Etica de La Autenticidad
Etica de La Autenticidad
Etica de La Autenticidad
La tica de la autenticidad
Ediciones Paids
I.C.E. de la llnivl'I'sidad Autnoma de Barcelona
Barcelolla - lIUI'llOS Aires - l\lxico
Ttulo original:
mala/se f?(mo(/erni'.Y
Publicado en ingli's por Ilouse of AniJnsi Press Limited
Tradll('cin dI' Pablo Carhajosa Pi'rez
Cubierta de l\lario Eskenazi
1: edicin, 1994
(Jul'tlan I iguroSilllll'nte prohihidas, sin la aUlrizacin escrita de los titulan's
<Id "(:oppight", bajo las 'dlU"iones ('staulet"dils en las leyes l la n'producc11l totill
11 !JI" al dt' ('sta ohra por cualquier lIlt!lOdo o pron.dimiclllo, compn.-'IHlidos
l..
'ogl'afiOl )' (,1 Irilli.ll1lit'nto illfonHatico, y la distrilHlcin de ejemplares de ella
111( dlallll' alquiler o prstamo publictls.
A Bisia
Deseo agradecer a Connie y Frank Moore su ayuda en la
discusin de este proyecto, y a .Ruth Abbey y Wanda Tay!or
su atenta lectura del manuscrito. Vaya mi reconocimiento a
Eusebia da Silva por ayudarme a definir tanto ste como el
proyecto ms amplio al que pertenece.
SUMARIO
11
15
23
30
LA ETICA DE LA AUTENTICIDAD
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.
37
49
61
67
77
89
103
111
121
135
_ _ _ _ _ _J
INTRODUCCIN
RECUPERAR LA MORAL:
LA FILOSOFA DE CHARLES TAYWR
12
LA tTICA DE LA AUTENTICIDAD
crtica. El ensayo que aqu se presenta aade a esa sensibilidad hel'menetica un acento especial: podemos ver en juego
un cierto afn educador -un afn que para ser comprendido debe: en'primerTugar, ser redimido de las malas connotaciones que arrastra e! adjetivo que lo acompaa- el cual
hace de l no slo el trabajo de un filsofo de la moral sino
tambin el discurso de un moralista. El anlisis de! malestar de la modernidad se realiza C afn de recuperar las
fuentes olvidadas dI: lo moral, unas fuentes que.segn'-Tay:
1'01', la filosofia moderna no ha comprendido adecuadamente y cuya omisin no slo deja desarbolada esa filosofa sino
tambin a la sociedad moderna misma. La filosofia moral
y poltica de la modernidad -el liberalismo en la poltica
y el racionalismo y el naturalismo en la moral- nos han alejado tanto, argumenta Taylor, de nuestra estofa moral real,
de nuestras prcticas de argumentacin prctica en la vida
cotidiana y de los marcos de valores en los que constituimos
nuestra identidad que hemos dado en quedar ciegos, incapaces de explicarnos quines somos y de resolver los problemas que de hecho tenemos. Todo comportamiento posible, todo modo de vida practicable,parece iguaTmele
ceptable desde el punto de vista de la imparcialidad liberal
cuando, de hecho y por el contrario, nuestra cultura morar
l-ia ido acumulando criterios de valor segn los cuales nos
decimos qu vidas son plenas y cules acarrean frustracin
o fracaso. Nuestra moral-moral pblica y no slo privadaha quedado sin articulacin -por emplear un concepto central para Taylor y sobre el que nos fijaremos en seguiday en ese descoyuptamiento anida la principal raz de nuestros
No le ser difcil al lector percibir en ese esbozado retrato de una cierta desconfianza ante la filosofa moderna algunos rasgos comunes a otras reflexiones anglosajonas contemporneas como las del neopragmatismo de Rorty,2 por
2. Vase R.Rorty, La filosofia y el espejo de la naturaleza, Madrid, Ctedra, 1983 o CUlllillgellcy, /rony (l/Id Solidarity, Cambridge, Cambridge Uni.
vel'sity P"ess, 1989. errad. esp. COlllillgellcia, ironia y solidaridad, Barcelo.
na, Paids, 1991.)
14
LA I?TlCA DE LA AUTENTlC(l)"D
\S
Taylor. En segundo lugar, concretaremos ese debate en el mbito ms estrictamente tico y poltico, analizaremos su crtica al atomismo de las filosofas modernas para ver de qUl:
forma propone una epistemologa tica diferente y subrayaremos el problemtico tono de realismo moral que reviste
su explicacin de la sustantividad de los marcos culturales
en los que definimos de forma ineludiblemente valorativa
nuestra identidad. Tras estos dos apartados podremos centrarnos, en un tercer epgrafe, en los contenidos de la crtica
de la modernidad que Taylor desarrolla en el presente ensayo y daremos una ltima referencia de las posiciones comunitaristas de sus ltimos trabajos.
Lenguaje, valor y expresividad. La tradicin hermenetlca
frente al naturalismo.
Taylor relata en la Introduccin a sus Plzilosoplzical p(/pers (PP J Y PP 2, 1-12) cmo sus posiciones filosficas se fraguaron en su enfrentament();enlos aos sesenta y setenta,
onlos modelos derivados de las ciencias naturales y biolgicas en su aplicacin a las ciencias sociales. Frente a esos
modelos Taylor esgrime los consabidos argumentos postheideggerianos y wittgensteinianos basados en la aproximacin
hermenetica o interpretativa. 8 El conductismo y los primeros pasos de la inteligencia artificial son criticados por su
reduccionismo y por suministrar una concepcin que l consideraba implausible del comportamiento humano. 9 Como
reformular posteriormente, la mejor explicaciH IU de nuestro comportamiento requiere que superemos los lmites de
8. Para el debate entre la perspectiva hennenetica comprensiva y la
explicativa en las ciencias sociales, vanse, sobre todo, los ensayos de la
primera parte de PP 2 y, en concreto, Interpretation and the Sciences uf
Man (PP 2, 15-57), .Socii Theory as Practice. (PP 2,91-115) Y Understall
ding and ethnocentricity. (PP 2, 116-133).
9. La crtica :\1 conductismo se remonta a su
Exp/QllQ{ioJ,J uf Re
/lQviollr, Londres y Nueva York, lIumanities Press, 1964.
10. Vase SS, pgs. 58 y sigs.
.1
16
LA oTlC,\ DE LA AUTENTICIDAD
17
mista del todo social. Con ese doble movimiento, de propuesta de una mejor interpretacin y de crtica social -y ya no
slo epistemolgrca- del naturalismo, la reflexin de TayIO-r tiende a hacerse resistente o, en sus propios trminos, de
recuperacin ", a contracorriente. Y, sobre todo, podemos
percibir a su luz de qu manera la tarea del filsofo queda,
en la interpretacin de Taylor, marcada por la ya mencionada perspectiva del moralista y alejada de cualquier neutralidad o de cualquier caracterizacin de la filosofa como saber de segundo orden, una caracterstica de la filosofa
moderna cuyo silencio sobre las cuestiones sustantivas Taylor considera insalubre (SS, pg. 98).
A tales efectos de propuesta y de crtica, el planteamiento de Taylor querr reformular tanto una estrategia terica
en la que se enlacen una reconstruccin del concepto de valor y de su articulacin y expresin de un lenguaje moral sustantivo como el anlisis del entramado cultural de las sociedades desarrolladas. Este anlisis se desarrollar en forma
de una interpretacin holista de la sociedad en la que pasan
a primer plano los elementos culturales por los que una so- .
ciedad define sus metas y su identidad.
---"
Aunque en lo dicho queda reflejado el esquema bsico del
anlisis de Taylor conviene que nos detengamos un momento ms en.tres
han aparecido y que requieren1l1s
comentario: la idea de contraste cualitativo, la de articulacin y la concepcin hermenetica del lenguaje. Esas tres
ideas nos servirn como un negativo a cuyo trasluz adquiere sentido la crtica de Taylor al atomismo valorativo de las
socicdades desarrolladas.
En el artculo What is Human Agency? (PP 1, 15-44) Taylar quiso reinterpretar la diferencia entre deseos de primer
y-segundo orden que haba propuesto Harry Frankfurt. Tayl{Jr subrayaba all que la jerarqua de deseos de Frankfurt
podra percibirse mejor contraponiendo dos tipos de evaluacin de deseos. Cabe ponderar diversos deseos que se tiencn
calculando las consecuencias de realizarlos, o cabe ponderarlos atendiendo a alguna cualidad que se ponga en juego
en los mismos. La primera [arma de evaluacin sera una cva-
18
luacin dbil Ya ella habran akndido, por ejemplo, las formas clsicas del utilitarislll'J. La segunda evaluacin, que Taylor denomina cvaluacin fucrtc, se fija en cl \'alor
cl/aliWtil'(} dc
deseos-,,-(j>j> 1, 16). Para determinar
tal valor, es !iccesario precisar a qu tipo de bienes serdiere la <'H'cil o el deseo y tal precisin se realiza en el seno
de diferentes contrastes. Tales contrastes (como los que se
enuncian en todos aquellos trminos culturalmente densos"
cuyas referencias se imbrican con todo un conjunto de significados simblicos particulares a una cultura dada) establecen, ciertamente, una jerarqua, pero sta -a diferencia
de la propuesta por Frankfurt- se establece en base a los
contenidos de hecho valorados en un cultura y tales contenidos se expresan en un conjunto de contrastes que articulan
los lenguajes valorativos. Para Taylor, un evaluador fuerte
opera a mayor profundidad que aquel que slo empleara
evaluaciones dbiles, pues es capaz de dar razn de su motivacin de manera valorativamente ms articulada (PP 1, 25).
La evaluacin fuerte tiene su exponente ms lgido, segn
Taylor, cuando el sujeto es capaz de proceder a una valoracin radical en la que sus comportamientos y motivaciones
pueden ser sometidos a una crtica en mayor profundidad
en aquellos momentos en los que el sentido mismo de la vida
se ve cuestionado. Pues bien, tales capacidades de revisin
refieren al sujeto que las practica de manera especial. Taylor seala que esa valoracin radical es, al cabo, una reflexin sobre la propia identidad en la que el sujeto, procediendo a comprenderse a s mismo sin imponerse criterios
externos de valoracin, toma su propia vida en sus manos,
y ejercitando una autodeterminacin fuerte, se hace responsable de s mismo (PP 1, 42).
Tal concepcin, cercana a la retrica de la fenomenologa personalista. se apoya, como puede verse, sobre una nocin de evaluacin fuerte que se define, circularmente, en
relacin a una nocin de valol- cualitativo, por oposicin a
la ponderacin a partir de criterios extern'os de las motivaciones del sujeto. Tales criterios externos son concebidos
'como mediciones cuantitativas fl-ente a los cuales, y por el
.--.----;;.-
-----
20
LA TICA DE LA
tas ticas. La tica moderna acentuara la capacidad que poseen o han de poseer unos sujetos imparciales para revisar
sus concepciones del bien o para decidir entre concepciones
del bien alternativas cuando no se reconoce la prioridad dada
de alguna de ellas frente a las dems. 12 La imparcialidad sera, as, la perspectiva moral que se le requiere a quien se
enfrenta al pluralismo o al conflicto moral. Y el mismo problema, el del pluralismo moral y el de la necesidad de en-_
cortrarformas de resolver el conflicto de valores, es, de he-'
c1lO, el obstculo' ms fuerte que, en el campo de la tica, han
de afrontar propuestas sustantivizadoras como la de Taylor,
para las cuales la dimensin tica slo surge plenamente en
el seno de un lenguaje moral dao. Desde ste se han de enfrentar a otros lenguajes diversos con las nicas armas de ;::;...
su comprensin interna, corriendo, por lo tanto, el doble ries- \,,1lJ
go de comprenderlos slo a partir de los propios trminos .,l .. ,!
(en el modelo de la fusin de horizontes gadameriana, por
ejemplo) o de no comprenderlos en absoluto.
En otros trminos filosficos, lo que se debate es la relacin entre lenguaje y mundo, discusin en la que pareceran
contraponerse dos modelos bsicos: por un lado, el modelo
naturalista -inarticulado, en los trminos de Taylor recin
reseados- entendera el lenguaje como un conjunto designativo de signos que emplea un sujeto para describir y manipular el mundo, o, al menos, as lo pintara -por 01 ro
lado- un modelo hermenetico alternativo al que Taylor quisiera adscribirse y que acentuara el carcter articulador que
hemos subrayado. En diversos textos ha explorado nuestro
autor esa contraposicin entre dos modelos del lenguaje: el
de Condillac, por la parte naturalista y designativa, y el de
Herder, por la parte holista y expresivista. 13 El primer mo12. Vase W. Kymlicka, .The Ethics of Inarticulacy,/nquiry 34,2 (1991)
pgs. 155-182. Este nmero de la revista /lIq!lry est dedicado a la discusin de SS, con trabajos de Q. Skinner, M. Rosen y M. l1:iw-Beer seguidos
de una respuesta a los mismos por parte de C. Taylor.
13. Vase .Language and Human Nature, PP 1,215-247; .Theories (lf
meaning, PP 1,248-292, pero, sobre todo, .The importance of Herder en
Maragalit, E. yA. (comps.), Isaiah Berlirl: A Celebratioll, Chicago, University of Chicago Press, 1991, pgs. 40-63.
