Desnudo Ante La Vida
Desnudo Ante La Vida
Desnudo Ante La Vida
Zapatero a tu zapato, expresión repetida miles de veces que hoy veo empuja mis deseos. Por ello
voy a hacer lo que creo, de la forma que sé. Durante estos años dedicados a escribir, he realizado
cientos de entrevistas, a personajes de todo tipo. Con ellas he podido conocer a la gente bajo otra
óptica, he notado la metamorfosis que el tiempo, los elementos y la historia han ejercido en ellos.
Me doy cuenta vivimos, lo que aprendimos e hicimos. Las personas somos el cúmulo de nuestras
energías, la suma de nuestras vivencias, el reconocimiento de nuestros errores y la realización de
una justa consecuencia. Sin lugar a dudas, solemos superar etapas, y al hacerlo, simplemente las
pasadas, las desechamos; las nuevas amistades e inclusive nuestros familiares más cercanos
apenas poseen un bajo perfil, un muy pobre conocimiento de qué y por qué somos lo que
aparentamos ser. Cuando he llegado a la célula madre, a la raíz de los entrevistados, siempre ha
ocurrido lo mismo. Por absurdos prejuicios, ni son lo que creemos, como tampoco lo que
pensamos son.
La familia, el país, los gobiernos, el dinero, su falta, una acertada u otra errada decisión, y aunque
no en su justa posición, la suerte, tienen mucho que ver, en lo que hoy estamos viendo. Nadie es ni
puede ser responsable del reflejo de una fotografía, una sonrisa aflorada, un miedo reflejado, una
pasión dormida, un carácter equivocado, o bien una medida desproporcionada a veces reflejada
hasta por culpa de la cámara. Estos son apenas algunas de las presentaciones que nos venden
con los fantasmas mudos de un pasado. Igual ocurre cuando la visión es en persona, de inmediato
surge la primera impresión, nos hacemos ideas, proyectamos opiniones, torcemos o enderezamos
entuertos, nos basamos en un simple momento de luz. La realidad va más allá. Somos como dije la
suma de nuestra mente y cuerpo, junto con el entorno.
Indiscutiblemente esta realidad nos demuestra que no siempre la coraza que portamos es nuestra
piel, a veces simplemente es nuestro disfraz. Mostramos a la gente lo que suponemos queremos, y
ocurre que perdemos el afecto de los demás. Me refiero por supuesto a la familia. Los amigos, por
lo que el tiempo y espacio me han dejado ver, están contigo, cuando están. La familia es algo más
arraigado. Uno vive por y para la familia, los amigos tienen sus épocas, sus gustos con los que
compartimos con placer: sus fiestas, las que de a poco se van extinguiendo y hasta la paciencia
por supuesto también. Me he dado cuenta que en estos años por falta de experiencia cambié con
los míos muchos disfraces, por temores, o por desconocimiento, jamás quise conocieran mis
debilidades. Pensé que el padre idealizado por mis hijos tuviese mejor influencia en sus vidas que
mi verdadera realidad.
No ha sido sino hasta la muerte de mi padre hace unos meses, cuando comencé a entrevistarlo a
través de sus cientos de cuentos, de sus miles de charlas, de esos trozos sueltos, del
rompecabezas que formaron su vida, su realidad. Al comenzar a hacerlo, vi otro hombre, su
humanidad brotaba por los cuatro lados. Sentí una especie de refrescamiento a mis anticuadas
opiniones y maduré: me gustaría que los míos pudieran algún día pensar lo mismo. En mi caso me
he dado cuenta cometí un grave error. Por miedo, para que mis hijos no emularan las travesuras
de su padre, pensando fuera mejor se moldearan a su gusto, nunca conté mi historia, no me refiero
a ella por que sea tan importante. Quisiera que en algún momento puedan contar con la versión
original de mi yo. Quizás así, como a mí me sucedió, suceda el mismo milagro y ellos puedan
entenderme un poco más y mejor.
He pasado mi vida en la absurda búsqueda de la excelencia, aspirar ser el mejor de los padres, de
los hijos, hermanos y amigos, lo único que en mí ha logrado es el que me he convertido en un
extraño. Un ser al que no hay que contradecir, y de hacerlo, siento como si se me tratase de
ofender. Esta conclusión la he sacado porque del exceso de confianza que prodigo, la costumbre
sobre protectora que les irradio en muchas de las veces los confunde. El legado extraño de mis
padres ha sido la velocidad. Mi mente, aún no he podido encontrar el por qué o el cómo trabaja en
tres tiempos. Cuando lo normal sería en uno: el presente. También posee ciertas visiones o
premoniciones que me hacen creer poder llegar a una cuarta o a otra extraña dimensión. Supongo
eso es herencia de mi abuela materna, ella veía cosas que estaban por venir, y cuando las
mencionaba, acertaba. Con ello como parte de la incógnita, y con la sincera intención de llegarles
sin tapujos, interrupciones, muecas, o malos entendidos, creo que el desembarazar el total de los
recuerdos presentes pueda que de una forma u otra, les de una diferente posibilidad de
interpretación.
Qué busco con ello, no lo sé. Sé que es a mi familia y sólo a ella la que adoro con toda mi alma, no
quiero pormenorizar, porque pienso que mi entrega es igual para todos y cada uno. Cuando
alguien me habla de nieta, hijos, hermanos, sobrinos, tíos, padres, abuelos, o simplemente primos,
logra hacerme sentir un calor especial. Es ése, el regalo que he esperado. Nada hay que
complazca mi mente y cuerpo más que una palabra buena dirigida hacia o de los míos. Me hace
ver que no hemos perdido, que en este mundo moderno de distancias inimaginables para mis
abuelos, donde se disemina la propia sangre en diferentes tierras en busca de nuevas
posibilidades, rememorando a nuestros errantes ancestros, algo se mantiene, se desarrolla y vive,
vive y lo hace madurando no egoístamente, lo logra repasando el pasado para que sirva de ayuda
a futuras generaciones. En esas que el nombre de mi padre estoy seguro, será blasón mantenido
en el tiempo por sus descendientes con todo orgullo.
Desnudo ante la vida
Mi familia
Dar comienzo a un libro que de alguna manera tenga algo de histórico, donde el fondo trate lo
anecdótico de alguien y su entorno, vuelve vital hablar acerca de la familia. Nada mejor en el
esclarecimiento de un ser y su comportamiento que entrar a conocer a su familia basado en su
criterio, como él la ve según sus propios ojos. Indiscutiblemente esta narración tiene una sola
visión, no necesariamente es la realidad que vivieron los demás miembros de mi familia, que sin
tener la oportunidad de expresarse, en este momento callan. Si de alguna de las maneras alguien
se siente ofendido, éste no ha sido el objetivo, solamente he querido dejar mis sentires y parte de
mis memorias a mis hijos, mis futuros herederos, mis amigos y a aquellos que tengan algún
acercamiento a los míos.
Relatar cuentos ha sido una costumbre de familia, antes nos reuníamos y nos contaban historias,
unas verdaderas, otras supongo eran fantasías y las más servían para hacernos dormir o como
método de enseñanza. Con el correcto ejemplo se supone aprenderíamos más y mejor. Mi abuelo
quien era un hombre metódico, vivió una vida apacible, su estilo era dulce, de trato ameno y
corazón desprendido. Su español deficiente, por no ser su idioma, era rico en sus concejos,
mismos que trascienden espacios, veo que en el tiempo su memoria en mi mente, se auto-refresca
a cada tanto. Su filosofía universal no caduca, por el contrario, re-actualiza y explica muchas dudas
y comportamientos ajenos.
Con mi abuela materna el roce fue corto, ella falleció cuando apenas yo contaba seis años. Era una
de esas madres judías orgullosa de su familia, su fe, su entorno. Nunca recibí de ella un no. Su
cabello lo cubría como era la costumbre. Poseía esa mezcla de modernidad y de vivencia clásica.
Era moderna en trato, vocabulario y en su atención. Ella se desvivía por mí, no le molestaba lo que
los demás pensaran sobre ello. Siempre dejó ver su preferencia en mi madre y supongo como
proyección en mí por ser su primer nieto varón. Vivía en un edificio, (casa de tres pisos) fabricado
por mi abuelo, el mismo era amplio, tenía muchos cuartos, de ellos los que más quedaron
grabados son la cocina y el baño. Ambos parecían de casas de muñecas. En las paredes colgaban
fotos de gente sabia, de grandes rabinos y de espejos antiguos galardonados con filigranas
incrustadas en vivo. El juego de comedor era sobrio, elegante, la cama amplia, muy sonora, los
balcones, como los de Andalucía, la terraza, eso era otra cosa, parecía almacén de algún abasto.
El abuelo quien tenía experiencia de dos guerras mundiales y de una civil, había perdido a su
padre con la explosión de una bomba lanzada desde un barco. Él trató que no se repitiera esto,
ninguno de sus hijos tendría que salir de su hogar en busca de alimento en caso de emergencia
como a él le ocurrió. En verdad el abuelo en su terraza poseía todo tipo de pertrechos. La misma
era el fuerte en épocas de mi niñez de soldados e indios. Cada momento, cada vez, con el abuelo
había un algo, una historia, la misma duraba el tiempo que él necesitaba para pelar una manzana,
o cualquier fruta, la que sin darnos cuenta nos la iba dando de a poco, hasta que la comíamos. El
abuelo siempre nos hacía trampa, era experto cuenta cuentista, dramático, específico, realista,
demasiado calmado, No recuerdo una sola vez que me haya rehusado a escuchar sus cuentos, lo
llamaban David el tranquilo.
Él era un hombre mayor, siempre lo conocí así, sin embargo su mamá vivía con él, la protegía, le
tenía paciencia y de alguna manera creo la mimaba. Le daba poca importancia a las cosas, todo
era posible de enmendar. Decía en su lenguaje que las cosas eran elásticas, no las veía rígidas,
siempre su primera pregunta era por mi madre mi padre y hasta por mi otra abuela. ¿Cómo están
ellos? De nuevo veo era su forma de educar, dirigía mi atención a ese punto. Simi, mi abuela
paterna fue un caso especial. Tenía ella catorce años, se encontraba jugando en el patio con sus
amigas, cuando su madre le dijo: tienes que arreglarte, ¡hoy te comprometes! Como verán las
costumbres antiguas llegaron hasta mi familia.
Mi abuelo Samuel por quién fui nombrado era un joven emprendedor llegado recientemente del Rif,
había puesto sus ojos en ella y sin más a través de un amigo pidió su mano. El poseía una
empresa de transporte, hacían viajes largos de una ciudad a otra. Durante el tiempo de matrimonio
concibieron cinco hijos la mayor era hembra y los demás varones. Cuando mi padre cumplió los
cinco años se enteró que ni sus hermanitos ni su hermanita volverían a jugar con él. Casi todos
ellos murieron, jamás le hablaron de sus muertes, en algún momento él, por el mismo trauma, se
había olvidado de ellos, así permaneció bloqueado en su mente, hasta después que nacimos
nosotros. Desde aquel instante en adelante quedaron solos los dos varones Mesod, mi tío, quien le
llevaba un año, y él.
Una vez mi abuelo Samuel, recibió un encargo: debía transportar una mercadería a otra ciudad,
era un día jueves, el despacho debía llegar temprano en la mañana del otro día. Uno de sus
empleados, un chofer muy religioso se ofreció para realizarlo. Mi abuelo no quiso correr riesgo de
que en el momento de retorno cuando entrara el Shabat, o sea el viernes por la noche no le diera
tiempo suficiente y tuviese el religioso que dormir en la carretera o en la otra ciudad, se negó a
darle el trabajo. El chofer insistió, habló de sus necesidades y de que él estaba seguro de poder
volver a tiempo. Nefasta decisión. Mi abuelo, de lo que me han contado, era un hombre espléndido,
de una vocación de trabajo y medio socialista, todos los fines de semanas hacía cuentas delante
de sus obreros, sacaba de sus alforjas las monedas de oro y de plata y compartía con ellos sus
ganancias. Aunque no tenía socios los apreciaba como tales. El día sábado en la mañana un
hombre sin escrúpulos, un todero de los que me referiré más adelante, un necio sin oficio fue a su
casa y sin razones ni verdades le dijo que el chofer había sufrido un volcamiento, había atropellado
a alguien y lo había matado. Su religiosidad y su sentido del deber fueron la chispa que hizo
explosión en su joven corazón. El abuelo no lo pudo soportar, se culpó de hacer caso omiso a su
instinto, y el sentimiento de culpa fue tal que a tres días y a sus cuarenta y siete años de edad,
murió.
Mi abuela Simi se las tuvo que ver sola, apenas terminó de enterrar al abuelo, aquellos hombres
tratados como asociados, hicieron de las suyas, se repartieron carros, caballos y mulas, realizaron
una rebatiña; de nada había servido la buena voluntad del abuelo. A mi abuela, la dejaron en la
gran miseria. Eso obligó tanto a mi padre como a su hermano a abandonar sus estudios y desde
los siete años comenzaron a trabajar. Primero lo hizo como muchacho de mandado, luego,
vendedor de un surtidor de gasolina que era de su tío paterno, volvió a la profesión de su padre y
en cuanto pudo compró con su hermano un camión de transporte, luego otro y otro.
Mi padre era extrovertido y por medio de amigos y de los de sus amigos, y de ciertos militares,
consiguió permisos de explotación de maderas. Lo que es lo mismo, el gobierno le había dado en
concesión por unos años ciertos bosques madereros. Amplió con su hermano los Transportes de
carga Akinín y montaron en sitio su propio aserradero. Terminada la guerra, España cedió esas y
otras serranías a los moros, y el negocio junto con propiedades y demás se esfumó en un solo día.
Al parecer era algo cíclico.
Mi padre
Mi padre que Dios lo tenga en su gloria, conoció la pérdida y el dolor a los siete años, a esa
temprana edad como les dije, quedó huérfano de padre. De niño tuvo que abandonar juegos,
amigos y estudios, y hacerse cargo de la familia, aunque había nacido en cuna de oro, con la
muerte del padre y la falta de un hombre que defendiera sus intereses, vio cómo de la noche a la
mañana surgieron cambios a los cuales veía casi imposibles de adaptar. Transmitirles todo su
sufrimiento es además de tedioso, algo que no está justificado, pero pretender pasar por alto algo
tan violento, no haría justicia a mi padre ni a su manera de ser.
Nació en el año dieciocho; como treinta años después me tocó a mí, eran años de guerra y
posguerra. Superó enfermedades, necesidades hambre y escollos, avanzó como pudo y llegó a la
edad de reclutamiento. Se graduó como hombre al cumplir sus dieciocho años al entrar en el
ejército durante La Guerra Civil de España. Ser judío en esa España llena de errados pero
enquistados y enmarañados odios religiosos fue un timbre lleno de trabas en aspectos militares.
Afortunadamente mi padre sabía, (de saber y sabio) cocinar. Los primeros tres años de ejército los
pasó como intendente de cocina del Generalato. Innumerables eran sus cuentos e historias de
cómo hacía ciertos exquisitos platos en pleno frente de batalla o cómo lograba esa cantidad de
manjares que supuestamente no existían por la guerra. Mi padre me heredó el secreto de ello: el
trueque. Visitaba en los pueblos a la gente y les cambiaba a las mujeres un producto por otro: pan,
harina, aceite, azúcar, por pollos, chorizos y otros.
Mi hijo David llegó a tener la cadena de restaurantes más afamados de Caracas, en sus momentos
contaba con los seis mejores chefs, puedo con fundamento decir, sin ofender, que como cocinero
en su estilo mi papá les llevaba gran ventaja. Nuestros chefs con los mejores ingredientes (salmón,
caviar, paté, langostas, etc.,) eran capaces de hacer maravillas, pero de no contar con ellos,
simplemente nada hacían. Mi padre con nada, hacía los mejores platillos. Mi padre con un simple
pollo, ciruelas, duraznos, zanahorias, sal pimienta, pimentones: a chuparse los dedos. En lo
referente al mar: un pescado, perejil aceite y limón. A veces unas sardinas en su piel con mínimo
de aceite y mucho limón, (bocado de Cardenal) y más simple aún: unos boquerones curados con
gran cantidad de limón y algunos ajos crudos. Carnes guisadas, su especialidad. Él preparaba
unos chorizos picantes y dulces como pocos. Tortillas: las de él eran de doce centímetros de alto.
Fritaba las papas, luego la cebolla, a veces algún pimiento dulce y cuando el color venía
acompañando los olores, echaba los huevos y el toque de sal. Vuelta artística con la ayuda de un
plato grande y a disfrutar. Cómo olvidarlas u olvidarlo, jamás.
Mi padre sintió por el ejército un amor al que siguió siendo fiel hasta el último minuto de su vida. Es
de entender: la atención que profesaba a los generales y las de estos para con él, era de alguna
manera una especie de relación paternal. En el ejercito encontró en esos grandes hombres el
afecto que el destino le quitó en su niñez. Me contó que aunque no había sido llamado a filas, su
madre en su situación de viuda y sin oficio, quería pedir la excepción para él, sabiendo mi padre a
su hermano en plena línea de batalla no quiso lo tildaran de cobarde. Rechazó de plano esta
posibilidad y a la mañana siguiente se ofreció y fue aceptado como voluntario.
Tres días con sus noches estuvo mi abuela en la azotea de su casa rezando y rogándole a Dios
por sus últimos y únicos hijos, en su mayoría fueron días de ayuno, de penitencia, ella de alguna
manera, logró su objetivo, a los tres años, ambos retornaron del frente, sanos y salvos.
Anécdotas de la guerra mi padre relató toda la vida. Cuentos de los soldados, a la larga han
pasado en mi familia a ser chistes. Creatividad en cuanto a platos: la necesidad es la madre de la
imaginación. Amigos en el alto mando, decía tener tantos y tan famosos, que a veces hasta yo
dudé de ello. Eso, hasta que en la oportunidad que me enviaron a estudiar a Madrid, cuando
cumplí los quince años, por medio de una carta que me dio, pude saludar el Jefe Mayor del Ejército
de Madrid, algo así como al ministro de la defensa. Sentí en ese señor los mismos lazos de unión,
respeto y amistad que mi padre alardeaba tener con él.
Papá fue como casi todos los Akinín un hombre terco, se aferraba a su palabra y a su manera de
pensar, pero en el transcurso de la vida que se nos permitió disfrutarlo, siempre demostró no
practicar la mentira. Si él decía algo, eso era un documento. En una oportunidad fue citado por el
alcalde árabe, un moro lo acusó que en unión de su hermano, los dos a la vez, le habían propinado
una paliza. El jefe árabe sabiendo de qué familia se trataba y que su tío Don Abraham Serfaty, era
presidente de la comunidad judía, lo llamó y él lo único que preguntó fue: “¿qué dijo David?” al
escuchar la respuesta que daba el jefe moro comentó: Si David Dijo eso, así fue.
De cualquiera de las maneras mi tío Mesod, hombre forjado en labores pesadas, era poseedor de
una fuerza descomunal, capaz de doblar y picar monedas con los dientes, habló con el alcalde
árabe. Y aceptando en parte, ser responsable, propuso una especie de desquite para con el moro
agredido. Cediendo un poco de ventaja: pidió le amarraran la mano izquierda a en la parte trasera
de su cuerpo y que lo metieran diez minutos en un cuarto a solas con el moro; dijo mi tío que en
esas condiciones le daría al moro una oportunidad para desquite. La petición sin titubeos, de
inmediato, fue aceptada por el jefe árabe.
Salomónica decisión, el moro estaba consciente había sido uno sólo de los hermanos quien le
propinó la paliza, ya había probado la fuerza de sus puños y por nada del mundo iba a repetir la
estupidez de otra golpiza. Comenzó a llorar, gritó diciendo mi tío era un loco, que lo iba a matar. No
hubo necesidad de más, mi padre y su hermano salieron absueltos de cargos y culpas, al moro lo
castigaron con unos días de prisión. Nunca más supieron de él.
Cuenta mi padre que uno de los generales estaba casado con una mujer hermosa, ella era una
rubia despampanante. En repetidas oportunidades vio como ella tenía un comportamiento desleal
con otro oficial. Mi padre no se atrevía a decir ni pío, pero había algo que lo obligaba a distanciarse
del general, éste al darse cuenta, lo mandó a llamar. David, qué sucede, ¿algo te está pasando?
Evadió el tema trató, pero el militar con muchas más horas de vuelo increpó, supongo tu actitud
deba ser por mi esposa, y preguntó, ¿es referente a mi esposa? ¡Sí mi general! Ahhh…Hijo,
aprende que en la vida las cosas se nos dan de a poco. Y hay que formarse para valorarlas. ¡Más
vale comer un bombón a medias, que una mierda para uno sólo! Otra de las veces me refirió de los
seis enemigos que él y dos de sus ayudantes de cocina hicieron prisioneros. Yendo al río sin
armas, para lavar los corotos y recoger agua fresca. Unos soldados enemigos, fatigados,
hambrientos, cansados y conscientes que el fin de la guerra era algo inminente, sin disparar un
solo tiro, se rindieron, eso fue motivo de risa y de premios, a los tres les dieron condecoración al
mérito. Al igual que en otra oportunidad cuando el chofer del camión al no tener la experiencia
necesaria, calculó mal una calle, mi padre estaba parado en la barandilla de la puerta, saltó y se
rompió un diente. (Herida de guerra) Años de terminada la guerra, estando mi padre tomando unos
vinos con esos buenos amigos desconocidos de los bares españoles. Él refirió que una
oportunidad entrando a un pueblo tuvo que decomisar una yegua, la requería para entregar un
parte urgente a un oficial en la zona de guerra. Él de inmediato redactó un papel diciendo que en
nombre del gobierno español: yo, fulano de tal, se hacía responsable y se comprometía a devolver
el animal. La dueña de la bestia supuso la había perdido, pero a los días mi padre en persona la
devolvió llevando un poco de harina y algo de aceite como compensación a los daños. Uno de los
señores que estaba libando dijo ser sobrino de esa señora, que ella ese cuento lo había relatado y
que no le había dado crédito alguno. Razonó y dejó ver lo pequeño del mundo. El hombre explicó
con detalles el santo y seña de su tía y del pueblo. Al confirmarse los hechos, se dieron un abrazo
y brindaron con otra copa de vino.
Papá no sabía medir, cuando daba, simplemente daba. En la ciudad de Mérida una señora recibió
de mi padre alguna ayuda económica, ésta de una vez le entregó a su hijo, un muchacho de unos
trece años, le pidió que lo criara, que ella no tenía los medios para hacerlo. Papá tomó las señas, y
un número de teléfono de un conocido de la señera, lo montó en su camioneta y al otro día
apareció con él en la casa.
Así de la noche a la mañana tuvimos un cuarto hermano, la nueva situación familiar no duró
mucho, a las dos semanas un día que todos fuimos a un matrimonio, de regreso encontramos a
nuestro nuevo hermano completamente borracho. Algunas de las botellas de nuestro bar quedaron
secas. Al acabársele la borrachera mi padre contrató a alguien para que lo llevara de vuelta a su
madre. Pasada la experiencia, tuvimos que escuchar la voz de mi madre que repetía hasta el
cansancio: yo te lo dije. Desde ese mismo momento y en adelante, volvimos a ser los mismos tres
hermanos de antes.
Mi padre toda su vida creyó en un ideal: Dios. Luego vivió dedicado a su culto mayor: su esposa.
He leído novelas, historia, cuentos de amor. Él era incapaz de probar bocado sin haberlo ofrecido
primero a su esposa y luego a sus hijos. Parecía un libro abierto, él no contaba, revivía su historia.
Hasta sus ochenta y cuatro años remontaba su memoria desde que tenía uso de razón.
Podía narrar un evento y detallar el contorno con lujo de detalles. Tenía paciencia para todos, y
todos le tenían paciencia. Por desgracia fue sólo en su último año de vida que pude darle alguna
muestra física del amor que siempre le prodigué; éramos dos imanes que se repelían por
demasiado amor, respeto; lo que yo opinara de él, le preocupaba, y siendo el niño consentido de
mi madre, nuca quiso entrometerse.
Han transcurrido varios meses de su partida, él siempre fue nuestro foco principal, se ganó con
esfuerzo propio el cariño de sus nietos y a través de ellos lo conocimos y recomenzamos a amar.
Recuerdo una vez me dijo que para los niños un padre al comienzo es como su Dios, en la medida
que estos crecen deja de ser tal, para convertirse en un ser fuerte, superior, al paso de los años se
transforma en un humano con todos sus defectos y una vez ido, si fue bueno y noble, vuelve a
ocupar su primer lugar (qué sabio). Tenía razón, desde que marchó hablo con él de otro modo,
cada instante de vacío él lo llena y aún no estando, pensar en él, combate mi soledad.
Lástima uno no aprenda de la teoría y la pueda emplear ya una vez conocida y no como
acostumbramos a juzgar y vivir únicamente por la práctica.
Dicen que los hombres buenos fallecen en viernes, se dice que así lo hacen para que sus deudos
sufran menos con el corte del luto que obliga el Shabat. Esto me consta es verdad, mi padre se fue
de este mundo, con el mismo estilo que siempre tuvo en vida, sin causar molestias, fue un hombre
hecho de roble, de esas viejas y fuertes maderas, permaneció erguido todo el tiempo, combatió
tempestades, luchó contra sus molinos de viento, levantó una buena familia y su nombre es
recordado como sólo se les recuerda a los que nos honra llamar. No conocimos de él una
enfermedad, no nos dio molestias, a sus ochenta y cinco años tenía los pulmones de un joven, el
corazón de un ángel, la alegría de un niño, la inocencia de un noble y la paz espiritual de un santo.
Se fue un viernes como dije, para hacernos más simple y corto todo, el tiempo corría a tal
velocidad, que parecía una película, sentí ahogo, dolor, frustración, desencanto, pena y sobre todo
un gran vacío y una enorme pérdida. Sin embargo entendí y entendemos que nada es eterno;
como a sabiendas que podría convertirse en una carga, pienso que pidió lo llevaran y fue
complacido, lo creo, pues un día antes se despidió, dijo cosas que guardo en mi mente y corazón,
todas buenas, todas bendiciones. Ese era su estilo que “Dios te dé en proporción a tu corazón” no
pedía de más, no exigía. Me habló de mi hermana, por primera vez me dijo que ella era su
preferida, lo hizo de una manera sana, inteligente, detallada. “Ella es mujer, es mi única hija,
ustedes dos son fuertes, son hombres, ella no tiene quien la cuide, ustedes no necesitan, hay que
velar por ella”.
Cada segundo, cada minuto de su vida la pasó bendiciendo los nietos que Dios le dio. Eran su
máximo orgullo, estaba henchido de placeres, detalles, regalos y múltiples atenciones. Nos
deseaba como aspiración máxima que ojala tuviésemos nietos iguales, él supo dar, también
apreció recibir. Lo vi con ellos en un desfase para mí desconocido, era capaz de hacer para
complacer a sus nietos, lo que estos pidiesen, lo inimaginable en él. Había algo en él no común en
otros seres que conozco, podía molestarse con alguien, con alguno de nosotros, a veces con y
otras sin razón, su molestia duraba nada, creo que no sabía guardar rencor. Quizás se alteraba, es
verdad, pero nada más. Daba amor sin esperar a cambio, siempre fue el abogado entre nosotros.
Nos hacía llamar a mamá cuando él pensaba ella pudiese estar molesta, ella fue siempre el centro
de su vida y de su amor.
A mi padre
Mi madre
Reconozco en ella fue una mujer privilegiada, desde niña y hasta ahora a sus ochenta años de
edad mantiene una belleza Egeria aporcelanizada, pareciera el tiempo no pasa por ella. Como
verán más adelante, ella ha sido impulsora de cada uno de sus descendientes, además, es eterna
estudiante, recopila las cosas más increíbles y le da igual, si se trata de literatura clásica, religiosa,
antigua o moderna. Todo es recopilable, todo debe tener un especial interés para mi Samy. Posee
una voz de averío, cuando canta emula el trinar de aves. Su fuerte es la poesía, con una memoria
prodigiosa, recuerda versos de su niñez, su juventud, desde siempre. Su hobbie escribir, lo hace
de día y noche, me consta tiene decenas de cuadernos que atestiguan sus inquietudes. Su propia
filosofía de la vida. Su talento: conocedora de los cumpleaños, onomásticos y festividades o
motivos especiales como para llamar y hacernos llamar a cada uno de nuestros familiares y amigos
Su grupo de amigas es reconocido desde siempre, pareciera ser una especie de San Nicolás, está
pendiente de llevar un regalo, un dulce hecho por ella, un chocolate, una fantasía. Su trato con
nietos es de amiga, sabe escuchar y con ellos practica ese deporte.
Como madre ha sido consecuente, cuando uno menos lo espera, a cualquier hora del día o la
noche, ella nos llama, para saber como estamos, a una respuesta y a otra pregunta nuestra similar,
ella siempre dice igual, “ahora estoy mejor, mucho mejor” pienso que envés de envejecer, ella debe
rejuvenecer. Pues siempre está cada vez mejor. Ni igual, ni peor. Ella es sumamente ordenada, en
nuestra familia a veces nuestros hijos le piden a conciencia de su manera de ser le ordene su
closet. En verdad que da gusto, puesta su mano en ello, pareciera vitrina de una tienda de lujo.
Cada cosa, cada ropa además de estar en su sitio luce como nueva, las dobla con tal amor, que
logra así realzarla para apreciar valor y estima.
Siempre he sido su preferido, no sé por qué, no es algo que haya pedido, o por algún mérito
ganado, ella decidió eso y así fue. Con la persona que mejor se lleva es con mi hermana, ella le
tiene la paciencia que nunca tendré. Mamá me trae recuerdos altisonantes, he tratado, pero no he
logrado entenderla. Pienso que su ritmo de vida no va con su edad, como dije, ella se cree joven y
así vive, la he visto sentada en un mesa de juegos, por horas y horas, jamás se cansa. Su vicio es
infinito, creo trata de recuperar las horas que alguna vez no jugó.
Es un ser algo extraño, pienso vive para los demás más que para ella misma. Quien la entendía y
mimaba ya no está, ahora su vació le ocasionará problemas. Mi padre además de compañero,
amigo y amante, era todo, la ayudaba en la cocina, y en lo que ella requería, a una llamada de ella,
él siempre estaba presente. Era muy difícil que él no la complaciera. Ambos formaban una pareja
tan especial que entre hijos y nietos nos peleábamos para lograr la aceptación de mi padre en
cualquier salida, bien fuese comer un dulce, o un helado o para dar simplemente una vuelta en el
carro.
Entre ellos sucedieron anécdotas increíbles, como aquella vez, era nuestra primera quinta en la
ciudad de Maracaibo, cuando nos mudamos, la recibimos con un perro adentro, se llamaba Nerón,
fue el primer perro que tuvimos, en Melilla no se estilaba. Mi hermano tenía aproximadamente un
año y medio, el miedo de que un animal tan grande pudiese morderlo o vaya usted a saber qué
otra cosa, fue suficiente, mi madre pidió a mi padre que se llevara el perro, lo regalara.
A la mañana siguiente mi padre tomó el perro y en un viaje que hizo a unas cincuenta cuadras de
distancia, lo llevó y bajándolo del auto, ahí lo dejó. Con sentimiento de culpa, con algo de dolor,
regresó para informar a mi madre que había cumplido la orden. Al poco de él llegar, oímos los
ladridos de un perro, no lo podíamos creer, nuestro Nerón, el perro volvió.
Al comenzar la otra semana mi padre volvió a montar el perro en su camioneta y lo llevo a Perijá a
más de cien kilómetros de distancia, esa vez si lo dimos por perdido, mi hermana y yo sufrimos la
pérdida, sabíamos que sin Nerón, nuestros sueños de otro perro se esfumaban. Toda la semana
nos sentimos tristes, echamos la culpa a nuestra madre, la medida tomada fue injusta.
Una noche, escuchamos ladridos, no hicimos caso, de seguro sería otro perro callejero; nada que
ver, Nerón con sus patas heridas había encontrado por sí sólo el camino de regreso. Eso en mi
casa fue considerado como un milagro. Así, nuestro perro se ganó su estadía, creo que fue el más
inteligente de los que he conocido. Su readaptación fue increíble, Como sabiendo quién no lo
quería, se acostaba a los pies de mi madre y de ahí, no se despegaba.
En el entorno que vive, mi madre es bienvenida, la gente la estima, y diría que hasta la han
aprendido a querer, les lleva como dije, galletas, dulces, de todo, es atrevida, a su edad se inscribió
en la Universidad Nacional Abierta. De haber charlas o conferencias sobre cualquier tema, por muy
especializado que sea, cosa que le viene sin cuidado, de enterarse, ella asiste. Sus cuentos son
como los del abuelo, jamás los repite, a veces he pensado que se le olvidan, pero no, ella tiene tal
repertorio y tantas vivencias, que para charlar, ella no requiere repetirlos.
La madre
Sentimientos encontrados revolotean mi mente, unos contra otros se avivan, todos quieren estar
presentes. Esther, mi hermana, mi mejor amiga, mi aliada, mi alumna, mi espina, mi perdido
sentido de culpa, mi ancla en la mar, mi más consecuente fan. Qué puedo decir de algo o alguien
que te complementa, que ha vivido tus sueños, realidades, dolores y placeres. Qué se puede
expresar de quien cuando en ella piensas, te está llamando, cuando la tristeza te embarga, sin
saber cómo ni cuando se presenta con un algo.
Agradecer a la vida: muchas cosas, si son de familia, mucho más; una amiga para un hombre tiene
un valor sin par. Mi hermana ha sido eso en realidad. En los años que recuerdo, que al cavilarlo
son más de los pensados y de los que creí llegar, en todo este período, en tormentas, con calmo
tiempo, en cualquier lugar, siempre una llamada como para variar. ¡Hola cómo estás! Te eché de
menos, cómo te va. Tres de las muchas dudas de las que no se ha cansado de preguntar.
Con ella aprendí a muchas cosas entre otras, yo no sabía bailar. Cuando algo quería, cuando el
dinero me faltaba, estuviesen o no mis padres, allí estaba ella, siempre me solía prestar. Si perdía
alguna lección por haberme escapado de clases, a ella bastaba preguntar. Era como un maestro,
no paraba de estudiar. Caletreaba las lecciones, me las hacía preguntar y con sólo su respuesta
cualquiera había aprendido ya.
Esther ha sido siempre un pilar importante en mi vida, como yo en la suya. Nosotros aprendimos a
respetarnos y a querernos como me gustaría hicieran siempre mis hijos. No hay ni ha habido un
momento de alegría, felicidad, o tristeza que juntos no hayamos compartido. Durante la semana
son pocos los días que no hablamos. Y de manera increíble, siempre encontramos temas que nos
relacionan o nos ayudan a crecer. Ella es una buena lectora. Se graduó con honores en Filosofía y
Letras, ha escrito un libro “Alas para Volar” el cual considero didáctico. En él ha sabido desarrollar
sus propias ideas de la vida, ha vaciado sus pensamientos, que son muchos y muy buenos y con
su propia experiencia ha logrado relatar las bondades que recuerda tuvo en cada uno de sus
cumpleaños. Esther se ha vuelto muy creyente, ahora que no está mi padre, pienso que mucho
más. Veo que en mí encuentra reflejos de él, del pasado que la acompañan y dan placer.
Quiso aprender bridge y lo hizo como siempre suele hacer, se destaca no por suerte, lo suyo es
sacrificio, entrega y estudio. Lo ha tomado muy en serio. Se enfatiza, más estoy seguro, lo bueno
está por ver. Por lo que veo está en este momento dedicada de lleno a sus hijos y su nueva obra,
veo venir un nuevo libro con más agresión, un compendio de hojas con toda la dedicación, un
fluido de ideas capaces de enderezar lo no enderezable. Ella es así. Tiene consuelo, y capacidad
para todo, posee una muy buena memoria, y el sentido de dar está en ella más desarrollado que el
exigir. En lo referente a consejos, tiene aquellos que se adaptan a ciertas necesidades. También
puede y sabe callar.
