueden esperar sin sombra de peligro ni
de inconveniente el acuerdo de los dos gobiernos que debe
dar solucin final la cuestin de individuos, de pocos
individuos de que ahora se trata.
Mandndose respetar provisoriamente los certificados
de nacionahdad oriental, como el Gobierno de la Repblica
continuar respetando los de nacionalidad brasilea, todo
conflicto estara prevenido en esta materia.
Lisonjendose de que el gobierno de S. M. no rehusar
la aceptacin de ese medio, el infrascripto tiene el honor de
reiterar S. E. el seor Paranhos las protestas de su ms
perfecta y distinguida consideracin.
Andrs Lamas.
A S. E. el seor Jos Mara da Silva Paranhos.

Nm. 07.
Legacin de la Repblica Oriental del Uruguay en el Bra-

sil.
Ro de Janeiro, agosto 24 de 1857.

nipotenciario, tiene el deber de llamar la atencin del seor
Consejero vizconde de Maranguape, Ministro Secretario de
Estado para los Negocios Extranjeros, sobre la nota que
tuvo el honor de dirigir su digno antecesor, bajo el n-
mero 44 en 14 de abril del corriente ao. Esa nota se re-
fiere conflictos sobre cuestiones de nacionalidad y sobre
el valor de varios actos consulares, y tales cuestiones no s-
lo interesan diversos ciudadanos orientales violentamente
desnacionalizados, sino que afectan profundamente por el
fondo y por la forma de los actos de las autoridades bra-
sileas, la soberana y la dignidad de la Repblica y del
Gobierno que el infrascripto tiene el honor de representar
en esta corte.
El honrado antecesor de S. E. el seor vizconde, ofreci
al infrascripto una solucin tan urgente como el negocio la
reclama; pero en ms de cuatro meses, ya decorridos, el
negocio no ha adelantado un solo paso.
El infrascripto cree que ese negocio en los trminos en
que fu colocado por la recordada nota, no puede dejar de
tener una solucin inmediata y satisfactoria, desde que el
gobierno de S. M. se digne tomarlo en consideracin; y, esa
solucin es urgente para resolver los casos particulares pen-
dientes y prevenir la repeticin de otros semejantes que, sin
necesidad, sin objeto, vengan agravar la mala situacin
en que ya se encuentra este negocio.
Al final de su citada nota, el infrascripto indic un me-
dio de conciliacin provisorio que podra adoptarse por un
acuerdo internacional, y que, dejando intacta la cuestin
fundamental para ser resuelta con mayor detenimiento,
evitase el conflicto actual de una manera recprocamente

justa y recprocamente digna.
El Plenipotenciario de la Repblica est habilitado en-
trar en tal acuerdo inmediatamente.
El infrascripto reitera a S. E. el seor vizconde de Ma-
ranguape las protestas de su ms distinguida considera-
cin.
Andrs Lamas.
A S. E. el seor vizconde de Maranguape, etc., etc.^ etc.
N m . 118.
Legacin de la Repblica Oriental del Uruguay en el

Brasil.
Ro de Janeiro, octubre 1. de 1857.

nipotenciario, tiene el deber de volver manifestar S. E.
el seor Consejero vizconde de Maranguape, Ministro Se-
cretario de Estado para los Negocios Extranjeros, la urgen-
te necesidad de que tengan solucin las cuestiones sobre
nacionalidad y sobre el valor de los certificados consulares
de que trata la nota de esta Legacin nmero 44 de 14 de
abril y nmero 97 de 'J4 de agosto del corriente ao.
El infrascripto, animado por el sincero deseo de evitar
las innecesarias y desagradables discusiones de casos parti-
culares que estas cuestiones dan lugar, y confiando, como
debe, en igual disposicin por parte de S. E. el seor viz-
conde de Maranguape, cuenta con que S. E. se servir dar
este importante negocio la preferente atencin que re-
clama.
El infrascripto se complace en reiterar S. E. el seor
vizconde de Maranguape, las protestas de su ms distin-

guida consideracin.
Andrs Lamas.
A S. E. el seor vizconde de Maranguape, etc., etc., etc.
Ro de Janeiro.
Ministerio de Negocios Extranjeros, noviembre 27 de 1857.
El infrascripto, del Consejo de S. M. el Emperador, Mi-

nistro Secretario de Estado para los Negocios Extranjeros,
examin debidamente las notas nmero 11 de 1856, y
nmeros 42, 4I, 50, 66, 79, 97 y 118 del corriente ao,
que el seor don Andrs Lamas, Enviado Extraordinario y
Ministro Plenipotenciario de la Repblica Oriental del
Uruguay, dirigi este Ministerio.
Por esas notas informa el seor don Andrs Lamas que
ciudadanos orientales residentes en la Provincia de Ro
Grande del Sud han sido violentamente despojados de su
nacionalidad por las autoridades de aquella Provincia, con-
siderados brasileos y obligados al servicio de las armas
del Imperio.
Como medio de evitar los conflictos que pueden resultar
de ese proceder, propone el seor Lamas que se ordene
ias autoridades de la Provincia de Ro Grande del Sud que
respeten los certificados de nacionalidad oriental expedidos
por la Legacin de la Repblica por sus Consulados en
el Imperio.
El infrascripto tiene la honra de comunicar al seor
Lamas, que, deseando el Gobierno Imperial evitar en
cuanto sea posible las cuestiones de nacionalidad, va or-
denar las autoridades de la Provincia de Ro Grande del
Sud que respeten los referidos certificados, y que en el caso
de no parecerles regulares y verdadera la nacionalidad in-

dicada, sometan los motivos de duda que tuvieren, al cono-
cimiento del Gobierno del presidente de la Provincia,
fin de ser regularmente examinado y discutido el negocio, y
tomada, por la autoridad superior, la resolucin que con-
venga.
Esperando el infrascripto que el Gobierno de la Rep-
blica se prestar a expedir en el mismo sentido sus rde-
nes las autoridades orientales, fnde que sean respetados
los certificados de nacionalidad expedidos por la Legacin
del Brasil, por el Consulado General Viceconsulado del
Imperio en la Repblica, aprovecha esta ocasin para reite-
rar al seor don Andrs Lamas las protestas de su perfecta
estima y distinguida consideracin.
Vizconde de Maranguape.
A S. E. el seor don Andrs Lamas.
Nm. 1 4 3 .
Legacin de la Repblica Oriental del Uruguay en el

Brasil.
Ko de Janeiro, diciembre 3 de 1857.

nipotenciario, tuvo el honor de recibir la nota que le diri-
gi en 27 de noviembre ppdo. S. E. el seor Consejero
vizconde de Maranguape, Ministro Secretario de Estado
para los Negocios Extranjeros, y por la cual se sirve co-
municarle que ha examinado las notas de esta Legacin
nmero 11 de 185(3, y nmeros 42, 43, 50, 66, 79, 97 y
118 del corriente ao, y que tomando en consideracin la
propuesta que le hizo el infrascripto para evitar los conflic-
tos que pueden resultar de que se despoje violentamente

de la nacionalidad oriental los que la acreditan con cer-
tificados expedidos por la Legacin los Consulados de
la Repblica, el Gobierno Imperial va ordenar a las au-
toridades de la Provincia de Ro Grande del Sud que res-
peten los referidos certificados, y que en el caso que no les
parezcan regulares y verdadera la nacionalidad indicada,
sometan los motivos de duda que tuvieren al conocimiento
del Gobierno del Presidente de la Provincia, fn de ser
regularmente examinado y discutido el negocio, y tomada
por la autoridad superior la resolucin que convenga.
Espera S. E. el seor vizconde de Maranguape, que el
Gobierno de la Repblica se preste en la misma forma
expedir sus rdenes las autoridades orientales fin de ser
respetados los certificados de nacionalidad pasados por la
Legacin del Brasil, por el Consulado General y Vice-
consulados del Imperio en la Repblica.
El infrascripto, asegurando desde luego, nombre de su
gobierno, que los certificados de nacionalidad expedidos
por la Legacin del Brasil, por el Consulado General y
Viceconsulados del Imperio en la Repblica, continuarn
siendo respetados por las autoridades orientales en los mis-
mos trminos en que los expedidos por la Legacin, el
Consulado general y los Viceconsulados de la Repblica
van serlo en el Imperio, se felicita cordialmente de este
acuerdo internacional, que suprimiendo los actos de violen-
cia y ofensivos de los respetos y conveniencias internacio-
nales, coloca en la esfera de una discusin tranquila, de
Gobierno Gobierno, las cuestiones de nacionalidad que
se han presentado y quedan pendientes entre ambos Go-
biernos, para que puedan ser estudiadas, discutidas y re-
sueltas con el detenimiento y la placidez que demanda tan
grave asunto.
El infrascripto, teniendo por subentendido que se man-
darn desligar del servicio de las armas del Imperio los in-
dividuos despojados violentamente de la nacionalidad orien-
tal que acreditaron con los respectivos certificados consu-
DE LA UNIVERSIDAD i\)
lares, y que se refieren nominativamente las notas de

esta Legacin que han producido el presente acuerdo, apro-
vecha esta grata oportunidad de renovar S. E, el seor
vizconde de Maranguape las protestas de su ms perfecta
j distinguida consideracin.
Andrs Lamas.
A S. E. el seor Consejero vizconde de Maranguape.
Legacin de la Repblica Oriental del Uruguay en el Brasil-
Ro de Janeiro, enero 18 de 1858.
Seor Cnsul General:
A virtud de las perseverantes reclamaciones de esta Le-

gacin, se ha celebrado, en los trminos de la nota adjunta
en copia, un acuerdo mediante el cual las autoridades bra-
sileas respetarn los certificados de nacionalidad expedidos
por nuestros Consulados Viceconsulados, limitndose,
cuando los crean indebidamente expedidos, dar cuenta
las autoridades superiores, para que el caso sea examinado
y discutido de Gobierno Gobierno.
En consecuencia, de ahora en adelante, nuestros Consu-
lados no tienen que discutir el valor legalidad de sus cer-
tificados de nacionalidad con las autoridades brasileas. Esa
discusin queda reservada para las autoridades superiores,
debiendo ser, entretanto, respetados los certificados.
Nuestros Consulados, pues, deben limitarse (y esto lo re-
comiendo muy especialmente) reclamar pura y sencilla-
mente, y con las menos palabras que sea posible, que se
respeten sus certificados en virtud de acuerdo celebrado en-
tre los dos Gobiernos, y que si algo tienen que alegar con-
tra ellos lo hagan ante la autoridad superior para que el
caso sea discutido de Gobierno Gobierno.
Limitndose esto en los casos ocurrentes, y dando cuenta

menuda y oportuna de todas las ocurrencias para que esta
Legacin est siempre debidamente instruida,, espero que,
auxiliados por el tiempo y con la prudencia necesaria para
la ejecucin de todo sistema nuevo que tiene que vencer
hbitos arraigados, llegaremos consolidar una situacin sa-
tisfactoria en estos asuntos, origen hasta ahora, de tan con-
tinuadas y penosas dificultades.
Excuso decir, seor Cnsul General, que adquiriendo
nuestros Consulados la dignsima posicin que les da el
acuerdo internacional que acabamos de celebrar, deben te-
ner los seores Cnsules y Vicecnsules la ms religiosa
escrupulosidad en la expedicin de certificados de naciona-
lidad oriental.
Ningn certificado debe ser expedido sino sobre pruebas
fehacientes de la nacionalidad del individuo que lo reclame.
El Cnsul Vicecnsul que no observe esta regla puede
comprometer seriamente su responsabilidad.
Creo conveniente advertir tambin que en el caso de que
algn individuo que estuviere en servicio militar y no se
encontrase matriculado antes de entrar l, y solicitase la
proteccin consular como oriental, si probase esta calidad,
el Cnsul debe limitarse reclamar que se le d de baja, y
dar cuenta detallada del caso para los efectos consiguientes.
V. S. al transmitir el acuerdo los Consulados de su de-
pendencia, les recomendar las indicaciones contenidas en
esta nota.
Tengo el honor de reiterar V. S. los sentimientos de mi
particular consideracin.
Andrs Lamas.
Al seor don Gabriel Prez, Cnsul General de la Re-

pblica.
Galera indgena
Yamand
En los primeros tiempos de la conquista, aparece, en el

Plata, la extraa interesante personalidad del cacique Ya-
mand. Su presentacin histrica, brumosa incoherente,
tiene las deficiencias inevitables en narraciones de carcter
general, trazadas al acaso, poco menos, sin base ni coor-
dinacin deliberadas, y sometidas, veces, la fantasa
al inters de los autores, sobre todo cuando se trata de po-
cas y sucesos de por s tan confusos, en que fcilmente las
figuras accesorias pueden borrarse en la vaguedad de lo in-
definido. Bajo esa luz indecisa, crepuscular, aparece Yaman-
d en las crnicas coloniales.
Fsicamente, yaro charra, nacido en una isla en
tierra firme,Yamand es producto directo, autntico, de
las tribus originarias del Uruguay. De mediana talla, mus-
culoso, de ojos vivaces, cabellera poblada y recia, lo pre-
sentan distinguindose por una suavidad de ademanes que
contrasta con el destello nervioso de su mirada. Habla sin
vacilaciones, pero con calma, y el sonido de su lenguaje
guaran,el idioma de las tribus uruguayas,se armoniza
con un gesto serio, tranquilo, en ocasiones amable so-
lemne. A su rudo semblante, de irregularidad caractersti-
ca, asoma con frecuencia una placidez transformadora, no-
ble, que dulcifica la expresin y concurre que los discur-
sos del cacique encuentren fcil acogida en la opinin de
sus oyentes europeos.
22 REVISTA HISTRICA
No ha querido, sin embargo, cierto romancero dla con-

quista, que se dice conocedor personal de Yamandu, des-
pojarlo de la exterioridad repelente que la leyenda asigna,
en general, nuestros aborgenes, y, en versos tan malos
como su intencin, le atribuye deformidades fsicas en con-
sonancia con una supuesta dedicacin al pillaje sanguina-
rio. Bien es cierto que procediendo de ese autor tal pintu-
ra, Yamandu sale ganancioso, pues aquel insigne tortura-
dor de las musas, no ha hecho, como cronista, otra cosa
que legar la posteridad un cumulo de estravagantes fal-
sedades. Por otra parte, el agravio procede de quien pudo
conocer, su costa, que fu Yamandu el enemigo ms por-
fiado, ms inteligente y temible que encontraron los con-
quistadores entre los indomables caciques del Uruguay.
Y, adems, su contextura fsica, en el supuesto de ser es-
pantable, no hara sino acentuar el realce de su comproba-
do talento,porque, en realidad, con solo admitir en Ya-
mandu la conformacin craneana propia de su raza, creara-
mos un conflicto los sabios., empeados en medir la inte-
ligencia por las peculiaridades externas del estuche seo
que la contiene. Frente al cacique habran fracasado mu-
chas teoras, de aparente solidez, desde la hiptesis deCam-
per hasta la moderna antropologa de Lombroso. De ah el
fenmeno.
Los actos de Yamandu, reveladores de una mentalidad
superior al origen fsico y al nivel moral de la tribu, son
precisamente los que invitan a la observacin, al estudio,
as por ser cosa nuestra, de conexin irrecusable con los
moldes matrices del temperamento nacional, como por inte-
rs filosfico, generalizado, humano, desde que esos hechos,
aparte de su valor histrico, involucran un problema de
atrayente sicologa, al renovar el eterno cuestionario de
cmo se desenvuelven y realizan las perfecciones morales
y cerebrales. Tal vez no se trata de una excepcin indivi-
dual, tal vez los actos inteligentes del cacique correspondan
un estado intelectual, desconocido, de la tribu... Por eso
decimos problema, no enigma.
Al tiempo de ser descubierto por la civilizacin europea,

Yamand permaneca en esa edad del mundo, que los gelo-
gos denominan perodo 7ieolfico, j quelos poetas llamaran
etapa secundaria del mitolgico reinado de Saturno; y, pe-
sar de que los descubridores venan con la superioridad de
su progreso, cuando estos representantes de pocas conven-
cionales tan diversas, se encontraron bruscamente sobre el
luievo escenario, se vio que el indgena, con ser un despren-
dimiento errtico de la humanidad, un simple exponente de
la edad de piedra, elaboraba en su cerebro y realizaba en su
accin altos pensamientos ideas propias, igual del hom-
bre civilizado.
Ningn historiador lo reconoce^, ninguno concede Ya-
mand prerrogativas polticas ni sociales, pero al mencio-
nar su decisiva intervencin en sucesos culminantes de la
poca, fijan sin notarlo,puesto que no analizan ni comen-
tan,los caracteres determinantes de una verdadera perso-
nalidad. Esas viejas crnicas han reflejado as un ser ori-
ginal, un prototipo, con igual inconsciencia que la placa
fotogrfica retiene la imagen del objeto enfocado, aunque
diferencindose en que si sta reproduce contornos y lneas
materiales, aqullas han venido dar, en esencia, una de-
finicin moral del hombre que mencionan. Del hombre?...
No; ni siquiera mereci Yamand el honor de esa denomi-
nacin comn los humanos. Era apenas una cosa vivien-
te, destacada del bosque, inconclusa, sin colocacin exac-
ta en la escala zoolgica. Era el brbaro!
Esto en cuanto los historiadores. En cuanto la masa
popular de la conquista, los actores coetneos, tampoco
vean mejor ni descifraban con ms acierto, en el papel
de amigos en la reahdad de tiranos,la actitud del indio
excepcional, pues si le encontraban humilde, le juzgaban
taimado, prfido, y si le notaban belicoso spero, le sea-
laban por salvaje, y para ambos casos aplicaban un mismo
recurso disciplinario: el hierro. Claro es, que en esto rega
224 REVISTA HISTRICA.
una ley superior la voluntad de los dominadores, que era

la ley de las circunstancias, el rigor de los tiempos, la fata-
lidad de lo inevitable. De una aventura militar que se des-
arrolla en lo desconocido, sujeta doblemente las violen-
cias del fuero y del hbito marcial, no debe esperarse pro-
cedimientos propios de una misin evanglica, encaminada
promover orientaciones de conciencia.
Aquellos hombres cubiertos de acero, que avanzan paso
paso, como asomndose, curiosos y desconfiados, un
nuevo teatro de la naturaleza, no haban de pararse in-
vestigar el alcance sicolgico de los actos del poblador de
esa extensin desconocida. Para ellos todo est y debe es-
tar ajustado una misma lgica.
Encuentran Yamand en la condicin primitiva y deso-
lante, que comprende seres y cosas de la regin descubier-
ta, y si algo ven en l semejante al talento del hombre, es
elemental que lo atribuyan, cuando mucho, una percep-
cin puramente sensitiva, esto es, al instinto aguzado por
ansias de una animalidad obstinada en vivir. Para ellos,
adems, todo es singular y misterioso.
El viento, los astros, la sombra del bosque, lo que la ola
ha dibujado en las arenas de la playa, el sendero del puma
del jaguar, el grito estridente del aguar famHco, el ex-
trao rumor de juncales y malezas donde circula una fauna
ignorada, los sanguinolentos racimos del ceibo, el canto
nunca odo de aves sin nombre, la selva temblorosa, hasta
el solemne silencio de las praderas vrgenes, deba llevar al
espritu de esos hombres audaces, la incertidumbre, siempre
angustiosa, del peligro invisible.
No es un programa de ocupacin racional cientfica,
lo que el conquistador va realizando. Es una aventura
prodigiosa librada las sorpresas de lo inesperado, todos
los riesgos, todos los contrastes, sin una sola seguridad
de accin de destino, ms grande, por ser ms incierta,
que la del guerrero romano en el Asia y el frica; y en
tal aventura no era posible imponer el pensamiento polti-
co de los que soaban con extender el imperio del moderno
Csar regiones apenas entrevistas por la mente de ge-

grafos imaginativos. Predominaba el temperamento del
hombre de armas, movido por las sensacioness de cada jor-
nada, y es natural que el materialismo de la ocupacin ex-'
cluyera, momentneamente, los conceptos nobles y fecun-
dos de tan grande obra. No eran, en realidad, heraldos de
una idea civilizadora, sino anticipos de fuerza lanzados,
como investigacin, travs de la misteriosa niebla, para
derribar obstculos, para abrir caminos, para desentraar
el secreto del nuevo mundo, partiendo golpes de hacha el
pecho de la Esfinge; y as llegaban con ese gesto arrogante,
la espada en alto, ms dispuestos combatir que conven-
cer, y ms convencidos de su pujanza que de su ideal.
Actores en campaas que variaron el destino del mundo
al determinar la clausura de las viejas etapas humanas,
que transformaron el mapa poltico del orbe y que aun mo-
dificaron la fisiologa de muchos pueblos, llevando hasta la
fra Germania el calor generoso de la sangre meridional,
traan el orgullo incontestable de esas victorias; orgullo le-
gitimado por la proximidad de las hazaas realizadas, por
rastros de su accin reciente, cuando todava, al golpear
impacientes con su pesado pie, los dinteles del mundo nue-
vo, ven desprenderse de su bota el polvo de las tierras con-
quistadas en otros continentes, desde las volcnicas de
aples hasta las gredas de la Frisia; cuando sus armas
conservan estriages luminosos de aquella esgrima heroica
de Sicilia, de Flandes, de Roma y Pava, y sus escudos
son los mismos que reflejaron, en Seminara y el Gallerano,
la imagen gloriosa del Gran Capitn.
Y, cmo estos hombres, rudos mecanismos de guerra,
conquistadores de reinos y apresadores de Reyesy de Papas,
haban de inclinarse examinar filosficamente, siquiera un
momento, al indio miserable?... Observando de afuera
hacia adentro, el conquistador ve slo el conjunto, y Ya-
mand es apenas un detalle del cuadro descubierto. En
cambio el cacique, desde el seguro observatorio que le pres-
ta la naturaleza, en complicidad con ella, mira de adentro
R. H. DE LA. U.15
hacia afuera, sin que le estorbe la sombra de lo ignorado,

y al ver la aparicin de los invasores ha interpretado libre-
mente, su modo, por el aspecto los designios. Se da as
el curioso caso de que el hombre indgena, semivestido de
pieles, salga por primera vez, en estas regiones, al encuentro
del europeo, vestido de hierro, no para acecharlo con ins-
tinto feroz, sino para observarlo y estudiarlo con un cri-
terio profundamente humano. Nadie conoce los procedi-
mientos mentales del indio, pero no hay duda de que
Yamand los emple reflexivamente para estudiar, conocer,
tratar y combatir aquellos hombres blancos, que llegaban
en tren de invasin, provistos de formidables armas de
guerra.
*
Despus de rechazado don Juan Daz de Sols, pasa el

infortunado almirante don Diego de Mendoza, que va
morir heroicamente manos de querandes, yaros, charras
y minuanes coaligados; pasa el glorioso aventurero Sebas-
tin Gaboto, con su legin de inquietos capitanes, que
creen ms en la visin aurfera de estos pases, que en las
fabulosas tierras de Tharsis y Ophir; pasa, con su negra co-
dicia, el inepto Diego Garca; y cuando las tribus uruguayas
descansan de las jornadas del Riachuelo, de Sancti Spiritus,
de San Salvador, de San Juan, de Corpus Christi, donde
han actuado, alternativamente, por s en auxilio de tim-
bes y querandes, reaparecen, siempre al abrigo de la isla
de San Gabriel, las carabelas espaolas. El pueblo charra
vuelve subir las eminencias de la costa, movido de cu-
riosidad, pero tranquilo,y as espera y recibe la nueva
visita de los mensajeros de un mundo remoto.
La recepcin es hospitalaria. Y hay un secreto en esta
variante de la actitud indgena. Es que Yamand, el ms
joven, pero su edad el ms prestigioso de los caciques co-
marcanos, ha predicado,como no lo hara mejor quien
tuviera claras nociones de caridad y justicia,una poltica
de amistosa tolerancia hacia el visitante blanco, pero de
amistad condicional, estableciendo que el extranjero ser

respetado y auxiliado mientras no persiga los naturales
ni pretenda posesionarse de las tierras de la tribu. Y Ya-
mand, consejero errante, juez y providencia de las agru-
paciones nmades, mdico y sacerdote, que cura los en-
fermos ilumina los sanos, pues que posee la ciencia de
las hierbas y el secreto de la prediccin astrolgica, lia sido
odo por jvenes y ancianos.
El blando tratamiento, dispensado durante aiios nu-
merosos cautivos, espaoles y portugueses, fu el primer
resultado de la nueva prdica, y la mansedumbre con que
la tribu sale al encuentro de la nueva expedicin cristiana,^
es otra de sus consecuencias.
Yamand asiste la cordial recepcin, expone sus pac-
ficas intenciones, y para confirmarlas, aconseja al patriarca
Zapicn la entrega de los cautivos, entendiendo, sin duda,
que los viajeros, en marcha otras regiones, no exigiran
all ms tributos que el accidental de la ahmentacin y del
reposo. Bien pronto, sin embargo, los dueos de la tierra
comprenden que el extranjero ha venido, esta vez, resuelto
echar las races de una ocupacin definitiva; y cuando,
poco mas, el hbito marcial y la costumbre del dominio so
dejaba sentir sobre la espalda desnuda de los indgenas, la
voz de Yamandu vuelve imponerse en el consejo de los
caciques, no ya para asegurar los conquistadores un tra-
ta miento hospitalario, sino para pedir su inmediata expulsin.
La primera crueldad innecesaria produjo as, con rapidez
elctrica, el levantamiento airado de las tribus, pues si el
alma charra estaba abierta la amistad, no lo estaba, ni
lo estara nunca, la tirana. Y el poltico indgena vea cla-
ro, al fin. O se aceptaba la servidumbre, se emprenda
la guerra sin tregua. Y con esa visin definida ele su des-
tino, marcha Yamandu promover la solidaridad defen-
siva, entre todas las tribus, los cuatro rumbos de la tie-
rra amenazada.
Mediador habitual en conictos y choques internos,