22
LA eTlCA DE LA AUTENTICIDAD
delo habra evolucionado hacia las interpretaciones que Tay101' denomina representacionalistas, dominantes en la tradicin anglosajona, que entenderan el significado en virtud
de la representacin y que se habran centrado en la nocin
de significado como satisfaccin de las condiciones de verdad de las proposiciones. Segn el holisrii y el expresivismo del modelo contrario, al que retornaremos en breve, tal
concepcin del significado es reductiva por entenderlo s-fo
desde la perspectiva del observador: el lenguaje es un me]'
dio en el que e.stamos inmersos y que nos constituye, Siendo.
reductiva cualquier concepcin, en ltimo trmino instrumental, del mismo que lo entienda como algo que opera entre nosotros y el mundo objetivo, como algo que empleamos
para mediar la relacin entre el sujeto y el objeto.
'
Frente a esa concepcin del lenguaje, Taylor seala tres
funciones del lenguaje que ve operar en la tradicin de las
tres Haches, la de Herder, Hamann y Humboldt, tradicin
romntica que habra proseguido, en formas diversa con Heidegget- y Wittgenstein. '4 Segn la primera funcin, expresiva, del lenguaje, ste es la forma en que los humanos formt;Jlamos cosas (PP 1,256), en el sentido antes mencionado
de articular sentidos de una manera compleja y densa, hacindonos conscientes de algo; en segundo lugar, el lenguaje sirve para exponer algo entre los interlocutores (PP 1,
259), generando un espacio pblico y abriendo, desvelando,
aquello que se expresa; en tercer lugar, por el lenguaje determinadas cosas, <<nuestras inquietudes ms importantes,
las caractersticamente humanas, pueden formularse, articularse para impactamos (PP 1, 260) y pueden, por lo tanto,
constituirse. Estas tres caracteristicas de la expresividad, del
desvelamiento y de la capacidad articuladora del lenguaje
son las que Taylor ve desplegarse en la tradicin herderiana
y que, con Wittgenstein, Heidegger -y, habra que aadir,
14. Vase la comparacin que C. Guignon establece entre Rorty y Tay
corno
de la tradicin de Heidegger y Wittgenstein en .Philosophy after Wittgenstein and Heidegger en Philosop}y all<i PhellomeIlulogical Uesearch, 50, 4 (1990) pgs. 649-672.
101'
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DE LA AUTENTICIDAD
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't-Jl'/
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LA f:.TICA DE LA AUTENTICIDAD
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gar desde el que comprender lo diferente aunque constituya, como es obvio, el punto de partida. En efecto, cabe pensar que la propia tradicin puede y debe abandonarse a la
hora de abordar el encuentro con otra, al igual que el propio
horizonte se modifica o se abandona al encontrar problemas
nuc\os y nuevas situaciones. Al menos, eso es lo que est implicado en la idea moderna de imparcialidad ante la cual,
como vimos, Taylor eleva sus sospechas de hermeneuta. Pensemos as en el esfuerzo de aprendizaje de tolerancias que
est en la base del liberalismo moderno: slo arbitrando mecanismos neutrales entre tradiciones y slo generando estrategias de imparcialidad pueden convivir visiones del mundo diferentes, ya sean morales o rligiosas. Sera ingenuo
pensar (incluso en visiones del mundo tan cercanas corno los
cristianismos reformados y el catolicismo) que la coexistencia de diferencias hubiera de implicar la cabal aceptacin
mutua de las partes implicadas o la fusin de sus creencias.
Ms bien, lo que nuestra propia tradicin nos enseila es que
el surgimiento de complejidades sociales y culturales genera formas de integracin de un nivel de complejidad superior: la imparcialidad liberdl no deja, as, de ser un valor, pero
pertenece a un orden de reflexividad diverso a la adsnipcin
a un horizonte de valores sustantivos dados frente al cual se
alza otro distinto.
En el planteamiento de Taylor, por el contrario, el realismo de los valores parece, pues, remitirse a un valor atribuido a la propia tradicin o cultura moral. No cabe, por lo tnn
to, salir de nuestra piel, ni someter a crtica radical nuestra
identidad, sino slo proseguir el proceso de aprendizaje en
el que, histricamente, nos hemos constituido. El lugar de
la tradicin propia (y a pesar de que Taylor, a diferencia de
MacIntyre, evite este trmino) parece incrementarse en la estrategia global de nuestro autor.
30
LA f'.T1CA DE LA AUTENTICIDAD
En diversos textos ha analizado Taylor el papel constitutivo de una comunidad moral a la hora de comprender el entramado moral en el que constituimos nuestra identidad. Su
mirada neohegeliana y a veces pragmatista (no en vano el mismo Dewey aparece como el ltimo de los neohegelianos) acenta el carcter holista de la sociedad y a su luz la identidad
de los sujetos es analizada en su contexto de socializacin,
de surgimiento y de constitucin. 20 En The Politics of Recognition Taylor recoge este concepto como clave de la comprensin de los mecanismos de integracin social y de formacin de la identidad. La categora de reconocimiento pone
de relieve la estructura dialgica de los procesos de constitucin de la identidad, una estructura, seala Taylor, que el
giro bsicamente monolgico de la filosofa moderna dominante ha tendido a olvidar. Esta filosofa, con su acento en
la nocin de dignidad (frente a la obsolescencia de la idea
de honor como reconocimiento de la pertenencia en las sociedades tradicionales) ha articulado una poltica del universalismo en la que la igual dignidad de los ciudadanos se
ha resuelto en una poltica cuyos contenidos han sido la igualacin de derechos y merecimientos (pg. 37). Frente a tal
igualacin, a la que subyace la ya tratada prdida de la categora de valor, Taylor quiere encontrar en la idea de una
poltica de reconocimiento igual la base de una reconceptualizacin de la esfera pblica que atienda, a la vez, a las
demandas de igualdad de las democracias modernas y al reconocimiento de las particularidades de las tradiciones culturales y de las formas de identidad histricamente consti20. Vase Cross-Purposes: the Liberal-Communitarian Debate en N.
Rosenblum (comp.), Liberalism alld Ihe Moral LIfe, Cambridge, Mass. Harvard University Press. pgs. t59-182 y. sobre todo, su reciente texto MIIlticII!llIrali.Sllllll/l/ 1he l'olilics of Recogllilioll, P1ncclon. Princclon University Press. 1992. Este ensayo va seguido de comentarios de A. Gutman (comp.
del volumen), S. Rockfcller, M. Walzer -con un texto epecialmente
'e1evante- y S. Wolf.
31
32
LA EnCA DE LA AUTENTICIDAD
ste carece de proyecto moral propio -cultural o religiosoy de metas colectivas ms all de la libertad personal, la seguridad de los ciudadanos y su bienestar. Frente a ese liberalismo, un segundo tipo, el Liberalismo 11, concebira un
inters del Estado en la supervivencia y el florecimiento de
fonnas nacionales, religiosas o culturales particulares, sin
que ello obstara para la defensa de los derechos individuales. El ensayo sobre multiculturalismo se extiende en comentarios sobre la situacin canadiense y las relaciones entre
nacin y Estado en ese pas. Las posiciones polticas de Taylar en el movimiento nacionalista de Quebec se articulan, filosficamente, en esa poltica del reconocimiento que acenta la existenda de fines colectivos en la esfera pblica, fines
marcados por la defensa de la propia identidad cultural y
que son fines "fuertes en el sentido de fuerza que hemos
visto operar en epgrafes anteriores.
El difcil equilibrio entre comunidad y derechos, entre la
idea de <dgualdad y la idea de "reconocimiento que Taylor
propone es exponente de los intentos contemporneos de articular la herencia poltica del liberalismo, con toda su deduccin y su atencin a la idea de lo justo y de la imparcialidad, con las tradiciones culturales particulares y con las
ickas de bien que esas tradiciones encarnan. Pero, llegados
a este punto, cabe preguntarse si ese difcil equilibrio no habra de reconocerle a la tradicin moderna mucho ms de
lo que pernliten las crticas a la misma que hemos visto desplegarse en las ideas de Taylor anteriormente expuestas. La
sustantividad de los valores y su jerarqua se oponan a las
modelizaciones racionales con las que en la modernidad se
ha hecho inteligible la idea de imparcialidad, pero sta es
una idea sin la cual la nocin misma de derechos individuales sera incomprensible. La crtica al subjetivismo -como
mera proyeccin de valores por parte de un sujeto desencarnado- se formulaba, as, en tono mayor. Mas ahora han
de reconocerse, al menos parcialmente, las ventajas que la
distincin entre lo justo y lo bueno conileva, y ha de pensarse -parece proponernos Taylor- no cmo eliminar la idea
de igual dignidad sino cmo insuflar en ella alguna nocin
34
LA EneA DE LA AUTENTICIDAD
22. Q. Skinner. Who are "we"? Ambiguities,of the Modern Self". 111qll'-Y. 34. 2 (1991) 133153.
23. A. Ryan. Dont Think for Yoursclf Unless You Can. Tlze New YOIk
Times Buuk Review. 27 de septiembre de 1992. pg. 16.
LA TICA DE LA AUTENTICIDAD
Quisiera referirme en lo que sigue a algunas de las formas de malestar de la modernidad. Entiendo por tales aquellos rasgos de nuestra cultura y nuestra sociedad contemporneas que la gente experimenta como prdida o declive, aun
a medida que se desarrolla nuestra civilizacin. La gente
tiene en ocasiones la impresin de que se ha producido un
importante declive durante los ltimos aos o dcadas, desde la Segunda Guerra Mundial, o los aos 50, por ejemplo.
y en algunas ocasiones, la prdida se percibe desde un perodo histrico mucho ms largo, contemplando toda la era
moderna desde el siglo XVII como marco temporal de declive. Sin embargo, aunque la escala temporal puede variar
enormemente, existe cierta convergencia sobre la temtica
del declive. A menudo se trata de variaciones sobre unas
cuantas melodas centrales. Yo deseo destacar aqu dos temas centrales, para pasar luego a un tercero que se deriva
en buena medida de estos dos. Estos tres temas no agotan
en modo alguno la cuestin, pero apuntan a buena parte de
lo que nos inquieta y confunde de la sociedad moderna.
Las inquietudes a las que voy a referirme son bien conocidas. No hace falta recordrselas a nadie; son continuamente
objeto de discusin, de lamentaciones, de desafo, y de argumentaciones a la contra en todo tipo de medios de comuni
cacin. Esto parecera razn suficiente para no hablar ms
de ellas. Pero creo que ese gran conocimiento esconde perplejidad; no comprendemos realmente esos cambios que nos
inquietan, el curso habitual del debate sobre los mismos en
realidad los desfigura y nos hace por tanto malinterpretar
lo que podemos hacer respecto a ellos. Los cambios que definen la modernidad son hien conocidos y desconcertantes
\8
LA UICA DE LA AUTENTICIDAD
39
quiera, sino el rey de un dominio de la vida animal. Del mismo modo, los rituales y normas de la sociedad tenan una
significacin que no era meramente instrumental. Al descrdito de esos rdenes se le ha denominado
to del mundo. Con ello, las cosas perdieron parte desli
magia.
Durante un par de siglos se ha venido desarrollando un
enrgico debate para saber si esto supona o no un beneficio
inequvoco. Pero no es en esto en lo que quiero centrarme
aqu. Quiero antes bien examinar lo que algunos estiman que
han sido sus consecuenCias para la vida humana y el sentido de la misma. Repetidas veces se ha expresado la inquietud de que el individuo perdi algo importante adems de
esos horizontes ms amplios de accin, sociales y csmicos.
Algunos se han referido a ello como si hablaran de la prdida de la dimensin heroica de la vida. La gente ya no tiene
fa sensacin de contar con un fin ms elevado, con algo por
lo que vale la pena morir. Alexis de Tocqueville hablaba a
veces de este modo en el pasado siglo, refirindose a los "petits et vulgaires plaisirs que la gente tiende a buscar en pocas democrticas. Dicho de otro modo, sufrimos de falta de
pasin. Kierkegaard vi la poca presentell en esos trminos. y los "ltimos hombresll de Nietzsche son el nadir final de este declive; no les quedan ms aspiraciones en la vida
que las de un lastimoso bienestarll. 2 Esta prdida de finalidad estaba ligada a un angostamiento. La gente perda esa
visin ms amplia porque prefera centrarse en su vida individual. La igualdad democrtica, dice Tocqueville, lleva lo individual hacia s mismo, et menace de le renfermer enfin
tout entier dans la solitude de son propre coeur.3 En otras
palabras, el lado obscuro del individualismo supone centrar1. Alexis de Tocqueville, De la Dmocratie en Amrique, vol. 2 (Pars,
GarnierFlammarion, 1981), pg. 385 (versin castellana: La democracia en
Amrica, Madrid, Aguilar, 1990).
2. Erbarmliches Behagen; Friedrich Nietzsche, Also sprach Zarathustra, Prlogo de Zaratuslra, secc. 3 (versin castellana: As{ habl Zaratus
tra, Madrid, Alianza Editorial, 1982).
3. Tocqueville, De la Dmocratie. pg. 127.
tO
LA fOTlCA DE LA AUTENTICIDAD
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l_..