Es demasiado sentimental. Lo que llamamos un alma buena. Ella ha logrado desde el comienzo un
trío de perennes admiradores que son sus hijos y conseguido mantener para ellos, las expectativas
que esto conlleva. Algo nada fácil, casi imposible en estos días de comunicaciones a velocidad luz.
Donde las preguntas encuentran rápidas respuestas, donde las dudas hace tiempo permanecen
muertas. Sus recomendaciones algunas veces parecen jaladas por los pelos, no sé como se las
apaña, al final sorprende con resultados acertados, ¡ella tenía razón! De su boca la expresión “si
Dios quiere” no se separa al igual que el darle gracias por todo.
Cada mañana se extraña de la belleza y colorido de las flores que encuentra en su acostumbrado
caminar. Cada tarde al crepúsculo ve y mira con otros ojos, como si de un estreno se tratara.
Descubre a cada noche más brillante. Es ese tipo de personas llenas de optimismo, que vienen a
hacer crecer y desarrollar a los demás.
Estoy seguro que sus escritos y libros de ayuda serán su impronta indeleble en este mundo tan
difícil y extraordinario. Ella es toda un alma caritativa de acciones y emociones. La gente que la ha
leído dice sentir su amistad en la lectura. Al no ser egoísta, entrega abiertamente los secretos que
medio siglo de vida le han costado encontrar, lo hace sin esperar nada a cambio. Es el espíritu
materno de dar simple y llanamente por poder, saber, y querer dar.
Mi hermano
Siete años y medio nos separan, mi hermano Isaac como les contaré más adelante, nació en
Madrid, me tocó vivir con él mis años más difíciles: la adolescencia. Esa calma, paciencia y
sumisión que mi hermana trasmitía, de ninguna de las maneras yo le enseñé a mi hermano.
Probablemente su fuerza de carácter sea mi culpa. Su modelo equivocado era yo. Su sueño ser el
mejor. Su meta, casi inalcanzable. Su esfuerzo el máximo. Su dedicación: total. Su ídolo: Albert
Einstein. Su ego: sin límites, su fórmula: E = m.c 2. Con él hice viajes fantásticos. En su sueño de
emular a Von Braun él construyó un cohete casero. El uso de dinamita, la ley de la gravedad, viajes
interplanetarios, y al final: ¡Bum! Debut y despedida con la inesperada pero lógica explosión de
nuestra cocina y de algunos vidrios. ¡Qué clase de susto!, la consabida paliza, la corresponsalía de
culpas, sin embargo, no lo vi desanimar, él siguió con sus ideas. Unos meses después vi como
logró hacer que un cohete casero despegara a una altura considerable.
Mi hermano por la diferencia de edad, era como mi hijo. Con él aprendí a censurarme, a tratar de
enderezarme, debí destacarme para ganar su afecto y el de sus amiguitos. Practicar, dominar,
saber, para luego enseñar. Los que lo conocen saben de su elocuencia. Podría haber sido y
llegado muy lejos como político. También como abogado, pienso que el derecho es su sueño
frustrado. Es un ingeniero químico con dotes sobre la materia muy especiales. Posee un poder de
convencimiento que sustenta en la vastedad de información que engulle de las más afamadas
revistas sobre alimentos, productos químicos, alcohol, grasas, yuca, soya, maderas, muebles,
electrónico, y paro de contar. En eso es insaciable.
Mi hermano Isaac a quien todo el mundo conoce como Kiki es el ser más inteligente que conozco.
Si la reencarnación fuese un hecho posible diría que la de él es de Albert Einstein. Se puede uno
con él llevar sorpresas inimaginables. La última de ellas fue mi encuentro con un ex--empleado de
él. Tenían algunos años sin verse, ahora este hombre, era chofer de su propio taxi.
Para tratar de ayudarlo dándole trabajo, le pedí el número de su teléfono celular. El hombre
comenzó a decirme los números y mi hermano extrañado lo paró en seco, ¿acaso cambiaste tu
celular? A su respuesta inmediata de: no, Kiki, aunque tenía tiempo sin tratarlo, sin algún asomo de
dudas, lo corrigió y dijo el número de memoria. Otra vez nos encontramos en un restaurante con
alguien que sabía él lo conocía, no recordaba su nombre. Ni corto ni perezoso se acercó. Yo lo
conozco, le increpó, el señor extrañado dijo no me parece. –Si dijo mi hermano- su teléfono es tal.
Estaba en lo cierto, el número era correcto. En ese momento el señor lo recordó. Kiki guarda en su
memoria miles de números telefónicos, de mucha y muy variada gente de todas partes del mundo.
Es capaz de hacer un cálculo matemático muy aproximado en un tiempo increíble, a la velocidad
de una computadora. Creo su mente funciona con un lenguaje binario. Siendo gerente de ventas y
de proyectos de Alfa Laval, una enorme transnacional, le tocaba pasar informes sobre necesidades
y cálculo de costos para la venta de plantas llave en mano. Los requerimientos eran casi infinitos,
las posibles utilidades y o las variaciones sobre sus ofertas originales generaban casi otra
tecnología. A veces sus clientes exigían cosas no pensadas hasta el momento. Respuestas y
adaptaciones en maquinarias, equipos y sistemas con más dinamismo del supuesto. Pedir a
Suecia un presupuesto sobre algo tan complicado metiendo todos los datos en la computadora
central demoraba casi tres semanas. Si el cliente por x o z hacía presión por la necesidad
inmediata de tener un cálculo aproximado de su posible costo y eventual disponibilidad o por el
mismo acceso a su capacidad en cuanto a banca y línea de crédito. Mi hermano, el genio,
guardando cierta reserva, daba su estimado. Era tan acertado a la realidad que de Suecia lo
llamaron para averiguar el secreto que suponían él poseía. (Inteligencia) La gente que lo conoce le
reconoce su carisma, inteligencia, sus dotes culinarias. Y su excentricidad ante la vida. Algunos
piensan es un ególatra. Creo que a nada le para en la vida, él es como es y lo demás no le quita el
sueño. Es extrovertido, en ello me gana. Habla, también me gana. Dicen: es un maestro, perdón un
catedrático, no va por las ramas. Sus explicaciones son progresivas. Arrancan de cero y es allí
donde terminan, en el momento que su interlocutor logra tener cero dudas del punto a tratar, no le
molesta detenerse en algún punto álgido del tema y luego de saber que en efecto el mismo ya fue
entendido. Sigue como si nada con su detalle desde el mismo punto o coma de su último diálogo.
El primer ahogado que pude salvar, fue mi hermano. Mi madre, lo había metido en la parte baja de
una piscina. Sin que nadie se diera cuenta él se arrastró y al soltarse había tragado demasiada
agua. Mi madre en un momento me preguntó por él, no lo vi, algo me hizo lanzarme a la piscina y
en el fondo lo encontré. Fue un verdadero milagro. El susto que me dio aquél día, con este relato,
hoy, lo he vuelto a revivir.
Discutir con Isaac es perder el tiempo y una parte de auto estima, el va sobre seguro. Uno cree: él
sabe. Uno piensa: él conoce. Uno estima: él calcula. Uno a veces acierta: él da por hecho. Por ello
con él como compañero y amigo uno tiene un buen maestro a tiempo completo.
Mi primer hijo
Los judíos sefardíes haciendo honor a nuestras costumbres solemos darle a nuestro primer hijo
varón en señal de amor, respeto y agradecimiento el nombre de nuestro padre. Así llamamos al
primero: David. Era una noche tranquila, de repente una explosión, un incendio. La estación de
gasolina cercana a nuestro hogar era protagonista del mismo. Teníamos visita, subimos a la
terraza como curiosos, nos espantamos de lo que pudiera suceder y en momentos, mi mujer dio
muestras de sus primeros dolores de parto. A escasos metros una clínica, la ingresaron de
ipsofacto, salí de regreso para mi casa a cien metros de distancia a recoger los artículos que con
amor y ternura habíamos comprado para un momento como éste, y en menos de un suspiro, la
mayor de nuestras sorpresas, el nacimiento de nuestro primer hijo.
David ha sido el primer nieto de la dinastía Akinín, también el primer nieto de un sobreviviente del
Holocausto. Para ambas familias significa y significó mucho. Con él se generó un pacto de unión
entre dos familias de diferentes orígenes uno serfadita (España) y el otro asquenazí (Polonia).
Hubo de mi padre una demostración de desprendimiento que me llena de orgullo cada vez que
recuerdo. El honor que le di para que él fuera padrino en la ceremonia, sin pensarlo dos veces lo
cedió con sincera disposición a mi suegro. En ese momento yo no lo podía entender, hoy
agradezco haber vivido esa experiencia. Desde muy pequeño David se aisló de lo convencional, él
como niño superdotado, y como nieto mal criado hacia y decía cosas algo extrañas. Poseía una
mezcla de actitudes que a veces lo hacían ver como reservado y otras como extrovertido.
Como bebé no recuerdo haberlo escuchado decir palabras simples y sueltas, de repente un día,
cuando comenzó a hablar fue con frases y oraciones bien construidas. Creo que ese estilo lo
mantiene. Sabe escuchar, calla, pareciera aislarse del grupo, cuando lo imaginamos desatento y
ajeno a lo conversado, sorprende a todos con su opinión, consejo y conocimiento del tema.
Tenía él cuatro años cuando creí haberse ganado su primera paliza, antes de que me diera cuenta,
me convenció para que me sentara, iba a razonar algo conmigo. Me hizo ver la diferencia de
estatura entre él y yo, y lo injusto de una pelea tan desigual. No hubo tal castigo, con lógica ganó la
discusión, misma técnica que sigue empleando con familiares y amigos.
Él es y ha sido siempre un artista. Como tal no hay un simple método o una tabla para poderlo
catalogar, comparar, o criticar. Sé que en él siempre he visto no a una unidad, muchas veces veo
como se logra desdoblar y sus otros yo aparecen en su lugar. En uno de sus personajes, el que
mantiene cuando trabaja, existe un ente en busca de la excelencia. Sus patrones son rígidos, su
tolerancia mínima, su capacidad: total. Es un ser de otro mundo en mundo por nacer. El otro que
más se destaca es aquél que vive soñando un mundo mejor, un mundo utópico, sin pobreza, niños
de la calle y sin dolor. Ese personaje es dúctil, tranquilo, sosegado, ermitaño, iluso, lunático,
esclavo de virtudes teologales, dueño del futuro pues el hoy para él es su futuro de ayer.
Creo en su inteligencia genética, no lo he visto asido a la educación formal, sin embargo él está al
tanto de lo que acontece. Reconoce y explica fenómenos paranormales con lujo de detalles,
aprendió en casa el hipnotismo y me consta que con la practica ha llegado a dominar a ese
intranquilo inconsciente con el que trabaja cómodamente, sus amigos a quienes él se entregó sin
medidas ni miramientos, no le fueron fieles y por ello, creo perdieron la fuente de la fortuna y la luz.
Pocos seres humanos han llegado a alcanzar el éxito tan sonado y brillante, lo que quiso hacer lo
hizo, dónde quiso llegar, lo logró; David es uno de los pocos jóvenes que ha experimentado tantos
logros imponiendo su estilo, en un campo tan competitivo y a la vez, por causas ajenas a su
voluntad, soportó pérdidas totales de sus logros, en muy corto tiempo sin haber desmayado. Lo
han golpeado como se hace a una piñata y sigue erguido. Ha sin querer emulado a su abuelo al
revivir sentimientos de pérdida, el uno en los campos el otro, en círculo de amigos.
Nathalie
Aprendí a temer a Dios, comencé a pedir, rogar, supe qué era rezar cuando Nathalie mi segunda
hija vino al mundo. Esperando fuese un momento sublime, inolvidable y rápido, no supuse el dolor
que significaba la espera. Cerca de doce horas de dolor y parto y la doctora no daba muestras de
experiencia, cada hora enviaba el mismo mensaje, ya viene, en unos diez minutos más o menos.
Al colmar mi paciencia contraté a otro partero. Era un problema de ética, el médico no quería herir
susceptibilidades. Sólo la fuerza que genera la indefensión, la locura que engendra la paternidad,
la irreflexión que cohabita con el miedo y los lazos de amistad forjados en los años, fueron la clave
para que tomara cartas en el asunto. Cuando la vi por primera vez era una niña negrita, el
sufrimiento del parto y la posible falta de oxigeno se veía reflejado en su rostro.
Pensamientos de rabia, odio y dolor colmaron mi mente que fueron desplazándose al ver las
sonrisas en el rostro de mi hija.
Nathalie aprendió a hablar en fechas tempraneras. De alguna manera aún siendo menor que su
hermano, siempre lo defendía. Ella desconocía lo que es el miedo. Nada la amedrentaba, sabía lo
que quería y punto. Como padre con ella experimenté una educación diferente a la mía, jamás
hubo palizas, solo castigos, y el mayor de ellos era el prohibirle ir al colegio. A ese su otro mundo,
el lugar en el que sus amigas la adoraban y esperaban con deseos.
Teníamos una norma, un si y dos no, era a ella a quien le dejamos la posibilidad de respuesta. A
una petición concedida, a un permiso, venían automáticamente dos no; ella estaba al tanto.
Negociábamos con ello. También creo que modificamos un poco su modo de ser. Al comienzo si
se le negaba algún permiso, ella se enconchaba en su cuarto, y sufría hacía adentro.
Al verla así, no la dejaba tranquila, la motivaba para que peleara por lo que ella consideraba justo.
Le decía que había obtenido un no, pero le hacía ver que su mamá también podía conceder
permiso, y que ella debía luchar por lo que verdaderamente quisiese. Esto a corto plazo dio un
buen resultado. Ya no aceptaba fácilmente los no. Nunca más ha permitido que la sometan.
Nada le ha sido dado de gratis. El ser segundo en cualquier cosa, es competitivo, el aprendizaje:
forzado, los dolores son anexados y las frustraciones aparecen desnudas; lo no visto, lo omitido
siempre hay quien se lo haga ver, lo destaque. La competencia no es justa, y además es más
grande. También hay que ver las partes buenas, esta situación posee enormes ventajas el tener a
quien emular, es todo más fácil, las cosas parecieran estar hechas y al tener un modelo parecieran
ser como dadas.
No recuerdo haber visto ni disfrutado una sonrisa más sincera, amplia, lozana, inocente y cálida
como la de Nathalie. Ella es la hija que todo padre quisiera tener, la demostración de una obra
completa y bien realizada, la esperanza de una madre en ver que su vejez no será solitaria y
mucho menos triste. Naty es la hermana mayor de sus amigas, y sabe hacer honor a ese titulo. Le
encanta la música en especial la colombiana, las letras al sólo oírlas, las aprende y grava. Puede
bailar, bailar y bailar. Cuando lo hace, se transporta, algo o alguien la inspira, su cuerpo adquiere
una elasticidad muy marcada y en bailes difíciles la he visto lucirse como profesional. Tiene un
alma especial para la música, posee bonita y melodiosa voz. Nathalie se desvive por la gente, en
su ingenuidad da sin esperar nada a cambio. Sus labios están creados para querer, ella adora al
conjunto, los niños: su delirio, los animales: su incansable compañía, ama a su familia en especial,
a sus hermanos, como pocos.
Su mundo mágico, casi infantil, la ha ayudado a dejar de lado el dolor propio. Cuando se le apaga
una luz, cierra los ojos, respira hondo, entra al baño, deja sus angustias y envestida de una amplia
y contagiosa sonrisa, vuelve a renacer. Ella es un arquitecto creador, puede vivir en un mundo real
y reducir su escala según su antojo. Es capaz de crear figuras en miniaturas con minúsculos
detalles poseedores de una belleza especial. Puede pasar de un dolor a un momento festivo en
segundos, se adapta, lo supera, esconde en lo más recóndito de su ser las penas y pocas veces
las recuerda, no tiene capacidad de odio, envidia, venganza, nada espera a cambio, da sin medir y
no mide lo que da. Las cosas en ella tienen únicamente un valor sentimental, es tal cual su madre,
lo material es una dimensión para ellas desconocida. Se confunde cuando ve que alguien sufre. No
lo soporta. En su caso no la he visto doblegarse ante nada ni nadie, es muda en lo referente a
expresar su propio dolor. Locuaz como todos mis hijos, defensora incansable de los débiles, una
belleza de cuerpo y alma que atrae los más variados sentires del mundo. Muchos la envidian, más
somos los que la queremos, pocos la conocemos. En resumen sólo me cabe decir que es un
verdadero y real amor de persona.
Nathalie
Los judíos somos ciudadanos del mundo, por siglos hemos sido desterrados; incomprensión,
racismo, fanatismo, luchas religiosas, pretender quitar protagonismo, originalidad y fuerza a la
religión, estas y otras tantas causas han sido desde hace milenios una amenaza constante para mi
pueblo. Al reconstruir nuestro árbol genealógico, de manera automática llegamos con mi familia a
una clara demostración de lo que esto significa. Por parte paterna somos descendientes de aquél
sobresaliente de Córdoba: Yehuda Ibn Akinín, alumno y amigo predilecto de Maimónides. Mi
abuelo venía del Rif. Mi padre nació y luchó por España devolviendo el origen a nuestras raíces en
el Sefarad. El lado materno tiene origen francés, y antes venían de Marruecos.
Nací en España, me casé con una judía mexicana hija de polaco y nieta de un gringo casado con
una india mexicana, y así, Debbiepearl, al igual que mi padre retorna a sus raíces ancestrales
maternas, a Estados Unidos. Como ven, somos un pueblo errante y reincidente.
Año de 1982, mes de julio, vacaciones en la ciudad de Miami, un malestar: parto prematuro. Se
dice todo de manera sencilla, la realidad fue otra. Una llamada de alerta, un miedo atemorizante,
una duda insufrible, un dolor inexplicable. Un qué hacer sin saber, sin poder. La distancia miles de
kilómetros, el tiempo no ayudaba, la hora no permitía tomar un vuelo directo. Vía lo que fuera esa
noche salí de Caracas y sin recordar cómo a media noche logré ver a mi esposa en la sala de
terapia intensiva del Hospital Monte Sinaí. Estaba según me dijo bien, con mucho miedo, sola;
supongo se creyó abandonada. En sus labios afloró su acostumbrada sonrisa y de allí en adelante
cambió su actitud. El parto era prematuro, de altísimo riesgo. Según el médico me dijo a la mañana
siguiente, trataría de cuidar y proteger a la madre, de la criatura no daba garantías.
Esa mañana comencé inquieto, dudoso, con mucho miedo, hablé con relacionados, amigos, con
diferentes médicos. Hice investigaciones para decidir a qué hospital debía llevar a mi esposa. En
ese punto, un médico me informó de dos grandes centros para neonatos, uno se encontraba en el
oeste y según él, el otro en Florida, en la ciudad de Miami, específicamente el Monte Sinaí, o sea
que mi hija estaba a buen puerto en uno de los dos mejores y especializados lugares sobre
neonatos de los Estados Unidos. Cuando me recomendó al mejor de los doctores por cierto un
médico colombiano, descubrí que habíamos sido guiados por una mano especial, era ése mismo el
que nos estaba atendiendo.
El tratamiento: reposo absoluto, inyecciones a cada hora, control de enfermeras y médicos todo el
día, el miedo inyectado corría sin control por nuestras venas. El espacio enorme: decenas de
pasillos y pasillos, un olor acre a hospital, un miedo irreflexivo por lo frío y tenebroso del lugar con
una descriptiva irrepetible por el cúmulo de emociones. Me detengo en este punto, para no
confundir la realidad. Había que mantener a la criatura en el vientre materno; caso de tener suerte,
cada día representaría a la larga una semana de menos en la incubadora. Una madrugada el
médico dijo: Samuel, ya es hora, no la podemos seguir manteniendo, no quiero tomar riesgos, voy
a hacer cesárea. Como de costumbre pregunté, pregunté y pregunté, no hubo la respuesta que
esperaba, sólo: Lo que Dios mande.
A la pregunta de Anita como está mi bebé no encontraba respuesta, no podía fingir, en ese
momento no era yo, de nada sirvió experiencia, conocimiento o sabiduría. Esa fue una de las
pocas veces que me he sentido tan solo, con esa soledad que demuestra los errores humanos.
Ese momento de yuxtaposición, que da como resultado: nada. Ahí aprendí que la gente cercana y
hasta la familia a veces está dispuesta a compartir alegrías, fiestas, honores, regalos, cosas.
Cuando se trata de dolores, miedos, traumas, o mismo ser acompañante de un ser querido en
situaciones que entran en lo desconocido. Son pocos por no decir ninguno los que cuando se
necesitan están. Menos mal que el tiempo sirve de ayuda, la capacidad de archivo es limitado,
nuestra memoria es selectiva, y para no revivir episodios dantescos, dolorosos o incomprensibles,
simplemente estos son desechados y dejados al margen de la amistad y de los lazos de familia.
Supongo, ahora cuando pienso en la distancia que otorga otro clima: un frío menos humano, creían
la criatura no se daría. Pero de cualquier manera seguí en ese enorme insensible y rígido hospital,
con todos mis miedos acurrucado en mis plegarias, acobardado y solo, muy solo.
Serían las cinco de la madrugada cuando el partero se asomó, era un hombre de casi dos metros
de altura de piel negra, en vez de médico, parecía basquebolista, lo que llaman afro americano,
con manos gigantescas mostraba su lado interior de un color rosado contrastante con lo demás,
me miró, cruzamos una mirada con dos sensaciones distintas, la una de temor, dudas, la otra de
placer, gracia. En su mano derecha traía a mi hijita, ella era nada, pero estaba viva. Me dijo que la
madre se encontraba bien, que la niña era del todo normal, y que seguirían evaluándola más tarde.
Suspiré, respiré, lloré, reí. Un ahogo en la garganta sentí por primera vez y éste se ha venido
repitiendo algunas veces como para hacerme recordar fui complacido.
Con mi hija Debbie, aprendí la profesión de enfermero y padre. Su cuerpecito era tan débil y frágil,
desde el primer instante que la vimos en la incubadora con tantos tubos y cables pegados a su
cuerpo, me di cuenta ella requería mucha más atención que los demás. Concienticé y supe de
inmediato cuanto la quería. Reconozco que antes vivía para otras cosas: las materiales, con ella
todo fue diferente, ese apego a la vida, esa debilidad física, ese temor al mañana, a lo que le
pudiese suceder, esa incógnita al destino, me hizo cambiar. Al menos con ella. Debbie ha sido y es
los ojos de papá, mis otros hijos, a los que adoro y me siento más que orgulloso, aunque con una
lejana y marcada diferencia de edad siempre han sentido celos. No comprenden que los errores
que cometí han servido, en los casos que he podido notar, de lección para efectuar con ellos
alguna corrección.
Ella desde todo punto de vista es un ser especial, sabe lo que quiere y cómo conseguirlo, sabe lo
que el otro piensa y cómo complacerlo, sabe lo que sabe y con todos lo comparte, ella es líder de
grupos, amiga de sus amigas y tiene siempre una expresión dulce y simpática para repartir. Ríe de
igual manera que lo hace un bebé: ingenuamente. Argumenta sin dejar cabos sueltos; aparece a
primeras luces como alguien cerrada, exclusiva, ajena, lejana. Se da de lleno con los suyos y
suyos son todos los seres que conoce.
Cuando se mudó a la ciudad de Miami, en la que nació, se llevó a su perro Princhy, ahora vive en
un apartamento que compramos hace ya unos años; su sorpresa fue que al descubrir los vecinos
que tenía un perro, la junta de condominio le envió una notificación informándole que en los
estatutos no daban cabida a perros, ella estaba infringiendo una ley. Desde ese momento, ocultó al
perro, ya no lo sacaba, pero la citación tenía fecha. Debo acotarles que su perro es casi de su
misma sangre, todos mis hijos sienten igual por estos animales.
El día de la citación llegó, Debbie no nos lo había informado, asistió sola, se acompañó de una
carta escrita por ella, y acompañada de una esperanza se presentó ante los directivos. Estos le
dieron la oportunidad de hablar. Según me contaron fue algo así: Señores, quiero sepan soy
ciudadana americana, nací en esta misma ciudad. Mis padres siendo yo pequeña me llevaron a
vivir a otro país: Venezuela, ese era mi país, durante todos estos veinte años de mi vida me sentí
bien en él. La situación política ha empeorado y disminuido nuestra seguridad y estilo de vida. La
embajada americana establecida en Venezuela como medida de protección a sus ciudadanos
cuando ven o sienten algún tipo de peligro, nos llaman y nos ponen a la orden cualquier tipo de
ayuda, en estos últimos meses las llamadas de alerta fueron tantas que mis padre no quisieron
tomara riesgos. Sin más me vine a ésta, mi ciudad, mi casa.
Lo hice con tristeza, abandoné mis estudios, a mis padres, mis amigos, y ni mi propia familia me
pudo acompañar. Lo único que tengo y que es, ha sido y será mi compañera, es mi perrita Princhy;
no pretendan por favor quitármela, prefiero regresar y esperar los acontecimientos.
A este punto, el director le repitió que en Estados Unidos la Ley, no deja margen, a veces pueda
que haga hasta daño. Debbie se tomó unos segundos y me cuenta que dijo: nosotros somos
judíos, todos los viernes en la noche, cuando mi papá retorna de la sinagoga nos explica el
contenido de la Toráh. Una vez nos dijo que cuando se va a hacer el Guifen (brindis o rezo por el
vino) en la copa se debe verter vino y dejar un espacio para echar agua. El significado de esto, es
que vino en hebreo es igual a Justicia y agua a Misericordia. Se hace esta mezcla, para que los
que tengan alguna vez que juzgarnos, lo hagan con misericordia ya que la justicia sola, carece de
sentimientos.
Indiscutiblemente que Debbie habla y se defiende mejor que yo. Supongo que además de su carta,
sus lágrimas, su verdad, y el amor tan profundo que mostró hacia su perrita Princhy, lograron llegar
al corazón de esa gente. Le aceptaron su mascota, la felicitaron por su defensa y dijeron que
ningún abogado en su papel, lo podría haber hecho mejor.
Esa es Debbie, pelea por lo que cree justo, tiene un sentido de la vida muy especial. Su trato es
increíble, pareciera se dejara dominar por amigos y la gente, no, con su sonrisa de yo no fui, su
dulce y acaramelada voz, junto con su poder analítico, sabe cómo, cuándo y porqué. No afloja, de
a poco va jalando, si le interesa un punto te razona y logra sus objetivos, ella es sumamente
convincente.
Mi señorita
Desde niña siente la obligación y el placer de ser amiga de los ancianos, sé que los respeta, cuida
y quiere, se preocupa por ellos y está pendiente. Más de una vez, me he llevado una sorpresa con
miembros de la tercera edad. Que si Debbie fue hasta el albergue y les cantó, les leyó algún
cuento o declamó algunas poesías. Cuando escribe sabe transmitir los más puros sentimientos,
hace llorar a las piedras. Muestra su verdadera sensibilidad, Debbie es un alma dulce, carente de
maldad. Terca como su padre, hermosa como su madre, creativa como su hermano, dulce como
su hermana, y muy especial como ella sola.
Los hijos
Un sueño inconcluso,
Una meta frustrada,
La proyección
Del mismo cuerpo,
Esperanza
De ver en ellos
La vida realizada.
Anita
Pocos días habían transcurrido de mí llegada a Caracas, me sentía conquistador, gracias a esa
costumbre de no sé por qué de darles mucha importancia a jóvenes venidos de otros lares. Ese día
específico era el más sagrado del calendario judío, Yom Kipur, en un momento de debilidad física,
salí al parque a tomar un poco de aire fresco, era un día de septiembre del año 1967. Lucía flaco,
desgarbado, desaliñado, débil e indispuesto como para posar mis ojos en alguna mujer. Sin
embargo fue entonces que la conocí, ella acompañaba una vieja amiga. Fuimos presentados pero
no grabé su rostro o figura.
Pasadas unas dos semanas fui a recoger a esa amiga en la casa de alguien, ella no había llegado,
fui invitado a pasar y esperar. Al rato me tocó revivir una experiencia desagradable, de nuevo otro
padre, otras preguntas, pocas respuestas, ningún interés. Vestido con un pijama chino de seda,
color verde con filigranas rojas, bajando como quien fuera el rey de su hogar del piso superior de
sus aposentos, un hombre lozano, elegante con un porte sobrio, un mirar inquisitivo, una duda en
sienes, muchas preguntas personales frente a un joven indómito, engreído, revolucionario,
impaciente y con una vivencia de la misma talla en otro hogar unos días antes. Tuvieron su primer
encuentro. No sabiéndome controlar, caí en las redes preparadas y bien puestas de un padre
cauteloso, temeroso por su hija y lleno de celos.
Aquella fue una de las experiencias más amargas. Aún hoy siento vergüenza relatar lo dicho. Fui
un imberbe, dominado por la experta manipulación de un hombre sabio. Yo no tenía con aquella
muchacha intenciones algunas. Él supo desde el primer instante lo que hacía, empujó y logró su
cometido: fallé. Recuerdo sus palabras, desde ese preciso momento y para siempre quedaron
enquistadas en mi mente. ¡Joven: por la misma puerta que se entra en esta casa, se sale, le
agradezco la utilice y salga de mi hogar! ¿Qué hice? ¿Qué dije? ¿Qué fue tan grave? Sin darme
cuenta osé hacerle pensar me gustara su hija. ¡Eso fue demasiado! Por primera vez en mi vida
había sido expulsado de una casa. Mi estilo de vida era otro, antes que a las hijas conquistaba la
amistad de los padres y estos al considerarme amigo, me recibían como un hijo. Salí corriendo
detuve mi carro tres cuadras más allá de la casa y sin más, comencé a llorar. Supe de inmediato el
motivo no fue por la intempestuosa forma que me trataron sino por lo vil que me comporté al
expresar sentires no míos, sentires extraños. Culpas que solamente pude lavar luego de dedicarme
por nueve años consecutivos en la investigación y entrevistas de mi libro Sobrevivientes. ¡Ese fue
el segundo encuentro con Anita! Tres días pasaron, sufrí mi duelo, lloré y tragué mi dolor. Llamé
por teléfono y manifestándole desconocer lo que pudo haber pasado, supliqué perdón. De nuevo
un lapso de unas semanas, volvemos a coincidir en una discoteca, mi amigo Javier bastante más
bajo que yo, no tenía pareja, la única a la vista del grupo era mucho más alta que él, me reí, dije
que el tamaño no era importante y sugirió cambiar parejas. No puedo decir que lo hice a gusto,
pero apenas comencé a hablar con ella, me di cuenta quien era, su cabeza estaba bien fija, apenas
había cumplido quince años y sin embargo era seria, de carácter noble, trato afable y decir sincero.
Por semanas nos seguimos hablando primero como amigos, luego un encuentro en el cine y en
medio de la película “Lo que el viento se llevó”, sellamos en un sobre cerrado la amistad y
comenzamos un noviazgo que duró más de dos años. En ese entonces, carecía de dinero como
para llenarla de regalos, cambié estos, por poesías, cientos de ellas. Anita siempre ha sido y es un
motivo de inspiración, punto de equilibrio entre mis locuras y su cordura. Ejemplo como esposa,
madre, hermana, o amiga.
Su adaptación como parte de mi familia ha sido total, varios factores ayudaron a ello. Ella es una
mujer sensible, por desgracia en ella existía la carencia de esos seres especiales llamados
abuelos. La falta cercana de primos, tíos, cuñados y demás la encontró en mi familia. De una sola
vez, un descendiente de un único sobreviviente pasó de casi una orfandad a ser parte activa y muy
querida de una familia tan numerosa que años después de esa unión, todavía a veces conoce a
nuevos miembros.
Ver a mi padre hablando con ella, era como verla hablando con la mejor de sus hijos. La paciencia
que siempre Anita le ha tenido a los míos va en forma directamente proporcional al respeto general
que se ha sabido ganar por todos. Cada vez que debíamos celebrar algo o con alguno de mi
familia, sin preguntar, sin consultar, la fiesta la hacíamos por y con ella en su casa. No conozco de
su boca quejas sobre el asunto, supongo disfruta la compañía.
Al tratar de censurar su método o estilo de enseñanza o mismo la educación para con sus hijos
encuentro que lo hizo bien, ella dio sin que le pidieran, entrego sin medir, y compartió su sapiencia
sin egoísmo. Reconozco que la vida que ha tenido a mi lado ha sido difícil. Difícil puesto que esa
es mi forma de ser, lo simple, sencillo, cómodo, lo dado, nunca me ha llamado la atención.
Desde siempre mi no aceptación con los suyos le ha tocado tomar parte, y por su mismo corazón
supongo algunas veces no hizo lo debido y otras lo que debió hacer tampoco hizo. Creo le tocó
desempeñar un papel casi imposible de vivir, en una situación al borde de un abismo, en la que
dos bandos tiraban para sí sin dar tregua.
Mis hermanos la han tratado igual o mejor que a mí, ellos la comprenden más que yo, en repetidas
oportunidades le han dado la razón, no quieren hacerle daño, saben que su alma es buena y sus
buenas acciones tapan cualquier posible falla. Cuando por cualquier motivo siendo o sin ser yo el
responsable de una discusión o hasta alguna pelea con familiares o amigos, ella como buena
abogado de causas pobres y nobles acentúa mi yo interno y como un anexo a mi conciencia a su
manera y estilo, de a poco, logra doblegar y fundir esas barras de acero sólido con las que siempre
construyo mi isla y en la que muchas veces me aíslo.
Nos casamos siendo casi niños, ninguno de los dos habíamos saboreado los placeres del mundo,
como dije nada nos fue dado fácil, cada paso conllevaba más carga, cada gota nos fue exprimida
al máximo. Quizás por todos los inconvenientes, trabas y demás, construimos el hogar con bloques
sólidos, los elementos fueron demasiado severos, las vigas muy tensas, demasiado pesadas. El
resultado ya no depende de nosotros, creo hicimos lo que pudimos, ahora son nuestros hijos
únicos responsables de ello y eso es algo que todavía está por verse.
Cuando me haya ido
Hablar de una persona con la que se ha convivido las dos terceras partes de una vida, requiere de
un toque mágico, ha habido momentos de mucha alegría, dolor, demasiado dolor, tristeza y de todo
tipo de sentires. Convivir con alguien que ha entregado sin medir su amor, comprensión y todo su
afecto, conlleva a decir que uno está hecho en parte a su imagen y semejanza. Los seres humanos
nos convertimos en predecibles por el roce, el trato y el afecto constante. A qué niño no le gusta un
dulce. Dejar el hogar materno se hace en condiciones normales cuando se encuentra un
suplemento, algo similar, mejor o igual. Reconozco que fue con Anita que pasé la superación de
este trauma. Ella supo hacerse cargo de todos los roles que aspiramos de una mujer. Amante,
madre, compañera, amiga y en especial asesora.
Este casi indómito norteafricano con ideas fijas, mente obtusa, reglas preestablecidas, pichón de
hombre, pretendía con sus ambiciones, hacerse dueño del mundo. Debo reconocer que ese mundo
fantástico e imposible. Gracias a su madurez me fue mostrado en su verdadero contexto. De a
poco fui aterrizando en esta salvaje, incongruente, despiadada pero apreciada realidad. Con Anita
me he podido dar toda clase de gustos, jamás ha frenado mis impulsos, ha sido cómplice de mis
locuras y las ha aceptado de buena manera. En sus momentos podría decir que hasta fue mi más
cercano fan. Mis escritos siempre le agradaban, si un hombre es capaz de superarse con algún
maestro, ella, creo ocupó ese puesto.
Mi suegro
Llegado a este punto, me he dado cuenta, que evadía mis responsabilidades, hablar de mi familia
conlleva a mencionarlos a todos y cada uno de ellos, veo que Indiscutiblemente el personaje de
mayor importancia en mi vida adulta, ha sido y por tiempo será mi suegro. Como ya les conté, lo
conocí en el medio de una lucha encarnizada entre dos hombres: uno celando a su hija, el otro,
peleando con dragones o molinos de viento.
Mauricio, mi suegro, tiene bajo mi óptica varias lecturas. Unas positivas, otras humanas, muy
humanas y las menos egoísta. Digo positivas pues es de recordar su niñez. Nacido en Polonia fue
llevado a los campos de concentración con toda su familia, mismo tren, mucho miedo, más dolor.