deba serlo, con sobrada razn, frente al grande peligro que
les llegaba de afuera, representado por la obstinacin de
aquellos huspedes arrogantes y malhumorados;, en quienes
los naturales presentan, sin engaarse, agentes de des-
arraigo indgena, de suplantacin, de fatal desalojo; y Ya-
mand cruza llanuras, traspone montes, llega las abruptas
serranas del interior, vuelve los valles, atraviesa bosques,
utiliza su veloz chalupa para esparcir el grito de alarma en
las islas, y cuando ha terminado su trabajo de organizacin,
retorna al punto de partida para decir al viejo Zapicn, que
ya puede encender en las colinas los fuegos simblicos de
la guerra, cuya luz semafrica, acudirn sin dilacin las
tribus confederadas.
Es entonces que las armas charras caen con todo su pe-
so, en convulsin feroz, sobre el invasor. Los ^-erros de San
Juan se tien materialmente de prpura, tan reido es el
combate y tan espantosa la matanza. Realizan prodigios de
valor los nobles caballeros castellanos, dentro del torbellino
que los aniquila, pero al fin sucumben, no slo al nmero,
sino al empuje sorprendente de sus adversarios. Y es all
donde, por primera vez en la joven Amrica, aquellos for-
midables guerreros mundiales, dan la espalda al indgena
victorioso, dejando en su poder tizonas, arcabuces y alfanjes,
que, movidos luego por el msculo charra, denuncian en
sus nuevos poseedores una aptitud que los hace dignos de
tan gloriosos trofeos de la victoria. Y esta sangrienta ba-
talla sigue la guerra tenaz, heroica, que el charra sostiene
en defensa del suelo nativo, aos y aos^ sin ms intermi-
tencias que las determinadas por la desaparicin y la reapa-
ricin de los conquistadores.
Yamand es el alma ce esagrande epopeya. Cuando des-

cansa como guerrero, trabaja como diplomtico,y es, sin
DE I.A UNIVERSIDAD 229
duda, ms diplomtico que guerrero. Con las armas en la

mano, al frentede sus bravos isleos, pocas veces obtiene tan
sealados triunfos, como cuando solo, sin ms armas que
su ingenio y su elocuencia, va sosegadamente al campo ene-
migo y pone en juego las artes maravillosas de su diploma-
cia, para aplacar iras, adormecer desconfianzas y asegurar
el logro de sus secretas combinaciones. Deba sentirse due-
o de una gran superioridad mental, cuando as iba librar
esas batallas de la inteligencia, entregndose materialmente
inerme al enemigo,y es seguro que la posea, puesto que
alcanzaba, favor de ella, los efectos que deseaba producir.
Cien veces desvâneci, con la magia de su palabra, las tor-
mentas que ia irritacin de los engaados condensaba so-
bre su cabeza, y otras tantas veces stos se convencieron de
que no haba experiencia bastante ni para conocer ni para
resistir el influjo de esos engaos.
Prevenidos incautos, iban fatalmente hacia donde los
llevaba esa extraa seduccin. Y Yamandu que perteneca,
por sus hbitos materiales, la edad de la piedra pulida,
era, por su capacidad cerebral, tan moderno como cualquier
poltico de la poca, y ms que muchos. Alguna vez los
conquistadores aparecieron inaccesibles las sutilezas del
indio. Resisten, no le creen, lo aprisionan y maltratan; pe-
ro Yamandu se agiganta en los trances extremos. Con el
gesto y la voz de los iluminados, habla de sus viejas pre-
dicciones respecto al destino poltico y religioso del hombre
blanco en Amrica, repite los consejos que ha difundido en
su pueblo, alardea de su apostolado de clemencia y amor
hacia el europeo, representa su desinters por los bienes tem-
porales, muestra su pobreza, su constante abstinencia, su
castidad, y al referirse al patriotismo de las tribus lo hace
con lgrimas en los ojos, afirmando que desea la amistad
de los conquistadores para hacer la felicidad de sus herma-
nos, ensendoles las cosas buenas que ellos ignoran y ofre-
cindoles las ventajas de la civilizacin. Tal es la sinceridad
que fluye de aquella singular oratoria, y tan perfecta es la
verdad que el indio simula con los recursos de un arte eximio,
<]ue SUS oyentes vuelven rendirse la seduccin, y lo

absuelven, lo balagn y hasta llegan instituirlo confidente
j mensajero de sus ms reservadas inteligencias.
El triunfo ms tpico lo consigue Yamand en su famo-
sa conferencia con el Adelantado Ortiz de Zarate, quien
presenta,en Martn Garca,nuevas de Garay, obtenien-
do, como era su designio^ cartas del Adelantado para ste,
con cuya credencial sale al encuentro del arrogante vascon-
gado y lo induce . desembarcar en las proximidades de
San Salvador, donde est en acecho, desde das atrs, la
emboscada charra. Esta conducta es duramente calificada
por el romancero aludido. Felona propia de indios .
Comedia infernal >^. Son sus expresiones. Sin embargo
Yamand habra encontrado fcil atenuacin en prcticas
anlogas, admitidas entonces y despus, por la civilizacin
europea, y en cuya inmoral duplicidad han basado, con fre-
cuencia, sus mejores xitos diplomticos muchos hombres
ilustres. Pero el pobre indio ignoraba,y es posible que el
cronista tambin, que en su misma poca un filsofo,
consejero de Prnci{)es, haba teorizado admirablemente so-
bre el caso, en libros imperecederos, que bien pueden ser
una codificacin de las frmulas ms refinadas del engao
poltico!
*
* *
Durante medio siglo ms se prolonga la accin de Ya-
mand. Viejo y enfermo, persiste an en su obra de resis-
tencia la conquista, y cuando ha cumplido su promesa de
matar Garay, en venganza de la muerte de Zapicn y otros
grandes caciques charras, todava Yamand realiza la co-
losal confederacin de 1584, y lleva sobre Buenos Aires ms
de veinte mil indios de todas las procedencias. No sobrevive
la derrota. Muere all, sobre las empahzadas, al lado de
su generalsimo Guaruyalo.
Kepresente no un eslabn roto, perdido, de alguna mis-
teriosa cadena intelectual, la vida luminosa de Yamand
demuestra, cuando menos, que la flor del talento lo mismo
abre favor de culturas exquisitas, en los tibios inverncu-

los de la civilizacin, que en la soledad de los campos y en
el silencio de los bosques, donde la planta humana, perdida
en el olvido, slo recibe, para desarrollarse, las caricias de
los vientos libres y el roco de las noches estrelladas.
ANTONIO BACHINI.
El edificio y el menaje de los primitivos
Cabildos de Montevideo
No tenemos para qu relatar en este lugar la bien sabi-

da historia de la fundacin de Montevideo, ya que corre,
escrita con diferentes estilos, y con ms menos galanura,
pero sin falseamiento de la verdad, en libros y folletos, dia-
rios y peridicos, no faltando aventajados publicistas que se
hayan engolfado en dilucidar el irresoluto problema de
cul ha de ser la fecha que debe conmemorarse como ani-
versario de dicha fundacin: si el 28 de noviembre de
1723, da en que los portugueses levantaron las primeras
barracas, el 20 de enero de 1724, en que los espaoles
tomaron definitivamente posesin de la pequea pennsula
de Montevideo, el 24 de diciembre de 172G, en que el
hbil y previsor don Pedro Milln deline la futura ciudad,
seala su trmino y jurisdiccin y se reparten las tierras y
solares, establecindose de una manera definitiva los linca-
mientos de la poblacin, , por ltimo, el 20 de diciembre
de 1729 el 1. de enero de 1730, das en que se la reco-
noce oficialmente y se instalan las primeras autoridades
locales. (1)
Prescindiendo, pues, de la fecha histrica que debe adop-
tarse para ser solemnizada, lo cierto es que don Bruno
Mauricio de Zabala hizo cuanto pudo para satisfacer los
deseos del rey de Espaa, que tantas veces le haba orde-
(1) Hctor Alejandro Miranda: inundacin de Montevideo.

DE LA UXIVERSIDAD 2'^S
nado que fundasa la ciudad de Montevideo con la respecti-

va fortificacin para su defensa y seguridad; (-) y deseoso
de atraer ella un crecido vecindario, y de asegurar ste
una permanencia duradera en medio de un relativo bien-
estar y desahogo, dict el auto de fecha 28 de agosto de
1726 enumerando los privilegios y exenciones que debe-
ran disfrutar todas las personas que se resolviesen venir
instalarse en la poblacin cuya fundacin se proyectaba;,
exenciones y privilegios que el Capitn de Caballos Cora-
zas don Pedro Milln acrecent con nuevos beneficios al
proceder al reparto de estancias, ganados, chacras y solares
entre las primeras familias pobladoras de Montevideo y su
jurisdiccin.
Todava hizo ms el manco de Durango, en obsequia
del vecindario de su incipiente y predilecta ciudad, y fu
realizar con las Ordenanzas Municipales comunes todas
las ciudades americanas de origen hispnico, un trabajo de
adaptacin que las haca ms suaves y benignas despojn-
dolas de todo aquello que era difcil de realizar, que no
tena aplicacin aqu, que pudiera violentar el carcter
humilde y sencillo de los primeros pobladores de Monte-
video, con cuya medida evidenci Zabala que conoca
fondo el arte de gobernar y que estaba profundamente
posedo de un sentido prctico, tan admirable en su desen-
volvimiento como eficaz en sus resultados.
Por ltimo, dispuso Zabala dotar la ciudad de un Ca-
bildo Capitular, como as lo hizo previas varias reuniones
que se celebraron en su morada, por no haberla, de Ayun-
tamiento, (3) si bien de antemano haba resuelto que hicie-
se las veces de tal la casa que haba pertenecido al Capi-
tn don Pedro Gronardo, baqueano del Ro de la Plata,
en la cual deberan celebrarse las juntas, tenindose por
(2) Cdulas reales de fechas 10 de mayo y 20 de diciembre de 1723,

y 20 de junio y 20 de julio de 1724.
(3) Libros Capitulares, acta de la sesin del da 1.o de enero de 1730..
Casa Real de Cabildo, mientras no se fabricaba, con su co-

rrespondiente crcel, cuerpo de guardia, oficinas y dems
dependencias, el edificio municipal en la cuadra que al
efecto destinara el ya mentado don Pedro Milln. (4)
He aqu cmo, mientras Montevideo contaba con
fuerte para el comandante militar, cuartelillo para el
piquete de tropa que la guarneca, y una pequea ca-
pilla, amn de alguna casucha de piedra, como la de
Jorge Burgus, de adobe, como la del soldado Juan
Bautista Callo y la de Pedro Gronardo, de cuero, co-
mo el rancho que us el Capitn Ingeniero cuando se
efectu Ja primera delincacin, el msero Cabildo careca
de local propio donde congregarse fin de tratar y conferir
las cosas tocantes al pro y utilidad de esta Repblica y
bienestar de sus habitadores.
Y as continu por mucho tiempo el menguado Ayun-
tamiento, sin sala en qu reunirse, ni campana para llamar
los cabildantes, ni pregonero que difunda sus acuerdos,
ni pendn real que simbolice las grandezas de la monar-
qua y las fuerzas de la naciente ciudad y su hidalgo vecin-
dario, como tampoco tuvo por entonces crcel en que poner
buen recaudo los malhechores, que suponemos seran
escasos en aquella poca, aunque el calabozo militar de la
Fortaleza sola alojar algn indio maleante, ms de un
atrevido portugus, alguno de aquellos changadores 6
faeneros clandestinos, de quienes en 1730 deca el ca-
pitn don Luis de Sosa Mascareas, Alcalde de la Santa
Hermandad, -; que tenan tanto delito como Judas. (5)
La casa del Prctico Gronardo sirvi, pues, de Sala ca-
pitular desde que Zabala le dio ese destino hasta fines de
1734, en que se proyect componerla causa de ame-
nazar ruina, cuyo efecto se design una comisin tcnica
(4) Libros Capitulares, SictSLe la sesin del da 20 de diciembre de

1729.
(5) Id. id., acta de la sesin del da 2 de febrero de 1738.
compuesta de dos albailes igual nmero de carpinteros,

fin de que emitiesen su opinin facultativa respecto del
estado del edificio, reparaciones que tendran que hacerse y
costo de las obras, (6) las que no fu posible llevar cabo
por falta absoluta de recursos, puesto que ascendan la
enorme suma de cien pesos: de aqu que el Cabildo resol-
viera que su destartalada y ruinosa mansin fuese entre-
gada al Comandante militar de la plaza para que dispusiese
de ella como lo tuviera por conveniente, ya que se hallaba
construida en sitio ajeno y en medio de la calle Real. '^'
Desde este momento se inicia para el Cabildo de Mon-
tevideo una era de penosa peregrinacin, pues vive salto
de mata, ya reunindose en la vivienda del Alcalde de pri-
mer voto, (8) ya en la sala del despacho del comandante
militar de la plaza, (9> en alguna casa particular ^1*^) gene-
rosamente cedida al efecto por su propietario, bien en la
iglesia, (11) en donde infaliblemente todos los entendi-
mientos convocados sern alumbrados de Nuestra Seora y
Madre de Dios^, para que libremente digan sus pareceres, se-
gn y confrmese les fuere preguntado, (1'-^) hasta que por
fin, resolvi el Ayuntamiento que se edificase una sala
donde celebrar sus reuniones, la cual debera tener nueve
varas de hueco y cinco de ancho, con puerta y dos venta-
nas, con la altura que fuese necesario, destinndose esta
obra todo el capital que la sazn posea el Cabildo, (1^)
sean los doscientos once pesos que anteriormente haba
(6) Libros Capitulares, acta de la sesin del da 14 de diciembre

de 1734.
(7) Id. id. id. id. de la sesin de, fecha 24 de diciembre de 1734.
(8) Id. id. id. id. de las sesiones de fechas 11 y 14 de marzo, 13 de
abril, 5 de mayo, 11 y 20 de junio, 18 de julio y 31 de diciembre de
1735 y 4 de febrero de 1737.
(9) Id. id., acta de la sesin de fecha 1." de enero de 1736.
(10) Id. id., actas de las sesiones celebradas durante todo el afo
-de 1736.
(11) Id, id., acta de la sesin del da 31 de diciembre de 1736.
(12) Id. id. id. id. d l a sesin del da 19 de agosto de 1730.
(13) Id. id. id. id. de la sesin del da 29 de marzo de 1737.
23G REVISTA HISTRICA
producido la venta de la tahona, (14) generosamente donada

por Zabala la ciudad, los cuales estaban colocados r-
ditos en persona segura, legal, llana y abonada, devengando
un inters de 5 por ciento anual. (^5) Imaginmonos cmo
sera cuando pocos aos despus hubo que reedificarla, do -
tndola de algunas piezas ms para oficina, cuerpo de
guardia y crcel. Desgraciadamente, las paredes se levan-
taron fuerza de barro y con materiales de tan poca
ninguna consistencia,dice el acuerdo del Cabildo, que
todo el frente amenazaba ruina principios de este si-
glo. (16)
En tan humilde local celebraron sus sesiones y dictaron
sus acuerdos, bandos, ordenanzas y pragmticas los primi-
tivos cabildantes; desde l mantuvieron sus fueros, dere-
chos y regalas contra la prepotencia de los comandantes
militares primero y algunos gobernadores despus; ponan,
el precio los comestibles que expendan los comerciantes
minoristas, ordenaban la limpieza de las fuentes publicas y
recomendaban la higiene de las calles y plazas; velaban por
la conservacin de la riqueza ganadera; diriman sus que-
rellas sobre la pureza de la sangre; admitan en su seno
los delegados indgenas para tratar con ellos la sumisin
de la horda; disponan la forma en que deban de solemni-
zarse las grandes festividades como Corpus y San Felipe, -
el nacimiento de algn prncipe, la jura de un nuevo
monarca (1^) y, por ltimo, en tan mezquino albergue
abran, llenos de uncin y respeto, las epstolas del rey, con
quien el Cabildo de Montevideo se honraba en cartearse
directamente. (1^)
(14) Libros Capitulares, acta de la sesin del da 14 de noviembre

de 1734.
(15) Id. id. id. id. id. id. id. id. id.
(16) Isidoro De-Mara: Montevideo Antiguo, lib. 1."
(17) Andrs Lamas: Bl escudo de armas de la ciudad de Monte-
video.
(18) Libros Capitulares, acta de la sesin del da 31 de agosto
de 1740.
En mansin tan ruin tena tambin cabida el pueblo

siempre que se celebraba Cabildo abierto, aunque algunas
veces se verific ste en la idesia Matriz en razn de su
o
mayor capacidad, y si por acaso pretendan los capitulares
deliberar en secreto, no faltaban vecinos que golpeasen la
puerta del local concejil, advirtiendo la Corporacin que
no tena derecho proceder de semejante manera.
Abridnos, que somos el pueblo y queremos saber de lo
que tratis 3" tomar parte en vuestras deliberaciones,
le dijo cierta vez un puado de ciudadanos tan celosos de
sus derechos como resueltos defensores de los intereses de
la colectividad; y los cabildantes, comprendiendo lo inco-
rrecto ilegal de su proceder, no tuvieron otro camino sino
franquear la entrada sus convecinos y continuar la se-
sin en su presencia. ^19)
Ninguna extraeza deben causar las vicisitudes y penu-
rias que sufrieron, su pesar y- sin que estuviese en sus
manos evitarlas, los primitivos Cabildos de Montevideo si
se recuerdan todos los privilegios, fueros y exenciones que
Zabala concedi sus fundadores v subsisfuientes vecinda-
rios.
En efecto; con objeto de atraer cuanto antes la mayor
cantidad de gentes fin de proceder la fundacin de
esta ciudad, con fecha 28 de agosto de 1 72(3, el gobernador
del Ro de la Plata dict un bando brindando quienes se
decidiesen venir establecerse en la pennsula de Mon-
tevideo, entre otras, las siguientes mercedes: a) Pasaje gra-
tis desde el punto de su residencia hasta Montevideo para
ellos y sus familias; b) Reparto, tambin gratuito, de sola-
res en la nueva ciudad, chacras en sus alrededores y cani-
pos de estancia en su jurisdiccin; c) Donacin de 200 va-
cas y 100 ovejas cada poblador; ch) Distribucin de ca-
rretas, bueyes y caballos, as corno con indios costeados
(19) Francisco Bauza: Historia de la dominacin espaola en el

Uruguay.
para corte y acarreo de las maderas y dems materiales

que fueren menester para edificar las casas que pronto se
fundaren; d) Ayuda, por parte de las autoridades, con toda
clase de herramientas que podra utilizar toda la comuni-
dad; e) Reparto proporcional, durante el primer ao, de
granos para semilla, pan, yerba, tabaco, sal y aj; y f) Se-
alamiento de los parajes para graseadas y dems faenas
de campo y monte. (20)
Se ordenaba tambin que los pastos, montes, aguas y
frutas silvestres fuesen comunes, aunque perteneciesen al
fisco, en tal manera que ninguno pudiese impedir otro el
corte de lea y maderas, si bien recabando el permiso de
autoridad competente, la cual no poda negarlo. (21)
Disponase, adems, que los pastos fuesen comunes, de
modo que los dueos de ganados nada deberan satisfacer
por la permanencia de dichos ganados en campo ajeno, pe-
ro no era lcito los propietarios de haciendas en trnsito
levantar en tierras que no fuesen las suyas, choza, corral^
boho ni cabana, sino que el uso comn de los pastos se
entienda siendo de paso, y accidental el pasarse los ganados
de unas heredades otras. '22)
Los ganados y el trajn de carretas tendran libertad de
abrevar en aguas comunes, cuyo efecto los dueos de cam-
pos estaban obligados dejar entre suerte y suerte, fuese
sta de chacra estancia, una calle de doce varas de ancho,,
que sirva de abrevadero comn, para que as se eviten
muchos pleitos que se experimentan en la poblacin de
Buenos Aires, por no haberse observado el dejar abrevade-
ros, como lo dispuso en su padrn y repartimiento el gene-
ral don Juan de Garay, su primer poblador. (23)
Por ltimo, se acord la vez que los caminos fuesen de
(20) Auto de Zabala, de fecha 28 de agosto de 1726.

(21) Libro de padrn en que se contiene el trmino y jurisdiccin que
se le seala esta nueva poblacin y ciudad de San Felipe de Mon*
tevideoy repartimiento de cuadras y solares.
(22) Id. id. id. id, etc., etc.
(23) Id. id. id. id, etc., etc.
trnsito libre para todo gnero de gentes, de tal manera que

aunque los dichos caminos atraviesen por heredades repar-
tidas que las repartieran, ninguna persona las pueda im-
pedir, como ni tampoco otro que de nuevo descubrieren los
caminantes por ms breves, de mejor conveniencia. (24)
Considerando el generoso y previsor Zabala, que tal vez
todas estas regalas no fuesen suficientes para asegurar, no
slo la estabilidad de los futuros pobladores, sino tambin
el bienestar y tranquilidad que proporciona una vida des-
ahogada, con fecha 7 de diciembre del ao precitado dict
un nuevo auto disponiendo: Que tambin han de ser exen-
tos de pagar alcabala, ni otro derecho de mojonera, sisa, ni
otro alguno, por todo aquel tiempo que S. M. hubiese con-
cedido concediere las familias que estn alistadas en
Espaa, y las que de aqu (Buenos Aires) pasaren, han
de gozar de todo aquello que S. M. hubiere concedido con-
cediere dichas familias europeas, por haber de correr con
igualdad en todo, excepto si S. M. hubiese preferido en algo,
alguna algunas famihas por especial privilegio ^^ (-5)
Tantos gajes, regalas y prerrogativas quiso Zabala con-
ceder los vecinos de Montevideo, que el Cabildo de esta
ciudad se qued sin rentas, pudiendo nicamente disponer
de algunos arbitrios tan insuficientes como eventuales, con
perjuicio del progreso de la nueva poblacin y desventaja
del vecindario que, si bien estaba exento de impuestos, en
cambio se vio recargado de servicios tan molestos como pe-
sados.
En efecto; falto de recursos, sin poder sostener emplea-
dos municipales ni atender obhgaciones propias del ramo
concejil, al extremo de que durante muchsimos aos el es-
cribiente que con ms prolijidad que ortografa redactaba
las actas, tuvo que desempear gratis sus dehcadas funcio-
(24) Libro de padrn, id. etc-, etc.

(25) Auto del capitn general don Bruno M. de Zabala, para el es-
tablecimiento de la nueva poblacin de Montevideo. Buenos Aires
28 de agosto de 1726.
nes, (-6' el Ayuntamiento se vio en la necesidad de echar

sobre los hombros de los buenos y pacientes vecinos de
Montevideo infinidad de cargas, tales como alegrar y lim-
piar los manantiales de que se serva el publico, sin que les
fuese tolerable incurrir en omisin ninguna; (^^) reunir ca-
da ocho das y amontonar en el extremo de sus respectivas
calles todos los despojos y (lems inmundicias que hubie-
re y los quemen; (-8) trabajar durante ocho das en las
obras de la construccin de la iglesia Matriz; (-9) obligar
cada vecino cabeza de familia matar dos perros cada mes,
cuya matanza comprobara con la entrega de las cuatro ore-
jas de los canes sacrificados, en el bien entendido que por
cada una que faltase se le haba de quitar un real; (S'J) zan-
jear la parte del terreno que corresponda cada poblador
para que las aguas servidas, que ha de echar frente su casa
y no sobre la del vecino, corran sin dificultad y no se que-
den estancadas; (31) imponer los vecinos casados una con-
tribucin de doce reales, pagados en plata, y los que no pu-
diesen satisfacerla en plata lo hiciesen en especie con tra-
bajos, con destino al mantenimiento del Cura y Vicario de
la iglesia Matriz, en vista de la corta congrua que obtena
de los diezmos y dems rentas eclesisticas; ^32) y otras va-
rias obligaciones y cargas que distraan tiempo, mortifica-
ban el nimo consuman recursos, de los cuales lan es-
casos andaban los modestos vecinos de Montevideo y su
jurisdiccin.
La falta de medios para atender las obligaciones inhe-
rentes al Cabildo, la imposibihdad en que este se encontra-
(26) Libros Capitulares: acta de la sesin del da 23 de diciem-

bre de 1778.
(27) Id. id. acta de la sesin del da 3 de febrero de 1730.
(28) Id. id. id. id. id, del da 3 de febrero de 1730.
(29) Id. id. id. id. id, del da 3 de febrero de 1730.
(30) Id. id. id. id. id, del da 31 de mayo de 1730.
(31) Id. id. id. id. id, del da 31 de mayo de 1730.
(32) Id, id. actas de las sesiones de los das 30 de enero y 9 de di-
^ciembre de 1730.
ba, en virtud del auto de Zabala que nos hemos referido

anteriormente, de cobrar contribuciones establecer im-
puestos al vecindario, determin, ms de una vez, la cor-
poracin de la referencia, hacer uso de la facultad que el
precitado bando le conceda, aconsejando que falta de re-
cursos propios, los consiguiese por medio de listas en las que
cada vecino diese lo que buenamente le fuese posible.
Este es el origen de las continuas limosnas que tena que
dar el vecindario de Montevideo, y an el de su campaa,
desde el msero hortelano hasta el afortunado poseedor de
vastas extensiones de campo innumerables cabezas de ga-
nado. As, por ejemplo, cada vez que tena que celebrarse
alguna de las fiestas de Tabla, no slo se imploraba la con-
sabida limosna, sino que se exiga del vecindario que barriese
las calles por donde tena que pasar la procesin, improvi-
sar altares en las esquinas del trnsito, adornar los frentes
de sus casas, y aos despus, iluminarlas. (33)
Cuando se trat de edificar la iglesia parroquial, el Cn-
bido apel la generosidad y sentimientos religiosos del
vecindario para llevar cabo la obra, sin cuyo concurso no
se hubiera podido concluir, dando ejemplo de abnegacin y
cristiano celo el Alcalde Provincial, quien encabez la lista
de los donativos subscribindose con 40 tijeras y siguin-
dole los dems cabildantes; subscripcin que se renov pos-
teriormente varias veces, siempre con igual objeto, (34i y
no se hubiera concluido la fbrica de la Iglesia si Alzaibar
no se decide terminarla de su peculio. (351
Igual cosa sucedi cuando se llam cabildo abierto (ce-
lebrado en la Iglesia por no caber todo el vecindario en la
fortaleza donde el Ayuntamiento, falta de local propio, se
(33) Ordenanzas municipales aprobadas por S. M. el Rey con feclia

29 de mayo de .1668.
(34* Libros Capitulares, actas de las sesiones de los das 13 de nltril
y 22 de septiembre de 1730: 28 de febrero y 10 de agosto de 1732, y 31
(le octubre de 1738.
(35) Id. id acta de la sesin del da 31 de octubre de 1738.
R. H . DB I,A U.IG.
242 TIEVISTA HISTRICA
reuna peridicamente) para solicitar la fundacin de un

convento de P R Franciscanos, la caal contribuira volun-
tariamente el que quisiese, pues no se obligaba nadie. (36)
Hasta para defenderse de las irrupciones de los indios^
tuvieron los inermes vecinos que solicitar se les suminis-
trasen armas, comprometindose pagar su importe, den-
tro del trmino que S. E. fuese servido determinar, segn
la con edad del caudal de los vecinos, (37) lo que quiere de-
cir que el parque del fuerte estaba exhausto de armamento,
que el Jefe militar de la plaza tal vez se negase a pro-
porcionarlo.
Y cuando hubo necesidad de limpiar el foso cortadu-
ra para defenderse de una temida invasin portuguesa, el
vecindario no titube, solicitud del Cabildo, en brindar
sus pobres recursos y su buena voluntad, nunca desmenti-
da, para sufragar la mitad del costo de la obra, siendo la
otra mitad de cuenta de la autoridad militar, *38)y lo pro-
pio aconteca con la construccin del cuartel de dragones
(39) y hasta con las obras de fortificacin.
No es. pues, de extraar que de vez en cuando y por
orden del gobernador del Ro de la Plata, la caja de la
Comandancia, guardadora de las rentas reales, tuviese que
suplir cantidades de dinero, ya para solemnizar alguna
festividad reglamentaria, ya para sufragar los gastos que
ocasionaban las obras de la fbrica de la primitiva iglesia
Matriz. '^0)
En fin, la construccin dla crcel, la manutencin de
los presos, la fundacin de colonias con indios minuanes (41)
(36) Libros Capitulares, acta del da 19 de agosto de 1730.

