El Imperio de Las Mentiras - Steve Sem Sandberg
El Imperio de Las Mentiras - Steve Sem Sandberg
El Imperio de Las Mentiras - Steve Sem Sandberg
En 1940, los nazis establecieron uno de los guetos judos ms grandes en la ciudad polaca de
d. Mordechai Chaim Rumkowski, un hombre de negocios autoritario y controvertido, se
convirti en uno de los lderes de la comunidad juda.
Esta novela monumental cuenta la historia de ese hombre y del poder que ejerci sobre el destino
de ms de un cuarto de milln de judos durante ms de cuatro aos. Guiado por una ambicin
descomunal, Rumkowski transform el gueto en una de las piezas fundamentales del engranaje
industrial nazi. El gueto de d y el propio Rumkowski se hicieron indispensables para el
rgimen de Hitler.
Pero Quin fue realmente Rumkowski? Un colaboracionista? Un oportunista? Un hroe
judo?
Steve Sem-Sandberg
MEMORNDUM
d, 10 de diciembre de 1939
Confidencial
Clasificado
Establecimiento de un gueto en la ciudad de d
Segn un clculo razonablemente aproximado, en la ciudad de d viven unos
320 000 judos. La evacuacin simultnea de todos ellos no es viable. Una minuciosa
evaluacin realizada por las autoridades competentes ha puesto de manifiesto que es
imposible concentrarlos a todos en un nico gueto cerrado. Mientras tanto, la cuestin
debe solventarse de la siguiente manera:
1)
2)
Los preparativos y la ejecucin de dicho plan sern llevados a cabo por un cuadro
compuesto de representantes de los siguientes organismos:
1. NSDAP [Partido Nacional Socialista Alemn]
2. El delegado de d en el Regierungsprsidium [Consejo Regional]
de Kalisz
3. Los departamentos de Vivienda, Trabajo y Salud del Ay untamiento
de d
4. La Polica del Orden
5. La Polica de Seguridad6. Unidades de la Calavera [fuerzas de las
SS]
6. Los departamentos de Industria y Comercio
7. Los departamentos de Economa y Finanzas
Adems, debern tomarse las siguientes medidas preliminares:
1)
2)
3)
4)
5)
6)
Tan pronto como estas medidas preliminares se hay an efectuado y se tenga disponible
un nmero suficientemente elevado de guardias, fijar la fecha de creacin del gueto; es
decir, en un momento dado, las fronteras previamente delimitadas quedarn bajo el
mando de una fuerza de vigilancia y las calles sern selladas mediante alambradas y
otros acordonamientos. Al mismo tiempo, se tapiarn las fachadas de las casas o sern
bloqueadas de algn otro modo por trabajadores desde el interior del gueto. Dentro del
gueto se establecer un gobierno autnomo. Constar de un Decano de los Judos y una
variante ampliada de la Congregacin Juda [kehila].
El Departamento de Abastecimiento del municipio de d proveer al gueto de
alimentos y combustible, los cuales sern transportados a unos determinados lugares del
mismo, desde donde pasarn a manos de la administracin juda. Esto deber efectuarse
sobre la premisa de que el gueto solo puede pagar por los alimentos y el combustible
mediante el canje de bienes, telas, ropa y artculos similares. De ese modo podremos
sustraer a los judos los objetos de valor adquiridos y acumulados indebidamente.
Las dems zonas de la ciudad debern ser registradas a fin de que todos los judos no
aptos para el trabajo puedan ser trasladados al gueto en el momento de su establecimiento
o poco despus. Los judos aptos para el trabajo sern destinados a grupos de trabajo
especiales en barracones vigilados que las autoridades municipales y la Polica de
Seguridad habrn erigido previamente.
En lo referente a esto ltimo, cabe sacar la siguiente conclusin. Todos los judos
asignados a las unidades de trabajo debern habitar fuera del gueto. Los destinados a los
barracones que resulten no ser aptos para el trabajo o caigan enfermos debern ser
trasladados al gueto. Los judos del gueto que todava sean aptos para el trabajo debern
realizar el tipo de tareas que se requieran en el interior del mismo. Ms adelante decidir
si los judos aptos para el trabajo debern ser trasladados del gueto a los barracones de
trabajo.
Ni que decir tiene que el establecimiento de un gueto es una medida meramente
provisional. Me reservo el derecho de decidir cundo y de qu modo se expurgar la
ciudad de d de judos. Sea como sea, el objetivo final no puede ser otro que cauterizar
PRLOGO
EL PRESIDENTE, SOLO
(1 - 4 de septiembre de 1942)
Todo lo que puedas hacer, hazlo en tu pleno vigor, porque no hay en el sepulcro,
adonde vas, ni obra, ni razn, ni ciencia, ni sabidura.
Eclesiasts 9,10
H aba sido el da, grabado para siempre en la memoria del gueto, en que el Presidente anunci
ante todos que no tena ms remedio que dejar que se llevaran a los nios y a los ancianos. Hasta
el ltimo momento de la tarde en que hizo el pronunciamiento estuvo en las oficinas de la plaza
Bauty esperando la intervencin de la Divina Providencia para salvarle. Ya se haba visto
obligado a dejar que se llevaran a los enfermos. Ahora solo quedaban los viejos y los nios. El
seor Neftalin, que unas horas antes haba vuelto a convocar a la Comisin, le haba confirmado
que todas las listas tenan que estar cerradas y entregadas a la Gestapo para la medianoche a ms
tardar. Cmo podra explicarles la horrorosa prdida que eso significaba para l? Sesenta y seis
aos he vivido sin que se me haya concedido la dicha de ser llamado padre, y ahora las
autoridades me exigen que sacrifique a todos mis hijos.
Acaso alguno de ellos era capaz de imaginar cmo se senta en ese momento?
( Qu les digo? , le haba preguntado al doctor Miller cuando la Comisin se reuni aquella
tarde, y el doctor Miller haba estirado su rostro desfigurado al otro lado de la mesa y, sentado
tambin frente a l, el juez Jakobson le haba mirado profundamente a los ojos y haba dicho:
Diles la verdad. Si no tienes nada mejor, eso es lo que tendrs que decirles.
Pero cmo puede haber una Verdad si no existe ninguna Ley, y cmo puede haber una Ley
si el Mundo y a no existe?)
Con las voces de los nios moribundos atronando en su cabeza, el Presidente alarg el brazo
para coger la chaqueta que la seorita Fuchs le haba colgado en un gancho de la pared del
barracn, meti con dedos torpes la llave en la cerradura y, antes siquiera de alcanzar a abrir la
puerta, las voces le abrumaron de nuevo. Sin embargo, al otro lado de la puerta de su despacho
no haba ninguna Ley, ni tampoco el Mundo; solo lo que quedaba de su estado may or personal,
encarnado por una media docena de auxiliares administrativos exhaustos por la falta de sueo,
con la incansable seorita Fuchs al frente, quien ese da, como todos los dems, vesta una
impecable blusa a ray as blancas y azules recin planchada y llevaba el pelo recogido en un
chignon. l dijo:
Si el Seor tuviera la intencin de permitir que sucumba esta su ltima ciudad, me lo habra
***
El sol era como suele serlo en el mes de Elul, un sol como el del inminente da del
Juicio Final, un sol que era como si se clavaran mil agujas en la piel. El cielo era de
plomo, no corra ni una gota de aire. Una multitud de mil quinientas personas se haba
congregado en el patio del Cuerpo de Bomberos. El Presidente sola pronunciar con
frecuencia sus discursos en ese sitio. En anteriores ocasiones, lo que haba impulsado a la
gente a ir a escucharle era la curiosidad. Iban para or hablar al Presidente acerca de sus
planes para el futuro, de la prxima llegada de un cargamento de comida, de las tareas
que les tenan reservadas. A los que estaban all hoy no les haba trado la curiosidad. La
curiosidad sin duda no habra bastado para hacerles abandonar las colas frente a los
almacenes de patatas y los lugares de distribucin y andar todo el tray ecto hasta la
explanada del Cuerpo de Bomberos. Nadie vena para escuchar noticias, la gente vena
para or la sentencia que se abatira sobre ellos: una cadena perpetua o, Dios no lo quiera,
la pena de muerte. Padres y madres iban para or la sentencia que se pronunciara contra
sus hijos. Los ancianos hacan acopio de sus ltimas fuerzas para conocer lo que les
deparaba el destino. La may ora de los que se haban reunido all eran gente may or, que
se apoy aba en delgados bastones o en los brazos de sus hijos. O bien personas jvenes que
apretaban con fuerza la mano de sus nios. O los nios mismos.
Con las cabezas inclinadas, los semblantes deformados por el dolor, con los ojos
hinchados y las gargantas ahogadas por el llanto, todas esas personas las mil quinientas
que se haban congregado en la plaza parecan una ciudad entera, una sociedad en sus
ltimos minutos de vida; esperando de pie bajo el sol la llegada de su Presidente y su
hundimiento.
JZEF ZELKOWICZ, In jejne koshmarne teg
(En esos das de pesadilla, 1944)
***
El gueto entero se haba echado a la calle esa tarde.
Pese a que los guardaespaldas haban logrado mantener a ray a a la may or parte de la
muchedumbre, un puado de sonrientes nios callejeros haba conseguido subirse al carruaje. l
se reclin contra la capota, no le quedaban fuerzas para atizarles con su bastn como sola hacer.
Pareca cierto lo que las malas lenguas llevaban tiempo diciendo a sus espaldas: que sus das
estaban contados, que su poca como Presidente haba tocado a su fin. Posteriormente diran de
l que haba sido un falso shofet que se equivoc en sus decisiones, un eved hagermanim que en
vez de procurar el bien de su gente solo se haba preocupado de conseguir poder y beneficios
personales.
Sin embargo, l jams haba perseguido otra cosa que el bien del gueto.
Dios mo, cmo puedes hacerme esto a m?, pensaba.
Cuando lleg al patio del Cuerpo de Bomberos, la gente se apretujaba y a bajo los ardientes
ray os del sol. Deban de llevar horas all. En cuanto avistaron a los guardaespaldas, se
abalanzaron sobre l como una jaura de animales salvajes. La polica form una cadena
humana al frente, golpeando y asestando porrazos para tratar de mantener a ray a a la multitud.
Pero a duras penas podan contenerla. Tras las espaldas de los policas, seguan despuntando
rostros desdeosos y burlones.
Se haba decidido que Warszawski y Jakobson hablaran primero mientras l esperaba a la
sombra de la tribuna, para intentar paliar en la medida de lo posible el dolor que provocaran las
duras palabras que se vea obligado a decirles. Pero, cuando le tocara a l subir a la tribuna que
se haba improvisado para los oradores, y a no habra sombra, ni tampoco tarima: tan solo una
simple silla encima de una mesa que cojeaba. Sobre tan inestable fundamento se vera obligado a
enfrentarse a la horrible y oscura masa que le miraba mofndose desde la parte en sombra de la
explanada. Ese organismo vivo y tenebroso le produjo un terror que no se pareca a nada que
hubiera sentido antes. Eso era, caa ahora en la cuenta, lo que debieron de sentir los profetas en el
momento en que se presentaban ante su pueblo; Ezequiel, quien desde la sitiada Jerusaln, la
ciudad sangrienta, haba hablado de la necesidad de purgar la ciudad de todo mal y de todas las
impurezas, y de marcar con un signo la frente de aquellos que todava se adscriban a la fe
verdadera.
En ese momento habl Warszawski:
Ayer el Presidente recibi la orden de deportar a ms de veinte mil de los nuestros
entre ellos, nuestros nios y nuestros ancianos.
Qu impredecibles son los vientos del destino! Porque todos conocemos a nuestro
Presidente.
Todos sabemos cuntos aos de su vida, cunta de su energa, trabajo y salud, ha
consagrado a criar y educar a los nios judos.
Y ahora le piden a l, a L, de entre todas las personas
***
A menudo se imaginaba que era posible conversar con los muertos. Solo aquellos que se
haban librado y a de aquel encierro podran haberle dicho si obraba bien o mal al dejar que se
llevasen a una gente que, de todos modos, no habra llegado a tener aqu mejor vida.
En aquellos primeros y difciles tiempos cuando las autoridades acababan de iniciar las
deportaciones, haba ordenado que le trajeran el coche para visitar el cementerio de Mary sin.
Das sin fin se sucedan a principios de enero, o febrero, cuando la llanura en torno a d,
con sus vastos campos de patatas y remolacha, y aca bajo un manto de bruma plida y hmeda.
Al final la nieve acababa por derretirse y llegaba la primavera, y el sol estaba tan bajo sobre el
horizonte que era como si el paisaje estuviese moldeado en bronce. Cada detalle apareca a
contraluz: las severas siluetas de los rboles contra los sembrados ocres, aqu o all la pincelada
violeta de un estanque o un arroy o semioculto tras una ondulacin de la planicie.
En das as se quedaba encogido, inmvil, en el fondo del coche; detrs de Kuper, cuy a
espalda describa un arco idntico al del ltigo que descansaba en su rodilla.
Al otro lado de la valla, uno de los centinelas alemanes permaneca rgidamente plantado con
su uniforme de campaa verde, o caminaba con aire inquieto de un lado a otro de la garita.
Algunos das un fuerte viento barra los campos abiertos y los sembrados. El viento arrastraba
arena y polvo de arcilla, pero tambin haca volar papeles desperdigados por encima de la valla
y los muros; y junto con la tierra polvorienta vena el acre olor a sulfito de las fbricas de
Litzmannstadt, amn del cacareo de las aves de corral y el mugido del ganado de las granjas
polacas de las inmediaciones. En momentos as se haca evidente cun arbitraria era la lnea que
se haba trazado para levantar la valla. El centinela resista impotente los pertinaces embates del
viento, la capa de su uniforme tableteando de manera ftil entre sus piernas y brazos.
Pero el Presidente se quedaba all sentado, siempre quieto, siempre impertrrito aunque la
tierra y la arena se arremolinasen a su alrededor. Si lo que vea y oa le afectaba de algn modo,
no lo demostraba.
Al nombre de Jzef Feldman responda un hombre que trabajaba de enterrador en la
cuadrilla de cavadores de Baruk Praszkier. Siete das a la semana, incluido el sabbat y a que as
lo haban ordenado las autoridades, cavaba tumbas para los muertos. Las tumbas que cavaba
no eran grandes: setenta centmetros de profundidad y medio metro de ancho. Lo
suficientemente hondas como para dar cabida a un cuerpo. Pero, considerando que se trataba de
cavar de dos a tres mil hoy os al ao, se comprende que fuera un trabajo pesado. A menudo con
el viento y el loess azotndole el rostro.
En la temporada de invierno no era posible cavar. Las tumbas del invierno haba que
preverlas y a durante el semestre de primavera-verano, as que esa era la poca en que Feldman
y el resto de la cuadrilla de enterradores trabajaban con ms intensidad. En los meses ms fros,
se retiraba a su oficina a descansar.
Antes de la guerra, Jzef Feldman haba sido propietario de unos viveros en Mary sin.
Dispona de dos invernaderos en los que cultivaba tomates, pepinos y otras verduras, como coles
y espinacas; tambin venda bulbos y bolsitas de semillas para la siembra primaveral. Ahora los
invernaderos estaban vacos y desiertos, con los cristales rotos. Jzef Feldman hibernaba en una
sencilla cabaa de madera anexa a uno de los invernaderos, que antes sola utilizar como oficina.
Contra la parec del fondo haba un camastro de madera de poca altura. Tambin haba una
cocina de lea cuy o humero sala a travs de la ventana y un pequeo hornillo que funcionaba
con gas propano.
Formalmente, todas las parcelas y todos los huertos de Mary sin eran propiedad del Decano
del Consejo Judo de Ancianos del gueto, quien poda arrendarlos a su antojo. Lo mismo pasaba
con los terrenos que antes haban sido de propiedad colectiva: por ejemplo, los hachsharot de los
sionistas, veintiuna parcelas valladas que contenan largas hileras de frutales cuidadosamente
podados, donde los pioneros del gueto acostumbraban a trabajar da y noche; el kibbutz de
Borachov, la granja abandonada de la comunidad Hashomer que estaba situada en la calle
Prna y donde se cultivaban verduras; y la cooperativa juvenil Chazit Dor Bnej Midbar.
Tambin los grandes terrenos que se extendan tras los desvencijados cobertizos conocidos con el
nombre de Taller de Praszkier, donde pacan las pocas vacas lecheras de que todava dispona el
gueto. Todo esto perteneca al Presidente.
Pero, por alguna razn, el Presidente haba permitido que Feldman conservara lo que era
suy o. A menudo se les vea a los dos juntos a la oficina de Feldman. El gran hombre y el
hombrecillo. (Jzef Feldman era de complexin enjuta. La gente deca que apenas llegaba al
borde de las fosas que cavaba). El Presidente sola hablarle de sus planes de transformar la zona
que haba alrededor de su empresa hortcola en un enorme campo de remolacha y plantar
rboles frutales en la pendiente que daba a la carretera.
Era algo que con frecuencia se deca del Presidente. En el fondo, prefera la compaa de
gente sencilla a la de los rabinos y los miembros del Consejo del casco urbano del gueto. Se
senta ms a gusto entre los hasidistas de la casa de estudios de la calle Lutomierska o entre los
nada eruditos pero muy devotos judos ortodoxos que, hasta que les fue prohibido, solan dirigirse
al gran cementerio de la calle Bracka. All pasaban las horas acurrucados entre las sepulturas,
con los chales de oracin sobre la cabeza y los sobados libros de oracin muy pegados a la cara.
Al igual que l, todos haban perdido a alguien: una esposa, un hijo, un pariente rico y acomodado
que hubiera podido acogerles y darles cama y comida ahora que eran viejos. Era el sempiterno
shokeln, el viejo lamento de todos los tiempos:
Por qu se les concede el don de la vida a quienes sufren tan amargos tormentos;
a quienes esperan la muerte sin que la muerte llegue nunca;
a quienes solo les dara gozo encontrar su sepultura;
a aquellos cuyo camino est sumido en las tinieblas:
a los acorralados, a los que Dios ha encerrado tras una cerca?
Entre los ms jvenes, el tono era menos altisonante:
Si Moiss nos hubiera dejado en Mizrajim, ahora todos podramos estar en un caf de
El Cairo en vez de estar encerrados aqu.
Moiss saba lo que se haca. Si no hubisemos salido de Mizrajim, no habramos sido
bendecidos con la Tor.
Y qu nos ha dado la Tor?
Est escrito: Im ein Torah, ein kemach, sin Tor no hay pan.
Estoy seguro de que, aun con la Tor, estaramos sin pan.
El Presidente pagaba a Feldman para que, durante el invierno, se encargase del cuidado de su
residencia veraniega en la calle Karola Miarki. Entre los dirigentes del Consejo de Ancianos era
habitual disponer de una residencia de verano en Mary sin, adems de su apartamento en el
casco urbano del gueto, y se rumoreaba que algunos nunca salan de ella, como era el caso de la
cuada del Presidente, la princesa Helena, de quien se deca que solo abandonaba su residencia
veraniega para asistir a algn concierto en la Casa de Cultura o si algn empresario acomodado
daba una cena para los shpitsu del gueto; en tales ocasiones siempre haca acto de presencia,
tocada con alguno de sus muchos y elegantes sombreros de ala ancha y cada y portando un
cesto de cuerda de camo en el que llevaba alguno de sus pinzones favoritos. La princesa
Helena coleccionaba aves. Haba ordenado a su secretario personal, el polifactico seor
Tausendgeld, que construy era en el jardn que rodeaba su casa de Mary sin una gran pajarera
que contena nada menos que quinientas especies distintas, muchas de ellas tan raras que nunca
haban sido vistas por aquellas latitudes, y menos an en el gueto, donde por lo general las nicas
aves que se vean eran las cornejas.
Por su parte, el Presidente aborreca cualquier exceso. Incluso sus enemigos daban testimonio
de que llevaba una vida muy austera. No obstante, consuma gran cantidad de cigarrillos y,
cuando se quedaba trabajando hasta tarde en las oficinas de los barracones de la plaza Bauty, no
era infrecuente que se entonara con un par de vasos de vodka.
As que en ocasiones, incluso en pleno invierno, la seorita Dora Fuchs llamaba por telfono
desde el Secretariado diciendo que el Presidente iba de camino, y entonces Feldman tena que
coger sus cubos de carbn y darse la gran caminata hasta la calle Miarki para encender la estufa,
y cuando el Presidente finalmente llegaba con paso vacilante empezaba a maldecir por la
humedad y el fro que an reinaban en la casa, y a Feldman le tocaba meter al viejo en la cama.
Feldman haba llegado a familiarizarse como pocos con la gran variedad de cambios de humor
del Presidente, y conoca bien los ocanos de odio y envidia que fluan bajo su silenciosa mirada
y tras la sarcstica sonrisa manchada de marrn por el tabaco.
Feldman tambin estaba a cargo del cuidado de la Casa Verde, situada en la continencia de
las calles Zagajnikowa y Okopowa. La Casa Verde era la menor y la ms alejada de los seis
orfanatos que el Presidente haba fundado en Mary sin, y all era donde con frecuencia le
encontraba Feldman, hundido en el asiento del coche de caballos de Kuper ante la valla que
rodeaba el patio de juegos.
Era evidente que el Decano hallaba paz contemplando jugar a los nios.
Los nios y los muertos. Sus horizontes visuales eran reducidos. Sus ojos solo tomaban partido
por aquello que tenan justo delante. No se dejaban engaar por las infinitas intrigas de los vivos.
l y Feldman hablaban de la guerra. De ese inmenso ejrcito alemn que pareca seguir
expandindose en todos los frentes, y de la persecucin de los judos de Europa, que deban
resignarse a vivir sometidos a los pies del poderoso Amalek. Y el Presidente reconoca que tena
un sueo. O, mejor dicho, tena dos sueos. Del primero hablaba con mucha gente, era el sueo
del Protectorado. El otro solo lo mencionaba ante unos pocos.
Soaba, deca, que demostrara a las autoridades lo capaces que eran los trabajadores judos,
de modo que estas se dejaran convencer de una vez por todas para ampliar el gueto. Entonces se
incorporaran a l otras zonas de d, y cuando la guerra hubiera terminado las autoridades no
tendran ms remedio que reconocer que el gueto era un lugar especial. Aqu la antorcha de la
laboriosidad se mantendra siempre encendida, aqu se producira como nunca antes se haba
visto. Y todo el mundo saldra ganando si dejaban que la poblacin confinada de Litzmannstadt
continuase trabajando. Cuando los alemanes finalmente entendieran esto, declararan el gueto un
protectorado dentro del marco de los territorios de Polonia anexionados al Reich alemn: un
Estado judo libre bajo soberana alemana, donde la libertad habra sido ganada honestamente al
precio del trabajo duro.
Ese era el sueo del Protectorado.
En el otro, el sueo secreto, se vea a s mismo en la proa de un barco de pasajeros rumbo a
Palestina. La nave haba zarpado del puerto de Hamburgo despus de que l en persona hubiera
encabezado la salida del gueto. En el sueo nunca quedaba claro quines exactamente, aparte de
l mismo, formaban parte del selecto grupo al que se haba permitido emigrar. Pero Feldman
interpretaba que la may ora de ellos eran nios. Nios de las escuelas de formacin profesional y
de los orfanatos del gueto, nios cuy as vidas haba salvado el seor Prezes en persona. A lo lejos,
ms all del horizonte marino, haba una costa: descolorida bajo el trrido sol, con una franja de
edificios blancos a lo largo de la orilla, por encima de los cuales unas suaves colinas se
mezclaban imperceptiblemente con el cielo blanco. Saba que lo que vea era Eretz Israel, para
ser ms precisos Haifa, solo que no poda distinguirlo muy claramente porque toda esa blancura
se funda en una sola: la cubierta blanca del barco, el cielo blanco, las olas blancas que rompan
en el mar.
Feldman reconoca que le costaba compaginar esos dos sueos. Cul era, en verdad, su
sueo: el del gueto ampliado a protectorado o el del xodo a Palestina? El Presidente contestaba,
como siempre haca, que el fin dependa de los medios, que haba que ser realista, que era
preciso considerar las posibilidades que se les ofrecieran. Despus de todos esos aos, se haba
familiarizado con la manera de ser y de pensar de los alemanes. E incluso haba conseguido
ganarse la confianza de muchos de entre sus filas. No obstante, saba algo con certeza. Cada vez
que se despertaba y comprenda que haba vuelto a tener ese sueo, su pecho se inundaba de
orgullo. Pasara lo que pasara, tanto a l como al gueto: nunca abandonara a su pueblo.
Y, sin embargo, fue precisamente eso lo que acabara haciendo.
E l Presidente rara vez hablaba sobre s mismo y su procedencia. Todo eso y a es historia, deca
cuando se sacaban a colacin ciertos episodios de su pasado. Aun as, a veces, cuando reuna a
los nios a su alrededor, su mente retroceda a sucesos supuestamente ocurridos en su juventud y
en los que era evidente que nunca haba dejado de pensar. Uno de esos relatos versaba sobre
Stromka el Tuerto, que haba sido maestro en la escuela talmdica de su Ilino natal. Al igual que
el ciego doctor Miller, Stromka tena un bastn, y ese bastn era tan largo que en todo momento
poda alcanzar a cualquiera de los alumnos de la reducida aula. El Presidente mostraba a los
nios cmo Stromka enarbolaba el bastn, y luego balanceaba su propio corpachn tal como lo
haca el maestro entre los pupitres donde los alumnos se encorvaban sobre sus libros, y de vez en
cuando el bastn sala disparado restallando contra la mano o el cogote de algn cro poco atento
o despistado. As!, deca el Presidente. Los nios llamaban a aquel bastn la prolongacin de su
ojo. Porque era como si Stromka viera con la punta de su bastn. Con su verdadero ojo, el ciego,
vislumbraba otro mundo, un mundo ms all del nuestro, donde todo era perfecto, sin tacha ni
defectos, un mundo en el que los alumnos escriban las letras del alfabeto hebreo con la mxima
precisin y en el que recitaban los versos del Talmud sin balbucear ni dudar lo ms mnimo.
Stromka pareca disfrutar plenamente al penetrar en ese mundo ideal, pero odiaba lo que vea en
el exterior.
En la ribera del ro se eriga la casa de baos. Ms all de la casa de baos haba una play a
pedregosa, a la que los nios acudan a veces tras las clases en la escuela talmdica. All el ro
era poco profundo. En el verano pareca el agua turbia del pozo con la que su madre lavaba la
ropa en un barreo sobre un escaln del zagun; a l le encantaba meter la mano en aquella
agua, clida como su propia orina.
Con la marea baja afloraba una pequea isla, una pelada franja de tierra en medio de la
corriente sobre la que las aves se posaban para otear en busca de peces. Sin embargo, la
apariencia del islote era traicionera. Por el otro lado, el lodoso lecho fluvial descenda
abruptamente y las aguas eran muy profundas. Un nio se haba ahogado all. Sucedi mucho
antes de que l viniera al mundo, pero en el pueblo todava se hablaba de ello. Tal vez fuera por
eso por lo que el sitio atraa a sus compaeros de escuela. Todas las tardes montones de nios
competan para ver quin se atreva a llegar hasta el pelado islote que despuntaba en medio de la
corriente. Recuerda que uno de los nios vade hasta que el agua casi le llegaba a la cintura, con
los codos levantados en medio de las cabrilleantes aguas que acababa de surcar, y les gritaba a
los otros que corrieran a meterse.
Tal como lo recuerda, l no se encontraba entre los chicos que, acto seguido y entre risas, se
haban abierto paso a travs del agua.
Tal vez se haba ofrecido a participar en el juego y lo haban rechazado. Tal vez le haban
dicho (como a menudo solan decirle) que estaba demasiado gordo; que era demasiado torpe;
demasiado feo.
Fue entonces cuando le ilumin una sbita inspiracin:
Decidi ir a contarle a Stromka lo que estaban haciendo los dems nios. Ms tarde
comprendera solo de forma muy vaga lo que haba esperado obtener con aquello. Mediante su
delacin, de algn modo, conseguira el respeto de Stromka, y ese respeto bastara para que los
otros nios no se atrevieran a seguir excluy ndolo de sus juegos.
Se produjo un breve instante triunfal cuando el ciego Stromka baj hasta el ro con el largo
bastn oscilando ante l. Pero el triunfal instante no dur mucho. Por lo pronto, no pareca que
hubiese obtenido el favor de Stromka. Al contrario, a partir de entonces el malfico ojo le mir
con, si cabe, an may or desprecio y maldad. Los dems nios le evitaban. Se apartaban y
cuchicheaban cada vez que l llegaba a la escuela. Hasta que una tarde, cuando regresaba a su
casa, le siguieron y lo rodearon por los cuatro costados. Caminaba en medio de una gran manada
de nios que gritaban y rean. Ms tarde sera esto lo que recordara. La repentina oleada de
felicidad que le inund al creerse aceptado y acogido en su crculo. Aunque enseguida
comprendi que haba algo forzado y artificioso en sus sonrisas y sus amistosas palmadas en la
espalda. Y, entre bromas y juegos, le dicen que se meta en el agua, le dicen que seguro que no se
atreve.
Despus todo ocurre muy deprisa. El agua le llega hasta la cintura, y los nios que tiene ms
cerca detrs de l se agachan para coger piedras de la orilla. Y, antes de alcanzar a comprender
lo que sucede, la primera piedra y a le ha dado en el hombro. Se queda aturdido, siente sabor a
sangre en la boca. Ni siquiera tiene tiempo de girarse para salir corriendo del agua cuando y a el
siguiente guijarro viene volando. Agita los brazos, intenta ponerse en pie, pero vuelve a caer; y la
lluvia de piedras impacta a su alrededor en el agua. Ve que su intencin es empujarlo hacia el
cauce profundo del ro. Y en el instante en que lo comprende que quieren verlo muerto, el
pnico se apodera de l. Todava hoy no sabe muy bien cmo lo hizo, pero agitando
frenticamente un brazo para vadear el agua y con el otro doblado sobre la cabeza para
protegerse, consigue de algn modo alcanzar la orilla, ponerse en pie y, arrastrndose y
renqueando, escapar de all, seguido de un aluvin de piedras.
Ms tarde fue obligado a ponerse de espaldas a la clase mientras Stromka le pegaba con el
bastn. Quince fueron los bastonazos que le arre en el trasero y los muslos, que y a estaban
hinchados y amoratados en los sitios donde le haban alcanzado las piedras. No fue por no asistir a
clase, sino por acusar a sus compaeros.
Pero lo que ms tarde recordara no seran la delacin y el castigo, sino el instante all en el
ro en que las sonrientes caras de los nios se transformaron de repente en un muro de odio, y l
caa en la cuenta de que estaba, en realidad, en una jaula. S, una y otra vez (incluso ante sus
propios nios) su mente regresaba a aquella jaula por entre cuy os barrotes y de forma
incesante le tiraban piedras o le aguijoneaban con bastones, donde estaba preso sin tener a donde
ir ni modo alguno de protegerse.
***
La misma noche en que las autoridades decidieron sin su conocimiento deportar a todos los
ancianos y enfermos del gueto, l haba asistido en compaa de su hermano Jzef y su cuada
Helena a la Casa de Cultura para celebrar el primer aniversario de la creacin del Cuerpo de
Bomberos del gueto. Al da siguiente se cumplan exactamente tres aos de la invasin alemana
de Polonia que dio comienzo a la guerra y la ocupacin. Pero eso, como es natural, no iban a
celebrarlo.
La velada se inici con unos impromptus musicales; a continuacin se representaran algunos
nmeros de la Revista del Gueto de Moshe Puawer, que justamente ese da llegaba a las cien
funciones.
Por lo general, al Presidente las representaciones musicales le resultaban en extremo
fatigosas. La seorita Bronisawa Rotsztat, de palidez cadavrica, se contorsionaba en torno a su
violn como traspasada por incesantes sacudidas elctricas. Con todo, la sentida expresin musical
de la seorita Rotsztat era muy apreciada por las mujeres. Luego les toc el turno a las hermanas
Schum, que eran gemelas. Su nmero era siempre el mismo. Primero ponan los ojos en blanco
y hacan una elegante reverencia. Despus se metan corriendo entre bambalinas y regresaban
tras suplantarse mutuamente. Debido a que eran como dos gotas de agua, esto no les
representaba ningn problema. Simplemente se intercambiaban la ropa. Despus una de ellas
desapareca, y la otra gemela se pona a buscarla. La buscaba dentro de maletas, dentro de
cajas. Entonces la hermana desaparecida apareca y empezaba a buscar a la que antes la
buscaba a ella (y que ahora haba desaparecido), aunque quiz fuera la misma gemela la que se
dedicaba a buscar todo el rato.
Todo resultaba muy confuso.
A continuacin entr en escena el seor Puawer en persona y cont plotki.
Una de sus historias graciosas iba de dos judos que se encontraban por la calle. Uno de ellos
era de Insterberg. El otro le preguntaba: Qu hay de nuevo en Insterberg? El primero responda:
Nada. El otro: Nada? El primero: A hintel hot gebilt. Ha ladrado un perro.
El pblico rea.
El otro: Que en Insterberg ha ladrado un perro? Eso es lo nico que ha pasado?
***
A la maana siguiente, el martes 1 de septiembre de 1942, el cochero Kuper le esperaba como
siempre frente a la residencia de verano de la calle Miarki, y el Presidente, como era habitual en
l, subi al coche soltando por nico saludo un gruido apenas audible, Wagen des LTESTEN
DER JUDEN , pone en una placa plateada a cada lado del carruaje. Y no cabe ninguna duda al
respecto. No hay ningn otro coche as en todo el gueto.
El Presidente sola pasear a menudo por el gueto en su carruaje. Como todo lo que haba en l
le perteneca, estaba obligado a darse una vuelta de vez en cuando para asegurarse de que todo
estaba en perfecto orden. De que sus trabajadores hicieran cola debidamente a los pies de las
pasarelas de madera del gueto antes de cruzarlas; de que sus fbricas tuvieran las puertas abiertas
de par en par cada maana para que el torrencial flujo de obreros pudiese entrar; de que sus
policas del Orden ocuparan sus puestos para vigilar que no se produjeran altercados
innecesarios; de que sus trabajadores se instalasen inmediatamente junto a sus mquinas y
herramientas esperando el momento en que sus sirenas empezasen a sonar, a ser posible todas
juntas, al unsono.
Y as lo hicieron las sirenas de las fbricas tambin esa maana. Era un tpico amanecer en el
gueto, despejado si bien algo fro. El sol no tardara en alzarse en el cielo consumiendo los restos
de humedad que an flotaban en el aire, y volvera a hacer calor, como lo haba hecho durante
todo el verano y como seguira hacindolo durante el resto de aquel atroz mes de septiembre.
No se dio cuenta de que algo andaba mal hasta que Kuper gir por la calle Dworska para
entrar en la agiewnicka. Frente a la barrera de control de la Schupo, la polica alemana,
instalada en la entrada de la plaza Bauty, se aglomeraba una gran multitud de personas, ninguna
de las cuales iba de camino a su trabajo. Vio cabezas que se giraban en su direccin y manos
alargndose hacia la capota del coche. Una o dos personas estiraron el cuello y le gritaron algo,
sus caras extraamente proy ectadas fuera del cuerpo. Por fin llegaron corriendo los hombres de
Rozenblat, las fuerzas del orden rodearon el carruaje y, despus de que los guardias alemanes
levantaran la barrera, pudieron entrar tranquilamente en la plaza.
El seor Abramowicz y a tena el brazo extendido para que el Presidente se apoy ara en l al
apearse del coche. La seorita Fuchs fue corriendo desde el barracn, y tras ella llegaron todos
los dems, escribientes, telefonistas y secretarias. Su mirada recorri una a una las caras
horrorizadas, hasta que pregunt: Qu miris? El joven seor Abramowicz fue el primero en
armarse de valor y , dando un paso al frente, carraspe y dijo:
No est usted al corriente, seor Presidente? La orden lleg anoche.
Estn evacuando a todos los ancianos y enfermos de los hospitales!
Existen varios testimonios de la primera reaccin del Presidente al recibir de este modo la
noticia. Algunos dijeron que no haba dudado ni un segundo. Al instante le vieron alejarse como
una exhalacin en direccin a la calle Wesoa para intentar salvar a sus ms allegados. Otros
dijeron que haba recibido la noticia con una expresin que podra describirse como de burla
desdeosa. Segn estos, neg de forma rotunda que se estuviera produciendo ninguna
deportacin. Cmo iba a tener lugar algo as en el gueto sin su conocimiento?
Pero tambin haba quienes crey eron ver cmo, de repente, la incertidumbre y el miedo
resquebrajaban la autoritaria mscara del Presidente. Al fin y al cabo, no era l quien haba
declarado en un discurso: Mi lema es anticiparme siempre con un mnimo de diez minutos a
cualquier orden alemana? En algn momento de aquella noche se haba dado una orden; por
fuerza el comandante Rozenblat tena que haber sido informado, puesto que hasta el ltimo
hombre del cuerpo de polica del gueto estaba y a en su puesto. Todos los implicados ms
directamente parecan haber sido informados, todos menos el Presidente, que haba estado en un
cabaret!
Cuando el Presidente lleg al hospital, poco antes de las ocho de la maana del martes, toda la
zona en torno a la calle Wesoa estaba acordonada. Frente a la entrada del hospital, los policas
judos formaban una cadena humana imposible de franquear. Al otro lado de esta muralla de
politsajten judos, la Gestapo haba mandado estacionar varios camiones grandes de caja abierta,
con dos o tres remolques enganchados a cada vehculo. Bajo la supervisin de los mandos de la
polica alemana, los hombres de Rozenblat sacaban a rastras del edificio a enfermos y ancianos.
Algunos de los pacientes llevaban todava la bata del hospital; otros iban en bragas o calzoncillos,
o sin nada, cruzando sus esculidos brazos para taparse pechos y costillas. Algunos pacientes
conseguan atravesar el cordn policial. Una figura vestida de blanco y con la cabeza rapada se
abalanz contra el cordn con el manto de oracin a ray as blancas y azules ondeando tras l
como una bandera. En el acto los soldados alemanes alzaron sus fusiles. El incongruente grito
triunfal del hombre se trunc de golpe al caer de bruces en medio de una lluvia de trozos
desparramados de tela y sangre. Otro de los fugitivos intent buscar refugio en el asiento trasero
de una de las dos limusinas negras aparcadas junto a los camiones y los remolques, al lado de los
cuales un puado de oficiales alemanes llevaban y a un rato observando impasibles la tumultuosa
escena. El fugitivo estaba a punto de entrar a gatas por la puerta trasera cuando el chfer del
automvil llam la atencin del Hauptsturmfhrer de las SS Gnther Fuchs respecto al intruso.
Con una mano enguantada, Fuchs sac a rastras al hombre que se debata frenticamente, y le
peg un tiro a bocajarro, primero en el pecho, y luego otro ms y a en el suelo, que le
traspas la cabeza y el cuello. Al instante aparecieron dos guardias de la Polica del Orden, que lo
agarraron por los brazos y arrojaron el cadver con la cabeza an sangrante a uno de los
remolques, donde se apretujaban y a un centenar de pacientes. Mientras suceda todo esto, el
Presidente, tranquilo y sereno, se haba dirigido al oficial en cargo de la operacin, un tal Konrad
Mhlhaus, Hauptsturmfhrer de las SS, solicitando que le permitiera el acceso a las dependencias
del hospital. Mhlhaus se haba negado alegando que se trataba de una Sonderaktion dirigida por
la Gestapo y que ningn judo estaba autorizado a atravesar el cordn policial. Entonces el
Presidente le haba pedido entrar a la oficina para realizar una llamada telefnica urgente.
Cuando se le deneg tambin esta peticin, parece ser que el Presidente dijo:
Puede usted dispararme o deportarme. Pero, como Decano del Consejo Judo,
todava tengo cierta influencia sobre los judos del gueto. Si quiere que esta operacin
se lleve a cabo de forma digna y pacfica, hara bien en acceder a mi peticin.
El Presidente estuvo ausente durante apenas treinta minutos. En ese tiempo la Gestapo hizo
llegar todava ms tractores y remolques, mientras que otro grupo de hombres de la Polica del
Orden de Rozenblat reciba rdenes de dirigirse a los jardines del hospital para localizar a los
pacientes que haban intentado huir por la parte de atrs del edificio. Los que durante todo ese
tiempo haban estado escondidos en los terrenos del hospital fueron abatidos a golpes de porra o
culatazos; los que, desorientados entre el tumulto, haban conseguido llegar a la calle fueron
tiroteados a sangre fra por los guardias alemanes. Cada poco tiempo se oan chillidos y gritos
ahogados procedentes del grupo de familiares que se apelotonaban a las puertas del recinto
hospitalario, sin poder hacer nada para ay udar a los decrpitos enfermos que eran conducidos
uno a uno fuera del edificio. Mientras tanto, cada vez ms miradas se dirigan hacia las ventanas
de la planta alta, donde la multitud esperaba ver aparecer la canosa cabeza del Presidente
anunciando que la operacin se daba por terminada, que todo se haba debido a algn
malentendido, que haba hablado con las autoridades y que todos los enfermos y ancianos eran
libres de volver a casa.
Pero cuando, al cabo de esos treinta minutos, el Presidente volvi a aparecer en la entrada
principal, ni siquiera mir en direccin a la columna de remolques abarrotados. Simplemente
camin con paso enrgico hasta su coche, se mont en l y parti de vuelta hacia la plaza Bauty .
Ese da, el primero de la operacin de septiembre, un total de 674 pacientes ingresados en los
seis hospitales del gueto fueron trasladados primero a diversos puntos de reunin, y despus
transportados fuera del gueto en tren. Entre los deportados se encontraban las dos tas paternas de
Regina Rumkowska, Lovisa y Bettina, y puede que tambin el muy querido hermano de Regina,
el seor Benjamn Wajnberger.
Ms tarde muchos se preguntaron por qu el Presidente no haba hecho nada por ay udar
siquiera a sus parientes ms cercanos, pese a que todos le haban visto a las puertas del hospital
hablando primero con el Hauptsturmfhrer de las SS Mhlhaus, y luego con el comisario Fuchs.
Algunos crean saber a qu se debi su actitud tan sumisa. Durante la breve conversacin
telefnica que Rumkowski mantuvo despus desde el interior del hospital con el administrador del
gueto, Hans Biebow, supuestamente habra recibido una promesa. A cambio de acceder a que se
llevaran a todos los viejos y enfermos del gueto, al Presidente se le dejara confeccionar una lista
personal de doscientos hombres sanos e ntegros de entre los elegidos para ser deportados,
hombres de un imprescindible valor para el futuro cuidado y administracin del gueto, y a los
que se permitira quedarse en l pese a haber superado formalmente el lmite de edad
establecido. El Presidente habra aceptado este diablico pacto porque crea que era el nico
modo de garantizar la supervivencia del gueto a largo plazo.
Otros decan que, desde el instante en que se iniciaron las deportaciones sin su conocimiento,
Rumkowski haba comprendido que, por lo que a l respectaba, se haba acabado el tiempo de las
promesas, que todo lo que las autoridades haban prometido hasta entonces haban resultado ser
solo mentiras y palabras vanas. Qu importancia poda tener la vida de algunos parientes cuando
lo nico que le quedaba por hacer era contemplar, impotente y perplejo, cmo el inmenso
imperio que haba construido se desmoronaba poco a poco?
I
INTRAMUROS
(abril de 1940-septiembre de 1942)
M i gueto: plano como la tapa de una cazuela entre el azul borrascoso de las nubes y el gris de
hormign del suelo.
Si no fuera por las barreras geogrficas, podra prolongarse infinitamente: una maraa de
edificios a punto de alzarse de sus ruinas o de volver a derrumbarse. Sin embargo, la verdadera
extensin del gueto solo se hace plenamente visible cuando ests dentro de la basta empalizada de
tablones y la alambrada de pas que los ocupantes alemanes han levantado alrededor.
Si a pesar de todo fuera posible desde el aire, por ejemplo formarse una imagen del
gueto, se vera claramente que consta de dos mitades o lbulos.
El lbulo septentrional es con diferencia el may or de los dos. Se extiende desde la plaza
Bauty y la antigua plaza de la iglesia, con la iglesia de Santa Mara en el centro sus dos
elevados campanarios se ven desde todas partes, a travs de los restos de lo que antao fue el
casco antiguo de d, hasta el barrio residencial de Mary sin.
Antes de la guerra, Mary sin no era ms que una zona deprimida de parcelas de cultivo llena
de cobertizos, pocilgas y talleres aparentemente construidos de cualquier manera. Despus de
que se constituy era el gueto, las pequeas parcelas cultivables de Mary sin y las casetas de los
huertos se fueron transformando en un barrio residencial con chalets de veraneo y casas de
reposo destinadas a los miembros ms selectos de la lite dirigente del gueto.
En Mary sin tambin se encuentra el gran cementerio judo y, al otro lado de la empalizada,
el apartadero de los trenes de mercancas de Radogoszcz, por donde llegan los grandes
cargamentos de mercancas y material. Unidades de la Schutzpolizei, la misma fuerza policial
que vigila el gueto las veinticuatro horas del da, conducen cada maana a las brigadas de
trabajadores indios hiera del recinto para que ay uden a cargar y descargar en el muelle; y, al
final de la jornada, la misma compaa se encarga con celo de conducir a los trabajadores de
vuelta al gueto.
El lbulo septentrional del gueto comprende todas las manzanas al norte y al este de la arteria
viaria principal, la calle Zgierska. Todo el trfico, incluidos los tranvas que circulan del este al
oeste de d, discurre por esta calle vigilada por gendarmes alemanes apostados prcticamente
en cada confluencia. Los dos puentes peatonales ms transitados, de los tres que hay en total en el
gueto, extienden sus arcos de madera sobre la calle Zgierska. El primero est situado junto a la
Stary Ry nek, la Plaza Vieja. El segundo, llamado por los alemanes Hohe Brcke o Puente Alto,
parte del zcalo de piedra de la iglesia de Santa Mara y se extiende hasta la calle Lutomierska,
que discurre perpendicular a la Kirchplatz. El lbulo meridional comprende las manzanas en
torno al antiguo cementerio judo y la plaza Bazarowa, donde antao se hallaba la sinagoga
(ahora reconvertida en caballerizas). En esta zona se encuentran los contados bloques de pisos
que disponen de agua corriente.
Otra avenida importante, la calle Limanowskiego, se introduce en el gueto desde el oeste
dividiendo el lbulo meridional en dos secciones menores, norte y sur. Tambin aqu hay una
pasarela de madera, si bien menos transitada, que une las calles Masarska y Wesoa.
En el centro del gueto, justo en el punto de interseccin de las dos arterias principales,
Zgierska y Limanowskiego, est la plaza Bauty. Esta plaza es como el estmago del gueto. Todo
el material que el gueto necesita es digerido aqu para despus ser transportado a las diversas
resorty. Y desde aqu tambin salen la may ora de las mercancas que se producen en las
fbricas y talleres del gueto. La plaza Bauty es la nica zona neutral donde cohabitan alemanes
y judos; est completamente aislada, rodeada de alambradas, con dos nicas puertas
constantemente vigiladas: la de la cara norte, que da a la calle agiewnicka; y la de la cara sur,
que da a la Litzmannstadt aria por la calle Zgierska.
La administracin alemana del gueto tambin dispone de una sede local en la plaza Bauty,
consistente en un puado de barracones contiguos al Secretariado de Rumkowski: el Cuartel
General, como es conocido popularmente. Aqu tambin est la Oficina Central de Empleo
(Centralne Biuro Resortw Pracy), dirigida por Aron Jakubowicz, quien coordina el trabajo en las
resorty del gueto y quien, en ltima instancia, es responsable de toda la produccin y el comercio
ante las autoridades alemanas.
Una zona de trnsito.
Una tierra de nadie o, mejor dicho, una tierra de todos en medio de esta tierra de judos
estrictamente controlada, a la que tienen acceso tanto alemanes como judos, estos ltimos solo a
condicin de que puedan mostrar un salvoconducto vlido.
O tal vez solo sea el punto neurlgico enclavado en el corazn del gueto y que explica la
verdadera razn de ser del mismo. De esa gigantesca aglomeracin de edificios ruinosos e
insalubres que lo rodean y que en el fondo no son ms que una nica y enorme estacin de
partida.
M uy pronto descubri que haba una especie de vaco mudo a su alrededor. l hablaba y
hablaba pero nadie le escuchaba, o al menos sus palabras no llegaban a odos de los dems. Era
como estar encerrado en una campana de cristal transparente.
Aquellos das en que su primera esposa, Ida, y aca moribunda
Fue en febrero de 1937, dos aos y medio antes del estallido de la guerra y tras un largo
matrimonio que, para su gran tristeza, no dio fruto alguno. La enfermedad, que tal vez explicara
por qu haba sido incapaz de concebir, hizo que el cuerpo y alma de Ida se atrofiaran
lentamente. Cuando hacia el final l le suba la bandeja al cuarto en el que era atendida por dos
jvenes sirvientas, ella y a no le reconoca. A ratos se mostraba corts y educada, como ante un
extrao; otras veces su actitud era de brusco rechazo. En una ocasin derrib de un manotazo la
bandeja que l sostena en la mano y le grit que era un dibek al que haba que exorcizar.
l la velaba mientras dorma; solo as poda sentirse seguro de que segua siendo totalmente
suy a. Ella y aca entre las revueltas sbanas empapadas de sudor y empez a golpear
frenticamente de un lado a otro. No me toques, gritaba, aparta tus sucias manos de mi. Tuvo que
salir al rellano de la escalera y gritarles a las sirvientas que corrieran a buscar a un mdico. Pero
ellas se quedaron paradas all abajo, mirndolo pasmadas, como si no supieran quin era ni de
qu les hablaba. Al final tuvo que ir l mismo. Avanz tambaleante de portal en portal como un
borracho. Finalmente consigui encontrar a un mdico que le pidi veinte zoty s antes incluso de
ponerse el abrigo.
Pero para entonces y a era demasiado tarde. l se inclin sobre ella y susurr su nombre,
pero ella no lo oy . Dos das ms tarde muri.
Hubo un tiempo en que haba buscado fortuna en Rusia como fabricante de felpa, pero la
revolucin bolchevique trunc sus planes. Su odio contra todo tipo de socialistas y bundistas
provena de esa poca. S un par de cosas sobre los comunistas que no son aptas para
conversaciones de saln, sola decir.
Se vea a s mismo como una persona sencilla y pragmtica, desprovista de maneras
sofisticadas. Cuando hablaba deca lo que pensaba, en voz alta y clara, con un tono insistente y
ligeramente estridente que haca que muchos apartaran la mirada con cierto embarazo.
Era miembro veterano de la Organizacin Sionista Mundial, el partido de Theodor Herzl, pero
ms por cuestiones prcticas que por ferviente creencia en la causa sionista. Cuando en 1936 el
gobierno polaco pospuso las elecciones a los congregaciones judas locales por miedo a que los
socialistas se hicieran tambin con el poder en ellas, todos los sionistas de la kehila de d
dimitieron, dejando a Agudat Israel solo al frente de la Congregacin. Todos menos Mordechai
Chaim Rumkowski, quien se neg a renunciar a su puesto en el Consejo. Sus crticos, que
respondieron expulsndolo del partido, dijeron de l que colaborara hasta con el diablo si fuera
necesario. No saban cunta razn tenan.
Hubo un tiempo en que l tambin haba soado con convertirse en un prspero y rico fabricante
de telas, como tantos legendarios prohombres de d: Kohn, Rozenblat o el incomparable Izrael
Poznaski. Durante una poca dirigi un taller textil en compaa de un socio. Pero le faltaba la
paciencia necesaria para los negocios. Enrojeca de clera con cada entrega retrasada, vea
fraudes y timos en cada factura. Al final acabaron surgiendo conflictos entre l y su socio. A eso
le siguieron la aventura rusa y la quiebra.
Cuando regres a d despus de la guerra, encontr trabajo como vendedor de seguros
para compaas como Silesia y Prudential. Caras curiosas y espantadas se apretujaban asomadas
a las ventanas de las casas a las que llamaba, pero nadie se atreva a abrir. Le llamaban Pan
mier, Seor Muerte, y en verdad se le pona cara de muerto cuando caminaba arrastrando el
paso por las calles, y a que su estancia en Rusia le haba destrozado el alma. A menudo se le vea
solo en alguno de los elegantes cates de la calle Piotrkowska, frecuentados por los mdicos y
abogados en cuy o distinguido crculo le habra gustado codearse.
Sin embargo, nadie quera compartir mesa con l. Saban que era un hombre inculto que se
vala de las ms burdas amenazas e insultos para vender sus seguros. A un comerciante de
pinturas de la calle Kocielna le dijo que caera muerto en el sitio si no firmaba inmediatamente
un seguro para toda su familia, y a la maana siguiente su cadver fue encontrado debajo del
tablero abatible de su mostrador, dejando de un da para otro a su esposa y su heptacfala prole
sin medios para subsistir. Los que s merodeaban la mesa del Seor Muerte en los cafs eran tipos
que disponan de informacin confidencial; se sentaban de espaldas al resto de la clientela y
procuraban ocultar sus rostros. Se deca que y a por aquel entonces el Presidente se relacionaba
con individuos que ms tarde formaran parte del Beirat del gueto: personajes de tercera con
poco sentido del civismo y an menos del honor y la decencia . En lugar de esos
prohombres a los que envidiaba, los que seguan sus pasos all donde fuera no eran ms que
gentuza.
cuando se top con una nia acurrucada bajo la cubierta de chapa de una parada de tranva. La
nia le haba llamado y, con voz temblorosa por el fro, le haba pedido si poda darle algo de
comer. l se quit su largo gabn para envolver con l el cuerpo de la nia, y despus le pregunt
qu haca en la calle tan tarde y por qu no haba comido. Ella contest que sus padres haban
muerto y que no tena dnde vivir. Ninguno de sus parientes haba querido acogerla en su casa ni
tampoco liarle comida.
Entonces el futuro Presidente cogi a la nia y la llev consigo colina arriba, hasta el
magnfico y suntuoso inmueble en cuy a planta superior viva el cliente al que iba a visitar. Se
trataba de un empresario, socio del conocido comerciante textil y filntropo Heiman-Jarecki.
Rumkowski le dijo al hombre que, si tena el menor sentido de la tsdke juda, acogiera en el acto
a aquella nia hurfana y le diera una comida sustanciosa y una cama caliente en la que dormir;
y el empresario, que a esas alturas era muy consciente de que corra el riesgo de tentar a la
muerte si se negaba, no os hacer otra cosa que lo que Rumkowski le deca.
conduciendo por la larga alameda. Sola llevar los bolsillos de su chaqueta llenos de dulces y se
los iba tirando como si fueran confeti, para asegurarse de que fueran ellos quienes corran detrs
de l y no l detrs de ellos.
Pero el Seor Muerte es el Seor Muerte, sea cual sea el abrigo que lleve:
Existe un tipo especial de animal salvaje, les explic una vez a los nios de la Casa Verde.
Est compuesto de pequeos trozos de todos los animales que el Seor ha creado. La cola de esta
bestia es bfida, y se la puede ver caminando a cuatro patas. Tiene escamas como una serpiente
o un lagarto, y dientes tan afilados como los de un jabal. Es una criatura inmunda; arrastra el
vientre por el suelo. Su aliento quema como el fuego y hace arder cuanto la rodea hasta
convertirlo en cenizas.
Una bestia salvaje como esta fue la que nos invadi en el otoo de 1939.
Lo cambi todo. Incluso las personas que hasta entonces vivan pacficamente unas junto a
otras se convirtieron en una parte del cuerpo de la bestia. Al da siguiente de que los tanques y los
vehculos militares alemanes entraran en la Plac Wolnoci de d, un grupo de hombres de las
SS, borrachos de vodka barato del pas, baj por la calle principal de la ciudad, la calle
Piotrkowska, sacando a rastras a los comerciantes judos de sus tiendas y de sus coches de punto.
Dijeron que se necesitaba mano de obra juda barata en alguna parte. Los judos no tuvieron ni
tiempo de empaquetar sus pertenencias. Fueron reunidos en grandes grupos, les hicieron formar
en columnas y les dieron rdenes de marchar en distintas direcciones.
Aquellos que regentaban empresas o comercios se vieron obligados a cerrarlos a toda prisa.
Las familias que tenan posibilidades de hacerlo se parapetaron en sus casas. Las autoridades de
ocupacin alemanas expidieron entonces un decreto que otorgaba derecho a la Gestapo a entrar
en cualquier casa en la que hubiera judos escondidos o donde se sospechara que haban ocultado
sus riquezas. Todos los objetos de valor fueron confiscados. Quienes protestaban u ofrecan
resistencia eran obligados a realizar diversos actos humillantes a la vista de todo el mundo. Un
alto oficial de la Gestapo caminaba por la calle soltando escupitajos. Detrs de l iban tres
mujeres, que tenan que pelear entre s por ser la primera en lamer la saliva del alemn. Otras
mujeres fueron obligadas a limpiar los retretes pblicos con sus cepillos de dientes y su ropa
interior. Hombres judos, jvenes y viejos, eran uncidos a carros y carretas cargados de piedras
o basura, y se les obligaba a tirar de ellos de un sitio a otro. Los polacos de a pie contemplaban en
silencio o jaleaban neciamente.
Los miembros del Consejo de la Congregacin Juda intentaron negociar con los que ahora
detentaban el poder; de forma colectiva o individual, tomaron diversas iniciativas para
entrevistarse con el nuevo comisionado alemn de la ciudad, Leister. Leister accedi finalmente
a recibir a un tal doctor Klajnzettel en el Grand Hotel, donde el comisionado iba a reunirse con el
jefe de polica, Friedrich belhr. El doctor Klajnzettel era jurista y llevaba consigo una larga
lista con las protestas referentes a las expropiaciones de tierras y propiedades judas llevadas a
cabo desde que se inici la invasin alemana.
Frente al hotel se alzaba un gran nogal. Al cabo de veinte minutos, dos miembros uniformados
de las SS sacaron a Klajnzettel del hotel, cogieron una cuerda larga y se la ataron a los tobillos y
por detrs de las rodillas, e izaron al doctor de modo que qued colgado boca abajo del rbol.
Alrededor del nogal se form un gran corro de hombres y mujeres polacos, que al principio se
horrorizaron, pero que despus empezaron a rerse por la manera en que Klajnzettel se retorca
colgado boca abajo. Entre la multitud tambin haba algn que otro judo, pero nadie se atrevi a
intervenir. Unos soldados ociosos que montaban guardia frente al hotel empezaron a tirar piedras
a Klajnzettel para que parase de gritar y chillar. Al cabo de un rato, algunos de los polacos del
corro se les unieron. Al final, un aluvin de piedras se abati sobre el nogal hasta que el hombre
que colgaba all como un murcilago, con los faldones de su abrigo tapndole el rostro, dej de
moverse.
Uno de los que presenci la lapidacin del doctor Klajnzettel fue Mordechai Chaim
Rumkowski. Saba por propia experiencia a qu poda conducir un apedreamiento, y lo que era
ms, crea conocer algo sobre la naturaleza de la bestia que pareca haberse arrastrado bajo la
spera piel de lagarto de la poblacin polaca. Crea saber que cuando los alemanes hablaban de
los judos no hablaban de seres humanos, sino de una materia prima potencialmente til aunque
en el fondo repugnante. Un judo era una aberracin en s mismo; el mero hecho de que un judo
reivindicara algn tipo de individualidad resultaba monstruoso. Solo era posible referirse a los
judos de forma colectiva. En cifras establecidas. Cuotas, cantidades. As que Rumkowski pens:
Para que la bestia comprenda lo que quieres decir, tienes que empezar a pensar como la bestia.
No en singular, sino en plural.
Fue en aquel momento cuando se dirigi a Leister por carta. Puso especial cuidado en
recalcar que lo que expresaba en ella era su opinin personal, y que por tanto no era
necesariamente compartida por los dems miembros de la kehila de d. Aun as, la carta
inclua una propuesta:
Si necesitan setecientos trabajadores, dirjanse a nosotros: les daremos setecientos
trabajadores. Si necesitan mil, les daremos mil.
Pero no siembren el terror entre nosotros. No arranquen a los hombres de sus trabajos,
ni a las mujeres de sus hogares, ni a los nios de sus familias.
Permtannos vivir en paz, con tranquilidad y calma y nosotros prometemos ayudarles
en la medida de lo posible.
Al final, alguien debi de escuchar a Rumkowski.
En un decreto del 13 de octubre de 1939, Albert Leister hizo saber que haba disuelto la
antigua kehila de d y que en su lugar le nombraba a l, Mordechai Chaim Rumkowski, para el
puesto de Presidente de un nuevo Consejo de Ancianos, de cuy o gobierno solo tendra que
responder ante l.
(Cambiando la voz:)
Haba un panadero y un cordonero.
Haba un tonelero y un boticario.
Haba un ebanista y un cordelero.
Y por supuesto haba tambin un rabino.
(Que viva en el fondo de la sinagoga en un fro cuarto abarrotado de libros y papeles).
Y tambin haba un maestro de escuela, un maestro que no era como los vuestros, sino
que tena un ojo bueno y otro malo.
Con el ojo bueno vea a todos aquellos que eran buenos y trabajadores y con el malo a los
holgazanes que vagabundeaban sin hacer nada).
Cuando habla con o para los nios, esa voz atiplada se vuelve suave y plana como una piedra,
aunque se percibe un leve deje de petulancia. La lengua y el paladar se demoran un momento en
cada slaba para asegurarse de que los nios escuchan.
Y vay a si escuchan:
Los ms may ores con una expresin de ciega fascinacin en sus rostros, como si no tuvieran
suficiente del ritmo de metrnomo perfectamente mesurado de la atiplada voz.
Para los ms pequeos, la voz es si cabe an ms hipntica. En cuanto el Presidente comienza
a hablar, es como si la persona que hay tras la voz desapareciera y solo quedase la voz,
suspendida libre y descarnada en el aire como el resplandor del cigarrillo que, en algn momento
del relato, saca de su pitillera de plata y enciende.
Y tambin haba alguien que saba hacer un poco de todo esto que os acabo de contar:
se llamaba Kamiki.
Saba despellejar y cortar la piel de bueyes y corderos.
Incluso conoca el arte de curtir las pieles a la antigua usanza, que consista en
engrasarlas con sebo y despus quemarlas sobre una llama viva.
Tambin dominaba el arte de reparar relojes.
Mezclaba hierbas para hacer brebajes que limpiaban las heridas y bajaban las
hinchazones.
Saba qu tipo exacto de arcilla haba que poner entre las juntas requemadas de las
piedras del horno.
Se deca que incluso domaba lobos salvajes.
El Presidente se qued un rato callado.
La punta roja del cigarrillo se aviv y empalideci de nuevo al darle una calada, y despus
otra. Se llamaba Kamiki, aadi en silencio para sus adentros.
A la luz de la lumbre del cigarrillo, su rostro viejo y arrugado se suavizaba y adquira cierto
aire introspectivo. Como si pudiera ver ntidamente ante s al hombre que intentaba evocar para
ellos:
Se llamaba Kamiki
Y todo el mundo estaba enfadado con el tal Kamiki.
(El rabino estaba enfadado porque vea en l a un emisario de Satans; pero tambin lo
estaban el panadero, el curtidor, el empedrador, el cerrajero y el boticario, porque pensaban que
les estaba robando los clientes delante mismo de sus narices)
As pues, los miembros de nuestra kehila decidieron por unanimidad que fuera
expulsado del pueblo.
Pero primero se decidi que lo encerraran en una jaula y lo exhibiran en la plaza del
mercado.
Durante cuarenta das estuvo en la jaula, un animal atrapado que mostraba los colmillos
como un lobo mientras enseaba a los nios que se agolpaban alrededor de la jaula a
amasar matse
(Plas plas, con las dos manos).
As!
El Presidente sujet el cigarrillo con los labios. Levant las dos manos y les hizo una
demostracin dando palmaditas y frotando juntas las palmas.
Pan, dijo, y sonri.
mismo ejrcito): trajes protectores y de camuflaje; calzado de todo tipo: zapatos, botas de caa
alta, botas de marcha; cinturones de cuero con hebillas metlicas; mantas, colchones. Pero
tambin lencera de seora de diversas clases: corss y sujetadores. Y para los caballeros:
orejeras y chaquetas de lana, del tipo que por entonces se conoca como chaquetas de golf.
Obedeciendo rdenes de las autoridades, Rumkowski instal sus oficinas administrativas en la
plaza Bauty, en una serie de barracones de madera intercomunicados. La administracin
alemana del gueto tena su oficina local justo al lado, en un par de barracones similares. La parte
de la administracin del gueto que estaba bajo jurisdiccin municipal se hallaba en la
Moltkestrasse, en el centro de Litzmannstadt.
El jefe de administracin del gueto era Hans Biebow.
Biebow apoy desde un principio los planes de Rumkowski. Si Rumkowski le deca a Biebow
que faltaban cien mquinas cortadoras, Biebow le consegua cien mquinas cortadoras.
O mquinas de coser.
Las mquinas de coser eran difciles de conseguir en esos tiempos de guerra y crisis
econmica. Muchos de los que haban huido de Polonia antes de la invasin alemana se haban
llevado consigo las suy as de uso domstico.
No obstante, Biebow tambin se las arreglaba para conseguir mquinas de coser. Puede que
llegasen en un estado defectuoso, porque Biebow siempre procuraba ofrecer el precio ms bajo
posible. Pero Rumkowski responda que no importaba si las mquinas Singer funcionaban o no. l
y a haba previsto el problema instalando en el gueto dos talleres de reparacin de mquinas de
coser. Uno en el nmero 6 de la Rembrandtgasse (calle Jakuba), el otro en el nmero 18 de la
Putzigerstrasse (calle Pucka).
As era en un principio la colaboracin entre ellos:
Lo que uno necesitaba, el otro se lo consegua.
Y de este modo fue creciendo el gueto: de repente, como de la nada, surgi el ms
importante proveedor de material del ejrcito alemn.
***
Aqu tenemos a Biebow. Est dando una fiesta al aire libre para su personal en un frondoso patio
interior, prximo a las oficinas de las autoridades de ocupacin alemanas en la Moltkestrasse. Es
su cumpleaos.
Al fondo: una larga mesa decorada con guirnaldas y flores frescas. Hileras de copas altas
colocadas pie con pie. Rimeros de platos. Fuentes con tartas, dulces y fruta. En torno a la mesa se
apia un nutrido grupo de gente sonriente, la may ora de uniforme.
Biebow se halla en primer plano, vistiendo un traje claro con chaqueta de solapa estrecha y
corbata oscura. Lleva el pelo al estilo militar, con toda la nuca rapada y ray a a un lado, lo cual
hace resaltar la forma cuadrada de su rostro de mentn y pmulos muy marcados. A su lado se
vislumbra a Joseph Hmmerle, jefe de finanzas, y a Wilhelm Ribbe, responsable mximo de los
suministros de mercancas y compras de material del gueto. El semblante ovalado y de aspecto
zorruno de este ltimo despunta entre dos seoras algo rollizas a las que rodea con sus brazos por
la cintura. Las dos mujeres llevan el pelo ondulado y al rer se les forman unos profundos
hoy uelos. Lo que provoca su risa es el rollo de pergamino de la Tor que Biebow sostiene en una
mano y que acaba de recibir como regalo de cumpleaos.
Se trata en realidad de uno de los rollos que los rabinos de la Congregacin lograron salvar en
el ltimo momento de la sinagoga en llamas de la calle Wolborska en noviembre de 1939, y que
las autoridades alemanas haban vuelto a, por as decirlo, confiscar, esta vez con el nico
propsito de entregrselo a Biebow como Geburtstagsgeschenk. Es bien sabido entre los altos
oficiales y funcionarios alemanes de d que Biebow tiene una extraa debilidad por lodo lo
relacionado con el judasmo. Se considera a s mismo una especie de experto en cuestiones
ludas. En una carta al Reichssicherheitshauptamt en Berln, se ha ofrecido a hacerse cargo
de la gestin y administracin del campo de concentracin de Theresienstadt. All hay judos
cultos, a diferencia de los obreros pobres e ignorantes que estn hacinados aqu.
Por esta poca, Rumkowski cree conocer a Biebow bastante bien. Er ist uns kein Fremder,
suele decir de l. Nada ms alejado de la verdad.
Biebow es un administrador bastante errtico. Se puede pasar varias semanas sin aparecer
por el gueto y luego presentarse de repente con una gran delegacin exigiendo que le muestren
ipso facto un inventario de toda la produccin. A continuacin, seguido por un squito de
guardaespaldas, recorre una fbrica tras otra registrando los almacenes de material en busca de
mercancas escamoteadas. Si, en su viaje de vuelta a las oficinas de la Baluter Ring, adelanta
casualmente un carro o una carretilla cargada con verduras o patatas que se dirige al punto de
distribucin de la sopa de beneficencia del gueto, basta con que una sola patata caiga de la caja
para que l, con un gesto majestuoso, haga detener el vehculo y se arrodille para recoger la
patata cada. Acto seguido la cepilla contra la manga de su chaqueta y despus, con un
movimiento cuidadoso, casi reverente, la devuelve a la caja.
Hay que cuidar de lo poco que se tiene.
Cuesta conciliar esta preocupacin por cualquier menudencia en la gestin del gueto con la
personalidad expansiva, por decirlo suavemente, de Biebow. Rara vez est sobrio cuando llega a
su despacho y, cuando se halla en lo que l llama un estado delicado , suele mandar llamar al
Decano de los Judos. En una ocasin, cuando Rumkowski llega, lo encuentra sentado tras su
escritorio aullando como un perro. En otra, lo ve gateando frente a su escritorio mientras imita el
bombeo traqueteante de una locomotora. Eso fue el da siguiente a que se dictara la primera
orden de realojamiento: la orden de enviar los primeros convoy es hacia los campos de
exterminio de Chemno.
Por lo general, Biebow utiliza un tono bastante ms amable. Quiere razonar. Quiere hablar de
cuotas de produccin y de suministros de alimentos. En ocasiones, este tipo de conversaciones
daba pie a que surgiera una falsa y extraa confianza entre ellos. Como que hay Dios que est
usted sacando una buena tripa, Rumkowski, poda decirle, por ejemplo, rodeando su cintura con
los brazos.
Vivir para ver: el comerciante de caf de Bremen aferrado al Decano de los Judos como si
fuera un poste reticente. Rumkowski se quedaba all parado, con el sombrero en la mano y la
cabeza agachada servilmente como era habitual en l. Eran ocasiones como esta las que Biebow
sola usar como pretexto para exponer su tesis acerca de que el hombre hambriento es el mejor
trabajador.
Un obrero con la barriga llena se amodorra, deca.
No tiene fuerzas para sostener las herramientas, deca.
Le pesa el trasero.
Y, cuando no le pesa el trasero, no puede apartar la vista del reloj de la pared para saber
cundo podr levantarse y dejar que repose su sobrealimentada humanidad.
No, continu teorizando, hay que mantener a esos cerdos a un nivel en el que se les d un
poquito, pero nunca lo suficiente. Cuando trabajan no dejan de pensar en la comida, y la
perspectiva de poder comer pronto les hace trabajar un poco ms, rendir un poco ms, hay que
mantenerlos siempre un poco por debajo del lmite de lo que puedan aguantar; al lmite,
Rumkowski, al lmite.
(Comprende?, deca, mirando al Presidente con una expresin implorante que apelaba a su
comprensin, como si despus de todo no estuviera muy seguro de que Rumkowski hubiera
entendido el verdadero significado de lo que acababa de decir).
***
E xista una Deuda. Biebow se lo recordaba constantemente. El aspecto externo de esta Deuda
era un prstamo de dos millones de Reichsmarks que el comisionado de la ciudad, Leister, le
haba concedido a Rumkowski para que pudiera sufragar la expansin de las industrias del gueto.
Haba que amortizar el prstamo y pagar intereses, y dicha amortizacin se llevaba a cabo
mediante la confiscacin de pertenencias judas y la produccin de mercancas, que en ese
momento eran expedidas por la estacin de salida de la Baluter Ring en cantidades cada vez ms
ingentes.
Pero la Deuda tena tambin una dimensin interna. Se utiliz para determinar el valor del
trabajo dentro del gueto. Se haba calculado una cuota diaria para cada judo: treinta pfennigs;
ningn habitante del gueto poda costar ms que eso. Fue el jefe de finanzas de Biebow, Joseph
Hmmerle, quien haba calculado dicha cuota juda, basndose en lo que costaba suministrar
comida y combustible al gueto.
Era imposible que alguien pudiera subsistir con una cuota diaria de treinta pfennigs. A las
familias con hijos o ancianos en casa se les impona un recargo adicional por el coste de la leche,
cuando era posible conseguirla, la electricidad y el combustible. El Presidente puso a uno de sus
colaboradores a hacer clculos. Para garantizar la supervivencia de un individuo adulto se
requera una racin diaria de comida de, como mnimo, un marco y cincuenta pfennigs, es decir,
una cuota cinco veces may or a la establecida por las autoridades.
Adems, la may or parte de los suministros de comida que llegaban al gueto era de escasa
calidad, cuando no deficiente. De una partida de diez mil kilos de patatas que lleg al gueto en
agosto de 1940, solo se pudieron salvar mil quinientos. El resto estaba tan podrido que tuvo que
enterrarse en los pozos negros de Mary sin.
Cmo se las arregla uno para alimentar un gueto de ciento sesenta mil personas con mil
quinientos kilos de patatas?
Solo era cuestin de tiempo que se alzaran voces de protesta ante la situacin de hambruna.
En agosto de 1940 se iniciaron los disturbios.
Al comienzo los manifestantes no eran violentos, pero s vociferantes. Una oleada tras otra de
judos pobres y harapientos empez a salir de los edificios de las calles Lutomierska y Zgierska, y
pronto result imposible avanzar por el gueto en otra direccin que no fuera la de la marcha.
tenan lugar bajo la ventana fueron demasiado para ella: Nos matarn a todos, exclam con voz
ronca y luego escenific uno de sus ms extravagantes desmay os.
Como siempre que la princesa Helena sufra alguna malaise, Jzef Rumkowski se acerc con
paso rgido a donde estaba su hermano. Y all se plant: muy cerca de l, clavndole una mirada
acusadora en el rostro. Era algo que llevaba haciendo desde que eran nios.
Y bien, qu piensas hacer al respecto?, dijo.
Y Rumkowski? Como siempre en tales ocasiones, notaba que sus sentimientos de impotencia
y vergenza se diluan en un odio irracional: odio a los inflexibles reproches del hermano; a la
sumisin de este a una esposa que utilizaba todos los medios a su alcance para desviar la atencin
de cualquier situacin crtica y centrarla en la infinita autocompasin que le inspiraba su propia
persona. En circunstancias normales, en un momento as, Rumkowski habra dado rienda suelta a
todo su odio. Pero sus arrebatos de ira no surtan ningn efecto en Jzef. Su hermano continuaba
mirndolo fijamente. No era posible zafarse o escabullirse de la intransigencia de aquella
mirada.
Por suerte para ambos, ninguno de ellos tuvo que hacer nada.
Los alemanes y a estaban en camino.
Desde la calle Zgierska se oa y a el rugido de los vehculos militares de emergencia y un
patente sentimiento de alarma se extendi no solo entre las filas de los manifestantes, sino
tambin entre los policas que Rozenblat haba hecho venir, la may ora de los cuales haba sido
derribada al suelo o haba corrido a guarecerse contra las paredes de los edificios de la calle
Spacerowa. Cuando llegaran los alemanes, deban sacar provecho de la situacin y dar la
impresin de que estaban actuando enrgicamente , o hacer como los manifestantes y
procurar huir de all tan rpido como pudieran?
La may ora opt por esto ltimo, pero, al igual que los manifestantes, no haba llegado muy
lejos cuando todo un comando de las fuerzas de seguridad alemanas bloque las calles
circundantes mediante furgones antidisturbios y jeeps estratgicamente situados. Desde los
vehculos se dispararon rfagas de fuego de ametralladora para dispersar a la muchedumbre,
que hua aterrada y desconcertada sin saber hacia dnde correr, y al momento aparecieron
soldados desde todas las esquinas y callejuelas. En cuestin de minutos la calle agiewnicka se
haba despejado por completo, y solo quedaban un puado de cuerpos cados en el suelo, en
medio de una lastimosa desolacin de adoquines rotos, gorras cadas y octavillas y pancartas
pisoteadas.
Esa noche, Rumkowski convoc una reunin a la que asistieron el comandante Rozenblat, el
mdico ciego Wiktor Miller, y Henry k Neftalin, jefe del Departamento de Registro. Tambin
estuvieron presentes algunos comandantes de polica de distrito en los que Rozenblat deca confiar
especialmente.
El Presidente les apremi a analizar de forma objetiva y sensata la situacin.
La gente normal, y especialmente los hombres que tenan una familia que mantener, no se
lanzaban a la calle a menos que se les instigara a ello. Haba agitadores en cada manzana. Y era
a esos agitadores a los que haba que echar el guante: comunistas, miembros del Bund y activistas
de extrema izquierda del Poale Zion: en el gueto se haban creado infinidad de clulas
clandestinas. Traidores. Gente que hara lo que estuviera en su mano para demostrar que no
existan diferencias entre las personas que ocupaban puestos de confianza en su administracin y
los detestables nazis. Corran rumores de que incluso dentro de su Consejo de Ancianos haba
individuos que intentaban sacar provecho de la situacin en beneficio propio, personas que se las
agenciaban para fomentar discretamente las maquinaciones de los agitadores con el objetivo de
conseguir que los alemanes destituy esen a todos los miembros de la Beirat.
Lo que el Presidente les peda a Rozenblat y Neftalin eran nombres. Las listas con esos
nombres seran repartidas entre distintas unidades policiales, que a partir de la noche siguiente
haran redadas en los pisos de los sospechosos. Daba igual que fueran socialistas, miembros del
Bund o vulgares maleantes y alborotadores. l y a haba dado rdenes al comandante de la
prisin Shlomo Hercberg para que preparara celdas especiales para realizar los interrogatorios.
La estrategia result ser asombrosamente efectiva. Entre septiembre y diciembre no tuvieron
lugar ms incidentes; la calma rein en el gueto. Pero despus lleg el invierno, y el invierno era
el mejor amigo del enemigo.
El hambre.
Los descontentos se lanzaron de nuevo a las calles, y esta vez su desesperacin fue tan grande
que no se detuvieron ante nada, menos an ante unos simples golpes de porra.
***
Fue el primer invierno en el gueto.
Se deca que haca tanto fro en el gueto que a sus habitantes se les helaba la saliva en la boca.
Sucedi que muchos no se presentaron al trabajo por la maana, porque durante la noche haban
muerto congelados en sus lechos.
En el Departamento de Abastecimiento y Suministro de Combustible se organizaron
cuadrillas para derribar casas en ruinas a fin de aprovechar la madera. Por orden expresa del
Presidente, todo el combustible deba destinarse a los talleres y factoras, as como a las cocinas
comunitarias y panaderas, que de lo contrario no tendran con qu encender sus hornos. Destinar
lea al consumo privado estaba totalmente descartado. Lo cual, claro est, tuvo por efecto que en
cuestin de das el precio de la madera se multiplicara por diez en el mercado negro. Sin
embargo, fue precisamente ah donde fue a parar la may or parte de la lea cortada. Al tiempo
que se recrudeca la escasez de combustible, los suministros de harina dejaron de llegar a las
panaderas del gueto. Cuando el Presidente planteaba el problema ante las autoridades, estas
respondan que, debido a la nieve y el hielo, tampoco ellos estaban recibiendo sus suministros de
primera necesidad. El Presidente intent ganar tiempo reduciendo provisionalmente las raciones,
pero era consciente de que en las fbricas volva a fermentar el descontento.
El panorama era el mismo todos los das. Calles intransitables, carros que era imposible
mover porque las ruedas y los patines se quedaban atrapados en la nieve Se necesitaban al
menos cuatro pares de hombros para levantar una de las carretillas y colocarla de nuevo sobre
las rodadas. Y en los puntos de distribucin de sopa de las calles Zgierska, Brzeziska, My narska
y Drewnowska, se vean hileras de hombres y mujeres que, apiados unos junto a otros bajo los
abrigos, chales y mantas, sorban una sopa cada vez ms aguada mientras densas rfagas de
nieve en polvo barran las calles y los callejones.
Los disturbios que estallaron esta vez fueron de una naturaleza distinta.
Ahora la turba mostraba una gran movilidad. Cuando se concentraba en las calles no tena un
destino fijo, sino que se iba desplazando a gran velocidad de barrio en barrio.
Lo que la impulsaba eran rumores.
A ratsie is du, a ratsie is du!
All donde se oy eran estas palabras, la gente giraba en redondo y segua a la multitud hacia
donde se crea que se dirigan los convoy es cargados de alimentos.
En cuanto un cargamento de comida cruzaba el portn de Radogoszcz, era asaltado por la
muchedumbre. Empezaban derribando al cochero del pescante, mientras cinco o seis hombres
arrimaban el hombro contra el carro y, entre sonoros vtores, lo volcaban. Cuando, corriendo
torpemente por la nieve, llegaban al lugar los primeros agentes de la Polica del Orden, y a no
quedaba ni rastro de patatas y colinabos.
Corri el rumor de que se poda conseguir lea en una direccin de la calle Brzeziska. La
lea consista en una casucha que, por alguna razn, la seccin de Suministro de Combustible
haba pasado por alto al hacer el inventario de las reservas de madera del gueto.
La turba enseguida lleg al lugar.
Alguien tom la iniciativa pidiendo que le auparan al tejado de la chabola, mientras otros se
abalanzaban con hachas y sierras contra todo lo que pudiese ser serrado o arrancado, y al poco la
casucha se derrumb. De los hombres y mujeres que se hallaban en su interior, media docena
murieron aplastados. Cuando llegaron los agentes de polica, algunos hombres les cerraron el
paso dispuestos a presentar batalla, a fin de que sus camaradas recogieran la may or cantidad
posible de la codiciada lea antes de emprender la huida.
En este punto, el personal de los seis hospitales del gueto decidi ponerse en huelga.
Trabajaban los tres turnos las veinticuatro horas del da, y en locales tan fros que los dedos de
los cirujanos eran prcticamente insensibles al contacto de los cuchillos que utilizaban,
intentando salvar la vida a adultos y nios famlicos y asustados que llegaban al hospital con
heridas por congelacin o con fracturas en piernas y brazos tras haber sido golpeados o
pisoteados frente a los centros de distribucin. De los convoy es con comida que entraban por
Radogoszcz, solo una cuarta parte llegaban a su destino. Los que no eran asaltados al abandonar el
apartadero de trenes de mercancas, lo eran al entrar en el gueto. Un puado de hombres salt el
muro bajo que rodeaba el depsito central de verduras, y aunque a esas alturas Rozenblat haba
ordenado a sus agentes que hicieran turnos dobles para custodiar todos los transportes de comida
(ahora haba dos policas por cada convoy con vveres y un mnimo de tres por cada depsito),
no pudieron impedir que la turba entrase y saliese a su antojo, y en cuestin de horas dejaran
completamente vaco el almacn.
rindi sin oponer resistencia. De hecho, segn inform por telfono despus a Rumkowski un muy
alterado director Freund, varios de los obreros tuvieron que ser trasladados al hospital. Estaban tan
consumidos por el hambre que se desplomaron antes de que los hombres del inspector Frenkel
pudieran siquiera colocarles las esposas.
Apenas hubo colgado Freund cuando el Presidente recibi una llamada de Winiewski,
director de la sastrera de uniformes del nmero 12 de la calle Jakuba, diciendo que tambin all
se haba parado la produccin en solidaridad con los carpinteros de Drukarska y Urzdnicza.
Winiewski estaba desesperado. Su taller de confeccin estaba a punto de entregar un encargo de
unos diez mil uniformes de la Wehrmacht completos, incluidas las charreteras y las galletas de
los cuellos. Cmo reaccionaran las autoridades si no reciban sus uniformes a tiempo? Y nada
ms colgar Winiewski, Estera Daum, del Secretariado, le pas una llamada desde Mary sin. Esta
vez se trataba de una brigada de enterradores que, a travs del presidente de la Asociacin de
Funerarias, comunicaba que no tenan intencin de cavar ms tumbas si no se les permita
conservar sus raciones extra de pan y sopa. A santo de qu, argumentaban, se castigaba
precisamente a los enterradores dndoles menos sopa? Es que acaso su trabajo vala menos que
el de otros trabajadores que antes reciban la racin C?
Y qu pretenden que haga y o? fue todo lo que dijo Rumkowski.
A diferencia de Winiewski, quien prcticamente estaba al borde de las lgrimas mientras
liberaba su angustia por telfono, el representante de la Asociacin de Funerarias, un tal seor
Morski, pareca tomrselo con ms humor:
Parece que, a partir de ahora, tambin los muertos tendrn que hacer cola dijo.
Esa misma maana se haban registrado en Mary sin temperaturas de hasta veintin grados
bajo cero, le explic el seor Morski; esa informacin se la haba pasado el seor Jzef Feldman,
quien tambin era un miembro respetado y de plena confianza de su cuadrilla de enterradores.
Por la maana les haban llegado doce nuevos muertos procedentes del centro. Sus grobers
haban empezado a picar el suelo con sus habituales picos y barras de hierro, pero ni siquiera
haban podido atravesar la primera capa de tierra.
Y qu pretenden que haga y o? repiti el Presidente con impaciencia.
Pero el seor Morski estaba demasiado inmerso en sus propios problemas para orle siquiera.
Habr que ponerlos de pie dijo. Si los ponemos de pie en vez de apilarlos uno encima
del otro, ocuparn menos espacio.
Pero para entonces el Presidente del gueto y a haba tenido bastante. Se abri paso a travs del
mar de laboriosas mecangrafas y telefonistas del Secretariado, abri de un tirn la puerta y le
grit a Kuper que preparase el coche de inmediato. A bordo del carruaje, recorri el breve
tray ecto hasta la calle Jakuba. El seor Winiewski le esperaba y a en el portal frotndose las
manos, no se sabe si por el fro o por sus obsequiosas ansias de que el seor Presidente acudiese a
su fbrica cuanto antes.
Las modistas que se haban declarado en huelga permanecan obedientemente sentadas
frente a sus bancos de trabajo, aunque sin coser, y miraron expectantes al seor Presidente.
Winiewski: Les he pegado.
abiertas para aquellos que se comprometiesen a aceptar las vigentes condiciones laborales. Todos
los huelguistas regresaron a sus puestos de trabajo, y ah podra haber acabado la historia.
Pero no acab ah.
Dos das despus de que se desconvocara la huelga, el 1 de febrero de 1941 para ser exactos,
Rumkowski llev a cabo su venganza. En otro discurso, esta vez ante el resort-laiter del gueto,
comunic su intencin de hacer que deportaran a todos los elementos perturbadores y
dainos [2] que se demostrara que haban participado activamente en la huelga. De las 107
personas que ese da fueron inscritas en la lista, haba una treintena de trabajadores del taller de
carpintera de la calle Drukarksa y otros tantos de la calle Urzdnicza.
Uno de los que ese da fueron despedidos y tuvieron que dejar el taller de carpintera de la
calle Drukarska fue el ebanista de treinta aos Lajb Rzepin.
Lajb Rzepin haba participado activamente en la huelga, incluso se encontraba entre el grupo
de trabajadores que se haban parapetado en la planta de arriba y haban arrojado objetos contra
la polica.
Sin embargo, el nombre de Lajb Rzepin nunca apareci en ninguna lista de deportados.
El 8 de marzo de 1941 el mismo da en que parti del gueto el primer transporte de
expulsados forzosos, Lajb Rzepin comenz a trabajar en la Kleinmbelfabrik de Winograd, en
la plaza Bazarowa. A su alrededor, en el alargado tablero donde se afanaba con sus utensilios de
encolar, el silencio era total. Nadie levantaba la mirada de la labor que tena entre manos, nadie
se atreva a mirar al traidor a la cara.
Fue a partir de este da cuando la traicin empez a proy ectar su larga sombra sobre el gueto,
judo contra judo; ningn obrero poda estar seguro de que al da siguiente no hieran a retirarle el
permiso de trabajo y le deportaran, sin haber hecho otra cosa que reivindicar el derecho a
ganarse su propio sustento diario. Pero Chaim Rumkowski estaba al tanto de las habladuras y los
rumores que circulaban por el gueto. En su discurso ante el resort-laiter haba dicho que nunca
haba dado menos de lo que haba para dar. No obstante, el hecho mismo de que l diera le
otorgaba tambin derecho a coger. Es decir, coger de aquellas personas desalmadas e
irresponsables que se apropiaban indebidamente del pan que todos tenan derecho a exigir. A este
respecto dijo, citando el Talmud, pisaba terreno firme.
A s pues, los de arriba decidieron: todo el mundo en el gueto tena que trabajar.
Al ganarte tu sustento, servas tambin al bien comn.
Sin embargo, a muchos el bien comn les traa sin cuidado y procuraban buscarse la vida por
su cuenta. Algunos cavaban en busca de carbn detrs de la fbrica de ladrillos situada en la
esquina de las calles Dworska y agiewnicka. El patio trasero haba sido utilizado como vertedero
durante muchos aos. Sola llevar varias horas llegar hasta la capa de carbn. Primero haba que
escarbar a travs de una masa lodosa de hojas de verduras y otros residuos de comida que se
pudran bajo los airados zumbidos de las moscas; despus se iba descendiendo a travs de una
capa tras otra de arena empapada y arcilla saturada de fragmentos de loza machacada cuy as
lascas se le clavaban a uno en las manos.
Entre la docena o as de nios que escarbaban en el terreno haba dos hermanos, Jakub y
Chaim Wajsberg, de la calle Gnienieska. Jakub tena diez aos y Chaim seis. Portaban picos y
palas, pero tarde o temprano tenan que recurrir a las manos. Los amplios sacos de y ute que
llevaban amarrados en torno a los hombros les colgaban a la altura de la barriga, y as podan
echar directamente en ellos el codiciado oro negro.
Ya por entonces era muy raro encontrar carbn de los hornos de la fbrica de ladrillos. Pero,
con un poco de suerte, se lograba extraer de la tierra fangosa algn viejo trozo de madera o de
tela o alguna otra cosa cubierta de holln. Si echabas un trapo de esos en la estufa podas hacer
que el fuego durase al menos un par de horas adicionales, un buen fuego que arda de forma
lenta y constante; por uno de esos, all en la plaza Joy ne Pilsher te daban al menos veinte o
treinta pfennigs.
Jakub y Chaim trabajaban a menudo en equipo con dos hermanos del patio vecino, Feliks y
Dawid Fry dman, pero eso no garantizaba que les dejaran en paz. Si pasaba por all algn adulto
de los que tambin iban a la caza del carbn, sus sacos desaparecan en un visto y no visto. Por
ese motivo los nios haban empleado conjuntamente a Adam Rzepin para que montara guardia.
Adam Rzepin era el vecino de arriba de los Wajsberg, y en los alrededores de la calle
Gnienieska era conocido como Adam el Feote o Adam Tres Cuartos , porque pareca
que le hubiesen machacado la nariz al nacer. l mismo deca siempre que su nariz estaba as
porque su madre tena por costumbre retorcrsela cada vez que menta. Todo el mundo saba que
eso no era verdad. Adam Rzepin viva con su padre y una hermana retrasada; nadie haba visto
Zawadawski el contrabandista era una ley enda. Todo el mundo hablaba de Zawadawski. Pero
Zawadawski era polaco: proceda de la parte aria de la ciudad. Estaba en el gueto el tiempo que
le apeteca y despus se marchaba por donde haba venido! Cuando Adan Rzepin soaba que
era libre, soaba que tena una cuerda y una mochila, como Zawadawski. Soaba que algn da
se converta en alguien grande, como Zawadawski, y que llegaba a ser en la vida algo ms que
un simple luftmentsh.
Su sueo casi se cumpli una maana en la que Moshe Stern envi a uno de sus muchos
mensajeros a la fbrica de ladrillos, donde Adam estaba en su puesto habitual haciendo de
vigilante para los cros. El mensaje era que haba pekl que recoger. Pekl poda ser cualquier
cosa: un haz, un paquete, un envo, desde briquetas de carbn a leche en polvo. Adam Rzepin
haba aprendido a no hacer preguntas. Pero cuando lleg a la direccin indicada, un stano vaco
en la calle agiewnicka, all solo estaba Moshe Stern, nada de pekl.
Moshe Stern era de baja estatura, pero caminaba como si fuera varias tallas ms alto. Cuando
daba rdenes o instrucciones, cruzaba los brazos sobre el pecho con el aire resuelto de un
burcrata. Pero no fue as en esa ocasin: Moshe Stern avanz con dos pasos decididos hacia
Adam Rzepin y lo agarr por los hombros. Como siempre que estaba nervioso o preocupado, se
lami los labios.
El paquete en cuestin, dijo, deba ser entregado a una persona muy importante . Dicha
persona era tan importante que, si la polica lo paraba o empezaba a hacerle preguntas, Adam,
bajo ninguna circunstancia, deba revelar que el paquete se lo haba dado Moshe Stern. Lo
prometa?
Adam se lo prometi.
Moshe le dijo a Adam que era la nica persona del gueto en la que poda confiar; a
continuacin, le dio el paquete.
Fu el centro del patio de la calle Gnienieska hubo una vez un castao de tronco robusto y
poderosas races, cuy a inmensa copa le confera el aspecto de un rbol errabundo que hubiese
encontrado su camino hasta all procedente de alguna de las grandes avenidas de Pars o
Varsovia. Bajo el castao tena su taller el titiritero Fabian Zajtman: dos cobertizos de madera
adosados, tan estrechos que lo nico que caba all dentro eran los tteres. De unos largos ganchos
metlicos a lo largo de techumbre y paredes colgaban rabinos con sus largos kapotes y
campesinas con paoletas, todos igual de sonrientes y desvalidos. En verano, cuando el calor
apretaba bajo la cubierta de tablones, Zajtman prefera sacar sus herramientas y trabajar
sentado a la sombra del castao. All, rodeado de nios, tallaba las cabezas de sus tteres y miraba
pasar las nubes por el desvado cielo azul del patio. Sabes t dnde se mete la tormenta para
descansar?, le haba preguntado a Adam un da en que este fue a ver a los Wajsberg, y Zajtman
haba sealado significativamente con la cabeza hacia la copa del rbol, tras la cual se estaba
formando una oscura masa de nubes borrascosas. Desde aquel da Adam haba vivido con el
constante temor a lo que se ocultaba realmente en la copa del castao; especialmente en esos
sofocantes das en que las hojas pendan inmviles y el aire que bajaba por las callejuelas hacia
Habran de pasar varios meses antes de que Adam descubriese quin era el hombre de la
gabardina que le haba vendido objetos de oro a Stromberg. A esas alturas todo el gueto hablaba
y a de Dawid Gertler, el joven comandante de polica judo que pareca estar en tan buenos
trminos con todos los oficiales del ejrcito ocupante.
Adam estaba en la cola de la panadera de la calle Piwna. Para entonces cada panadera
amasaba su propio pan, y las provisiones se agotaban muy deprisa; haba que madrugar si uno
quera asegurarse de obtener su racin.
En la calle Piwna. La cola del pan. Unos dygnitarze se cuelan a empujones.
Y de repente el joven de la gabardina aparece de nuevo. Tambin esta vez va acompaado
de dos guardaespaldas. Se oy en protestas provenientes de la cola. Los guardaespaldas avanzan
con aire decidido, dispuestos a blandir sus porras para silenciar a los que se quejan. Sin embargo,
esta vez no pasa lo que suele suceder siempre. Esta vez son los hombres trajeados de la Beirat de
Rumkowski los que tienen que ceder.
Incluso en el gueto, los que llevan ms tiempo en la cola reciben su pan primero dice el
hombre de la gabardina.
Gertler, Gertler, Gertler!, aclama la gente de la cola, alzando las manos al aire y estirando
el cuello como si vitorearan a una estrella del deporte.
Y Dawid Gertler se lleva el sombrero al pecho y se inclina ante el pblico como un artista de
variedades en el circo. Adam Rzepin no piensa dejar su puesto en la cola ni muerto; tampoco alza
la mirada por temor a que el poderoso hombre le reconozca. Acaso la gente de la cola habra
seguido aplaudiendo si hubiera sabido que el joven Dawid Gertler estara dispuesto a vender sus
almas con tal de seguir en buenos trminos con los odiosos alemanes?
Aunque quiz eso no importara.
Siempre y cuando el pan se repartiera de forma justa y equitativa entre todos.
U na de las columnas que aparecan diariamente en el peridico Crnica del Gueto era la lista
de los nacimientos y las defunciones. Junto a esta tambin haba un apartado donde se registraban
los nombres de los que se haban tomado la muerte por su mano.
As es como lo pona en la Crnica: muerto por su mano. Pero en el gueto se deca
simplemente que l o ella se haba ido al alambre. Esta frase ampli el y a de por s rico
vocabulario del gueto con una expresin que no solo significaba quitarse la vida, sino tambin
transgredir todos los lmites que las autoridades haban impuesto sobre cmo deba vivirse la vida
all dentro.
Segn la Crnica, durante la primera semana de febrero de 1941, siete personas se fueron al
alambre. En ciertos casos se trataba de suicidios francamente impactantes. Un oficinista de
mediana edad del Departamento de Vivienda de Rumkowski tuvo la ocurrencia de intentar salir
arrastrndose a plena luz del da por debajo de la empalizada que reforzaba la alambrada por el
extremo norte de la calle Zgierska. De todos los lugares que podra haber elegido para su intento
de fuga, escogi el ms estrechamente vigilado de todo el gueto. Aun as, tardaron en descubrirle.
El tranva que transportaba a alemanes y polacos a travs de la frontera del gueto tuvo tiempo de
pasar varias veces junto a la cabeza y los hombros del oficinista atrapados bajo la empalizada
antes de que el polica de la garita situada a unos doscientos metros se diera cuenta de que pasaba
algo raro. El hombre permaneci all tirado en el suelo, esperando a que el aterrado centinela
empezara a disparar.
Otros casos eran menos claros.
A menudo se trataba de obreros que volvan a sus hogares despus del turno de noche.
Cualquiera que se desplazara por el gueto tena rdenes de mantenerse lo ms alejado posible
de la lnea fronteriza. La distancia de seguridad aconsejable era de doscientos cincuenta metros.
Si, pese a todo, era preciso acercarse a la alambrada, se recomendaba hacerlo a plena luz del
da, totalmente a la vista de los centinelas alemanes y con un objetivo muy explcito (por si,
contra toda previsin, te lo preguntaban).
Pero para los exhaustos y soolientos obreros del turno de noche, siempre resultaba muy
tentador ahorrarse de caminar una manzana o un par de cientos de metros atajando a lo largo de
la frontera del gueto para llegar a la pasarela ms prxima.
Y quiz estaba muy oscuro. Y la persona que tomaba el atajo no vea bien por dnde iba.
Puede que el centinela del otro lado tampoco viera con mucha claridad.
Y puede tambin que el hombre o la mujer que iban de camino a su casa no supieran
alemn.
O tal vez no podan or lo que les gritaba el centinela porque en ese momento pasaba un
tranva.
O tal vez no pasara ningn tranva. El centinela se pona a gritar, y al hombre o la mujer que
deberan haber estado haca rato en sus casas les entraba el pnico y echaban a correr.
Lo cual era interpretado por el centinela como un intento de fuga. Y entonces empezaban los
disparos.
Al menos cuatro de las siete personas que se fueron al alambre en febrero de 1941 perdieron
la vida de esa manera. Buscaban la muerte premeditadamente o fue el agotamiento lo que
aturdi sus mentes? O acaso no haba ninguna diferencia entre un intento consciente y una
eleccin inconsciente? Tal vez dirigieron sus pasos hacia la frontera simplemente porque no haba
otro sitio adonde ir.
Unas semanas ms tarde, en marzo de 1941, la Crnica informaba del caso de Cwajga Blum, de
cuarenta y un aos, quien haba logrado quitarse la vida de este modo tras trece intentos de ir al
alambre.
Cwajga Blum viva en la calle Limanowskiego. La nica ventana del piso que comparta con
otras dos mujeres daba directamente a la alambrada fronteriza. La calle Limanowskiego era la
arteria principal de los transportes alemanes de vveres y materiales que se descargaban en la
plaza Bauty, y por ese motivo estaba especialmente vigilada. Un poco ms arriba estaba la
tercera pasarela de madera del gueto, la que una las secciones norte y sur del lbulo meridional,
con sus dos garitas de vigilancia a ray as rojas y blancas claramente visibles en ambos extremos.
Fue a la garita del estribo sur de la pasarela a la que Cwajga Blum se dirigi con su splica.
Dispreme, le dijo al centinela de la garita.
El centinela fingi no haberla odo. Encendi un cigarrillo, desliz la correa de su fusil por el
hombro y se coloc el arma sobre las rodillas, simulando interesarse por algunos detalles de la
caja y la boca del fusil.
Por favor, le suplic ella. Dispreme.
El mismo centinela de guardia, noche tras noche. Y la misma Cwajga.
Aquel molesto episodio se repiti durante varias semanas, hasta que los mandos del centinela
pidieron a la Polica del Orden juda que se hiciera cargo del asunto.
Era necesario poner fin a aquel hostigamiento.
A partir de entonces, el portal de Cwajga Blum en la calle Limanowskiego estuvo vigilado las
veinticuatro horas del da por dos hombres de Rozenblat. En cuanto Cwajga traspasaba el umbral,
aparecan los policas judos y la llevaban a rastras a algn lugar seguro.
Cwajga Blum decidi salir entonces por la parte de atrs del edificio. Sin embargo, los
policas y a la tenan calada. En cuanto asomaba por la puerta del patio trasero, estaban all para
llevarla de vuelta a su casa. Doce veces se repiti este juego del gato y el ratn. Pero al
decimotercer intento Cwajga Blum consigui ser ms lista que sus vigilantes, y tambin se vio
favorecida por el hecho de que la Schupo haba realizado una rotacin en la lista de centinelas. El
cohibido guardia de la calle Limanowskiego haba sido trasladado a Mary sin y un colega suy o,
con bastantes menos miramientos, ocupaba ahora su puesto en la garita.
Por favor, dispreme, dijo Cwajga Blum.
Baila un poco para m y luego veremos, dijo el nuevo.
Antes de que los hombres de Rozenblat pudieran darse cuenta de lo que estaba pasando,
Cwajga Blum ejecut una danza desesperada y desquiciada al otro lado de la alambrada de
espino. Cuando hubo terminado, el centinela apunt con su fusil y le dispar dos veces en el
pecho. Como el cuerpo de la mujer no paraba de sacudirse ni aun tendido en el suelo, el centinela
quiso asegurarse y le descerraj otro disparo.
En el gueto circulaban distintas versiones acerca de la historia de Cwajga Blum. Segn una de
ellas, anteriormente haba estado ingresada en el pabelln de psiquiatra del hospital de la calle
Wesoa, pero haba sido obligada a dejar su cama libre en beneficio de un alto cargo de la Beirat.
Segn otra versin, la confusin mental de Cwajga Blum era tal que ni siquiera era consciente
de que se hallaba en un gueto, y que lo que le haba dicho al centinela de la garita de la calle
Limanowskiego no era dispreme, dispreme, sino encirreme, encirreme debido a que crea
haber reconocido en el soldado a uno de los celadores del hospital.
(En este caso, el centinela deba de haber pensado que la mujer le estaba tomando el pelo.
Por qu si no iba a pedirle que la encerrara? Si y a estaba ms que encerrada).
En cualquier caso, todas esas historias acerca de hombres y mujeres que iban al alambre
alcanzaron tal magnitud que el Presidente se sinti obligado a promulgar un decreto (notificacin
pblica nmero 241) por el cual quedaba tajantemente prohibido cualquier acercamiento no
autorizado a la frontera del gueto. Y especialmente fuera del horario normal de los turnos
laborales.
Sin embargo, la gente se las segua arreglando para ir al alambre. De una u otra manera.
En abril de 1941, la Crnica inform de una disminucin del nmero de tiroteos mortales en
la frontera del gueto. Las estadsticas mostraban que por entonces los suicidas en potencia
preferan precipitarse desde las ventanas ms altas de los pisos o por el hueco de las escaleras.
Adems, la may ora elegan hacerlo en inmuebles que no eran los que ellos habitaban.
Seguramente porque queran asegurarse de tirarse al vaco desde una altura suficiente, o tal vez
para evitar molestias innecesarias a sus vecinos.
Segn la Crnica del Gueto, en may o de 1941 se registraron nada menos que cuarenta y tres
suicidios de este tipo. Pero incluso de aquellos que haban acabado con su vida tirndose por una
ventana se deca que se haban ido al alambre. Simplemente haban estado demasiado
deprimidos, o demasiado dbiles por el hambre o las enfermedades, para llegar hasta all por su
propio pie.
U na maana la polica alemana inform de que se haba encontrado el cuerpo de una mujer
en territorio ario junto a la alambrada, muy cerca de la y a tristemente clebre garita de la
calle Limanowskiego. La mujer y aca boca arriba, con la cabeza estampada contra el pavimento
y los brazos sobresaliendo del cuerpo en un ngulo antinatural.
En un principio, los dos centinelas alemanes que la encontraron crey eron que la mujer estaba
muerta, otra suicida juda ms de tantas. Sin embargo, al inclinarse para recoger el cuerpo
descubrieron que todava respiraba. Registraron las ropas de la mujer en busca de sus
documentos de identidad, pero no hallaron nada. Los guardias alemanes se vieron entonces en un
buen dilema. Al no encontrar ningn tipo de documento, no podan estar seguros de si la mujer
perteneca al lado judo o al lado ario; si haba intentado escapar del gueto, o si, por el contrario
(y esas cosas an sucedan con frecuencia recurdese si no el caso de Zawadawski!), haba
intentado forzar su entrada a travs de la alambrada.