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LA TICA DE LA AUTENTICIDAD
sensible y humana, en contraposicin a los especialistas imbuidos de sus saberes de alta tecnologa. 6
Se piepsa tambin que el lugar dominante que ocupa la
tecnologa ha contribuido a ese aplanamiento y estrechamiento de nuestras vidas que he ido discutiendo en relacin
con el primer tema. La gente se ha hecho eco de esa prdida
de resonancia, profundidad o riqueza de nuestro entorno humano. Hace casi 150 aos, Marx, en el Manifiesto Comunista, observ que uno de los resultados del desarrollo capitalista era que todo lo que es slido se desvanece en el aire.
La afirmacin de que los objetos slidos, duraderos, expresivos, que nos servan en el pasado estn siendo apartados
en beneficio de las mercancas sustituibles, rpidas y de pacotilla de las que nos rodeamos. Albert Borgman habla del
paradigma del artefacto, por el cual nos abstenemos cada
vez ms del compromiso manifiesto con nuestro medio y,
por el contrario, pedimos y obtenemos productos destinados
a proporcionarnos un beneficio restringido. Contrapone lo
que supone tener calefaccin en casa, en forma de caldera
de calefaccin central, con lo que esta misma funcin entraaba en los tiempos de los colonizadores, cuando la familia
entera tena que dedicarse a la tarea de cortar y recoger lea
para la estufa o el hogar. 7 Borgman parece incluso hacerse
eco de la imagen de Nietzsche de los ltimos hombres
cuando argumenta que la primitiva promesa de liberacin
de la tecnologa puede degenerar en <da consecucin de un
frvolo bienestar (pg. 39). Hanna Arendt se centr en la calidad cada vez ms efmera de los
objetos de uso
y sostuvo que <da realidad y fiabilidad del mundo humano
descansa primordialmente en el hecho de que estamos ro-'
deados de cosas ms permanentes que la actividad por me-
43
44
LA TICA DE LA AUTENTICIDAD
bio en este terreno tendr que ser tambin institucional, aunque no pueda ser tan tajante y total como el "que propusieron los grandes tericos de la revolucin.
(3) Ello nos lleva al plano de la poltica, y a las temidas
consecuencias para la vida poltica del individualismo y de
la razn instrumental. Ya he mencionado una de ellas. Se trata de que las instituciones y estructuras de la sociedad'
tecnolgico-industrial limitan rigurosamente nuestras opciones, que fuerzan a las sociedades tanto como a los individuos
a dar a la razn instrumental un peso que nunca le concederamos en una reflexin moral seria, y que incluso
se;!"
enormemente destructiva. Un ejemplo pertinente lo constituyen nuestras grandes dificultades para enfrentarnos a las
amenazas vitales a nuestra existencia provenientes de desastres medioambientales, como la que supone una capa de ozono cada vez ms tenue. Se puede observar cmo la sociedad
estructurada en torno a la razn instrumental nos impone
una gran prdida de libertad, tanto a los individuos como
a los grupos, debido a que
son slo nuestras decisionesl
las configuradas por estas fuerzas. Es difcil mantener un
e:,tilo de vida individual contra corriente. As, por ejemplo, .
la planificacin de algunas ciudades modernas hace difcill
moverse por ellas sin coche, en especial all donde se ha ero-
sionado el transporte pblico en favor del automvil privado.)'
Pero hay otra clase de prdida, que ha sido tambin ampliamente discutida, de forma memorable sin parangn, por
Alexis de Tocqueville. En una socied:d en la que la gente termina convirtindose en ese tipo de individuos que estn encerrados ensus corazones, pocos querrn participar acti:
va mente
atltogObTerno. Preferirn quedarse en casa y
gozar de las satisfacciones de la vida privada, mientras el
gobierno proporciona los medios para el logro de estas satisfacciones y los distribuye de modo general.
Con ello se abre la puerta al peligro de una nueva forma
especficamente moderna de despotismo, a la que Tocquevi="
lle llama despotismo blando. No ser una tirana de t-ror
yopresin como las de tiempos pretritos. El gobierno ser
suave y paternalista. Puede que mantenga incluso formas de-
en su
45
46
LA I?TICA DE LA AUTENTICIDAD
47
de pagarse en consecuencias perjudiciales por los frutos positivos, sino ms bien en cmo guiar estos cambios hacia su
mayor promesa y evitar que se deslicen hacia formas ya degradadas.
No dispongo ahora del espacio que necesitara para tratar estos temas tal como merecen, por lo que propongo tomar un atajo. Emprender la discusin del primer tema, referente a los peligros del individualismo y la prdida de
sentido. Proseguir esta discusin con cierta extensin. Habiendo derivado alguna idea de cmo debera abordarse esta
cuestin, sugerir la forma en que podra discurrir un tratamiento similar de las dos restantes. La mayor parte de la
discusin se centrar por tanto en el primer eje de esta preocupacin. Examinemos con ms detalle de qu forma aparece hoy en da.
- - - -
- - - -
11
. EL DEBATE INARTICULADO
50
v'
LA TICA DE LA AUTENTICIDAD
EL DEBATE INARTICULADO
51
a perder de vista aquellas preocupaciones que les transcienden. Y parece obvio que ha adoptado formas trivializadas y
autoindulgentes. Esto puede tener incluso como resultado
una especie de absurdidad, a medida que surgen nuevas formas de conformidad entre aquellas personas que se esfuert1 zan por ser ellas mismas, y ms all de ello,
formas,
l de dependencia, conforme aquellas personas inseguras de su; V
-o identidad se vuelven hacia toda suerte de expertos y guas i
autodesignados, que se envuelven en el prestigio de la cien-j
cia o en una cierta espiritualidad e x t i c a . Pero hay algo a lo que quiero, sin embargo, resistirme ante
el empuje de los argumentos que presentan estos autores. V
Aparece en Bloom de forma clarsima, quizs con mxima
contundencia\insu tono de
por la cultura que est
describiendo. 'No prece reconocer
ideal moral
por degradada y pardica que pueda
ser su expresin.
lJ.t()rrsIi:?-acin es el
Uela
en una comprensin
pecficamente moderna del trmino. Hace un par de dcadas, Lionel Trilling lo defini brillantemente en un libro de
gran influencia, en el que resumi esa forma moderna y la
distingui de otras anteriores. La distincin queda expresada en el ttulo del libro, Sincerity and Authenticity, y siguiendo a TriHing vaya utilizar el trmino autenticidad para el
ideal contemporneo.
. Qu entiend.o por ideal moral? Entiendo una descripcin
lo que sera un modo de vida mejor o superior, en el que .
.mejor y superior se definen no en funcin de lo que se-nos ocurre desear o necesitar, sino de ofrecer una norma de :
lo que deberamos desear.
-- La fuerza de trminos como narcisismo (en palabras
de Lasch) o hedonismo (segn la descripcin de Bell) eso,
triba en dar por sentado que en ello no acta ningn ideal v'
moral; y de hacerlo, solamente opera en la superficie, lo que
debera tomarse ms bien por una pantalla que esconde laO autoiri.dulgencia. Tal como dice Bloom, <<la gran mayora de
c') los estudiantes, aunque desean tener buena opinin de s mismos igual que cualquiera, son conscientes de lo atareados
52
LA f.TICA DE LA AUTENTICIDAD
que se encuentran teniendo que atender su carrera profesional y sus relaciones personales. Hay una cierta retrica de
v8utorreaLizacin que da una ptina de encanto a esta vida,
pero pueden darse cuenta de que no hay nada especialmente noble en ello. La lucha por la supervivencia ha substituido al heroismo como cualidad digna de admiracin.4 No
me cabe duda de que la descripcin es vlida para algunas
r personas, quiz para muchas, pero constituye un gran error
pensar que nos permite atisbar el cambio de nuestra cultu-,
ra, el poder de este ideal moral, que nos hace falta comprender si queremos llegar a explicar incluso por qu se utiliza
como ptina hipcrita por parte de los autoindulgentes.
Lo que nos hace falta comprender en este caso es la fuerek za moral que respalda a nociones como la de autorrealizacin. En cuanto tratamos de explicar esto simplemente como
una especie de egosmo, o como una suerte de laxitud, una
autoindulgencia con respecto a una poca anterior, ms dura
y exigente, perdemos el rastro. Hablar de permisividad yerra el blanco. Laxitud moral la hay, y nuestra poca no es
singular en esto. Lo que necesitamos explicar es lo que de
peculiar tiene en nuestro tiempo. No se trata slo de la gente que sacrifica sus relaciones sentimentales y el cuidado de
los hijos, para dedicarse a su carrera profesional. LQ importante de la cuestin estriba en que mucha gente se siente /la-:mada a obrar de este modo, en que cree que debe actuar asy tiene la impresin de que se desperdiciaran o desaprovecharan sus vidas de no actuar de esta forma.
As pues, lo que se pierde en esta crtica es la fuerza moral del ideal de autenticidad. sta queda de algn modo implcitamente desacreditada, junto con sus formas contemporneas. Lo cual no sera tan grave si pudiramos recurrir a
fa parte contraria en busca de defensa. Pero quedaremos deJ fraudados en esto. Que la adhesin de la autenticidad tome
-l la forma de una suerte de relativismo fcil significa que la.
vigorosa defensa de cualquier ideal moral queda de algn
modo fuera de todo lmite, puesto que sus implicaciones,. tat
EL DEBATE INARTICULADO
53
5. Vase, John Rawls, A Theory 01 Justice (Cambridge, Harvard University Press, 1971) (versin castellana: Teora de la Justicia, Mxico, Fondo de
Cultura Econmica, 1979) y The Idea of an overlapping consensus., en
Philosophy and Public Alfairs 17 (1988); Ronald Dworkin, Taking Rights Seriously (Londres, Duckworth, 1977) (versin castellana: Los derechos etl serio, Barcelona, Ariel, 1984) y A Matter 01 PrincipIe (Cambridge, Harvard University Press. 1985); asimismo WilI Kymlicka. Liberalism, Commmunity and
Culture (Oxford. The Clarendon Press, 1989).
.
6. He escrito ms detalladamente sobre dio en Sources 01 the Sell (Cambridge. Harvard University Press, 1989). captulo 3.
54
LA IO.TICA DE LA AUTENTICIDAD
partidarios no pueden hablar de l. El debate en su conjunto pugna por dejarlo en la sombra, por hacerlo invisible. Esto
tiene consecuencias perjudiciales. Pero antes de continuar
hablando' de ellas, quiero mencionar otros dos factores que
contribuyen a intensificar este silencio. C(){'SC(:.x (r(I ,J{
() Uno de ellos es el asidero que supone efSuGJetivimo
ral en nuestra cultura. Por ello entiendo la visin segun la
cual las posturas morales no se fundan en modo alguno en .
la razn o la naturaleza de las cosas sino que en tima ins,ntancia son adoptadas por cada uno de nosotros porque nos
ligados a..cllas, Segn este punto de vista, la ra
zn no puede mediar en disputas morales. Por supuesto, uno
puede apuntar a ciertas consecuencias de una determinada
posicin en los que puede que el otro no haya pensado. As
que la crtica de la autenticidad puede apuntar a los posibles resultados polticos y sociales de que cada persona buso que su autorrealizacin. Pero si nuestro interlocutor se mano
tiene todava en su postura inicial, nada ms puede decirse
para contradecirle.
.
fundanlento!:i\de esta visin son complejos y van bastante msa11a'de de las razones morales de un relativismo
blando, aunque el subjetivismo proporciona un claro respaldo a este relativismo. Evidentemente, mucha de la gente inmersa en la cultura contempornea de la autenticidad se siente contenta de adoptar esta comprensin del papel (o
ausencia de papel) de la razn. Lo que resulta acaso ms sorprendente, es que as se sienten tambin muchos de sus oponentes, que se ven por tanto llevados a desesperar ms si cabe
respecto a la reforma de la cultura contempornea. Si los jvenes no se preocupan realmente de las causas que transcienden al yo, qu se les puede decir entonces?
Por supuesto, hay crticos que mantienen que existen criterios morales en la razn. 7 Piensan que existe algo como la
mo-
QfV"
zo;..
'.
J.
.t1>CC
( 'V)
'tt
1I6'K(Cv")
"."
7.
especialm n e
MacIntyre, After Virtue (Notre Dame,
University of Notre Dame Press, 1981) (versin castellana: Tras la virtud,
Barcelona, Critica, 1987) y Whose Justice? Which Rationality? (Notre Dame,
University of Notre Dame Press, 1988).
EL DEBATE INARTICULADO
55
naturaleza humana, y que la comprensin de la misma mostrar que ciertas formas de vida son correctas y otras errneas, que unas son superiores y mejores que otras. Las races de esta postura se encuentran en Aristteles. Por
los subjetivistas modernos tienden a ser muy
'crticos con Aristteles, y dicen que su biologa metafsica
est pasada de moda y resulta del todo increible hoy en da.