Días de viaje, como animales, en vagones cerrados, sin alimento ni bebida, unos encima de otros,
olores nauseabundos, miedos muy profundos. Único hombre entre sus muchas hermanas, se supo
indefenso. A sus doce años, el mundo le mostraba la cara de la muerte. Última estación Auschwitz.
Se abren puertas. Ladran muchos perros alemanes entrenados para matar, soldados gritando en la
mañana, anunciando que lo peor estaba por venir. Hombres a un lado, mujeres y niños para otro.
Instantes donde no hubo tiempo de decir un simple adiós, un te amo, cuídate, o tantas otras cosas.
Mirar hacía atrás, a los lados, buscando un no sé qué. Tratar de entender lo inentendible. Levantar
los ojos mirando al padre como recriminando los sucesos. Una indefensión total, un vagar en
penumbras y ver de lejos en la multitud perderse a los suyos. Son cosas que no alimentan que sólo
pudren y carcomen a un ser humano. En el preciso momento, una palabra, un desconocido, un
consejo vital. “Di eres mecánico” o vaya usted a saber qué. Una juventud poseedora de energía,
fuerza bruta, una descubierta a tiempo de capacidad y posible utilidad en trabajos forzosos. Un
hombre en su puesto, portando guantes blancos, como director de la vida y la muerte. Lo separan
del último de sus seres queridos: su padre. Era tal el miedo, la tensión y confusión, no hubo tiempo
para nada, ni siquiera un último adiós.
Cuatro años, tiempo suficiente para acabar con cualquier ser normal. Menos mal que no para esos
seres especiales, si, digo especiales porque durante el transcurso de mis años que dedique
entrevistando y estudiando a muchos sobrevivientes y luego en un trato más cordial, llegué sin
lugar a dudas a ese punto. Que toda la gente que pudo sobrevivir estaba hecha de algo especial.
Sin dudas. No sólo por que lograron vivir, si es que así se puede llamar, sino que pasada esta
prueba, demostraron capacidades y logros exclusivos de gente especial. Seguir hablando de esos
momentos requeriría todo un libro y aún así, no podría explicar ni justificar o simplemente entender
a esas golpeadas y maltratadas mentes. Salir con vida, si así se puede llamar, escaparse, para no
saber a donde ir. Ser salvado por esos pequeños grupos de personas que a veces logran hacer
algo grande para alguien. Tener que vivir en un lugar, hospital o convento lleno de monjas,
sabiéndose libre; despertar de madrugada para a hurtadillas y temblando ir a la cocina a robar un
poco de pan, de comida, de sobras. Dormir escondiéndola bajo la almohada para sentir algo de
seguridad, aunque teniendo el estómago lleno y a sabiendas que mañana tal como hoy, ya
tampoco habrá falta. Es algo que atormenta y deja surcos, marcas que en el tiempo acrecientan
nuestras fallas, no nos abandonan y son cómplices de un hacer inconsciente. De un vivir diferente.
De un no saber qué o por qué hacer.
Hurgo el punto de manera superficial, ya que sólo aquellos que lo vivieron quizás estén
capacitados para detallar o exponer, lo hago, porque no es normal lo que vivió, eso lo entiendo y
por ello hoy comprendo un poco más su exclusivo modo de pensar. Alguien que había perdido
todo, no podía darse el lujo de seguir perdiendo. Mucho menos si esa posibilidad estaba en sus
manos. Siempre ha ocurrido que de manera natural cuando dos seres se encuentran y deben
permanecer unidos, si uno es de carácter fuerte, el otro se doblega. Eso no ocurrió con nosotros,
ambos impusimos la fuerza, el uno sin estar consciente del por qué, el otro, sólo en su defensa. Al
margen de los tiempos de lucha, enfrentamiento o guerra, siempre existió un respeto. Quizás por
momentos, por tiempo, dejamos de vernos, hablarnos, acaso la distancia era necesaria; hoy que
los años borran parte de las emociones y es sólo el recuerdo del corazón el que habla. Creo que
así como él aprendió a golpes la vida, de una manera no sana, supongo que él bien pensó, lo
mejor era yo la viviera cara a cara.
Este es no es un pase de cuentas. Nada siento me debe, por el contrario he dicho y hoy repito que
si soy quien soy a él lo debo. Sí, me enseñó a sacar de mí lo máximo, a exigirme, valorarme,
prepararme. A ver el mundo con otra óptica. Comprender a la familia como un todo. Valorizar mi
religión, mi modo. Y sobre todo de él aprendí a no estar “desarmado” ante cualquier contendor, a
saber y conocer en detalle los puntos a tratar. Ir preparado a la “guerra”, la de esa gente que tiene
maldad.
Mauricio fue un hombre lleno de bondades, en lo personal cuando el quiso demostrármelo, no lo
comprendí y no lo acepté, ahora me doy cuenta nuestro lenguaje era diferente, nuestros idiomas
como en “Babel” se desdecían. En el transcurso de estos años he recibido agradecimientos y
demostraciones de amistad hacia mi suegro, y si algo quisiera para mi futuro, es llenar esos
mismos espacios de bondad, lograr esa categoría de benefactor y perdurar en los años por tantas
y buenas acciones.
Cuando hice entrevistas para mi libro de Sobrevivientes. Me topé con gente que vivió las mismas o
similares experiencias a mi suegro. Un caso que creo vale la pena compartir fue el de Don
Alejandro Wejc. Comenzó un día domingo de un mes cualquiera. Hablé con este señor, pero de
alguna manera no nos poníamos de acuerdo en la cita. Mientras la estuvimos organizando, nunca
tocamos el tema de los campos; era mi estilo; vale decir que la gran mayoría de mis entrevistados
eludían revivir su pasado, tenían heridas que no deseaban reabrir. En algún caso me tomó siete
años convencer a mi entrevistado. Sólo cuando se vio a unos pasos de la muerte, recordó mi
tesón, y con su máscara de oxigeno, estando en plena terapia intensiva permitió ésta se realizara.
A las dos semanas logré que el Sr. Alejandro viniese a mi casa. El había nacido en Polonia. Antes
de cumplir sus trece años su padre logró disfrazarlo, le quitó de su manga la estrella de David y lo
envió con una fiel doméstica a Viena donde tenía un hermano muy rico, estuvo un par de meses
hasta que al ver el peligro tan cerca, lo enviaron a Rusia y se estableció en Kokan.
Conoció en Rusia a una comunista española y con ella tuvo dos hijos: Carmen y más tarde
Rolando. Con su esposa y Carmen, al terminar la guerra le encomendaron comandar el último de
los trenes que sólo debía retornar polacos a su tierra. Eran mil ochocientas personas. (Todos eran
udíos, muchos no eran polacos) vivió en una lucha por definir su futuro y el de los suyos. Al poco
un encuentro fortuito con un diplomático venezolano, una carta de recomendación y con la
inocencia y la credibilidad en la gente. Se embarca con los suyos a su nueva patria.
Llega en uno de los peores momentos de nuestra historia, el gobierno dictatorial había sido
derrocado, los inmigrantes eran considerados como producto de la dictadura y los mantuvieron a
todos en un campo de concentración en un país libre. Alejandro comienza a darse cuenta que su
vida y la de los suyos corre peligro, se escapa del campo viene a la capital y con un toque de
suerte reconoce a un ex-compañero de estudio de su hermano en Londres, quien formaba parte
del gabinete de gobierno. Les ofrece un salvoconducto a nivel personal y al ser éste rechazado
bajo su consigna “o nos salvamos todos o todos moriremos”, regresa a palacios y les trae un
salvoconducto para todos.
Sintiéndose con los suyos a salvo, ubicados en una pensión, vino a Caracas en busca de algún
judío que lo pudiera guiar. Rápidamente encontró al primero, su segundo paso, conseguir a otro,
pero que fuera polaco. Lo guiaron y llegó a una oficina. Se sorprendió cuando el que lo recibe es
un señor al que en una oportunidad él había ayudado en Rusia. Sigue contando Alejandro que se
sintió feliz, pero en verdad, no vio una gran determinación como de ayuda. El polaco tras una
llamada de teléfono, debía partir, se despidió de él y lo dejó en manos de un socio.
Me relata con el sentimiento que se puede transmitir, que este señor era otra cosa. Me indicó de
inmediato, que gracias a él, en su segundo día de estar libre en el país se convirtió en millonario. El
socio de su amigo, apenas lo conoció, le hizo entrega de una joyería frente al Congreso y le otorgó
el crédito necesario para llenarla.
Fueron instantes de recuerdos alegres y una vez que alguien se expresa así, vale la pena recordar
los nombres de los involucrados. Siendo justo y necesario que a filántropos anónimos de nuestra
comunidad se reconozcan méritos una vez estos sean develados. Me atreví a preguntar por el
nombre de quién lo ayudó. El hombre lleno de gozo y orgullo, me dijo Kramer: Mauricio Kramer.
Con los vellos de punta le hice saber que ése señor era mi suegro. Se levantó de golpe, me dio un
abrazo y me dijo, no pude agradecerle públicamente en vida lo que en verdad hizo por nosotros,
abrazó a mi esposa y todos comenzamos a llorar. Ahora a unos años de su muerte, el destino lo
trajo a mí, como para reforzarme su verdadera identidad, altruismo y desmedida manera de ayudar
al prójimo. Con este señor quien falleció a las pocas semanas de nuestra entrevista, durante ese
corto tiempo nació una amistad que vive con nosotros, sus hijos y nietos.
Decir que esta historia sobre Kramer es la única con la que me topé sería mentira, contar y detallar
cada una, no estoy autorizado ni por él ni por la familia, lo que mi conciencia les puede decir es que
en general mucha gente, y cuando digo mucha me refiero a decenas de personas he encontrado
que reconocieron a mi suegro como el hombre justo, noble y bueno; ayudó sin esperar nada a
cambio. Si no fuera por mi suegro, nada de lo que tengo existiera. Mi vida sin dudas sería otra
quimera. Qué podría ser sino el papá de David, por quién me substituiría, siendo yo el mejor amigo
de Nathalie y que me importa el oro o la plata, si de mi hija Debbie soy cual novio. Quién sería yo
sino fuera por él. No lo quiero pensar, lo que tengo por nada ni nadie del mundo cambiaría. Me
siento y soy el hombre más feliz y el más rico, porque lo que tengo todos lo envidian y aunque no lo
crean es todo mío. Gracias Mauricio.
Mi tía René
Debo admitir que de niño tuve dos madres, la que me parió y su hermanita menor, mi tía René. Ella
me contagió con ese ímpetu de búsqueda, de insatisfacciones en la vida. Ella era casi como
nosotros, quizás, unos centímetros más alta, pero para un niño esa era una experiencia extraña. El
ser guiado por otro niño, que además era más rebelde que uno mismo. Recibía ella órdenes a
diestra y siniestra, de mis padres, de los suyos y de sus hermanas. A veces descubría rabia en
ella, su inconformidad; cuando la sacaban de quicio, éramos paganinis de su suplicio. Como ven
una extraordinaria manera de criar a hijos, mejor dicho a sobrinos. Todo según su manera de
pensar estaba por venir. Desconocía los inventos, los cacharros como ella solía decir, sin embargo
los imaginaba, a René no le dieron la oportunidad de instruirse, más a su modo enseñaba. Se
acuclillaba mentalmente y hacía de su vida un juego; mezcló niñez con juventud y a su tercera
edad aún la mantiene. En esos primeros años creo perdí el miedo a relámpagos y truenos, ella no
los soportaba como tampoco ahora hace. Al convencerme no dañaban, me valía de ellos para
vengarme y asustarla. Mi tía, la solterona, carece de pudor, de pena, es extrovertida y le da lo
mismo lo que de ella opinen. A veces por su misma educación extralimita su afecto, mima y esto se
mal entiende.
Comenzó cuidando niños, no hubo sobrino que no recibiera sus dulces y sus palos. Sus sopas y
sus gritos, sus palabras y amenazas. Sus congratulaciones y reclamos. Ella es así, no va ni se
contenta con los medios, dispara a los ojos. Luego supongo se arrepiente, de eso no tengo
constancia. Decía que aprendió con nosotros, fuimos cuatro sus hijos adoptivos: mi hermana
Esther, mis primas Mery, su consentida Luny y yo.
René aprendió siendo niña con los niños, su aprendizaje sirvió para luego bregar años con su
abuela y su padre. La verdad es que sacrificó por los demás su independencia, felicidad. Mantuvo
al margen sus deseos y sin reclamar, sin obtener beneficios o simples agradecimientos de los
suyos, cumplió su labor con amor. En este último año vivió cercana a mi padre, de alguna manera
ellos se querían y respetaban, verlos juntos era detallar en ella su don de servir; en él, lo que
siempre fue su sello: la cortesía. Cada bocado, cada trago, algo que le fuera a él dado primero lo
compartía con su esposa, su cuñada y de haber: con alguno de sus hijos.
Mis sobrinos
Moisés
Ver en nuestros hijos cualidades es algo normal, tenemos ojos para ellos antes que para los
demás, reconocer en sobrinos lo mismo, ya es algo que se debe compartir. En mi vida creo he
tenido buen olfato para los negocios y en especial para reconocimiento y trato con gente. Hoy veo
he sido muy afortunado, soy tío de un grupo de genios. Comenzaremos por el mayor de ellos me
refiero al hijo de mi hermana Esther. Hablaremos de Moisés Franco, vale la pena mencionarlo así,
porque sé, siente orgullo de su apellido. Los que lo conocen dicen que pareciera ser mi hijo. Algo
de verdad hay en ello, los dos somos rellenitos. Nos gusta un buen dulce.
Moisés es sin duda alguna la máquina pensante. Es un hombre al que mi padre vio con un amor
inexplorado, él reconoció y descubrió desde el mismo inicio sus cualidades. Llegó a tal, que toda su
fortuna la entregó sin miramientos, para que él hiciera lo que a bien deseara. Jamás lo defraudó.
Supo cumplir como hombre y mucho más que cualquier nieto. Me atrevo a decir sin celos ni
egoísmo alguno, que él fue el mejor de sus hijos.
Al referirme a Moisés debería decirles los vericuetos que ha sabido transitar, de manera exclusiva y
especial, siempre dentro de la legalidad ha sabido hacer su fortuna. Cada paso, ha sido algo
maestro. Cada detalle demasiado estudiado y calculado, cada caso ha vuelto a ser excepcional,
originalidad ante todo. Ha sido capaz de vender neveras en el polo. Arena en el desierto, arroz a
los chinos y petróleo a los sauditas. Por supuesto que lo dicho está disimulado, pero podría de
alguna manera explicar sus éxitos. Moisés vive en un avión. Aunque no lo crean le dan nervios.
Apenas toma asiento, traga unas pastillas y despierta al aterrizar. Es la única forma que ha
encontrado para combatir ese estrés.
Uno de sus nuevos negocios está en cambiar propiedades que él tiene en Miami, por otras en
Venezuela. No me pregunten dónde está el negocio, si él lo está haciendo, de seguro es buen
negocio. Hablar con él es vivir un mundo fantástico. Todas las ve volando. Recuerdo una
oportunidad él se fijó en cierto nombre que aparecía en muchos cajeros automáticos del mundo,
dijo: tío esa compañía promete, voy a apostar en ella. ¿Cómo lo hace? No de una manera normal.
Inmediatamente buscó el teléfono de la empresa, pidió hablar con presidencia y se franqueó. Señor
tal…”en este momento de mi vida, estoy tomando la determinación de creer en su palabra y poner
el futuro de mis hijos en sus manos. ¿Creé usted que puedo invertir tanto y cuanto en su empresa
de manera sana, sin correr riesgos? La respuesta fue como él esperaba. El hombre no se negó,
fue sincero y le adelantó datos sobre el próximo nuevo cierre económico. Ese es Moisés.
Dije que vive en un avión, así es, por años, he recibido una de sus llamadas: Madrid, New York, Tel
Aviv o mismo de Melilla. “Tío, estoy comiendo unos churros en la puerta de tal o cual mercado, no
sea tu falta”, Él a veces podría decirse es inexpresivo con la gente, en el sentido de afecto, de
amor, supongo trata de ocultar esa bondad natural de su corazón. En cualquier campo, sobre
cualquier contribución, siempre hay un sí por delante. Es espléndido en el sentido amplio de la
palabra. Sufre por los demás que lo rodean, su responsabilidad va más allá de lo imaginable.
Vela por su familia como patriarca. No mide, no cuenta, no espera ni piensa. Si, de primero y lo
demás puede que asesore, puede que calle, todo es secundario. Vive y se desvive por su familia.
Inteligente: brillantemente inteligente, políglota, autodidacta, asesor, consejero, patriarca, sobrino
muy especial, gran padre, buen hombre, inigualable nieto, inmejorable amigo.
David
Me ha costado un poco el reconocer el origen de mi sobrino David Franco. Sin dudas creo llegué a
donde debía llegar. El uno hace honor al otro. Veo a mi sobrino, lo detallo y encuentro semejanzas
con mi abuelo David que en verdad me asombran. Una de ellas, pienso como relevante e
indiscutible, era y es la forma que ambos ven el tiempo. Creo que los dos hacen honor a la teoría
de Einstein. Para ellos el mismo es algo relativo. Recuerdo alguna vez me tocó hacer alguna
pregunta al abuelo, sé: esperé, desesperé y me olvidé, con David me ha ocurrido igual. No quiere
decir que se olviden, para nada, a lo mejor dos horas, dos minutos o dos semanas más tarde había
una respuesta. Sorprendía porque con ella venía acompañada la pregunta original. “Bueno tu
querías mi opinión sobre…” y la entrega era realizada en su “tiempo”. David como El abuelo
también pregunta por los míos, es la misma costumbre, repetida a la tercera generación. Ambos
son metódicos, lentos, seguros. No toman riesgos, no creen en milagros. Vive rodeado de amigos,
eso le da oxigeno. No puede estar sin el afecto y el calor de su hermano. Ha descubierto bondades
en su padre que la quiere compartir con otros. Pienso que es una lenta tortuga invencible, pero
estoy seguro que en una carrera de velocidad con la ligera liebre nadie se explicará cómo, pero él,
gana.
Clarita
Lleva el nombre de mi abuela materna, aunque ella prefiere y por ello lo digo, que la llamen Clara.
Es una mujer adorable, sencilla, recatada, buena oyente, simpática y sobre todo humana. Posee
uno de esos dones exclusivos de la buena gente, es buen oído. Sabe agradecer cada instante,
cada detalle, sus acotaciones son acertadas, su hablar es claro. Demasiado emotiva, acompaña a
su madre a todas partes y ambas son una sola. Se ayudan, defienden, respetan, adoran, se aman.
Es mi única sobrina, me quiere casi como a su padre y cada rato me lo hace saber de diferentes
modos. Está pendiente de mí, sé que me quiere. Yo también la quiero.
Abraham
Esta vez soy yo quien me adelanto y escribo de él, pronto mucha gente lo comenzará a hacer. Mi
sobrino Abraham vino al mundo con algo distinto, algo diferente, desde niño hacía preguntas a las
que no teníamos respuestas, sus lógicas analíticas descollaban por su precocidad, su
entendimiento matemático dejaba asomar lo que pronto descubrimos. Su capacidad intelectual es
de genio. En una oportunidad tuve la suerte de acompañarlo toda una noche. Él debía tener unos
tres años. Jamás alguien me hizo sentir tan desamparado intelectualmente, tan dudoso, sus
preguntas no eran normales. Sus interrogaciones cada vez se iban complicando, a una respuesta,
surgía otra pregunta con más profundidad, mucho más difícil. Fue como un juego para él, para mí,
descubrí era una derrota tras otra. Siempre surgía una nueva duda, me sentí estar hablando con
Espinosa, veía su rostro, sus infantiles facciones y descuadraban con la serie interrogativa. El es
un niño, mejor dicho un joven del cual estoy seguro dará mucho que hablar.
Cuando digo hablar, me refiero a la cantidad de cosas que sé, inventará o dará como aporte a la
humanidad. Si me preguntan en qué creo destacará, mi respuesta sin dudas es: en todo. Lo mismo
puede ser en matemáticas, física, química, electrónica, como hasta en teología. Sus conocimientos
bíblicos me hacen ver su amplitud de horizonte: Hijo de gato caza ratón.
David
Segundo de los hijos de mi hermano el genio, es mi sobrino David. Podría parecer que estoy
transmitiendo amor de tío, que los lazos de familia se superponen a la objetividad y muchas otras
cosas más, pero debo hacer justicia con él. Ser el segundo en un hogar donde el primero despunta
en todo y a cada momento, no es nada fácil, por el contrario, a veces es argumento suficiente
como para frenar algún tipo de ímpetu. En el caso de David no ocurrió nada de esto, él sin tener
que ver a los lados, con la paciencia de mi abuelo, poco a poco, sin prisa y sin pausa, leyendo
miles de libros, cosa que a lo mejor suena algo exagerado, pero me refiero a hechos ya que en su
colegio ganó en varias oportunidades premio al mejor y mayor lector de todo el plantel.
Se desvive por saber. Sabe lo que aprende y de una vez lo pone en práctica. En una oportunidad
hace unos años, unos ladrones armados, detuvieron a su chofer, a ellos les interesaba la
camioneta, el se enfrentó a ellos y logró sacar a su hermanito menor, les dijo si quieren pueden
llevarse el carro, a mi hermanito eso sí que no. Su coraje y valentía son calificativos que
redundaran en su personalidad y desarrollo.
Algo que vale la pena vivir, que emociona, aunque nos demuestra que no estamos en lo que
deberíamos de estar, es una conversación entre estos tres cráneos. Uno en medio de ellos, se
siente ausente. Pareciera se tratara de una reunión de la más alta jerarquía de la NASA. De seres
extraterrestres con vocabulario desconocido. Es como estar todo el tiempo inmerso en un juego de
adivinanzas en el que cada pregunta no sólo no lleva a una respuesta, sino que genera una
incertidumbre del propio entender.
He asistido a varias de ellas, pareciera lo hicieran adrede, me doy cuenta que no, es el reto de tres
cerebros tratando de mostrar nuevas luces unos a otros. Es una lucha por superarse que no da
tregua, en el que los oyentes no pasan de eso. Aquél o aquella que por curioso se asoma, ve su
falta de oportunidades, reconoce es un campo minado y peligroso. De qué hablan: de la vida, la
muerte, la guerra, la paz, la velocidad de la luz y cómo se debería hacer para tratar de alcanzarla.
No dejan de un lado los experimentos en física, medicina, bioenergía, el SIDA, feromonas, cáncer,
la diabetes, Dios. Estos son sólo algunos de los temas que he visto desarrollar entre ellos, eso en
su caso es el pan de cada día.
Lo bueno: cada uno aporta sus novedades, descubrimientos, aprendizajes y desarrolla el tema. Así
nivelan y balancean sus conocimientos. Entre ellos se conforma una piedra filosofal, lo que es de
uno, es de todos. Con este tipo de intercambio, este reto constante, ese lucimiento individual, están
logrando un lazo que une no sólo cuerpos o mentes, creo que se va tan lejos como la imaginación
pueda llevarlo y se origina un reconocimiento a los méritos de cada uno. Ese creo es el mayor de
los placeres que según veo logran.
Volviendo a mi sobrino David, él es mi competidor más cercano en lo referente a poesías, cuentos
y demás. Ya tiene su propio estilo también posee la imagen que se requiere; al mudarse con sus
padre a los Estados Unidos, presentó una prueba, un examen. Sus resultados luego de las
consabidas felicitaciones hechas públicas por la prensa, quedaron enmarcados dentro del seis por
ciento del grupo que conforma en ese país la excelencia educativa. Esto apenas es el comienzo.
Hay que subrayar que ingles es algo nuevo para él, su idioma es español. Si debo dejar volar mi
mente y preguntar a mi intelecto, lo que mi conciencia dice de él, me atrevo a afirmar tendremos un
dramaturgo, un hombre que nos deleitará con novelas, películas, cuentos, poesías y sobre todo
contaremos con otra alma noble.
Siguen a este dúo mí ahijado Samy y Arie, de ellos hablaremos en pocos años, sé que portan los
mismos genes paternos y son de un espíritu aventurero. Lo demás con algo de paciencia, me
consta, lo harán ver muy pronto.
Amigos de la infancia
Mis primeros amigos fueron mi hermana y mis primas, llamar a alguien amigo es otorgarle un
apodo o un titulo ganado con años de paciencia, y buena voluntad. Era tal el número de mudanzas,
que jugar, jugábamos con muchos y variados niños, entablar lo que yo llamo amistad eso es otra
cosa.
Debería hacer un libro que tan sólo hable de mis amigos, creo vale la pena mencionarlos, ya hablé
de mis maestros. Tuve cientos de compañeros de clases y de afinidad política, a los que considero
compañeros de trabajo. Después aquellos que se nos acercaron y con gran paciencia nos
enseñaron a bailar un trompo, jugar a las metras, también quién nos metió en las colecciones de
cromos, barajitas de béisbol y otras. Ese que no menciono pero que creyó en uno y nos prestó su
bicicleta para que aprendiéramos a montarla. O el otro que sin egoísmo nos prestó por unos días
sus patines o patinetas. Ah, lo máximo el vecino con su rifle de balines. Mi amigo el rico que me
invitaba a nadar a su casa y con él aprendí a nadar. Lo mismo que a jugar ping pong y ajedrez.
Mis amigos los pobres que tuvieron la paciencia de enseñarme a cazar leones en América
(iguanas). Aquellos otros tantos que no perdían la paciencia al pagar bien sean en bowling, en las
maquinitas traganíqueles o en el billar. Todos ellos fueron amigos de esa etapa inocente, la misma
que nos enseña a vivir, jugar, perder, ganar.
Más adelante nos encontramos que al ser directivo dentro de los centros estudiantiles nos permitía
codearnos con amigos políticos, gobernadores, policías, gente Scout, profesores y sobre todo
miles de estudiantes. Los que de mi comunidad en esa infancia y hasta la adolescencia me
acompañaron: Leo Suchard, León Greenhouse, Roberto Watkins, Saúl Dorfman, Isidoro Krofvlith,
Samy Eppel, Harry Goldstein, Tommy Lefkowitzs, Izi Blitz, Moisés Cherneawski, Samuel Gampel,
Jacobo Chic, Maxy Shighman, mi gran amigo el Turco Vaimberg y otros que por el tiempo, espacio
y demás, omito.
Las mujeres: Liza Suchard, Rebeca y Belita Siglic, Belita Watkin, Esther y Sarita Hocblat, Diana y
Sandra Ghelman, Martha Gampel, Linda Blitz, Esther Estrasberg, Esther Lerner, Eva Lefkowitzs, y
tantas otras que con su paciencia, buen trato y buena voluntad nos soportaron, nos prepararon,
nos ayudaron a ganar esa experiencia del trato mixto donde luchando a veces hasta con lo
imposible lograron que todos aprehendiéramos a bailar y a saber tratar a las mujeres. A todas y
cada una de ellas, mis amigas, mis hermanas, un tardío pero sincero agradecimiento. Javier mi
amigo y hermano, el galleguito. Hace unos años que ya no está, compartí con él los mejores y más
irresponsables momentos de mi vida, su hidalguía permanece en mi recuerdo con el afecto que
sólo pertenece a la familia. Era un hombre sencillo como lo son los grandes hombres, de pocas
palabras, quizás hasta un poco pichirre, pero excesivamente generoso en lo referente a la amistad.
Jamás midió en hacer una llamada estuviese en el país que fuera, siempre era atento con los míos
y mis problemas. Vivió junto conmigo varias de mis contrariedades y mis hijas lo trataban cual un
tío.
A los pocos días del fallecimiento de mi suegro, pregunté a mi esposa sobre la historia de su padre
durante los cuatro años que él estuvo en campos de concentración. Asombrado quedé al ver que
su historia entera se había perdido, con su muerte, se llevó sus secretos. ¡No puede ser! Indignado
por ese hecho, en su honor y para herencia de mis hijos, comencé a recopilar historias de
sobrevivientes primero de nuestra comunidad, luego algunas internacionales. Nueve años de mi
vida entregué a esa causa, lo hice con el sentir de un hijo, de un hermano; por mis venas apreciaba
corría algo más que un interés, un deseo de saber, un querer conocer, un poder salvar.
El libro está escrito en primera persona, en varias de las entrevistas corregí a los protagonistas con
un conocimiento de causa que sólo se logra con la presencia real. Detalles que no se leen, cosas,
que no se comentan, acciones que fueron nada más pensadas por otros y jamás vertidas cual
comentarios públicos.
Esa gente: judíos y católicos, porque también hubo algunos españoles que sintieron, conocieron y
vivieron el horror del holocausto, gracias a mi suegro puedo decir que ellos son mis mejores
amigos, su dolor ha sido desde el momento en que me lo refirieron parte de ese yo, que sufre,
piensa, actúa, y vive conocedor de aquella hecatombe. Algunos ya no están, se han marchado,
pero dejaron en mi una huella, un reconocimiento a la supremacía de algunos seres, en especial a
la calidad, capacidad, entereza y fuerza de los que enfrentaron tantas dificultades y no sólo las
sortearon, pasadas las mismas, en la gran mayoría de los casos demostraron que carentes de casi
todo: amor familiar, raíces, desconocedores de idiomas, en muchos casos sin profesión sin dinero
y llenos de miedos, con sus propias herramientas: la fe, pudieron destacarse haciendo y legando
tantas cosas a la humanidad. Amigos míos, suegro, honor a sus memorias.
Los amigos de Caracas fue otra cosa, hubo el pase de joven a hombre, de estudiante a trabajador,
ejecutivo, empresario, editor, escritor y en el cierre del círculo de la vida: nuevo ermitaño. Entre los
destacables y son muchos, mi lista siempre comenzará con Anita Kramer, Debbie y Nathalie
Akinín, Javier Vásquez, Aderito Hermidas, Miguel Meckler, Ibsen y Lains Araujo, Max Schnapp,
Mauricio Laufer, Alberto Cohen, Chefi Murciano, José Rotker, Rogelio Jaua, Renny Otolina,
Mauricio Kramer, Manuel Altman, Alberto y Jaime Serfaty, Moisés Berlín, Edgar Bendallan, Jacobo
Levy, Aron Garzón, Isaac Benaím, Armando Benhamou, Moric y Jaime Dum, Alfredo y Tania
Benaím, Sichi Aizic, Yehuda Guetzel, Jorge Lerner, Jack Balaila, Rubén y Alex Miszrahi, Charles
Trachtemberg, Rubén Cohen, Isaac Wahnich, Isaac Ezaguri, Alejandro Izaguirre, Carlos Marín
Gómez, Giuseppe Matia, Anastasio Constantino, Agustín García, Josué Briceño, Guillermo
Gampel, Nicolás y Jorge Bacópulus, Bandy Steiner, Isidoro Eidelman, José Landau, Marcos Akinín,
Jorge Planas, Isaac Serfaty, Alberto Benmuná, José Alfón, Jacobo, Simón y Elías Levy. Los
Shapiro, Esther Akinín, Alberto e Irene Gordon, Anita Alfón, Regina Schnapp, Lila Marrero, Mery
Godigna Collet, Gustavo Azar, Pablito Goldstein, Fernando Yurman, Moisés Franco, y en esta mi
última etapa mi conflictivo pero apreciado amigo Marko Glijenschi.
He mencionado a unos y sé que a muchos no, lo importante es que todos estos seres especiales
son en conjunto, lo que sé, lo que soy, con ellos y cada uno de ellos he aprendido lo que considero
mi parte buena, ninguno escatimó esfuerzo en darme un poco de afecto, esa mínima comprensión
que sólo está al alcance de aquellos para los cuales no somos simples
números u objetos. Almas especiales que sin egoísmo abrieron sus sentidos, casas y sus
corazones para sin nada a cambio entregar todo lo que saben en bien de la buena amistad.
Personajes de mi pueblo
El alcalde
En mi pueblo pasaron cosas que vale la pena recordar y recuperar del olvido. La historia que me
voy a referir comenzó a finales del siglo XIX. El alcalde era un hombre no preparado pero con
cierta viveza y grandes deseos; mas careciendo de medios como para modernizar la ciudad envió
una carta a cuatro universidades de diferentes partes del mundo con los planos de la misma y el
deseo de sacar el mejor provecho posible al terreno, a su puerto y a sus playas naturales. Al poco
tiempo fue recibiendo proposiciones de cada una de las universidades. A todas y a cada una
contesto, alabó y aceptó sus ideas, con la correspondiente explicación de que carecía de los
fondos como para realizar la propuesta. Les aprobaba de antemano la ejecución de las obras caso
tal de que ellos lograran encontrar quién financiara y se hiciera cargo.
El tiempo me ha demostrado más de una vez, que hasta los tontos tienen su momento de suerte.
Las ideas no hay que despreciarlas y la más descabellada a veces tiene posibilidades. Una
universidad cayó en la red; en pocos meses mi pueblo, del olvido de la historia, pasó a ser una de
las ciudades con grandes adelantos que hoy la convierte y es reconocida como patrimonio
internacional de España y el mundo.
En melilla, mi ciudad natal, desde siempre, los barcos llegan y descargan en el puerto por tuberías
que atraviesan la ciudad por debajo. El tren descansa a escaso metros del barco. Cincuenta años
antes que en otras ciudades de España, el agua corriente llegaba a casi todas las casas. Los
mercados habían sido planificados, los parques ocupaban un buen porcentaje de la ciudad, las
áreas de esparcimiento fueron creadas desde el origen, el cementerio compartía la mejor vista, allá
en lo alto, más cerca de Dios.
El mercado había sido ubicado en una parte lateral de la ciudad que permitía un crecimiento y
desarrollo del mismo, como en efecto ocurrió con los años. También en el otro extremo había un
centro comercial, (El Mantelete) un edificio que reunía cerca de setenta tiendas que ofertaban
mercancías de todo tipo. El mismo servía de universidad de la vida, casi todos los
que tuvieron la suerte de trabajar en el Mantelete a la larga desarrollaron esa vena de negociantes.
Fueron los mejores vendedores del mundo. Apenas llegaba un barco y ya entonces los hoy
llamados tarjeteros, antes Chi pichangas, traían a su marinos, soldados, moros y cristianos y paro
de contar. Como una tela de araña el Mantelete atraía y embrujaba a sus huestes compradoras por
su colorido, el exceso de gracia de su gente sus dones muy especiales de venta y las increíbles e
inusuales ofertas de: relojes suizos hechos en china, con garantías vitalicias, donde no había
riesgo en devoluciones; por supuesto, los clientes zarpaban a otro mundo el mismo día; vasos para
el té de un vidrio imitando al cristal, con filigranas doradas casi de oro de 18 quilates, alfombras
persas hechas en Marruecos, pantalones americanos fabricados en la india, hierbabuena nativa
dizque traída de otros mares, café colombiano elaborado con arvejas y garbanzos españoles
tostados. Alcohol mentolado para el crecimiento de pelo. Cremas y potingues de origen
desconocido para combatir malestares de todo tipo.
Contábamos con seis teatros, que a la larga se convirtieron en cines, estaban bien distribuidos, dos
cerca del mercado, dos en el medio de la avenida principal y dos en el otro extremo. Las películas
eran proyectadas en funciones continuadas, los novios podían matar el tiempo el deseo y el frió. A
la entrada en la primera hora, el piso del cine estaba reluciente, había
sido barrido, coleteado y perfumado; a media noche el mismo contaba con una alfombra a todo lo
largo y ancho que a veces superaba en altura varios centímetros por las conchas de pipas
(semillas de girasol) que durante las escenas de terror, miedo o simplemente las de amor
generaban nervios que hacían las devorarán y las esparcieran por el suelo. La gente disfrutaba el
cine de una manera inusual. Los que habían visto la primera función eran por así decir profetas del
desastre y a viva voz anunciaban la escena por venir. Muchos no creían que esto sucedería. Los
moros, gente un poco más incauta, se agachaban ante la venida de frente del ferrocarril, los
caballos, y por supuesto de los tiros tanto del bando de los buenos y valientes o de los malos.
Imaginaban podían salir heridos del cine. Expresiones como ¡quítate del medio hombre, nos ves
que te van a matar! Esta historia está cosida para contar. El malvado, que se le caiga el poder.