Tras consultar con sus superiores, decidieron llevar a la mujer a las oficinas del Decano de
los Judos para que sus empleados se encargasen del asunto. Al mismo tiempo, la Kripo, la polica
criminal alemana, pidi a todos los jefes de guardia una relacin completa de los informes
diarios para comprobar si constaba la desaparicin de algn judo del gueto. Tambin se
examinaron los libros de ingresos de todos los hospitales, as como el registro de pacientes del
hospital psiquitrico de la calle Wesoa, donde muchos de los judos ms acomodados ingresaban
a sus familiares debilitados mental o fsicamente. Pero en ningn sitio se haba denunciado la
fuga o desaparicin de ningn paciente. As pues, tenan motivos fundados para concluir que la
mujer no proceda del interior del gueto.
Uno de los primeros en examinarla fue Leon Szy kier, el doctor proletario . Le llamaban as
porque era el nico de los mdicos del gueto que no cobraba sumas exorbitantes a sus pacientes,
y gracias a ello la gente normal poda pagar sus servicios. Durante el examen, el doctor Szy kier
haba palpado el cuerpo de la mujer y haba dictaminado que estaba algo consumido y
demacrado , pero no presentaba signos de deshidratacin. Tambin tena rasguos y abrasiones
en las pantorrillas y los antebrazos, que indicaban que la mujer podra haber tratado de saltar por
encima de algn tipo de obstculo. Por lo dems, el cuerpo no mostraba otras heridas. No
presentaba hinchazn en cuello o garganta. No tena fiebre. Su pulso y respiracin eran normales.
Posteriormente se insinuara que la media hora larga que Szy kier pas a solas con la mujer
haba bastado para malograrla . Naturalmente, otros lo negaron. Lo que estaba claro es que la
mujer y aca tranquila y pacficamente en la camilla cuando los guardias alemanes la llevaron al
Secretariado, y solo media hora ms tarde despus de que el doctor Szy kier la hubiera dejado
se revolcaba en la mesa entre espasmos febriles y murmurando fragmentos inconexos de
plegarias en hebreo y y idish.
Algunos incluso crey eron or vestigios de las palabras del profeta en sus labios:
ashrei kol-chochei lo
Porque el Seor es un Dios justo;
bienaventurados sean aquellos que Le esperan.
La noticia de la mujer paraltica y de su extrao galimatas se extendi rpidamente. El
Presidente la mand llevar con los hasidistas de la casa de estudios de la calle Lutomierska, donde
un rebe llamado Gutesfeld y su asistente Fide Szajn se hicieron cargo de ella. Los hasidistas
afirmaran ms tarde que el rebe Gutesfeld y a haba visto a la mujer en sueos. En esos sueos
ella no estaba paraltica, sino que iba dando tumbos de casa en casa en una ciudad en llamas. No
entraba en las casas, sino que se limitaba a tocar la mezuz que haba en las jambas de los
prticos de cada hogar como si fuera una seal para quienes vivan all de que lo dejaran todo
y la siguieran.
A ojos de los hasidistas, no caba la menor duda. Era una tsaddikot, la hija de un hombre
santo; tal vez una emisaria que, tras dos aos de guerra y un atroz invierno de hambruna, haba
venido para brindar a los judos all confinados un poco de consuelo. Ms adelante, la gente
corriente del gueto se referira a ella como Mara, la Afligida . Durante un tiempo fue la nica
persona, de entre el casi cuarto de milln de habitantes que haba por entonces en el gueto, que
careca de direccin fija y cupn de pan. Ni siquiera constaba en el registro de la Kripo, que
inclua todas las almas del gueto y cuy os datos eran actualizados cada mes por el Meldebro del
Departamento de Estadstica.
A simple vista, estaba muy claro que la mujer era asunto del rabinato; sin embargo, estos
estuvieron ms que encantados de ceder su cuidado al rebe Gutesfeld. Pero ni siquiera la
comunidad hasidista se atreva a dejar que se quedara entre ellos, por lo que el rebe y su asistente
eran vistos a menudo deambulando por las estrechas callejuelas del gueto llevando a la mujer en
una camilla. Fide Szajn iba delante, mientras que Gutesfeld, que tena las piernas flojas y estaba
muy mal de la vista, iba detrs dando trompicones con su caftn negro. De esa guisa podan
recorrer varios kilmetros, y a fuera bajo la lluvia, con vientos helados o contra nevadas
cegadoras. De vez en cuando el rebe se detena para intentar averiguar dnde se encontraban
tanteando con los dedos un muro o el costado de una casa, o para dejar que Fide Szajn (que
estaba enfermo de los pulmones) acabara de toser.
Por qu caminaban? Por qu estaban siempre en movimiento?
Algunos decan que era porque la mujer no se poda quedar quieta. Tan pronto como ponan
la camilla en el suelo, un penetrante chillido se abra paso a travs de su garganta y sus brazos se
agitaban dando manotazos como para espantar demonios invisibles. Otros decan que en cada
casa, en cada manzana, se ocultaba un delator que no dudara en informar a la Kripo si supiesen
que la mujer estaba all; y qu sera entonces de la Afligida?
No obstante, algunos das el rebe volva con la camilla a la sala de oraciones, y en esos das se
congregaba siempre ante su puerta una lastimosa multitud de gente demacrada que esperaba que
un roce o una mirada de la mujer paraltica les curase el dolor en los brazos o les sanase la herida
que nunca cicatrizaba, o incluso les librara de la mortificacin de un hambre que haca que
hombres antao fuertes y sanos se movieran como espectros por las calles del gueto. El doctor
Szy kier, que era un socialista convencido y abominaba de cualquier tipo de supersticin, intent
que la Polica del Orden disolviera a la muchedumbre, pero el rebe se mostraba obstinado y
deca que en sus sueos haba sido advertido tambin de la llegada de esas gentes, y que sera una
hereja rechazar a unos judos que haban venido hasta all en la creencia de que el Dios de las
Escrituras podra realizar un milagro, aunque fuera a travs de uno de sus representantes menos
cercanos.
Una de las que hacan cola era Hala Wajsberg, vecina de Adam Rzepin en el bloque de la
calle Gnienieska y madre de Jakub y Chaim, los chiquillos que se pasaban el da buscando
madera y cisco detrs de la vieja fbrica de ladrillos de la calle agiewnicka. Hala Wajsberg se
haba enterado de los dones de Mara a travs de su amiga Borka de la Lavandera Central, y
haba convencido a su esposo Samuel de que acudiera a la mujer para que aliviara su dolorido
pulmn.
Durante los primeros meses despus del cierre del gueto no haba pasarelas de madera, y
cada maana los soldados alemanes que vigilaban la frontera abran la barrera alambrada a los
obreros que, como Samuel, tenan que cruzar de una parte del gueto a la otra para ir a sus puestos
de trabajo. Las aperturas se efectuaban a horas determinadas y haba que asegurarse de llegar
puntualmente en cada ocasin. A Samuel le pareca que era siempre el ltimo en llegar
corriendo a toda prisa por la calle antes de que los dos centinelas que controlaban la apertura
volvieran a colocar la barrera alambrada, hasta que una maana, en efecto, fue el ltimo
hombre en salir y entonces se dio cuenta de lo que ocurra: estaba solo en medio del corredor
ario , y el gueto se haba cerrado para l a cal y canto a ambos lados.
Los hastiados centinelas alemanes, sin otra cosa que hacer durante todo el da que cambiar las
alambradas de sitio, haban llegado a desarrollar un comportamiento refinadamente sdico, y las
ocasiones en que conseguan atrapar a un judo en el corredor les deparaban momentos de
puro y absoluto placer.
Samuel tropez y cay al suelo, y uno de los policas le peg varias veces con la culata del
fusil en la espalda y la entrepierna, y le pate en mitad del pecho con la punta acerada de su bota
para obligarle a que se levantara. Cuando se restableci la circulacin, los guardias agarraron el
cuerpo y a semiinconsciente y, entre ambos, lo tiraron por encima de la alambrada. Todava
mucho despus de que pudiera volver a mover los brazos y las piernas, la marca de la bota del
guardia permaneca grabada en el pulmn izquierdo de Samuel como si fuera el signo de la
represin misma. Y tampoco es que las cosas mejoraran mucho cuando se construy eron los
puentes de madera.
Cada paso que daba al subir al puente le provocaba una especie de asfixia, cada escaln que
bajaba era una tortura. Cuarenta y siete escalones hasta arriba, cuarenta y siete escalones hasta
abajo. A cada paso le quedaba menos aire en el pulmn, dolorido y sibilante. Cuando llegaba al
otro extremo del puente tena que pararse, empapado en sudor y temblando como una hoja de
pies a cabeza, y la vista se le nublaba; pero aun a travs de las brumas del hambre segua
La maana en que Hala Wajsberg llev a su esposo Samuel a la casa de oraciones de los
hasidistas era un da de invierno, apagado, fro y hmedo, con la neblina cernindose tan baja
sobre el gueto que pareca que los tres puentes desaparecieran en el cielo. Esa maana cunda el
caos en la sala de la parte de atrs. Varios guardias, de los que normalmente se encargaban de
vigilar las fbricas del gueto, se esforzaban por hacer retroceder a la masa de gente que
empujaba desde fuera y que pareca crecer por momentos. Media docena de mujeres haban
conseguido abrirse paso a codazos hasta la camilla y se inclinaban sobre el rostro de la paraltica
con sus hijos enfermos en brazos.
Todo el mundo gritaba y armaba tanto jaleo que nadie se percat de que la enferma haca
tiempo que haba dejado de chillar. El doctor Szy kier abri su gran maletn negro y le puso a
Mara una iny eccin en el brazo, que, a la luz de las velas que Fide Szajn haba colocado
alrededor de la camilla, se vea enflaquecido y lleno de rasguos infectados y enrojecidos.
En ese preciso instante entr en la habitacin Helena Rumkowska, acompaada de todo su
squito.
La princesa Helena tambin haba empezado a padecer ltimamente los efectos de una
caracterstica enfermedad del gueto, esa malaise au foie que, segn su mdico personal, el doctor
Garfinkel, aquejaba a muchos de los elegidos del lugar. Tal y como la expresin francesa
indica, la enfermedad afectaba fundamentalmente al hgado. A raz de un ataque de ictericia
sufrido haca aos, el hgado de la seora Rumkowska estaba bastante delicado, y no faltaban
testigos de ello. Los confusos sntomas generados por ese rgano brindaban un inagotable tema de
conversacin durante las cenas que la princesa ofreca para los intelectuales en el comedor
pblico de la calle agiewnicka. A ese comedor solo tenan acceso los habitantes del gueto con
raciones B, gente respetable, en sus propias palabras, y se consideraba sin duda todo un honor ver
a la princesa Helena detenerse durante alguna de sus rondas de inspeccin, inclinarse
amablemente por encima del hombro de alguno de los comensales, sacar una silla y llegar tal
vez incluso a sentarse y sostener una educada conversacin.
Un favor si cabe an ms apreciado, fuera del alcance de la inmensa may ora, era ser
recibido como invitado personal en la residencia que Helena y Jzef Rumkowski posean en la
calle Karola Miarki de Mary sin. En realidad, el hogar del matrimonio no era nada del otro
mundo: una dacha destartalada con numerosos y angostos cuartitos, calentada con estufas de
lea, y que tena barandillas de madera tallada en la escalera, alfombras rusas y una galera con
ventanas de un solo cristal que, cuando el fro invernal les echaba su aliento, se empaaban de
escarcha hasta quedar tan blancos y brillantes como la crnea de porcelana del ojo de quita y
pon del doctor Miller.
Sin embargo, del techo penda una araa de cristal que la princesa Helena haba trado de su
antiguo domicilio en el centro de d, y que era una autntica reliquia. Los invitados que haban
estado en casa de los Rumkowski no solo mencionaban la generosa mesa con que Helena les
obsequiaba y por la que haba ganado merecida fama, sino sobre todo cmo la araa de cristal
propagaba sus reflejos en tornasoladas manchas de luz por la pequea estancia, desde los
sencillos visillos de tul hasta los muebles de mimbre y el deslustrado mantel de lino.
Para muchos habitantes del gueto, la calle Karola Miarki se convirti en un smbolo de los
pogodne czasy, los aos dorados de la preguerra. Por ejemplo, fue bajo esa misma araa de
cristal donde una memorable noche la princesa Helena hizo que destriparan un saco para soltar
una bandada de pinzones que haba ordenado al seor Tausendgeld que recogiera de la pajarera
del jardn: el propsito era exorcizar simblicamente el mal no solo del propio cuerpo de la
princesa Helena, sino tambin de toda la gente de bien del gueto. Pero ni siquiera remedios tan
dramticos como ese surtieron ningn efecto. La princesa Helena segua aquejada del hgado.
Durante diez das estuvo postrada en su dormitorio, sumida en una total oscuridad, hasta que el
doctor Garfinkel le suplic que, como ltimo recurso, probase de ver a la mujer de la que todo el
mundo hablaba y a la que por alguna razn se le atribuan poderes sanadores.
Fue as como, entre grandes dolores y aspavientos, consinti la princesa en que uno de los
drshkes del gueto la llevara a la casa de oraciones de los hasidistas. Consternada al ver que y a
haba all otras personas, orden a los opiekuni que hicieran salir al patio a todos aquellos
paralticos y tullidos, y hasta que la sala no estuvo totalmente evacuada no se dign inclinarse
sobre la pobre y lastimosa criatura que y aca tendida en la camilla.
Fue entonces cuando ocurri aquello, lo que incluso los ms allegados a la princesa Helena
encontraran tan difcil de explicar. Alguien escribi ms adelante que fue como si a la mujer
paraltica le hubiese sobrevenido una sbita tribulacin . Otros cuentan que fue como cuando
se hace pantalla con una mano sobre la llama de una vela. La mirada limpia y ntida de la mujer
se vio de repente enturbiada por unas sombras de oscura angustia. Un dibek!, exclam el seor
Tausendgeld. Tal vez la cosa fuera tan sencilla como que, por un instante, Mara haba conseguido
emerger del profundo letargo de morfina en que el doctor Szy kier la haba sumido, y Helena
Rumkowska, tan proclive al sentimentalismo, sinti que se le encoga el corazn por algo que un
momento antes haba credo vislumbrar en la mirada lquida y transparente de la enferma. Tan
conmovida estaba la princesa que sac de su bolso un fino pauelo cuy a punta ensaliv con
cuidado antes de inclinarse hacia delante para secar qu?, qu se propona secar? (ms tarde
ni siquiera Helena Rumkowska lo recordara con claridad): quiz la saliva de las comisuras de sus
labios, las lgrimas de los pliegues de sus prpados, el sudor de su frente.
Pero la mano temblorosa de la princesa Helena nunca lleg a tocarla con el pauelo.
En ese momento, los espasmos volvieron a recorrer el cuerpo de la mujer. El doctor Szy kier,
que desde un principio haba barajado la hiptesis de que su paciente padeca epilepsia, se
abalanz sobre ella para mantener sus mandbulas separadas. Pero, en vez de resistirse a la
presin de Szy kier, la mujer abri la boca an ms y, en el mismo momento en que el dibek
(segn asegur Tausendgeld) abandonaba el cuerpo, la horrorizada muchedumbre que se
apretujaba en el patio trasero de la casa de oraciones pudo ver hasta el fondo del hinchado
orificio y la espesa membrana blanca que cubra el paladar y la garganta de la mujer. Se dice
que entonces Mara habra pronunciado dos breves frases, o segn algunas versiones solo dos
palabras, balbucidas con enorme esfuerzo, aunque en esta ocasin en un y idish completamente
inteligible :
Du host mich geshendt!
A baize riech soll dich und dajn hoiz chapn[3]
Eso fue todo. En un primer momento de aterrada confusin, la princesa Helena se llev el
pauelo a la cara y, al darse cuenta de lo que estaba haciendo, intent desprenderse de l
sacudindolo histricamente mientras chillaba:
Est enferma! Est enferma!
Nos han enviado la plaga!
En cuestin de segundos, la sala se vaci de gente y solo quedaron los guardias. Leon Szy kier
les pidi que fueran a avisar a una ambulancia, pero cuando regresaron lo hicieron con el
mensaje de que el hermano del seor Presidente Jzef Rumkowski no iba a permitir bajo
ningn concepto que la mujer fuese ingresada en ninguno de los hospitales del gueto. A nivel
oficial se dijo que la mujer no poda ser tratada, y a que nadie saba quin era. En el registro del
Meldebro no se haba encontrado su tarjeta de inscripcin. Y si no haba ningn nombre con el
que inscribirla en el libro de admisiones, cmo se poda estar seguro de que era juda y no una
impostora enviada por Amalek para que propagara la enfermedad y la ruina entre todos ellos?
Durante cuatro das y cuatro noches, la primera dama del gueto se debati entre la vida y la
muerte como resultado de su visita a la misteriosa enferma. Jzef Rumkowski llev al dormitorio
de la princesa Helena sus pjaros favoritos: los pardillos que solan posarse en los rboles frutales;
el gracioso estornino que daba saltitos y sonaba igual que el general Pisudski.
Pero incluso los pjaros permanecan ahora mudos y abatidos en el fondo de sus jaulas.
En la sala de oraciones de la calle Lutomierska, el doctor Szy kier haba montado un lazareto.
Fue el primero, y cabe decir que era visto como algo sumamente provisional, y a que en el
exterior se haba vuelto a congregar una gran muchedumbre. Esta vez era mucho ms agresiva y
se compona fundamentalmente de hombres que exigan que la mujer fuese desterrada del
gueto.
Deshonra, deshonra para quien traiga la enfermedad al gueto!
Al final el rebe hasidista no tuvo ms remedio que volver a coger a la enferma en su camilla
y reanudar su largo deambular. La mujer pas las primeras cuarenta y ocho horas en la cocina
del doctor Szy kier. Pero la furiosa muchedumbre no tard en presentarse all tambin. Se inici
as un vacilante periplo por distintas casas y direcciones que no terminara hasta la noche del 5 de
***
Dos das despus del alboroto en la casa de oraciones hasidista, el Presidente convoc a todo el
estamento mdico a una asamblea para decidir de una vez por todas cmo proceder con aquel
asunto de las epidemias que amenazaba con destruir el gueto desde el interior. Por parte del
rabinato asisti tambin el rabino Fajner, y a que iban a tratarse cuestiones que no solo afectaban
a la salud fsica.
Durante la asamblea se produjeron discusiones muy acaloradas.
El doctor Szy kier rechaz tajantemente cualquier rumor de que la mujer hubiera introducido
la infeccin, y fue respaldado por el ministro de Sanidad, Wiktor Miller, quien afirm que, en el
caso de la difteria, haba fases o estadios preliminares que en ocasiones podan asemejarse a una
parlisis nerviosa. Adems, sostuvo el doctor Miller, la difteria constitua una amenaza sobre todo
para los nios del gueto, pero la enfermedad se transmita solo por el contacto boca a boca, lo
cual reduca considerablemente el riesgo. Muy distinta es la cuestin, dijo, con las infecciones
que se transmiten por el agua que bebemos, la comida que comemos y los bichos que infestan
nuestras paredes, y que no atajaremos a menos que saneemos todo el gueto.
Para combatir la disentera y el tifus necesitamos mdicos; nada ms que eso: mdicos,
mdicos y ms mdicos!
El doctor Miller hara de la lucha contra las epidemias en el gueto su cruzada particular. La
gente se queja de que y a no puede comer kosher, pero no se preocupan de hervir el agua que
consumen o de limpiar debajo de sus fogones! Con su bastn blanco de punta acerada, el doctor
ciego meda incansablemente la profundidad de las zanjas abiertas de los desages; hurgaba con
los pocos dedos que le quedaban en la mano entre los montones de basura y los pozos negros;
presionaba con los pulgares los bultos y protuberancias de las paredes empapeladas en pos de las
chinches del tifus. A la menor sospecha de tifus o disentera, todo el inmueble era puesto en
cuarentena.
Con el tiempo, su infatigable lucha se vera recompensada. En el plazo de un ao los casos de
disentera disminuy eron en un noventa por ciento, de 3 414 casos durante el segundo ao del
gueto a apenas trescientos al ao siguiente. La incidencia del tifus sigue una curva descendente
parecida, con un pico de 981 casos durante el perodo de enero a diciembre de 1942 y una
nivelacin gradual durante los dos aos siguientes.
Sin embargo, por lo que respecta al brote de difteria, sucede algo muy curioso. Durante las
primeras veinticuatro horas siguientes a los alborotos en la casa de oraciones hasidista, las
policlnicas del gueto registran setenta y cuatro nuevos casos de difteria, pero al da siguiente solo
dos, y luego ninguno ms.
Al igual que la brumosa imagen que el seor Tausendgeld crey ver deslizndose sobre el
rostro de la mujer enferma, el mal viene y se va del gueto como el ms fugaz de los susurros. Ni
siquiera la princesa Helena alcanza a notar sus efectos, pese a y acer postrada da tras da en el
piso de arriba de la calle Miarki, tiritando de fiebre mientras espera que la horripilante voz que la
haba llamado desde el fondo de la hinchada garganta de Mara se la lleve tambin a ella.
Pero no ocurre nada. Al menos, no de momento.
capotes de uniforme, guantes, gorras militares o gorras forradas de camuflaje que le haba
encargado el Heeresbekleidungsamt alemn. El viejo y su bal dejaron una huella indeleble
entre los judos de Varsovia que durante esos ocho das se cruzaron con l:
Desde hace varios das un individuo que se hace llamar Rey Chaim ha estado aqu
entrevistndose con gente, un hombre may or de unos setenta aos con grandes
ambiciones y que est un poco chalado [a bisl a tsedreyter]. Va contando milagros sobre
el gueto. En d (segn dice) existe un estado judo con cuatrocientos policas y tres
prisiones. Tiene su propio Ministerio de Asuntos Exteriores y otros varios
departamentos. Cuando le preguntas por qu, si todo est tan bien, va todo tan mal, por qu
muere all tanta gente, no responde.
Se ve a s mismo como el elegido del Seor.
A los que tienen la paciencia de escucharle les explica cmo combate la corrupcin
dentro del estamento policial. Dice que entra en la jefatura local de la polica y que le
arranca la gorra y el brazal a todo el que est all.
As es como el elegido del Seor aplica justicia en el gueto de Litzmannstadt.
El Consejo de Ancianos que gobierna en Litzmannstadt consta de diecisiete miembros.
Todos ellos obedecen a su ms mnima orden o deseo. Rumkowski lo llama su Consejo de
Ancianos. Parece que considera todo lo que hay en el gueto como de su exclusiva
propiedad. Habla de sus bancos y de sus mercados, de sus tiendas y de sus fbricas. Se
supone, tambin, que sern sus epidemias, su pobreza y su culpa que todos los habitantes
del gueto tengan que soportar tal denigracin.
Tambin Adam Czerniakw y los dems miembros del Consejo Judo del gueto de Varsovia
se entrevistaron con l. Czerniakw escribe en su diario:
Hoy nos hemos reunido con Rumkowski.
El hombre es increblemente estpido, engredo; oficioso. No hace ms que comentar
una y otra vez su propia excelencia. Nunca escucha lo que dicen los dems.
Pero tambin es peligroso, y a que insiste en decirles a las autoridades que todo va
muy bien en su pequea legacin.
Pero Rumkowski tambin vea con sus propios ojos, y de lo que vea solo se poda sacar una
conclusin. A diferencia de en Litzmannstadt, en el gueto de Varsovia imperaban el caos y la
decadencia. La gente no pareca trabajar en todo el da, se limitaban a vagar por ah sin rumbo ni
objetivo fijo. En las aceras se vean largas hileras de nios esculidos mendigando junto a sus
famlicas madres. De un restaurante todava haba sitios as! salan ruidos de bronca y
gritero de borrachos. Los contrastes eran enormes. Llevaron a Rumkowski a una tienda de
ultramarinos que haba sido reconvertida en dispensario. En el escaparate haban colocado
tablones encima de unos trpodes de madera; sobre tan primitivas camillas, y acan ancianos que
se moran a la vista de los transentes. Visit un comedor pblico dirigido por el Poale Zion,
donde la gente se sentaba o se tumbaba donde poda encontrar sitio, engullendo sopa gratis.
***
Al cabo de algo ms de una sanana el Presidente estaba de vuelta en Litzmannstadt. Nada ms
alejado de aquel previsto regreso po krlewsku. Uno de los vehculos de la Gestapo le dej en la
frontera del gueto. Seran las cinco y media de la tarde. El lugar estaba desierto. Al final de la
calle Zgierska, no muy lejos de la pasarela, haba un tranva completamente inmvil, como
fulminado por un ray o.
Dnde se haba metido todo el mundo? Su primer pensamiento fue de lo ms absurdo: que la
poblacin del gueto no haba soportado su ausencia y, simplemente, haba sucumbido de hambre
y de pena.
Su segundo pensamiento fue ms plausible: que en su ausencia se haba producido algn tipo
d e golpe. Habran sido los del Bund, los obreros sionistas o los locos de los marxistas, que se
haban vuelto a confabular contra l? O acaso el beneficiado habra sido Dawid Gertler, quien
habra convencido a las autoridades de que le dejasen asumir tambin las funciones de la Polica
del Orden?
Pero, si ese era el caso, por qu estaba todo tan quieto y silencioso?
Die Feldgrauen hacan guardia como de costumbre, rgidos e idiotizados en el interior de sus
garitas a ray as rojiblancas. Ni siquiera miraron en su direccin. Decidi no darle ms vueltas al
asunto, agarr su bal y dirigi sus pasos hacia la barrera fronteriza que marcaba la entrada a la
plaza Bauty .
Frente a la larga hilera de barracones de la administracin del gueto haba aparcado un
camin, y detrs de este, como si se hubiesen puesto a cubierto de un bombardeo, aguardaba su
estado may or al completo, con la seorita Dora Fuchs, el seor Mieczy saw Abramowicz y el
ubicuo Szmul Rozenstajn al frente. Parecan nerviosos, como si los hubiera pillado haciendo algo
de lo que se avergonzaban.
Dnde est todo el mundo?
Ha habido un tiroteo en el gueto, seor Presidente.
Quin ha sido? Quin ha disparado?
No se sabe. Solo que los disparos venan de dentro del gueto. Uno de ellos con tan mala
fortuna que hiri a un funcionario alemn. Herr Amtsleiter est hecho una furia.
Dnde est Rozenblat?
El comandante en jefe de polica Rozenblat ha sido citado por las autoridades para ser
interrogado.
Pues pdale a Gertler que venga.
Herr Amtsleiter Biebow ha impuesto el toque de queda en el gueto hasta que el autor de
los disparos sea arrestado. Si no se ha entregado antes de las siete de la maana, amenaza
con mandar fusilar a dieciocho judos.
Y dnde estn esos judos en estos momentos?
En la Casa Roja, seor Presidente.
Muy bien, entonces iremos a la Casa Roja. Seor Abramowicz, usted me acompaar.
La Casa Roja era un edificio situado detrs de la iglesia de Santa Mara, en la gran Plac
Kocielny (plaza de la Iglesia), de tres plantas y construido con slidos ladrillos rojos; de ah su
nombre.
Antes de la ocupacin, el edificio de ladrillo rojo cumpla las funciones de casa parroquial de
la Iglesia catlica, pero desde los inicios mismos de la creacin del gueto la Kripo alemana supo
apreciar el potencial del lugar, as que ech a la calle a todos los clrigos e instal all a su
personal. En las plantas superiores, mecangrafas polacas trabajaban redactando informes para
la sede central en Litzmannstadt. En los stanos estaban las celdas de tortura.
En el gueto, los judos eran libres, al menos mentalmente, de pasearse por cualquiera de sus
barrios. Hasta con los ojos vendados podran los habitantes de Bauty llegar sin dificultad a
cualquier pasaje, patio o callejuela. Pero, ante la Casa Roja, las lenguas y las mentes se paraban
en seco. El solo hecho de mencionar el nombre de Roites Heizl era como hurgar en una muela
inflamada: todo el cuerpo se contraa de dolor. Todas las noches, los vecinos que vivan en los
alrededores, en las calles Brzeziska y Jakuba, se despertaban con los gritos de los torturados; y
todas las maanas tanto si haba cadveres que recoger como si no, el seor Muzy k, el
empresario de la funeraria, esperaba fuera en su carreta.
Szmul Rozenstajn cuenta en su diario que, el da que regres de Varsovia, Rumkowski se reuni
dos veces con las autoridades alemanas.
Primero en la Casa Roja (donde finalmente le dieron el recibimiento que tanto haba
esperado al llegar: los dieciocho rehenes de Biebow, con sus aterrorizados rostros aplastados
contra las rejas de las celdas, expresando a voz en cuello su alivio por que su libertador hubiera
regresado por fin); y , despus, con el mismo Biebow en su despacho de la plaza Bauty .
Para entonces, el relato de lo sucedido haba cambiado bastante.
Result ser que no se haba producido ningn tiroteo. Lo que haba ocurrido era que un objeto
pesado y romo haba sido lanzado desde el interior del gueto y haba impactado sobre un tranva
que en ese momento pasaba por el corredor ario de fuera. Era el mismo tranva que haba
visto parado en la cuesta de la plaza Bauty al llegar. La piedra lanzada desde el gueto haba roto
una de las ventanillas y algunos trozos de vidrio haban alcanzado a uno de los pasajeros que
estaba en el pasillo. Esto podra haberse pasado por alto de no haber sido porque el herido haba
resultado ser Karl-Heinz Krapp, un funcionario de la oficina del alcalde Werner Ventszi; un ario
de pura cepa.
La Kripo, por su parte, tuvo muy claro desde un principio que se haba tratado de un atentado
contra la vida del funcionario, por lo que hizo arrestar a una cincuentena de testigos del incidente
y se llev a dieciocho de ellos a la sala de interrogatorios de la Casa Roja. A partir de las siete de
la maana siguiente, cada hora se ejecutara a uno de ellos hasta que la persona que haba tirado
la piedra se entregara.
Si tiene la intencin de hacer algo al respecto, ser mejor que empiece cuanto antes le
dijo Biebow a Rumkowski.
Rumkowski dio rdenes a Dawid Gertler de registrar todas las manzanas a la derecha de la calle
Zgierska. Los hombres de Gertler decidieron proceder cientficamente. Para que impactara
contra la ventana del tranva con ese ngulo preciso, la piedra tena que haber sido lanzada desde
una altura relativamente elevada, es decir, desde el segundo o tercer piso de alguno de los
bloques que bordeaban la calle Zgierska. Eso exclua todos los edificios excepto tres.
Los hombres de Gertler subieron en tromba por escaleras sinuosas que amenazaban ruina,
forzaron y atravesaron puertas cerradas con llave o atrancadas mediante parapetos.
Hacia las siete y media, Gertler pudo anunciar personalmente que el autor del delito estaba
rodeado. El culpable se encontraba dentro del ltimo piso del nmero 87 de la calle Zgierska. Era
evidente que tambin haba nios dentro. Al derribar la puerta del apartamento, los policas
escucharon claramente gritos infantiles en el interior.
Entramos igualmente? pregunt Gertler.
No hagan nada contest el Presidente. Voy a ir y o mismo.
El nmero 87 de la calle Zgierska era el bloque de pisos ms destartalado de los que daban a la
travesa de Fisacka. Las cuatro hileras de ventanas de la fachada parecan bocas de caverna. No
haba ninguna que tuviera cristales. En la may ora de los vanos faltaba tambin el marco, y lo
nico que haba para guarecerse de la lluvia y el fro era una simple lmina de cartn o un trozo
mugriento de sbana.
La polica y a haba desplegado un cerco alrededor del edificio, y en cuanto lleg el
Presidente fue escoltado hasta un apartamento del tercer piso. Junto a la cocina de lea, dos
hombres estaban acuclillados sobre lo que pareca ser una baera de esmalte tumbada boca
abajo; a su lado, haba una mujer de pie frotndose las manos en un delantal sucio. Gertler
encabez la marcha hasta lo que pareca ser un ropero o una despensa en el fondo del cuarto, y
aporre repetidas veces la puerta con el puo.
Vyanse, djennos en paz, lleg una voz amortiguada desde el interior.
Una voz gruesa de hombre.
El Presidente se aproxim a la puerta y dijo en tono autoritario:
Soy y o. Soy Rumkowski.
Al otro lado se hizo el silencio. Alguien crey escuchar susurros y un sonido sordo de cuerpos
movindose. Al parecer haba varias personas en el interior del ropero.
Rumkowski:
Exigimos que salga la persona que ha cometido ese acto delictivo. De lo contrario, se
perdern dieciocho vidas de judos inocentes.
De nuevo: silencio. Luego una voz. Una vocecita
De verdad que es usted, seor Prezes?
Un nio. Los hombres del comando de Gertler intercambiaron miradas significativas. El
Presidente carraspe y dijo con una voz que procur que sonara lo ms grave y autoritaria
posible:
Cmo te llamas?
Moshe Kamersztajn.
Fuiste t quien tir la piedra, Moshe?
No era mi intencin que cayera as.
Por qu tiraste la piedra, Moshe?
A menudo les tiro piedras a las ratas. Pero esta se me escap.
La rata o la piedra?
De verdad que es usted, seor Prezes?
El mismo, Moshe, y te he trado un regalo.
Qu regalo?
Eso lo vers cuando salgas. Tengo el regalo dentro de mi bal.
No me atrevo a salir, seor Prezes. Me pegarn.
Nadie te va a pegar, te doy mi palabra.
Qu regalo es? Cundo me lo dar?
La voz spera desde dentro:
Basta ya, solo intentan engaarte
Moshe, quin est en el ropero contigo?
Silencio.
No digas nada!
Es tu pap?
S
CLLATE, DESGRACIADO!
Se hizo el silencio.
Un rato. Despus el Presidente volvi a tomar la palabra:
Moshe, dile a tu pap que si sales podrs venir conmigo. Hay muchas plazas vacantes para
muchachos capaces en mi cuerpo de polica.
Silencio.
Eres un muchacho may or y a, Moshe? Dime, eres un hombre?
No contestes!
Silencio.
Dime qu cosas se te dan bien, Moshe.
Se me da bien matar ratas.
Entonces podrs matar ratas para m.
Ser polica?
Ms que eso. Te voy a nombrar jefe de un comando especial contra las ratas. Pero tienes que
abrir la puerta y salir. Nunca es demasiado tarde para hacer algo con tu vida, Moshe.
La puerta se abri y, entornando los ojos contra la luz, apareci un chiquillo enclenque de unos
trece aos. Detrs de l haba un hombre may or; plido, sin afeitar. El hombre mir azorado a su
alrededor. Era evidente que le incomodaba ser escrutado por todas esas personas que se
hacinaban en el cuarto. El chico estaba tan plido como el padre, y presentaba un aspecto como
ladeado. La mitad izquierda de su cara pareca descolgarse sobre la derecha, la cual se vea fofa,
como si hubiera perdido la sensibilidad. El resto del cuerpo era igual: como si le hubiesen clavado
un gancho de carnicero en el hombro derecho y el resto del cuerpo colgase de l flcido e inerte.
Sin embargo, la parte con vida de su cara se vea radiante de expectacin.
Ms tarde se hablara mucho en el gueto de la buena mano que tena el Presidente con los
nios. Con su provocacin a las autoridades, aquel chiquillo haba puesto en juego las vidas de
cientos de judos inocentes. Nadie se habra sorprendido si en ese mismo instante el Presidente le
hubiese infligido uno de sus ms severos castigos disciplinarios. Sin embargo, no lo hizo.
En vez de eso, se puso en cuclillas y cogi las dos manos del chico.
Si hubieses sido mi hijo, Moshe Kamersztajn, qu crees que habra hecho contigo?
La figura del Presidente le resultaba tan abrumadora que el chico no consigui levantar los
ojos de las mugrientas tablas del suelo; sacudi la cabeza.
Te pedira que recapacitases a fondo sobre lo que has hecho, y que despus aceptases tu
castigo con dignidad. Si consigues hacer eso, volvers a ganarte mi respeto.
Cogi al chico de la mano y lo condujo a travs de la cadena de policas, bajaron las
escaleras y salieron a la calle. Despus cruzaron juntos el gueto. El Presidente delante,
gesticulando con mucho entusiasmo (por lo visto le estaba explicando alguna de sus innumerables
historias); el chico detrs, haciendo rotar su rgida cadera.
A medio camino de la Kirchplatz se toparon con Meir Klamm y su carro. Ms adelante la
funeraria del seor Muzy k dispondra de un gran vehculo de transporte, con treinta y seis
compartimentos extensibles donde meter y guardar a los difuntos, pero por esa poca no haba
ms que un carro, con cabida para un nico muerto, del cual tiraba una vieja y egua que solo se
utilizaba cuando haba escasez de animales de tiro en el gueto: tan esculida estaba que las
costillas le sobresalan de los flancos como las caas de un cesto de mimbre mal trenzado. A la
y egua se la reconoca sobre todo por los andares. Daba uno o dos pasos y se paraba; a
continuacin uno o dos pasos cansinos ms, y volva a parar; y no haba nada que el pobre Meir,
desde lo alto del pescante, pudiera hacer para acelerar la marcha.
En ese momento el Presidente agarr las riendas del carro y le pregunt a Meir si no saba
que las autoridades haban declarado el toque de queda y que podran fusilarlo como castigo a su
infraccin. Meir respondi que haba salido con el carro mucho antes de que entrara en vigor el
toque de queda y qu poda hacer l?
Con o sin toque de queda: la gente se segua muriendo.
Mientras sostenan este dilogo, Moshe Kamersztajn habra tenido todo el tiempo del mundo
para escabullirse. El Presidente incluso le haba soltado la mano. Sin embarco, Moshe se qued
quieto, mirando con ojos muy abiertos. Y cuando el Presidente termin de hablar, la mano de
Moshe volvi a buscar la del anciano, y ambos continuaron charlando de lo que fuera que el
Presidente le estaba contando.
Y as siguieron todo el camino hasta la Casa Roja, donde el interrogador de la Kripo esperaba
al autor del delito .
***
Cuatro das ms tarde, el Presidente convoc a su Consejo de Ancianos, a todos los resort-laiters
del gueto y al resto de su administracin a una asamblea en la Casa de Cultura. Empez el pleno
con un discurso en el que inform de sus experiencias en Varsovia:
He estado en Varsovia. Hay quien me lo reprocha, debido al elevado coste que cobran
las autoridades por dichos viajes.
Pero, de todos modos, quiero explicaros lo que he visto:
En Varsovia no hay nadie que mire por el bien comn. Cada cual piensa solo en s
mismo. Y los dirigentes del Consejo Judo de Czerniakw no tienen ms remedio que ver
cmo las manos de los mdicos son untadas con dinero para andar a los enfermos.
Porque solo reciben asistencia mdica aquellos que pueden pagarla.
La comida y los alimentos entran de contrabando. Pero se venden a unos precios que
solo son asequibles para los ricos.
Dejadme deciros que en Varsovia la delincuencia y el contrabando se han convertido
en la mayor industria del gueto. A diferencia de en el nuestro, la nica industria que
realmente funciona en Varsovia es el contrabando.
No el trabajo de todos por el bien de todos, sino el sistema del todos contra todos.
Es as como debemos comportarnos los judos los unos con los otros?
Es as como os gustara que nos comportramos los unos con los otros en mi gueto?
No creo que queris eso, aunque s que hay algunos que opinan que esa sera la
solucin a todos nuestros males.
En lugar de que todos compartamos equitativamente nuestras cargas, que cada cual se
haga cargo de la suya.
Os voy a decir a qu conducira eso.
No a la prosperidad de ninguno de nosotros a corto plazo, sino a la anarqua total.
En el proscenio, delante del escenario, haba una pequea mesa cubierta con un mantel
blanco. Sobre dicho mantel, el Presidente haba colocado su enorme bal. Dos agentes de la
Polica del Orden lo custodiaban a ambos lados, a fin de impedir cualquier intento de pillaje. Y
eso pese a que el bal como se cuid muy bien de recalcar el Presidente no contena ningn
objeto de valor, sino nicamente cartas, saludos (garabateados en trozos de papel); fotografas en
marcos desvados; un mechn de pelo en una cajita; un colgante, un amuleto.
Aun as, en cuanto se levant la tapa todo el mundo se abalanz sobre el bal.
El polica que estaba al mando tuvo que pedir refuerzos.
En pleno tumulto, la puerta de la sala se abri de golpe para dar paso al jefe de polica en
persona, el seor Leon Rozenblat, quien avanzaba sujetando firmemente al joven seor
Kamersztajn por el cogote.
El rostro bifronte de Moshe Kamersztajn estaba hinchado y enrojecido en ambos lados; la
mejilla izquierda haba aumentado el doble de su tamao y daba la impresin de colgarle hasta la
clavcula. Pero, al parecer, los torturadores de la Casa Roja no haban podido con su defecto
principal. El chico segua renqueando como si le hubiesen hincado un doloroso gancho en algn
punto situado entre el carrillo y la nuca
Dice que el seor Prezes le ha prometido un regalo de Varsovia.
El Presidente hizo girar el bal abierto con expresin generosa.
Adelante, joven Kamersztajn;
adelante, escoge lo que quieras
Tres semanas ms tarde lleg, como otro nuevo geshenk de Rumkowski para su gueto, un
transporte con un total de doce mdicos de Varsovia. El Presidente y a haba redactado y firmado
los contratos mientras estaba all, y los sobornos y los gastos del transporte de la Gestapo y a
haban sido pagados. La Crnica publica una lista con los nombres y especialidades de los doce
mdicos:
Micha Eliasberg y Arno Kleszczelski cirujanos;
Abram Mazur laringlogo;
Salomon Rubinstein radilogo;
Janina Hartglas y Benedykta Moszkowicz toclogas;
Jzef Goldwasser, Alfred Lewi, Izak Ser, Mojzesz Nekrycz ;
Czarnoywna e Izrael Geist medicina general.
(seorita) Alicja
El Presidente contara ms tarde a los miembros de su Consejo de Ancianos que los xitos
alemanes en el frente oriental haban conseguido aliviar ligeramente la presin a la que estaba
sometido el gueto. Entre las fuerzas ocupantes se haba instalado una sensacin de calma de la
que l pensaba sacar provecho. Haba llegado el momento de solicitar la ampliacin del gueto.
El hacinamiento provoca miseria social, y las psimas condiciones sanitarias
provocan que las enfermedades arraiguen; la difteria, sobre todo, est resultando
imposible de controlar. He conseguido personalmente traer ms mdicos a mi gueto,
pero eso no sirve de nada mientras no se puedan poner en cuarentena bloques de pisos
enteros, mejor dicho, barrios enteros.
Ante las autoridades, Rumkowski adopt una actitud ms moderada. Delante de ellos se
mostr como sola hacerlo siempre, con los brazos colgando a los lados y la cabeza de cabellos
blancos inclinada sumisamente
Ich bin Rumkowski. Melde mich gehorsamst zur Stelle.
Eso fue dos das despus de que hubiera presentado su requerimiento de que el gueto fuera
ampliado por motivos sanitarios . Ahora el alcalde Werner Ventszi se inclin hacia delante
desde la elevada tarima en la que se hallaba sentado junto con el Amtsleiter Biebow y el jefe
administrativo Ribbe, y formul ante Rumkowski una solemne promesa:
Se har como usted desea, Rumkowski. El gueto ser ampliado. Se ampliar con veinte
mil nuevos judos, Berln ha decidido mandarlos procedentes tanto de los antiguos
territorios del Reich como de los recin anexionados.
Veinte mil ms de los suyos, Rumkowski!
No podemos permitir que su gueto sea mayor que eso.
D esde su atalay a en el tejado de la fbrica de ladrillos, Adam Rzepin vea cmo llegaban al
gueto los judos extranjeros . Millares de personas en una sola fila, como una cuerda extendida
sobre la baja lnea del horizonte. Por encima de esta larga cuerda de humanidad, el cielo de
octubre se arqueaba inmenso y desolador sobre la planicie. En un momento se vea raso y de un
azul casi hiriente, al siguiente estaba encapotado por unos nubarrones negros que se formaban a
gran velocidad. Y unos momentos ms tarde, la laboriosa hilera de gente se haba perdido en la
oscura masa de nubes como engullida por ella. Cuando los recin llegados volvan a emerger, su
equipaje, la ropa que llevaban puesta, todo estaba cubierto por una fina capa de nieve.
Adam hizo bocina con las manos delante de la boca y le grit a Jakub Wajsberg: Llegan los
extranjeros! Llegan los extranjeros! Vio el rostro consternado de Jakub mirando hacia arriba;
despus, como Zawadawski el contrabandista, se impuls con un grcil movimiento desde el
tejado de la fbrica hasta el suelo, cubierto de nieve todava impoluta.
Pero al parecer cientos de habitantes del gueto haban tenido la misma idea que Adam. Las
calles y callejuelas que suban hasta Mary sin estaban abarrotadas de gente. A la altura de la calle
Mary narska, el Sonderkommando de Gertler haba instalado una barrera de control. Nadie poda
pasar por all a menos que pagara: veinte marcos solo por cruzar, otros veinte si adems portabas
una carretilla. Adam no llevaba consigo ms que sus manos llagadas, pero el furibundo guardia
insisti en cobrarle tambin por ellas.
Aqu no pasa ningn porteador sin que haya pagado antes!
Desde detrs de las barreras y vallas que nunca podra traspasar, Adam Rzepin vio cmo uno
de los recin llegados un hombre de baja estatura con sombrero y una elegante gabardina
hurgaba en el bolsillo interior de su chaqueta en busca de tunero. Al lado del peculiar forastero
estaba su esposa, que llevaba una falda estrecha, medias autnticas y zapatos de tacn alto, y
junto a ella, sus tres hijos y a crecidos, dos muchachos y una chica joven. Estos miraban a su
alrededor con los ojos muy abiertos. Era evidente que no tenan la menor idea de adnde haban
ido a parar. Con un ademn que pretenda ser magnificente, pero que solo contribuy a resaltar
su desconcierto, el recin llegado sac su billetera y le dio al mozo de carga un par de billetes.
Junto a la familia, todas las maletas que haban trado consigo estaban y a amontonadas y
amarradas en lo alto de la carretilla del porteador: una montaa de equipaje.
***
Schnell, schnell!
Mach, dass Du hier wegkommst, dumme Judensau
Fue lo primero que oy Vra Schulz: la voz del guardia alemn, enrgica aunque cascada, a
travs de las muchas puertas de vagn cerradas. Despus las puertas se abrieron desde fuera y
un tintineo metlico y sordo se propag por todo el convoy, y de repente estall un estrepitoso
caos mientras toda esa gente, tras pasar tantas horas en posturas rgidas e inmviles, intentaba
volver a poner en movimiento sus pesados y reacios miembros.
Anot la fecha en su cuaderno:
4 de octubre de 1941; Transporte n.: Praga II
Deba de haber nevado durante la noche; el hiriente reflejo de la luz sobre la nieve le escoci
en los ojos y el inesperado fro los hizo lagrimear. No haba andn: tan solo tierra desnuda y
helada. Unas planchas de madera como las que se utilizan para descargar el ganado fueron
colocadas contra las puertas abiertas de los vagones. Los viejos y los enfermos alargaban los
brazos tanteando el aire desorientados, y los pasajeros que y a haban puesto el pie en tierra los
ay udaban a bajar. Una vez abajo: la desesperante aglomeracin que se produce cuando miles de
personas no saben hacia dnde ir.
Por doquier aparecen soldados alemanes que los apremian a avanzar; sus gritos histricos se
oy en claramente por encima del tumulto: Schnell, schnell! Nicht stehenbleiben! Los!
Ni un minuto para recuperar el resuello o descansar.
Hay algunos hombres junto al tren, todos con gorras rojiblancas de uniforme y brazaletes con
la estrella de David, que al principio ella ha tomado por empleados del ferrocarril, pero que
ahora se percata de que deben de ser policas de algn tipo. Varios de ellos le cortan el paso a la
gente y exigen ver documentos de identidad, o insisten en que todo el Gepack que traen sea
abierto, y as es como (pero eso lo comprender ms tarde) desaparecen gran cantidad de ropa
y objetos de valor antes incluso de que los forasteros hay an llegado a su destino.
Entre los judos polacos tambin hay algunos adolescentes, sobre todo chicos, que han
sobornado a los policas de las barreras de control y ahora se aproximan con carretillas para
ofrecerse a transportar sus equipajes. Una mujer del convoy (no iba en el vagn de ella) debe de
haber perdido a su esposo o a su hijo, y grita desesperadamente su nombre entre la multitud. De
repente, otra mujer justo detrs de Vra cae de rodillas y rompe a llorar.
Un llanto desgarrador, desquiciado.
Adnde nos han trado? Dnde estamos?
Un poco ms all hay un puado de oficiales alemanes con abrigos verdigrises hasta la rodilla
y fusiles a la espalda; seguramente Bahnhofspolizei. Golpean el suelo con sus botas para
ahuy entar el fro, y todos sonren pese a fingir indiferencia, simulando no ver nada. Tal vez estn
pensando en las ganancias que van a obtener ahora que todos los judos (todos ellos del Reich, con
todas sus pertenencias empaquetadas o cosidas en los forros de maletas, morrales y abrigos)
sern obligados finalmente a devolver al pueblo alemn lo que les pertenece.
***
Entrada del diario:
Caminamos como en trance. La marcha parece durar eternamente. Bloques de pisos
destartalados, con los cristales rotos o con huecos por ventanas. No circulan vehculos;
pero por todas partes la misma aglomeracin. Hombres y mujeres que arrastran carretas
y los apestosos tanques de las letrinas: dos delante, dos empujando detrs. Como
animales de carga!
Pero sobre todo nios. Son como enjambres que se nos meten entre las piernas nada
ms traspasar el cordn policial; y no nos dejan en paz hasta que los policas que marchan
a nuestro lado los ahuy entan.
Ahora hemos llegado a nuestro destino final : una vieja escuela. El amplio portal de
entrada al patio est inundado de aguas residuales. Algunos de los ms jvenes colocan
tablas para que los may ores puedan pasar a pie enjuto y despus forman una cadena
humana para ir pasando las maletas a travs del portal.
La gente se apelotona, avanza a empujones; todas las aulas y pasillos de una punta a
otra del edificio han sido convertidos en dormitorios. Literas de madera alineadas bajo las
ventanas; cada litera mide setenta y cinco centmetros, as que los pies cuelgan por el
extremo de la cama. En ese pequeo espacio tiene que caber tambin todo el equipaje:
las mochilas en la cabecera, las maletas a los pies. En nuestro cuarto viven unas
sesenta personas. Tantas como hay fuera en el pasillo! Cuando todo el mundo tiene y a su
sitio, reparten un pan que nos tiene que durar una semana entera.
Por la maana: un caf negro que parece agua sucia.
Mujeres jvenes del gueto cargan con grandes ollas de sopa tradas de las cocinas
comunitarias.
De sopa tiene poco: ms bien agua caliente con algo verdoso dentro. Sin embargo,
todos se tiran encima de la comida incluso los que al principio decan que no queran
nada! Resulta que va a ser la nica comida del da.
Lavarse es difcil. Tenemos que salir al patio, y a que no sale agua corriente de los
grifos. Y despus: hacer cola en la nieve para usar las letrinas. Del papel higinico ni
hablemos. El poco papel higinico que hay es para los enfermos! Dicen que la disentera
y el tifus estn asolando el gueto. Uno de cada dos habitantes y a ha enfermado. Me
duelen las manos hasta los codos, un dolor sordo y constante que no hace ms que
empeorar al tener que lavar la ropa con agua helada. Otra vez mi reumatismo!
Algunos han colgado cuerdas alrededor de sus literas para poder tender su colada.
Todos se apretujan como pueden; los nios gritan, lloran, allan; y muchos de los
A dam Rzepin viva con su padre Szaja y su hermana Lida en un piso con un cuarto y una
cocina situado en lo alto de la calle Gnienieska, muy cerca de la frontera sudoeste del gueto. En
la cocina tambin haba una cama para el hermano de Szaja, Lajb. Sin embargo, desde la
fatdica huelga en la carpintera de la calle Drukarska, era como si una especie de maldicin
persiguiera a Lajb. Iba de resort en resort, cambiando de trabajo como otros de camisa, y nadie
saba nunca dnde dormira a la noche siguiente. En el gueto se deca que era un Spitzel de la
Kripo y que lo mejor era mantenerse alejado de l.
En la cama en la que sola dormir Lajb lo haca ahora la hermana de Adam. Cuando Adam
se levantaba por las maanas para ir a buscar agua y encender la cocina de lea, Lida estaba all
tumbada, escuchando a los ngeles. Los ngeles bajaban del cielo a menudo para hablar con
Lida. En verano cantaban en el humero de la cocina, y en invierno hacan dibujos en la escarcha
de los cristales con las delicadas plumas de sus alas. El padre de Adam y Lida, Szaja, haba
intentado aislar el marco de la ventana con trapos viejos, pero la humedad entraba igualmente y
en invierno los cristales se helaban por dentro, quedando la manija cubierta de una fina pelusa de
escarcha. De vez en cuando le hablaba a Lida un ngel especial al que llamaban el gran
animal . El mundo de Lida estaba habitado por pequeos animalitos y por el gran animal. Los
animalitos eran las chinches que infestaban el reverso del papel de las paredes y que te corran
por las manos en cuanto levantabas un tabln del suelo. El gran animal era el ngel sangrante del
hambre.
Cuando el ngel del hambre te hincaba los dientes, era como si te revolvieran las entraas.
Cada mnima parte de tu cuerpo clamaba por comida; cualquier cosa vala, con tal de que
pudiera masticarse, llagarse y digerirse en el estomago. Cuando el gran animal hablaba, su voz
pareca salir de un profundo, oscuro y voraz pozo de hambre. En su terror, lo nico que poda
hacer Lida era abrir y cerrar la boca para liberar los torturados gritos del ngel.
Cuando el gran animal atrapaba a Lida en sus garras, Adam coga una manta y se acostaba a
su lado; se arrimaba tanto a ella que era como si quisiera absorber el cuerpo de su hermana en el
suy o.
Aunque no pesaba ms de treinta kilos, el rostro de Lida permaneca curiosamente intacto, la
piel plida, azulada, tan fina como la porcelana. Pero, debajo de los harapos en que y aca
envuelta, haba un cuerpo de vientre hinchado y dos pechos pequeos y delgados. Y all donde la
piel no estaba hinchada y acuosa por la desnutricin, haba llagas y cardenales. Todas las
maanas Adam suba agua del patio y lavaba a su hermana en un gran barreo de madera antes
de volver a arroparla con los harapos. Pero, incluso cuando la lavaba, el rostro de porcelana de
Lida permaneca igual de lustroso e inerte, como congelado en una expresin de perpetuo
asombro: asombro ante la existencia del mundo, y de su hermano, y del ngel del hambre que no
paraba de batir sus duras alas en la glida y terrosa oscuridad de all fuera.
Los Rzepin haban vivido en la calle Gnienieska desde mucho antes de que se instaurara el
gueto. En aquella poca todos aportaban algo para contribuir al sustento familiar; tambin el to
Lajb. Pero desde que este haba cado en desgracia, Szaja apenas poda contar con poco ms que
la sopa diaria de la fbrica, y hacer encargos llevando paquetes o ejercer de vigilante para unos
nios, como haca Adam, no te llenaba mucho la barriga.
En el gueto ahora se hablaba mucho de los recin llegados. Moshe Stern deca que los judos
ms ricos eran los de Praga. Segn Moshe, algunos de ellos traan tanta comida que, cuando
llegaron al gueto, les dieron a los nios y otra gente que mendigaba todas las provisiones que no
podan cargar consigo.
Por las noches, mientras y aca tumbado junto a su hermana enferma, Adam Rzepin cavilaba
mucho sobre aquello. Cmo era posible que alguien pudiera llegar al gueto nadando en la
abundancia?
Dentro del gueto, los judos de Praga se haban reagrupado en dos colectivos. Uno se alojaba
en el antiguo hospital infantil del nmero 37 de la calle agiewnicka, el otro en la escuela de la
calle Franciszkaska que ese mismo verano el Presidente haba reconvertido en una escuela para
el aprendizaje de oficios. Adam se decidi por este ltimo, y a que pens que desde all habra
ms, y ms seguras, vas de escape; y, al cabo de un par de semanas, empez a deambular
sigilosamente por el barrio.
La nieve que haba empezado a caer el da en que llegaron los forasteros segua cay endo, si
bien con menor intensidad. Haca ms fro. En el patio de los judos de Praga, algunas mujeres se
dedicaban a sacar cubos de agua del pozo y a transportarlos al interior de la escuela. Acarreaban
los baldes con movimientos rgidos y torpes; eran judos de ciudad y se notaba. Tambin los
nios eran diferentes. En vez de jugar con lo primero que tuvieran a mano, daban apticas
vueltas por el patio, empujndose los unos a los otros.
Adam comprendi enseguida lo forastero que era l all. Por lo general l hablaba en y idish,
y en polaco solo en caso de necesidad. Pero aquel extrao y cantarn checo lleno de erres
vibrantes que hablaban las mujeres del patio le resultaba completamente ajeno. No entenda ni
una palabra.
Moshe Stern, que haba visitado ambos colectivos varias veces, explicaba que solo haba un
modo de tratar con los recin llegados: sonriendo y siendo educado. As pues, al entrar en el
patio, Adam exhibi en el rostro su sonrisa ms luminosa. Y sonriendo as se abri paso entre un
grupito de hombres checos que salan de la antigua escuela con palas para quitar nieve en las
manos y gruesas gorras con las orejeras anudadas en la coronilla. Adam no tuvo que girarse para
saber que sus miradas le taladraban la espalda. Empez a dolerle la cabeza. Cuanto ms suba por
la escalera del edificio, ms senta cmo la cinta de dolor le constrea la frente, y cuando lleg
arriba, Lida empez a cantar.
Tan solo en una ocasin anterior Lida haba cantado por l mientras estaba fuera. l y
algunos nios del barrio haban ido a buscar vigas de desecho al descampado contiguo al almacn
de maderas de la calle Dukarska. El solar haba sido vallado y el almacn estaba vigilado por
hombres de la Polica del Orden que montaban guardia por turnos desde la madrugada hasta bien
entrada la noche. Junto con Feliks Fry dman, un chico que viva en el bloque vecino, haba
excavado un pequeo pasadizo bajo la valla en la parte de atrs del almacn, y Feliks estaba y a
dentro cuando Adam oy la voz de Lida, tan penetrante y cristalina como el sonido de una
cuchara al golpear una copa medio llena. Mientras la nota se extingua, un fuerte dolor le
atraves la cabeza, como si de repente alguien hubiera tensado un afilado alambre de hierro
entre sus sienes. Adam tuvo el tiempo justo de ponerse a salvo antes de que los vigilantes llegaran
corriendo con las porras en alto. A Feliks y a lo haban cogido dentro del recinto.
Ahora oa de nuevo la voz de Lida; como el estridente y agudo chirrido de un taladro:
iiiiii-iiiiii
Se pregunta si quiere advertirle acerca de los hombres de las palas quitanieves. Pero qu
tiene l que ocultar? Solo est aqu por pura curiosidad, para echar un vistazo. Adems, y a ha
llegado demasiado lejos para echarse atrs.
Se han dispuesto zonas para dormir en las aulas y en los pasillos, pero, para su sorpresa,
Adam ve que hay muy poca gente entre los paneles que separan los espacios para cada familia.
La may ora de los miembros del colectivo debe de haberse mudado a otro sitio; o puede que el
seor Prezes y a les hay a encontrado trabajo a todos. Recorre frenticamente con la vista las
literas y las improvisadas mesas, ve ropa, mantas y colchones estirados o enrollados; ve gran
cantidad de utensilios domsticos, ollas, cazuelas, palanganas y artesas amontonadas unas encima
de otras o metidas junto a las maletas debajo de las estrechas literas. Pero no ve nada que valga
la pena robar. Entonces, de repente, se acuerda de lo que Moshe le cont: que en cada transporte
haba llegado como mnimo un mdico y que esos mdicos tenan la obligacin de abrir un
consultorio en cada colectivo. Adam no ha visto ninguno en la planta baja, as que tena que estar
ubicado en una de las plantas superiores del edificio. Ahora se encuentra en el segundo piso. Aqu
los citarlos son ms angostos, el pasillo que discurre entre ellos, ms estrecho. Nota que la gente
se pone tensa y se gira para seguirle con la vista a medida que se va abriendo paso con
movimientos cada vez ms bruscos.
De pronto se da cuenta de la poca gente que hay ah arriba.
Dos hombres jvenes se le acercan por un costado.
Dnde est el consultorio mdico?, pregunta l.
En polaco: Gdzie jest przychodnia lekarska?
Y despus, ms que nada para ganar tiempo, tambin en y idish: Busco al doctor. Puede
decirme alguien dnde est?
Uno de los dos jvenes cree haber comprendido lo que quiere decir y le indica con gesto
inseguro que contine por el pasillo. Mientras camina en la direccin que le ha sealado el
hombre, Adam piensa que seguramente no saldr con vida de all.
Pero al fondo el pasillo da a lo que parece ser una sala de espera, con gente sentada o medio
tumbada en el suelo frente a una puerta cerrada. l llega hasta la puerta y la abre de golpe,
esperando ver a un mdico levantando alarmado la vista del paciente que est examinando. Para
su asombro, la habitacin est vaca. Una sala de oficina normal y corriente, con un escritorio y
una butaca detrs, y junto al escritorio una vitrina con cuencos, vendas y frascos de vidrio sin
etiqueta alineados en los estantes. Abre las puertas de la vitrina y luego los cajones; no se fija
demasiado en lo que coge, tan solo se llena los bolsillos con los frascos, botellitas y paquetes de
vendas que puede arramblar; despus vuelve al pasillo y se va por donde ha venido.
Pero ahora su luminosa sonrisa no es correspondida por otras sonrisas. Se aparta a un lado
para esquivar a un hombre may or, y este abre la boca y grita.
Echa a correr, sin prestar atencin a qu o quines se cruzan en su camino. Hasta que al final
del pasillo sus ojos se fijan en una mujer que dormita sobre un taburete, con la cabeza en
realidad solo ve una enorme mata de pelo recogida bajo alguna especie de pauelo colgando
entre las rodillas. A su lado, en el suelo, est el bolso de mano de la mujer: un bolso de verdad. Es
grande, bastante sencillo, de una piel deslustrada y rematado por un cierre pellizco como el del
bolso que llevaba Jzefina Rzepin cuando ambos paseaban arriba y abajo por la calle Piotrkowska
los domingos. Esa sbita imagen de una madre de la que Adam apenas recuerda nada le lleva a
actuar. Antes de darse cuenta de lo que hace, agarra el bolso de un tirn y sigue corriendo
escaleras abajo. Por el rabillo del ojo ve a los hombres con las gorras de orejeras acercndose a
toda prisa para subir por la misma escalera en medio de una avalancha de voces indignadas, pero
llegan tarde, han entrado por las puertas equivocadas; sabe que tendr tiempo de llegar abajo y
salir antes de que le alcancen: dos zancadas ms y est fuera.
Franciszkaska. Los cegadores reflejos de la nieve en sus ojos.
Nieve enfangada en las calles. Fachadas vacas.
Diez metros calle abajo, un hueco entre dos edificios conduce a un patio interior alargado.
Hubo un tiempo en que todos los patios interiores del gueto estaban rodeados por altas vallas de
madera, pero todas esas cercas y a han sido derribadas y troceadas para ser utilizadas como
combustible. Ahora, una extensa red de cortafuegos, algunos tan amplios como avenidas, se abre
detrs de los edificios para ofrecer al fugitivo una va libre de escape desde una parte del gueto a
otra. Pero esos caminos interiores solo los conocen quienes han vivido aqu desde mucho antes de
que se levantaran las alambradas. Mucho antes de que esto ni siquiera fuera un gueto.
sobresaltaba de terror cada vez que le dirigan la palabra. Tomaba la repugnante sopa solo si
alguien se la daba con cuchara, o como haca Vra: mojaba algunos mendrugos y se los meta
en la boca en cuanto su atencin estaba perdida en otra cosa.
Qu distinto era su enrgico marido!
Desde el primer momento, el doctor Arnot Schulz se erigi en el portavoz del colectivo de
Praga. Haba organizado una fuerza de seguridad para atajar los descarados robos a los que la
poblacin local someta a los recin llegados, y tambin haba redactado varias cartas y
solicitudes al Secretariado del Presidente para quejarse por las salas sin calefaccin, por la falta
de agua corriente y por el procedimiento de vaciado de las letrinas que resulta ser poco ms que
una farsa. Esto ltimo lo escribi en calidad de recin nombrado especialista en medicina general
del Hospital nmero 1 de la calle agiewnicka, donde, tal y como l mismo describe, me dedico
da y noche a salvar la vida de unas personas que, debido a la deficiente provisin de alimentos del
gueto, carecen de cualquier expectativa de supervivencia.
Despus de enviar su escrito, transcurrieron varias semanas sin que sucediera nada.
Hasta que un da lleg una carta en un sobre alargado con el sello del Presidente. Se trataba
de una invitacin para asistir a una velada musical que se celebrara en honor a los recin
llegados en la Casa de Cultura de la calle Krawiecka, y Arnot Schulz decidi asistir junto con su
hija. Acudi con sentimientos contradictorios y sin hacerse demasiadas ilusiones, y volvi de all
desolado , segn sus propias palabras. Tambin Vra describe el suceso en las entradas de su
diario, que por esa poca todava anotaba con cierta regularidad:
Revista musical en la Casa de Cultura
Lo primero con lo que nos encontramos es un grupo de politsajten con brazales y
porras [!] que nos dicen que tenemos que hacernos a un lado para que puedan pasar los
notables.
Me haba esperado que hubiera algn tipo de jerarqua en el gueto, pero no de esta
clase. Es como si nos hubieran invitado solo para demostrar lo poco que valemos!
Como prisioneros tras las rejas, presenciamos la llegada de los notables. Vi a
Rumkowski en persona, un hombre adusto de cabello blanco, como un pomposo
emperador al frente de su guardia pretoriana. Habra parecido cosa de risa de no ser
porque, de pronto, toda la sala se puso en pie y empez a aplaudir.
Despus dio comienzo la actuacin. El teln de fondo es una sinagoga pintada. Unos
actores empiezan a correr por el escenario profiriendo frases en voz alta. Como el pblico
se re, debe de tratarse de algn tipo de broma, pero y o no entiendo ni una palabra. Todo
es en y idish.
Entre las escenas cmicas hay varios nmeros musicales. Una tal seorita B. Rotsztat
interpreta al violn algunas romanzas ligeras de Brahms acompaada al piano por el
seor T. Ry der. La seorita B. Rotsztat acta mucho mejor de lo esperado, aunque sus
gestos sean algo ampulosos. Lo ms bochornoso es la reaccin del pblico: como si
tuvieran que simular un xtasis placentero para demostrar que son un buen pblico.
Despus llega el momento estelar del Presidente, el seor Mordechai Ch. Rumkowski.
En la sala no se oy e ni una mosca; est claro que el verdadero motivo de que todo el
mundo hay a asistido es para orle hablar.
Se dirige a los que estamos en las filas de atrs, pero no nos habla en alemn sino en
y idish, lo cual resulta completamente absurdo, y a que muy pocos de los nuestros
comprenden esa lengua. Tal vez fuera mejor as, porque ms tarde me he enterado de
que el Decano , como le llaman aqu, ha dedicado la may or parte de su discurso a
ponernos por los suelos, a llamarnos ladrones porque no entregamos nuestros objetos
de valor a su banco, porque no nos presentamos a los puestos de trabajo que l nos ha
buscado (desde luego no es el caso de pap!), y a decir que, si no nos atenamos a sus
reglas, hara que nos deportasen de inmediato pero adnde? Adnde? Es que no
entiende que acaban de deportarnos?
***
Dos das despus del espectculo en la Casa de Cultura, el Presidente en persona se presenta
en el colectivo de la calle Franciszkaska. Las mujeres y los nios que estn abajo en las letrinas
son quienes le ven primero, o, mejor dicho, los nios del patio ven al jamelgo blanco que tira del
coche del Presidente entrando con un trote enrgico por el amplio portal. Por un momento
parece que el Presidente sea engullido por el mar de gorras y boinas que cabecean de repente a
su alrededor. Pero enseguida aparecen los guardaespaldas y , a base de puos y porras, consiguen
hacer retroceder a la muchedumbre lo suficiente como para que el Presidente pueda moverse de
nuevo con cierta libertad.
El Presidente empieza inspeccionando las letrinas y la larga hilera de barreos para la colada
que estn alineados junto a la entrada del stano, antes de encaminarse con su squito de
guardaespaldas hacia la desgastada escalinata de mrmol de la escuela. Recorre pasillo tras
pasillo. All donde cuelgan abrigos o se apilan bolsas de viaje y maletas, ordena que se saque
hasta el ms pequeo trozo de ropa que hay a. Maletas, bolsas de viaje, bolsos de mano: todo es
abierto y registrado. En una de las aulas, una anciana empieza a proferir gritos desgarradores
cuando uno de los guardaespaldas saca un cuchillo y empieza a rajar con tajos fuertes y
enrgicos el colchn en el que y aca hace solo unos instantes.
Miembros de la recin creada fuerza de seguridad del colectivo praguense salen corriendo de
todas partes, encabezados por el antiguo director clnico del Hospital de Vinohrady de Praga: el
doctor Arnot Schulz.
Schulz: Seor Rumkowski, sera tan amable de poner fin inmediatamente a estos terribles actos?
El Presidente: Quin es usted?
Schulz: Schulz.
El Presidente: Schulz?
Schulz: Ya nos conocemos. Simplemente sufre una laguna de memoria pasajera.
El Presidente: Ah, el doctor Schulz! Usted, como mdico, debera saber que dejar la ropa
y otros objetos tirados por ah atrae a los parsitos.
Schulz: Lamento el descuido, seor Presidente. Enseguida lo remediaremos.
El Presidente (sealando con el dedo): Ahora bajaremos estos objetos al patio para
quemarlos.
Schulz: Seor Rumkowski, no puede tratar as las pertenencias de la gente.
El Presidente: Quin dicta las ley es aqu, usted o y o?
Schulz: Pero esto es una locura.
El Presidente: Considero que es mi responsabilidad poner fin de una vez por todas a las
deficientes condiciones sanitarias que imperan en el gueto. Lo nico que he visto durante esta
inspeccin, aparte de que ignoran ustedes de un modo flagrante las reglas y normativas que he
decretado, son los focos de infeccin que de forma consciente se fomentan en este colectivo.
Schulz: Si le preocupa el riesgo de infeccin, seor Rumkowski, debera usted encargarse de
que hay a gas para todos o de que se vacen las letrinas.
El Presidente: No dudo de que, all de donde viene usted, los retretes estn ms limpios,
doctor Schulz.
Schulz: Ni siquiera las bestias se dignaran comer la sopa aguada que nos dan. El pan est
mohoso. Por si fuera poco, las vidas de nuestras mujeres y nios se ven amenazadas por intrusos
que se cuelan aqu a plena luz del da. Hace solo unos das un desvergonzado ladrn entr a robar
nuestros suministros de medicamentos. Dinero, mantas, palanganas se lo llevaron todo ante
nuestras propias narices.
El Presidente: Si lo que necesitan es proteccin, pueden recurrir a mi Ordnungsdienst.
Schulz: Con todos los respetos, seor Presidente: su Ordnungsdienst no vale un comino. A sus
hombres rara vez los he visto por aqu. Se presentan durante el reparto de comida, pero mi
impresin es que vienen ms que nada para controlar que no les estamos robando la sopa a
ustedes. Por eso hemos creado nuestra propia guardia!
El Presidente: Esa supuesta guardia queda disuelta a partir de este momento.
Schulz: No puede usted impedirnos que nos defendamos.
El Presidente: En el gueto existe un cuerpo de polica, que est bajo mis rdenes, y cualquier
intento de crear un cuerpo alternativo ser considerado traicin. Sabe usted cmo castigamos a
los traidores en el gueto, seor Schulz?
Schulz: Eso es una amenaza? Nos est amenazando?
El Presidente: No hay necesidad de amenazar a nadie. Puede que a sus ojos y o no sea ms
que el rey de unas cuantas letrinas, doctor Schulz. Pero de una cosa puede estar seguro. Una
llamada telefnica ma, y usted y su familia sern deportados del gueto en veinticuatro horas.
Pero no voy a hacer esa llamada. Su insolencia no le va a costar nada, doctor. Por esta vez.
Mientras tanto, los hombres de Gertler haban bajado al patio maletas y montones de prendas de
ropa, les haban echado gasolina por encima y les haban prendido fuego. En cuestin de
segundos, las llamas alcanzaban el primer y el segundo piso, donde la gente se asomaba a las
ventanas contemplando con ojos desorbitados cmo el fuego esparca una negra humareda hasta
la fachada de enfrente del patio. Varias familias informaron ms tarde de que, aparte de ropa y
maletas, tambin les haban desaparecido objetos personales de valor como cadenas de oro,
colgantes y anillos. Uno de los miembros del colectivo denunci asimismo que los hombres del
Presidente haban confiscado su abrigo de invierno, haban arrancado el reloj y la cadena del
bolsillo de su chaleco y haban robado tambin los botines forrados de piel de su esposa.
Ms o menos al mismo tiempo en que Rumkowski llevaba a cabo su inspeccin del colectivo
de la calle Franciszkaska, la Kripo efectu una redada en el restaurante Adria de la plaza Bauty,
que se haba convertido en una especie de punto de encuentro para los judos alemanes del gueto.
Nueve personas de los colectivos de Berln y Colonia, y otras cinco de los de Praga, fueron
pilladas in fraganti realizando diversas transacciones. Uno de los judos alemanes intentaba
vender una vajilla completa de porcelana fina, otro una cubertera de plata. Despus se supo que
todos los compradores interesados resultaron ser o bien delatores que informaban directamente a
la Kripo o miembros del grupo de informadores de Dawid Gertler.
As es como protegen los judos del gueto a los suy os.
Vra Schulz escribe en su diario acerca de Rumkowski, el da siguiente a la quema en el patio
(11 de diciembre de 1941):
ese hombre es un monstruo
Su nico logro hasta la fecha: haber vendido a su propia gente en tiempo rcord, y
haber robado o hecho desaparecer todas sus pertenencias. Y aun as, un cuarto de milln
de personas lo admiran como a un dios! Qu clase de ser humano es el que busca
conscientemente denigrar y deshonrar al may or nmero posible de personas solo para
encumbrarse a s mismo?
No me cabe en la cabeza!
Templo o engalanados para ocupar sus palcos privados en la sala de conciertos de la calle
Narutowicza.
Hercberg se esforzaba mucho por reivindicar cierto rango para su persona. Sola alardear de
haber servido como capitn en uno de los regimientos de caballera del mariscal de campo
Pisudski, y, si se lo pedan, poda mostrar montones de copias certificadas de llamamiento a filas
y traslados, as como certificados mdicos que documentaban dnde y cmo haba sido herido
en combate, a qu hospital de campaa le haban enviado y dnde haba pasado la
convalecencia. Por supuesto, todos esos documentos eran completamente falsos; pero Shlomo
Hercberg saba, al igual que el propio Presidente, que cuando queras edificar algo desde los
cimientos, lo que contaba no eran los ttulos acadmicos, sino la capacidad de investir el propio
cargo con dignidad y aplomo. Y si haba algo que se le daba bien a Shlomo Hercberg era
precisamente eso.
En la crcel de la calle Czarnieckiego, Adam Rzepin estuvo metido en lo que se conoca como la
Mina. En realidad, la Mina no era ms que un amplio pozo, una oubliette con una abertura en el
techo, a travs de la cual los guardias metan o sacaban a los presos con una larga vara de hierro
rematada por una horcadura, ms o menos como cuando se pescan ranas en un estanque. En las
paredes ms prximas a dicha abertura haba instaladas unas toscas literas de hierro, donde
dorman los presos ms favorecidos. Los dems se apretujaban como podan al fondo, junto a la
zanja de la letrina.
Sin embargo, esto era solo la antesala. Ms all de la puerta enrejada, la Mina se prolongaba
y ramificaba en una extensa red de pasadizos a travs de la erosionada piedra. Cuando ms tarde
ese ao se iniciaron las deportaciones del gueto, miles de hombres fueron mantenidos prisioneros
en esos sinuosos pasadizos subterrneos. Era como si, muy adentro o muy abajo (depende de
cmo se mirara), el gueto no tuviera fin. Desde las tortuosas galeras subterrneas, un gemido
constante se abra paso hasta la superficie, como si los lamentos de todos los que haban estado
encarcelados all abajo se hubieran entrelazado en un nico y montono gemido que no cesaba,
no importaba cuntos fueran los que aguardaban el momento de ser deportados o puestos en
libertad.
De vez en cuando sacaban a Adam para ser interrogado por Hercberg.
Era conducido al denominado Cinematgrafo, que a simple vista no pareca una sala de
interrogatorios sino ms bien un despacho privado, provisto de todo el lujo y la opulencia que un
Reichsbaluter pudiera llegar a poseer. Haba mullidas butacas de cuero flanqueadas por lmparas
orientales con flecos de seda, as como un escritorio con numerosos compartimentos de
puerta corrediza y cajones cerrados con llave, amn de superficie de taracea y tintero
incorporado de plata de ley. Pero, por encima de todo, haba comida; Hercberg tentaba a sus
prisioneros con manjares que eran el sueo de cualquier hombre hambriento: jamn y kiebasa,
un barril entero de kraut; pringosos quesos envueltos en paos de lino; panes recin horneados de
delicioso olor, que los empleados de la panadera de la calle Mary siska traan cada maana por
orden expresa de Hercberg.
Pero pasa, hombre, no tengas miedo!, le dijo Hercberg a Adam Rzepin, dedicndole una
sonrisa tan resplandeciente como la grasa del jamn. Y cuando finalmente Adam no pudo
contenerse de alargar una mano temblorosa hacia la rebanada de pan que asomaba por el borde
de la fuente, Hercberg agarr por la nuca al incorregible pecador
Lo ves? Ni siquiera ahora consigues mantener tus manos a raya, desgraciado!
y le estamp la cabeza contra la pared.
Le maltrataron sin cuartel. A veces solo con los puos, a veces con palos de madera planos y
largos con los que recorran sistemticamente su cuerpo desde la base de la columna, siguiendo
por el interior de los muslos hasta los huesos de los tobillos y los tendones de Aquiles. Queran que
les dijera lo que saba de Moshe Stern. Queran saber con quin haca negocios actualmente.
Tambin se haban enterado de que Adam se haba puesto en contacto con el comerciante
Nussbrecher. A quin le haba propuesto Nussbrecher que llevara la mercanca? Finalmente,
queran saberlo todo de las personas a las que haba robado. Queran los nombres de todos los
judos ricos de Praga. Adam haba afanado sus documentos, no? As que tena que saber cmo
se llamaban.
Adam grit hasta perder el sentido, pero la aguda voz de Lida se superpuso al canto que
ascenda de los tneles de la Mina; sonaba como el armnico vibrante de una cuerda tensada al
lmite:
No les des nada, no les des nada, deca la voz atravesndole por dentro.
Y no les dio nada. Ningn nombre.
De vuelta en la Mina, Adam suea con aquel da de hace muchos aos atrs en que su padre
llev a toda la familia a ver el mar. Haban salido de d en un pequeo Citron que les haba
dejado uno de los capataces del aserradero. Szaja conduca.
Sopot. As se llamaba el lugar al que fueron. A Adam le viene ahora el nombre a la cabeza.
Sola en el apartamento de la calle Gnienieska, Lida suea con el mismo mar. Y su hermano
est con ella dentro de ese sueo, igual que lo est en todo lo que ella dice o hace; incluso cuando
duerme o desfallece.
En Sopot haba un largusimo embarcadero de madera llamado Molon que se adentraba en el
mar. A ambos lados del Molon se extendan sendas play as de arena fina y suelta sembrada de
conchas, y por encima, tocando al paseo martimo, haba una hilera de casetas altas de caa con
toldos sobre postes a ray as como los de los barberos, y donde solo los visitantes verdaderamente
Ricos e Importantes podan cambiarse. Adam recuerda que algunas de esas personas Ricas e
Importantes haban levantado sus sombreros para saludarles mientras la familia paseaba por el
Molon al atardecer, como si no fueran gente pobre de d, y menos an judos.
Lida recuerda que al vadear en el agua poco profunda de repente comprendi que el mar no
era una superficie plana, lisa y uniforme como apareca en las tarjetas postales. No, el mar era
un ser vivo. El mar se mova. Se meca y ondulaba, y se deslizaba subiendo y bajando por su
espalda y entre sus muslos y rodillas. Se transformaba constantemente.
Justo en este momento es como una bola gigantesca.
Ella est de pie, abrazando con ambos brazos la enorme y brillante bola de mar sin conseguir
rodearla por completo. La superficie de la bola es suave y hmeda. Pero lo que sucede con el
mar es que siempre se escurre y se aleja. Dos manos no bastan para retenerlo, y su mirada
tambin se desliza con l, y cuando finalmente consigue alzar los ojos, ve que el mar se aleja
flotando hacia el horizonte.
En el recuerdo se lo bebe. A largas y grandes bocanadas, ella se va tragando el mar, sorbo a
sorbo, y el mar no tiene el sabor de esa sopa que Adam suele darle a cucharadas sino que es
spero y salado, y cuanto ms bebe ms ntidamente percibe que en su interior hay algo slido,
algo suave y resbaladizo; y , cuando finalmente consigue atraparlo con los dientes, se convierte en
un pez de cola dura, escamosa, que le raspa el paladar y la carne de los carrillos. El pescado
tiene un gusto spero, fuerte y salado, pero tambin sabe a algo vivo y blando, y ella muerde
hasta que crujen las espinas, y despus chupa, y su lengua percibe el spero tacto de escamas y
la viscosa blandura de vsceras.
Y en su celda, Adam tambin siente cmo se le llena la boca del sabor a pescado, un sabor
fuerte y salado que no se parece a nada que hay a probado antes; y seguramente suelta un
alarido, porque de repente oy e el ruido de los guardias fuera.
Llegan corriendo con sus manojos de llaves y los brazos listos para golpear.
Calla, cabrn,
o es que quieres que tambin te deporten!
Y le aguijonean con la larga vara de horquilla en la punta, y cuando retrocede para evitar que el
gancho le alcance en la cara, este se transforma en la mano callosa de un guardia que le agarra
por detrs del cuello y estampa su rostro contra el suelo de la celda. Desde la nuca se extiende un
entumecimiento parecido a la embriaguez. Tiene la boca llena de sangre, casi no puede tragar.
Pero cuando finalmente lo consigue, todo sabe a pescado, todo l no es ms que un sueo
sangriento de peces y agua viva.
***
Cuando vinieron a soltarlo, Adam Rzepin haba pasado ms de cuatro semanas en la Mina. Uno
de los guardias que abri la reja traa consigo un nuevo formulario. Adam tuvo que decir su
nombre y direccin y el nombre de su padre. A continuacin introdujeron en el pozo la vara con
la horquilla y lo sacaron.
Fuera haca fro! Un mes atrs solo haba un lodo grisceo por las calles; ahora todo el gueto
estaba como encerrado en el interior de una campana de nieve blanca y resplandeciente. Vio
que el sol emita reflejos destellantes en los ventisqueros, la luz tan fuerte y cegadora que apenas
poda distinguir la tierra del cielo.
En el patio vallado de la prisin haba tanto trajn como en un mercado; la gente arrastraba
pesadas maletas de aqu para all o cargaba con ropa de cama y colchones amarrados a los
hombros. Pero all no haba nada del incesante y bullicioso jaleo de un mercado. La gente se
mova con desgana, como convictos en una cuerda de presos; extraamente callados,
disciplinados. El nico ruido que se distingua ntidamente en la transparente maana escarchada
era el traqueteo hueco y tintineante de las ollas y cazos que colgaban de correas y cinturones.
Qu es lo que pasa? le pregunt a uno de los guardias.
Preprate, te envan fuera de aqu dijo el guardia, y sin ms entreg la cartilla de trabajo
de Adam a un funcionario que estaba sentado en una mesa a su lado.
Este sell enrgicamente los documentos, y al momento Adam reciba un trozo de pan y una
escudilla de sopa, y se le orden que fuera a colocarse en el extremo ms alejado del patio
vallado, donde y a un centenar de hombres esperaban de pie vigilando estrechamente sus
pertenencias.
Lo que hay que ver, dijo uno de los prisioneros, que y a se haba tomado la sopa y ahora
masticaba el pan con unas mandbulas prcticamente desdentadas. Dejan que los extranjeros se
instalen en el gueto y nos mandan fuera a los residentes.
Adam despleg sus documentos y mir el sello:
AUSGESIEDELT
pona en letras grandes y negras cubriendo toda la parte superior de su cartilla de trabajo, en
la que su nombre, direccin y edad estaban escritos a mano. Realojado.
Entonces de repente, casi sin quererlo, todo encaj.
No le haban sacado de la Mina para soltarle, sino para deportarle del gueto.
Adam mir a su alrededor. Varios de los hombres que haba en el recinto se conocan, o al
menos daban la impresin de conocerse superficialmente; sin embargo, mientras dur el ritual de
llamar a la gente por sus nombres, sellar los documentos y repartir el pan y la sopa, nadie abri
la boca. Era como si se sintieran avergonzados de verse unos a otros en esa situacin.
Adam comprendi que estaban esperando a que el contingente de deportados fuera lo
bastante grande para ponerse en marcha. Adnde? A un punto de reunin en alguna parte del
gueto, o directamente a Radogoszcz? Si le deportaban, qu sera de Lida? Volvera a verla
alguna vez? Presa del nerviosismo, Adam se comi su trozo de pan entero. Era pan negro y no
esperaba que fuera tan jugoso: la primera comida decente que haba tomado en un mes. Not
que el estmago se le calentaba con la sopa.
Fue entonces cuando, al otro lado de la valla, divis a su to Lajb.
***
Por la poca en que todava viva con ellos, el to Lajb tena una bicicleta. Haba sido el nico de
toda la calle Gnienieska que era dueo de una bicicleta, y para demostrar lo extraordinario de
dicha posesin sola sacarla, desmontarla por partes y colocarlas sobre un trozo de lona. Cada
componente por separado: la cadena, las herramientas en su caja, con las llaves y abrazaderas
encajadas en pliegues y ranuras. Despus volva a recomponer la bicicleta, mientras los nios del
patio contemplaban admirados formando un corro a su alrededor.
Lajb dedicaba varias noches de la semana a ese ritual. Pero nunca el sabbat.
El sabbat lo pasaba de cara a la pared, con el libro de oraciones en la mano, rezando. Lajb
pronunciaba las dieciocho bendiciones con la misma meticulosa precisin con que destornillaba y
volva a atornillar su bicicleta. Cuando se colocaba el manto de oracin, pronunciaba la bendicin
del manto de oracin; cuando se pona sus tefiln agradeca a Dios haber recibido las filacterias.
Cada componente por separado. Y Adam, al observar el rostro de Lajb mientras rezaba, pensaba
que se pareca al silln de la bicicleta, con las hendiduras de sus ojos alargados, y los tendones
bifurcados del cuello le recordaban a la horquilla delantera insertndose en el eje alrededor del
cual la rueda de la oracin giraba suavemente con sus flexibles radios, de forma imperceptible y
silenciosa. Sin quererlo, y de hecho sin ser consciente de ello, Lajb siempre ocupaba el centro de
cualquier crculo. Fuera adonde fuera siempre acababa rodeado de gente que lo observaba con
respetuosa reverencia y admiracin. Por aquel entonces, en la calle Gnienieska, haban sido
chiquillos. Ahora eran guardias de prisin. Se acercaban a Lajb como si fuera alguna especie de
santo rabino. Al cabo de unos minutos, un ufano guardia se acerc a Adam con unos flamantes
documentos recin sellados, todo su rostro radiante de alegra:
Rz-zepin! Hoy es tu da de suerte, Rz-zepin.
Te han ta-ta-ta-chado de la lista.
***
Caminaban en silencio, l y Lajb.
Viniendo en direccin contraria, se cruzaron con ms grupos de hombres y mujeres a los que
acababan de notificarles su deportacin y que iban camino del punto de reunin de la Prisin
Central, y, una vez ms, se form a su alrededor una especie de crculo o vaco. Adam no se
atreva a mirar a los ojos a los deportados. No se atreva alzar la mirada por encima de sus
rodillas. La may ora de ellos iban descalzos, con unos simples retales envolvindoles los pies y
anudados a los tobillos, o con unos enormes y toscos zuecos de madera que arrastraban por la
nieve como si fueran grilletes.
Adam pens en los nuevos zapatos de cordones que haba visto ponerse al to Lajb el da
siguiente a que el Prezes anunciara que todos los obreros que haban participado en la huelga de
la calle Drukarska iban a ser expulsados del gueto.
Esto es lo que haba pasado: a algunos los haban deportado, otros haban conseguido zapatos
nuevos.
Al igual que haba sucedido con su bicicleta, nadie en el gueto haba visto nunca un calzado
como el del to Lajb: autnticos zapatos de cuero bruido con cordones, de suela y tacn gruesos
y con el empeine calado. Cuando Lajb caminaba arriba y abajo con ellos por el piso de la calle
Gnienieska, los zapatos crujan sobre el suelo del mismo modo que lo hacan ahora sus pasos al
En circunstancias normales, a esa hora no habra habido nadie en el piso, y a que el padre estara
en el trabajo. Pero cuando entraron all estaba Szaja, que se levant con aire azorado de la mesa
de la cocina. La mirada de Adam se dirigi de forma casi involuntaria hacia la cama en la que
sola y acer Lida. Donde antes estaba la cama ahora haba una mesa y dos sillas estrechas, y en
estas haba sentados un hombre y una mujer, con una nia de unos diez o doce aos en el suelo
entre ellos.
Lista es la familia Mendel, dice Szaja en un solemne y idish con trazas de dialecto lituano que
rara vez utiliza; y aclara (en polaco):
Son del colectivo de Praga. Les han asignado alojamiento aqu.
El seor Mendel es un hombre bajo y cargado de espaldas, casi jorobado; tiene la coronilla
calva y usa gafas redondas. Adam le mira fijamente a los ojos, pero la mirada tras los lentes est
totalmente en blanco. Ve y no ve al mismo tiempo. Junto a l, su mujer manosea algo en el
interior de su bolso.
Dnde est Lida?, pregunta Adam.
Szaja no responde.
Adam se gira, dispuesto a plantearle la misma pregunta a Lajb.
Dnde est Lida?
Pero Lajb y a no est. Hace apenas un minuto estaba justo al lado de Adam, con una cara tan
muda e inexpresiva como siempre. Ahora era como si nunca hubiese estado all.
Desde que Jzefina Rzepin muri, padre e hijo haban aprendido a realizar sus respectivas tareas
en silencio y procurando hacer el menor ruido posible. Por las maanas Szaja sola encargarse
de encender la cocina de lea mientras Adam bajaba al patio para buscar agua. Como Szaja era
el nico de los dos que dispona de cartilla de trabajo, era l quien por lo general haca cola en los
puntos de distribucin de comida cuando se anunciaba la llegada de nuevas raciones, mientras
que Adam se ocupaba de preparar la sopa de la cena, lavar la ropa, dar de comer a Lida y
cantarle y hablar con ella.
Y ahora, por primera vez en muchos aos, se dan cuenta de que el silencio entre ambos solo
pueden romperlo las palabras. Adam tiene un agujero abismal en el pecho. El agujero se llama
Lida. Pero es demasiado enorme como para llenarlo con palabras como aoranza, angustia o
miedo. O mejor dicho, las palabras, si se atreviera a pronunciarlas, seran engullidas por el
abismo.
Nunca he pedido ayuda, dice Szaja finalmente, y seala con la cabeza la puerta por la que
Lajb acaba de marcharse.
Adam no dice nada. En el otro extremo del cuarto, la familia Mendel sigue la interaccin de
ambos con expresin preocupada. Aunque no entienden nada de lo que se est diciendo, es como
si a ellos tambin les afectara la tensin que existe entre padre e hijo.
Dijeron que nos deportaran a todos. (Al pronunciar la palabra deportaran , el padre baja
***
Como para tantos otros vecinos de Bauty, Mary sin era para Adam un territorio desconocido. La
zona de los otros: los acomodados, hombres con poder e influencia.
La gente normal solo iba a Mary sin si tena algn asunto concreto que hacer all: o bien para
ir a trabajar a la fbrica de zapatos, que era uno de los pocos resorty de Mary sin; o bien para ir al
almacn de madera que haba detrs del Taller de Praszkier, donde la gente con cupones
especiales haca cola para conseguir lea gruesa y briquetas de carbn. O bien si te habas
muerto y te tenan que enterrar. Todos los das se poda ver a Meir Klamm y los otros miembros
de la cuadrilla de enterradores conduciendo arriba y abajo los coches fnebres del director
Muzy k por las calles Dworska y Mary siska. Al otro lado del muro de la calle Zagajnikowa, el
reino de los muertos era tan vasto que, segn se deca, la vista no alcanzaba a abarcarlo en toda
su extensin. Tambin el aire de Mary sin estaba saturado de muerte, del ptrido olor a tierra
Hercberg saliera. Tampoco se atrevi a acercarse ms, temiendo que lo descubrieran el cochero
o los guardaespaldas.
Transcurrida apenas media hora, Hercberg volvi a salir. Hablaba con voz imperiosa a
alguien que caminaba junto a l; luego subi al coche y se alej a toda velocidad. El hombre que
le haba acompaado afuera, probablemente el que alquilaba la habitacin, se qued parado un
rato; despus cerr con llave el inmenso portal. Adam esper a que ambos se perdieran de vista,
y luego se abalanz con todo su peso contra las verjas. La cerradura no cedi. La casa estaba
rodeada por un muro de piedra coronado por una reja; los barrotes eran de hierro, rematados con
afiladas puntas en forma de flor de lis. Consigui apoy ar un pie en el muro, luego se agarr a la
reja lo ms alto que pudo, y con un ltimo impulso de todo el cuerpo consigui salvar las afiladas
puntas de hierro. Pero no tuvo tiempo de enderezarse tras el salto. Al caer se le torci el tobillo y
un intenso dolor le recorri la pierna. Cojeando, se acerc a toda prisa a la casa para
resguardarse al pie de la fachada. Esper. Nada.
Ahora vea la ventana por la que sala el humero de la cocina. La iluminacin dbil y
mortecina del interior proy ectaba un tenue cuadrado de luz sobre la nieve.
Se dirigi a la puerta y llam con los nudillos. Nada.
No es que no se lo esperase. Golpe ms fuerte.
Polica, abran inmediatamente!, dijo.
La puerta se abri. En el umbral estaba Lida. Haca tanto fro que la luz que sala de la casa
era completamente azul. Tambin el cuerpo de Lida era azul: desde el hueco de su cuello de
porcelana hasta la sangre en su entrepierna desgarrada. l no alcanzaba a entender por qu no
llevaba ropa.
Lida, dijo.
Ella le sonri de forma fugaz y sin alegra, como si fuera un completo desconocido, despus
dio un rpido paso al frente y le escupi en la cara.
L a primera reunin concerniente al realojamiento ordenado por las fuerzas de ocupacin tuvo
lugar, segn consta en el acta de Rozenstajn, el 16 de diciembre de 1941. Como en anteriores
ocasiones, el encuentro no fue precedido de notificacin alguna, sino que simplemente se
convoc a Rumkowski en las oficinas del Gettoverwaltung para recibir las rdenes directamente
de las autoridades. A la reunin, aparte del propio Biebow, asistieron tambin su lugarteniente
Wilhelm Ribbe, Gnther Fuchs y un puado de representantes de los servicios de seguridad
alemana, cuy a misin consista en proporcionar los vehculos de transporte y supervisar el
cargamento.
La postura de Rumkowski fue la que siempre haba adoptado, y siempre adoptara, ante sus
superiores. La envejecida cabeza blanca gacha, la mirada en el suelo.
Ich bin Rumkowski. Ich melde mich gehorsamst.
Se mostraron amables y correctos, pero fueron directos al grano e hicieron saber al Decano
que se encontraban de nuevo a las puertas de un largo y duro invierno de guerra y que, a la larga,
les resultara imposible asegurar los suministros de alimentos y combustible para todos los judos
a los que haban dado refugio en el gueto. Por esa razn, die Gauleitung en Kalisz haba tomado la
resolucin de que una parte de la poblacin del gueto fuese trasladada a diversas ciudades
pequeas del Warthegau, donde la crisis de suministros era menos grave.
l pregunt que de cuntas personas estaban hablando.
Le respondieron que de veinte mil.
l, de pie con los brazos cados, dijo que no poda prescindir de una cantidad como veinte mil.
Le contestaron que, lamentablemente, la situacin del abastecimiento no dejaba otra opcin.
Entonces l replic que haca muy poco las autoridades acababan de permitir que veinte mil
judos forneos fueran trasladados al gueto.
A lo que ellos respondieron que la decisin concerniente a los judos forneos se haba
tomado en Berln.
De lo que se trataba ahora era de cmo afrontar la cuestin del suministro regional en el
Warthegau.
Entonces l dijo que poda ofrecerles diez mil.
A lo que ellos respondieron que podran considerar reducir la cifra del primer
realojamiento a diez mil personas, siempre y cuando l puchera garantizar que la evacuacin
se efectuara sin demora. Y con la condicin, claro est, de que l mismo, junto con su aparato
administrativo, se encargase de la seleccin de los que iban a ser deportados y de su traslado
hasta los puntos de embarque en Radogoszcz, donde la polica alemana les relevara.
Quienes vieron al Presidente despus de esa reunin dijeron que pareca ciertamente indignado,
pero tambin dueo de una extraa serenidad y determinacin. Era como si el encuentro con la
ltima instancia del poder, as como el hecho de que la misin de ejecutar su voluntad hubiese
recado solo sobre sus hombros, hubiesen insuflado nueva vida en su cuerpo, su mente y su alma.
Reiter lo siguiente una y otra vez:
Diez mil judos van a ser obligados a abandonar el gueto. Eso es as. Esa es la
decisin que han tomado las autoridades. Pero no debemos obcecarnos por ello. Lo
ms sensato es darle la vuelta a la cuestin y considerar las posibilidades que eso nos
ofrece. Si es absolutamente imprescindible que diez mil personas sean expulsadas,
cules son las personas de las que el gueto se puede permitir prescindir?
A sugerencia del Presidente, se decidi crear una Comisin de Realojamiento para
abordar todos los asuntos relacionados con el inminente traslado masivo. La labor de la Comisin
estara dirigida por el jefe del Departamento de Registro de la Poblacin, el abogado Henry k
Neftalin, y sus miembros, aparte de Rumkowski, seran Leon Rozenblat, jefe de polica del gueto,
Szaja Jakobson, presidente del Tribunal, y Shlomo Hercberg, comandante de la prisin central.
La Comisin tena la misin de revisar las listas del censo de poblacin de cabo a rabo y, tras
cotejarlas con los datos del registro penal y el de pacientes de los hospitales del gueto, determinar
qu personas deban ser realojadas.
Se convino en que, en lo posible, se deba evitar deportar a individuos aislados y procurar que
se marcharan familias enteras. Tambin se decidi que se diese prioridad a la expulsin de los
denominados elementos indeseables . Cuando alguien pregunt qu criterios haba que seguir
para considerar a una persona indeseable , el Presidente respondi que haba que revisar los
antecedentes penales. Estraperlistas notorios, reincidentes habituales, prostitutas, ladrones
aquellos que haban hecho del desvalimiento y la desesperacin ajenos su medio de vida : esos
seran los primeros en ser expulsados.
Y si, por alguna razn imprevista, la persona o personas indeseables no figuraban en el
registro de antecedentes penales? En ese caso habra que remitirse a su juicio, al del Presidente.
Puede que la decisin de iniciar las deportaciones la hubiesen tomado las autoridades, pero, al
igual que la ltima vez, l se reservaba el derecho de decidir personalmente quin deba
marcharse.
con sus palas y azadas entre las impecables hileras de patatas, repollos y remolachas.
La Casa Verde era la ms alejada de las residencias de verano que l haba reconvertido en
albergues juveniles y orfanatos. En total haba seis orfanatos en el gueto, adems de un hospital
infantil y un gran dispensario fundados poco antes. Pero eran los nios de la Casa Verde los que
le tenan el corazn robado. Era la nica casa que le traa a la memoria los aos felices y libres
en Helenwek, antes de que llegaran la guerra y la ocupacin.
El edificio en s no tena nada de particular: una destartalada casa de dos plantas y paredes
mohosas cuy o tejado haba comenzado a desplomarse. En cuanto su Kinderkolonie se traslad
all desde Helenwek, hizo que pintaran toda la casa. La nica pintura disponible en el gueto
entonces haba sido una de color verde. As que todo se pint de verde, el tejado, el porche, los
marcos de las ventanas; hasta las barandillas de la escalinata. La casa era tan verde que en
verano costaba distinguirla de la vegetacin de fondo.
Pero aquel era su reino: un mundo de shtetl con casitas pequeas muy juntas unas de otras,
donde los quinqus de la laboriosidad iluminaban las ventanas hasta muy entrada la noche.
Siempre que poda le gustaba ir de visita sin anunciarse. Esa era la imagen que tena de s mismo.
La de un hombre sencillo, el benefactor annimo que, pese a ser tan tarde, pasaba casualmente
por all.
En los transportes llegados al gueto durante los ltimos meses tambin haba muchos nios
que haban perdido a todos sus parientes cercanos, o quiz nunca los haban tenido. Uno de ellos
era una nia llamada Mirjam, otro, un nio sin nombre.
La nia tena ocho o nueve aos, y lleg a la Casa Verde con una maletita de cartn que se
negaba a soltar y dentro de la cual la seorita Smoleska encontr ms tarde dos vestidos bien
planchados, un abrigo de invierno y cuatro pares de zapatos. Uno de estos pares era de charol con
hebillas plateadas. En un bolsillo de la maletita estaban los documentos de identidad de la nia,
pulcramente doblados. Segn estos, su nombre completo era Mirjam Szy gorska. Haba nacido y
estaba empadronada en Zgierz. (Aunque no haba llegado procedente de all). En su pequea
maleta tambin haba algunos juguetes, una mueca y un par de libros en polaco.
Al nio lo dejaron en la Casa Verde los hermanos Jzef y Jakub Kohlman, por orden directa
del coordinador de transportes del colectivo de Colonia. El chico haba llegado en uno de los
ltimos trenes procedentes de Colonia, el 20 de noviembre de 1941. En la lista estaba inscrito con
el nmero 677. Pero esa cifra solo revelaba que haba sido la persona nmero 677 en ser
registrada como parte de ese contingente. En la columna de al lado solo apareca un nombre de
pila, WERNER , seguido de un signo de interrogacin, luego la designacin SCHUELER , y
finalmente, debajo de JAHRGANG , el ao 1927. Suponiendo que no se hubiera cometido
ningn error al rellenar los datos, SCHUELER no era ms que el trmino neutro para
referirse a estudiante , as que el muchacho no tena apellido.
Le llamaron SAMSTAG , y a que fue en sabbat cuando los hermanos Kohlman lo dejaron
en la puerta de la Casa Verde; y con ese nombre le inscribi el doctor Rubin, el director del
orfanato, en el registro de la institucin:
SAMSTAG, WERNER, geb: 1927 (KLN);
VATER/MUTER: Unbekannt
Desde el principio hubo en l algo de indomable, difcil de contener. No poda pasar por
delante de una pared o de una puerta sin golpearla. Cuando su mirada no pareca perdida, era
como si estuviera buscando algo al lado o ms all de lo que miraba. Y luego estaba su sonrisa.
Werner sonrea a menudo y, en opinin de Rosa Smoleska, que era quien tena que tratar ms
con l, de una forma insolente: una sonrisa llena de blancos dientes, pequeos y brillantes.
Cuando lo llevaron, los hermanos Kohlman explicaron que no hablaba ni polaco ni y idish.
Pero cuando Rosa Smoleska intentaba hablarle en alemn, solo reciba a cambio muecas
desabridas. Era como si las palabras estuvieran ah y l comprendiese su significado, pero no
entendiese por qu ella deca lo que deca o por qu le hablaba como lo haca. Si intentaban
obligarle a hacer algo que l no quera, estallaba en terribles arrebatos de clera. Un da volc un
barreo de la colada que Chaja haba llevado a la cocina; otro da empez a lanzar muebles por
la ventana de la Sala Rosa. Cuando el director Rubin se acerc para intentar calmarlo, el chico le
mordi en el brazo. Y ah se qued enganchado, negndose a soltar su presa pese a que eran
cuatro, incluy endo a Chaja, que pesaba al menos el doble que l, los que se le echaron encima
para intentar separarlos. Los diminutos dientes, clavados muy juntos en el brazo del director
Rubin, eran como los de un tiburn, brillantes y afilados.
Con los dems nios no pareca tener problemas de comunicacin. Le gustaba estar con los
ms pequeos, y sobre todo le gustaba estar con Mirjam. Cuando salan al patio, l se quedaba
rondando en un rincn, dando una impresin casi cmica con sus enormes zapatones y doblando
en estatura a sus compaeros de juego. Pero si Mirjam iba a algn sitio, Werner siempre la
segua un par de pasos por detrs. Con dos de los nios ms pequeos, Abraham y Leon, jugaba a
policas y ladrones. l los persegua con un bastn y gritaba ich hob dich gechapt como los
dems, pero con un curioso acento que trasluca que no haba hablado esa lengua en su vida.
(Ms tarde Rosa recordara lo extrao que le pareci desde un principio que alguien que
nunca haba estado en el gueto pudiese imitar con tanta precisin los diversos tonos y
entonaciones; incluso se lo coment al chico en una ocasin en alemn, claro, y a que esa era
la lengua en la que por entonces an hablaban entre ellos: Du bist doch ein kleiner Schauspieler
Du, Wemer!, y al instante vio cmo su rostro se petrificaba en aquella desagradable sonrisa que
ella haba aprendido a temer. Toda dientes, sin boca ni expresin alguna en sus ojos zarcos).