Pero los filsofos que piensan de este modo han sido por ./)
lo general contrarios al ideal de autenticidad; lo han consi- J /
derado parte de una desviacin errnea del modelo arraiga- i
"do en la naturaleza humana. No tenan razn alguna para articular de qu se trataba, mientras que quienes lo sostenan '
desistan de hacerlo debido a sus opiniones subjetivistas.
l,Jn tercer factor que ha obscurecido la importancia de la
autenticidad como ideal moral ha sido la forma normal de
explicacin de las ciencias sociales. sta se ha abstenido generalmente de invocar ideales morales y ha tendido a echar
mano de factores presuntamente ms slidos y prosaicos en
su explicacin. Y de este modo los rasgos de la modernidad
en los que me he ido centrando aqu, el individualismo y la
expansin de la razn instrumental, a menudo se han consisubproductos del cambio sacian por ejemplo,
como efectos directos de la industrializacin o de una mayor movilidad, o de la urbanizacin. Hay que trazar desde
luego importantes relaciones causales, pero las descripciones que las invocan dan un rodeo completo a la cuestin de
si estos cambios de cultura y de perspectiva deben algo a su
poder intrnseco como ideales morales. La respuesta impl- .
cita es a menudo negativa. 8
Por supuesto, hay que explicar los cambios sociales que
supuestamente engendran esa nueva perspectiva, y esto conllevar recurrir en cierta manera a las motivaciones huma8. Por supuesto, para un cierto marxismo vulgar la respuesta negativa
resulta bastante explcita. Las ideas son producto de los cambios econ
micos. Pero buena parte de las ciencias sociales no marxistas opera impl
citamente con premisas similares. Y ello a pesar de la orientacin de algu.
nos de los grandes fundadores de la ciencias sociales, como Weber, que
reconocla el papel crucial de las ideas morales y religiosas en la historia.
,
56
LA l!TlCA DE LA AUTENTICIDAD
x1tuJ(2J)
. 1'
.,
57
EL DEBATE INARTICULADO
El resultado de todo esto ha consistido en volver ms denla obscuridad que rodea al ideal moral de autenticidad.
Los crticos de la cultura contempornea tienden a menospreciarlo como ideal, a confundirlo incluso con un deseo no
moral de hacer lo que se quiera sin interferencias. Los deensores de esta cultura se ven empujados a una incapacidad de articular sobre la cuestin por su misma perspectiva.A..a fuerza general del subjetivismo en nuestro mundo
fitbsfico y el poder del liberalismo neutral intensifican la
sensacin de que no se puede ni se debe hablar de estos temas. y por encima de todo ello, las ciencias sociales parecen estar dicindonos que para comprender dichos fenmenos como cultura contempornea de la autenticidad, no
deberamos recurrir en nuestras explicaciones a cosas tales
como ideales morales, sino que deberamos considerar todo
esto en trminos, digamos, de cambios recientes en el modo
de produccin, 10 de nuevos patrones
o ju
.. vepil,. p )
de la seguridad de la opulencia. len c>;.? e Ol\C _'
I....
.
.
.
;) PAj J.,.') Ot' I
Lr.,l,.
TIene esto ImportancIa? Mucha; me parece. 1V1uchas de'
las cosas que los crticos de la cultura contempornea atacan son formas degradadas y pervertidas de este ideal. Es
decir, proceden de l, y quienes las ponen en prctica ape- ,
lan a l, pero de hecho no representan una autntica {!} realizacTon del mismo. El relativismo blando es pertinente en este
caso. Bloom advierte que tiene una base moral: La relatividad de la verdad no es una intuicin terica sino un postulado moral, la condicin de una sociedad libre, o as lo creen
[los estudiantes)>>,1I Pero en realidad, me gustara proclamar, la relatividad de la verdad parodia y finalmente traiciona esta intuicin moral. /
Algo similar se puede observar de esas apelaciones a la
f,
</
58
LA I:.TICA DE LA AUTENTICIDAD
autenticidad que sirven de justificacin para hacer caso omiso de todo lo que trascienda al yo: del rechazo de nuestro pasado por irrelevante, de la negacin de las exigencias de la
ciudadana, o de los deberes de la solidaridad, o de las necesidades del medio ambiente natural.
justificar en nombre de la autenticidad un concepto de relacin
que sirve de eficaz instrumento para la autolTealizacin in\(
debera considerarse como una parodia que se anula
a smisma. La_lfirmacin del poder de eleccin como un bien
qllella de maximizarse constituye un producto pervertido del
e rlio
tV.
(/
12cu..u/ \
---:Ahora bien, si es cierto algo parecido a esto, entonces tiene su importancia poder decirlo. Porque entonces se tiene
algo que decir, con toda razn, a aquellas personas que invierten sus vidas en estas formas pervertidas. Y esto puede
suponer una diferencia en esas vidas. Se pueden or algunas
de estas cosas. La capacidad de articulacin supone aqu una
clave moral. no slo para corregir lo que pueden ser puntos
de vista equivocados, sino tambin para hacer ms palpable,
ms vvida la fuerza de un ideal para quienes ya lo viven; y
al hacerlo ms vvido, darles ms fuerza para poder vivir de
acuerdo con l de forma ms plena e ntegra.
Lo que vengo a sugerir es una posicin distinta tanto de
la de los defensores como de la de los detractores de la cultura contempornea. Al contrario que los defensores, no creo
que todo sea como debera ser en esta cultura. En esto tiendo a estar de acuerdo con los detractores. Pero al contraro
que ellos, creo que la autenticidad debera tomarse en serio
como ideal moral. Difiero tambin de diversas posiciones intennedias, que sostienen que hay algunas cosaS buenas en
esta cultura (como una mayor libertad para el individuo),
pero que stas se consiguen a expensas de ciertos peligros
/.' (como el debilitamiento del sentido de ciudadana) de modo
( que la mejor poltica de uno mismo consiste en encontrar
l el punto ideal dc intercambio entre ventajas y costos.
La dcscripcin que ofrezco es ms bien la de un ideal que
se ha degradado, pero que en s mismo vale realmcnte la pena
y resulta, en efecto, imposible de repudiar por los modernos.
EL DEBATE INARTICULADO
S9
/
.
\Qvi
"
...,l
111
La tica de la autenticidad supone algo relativamente nuevo y peculiar para la cultura moderna. N}cida a finales del
siglQ XVlll, se erige sobre formas anteriores de individualismo, tales como el individualismo. de la racionalidad no(i)
comprometida, de la -que fue pionero Descartes, cuya exigenciaconsiste en que cada persona piense por si misma de forma
o el individualismo ['olilie() de
que trataba de hacer a la persona ya su voluntad anteriores
a la obligacin social.Pero la autenticidad tambin ha en-
tl.-adoen COIlf. h.c. to en .a.. lg u.l.l. '" aspcclos '.on es t. a.' s ormas a!l- .
Es
qsenlostraba cr'tico con la racioiuifcI3onocoIl)prome. y con un atomis.!.!l
que
de la
Una frma de describir su desarrollo consiste en fijar su
punto de partida s:n.la nociJrl
de que los seres
humanosestl1 dotados de senticlo nlOral, dc'-sentimlento
ituitivo delqu'e'est bien y
mal. LTntCllcO
ginal de esta doctrina se difg-a a ornbatir. una visin rival, la de que para distinguir entreeT6ie'nyel mal se deban
calcular las consecuencas, y en particular aquellas relatiCITvinos. La nocin consista en que
vas al eremio -.. al
comprender el bien y el mal no era cuestin de clculo sin
ms, sino que constitua algo anclado en nuestros sentimientos. En cierto sentido, la moralidad posee una voz interior. l
La nocin de autenticidad se desarrolla a partir de un des.1.
62
LA I?TlCA DE LA AUTENTICIDAD
plazamiento
acento moral de esta idea. En la visin original, la voz !Q.teUorjjene importancia porque nos dice qu
eSTO correcto a la hora de actuar. Estar en Ci)]1tacto con nuesTros
tendra aqu importancia como
medio para la finalidad de actuar correctamente. 10
llamo
del acento
ese contacto
un significado moral
crucial. Se convierte en algo que hemos de alcanzar c(!nJ:.l
fin de ser veruaderos y plenos seres humanos.
Para comprender lo que hay d nuevo en ello, hemos de
considerar la analoga con anteriores visiones morales, en
las que estar en contacto con alguna fuente - por ejemplo,
Dios, o la Idea del Bien- se consideraba esencial para una
eXist.cnci..3.... p le.n. 3. .l.o. que.' ab...
. L.!..IY la luent.ecOl\ b que
.s;J.QJ;eSide..eu lo profundo de nosol ros r1i!smos. Esto forma parte del pronunciado giro su})jetivo de la
cuH:'IT:50e'a,-liaTrlanueva de
que
en nosotros mismos como en seres
investidos de una profundidad interior. En principio, esta
idea de que la fuente reside en nuestro
excluye
nuestra ligazn con Dios o las Ideas; se puede considerar
como nuestril forma partic:ulqr de
con el losf7;'Ci"erto sentido, se puede tomar como una continuacin intensificacin de la evolucin iniciada por san Agustn, que obser
v que la senda que conduca a Dios pasaba por nuestra
conciencia reflexiva respecto a nosotros mismos.
Las primeras variantes de esta nueva visin eran testas,
o al menos pantestas. Ello queda ilustrado por el filsofo
que ms contribuy a que sobreviniera este cambio, leanJacques Rousseau. Creo que Rousseau es importante no slo
porque iniCI el cambio; antes bien, sostendra que su gran
populal-idad proviene en parte de que articul algo que ya
estaba teniendo lugar en la cultura. Rousseau presenta con
frecuencia la cuestin de la moralidad como si se tratara de
seguir la voz de la naturaleza que surge de nuestro interior.
Esta voz queda ahogada con
frecuencia por las
pasiones a las que nos induce nuestra dependencia de los
otros, entre las cuales el amour propre constituye la cla-
is.
LAS
DE LA AUTENTICIDAD
63
64
LA TICA DE LA AUTENTICIDAD
en
3. uJnlcr Mcnsch hal cin cigcncs Mass, glcichsam cine cigene Stimmung
aller seincr sinnlichen Gdhlc zu cinandlT, Todo hombre tiene su propia
mcdida y almislllo ticmpo una voz propia dc todos sus sentimi,ntos respecto a los dcms, Herder, IJccn, vii.l., en Hadas Simtlicile \Verke, voL
XIII, comp. de Bcmard Suphan, 15 vols. (Berln, Weidmann, 1877-1913), pg.
2YI.
6'i
________
IV
HORIZONTES INELUDIBLES
quena
1. He desarrollado esta visin del razonamiento moral con mayor extensin en Explanation and Practical Reason., Wider Working Paper WP72,
World InstilUtc fOl' Dcvdopment Economics Reseal'Ch, He1sinki, 1989.
68
LA TICA DE LA AUTENTICIDAD
la vida
. liza r .u. n., id e.a.}
a Qll
apctrretrdeTItaaecuadamcnte entendcIO? Estos dos tIpOS de
1 Ti'egun[as s eltreteje{ o se
entre s. En el sel.gundo caso, tratamos de definir en qu consiste el ideal. Con
.e. I primero, queremos destacar ciertos rasgos generales de
.Ia vida humana que condicionan la realizacin de ste o aquel
\ otro ideal.
'C:: Quiero trazar a continuacin
que pueden ilustrar lo que encierra este tipo de interrogatorio. La argumentacin ser muy incompleta, ms bien a la
manera de una sugerencia de lo que podra pasar por una
demostracin convincente, El objetivo estribara en otorgar
plausibilidad a mi segunda pretenSin, la de que
argufenTar razonadamente sobre estas cuestiones:.i''ll'i'st1"ar con ello que existe en efecto un lado prctico en tratar
d comprender mejor en qu consiste la autenticidad.
.
El rasgo general de la vida huITIana que deseo evocar es
el de su carcter fundamentahnentt;'d/(zh5t;ico. Nos convertinlOs en agentes humanos plenos, capaces
-a-'nosotros mismos, y por ello de definir una identidad por
de nuestra
expres!immana. Jl::lra los fines de esta discusii-i;Ciero tomar
el lenguaje en su ms amplio sentido, que abarca no slo
a las palabras, sino tambin a otros modos de expresin por
los que nos definimos a nosotros mismos, incluyendo LQ.s
lenguajes dcLartb.Acl,gsstot;del amor, j:
a
cITo nos vemos inducidos en el intercambio con los otros. Nadie adquiere por s mismo los h;n1iuaies necesarios para la
autoddinicin. Se nos
en enos 01' me'
los
intercambios con os
os ue lenen 1m ortancia ara no- .
'eurge Her ert Mea ama a os
T'os significativos.2 La gnesis de la mente humana es en
2, George 1Ierbert Mead, Mil/d, Sel! allJ Sociely, (Chicago, Chicago UniVLTsity Press, 1')34) (versin castellana: Espirilu, persolla y socit!dad, Bue,
nos Aires, I'aids, 1')72).
1I0RlZONTES INELUDIBL.ES
6')
_ _ _ _ _ _ _J
70
LA (;TICA DE LA AUTENTlCIOAD
;i
1I01<110:\IES
I:\ELLLlIBLES
71
co por romplT nuesla existencia corriellte, siguen siendo dalgiCusaui largo de nuest ras vidas.
-Quiero
adelante que este hecho central !1a
quedado reconocido en la creciente cultura de la aU!el1ticiJa<rPero'To que deseo hacer ahora es tomar este ':esgo dialgico de ilusfra londiCiot1,'por
y lic'rtas
ias illherenks al idearckatenticidad pur otra, y lIlos.tlllr
CJuc' las
lk la.fl!ltuEllol1telllporI"e:.lson manifiestamente
Mils en
particular. quie'::t10sr queias formas que optan por la
auturrealizacin sin c()J1siderar (a) las exigencias de nuestros
lazos con !os"demsa'(b) las exigencias de cUl1qlliertipoWe
emanan de algo que est ms all o fuera de los deseos o,aspiraciones
son contraproducentes, destruyen las,
condiciones para realizar la autenticidad misma. Los abor
dar en U:dn in\'erso, para empezar con (b), argumentando
a partir de las exigencias de la autenticidad misma como
ideal.