Otras censuradas las guardo para no ofender.
La salida de los cines coincidía a la misma hora. Lo que hacía ver un aire festivo, en los cuatro
puntos cardinales de la ciudad la gente salía y comentaba las películas, los más atrevidos
desarrollaron esa creatividad que se reconoce de lejos en la gente de mi pueblo. Cada uno podía
reconstruir la película a su modo o criterio. El poder compartir ilusiones con otros, sueños, ideas,
quizás la experiencia de todo un pueblo, de comentar a la salida del cine o del teatro, el hablarlo
sirvió para lo que he notado en casi toda la gente de Melilla: la pérdida del miedo escénico.
Melilla
Mi pueblo de aquél entonces, hoy en día mi ciudad, era muy síu generis, tres grandes religiones
dominaban el espectro: judía, católica y musulmana: los musulmanes, respetaban el día viernes
haciendo obvio a aquellos comerciantes que de ellos vivían para que no trabajaran por carecer de
clientes, los judíos acatando su fe mosaica, no lo hacían los sábados; al estar la gran mayoría de
las tiendas cerradas no venían clientes. Los católicos tampoco hacían o permitían trabajar los
domingos. Por todo esto, las consabidas fiestas especiales de las tres religiones, y los días festivos
del ejército o demás, mi ciudad nunca requirió de esfuerzos especiales, más sí de capacidad, de
inventiva, en sólo cuatro días había que producir lo que en otras ciudades se lograba en seis.
El barquillero
Cuando hago gnosis y trato descubrir qué hizo me gustara el juego y las apuestas, descubro que
además de mis genes, aprendí a ello cuando rondaba los cinco años. Si. Hasta yo mismo me he
quedado asombrado. Recuerdo que mi abuelo David retornaba de su trabajo a eso de las cuatro de
la tarde, como quien esperara al Mesías, diez minutos antes dejaba de lado cualquier juego, me
apartaba de mis amigos, y como si fuera el mejor de los nietos, salía corriendo en su búsqueda. La
calle tenía una subida muy pronunciada, el abuelo cuando solía llegar, debía subir, al verlo yo salía
corriendo, daba cierto temor, la bajada por lo empinada daba realce a mi carrera y esto, ejercía, por
la cara que ponía algo de temor en el abuelo. Un buen abrazo, un beso, la respectiva bendición y
disparado el gatillo saltaba el consecuente duro (moneda).
Es en ese preciso momento que cala en mi el placer del juego de invite y azar. Como estaba
previsto unos minutos más tarde venía el barquillero anunciándose con sus melódicos e
inolvidables gritos: “baaarquillero, baaarquillero”. Como si de este preciso instante se tratase
recuerdo al barquillero cargando con cientos de barquillos, mismas o parecidas a las de hoy, la
diferencia estaba en que el barquillero portaba una ruleta y luego de vender sus barquillas, permitía
tentar la suerte. Si el número era uno, dos, tres o cuatro, éste indicaba cuantas barquillas
podíamos llevar por el mismo precio, si por el contrario el número era cero, la apuesta se perdía y
con ella se iba la barquilla.
La ruleta estaba llena de números unos y habían intercalados y repetidos tantos ceros como
números. Muchos niños no se atrevían a jugar, otros, perdían su barquilla y además de la tristeza
nada ocurría. El barquillero a veces se apiadaba de alguno que otro niño y le regalaba un barquillo.
Siendo atrevido desde mi infancia, disfrutaba la apuesta y de ganar siempre la doblaba. Mis primas
asiduas compañeras de juego en ese tiempo, se daban banquete de barquillas. Así por unas
barquillas sin helado nació durante mi infancia, mi simpatía por el juego.
Los Chipichangas
Debemos reconocer la diferencia entre la gente de Melilla y la de Tetuán por ejemplo. Los primeros
tuvimos un alcalde con chispa, con ese picante moruno mezclado con algo de gitano que nos dio
una gran ciudad. A los segundos, un terremoto hizo que los corazones sensibles de la época:
Montefiore y Roschild, se unieran para enviar ayuda, y a su pregunta de qué les faltaba: ¿comida o
medicinas? encontraron una sola respuesta, educación. Así los de Tetuán fueron complacidos y
gracias a ellos, la comunidad judía mundial estrenó la Alianza Francesa. Ellos tenían las mejores
escuelas públicas, aprendían hasta tres o más idiomas al incluir el hebreo. Lo suyo fue una lluvia
de “maná” educativa. En melilla el apoyo como dije fue en obras, las escuelas se basaron en su
mayoría en la de la propia vida. Aunque una en especial graduó algunos de los más grandes
comerciantes de América y del mundo. Me refiero al Mantelete. Esa: la universidad.
La carrera: Chi pichanga, ganarse la vida cazando clientes, trayendo los negocios a la puerta de la
casa por una comisión, generó un grupo de vendedores como muy pocos. La chispa, idiosincrasia,
el carácter y en especial ese buen don de palabra y de convencimiento, forja una diferencia
abismal con la mente fría y calculadora de otros lugares.
No sé cómo ni por qué, todos a la misma hora caíamos donde Manolo para hacer nuestras
compras nerviosas. Era a la hora de almuerzo o de cena. Supongo hoy, que lo pienso, se
compraba todo fresco, para el momento, quizás era la falta de neveras, en mi pueblo, en ese
entonces no se conocía. Cada una de las chicas empleaba ese grito de guerra, y eso era lo que
pareciera estuviéramos viviendo. Era una especie de juego para un niño, un festín. Mientras
llegaba mi turno al que no me mataba por ser atendido optaba por llegar retrasado a la mesa, me la
pasaba comiendo trocitos de chocolate, metía la mano en cuanto saco había, algunas veces
preguntaba otras permitía a mi gusto el escoger entre si grabar en la mente como algo bueno o
malo. Entonces, las manos traían nueces, almendras, chochito de vieja, café en grano, levadura,
castañas a las que recuerdo con buen agrado y tantas otras cosas.
“¡Manolo a mí primero!” hoy veo la connotación de esas palabras y la destemplanza del abastero.
No se trataba de un turno de llegada, era de la selección voluntaria de una supuesta y bien ganada
posición. Manolo era casi un miembro participe de la conversaciones diarias en familia. Que si
pídele esto o aquello, que si no estaba fresco, que te dio los peores, etc., etc.
reconozco era un hombre de trato afable, era tendero y contador, sé que él en esa época había
implementado el crédito rotativo, porque la mayoría de la gente pedía a cuenta hasta que llegara el
señor de la casa.
Mimón el todero
Existen personas que jamás aprendieron hacer algo y sin embargo dicen ser capaces de hacer
todo. Hay personas que nunca han estado en otro país, sin embargo revelan conocer todo el
mundo. Se ven personas que nunca han forjado un origen sobre un pensamiento, una ideología y
sin embargo opinan sobre todo. ¡Toderos! Ese es el nombre que se les da en mi pueblo a ese tipo
de gente que a la vez, son envidiados y respetados por muchos. Uno de los más famosos se
llamaba Mimón el todero. Era conocido como el hombre capaz de reparar un reloj de pared, una
radio, una máquina de coser, una lámpara, cualquier cosa, siempre y cuando tuviese las
herramientas necesarias. La lástima era que nunca contaba con ellas.
Se hablaba de él como el todero más conocedor, experto y sabio, sólo era superado por el anciano
rabino del pueblo. Aunque a decir verdad nadie en el pueblo podía señalar alguna de las casas
donde Mimón había reparado tal o cual cosa. En los pueblos esto es algo normal. Échate fama y
acuéstate a dormir. Ahora que lo digo recuerdo a Mimón, se la pasaba dormido. Tan sólo
despertaba al sonar de su panza. Ah, ella también era especialista, para satisfacerla él sabía cómo
decir a las mujeres lo que a ellas agradaba: que la suya era la mejor: (sopa, pasta, pan, bizcocho,
té, etc.), que había probado en toda su vida.
Mimón solía ser el correveidile del pueblo, un chisme era esparcido casi a la velocidad de la luz o
mejor dicho de su apetito, era la manera sencilla de ganarse un bocado. Ver a Mimón en casa de
alguna vecina era motivo casi de envidia de otras; despertaba en las mujeres una especie de
angustia de saber. Ellas querían estar al tanto, ser tomadas en cuenta. No pecaban de ignorancia,
ellas sabían se trataba de algún cuento, mentira o una fantasía. El recibir la visita de Mimón servía
como pretexto del pueblo para combatir o disimular el aburrimiento. En mi pueblo no había llegado
la edad de la modernización, había uno o dos taxis a lo sumo, las distancias eran tan cortas que ir
a la parada no justificaba el empleo del mismo; no se conocía de robos, crímenes o de esas tantas
otras cosas que hoy llenan el vacío de antaño. La vida era monótona. Los chiquillos hacíamos
excursiones en dos y hasta tres cuadras a la redonda, por ello, no se extraviaban y la gente
pendiente de ser censurada, trataba de no cometer errores en público.
Me he puesto a pensar largo y tendido sobre algún trabajo realizado por Mimón el todero, no lo van
a creer, no puedo recordar alguno. Esto no es suficiente como para decir que era flojo u holgazán,
tonto o imbécil, por el contrario me hace pensar que siempre supo hacer las cosas bien. Hablo de
Mimón, vienen muchos recuerdos. Mis abuelos, mi padre, mi familia, mi pueblito, que en su
momento era todo nuestro mundo. Jamás imaginamos hubiese algo más hermoso o grande.
Lástima esa sensación de pérdida que logramos con la memoria, debería sernos útil para
acompañarnos darnos ese calor que perdimos.
Nuestro todero hoy debe servirnos de lección, no necesariamente aquél que hace, sabe o conoce
logra permanecer vivo después de su muerte. Han pasado más de cuarenta años, fresco mantengo
el recuerdo de su funeral, el pueblo se reunió para hacerle tributo, pareciera se tratara de un
presidente, de alguien importante, nadie quería perderse la oportunidad de demostrar su amistad,
hasta se hablaba de sus dichos, consejos; atrevidas damas del pueblo insinuaban las
habilidades de nuestro Mimón el todero.
En cada ciudad cuando he podido visitar sus sinagogas, encuentro grandes diferencias con las
nuestras. El haber tratado a sobrevivientes, el haberme paseado en la historia con los Progroms,
La inquisición, los nazis el Imperio Otomano y tantas otras cosas, me ha permitido llegar a la raíz
del problema. Ser judío era hasta hace muy poco para la iglesia católica algo detestable. Fue luego
de que este Papa pidiera perdón al pueblo judío por las falsas injurias que se dejó de ir contra mi
pueblo. Mientras tanto, en donde hubo persecuciones, la gente seguía sus ritos de manera
silenciosa, los rezos eran hechos boca adentro. La gente casi lo hacía con la mente.
Como consta en nuestros libros sagrados: “Gracias Dios mío por haberme hecho”… Andaluz,
¡hombre y qué esperabas que dijera! Es que no cabe otra palabra. Bueno continuemos, ese salero,
ese cante hondo, ese placer en nuestros oídos, no nos lo iban a quitar, que digan lo que digan. Los
rezos en mi pueblo pareciera fueran todos realizados por rabinos. Por cantaores, por gente que no
necesariamente sabe lo que dice, pero que sin duda dice con su canto, estilo y entrega mucho más
de lo que otros que a lo mejor si saben, dicen.
Bares y bármanes
La necesidad, la competencia, y las ganas de vivir se notaban en cada uno de los bares y
cafeterías de mi pueblo. Digo mi pueblo porque lo hago y al decirlo no siento como un decir
despectivo, por el contrario mi Melilla, es algo especial y a todos los que de ahí venimos nos dio
sentimientos y mucho amor. Retorno a lo dicho, en él, había mucha especialización. En la calle
lateral de la avenida principal a cada puerta podíamos encontrar un bar. Así que o competía o a
freír churros se iba. El vino, supongo que para todos era el mismo, la cerveza y el vermouth
también, en lo único que se destacaban era en la atención personalizada, en su memoria, buen
servicio, y sobre todo en las tapas. Ración que acompañaba de manera gratuita cada chato, cada
bebida. Yo como niño me extrañaba cómo un hombre podía llamar a todos sus clientes por su
nombre. Qué memoria. “Hola David, dónde me dejaste a Simi, hombre tráela, que acabo de recibir
unas jaibas como a ella le gustan”. Ese era el estilo, venta a domicilio, como después aprendimos
en colegio, el hombre pasaba su lista de asistencia, eso le garantizaba que esa noche el cliente,
volviera por sus jaibas o por cualquier otra delicatese. Melilla fue una universidad en la que casi
todos salían con su postgrado, en cuanto a lo que a ventas se refiere.
Creo que tuvo que ser un buen negocio, en todas las esquinas, en la avenida, en todos los bares y
a todo momento, el olor y la necesidad de comer almendras era irresistible. En época: castañas
crudas, asadas, qué delicia; vendedores de cacahuetes, pipas, chupetas, pirulíes, chumbos recién
pelados, y los famosos cortados. No teníamos televisión, pero el mercadeo siempre existió.
Locutores de radio no sé cuantos habrían, pero de ventas al detal, miles. Cada vendedor se
destacaba por un estilo peculiar, propio. No servía de nada la copia, o su estilo era original o sus
productos no se vendían.
Había un puesto de horchatas, de la buena, la de chufas. En verano ese sabor dulce y propio de la
horchata más el frío que le otorgaba el hielo, era una delicia. Como también los bocadillos de
sobrasada, de atún, esos ricos jamones importados de la península, los mejillones, los de tortillas y
tantas otras divinidades. Me voy a referir con cariño y asombro a un sitio llamado el caracol. Era el
único que recuerde especializado en lo que el nombre en sí dice. Caracoles guisados en una salsa
roja, picante, agradable e inolvidable, de esa manera, no los he vuelto a probar igual en ningún otro
lugar. La primera vez que llegábamos a ese bar, porque a ése en especial íbamos como mínimo
dos veces al día: al comenzar mis padres en su tertulia y luego al regreso a casa. La diferencia de
la primera a la segunda era tal que de niño siempre me impactó. Al final, a nuestro regreso, pegado
a la barra en el piso había una alfombra de conchas de caracol que podía medir veinte centímetros.
Sacos y sacos de caracoles se cocinaban de una manera exquisita cada día.
La feria de Melilla, se organizaba en la plaza principal, cerca del parque, al lado del edificio de
gobierno, espacios de la feria cubierta con templetes iluminados ofertando todo tipo de suertes: tiro
al blanco, carros chocones, dardos, rifas, carreras, pruebas de fuerza y aquellas cosas que hoy
todavía vemos en las ferias. El pueblo todo guardaba pleitesía y con su presencia imprimía sabor y
colorido. La gente iba con sus mejores galas. Eran días de estreno. No se podía permitir el que
ésta u otra vecina criticaran nuestros atuendos. En Melilla, la gente no es muda, ni tampoco sorda,
los críticos que supongo éramos todos, cuando ejercíamos nuestro oficio lo hacíamos como para
que no se perdiera detalle alguno. “Te fijaste: menudo. Cuándo sería yo capaz de poner a mis hijos
tal o cual cosa” eso era ir a la muerte, nadie quería caer en boca de los demás.
Las heladerías: qué se puede decir para decir lo mejor, vendían excelentes helados, me
encantaban los de nata, avellanas, chocolates, almendras, vainilla, y el salvaje coco. Los sitios
eran pequeños, las empleadas al sumo dos, los sabores inmensos y el placer, celestial.
La avenida principal contaba con dos aceras laterales de unos seis metros de ancho cada una y
una calle que debía de tener unos veinte. De un extremo al otro habría unas doce cuadras. La
ciudad entera desfilaba durante las noches de fin de semana, era una ciudad festiva, la gente lucía
sus mejores galas y unos a otros se saludaban al irse encontrando bien sea a la subida o al retorno
del paseo que duraba algunas horas y que casi siempre terminaba en algunos de los mucho bares
que adornaban la avenida principal o las laterales. Los grandes cafés sacaban sus mesas y sillas y
el conjunto “unido” hacía alarde de sus consumos, invitando a diestra y siniestra amigos y
conocidos. La gente estaba hecha para vivir, y vivían sin medir el mañana, el futuro, era el presente
y el mismo permitía ser disfrutado. No creo recordar en otra ciudad o país que hubiese por metro
cuadrado tantos y tan variados bares, Melilla contaba con bares para el chateo como para exportar,
debemos recordar que su área es apenas de doce kilómetros cuadrados y hoy en día tiene una
población de cincuenta y seis mil personas. El chateo era antes del almuerzo y o de la cena, se
comenzaba en un extremo de la calle, al cruzarse, se saludaban como si se tratara de no haberse
visto por una larga temporada; en uno de los bares se tomaba e invitaba a los amigos a un chato
(copa de vino de la casa) con su respectiva tapa y en el próximo se recibía la misma cortesía.
Cada bar tenía su especialidad: chopitos a la plancha, sardinas, gambas, quisquillas, chanquetes,
caracoles vivos, caracoles picantes, calamares, anchoas, papas en todos los estilos, tortillas, sesos
rebozados, quesos en una gran variedad de tipos, sobrasada, chorizos, jamones, atunes,
mejillones, y para los más o menos religiosos: pinchitos kasher, donde Sadia el de los pinchitos. Se
me hace agua la boca. Era vivir en un estado de lujuria, se sentía como una necesidad imperante,
no se podía ni debía omitir uno solo de los bares.
Cuando mis padres salían de viaje o estaban con otros amigos de juerga, me quedaba tarde en la
noche en casa de alguna prima cenando, jugando o simplemente matando el tiempo; la llegada de
retorno, a esas horas era igual que el paseo en una ciudad de fantasmas, las calles estaban
desoladas, la noche con su oscura cara asustaba con ese miedo que cala los huesos, y para
colmo, todos los portones de las casas a ciertas horas estaban herméticamente cerrados, los
dueños no tenían o no solían usar sus llaves para abrirlas, contábamos con la figura del Sereno, un
señor mayor, portador de muchas llaves como San Pedro, al que había que dar de palmadas para
que viniera desde donde estuviese a abrirnos las puertas. Él golpeando en el suelo su bastón
gritaba “Sereno, vaaa” al llegar: mi último regaño de la noche era de él, con el consabido se lo voy
a decir a tus padres.
Nada mejor que recordar los desayunos en Melilla, se iba al mercado se compraban una o dos
ruedas de churros madrileños, bolsas de porras y estos se combinaban con ese chocolate caliente
dulce y espeso. Para variar huevos revueltos de todos los tipos: con mantequilla recién elaborada
traída por la mora, con ajo frito, ajo en baño de agua, con tomate, picantes; creo que desde
pequeños junto con la leche mamábamos picante. La melilla de mi época ofertaba la mejor y más
fresca leche del mundo. Era comienzo de los años cincuenta y ésta llegaba directa del productor al
consumidor. Temprano en la mañana con una puntualidad casi religiosa, venía el cabrero con sus
cabras declamando en sus cánticos, la oferta de: “leche fresca” las ordeñaba sobre pedido.
A veces el abuelo se ocupaba de llevarme al mercado, ahora entiendo, qué la profesión de
comprador, de la cual me siento muy orgulloso, la aprendí de él. Era además de sibarita,
conocedor de esas pequeñas sutilezas que diferencian la calidad de la cantidad. Comprar era su
propio arte, y lo desarrolló de una manera elegante, sutil y agradable. Como quien va a un museo,
muy temprano en la mañana el abuelo me enseño que primero se debía dar una vuelta por todo el
mercado: sección de verduras, vegetales, hortalizas, huevos frescos, gallinas y la sección de
pescados, hoy mirando al pasado recreo la pulcritud, el orden y respeto con que la gente abordaba
los encuentros. Luego de apreciar las calidades, preguntaba precios, y una vez terminada la ronda,
regresaba al puesto de venta que le parecía ofertaba las dos cosas más importantes: calidad y
precio.
Era entonces y no antes que con la paciencia ganada por los años hacía su mejor oferta. Con el
anzuelo y la carnada lanzada, casi siempre mordía el pez. En la negociación ambos salían
contentos. Contábamos con moros que por unas pesetas, se encargaban de llevarnos hasta la
casa las compras El abuelo siempre compraba para sus tres hijas, él era un hombre sano
simpático, metódico y bonachón. En melilla salir a pasear, era deporte nacional, éramos
caminantes por excelencia. Claro en sólo doce kilómetros cuadrados vivíamos casi cien mil
personas, nos sentíamos con un espíritu que emulaba aves, con ganas de volar, pero en aquella
jaula tan pequeña lo único que hacíamos era dar vueltas y vueltas. En la avenida descubríamos las
novedades del mundo, los zapatos, botas, ropa, de moda: las zapatillas de la famosa artista que
protagonizó la película Gilda, o las sandalias de Sabrina.
La mejor y más sabrosa horchata del mundo, la de chufas, ésa junto con la casera, refresco sabor
a limón eran mis refrescos favoritos. Detenerme en la pastelería de la avenida, primero mirar sus
vitrinas, escoger el dulce que iba a comprar, salivar hasta encontrar a mis padres o cualquiera de
mis tíos para que me financiara el capricho era una cuestión de rutina y de fácil logro. Simpático
era un mudo amigo de todo el pueblo, él vendía chucherías, almendras, cacahuetes y muchas
cosas más. Poseía de sobra en inteligencia cuanto o más le faltaba en el habla. Conocía a sus
clientes: los niños, abría en ellos el deseo, la necesidad y como quién no matase ni a una mosca,
esperaba sus acertados resultados.
Los muertos, la muerte, el cementerio, el invierno y algo más era todo un conjunto de cosas
inolvidables que trascienden no sólo el tiempo, la mente, los recuerdos y la fantástica realidad de
un niño. Ver la procesión, la gente vestía un negro que impregnaba el ambiente con un silencio
forzado. Se escuchaban pasos, se oían campanas, se percibían pensamientos, acompañados de
respeto, se veía el dolor. La carroza fúnebre marchaba a paso lento pareciera sentir el sufrimiento,
ella, iba de manera imponente, arrastrada por un juego de hermosos e impecables caballos negros.
Observar a los deudos: la viuda o familiares llorando; ese grupo de personas que lo acompañaban,
era un acto que imperecederamente se nos quedó grabado tanto consciente como en el
inconsciente. De niños, sabíamos y conocíamos de alguna manera el significado de la muerte.
Acompañar a los amigos al cementerio era un reto, era enfrentar a todos los cuentos de fantasmas,
no se olviden que los vientos durante aquellas noches de invierno con su silbido agudo punzo
penetrante, en aquellas oportunidades de mal comportamiento venían acompañados de las
repetidas amenazas y miedos de muertos o fantasmas.
Felicidad
Un estado artificial
Nos permite vivir
Nuestros sueños
Sirve para olvidar
Mi familia
Dos personajes en mi familia tienen un puesto ganado a pulso en mi mente y corazón: por un lado
mi madre y por el otro mi tío Abraham Serfaty, la primera por lo de que le debo la vida etc. Pero en
especial en lo que a este párrafo compete, es a su osadía, no paro de maravillarme y de
extrañarme con sus cosas tan diferentes, eclécticas y descollantes. Cuando vivíamos en Maracaibo
éramos por así decir una familia famosa, en el frente de la casa teníamos una enorme mata de
limones, parecía un árbol por lo frondoso, debido esto quizás al trato que mi madre le daba. En
nuestra mata de limones crecían enormes y coloridos huevos de gallina. Cada día de cada mes y
año, la mata se vestía con más y más huevos, los que osaban pasar por la acera, se detenían y
extrañados admiraban nuestra mata de huevos. Pienso era la única. Bajo la clásica expresión
maracucha ¡Qué molleja! (refiriéndose a los huevos y no a la otra parte de la gallina) se quedaban
impactados. Jamás seguí a extraños para averiguar que les deparaba su imaginación.
En nuestra casa en la parte trasera teníamos gallinas ponedoras, a diario recogíamos las posturas.
Mamá tenía la costumbre de perforar los huevos con un clavo de acero, por el lado más angosto,
extraía el contenido los lavaba y las conchas quedaban listas para decorar su mata de huevos.
Otro de nuestros insignes agricultores fue mi tío Abraham, a pocos años de terminada la guerra
invirtió su dinero además que pidió un crédito por el mismo monto para importar telas. En
Marruecos en ese momento, telas era producto de primera necesidad, Melilla le servía como sitio
de abastecimiento, lo lógico era dedicarse a las cosas de mayor demanda. El único y grave error
fue que no adquirir una póliza de accidentes. Y estos de que suceden, suceden. El barco se hundió
cerca del puerto de Melilla. Era un día viernes de cualquier mes de ese año. Con la tristeza y la
seguridad de haber quedado arruinado, llamó a un amigo suyo corredor de seguro que residía en
Madrid. Su amigo viendo la realidad del problema envió un telex a Londres pidiendo cobertura de la
póliza, con aquello de cinco de perejil, por si pasa. Y pasó. Al no haber repuesta negativa de la
compañía de seguro, se daba por descontado que la póliza era ya efectiva. Como gente nerviosa e
impaciente que somos la mayoría de la familia, mi tío no esperó respuesta, el mismo día contrató a
moros y cristianos y a los tres días toda la tela había sido recuperada. El corredor ya había
informado de la pérdida y a la vez pasó una oferta al seguro de que tenía un cliente interesado en
comprar el siniestro por un 10 % del valor. Oferta que fue aceptada por el seguro y que mi tío
adquirió luego de cobrar su seguro sin mucho pelear.
Las telas quedaron sucias, para darle una blancura y color estable recomendaron asolearlas.
Primera solución, gran problema. Al hacerlo éstas se encogieron y redujeron su metraje en cerca
del 10 %. Como recurso, por primera vez en Melilla, se comenzó a vender tela no por metros sino
que por peso. La misma había reducido su metraje, pero el agua, la tierra y demás la hicieron un
30 % más pesada. Con cientos de miles de metros, (perdón con miles de kilos de tela) por asolear,
no le quedó más remedio que vestir las montañas. Esos tres o cuatro días que duró el proceso el
horizonte se veía extrañamente sembrado de telas de múltiples colores.
Vale la pena mencionar el significado efectivo de la amistad, con este señor alemán de apellido
Kramer, mi tío Abraham Serfaty tuvo otras dos oportunidades en las que de un lado y de otro esto
se llevó a cabo. Me cuentan que durante La Segunda Guerra Mundial, se oían rumores, España
sería intervenida por los nazis y también ahí los judíos serían deportados a campos de
concentración. El señor Kramer llamó a mi tío y le propuso le enviara a sus hijos, dijo, el los
escondería y protegería hasta que pasara el peligro. Luego de la consulta familiar mi tío dijo que
habían decidido estar juntos, si les pasaba algo, sería a todos, ellos no iban a hacer diferencias
entre unos hermanos u otros. Afortunadamente nada de esto ocurrió. Al terminar la misma guerra
cambiaron los papeles ahora mi tío recibió un traspaso en su cuenta de un número muy
considerable de millones de pesetas, su amigo, temiendo le confiscaran su dinero, como estaban
ya haciendo con otros alemanes en España, sin temer, sin demora, y sin consulta, lo hizo. Al
tiempo, cuando el río dejo de sonar, cuando se comenzó a respirar algo de libertad, recibió de mi
tío el capital más ciertos beneficios, la explicación que recibió de mi tío, era que entre tal y cual
tiempo había realizado ciertas inversiones y los dividendos eran de ambos, ya que él no podía
distinguir cual parte del dinero era la que él sacaba para dichas inversiones. Ambos hoy están
muertos, la amistad de esas dos familias, perdura.
Los parques: se dice que el pueblo judío es el pueblo del libro y del árbol, porque por milenios se
han encargado de portar la Toráh, (el libro sagrado) y a su vez somos especialistas en la siembra
de plantas y árboles que dan frutos a muchos años de distancia, mismos que sólo podrán ser
aprovechados por los nietos. Mi ciudad tiene un poco de ello, en los parques hay
centenares de ese tipo de árboles, en especial: dátiles. Supongo y espero que alguno de mis
ancestros tuvo responsabilidad durante la siembra, evoco y se que me daba un festín comiendo
sus frutos (dátiles). Diez años más tarde cuando regresé a ella por primera vez, no aguanté la
tentación, lancé una piedra para saborear y revivir el pasado; de inmediato se presentó un guardia
civil, no me llevaron preso únicamente porque pude demostrar luego de presentar mi pasaporte,
pedir disculpas, prometer que no lo volvería a hacer y manifestarle desconocer la prohibición,
haciéndoles ver que era un recién llegado; ese día, fui un extranjero en mi ciudad.
Cuando uno ve los jardines, los parques, estos poseen remembranza de otros en ciudades
famosas, los árboles y plantas son mantenidos y cuidados con todo esmero. Decorado su entorno
además con las madres y sus bebés, los niños en sus triciclos, los soldados pulcros, nerviosos,
efervescentes y como en celo yendo en busca de su alma gemela, heladeros, barquilleros,
vendedores de castañas asadas, de turrones, pirulíes, fotógrafos, gendarmes, niñas hermosas,
moros, religiosas, y turistas llenaban esos amplios espacios que existían en sus pisos de
adoquines con filigranas y diseños modernos al mismísimo estilo de Cruz Diez. Las fachadas de
cada una de las casas estaban decoradas con la más bella, destacada y laboriosa filigrana de
múltiples colores que denotaban la influencia moruna de El Andaluz.
Ventanas que permanecían silentes de sus moradores pero fervientes en lo que respecta a la
locuacidad de su pasado y a la necesidad de brillo de su futuro. Los palcos, balcones, terrazas,
ventanas y puertas eran y son tan bellas y llamativas, que España un país lleno de colores de
historia de diversas y connotadas regiones, sin reparo alguno: decretó a mi ciudad como
monumento y patrimonio nacional.
La judería era todo un sector abarrotado de sinagogas, unos llegaban otros partían; familiares iban
a saludar o invitar a otros, había tantas sinagogas como la imaginación permite ver, las de Don
Yamín Benarroch, Los Almosninos, Los Chocrón, y así podíamos encontrar hasta cuatro sinagogas
en una misma calle. Los días viernes en la noche, sábados y festivos religiosos, desde todos los
puntos de la ciudad se oían cánticos, plegarias. La religiosidad quedaba demostrada en la
abundancia de las sinagogas, y en los rezos en las casas. Cada día viernes parecía un día de
navidad, en todas las casas titilaban brillos de velas encendidas, estas saltaban jocosas su efecto
por las ventanas en honor al Shabat.
Como en las grandes urbes al lado de mi casa, teníamos una panadería desde dónde el olor era su
mejor y más económico promotor. Eran famosos sus merengues, polvorosas, canillas, bizcochos, y
otros, a veces cuando teníamos varios invitados en Shabat, usábamos sus hornos para la comida
del viernes. Cerca de la casa uno en una esquina, el otro al doblar la otra había dos abastos: el de
Manolo y el de Pepe, en ambos aunque aún no se conocían las tarjetas de crédito, íbamos a pedir
lo que nos mandasen o a veces los que se nos antojase, (chocolates, leche condensada y
caramelos) mis padres pagaban después.
La ciudad vieja, estaba en donde comenzó la historia, ésta no fue tocada, mantiene su forma de
inmenso castillo rodeado como fortaleza en la parte alta de la montaña majestuosa de mi pequeño
pueblo, con callecitas que rememoran el pasado, parejas de enamorados asomándose a la
ventana mientras algún resabido se llenaba de envidia. Pasadizos inimaginables, que permitían a
nuestros antepasados saber contaban con un posible escape a los ataques de moros, piratas y
extraños. La ciudad vieja anclada en la punta principal del terreno que se ha proyectado a otros
lares, se abanica con la fresca brisa del Mar Mediterráneo, se calienta con los aires secos del
desierto, se engalana con collares de perla de una noche salvaje, africana, indómita, se colorea
con la arenisca que el agua y el viento sacuden a su entorno, se perfuma con la suavidad de un
estar constante, y al fin, se proyecta incólume para el futuro, donde, tan sólo algún sentencioso
puede notar retoques o cambios en ella.
Las playas: teníamos varias de ellas, la pública, la hípica y la privada, cada una en su categoría de
exclusividad pero todas en su majestuosidad del mar mediterráneo. Solíamos ir muy temprano en
la mañana del domingo, llevábamos de todo, comidas, vinos, gaseosas, golosinas y un deseo
permanente de que la fiesta no se acabara. Los vendedores expertos en promociones, asaban las
mejores sardinas del mundo, el olor era penetrante. Atravesadas por dos palitos, se adelantaron a
la moderna forma de venta del pollo a la brasa, en estratégicos lugares de la playa habían unos
medios barriles llenos de carbón, unas cocinas rústicas pero efectivas, no parábamos de comer.
Esa atracción por el olor no la he logrado despegar de mí, soy un adicto a carne y pescado, se me
abre el apetito en cuanto los huelo. Nunca el retorno era apreciado aunque por lo general era bien
entrada la noche, recuerdo que los mayores nos atemorizaban con muertos, para podernos sacar
del agua. La playa estaba a la vuelta de la esquina tenerla y disfrutarla, era toda una bendición. De
mis memorias, los bañadores eran demasiado anticuados como para detallarlos.
El elevador de mi pueblo
En mi pueblo la gente gozaba de gran imaginación; como ahora se suele hacer de las grandes
urbes se copiaban ejemplos y se desarrollaban en ella dentro de las posibilidades. Repasando
algún caso en particular, está el ocurrido en la casa de mi tía Mary. Por ser una familia adinerada,
ser los dueños de una o dos farmacias entre otras cosas, habían planificado modernizar su edificio
y para ello contrataron un arquitecto con visión moderna, en su recomendación compraron,
adaptaron e instalaron un elevador, primero y único en su especie durante mis años de niño. El
mismo estaba elaborado en madera de caoba pulida, decorado con cristales tallados y vidrios
biselados, las puertas correderas, elaboradas en hierro forjado, con diseños acaracolados, se
abrían de manera manual, empujando las alas, a ambos lados. El sistema de puertas era doble,
el que cerraba en el piso y el de acceso a la cabina. Su tamaño interno daba cabida únicamente a
dos pasajeros. Hablo de él, porque en mis recuerdos, ir a verlo era como ir al cine o al circo.
Los primeros días el pequeño grupo de niños que solíamos jugar juntos íbamos cual excursión,
más tarde lo hacíamos por el temor que el mismo nos inducía. Sucedió como en cuentos de
callejas o de misterio urbano. Aunque soñábamos con estrenarlo, no tuve la suerte de poder
usarlo, porque antes de la inauguración, un obrero de correo, el cartero de la zona, al no estar
informado de la modernidad, abrió la puerta y entró en el preciso momento que éste estaba
bajando, ¡claro murió de inmediato!, al igual que ocurrió con el elevador.
Los tejados
Mi calle en mi pueblo las casas tenían tres pisos, se les podría llamar pequeños edificios, cada año
era obligatorio el darle una mano de cal a las fachadas, como si se tratase de una ciudad moderna,
ésta había sido planificada y era poca o casi nada la diferencia entre la altura de una casa a otra,
en mi caso este fenómeno sí ocurría pues vivíamos en una calle empinada y esto por fuerza
generaba distintas alturas entre una terraza y otra. Como si se tratase de tarzán, el amo de la
selva, nada mejor que saltar de una casa a otra, lo hacía sin pedir permiso, a sabiendas de estar
haciendo algo prohibido o impropio tanto más para un niño de mi edad aquello era emular vivir en
una permanente escaramuza lleno de viajes fantásticos allende nuestras fronteras.
A veces las vecinas con sobrada intención, nos quitaban los bancos que servían como escaleras
para retornar a la patria, no sólo eso, cerraban la puerta de la terraza para no dejarnos bajar por la
escalera, era ese el momento de pánico, el placer de la incertidumbre, la imposición por la
creatividad, el desarrollo de la inventiva y a veces al final el motivo para afinar la garganta y
comenzar a dar gritos y alaridos para ser rescatados, ¡mamaaá! Primer colegio Somos
descendientes, como ya dije, de un pueblo que en algunos casos vive de una manera y estilo
atávico y otros menos radicales que no conocen lo que tienen ni saben lo que quieren. Conocer a
mi madre permite con una sola persona tener una buena experiencia de lo que
me refiero. Descendiente por el lado de materno, de uno de los rabinos más ortodoxos y
respetados de nuestra comunidad: Rabí Chocrón y por el lado paterno del mejor amigo y alumno
de Maimónides: Akinín, no es ni ha sido jamás un sello obligante en lo referente a gustos y estilos.