***
Rosa Smoleska haba trabajado con nios hurfanos o sin hogar durante toda su vida. En
Helenwek haba desempeado sus servicios durante ocho aos y siempre cuidndose de los ms
pequeos. Aparte del director del orfanato, el seor Rubin, ella y el ama de llaves Chaja Mey er
fueron las nicas que acompaaron al Presidente al gueto tras la ocupacin. Las otras nieras
haban huido a Varsovia cuando estall la guerra. Pero, claro, todas estaban casadas y tenan
otras opciones. Rosa nunca haba tenido marido ni tampoco otras opciones: solo esa marabunta
de cros! Ahora, tras la llegada de Werner y Mirjam, sumaban en total cuarenta y siete.
Rosa Smoleska era de las primeras en levantarse por las maanas. En invierno se levantaba
hacia las cuatro o las cinco para que le diera tiempo a caldear la casa. Despus de encender el
gran horno de la cocina, sala al pozo que estaba bajando un poco la pendiente donde comenzaba
la parte cercada del Campo Grande. Al alba, el cielo empezaba a iluminarse con franjas de luz
que despuntaban sobre las masas nubosas al este. El resplandor del sol naciente haca que el muro
del cementerio proy ectase largas sombras sobre la nieve. Un par de horas ms tarde, el sol
alcanzaba el borde del muro y los ray os centelleaban en el escarchado hilo telefnico tendido
entre los postes de la calle Zagajnikowa. Hacia las seis o las siete de la maana a menudo vea a
grupos de trabajadores que iban o venan de sus turnos en la estacin de Radogoszcz. Iban
apiados, como para mantener mejor el calor frente a las bajas temperaturas; y sin decir
palabra. Lo nico que se oa era el dbil tintineo hueco de los cazos para la sopa que llevaban
anudados a la cintura. A intervalos regulares, el estruendo de los tanques o camiones alemanes se
abra paso a travs del silencio helado, y se vea a soldados con ametralladoras patrullando con
aire receloso por las aceras que daban al gueto. Rara vez se acercaban ms los alemanes. En
cambio, era muy habitual ver los coches negros de la funeraria que venan al trote desde Bauty
todas las maanas. A veces no haba caballos que enganchar y entonces el carruaje fnebre era
tirado, al igual que pasaba con las cubas de los excrementos, por hombres uncidos o amarrados al
extremo de las varas, mientras otros desgraciados eran obligados a empujar por detrs.
Una vez que haba llevado el agua dentro, Rosa volva a salir y esperaba hasta ver a Jzef
Feldman subiendo penosamente la calle Zagajnikowa con sus cubos de carbn. Ya fuera verano
o invierno, iba siempre enfundado en el mismo amarillento abrigo de piel de cordero y con el
mismo gorro de piel que casi engulla por completo su plido rostro. Rosa saba que el Presidente
haba dado instrucciones a Feldman de encender primero la caldera de la Casa Verde antes que
ninguna otra, y de estar dispuesto en todo momento a dejar lo que estuviera haciendo siempre
que se necesitara su ay uda all arriba. Feldman trabajaba oficialmente como miembro de la
cuadrilla de enterradores de Baruk Praszkier. Rosa no se atreva a acercarse demasiado a l
crea percibir el olor a muerte en sus manos, pero le ay udaba sosteniendo los cubos en el
stano para que el hombre pudiera echar el carbn en la caldera y ponerla en marcha.
Entretanto, Malwina haba despertado a todos los nios, que formaban cola tiritando en el angosto
vestbulo, esperando su turno para lavarse. Rosa verta una parte del agua helada del pozo en un
gran barreo que Chaja colocaba siempre en el umbral de la puerta entre la cocina y el
comedor. Tenan que asearse antes de poder ir a tomar asiento en sus bancos, donde Chaja iba
cortando trozos de pan. Con el tiempo las rebanadas se fueron haciendo cada vez ms delgadas,
pero siempre haba una para cada uno, untada con una fina capa de margarina.
Una maana Feldman vino acompaado de una figura canija, plida y tmida, cuy o nombre
y procedencia nadie conoca. Pero, a diferencia de Werner y Mirjam, el chico no pareca haber
llegado en ningn transporte. Cuando Rosa Smoleska le pregunt quin era y qu estaba
haciendo all, el muchacho entr con un par de arrogantes pasos en la habitacin y anunci,
como si estuviera cantando o recitando un poema:
Tengo entendido que aqu hay un piano que necesita ser afinado!
Era hijo de un fabricante de instrumentos llamado Rozner, tan afamado entre la clase alta de
d que nadie le conoca por otro nombre que no fuera el de el afinador de pianos . Sin
embargo, el seor Rozner reparaba tambin otros instrumentos: flautas, trombones, instrumentos
de lengeta y de percusin para bandas militares. Una parte de su extensa coleccin estaba
expuesta en un escaparate lujosamente decorado anexo a su taller.
No obstante, el taller en s era pequeo y modesto, como se perciba nada ms entrar en l;
pero quien pasara por la acera solo vea el escaparate con sus relucientes instrumentos exhibidos
sobre cojines de felpa y seda. Naturalmente, como Rozner era judo, se rumoreaba que esconda
dinero en su tienda. Y una noche un grupo de Volksdeutsche borrachos, encabezados por dos
oficiales de las SS, irrumpieron en el taller del reparador de instrumentos y le exigieron que les
entregara el dinero inmediatamente, y cuando Rozner neg que tuviera nada escondido sacaron
sus porras y fustas y se ensaaron de tal modo con los instrumentos de la tienda que lo dejaron
todo hecho aicos y al propio Rozner tendido en medio de su arrasado escaparate con el crneo
destrozado y todos los huesos de su cuerpo rotos. En el ltimo momento, el hijo de Rozner
consigui escapar con lo ms valioso que posea su padre: los dos sacos de lona gruesa cosidos
juntos en los que el seor Rozner llevaba sus herramientas cuando iba a las casas de las familias
ricas de d para afinar sus pianos. Ahora se poda ver al hijo con los dos sacos de lona al
hombro en los lugares ms insospechados del gueto, tratando de continuar la obra de su difunto
padre.
La humedad haba daado el piano vertical de la Sala Rosa de tal modo que haba que colocar
una palangana llena de agua en su interior para evitar que la madera se resquebrajara y las
cuerdas se soltaran de las clavijas. El afinador de pianos examin atentamente este y otros
defectos. Prob los pedales; pas con cuidado la palma de la mano por la tapa y los costados, dio
golpecitos con los nudillos por todo el cuerpo del instrumento. Tras asegurarse de que no se
producan ruidos imprevistos, pidi a Kazimir que sostuviera la tapa abierta mientras l
desmontaba la pieza trasera y se introduca en su interior. Era tan menudo que poda colgarse
como un mono de la maraa de cuerdas expuestas a la vista, y de ese modo destornillar y
atornillar, tensar y destensar. Cuando sali del piano, aparentemente ileso, haba repasado desde
dentro todo el teclado, revisando un martillo tras otro. Con una expresin de mal disimulado
triunfo en su enjuto rostro, coloc un diapasn sobre la tapa; entonces, con un gesto sonriente,
invit a Debora urawska a que se sentara al taburete frente al piano.
Y Debora se sent, y toc un acorde de do may or de sonido firme y vibrante que el diapasn
capt con claridad y amplific.
Los nios aplaudieron, y cuando Debora empez a tocar un estudio de Chopin, el afinador de
pianos se sent a su lado y la acompa con unos curiosos trinos y arpegios en el registro de tiple
ms agudo. Era evidente que no haba aprendido a tocar correctamente, tan solo a imitar
secuencias de acordes y cambios de tonalidad: como si en sus sacos de lona hubiese arramblado
con todos los fraseos y motivos utilizados por Chopin y despus los derramara de nuevo sobre el
teclado, a su antojo y sin orden alguno. Pero en aquel momento eso no importaba en absoluto.
Debora tocaba, el afinador de pianos la segua, y al poco los dos estaban tan compenetrados que
nadie perciba y a dnde terminaban los acordes de ella y dnde se engarzaban los de l.
A los pocos das, y a haban compuesto la msica y los nmeros de canto; la orquesta y a
haba ensay ado; e incluso se haba formado una troupe de actores compuesta por todos los nios
del orfanato y dirigida por un tal SAMSTAG, Werner ( dyrektor teatru), que iba por ah
repartiendo invitaciones escritas a mano:
El colectivo de actores Grine Hoiz presenta
Per klainer Wasserman
Obra en un acto
de S. Y. Ritter
El joven Adam Gonik recit en hebreo el poema Ha llegado la primavera ; luego, un
pequeo coro infantil dirigido por el seor Rubin interpret canciones y poemas de Bialik.
Mientras se desarrollaba esta obertura, el arcnido afinador de pianos se encaram a una
escalera de mano en el vestbulo y desenrosc la campana de hierro del timbre colocado en la
pared de fuera de la cocina. Con uno de los martillitos de hierro que guardaba en sus bolsas de
lona, logr cortocircuitar el aparato y disparar el timbre, que reson con un estridente chirrido
por toda la Casa Verde:
Riiniiiiii-iiiiiiiiiiing
Era la seal: los nios del coro salieron disparados a descorrer la cortina verde que la troupe
de actores haba colgado sobre el escenario a modo de teln. Kasimir sali a escena con paso
vacilante disfrazado de rico noble polaco, y le dijo al grupo de judos expulsados de su aldea de
Galitzia por las tropas del zar de Rusia que por supuesto los escondera a todos en el gran stano
de su castillo. Debora aporre al piano una rpida sucesin de dramticos acordes mientras el
afinador de pianos se pona en pie en lo alto de su escalera de mano y gritaba con una aguda voz
declamatoria: QUE VIENEN LOS RUSOS! QUE VIENEN LOS RUSOS!, y todos los nios
cantaron:
Unglik, shrek un moires
Mir veisn nit fun vanen
Oich haint vi in ale doiren
Zainen mir oisgeshtanen! [4]
Entonces Werner Samstag sali a grandes zancadas al escenario, vestido con un traje talar
negro como un rabino de verdad y tocado con un gran shtreimel tambin negro que deba de
haberse hecho l mismo, y a que trozos del forro de terciopelo le colgaban delante de los ojos.
Tambin la barba era de confeccin propia: un trapo gris en medio del cual resplandeca como
siempre su blanca y brillante sonrisa, como desprovista de labios. Debora segua aporreando las
teclas en las octavas ms graves y, mientras las voces infantiles surcaban intrpidamente las
notas en audaces agudos, el reb Samstag alz un dedo admonitorio, primero hacia el pblico y
luego hacia el cielo, y declam:
Shrait jidn, shrait aroif
Shrait hecher ahin dort;
Vech ir dem altn oif
tena ojos para la joven Mirjam ni para ninguno de los dems nios; se limit a darle a Chaja su
sombrero, su abrigo y su bastn, y a decirle en voz alta al director Rubin:
Sera tan amable de acompaarme a su despacho, doctor Rubin?
S, ahora mismo! Y traiga las listas de todos los nios!
Ya desde sus tiempos en Helenwek, la seorita Smoleska haba intentado interpretar, como
si se tratara del tiempo, los variables cambios de estado de nimo del Decano. Estaba ese da
tranquilo y contento consigo mismo? O volva a ser presa de esa extraa clera que de vez en
cuando se apoderaba de l?
Casi siempre haba algunos indicios. Como el modo en que mova las manos: si sus gestos
eran decididos y serenos, o torpes e inquietos, cuando hurgaba en el bolsillo de su chaqueta en
busca de cigarrillos. O si mostraba lo que Chaja Mey er denominaba su mirada guasona : esa
sonrisita ladeada y maliciosa que indicaba que estaba tramando ideas o planes para alguna de
ellas o incluso para alguno de los nios.
Pero a esas horas de la noche no haba podido detectar ningn indicio. El Presidente se haba
mostrado estricto, serio, resuelto. Adems, estuvo reunido en el despacho con el director Rubin
mucho ms tiempo de lo normal. Pasaron varias horas. Entonces Chaja, al parecer obedeciendo
rdenes llegadas del interior del despacho, empez a llenar baldes de agua caliente del gran
caldero de la cocina, mientras la seorita Malwina proceda a extender toallas sobre las mesas.
Para entonces eran las dos y media de la madrugada, y como no se haba ordenado lo contrario,
los nios seguan alineados en la escalera. Algunos y a dorman, con las cabezas apoy adas entre
ellos, contra la pared o sobre la barandilla; o, como Samstag, se haban sentado en el escaln
inferior con las manos entre las rodillas y las rodillas subidas hasta las orejas como un grillo.
Entonces volvi a aparecer el Presidente. En una mano sostena las Zugangslisten que le haba
solicitado al director Rubin.
Rosa Smoleska recordara ms tarde el semblante vaco, inexpresivo, del Presidente, y el
hecho de que cuando finalmente abri la boca no le salan las palabras que buscaba. Acaso fue
entonces solo entonces, despus de haberse reunido con Rubin en su despacho y de haber
revisado con l las listas con los nombres de todos los nios cuando comprendi en toda su
magnitud la suerte que les aguardaba a los judos encerrados en el gueto? No solo a los nios,
pero sobre todo a ellos, y a que los nios eran suyos. A partir de ese momento, no estuvo muy
claro a quin se diriga, si a los nios adormilados en la escalera o al desvelado y exhausto
personal de la Casa Verde. Pero tartamude al hablar. Eso nunca le haba ocurrido:
Solo voy a decir esto una vez, y lo voy a decir ahora, para explicar de una vez por
todas la gravedad de la situacin en que nos encontramos:
Las autoridades, a cuyas rdenes debemos someternos todos, han decidido que, sin
excepcin, todo el mundo en el gueto debe trabajar incluidos los nios y los jvenes, y
que los que no trabajen sean expulsados inmediatamente del gueto.
No me gusta decir esto porque no quiero asustar a nadie ms de lo necesario, pero
fuera de las fronteras del gueto no hay nadie que pueda seguir garantizando vuestra
seguridad o la de cualquier otro judo. Solo aqu en el gueto, bajo m proteccin, podris
estar a salvo, ya que me he ganado la confianza incondicional de las autoridades.
As pues, tras consultar con el seor Warszawski, he decidido crear unos puestos de
aprendiz especiales para los nios del gueto que tengan edad suficiente para trabajar.
Incluso aquellos que an no hayan pasado el preceptivo examen mdico estarn obligados
a partir de ahora a entrar como aprendices de cortadores y modistas en las sastreras del
gueto!
Ante estas palabras, se extendi cierto nerviosismo entre los nios ms may ores de la
escalera.
Nos tendremos que mudar?, se oy gritar a Debora urawska desde algn lugar situado detrs
de las piernas de Werner Samstag. Y tras ella, estall un coro de murmullos. Pero ahora los
gestos del anciano y a mostraban indicios inequvocos, los mismos indicios que ella haba
aprendido a reconocer haca tiempo: la sonrisa ladeada en la comisura de la boca; la mirada
inquieta; la mano entrando y saliendo del bolsillo de la chaqueta:
Son vuestras jvenes vidas las que estn en juego aqu, y os atrevis a poneros en
mi contra?
Se hizo un silencio sepulcral.
El director Rubin dio un paso para colocarse al lado del Presidente. La reaccin de
Rumkowski fue arrancarle las listas de la mano con gesto exasperado.
Aqu faltan datos de varios de los nios inscritos. Adems, acabo de comprobar con
mis propios ojos que muchos de los nios que han llegado recientemente han sido
registrados bajo nombres incorrectos o simplemente falsos El da en que las
autoridades me pidan dar cuenta de qu nios se encuentran bajo mi proteccin,
estaris todos condenados! Nios! Ahora sed buenos y, cuando el director Rubin diga
vuestro nombre, dad un paso al frente, decid cmo os llamis y de dnde sois, y despus
dirigos a la cocina, donde el doctor Zysman os examinar.
Nadie pregunta por qu esa revisin tiene que hacerse a las tres de la madrugada de una
glida noche invernal. Todos saben que, si la llevaran a cabo las autoridades ocupantes, la cosa
podra ser mucho peor. Aun as, es esa misma atmsfera de terror e irrealidad la que les invade
cuando el director Rubin se ajusta las gafas torpemente sobre el puente de la nariz y, con voz alta
y clara, empieza a leer la lista:
Rubin (lee): Samstag, Werner. Geburtsort: Kln. Vater/Mutter Unbekannt.
El Presidente: Y qu significa eso de Unbekannt?
Rubin: Samstag lleg con el segundo transporte. No iba acompaado de ningn familiar, y
posteriormente l tampoco ha podido dar cuenta de ninguno.
Samstag: Yo no me llamo Samstag.
El Presidente: Aqu no pone Samstag. Es usted, seor Rubin, quien ha escrito Samstag, no?
No es as?
Rubin: Pensamos que tenamos que darle un apellido.
El Presidente: No diga sandeces! Contine!
Rubin (lee): Majerowicz, Kazimir. Geburtsort: d. Vater/Mutter Unbekannt.
El Presidente: Y dale con el Unbekannt. Pero cmo es posible?
Rubin: Usted mismo dio la orden de que los nios que haban sido separados de sus padres
fueran trados aqu.
El Presidente: Cuntos aos tiene, seor Majerowicz?
Kazimir: Tengo quince aos, casi diecisis, para servirle, seor Presidente.
El Presidente: Aqu dice que naci el 12 de enero de 1926.
Rubin: Perdn?
El Presidente: En ese caso, no puede tener quince aos.
Rubin: Debe de tratarse de algn error aislado, seor Presidente.
El Presidente: Est bien. Siguiente.
Rubin (lee): Szy gorska, Mirjam. Vater/Mutter
El Presidente: Djeme adivinar. Unbekannt.
Rubin: Cmo lo ha sabido?
El Presidente: A ver, seor Rubin. Tiene usted idea de cuntas vidas puede costarme su
espantosa falta de escrupulosidad en los prximos das?
Rubin: No, seor Presidente.
El Presidente: Sera tan amable la joven seorita Szy gorska de dar un paso al frente?
Mirjam obedeci. Como todava sostena el lbum con los versos ilustrados del Talmud, hizo
un nuevo intento de entregrselo al Presidente. Esta vez el seor Prezes, visiblemente
desconcertado, acept el obsequio. Luego se qued mirndola fijamente, mientras la sonrisa de
la comisura iba creciendo por momentos:
El Presidente: As pues, cuntos aos tiene la joven seorita Szy gorska?
Rubin (nervioso): La joven seorita Szy gorska no puede hablar, seor Rumkowski.
El Presidente: Con o sin habla, tal vez la seorita Szy gorska sera tan amable de responder por
s misma.
Rubin: La seorita Szy gorska tiene once aos, seor Presidente.
El Presidente: Se la ve may or para once aos. No ser otro intento de escabullirse de mi
puesto de aprendiz?
Rubin: Por desgracia, la joven seorita Szy gorska carece del don de la palabra, seor
Rumkowski.
El Presidente: Carece del don de la palabra? Me parece a m que, en otros muchos aspectos,
la naturaleza ha sido ms que generosa con la joven seorita Szy gorska.
Y entonces agarra a Mirjam por el brazo y la arrastra con brusquedad al interior del
despacho. En el umbral se gira y, con imperiosas seas, manda a Chaja a buscar una palangana
y una toalla, espera con impaciencia a que se las traiga y luego entra y cierra con llave.
Durante un buen rato todos se quedan parados horrorizados, anonadados, mirando
fijamente la puerta cerrada. Poco despus comienzan a orse dentro unos dbiles sonidos. Patas
de silla que chirran contra el suelo; algo pesado que choca contra la pared y luego rueda
lentamente por el suelo. Los ruidos y los golpes se repiten varias veces. Despus llega la voz del
Presidente, amortiguada y furiosa. Y superpuesta, en un registro agudsimo de tiple la de
Mirjam. As que, despus de todo, tiene voz! Suena como si quisiera decir algo de forma clara y
apremiante, pero algo o alguien impide que salgan las palabras.
Se vuelve a or el chirrido de patas de silla sobre el entarimado y de nuevo suena como si algo
contundente golpeara el suelo o se hubiese cado.
Despus se hace el silencio. Un silencio atroz.
Debora es la primera en salir de la parlisis colectiva. Vuelve corriendo a la Sala Rosa y se
pone a aporrear las teclas del piano. Poco a poco empieza a coger ritmo y todo el teclado entona
las notas de protesta de la vieja cancin juda que la troupe de jvenes actores de la Casa Verde
ha interpretado hace unas horas:
Tseshlogn, tscharget ales
Tsevorfn, jedes bazunder
Fun kjasanim kales
Fun muters kleine kinder
Shrait, kinder, shrait aroif.
Shrait hecher ahin dort;
Vekt ir dem tatn oif.
Vos shloft er kloimersht dort?
Far dir herstu veinen, klogn
Kinder fun der vig
Zei betn doch, du zolst zei zogn:
Oi, es zol shoin zain genug! [6]
Kazimir marca el ritmo con fuertes golpes de tambor. En el centro de la sala los ms
pequeos giran en una danza cada vez ms frentica. Natasza Maliniak se tapa los odos con las
manos y chilla a pleno pulmn, mientras Liba y Sara trepan al piano y desde arriba juegan a
atrapar las manos de Debora, como si se asomaran al borde de una fuente y trataran de cazar
mariposas.
A Rosa le viene a la memoria que Chaja suele guardar la copia de la llave del despacho en
uno de los cajones de la cocina. Cuando regresa con ella en la mano, ve a Werner Samstag
tumbado boca arriba en el suelo junto a la puerta del despacho. Tiene los pantalones
desabrochados y se masturba con unos movimientos largos y espasmdicos de la mano derecha,
mientras los dedos de la izquierda se abren y cierran como un corazn palpitante. La mirada del
chico se cruza con la de Rosa antes de que esta comprenda lo que est haciendo, y ella le ve
sonrer en medio de su prolongado ascenso hacia el orgasmo: una sonrisa brillante y hmeda de
saliva, sin ningn pudor y llena de la certeza del iniciado.
Despus sucede, aquello que en todo momento ha sabido que iba a suceder. Al levantar la
vista, ve que el afinador de pianos ha vuelto a encaramarse a la escalera. Tiene la cara negra
como de barro, o como si alguien le hubiese restregado tizne por todo el rostro menos por ojos y
labios. Ve claramente que es mucho may or de los quince o diecisis aos que ella hasta ahora le
supona: un gnomo, un nio que ha dejado de crecer, envejecido prematuramente en el cuerpo
de un adulto. Pero con unas manos muy hbiles. En solo dos segundos, utilizando los diapasones
de sus sacos de lona, consigue otra vez hacer cortocircuito en el timbre de la puerta y la seal
estalla como una onda de choque acstica que se propaga por toda la casa
Riiiiiiiiiiiii-iiiiing
y entonces es como si toda la tempestad amainara.
De repente, el Presidente vuelve a estar entre ellos. Tiene la cara muy roja y el traje, siempre
tan meticulosamente pulcro, est arrugado y sin abrochar.
Parece que han llamado, no?
Ms que afirmarlo, lo pregunta. Es evidente que no sabe qu decir.
A travs de la puerta entornada del despacho del director Rubin, Rosa ve la palangana
esmaltada que le haba llevado Chaja Mey er volcada en medio del cuarto, el agua desparramada
en charcos a su alrededor. De Mirjam, que estaba con l ah dentro, no hay ni rastro.
Director Rubin, dice el Presidente.
Da la impresin de que su necesidad ms imperiosa es pronunciar un nombre al que
aferrarse en su confusin. Pero, en cuanto lo pronuncia, parece de repente haber tomado una
decisin, y entonces repite la orden, esta vez con renovada autoridad:
Director Rubin, venga conmigo!
Agarra el pomo y espera a que el director Rubin entre con l; luego cierra de nuevo la puerta
con llave.
Chaja, la cocinera, es la primera en recuperarse. Con dos zancadas se planta junto al piano y
aparta bruscamente las manos de Debora de las teclas. Mientras tanto, Rosa Smoleska se
arrodilla junto a Werner Samstag, que sigue tumbado en el suelo con los pantalones
desabrochados, y pese a que el chico es casi el doble de alto que ella, consigue echarse al
hombro el desmaado cuerpo y, subiendo de espaldas la escalera, llevarlo a los dormitorios del
piso de arriba.
En medio del alboroto que se produce a continuacin, nadie se acuerda de Mirjam. De hecho,
no es hasta mucho despus de que Rosa y Malwina hay an conseguido acostar de nuevo a todos
los nios cuando se dan cuenta de que falta Mirjam.
La buscan por toda la casa. Incluso en la carbonera del stano, donde el afinador de pianos se
ha montado una especie de guarida y duerme bajo un par de mantas roosas. Ms tarde, en
medio del agua derramada bajo el escritorio del doctor Rubin, Rosa encuentra el lbum de
bienvenida, con las ilustraciones cuidadosamente coloreadas de Hagar y Lot arrancadas y
hechas trizas.
alegando que ella no era la mujer que l crea que era, y que desde luego no estaba en venta.
El Presidente se puso tan furioso por esta premeditada traicin que orden inmediatamente a
Dawid Gertler que efectuase un registro en casa del joven Bronowski. Durante dicho registro,
Gertler encontr nada menos que diez mil dlares americanos en diversos escondrijos de los
numerosos armarios y cajones secretos que haba en la casa. El joven jurista en quien el
Presidente haba depositado su confianza para combatir la corrupcin en el gueto haba resultado
ser el ms corrupto de todos. En vista de la gravedad del delito, Rumkowski decidi presidir la
causa personalmente, y el acusado fue sentenciado a seis meses de prisin, seguidos de
deportacin del gueto, por robo, falsificacin de documentos y aceptacin de soborno.
Dos das ms tarde, la joven Ry wka Tenenbaum se colg de una caera detrs de la sala del
tribunal de la calle Gnienieska, uno de los pocos edificios del gueto provistos de agua corriente e
inodoro con cisterna.
***
Por lo que respectaba al Presidente, no se trataba tanto de una cuestin de donjuanismo como de
poder y derecho de posesin. Del mismo modo que el tribunal y el banco eran su tribunal y su
banco, y cada colectivo y cada punto de distribucin eran su colectivo y su punto de distribucin,
tambin cada mujer del gueto era ante todo suya y de nadie ms.
Solo con verlo, las empleadas ms curtidas de sus oficinas crean poder adivinar si el Decano
haba conseguido algo la noche anterior o no. Se le notaba en el humor. Poda ser dulce como
un corderito si se haba salido con la suy a. Adusto, sarcstico, malvado si le haban dado
calabazas. Algunas crean incluso poder predecir su estado de nimo segn el grado de sumisin
que las elegidas hubiesen mostrado a lo largo del da. La benevolencia del Presidente dependa
siempre de la disposicin de una mujer a complacerlo. Por el contrario, cuando era rechazado,
nadie poda mitigar la fuerza y el mpetu de sus arrebatos de clera.
Su clera era como el borde oscuro de un amenazador nubarrn de tormenta. Los ojos se le
achicaban, la piel bajo el mentn tremolaba; gotas de saliva salan disparadas de sus labios.
Solo una persona lograra finalmente domar esos estallidos de clera.
Esa persona se pone ahora en pie en la parte de la defensa situada al extremo de la larga
mesa:
No debemos olvidar, dice Regina Wajnberger al tribunal que se ha reunido para dictar
sentencia en el caso Bronowski, que lo que se est juzgando aqu no es una cuestin de robo o
estafa, sino que se trata de un tpico caso de crime de passion; as es como debe plantearse, y as
como debe ser juzgado.
El Presidente mira con incredulidad a la joven abogada que representa a Bronowski. No
puede ser mucho may or que su defendido; adems, es tan bajita que da la impresin de que
tenga que ponerse de puntillas para asomarse a su propio rostro. Pero la incredulidad del
Presidente se basa sobre todo en lo siguiente: en el hecho de que hay a una sola persona en el
gueto que se atreva a reivindicar el Amor en un lugar donde solo rigen la traicin y la codicia. Es
como un milagro. Es como si esa extraordinaria mujer, con una sola palabra, hubiese conferido a
su vida y a su obra un nuevo sentido.
Regina Wajnberger era una de esas personas de las que suele decirse que tienen un alma resuelta
pero un corazn sumiso. Ella saba que para poder llegar a alguna parte en el gueto haba que
apuntar a lo ms alto, y desde el principio se haba hecho ilusiones de poder cazar al Decano.
Pero Regina tena tambin un hermano, y ese hermano no se dejaba manipular tan fcilmente.
Benjamn, o Benji como se le conoca, deba ser contemplado como una Ley en s mismo. No se
someta a los dictados de nadie, y menos an a los de su ambiciosa hermana; ella, por su parte, le
corresponda con un amor incondicional que no se asemejaba a ningn otro amor del mundo.
Benji era alto y delgado, con una cabellera espesa y prematuramente encanecida que se
apartaba una y otra vez de la cara con sus dedos largos y huesudos. Por lo general se le poda
encontrar en alguna esquina arengando a un pblico ms o menos nutrido sobre la necesidad de
que ciertos dignatarios del gueto asumieran la responsabilidad de sus actos y empezaran de una
vez por todas a predicar con el ejemplo; y con un malicioso, casi gozoso, brillo en los ojos,
aada:
Y desde ahora cuento tambin entre esos dignatarios a mi llamado cuado!
Y el gento que rodeaba al solitario larguirucho estallaba en carcajadas. Se rean tanto que se
tiraban literalmente por los suelos; y despus de secarse las lgrimas de los ojos con sus fuertes
puos agarraban a Benji y lo manteaban entusiasmados.
Y por qu se entusiasmaban tanto? Acaso porque por fin haba una persona en el gueto que
no tena pelos en la lengua y se atreva a decir lo que todo el mundo saba pero nadie osaba
proclamar en voz alta? Y porque esas verdades no las deca ningn forastero que estaba de paso,
sino que provena del crculo ms ntimo, de alguien que forzosamente tena que saber la verdad,
del hermano de la joven que l, el Decano, por fin haba elegido como esposa del futuro
cuado del Presidente?
dems amantes. Acaso haba otra alternativa? La mujer a la que el seor Presidente le conceda
el privilegio de estar con l no tena otro remedio que doblegarse ante su voluntad.
Pero eso de casarse era harina de otro costal. El padre de Regina, el abogado Aron
Wajnberger, la haba prevenido repetidamente de las consecuencias de unirse en matrimonio
con aquel fantico para toda la vida, para toda la eternidad. Pero para Regina el gueto era
como una lenta asfixia. Cada da senta cmo se le arrebataba una pequea parte de su vida. Su
anciano padre haba quedado relegado a una silla de ruedas, no tena y a fuerzas para levantarse o
para caminar por su propio pie; y qu sucedera el da en que su padre quien, despus de todo,
era un letrado apreciado y respetado en el crculo del Presidente y a no pudiese sostener su
mano protectora sobre ellos? Y qu sera entonces de Benji?
Mientras tanto, su hermano deambulaba por el gueto siguiendo su tnica habitual, esforzndose al
mximo por minar la posicin que ella haba logrado conseguir para s misma y para su familia.
A Benji le gustaba sobre todo hablar con los judos recin llegados de Berln, Praga y
Viena, que esos das rondaban cada vez ms desesperados por los mercados del gueto. A ellos
poda decirles las cosas tal como eran: que las inminentes deportaciones solo eran el comienzo de
un xodo a escala masiva, y que los alemanes no se daran por vencidos hasta que no quedara un
judo vivo en todo el gueto.
Y que no pensaran los recin llegados que su suerte estaba asegurada por el simple hecho de
haber sido deportados y a una vez, o porque ellos, en calidad de judos alemanes , pudieran
constituir una lite con la que se tendran especiales miramientos:
En este tren todos viajamos en la misma clase, amigos!
El Presidente es el nico que cree que los alemanes harn distinciones con los judos
cabales y cumplidores. Pero la verdad es que nos ven a todos como la misma escoria y si
nos han juntado a todos en un mismo sitio es para poder eliminarnos ms fcilmente.
Cranme, amigos. Eso es lo que quieren. Eliminarnos.
Algunos de los recin llegados pensaban que todo lo que Benji deca era terrible y no queran
or ms. Otros se quedaban y escuchaban con atencin.
Benji era uno de los pocos residentes autctonos del gueto que hablaban de una forma que
podan entender: en un alemn limpio y claro, con el que no solo se poda discutir sobre
Schopenhauer, sino tambin hablar de cosas prcticas como qu haba que hacer para solicitar
una vivienda decente o dnde se poda conseguir briquetas de carbn y parafina. Adems, Benji
pareca tener contactos en los escalafones ms altos de la jerarqua del gueto. Si interpretaban su
verborrea correctamente, al menos obtenan algn indicio de respuesta a las preguntas que les
atormentaban a todos. A saber: cunto tiempo se veran obligados a permanecer all? Y qu
tenan pensado hacer con ellos las autoridades?
Y Benji se lo contaba encantado todo cuanto saba.
Les habl de la Deuda que el Presidente haba contrado con las autoridades cuando se
ampliaron las fbricas del gueto, y de cmo Biebow no paraba de exigir la devolucin de dicha
***
Antes de que se iniciaran las deportaciones a finales del invierno de 1942, el suceso ms
ampliamente comentado en el gueto fue la boda de Mordechai Chaim Rumkowski y Regina
Wajnberger.
La gente hablaba de la opulenta celebracin que se esperaba que el Presidente organizase
para la novia, y de todos los obsequios con que colmara a su familia y a todos los judos del
gueto en agradecimiento por entregrsela en matrimonio. Pero principalmente se hablaba de la
elegida. Se hablaba de lo escandaloso del hecho de que fuera treinta aos ms joven que l, pero
sobre todo de que la novia fuera uno de ellos , lo que implicaba que cualquiera podra haber
sido la escogida para, de la noche a la maana, ocupar tan prominente lugar junto al poderoso
anciano. Muchos vieron en la imagen de la joven y aparentemente indefensa Regina un medio
de escapar al cautiverio y toda la degradacin que nadie haba credo posible hasta entonces.
Sin embargo, los parientes del Presidente no se mostraron tan entusiasmados. La princesa
Helena haba suplicado repetidamente a su marido que hiciera entrar en razn a su hermano
Chaim. Y como esto no surti efecto, se fue derecha al rabinato para pedir que se revisara la
validez jurdica de tal matrimonio. Argumentaba que la mala pcora como denominaba a
Regina se haba propuesto seducir deliberadamente a un hombre viejo y desvalido, que
adems estaba mal del corazn y por tanto no era probable que sobreviviese a las emociones que
el matrimonio con una mujer treinta aos ms joven pudieran comportar. Pero el Presidente
afirm que en ningn momento se haba planteado la posibilidad de cambiar de opinin, y
tampoco tena intencin de hacerlo ahora. Deca de Regina que era la primera mujer con la que
haba intimado que no le haba hecho sentirse avergonzado. En su deslumbrante sonrisa perciba
una inocencia que le redima de sus anteriores depravaciones, y una noble pureza que le incitaba
a asumir nuevos deberes. Solo una cosa le preocupaba: el temor a que el delicado cuerpo de la
joven no pudiera soportar el peso de la natura que tena intencin de darle. En los ltimos tiempos
haba pensado cada vez con ms frecuencia en que sus deberes no solo incluan disciplinar y
educar, sino tambin garantizar que su herencia fuese transmitida a la siguiente generacin. En
marzo de ese ao, 1942, cumplira sesenta y cinco aos. As pues sostena, no sin razn, que no
poda perder tiempo en traer al mundo al hijo con el que siempre haba soado.
El enlace, oficiado por el rabino Fajner en la antigua sinagoga de la calle agiewnicka, fue
una ceremonia sencilla, con Rumkowski vistiendo un traje de terciopelo de tres piezas y la novia
tan delicada y bella bajo su velo blanco como una lluvia de may o. En el transcurso de solo unas
horas, el Presidente y su joven esposa recibieron nada menos que seiscientos telegramas de
felicitacin enviados desde todos los rincones del gueto, y frente a las puertas del hospital en que
el Presidente tena por entonces su residencia en la ciudad , cientos de kierownicy, jefes de
administracin y representantes de la Polica del Orden y el Cuerpo de Bomberos hicieron cola
para entregar personalmente los regalos sin los cuales, por supuesto, no se habran atrevido a
presentarse. Tambin la princesa Helena y su squito haban considerado prudente dar su brazo a
torcer y cambiar de bando, por lo que ahora se les vea de pie junto a la puerta sonriendo a los
invitados; el propio administrador de la princesa, el seor Tausendgeld, se haba encargado
personalmente de preparar una mesa para los regalos, en la que se fueron amontonando los
obsequios y los telegramas de felicitacin.
Tambin Benji estuvo presente. Se paseaba por all, plido y sereno, pidiendo a todo el mundo
que le diera un trozo de pan y vertiera unas gotas de sus copas de vino en un cuenco que sostena
contra el pecho. Cuando el cuenco estuvo lleno sali al patio, donde, pese al glido viento, una
multitud de curiosos se haba congregado para presenciar desde lejos el acontecimiento. Todos
los invitados a la boda pudieron ver desde las ventanas cmo el hermano de la novia, con sus
pantalones demasiado cortos ondeando alrededor de los tobillos, reparta pan y vino entre los
pobres del gueto.
Y los que tuvieron el buen juicio de avergonzarse se avergonzaron.
El resto sigui bailando al son de la msica de gramfono prohibida.
En cambio, Regina no se avergonz. Era fsicamente incapaz de avergonzarse de su hermano.
Ms tarde, el Presidente le dijo a su esposa que haba reservado una plaza especial para Benji
en el sanatorio de la calle Wesoa. Tal vez una temporada en una casa de reposo le calmara
y le hara sentirse por fin en paz. Regina le pregunt a su marido si poda confiar en su palabra. l
contest que, si tan poco se necesitaba para hacer feliz a su amada esposa, eso era lo menos que
poda hacer.
***
Sin embargo, la causa principal de todo este asunto de las mondas haba sido Maman.
Cada maana, antes de irse al hospital, el doctor Schulz colgaba la solucin salina de su propia
invencin de un soporte que Martin haba fabricado con perchas viejas, y despus introduca el
catter conectado al cuentagotas en una vena de la mueca derecha de Maman.
De ese modo poda administrarle el suero nutritivo por va intravenosa.
Vra describe en su diario cmo el cuerpo de su madre daba sacudidas a causa de una
extraa fiebre, y que por sus poros exudaba un sudor denso y maloliente que le provocaba
hinchazn y rojez en el rostro. Pero, pese a los efectos secundarios, fue como si Maman
recuperara parte de su antigua energa e impulsividad. En esos momentos de exaltacin, segua
plenamente convencida de que nunca haba abandonado su antiguo piso de la calle Mnesova.
Una tarde le dijo a Vra que sospechaba que haba nazis checos escondidos en el apartamento, y
que por las noches, mientras toda la familia dorma, se dedicaban a redactar despachos secretos
a Berln en la mquina de escribir porttil de Vra.
Antes de salir de Praga, madre e hija tuvieron una discusin a causa de dicha mquina. Vra
haba insistido en llevrsela, y a que saba que tarde o temprano se vera obligada a buscar un
empleo; Maman se haba opuesto.
Es que se ha vuelto loca o qu? Esa maldita mquina pesa al menos quince kilos!
Eran sus palabras de ahora un sutil intento de vengarse por haber tenido que claudicar ante su
hija?
Sin embargo, cuando Vra se sent con Maman dentro del cuartito, tambin pudo or
claramente el tableteo de teclas martilleando sobre el estrecho rodillo de una mquina de
escribir.
Alz la vista al techo y vio un enjambre de cucarachas grande como un nido de avispas
colgando de la trampilla de ventilacin, y los repugnantes bichos, uno a uno, iban cay endo al
suelo con sus duros caparazones, clic, clic, clic: hacan el mismo sonido que las teclas al golpear
el rodillo
Para esa poca, las autoridades haban decretado y a el apagn forzoso.
A ltima hora de la tarde, Martin o Josel tapaban las ventanas de la cocina con una chapa
metlica para evitar que la luz se filtrara al exterior.
Pero los nios no se atrevan a tapar la trampilla del cuartito de Maman, pese a que por ah
entraban todos los bichos. Cuando la puerta estaba cerrada, era la nica fuente de luz de que
dispona.
As pasaban las noches, en su mugrienta cocina sin caldear en medio de una desconocida
ciudad polaca, escuchando el lejano estruendo de lo que Josel deca que eran bombarderos
aliados de camino a Alemania, y desde la oscuridad de su cubculo Maman susurraba que estaba
segura de que esta vez las operaciones de desembarco de los aliados tendran xito, y que la
prxima vez que saliese para ir a comprar rohliky frescos en la panadera de la esquina, se
encontrara con que hasta el ltimo de los odiosos nazis haba sido expulsado de Praga.
Confusin lingstica
Ya lo s. Fue una terrible equivocacin , como dijeron pap y mam, traerme la
mquina de escribir. Pero no vea qu sentido tena gastarse 150 Kc en una mquina
porttil en buen uso para luego tener que dejarla en consigna , que habra sido lo
mismo que regalrsela a los alemanes.
Seguro que tambin se necesitaran secretarias all donde bamos. d es, como
Martin nos explic a todos, una ciudad alemana.
Cunta razn tena y o! Y qu equivocada estaba!
En las oficinas de aqu, cmo no, se utilizan mquinas de escribir polacas; qu imbcil
haba sido al creer que podra conseguir un empleo Por lo que he podido entender, los
teclados no llevan las letras alemanas; en lugar de la e alemana tienen la polaca o una
, y en lugar de la L normal tienen una .
Y en lo que respecta a la lengua hablada, todava es peor. Es como vivir en medio de
un enjambre de abejas. Por todas partes se habla polaco, y idish, hebreo. La nica lengua
que no se habla es el alemn. Es la lengua de los ocupantes, del enemigo: de los alemanes.
Si eres germanoparlante o checoparlante, aqu te sientes completamente aislado; no
tienes la menor idea de lo que se est discutiendo a tu alrededor. Eso hace que me sienta
una completa analfabeta
Esto era a comienzos de 1942. Las operaciones de realojamiento, como se denominaba a las
deportaciones, y a estaban en marcha.
Para muchos judos alemanes, la congoja por verse obligados a vivir en tan miserable
situacin haba dado paso a un sordo terror por lo que podra esperarles en adelante. Circulaban
rumores de que en las listas de deportados tambin haba judos occidentales, lo cual a muchos les
pareca algo totalmente absurdo. Es que nunca iban a acabar las desgracias?
En esos meses de invierno haca tanto fro que Martin tena que picar el hielo que se formaba
en la superficie del pozo para poder subir agua al piso. Vra se pona a gatas e intentaba restregar
la suciedad incrustada en el suelo, pero el agua estaba tan helada que las manos se le entumecan
e hinchaban, y despus senta un dolor espantoso en las articulaciones. Tendan la colada en un
cordel entre el tubo de la cocina y el pomo de la puerta del cubculo de Maman, pero la ropa
apenas se secaba y, por mucho que se esforzaran por caldear el cuarto, el fro les calaba hasta
los huesos.
Pero, ms que el fro y la humedad, era el hambre lo que converta sus vidas en un tormento
continuo. La piel del vientre y de alrededor de muecas y tobillos se hinchaba y se volva
edematosa, fina; la flojera se instalaba como un peso en todos los miembros. Despus de unos
das alimentndose nicamente a base de una sopa que apestaba a amonaco, la debilidad se
converta en aturdimiento y el aturdimiento, a su vez, en una especie de mana obsesiva. Hora
tras hora, minuto a minuto, Vra no tena otro pensamiento en la cabeza que comer. Pensaba en
el pan recin horneado que Maman traa a casa por las maanas, con su dura, crujiente y olorosa
costra, y tan fresco que te calentaba la palma de la mano al partirlo; o en el delicioso aroma a
ajo de la carne de buey guisada que su ama de llaves les preparaba los domingos, con bolitas de
patata hervida amasadas por ella misma en una gran artesa enharinada y servidas despus con
un poco de mantequilla; o en los autnticos palainky que se les daba a los nios cuando volvan
del colegio, con nata y confitura; o en las fuentes cargadas de cukrovinky, pastitas de vainilla y
nueces con forma de bolas o rosquillas, que siempre se servan en Januc. Ninguna de esas
fantasas haca lo ms mnimo por aliviar su tormento; al contrario, en sus entraas la bestia del
hambre enloqueca an ms. Adems, Arnot no transiga de ningn modo: cualquier resto de
comida que pudieran conseguir, por mnimo que fuera, tena que ser para Maman.
Constantemente les hablaba a Vra y sus dos hermanos de Maman.
Y as, hablar de Maman se convirti en un modo de evitar hablar del hambre. Acab por
convertirse en la nica manera de apaciguar el sufrimiento del propio organismo: hablar y
pensar continuamente en alguien que sufra ms que ellos y que tena an ms hambre.
Dbil, mortificada por el dolor y el hambre, Vra se arrastraba a diario junto con otros miles de
trabajadores por los profundos y sucios surcos que se formaban en la nieve en mitad de la calle.
La fbrica de alfombras en la que haba conseguido empleo como secretaria polaca se
hallaba en un pasaje ady acente a la calle Jakuba. Antes de que se cerrara el gueto tena que
haber habido una lechera o algo parecido en el edificio, porque en el revoque gris todava se vea
la marca de las letras del antiguo letrero (aunque y a haba sido retirado): M l e k o, se lea en
unas cursivas oscurecidas sobre una hilera de tres ventanas de escaparate bastante profundas,
cuy as lunas estaban rotas aunque el fondo haba sido meticulosamente oscurecido con cartn.
Un magro consuelo en medio de tanta desgracia era que sus conocimientos de mecanografa
al final haban resultado de utilidad. En vez de trabajar en los telares, le haban asignado un puesto
en una pequea cabina o, mejor dicho, un espacio parcialmente tabicado, contiguo al despacho
del director Moszkowiski, donde se pasaba todo el da mecanografiando largas listas de material y
facturas extendidas al Centraler Arbeits-Ressort, que eran firmadas por el seor Moszkowiski al
final de la jornada.
A un escaso palmo de distancia de su oficina abierta, haba tres telares con unas viaderas que
llegaban hasta el techo y de las que colgaba la urdimbre de las alfombras; los tejedores estaban
sentados en hileras en unos bancos largos, hombres y mujeres en parejas o en grupos de cuatro.
El capataz se llamaba Gross; pasendose arriba y abajo como el jefe de galeotes de una galera
romana, marcaba el ritmo golpeando con un palo de madera los marcos de los telares, y,
hostigadas por la vara, las manos de las tejedoras giraban y giraban y giraban, pasando la canilla
con el hilo de la trama a travs de la urdimbre, y pisando con la planta de los pies las crcolas
que hacan subir y bajar las viaderas para mudar los hilos y para que la lanzadera volviera de
nuevo; las viaderas sonaban:
Lanzar, recibir; pisar.
El aire flotaba denso y viciado por el tamo.
Nubes de pelusilla hmeda que te atoraban la garganta como un asfixiante calcetn de lana,
haciendo que la faringe se hinchara y se obturaran los conductos nasales y auditivos.
Si Vra, sentada tras su tabique protector, apenas se atreva a respirar por miedo a que sus
pulmones se llenaran an ms de aquel polvillo sucio y rancio, cmo deban de sentirse los
tejedores? Pero los operarios del gueto no eran ms que el trabajo manual que realizaban: eran
meros pies y manos que, durante diez horas diarias, pisaban las crcolas y enviaban las
lanzaderas como si el mundo dependiera de que aguantasen ese ritmo, un ritmo que, en
circunstancias normales, nadie habra sido capaz de mantener.
A las doce se serva mittags en la sastrera de la calle Jakuba. No se serva a travs de una
ventanilla propiamente dicha, sino que era ms bien una simple ventana en la planta baja de un
bloque de viviendas normal. Desde dentro, una mano apenas visible iba vertiendo cucharones de
sopa en las escudillas y tazones que la gente alargaba.
Dos cucharones para la gente de confianza, es decir, aquellos a los que la seora que serva la
sopa conoca o que de algn modo se haban ganado su favor. Un cucharn para todos los dems,
incluida Vra. Esta reciba tambin, a cambio de mostrar su cupn de comida, una rebanada de
pan negro y seco sin margarina. Siempre tenan que esperar su turno. Se serva primero a los
trabajadores de la sastrera de uniformes del nmero 12 de la calle Jakuba. Tenan prioridad en la
cola de la sopa, porque cosan para el ejrcito alemn.
Fue mientras esperaba en la cola a que la pani Wydzielaczka acercara el cucharn a su escudilla
cuando Vra cay en la cuenta de que las deportaciones y a estaban en marcha. Primero fue una
de las tejedoras la que anunci que les dejaba , sorprendiendo a todos sus compaeros de
trabajo con la manera solemne en que les estrechaba la mano y les deca adis, mientras el
seor Moszkowiski, el capataz Gross y los dos policas de la Wirtschaftspolizei del gueto
designados para controlar que no se robara nada apartaban la vista o la bajaban al suelo, rojos de
vergenza. Que se supiera que tenas trabajo y vivienda en el gueto por misericordia era una
cosa; dejar constancia de ello ante todo el mundo era otra muy distinta.
Al da siguiente, la pareja de trabajadores polacos que vivan en el cuarto contiguo al suy o
tambin se haba marchado. Cuando Vra volvi esa noche de febrero del resort del seor
Moszkowiski, se cruz en el recibidor con otra familia distinta, aunque tenan una hija casi
idntica: tambin con el pelo recogido en trenzas y con la mirada clavada en el suelo. A Vra le
dieron ganas de preguntarle si saba qu haba sido de la otra nia, Emelie, como si el hecho de
que fuesen tan parecidas implicara que supieran algo la una de la otra.
Pero cmo iba a saber nadie lo que estaba ocurriendo en realidad? En tiempos como
aquellos nadie se preocupaba de otra cosa que de tener el tazn de sopa lleno, a ser posible con
dos cucharones; y de que la fina rebanada de pan que les daban para comer les durase al menos
una o dos horas antes de que los atroces espasmos del hambre comenzaran de nuevo.
Haba noches en que Vra apenas era capaz de moverse, en las que las tazas y los platos se le
caan de las manos como si estas no fueran ms que meros objetos inservibles.
Martin y Josel la ay udaban a fregar el suelo de la cocina, que a ella siempre le pareca igual
de mugriento. Entre todos, lavaban y tendan la ropa.
Pero, aun as, el dolor no remita. Era como si una rigidez glacial se hubiese incrustado en las
articulaciones que permitan a los huesos flexionar y arquearse. De noche senta como si todo su
esqueleto se hubiera convertido en un nico bloque de hielo; un cuerpo de dolor hecho con lo que
quedaba de s misma, haciendo que sus pensamientos se dirigieran a donde nunca habran ido por
propia voluntad: a Mary sin, donde Emelie y su familia y otros miles de residentes del gueto
arrastraban los pies por la nieve cargando con lo que poco que haban podido recoger a toda prisa
en sacos y bultos liados a la cintura o a la espalda.
De camino adnde? Nadie lo saba.
la plaza Bauty con el equipaje que los deportados haban sido obligados a abandonar volvan
ahora cargados hasta los topes con cadveres rgidos por la congelacin.
sus puertas a las ocho en punto, ms de cien solicitantes, a los que se conoca como petenter,
guardaban y a cola para ser atendidos.
En algunos casos especialmente delicados, se saba que Shlomo Hercberg visitaba
personalmente la vivienda del solicitante. En el gueto haba una expresin especfica para
referirse a esas visitas. Se deca que nadie se libraba de su tnojim a menos que supiera besar a
Hercberg .
Tnojim (contrato matrimonial) era el nombre que se daba a los formularios que la Comisin
de Realojamiento enviaba a los seleccionados comunicando la fecha y hora en que tenan que
personarse en la estacin de trnsito. En algunos casos, Hercberg acceda a posponer la fecha de
partida por un tiempo. Pero el precio de esa moratoria era elevado. Y el de obtener un permiso
para quedarse en el gueto por tiempo ilimitado, si algo as poda imaginarse, era mucho ms alto,
y el pago tena que efectuarse siempre en efectivo.
El antiguo maquinista de cine Shlomo Hercberg tena grandes perspectivas de amasar una
considerable fortuna en un muy corto espacio de tiempo. Pero algo debi de fallar en sus
clculos.
O quiz alguien con plejtses an ms poderosos que los suy os decidi denunciarle.
La maana del 13 de marzo de 1942 la carrera triunfal de Shlomo Hercberg toc a su fin. En
un golpe de mano, la Kripo registr dos de las viviendas de Hercberg: su domicilio habitual de la
calle Drukarska y la residencia de verano en Mary sin. Tambin irrumpieron en las oficinas de la
calle My narska y forzaron las celdas de la Prisin Central que Hercberg haba hecho cerrar y
sellar. En la siguiente relacin figura todo lo que la polica criminal alemana encontr en el cine,
aparte de 2 955 Reichsmarks en dlares americanos metidos en viejas cajas de zapatos, y los
murales de actores famosos y mujeres desnudas firmados por el artista Hirsch Szy lis, que, a
juicio del tesorero alemn, no tenan ningn valor :
10 kg de tocino (salado)
60 kg de jamn (salado, curado, adobado)
12 barriles de sauerkraut
120 kg de harina de trigo y de centeno (en sacos)
150 kg de azcar
24 cajas de dulces y mermelada
32 botellas de coac + vodka
40 lenguas de buey en adobo
1 caja de naranjas
242 pastillas de jabn perfumado
262 cajitas de betn (an con su envoltorio)
Para entonces, Adam Rzepin y a trabajaba en el muelle de carga y descarga de la estacin de
Radogoszcz, en el puesto que le haba conseguido su to Lajb; y esa glida y gris maana acababa
de terminar su turno cuando vio aparecer un coche de la Gestapo que custodiaba al hombre que
haba sido la mano derecha de Rumkowski, el comandante de la prisin y jefe de polica que
haba secuestrado y violado a su hermana.
de adnde haban sido trasladados los deportados. Se deca que haban sido enviados a la ciudad
de Chemno, en el distrito de Warthbrcken, Kulmhof en alemn. Tras evacuar a la poblacin
alemana, se haba creado un campamento de barracones de un tamao similar al de los campos
de trabajo que se haba planeado construir en un principio a las afueras de Lublin. Segn la
Gestapo, cien mil judos del Warthegau estaban alojados ( verlagert) all, entre ellos los cuarenta
mil que y a haban sido evacuados de Litzmannstadt. Las condiciones de vida, segn decan, eran
sumamente buenas. Se servan tres comidas al da; todos los que se consideraban a s mismos
aptos para el trabajo podan realizar tareas poco pesadas por salarios decentes. Se deca que los
hombres se dedicaban fundamentalmente a reparar carreteras, mientras que las mujeres
realizaban trabajos agrcolas.
El rumor acerca del campo de trabajo en Warthbrcken corri como la plvora, y pronto
todo el mundo estuvo al tanto de cul era la versin oficial, aunque nadie se la crey . Puede que
los deportados todava siguiesen vivos y en un campo de trabajo en algn lugar del Wartheland o
del Generalgouvernement. Pero seguro que no estaban en un campo de trabajo recin creado en
Warthbrcken.
***
Ya desde el amanecer se formaba a las puertas del comedor pblico de la calle My narska una
larga cola de personas que esperaban para ser selladas . La may ora eran judos alemanes de
los colectivos: hombres, mujeres y nios indistintamente, y a que los encargados de los
transportes haban ilcito que solo los que se sometieran de forma voluntaria al examen mdico
tendran derecho a presentar sus cupones para obtener su racin de sopa diaria.
En la entrada la cola se divida en dos, una masculina y otra femenina.
Los hombres avanzaban arrastrando los pies por la planta baja hasta llegar al mostrador del
fondo, donde normalmente estaban las seoras que repartan la sopa con sus grandes peroles,
pero donde ahora les esperaban unos mdicos de aire grave con bata blanca. Mientras sus
cartillas de trabajo eran examinadas, los varones giraban el torso a un lado y a otro a medida que
eran palpados por los meticulosos dedos de los doctores; finalmente, el mdico jefe les
estampaba un sello impregnado en tinta azul en el pecho, la espalda o la cintura.
Los sellos seguan un patrn alfabtico; iban desde la A que significaba totalmente apto para
el trabajo hasta la E o la L, que significaba intil para cualquier tipo de trabajo.
Al cabo de cinco das, la comisin mdica haba sellado e incluido en sus listas a un total de
9 956 de las veinte mil personas que tena previsto examinar, y haba empezado tambin a
remitir a los internos de los hospitales y casas de reposo a los puestos de revisin mdica. Al da
siguiente, las autoridades tomaron la decisin de iniciar tambin la evacuacin de los judos
de Europa occidental.
En un discurso pronunciado poco despus de emitirse esta orden, Rumkowski dijo:
Todos conocis tan bien como yo el viejo proverbio judo que afirma que la verdad
es la mejor mentira. As pues, os dir la verdad: a todos los judos de Praga, Berln y
Viena que abandonen ahora el gueto se les proporcionar trabajo en otros lugares. Las
autoridades me han dado su palabra de que ninguna vida corre peligro y de que todos
los judos que abandonen el gueto estarn a salvo.
Pero quienes empaquetaban en bultos y maletas los diez kilos escasos que les era permitido
llevarse se hacan una pregunta perfectamente lgica: si y a les haban examinado y calificado
como aptos para el trabajo, por qu molestarse en deportarles solo para ponerles a trabajar en
otro lugar?
Luego empezaron a llegar los transportes de Brzeziny y Pabianice, y poco despus los
convoy es de camiones cargados de ropa y zapatos usados, y las raicillas de la mentira afloraron
a la luz.
S bado de may o; una lluvia pertinaz cuelga del cielo en largos y plidos lienzos. Bajo la extraa
luz cerlea, acuosa y fra del patio de la Comisin de Realojamiento de la calle Ry bna, esperan
un centenar de personas, apiadas en una masa compacta de hombros rgidos y manos hundidas
en gastados bolsillos de abrigos.
Llevan semanas acudiendo all, desde el da en que se anunci que tambin los judos
occidentales que todava no hubieran encontrado trabajo seran evacuados. El Presidente no
paraba de insistir en sus discursos en la poca disposicin para el trabajo de los recin llegados.
Con voz temblorosa, los tildaba de flojos y parsitos que se negaban a trabajar, y deca que haca
y a tiempo que quera ajustar cuentas con ellos, pero que las deportaciones de los residentes
antiguos se lo haban impedido. Ahora, sin embargo, haba llegado el momento.
Muy pronto, declamaba desde su tribuna; muy pronto tambin os llegar a vosotros la hora
del Juicio Final!
A los judos checos y alemanes, los agresivos ataques que el Presidente diriga contra ellos
parecieron cogerles totalmente desprevenidos. De la noche a la maana, la Oficina Central de
Empleo de la plaza Bauty y la oficina de la Comisin de Realojamiento en la Fischgasse
(Ry bna) se inundaron de gente de los colectivos que buscaba trabajo; o que afirmaban poder
demostrar que ya lo tenan; o que portaban certificados que demostraban que estaban tan
enfermos que era imposible que pudiesen afrontar un traslado como el que y a haban sufrido
haca poco, lo cual verificaban presentando certificados mdicos y cartas de recomendacin de
todo tipo, tanto de amistades como de antiguos empleadores.
Durante las ltimas semanas, el propio Arnot Schulz haba estado recibiendo visitas de un
montn de viejos conocidos de la congregacin juda de Praga, hombres que antes apenas le
saludaban pero que ahora insistan en que les firmara una serie de certificados que, segn decan,
eran su nica esperanza de salvacin.
Haba una mujer en concreto que haba ido a verles varias veces: Hana Skoapkov, una juda
checa unos aos ms joven que Vra, y que perteneca a una de las familias con las que haban
compartido sala en el colectivo. Ahora el padre, la madre y el hermano may or de Hana haban
recibido la notificacin de que estaban en la lista, y solo la hija, que era la nica que tena
empleo, poda quedarse. Vra ay ud a la desesperada Hana a redactar instancias en su mquina
***
En el gueto se respiraba una atmsfera de inminente partida. En las esquinas y aceras, desde la
plaza Jojne Pilsher hasta la calle agiewnicka, judos checos y alemanes intentaban vender las
posesiones y bienes que les quedaban. No haca mucho, los recin llegados de Praga,
Luxemburgo y Viena haban pagado con flamantes Reichsmarks a porteadores para que
cargaran el equipaje que haban llevado consigo al gueto. Ahora todos esos objetos antes
indispensables eran solo un pesado lastre, que no valan ms que el forro de los costosos abrigos
de invierno que ofrecan en venta a los transentes.
A ninguna de las partes que mercadeaban ahora en las aceras les interesaba el dinero. Los
que vendan lo hacan a cambio de comida; y los judos autctonos que regateaban por las
mercancas traan consigo sus balanzas, en las que pesaban cuidadosamente las cantidades de
harina, azcar o copos de centeno de las que estimaban que podan prescindir a cambio de un
buen abrigo de invierno o de un par de zapatos no muy gastados.
De algn lugar en medio del gento, Vra oy una voz que la llamaba por su nombre.
Un poco ms abajo de la calle vio a un joven saludndola, haciendo aspavientos con los
brazos. Fue as como le reconoci, por su porte:
Schmied, as se llamaba. Hans Schmied. Aus Hamburg.
En las semanas que siguieron a la llegada de los transportes, l y unos cuantos judos
alemanes de Colonia y Frankfurt acostumbraban a pasarse por la antigua escuela pblica de la
Franzstrasse para charlar un poco con los judos checos que se alojaban all.
El pretexto era intercambiar noticias, ese sempiterno was Neues del gueto, o establecer
valiosos contactos en su constante bsqueda de comida. Pero la verdad es que sobre todo estaban
interesados en cortejar a las mujeres y, por algn motivo, Schmied se haba fijado enseguida en
Vra.
Y no se puede decir que todo en la apariencia del seor Schmied jugara en su contra. El
mismo Dios que al nacer haba dado a sus hombros un giro de ciento ochenta grados tambin
haba otorgado a su rostro ovalado un aire aristocrtico, con las estrechas aletas de la nariz y las
comisuras de los labios tirando siempre hacia abajo. Incluso las contadas veces en que dejaba
entrever una sonrisa, las comisuras se inclinaban en un arco descendente, lo cual induca a pensar
que todo lo observaba con la misma desaprobacin teida vagamente de repugnancia. Su
aristocrtico semblante, sin embargo, se contradeca con su voz. Schmied hablaba sin parar, y de
manera vehemente. Por aquel entonces le cont que casi haba terminado la carrera de
ingeniera electrnica cuando entraron en vigor las ley es raciales. Dos aos ms tarde deportaron
a toda la familia a Litzmannstadt. Pero esta, le explic, conservaba an algunos de sus antiguos
contactos. Su padre, que haba sido dueo de una compaa de transportes en Hamburgo, haba
tenido como clientes a algunos de los ricos fabricantes de tejidos de Litzmannstadt. Y Schmied
haba conseguido alojamiento en casa de uno de esos antiguos clientes, un tal seor Kleszczelski,
que haba sido tan amable de ofrecerle un cuarto propio en su apartamento de la calle
Sulzfelderstrasse.
No se poda decir, le haba comentado Schmied (de forma casi jactanciosa), que las cosas le
estuvieran y endo muy mal en el gueto.
Y sin embargo all estaba ahora, en medio del gento en plena calle; y el mismo traje que
acostumbraba a llevar cuando la cortejaba colgaba ahora de una percha en la verja de hierro
forjado que tena detrs. Ni siquiera se haba molestado en descoser las odiosas estrellas judas
del pecho y la espalda.
As que se marcha usted, seor Schmied, dijo ella.
Era ms bien una constatacin que una pregunta. Vra no saba qu decir.
Pero l no la escuchaba. Apoy una mano en el brazo de ella, se inclin hacia delante y le
susurr que tena algo que ensearle, algo importante. Solo tendra que concederle un cuarto de
hora de su tiempo, a lo sumo, veinte minutos.
Vra mir a su alrededor. Intent explicarle que deba llegar a casa cuanto antes. Que su
Poco despus, Schmied la condujo a travs de un prtico lo suficientemente ancho como para
que pasaran dos vehculos a la vez. Una vez dentro del patio interior, Vra se fij en una tosca
carreta de mano abandonada, apoy ada contra una pared. Tena una rueda de madera con
herrajes de metal, y unos largos varales tambin de madera, astillada y sin pintar. Cuando
mucho ms adelante quiso volver a esa direccin, fue el amplio prtico lo que busc y la
carreta del patio.
Pero para entonces, claro est, y a no quedaba nada de todo aquello, y el prtico le pareci
mucho ms estrecho.
Era el efecto causado por el hambre. Todo lo que no tenas justo delante de los ojos se
borraba inmediatamente de la memoria, y lo nico que quedaba era el ansia vida de comer.
(Era comida lo que quera darle? Pan, quiz algo que le hubiera sobrado y que no poda llevarse
en el viaje?) Posteriormente recordara que, una vez dentro del bloque de viviendas, subieron
varios tramos de escalera sin parar de cruzarse a cada momento con gente que bajaba. En el
primer piso se encontraron con cuatro hombres cargados con una amplia cama de matrimonio,
que ocupaban por completo el rellano. Todo se venda! Por la escalera se toparon con ms gente
bajando mesas y sillas procedentes de los pisos de arriba.
No fue hasta llegar a la ltima planta, donde el espacio entre las paredes se estrechaba y el
techo era tan bajo que apenas podan caminar erguidos, cuando por fin se quedaron solos. Hans
Schmied sac una llave y abri una puerta con relucientes herrajes metlicos.
Se adentraron en la penumbra de una buhardilla, cuy o alto techo estaba sostenido por unas
largas vigas de las que colgaba una especie de cuerda o aparejo. Desperdigados por las esquinas
se vean colchones abandonados y mantas, bajo los cuales asomaban diversos utensilios
domsticos. Schmied se fue directo hasta la pared del fondo, donde se arrodill junto a lo que
pareca una tosca chimenea y, con la hoja de un cuchillo, empez a hacer palanca para separar
algunos ladrillos tiznados. Tras la avalancha de pequeos cascotes y gravilla, apareci una
cavidad rectangular, y en su interior, apenas visible a travs de la polvorienta nube, un receptor
de radio muy simple, hecho a mano.
Lo he construido y o solito explic, con la voz ronca por el polvo y el orgullo. A base de
componentes viejos que Kleszczelski me ha ido proporcionando.
Esto, se inclin hacia delante y seal
Esto es el diodo, y esto de aqu el oscilador.
Y esto, dijo, y sac un mugriento cuaderno, sacudi un poco el polvo de la cubierta y le fue
mostrando una pgina tras otra de anotaciones escritas con una apretada caligrafa:
Esto son las anotaciones de todos los boletines de noticias que he podido captar durante el
ltimo medio ao.
Todo estaba escrito en lenguaje codificado, a fin de que, aun cuando descubrieran la radio,
N oche tras noche llegaban al gueto convoy es de vehculos militares pesados. Quienes vivan
junto a las calles que entraban y salan del gueto hablaban de faros tan potentes que sus haces
desgarraban de parte a parte las cortinas de oscurecimiento, y de cmo el estruendo de los
motores haca retumbar las paredes. Cada convoy estaba compuesto por un mnimo de diez
camiones. Y cada uno de ellos iba cargado con un centenar de sacos de veinte kilos llenos de ropa
hecha jirones y manchada de sangre.
Por las maanas se acordonaba la zona en torno a la iglesia de Santa Mara. En la plaza, desde
el prtico de la iglesia hasta la estatua de la Virgen Mara situada junto a la escalinata que
conduca a la calle Zgierska, se apilaban colchones y sacos llenos de sbanas y mantas.
Ahora la mano de obra se reclutaba directamente en la plaza Bauty .
Unos cincuenta jornaleros cargaban los sacos en carretillas y luego los llevaban al interior de
la iglesia vaca. Empezaron amontonando los sacos con ropa detrs del altar; despus tambin el
espacio entre los bancos se llen de mantas y colchones. Al poco tiempo se haba formado una
pirmide de sacos tan alta que eclipsaba la luz que entraba por los hermosos vitrales
policromados situados sobre el altar, el eco se extingui y la iglesia vaca y desolada se sumi en
la oscuridad.
Ms o menos por entonces empezaron a llegar al gueto los judos de las ciudades vecinas de
Brzeziny y Pabianice. Tambin lo hacan de noche, hacinados en pequeos vagones de
mercancas con las puertas y ventanas cerradas.
En el primer transporte llegaron unos mil judos todo mujeres. En algn momento del
tray ecto las haban separado de sus mandos y les haban arrebatado a sus hijos. Sus relatos eran
confusos e inconexos. Algunas explicaban que los alemanes las haban reunido a todas juntas,
varios cientos de ellas, y las haban obligado a correr hasta la estacin, disparando
despiadadamente contra las que tropezaban o se quedaban rezagadas.
Las supervivientes haban sido encajonadas a base de golpes y empujones en los vagones que
las esperaban. Algunas ni siquiera parecan ser conscientes de haber estado metidas en un vagn,
y an menos de que el tren las hubiera llevado a otra parte.
El ciego doctor Miller envi mdicos al Kino Mary sin, donde haban sido alojadas
temporalmente las mujeres. Eran los mismos almacenes (ahora vacos) que solo unas semanas
antes haban sido utilizados durante la evacuacin de los colectivos de Colonia y Frankfurt.
Tambin se coment que el Presidente acudira al lugar para hablar con las mujeres. Sin
embargo, no lo hizo. Tal vez no se atreviese. En vez de eso, orden a Rozenblat que acordonase la
zona y se asegurase de que ninguna de ellas sala de los barracones.
Pero fue en vano. Varias mujeres y a haban logrado atravesar las barreras policiales y no
tardaron en llegar a los alrededores de la plaza Bauty. Una vez all, se abalanzaban desesperadas
sobre todo aquel que se cruzaba en su camino, preguntando si alguien haba visto a sus hijos y
maridos.
Los judos del gueto de d escuchaban sus relatos con creciente horror.
En Brzeziny tambin haba habido un gueto. Pero era un gueto abierto, del que la gente poda
entrar y salir cuando quera sin que nadie les disparase. Tambin haba habido trabajo. Casi todos
los judos de Brzeziny trabajaban para una empresa alemana, Gnther & Schwartz, lo cual les
haba hecho creer que la poblacin juda de la ciudad estaba a salvo. Pero entonces, sin previo
aviso, lleg la orden de que deban ser evacuados. Comandos de las SS empezaron a acordonar
un barrio tras otro. Les haban prometido que podran llevarse once kilos de equipaje por persona.
Pero cuando estuvieron listos y alineados con sus pocas pertenencias empaquetadas, se
presentaron unos hombres de las SS enfundados en abrigos negros que empezaron a seleccionar a
la gente. Los jvenes y sanos, tanto hombres como mujeres, pasaron a formar parte del grupo
designado como A. Los dems, nios, viejos y enfermos, fueron asignados al grupo B. De este
modo, familias enteras quedaron divididas. El grupo B tuvo que hacerse a un lado, y al grupo A
se le orden que se dirigiera a la carrera hacia la estacin de ferrocarril. An no haban llegado
cuando oy eron cmo los alemanes disparaban a todos los que haban quedado atrs.
***
El lunes 4 de may o, a las 07.00 horas, parti de la estacin de Radogoszcz el primer transporte
con judos de Europa occidental. Las familias de Hamburgo, Frankfurt, Praga y Berln que con
tantas penurias y tribulaciones haban llegado al gueto apenas seis meses antes se vean ahora
forzadas a abandonarlo.
La evacuacin de los colectivos se produjo en un orden prcticamente idntico al de su
llegada:
Los primeros en partir fueron los colectivos Berln II y Viena II, Dsseldorf, Berln IV y el
colectivo de Hamburgo. Despus les siguieron: los colectivos Viena IV, Praga I, Praga III,
Colonia II, Berln III, Praga V, Viena V, Praga II, Praga IV, Viena I.
Quienes hubieran recibido la orden de deportacin tenan que dirigirse al punto de reunin de
la Trdlergasse. All les quitaban las cartillas de racionamiento y los cupones de pan, y eran
registrados con el mismo nmero de transporte que tenan asignado en la lista de la Comisin de
Realojamiento. Despus pasaban la noche o bien en alguna de las barracas recin construidas en
la Trdlergasse, o bien en la Prisin Central. A las cuatro de la maana se presentaba un
comando de la Polica del Orden y ordenaba a todo el mundo que se levantara y se dispusiera en
formacin de marcha: en hileras de cinco, con un guardia al frente y al final de cada columna, y
otros a intervalos de unos diez metros a lo largo del recorrido.
Se les obligaba a marchar por la calle Mary siska hasta la estacin de Radogoszcz.
A las seis de la maana, una hora antes de que partiera el tren, se les ordenaba que volvieran
a formar, esta vez a unos dos metros de los vagones. Media hora antes de la salida prevista, dos
vehculos de la Gestapo entraban en el recinto de la estacin y dos oficiales, seguidos de policas
de la guardia alemana del gueto, recorran el pasillo entre los deportados y los vagones,
ordenando a todo el mundo que dejara su equipaje en el suelo. Una vez hecho esto, se
desatrancaban las puertas y se ay udaba a los pasajeros a subir al tren, que esta vez se compona
enteramente de vagones de tercera clase.
El equipaje abandonado era conducido en camiones hasta los locales de la Comisin de
Realojamiento de la calle Ry bna, donde, en dos cuartos traseros que daban al patio interior, se
amontonaban y a maletas y colchones. A las 09.00, al cabo de dos horas justas, el mismo tren
regresaba con los mismos vagones, aunque ahora vacos y listos para el siguiente transporte.
la penumbra y el caos en cuanto empez la descarga de los vagones. Los polacos nunca hacan
mucho ms que descorrer las puertas o soltar los mecanismos de cierre que sujetaban las
rampas. El trabajo pesado, la descarga en s, tenan que hacerla los judos. Las nicas
herramientas de que disponan eran simples palas y unas toscas y anchas carretas. Dos hombres
saltaban al interior del vagn de mercancas, otros dos se suban a la carreta para recibir la carga,
y luego se iban pasando los sacos de harina de unos a otros. Los productos como las coles blancas
y rojas, las zanahorias y las patatas se iban lanzando directamente a la carreta. Cuando tenan
mucha prisa, los polacos se limitaban a levantar el lateral de la caja del vagn y dejaban que la
carga se derramase, en el peor de los casos directamente al suelo. El colmo de la mala suerte era
cuando a die Abteilungsfhrer Sonnenfarb se le ocurra en algn momento salir de su garita
de mando junto al muelle de descarga, donde mataba el tiempo devorando tentempis y
escuchando la radio. Dietrich Sonnenfarb era un voluminoso alemn cuy o principal pasatiempo
consista en imitar a los judos que estaban a su cargo. Si pasaba uno empujando una carretilla, al
momento Sonnenfarb se pona detrs de l con los brazos estirados como si tambin l sostuviera
los varales de una, con las lorzas de grasa de su inmenso corpachn bambolendose de un lado a
otro, mientras gritaba e incitaba a los dems guardias a corearlo:
Ich bin ein Karrenfhrer, ich bin ein Karrenfhrer!
Los guardias alemanes se descoy untaban de risa; y, por si no fuera suficiente, el subalterno
de Sonnenfarb, Henze, iba detrs pegando culatazos a los judos que estaban por all cerca para
obligarles tambin a soltar la carcajada. Henze ocupaba un rango inferior; para l era muy
importante que todos judos y arios hiciesen exactamente lo que quera su superior.
Pero, para alivio general, no sola haber demasiado tiempo para ms orgas de risotadas.
Enseguida llegaba un nuevo vagn que haba que achicar .
A veces, cuando levantaban las trampillas laterales del vagn, otro tipo de cargas salan
desparramadas de su interior:
Maletas, mochilas y carteras vacas. Y zapatos, cientos de miles de zapatos de seora, de
caballero, sandalias de nio, la may ora sin suelas o con el empeine destrozado. Circulaban
rumores de que se haban encontrado objetos de oro metidos en algunos zapatos o cosidos dentro
de los forros de las maletas. Por eso los guardias alemanes vigilaban con especial atencin
cuando llegaba uno de esos cargamentos. Adam se quedaba plantado a un lado, observando
cmo varios de sus compaeros rebuscaban frenticamente entre los efectos manchados de
sangre. Pero su bsqueda nunca duraba mucho. Schluss! Schluss!, gritaba Henze. Aufhren damit!
En cuanto la carreta estaba cargada, los dos hombres que haban estado en el interior del vagn
bajaban de un salto y eran enganchados a la parte de delante, mientras que los dos que haban
trabajado desde el suelo daban la vuelta para empujar por detrs.
Las carretas eran arrastradas hasta alguno de los numerosos almacenes de madera que se
haban levantado en torno al apartadero de la estacin. Desde all, la carga iba directamente al
gran depsito de verduras de la plaza Bauty. En Radogoszcz tambin haba un gran depsito de
carne donde se almacenaban despojos en espera de ser procesados . Ya fuera verano o
invierno, una atroz y nauseabunda pestilencia invada todo el espacio bajo las elevadas vigas. En
unos largos y relucientes barreos alineados cerca de la salida se seleccionaban los productos
crnicos clasificados como de segunda calidad : carne de caballo cruda y troceada, bajo
embargo, uno de los policas le peg un culatazo en la cabeza al judo era Mierek Try ter, y
Mierek y a no se present al turno siguiente, y tampoco nadie se atrevi a preguntar por l.
Ante el desconcierto de Adam, Bieka reaccion agarrndole por los hombros y arrastrndole
al intersticio entre los vagones. En el futuro se veran con bastante frecuencia en esa situacin,
pegados tan juntos como dos monedas. Y Pawel no paraba de preguntar: Pero cmo os va de
verdad ah dentro? Se oyen cosas de lo ms espantosas, como que tenis que lamer la mierda de
las paredes porque no tenis para comer, es verdad, Adam, que os comis vuestra propia mierda,
dime, es verdad?, al tiempo que se balanceaba con las piernas abiertas sobre los enganches que
sujetaban un vagn a otro.
Adam no saba qu contestar. Era como si todava estuvieran en el patio del vecindario y
Pawel Bieka le retara. Venga, atrvete, judo gordo caraculo!
Bieka mene las caderas. Entonces todo el convoy se balance y Adam salt instintivamente
al andn. Justo a tiempo para agarrar las correas que le alargaban desde la parte delantera de la
carreta cargada con chatarra, y antes de que de Feldgrauen, que estaban entretenidos con algo
un poco ms adelante, pudieran reparar en su ausencia.
Se ech las correas al hombro y tir.
Dos hombres tiraban y dos empujaban por detrs.
Y luego, de repente, el estridente toque de silbato: los vagones volvieron a estremecerse;
despus el tren, muy despacio, casi con indolencia, se alej por donde haba venido.
***
Antes de que se hubieran habituado a los ataques de Lida, la madre de Adam, Jzefina, y a
colocaba un cubo con agua junto a la cama de la hermana, adems de colgar un espejo encima
de la cabecera. Daba la impresin de que aquello la calmaba. Lida poda pasarse horas
deslizando las manos por la superficie del agua o trazando dibujos con un dedo sobre la escarcha
de los cristales.
Adam tom por costumbre hacer lo mismo cada noche antes de irse al trabajo: colocaba una
palangana con agua y un espejo junto a su cama, esperando que con eso bastara. Sin embargo,
Lida era ms lista que ellos. Mientras Adam y Szaja estaban en la casa, durmiendo, ella
permaneca tumbada tranquilamente; pero, en cuanto se quedaba sola en el piso, empezaban de
nuevo los ataques.
Una maana al volver de Radogoszcz, y a mucho antes de doblar la esquina de la calle
Gnienieska, Adam oy el grito bronco de ave marina de su hermana y, pese a apenas tenerse
en pie tras el agotador turno de noche, subi corriendo las escaleras hasta el apartamento. Lida
y aca en el rellano del primer piso, con el camisn levantado sobre el vientre hinchado por el
hambre y los brazos y las piernas todava extendidos como en un vuelo imaginario, e inclinada
sobre ella estaba la portera, la seora Herszkowicz. Sostena en la mano una pala para carbn,
atizando el cuerpo de la muchacha con golpes certeros y decididos, como si tratara de ablandar
un trozo de carne dura; y a su alrededor estaban todos los vecinos (incluida la seora Wajsberg y
sus dos hijos, Jakub y Chaim, y la seora Pinczewska y su hija Maria), y todos vean lo que
estaba pasando pero nadie hizo el menor ademn de intervenir hasta que l apareci resollando
con gran esfuerzo por la escalera. Entonces todos se apartaron avergonzados, incluso la seora
Herszkowicz (que solt la pala como si el mango le quemara entre las manos); y Adam rode a
su hermana con el brazo, y despacio, con cuidado, subi hasta el apartamento el cuerpo
desvanecido y apaleado.
Las primeras semanas despus de que Lida volviera de la casa de reposo en la que Lajb haba
conseguido que la ingresaran, todos tuvieron la impresin de que su salud haba mejorado. Las
lceras humorosas de brazos y piernas haban desaparecido; el cutis de porcelana haba
recuperado parte de su antigua lozana. Sobre todo, andaba de manera ms resuelta y estable.
Mientras que antes caminaba como si las tablas del suelo fueran a quebrarse bajo su peso, ahora
correteaba con pasos ligeros y elsticos. Asenta con la cabeza y deca con voz alta y atiplada,
haciendo una reverencia:
Einen schnen guten Tag, meine Herren, o (en y idish):
Siz gut dos veys ikh schoyn.
Antes, cuando le daba uno de sus ataques, bastaba con que Adam se tumbara encima de ella
para calmarla. Se haba pasado largas horas de ese modo, con su cuerpo inmovilizando el de su
hermana mientras le susurraba y le cantaba al odo. Pero ahora nada de eso serva. Con una
fuerza que l desconoca en ella, la hermana se zafaba de su abrazo y empezaban de nuevo las
convulsiones. Prob a pasearla en una carretilla por el patio. Aquello pareca calmarla un poco.
El tiempo suficiente para que l, en el mejor de los casos, pudiera lavarla, darle de comer y
meterla en la cama. Como medida de precaucin aadida, le ataba los brazos a la cabecera. A
veces ella no protestaba. Otras se resista con tal violencia que Adam tena que pedirle ay uda a
Szaja para que la sujetara mientras l anudaba las cuerdas. Pero incluso entonces, y durante un
buen rato despus, l poda percibir las desesperadas contracciones de sus msculos: espasmos
largos y prolongados que recorran el cuerpo de Lida desde el torso hasta los brazos
inmovilizados. Como aleteos. Convulsos, reprimidos.
Y Adam trabajaba. Y estaba agradecido por el empleo que su to Lajb le haba proporcionado. Y
decidi que nunca ms cometera ningn acto delictivo ni infringira las ley es del Presidente. Por
el bien de Lida. Pero entonces, una maana, oy el familiar silbido que sala del resquicio entre
los vagones, y cuando se desliz al interior procurando no atraer la atencin de los guardias,
Pawel Bieka le solt de sopetn:
Conoces a Jzef Feldman.
Era ms una afirmacin que una pregunta.
Tengo una cosa para l.
Bieka hurg en sus pantalones y sac un ejemplar del Litzmannstdter Zeitung: un amasijo
hmedo y pegajoso de papel lleno de densas letras negras. Adam quiso decirle que cada da les
sometan a registros corporales, tanto al entrar como al salir del gueto. Pero, evidentemente,
Bieka y a lo saba.
Haz como yo, mtetelo en la entrepierna.
Si te cogen, dices que es para limpiarte el culo.
As, al menos, no estars mintiendo!
Adam hizo ademn de saltar al andn, pero Pawel le agarr de nuevo y le mir fijamente a
los ojos, muy serio:
Qu es lo que quieres? Cigarrillos?
Es demasiado peligroso.
Comida?
Pawel, no puedo.
Medicinas? Azetinilo, Vigantol?
Eso fue lo que le abland. Pens en Lida. Tal vez unas cpsulas con vitaminas le devolvieran
el juicio y la serenidad. Si se las meta debajo de la lengua al pasar por la frontera, el guardia no
las descubrira. La nica ocasin en que un alemn enfocaba con su linterna la cavidad bucal de
un judo era cuando crea poder encontrar oro dentro, y en ese caso, lo ms probable es que el
judo y a estuviera muerto.
Intntalo, dijo Bieka al verlo vacilar. Y le alarg las arrugadas hojas de peridico en un
ngulo en el que todos los guardias del andn podran haberlo visto, as que Adam hizo lo que
habra hecho cualquiera en su situacin: escondrselas debajo de la ropa tan rpido como pudo.
***
E l sol haba salido, suspendido ahora a menos de un palmo del horizonte: una temblorosa esfera
roja que caldeaba los campos pelados y grises de Mary sin y las ralas hileras de chabolas y
almacenes semienterrados de patatas y verduras sobre los que crecan los hierbajos. Ya estaban
en may o, pero por las noches segua haciendo fro. Jirones de niebla nocturna se cernan sobre
las hondonadas adonde no llegaba la luz del sol. Tampoco verdecan an los rboles y arbustos,
que parecan recubiertos por el mismo polvillo gris como de cemento que tambin daba color al
cielo.
Pero el sol brillaba y a con fuerza. Senta cmo quemaba el costado de su cara. Al volverse,
vio su luz deslizarse por encima de la tapia del cementerio como el filo de una navaja. Los ray os
emitan destellos al reflejarse sobre las cubiertas de chapa ondulada de enfrente, sobre las lascas
de grava por las que caminaba, sobre el vidrio de una botella que alguien haba incrustado en lo
alto del muro que rodeaba una dziaka: arbustos de bay as invadidos por la maleza tras una
herrumbrosa verja con la cerradura tambin oxidada. Camin despacio a lo largo del muro del
cementerio, pas frente a la Casa Verde y sigui unos quinientos metros cuesta abajo hasta llegar
a los viveros de Feldman. Una tenue columna de humo sala por la chimenea de chapa fijada a la
pared del edificio principal. Del interior de la casa emanaba un delicioso olor a tritura. Adam
llam con los nudillos, se subi a una caja de cerveza puesta boca abajo que serva de peldao, y
empuj la puerta.
La vivienda consista en una nica y espaciosa sala, atiborrada del suelo al alto techo de
escritorios y burs con compartimentos rebosantes de facturas y viejos libros de contabilidad; en
lo alto de cada uno de los numerosos armarios y estanteras: ms libros y folletos de propaganda,
sus portadas de vivos colores ahora desvadas e hinchadas por la humedad. Y por encima de
estos, hileras de animales disecados: urogallos y gallos lira con las plumas de la cola abiertas en
plena danza de cortejo; una marta descendiendo por un tronco delgado, el hocico apuntando
hacia abajo como si acechara alguna presa entre los resquicios de las lejanas tablas del suelo.
Por contraste, Jzef Feldman era un hombre bajito, de metro y medio como mucho; adems,
apenas se le vea engullido por el apolillado abrigo de piel de cordero que llevaba puesto. Sin
embargo, la mirada que asomaba por debajo del abrigo era inesperadamente firme y
penetrante, y su voz son como una horca oscilante al espetarle Quin es usted? antes incluso de
En cuanto emerge a la inesperada claridad del da, Adam se cruza con la primera columna de
deportados que salen del punto de reunin de la calle My narska.
Llevan los trepki nuevos fabricados a mquina que les acaban de asignar, y su prctico
calzado levanta el polvo de la carretera hasta formar una nube gigante que los envuelve en una
especie de velo blanco como la cal, y que solo vuelve a posarse muy despacio despus de que
hay an pasado arrastrando penosamente los pies. A su izquierda, cinco policas escoltan el paso de
la columna. De vez en cuando, uno de ellos lanza una brusca voz de mando para indicar la
direccin de la marcha. De frente, marchen!, o: Media vuelta a la derecha! Aparte de eso, no
se oy e nada. Los hombres pasan de largo con sus zuecos nuevos, con sus maletas y mochilas y
colchones atados a la cintura o echados al hombro, y nadie hace el menor ademn de volverse
para mirarle. Tampoco l se da la vuelta para mirarlos. Es como si se movieran en dos mundos
separados y distantes.
Pero el nombre del to Lajb retorna como el dolor lancinante y pertinaz de una muela. Adam
sabe que su padre tiene razn y que debe estar agradecido por el trabajo que le ha conseguido.
Pero no puede dejar de pensar que y a es mucha casualidad que, de repente, hubiera una plaza
libre en la cuadrilla de cargadores de Radogoszcz. De todos los trabajos del gueto, por qu le
habra ofrecido Lajb precisamente ese? Y de todas las personas que Adam haba conocido o con
las que se haba relacionado en el gueto, por qu tena que ser precisamente el bruto de Bieka el
que hubiese aparecido de entre los vagones? Acaso le haban confiado a Adam una misin que
en un principio estaba destinada a otro? Y si era as, quin era ese otro y qu le haba pasado?
Cuando Adam Rzepin se gira, la columna de marcha y a ha desaparecido de la vista; solo
queda la nube de blancura caliza suspendida como una tenue franja de polvo sobre el horizonte
anegado en sol. El disco solar est ms alto en el cielo. El calor empieza a abrasar la arena, la
gravilla, las piedras. Adam Rzepin tiene el estmago lleno de salchicha. Decide no darle ms
vueltas al asunto.
E mpez como un juego. l le haba dicho: Cierra los ojos, imagina que soy otra persona. Y
Regina se haba echado a rer con su risa clara y alegre, dicindole que cmo iba a rebajarse l a
algo as. Al fin y al cabo, l era el Presidente. El gueto entero le admiraba. Pero l haba insistido.
Cierra los ojos, le haba dicho, y cuando ella finalmente lo hizo, l pos la mano abierta sobre su
rodilla y fue desplazndola muy despacio por la cara interior del muslo hasta llegar al final.
Tambin as puede manifestarse el amor.
l saba que a ella le asqueaba la visin de su cuerpo decrpito y adiposo, el repugnante olor a
viejo que desprendan su pelo y su piel. Ahora l la liberaba de la obligacin de tener que sufrir
todo eso, y se vea recompensado con la gracia de sentir cmo el sexo de ella se hencha y se
humedeca y se volva clido bajo el frotar ansioso de sus cortos dedos.
Quin era entonces la persona con la que ella soaba tras sus prpados cerrados?
Tambin as puede escribirse la historia de una mentira: A los habitantes del gueto les deca que
l no haba dicho nada de lo que haba dicho, y que no haba ocurrido nada de lo que en realidad
haba ocurrido. Y los que le escuchaban le crean, porque a fin de cuentas l era el Presidente, y
aparte de l, la verdad, no haba mucha ms gente a quien escuchar y en quien depositar tus
esperanzas.
A las mujeres enloquecidas de Pabianice y Biaa Podlaska les deca que tena garantas
procedentes de la mxima autoridad de que sus maridos estaban bien, y que intercedera por
ellas para asegurarse de que sus hijos eran trasladados cuanto antes a d.
Y a su hermano Jzef, que viva en un estado de profunda angustia desde que se iniciaron las
deportaciones, le deca que gozaba de la total confianza del gobernador federal del Reich y que
nunca les pasara nada malo a los judos selectos del gueto.
Y el gran Chaim viva en su mentira como un emperador en su palacio. En cada puerta haba
lacay os haciendo genuflexiones y preguntando si podan hacer algo ms por l. En qu se
convierte una mentira entonces, si es la prolongacin natural de la propia persona?
La duda y el escepticismo, deca Rumkowski, son para los dbiles.
Regina observaba el sabbat encendiendo las velas y presentando los panes, y los viernes por la
noche, cuando se sentaban a la mesa para cenar, l lea las oraciones del sabbat, y a que eso era
lo que se exiga de un buen judo en un hogar que l quera que sirviera de ejemplo para todo el
gueto. Los domingos iban en drshke al hospital de la calle Wesoa, donde l pagaba de su
propio bolsillo una cama y dos comidas calientes diarias a las dos tas solteras de Regina y a su
problemtico hermano Benji. Durante todo el tiempo que duraba la visita permanecan sentados
con las dos solteronas en su habitacin, y Regina alardeaba de que Chaim acababa de conseguir
que se instalara una lnea telefnica fija entre l y los poderosos de Berln, y su dulce y afable
esposo deca que las negociaciones con las autoridades estaban y endo mejor de lo esperado, y
que en breve confiaba obtener el permiso para ampliar el gueto: Pronto, deca, muy pronto,
podrn ustedes tomar el tranva para ir de aqu directamente hasta Pars!
Y las solteronas rean, con las manos recatadamente delante de la boca:
Chaim, no esperars que nos creamos eso Chaim, tylko nie wystaw mnie do wiatru.
Aun as, cerraban los ojos y se permitan soar un poquito. Con el gran Presidente nada
pareca imposible.
Solo faltaba una cosa para que la mentira fuera perfecta, pero, aunque l confiaba y rezaba,
Regina no se quedaba encinta.
Por esa poca, Brebow le dio a entender que, a partir de entonces, las autoridades no se
contentaran con deportar solo a los viejos y los dbiles. Muy pronto, todos los que no fueran
aptos para el trabajo incluidos los ms jvenes seran obligados a abandonar el gueto.
Tal vez debera haber prestado ms atencin a esas palabras.
Pero el Presidente segua habitando en su Mentira, y en ella haba un Hijo, solo uno, que sera
lo suficientemente fuerte como para sobrevivir a todas las desgracias que el Seor les enviara, y
a ese Hijo nico l le podra confiar todo aquello que hasta entonces no se haba atrevido a
confiar a nadie.
Pero si su esposa, pese a su juventud, resultaba ser estril, cmo iba a venir ese hijo al
mundo? Cmo, y de dnde, conseguira obtenerlo?
Dawid Gertler se present en su despacho y le inform sin tapujos sobre las ltimas novedades
referentes a las deportaciones masivas que se iban a llevar a cabo en Varsovia. All estaban
confinados unos trescientos mil judos. Segn Gertler, las autoridades tenan la intencin de
eximir tan solo a una dcima parte, apenas treinta mil, a los que se les permitira seguir
trabajando en las fbricas del gueto.
Al mismo tiempo, los ingleses intensificaron sus ataques areos contra ciudades estratgicas
del Reich: Colonia, Stuttgart, Mannheim. El 26 de junio la radio britnica retransmiti por vez
primera la noticia de las matanzas de la poblacin juda en Polonia. Los boletines de la BBC
hablaban de ciudades como Slonim, Vilna, Lww.
Pero tambin de Chemno: la Kulmhof alemana del distrito de Warthbrcken:
Se cree que miles de judos de la ciudad industrial de d y de pueblos y aldeas de
los alrededores han encontrado la muerte en esta por lo dems insignificante poblacin.
Estas noticias provenientes del otro lado de la alambrada penetraron en el gueto a travs de
cientos de receptores de radio ilegales, y lo que hasta entonces no haba sido ms que una
sospecha macabra se convirti de pronto en una certeza absoluta.
En apariencia, claro est, nada cambi en el gueto. Los hombres y mujeres consumidos por
la inanicin continuaban arrastrando sus famlicos cuerpos de un punto de distribucin a otro; las
espaldas y a encorvadas se encorvaron an ms, si es que eso era posible. Sin embargo, ahora
haba una certeza donde antes no haba habido ninguna. Y esa certeza lo transform todo.
***
El 24 de julio llega la noticia del suicidio de Czerniakw en Varsovia:
As que el muy cobarde ha preferido morir a verse implicado en la evacuacin de
los judos del gueto de Varsovia. Sin embargo, por lo que y o s, miles de judos siguen
siendo evacuados de Varsovia cada da. De modo que, si lo que pretenda Czerniakw
era poner fin a esa accin, su suicidio no ha cambiado nada. No ha sido ms que un
gesto intil y absurdo.
As es como resume l la situacin generada por el suicidio ante los dems miembros de su
Consejo de Ancianos.
Nada parecido a lo que est sucediendo en Varsovia podr pasar nunca aqu, les asegura.
Porque, al fin y al cabo, esto no es ningn gueto: es una ciudad de trabajadores, afirma utilizando
intencionadamente la misma expresin con la que recibi a Himmler a las puertas de las oficinas
instaladas en los barracones de la plaza Bauty :
Esto es una ciudad de trabajadores, herr Reichsfhrer, no un gueto.
***
Confiesa a su mdico de cmara, el doctor Eliasberg, que ltimamente ha vuelto a resentirse del
corazn, y le pregunta si sera posible conseguirle de nuevo algo de nitroglicerina. Eliasberg no
solo se la consigue, sino que tambin le ofrece otro remedio para el corazn: unas pastillitas
blancas y brillantes como las pldoras de sacarina que los cros solan vender por las esquinas.
Para alguien que se consume de inanicin, incluso la ms exigua pizca de azcar en la lengua
puede suponer la diferencia entre la vida y la muerte. La idea le excita de un modo extrao.
Lleva las pequeas pastillas de cianuro en un pequeo estuche metlico que guarda en su
chaqueta, y su mano se dirige constantemente hacia el bolsillo para comprobar que siguen all.
Nunca piensa en cmo se sentira si l mismo se tomase el cianuro. En cambio, se ve a s
mismo disolviendo dos de las pastillas en el t de Regina. Su sabor amargo har que ella contraiga
la boca en una mueca, pero es todo lo que tendr tiempo de hacer. La muerte es instantnea. El
doctor Eliasberg se lo ha asegurado.
Pero cmo puede imaginar algo as, l que tanto la ama? La respuesta es, precisamente,
porque la ama ms que a nada en el mundo. No podra soportar la vergenza de presentarse ante
ella msero y humillado. Como Czerniakw, el presidente del Consejo Judo de Varsovia, que no
haba comprendido lo que significaba cumplir rdenes.
Cerniakw era ms dbil que y o dijo el Presidente. Por eso ahora est muerto.
Aquello fue mientras y aca tumbado y el doctor Eliasberg le auscultaba el ritmo cardaco.
Prefiri quitarse la vida antes que enviar a sus hermanos y hermanas al este.
El doctor Eliasberg no dijo nada.
Eso nunca suceder aqu dijo el Presidente.
(Mis nios cosen gorras de camuflaje para la campaa blica de invierno. Es imposible que
algo as suceda aqu).
El doctor Eliasberg no dijo nada.
Pero, si eso llegara a suceder aqu, quiero que me d alguna garanta, doctor Eliasberg
Sabe que no puedo dar garantas, seor Presidente.
Pero y si tuviera que morir?
Usted no morir nunca, seor Presidente.
***
En la explanada cubierta de ajada hierba que hay detrs de la Casa Verde, los nios de los
orfanatos de Mary sin se renen y juegan en corros.
El eco de sus risas reverbera bajo el cielo duro y negro.
Los nios forman una hilera y se cogen de las manos, luego levantan los brazos por encima
de los hombros y cada uno de los extremos echa a andar hacia el otro. Hasta que la hilera se
cierra formando un crculo que empieza a girar: primero en un sentido, despus en el otro.
l permanece sentado en su coche, siguiendo sus juegos con la mirada. Prefiere no revelar
todava su presencia para no estropearles la diversin.
Los ms pequeos tropiezan y se caen, los may ores se ren a carcajadas. Samstag, el chico
alemn en el que se fij la ltima vez que estuvo all, est apoy ado contra el herrumbroso chasis
de un automvil sin ruedas. Lleva unos pantalones cortos que le iran bien a un nio diez aos ms
pequeo y un jersey de canal que le llega justo por debajo del ombligo. Sonre sin parar, pero
sin alegra aparente: como si su boca fuese de quita y pon y no encajara bien en la base de su
gran rostro. En todos los rincones de Mary sin crece la hierba alta y jugosa. En los patios traseros:
tras cobertizos y letrinas. Los nios se comen la hierba. Por eso tienen los labios tan pegajosos y
oscuros.
Tiene que acordarse de hablar con la seorita Smoleska sobre eso. Puede haber veneno en la
hierba.
Sigue esperando. An no le han visto. En el cielo se empiezan a acumular las nubes, que se
deshacen en unas tenues cortinas de neblina lluviosa cada vez ms densas. Se oy e un trueno
lejano. La tormenta se acerca. Pronto caern las primeras gotas.
Los nios levantan la vista
Se lleva la mano al bolsillo de su chaqueta, abre con la ua la cajita con las pastillas de
cianuro y las remueve con los dedos.
Las gotas empiezan a caer con fuerza. Se oy e un retumbar sordo procedente de la masa
borrascosa, y le pide a Kuper que se acerque con el carruaje. Los nios se quedan con los dedos
en la boca, mirando con los ojos muy abiertos al caballo y al coche, y tambin al anciano ah
sentado con la mano metida en el bolsillo de su chaqueta, como una aparicin de otra poca.
l ve que le han visto, y resulta obvio que eso le incomoda:
Pero venga, seguid jugando!, grita, va, marchaos, dice, y se echa a rer; y cuando los nios,
tras mirar de reojo a la seorita Smoleska, empiezan a moverse de nuevo a regaadientes, l
coge todas las pastillas del bolsillo y las lanza al aire
A la de una, a la de dos
Un nio se destaca de entre el tropel de cros. Debe de tener unos diez aos, de complexin
maciza, ancho de muslos y de espaldas, pero veloz. Corre por la hierba como un torbellino,
lanzndose con las palmas abiertas all donde han cado las pastillas blancas.
L a operacin se inici a las cinco de la maana del 1 de septiembre de 1942, coincidiendo con
el aniversario de la invasin alemana de Polonia.
El jefe de polica Leon Rozenblat recibi rdenes de movilizar a la Polica del Orden juda
una media hora ms tarde. Para entonces, los vehculos de transporte del ejrcito y a haban
llegado a la plaza Bauty : grandes camiones de caja abierta, como los que en noches anteriores
haban estado transportando al gueto zapatos y sacos con ropa mugrienta y ensangrentada. A
estos se aada una media docena de tractores con remolques acoplados: de dos a tres por cada
vehculo.
A la mortecina luz del alba, se haban retirado algunas de las empalizadas y alambradas que
bloqueaban las salidas desde la plaza hacia las calles Zgierska y Lutomierska, se haban levantado
nuevas barreras y la guardia habitual de la Schupo haba sido reforzada con ms miembros de las
fuerzas de seguridad.
Mientras tena lugar todo esto, el Presidente del gueto dorma en su cama.
Dorma y soaba que era un nio.
O, ms bien dicho: soaba que era l y , al mismo tiempo, un nio.
El nio y l estaban compitiendo, arrojando chapas de botella y piedras. El nio lanzaba su
chapa y l intentaba darle a esta con su piedra. Al cabo de un rato, empez a darse cuenta de que
le costaba ver. Bajo un sol de justicia, el nio lanzaba su chapa cada vez ms lejos, mientras que
la piedra que l iba a lanzar aumentaba de tamao en su mano hasta convertirse en algo grande y
pesado como un crneo, tan grande que al final ni siquiera poda sujetarlo con ambas manos.
De pronto se sinti invadido por una angustia abrumadora. El juego y a no era un juego, sino
una especie de grotesca prueba de fuerza entre esos dos que eran el mismo.
En el preciso instante en que se dispona a arrojar la gigantesca piedra, alguien le agarr del
brazo y dijo:
Quin te crees que eres? No te avergenzas de tu arrogancia?
Para entonces se oa y a el rugido de los motores disel de los camiones, junto con el
traqueteo de las cadenas de hierro que se elevaban y tensaban con chirridos al tirar de los
remolques que avanzaban lentamente por las calles del gueto.
***
Despus dira que lo que ms lamentaba no fue la purga en s; de hecho, las autoridades y a le
haban avisado de ello con antelacin. Lo que lamentaba era que una accin de tal envergadura
se hubiera puesto en marcha y transcurrido durante horas sin que nadie pensara siquiera en
llamar para informarle.
Al fin y al cabo, era su gueto. Tenan la obligacin de mantenerle informado.
La seorita Fuchs explicara despus que, cuando lleg la orden al Secretariado, todo el
personal dio por supuesto que el Presidente ya estaba al corriente, y que, al no haberse
presentado en la oficina, imaginaron que sin duda habra preferido trazar sus planes y lneas
generales al amparo del hogar.
Sin embargo, no fue esa la impresin que l tuvo cuando al cabo de media hora lleg a la
plaza Bauty y fue recibido por una delegacin de su personal a la entrada de la hilera de
barracones. Al contrario, sus impertrritas miradas le dieron la sensacin de que estaban ah
burlndose de l, como si hubiese pasado de ser la mxima autoridad del gueto a estar en la
picota, a convertirse en el hazmerrer de todos:
Pero, seor Presidente NO SABE LO QUE HA PASADO?
El nio lanza la chapa pero l no la alcanza con su piedra.
La chapa es brillante y blanca, atraviesa el aire como un ray o y desaparece. Ninguna piedra
del mundo podra alcanzarla.
Debera sentir rabia porque en esta pugna las fuerzas se inclinan flagrantemente en su contra.
Cuando, en realidad, todo debera estar a su favor: el peso de la piedra; su may or fuerza fsica; el
hecho de tener mucha ms edad y experiencia y sabidura que la que tena cuando era nio.
Debera poder alcanzarla y , sin embargo, est totalmente fuera de su alcance.
Y lo que queda es vergenza. Por el hecho de que, despus de haber acaparado tanto poder,
no pueda hacer absolutamente nada.
***
Cuando finalmente lleg al hospital de la calle Wesoa el reloj marcaba y a ms de las ocho de la
maana, y los desesperados familiares que se agolpaban al otro lado del cordn policial se
abalanzaron sobre l como si representara su nica salvacin:
Por fin!, gritaba la muchedumbre, o al menos esa era la impresin que daba:
Por fin ha llegado el hombre que nos liberar de este tormento!
Junto a la entrada principal se halla el Hauptsturmfhrer de las SS Konrad Mhlhaus, que est
supervisando el traslado de todos los pacientes enfermos y desorientados que los hombres de
Rozenblat sacan a empujones del edificio del hospital. El Hauptsturmfhrer Mhlhaus es uno de
esos hombres que sienten que tienen que estar continuamente en movimiento para que los dems
no se fijen en lo bajito que es.