(37) Id. id. id., del da 4 de noviembre de 1730.
(38) Id- id. id. id. acta de la sesin del'da 25 de septiembre de 1735.
(39) Id. id. id. id. del da 25 de junio de 1737.
(40) Id. Id. id. Actas de las sesiones de los das 13 de abril de-
1730 y 11 de mayo de 1733.
(41) Id, id. id. id. del da 4 de mayo de 1764.
DE LA JSriVERRDAD 243
y otras muchas atenciones propias del Cabildo eran cum-

plidas gracias la generosidad del bondadoso vecindario
de Montevideo, que nunca neg su concurso para cuanto
importase una innovacin, un progreso una caridad.
Aquellos humildes cabildantes, que constituan el mis-
mo pueblo de Montevideo, soldados viejos cargados de m-
ritos y servicios, labriegos que con tanto tesn y fe deposi-
taban en el surco los grmenes dla primitiva riqueza
agrcola evidenciando las mltiples aptitudes del suelo
uruguayo, artfices quienes la necesidad ms que la des-
treza profesional converta en hbiles obreros de diferentes
oficios, todos, en fin, lo mismo el negociante que el gana-
dero, el que se mantena de su soldada como el que viva
de lo eventual inseguro, eran los primeros en dar para
bien dla colectividad, en provecho ajeno, beneficio de
otros, para iglesias y fortificacin, para clrigos y frailes,
para misas y procesiones, para indios taimados y para po-
bres vergonzantes, sin acordarse de que el Cabildo de Mon-
tevideo viva de prestado, sin local propio donde reunirse,
sin Sala' Capitular, sin oficinas, sin empleados, sin archivô
y sin mobihario, en razn de no tener con qu sufragar es-
tos gastos, porque Zabala haba dispuesto que la ciudad
estuviese libre de impuestos, gabelas y alcabalas. Los ni-
cos recursos que pudo obtener en sus primeros tiempos el
Cabildo fueron de carcter aleatorio, pues dependan de cir-
cunstancias fortuitas, como lo eran las multas que se im-
ponan al vecindario por infraccin de las disposiciones mu-
m'cipales, venta arrendamiento de algn bien inmueble,
donativos de cueros que con dificultad se vendan las po-
cas embarcaciones que llegaban en procura de este artculo
para traisportarlo Buenos Aires, derechos de abasto que
fueron casi nulos en los primitivos tiempos, venta de pro-
ductos embargados, permisos para faenar, que casi siempre
se daban gratis, etc., etc. Los diezmos, las alcabalas, la ven-
ta de bulas, las contribuciones pagadas por los propieta-
rios de chacras y hornos, el derecho de lanchaje, el almo-
jarifazgo, la renta del papel sellado y los derechos del Real

Consulado fueron, sucesivamente, de pocas posteriores. (42>
Agregese todo lo expuesto que la ciudad careca de co-
mercio, ya que le estaba terminantemente prohibido mante-
nerlo con otro punto que no fuese Buenos Aires, pues siendo
Montevideo puerto de mar se prestaba para practicar el con-
trabando, que todo trance queran evitar los Oficiales
Reales ^'^^\ He aqu por qu el Cabildo con fecha 7 de ju-
lio de 17;)B so diriga al Rey pintndole de este modo su
precaria situacin... Y en medio de que no tenemos co-
mercio alguno ni dnde vender nuestros frutos, gozamos de
tranquilidad y del corto inters que la guarnicin de este
presidio nos deja por ellos en el bizcocho que se destina
para su manutencin, el que se fabrica entre los vecinos.
(4î' Como natural consecuencia de semejante situacin la
plata amonedada escaseaba tanto que era imposible realizar
muchas operaciones comerciales que hubieran sido benefi-
ciosas para el vecindario. ^45)
Sin embargo, siempre solcito el Cabildo en pro de los
intereses de la comunidad, aprovech la partida de una em-
barcacin para dirigirse de nuevo al Rey pidindole que le
concediera el derecho de cobrar cuatro reales por cada bo-
tija de vino aguardiente que se introdujera en Montevi-
deo procedente de Buenos Aires, sin excepcin de perso-
nas y por el tiempo que S. M. fuere servido, destinando
este derecho de consumo para principio de propios de esta
dicha ciudad para poder fabricar sala de ayuntamiento,
crcel y dems gastos de ciudad ^>; (46) y no considerando
(42) Curios M. de Pena: Sinopsis general del Deparlamento de

Montevideo.
(43) Nota de los Oficiales Reales al Cabildo de Montevideo: 15 de
abril de 1730.
(44) Carta del Cabildo, Justicia y Regimiento de la nueva ciudad
de Montevideo, de fecha 30 de mayo de 1783, S. M. el rey don Fe-
lipe V.
(45) Libros Capitulares, acta de la sesin del da 22 de julio de 1730.
(46) Id- id. id. de la sesin del da 2 de septiembre de 1730.
tal vez bastante eficaz esta peticin, le dirigi otra de la cual

fu portador el mismo Alzaibar. En esta ltima, el Cabildo
solicitaba el competente permiso para, la par de Buenos
Aires, poder enviar sus productos al Brasil, aunque slo
fuese tres veces al ao en balandras sumaquillai?, y que se
la exonerase del pago de alcabalas y derechos como en sus
comienzos se haba exonerado la ciudad vecina, pesar
de no ser, como lo era Montevideo, la llave del reino del
Per. (47)
En tales condiciones se explica sin dificultad que el Ca-
bildo careciese de campana para congregar sus miembros
cada vez que tena que celebrar sesin para dictar sus ban-
dos de buen gobierno, para convocar al pueblo Cabildo
abierto siempre que algn asunto espinoso requera su pre-
sencia y su consejo, como en sus comienzos no tuvo por-
tero que fuese las casas de los Alcaldes y Regidores ci-
tndolos para la futura reunin, (48) tarea que tal vez hi-
ciese algn pen sirviente del Presidente de la Corpora-
cin, pues de ello no hay constancia en los Libros Capitu-
lares, pesar de su minuciosidad notoria... y su falta de
sintaxis.
Tampoco el Cabildo dispuso de escribiente (49) sueldo
que redactara las actas, llevase los libros, copiase los oficios
y corriese con el resto de la documentacin, de igual modo
que transcurrieron 26 aos sin contar con Secretario, en
razn de no disponer de ningn fondo de propios para sa-
tisfacerle emolumentos, a pesar de los muchos irrepara-
bles daos que de esta falta se han originado, con queja de
muchos lastimados, hasta que con fecha 1." de enero de
1756 se resolvi crear ese empleo, eligiendo para desempe-
arlo don Pedro Jos de Irurita, quien la sazn tena
su cargo el alguacilazgo mayor de la ciudad. ^^^^
(47) Memorial que el Cabildo, Justicia y Regimiento de la ciudad

de Montevideo dirige al rey de Espaa y de las Indias S. M. don Fe-
lipe V. 10 de febrero de 1738.
(48) Ordenanzas municipales, artculo 9..
(49) Libros Capitulares: acta de la sesin del da 20 de julio de 1780.
(50) Id. id., fecha ut supra.
24G REVISTA HISTRICA
Aquellos hidalgos que tenan que amasar bizcocho

para procurarse rentas, dejaron por todas partes vestigios
de su cruel pobreza, (51) llegando sta ser tan intensa que
con motivo de haberse llenado el primer libro que serva
para asentar las actas del Cabildo, encontrse ste que no
tena medios para proporcionarse otro y resolvi lo siguiente:
Habiendo propuesto no tener la ciudad ningn haber ni
otro arbitrio para el costo de dicho libro, determinamos
entre lodos diese cada una lo correspondiente para dicho
c o s t o . <52)
Por muchos que fuesen los medios que apelara la
Corporacin municipal con objeto de reunir fondos para
hacer frente sus necesidades ms apremiantes, eran aqu-
llos tan reducidos y eventuales que sus cajas (expresndonos
metafricamente), siempre estaban vacas, al extremo de
que, en sus comienzos, las penurias del Cabildo fueron tan
hondas que ni aun siquiera pudo mandar hacer los patro-
nes de las pesas y medidas que tena que usar el comercio,
por cuya falta el Alcalde respectivo no haca la inspeccin
de los tendejones que la sazn existan, sin embargo de
lo cual el Ayuntamiento acord que se girase la visita re-
glamentaria, fin de conocer si se notaba alguna diferencia
entre las que usaban los negociantes que las empleaban, y
en el caso de que se notase diferencia, procurase remediar
el mal para la mayor paz y concordia de esta ciudad. ^^3)
Y cuando, por fin, tuvo patrones, careci de la marca
sello necesario para su correspondiente contraste despus
del cotejo con los patrones reales, 5^' defectos que, induda-
blemente, seran muy del agrado de los negociantes de mala
ley que en todo tiempo han existido, para desgracia del con-
sumidor.
(51j Francisco Bauza: Un gobierno de otros tiempos.

(52) Libros Capitulares, acta de la sesin del da JO de febrero de
1749.
(53) Id. id. id. id. del da 9 diciembre de 1730.
.(54) Id. id. id. id. del da 1. de enero de 1737.
DE LA UNVERSIDAD 247
A estas lamentables miserias haba que agregar otras no

menos sensibles, una de las cuales era la falta de medios
de publicidad las disposiciones municipales, no slo por
la carencia de escribiente que las extendiese, sino por la de
sitio donde fijar los edictos, pues en ios parajes acostum-
brados no tenan reparo ninguno, resolvindose que dichos
edictos fuesen voceados por el respectivo pregonero y he-
chos pblicos, adems, en las grandes festividades del pue-
blo, como por ejemplo, el da de San Felipe y Santiago
que se hallar congregada toda esta Repblica en acompa-
amiento del estandarte real. (5) Ya puede figurarse el
lector cuan oportunamente llegaran conocimiento del ve-
cindario algunas de estas disposiciones del bonachn Ca-
bildo, Justicia y Regimiento de la noble y leal ciudad de
Montevideo.
Pero, en lo que verdaderamente el antiguo Cabildo an-
duvo en la mala durante algunos aos, fu en la cuestin
de mobiliario, del que se vio privado por idntica causa, es
decir, por falta de medios con que adquirirlo, de modo que
sus Alcaldes y Regidores tendran que mandar desde sus
casas las sillas necesarias en qu sentarse, como hacan
cuando concurran en corporacin la iglesia, las pe-
diran prestadas los vecinos ms prximos al lugar en
que celebraban sus sesiones, la Comandancia Militar fa-
cilitara compasivamente algn banco del cuartel, pues
sera desdoroso para aquel cuerpo colegiado suponer que
durante sus largos acuerdos sus miembi'os se mantuviesen
de pie, en cuclillas, sentados en el duro suelo.
Como quiera que fuese, lleg un momento en que el Ca-
bildo, comprendiendo que las cosas no podan continuar de
semejante manera, trat de remediarlas, y falta de recur-
sos con qu adquirir el menaje que necesitaba, -resolvi
valerse de una licencia de un mes para que con el fruto
que de ella se sacase en el campo, mandar hacer unos
(4) Libros Capitulares, acta de la sesin del da 28 de abril de 1738.

bancos y una silla con sus tres divisiones para el aseo de

esta casa Capitular, dice el acuerdo, agregando que la
cual licencia se le aplic, con voto de todos los capitulares,
al Capitn Juan Antonio Artigas, el cual dijo que pondra
los referidos asientos j trabajara la licencia de su cuenta.
(6) He aqu cmo la riqueza ganadera del pas y la buena
voluntad del primer Artigas vinieron proporcionar al
Cabildo de Montevideo el mobiliario que necesitaba.
Sin embargo, como transcurriera algn tiempo sin que
Artigas pudiese cumplir el compromiso contrado, ya por-
que atenciones de otro gnero absorbiesen su tiempo, en
razn de dificultades que no se han podido averiguar, el Ca-
bildo resolvi, seis meses despus, ampliar la licencia con
quince das ms, es decir, que el casi perpetuo Alfrez Real
(pues sus compaeros de Consejo lo reelegan casi cada ao
para el desempeo de este honroso cargo) dispondra de 45
das para faenar ganado, elaborar sebo y grasa y aprovechar
los cueros de los animales que sacrificara cambio de dar
en propiedad la Corporacin municipal tres sillas, (57i que
indudablemente estaran destinadas, al Comandante Militar
una, otra al Alcalde de primer voto y la tercera al Secreta-
rio que bastante haca con desempear esas funciones ttulo
gratuito.
La eleccin del Capitn de Corazas don Juan Antonio
Artigas para que usufructuara la licencia consabida se ex-
plica sin dificultad, as como su casi perpetua reeleccin para
el cargo de Alfrez Real, pues entre todos los cabildantes
era el ms apuesto y gallardo, cuyas cualidades fsicas haba
que agregar otras de carcter moral, como su proverbial
generosidad, su actividad reconocida y su tino y buen gusto
esttico en la organizacin de aquellas festividades en que
sala a relucir el pendn real. Por es deca el Cabildo que
al Alfrez Real haba que darle alguna ayuda de costa pa-
ra que en llegando la funcin se desempease con el brilla
(56) Libros Capitulares, acta de la sesin del da 28 de junio de-

1732.
(57) Id. id. id. id, del da 3 de febrero de 1733.
DE L UNIVERSIDAD 249
que acostumbraba, (58) pero Artigas, siempre correcto y des-

prendido, acept la licencia, pero rechaz la ayuda de
costas. (59)
No terminaron, por entonces las agonas del cuerpo mu-
nicipal en lo referente la adquisicin de menaje, porque
un ao despus todava gestionaba, cambio de otra li-
cencia para trabajar en las campaas de esta jurisdiccin,
que ofreci quien la quisiera aprovechar, la adquisicin de
una caja que, haciendo las veces de archivo, sirviera para
depositar y conservar en ella los libros y dems papeles
pertenecientes al Cabildo, despus de practicar el respectivo
inventario, cuya caja sera de tres llaves, una que estara en
manos del Alcalde de primer voto, otra que mantendra en
su poder el Alfrez Real y la tercera que conservara el
Alcalde de segundo voto, por no haber en aquellos tiempos
en Montevideo ningn escribano pblico. (6*0
En 1750, todava el Cabildo andaba penando por mue-
bles y otros enseres, de modo que disponiendo de un so-
brante de sesenta pesos, procedentes de una suscripcin,
orden que en virtud de la falta que tiene esta Bala Ca-
pitular, de algunas piezas para su decencia, necesarias coma
son una mesa, tres sillas, una carpeta, un tintero, una sal-
vadera, un taburete, unas tijeras grandes y cuatro bisa-
gras para la ventana, y no tener este Cabildo otro arbitrio
que tomar, de comn acuerdo se determin se comprasen
las referidas cosas. (^0
El origen humilde de los primeros pobladores de Monte-
video (tan humildes que el mismo Zabala fij un plazo de
seis aos para que los vecinos analfabetos pudieran ser
miembros del Cabildo) est evidenciado en los mismos Li-
bros Capitulares de la ciudad, en que se observa la torpeza
(58) Libros Ca^jitulares, acta, de la aes\6n del da 28 de junio de

1832.
(59) Id. id. id. id, del da 8 de abril de 1733.
(60) Id. id. id. id. id, del da l.o de marzo de 1734.
(61) Id. id. id. id. id. del da 23 de diciembre de 1750.
de sus miembros an paramal trazar sus nombres y apelli-

dos: plagadas estn las actas de firmas as puestas: Luis
desosa Mascareas, Diego de Mendosa, Thomds gs. pa-
drn, esteban de ledesma, Tint}'' do figr.^'', izidro peres
de roxas, etc., etc.
Acostumbrados, pues, por naturaleza, por carcter y por
educacin al pauperismo, la miseria y la sumisin, no
les era demasiado penoso los primeros cabildantes pa-
sarse sin local, carecer de mobiliario y desempear funcio-
nes que hoy, pesar de la tan cacareada democracia, conside-
raramos del todo humillantes.
Sin embargo, estos cabildantes analfabetos, constantes
y aferrados sus ideas, incubaron,en los que les rodeaban
un espritu de saludable resistencia la opresin, y una
tendencia fiscalizadora que regulariz y fortific la admi-
nistracin publica. Sin desmayar un da lucharon veinti-
sis aos para obtener un gobernador nombrado por el
rey y algunas franquicias comerciales que les permitieron
desarrollar sus elementos de industria. Los anales de sus
actos polticos, administrativos y militares, escritos en los
libros de sus cabildos yen su correspondencia oficial con
el rey, el gobernador de Buenos Aires y.ms tarde con el
de Montevideo, demuestran en ciertos casos un sentido
prctico que se asemeja mucho la razn poltica ilumi-
nada por la moral y la ciencia. El respeto de que supie-
ron rodearse en el hogar domstico, les dio una autoridad
sin lmites sobre sus hijos, quienes modelaron en las
formas de su carcter propio, preparando sin saberlo aque--
lias almas fuertes que concibieron y ejecutaron la gran re-
volucin que nos dio la independencia y la libertad.
Sin que muchos de ellos supieran leer, ni la minora
tuviera una ilustracin que pasara del nivel comn de la
mediocridad, la gestin de los negocios pblicos, les abri
horizontes que iluminaron sus espritus, perfeccionndolos
por el ejercicio de la noble misin de hacer el bien colec-
tivo. El orgullo de un mando restringido por el despotis-
,mo de los dueos de la fuerza, les oblig hermanar su
inters propio con el inters pblico, y de ah naci el pa-

triotismo que les fu ennobleciendo da por da, hasta ha-
cerles aptos para afrontar los sacrificios ms duros. La
ficcin que diviniza el objeto de un cario desinteresado y
puro, concluy por hacerles creer que su pueblo era el ms
hermoso y el ms noble de la tierra, y as hablaban de su
ciudad de cien ranchos, como un romano de los tiempos
de Mtelo hubiera podido hablar de la capital del mundo.
Tales eran los fundadores de Montevideo, en su carcter
oficial y en sus cuestiones domsticas. (62)
ORESTES ARAJO.
Montevideo, 18 de julio de 1907.
(62) Francisco Bauza: Un Gobierno de otros tiempos.

El doctor Jos Manuel Prez Castellano
Apuntes para ^n biografa
Al sabio naturalista don Jos rechavaMa.
I
El doctor Prez Caslellano: sus anlecesores; su vida
El 19 de noviembre de 172G lleg la biha de Mon-

tevideo el navio aviso Nuestra Seora de la Enzina, con-
duciendo su bordo al primer con-
Antecesores de Prez .. ^ j x T T I TI n
>, . tnglente de laminas de las Islas Ca-
Casteilauo. .
nanas, que enviaba don Jbrancisco
de Alzibar, en cumplimiento de reales disposiciones en-
caminadas poblar el paraje de Montevideo.
Al saltar tierra, ya encontraron en ella los buenos la-
bradores canarios algunas familias avecindadas poco antes,
varias de las cuales vinieron de Buenos Aires estimuladas
por el buen sentido del teniente general don Bruno Mau-
ricio de Zabala, quien consider conveniente que las que
deban venir con Alzibar, hallasen otras del pas en el
paraje de Montevideo, con quien comunicar. ^ Pronto to-
das formaron un solo conjunto y se unieron para ayudarse
mutuamente en un lugar de verdadero peligro como era el
de la poblacin proyectada,recin arrebatado los portu-
1 Zabala al Cabildo de Buenos'Aires. Auto de 28 de agosto de 1726.
gueses, cuya vuelta deba temerse,aislado de todo otro n-

cleo castellano, y, adems, completa merced de los in-
dios.
Honor esos primeros pobladores, de temple de acero,
insensibles las nebulosidades del horizonte, pero cons-
cientes de su valor y deseosos de conquistar en esta tierra
nueva el bienestar que hasta entonces no haban encon-
trado!
El 24 de diciembre del ao ya citado, tuvo lugar la ver-
dadera fundacin de la ciudad de San Felipe de Montevi-
deo. Desde ese da, cada jefe de familia cont con un solar
donde levantar su casa y con sitio para formar una peque-
a huerta.
Entre los que hicieron la travesa en Nuestra Seora
delaEnzina, se hallaba el abuelo paterno del doctor Prez
Castellano, don Felipe Prez de Sosa, en pleno vigor fsico,
pues contaba 38 aos de edad. Era natural y vecino del
pueblo del Sauzal en las Canarias. Vino con su esposa y
cinco hijos, llamados: Domingo, de 15 aos; Mara de la
Encarnacin, de 12; Bartolom, de 11; Francisca Antonia,
de 10, y Mara del Cristo, de 5. ^
En el reparto de solares, correspondi don Felipe la
mitad de la manzana numero 10, ^con cien varas de frente
la calle del Medio ^ (hoy Juan Carlos Gmez), por cin-
cuenta la de la Fuente - (hoy Cerrito), y otro tanto la
de la Cruz ^ (hoy 25 de Mayo), donde se apresur levantar
su casa, rodendola de rboles y plantando algunas legum-
bres.
Poco despus, el 12 de marzo de 1727, da en que co-
menz el reparto de las chacras los vecinos, se le deslin-
d una ^' don Felipe en la otra Vanda del Miguelete,
de cuatrocientas varas de frente sobre el dicho arroyo por
lina legua de fondo en direccin al Pantanoso. Esta chacra
1 Libro Padrn de Montevideo.

2 Actas del Cabildo de Montevideo. Sesin del 31 de mayo de 1730.
3 Reparto de las primeras chacras.
fu la segunda, siendo la primera la de don Silvestre Prez

Bravo, que se deline sealando cuatrocientas varas arro-
yo abajo acia la Ensenada de este Puerto, empezadas
contar desde unas Peas nativas, las quales sealo, dice
el reparto citado, por Mojon principal de las chacras que
se han de repartir en dicha otra Vanda.
Haciendo un anlisis prolijo de diversos datos, he lle-
gado encontrarlas mencionadas Peas nativas que sir-
vieren de mojn, y afirmo que ellas son unas piedras que
an se ven en el primitivo camino de abrevadero que limi-
ta la quinta que fu del coronel Lorenzo Latorre y hoy
pertenece la sucesin Delucchi, en una altura desde don-
de el terreno baja hacia el Miguelete, de manera que la
chacra de don Fehpe Prez de Sosa, que fu la segunda,
empezaba despus de las primeras cuatrocientas varas Mi-
guelete abajo, medidas desde las mencionadas Peas, y lle-
gaba hasta las ochocientas desde el dicho mojn, teniendo
una legua de fondo. Esta chacra pas a ser, por herencia,
de las nietas de su primitivo dueo, hijas de Mara del
Cristo Prez y Manuel Duran, de donde viene el nombre
de Paso de las Duranas conocido hoy, y que originaria-
mente fu Paso dlas Duranes.
Don Fehpe se dedic con inteligencia y empeo tra-
bajar la chacra, que su nieto el doctor Prez Castellano
consideraba como un modelo en su tiempo.
En sus Observaciones sobre Agricultura, ^ hace el
nieto una referencia su abuelo, y con ese motivo agrega:
^ Los nuevos hortelanos, para quienes esto escribo, no de-
ben tener mal que yo haga de mi abuelo esta grata me-
moria, porque sobre serlo, y hallarme por esto mismo en
la obligacin de tributarle amor y reverencia, ms de ha-
ber sido muy hombre de bien en todo el sentido riguroso
de la expresin, fu tambin aqu muy benemrito de su
honrado ejercicio; pues su chacra, que fu la segunda que
1 Observaciones, 55, pg. 25.

2 dem, 58, pg. 27.
se reparti, fue, mientras vivi, la mejor y ms bien culti-

vada, y lo fuera aun si sus descendientes poseedores tuvie-
sen en la agricultura la inteligencia y aplicacin que tenan
mi abuelo y el suyo.
En otras partes de sus Observaciones ^ dice que don
Felipe tena una buena via en su chacra y que haca vina
de buen gusto, pero muy flojo, lo que no complaca al co-
sechero, que aspiraba imitar el vino de Tenerife.
Los elogios que hace de su abuelo, considerndolo muy
hombre de bien en todo el sentido riguroso de la expre-
sin, dejan en mi espritu la impresin de que son perfec-
tamente justos, porque despus de haber ledo algo de las
producciones del doctor Prez Castellano, se adquiere gran
fe en su honradez como escritor.
Indudablemente, Felipe Prez de Sosa fu un buen la-
brador y un hombre honesto. Sus vecinos debieron haberlo
tenido en buen concepto, puesto que se le ve desde 1782
hasta 1755 ocupando ocho veces puestos en el Cabildo de
Montevideo: en 1732, 34 y 41, Fiel Ejecutor; en 1735
Alcalde de 2." voto; en 173G y 40, Alfrez Real, y en 1 752
y 55, Depositario General, en cuyos cargos se port con
toda correccin y celo por los intereses locales. ^
Fu jefe de una familia en que lucieron hombres dis-
tinguidos, entre los cuales cabe mencionar, aparte del doc-
tor Jos Manuel, su hermano Pedro Fabin, miembro del
Congreso de la capilla de Maciel, y auditor de guerra del
ejrcito que bajo las rdenes del general Rondeau sitiaba
entonces Montevideo; su otro hermano Manuel, tambin
miembro del dicho Congreso; Juan Jos Duran, Goberna-
dor intendente de Montevideo, Presidente del Congreso del
ao 1S21; Manuel Vi(;ente Pagla, de brillante memoria,
mayor general de Artigas, jefe del clebre Regimienta
N, 9^-, que se cubri de gloria las rdenes de Rondeau y
San Martn en tierras lejanas de la patria, constituyente*
1 "Ôbservaciones, 301 y 303.