Con toda la religiosidad portada en mis genes, como quien espera entrar en esa carrera de frente,
una mañana sin haber sido consultado, fui llevado a un colegio religioso, no del que se imaginan, el
mío era un colegio de monjas. Mi entrada dejó de ser triunfal desde el mismo momento que sin
querer o tal vez con querer, pateé a una de las hermanas. Por poco fue debut y despedida; vi a mi
madre rogar me perdonaran, y no sólo eso, por primera y única vez la vi hablar de mí como alguien
muy bueno.
Qué se creen, las monjas sabían su oficio, al poco tiempo me aprendí cada uno de los rezos. En mi
primer paso por la religión, extendí de un colegio a otro, de monjas pasé a curas, y así continué
hasta mi apremiante y cercana llegada al Bar Mitzvá, mi entrada a los trece años como hombre del
pueblo judío. He tenido que saltar en el tiempo en este momento ocho años de mi vida para poder
relatar esto, Por fin llega un encuentro religioso con rabino y todo. Cuantos reglazos no me dieron
hasta que aprendí. Me tocó un rabino que no había tenido hijos varones, y de alguna manera sintió
que yo era ése que él esperaba. Cuando se dio cuenta de que no era tan tonto como al principio
pensó, redujo las palizas, los jalones de oreja y comenzó a hablar del significado de la palabra
destino: siendo él rabino principal de Barcelona, España, mi padre lo contrató desde Madrid, para
que le hiciera el Brith Milá (circuncisión) a mi hermanito recién nacido. Ahora a ocho años de
distancia, en otro continente, en otra ciudad, cercana a la selva de Perijá, en Maracaibo, volvía a
haber un acercamiento con mi familia. Pareciera según él veía que esto no era casualidad, y por
ello, cambió su trato y me hablaba de lo bueno que sería si a la larga su hija menor y yo
pudiéramos formar una familia.
Realizada la Bar-Mitzvá, de nuevo, al liceo Maristas de los hermanos religiosos. Donde por
supuesto me tocaba guiar el rosario una que otra vez. Hasta que un día, pasados unos años, antes
de yo dar comienzo, pedí permiso y pregunté si el que dirigía los rezos no era como el que tocaba
las puertas del cielo para ser escuchados por Dios, ante su respuesta afirmativa, dije creo que si el
que dirige o toca tiene fe en lo que hace es más seguro que nos escuchen y nos protejan a todos.
Con una voz desacostumbrada que aún retumba mi mente, dijo: Akinín, pásele al de atrás el
rosario y así por decisión del hermano Genaro y no por mi falta, pude romper el compromiso que
mi mamá había hecho con el director, el día que fui aceptado, a sabiendas de que era judío.
Pasados tres años de terminada La Segunda Guerra Mundial, en el segundo mes del año, vine a
este mundo dentro de una familia por así decir, cómoda; nací en la calle Explorador Badía, en la
ciudad de Melilla. La posguerra trajo al mundo, enfermedades, desolación, hambre, pérdidas de
inteligencia, de vidas y un gran atraso científico cultural. En carne propia me tocó sentir estas
fallas. Una plaga hacía estragos en la población, los niños menores eran atacados con fiebres muy
altas, vómitos y otras, al no escaparme de esos males, sufrí lo mismo que los demás. Mi padre
angustiado por mi inapetencia y viendo los estragos en el vecindario, no dudó en llevarme de
emergencia al médico.
Contaba mi padre que tras una larga búsqueda, logró localizar al médico en un bar, éste estaba
entrado en tragos, al ponerse al tanto de mi problema, dijo se preparara para lo peor, ya que a él
en persona la susodicha enfermedad le había quitado a su propio hijo, y no daba esperanza
alguna, habló de resignación. Como buen padre judío, me envolvió en una manta y tomó un taxi
para llevarme a otra ciudad distanciada a unas tres horas de camino. A la visita con otro médico,
encontró el mismo pesimismo, con la sutil diferencia que dio un remedio casero: dale una
cucharadita de leche condensada tantas veces hasta que su cuerpo la soporte. “Si lo logra puede
que se salve”. A la semana de regreso en ese u otro de los tantos bares de mi Melilla, estaba mi
padre brindando con otros amigos cuando el médico del pueblo con gran seriedad y lleno de
tristeza, vino a darle su sentido pésame, con una carcajada y una sonrisa estruendosa mi padre le
informó que
su hijo estaba jugando con otros niños en la calle. Documentó al médico de lo sucedido y éste soltó
a llorar abandonando el lugar.
En unas vacaciones en la ciudad de Villa San Jurjo, como castigo, mi tía había ido a la playa a mis
espaldas, con engaños no me quiso llevar. En cuanto lo descubrí salí corriendo tras ella y en un
risco cercano a la playa, al ver que se alejaba y no lograba darle alcance, di un tremendo grito y me
lancé desde una altura peligrosa y considerable. La caída fue aparatosa, por meses tuve un
tratamiento para la recuperación de la piel de mi rostro, el mismo por el daño en la piel y la
hinchazón me hacía parecer un monstruo.
En otra oportunidad yendo de la mano de mis padres, en algún lugar, ellos se me perdieron y
estuvieron extraviados todo un día, no recuerdo que hice, pero me contaron que hasta la policía me
estuvo buscando por todos lados.
Indiscutiblemente hay infinidad de ocasiones que se pasan o se olvidan de nuestra mente,
especialmente aquellas que nos desnudan, algunas que demuestran nuestras debilidades. En mi
caso de tres hermanos dos varones y una hembra, fui el segundo, el del sándwich. Ventajas y
desventajas que desde el comienzo se nos presentan. El haber venido dos años más tarde de lo
esperado otorga beneficios secundarios. Lo que mi hermana con un simple pedido era como una
orden, en mí éstas jamás hicieron efecto. Bastaba una orden, para ser desoída. Para notarlo, o
explicarlo, basta uno que otro ejemplo y el conocerme un poco. Estando mi padre en América
tratando de hacerla, de lograr radicarse para podernos llevar, mi madre se ocupaba de lo que aún
hoy hace, ella es adicta al juego. Puede estar sentada doce horas sin parar y le sigue faltando
tiempo.
Cuando salía a jugar a casa de alguna de mis tías, me sermoneaba, “No te atrevas a salir, mucho
menos sin haber hecho tal o cual cosa” (bañarse, las tareas, comer, etc.) el ver la cara de mi
hermana era una poesía, pareciera que el regaño y la orden era para ella. No bien mamá cruzaba
la esquina, sacaba mi triciclo y me lanzaba cuesta abajo. Como ya dije, el mío no era un
espectáculo, mirar a mí hermana si, ella sentada en la acera me veía toda atemorizada, incrédula,
parecía estar observando un juego de tenis, viendo de un lado a otro por si mi mamá venía. Desde
pequeña había sido una niña obediente y eso la hacía sufría por mí. Siendo más joven me gustaba
la política, tenía dotes de orador y estaba siendo seguido por compañeros de liceo y amigos, el
haber logrado la presidencia de los centros estudiantiles en mi época, era haber ganado al partido
de gobierno, para ese entonces vivía en Venezuela, no era venezolano y además era judío. Toda
una caterva de opositores nos tenía acorralados, nos hicieron decenas de disparos, pretendían que
renunciase al cargo. Mis padres durante toda la semana habían estado recibiendo amenazas de
muerte para toda la familia, aunque ejercieron
toda la presión, no dimití a mis ideales. Aquella desastrosa noche, hasta el gobernador del Estado
tuvo que venir en mi socorro. Así estuve en mi historia, como en la de mi padre en la suya en un
puesto de guerra sin armas, De mayor he tenido dos accidentes automovilísticos donde supongo
alguno de mis ancestros tuvo que haber sido demasiado bueno para que en ambos me perdonaran
la vida. Y en esa misma etapa, a los pocos años de casado, estando de visita en la Isla de Aruba,
en plena inauguración del Hotel Concord, en la segunda noche, el casino fue benévolo conmigo me
quedé jugando hasta que nos sirvieron desayuno. Cerca de las nueve de la mañana al llegar a mi
habitación, mi esposa estaba saliendo al pueblo de compras. Como no es costumbre en mi le exigí
me trajera urgentemente un desodorante, ordené lo comprara en la farmacia del hotel. Ella
extrañada me hizo ver que era mejor y mas barato traerlo de la ciudad, volví a increparle casi a
gritos y sin dar chance a réplica.
Feliz, trasnochado, con un cansancio agradable privilegiado por el triunfo en el juego, a mi llegada
me quité los pantalones y los puse sin darme cuenta encima de una lámpara apagada, mi esposa
salir sin darse cuenta la encendió, al rato, el calor prendió los pantalones, primero, humo, luego:
fuego. El mismo ya había corrido por la alfombra y se había comenzado a prender la colcha.
Pasada media hora, mi esposa al llegar a la habitación, para cumplir con mi pedido, me encontró
profunda y dulcemente dormido. Dio un tremendo grito, lo sentí en sueños, me costó despertarme,
toda la habitación estaba llena de humo y de llamas. Tuvo que asistirnos los bomberos de la isla, la
alarma contra incendios no funcionó, multaron al hotel y luego de las investigaciones policiales, nos
cambiaron de habitación. De no haber regresado en ese momento mi esposa, con el absurdo
pedido del desodorante, ese sería el fin de mi historia.
Primera novia
Vivíamos en Madrid, tenía seis años cuando me enamoré por primera vez. Ella era la hija del
conserje, recuerdo me gustaba estar a su lado. Quizás la mudanza a una capital a un sitio donde
todo era desconocido, y entre otras cosas venía un nuevo hermanito o la falta de presencia de mi
madre por un tiempo, ya que con el adelantado e inesperado fallecimiento de mi abuela, tuvo que
ella que regresar a Melilla y dejarnos con una vecina. No lo podría decir, la verdad es que no sé la
causa, si, que sentí necesidad de la compañía de otro ser.
A cazar leones en América
El pueblo judío por centurias ha sido considerado como un pueblo errante, este es un nombre que
le queda como anillo al dedo a mi madre. Desde que tengo uso de razón vivíamos en una
constante mudanza: primero de una calle a otra, luego en la misma calle, pero en otro número,
más tarde de Melilla a Villa San Jurjo, a Nador, Ceuta, Tetuán, de regreso Melilla, Madrid, melilla y
ya como para cambiar un poco la rutina, mis padres deciden saltar el charco. Cuando todo el
mundo piensa y realiza ir al África para cazar leones y otro tipo piezas, nosotros en un
desbarajuste de la lógica y siguiendo el canto de lejanas e invisibles sirenas. Venimos a la madre
patria en época de plena dictadura. Llegamos a la capital a Caracas y en menos de lo que canta un
gallo, mis padres vuelven a las andanzas y haciendo maletas nos vamos a Maracaibo, la ciudad
del sol amada. Venir de una capital en pleno invierno, de unos nueve grados bajo cero a treinta y
seis grados de calor a la sombra. Era suficiente como para tornar en loco a cualquier cerebro sano.
Y así en vez de cazar leones en África me encuentro cazando iguanas en Maracaibo. La ciudad en
ese entonces estaba verde en lo referente a vialidad, urbanismo, desarrollo etc., vivíamos en una
quinta, y el patio de atrás nos acercaba a lo que un niño con imaginación podía llamar la selva.
Saltar la barda y encontrarse con un espacio que a lo mejor no superaba los
mil metros, pero para mí era una inmensidad.
Portando una honda, salía con mi hermana Esther a la caza: Ratas, iguanas, conejos, pájaros,
palomas. Animales salvajes en la mente de un niño que desde pequeño vivía una fantasía. Los
charcos eran grandes ríos, las lomitas inmensas montañas que separaban el yugo de una rígida
madre con la libertad de la naturaleza. Cuántos árboles conquistados, miedos rotos, traumas
perdidos, amigos ganados.
Mi vida comenzó y con ella vino la competencia. Destacarse en o fuera del hogar era con hechos,
con palabras y acciones. Los maracuchos literales amantes de la lucha libre, el boxeo y
dominantes de la política siempre encontraban motivos como para dar comienzo a una lucha, a
una riña, siempre estaba presente el deseo de retar y quitar la pajita en el hombro ajeno. Si debiera
sumar las veces que peleé, creo que todas. Si eso no es competencia entonces qué.
Tener una hermana responsable, sumisa, superdotada, con notas siempre sobre diecinueve y
tratar de superarla, era otro reto, ése si que imposible de destacar. Lo que era más sencillo era
distinguir su timidez, cobardía, inocencia. En eso competía y siempre le ganaba.
Mi método de estudio
Mi madre compraba todos los libros que indicaba el colegio al comienzo del año, a la larga dejó de
hacerlo. He heredado de mi padre una memoria prodigiosa y con la explicación de los maestros era
suficiente. Reconozco a mi primera fuente de enseñanza como la adquirida de viva voz. Siempre
he tenido como amigos a gente que sabe más que yo, gente que de alguna manera me ayudaron a
ser lo que sé y lo que soy. Tengo la suerte de haber encontrado en el transcurso de mi vida a
personas muy especiales: mis primeros profesores; ductores inobjetables de mis ambiciones y
deseos, en especial un viejo español llamado profesor Carrizo. El lenguaje era para él la sangre del
hombre, la bomba de acción y emoción. Sus clases eran cuentos novelados, su acento demasiado
cerrado, tipo madrileño una especie de español clásico aderezado con el respeto del conocimiento
a fondo de las cosas, con el recurrente amor que conlleva una realidad frustrada por motivaciones
políticas, con el traspaso no egoísta de un bastísimo conocimiento dado de forma y manera muy
paternal de un hombre huérfano de familia, hijos y parientes.
El profesor Manotas, uno de mis ídolos, él era capaz de crear y realizar una novela en vivo. Su
estilo de redacción era impresionante: encabezado, cuerpo y despedida. Tres fundamentos para
lograr llegar al meollo de las cosas, al sentimiento y al deseo de lo buscado. Cualquier palabra
dicha era suficiente para generar toda una historia de amor, guerra, negocios, etc. Sus cartas las
guardo en mi memoria y aún conservo frescas. Fueron joyas que despojé y mantengo desde mi
juventud. Gracias maestro.
El profesor Gandica, mi maestro en economía y contabilidad, él sin darse cuenta despertó en mí
una fuente de inspiración que prendió hace años y que mantengo despierta y latente desde
entonces. Entre los ductores que dejaron su marca en mí, no puedo ni debo olvidar a mi señora
madre. Ella fue insaciable en lo referente a aprendizaje. Primero clases en el colegio, luego: solfeo
y teoría, piano, violín, dibujo arquitectónico, escultura, música clásica, taquigrafía, mecanografía,
inglés, italiano, canto en la coral, teatro, baile clásico, y al final ballet. Si ésa es mi mamá, nada era
suficiente, ella suponía digo yo que en la vida real podría suceder el aprendizaje como por
osmosis. De ese esfuerzo cosas sé que agradezco, otras, me han hecho sufrir sin necesidad.
Nunca he podido estar tranquilo ejerciendo un oficio, teniendo una sola empresa, leyendo o
escribiendo un sólo libro, o pensando en un solo tema. Eso no entra en mi mente, es como una
situación simplista a la cual no he sido preparado.
Llegada a Maracaibo
Con mi padre en Venezuela, específicamente en Caracas, fuimos llamados, nos envió las visas y
mi madre junto a mi tío escogieron el medio de transporte: El Queen Elizabeth (El Lucania). Qué
lejos de la realidad un barco de quinta categoría lleno de inmigrantes acobardados y temerosos, en
una mal llamada tercera clase. Describir la malaventura en el barco es recordar sólo lo malo. Y de
echo fue tan malo creo yo que con la cantidad de maldiciones que los pasajeros le hacían, a las
pocas semanas nos enteramos que el barco se había incendiado y se fue a pique. Han pasado
cuarenta y ocho años de ese entonces, aún me niego volver a embarcarme en otro barco.
Como dije la llegada al puerto de La Guaira: parco recibimiento, mucho malestar acumulado,
grandes dolores y también varios kilos de peso perdidos. Caracas no fue la meta, mi padre cometió
otro de sus errores y con las mismas maletas al poco tiempo viaje a lo desconocido, a la tierra del
sol amada. Tenía ocho años a mi llegada a Maracaibo, adaptarme al calor, acento, amigos, otra
idiosincrasia, nuevos colegios, y en especial alguna que otra estrechez no fue simple, pero la niñez
tiene ojos nobles, todo es de color azul. Una de las cosas que más impresionaba de Maracaibo y
supongo de Venezuela era la abundancia. En casa de mi abuelo en Melilla, desbordaba la
abundancia, él negociaba con especies y eso permitía tener en nuestras bodegas en la terraza de
la casa de todo, barriles de aceitunas, aceites, nueces, pasas, uvas, vinos, dulces curados, ajos
patatas, harina, trigo etc. En Madrid ya sentimos el cambio, todo era comedido, las cosas venían
en números simples. No se compraba sino lo necesario.
A veinte por bolívar estaban los plátanos, eran enormes, diferentes, no dulces, pero al asarlos eran
apreciados por todos. Las patillas coreanas cada vez asombraban con su tamaño y peso, las
manos de guineos eran una bendición, las frutas casi todo el año adornaban con gran belleza a la
más humilde de las fruterías. En las calles los burros tiraban de su carro ofertando de todo, desde
vegetales, frutas, cepillados, chicha, era como vivir dentro de un circo. En cada esquina una venta
de arepas tostadas con pernil, perros calientes, hamburguesas, pan con pernil, queso de mano,
empanaditas, pastelitos de carne y de queso, tequeños y paro de contar. Cuando íbamos a pescar
al puerto no llevábamos carnada, los pescadores a mano amplia, nos obsequiaban camarones,
estos eran no apreciados por los maracuchos, al igual que sardinas, boquerones, mejillones,
langostinos, cangrejos y demás mariscos. Campos de fútbol, de béisbol, bolas criollas, o de caza,
para ir contra iguanas, culebras, o demás, había frente a cada casa.
Maracaibo estaba deshabitado, no existía premura en lo que llamamos explosión demográfica.
Recuerdo llegamos una tarde a la casa de mi tío Alberto Chocrón, él era hermano mayor de mi
abuela materna, hacía casi cuarenta años había partido a hacer América, primero estuvo en
Ecuador, Perú y puso anclas en Venezuela, su primera estadía y se puede decir la más larga fue
en Maracaibo y al final una afección pulmonar lo obligó a mudarse a Valera por el clima de
montañas. Mi tío Alberto era una cosa especial su casa era algo parecido en Europa a los
Colhouse, con la diferencia que ésta le pertenecía a él sólo. Su familia ya numerosa se vio
acrecentada con nuestra llegada. Desde el primer momento fuimos recibidos con afecto, jamás
sentí en ellos ese celo por pérdida de espacio, o mismo de amor paternal, el respeto hacia mi tío
no era normal. Ellos entre familiares y servicios eran nueve, nosotros cinco. Sería una suma simple
el poder mencionar el total, pero no era así, esa casa en cada una de sus paredes respiraba
amistad, bondad. Podía decir que éramos más de veinte los que estábamos a la hora del almuerzo
y la cena a veces esta cifra era superada. Mi tío era campeón de dominó, deporte de mesa que
practicó todos los días de su vida, sus amigos como él, eran buenos jugadores, les gustaba libar
buenos vinos y otros y todos ellos compartían esos gustos.
Sus gritos de guerra eran para mi madre una demostración de cariño y placer solía recordar
platillos de su infancia y por primera vez en su propia casa podía darse esos gustos: “sobrina, Simi,
hazme una de esas dafinas de mi vieja tierra” sus recuerdos estaban tan arraigados que sin
importar fuera o no sábado día que se acostumbra comer dafina el la pedía a cada rato.
Vendedores ambulantes iban y venían a toda hora. Los servicios eran a domicilio: zapateros,
electricistas, plomeros, pintores, albañiles, pulidores de carros, maestros de obras, costureras a
domicilio, etc. La mayoría de las casas poseían paredes y techos seguros, sus puertas y ventanas
ya era otra cosa, las mismas carecían de seguridad, no existía miedo, de haber ladrones, supongo
estarían de vacaciones, porque o eran flojos o no necesitaban hacer prácticas.
Como niños nos fuimos adaptando a los acontecimientos, mi amigo Enzo Piarrulli, el italiano era
hijo del dueño de la heladería, no nos cobraban los helados al ir con él. Así éramos uña y sucio con
el de la frutería, los Urdaneta, dueños de cines, los Baralt dueños de otros cines y generábamos
una especia de compadrazgo. Pocas por no decir ninguna vez pagábamos para ir al cine. Frente a
mi casa teníamos uno y el portero nos avisaba de cambios de película o a veces nada más de
noticieros o tráiles, si la película era censurada para mayores de catorce años, o sin censura,
debíamos esperar el cierre de la taquilla de venta, entonces cuando el censor marchaba
pasábamos a verla, no recuerdo haber visto alguna cosa extraña, la censura era zanahoria.
Maracaibo me hizo hombre, y a la vez terco, pienso que la falta de mi padre, ya que él viajaba la
mayor parte del mes, y la poca constancia de mi madre forjaron tantos errores en mí. Los castigos
de mi padre eran palizas, a la que me acostumbré desde temprana edad, él no encontraba la
manera de poderme hacer entrar en razones. Más eran los palos, mayor era mi
tozudez. Si me decía que la hora de recogida era a las 10 de la noche, ese día era todo un sufrir, el
cine terminaba a las nueve y debía inventar en qué perder el tiempo para no llegar temprano, a
veces me quedaba en la escalera, esperando que el reloj diera las diez y diez, tocaba la puerta y
con la respuesta: ¡éstas no son horas de venir, pasaba la noche afuera disfrutando mi atrevimiento!
Pobrecita mi hermana, ella si sufría por mí.
Otras veces era castigado por alguna maldad, travesura, o vaya usted a saber. El castigo: hoy no
hay cine, hoy no puedes salir. Esperaba disimulando estar dormido y sigilosamente me escabullía
por la ventana de la casa, vivíamos en un primer piso, saltaba al techo de un carro y de allí, al cine.
De regreso era como una película en retroceso, primero al techo de un carro luego al toldo de
metal y a la cama. Esto se repitió decenas de veces, hasta que me detuvo una vez la
policía. Primero el susto, luego la respectiva paliza.
Hablo de mis andanzas, de las palizas y suena como pase de facturas hacia mi padre. La verdad
es que hoy entrando en mi propia vejez, y echando de menos a mi padre, puedo decirles sin que
me queden dudas, que él supo educarme mejor de lo que yo he podido hacer con mis hijos. El
recuerdo a los golpes y castigos, marcó mi enseñanza, creí en la educación moderna, sé, me
equivoqué. Los hombres debemos ganarnos la gloria, las batallas son a veces necesarias para que
los pueblos se desarrollen, el aprendizaje no se logra con sutilezas y el mundo no posee ni utiliza
guantes de seda.
De las personas que jamás podré olvidar están de primero mi padre, luego mi rabino, y de seguida
el cura que me obligaba a rezar el rosario. Tres castigos diferentes, que forjaron un carácter, una
determinación y que juntas lograron alejar al miedo de mí. La comunidad judía de Maracaibo era un
grupo pequeño que se lograba integrar fácilmente, nadie estaba de más, los niños de la misma
edad nos podíamos contar con los dedos.
Para cumplir con los rezos éramos siempre llamados, y la costumbre, era que cada viernes en la
noche nos reuníamos en casa de alguno de los nuestros, ese viernes alguien prestaba su casa y la
madre se desvivía en quedar bien con todos. Era casi una ceremonia, nadie faltaba, formábamos
un grupo de parejas. De faltar, alguien se quedaba sin bailar. Conocí el viejo club, y luego viví el
nacimiento y desarrollo del nuevo junto con el colegio. Su estándar educativo en ese entonces, era
significativo, los egresados del colegio Bilú eran bienvenidos a otros niveles educativos, yo como
les dije sólo fui alumno del colegio hebreo un año, el de mi Bar Mitzvá.
Desde mi edad tempranera era amigo de personas con más experiencia, me gustaba el derecho,
como jugaba bien el domino me hice amigo de uno de los abogados de ese tiempo más famosos
del Zulia, El Turco Vaimberg. Cada juicio, cada documento que él elaboraba, pasaba por mis
manos y de alguna manera algo de ellos grabé. El derecho ha sido mi meta inalcanzable, pero sin
haberme dedicado a él lo he de alguna manera ejercido en repetidas veces para mí y para alguno
de mis amigos. Recuerdo una vez fuimos a Cabimas para tratar de cobrar a un árabe que se
negaba a pagar. El turco me envistió como perito y fuimos dizque a embargar. (A tratar de darle un
susto). La tienda estaba llena de cajas de camisas. Pero todas sin excepción estaban vacías.
Viendo que nos había ganado en velocidad, entré en la parte posterior para ver si la mercancía
estaba escondida, no, lo único que había era un par de guacamayos enormes muy bien cuidados.
En broma le dije al abogado que las guacamayas me gustaban. El Turco ni corto ni perezoso dijo:
quedan embargadas las guacamayas. Salió un grito de su garganta. ¡Nooo! El hombre conociendo
el afecto que su esposa tenía por los pájaros, no lo permitió, el árabe pagó su deuda. El Turco
Vaimberg era copeyano, formaba parte del partido de oposición. En ese tiempo un camión del aseo
urbano había atropellado a un ciudadano y su familia había contratado los servicios de él. El caso
lo manejó con toda la sapiencia, y en plena época de elecciones embargó todos los camiones del
aseo; durante una semana no hubo recogida de basura en la ciudad. Ese año lo acompañé en sus
atrevidos pasos, en dos oportunidades recibimos ráfagas de tiros como amenazas y por primera
vez los copeyanos ganaron las elecciones en la ciudad gracias a mi amigo.
Durante varios años aunque en distintas casas, fuimos vecinos de los contrabandistas más
grandes y preparados de la ciudad. Maracaibo tenía eso, había de todo y para todos, este hombre
con porte bonachón, con nombre de santo: San Isidro, era alguien digno de conocer, era todo un
personaje. Poseía un harem estaba casado con siete mujeres y a cada una le daba el mismo trato,
a todas las tenía en una casa similar, con los mismos muebles y regalos, ellas se reunían en
ciertas festividades, eran amigas, no había competencia, era él un hombre feliz, lástima que no
supe preguntar sus secretos, se los llevó a la tumba. Por su casa desfilaban para regalos y
dádivas, uniformados y no, en sus nóminas paseaban guajiros y extranjeros, tenía una forma de
ser desprendida y afable. Las mejores y más suculentas fiestas las viví en su casa.
Primer desengaño
Como dirigente estudiantil tuve la oportunidad de visitar casi todos los liceos de Maracaibo y sus
alrededores. La gente gusta de la popularidad, creo que como el poder, ésta genera un imán en los
demás. Tendría dieciséis años, sin licencia, sin carro, cargado de un espíritu de vencedor, mismo
que te hace ver las cosas con una óptica desdibujada, me atreví a pedirle al jefe de mi papá
muestras de sus ropas, le propuse me fabricara trajes de graduación, le manifesté que me sentía
capaz de venderle toda su producción, acordamos un diez por ciento de comisión luego de
cobradas las facturas. Primer contrato, primer desengaño. La respuesta al final de mi trabajo: “tú
eres muy joven para ganar tanto dinero.” La estafa me dolió, muchos meses de trabajo, de idas y
vueltas, de contar cientos de pájaros volando, de saciar aquellas necesidades que sólo cubre el
dinero, de sentirse realizado por logros obtenidos, al matar la ilusión de poder regalar a los míos un
poco de cosas a lo mejor sin sentido, pero que en conjunto me habían hecho feliz mientras iba
acariciando los resultados tangibles. Qué les puedo decir, el dolor se mantiene y la tristeza por
muchos factores me embarga.
Hoy mi padre ya no está, lo comprendo, defendía el pan de sus hijos, temió por todos, quizás hizo
lo correcto, no lo sé, nunca me fue aclarado, pero el ver a mi padre permitirle a este cerdo se
atragantara con mi dinero, me dejó desarmado. Analizo, repaso, y logro de nuevo descifrar lo hasta
ahora indescifrable. Con esa acción me doy cuenta, debí perder el amor a algo o alguien, perdí el
amor al dinero, jamás éste ha sido motivo de preocupación.
El dolor recibido con la primera pérdida fue tal, los sueños derrumbados causaron un tan
estrepitoso efecto. Que he tratado por todos lo medios de no volver a revivir aquello. Desde ese
momento en adelante, me ha dado igual ocho que ochenta.
Hobbies
Nuestra posición económica se vio mermada desde el mismo momento de nuestra llegada al país,
aquellos amigotes que ofrecieron a mi padre en Madrid villas y castillos en el supuesto caso de él
venirse a vivir a Venezuela, se quedaron en eso que llamamos cuarta o quinta dimensión
desconocida. Nada ni nadie cumplió con su palabra u oferta. Me gustaba toda clase de juegos,
billar dominó, ajedrez, póquer, dardos, ping pong, y sobre todo jugar en maquinitas traganíqueles.
(Vicio que mantengo, poseo aún varias maquinas de ese tipo en mi casa).
Cuando el dinero no sobra si por el contrario es escaso, cuando las ganas de jugar son muchas y
el riesgo de perder es doble. Uno se especializa y para competir (vicio repetitivo) se debe ser el
mejor. Y así me convertí en campeón de ping pong, jugador avanzado en domino, ajedrez, billar,
especialista en maquinas traganíqueles, rey y mago de las cartas. Para dominar el bowling donde
llegué a jugar primera categoría, me ofrecí como trabajador voluntario en una de las boleras de mi
ciudad, durante los ratos libres veía, escuchaba clínicas, practicaba y luego estaba preparado para
jugar con cualquiera. En aquellos momentos se apostaba la línea y los refrescos, conseguí una
manera de jugar divertirme y comer gratis. (Sigue la competencia) De niño cambié un par de
patines por una bicicleta destartalada, con paciencia, esfuerzo y muchas ganas, la compuse y di
comienzo a otro de mis grandes hobbies, el trueque. Creo que ese fue el verdadero comienzo, los
niños cambiaban barajitas y yo sigo cambiando empresas. Por la bicicleta obtuve una bicimoto con
el motor dañado, luego en el mismo proceso, la cambié por un carro viejo que a mis quince años
me servía para pasear y me producía una pequeña renta al alquilárselo a un amigo como taxi.
Una vez que el taxi comenzó a pedir repuestos y refracciones, lo vendí e invertí el dinero en mi
primer negocio, tenía para ese entonces quince años, la edad impedía mi entrada a centros
nocturnos. Con el dicho de Si Mahoma no va a la montaña, la montaña va a Mahoma. Pegado a
una panadería había un estacionamiento amplio, lo alquilé y abrí mi propia discoteca; las damas
tenían entrada gratis, los hombres amigos o conocidos traían su propio licor.
Primer trabajo
Tenía diecinueve años cuando vine a Caracas a pasar dos semanas de vacaciones. En el tiempo
previsto consumí mis reservas de dinero, el camino era sencillo: me empleaba y trabajaba o
regresaba a Maracaibo. Por medio de un amigo fui a solicitar trabajo en una empresa especialista
en la venta a crédito de artefactos eléctricos y muebles. En mi primera entrevista el gerente general
preguntó mi edad, le dije tener veintitrés años e inmediatamente antes de su repuesta agregué: por
cumplir. Dos años de mi vida entregue a esa empresa, gané lo que hoy considero experiencia.
Seguí como gerente de una tienda por departamentos y pasé a gerente general de nuevos
productos de la Singer.
Por la experiencia de mi trabajo, la compañía americana depositó en mis hombros, la
responsabilidad de introducir en el mercado Venezolano otros productos distintos a la clásica
máquina de coser que a parte de los repuestos era el único producto que vendían. Comencé
Primero con: neveras, televisores, radio tocadiscos, telas, pasamanerías, hilos etc. Generé en el
año 1971 lo que se llamó el nuevo concepto en tiendas Singer. Para acelerar las ventas abrí cursos
gratuitos de corte y confección donde por supuesto era con nuestras modernas máquinas de coser
con las que se impartían las prácticas.
Falto de experiencia en lo referente a la línea de adornos y pasamanerías, confié en un paisano y
mostrándole el probable futuro, le pedí, me surtiera las primera ocho tiendas con los productos que
él sugiriera como indispensables, para ese entonces teníamos más de cien tiendas a nivel
nacional, ello me hizo creer no me engañaría. De nuevo la realidad y lo ideal se separan, lo uno
nada tiene que ver con lo otro. Al poco rato, me di cuenta que una gran cantidad de rollos de cintas
de terciopelo no tenían salida alguna, era lo que llamamos en nuestro argot un clavo. No sirvió
hablar, explicar, proyectar futuro. Nada. El paisano dijo no aceptar devoluciones.
Las crisis son madre del ingenio y éstas a veces sirven para generar soluciones. Con ocho tiendas
llenas de cintas de terciopelo y ninguna demanda de ellas, algo había que hacer. Se me ocurrió
comprar unos camafeos y con los ojetes que vendíamos produjimos collares de todos los colores y
anchos, fue un éxito, las mujeres, grandes comerciantes sacaban sus cuentas y dedujeron que
ellas los podrían producir a precios más económicos le dimos herramientas y ellas se convirtieron a
conciencia en nuestras mayores clientas y competidoras de nuestros collares. A los pocos días, se
nos agotó la cinta de terciopelo.
Una casi desgracia comercial me trajo buenos dividendos. Viendo el furor de los collares, me atreví
a comprar fantasías, se comenzaron a vender muy bien, pero la compañía Singer en
origen había sido vendida a otro grupo, el nuevo Presidente de Latinoamérica asignado no quería
riesgos, sin medir ni calcular beneficios o pérdidas, me asignó la cuenta de fantasías y como vio
que yo le tenía fe, traslado las cifras a mi haber, así, de la noche a la mañana dentro de la
organización pasé a ser un afortunado empresario.
Experiencia comercial
Al detenerme a leer el titulo parece, y me suena como un currículum vítae, a veces leo lo
que escribo y me hace gracia, unas porque al comenzar a contar vuelvo y vivo, otras, al reconocer
en mí a otro individuo. Siempre creí que uno después de hecho, me refiero al llegar a zagalón, no
se lograban cambios por eso de “quien nace barrigón ni que lo fajen chiquito”, a esta altura de mi
vida, viendo de manera objetiva, ya que no tengo a quien dar cuentas, ahora pienso, es una
expresión muy simplista. La vida, aquella que vive en mi memoria, y la que estoy actualmente
viviendo, es completamente otra. Lo expliqué anteriormente cuando hable de los tres personajes
que moldearon mi vida. Creo fui egoísta, no tuve la paciencia de profundizar, de ir más allá de lo
que mi corazón manda. No fueron sólo tres. Ellos, hicieron despertar en mí un tipo de
sentimientos, ansiedades, necesidades y deseos. Los que vieron la parte tosca en mi piel, y la
supieron curtir, sacarle brillo. Fueron otros.
Cómo olvidar por ejemplo a mi madre, cómo no agradecer la enseñanza de Anita, cómo
desprender de mí, la supersensibilidad que con mis hijos aprendí. Cómo dejar al olvido las miles de
miles de horas de toda esa gente tan brillante, preparada y culta, que sin esperar nada a cambio
me transmitió y dejó que tan fácilmente, me apropiara de algunos de sus conocimientos, cultura y
modales. Cómo no reconocer el bien que en mí logró alguno que otro detractor. Bajo esa
experiencia, con la presión del poderoso contra el débil, emulando a mi compadre, salí a luchar con
molinos de viento. Se preguntarán y ahora de que está hablando. No es tan complicado. Por más
de veinticinco años he sido articulista de mi periódico comunitario Nuevo Mundo Israelita. En
muchas de sus publicaciones, hasta en cuatro páginas completas se podían encontrar mis
artículos los cuales giraban sobre distintos motivos y dirigidos a diferentes intereses.