(1) Cuando llegamos a comprender lo que significa definirnus a nosotros mismos, determinar en qu consiste nuestra uriginalidad, vemos que hemus de tomar como trasfondo cierto sentido de lo que es significativo. Ddinirmc
significa encontrar lo que resulta significativo en mi difen:n:........
cia con respectu a los dems. Puede que yo sea la
sona que tiene
3.732 pelos en la caheza, o que
sea exactamente de la misma altura que un rbol de la llanura siberiana; y qu? Si empiezo por decir que me defino
por mi capacidaJ de articular verdades importantes, o tocar el clavicordio mejor que nadie, o revivir la tradicin de
mis antepasados, entonces entramus en el terrenu de las
definiciones reconocibles.
...
. , , , .
...
Comprendemos perfectamente que estas ltimas propiedades tienen una significadn
humana, o que pueden ser consideradas por la gente de
J qu la tengan, en tanto que las primeras no: es decir,
no si no tienen algo especial que decirnos. Quiz el mimero 3.732 se considere sagrado en
e ese
caso tener ese numero de pelos puede considerarse signi-
72
LA ETIeA DE LA AUTENTICIDAD
73
xuales, por ejemplo. no deberan tener la impresin de <lIe
emprenden un camino secundario, menos digno de recorrer.
Esto encaja bien en la moderna comprensin de la autenticidad, con SL nocin de diferencia, de originalidad, dL' aceptacin de la din'rsidad. Intentart? ampliar estas conexiones
ms adelante.;l>ero por ms que lo expliquemos, est claro
que esta
del a c1iferencia", de ladiversidad"
cluso der;lIultCTtul:;lismo,,) resulta central para la cultura conterhporriea <.le la autentici<.lad.
Pero en algunas de sus formas, este discurso se desliza
hacia una afirmacin <.le la eleccin misma. Toda opcin es
igualmente valiosa, porque es trut9 de la librecIeccin, yes
la eTecci'O Ia-qUle-onfiere valor. El principio subjetivista
que subyaceaT relati\'ismo dbil se encuentra aqu presente.
la existencia de un horizonte de significado, por el que algunas cosas valen la pena
y'otras lgo menos, y otras no valen en absoluto la pena,
mucha anterioridad a la eleccin. Pero en ese caso la eleccin de la orientacin sexual pierde todo significado especial. Se sita en el mismo plano que cualquier otra prdnencia, como la que se da en parejas sexuales ms altas o ms
bajas, o rubias o morenasf"'Lnadie se le ocurrira inclIUJ.,r
a. causa de estas preferenclas,
pero eso sucede porque todas ellas carecen de importal.lCia.
'l'i'ealitladdepcnden de cules sean nuestros sentimientos.
1Una vez llega a asimilarse a stos la orientacin sexual, que
lo que sucede cuando hacemos de la eleccill la razn jus-
tificatoria crucial, la meta primitiva, que consista en afirmar que esta orientacin tiene igual valor, queda sutilmente frustrada. La diferencia as afirmada se convierte en
illsigHi/icalgg.j
Afirmar el valor de la orientacin homosexual ha de ha
cerse de manera diferente, ms empricamente se podra de
cir, teniendo en cuenta la naturaleza real de la experiencia
y la vida horno y heterosexual. No se puede asumir simplemente a priori, sobre la base d que cualquier cosa que
cojamos ser correcta.
En este caso, la afirmacin del valor qU;eJ:P contaminada
(in-
es
74
LA (;TICA DE LA AUTENTICIDAD
tras su conexin con otra idea rectora, que antes he mencionado de manera estrechamente entn:itejdacon"guITi"1ade
ttbertad autodeterminada. Es en parte
flesto en la eleccin como consideracin crucial, ylaI11bin
d( deslizamiento hacia un blando relativismo. Volver
sobl'e ello, al hablar de la forma en que la mela de la
autenticidad llega a pervertirse. Pero por el momento/la lec:
cin general es que la autenticidad no pueda defenderse con
formas que hagan desplomarse los horizontes de significdo. Hasta el sentido de que la significacin de mi vida provenede que se elige -en cuyo caso la autenticidad se fUQda realmente en la libertad autodeterminada- depende de
la comprensin de que, ilIdependientemente de mi vollllztad:existe algo noble, valeroso y por tanto significativo en la
figuracin de m propia Vida/Tenemos aqu una imagen de
cmo son los seres humanos, situados entre esta opcin qe
autocreacin y formas ms fciles de escabullirse, de dejars llevar por la corriente, de someterse a las masas, y dems,
imagen que se toma por verdadera, descubierta, no decidida. Los horizontes constituyen algo dado.
Pero hay ms: este grado mnimo del carcter de lo dado,
que sostiene la importancia de la eleccin, no es suficiente
como horizonte, como vimos en el caso del ejemplo de fa
orientacin sexual. Puede ser importante que mi vida sea elegida, tal como afirma John Stuart Mili en Sobre la libertad,S
pero a menos que ciertas opciones tengan ms significado
que otras, la idea misma de autoeleccin cae en la triviali<'lady por lo tanto en la incoherencia. La autoeleccin como
meal tiene sentido slo porque ciertas cuestiones son ms
s1glficativas que otras. No podra pretender que me elijo
)'''nl mismo, y despfegar todo un vocabulario nietzscheano
de autuformacin, slo porque prefiero escoger un filete con
5. Si una persona posee una dosis tolerable de sentido comn yexperiencia. la fonlla de disponer de su existencia qlle le es propia es la mejor.
no porque lu sea en s misma. sino porque constituye la forma que le es
propia. 101m Sillar! Mili, Tlzree Ess!lVs (OxforJ University Pr'ess, )'175). pago
l:13 (versin castellana: Sobre la libertad. Madrid. Alianza Editorial, 1% 1).
75
HORIZONTES INELUDIBLES
_ _
"0
76
LA
DE LA AUTENTICIDAD
un mundo en el que la historia, o las exigencias de la naturaleza, o las necesidades de mi prjimo humano, o los deberes
del
o la llamada de Dios, o alguna otra cosa de
este tenor tiene l/na importancia que es crucial, puedo yo de
finir una identidad para m mismo que no sea trivial.
autenticidad no es enemiga de las exigencias que
Tas all del yo; presupone esas exigencils.
.Pero si esto es as, hay algo que puede decirse a quienes
se hallan en los modos ms trivializados de la cultura de la
autenticidad. La razn no carece de poder. Por supuesto que
con esto no
llegado hasta ahora muy lejos; slo lo suficiente como rara mostrar que algunas cuestiones de suyo
transcendentes son indispensables [cuestin (b), supra}. No
hemos mostrado que haya de tomarse en serio a alguien en
particular. La argumentacin no es hasta aqu ms que un
bosquejo, y espero desarrollarla (un poco ms) en los siguientes captulos. Pero por el momento quiero pasar a otra cuestin (a), si hayo no algo contraproducente en una forma de
realizacin que niega nuestros vnculos con los dems.
v
LA NECESIDAD DE RECONOCIMIENTO
78
LA
llCA
DE LA AUTENTICIDAD
79
3. Bellah y otros. Advirtase la conexin entre este tipo de individualismo y la justicia procedimental en Habi/s pgs. 25-26.
4. lIe discutido con ms detalle tan completo giro de la cultura moderna en SOllrces of he Self, especialmente en el captulo \3. Sin embargo,
refleja tambin algo que resulta aqu importante: admitir que nuestm identidad requiee el reconocimiento por parte de los dems.
80
LA EnCA DE LA AUTENTICIDAD
LA NECESIDAD DE RECONOCIMIENTO
81
.1
82
LA f:TlCA DE LA AUTENTICIDAD
'pr'-por
l
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LA NECESIDAD DE RECONOCIMIENTO
84
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LA i?TICA DE LA AUTENTICIDAD
en las satisfacciones de la vida corriente. Son tambin cruciales porque son crisoles de la identidad generada
desde el interior.
e En el plano social, la comprensin de que las identidades se forman en dilogo abierto, no configurado por un
guin social previamente definido, ha convertido la poltica
del reconocimiento en un plano de igualdad en algo ms central y acentuado. De hecho, ha elevado considerablemente suSJ
intereses. El reconocimiento en un plano de igualdad no esl
solamente la forma apropiada de una sociedad democrtica!
saludable. Su rechazo puede causar perjuicios a aquellos a'
quienes se les niega, de acuerdo con un punto de vista
derno muy extendido. La proyeccin de una imagen inferior
o degJ ,dante de otro puede realmente distorsionar y oprimir, en la medida en que se interioriza. No solamente el fej
minismo contemporneo, sino tambin las relaciones interraciales y los debates multiculturales estn revestidos por
\ _Al debajo de la premisa de que la negacin del reconocimiento
puede constituir una forma de opresin. Puede cuestionary f
se si se ha exagerado o no este factor, pero queda claro que
b
la comprensin de la identidad y la autenticidad ha introdu1\ cido una nueva dimensin en la poltica del reconocimiento
(1 en un plano de igualdad, que opera ahora con algo similar
{) a su propia nocin de autenticidad, al menos en la medida
en que concierne a la denuncia de las distorsiones inducidas por otros.
A la luz de esta comprensin en desarrollo delxeconocimiento durante los dos ltimos siglos, podemos darnos cuenta de-por qu la cultura de la autenticidad ha llegado a
'\
gi' prioridada)os
de vivirjuntos que mencion
nteriormente:(]) en el plano social, el principio crucial es
que exige iGualda_d de oportunidades para que
todo mundo desarrolle su propia identidad, lo que incluye -como podemos comprender ahora con mayor claridadel reconocimiento universal de la diferencia, en las formas
en que esto resulte pertinente para la identidad, ya sean de
sexo, raciales, culturales, o estn relacionadas con la orientacin sexual; y (2) en la esfera de la intimidad, la relacin
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LA NECESIDAD DE RECONOCIMIENTO
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igual valor a mooosdiferentes de ser. Es este reco!.nocTmientode esa igualdad el que
poltica de
'reconocimiento de la identidad. Pero, en qu se funda la
igualdad de valor? Ya vimos anteriormente que el simple he<cho de que las personas elijan diferentes formas de ser no
les convierte en iguales; ni tampoco el hecho de que vayan
a encontrarse a s mismos en sexos, razas y culturas diferentes.
diferencia no
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s!.J!1..s.rna fundamento
valor.
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86
LA TICA DE LA AUTENTICIDAD
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LA NECESIDAD DE RECONOCIMIENTO
87
rna como identidad de una persona que en parte ya ha vivido y en parte completar el vivir de toda una vida. No ddi
no una identidad que me sirva para 1991, sino que trato
ms bien de dar significado a mi vida tal como ha sido y corno
la proyecto ms all sobre la base de lo que ha sido. Las relaciones que definen mi identidad no pueden considerarse, en
principio y de antemano, como prescindibles y destinadas
a ser sustituidas. Si mi autoexploracin adopta la forma de]
esas relaciones temporales en principio y en serie, entonces
no es mi identidad lo que estoy explorando, sino una modalidad de placer.
A la luz del ideal de autenticidad parecera que tener relaciones meramente instrumentales supone actuar de una
forma que se anula a s misma. La nocin segn la cual puede buscarse de este modo la propia realizacin parece ilusoria, lo mismo en cierto modo que la idea de que uno puede
elegirse a s mismo sin reconocer un horizonte de significados que va ms all de la eleccin.
En cualquier caso, eso es lo que esta somersima argumentacin quera sugerir. No puedo pretender haber llegado a ello con conclusiones slidas, pero espero haber hecho
algo para sugerir que la envergadura de la argumentacin
racional es mucho mayor de lo que a menudo se supone, y
por lo tanto que esta exploracin de las fuentes de la identidad tiene algo de sentido.
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I
VI
EL DESLIZAMIENTO HACIA EL SUBJETIVISMO
90
LA EnCA DE LA AUTENTICIDAD
de
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EL DESLIZAMIENTO /lACIA EL SUBJETIVISMO
91
V)se
1lidad relativamente mayor con la que ahora pueden desecharo deslegitimarse estas coacciones externas. All donde
nuestros antepasados, de haber seguido un camino similar
de autoafirmacin, se habran visto declaradamente atormentados ante s mismos por una irreprimible sensacin de hacer mal, o al menos de desafo de un orden legtimo, muchos
contemporneos lo recorren igual de despreocupados en su
monotemtica bsqueda del propio desarrollo/
Parte de la explicacin reside en la esfera social. Ya mencion anteriormente, en el segundo captulo, las descripciones de la cultura moderna que lo derivan del cambio social.
Aunque pienso que una simple expljcacin unilateral cualquiera no puede tener fundamento, est claro que el cambio
social ha tenido mucho que ver con la configuracin de la
cultura moderna/Ciertas formas de pensar y de sentir pueden facilitar ellas mismas el cambio social, pero, cuando esto
sucede a enorme escala, pueden hacer arraigar estas formas
y que parezcan ineludibles.
ste es indudablemente el caso de las diferentes formas
del individualismo moderno. Las ideas individualistas se desarrollaron en el pensamiento y la sensibilidad, en particular de los europeos cultos, durante el siglo XVII. Parecen haber facilitado la eclosin de nuevas formas polticas que
ponan en tela de juicio las antiguas jerarquas, y de nuevas
modalidades de la vida econmica, que otorgaban mayor papel al mercado y a la iniciativa empresarial. Pero una vez se
\ establecen estas nuevas formas, y la gente se forma en ellas,
su individualismo se fortalece entonces enormemente, porque est enraizado en su prctica cotidiana, en la forma en
. que se gana la vida y se relaciona con los dems en la vida
poltica. Llega a parecer la nica perspectiva concebible, algo
'que desde luego no era para aquellos antepasados que fueron sus pioneros.