2 Actas del Cabildo de Montevideo, aflos citados.
Andrs Manuel Duran, que qued invlido en el asalto de

Montevideo por los ingleses, miembro del Congreso de la
capilla de Maciel, archivero y tesorero general de la Na-
cin; Eduardo Acevedo, codificador, jurisconsulto, Presi-
dente del Senado, Ministro de Gobierno y Relaciones Ex-
teriores; Luis Eduardo Prez, teniente general. Ministro de
la Guerra; Eduardo Mac-Eachen, Ministro de Gobierno,
Presidente del Senado; Agustn de Vedia, publicista, y su
hermano Juan Manuel, educacionista; Manuel Pagla, ge-
neral, Jefe del Estado Mayor del Ejrcito; los Aldecoa y
los Vedia, militares de honor; Bartolom Mitre y Vedia,
periodista; Alfredo Vsquez Acevedo, jurisconsulto, codi-
ficador, educacionista; Eduardo x\.cev8do Daz, litera-
to, stc, etc.
Bartolom, uno de los cinco hijos que con l vinieron de
las Canarias, fu tambin un honrado vecino de Montevi-
deo, y su nombre figura entre los de los cabildantes de la
ciudad. Cas con Ana Mara Castellano, ^ hija de Juan
Alonso Castellano, ^' labrador tambin, y canario, que fi-
gura en la lista de los segundos pobladores que por olvido
de don Pedro Milln no se asentaron en el Libro Padrn
y se hace ahora (ao 17,'50), de cuyo matrimonio tuvieron
seis hijos, ^ saber: doctor Jos Manuel, Bartolom, te-
niente del -Regimiento de Milicias de Montevideo, cabil-
dante, hacendado; Pedro Fabin, quien ya me he referido,
y del que dir ahora que fu entregado en rehenes por Al-
vear Vigodet; Felipe, teniente coronel del Regimiento
de Voluntarios de Caballera de Montevideo en el ao
1805 y padre de Manuela Prez, que cas con Nicols de
Vedia cuando era teniente del Regimiento de Infantera
de Buenos Aires (1805), '^ el mismo que en nombre de
1 Testamentara de Bartolom Prez. Archivo del Juzgado de lo
Civil de lA'i- Turno (ao 1810, n." 61).
2 Observaciones, pg. 129
3 Testamentara de Bartolom Prez, locus cit.
4 Protocolo de la Escribana Piblica de Montevideo (ao 1805). Se
ncuentra en el archivo del Juzgado Letrado de lo Civil de 1.**'' Turno.
Pelipe Prez y Teresa Ramallo autorizan en 18 de diciembre de 1805
ei casantiiento de su3 hijos Manuela Prez y Nicols de Vedia.
DR. JOS MANUEL PREZ CASTELLANO
DE I;A UNIVERSIDAD 257
Alvear recibi las llaves de la ciudad de Montevideo, cum-

pliendo as Vigodet la capitulacin que de acuerdo con las
leyes de la guerra no pens que pudiera violarse; Manuel,
de quien dice su propio hermano Jos Manuel ^ que era algo
alocado,por cuya circunstancia fu postergado en la carre-
ra de las armas, que segua, pero que en la recouquista de
Buenos Aires, formando parte del Regimiento de Drago-
nes, se port como un bravo; y Luisa, que cas con An-
tonio Aldecoa.
Bartolom (padre) hizo testamento en Montevideo el 3 de
octubre de 1805, encontrndose ciego desde doce aos
atrs, y falleci los 92 de edad, el 23 de abril de 1807. "
Es digna de elogio una de las clusulas testamentarias, por
la que dice que: liberta su esclavo Francisco Domingo,
su mujer hijos, en compensacin de la fidelidad, lealtad y
mor con que constantemente me han servido, los que les
lego una suerte de estancia en Carreta Quemada. ^ Este
solo rasoro muestra la nobleza de sentimientos del testador.
Tales eran los antecesores del doctor Prez Castellano:
Felipe Prez de Sosa, pobre labrador de las Islas Cana-
rias, que vino Amrica en busca de una posicin desaho-
gada para su familia, la que consigui por su inteligencia,
laboriosidady honradez, y Bartolom Prez, que hered las
buenas condicoues de su padre y, como l, mereci ser tenido
por un buen vecino de Montevideo, logrando educar
sus hijos en las carreras de las armas y de la Iglesia, tan
consideradas entonces, y en las labores del campo, tan
tiles al progreso del pas.
El 24 de marzo de 1743 fu bautizado en la primitiva
Iglesia de Montevideo, un hijo de Bartolom Prez y Ana
Pi-moros a o s d e l ^'^^tellano, siendo sus padrinos don
doctor Prez Casie- Manuel Duran, que fu cabildante
''""' y comandante del Regimiento de
Milicias de Montevideo, y su esposa doa Mara del
1 ^Caxon de SastreCarta una persona que se encontraba en
Italia.
2 Testamentara de Bartolom Prez, loctis cii-
n. H. DE LA U.17
Cristo Prez. La fe de bautismo, que transcribo textual-

mente, dice as:
Joseph PrezEl dia 24 Marzo de 48Bap.'^ puseOleo
y Xma. Jph M. n." de 4 das, hijo legmo. de Bartolo
Prez y de Ana Castellanos: ^ P.' D." Man.' Duran y
Mara Prez de Sosa.--/>.'" Jph Nicols Brrales-. '^
Este nio, quien segn costumbre muy generalizada
en la poca pusieron los nombres de Jos (por ser el santo
del da en que naci, y Manuel, por ser el de su pa-
drino, honr su suelo natal. Fu el presbtero doctor
Jos Manuel Prez Castellano.
Siendo natural suponer que naci en la casa de sus pa-
dres, se puede afirmar que el nacimiento tuvo lugar en la
calle San Pedro, con frente al Sud, esquina San Fernando,
con frente al Este, ^ hoy 25 de Mayo esquina Juan Carlos
Gmez, casa de propiedad de la seora Mara Josefa Mu-
oz de Correa, cuyo esposo don Agustn Correa la hubo
como descendiente de don Bartolom Prez.
El joven Prez Castellano pas sus primeros aos en
1 Este apellido est equivocado. Es Castellano y no Castellanos. L a

prueba se halla en el expediente del juicio testamentario de Bartolom
Prez {locus cit.), quien en su testamento, al nombrar su esposa,
dice: Ana Castellano; en el mismo expediente el doctor Prez Cas-
tellano, como albacea de su padre, en varias partes escribe el apellido
materno sin la s final: el mismo, en sus Observaciones sobre Agri-
cultura, al referirse su abuelo paterno lo llama Juan Alonso Cas-
tellano, y si bien el presbtero firmaba generjilmente Joseph M.' P-
rez Jph Man.' Prez solamente, y as era conocido, en el cuerpo
de su testamento, escrito de su puo y letra, cuyo original he tenido
la vista en el Archivo del Juzgado L. de lo Civil de l.^f Turno,
firma ' J p h Manuel Prez Castellano. Considero innecesario presen-
tar ms pruebas al respecto, aunque lo hara si fuese contradicho. Es
muy general ver escrito el segundo apellido con la s final, error ex-
plicable en razn de que as se lee en las tablillas de la calle la que
en 1842 se dio el nombre del ilustre compatriota.
2 Esta partida, que se publica por primera vez, establece en forma
indubitable la fecha del nacimiento de Prez Castellano, que se h a
dado equivocada en varias oportunidades.
3 Entonces era casa baja.
DE LA UNIVEISIDAD 251)
Montevideo, donde comenz sus estudios. Sin poderlo afir-

mar terminantemente, creo que aqu recibi sus primeras
lecciones de latinidad bajo la direccin de don Benito Riva.
Fundo esta creencia en un prrafo de las Observaciones
sobre Agricultui'a^>, y en otro de una carta que en 1787
dirigi persona radicada en Italia ^ y que veinticinco
aos antes haba salido de Montevideo.
Los citados prrafos son: el primero, en el que hablando
sobre el trigo, dice: El farro me lo envi de Italia mi
maestro de latinidad don Benito Riva, hay veinticuatro
aos..., '" es decir, en 178;;; y el segundo, en el que, tra-
tando sbrelos sacerdotes que entonces haba en Monte-
video, se lee: Uno de stos es preceptor de gramtica latina.
y la ensea donde usted la ense algn da ... >, lo que pa-
rece indicar que la carta de 1787 era dirigida don Beni-
to Riva, que enseaba gramtica latina en Montevideo
hasta 1762 (es decir, veinticinco aos antes de la fecha de
la carta) ao de su salida para Italia.
Como dato exacto, puedo decir que en i 702 "' se encon-
traba estudiando en la Universidad de Crdoba para al-
canzar las rdenes sacerdotales con que ms tarde fu in-
vestido, de lo que puede concluirse que antes del ao que
acabo de citar (que es- el mismo de la ida de Riva
Italia), Prez Castellano tena, antes de cumplir los diez y
nueve de edad, resolucin hecha de seguir la carrera ecle-
sistica.
Fu poco afortunado en la carrera de su eleccin, pues

segn l dice en la citada carta dirigida Italia, vacante el
curato de Montevideo, dos veces, por
muerte del primero v seofundo curas,
los que administr los ltimos sa-
cramentos, se present como candidato, sin xito en nin-
guna de las dos oportunidades, pesar de haber sido cura
1 Observaciones, pg. 184.

2 Ms. de Prez CastellanoCaxon de Sastre, pg. 42.
3 dem, pg. 161 vta.
200 REVISTA HISTRrCA
y vicario interino ms de una vez, ^ antes del nombra-

miento de don Juan Jos Ortiz, quien tuvo por hombre
tan maduro y juicioso en su porte, que puede servir de
modelo de curas. -
La extremada modestia del pretendiente, su independen-
cia de carcter, de que varias veces dio pruebas, y su cali-
dad de criollo, debieron haber sido las causas que impidie-
ran que el buen montevideano viera logrados sus de-
seos de ser cura prroco de su ciudad natal, pesar de la
ilustracin, inteligencia y hermosas condiciones de bondad
que hicieron de l un sacerdote del corte de Larraaga, el
amigo siempre recordado y entre cuyos brazos expir.
Durante muchos aos fu encargado por el Captulo de
Buenos Aires de la cobranza de los diezmos, ^ posicin que
le permiti dar en la referida carta Italia autorizados datos
sobre la cosecha de trigo en Montevideo y la campaa.
Fuera de otros cargos propios de su carcter eclesistico,
ejerci el de Comisario Particular de la Santa Cruzada
en Montevideo, cuyo cometido renunci en 1787, quiz
porque en ese ao se le remitieron para vender 2,070 bu-
las (!!), * lo que, se me ocurre, pudo parecer demasiado al
buen sacerdote.
Era miembro de la Junta de Temporalidades (aos 1767
y 1768) y consultor repetido del Cabildo de Montevideo,
no slo en muchos asuntos de inters del municipio, sino
tambin en momentos graves del punto de vista poltico.
1 Archivo del Hospital de Caridad. Acta de la Hermandad de Ca-

ridad, de 3 de marzo de 1779. Papeles del notario eclesistico Sebas-
tin Roso, en poder del doctor Eduardo Brito del Pino. Libros I V y V.
2 Ms. Prez Castellano.Caxon de Sastre. Carta Italia, pg.
161 vta.
3 Testamento del doctor presbtero Jos Manuel Prez Castellano.
Locus cit., clusula 19.*,
4 Papeles de Roso. Tomo V-
5 Actas del Cabildo de Montevideo. 22 de marzo de 1793,26 de ma-
yo de 1810 (Los Primeros Patriotas Orientales, por Justo Maeso,
pg. 65, eic , etc.)
El virrey Sobremonte, despus de su triste figuracin en

presencia de las tropas inglesas que se apoderaron de la
, , r.' ^ ciudad de Buenos Aires el 27 de
El doeloi- Prez Casle . . , ^ . , ^
llano <liir;inte el si JLinio de 1 SOb, y posteriormente, tu-
lio puesto por los invo la audacia de presentarse en.
oleses. . . .
Montevideo y tomar la direccin
de las fuerzas, desprestigiando la autoridad del gober-
nador Ruiz Huidobro, que era un militar valiente y
pundonoroso. Desde la llegada de aqul, y mucho
ms todava despus del desembarco de los ingleses
y la salida desgraciada del 20 de enero de 1807, para
combatirlos,salida impuesta por el pueblo contra la
opinin del gobernador y del Cabildo,desapareci toda,
disciplina entre la tropa. Esta y el pueblo discutan
todas las rdenes dadas para la defensa de la plaza, las
cumplan no, segm les pareca; el virrey, el gobernador,
el Cabildo, eran objeto de pblicos insultos: reinaban sobe-
ranos el desorden y la anarqua. Pero la situacin se hizo
ms grave el 27 de enero, cuando empezcircular la noti-
cia de que en la noche anterior el Cabildo se haba ocupado
de la necesidad de entregar la plaza los sitiadores, y que
hasta se habl de las condiciones de una capitulacin.
Ninguna descripcin de este estado de nimo del pueblo
es ms viva que la hecha por el propio Cabildo en oficio
que dirigi al gobernador el da 27, pidiendo ser amparado.
Dice as el oficio referido:
<^ Seor Gobernador; Se public en Montevideo, que
este Cavildo pidi expresamente capitulaciones V. S. con
el enemigo; cuando slo hemos propuesto V. S. que aten-
didas las circunstancias del dia se hiciese junta de guerra
para que examinadas se resolviese lo que conviniese ejecu-
tar. Las resultas son, que la mayor parte de las gentes se
han irritado contra los inocentes procedimientos del Cavildo,
llegando al extremo de haber tomado las armas, para ma-
tar todos los Capitulares, uno de los tercios de gentes
auxiliares, como lo huvieran verificado no haverlos con-
tenido oportuna y blandamente el comandante respectivo.
2G2 REVISTA HISTRICA
De modo que ningn Capitular ser osado sab'r la calle,

y para desvanecer el concepto que se han formado las gen-
tes, tuvo que fija' carteles dando noticia al pblico del ofi-
cio que pas el comandante de la Colonia de que el seor
Liniers viene con segundo refuerzo
<
; El Cavildo sin embargo se considera en gran peligro,
porque sabe en qu punto de insubordinacin se halla el
pueblo: tiene presente que al seor comandante de artillera
le pusieron en una batera el fusil al pecho para matarle,
como se huviese verificado, no haberlo contenido un ofi-
cial en tiempo; tiene muy presente la muerte que pblica-
mente dieron un portugus, inocente, sin la menor duda,
solo porque disculpaba un negro quien atribuyeron que
quera clavar unos caones. Estos y otros hechos del ma-
yor escndalo y contra los que clama la vindicta pblica,
no dejan duda al Cavildo que fcilmente conspiraran con-
tra sus vidas por la mas leve causa, y bastar que maana
no tengan todos los vveres que necesitan. Por tanto, su-
plicamos V. S. muy encarecidamente disponga que desde
hoy se ponga de continuo una guarda competente con oficial
del Batalln de Milicias, no pudiendo ser veteninos, con or-
den que no permitan llegar las puertas Capitulares juntos
arriba de fres hombres. Este Cavildo espera de la bondad
de V. S. lo ejecutar as para no ponerlo en la precisin de
abandonar sus respectivos encargos, para poner en salvo
sus vidas. Igualmente esperamos que V. S. se sirva man-
dar se averige qu personas son las que trataron de trai-
dores los Capitulares gritando que como tales era menester
matarlos. El hecho fu pblico y es muy fcil su averi-
guacin. S.*" Gobernador: si no se hace algn ejemplar
con cuatro insolentes, llegar una completa sublevacin
el Pueblo. . . ^^
Prez Castellano participaba de la indignacin del pue-
blo contra el Cabildo, que supona hechura del virrey So-
bremonte, y se complaca en expresar en pblico y ante
los mismos cabildantes sus severos reproches al respecto.
DE LA UNIVERSIDAD 20 3
Es sabido y pblico >, dice, que he sido uno de los

mas ardientes Patriotas, que en quauto me fu posible in-
flu en que la Plaza se defendiese con honor.. . ^
As que tuvo conocimiento el 27 de enero de lo que se
haba tratado la noche anterior en el Cabildo, se dirigi
por carta uno de los regidores dicindole: En el Pueblo
se ha extendido la voz que anoche huvo junta de guerra
l peticin del Cavildo que pretenda se capitulase. Yo no
la creo, porque me parece que no hay motivo ninguno para
semejante desatino, que cubrira Montevideo de infamia,
tanto ms que hasta aqu se ha cubierto de honor. 1
El regidor le contest que, efectivamente, se haba ha-
blado de capitulaciones, pero que se estuvo muy distante de
pedirlas, si bien se crey que no sera malo tener pensados
los artculos de ellas por si llegaba el caso .^ Prez Cas-
tellano era uno de los portavoces del pueblo, y como tal,
hizo llegar hasta los cabildantes la desconfianza que comen-
zaba manifestarse, contra ellos, en el seno de la pobla-
cin.
Ahora empieza la fiesta, deca uno de los capitulares
en esos das en que los ingleses hacan un vivo fuego sobre
la plaza. Esto es nada para lo que vendr despus: no
hay remedio; es menester capitular. ^ Prez Castellano,
que penetraba en ese momento la sala del Cabildo, al
oir las referidas palabras, contest con severa serenidad:
Seores: si yo hablara delante de los que nos defienden
esponiendo sus ideas sobre los caones, tendra vergen-
za de hablar, porque debia temer que se me dixera que
yo hablaba asi porque por mi estado, ni me hallaba en
las bateras, ni poda tomar las armas; pero quando ha-
blo delante de unos sujetos que estn menos espuestos
que yo, pues viven y duermen en esta casa que est se-
gura de las bombas por los muchos y fuertes blindages
1 Ms. Prez CastellanoCaxn de Sastre: ^Memoria de los

acontecimientos de la guerra actual de 1806 en el Ro de la Plata.
con que est defendida, al mismo tiempo que yo vivo en

la mia la qual puede desplomar una bomba y matar-
'< rae, parece que puedo hablar sin temor. Y asi, digo: que
*; es menester que tengamos un poquito de firmeza, pues
el fruto de ella, y de nuestra constancia en sufrir el si-
<<
tio, ser la Victoria, y quando no la consigamos, el ene-
migo si es generoso, nos tratar, despus de rendidos,
con ms consideracin que si nosotros le entregamos la
Plaza los primeros ataques.
Nadie se atrevi contradecir tales palabras; pero la
mayora de los cabildantes, que queran apresurarse ca-
pitular, no perdonaran al que les enseara, ante gran
concurso de vecinos, el camino del honor. Y as fu,
pues que tomada la plaza despus de la heroica defensa de
la tropa y el pueblo, uno de los alcaldes destin para un
coronel invasor la casa del padre de Prez Castellano, y el
catre del anciano fu ocupado por el sirviente del jefe in-
gls, lo que produjo viva indignacin al presbtero, que vea
que de ese modo se cumpla la amenaza de dicho alcalde,,
de sentar la mano los fanticos que no haban querido
capitulaciones. ^
Tres das despus de haberse adueado de la plaza los
ingleses, fu llamado el Clero al Cabildo para firmar el ju-
ramento de vasallaje S. M. B., con la condicin de que
ninguno de los firmantes sera obligado jams tomar las
armas contra S. M. Catlica. El Vicario Eclesistico se ne-
g firmar sin consentimiento del Obispo. Argument
su modo, cit ciertas bulas pontificias para fundar su nega-
tiva, y expuso que la Religin Cathca no era protegida
por las autoridades inglesas. El jefe britnico manifest al
Vicario que quien no jurase, sera expulsado de la ciudad.
Prez Castellano, teniendo en cuenta que no era ese el mo-
mento de invocar cuestiones de derecho cannico ni bulas
pontificias, de lo que ningn caso haran los invasores,
1 Ms. Prez CastellanoCaxon de Sastre-: Memoria, etc.

con la conciencia tranquila por haber hecho todo lo posi-

ble por la defensa de la plaza; creyendo que su deber le
obligaba quedar en Montevideo, prestando ayuda su
pueblo, desoyla argumentacin del Vicario, y, arrastrando
la censura consiguiente, prest su firma al juramento. ^ No
tena, ni reconoca superior jerrquico cuando sus senti-
mientos humanitarios le sealaban el camino del deber!
En el estado de tirantez que haban llegado media-

dos de septiembre de 1808 las relaciones entre el virrey
Liniers y las autoridades de Monte-
En la revoliiciiidcl 21 -i .j
video, por causas ya conocidas, pro-
de s e p l i e m b r e d e , , ^ , , *^, ., , ^
M^Qo du]0 verdadera consternacin la no-
ticia,propagada rpidamente el 20
del mes citado,de que acababa de desembarcar, proce-
dente de Buenos Aires, el capitn de navio don Juan n-
gel Michelena, trayendo orden, expresa del virrey de apre-*^
hender Elo, enviarlo esa ciudad y ocupar la goberna-
cin de Montevideo. El pueblo, comprendiendo que la
guerra quedaba, de hecho, declarada abiertamente, consi-
der que el nico camino que tena expedito, era el
de la rebelin. Los jefes militares de la plaza hicieron
comprender al enviado del virrey que no le prestaran apo-
yo; Elo resisti las rdenes de Liniers; y Michelena se
present al Cabildo las 9 de la noche, el que, sorpren-
dido, lo reconoci en el carcter de Gobernador.
Pero, el pueblo no dorma; el enrgico vocero de una
numerosa agrupacin de hombres lleg la Sala Capitu-
lar an antes de retirarse de ella el enviado de la autori-
dad superior del Virreinato, y la pueblada que haba vi-
toreado" Elo en el Fuerte, se present en la Plaza Ma-
yor y lleg, profiriendo gritos de amenaza contra Liniers
y el nuevo Gobernador, hasta golpear las puertas y venta-
nas de la <^ccasa de la ciudad. La multitud quera, como
pueblo en ejercicio de su soberana, solucionar por s mis-
1 M. Prez CastellanoCaxon de Sastre: Memoria, etc.

266 EEVISTA HISTKICA
ma la difcil cuestin, quera resolver de una vez sobre sus

destinos lo que mejor le acomodase, ante el hecho de en-
contrarse en poder de Napolen el monarca Fernando VII,
cuyo vasallaje no haca an mes y medio que haba ju-
rado.
La actitud decidida de la poblacin presente en la Pla-
za Mayor, confort los eapitularps, que concedieron para
el da siguiente ia celebracin de un cabildo abierto, lo que
produjo gran content-"^ al pueblo, que no descaus esa
noche, formulando planes para la asamblea obtenida por
su energa, y permaneci en imponente manifestacin
hasta altas horas, dando lugar que Michelena, impuesto
de la notoria impopularidad de su misin y tambin de su
persona, saliese de la ciudad en la madrugada.
Llegado el momento de la reunin en cabildo abierto,
habindosele significado al pueblo,quedaba muestras de
la ms viva impaciencia,que deba designar los diputa-
dos que lo representasen en ese acto, fueron nombrados
por aclamacin los seores: don Juan Francisco Garca de
Ziga, doctor Jos Manuel Prez Castellano, fray Fran-
cisco Javier Carvallo, doctor Mateo Magarios, don Joa-
qun de Chopitea, don Manuel Diago, don Ildefonso Gar-
ca, don Jaime Illa, don Cristbal Salvaach, don Jos An-
tonio Zubillaga, don Mateo Gallego, don Jos Cardoso,
don Antonio Pereira, don Antonio de San Vicente, don
Rafael Fernndez, don Juan Ignacio Martnez, don Miguel
Antonio Vilardeb, don Juan Manuel de la Serna y don
Miguel Costa y Tejedor, todos vecinos antiguos de esta
Ciudad, notoriamente acaudalados, del mejor crdito y
concepto, de los cuales la mayor parte han obtenido en
esta ciudad cargos de Repblica . . . ^
Dicho cabildo abierto, presidido por Elo y con asis-
tencia de los capitulares titulares, jefes militares, varios
funcionarios, y representantes del pueblo, despus de am-
1 Libros Capitulares de Montevideo.Acta del cabildo abierto de

21 de septiembre de 1808.
plia discusin y oda la opinin de los asesores doctores

Elias y Obes, resolvi por unanimidad, ôbedecer, pero
no cumplir !>, las rdenes de Liniers, resolucin verdade-
ramente revolucionaria, que, sin embargo, guardaba las for-
mas de la poca; y adems, declar en el acto, que la pro-
pia asamblea quedaba constituida en Junta de Gobierno,
semejanza de las creadas en Espaa para gobernar,
nombre de Fernando VII,dentro de la jurisdiccin de
Montevideo.
Tal solucin, que desligaba esta ciudad de la obedien-
cia un virrey que le era sospechoso, fu un triunfo que,
en parte principalsima, se debi Prez Castellano, que
en unin de fray Francisco Javier Carvallo, Prudencio
Murgiondoy otros, emprendieron trabajos tendientes ob-
tener tal resultado. Ellos fueron los que movieron la opi-
nin popular as que se conoci la llegada y misin deMi-
chelena. ^
En conocimiento Liniers de la actitud y actuacin del
doctor Castellano, y con el objeto de restar elementos la
Junta de Montevideo, se dirigi por oficio al Obispo de
Buenos Aires solicitando tomase medidas disciplinarias
contra su subordinado. Odo el Promotor Fiscal, se dict
el siguiente decreto:
<^ Vistos: con lo expuesto por el Promotor Fiscal; por aora,
y sin perjuicio de las ulteriores providencias que da m-
rito el Expediente, psese oficio de suspencion y compa-
rendo al Presb. D.'' D." Joseph Manuel Prez en que se le
intime, que bajo la pena de suspencion de celebrar. Predi-
car, y confesar, con todas las dems responsabilidades in-
habilidades consiguientes su transgresin, desista de con -
currir por s, ni por representante la Junta llamada de
Gobierno, ilegal mente establecida en la Ciudad de Monte-
video; y de intervenir en asunto pblico alguno de los que
1 Expediente sobre la Junta de Montevideo. Ms. Bauza, tomo

Ih Libro VII.Libros Capitulares de Montevideo. Acta de 21 de sep-
tiembre de 1808.
-08 REVISTA HISTRICA
indebidamente se hubiese apropiado entender aquella Asam-

blea. Como as mismo, que bajo la misma pena de suspen-
cion ipsofacto incurrenda comparesca personalmente en
esta Capital nuestra presencia, por convenir as al servi-
cio de Dios, j lo traslado y comunico Vd. p."" que inteli-
genciado de su contexto, le d el ms debido y puntual
cumplimiento
Dios g.*^'' V. muchos aos.
Buenos Aires, 26 de Noviembre de IS^'^S.
BENITO Ob.'^deB.^ A.^
Al Presb. D / D.'^ Joseph Manuel Prez. '
Es de suponerse la violencia en que se encontrara el

doctor Prez Castellano en presencia de semejante orden de
su superior; pero considerando,lo que mucho le honra,
que deba anteponer los deberes de patriota los de cl-
rigo, contesto en la siguiente forma: -
limo. S."'
LosEspaoles Americanos somos Hermanos dlos Es-

paoles de Europa porque somos Hijos de una misma Fa-
milia, eslamos sugetos un mismo Monarca, nos Governa-
mos por las mismas Leyes y nuestros dhos son unos mis-
mos.
Los de all vindose privados de nro muy amado Rey
el S.'' D." Fernando 7" han tenido facultades p.'' proveher
su seguridad comn y defender los inprescriptibles dhos
de la Corona creando Juntas de Gov que han sido la sal-
vacin de la Patria y crendolas casi un mismo tiempo y
1 Archivo General Administrativo. Aio 180S. Cija N." 230.