En nuestra comunidad, como supongo en la gran mayoría ocurre, un grupo élite,
manejaban y tenían todo el poder. Eran grupos que se sentían dueños de la verdad absoluta,
pareciera ser que sus opiniones eran las únicas válidas, y cuando estos, se cansan o aburren para
no perder la práctica y las costumbres, ellos tratan de dejar en sus puestos a familiares o amigos a
como dé lugar. Referirme a casos específicos, ir contra alguien en particular, destacar el egoísmo
humano, detallar negociados, favores, o mismo ayudas a familias de directivos, antes que a otros
necesitados. Sabemos y ustedes también conocen que han sucedido y seguirán ocurriendo.
Los que me conocen saben como soy: buen hablador por naturaleza, puedo tomar un
vuelo de ocho horas y terminado éste, he entablado amistad con la mitad del avión. Como
multifacético vendedor estrella y alumno de Carnagie he aprendido de memoria muchos de los
famosos chistes. Les dije que mi memoria ayuda. He conocido y a la vez, he aprendido de una
variedad tan extensa de personas. He acostumbrado a mi familia a echarles cuentos todos los
viernes, para colmo de males, comencé en la década de los sesenta a escribir poesía, mi repertorio
se acerca a miles de ellas. He estado practicando con todo tipo de cosas y de personas. El crear
una poesía, se ha convertido en costumbre.
Desde esa misma época era consecuente articulista de nuestro periódico comunitario.
Pasados treinta años y con una buena aceptación por el público de mis artículos principales.
Personajes de nuestra comunidad. Historias completas de nuestros Sobrevivientes, con sus
vivencias, y detalles y otros de distinta cochura. Alguien antes que yo supuso dentro de mí ese
gusanillo que a un hombre inquieta y le despierta algo más de su conciencia. Él o ellos sabían me
inmiscuiría en política comunitaria, siendo el miedo libre, comenzaron las intrigas.
El periódico por órdenes superiores, dejó de publicar mis artículos, las excusas como tales,
fueron variadas, que si no hay papel, si los espacios estaban llenos, etc. Y ni corto ni perezoso,
comenzaron a irse acumulando mis artículos sin la debida publicación, así ocurrió con el primero,
segundo, hasta llegar al octavo. Ese número fue la gota que desbordó la copa. Como les dije, me
encanta escribir, es mi mundo, no puedo pasar un día sin hacerlo, me ocurre inclusive mientras
estoy comiendo, si algo me viene a la mente y considero pueda tener valor, saco pluma y papel y
escribo. No puedo ocultarles, que muchos de mis escritos sirven como papeles reciclados en mi
oficina. Al preguntarme, de dónde me nace escribir, esa vena supongo viene de mi madre. La otra,
de rebelde sin causa, de mi padre. Y en lo referente a la de sumisión, como en mi familia no
tenemos de ese tipo de gente yo no la heredé, por lo tanto en mí, brilla por su ausencia.
Ya para ese entonces había editado tres de mis primeros libros, con opiniones aceptables,
y había obtenido logros internacionales: el Yad Vashem de Israel, reconoció ante una auditorio de
casi mil estudiantes latinoamericanos, las bondades del libro, se dijo que Sobrevivientes, era uno
de los mejores libros escrito en español sobre el tema. El pueblo de Port Bou, por medio de La
comunidad catalana y en nombre de su presidente Györdi Pujol, llamó a mi casa, al no
encontrarme, el mismo Pujol, agradeció a mi esposa mi trabajo por la ayuda del esclarecimiento y
las correcciones logradas a través de la historia contada por el sobreviviente Jorge Planas, amigo
personal de él, quien logró junto con su padre, hermanos y gente de la resistencia ayudar en la
salvación de más de seis mil judíos, entre alguno de ellos podemos y debemos mencionar al
filósofo Walter Benjamín, y a un gran amigo que conocí en Venezuela: James Janson.
Hace unos años fui invitado por el pueblo para la inauguración del monumento a Walter
Benjamín donado en su totalidad por la gente de Port Bou donde dieron una condecoración sus
aldeanos a mi amigo Jorge Planas. La biblioteca de Mathenhausen, por el esclarecimiento del caso
de José Pérez, otro héroe de Sobreviviente y como no judío, quien fue testigo de la masacre
realizada por los nazis, envió una carta de agradecimiento. El alcalde de Melilla, por su interés
personal en el tema, y gracias a éste último, pude lograr recuperar mi nacionalidad original, la que
había perdido hace casi treinta años. El Faro de Melilla, en nombre de su director Rafael
Hernández, quienes promueven mis escritos, y desde hace más de cinco años me obsequiaron
una página Web la que han mantenido abierta hasta hoy en día. Esto, en mi caso, aunque no lo
crean, no ayudó, Nadie es profeta en su tierra, y agregaría: la violencia es el arma de los que no
tienen razón.
Los que se imaginaron podrían silenciarme, se equivocaron. No estudié periodismo,
carecía de experiencia y de muchas cosas, es verdad, pero me sobraba coraje. Con el
consentimiento de mi esposa, en contra de la opinión de mi único hijo varón, saqué mi propio
periódico: DeRelieve. Lo enfoqué a mi comunidad, di alberque a aquellos que como yo, por veto,
no podían publicar sus ideas. El periódico fue calando, cada ejemplar era más colorido, cada vez al
sentirse menos miedosos, muchos comenzaron a enviar sus artículos, ellos sabían serían
publicados, DeRelieve estaba comenzando a tener su propia identidad, fue un periódico sin fines
de lucro, era un producto que además de gratis, les llegaba puntualmente a sus casas. (De eso me
encargaba personalmente). Hasta que un día en mi edición número once, lo decomisaron en
nuestro club y en las otras instituciones comunitarias y lo botaron a la basura. Quedé ante una
disyuntiva, defenderme y atacar, o dejar al tiempo corrigiera tantos entuertos. Como les dije, había
un grupito de personas que por décadas dominaban a su antojo los designios comunitarios, a
través del periódico se abrió conciencia de mucha de la problemática, cabe destacar las que me
constan: se redujo el precio de los productos kasher, antes del periódico el pollo kasher se vendía
a nuestra comunidad a 2.800 bolívares el kilo cuando en el mercado o en los súper el precio
variaba entre ochocientos y novecientos bolívares.
Hicimos conciencia, el kashrut es una necesidad para los religiosos, no se podía seguir
permitiendo tal especulación. Los precios de inmediato fueron bajados a bolívares 1.400. Las
clases de Bar Mitzvá costaban miles de dólares, se hizo comprometer al Rabino para que en
persona o por su orden se impartieran clases gratuitas. Se abrió un compás de espera y se planteó
la necesidad de la Universidad Judía de Venezuela, bajo la sombra de alguna universidad de
Israel, con el compromiso y alternativa de logros académicos reconocidos por ellos y otros piases.
La propuesta era no erogar, comenzar en algunas de las sedes de nuestros colegios comunitarios
en los horarios nocturnos, para no ser estorbo y a la vez ser un polo de atracción en cuanto a
juventud se refiere. Como verán estas ideas de hace más de siete años, ayudaron a no tener
muchos amigos.
Decir hoy en día cuales fueron sus logros, es fácil. Verlo en su momento eso es otra cosa.
Creo que gracias a DeRelieve pudimos de una vez y por mucho tiempo lograr romper el orden de
continuidad que nuestros anteriores directivos tenían. Por esas épocas lancé mi candidatura a la
presidencia comunitaria. Era tal la atracción y llegaba de tal manera el mensaje, que triplicaba la
aceptación. Motivo por el cual, la vieja guardia sin excepción se vio en la obligación de claudicar en
manos de jóvenes profesionales. Sino lo creen, pregúntenselo a ellos. Decir que esto fue todo, ni
pensarlo... Por primera vez había una oposición rebelde con causa. Entre muchos de los miembros
anónimos, se comenzó a respirar con mayor amplitud. Errores de la directiva pasada fueron
corregidos en pública asamblea. Se había declarado personas no gratas a cuatro miembros
prominentes y muy respetables, por el solo hecho de discrepar públicamente sus ideas. Esa vez,
fui con todo, o se retractaba o verían la sangre que mi pluma herida puede verter en un blanco y
límpido papel, el presidente cumplió con lo pactado, pidió disculpas, reconoció la gravedad de su
error y así a los seis meses quedó el asunto subsanado.
Con la escogencia de una nueva directiva, sin vicios, sin pases de factura, con ímpetu de
hacer, muchos de ellos, padres jóvenes intervinieron en los designios de nuestras escuelas y de
nuestra comunidad. Por ese entonces, la comunidad se vio obligada a unirse, había que detener a
como diera lugar a este nuevo Quijote. Esta unión a la larga ha sido buena y sana; pocas
comunidades en el mundo viven tan apegadas, y se guardan tanto respeto. Hubo cambio en las
directrices del periódico. Cada sinagoga propuso para la nueva dirección a uno de sus feligreses y
éste fue aceptado. Eso ocurrió en todos y cada uno de los puntos neurálgicos. En nuestro club en
lo referente a la junta directiva para dar cumplimiento con ciertos arreglos, por convenimientos
previos, se tuvo que abrir las puertas grandes a ciertas familias. Luego se llamó a colaboradores
por su capacidad, su interés comunitario. Algunos de los miembros que me acompañaban en mi
junta directiva, fueron llamados a colaborar y en eso están. Ahora en los liceos, son los propios
padres los que se representan. Esto ha sido el primer paso a una nueva etapa.
Al cumplir quince años, mi padre siguiendo siempre los caprichos de mi madre me envió a
estudiar a Madrid, de nuevo debo invocar lo de su idea de osmosis, creo pretendía con ello, se me
pegara la educación española. Fue un año muy duro, llegué sin estar preparado para ello, ahora el
regreso funcionó al revés. De un Maracaibo a 38 grados a la sombra pasé a un Madrid en pleno
invierno a 9 grados bajo cero. Me estaba muriendo. El frío no era normal. De la pensión ubicada en
Paseo Enésimo Redondo No 28 fui corriendo a Galerías Preciados; requería de muchas cosas:
ropa de invierno y una brújula. Llegué, sin saber qué o dónde hacer. Salí una mañana, comencé a
buscar y al fin encontré, me inscribí en una academia y así sin ver lógica alguna pasé más de un
año en un país como en un castigo, sin entender, sin lograr ver. Lo único que hice fue estudiar. Me
preguntarán qué, de todo, me inscribí como en los tiempos en que lo hacía mi madre en esto,
aquello y aquello otro, en todo. Todo el día todos los días. Poco fue lo que me faltó.
¿Fue beneficioso el viaje? al finalizar el mismo debo decir que sí. Pero fue algo sin sentido,
sin cometido especial, era creo yo, un capricho materno al que debíamos adaptar. Eso mismo
ocurrió unos años más tarde con mi hermano. Una noche al llegar a mi casa encontré en la cocina
a mis padres y a mi hermano en plena discusión. Estaban hablando de la necesidad imperiosa de
enviarlo a estudiar a los Estados Unidos, supuestamente no había otra solución y ya había sido
aceptado en Hobboken en la Universidad iba a lograr sus sueños: graduarse como ingeniero físico
nuclear. Al ver sus rostros, me plegué, hice preguntas, las respuestas de mi hermano siempre han
sido igual, todo punto que él defienda no tiene otra posibilidad, “en Venezuela no hay esa carrera”:
esa era su estrategia, encima la angustia materna y ver a mi padre apoyando a mi madre fue el
punto final, no convencido, pero sin apoyo y siendo el único en contra, acepté, dije que pagaría
todos los gastos. Grave error, perdimos todo un año. Sin contar la parte económica.
Kiki volvió diciendo que ese no era el sueño que él pensaba, ahora quería estudiar
ingeniería química. (Cosa que hizo y terminó) En el tiempo, una vez ya casado, se inscribió para
estudiar derecho, desconozco qué ocurrió. Pero algo si veo claro: de nuevo, los caprichos de
mamá.
El tiempo me ha enseñado que vivimos de lo que hicimos y lo que somos, lástima que
estemos integrados por tan pocas buenas cosas y detalles, que bueno que las buenas aunque
pocas, perduran y nos muestran que sí vale la pena vivir. Hemos aprendido con el transcurso del
tiempo que desde el mismo momento de nacer se nos invaden con dobles mensajes. Al llegar a
este mundo, lo primero que nos hacen por nuestro supuesto bien, es darnos unas palmaditas y nos
hacen llorar. ¡Qué absurdo! Todo sigue por años de la misma manera. Si no hablamos, nos
presionan para hacerlo; si lo hacemos nos piden callarnos. Se nos obliga a comer para después
ponernos a dieta. Si no tenemos amigos, que los tengamos. Si tenemos, siempre son demasiados.
Nos empujan a tener amigas, novias y una vez se tienen: las usuales críticas: esa no te conviene,
etc. luego crecemos y los problemas también. Nos casamos para lograr cierta libertad, en cambio
encontramos que nuestro mundo se achica: ya no se pueden tener los mismos amigos e ir a los
mismos lugares. Tratamos de educar a nuestros hijos sin las fallas y faltas que tuvimos y nos
damos cuenta que también es un error, la gente no es más feliz cuanto más tenga y menos desee.
La felicidad no se halla en la abundancia, en ella se pierde, casi nunca se encuentra. Nadie
aprende al fin con dolor ajeno, la experiencia propia es la única que a veces enseña. Y
desgraciadamente cuando la queremos emplear ya es tarde. Como judíos, como miembro de mi
familia se me ha enseñado que el matrimonio es para siempre. Pregunto, acaso el mismo es un
castigo, o debe ser algo que nos llene de placer. En este momento en el que he vivido esa
experiencia de parte de mis hijos, que he sufrido por y con ellos, que todos están crecidos y dentro
de su mayoría de edad, hoy, yo me encuentro andando por la misma ruta y veo que a veces es un
mal necesario. No creo que hayamos nacido para sufrir, la vida es tan corta, que debemos de
aprovecharla en su dimensión total. No estoy recomendando con esto el proponer el divorcio per
se. Dios me libre. Hay y debe de haber casos para ambas posibilidades. El matrimonio a la larga
sirve para una vez cosechados los hijos, podamos ver y disfrutar los nietos. La vejez en soledad es
un mal incurable. Como el sentirse solo y aislado lo que llamo: la soledad en el matrimonio,
también eso es un mal insuperable.
Hablar mal de alguien no reivindica a nada ni a nadie, pero entiendo que uno se preguntará
qué falló, qué pudo pasar. ¿Será otra? A la gente no debo explicaciones a mis hijos si. Toda mi
vida de casado me ha servido para decir a los cuatro vientos que he sido favorecido con mi pareja.
De ella no tengo críticas, mentiría si algún día me oyen diciendo lo contrario. Mi esposa ha sido
una mujer ejemplar en todo el significado de la palabra. Creo fue el regalo más importante luego de
la misma vida, que Dios me dio. Las cosas han venido cambiando, la conformación familiar
también. Nuestros hijos han crecido, han volado, ahora hay otras gentes otros intereses, otras
personas que requieren de nosotros. Eso es y ha sido el único cambio. Esa es una posición que no
puedo y no voy a aceptar. Si por ello algún día se me va a juzgar. Pónganse la mano en el corazón
y verán que si lo hicieron, lo hicieron sin razón. Sentí que debía decir algo, espero no haberlos
ofendido. Ahora me siento mejor.
Me acostumbré a darles a mis hijos por escrito mis sentires. Cada ocasión he aprovechado
en manifestarles mi alegría por medio de algún mensaje. He tratado por años de enseñarles que
los regalos comprados en mi caso carecen de valor. Por muchas razones: Coleccionar corbatas,
camisas, o medias, no es la manera sincera de recibir un te quiero. Prefiero una tarjeta sin dibujos,
pero con palabras, con palabras escritas según les dicte su corazón. Ese tipo de cosas que al ser
leídas, te hacen llorar. Si, en mi caso, cada uno de mis hijos, sabe como llegar a mi corazón a esa
fibra que algunos dicen tengo escondida debajo de mi grasa, porque no se han dado cuenta que la
llevo a flor de piel.
Comencé a publicar mis poemas hace unos quince años, semanalmente sacaba folletos y
los repartía entre amigos y conocidos. Se llamaban poemario uno, dos y así continuaron hasta el
poemario dieciséis, los amigos que no habían recibido algún número, lo comenzaron a solicitar y
eso me hizo recopilarlos y con ellos publiqué mi primer libro llamado Poemarios, en él vacié la
carga emotiva generada por el amor a mi esposa, hijos y en general puedo decir que las cosas
simpáticas fueron la fuente de inspiración.
Mientras tanto se estaba cocinando Sobrevivientes, un libro que me llevó años terminar; en
el ínterin me encontré con Stephanie, una mujer como pocas que durante varias noches se
introducía en mis sueños y no dejaba dormir. Stephanie fue mi primera novela. La protagonista
empleó muchas de mis propias historias y las desarrolló a su antojo, ella era una mujer dominante
que sabía lo que quería y no se detuvo ante nada. Stephanie logró permitir con el desarrollo de su
personaje que el escritor viviera sus propios sueños. Volara por alturas nunca vistas y
experimentara cosas casi desconocidas. Stephanie por años ha tratado de revivir la esencia de su
vida, ella, podría fácilmente engendrar un nuevo y actualizado libro. El problema que ha sido factor
de freno es la falta de tiempo del escritor. Con casi una docena de títulos cocinándose en el horno
de su mente dio preferencia a Poesías al viento, un conjunto de más de doscientas poesías que ha
sido la manera de brotar esa pasión sobre la feminidad y todo aquello que se le relaciona.
En una oportunidad me encontré en la ciudad de Aventura en un centro comercial con una
señora de apellido Cohen a quien no conocía. Ella a sabiendas de quien era yo, al verme sentado
junto con mi esposa, pidió permiso y se sentó con nosotros. Dijo: tener algo que desde hace unos
años ha querido contarnos y comenzó: soy de Caracas al igual que ustedes, aunque usted no me
conoce, yo, si, fui profesora del colegio hebreo, bueno déjenme ir al punto.
Mi hija estaba casada con un americano, ellos tuvieron dos hijos. Hace unos años a ella le
diagnosticaron cáncer y ya le había generado metástasis, aunque se aplicaron los más modernos
tratamientos, el diagnóstico era muy grave por lo que la mantuvieron en una sección especial de
enfermos en estado terminal. Su esposo al ver los gastos, la futura deuda, y la carga de sus
propios hijos, no soportó más se divorció y la dejó, así que me tocó venir a acompañarla durante
sus últimos momentos.
Explicar la enfermedad no tiene sentido, transmitirle sus dolores no vale la pena, pero su
sufrimiento no era normal, su estado anímico estaba por el suelo y el ver la posición tomada por el
esposo, vino a empeorar las cosas. Cuando la veía capa caída, cuando la morfina ya no era
suficiente, cogía unos de los folletos de Poemarios de los que escribió su esposo, se lo comenzaba
a leer y ella sentía como que cada poesía estaba escrita para ella. El rostro se le iluminaba,
adquiría cierta paz y en ese momento la morfina hacía su parte.
Con la ayuda de Dios ella logró milagrosamente superar el cáncer y en agradecimiento al
hospital que la atendió y curó, ahora ella trabaja como voluntaria en la misma sala de pacientes
terminales. ¿Se imaginan cómo los ayuda? Ustedes no lo van a creer, pero ella les está haciendo
lo mismo que yo le hacía, los acompaña y les lee poesías. Me cuenta que les gustan tanto que se
la pasa sacando fotocopias para complacer a los pacientes que quieren tener una copia de ellas.
Ella nota, al igual que a ella le ocurrió, ellos sienten una gran compañía con las mismas. La mujer
comenzó a llorar, a este punto el ambiente estaba tan sentimental que nos dimos un abrazo los
tres y luego de conocer su historia nos saltaron las lágrimas.
Como les dije este encuentro sirvió de motivo para seguir escribiendo poesías, de ahí vino
Sobrevivientes, libro para mí de mayor importancia por lo documental, anecdótico e histórico del
mismo. Sobre este libro detallaré más adelante, porque sé, tiene cosas increíbles y muy
emocionantes, tanto en la historia narrada como en la misma elaboración de cada una de las
entrevistas.
Mientras tanto se suponía íbamos a presentar unas obras de teatro en Hebraica, se me
pidió escribiera un libreto, e hice tres: La fuerza de una conversación. La familia judía. Y Café
concert. Por razones que ya mencioné antes, no fueron estrenadas comunitariamente; lo hizo un
alcalde de una parroquia de Catia las presentó en un acto conmemorativo al día de las madres,
para el cual escribí seis poesías sobre la madre que también fueron presentadas. Tengo entendido
que gustaron.
En la Familia judía dejé libre mis instintos y puse a trabajar mis experiencias. Creo que
sirve para pasar un rato alegre, donde el escritor se ríe de su sombra. La fuerza de una
conversación como el mismo nombre lo indica es eso. Cómo una palabra puede si se sabe doblar
el más rígido acero y lo hace sin que éste quiebre. Café Concert se escribió para entretener a mi
esposa y a sus invitados en uno de sus cumpleaños.
Ahora mientras les narro, veo lo mismo que vi aquella noche, estábamos invitados a una
boda, por ser amigos de los padres fuimos sentados en la mesa principal, la de la familia. Mi
manera de ser siempre ha sido inquisidora, vive en mí aquél niño frente a la vitrina de dulces,
viendo y aprendiendo, saboreando sin probar, imaginando. También el joven en busca de
novedades, inventos, descubrimientos en electrónica, juguetes, vitrinas y de nuevo: mujeres. Les
dije que Stephanie no me dejó dormir hasta que le permití saltar a la vida. Ese día fue otra mujer,
ahora era una de carne y hueso. Se hallaba sentada ella a unos cincuenta metros de distancia, al
otro lado del salón, era una mujer joven, su rostro proyectaba una aureola de vida, de energía
propia que me hizo saltar de la silla en la que estaba e ir hacia ella. Fue la primera vez que la vi,
puedo decir que fue amor a primera vista, me sabía acompañado de mi esposa a la que en ese
momento adoraba. No era el único inconveniente, esta princesa, sí, porque creo es la mejor forma
de poder detallarles lo que mis ojos veían, ella estaba acompañada de su novio. Ni eso ni lo otro
me importó, saqué mi espada, corrijo, saqué de mi alma ese espíritu sentimental y dije: Perdone
usted, podrá decir que soy grosero y atrevido -me dirigí al hombre- pero la verdad es que soy
escritor y el rostro de su chica, si ella lo permite lo quiero usar en mi próxima novela.-el hombre de
lo más normal sin sentirse invadido- dijo: señor Samuel, no tengo problemas, si ella quiere a mi no
me molesta.¿ah, me conoce? ¡Soy amigo de su hijo David! Sé que eso dijo. De cualquier modo
eso o cualquier otra cosa dicha no iban a ser suficiente para frenar mi determinación.
La joven me regaló una sonrisa que aún mantengo fresca y bajo seguridad en las
profundidades de mi mente. Le pregunté como se hace con alguien al que uno le demuestra tener
un verdadero interés. ¿Cómo te llamas? Fueron pocos segundos, sentí estar con ella a solas en un
parque, en una laguna, en el centro del mar. Ahí sentí estábamos: los dos solos. Michelle Boudillo.
Fue su respuesta. Perdóname Michelle pero tienes un algo tan divino que quise conocer en
persona, me permites que te utilice como protagonista y pueda darle a mi novela tu nombre. ¡Claro!
Para mi es todo un placer. El novio aclaró que ella en ese momento había sido escogida y
seleccionada como el rostro Revlon de Venezuela. ¿De qué tratará la novela señor Akinín? -Fue su
pregunta-. Michelle es una novela de acción en la que la protagonista sin saber, se ve involucrada
con la mafia, ésta la presenta en los sitos de la aristocracia, la convierte en una artista famosa, y
como mantienen con ella un contrato firmado a largo plazo, la involucran en problemas
presidenciales, en los que participan las distintas organizaciones de espionaje y contraespionaje.
Varios países son utilizados para el desarrollo de toda la novela, gobiernos tales como el de Irak,
Irán, Israel, Venezuela, y por supuesto el de Estado Unidos, todos ellos forman parte de la cadena
de acontecimientos en los que descubrimos ciertas cosas y métodos secretos al igual que
instituciones. Michelle es la parte central de la trama. A sabiendas los grupos mafiosos de la
influencia que hace en políticos, el dinero, las drogas, el alcohol, el poder y las mujeres, es en este
último papel en el que a ella la involucran y con ella acceden con mucha libertad hasta en lo
profundo de la Casa Blanca y del mismo Presidente de los Estados Unidos.
Así una mujer en sueños y otra en realidad han sido cómplices responsables de mis dos
novelas de amor.
Por años mi padre que Dios lo tenga en su gloria, antes de ir a sus rezos, iba a un club
llamado Shalom Aleijem. Me consta que lo único que hacía era ver como otros jugaban una partida
de domino. Su sentido estricto de honestidad no le permitía aceptar que durante el juego se
golpeara la mesa, esta esa una manera venezolana de indicar qué números tenemos y nos gustan
o cuales no. Él pensaba eso era trampa. Tampoco yo entendí el por qué iba, ahora que no está,
que el tiempo ya ha corrido en mí también, lo deduzco: El hombre es dueño de sus sentires y de su
rutina, y debe cuidar a unos y otras.
Un día pregunté el por qué del nombre Shalom Aleijem, la primera respuesta fue parca: era
un escritor. El gusanillo de la curiosidad cogió una ruta y no estaba dispuesto a cambiar hasta
llegar a la meta y la misma estaba a la vista, ¿quién fue y que escribió Shalom Aleijem?
Por esos tiempos en Caracas había un señor cuyo nombre no recuerdo, que ofrecía libros
hebreos de toda índole. Le pedí me consiguiera todos los textos disponibles de este escritor.
Según dijo, la tarea no era nada fácil, la gran mayoría de sus libros están escritos en yidish, idioma
que no conozco, de cualquier manera a los pocos días me trajo unos que logró comprar en
Argentina, más tarde otros de México y pienso que hoy tengo de este autor todos los publicados en
español. Leer uno de sus libros es como entrar en un mundo lleno de antigüedades y de
novedades, de la historia de nuestros antepasados, de ese humor judío, de la idiosincrasia de
muchos pueblos ya desaparecidos, de su forma coloquial de ser y de cosas extrañas, en las que
una vez adentro, uno no quiere salir.
Shalom Aleijem, no es su verdadero nombre, es uno tomado por el autor, ya que el
verdadero es Ravinovich. El fue un rabino que tuvo la gran suerte de enamorar a la hija del hombre
más rico del pueblo y a la vez de casarse con ella. Al poco tiempo, muere el suegro y él recibe toda
la herencia, estamos hablando de hace más de cien años, por esos días se hablaba de una
fortuna, un hombre poseedor a lo mejor de la mitad de un millón, era ya toda una fortuna. De
cualquiera de las maneras de la noche a la mañana un rabino de pueblo sin experiencia comercial
y con el consentimiento Divino es ahora el sucesor de aquel hombre importante: de su suegro.
Creyéndose dueño de la verdad Shalom Aleijem, comienza a hacer inversiones, en lo que
pensó y creyó fueran buenas: algodón, papas, la bolsa, pozos de petróleo, terrenos en África, etc.,
como si se tratase de alguna maldición cada una de esas inversiones se fue por la alcantarilla,
cada negocio seguro, lo único que le produjo fueron pérdidas. Y así al poco tiempo de haber
probado la manzana del pecado. (El mundo de los negocios) tuvo que dar marcha atrás y retornar
a su profesión para poder alimentar a su familia. Ya nada era igual, de alguna manera la gente se
mofaba de su poca inteligencia comercial y se comenzaron a oír cuentos entre comidillas.
Imagino que esto fue lo que inspiro al propio Sholem: antes que otros cuenten, yo. De
repente se dio cuenta que su vida era argumento suficiente como para hacer reír a la gente a la
vez que podía ganar fama y dinero. Lo cual en ambos casos acertó. Leer sus libros. Reírse de él y
con él, revivir esos años de la Rusia hambrienta, del nacimiento de comunismo, de Polonia,
Rumania y de tantos otros pueblos, de los miles de dichos judíos que han sobrevivido gracias a él,
es sentir esa fibra atávica que según la Toráh tenemos todos y cada uno de los judíos. Con
Shalom Aleijem me acompañé por varios años, cada día descubría en él, facetas no descubiertas,
dichos, actuales, proverbios ancestrales, y entendimiento de mucha de esa gente que vivió durante
la Primera y Segunda Guerra Mundial.
Fue tal el amor y admiración que nació en mí por Shalom Aleijem que me atreví hacerle
una entrevista, aunque como ustedes saben él murió en la ciudad de New York antes de yo haber
nacido. De ahí, de ese deseo nace mi libro: El día que entrevisté a Shalom Aleijem. El mismo es
una ofrenda póstuma a un amigo desconocido del que estoy seguro me hubiera encantado
conocer en persona y con el trato de los años poder haber sido contado como en su lista personal,
como uno de sus amigos.
En otra oportunidad me encontré con una pareja a los que conozco desde hace años. La
mujer luego de saludarme dijo que mi libro de Poesías al viento lo tenía en su mesita de noche, y
que cada vez que se disgustaba con su marido, para hacer las paces, lo obligaba a leerle unas
poesías antes de perdonarle. También hace poco recibí la llamada de una muchacha a la cual no
recordaba, me dijo que había hablado ya con mi esposa y le había transmitido el agradecimiento
que por mí sentía, mi esposa le dio mi teléfono y le hizo saber que para mi sería un honor recibir
tan bellas palabras directamente de ella. Así que me llamó y me refrescó la memoria: se recuerda
usted hace unos años en la pastelería de su hijo, usted me escribió una poesía: “A una Morena de
ojos verdes”. Siguió contando que la había enmarcado y la tenía presente en la cabecera de su
cama. Me dijo que yo le había servido de inspiración y que estaba estudiando filosofía y letras, y
que el libro que le regalé lo llevaba a la universidad y de él se habían sacado algunas poesías. Me
agradeció la amistad y quedamos como amigos. El capitán de uno de los restaurantes de mi hijo,
me contó que su hijo estudiaba en un seminario, él tenía la vocación de ser cura. Me refería a cada
momento que tanto su hijo como sus compañeros leían mi libro de Poesías al viento y que era del
agrado del padre mejor dicho del maestro. Bajo esta premisa, me tocó darle otros libros más.
Comentarios como éste y otros, me hicieron ver que uno debe escribir, que al igual como le sucede
al agua que corre por los ríos, sin una aparente meta, la misma puede llegar a saciar la sed de
toda persona que la busque.
Estas deferencias y otras me llevaron a concluir mi libro: Oraciones para una Mujer. Este
libro está dedicado no a una sino a todas y cada una de las mujeres que han pasado por mi vida,
mis sueños, mis ojos, y mis sentimientos. En especial puedo y quiero hacer mención de mis hijas,
mi padre, y de las admiradoras que con su simple sonrisa hicieron despertar en mí, el sentimiento y
la musa. Ahora estoy dando los toques finales a: El juego del amor, mi libro de poesías: Visiones y
a este que están leyendo en el que cuento mi historia para tratar de con un horizonte más amplio y
diferente, para aquellos que no me conocían y lo puedan hacer ahora de otro modo. De una
manera justificada y más real.
Como les dije cada libro tiene una historia, y con cada historia hice un libro, durante los
años que llevó realizar el libro de Sobrevivientes, fueron muchas y muy variadas las cosas que
sucedieron y pienso que estas, tienen tanta fuerza como el libro en si.
Comenzaremos explicando que el libro nace al desconocer el pasado de mi suegro. El
saber que él había fallecido y nadie se había ocupado de escribir sus memorias o por lo menos de
preguntar qué fue lo que ocurrió con toda su familia, ya que él quedó huérfano no sólo de padre y
madre, de hermanos y tíos, primos y demás. Me conmovió de tal manera que me dije tenía yo
mismo que ocuparme de otros, no era justo quedarse sentado viendo a estos hombres y mujeres
partir, y no tener o dejar pruebas de sus pérdidas, experiencias y dolores. Esa fue la gota que llenó
mi corazón de sensibilidad hacia los Sobrevivientes del Holocausto.
No voy a contar en orden cronológico como sucedieron las entrevistas y los hechos, me
voy a ir refiriendo a los que dejaron huellas profundas y especiales tanto en mí como en los
miembros de mi familia. Quiero acotar que cuando un hombre conoce todos los secretos de otro,
pasa a formar parte integral de él. Ya uno no puede verlo desde la acera de enfrente, sus dolores
son nuestros, sus pesares igual. Durante años estuve trabajando con mis colaboradores, nueve
años con sus noches, mismas que siempre fueron invadidas por la pena. El miedo, espanto, y de
miles de fantasmas sin cara, ni cuerpos, sin habla, con gritos, sin historia, con llantos, sin pena, con
dolor. Esos siete millones de seres inocentes, que fueron llevados bajo engaños a hornos
crematorios, fusilados en filas de hasta siete por vez, por la sola complacencia de poder averiguar
la capacidad de exterminio y daño de una bala.
Los silentes fantasmas de esos siete millones me acompañaron de noche y a veces de día,
fue una experiencia en la que el miedo, la soledad, el amor, la fidelidad, y muchas otras cosas
pierden sus valores originarios. Esas pérdidas todas, nos demuestran que la maldad no tiene
límites y que el poder autocrático sembrado con la semilla del odio, jamás puede dar buenos frutos.
También aprendí como lección de vida, que ni cien millones de personas pueden perjudicar a
alguien con el sólo uso de sus mentes. La maldad es un hecho tangible, con nombre y apellido, y
con el suficiente poder es capaz de aniquilar no a un pueblo, a todo un mundo.
Holocausto dolor,
recuerdos
Recuerdos, remembranzas, pasado, presente, futuro.
Injusticias, consuelos, dolor, vidas sin cuerpos, cuerpos sin vida.
Amor de padre, amar a un hijo, amor de madre, amor puro
Esperanzas, ilusiones, sueños, todo puesto en cuerpos sin vida.
Campos de concentración, de trabajo, campos de muerte y dolor,
Usados cual mataderos, sin justicia, compasión ni razón.
Gente enferma, gente sana, gente pobre, o rica, gente sabia
Del norte, sur, este o del oeste, de procedencia intranscendente
De motivo innecesario, de culpa ajena, todos ellos inocentes,
Injusticia, ¿dónde fueron a parar los llantos?
Vacío, ¿dónde fueron a parar los santos?
Maldad, palabra fácil de decir, pero que encierra al infierno todo,
Incluyendo al mismísimo Satanás. Piedad, no existía,
Nadie podía entender lo que pasaba o veía
Cual época de Sodoma y Gomorra, justos no se podían encontrar
Sus perversos deseos, casi lograron con nuestro pueblo acabar
Hijos, sin sus madres, niños sin futuro, juegos, ni esperanzas
Con hambre, frío, con su inocencia perdida, con un destino final
Niños masacrados por bestias culpables de una guerra mundial
Niños que no se han llorado y que no tienen quien los pueda llorar
Treblinka, Birkenau, Auschwitz, Bergen Belsen, Belzec,Sobibor,
Chelmo, Campos de exterminio, gas, fusilamiento, aniquilación,
Unos distanciados de otros, por países, costumbres o idiomas,
Pero a su vez, todos unidos en una función asesina y despiadada
Luego cuando ellos se vieron perdidos, aún querían más,
dispuestos a mantener cuerpo y alma ensangrentada.
Sólo los que estuvieron, saben lo mucho que sufrieron.
Sólo los que sobrevivieron, pueden y deben testimoniar.
Sólo los que perdieron, saben qué es perder en verdad.
Sólo los que aún hoy viven, saben lo que es temeridad.
Sólo aquellos que están solos, conocen la soledad.
Sólo aquellos que murieron, se quedaran sin contar.