..
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92
LA I:TICA DE LA AUTENTICIDAD
tal; empujan, en otras palabras, a un atomismo social. Y tienden a considerar la realizacin como algo que atae slo al
yo, descuidando o deslegitimando las exigencias que
proviene)'} de ms all de nuestros deseos o aspiraciones, ya
procedan de la historia, la tradicin, la sociedad, la naturaleza o Dios; engendran, en otras palabras, un antropocentrismo radical/
No resulla difcil dal'se cuenta de cmo llegan a arraigar
ambas posiciones en las sociedades industriales modernas.
Desde su mismo principio, este tipo de sociedad ha conllevado la movilidad, primero la de los campesinos expulsados
de sus tierras hacia las ciudades, ms tarde a travs de los
ocanos y los continentes hacia pases nuevos y finalmente,
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1
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93
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/Pero el
social no da cuenta del conjunto de la
situacin. Existen tambin ramnes internas al ideal de autenticidad que facilitan el deslizamient. De hecho, no ha habido un nico deslizamiento; ha habido dos, que han manteniao complejas relaciones entrelazadas.
del que he estado hablando, representa el deslizamiento hacia formas egocntricas del ideal de autorrea11"Zcincle la cuTfura. popfarQe nuestroTempo. sL s.egundo constituye unmoviil)iento deJa \\alta cultura
nihilismo, una negacin de todos los hofimi1tes
cre-STg'ificaci0t,;"'ue ha venido sucedindose desde hace ahora siglo y medio La figura principal de la misma es Nietzsche (si bien l aca uso del trmino nihilismo en un senTI<IO diferente, con el fin de designar algo que rechazaba),
aunque las races de las formas del siglo XX se han de buscar tambin en la figura del poete maudit y en Baudelaire.Aspectos de esta lnea de pensamiento encontraron expre"sin en ciertas vetas de la modernidad, y han resurgido en
aquellos autores a los que a menudo nos referimos como
postmodernos, tales como J acques Derrida o el ya fallecido
Michel Foucault.
IEI impacto de estos pensadores es paradjico. Llevan su
desafo nietzscheano a nuestras categoras ordinarias hasta
el punto de desconstruir incluso la idea de autenticidad
y la nocin misma del yo. PerQ....en reallliad. la crtica nietzschelna. de todos los
como algo creado I22....EueCIe
y
deja al agente, aun con todas sus dudas en torno a la catego-
94
LA tTICA DE LA AUTENTICIDAD
ra del YO, con una sensacin de poder y libertad sin lmites que no impone norma alguna, pronta a gozar del <<libre
juego, loa entregarse a la esttica del )'0. 2 Conforme esta
teora superior se va filtrando en la cultura popular de la
autenticidad -podemos verla, por ejemplo, en los estudiantes, que se encuentran en la confluencia de las dos culturasfortalece adems las formas egocntricas Y les otorga una
cierta ptina de justificacin filosfica profunda.
y sin embarg9
afrmar, de las misCmo
La invocacin de la esttica de Michel Foucault en una entrevista tarda nos indica la
Pero para
hacer aqu inteligibles las vinculaciones, tenemos que sacar a colacin los aspectos expresivos del individualismo
moderno.
La nocin de que cada uno de nosotros tiene una forma
original de ser humano conlleva que cada uno de nosotros
tenga que descubrir lo que significa ser nosotros mismos.
Pero el descubrimiento no puede llevarse a cabo consultanao modelos preexistentes, por hiptesis. As que slo puede
realizarse articulndolo de nuevo. Descubrimos que lo que
tenemos en nosotros existe al convertirse en ese modo de
vida, dando expresin en nuestra palabra y en nuestra accin a lo que es original en nosotros. La nocin de que la re'velacin se alcanza a travs de la expresin es lo que quiero
p'uede
aEZ
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1
3, He discutido ms detalladamente el expresivismo en Hegel (Cambridge, Cambridge University Press, 1975), capitulo 1, y en Sources uf che Self,
capitulo 21.
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96
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97
98
LA TICA DE LA AUTENTICIDAD
Ss.hiller, el disfrutede
nos proporciona una unidahuna
aq
las
gen en noso1ros de la lucha entre la moralidad el deseo.
algo diferentede\ logro deT1Oi:lidad, y al final Schiller parece dar a entender que es superior, porque nos compromete totalmente de un modo que la
moralidad no alcanza. Por supuesto, para Schiller las dos son
todavia compatibles y se entrelazan. Pero estn dispuestas
a contraponerse, porque la totalidad esttica constituye una
meta independiente, con su propio te los, su propia forma de
bien y de satisfaccin.
Todo esto contribuye a los estrechos lazos entre autenticidad y arte. Y esto ayuda a explicar algo de la evolucin de
la nocin de autenticidad en los ltimos dos siglos; en particular, la evolucin de las formas en las que las exigencias
de autenticidad se han lanzado contra las de la moralidad.
La autenticidad entraa originalidad, exige rebelarse contra
las convenciones. Resulta fcil ver cmo la misma moralidad convencional puede llegar a considerarse inseparable de
la sofocante convencin. La moralidad, tal como se entiende
normalmente, entraa evidentemente suprimir buena parte
de lo que es elemental e instintivo en nosotros, muchos de
nuestros deseos ms profundos y poderosos. De este modo
se desarrolla una rama de la bsqueda de la autenticidad que
la lanza contra la
utocreacin en el regjstl, de la estt.ica, cOJl..Iiider:te.sto prclicamenle incompatible con la tica tradicional de la be'levofcncin de inspiracin cristiana. Y ha sido se,?uido y rebasado por diversos intentos de viridicar las profundidades
istinls; ihdus la violencia, contra la tiq burg....
del
orden. Ejemplos influyentes en nuestro siglo han sido, revistiendo diferentes formas: Marinetti y los futuristas, Antonin
Artaud y su Teatro de la Crueldad y Georges Bataille. El culto a la violencia fue tambin una de las races del fascismo.
99
100
LA TICA DE LA AUTENTICIDAD
j \.t
supuesto, una variante social, formulada en el Contrato Social y desarrollada a su manera por Marx y Lenin, que cierlamente liga al individuo a la sociedad. Pero al mismo tiempo, estas variantes han impulsado la centralidad humana a
, nuevas altu/-as en su atesmo y en su agresividad ecolgica,
l.9ue ha sobrepasado incluso la de la sociedad capitalista. s
Por ltimo, la autenticidad ni puede ni debera ir siempre de la malla de la autenticidad autodeterminada. Se socava a s misma. Y sin embargo, la tentacin est ah comS. I k disnl1 id"l"1I dclalll" 1.. no'l.. cin cnll\." <'stas dos ideas en Hegel (CaIl)hlidg<', Cllllllnidgl" 1II1i\'clsil)' I'less, 1975)0
EL
IIACIA EL SUBJETIVISMO
\ 01
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102
LA f:TICA DE LA AUTENTICIDAD
VII
LA LOTTA CONTINUA
104
LA LOTTA CONTINUA
105
civilizacin tecnolgica industrial, las visiones que nos describen en un estado de total encierm e incapaces de cambiar
nuestm comportamiento, lejos de hacer ped"zos al conjunto del sistema siempre me han parecido enormemente exageradas. Pem sobre esto quiem decir algo ms en el prximo capitulo. Por el momento, permtanseme unas pocas
palabras sobre (1), el mrito de este ideal.
No es que tenga tampoco mucho que decir que sea nuevo, en este punto. Puesto que me parece que el ideal, tal como
lo comprendemos a partir de sus fuentes ms ricas, habla
por s mismo. Simplemente, declarar de buenas a primeras
lo que creo que surge de una
completa de estas
fuentes (ms completa que la que he podido ofrecer hasta
ahora).1
Creo que al articular este ideal en el curso de los ltimos
dos siglos, la cultufaOcddentaTha identificado una de las
potencialidaoes importantes ele vida humana. Como otras
facetas del individualismo moderno -como, por ejemplo, la
que nos convoca a elaborar por nosotros mismos nuestras
nos indica una formide vida ms autorresponsable. Nos permite vivir (potencialmente) una vida ms plena y diferenciada, al adecuarse
ms plenamente a la nuestra. Hay peligms, algunos de los
cuales ya hemos explorado. Cuando sucumbimos a ellos, puede suceder que en algunos aspectos caigamos por debajo de
lo que hubiramos sido de no haberse desarmllado esta cultura. Pem en su mejor
nos permite una forma de
vida ms rica.
Ms all de esto, me gustara hacer una observacin ad
hominem. Creo
1Qdo el mundo siente en nuestra culiur:;l'
la
ideal, aun aquellos a los que he identificado como
las personas que piensan quetod()
el lenguaje que habla de autorrealizacin y de encontrar un
camino pmpio resulta sospechoso y es pum sinsentido o vehculo de autoindulgencia. Las personas que piensan que se
l. Hc ill!elllado haccr una dcscripcin mucho ms complcla de sta.
as como dc otras facetas de la idclltidad moderna, en SOl/reo 01 rile Sd/.
106
LA f!.TICA DE LA AUTENTICIDAD
trata de un sinsentido tienen generalmente una actitud rigorista y cientifista del mundo. Piensan que los seres humanos deberan comprenderse en todo lo posible dentro del lenguaje de 'Ia ciencia, y toman como modelo las ciencias
naturales. De forma que hablar de autorrealizacin o auten
ticidad puede parecerles vago y borroso. Otros crticos, como
Allan Bloom, son humanistas. No comparten esta visin re
duccionista y cientifista, pero parecen entender este lenguaje como expresin de laxitud moral o, al menos, como simple reflejo de una prdida de los ideales, ms rigurosos, que
anteriormente predominaban en nuestra cultura.
y sin embargo, resulta difcil encontrar a alguien a quien
quisiramos considerar dentro de la corriente principal de
nuestras sociedades occidentales, que, enfrentado a sus formas de eleccin vital, en relacin a su carrera profesional
o a sus relaciones personales, no ponderara en absoluto la
importancia de algo que identificara como realizacin o
autodesarrollo, o realizacin de su potencial, o para el que
encontrara otro trmino del orden de los que han servido
para articular este ideal. Podra desechar estas consideraciones en nombre de otros bienes, pero advertira su fuerza.
Estas personas son, por supuesto, inmigrantes de otras culturas, que viven todava en enclaves muy tradicionales, pero
podemos prcticamente definir la corriente cultural principal de la sociedad liberal occidental en funcin de quienes
sienten la atraccin de sas y de otras formas esenciales de
individualismo. Esto es, en efecto, fuente muy a menudo de
difciles y dolorosas batallas intergeneracionales en familias
inmigrantes, debido tan slo a que estos individualismos definen la corriente principal en la que se aculturan inevita
blemente los hijos.
Admitamos que no es ste un argumento en favor del mrito del ideal. Pero debera inducir a cierta humildad a sus
adversarios. Tendra sentido tratar de desenraizario? O tiene ms sentido en nuestra situacin la poltica aqu recomendada, a saber, adoptar el ideal en su mejor expresin y tra
tal' de elevar nuestra prctica hasta ponernos a su nivel?
De forma que mi interpretacin fundamenta una prcti-
LA WITA CONTINUA
107
108
LA ETleA DE LA AUTENTICIDAD
de
LA LDTTA CONTINUA
109
nas durante cierto tiempo, de una forma o de otra. Por medio de la accin social, el cambio poltico y la captacin de
corazones y mentes, pueden ganar terreno formas mejores,
al menos durante algn tiempo. En cierto senQ9. unagciedad autnticamenteli\)re
tomar como descripcin
de s mismacrlem-a formulado en otro senido bastarlte diferente por movimientos revolucionarios como las Brigadas
Rojas: la lotta continua, la lucha conHna y, de hecho, permanentemente.
As pues, la perspectiva que propongo rompe definitivamente con el pesimismo cultural que se ha desarrollado en
dcadas recientes y que libros como el de Bloom y el de Bell
alimentan. La analoga propia de nuestra poca no es la decadencia del imperio romano, conforme la decadencia y el
deslizamiento hacia el hedonismo nos hacen incapaces de
mantener nuestra civilizacin poltica. Esto no significa afirmar que algunas sociedades no puedan recaer en la alienacin y la rigidez burocrtica. Y algunas pueden muy bien perder su estatus semiimperiaJ. El hecho de que los Estados
Unidos estn en peligro de sufrir estos cambios negativos ha
hecho aumentar acaso comprensiblemente su pesimismo
culturaJ.2
Resulta casi ocioso decir que no propongo tampoco una
visin especular, un optimismo cultural al estilo de aquel po2. La extraordinaria popularidad de estos dos libros, un tanto sorpren
dente en amhos casos para sus autores, lo atestigua. Uno es T}e Closillg
01 tire American Mind, del que ya he hablado. El otro es T}e Rise and Fall
01 t}e Creat Powers (Nueva York, Random House, 1987) (versin castella
na: Auge y cada de las grandes potencias, Barcelona, Plaza y Jans, 1989)
que trata precisamente de la prdida de un status cuasi-imperial. Debera mencionar asimismo una pelcula canadiense, Le dclin de /'empire americaill (El declive del imperio americano), que se serva tambin de este pesimismo cultural, y que de forma en absoluto tpica para una pelcula
realizada en Quebec tuvo un xito considerable al sur de nuestras fronte
ras. Pero los Estados Unidos no son el mundo occidental, y quizs no debieran tomarse como una sola entidad, puesto que se trata de una sacie
dad de inmensa variedad, compuesta de muy diferentes medios y grupos.