2 Papeles de Roso. Tomo I V . tn poder del doctor don Eduardo
Brito del Pino.
como por inspiracin Divina. Lo mismo sin duda podemos

hacer nosotros, pues somos igualmente libres y nos hallamos
enbueltos en unos mismos peligros por que aunq estamos
mas distantes, esta rica Colonia fu ciertamente el sevo
que arrastr al Infame Corso al detestable Plan de sus pr-
fidas y violentas usurpaciones, segn el mismo lo manifest
los Fabricantes de Burdeos poco antes de entrar su os-
cura guardia de Marzac. Devmos pues estar vigilantes
quando es manifiesta su tenacidad en llevar adelante sus
proyectos y volver la Preza como el voraz Tiburn q"^ vuelve
al segundo anzuelo aun que el 1." le haya roto las Entra-
as.
Si se tiene mal q'' Montev" haya sido la L"^ ciudad de
America q*" manifestase el noble y Enrgico sentim* de
igualarse con Jas Ciudades de su Madre Patria, fuera de
lo dho, y de hallarse por su localidad ms expuesta q*^ nin-
guna de las otras, la obhgaron eso sircunstancias q*^ son
notorias y no es un dehto ceder la necesidad.
<
' Tambin fu la primera Ciudad que despert el valor
dormido de los Americanos.
La brillante Reconquista de la Capital, la obstinada de-
fenza de esta Plaza tomada por asalto, no se le ha premiado ni
en comn ni en sus individuos y aun se le ha tirado
obscurecer aquella Accin gloriosa con mil artificios gro-
seros indecentes que han sido el escndalo de la razn y
de la Justicia. Sobre uno y otro asunto ha llevado esta Ciu-
dad sus representaciones los pies del Trono, para que
S. M. se digne resolver lo que fuere de su agrado, sufriendo
con paciencia y resignacin mas de los males que ha su-
frido, los muchos insultos que se le hacen de toda especie,
mientras llega la Soverana resolucin que espera favorable
confiada en la Justicia de su Causa.
Entre tanto yo, que respeto V. S. I. por su alta digni-
dad, y como mi Prelado, me doy por suspenso de la fa-
cultad de celebrar, predicar y confesar consecuencia del
oficio de V. S. L de 2Q del Corr'*^ que se sirvi dirigirme
por el Presbtero D." ngel Saco, pues teniendo el honor
de haver sido elegido por Vocal de esta Junta, ni puedo de-

jar de cumplir con la sagrada obligacin que me ha im-
puesto la Patria y cuya salud es la suprema Ley, ni puedo
por haora comparecer personalra^'^ dar cuenta de mi con-
ducta al Tribunal de V. S. LDios Gu/^ V. S. I. m' a^
Montev Nov"^ 30 de 1808.:.
La valiente contestacin del presbtero en 1808, con-
cordante con su actitud del ao anterior en pugna con el
Vicario Eclesistico, contiene, como se ve, la frmula revo-
lucionaria de Mayo, la frmula expuesta por el doctor Cas-
telli en el memorable cabildo abierto celebrado en Buenos
Aires el 22 de mayo de 1810, en los siguientes trminos:
La Espaa ha caducado en su poder para con la Am-
rica, y con ella las autoridades que son su emanacin. Al
pueblo corresponde reasumir la soberana del monarca,
instituir en representacin su^â un gobierno que vele por
su seguridad. ^
Montevideo fu, pues, usando de las palabras del general
Mitre, el primer teatro en que se exhibieron en el Ro de la
Plata (en la Amrica Espaola, podra decirse), las dos
grandes escenas democrticas que constituyen el drama re-
volucionario: el cabildo abierto y la instalacin de una
Junta de gobierno propio nombrada popularmente. ^
El I.'' de octubre de 1812 luci en el Cerrito por primera
vez la insignia blanca y celeste "^ sustentada por el intr-
E! Confli'oso K la ca- pido Culta. Desde entonces los rea-
pilla de Maciel. listas encerrados en Montevideo
sufrieron el sitio que los patriotas pusieron la ciudad.
El doctor Prez Castellano, muy pocos das antes des-
pus del If de octubre^ sali de la plaza para su chacra,^
1 Mitre: Historia de Belgrano, tomo I, pg. 318.

2 Mitre: Historia de Belgrano, tomo I, pg. 248.
3 F . A. de Figueroa: Diario histrico del sitio de Montevideo
(1812-1814).
4 Vase Ms. Prez Castellano. Volumen Fernndez y MedinaPr-
logo de las Observaciones y autos testamentarios de Bartolom Prez,^
donde, siguiendo su decidida inclinacin, se dedicaba las

tareas de la agricultura, con un amor que slo tienen los
hombres de corazn bien puesto.
Segua con dolor los sucesos de la guerra, lamentando
los perjuicios que con esto sufran su pas, y sus paisa-
nos dedicados las labores agrcolas, pero evitaba deli-
beradamente tomar parte activa en los acontecimientos,
tratando de abstraerse lo ms posible en sus experiencias
agrcolas, que i-epeta con afn, y con su resultado y ios
recuerdos de largos aos de labor, iba escribiendo su tra-
tado de que ms adelante hablar.
En esta tarea se encontraba cuando fines de noviembre
de 1813. fu sorprendido por la llegada su chacra, de un
chasque del <xPueblo dla Concepcin de Minas, que le
entreg una comunicacin del comandante militar de esa
jurisdiccin, don Gabriel Rodrguez.
Sus paisanos de aquel pueblo en que predicara el ser-
mn de la colocacin de su iglesia ^ le haban designado
como su diputado para representarlos en la Asamblea elec-
toral que deba reunirse en el cuartel general del Arroya
Seco, el da 8 del siguiente mes de diciembre, iniciativa
combinada de Rondeau y de Artigas, con el propsito de
elegir de nuevo los diputados que deban representar la
Banda Oriental en la Asamblea Constituyente de Buenos
Aires.
El comandante militar, Rodrguez, y el Cura de Minas,
Juan Jos Ximnez Ortega, los dos se empeaban por es-
crito con el presbtero para que aceptase el cargo, prodi-
gando elogios sus mritos y virtudes... pero para el de-
signado, el i'ol que se le confiaba era bien delicado!
HoTibre de rectitud inquebrantable y de conciencia es-
escrito por el que Jos Raymundo Guerra entrega al Alcalde de 1 '^'

voto de Montevideo (1821) los originales de la particin de la heren-
cia de don Bartolom, para ser archivados. Archivo del Juzgado
L . de lo Civil de Is'^ turno, ao 1810, nmero 61.
1 Ms. Prez CastellanoCaxon de Sastre*. Carta Italia.
crapulosa, haba jurado fidelidad a Fernando VII, y se

consideraba vinculado personalmente al monarca. Frente
esto, abrigaba en su pecho arraigados sentimientos de in-
dependencia, que lo hacan considerar un ideal el gobierno
del pueblo por s mismo; ideas que lo ligaban Artigas, de
quien al decir de Bauza, era amigo decidido; ^ Rondeau,
quien amo y estimo mucho^>, segn el mismo lo dice; "
Larraaga, uno de sus ms queridos amigos, que en ese
mismo ao como diputado oriental haba golpeado sin
xito las puertas de la Asamblea Constituyente de Buenos
Aires con las clebres Instrucciones de Artigas; su her-
mano Pedro Fabin, patriota entusiasta, y otros muchos.
Eluda toda participacin en asuntos pblicos por esta
situacin en que se encontraba, de manera que as que recibi
el nombramiento escribi al comandante militar Rodrguez
dicindole que ya estaba viejo para un encargo que no pue-
do satisfacer cumplidamente,agregaba, por la debihdad y
vrtigos diarios que padezco de cabeza,'"' por lo que supli-
caba se designase otra persona para el honroso cometido.
Al dirigirse al Cura con el mismo motivo le dice que tiene
para su renuncia, otras razones que, agrega, me reservo por-
que son de larga discusin. -
As que Artigas y Rondeau tuvieron noticia de la elec-
cin de los vecinos de Minas, se apresuraron cumplimen-
tar al candidato, y el primero lo cit para una reunin,
la queconsecuente el presbtero con su actitud prescindente
se excus de asistir alegando que su mucha edad y sus
achaques no le permitan salir de su chacra, lo que Arti-
gas acept como razones bastantes.
Rondeau, por su parte, recibi como contestacin sus
fehcitaciones, una carta en la que le expresaba la verdad, la
causa real que lo haba hecho renunciar, es decir, la obliga-
1 Bauza: Historia de la Dominacin Espaola en el Uruguay,

tomo I I I , pg. 431.
2 Ms. Prez Castellano. Volumen Fernndez y Medina. Co-
rrespondencia con el pueblo de Minas, pgs. L'8 y siguientes.
cin de consecuencia personal con Fernando VII; ^ pero el

jefe patriota debera conocer fondo el modo de pensar de
su paisano, pues le rog que no insistiese en la renuncia,
busc el influjo de Pedro Fabin, tan unido como era
con su hermano, y finalmente consigui que el presbtero
se decidiese aceptar el puesto que le ofrecieran sus com-
patriotas de Minas. ^
Antes del da de la primera reunin del Congreso (8
de diciembre de 1813) ya empez Prez Castellano ejercer
influencia con sus justas observaciones. El elector por Minas
-hizo llegar odos del general Rondeau, que no le pareca
bien que las sesiones tuviesen lugar en el cuartel general,
porque eso era contrario la independencia que deba tener
todo cuerpo deliberante, y con este motivo agregaba: y
ahora que nos dicen que somos libres y que hemos roto las
cadenas de una esclavitud ignominiosa, se seala por lu-
gar del Congreso para la eleccin de diputados la Sobe-
rana Asamblea Constituyente, un cuartel general, bajo las
bayonetas y sables de todo un ejrcito.-^^ ^
Esta atinada observacin tuvo eco inmediato en el gene-
ral Rondeau, que dispuso que el Congreso se reuniese en la
capilla que haba sido de don Francisco Antonio Maciel.'
En el Congreso, varias veces hizo oir su autorizada y
enrgica voz, siempre inspirada en el bien de sus compa-
triotas.
El general Rondeau, someti al Congreso la idea de
crear una municipalidad para arreglar contribuciones.'
Este tema, contenido en las Instrucciones, dio lugar
que el doctor Prez Castellano, que desde el principio del
sitio era testigo de los males de la guerra en la campaa
y las prdidas de los habitantes, se manifestase decidido
enemigo del proyecto expresndose en estos claros y pa-
triticos trminos:
Me parece injusto indecoroso que se nombre esa muni-

rrespondencia con el pueblo de Minas, pg. 280 y siguientes.
B. H. DE LA U.18
cipalidad para un objeto tan odioso en una campaa total-

mente desolada. Si fuera un gobierno que se crease para con-
tener los infinitos desrdenes que en ella se cometen con abso-
luta impunidad, sera bueno y parece necesario; pero para arre-
glar contribuciones unos vecinos desgraciados quienes casi
nada les ha quedado, repito que me parece injusto inde-
coroso. ^
De esta oposicin, apoyada por don Toms Garca de
Ziga, naci la idea de la formacin de un gobierno con
todas las atribuciones que las Leyes de Indias conferan
los gobernadores de provincias, idea que habiendo sido
aprobada, se llev efecto nombrndose por el Congreso
para formar ese gobierno, los seores don Toms Gar-
ca de Ziga, don Juan Jos Duran y don Francisco Re-
migio Castellanos.
El gobierno, compuesto por los tres patriotas nombra-
dos, como todas las otras resoluciones de aquella asamblea,
fu desconocido por Artigas debido al desagrado que le cau-
s la influencia ejercida por Rondeau en el Congreso de
Maciel, lo que motiv la ruptura entre los dos jefes y la
retirada de Artigas del sitio de Montevideo, en la noche
del 20 de enero de 1814. ^
El hecho de que Prez Castellano se decidiese aceptar
el puesto de representante de Minas en el Congreso, ya es
una prueba de que se resolvi actuar favor de la cau-
sa patriota dejando de lado los escrpulos de que partici-
paban entonces muchos hombres que despus prestaron
servicios importantes la causa de los patriotas, escrpulos
bien explicables en un hombre que haba llegado la
vejez, perodo de la vida poco favorable para cambios ra-
dicales en asuntos de tanta importancia como el de la in-
dependencia, que en aquellos momentos muchos nativos

rrespondencia con el pueblo de Mrnas, pg. 280 y siguientes.
2 C L. Fregeiro, Artigas, pgs. 216.
miraban como una aventura para la cual no estaba auii

preparado el pueblo americano, y fuente de grandes desr-
denes cuyas consecuencias les llenaba de pavor.
Fuera de la aceptacin del cargo en una asamblea patriota,,
la actuacin del presbtero prueba su modo de pensar en
el Congreso.
En efecto, con motivo de que el general londeau diera
por un hecho consumado el reconocimiento del Gobierno
de Buenos Aires por los pueblos de la Banda Oriental,
lo que era cierto en efecto desde el momento que stos en-
viaron sus diputados ala Asamblea Constituyen te,el doctor
Prez Castellano puso en duda la verdad del reconocimiento
y entonces expres sus ideas polticas, desarrollndolas as:
.. . . lo que yo s s, es que el mismo derecho que
tuvo Buenos Aires para substraerse al gobierno de la
Metrpoli de Espaa, tiene esta Banda Oriental para sus-
traerse al gobierno de Buenos Aires. Desde que falt la
persona del Bey que era el vnculo que todos nos una
y subordinaba, han quedado los pueblos acfalos y con de-
recho gobernarse por s mismos>. ^
Aqu estn, pues, bien claramente expuestos sus idea-
les polticos, despus de sus momentos de duda yescrpulos:
quera la independencia absoluta, quera la formacin de
la nacionalidad oriental, quera la declaracin franca de
independencia de Espaa, que no se haba llegado aun
por el gobierno de Buenos xVires, quera que los pueblos de
la Banda Oriental se gobernasen por s mismos!
La agricultura, era para el doctor Prez Castellano un

verdadero culto, y ella dedic todos sus entusiasmos, to-
rfezCasiell.'iiio, unes- das SUS energas, comprendiendo que
i.ropi'iinoi-aopnomo. el adelanto de las actividades agrco-
las poda constituir una fuente de riqueza para su patria
y una remuneradora, benfica y sana tarea para sus compa-
triotas.
I Ms. Prez Gastellano. Volumen Fernndez y MedinaCorres-

pondencia con el pueblo de Minas, pgs. 280 y siguientes.
270 REVISTA HSTEICA
Esta decidida aficin al noble cultivo de la tierra debi

serle inspirada por su abuelo paterno, apasionado agricultor,
cuya chacra tanto elogia: y por la lectura deVirgiUo, cuyas
<: Gergicas , siempre nuevas, producen encanto y hacen
amar las labores y la vida de campo.
A los 30 aos de edad, es decir, en 1773, ^ compr la
chacra en que hizo, durante cuarenta aos, fecundas expe-
riencias y observaciones sobre agricultura. Esta chacra so-
bre la otra Vanda del Miguelete y con fondo hacia el Panta-
noso, formaba parte de la que en el primitivo reparto, sealada
con el nmero 1, correspondi don Silvestre Prez Bravo,
la que despus pas al cura Brrales, quien en testamento
la leg su esclavo Bruno, de cuyo tutor y curador don
Antonio Camejo, hubo el doctor Prez Castellano, segn
escritura de 9 de septiembre de 1773, la mitad, sean 200
varas sobre el Miguelete y una legua de fondo, tierra que
es hoy parte de las quintas que fueron del coronel Lorenzo
Latorre (hoy sucesin Delucchi) y general Santos y si-
guiendo hacia el N. E. las que quedan al E. del camino
que pasa junto la estacin Sayago del Ferrocarril Cen-
tral del Uruguay hasta cerca del Pantanoso, ocupando
hasta 2 varas al ]ste de dicho camino, que es uno de
los de abrevadero y divida la chacra adquirida por Prez
Castellano de la de su abuelo don Felipe Prez de Sosa,
que era la nmero 2 del primitivo reparto. "
En una elevacin ^ que se encuentra los fondos de la
quinta hoy de la sucesin Delucchi, hizo el presbtero su
casa de material y techo de azotea, y desde ella se delei-
taba contemplando la vista de las arboledas del Miguelete,
el Cerro y la ciudad, * vista hoy tanto ms encantadora
que entonces y fuente segura de inspiracin para cualquier
1 Testamento de Prez Castellano. Clusula 10, locus cit.

2 Esta ubicacin es el resultado de investigaciones hecias en di-
versos archivos y en el terreno.
3 Observaciones, etc-, 296.
4 Observaciones, etc., 322.
DE LA UNIVIKSIDAD 277
artista. A los lados de la casa y defendindola de los sud-

estes, tena dos hermosos ombes plantados cuando recin
compr la chacra y que llegaron elevarse ms de diez
y ocho varas, formando copas con otro tanto de dimetro. ^
El agricultor estaba orgulloso de su casa y de sus dos om-
bes; deca que de lejos pareca que aqulla se apoyaba en
stos, agregando: Estos ombes mis ojos la adornaban
(la casa) con los verdes colgantes de sus ramas, y yo los
apreciaba en tanto, que hubiera despreciado una talega de
pesos que me hubieran ofrecido por quitarlos de donde yo-
los tena. ^
Cerca de la casa se levantaban las dependencias, esta-
blos, galpones, etc.. necesarios las labores que se dedi-
cara, y rodeando las construcciones se agrupaban los na-
ranjos, los pinos, los robles, las parras, las flores, los alma-
cigos, que crea deba prestar ms solcito cuidado que
apreciaba por el perfume 6 por su bello aspecto.
Ms lejos, estaban los montes frutales y las sementeras.
En este tranquilo y hermoso medio, pas gran parte de
su vida el buen hombre, cuidando con amor su chacra, ha-
ciendo siempre experiencias, tratando de sorprender inter-
pretar la ms ligera manifestacin de los vegetales, ense-
ando al que se le acercaba todo lo que saba, comunicando
sus observaciones y estimulando todos los agricultores, y
siendo el generoso amparo del vecindario pobre que lo te-
na como un padre solcito.
Quera los rboles como si fuesen sus semejantes y
amigos; le causaba dolor ver cortar uno, aunque fuese
ajeno, ^ y vea, como acto digno no slo de vituperio, sino
de castigo), el hecho de cortarlos fuera de sazn. ^
Si el amor los rboles se hubiera generalizado ms en
nuestro pas, no tendramos hoy que lamentar la desapari-

3 Observaciones^', etc., 307.
n de gran parte de nuestros montes naturales, tan ben-

ficos al hombre, no slo por su sombra sino por su influen-
cia higinica, el valor de su madera, y su poderosa accin
sobre la frecuencia de las lluvias, tan necesarias para la ri-
queza nacional.
Prxima la ciudad, como estaba la chacra, iba sta
con gran frecuencia y permaneca largas temporadas de-
dicado exclusivamente sus plantaciones, formacin de
almacigos, poda, cosecha de los granos, ensayos de semillas,
experimentando nuevos procedimientos para las distintas
labores, perfeccionando instrumentos de trabajo y empe-
ndose en difundir entre los hortelanos del Miguelete los
resultados de sus observaciones, fin de evitarles un per-
juicio hacerles ms fecundo su trabajo.
Probablemente el perodo ms largo de su vida, pasado
exclusivamente en la chacra, es el que abarca desde fines
de septiembre principios de octubre de 1812, hasta el 3
de septiembre de 1815, fecha en que fu trado Monte-
video ya gravemente enfermo.
Fu durante esta larga estada de casi tres aos, en que
rara vez vino la ciudad, ^ que pens en ordenar sus ob-
servaciones, las que escribi instigado por un patritico
pedido.
La obra del empeoso agrnomo no fu duradera. La
chacra, formada fuerza de la ms grande constancia, de
verdaderos sacrificios, dos aos despus de la muerte de su
dueo, <^fuc absolutamente destruida!y> ~ Fu absoluta-
mente destruida la obra de cuarenta aos de entusiasta la-
bor! Hoy no existe ni un solo rbol de ios plantados por el
1 Autos testamentarios de Bartolom Prez. Escrito de Jos Rai-

mundo GuerraArchivo del Juzgado L. de lo Civil de 1." turno.
Ao 1810.
2 Archivo del Juzgado L . d l o Civil de I."' turnoAo 1823Ex-
pediente caratulado Libertad de esclavos del presbtero doctor Prez
Castellano, escrito de Juan Francisco Gir, Sndico Procurador de la
ciudad.
presbtero, j se ha perdido completamente el recuerdo de

la chacra, hasta el extremo de que la tradicin oral no
ofrece dato alguno para dar con la ubicacin del sitio en
que se hicieron en el pas los primeros y ms serios estu-
dios sobre agricultura. Sin embargo, esta ubicacin es un
dato que ha de aprovecharse si algn da llega hacerse
agricultura cientfica en el pas; ha de aprovecharse para
estudiar la evolucin de las tierras, las transformaciones de
las especies vegetales travs de los aos, la productivi-
dad de las semillas y otras cuestiones que son interesantes
para saber cul e? nuestro porvenir en materia de agricul-
tura.
En el ao 1813, ya se senta el presbtero muy decado.

Varias vêces en sus escritos de entonces, haca referencias
su ma! estado de salud; que no poda salir de su chacra
Miiorie del docior P sino para decir miea los domingos y
rez Castellano. das festivos; que mientras oficiaba,
senta unos vahdos que lo obligaban recostarse sobre el al-
tar; que iba perdiendo la memoria; se lamentaba de que n
podra hacer nuevas experiencias sobre cultivos; pensaba en
lo que sera de su chacra cuando l faltase. ^ En esta situa-
cin crey que deba hacer testamento, lo que llev efecto
en su misma chacra el da G de enero de 1814, ^ escribindolo
de su puo y letra, despus de lo cual invit varios amigos
y vecinos para cerrar los pliegos que contenan la expresin
de su ltima voluntad. Este acto tuvo lugar el 10 del mis-
mo mes y ao^; en l, el testador expuso los seores
don Juan Jos Duran, don Hilario Snchez, don Carlos
Anaya, don Francisco Calvo, don Jos Manuel Trpani,
1 Ms. Prez Castellano, Volumen Fernandez y Medina, Correapon

dencia con el pueblo de Minas, pginas 280 y siguientes, Observacio-
nes sobre Agricultura.
2 El testamento original y su cubierta, se encuentran en el Archivo
del Juzgado L. de lo Civil de l.^r Turno. Protocolo de la Escribana
PblicaCastillo-Ao 18J5, fojas 409 y siguientes.
don Carlos Casavalle y don Andrs Manuel Duran, que

bajo la cubierta cerrada y lacrada que les present se encon-
traba su testamento, extendindose esta declaracin que
firmaron los siete testigos y el testador, no concurriendo
al acto escribano en razn de no hallarse ninguno mu-
chas leguas la redonda, ^ exclusin hecha de ios que se
encontraban dentro de la plaza sitiada.
Al ao siguiente, el buen hombre, vea venir la muerte.
Esta se le present el i." de septiembre de 1815, atacn-
dolo con una epilepsia ^ que desde el primer momento
le priv del sentido que no volvi recobrar, falleciendo
los cuatro das en su casa de la ciudad, donde fu trado
el da 3 desde la chacra, custodiando amorosamente ese
cuerpo moribundo, el presbtero Dmaso A. Larrafiaga y
algunos parientes y amigos, ^ que valoraban los tesoros de
nobleza, de bondad, de desinters, de saber, de patriotismo
que caracterizaban al modesto vecino de Montevideo.
El testamento fu abierto ante el Alcalde de I.'"'' voto,
de] Cabildo, don Pablo Prez, el mismo da de la muerte,
y al da sjguiente, cumpliendo la voluntad del extinto, tuvo
lugar su entierro en el cementerio de la Iglesia Matriz, lo
que se justifica por la partida respectiva que dice as:
En seis de Septiembre de mil ochocien-

Jos Manuel
tos quince se enterr en el Cementerio de
Pelmez.
la Iglesia Matriz de Monte'''"' el cadver
del W y Presbtero D" Jos Man' Prez N' de Monte'''^
hijo legtimo de D" Bartolo Prez, y de D''' Ana Caste-
llano; de edad de 70 aos, muri c/e muerte violenta;^
recibi el sacramento de extremauncin; otorg su testa-
mento en el q*" dej por Albacea D" Jos Raimundo
Guerra; y p'' verdad lo firm,
/>' Juan Otaegui>y.
1 Diligencias i e apertura del testamento, continuacin de ste.