Sólo a los que mataron, a nadie más, volverán a matar
La primera persona que traté de entrevistar fue a mi amigo Manuel Bandel, no fue me
posible, él no quería recordar su pérdida ni su dolor. En una oportunidad que vine de unas largas
vacaciones, fui a la sinagoga, y mi sorpresa fue que vi a su esposa vestida de luto y al rabino lo
llegué a oír cómo le daba palabras de condolencia. Al igual que los demás feligreses, al finalizar los
rezos me levanté y fui donde ella para darle mi sentido pésame. Por ser día sábado no se permite
decir algo que la pueda afectar por lo tanto lo único que hice fue darle un abrazo y le traté de
transmitir mi pesar, mi dolor. Al llegar a mi casa comuniqué a mi esposa que acababa de perder
primero a un gran amigo y luego toda su historia como Sobreviviente del Holocausto. Me tocó
resignar y sentí rabia, mucha rabia y dolor. Me culpé de no haber insistido lo suficiente.
Al cabo de tres meses, una mañana yendo a mi trabajo, a mi mano izquierda veo que mi
amigo, el supuesto muerto, venía caminado en mi misma dirección. Pensé ver a un fantasma.
Detuve mi carro y salté a hablar con él. Lo abrace, le di un par de besos y extrañado me preguntó
que ocurría. No supe qué decir, le pregunté por su esposa y me dijo que ella estaba muy triste con
lo de la pérdida de su mamá. Para mis adentros aunque la noticia era triste, me reí. Todo fue una
simple confusión. Le rogué me diera la entrevista y siguió negándose. Con este señor sólo logré
entrevistarlo a ocho años después de mi primer intento, y fue en el momento menos propicio,
cuando se vio en terapia intensiva me mandó llamar, al no estar en esos días en Venezuela, me
grabo un casete, ocurrió de nuevo lo mismo. Otro retorno de vacaciones, otra visita a la sinagoga,
su esposa recibiendo el pésame del rabino y volví a darme cuenta que la entrevista la había
perdido. A los tres meses me encontré con su hija y me dijo que su padre antes de morir me había
mandado un regalo, le di mi dirección y a los pocos días recibí un paquete de un hombre fallecido
meses atrás. Era un casete grabado por él, para mí. Comenzaba diciendo: no me quiero marchar
sin dejar mi testimonio, sé que tú le sabrás dar buen uso… y así fue.
Mi primer entrevistado fue mi vecino y amigo Moric Dum, creo su entrevista me llevó cerca
de tres años, él era un hombre muy pasivo, lento en decisiones y con pocos deseos de abrir esa
caja de Pandora de la que únicamente en sus casos puede salir es: mucho dolor. La verdad es que
mientras lo entrevisté ni él ni yo, sabíamos lo que sucedería con la entrevista. De esta experiencia
logré sacar a flote que no todo está perdido. En su caso un militar alemán fue quien le salvó la
vida.
Me ofrecí como colaborador del Yad Vashem de Venezuela, no sólo me aceptaron sino
que de buenas a primeras me tomaron como miembro de la junta directiva. Desde esa posición se
me hizo fácil el preguntar por nombres y direcciones de posibles entrevistados. El nombre de
Eusebio Pérez llamó mucho mi atención. Cómo un no judío podía considerarse Sobreviviente del
Holocausto, y más aún un hombre de origen español. País con el cual estaba seguro Franco había
hecho lo posible por que sus ciudadanos no tuvieran que pasar este infierno. Tres cosas en este
hombre impactaron mi mente. Una de ellas el reconocimiento público de que en su pueblo en
España el cura del pueblo trató de violar a su madre y por miedo a que lo mataran entre su padre y
sus hermanos, el cura desapareció. La otra que siendo español y habiendo logrado escaparse a
Francia cómo era posible entonces que lo hubiesen llevado a Manthausen. El poder de franco
sirvió para que todos aquellos españoles que buscaron libertad y seguridad en Francia al ésta
estar luego de la invasión en manos de los nazis. A la pregunta de Hitler: ¿Qué hago con tu gente?
Franco dijo: mándenme a España mujeres y niños los hombres hagan con ellos lo que quieran.
Esa fue cual sentencia de muerte para muchos españoles. La historia cuenta que en cierto
momento, el remordimiento, la seguridad de la caída de Hitler o vaya usted a saber, sirvió para que
el Generalísimo enviara al mismo campo de Auschwitz a su gente para tratar de salva a algunos
españoles que iban a ser gaseados. He leído que en la misma puerta, estando desnudos y
entrando a las duchas, algunos fueron salvados. La tercera se repite dentro del campo de
concentración de Manthausen, de nuevo el destino le vuelve a jugar una mala pasada y otro cura
se enamora de él y al prestarse a ello logra vivir con comodidad y más tarde el mismo cura ante
una herida, lo sana y protege, así es como éste, le salva la vida.
He sido amigo de Moshe Cohen desde hace más de treinta años, sé que es un hombre
jovial, además de especial. Jamás imaginé pudo haber sido un sobreviviente, al entrevistarlo me
llevé varias sorpresas, una, su padre era dueño del abasto más grande del pueblo, siempre que
venía traía chucherías para sus hijos y sus amigos. Su casa según cuenta Moshe estaba rodeada
por otras, con las cuales había puertas que siempre permanecieron abiertas. Los vecinos daban a
cada rato señal de amistad y se habían comprometido que de pasar algo, ellos los protegerían. El
primer día de la invasión, todas las puertas estaban cerradas, nadie ni ninguno quiso ayudar, se les
pidió que cuidaran al menor de los hermanos, no hubo amistad ni compasión. La otra cosa que
dejó surcos en mi mente, fue lo que le tocó hacer, en Auschwitz él formaba parte del grupo de
niños que se encargaba de la limpieza de los campos. Les tocaba diariamente recorrer todos los
espacios y recoger a los muertos. Pregunto, cómo puede quedar un ser humano luego de ser
obligado a buscar en cada cuerpo muerto: a sus padres, familiares o mismo amigos.
Mi amiga Judith Plitman fue un caso demasiado triste. Varias veces la llamé para
entrevistarla, repetidas veces se negó. Mi insistencia pudo más que ella y fui invitado una tarde a
su casa. Recuerdo me sacó unas galletas, pretendía tuviésemos una pequeña charla de amigos y
ya. Lo primero que hizo fue traerme docenas de papeles, cartas, cuadernos. Me los acercó con
afecto y como tal, los recibí. Leí uno, dos tres, salté varios, tomé otros, todos parecieran una copia
uno de otros. Más o menos comenzaban así: “ahora sí, he visto hoy que por fin puedo quitarme el
dolor que llevo por dentro y si, hoy voy a contar mi historia”. Ninguno pasaba de esta frase. Todos
los papeles decían lo mismo, se notaba que el pasado había sido nefasto. Su consciente no
permitía traer el dolor pasado.
A los pocos meses de la entrevista, uno de sus morochos, el maratonista, el que se
distinguió siempre en deportes, por exceso de ejercicios, tiene un problema y a los días fallece, ver
a esa madre muerta en vida, revivir de nuevo tanto dolor me conmovió hasta el alma, no había
pasado un mes de la muerte de su hijo cuando a ella también la muerte la obligó a acompañarlo.
Una historia que me ha servido como base para creer que las cosas pueden y a veces se
vuelven a repetir de manera cíclica. La historia de David Israel en la que sus abuelos se dedicaban
desde años a la recolección de una paja de mar llamada See Grass con ella en esos tiempos se
producía colchones. Misma profesión exitosa que él, aún mantiene la de fabricar colchones.
Me costó mucho trabajo encontrar algún sobreviviente de Checoslovaquia, al fin lo logré
con Trudy Spira, vale la pena leer su historia, cómo una joven es ayudada a ocultar su dificultad y
logra sobrevivir los campos.
Hace un montón de años tuve una experiencia comercial con un señor llamado Bandy
Steiner, por razones que desconozco y que nunca tuve interés en descubrir, la sociedad apenas
duró unas horas. Al haber de su parte otro miembro de su familia que tomaba decisiones, no
logramos entendernos, y como en ese momento ninguno de los dos necesitaba de rollos, dejamos
las cosas así. En la búsqueda que estaba haciendo de sobrevivientes Bandy aparecía en mi lista
como sobreviviente de Auschwitz, para mí era un personaje que tenía y debía entrevistar. Lo llamé
en repetidas oportunidades, en una ocasión me preguntó por el motivo de mi llamada, al enterarse
de él, simplemente me dio largas y me dejó saber que él en cuanto estuviese libre me llamaría. Por
meses esperé, nunca lo hizo. Sabía que jamás lo haría. Una mañana en pleno mes del día de las
madres me presenté en su oficina y le dije a su secretaria ser un ejecutivo de uno de los bancos
principales. No me hizo esperar, ni me anunció, me guió hasta la oficina privada del Sr. Bandy y sin
solicitar permiso alguno, tomé una silla y me senté.
A mi atrevimiento se quedó sin habla, me miró unos segundos, trató de entender que pudo
haber pasado y sin remedio, resignado, me preguntó: ¿Qué es lo que usted quiere? Aunque sabía
que el recordaba mi nombre dije: me llamo Samuel Akinín, estoy escribiendo un libro sobre el tema
de Sobrevivientes del Holocausto y sé que usted es uno de ellos, quisiera me diera la oportunidad
de poder entrevistarlo. Se levantó, me hizo ver alrededor, estaba muy atareado, debía recibir y
despachar mucha mercancía para sus tiendas, la época exigía su total atención. Su escritorio
estaba lleno de papeles, facturas. En tono encarado dijo: como ve jovencito, ahora no lo puedo
atender. Quizás cuando pasen estas fechas volvamos a hablar. Se sentó como en señal de
despedida, supuso que me despediría y me iría. Por el contrario, tomé otra silla en una oficina
desocupada y me puse a leer la prensa. Vino a mí e inquisidoramente preguntó y ahora qué. No se
preocupe por mí, yo tengo todo el tiempo que usted necesite, cuando crea me pueda atender, me
llama y vengo, mientras esperaré en esta oficina, si a usted no le molesta. Dije la palabra clave.
Muy molesto regresó a su oficina como para tomar un tiempo y pensar qué hacer. Dejó pasar una
hora, quizás hasta algo más, viendo que no me iría, me llamó.
Samuel, siéntese por favor. Con toda la paciencia del mundo abrió una caja fuerte que
tenía a sus espaldas y sacó una caja de fósforos de esas grandes. La misma estaba atada con dos
o más ligas. Me la acercó y depositándola en mi mano derecha preguntó: ¿qué crees que esto? No
me atreví a abrir la caja, esperé a que él me insinuara, él también tomó su tiempo. Al ver que no
me iba a adelantar nada, la abrí, encontré unas cosas que nunca había visto, parecía como una
piedra pómez quemada. Polvo, supuestamente de las piedras y quizás algo de cenizas. Miré, un
silencio sepulcral sentí en la habitación, pero no lo podía entender. Viendo mi desorientación
Bandy dijo: son cenizas de algunos cuerpos de los hornos crematorios que logré tomar de
Auschwitz. A lo mejor pertenecen a alguno de mis familiares. En este punto, no pude soportar más,
solté a llorar. Bandy me había puesto a prueba y sin saber, la había pasado. Él no podía entender
como un judío de origen español pudiera estar sensibilizado con el tema. Al momento dijo: ahora si
puedes comenzar con tu entrevista.
La historia de Bandy Steiner es una de las más conmovedoras historias, su inteligencia y
ganas de vivir lo ayudaron durante los cuatro años que tuvo que soportar en los campos, el último
día aunque por medio de un enfermero se había escondido con dos amigos más, fue descubierto y
la orden fue: fusilamiento. Los llevaba un soldado a cumplir la orden cuando un teniente que se
cruzó en el camino preguntó y luego de saber, dio nuevas órdenes: los colocaran en la primera fila;
era la noche en que al verse sitiados por los rusos y americanos estaban desalojando el campo,
los nazis no querían dejar testigos vivos de sus crímenes. En el ínterin entre que el soldado
tomaba una decisión, había una camioneta cargada con panes, Bandy robó tres barras de las
grandes y las compartió con sus amigos. Dijo: con esto tendremos para el camino. Ese día era un
día de invierno, la nieve llegaba hasta las rodillas y los habían mandado en primera fila porque esto
era igual a condenarlos a muerte. Logró salvarlo el pan y el hecho de que como era hijo de
ganaderos en una oportunidad había escuchado que los caballos podían caminar dormidos. Se dijo
si ellos lo pueden hacer nosotros también. Se turnaron y el que iba en el medio dormía mientras los
otros dos guiaban el paso. Así pudo pasar y sobrevivir a la caminata de la muerte.
Me llamó la atención que después fueron montados en un tren y los llevaron a un terraplén,
Bandy suponía lo que les iba a suceder, presagió que los iban a ametrallar a todos y se puso de
acuerdo con sus amigos que a la de tres cuando el dijera, se tirarían a suelo y se protegerían la
cabeza con el plato de comer. Tal cual ocurrió, se lanzaron al suelo e inmediatamente las
ametralladoras hicieron su trabajo. Ocho mil personas murieron, muchos cuerpos le cayeron
encima, a los pocos minutos sintieron como iban rematando a los heridos, mientras él, quedó
inmóvil, esperó unos veinte minutos, cuando el tren partió. Lleno de miedo, suponiendo les habría
ocurrido lo peor a sus amigos, comenzó a llorar. Había perdido las ganas de vivir. Luego oyó:
Bandy, Bandy… estás allí.
De esa también lograron salvarse, llegaron a un pueblo, pidieron a la primera mujer que
vieron un poco de agua, se la negó, asustados rodearon todo el pueblo y se metieron en el piso
alto de una casa, la sorpresa: había unas cabras, las ordeñaron y tomaron leche caliente. En la
mañana fueron despertados por unos paracaidistas americanos, uno de ellos en yidish les grito:
Nishkein Moire (no tengan miedo) lloraron, se abrazaron y de ahí en adelante, se sintieron seguros.
Los soldados lo llevaron a la alcaldía del pueblo, estaba abarrotada de todo tipo de alimentos:
azúcar, aceite, harina y otros. Como si fuesen los reyes magos repartieron con el pueblo todo el
alimento. Varios de los ciudadanos en agradecimiento preguntaron que se les apetecía y el amigo
de Bandy, uno llamado Moishe, que durante todo el tiempo estuvo soñando con comer una
adafina, les explicó como hacer un Shulem: papas, garbanzos, carne, aceite, ajo, y de último dijo:
ponle un poco de cochino. Esto para rematar y darle mayor sabor. El hombre cumplió su pedido,
ese día Bandy lo único que tomó fue sopa de pollo. Moshe satisfizo sus ganas, comió su Shulem y
nunca más despertó.
Bandy como dije al comienzo es un hombre muy inteligente, antes de ser detenido y
durante todo el tiempo que estuvo en Auschwitz, portó unas monedas de oro escondidas en las
suelas falsas de sus zapatos. Dinero que le sirvió para una vez libre comenzar una vida con menos
estrecheces que otros. Hoy nos une una amistad que rompe los mismos linderos de lo normal; nos
llamamos y cambiamos impresiones cada dos por tres. En mi casa Bandy Steiner, es apreciado y
querido como un miembro más de la familia.
Holanda es un país del cual en Venezuela quedan pocos sobrevivientes, uno de ellos es mi
amiga Annie Walg de Reinfeld. La entrevisté en mi casa, es una de esas entrevistas en las que el
miedo me invadió por ambos lados, por el de su historia narrada y por que en un momento de la
entrevista… estábamos sentados en el comedor la entrevistada había contado ciertos parajes muy
tristes de su historia, estábamos a nueve pisos de altura y la ventana panorámica estaba
completamente abierta, ella estaba al otro lado de la mesa. Sin más, dijo: Samuel, no tengo más
ganas de vivir…ella se encontraba a escasos dos pasos de la ventana, la verdad es que la sangre
se detuvo en mi cuerpo, la miré y como si no fuera conmigo dije: me parece bien lo que dices,
todos somos dueños de nuestro destino. Lo que no me parece es que des un mal paso en mi casa,
yo nada te hice, como para que me eches esa vaina. Seguimos hablando y al poco todo se
contuvo.
Annie es una niña que estaba enferma en una época gris de la cirugía, se decía que no
sobrepasaría los diez años. Por lo tanto ella perdió su época de juegos, un médico quiso probar un
tipo de operación con ella, lo hizo, y con gran suerte pudo superar una operación en la que fue
tratada como conejillo de indias. Ella, es un caso especial de lo que el destino a veces nos depara,
ella y su hermana mayor fueron las únicas sobrevivientes de su familia. Terminada la guerra un tío
rico que vivía en Venezuela a través de la Embajada de Holanda y de la Cruz Roja Internacional
logró saber de ellas. Las pidió, la hermana mayor no quería venir a América. Bajo la amenaza de
que si podían llevarse a su hermana pequeña, ésta para no sufrir otra separación aceptó y vinieron
ambas. El tío era un hombre muy refinado, que gustaba del buen servicio. En su casa tenían amas
de llaves y mayordomo. Al ver el estilo de sus sobrinas que desencajaba en su casa, por lo tosco y
poco refinado, para no ser mala influencia en sus dos hijos, les alquiló un apartamento y al poco
ellas se mudaron. Aquí viene a jugar sus cartas el destino. Tratando de darles mejor y mayor
educación a sus hijos, los tíos se los llevaron a Estados Unidos, una vez instalados e inscritos en
distintos colegios, los tíos venían de regreso cuando el avión se estrelló y no hubo sobrevivientes.
Las dos muchachas rebeldes, toscas y poco cultas, tuvieron como únicas herederas que cuidar los
negocios de los tíos y a sus primos hasta que cumplieron su mayoría de edad.
Todo lector vive embelezado la trama de Romeo y Julieta, en mi caso pude en persona
entrevistar a un Romeo, el hombre se llama Stefan Horszowski Gotlip, el amor por una mujer nunca
podrá ver superada la historia de este otro Sobreviviente nacido en Polonia. De joven, aprendió el
oficio como técnico de artes gráficas, profesión ésta que logró hasta cierto momento salvar su vida
y la de su mujer. Fue tomado prisionero y llevado al campo de concentración comandado por
Schwammberger. Ellos tenían una imprenta, pero la misma estaba desmontada. Lo asignaron
como jefe de la imprenta y Schwammberger daba las órdenes en persona. A los dos meses las
máquinas estaban produciendo todo tipo de propagandas nazis. Me cuenta que la corrupción
también estaba en esa época en Polonia, los oficiales venían para que les imprimiera trabajos
particulares: tarjetas de presentación, invitaciones y demás.
Lo que este hombre hizo para salvar a su amada, y cómo luego de cincuenta años aunque
ahora está casado con otra, sigue sintiendo por aquella mujer es digno de leer y conocer.
Es conocido por mucha gente, que fueron los alemanes los que mataron a los judíos, y en
parte eso es verdad, también que lograron aniquilar a un gran porcentaje de las comunidades
judías en los pueblos, pero casi nunca pasaron del ochenta por ciento, como dije casi nunca:
también es verdad, que las comunidades más sufridas estaban en Polonia, Alemania, Grecia. Que
fueron sólo enemigos los que denunciaron y entregaron a los judíos para su posterior sacrificio, de
nuevo igual. Al llegar a lo que aconteció en Costesti, donde vivía la familia de mi amigo Willy
Jägerman toda regla se rompió. La ciudad está situada en Rumania, dónde las pérdidas fueron
menores. Aquellos que denunciaron y metieron presos a los judíos fueron sus propios amigos
rumanos, los que en especial se ocuparon de asesinar y ellos estaban comandados por el cartero y
así, juntos se encargaron de fusilar a todo el pueblo, ya ven, no fueron los alemanes, fueron ellos
mismos. Aquí como ven, se rompió la regla en varias oportunidades. Costesti es un pueblo de
Rumania, en él los mismos vecinos masacraron a toda la colectividad, ese día viernes, no dejaron
a nadie vivo. Los únicos Sobrevivientes, los Jägerman, se salvaron por haber asistido a una boda
en otro pueblo y como se hacía tarde el día viernes, el padre no quiso correr riesgos de pasar el
Shabat en el camino. Eso fue lo que los salvó. Los demás no tuvieron esa suerte.
Tengo un amigo al que aprecio muchísimo, lo conozco desde hace casi veinte años. Una
vez estando de visita en Miami, paseando por un centro comercial, iba acompañado de mi otro
amigo Mauricio Laufer. De repente vi venir a mi amigo Charles Trachtenberg, él es un gordito, de
pelo rizado, con barriga mantenida y pronunciada, con acento guatemalteco, y con un sentido del
humor como muy pocos. Me acerqué a él, lo saludé, le presenté a mí otro amigo y aunque ofreció
su mano, me dijo: señor usted está equivocado, yo no soy su amigo Charles. Pensando me
estuviera tratando de tomar el pelo, insistí, él, mostró unos documentos y enseñaba otro nombre
en su identificación. Así que se mantuvo en lo propio; me disculpé y nos alejamos.
Expliqué a mi amigo que algo le podría estar pasando, porque yo estaba cien por ciento
seguro se trataba de Charles T. mi amigo. Como sabía que él se ocupaba de vender instalar y dar
servicios de antenas parabólicas en Venezuela, supuse estaría involucrado en algún problema. No
quise causarle molestias y seguí en mi paseo. A la media hora en otro pasillo volvemos a
encontrarnos de frente con él, y esta vez es él quien viene a saludarme. Molesto, le digo que la
broma no me gustó en absoluto. Y que me había puesto a pensar en cosas extrañas e
innecesarias. Me juró que no me había hablado, que era la primera vez que nos encontrábamos.
Cuando la discusión estaba tornando colores no agradables, apareció el otro Charles. Mi amigo
tenía un hermano gemelo e idénticos y ellos acostumbraban a reírse de sus propios amigos.
Con Charles me unen varias historias y todas se podrían convertir en una novela, pero la
idea no es cansarles sino darle algunos brochazos para que puedan entender el colorido de mi
existencia. Una mañana me llamó y me dijo que su papá deseaba que yo lo entrevistara. Él era
Vienés, cuando lo entrevisté hacía poco había sufrido un derrame cerebral el cual le dañó el habla
y ciertos movimientos de un lado del cuerpo. Para casos como éste, donde los nombres eran todos
extraños para mí, y para no hacer que tuviesen que repetirlo yo en esa entrevista estaba
estrenando una grabadora. Las entrevistas duraron varios días y al acabarse una cinta,
simplemente colocaba otra nueva y ya. Cuando me tocó pasar en limpio nombres y detalles, hice
mano a mi grabadora y al reproducir la cinta, quedé petrificado. Fue tal la sorpresa que llamé a
Charles y reproduciendo la cinta le pregunté, quién crees tú es el que está hablando en esta cinta.
Sin dudarlo ni un segundo contestó: es la voz de mi padre cuando estaba bueno y sano, ¿cómo
lograste esa grabación? Por eso te llamo, esta es la grabación que le hice cuando tu estabas
presente. ¡No puede ser! Fue lo único que dijo.
Al igual que ustedes yo por un rato pensé en milagros, lamentándolo mucho, no fueron
milagros. Era una grabadora tan especial que ella en automático grababa a una velocidad y
reproducía a otra. Cuando la compré nadie me lo dijo, lo descubrí con el papá de mi amigo
Charles, lástima que mi grabadora me la quitaron hace un par de meses. La apreciaba tanto.
Una pareja envidiable: la conformada por Sofía y José Landau, ella nació en Chrzanöw un
pequeño pueblo de Polonia que contaba con veinticuatro mil habitantes donde había una iglesia y
tres sinagoga y de los cuales la mitad de la población eran judíos. Su historia como todas y cada
una de ellas es conmovedora. Me voy a referir a la otra historia, a la que no escribimos en el libro.
La calle en donde vivía todos eran amigos y se mezclaban judíos con no judíos, entre los vecinos
había una camaradería. Llegaba a extremos que una señora católica había dado a luz a la par que
la madre de Sofía, el inconveniente es que esta señora no producía leche, la judía sin pensarlo dos
veces se ofreció y amamantó a su niño hasta que fue necesario. De este tipo de casos supongo
habrán miles, pero en especial éste debe ser publicado porque la señora vecina era la madre del
hoy Papa Juan Pablo II. Quién podría imaginar que el Papa lleva en sus entrañas la doble sangre,
la originaria de Adán y la de una madre judía que como regalo a su bondad, fue asesinada durante
el Holocausto.
Acostumbraba semanalmente a publicar por partes, en nuestro periódico comunitario mis
artículos de los Sobrevivientes. Esto logró que a partir de eso muchos de los sobrevivientes me
llamaran y el trabajo ya se fue haciendo un poco más fácil. Una tarde recibí una llamada de una
señora, ella quería la entrevistase. A los pocos días fui a casa de su sobrina y me llevé tremenda
sorpresa. La señora se llamaba Paulina Kvsdkienska Bush, nacida en Lwow Polonia, encima de la
mesa tenía una cantidad de periódicos y artículos sobre su vida y la de Simón Wiesenthal. Tuvimos
que usar a la prima de traductora. Lo que me contó aún hoy me deja pasmado. Cómo un hombre
considerado un héroe mundial, fue capaz de hacer lo que hizo.
El cazador de nazis, tenía su propia historia y a través de ella ocultó sus debilidades
humanas. Me sentí triste. Mientras ella hablaba, la vi temblar, no de frío de ese miedo que cala los
huesos y que nada calma. La vi temer por su vida. Este hombre la obligó durante todo un año a
esconderlo, alimentarlo, protegerlo y al final…, el final hay que leerlo en el libro Sobreviviente en el
artículo: el año que oculté a Simón Wiesenthal.
En cierta oportunidad participé en una licitación con el Ministerio de Educación, desde el
momento que oferté los cuadernos hasta el día que recibí la orden de compra, habían pasado
algunos meses. La situación política y la misma época escolar de ventas incidieron, para que yo no
pudiera conseguir los cuadernos ni el precio que había ofertado. Esa semana estaba que
reventaba, tenía una póliza de fiel cumplimiento y no veía la forma ni manera de poderla cumplir.
Hice llamadas a otros países, Colombia, Panamá y Estados Unidos, en todos, los precios de costo
superaban mis precios de venta además, había que esperar la transportación. Un fin de semana
como de costumbre fui a Puerto Azul y estando con los mismos compañeros de siempre, jugando
dominó, hice una mala jugada, mi compañero la reclamó y entendió que debería tener algún
problema. El insistió en preguntar hasta que le dije lo que sucedía. ¡No te preocupes Akinín, si tu
problema son cuadernos te los envío el lunes!
Supuse se tratara de una broma, nada que ver. El lunes recibí una llamada de alguien que
se presentó como gerente de una planta de cuadernos dijo tener instrucciones del Presidente de la
firma el señor Jorge Planas para despacharme tantos cuadernos como me hiciesen falta. La
cantidad era muy grande. Se trataba de millones de cuadernos. Desde el día siguiente comencé a
recibir gandolas con cuadernos, recibí todos los que pedí y los despachos fueron hechos con notas
de entrega, o sea que desconocía el precio de los mimos. A esa altura del tiempo lo importante era
cumplir. Sin embargo cuando se me facturaron los cuadernos recibí no sólo el mejor precio, sino
que me enviaron un quince por ciento bonificado de más en cuadernos, ya que no podían alterar
los costos.
La amistad que me unía a este señor era únicamente la sembrada durante los fines de
semana en una mesa de dominó. Él no sabía quien era yo en realidad, pero confió en mí. Cuando
luego comencé mis entrevistas de Sobrevivientes, dejé de bajar al club por casi dos años ya que
cada fin de semana lo ocupaba con mis entrevistados o pasando y corrigiendo las entrevistas. Una
vez que me tomé un descanso, volví al club y una de las primeras personas que vi fue a él. Con
mucho afecto preguntó por mi ausencia, le expliqué se trataba de un nuevo libro que estaba
escribiendo, le comencé a decir que era sobre los Sobrevivientes del Holocausto y al llegar a esto,
traté de informarle en detalles de qué le estaba hablando. Me sorprendió su respuesta cuando dijo.
Samuel, qué me vas a explicar de Sobrevivientes si entre mis hermanos y yo, en España salvamos
a seis mil judíos.
Este hombre me había dado una buena demostración de que no era un hablador de
tonterías, desde ese instante no lo solté, estuvimos durante dos semanas hablando hasta que con
lujo de detalles me contó su historia.
Jorge Planas es un español nacido en Port-Bou un pequeño y pintoresco pueblo lindero
entre España y Francia que está separado por los Pirineos. El pueblo lleva este nombre que
traducido del catalán significa puerto de bueyes. Los pescadores lanzan sus redes al mar y a la
hora de recogida, emplean sus bueyes desde la costa para sacar la pesca. Port-Bou es un pueblo
único, la estación de trenes no va acorde con la dimensión del mismo, de cada tres negocios, uno
de ellos se dedica a trámites aduanales. Por ser ciudad frontera recibe y envía a toda Europa los
productos que van o vienen de toda España.
Durante la época de Franco aquellos que no pensaran igual a él, debían marcharse. Y eso
precisamente fue lo que el padre de Jorge hizo. Sabiéndose en peligro de muerte, tomó lo que
pudo y se pasó al otro lado de la frontera con todos sus hijos. Me contó Jorge, que una mañana
estando cuidando sus cabras en el monte, sintió un ruido y asustado, tomó precauciones, cuando
vio se trataba de una familia entera, eran unos judíos buscando una vía de escape, de libertad en
España. Al mirar sus rostros notó que veían el pan con tortilla que Jorge estaba disfrutando, al
saber su hambre, lo compartió con ellos y de ahí en adelante, junto con sus hermanos y gente de
la resistencia ayudaron a pasar a los seis mil judíos que ya les mencioné. Entre los salvados se
encontraba el filósofo Walter Benjamín. Esta historia mereció honores de parte del gobierno de
Cataluña, con Jorge Planas aprendí que si existen seres especiales, seres dispuestos a dar por los
demás cuanto sea necesario. Pienso sin que me quede la menor duda, que Yad Vashem lo
debería incluir en el valle de los justos. Esto lo he mencionado en varias oportunidades, lo sabe
una de sus encargadas: Perla Hassan pero creo que el tiempo será el que decida. De esa época a
este momento, la esposa de Jorge falleció.
Siguiendo con Port-Bou, había terminado mi historia de este pueblo, tenía el articulo en mi
oficina, encima de mi escritorio cuando recibí la visita de mi primo Isaac Serfaty, al ver el nombre
de Port-Bou en el documento se extrañó y quiso saber qué estaba escribiendo sobre ese sitio. A mi
pregunta de qué sabes tú de Port-Bou, quedé como sorprendido. “y cómo no voy a saber de Port-
Bou, si mi padre y un grupo de la resistencia durante la Guerra de los seis Días salvaron a seis mil
judíos que quedaban en Marruecos.
Con Jorge habían sido seis mil que venían hacia España, ahora otros mismos seis mil
pasaban pero al revés, hacia Israel u otros lugares. Era mucha coincidencia, algo más debería
haber en este pueblo que lo uniera con el pueblo judío. Comencé a indagar. El mejor sitio: la
historia. En ella encontré a un hombre llamado Yehuda Ibn Izra. Con la invasión de los árabes en el
sur de España que duró cerca de ochocientos años, muchos judíos se quedaron confinados en las
ciudades, ellos, al igual que los demás habitantes debían respetar los rezos musulmanes, y cumplir
con sus oblaciones. Yehuda había tenido un abuelo rabino muy religioso y querido. Su sangre judía
corría por sus venas y cuando supo a sus hijos en edad de casar, marchó para España y pidió una
audiencia Real.
No se acostumbraba que el Rey de España cediera una audiencia a un lacayo y menos a
un judío converso. Yehuda le hizo una oferta la cual no podía el Rey desechar. Sesenta y cinco mil
monedas de oro si le otorgaba la audiencia. Cómo hacer. Llamó a sus asesores, la oferta
representaba para el momento el cien por ciento de lo que el Rey de España recaudaba durante
todo un año. Los asesores encontraron la forma: D.O.N. si señor. Al otro día se presentó ante el
Rey de España Don Yehuda Ibn Izra, o lo que es igual el señor De Origen Noble, titulo que se
empleó y que aún hoy el Rey de España está utilizando para nombrar a la hasta ahora
comprometida con el Príncipe, a ella la llaman Doña Leticia. Una vez comenzada la audiencia El
Rey intrigado por un hombre capaz de pagar tal suma quiso saber cuál era el verdadero motivo de
su visita. Yehuda le dijo al Rey que el deseaba ser nombrado Ministro de Finanzas del Reino. Y
que de contar con ese titulo, inmediatamente él adelantaría al Rey, la cantidad de ciento treinta mil
monedas de oro. Lo que representaba el doble de todos los impuestos recaudados durante un año.
A cambio lo único que pedía era obtener un diez por ciento de sus recaudaciones, y el poder de
cobrar a nobles y plebeyos los impuestos. Como entenderán a los dos días España estrenaba
Ministro de Finanzas: Don Yehuda Ibn Izra.
A este hombre España le debe mucho, entre otras: la fundición y acuñación de monedas,
la producción del papel (hasta ese momento, se empleaba en España solamente pergamino), la
producción de alfombras. Él trajo de los árabes los adelantos que se conocían.
Unos años más tarde el Rey sacó un decreto en el que prohibía a los judíos de otros
países entrar a España. Yehuda Ibn Izra habló con el Rey y le hizo ver que este decreto era
anticomercial, que se debería abrir las puertas a todos los judíos que pudiesen pagar diez
monedas de oro como impuesto, ya que si podían pagar tal suma, lo lógico era que tuvieran mucho
más. Al tercer día del decreto, éste fue anulado por otro que hacía saber que podían entrar a
España todos los judíos que quisiesen, siempre y cuando pagaran un impuesto de diez monedas
de oro por persona. Así que al poco nuestro amigo Yehuda lo encontramos en lo que hoy es
llamado Port-Bou preguntando a los judíos que trataban de salvarse de las tribus alamanas que los
perseguían: ¿usted cómo se llama? Lo anotaba, le daba de su propio bolsillo diez monedas de oro
y le mandaba a donde estaba el fiscal para que pagara su respectivo impuesto. En esta
oportunidad dice la historia que Yehuda Ibn Izra logró salvar a seis mil judíos. Creo que alguien
más debe seguir hurgando, en Port-Bou, hay mucha sangre judía, misma que unos años más tarde
se vieron obligados a convertirse al cristianismo cuando la Inquisición.
Indiscutiblemente que cuando me pongo a comparar mi vida, con la de cualquiera de mis
Sobreviviente, debería callar, nada se les puede con ello comparar. Más como debo hablar de lo
mío, no me queda otro remedio que darle la importancia que para mí tuvo. Llegar a Caracas con
diecinueve años, sin experiencia, en busca de oportunidades, sin la madurez ni la ayuda como
para arrancar no fue fácil. Mi aprendizaje fue en Lecuna y compañía, un hombre llamado Carlos
Pumar, vicepresidente de la firma, se tomó el tiempo y permitió mis errores, guiando el camino
hasta lograr corregirlos. Un año y medio que aún hoy valoro como la mejor experiencia comercial
que he tenido. Don Carlos siguió respetando nuestra amistad hasta hace unos años cuando
falleció. Trabajé con unos paisanos como gerente de una tienda por departamentos, este puesto
me sirvió para tratar a un cliente quien resultó ser presidente de Singer latinoamericana y el mismo
día que me conoció me contrató. Para ese entonces tenía un carro deportivo, de carreras, me
sentía un Fangio, se dio la oportunidad de adquirir un negocio en Catia y lo vendí para poder
adquirir el mismo. Por esos días me casé con Anita, nuestra luna de miel duró un domingo, el lunes
ya estaba trabajando, el comienzo en Catia no fue fácil, trabajaba de lunes a lunes, abría a las
siete de la mañana y cerraba con el último cliente que entraba, era una tienda de esas de pueblo
que vendía de todo, y que poco a poco la convertimos en una tienda especializada en ropa para
motorizados. Logramos incrementar las ventas por diez. A esa altura traje de Maracaibo a mis
padres y a mi hermano y mi padre comenzó a trabajar conmigo.