Habr, por supuesto, ganancias y prdidas, pero en conjunto .la latta
continua.
110
LA I!T1CA DE LA AUTENTICIDAD
pular en los aos 80, cual era el caso de The Greellillg uf America de Charles Reich, que vio el ascenso de una cultura espontnea, amable, bondadosa y ecolgicamente responsable.
Este sueo surge de forma tan natural de la perspectiva distorsionada de los defensores como la pesimista de los detractores. Quiero alejarme por igual de ambas posturas, no tanto en un terreno intermedio como en un terreno por completo
diferente. Sugiero que no nos dediquemos a buscar la Tendencia, cualquiera que sta sea, de auge o declive, sino que
rompamos con la tentacin de discernir tendencias irreversibles y consideremos que se libra una lucha cuyo resultado
est continuamente por decidir.
Pero si estoy en lo cierto y la lucha es tal y como la des/cribo,
en ese caso el pesimismo cultural de los detractores
)
no slo anda errado, tambin es contraproducente. Porque
'la condena de raz de la cultura de la autenticidad como ilu{sin o narcisismo no es la forma de acercarnos a las alturas.
Tal como estn las cosas, una alianza de personas con una
perspectiva cientfica no comprometida, y la de quienes poseen visiones ticas ms tradicionales, adems de algunos
irritados postuladores de la alta cultura, se unen para condenar esta cultura. Pero con esto no se nos ayuda. Una fol"
ma que pudiera cambiar a la gente comprometida con esta
cultura (yen cie'to plano, esto incluye a todo el mundo, y me
gustara decir que incluso a los crticos) se introducira benvolamente en el ideal que lo anima y tratara de mostrar
lo que realmente requiere. Pero cuando se condena y se ridiculiza por implicacin al ideal funto a la prctica existente,
se endurecen las actitudes. Se despacha a los crticos como
puramente reaccionarios, y no tiene lugar ninguna nueva valoracin.
EIl la consiguiente polarizacin entre detractores y defensores, lo que se pierde es precisamente la rica comprensin
de este ideal. En cierto sentido, ambos conspiran para identificarlo con sus ms bajas y egocntricas expresiones. Contra esa conspiracin ha de realizarse la labor de recuperacin que en cierto sentido he ido bosquejando en los captulos
precedentes.
VIII
LENGUAJES MS SUTILES
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LA I?TICA DE LA AUTENTICIDAD
LENGUAJES MS SUTILES
113
blica comprensin de la historia divina y secular, en los acontecimientos y personajes que posean un significado ms intenso, como si dijramos, ya incorporado, como la Virgen y
el Nio o el juramento de los Horados.
Pero durante un par de siglos hasta hoy en da hemos estado viviendo en un mundo en el que esos puntos de referen
cia ya no se sostienen ante nosotros. Nadie cree ya en la doctrina de las correspondencias, tal como se aceptaba en el
Renacimiento, y ni la historia divina ni la secular poseen una
significacin generalmente aceptada. No es que no pueda escribirse un poema sobre las correspondencias, pues Baude1!!r(T6compus:Esmas bien que no puede depender de ta
simple aceptacin de doctrinas que antes eran pblicas.
poeta mismo ya no las subscribe en forma cannica. Apunta
algo diferente, a cierta vison personal que trata de triangular mediante esta referencia histrica, el bosque de smbolos que l contempla en el mundo que le rodea. Pero para
aprehender este bosque, necesitamos comprender no tanto
la antigua doctrina pblica (de la cual nadie recuerda de todas formas detalle alguno) como, por decirlo de algn modo,
la forma en que resuena en la sensibilidad del poeta.
Por tomar otro ejemplo: Rilke nos habla de ngeles. Pero
sus ngeles no deben entenderse en funcin del lugar que
ocupan en el orden tradicionalmente definido. Por el contrario, hemos de triangular el significado de este trmino mediante el conjunto de imgenes con que Rilke articula su sen
tido de las cosas.
si YQ.z!a,ra me oiria entre los
-denes anglicos?, comienzan las Elegas del Duino. El he
cho de estar ms all de esos gritos define en parte a esos
ngeles. No podemos llegar hasta ellos por medio de un tratado medieval sobre las jerarquas de querubines y serafines, pero hemos de pasar por entre esta articulacin de la
sensibilidad de Rilke.
Podramos describir el cambio de esta manera: all don
de ellengll<iiepotico anterior poda.. depender
tte"s de significado
disponibles, hoy ha de
co"sistir en un lenguaje-de sensibilidadart"ulada. Earl WasSernlTl ha mostrado cmo el declive del viejo orden con su
114
LA I?TlCA DE LA AUTENTICIDAD
'su
LE!':GlJAJES
MAs
SUTILES
11 S
116
se trata de una cuestin de fragmentacin. No poddamos describirlo diciendo simplemente que los poetas anteriores disponan de un lenguaje comnmente reconocido y ahora todo
el mundo dispone de uno propio. Parecera como si pudiramos otorgar a la visin de Rilke. con slo ponernos de acuerdo, el mismo estatus de lenguaje pblico del que disfrutaba
la Gran Cadena del Ser.
Pero el cambio llega an ms all. Lo que nunca podra
recuperarse es la comprensin de que los ngeles son parte
de un orden ntico independiente de los seres humanos, cuyas naturalezas anglicas existen independientemente de la
articulacin humana, y son por tanto accesibles mediante
lenguajes de descripcin (teologa, filosofa) que no son en
absoluto los de la sensibilidad articulada. Por contraposicin,
el orden de Rilke slo puede hacerse nuestro por medio
de una nueva ratificacin en la sensibilidad del nuevo lector. En estas circunstancias, la idea misma de que un orden
tal deba adoptarse con exclusin de todos los dems -una
exigencia prcticamente inevitable en el contexto
tradicional- deja de tener fuerza alguna. Queda demasiado claro de qu modo otra sensibilidad, otro contexto de imgenes, podra darnos otra aprehensin, aun de aquello que
pudiramos considerar, sin embargo, como una visin similar de la realidad.
De manera que los ngeles contemporneos han de estar
relacionados con el hombre, podramos decir que relacionados con el lenguaje, de un modo distinto al de sus antecesores. No pueden separarse de un cierto lenguaje de articulacin, que constituye, como si dijramos, su elemento propio.
y este lenguaje se enraza a su vez en la sensibilidad personal del poeta, y slo es comprendido por aquellos cuya sensibilidad resuena a semejanza de la del poeta.
-- Quiz pueda verse ms ntidamente el contraste si pensamos en cmo podemos apelar a las intuiciones personales
para cartografiar el dominio pblico de las referencias. La
lingstica puede hacer uso de nuestras intuiciones lingsticas de gramaticalidad, pero poder disponer de ellas requiere habitualmente un giro reflexivo. Me pregunto a m mis-
117
mo; Podemos decir Ella no tienen un duro? y contesto ne.gativamente. Pero no hay apelacin alguna como para hablar
de visin personal. Lo que cartografo es precisamente una
parte del trasfondo pblicamente disponible, en el que nos
apoyamos y con el que contamos mientras nos comunicamos.
Por contraposicin, lo que Eliot o Pound o Proust me sugieren posee una imborrable dimensin personal.
Siguiendo los trminos de la discusin anterior, esto significa 'Llle.ha...
e.n
el artepgstromntko. Pero supone claramente una subjetivacT de la maHera. Concierne al modo en que el poeta tiene acceso a cualquier cosa que nos est sealando. No se
deduce en modo alguno que haya d producirse una subjetivacin de la materia, es decir, que la poesa pos romntica
deba ser en cierto sentido exclusivamente una expresin del
o. Es ste un punto de vista comn, al que parecen dar cierto crdito frases bien conocidas como la descripcin hecha
por Wordsworth de la poesa como el espontneo deshordamiento de poderosos sentimientos. Pero el mismo Wordsworth trataba de hacer algo ms que articular sus propios
sentimientos cuando escriba en Tintern Abbey (La abada de Tintern) sobre
Una presencia que me inquieta con el gozo
de elevados pensamientos; un sentido sublime
de algo harto ms profundamente fundido
cuya morada es la luz de soles ponientes,
y el rotundo ocano y el aire viviente,
y el cielo azul, y la mente del hombre:
un movimiento y espritu que impele
toda cosa pensante, todo objeto de todo pensamiento,
y rueda a travs de todas las cosas (versos 94-102)
(A presence that disturbs me with the joy
Of elevated thoughts; a sense sublime
Of something far more deeply interfused,
Whose dwelling is the Iight of setting suns,
And the round ocean and the living air,
118
LA iOTlCA DE LA AUTENTICIDAD
LENGUAJES
MAs SUTILES
119
120
LA i?T1CA DE LA AUTENTICIDAD
IX -
JAULA DE HIERRO?
"-
122
LA l".TlCA DE LA AUTENTICIDAD
JAULA DE HIERRO?
123
cima a perturbadoras contradicciones. Los conservadores derechistas al estilo norteamericano hablan como defensores
de comunidades tradicionales cuando atacan el aborto libre
y la pornografa; pero en sus polticas econmicas abogan
por una una forma indmita de empresa capitalista, que ha
contribuido ms que ninguna otra cosa a disolver las comunidades histricas, ha fomentado el atomismo, que no conoce fronteras ni lealtades, y est dispuesta a cerrar pueblos
mineros o a devastar el hbitat forestal con el pretexto del
estado de cuentas.
Del otro lado encontramos partidarios de una postura
atenta y reverente hacia la naturaleza, que estaran dispuestos a arruinarse por defender el hbitat forestal, que se manifiestan en favor de la libertad de abortar, sobre la base de
que el cuerpo de una mujer es de su exclusiva propiedad. Algunos adversarios del capitalismo salvaje llevan el individualismo posesivo an ms lejos que sus ms imperturbables
defensores.
Estos dos debates tan polarizados son bien diferentes,
pero creo que ambos andan ms o menos igualmente equivocados. Los sacrificios que la razn instrumental sin control nos impone son bastante evidentes en el endurecimiento de una perspectiva atomista y en nuestra insensibilidad
hacia la naturaleza. En esto tienen razn sus detractores. Y
sin embargo, no podemos contemplar el desarrollo de la sociedad tecnolgica a la luz de un imperativo de dominacin
que se ha nutrido de fuentes morales ms ricas. Pero, al igual
que en el caso de la autenticidad, tienden a perderse de vista las fuentes morales precisamente a causa de los valores
atomistas e instrumentalistas. Recuperarlos podra permitirnos recobrar cierto equilibrio en el que la tecnologa ocupara en nuestras vidas un lugar diferente al de un imperativo insistente e irreflexivo.
Tambin en esto podra existir una lucha entre mejores
y peores modos de vivir la tecnologa, como la que se da entre formas superiores e infedores de buscar la autenticidad.
Pero la lucha queda inhibida, y en muchos casos no llega siquiera a comenzar, porque se ocultan y se pierden de vista
124
LA TICA DE LA AUTENTICIDAD
las fuentes morales. Y en esta oclusin tienen parte los detractores, puesto que su implacable descripcin de la sociedad tecnolgica en trminos de dominacin elimina por completo estas otras fuentes.
Pero los defensores no resultan de mucha utilidad tampoco, porque tienden a impregnarse tanto de la actitud atomista e instrumentalista, que no consiguen tampoco reconocer estas fuentes. Como en el caso de la autenticidad, estas
dos partes que intervienen en tan polarizado debate forman
sin querer una conspiracin para mantener fuera de su vista algo esencial, para acreditar la ms baja opinin de aquello por lo que combaten, en este caso la razn instrumental.
En su contra, nos hace falta llevar a cabo una labor de recuperacin con el fin de desarrollar una lucha fructfera en
nuestra cultura y en nuestra sociedad.