2 En el original estn tachadas las palabras de muerte violenta,.
con la indicacin al margen Enmendado. No vale*.
Grande fu la impresin de dolor que produjo en Mon-

tevideo la muerte de uno de sus hijos ms justamente
queridos.
Hasta nuestros das la tradicin refleja el aprecio que se
tena Prez Castellano en su ciudad natal; cuando se le
vea por la calle, todos cuantos lo encontraban se apresu-
raban inclinarse reverentes su paso.
Nada importante ocurra en gran parte de las familias,
que no fuese motivo para consultar la opinin siempre
mesurada del presbtero. El participaba de las alegras
y de los dolores de todos; todos consolaba, todos
estimulaba hacia el bien y les daba alientos para seguir lu-
chando.
Era ms bien alto, delgado, de cabello negro y abun-
dante, nariz pronunciada, mirada sumamente dulce la
vez que enrgica; seducan su sonrisa bondadosa pronta
manifestarse y sus modales elegantes sin la ms ligera
afectacin, dando esto mayor prestigio entre sus con-
vecinos, su traje talar, que siempre llevaba con la mayor
sencillez. ^
Prez Castellano tuvo un puesto distinguido entre los

hombres ms ilustres de su tierra. Fu un espritu selecto,
Sus ttulos la eonsi- cle inteligencia bien cultivada, de cri-
deracin pbiiea. terio firme y sereno. Sus acciones,
siempre noblemente encaminadas, eran el resultado de ma-
dura reflexin. En sus obras se encuentran multitud de
observaciones atinadas que denuncian una visin clara de
los destinos que estaba llamada su patria.
Comprendi que el trabajo y la ilustracin deban ser
los principales factores para alcanzar la felicidad nacional.
Esta persuasin lo impuls trabajar en primer trmino,
durante ms de la mitad de su vida, para iniciar sus pai-
sanos en las labores agrcolas; y debe considerarse como
1 Referencias varias.
una verdadera desgracia nacional, el hecho de que el bene-

mrito agrnomo bajase la tumba antes de haber con-
seguido encauzar hacia las tareas de su predileccin, la
actividad de sus compatriotas.
Ei triunfo de las ideas del hortelano del Miguelete hu-
biera economizado la patria muchos das de duelo, pues
que la semilla sembrada costa de duros esfuerzos, la
necesidad de proteger el sembrado y cosechar los frutos,
nico sostn de una familia,hubiera retenido en sus
ranchos muchos compatriotas; los hubiera alejado de los
campos de las crudas y estriles luchas que vinieron des-
pus, en que se cruzaban las lanzas, y cuando ya haban
herido, sola ser tarde para confundir en un fuerte abrazo
dos almas nobles y estrechamente vinculadas por lazos
del afecto de la sangre.
Para favorecer la instruccin,otro de los poderosos
factores que lo preocuparon, leg sus libros para fundar
una biblioteca pblica, una casa capaz para su funciona-
miento, y rentas para costear todos los gastos fin de que
la institucin prestase sus valiosos servicios sin gravamen
para la hacienda pbhca.
Desde su muerte ha transcurrido casi un siglo, y cabe
recordar, que nadie lo ha sobrepasado en desinters y labo-
riosidad favor del adelanto de la agricultura, ni nadie ha
hecho como l una disposicin testamentaria tan completa
y patriticamente inspirada la vez.
Fu un hombre de conocimientos superiores los que
en su poca eran generales; la carrera eclesistica le pro-
porcion el dominio de la lengua latina cuyos autores cl-
sicos le producan embeleso y le ofrecan nociones que
supo aprovechar; el francs le era familiar; ciertos elemen-
tos de historia natural le dieron la explicacin de algunos
secretos de la vida vegetal y le permitieron sobresahr en su
aficin predilecta, ayudado poderosamente por una inteli-
gencia tan sobresaliente, que le ense que el mtodo ex-
perimental es el mejor camino para progresar en el estudio
de la naturaleza.
Era docto adems en matemticas, las que aplic

cuestiones de inters pblico. ^
EQ un medio poco propicio al estudio, no desmayaba su
fifn para aumentar el caudal de su saber; as lleg ser
tenido como una verdadera autoridad, hermosamente pres-
tigiada por su modestia y sus virtudes.
Fu el mentor y consecuente amigo de Larraaga, de
quien era 28 aos mayor.
Como ciudadano, mostr entereza de carcter indepen-
dencia y ofreci el sano ejemplo de anteponer los deberes
para con la patria, todo otro orden de consideraciones, lo
que evidenci ms de una vez,y en forma bien notable,
cuando desoyendo las terminantes rdenes de su superior
el Obispo de Buenos Aires, permaneci como miembro de
la Junta de Montevideo de 1808. Actitud semejante hoy
todava merecera aplauso, y es mucho ms justo tributarlo
tratndose de hechos ocuridos en tiempos en que el esp-
ritu de libertad recin empezaba dar muestras de sacudir
su letargo.
Toda cuestin de inters pbhco lo preocup, toda idea de
progreso lo tuvo de aliado.
La nobleza y la sinceridad de sus juramentos y la edad
avanzada en que se encontraba, lo retardaron en plegarse
id mo^qmiento revolucionario encabezado por Artigas. A l
Fe afili, sin embargo, cuando el momento le pareci llegado,
y encar el problema poltico en el sentido de la libertad
absoluta de la Banda Oriental, sobrepasando en ideales
patriticos muchos otros hombres de su tiempo.
Su testamento, ' fuera de la demostracin de sus arrai-
1 Tengo un documento escrito de puo j letra de Larraaga que

prueba que ste, en unin con Prez Castellano, por medio de trigo"
nometra logartmica, obtuvo la altura del Cerro, la distancia des-
de su linterna bstala Isla de Ratas y otros datos interesantes para
la defensa militar de la baba de Montevideo.
2 Archivo del Juzgado L . de lo Civil de !.''' TurnoProtocolo de
la EscribanaPblicaCastilloAo 1815, fojas d09 y siguientes.
giidas y sinceras creencias religiosas, prueba su carcter

. sencillo, enemio-o de toda ostentacin
Icstiiniento .
vanidosa, los afectos que lo ligaban
su familia, sus buenos sentimientos con respecto sus
esclavos y su innegable patriotismo.
Por la clusula primera, dispone que su cuerpo sea
amortajado con un ornamento pobre y viejo correspon-
diente su orden sacerdotal >> y no se entierre bajo teclio
destinado la celebracin de la misa.
En cuanto la mortaja, segua ^ la costumbre general
en Montevideo, segn la cual, aun sin pertenecer al sacer-
docio, los que fallecan eran vestidos con hbitos sacer-
dotales ya tesados, que se vendan al efecto; y en lo refe-
rente al sitio en que deba ser enterrado, se mostraba
consecuente con su propaganda constante en el sentido de
combatir la antihiginica prctica, sumamente arraigada, de
enterrar los muertos dentro de las iglesias, loque di5 por
resultado en la iglesia de San Francisco, ^ por ejemplo, que
an ms de media hora despus de abiertas las puertas por
la maana, no era posible entrar ella por los malos olores
que la putrefaccin de los cadveres despeda.
Se singularizaba enemigo de las vanidades y de las pom-
pas cuando en la clusula segunda dispona que su entierro
concurriesen slo algunos sacerdotes, pero sin sobrepelliz;
que no se usase rgano en las ceremonias mortuorias, sino
canto llano; que los funerales fuesen breves, para que sean
soportables los que tengan la caridad de asistir ellos;
que no se pusiesen ms velas que las de rbrica y que no
se hiciese tmulo sino que en su lugar se colocase un pao
negro con cuatro velas.
Dispuso la libertad de los esclavos de su chacra, otor-
. gada desde el momento de su muerte algunos,los que
mejor le sirvieron,y despus de ciertos aos de trabajo,
1 L a iglesia de San Francisco vieja, que se encontraba donde est

hoy la Bolsa de Comercio.
otros cuya conducta no fu tan recomendable. Ms me-

nos tarde, pues, todos deban gozar de su libertad, disposicin
que fund expresando que no quera que ninguno de sus
esclavos tuviese por desgracia el haberlo servido.
Declar que no deba nada nadie; hizo varios legados
sus sobrinos y expres que su fortuna era una chacra de
200 varas sobre el arroyo Miguelete y una legua de fondo
en direccin al arroyo Pantanoso y una casa en el pueblo.
Nombr heredero fideicomisario de su chacra, su amigo
don Agustn de Estrada, quien deba disponer de ella segn
instrucciones que anteriormente le haba dado. ^
Las clusulas 22.^ 23.'* y 24.' ^ que se refieren al legado
})ara biblioteca ptblica y recursos para su mantenimiento
dicen as:
22.* Despus de estas declaraciones, destino por mi l-
tima voluntad toda mi casa del pueblo, para que en ella se
establezca una biblioteca pblica, empezando la coleccin
de libros por los pocos que yo tengo mos, tanto aqu en la
chacra como en la ciudad, siendo mi deseo que en esa bi-
blioteca no se hallen jams libros obscenos que corrompan
las costumbres, ni libros impos que las corrompen mucho
ms, haciendo escarnio de la religin y acarreando los ma-
les infinitos que actualmente nos afligen. Una biblioteca
sin exclusin de esos libros, lejos de ser til, la reputo per-
judicial. El establecimiento se entiende despus de haberse
satisfecho los legados que antes expres, y que de haberse
satisfecho con la demora que demanda el dejar legados sin
dejar algunas talegas prontas, pero como vuelta de pocos
aos, los alquileres ayudados del trigo que tengo en la cha-
cra ensacado y almacenado, que me cost ms de dos mil
pesos y es de excelente calidad, y ayudados tambin de lo
que se cobrase, pueden dar salida eê embargo, que ya
1 No me ha sido posible encontrar rastro alguno de estas instruc-

ciones que bien pudieran ser interesantes para el estudio del personaje.
2 Testamento de Prez Castellano, locus cit.
est puesto porque as lo escrib, quedar la cosa ms Uanu

y corriente. As digo que despus de cumplidos los legados,,
debe entrar el establecimiento de la biblioteca, y sealo
para el bibliotecario cuatrocientos pesos anuales sobre los
alquileres de las piezas de la calle, quedando lo restante
para algunos reparos que se ofrezcan en la casa y para los
dependientes que necesiten casa y biblioteca para su aseo
y limpieza y para su conservacin; pues todo lo que pro-
duzca la casa, fuera de la parte ocupada por el biblioteca-
rio y sus dependientes y la misma biblioteca, es mi vo-
luntad que se refunda en su conservâcin y adelanta-
miento.
2;^* tem nombro por bibliotecario mi amigo don
Jos Raymundo Guerra; y cuando por sus ocupaciones no
pueda admitir ese encargo, nombro para l al presbtero don
Dmaso Antonio Larraaga, quien aunque actualmente se
halla en la biblioteca de Buenos Ayres, donde lo arreba-
taron las circunstancias, me persuado no se negar ad-
mitir en su patria un empleo fixo, tenindolo slo por
admisin voluntaria del principal fuera de ella. Pero si uno
ni otro lo admiten, ruego al primero nombre quien lo ha
de ser. Asimismo le ruego forme un reglamento para el r-
gimen de la casa, y sancionado con la aprobacin del Go-
bierno y del Excelentsimo Cabildo, quede establecido
como una constitucin que se deba observar en adelante.
Asimismo es mi voluntad que el referido viva siempre
que le acomode en la casa, eligiendo para su habitacin las
piezas que guste, pues si yo despus de muerto fuese ca-
paz de sentimiento, lo tendra grande, de que por el qu
dirn por la delicadeza de su genio, abandonase la casa
de un amigo que siempre lo apreci.
24.'' Asimismo es mi voluntad que para lo sucesivo
sean electores del empleo de bibliotecario los seores Al-
caldes de primero y segundo voto y procurador de la ciu-
dad; y suplico al Excelentsimo Cabildo proteja con su am-
paro un establecimiento que creo ser uti(, y que le dar
la ciudad lustre y decoro. Asimismo por la natural indi-
nacin que tienen los hombres al pas de su nacimiento,

yo deseara que habiendo algn natural de Montevideo
apto para desempear ese encargo, fuese preferido en igua-
les circunstancias otro de afuera, y que en iguales cir-
cunstancias fuese preferido un eclesistico al que no lo
fuera.
La iniciativa de la creacin de una biblioteca pblica y

la forma cmo dispuso el funcionamiento de tan importan-
te factor de progreso, dotndolo de
El docioi- Prez Cas- casa capaz (23 varas de frente por 50,
tellam) y la liblio- j ^ ^ ^ . ^^^^^ 35 ^^ ^ . ^ ^^^^^^ j ^ . , ^ ^
leca Nacional ^ ", ^^ , ,/ . ,. ,
Carlos bromez e Ituzaingo), y de
fondos para su mantenimiento haciendo posible que la idea
llegase ser una verdadera realidad, constituyen un valio-
so servicio favor del adelanto intelectual del pas, que
debe hacer inmortal el recuerdo del ciudadano que en
aquellos va tan lejanos tiempos se preocupaba del futuro
engrandecimiento intelectual de su patria, y es adems un
brillante ejemplo de patritica y noble disposicin testa-
mentaria, recurso que en otros pases ha contribuido pode-
rosamente al adelanto de las ciencias y las artes.
He aqu como el ilustre historiador don Isidoro De-Ma-
ra, tambin patriota apasionado, juzgaba la iniciativa:
El doctor Prez y Castellano tuvo el alto mrito de ser
el primero que pens en la creacin de una biblioteca p-
blica para sus compatriotas, donando patritica y despren-
didamente medios para su planteacin y sostenimiento: pre-
ciosa y meritoria ofrenda de amor la patria y las luces,
hecha por el civismo ms cumplido en sus altares; prueba
inequvoca del inters que le inspiraba la ilustracin de las
generaciones del porvenir, consagrando ella con su ltima
voluntad, una parte valiosa de sus bienes de fortuna, para
fomentarla en una poca de oscurantismo y de emancipacin
prematura, cuando ms que nunca se necesitaba un poco de
luz que la derramase en su camino, preparando los espri-
tus para las serias funciones de la sociedad que tocaba el
dintel de la independencia poltica.
<".. . el doctor Prez y Castellano, allegar con preferencia lo

principal de sus bienes para la fundacin de la biblioteca
publica, rindi un sealado servicio su pas y la
ilustracin de sus hijos, que hace inolvidable su memoria,
dando su nombre un lugar distinguido entre los que la
posteridad justiciera venera y dignifica por sus mritos y
virtudes.^
Pero, la voluntad del testador no se cumpli, ella que-
d defraudada, dice De-Mara, por una serie de circuns-
tancias que no alcanzamos explicar,^ y don Juan Manuel
de Vedia expresa a su vez, que deseara saber qu
causas se debe el que no se cumpliese jams la voluntad
del doctor Prez Castellano^>. '-'
La biblioteca pblica propiamente nunca estuvo insta-
lada en la casa'del doctor Prez Castellano, que hoy perte-
nece un particular. Ella se inaugur el 2G de mayo de
1816 establecindose en el Fuerte de Gobierno ^ y pronun-
ciando la oracin de apertura al pblico, el doctor Dmaso
Antonio Larraaga, en cuya pieza oratoria exclama: que
.êa eterna la gratitud cuantos han tenido parte en este
pblico establecimiento!; y manifiesta en seguida que me-
recen ese agradecimiento, el general Artigas, su delegado
don Miguel Barreiro y el finado doctor don Jos Manuel
Prez y Castellano.^
Al ao siguiente de la instalacin, los invasores portugue-
ses, al entrar Montevideo destruyeron el establecimiento.
1 Isidoro De-Mara: Rasgos biogrficos de hombres notables de

UiuguayLibro segundo, pgina 86.
2 Artculo citado.
3 Actas de la Asamt)lea Constituyente tomo I I I pginas 439 y si-
guientes.
4 Oracin inaugural que en la apertura de la Biblioteca Pblica
de Montevideo, pronunci el doctor D. A. Larraaga.La Revista
del Plata, dirigida por don Isidoro De Mara.Montevideo, mayo 21
de 1877.
bE LA UXIVERSIDAD 289
Esta afirmacin ha sido desmentida, ^ pero debo tenerla por

cierta en atencin que el constituyente Masini, que fu tes-
tigo presencial del brbaro acto, en la sesin del 4 de mayo
de 1830, cuando se discuta un proyecto de ley por l pre-
sentado referente al restablecimiento de la biblioteca pbli-
ca, dijo lo siguiente sin haber sido contradicho:
Dice el seor diputado que la biblioteca no ha sido des-
truida porque existen los estantes y algunos libros, de lo
que se deduce que el seor diputado no estuvo aqu el ao
17. La biblioteca, seores, es pblico que fu arrojada al
patio del Fuerte y una pieza que era imprenta, lo que dio
motivo que se destruyesen porcin de obras y otras des-
aparecieran. Qu extrao es que se diga por up decreto que
la biblioteca ha sido destruida, no por los hijos del pas,
sino por los extranjeros, que, como yo lo presenci, se mo-
faban de ella? ^
Esto debe constar, seores . . . ^>.
Fu en presencia de la actitud de los portugueses, que el
Cabildo, para salvar los libros arrojados de sus estantes,
dispuso en sesin de 10 de abril de 1817, que todos los
libros y tiles de la Biblioteca fuesen entregados, por in-
ventario formado por el escribano, don Jos Raimundo
Guerra; que ste conservase todo su cargo, en la casa del
finado presbtero don Jos Manuel Prez Castellano, segn
la misma y ltima voluntad del mismo; que el acto de la
entrega fuese presenciado por el seor Regidor Defensor de
Menores don Juan F. Gir, quien se comisionaba al
intento, y que de todo se instruyese de oficio dicho
Guerra para su cumplimiento en la parte que le toca. ^
Recin entonces, pues, los libros de la biblioteca pblica
fueron ocupar la casa del presbtero fallecido. All debie-
1 P . Mascar y Sosa: Noticia histrica de la fuadacin de la Bi-

blioteca Pblica de Montevideo.
2 Actas de la Asamblea Constituyente, tomo I I I , pgina 446,
3 Actas del Cabildo, fecha citada,
K. H. ]>X LA U.19.
ron quedar custodiados por don Jos Raimundo Guerra

quien aqul tanto distinguiese con su amistad; pero todava
en noviembre 14 de 1833 ' era un deseo del Gobierno el
restablecimiento de la biblioteca, deseo ya manifestado por
la Asamblea General Constituyente y Legislativa, segn
decreto de 10 de mayo de 1830 inspirado por el consti-
tuyente don Ramn Masini, quien se debe tambin la
iniciativa de la colocacin del retrato del doctor Prez
Castellano en la biblioteca nterin se logre la ereccin
de una estatua en el mismo lugar, como deca el proyecto
presentado. -
El 19 de diciembre de 1838 el Presidente de la Rep-
blica, general Rivera, nombra Administrador General de
Correos al ciudadano don Jos Mendoza, quien hasta en-
tonces desempeaba el cargo de Tesorero del Ejrcito. ^
El nuevo Administrador, pronto consigue dar al Correo
un local mejor ^ y este local e s . . . la casa de Prez Castellano,
destinada por su propietario, para que en ella se establezca
una biblioteca pblica!
Tena derecho el Presidente Rivera para usar de la casa
del doctor Prez Castellano para otra cosa que no fuera
una biblioteca pblica ? Evidentemente, no.
Pero se lleg a ms, todava.
El seor Mendoza, siendo Tesorero del Ejrcito, haba
suplido al Estado, para necesidades de carcter urgente,
hasta la suma de 14,000 pesos; y como en aquellas pocas
difciles no pudiera serle reembolsado tal adelanto, pro-
puse, dice el seor Mendoza, S. E. el seor Presidente
recibir en pago de esa cantidad, el edificio viejo en que se
1 Decreto sobre el restablecimiento de la biblioteca pblica. Fecha

citadaColeccin Rodrguez, tomo I, pgina 112.
2 Actas de la Asamblea Constituyente, tomo I I I , pginas 439 y
siguientes.
3 Isidoro E De Mara: El Correo del Uruguay, pgina 96.
4 E l Correo estaba anteriormente en el Fuerte de Gobierno. dem,
pgina 97.
halla la A.dmiaistracin de Correos, que es propiedad del

Estado, y se me ofreci, ^ cuyo ofrecimiento hizo valer
Mendoza ante el Vicepresidente don Joaqun Surez por
escrito de 4 de enero de 1842, encontrndose en campaa
el Presidente general Rivera. Odo ste sobre el particular
no opone inconveniente al pedido de Mendoza, ' visto lo
cual el Vicepresidente Burez, despus de expresar que el
general Rivera haba dispuesto la enajenacin que no lleg
realizarse por su pronta salida campaa, y ^cno pudiendo
el Gobiei^no revocar aquella resoluciny^, firm la escri-
tura de venta el 18 de abril de 1842. ^
Parece que don Joaqun Surez opinaba que el Estado
no poda enajenar la casa de Prez Castellano, destinada
expresamente ser ocupada por una biblioteca pblica, lo
que no importaba legar al Estado su propiedad; y no hay
duda que estaba en lo cierto Surez al pensar as.
Cumplise as la tan bien inspirada disposicin testa-
mentaria de Prez Castellano!
Queda descifrado el enigma que preocup De-Mara y
Vedia.
II
Las obras del doctor Prez Castellano; las Observaciones

sobre Agricultura y sus trabajos inditos
En los primeros das de junio de 181H, se encontraba

el buen hortelano en su chacra tratando de abstraerse en
Las Observaciones SUS labores predilectas, para olvidar
sobre Agricultura. ^1 dolor que experimentaba en pre-
sencia de los males que sufra la campaa durante aquella
poca de guerra, cuando lleg su poder un oficio del Go-
bierno Econmico de la Provincia, oficio patritico que
1 Protocolo de GobiernoAo 1842Tomo 57 bis, nmero 32, p-

gina 1.44 vta. El Superior Gobierno Jos de MendozaVenta de
casa. Escribano Juan Pedro Gonzlez.En el archivo de la Escri-
bana de Gobierno y Hacienda.
^92 EEVISTA HISTRICA
hace gran honor su firmante el doctor Bruno Mndez,

Vicepresidente del dicho Gobierno, que tena su sede en
Guadalupe.
El Gobierno Econmico, haba sabido que el presbtero
algunas veces escriba apuntaciones sueltas^> sobre agri-
cultura, y le peda que se las mandase como estaban las
pusiese en orden, fin de publicarlas para enseanza de
los agricultores del pas. ^ Bien merece un aplauso el em-
peo del Gobierno de Guadalupe, que en medio de aque-
llos momentos de grandes tribulaciones, tena puesta su
vista en el futuro, con el noble empeo de trabajar favor
de la enseanza del agricultor, pensando que era necesario
preparar, aun en tiempo de guerra, hombres de trabajo pa-
ra la paz, hombres que viviesen de la tierra, se vinculasen
fuertemente ella, y slo de ella esperasen su felicidad y
h de los suyos.
El pedido no pudo menos de ser grato al doctor Prez
Castellano, y as lo hizo saber al Gobierno, pues vena
favorecer sus continuos anhelos de vulgarizar los conoci-
mientos agrcolas y luchar contra la rutina; y se puso la
obra a mediados del mes de julio, recibiendo antes de con-
cluirse este mes un nuevo oficio del Gobierno de Guada-
lupe pidiendo lo que ya tuviese escrito y que le mandase
todos los meses lo que le fuese posible.
En la contestacin al segundo oficio, expresa el autor
cmo iba haciendo su trabajo, dato interesante que permite
afirmar que los primitivos borradores de las Observacio-
nes sobre Agricultura se conservan an hoy, despus de
victoriosa lucha contra el tiempo y la polilla,
Como me faltaba papel en qu escribir, dice en su
contestacin, rae acord de un libro de marquilla en que
tena otras apuntaciones curiosas, ya propias, ya copiadas,
y en las hojas blancas de ese libro, estoy escribiendo mis
rsticas observaciones, y llevo ya en borrador 14 hojas,
sin haber sahdo aun del principio.
1 Ms. Ptez Castellano.Volumen Fernndez y Medina. Prlo-

go las Observaciones.
DE LA NIVEESIDAD 208
Pues bien: ese libro de marquilla con apuntaciones

curiosas propias y ajenas, todo escrito de su puo y letra,
se encuentra hoy en poder de don Nicols Borrat; he podi-
do ligeramente estudiarlo, y me ocupar de l ms adelante.
Tambin ha llegado hasta nosotros otro volumen, igual-
mente manuscrito de Prez Castellano, que pertenece hoy
al distinguido escritor don Benjamn Fernndez y Medina,
en donde est una copia bastante ampHada del borrador
referido, hecha evidentemente teniendo presente la prime-
ra. Tambin me ocupar de este volumen.
El doctor Prez Castellano concluy su trabajo en el
ao 1814, ^ y recin vino publicarse 34 aos despus en
el Cerrito de la Victoria por la Imprenta del Ejrcito, de
orden del general Oribe, no slo por la utilidad que de
ello (la impresin del manuscrito) pueden reportar los la-
bradores, hortelanos, quinteros, etc.^ sino como un testimo-
nio de respeto la memoria de aquel ciudadano (el doctor
Prez Castellano) natural de esta Repblica, quien l
consagr esta y otras pruebas de su anhelo en fomentar su
ilustracin y adelantos materiales.
En el ao 1848, pues, vinieron realizarse los elogia-
dos propsitos del Gobierno Econmico de la Provincia, de
1813, y al publicarse las Observaciones, se rindi un
justo homenaje al virtuoso ciudadano y se prest un ser-
vicio al pas dando conocer el tratado de la referencia.
Prez Castellano, no era propiamente un naturalista, ni
un botnico, era simplemente un hombre inteligente dota-
do de grandes facultades de observacin y movido por un
vivo entusiasmo por la naturaleza, cuyos secretos se propo-
na descubrir en el campo del reino vegetal, sin ms cono-
cimientos que los que pudo adquirir por el estudio directo
de los fenmenos naturales.
Pero, si bien no fu un naturalista, acopi observaciones
perfectamente exactas, muy valiosas para el estudio cient-
1 Observaciones, pgina 15.