Fueron dos años y medio que permanecimos juntos, dos caracteres completamente
diferentes. Dos mundos totalmente opuestos, yo, con ganas de comerme el mundo y mi padre
cansado de perder ilusiones. Uno con ambiciones desmedidas y el otro no. Había que hacer algo y
decidí dejarle a él el negocio y abrirme por otro lado. Fue la época en la que mi suegro a través de
sus amigos quiso echarme una mano. Un día Saúl Mermeshtain me llamó, quería me asociara en
una mueblería que estaba abriendo en la candelaria. Me ofreció un 25 % de los beneficios. Visto
así en el tiempo y a sabiendas del valor de al experiencia que este señor aportaba, puedo decir sin
que me quede nada por dentro que la oferta era muy buena. Como les dije, no me considero un ser
normal. Los patrones tan eclécticos hicieron su parte. Fui a ver el sitio, la clientela, y mi sentido
común lo dejé volar. Algo no me atraía, abrir una mueblería para vender a crédito en un sitio
conocido por residir en él una gran colonia española, no tenía sentido para mi. Mi punto era que los
europeos siempre compraban al mejor precio y esto sólo se consigue en ventas de contado.
Al negarme a aceptar, todos me trataron de loco. La realidad es que al año cerraron la mueblería,
el lugar en ese entonces, no servía para ventas a crédito.
No habían pasado dos meses cuando uno de mis amigos me llamó y me hizo saber que lo
estaban embargando por falta de pagos en los cánones de alquileres. Fui con la única intención de
prestarle ayuda, al fin, pagué sus deudas, le di quince mil dólares y me quedé con el local. Como
caballero al fin y al cabo, llamé al Sr. Saúl Mermeshtain y le ofrecí mi nuevo local, tras hacerle las
respectivas pruebas de altura, situación y de su olfato comercial llegó a la conclusión que la
sociedad iba, pero esta vez íbamos a ser cuatro los socios: él, su hijo, mi suegro y yo. Eso dio luz a
la Mueblería Anita en la redoma de Petare. Saúl me hizo firmar un contrato leonino, en el mismo
había una cláusula que decía que la sociedad tendría un período de prueba de seis meses, caso
alguna de las partes quisiera terminar la sociedad, los inventarios se calcularían al 60% de su valor
y las cuentas por cobrar al 40% del mismo. Exactamente a los seis meses, ellos comenzaron el
problema, apliqué sus reglas de juego y con el dinero que teníamos en los bancos, sin necesidad
de aportes, quedamos de socios al cincuenta por ciento mi suegro y yo. El negocio siguió yendo
bien y abrimos una, y luego otra sucursal, en menos de dos años teníamos tres mueblerías.
Aquí comienzan de nuevo los problemas, supongo mi suegro viendo el auge de los
negocios quiso aprovechar la oportunidad para dejar en claro sus puntos de vista, y sentar las
bases de su manifiesto poder. Una mañana me llamó y dijo que desde ese momento en adelante,
los días viernes en la tarde yo debería ir a su oficina y darle un informe pormenorizado de la
marcha de los negocios. Me di cuenta que había caído en una trampa. Esta era la oportunidad que
él buscaba para poder regir mi vida. Me sentí invadido, atrapado, llamé a mi esposa y esa tarde
cité a mi suegro. Entre los gerentes y demás empleados logramos hacer el inventario y como
trabajábamos ordenados, teníamos las cuentas por pagar al día. Sacado el balance de igual
manera que con los otros socios, quedaba un saldo a mi favor de casi cuatro millones de bolívares,
lo que era igual a un millón de dólares. Entregué mis cuentas y las llaves del negocio. No estaba
dispuesto que me manejaran. Dije que todas las cuentas estaban correctas. Su respuesta fue
discordante, “eso lo vamos a ver”. Así fue, nos volvimos a pelear por casi seis meses, al pasar el
tiempo vino a mi casa en señal de paz, recapacitó que se había equivocado y le echó toda la culpa
a su hija por no haberlo detenido a tiempo. Han pasado más de treinta años, jamás vi mi dinero.
En otra oportunidad, estábamos celebrando nuestro primer aniversario. Uno de mis
grandes hobbies para ese tiempo era jugar ajedrez, mientras mi esposa estudiaba derecho, me
ocupé de aprender por medio de una variedad de libros, diferentes técnicas, podía practicar a solas
horas y horas, era algo que me llenaba, mi suegro estaba al corriente de ello. Ese día fuimos
invitados a comer en su casa. Luego del saludo, me comentó me había traído un regalo de Italia,
pasamos a su comedor y en la mesa había desplegado y listo para uso, un juego de ajedrez de
madera, el mismo era bellísimo, el realce del trabajo elaborado en la pieza lo hacía distinguido, a
sabiendas que él no sabía jugar, supuse era para mí, lo miré, toqué una de las piezas y
sobresaltado, le di las gracias. Me cortó todo, cuando me dijo que eso no era para mí, que lo mío
estaba en otra habitación, no supe qué decir, quería me tragara la tierra, pasamos a la otra
habitación y me mostró una caja enorme de color negro. Ya molesto, ni siquiera traté de abrirla, por
mi manera de ser, ya había perdido, las ganas, la curiosidad y el apetito. A su insistencia de que la
abriera, tuvo Anita que hacerlo, yo no estaba dispuesto. La sorpresa fue mayúscula cuando vimos
el contenido: una caja de madera revestida en terciopelo negro, protegiendo un damero elaborado
en jade y mármol blanco con patas de león hechas en filigranas de oro. Y todas las figuras de un
tamaño aproximado de unos quince centímetros, mas siete de la respectiva base, en ónice negro.
Todas las piezas imitando a luchadores chinos en ropa de gala estaban realizadas en oro puro.
Una pieza de museo, toda una locura. Por supuesto me negué aceptar el juego como regalo. A su
insistencia propuse cambiarlo por el de madera. No hubo forma, el suegro insistió y Anita presionó.
“mi papá lo trajo desde Europa para ti, no lo contradigas.
Pues como ustedes ya deben saber, ese día los luchadores chinos durmieron en mi casa,
todavía no teníamos sala, muebles, y otras cosas, pero ya nos decoraba un inigualable juego de
ajedrez de oro. Se me olvidó decirles, que durante la boda recibimos una bolsa llena de cheques y
supongo, dinero en efectivo, esa era la costumbre. Al finalizar la ceremonia, (recuerden que les dije
no me hablaba con el suegro), él se me acercó y me entregó la bolsa con los regalos, no se la
acepté, dije: esos son regalos que dieron sus amigos, los míos no acostumbran a dar plata. Él si la
aceptó.
Uno de los regalos que me trajo uno de mis amigos fue una imitación diminuta de un reloj
antiguo. Este medía unos cuarenta centímetros, era de cuerda, la misma no duraba ni siquiera un
día, como sabía que mi suegro tenía un joyero y relojero en su oficina, lo llamé para que le
instalara un sistema de pilas, ya que de lo contrario exhibir el reloj sin dar la verdadera hora, no
tenía sentido. Ese domingo, el hombre hizo el cambio y a partir de ahí, mi reloj de cuerda avanzó
en tecnología y pasó a ser eléctrico. El hombre terminó su trabajo y se fue sin despedir, a la
mañana siguiente fui a su oficina y le llevé una propina. La oficina del joyero, la tenía mi suegro dos
pisos más arriba de la suya, aunque las mantenía bajo supervisión con cámaras de televisión. Al él
verme, inmediatamente subió, supongo a saludar.
Cual no sería mi sorpresa cuando el joyero comienza a hablar: “Sr. Kramer, lo que vi ayer,
no me ha dejado dormir, usted no se puede imaginar la belleza que han logrado hacer con algo tan
común como son unas fichas. Creo es lo más hermoso que he visto” –a dónde- fue la pregunta del
suegro. “en la casa de su yerno” he visto el juego de ajedrez más hermoso que alguien se pueda
imaginar. Es una pieza de museo. Usted tiene que verlo. -Si, es mío, yo se le presté a Samy!- me
despedí, no hice comentario alguno. Llegué a la calle y en donde encontré un teléfono le hice una
llamada a mi esposa: Por favor, toma el juego de ajedrez y se lo llevas a tu papá ya mismo. No
quiero llegar a la casa y volverlo a ver, si a mi llegada aún está te lanzo a ti y al juego por la
ventana. Han pasado de ese momento treinta y tres años, el juego de ajedrez de oro, sigue en
casa de mi suegro.
Me dediqué de lleno a la venta de fantasías, por más de cuatro años fuimos la primera
empresa del ramo a nivel nacional, llegamos a boutiques, farmacias, tiendas de ropas y regalos, y
miles de mujeres que vendían desde su casa. Los problemas con mi suegro crecían, el tira y
encoge me hizo ver la posibilidad de buscar otras fronteras. Pensé abrir una sucursal en la ciudad
de Miami, al comentarle eso a mi hermana y a mi cuñado dijeron que de ser en la New York, ellos
se encargarían. Así que tomamos un vuelo y nos fuimos todos a NY., había una oficina pequeña
en la 5ª. Avenida, me gustó, mi hermana y cuñado adujeron que no deberíamos tomar la primera
que viéramos, mejor seguir viendo; vimos una, otra más grande, otra y otra. Al final terminamos en
la calle 32 de Broadway diagonal a Macy’s y frente a Gimbels. Era todo un piso, dos mil metros
cuadrados. Firmamos contrato por tres años y así un mes de septiembre de 1976 ya había dado el
primer paso en lo referente a mi independencia familiar, cosa tan importante en mí, que aún hoy
luego de tantos años la falta de la misma me ha llevado a presentar mi divorcio, por seguir
pensando lo mismo que entonces.
Ese viaje fue muy alegre. Pasamos un par de semanas haciendo sueños que veíamos
posibles de lograr. Fue tan ameno el tiempo que pasamos, tan cordial, que mi hermana quedó en
estado de su tercer hijo, al verse en esa condición ya no quiso o no pudo acompañarme y me
quedé con una jaula demasiado grande en el lugar que no esperaba y sin posibilidades de poder
echarme para atrás. Ahora ¿qué hacer? El daño estaba hecho y había que arriar el toro. Contraté
en Venezuela a una pareja y me los llevé, me refiero a un hombre y una mujer, entre ellos no había
nada en común, él gustaba de los hombres y ella, era una señora entrada en edad. Di a estos
autorización para que se encargasen de la decoración de la oficina, cuando al mes llegué, me
encontré que tenía una de las oficinas más lujosas de N.Y. este par de locos habían gastado una
fortuna, con decir, que en apenas un año logré perder un millón de dólares. Hacer larga esta parte
de la historia no lleva a nada, no contarla tampoco. Por ello consideré en resumirla.
Para ayudar a mi cuñado, abrí en Maracaibo junto con él una empresa de fantasías, por
años, puse todo el capital que se requirió, jamás vi el retorno de un solo bolívar invertido. No sólo
eso, cuando en una oportunidad decidí cambiar de ramo, inventarié lo que tenía y envié a mi
hermana lo equivalente a un costo de un millón de dólares en mercancías, de nuevo repetí el error,
nunca pagaron. No estoy con esto tratando de cobrar lo incobrable, esa no es la intención, a Dios
gracia, nunca me hizo falta ese dinero. Lo comento porque me considero que he sido un motor que
produjo decenas de millones, mismos que fueron gastados e invertidos en mi propia familia.
Al salir de la fantasía comencé a fabricar juguetes, fue la época dorada de Los Chiquitos
Maravillosos. Impusimos una variedad de juguetes y juegos que dio mucho de qué hablar,
sabiendo la necesidad que existía en la sociedad venezolana de un juego para adultos, lancé con
todo éxito: Terapia de Grupo juego de mesa que servía como el mismo nombre indica, de ayuda
para conocer y desconocer a los contrincantes. El juego del amor, fue una manera simple de
transmitir esa corriente informativa sobre un tema tabú en una sociedad apegada a la moral y
viejas costumbres, sobre este juego puedo contar una anécdota que rozó mi familia; mi primo
hermano Daniel Akinín llevaba varios años casado, su esposa no quedaba embarazada, varias
visitas a diferentes médicos, no daban con el problema. Me cuenta Daniel que una vez jugando el
Juego del Amor le tocó responder las diferentes maneras de aplicar anticonceptivos. Una de las
respuestas cambió su vida. Los chinos por cientos de años aplican agua caliente a sus testículos y
eso mata los espermatozoides. Se dio cuenta de que ahí radicaba su problema, cada noche, antes
de ir a la cama con su esposa tomaba un baño de agua caliente. Y sin saber creía ser infértil
cuando dejó de hacerlo a las semanas festejó la noticia de la futura llegada de su hijo. Remató este
trío Escrúpulos, un juego que terminó de romper esquemas y que ayudó a desinhibir a sus
participantes.
Vinieron muñecos de la talla de Pepo y Pepina, El Bebé Repollito, Los Chiquitos
Maravillosos, Barriguitas, Nenuco, Peloncin, Pin y Pon, Los Super Héroes, El Béisbol de Las
Grandes Ligas, Los Troll, El Zoológico, El árbol Mágico, El Canal de Panamá etc. etc. durante mi
incursión en juguetes que duró unos quince años, hubo otras empresas, Estuchería El Trébol
Blanco, Espejismos, Nefertiti, Geopaper, Corporación Swiss Army, Play Boy, y otras. En una
oportunidad me encontraba fabricando una muñequita llamada Barriguitas, era durante la época
que era libre el registro de marcas y patentes, los moldes los mandé a hacer en N.Y., y para hacer
las cosas como es debido hablé con mi gran amigo Ztvi K. él ese mes de enero iba para España y
yo a Estados Unidos, teníamos algunas cosas en sociedad, por ello, lo invité a asociarse conmigo
en la fabricación de Barriguitas, según mis cálculos podíamos fabricar más de un millón de piezas
en diferentes caracteres durante unos años. Le pedí para hacer las cosas bien, solicitara a la casa
matriz, Famosa de España, para que nos dieran la licencia y así podríamos pensar en poder
exportar. Sin dudarlo un momento, aceptó y quedamos en vernos a su regreso. Pasó febrero,
marzo, no recibí noticias de mi amigo. Lo llamé, dijo: espérame, ya voy para tu oficina. Se presentó
y con mucha solemnidad comenzó a hablar. -Samuel quise venir en persona para explicarte,
porque no quiero malos entendidos, quiero sepas que la amistad es una cosa y los negocios son
otras. En mi viaje a España encontré a fulano de tal y él me propuso lo mismo que tú, total me
asocié con él y vamos a fabricar la muñequita juntos. Espero entiendas y no mezclemos una cosa
con otra-. Me levanté, lo acompañé a la puerta, me despedí, e inmediatamente llame a mi abogado
en Miami, hice cita y a los pocos días estábamos reunidos en su oficina, solicité todas y cada una
de las marcas que esta fábrica estaba produciendo en España. La ventaja con los Estados Unidos,
es que el proceso de marcas es casi de inmediato, por vía telefónica supimos las marcas que
estaban libres de registro y en el mes de junio recibí los títulos de propiedad de cada una. Los
presenté en Venezuela y desde el mismo instante revalidaron mis marcas. A mediados de agosto
volvía a llamar a mi amigo, le pedí viniera a la oficina y una vez ahí, comencé a explicarle y
hablarle: quise vinieras en persona para explicarte, porque no quiero malos entendidos, quiero
sepas que la amistad es una cosa y los negocios son otras.
Saqué documentos, y entré en detalles. Las marcas tal, tal, tal y tal, son de mi entera
propiedad, te estoy avisando con tiempo, ya que si encuentro algún producto con cualquiera de
ellas en la calle, simplemente las voy a decomisar. – ¡Me arruinaste Samuel- fue lo que dijo! ¿Por
qué? Yo te estoy avisando con tiempo para que no cometas errores.
–es que ya tengo todas las cajas de esos muñecos listas- ah, no importa, yo te las compro, a mi
me van a servir en algún momento, por eso no te preocupes. Casi con lágrimas en los ojos se
levantó de la silla, sacó dos chequeras y tomando su bolígrafo preguntó, bueno, dime ¿cuánto
quieres? Hermano, no tienes suficiente dinero, le dije. Insistió, -Samuel, tienes razón, aprendí la
lección. Sin bromas, cuánto crees debo pagar- voy a hacer algo por ti, te voy a permitir que este
año vendas mis marcas para que no te afecte, -y cuánto me va a costar eso- las gracias, para mí
es más importante la amistad que los negocios. Se levantó, me abrazo y hasta creo me dio un
beso. Me pidió le dejara usar mis marcas por tres años y después de todos los años que han
pasado aún sigue siendo mi amigo y continúa usando mis marcas. Sin querer le hice daño a la
fábrica española, ésta ha estado sin poder vender sus productos en los Estados Unidos porque ya
estaban registradas todas sus marcas.
Otro de mis grandes amigos Miguel M. con quién hice varios negocios donde lo mío se
capitalizó y él ganó millones, a quien vendí una propiedad al tener que ausentarme de Caracas, le
pedí me cobrara algunas facturas, llegó a deberme cuatrocientos cincuenta mil dólares, un día me
habló que se iba a suicidar, que había gastado todo mi dinero. Sin haberme pagado, había vendido
mi propiedad al verse como dijo: quebrado, pensaba suicidarse, me hizo ver que ni su viuda ni su
hijo, pagarían sus cuentas. Lo primero no lo hizo como tampoco pagó sus deudas, y de remate,
habiendo siempre sido uno de mis primeros invitados en cualquiera de mis fiestas, hace poco casó
a su hijo menor y no consideró debía invitarme.
Mientras duré en el negocio de la fantasía hubo una época de gran escasez de cartón.
Necesitábamos estuches y no se encontraban; un par de amigos: Agustín García y Fortunato M.
me propusieron abrir una fábrica de estuches, ahí nació Estuchería el Trébol Blanco, puse todo el
capital, compré tantas máquinas como eran necesarias y al poco tiempo nos dimos cuenta
teníamos demasiada capacidad ociosa. Me convertí en mi propio vendedor salí a generar ventas,
fue un éxito, ocurrió que tuvimos que volver a actualizar la fábrica con más modernas y sofisticadas
maquinarias. Al tener que irme a ver por mi hija, les alquilé con un contrato de Leasing maquinarias
y taller. Jamás pagaron los alquileres. En paralelo por ayudar a otro buen amigo, Jacobo L. abrí
una tienda llamada Bozart, invertí en ella casi medio millón de dólares, fue durante los mismos días
en que mi esposa estaba dando a luz a mi pequeña hija Debbiepearl, a mi regreso de Miami seis
meses después, encontré que mis arrendatarios habían vendido mis máquinas aún hoy sigo en
manos de abogados buscando el paradero de ellas, una, supe le fue vendida a otro de nuestros
correligionarios, quien ahora funge en el comité de arbitraje de nuestra comunidad. Al otro amigo
tuve que contratar detectives y abogados para demostrar a su familia el daño que me había
ocasionado. Perdí mi dinero, mi tienda y para colmo a mis amigos judíos.
Compré de un amigo la fábrica Espejismos, a los tres años la vendí, también lo hice con
una de plásticos, la de juguetes aunque la vendí, por la misma situación económica no la he podido
cobrar, entre mis haberes, debo tener cerca de quinientos moldes de inyección, de todo tipo. Entre
los juguetes que me quedan hay una fábrica de medias, una de suéteres, una textilera, una de
confección con más de doscientas máquinas de coser, unos veinte derechos de autor de libros de
texto, comprados al propio escritor, Vinicio Romero Martínez, otros más, muchas cuentas
incobrables, otras en proceso y demasiadas ganas de hacer.
Ahora que estoy cerca de finalizar la narrativa de lo que según mis ojos ocurrió con mi vida,
creo que valdría la pena dar una vuelta rápida alrededor de todo para agregar ciertas cosas que a
lo mejor pueda tengan importancia en un futuro. Debo comenzar con mi óptica de niño, ¿qué opino
sobre mi infancia? es difícil convertirse uno mismo en juez y parte, más cuando el destino no es
algo que podamos manejar a nuestro antojo y mucho menos cuando somos niños. Veo y creo me
hubiese gustado ser el menor, mi vida hubiera sido otra, no es lo mismo preocuparse de los demás
a que se ocupen de uno. No es igual aprender con los golpes para enseñar con paciencia, que
tenerse que equivocar una y otra vez más. Viví una infancia nada fácil, llena de mudanzas y
readaptaciones, con una niñez durante la cual tuve una madre insatisfecha todo el tiempo. Donde
la mezcla de lo aprendido fue tal, que me tomó años saber para que puedo ser útil.
Durante la crisis de mi hijo David recompré a sus ex-socios dos de los restaurantes, los
que él previamente durante el tiempo de duelo y dolor había repartido, pensé lo ayudaría a sentirse
mejor volver a dirigir los emblemáticos restaurantes, los manejé durante un par de años lo mejor
que pude, me doy cuenta, que ya la salud, la edad y la voluntad no me acompañaron y considero
que lo más perjudicial fue saber que para él eso no tenía importancia alguna. Ese creo ha sido el
más caro de todos mis errores, en costo dinero: perdí casi un millón, abandoné mis negocios, diría
que hasta a mi familia, en salud: me reventé hasta más no poder; hice las cosas bien. En costo
familia: perdí el afecto de mi hijo, se me presentaron crisis con mis dos hijas, perdí mi matrimonio y
al año perdí a mi padre.
Qué he aprendido de todo esto, a veces creo: nada. Otras al ver a mis hijas, al conocer sus
sentimientos, al descubrir sus capacidades, al tenerlas alejadas por tanto tiempo, al entender un
poco su mundo, pienso que los genes nobles de mi padre están en buenas manos, para muchos
sé que esto no es suficiente, pero eso es porque no me conocen, nada me satisface más que estar
al tanto y disfrutar la alegría de vivir de mis hijas. Sus logros. Acciones y al hablar de ello, debo
referirme a sus pensamientos, su inigualable estilo de redacción que conmueve a todo aquél
afortunado que las lee. Eso mantiene mi alma en alto, eso, es el alimento de mi mente que sirve de
estimulo, y cuando por error quiero o pienso sacar cuentas, ver resultados materiales de mis cosas,
entender que este mundo no perdona errores, llego tomo ejemplo de ellas y siento gran
satisfacción de mi labor. De la labor de padre. Me doy cuenta que para ellas con todo y mis errores
soy su padre y sé que me aman. Lo hacen como yo también.
Entre las cosas insólitas que me han sucedido hay tres que tienen que ver con Israel y una
de ellas me hizo ganar muchos enemigos. La primera se refiere a una oportunidad que fuimos
llamados por el Embajador; el estado judío se acababa de enfrentar con siete países árabes y
había que apoyarlos económicamente con lo que pudiésemos. Esa noche, a la salida de la charla
había un israelí que presentó una exhibición de cosas alegóricas a la guerra y al Estado de Israel.
Metí mi mano en el bolsillo y saqué todo lo que tenía, compré lo que pude, pensé que podría hacer
un esfuerzo mayor e invité al israelita para que cuando pudiese fuera a mi oficina y así aumentaría
mi contribución. Cuando vino, me comenzó a decir que si nosotros fabricásemos esas cosas que él
estaba vendiendo podríamos ganar varios millones. Me sentí estafado, más aún bajo la sombra de
un funcionario.
Pasados unos años me ocupé de ayudar en la CUE, hice una muy buena labor, me habían
dado las tarjetas rojas, aquellas personas que por años no colaboraban y logré poner al día a
muchos y muy importantes personajes. Eso, hasta que el jefe de la delegación un coronel
asimilado, me ofreció de manera gratuita unos pasajes para Israel para mi y mi esposa. Misma
sensación, mismo dolor. No seguí colaborando. La última me ocurrió en la ciudad de Miami, un
lunes decidimos ir toda la familia para Israel, teníamos los boletos, fuimos a la Embajada, casi se
burlaron de nosotros, nos dijeron que si queríamos las visas debíamos esperar dos semanas. No
hubo forma ni manera, perdimos el viaje y nunca más se nos volvió ni volverá a presentar la
oportunidad de hacer ese viaje con toda la que era mi familia.
A los pocos meses nos llamaron contaban con nosotros para la inscripción en el libro de
David Bengurión, la invitación nos ponía al corriente que en esta oportunidad íbamos a ser
honrados con la presencia de esa misma embajadora que se burló de los deseos y necesidades de
toda una familia. Ahí terminaron mis días con las colaboraciones. Pienso como dijo mi amigo
Renny Otolina que uno no debe ser candil de la calle y oscuridad de su casa.
Cuando por razones políticas, me inhabilitaron y no publicaron mis artículos en nuestro
periódico comunitario, me sentí nos estaban vejando. Tomé la decisión de hacer un periódico, no
tenía la menor idea de lo que eso significaba, hablé con mi prensista Josué Briceño y me dio
ciertas explicaciones. Debimos adquirir algunas máquinas, lo hice con gusto y pasión, veo aunque
pocas cosas han sido freno en mi vida que de estar interesado en hacer, estas trabas nunca me
han detenido, así creo, no, ¡estoy seguro! son mis hijos, y de ello me siento orgulloso.
Estoy plenamente convencido de lo que mis hijos pueden lograr, si me refiero a David, en
algún momento volverá a ser polo de atracción de un gran grupo que necesite la visión y el
conocimiento de él, para comenzar una gran empresa. Sé que su mundo ahora dejo de ver la parte
material y sus sueños son ayudar a niños con problemas, también que la experiencia del desastre
que tuvimos en el estado Vargas, fue un fuerte impacto en su sensibilidad humana. Durante
semanas vivió y convivió con la gente del desastre, regaló miles de platos calientes para de alguna
manera ayudar a paliar tal problema.
Nathalie es un caso diferente, ella vive de cosas pequeñas, detalles que para otros son
insignificantes, en ella tienen gran importancia, su mundo es de alegría, su espíritu de servicio. La
veo como una diseñadora famosa, como madre ejemplar y sobre todo como ductora de reglas
éticas y morales.
Debbiepearl está arrancando en lo que sabe domina y le gusta: la escritura. Hacia ese lado
veo que volcará sus conocimientos e impartirá cátedras con sus ideas. No puedo omitir el que
dedique parte de su tiempo en la producción de libros de textos más explícitos, que propondrá
formulas y estilos para atender a los ancianos con amor, también sé que hará incursión en novelas
y cuentos. De seguro las mejores poesías brotaran de su pluma, ella es tan rica en sentimientos
que una piedra, una rama seca, un vergel, una mariposa, un lago lleno de cisnes, cualquiera de
estas u otras cosas narradas por ella se convierten en un encantador cuento de amor.
Anita verá lo que hasta ahora no ha podido, tendrá el tiempo y el espacio para dedicarse a
sus nietos e hijos, ella, por su manera de ser es conformista, no requiere de halagos, los reflejos de
una sonrisa, de una supuesta alegría a ella la conmueven y la llenan de satisfacción. Veo que
renacerá, hará viajes a los sitios más recónditos, será maestra y tutora de sus nietos y sé que vivirá
feliz.
Cuando pienso en mi comunidad sigo tan claro como cuando lancé mi candidatura a la
presidencia de Asociación Israelita de Venezuela. He vivido por así decir el auge y
desmoronamiento de una comunidad, lo hice mientras viví en Maracaibo, en aquél tiempo éramos
más de ciento cincuenta familias, todas unidas, era una comunidad que podríamos llamar de
bloque. Con un sólo problema, los ricos jamás ayudaron a los menos ricos o más necesitados, esto
hizo que la clase menos favorecida emigrara, hoy sigue habiendo un club y un colegio hebreo, pero
vacío, tristemente debo decir que está lleno de goims, en toda la primaria y secundaria, no pasan
de treinta los niños judíos, la comunidad sola no esta capacitada para mantener lo uno ni lo otro.
¿Qué debemos hacer en la capital?
Es mucho más sencillo, la infraestructura existe, nuestros ancestros previeron el
crecimiento y nos dieron bases sólidas, como para una comunidad tres veces mayor de la que
tenemos. El problema está en las fuentes de trabajo. En la capacitación y ayuda para iniciar a
tantos que no tienen, que ahora reciben ayudas, pero en corto plazo ni le será suficiente, ni habrá
para todo el que lo necesite. Insisto debemos abrir la Universidad Judía de Venezuela, con
materias prácticas que puedan ser útiles en otros lares, tal cual la experiencia de México, donde
una sola familia ayudó a cuatro mil paisanos dándoles la asistencia y el crédito necesario para abrir
pinturerías. Sí, una familia dueña de una fábrica de pinturas, otorga el crédito y la ayuda que se
requiere para que estos se conviertan en comerciantes prósperos a la vez que promueven su
producto y garantizan su distribución. Tenemos gente capacitada como chóferes, podríamos
otorgarles a un par de ellos un taxi, ayudarlos a formar cooperativas de taxis para dar servicios
múltiples a la comunidad. Esto garantizaría seguridad y confianza. Tenemos tantas familias que
ayudamos y que no hacen nada, cuando podríamos generar una vez al mes ferias de comida y
entretenimientos en nuestro club haciendo que participen y se ganen su sustento. Tenemos el
edificio, tenemos los médicos, odontólogos, ginecólogos etc. como para ayudarlos a tener un
hospital que pueda vender a través de pólizas de seguros médicos los servicios que tanta falta
hacen. De la unión viene la fuerza.
He visto lo que está pasando con la comunidad, me asusta y da rabia, nuestros jóvenes
tratan de abrirse campos en otras latitudes, y qué les hemos enseñado, qué saben hacer. Si no
cuentan con una chequera sin límites, al poco tiempo están de regreso y llenos de dolor. Me
sorprende, cuando sabemos con lo que contamos, lo que tenemos y hemos exportado. En una
oportunidad una revista americana se dirigió a mi, pidió mi opinión, ellos tenían un algo, que nos le
cuadraba, se trataba de que en un sólo país durante un período de diez años, se habían
desarrollado veinte de los mejores cien cerebros del mundo en lo referente a programas y usos en
computación. Llamó su atención porque todos procedían de la misma ciudad, no sólo eso, habían
egresado del mismo colegio. Y como dije anteriormente se graduaron dentro de un período de diez
años. El país: Venezuela, la ciudad: Caracas, el Liceo: Moral y luces. Este grupo de muchachos
tuvo que tener algo o alguien que motivara sus vidas, hice las averiguaciones, entrevisté a cada
uno por separado, preparé mi análisis y se publicó. Esa época de oro, contábamos con los
profesores más distinguidos. La interrelación entre maestros y padres ayudó en lo concerniente al
deseo extra cátedra. Todo eso existe, todo está a nuestro alcance. Estos afortunados muchachos
han generado ideas que incrementaron en centenares de millones de dólares los beneficios y
activos de dichas empresas, creo que esto nos enseña debemos pensar en grande.
Tenemos algunos muchachos que se han dedicado a la gastronomía, su conocimiento y
experiencia están a la vista, por qué no pedimos su ayuda y masificamos cursos, hacemos que
desde las aulas se promuevan y asocien ideas y personas. Acaso todos ellos no son nuestros. O
sólo debemos querer a unos pocos. Hemos visto en repetidas oportunidades que contamos con
voces privilegiadas, qué o quién está haciendo algo por promoverlos, ayudarlos, y así motivar a
otros sigan sus pasos. Cosas de las más simples como maquillajes, algo que toda mujer practica
desde la infancia hasta su partida, quién les enseña. Acaso alguna nuestros directivos han llamado
a tantos ejecutivos progresistas y triunfadores para que compartan con nuestros alumnos sus
conocimientos, la clave de su éxito, la oportunidad de comparar entre lo que uno cree y lo que
puede ser posible y existe.
Con un centro de estudios creado podemos acometer cualquier idea, y de ahí pueden salir
soluciones que realcen nuestro gentilicio y hagan posible de una manera más sencilla, el balanceo
de la capacidad con el de la posibilidad.
En lo único que veo estamos abocados es a introducir la religión a niveles que me asustan,
de una manera que nos divide, y que por primera vez nos está llevando al alejamiento familiar.
Acaso era eso lo nuestros patriarcas propusieron. La verdad jamás se ha encontrado dentro del
fanatismo, y cuando pregunto algo de religión a muchos de los supuestos nuevos practicantes, veo
su el total desconocimiento, esto me asusta, me aleja, y me hace ver necesitamos un guía
espiritual que venga a nosotros, sin soberbias, con la verdad en la mano. Con la intención de
mostrar lo que debemos saber. Esto lo digo basándome en palabras del propio Maimónides, “La
Toráh no puede estar al alcance de todos” quiso decir que el entendiendo a los preceptos es más
importante que ellos en sí mismos. Fue hasta más explícito, dijo que en el judaísmo había siete
niveles, en el primero para no hacer largo estaban aquellos que en pleno desierto, se encontraban
de espalda al castillo, por más que daban vueltas, jamás lo veían, a esos no debería enseñárseles
Toráh, y en el último de los niveles, en el séptimo, puso al hombre que entrado en palacios, parado
frente al Supremo, pregunta y Tú quien eres.
Llorar es una condición normal del ser humano, al hacerlo desahogamos nuestras penas y
ayudamos a disminuir el dolor. No existe mayor dolor en el mundo que el ocasionado por la pérdida
de un familiar y es en esos momentos cuando nos damos cuenta somos indefensos, la teoría no
ayuda; la realidad, ésa que veíamos muy de cerca, pero nunca tanto, es más cruel y por supuesto,
mucho más dolorosa. Qué se puede hacer o pensar con toda esta gente a quienes no le dieron la
oportunidad de vivir. Qué se puede hacer con los que se fueron, a quienes tampoco les dieron la
oportunidad de llorar. Me he preguntado una y mil veces, qué puedo yo hacer, creo debemos rezar
por ellos, por sus almas, por todos los que murieron y por los miles de millones que nunca nacerán.
Por estos días fui a visitar la tumba de mi padre, el cementerio queda en una de las partes
más privilegiadas de Caracas, la vista nos hace pensar debe existir un más allá, la visión del valle,
las montañas, el verdor, unido a esas láminas de mármol gris opacadas por los excesivos rayos de
sol, la lluvia y el viento, que dicen muy poco de los que allí duermen el eterno descanso. Me
hicieron meditar que la vida es una carrera sin fin, somos, mientras vivimos, luego, ni somos ni
fuimos. Qué lástima, me detuve a leer varias lápidas y qué encontré: casi nada: don fulano de tal,
nacido en tal y cual fecha y fallecido en tal y cual otra, quien fue buen esposo, padre y abuelo. En
memoria de quienes lo queremos. Creo algo debemos hacer. Vivir cincuenta, setenta o noventa
años para tan pocos logros reconocidos es además de triste, vergonzoso. Claro, se abusa porque
los muertos no pueden hablar, y por lo tanto ninguno de ellos se queja.
Mientras estuve con mi padre me di cuenta que en el cementerio las lápidas se multiplican
a un ritmo vertiginoso. Cada vez es menos el espacio libre. Concienticé que al menos mi padre no
estaba sólo que tendría con quien pasar el rato en caso de que tengamos otra vida. Ante esa idea,
me puse a recorrer tumba por tumba, me sorprendí, creo que en el cementerio tengo tantos o más
buenos amigos que en esta vida. Aún recuerdo el primer entierro que pude ver cuando era niño,
me parecía algo tan lejano, hoy hemos perdido hasta el respeto a la muerte, lo digo con el corazón
apretado, recuerdo a mi padre cumpliendo todos y cada uno de los días del año con su sinagoga y
con sus amigos. No vi a uno sólo de ellos estar presente mientras lo depositábamos en su tumba
para siempre. Si recuerdo como se desvivía porque éste o aquél tuviese un puesto de honor en la
sinagoga, o tuviese el libro adecuado para sus rezos, o…, no vale la pena seguir explicando las
bondades de un hombre bueno, mi pregunta es: acaso con su partida ya no quedan gente como él.
Espero estar equivocado. Sería muy triste un mundo en el que nos olvidemos de los muertos,
porque ya ellos no tienen como pagarnos favores.
Como les dije sentí que lo poco que una lápida dice, desdice lo que un hombre fue en esta
vida, por ello, convencido, hoy propongo para aquellos que están ávidos de negocios, debería de
haber una álbum fotográfico de cada uno de los muertos, con las fotos que evidencien su vida,
familiares, amigos, logros y frustraciones. Y de vez en cuando recordarle a esos amigos, que la
familia los tiene en cuenta, que no se olviden que a todos nos va a tocar llegar.