Gira a un lado y a otro sobre sus pies mientras grita rdenes como:
Rauf auf die Wagen! Schnell, schnell, nicht stehenbleiben!
Consciente que se espera de l que haga algo, Rumkowski agarra con firmeza la empuadura
de su bastn y avanza con paso decidido hacia el achaparrado Mhlhaus:
El Presidente: Qu est pasando aqu?
Mhlhaus: Tengo rdenes de no dejar pasar a nadie.
El Presidente: Soy Rumkowski.
Mhlhaus: Por m como si es Hermann Gring. Por aqu no pasa.
Despus Mhlhaus pierde la paciencia y se va; no tiene intencin de ponerse a discutir con
ningn judo, no importa quin sea ni como se haga llamar.
Y el Presidente se queda plantado ah solo. Por unos instantes parece tan perdido e impotente
como los decrpitos hombres y mujeres que son conducidos o llevados en brazos hasta los
remolques y las cajas de los camiones. Sin embargo, l no es uno de ellos. Salta a la vista: a su
alrededor se forma como un vaco. No solo los soldados alemanes sino tambin los hombres de
Rozenblat se apartan de l como si tuviera la peste.
En la caja del remolque ms prximo al edificio principal se apian unas cien mujeres
may ores; varias de ellas estn semidesnudas o llevan batas de hospital descoloridas y
desgarradas.
Le parece reconocer a una de las tas de Regina a las que solan ir a visitar los domingos. No
est seguro de cul de las dos viejas damas se trata; sin embargo, recuerda vagamente haberse
jactado ante ella de que un da podran ir juntos en tranva hasta Pars, y de que ella haba redo
encantada llevndose una huesuda mano a la boca: Oh, Chaim, no esperars que nos creamos
eso! Ahora la mujer ha sido despojada de todo menos de su cabellera gris y sus horrorizados
ojos en blanco. A travs del tumulto y la aglomeracin que los separa, la mujer le grita algo y
agita sus brazos esquelticos como fsforos, o quiz sus gritos se dirijan a otra persona. No est
seguro, y tampoco tiene tiempo de asegurarse. El soldado que acaba de arrojar el ltimo
cargamento de pacientes en el remolque oy e a la mujer que est armando jaleo a su lado y, con
un amplio movimiento circular de la culata de su rifle, la golpea en la cara.
El culatazo impacta de pleno en la mandbula de la mujer, y algo grande y viscoso sale
volando de su boca en medio de un torrente de sangre.
l se vuelve, asqueado.
Es entonces cuando descubre que nadie vigila la entrada del hospital. Los soldados que la
custodiaban han salido corriendo para atajar el intento de fuga de un paciente que se dispone a
saltar por una ventana del primer piso. El hombre lleva una camisa de dormir a ray as blancas y
azules que le va demasiado grande y que, tras lanzarse haciendo frenticos aspavientos con los
brazos, le cuelga como una cortina sobre el torso y la cara. (La nica razn por la que no cae de
cabeza contra el suelo es que, desde dentro, alguien se ha abalanzado y le ha agarrado por los
tobillos).
l aprovecha la oportunidad para colarse por la puerta entornada del hospital, y de repente los
gritos y las ensordecedoras voces de mando se apagan. Es como si hubiera entrado en otro
mundo.
Bajo las suelas de sus botas crujen cristales rotos.
Sube despacio la amplia escalera de caracol mientras sus pasos reverberan en las altas
bvedas de piedra que se elevan por encima de l; contina caminando a lo largo de oscuros
pasillos y va echando ojeadas aqu y all por las salas ahora desiertas que se encuentran a ambos
lados.
La ltima vez que estuvo all con Regina haba como mnimo doscientas personas en cada
sala; dos pacientes por cama, y aciendo pies contra cabeza como rey es y sotas de una baraja:
uno con la cabeza hacia abajo, el otro con la cabeza hacia arriba. Recuerda todas las sonrisas
desdentadas en aquellas cabezas de doble tronco, saludndole como si fueran una sola boca:
BUENOS DAS, SEOR PRESIDENTE
Benji era el nico que haba guardado silencio. Se haba quedado all de pie junto a la
ventana, con la barbilla apoy ada en la mano en una estudiada pose pensativa. Ahora intenta
recordar desesperadamente el nmero de la sala en la que estaba ingresado Benji. Pero todo
aquel estropicio parece haber convertido el hospital en un lugar nuevo, desconocido, donde y a no
es posible orientarse.
De forma casual, divisa al fondo de un pasillo un consultorio mdico, y entra en l con algo
parecido al alivio. En una estantera junto a la puerta estn alineadas carpetas con listas de
suministros e historiales mdicos, y encima del escritorio hay un telfono con el auricular bien
colocado en su horquilla.
Mientras lo est mirando, el telfono, absurdamente, empieza a sonar.
Por un momento, vacila. Debe coger el auricular y contestar? O acaso el sonido del timbre
atraer a los mandos alemanes, que le echarn del edificio en cuanto le vean all?
Al final vuelve sobre sus pasos y sale al pasillo. Y all est Benji.
Vislumbra su silueta en la periferia de su campo visual mucho antes de comprender que se
trata de l. Las puertas de las salas estn abiertas de par en par y la luz penetra en los pasillos
formando largos tneles o columnas luminosas donde flotan motas de polvo suspendidas. Pero la
luz que atrae su atencin sobre Benji no es lateral sino cenital procedente del techo, lo cual,
evidentemente, es imposible: ah arriba no hay ventanas. Benji lleva una camisa de dormir a
ray as blancas y azules como los dems pacientes, y est ligeramente inclinado hacia delante,
blandiendo una silla por el respaldo y apuntando con las patas hacia el pasillo, como para
defenderse de algo.
De qu? De l? El Presidente da unos pasos en direccin a la luz imposible:
Benji, soy yo, dice simplemente, e intenta sonrer.
Benji retrocede. De su boca desencajada sale un sonido extrao, como un canto o un gemido.
Benji?, dice solamente. Quiere que su voz suene preocupada y solcita, pero al salir de sus
labios solo suena falsa y mendaz:
Been-j-ii, he venido para sacarte de aqu, Been-jii
Entonces Benji se abalanza. Las cuatro patas de la silla dan al Presidente en mitad del pecho
y Benji la suelta en el acto, como si se hubiera quemado con ella, y luego sale corriendo. Pero,
inesperadamente, se detiene.
Es como si se hubiese topado con una pared.
Entonces tambin el Presidente las oy e. Voces alias, ruidosas voces alemanas!,
irrumpiendo en el vestbulo de abajo, seguidas del eco chirriante de botas que pisan con fuerza.
De repente Benji no sabe qu direccin tomar: si avanzar hacia los mandos alemanes que se
acercan inexorablemente o si retroceder hacia el Presidente del gueto, a quien teme si cabe an
ms.
Pero ahora tambin el Presidente retrocede y se pone rpidamente a cubierto tras la puerta
del consultorio.
El Hauptsturmfhrer Mhlhaus y dos de sus subalternos avanzan con paso decidido por el
corredor y, poco despus, el mecnico rechinar de las suelas de sus botas y el golpeteo sordo de
las armas contra la correa de cuero de sus uniformes son absorbidos por el eco de la escalera
contigua. En cuanto se extingue el sonido de sus pisadas, el Presidente se acerca al armario de las
medicinas que hay en el consultorio, coge una jarra esmaltada del ltimo estante y la llena de
agua de un grifo que hay junto al fregadero. Despus se mete la mano en el bolsillo de la
chaqueta en busca de una de las pastillas blancas que siempre lleva encima, la echa en un vaso y
vierte agua de la jarra.
Cuando se asoma al pasillo, Benji no est. Lo encuentra de nuevo en la sala grande que se
halla ms prxima a la escalera, acurrucado contra la pared encalada detrs de una montaa de
mamparas volcadas y colchones rajados con navaja. Benji est tiritando desde los hombros hasta
las canillas de los tobillos, pero no levanta la vista. El Presidente tiene que decir su nombre varias
veces y con distintas entonaciones antes de que alce el rostro a travs de la densa cortina de su
flequillo.
Toma, Benji, bebe!
Benji le mira con la misma expresin vacua de terror que tena en la cara cuando se
acercaban los oficiales alemanes. El Presidente tiene que arrodillarse para poder llevarle el vaso
a la boca. Benji succiona el borde con los labios y traga a sorbos grandes e impetuosos como los
de un nio. El Presidente posa cuidadosamente una mano en la nuca de Benji para ofrecerle
ay uda y apoy o.
Y resulta sencillo. Le viene a la mente su esposa. Ojal con ella pudiera ser todo tan fcil.
Benji alza la vista una vez y le mira, casi con gratitud. Despus el veneno surte efecto y la
mirada se vuelve vidriosa. Un largo espasmo recorre todo su cuerpo, desde la cabeza hasta los
talones, que se sacuden convulsamente durante un momento, y luego, en plena agitacin, se
quedan rgidos. Sin saber realmente cmo ni cundo ha ocurrido, se descubre sentado con el
cadver de su cuado en el regazo.
D e los seis hospitales del gueto, el Hospital nmero 1 de la calle agiewnicka era el may or. Se
trataba de un edificio de planta cuadrada, con dos alas que se extendan desde el bloque principal
enmarcando un patio interior abierto. Por tanto, se poda llegar a l desde varias direcciones.
En un intento desesperado de ponerse en contacto con su padre, Vra accedi al hospital por
la parte de atrs, a travs de una densa zona de matorrales que crecan entre unas barracas y
cobertizos, hasta llegar a la entrada del pabelln de maternidad. Varios vehculos militares y a
estaban all, aparcados con sus remolques. Gendarmes alemanes con sus uniformes grises de
campaa, con sus correas de cuero y sus relucientes botas de caa alta, parecan matar el tiempo
alrededor de las cabinas de los camiones o subidos en las cajas. Sin embargo, su pasividad era
engaosa. Vra casi haba llegado a la zona de carga de la entrada trasera del hospital cuando un
estridente silbido desgarr el aire. Al levantar la vista, vio a un hombre uniformado asomado a
una ventana abierta del cuarto piso. Acto seguido, un beb desnudo fue empujado por el borde
del alfizar y cay de cabeza y a plomo sobre la caja del camin que esperaba abajo.
Uno de los alemanes del remolque un chico joven con una espesa cabellera del color de la
mies madura y un uniforme que le iba varias tallas grande se puso en pie e hizo seas con el
fusil a su colega del tercer piso. Las mangas de la guerrera eran tan largas que tuvo que
remangrselas para calar la bay oneta. Despus se plant all, abierto de piernas y sonriendo,
mientras por la ventana seguan arrojando cuerpos berreantes de nios de pecho. Cuando
consegua ensartar uno con la bay oneta, lo alzaba triunfalmente en la punta de su fusil, con la
sangre chorreando por las mangas dobladas.
Alguien de los pisos superiores debi de darse cuenta de lo que estaba pasando, porque de
pronto comenzaron a abrirse ventanas por toda la fachada y del interior del hospital llegaron
voces que gritaban en y idish y polaco:
Asesinos, asesinos!
Vra no saba qu hacer. Como incitados an ms por la conmocin, aparecieron ms
alemanes en las ventanas del cuarto piso. Todos sostenan maternalmente un beb contra la
pechera de su uniforme.
Entonces Vra perdi el control y empez tambin a chillar.
El rostro sonriente del muchacho alemn subido en la caja se troc en una O may scula de
***
Era la pausa del almuerzo, y ella estaba con su tazn de hojalata haciendo cola ante el comedor
pblico de la calle Jakuba, con la cabeza descubierta y expuesta a un sol abrasador que le escoca
y le quemaba como si bajo el cuero cabelludo tuviese una gran herida abierta.
Casi todo el mundo en la cola tena algn familiar en los distintos hospitales del gueto, y casi
todos tenan historias similares que contar: recin nacidos arrojados por las ventanas del ala de
maternidad a los camiones que esperaban abajo; ancianos entecos que salan de sus pabellones
arrastrando los pies y acababan atravesados por una bay oneta o muertos a tiros. Eran muy pocos
los que haban logrado volver de los hospitales tray ndose a casa a sus familiares.
Corran rumores de que el Presidente, tras largas negociaciones, haba conseguido eximir de
entre los enfermos a algunas personas de alto rango, a condicin de que otros fueran deportados
en su lugar. Se haba constituido una nueva Comisin de Realojamiento a fin de revisar los
registros de ingresos e identificar a antiguos pacientes dados y a de alta, o a gente que hubiera
solicitado el ingreso pero se le hubiera denegado por no disponer de los contactos adecuados;
cualquier cosa vala, cualquier persona: con tal de que ocupara el sitio de la minora de
irreemplazables de los que las autoridades del gueto afirmaban no poder prescindir.
Es una vergenza, una inmensa vergenza!, se oa mascullar al seor Moszkowiski mientras
iba de un lado para otro en medio de la densa nube de polvo entre los telares. Era como si
continuamente alguien le fuese golpeando con una vara en el costado. En cuanto se sentaba,
volva a levantarse al momento.
A ltima hora de la tarde lleg la noticia de que el suegro del Presidente, as como varios
familiares y amigos ntimos de Jakubowicz y el jefe de polica Rozenblat, haban sido
exonerados a cambio de unos sustitutos que ocuparan su lugar. El nico al que el Presidente
no haba conseguido hacer bajar de los remolques era a su cuado, el joven Benjamn
Wajnberger, por el simple motivo de que nadie pareca poder dar razn de su paradero. En el
hospital no se hall rastro de l; tampoco se le haba visto en ninguno de los campos de trnsito
que se haban instalado provisionalmente. Acaso haba intentado huir y se haba topado con una
patrulla alemana? Regina Rumkowska estaba desolada y deca temerse lo peor.
Ya la primera noche, la familia Schulz recibi la visita de un tal seor Tausendgeld. Era quien se
encargaba de arreglar las exoneraciones.
Mucho despus, cuando se conoci la historia de su violenta muerte a manos de los
torturadores alemanes, Vra intentara recordar su cara. Sin embargo, la imagen del seor
Tausendgeld permaneca igual de borrosa que entonces, la noche en que estuvo sentado con ellos
en la sala de la cocina junto al cuartito de Maman. Recordaba una cara llena de bultos y
fornculos, y en medio una boca de dientes pequeos, largos y afilados que quedaban al
descubierto cada vez que sonrea. Con sus manos largas y delgadas, extraamente talludas, haba
extendido sobre la mesa lo que parecan ser largas listas de nombres y, mientras hablaba, finga
hacer marcas junto a algunos de los nombres.
Desde su cubculo, Maman llam con voz ronca a Vra y le pidi que bajara a la esquina a
comprar hilo en la tienda de los Rolhnek. Haba decidido volver a coser. Cuando Martin y Josel
eran pequeos, haba hecho algunas cositas para ellos. Tambin entonces haban sido tiempos
difciles .
Sentado a la mesa, el seor Tausendgeld era todo ojos y odos.
Por lo visto cree que est de nuevo en Praga dijo, y en medio de los fornculos de su
cara apareci una sonrisa casi de aprobacin.
Enseguida qued claro que y a saba todo lo que haba que saber de Maman y su
enfermedad. Frau Schulz, dijo, era una persona del ms alto rango a la que haba que salvar a
toda costa. Y, como si fuera algo que solo poda comunicarse a alguien de la mxima confianza,
se inclin hacia delante y susurr al odo del profesor Schulz que el Secretariado estaba
planeando la creacin de un campo especial destinado a aquellos que gozaran de la proteccin de
las autoridades. El campo estara emplazado en la calle agiewnicka, enfrente del hospital
evacuado. El traslado hasta all se realizara bajo la proteccin de las fuerzas de seguridad del
gueto, al mando de Dawid Gertler en persona, a quien adems corresponda el mrito de haber
llegado a tal acuerdo con las autoridades alemanas.
Cunto cuesta?, se limit a decir el profesor Schulz; y el seor Tausendgeld sin vacilar, sin
levantar siquiera la vista de los papeles donde y a haba anotado la suma al margen contest:
Treinta mil! Por lo general estn pidiendo incluso ms por las personas
consideradas prominentes, pero en su caso creo que con treinta mil marcos bastar.
Vra haba visto muchas veces el rostro de su padre palidecer de ira, haba visto cmo las
nudosas venas del dorso de sus manos se hinchaban como si fueran a estallar. Pero esta vez el
profesor Schulz logr dominar su clera. Tal vez se debiera a la voz pastosa de Manan, que no
paraba de llamar a Vra desde su cubculo. Su enfermedad flotaba como un signo de puntuacin
ininteligible suspendido en el aire cargado y asfixiante que les envolva. O acaso, tal como Vra
escribira ms tarde en su diario, la situacin era tan absurda que solo poda entenderse dando por
sentado que el mundo entero se haba vuelto loco?
En realidad, como comprendera Vra ms adelante, el profesor Schulz y a haba tomado una
decisin. Tapiaran la entrada del cuartito de Maman. Martin haba ideado lo que l llamaba un
falso empapelado: papel pintado normal y corriente encolado sobre una plancha de madera que,
a modo de falso tabique, se encajaba sobre la puerta que haba junto al fregadero. El borde de
este tabique podra levantarse con la hoja de un cuchillo y retirarse y volver a colocarse cuando
se quisiera. La seguridad de Maman no correra ningn peligro, porque dispona de la trampilla
de ventilacin cerca del techo, y como pap era mdico, podra obtener un Passierschein y
moverse libremente por el gueto pasara lo que pasara.
Todo ir bien, Vra, y a lo vers le dijo.
Ella se pregunt de dnde saldra toda aquella imperturbable confianza suy a.
Pero haba que darse prisa. La nueva Comisin de Realojamiento y a haba concluido la
relacin de personas canjeables por las exoneradas , y el Sonder y a recorra fbricas y casas
de vecinos para llevrselas.
En la tarde del tercer da de la operacin, el Presidente hizo colgar un anuncio a las puertas del
Registro de la Poblacin en la Kirchplatz. A partir de ahora, deca, la Oficina Central de Empleo
tambin admitira solicitudes de trabajo para nios de nueve aos en adelante.
Eso solo poda significar una cosa: todos los nios menores de nueve aos tambin iban a ser
deportados!
Una vez ms la gente empez a correr como loca. Pero no en direccin a los hospitales y
clnicas del gueto, sino hacia la Oficina Central de Empleo de la plaza Bauty, a cuy as puertas la
muchedumbre haca cola durante horas para inscribir a sus hijos en el registro de trabajadores
antes de que fuera demasiado tarde.
Todos preguntaban por el Presidente.
Dnde est el Prezes en estos momentos de peligro cuando le necesitamos ms que nunca?
Maana, les decan; maana, en el patio del Cuerpo de Bomberos de la calle Lutomierska, el
seor Presidente hablar ante la poblacin del gueto y dar respuesta a todas sus preguntas.
***
A ltima hora de la tarde, Vra entr en el cubculo de Maman por ltima vez. Maman le habl
de la familia Hoffman, vecinos de toda la vida de la calle Mnesova. Estamos en d, mam, no
en Praga, deca Vra. Pero la madre segua insistiendo. Noche tras noche, oa los pasos de la hija
pequea caminando arriba y abajo por el rellano frente al apartamento precintado, llorando por
sus padres deportados.
Vra entr la bacinilla y dio de comer a Maman unos trozos de pan remojados en agua. Al
rato tambin Martin y Josel entraron en el cuartito. Para entonces, incluso Maman entenda que
algo raro estaba pasando. Sus ojos vagaban de un hijo a otro con una mirada vaca y errtica.
Arnot le puso la iny eccin en un brazo y la cabeza de ella cay como un trapo en las manos de
l. Despus Martin y Josel colocaron el tabique falso. Arnot y a tena el certificado de defuncin
a punto. Dijo que lo mejor era procurar no pensar en Maman como en una persona que segua
viva, al menos durante las prximas jornadas crticas.
Aun as, Vra no poda evitar or el corazn de su madre latiendo tras la pared tapiada. Esa
noche, y todas las noches que siguieron, fue como si no solo el tabique sino todas las paredes de la
alcoba donde dorman los cuatro retumbaran y palpitaran por efecto de los invisibles latidos del
corazn de Maman.
La tarde del 3 de septiembre de 1942, las autoridades volvieron a convocar al Presidente del
gueto. l se present ante ellos con su actitud habitual, la cabeza gacha, las manos colgando a los
lados.
Estaban Biebow, Czarnulla, Fuchs y Ribbe.
Biebow dijo que haba reflexionado a fondo sobre la propuesta del Presidente de dejar que los
viejos y los enfermos abandonaran el gueto, pero eximir a los nios.
Naturalmente su propuesta tiene cierta lgica, Rumkowski, pero las rdenes que
hemos recibido de Berln no se prestan a ninguna concesin de ese tipo. Todos los
habitantes del gueto que no puedan afrontar su propia manutencin tienen que
abandonarlo sin falta. Esa es la orden, e incluye tambin a los nios.
Biebow present algunos clculos que haba mandado hacer y dijo que en el gueto haba al
menos veinte mil individuos no aptos para el trabajo, en su may ora, viejos y nios. Si pudiesen
deshacerse de dichos Unbrauchbare, Berln y a no tendra ningn motivo para inmiscuirse en los
asuntos internos del gueto.
Rumkowski respondi que esa era una orden que ningn ser humano sera capaz de ejecutar.
Nadie entrega voluntariamente a sus propios hijos.
A lo que Biebow replic que Rumkowski y a haba tenido su oportunidad, pero que la haba
desaprovechado.
Ha dispuesto de semanas, meses, Rumkowski, y qu ha hecho usted? Ha aprovechado cada
oportunidad que ha tenido para saltarse las normas. Ha puesto a trabajar a nios que a duras
penas saben distinguir el derecho del revs de un dobladillo. Ha reconvertido los hospitales en
casas de reposo! Y todo eso mientras nuestra administracin hace cuanto est en su mano para
garantizar el sustento de la poblacin del gueto.
Despus Fuchs dijo:
Tiene que considerar la magnitud de nuestro heroico esfuerzo blico, seor
Rumkowski. Todos estamos llamados a hacer sacrificios.
Despus Ribbe dijo:
Cmo puede usted pensar que dedicaramos nuestro tiempo y energa a mantener
a unos simples judos en un momento en que hay alemanes que tienen que abandonar
todo lo que poseen por culpa de los cobardes bombardeos areos de los aliados? Es
usted realmente tan ingenuo como para pensar que bamos a seguir practicando esta
especie de caridad social por los siglos de los siglos, seor Rumkowski?
Entonces Rumkowski pregunt si podan concederle algn tiempo para recapacitar y consultar
el asunto con sus colaboradores. Le respondieron que no haba tiempo. Le dijeron que, si en el
plazo de doce horas no les entregaba las listas completas de todos los habitantes del gueto
may ores de sesenta y cinco aos y menores de diez, ellos mismos pondran en marcha la
operacin.
Czarnulla dijo:
El gueto es una zona apestada, un absceso que hay que extirpar. Si lo hace ahora de
una vez por todas, podrn tener esperanzas de sobrevivir.
Si no lo hace, no tendrn la menor oportunidad.
L a asamblea en el patio del Cuerpo de Bomberos de la calle Lutomierska est convocada para
las tres y media de la tarde, pero y a desde las dos la gente se ha ido congregando en la amplia
explanada. A esa hora del da el sol est en su cnit, y la enorme extensin de piedra entre los dos
edificios que enmarcan el patio se convierte en un estanque de luz blanca incandescente. No es
hasta algo ms tarde cuando la larga hilera de cobertizos y casetas que se alinean junto al
erosionado muro exterior comienza a proy ectar una estrecha franja de sombra. Los que van
llegando se apian en esta exigua zona umbra. Al final son tantos los que se apretujan contra el
muro que el jefe de bomberos del gueto, el seor Kaufmann, se siente obligado a abandonar su
fresca oficina y, a base de empujones e imperiosos tirones de obstinadas mangas, intenta hacer
que la muchedumbre se disperse un poco.
Sin embargo, nadie quiere exponerse voluntariamente a ese sol de justicia.
Cuando finalmente llega el Presidente y a son las cuatro y media, y la franja de sombra
abarca la mitad de la explanada. Pero para entonces es tal la muchedumbre congregada que solo
una mnima parte ha conseguido un sitio a resguardo del sol. Los dems se han retirado hacia la
fachada lateral del fondo del patio, o se han encaramado a las cubiertas de los cobertizos y
casetas. Son estos ltimos los que divisan primero al Presidente y a sus guardaespaldas.
Ante la visin del Decano, una oleada de murmullos recorre la multitud. No camina con la
cabeza y el bastn porfiadamente altos como es habitual en l, sino con los hombros encogidos, la
mirada en el suelo. Al momento, todo el patio se sume en un silencio absoluto. El silencio es tan
profundo que incluso se oy e trinar a los pjaros en los rboles al otro lado del muro.
Esta vez la tribuna de oradores consiste nicamente en una mesa coja. Sobre esta se ha
colocado una silla, de modo que el orador quede al menos una cabeza por encima del resto de la
masa de gente. Dawid Warszawski es el primero en encaramarse a la improvisada tribuna. Los
micrfonos se han instalado algo apartados y tiene que estirar mucho el cuello para llegar a ellos,
lo cual provoca la impresin de que en cualquier momento vay a a perder el equilibrio y caerse.
Aun as, se acerca demasiado a los micrfonos y cada palabra que pronuncia resuena entre los
altavoces, creando un eco constante que parece intentar interrumpir su discurso a cada momento.
Warszawski habla de lo irnico que resulta que sea justamente el Presidente quien se hay a
visto obligado a tomar tan difcil decisin. Despus de todos los aos que el Decano del gueto ha
dedicado a educar a los nios judos. (LOS NIOS!, reverbera el eco entre los muros). Por
Pero, por favor, todo eso no son ms que palabras vanas. No tengo fuerzas para discutir
con vosotros. Cuando lleguen las autoridades, seguro que ninguno de vosotros dir una
palabra.
Comprendo lo que significa tener que arrancarse los brazos del propio cuerpo. Les
supliqu de rodillas, pero fue intil. De ciudades donde antes vivan siete u ocho mil judos,
apenas un millar de ellos llegaron con vida a nuestro gueto. As pues, qu es mejor? Qu
queris? Que dejemos vivir a ochenta o noventa mil personas, o ser testigos mudos de
cmo perecen todas Decididlo vosotros mismos. Mi obligacin es intentar que sobreviva
el mayor nmero de gente posible. No estoy apelando a los ms exaltados de entre
vosotros. Apelo a los que todava escuchan la voz de la razn. He hecho, y seguir
haciendo, todo cuanto est en mi mano para que las armas no tomen las calles y evitar un
derramamiento de sangre La decisin no se puede revocar, solamente suavizar.
Hay que tener el corazn de un ladrn para pediros lo que os estoy pidiendo. Pero
poneos en mi lugar. Pensad con la lgica, y sacad vuestras propias conclusiones. No puedo
actuar de ningn otro modo de como lo estoy haciendo, ya que el nmero de personas que
puedo salvar as supera con creces el nmero de las que debo sacrificar
E ntre los bloques de viviendas de los nmeros 22 y 24 de la calle Gnienieska, hay un hueco o
intersticio de unos pocos metros de ancho. Es como si, con los aos, esos dos edificios que llevan
tanto tiempo ah se hubieran ido acercando cada vez ms y ms pero no les hubieran llegado las
fuerzas para juntarse del todo. En medio de ese hueco cada vez ms estrecho se alza un muro de
ladrillos semiderruido, y sobre l est plantado Adam Rzepin, montando guardia.
Es el sabbat. Da de descanso. Las verjas de las fbricas estn cerradas.
Los puentes de madera que unen las distintas zonas del gueto, por lo general hervideros de
gente apiada esperando cruzar, cuelgan vacos como perchas. No hay trfico por ninguna parte.
Lo nico que oy e Adam es el zumbido metlico de las moscas que sobrevuelan el vertedero que
tiene detrs. Ruido de enjambres de moscas que se elevan en el aire, y luego se extingue; aparte
de eso, no oy e otra cosa que las palpitaciones de su corazn.
Desde lo alto del muro tiene un ilimitado campo visual de todo el extremo sudoeste del gueto.
Su vista alcanza hasta la calle Lutomierska y hasta la empalizada reforzada con alambre de pas
de la calle Wrzenieska, donde estn la residencia de ancianos y el gericht del juez Jakobson.
En todos los lugares de importancia estratgica del gueto hay otros vigas como l, que se
envan mensajeros entre ellos para pasar la informacin de lo que han visto.
Son ellos los que avisan a Adam de que se ha iniciado la operacin.
***
Pese a que y a de entrada deban de ser conscientes de que nunca lo conseguiran, la Polica del
Orden juda intent en un principio llevar a cabo la accin sin ay uda de nadie.
Al alba, mientras el sol todava penda bajo y henchido sobre los desgastados adoquines de las
calles del gueto, guardias de la Sonderabteilung de Gertler acordonaron unas cuantas manzanas a
lo largo de la calle Ry bna. Despus se orden a los porteros de cada bloque que fueran por
delante con las llaves maestras, abriendo las puertas de todas las buhardillas y cuartos trasteros,
as como las de los apartamentos cuy os residentes no hubieran abierto voluntariamente.
La may ora de ellos pareca haber intentado parapetarse en sus cuartos.
patio.
Mientras los mandos iban de aqu para all gritando rdenes, hombres y mujeres intentaban
poner en fila a sus hijos y familiares y alargaban cartillas de trabajo y certificados mdicos de
buena salud a los oficiales de las SS que los inspeccionaban. En algunos casos, los mandos de la
polica juda acompaaban a los alemanes como una especie de escolta silenciosa. Se rumoreaba
que Dawid Gertler en persona haba sido visto entrando o saliendo de casas donde vivan diversas
personas prominentes.
Sin embargo, eran muy pocos los mandos de las SS que se molestaban en revisar las cartillas
de trabajo o en consultar las listas de nombres que les presentaban. Se regan por el aspecto de los
judos, por si se les vea jvenes o viejos, bien alimentados o desnutridos. A los nios y a los
ancianos decrpitos se les apartaba inexorablemente a un lado para cargarlos en los camiones y a
listos para recibirlos. Mientras tanto, a los politsajten de Gertler les costaba Dios y ay uda impedir
que madres y padres desesperados se abalanzaran sobre la larga hilera de remolques en un
desquiciado intento de liberar a los hijos que les haban arrebatado. Por cada remolque haba un
mnimo de dos hombres de las SS, que disparaban sin contemplaciones a cualquiera que se
aproximara.
***
Hacia las cinco de la tarde, los comandos alemanes llegan con sus camiones y remolques a la
calle Gnienieska. Tal y como Adam haba previsto, se detienen primero ante la residencia de
ancianos. Desde su puesto de vigilancia, Adam ve cmo los hombres de la Guardia Blanca se
encargan de subir a las cajas de los camiones a hombres y mujeres de avanzada edad. La
may ora de ellos apenas es capaz de andar sin ay uda, y extienden los brazos en actitud
implorante hacia sus verdugos, quienes los llevan a rastras por las axilas o cogidos entre dos como
si fuesen sacos de harina.
Pero para entonces l y a ha tomado la decisin de esconder a Lida. En el patio hay dos
carboneras. En una de ellas, el carbn se echa por una ancha trampilla metlica situada a ras del
suelo. Adam supone que, si los alemanes empiezan a buscar fugitivos, ese ser el primer sitio en
que miren. La otra carbonera se utilizaba antes como cobertizo para las herramientas. All se
guardaban las palas para el carbn, as como escobas y palas quitanieves, y una vieja carretilla
en la que Adam haba paseado a Lida muchas veces.
En el fondo del cobertizo ahora vaco donde se guardaban las herramientas, l ha cavado un
hoy o en la tierra, lo suficientemente profundo para que quien se esconda dentro no quede
iluminado por el haz de luz que entra desde la puerta abierta.
En ese hoy o esconde a Lida.
Al principio ella se resiste. No entiende por qu tiene que quedarse completamente quieta en
un hoy o de tierra helada, entre araas y holln viejo. Pero l se queda un rato junto a ella en el
agujero. Le canta, y entonces se tranquiliza.
Llegan mucho antes de lo que Adam haba previsto. Oy e la voz de la portera, la seora
Herszkowicz, emitiendo sus excitados gorjeos por el patio:
Que vienen los alemanes, que vienen los alemanes
Todo el mundo a formar en el patio, que baje al patio todo el mundo
Hoy es un gran da para la seora Herszkowicz. Se ha puesto un vestido de terciopelo marrn
con un reborde de volantes de color crema en torno al generoso escote, y una pamela a juego,
grande como una rueda de carro, con un intrincado arreglo de plumas prendido a la cinta que
rodea la copa. Al verla correr cloqueando de un lado a otro del patio, Adam piensa en un faisn
pintado en colores chillones.
Sostiene la cara de Lida entre sus manos. Quiere hacer que calle la msica que le sale de
dentro. Al cabo de un rato se han metido juntos dentro del hoy o en la postura de siempre: l con
el brazo rodeando el cuerpo de ella, ella con la cabeza apoy ada en el hombro de l. Hermano y
hermana. Como Lida es ms alta, tiene que doblar las rodillas para poder reclinarse sobre l; y
en el mismo momento de hacerlo, mientras ella estira el cuello para acomodarse en el hueco de
su hombro, l sabe que la quiere y que siempre la querr con un amor que probablemente est
ms all de toda comprensin humana.
Los alemanes estn al mando del mismo hombre bajito, ese tal Mhlhaus, que encabez la
operacin de evacuacin del hospital de la calle Wesoa. Debido al calor, se ha quitado la gorra
con visera y los guantes, y los sostiene en una mano mientras recorre a paso ligero la fila de
inquilinos que la seora Herszkowicz ha hecho formar. Cuando Adam sale al patio, el
Hauptsturmfhrer de las SS Mhlhaus y a ha enviado a dos de sus hombres para que encuentren a
los que todava no se han incorporado al grupo. Y la seora Herszkowicz los ha acompaado
arriba. Considera que es su deber dar cuenta cabal de todos sus inquilinos.
El padre de Adam, Szaja Rzepin, se cuenta entre los ltimos en sumarse a la formacin.
A su lado estn Moshe y Rosa Pinczewski con su hija Maria.
Maria Pinczewska parece aterrorizada. En teora, no tiene nada que temer. Desde hace tres
meses trabaja en una sastrera cosiendo escudos para los uniformes de la Wehrmacht. Si hubiese
mostrado una mnima parte de la actitud complaciente desplegada por la seora Herszkowicz
mientras gua a los soldados alemanes por el edificio, puede que hubiese afirmado su utilidad y se
habra salvado. La seorita Pinczewska es adems joven y guapa; rubia y de ojos azules, casi
como una autntica aria.
Peor lo tienen Samuel Wajsberg y el seor y la seora Fry dman, de los bloques del otro lado
del patio. La seora Fry dman ha anudado una paoleta a la cabeza de su hija, lo cual la hace
parecer bastante ms may or de lo que es. A su lado estn el seor y la seora Mendel y su hija.
El normalmente puntilloso Mhlhaus ni siquiera se molesta en echar un vistazo a la cartilla de
trabajo de Mendel, sino que se limita a hacer un gesto impaciente en direccin a un punto a la
derecha del tocn que es lo nico que queda del gran castao de Fabian Zajtman. Es all donde
tienen que colocarse los seleccionados para la deportacin. Tambin los lujos de Fry dman son
conducidos all. Cuando se los llevan, la seora Fry dman se derrumba en los brazos de su marido.
Samuel Wajsberg llama a su esposa Hala, que an no se ha presentado.
Suena como una llamada de socorro.
Hala!, grita.
El eco reverbera en prolongadas ondas contra las altas y decrpitas fachadas del patio.
Adam se acerca y se pone al lado de su padre.
Szaja Rzepin contina mirando al frente, con la cabeza gacha.
Dnde est Lida?, pregunta al fin, sin levantar la mirada del suelo.
Adam no responde. Szaja no repite la pregunta.
HA-A-A-LAAA!, llama Samuel de nuevo.
No hay respuesta; solo la que trae el eco.
La seora Herszkowicz despliega una sonrisa demasiado forzada y toquetea con nerviosismo
los volantes plisados de su busto.
Entonces, finalmente, llega Hala Wajsberg al patio. Va empujando ante ella a su hijo menor,
Chaim. Un paso por detrs de ellos viene Jakub. La seora Wajsberg les ha puesto a sus dos hijos
camisas blancas recin planchadas, pantalones oscuros con los bajos vueltos y zapatos negros
bien bruidos. Tambin ella luce un aspecto muy sobrio, con un vestido de corte recto y manga
larga. Se ha recogido el cabello en un moo tirante. Se eleva por encima de la nuca y tiene el
raro efecto de conseguir que su cuello, normalmente robusto, parezca vulnerable. Sus pmulos se
ven altos y relucientes, como si se hubiese aplicado una crema para dar lustre a la piel.
Apenas han pasado unos minutos desde que Adam lleg y se coloc junto a su padre. La
seora Herszkowicz y a ha vuelto. Misin cumplida, informa con orgullo al apuesto oficial de las
SS con sus botas negras de caa alta y sus brillantes insignias.
En estos momentos Mhlhaus est enfrente de Samuel Wajsberg, quien en posicin normal le
saca casi una cabeza al oficial alemn. Mhlhaus ni siquiera se molesta en buscar la mirada de
Samuel, sino que se limita a extender la mano y espera que le entregue las cartillas de trabajo de
la familia.
Sin embargo, el hecho de que el oficial no le haga caso pese a todas las molestias que se ha
tomado por l parece superar de pronto a la seora Herszkowicz. A diferencia de la may ora de
los inquilinos, ella es de buena familia y, no obstante su ascendencia juda, recibi una excelente
educacin polaca. Por si fuera poco, ha resuelto la tarea que se le ha encomendado
esplndidamente. Ha conseguido que todos los residentes abandonen sus apartamentos a tiempo.
Ah estn todos, alineados y con sus cartillas de trabajo en la mano. Y aun as el oficial alemn ni
siquiera se ha dignado mirarla.
En esa familia de all falta uno de sus miembros, anuncia por tanto en un alemn alto y claro,
sealando con el dedo a Szaja y Adam Rzepin.
El Hauptsturmfhrer de las SS Mhlhaus alza la vista de los documentos que sostiene en la
mano. Solo entonces parece comprender lo que la emperifollada mujer intenta decirle, lo cual
pone nerviosa a la seora Herszkowicz: Frulein Rzepin hat sich vielleicht versteckt, aclara
despus, con un movimiento que podra haber pasado por una reverencia de no ser porque su
abigarrada falda impide apreciar la genuflexin.
Mhlhaus asiente. Con un distrado gesto de la mano que sostiene los guantes indica a los caos
politsajten judos de su escolta que localicen a la desaparecida; despus vuelve a su tarea de
examinar el documento de Samuel Wajsberg. Al cabo de unos minutos, traen tambin a Lida
Rzepin. Es el doble de alta que los dos policas que la llevan en brazos; las piernas le cuelgan
desmaadamente del cuerpo y tiene la cara tiznada de holln y barro.
Guten Tag, meine Herren , dice despreocupadamente, columpiando los brazos adelante y
atrs.
Mhlhaus la mira fijamente.
Wo hattest du dich versteckt?, ruge en un sbito arrebato de ira.
Lida contina haciendo oscilar los brazos adelante y atrs. Como si tomara impulso para salir
volando de all.
Mhlhaus se acerca. Con mi gesto expeditivo la agarra por el pelo, baja de un tirn su cabeza
al nivel de la suy a y le grita en su desdibujado rostro:
WO HATTEST DU DICH VERSTECKT!
Pero Lida solo sonre y columpia los brazos.
Mhlhaus tantea con la mano libre en busca de su arma reglamentaria y desenfunda: con una
mueca de indecible asco, dispara dos tiros en la cabeza de la muchacha.
Retrocede de un salto.
Y Lida cae. Es su ltima cada.
Sangre y sesos se desparraman por la parte de atrs de su cabeza.
Tras los disparos, se desata el pnico. Las mujeres profieren agudos chillidos, los hombres gritan
para tratar de acallarlas. Los dos grupos tan cuidadosamente delimitados los que han sido
apartados para ser conducidos a los remolques y el resto amenazan con volver a mezclarse,
por lo que los dos policas judos deciden actuar por iniciativa propia y empiezan a repartir
desmaados golpes y empujones a fin de mantenerlos separados.
Como si de repente se le hubiese agotado la paciencia con todo el asunto, Mhlhaus retrocede
un par de pasos; con un rpido gesto de su mano derecha salpicada de sangre, seala a un puado
de personas que debern ser apartadas. La mano recae sobre la anciana seora Krumholz y,
mientras esgrime una fugaz sonrisa, sobre la rubia de ojos azules, Maria Pinczewska.
Despus de ella, sobre Chaim Wajsberg.
Es una simple cuestin de azar. Ni siquiera se ha molestado en mirar las listas que la seora
Herszkowicz le ha entregado.
Los dos politsajten de Gertler agarran a Chaim Wajsberg y lo empujan para que se una al
resto de los seleccionados. Hala y a ha echado a correr detrs de su hijo. Pero entonces Samuel
interviene. Con un grito que nadie habra credo que pudiera salir de sus destrozados pulmones, se
abalanza sobre su mujer y la tira al suelo de bruces.
Jakub Wajsberg se queda plantado all, solo. Petrificado, ve a su padre arrastrarse sobre su
madre cada, como si quisiera cubrir cada centmetro de su cuerpo con el suy o. A unos metros
de ellos, Adam Rzepin mece sobre su regazo la cabeza sangrante de su hermana Lida.
L a ltima maana en la Casa Verde, Rosa Smoleska se haba levantado como de costumbre a
las cuatro para ir a buscar el agua con que Chaja Mey er llenara ms tarde el barreo grande de
la cocina; y, como de costumbre, Jzef Feldman haba llegado en su bicicleta para llenar el
depsito de carbn y encender la caldera. Todo como de costumbre; por el bien de los nios, se
haban esforzado al mximo para que ese ltimo da empezara tambin como lo haban hecho
todos los dems. El sol an no despuntaba en el horizonte, pero el cielo brillaba con un azul
difano y algunas golondrinas revoloteaban en el aire como para anunciar que tambin ese
nuevo da de septiembre sera caluroso y soleado.
La noche anterior, el director Rubin y el pediatra Zy sman haban convocado a todos en la
wietlica de la casa. El director Rubin les explic que las autoridades haban decidido que su
estancia en el gueto haba tocado a su fin, y que algunos de los nios volveran a sus hogares,
mientras que otros seran internados en orfanatos normales fuera del gueto. Les dijo que los
que fueran a ser realojados no se apenaran por ello. Ms all de los muros el mundo continuaba,
les dijo, y era ms grande, infinitamente ms grande que ningn gueto.
El director volvi a echarse a rer. Nunca se haban odo tantas risas en la Casa Verde como
durante aquella noche. Sin embargo, por detrs de sus sonrisas, los nios permanecan serios y
callados. Nataniel pregunt quin iba a conducirles fuera del gueto, y cmo iban a viajar, si en
tren o quiz en tranva (todos los nios haban visto los tranvas que desde comienzos de ao
transportaban a los deportados a Radogoszcz), y entonces la sonrisa del director Rubin se
ensanch an ms si cabe y contest que lo descubriran por la maana; que ahora tenan que ir a
hacer sus maletas y que solo deban llevarse lo que pudieran necesitar para el viaje, y que se
aseguraran de ponerse sus mejores ropas y, sobre todo, no olvidasen inclinar la cabeza y hacer
reverencias a los soldados alemanes que vendran para guiarles.
Una mujer de la oficina de administracin de la calle Dworska, una tal seora Goldberg, haba
sido encargada de conducir a los nios al punto de reunin designado. Llevaba los labios pintados
con una gruesa capa de carmn y un traje sastre muy ceido que la obligaba a andar a pasos
muy cortos. No dejaba de mirar al frente, como si tuviera miedo de que su mirada pudiera
quedarse fija en algo, y cuando hablaba lo haca siempre nerviosamente, por la comisura de los
labios.
Mientras la seora Goldberg y los dos guardias que iban a escoltarles esperaban fuera, Rosa
Smoleska recorra los pasillos de la Casa Verde dando palmadas y los nios se iban alineando en
el mismo orden en que se colocaban siempre cuando vena a visitarles el Presidente: los ms
pequeos delante; los may ores, por orden de estatura, en los escalones de detrs. A las siete en
punto, como se les haba indicado, todos los nios y las nieras se pusieron en marcha en
direccin al punto de reunin en el Campo Grande: Rosa iba a la cabeza con los ms pequeos,
Liba, Sofie, Dawid y los mellizos Abram y Leon, mientras que Chaja Mey er y Malwina Kempel
cerraban la comitiva tras los may ores.
Ya hay otros grupos de los dems orfanatos de Mary sin diseminados por la embarrada zona en
pendiente; y hay ms nios en camino. Unas huellas profundas de neumticos en la tierra suelta
y lodosa indican el camino por el que han llegado los camiones. Estn aparcados de forma que
los remolques, que han entrado dando marcha atrs, forman una especie de flecha que apunta
hacia el lugar en que se han congregado los nios y sus vigilantes. A unos diez metros hay dos
coches de ordenanzas, uno de ellos con la inscripcin GETTOVERWALTUNG en un costado.
Proveniente de esa direccin, Rosa ve acercarse a pie al mismsimo Hans Biebow. Va vestido
como si formara parte de una gran expedicin de caza, con Stiefelhosen abombados y un fusil
colgado de una correa al hombro.
Parece muy alterado por algo. Una y otra vez se vuelve, grita y gesticula. Estn llegando
demasiados nios a la vez, todo va demasiado rpido.
Algunos de los policas judos que hasta ahora estaban ah como pasmados con sus quepis y
sus bruidas botas altas se ponen de repente en movimiento y empiezan a agrupar a la masa
creciente de nios y a empujarlos hacia atrs.
Hay que contarlos.
As que tienen que alinearse de nuevo. Cada orfanato por separado. Seis grupos.
Pero ahora la inquietud ha empezado a contagiarse entre los nios. Muchos de ellos han
pasado antes por la experiencia de formaciones parecidas. Se apretujan nerviosos entrelazando
sus piernas; varios intentan escabullirse, pero son interceptados por los policas judos, que incluso
tienen que correr tras algunos para atraparlos. Una nia con una gastada chaqueta de lana gris
rompe a llorar entre alaridos. Rosa echa una mirada angustiada hacia su propio grupo. Staszek
parece completamente aterrorizado. Y Biebow se est acercando a ellos con dos oficiales de las
SS con abrigos negros hasta los tobillos.
Uno de ellos, un hombre con gafas redondas de montura metlica como las de Himmler,
sostiene un fajo de papeles en la mano. Hasta el fondo de las filas de nios llegan furiosas
rdenes en alemn de que hay que repetir el recuento.
Ahora el sol y a est muy alto, y arde en las nucas empapadas en sudor.
Delante de Rosa est la seora Goldberg del Secretariado Wokowna, con su ceido traje de
falda con raja por detrs, intentando controlar a algn nio de las filas de atrs. Biebow y sus
hombres estn cada vez ms cerca.
Sbitamente, un chico con boina y pantaln corto echa a correr campo a travs por entre los
rastrojos. Desde donde se encuentra Rosa, resulta obvio hacia dnde se dirige. Temblorosos bajo
la calima al final del Campo Grande, se vislumbran los tejados de chapa ondulada de los
tentadores cobertizos de la calle Bracka. Si tan solo pudiera llegar hasta all
Un soldado que est cerca de Rosa lanza un grito atronador. Ella oy e el golpeteo sordo de la
correa cuando el hombre quita el cerrojo de la ametralladora y levanta el arma. Ve la mochila
saltando y rebotando contra los hombros del nio, y por debajo las piernas que se agitan como
baquetas de tambor. Un instante despus, se oy e un chasquido seco. Aunque no es el soldado de
la ametralladora quien dispara. Por encima de la mira del arma que de pronto vacila temblorosa,
Rosa ve que tambin Biebow ha levantado su fusil; vuelve a abrir fuego y a lo lejos el nio
desaparece de la vista, hundido entre las hierbas altas del terrapln.
De repente se ve envuelta en un mar de piernas al galope y cuerpos muy juntos en una
frentica estampida. Agarra fuerte con una mano la de Staszek y con la otra la de Sofa, que no
para de chillar. Por miedo a ser arrollados no se atreve a girarse, sino que sigue corriendo de
frente, con los hombros y el cuello tan rgidos como el resto de los que se apretujan arrastrados
por la aterrada multitud. Aparte de los nios que lleva de la mano, solo ve a Liba y a Nataniel. No
ve a los mellizos por ninguna parte. Entonces, de pronto, los divisa: un puado de policas con
brazales judos estn subiendo primero a Abram, despus a Leon, a una caja de camin y a
abarrotada. Los rostros de los nios estn desencajados por el llanto. Consigue liberar un brazo y
agitarlo para hacerles saber que, al menos, est cerca de ellos. En ese momento, recibe un fuerte
golpe en la espalda. Uno de los soldados alemanes la empuja brutalmente con la culata del fusil y
vocifera bajo su brillante casco de acero Vorwrts, vorwrts, nicht stehenbleiben, y , sin saber
bien cmo, dos policas la agarran por la cintura y la suben a una de las cajas. Cuando el camin
arranca de repente, Rosa cae de bruces en medio de un mar de nios y mochilas duras como
piedras.
Nada en sus treinta aos de experiencia como niera la ha preparado para una situacin como
esta. No hay palabras, ni instrucciones, para lo que sucede a su alrededor. Los motores de los
vehculos retumban atronadores y sacuden la caja del camin en la que est sentada. Recorren
calles que ella recuerda llenas de gente y que ahora aparecen espectralmente desiertas. De vez
en cuando, el convoy pasa frente a algn puesto de vigilancia; los guardias alemanes
permanecen inmviles en sus garitas o fumando en pequeos grupos juntos a los pasos con
barrera.
De pronto, la caja da una sacudida y el camin vuelve a parar. Unas manos descorren las
fallebas de los laterales de la caja y por el borde asoman caras de soldados que les gritan que se
apeen. Y en el otro extremo de la explanada de gravilla donde tambin se han detenido los dems
camiones se ve la escalinata de piedra de la entrada principal del hospital de la calle
Drewnowska.
El hospital est enclavado justo en la frontera del gueto; pero, por donde antes discurra la
valla alambrada, ahora solo queda una torre de vigilancia. Todas las barreras parecen haber sido
retiradas de modo que los vehculos del ejrcito alemn puedan moverse libremente por lo que
antes era una frontera infranqueable. Tampoco el hospital es y a un hospital. Parece ms bien
algn tipo de almacn o cuartel. Los soldados les conducen hasta un vestbulo vaco y angosto
cuy o suelo est cubierto de cristales rotos; en la escalera que lleva a la primera planta hay tirada
ropa manchada y sbanas rasgadas. Desde el vestbulo parten varios pasillos oscuros como
tneles. No hay electricidad. Avanzan a tientas durante un rato y les meten a empujones en una
estancia grande que deba de haber sido antes una sala de hospital. Pero no hay camas, solo un
suelo mugriento y una ventana por la que la luz que queda se filtra densa y turbia.
Ella hace lo que puede para cuidar de los nios que le han confiado.
Staszek sigue con ella; Liba y los mellizos, tambin. Sale al pasillo y llama a Sofie y Nataniel,
que han ido a parar a otra sala.
La luz del sol no tarda en desvanecerse de la ventana y la misma oscuridad que inundaba los
pasillos va invadiendo poco a poco las reverberantes salas de hospital. La temperatura empieza a
bajar. Los nios ms pequeos tienen los miembros rgidos por el fro y los labios blancos por la
sed. Pero nadie viene a traerles pan o agua. Ella lleva en el bolso media barra de pan seco, y
ahora lo saca y lo reparte de modo que a todos les toque un trocito. Despus se quedan en silencio
en la creciente penumbra. Del exterior empiezan a llegar los ruidos de los sobrecargados
camiones militares que se acercan de nuevo. El estruendo aumenta hasta devenir un atronador
muro sonoro; despus se va extinguiendo lentamente. Las voces de oficiales alemanes gritando
sus espantosas rdenes recorren los pasillos vacos, y el aire se cierra en torno a las palabras
como si quisiera tapar algo obsceno. Oy e pasos que se arrastran envueltos en su propio eco; el
sonido de nios que gritan y lloran muy cerca, aunque fuera del alcance de la vista.
Pero aqu no solo hay nios; tambin hay adultos. Desde el sitio donde ha conseguido
instalarse, a los pies de la ventana, le parece vislumbrar al hombre de confianza de Rumkowski, el
rabino Fajner, con su enorme barba blanca. A su lado ve a otro rabino rezando, su rostro
macilento y lampio, descarnado como el esqueleto de un pjaro, asomando bajo los flecos del
manto de oracin. Y desde todas direcciones se oy e a otros adultos arrastrando sus pesados
cuerpos por la sala, que de pronto se quedan en silencio (o exhortan a los nios a callar), casi
como si el espacio donde acaban de entrar fuera un lugar sagrado.
Y luego, de repente, se extingue la ltima luz. Y el fro arrecia: desde las desnudas baldosas
de piedra, se filtra un helor que atraviesa los cuerpos como una cuerda tensada al mximo.
Sin embargo, durante toda la noche y hasta altas horas de la madrugada se oy e el ruido de los
camiones que se detienen y arrancan de nuevo sin ni siquiera apagar los motores; y muy pronto
el hacinamiento en la sala es tal que Rosa solo cabe en su sitio bajo la ventana sentada con las
piernas dobladas debajo del cuerpo. Con Sofa en el regazo y la cabeza de Liba acunada entre sus
brazos, consigue, a pesar de todo, robar unos momentos de descanso.
***
El da anterior, en el ensordecedor caos del hacinamiento en las cajas de camiones y remolques,
a la seora Goldberg pareca habrsela llagado la tierra. Pero esta maana est otra vez de
vuelta. Enfundada an en el mismo traje ceido y con los labios pintados de intenso carmn,
aparece en la sala de hospital bajo la luz griscea del alba y le hace seas a Rosa para que se
levante y saque a los nios fuera.
Rosa coge a Staszek y a Liba con una mano, a Sofia y a Nataniel con la otra. Recorren
pasillos que ahora estn inundados de una luz silenciosa, desnuda y como vacilante. A travs de
las puertas abiertas ve a nios sentados esperando con las piernas cruzadas o apretadas contra el
pecho y la barbilla. Algunos se aferran compulsivamente a sus tazones o mochilas. Otros se
mecen despacio, con la cabeza metida entre las rodillas levantadas.
Abajo en el patio, los camiones y a esperan a la luz tenue y mercrea. Hoy hay ms
vehculos; deben de haber al menos unos diez o quince. Partiendo de la ancha escalinata de la
entrada del hospital, los soldados forman una especie de largo muro de amenazantes
ametralladoras.
Es al pasar con los nios de la mano frente a esta muralla de soldados cuando descubre a
Rumkowski. El Presidente ha mandado aparcar su carruaje lo ms cerca posible de la escalinata,
de modo que todos los cros tengan que pasar por delante de l antes de ser subidos a los
camiones. Y a medida que se acerca, ms cuenta se da ella de con qu minuciosidad escruta la
mirada del Presidente a cada uno de los nios. Sus ojos pasan rpidamente por encima de los
raquticos, los cojos y los deformes. Lo que busca es a ese nico nio perfecto, el que pueda
desagraviarle de los miles que se ha visto obligado a sacrificar. Y entonces Rosa observa cmo su
rostro se ilumina con una sonrisa que ha visto muchas veces antes, pero que nunca ha conseguido
descifrar.
El Presidente sonre, pero eso no es una sonrisa
Desde detrs, alguien le arranca a Staszek de la mano y de pronto Rosa no sabe qu hacer: si
ir detrs de Staszek, cuy os gritos de protesta la estremecen como una descarga elctrica, o si ir
con los otros nios, que han seguido avanzando y la llaman. A varios de ellos y a los han subido a
las cajas de los camiones; y para retroceder hasta donde est Rumkowski y a es demasiado tarde.
Ve al Decano inclinarse y hacerle seas al cochero para que ay ude a Staszek a subir al
carruaje. Soy yo, oy e que le dice al nio, como una parodia de la voz que ella ha odo durante
tantos aos, pan mier. El cochero y a ha hecho girar el caballo y el carruaje se aleja
majestuosamente de all, en direccin contraria a los abarrotados camiones alemanes que salen
franqueando las barreras alambradas que haban sido retiradas: se aleja para volver a la
seguridad del gueto.
II
EL NIO
(septiembre de 1942-enero de 1944)
Hgase tu voluntad, Seor, T que escuchas a los pobres que nos dirigimos a ti, T que
escuchas las quejas y suspiros que se elevan de nuestros corazones cada maana, cada
noche y cada medioda. Pronto no resistiremos ms. No tenemos quien nos gue, nadie que
nos apoye, tampoco tenemos a quien dirigirnos, nadie ms que a ti, Seor, T que cada da
permites que un torrente de venganza, hambre, penurias, espadas, terror y pnico se abata
sobre nosotros. Por la maana decimos: Ojal que llegue la noche. Y por la noche
decimos: Ojal que amanezca. Ya nadie sabe quines de entre tu rebao podrn
sobrevivir y quines caern vctimas de violentos y saqueadores. Padre que ests en los
cielos, te pedimos que el pueblo de Israel pueda regresar a su tierra, sus hijos a los brazos
de sus madres, y los padres a los de sus hijos. Siembra la paz sobre el mundo y aleja el
malfico viento que sopla sobre nosotros. Abre los grilletes que encadenan nuestros pies y
despjanos de nuestras sucias y harapientas vestiduras. Haz que regresen a sus casas
aquellos a los que se llevaron, que fueron deportados y encerrados. Protgeles, all donde
estn, de todo mal, de toda calamidad, de toda enfermedad y de toda venganza, y deja que
por fin podamos pasar del dolor al alivio, de las tinieblas a la luz, para servirte de todo
corazn y celebrar con alegra el sabbat y las festividades. Ilumnanos y guanos con Tu
poder, y haz visibles tus signos para que podamos ver con claridad cmo libera el Seor a
su pueblo de la cautividad. Ese da Jacob clamar de jbilo y todo Israel se regocijar, y
nadie que haya buscado refugio en Ti tendr que seguir sintiendo vergenza ni humillacin.
Que el Seor sin vacilacin ni demora desagravie a los justos, y podamos decir todos:
Amn
Tambin hay otra imagen. Es una placa de la radiografa que el Presidente hizo que le tomaran a
su hijo a fin de asegurarse de que el nio que haba decidido adoptar estaba completamente
sano .
Es la nica imagen verdaderamente real de ti mismo que vers en tu vida, le dijo al chico el
grosor, atados con un cordel. En algunas de las placas torcicas se aprecian zonas oscuras llenas
de lquido, que en una persona joven provocan una manera de andar espasmdica y encorvada,
con una elevacin pronunciada y protuberante de los hombros. En otras, en el blanco resplandor
luminiscente del revestimiento seo, se observan zonas sombreadas como grabadas al buril,
signos inconfundibles de una tuberculosis avanzada. No obstante, todas las imgenes son
annimas. Si alguna vez hubo nombres, datos de nacimiento o nmeros de registro que
permitieran distinguir un negativo de otro, hace tiempo que se perdieron.
Lo nico que permite identificar ahora las imgenes lo que en retrospectiva les otorga un
cuerpo, un nombre, una cara son sus anomalas.
A parte de Moshe Karo, la otra persona a la que se haba encomendado la educacin del joven
Rumkowski era Fide Szajn. Era sabido que el Presidente senta cierta predileccin por los
hasidistas del gueto, y Fide Szajn estaba considerado como un excelente instructor. En cualquier
caso, no haba razn para pensar que sus enseanzas pudieran causar algn perjuicio al
muchacho.
Fide Szajn era quien haba cargado con la parte trasera de la camilla cuando el rebe
Gutesfeld y l llevaban a la paraltica Mara por toda la ciudad. A Staszek, quien todava no haba
tenido ocasin de ver apenas nada del gueto, Szajn le narraba con interminable profusin de
detalles cmo los tres haban tenido que huir de un lugar a otro. Cmo se haban visto obligados a
abandonar sus refugios hiciera el tiempo que hiciera y a cualquier hora del da o de la noche. Le
cont que por las noches solan cobijarse en el antiguo cine Bajka, que en la actualidad era una
casa de oraciones, o en la sinagoga de la calle Jakuba, que haba alojado la escuela de Talmud
Tora, y en la que los pocos rollos de la Tor y libros de oracin que se haban logrado salvar de
las quemas de los nazis se guardaban en el may or de los secretos. Tambin haban hallado
refugio en el almacn del stano de la fbrica de calzado situada en la esquina de las calles
Towianski y Brzeziska, y a que el kierownik que la regentaba era un judo profundamente
religioso. Un par de das los pasaron en las ruinas de un desvencijado bloque de pisos de la calle
Smugowa. Las autoridades haban decretado que el barrio fuera incorporado a la zona aria de
Litzmannstadt; los habitantes del inmueble y a haban sido desalojados y los equipos de
demolicin haban iniciado su trabajo. Sin embargo, el edificio segua en pie, aunque solo fueran
las vigas maestras y parte de la fachada, as que se quedaron all, con una lluvia incesante que les
empapaba acurrucados debajo del cabecero de una cama y algunos butacones viejos que los
saqueadores de madera an no haban rapiado, mientras la mujer, tumbada en el suelo frente a
ellos y tapada con una manta mugrienta, musitaba ininteligibles versos de plegarias en hebreo.
Por extrao que pueda parecer, a la sazn todava haba lugares en el gueto donde era posible
pasar desapercibido. Pero entonces tuvo lugar la terrible operacin de septiembre, y la Polica
del Orden juda sac por la fuerza al rebe Gutesfeld del sencillo cuarto alquilado que ocupaba
junto a su esposa. Fide Szajn se vio asimismo obligado a buscar refugio. Podran haberlo
deportado tambin, de no ser porque en el ltimo momento Moshe Karo consigui que se
Fide Szajn acuda diariamente a excepcin del sabbat, y siempre comenzaba sus lecciones
comiendo. Todava ms que a los vetustos libros que se obstinaba en cargar de arriba para abajo,
Fide Szajn veneraba la comida que el ama de llaves del Presidente le pona delante y que l
siempre ingera en absoluto silencio, como si cada migaja exigiese su ms completa atencin.
Tras el gape daba comienzo la clase.
Fide Szajn repasaba minuciosamente la liturgia del servicio religioso, cmo deba practicarse
la lectura de la Tor y cul era el modo ms fcil de memorizar los fragmentos elegidos a fin de
que el texto sagrado fluy era por su propia fuerza divina. Fide Szajn dedic especial inters a
ensear hebreo a Staszek. Se detena meticulosamente en cada letra del alfabeto, explicando el
porqu de su aspecto, y tambin el origen divino de cada palabra. Una sola palabra poda dar pie
a la leccin de toda una tarde. Aydame a explicarlo, deca Fide Szajn (lo expresaba as a
menudo, como si fuera l quien necesitara ay uda para solucionar un problema y no el
muchacho): aydame a explicar por qu las palabras para temor y fe tienen la misma raz. Si
Staszek no saba qu contestar, Fide Szajn replicaba narrando una historia. Cuando Jacob, al
despertar de su largo sueo, descubre en Beerseba la escalera que conduce al cielo elevndose
por encima del Templo, le sobreviene el temor porque el lugar donde se ha tumbado a descansar
se ha transformado de repente en otro distinto.
D espus
utilizaban para nada. Con aquel ventanal por el que entraba algo que podra haber sido luz, de no
ser porque los cristales estaban enturbiados por la suciedad y el barro. Tampoco el aire era bueno
all dentro. Staszek intentaba respirar, pero cada vez que aspiraba una bocanada era como si le
metieran por la garganta un grueso y pestilente calcetn. Cerraba los ojos y todo desapareca
menos ese hedor, y el arrullo de las palomas y su frgil aleteo al posarse o echar a volar en el
acristalado patio de luces; y luego la voz odiosa y zalamera de su padre, que se inclinaba sobre l
y le hablaba con el mismo mal aliento que desprendan los muebles: una extraa mezcla de
excrementos de paloma, madera podrida, el tufo acre del humo de los cigarrillos y el olor
especial de la cera que la seora Koszmar aplicaba con regularidad sobre todas las puertas de los
armarios y los brazos de las sillas:
Este lugar es solo tuyo y mo, Staszek; un lugar sagrado:
aqu podremos estar a nuestras anchas!
T odo el mundo deca que ahora l era un Rumkowski. Lo deca la princesa Helena, y el seor
Tausendgeld; y la seorita Fuchs; y el hombre de las llaves, y Fide Szajn, que se presentaba
puntualmente cada da con los ojos brillantes por el hambre. Adems de aquel a quien todos
llamaban su benefactor, el seor Moshe Karo.
Pero nada consegua hacer que se viera a s mismo como un Rumkowski. En su fuero interno,
l siempre haba tenido el mismo nombre Stanisaw Stein, aunque y a no recordara muy bien
el aspecto de su verdadera madre. Solo recordaba que sola llevar el pelo recogido en dos largas
trenzas, tan tirantes que desde arriba se vea la piel blanca del cuero cabelludo. Eso fue lo que vio
el da que ella le hizo quedarse muy quieto y erguido a su lado mientras le cosa la estrella de
David amarilla en la pechera de su chaqueta. Despus tuvo que darse la vuelta para que le
cosiera otra igual en la espalda. Recordaba el olor de su pelo. Suave y fresco, una fragancia
clida y aromtica que solo era de ella. Nadie ola como ella.
Haba siete nios en la familia y todos tenan que llevar esas estrellas.
una escalera de mano contra el rbol; uno de los soldados trep por ella y sujet los dos brazos
del seor Kohlman contra el tronco, forzando a los dedos a abrirse para poder clavar las palmas
en la madera. Despus le dejaron all colgado.
Continuamente oa a su madre decir, ora a grito pelado, ora en un ronco susurro:
Mis hijos son cristianos, mis hijos son cristianos, mis hijos son cristianos
Por qu deca eso? Por aquel entonces haban reunido a todos los judos del pueblo en la gran
explanada de hierba frente a la iglesia, aunque el prtico permaneci cerrado, al igual que la
verja del muro que daba al cementerio; y fuera caa una lluvia tenue y fra que transformaba
todo lo que haba sido suelo firme en un barrizal espeso y viscoso. Haba soldados por todas
partes. Llevaban amplios capotes negros y las diminutas gotas destacaban brillantes sobre el pao
de los uniformes, el metal de los cascos y las armas relucientes que llevaban enfundadas a la
cintura o colgadas al hombro. De vez en cuando alguno de ellos daba un rpido paso al frente y
agarraba a un judo o dos, los sacaba del grupo y empezaba a pegarles con las culatas de sus
fusiles o cualquier arma que llevaran.
Incluso una vez cados al suelo, los soldados seguan golpendolos.
Y cuando los judos dejaban de moverse, los arrastraban hasta el extremo ms alejado del
muro del cementerio, desde donde el sonido de los disparos sigui escuchndose hora tras hora.
No fue hasta la medianoche cuando las mujeres recibieron rdenes de ponerse en marcha.
Cascos de acero brillante y capotes de cuero que gritaban schnell y raus, y el coro de
gimientes mujeres volvi a aullar, y l avanz dando tumbos entre cuerpos tan empapados por la
lluvia que lo nico que vea eran los hinchados pies descalzos que chapoteaban por el fango y
tropezaban a cada paso; y las mujeres, quitndose las palabras de la boca unas a otras,
comentaban en voz alta y airada que las iban a separar de sus hijos. Y hablaban de la comida. Y
de cmo se las iban a arreglar si no tenan qu comer. l estaba muerto de miedo, y como el
miedo estaba por todas partes, todo lo que vea y tocaba se converta tambin en miedo. Los
autobuses que les esperaban eran animales nerviosos y malignos, temblando de ira contenida
bajo el traqueteo de las cubiertas de los motores. Procur mantener la mirada fija al frente para
no marearse, tal como le haba dicho su madre que hiciera, pero en su interior y ante sus ojos
todo estaba oscuro. Se orin encima. Iban sentados en un autobs, despus en otro o tal vez fuera
el mismo, y el vehculo daba unas sacudidas tan fuertes en medio de la suave y untuosa calidez
del ronroneo del motor que pareca que unas manos invisibles le estuvieran masajeando. Y
entonces no se pudo contener. Y luego sus ropas empapadas en orina se le congelaron en el
cuerpo de vientre para abajo. Los dientes le castaeaban pese a que su madre le abrazaba muy
fuerte contra el pecho. Y recordaba que su madre haba dicho ojal tuviera una manta para darle
calor
Sin embargo, en algn momento entre su intenso deseo de conseguir una manta y la aparicin
de esta, tan repentina como inesperada (manos rpidas y nerviosas que la enrollaban alrededor
de su cuerpo en varias y gruesas capas), su madre haba desaparecido.
Nunca ms volvi a verla.
***
Entre las personas que envolvieron con la manta sus ateridos miembros aquella maana en que
llegaron los autobuses estaban Malwina Kempel y la niera Rosa Smoleska, de la Casa Verde.
Aunque eso no lo supo en aquel momento. De hecho, pasaran varios meses antes de que
comprendiera que y a no se hallaba en Legionw, sino en el Gueto de Litzmannstadt. (Lo escriba
con la misma caligrafa polaca de letras suavemente redondeadas que la seorita Smoleska
enseaba a todos los nios: Gue-to de Litz-mann-stadt)
En un principio, las mujeres deportadas haban sido llevadas a un edificio llamado Kino
Mary sin, aunque no era en absoluto un cine, sino ms bien un gran almacn con paredes de
madera, lleno de corrientes de aire y que ola a tierra y patatas viejas. All se pas los das
sentado con la placa de nmero de transporte que le haban colgado del cuello y la manta que le
haban liado al cuerpo, y sin ms comida que unas rebanadas de pan seco y la sopa que les traan
diariamente en unos grandes y resonantes calderos, y que tena un gusto rancio e inmundo a agua
sucia de fregar. Al cabo de una semana se present su benefactor, Moshe Karo, con una mujer
que llevaba un uniforme de niera recin planchado y que ley una lista completa de nombres, y
los nios cuy os nombres fueron mencionados tuvieron que ponerse en pie y marcharse con ella.
As que estaba y a en el gueto el da en que Rosa fue a buscarle?
Gue-to de Litz-mann-stadt.
La seorita Smoleska asinti.
Pero, entonces, qu era eso del gueto?
La seorita Smoleska no supo qu responder. El gueto era lo que haba all fuera. Pero l
ahora estaba aqu dentro. Salvado, segn lo expres la seorita Smoleska.
Tambin en el gueto haba cascos de acero?
l y a le haba hablado antes a la seorita Smoleska de cmo obligaron a todos los judos a
congregarse en la plaza de la iglesia catlica, de cmo la lluvia haca que nadie pudiera ver
cuntos eran; y de cmo los cascos de acero iban por ah pegando a toda la gente que haban
reunido, solo para volver a separarla de nuevo. Aquellos cascos de acero le daban miedo, dijo; y
cuando lo dijo, la seorita Smoleska adopt la expresin que pona siempre cuando las preguntas
de los nios eran demasiado directas e incmodas, o cuando no saba qu responder. Su mirada
se volvi esquiva, y sus manos pequeas y fuertes se encontraron de repente muy atareadas.
Los alemanes estn aqu, pero por lo general se quedan fuera. Mientras no hagamos nada
malo, no volvern.
No volvern nunca?
Muy pronto, cuando la guerra termine, y a no volvern.
Y cundo se terminar la guerra?
Pero esa era una pregunta que ni siquiera Rosa Smoleska poda contestar.
P ero, pese a todo, haba un ah fuera, y su aspecto era el que el seor Prezes decida que deba
tener. El Caudillo se pona de pie en su carruaje y sealaba con el dedo, y aquello que l
sealaba se haca real. Lo que de esta manera fue surgiendo ante ellos dos a medida que
recorran el gueto en sus visitas reales de inauguracin fueron: un hospital reconvertido en una
sastrera de uniformes militares; un hospital infantil transformado en una sala de exposiciones; un
almacn de carbn cerrado ahora a cal y canto (y estrechamente vigilado); un mercado de
verduras; y resorty, claro, infinidad de resorty. Aqu!, deca el Caudillo sealando, y al instante
surga ante ellos una gran plaza con barreras y cercas y garitas de guardia y policas con gorras
y relucientes botas de caa alta y brazales a ray as blancas y amarillas con la estrella de David.
Aqu, deca el Presidente, trabajan a diario trece mil hombres y mujeres tan solo para atender mis
negocios y los asuntos del gueto!
A Stanisaw le habra gustado que el Prezes le preguntara por sus hermanos, por su madre,
incluso por Rosa Smoleska y el director Rubin de la Casa Verde; le habra gustado hablar de
cualquier cosa o persona menos de aquello que el Presidente sealaba y haca aparecer con solo
ordenarlo.
Y qu pasa con toda la gente del gueto que va a morir? acab preguntando, ms que
nada por decir algo.
Pero el Presidente no respondi. Con el bastn orden que se materializara una nueva ristra
de fbricas de entre la larga hilera de edificios en ruinas, y dijo Un da todo esto ser tuyo.
Staszek, finalmente, se arm de valor.
Eres t el que decide quines van a morir? La seorita Smoleska dice que son las
autoridades las que deciden eso!
Pero no hubo modo de que el Presidente se dignara contestar. Se haba hundido tanto en el
asiento del coche que las rtulas le rozaban el mentn. A lo largo de la avenida que iban
recorriendo se haban juntado pequeos grupos de gente, en los que se mezclaban policas y
trabajadores normales. Algunos sonrean y saludaban con la mano; otros intentaban subirse a la
calesa; y otros corran a su lado, intentando seguir la marcha del vehculo sin ninguna razn
especial. Al Presidente no parecan molestarle las nuestras de reconocimiento de las masas; al
contrario, se dira que le ponan ms bien alegre. El Presidente se inclin hacia delante y le grit
***
Todo acababa siempre con ellos dos en el cuarto de la luz turbia y las palomas, donde el aire
estaba tan enrarecido que era como tener un calcetn de lana atravesado en la garganta; aunque
primero haba que esperar a que los dems se hubiesen acostado.
El Presidente le peda previamente a la seora Koszmar que lo dejase todo preparado. En las
fuentes haba lonchas de queso y de grasiento jamn, enrolladas de modo que pudieran
rellenarse con trozos de rabanito y hojas de perejil y eneldo. Entre dos brillantes rodajas de
limn sobresalan finas lminas de carne ahumada y adobada que el Presidente ensartaba con la
punta de un cuchillo y despus le ofreca al Hijo, para ver cmo l las atrapaba con la boca
como un pez. Al Presidente le gustaba ver comer a Stanisaw, y mientras Stanisaw coma era
como si el Presidente no pudiera refrenarse, y meta los dedos en un bote lleno de una dulce
mermelada de ciruelas negras y le peda que chupase y lamiese la confitura de sus dedos como
si fuera una cabra (tsig, deca el Presidente sorbiendo y chasqueando con la lengua contra el
paladar, tsig, tsig, tsigerli!); y el empalagoso sabor a ciruelas maduras resultaba tan agobiante
que a Staszek casi le daba nuseas, y los dedos ajenos del Presidente empujaban ms y ms
buscando adentrarse tanto que casi le sofocaban y le obligaban a agarrar con fuerza el brazo del
Presidente para que parara. Cosa que no pareca molestar en absoluto al Prezes. Se limitaba a
sonrer, con una sonrisa pictrica de satisfaccin y repugnancia, parecida a la del cirujano que
acaba de emprender una operacin difcil y laboriosa.
Pero tambin haba veces en que el Presidente volva al Cuarto al poco de haber salido
ambos, y entonces se transformaba por completo. Barra a manotazos las fuentes y los platos
mientras gritaba que Staszek era UNA VERGENZA PARA TODA LA CASA y que tena que
aprender a comportarse y dejar de hacer todas esas porqueras, y con frecuencia la escena
terminaba con l llamando a Regina o a la seora Koszmar para que vinieran a limpiar todo
aquello y el cuarto volviera a parecer un sitio DECENTE. Lo peor de todo era que nunca podas
saber quin sera el Presidente de un momento a otro. O mejor dicho: bajo qu aspecto se
manifestara.
Lo que ms desconcertaba a Staszek no era cmo podan conjugarse las distintas partes del
cuerpo del Presidente, las facetas de su personalidad, bajo una nica forma, sino qu ocurra
entretanto con las otras partes. Adnde iba a parar, por ejemplo, el Prezes alegre y animado, ese
que se daba palmadas en las rodillas y rea a carcajadas con la estridencia de un juguete
mecnico? Y dnde se meta entonces el Prezes preocupado, el que le hablaba a Staszek como a
un adulto sobre la guerra y los asuntos del gueto? O el Prezes astuto, el de los ojos oblicuos,
calculadores y fros de un depredador? Y adnde iban sus manos? Las manos, que eran la parte
ms activa del cuerpo del Prezes y que se movan por propia voluntad, por mucho que Staszek
enderezara rgidamente la espalda y hundiese la cabeza entre los hombros para intentar evitarlas.
De algn modo, las manos siempre conseguan abrirse paso. El Presidente esbozaba su sonrisa de
dientes negros, la mirada se le enturbiaba, y Staszek no se atreva a moverse por miedo a que el
Prezes furioso le arrancase del sof de un tirn y empezara a pegarle golpes en la cabeza y en los
hombros hasta que al chico se le nublaba la vista y vomitaba y se quedaba all tirado como un
animal en medio de sus propios vmitos, que eran del mismo tono gris e incoloro que los
excrementos de paloma que se amontonaban en el alfizar de la ventana del patio interior.
Cerdito asqueroso, deca el Presidente con su sonrisa ms tierna.
Al final, Staszek ide una nueva estrategia. Procuraba agarrar la mano antes de que empezara
a golpear; la cazaba y la sostena como a una rana saltarina sobre el regazo. Despus se la
llevaba amorosamente a la cara y restregaba los speros nudillos contra sus mejillas, su cuello y
su mentn. Al principio, el Presidente pareci totalmente desconcertado ante aquella muestra de
afecto perruno, y si la mano tena un golpe preparado, la fuerza se le escurra entre los dedos.
Como le ocurra al mismo Presidente: se quedaba all sentado, con la cabeza llorosa de su hijo
entre sus manos, como si fuera un objeto con el que no supiera qu hacer.
Un mtodo tan bueno como cualquier otro.
Tras las puertas del Presidente, haba fuentes y varios pisos de bandejas rebosantes de canaps
cortados en deliciosos tringulos, con porciones de carne ahumada con crema de rabanito picante
tan grandes que te hacan saltar las lgrimas; y pastas, pastas de verdad, elaboradas con harina,
azcar y huevos de verdad. En los extremos de cada mesa, las botellas de vino se alineaban
como en posicin de firmes, con su tapn decantador y una elegante servilleta alrededor del
cuello.
Los que merodeaban en torno a las mesas eran los mismos de siempre. Los directores de las
fbricas y las administraciones, los jefes de las numerosas oficinas y secretariados del
Presidente; la seorita Fuchs, el seor Cy gielman y la seora Rebeka Wok. Tambin haba
muchas gorras de uniforme con diversas ray as . Entre la concurrencia, Staszek distingua la
franja amarillo anaranjado del quepis de Rozenblat y otros policas, mientras que del comisario
Kaufmann de Cuerpo de Bomberos era azul y la del jefe de correos era verde. Y la alegre risa
de la princesa Helena, centelleando como una guirnalda sobre el gris y compacto manto sonoro
de voces masculinas. Se oan muchos resoplidos malhumorados y jadeantes por encima de las
copas y las fuentes de las mesas. Para Staszek, que deba permanecer al fondo de la estancia
junto con los hijos de Gertler y Jakubowicz, era como presenciar una obra de teatro. El Caudillo
en el centro, bullicioso y amoratado por el alcohol y la excitacin; y a su alrededor aquella corte
de dignatarios invitados que, ms que conversar, iban soltando sus frases de dilogo. Cascadas de
verborrea grandilocuente, o pequeas y afiladas palabritas que caan de los labios cual monedas,
o que quedaban suspendidas en el aire, o que eran pisoteadas y hechas trizas por pasos repentinos,
palmaditas inmotivadas en la espalda y risotadas exageradamente ruidosas.
Aprovechando que las puertas estaban abiertas, Staszek coga un puado de esponjosos
canaps y atravesaba a paso tranquilo la sala de techo alto de las recepciones, y desde all bajaba
por las escaleras hasta donde el hombre de las llaves montaba guardia. Por lo general, Staszek
solo le vea por detrs en su garita, una espalda uniformada y los tres gruesos pliegues de su
pescuezo de hipoptamo, coronado por un autntico quepis de polica a ray as rojas y blancas. As
pues, el hombre de las llaves no era solo un vigilante con muchas llaves: adems era polica! En
la manga de su uniforme llevaba un brazal a ray as tambin rojiblancas, con una estrella azul de
seis puntas en el centro y, dentro de esta, un crculo blanco con una V. (Staszek saba que ese era
el emblema de Oberwachtmeister).
El nico modo de esquivar al forzudo coloso consista en pasar de puntillas por detrs de la
garita y bajar por una estrecha escalera que llevaba al stano. Staszek y a tena estudiada una va
de escape desde all, a travs de un estrecho pasadizo subterrneo que conduca a lo que debi de
haber sido el cuarto de la colada. Se vean palanganas y barreos apoy ados contra la pared,
algunos con grandes costras de xido, en los que el agua deba de caer a chorro desde unos grifos
desaparecidos haca tiempo. Subindose al borde de uno de los barreos vacos, llegaba a un
ventanuco que estaba cerca del techo y que presentaba un pequeo resquicio abierto entre el
cristal y el marco. Retir con una mano la aldabilla que impeda que se abriera del todo, se
aferr al marco externo y forz la cabeza y los hombros a introducirse por la estrecha abertura
todo cuanto pudo. Y milagrosamente: antes de que el barreo se volcara, alguien desde fuera le
agarr por las axilas y tir de l hasta que consigui hacer que saliera todo el cuerpo.
All fuera vio plantado al personaje ms curioso que hubiera visto jams.
Un chico de aproximadamente su misma edad, con la cabeza inclinada hacia delante
mostrando una cara retorcida en una mueca de permanente dolor. A la espalda cargaba con una
cruz de madera, hecha con dos vigas entrecruzadas y fijadas una sobre la otra. A lo largo de
aquellos maderos colgaban frascos, botes y probetas que chocaron entre s tintineando cuando,
debido a la impresin, el muchacho intent enderezar el cuerpo. Sin embargo, la mirada desde
debajo de la cruz y a no se posaba sobre Staszek, sino sobre los canaps que se le haban cado al
salir por el ventanuco y que ahora y acan desperdigados por la sucia grava del suelo. El chico se
abalanz sobre ellos y se meti en la boca todo cuanto pudo, mezclando indiscriminadamente pan
y gravilla, mientras los frascos, botes y tubos tintineaban resonantes por encima de l como
campanas en lo alto de una torre.
Una vez que se zamp todo aquello, se ech hacia atrs bajo sus palos y, dndose unas
palmaditas en la barriga, anunci con voz pomposa:
Soy hijo del Presidente!
Staszek se qued mirndole perplejo. Dos piernas llagadas y azuladas por el fro calzadas con
un par de trepki manchados de barro cmo iba a ser alguien as hijo del Presidente? Pero, por
lo visto, el chico de los frascos no lo haba dicho en un sentido tan literal como pudiera parecer:
En el gueto, todos los nios somos hijos del Presidente.
Es lo que dice Bronek.
As que yo tambin debo de ser hijo del Presidente.
A continuacin empez a chillar con una voz atiplada y lastimosa de buhonero:
EL-I-XIIIR, EL-I-XIIIR
Compra y empieza a vivir!
No fue hasta ese momento cuando Staszek comprendi que el chico de los frascos era una
farmacia ambulante. De la cruz de madera no solo colgaban botellas y botes de cristal, sino
tambin saquitos de tela, fragmentos de espejo, hojas de tijera y trocitos de jabn, todo ello
anudado con hilos y cordeles. Bajo toda aquella parafernalia, la cara del chico se vea plida y
contrada, como asustada ante todos aquellos objetos que colgaban bamboleantes a su alrededor.
Aqu y a no hay farmacias sentenci el hijo legtimo del Presidente con un tono de voz
autoritario y desdeoso que quera imitar al del Presidente.
Sin embargo, el chico de los frascos no se dej intimidar.
Da igual respondi. Es mejor estar all donde la gente cree que va a encontrar una
farmacia, que ponerse en otro sitio. Al menos eso es lo que dice Bronek!
Staszek empez a sospechar que el chico no estaba bien del todo. Haba algo en su mirada,
como si no fuera capaz de centrarse en aquello que miraba. Te apetece comer ms?, le
pregunt Staszek sacando un pedazo de pan del bolsillo. (Haba adquirido la costumbre de llevar
siempre algo de comer encima, para tener algo que llevarse a la boca los das en que no haba
recepcin). En un santiamn, el coleccionista de frascos agarr el pan y le peg un mordisco.
Cuando se hubo comido todo el trozo, y solo entonces, pareci caer en la cuenta de lo raro que
resultaba que un nio desconocido hubiese surgido de la nada en medio de su territorio y, para
colmo, con los bolsillos llenos de comida.
Pero, para entonces, Staszek y a se haba dado media vuelta y se alejaba
Eh, esprame!, grit el chico de la cruz echando a correr en pos de su benefactor; pero no
resultaba nada fcil hacerlo con dos pesados travesaos de madera a la espalda, y cuando Staszek
finalmente se volvi a mirar, el chico y su colosal botellero se haban perdido de vista y solo se
oa a lo lejos el tenue tintineo de los vidrios.
Staszek continu andando a un ritmo ms pausado por una calle llena de baches y en suave
pendiente, flanqueada por casas bajas y destartalados cobertizos de madera. A lo largo de la
calle haba gente ofreciendo mercancas. El marco de una ventana o la jamba de una puerta
servan como mostradores para los escasos fragmentos u objetos metlicos expuestos a la venta.
Los vanos de las casas carecan de marcos y ventanas; en algunos se haban clavado tablas de
conglomerado o colgaba algn retal suelto. En un portal haba sentado un viejo con las piernas
amputadas, cuy os muones haban sido vendados con una tosca tela de saco. En el espacio
comprendido entre sus dos muletas, el hombre haba desplegado todo un reino de quincalla, ollas
y cazuelas con o sin su tapa. Para resguardarse del rigor otoal, llevaba puesto un lanudo chaleco
de piel de oveja y una gorra con orejeras sujetas bajo la barbilla. Ocultaban sus ojos un par de
grandes gafas de cristales oscuros, tras las cuales miraba desvalido a su alrededor.
Staszek se qued de pie frente al ciego y lanz otro trozo de su pan sobre el regazo enmarcado
por las dos muletas, y el hombre debi de ver caer el mendrugo tan claramente como si fuese
man del cielo, porque sus manos enseguida empezaron a rebuscar palpando las tapas y
agarraderas de sus cazuelas, y un tmido Ooohhhhh! de asombro se alz entre la gente que
empezaba a congregarse alrededor. El chico no solo iba bien vestido y, a todas luces, limpio y
Poco a poco el cielo empez a desvarse. Los edificios se fueron espaciando cada vez ms; los
rboles y los muros de piedra retrocedieron varios palmos del borde de la calzada. No se vea luz
elctrica por ninguna parte. A medida que caa la noche, comenz a hacer ms fro. Lo que
Staszek en un principio tom por su propio vaho result ser una neblina cada vez ms densa.
Lentamente fue sintiendo que los dedos de los pies y las manos se le entumecan.
Pens que seguramente el Presidente y a estara buscndole. Ira con sus guardaespaldas de
casa en casa preguntando si alguien haba visto al elegido, y no tardaran en dar con el hombre de
la carretilla y la gente se asustara y quiz dira la verdad, que le haban visto. Quiz esperasen
obtener as algn tipo de recompensa; o puede que no dijeran nada para ahorrarse problemas. La
seorita Smoleska sola decir que cuanto menos supiera uno, mejor. En todo caso, cuando haba
que tratar con las autoridades.
De vez en cuando vislumbraba otras figuras en la oscuridad. Algunas de ellas llevaban
brazales y quepis. Qu ocurrira si les parara y les explicara que l era la persona que andaban
buscando? Probablemente no le crey eran, y a que eran muchos los que iban por ah afirmando
ser hijos del Prezes. Puede que lo mejor fuera decir sencillamente la verdad. Decir que no saba
qu o quin era ni dnde estaba. Lo ltimo que saba era que estaba sentado con su madre en un
autobs y que tambin haba otra gente, y que alguien haba venido a taparle con una manta
porque estaba mojado y tena fro. Pero no conoca a esa gente, todas las personas que haba
encontrado en el gueto eran para l unos extraos. Haba pasado por muchas experiencias con
ellas, pero ahora era preciso que le ay udaran a volver a su casa, o al menos a la Casa Verde,
donde la seorita Smoleska seguro que sera capaz de explicarle quin era l; adems, en algn
sitio tena que dormir.
Sin embargo, sigui siendo nadie; y la noche que hasta ahora haba estado all, fuera de l, se
le meti dentro. Cuando le llegase hasta los ojos, sera como agua. Un agua oscura, lo
suficientemente honda como para ahogarse en ella. Esa oscuridad de su interior le daba miedo.
Era como cuando intentaba dormir por las noches. No se atreva a moverse, y a que no saba si
era l quien se mova en la oscuridad o si era la oscuridad la que se mova dentro de l.
Al darse la vuelta, vio un rostro tomando forma en la neblina que tena detrs. Sin cuerpo, un
mero valo blanco sin rasgos identificables suspendido en el aire como un globo o como el
reflejo de una luz tras una ventana. El rostro iba acompaado de una voz, una voz muy serena,
firme y clara que le pregunt qu haca en la calle despus del toque de queda. l repiti lo que
y a haba dicho antes, que estaba buscando el orfanato de la calle Okopowa.
Est aqu, al doblar la esquina, respondi el rostro.
Se haban detenido frente a una verja. Tras la verja asomaba una casa envuelta en la niebla.
Pero era realmente la Casa Verde?
No la reconoca. Intent recordar. Aquella vez en que todos los nios tuvieron que alinearse
en la escalera de la planta baja mientras el director Rubin y la seorita Smoleska los contaban a
todos, diez, doce, catorce (haba sido l el nmero catorce?), para despus hacerles marchar
hasta el Campo Grande donde los soldados alemanes esperaban haciendo guardia frente a sus
embarrados camiones con las ametralladoras en alto. Exactamente igual que aquella vez en que
tuvieron que formar frente al muro del cementerio y vinieron los nazis para llevarse a todos sus
hermanos. Aquello no era recordar. Era como si lo que suceda ahora y a hubiese sucedido antes
ms de una vez.
A quin buscas?, le pregunt el rostro.
Staszek niega con la cabeza y se dispone a ir hacia la verja l solo. Pero el rostro le detiene.
La voz es todava ms suave cuando vuelve a inquirir:
Quieres que pregunte por alguien en particular?
Por un momento, Staszek se queda un tanto descolocado. Sus pensamientos no haban llegado
tan lejos.
Por la seorita Rosa, dice finalmente. La seorita Rosa Smoleska.
Rosa, dice el rostro, y se desvanece en la niebla. Al cabo de un rato unos nudillos aporrean
con fuerza un portal: Me piden que pregunte por una tal seorita R-r-r-rosa, oy e decir al rostro
con una voz demasiado enrgica, y del interior de la casa llega una voz igual de fuerte y
estridente, no en respuesta a la pregunta del rostro sino exhortando a alguien ms:
La seorita Rooo-osa? Seorita Rooo-osa? Hay aqu alguna seorita Roo-osa?
En el interior de la casa resuena de pronto un estruendo de alegres carcajadas. Carcajadas
masculinas.
Cuando se extinguen las risas, sobreviene un silencio total. Pasa un rato. Es como si todo a su
alrededor el rostro blanco, la voz y la casa se hubiese disuelto en la niebla, desvanecido.
Desde el fondo de ese vaco, oy e cmo se aproxima poco a poco el repicar de unos cascos.
Durante un buen rato solo ve el caballo blanco. El carruaje no parece llevar prisa. Est casi a su
altura cuando distingue la espalda encorvada del seor Kuper y, tras l, la silueta del Presidente
hundido en el asiento bajo la capota levantada.
Kuper y a ha abatido el estribo y, con una indescriptible sensacin de alivio, Staszek se deja
aupar al coche. Una vez ms, es envuelto en una manta. Durante todo ese tiempo, el Presidente
no se ha girado ni le ha tocado ni ha despegado los labios. Con un suave rechinar, el carruaje
T ras su
El Presidente y l seguan y endo juntos a aquel otro cuarto, donde no se respiraba ms que polvo
rancio y excrementos de paloma.
Antes, cuando iban al cuarto, el Presidente sola insistir en que se pusieran cmodos .
Retiraba un par de butacones de la pared, traa un cenicero y fumaba cigarrillos. Incluso haba
empezado a contarle cosas de vez en cuando. En ocasiones se meta tanto en esas historias que
hasta se olvidaba de sus manos, que y acan en su regazo listas para ser usadas. En cambio ahora,
por lo general, se quedaba mirando a Staszek con una expresin acuosa y muda en los ojos, y
como sonriendo para sus adentros.
Cuando te vi por primera vez parecas tan mayor, tan fuerte, tan buen chico , deca el
Presidente, y Staszek permaneca sentado a su lado, esperando.
Era como si les separaran los barrotes de una jaula. El Presidente se encontraba en un lado,
Staszek en el otro. En ese momento, ninguno de los dos saba quin era el amo y quin el esclavo,
segn una expresin que el mismo Presidente podra haber utilizado.
O mejor dicho: Staszek s lo saba.
Quien estaba tras los barrotes era el Presidente.
Sin embargo, no era algo que le supusiera al chico algn alivio. Eran los momentos en los que
el Presidente se hallaba encerrado en la jaula los que ms atemorizaban a Staszek. Entonces y a
no se trataba del Presidente y Staszek, sino nicamente del Presidente y su jaula. El anciano
andaba sin parar de un lado a otro. Se pasaba las noches caminando y midiendo la distancia entre
un extremo y otro de la jaula. O si no, se quedaba all solo en la jaula, rezando. Rumkowski
rezaba cada maana y cada noche; o bien en el antiguo preventorio situado dos manzanas ms
abajo de la calle en que vivan, o en la antigua escuela de Talmud Tora de la calle Jakuba, y que
era utilizada como sinagoga. Cuando Rumkowski rezaba lo haca con una voz alta, estridente,
insistente, como si tambin exigiera alguna cosa del Todopoderoso. Y de ese mismo modo le
hablaba al chico:
Por qu, Stasiulek? Te acog para que pudieras contarte entre los puros. Por eso
dej que vinieras a m en lugar de esos otros ganeivim que nicamente se rebelan
contra m y se mofan y me humillan. Por qu te empeas en hacerme dao?
Pero haba momentos en que el seor Presidente rodeaba con los dedos los barrotes de la
jaula y suplicaba: Staszek!, exclamaba; Stasiu, Stasiulek, Stasinek Y estiraba los brazos por
entre las rejas y coga la cabeza del Hijo y la apretaba contra s.
Despus lo besaba.
Despus lo coronaba.
Y durante la coronacin el Hijo llevaba holgadas vestiduras rojas que el Presidente haba
mandado confeccionar y calzaba unos zapatos altos y relucientes de piel autntica, un
recubrimiento protector en el que cada dedo deba introducirse doblndose con un cuidado y una
delicadeza que solo el ms noble de los aristcratas poda lograr. (El Presidente se lo demostraba:
Ni demasiado deprisa, ni demasiado despacio; hay que ser flexible y gil.) Y una vez completada
la coronacin, el Rey, altsimo Caudillo, permaneca solo en su jaula, observando su creacin
desde el otro lado de las rejas mientras las lgrimas corran por sus mejillas. (Por qu lloras,
padre mo?) Quiz llorara porque, por mucho que cubriese a su hijo de joy as y ricas vestiduras,
no alcanzaba a tocarle en lo Ms Profundo, aquello que haca que las puntas de sus dedos se
movieran con la levedad de una pluma en el interior de los hermosos zapatos de piel fina, aquello
que haca temblar sus hombros bajo el peso del manto de color rojo encendido, y que su corazn
palpitara y latiera dentro del arns de la caja del pecho.
Y el Presidente miraba a su Hijo amado y perfecto y deca:
Staszek, Stasiu, Stasiulek mi amado chiquillo: qu ha sido de ti, y qu ha sido de
todos mis otros amados nios?
S in embargo, Staszek continu vindose con el otro chico, el de la cruz a cuestas con los frascos
de farmacia. Ahora se encontraban en sitios ms seguros, donde el hombre de las llaves no
pudiera verles. Uno de esos lugares estaba en el patio trasero, donde haba un taller de limpieza y
curtido de pieles que provea de cuero a las zapateras del gueto. Cada vez que se vean, Staszek
alimentaba al chico de los frascos con mendrugos de pan que primero remojaba en su boca y
con los cuales haca luego bolitas, y el muchacho abra mucho la boca y las iba engullendo como
una tortuga mientras le explicaba a Staszek historias sobre lo que ocurra en otras partes del gueto.
Una de ellas versaba sobre la visita que el Presidente haba hecho al humilde cuarto con
cocina de lea que el chico de los frascos y su to Bronek compartan con un primo may or
llamado Oskar, que era ciego y no poda valerse por s mismo ni contribuir al sustento de la
familia.
Sucedi aquel duro invierno de 1941.
Bronek, quien para poder pagar el alquiler haca faenas de mantenimiento en la casa de
vecinos, haba decidido que, en vez de quedarse sentado al calor de la lumbre, el chico saliera a
picar el hielo de la entrada del edificio. A Bronek se le ocurran cosas as de vez en cuando. No
porque fuera estrictamente necesario hacer aquella tarea, lo que quera era que su sobrino se
ganara los garbanzos. As que el chico estaba all frente al portal con un pico y una pala cuando
de pronto vio bajar por la calle toda una flota de coches tirados por caballos que resoplaban
ruidosamente, y la comitiva se detuvo ante el sobrino de Bronek y del carruaje principal
descendi el mismsimo Caudillo, y mira por dnde: cruz la acera y le dio la mano al humilde
chico, y le dijo que si l tuviera un hijo tan trabajador y responsable se habra sentido orgulloso
de ser llamado padre, y luego le dio al chico un puado de cupones de comida y caramelos.
A partir de ese momento, Bronek comprendi que su sobrino era un verdadero glik, que
haba nacido con una flor en el culo , como le explic al primo ciego Oskar.
As pues, Bronek at dos largos maderos a los hombros de su sobrino y lo mand por ah con
todos los medicamentos de estraperlo del seor Wiwaver que pudo colgarle encima; y desde ese
da el sobrino recorra el gueto con su farmacia ambulante repleta de Vigantol, Azety nil y
Betabion; y pastillas normales de azcar (quin iba a notar la diferencia cuando lo que contaba
era la fe depositada en ellas?); y pldoras contra la acidez de estmago y los eructos pestilentes
As haba sido:
Una vez que Rosa Smoleska estaba dando clase de historia y aritmtica a los nios de la Casa
Verde, entr en un cuartito contiguo al despacho del director Rubin, de donde sali con una caja
de lpices de tapa corredera, adornada con guirnaldas de flores en los costados, y se la dio a
Staszek. Pntame un mapa de Palestina, le dijo, y despus me pones los nombres de todas las
ciudades, ros y lagos de Judea y Sumaria que puedas recordar. Staszek empez por Palestina,
saba muy bien cmo era ese pas Eretz Israel, pero en el interior de sus fronteras no dibuj
lagos y ciudades, sino escorpiones, chacales, ardillas del desierto y otros animales provistos de
cuernos y colas y colmillos afilados.
Despus dibuj alemanes montones de alemanes, y a que haba muchos.
Los atributos externos eran fciles: los guardias con sus capotes de campaa gris y sus cascos
de acero que les llegaban hasta la nuca; y luego los otros soldados, los que haban llegado con sus
relucientes automviles negros y se rean a carcajadas mientras clavaban al chantre Kohlman en
el rbol los que llevaban calaveras en la parte frontal de sus gorras y puntitos en lugar de ray as
en las insignias.
Desde la calle Zagajnikowa, la ancha y polvorienta carretera de salida que quedaba por
debajo de la Casa Verde, se poda ver a diario a los alemanes que patrullaban y montaban
guardia frente a la puerta de Radogoszcz. Dibuj una alambrada, una alta torre de vigilancia y al
menos dos soldados que examinaban documentos y suban y bajaban la barrera cada vez que
pasaba un transporte de mercancas. Intent recordar cmo fue aquel da en que la lluvia se
quedaba prendida a las pocas farolas que an alumbraban y todos los judos del pueblo fueron
sacados de sus casas y llevados a la plaza de la iglesia. Pero lo nico que recordaba realmente
era aquel hombre al que los soldados acusaron de intentar escaparse y al que arrastraron hasta el
centro de la plaza; y recordaba la cara del soldado que empez a darle golpes y patadas, y que
sigui golpeando y pateando aunque el hombre y aca totalmente inmvil. Y la cara del soldado
que daba golpes y patadas era idntica a la del hombre tendido en el suelo que estaba siendo
golpeado y pateado. Ambas se vean brillantes y empapadas por la lluvia, retorcidas y hundidas
en las sombras. Por eso lo nico que se distingua ntidamente en el dibujo que haba pintado eran
las plantas blancas de los pies destacndose contra el embarrado guiapo al que haba quedado
reducido el hombre: irnos pies descalzos y blancos, un cuerpo pateado y convertido en un
amasijo sangriento, y una cara de soldado furibunda y borrosa que tambin pareca haber sido
pateada.
Despus de conocer al chico de los frascos y de escuchar las fantsticas historias que tena
que contar, Staszek empez a dibujar otras cosas aparte de alemanes. Dibuj un ejrcito de
ngeles sobrevolando una ciudad llena de alambradas y altas murallas. Los ngeles eran
invisibles para los vigas alemanes de las torres, pese a que por encima de ellos el cielo refulga
con las llamas de la venganza. Algunos de los ngeles del firmamento incluso soplaban cuernos
shoifer, cuy o sonido derribaba las murallas y las alambradas, pero aun as los soldados seguan
sin notar nada.
A veces, cuando estaba sentado dibujando, la seorita Smoleska se acercaba y le acariciaba
la nuca con la mano. Eso nunca lo haca la seora Regina, aunque segua el progreso de sus
dibujos con la misma dedicacin con que lo haba hecho la seorita Smoleska, y tambin
esbozaba una sonrisa grande y henchida que mostraba en todo momento. Pero jams tocaba a
Staszek ni le deca nada aparte de lo estrictamente necesario o de lo que su deber exiga: como
preguntarle acerca de lo que haba aprendido en la escuela, o si se haba portado bien para que su
padre, Moshe Karo o, para el caso, al ama de llaves, la seora Koszmar (madame Cauchemar,
como la llamaba la seora Regina) no tuvieran que avergonzarse de l. Todo lo que la seora
Regina deca tena que ver con el sentimiento de vergenza.
En medio de la sala en la que el Presidente sola organizar sus recepciones haba ahora un
gran maniqu sin cabeza, al que acompaaba un sastre particular que responda al nombre de
maestro Hinzel, un tipo seco, bajito, con cera en las orejas y los labios llenos de alfileres, que
haba venido para confeccionar un traje para el bar mitzv de Staszek. El maestro Hinzel iba
clavando diversos retales en el maniqu mientras la seora Regina y la princesa Helena se
paseaban a su alrededor, cavilosas. A veces tena que hacer de modelo el propio Staszek, y
entonces le prendan y clavaban alfileres como si l mismo fuera de tela.
La seora Regina y la princesa Helena no se soportaban. Aquella llamaba a la princesa
Helena una loca histrica; esta deca que la seora Regina era una advenediza fantica que le
haba sorbido el seso a un pobre viejo. Cuando estaban con otra gente, intercambiaban hierticas
sonrisas bajo unas miradas cargadas de sorna. A solas se peleaban sin tregua. Ay, pero si tienes el
gusto de una simple cantarera, poda decir la princesa Helena acerca de algn comentario hecho
por Regina, y entonces la sonrisa de esta desapareca de su semblante y dejaba todo cuanto
tuviera entre manos para retirarse a sus aposentos de cortinas opacas para los apagones. La
princesa Helena, que no quera ser menos, se derrumbaba en el sof mientras el seor
Tausendgeld corra a traerle una taza de t. Mein Gott, ich halte es mit dieser einfltigen Person
nicht mehr aus, deca la seora Helena en un alemn apropiado para las tertulias de los salones,
pero que sonaba tosco y desmaado en una habitacin en la que nadie la escuchaba aparte del
seor Tausendgeld, quien, a fin de cuentas, solo hablaba y idish.
La ltima vez que vio al chico de los frascos estrenaba el traje del maestro Hinzel, y haba
metido los mendrugos en unos bolsillos demasiado grandes y profundos para el escaso pan del
decirle lo que afirmaba el chico: que tambin l era hijo del Presidente. Por un momento
juguete con la idea de decirle que era el otro Staszek, pero al final solo dijo que haba intentado
dibujar su maniqu. El Presidente enseguida cal la mentira: Canalla desvergonzado, exclam, y
lo llev a empujones hasta el otro cuarto; ni siquiera se molest en cerrar la puerta tras l, sino
que se quit el cinturn de los pantalones y empez a darle azotes antes de que Staszek tuviera
tiempo a apoy arse contra el respaldo del butacn.
Y el Presidente, como de costumbre, no se cans de azotarle; y Staszek grit y trat de
resistirse. Al cabo de un rato, agarr la mano castigadora del Presidente y se la pas por la cara
baada en lgrimas, como saba que le gustaba al Prezes. Sin cinturn para mantenerlos en su
sitio, el Presidente tena los pantalones bajados y Staszek vio cmo el miembro se hinchaba y
ergua dentro de sus calzoncillos, y cuando el Presidente llev all la mano de Staszek, este, en
lugar de asirlo, levant la punta encarnada y palpitante del pene hasta su cara y empez a
frotarlo con la mano arriba y abajo, tal como le haba enseado el Presidente.