fico de nuestra flora, y dio consejos prcticos los hortela-

nos del Miguelete, para quienes escribi sus cObservacio-
nes sobre Agricultura^>, trabajo meritorio en alto grado y
que despus de casi un siglo, es de utilidad evidente para
nuestros agricultores. Dicha obra hoy muy rara, forma un
volumen de 294 pginas con un ndice alfabtico de 16.
El trabajo empieza por tratar --cDel cerco; y para que
se vea la sencillez y claridad del estilo, el mtodo y la ex-
posicin razonada del autor, transcribo el primer prrafo:
1.^ Cerco necesario.Empiezo por el cerco, porque el
cerco es por donde empiezan deben empezar, todos los
que intentan ejercitarse en la agricultura, sembrando
granos, plantando arboledas, poniendo hortalizas, reu-
niendo en una misma huerta (que es lo ms comn y lo
ms til) todos estos renglones. Pues sin cercar la tierra
se expone el labrador ver destruido en pocas horas el tra-
bajo de mucho tiempo. Qu zozobra no es la del
labrador que, despus del penoso afn del da, se acuesta
pensando que pueden en aquella noche destruirle los sem-
brados de que espera la subsistencia de todo el ao! qu
afliccin y que desaliento no es el suyo cuando se levanta
y los ve destruidos! Pues esta zozobra y desaliento es el
que se evita, haciendo de antemano un buen cerco que le
resguarde sus sembrados y arboledas. ->
Luego, pasa ocuparse de los rboles frutales, su ma-
nera de plantarlos, los cuidados que cada uno requiere, las
diversas especies que conoce de cada uno, sus ventajas in-
convenientes, cmo y quin los introdujo, y de dnde y
cundo, la manera de podar, de injertar; sigue con la uva,
los rboles silvestres, los granos, las hortalizas, las flores,
sobre todo lo cual da minuciosas explicaciones, siempre
con una claridad seductora; y concluye tratando de los ani-
males que requiere una chacra, para su cultivo, aquellos
cuya cra e til, y la manera de hacer un corral.
Pero, la publicacin del Cerrito, no es completa; le falta
el Prlogo donde explica que escribi la obra pedido del
Gobierno Econmico de la Provincia; un largo captulo
muy interesante y prctico titulado Habitacin y depen-

dencias de una casa de campo, otras atinadas considera-
ciones sobre la necesidad de proteger la agricultura, y los
medios indirectos de hacerlo; y finalmente el suplemento,
agregado las Observaciones, despus de recibir los IG
tomos del Curso Completo de Agricultura escrito en
francs por una sociedad de agrnomos, ordenado por el
abate Rozier y traducido al castellano por Juan Alvarez
Guerra, en cuyo suplemento se trata de las aceitunas, la
vid, el vinagre, sidra, etc. Todo esto se encuentra en el ma-
nuscrito de propiedad del seor Fernndez y Medina,
quien tiene proyectado hacer la segunda edicin de las
Observaciones completando la primera principalmente
con lo que dejo citado. La edicin del Cerrito tiene 52(3
pargrafos numerados; el Caxon de Sastre y el volumen
Fernndez y Medina cuentan 730.
Lo que tiene de admirable la obra de Prez Castellano,
es que ella es el fruto exclusivo de su espritu de observa-
cin; l dice que todo lo que ha dado por cierto en su tra-
bajo, es porque as ha resultado despus de sus experien-
cias, ' y que ha carecido completamente de libros sobre
agricultura, no ser que puedan llamarse tales las Ger-
gicas de Virgilio; ^ iba escribiendo, y ensayando al mismo
tiempo, dejando veces lneas en blanco para llenarlas
despus de ver el resultado de nuevas experiencias que
segua con el mayor cuidado. Para escribir el suplemento,
sin embargo, tuvo la vista la citada obra de Rozier, que
le fu facilitada por don Dmaso Antonio Larraaga. "*
Fuera de lo que los cultivos directamente se refiere,
contienen las <-Observaciones una serie valiosa de indi-
caciones de la mayor utilidad para los chacareros, relativa
la manera de proporcionarse alimento sano y agradable,
al modo de hacer ellos mismos algunos de los artculos
1 Prlogo.
2 Observaciones, 294.
3 Prlogo,
ms tiles, indicaciones para conservar la salud y hasta re-

medios fciles para curar enfermedades, todos conocimien-
tos apreciables para los que viven fuera de poblado, lejos
de los centros de recursos, que contribuyen mejorar las
condiciones de la vida en campaa.
A esta ndole de conocimientos, que no son propiamente
sobre agricultura, pertenecen: la manera de adobar las acei-
tunas, de hacer orejones y pasas de higo, variadas clases de
dulces, refrescos, conservar las frutas, preparar diversos
vegetales para la mesa, hacer jabn, velas, vino, vinagre,
aceite, remedios, etc. todo lo cual trata siempre teniendo en
vista su utilidad para sus vecinos del Miguelete, para quie-
nes escriba.
Se encuentran tambin prrafos destinados la propa-
ganda favor de las labores agrcolas, algunos de ellos des-
tinados interesar, en estas tareas, la mujer, como el que
transcribo continuacin:
<InJ6rtos de escudo ms aseados.Los injertos de es-
cudo, sobre ser los ms generales, porque ms se acomodan
toda clase de rboles, tienen la ventaja de que para ellos
no se necesita barro, como lo necesitan los de cua, que no se
hacen la flor de la tierra un poco ms abajo. Tampoco
obligan por la disposicin de las ramas en que se injertan,
posturas violentas que fatigan, y por esta razn, pueden
hacerlo hasta las mujeres ms delicadas. Yo tengo una pri-
ma hermana, que era D.^ Ins Duran, ^ que tena compla-
cencia en hacer en su chacra de estos injertos, no por nece-
sidad, pues fu una seora que no tuvo hijos, y se hallaba
1 Vale la pena aprovechar la oportunidad para recordar que doa

Ins Duran, casada con don Miguel Ignacio de la Quadra, era una
dama benemrita y progresista. Don Fray Manuel Ubeda, una
extensin de legua y media de campo, para que la repartiese entre
los que quisiesen poblarse. L a poblacin se hizo y es hoy la capital
del Departamento de Flores. La escritura original de 14 de abril de
1804 se encuentra en el protocolo de la Escribana Pblica. Escriba-
po Castillo. Archivo del Juzgado L. de lo Civil de l.er Turno,
llena de bienes de fortuna, sino por satisfacer al genio ha-

cendoso y gubernativo de que estaba dotada; y los haca
siempre con buen suceso, porque las mujeres son ms
propsito que los hombres para hacer de esos injertos, por
tener los dedos ms finos y delgados, que son los mejores
para manejar los escudetes y ramitas delgadas de que se
sacan, y las en que se ponen.
Si hubiera muchas mujeres que su ejemplo hicieran
lo mismo, estoy persuadido que servira su aplicacin de
mucho fomento la agricultura, porque las mujeres por el.
natural atractivo que tienen para los hombres, fijan mucho
la atencin general favor de todo aquello a que se incli-
nan, y la fijaran mucho ms favor de un ejercicio tan
importante como es el de la agricultura, cuya necesidad to-
dos conocen, y en que solo se hecha de menos el amparo y
proteccin que debe tener.
Como con toda razn dice el doctor Pena, admirador de
Prez Castellano, se engaara quien tomase el libro (las
Observaciones) como mero manual del cultivador mon-
tevideano. Contiene referencias cosas muy interesantes
que no se relacionan con los cultivos, ni poco ni mucho,
si bien estn comprendidas en los dominios de la historia
civil y de la historia natural. '
Efectivamente, critica con fundamento la despropor-
cin entre el frente y el fondo de las chacras, verdaderos
canutos de 400 varas de frente por una legua de fondo,
repartidas los primitivos pobladores de Montevideo; - ex-
pone que el virrey Vertiz, que oy sus crticas y las hall
justas, al repartir las tierras de Guadalupe, dispuso que las
chacras fuesen de 200 varas de frente por 500 de fondo; ^
da las medidas de la primitiva Iglesia Matriz: ^ condena
1 Carta del doctor Carlos Mara de Pena al profesor Arechavaleta,

publicada en los Anales del Museo Nacional, tomo I, ao 1894,
Montevideo.
3 dem, 27 y 28.
4 dem, .S14.
ciertos funcionarios, y elogia otros; seala como odioso

un acto de favoritismo; elogia una a(;cin justa, se indigna
contra un abuso y aplaude una accin generosa, ofreciendo
al historiador, detalles que si bien aisladamente pueden
parecer insignificantes, sirven para completar un cuadro de
la poca, para describir cmo se viva, cmo se pensaba,
qu se aspiraba en un momento dado.
La meteorologa, puede encontrar datos dignos de estu-
dio, por ejemplo: donde Prez Castellano dice que no llovi
en el Miguelete, desde agosto de 1813 hasta hoy 4 de
enero de 1814 en que Dios por su misericordia mand una
lluvia copiosa; ^ donde habla de la seca de 1812, tenaz
y larga, que dur catorce meses "^ del temporal de
lluvias y vientos del S. E. que sobrevino en los das 17,
18 y 1 9 de octubre de 1776 ' que debi ser formidable,
cuando lo recordaba los treinta y siete aos; donde se re-
fiere los fros y las humedades, etc., etc.
Pero, para quien ms informes hay, es para el que quiera
estudiar la variacin de las especies vegetales en el lapso
de tiempo de un siglo ms, fin de sacar conclusiones
tiles para el porvenir explicaciones de fenmenos an no
comprendidos. En las Observaciones hallar quien
tales y tan tiles estudios se dedique, cundo fueron intro-
ducidas las primeras semillas de gran variedad de rboles
frutales y otras especies vegetales, en qu condiciones cre-
can, dnde fueron primitivamente plantadas, cmo se
cuidaron, cunto producan, y otros muchos detalles.^
2 dem, 394 y 395.
3 dem, 296.
4 Introduccin de diversas especies de rboles frutales; manzano,
palmero, pgina 22; peral bergamota 42; peral buen cristiano, 47; pera
manteca del coronel, 48; pera D. Guindo de Cuadra, 48; durazno
espaolets, 50; priscos blancos y amarillos, 51; durazno tinto, 54;
priscos de San Jos, 54; pelonoillo de la Virgen, 55; duraznillo de la
Virgen, 55; duraznos abollados, 56; damascos, 79; guindas, 83; higo
coll de Dama, 90; naranjos chinos, 100, etc., etc.
Y aunque esos mismos estudios no interese, en dicha

obra seala la gratitud nacional los nombres de los chaca-
reros, como Melchor de Viana, Eusebio Vidal, Miguel Ig-
nacio de la Cuadra, Bruno Muoz, Jos Raimundo Guerra,
Francisco Otero y otros, que introdujeron especies vegeta-
les tiles. Nadie aventajaba, sin embargo, al presbtero
en diligencia para proveerse de nuevas especies, muchas
de las cuales fu el primero en plantar y constituyen hoy
una riqueza de no escaso valor,
Prez Castellano nos ofrece, pues, los datos de la intro-
duccin al pas de muchos rboles y plantas; pero si bien
su trabajo se refiere slo hasta el ao 1814, inspir el
amor por la agricultura otro compatriota, don Juan Manuel
de Vedia, su pariente, en cuya casa el libro de Mi to el
padre;>, como en familia se le llamaba, era guardado como
cosa preciosa. Juan Maimel de Vedia, con la ayuda de
varios meritorios apasionados de la flora, como don Bernar-
do T. Pereira, los hermanos Margat y Domingo Basso,
despus de paciente tarea complet la obra y lleg deter-
minar cules fueron los rboles frutales importados despus
del ao 1 8 1 4 . '
P e r o , . . . sera largo seguir escudriando en las Obser-
vaciones, donde se esbozan tambin descripciones de fe-
nmenos tcnicamente interesantes que preocuparon al
buen presbtero, que hubieron de dejarlo perplejo, porque
como l mismo lo dice, le faltaba la preparacin cientfica
para volar alto, si bien le sobraba saber para ser el mejor
amigo que hasta hoy hayan tenido nuestros chacareros, pues
nadie les ha hablado con el lenguaje fraternal que l us,
siendo muchas veces hasta ingenuo.
Es una lectura sana la de las --<Observaciones; lleva al
espritu hacia el amor la madre naturaleza que todos
abre sus brazos; sin pensarlo, el lector se siente encariado
con la vida del campo, todos propicia, y la encantalora
1 Juan Manuel de Vedia: In memoriam pgina 26.Buenos

Aire?, 1906.
sencillez del estilo, hace que todo parezca fcil induce

ensayar algo de lo que el autor expresa, para ver si como
premio la labor, se experimentan las gratas sensaciones
de placer que se traslucen en el afanoso hortelano del Mi-
guelete, en el Columela montevideano.
El da que se trate de quitar mrito sobresaliente las
Observaciones, pocas palabras bastarn para su defensa;
bastar decir: Hasta entonces, ningn hijo de Montevideo,
en ninguna de las ramas del saber humano, haba hecho
una obra que representase un esfuerzo intelectual como el
de Prez Castellano; l fu el fundador en el pas, del mto-
do experimental, que en el campo de la ciencia no reconoce
obstculos; l fu un altruista; l hizo una obra de verda-
dero patriota, desde que estaba convencido de que el des-
arrollo de la agricultura era para su pas una garanta de
progreso, de trabajo y de paz.
Dos valiosos manuscritos del doctor Prez Castellano, re-

pito, se conservan hasta hoy; uno, el ^-Caxon de Sastre, que
pertenece don Nicols Borrat, y el
El Cjxon de Sastre y , î T) - ' T T ' ^ i "
, ' otro a don iêniamn Jêrnandez y
el volumen l<cruan- T.^ T , , ^
. .. ,. Medina, de los que paso a ocuparme.
El Caxon de Sastre es un
volumen de tapas de cartn forrado de pergamino, que con-
tiene 287 gruesas hojas de papel de 34 por 24 centme-
tros, casi todas sus hojas escritas de puo y letra del pres-
btero, segn he constatado por la comparacin de los mu-
chos documentos que con su firma he tenido oportunidad
de estudiar. Se conserva en bastante buen estado, son pocas
las partes cuya lectura se hace difcil por el estado de la
tinta.
A ttulo de prefacio se lee la siguiente explicacin.
RAZN DEL TTULO QUE SE DA A ESTE TRABAJO:
Caxon de Sastre , entre otras significaciones, tiene,

segn nuestros Diccionarios, la de un libro, en que se reco-
gen especies suchas, desordenadas inconexas unas con

otras: y siendo este libro destinado recoger algunos pape-
les sueltos que tengo, y que tuviere en adelante, todos in-
conexos y desordenados, no hai lugar para condecorarlo
con otro nombre que el que le corresponde en nuestro
idioma.
Despus se encuentra un importantsimo material hist-
rico compuesto por los trabajos de que voy hacer una
ligera relacin, algunos de los cuales requeriran un detenido
estudio que no he podido llevar cabo en forma completa
an, para establecer si son obras de Prez Castellano si
slo han sido copiadas por ste y los motivos que dieron
lugar que tratase tan diversos temas.
Considero, como ya lo he expuesto, que el Caxon
de Sastre es el libro de marquilla que se refera en
su contestacin al oficio del doctor Bruno Mndez, cuando
ste, nombre del Gobierno Econmico de la Provincia,
le peda que ordenase sus apuntes sobre agricultura para
hacerlos pblicos; que es el mismo en Â que, dice, tena
otras apuntaciones curiosas, ya propias, ya copiadas,por
lo que se iiace necesario el estudio que acabo de refe-
rirme para establecer en forma completa cules son las
apuntaciones propias y cules las ajenas.
Paso hacer la relacin del contenido del Caxon de
Sastre:
INFORME SOBRE EL ORIGEN DE LOS BORRICOS EN MON-

TEVIDEO, DADO EN 1 7 9 7 . (Pgina 1).
Establece que cuando vinieron en 1726 las primeras

familias canarias, no trajeron jumentos, ni los haba en
Montevideo: que quien primero los trajo fu fray Jos
Cordovez, religioso franciscano; que como haba mucha
abundancia de caballos, que valan muy poco, se les da-
ba muy mal trato; que en cambio los borricos eran muy
bien cuidados y alimentados, lo que dio lugar que el
abate Perneti, que vino con la expedicin de Bougainville,
dijese que este pas era el paraso de los borricos y el in-

fierno de los caballos; describe cmo eran los borricos,
trata sobre costumbres de varios animales, habla del ga-
nado vacuno, de las vacas mochas, etc., etc.
Atribuyo este trabajo Prez Castellano, entre otros
motivos, porque, cuando habla de las vacas mochas, lo hace
en forma igual la que emplea en sus Observaciones ^
INFORME SOBRE EL ESTADO ACTUAL DE LAS FUENTES

DE MONTEVIDEO, Y SOBRE EL MODO DE CONSERVARLAS, DADO
EN 1789. (Pgina 8).
Establece que treinta cuarenta aos atrs las fuentes

de Montevideo daban agua ms abundante, ms <- delgada
y de mejor calidad, lo que provocaba elogios de parte de
la gente que vena de Buenos Aires, pero que en la fecha
del informe, el agua era escasa y mala; explica las causas
de este perjuicio que sufra la poblacin y propone medios
para mejorar las fuentes y la calidad del agua.
'^ INFORME SOBRE EL MODO DE CONDUCIR EL AGUA LA

CIUDAD, DADO EN 1798 . (Pagina J2)
Es un proyecto muy minucioso para traer el agua des-

tinada al consumo de la poblacin, desde el arroyo del
Buseo, cuya agua era copiosa y delgada. Se propo-
ne elevar el agua del arroyo hasta 16 varas sobre su nivel,
lo que se conseguira con tres norias y varios estanques.
Desde el ms alto de stos, se construira un canal cubierto,
de 15,000 varas de largo, que llegara hasta un depsito
hacerse en est ciudad. Hay un presupuesto completo, in-
dicaciones sobre los materiales emplearse, etc. Con este
mismo tema tiene relacin el
INFORME DADO POR EL CABILDO DE MONTEVIDEO SOBRE
LA SOLICITUD D E ESTANCAR EL AGUA TRES PARTICULARES EN
1794. (Pgina 23).
INFORME SOBRE LAS POBLACIONES EN LA FRONTERA DE
ESTA JURISDICCIN, DADO EN 1789 . (Pgina 28).
DE LA UNIVERSIDAD 8o:^
Establece la necesidad de fundar pueblos en la frontera
para seguridad de Montevideo, pues estos pueblos haran
frente al enemigo; seala las localidades ms convenientes,
hace una muy interesante, histricamente valiosa, des-
cripcin de la campaa, de sus grandes propietarios, de la
soledad de los campos, condena la concesin de grandes
extensiones de tierra; cita el caso de Fernando Martnez
que obtuvo 250 leguas cuadradas tres pesos de compo-
sicin por legua. Era una moderada composicin !
INFORME DE LOS ALCALDES DE MONTEVIDEO A LA A U -

DIENCIA SOBRE QUEJA DE LOS PANADEROS, DADO EN 1 7 9 5 .
(Pgina 85).
INFORME SOBRE UN CEMENTERIO DE EXTRAMUROS, DADO
POR EL CURA DE MONTEVIDEO . (Pgina 63).
INFORME DADO POR LA JUNTA DE MDICOS Y CIRUJANOS
SOBRE LAS CAUSAS QUE OCASIONABAN LA EPDEXMIA QUE SE
EXPERIMENT EN MONTEVIDEO EN 1 8 0 8 . (Pgina 12 i).
Las relaciones entre el Cabildo y los panaderos y la

necesidad de un cementerio extramuros, fueron dos asuntos
del ms grande inters para Montevideo, dieron motivo
para ir hasta los mismos pies del Rey, y tema para ca-
bildo abierto. De esto tratan los dos primeros informes, y
el tercero se refiere una epidemia de escarlatina angi-
nosa, de la cual se estudian las causas, bien ilustrativas
algunas para pintar el estado de Montevideo en ese enton-
ces, y se concluye aconseiando que no se permita enterrar
en las iglesias, que se haga un cementerio extramuros, que
no se consientan barracas de cueros dentro de la ciudad,
que se prohiba la venta de carne de animales cansados,
que los buques negreros se sometan cuarentena, etc., etc.
CARTA ESCRITA EN EL AO 1787 DIRIGIDA ITALIA .

(Pgina 42).
Esta carta carta es un documento' de inestimable valor

para la historia. Ofrece una descripcin completa de Mon-
tevideo, su edificacin, Matriz vieja, ca&a del Cabildo, fies-

tas, empedrado de las calles, vestido de los vecinos, casas de
recreo, instruccin, agricultura, cantidad de trigo cosechado,
frutas, flores, ganadera, cra de'muas, cabras, vacunos,
cantidad de animales sacrificados para el abasto de la po-
blacin, exportacin de cueros, pesca, clase de peces, sala-
deros, buques de la real armada de estacin en el puerto,
autoridades de la ciudad y su jurisdiccin, milicias, correo
con Buenos Aires, curatos, el cura Ortiz, muerte en 1787
de la ltima persona que quedaba de los primitivos pobla-
dores cabeza de familia, etc.
Fu dirigida su maestro de latinidad don Benito Riva
que se haba retirado de Montevideo veinticinco aos atrs,
y que estaba en Italia, desde donde manifest deseos de saber
cules haban sido los adelantos de Montevideo desde que
lo haba dejado. Prez Castellano satisface el pedido de su
maestro dirigindole la carta relacionada, escrita con inge-
nuo orgullo por la prosperidad de la ciudad y bienestar de
sus vecinos.
DICCIONARIO DE ALGUNAS PALABRAS DE LA LENGUA

AUCA. (Pg. 128).
Se encuentran i 20 palabras de la lengua auca cuidado-
samente escritas en cuanto su sonido, acompaadas con
su significado castellano. Un indiecito de 16 aos dio el
significado. Hay uua relacin sobre las costumbres de los
pampas y datos que hacen honor al marqus de Loreto.
TRES PIEZAS POTICAS EN FRANCS Y CARTAS ADJUN-

TAS:^. (Pg. 129).
Jos Raimundo Guerra, ntimo amigo de Prez Caste-

llano, tena en su casa un cuadro representando Cristo
dando la vista un ciego de nacimiento. Esta imagen ins-
pir una composicin potica al Padre Perdriel, religioso
franciscano, la cual, en francs, dirigi Jos Raimundo
GuQrra, quien su vez contesta Perdriel. Estn las dos
composiciones en francs, las que sigue una tercera en

que Prez Castellano elogia al fiel perro que en el cuadro
apareca guiando al ciego.
La composicin de Prez Castellano es de 97 vcisos, y,
fielmente copiada, empieza as:
Cervantes prononza, je ne sais dans quel lieux
Que la metromani etait un mal contagieux
Que etait comme un gale par la demangeaison
De fair vers sans propos, sans temps et sans saison.
Avec les quels les hommes se grattent de bon gr
Oh quel mot gracieux, si certaint, et si vrait
Dont je prouve moi mme en inoi la veri t;
Puis je me sens galeux et que suis empest.
Mais ce n'est pour ma faute; vons pouvez i'iniputer
A celui que en est cause: et laissez moi gratter.
Tandis, et faire des vers pour le soulagenient
De ma peau irrite de leur picozeraent.
J e vais dons vous parler du chien de ton image >.
<^ REFLEXIONES SOBRE EL COMERCIO DE ESPAA CON SUS

COLONIAS DE A M R I C A EN TIEMPO DE GUERRA, POR UN ES-
PAOL EN FlLADELFIA. ( P g . 7 4 ) .
COPIA DE UNA CARTA DE VOLTAIRE SU CORRESPON-

SAL DE MADRID. (Pg. 128).
VISTA FISCAL AL CONSEJO SOBRE EL BAILE DE MSCA-

RAS. (Pg. 146).
El primero es un trabajo sumamente interesante. Este y

los otros dos son, como se ve, de las apuntaciones ajenas.
OBSERVACIONES HECHAS AL CONSEJO DE INDIAS POR

LOS BENEFICIADOS DE MONTEVIDEO EN RESPUESTA AL IN-
FORME QUE SOBRE SUS NOVENOS DIO EL CONTADOR GENERAL,
Y FUERON A ESPAA EN 1803. (Pg. 116).
MEMORIAL DEL R E Y N . S. CONTRA LAS RECOVAS QUE
. H. DS LA V, 20
PRETENDIERON ESTABLECER EN LA P L A Z A DE MONTEVIDEO

EN 1804. (Pg. 133).
INSTANCIA LA AUDIENCIA SOBRE LO MISMO . (Pg. 138).
SEGUNDA INSTANCIA A LA AUDIENCIA SOBRE LO MIS-
MO. (Pg. 14'^).
Aunque sobre esto hay algo publicado, el conocimien-

to de los documentos ntegros tiene su valor en cuanto
prueba el ardor con que tomaba el vecindario de Monte-
video, toda cuestin que poda ser considerada como un
agravio al pueblo un atropello sus derechos.
MEMORIA DE EOS ACONTECIMIENTOS DE LA GUERRA AC-