Antes de embarcarnos en esta recuperacin, hay una cuestin que no podemos evitar. En un grado considerable, la
cuestin del predominio de la razn instrumental no es asunto que se refiera solamente a la fuerza de una cierta posicin moral. Se da tambin el caso de que, en muchos aspectos, nosotros mismos nos vemos forzados a concederle un
lugar importante en nuestras vidas, tal como mencion al
principio de este libro. En una sociedad cuya economa est
configurada en gran medida por las fuerzas del mercado, todos los agentes econmicos, por ejemplo, deben conceder un
papel importante a la eficiencia si quieren sobrevivir. Y en
una sociedad tecnolgica extensa y compleja, as como en
las unidades a gran escala que la componen -empresas, instituciones pblicas, grupos de inters-, los asuntos comunes han de gestionarse en cieI"ta medida de acuerdo con principios de racionalidad burocrtica si de veras se quiere
gestionarlos. De modo que, bien porque dejemos que nuestra sociedad siga los mecanismos de la mano invisible
como es el mercado, bien porque tratemos de gestionarla colectivamente, nos vemos forzados a operar en cierta medida
de acuerdo con las exigencias de la racionalidad moderna,
se ajuste o no a nuestra propia perspectiva moral. La nica
altemativa parece estar en una suerte de exilio interior, de
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diciones dialgicas, que habitan el tiempo de un modo especficamente humano, a saber, dando sentido a nuestras vidas en la forma de una historia que conecta el pasado del
que
con nuestros futuros proyectos. Eso signi.
fica (b) que si vamos a tratar a un ser humano tal como se
debe, hemos de respetar esa naturaleza, corprea, dialgica, temporal. Las extensiones incontroladas de la razn instrumcntal, tales como la prctica de la medicina que sc olvida del paciente como persona, que no toma en cuenta qu
relacin guarda el tratamiento con su historial ni por tanto
tampoco con los determinantes de esperanza y desesperacin, que descuida la relacin esencial entre el que ha de sanar y el paciente, a todas estas cosas hay que resistirse en
nombre del trasfondo moral de benevolencia que justifica estas aplicaciones de la razn instrumentaP
Lo que andamos buscando es un encuadramiento alternativo de la tecnologa. En lugar de considerarla puramente
en el contexto de una empresa de control cada vez mayor, de
una frontera siempre en retroceso, de naturaleza resistente,
animada quiz por un sentido de poder y libertad, hemos de
llegar a comprenderla tambin en el marco moral de la tica de la benevolencia prctica, que es tambin una de las
fuentes de nuestra cultura gracias a las que la razn instrumental ha adquirido la destacada importancia que para nosotros tiene. Pero hemos de situar esta benevolencia a su vez
en el marco de una comprensin adecuada del albedro humano, no en relacin con el fantasma incorpreo de la razn
no comprometida, que habita una mquina cosificada. Hemos de poner tambin en r"dacin a la tecnologa con este
ideal mismo de la razn no comprometida, pero en este caso
como ideal, ms que como imagen distorsionada de la esencia humana. La tecnologa al servicio de una tica de la be3. Me ha sido de gran utilidad la penetrante discusin de Benner y Wrube!, rile Primacy of CariHg. que muestra cunto puede contribuir la filosofa a encuadrar la razn instrumental en un entramado nuevo del tipo de
los que aqu discuto. Si llegamos a comprender por qu la tecnologa es,
para empezar, importante en esto, entonces se ver limitada y encuadrada
por una tica de la atencin.
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nevolencia dirigida a las personas de verdad, de carne y hueso; el pensamiento tecnolgico, calculador, como raro y admirable logro de un ser que vive en medio de un tipo de pensamiento bastante distinto: vivir la la razn instrumental
desde fuera de estos entramados supondra vivir nuestra tecnologa de manera muy diferente. 4 Queda por completo dentro del entramado de la dominacin, y no deja lugar para ubicar a la tecnologa de forma diferente en nuestras vidas.
Ponerse en cabeza de la tecnologa implica adoptar una actitud estratgica hacia la misma, puesto que, por medio de ella,
hacemos todo lo dems. No deja abierta la posibilidad de situar la tecnologa en una actitud no instrumental, como vemos, por ejemplo, en la tica de la atencin, o en el cultivo
de nuestra capacidad para el pensamiento puro. (Sobre esta
cuestin, vase la discusin de William Hutchinson, Technology, Community and the Se!f, tesis doctoral, McGill University, 1992.) En esta discusin sobre cmo rehacer este entramado he tomado evidentemente muchas cosas de
Heidegger; vase especialmente The Question Concerning
Technology, en The Queslion Concerning Technology and 01Izer Essays, traduccin de William Lovitl (Nueva York, Garland Publishers, 1977). (Versin castellana: parcialmente, en
Sendas perdidas, Buenos Aires, Losada, 1960.) Lo que creo
que Heidegger propone en stos y en otros escritos es algo
parecido a lo que yo he llamado entramado alternativo. Para
un interesante desarrollo de esta idea de forma mucho ms
detallada, tambin en deuda con Heidegger, vase Borgman,
Teclmology and the Character 01 Conlemporary Lile. Aunque
existe un deslizamiento o inclinacin hacia una posicin de
predominio, debido a todas las razones mencionadas anteriormente, nada nos dice que lerlgamos que vivir nuestra tecnologa de esta forma. Hay otras formas que estn abiertas.
La perspectiva a la que aqu nos enfrentamos es la de una
4. La cuestin que aqu trato en trminos de formas de entramado alternativas se plantea a veces en trminos de control: nos domina la tecnologa a nosotros, o la controlamos, utilizndola al servicio de nuestros fines? Pues el pmblema que representa esta formulacin debiera ser evidente.
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1. En este campo la libertad slo pucde consistir en el hombrc socializado, en los productorcs asociados. quc 'cgulan racionalmcntc su intcrcambio con la naturalcza, ponindola bajo su comn control, en lugar de
verse dominados por ella como por sus cicgas fuerzas ... El Capilal, vol. lB
(Nueva York: International Publishers, 1967), pg. 820 (versin castellana:
El Capilal, Mxico, Fondo de Cultura Econmica, 1991).
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pia utopa, la de una sociedad libre ordenada por impersonales relaciones de mercado, en la que el Estado se vea forzado a tener un papel residual limitado. Pero esto resulta
igualme'nte irreal. La estabilidad y, en consecuencia, la eficiencia, no podran sobrevivir al abandono de la economa
por parte de los gobiernos, y resulta hasta dudoso que la libertad pudiera sobrevivir mucho tiempo en la jungla que engendrara un capitalismo realmente salvaje, con sus desigualdades y su explotacin sin compensaciones.
Lo que debiera haber perecido juntamente con el comunismo es la creencia de que las sociedades modernas pueden regirse sobre la base de un principio nico, ya sea ste
el de la planificacin de acuerdo con la voluntad generala
el de las asignaciones del libre mercado. Nuestro reto estriba en realidad en combinar, de forma que no se anulen, una
serie de modos de actuacin que son necesarios conjuntamente para una sociedad libre y prspera, pero que tienden
tambin a estorbarse unos a otros: las asignaciones del mercado, la planificacin estatal, las disposiciones colectivas en
casos de necesidad, la defensa de los derechos individuales,
y la iniciativa y el control democrticos efectivos. A corto plazo, quizs hasta la eficiencia mxima del mercado puede
verse restringida por cada uno de los otros cuatro modos;
a largo plazo, quizs hasta la coyuntura econmica, y desde
luego la justicia y la libertad se resentiran a causa de su marginacin.
No podemos abolir el mercado, pero tampoco podemos
organizarnos exclusivamente mediante mercados. Restringirlos puede resultar costoso; no restringirlos en absoluto podra resultar fatal. Gobernar una sociedad contempornea
significa recrear continuamente un equilibrio entre requisitos que tienden a menoscabarse unos a otros, encontrando
constantemente nuevas soluciones creativas conforme los viejos equilibrios quedan anulados. No puede encontrarse nunca una solucin definitiva en la naturaleza del caso. A este
respecto, nuestra situacin poltica se asemeja a la difcil situacin cultural que describ antes. La lucha cultural irresuelta entre puntos de vista diferentes, entre entramados dis-
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aborto constituye un ejemplo pertinente. Desde que la decisin sobre Roe versus Wade en 1973 liberalizara enormemente las lt:yes del pas sobre el aborto, los esfuerzos de los conservadores, que van dando gradualmente fruto en la
actualidad, han consistido en recurrir ante los tribunales con
el fin de logr-ar una revocacin. El f'esultado ha constituido
un asombroso esfuerzo intelectual, encauzado hacia la poltica como revisin judicial, que ha hecho de las facultades
de leyes los centros dinmicos del pensamiento social y poltico de los camplls norteamericanos; y tambin una serie
de titnicas batallas en torno a algo que sola ser asunto relativamente rutinario -o al menos no partidista-: la confirmacin por parte del Senado de los nombramientos presidenciales para el Tribunal Supremo.
Junto a la revisin judicial, y entrelazada con ella, la energa norteamericana se encauza hacia una poltica de intereses o defensa activa. La gente se lanza a campaas dirigidas
a una cuestin en particular y labora fieramente por el bien
de la causa escogida. Los dos bandos presentes en el debate
sobre el aborto constituyen buenos ejemplos. Esta faceta solapa la anterior, porque parte de la batalla es judicial, pero
tambin concierne a grupos y actividades de presin, a la
movilizacin de la opinin pblica, y a una intervencin selectiva en las campaas electorales a favor o en contra de los
candidatos designados como objetivo.
Todo ello genera una gran actividad. Una sociedad en que
sucede todo esto apenas si es desptica. Pero el desarrollo
de estas dos facetas guarda relacin, en parte de efecto yen
parte de causa, con la atrofia de una tercera, que es la formacin de mayoras democrticas en torno a programas con
sentido que puedan llevarse a trmino. A este respecto, la escena poltica norteamericana resulta catastrfica. El debate entre los principales candidatos se vuelve cada vez ms
desarticulado, sus declaraciones buscan cada vez ms descaradamente slo su inters, y su forma de comunicarse
consiste cada vez ms en los ahora clebres sol//u! bytes (generalidades audiovisuales), lo mismo que sus promesas risiblemcnte increbles ((leed en mis labios) y cnicamente in-
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cumplidas, mientras los ataques a los contrincantes se rebajan a los ms deshonrosos niveles, aparentemente con toda
impunidad. Al mismo tiempo, en un fenmeno complementario, desciende la participacin de los votantes en las elecciones de carcter nacional, llegando recientemente al 50 %
de la poblacin con derecho a voto, bastante por debajo de
la de otras sociedades democrticas.
Algo puede decirse en favor, y quiz mucho en contra, de
tan escorado sistema. Podramos sentirnos preocupados por
su estabilidad a largo plazo, es decir, preocuparnos por si
la enajenacin de los ciudadanos provocada por su sistema
representativo, cada vez menos funcional, puede verse compensada por una mayor energa de su poltica en torno a ntereses en particular. Ya hemos advertido que este estilo de
poltica hace ms difciles de resolver las cuestiones. Las decisiones judiciales se basan habitualmente en el principio de
que el que gana se queda con todo; o se gana o se pierde. En
especial, las decisiones judiciales concernientes a cuestiones de derechos tienden a concebirse como cuestin de todo
o nada. El concepto mismo de derecho parece apelar a una
satisfaccin ntegra, si es verdaderamente un derecho; y si
no, pues nada, Una vez ms, el aborto puede servirnos de
ejemplo. En cuanto se considera la cuestin en los trminos
de los derechos del feto frente a los derechos de la madre,
queda poco espacio en el que situarse entre la inmunidad sin
lmites del uno y la libertad sin trabas de la otra. La inclinacin a resolver las cosas de modo judicial, an ms polarizada por las campaas entre intercses particulares rivales,
mina en efecto las posibilidades de compromiso. 2 Podramos argumentar tambin que hace ms difcil arrostrar ciCI'tas cuestiones, aquellas que requieren un amplio consenso
democrtico que habrn de conllevar a su vez ciertas dificultades y cierto sacrificio. Puede que esto forme parte del
2. Mary Ann Glendon, AiJurliOlI mld Divurce i/l Hblem Lal\' (Cambridge: Harvard University Press, 1(87) ha mostrado la diferencia que se ad
vierte en las decisiones norteamericanas sobre la cuestin, en comparacin con las de las sociedades occidentales que pueden servir de referencia.
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ms difcil movilizarse eficazmente. Existe en esto un crculo vicioso pOlencial, pero podemos ver cmo podra convertirse en un crculo virtuoso. La accin en comn con xito
puede'proporcionar una sensacin de poder recobrado y fortalecer tambin la idenlificacin con la comunidad.
Parece decirse con esto que la forma de tener xito consiste en tenerlo, lo cual es cierto aunque quiz no de mucha
ayuda. Pero algo ms s podemos decir. Una de las causas
importantes de la sensacin de impotencia es que se nos gobierna mediante estados a gran escala, centralizados y burocrticos. Lo que puede contribuir a mitigar esta sensacin
es la descenlralizacin del poder, tal como observ Tocqueville. Y de esle modo, en general, la devolucin o la divisin
de poderes, como en los sistemas federales, especialmente
en los que se basan en el principio de subsidiaridad, puede
ser buena para recobrar el poder democrtico. Tanto ms si
las unidades a las que se les devuelve ese poder figuran ya
como comunidades en las vidas de quienes las componen.
A este respecto, Canad puede considerarse afortunado.
Hemos conseguido un sistema federal, evitando que evolucionase hacia una mayor centralizacin que hubiera seguido el modelo de los Estados Unidos, gracias a nuestra misma diversidad, mienlras que las unidades provinciales se
corresponden generalmenle con aquellas sociedades regionales con las que se identifican sus miembros. Lo que no parece que hayamos llegado a crear es una comprensin comn
que mantenga unidas a eslas sociedades regionales, y por tanlo nos enfrentamos a olra forma de prdida de poder, no la
que experimentamos cuando un gobierno fuerle parece de!
todo insensible, sino ms bien la que parece ser e! destino
de sociedades menores que viven a la sombra de grandes poderes.
En llima instancia, esto no ha consistido ms que en la
incapacidad de comprender y aceptar la naturaleza real de
la diversidad canadiense. Los canadienses aceptan de muy
buen grado sus propias imgenes de diferencia, pero stas
no han conseguido por desgracia corresponderse con lo que
de veras existe. Acaso no sea un accidente el que esta inca-
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