Al girarse, vio que la seora Regina estaba mirndoles por el resquicio de la puerta entornada.
A la luz ocre y turbia del patio interior, su rostro se vea plido y abotargado, y era imposible
discernir sus rasgos. Sin embargo, ella no dijo nada (se qued all, restregndose con la mano un
lado de la cara, como si tuviera una comezn o algo pegajoso que se empeara intilmente en
eliminar). Luego, en un momento, desapareci.
D urante una semana entera le mantuvieron encerrado y maniatado en aquel cuarto que era
todo l como una inmensa asfixia.
Por las noches los pjaros caan en picado desde el patio, arandole la cara con las speras
plumas de sus alas desplegadas. Por las maanas vena la seora Regina para comprobar que sus
piernas y brazos siguieran atados al marco de la cama. l la llamaba y gritaba que tena la boca
llena de sangre y plumas, pero ella no le escuchaba, se limitaba a inclinarse levemente sobre l y
le deca que todo era por su bien. Despus se iba y cerraba con llave, dejndole solo con las
horribles aves cuy as sombras reptaban como insectos por las paredes plomizas.
Al anochecer del segundo da, la luz del patio se amortigu lo suficiente como para que el
resplandor del incendio en la fbrica de maderas hiciera resurgir el cuarto de sus sofocantes
sombras. La seora Koszmar entr entonces con una bandeja con viandas y, lamentndose con
sonoras interjecciones del estado del seorito , le afloj un poco las cuerdas en torno a las
muecas para que al menos pudiera alcanzar la comida.
El incendio se haba comportado de forma ladina , diran despus.
Los dos policas encargados de la vigilancia antiincendios esa noche no notaron nada, pese a
que haban pasado varias veces frente al antiguo edificio del hospital cuando y a estaba en llamas.
No fue hasta el amanecer cuando uno de ellos empez a sospechar algo. Los terrenos de la
fbrica haban estado cubiertos por una fina costra helada; sobre las maderas amontonadas a la
entrada tambin se extenda una capa blanca. El polica observ que el manto nevado que
coronaba el cargamento de tablones retroceda lentamente, y oy el goteo de la nieve derretida
como si la primavera hubiese brotado en lo ms crudo del invierno . Entonces fue cuando
alzaron la vista y descubrieron el humo que se elevaba en grandes cantidades a travs de las
rendijas de las ventanas del antiguo hospital, ahora tapiadas. Uno de los policas cogi un hacha y
entre los dos rompieron la cerradura y las dos barras de hierro cruzadas sobre la entrada, y,
como si tuvieran voluntad propia, las puertas cedieron y liberaron un mar de fuego que se abati
sobre ellos.
El incendio estuvo devorando la fbrica durante veinticuatro horas. En todo ese tiempo, la
gente estuvo entrando y saliendo continuamente del apartamento del Presidente, pasando
informes y recibiendo nuevas instrucciones.
Staszek y aca acostado con la oreja pegada a la pared, escuchando las rdenes que el
comandante Kaufmann daba a su gente. Kaufmann tambin habl por telfono con sus colegas
polacos en Litzmannstadt. Les inform de que las llamas haban prendido tambin en edificios
y cobertizos ady acentes, entre ellos, un almacn de madera, y que sera completamente
imposible sofocar el fuego a menos que se les permitiera acceder a una boca de incendios
situada a veinticinco metros de la frontera del gueto, en territorio ario. Sera posible autorizar una
orden al respecto?
Media hora ms tarde lleg la respuesta. La peticin de Kaufmann haba sido aceptada.
Y transcurrida media hora ms: las empalizadas y barreras alambradas a lo largo de la calle
Wolborska fueron derribadas, y al poco una masiva expresin de asombro recorri al centenar
de dygnitarze que se haban concentrado en la vivienda del Presidente:
Hasta los alemanes estn ayudando en las tareas de extincin!
Staszek pudo ver en su imaginacin a los bomberos alemanes blandiendo palancas y hachas
de pico contra puertas en llamas, y guiando a batallones enteros de hombres bajo las vigas
ardiendo que se desplomaban sobre ellos en medio de una lluvia de chispas. Por primera vez en
casi cuatro aos, las fronteras del gueto estaban abiertas y bomberos alemanes, polacos y judos
luchaban hombro con hombro.
Al final se esclareci el origen del incendio: Cuando tras la operacin de septiembre el hospital
fue reconvertido en fbrica de maderas y muebles, nadie cay en la cuenta de que el ascensor
de los pacientes no poda ser utilizado como montacargas sin un retuerzo previo del sistema
elctrico. Debido a la sobrecarga se da uno de los cables, provocando una chispa que prendi
fuego a toda la fbrica.
Desde all, el incendio se propag hasta un almacn donde tres mil quinientas cunas de
barrotes esperaban para ser transportadas al Reich. El jefe de bomberos de Litzmannstadt
reconoci ms adelante que, de no haber sido por la juiciosa intervencin de los bomberos judos,
no solo habran sido pasto de las llamas las desvencijadas construcciones de madera del gueto,
sino tambin instalaciones vitales de la ciudad, tanto civiles como militares, por valor de millones
de marcos. Durante una ceremonia celebrada en la Casa de Cultura dos meses despus, los
bomberos que sobrevivieron a la catstrofe recibieron una medalla al mrito con una efigie
especial del Presidente (su rostro de perfil recortado contra el ms alto de los tres puentes de
madera), y en el discurso que sigui el Presidente se esforz por destacar la aportacin individual
de cada uno de ellos en la salvacin y conservacin del gueto:
El Seor Dios de Israel no ceja de someter a su Pueblo a nuevas pruebas. Hay quienes
sobreviven a las pruebas a que son sometidos, y hay quienes sucumben a ellas As pues,
todos los judos del gueto sern puestos a prueba; y solo aquellos considerados dignos
podrn estar presentes el da en que el Templo de Jerusaln resurja de las ruinas!
Staszek le gustaba estar con los hombres que se reunan en casa del Presidente en las
festividades judas. Hombres como Jakubowicz, Reingold, Klieger y Miller. Le encantaban su
grave determinacin, sus discretos carraspeos y el tono reservado con que hablaban de espaldas
a otros. Sobre todo le gustaba Moshe Karo, el hombre de quien se afirmaba que le haba salvado
la vida aquella vez que llegaron los transportes con los nios y madres locas de Legionw y
Pabianice, y los alemanes haban amenazado con deportarlos y fusilarlos a todos.
Un da, justo un par de meses antes de su bar mitzv, Moshe Karo le llev a la antigua escuela
de Talmud de la calle Jakuba, donde se conservaban los libros sagrados. Los hombres de
Rozenblat que custodiaban el lugar las veinticuatro horas del da entregaron un manojo de llaves
al seor Karo, quien a continuacin condujo a Staszek por un estrecho pasadizo hasta una galera
del segundo piso, cuy as paredes estaban completamente revestidas de madera. Tras una cortina
de terciopelo negro se ocultaba una alta puerta con herrajes. Karo descorri la cortina y prob
varias de las llaves en la cerradura hasta que finalmente consigui abrirla. A la luz de una
bombilla desnuda, largas hileras de arcas sagradas y libros de oracin se perfilaban sobre los
estantes que recorran las paredes de la habitacin. Algunos de los rollos de la Tor estaban tan
quemados que apenas era posible abrirlos. Dos de ellos, le explic Karo, procedan de la sinagoga
Altshtot de la calle Wolborska; otros de la denominada Vilker shul de Zachodnia, una de las
sinagogas ms antiguas de d y un centro de estudios al que acudan estudiantes del Talmud de
toda Polonia. El da antes de que llegaran los incendiarios a sueldo, los alemanes requisaron casi
todo lo que haba de valor en el templo, desde las menors y araas de cristal hasta los atriles.
Asimismo vaciaron los tabernculos con los rollos de la Tor. No obstante, el chantre de la
sinagoga, anticipando lo que se avecinaba, consigui esconder algunas de las arcas ms valiosas
bajo una lpida frente a la fachada principal. Despus, con el may or sigilo, los libros fueron
introducidos en el gueto.
Moshe Karo era un hombre tranquilo y taciturno, que se mova con parsimonia y gran
dignidad. Su rostro tambin mostraba una expresin fija e imperturbable de benevolencia que
diriga a todo aquel con quien hablaba, y que Staszek imaginaba que ni siquiera se alterara al
dormir. Pero, de vez en cuando, cierta agitacin interior pareca apoderarse de Karo. De repente
sus ojos se volvan turbios e introvertidos, y su voz, habitualmente tan suave y conciliatoria,
***
Luego sucedi lo que sin duda todo el mundo saba que iba a suceder y que cualquiera habra
podido pronosticar. Las autoridades tambin mandaron a buscar al Presidente para llevarlo a
Litzmannstadt.
Cuando Regina recibi la noticia se qued completamente quieta, como si todo a su alrededor,
incluido el aire que respiraba, de repente hubiese devenido cristal.
El seor Presidente me pidi encarecidamente que le comunicara que no corre ningn peligro,
dijo el doctor Miller, que haba recorrido todo el camino desde el Secretariado hasta el nuevo
hogar de la calle agiewnicka para entregar el mensaje. No es como lo que pas con Gertler. Las
***
La may ora de las distintas cabezas del Presidente tenan que ver con el ejercicio de su autoridad.
Esas cabezas mostraban unos ojos de mirada muy fija, y la piel bajo las mejillas y los pliegues
de la papada se vea rgida y ptrea, como modelada en y eso. Pero tambin haba cabezas
redondeadas como lunas, con estrechas ranuras achinadas por ojos y una boca abierta que
sonrea insidiosamente, como si dentro de ella hubiera alguien preparado para saltar y propinarle
un golpe a su interlocutor en el momento en que este dijera cualquier cosa que el Presidente no
deseara or.
Con las sonrisas del Presidente pasaba lo mismo que con sus manos: eran instrumentos con los
que ordenaba lo que deba hacerse.
A menos, claro est, que riera simplemente para mostrar su complacencia. Entonces se
palmeaba enfticamente las rodillas y daba bruscos bandazos con el tronco. En esos momentos la
mirada siempre estaba ah: esa mirada en connivencia con la cabeza benigna y zalamera, y que
Staszek haba aprendido a temer ms que a ninguna otra.
Solo en dos ocasiones haba visto Staszek al Presidente totalmente desprovisto de cabeza.
La primera vez fue cuando el Presidente estaba encerrado en su jaula, mirando a Staszek
como si quisiera que se acercara y le abriera la puerta enrejada. La segunda fue cuando los
alemanes vinieron para llevarse a Gertler. Ese da, por equivocacin, Staszek se dirigi al
extremo opuesto del rellano, al cuarto que el Presidente utilizaba como despacho privado. All
encontr al Presidente tumbado de espaldas en el sof, con la boca abierta y las piernas
recogidas contra el pecho como un nio. Su semblante se vea tan rgido e inmvil que Staszek
estuvo seguro de que aquel cuerpo y aquel rostro y a no pertenecan a un ser vivo. No es que
pensara que el Presidente estuviera muerto de verdad, sino que ese sera el aspecto que tendra
cuando lo estuviera.
Esa era la razn por la que ahora Staszek iba de un lado a otro entre los adustos hombres que
se haban reunido en la casa despus del arresto del Presidente, y gritaba:
Mi padre, el Prezes, est muerto?
Mi padre, el Prezes, est muerto?
En todas las estancias haba pequeos corrillos que repetan con quedos susurros las palabras
tranquilizadoras que les haba transmitido el doctor Miller. Que las autoridades nicamente
queran saber cmo iba el tema de la distribucin de alimentos; que en ningn caso se trataba de
que fueran a producirse nuevas deportaciones. As pues, pas un buen rato antes de que los
dignatarios congregados se percataran del nio que deambulaba entre los adultos gritando
indecorosamente.
La seora Regina lo asi rpidamente por el brazo y lo llev a rastras hacia el Cuarto
Staszek se resista con todas sus fuerzas.
Quiero que me devuelvan a mi padre, el Prezes, chillaba.
Estaba fuera de s . Lo nico que quedaba de l era un deseo totalmente irrefrenable:
Quiero que me devuelvan a mi padre, el Prezes, chillaba una y otra vez.
Mientras tanto, se haban iniciado las negociaciones en la amplia y luminosa sala. Empezaban
a barajarse los nombres de un posible Sucesor del Decano.
Con ay uda de la seora Koszmar, Regina rasg un trozo de sbana y lo retorci hasta formar
una tira firme y dura, y juntas amordazaron a la fuerza a Staszek para obligarlo a callar. Fue la
segunda vez que le ataron. Esa vez, sin embargo, no poda mover ninguna parte del cuerpo. Ni
siquiera la boca. Su lengua era como una bola asfixiante que l luchaba por no tragarse y que
regurgitaba sin descanso.
Pero, con todo, el grito persista dentro de l.
Y el grito naca del hecho atroz de ser alguien y aun as no seguir existiendo.
Se vea a s mismo tumbado en el fondo de un armario junto con una cabeza que no era la
suy a, pero que de algn modo le perteneca. Y en algn lugar cercano, el Presidente reuna los
fragmentos diseminados de su anatoma y avanzaba majestuosamente hacia l a travs de la
oscuridad, y el mandil de cuero que llevaba anudado a la cintura estaba manchado de la sangre
de todas aquellas partes de su cuerpo que haba tenido que cercenar para poder llegar hasta l:
hasta su nico, su ms amado Hijo.
E l Presidente estuvo fuera todo ese da y la mitad del siguiente. No fue hasta las diez y media
de la maana del da despus cuando la seorita Estera Daum telefone desde el Secretariado
para decir que el Supremo acababa de ser visto de vuelta sano y salvo. Haba llegado de la
ciudad en el tranva ario que cada da atravesaba el barrio de Bauty, vistiendo el mismo traje
y abrigo que llevaba puestos cuando la Gestapo fue a buscarle. Lo primero que haba hecho
despus de asumir nuevamente sus funciones fue encerrarse en su despacho y all, inform la
seorita Daum, estaba todava, tras convocar a sus colaboradores ms ntimos de uno en uno.
Sumido en su oscuridad, Staszek se imaginaba a s mismo tumbado de espaldas contra un
muro.
El muro se pareca a la pared que haba junto a la curtidura del patio, pero sin ladrillos sueltos
que se pudieran sacar. Estaba acostado con la espalda presionando contra la superficie fra y
dura del muro, y ante l, en la penumbra, estaba el chico de la cruz de madera, de cuy os hilos y
cordeles pendan todos aquellos frascos y botes de medicamentos y tinturas.
Como si se tratara de una marioneta cuy os hilos se hubieran enredado, los frascos empezaron
a entrechocar y a sonar con un tintineo lleno de melancola. Era un sonido como de agua, si
hubiera sido posible que el agua corriera por all; o como el ruido de cascos y ruedas de carro por
una calle adoquinada. Las mujeres de las que le haba hablado el chico de los frascos y acan a
los lados de la calzada, o en los patios interiores: algunas todava abrazaban a sus hijos para
protegerlos; otras estaban tiradas con las piernas abiertas, como cadveres de animales, y nadie
se preocupaba de cmo y acan ni del aspecto que tenan, sino que se limitaban a agarrar los
cuerpos sin vida y a arrojarlos a las cajas de los camiones como si fueran sacos de harina.
Haba tanta tristeza en la tenue voz del chico de los frascos mientras lo explicaba que ahora
Staszek tambin rompe a llorar. No llora por el chico de los frascos ni por su madre muerta, ni
por todos los dems muertos, sino que llora por s mismo. Llora porque est tumbado con el rostro
contra un muro. Y porque ese muro le separa del que una vez fue, y porque el muro es tan alto
que no se ve nada ni se oy e nada desde el otro lado; tan solo los frascos vacos que chocan y
tintinean cada vez que el insignificante cuerpo al que se ha encomendado cargar con ellos se
levanta o vuelve a caer, se levanta y vuelve a caer; y la voz de Moshe Karo que entona
montonamente la promesa hecha por el Seor a los miembros de la Dispora tal y como la
relata el profeta Ezequiel, el mismo texto que l leer en su bar mitzv:
chupar y lamer las chorreantes viscosidades que ha restregado por su piel. Y poco a poco,
embestida a embestida, el cuerpo de Staszek se va aplastando ms y ms contra el muro. Est
atrapado, como un insecto al que alguien hubiera matado: como la muda huella dejada por su
propio cuerpo sin vicia. Y ahora y a no hay muro y a no hay llanto, ni dolor. Solo un cuerpo
desprovisto de cabeza. Y quin puede tener miedo de un cuerpo sin cabeza?
Por primera vez en su vida, Kindl no se atrevi a entrar. Cerr la puerta que acababa
de abrir y se fue a su casa, y se tumb en su cama y all se qued prostrado muchos das y
noches, mientras su madre velaba junto a l y le peda al Seor que perdonase su joven
vida.
Cuando, al cabo de muchas semanas, Kindl se recuper, descubri algo muy extrao.
Ninguna de sus llaves encajaba en las cerraduras de las casas. Ni en la residencia del
alcalde ni en el cuartucho del rabino; ni en casa del molinero ni en la del comerciante: en
ningn sitio consigui abrir las cerraduras con sus llaves. Comprendi entonces que solo
haba una cosa que poda hacer. Volver a la gran mansin y, sin miedo, seguir la invitacin
de la voz que le conminaba a entrar.
De nuevo se encontr Kindl ante el grandioso portal, y all la llave todava encajaba.
Era como si no hubiese pasado el tiempo.
De nuevo se encontr ante la inmensa oscuridad, y de all lleg la misma voz hueca que
dijo: No tengas miedo, Kindl, entra!
Y Kindl se arm de valor y se adentr en la vasta y negra oscuridad.
Y la negrura no le ceg, como l haba temido que hiciera. Ni tampoco se lo tragaron
las inmensas y negras tinieblas, como l haba credo. Ni siquiera cay en su fondo, sino
que flot en la oscuridad como sostenido por una mano grande y segura. Y entonces
comprendi que la poderosa voz que le haba hablado desde la oscuridad era la voz de
Dios nuestro Seor, y que Dios solo haba querido ponerle a prueba. A partir de ese da,
Kindl se senta como en casa all donde fuera, en cualquier lugar del mundo. Y no haba ya
nada a lo que tuviera que temer o que le causara miedo, ni siquiera las tinieblas, porque
saba que en alguna parte, all en la oscuridad que le rodeaba, estaba Dios para guiarle.
C inco das despus del octavo y ltimo da de Januc, el Presidente del gueto Mordechai
Chaim Rumkowski celebr el bar mitzv de su hijo adoptivo, Stanisaw Rumkowski. La ceremonia
tuvo lugar en el antiguo preventorio de la calle agiewnicka, nmero 55, donde Moshe Karo
haba celebrado sus minjens y donde se rumoreaba que el Presidente haba frecuentado a los
hasidistas. Moshe Karo encabez una pequea procesin, que port el Sefer Tor a travs del
gueto desde la galera custodiada de la escuela de Talmud Tora de la calle Jakuba; y llev el rollo
de la Tor sin ocultarlo, sin temor a posibles delatores ni a insobornables hombres de la Kripo.
Era un glido y escarchado da de invierno. El humo ascenda en lnea recta desde las
chimeneas hacia un firmamento que ni reciba ni rechazaba nada.
Adems de los miembros cercanos de la familia, fueron invitados unos treinta notables del
gueto; aparte de los colaboradores ms allegados al Presidente, como la seorita Dora Fuchs,
encargada del Secretariado General, y su hermano Bernhard, entre los invitados se contaban
tambin el seor Aron Jakubowicz, jefe de la Oficina Central de Empleo, el juez Stanisaw-Szaja
Jakobson, el seor Izrael Tabaksblat y, por supuesto, Moshe Karo, quien con su juiciosa
intervencin haba salvado la vida del joven muchacho y que quiz fuera ms un padre para l
de lo que jams lo haba sido el Presidente; aunque esto, naturalmente, no poda decirse en un da
como aquel. No obstante, y como un smbolo de su especial afinidad, Moshe Karo le haba
regalado al chico el talit que ahora, mientras esperaba de pie en el estrado, llevaba colocado por
primera vez.
Despus trajeron el rollo de la Tor y, como no haba ningn rabino que pudiera oficiar la
ceremonia, tambin recay en Moshe Karo la tarea de pasearlo entre los congregados a fin de
que todo aquel que lo deseara besara los flecos de sus chales de oracin y tocara el rollo. Se cre
una atmsfera clida e ntima entre los reunidos en la glida sala, atmsfera que se afianz an
ms con la lectura del da de la Tor que hizo el seor Tabaksblat. Segn el calendario, el texto de
los Profetas que tocaba ese da era un fragmento de Ezequiel, y el joven Rumkowski pronunci
con una voz ntida y clara las palabras que le haban enseado a leer. As dice el Seor:
He aqu, tomar a los hijos de Israel de entre las naciones adonde han ido, los recoger
de todas partes y los traer a su propia tierra.
Y har de ellos una nacin en la tierra, en los montes de Israel; un solo rey ser rey de
todos ellos; nunca ms sern dos naciones, y nunca ms sern divididos en dos reinos.
No se contaminarn ya ms con sus dolos, ni con sus abominaciones, ni con ninguna de
sus transgresiones; sino que los librar de todos los lugares en que pecaron y los purificar,
y ellos sern mi pueblo y yo ser su Dios.
Staszek solo balbuci una vez. Fue cuando el ceremonial impona que se volviese hacia sus
progenitores para agradecerles que hubiesen hecho posible que recibiera las enseanzas gracias a
las cuales ahora era admitido como miembro de la congregacin. El Presidente estaba sentado
con su esposa, su hermano y su cuada en la primera fila, junto al improvisado atril; tena la
cabeza gacha y las piernas cruzadas, como si la impaciencia que senta solo le hiciera sumirse
an ms en s mismo.
Staszek le miraba, pero las palabras no le salan. Entonces Moshe Karo avanz hacia l y se
las dict en un susurro. Lo hizo de forma tan rpida y discreta que nadie pareci notar nada.
Regina haca gala de la amplia sonrisa que ahora luca a todas horas, y a su lado estaba la
princesa Helena, que haba conseguido salir de la postracin de su lecho del dolor para
segn inform la Crnica aproximadamente por esa poca retomar su gestin de todos los
comedores de beneficencia del gueto. Su sustituta en el puesto, de cuy o nombre no queda
constancia, haba sido relegada de su cargo por, palabras textuales, motivos polticos .
En el atril se fueron extinguiendo las palabras sagradas, y la congregacin empez a salir del
recinto sagrado hacia el exterior, donde la alta y blanca bveda del cielo era como un inmenso
agujero en el que toda la luz caa en cascada. El preventorio estaba a solo unos doscientos metros
de la nueva vivienda del Presidente, donde se ofreci una espartana recepcin a base de pan
y vino, y hubo gran cantidad de regalos.
***
La fotografa fue tomada por Mendel Grossman. Grossman formaba parte del grupo de cinco o
seis fotgrafos empleados en el Departamento de Registro y Estadstica de la Poblacin del
gueto. Entre otras labores, era l quien se encargaba de tomar las fotografas para las cartillas de
trabajo que los habitantes del gueto deban llevar consigo obligatoriamente a todas partes desde el
verano de 1943. Esta imagen no se distingue en nada de aquellas en cuanto a su composicin,
iluminacin y enfoque, con esa especie de exposicin como ralentizada que hace que las
personas retratadas parezcan despojadas de sus movimientos, del mismo modo en que otros se
despojan de la ropa.
Regina Rumkowska, muy estirada dentro de su sonrisa, amplia aunque llena de ansiedad,
como si se hallara de pie tras una luna resquebrajada o rota, intentando desesperadamente
transmitir su buena voluntad a alguien del otro lado; Chaim Rumkowski, captado en el momento
de moverse o avanzar hacia el centro de la imagen, con la mano estirada en un torpe gesto que
puede ser de bendicin o reconciliacin; y Stanisaw Rumkowski, el hijo: tocado con un y armulke
y el chal de oracin que le ha regalado Moshe Karo, sostiene una vela en la mano.
Solo que no se trata de una vela (eso lo vemos ahora), sino de un pjaro que forcejea para
liberarse de su mano y alza el vuelo, saliendo de la imagen por una de las esquinas superiores a
tal velocidad que la cmara no lo atrapa. Y detrs de las tres figuras, en lo que en un estudio de
fotografa habra sido un fondo pictrico o tal vez una tela de artstico diseo, se pueden distinguir,
como las costillas de una caja torcica o la columnata de un palacio derruido, alineados uno tras
otro, los barrotes de la jaula que los mantiene a todos cautivos.
III
LA LTIMA CIUDAD
(septiembre de 1942-agosto de 1944)
gueto, cmo no iba a ser a l a quien los actores del escenario rindiesen su satrico homenaje!
Con todo, Regina saba que no era la nica persona del pblico que sustitua mentalmente la
flcida mscara del anciano que colgaba del techo por el retrato del joven jefe de polica,
bastante ms apuesto, que se vislumbraba en un cartel al fondo.
Chaim Rumkowski era un gestor, consegua que la gente se sintiese segura pese al hambre y
la degradacin. En cambio, Dawid Gertler tena algo. Algo casi mgico. Se mova con gran
desenvoltura y tena una enorme facilidad para tratar con todo el mundo. Tampoco haba que
olvidar las excelentes relaciones que mantena con las autoridades alemanas. Se deca que
Biebow coma literalmente de su mano! Solo eso bastaba para que muchos considerasen que
Gertler perteneca a un mundo completamente distinto.
En la recepcin que se dio tras la funcin, ella le observ en medio del corrillo de
admiradores varones que siempre le rodeaba, mientras explicaba que los alemanes no dejaban
de ser tambin seres humanos: S, el da en que los judos aprendan a tratar a los alemanes como a
personas, ese da tendremos mucho ganado, dijo provocando una explosin de carcajadas. Los
hombres se partan de la risa; se daban palmadas en los muslos; casi se ahogaban: tanta era la
gracia que les haca.
Y ella recuerda que pens:
Solo alguien que no conoce el miedo puede hablar as.
Sin embargo, el miedo lo era todo en aquellos das. Id miedo entumeca las articulaciones y
luca que el aire se atascara en la garganta. El miedo obligaba a la gente a componer
cuidadosamente su semblante cada maana y a vigilar con angustia todo lo que ocurra a sus
espaldas. El miedo haba hecho que todos los hombres y mujeres del pblico rieran tan
enajenados ante las caricaturas representadas en la revista cmica que su risa haba ray ado en la
histeria. Por fin se les haba presentado la ocasin de despojarse de sus miserables cuerpos y
rostros. Y luego todo el mundo se puso a hablar tan alto y con tanta afectacin que solo se oa el
sonido de las voces, pero ni una sola de las palabras que se dijeron, suponiendo que alguien dijera
algo.
Todos hablaban. Todos menos Gertler.
l permaneca callado fuera del crculo iluminado y era el nico que conoca los pasadizos
secretos que conducan fuera del gueto, y sus ansias de adentrarse por ellos y salir con l eran tan
grandes que senta un inmenso dolor atravesndole el pecho.
***
No haba mucho que decir en realidad sobre la relacin de Chaim con Dawid Gertler:
Al principio haba desconfiado de l. Despus empez a depender de l. Al final, senta temor
y odio hacia l.
Sin embargo, antes de que la desconfianza se transformara en odio, Gertler haba sido un
visitante asiduo de su hogar. Tena por costumbre presentarse a cualquier hora del da o de la
noche para sostener largas conversaciones confidenciales con su Presidente. En ocasiones,
tambin acuda a la casa para hablar a solas con ella. Me han dicho que ltimamente no se ha
encontrado muy bien de salud, seora Rumkowska, poda decirle, por ejemplo, mientras tomaba
asiento, coga la mano de ella entre las suy as y la miraba profunda y gravemente a los ojos.
Por descontado, ella saba que aquello no era ms que una farsa:
Si Gertler vena de visita cuando no estaba el Presidente, era porque necesitaba averiguar
algo que este no poda o no quera contarle.
Aun as, Regina no poda evitar sincerarse con l. Una vez incluso cometi el desliz de
contarle lo peor de todo. De forma velada pero recurrente le haba dado a entender que Chaim
estaba descontento de ella porque no consegua quedarse encinta. Gertler la haba mirado con sus
grandes ojos y le haba preguntado qu le haca estar tan segura de que un hijo fuera la nica y
mejor salida para ella. En los tiempos que corren puede ser ms bien una carga , le haba
dicho y despus, como quien no quiere la cosa, empez a hablar de algunos de sus hombres de
confianza dentro de la administracin alemana del gueto.
Hablaba a menudo de las autoridades alemanas de aquel modo, a ser posible aadiendo un
atributo que indicara la naturaleza de su relacin con esas personas, como por ejemplo el bueno
de Joseph Hmmerle o mi buen amigo el Hauptsturmfhrer de las SS Fuchs; adems, qu le
haca pensar a ella que esos altos cargos medan a todos los judos con el mismo rasero?, le
pregunt l. Es que acaso los alemanes no tenan ojos para ver? Sin ir ms lejos, esa misma
semana haba recibido la visita del mocoso de Schwind, la mano derecha de Biebow, que fue a
verle para recabar informacin acerca de esos dos ingenieros, Dawidowicz y Wertheim, que con
tan buenos resultados haban conseguido reparar el equipo de ray os X del gueto. En Hamburgo
hay una acuciante demanda de buenos tcnicos de ray os X le haba comentado Schwind, y
hasta puede que sea posible conseguirles un billete de tren . A Hamburgo? , pregunt Regina.
Y Gertler: Ni siquiera la raza superior puede dominarlo todo; y con tal de obtener los
conocimientos que necesitan, ms de un nazi est sin duda dispuesto a saltarse algunas normas .
Exista una lista, le haba confiado en otra ocasin; una lista extraoficial que circulaba entre las
autoridades de Litzmannstadt y en la que constaban los nombres de los contadsimos judos que el
personal de la administracin alemana consideraba absolutamente imprescindibles. Pero, para
poder figurar en dicha lista, antes debas dejar muy claro a las autoridades que estabas
disponible; es decir, que estabas presto en cualquier momento a ponerte a su disposicin. Y:
Aparece Chaim en esa lista? , no pudo evitar preguntar ella, solo para ver cmo l sacuda la
cabeza con una sonrisa de consternacin: No; por desgracia, Chaim no est en la lista; a decir
verdad, se le considera un hombre algo simple, y adems est demasiado ligado al gueto .
Aunque, por otro lado, eso no descartaba que otras personas, personas por ejemplo como ella,
pudieran acabar figurando en la lista, siempre y cuando las premisas fueran las adecuadas; la
seora Regina era, a diferencia de determinada gente eso lo tena l muy claro, una mujer
de gran porte y presencia.
Regina no comprendera hasta mucho tiempo despus que fue aquel el modo que el Diablo
haba escogido para hablar con ella. Mientras que el gueto entero apestaba a basura y
excrementos, el Diablo iba bien vestido y su cuerpo desprenda un agradable aroma. Regina le
confi que para ella el gueto no eran los muros que la rodeaban, el gueto no era el alambre de
pas, el gueto no era el toque de queda, ni el hambre ni las enfermedades, sino algo que llevaba
dentro, como un hueso atravesado en la garganta: una lenta asfixia; y tena que escapar de
aquello que la privaba de aire, o de lo contrario no podra seguir viviendo. Y el Diablo se inclin
hacia ella y , tomando su mano, dijo:
Ten calma y paciencia, Regina.
Si no hay otra salida, comprar tu libertad .
de Isajah Dawidowicz, comandante del IV Distrito de la Polica del Orden. Dos policas les
seguan con una gran fuente cubierta con un pao de lino blanco, y los cinco subieron a
trompicones las escaleras portando la bandeja hasta el dormitorio del Presidente, donde el seor
Gertler llam con los nudillos y anunci solemnemente ante la puerta cerrada:
No sabes la suerte que tienes, Chaim; mi mujer acaba de sacar una bandeja de
manzanas recin horneadas solo para ti con mucho azcar y canela!
Despus bajaron a la cocina y se pusieron a comrselas ellos mismos. Cabe decir que los
hombres de Gertler se comportaban de un modo bastante extrao. Rean ruidosamente y
bromeaban sin parar, como para evitar hablar entre ellos o mirarse a las caras. Pero en cuanto
Gertler haca el ms mnimo gesto, callaban de golpe y se volvan hacia l como esperando
rdenes concretas.
Por su parte, Gertler pareca tomrselo todo con mucha calma. Repiti la aseveracin de las
autoridades de que el nico objetivo de la operacin era depurar el gueto de elementos no aptos
para el trabajo. Nadie que tuviera sus papeles en regla tena nada que temer.
Pero mi hermano!, objet Regina.
Tambin otros queran saber qu haba sido de los familiares que se haban visto obligados a
dejar all abajo en el gueto. Gertler alz una mano para imponer silencio alrededor de la mesa.
Por descontado, dijo, las autoridades son las primeras en lamentar que se hay an producido actos
de violencia. Como es lgico, echan la culpa de todo a nuestras fuerzas policiales, que no
consiguieron ejecutar a tiempo la misin que se les haba encomendado.
Lo que en estos momentos habramos necesitado es a alguien que se hubiera puesto al
mando de la situacin con mano firme y decidida; alguien con madera de Presidente aadi
con la ms fugaz de las sonrisas.
De todos modos, hasta que el Presidente no se dignara ocupar su puesto y asumir su
responsabilidad, l, junto con los seores Jakubowicz y Warszawski, haban tomado la iniciativa
de formar un comit de urgencia provisional, a fin de recaudar fondos para comprar la
libertad del ncleo duro de la intelectualidad que era considerada indispensable para la
supervivencia del gueto, pero que quiz no dispusiera del capital lquido necesario. El comit
tambin haba conseguido establecer, con la tcita aprobacin de Biebow y Fuchs, una zona
franca a la que llamaban el cercado , y en la que los hombres y mujeres susceptibles de
acogerse a la amnista estaran a salvo.
Y, por supuesto, tambin sus hijos y sus may ores aadi.
Dnde est ese cercado? pregunt alguien.
Enfrente del hospital de la calle agiewnicka.
Es verdad lo que dicen, que los pacientes han sido evacuados de todos los hospitales?
Sin embargo, Gertler no respondi a esto. Pos sus manos manchadas de sangre sobre la
mesa y se levant despacio. Insisto en ver a mi padre; y a mi hermano Benjamn, dijo Regina. S
que an estn all dentro.
Yo te llevar se limit a decir Gertler.
Result que y a tena preparado un medio de transpone. Un vehculo de reparto de algn tipo, con
altos guardabarros blancos y proveniente de Litzmannstadt, estaba aparcado fuera, con una de las
ruedas delanteras metida en la cuneta. El chfer llevaba una gorra con una reluciente visera de
charol, como si se tratara de un repartidor normal, y su mirada se torn huidiza al ver las estrellas
amarillas de sus pecheras. En el control de guardia me han preguntado si era Volksdeutscher y les
he dicho que s, pero en realidad soy polaco, dijo mirando de soslay o a Gertler, quien le orden
que callara y dejara de decir sandeces.
Regina nunca haba odo a un judo hablarle as a un polaco o a un ario; pero probablemente
el chfer fuera una de las tantas personas que Gertler haba comprado .
Tom asiento junto al reticente conductor, con Gertler a su diestra. Dos hombres del Sonder
ay udaron al doctor Eliasberg a subirse a la caja del vehculo. Eliasberg les acompaaba, y a que
Gertler haba dicho que se necesitaban mdicos con urgencia en el interior de la zona
acordonada. A continuacin, el chfer meti una marcha que chirri airadamente y sac el
vehculo de nuevo a la maltrecha calzada.
Regina no haba estado en el centro del gueto desde que entr en vigor el toque de queda.
Entonces haba cundido la desesperacin por las calles, abarrotadas de gente que intentaba
conseguir comida para ms de dos das. Ahora pareca una zona de guerra. Las puertas de
portales y patios estaban abiertas de par en par, y sobre los lustrosos y gastados adoquines y acan
desperdigados libros, chales de oracin, colchones manchados de sangre y somieres de los que
sobresalan los muelles. No vio guardias alemanes por ningn sitio; solo restos de barreras que
haban sido retiradas a toda prisa.
No fue hasta llegar a la calle agiewnicka cuando finalmente les detuvo un oficial de la
Schupo, quien en cuanto vio acercarse el vehculo hizo salir a uno de sus guardias a la calzada con
la mano en alto. Tras echar una rpida mirada a Gertler, cuy a estrella juda resultaba bien
visible, se dirigi al conductor y pidi ver sus documentos. El chfer, cuy a funcin no haba
quedado muy clara hasta ese momento, fue entregndole nerviosamente un papel tras otro por la
ventanilla bajada. El guardia dio un paso atrs para examinar los documentos, y luego volvi a
acercarse le hizo una pregunta a Gertler, quien respondi en un fluido y sorprendentemente
autoritario alemn:
Der Passierschein ist vom Herrn Amtsleiter persnlich unterschrieben.
Con la ay uda de Dios, y a vers cmo salvamos a la may ora le dijo en y idish a Regina,
al tiempo que el chfer recuperaba los papeles y el guardia, por alguna inexplicable razn, haca
el saludo militar y les tranqueaba el paso.
Condujeron despacio hasta la zona a la que Gertler se haba referido como optgesamt, el cercado.
Consista en un patio interior vallado y rodeado de bloques de pisos, algunos en tan mal estado que
partes de las paredes se haban venido abajo; donde no se haban colgado sbanas o mantas
contra el calor y las moscas era posible ver el interior de los apartamentos abarrotados, como si
fuera una colmena. A lo largo de la alta empalizada que daba a la calle se vea deambular a los
antiguos Funktionstrger: personal administrativo del Departamento de Asuntos Sociales y del
Arbeitsamt del gueto; kierownicy; miembros de la polica y del Cuerpo de Bomberos, con sus
esposas e hijos: todos extraamente callados y abatidos, apiados junto a las verjas
contemplando la devastacin que reinaba all fuera.
Justo enfrente estaba el hospital o lo que antao haba sido el hospital, que estaba siendo
saqueado frente a las misma narices de los funcionarios judos encerrados.
Soportes de cuentagotas, camillas, bancos, vitrinas para medicamentos todo lo que pudiera
cargarse sali por las puertas en brazos de soldados cuy os superiores, visiblemente borrachos, se
paseaban de aqu para all sealando y dando rdenes. Algunos de los carros altos de forma
alargada que la Guardia Blanca sola utilizar para transportar harina y patatas estaban
estacionados frente a la entrada, y, con la ay uda de los miembros que quedaban del personal
sanitario, una cuadrilla de peones judos especialmente reclutados a tal efecto empezaron a
cargarlos muebles en las cajas. Vorsicht bitte, Vorsicht !, gritaba uno de los oficiales que
intentaba supervisar el trabajo, aunque pecando l mismo de falta de cuidado al tambalearse
sobre los cristales rotos esparcidos por el suelo.
El mismo hedor acre y nauseabundo que Regina haba percibido antes en las ropas de Gertler
formaba aqu parte sustancial del aire; un tufo a quemado: como a productos qumicos que han
sido calentados y despus se han evaporado. Quiz la pestilencia proviniera del hospital que
estaba siendo saqueado, o quiz la produjera alguna emanacin de la hoguera que arda en el
interior del cercado, en un hoy o junto a una de las entradas de los stanos. En torno al humo
que se elevaba negrsimo contra un cielo de un azul implacable, casi incoloro, vagaban nios
famlicos y aburridos, chicos con americanas y pantalones por las rodillas y nias con vestidos
que sin duda haban sido de un blanco inmaculado, con lazos en la cintura y en el pelo grandes
como hlices. En cualquier espacio libre se amontonaban maletas y bales formando altas torres,
y grupos de adultos estaban sentados o tumbados a la sombra de las enormes montaas de
equipaje. Tambin el padre de Regina estaba sentado, o, mejor dicho, recostado en una vieja
tumbona con el rostro vuelto hacia la voluble columna de humo negro. Alguna persona piadosa le
haba anudado un pauelo sobre la coronilla para protegerle la calva del sol. Sin embargo, y a
tena el rostro quemado, y una de las manos la que descansaba boca arriba sobre el brazo de la
tumbona se haba hinchado hasta el doble de su tamao normal.
Debi de haberse atrapado el brazo en algn sitio, explic el padre, o quiz alguien se lo haba
pisado cuando les hacinaban en las cajas de los camiones aquella espantosa madrugada, no lo
recordaba. Solo recordaba la media docena de soldados alemanes que de repente entraron en
tropel en la sala. Fue al amanecer, mucho antes de que las enfermeras empezaran su ronda para
vaciar las cuas. Algunos intentaron huir los que podan caminar por su propio pie, pero
fueron interceptados enseguida por los soldados, o tal vez por los politsajten judos apostados
como vigilantes en cada pasillo. Despus, todos los pacientes que quedaban en las salas,
independientemente de si podan andar o mantenerse siquiera en pie, fueron llevados a rastras
hasta la puerta principal y amontonados de cualquier manera en los remolques.
No recordaba nada ms. Salvo que al final vino Chaim. En el instante en que Aron
Wajnberger divis a su y erno sinti un gran alivio. Chaim, Chaim!, le llam desde el alto
remolque situado detrs del tractor.
Pero Chaim Rumkowski no le vio ni le oy . Despus de negociar un rato con uno de los
oficiales de las SS que haba all, el Presidente simplemente se dio la vuelta y desapareci en el
R egina odi a esa criatura desde el primer instante, con un odio silencioso y oscuro, un odio
irracional que nunca llegara a reconocer, y menos an a comprender o intentar explicar.
No se deba a nada de lo que el nio dijera o hiciera. Su mera existencia era suficiente. Algo
que debera haber crecido dentro de ella exista ahora fuera, pero no era el fruto de sus entraas,
y desde el primer momento en que el nio clav sus ojos en su rostro no los apart ni un segundo.
Regina no poda soportar que nadie la mirara de aquella manera. De repente, la sonrisa que
siempre interpona entre ella y los dems para protegerse de su intromisin y a no la protega ni
serva de nada.
Pero a quin vea l?
Qu es lo que l vea?
***
Una vez levantado el toque de queda, las autoridades les haban invitado a abandonar el antiguo
pabelln administrativo del Hospital Central para mudarse a unos aposentos bastante modestos
situados un par de manzanas por encima de la misma calle agiewnicka. Enfrente de su nueva
vivienda estaba una de las pocas farmacias que todava quedaban en el gueto y que el Presidente
utilizaba como dietka para conseguir mercancas que normalmente requeran receta mdica,
como la leche y los huevos. La farmacia tambin le suministraba las pastillas de nitroglicerina
que tomaba para el corazn .
Durante los primeros meses tras la llegada del nio, el Presidente se quejaba continuamente
de dolores en el pecho, y afirmaba que lo nico que le proporcionaba algn alivio era tumbarse
un rato junto a l, y entonces ella se pasaba horas despierta escuchando el rumor medio ahogado
de sus susurros y la risa artificiosamente alegre de Chaim.
La gente entraba y sala de su nuevo apartamento como lo hiciera antes en su antigua
residencia del hospital ahora en ruinas. Tambin Dawid Gertler sigui acudiendo a visitarles,
acompaado de su esposa y sus hijos. No obstante, saltaba a la vista que las relaciones entre el
Presidente y su antiguo protegido no eran las de antes. Gertler no dejaba escapar una sola
oportunidad para recordarle al anciano que la creacin de un optgesamt haba sido mrito
exclusivamente suy o; que durante la lamentable ausencia del Presidente, l, Gertler, no solo se
haba visto obligado a afrontar completamente solo las arduas negociaciones con la Gestapo, sino
tambin a pagar de su propio bolsillo la suma requerida para comprar la libertad de aquellos que
an no haban sido tachados de la lista:
En las arcas pblicas no quedaba ni un zoty.
Al principio, Chaim haba intentado parar los golpes adoptando una actitud jocosa: Mucho
cuidado con este hombre!, deca, rodeando con un brazo paternal los hombros de Gertler.
Y Gertler aparentaba aceptar con resignacin aquellas reprimendas, pero todo el mundo
saba que, aunque el Presidente no hubiera elegido desaparecer durante aquellos das en que el
gueto vivi su peor crisis, l nunca habra sido capaz de negociar con las autoridades. Ese poder
solamente lo tena Gertler. As haba sido siempre. Qu otra cosa haba aportado el Prezes a lo
largo de su mandato, aparte de sus interminables discursos de vanagloria?
Pero, una vez terminada la audiencia, Regina observ que el joven jefe de polica haba
dejado a dos hombres de sus fuerzas de seguridad personal apostados frente al portal de su nueva
residencia. Dos guardaespaldas extra, que se sumaban a los seis que el Prezes y a tena. A partir
de ese momento, a Regina no le cupo duda de que todo lo que Chaim o ella hicieran sera
informado directamente a la central de mando de Gertler, quien a su vez lo transmitira al cuartel
de la Gestapo en la calle Limanowskiego. Pese a que le dola reconocerlo, tambin ese era el
motivo, claro est, de que Gertler la visitara tan a menudo. El Presidente estaba sometido a
vigilancia. Ese era el pago a todos sus esfuerzos para salvar a los nios al precio que fuera.
***
Solo un demente se empeara en creer que es posible dialogar con las autoridades!, sola decir
Benji cuando arengaba a la gente por las plazas.
La muerte no es menos muerte porque se presente vestida de uniforme!
Qu no dara por volver a tener a Benji con ella, aunque solo fuera unas horas.
Algunas tardes, Gertler se tomaba un descanso de sus muchos y urgentes deberes y acuda a
tomar el t con Regina en la estancia del nuevo apartamento que haba acordado con Chaim que
era solo de ella. Y all la seora Koszmar les serva en un autntico servicio de t, tal y como
haban hecho en los viejos tiempos en que daban recepciones de verdad .
Y, de hecho, todo podra haber sido de verdad. De no haber sido por el nio.
Mientras ella conversaba con el seor Gertler, el chico rondaba por la habitacin arrimado a
las paredes.
Ella le deca a la seora Koszmar que mantuviera ocupado al nio con algo, pero al cabo de
escasos minutos y a estaba all de vuelta. Perciba la respiracin jadeante del chiquillo tras el
respaldo de su butaca, y lo vea all, acurrucado en el angosto espacio que quedaba entre el
asiento y el suelo. Y desde all, desde debajo de su asiento, el cro at con unos fuertes cordones
los zapatos de ambos los de ella y los del seor Gertler a las patas de la butaca.
La reina no puede caminar!
La reina no puede caminar!
grit el nio, con una voz que le pareci calcada a la de Benji. As era como Benji sola
chillarle cuando eran pequeos: con una voz tan aguda que casi devena en falsete.
Por un instante, se le nubl por completo la vista.
No recordaba si haba llamado a la seora Koszmar o si la seora Koszmar haba entrado
corriendo en el cuarto por iniciativa propia. Sea como fuere, enseguida se llevaron al cro y poco
despus Gertler estaba de pie en el recibidor, bastante azotado y tamborileando con los dedos en
el ala de su sombrero:
Y en cuanto a su hermano, seora Rumkowska, le aseguro que liar todo cuanto est
en mi mano para conseguir que las autoridades me informen de adonde puede haber sido
llevado!
***
Ella se daba perfecta cuenta de que Chaim amaba a aquel nio con un amor que era de una
naturaleza distinta al que un padre suele profesar a su hijo.
Pero qu clase de amor era?
Chaim poda pasarse horas enteras dentro del cuarto que haba destinado para uso exclusivo
de ambos, y donde se sentaba o se tumbaba para acariciar y dar de comer al nio. Pero en otras
ocasiones el cro no le provocaba ms que disgusto, y entonces le regaaba y golpeaba. Lo ms
extrao de todo era que el nio pareca adaptarse fcilmente incluso a las palizas del Presidente,
e incorpor a su propio carcter el mal humor y la constante desconfianza que el anciano senta
por todo.
De ese modo, el hijo se convirti en la viva imagen del padre en todos los aspectos. Cuando el
Presidente no estaba en casa para consentirle, el nio mimado y arrogante se quedaba acostado
en la cama con los dibujos que haba hecho de su amado padre esparcidos sobre su pecho y su
barriga mientras deca gimiendo dnde est mi Prezes, dnde est mi Prezes?, hasta que ella se
desesperaba a tal punto que deseaba entrar all para acabar con el nio de una vez por todas.
Pero al final se abra la puerta principal y el Presidente estaba de vuelta en casa, y los dos se
metan otra vez en la cama y permanecan tumbados all, arropados en su amor perverso.
Ellos dos.
Y ella la repudiada, la excluida deseaba con todas sus fuerzas que alguien viniera y se la
llevase de all.
***
No obstante, el nio tena una vida propia. Por muy repugnante que pudiera parecer, all dentro
haba una voluntad latente.
Los dibujos eran una buena prueba de ello.
Cuando no estaba acostado con los dibujos esparcidos sobre la cama, los guardaba en una especie
de pequeo cofre que Chaim le haba regalado y respecto al cual se mostraba muy misterioso.
Un da, mientras el nio estudiaba con Moshe Karo, ella sac el cofre de su escondite bajo la
cama y forz la cerradura con un destornillador.
A su entender, tena perfecto derecho.
Dentro de la caja no solo haba papel, lpices y ceras, sino tambin una coleccin de
pequeos frascos de farmacia de contenido indeterminado y varios paquetitos de tela o papel
anudados con hilo basto. Abri los paquetes. Dentro haba varias de aquellas pastas de miel que se
desmenuzaban solas y que la seora Koszmar haba servido en la ltima recepcin.
Por un momento se olvid de los frascos farmacuticos y observ atentamente los dibujos.
Uno de ellos representaba a Chaim con tres velludas excrecencias saliendo de su cuerpo en lugar
de brazos y piernas. La cara era una inflada calabaza enrojecida, con una melena que le llegaba
hasta la cintura confirindole un extravagante aire femenino. Junto a la figura del Presidente
apareca dibujada ella, con su corona de reina sobre la cabeza, pero rodeada esta por un mar de
llamaradas rojas.
En ese momento se le ocurri que los frascos deban de contener veneno y que las pastitas de
miel eras dulces emponzoados que el nio tena intencin de volver a colocar en la fuente de la
mesa cuando nadie le viera. Naturalmente, el dibujo de su cabeza envuelta en llamas era una
imagen de ella ardiendo en el Gehena.
Era eso, sin duda. Ese era el secreto:
El nio tena intencin de matarles a todos.
Pero de dnde haba sacado el veneno?
Le present las pruebas a Chaim. Pero la mirada de este recorri los frascos de farmacia y
los dibujos sin encontrar relacin alguna.
No te lo deca yo? Un nio con talento.
Puede que nuestro hijo tenga alma de autntico artista.
Fue durante el sabbat. Ella haba encendido las velas y bendecido los dos panes, y el nio
estaba sentado a la mesa con ellos mirndola muy fijamente, como de costumbre.
Chaim recit la oracin de gracias y la bendicin a la mujer, y luego, con especial
sentimiento, la Yesimcha Elokim ke-Ephraim vechi-Menash, y aadi, con el pomposo tono
didctico que siempre utilizaba al dirigirse al Hijo: as como Jacob, en su lecho de muerte, les
dijo a sus hijos Efraim y Manas que tenan que ser modelos de comportamiento para todos los
judos, t tambin tienes que crecer y convertirte en un modelo para todos los judos de nuestro
gueto
Cay en la cuenta de que Chaim nunca se haba dirigido a ella de ninguna otra manera que no
fuera con aquella solemne y ampulosa retrica apocalptica. Incluso el sabbat el nico
momento autntico, vivo, que compartan se haba convertido en un escenario de artificiosidad
y muerte.
All estaban, sentados tras sus Mscaras, y Chaim era el Presidente y le deca a su Esposa que
haba odo rumores de que los alemanes se han visto obligados a hacer una penosa retirada en el
frente oriental y que, si el Altsimo nuestro Seor as lo quiere, en primavera llegar la Paz; y el
Hijo era una personificacin del Mal que lanzaba Miradas Maquiavlicas ora a la Esposa, ora al
Padre; y el Padre sonrea y deca que se recordaba tumbado all en su habitacin de la calle
Karola Miarki, atormentado por todos los nios que se haba visto obligado a expulsar del gueto,
pero que en ese mismo momento se le apareci un ngel enviado por el Altsimo Seor en
persona para anunciarle al Presidente s, el ngel del Seor le haba dicho a l, Mordechai
Chaim Rumkowski, PERSNLICH que era aqu en el gueto donde deba construirse la casa, y
que aunque solo uno de ellos sobreviviera, deban continuar construyendo su Casa; y cuando,
confortado por estas palabras, haba abandonado su Templo del Dolor, recibi la llamada, si, l,
Rumkowski, recibi la llamada telefnica del Gauleiter Greiser, PERSNLICH, y este le haba
dicho que, al igual que, por ejemplo, la ciudad libre de Danzig vivi antiguamente bajo la
proteccin de las potencias vecinas, en un futuro su Estado judo podra muy bien existir dentro de
los lmites actuales del Tercer Reich ; s, el Gauleiter Greise haba utilizado nada menos que la
misma expresin de Herzl, su Estado judo, le dijo, y por qu molestarse en crear ese Estado en
tierra de Israel cuando todo el material humano y a estaba aqu en el gueto, as como toda la
maquinaria y equipamientos? A fin de cuentas, todo dependa del trabajo que se estuviera
dispuesto a realizar. S, as fue como el Gauleiter Greiser se lo haba expresado a Rumkowski
(dijo Chaim), y entonces le gui un ojo al nio (y el nio le devolvi el guio); y Chaim se
levant de la mesa y dijo que tena intencin de ir a acostarse para disfrutar un ratito del
descanso sabtico y que si el nio quera acompaarle; y se levantaron los dos y se metieron en
su Cuarto. Y entonces, como si se tratara de una de aquellas pelculas de gangsters del cine Bajka,
la esbelta silueta de Gertler surge de entre los bastidores, y Gertler dice en tono irnico por qu
planeas abandonar el gueto, Ruchla, acaso no sabes que nunca vivirs tan bien como ahora?
Ella observa su mundano modo de sacar el humo por las fosas nasales, despus l se inclina y
apaga el cigarrillo en el cenicero que ella ha puesto sobre la mesa, y aade en un tono
pragmtico, sobrio, que le recuerda al de Benji (y sus pies siguen atados a las patas de la butaca):
l no perdonar a uno solo de ustedes, seora Regina, ni a uno solo; acabar con la
vida de todos
Y ahora es del Nio de quien habla. No cabe la menor duda. Es del Nio.
S olo tres meses despus de la operacin szpera, como primer indicio de los magnficos nuevos
tiempos que se avecinaban, las autoridades inauguraron una gran Exposicin Industrial en la cual
las distintas resorty, que a la sazn ascendan a ciento doce, mostraban los formidables resultados
de su produccin.
El ahora saneado hospital infantil del nmero 37 de la calle agiewnicka haba sido
reconvertido en sala de exposiciones. En lo que haban sido las habitaciones y los consultorios de
la planta baja se alineaban ahora vitrinas y expositores con muestras de los diversos productos del
gueto, y a lo largo de la pared colgaba una gran pancarta con el famoso lema del Presidente
Unser einziger weg ist arbeit! impreso en grandes letras negras en alemn y en y idish.
Y alrededor de la sala: un gran montaje fotogrfico de las distintas fbricas:
Muchachas jvenes sentadas ante un largo banco de trabajo, sosteniendo planchas de hierro y
piezas de tela en las manos. Las fotografas de las mujeres estaban sobreimpresas en una grfica
de barras que mostraba el creciente incremento de la produccin en las sastreras del gueto.
Cuanto ms suban las barras, ms se revelaba la imagen de las jvenes, un banco tras otro de
mujeres con las cabezas inclinadas sobre sus planchas o sus mquinas Singer, en una perspectiva
que se perda en el infinito:
Trikotagenabteilung: Militrsektor: 42 880 Stck.
Zivilsektor: 71 028 Stck.
Korsett- und Bstenhalterfabrik: 34 057 Stck.
Tres aos de esclavitud, tres aos de sometimiento a un poder represor cuy o objetivo nunca
haba sido otro que la total aniquilacin del gueto: naturalmente, haba que celebrarlo.
Segn la Crnica del Gueto, que envi a varios reporteros para informar del acto, la
inauguracin de la exposicin se dividi en dos partes. La primera, de carcter ms oficial,
consisti en los discursos de los distintos jefes de seccin y el posterior recorrido por las salas
de exhibicin. Despus, todo el evento se traslad a la Casa de Cultura, donde el programa estuvo
compuesto por: 1) un impromptu musical; 2) discurso y entrega de medallas a cargo del Prezes
del gueto; 3) banquete con un men de fiesta ideado especialmente para la ocasin por Frau
-
La inauguracin de la exposicin se haba fijado para un da de principios de diciembre, un
mircoles.
Es un da de fro riguroso con fuertes rfagas de viento. El cielo tiene un color gris como el
cemento y la nieve racheada azota los aleros de los tejados. Bajo los cables de tranva
entrecruzados de la calle agiewnicka, discurre una larga fila de drshkes, cuy as capotas se
abren y cierran como bocas al comps del vendaval.
Son los directores de las distintas secciones de los resorts, que hacen su entrada:
Jefes de divisin; jefes de produccin, administracin e intendencia. Y tras ellos, es el turno
de los diversos representantes de una difusa categora de lo que en la Enciclopedia del gueto se
conoce como ingenieros del gueto: directores de fbricas, jefes de taller, supervisores. Con una
mano en el ala de los sombreros y la otra en los faldones de sus abrigos para impedir que el
viento los levante, el torrente humano se adentra en la Casa de Cultura, ahora depurada de todo
barniz cultural, donde es recibido bajo los estandartes y las guirnaldas del vestbulo por aquellos
que las circunstancias han elevado al rango de altos dignatarios, hombres como Aron Jakubowicz
y Dawid Warszawski que han aprendido que la mejor manera de enfrentarse a las exigencias de
los nuevos tiempos no es involucrarse en la lucha por el poder en el gueto (una lucha que, de
todos modos, no tienen expectativa alguna de ganar), sino actuando como si estuvieran en
cualquier otra poblacin industrial de libre comercio, donde todo est permitido para satisfacer
tanto a superiores como a clientes. Entre esos hombres, que son los verdaderos arquitectos de la
Exposicin del Gueto, se encuentra tambin el jefe de polica Dawid Gertler, vestido de paisano
pero luciendo en el brazal una gran W (de Wirtschaftspolizei), a fin de mostrar apropiadamente
su filiacin en un da como este.
Ahora suena la fanfarria de trompetas y clarines que toca una banda junto a la entrada; los
seores que componen la comitiva de recepcin hacen golpear los talones y enderezan la
columna:
El Presidente, se comenta entre cuchicheos en las filas delanteras de la multitud, acaba de
llegar; y adems, con toda su familia.
Aqu le tenemos. Rumkowski. Taciturno, muy concentrado, avanza con la mirada en el suelo
como si su tarea primordial fuera controlar sus piernas. Su esposa, la seora Regina Kumkowska,
camina de su brazo con la sonrisa forzada de costumbre. Tambin el Hijo va con ellos! Y de
pronto, a lo largo del recorrido del cortejo, la multitud consigue abrirse el suficiente espacio con
los codos como para que todos puedan ver al Nio Adoptado, plido y hosco, de pie entre tanto
caballero trajeado, vistiendo l mismo un monstruoso traje infantil de anchas solapas forradas de
seda y una especie de camisa en tela brocada con chorreras estilo siglo XVIII. De todos los que
conforman el cortejo, es el nico que parece tranquilo. Mira con indiferencia las guirnaldas del
techo mientras se va metiendo en la boca caramelos de un cucurucho de papel que el Presidente
o algn funcionario cobista le ha puesto en la mano.
A esas alturas, la may ora se ha dado cuenta de que algo va mal: al Prezes le cuesta
mantenerse en pie, ahora mismo busca a tientas con la mano el apoy o de una pared inexistente.
Alguien hasta lo dice en voz alta:
No est ese hombre un poco achispado?
Pero para entonces y a es demasiado tarde. La banda ha finalizado su fanfarria de trompetas
y clarines y Rumkowski est subido a la tribuna dispuesto a iniciar la entrega de galardones,
aunque todava no estn all las medallas y menos an los que han de recibirlas. Aunque ahora,
por fin, unos vigorosos brazos femeninos portan la bandeja con todo a punto. Las medallas
parecen pescados sobre un lecho de mrmol, todas con las cintas apuntando en la misma
direccin. Y la seorita Dora Fuchs, visiblemente preocupada por el errtico comportamiento del
Presidente, le pone un papel en la mano y seala primero el texto y despus a la fila de hombres
trajeados o de uniforme todos ostentando brazales con la W en las mangas de sus chaquetas
que esperan derechos con sonrisas expectantes en la escalinata del vestbulo. Son los
galardonados.
El Presidente saluda con una inclinacin de cabeza, como si fuera la primera vez que los ve.
Caballeros, dice con voz pastosa.
(La seorita Fuchs hace un gesto para acallar al pblico:)
Caballeros, damas hermanos y hermanas! Todos ustedes estn al corriente de las
buenas noticias: De los 87 615 judos que quedamos, nada menos que 75 650 estn
empleados en la produccin a jornada completa, ESTO ES UNA GRANDIOOOSA
HAZAA!
Ahora somos menos en el gueto de los que ramos antes.
Pero hemos conseguido completar nuestra tarea.
La generacin siguiente nuestros hijos y nietos (los que hayan sobrevivido!) se
sentir orgullosa, y con razn, de los hombres y mujeres que mediante el sacrificio de su
arduo trabajo les han concedido nos han concedido a todos! el derecho a seguir
existiendo.
De hecho, me atrevera a afirmar sin ambages que es a estos hombres a quienes les
deben la vida.
Caballeros, dice de nuevo, y se vuelve una vez ms hacia los hombres que aguardan
expectantes en la escalinata. Sin embargo, lo hace con expresin consternada, como si acabara
de olvidar lo que iba a decir. La joven que sostiene las medallas interpreta su confusin como una
seal de que debe volver a presentar la bandeja. Un murmullo de impaciencia se eleva entre el
pblico, hasta que es interrumpido por uno de los trompetistas, que y a no puede contenerse y
emite un acorde prolongado que va descendiendo lentamente sobre el mar de cabezas. Como si
el estallido sonoro hubiera tocado alguna fibra tambin en su interior, de repente el Presidente
empieza a arengar:
TRABAJO, TRABAJO, TRABAJO!
Os lo he dicho muchas veces:
El trabajo es la roca de Sin!
El trabajo es el FUNDAMENTO DE MI ESTADO.
EL TRABAJO EL TRABAJO DURO, SUFRIDO
Y desde la sala se ve cmo todo sale volando por los aires: las hojas, la bandeja, las
medallas trazando un amplio abanico desplegado por la mano derecha del Presidente al
elevarse en un gesto retrico. Por el aire revolotean despacio las hojas de papel, precedidas de la
bandeja que describe un elegante arco antes de chocar estrepitosamente contra el suelo; le siguen
las medallas y sus ondeantes cintas, que, cual cohetes provistos de banderines, caen a su
alrededor con ruiditos sordos.
En medio de esta lluvia de medallas, el Presidente ha cado de rodillas y ahora busca a cuatro
patas sus papeles perdidos. En las filas de atrs algunos se echan a rer. Discretamente al
principio: tapndose la boca con las palmas de las manos. Despus (al orse ms risas) sin
disimular.
Dos agentes de la Polica del Orden se han abierto paso hasta la tribuna para prestar ay uda,
pero el seor Gertler les manda detenerse, se levanta abruptamente de su asiento en primera fila
y dice:
Pero si no hay ms que verlo;
este hombre est acabado!
En ese mismo instante, las puertas del vestbulo se abren de golpe con un portazo y el
Amtsleiter Biebow avanza majestuosamente por el pasillo central seguido de ordenanzas y
guardaespaldas. Las briosas voces de mando y las fuertes pisadas de las botas hacen que todos los
funcionarios de la primera fila vuelvan rpidamente a sus asientos, y ah estn ahora, con la
cabeza gacha, mientras Biebow despus de observar un rato la situacin con los brazos en
jarras sube resueltamente al escenario, agarra al Presidente que todava gatea por el suelo,
consigue ponerle en posicin vertical y le cruza la cara con dos expeditos bofetones de su mano
enguantada.
Rumkowski, que todava parece no haberse dado cuenta de con quin se las est viendo, mira
fijamente al frente con la baba cay ndole por las comisuras.
Biebow recoge los diplomas y medallas esparcidos por el suelo y los embute con brusquedad
entre los brazos del Presidente; despus lo rodea con los suy os como para mantenerlo todo en su
sitio (los diplomas, las medallas y al propio Presidente): Est usted ya muy mayor, Rumkowski, se
le oy e decir, y aquellos que estn sentados en la primera fila aguzando angustiados los odos
creen orle musitar casi con cario:
Es usted mi hombre viejo que pertenece a una poca obsoleta, Rumkowski.
Pensaba usted que podra comprar poder e influencia, verdad?, que podra ir
expandiendo sus perversos e inmundos nidos a resguardo de las murallas de una Potencia
Superior, y despus seguir malversando y desfalcando tal y como la gente de su raza ha
venido haciendo tantas veces a lo largo de la historia, algo que forma parte de su
naturaleza.
Pero djeme decirle una cosa, Rumkowski, y es que esa poca es agua pasada, Esa
poca es auf ewig vorbei. Ahora lo que cuenta es Entschlossenheit, Mut und Kompetenz.
Esto ltimo no lo dice dirigindose a Rumkowski, sino de cara al pblico. Y sonre al decirlo:
con una sonrisa que quiere ser cmplice y condescendiente a la vez.
Y por lo visto lo consigue, porque de pronto todo el mundo (menos la seorita Fuchs, que
parece muy afectada, y la seora Regina Rumkowska, que hurga en su bolso de mano como si
buscara un sitio donde meterse) se echan a rer. Toda la sala, desde los dignatarios de la primera
fila hasta los capataces y jefes de mquinas sentados al fondo. Algunos incluso levantan los
brazos y empiezan a aplaudir y a vitorear como si asistieran a un vulgar espectculo de
variedades, y una vez relajada la tensin de sus extremidades, otros se les unen y, llevados por el
alivio o por la arrogancia, empiezan a patear el suelo y a proferir gritos y abucheos.
Sin embargo, esto no es ningn espectculo de variedades. Quiz a la may ora le lleve un rato
comprender plenamente que quien est all delante, sosteniendo en sus brazos al Decano del
Consejo Judo como si fuera un nio y recibiendo las ovaciones del pblico, es nada menos que
herr Amtsleiter. Un miembro de la banda de viento, al menos, conserva la lucidez necesaria para
darse cuenta de que solo hay una manera de eludir el peligro potencialmente mortal de la
situacin, y por iniciativa propia empieza a tocar las primeras notas de der Badenweilermarsch:
Vaterland, hr deiner Shne Schwur:
Nimmer zurck! Vorwrts den Blick!
Lo que sucedi a continuacin resulta confuso. Encabezados por los hombres de la nueva era,
y en especial por Gertler y Jakubowicz, ambos y a hartos de la excesivamente prolongada
ceremonia sobre el escenario, los dignatarios se dirigieron al vestbulo donde estaba dispuesto El
Suntuoso Buf.
El Suntuoso Buf y a era clebre mucho antes de ver la luz. Habra que saber si su
preparacin no haba sido ms discutida, ms detalladamente concebida, ms probada y
mientras llamaba a gritos a un mdico as que el doctor Schulz, incluso durante aquella festiva
celebracin, tuvo que hacer lo que llevaba haciendo cada da desde que lleg al gueto. Agarr el
maletn de mdico que siempre llevaba consigo, le pidi a Vra que embutiera la funda de una
silla bajo la nuca del Presidente y se arrodill para tomarle el pulso al avejentado hombre:
El Presidente (postrado, con la mirada perdida en el lejano cielo del gueto): Quin es usted?
Schulz: Schulz.
El Presidente: Schulz?
Schulz: Schulz. Nos conocemos.
El Presidente (a Vra): Y esta exquisita belleza que est a su lado?
Schulz: Es mi hija Vra. Estaba hablando con ella hace solo unos minutos.
El Presidente: Pero qu ha hecho usted con sus hermosas y lozanas manos, mi joven seorita
Vra?
Schulz: Usted mismo acaba de decir que y a no sirven para trabajar, seor Presidente.
El Presidente: Pero quin puede decir algo as? A todo aquel que conserve sus manos se le
proporcionar un trabajo, por supuesto, y veo que tiene usted unas manos muy suaves y limpias,
seorita Schulz.
Schulz: Limpias o no, esas manos no son de su incumbencia!
En ese momento, herr Armtsleiter orden a su escolta policial que desalojara el lugar. A los
que todava podan tenerse en pie se les oblig a levantarse a base de golpes de porra y culatazos,
y fueron conducidos hasta el patio trasero. All permanecieron tumbados, una mezcolanza de
funcionarios, policas y gente corriente, hasta que se fueron reanimando y pudieron marcharse
por su propio pie. Ms tarde, en el camino de vuelta a la Casa Roja, se oy rezongar al
comandante alemn algo acerca de que los judos eran unos cerdos estpidos que, en vez de
aprovechar la poca comida que se les daba, la vomitaban.
P ero, desde luego, no haba comida. Podan fingir que la haba o engaarse a s mismos
dicindose que con lo que tenan les bastaba, o que posean dinero u objetos de valor suficientes
como para poder comprar o canjear sus pertenencias por algo y que todo se reduca a
economizar y escatimar y conseguir que lo que tuvieran cundiera ms.
Sin embargo, la cosa no tena vuelta de hoja: no haba comida.
El precio de una barra de pan en el mercado negro era de trescientos marcos, pero como ni
siquiera los vendedores queran salir a la calle con el atroz fro que haca aquel invierno, tampoco
haba pan que comprar. En la ltima estantera de la despensa quedaban un par de patatas
daadas por la helada, con costras de escarcha. Era todo lo que tenan. Todas las maanas, Vra
remova harina de patata en agua tibia y luego le echaba unos copos de centeno. Eso era la
sopa que solan darle a Maman para almorzar. Si el padre no le hubiera conseguido una cama
en la clnica de la calle Mickiewicz, ninguno de ellos habra sobrevivido. Mientras estuviera
ingresada, Maman recibira al menos sopa y pan gratis, y , si sobraba algo, tambin podran llenar
la escudilla de Vra. A cambio de la comida, ella tena que pasarse todo el da con su mquina
Oly mpia en el regazo, ay udando a su padre a mecanografiar los historiales clnicos y a rellenar
las cartillas del registro. Por orden expresa de Rumkowski, el doctor Schulz no solo haba pasado a
ser jefe de la antigua clnica de tuberculosos, sino tambin de las antiguas policlnicas de la calle
Dworska, donde ahora se hacinaban cientos de pacientes en un espacio donde antes caban como
mximo diez camas. Incluso en el stano y en los hmedos cuartos de lavar situados debajo
mismo de la clnica haba pacientes postrados, y los pasillos estaban llenos de los denominados
pacientes diurnos (aunque estuvieran ingresados a jornada completa), personas que no estaban lo
suficientemente enfermas como para ocupar una cama: hombres con septicemias o diarrea
crnica; con extremidades hinchadas por el hambre o con parlisis agudas; o con simples lesiones
por congelacin. Vra registraba un centenar de estos casos por semana, la may ora de los
cuales acababan en amputacin, fuera o no necesaria, y a que el profesor Schulz opinaba que la
septicemia era un mal considerablemente peor, para cuy o tratamiento careca de recursos en las
actuales circunstancias.
En el pabelln a cargo del doctor Schulz, la cama contigua a la de Maman estaba ocupada por
un hombre may or, con la cabeza calva como un huevo pero con una cejas anchas y todava
negras que, cuando miraba a alguien, se juntaban en el entrecejo como las de un animal.
Las enfermeras le llamaban rabino Einhorn o seor rabino a secas, y se movan en
torno a su cama con suma reverencia. Varias veces al da, el rabino Einhorn sacaba el chal de
oracin y las filacterias que guardaba junto con sus libros en una pequea y gastada maleta.
Debido a que estaba tan dbil que apenas tena fuerzas para incorporarse en el lecho, Vra le
ay udaba a atarse las correas de la filacteria en el brazo y a sujetarse la cajita de cuero sobre la
frente; sin embargo, los libros los sacaba l mismo, y despus no quera que ni ella ni nadie los
tocara, sino que se quedaba acostado con ellos apoy ados contra su endeble pecho.
A menudo vea que l se la quedaba observando cuando sacaba o meta una hoja nueva en el
rodillo de la mquina de escribir, o cuando mecanografiaba algunas notas en un historial, o una
direccin.
Quiso saber dnde haba adquirido tan recomendable prctica.
Ella contest que en el instituto de contabilidad y comercio de Praga se impartan tambin
cursos de taquigrafa y mecanografa. l quiso saber qu lenguas hablaba y ella respondi que
poda expresarse bastante bien en ingls y en francs, pero que por desgracia no saba ni y idish ni
hebreo; entonces l se ofreci a ay udarla, y sac el libro y empez a leer algunas oraciones,
primero en hebreo y despus en polaco, al tiempo que le explicaba lo que estaba ley endo. En los
das que siguieron ley eron juntos varias oraciones. Primero lea l, y luego ella lo repeta. Al
final, l siempre se lamentaba a voz en cuello de la ignorancia de la muchacha. Es como si
vosotros los jvenes entraseis en una habitacin quejndoos de que est todo tan oscuro que no
veis nada, aun cuando la luz penetre a travs de cada rincn y rendija del cuarto.
Pero para entonces y a le haba enseado varias palabras en el nuevo idioma. Le haba
enseado cmo eran las slabas y cmo se pronunciaban, y cmo se y uxtaponan o separaban
para crear nuevos significados. Tres slabas de sonido simple bastaban para crear todo un mundo
de palabras. Uno de los muchos vocablos hebreos que le ense fue punem. Originariamente la
palabra significaba rostro , pero dependiendo de cmo se separaban o y uxtaponan sus slabas
poda significar encarar , exponerse a o ser traspasado por la luz del Todopoderoso:
As pues, quiz pueda comprender, frulein Schulz, que el acto de rezar de ninguna
manera consiste en recitar palabras de un libro, sino en volver el propio rostro hacia el
Seor para que l pueda iluminar todas y cada una de sus sagradas palabras desde
dentro
En una ocasin, despus de haber ledo juntos, l le cogi la mano y le pregunt si podra
ay udarle cuando llegara el momento. En su ingenuidad, ella crey que quera que le ay udara a
morir. Sin embargo, cuando se lo insinu, l sacudi enrgicamente su calva. Lo que le peda era
algo mucho ms concreto. Dijo que tena que llegar una carta, dirigida a ella. Y que, cuando
llegara, podra frulein Schulz hacerle el favor de al menos considerar cuidadosamente el
ofrecimiento que en ella se le haca?
***
En may o de 1940, cuando se cre el gueto, la administracin juda del mismo constaba de, como
mucho, unos cientos de empleados. Tres aos ms tarde, en junio de 1943, ms de trece mil
residentes del gueto se ganaban el sustento en alguna de las numerosas secretaras y
departamentos, subsecretaras, oficinas de empleo, cmaras de control y unidades de inspeccin
gobernadas por Rumkowski.
Debido a que el aparato administrativo de Rumkowski haba crecido en esos tres aos de una
manera tan desmesurada y confusa, la gente lo conoca simplemente como los despachos .
O los despachos del Presidente .
O el Palacio .
Era por supuesto un palacio sin torreones ni almenas visibles, pero con abundantes pasajes
subterrneos en los que haba empleados haciendo trabajos de contabilidad sin saber a qu hacan
referencia las cuentas, o se limitaban a dormitar tras taquillas nocturnas de inspeccin. El Palacio
era una edificacin construida sobre unos cimientos muy imprecisos, y su expansin estaba
continuamente en entredicho. Sus departamentos y oficinas podan surgir de repente en un bloque
de pisos normal y corriente, para desaparecer al cabo de un tiempo sin dejar rastro. No obstante,
la entrada a dicho palacio estaba muy clara. La puerta se encontraba en el Secretariado del
Presidente en la plaza Bauty. All era por donde deba entrar todo aquel que quisiera ingresar,
ascender o escalar posiciones en las jerarquas del gueto.
A los que buscaban refugio bajo la proteccin del Presidente se les denominaba petenter, y
eran miles los peticionarios que el Presidente haba recibido en su despacho desde que se creara
el gueto.
Por aquella poca, a los peticionarios que esperaban a las puertas de las oficinas de la plaza
Bauty se les concedan permisos especiales para acceder por un tiempo limitado a la zona
acordonada por los alemanes. Sin embargo, despus de la operacin szpera, Biebow decidi
poner punto final a todo aquel ir y venir de gente, y prohibi la entrada a territorio ario a todo
aquel que no estuviera empleado en la administracin. Lo cual no fue bice para que el
Presidente continuara recibiendo a peticionarios. Para ello se habilit una de las garitas de
vigilancia de la calle agiewnicka. En ella se consigui meter un escritorio, tras el cual se sentaba
el Presidente con los montones de solicitudes ante s, y la seorita Fuchs organiz un primitivo
sistema de turnos por el que los solicitantes reciban un nmero, hacan cola frente a la garita y
eran convocados uno a uno.
La gente iba a solicitar de todo.
Muchos, como Vra, pedan una plaza en algn hospital para sus familiares. Otros suplicaban
que les dieran cupones de leche para sus hijos. O una parcela para cultivar hortalizas, ahora que
comenzaba la poca de siembra.
Muchos iban a solicitar una licencia matrimonial. Casarse era por entonces una de las pocas
maneras legales de conseguir cupones extra de comida. Era el Presidente quien los ceda de su
propio excedente de provisiones. Tambin era el Presidente quien celebraba los enlaces, y a que
todas las ceremonias religiosas estaban prohibidas en el gueto y en teora todos los rabinos haban
sido deportados. Haba quien deca que era una vergenza que el Decano se tomara tales
libertades, jugando a ser un hombre santo y de ley es, cuando se sospechaba que tena las manos
manchadas de sangre! Otros decan que hasta cierto punto podan comprender que el Decano
adoptara ese papel. De qu otro modo si no poda demostrar su poder cuando herr Amtsleiter
Biebow no solo le haba escarnecido y ridiculizado en pblico, sino que tambin le haba privado
de toda potestad sobre la produccin y distribucin de vveres en el gueto, por no hablar de los
asuntos policiales ?
Segn la Crnica del Gueto, en una de las ceremonias nupciales que se celebraban
habitualmente en el antiguo preventorio de la calle agiewnicka, el Presidente cas nada menos
que a trece parejas de forma simultnea; sobre una nica bandeja se colocaron trece copas de
vino que se llenaron de una botella provista de un pitorro sanitario especial. Fue el doctor
Miller quien insisti en introducir esta innovacin, a fin de minimizar el riesgo de transmisin de
enfermedades epidmicas. El propio doctor Miller presenci el acto escondido tras el baldaqun
nupcial, haciendo uso de su bastn para asegurarse de que cada pareja beba de su copa y de que
cada copa era despus limpiada y devuelta a la bandeja sin hacerse aicos.
Despus se hablara mucho de la profanacin de la ceremonia nupcial juda que tena lugar
en el Palacio, de que el baldaqun era una simple barra de cortina de donde colgaba un visillo de
tul que tras la ceremonia, por orden del doctor Miller, era enviado a la estacin sanitaria de la
plaza Bauty para su inmediata desinfeccin. Casi se poda volver a or la voz de Benji cuando
deambulaba por las calles despotricando y maldiciendo:
Un rey ttere, a eso ha quedado reducido el seor Rumkowski; con su squito de pacotilla y
sus ridculas ceremonias!
Pero los cupones de comida que la seorita Ejbuszy c, del Departamento de Abastecimientos,
extendi a las trece parejas contray entes eran cuando menos autnticos y perfectamente
canjeables por pan de verdad y la suficiente cantidad de almidn extra en la sopa como para
mantener su tripa llena durante un par de das.
***
Tendra que haber sido un da feliz , el da en que Josel desencaj el panel empapelado y
liber por fin a Maman de su encierro. Vra nunca olvidara la visin de la extraa que
encontraron al otro lado: su cuerpo tan delgado como una de aquellas agujas que Maman
mandaba a Vra a comprar a la vuelta de la esquina , pero sonriendo y con la espalda recta, y
sosteniendo su Ausweis en alto como si hubiese estado ah sentada durante semanas esperando esa
oportunidad. Sin embargo, Vra se dio cuenta al momento de que Maman tena algo pegajoso
alrededor de los labios y de que las paredes alrededor de la cama estaban manchadas de sangre
y heces secas.
Arnot, quien haba echado un vistazo detrs del panel empapelado varias veces durante las
pasadas jornadas, dijo que, despus de todo, el estado de salud de Maman no era peor de lo que
se poda esperar. Le sac la cnula del dorso de la mano, y durante unos das incluso se sent con
ellos a la mesa para comer. Vra mojaba dados de pan en la sopa y se los meta en la boca, y la
madre succionaba chupando las mejillas y diriga la mirada hacia su interior como para
examinar el extrao hallazgo que haba ido a parar bajo su lengua. Pero al final se lo tragaba, y
por un tiempo pareci satisfecha con lo que ingera y con el bullicio y ajetreo que haba a su
alrededor.
Sin embargo, no haba que fiarse de las apariencias. Quiz a todos les enga el hecho de que
Maman hubiera sobrevivido all, detrs del empapelado . Enseguida result evidente que sus
riones no toleraban la comida que le daban. Arnot la someti a una primitiva dilisis que no dio
resultado, la incisin en el abdomen por donde se le infunda la solucin dialtica empez a
hincharse y la membrana peritoneal se inflam; a Maman le subi la fiebre.
Vra vel toda la noche esperando a que llegara la crisis , y que a partir de ah, con un
poco de suerte, la fiebre remitiera. Pero la crisis no se present. Aunque la fiebre baj
ligeramente, Maman y a no volvi en s. El pulso era dbil, el ritmo cardaco irregular y empez
a sufrir estertores.
Estaban todos sentados a su lado cuando muri. Vra le habl a su madre de la ltima vez que
haban paseado juntas por el parque Rieger, de los pjaros que al atardecer levantaron el vuelo
desde los rboles y formaron como un segundo cielo sobre Praga, sobre sus altos tejados a dos
aguas y sus torres revestidas de cobre; y por un momento pareci que Maman esbozaba una
sonrisa y que los dedos que Vra apretaba le devolvan el apretn. Luego la respiracin se fue
extinguiendo poco a poco. Maman se desprendi de su cuerpo como quien se desprende de un
abrigo mugriento y viejo que no quiere ponerse ms, y una vez realizado el acto de
despojamiento su rostro se sumi en una paz serena y completa, como si nadie lo hubiese tocado
nunca.
Enterraron a Maman el decimoctavo da del nuevo ao civil de 1943, una maana clara y
escarchada con un sol bruido y bajo suspendido como humo por encima del borde de los muros
de Mary sin. Antiguamente, la entrada principal del gran cementerio estaba situada en la calle
Bracka, en el extremo nordeste del gueto, pero como ahora ese acceso quedaba en territorio ario
la agrupacin de enterradores empez a usar una puerta lateral abierta en el muro de ladrillos en
el lado oeste, en la calle Zagajnikowa, y fue por ah por donde entraron con el carro que el
profesor Schulz haba alquilado.
Dentro de los muros del recinto, la ciudad de los muertos se extenda ante ellos. A la izquierda
del camino que conduca a la pequea morgue, se vean hileras de montculos de tierra,
blanqueados por la escarcha y refulgentes bajo la henchida luz azulada.
Detrs de cada montculo se ocultaban varias filas de tumbas, algunas cubiertas y a por la
tierra, otras esperando sus cuerpos. Para poder dar abasto, haban tenido que empezar a cavar y a
en noviembre, les explic Jzef Feldman mientras trasladaban el cadver lavado y amortajado
desde el carro hasta una de las carretas bajas en las que se transportaba a los difuntos dentro del
recinto. Todo el mundo recordaba cmo haba sido el invierno anterior, los meses de enero y
febrero en que se iniciaron las deportaciones y la gente era hacinada en glidos barracones sin
caldear donde mora congelada mientras esperaban unos trenes que nunca llegaban. Por aquel
entonces la capa de tierra helada era tan profunda que ni siquiera se poda hincar el pico en ella,
por lo que no hubo ms remedio que amontonar los cadveres a la espera del deshielo.
Jzef Feldman explicaba todo aquello con el peculiar tono, despreocupado y aun as lleno de
ternura, que caracteriza a quienes tienen trato diario con los muertos, pero Vra apenas
escuchaba lo que deca el anciano. Mientras caminaba tras el rtmico chirriar de la rueda herrada
de la carreta, detrs del rabino que haba oficiado el funeral y de su padre y sus dos hermanos,
vio a lo lejos otro grupo de enterradores equipados con carretilla, pico y pala. Las siluetas de los
enterradores se difuminaban prcticamente en la blanca bruma helada, de modo que parecan
flotar un par de metros por encima del suelo, y de repente todo se fundi ante su vista: el chirrido
rtmico de la rueda, las interminables hileras de tumbas sin nombre, el viento glido que le
cortaba las mejillas y haca brotar lgrimas de sus ojos doloridos.
Quiz fuera porque no estaba habituada a los espacios abiertos. Llevaba viviendo tanto tiempo
en el gueto que todo all dentro le pareca igual de oscuro y estrecho; all donde fuera, siempre
haba que agacharse o dejar paso a otros. En contraste, las enormes distancias que haba en el
cementerio se le antojaron casi inconcebibles; e inconcebible que los muertos hubieran llegado a
ser tantos.
***
Su mquina de escribir segua en la mesilla de noche cuando regres a la clnica tras el duelo,
pero en la cama que ocupaba el rabino Einhorn haba ahora otro hombre, que la mir con ojos
vacos, inexpresivos. Junto a la mquina estaba la pequea maleta con herrajes metlicos que
contena el chal de oracin y los libros del rabino. Ms adelante pensara muchas veces en qu
habra ocurrido si no hubiese abierto la maleta ese da. Eran muchos los que fallecan, dejando
tras de s objetos intiles. Al final, el concepto mismo haba perdido su sentido: cmo poda
hablarse de efectos personales cuando ni siquiera la muerte era y a algo personal?
No obstante, abri la maleta quiz por respeto al anciano. Dentro encontr una breve nota,
cuy o texto estaba escrito en alemn y con los mismos caracteres de su mquina de escribir:
Renase
conmigo
al
pie
del
puente
de
madera,
esquina
de
Kirchplatz/Hohensteinerstrasse, el viernes a las 9.00 horas. Por favor, traiga la mquina de
escribir!
A. Gl.
Con este mensaje, redactado por un desconocido en su propia mquina de escribir, comenz
aquello a lo que ms tarde se referira en su diario como su Unterirdisches Lebeu, su vida
subterrnea.
A s pues, fue una maana brumosa y gris de principios de febrero de 1943 cuando traspas por
primera vez el umbral del Palacio. All donde acababa el gueto y comenzaba la alambrada, el
alto puente de madera ennegrecida tendra que haberse elevado imponente unos cinco metros
por encima de la calle, pero lo nico que se vea en aquella niebla eran las personas que se
agolpaban junto a sus estribos y que despus desaparecan por las escaleras como si subieran al
cielo. De all arriba solo llegaba el interminable pisoteo de suelas contra madera mojada, la
pesada respiracin de miles de personas que, invisibles y sin ver, se apresuraban en
direccin a sus annimos trabajos.
Frulein Schulz? Pese a la escasa visibilidad, el hombre que tena a sus espaldas deba de
haberla reconocido enseguida; tal vez se hubiese guiado por la Oly mpia que llevaba dentro de su
estuche bajo el brazo y que le haban pedido que trajera.
Sind Sie dann fr den heutigen Arbeitseinsatz bereit, Frulein Schulz?
Ella se dio la vuelta, como si quien se diriga a ella fuera un autntico alemn.
Sin embargo, el hombre no pareca albergar malas intenciones. Sonrea. Bajo la empapada
ala del sombrero se vean unos ojos grandes, que se hicieron an ms grandes cuanto ms
fijamente la miraba. Sin tener todava la menor idea de qu tipo de trabajo se trataba, Vra le
sigui a travs de la niebla, primero hasta un reducido patio interior y despus por una escalera
subterrnea de peldaos estrechos como los de un pozo. La escalera acababa en una maciza
puerta de madera, atrancada con un gran candado. El hombre lo abri y empuj la puerta, que
se abri chirriante ante ellos.
De no haber habido estanteras o al menos puntales suficientes para mantenerlos en su sitio,
los libros se habran abatido sobre ella en ese preciso lugar y momento
Haba libros alineados o apilados por todas partes: sobre anchas y combadas estanteras
dispuestas contra las paredes, o sobre tablones o trozos de cartn extendidos sobre el suelo de
piedra, donde se amontonaban lomo contra lomo y unos encima de otros formando altos rimeros,
con los volmenes ms gruesos y anchos encajados bajo los ms delgados como sillares
irregulares de un muro.
Todo esto es obra del rabino Einhorn, le explic l. Los propios libros del rabino son solo una
pequesima parte de lo que hay aqu. El resto proviene de los hogares judos del gueto.
Consiguieron despejar un pequeo espacio entre los tambaleantes montones de libros a fin de
meter una mesa para ella. El seor Gliksman trajo un par de mantas calientes. Despus volvi
con una bombilla, que se sac de la boca como si fuera un pay aso de circo, y la enrosc en un
casquillo que haba en lo alto de una de las paredes del stano. Saltaba a la vista que le encantaba
hacer trucos como aquellos. Cuando ella le pidi un lpiz, l se sac uno de detrs de la oreja y
despus, metiendo dos dedos en la manga, extrajo dos hojas de papel de carbn para que los
metiera entre las hojas de papel que deslizaba en el rodillo de la mquina de escribir. Cada uno
de los ttulos deba registrarse como mnimo en dos sitios: primero en fichas normales, y despus
en unas largas listas donde tambin deban figurar los nombres de sus anteriores dueos.
Bajo una columna oblicua de luz, llena de ridas sombras y motas del polvo de la piedra, hizo
un primer intento de poner orden entre las pilas de libros. En algunas estanteras y a estaban
ordenados, o bien por temas o bien en montones o paquetes marcados con la direccin de los
inmuebles de donde procedan: gastados y manoseados ejemplares del Tanaj; viejos libros de
oracin, algunos tan minsculos que podan coserse fcilmente en el dobladillo de una camisa o
en los pliegues de un caftn; lbumes con fotografas de hombres y mujeres vestidos de fiesta
junto a largas mesas dispuestas para un banquete, o de escolares en alguna excursin, con
pantalones cortos y calcetines hasta las rodillas; libros de aritmtica, de gramtica polaca y
hebrea; almanaques de varias dcadas atrs; folletos con horarios de tren; traducciones de
novelas de Lion Feuchtwanger, Theodor Fontane o P. G. Wodehouse.
Ella anotaba meticulosamente todos los nombres y ttulos en las fichas que le haban dado.
El problema era que no todos los objetos podan clasificarse como libros. Qu deba hacer,
por ejemplo, con los numerosos libros de cuentas particulares los haba a centenares,
sencillos cuadernos de tapas de hule donde las amas de casa haban anotado y sumado los gastos
de todo lo que haban comprado?
Aleksander Gliksman iba y vena, pero de forma tan sigilosa que ella apenas se percataba. En
ocasiones ella apartaba la vista un momento de lo que tuviera entre manos y el stano estaba
vaco; al cabo de un rato, cuando volva a alzar la vista, lo encontraba de pie a su lado, mirndola
con aquellos ojos grandes que parecan volverse an ms grandes cuanto ms miraba. A veces le
traa comida; aparte de la racin diaria de sopa, una rebanada de pan untado con una delgada
capa de margarina o algunas finas rodajas de rbano. En ocasiones coman juntos, y una vez ella
le pregunt por qu era tan importante utilizar siempre la entrada trasera, el ir y venir sin ser
visto.
Ella haba imaginado que le contestara con evasivas, pero fue sorprendentemente sincero. El
Archivo es el corazn del gueto, respondi l. Solo quienes gozan del grado mximo de
proteccin pueden trabajar aqu. Vra no se contaba entre ellos, y si saliera a la luz que no haba
obtenido su empleo por la va normal , siempre cabra el riesgo de que alguien reclamara su
puesto (aunque el jefe del Archivo, el seor Neftalin, estaba completamente al corriente de su
trabajo all). Despus tambin haba que tener en cuenta las especiales circunstancias de su caso,
dijo l, haciendo un leve y torpe gesto, como si quisiera llevarse las artrticas manos de la joven a
su regazo. Pero no haca falta que lo dijera. Todo el mundo saba el peligro que supona acoger o
emplear a personas clasificadas como no aptas para el trabajo.
Aun as, el seor Gliksman dejaba que de vez en cuando subiera con l al aire libre . Tras
pasarse largas jornadas en el angosto y oscuro stano, la gran sala de los ficheros del primer piso
era como un prodigio de luz y espacio. En medio de la amplia estancia haba una gran estufa de
lea, cuy o humero recorra el techo hasta salir por uno de los anchos ventanales. Junto a la estufa
deba de hacer mucho calor, porque los archivadores trabajaban todos en mangas de camisa o
blusa. Haba cinco ficheros rotativos. Estaban colocados en hilera, semejantes a los tambores
octogonales usados en las tmbolas, con puertas a los costados que se abran hacia fuera como las
de un armario. En el interior estaban las fichas de registro de todos los habitantes del gueto,
clasificados tanto alfabticamente, por nombre, como por domicilio. Los ficheros eran
precintados y cerrados cada noche, y se deca que el nico que posea una llave de seguridad,
aparte del mismo Presidente, era el abogado Neftalin, director del Archivo. Era tambin Neftalin
quien cada maana abra solemnemente con su llave los ficheros. El resto del personal del
Archivo se sentaba en unos largos bancos de trabajo en torno a los rotatorios y resonantes
tambores, clasificando copias de cartas y actas en sobres y carpetas de color marrn.
Las cuatro ventanas de la sala de los ficheros daban a la iglesia de Santa Maria y al puente
sobre la Hohensteinerstrasse. A cada da que pasaba, los ray os del sol que se elevaba tras el
puente y las agujas gemelas de la iglesia iban ganando terreno sobre el suelo de la sala, por lo
que haba que ir dando cada vez ms vueltas a las manivelas para bajar los toldos, hasta que al
final toda la estancia quedaba sumida en una extraa penumbra de un gris oscuro, casi irreal. Sin
embargo, los toldos volvan a enrollarse cada noche, y a la maana siguiente se haba diluido una
vez ms la frontera entre la gran sala con sus ficheros rotativos y la plaza con su elevado puente
de madera. La gente que suba y bajaba por las escaleras del puente pasaba a veces tan cerca
que pareca que fuera a cruzar directamente a travs de la sala.
***
N. 1: FRIEDLNDER, DAWID (diecisis aos), obrero, se le condena a cuatro
meses en un CORRECCIONAL por hurto de patatas. Pruebas concluy entes son las tres
patatas destinadas a la Kche n. 9 (Mary siska) que se hallaban de forma ilcita en el
bolsillo del pantaln del acusado.
N. 2: KAHN, LUBA (diecinueve aos), aprendiz de sastre, se le condena a tres meses
en un CORRECCIONAL por hurto de carretes de hilo y lana para zurcir por un valor total
de 45 marcos del gueto. La lana y los carretes se hallaron cosidos en las suelas de sus
zapatos durante un cacheo practicado al acusado.
El Palacio del Presidente se ha construido para durar una eternidad, dice Aleks, y le ensea la
copia del acta procesal que se dispone a clasificar en uno de los sobres marrones del Archivo.
Las sentencias judiciales de toda una semana estn resumidas en dos pginas copiadas con
papel carbn; en total, diecinueve sentencias dictadas en causas que van desde hurto y robo con
fractura y escalo a intento de malversacin. Pero Aleks est tan indignado que las manos le
tiemblan:
Qu sentido tiene dictar sentencias de cuatro meses o ms en un correccional si no
creyramos que el gueto iba a durar tanto? Acaso no vemos que lo nico que conseguimos con
este estpido sistema judicial es prolongar la voluntad de las autoridades, que lo que quieren es
que permanezcamos aqu detrs de sus alambradas hasta que el mundo se hunda y el ltimo judo
haya sido exterminado?
No, venga, roba patatas, pobre desgraciado! Saciando tu hambre al menos demuestras que
eres un hombre libre!
Aleksander Gliksman tiene una curiosa manera de hablar. Cuando se altera o se excita por
algo, echa el cuello hacia delante como una tortuga sacando la cabeza de su caparazn y la mira
con ojos obstinados e insistentes, como desafindola a que le lleve la contraria.
En realidad es un milagro que todava no le hay an deportado, piensa Vra a menudo. A no
ser que el secreto est en sus manos. En cuanto Aleks se coloca el dedil y empieza a pasar hojas,
los documentos del Archivo vuelan como el viento entre sus manos. Hay algo infantil, formal,
casi solemne, en su manera de calcular y evaluar los hechos. Cuando estn solos abajo en el
stano, l le muestra en confianza el mapamundi que desde hace varios aos lleva
confeccionando a base de unir pedazos de papel maculado. En el Archivo, como en el resto del
gueto, el papel est estrictamente racionado, y los distintos departamentos reciben la cuota
asignada solo despus de que el abogado Neftalin hay a presentado una instancia formal en la
oficina de material. Sin embargo, en algn lugar del stano abovedado, Gliksman ha encontrado
registros desechados de la poca en que esta parte de Polonia era administrada por el imperio
zarista ruso: fajos de documentos atados con gruesos y bastos cordeles que han estado tanto
tiempo expuestos a la humedad y las corrientes de aire que se han pegado unos a otros formando
balas del grosor de un ladrillo.
Ahora, sobre unos documentos repletos de escritura cirlica antigua, va trazando a grandes
rasgos la evolucin de la lnea del frente ruso despus de Stalingrado.
Seis altos generales hechos prisioneros y la Wehrmacht replegndose en todos los frentes
dice, y muestra sobre las hojas del mapa cmo se ha desarrollado la batalla de Jrkov; luego le
muestra con un trazo ancho de lpiz cmo el general Zhkov ha desplegado sus tropas hacia el
Cucaso en un amplio movimiento de tenaza.
Como el mapa est compuesto de hojas sueltas, identificables solo con ay uda de un cdigo
numrico inscrito en la parte superior de cada una, despus de cada revisin puede desmontarse
y ser escondido. Para ello Gliksman se sirve de un cdigo ligeramente distorsionado. Al ejrcito
alemn lo llama Paulas, o simplemente Pl, en referencia al general Friedrich Paulus, quien de un
modo tan ignominioso se vio obligado a capitular en Stalingrado. (Aleks ha planteado la idea de
que debera instituirse una festividad especial, un Da Paulino, para conmemorar dicha batalla).
Azbuk, o simplemente Az, representa al ejrcito ruso, en referencia a la denominacin en eslavo
antiguo del texto cirlico que fluy e con densa y uniforme grisura por el papel maculado que se ha
reutilizado para confeccionar el mapa. Las ciudades importantes o fortificaciones estn
representadas por las siglas VG una abreviacin de Velikiy Gorod: gran ciudad , seguidas
de las tres letras pad, por padat, caer . Siempre eran los alemanes los que caan. Si los
alemanes no caan, o si la Wehrmacht lanzaba una contraofensiva y reconquistaba terreno
perdido, Aleks se limitaba a tachar con una cruz las tres letras pad. Y es que el mapa de Gliksman
era un mapa tendencioso; las derrotas rusas solo se marcaban como victorias temporalmente
pospuestas o fallidas.
De dnde sacas todo esto? Pero Aleks no tiene respuesta para tales preguntas. Hace un gesto
de impotencia con la mano y pone cara de nio al que acaban de pillar robando manzanas. En
otra ocasin, se golpea con fuerza la sien y dice:
Es cuestin de tenerlo todo en la cabeza!
Y prosigue con su habitual tendencia a jugar con las palabras:
Todo es cuestin de tener la cabeza fra!
Acaba de dibujar todo el litoral del norte de frica en cuatro o cinco hojas, con la escritura
cirlica extendindose de fondo en tonos marrones por los desiertos de Libia:
(Despus de la batalla del paso de Kasserine, Rommel refuerza sus divisiones
blindadas en el norte de frica. La batalla de Tnez ser decisiva)
Pero, por supuesto, su mapa estaba basado en otros. Ms tarde ella comprendera que aquello
solo era una especie de prueba, una forma de comprobar su lealtad. Ahora, adems de los
muchos libros, tambin empiezan a llegar al cuarto del stano peridicos y otro tipo de
documentos. Cada maana, despus de que l le abra la puerta, ella encuentra nuevas hojas de
peridico metidas debajo o entre los montones de libros o las cajas de fichas. Sobre todo, del
Litzmannstdter Zeitung: son ejemplares olvidados por, o robados a, policas alemanes o
comisarios administrativos que han visitado el gueto por alguna razn. En ellos, la retirada de la
Wehrmacht se describe exclusivamente como una tctica destinada a enderezar ciertas
secciones del frente. Pero ni siquiera la proclamacin de la guerra total hecha por el ministro
de Propaganda Goebbels, que ocupa dos pginas completas del 19 de febrero de 1943, consigue
ocultar la desesperada situacin de los alemanes.
Haba ms material de estudio. Documentos, escritos, llamamientos: pginas arrancadas de
peridicos ilegales, a veces con la tinta tan disuelta por la humedad y la podredumbre que eran
prcticamente ilegibles. (Seguramente llevaban tanto tiempo en el fondo de una caja de patatas o
verduras que haban adquirido el color y la sustancia de los vegetales podridos).
Sin embargo, algunos de los documentos estaban completamente intactos, como un ejemplar
del peridico de la resistencia polaca Biuletyn Informacyjny, en el cual l le ense un
llamamiento reproducido en forma manuscrita, con may sculas y espaciados:
JVENES JUDOS!
NO OS DEJIS ENGAAR!
Se llevaron a nuestros padres ante nuestros propios ojos, se llevaron a nuestros
hermanos y hermanas. Dnde estn los miles de hombres reclutados como obreros?
Dnde estn los judos que deportaron en Yom Kippur? De aquellos que salieron por las
puertas del gueto NINGUNO ha regresado.
Todos los caminos de la Gestapo conducen a Ponary, Y PONARY ES LA
MUERTE!
Esto es de Vilna, constat l, con una objetividad tan seca en su voz que la asust an ms que
el contenido del documento. Est cerca de la frontera, algunos de los judos de all y a han huido;
pero no tienen armas con que defenderse, no como las que tienen en Varsovia.
Dnde est Ponary?, se limita a preguntar ella.
El no contesta. En su lugar habla de Varsovia como si hubiera vivido all toda la vida:
En Varsovia el sistema de kanalizacja se extiende por toda la zona que abarca el gueto. Eso
significa que se pueden introducir armas por los tneles de las cloacas. Los contrabandistas del
otro lado cobran cincuenta zoty por una pistola del ejrcito alemn. El problema son las
municiones. Mis informadores del ZOB se quejan de que el ejrcito nacional polaco no quiere
pasarles municiones. Al igual que aqu, los polacos de Varsovia se niegan a entregarles armas a
los judos. A veces parece que tienen ms miedo de los judos que de los propios alemanes.
De repente Vra tuvo la sensacin de que las estanteras con libros que cubran las paredes
del glido y angosto stano se sostenan apenas sobre una fina columna de aire y que en
cualquier momento se desplomaran sobre ellos. Su primera reaccin fue defenderse. Cmo se
atreva l a darle toda esa informacin as sin ms, sin asegurarse antes de que ella estuviera
preparada, o de que tan siquiera quisiera recibirla? Las sospechas de que en algunos lugares las
deportaciones haban acabado en ejecuciones masivas de elementos judos indeseables: eso era
algo que y a haba odo. No haba empleado de fbrica que no especulara sobre cules eran las
verdaderas intenciones de los alemanes. Pero del hecho de que en algn lugar, en Varsovia o
Lublin o Biay stok, se estuviera desarrollando una resistencia organizada contra las fuerzas de
ocupacin alemanas, de eso no tena ni idea. Y si realmente eso era cierto, le dijo ella, cmo
poda estar ah parado mirndola con aquellos ojos saltones suy os y solo hablar de ello? Cmo
poda l, o cmo podan los dos, estar ah de brazos cruzados sin hacer nada?
Despus de que ella le soltara todo esto, l se limit a seguir mirndola fijamente, muy
tranquilo, seguro. Por primera vez detect en su expresin algo fantico; aunque disimulada por
el hambre, haba all una rabia largo tiempo alimentada:
Y quin no querra?, repuso l. Pero de dnde bamos a sacar las armas? Y en caso de que
pudiramos conseguirlas, cmo bamos a obtener el permiso del Presidente para usarlas?
Se rio de su propio chiste. Esa risa fue quiz lo que ms la sorprendi. Era gruesa y rasposa,
como si se la hubiesen sacado de dentro tirando de largas cadenas. Despus se qued sentado en
silencio y mirndose el regazo, con la misma expresin de terror vago, como sobresaltada al
despertar del sueo, con que sola mirarla a ella.
Con los documentos prohibidos que le traa, ella hizo lo que a su entender l quera que hiciera, y
lo que quiz haba sido su objetivo desde el principio. Encolaba dos hojas de Trybuna dentro de un
libro sobre camiones de bomberos; pegaba artculos de Biuletyn Informacyjny, Dziennik onierza
y Gos Warszawy entre las pginas de los informes anuales de la Congregacin Mosaica de d.