TUAL DE 1806 EN EL Ro DE LA PLATA. (Pg. 150).
Este es otro trabajo que contiene importante material

histrico, escrito en cierta parte en forma de diario.
Ofrece la explicacin de algunos sucesos histricos de
grande inters. En su tema, no hay nada de lo publicado
que pueda comparrsele en valor como contribucin al
estudio de los sucesos ocurridos en Montevideo durante
las iuvasiones inglesas. Tengo la copia de este documento
y me propongo publicarlo con algunas notas.
O B S E R V A C I O N E S QUE H E H E C H O E N O R D E N LA A G R I -
CULTURA EN LOS MUCHOS AOS QUE LA EXERCITO EN MI
CHACRA DEL MlGUELETE>. ( P g . 2 0 1 ) .
Como he dicho, este es el borrador de las Observa-

ciones sobre Agricultura)^ de que me he ocupado ya.
Con este trabajo, concluye el Caxon de Sastre, que
como se ve es un manuscrito de indiscutible mrito y
cuya publicacin ntegra, acompaada de algunos comen-
tarios notas, sera un verdadero servicio prestado la
historia nacional. Abrigo la esperanza de que la publica-
cin completa se har, pues su actual poseedor le ser
agradable contribuir al conocimiento de la historia de su
pas y dar lustre la memoria de su ilustre compa-
triota.
bfe LA UNIVERSIDAD 307
Este es un volumen de menor formato que el Caxon

de Sastre, compuesto por hojas de 0.29 por 0.20 cent-
,, , r. - , metros, encuadernado con tapas de
Volumen Fernaadez y ^ e ^ n
,. cartn torradas con pergamino, bu
3Ie(liiia. . , 1 1 ? Î
material, aparte de lo reierente a las
Observaciones sobre Agricultura, en lo que es, como
dejo dicho, aun ms completo que la publicacin del Ce-
rrito y debe servir para la segunda edicin, no tiene tanto
valor histrico como el del Oaxon de Sastre. Hasta la
pgina 47 se encuentran documentos sobre cuestiones de
lmites entre Espaa y Portugal, ya publicados en la Bi-
blioteca de El Comercio del Platas, despus vienen las
Observaciones sobre Agricultura con su prlogo, su-
plemento ndices, sigue con la Correspondencia en
el pueblo de Minas-1813, en que se contiene la intere-
sante crnica del Congreso de Maciel que varias veces
me he referido, y concluye con la ocupacin de la Plaza de
Montevideo por el general Artigas.
DANIEL GARCA ACEVEDO.
Plaza de la Constitucin
Buscando materiales para una pgina histrica de mayor

importancia que la que va leerse, hemos dado, sin pensarlo
ni quererlo, con un manuscrito que viene confirmar una
vez ms el axioma de Renn, en el que se asegura que la
autoridad de todas las crnicas debe rechazarse ante la de
una inscripcin, de una medalla, de una charle, de una car-
ta autnticas.
Cronistas historiadores, recopiladores y biblifilos acep-
tan, como si se tratara de algo que debe hallarse incorpora-
do ya la galera de los hechos indiscutibles, el que la
principal de nuestras plazas si no por su hermosura al
menos por su antigedad 3^ por el simbolismo que encierran
varios edificios de sus alrededores lleva el nombre que
hoy ostenta por haberse jurado en ella la Constitucin de
esta Repblica.
Muchos hechos en apariencia nimios tienen, veces, en
la historia una trascendencia capital, que primera v:sta no
se llega discernir y que, sin embargo, ahondando ms en
los sucesos y compenetrndose de sus orgenes, resultan en-
grandecidos por haber sido fuente de episodios impor-
tantsimos y de principalsimos acontecimientos. Mas,
aunque el documento indito, con el cual distraeremos un
tanto la atencin del lector, no revista tal carcter por lo
que de l pueda sacarse en limpio, bueno es hacerlo publi-
<,'o, sin mayores comentarios, suponiendo que lo que l le
falta se podr subsanar con un poco de atencin y criterio
an cuando es notorio que el historiador de las sociedades
no debe dejar pasar hecho alguno sin dar su explicacin

correspondiente, cuidando siempre de no llenar, como lo
adverta el historigrafo de la Revolucin inglesa y de Gui-
llermo III, los vacos que halle con aditamentos de su propia
cosecha.
Lstima grande que el espacio falte tanto y que no haya
tiempo siquiera para buscar, por todos los medios posibles,
pruebas fehacientes que amplen, en algo al menos, el laco-
nismo que nos vemos precisados utilizar en las presentes
lneas.
Pero, antes de retardar la publicacin de un documento
de mrito como el que se leer en seguida, preferimos pre-
sentarlo descarnado y todo, pues de esa manera viene
desvirtuar una muy generahzada creencia sobre el origen del
nombre de nuestra Plaza de la Constitucin, dos veces c-
lebre, como lo hemos hecho constar en otro escrito nuestro,
por la consumacin de hechos semejantes, y denominada
as no por haberse jurado en ella el 18 de jubo de 1830
nuestra carta fundamental sino por haberse jurado la cons-
titucin espaola de 1812 segn real orden del mismo ao
Puede leerse ahora el documento de la referencia textual-
mente reproducido del original:
(Recibido en Montevideo).
Tengo el gusto de remitir V. E. el. adjunto decreto
que se nos ha repartido los Diputados las Cortes, rela-
tivo que la Plaza principal de todos los pueblos en que se
halla publicado la Constitucin sea denominada en adelante
Plaza de la Constitucin, expresndose as en una lpida
erigida en la misma al indicado objeto, debindome persua-
dir que an cuando se comunique en este buque otra Real
orden deber producir todo su efecto por correr en papeles
pblicos.
D.^ g.'^^ V. S. m' a^
Cdiz, 2G de agosto de 1812.
Raf} B. Zfriategui,
No puede caber la menor duda de que dada la posicin

y pequenez de la ciudad de Montevideo en los comienzos
del pasado siglo, y dados los lugares que ocupan hoy las
plazas de la Independencia, Cagancha y Zabala, por no ci-
tar ms, la susodicha plaza principal no pudo ser otra que
la actual de la Constitucin, vulgo de la Matriz.
Como acaba de verse, poco nada original existe en el
trabajo precedente, y ms ha sido labor de copista que de
aficioDado escribir sobre temas histricos, la que hemos
hecho.
Sin embargo, aunque modestsimo, hemos credo aportar
nuestro contingente la obra patritica y de esfuerzo que
piensan realizar los redactores de la REVISTA HISTRICA.
Por eso, y slo por eso, nos atrevemos poner nuestra
firma al pie de estos cortos renglones.
HUGO D . BARBAGELATA.
Bibliografa
Historia Constitucional de Yeneznela, por Jos

Ciîl Fortonl
El distinguido escritor seor Jos Gil Fortoul, Presi-

dente de la delegacin venezolana en la conferencia de la
Haya, y encargado de negocios de su pas en Alemania, ha
tenido la amabilidad de obsequiarnos con un ejemplar de
su notable obra titulada v.Historia Constitucional de Ve-
nezuela.
La obra est dedicada: Al general Cipriano Castro,Res-
taurador de Venezuela, Presidente de la Repblica.
Explicando el concepto de la histora que le ha servido
de gua, dice Gil Fortoul en el prefacio del tomo primero:
An los entendimientos ms sagaces se han dejado fasci-
nar por la tragedia de las revoluciones y discordias civiles,
en la que abundan acciones heroicas, enredos intrincados
y pavorosas catstrofes, y ello hasta desdear las otras
manifestaciones de la existencia nacional. El ms ilustre
de los historiadores patrios, ilustre por la belleza clsica de
su estilo, no vacil en estampar esta mxima: los traba-
jos de la paz no dan materia la historia; cesa el inters
que sta inspira cuando no puede referir grandes crme-
nes, sangrientas batallas 6 calamitosos sucesos . U) No.
(1) Baralt.Resumen de la Historia de Venezuela, tomo IIX,

pag. I31.-Edicin de 1887.
Yo buscar inspiracin en otras fuentes y caminar por

otra senda. Me fijar ms en las obras de la inteligen-
cia y en los trabajos de la paz. En medio de los innu-
merables combates hubo siempre hombres que pensasen,
escribiesen, hablasen y legislasen, y una parte del pueblo
cultiv los campos, abri caminos, trasport y export pro-
ductos, conserv, en suma, los elementos constitutivos de
la patria.
Ms adelante hace conocer el autor, con las siguientes
palabras, el plan de su obra: El ttulo de esta obra indi-
ca ya que no se trata de escribir una historia completa.
Propuese su autor un fin especial, y diferente del que
han perseguido hasta ahora los historiadores nacionales.
Dar lugar muy amplio al examen de las leyes fundamen-
tales, porque resumen en cada perodo, ora el sistema con
que una raza conquistadora domina y pretende civilizar
otra raza relativamente inferior, como sucedi en los
tiempos de la Colonia, bien, como en las distintas pocas
de la Repblica, ora el concepto gubernativo de la ohgar-
qua reinante, en ocasiones la aspiracin popular, ora la
voluntad soberana de los caudillos autocrticos; de suerte
que, aun violadas con frecuencia y aun no practicadas en
su integridad, tienen siempre esas leyes una importancia
capital, supuesto que reflejan el verdadero estado de un
pueblo el criterio de quienes lo dirigen, mucho ms
cuando se consideran conjuntamente el estado social y la
forma de su constitucin, cual si fuesen un organismo en
perpetuo movimiento y desarrollo.
El tomo que acaba de publicar Gil Fortoul est divi-
dido en tres libros: el primero trata de La Colonia, el
segundo de La Indepeiidencia y el tercero de La Gran
Colombia. El estudio de La Colonia comprende los si-
guientes captulos: Captulo I: Los conquistadores; Captu-
lo II: Los indios; Captulo III: Negros, pardos y blancos;
Ca})tulo IV: Organizacin del gobierno; Captulo V: R-
gimen econmico; Captulo VI: Evolucin intelectual, y
Captulo VII: Los precursores de la independencia.
El libro I I comprende los siguientes captulos: Captu-

lo I: Revolucin de 1810; Captulo II: Independencia
absoluta; Captulo III: Constitucin federal de 1811; Ca-
ptulo IV: Constituciones provinciales de Mrida, Trujillo
y Caracas; Captulo V: Desastre de 1812; Captulo VI:
La juventud de Bolvar; Captulo VII: La guerra muer-
te; Captulo VIII: Expediciones y disidencias; Captulo IX:
De Angostura Bogot, y Captulo X: De Boyac Ca-
rabobo.
El libro I I I comprende los siguientes captulos: Captu-
lo I: Constitucin y leyes de 1821; Captulo II: Bolvar
y el ejrcito de Colombia; Captulo III: Las leyes y los
hombres; Captulo IV: Relaciones Exteriores; Captulo V:
Venezuela en la Unin Colombiana; Captulo VI: Dicta-
dura y anarqua; Captulo VII: Monarqua Repblica?;
Captulo VIII: Federacin separacin, y Captulo IX:
Disolucin de Colombia.
Trae adems la obra un apndice que contiene el estu-
dio de estas interesantes cuestiones: El nombre de Am-
rica y el de Venezuela; Proyectos Constitucionales
de^ Miranda; Acta de Independencia y el Poder Mo-
ral propuesto por Bolvar en Angostura.
Como se ve por los ttulos que hemos transcripto, el li-
bro que acaba de publicar Gil Fortoul no puede ser ms
interesante.
Su estilo es claro y preciso y su argumentacin lgica y
de una conviccin irresistible. Adems la cantidad de datos
que trae el libro hacen de l una obra necesaria para el
estudio de la historia de un perodo de la vida de Amri-
ca, lleno de fulgores y de sombras como esos que han ca-
racterizado siempre en los horizontes de la humanidad el
surgimiento de nuevos pueblos y nacionalidades.
Los juicios histricos de Gil Fortoul tienen el vuelo de
las altas deducciones sociolgicas.
Para demostrar este aserto recordaremos que despus
de citar elocuentemente el autor, en el primer captulo de
su obra, las causas de la decadencia espaola en los siglos
X V I I y XVITI, dice con razn que Espaa dio Amrica

lo nico que poda darle: primero, conquistadores; luego le-
yes que resultaron ineficaces por la ignorancia, aberracio-
nes y fatalidad de los tiempos, y por ltimo gobernantes,
corrompidos los unos y apegados los ms, procedimien-
tos rutinarios. En el ltimo captulo de su obra, describe
Gil Fortoul los postreros das del libertador Bolvar en San-
ta Marta. Llena el alma de la amargura que hacen brotar
las grandes injusticias, el triste ocaso de aquel Sol de la
gloria, que ilumin con sus radiantes resplandores los cam-
pos de batalla de medio continente. Sus ltimas pala-
bras formulando votos por la felicidad de la patria y mani-
festando que bajara tranquilo al sepulcro, si su muerte
contribuyera que cesaran los partidos y que se consoli-
dase la unin, resuenan en la posteridad como la mejor
apoteosis del Libertador.
Gil Fortoul formula su juicio sobre Bolvar diciendo
que fu un genio s, pero como todos los genios, alma
compuesta de impulsos nobles y egostas, apstol y con-
quistador, libertador y autcrata.
Estamos de completo acuerdo con este juicio.
Termina el autor el prefacio de su libro manifestando
que si al final de su larga tarea, no fuese capaz de com-
prender todo el pasado de su patria en una sntesis lumino-
sa, acaso habra siquiera presentado una gua imparcial
para el ms exacto estudio de la evolucin venezolana.
La lectura del libro que acaba de publicar Gil Fortoul,
demuestra acabadamente que la obra que ha emprendido,
ser mucho ms que una gua imparcial para el estudio de
los anales de Venezuela: ser la sntesis admirable de la
evolucin de aquel pueblo heroico, quien para vivir por
siempre en la historia, le bastara con la sola gloria de ha-
ber sido la cuna del Libertador.
JOS SALGADO.
El l i b r o del p e q u e o c i n d a d a n o se intitula el volu-

men exc4ente y til histrico- poltico-econmico da-
do luz por el doctor Eduardo Acevedo, que durante mu-
chos aos honr al pas en la Universidad desempeando
la Rectora, hacindose escuchar por los estudiantes. Pro-
fesor y profesional, ha reflejado en este nuevo esfuerzo in-
telectual, el espritu distinguido que le alienta y que es
prenda hereditaria. El libro es una contribucin, tcnica y
cvica, en doscientas pginas vigorosamente escritas, al
progreso poltico y social que espera la patria. En toda su
contextura se ve la forma didctica que corresponde su fin.
El doctor Acevedo ha vencido las tres dificultades se-
rias que existen en estos libros de enseanza, que seala el
genial doctor Lpez en su Compendio de Historia Ar-
gentina ^> adaptado los colegios de su pas: que sean bre-
ves, sustancialmente completos abundantes, y que estn
escritos con la debida animacin para que mantengan el in-
ters y un fuerte enlace entre suceso y suceso.
Merece este libro un detenido estudio crtico en vez del
juicio sinttico que ahora podemos dedicarle. Est com-
puesto de cuatro partes: historia dla Kepblica, Consti-
tucin y leyes electorales, economa poltica, derecho usual.
De la lectura de ellas queda mucha enseanza.
Los captulos de la primera parte difunden informacin
sobre los aborgenes de esta tierra, con cuadros abundan-
tes en matices; instruyen en el sistema poltico y adminis-
trativo sustentado por la codicia de la metrpoli; dan no-
ticias bien orientadas de las benficas invasiones inglesas y
nociones claras del estado social del Ro de la Plata an-
tes de la"revolucin de 1810. La cooperacin de la Pro-
vincia Oriental la gran revolucin americana, la resis-
tencia valerosa de sus originarios contra la invasin por-
tuguesa y la campaa triunfal de 1825, estn expuestas
hasta con hechos menudos.
No estamos de acuerdo con algunos detalles, tal vez por-
que miramos las cosas del pasado de diversos puntos de
vista, y podemos apuntar alguna omisin sensible; pero
estas disidencias no alteran el concepto que el libro nos

merece.
La interpretacin de la Constitucin est trazada con
tanta precisin, que es un buen aporte la escuela que ha
de dar frmulas los ciudadanos del porvenir, de los que
muchos llegarn tener en sus manos la direccin moral
del pueblo.
Libros como ste preparan para caminar la vida; infil-
tran en las clases deberes cuyo cumplimiento contribuir
destruir las causas hondas, sociales y polticas que siente la
Nacin. Con instinto prctico, sin que nada falte, el libro
da el conocimiento de las distintas industrias que en nues-
tro campo, con aptitudes, desarrollan la prosperidad ge-
neral.
Los captulos dedicados los principios de economa po-
ltica, a los que rigen el trabajo, el capital, la moneda y
los agentes naturales, estn escritos de manera til al co-
legial y ala masa, as como los captulos consagrados los
medios financieros adaptados para la Repblica, se apartan
del comn.
El libro revela la par de las levantadas aspiraciones
del ilustrado autor, su versacin en las ciencias polticas y
sociales, y singularmente en las condiciones econmicas del
pas. Los anhelosos de produccin ilustrada lo han reci-
bido con placer.
*
* *
En los talleres de El Siglo Ilustrado se trabaja otro
volumen del mismo distinguido ciudadano. Este libro
contendr el acervo cientfico, literario y poltico del
sapiente autor del Cdigo de Comercio Argentino y se-
sudo redactor de La Constitucin (1853), doctor Eduar-
do Acevedo, que tuvo resonancia en el Ro de la Plata
(1844-1863). Resalta la utilidad que puede reportarse
de libros como este; harn pronunciar de uno al otro
lmite de la Repblica los apellidos de los hombres
DE LA UNIVERSIDAD 3l7
que estuvieron la cabeza del progreso del pas, que

se conozca nuestro pasado literario y cientfico tan bri-
llante como el de la seccin Sud-Americana ms adelan-
tada, Vlez Sarsfield, Tejedor, Jos Mara Moreno, argen-
tinos; Varas, Tocornal, los Montt, chilenos; Octaviano, Te-
xeira de Freitas, Tobas Barreto, brasileos, por ejemplo,
no fueron ms sabios jurisconsultos que Acevedo. Narvajas,
Rodrguez Caballero, Requena, Velazco, Alejandro Maga-
rios Cervantes, Pedro Bustamante, G. Prez Gomar.
La lectura retrospectiva de la prensa oriental infunde
orgullo cvico. Mucho se aprovecha de La Constitucin
(185,-^), El Nacional (1830-1846), El Orden (1858),
El Pueblo (1860), El Siglo (1863 y siguientes),
redactados por Eduardo Acevedo, Andrs Lamas, Juan
Carlos Gmez, Mateo Magarios Cervantes y Jos
Pedro Ramrez. Este grupo saba exprimir el jugo de
las cosas principales y habra recibido aplausos en las ba-
tallas homricas libradas por el periodismo poltico contra
Carlos X y Luis Felipe.
La mayor parte de las cuestiones que hoy aparecen
nuevas nuestro pas, fueron afrontadas en la prensa de
muchos aos atrs, con la erudicin que permita hablar
de todo y en la forma fecundizadora con que se poda de-
safiar las comparaciones con los que han honrado la pren-
sa europea. A ellos debemos actos de reparacin y de justi-
cia. Muestras de respeto y gratitud seran las publicaciones
oficiales de sus obras que, por otra parte, seran propicias.
Estamos con Garca Mero: Hoy que la prosperidad nos
sonre y la fortuna gozosa llama nuestras puertas, es ms
necesario que nunca hacer que el nombre de nuestras glorias
no se pierda en el tumulto de las transacciones de una in-
mensa factora.
El doctor Acevedo tena, segn hemos ledo, una suma
de energa proporcionada las dificultades; pero como
otros ilustres, le falt, tal vez, la flexibilidad de carcter que
allana el camino. Algunos de los primeros de aquella ge-
neracin intensa amaban ms los fueros de la independencia
38 REVISTA HISTRICA
que los placeres del xito, j de ah que no se resignaban a

buscar rodeos dentro de sus respectivas agrupaciones polti-
cas para llegar al fin.
Vidente el doctor Acevedo de la grandeza del pas, es-
cribi en una memoria ministerial (1861): estos pases
estn tan maravillosamente dotados, que no es indispensa-
ble para ellos tener buenos gobiernos. An con los malos,
prosperan siempre que haya tranquilidad y que no se pon-
gan obstculos la prosperidati, ya que no se les den faci-
lidades.
Del volumen que se imprime se podr extraer mucha
enseanza. Acaso el doctor Eduardo Acevedo, hijo del civi-
lista cuya labor intelectual abarca este volumen, prepara
nuevos libros. Bien venidos sean.
*
* *
Puede el seor Orestes Arajo lisonjearse por haber

ofrecido al pas el segundo tomo de H i s t o r i a c o m p e n d i a -
d a de l a c i v i l i z a c i n u r u g u a y a . Esta entrega, verda-
dera reviviscencia, es tan ilustrativa y amena como laque la
precedi, y est igualmente adornada con retratos y repro-
ducciones en esmerados fotograbados. Difcil es enterar ni
sumariamente de los extremos que abraza el pensamiento
del autor, por ser muy extenso y variado el material histri-
co que ha entrado en las setecientas pginas.
En los dos tomos de Historia compendiada de la ci-
vilizacin uruguaya se ha procurado con claridad de en-
tendimiento y elevado propsito, la restauracin de los ms
remotos tiempos del pas,las costumbres y la creencias de
sus primeros habitantes, su demografa, los hbitos y los
medios de las sucesiones sociales, la evolucin de las ideas,
las facciones de las pocas, el progreso material.
El meritorio educacionista y constante pregonero del pa-
sado oriental, cuya colaboracin en la REVISTA HISTRICA
DE LA UNIVERSIDAD se manifiesta en este nmero con M
edificio y el menaje de los primitivos Cabildos, ha im-
DE LA UNIVERSIDAD 9
preso la obra toda costa. Las producciones del seor
Araujo muestran preparacin poco comn en los asuntos
que dedica sus distinguidas facultades intelectivas que,
por cierto, han hecho familiar su nombre en la Repblica.
Estimulado por los elogios que mereci el primer tomo
de la H i s t o r i a del Correo del Uruguay,el bien dotado
y laborioso don Isidoro E. De-Mara ha pubHcado, como
quieu cumple un deber, el segundo que comprende de 1866
1877. 8oQ trescientas pginas de material serio sobre la
reparticin administrativa eu que tuvo ingerencia personal-
Todo el camino andado en esos aos por la complicada ins-
titucin ha sido descripto pacientemente y con escrupulosi-
dad y ucierto. Don Isidoro E. De-Mara est preparado para
la labor intelectual como todos los hijos del inolvidable
autor de <^Montevideo Antiguo, que pas la vida entre la
enseanza y el estudio de la tradicin.
Conocamos sobre el correo voluminosos conjuntos de
guarismos fuer de memorias oficiales y una elegante mo-
nografa del idneo Ramn de Santiago, cuyo fallecimien-
to debi cubrir de duelo los amantes de la literatura, in-
corporada al Alban de la Repblica para la exposicin
continental de Buenos Aires de 1882.
En el segundo tomo de la Historia del Correo, como en
el primero,ha evidenciado su autor aptitudes para investigar
y exponer hasta no dejar lugar discrepancias. Es cabal la
informacin del conflicto diplomtico suscitado por el Mi-
nistro Julio Herrera y Obes en 1872, por abusos que con-
sistan en que la correspondencia,desde 1853, se despachaba
directamente y sin franqueo por el Consulado Ingls. En
la solucin de este conflicto, favorable al pas, intervinieron
el Ministro Loord Grandville y el doctor Prez Gomar
la sazn agente diplomtico en Inglaterra (1873).
No es aventurado suponer que para obreros como don
Isidoro E. De-Mara y don Orestes Arajo, receptivos y
sagaces, escribi el fecundo Pablo Groussac: abajo del gru-
po privilegiado de los pensadores originales, que sintetizan
los hechos particulares en grandes leyes filosficas, pintan
'^20 REVISTA HISTRICA
el cuadro de una evolucin social imprimen direccin

un arte una ciencia, debemos conservar aprecio y agrade-
cimiento por los infatigables investigadores de datos y do-
cumentos, que consagran su vida al establecimiento minu-
cioso de la verdad, preparando as con su labor, la obra de
los primeros.
L. C.
Advertencias
La falta de espacio nos ha impedido publicar documen-

tos histricos de inters. Sern insertados en los nmeros
siguientes.
Si los directores de Revistas nacionales extranjeras

quieren establecer el canje, se servirn comunicarlo la
Administracin.
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AO I. DICIEMBRE 1907. N.

Carlos Mara de Pena, Manuel Herrero y Espinosa, Juan Zorrilla de San

La REVISTA HISTRICA DE LA UNIVERSIDAD, iniciada

-el ao, formando un volumen de 800 pginas el tomo co-

en la emisin de sus opiniones acerca de lo que fu j de

En la aifrninistracin y Direccin interna de la R E V I S -

A la memoria de mi querida nieta MARGARITA P A -

Ya en otra ocasin, como resulta de mi estudio titulado

(1) La Direccin de la REVISTA ha tenido desde el primer momen-

la masa del pueblo, sin distincin de raza ni de color. Obe-

yes de 11 de mayo de 1829 recomendando al gobierno el

Dada la especialidad de este captulo, basta, los efec-

buena comportacin. Las materias de enseanza, duracin

por ellas; todo lo cual es obra exclusiva del poder admi-

Terminada la administracin del general Rivera, vino la

blea general el reglamento de estudios y organizacin de

cutnta el poder ejecutivo. Este, al da siguiente, nombraba

La situacin creada en el pas trajo la complicacin conr

gobiernos. Mandatarios nicos d,e los pueblos que represen-

De acuerdo con las facultades que le haban sido confe-

. Iniciado este movimiento, el doetor don Luis Jos de la

(li Artculo 4.'' del Reglamento de fecha marzo 6 de 1848.

Los acontecimientos polticos y sociales haban aproxi-

La ciudad de Montevideo se encontraba sitiada, desde

no eran bastantes para llenar aquel fin social que se

se acto, manifestando que la inauguracin solemne de la

Dos hechos llamaron la atencin en ese momento: la

desempear ocupaciones ms serias y ms trascendenta-

atribuciones transitorias que se le haban conferido al Ins-

(1) Fu publicado en el diario El Da.

-obra compuesta de diversos elementos, obedientes un plan

Otras, cuya estadstica no haba podido obtenerse, pero que^

El 25 de agosto de 1850 se celebraba la primera cola-

Como se ha visto, el doctor don Luis Jos de la Pea,

ba prestado la causa de la educacin y la Universidad

esa lcera cancerosa que nuestra sociedad lleva en su seno

(1) El Comercio del Plata, 28 de agosto de 1850.

peto y gratitud que mereca el autor de la obra. Y de aque-

(1) En el trabajo citado al comienzo de este artculo he explicado

Despus de todo lo expuesto, ms de una vez nos hemos

endereza sentimientos y esto adoba el pensamiento. Educar

Baha Blanca, 1907.

Don Santiago Vzquez naci en Montevideo] en una

tenidamente la vida pblica de este grande hombre que

forma representativa republicana consolidada en unidad

Don Juan Benito Blanco, que naci en Montevideo el 30

don durante la lucha; estuvo.en los dos sitios de Montevi-

Don Manuel Herrera y Obes, que naci en Monte-

cpulo, en la clebre^ Universidad de Charcas, de Moreno,

colegio de ciencias morales de Baenos Aires, con tanto

(1863 y 1890), Ministro en los ltimos aos de la defensa,

clismos sangrientos con sus proclamas; y otra que, to-

Don Luis J. de la Pea, perteneciente la generacin de

educacin nacional lo cont entre sus obreros. Fu Director

El prelado Jos Benito Lamas naci en Montevideo en

y latinidad. Se mantuvo la versin de que, ninguno le su-

don Lorenzo A. Fernndez en el vicariato de la Re-

Pose, Santos, Freitas, Lpez y Faramifan por su adhesin

Don Cndido Juanic naci en Montevideo el 31 de oc-

tudios, letras latinas, historia, derecho, msica, aprovechan-