Una monografa sobre uno de los hijos predilectos de la ciudad, el fabricante de telas Israel
Prnaski, era lo bastante gruesa como para contener varias pginas de los partes del frente
recortados del Volkischer Beobachter y del Litzmannstdter Zeitung. Para marcar en qu libro y
en qu estante estaban archivados los textos prohibidos, ide un sistema codificado bastante
simple consistente en una combinacin de letras y cifras, que anotaba con lpiz en la esquina
superior derecha de cada ficha mecanografiada.
Al cabo de un par de meses trabajando all, las paredes interiores del Palacio parecan estar
forradas de signos y mensajes de este tipo. Invisibles pero vivos, recorran en zigzag los rimeros
de libros, entrando y saliendo entre lomos y tapas. Sin embargo, en vez de apuntalar la vacilante
biblioteca, como ella haba esperado, aquello solo tuvo como efecto que la singular edificacin de
libros pareciera an ms frgil e inestable. En las ocasiones en que aquella sensacin era ms
intensa, el suelo del stano pareca ejercer una extraa atraccin hacia el vaco: como el
poderoso remolino que se forma en un lavamanos cuando el agua se va por el desage. Y la
fuerza de esa succin subterrnea era a veces tan intensa que tena que aferrarse con ambas
manos a los bordes del escritorio para que no la arrastrara consigo.
misma sustancia acuosa y parda, una mezcla de lodo, humo pestilente de carbn y polvo.
Varias veces le pregunt a Aleks si no podra subir a trabajar en la sala de los ficheros ms a
menudo. De vez en cuando l se lo permita, pero a desgana, como consciente de que cometa un
error. Sin embargo, una maana se lo prohibi tajantemente.
Ha venido el Presidente, dijo por toda explicacin, estirando tanto el cuello que pareca ms
bien un perro guardin rabioso que una inofensiva tortuga.
Ese da, Aleks permaneci en el stano mucho ms tiempo de lo normal. Como si quisiera
asegurarse de que las voces de mando militares y el furioso pisoteo de botas que se oan a travs
de las escaleras no les alcanzaban, no llegaban a ese Archivo dentro del Archivo , como l
deca, que haban creado los dos juntos.
Pero incluso las visitas que Aleks le haca abajo en el stano empezaron a convertirse para
ella en algo borroso. La siguiente vez que fue no tena ni la ms remota idea de si acababa de irse
haca un rato o si haca varios das que no bajaba, lo nico que saba con certeza era que no se
haba percatado de nada. Era como si en su interior se hubiese abierto un imperceptible pero
gigantesco agujero. Grandes lapsos de tiempo se esfumaban sin que ella lo percibiera.
Ahora se daba cuenta claramente de que nunca sera capaz de realizar la tarea que el rabino
Einhorn le haba pedido que llevara a cabo. Simplemente, no haba suficientes libros para
describir todas las catstrofes que sucedan a diario al otro lado de las abarrotadas paredes de su
stano. Mientras se lo explicaba a Aleks, intent bromear un poco para quitarle importancia. Dijo
que era curioso que, aunque hasta el momento haba pasado por casi todas las calamidades
imaginables en aquel gueto haba sobrevivido al hacinamiento, al hambre y a las penosas
condiciones sanitarias en el colectivo, a la larga enfermedad de Maman y a los esfuerzos de la
familia para esconderla y salvarla de las purgas nazis!, y haba conseguido acabar en un
stano clido y confortable, donde se le haba asignado un trabajo que segn los estndares del
gueto poda considerarse ligero, y donde, por si fuera poco, le daban montones de comida
ahora, de repente, todo pareca escaprsele de las manos. De hecho, fue una nica noticia la que
haba colmado el vaso, una simple pgina de un diario que Aleks haba dejado una maana sobre
su mesa. El tono del artculo era desafiante, incendiario; lo cual haca que la situacin real
resultara mucho ms difcil de ocultar. Enseguida comprendi que la rebelin que segn Aleks
haba tenido lugar en Varsovia haba sido sofocada, y que todos los habitantes del gueto estaban
muertos, si es que quedaba y a algn gueto:
Ao tras ao, los alemanes se han autoproclamado representantes de una orgullosa e
invencible raza superior, pero de repente, en una sola noche, se ha demostrado que no son
ms que un conjunto de hombres mortales que tambin caen cuando se les disparan balas
mortferas.
No son invencibles! No vencern!
Ahora que la suerte de la guerra ha cambiado de signo en el frente oriental, la
resistencia contra Frank y sus fuerzas de ocupacin crecer aqu en Varsovia y en toda
Polonia. Gracias a la resistencia en las calles de Varsovia, ni uno solo de los asesinos se
atrevi a volver a los stanos y tneles donde se escondan sus vctimas elegidas. Los
superhombres no se atrevieron. Los superhombres tuvieron miedo.
(J. Nowak)
Fue el ltimo artculo de peridico que archiv, con fecha del 19 de may o de 1943.
A partir de ese momento, y a no recuerda nada ms.
E n su sueo est con Aleks en las escaleras de la entrada principal del Archivo. Junto a ellos se
apretujan cientos de personas, como si tambin esperasen a que cesara la lluvia. Vra nunca ha
visto una lluvia as en su vida. Cae con fuerza sobre los pulidos adoquines y se precipita en
torrentes desde los aleros y por las fachadas. De vez en cuando, la tormenta estalla en una
descarga seca que se propaga por todo el suelo, sacudiendo los cimientos del gueto entero.
Ella y Aleks estn uno al lado del otro, pero sin reconocerse en lo ms mnimo, como si la
lluvia los hubiera reunido all juntos, arropndolos bajo el mismo abrigo. Al cabo de un rato, ella
deja de pensar siquiera en dnde estn. Siente un calor tan agradable a su lado
Entonces empieza a clarear. Un resquicio de cielo azul se abre por encima de ellos.
Pero solo sobre el gueto. Al otro lado de la cerca y la alambrada, la tormenta sigue tronando
y el cielo se ve denso y negro, preado de lluvia.
Unos pavos reales se acercan con paso majestuoso a travs de la luz plida y acuosa. A los
pies del puente de madera, ha brotado un rbol: un fresno gigantesco, cuy as races se abren paso
con violencia a travs del duro pavimento y cuy as ramas se elevan ms all del parapeto del
puente. En las fachadas de alrededor, todava hmedas por la lluvia, un refulgente verdor de
vegetacin empieza a extenderse como alas de mariposa. Se recogen los toldos ray ados, las
ventanas se abren para que entre el aire fresco. A la sombra de los pasajes abovedados y en los
patios se reanudan actividades que antes solo podan hacerse a escondidas. Se enganchan los
caballos; relucientes piezas de tela se desenrollan o se despliegan con esmero sobre anchas
mesas; se disponen vajillas y copas de cristal. En la barbera de Wiewirka los clientes estn an
sin afeitar, sus rostros vueltos todos en la misma direccin, como si escucharan una misma voz.
Pero lo nico que sale de los altavoces colocados por todos los rincones del gueto es el sonido
amplificado de la lluvia: una tromba de agua que cae en cascada por los canalones y las
alcantarillas.
Ella camina por los mojados adoquines con la sensacin de que no tiene cuerpo. O quiz sea
el gueto entero el que se hay a liberado de todo aquel peso que lo aplastaba contra el suelo. Va
pasando ante portales y fachadas como si pasara las pginas de un libro, y como si se introdujera
entre las hojas de un viejo y gastado volumen atraviesa pasajes abovedados y sale a grandes
patios interiores llenos de nios. Cae en la cuenta de que nunca ha visto as los patios del gueto.
Antes eran ms bien como fosas profundas o espacios muertos entre las casas, vertederos sin
sentido repletos de barro, cascotes y basura. Ahora se distinguen claramente los pozos, las casetas
y las letrinas; las bombas de agua y sus manivelas han sido pintadas, los cobertizos estn
revestidos con espalderas para que trepen las plantas, y en torno a las cubiertas alquitranadas de
las letrinas se han levantado muretes de madera, se han rellenado con tierra y se han convertido
en pequeos huertos donde se cultivan pepinos y tomates en largas y cuidadosas hileras.
Y luego todos aquellos nios
Estn all de pie, diseminados en pequeos grupos, como si hubiesen llegado vadeando a
travs de altas hierbas y de repente se hubieran detenido, con los ojos en blanco y las caras
plidas como tallos secos.
Antes no haba nios en el gueto. No haba ancianos sentados bajo sus chales de oracin, con
las filacterias sujetas al brazo y los libros de plegarias abiertos muy cerca de los ojos.
Y tampoco sola llover; ni percibirse un silencio tan profundo en el interior de la lluvia.
Ms all de lo que est viendo ahora, ms all de los nios, de la lluvia y del silencio, se abre
como una garganta de luz: un espacio interior sin fondo. Entonces comprende con toda claridad,
y sin el menor atisbo de miedo, que morir es esto. Todo lo que tiene que hacer es dejar que su
cuerpo, liviano como el papel, se eleve hacia ese cielo que se le antoja cada vez ms claro. Y
entonces piensa que no debe ceder a la tentacin; que debe aferrarse a toda costa a la repulsiva y
maligna negrura de la tierra, del cuerpo, del peso, del gueto.
Pero y a ha llegado demasiado lejos.
Ha perdido pie dentro de s misma. Ni siquiera la luz encuentra el fondo.
A leks rascaba el fondo vaco de una vieja lata de conserva, y cuando la cuchara recorri el
largo trecho hasta su boca, ella decidi morderla. La cuchara le supo a hierro y a aire. Aleks
moj un mendrugo en un poco de sopa y frot con cuidado el cachito de pan sobre sus labios
agrietados, como si fuera la punta de un pauelo o una esponja. Al principio no entendi qu
haca l all. Pero era evidente que estaba viva. Estaba acostada en el cubculo empapelado de la
calle Brzeziska, en el mismo mugriento colchn en que haba estado postrada su madre, rodeada
por las mismas paredes que su madre haba embadurnado con excrementos, y con aquella
trampilla enrejada cerca del techo que se abra y cerraba desde abajo con una manivela. Aleks
estaba ajustando la abertura para evitar que la luz le diera directamente en los ojos, pero aunque
la luz la lastimara, aunque tena atravesado un purulento bulto de dolor en la garganta y se senta
tan dbil que apenas poda levantar los brazos, ella quera luz, as que permaneci sentada bajo el
haz luminoso como si estuviera en un pozo sin fondo, mientras l segua rascando con la cuchara
el interior de la tentadora lata:
Al menos ests comiendo dijo l, contento.
Lo ms extrao no era que hubiese sobrevivido, sino que los dems hubiesen llegado a creer
que ella podra aguantar indefinidamente. Cuando su padre consigui por fin una cama para
Maman en la calle Mickiewicz, Vra se ech a su madre a la espalda y carg con ella escaleras
abajo hasta la calle. Por eso nadie vio cmo se haba demacrado y consumido su propio cuerpo;
y una vez en el hospital, no haba parado de ir de aqu para all cambiando sbanas sucias y
vaciando cuas llenas. Como si corriendo pudiera dejar atrs su cansancio.
Josel dijo que deba de haber contrado la enfermedad infecciosa en el hospital. Pero Arnot
lo negaba categricamente, y a que no haban tenido ni un solo caso de tifus endmico desde que
se trasladaron a la calle Mickiewicz el tifus desapareci junto con los piojos, deca, y le
echaba la culpa a los libros con los que trabajaba Vra en el sucio stano del Archivo.
Segua estando tan dbil que no se tena en pie ni poda levantar o bajar un brazo sin que todo
su cuerpo se echara a temblar, pero Aleks haba conseguido una carreta de madera, una de las
que el Kiser Franz, el trapero de la calle Franciszkaska, utilizaba para transportar sus
mercancas, y Josel y Martin la llevaron en ella hasta Mary sin.
El padre de Aleks Gliksman, aparte de ser klaingertner, como haba explicado modestamente
su hijo, era el abogado jefe del Landvirtshaftopteil del gueto, el departamento del Palacio
encargado de la distribucin del suelo del gueto que no hubiera sido edificado o destinado a
factoras o depsito de materiales. A comienzos de la primavera de 1943, el Presidente decidi
dividir los terrenos que antao haban cultivado los antiguos colectivos en parcelas para usufructo
particular. La idea era incrementar la produccin domstica de frutas y verduras; pero
aunque trabajara en el departamento, y aunque por primera vez en muchos aos hubiera
parcelas disponibles, no era nada seguro que Ehud Gliksman tuviera voz ni voto a la hora de
distribuir los terrenos. En el intrincado sistema de dependencias y deudas de gratitud por favores
prestados y recibidos que imperaba en el Palacio, siempre haba alguien que tena prioridad.
Pero por lo visto Aleks se haba mostrado muy pertinaz. Vra poda imaginarse con qu
perseverancia habra cantado las excelencias de la familia checa Schulz, cuy o padre, adems,
era mdico. Hasta que un da, mientras en el cuartito empapelado Vra alcanzaba el punto lgido
de su enfermedad e incluso el siempre optimista Arnot Schulz pareca haber perdido toda
esperanza, lleg un pequeo formulario gris del Lan dvir tshafts mi nis te rium comunicando
que la familia Schulz haba sido seleccionada para el responsable cuidado y usufructo de
einen kleinen Bodenanteil. La direccin oficial de la parcela era calle Mary siska 11:4 (parcela
nmero 14), y consista en quince metros cuadrados de terreno pedregoso justo en la confluencia
de las calles Mary siska y Przelotna. El contrato de alquiler era de un ao y el plazo de preaviso
de un mes.
Aleks tena experiencia en faenas agrcolas. Durante los primeros aos del gueto haba
pertenecido al colectivo juvenil Hashomer Hatsair, que haba realizado labores de colono a gran
escala en Mary sin. Los shomrim del gueto se haban dedicado al cultivo de patatas, remolachas,
coles, zanahorias y guisantes. Y no solo para la hazaa el reparto colectivo de alimentos, sino
de cara al futuro, para prepararse, y a que por aquel entonces, le explic Aleks, todo el mundo
estaba convencido de que la guerra no iba a durar tanto y de que muy pronto todos nos iramos a
Palestina.
Ah est el local donde nos reunamos, dijo sealando hacia un edificio de piedra con el techo
hundido situado ms all de la calle Prna; all solamos pasar la noche tumbados escuchando a
los murcilagos, vivan montones de murcilagos bajo las tejas. Por aquella poca, el Prezes
vena a menudo a vernos. Disponamos una mesa larga y l ocupaba el sitio de honor. Por aquel
entonces era una persona diferente, casi podra decirse que estaba ansioso por complacernos; se
quedaba a cenar con nosotros y despus nos pasbamos la noche cantando, incluso canciones de
amor, dijo Aleks, y luego se puso a cantar (tena una voz spera y ronca, no especialmente bonita
pero penetrante):
Berets jisrael muchrabim lisbol
Ani ohevet vesovelet,
Vetach eincha margish
Prachm li liktof etse
Ki baprachim et libi arape.[11]
Cuando el Prezes volvi a visitarnos ms adelante, haba cambiado por completo:
Fue durante la poca de las huelgas de las carpinteras de las calles Drukarska y Urzdnicza,
que provocaron altercados y disturbios en protesta contra el hambre, y l se vio obligado a acudir
a los alemanes para que acabaran con las revueltas. Y el Prezes estaba convencido de que toda la
agitacin contra l se haba gestado en los crculos socialistas, entre nosotros los shomrim y entre
los miembros de los dems colectivos. Por eso decidi que se clausuraran todas las fincas
agrcolas colectivas de Mary sin y que se retiraran las cartillas de trabajo a quienes no se
presentasen para ejercer otros tipos de servicio laboral.
Aquello fue en marzo de 1941. Nos dieron dos opciones. O bien nos incorporbamos a alguna
de las cuadrillas de sepultureros de Praszkier y nos ponamos a enterrar muertos en la calle
Bracka; o bien entrbamos a trabajar como peones de albail en las obras de ampliacin de la
Prisin Central. Por esa poca el alcaide era Shlomo Hercberg, y se comportaba de manera tan
deleznable con los trabajadores como con los prisioneros. Ninguna de las opciones resultaba
especialmente tentadora.
Y qu pas entonces?, pregunt Vra.
Debera haberme resistido, claro. Como queran algunos. Quiz entonces nos hubisemos
librado de l. Pero nadie hizo nada. Como mnimo, nuestro Prezes tuvo la sensatez de escuchar
las solemnes alegaciones de mi padre afirmando mi inocencia, y me permiti entrar a trabajar
en el Archivo. Yo era quien redactaba las actas de las sesiones en el Hashomer y, a fin de
cuentas, no haba mucha gente en el gueto que supiera escribir bien.
***
La parcela nmero catorce result estar situada a muy escasa distancia de la calle, detrs de un
muro de piedra gris. Junto a este haba un destartalado cobertizo de madera, con ms agujeros y
grietas que paredes enteras. Toda la calle Mary siska estaba flanqueada por casuchas ruinosas,
algunas con una o dos ventanas en sus fachadas y con una chimenea de ladrillo o un rudimentario
humero saliendo por alguna ventana. Las parcelas de algunos de estos cobertizos eran pequeas,
algunas no superaban el radio de un brazo; otras eran extensas como campos y estaban rodeadas
por altas vallas y verjas. Durante toda esa primavera, los hermanos Schulz iban all en cuanto
tenan la menor oportunidad: los domingos, claro, pero tambin despus del trabajo si les
quedaban energas y comida suficiente en casa. Incluso Aleks se dejaba caer por all de vez en
cuando. Deca que no poda permitirse perderla, y deba de referirse sin duda a su tarea con los
libros, porque a la hora de cavar, desbrozar y desherbar no era de gran ay uda, pese a la gran
experiencia que afirmaba tener. Josel y Martin se haban construido sus propias herramientas.
Martin haba doblado un viejo trozo de chapa de tejado para usarlo como pala. Una vara larga de
madera con unos clavos en el extremo haca las veces de rastrillo. Sembraron espinacas y
rbanos, patatas, por supuesto; pero tambin col blanca y lombarda, y remolachas, cuy as hojas
eran asimismo comestibles. Botwinki, las llamaban en el gueto. Para regar utilizaban un sistema
de aspersin consistente en un puado de tuberas acopladas entre s y a una baera de hierro que
Martin consigui comprarle a uno de los capataces del Altmaterialressort del gueto. Que su precio
fuera asequible se deba sin duda a que tena un gran agujero en el fondo. Despus de que Martin
lo tapara con una tapa de cazuela sobrante, colocaron la baera sobre un caballete de madera
que haban encontrado en el cobertizo. Horadaron por debajo del caballete un agujerito y
acoplaron en l las tuberas. Despus solo haba que ir llenando la baera con agua que iban a
buscar a las artesas y toneles de otros dziaki. Cuando llegaba el momento de poner en marcha el
aspersor, Martin se encaramaba al muro con una larga vara de hierro provista de un gancho en la
punta y levantaba la tapa de cazuela unos centmetros, haciendo que el lquido de la baera
saliera a raudales por el sistema de tuberas, que perdan agua por sus numerosas grietas y
empalmes.
Al cabo de un tiempo empezaron a venir nios a mirar cmo trabajaban. Eran cros
pequeos, de entre cinco y diez aos como mximo, algunos de los cuales iban
sorprendentemente limpios y bien vestidos. Haba en especial un chico de unos ocho aos, que
llevaba un jersey de canal que apenas le llegaba a la cintura, pantalones cortos por las rodillas y
unos nepki gastados del tipo que calzaban siempre todos los nios del gueto sin importar la
estacin o el tiempo que luciera. Vena acompaado de una inedia docena de compaeros,
may ores y ms pequeos, que se agrupaban a su alrededor como si fuera un lder nato. Son
nios ricos , dijo Aleks cuando ella vino a verles un domingo; hijos de los kierownicy. Sus
padres han conseguido salvarles la vida una vez. Ahora y a no se atreven a volver a llevarlos a la
ciudad.
Un da, mientras los nios estaban sentados como de costumbre en un corro junto a la tapia
del huerto, se presentaron dos hombres del Sonder y les pidieron las cartillas de trabajo, permisos
y contrato de alquiler. Martin les entreg la carta del Ministerio de Agricultura y ambos policas
se inclinaron sobre ella, murmuraron en seal de asentimiento y se balancearon sobre los talones.
Parece estar en orden, dijo el de ms edad de los dos, y dobl la hoja y se la devolvi. Pero
pronto os empezarn a desaparecer las cosechas. Acompa este ltimo comentario con un
movimiento de cabeza en direccin al muro, por donde el chico del jersey acanalado se
asomaba para intentar ver el secreto trozo de papel que se estaban pasando de mano en mano.
El Quinto Distrito de Polica es grande, difcil de vigilar, dijo el otro polica. Sobre todo los
pequeos dziaki como este, donde suele haber problemas si no cuentan con vigilancia extra.
Cunto? pregunt Martin, que enseguida adivin hacia dnde apuntaban los tiros.
El polica may or mir por encima del muro como evaluando la situacin y frunci el
entrecejo mientras echaba cuentas:
Una parcela de este tamao suele rondar los cincuenta marcos.
Por temporada? pregunt Martin.
Por semana respondi el polica. Nunca nos comprometemos a un plazo de tiempo
may or. Despus de todo, ni vosotros ni nosotros podemos estar seguros de lo que pueda pasar en
el gueto la semana que viene, verdad?
Sin embargo, al final aceptaron rebajar un poco el precio, y aunque refunfuaron bastante
porque les pareca demasiado bajo, los policas se presentaron diligentemente durante todo el
otoo, e incluso ay udaron a desbrozar y remover la tierra, y despus a recoger las primeras
patatas. Uno de ellos se llamaba Gorek, y les cont que haba ingresado en el Somier de Gertler
ms que nada por el sueldo cobraban ochocientos marcos al mes y reciban dos sopas diarias
, y gracias a ese sueldo se haba salvado de di shpere y haba podido conservar a su prole.
Tena tres hijas, explic orgulloso, todas chicas.
prado de hierba muy alta, o sentados en los oscuros portales que conducan a dos huecos de
escaleras: centenares de nios se apretujaban entre las barandillas y las paredes, vistiendo
pantalones con tirantes y camisas rotas, con las cabezas rapadas y las rodillas llenas de rasguos
levantadas hasta la barbilla.
Vra comprendi que aquel era el lugar.
Lo comprendi con la misma seguridad absoluta e infalible que le permita saber con
exactitud en qu libro haba encolado cualquier hoja de peridico que Aleks le hubiera pedido que
archivara; y, por un vertiginoso instante, todo el gueto se transform en un nico y enorme
archivo, donde los techos abovedados de las escaleras y las paredes de los patios estaban
recubiertos de hojas con textos y mensajes secretos; y en la ltima planta del bloque en el que
haba vivido Schmied, segua habiendo luz en la buhardilla donde ella le haba visto esconder, tras
unos ladrillos sueltos, el receptor de radio que l mismo haba construido.
Sin embargo, los nios sentados en la escalera le cerraban el paso. Le era imposible abrirse
camino. Y aunque hubiese podido pasar, las fuerzas le habran fallado. Quiz fuera eso lo que,
pese a las advertencias de su padre, la haba impulsado a explicrselo todo a Aleks. Ella sola
nunca sera capaz de subir hasta all.
Pero an tienes la llave? le pregunt l.
Sus ojos se haban abierto desmesuradamente, como si fueran a pegarse por todo el cuerpo
de ella.
S, tengo la llave contest ella, y cerr el puo justo como haba hecho en el sueo: con
sus dedos apretando muy fuerte aquello que se haba prometido que nadie de fuera vera jams.
fondo.
Cuando ms tarde le encargaron el diseo de las salas de exhibicin para la gran Exposicin
Industrial, Pinkas der felsher vio la oportunidad de su vida.
Las autoridades haban decidido ceder la antigua clnica infantil del nmero 37 de la calle
agiewnicka como sede para la gran Exposicin Industrial, pero antes haba mucho trabajo que
hacer a fin de poder adecuar el edificio. Pinkas hizo venir a sus dos hermanos menores ambos
carpinteros, y juntos levantaron el suelo de la planta baja de la clnica y empezaron a sacar
piedra y tierra.
Ahora podra pensarse que un trabajo as habra levantado sospechas; grandes montones de
tierra y cascotes amontonados en un mismo sitio podran ser indicio de que se estaba tramando
algo. No obstante, los guardias alemanes que observaban el proceso de las obras dieron por
sentado que todo estaba en regla. Despus de todo, lo que ocurra al otro lado de la empalizada
responda a rdenes que haban sido decididas y aprobadas al ms alto nivel. As pues, cuando se
present la primera delegacin de oficiales del Reichswehr y de las SS para inspeccionar las
relucientes vitrinas repletas de manguitos, orejeras, zapatos para la nieve y uniformes de
camuflaje, no tenan ni idea de que y a haba unos veinte judos agazapados y ocultos en las tres
cmaras subterrneas que Pinkas der felsher y sus hermanos haban excavado bajo sus pies.
Aquel fue el inicio de lo que en el gueto llegara a conocerse como el bnker: un lugar que los
muertos del gueto podan habitar sin ser confundidos con los que seguan vivos. Un lugar,
tambin, donde aquellos que se desplazaban constantemente entre el reino de los muertos y el de
los vivos, como el afinador de pianos, podan pararse a descansar entre un viaje y otro.
Adems, el afinador de pianos estaba habituado a los lugares cerrados.
En todos los aos transcurridos desde que pusiera los pies por primera vez en el gueto, no
haba crecido lo suficiente como para impedirle seguir metindose en el mueble de un piano
cuando fuera necesario. Una maana se present en la Casa de Cultura. Pinkas der felsher estaba
encaramado en lo alto de una escalera, pintando cmulos en el invariable cielo azul del decorado
del gueto, cuando el afinador de pianos se plant en el escenario con sus dos gastadas bolsas
llenas de herramientas y su a esas alturas igualmente manida pregunta; y Pinkas ni siquiera se
molest en sacarse los pinceles de la boca para contestar, sino que se limit a sealar el gran
piano de cola de Bajglman, el director de la orquesta; y entonces, como un animal que por fin
encuentra su guarida, el afinador de pianos abri la tapa del instrumento y se meti dentro.
A partir de ese da, haba intentado ser de utilidad en todo lo que poda. Suba al escenario el
instrumento de la seorita Rotsztat las noches en que esta actuaba como solista, y ay udaba a las
gemelas Schum en sus cambios de vestuario. Cortaba entradas, acomodaba en la primera fila de
platea a los peces gordos que tenan butacas reservadas, vaciaba ceniceros y daba conversacin
al pblico que remoloneaba por el vestbulo.
Pero entonces lleg di groise shpere, y cuando msicos y actores volvieron a juntarse a
principios de octubre solo se present la mitad de los miembros de la orquesta, la coral infantil y a
no exista y de los tramoy istas solo quedaban el seor Dawidowicz y su ay udante, el pequeo
Herzl (un chiquillo algo torpe al que todos tomaban el pelo). A partir de ahora, les informaron, la
Casa de Cultura se utilizara exclusivamente para entregas de premios y otros actos serios
similares, no para representar revistas escandalosas. Bajglman se dispona a disolver la orquesta.
Tambin los msicos estaban o bien demasiado cansados o bien demasiado debilitados por el
hambre y la enfermedad como para pensar siquiera en seguir tocando.
Pero el afinador de pianos se negaba a rendirse. Si los obreros de las fbricas y a no podan
venir al teatro, dijo, por qu no poda ir el teatro hasta ellos?
***
Aunque en el gueto y a no quedaban orfanatos, Rosa Smoleska conservaba su empleo en el
Departamento de Salud y Bienestar. Se pasaba todos los das sentada en un rincn apartado de la
secretara de la seora Wok en la calle Dworska, registrando solicitudes de sucedneo de leche
para mujeres embarazadas o asignaciones extra de productos racionados para pacientes con
tuberculosis. Pero de vez en cuando tambin enseaba idiomas, aritmtica e historia juda a los
hijos de los altos funcionarios del gueto, en algunas contadas fbricas. Tena que dar las clases a
sus alumnos all donde hubiera sitio, en almacenes polvorientos o en algn trastero que el director
hubiera puesto a su disposicin; y tenan que soportar continuas interrupciones, como cuando
sonaba la sirena de la fbrica, o cuando llegaba un pedido extra que exiga que toda la mano de
obra disponible se movilizase de inmediato. Sin embargo, tambin se daban interrupciones ms
divertidas. Una de estas se produca cuando el carromato de los comediantes cruzaba la verja de
la fbrica a la hora del almuerzo y aparcaba entre grandes ovaciones frente a la garita de
guardia en la que el supervisor de la fbrica sola reunirse con los capataces.
Lgicamente, cuando estaban de gira resultaba difcil representar poco ms que un par de
nmeros de la Revista del Gueto; as que tenan que intercalar sus plotki con una seleccin de
canciones.
La seora Harel interpretaba la cancin Berele y Braindele , acompaada al violn por el
seor Gelbroth. Al aire libre, el instrumento tena un sonido estridente y quebradizo, como la ua
de un pulgar ray ando el cristal de una ventana. Mejor son cuando el elenco al completo enton
a coro el cupl Tsip tsipele , con una nueva letra escrita por el propio seor Bajglman y
basada en la figura de la Seora de la Sopa: la pani Wydzielaczka. A esa s la conocan! Era la
seora gorda y corta de vista que reparta sopa cada da tras el mostrador del primer piso: la que
apenas introduca el cucharn en la olla cuando serva a aquellas que le inspiraban desconfianza,
y en cambio lo hunda hasta el mango para servir a las que por algn motivo se haban ganado
MI respeto. Y las mujeres del pblico, profundamente conmovidas por sentirse parte del
espectculo que representaba aquella troupe de desconocidos, se sumaron en pleno al coro:
doscientas mujeres, todas con sus paoletas, cantando al unsono
Pani vidzelatske; Ich main nisht kain GELECHTER
A bisele tifer, A bisele GEDECHTER.[12]
y repicando las cucharas en el fondo de las escudillas hasta que el director Stech se tap los
odos y le pidi al encargado que hiciera sonar la sirena para acallar aquel escndalo.
Rosa Smoleska reconoci al afinador de pianos al instante. La ltima vez que le haba visto
estaba subido a una escalera de mano manipulando el timbre que haba en la pared de la cocina
de la Casa Verde. Ahora estaba en la misma posicin, encaramado al techo del carromato de la
compaa ambulante de Bajglman, tratando de mantener el equilibrio sobre la barandilla del
equipaje como una mosca en el borde de un tarro de cristal.
Una vez acabada la funcin, mientras el seor Gelbroth se paseaba con el estuche de su violn
mendigando monedas o mendrugos de pan, el afinador de pianos salt del carromato y camin
con paso decidido hasta donde estaba Rosa Smoleska. Tena algunas cosas que contarle.
Referentes al piano de la Casa Verde. Que todava estaba all, y en buen estado, le inform. El
problema era que y a no tena acceso a l, porque la casa haba sido reconvertida en
Erholungsheim. Y y a no serva para disfrute de los nios del Prezes, sino para la gente del seor
Gertler, que se pasaban all dentro las noches cantando y desgaitndose, y que encima no tenan
ni idea de tocar. Cmo iba a poder llegar hasta el piano si la casa estaba repleta de Sonder? Me
lo puede usted explicar, seorita Smoleska?
En cuanto pronunci la palabra Somier , una oleada de inquietud se propag entre el
gento, y las trabajadoras ms jvenes de la fbrica empezaron a chillar:
**Loif, loif! der Zonderman kimt!!!
Desde dentro de la garita, dos de los capataces haban advertido el peligro y salieron a la
carrera con los faldones de sus batas aleteando tras ellos. Ox, ox!, gritaban, como si las mujeres
fueran gallinas a las que pudieran de ese modo hacer volver a sus bancos de trabajo.
Aquella unidad en concreto del Sonderabteilung estaba comandada por un joven alto y muy
delgado, con un traje a ray as de aspecto mugriento que le vena al menos dos tallas grande. Su
cara se vea plida y tersa bajo el quepis, y cada hueso y cada msculo se distinguan
claramente, desde la raz del cabello hasta la larga y puntiaguda barbilla.
Dokumente!, le grit a Gelbroth, que se abrazaba al estuche de su violn como si fuera un
salvavidas o un recin nacido al que tuviera que proteger a toda costa.
A algunas de las mujeres all congregadas les sorprendi sin duda que el politsajt judo
insistiera en dirigirse a los miembros de la troupe en alemn. Pero no as a Rosa Smoleska.
Desde aquella temprana maana de sabbat en que los hermanos Kohlman, del colectivo de
Colonia, llamaron a la puerta con el joven seor Samstag colgando entre ellos, ella no haba
hablado otra cosa que alemn con el nio may or y, seguramente, ms conflictivo de la Casa
Verde. Ella saba que desde entonces Samstag haba aprendido a simular que hablaba polaco y
y idish. Y justamente esa era la palabra, simular . Es lo mismo que Samstag haca ahora al
fingir que hablaba en alemn con el seor Gelbroth. Sonaba exactamente igual al ampuloso
alemn autoritario y de mando, entreverado de palabras en y idish o polaco, que hablaban los
dygnitarzy del gueto cuando queran darse importancia. Pero a Rosa no poda engaarla.
Beruf? Oder hast du keine Arbeit?
Ich bin Schauspieler.
Was machst du dann hier du shite wenn du Schauspieler bist?
Ich habe hier meine gute Arbeit!
Hrs mal oyf zum shrien, wir sind nisht afn di stsne!
El afinador de pianos colgaba con ojos desorbitados del brazo de Rosa Smoleska.
Samstag, susurr, con una especie de veneracin en la voz. Desde su recin conquistada
posicin de mando, Samstag dej caer la vista sobre el afinador de pianos con una sonrisa que
era como un saco repleto de brillantes dientes.
Samstag ist leider im Getto kein Ruhetag, se limit a decir, le devolvi los documentos al seor
Gelbroth y abandon el recinto de la fbrica seguido de sus hombres.
En todo caso, los del Sonder haban tomado una decisin: no dispersar a la multitud; y eso que
muy bien habran podido hacerlo y que el reglamento as lo ordenaba. Y tampoco haban
apresado a los comediantes que huan; dejaron que el carromato de Bajglman se marchara,
como seguiran haciendo durante los meses y aos que siguieron. Ms de una fbrica se alegrara
al ver llegar a aquellos badchonim que venan para ahuy entar la constante afliccin del hambre
con algunos disonantes acordes de violn y un par de cupls que los obreros conocan y cantaban
a coro.
Pero el afinador de pianos, de repente, daba una impresin muy desvalida, all arriba
acurrucado entre la montaa de atrezo del techo del carromato:
Pensar que Samstag der shite!,
iba a dejarse reclutar por el Sonder!
Pero cuando ms tarde junt los labios para sacar la meloda de una cancin que tratara de
cmo un hurfano solitario acab de politsajt en el ejrcito del mismsimo Gertler, el cuerpo y la
cara empezaron a temblarle y no consigui emitir sonido alguno. El afinador de pianos hara ms
adelante numerosos intentos de sacar esa cancin, en diferentes tonos y registros; pero ni siquiera
en la tonalidad gris cemento del gueto vaca y despojada de toda resonancia pareca haber
una meloda que encajara.
R osa Smoleska haba hecho todo cuanto estaba en su mano para averiguar qu haba sido de
los nios de la Casa Verde. En el Secretariado de la calle Dworska haba varias carpetas de color
gris a las que oficialmente solo tena acceso la seora Wok, pero a las que Rosa echaba de vez en
cuando un vistazo furtivo. En una ocasin, la propia seora Wok la pill in fraganti. Si la vuelvo a
ver fisgando en las actas del Comit de Adopciones, me encargar personalmente de que la
deporten, le haba dicho la seora Wok, mientras Rosa se ajustaba la falda alrededor de las
piernas y se quedaba de pie con los brazos colgando a los costados y la vista en el suelo, como
haba aprendido a hacer cuando algn superior la acusaba de algo. No, seor Rumkowski, no
estaba escuchando, dijo aquella vez en que el Presidente se encerr en el despacho con las nias
desobedientes de Helenwek; ahora dijo lo mismo:
No, seora Wok; tiene que haber un malentendido, seora Wok, no s de qu
carpetas me habla.
Solo para volver despus, un da tras otro, al despacho de la seora Wok, y laboriosamente,
carpeta a carpeta, aprenderse de memoria todos los nombres.
En primer lugar, todos los nios del Prezes. As se conoca a todos los muchachos que el
Presidente, durante su gran campaa para salvar a los nios del gueto , haba conseguido
colocar como aprendices: o bien en la recin creada escuela de aprendizaje de oficios de la calle
Franciszkaska, o bien directamente en la Sastrera Central. Todos ellos se haban convertido en
trabajadores ejemplares, y eran precisamente los nios del Prezes los ms solicitados entre
aquellos que, despus de di shpere, se dirigan al Secretariado Wokowna con solicitudes de
adopcin.
Era obvio que muchos de los solicitantes eran personas que haban perdido a sus hijos durante
los sucesos de septiembre.
Los nuevos padres de Kazimir, el antiguo conductor de tranvas Jurczak Topoliski y su
esposa, haban perdido a sus dos hijos varones, uno de seis aos y otro de cuatro. Los padres
adoptivos de Nataniel haban perdido una hija que haba nacido el mismo da que los alemanes
entraron en Polonia, el 1 de septiembre de 1939. Siempre pens, dijo la madre, que el hecho de
Tambin Debora urawska, de todos los nios del orfanato quiz la ms querida por Rosa, habra
obtenido un puesto de aprendiz en la calle Franciszkaska de no haber sido porque, tras la visita
nocturna del Presidente a la Casa Verde y de lo que pas con Mirjam, se haba negado en
redondo a tener nada que ver con el Prezes. Sobre su vida actual, Rosa no saba ms de lo que
pona en los documentos de adopcin de la carpeta que haba en el despacho de la seora Wok.
Herrn PLOT. Maciej, FRANZSTR. 133
In Beantwortung Ihres Gesuches vom 24.9.1942 wird Ihnen hiermit das Kind
URAWSKA, Debora im Alter von 15 Jahren zur Aufnahme in Ihre Familie zugeteilt.
Litzmannstadt Getto, den 25.9.42
El nmero 133 de la Franzstrasse/Franciszkaska result ser una hilera de destartaladas casas
de madera al borde de una zanja poco profunda de alcantarillado, donde flotaban excrementos y
basura. No haba puerta, al menos no una que diera a la calle, y la nica ventana de la hilera de
casuchas haca tiempo que haba sido tapiada con tablones y mortero. Cuando Rosa atraves la
apestosa zanja para intentar llegar al patio trasero, se top con un puado de hombres que,
gesticulando y a grandes voces, le aseguraron que all no viva ninguna Debora urawska ni
tampoco ningn Maciej Plot, dijeran lo que dijeran sus papeles.
Cuando Rosa Smoleska se dirigi al Registro de la Poblacin, un escribiente de aspecto
fatigado le inform de que, si bien era cierto que haba existido en el gueto una persona de
nombre Maciej Plot, su nombre haba sido tachado del registro. Maciej Plot haba estado
empleado en el aserradero de la calle Drukarska. En enero de 1942 la Comisin de
Realojamiento lo inscribi en la lista de elementos indeseables del gueto , y en febrero fue
deportado. Alguien le haba acusado de robar restos de madera del almacn del aserradero. La
acusacin tal vez fuera cierta, o tal vez una encerrona para salvarle el pellejo a otro. Despus de
todo, le explic el escribiente, ocurri durante aquel invierno en el que hizo tanto fro y todo el
mundo robaba lo que poda; y los que, por la razn que fuera, no tenan ocasin de robar moran
congelados sin llegar siquiera a subirse a los trenes que les esperaban en Mary sin.
Pero si Maciej Plot haba sido deportado o estaba muerto, quin haba rellenado los papeles
de adopcin en su nombre? Y en ese caso, dnde, y con quin, estaba la joven seorita
urawska?
Lo que Rosa an no saba era que existan dos maneras de que un judo abandonara el gueto.
O bien tomaba la va interna , o bien la externa . En ambos casos, los familiares que dejaba
atrs estaban obligados a entregar su cartilla de trabajo y sus cupones de racionamiento, que
despus eran anulados por la autoridad competente mediante un sello con las palabras TOT o
AUSGESIEDELT, dependiendo de la va utilizada.
Pero que las cartillas de trabajo fueran selladas no significaba que sus antiguos propietarios
desaparecieran por completo de la circulacin. Haba gente muy picara y avispada que
compraba las cartillas de racionamiento abandonadas tras de s, o que sobornaban a los
empleados de la Oficina Central de Empleo para que no timbraran los documentos de identidad
de los deportados. En cuanto se anunciaba la llegada de una nueva partida de provisiones, hacan
la ronda con los papeles de los muertos y utilizaban los cupones que les quedasen. Pan, copos de
centeno, azcar. Como se haba deportado a tanta gente, decenas de miles de hombres y mujeres
en el plazo de unos pocos meses, una considerable cantidad de alimentos iban a parar al mercado
negro, donde podan ser adquiridos por aquellos que tuvieran gelt genug; es decir, aquellos que y a
se haban lucrado con otros chanchullos.
Uno de los que utilizaban este sistema para poner en marcha a los ejrcitos de muertos del
gueto era un conocido ladrn y estafador llamado Mogn, el Barriga. El tal Mogn era, si cabe, ms
taimado que el resto. Coga las cartillas de trabajo y de racionamiento de los muertos, se
presentaba ante los jefes de las fbricas y los convenca para que volvieran a admitirlos en sus
antiguos puestos. Era evidente que eso les obligara a pagar un salario a gente que haba sido
deportada, pero el Barriga se ofreca rpidamente a correr con los gastos. La cuestin era que los
muertos pudieran seguir obteniendo beneficios y que sus cartillas de racionamiento siguieran
siendo renovadas, a ser posible de forma indefinida.
Era un imperio construido sobre la nada, un imperio de sombras; pero el Barriga era rico:
Reciba a sus invitados sentado en una butaca de dos metros de alto, con el trasero y la
espalda apoy ados sobre mullidos cojines de seda y con la enorme panza colgando, flcida pero
imponente, entre sus dos gruesos antebrazos. Un judo de bien que serva a la comunidad y
guardaba el sabbat, que segua todos los preceptos rituales y que incluso consideraba que poda
permitirse comer kosher. Por si fuera poco, haca obras benficas. A fin de demostrar su celo
piadoso y caritativo, decidi solicitar la custodia de algunos de los pobres nios hurfanos que
haban sido expulsados de sus ochronki tras la operacin szpera, y que ahora el Secretariado
Wokowna ofreca en subasta. Una caterva de sus ms meritorios muertos entre ellos el antiguo
operario de aserradero Maciej Plot firmaron los formularios de solicitud, todos tan
correctamente rellenados que ni siquiera la seora Wok ni sus colegas del Comit de Adopciones
pusieron la menor objecin.
Fue as como tambin la seorita Debora urawska fue a parar al reino de los muertos,
aunque todava se contara entre los vivos.
Naturalmente, tuvo que entregar su cartilla de trabajo y sus cupones de racionamiento en
cuanto puso los pies en casa del Barriga. A cambio de una modesta parte de su propia racin,
fregaba los suelos de la hilera de casuchas de la calle Franciszkaska o serva a alguna de las
muchas esposas que el Barriga haba ido adquiriendo a lo largo de los aos. Como todava
conservaba un agradable aspecto, de vez en cuando deba prestar servicios en alguna de las
casas de reposo cuy a gestin haba pasado de manos del Presidente a las del seor Gertler, y
que el Barriga se encargaba de llenar con algunas de las muertas, para solaz de los hastiados
policas que las frecuentaban. En una de aquellas casas haba un piano, y como se rumoreaba
que Debora urawska sola tocar antes el piano, tambin formaba parte de sus obligaciones
entretener con su msica a los invitados del Barriga. Rosa Smoleska haba vuelto a acudir al
Registro de la Poblacin para hacer ms indagaciones, y all la informaron de que el Barriga le
haba conseguido a Debora un trabajo temporal en la fbrica de gorros y sombreros de la calle
Brzeziska. Era all donde se confeccionaban las orejeras para el ejrcito alemn. Da tras da,
Rosa esperaba junto a la cancela con la esperanza de ver aunque fuera de lejos a su antigua
protegida. Al final su paciente espera abland a otra de las empleadas, que le explic que, si
estaba buscando a Debora, siempre sala por el otro lado. Entonces Rosa se dispuso a esperar en
la parte trasera de la fbrica, donde haba un pequeo muelle de carga, y fue all donde, al
finalizar el turno de la tarde siguiente, vio salir a Debora junto con un puado de chicas jvenes.
A los pies de la plataforma de carga esperaban, como una especie de escoltas, dos de los
hombres con los que Rosa se haba topado frente a la hilera de casas de la calle Franciszkaska.
Debora ha cambiado, pero sigue siendo ella.
Demacrada, con el vientre hinchado como el resto de las criaturas famlicas y con la cara
huesuda como la de un animal. Adems tiene un extrao modo de andar, como de cangrejo,
levantando oblicuamente un hombro hacia la nuca. Rosa recuerda que la nia sola caminar as
cuando acarreaban juntas el agua del pozo, pero entonces era para compensar con el tronco el
peso del cubo lleno que llevaban entre ambas; madrugadas heladas de otoo o invierno, con la
tierra oscura como un cuenco formado con las manos y con la luz del cielo del amanecer entre
ellas. En aquellas ocasiones, Debora le contaba todo lo que hara despus de la guerra: solicitara
plaza en el Conservatorio de Msica de Varsovia, tal vez viajara a Londres o a Pars; y despus
de cada una de esas confidencias, cambiaba de mano para agarrar el asa del cubo. Debora sigue
caminando igual aunque sin cubo. En los pies lleva un par de trepki, cuy as suelas estn tan
gastadas que, al girarse, tiene que levantar una pierna, o es que acaso cojea?
Ahora Rosa lo ve. Deben de haberle pegado.
Corre detrs de ella:
Te he conseguido un trabajo, le dice, o mejor dicho le grita, porque Debora urawska hace lo
posible por obligar a su cuerpo pesado y torcido a alcanzar a las dems trabajadoras que se
alejan a paso ligero.
En la sala de embalaje de la fbrica de porcelana de Tusk!
Embalars fusibles. Hay mucho trabajo disponible en la sala de embalaje!
***
El Sonderabteilung del gueto tena su cuartel general en el otro extremo de la plaza Bauty ; el
patio trasero del edificio daba a la confluencia de las calles Limanowskiego y Zgierska, donde se
hallaban tambin la oficina de la Gestapo y el Primer Distrito de la Polica del Orden. Todo aquel
que visitara las oficinas del Sonder deba presentarse ante la garita custodiada por un centinela
alemn que, si consideraba que sus papeles estaban en regla, le haca rodear la barrera y entrar
por un pequeo portal situado a la izquierda del edificio de la Gestapo.
Tras las ventanas enrejadas no haba luz, pero un poco ms all un grupo de hombres se
calentaban alrededor de un improvisado brasero en el patio: un gran barril de vientre ancho cuy a
hojalata se haba ennegrecido haca mucho tiempo y del que sala un espeso humo oscuro y
cargante. Todo el aire del patio pareca envuelto en una bruma de humo que volva las caras y
los cuerpos plidos y difusos.
Samstag no la salud cuando Rosa se aproxim a ellos, sino que apart la cara con una leve
sonrisa en los labios, como si le hubiese pillado haciendo algo vergonzoso. En el antebrazo llevaba
el brazal del comando con la estrella de David. El quepis a juego estaba en el alfizar de la
ventana junto con los de sus compaeros, pero Rosa se fij en que la cinta sudadera haba dejado
una ntida huella en su frente, una estrecha lnea que brillaba como una herida inflamada bajo el
resplandor del fuego. Lo nico que no haba cambiado era su sonrisa: la hilera de dientes
regulares y afilados que brillaban hmedos de saliva al sonrer.
Ahora eres su fulana, no?, le dijo sin ms, y despus en polaco, para que tambin los dems
lo oy eran: Czy jeste jego kochank?
Al or lo de fulana , los dems hombres estrecharon el crculo en torno al barril de la
hoguera y miraron a Rosa con amplias sonrisas y miradas lascivas. El humo que se elevaba de
las llamas hizo que a Rosa le lloraran los ojos, y de pronto su cuerpo empez a temblar
incontroladamente.
Samstag se acerc a ella y la abraz.
Ya est, ya est, dijo. No llores.
Las manos que la sujetaban eran fuertes y callosas. Aspir el olor acre a sudor y humo que
impregnaba su ropa, y el de algo ms, algo dulzn y pegajoso, y sbitamente abrumada se
abandon entre sus brazos. Como la avejentada mujer desvalida y trastornada a que se ha visto
reducida, le cuenta su visita a la calle Franciszkaska; le habla de Debora, que lo nico que ha
hecho es rechazarla; y de sus manos, con las que y a nunca podr matricularse en el
Conservatorio (fueron sus palabras textuales); y del repulsivo Mogn, que no poda caminar sin
ay uda y cuy a tripa antes hinchada colgaba ahora como un flcido saco de carne entre sus
piernas. No sabe si Samstag la escucha o no. Puede que s. No obstante, ante la mencin del
nombre del Barriga, las sonrisas de los dems policas se apagan. El Barriga es un hombre
poderoso de quien mucha gente del Sonder ha aceptado sobornos. Ella observa cmo todos se dan
la vuelta, repentinamente indiferentes.
Pero Samstag contina consolndola cada vez de un modo ms mecnico, ms tenaz:
Nie pacz, kochana; nie pacz
Cmo se han invertido los papeles! Resulta inconcebible que ese cuerpo sea el mismo que
ella levantaba de la baera que Chaja Mey ers instalaba en la cocina de la Casa Verde: el del
adolescente flaco que intentaba cubrirse cuando la basta toalla de felpa le rozaba el sexo. Piensa
en los nios del pozo. Cunto tiempo pueden permanecer all abajo en el agua fra y muerta sin
que algo cambie irreversiblemente en ellos, sin que resurjan transformados en otra persona?
Dos das despus de la visita de Rosa, una unidad del Sonderabteilung de Gertler se present en la
abarrotada residencia de la calle Franciszkaska donde viva el Barriga. Las versiones sobre lo
que realmente sucedi diferan. Unos decan que Samstag haba dirigido la operacin
personalmente. Otros afirmaban que Samstag se haba mantenido al margen, dejando todo el
asunto en manos de sus hombres.
Sin embargo, todos los testigos coincidan en que los policas haban irrumpido en la casa sin
previo aviso. Sacaron a golpes de porra a las mujeres y los nios, y cachearon a todos los
hombres que pudieron agarrar. Confiscaron una gran cantidad de navajas, as como gruesos
rollos de Reichsmarks y dlares americanos. Segn una ley no escrita, en estos casos los policas
de servicio podan embolsarse los fajos de billetes que requisaran. Fue al verles hacer aquello
cuando el Barriga sali del estado de parlisis transitoria en que le haba sumido la imprevista
redada y , hundiendo la cabeza entre los hombros como un buey , embisti contra los policas.
Se deca, algunos decan, que el enorme vientre del Barriga no era ms que un simple edema.
Que el Barriga pasaba hambre como cualquier hijo de vecino. Pero, fuese como fuese, segua
posey endo una fuerza bruta nunca antes vista en el gueto. Se necesitaron varios hombres para
conseguir derribar su inmenso cuerpo, y el Barriga estuvo a punto de zafarse ms de una vez.
Segn algunas fuentes, en mitad de la refriega Samstag se abri paso entre el pelotn de policas,
dobl hacia atrs el enorme pescuezo del Barriga y empez a golpearle con la porra en la cara
hasta que la sangre sali a borbotones de su destrozada nariz y su forcejeante corpachn acab
desplomndose en el suelo.
Segn dijeron, en ese momento el Barriga haba intentado huir.
Pero no consigui llegar muy lejos, con los ojos anegados en sangre y un cuerpo que apenas
poda mantener en pie por s mismo.
En el patio lo volvieron a derribar.
Como en casi todos los patios del gueto, en el centro de aquel haba una fuente con bomba de
agua. De la manivela sobresala un gancho de hierro curvado en el que se poda colgar el cubo
mientras se bombeaba el agua. El Barriga estaba tendido boca arriba bajo la manivela, su rostro
convertido en una furiosa mscara de sangre y lodo. Seis hombres estaban sentados encima de
sus brazos y piernas para impedir que se levantara. Segn explicaron ciertos testigos, en ese
momento Samstag se acerc a la figura cada. Desde lo ms hondo de su sonrisa brillante de
saliva, le pregunt al Barriga si saba cul era el castigo para los hombres que abusaban de los
nios cuy o cuidado se les haba confiado.
Es dudoso que el Barriga comprendiese ni una sola palabra de lo que Samstag le deca. Los
porrazos que Samstag le haba propinado antes deban de haberle fracturado el maxilar, y a que
su boca colgaba desmadejada y espumarajos de saliva mezclada con sangre brotaban sin cesar
por el borde partido del labio inferior.
Dos de los hombres de Samstag le doblaron los brazos a la espalda para obligar al Barriga a
ponerse en pie. Seguramente este crey que iban a arrestarlo, as que dej el cuerpo muerto para
hacerse ms pesado. Samstag aprovech aquello y, mientras sus hombres lo sujetaban, agarr
con ambas manos la cabeza del Barriga y la estamp contra la manivela, cuy o ancho y
los pedidos pendientes del ejrcito; y cmo es posible que, a estas alturas, funcionarios de su
propia administracin se dejen sobornar por los judos, cmo es posible, herr Biebow?
Y de poco sirve entonces que Biebow intente explicar que la corrupcin se halla en la propia
naturaleza juda, cosa que repite una y otra vez (culpa a los judos, aunque sea el personal de su
administracin el que roba). Pues entonces encrguese de poner fin de una vez por todas a esa
naturaleza!, replica Bradfisch. Biebow se encuentra en un callejn sin salida. No importa lo que
haga o deje de hacer, solo conseguir dar ms argumentos a las SS para que tomen el control del
gueto.
***
Aqu tenemos de nuevo a Biebow. El verano est en su punto lgido. Desde la hierba, los grillos
emiten arcos de sonido rechinante que se elevan contra el alto cielo del hambre. Abajo, miles de
hombres y mujeres mustios, encorvados, pululan en constante movimiento. Con carros y
carretas, buscan una va de escape de las apestosas callejuelas del gueto, o se inclinan con palas
y azadas sobre el barro y la gravilla de las cunetas.
Pero Biebow no los ve. Su vehculo se ha detenido junto a la destartalada casucha de madera
conocida en el gueto como el taller de Praszkier. Su chfer ha aparcado el coche un poco ms
all y ha dejado las puertas abiertas de par en par; los guardaespaldas se refugian a la sombra de
un rbol. Por su parte, Biebow se pasea con las manos tras la espalda y observa cmo el polvo
que levantan sus pisadas se posa lentamente sobre las bruidas puntas de sus zapatos.
Al otro lado de la carretera, en la esquina de las calles Prna y Okopowa, dos hombres
may ores estn segando la hierba de un campo. Pese al achicharrante calor de julio llevan
gruesas chaquetas, cuy os forros se traslucen claramente en las costuras de la espalda y la
pechera, donde estn cosidos los parches amarillos con forma de estrella. Las hojas de las
guadaas relampaguean bajo el sol. Llevan una cantimplora de agua, que se van pasando el uno
al otro. De pronto, uno de ellos le grita algo a Biebow.
Qu pasa? Le est ofreciendo algo. Biebow se acerca con reticencia.
Una desdentada sonrisa aparece entre las chupadas mejillas de uno de ellos. Levanta la
cantimplora. Le ofrece de beber a Biebow. He pensado que con este calor tal vez tendra usted
sed.
Obviamente, se trata de algo inaudito. Un judo que le ofrece de beber a un ario, y adems, la
mxima autoridad; por no hablar de lo antihiginica que resulta una cantimplora con agua del
gueto. Biebow mira a uno y a otro ambos de pie bajo las hojas de sus guadaas; con una
especie de expectacin en sus sonrisas, as que no tiene ms remedio que, al menos,
desenroscar el tapn de la cantimplora y restregarse la boca con una mueca (aunque sabe Dios
que tiene mucha sed).
Y entonces salen con lo de siempre, claro. Uno de los judos pregunta, con fingida modestia,
si al distinguido seor no le sobrara un trozo de pan.
Cmo? Pan? El pan es una mercanca racionada. Los hombres cabales reciben cupones y
Biebow aporrea el dintel de la puerta con el canto de la mano y, como si la casa fuese un ser
vivo, desde lo ms hondo se oy e de repente un fuerte alarido.
De locos, rezonga el viejo segador, totalmente de locos, y lo que sucede a continuacin resulta
an ms demencial. En cuanto Biebow retira la mano, la puerta se abre de golpe y una decena
de gallinas se precipitan fuera batiendo alocadamente las alas frente a l. Gallinas de verdad, s
autnticas gallinas, vivitas y coleando, declara ms tarde el segador, de las que no se vean en el
gueto desde mucho antes de que llegaran los alemanes. Biebow debi de quedarse igual de
horrorizado. Se cubre la cara con las manos para protegerse del imprevisto ataque alado, y por
eso tarda un rato en fijarse en el descomunal individuo que est sentado en una carretilla por
detrs del aparatoso aleteo, con la boca abierta en un grito tan desquiciado e informe como su
misma apariencia. S, sin duela a muchos les habra costado reconocer al Barriga. Sobre todo, a
causa de aquel grito que, desde lo ms profundo de su humillante ceguera, dirige ahora contra
todos y contra todo lo que se le acerca. Cmo iba a saber l que era nada menos que herr
Amtsleiter en persona quien se hallaba al otro lado de las aterrorizadas gallinas? Si no vea nada.
Y lo que Biebow vea era solo un monstruo grotesco y desmesurado, empotrado en una especie
de desvencijada carreta de madera por cuy os bordes se derramaban todas las carnes de su
cuerpo, con una tripa en el centro, una tripa brillante de venas azuladas apenas cubierta por unos
harapos mugrientos, y por encima de esta una cara desfigurada con tiosas costras de sangre
seca donde deberan estar los ojos y, ms abajo, una boca carne abierta y trmula que le
gritaba como un poseso.
De forma mecnica, Biebow retrocedi un par de pasos, llevndose la mano a la pistolera en
el interior de su americana como si buscara desesperadamente algo a lo que aferrarse; y cuando
por fin sac el arma, vaci en el acto todo el cargador sobre aquella repugnante Criatura, que
cay de espaldas por el brutal impacto de las balas y se estrell contra la pared con una especie
de chapoteo; y como si tambin hubieran recibido el rebote de los disparos, las gallinas salieron
corriendo despavoridas en todas direcciones: por un momento, el cielo qued cubierto por una
nube de sangre y plumas revoloteando.
Y entonces sucedi algo muy extrao. De pronto se produjo una especie de silencio que les
envolvi y uni a todos. Biebow estaba all delante, con el cargador vaco y la cabeza y los
hombros cubiertos de plumas de gallina; y junto a l, tambin con sus trajes emplumados,
estaban los dos guardianes del Barriga que haban llevado su carretn hasta la entrada cuando
llamaron a la puerta, porque, a pesar de todos los riesgos que conllevaba, siempre se empeaba
en abrir l mismo; al lado de los guardianes, estaban dos de las jvenes prostitutas que el Barriga
haba insistido en llevarse consigo a la Casa Verde y que se haban acercado a la puerta para
exhibirse, y luego, en la parte de fuera de dicha puerta, los dos secadores que haban seguido a
Biebow desde el taller de Praszkier.
En ese momento, ellos eran muchos y Biebow estaba solo. Uno de los esbirros del Barriga
podra haber ido a buscar el gran cuchillo de carnicero de Chaja Mey er que segua guardado en
el primer cajn de la cocina. Y tambin estaban los segadores con sus guadaas. Una ocasin
idnea para que alguien liquidara fcilmente al mximo representante del poder represor que da
a da converta sus vidas en un infierno.
Pero, por lo visto, en ese preciso momento a nadie se le ocurri considerar siquiera la idea.
Los portadores y servidores del Barriga parecan paralizados ante la visin del amo muerto;
mientras que el segador al que llamaban Icek tena una nica idea en la cabeza. Antes de que el
plumaje blanco se hubiera posado sobre los hombros del Amtsleiter, y a se haba metido una de
las cacareantes gallinas bajo el brazo y haba echado a correr cuesta abajo. Ahora l y su
familia tendran comida para un mes por lo menos. A medio camino de la calle Zagajnikowa se
cruz con el chfer y los guardaespaldas de Biebow, que haban odo los disparos y suban
corriendo para ver qu haba pasado.
***
Nadie en el gueto se habra aventurado a afirmar que lo que despus sucedera la cada del
Palacio, el arresto de Gertler y el intento de asesinato del Presidente fuera el resultado de que
a un vulgar proxeneta y ladronzuelo llamado el Barriga le hubiesen sacado los ojos y despus
hubiera sido acribillado a tiros por un alemn. Pero en la barbera de Wiewirka, donde todos
esos sucesos eran objeto de acalorado debate, se lleg a la conclusin de que en el gueto la
arrogancia siempre preceda a la cada. Eso vala tanto para los ladrones de poca monta como
para los shiskes. Y una vez que la piedra echaba a rodar!
El seor Tausendgeld, que era quien le haba arrendado la Casa Verde al Barriga como un
refugio seguro en su huida de la justicia, estaba dando de comer a las aves junto a las pajareras
de la princesa Helena cuando se oy eron los primeros tiros provenientes de la calle Zagajnikowa.
Del espanto casi se cay de la escalera, y luego se dirigi corriendo a la casa dando bandazos al
aire con su largusimo brazo derecho:
Que vienen los ingleses, que vienen los ingleses
Pero fueron los hombres de la Kripo los que vinieron. Una media docena como mnimo, y en
mitad de la escalera que conduca al piso de arriba, donde la princesa Helena y aca postrada en
su lecho del dolor, le atraparon y le arrastraron de vuelta al patio, donde esperaba uno de sus
vehculos. Media hora ms tarde colgaba y a con los brazos atados a la espalda del tristemente
clebre gancho de carne que haba en el stano de la Casa Roja, mientras un grupo de hombres
de la prisin preventiva admiraban los extraos caprichos de la naturaleza que haba creado aquel
desmesurado brazo derecho de Tausendgeld. El cuerpo colgaba de manera terriblemente torcida,
tan torcida que la bulbosa cara apuntaba hacia abajo, hacia el suelo, en lugar de haca arriba,
como era el caso de los dems prisioneros. As pues, para poder golpearle en la cabeza, el
comandante de la prisin Mller deba impactar con su porra de madera recubierta de caucho de
abajo arriba, casi como si practicara su swing de golf. Pero los golpes no eran por eso menos
certeros; y Tausendgeld chillaba y el cuerpo se encoga all colgado, pese a que no haba nada
detrs de lo cual ocultarse. Pero el nico nombre que el interrogador de la Kripo logr sacarle
fue el de Gertler, y ese no era precisamente el nombre que quera or en aquel momento.
Mientras tanto, Biebow haba regresado a su despacho de la plaza Bauty. Todava haba
plumas de gallina en las solapas de su chaqueta cuando le trajeron a Rumkowski. Este se qued
all plantado como era su costumbre, con la cabeza gacha, los brazos colgando a los costados.
El primer registro domiciliario se llev a cabo con efecto inmediato. A travs de la ventana
entornada de su dormitorio, la princesa Helena vio abajo en el jardn, junto a sus pajareras, a los
mismos policas que acababan de llevarse a rastras al pobre Tausendgeld. Poda soportar que se
hubiesen llevado a Tausendgeld, pero qu justificacin podra haber para que molestaran a sus
amados pajaritos? Abri la ventana de par en par, se asom a la blanca luz mortal y grit:
No toquis a mis pardillos!
Podis coger lo que queris, pero no toquis a mis pardillos!
Todos los aos pasaba lo mismo con el hgado de la princesa Helena:
Llegaba el verano, tray endo consigo fatiga y nuseas y unas cefaleas que apenas le
permitan abrir los ojos por las maanas. Tras palparle los rganos abdominales, el doctor
Garfinkel crey detectar, al igual que el ao anterior, cierta hinchazn en la zona heptica, as
que le prescribi una estricta dieta consistente en carne blanca con caldo suave, y sobre todo
mucho reposo en total oscuridad, y a que los pacientes con ictericia corran el riesgo de sufrir
graves lesiones oculares si se exponan a la luz directa del sol.
Esa fue la razn de que la princesa Helena estuviera all plantada en medio de la habitacin,
cubrindose los ojos con las manos, cuando llegaron los hombres de la Kripo y empezaron a
derribar todo lo que hallaban a su paso. Jaulas de mimbre con pjaros aleteando despavoridos;
cajas y bales con ropa y zapatos; su secreter con todas las cartas y tarjetas de invitacin y
agradecimiento. Tambin el sombrero de plumas, el que luci en El Suntuoso Buf al que
tambin asistieron hombres como Biebow y Fuchs, fue arrojado del estante de los sombreros del
armario y acab en el suelo manchado y pisoteado por las suelas de las botas. La princesa
Helena grit a voz en cuello e intent esconderse tras las cortinas. Como esto no sirvi de nada,
busc de nuevo refugio en la cama, al tiempo que el comisario Schnellmann, de la Polica
Criminal, le alargaba el auricular y exiga a la seora Helena Rumkowska que telefonease a su
cuado. Al negarse la mujer, sin parar de chillar y hacer aspavientos, el comisario Schnellmann
llam personalmente y aprovech para informar a sus superiores:
Wir haben noch ein paar Hhner gefunden mientras con un irritado movimiento de la mano
espantaba a dos estorninos que, liberados de sus jaulas, revoloteaban atolondradamente entre la
cama y las ondulantes cortinas.
En circunstancias normales, y a hara tiempo que el seor Tausendgeld habra intervenido
prestamente para intentar negociar. Quiz le habra pasado al celoso comisario una pequea
ddiva. Quiz habra sugerido una colaboracin que pusiese remedio a aquel embarazoso asunto
para satisfaccin de ambas partes. Sin embargo, en aquellos momentos Tausendgeld colgaba del
gancho del stano de la Casa Roja, forzado a responder a preguntas sobre sus relaciones
clandestinas con el Sonderabteilung del gueto, y por desgracia no haba margen para negociar
acuerdos. Cuando el Presidente finalmente comprendi que esa vez no haba escapatoria, dio
orden de que enviasen un carruaje a la calle Karola Miarki para liberar a la princesa Helena de
su asedio.
Sin embargo, result que justo ese da se haban pedido numerosos carruajes en Mary sin; de
repente, eran muchos los que queran trasladarse del campo a la ciudad . El Presidente
solo poda disponer de su propia calesa, pero despus de debatir largamente la cuestin logr que
engancharan a su vehculo un simple carretn, del mismo tipo que el usado por los dos segadores
para recoger la paja.
No obstante, cuando lleg el coche, la princesa Helena se mostr menos interesada en ser
evacuada ella misma que en encontrar un buen refugio para sus pjaros. Desde la ventana de su
dormitorio estuvo dirigiendo a Kuper y los dems cocheros hasta que la calesa qued abarrotada,
desde el pescante hasta la capota, de jaulas con estorninos y pinzones. Despus volvi a meterse
en la cama y se neg a moverse de all, pese a todas las amenazas que se le hicieron. Al final, los
cocheros tuvieron que cargar con la cama, con la princesa Helena dentro, y bajar por las
estrechas escaleras de madera que crujan bajo su peso, y despus colocar la cama sobre el
carretn y atarlo todo muy bien para que la voluminosa seora no pudiera volcar. Por ltimo, se
cargaron los bales, cajas y maletas, y finalmente parti la comitiva.
Era la tarde del sbado 10 de julio de 1943: un da hmedo y bochornoso, con un cielo que
penda terso y con un brillo azulado, como la ubre de una vaca, sobre las polvorientas calles del
gueto. Las prostitutas del Barriga acompaaron el tray ecto del carruaje, desde Mary sin hasta la
plaza Bauty, con sus brazos esculidos como palillos y los vientres hinchados por el hambre.
Llamaban a gritos a la destronada princesa, tumbada en su cama all en lo alto del carretn que
se balanceaba parsimonioso. Pero tras la venda con la que alguna alma caritativa haba tapado
sus sensibles ojos, la princesa estaba casi tan ciega como lo estuvo en su da el Barriga. Adems,
tampoco poda or. La bulla que armaban los pjaros enjaulados resultaba completamente
ensordecedora.
Calando llegaron a la calle Dworska, el carruaje gir y prosigui sin detenerse hasta la
residencia del Presidente en la ciudad. Si por algn motivo imprevisto hubiesen parado en la
esquina, habran visto el cuerpo destrozado del seor Tausendgeld flotando en medio de un
charco de inmundicias. Yaca boca abajo, con el ms largo de sus brazos estirado en un ngulo
torcido, como si incluso despus de muerto quisiera agarrar algo que nunca podra alcanzar.
***
Por su parte, Regina Rumkowska siempre recordara la ltima vez que vio a la familia Gertler
entre los vivos, a toda la familia Gertler, porque iban vestidos como si hubieran salido de una foto
recortada de alguna revista a todo color: la esposa llevaba un vestido claro de algodn, un abrigo
y un sombrero con velo; los chicos, pantalones cortos con calcetines hasta las rodillas y chaquetas
cortas de tweed con insignias deportivas en los bolsillos; la niita calzaba unos zapatos con
cordones, iguales a los de su madre, y un sombrero, tambin idntico al de su madre, salvo por
dos hermosas cintas de tul rojo que caan de la copa resiguiendo la larga trenza que le bajaba por
la espalda.
El Prezes no est en casa, es todo lo que Regina fue capaz de decir ante la milagrosa
aparicin que de repente se haba presentado en su umbral. Pero Gertler se limit a levantar su
sombrero con gesto mundano y explic que l y su familia se haban pasado por all para
preguntar si al seorito Stanisaw o al Hijo de la Casa le apeteca ir con su esposa y los nios a dar
una vuelta en el coche. A l, dijo, le gustara quedarse un rato. Tena un asunto de cierta urgencia
que necesitaba tratar con ella.
Durante todo el da la gente haba estado entrando y saliendo de la casa, una interminable
procesin de personas que acudan para comentar la evacuacin de las residencias de verano de
Mary sin, quines haban sitio detenidos por la Kripo y a quines se les haba perdonado de
momento. Haban colgado algunas cortinas alrededor de la cama de la princesa Helena para
evitar que viera u oy era lo peor; pero en cuanto reconoca la voz de su marido destacndose por
encima de las voces de los dems hombres, empezaba a chillar y a gritar rdenes.
Jzej, puedes traerme el t que me recet el doctor Garfinkel? Te has acordado
de traerme las cerezas de la calle Miarki; y el cuenco de nata que nos trajo la mujer de
Micha?
(Y las cortinas dispuestas alrededor de la cama de la princesa Helena tampoco conseguan
mitigar la cacofona de trinos, cantos y gorjeos que emitan los estorninos, pinzones y jilgueros en
el interior de sus jaulas: todo un zoolgico que de repente pareca haber ocupado el puesto de los
invitados humanos).
Al final no ser en Hamburgo, sino en Sosnowiec, donde instalaremos nuestra nueva
residencia. Pero es probable que tambin desde all podamos averiguar el paradero de
su hermano. Seora Rumkowska, creo que he encontrado una pista.
Dawid Gertler se inclin hacia delante y le ofreci un cigarrillo de una pitillera de plata cuy a
tapa abri con la ua del dedo meique. Ella se qued mirndole de hito en hito. De repente
entendi por qu Gertler, su esposa y los nios se haban arreglado tanto. Se disponan a
abandonar el gueto, toda la familia.
Debe tener paciencia y esperar, seora Rumkowska.
Fue la ltima vez que le vio. Era el 13 de julio de 1943.
Poco despus de que se marchara, ella hizo su maleta con las pocas pertenencias que le
quedaban, incluidos el pasaporte y su certificado de licenciatura, y se dispuso a esperar.
Al da siguiente, 14 de julio, hacia las cinco de la tarde, dos automviles con matrcula de
Pozna se detuvieron ante la garita de guardia frente al cuartel general de la Gestapo en la calle
Limanowskiego, donde tambin tena su sede el Sonderabteilung del gueto. Una vez cruzada la
barrera, los automviles permanecieron parados con los motores en marcha. Al momento sali
Gertler, custodiado por dos policas de paisano. Les siguieron varios funcionarios del servicio de
seguridad, con los brazos llenos de cajas, carpetas, archivos y dems material a todas luces
confiscados. Algunos empleados del Secretariado del Prezes, que fueron testigos del incidente,
escucharon cmo en el momento de subirse en el coche Gertler le preguntaba a uno de los
policas de paisano si tenan suficiente material o queran registrar tambin su domicilio
particular, y entonces oy eron al comandante alemn contestar en voz alta y clara que l y sus
hombres tenan de momento todo lo que necesitaban. Poco despus, ambos coches cruzaban la
entrada de la plaza Bauty, donde los guardias de la fuerza de vigilancia hicieron el debido saludo
militar; despus los coches bajaron por la calle Limanowskiego y continuaron hasta abandonar el
gueto.
En los das que siguieron, la gente empez a congregarse en la plaza Bauty al caer la noche, y a
que corra el rumor de que Gertler no tardara en volver. Todas las noches, durante dos semanas,
la gente acuda en masa a la plaza para recibirle. Y la multitud era cada vez may or; hubo das en
que hasta quinientos hombres aguardaban all, con rostros esperanzados, bajo el reloj del gueto en
la esquina de las calles Zawiszy Czarnego y agiewnicka. Segn los rumores, Gertler llegara en
el mismo automvil con matrcula de Pozna que se lo haba llevado, y en el instante en que
cruzara las puertas del gueto hara una seal especial a sus seguidores a travs de la
ventana trasera del vehculo.
Los rumores sobre el retorno de Gertler llegaron en ocasiones a tener ms validez y ser ms
detallados que todo lo que se hubiera dicho sobre las razones que le haban obligado a partir.
Tambin Regina Rumkowska so varias veces que Dawid Gertler regresaba. En la may ora
de esos sueos, Gertler y a estaba muerto. Ella no poda explicar cmo saba que estaba muerto,
solo que saba que era un muerto en cuanto lo vea sentado tras el brillante parabrisas de la
limusina de las SS que se deslizaba de noche bajo los puentes de madera con los faros apagados;
un muerto que despus se apeaba y haca el saludo militar a la guardia de honor de su propio
Sonderkommando, que haba acudido a recibirle. Tambin los hombres de la guardia de honor
estaban muertos. De hecho, todos en el gueto estaban muertos. En la plaza Bazarowa todava
colgaban los cadveres de los catorce ladrones e insurrectos que los alemanes haban ejecutado
(cada uno de ellos con una pancarta al cuello en la que pona soy un judo y un traidor a mi propio
pueblo), y el Gertler muerto apartaba los cadveres con la mano como se apartan las sbanas de
un tendedero, y despus entraba en las oficinas de la calle Limanowskiego para conferenciar con
sus ms estrechos colaboradores: las luces de las ventanas de la primera planta que daban al patio
del edificio de la Gestapo eran las nicas que estaban encendidas en el gueto, y lo estaran toda la
noche. (Y y a mientras soaba este sueo sobre s misma y sobre un cuarto de milln de otros
muertos, pens que quiz eso explicara por qu Gertler haba podido moverse con tanta facilidad
por las fronteras del gueto, tanto de da como de noche. Por qu su familia le haba parecido tan
elegante y sofisticada. Quiz explicara incluso por qu Gertler haba afirmado tener por fin una
pista sobre el paradero de su hermano desaparecido. Gertler estaba muerto. Tal vez haba estado
muerto desde el principio).
***
Al cabo de solo unas horas, el nio y a estaba de vuelta del paseo de distraccin en compaa de
la seora Gertler, pero nadie haba tenido tiempo de percatarse de su ausencia. Como pudo, la
seorita Dora Fuchs haba organizado en dos filas independientes a los petenter que se haban
tomado la molestia de hacer todo el camino desde el Secretariado hasta el despacho privado
del Presidente. En el saln, tras las cortinas que se haban colgado en torno a su cama, y aca la
princesa Helena. El doctor Garfinkel le haba administrado una dosis de morfina, que no pareca
haber servido de mucho. Estaba tumbada boca arriba, agitando los brazos frenticamente para
espantar pjaros reales o imaginarios, mientras la seora Koszmar, encaramada a un taburete y
ay udndose de un recogedor, intentaba liberar a los ejemplares que se haban enredado en las
cortinas.
La princesa Helena se durmi por fin. Staszek se asom entre los cortinajes y vio su cabeza
tendida sobre la almohada, como aislada del cuerpo, con la nariz alta y puntiaguda despuntando
entre las dos infladas mejillas como dos globos hinchados. Le habra gustado pinchar esas
mejillas, pero no se atrevi. En vez de eso, se apart de la cama. Entre los pjaros reinaba un
extrao silencio, como si solo ahora acabaran de comprender que alguien los haba cambiado de
sitio.
En un rincn de la sala estaba el maniqu de sastre, con un traje casi terminado colgando de
sus hombros sin cabeza; Staszek sac uno de los largos alfileres que sujetaban las piezas de tela.
Se agach junto a una de las jaulas. Dentro de esta haba un loro blanco, una cacata, con el
plumaje erizado. Intent decirle algo. Pero el ave se limit a clavarle los ojos bajo su cresta
blanca, y luego le dio la espalda con un desdeoso balanceo. A todas luces, un pjaro torpe y
arrogante. Staszek introdujo el largo alfiler entre los barrotes y, ante su sorpresa, la punta penetr
en algn lugar por debajo de la cabeza. El ave dio un respingo e intent huir agitando las alas. Al
extraer el alfiler, un fino hilillo de sangre traz una hermosa pincelada roja sobre el ahuecado
plumaje blanco. El pjaro pareca tambalearse; extenda las alas como para echar a volar, pero
el ala derecha no le responda. Sus ojos miraron a Staszek con terror pero sin reproche, al tiempo
que abra el pico de par en par, como si de repente hubiese decidido empezar a hablar.
Staszek ech una mirada ansiosa hacia las cortinas, pero all detrs no se oa nada. La princesa
Helena segua durmiendo. Abri la puerta de la jaula, sbitamente indeciso sobre qu hacer con
el pjaro que y aca absurdamente patas arriba en el suelo de la jaula, con el pico abierto y las
alas plegadas. Al cabo de un rato, meti la mano y lo sac. Por algn motivo, aquel cuerpo de
forma ahusada, todava caliente, le inspir una intensa repulsin. Lo solt en el acto y empez a
restregarse la viscosa mancha de sangre que tena en la palma de la mano, en la que tambin se
le haban pegado algunas plumas y una sustancia amarillenta. Habra ido a la cocina para lavarse
la mano en el cubo de agua, pero no se atrevi; la seora Koszmar, ay udada por la seorita
Fuchs, segua en el vestbulo intentando dirigir a los visitantes hacia el despacho del Presidente;
adems, qu dira la princesa Helena cuando se despertara? Y cmo explicara l la muerte del
pjaro?
En vez de eso, empez a moverse muy nervioso de una jaula a otra: buscaba algn sitio
donde poder meter la cacata muerta. No lo haba. Por el contrario, a esas alturas los dems
pjaros se haban despertado y revoloteaban frenticamente en sus jaulas, como si pudieran oler
el rastro de muerte que l dejaba a su paso.
De vez en cuando se ensaaba con alguna jaula especialmente escandalosa, sentndose a
horcajadas sobre ella y clavando la aguja desde arriba, solo por el placer de observar el
sobresalto del pjaro y el modo en que el animal se aferraba desesperadamente a los barrotes,
sin saber de dnde vena la afilada aguja.
De pronto, desde detrs de las cortinas de la cama lleg una voz:
Stasiu, Stasiulek?, deca, en un tono inesperadamente dulce y suave.
Era la princesa Helena, que se haba despertado. Todava no saba nada del seor
Tausendgeld, pero empezaba a sentirse inquieta e impaciente, y deseaba hablar con su amado y
maravilloso sobrino Staaasiooo?
l se mont encima de otra jaula. Dentro haba un tordo de hermoso pico amarillo. Staszek
apretaba tanto los muslos que comenz a sentir un cosquilleo de placer en la entrepierna, y
entonces, con movimientos largos y profundos, empez a hincar la aguja entre los barrotes. Baj
la vista y vio al tordo arrastrar un ala herida. La arrastraba dando vueltas y ms vueltas, como si
fuese el segundero de un reloj. Ahora el vocero de las otras jaulas era espantoso: un muro de
ruido en sus odos.
La princesa Helena empez a sospechar que pasaba algo extrao. Sus llamadas llegaban a
travs del alboroto de los pjaros.
Stasiu? ven aqu, por favor! Qu ests haciendo? Ven, ven, por favooor!
l se movi apresuradamente de jaula en jaula, derribando al suelo todas las que pudo y
pinchando a los pjaros que haba dentro y que intentaban mantenerse en el aire batiendo
desesperadamente las alas. La sustancia viscosa de la mano haca que se le resbalara la aguja.
Tena que volver a intentar agarrarla todo el tiempo. Al final se deshizo de la aguja, abri de un
tirn la puerta de una de las jaulas y meti con fuerza toda la mano.
Dos palomas torcaces trataron de huir ante la embestida; sinti el aleteo de las plumas de una
rozndole el dorso de la mueca; la otra le hinc el pico entre los nudillos.
Sac la mano y, al levantar la vista, descubri a la seora Regina de pie en el umbral. Iba
muy arreglada y sostena una maleta en la mano, pero por la expresin de su rostro pareca que
llevase all mucho tiempo esperando a que l mirase en su direccin.
Eres malo, malo, malo, fue todo cuanto dijo, y sonri, como si acabase de confirmar algo que
haca y a mucho que saba.
Haba pjaros muertos por todas partes. En los pliegues de la alfombra, bajo las sillas y la mesa
del saln, en los rodapis del pasillo, en la entrada de la cocina. Justo en ese umbral estaba el
chico, mirando a su madre adoptiva. Las manos que sostenan al loro muerto estaban
ensangrentadas. Tambin tena sangre en el cuello, las mejillas y alrededor de la boca, y esa
mscara de sangre distorsionaba sus rasgos, confiriendo a su rostro un aire de ligera afliccin que
casi podra tomarse por inocencia.
Pero no haba inocencia en sus ojos. El chico la observaba con la misma expresin
desafiante, de odio casi apasionado, con que siempre la miraba. Regina le agarr la mano antes
de que volviera a metrsela en la boca; contempl durante un momento el sangriento cadver del
pjaro, con sus patitas patticamente hundidas en el plumn del buche, y entonces lo arroj hacia
la seora Koszmar, que sala del cuarto donde y aca la princesa Helena. Todava llevaba el
recogedor en la mano:
No paran de llegar peticionarios, seora Rumkowska! Qu hago?
Regina no contest. Agarr al chico por el brazo y lo empuj al interior del cuarto donde el
Presidente sola llevarle, y donde l guardaba su cofrecito con aquellos dibujos abominables.
Cerr cuidadosamente la puerta con llave y se la guard en el bolsillo del vestido. Cuando volvi
al recibidor, encontr a Chaim en el rellano, con el rostro plido como una sbana; detrs de l
estaban Abramowicz y el resto de su equipo. Fue Abramowicz quien tuvo que pronunciar lo que
Chaim, con la mandbula desencajada, intentaba pero era incapaz de formular:
Se han llevado a Gertler; que el Dios de Israel se apiade de nosotros
Se han llevado a Gertler!
Tambin haban trado el cadver del seor Tausendgeld; y el doctor Garfinkel se apresur a
descorrer las cortinas para darle otra dosis de morfina a la princesa Helena, que no paraba de
proferir estridentes chillidos. Pero Regina solo poda pensar en Gertler. Se sent en el recibidor
con su maleta, esperando al hombre que no iba a volver nunca, pero que era el nico que hubiera
podido hacer que se reuniera con su hermano muerto.
En su despacho, el Presidente lloraba:
Era como un hijo para m, lo ms parecido a un verdadero hijo que he tenido nunca
Y en el cuarto, el chico rea rodeado de las grotescas imgenes de pjaros muertos y
mutilados que haba dibujado.
D iscurso pronunciado por Hans Biebow en la Casa de Cultura ante los directores de fbricas y
jefes administrativos del gueto, el 7 de diciembre de 1943 (reconstruccin):[14]
Seores funcionarios, jefes de fbrica, trabajadores del gueto:
(Seor Auerbach! Sintese, por favor.)
Hace tiempo que tena la intencin de dirigirme a ustedes, pero debido a diversas
circunstancias que han ido surgiendo no me ha sido posible hasta ahora. Voy a hablar despacio y
muy claro, a fin de que quienes no hablan alemn puedan entenderme, o al menos ser ayudados
por otros para comprender lo que digo.
Ha llegado a mi conocimiento que existe malestar en el gueto. Por lo visto, este malestar es el
resultado de ciertas irregularidades en relacin con la distribucin de alimentos. Es incuestionable
que, en lo que respecta a la distribucin de alimentos, hay que satisfacer en primer lugar las
necesidades del pueblo alemn, despus las del resto de Europa y, por ltimo, las de los judos.
Desde que hace tres aos y medio me hice cargo del gobierno y la gestin de este gueto, una
de mis tareas principales ha sido ocuparme del abastecimiento de alimentos. No tienen ustedes ni
idea de los enormes esfuerzos que ha supuesto para m conseguir da a da que haya el suficiente
trabajo en el gueto. Solo mediante el trabajo es posible asegurar un suministro continuo de
alimentos.
Reconozco sin ambages que algunos de los mtodos de distribucin aplicados por mis
delegados judos han beneficiado inmerecidamente a aquellos que ya tienen comida de sobra, a
expensas de quienes no la tienen. Se han dado casos terribles de prctica abusiva, en los que
algunos individuos han acaparado por simple codicia, o, en el peor de los casos, para revenderlas,
las limitadas provisiones de que disponemos. Con el fin de acabar de una vez por todas con este
trapicheo criminal, he declarado nulo e invalidado el anterior sistema de cupones y he introducido
un nico sistema de distribucin de raciones extra. A partir de ahora, las cartillas de aquellos que
trabajen un mnimo de cincuenta y cinco horas por semana sern selladas con la inicial L (de
Langarbeiter), y aprovecho aqu y ahora para advertir a todos y cada uno de los resort-leiter que
es su obligacin garantizar que las nuevas reglas se cumplan, y tambin para asegurarles que todo
intento de cometer fraude con dichos certificados, o de expedirlos con el nombre de personas que
L a cada del poder del Presidente que sigui a la operacin szpera pareca no tener fin. Igual
que a un loco al que se despoja pieza a pieza de toda su ropa, su ilimitada autoridad haba ido
perdiendo competencias una tras otra. Ya no tena voz ni voto sobre la produccin o las
condiciones de produccin en el gueto. Tampoco tena ninguna potestad sobre la distribucin de
alimentos, salvo por las migajas de un exiguo dos por ciento que poda repartir a ttulo
personal , cosa que se empeaba en seguir haciendo como gestos compensatorios, por ejemplo
regalando a todos los trabajadores del gueto cupones que podan cambiar por un plato de tsholent
el da de Yom Kipur. Tras las purgas del verano de 1943, ni siquiera poda decidir sus propios
nombramientos. Los nombres de todos aquellos que quera promocionar, o tambin despedir,
deban ser previamente aprobados por la administracin alemana del gueto. En ltima instancia,
era Biebow quien manejaba todos los hilos. El Prezes del gueto era un rey bufn, un ttere cuy o
poder se limitaba a exhibir aquella actitud ampulosa que haba ido adquiriendo y cuy o mundo
poda reducirse a unas pocas ceremonias, como las de oficiar y disolver matrimonios o las de
realizar intiles inspecciones en fbricas y puntos de distribucin de sopa. Ni siquiera sus
inseparables guardaespaldas, que siempre haban cerrado filas en torno a su persona, eran y a tan
numerosos.
Pero justo cuando la cada pareca tocar fondo, cuando su degradacin era y a total, ocurri
de improviso algo que, si bien no le devolvi al Presidente ni su poder ni su autoridad, s
contribuy al menos, de algn modo, a hacerle justicia.
Se deca de l que haba traicionado al gueto. Pero quiz con la traicin pase lo mismo que
con el herosmo, que exige un largo proceso de preparacin para poder verse coronada por el
xito. En este caso, la traicin y a se estaba gestando durante aquel primer da de la operacin
szpera, cuando Rumkowski, actuando con enorme heroicidad, se neg a ejecutar las acciones que
las autoridades le haban ordenado llevar a cabo. As pues, era un hroe o un traidor? Un
salvador o un verdugo? A la larga, quiz eso no tuviera ninguna importancia. Rumkowski era el
gueto. Fueran cuales fuesen los actos que realizara, o a quines o a cuntos de los judos salvara o
dejara de salvar, la traicin era el nico escenario destinado para l. Su nica misin era subir a
ese escenario cuando llegara el momento y las autoridades as lo ordenasen.
all en lo alto parecan revestidos de oro. Le hicieron entrar en una gran sala donde cinco
prominentes caballeros se hallaban sentados tras una larga mesa, sobre la cual estaban
suspendidas unas lmparas de pantalla verde, que colgaban tan bajas que el humo que flotaba en
los haces de luz difuminaba por completo sus rostros. No consigui distinguir ni una sola de sus
facciones, pese a que en ese momento (afirm) los cinco hombres dirigan sus miradas hacia l.
Un ay udante hizo golpear los talones y grit su Heil Hitler! Por su parte, l haba adoptado su
sempiterna postura, con los brazos colgando a los lados y la cabeza gacha:
Rumkowski!
Ich melde mich gehorsamst!
No obstante, por el rabillo del ojo pudo ver cmo uno de los hombres del servicio de
seguridad entregaba los libros de contabilidad que le haban ordenado traer consigo, y cmo estos
iban pasando de mano en mano entre los caballeros alemanes que presidan la mesa. Le pareci
or a alguien carraspeando, o quiz riendo por lo bajo:
Sabemos quin es.
El Decano de los Judos, el judo ms rico de d.
Todo el Reich habla de usted.
Los libros de contabilidad llegaron finalmente al hombre sentado en el extremo de la
izquierda. Este hoje distradamente un par de pginas, y despus continu observndole tras sus
gruesos lentes sin dejar de humedecerse todo el tiempo el labio inferior con la punta de la lengua.
Ms tarde me enterara, dijo Rumkowski, de que era el Obersturmbannfhrer de las SS Adolf
Eichmann; y el hombre sentado a su derecha, con unas gafas de concha, era el
Hauptsturmfhrer de las SS doctor Max Horn, del Wirtschafts und Verwaltungsamt de las SS,
de quien haba partido la iniciativa de formar aquel comit; y a su lado estaba el Oberfhrer de
las SS doctor Herbert Mehlhorn, responsable de Asuntos Judos de la Oficina del Gobernador de
Distrito (Reichsstatthalter) de Posen. Naturalmente, ninguno de aquellos altos cargos se present a
s mismo; ninguno de ellos hizo ni dijo nada en absoluto, aparte de hacer sonar el cristal de copas
y jarras, o de carraspear o chasquear la lengua contra el paladar. (Era, dira Rumkowski ms
tarde, como si todos se contentaran simplemente con poder echarme un vistazo). Al poco rato, el
altsimo batiente se abri de nuevo, entr un ordenanza, hizo el saludo hitleriano y anunci al
Amtsleiter Biebow. Pero para entonces a Rumkowski y a se le haba pedido que abandonara la
sala, y lo nico que consigui captar antes de que la puerta se cerrara tras l fueron unas rpidas
preguntas lanzadas desde la mesa, a las que oy responder a Biebow que la produccin de
planchas de Heraklita estaba en plena marcha, Genau, Herr Hauptsturmfhrer; y que, adems, en
los laboratorios del gueto se haba desarrollado una mezcla especial de cemento y pulpa de
madera que estaba demostrando unas cualidades nicas en todas las pruebas de resistencia
efectuadas. En ninguna otra parte del Generalgouvernement ni del Warthegau se haba
conseguido fabricar un producto tan ejemplar.
Und immer so weiter. Por el resquicio que quedaba entre la puerta y la jamba o quiz
viniera de ms arriba: por la ranura entre la puerta y el dintel superior sala la voz
complaciente de Biebow, que continuaba entonando alabanzas sobre la capacidad laboral del
gueto y su magnfica productividad.
A Rumkowski le haban conducido a una antesala. A lo largo de la pared, bajo un retrato de
tamao natural del Fhrer, discurra una serie de bancos bajos de madera. Rumkowski se sent en
la punta de uno de ellos. Como la audiencia haba sido tan breve, durante largo rato estuvo
convencido de que solo le haban hecho salir momentneamente y de que pronto le volveran a
llamar. Pero pas el tiempo y no sucedi nada, aparte de que las voces al otro lado de la puerta
se fueron volviendo cada vez ms estridentes. Pronto le lleg tambin el tintineo de copas y el
firme aunque moderado taconeo de botas que hacan crujir el entarimado. Los ojos del guardia
de las SS tambin se movan nerviosos de su persona a la puerta, como si no supiera qu hacer
con aquel judo que los altos oficiales del otro lado le haban endosado. Y, para colmo, no le
quedaban cigarrillos, dira Rumkowski ms tarde; lo nico que llevaba encima eran dos galletas
secas que haba cogido al vuelo de la lata que la seorita Dora Fuchs guardaba en su escritorio,
pero no se atrevi a sacarlas por miedo a causar una mala impresin: un pobre judo,
comiendo .
Entonces, desde el interior, lleg un sbito estruendo de carcajadas, la puerta se abri y el
rostro de Biebow asom por ella; primero sin comprender, despus horrorizado:
Pero todava est aqu, Rumkowski?
Biebow cerr rpidamente la puerta a su espalda con ambas manos y, llevndose un ndice a
los labios, le pidi que guardara silencio. Despus condujo a Rumkowski por un rellano, bajaron
una escalera y atravesaron un oscuro pasadizo hasta llegar a un cuarto con las luces encendidas,
donde Biebow le dirigi una mirada cmplice mientras cerraba una vez ms la puerta a su
espalda.
vez que viaj a Varsovia con el convoy de camiones de la Gestapo no haba salido ni una sola vez
de su Gebiet asignado, se encontr completamente solo y sin proteccin en la zona aria de
Litzmannstadt, esperando que llegara el tranva que lo llevara de vuelta al gueto.
Un amanecer gris. En la parada de la calle Podolska se haba congregado un grupo
compuesto de polacos corrientes y de Volksdeutsche. Todos miraban de hito en hito la estrella
amarilla que llevaba en la pechera y la espalda del abrigo. Es que un judo iba a montarse en el
tranva con ellos? Y en cualquier caso, qu haca un judo fuera de los muros y empalizadas del
gueto? Pero el Amtsleiter no solo le haba dicho que cogiera el tranva, sino que tambin le haba
dado dinero para el billete, de modo que cuando lleg el tranva Rumkowski cometi el ms
prohibido de los actos. Se subi no al vagn alemn, sino al polaco, y se qued mirando fijamente
las puertas que, con suave y milagrosa facilidad, se abran y cerraban para que pudieran subir o
bajarse ms polacos. El vagn no tard en estar atestado. Pero al fondo, donde l estaba sentado,
no haba nadie. Tena hambre. Todava llevaba en el bolsillo del abrigo las dos galletas secas que
haba cogido de la lata de Dora Fuchs. Pero no se atrevi a tocarlas. No se atrevi a mover ni un
msculo.
Luego la empalizada de estacas y alambre se fue estrechando a su alrededor, y el tranva
empez a subir por el corredor ario muerto a lo largo de la calle Zgierska. A esas alturas
algn pasajero deba de haberle dicho algo al conductor, porque, contraviniendo todas las reglas,
el tranva se detuvo en la plaza Bauty y el Presidente pudo apearse. Y el tranva hizo sonar la
campanilla y se alej lleno de rostros que miraban aterrorizados desde sus ventanillas iluminadas,
y el Presidente se encamin hacia su gueto mientras pensaba en Biebow y en la promesa que le
haba hecho:
M s adelante, las opiniones divergiran acerca de cundo se inici realmente la ltima oleada
de deportaciones en el gueto. Si fue en junio de 1944, cuando el alcalde Otto Bradfisch dio la
orden de evacuacin definitiva, o si fue y a a principios de febrero, cuando, de forma repentina,
las autoridades exigieron que 1 500 hombres sanos y fuertes se enrolaran para trabajar fuera
del gueto . (Al no ejecutarse la orden de forma inmediata, la cifra se elev a 1 600 hombres, y
finalmente a 1 700). O de hecho las deportaciones empezaron y a en diciembre de 1943, en
aquella fra, brumosa y gris madrugada en que el Prezes se present ante los guardias alemanes
de la plaza Bauty despus de haber estado desaparecido sin dejar rastro durante cuarenta y ocho
horas?
Volvi con las manos vacas, pero haba algo en l que no tena cuando se march.
Al menos, eso es lo que decan algunos.
Rumkowski era conocido por actuar de forma expeditiva cuando el asunto as lo requera.
Apenas dos horas despus de que el tranva lo dejara en la plaza Bauty, y a estaba visitando el
Betrieb Sonnabend del nmero 12 de la calle Jakuba. Los zapateros de ese taller acababan de
iniciar una huelga en protesta contra las psimas condiciones laborales imperantes, y se negaban
a comerse la sopa pese a todos los ruegos y splicas del director Sonnabend. En cuanto
Rumkowski cruz el portal de la fbrica, se fue derecho hacia uno de los hombres en huelga y
empez a golpearle hasta derribarlo al suelo. Los dems zapateros fueron castigados aadiendo
dos horas ms a sus horarios de tarde, mientras que el instigador de todo fue llevado a la Prisin
Central, donde el Presidente orden que le azotaran delante de los dems prisioneros.
Este patrn se repetira durante toda la primavera. Si afanabas aunque fuera el trocito ms
nfimo de cuerda de camo, o tan solo unos tornillos o tuercas, eras encerrado sin
contemplaciones en la Prisin Central. En aos anteriores habra supuesto una catstrofe para el
gueto tener entre rejas a tanta gente apta para el trabajo. Pero ahora y a no. En una inspeccin
realizada en la crcel solo un par de semanas despus de iniciado el nuevo ao, el Presidente se
refiri a sus prisioneros como un depsito de material humano del cual podran valerse como
reserva en las malas pocas. En el gueto se especul mucho acerca de lo que habra querido
decir el Presidente con aquello, en especial con lo de las malas pocas. Y poco despus se hizo el
anuncio que de un modo u otro todo el mundo se vea venir:
Edicto n. 408:
1 500 hombres para trabajar fuera del gueto
Por orden del herr Amtsleiter Biebow, 1 500 hombres sern enviados fuera del gueto
para realizar trabajos fsicos. Los trabajadores en cuestin debern estar capacitados tanto
fsica como mentalmente, a fin de poder recibir instruccin con finalidades diversas. El
equipaje deber ser reducido. No obstante, los trabajadores en cuestin debern ir
equipados con ropa y calzado de invierno.
Exentos de esta convocatoria quedan los operarios de fbricas y talleres que la
Comisin Sindical hay a juzgado indispensables para la produccin industrial del gueto, as
como los trabajadores de las siguientes secciones:
1./ Tintorera y limpieza
2./ Departamento de gas
3./ Depsito de cascos de vidrio Los operarios de todas las dems secciones debern
presentarse a partir de las 08.00 horas de maana en la antigua policlnica de la
Hamburgerstrasse n. 40, para someterse a examen y revisin a cargo de una comisin
mdica especialmente designada a tal fin.
Gueto de Litsmannstadt, martes 8 de febrero de 1944
Ch. Rumkowski, Decano de los Judos
Nadie que ley era este edicto poda evitar pensar en la operacin szpera de haca un ao y
medio. Es cierto que el Presidente iba de un lado a otro asegurando que esta vez todo era distinto,
que solo era cuestin de trabajo (entonces, de qu haba sido antes?), que todos los que se
marcharan estaran fuera de peligro. Pero si no les haba dicho la verdad en aquella ocasin, por
qu iban a creerle ahora? Por si fuera poco, corran persistentes rumores de que el gueto iba a
dejar de estar supeditado a un gobierno civil, y de que todas las industrias del gueto pasaran a ser
controladas por una empresa recin creada y gestionada por las SS llamada OstindustrieGesellschaft, que se propona expulsar a todos los judos incapacitados para el trabajo,
independientemente de su edad, lo cual significaba que en la prctica el gueto se convertira en
un campo de concentracin. Se deca adems que el Prezes habra estado conforme con este
plan, y que, de hecho, incluso lo habra apoy ado, y a que le brindaba la oportunidad de
deshacerse de una vez por todas de sus enemigos y recuperar as el mando del gueto.
Por ese motivo, nadie se present a la convocatoria decretada.
Al cabo de dos das, la maana del 10 de febrero de 1944, solo trece de los 1 500 trabajadores
reclamados se haban personado para someterse al examen mdico en la Hamburgerstrasse.
Dos das ms tarde, la cifra haba aumentado a cincuenta y uno.
El resto no se present.
Los trabajadores requeridos tampoco acudieron a sus puestos de trabajo, ni siquiera para
recoger su racin de sopa diaria. El Presidente les amenaz con retirarles las cartillas de trabajo
y con invalidar sus cupones de racionamiento. Pero tampoco eso sirvi de nada. La maana del
18 de febrero de 1944 se inform de que en la Prisin Central se haba recluido a un total de 653
hombres. Ni siquiera contando a los prisioneros encerrados por otros motivos haba un nmero
suficiente para alcanzar el cupo de 750 hombres que exigan las autoridades.
Ese mismo da, el Presidente decret el toque de queda en todo el gueto.
De la noche a la maana, se cerraron todas las fbricas y puntos de distribucin, y los
hombres del Sonder empezaron a hacer redadas de casa en casa. Pisos, stanos y desvanes
fueron descerrajados y registrados, y aquellos que no aparecan en las listas de exonerados o que
no presentaran un permiso de trabajo vlido eran conducidos sin dilacin a la Prisin Central. La
gente deca que era como en los das de di groise shpere. Solo que esta vez fueron los propios
judos quienes hicieron todo el trabajo sucio. No se vio ni un solo soldado alemn, ni un solo fusil
alemn, por ninguna parte.
***
Hubo un tiempo en que Jakub Wajsberg no haba tenido otro medio de ganarse la vida que
escarbando en busca de carbn en la antigua fbrica de ladrillos situada en la esquina de las
calles agiewnicka y Dworska, donde tena que competir no solo con centenares de otros nios,
sino tambin con adultos hambrientos que merodeaban por el lugar esperando poder robarles sus
sacos de carbn a aquellos cros que se mataban trabajando. (Y en ocasiones Adam Rzepin le
ay udaba vigilando desde el tejado de la fbrica, en otras no).
Pero todo aquello era agua pasada.
Porque, desde haca un par de meses, Jakub era el feliz propietario de un pequeo carretn:
un tosco carretn de dos rgidas ruedas, del que haba que empujar o tirar mediante varales o
correas. Dentro del carretn guardaba las herramientas que su to materno, Fabian Zajtman,
usaba antes de la guerra para tallar marionetas en su taller de la calle Gnienieska. Punzones,
martillos y escoplos; todo lo que poda necesitarse para afilar un cuchillo o doblar una pieza de
metal para convertirla en una palanca. Jakub Wajsberg iba por los patios ofreciendo servicios de
ese tipo. Tambin llevaba consigo algunos tteres y marionetas tallados por su to. En un principio
su intencin haba sido vender los muecos, o al menos los materiales de los que estaban hechos:
seguro que la tela, la madera, las virutas o el alambre serviran para algo. Pero ms tarde y a no
le hizo falta, porque, gracias al carretn, su padre haba conseguido que en su resort-leiter
aceptaran que Jakub ay udara haciendo transportes para el taller de carpintera.
Todo se lo deban al carretn.
Fue durante esa poca, ende finales de invierno y principios de la primavera de 1944, cuando
se inici en el gueto la produccin de las Behelfshuser que el Ministerio de Armamento haba
encargado. Aquellas casas estaban destinadas a las familias alemanas cuy as viviendas haban
sido reducidas a cenizas y cascotes bajo los bombardeos aliados. Todas las partes necesarias para
la construccin de las viviendas para damnificados iban a ser fabricadas en el gueto. No solo las
famosas planchas de Heraklita (cuy a milagrosa mezcla de cemento y pulpa de madera haba
sido tan elogiada por Biebow), sino tambin las puertas y los hastiales y caballetes de los tejados.
Durante los cuatro aos de historia del gueto, el ritmo de trabajo nunca haba sido tan intenso ni la
produccin tan elevada. Las fbricas implicadas en el proceso tuvieron que introducir un sistema
de tres turnos; las hojas de las sierras y las mquinas cepilladoras no paraban ni una sola hora del
da; y una vez que te estampaban el timbre de la Oficina Central de Empleo en la cartilla, y a
nadie te preguntaba quin eras ni de dnde venas, sino que te sumergas de inmediato en el
trabajo. Como Jakub dispona de su carretn, empez a trabajar en el almacn de la calle
Bazarna, desde donde cientos de metros cbicos de madera eran acarreados a diario primero
hasta el aserradero de la calle Drukarska, y despus hasta las distintas ebanisteras de las calles
Pucka y Urzdnicza.
Fueron das de lo ms extrao en el gueto.
El gueto en el que Jakub haba crecido era un lugar ruidoso y superpoblado. Ahora era como
si un manto de ominoso silencio se extendiera sobre barrios enteros. Jakub se detena con su
carretn en mitad de una calle que normalmente haba estado atestada de gente, y lo nico que
oa era el sonido hueco de las gotas de lluvia repicando contra una lona suspendida, y luego el
ruido de la lluvia en s, elevndose del suelo mojado como un susurro. Cundo se haba visto
antes en medio de un silencio que le permitiera captar el murmullo casi imperceptible de la
lluvia?
Los nicos que salan a la calle en das as eran los hombres del Sonder. Se les vea montando
guardia en cada esquina, con las manos a la espalda y las piernas muy separadas enfundadas en
sus altas botas. A veces iban solos, otras en grupos de cuatro o seis, como si se prepararan para
asaltar un barrio entero. A menudo se les vea llevando a rastras a alguien, un hombre, o lo que
antes haba sido un hombre, pero que ahora ms bien pareca una de las marionetas de Zajtman,
con las piernas colgando inermes debajo del tronco: uno ms de los miles que haban preferido
esconderse en cobertizos y carboneras antes que presentarse al servicio laboral ordenado por el
Presidente. Y si por casualidad Jakub estaba con su carreta en un lugar donde se acabara de
llevar a cabo una redada, los hombres del Sonder tambin arremetan con dureza contra l. Sus
caras estaban deformadas por la violencia con la que a diario sometan a los dems, llenas de
mofa dictatorial y de una especie de vaga vergenza:
Rozej si, rozej si
Vete a tu casal Venga, vete!
Para l, un nio de once aos, todo aquello resultaba incomprensible. Cmo era posible que
se produjeran situaciones de un silencio tan irreal en los mismos lugares en que el incesante
rechinar de las hojas de sierra y el rascar de las cepilladoras se prolongaba hora tras hora y la
gente corra sin aliento de un centro de trabajo a otro? Cmo era posible que, mientras dos
obreros se agachaban al unsono para levantar cogindolo por sus extremos un ancho paquete de
tablones, un tercer hombre colgara con la cabeza rota y ensangrentada entre dos fuertes brazos
uniformados? Y adems nadie vea nada, nadie se daba cuenta de nada.
En medio de este incomprensible paisaje de ruido y de silencio, lleg traqueteando el
carromato de Bajglman, rodando chirriante sobre sus reticentes ejes.
El afinador de pianos, que como de costumbre estaba encaramado en lo alto de la montaa
de atrezo en la parte de atrs del carromato, baj de un salto al patio de la fbrica y apart la
lona con la exagerada floritura de quien est acostumbrado a levantar un teln. Haba un piano
cubierto por una tela roja y, apilados encima o esparcidos a su alrededor, se vean tubas y
trombones, con las boquillas y pabellones ahogados por la espuma de viejos colchones o sofs, y
con unos mugrientos trapos protegiendo sus brillantes llaves y pistones como si fueran nios
resfriados. Un contrabajo con mortaja de hule. Violines en sus estuches, apilados unos encima de
otros como atades.
El rostro del afinador de pianos adquiri cierta expresin depredadora mientras les hablaba de
la orquesta juvenil alemana, constituida exclusivamente por miembros de la Hitlerjugend y
formada haca tan solo unas semanas en el centro de Litzmannstadt, y de cmo sus directores
haban exigido que los ricos del Judengebiet de la ciudad aportaran sus instrumentos. En cuanto
recibi esta oferta , Biebow haba ordenado al Presidente que promulgara un decreto por el
cual todos los instrumentos musicales del gueto deban ser entregados de inmediato para su venta
en la Bleicherweg. Se hizo venir a un tasador alemn de Litzmannstadt. Este dividi los
instrumentos en tres grupos sin valor, inservibles y aceptables, y solo accedi a pagar
cantidades simblicas en marcos por estos ltimos. El director de orquesta Bajglman llor como
nunca en su vida cuando un violn fabricado por un discpulo del maestro Guarneri en el
siglo XVIII, cuy o valor ascenda como mnimo a varios miles de marcos, le fue arrebatado de
las manos por unos veinte intiles rumkies.
Que la gente se consuma de hambre o se muera, o que sea arrestada y deportada, es algo que
an puede sobrellevarse.
Pero qu hacer con el silencio, qu hacer con todo ese terrible silencio?
***
El 9 de marzo es la festividad de Purim. Tambin es el cumpleaos de Chaim Rumkowski. Pero
ese da el Prezes del gueto se queda en la cama y notifica que no recibe visitas, pero que se le
pueden enviar felicitaciones por correo. Estas debern franquearse con los sellos especiales que
Pinkas der felsher ha diseado para conmemorar la doble celebracin.
Se dira que el Presidente est recuperando sus viejas nfulas.
Este ao la troupe de Bajglman no puede ofrecer sus nmeros musicales de tributo, y a que en
el gueto no quedan instrumentos. La seora Grosz tiene que interpretar su cancin de felicitacin
acompaada de lo que hay a a mano: mazas de madera, vibrantes hojas de serrucho, menaki y
redobles de mangos de escoba. A continuacin, Jakub Wajsberg monta una improvisada
representacin de Purim con algunas de las marionetas de Fabian Zajtman. Utiliza el borde de la
parte trasera del carromato como escenario, y la tela de vivo color rojo que camufla el piano de
Bajglman a modo de teln que sube y baja.
El famlico rabino de Wodawa ejerce de loyfer, el encargado de presentar toda la funcin.
El famlico rabino de Wodawa era una de las marionetas preferidas de Fabian Zajtman. All
donde viajara con su teatro de polichinelas, siempre llevaba consigo al famlico rabino; en
ocasiones actuaba de maestro de ceremonias de toda la funcin, en otras era solo uno ms de los
personajes de la obra.
***
El da siguiente: un viernes.
Habra faltado poco para el sabbat, de no ser porque las autoridades haban prohibido
cualquier tipo de celebracin del sabbat en el gueto.
En su lugar, la niebla se extiende por todo el lugar y lo nico que se ve de los edificios son sus
zcalos corrodos por el lodo. Samuel Wajsberg est casi en la entrada de la carpintera cuando
divisa a los policas que forman una cadena frente a las verjas de la fbrica. Al frente hay un
oficial que ojea los documentos de identidad de los trabajadores que van llegando.
Despus de que sus documentos hay an sido examinados, los trabajadores deben formar filas
en el patio y entonces se inicia una especie de inventario.
Los hombres del Sonder se mueven de aqu para all entre las cepilladoras y las sierras de
mesa, contando paquetes y remesas de madera y tomando notas. Samuel est de pie junto a
Jakub. Este se remueve un poco inquieto, pero por lo dems no muestra signo alguno de que algo
vay a mal.
La niebla empieza a disiparse un poco. Una luz plida y acuosa desciende de entre las nubes
y confiere al tejado de la fbrica un resplandor mate y apagado como de mercurio. Est todo tan
silencioso que se oy e el agua del deshielo corriendo y goteando por las cornisas hasta el patio
embarrado.
De pronto, el ruido de un rpido intercambio de palabras llega de la oficina del taller y un tal
seor Kutner sale custodiado entre dos rgidos guardias. Ms tarde Samuel Wajsberg dira que
apenas saba nada de ese tal Kutner, aparte de que trabajaba en la seccin de carpintera de
Serwaski, que fabricaba dinteles de puertas y marcos de ventana. La cadena humana de policas
ha dado un par de pasos al frente como para atajar cualquier intento por parte de los dems
operarios de protestar por la detencin. Pero nadie protesta, y al cabo de un rato se ordena a los
empleados que vuelvan a sus trabajos.
Entonces Samuel le pide permiso al vigilante para dejar un momento la mquina cepilladora;
luego sale al patio y busca a Jakub. La niebla se ha diluido bajo el sol. All donde mire, la luz
refulge sobre la madera cortada y desnuda, con la resina rezumando por su superficie
cercenada.
Pero no ve ni rastro de Jakub.
Samuel llega a la conclusin de que habr vuelto a salir con su carretn, y el corazn se le
encoge en el pecho. Despus de esperar en vano durante cinco minutos, regresa a su puesto junto
a la mquina cepilladora.
1 500 trabajadores, son bastante aceptables. Y, en cualquier caso, la guerra pronto habr
acabado. Y entonces volvern a estar todos juntos, la familia entera. El seor Wajsberg tambin
puede consolarse con el hecho de que no es el nico. Intercambios laborales de este tipo se
producen todos los das.
***
Desde que se llevaron a Chaim durante aquellos espantosos das de la szpera, algo haba
cambiado para siempre dentro de Hala.
Chaim, el hermano de Jakub, haba sido un nio amado y querido como pocos, y Hala
siempre haba sabido que tena un vnculo especial con l. Solo ella haba sido capaz de alcanzar a
ver la fuerza de voluntad muda e indomable que se ocultaba tras sus ojos grises, en apariencia
apagados y sin vida; y ese vnculo entre madre e hijo no se rompi el da en que les quitaron a
Chaim. Al contrario, se fortaleci an ms. Da tras da, Hala crea saber exactamente dnde
estaba su hijo pequeo, lo que haca, lo que pensaba. Amoldaba su cuerpo y su alma a los de l
con la misma naturalidad y sencillez con que otros se ponen un guante o unas medias.
Al mismo tiempo, Hala era una mujer prctica.
Tambin haba que alimentar al hijo que quedaba, aunque apenas fuera posible conseguir
comida.
Cada da, Hala iba a su puesto de trabajo en la Lavandera Central, donde se tomaba su
resortka con las dems lavanderas enfundadas en sus severos trajes blancos. Cuando se
anunciaban nuevas remesas de raciones, se pasaba horas haciendo cola para conseguir lo poco
que hubiera; quiz un saco de remolacha, o medio kilo de botwinki para hacer sopa.
Pero simultneamente tambin estaba ese otro mundo, en el que ella viva con Chaim:
A veces lloraba al pensar en l, y cuando el llanto y a no poda ser ms hondo se converta en
un dolor que la consuma por dentro. Entonces se le apareca de nuevo. Primero los ojos, su
mirada gris imperturbable. De esa mirada surga despus, milagrosamente, todo su cuerpo. La
nuca gruesa y tensa; los hombros anchos como los de un hombre en un nio de seis aos; los
omplatos rectos y afilados como cuchillas. Hala iba palpando el cuerpo delgado y fuerte de su
hijo, y senta que los pliegues hmedos y blandos de los sobacos, de las ingles y de detrs de las
rodillas eran parte de su propio cuerpo.
El cuerpo de l, como pronto descubri, nunca se haba separado en realidad del suy o.
Entre el mundo exterior y el interior, entre la vida en el gueto y sus ensoaciones con Chaim,
se abra un abismo dentro de Hala. Al otro lado de ese abismo estaban Samuel y Jakub. Desde la
orilla en la que estaba con Chaim, Hala llamaba a Jakub y le prohiba salir con su carretn, aun
cuando ese carretn era todo cuanto Jakub posea; y esa expresin en la cara de Hala, que haca
que pareciera como si le estuviera llamando a gritos desde el otro lado de un abismo, no
cambiaba nunca. Cada noche se aferraba a Jakub en un abrazo casi enfermizo, mientras le
restregaba las quebradas uas para sacarles la roa.
Despus de soportar cuatro largos aos de hambre y miseria en aquel gueto, Hala Wajsberg
Uno de los relatos favoritos de Fabian Zajtman contaba la historia de un domador de osos que iba
de feria en feria con su oso danzarn. El domador no tena nombre, pero el oso se llamaba Mikrut.
Y lo ms curioso de este oso, deca Fabian Zajtman, es que, ni siquiera cuando iban por los
caminos de una ciudad a otra, bajaba las zarpas de los hombros de su domador.
Y as viajaban, de ciudad en ciudad, inseparables como un tndem.
Y como un tndem se senta Jakub caminando con su padre por el gueto. Arriba y abajo,
subiendo y bajando por calles familiares que el toque de queda haba vuelto totalmente extraas.
No haca mucho la gente se apretujaba aqu entre los cobertizos y los tenderetes. Ahora no haba
nadie contra quien apretujarse. Tampoco se vea una sola rendija de luz tras las cortinas de
oscurecimiento. A partir de las ocho de la noche, el gueto estaba oscuro como boca de lobo.
Para evitar que los obreros se escondiesen en sus puestos de trabajo, el Presidente haba
ordenado que todas las fbricas se cerraran y precintaran despus del ltimo turno. Pero la
carbonera de la lavandera de la calle agiewnicka no estaba ubicada en el mismo edificio, sino
en el stano del de enfrente. Jakub abri la puerta con la llave que Hala le haba dado. Los goznes
estaban oxidados y chirriaron de modo alarmante.
Necesitas alguna cosa? No. Nada.
Volver maana.
Ven cuando puedas. Estar bien.
Jakub se queda con el pomo en una mano, la llave en la otra. La cara de su padre en
penumbra, el cuerpo inclinado, la mirada en el suelo. Jakub siente que tiene que cerrar y girar la
llave, porque de lo contrario no podr soportarlo. Sin embargo, detesta cerrar esa puerta. Un hijo
no le cierra la puerta a su propio padre. Adems, cmo va a poder ver nada su padre en ese
repugnante agujero? No se le acabar el aire? Dnde dormir?
Samuel no se mueve, su hijo tampoco. Se quedan los dos ah, cada uno sumido en su propia
indecisin, hasta que en la calle se oy e un ruido, un objeto metlico golpeado por la bota de algn
transente. A continuacin una voz ruda que grita algo en y idish. El Sonder.
Cierra ya, dice el padre.
Y entonces Jakub cierra. Cuesta tanto girar la llave que tiene que empujar con todo el cuerpo
contra la puerta. Pero consigue encerrar a su padre, espera hasta que cree que la patrulla del
Sonder ha pasado de largo, y luego se aleja a hurtadillas por la calle.
***
Jakub camina con su oso por el bosque. Es un bosque denso y tupido. El domador de osos apenas
ve el camino que tiene ante s. Pero le conforta sentir las zarpas del animal sobre los hombros.
Entonces ocurre algo. El domador de osos se da la vuelta, pero, aunque todava nota las zarpas
en su espalda, el animal y a no est.
Sabe que tiene que seguir caminando igualmente.
Camina y camina sin parar, y mientras avanza nota cmo l mismo se va convirtiendo en
oso. Pero si l es el oso quin es entonces su domador?
Jakub se queda all, con sus inocentes zarpas de oso en el aire, y no tiene respuesta.
Dnde est tu domador? Se lo preguntan una y otra vez.
Son cuatro hombres del Sonder, y estn all delante separados unos de otros, como a punto de
abalanzarse sobre l desde cuatro direcciones al mismo tiempo. Y, por supuesto, no estn
preguntando por el domador de osos.
Dnde est tu padre?, quieren saber.
Hay un polica en particular. Es rubio y de ojos azules, con la cara ovalada y una boca
compuesta nicamente de dientes.
El polica de la sonrisa avanza una y otra vez, como para intentar ponerse a cubierto detrs de
l; y cada vez que lo hace, alguno de los otros se adelanta y le pega a Jakub muy fuerte en la
cara con la porra o con la mano abierta.
Dnde has escondido a tu padre?, le pregunta el hombre rubio de los dientes brillantes, ahora
tan cerca de la espalda de Jakub que su aliento le quema en la nuca. Hay algo raro en cmo
construy e el hombre las frases en polaco, pero antes de que Jakub tenga tiempo de averiguar qu
es, los otros tres y a estn encima de l pegndole.
Esa misma noche, los cuatro hombres vuelven de nuevo y los sacan a rastras de la cama.
Ha llegado siquiera a dormir en una cama?
No lo recuerda. nicamente que unos desconocidos le agarran y le inmovilizan contra la
pared. Tambin esta vez traen porras y le golpean en el costado, en la curva entre la regin
lumbar y la ingle, donde ms duele. Tan intenso es el dolor que el grito no le cabe en la garganta.
En su lugar, vomita: una sustancia plida y acuosa. Pero ellos no hacen caso. Le estampan la
cara contra sus vmitos, haciendo presin con lo que parecen ser codos o rodillas sobre la nuca y
los omplatos, hasta que no puede seguir respirando.
No le matis!
Es Hala quien grita.
Pese al dolor, consigue girarse de costado. Y entonces ve a su madre tambalearse hacia atrs,
con la sangre salindole a borbotones por la nariz. Uno de los hombres la arrincona contra la
pared.
Durante un buen rato parecen quedarse muy quietos, el cuerpo del polica apretado contra el
de la madre, casi como en un tierno abrazo. Lentamente, el hombre empieza a mover la parte
inferior de su tronco mediante embestidas breves y secas. Solo entonces puede ver la cara de
Hala. Y lo nico que ve es la mirada fija de sus ojos impotentes por encima de la mano que le
tapa con fuerza la boca y la nariz.
Jakub intenta liberarse de la parlisis del dolor que le atenaza, a fin de llegar hasta su madre
acurrucada contra la pared.
Pero, por mucho que se esfuerza, no consigue moverse. Hasta que el dolor deviene un
entumecimiento terrible y nauseabundo y vomita otra vez.
***
Jakub abre la puerta de la carbonera.
La oscuridad del escondrijo se ha instalado en la misma cara de su padre. A su alrededor y
entre ellos flota el spero hedor a excrementos lquidos recientes, tan intenso que hasta traspasa la
acre pestilencia a humedad y moho.
Es el olor de la degradacin total.
Por primera vez en su vida, Jakub Wajsberg tiene miedo por su padre. Tiene miedo de lo que
la oscuridad y el aislamiento puedan llegar a hacer con l. Que quiz hay an hecho y a.
Por eso Jakub se demora en sacar lo que trae.
Un cabo de vela, que coloca en el suelo entre los dos.
Cuando su padre le pregunta cunto ha costado, l responde que solo un par de pfennigs. En
realidad, ha costado un marco y medio en el mercado de la calle Pieprzowa. Los apagones
forzosos han convertido las velas de estearina que venden los nios en una mercanca muy
buscada. Luego saca la escudilla con la sopa, a la que Hala le ha colocado una tapa para
mantenerla caliente. Y el pan.
El padre se bebe vidamente la sopa y se mete con manos temblorosas trozos de pan en la
boca, aunque sabe que no debera. La comida no sirve de nada si pasa por el cuerpo demasiado
deprisa. Pero, en su degradacin, Samuel y a no ve su propio rostro ennegrecido, y a no sabe lo
que hacen sus manos y sus labios.
Luego, por fin, pueden empezar a hablar.
Han subido la cuota a mil seiscientos hombres dice Jakub.
Samuel no dice nada. Jakub tiene que llenar su vaco.
Y cuntos se han registrado?
Todava no han conseguido llenar la cuota responde a su propia pregunta.
Al cabo de una o dos noches, Jakub dice:
Al da siguiente, cuando Jakub gira la llave, su padre est preparado detrs de la puerta. Ya ha
empaquetado sus pocas pertenencias y no permite a su hijo cruzar el umbral; se abre paso de un
empujn con movimientos tan torpes y rgidos que Jakub trastabilla hacia atrs.
Adnde vas?
Ya basta.
Pero mam te enva comida.
No necesito ms comida.
Sin embargo, el padre no est todo lo furioso ni es todo lo fuerte que pareca hace un
momento. Caminan un par de cientos de metros, y entonces el padre se tambalea y tiene que
apoy arse en una fachada. Despus de otro par de cientos de metros, se desploma totalmente.
Jakub le agarra por la manga del abrigo e intenta hacer que se levante. No puede. Tiene que
ponerse a cuatro patas y rodear el tronco de su padre con los brazos para conseguir que salga de
su terrible estado de petrificacin.
Muy despacio, el tndem se vuelve a poner en marcha.
Hay apenas ochocientos metros desde la lavandera de la calle agiewnicka hasta la entrada
principal de la Prisin Central. Tardan ms de una hora en recorrerlos. Y mientras Jakub sostiene
a su padre, no puede evitar preguntarse cmo es posible que se hay a debilitado tanto. Le ha
llevado comida todos los das; la madre ha sido incluso ms generosa con las porciones del padre
de lo que sola ser en vida de Chaim. Las rebanadas del pan meticulosamente atesorado se han
ido cortando ms gruesas a cada da que pasaba.
El hambre debilita. Pero la oscuridad es an peor. Cuando la oscuridad te agarra, va
horadando lentamente hasta el ms robusto de los cuerpos. Jakub piensa que tal vez ni siquiera sea
y a su padre quien camina a su lado, sino una especie de mueco ciego y horripilante.
A las puertas de la Prisin Central estn apostados dos policas alemanes, y junto a estos dos
guardias judos. Uno de los guardias se acerca con suspicacia a ellos cuando los ve aproximarse.
Jakub busca algo apropiado que decir, pero su padre se le adelanta:
Me llamo Samuel Wajsberg.
He venido para registrarme en la reserva de mano de obra.
Al suspicaz carcelero se le ilumina la cara. Alza una mano y le hace seas al compaero, que
y a se acerca desde el otro lado. Vaya, vaya, as que por fin has decidido presentarte , dice su
colega, sin duda para que lo oigan los policas alemanes; y, como para demostrar a los que
mandan cunto manda l, levanta en el aire la porra y le atiza al padre un tremendo golpe en
mitad de la nuca. El padre se desploma como un ttere al que le han cortado los hilos. Los policas
alemanes ni se inmutan. El receloso guardia toca el cuerpo con la punta de la bota. Es como si
todava no se atreviera a creer lo que ha hecho su compaero. Despus da un breve paso atrs.
T y a has cumplido, le dice a Jakub. Ahora vete a casa.
A dam Rzepin se haba mudado a los antiguos viveros de Jzef Feldman el ao anterior, en
marzo o abril. Despus ninguno de los dos sabra decir exactamente cundo o cmo haba
sucedido, ni siquiera por qu se decidi as. Simplemente, acordaron que era lo ms prctico para
ambos. Jzef haba despejado un espacio para que durmiera entre los cubos y las artesas de un
rincn al fondo del invernadero. All era a donde los clientes solan acudir para escoger entre los
jvenes manzanos o perales con los cepellones cubiertos por sacos anudados. Sobre el suelo de
piedra, Jzef haba dispuesto un gastado jergn, cubierto por unas sacas de y ute y una manta de
montar, y desde all acostado Adam Rzepin poda observar cmo ray aba el alba sobre el muro
bajo del jardn, haciendo estallar cascadas de luz entre los resquebrajados recipientes de cristal
alineados en los estantes. Cada da haba ms claridad.
Oficialmente, Adam Rzepin segua empadronado en el domicilio de su padre en el casco
urbano del gueto, pero ahora Szaja solo dispona de la cocina, y a que una nueva familia haba
ocupado la habitacin. Sin embargo, Adam segua y endo habitualmente a la calle Gnienieska
para visitar a su padre. Por lo general, a la vuelta, Adam solo llevaba la cartilla de trabajo. Sus
cupones del pan los dejaba en un cajn de la cocina de Szaja. Y tambin era Szaja quien se
encargaba de intercambiarlos por las escasas raciones disponibles. Cuando Adam iba, su padre
insista en pesarlo todo en la balanza, y tambin pona mucho cuidado en partir cada hogaza de
pan en trozos exactamente iguales, pese a que el muchacho traa a menudo su propia comida:
patatas escaqueadas de los carros, colinabos, coles y remolachas recolectadas durante los meses
de invierno. Los nuevos inquilinos miraban con envidia desde el fondo de su cuarto. El hijo de
Rzepin deba de tener contactos en las altas esferas, entre di oberstu cmo si no poda venir
cargado siempre con todos esos tesoros?
Adam haba aprendido a ser muy cauto. A lo largo del camino desde Mary sin haba multitud
de agentes del Sonder. Incluso cuando recorra el corto trecho que separaba los viveros de
Feldman de la puerta de Radogoszcz, procuraba por seguridad ir siempre acompaado de otros
miembros de su brigada de trabajo, normalmente Jankiel Moskowicz y Marek Szajnwald y los
dos hermanos menores de este ltimo, que tambin trabajaban cargando y descargando en el
apartadero de mercancas.
Jankiel tendra como mucho catorce o quince aos, el pelo en punta como un cepillo de pas
y una ancha franja de pecas rubias sobre el puente de la nariz que le haca parecer si cabe ms
joven. Jankiel no haba aprendido todava a pasar desapercibido, ni tampoco a ahorrar energas
manteniendo la boca cerrada mientras trabajaba. Tena teoras acerca de todo y no
desaprovechaba la menor oportunidad para ventilarlas. Todo eso viene del frente oriental ,
deca, por ejemplo, cuando vea un convoy con material militar que suba traqueteando por la
calle Jagielloska; incluidos algunos carros de combate con las orugas embarradas y las torretas
chirriantes. Tienen suerte de haber podido traerse la artillera, pero si creen que podrn
establecer un nuevo frente aqu se equivocan. Stalin los aplastar con sus tropas blindadas . Pero
no solo eran piezas de la artillera alemana en retirada las que salan por Radogoszcz, sino
tambin la may or parte del material que las industrias del gueto siguieron produciendo en
asombrosas cantidades durante ese invierno y toda la primavera. Piezas de puertas, paneles de
ventanas, hastiales, en ocasiones caballetes de tejado enteros, se cargaban y ataban en las cajas
de los camiones que llegaban en un flujo continuo al apartadero de mercancas. Toda una ciudad
en movimiento.
Y siempre haba demanda de nueva mano de obra.
Algunos trabajadores privilegiados venan en el tranva, cuy os dos vagones acoplados podan
verse deslizarse cada maana por las extensas planicies embarradas. Pero la may ora de los
recin reclutados acudan a pie, algunos todava en camisa y con protectores de mangas, como si
ese mismo da esperasen estar de vuelta en sus escritorios y mesas de contabilidad.
(Algunos de los reclinados a la fuerza tenan historias descabelladas que contar acerca de
cmo Biebow se haba presentado en persona para asegurarse de que los oficinistas abandonaran
sus puestos de trabajo. Que haba ido al departamento de cupones de racionamiento. Y tambin a
la Cmara de Control de Mercancas creada por l mismo, donde haba amenazado al
aterrorizado grupo de contables con que o bien su jefe Jzef Rumkowski pona a su inmediata
disposicin a treinta y cinco trabajadores sanos y fuertes, o de lo contrario el mismo Rumkowski
ira a Mary sin a picar ladrillo).
Estn fabricando placas de cemento anunci orgullosamente Jankiel un da.
Heraklita!
Jankiel haba intentado hablar con algunos de los empleados del Palacio los abogados ,
como los llamaba, con la esperanza de hacer llegar a travs de ellos mensajes a los camaradas
comunistas que an trabajaban en el centro del gueto. Pero los oficinistas y contables enviados a
Radogoszcz ese invierno eran un grupo de gente maltrecha por el cansancio y la mala salud, y
pocos de ellos podan servir como mensajeros. El seor Olszer apenas tena tiempo de
registrarlos en sus libros cuando y a haban cado enfermos por el hambre y la extenuacin, y
tenan que ser atendidos en la enfermera provisional que el Presidente haba obtenido permiso
para abrir en el lugar.
Ni siquiera Harry Olszer dispona de oficina propia. No tuvo siquiera un escritorio hasta que el
Abteilungsfhrer Sonnenfarb, por orden del jefe de estacin en persona, le prest la pequea
mesa de la radio que haba tenido en su garita del muelle de carga. Tras dicha mesita se
sentaba ahora el seor Olszer, donde registraba a los recin llegados cubrindose los ojos con un
brazo para guarecerse de la lluvia y la ventisca.
Al poco tiempo, algunos experimentados obreros de la construccin de la calle Drewnowska
levantaron una especie de hangar de madera a escasa distancia del muelle de carga. La
estructura meda noventa metros de largo y tres de alto, y tena una cubierta de unos cinco
metros de ancho o ms. Algunos de los empleados del Palacio fueron mandados al almacn,
donde tenan que verter arena y cargar ladrillo machacado hasta el hoy o donde se encontraban
las hormigoneras. Estas se hallaban a cargo de obreros polacos que llegaban en tren todas las
maanas. Adam reconoci a algunos de ellos de haber trabajado antes en el muelle de carga;
algunos incluso solan entrar en el gueto cigarrillos y medicamentos de contrabando. Pero
ninguno de los polacos dio la menor seal de haberle reconocido. Se limitaban a seguir echando
arena en las hormigoneras y ni siquiera levantaban la vista cuando vertan la mezcla en los
moldes y a dispuestos.
El hangar se haba construido para la produccin de placas de Heraklita. La mezcla de
cemento, ladrillo machacado y virutas se verta en unos moldes de madera. Despus, unos
operarios provistos de largas rasquetas esparcan y aplanaban la mezcla hasta que quedaba
completamente lisa. Al cabo de un par de horas, los capataces y los ingenieros comprobaban
mediante varas de madera si la mezcla se haba endurecido convenientemente.
Vay a si era importante aquello para los alemanes! Solo durante las dos primeras semanas de
marzo, mientras se construa el hangar, se presentaron nada menos que cuatro delegaciones
provenientes de Litzmannstadt. Vinieron Biebow y sus hombres para inspeccionar cmo
progresaban las obras. Despus acudi la comisin especial de Fachleute designada por Biebow,
al frente de la cual estaba Aron Jakubowicz. Incluso se llev a ingenieros judos en vehculos para
supervisar las obras, por extrao que parezca. Adam pudo ver sus horrorizados rostros a travs de
las ventanillas traseras mientras pasaba la comitiva motorizada. Como si fueran rehenes de los
alemanes.
En marzo, fue el turno del Presidente.
Ms adelante, Adam tendra muchas razones para recordar ese da, no solo por las
consecuencias que tendra personalmente para l; sino porque fue entonces cuando comprendi
por primera vez que la guerra estaba tocando a su fin. Nada salvo lo que le sucedi al Presidente
ese da habra podido convencerle de ello. Ni el pnico con que se construan las Behelfshuser; ni
el gemido de las sirenas antiareas reverberando en el desierto cielo todas las noches; ni las
trincheras que se cavaban tras los uniros de la calle Bracka; ni siquiera los rumores casi diarios,
difundidos por Jankiel y sus camaradas, respecto a que oficiales de enlace rusos estaban
infiltrndose en el gueto de noche para reunirse con los comunistas de la resistencia. Sin
embargo, cuando la gente se volvi en contra de la mxima autoridad, nada menos que contra el
Presidente; cuando las cosas llegaron a esos extremos, entonces lo tuvo claro
Para entonces, los polacos y los ingenieros alemanes y a tenan listo un prototipo de la
vivienda. A imagen de cmo seran las casas una vez acabadas, el prototipo meda tres por cinco
metros, y estaba construido de planchas de Heraklita pintadas de azul, con las ventanas colocadas
como si alguien hubiese pasado por all y las hubiese estampado contra las paredes. Sonnenfarb
se enamor de ella nada ms verla. Enseguida traslad all sus viejos trastos desde la garita junto
al muelle de carga, hizo que Olszer le devolviera la mesa de la radio y atornill la campana
en el exterior. Su Prunkhaus la llamaba, su fastuosa casa, probablemente debido a su
deslumbrante color azul.
La guardia alemana apostada en Radogoszcz no haba cambiado en aos; al menos, desde que
Adam estaba all. Dos guardias, Schalz y Henze; tres, si se contaba al Abteilungsfhrer Dietrich
Sonnenfarb, quien haca todo lo posible para no tener que mezclarse con la tropa. Solo cuando
llegaba el carro de la sopa o cuando se produca el cambio de turno, Sonnenfarb se dignaba
sacar un brazo por la ventana y tocar la campana. Aparte de eso, nicamente sala para ir al
excusado, lo cual haca de forma rutinaria tras ingerir su merienda. Adam y los dems
trabajadores solan fantasear con las exquisiteces que deban de contener los resonantes botes y
recipientes que Sonnenfarb traa cada maana, y siempre paraban de trabajar para mirar cmo
Sonnenfarb, pocos minutos despus de comer, arrastraba su descomunal humanidad en direccin
a la letrina aria del apartadero de mercancas, maravillados de que alguien pudiera atracarse
tanto de una sola sentada hasta el punto de tener que evacuar para que le cupiera ms.
En el camino de vuelta de la letrina, Sonnenfarb siempre sola propinarle una patada al
primer trabajador que se cruzase en su camino, o descubra su gran culo recin limpiado y
simulaba lanzarse un pedo para manifestar su desprecio.
Adam haca tiempo que se haba habituado a la rutina de los golpes y los insultos. Ya casi ni
los notaba. Tampoco oa y a las voces de mando alemanas, aquel germnico e histrico mando
y ordeno que constantemente surcaba el aire por encima de sus cabezas: por encima de los
chirridos de los vagones cambiando de vas; de las puertas de carga al ser abiertas; del hierro
chocando contra hierro. Para lo nico que vala la pena aguzar el odo era para atender al
anuncio de la sopa de la cena. Cuando Sonnenfarb sacaba su manaza callosa por la ventana de su
fastuosa caseta y empezaba a hacer oscilar el badajo de la campana (atornillada a la pared
exactamente en el mismo lugar en que haba estado en la antigua garita), entonces tambin
Adam prestaba atencin.
Una de las teoras de Jankiel era que los transportes de provisiones que descargaban iban
destinados nicamente a la gente rica y poderosa del gueto; que incluso la sopa clara que les
daban diariamente estaba aguada para que la parte ms concentrada fuera a parar a ellos.
Veamos si las coles se han dado hoy una vuelta por la sopa , deca cuando Sonnenfarb tiraba del
badajo.
Entonces Schalz se acercaba y le arreaba en la cabeza, haciendo que su sopa se derramara
ante los cientos de trabajadores amedrentados. En cambio, Jankiel nunca mostraba miedo. Se
limitaba a hacer una leve reverencia. Como si, al tirarle la sopa al suelo, los guardias alemanes
solo le hubieran dado la oportunidad de hacer uno ms de sus trucos circenses para exhibir el
refinado desprecio que l senta por ellos.
Se haba decidido que el Presidente realizara su propia inspeccin ese da: eine Musterung des
nach Radegast zugeteilten Menschenmaterials, como se lee en la Crnica. Los trabajadores de la
denominada reserva de mano de obra estaban ahora en el Kino Mary sin, apiados y encorvados
para guarecerse de la nieve y la lluvia que se colaban entre los tablones de las desvencijadas
paredes.
Haba malestar en el grupo. Un representante de los oficinistas y escribientes destinados all
por orden de Biebow exigi que se permitiese a todas las mujeres volver a realizar sus tareas
normales ; o, cuando menos, trabajar bajo techo o a resguardo del viento. Uno de los
trabajadores se quej de que las lascas de los ladrillos les cortaban los dedos y les dejaban las
manos destrozadas; que carecan de herramientas; que la sopa que les servan estaba tan aguada
que podras ver una moneda en el fondo del tazn (si hubieras tenido una moneda que lanzar,
claro).
Queridos judos, queridos y sufridos hermanos y hermanas, empez el Presidente, pero para
entonces algunos de los trabajadores y a haban tenido ms que suficiente y empezaron a abrirse
paso a codazos para salir del atestado cobertizo. Pese a que los miembros del Sonder destacados
para la ocasin hicieron un intento desganado por cerrarles el paso, a los primeros trabajadores
pronto les siguieron otros. La gente volva a sus puestos de trabajo, y los funcionarios de la
Oficina Central de Empleo que deban levantar acta sobre la inspeccin se quedaron all
plantados con sus largas listas en la mano.
Huelga, rezong alguien; esto es lo mismo que un plante en una fbrica!
Pero de qu sirvi?
El tiempo llevaba varios das muy inestable. En un momento, el sol brillaba en un cielo que
variaba rpidamente del gris a un azul tan luminoso que casi lastimaba los ojos. Y al siguiente,
bancos de lluvia torrencial o de nieve llegaban procedentes de la planicie que les rodeaba. En
cuestin de un minuto, los campos ms all de las cercas de alambrada y de las torres de
vigilancia quedaban blancos como el zinc, y de repente no haba nada que ver aparte de la nieve
que en ese preciso instante en el que los trabajadores se inclinaban de nuevo sobre sus
carretillas y capazos pareca subir en remolinos desde el mismo suelo.
En vista del tiempo que haca, todo el mundo haba esperado que, tras la fracasada
inspeccin, el Presidente volviera a las confortables y caldeadas oficinas de la plaza Bauty. En
cambio, oblig a Kuper a girar en redondo y dirigirse a Radogoszcz al galope, envuelto en la nube
de nieve que levantaba el coche.
Se empe tambin en inspeccionar la fbrica de cemento, como dira Jankiel ms tarde.
Aunque l no tuviera nada que ver con aquello. Ese era el proyecto de Biebow y Olszer!
La nieve que haba cado profusamente haca solo un momento se haba fundido formando un
barrizal espeso, pesado y lquido, que se volva an ms lodoso debido al trajn de ruedas de
carro, botas y zuecos que cruzaban sin descanso el terreno de las obras. Dos hombres que
cargaban un capazo resbalaron, y uno de ellos arrastr al otro en la cada. En ese momento, una
de las ruedas del coche del Presidente se encall en el lodo y Kuper, el cochero, se ape.
Fue entonces cuando Adam observ que pasaba algo raro.
Los guardaespaldas que siempre rodeaban al Presidente se haban esfumado. El Presidente se
haba incorporado en el carruaje, pero, al ver lo solo que estaba, volvi a sentarse.
Desde lo alto del armazn de madera que sostena la cubierta del hangar, se oy de pronto
gritar a alguien:
Chaim, Chaim!
Danos pan, Chaim!
No era un grito agresivo, al contrario: sonaba casi amable. Adam vio al Presidente levantar la
vista con una expresin que por un momento pareci llena de expectacin.
Entonces cay la primera piedra.
Algo totalmente inconcebible. Y los obreros de los alrededores se detuvieron petrificados.
Aunque tena que haber sido uno de ellos quien haba lanzado la piedra, nadie pareca haberse
esperado aquello. El horror era tan grande entre ellos como en el Presidente, que ahora hizo lo
que haba pensado hacer poco antes: levantarse para bajar del coche.
Entonces lleg volando la segunda piedra.
Adam la vio describir un ntido arco a travs de lo que quedaba de cielo antes de aterrizar en
algn lugar detrs del carruaje; y de pronto el aire que tena frente a l se llen de piedras, y no
solo de piedras: tambin cascotes de ladrillo; varillas de hierro; trozos de madera desprendidos de
los moldes, todava salpicados de cemento por dentro. Ahora la nieve caa casi en horizontal, y de
repente se oan voces y gritos por todas partes, pero sobre todo era el Presidente quien gritaba,
con una voz dura, estridente, casi gimiendo, como un animalillo al que alguien aplasta
accidentalmente hasta la muerte.
Fue entonces cuando pas: un terrible golpe lo derrib al suelo.
No vio de dnde vino el golpe ni quin lo lanz, solo se enrosc en torno al violento dolor que
senta y alarg un brazo para arrastrarse desvalidamente por el barrizal de nieve. Sinti algo
hmedo bajando por la pernera del pantaln y tuvo tiempo de pensar mientras no me desangre
hasta morir, cuando una patada procedente del aire vaco le alcanz de pleno en el costado. Dos
fuertes manos lo agarraron por las axilas y por un momento le result imposible distinguir la
nieve lodosa de los ojos que tena clavados en los suy os; y debajo de esos ojos, una hilera de
dientes blancos y brillantes de saliva dentro de una boca abierta de par en par en torno a una voz
que no paraba de gritar:
T, SHITE cunto tiempo pensabas que ibas a poder escapar de m?
S egn varios altos cargos que presenciaron el suceso, durante una visita de inspeccin en
Radogoszcz, el mal tiempo hizo que el Presidente resbalase y se diera un golpe en la cabeza
contra una artesa de cemento, motivo por el cual se haba visto obligado a recibir asistencia
mdica. Otros decan que Biebow se haba apiadado del pobre Decano y haba permitido que
fuera atendido en un hospital ario en Litzmannstadt.
Nada de todo esto es cierto.
No es cierto que el Presidente resbalase, ni tampoco que solicitase ni recibiese asistencia
fuera del gueto. Yaca en la alcoba de la residencia de verano que l y su hermano compartan
en la calle Karola Miarki de Mary sin, con una venda ensangrentada en la cabeza, soando que
era primavera y que el agua corra y se desbordaba, como siempre ocurra en Rusia por aquella
poca del ao, y que sus nios estaban en el agua a su alrededor mirando cmo se ahogaba.
Entonces su joven salvador se acerc vadeando hasta l, lo levant en brazos y lo llev con
movimientos decididos hasta la orilla.
El Presidente: Quin es usted?
Samstag: Ich bin Werner Samstag, Leiter ven der Sonderabteilung, VI: e Revier . He venido
para contarle que la liberacin est cerca. Tambin he venido para decirle que acabo de salvarle
la vida.
El Presidente: Toda una hazaa por la que naturalmente le estoy muy agradecido!
Samstag: Sschooo, mein Herr, sabe que es verdad lo que se dice de los rusos? Ay er vi a uno.
Estaba en la cola del punto de distribucin y se gir y me dijo: Ne bojsja, osvobozjdenieje blizko
No tengis miedo, la liberacin est cerca! (Eso dijo. Palabras textuales!)
El Presidente: Si prestase atencin a todos esos interminables rumores, acabara por no hacer
nada. Menuda indolencia!
Samstag: No, tak ahora empieza a hablar de nuevo como siempre Balidik nisht dem
eibershtn er vet dir shlogn tsu der erd!
El Presidente: Quin eres t?
Samstag: Que quin soy y o? No soy usted! Pero soy el que ms se le parece en el gueto!
El Presidente: Suena a adivinanza! La he inventado y o?
Samstag: La cuestin es que y a no le soportan ms. Oif mit den altn, dicen. Cuando pasa usted
en su carruaje, hasta su propia gente le vuelve la espalda y finge estar ocupada en otras cosas
solo para no tener que verle. De hecho, el gueto entero se ha conjurado en su contra. El nico que
no lo ve es usted.
El Presidente: Qu ms dice la gente de m?
Samstag: La gente dice que usted es su nico escudo contra la oscuridad
Jest szczciem w nieszczciu.
El Presidente: Es verdad. Lo soy .
Samstag: Dicen que entreg a los nios, a los viejos y a los enfermos
Dicen que fue a los indefensos a los que sacrific primero
Dicen que dej morir de sed a los que ms sed tenan!
El Presidente: Por casualidad eres t uno de ellos? Bist Du ein Praeseskind?
Samstag: Legtimo o ilegtimo? Frcund oder Feind?
Samstag oder Sonntag?
Ich bin der Sonstwastag ein sonniges ein glckliches Kind!
Ober hot nisht kejn moire, Sz gut!
Pero no estaba en la lista. Eso es todo.
El Presidente: Qu lista?
Samstag: La lista de sus hijos sus hijos legtimos!
Ich bin ein eheliches Kind, ein echtes Ghettokind!
(Se me nota, no?: y a no tengo piel, no tengo nariz ni mejillas Soy como usted! Nadie que
me viera podra decir con seguridad
Si soy amigo o enemigo.
Gut oder Base?
Ob man von einer guten Familie stammt oder nicht.
Ob man ein Jude ist- oder nicht!)
Tambin usted, seor Prezes, tendra que aprender a distinguir entre Amigo y Enemigo
No puede complacer a todos y cada uno al mismo tiempo. Por eso hay que hacer una
LISTA. Quines tendrn el privilegio de ir con usted, y quines tendrn que quedarse?
El Presidente: Y si y o muero? Y si alguien me asesina por el camino?
Samstag: Usted no puede morir usted es mi padre! (Adems, he tomado medidas
personalmente para asegurarme de que los responsables de este abominable complot en su
contra sean arrestados y encarcelados).
Aunque, por otro lado, que muera o no qu importancia tiene?
Quienes le desean lo peor dicen que y a estaba usted muerto la primera vez que puso el pie en
el gueto
Pan mier? Ese es usted, no?
En tal caso, todos en el gueto somos hijos de la Muerte.
Ahora todos esperamos a que nos saque de aqu.
A dam Rzepin haba pensado que le acusaran de intento de asesinato, o al menos de incitacin a
la revuelta, y que si no le mataban de una paliza all mismo lo llevaran al cine de la Prisin
Central para arrancarle la verdad a tiras, como sola hacer Shlomo Hercberg. Pero los mtodos
de Hercberg no eran los mismos que utilizaba el nuevo comandante de la prisin. Werner
Samstag no tena reparos en bajar a la Mina en persona, e incluso confraternizaba y trataba con
familiaridad a sus prisioneros. En sus visitas siempre iba rodeado de un puado de politsajten, tan
ansiosos por causar una buena impresin ante su superior que ni siquiera esperaron la orden de
mando para estampar al asesino del Prezes contra la pared, patearlo y darle rodillazos en el
estmago y la entrepierna hasta que se desplom en suelo, jadeando sin aliento.
Fueron esos ayudantes, como Samstag los llamaba, los que informaron a Adam de que
mdicos polacos y judos estaban luchando en esos momentos por salvar la vida del Presidente.
Que Biebow incluso haba estado deliberando con Bradfisch acerca de enviar fuerzas especiales
de las SS, como y a hicieron en agosto de 1940, a fin de sofocar la incipiente revuelta, y que si eso
ocurra el joven Rzepin no solo tendra que cargar sobre su conciencia con la vida del Presidente,
sino tambin con la responsabilidad ltima de que los ochenta mil judos que quedaban en el
gueto fueran o no deportados.
Todo eso era pura invencin, por supuesto, pero Adam Rzepin no lo saba.
Solo despus de que los ay udantes hubieran formulado estas acusaciones, Werner Samstag
entr en la celda. Del interrogatorio que sigui, ms tarde Adam recordara nicamente la
deslumbrante sonrisa que el nuevo alcaide de la prisin le diriga. Dientes y ms dientes, sin boca.
Era como ser interrogado por la Muerte misma:
Samstag: Eres grande o pequeo, Rzepin?
Adam: Cmo?
Samstag: Eres un Rzepin grande o pequeo?
Ayudantes: Cmo te llamas, Adam o Lajb?
Adam: Me llamo Adam
Ayudantes: Sabemos cmo te llamas. Eres grande o pequeo?
Adam: Rzepin.
***
Yaca con la cabeza en el suelo, pegado a la reja donde comenzaba la larga hilera de celdas, y a
su alrededor se oa el ruido de pisadas y tacones de botas crujiendo y chirriando sobre la grava.
Incluso de noche, los hombros de Samstag traan nuevos voluntarios para la reserva de mano de
obra de la Prisin Central.
Nunca se les llamaba de otra manera que no fuera voluntarios sin importar cunto
tiempo hubieran tardado en responder al llamamiento o que el Sonder hubiera tenido que ir a
buscarlos.
El hombre con el que comparta litera le dijo que y a haba tres mil en la reserva: todos ellos
hombres aptos para el trabajo. Lo dijo con evidente satisfaccin, con orgullo incluso; y aadi
que tena muchas ganas de ir a la fbrica de municiones de Czstochowa, donde se rumoreaba
que solo enviaban a los mejores trabajadores. Despus se inclin hacia delante y, en tono de
confidencia, le dijo a Adam que, aunque los das de Hitler estaban contados, los alemanes nunca
permitiran que el gueto de Litzmannstadt fuese liberado. Primero expulsaran a todos los judos.
Solo entonces vendran los rusos o los ingleses a rescatarlos.
En general, entre los voluntarios pareca reinar el optimismo. Adam no tard en
comprender que aquello era sobre todo obra de Samstag. Desde que se haba hecho cargo de la
Prisin Central, todas las celdas permanecan abiertas, los prisioneros de la denominada reserva
externa podan ir y venir a su antojo (algunos solo disponan de literas o jergones
improvisados a lo largo del corredor de las celdas, como si estuvieran de camino a otro sitio y
pernoctaran all de forma provisional); y a primera hora de la maana, cuando se oa llegar el
carro de la sopa con su alegre tintineo de ollas y calderas, quin encabezaba la comitiva sino el
mismsimo Samstag, como una autntica seora de la sopa gritando en su peculiar dialecto de
extraa sonoridad?
Aqu hay comida para todo el que quiera trabajar!
COMIDA PARA TODOS! COMIDA PARA TODOS!
Adam observ que, a medida que llegaban nuevos voluntarios y el pabelln de las celdas
se iba congestionando, se vea cada vez ms desplazado hacia las galeras del fondo. Los
corredores inferiores estaban destinados a los intiles, los no aptos para la reserva, aquellos que
tenan alguna tara o lesin laboral que preferan ocultar.
La otra vez que estuvo en la Mina baha hecho ms calor all abajo. En aquella ocasin
tambin sola or una nota aguda, sibilante, hacia la que se senta atrado de forma instintiva,
aunque nunca supo explicarse por qu. Como si hubiese un orificio o una abertura en alguna
parte, una especie de trampilla o conducto de ventilacin que crease una corriente de aire.
Aunque aquello era del todo imposible, desde luego. Eso significara que se haba horadado la
base de suelo rocoso sobre la que se cimentaba el gueto.
Aquella extraa nota segua all, aunque ahora sonaba ms grave, ms difusa: no tan
atrozmente aguda y penetrante. Y, al igual que entonces, pareca generar una zona de bajas
presiones acstica, una sensacin de succin y traccin en el cerebro, como un torbellino.
A medida que descenda hacia las regiones inferiores de la Mina, Adam observ que las
galeras no conducan fuera del pabelln de las celdas, como haba supuesto anteriormente, sino
que seguan adentrndose en el suelo en una amplia espiral: de modo que, a unos cinco o diez
metros ms abajo de donde haba estado haca poco, segua oy endo los mismos sonidos que
haba odo minutos o das antes solo que ms dbiles: el tintineo de llaves que giraban en
cerraduras intiles; puertas que se abran o cerrojos que se descorran; las animadas risas de los
hombres de la reserva, tan aliviados por poder llevarse por fin algo a la boca cuando nadie en el
gueto tena que comer, que se olvidaban por completo de que estaban a punto de ser deportados.
Piedra sobre piedra, en capas claramente delimitadas (y entre ellas y por debajo de todas
esas capas de roca: esas galeras que serpenteaban hacia abajo cada vez a ms profundidad)
En qu momento comprendi que haba traspasado un umbral y y a no se hallaba en el reino
de los vivos? Tal vez fuera por el modo en que se sentaban los rechazados all abajo.
Acurrucados y dando la espalda, como si y a ni siquiera les quedara un rostro que mostrar.
Pero el canto segua siendo el mismo. Una nota prolongada e interminable, que en aquellas
profundidades subterrneas era ms bien un retumbo que no solo vibraba en su frente y sus
sienes, sino en toda la cavidad bucal y la base del crneo. Y las aguas negras seguan bajando
borboteantes por la zanja de las letrinas que discurra a un lado del pasadizo subterrneo, a las que
ahora se sumaba el agua que rezumaba del techo y las paredes de la galera y que incluso
pareca supurar del suelo de piedra bajo sus pies. En algunos tramos del tnel se vio obligado a
L a traicin es algo que llevas constantemente contigo, como una navaja muy
cerca del
corazn.
Cuando despus de tres semanas Adam Rzepin volvi de la reserva, Olszer se neg en un
principio a registrarle de nuevo en los libros. Los trabajadores lisiados no nos sirven de nada, no
entiendo por qu se empean en enviarnos a todos estos intiles!
El comisario administrativo Olszer haba sido Decano de los Judos en Wielu; aquello le
haba enseado (dijo) a tratar con la gente. El jefe de la unidad alemana de vigilancia del gueto
en Radogoszcz, el Abteilungsfhrer Dietrich Sonnenfarb, tambin crea saber cmo tratar con la
gente. Desde la ventana de su fastuosa casa azul tena que haber estado observando el
intercambio entre Olszer y Rzepin, porque en cuanto Adam se dirigi cojeando a reincorporarse
a su trabajo en el arenal bajo el hangar, sali y se coloc justo detrs de l. Y camin como en
tndem, parodiando su cojera y arrastrando la pierna exactamente como haca Adam: con un
movimiento rgido y rotatorio de la cadera, imposible de diferenciar de la tpica manera de
andar, tan habitual en el gueto, causada por el hambre.
Los guardias alemanes se echaron a rer como se esperaba que hicieran.
Todos los dems apartaron la vista.
De repente, Adam se convirti en uno de aquellos a los que nadie diriga la palabra. Era el
resultado de haber vuelto de la reserva. Cuando uno haba estado en la reserva, en cierto modo
y a estaba fuera del gueto, aunque el transporte an no se lo hubiera llevado. Alguien que hubiera
regresado de la reserva tena que haber sido rechazado por algn motivo. O es que le haban
reclutado como informador?
Como segua llegando material militar por carretera que deba ser cargado en los trenes,
Adam era enviado regularmente al muelle de descarga del apartadero. Y, de pronto, empezaron
a llegar al gueto grandes cantidades de col. Col blanca corriente, con las hojas externas tan
plidas y verdes que daba la impresin de que hubieran sido envueltas en vendas. Una gran parte
del antiguo depsito de verduras estaba inundada, as que Adam y su cuadrilla tuvieron que
firmar para poder coger varias herramientas: palancas, martillos y unas pequeas mazas de
madera bastante engorrosas, que, bajo la direccin de Schalz y los dems guardias, utilizaron
para levantar sobre pilotes unas pequeas cajas de unos tres por cuatro metros, dentro de las
cuales se podan guardar las coles en espera de su posterior traslado al interior del gueto.
Constitua una medida del grado de confusin de las autoridades, o al menos del desorden general
que empezaba a cundir, el hecho de que dejaran sacar herramientas potencialmente mortferas a
sus trabajadores judos. Eso antes habra resultado impensable.
Pero tambin era cierto que el gueto estaba viviendo un invierno de deshielo fuera de lo
comn. Para llegar al hangar, tenan que vadear a travs de sucias y apestosas aguas residuales;
y cada da, despus de acabar su turno, Olszer les mandaba amontonar las planchas de Heraklita
en bloques para que no se daaran en el caso de que el nivel del agua subiera durante la noche.
Adam pareca ser el nico de la cuadrilla al que aquellas aguas no le preocupaban. Despus de
todo, saba de dnde provenan. Tambin saba de dnde procedan las herramientas. En cuanto
sinti el peso del cuchillo y el escoplo en la palma, supo que un poder superior haba colocado
aquellos instrumentos en sus manos.
Jankiel, Gabriel, los hermanos Szajnwald y los dems miembros de su antigua cuadrilla fue a
los primeros que vio cuando lleg el carro de la sopa. Todos apartaron la vista, menos Jankiel, que
nunca lo haca ante nadie. En cuanto Jankiel se sent junto a l, Adam supo que tendra que
preguntarle por su to Lajb. Pero no lo mencion por el nombre, sino que simplemente describi
su aspecto: el rostro alargado y estrecho, con forma de silln de bicicleta, y las dos pequeas
ranuras por ojos; y sigui describiendo la mirada de esas ranuras, que te clavaban la vista pero
aun as no parecan ver lo que estaban mirando.
Jankiel enseguida supo a quin se refera. A su vez, este podra haberle preguntado qu le
haban hecho Samstag y sus hombres en la crcel, por qu le haban soltado as por las buenas,
por qu no haba tenido que formar parte de la reserva como el resto de la gente con la que el
Sonder se encaprichaba . Sin embargo, no lo hizo. En su lugar, dijo:
Es verdad eso que dicen, que Lajb es tu to y que gracias a l conseguiste trabajo
aqu?
Y como Adam apart la vista
Y que gracias a l tambin has vuelto a recuperar tu puesto de trabajo?
***
Muchos en Radogoszcz recordaban an cmo fue la ltima vez que se declar una huelga de sopa
en el gueto. Fue en septiembre de 1943, y tambin en Mary sin: en el taller de zapateros conocido
como Betrieb Izbicki, donde se fabricaban zuecos y toscas sandalias de madera, que en realidad
eran poco ms que una suela con una tira encima, y de las cuales se podan producir cientos de
miles a un coste insignificante.
El supervisor, Berek Izbicki, tena fama en el gueto de ser un autntico trager. Cuando las
autoridades estaban presentes haca todo lo posible por parecer un dechado de eficiencia, pero en
cuanto los inspectores de la Agencia Central de Empleo se daban la vuelta, no dudaba a la hora
de escatimar todo el material posible y, para ms inri, trataba a sus obreros peor que a animales.
La resortka de Izbicki era sometida a diario a un proceso de seleccin. Mientras que los capataces
y los supervisores, incluido el propio Izbicki, reciban un sabroso y nutritivo potaje, con trozos de
col y verduras que podan cogerse con el cucharn, los trabajadores normales tenan que
contentarse con una decoccin aguada que saba peor que el agua del sumidero.
Esto sucedi durante varios meses, hasta que al final uno de los operarios se hart, tir la
escudilla y grit:
Esto mierda es imbebible, yo no me la lomo.
Su estallido no haba buscado ninguna reaccin premeditada. Sin embargo, las palabras del
trabajador pasaron de boca en boca como un mensaje secreto hasta que finalmente llegaron al
mismsimo Izbicki, quien se hallaba disfrutando de una cena consistente en sopa con tocino,
remolacha en conserva y patatas. Echando espumarajos por la boca, recorri a grandes
zancadas la hilera de operarios que hacan cola frente al mostrador de la sopa y bram:
Quin se ha quejado de mi sopa?
Cuando el zapatero que haba tirado la escudilla levant de mala gana una mano, Izbicki lo
agarr por los hombros y le dio una bofetada con el dorso de la mano.
Pero entonces ocurri algo impensable:
En vez de someterse al castigo, el recalcitrante zapatero alz la mano y abofete a Izbicki con
tal fuerza que este cay al suelo cuan largo era.
En medio de la estupefaccin general que sigui, un puado de policas judos lleg corriendo
con sus porras en alto; pero, en vez de dispersarse como era habitual, los trabajadores se
quedaron clavados donde estaban, como pegados con cola al suelo, y cuando Izbicki consigui
ponerse de nuevo en pie y, a base de golpes y empujones, intent obligar a sus empleados a
acercarse al mostrador donde aguardaban las seoras de la sopa, primero uno, despus otro y as
sucesivamente, respondieron salindose de la cola y regresando de vaco a sus puestos.
Haba estallado la primera huelga de sopa.
La crisis se consider tan grave que hubo que convocar de urgencia al Presidente, quien
impuso en el acto una serie de medidas disciplinarias que podran calificarse como justas , y a
que incluy eron a todas las partes. Primero, Izbicki recibi una severa reprimenda por utilizar la
fuerza bruta contra uno de sus empleados. Despus se amenaz al recalcitrante zapatero con
retirarle la cartilla de trabajo y los cupones de racionamiento si persista en sus intentos de
agitacin. Y y a no hubo ms obstrucciones a la justicia. El zapatero se trag obedientemente la
sopa, conserv su cartilla de trabajo y as pudo salvar su pellejo y el de su familia aunque fuera
durante un breve tiempo ms.
No obstante, la frasecita huelga de sopa arraig en el gueto.
Y los obreros tuvieron algo que recordar.
Porque si bien es verdad que un trabajador no tiene nada que oponer, ni siquiera su propia
vida, ni tampoco nada con que negociar, y a que su empleador tampoco tiene nada que ofrecer,
existe no obstante una especie de poder en el mero hecho de sentarse y negarse a tomar la sopa
Una ltima posibilidad, una pequea ventana a la esperanza que se abri inesperadamente
cuando y a se haban agotado hasta las postreras fuerzas. Incluso al joven Jankiel se le oa repetir
da tras da:
cepillo de pas. Tena un brillo demente en los ojos, pero en el fondo se vislumbraba algo ms.
Qu? Desafo? Esperanza? Al momento, Sonnenfarb sali arrastrando los pies de su fastuosa
garita azul. Y tras l, para variar, iban Schalz y Henze.
No se le habr ocurrido a alguien rechazar la sopa?
Sonnenfarb no tuvo que esperar la respuesta para comprender quin era el culpable. La
escudilla de Jankiel segua en el mismo sitio donde la haba tirado: justo a sus pies.
Al igual que un lanzador de martillo, Sonnenfarb ech hacia atrs toda su descomunal
humanidad; luego su mano sali disparada hacia delante y Jankiel cay al suelo como si hubiera
recibido un mazazo. Acto seguido, Schalz apunt con el can del fusil a la cabeza del cado: Sieh
zu, dass du deinen Arsch hochkriegst und deine Suppe verputzt sonst mache ich dir Beine!
Si en ese instante Adam hubiera podido interponer su esculido cuerpo entre la boca del
can y la desnuda cabeza de Jankiel, cuy a piel temblaba como la superficie membranosa de un
cuenco de agua, lo habra hecho. Muy lentamente, Schalz empez a apretar el gatillo. Jankiel hizo
una mueca que dej al descubierto los dientes de la mandbula inferior. Sin embargo, no son
ningn disparo. De repente, todos los que estaban en la cola, tanto delante como detrs del cado,
dejaron caer sus escudillas. El estruendo producido por cientos de cuencos chocando contra el
suelo al unsono fue tan ensordecedor que incluso Schalz perdi los nervios y se dio la vuelta con
el fusil en alto.
En sus ojos haba pnico.
Keine Mittagspause mehr, keine Mittagspause , bramaba agitando el fusil en el aire. Los zur
Arbeit
Todo el mundo regres al trabajo. Sin embargo, ahora todo se desarrollaba con gran
parsimonia. Nuevos trenes llegaron al apartadero, pero, pese a los furiosos gritos de los guardias
alemanes, los descargadores se dirigieron con extrema lentitud hacia sus puestos de trabajo, hasta
que al cabo de un par de horas Sonnenfarb toc la campana que anunciaba el final del turno.
Ya para entonces haban empezado a circular rumores de que tambin en el centro del gueto
se haban declarado huelgas de sopa. En los Metallager I y II de la calle agiewnicka, y tambin
en la talabartera del 8 de la calle Jakuba, la gente haba dejado de trabajar.
A la luz especular del agua y del cielo, Mary sin pareca ms bien un rostro vetusto, sus rasgos ora
destacndose, ora desdibujndose de nuevo. Los postes telegrficos a lo largo de las calles
Jagielloska y Zagajnikowa discurran sobre el espejo del agua como largusimos radios de una
rueda. Diseminadas en torno a esos radios, las cubiertas de chapa de casas y talleres flotaban a la
deriva entre tmpanos de agua rizada por la brisa.
Lo que quedaba de la Casa Verde todava se mantena medianamente en pie sobre la cima de
la cuesta, y el cementerio segua all tras sus muros, y algo ms abajo estaban an los viveros de
Jzef Feldman, con sus cobertizos para las herramientas y los hastiales de sus invernaderos.
Pero el viejo sauce junto al taller de Praszkier, en el cruce de las calles Okopowa y
Mary siska, cabeceaba como la cabellera de Medusa, con sus largas ramas verdes cay endo
delicadamente sobre el espejo de agua. Si se hubiera contemplado el gueto a vuelo de pjaro, se
habra podido trazar una lnea desde el cartilaginoso sauce hasta los pozos negros donde los
recogedores de letrinas descargaban y vaciaban sus cubas.
Todo lo que se extenda en medio haba sido disuelto por el agua.
En un principio, Adam crey que la pestilencia provena de los pozos negros; sin embargo, aquel
hedor no era como el spero y cido olor a salitre que despedan las capas de heces: era ms
denso, con el aadido de algo putrefacto, enfermizo y nauseabundo.
Avanz por el patio hasta llegar a terreno ms firme. Era donde antes se alzaba lo que haba
sido el taller en s. Una larga hilera de edificios bajos de madera, con cuadras y anexos,
desembocaba en una estructura independiente de may or tamao que haba servido de cobertizo
para carros. La puerta de entrada a uno de esos edificios de madera descoloridos por la
intemperie no estaba bien atrancada, y ahora golpeaba y chirriaba a merced del viento.
Mientras se acercaba, Adam pens que alguien debera haber engrasado los goznes.
De pronto, comprendi que no eran los goznes lo que produca aquel chirrido penetrante que
cortaba el aire. El origen del hedor tambin se hizo evidente. Eran las ratas.
Lajb haba envejecido en los pocos aos transcurridos. De lejos se le podra haber confundido
con uno de aquellos campesinos polacos que se pasaban el da en los campos, con la piel curtida
y quemada por el sol. Pero no era un color normal. De cerca, el cutis pareca tumefacto, como si
supurara por debajo de la piel y el pus estuviera a punto de reventar. Los ojos, antes claramente
visibles y de un gris plido, estaban ahora hundidos en medio de unas bolsas flcidas e hinchadas,
y la coronilla calva se vea roja y brillante, y hmeda, casi como una piedra de afilar.
Lajb estaba sentado a una larga mesa que haba sido arrastrada hasta el centro del cobertizo,
y en las jaulas colgadas alrededor las ratas corran por encima, por debajo y a lo largo de las
paredes, o se aferraban a los barrotes con sus garras y afilados dientes, siseando.
Treif!, fue cuanto dijo Lajb, sin que quedase claro si se refera a las ratas o a Adam, que se
haba parado en seco en el umbral, abrumado por la formidable pestilencia.
Bajo aquella media luz cenagosa, Adam vio a Lajb levantarse de la mesa y enfundarse una
mano en un gran guante negro. Con la otra, cogi un palo de madera rematado por un gancho a
modo de garra, con el que levant de un golpe la aldabilla de una de las jaulas. Instintivamente, la
rata que haba dentro se colg de la parte inferior de la vara. Entonces Lajb, rpido como un
ray o, agarr al animal con la otra mano, la enguantada; gir boca arriba el cuerpo de la rata y le
raj el vientre de un nico y certero cuchillazo.
Verti el contenido de los intestinos en un cubo que haba arrastrado con el pie. Las dems
ratas enloquecieron al sentir el olor a sangre y vsceras; y por un instante fue imposible ver y
menos an or nada, debido al infernal alboroto producido por las bestias en el interior de las
jaulas. Con un movimiento largo y resuelto de ambos brazos, Lajb lanz el contenido del cubo
contra los barrotes, donde la sangre y las vsceras quedaron colgando; a continuacin hinc el
cuchillo en el cuerpo todava estremecido de la rata y , con gesto avezado, la despellej de un solo
tirn.
Luego volvi su cara desnuda y quemada hacia Adam:
S que has venido a por la lista de los que intentaron matar al Presidente
Cgela ahora, despus no habr mucho tiempo!
Adam y a haba visto el dinero que Lajb haba colocado encima de la mesa en montones y
fajos pulcramente ordenados: las monedas por un lado, los billetes por otro; como en un banco o
en una oficina de cambio. Adems, divisas autnticas: zoty s y Reichsmarks y verdes dlares
americanos. Algunos de los billetes se vean tan arrugados que pareca como si hubiesen
permanecido guardados durante dcadas en el fondo de bolsillos y forros de abrigo, antes de ser
recuperados y alisados por unos cuidadosos dedos.
Lajb se sec la sangre de las manos en un trapo que pareca tener metido bajo el asiento de la
silla para tal propsito, se restreg la boca con el dorso de la mano ensangrentada y luego sac un
montn de cuadernos de cubierta de hule, que despleg y coloc sobre la mesa del mismo modo
en que deba de haber ordenado antes el dinero. O las piezas de su bicicleta, cuando sola
desmontarla por completo y disponer por separado hasta el ms nfimo de los tornillos niquelados
y dems componentes del cuadro: con mesurados movimientos de meticulosa precisin, como
cuando el rabino prepara la mesa para celebrar el Sder pascual o el carnicero kosher corta y
trocea la carne.
(Y cuando las autoridades dieron orden de que todas las bicicletas del gueto fueran
entregadas, Lajb haba sido el primero en la cola del punto de recogida de la calle Lutomierska
para entregar la suy a. Fue en el mismo mes en que estall la primera huelga de sopa, y,
naturalmente, Lajb tambin haba estado poco antes en el taller de Izbicki, anotando en sus
cuadernos negros los nombres de todos los alborotadores. Adam recordaba el semblante de Lajb
el da en que entreg su bicicleta. Haba en l una vaga expresin como de disculpa y sumisin;
pero, sobre todo, de orgullo. Como si, aun cuando en esa ocasin perjudicara sus propios
intereses, le produjera satisfaccin contemplar cmo una vez ms las fuerzas de la ley y el orden
triunfaban sobre las desaforadas y descontroladas fuerzas de la desintegracin. Y, por supuesto,
no haba que olvidarse de la recompensa: el dinero recibido a cambio, no importa lo nimias que
fueran las cantidades o que no hubiera nada que comprar con ellas)
Pero Adam no miraba el dinero dispuesto sobre la mesa. Miraba la pared repleta de jaulas, la
maraa de cuerpos de animales retorcidos y torturados detrs de cada hilera de barrotes; y por
unos segundos se pregunt qu pasara si levantara las aldabillas de todas las jaulas al mismo
tiempo. Qu pasara si aunque fuera solo por un instante todo aquel caos contenido con tanto
esfuerzo se viera de pronto liberado?
Pero las inquietas criaturas se mueven tan deprisa que es imposible retener el ms mnimo
pensamiento; y el hedor es tan abominable que ni siquiera es posible imaginar que exista algo
ms all de l, por muy fugaz y pasajero que fuera.
Adam y a no ve jaulas ni barrotes. Lo nico que ve es el movimiento ondulante de cuerpos de
animales temblorosos desplazndose de una punta a otra de la habitacin.
E incluso el rostro de Lajb, inclinado sobre los fajos de billetes sobre la mesa, es como una
prolongacin de esas oleadas nauseabundas. Cabeza de Lajb sobre cuerpo de rata. Una y otra vez
la cabeza pierde su forma, en un momento se expande en una sonrisa empalagosa, y al siguiente
se contrae en una expresin de odio visceral teido de sangre. El mismo Lajb o lo que queda
de su voz por encima del estruendo de los animales habla en tono tranquilo, casi paternal, como
salmodiando. Como si todo aquello no fuera ms que una mera gestin prctica. Y cansado: s,
incluso Lajb, el capataz siempre alerta, est fatigado ahora que ha llegado el momento de
entregar el resultado de su trabajo a quien pueda relevarle:
Adam, escchame atentamente:
Cuando tu nombre aparezca en la lista de los que van a ser deportados, t no
obedezcas, sino que tienes que coger este dinero e intentar encontrar un sitio seguro donde
esconderte.
Pdeselo a Feldman: l te ayudar.
Dirn que todos los habitantes del gueto tienen que trasladarse a un sitio ms seguro.
Dirn que el gueto se encuentra demasiado cerca del frente. Que no es un lugar seguro.
Pero no hay otro lugar ms seguro que este. Nunca lo ha habido.
La verdad es que no existe ms lugar que este.
Adam intenta desprenderse de los fajos de billetes y los cuadernos caligrafiados que Lajb le
ha entregado. Pero all no hay ningn espacio libre donde dejar nada. Y para cuando se da
cuenta de ello, ha dudado demasiado.
Cuando Adam echa a correr tras l, su to Lajb y a est a mitad de la calle Zagajnikowa. En
ese momento Adam ve lo que ha estado viendo todo el rato sin tener tiempo de asimilarlo. Lajb
camina descalzo a travs de las aguas. Ya no lleva los zapatos de los que antes estaba tan
orgulloso.
E sa misma noche, despus de que Jzef Feldman se hay a enrollado en sus sacos de pieles a las
puertas de su despacho, Adam saca una lmpara y lee los nombres de la lista de Lajb.
Los cuadernos son doce y abarcan una docena de fbricas y talleres del gueto, clasificados
por la calle y el nmero. La Sastrera Central de la calle agiewnicka es La Central. Las
sastreras de la calle Jakuba son Jakuba 18 y Jakuba 15 respectivamente, y la calcetera de la
calle Drewnowska es Drewnowska 15. Lajb ha registrado toda la informacin con un lpiz de
punta roma sobre las bastas hojas de papel ray ado. En los mrgenes aparecen anotados de vez en
cuando los nombres de los contactos que le han proporcionado los datos. La letra es pequea y
con una caligrafa muy precisa: como si su ambicin hubiese sido obtener la may or claridad
posible en el mnimo espacio imaginable.
Tras el encabezado de cada resort sigue una larga relacin de nombres de trabajadores por
orden alfabtico. En algunos casos aparecen incluso sus domicilios, con informacin sobre sus
circunstancias familiares y sus afinidades polticas y religiosas. Bolchevismo es la denominacin
que aparece con ms frecuencia; las siglas PZ corresponden a Poale Zion, O significa ortodoxo
(Ag I = Agudat Israel), mientras que los del Bund aparecen marcados con una simple B, cruzada
por una gruesa ray a en medio.
Adam hojea las pginas del cuaderno llenas de anotaciones; pasa la hoja de la talabartera en
la que Lajb debi de haber trabajado despus de dejar la ebanistera de la calle Drewnowska;
pasa la fbrica de clavos y tachuelas y la fbrica de calzado de Mary sin, hasta llegar finalmente
a la seccin de carga y descarga de Radogoszcz. Pero bajo qu nombre estaba contratado all
Lajb? Y cmo haba podido trabajar all mes tras mes, quiz ao tras ao, sin ser reconocido por
Adam ni por nadie ms?
En la pgina del cuaderno referente a la brigada de Radogoszcz hay anotada una cincuentena
de nombres, la may ora de los cuales conoce bien Adam:
Marek Szajnwald 21 aos Marysiska 25; apodado M del pie zambo ;
tambin llamado el Trtaro (Adam nunca haba odo llamarle de ningn otro modo
aparte de Marek o Marku)
Gabriel Gelibter 34 aos apodado el Doctor (porque una vez ayud a vendar a
un hombre al que una prensa le haba atrapado una mano), antiguo miembro del PZ
Pinkus Kleiman 27 aos conocido bolchevique; antiguo miembro del comando de
desmantelamiento; all conoci a Sefardek
Y, por supuesto, tambin Jankiel:
Jankiel Moskowicz 17 aos exactivista de Gordonia, actualmente comunista,
Marysiska 19. Vive con sus padres
Conocido secuaz de Niutek R. Sin hermanos. (Padre: Adam M, capataz en Brzeziska
56 la planta elctrica de baja tensin)
A dam
se hallaba de pie sobre el muelle de carga cuando vio pasar por delante de los
almacenes la comitiva y la escolta motorizada del Gettoverwaltung, hasta detenerse frente a la
parte del edificio del apartadero donde el jefe de estacin y los supervisores tenan sus oficinas.
Era el segundo da de la huelga, y lo primero que pens Adam fue que estaban perdidos, que
venan a deportarlos a todos. Pero a diferencia de en ocasiones anteriores, en las que Biebow
haca de gua para el personal de las SS y las delegaciones comerciales venidas de otros
lugares, esta vez haba un nico automvil en la comitiva; el resto eran policas montados en
motocicletas o miembros de la guardia de proteccin personal de Biebow. Adems, era evidente
que la visita no haba sido anunciada de antemano. Desde la llegada de la comitiva, pas una
media hora antes de que Dietrich Sonnenfarb saliera corriendo de su puesto, gesticulando
frenticamente y gritando a todo el mundo que acudiera al recinto del apartadero, donde Biebow
iba a dar un discurso a los trabajadores del gueto. Sin embargo, herr Amtsleiter no tuvo paciencia
para esperar a que el jefe de estacin le buscara un lugar apropiado. Frente a la fastuosa caseta
de Sonnenfarb haba un remolque. Estaba aparcado en una ligera pendiente, pero Biebow
consigui subirse a la caja y, con la ay uda de dos de sus guardaespaldas, pudo mantenerse ms o
menos derecho.
Trabajadores del gueto!
He venido hasta aqu para hablar con vosotros directamente, a fin de que comprendis
plenamente la gravedad de la situacin que ha surgido.
Muchos de vosotros me veis por primera vez; por eso os pido que me prestis mucha
atencin, porque no pienso repetir lo que os voy a decir ahora.
La situacin en Litzmannstadt ha cambiado. Los enemigos del Reich estn
bombardeando ya las afueras de la ciudad. Si algunas de esas bombas hubieran cado sobre
el gueto, ninguno de nosotros estara hoy aqu. Puedo aseguraros que haremos cuanto est
en nuestra mano para garantizar vuestra seguridad, as como vuestro sustento en el futuro.
Esto tambin es vlido para los que trabajis en el apartadero.
Sin embargo, tambin vosotros tenis que responsabilizaros de vuestra propia
seguridad.
Hoy he dado rdenes de que dos brigadas extra de trabajadores abran trincheras. Se
cavar una lnea con la mayor rapidez posible desde la Ewaldstrasse a la Bernhardstrasse;
y se cavar otra en la Bertholdstrasse, desde el Kino Marysin hacia fuera.
Pronto recibiris instrucciones de dnde deben reunirse dichas compaas de
zapadores. Para aquellos que quiz se planteen la posibilidad de no presentarse, les
recuerdo que el Hftlingskommando ya instituido en la Prisin Central sigue recibiendo
trabajadores. Sin ir ms lejos, hoy mismo se me ha informado de que se necesitan obreros
en las plantas de la Siemens, en la A G Union, en las plantas de la Schukert; en todos los
lugares donde se fabrican municiones, se necesita mano de obra. Y tambin en
Tschenstochau, donde tengo entendido que muchos de vosotros ya habis sido enviados.
Asimismo, ha llegado a mi conocimiento que muchos de vosotros os habis quejado de
la comida, y que incluso os habis negado a comrosla, porque de repente habis decidido
que la sopa que os sirven es de mala calidad. Entiendo que queris comer y sobrevivir, y
eso es lo que vais a hacer. Pero es de vital importancia que los alimentos lleguen en primer
lugar a aquellos que los necesitan. Qu os hace pensar que la gente en otras partes est
en mejores condiciones? Cada da son bombardeadas ciudades alemanas. Tambin en
Litzmannstadt la gente padece hambre. Incluso los habitantes de origen alemn fuera del
Reich pasan hambre. Es nuestro deber y nuestra obligacin ocuparnos en primer lugar de
la gente de nuestra propia raza.
Pero tambin nos ocuparemos de nuestros judos, por supuesto. En todos mis aos como
Amtsleiter, no ha pasado un solo da sin que hiciera todo cuanto estuviera en mi mano para
asegurar unas buenas condiciones de vida para mis trabajadores judos. Pese a que ha
habido perodos en que me ha resultado polticamente desfavorable, he conseguido grandes
e importantes pedidos para el gueto que me han permitido garantizar el trabajo para
muchos de los judos que, de lo contrario, me habra visto obligado a deportar. Nadie os ha
tocado ni un pelo de la ropa. Vosotros mismos podis dar je de ello.
Por eso quiero recordaros que es de suma importancia que cada encargo se realice
exactamente tal y como os sea ordenado, y que cada transporte de material que salga de
Radegast sea expedido con rapidez y efectividad; y que cada orden de mando sea
obedecida de inmediato. A aquellos que hagan lo que se les ordene los tratar con la mayor
benevolencia.
PERO NO HE VENIDO A HABLAR PARA LOS QUE HACEN ODOS SORDOS!
Si persists en este comportamiento obstinado, y que es perjudicial para todos, si
persists en vuestra actitud indolente y en negaros a realizar el trabajo que se os asigna, ya
no podr garantizar la seguridad de ninguno de vosotros por ms tiempo. As pues, cumplid
con vuestro deber: recoged vuestras cosas y presentaos en el lugar que se os indique.
Sin esperar reaccin alguna como si la finalidad de la precipitada visita hubiera sido
pronunciar esas palabras y nada ms, Biebow fue ay udado a bajar de la caja del remolque
por sus ay udantes, que acto seguido le acompaaron de vuelta al vehculo. En el muelle de carga
y en los alrededores del hangar, los trabajadores que se haban congregado para escucharle
esperaban todava que sucediera algo ms: que los distribuy eran por equipos de excavacin; que
la puerta del depsito de material se abriera y empezaran a pasarse picos y palas de mano en
mano.
Pero no sucedi nada de eso.
Sonnenfarb permaneci un rato indeciso en medio del gento. Era una orden lo que acababa
de darle Biebow o no? Entonces, con aparente impotencia, volvi a su fastuosa casita. Al poco,
desde la ventana abierta de par en par, empez a orse un aparato de radio. Al principio, pareca
sonar a marcha militar.
Los que trabajaban ms cerca del muelle de mercancas y a haban odo antes a Sonnenfarb
escuchar la radio, pero el sonido siempre se haba filtrado a travs de ventanas cerradas y el
volumen siempre se haba bajado con aire conspiratorio en cuanto se abra la puerta. En cambio,
ahora el volumen iba aumentando progresivamente. Una excitada voz masculina de timbre
metlico diriga sus proclamas a la luz muerta:
Una guerra de capital trascendencia histrica como la que estamos librando ahora
conlleva lgicamente enormes sacrificios y cargas. Hay quienes no son capaces de
contemplar estos sacrificios desde una perspectiva histrica ms amplia. Cuantas
ms personas no consigan verlo as, ms probable ser que las generaciones futuras
de combatientes malinterpreten los sacrificios que nos vemos obligados a hacer, o
que incluso los consideren evitables.
Pero, contemplada desde la perspectiva del tiempo y la posteridad, nuestra
concepcin y comprensin de unos acontecimientos histricos concretos vara
considerablemente.
La historia nos ofrece numerosos ejemplos.
Hoy da, nos resulta incomprensible que, por ejemplo, los contemporneos de
Alejandro Magno o de Julio Csar no supieran apreciar la verdadera relevancia de
aquellos hombres. Para nosotros, en cambio, su grandeza no tiene secretos.
S de gente que escucha la radio, oy Adam murmurar a Marek Szajnwald, pero no me lo
esperaba de ese bocazas gritn!
Adam se gir. Henze y Schalz se haban acercado hasta la caseta de Sonnenfarb; pero, como
la puerta estaba cerrada y su superior no se dignaba comparecer, no saban qu hacer. Escuchar
la radio era una innegable infraccin de las normas. Adems, el jefe de estacin haba decretado
que bajo ninguna circunstancia se permita a los descargadores judos hallarse en las
proximidades de un receptor de radio o de ningn otro aparato de comunicacin. Pero podan
contravenir a su propio oficial al mando? Por si fuera poco, el orador no era otro que el
mismsimo Goebbels; y, adems, el da del aniversario de Hitler! En tales circunstancias,
cualquier intento de apagar el aparato sera igual que tratar de silenciar al propio Fhrer.
En ese instante, la puerta de la caseta se abri de golpe, Sonnenfarb se plant en el umbral y
anunci que herr Biebow le haba telefoneado desde el Sexto Distrito de Polica para informarle
de que, en honor a tan gran da, todos los trabajadores recibiran una porcin extra de sopa.
El carro de la sopa pareci llegar rodando como salido de la nada. De repente haba algo que
hacer. Schalz y Henze se apresuraron a hacer formar a los trabajadores en una hilera ordenada.
Sin embargo, la cola para la sopa era ms bien rala y se extenda como desganada a lo largo de
***
Adam regres a su casa por caminos despoblados. El sol quemaba desde la nada. Bajo las
franjas de luz y sombra procedentes del invernadero, observ que los mismos vehculos que
haban llevado a Biebow a Radogoszcz aguardaban ahora aparcados frente al huerto, aunque en
ninguno de ellos estaba Biebow. El nico que se haba bajado de la comitiva motorizada era
Werner Samstag. Era la primera vez que Adam le vea vistiendo el nuevo uniforme encargado
por el Sonder: guerrera de un gris verdoso con las insignias rojiblancas de la Polica del Orden en
las solapas y las charreteras, un quepis de los mismos colores y botas negras de caa alta.
Desde lejos, Adam vio que Samstag sonrea como de costumbre, pero, cuando lleg hasta l,
de la sonrisa solo quedaba una mueca: una griscea hilera de dientes incrustada en un rostro que
pareca estar a punto de soltarse de sus amarras.
Dnde est la lista?, se limit a decir Samstag.
Adam era incapaz de mantener quieto su cuerpo. El hambre que le acosaba sin cuartel, la
extenuacin y el terror le provocaron oleadas de calambres que le recorran desde las piernas
hasta el pecho y los hombros. H izo un intento de sacudir la cabeza, pero solo consigui que le
castaetearan los dientes, lo cual enfureci an ms al nuevo Samstag.
De pronto, Adam se encontr aplastado contra la pared:
Dnde?, grit Samstag, escupiendo saliva por los labios.
Sabemos que fuiste a ver a Lajb, dnde est la lista?
Y antes siquiera de poder abrir la boca:
Mientes! Por qu me mientes?
El primer impulso de Adam fue dejar que sus rodillas cedieran. A fin de cuentas, Jankiel
estaba muerto. Qu ms daba que su nombre, o el de cualquier otro trabajador, apareciera en
una lista? Por qu no entregarle simplemente a Samstag la lista que quera?
Sin embargo, la furia de Samstag no pareca guardar una relacin proporcional con lo que
peda. Adems, no era muy extrao que las autoridades escoltaran al comisario de su propia
polica juda? Si las autoridades y a no se fiaban de sus sbditos ms fieles, de quin iban a fiarse
entonces? Y Adam, de quin podra fiarse l?
Dentro de la oficina de los viveros, Feldman haba encendido la estufa. A travs de las rendijas
de la chapa oxidada, las llamas ardan plidas, como sin vida, en contraste con la luz mortecina
del sol.
Samstag se haba inclinado y remova el atizador entre los leos incandescentes. Adam estaba
apoy ado contra la pared, observando el cuerpo encorvado, de una delgadez infantil todava, del
joven polica. Al mismo tiempo, se vea a s mismo all de pie, esperando el castigo que se le iba
a infligir. Y la pared del invernadero que tena a su espalda era un muro, y el muro (eso pensaba)
siempre estar ah, y siempre ser el mismo en todas partes, y no importa lo que pase, los que
mandan siempre tendrn algo con lo que amenazar. Deportacin, tortura, un hierro al rojo vivo
contra tu cara.
Pero, tambin al mismo tiempo, otro pensamiento cruzaba su mente, nacido en el mismo
instante en que haba visto los vehculos de la comitiva aparcados frente al huerto, y a Werner
Samstag muy erguido junto al primer coche, como un chfer de librea a la antigua usanza.
Qu resort-laiter (eso es lo que pensaba) aceptara confeccionar uniformes para una unidad
especial juda que quiz ni siquiera existiera cuando estuvieran terminados? Y por qu iban a
preocuparse las autoridades por hacer nuevos uniformes si no iba a quedar gente para ser
vigilada por la polica?
Tienen miedo.
Adam y Feldman se quedaron plantados en medio de aquella devastacin. Las urnas de cristal
que antes haban contenido cada una su propio mundo estaban esparcidas en aicos por todas
partes.
Lo siento dijo Adam.
No es culpa tuy a dijo Feldman.
En la estufa, el fuego segua ardiendo con la misma indolencia. Adam sac los cuadernos de
Lajb del interior del jergn en que los haba escondido, cogi el atizador con el que Samstag le
haba amenazado y comenz a arrancar una hoja tras otra y a empujarlas con la punta del
atizador por la portilla abierta de la estufa.
Y de ese modo ardieron todos: Marek el del pie zambo, herr Gelibter, Pinkus Kleiman; y
Jankiel, claro. Adam volvi a cerrar la portilla, sin saber si con ello acababa de salvarlos a todos o
los haba condenado a una suerte an peor.
L o vio crecer surgiendo de la temblorosa franja suspendida entre la tierra inundada y el cielo
de claridad deslumbrante: un trozo de barro que se hinch y expandi hasta convertirse en un
hombre de carne y hueso que avanzaba lentamente hacia ella.
Haca casi diez meses que Vra no vea a Aleks, desde el da en que Biebow haba ordenado
destruir el Palacio. Sin embargo, Aleks no haba cambiado mucho. Siempre haba estado flaco, y
ahora lo estaba ms todava, con la cara hundida en torno a la frente y los pmulos. En cambio,
los ojos eran los mismos. La miraban con un asombro creciente, como si l fuera el ms
sorprendido de que se encontraran de nuevo.
Vra se haba pasado casi diez meses encerrada en el stano del Archivo, tratando de
recomponer los fragmentos de noticias que ella o los dems del grupo haban conseguido
escuchar de la radio. Incluso cuando no haba logrado descifrar nada, se obligaba a anotar alguna
cosa en su diario. Anotaba si llova o nevaba, o el color que tena el cielo. Anotaba el nmero de
alarmas antiareas que les despertaban por las noches. El aullido de las sirenas resonando en el
gueto y el resplandor de las defensas antiareas alemanas, cuy os gigantescos haces de luz caan
oscilantes desde el cielo, sacando sbitamente de la eterna oscuridad que los envolva un tejado,
un hastial, una calle despoblada.
Pero sobre todo anotaba lo que decan los locutores de los noticiarios. Las voces salan de la
radio finas y afiladas como agujas, y sumergidas constantemente en un ruido de esttica: agudas,
sibilantes y extraas ondulaciones sonoras que la hacan pensar en grandes aros vibrantes que
surcaban el aire volando hacia ella.
Pero al final siempre consegua captar alguna cosa de la enorme marea de informacin que
llegaba fluy endo, y anotar las palabras en un papel. Utilizaba el cdigo de citas que ella y Aleks
haban acordado de antemano. El da en que las tropas aliadas pisaron la pennsula itlica por
primera vez en septiembre de l943, sac un viejo atlas Baedeker y fue capaz de marcar los
lugares donde se libraran las batallas, incluidas las de Montecassino. De un volumen de clebres
sentencias latinas, transcribi versos de Ovidio, Sneca y Petronio que hicieron posible seguir a
distancia el progreso de la campaa:
Omnia iam fient fieri quae posse negabam.
Todo lo que y o deca que nunca pasara est pasando ahora . Quien quisiera averiguar qu
era lo que ella saba habra tenido que coger cada uno de los libros de todos los estantes y sacar
cada una de las hojas de todos los cuadernos o carpetas de la biblioteca entera del stano. Y aun
as no habra sido suficiente, y a que las palabras y las frases estaban todas en clave, y los mapas
que Aleks haba dibujado estaban divididos en tan numerosos y pequeos fragmentos, y pegados
a tantos volmenes diferentes, que ni aun conociendo el aspecto del conjunto de antemano habra
sido posible recomponerlo de nuevo. Se trataba de una construccin hecha a conciencia. Al
erigirla de la manera ms rigurosa posible, ella confiaba en que se pareciera lo ms posible a la
realidad, de modo que las fronteras entre el mundo exterior y el gueto en el que viva, si no
desaparecieran, al menos fueran menos visibles que antes.
Un proy ecto imposible, desde luego.
Sin embargo, las paredes se iban haciendo cada vez ms finas.
Una maana volvi a or a Maman tocando el piano. Estaba tocando su viejo Pley el. Era el piano
que haban tenido en el piso del parque Rieger de Praga, antes de adquirir el gran piano de cola.
Vra reconoci su sonido seco con la misma inmediata nitidez con que reconoca el leve frufr
del vestido de su madre cuando se inclinaba sobre el teclado y el interior de las mangas le rozaba
el corpio. Eran sencillos ejercicios para piano: Papillons y Kinderszenen.
***
Haba cuatro escuchas en el grupo al que perteneca Vra. Saba sus nombres, pero poca cosa
ms. Por lo general, ella desconoca dnde ni cundo se iban a practicar las escuchas hasta que la
convocaban. Los miembros del grupo haban establecido pocas reglas, pero esta la mantenan a
rajatabla: cuando se escuchaba en grupo, los encuentros solo se producan cuando el director del
grupo te llamaba.
Tambin haba escuchas que actuaban por su cuenta: los denominados solitarios .
Los solitarios eran gente que tena una radio en su stano y a antes de la guerra, o que al ser
deportados al gueto haban trado consigo un pequeo aparato y se haban negado a entregarlo
cuando se les orden hacerlo, aun a riesgo de su propia vida. Vra estaba segura de que haba
ms de un solitario en el Archivo donde trabajaba. Le pareca ver los mismos destellos de alegra
en sus rostros cada vez que los aliados avanzaban o conquistaban una posicin de importancia
estratgica. Muchos de los solitarios se callaban la informacin que captaban. Pero tambin haba
algunos que siempre hablaban ms de la cuenta. As era como las noticias sobre la guerra se
filtraban en el gueto. Si haba algo que Chaim Widawski y los otros autnticos escuchas
teman no era a los soplones del Sonder actualmente acechaban en todos los rincones y
escaleras, sino el hecho de que aquella incesante rumorologa acerca de la guerra, acerca de
los rusos y dnde estaban y qu hacan, tarde o temprano condujera a la Kripo hasta aquellos que
saban pero no decan nada.
Chaim Widawski y Aron Altszuler estaban en un grupo con Izak Lubliski y los tres hermanos
Weksler. Aleks Gliksman perteneca a otro all en Mary sin; y en torno al aparato de radio de la
calle Brzeziska se reuna un tercer grupo: Vra, junto con dos judos polacos llamados Krzepicki
Despus, nunca comentaban entre ellos lo que haban escuchado. Quien llevase puestos los
auriculares ese da iba traduciendo para el resto. Ninguno de los otros escuchas escriba ni
anotaba nada. Haba una regla tcita de que no podan quedar pruebas escritas de sus actividades:
todas las noticias deban ser transmitidas de boca en boca. Pero cuando Krzepicki lograba
sintonizar la BBC o con los americanos, y Vra era la que llevaba los auriculares, todos vean
cmo Werner Hahn asenta con la cabeza y se morda los labios, como si intentara memorizar
hasta la ltima slaba de lo que se estaba diciendo.
Tal vez tambin Hahn estuviera elaborando en secreto un archivo interno sobre lo que ocurra
en las grandes secciones del frente.
Igual que ella. O que el legendario Chaim Widawski.
Widawski. A comienzos de 1944 acababa de cumplir los cuarenta, soltero; viva con sus padres en
un reducido apartamento de la calle Podrzeczna, junto con dos de sus primos.
Widawski estaba empleado como inspector del departamento de cartillas y cupones del gueto
(wydzia-kartkowy). All era donde se distribuan los cupones de comida. As pues, ocupaba
discretamente uno de los cargos ms importantes de todo el gueto. Cupones para pan, leche,
carne y verduras valorados en miles de marcos pasaban cada da por las manos de Widawski,
pero, por extrao que resulte, nunca pareci ocurrrsele que pudiera usar su posicin para
acaparar influencia y poder.
En cambio, llevaba un diario de guerra. A partir de la primavera de 1943, en los mrgenes
del gran libro de registro en el que anotaba los nmeros de control de los cupones validados,
empezaron a aparecer combinaciones de cifras y letras que describan las posiciones de las
tropas alemanas y rusas en el frente; la distancia de determinados ejrcitos o divisiones militares
respecto a ciertos puntos estratgicos; y anotaciones referentes a la fuerza armamentstica de
cada ejrcito: por ejemplo, la cantidad de armamento de que disponan la artillera y las
divisiones blindadas alemanas cuando, tras la derrota de Stalingrado, fueron enviadas a rechazar
la contraofensiva del general Zhkov.
Aqu se puso de manifiesto una extraa paradoja. Pese a que Widawski llevaba en el ms
estricto de los secretos su diario de guerra cifrado, todo el mundo en el gueto saba que era a l a
quien haba que acudir para obtener informacin sobre el estado de las distintas secciones del
frente. Si haba alguien que estaba al corriente de los partes de guerra, ese era Widawski. Y, aun
as, a nadie se le haba ocurrido pensar que l pudiera ser uno de los radioescuchas. Cuando se
conoci el hecho, la noticia cogi a todo el mundo por sorpresa.
Era como si en el gueto hubiera dos tipos distintos de recabar informacin; dos mundos que
existan paralelamente sin llegar a entrar nunca en contacto.
Sin embargo, tambin entre esos dos mundos, las paredes se iban haciendo ms finas.
***
Es geht alles vorber
Es geht alles vorbei
Nach jedem Dezember
Kommt wieder der Mai.
Eso es lo que l le haba escrito, con las letras muy juntas para que cupieran en el grasiento
papel de estraza que seguramente era lo nico que haba tenido a mano; pero con su
Marysin en mayo. Entre el frentico ajetreo del centro del gueto, donde y a todos los resort
participaban en la produccin de las viviendas de emergencia de Speer, y el antiguo barrio
residencial ajardinado, que tras las lluvias nocturnas haba renacido a la vida bajo los cerezos y
manzanos en flor, el contraste no poda ser ms acusado. A solo unos cien metros de los charcos
de la calle Dworska, donde terminaba formalmente la ciudad , se extenda una recta sucesin
de huertos medidos y parcelados cuidadosamente. Todo el tray ecto, desde la calle Mary siska y
a lo largo de las calles Bracka y Jagielloska, era como una nica gran huerta reverdecida, con
cada parcela surcada de pulcras hileras de estacas para mantener derechos los tallos de las
plantas. Algunos de los huertos eran tan minsculos que casi todo el espacio estaba ocupado por
unas pequeas almcigas, colocadas de forma contigua o unas sobre otras, en un ingenioso
sistema ideado para que cada cajn recibiera la may or cantidad posible de sol.
Ms tarde, ella rememorara aquel da como uno de los ltimos que pas con Aleks en el
gueto.
Aleks haba inspeccionado la finca, que era como l se refera en broma a la parcelita que
tenan Vra y sus hermanos, as como la instalacin de riego que Martin y Josel haban
construido y que ahora no solo regaba su parcela, sino tambin algunas de las contiguas. Y
despus haban dado un paseo, los dos solos, por las estrechas calles de Mary sin.
El cielo era un luminoso manto azul. Las alondras daban bandazos en el aire, como si
colgaran temblorosas de hilos transparentes.
La hierba era clida.
(Cuando escribi sobre este da de excursin en su diario, pens que nunca antes ni
siquiera en Praga, cuando ella y sus hermanos haban hecho excursiones a pie hasta las colinas
de las afueras de Zbraslav haba atribuido cualidades humanas a la naturaleza. Como pelo, o
piel, o ropa desechada. Sin embargo, as era como se senta la hierba aquel da, lo que quedaba
espontnea, alguien empez a entonar una cancin, y luego alguien se le sum de forma un tanto
vacilante; y al poco todos estaban cantando, primero bajito, pero luego cada vez ms alto, con
ms determinacin:
Men darf tsi kemfn
Shtark tsi kemfn
Oi az der arbaiter zol nisht laidn noit!
Men tur nisht shvagn,
Nor hakn shabn;
Oi vet er ersht gringer krign a shtikl broit[16]
Esa noche, envuelta en el pesado abrigo gris de Aleks con su agrio olor a carbonilla y sudor
rancio, apretada contra su cuerpo para mantener el calor en medio del fro, ella le habl entre
susurros y busc su mirada, aquellos ojos de Aleks que parecan tan cansados a veces y al mismo
tiempo tan vivos y alertas.
Al darse cuenta de que ella le estaba mirando, l esboz una pequea sonrisa y pronunci su
nombre una sola vez, muy quedo. Vra, dijo, como si las dos slabas de su nombre fueran algo
que pudiera descomponerse con mucho cuidado y despus, con el mismo cuidado, volverse a
juntar. En lugar de responder, ella se inclin hacia l y le cogi la cara entre los dedos de sus
manos. As, pens, volva a tenerle por fin dentro del crculo de sus brazos: tangible.
Y en ese momento sinti que no solo anhelaba intensamente todo lo que l tena que decirle,
todos los mensajes prohibidos que l le pasaba entre los montones de papeles y libros que bajaba
de forma clandestina al stano. Anhelaba todo su ser, todo lo que l era: su plido rostro y sus
hombros inverosmilmente estrechos los cogi entre las manos y tambin cogi su espalda,
y sus caderas, y su cintura. No poda contenerse. Quera poseerle. Aunque en ese momento
vinieran a liberarles los bolcheviques, lo nico que segua queriendo ella era eso. Quera desearle
como nunca haba deseado a nadie en toda su vida, y como jams habra credo que sera posible
desear a alguien en aquella tierra de hambre y exilio.
***
Le llamaban el chico Shem ; era su guardaespaldas y su cazarratones, y quien ms tarde
Vra no tendra ninguna duda de ello les salv a todos, en el ltimo momento.
En el primer piso de la casa de vecinos de la calle Breziska, en cuy o tendedero del tico
todava se guardaba la radio de Schmied, viva un tal Szmul Borowicz. Hubo un tiempo, se
jactaba Borowicz, en que haba sido un alto funcionario en el departamento de distribucin de
alimentos, viva en un apartamento de tres habitaciones e incluso haba podido permitirse una
sirvienta. Pero entonces el Palacio se derrumb, Borowicz tuvo que renunciar a aquel buen
empleo y, como tantos otros en aquellos inciertos das, se alist en el Sonder, donde haba
ascendido rpidamente en el escalafn y ahora insista en que se dirigieran a l como capitn .
encima.
Esta vez Krzepicki y Bronowicz ni siquiera se molestaron en intentar guardar el receptor en el
bal. Salieron huy endo a toda prisa. Werner Hahn les ay ud a saltar la baja valla de madera, lo
cual fue probablemente lo que les salv. Al momento lleg el Sonder y se abalanz contra el
jubiloso montn de gente de la calle Mary narska, y al frente de la columna de policas iba el
capitn Borowicz, quien lgicamente reconoci al chico Shem antes que a nadie.
Es ms, si reconoci a alguien fue al chico Shem.
***
Sin embargo, no fue el chico Shem quien los delat.
En las cmaras de tortura de la Casa Roja no dijo ni una palabra. Tampoco durante el careo
en el que le colocaron delante a un puado de personas completamente inocentes y le dijeron
que las mataran a todas si no revelaba quines eran los traidores . Ni siquiera dijo nada
cuando lo llevaron maniatado al patio y le obligaron a arrodillarse ante los cadveres de los
dems escuchas recin ejecutados.
Tienes una ltima oportunidad!, le dijo el comisario de la Kripo mientras quitaba el seguro de
la pistola y apretaba el can contra su sien. Danos los nombres de tus compinches y te soltamos.
Sin embargo, tras su angustiado y maltrecho rostro, el chico Shem guard un obstinado
silencio.
Quien delat a Widawski fue un hombre llamado Sankiewicz. Widawski y Sankiewicz haban sido
vecinos durante varios aos en la casa de la calle Podrzeczna. No haban sido amigos ntimos,
pero siempre se haban saludado e intercambiado palabras amables. Por ejemplo, Sankiewicz
haba sido uno de los muchos que solan acudir a Widawski para enterarse de las ltimas
novedades sobre la situacin mundial . Desde su ventana haba tomado concienzuda nota de a
qu horas de la jornada entraba y sala Widawski, y de con quin entraba y sala. Pero aunque en
el barrio todo el mundo saba que Sankiewicz era un Spitzel de la Kripo, nadie imagin nunca que
sera l quien acabara delatando a Widawski.
Aquellos dos mundos paralelos de nuevo.
Las redadas de la Kripo empezaron a las seis de la maana del da despus del desembarco
aliado en Normanda. Mojsze Altszuler estaba desay unando con su hijo de diecisis aos cuando
los policas entraron en tromba, y, naturalmente, neg tener nada que ver con ningunos escuchas.
Entonces los hombres de la Kripo se llevaron a su hijo Aron al cuarto de al lado, y esperaron
hasta que el padre no pudo seguir soportando los gritos y empez a sacar las piezas de un receptor
de radio Kosmos del viejo cajn de una mquina de coser. Mojsze Altszuler, que era electricista
de oficio, haba confeccionado l mismo los auriculares con hilo de cobre que, como ms tarde
se descubrira, haba robado de la planta elctrica de baja tensin en la que trabajaba.
Desde la casa de los Altszuler en la calle Wolborska, la polica se dirigi a continuacin a la
calle My narska, donde, ay udada por el portero del edificio, forz la entrada al piso de un tal
Mojsze Tafel, a quien pillaron, podra decirse, in flagrante delicto. Tafel estaba sentado con los
auriculares puestos, escuchando muy concentrado, y apenas levant la vista al ser rodeado por
los policas.
Tras la detencin de Mojsze Tafel se produjo la de un tal Lubliski en la calle Niecaa;
despus la de tres hermanos apellidados Weksler Jakub, Szy mon y Henoch, en la calle
agiewnicka. Y luego fueron a por el mencionado Chaim Widawski, cuy o nombre ha aparecido
insistentemente en cada interrogatorio.
En la maana del 8 de junio, el comisario de la polica judicial Gerlow y dos de sus asistentes
se dirigen al domicilio de Widawski en la calle Podrzeczna, donde los aterrorizados padres del
joven les explican que es cierto que su hijo lleva sin aparecer por casa desde hace unos das, pero
que es una persona honesta y cabal que nunca ha tenido nada que ver con ningn escucha.
Tambin en la seccin de cupones los colegas de Widawski se ven obligados a confesar que no
han visto al joven inspector desde hace un par de das, pero que seguramente solo se trate de una
breve baja por enfermedad. Entonces los policas ordenan a los compaeros de Widawski que
hagan correr la voz de que, si el traidor fugado no se entrega inmediatamente, arrestarn no solo
a los padres de Widawski, sino tambin a todo el personal de la seccin, y que los irn matando
uno a uno hasta que hasta el ltimo escucha ilegal hay a sido capturado.
Despus pasan al siguiente nombre de la lista.
***
Vra escribe. Se pasa el da sentada entre los rimeros de libros, lbumes y carpetas, escribiendo.
Escribe sin descanso, y tan deprisa como sus doloridos dedos se lo permiten; en folios en blanco o
en el dorso de los que y a estn escritos por una cara, en fichas, en el blanco de las guardas de los
libros o en los mrgenes de viejos cuadernos. Anota todo cuanto ha escuchado, o ha credo
escuchar, de lo que han dicho los locutores de los noticiarios.
Cada vez que oy e el crujido de pasos fuera en la escalera, o que le parece ver la sombra de
un cuerpo movindose arriba en el rellano, se encoge como para hacerse invisible. Cuando oy e
el traqueteo del carro de la sopa, sube al Archivo y se pone en su sitio en la cola, y se queda all
esperando a que le llenen la escudilla sin mirar ni a izquierda ni a derecha, por temor a que
cualquier mirada, y a sea dirigida a un amigo o a un enemigo, baste para delatarla.
Piensa en Aleks. En si all en Mary sin les habrn llegado las noticias de las redadas en las
casas de Altszuler y los Weksler, y en si habr podido ponerse a salvo en algn lugar seguro,
como Widawski. Pero, en ese caso, dnde puede haberse escondido? Viven en un gueto. Acaso
puede haber un lugar seguro donde esconderse?
Cuando la jornada laboral toca a su fin hacia las cinco sin que la Kripo se hay a presentado, Vra
recoge sus cosas. No obstante, en vez de girar para entrar en el patio de su bloque, sigue recto por
la calle Brzeziska.
En el cruce donde vio por ltima vez al chico Shem siendo engullido por una multitud de
solitarios exultantes hay un grupo de gente, de espaldas a ella. Se detiene a una distancia
prudencial, para comprobar que ninguna de las espaldas pertenezca a alguien que viva en el
edificio, alguien que pueda reconocerla y delatarla. Al cabo de un rato toca cautamente el codo
de un hombre, lo saca del corrillo y le pregunta qu sucede. El hombre la examina de arriba
abajo con suspicacia. Despus parece decidirse de golpe y, con una voz que por fuera tiembla de
indignacin pero que por dentro est henchida de orgullo por poder explicarlo, le confa que uno
de los escuchas buscados nada menos que el cabecilla! se ha suicidado esa maana. Un tal
Chaim Widawski, no s si el nombre le sonar de algo. Los vecinos de los alrededores le haban
visto pasar la noche frente al portal de sus padres sin decidirse a entrar. Cuando empezaba a
clarear, alguien le vio hurgar en el bolsillo del abrigo y pens: y a se ha rendido, ahora por fin
entrar en el edificio y subir a su casa; pero apenas haba tenido tiempo de llegar al portal
cuando el veneno surti efecto y cay de bruces; cido prsico, dice el hombre, asintiendo con
cara de circunstancias; llevaba el veneno con l todo el tiempo. Matarse delante mismo de sus
propios padres, nada menos; los dos lo vieron desde la ventana.
Vra pregunta si tambin se han llevado a cabo arrestos en el edificio ante el que se
encuentran, y el hombre le explica que, en efecto, la Kripo ha estado ah y en una carbonera del
patio de enfrente ha encontrado una radio, muy astutamente escondida en un viejo bal de viaje.
Hasta el momento haban detenido a dos hombres: un tipo flaco de complexin acrobtica; y un
judo alemn que y a haba sido identificado como el dueo del bal. Su nombre y su antigua
direccin en Berln aparecan escritos en una etiqueta dentro de la tapa.
***
Edicto n. 416
Referente a: trabajo voluntario fuera del gueto
ATENCIN!
Por la presente se notifica que tanto hombres como mujeres (incluidas parejas
casadas) pueden inscribirse para trabajar fuera del gueto.
Los padres de hijos que hay an alcanzado la edad laboral tambin pueden inscribirlos
para dichos trabajos.
Aquellos que se inscriban sern provistos de todo el equipo necesario: ropa, calzado,
ropa interior y calcetines. Se permite llevar quince kilogramos de equipaje por persona.
Quiero hacer especial hincapi en que estos trabajadores tendrn garantizado el
permiso para utilizar el servicio postal, es decir, podrn enviar y recibir cartas. Tambin
se ha confirmado que a quienes se inscriban para trabajar fuera del gueto se les permitir
recibir sus raciones de forma inmediata, sin necesidad de esperar su turno. Las
mencionadas inscripciones sern recogidas en la Oficina Central de Empleo del gueto,
calle Lutomierska, 13, a partir del viernes 16 de junio de 1944, de forma diaria entre las
08.00 y las 21.00 horas.
Gueto de Litzmannstadt, 16 de junio de 1944
Ch. Rumkowski, Decano de los Judos de Litzmannstadt
***
Memorndum
(transcripcin de una orden verbal)
Cada lunes, mircoles y viernes saldr un transporte para realizar trabajos fuera del
gueto. Cada contingente constar de 1 000 personas. El primer transporte saldr este
mircoles, 8. Anotada por D. Fuchs en el diario del Presidente, el domingo 18 de junio de
1944.
21 de junio de 1944 (unos 600, aprox.) Los transportes estarn numerados con cifras
romanas (Transporte I, etctera). A cada trabajador del contingente se le asignar un
nmero de transporte. Cada individuo deber llevar de forma bien visible su nmero, que
tambin deber ir enganchado a su equipaje. Est permitido llevar de quince a veinte kilos
de equipaje por persona; este deber incluir una almohada pequea y una manta. Es
preciso llevar comida para dos o tres das. Se designar un supervisor para cada
transporte, quien a su vez dispondr de diez ay udantes; en total, once personas por
transporte.
Los transportes saldrn a las 07.00 horas, por lo que el embarque en los vagones se
realizar a las 06.00 horas en punto. Cada contingente de 1 000 personas contar con un
doctor o mdico de campaa, adems de dos o tres enfermeras. Los familiares del
personal sanitario podrn acompaarlos.
El equipaje no podr ir liado en sbanas o mantas, sino que deber empaquetarse de la
forma ms compacta posible a fin de poder apilarse fcilmente a bordo de los trenes.
En cuanto a las once personas de acompaamiento: todas debern llevar los quepis y
brazales distintivos de la fuerza de polica local.
Boletn de noticias
Extracto de la Crnica del Gueto,
Gueto de Litzmannstadt, jueves/viernes, 22 - 23 de junio de 1944
piso de arriba de su residencia de verano en la calle Karola Miarki. Para entonces, todo el mundo
pensaba que al Presidente le quedaban pocas horas de vida. El seor Abramowicz se haba
inclinado sobre el lecho donde y aca postrado el anciano y le haba preguntado si tena un ltimo
deseo, y el Decano haba respondido en un susurro que quera que mandaran llamar a su fiel
servidora de antao, la antigua niera Rosa Smoleska.
Ms tarde esto provocara cierto revuelo. Pese a todos los sacrificios que sus muchos
servidores fieles y estrechos colaboradores haban hecho a lo largo de los aos, la nica persona
a la que el Presidente haba querido ver en su lecho de muerte era a una simple niera. Aun as,
el seor Abramowicz se haba dirigido en la calesa con Kuper al apartamento con mirador de la
calle Brzeziska en el que viva la seorita Smoleska con una de las hurfanas del Prezes que
haba sido adoptada; y la seorita Smoleska haba vuelto a ponerse su antiguo uniforme de
niera y los tres juntos haban regresado en el coche a Mary sin; y el seor Abramowicz la haba
hecho pasar a la habitacin donde el Prezes y aca moribundo y a continuacin haba cerrado
discretamente la puerta; y el Prezes la haba mirado de arriba abajo, y despus haba hecho un
movimiento vago con la mano indicando que se sentara a su lado, y despus haba dicho lo ms
importante ahora son los nios; y a partir de ese momento todo haba sido como antes, y como
siempre haba sido.
El Presidente: Lo ms importante ahora son los nios!
Seorita Smoleska, deber reunidos a todos en un punto de encuentro especfico, del
cual no le dar detalles hasta ms adelante. NO DEBE FALLAR UN SOLO NIO. Lo ha
entendido, seorita Smoleska? Se ha dispuesto un transporte especial para los nios, los
acompaarn dos mdicos, y dos enfermeras que y o designar especialmente. Qu me
dice, seorita Smoleska?
Le gustara acompaar a los nios en calidad de enfermera?
Haca y a mucho que Rosa Smoleska haba perdido la cuenta de todas las veces que, en el
curso de los aos, haba sido llamada a algn despacho o dormitorio en que el Presidente y aca
enfermo o consumindose . (Cuando no era el corazn , del que en aquella poca
siempre padeca, era otra cosa).
Sin embargo, ahora ofreca un aspecto verdaderamente enfermo, con el rostro tumefacto y
enrojecido y unos nudos negros de sangre coagulada en los puntos de sutura que tena en la sien,
en ambas mejillas y en un ojo. Pero lo ms terrible era que, debajo de aquel rostro destrozado,
estaba todava su cara de antao. Y esa cara sonrea y le guiaba un ojo con la misma ladina y
desvergonzada connivencia con que siempre lo haba hecho; y la voz que hablaba a travs de las
vendas era la misma que le haba dado rdenes o que haba fingido complacer sus deseos
siempre y cuando ella (a cambio) estuviera dispuesta a complacer los suy os:
El Presidente: Porque usted querr estar con sus nios, no es as, seorita Smoleska?
En ese caso, quiero que asuma la responsabilidad de llevar a todos los nios al punto de
reunin que le ser indicado.
Verdad que se lo promete a su buen Rumkowski?
Le haba tomado la mano entre las suy as. Las vendas le cubran las manos por encima de las
muecas, haciendo que sus pequeos dedos asomaran como bultitos de masa informe. Pero era
la misma mano! Y como tantas otras veces que l haba conseguido embaucarla para dejarse
tocar, la mano estaba intentando llegar a ese sitio donde no se le haba perdido nada.
Y cmo iba a decirle entonces que y a no quedaba ninguno de los nios que le peda que
reuniese?
Que y a no quedaban nios que salvar!
Que l mismo haba ay udado a enviarlos lejos!
No fue capaz. Tras aquella cara destrozada, los despiadados ojos le rogaban de nuevo y ella
no poda defraudarle. As que dijo s, seor Presidente, har cuanto pueda, seor Presidente. Y
por debajo de su uniforme recin planchado, los rechonchos deditos de masa que asomaban bajo
el vendaje se abran paso a tientas entre los muslos y la entrepierna. Y qu iba a hacer ella?
Sonrer y llorar de gratitud, claro. Como siempre haba hecho.
L as ltimas evacuaciones del gueto se realizaron en dos etapas. Una primera y ms ordenada
operacin se inici el 16 de junio y se prolong hasta mediados del mes siguiente. Despus hubo
un intermedio de dos semanas durante el que las cosas parecieron volver ms o menos a la
normalidad. Luego se reanudaron las deportaciones, y esta vez y a no se hablaba de organizar
transportes a lugares fuera del gueto, sino de un Verlagerung total.
El gueto entero, con gente, maquinaria y todo lo dems, iba a ser trasladado a otro lugar.
El frente estaba ahora muy prximo. Las sirenas antiareas sonaban regularmente durante
varias horas cada noche y, mientras y aca despierta detrs de la cortina del piso de la seora
Grabowska, Rosa Smoleska poda sentir cmo las lejanas detonaciones de las bombas se
propagaban en temblores sordos a travs de las paredes del edificio y recorran su propio cuerpo.
Desde haca un tiempo Debora urawska trabajaba en la fbrica de porcelana de Tusk,
situada en la confluencia de las calles Lwowska y Zielna. La fbrica produca casquillos de
porcelana para fusibles y aisladores, y era una de las pocas industrias que Biebow haba
clasificado de kriegswichtig, motivo por el cual haba podido permanecer en el gueto aun despus
de iniciadas las evacuaciones. El lugar de trabajo de Debora estaba situado al fondo del angosto y
helado barracn donde ella y algunas chicas ms empaquetaban los fusibles y a acabados en
pequeas cajas cuadradas de cartn. Doce fusibles por caja, que despus se cerraban
introduciendo las solapas de la tapa y la base en las pequeas ranuras diagonales de los laterales.
Las cajitas se empaquetaban luego en cajas ms grandes, de veinte unidades cada una.
Da tras da Debora tena que realizar estas simples operaciones.
Hasta que un da no volvi a casa. Ms tarde Rosa se vera obligada a admitir que no saba
exactam ente cundo se haba escapado: si haba sucedido esa misma maana de camino a la
factora del seor Tusk, o durante la noche, o incluso la tarde anterior. ltimamente ocurra con
frecuencia que Debora se escapaba, o se evada , como decan en la fbrica. Sala de la sala
de embalaje del resort y empezaba a vagar hasta perderse por alguno de los callejones de detrs
de la factora, a la vez tan familiares y completamente desconocidos. Poda suceder en pleno da
o al atardecer, despus de que sonara la sirena. Si ocurra por el da, generalmente no haba
recorrido an un par de manzanas cuando el Sonder y a la haba parado para pedirle que les
mostrara su cartilla de trabajo. Pero si suceda despus de que acabara el turno, a veces le daba
tiempo a llegar bastante lejos antes de que un vecino o un conocido alertase a Rosa de que su
chica andaba por el barrio. En una ocasin haba llegado incluso a cruzar el puente de madera
de Bauty y vagaba entre los obreros de la ebanistera de la calle Drukarska, y solo fue cuestin
de suerte que Rosa diera con ella antes que el Sonder.
Pero haba ocasiones en que, sencillamente, Rosa estaba demasiado cansada. Diez horas al
da en el taller de corte de uniformes, donde trabajaba cosiendo los forros de guantes y gorros de
invierno; despus tres horas de cola cada tarde para poder obtener alguna escasa racin, o subir
agua desde alguna de las cocinas colectivas, o lavar ropa, o restregar escaleras y suelos. A veces
llegaba tan agotada que tan solo se desplomaba en la cama. Y al da siguiente, al despertarse,
poda encontrarse a Debora completamente vestida y sentada en el suelo de la alcoba, mirando
ensimismada cmo las moscas volaban por fuera de la tela que Rosa haba colgado en la
ventana, y que en ese momento estaba iluminada por el sol: la manera en que las sombras de las
moscas se agrandaban justo antes de posarse en el dorso de la tela, para despus
empequeecerse cuando salan volando y se alejaban. Eso significaba generalmente que haba
pasado la noche fuera, y Rosa se horrorizaba pensando en lo que podra haber pasado si, en su
confusin, Debora se hubiera acercado demasiado a la alambrada y a alguno de los hastiados
centinelas alemanes le hubiese dado de repente por ponerse a disparar.
Pero Debora no solo se evada en el gueto, sino que tambin intentaba desaparecer detrs
de la buena voluntad de los dems, o detrs de las palabras propias o ajenas.
Djeme ay udarla , poda decir con desbordante amabilidad al ver venir a la seora
Grabowska cargada con el cubo de carbn, y entonces se pona de rodillas para encender el
fuego en la estufa. La Debora de ahora se prestaba a ay udar y auxiliar a los dems con la misma
diligencia que la muchacha que Rosa haba conocido en la Casa Verde; pero la Debora de ahora
se olvidaba del cubo de carbn o del balde de agua en el mismo instante en que se haba ofrecido
ir a buscarlos, o simplemente se quedaba mirando a Rosa con incredulidad cuando esta intentaba
explicarle el mejor camino para volver a casa desde la fbrica. Las palabras se desprendan de
ella igual que las moscas y dems insectos se desprendan del dorso de la cortina. Eran meras
sombras, e igual de irrelevantes.
De hecho, no fue hasta la segunda maana en que la seora Grabowska lleg con el cubo
para encender la estufa y se qued all plantada con la pala y el recogedor de cenizas, y de
repente se acord ah, por cierto, el otro da vino alguien preguntando por la joven seorita
Debora, cuando Rosa empez a preocuparse. Le pregunt quin era, pero la seora Grabowska
no tena la menor idea, claro. Cmo iba a saberlo? Con el movimiento de gente que haba y endo
y viniendo esos das. Un tipo joven del Sonder o algo as fue todo lo que pudo recordar.
***
Todava circulaba por el gueto la historia de Mara, la mujer muda y paraltica que un da fue
encontrada en la calle Zgierska al otro lado de la alambrada de espino y de la cual los rabinos
ortodoxos del gueto no haban querido saber nada, razn por la cual el rebe de los hasidistas, un tal
Gutesfeld, se haba hecho cargo de ella. Da tras da, el rebe Gustesfeld y su hilfer haban sido
vistos deambulando con la mujer paraltica tendida sobre una tosca camilla, y la gente iba a verla
a escondidas a la casa de oracin de la calle Lutomierska o a la sinagoga del antiguo cine Bajka,
y a que se deca que era hija de un tsaddik y , como tal, posea el don de sanar.
Pero ella jams habl, ni movi ninguno de sus miembros.
Entonces los nazis declararon su Gehsperre y la gente se encerr en sus casas, aterrorizada,
esperando que el Sonder o los soldados de las SS llegaran para arrebatarles a sus hijos y a sus
ancianos. El ltimo de los rabinos may ores del gueto haba sido deportado y la gente estaba
convencida de que la hija del tsaddik tambin lo haba sido, si es que no le haban pegado un tiro
all mismo.
Pero entonces empez a circular el rumor de que alguien la haba visto por el gueto. Debi de
ser hacia el tercer o quiz cuarto da de haberse impuesto el toque de queda, y los policas del
Sonderabteilung de Gertler que informaron del suceso estaban paralizados por el terror. Porque la
mujer paraltica haba sido vista caminando erguida, sobre sus dos piernas, no siempre avanzando
en lnea recta, claro, sino apoy ndose con paso vacilante de una fachada a otra; de vez en cuando
se caa, pero enseguida volva a levantarse. En cuanto empez a extenderse el rumor, result que
tambin otros haban visto a la mujer, desde dentro de sus pisos. Y entonces se lleg a decir que
supuestamente la haban visto entrar en las casas a travs de puertas cerradas, y que al llegar a
cada rellano tocaba la mezuz de las jambas, y hubo gente que afirmaba que la haba dejado
entrar, y entonces ella les haba dicho que el Dios de Israel estaba con su pueblo en la hora de la
partida, y a fuera a Babilonia o a Mizrajim. Y que si una sola de las tribus de Israel pereca por el
camino, entonces, como deca el profeta, todas las dems pereceran. Sin embargo, una nica
tribu que perezca no podr destruirlas a todas. Porque aunque no se puede extraer una sola piedra
de una roca sin daarla entera, tambin es verdad que, aunque se extraiga una piedra de ella, la
roca perdurar. El pueblo de Israel es indestructible. Eso es lo que afirmaban que haba dicho.
Tambin ahora ante la inminente partida haba personas que iban de casa en casa por las
noches. Pero no se trataba de santos, ni tampoco prodigaban promesas sobre la indestructible
roca de Sin y Eretz Israel como se deca que haba hecho Mara, sino que ofrecan la posibilidad
de comer hasta saciarse al menos una vez antes de que saliera el ltimo transporte. La propia
Rosa les haba odo murmurar con voces aterciopeladas tras la tela roja que haba colgado en la
ventana:
Drai!, podan decir.
O:
Drai en a halb!
Cuanto ms tardaba en volver Debora, ms convencida estaba Rosa de que la chica haba
sido vctima de uno de esos compradores de almas.
La cosa funcionaba as:
Como Biebow haba insistido en que el may or nmero posible de fbricas deban continuar
con la produccin, todos los resort-leiter tuvieron que elaborar listas con los nombres de los
trabajadores que consideraban indispensables y con los de aquellos de los que podran prescindir,
de ser estrictamente necesario. Basndose en esas listas, un Inter-Ressort Komitee seleccionaba
despus a los trabajadores que formaran parte del siguiente transporte y cules podan seguir
Al despuntar el alba, el ruido en la calle Brzeziska es tan intenso que parece concentrarse en un
cuerpo por derecho propio, un cuerpo sonoro suspendido muy por encima de la masa de gente
que se desplaza penosamente arriba y abajo a lo largo de toda la calle.
Dos corrientes humanas conforman la muchedumbre. Una asciende calle arriba desde la
Plac Kocielny. Por ella fluy en los que han comprado su tiempo, los exonerados, quienes an
tienen un trabajo al que acudir, con sus mochilas a la espalda y sus menaki tintineando
jovialmente alrededor de la cintura. La otra corriente desciende hacia la Plac Kocielny. En ella
van todos los dems: los que han recibido una notificacin de partida o se han visto obligados a
venderse como almas.
Hacia el medioda, el caos ha adquirido proporciones increbles:
La gente est de pie en medio de la calzada junto a su carga de muebles y enseres; estn ah
de pie: atrapados en una aparentemente interminable caravana de carros y carretas que se han
volcado o se han encallado, y que algunos intentan levantar y volver a hacer andar empujando
por detrs o tirando de ellas con cuerdas, correas y arreos.
De camino a la plaza Bauty, Rosa pasa junto al denominado punto de compraventa : un
gran recinto cercado que empieza en la farmacia Kron, a los pies del puente de madera, y se
extiende hasta la plaza Jojne Pilsher. Todo cuanto pueda prestarse a ser vendido ha sido trado
hasta aqu: mesas, comedores, armarios, puertas; maletas y bales gastados o incluso destrozados
que tal vez puedan ser tiles an de algn modo; tambin ropa, sobre todo abrigos y gabardinas, y
zapatos de invierno y botas. El gueto comprar de nuevo algunos de esos enseres: pero pocos de
los que han venido hasta aqu para desprenderse de sus ltimas pertenencias quieren que les
paguen por ellas. En dinero no, desde luego. Los rumkies del gueto y a no tienen ningn valor. Los
que se preparan para partir quieren comida: pan, harina, azcar o conservas, cualquier cosa de
comer que puedan llevarse con ellos.
Y por todas partes hay gente discutiendo, porque creen que no han recibido lo que les haban
prometido, o no por el precio acordado. Unos cuarenta policas, que forman una cadena humana
bastante espaciada que parte desde el puente, son testigos de las disputas. Pero ninguno de ellos
interviene, o si lo hace es de forma testimonial, para separar a algunos que se han enzarzado en
una pelea particularmente violenta. Tal vez hay an recibido rdenes de no intervenir, o tal vez no
se atrevan. O puede que solo estn all para vigilar sus propias pertenencias; quiz tengan
familiares en los edificios o manzanas cercanos.
De vez en cuando, Rosa cree vislumbrar el coche del Presidente en medio de todo este caos,
su cara desfigurada bajo el ala de su sombrero, o al fondo de la capota del carruaje que pasa
rpidamente de largo. El Prezes del gueto se muestra incansablemente activo estos das finales.
Publica edictos. Pronuncia discursos. Pide a los habitantes del gueto que todava estn escondidos
que se rindan y salgan. Jidn fun geto bazint zich!
A veces, l y Biebow aparecen juntos. Resulta chocante: el agresor y el agredido, hombro
con hombro. Para ms inri, Biebow todava lleva la mano con la que golpe al Presidente
vendada y en cabestrillo, y el Presidente ostenta las sangrientas cicatrices y el ojo hinchado y
cerrado como una mscara que cubre su verdadero rostro. Incluso hacen de apuntador el uno al
otro, como la pareja de cmicos de la Revista del Gueto de Moshe Puawer. Primero el
Presidente pronuncia unas palabras introductorias. Despus habla Biebow. Judos mos, dice
Biebow.
Nunca ha dicho eso antes.
Un da corre el rumor de que se va a distribuir comida en el antiguo mercado de frutas y
verduras. Repollos. Tres kilos por racin. Una cantidad inconcebible para un gueto que durante
aos se ha sustentado a base de colinabos podridos y de col agria fermentada en exceso.
En el centro de la plaza y a estn colocadas las balanzas y las pesas, y la gente empuja hacia
delante dispuesta a llenar sus sacos abiertos. Entonces se oy e de repente el sonido de motores de
tractor muy revolucionados; despus el ruido metlico y sordo de cadenas al enganchar los
remolques, de metal chocando contra metal. Un sonido aterrador para quienes recuerdan los das
de la szpera de hace un ao y medio. La gente deja al instante lo que tiene entre manos y echa a
correr, pero no han llegado ni siquiera a la segunda manzana cuando soldados de cascos brillantes
irrumpen en la plaza por los cuatro costados. Desde la calle agiewnicka llegan refuerzos en
forma de camiones cargados de polica alemana; se mueven con tanta rapidez que dan la
impresin de bajar flotando de las cajas, agarrando a los fugitivos y amontonndolos sin
contemplaciones en los remolques. Y de pronto ah estn una vez ms el Presidente y Biebow
el agresor y el agredido; el alemn y el judo, subidos en la caja de uno de los camiones.
Biebow incluso levanta la mano vendada en un gesto para llamar la atencin de la
muchedumbre, mientras exclama: Nein, nein, nein! Y a su lado se ve al Presidente con su cara
desfigurada, y tambin l levanta el brazo en el aire y exclama: No, no, no, como un eco; y luego
Biebow dice: Judos mos, dice.
Esto es lo que podramos haber hecho.
Podramos haberos cargado en los camiones y hacer que os deportaran a todos.
Aber so machen wir es nicht! Nein, nein, nein!
No queremos usar la violencia. No hay necesidad.
Todos los judos del gueto estn seguros y a salvo en nuestras manos.
Hay mucho trabajo en Alemania, y todava quedan muchas plazas libres en los trenes
Ahora volved a vuestras casas y recapacitad con calma, y a primera hora de la maana
trais a vuestros hijos y esposas y os registris en la estacin de Radegast.
Prometemos hacer cuanto est en nuestra mano para hacer vuestra vida lo ms
llevadera posible.
Rosa Smoleska se cuenta entre los que se han agrupado alrededor de la caja del
camin para escuchar a los dos hombres. En una mano sostiene la lista de todos los nios
del Prezes que ha logrado recopilar ojeando las carpetas prohibidas en la oficina de la
seora Wok. La lista no solo incluye los nombres de los nios, sino tambin los de sus
nuevos padres, o los de sus parientes; y tambin los nombres de las fbricas en las que
Wok o Rumkowski les han conseguido trabajo, as como los de los kierownicy que, como el
seor Tusk, han sido encargados de servir como valedores de los nios.
Rosa Smoleska va con la lista de resort en resort. Pero los directores de las fbricas y a hace
tiempo que han perdido la cuenta de cules son los trabajadores que tienen o no. Los trabajadores
que tenan han sido intercambiados hace tiempo por otros; o que se han vendido como almas; o
que, tras venderse, han regresado con otro nombre, o bajo cualquier otra identidad, porque
alguien con ms poder e influencia ha comprado su libertad; o simplemente han dejado de
aparecer por la fbrica. Actualmente sale del gueto un transporte diario. Mucha gente piensa que,
si consigue permanecer oculta un poco ms, tal vez la liberacin llegue a tiempo. Pero, en esos
ltimos das, tambin la distincin entre vivos y muertos se est desvaneciendo. Hay quienes
afirman haber visto neshomes caminando vivitos y coleando por las calles del gueto, vecinos y
compaeros de trabajo que se haban vendido y haban sido deportados, a quienes todos crean
muertos o desaparecidos para siempre, pero que han regresado para exigir que se les devuelva lo
que es suy o por derecho.
Es 8 de agosto. Rosa Smoleska sale de la fbrica de guantes y medias de la calle My narska,
y va de camino a casa cuando estalla un tiroteo en las inmediaciones. No es la primera vez, pero
s la primera que suena tan cerca.
Al principio no parece demasiado grave. Un disparo aqu y all, no rfagas continuadas.
Despus ve que, ms abajo, la calle est llena de gente. Parecen salir de todas partes: una
masa humana compacta y viscosa. Por un momento tiene la impresin de que la muchedumbre
est completamente quieta delante de ella. No porque no se mueva con suficiente rapidez, sino
porque todo el mundo quiere moverse al mismo tiempo y por eso nadie lo consigue. La gente se
empuja y se golpea, intentando abrirse paso a codazos. Algunos cargan con sus pertenencias. Un
cesto con ropa y zapatos; una palangana de esmalte repleta de utensilios domsticos; una lechera
que cuelga y da bandazos como si fuera un cencerro. En medio de todas esas caras mudas o
vociferantes, de expresin pasmada o sombra, Rosa distingue a la seora Grabowska, que avanza
lentamente arrastrando cada pocos metros una enorme maleta.
Es la seora Grabowska la que le explica que los alemanes acaban de entrar finalmente en el
gueto.
Pero no desde las zonas perifricas, como todo el mundo ha estado temiendo y comentando
durante semanas, sino desde el corazn mismo del gueto; agiewnicka, Zawiszy, Brzeziska y
Mty narksa: las cuatro calles del centro del gueto estn bloqueadas por carros de combate
***
Esa noche la pasa en casa de una conocida de la seora Grabowska, que vive en la ltima planta
de los antiguos bloques de pisos de la calle My narska. Desde la ventana del apartamento, Rosa ve
llegar vehculos militares alemanes provenientes de Litzmannstadt, a fin de reforzar los
acordonamientos dentro del gueto. Una hilera tras otra de camiones recorren las calles con las
cajas llenas de cadenas y rollos de alambrada.
Est con unas veinte personas que todava no se han registrado en las listas de evacuacin,
sentadas en una misma habitacin, todas con los rostros ocultos tras hombros encorvados o
rodillas dobladas. Ninguna de ellas tiene nada para comer o beber. Algunas ni siquiera han tenido
tiempo de coger sus escudillas.
Lo nico que Rosa lleva consigo es la lista de los nios del Prezes. Junto con algunas
fotografas que ella haba guardado. Una de las fotos est tomada en la cocina de la Casa Verde.
En primer plano, junto a la hilera de relucientes ollas y cazuelas, est Chaja Mey er, con su gorro
de cocinera y su delantal blanco, y detrs de ella estn sentados todos los nios en fila, tambin
ellos de blanco, los ms pequeos con baberos anudados al cuello; sin embargo, todos aparecen
inclinados sobre sus tazones de sopa, como si el objetivo de la sesin fotogrfica hubiera sido
mostrar sus cabezas despiojadas. En otra imagen se ve a los mismos nios alineados ante la valla
del Campo Grande. Estn todos de perfil, apoy ando las manos en los hombros del que tienen
delante, como si fueran una compaa de ballet o estuvieran a punto de emprender una marcha.
Pero solo son imgenes. Nios con las cabezas rapadas; nias con trenzas.
Podran ser unos nios cualquiera.
A l da
***
Un nuevo da, un nuevo amanecer. Una vez ms, emprende la marcha hacia Mary sin. A lo largo
de la calle Mary siska pasa junto a una hilera de remolques de tractor, aparcados
ordenadamente a intervalos de unos veinte metros. A medio camino de la residencia del
Presidente, los alemanes han levantado una barrera, donde un puado de ociosos hombres de las
fuerzas de seguridad bromean con un centinela.
Unos pocos individuos aislados o grupos de rezagados, la may ora personas may ores, avanzan
calle arriba con sus equipajes. A Rosa le parecen ms vulnerables ahora que no forman parte del
convoy de marcha, y los hombres de las fuerzas de seguridad tambin lo advierten. De repente,
uno de los policas echa a correr (el largo abrigo negro se despliega como un paraguas por
encima de sus botas altas) y, entre el golpeteo de sus correas, alcanza a uno de los judos del
camino. Qu ha hecho? Es que lleva demasiado equipaje? O acaso se ha acercado demasiado
a la cuneta? Al momento, los cinco policas forman un corro alrededor del judo que y a ha cado
al suelo. A travs de sus risas y voces, se oy en los golpes sordos de sus botas sobre carne blanda
y los desesperados gritos de auxilio del hombre.
En ese instante se oy e un sonido extrao y sibilante, y Rosa siente que todo el aire escapa de
sus pulmones. Ve al centinela de la barrera dar dos pasos al frente y levantar ambas manos
como si fuera a parar un golpe; el silbido crece hasta convertirse en fragor y, cuando Rosa echa
a correr, el suelo bajo sus pies retumba como un tablero sacudido violentamente.
Se ve a s misma tirada en la cuneta encima del hombre apaleado; ve el humo de la explosin
elevndose por encima de los blandos correajes de su mochila. Entonces alguien se inclina sobre
ella desde arriba, la coge por debajo de las axilas y la arrastra de nuevo al camino. Es Samstag.
(Le habra reconocido hasta despertando del ms profundo de los sueos). Qu hace aqu? Es lo
nico que alcanza a pensar.
Corre, se limita a decirle, y seala hacia las casas que hay ms abajo en la calle Mary siska.
De algn modo consigue que le respondan las piernas. Todava se siente como si estuviera en
la cubierta de un barco que oscila y da bandazos bajo ella. Tambin los edificios ms prximos al
camino dan la impresin de inclinarse adelante y atrs; en un momento aparecen envueltos en
una densa nube de humo, y al siguiente vuelven a ser plenamente visibles. Una vez que consigue
cruzar el portal, se da cuenta de que se trata del mismo edificio donde pas la noche anterior.
Entonces las escaleras y los apartamentos haban estado atestados de gente que hua. Ahora
no se ve ni un alma; solo restos de lo que han dejado atrs: mantas, colchones, ollas, cazos. Sube
las escaleras hasta el piso de la segunda planta. Las ventanas estn abiertas de par en par. Cuando
mira fuera, ve la larga hilera de remolques junto a la que pas antes, pero ahora comprende que
no estn all esperando a que comience la operacin, sino que esta ya se ha llevado a cabo. Los
comandos de las SS y a han registrado y despejado toda la zona durante la noche, mientras ella
estaba fuera. Por eso no queda gente. Por eso han levantado la barrera al comienzo de la calle.
Una vez ms aparece Werner Samstag, en el umbral detrs de ella.
Con una compasin tan altiva y distante que ms bien parece sarcasmo, se queda mirando la
sangre que ha manchado la parte delantera de su vestido.
Luego se inclina hacia Rosa. Por un instante est convencida de que va a matarla, pero tan
solo se limita a cogerla de nuevo por las axilas y a echrsela a la espalda con sorprendente
facilidad. Es ahora, mientras cuelga cabeza abajo por encima de su hombro, cuando se da cuenta
de que todava sostiene en una mano la lista de los nios del Prezes. En la otra, igual de
agarrotada, lleva el pauelo con los mendrugos de pan que haba guardado por si se encontraba
con alguno de los nios. De ese modo bajan las escaleras llenas de restos abandonados y salen de
nuevo al gueto.
Pero ahora es una ciudad fantasma.
Por todas partes, puertas abiertas que golpean dando bandazos. Ventanas oscuras y vacas.
Es como si un gran viento lo hubiera barrido todo, pero un viento sin dimensiones ni direccin,
un viento que tan solo da forma al gran vaco que lo rodea todo sin tocar nada.
Aunque empieza a clarear, el cielo del alba sigue siendo de un negro azabache
Aferrada a la espalda de Samstag, en los mrgenes de su campo de visin vislumbra casas,
patios, vallas y muros que se van sucediendo a un ritmo constante. Avanzan siempre por la parte
trasera de los edificios. Samstag se mueve con la agilidad de un animal, zigzagueando entre
hileras de letrinas y cobertizos, cuy a abominable fetidez deja paso de vez en cuando al
empalagoso y rancio olor de unos arbustos de lilas florecidos hace tiempo. Durante un rato cree
ver los muros rematados de alambre de pas de la Prisin Central, y los bloques de celdas de su
interior. Entonces, de pronto, reconoce el lugar. Estn en el patio del antiguo hospital infantil del
gueto, y el letrero que hay en lo alto de la derruida fachada as lo confirma:
KINDERHOSPITAL DES LTESTEN DER JUDEN
Todava se ven vestigios de la gran exposicin industrial de la Oficina Central de Empleo. En
el vestbulo, las vitrinas siguen en pie sobre sus caballetes, y en el suelo, entre cristales rotos y
jirones de cortinas, y acen desperdigados montones de carteles llenos de tablas y curvas
estadsticas: ahora patticas, con huellas de sucias pisadas ntidamente impresas sobre las
hermosas columnas de cifras.
En la caseta del patio de atrs una tosca construccin de una sola planta con gruesos
tablones cubriendo las ventanas hay una escalera de piedra sin enfoscar que parece adentrarse
en los cimientos mismos del edificio; desde ah, un estrecho pasadizo subterrneo parece discurrir
como un tnel por debajo del antiguo hospital. Rosa percibe la fra corriente de aire mohoso
procedente de las paredes de tierra empedrada, y agacha instintivamente la cabeza para no
golpearse contra el techo. Pero Samstag va con cuidado. Como si no fuera ms que una mueca
de proporciones sobredimensionadas, se la pasa debajo de un brazo. En la otra mano sostiene una
lmpara de arco voltaico. Y, sin que ella se d cuenta, debe de haber llegado hasta algn
interruptor, porque de repente las paredes, el techo y el suelo del pasadizo subterrneo aparecen
iluminados por una luz intensa y cegadora. Latas de pintura y botes de disolvente en anaqueles;
herramientas ordenadas y clasificadas por su forma y tamao. Los restos de la gran prensa
rotativa de Pinkas Szwarcz descansan en medio del suelo. Cmo se las habrn arreglado para
bajar ese gigantesco armatoste hasta ah? Y ms all de la rotativa, en un estante muy cerca del
bajo techo, hay instrumentos musicales de todo tipo: una tuba, un trombn y (suspendidos de unos
ganchos atornillados al mismo estante de madera) violines que cuelgan por sus mstiles de unos
lazos hechos de la ms fina cuerda de piano. Pero para entonces sus ojos y a han visto a los nios
de la Casa Verde.
Sus caras, alineadas una junto a otra como bolas de un baco, se ven plidas, aturdidas por la
deslumbrante luz. La primera que ve es la ajada cara del afinador de pianos. Tras ella, como una
rplica de la fotografa tomada en la cocina de la Casa Verde: Nataniel; Kazimir; Estera; Adam.
Todos los nios de la lista estn ah. Tambin Debora urawska.
Rosa ve cmo la chica levanta fugazmente la vista, y luego vuelve a bajarla avergonzada. Y
Rosa quiere decirle algo, pero las palabras que busca a tientas se vuelven inalcanzables. En vez de
hablar, se abre paso a travs de los bajos anaqueles, el dorso de un trombn, el afilado borde de
una lijadora. Id ltimo tramo lo tiene que hacer a gatas, con la cabeza hundida entre los hombros,
mientras la arenilla y los guijarros que se desprenden del techo se le cuelan por la nuca. Cuando
por fin llega hasta ellos, abre las puntas del pauelo con los mendrugos que ha estado guardando.
Le ofrece una de las cortezas a Debora, que est sentada en el extremo ms prximo; luego
desmenuza con manos temblorosas el pan que queda y lo reparte en partes iguales entre los
dems nios de la fila Nataniel, Kazimir, Estera, incapaz todava de pronunciar palabra.
Detrs de los nios hay una pared baja de piedra, cuy os irregulares sillares debieron de estar
alguna vez enlucidos con cemento. Sin embargo, el enlucido hace tiempo que ha saltado. El
mortero entre los ladrillos que hay debajo tambin se est desmenuzando. La pared que tienen
detrs no tardar en desmoronarse entera.
Samstag vino, dice Nataniel, su voz igual de ronca y spera que el cemento.
Ahora Samstag es de la Polica del Orden, aade Estera, un poco oficiosa (como siempre):
como si la palabra polica todava fuera capaz de explicar algo.
Y, a pesar de todo, puede que lo sea para ellos.
Rosa recuerda un juego que los nios solan jugar cuando vivan en la Casa Verde: el juego
prohibido, como lo llamaba Natasza. En el juego todos los nios simulaban estar ocupados en sus
actividades normales. Natasza se inclinaba sobre su costurero, Debora se sentaba al piano y
tocaba. Uno de los nios era elegido para salir al vestbulo y gritar: Que viene alguien. Cuando
Kazimir era el elegido, volva a la sala y gritaba: Que viene Churchill! Cuando le tocaba el turno
a Adam, volva y gritaba: Que viene Roosevelt!
Y entonces todos corran a esconderse. Recuerda una vez, antes de que un airado doctor
Rubin pusiera fin a todos aquellos espectculos: Kazimir se haba enrollado en la alfombra que
haba debajo del piano de la Sala Rosa, y entonces entr Werner Samstag dando trompicones con
una cacerola en la cabeza y una espumadera en la mano:
Que viene el Presidente!
Y alrededor de l, todos los nios se quedaron sentados como paralizados.
As que, en cierto modo, l siempre haba sido quien haba venido a salvarlos en el ltimo
momento. Cuando, despus de acabar de repartir el pan, Rosa volvi a alzar la vista, vio que la
lmpara todava irradiaba un haz luminoso desde la puerta, pero y a no haba ningn cuerpo
detrs de la luz. Los nios debieron de haber visto que Samstag se iba, pero ninguno pareci haber
reaccionado. Por lo visto, Samstag segua y endo y viniendo a su aire, como haba hecho siempre.
Debora se sac un pauelo del talle de su vestido, lo enroll hasta formar una estrecha cinta y
moj uno de sus extremos de saliva; luego, sin ninguna delicadeza, encaj la cabeza de Rosa
entre sus dos rodillas levantadas y, con mano firme pero cuidadosa, empez a restregar la sangre
y la suciedad de su cara. Rosa intent liberarse. Senta la necesidad de explicarles la situacin.
Los nios no saban qu aspecto ofreca el gueto fuera de aquel stano; no saban que todas las
calles de alrededor estaban acordonadas y que la Gestapo no tardara en venir con sus perros.
Trat de decrselo, pero al ver cmo Debora le limpiaba la cara con un semblante tan
inexpresivo como cuando se friega una sartn o una cacerola, desisti. Rendida de cansancio,
dej caer la cabeza con impotencia en el regazo de la chica.
Tienes que confiar en m, Debora dijo. Por qu no lo haces?
Pero Debora no respondi. Debora no responder nunca. Debora le quita la pala del carbn
de las manos a la seora Grabowska, o coge el asa del cubo de agua que acarrean juntas desde el
pozo en la Casa Verde. Pero nunca responder:
Djeme hacerlo, es cuanto dice. Ya que estoy
Palabras que extiende ante ella del mismo modo en que uno saca un objeto, un objeto
cualquiera detrs del cual pueda hacerse invisible. Del mismo modo en que Debora dej su
mochila con el peine y el espejo envuelto en un pao de lino junto a la ventana de la calle
Brzeziska; o el cuaderno con las canciones de la revista musical en la Casa Verde. Del mismo
modo en que todo lo que haba posedo cualquier residente del gueto haba sido dejado atrs,
ahora y para siempre. O del mismo modo en que Werner Samstag haba dejado atrs qu?
Una gran lmpara de luz cegadora que todava arda junto a la puerta del stano en el cual
estaban encerrados.
As que al final solo qued Rosa Smoleska, sobre la que Debora se inclinaba para limpiar la
sangre y el dolor de su rostro.
Y al final tambin Rosa cerr sus doloridos ojos.
Y al final tambin el rostro de Rosa Smoleska fue dejado atrs.
L es haban dicho que las autoridades enviaran un automvil para conducirlos a la estacin,
pero todava no haba llegado ningn vehculo. Mientras todo el mundo en la calle Miarki, incluida
la seorita Fuchs y su hermano, esperaba sentado sobre los muebles que haban sacado a la
acera, Staszek se haba encaramado al cerezo en cuy a colosal copa el seor Tausendgeld haba
escondido el dinero de la princesa Helena el da antes de que cay era el Palacio. Ahora la seora
Helena insiste en que lo bajen de all. El to Jzef ha colocado una escalera de mano contra el
tronco del rbol, pero ni siquiera el ltimo peldao es lo suficientemente alto como para llegar a
la copa. Tan arriba del inmenso rbol solo llegaba el seor Tausendgeld, con su para entonces y a
legendario brazo derecho; as que, tras haber sido severamente recriminado por su ineptitud,
Jzef Rumkowski se ha encaminado de vuelta al centro del gueto con la misin de conseguir un
palo o un cazamariposas o algn otro objeto alargado que permita recuperar el dinero antes de
abandonar el gueto. Pero, mientras estn esperando, quin sube intrpidamente a lo alto del
cerezo sino el lbling de la princesa Helena, nada menos que su Stasiulek, su Stasiulek querido?
Trepa como un chiquillo con las rodillas llenas de rasguos apuntando hacia fuera y los muslos
aferrando el tronco del cerezo, y nota enseguida el delicioso cosquilleo que le produce el roce de
la rugosa corteza contra su sexo.
En lo alto de la copa del cerezo, bajo la fronda de hojas dentadas, cuelgan las bolsas de
Reichsmarks que el seor Tausendgeld colg all. Las bolsas recuerdan el aspecto que tena la
cara del hombre, como si las hubiesen cosido juntas de arriba abajo y de un extremo a otro.
Cuando Staszek aprieta una de las bolsas, nota que algo se mueve dentro, como una mandbula
batiente. All abajo, ms all de las hojas dentadas donde colgaban los dulces frutos, est todo lo
que han sacado de sus casas de las calles Miarki y Okopowa en espera de ser transportado.
Camas y mesas, divanes y cmodas; el secreter privado del Presidente y el kredens de la
princesa Helena (aunque sin la vajilla y la cristalera; Jzef ha tenido que empaquetarlas),
adems de sus pajareras, las que quedan, repletas de criaturas aladas y escandalosas que
revolotean y se aferran a los lados de las cestas de mimbre y a los techos de las jaulas.
Ms all de la frondosa copa se extiende el gueto. Un hervidero de casas bajas y cobertizos,
entre los que despuntan algunos edificios altos como dientes torcidos o malformados. Si Staszek
alarga la mano, puede coger el gueto entero y darle la vuelta con un solo movimiento. Abre y
extiende los dedos, y en el centro del gueto en el centro de su propia palma est su padre
esperando.
Tambin su padre espera el transporte prometido.
Le prometieron que le recogeran en la plaza Bauty a las tres, y ahora son y a las tres
pasadas, y Rumkowski hace tiempo que ha perdido la paciencia y ha salido para plantarse en
mitad de la plaza e intentar avistar el vehculo. Al igual que en su casa de la calle Miarki, se han
sacado los muebles y ficheros a la calle que previamente ha seleccionado como absolutamente
imprescindible llevarse. Se trata del ltimo transporte. l es el nico que queda en la hilera de
barracones de oficinas. Ni siquiera el personal de la administracin alemana del gueto sigue all.
Est solo, pero el cielo sobre l es tan vasto y desolado que siente que podra arrojarse en l
como en un pozo.
Durante las ltimas noches ha soado varias veces que se arroja de cabeza al cielo de ese
modo, y luego se encuentra siempre en medio de un espacio abierto como este. Est oscuro, y en
la negrura a su alrededor hay restos de cuerpos humanos despedazados. De la oscuridad salen
unas aves negras para posarse sobre los cadveres. En ocasiones pasan tan cerca que puede
sentir el roce de sus suaves alas contra los puntos de sutura de la cara, todava doloridos. Y
mientras permanece all, encadenado al suelo de este lugar sagrado, vienen para trocearle y
desmembrarle tambin a l. Y en ese instante comprende que, si se ha sentido cautivo, nunca ha
sido porque estuviera encerrado, el hombre est preso por naturaleza; ni siquiera porque estuviera
oscuro a su alrededor, la oscuridad siempre nos envuelve; sino porque de este modo le han
mantenido continuamente separado de lo que por derecho era suy o. Comprender esto le
reportaba alivio, un instante de progresiva lucidez en medio de la oscuridad en la que todava
zumbaba el aleteo de los enormes pjaros.
Seor, de qu partes me has hecho
que ni siquiera me reconozco en mi propio reflejo?
En el mismo momento en que piensa esto, llega el transporte. Se trata de la gran carroza, el
coche fnebre que se construy en su da para hacer ms efectivo el transporte de los muertos,
con nada menos que treinta y seis compartimentos y secciones distintos sobre un mismo bastidor
(la may ora de ellos deslizantes, se sacan y se meten como cajones en una cajonera o bandejas
en un horno). Sin embargo, no es Meir Klamm quien va en el pescante, sino el Amtsleiter
Biebow; y en ese instante el Presidente se percata de lo enorme que es la carroza fnebre, su
techo es ms alto que cualquiera de los edificios derruidos alrededor de la plaza.
Sube o no sube? El ltimo transporte est a punto de partir!, grita Biebow desde el
pescante, mientras los hombres del comando de desmantelamiento y a han empezado a cargar
sillas, escritorios y armarios. Y en lo alto del rbol, el gran cerezo donde las ofrendas pecuniarias
al Decano de los Judos cuelgan como grandes frutos negros, el Nio gesticula con los brazos para
hacer saber a los que aguardan abajo:
EL TRANSPORTE! LLEGA EL TRANSPORTE!
***
Regina est horrorizada. Yo no viajo en un coche de esos , dice, con los ojos desorbitados y las
mejillas sonrojadas por la vergenza.
Pero claro que lo luce. Qu opcin les queda?
Staszek se sienta al fondo, apoy ado contra los bales y maletas amontonados tras el pescante,
y contempla cmo el gueto desaparece entre las ridas y trridas nubes de polvo que levantan las
ruedas del carruaje. Casas desiertas contra un cielo sin sentido. Calles que y a no son calles, sino
simples pasajes desbrozados para poder llegar ms fcilmente a las casetas o cobertizos ms
apartados. Un depsito de carbn cuy a valla protectora ha sido arrancada y quemada como lea;
hileras de gallineros con la tela metlica agujereada; una bomba de agua sin manivela.
A lo largo de las cunetas inundadas de aguas negras flotan objetos que la gente ha perdido o
abandonado. Desde cacharros y enseres, mantas y colchones, hasta maletas que se han abierto al
caer, esparciendo su contenido de ropas radas y zapatos gastados.
De vez en cuando se cruzan con personas que caminan en columnas o en pequeos grupos.
La may ora vienen del punto de reunin de la Prisin Central y marchan en filas de hasta cinco,
con un vigilante a unos diez metros de cada grupo. El vigilante grita alguna orden ocasional, pero
la gente no da muestras de escucharle. Solo cuando ha pasado de largo la gran carroza, lenta y
rechinante sobre sus ruedas torcidas, los componentes de la marcha se detienen y se quedan
mirando. Desde su atalay a all en lo alto, Staszek ve pasar sus rostros demacrados sin ni siquiera
una sonrisa o un gesto de saludo con la mano.
En Radogoszcz hay una gran muchedumbre. Junto al almacn del apartadero de mercancas
se ve a gente de pie o sentada en torno a montones de equipaje. Guardias alemanes se mueven
con aire impaciente e irritado entre los que esperan, obligando a culatazos a los que se han
sentado a volver a ponerse en pie.
Un oficial ve llegar la carroza y grita una orden. La brusquedad con que lo hace atrae incluso
la atencin del jefe de estacin y los trabajadores del apartadero que trajinan entre cargamentos
de madera y metal a varios cientos de metros de distancia. De pronto un susurro parece
propagarse entre la muchedumbre, muy quedo al principio, luego cada vez ms fuerte:
Viene el seor Prezes! El Prezes! El Prezes!
Staszek ve las caras pasmadas de asombro al paso del coche fnebre. Es como si nadie
esperara encontrarse al Prezes del gueto aqu, y menos an en un coche como ese! Pero est
aqu. Staszek piensa en el documento que su padre sac cuidadosamente un da para mostrrselo,
dicindole que estaba firmado por Bradfisch persnlich. Solemnemente le haba ido sealando
todos los sellos oficiales. Este documento, le explic, era el salvoconducto que les permitira ir a
donde quisieran.
As que no tengas miedo, Staszek!
Pero Staszek no tena miedo. Era el Presidente quien tena miedo. Desde la cima de la
montaa de equipaje, Staszek ve claramente cmo el padre se da continuas palmaditas en el
en direccin a los vagones de delante, frente a los cuales los deportados se agolpan a centenares.
Dora Fuchs sube al vagn para inspeccionarlo. Sale con una expresin algo asqueada, pero se
encoge de hombros. Siguiendo rdenes de los guardias alemanes, algunos trabajadores del
apartadero empiezan a cargar el equipaje de la comitiva. Pasan unos oficiales de las SS.
Tambin muestran la misma sonrisita furtiva y levemente abochornada, como si presenciaran
alguna especie de espectculo de feria.
Staszek es uno de los primeros en subir. El vagn es un furgn estndar, dividido en dos por un
tabique de separacin. El suelo est cubierto de serrn.
Lamento que las condiciones resulten quiz algo primitivas, pero a su debido tiempo se les
proporcionar un vagn ms confortable dice Biebow.
Sin embargo, al hablar no levanta la cabeza para mirarle a los ojos. Ahora el Presidente
tambin tiene claro que la promesa que le hizo no vale nada. Sale detrs de Biebow e intenta una
vez ms mostrarle la carta firmada por Bradfisch. Pero tampoco esta vez accede siquiera a
echar un vistazo al documento.
Mirando por la ventana del furgn, Staszek ve a un grupo de trabajadores, todos con rados
pantalones que les van demasiado grandes, acercndose a paso ligero azuzados por policas judos
con las porras en alto. Al frente del grupo se ve a algunos de los hombres que fueron obligados a
bajar hace un momento. Varios guardias alemanes tambin se acercan y, a base de grandes
gritos y bruscos movimientos, obligan a entrar al grupo de hombres por la puerta del vagn de
Rumkowski.
En el interior, Rumkowski y su hermano se ponen en pie para protestar, pero apenas alcanzan
a dar un par de pasos cuando la presin de la muchedumbre les obliga a retroceder. Los que
entran los ltimos se aferran a los que tienen delante para no caer hacia atrs y acabar de nuevo
en tierra, donde los policas judos empujan ahora usando todo lo que tienen, manos, codos y
porras de goma. Dentro del vagn se oy e un estruendo metlico cuando alguien golpea
accidentalmente el cubo de los excrementos, que se vuelca y sale rodando. Entonces una voz
atiplada grita:
Dejadme salir, dejadme salir!
Es el Presidente, decidido a llegar hasta la puerta a toda costa. Pero cientos de personas
desesperadas y hambrientas, hombres y mujeres que gritan y lloran, se interponen en su camino;
no habran podido dejarle pasar aunque quisieran.
Staszek est junto a la ventana. Fuera ve a algunos trabajadores del apartadero caminando a
lo largo de las vas. Uno de ellos sostiene una pala y mantiene la vista clavada en el suelo, como
si buscara algo que se le ha cado. Detrs del hombre de la pala, el paisaje empieza a retroceder
lentamente, casi como si fuera el paisaje, y no el convoy, el que se hubiera puesto en marcha.
Staszek vuelve la vista hacia la oscuridad y el interior del vagn abarrotado.
IV
VISIN NOCTURNA
(agosto de 1944-enero de 1945)
Todos duermen, los muertos salen ahora de sus tumbas y vuelven a la vida. Y y o ni
siquiera puedo hacer eso, porque no estoy muerto y no puedo volver a vivir, y aunque
estuviera muerto tampoco podra volver a la vida: porque nunca he vivido.
Sren Kierkegaard
De alemanes?
Feldman le haba advertido del riesgo de que estos decidieran utilizar los viveros como una
especie de cuartel, aunque l mismo lo consideraba poco probable. La cocina y la oficina
estaban inservibles, y el invernadero no era un lugar muy apropiado para alojar a las fuerzas
policiales. Resultara mucho ms seguro mantenerlas todas juntas en el centro urbano y limitarse
a hacer incursiones en Mary sin por el da, y con misiones muy especficas.
O acaso procedan las voces de la estacin de Radogoszcz? Todava estaban descargando
all fuera? Y si era as, con qu finalidad?
Adam dio varias vueltas al invernadero sin sacar en claro qu era lo que oa. Todo estaba oscuro.
Sin embargo, las voces hablaban entre ellas. De hecho, hacan ms que hablar. Era como si se
hallasen en un estado de exaltacin que constantemente las obligaba a interrumpirse, o a intentar
hacerse or por encima de las dems. Y todava segua sin poder distinguir una sola palabra.
Abri la puerta del edificio principal. Cedi al empujarla, como si estuviese medio desgoznada o
empezara a pudrirse. Bajo sus pies, el frgil crujido de cristales rotos. Los aicos llevaban ah
desde el da en que Samstag y sus hombres se ensaaron brutalmente con los objetos de la
coleccin privada de Feldman.
El interior estaba sumido en una luz extraa, de una suavidad verdosa, como si an se filtrara
a travs de las capas de moho y polvo que haban cubierto las paredes de las urnas de cristal.
En la cocina de la oficina de Feldman encontr una tetera, que llen hasta el borde con agua
de la bomba situada junto a los cobertizos. Despus de apagar su sed, us el resto del agua para
lavarse. Primero la entrepierna y la cara interior de los muslos; despus el torso, las axilas y la
cara.
Pero se abstuvo de secarse. Si venan con perros y era solo cuestin de tiempo, las toallas
o trapos con los que se hubiera secado seran una pista infalible.
Regres desnudo y aterido a la oficina, y all examin los harapos dejados por Feldman.
Cuando empezaba a refrescar en otoo, Feldman sola ponerse unos pantalones amplios y
holgados de piel de cordero. A Adam le iran demasiado cortos, pero al ser tan anchos en la
entrepierna seguro que le cabran. Tambin encontr un abrigo, as como una manta que le
servira para apoy ar la nuca y la espalda cuando reclinara la cabeza y el lomo contra la piedra
desnuda.
Enroll sus propias ropas formando un fardo abultado. Tendra que llevrselas consigo de
vuelta al hoy o. Todo lo que usara all arriba tendra que llevrselo abajo. Sin embargo, no se vio
con nimos de meterse todava en el angosto y hediondo zulo. Ya que estaba fuera, tena que
conseguir algo de comida. Se enroll en la manta de Feldman e intent visualizar los frutales,
antes tan bien vigilados, que tena enfrente. Qu valla conduca a qu cercado. Despus de todo,
la evacuacin del gueto se haba llevado a cabo muy deprisa. En algunos rboles tena que
quedar fruta sin recolectar.
Esper a que fuera noche cerrada. Ahora no se oan voces. Le asalt la idea de que la hmeda
inmensidad del espacio que tena sobre su cabeza estaba conteniendo el aliento, dispuesta a
abalanzarse sobre l en cuanto saliera. Al caminar procuraba evitar la gravilla y los guijarros
bajo sus pies. Aun as, el rumor que producan sus pasos sobre la hierba mojada resonaba en sus
odos con la fuerza de un grito. Un muro bajo de piedra discurra a lo largo de la suave colina en
la que se haba excavado el almacn subterrneo. Al otro lado del muro se haba cuarteado y
arado un terreno para pastos. Adam recordaba que haba unos manzanos en una estrecha franja
de tierra pedregosa que se extenda entre el campo arado y el camino que pasaba frente al taller
de Praszkier. Salt temerariamente el muro, y despus una verja de hierro que no recordaba
haber visto all antes, pero que ahora s estaba: una verja herrumbrosa que sobresala como una
jaula entre la hierba alta hasta la cintura y los arbustos de frambuesos silvestres.
Ahora se encontraba bajo los rboles. Sus copas se perdan en la bruma nocturna. Vea dnde
empezaban las ramas, pero no dnde terminaban.
Le rodeaba un silencio sepulcral. Ni siquiera un pjaro huy endo espantado entre un tableteo
de alas. Le pareci ver la fruta colgando como cogulos de oscuridad ms profunda dentro de la
oscuridad. O quiz solo fueran figuraciones suy as, porque la idea de que quedara fruta en los
rboles tena una fuerza tan embriagadora que superaba todo lo dems.
Agarr el grueso tronco con ambas manos e intent sacudirlo para que cay eran las
manzanas. Las ramas ms bajas apenas se movieron. Entonces rode el tronco con las piernas,
consigui alcanzar la horquilla de una rama baja y se impuls hacia arriba. Pero lo que haba
tomado por fruta resultaron ser solo hojas gruesas; las manzanas colgaban ms adentro entre el
ramaje, pequeas e inmaduras. Tenan un sabor cido y rancio; enseguida empez a sentir que le
arda el paladar y le dolan las mandbulas. Pero aun as sigui comiendo, y luego hizo una
pequea bolsa estirando de la cintura de los anchos pantalones de piel de cordero de Feldman,
para llenarla con todas las manzanas que pudo coger.
Despus se qued all de pie bajo los rboles, rodeado por el silencio que l acababa de
romper. Pero cuando la ltima rama que haba dejado atrs par de oscilar, no oy un solo
sonido. Ni un movimiento, aparte de su propia respiracin y el zumbido de la sangre en los odos.
Dnde se haban metido las voces?
E sa noche so que Lida y l estaban encerrados en uno de los muchos recipientes de cristal de
Feldman. Haba tan poco espacio entre las paredes de vidrio que ninguno de los dos poda
moverse. Cuando por fin logr girar la cabeza y bajar la barbilla, vio que su propio brazo y el
pecho y el mentn de Lida tambin eran de cristal, y que, de cuello para abajo, sus cuerpos se
haban fundido en un nico cuerpo cristalino. El pecho, el vientre y el tronco eran las partes
donde su unin era ms estrecha; sus hombros y cabezas, traslcidos, estaban separados lo justo
como para poder verse las caras.
Y ninguno de los dos poda moverse.
De la boca de Lida sala una mucosidad, o tal vez solo fuera saliva anormalmente espesa, que
al caer se solidificaba y se converta en cristal helado. l quera estirar el cuello hacia delante y
lamer la mucosa fra de sus labios, pero lo nico que consegua era girar la cara a un lado y que
su frgil cabeza chocara contra la pared del recipiente.
Lo que lama entonces era el sedimento verde que recubra el interior de las paredes.
Ese sedimento era sorprendentemente spero y viscoso, pero aunque le dejara un regusto
dulzn y nauseabundo en la lengua, no poda dejar de lamer todo aquel verde.
Ahora el hambre hera y retorca su abdomen, como si su cuerpo, al quedar adherido al de
Lida, se hubiese hinchado hasta formar un gigantesco ndulo de cristal: una bola de hambre que
rodaba y le cortaba por dentro con sus afilados bordes.
Se despert en medio de la oscuridad con unos terribles retortijones en el vientre, y a duras penas
consigui llegar a la cmara que utilizaba como retrete antes de que los excrementos lquidos
salieran a chorro.
Le vino un clico tras otro hasta que se le nubl la vista.
Se limpi como pudo con la ropa que tena, pero mientras lo haca comprendi que no poda
quedarse all abajo en el pozo. Por muy grande que fuera el riesgo de que le descubrieran all
arriba.
Pens en Feldman.
Por qu no vena? Lo tenan los alemanes encerrado todo el tiempo, o bajo una vigilancia
tan estricta que no tena la menor posibilidad de escabullirse? O peor an: le haban pillado
intentando regresar a Mary sin y le haban pegado un tiro?
Saba que no deba descartar esa posibilidad.
Si Feldman no vena, tendra que arreglrselas por su cuenta.
Da a da, en la medida en que sus fuerzas se lo permitan, iba ampliando el radio de sus
incursiones.
La zona ms all del almacn subterrneo, donde la otra noche haba estado arrancando
aquellas arrugadas manzanas verdes, estaba ocupada por casitas y barracas de madera que
sucumban al olvido ahogadas entre la maleza. En muchas de ellas haban vivido los habitantes
ricos de la ciudad , gente con plaitses. Cuando ellos no las ocupaban, solan alquilarlas a
gente que dispona de contactos an mejores. Uno de los intermediarios haba sido un hombre
llamado Tausendgeld.
En varias de las casas, las puertas y ventanas estaban abiertas de par en par a la luz otoal.
Habitaciones abandonadas: dormitorios con las camas volcadas y los muelles saliendo de los
somieres, roperos con las puertas abiertas y la mitad de su contenido desparramado; prendas
pisoteadas y ropa blanca tirada por los suelos. En las cocinas, sin embargo, poco o nada de valor.
De valor significaba comestible. En un armario de cocina que no estaba cerrado con llave
encontr un trozo de pan seco, mohoso y tan duro que ni siquiera le pudo hincar el diente. Prob a
mantenerlo entero dentro de la boca, pero ni aun as se reblandeci.
En otra casa encontr una lata de alubias en conserva. Tras varias horas de arduo esfuerzo
consigui abrir la tapa con la ay uda de una piedra y un grueso cincel, solo para ver cmo su
fermentado y ptrido contenido se le derramaba por el dorso de la mano en una venenosa
espuma. El hedor era tan inmundo que persista incluso despus de lavarse las manos con agua
fra del pozo y de restregrselas con arena.
En otra de las casas encontr dinero en el fondo de un armario. Rumkies. Los tres cajones
estaban forrados con hule clavado con chinchetas, y debajo del hule haba billetes, cientos de
billetes, meticulosamente alisados de forma que no sobresaliera el menor bulto. Se quedo all de
pie, sosteniendo en la mano los marcos del gueto sin ningn valor, y al pensar en cmo alguien se
haba dedicado a juntar y ahorrar ao tras ao aquellos ridculos billetes crey endo que algn da
podra comprar algo con ellos, estall en carcajadas. Durante un buen rato deambul de una
habitacin a otra de la casa con los intiles billetes en la mano, tambalendose y desternillndose
de risa. Al final se oblig a calmarse. Si segua as, derrochando su energa en histricos
arrebatos, se quedara pronto sin fuerzas.
Haba llegado hasta la calle My narska, a la esquina de la calle Zbozowa. Al otro lado de la
manzana estaba la Prisin Central, antiguo dominio del poderoso Shlomo Hercberg, donde ms
adelante se enviara a los condenados a la denominada reserva de mano de obra. Estaba all
plantado, pensando en si la crcel todava estara en uso, tal vez como cuartel, cuando el cielo se
vio desgarrado de pronto por un tremendo estampido.
Tres aviones en formacin cerrada volando peligrosamente bajo.
Se ech de bruces al suelo y se cubri la cabeza con los brazos.
Un segundo despus, como una especie de acto reflejo, empezaron a sonar las alarmas
antiareas en el centro de Litzmannstadt. Y taparse los odos con las manos no sirvi de nada
contra los violentos aullidos que de repente lo inundaron todo. Las sirenas continuaron sonando
estridentemente, cortando el aire como sierras. Luego el cielo se vio de nuevo rasgado por otro
potente estruendo, y los tres aviones se elevaron de los tejados volando en lnea muy recta hacia
arriba; esta vez, perseguidos por el pesado tableteo, como retardado, de las bateras de la defensa
antiarea que disparaban desde algn punto lejano.
Se qued tumbado boca abajo en mitad de la calle, donde le haba alcanzado la onda snica.
Nunca haba visto aviones de combate tan de cerca. Algo parecido a la euforia envi una oleada
de calor desde la boca del estmago hasta la ltima falange de sus dedos. Eso significaba que los
libertadores se encontraban muy cerca, quiz incluso a solo unos pocos kilmetros de all.
Tan pronto como callaron las sirenas, como si el sonido se hubiese replegado sobre s mismo,
empezaron a orse voces exaltadas gritando desde todas partes en polaco y alemn. Gir la
cabeza y vio a dos soldados de la Wehrmacht salir corriendo de un edificio situado en la esquina,
a unos doscientos metros de donde estaba. Al instante les sigui un gran carro de combate, que
probablemente haba estado oculto en el patio de la Prisin Central. Durante unos momentos, su
largo can estuvo apuntndole directamente. Despus hubo ms movimientos de soldados por
delante y por detrs del tanque, y entonces el can, muy lenta y dignamente, vir a un lado.
Comprendi que los soldados alemanes le habran descubierto si no hubieran tenido tanta
prisa, y si no hubieran estado tan asustados. Y si l no hubiera estado tumbado en el suelo boca
abajo. En cuanto se perdieron de vista, aprovech la ocasin: se levant y ech a correr
agachado hacia el edificio ms prximo.
L a ltima vez que haba estado en el antiguo orfanato de la calle Okopowa haba sido cuando
ay udaba a Feldman a llevar carbn para la caldera del stano. Por entonces la Casa Verde y a
haba dejado de ser un orfanato para pasar a depender del difuso sistema que se encargaba de
administrar las casas de reposo para los dygnitarzy del gueto. Si haba algn sitio en Mary sin
donde podra encontrarse comida escondida, pens Adam, era all.
Y, aun as, tena la sensacin de que una reja o muralla invisible rodeaba la Casa Verde.
Pas frente a ella varias veces, incapaz de decidirse a entrar.
Estaba seguro de que a Lida nunca la haban tenido cautiva ah dentro. Sin embargo, haba
algo en el recuerdo visual de su desnudo cuerpo, azulado por el fro en el umbral de una vivienda
extraa, que perturbaba tambin la imagen de esa casa. O quiz fuera el recuerdo de todos los
nios que haban vivido en ella. Record cmo solan quedarse all de pie, inmviles, con los
dedos aferrados a la malla alambrada que rodeaba el extenso campo de atrs. Caras plidas,
espectrales. Y, pese a todo, esta haba sido una casa apacible. Record el agudo sonido de las
voces infantiles, gritando y riendo, que se poda or siempre desde muy lejos.
Al final, se arm de valor y entr.
Dentro, el olor a muerto casi le tumb de espaldas.
En cierto modo, se lo haba esperado. En algunas de las casas tena que haber muertos.
Gente que haba estado demasiado dbil para ir a los puntos de reunin por su propio pie.
Gente que haba decidido esconderse a ltima hora. Gente que, como l, no tena agua ni comida
suficientes para mantenerse con vida. A menos, claro est, que los alemanes y a hubieran
registrado esas casas y matado en el acto a quien encontraran all, y despus hubieran dejado all
los cadveres. Porque qu sentido tena llevarse los cuerpos cuando los ltimos transportes y a
haban partido del gueto?
Si las otras casas mostraban signos evidentes de una partida apresurada, lo de la Casa Verde
pareca ms bien un acto de total vandalismo. En la cocina se haban volcado todas las mesas, y
los cacharros ollas, tapas, platos haban sido sacados de sus armarios y arrojados al suelo. En
el estrecho pasillo que una el vestbulo con el cuartito que Feldman sola llamar la Sala Rosa,
alguien haba reventado el entarimado, dejando un gran socavn en medio. Del piano que sola
estar all no quedaba ni rastro. Seguramente haba sido confiscado cuando Biebow decidi que
todos los instrumentos musicales del gueto deban ser entregados para su venta; a no ser que lo
hubieran destrozado mucho antes para hacer lea.
Pero incluso hasta aqu llegaba el hedor.
Arranc un pedazo de la cortina que estaba tirada sobre el sof volcado en un rincn de la
sala, y se anud la tela alrededor de la nariz y la boca a modo de mscara.
Luego subi las escaleras.
Andaba despacio, detenindose a cada paso para escuchar.
Las ltimas personas que haban estado all debieron de usar la escalera para hacer sus
necesidades, y a que en diversos peldaos haba restos secos de heces humanas. Junto con jirones
de ropa, pginas arrancadas de libros y cuadernos de ejercicios; tambin haba un zapato, un
zapato de nio, al que le faltaban tanto el tacn como la pieza de cuero del empeine.
Una vez en el piso de arriba, no tuvo ninguna duda de dnde proceda el olor a muerto.
Con una mano apretndose la improvisada mascarilla contra la cara, y apoy ndose con la
otra en la pared, avanz por el pasillo hasta el despacho del director y, con el codo, empuj la
puerta.
Werner Samstag y aca boca arriba en el estrecho sof contiguo al escritorio del director Rubin.
No caba ninguna duda de que era l. Llevaba el mismo uniforme de polica entonces recin
estrenado, ahora terriblemente mugriento con el que se present en casa de Feldman para
hacer que le entregara la lista de Lajb con los nombres de potenciales insurgentes y miembros de
la resistencia.
Su cabeza deba de haber estado reclinada sobre el brazo del sota, pero, una vez disparada la
bala (o tal vez a consecuencia del disparo), se haba deslizado hacia abajo y colgaba ahora a
medio camino del suelo. Precisamente esto, el hecho de que la cabeza y la mitad del tronco
colgaran hacia abajo mientras que el resto del cuerpo permaneca en posicin horizontal en el
sof, confera a su rostro un aspecto peculiar. La mitad izquierda del crneo, por donde haba
penetrado la bala, se vea negra debido a la sangre coagulada. La otra mitad de la cara se haba
hinchado y mostraba un tono casi azulado, y la lengua sobresala de entre los labios, como si
aquella cabeza muerta le estuviera haciendo muecas.
Dio un paso cauteloso hacia el interior de la habitacin, y al momento un enjambre de
moscas sali zumbando del cadver hinchado y hediondo. Vio insectos reptando por la herida
abierta y parduzca del crneo y cerca del cuello. Pero lo que ms llam su atencin fue la pistola
que Samstag sostena todava en la mano derecha.
De dnde haba sacado el arma?
Estaba fuera de toda cuestin que Samstag hubiera adquirido tanto poder como para ir
armado por el gueto, como cualquier alemn.
Alguien tena que haberle conseguido el arma o haberla usado contra l.
Ahora Adam estaba muy cerca del cadver. Debido a la posicin del cuerpo, la sangre de la
herida del crneo se haba deslizado por el hombro y la cara interior del brazo, bajando por
dentro de la manga de la chaqueta y saliendo por el puo en forma de hilillos sobre la mueca,
que reposaba pesada y firmemente en el suelo. Tambin los dedos que aferraban la pistola
estaban recubiertos de sangre espesa y seca. Se arranc el trozo de tela de la boca, se lo enroll
en la mano para formar una especie de guante e intent abrir la mano del muerto dedo a dedo
para poder quitarle la pistola.
Una especie de suspiro estremeci todo su cuerpo, como si aun en la muerte se resistiese a
ser ultrajado. Le llev un tiempo, pero al final consigui forzar todos los dedos y liberar el arma
ensangrentada.
Envolvi cuidadosamente la pistola en el pao y se la llev abajo a la cocina, donde volvi a
colocar la mesa y las sillas ms o menos como solan estar. As al menos tena donde sentarse.
Con agua del pozo del patio y otro pedazo de tela de cortina consigui limpiar el nima del can
y la culata. Tena toda la pinta de ser una Parabellum alemana normal y corriente, del mismo
tipo que llevaban todos los oficiales alemanes en sus fundas. Lo nico que Adam Rzepin saba de
pistolas era qu aspecto tenan y cmo se comportaba la gente que las llevaba.
Pero no haba cartuchos en el cargador.
La bala que mat a Werner Samstag deba de haber sido la ltima.
As pues, la pistola era inservible como arma, a menos que encontrara ms cargadores
escondidos en algn lugar del despacho de Rubin.
Se qued all sentado, sopesando el arma en la mano, tratando de imaginar cunto le habran
dado por ella de haberla podido vender en Pieprzowa; seguro que varios miles de marcos, eso
suponiendo que alguien se hubiera atrevido a adquirirla o revenderla. Si la Gestapo se enteraba de
que circulaban armas de verdad en el mercado negro, sin duda habran hecho saltar el gueto por
los aires.
Pero en realidad no importaba si a Samstag le haban dado el arma, o si la haba comprado o
robado. Lo que importaba era que ahora l, Adam, la tena en su poder.
Y que tambin Werner Samstag estaba en su poder.
En ese momento, Adam se dio cuenta de dos cosas:
Si el cadver permaneca all, era muy posible que a l no le descubrieran. Los perros
cuando vinieran encontraran enseguida el cuerpo. Los alemanes se encargaran de llevrselo
a toda prisa para enterrarlo o quemarlo. Y, con suerte, no se preocuparan ms de la Casa Verde.
Sentado en la cocina de la Casa Verde, mientras la luz se iba amortiguando por momentos en
las ventanas a su alrededor, decidi que se trasladara a vivir con Samstag, quien al final haba
escogido volver a su casa. Le pareca bien que Samstag siguiera ocupando el despacho del
director de la Casa Verde. l, por su parte, podra vivir en el stano.
Y solo unos das despus de haberse instalado en la Casa Verde, vinieron. Traan perros, como
haba previsto. Lo nico que le pill desprevenido fue que vinieron muy temprano, antes de que
l se hubiera despertado, y l siempre se despertaba mucho antes del amanecer. Oy el chirriar
y rechinar de las botas militares sobre el entarimado de arriba. Voces que gritaban. Golpes
pesados, el estrpito de objetos tirados o volcados al suelo. Alguien que no paraba de mascullar
maldiciones en alemn.
Le suplic a Lida que, por lo que ms quisiera, se calmara.
En cuanto puso los pies en la Casa Verde haba comprendido que Lida no lo soportara. El
descubrimiento del cadver de Samstag tampoco ay ud a mejorar las cosas.
Durante todo el da no haba parado de moverse muy inquieta, y al anochecer se abalanz
sobre l una vez ms. Adam estaba arrodillado en lo que quedaba de la cocina de la Casa Verde,
rebuscando en el armario de las cazuelas. El sol se estaba poniendo y se reflejaba an en la
superficie brillante de las mesas, y todo cuanto pudo ver fueron las manos extendidas de ella,
surgiendo de la oscuridad con los dedos arqueados como garras, como si quisiera arrancarle los
ojos. Su cara volva a ser de cristal, con los labios y las mejillas petrificadas en una expresin que
y a no era una expresin, solo una insoportable mscara o una mueca. Rpidamente consigui
meterse debajo de una mesa y alzar uno de sus refulgentes tableros a modo de escudo.
No entenda de dnde sala toda aquella rabia de Lida. l nunca le haba conocido aquel odio
cuando ella viva. Qu le haba sucedido despus de cruzar la frontera del mundo de los muertos,
a no ser el mismo hecho de que todava existiera una frontera entre los vivos y los muertos?
Ahora l le suplica, con gestos deliberadamente suaves y contenidos, para no volver a
despertar su ira.
ilumina muros desnudos, cuy o dibujo de venas y grietas l ve ahora por primera vez.
De pronto, se oy e un grito detrs del brillante resplandor de luz:
Franz! Komm zu mir hoch! y las fauces caninas que se inclinaban jadeando asmticamente
por el borde de la trampilla reciben un tirn de sus correas, y la tapa se cierra con un estampido
que levanta y le envuelve en una nube de polvo de madera y carbn viejo. Sumidos en la
oscuridad, Lida y l vuelven a ser cuerpos sin peso ni dimensin.
Durante un rato, los alemanes siguen trajinando de un lado para otro en el piso de arriba. Oy e
la madera crujiendo y chirriando bajo el peso de pisadas fuertes y lentas. Seguramente estn
bajando el cadver por la escalera. Entonces, de pronto, estn todos fuera de la casa. Las voces
tienen ahora otro timbre, que pronto se difumina en el viento y la distancia. Cree percibir el vago
sonido de las hojas afiladas de unas palas. Es que piensan enterrar a Samstag aqu? Y qu
representa eso para l? Puede quedarse aqu? Oy en los muertos?
A partir de entonces lleva siempre la pistola consigo, metida en la cintura de los pantalones de
Feldman. Le van tan holgados que, en cuanto hace algn movimiento sbito, el arma se le desliza
hasta la entrepierna. Nunca podra correr un trecho largo con la pistola encima. Pero le gusta
tenerla all, y le gusta sacarla de tanto en tanto para sostenerla y examinarla de cerca.
Quin lo iba a decir. Un judo con un arma.
De vez en cuando simula que aprieta el can contra la sien de alguno de los alemanes para
los que Lida tena que bailar. Ahora vas a probar un poco de tu propia medicina!, dice, haciendo
girar el inofensivo can de la pistola contra una pared, el tronco de un rbol o lo primero que
tenga a mano. Pero las palabras reales no le salen, y si es contra una sien alemana contra lo que
finge apuntar su can, esta se niega a estallar en una explosin de humo, sangre y plvora
cuando dispara la bala imaginaria. Le falta algo.
N o tiene nocin de los das ni las fechas. Pero, por la manera en que la luz se extiende sobre los
campos y difumina el contorno de las hojas que quedan entre los troncos y los muros de piedra,
deduce que debe de ser finales de octubre o principios de noviembre.
Las heladas son cada vez ms frecuentes por las noches, as como los bancos matutinos de
blanca niebla, espesa como sirope, que a veces no se disipa hasta muy levantado el da.
Ve el sol suspendido sobre el horizonte como si colgara envuelto en una gigantesca sbana,
henchida y anudada por arriba. Los pjaros levantan el vuelo desde detrs de los muros de
piedra, emitiendo estridentes chillidos y girando en crculos por el aire; parecen enormes y
ladeadas ruedas de carro rodando por el cielo.
Un da, sentado en el borde del pozo de piedra frente a la Casa Verde, ve llegar a un hombre
andando por la calle Zagajnikowa.
Pese a que an est tan lejos que solo consigue distinguir su silueta, sabe que es Feldman. Hay
algo singular en su manera de inclinarse a cada paso, para luego incorporar todo su cuerpo en un
trote mecnico, largo, tenaz. Nadie ms que l camina as.
Adam quita el seguro de la pistola y apoy a el brazo derecho sobre el izquierdo mientras
apunta. Lo mantiene extendido hasta que Feldman est lo suficientemente cerca para ver lo que
Adam sostiene en la mano.
Feldman se detiene, mira fijamente la boca del can de la pistola. Mudo, sin comprender.
Tampoco Adam se mueve.
Feldman empieza a moverse cautelosamente hacia un lado, como para apartarse de la lnea
de tiro. Adam sigue su movimiento con la pistola. Feldman parece tan aterrado que Adam no
puede evitar echarse a rer. Baja el arma hasta el regazo.
De dnde demonios la has sacado?, dice Feldman cuando finalmente se aproxima. Bajo su
gorra y su abrigo se le ve an ms ajado de lo que y a estaba; pero es el Feldman de siempre.
Por qu has tardado tanto?, es cuanto dice Adam.
Feldman explica que les han tenido todo el tiempo acuartelados en la calle Jakuba. Algunas
maanas les distribuan en brigadas de trabajo y les hacan marchar a distintos lugares del gueto.
Por lo general, se trataba de desmantelar oficinas y departamentos. Cada da tiraban toneladas de
Mientras Adam habla, Feldman no aparta la vista de la pistola que tiene sobre el regazo. As
que acaba contndole lo de Samstag. En realidad no quiere hacerlo, pero comprende que no tiene
otra eleccin.
Feldman se queda callado un buen rato, tan largo que Adam tiene la impresin de que no
piensa comentar nada al respecto.
Pero al final Feldman dice que en la calle Jakuba se ha hablado mucho de Samstag. Algunos
afirman que se march en el ltimo transporte, en el que fueron Rumkowski y su familia.
Algunos de sus propios hombres dicen que les han ordenado salir a buscarlo. Que tambin los
alemanes le han estado buscando por todo el gueto. Que tienen miedo de l. Sobre todo, Biebow.
Se dice incluso que Biebow ha ofrecido una recompensa para aquel o aquellos que lo capturen
vivo.
Adam alza la pistola en el aire.
Feldman se limita a sacudir la cabeza.
Y Biebow?
Se pasa la may or parte del tiempo deambulando por el gueto, borracho como una cuba. Se
dedica a una refinada prctica de tiro al blanco contra personas. Va con la cabeza descubierta,
arremangado, con la botella en una mano y el arma reglamentaria en la otra. La gente dice: Que
viene Biebow. Y salen corriendo a ponerse a cubierto en cuanto le ven doblar la esquina. De los
antiguos dygnitarzy del gueto solo queda Jakubowicz. Le pusieron al frente de lo que quedaba de
la Sastrera Central, degradado a simple kierownik, pero al menos se ha salvado de la
deportacin, a diferencia de los dems peces gordos. Pero ahora tambin la Central est cerrada
y desmantelada las mquinas han sido enviadas a la Knigs Wusterhausen; se pasaron toda la
semana anterior haciendo el traslado, y Biebow ha perdido a su ltimo hombre de confianza, el
nico judo del gueto con el que poda hablar francamente.
realidad.
Ahora lo comprende. De ah proceden las voces.
Cuando est oscuro y fro y la humedad hace desaparecer todos los contornos, la balanza se
decanta y el cielo all en lo alto y a no es de l, sino de ellos. El cielo bajo el que ellos marchan
desde la Prisin Central de la calle Czarnieckiego hasta llegar a Mary sin, en columnas de a tres o
cinco, con el vigilante algo apartado a la izquierda; y el cielo bajo el que los nios de la Casa
Verde miran tras la valla del orfanato, sus manos colgando olvidadas por encima de la red
metlica.
Antes, cuando los hombres marchaban en columna, no se oa ningn sonido. Ahora, de
repente, les oy e cantar a todos. Todas las espaldas cantan. Un atronador canto de la tierra,
poderoso y sin voces, que crece y se expande dentro de l. Porque ese canto tambin est dentro
de l. El mundo entero retumba y se estremece a su son. Se tapa los odos con los brazos para
alejarlo de l, pero es en vano. Cuando los muertos cantan, no hay grilletes ni cadenas que
contengan su canto, nada que pueda acallarlo o amortiguarlo.
Cuando finalmente se despierta, solo queda el eco de su grito. Pero ese eco llega muy lejos:
mucho ms all y fuera de s mismo, como si l, sin ser consciente, hubiese trazado una lnea
alrededor de todos los muertos y ausentes dentro de un radio de cientos de miles de kilmetros.
Entonces, qu queda de s mismo? Solo y desamparado entre los que an viven.
No recuerda haber llorado una sola vez en toda su vida. Ni siquiera llor cuando le
arrebataron a Lida. Ahora llora, quiz, sobre todo, porque y a no queda nadie por quin llorar.
En el fondo debe de haber contado con que la nevasca sera pasajera. El viento pareca indicarlo
as. Fuerte y a rfagas que cortaban la cara y las manos.
Pero el viento amaina y no deja de nevar. Al contrario, cae cada vez con ms intensidad.
Todo est en completo silencio. Camina a travs de columnas de gruesos copos.
Cae en la cuenta de que sus pisadas en la nieve pueden delatarle, pero y a ha avanzado
demasiado por la calle Mary siska como para que valga la pena regresar.
Tiene que volver con algo. De lo contrario, habr malgastado su energa en vano.
Piensa en los anteriores inviernos en el gueto. En cuanto caa la primera nieve, se pona sucia
y fangosa. A causa de la ceniza, los excrementos y la basura. Y en los largos senderos que la
gente dejaba al abrirse paso: como estrechos pasillos negros en la nieve acumulada.
En el interior de las cortinas nveas, la blancura y el silencio son ahora casi irreales. Sin
huellas.
Camina, pero es como si no caminara en absoluto. Es como si lo llevaran en brazos o en
volandas a travs de las lminas de nieve que cae cada vez ms suave y densa.
El depsito central de carbn est en la calle Spacerowa, casi en la esquina con la calle
agiewnicka, a unos cien metros de la plaza Bauty .
Hasta ahora nunca se ha atrevido a llegar tan cerca del corazn del gueto.
El depsito de carbn sola ser uno de los sitios mejor vigilados del gueto. De da y de noche
haba apostados frente a la entrada miembros de la Polica del Orden juda. Y tambin a lo largo
de la alta valla que rodeaba el recinto; y en la parte trasera, por si alguien intentaba entrar por la
calle paralela que conformaba la cara norte de la plaza. La alta valla sigue all, pero la verja est
abierta y no se ven guardias.
Al cruzar la calle, sus pasos dejan profundas huellas en la nieve. Se le ocurre que podra ir
borrando las pisadas mientras avanza, pero seguramente sera peor el remedio que la
enfermedad. Ahora cae una nieve mojada, ve cmo se derrite y las pisadas forman pequeos
charcos. Es solo cuestin de tiempo que se convierta en lluvia, y entonces su esfuerzo habra
resultado intil.
Se adentra an ms en el patio. Cuando se anunciaban nuevas partidas de carbn, miles de
personas venan a hacer cola para conseguir sus provisiones de cinco o diez kilos de briquetas.
Recuerda las largas y serpenteantes colas que comenzaban dentro del estrecho almacn, un
barracn casi idntico al de la administracin del gueto en la plaza Bauty, y despus se
prolongaban a lo largo de la calle agiewnicka. Intentar colarse haba sido un deporte muy
popular, alegar que alguna ta o cuada imaginarias te estaba guardando el sitio delante de todo,
junto al mostrador. Cualquier amago de saltarse la cola provocaba trifulcas entre los ltimos de la
fila. La gente protestaba a voz en cuello y los guardias de turno venan corriendo y la emprendan
a golpes de porra contra todo aquel que pareciera estar ocultando a sus espaldas a alguno de
aquellos espabilados.
Ahora aqu no hay nadie. El patio se extiende completamente vaco bajo la nieve que cae del
cielo.
En realidad no alberga esperanzas de encontrar nada. Si quedaba algo de carbn despus de que
partiera la ltima columna que abandon el gueto, y a se lo habran agenciado hace tiempo.
Adems la puerta del almacn est entreabierta, y es imposible cerrarla, porque (eso lo ve
ahora) se han llevado la cerradura y el pomo. Se adentra en la penumbra, sus vacilantes pisadas
reverberan con un sonido seco y fro contra la techumbre y las paredes desnudas. Apenas
distingue nada en la oscuridad. Un banco bajo en la parte de delante, y, detrs: una puerta que
debe de conducir al almacn propiamente dicho. Tambin est abierta, pero all la oscuridad es si
cabe an may or. Ahora y a casi no consigue ver ni su propia mano; da varios pasos a ciegas,
choca contra una pared, y luego un corto tramo de escalones se abre bajo sus pies. Al final de la
de espaldas, con los brazos extendidos como para dar un abrazo. Adam se acerca y presiona la
boca del can contra el crneo del hombre, pero no es necesario. La sangre sale a borbotones
de la herida del cuello como de un grifo. El hombre no se mueve, solo boquea como un pez,
como si buscara palabras. Pero no dice nada, o si lo dice no lo oy e, debido a que el eco del
disparo sigue reverberando a su alrededor, y Adam es consciente de que, en medio del silencio
imperante, la detonacin tiene que haberse odo por todo el gueto.
Se cuelga el fusil del soldado al hombro y arrastra los dos sacos de lea desde el patio interior
a travs del edificio del almacn, y sale a la explanada del recinto. Luego echa a andar por la
calle agiewnicka arrastrando los dos sacos por el centro de la calzada, un blanco perfecto.
Cualquiera que le vea puede apuntarle y disparar.
Pero nadie le ve: nadie dispara.
La nieve se ha convertido en lluvia, y en sus gotas se condensa una bruma que toma el color
del crepsculo que empieza a extenderse a su alrededor. Lo ltimo que ve antes de girar y dejar
atrs la calle agiewnicka es el gran reloj del gueto que siempre ha estado all. El tiempo del
gueto: un tiempo muy peculiar, diferente a todos los dems tiempos del mundo. Ahora las
manecillas de la descolorida esfera indican las 04.40.
Veinte minutos para las cinco. Nieve que se convierte en lluvia. Un judo acaba de matar a un
alemn.
As pues, ahora tiene lea: dos sacos llenos. Incluso podra haber hecho un fuego si hubiera tenido
con qu encenderlo, y de no ser por el hecho de que, si lo hiciera, enseguida descubriran su
paradero.
Al igual que la pistola, por no hablar del fusil, tambin la lea resulta ahora completamente
intil.
P ermanece durante tres das en el cuarto de la calle My narska. En ese tiempo, la lluvia ha
dado paso a la nieve varias veces, y a la maana del tercer da la temperatura cae en picado. El
fro le despierta mucho antes de que claree. Por dentro del viejo abrigo de piel de cordero de
Feldman, el fro rodea su cuerpo como un repulsivo crculo de metal. Apenas puede moverse
encerrado en ese anillo de acero. No siente la piel de la cara cuando se la toca. Tambin ha
perdido la sensibilidad en los dedos de manos y pies. Ha conocido fros rigurosos antes pero
nunca como este. Cuando tras mucho esfuerzo consigue incorporarse hasta quedar medio
reclinado, observa que el interior de los cristales est recubierto de una capa reticular de hielo.
Todo desprende un glido vaho humeante. No solo sale de su boca al respirar, sino tambin del
techo, el suelo y las paredes. Se levanta a regaadientes para buscar algo que comer. En uno de
los apartamentos, la nieve se ha colado por una ventana, acumulndose hasta formar una barrera
de medio metro de alto entre la cama que hay en un rincn y la mugrienta cocina. La ventana da
bandazos sobre sus goznes chirriantes, y el aire est saturado de todo ese batir, gemir, chirriar
sonidos carentes de significado humano.
Le sobreviene la absoluta certeza de que, si se queda all un minuto ms, morir. Para
entonces y a ha rebuscado en todos los pisos del edificio sin encontrar nada de comer. Sabe que
tiene que pensar con sensatez:
En la Casa Verde ha ido guardando la poca comida de la que ha podido prescindir.
Mendrugos resecos; unas escasas cucharadas de harina de maz y centeno que ha rascado del
fondo de viejos recipientes; algunas remolachas y colinabos congelados que ha desenterrado de
los huertos abandonados. Manzanas: podridas por la parte que tocaba el suelo, pero totalmente
comestibles por la otra.
Con esas provisiones podra aguantar al menos un par de semanas. Pero si el fro persiste
tendr que empezar a hacer fuego. As que qu ms da hacerlo aqu o en el horno de lea de la
Casa Verde? Si los alemanes se encuentran cerca, percibirn el olor a lea quemada est donde
est. En ese caso, lo mejor ser que regrese a la Casa Verde. Adems, una vez all, tendr
may ores posibilidades de escaparse o esconderse si vuelven a aparecer.
Y, bien mirado, qu le hace pensar que le estn buscando precisamente a l? O que tengan
siquiera tiempo de buscar a alguien? O motivos? Puede que hay an odo el disparo, pero que no
hay an conseguido averiguar su procedencia. O puede que el cadver siga all sin descubrir,
tirado sobre la inmunda charca helada del reducido patio interior del almacn de carbn y
briquetas.
No es muy probable. Pero tiene que admitir que es completamente posible.
Al anochecer recoge sus pocas pertenencias, se cuelga el fusil del soldado alemn al hombro,
agarra los dos sacos de lea y , con ellos a rastras, sale al exterior.
El fro persiste. Camina despacio sobre el hielo que cruje. El viento cie una abrasadora
mscara helada sobre sus mejillas y su frente.
Los dedos que sostienen los sacos no tardan en entumecerse.
Est tan desfallecido por el hambre que las piernas apenas le sostienen. La voluntad de
avanzar est ah, pero esa voluntad se debate en medio de un vaco.
Tampoco puede sentarse.
Piensa en lo que su padre sola contar sobre aquella vez que hizo tanto fro en el gueto que la
saliva se le helaba a la gente en la boca. Van a encontrarlo aqu, del mismo modo en que l
encontr a Samstag? Cado mientras iba de camino a casa, con sus patticos sacos de lea en la
mano. Y encima robada.
As que sigue avanzando a pesar de todo. El cielo nocturno es como un casco que lleva calado
sobre la frente. Por debajo, su mirada abre solo un estrecho tnel ante l. Lo recorre sin
detenerse ni mirar a su alrededor para comprobar que nadie aceche en la oscuridad, bajo el
casco del cielo, y pueda verle y seguirle donde vay a.
Pasa de largo el taller de Praszkier, dobla por la calle Okopowa y llega de nuevo a la esquina
de la calle Zagajnikowa. A lo largo de la cuneta y tras las vallas de los huertos hay ventisqueros
que se han derretido y vuelto a congelar. Pero la nieve est intacta. No hay vestigios de pisadas
por ninguna parte, hasta donde l alcanza a ver. Si es que de hecho ve algo an. Tiene la mirada
turbia; la vista se le nubla en cuanto intenta fijarla en algo.
Est tan dbil que tiene que apoy arse en todo lo que encuentra.
La verja del jardn, la fachada; despus la puerta que conduce al vestbulo, y del (gracias a
Dios!) oscuro vestbulo desciende a la proteccin del stano.
Ya ha reunido todo lo necesario. Como por ejemplo papel alquitranado, que coloca en el fondo
del horno para que la humedad no moje la lea. Mete unas ramitas de roble todava sin deshojar
y construy e una pequea torre con los trozos de madera que se ha agenciado. El fuego prende
casi enseguida, deja que se avive con la corriente creada entre el tiro y la portezuela, y luego
cierra esta con cuidado para que el calor se propague por la habitacin y no se evapore.
Seguro que el humo puede verse a varios kilmetros de distancia.
Pero le trae sin cuidado. El fuego del horno resplandece y quema pausadamente y con
fuerza; de hecho, empieza a sudar dentro del gran abrigo de Feldman. Su cuerpo queda
empapado en sudor, e incluso la piel rgida y helada de su cara suda. Las gotas chorrean por las
orejas, los labios y los ojos.
Y esa placentera situacin que acaba de crearse a su alrededor, tan irresistible como
inesperada, le hace sentirse como un demonio en el fondo de su guarida o escondrijo.
Muertes ha visto muchas, pero esta es la primera vez que ha matado a una persona.
A un alemn, adems. Algunos diran que ese cerdo lo tena bien merecido.
Pero, para l, el acto sigue siendo demasiado enorme para poder abarcarlo en palabras o
pensamientos.
Primero piensa: ha matado. Y por eso vendrn a por l. No se rendirn hasta que hay an
conseguido vengarse. Le desollarn vivo como hicieron con el judo Pinkas o como se llamase
aquel que tena una orfebrera en la calle Piotrkowska antes de que se creara el gueto, y que
cuando llegaron los alemanes intent esconder sus posesiones en diversos lugares de su
apartamento, o en casas de amigos y conocidos. Cuando Pinkas se neg a revelar dnde haba
ocultado el oro, le golpearon y le arrancaron toda la ropa, y luego le anudaron una cuerda bajo
los brazos, la ataron a una moto con sidecar y arrastraron su cuerpo desnudo arriba y abajo de la
calle Piotrkowska entre el Grand Hotel y la Plac Wolnoci, hasta que no solo le arrancaron la piel,
sino tambin los sangrientos jirones de piernas y brazos. Al final, solo quedaron el tronco y la
cabeza.
Eso es lo que haran con l. O eso pensaba.
Pero, como seguan sin venir, empez a dudar.
Tal vez lo ocurrido no haba ocurrido realmente. Quiz solo lo haba soado, como a veces
imaginaba o soaba que Lida estaba con l.
Ella estaba all, aunque en realidad no estuviera.
Y tambin puede que el soldado que haba matado no estuviera realmente muerto, y a que era
alemn y todo el mundo saba que los alemanes no moran. Vio cmo el chorro de sangre que
haba brotado de la cartida desgarrada volva a su cauce. Vio cmo el soldado se levantaba y
recobraba su habitual compostura; cmo coga de nuevo su fusil y se giraba indignado hacia l.
D urante varios das ha estado oy endo espordicos tiroteos sin comprender qu es lo que oy e.
No es el estruendoso manto sonoro de los aviones aliados al sobrevolar la zona, ni los silbidos y
violentas explosiones de las bombas al caer. No es el retroceso de los morteros en las
trincheras ni siquiera el intenso tableteo del fuego de ametralladoras.
No, lo que oy e es un tiroteo mecnico.
Un roce rasposo, sbito y espordico, en lo que ahora es su cielo exterior, el cielo que rodea
su cabeza y sus hombros como un casco en cuanto se despierta.
El cielo que pende sobre los muros bajos del cementerio y los rboles mutilados es de un gris
como de esmalte vidriado. No puede creer que sea el mismo paisaje, el mismo paisaje un da
tras otro, y su primer impulso es volver a acostarse: desafiar al hambre intentando al menos
dormir. Al final, el tiroteo se convierte en un ruido tan familiar como el repiqueteo de la lluvia o
el goteo del agua corriendo por el tejado cuando la nieve empieza a derretirse tras una noche de
fuerte ventisca.
Solo cuando al tiroteo se le suman voces, se despierta del todo.
Las voces suenan a veces prximas, a veces lejanas, y de nuevo le cuesta distinguir si
provienen de fuera o de dentro de l.
Para asegurarse, se cuelga al hombro la correa del fusil y sale.
Despus de pasar tanto tiempo inactivo, le resulta difcil moverse. Es como si alguien le
hubiese puesto unos pesados grilletes en las piernas y los brazos. La cabeza le cuelga, o al menos
tiende a inclinarse hacia abajo. Quienquiera que le vea ahora dira que es solo una sombra de s
mismo.
Y puede que sea cierto. En cualquier caso, ha sobrevivido a s mismo.
Contra todo pronstico, ha sobrevivido.
Una deslumbrante luz invernal se extiende sobre los campos y sembrados an cubiertos de
nieve.
Aunque no del todo: parches de la tierra oscura que hay debajo se abren paso lentamente
abrasando la capa de nieve. El mundo aparece en blanco y negro, con franjas nevadas
discurriendo a travs de los negros campos como reflejos de la inmensa blancura del cielo.
Contra el blanco, ve figuras en movimiento. Siguen el mismo rumbo que las columnas que
marchaban antes hacia la estacin de Radogoszcz. Pero esa gente se mueve ahora con ms
libertad; como si se negaran a dejarse agrupar por ninguna voz de mando. De vez en cuando, una
de las figuras se detiene y grita algo o hace aspavientos con los brazos en alto. Cuando eso
sucede, toda la columna se detiene y otros empiezan tambin a gritar y agitar los brazos.
Imposible escuchar lo que dicen. Las voces se funden formando un muro acstico, tan spero y
repulsivo como el muro de luz que es el cielo.
Es a l a quien intentan hacer seales? Es l el presunto destinatario de todas esas voces y
gestos? Pero cmo pueden verle si l apenas les distingue a ellos? Seguramente debe de haber
una gran distancia entre ellos.
Entonces algunas figuras se apartan del grupo y empiezan a correr en su direccin.
Son tres. A la cabeza va Jzef Feldman. Reconoce claramente sus zancadas rpidas, elsticas,
que parecen inclinar siempre todo su cuerpo hacia delante. La cabeza que sobresale del abrigo
est completamente roja excitada y angustiada al mismo tiempo, como si le costara juntar
las distintas facciones en un rostro congruente.
Feldman grita algo, y del grito se desprenden algunas palabras sueltas.
Las junta e interpreta como:
Los rusos estn aqu.
Entonces, como si las palabras de Feldman hubieran sido una velada acotacin escnica, el
primer vehculo militar ruso gira por la calle Zagajnikowa. Son tanques autnticos: tanques KV de
grandes orugas, manchados de barro hasta el tubo de los caones y con la bandera roja de la hoz
y el martillo colgada atrs, ondeando por encima del estruendo de los humeantes motores. En las
torretas hay entre dos y tres hombres. Algunos de ellos cantan. Al menos l cree or algo
parecido a un canto, elevndose y descendiendo a su alrededor.
En medio del canto y del fragor de las mquinas, Feldman intenta gritar algo ms, pero los
cnticos ahogan sus palabras. Adam no puede contenerse ms y echa a correr hacia la calle
Zagajnikowa, por donde ahora desfila un convoy tras otro; tanques y vehculos de mantenimiento
equipados con radio.
A medio camino de los carros de combate rusos, se gira y agita la mano.
Feldman tambin agita los brazos. Con movimientos largos y contundentes.
Ven aqu ven, parece estar diciendo.
Pero Adam le ignora. Tiene que recibir el maravilloso instante de la liberacin con todo su
cuerpo. De lo contrario, nunca ser real.
Y ahora l tambin lo ve. Al final de la calle Zagajnikowa, las alambradas y las cercas han
sido derribadas, la garita en la que el centinela alemn del gueto montaba guardia con la
ametralladora apoy ada en el estmago ha sido volcada. Al otro lado de la frontera, el paisaje es
el mismo que el de aqu. La misma luz suave del sol, las mismas costras sucias de nieve fundida.
Y y a no puede refrenarse ms. Cruza corriendo las alambradas derribadas, sale a campo abierto
y comienza a bailar y girar gritando de jbilo, extendiendo los brazos hacia la infinidad del
cielo blanco.
Entonces se oy e el primer disparo. Y un instante despus otro ms.
No comprende por qu de repente le fallan las piernas. Siente una oleada de pnico cuando
comprende que es a l a quien disparan.
PERSONAJES PRINCIPALES
Gettoverwaltung
(la administracin civil alemana del gueto)
Hans Biebow, Amtsleiter, mximo responsable de la administracin civil del gueto.
Joseph Hmmerle, jefe de finanzas de la administracin civil del gueto y de la seccin
comercial.
Wilhelm Ribbe, responsable de la organizacin de la mano de obra juda, la explotacin de
mercancas confiscadas y la gestin de las fbricas del gueto.
Erich Czamulla, responsable de la produccin de manufacturas metalrgicas y de las entregas
a la Wehrmacht.
Heinrich Schwind, responsable del control de material y el almacenamiento en la Baluter
Ring y en Radegast, y encargado de la supervisin del suministro de provisiones destinadas al
gueto.
Otros altos cargos alemanes
(incluidos miembros de la administracin militar y policial)
Obersturmbannfhrer de las SS y Regierungsrat Otto Bradfisch, desde el 21/1 de 1942 Leiter
der Stapostelle Litzmannstadt, y mximo responsable de las deportaciones del gueto con destino a
Chemno que se iniciaron entonces; anteriormente miembro del Einsatzkommando de las SS en
Ucrania. Desde el 2/7 de 1943 Oberbrgermeister (alcalde) de Litzmannstadt (sucediendo a
Werner Vetnzki).
Hauptsturmfhrer de las SS Gnther Fuchs, comandante del Referat II B4, ms tarde IV B4,
el departamento de asuntos judos .
SS-Sturmscharfhrer Albert Richter, jefe del cuartel general de la Gestapo en el gueto (calle
Limanowskiego, nmero 1), y subcomandante del departamento de asuntos judos .
SS-Hauptscharfhrer Kriminaloberassistent: Alfred Stromberg, miembro del Referat II B4,
para asuntos judos , en el Gestapo-Dienststelle Ghetto Litzmannstadt.
lteste der Juden in Litzmannstadt
(la administracin juda del gueto)
Mordechai Chaim Rumkowski, Decano de los judos, Presidente del Consejo Judo (Beirat)
gobernante; form parte del ltimo transporte que parti del gueto el 28 de agosto de 1944 con
destino a Auschwitz, donde fue asesinado junto con toda su familia, probablemente ese mismo
da.
Dora Fuchs, secretaria personal de Rumkowski, encargada de las distintas secretaras del
Presidente y una de sus personas de mxima confianza. En calidad de intrprete, responda en
ltima instancia de los contactos con las autoridades alemanas. Dora Fuchs sobrevivi y,
finalizada la guerra, emigr a Israel.
Mieczysaw Abramowicz, secretario y asistente personal de Rumkowski.
Debora urawska.
Kazimir Majerowicz ( el Moro ).
Nataniel Sztuk.
Werner Samstag.
Mirjam Szygorska (tallecida en febrero de 1942).
Estera Lubiska.
Natasza Maliniak.
Adam Gonik.
Stanisaw Stein (despus Rumkowski).
Nios pequeos:
Los gemelos Abram y Leon Moserowicz.
Dawid, Teresa, Sofie, Natan (de Helenwek).
Liba, Chawa (y otros).
La familia Schulz
(del colectivo de la calle Franciszkaska, nmero 27)
Amost Schulz, mdico.
Irena Schulzov (Maman), su esposa.
Vra Schulzov, hija de los anteriores.
Martin y Josef (Josel) Schulz, hijos de los anteriores.
El Archivo
(tcnicamente, una subdivisin del Departamento de Estadstica del gueto)
Henryk Neftalin, jefe de departamento y miembro del vigente Consejo Judo.
Doctor Oskar Singer, doctor Oskar Rosenfeld y Aliga de Buton (invisibles en el texto aunque
presentes a lo largo de todo el libro como autores de la Crnica del Gueto).
Aleksander (Aleks) Gliksman, archivero.
Rabino (tcnicamente ingeniero ) Yitshak Einhorn.
Pinkas Szwarc, grafista, artista, escengrafo.
Mendel Grossman, fotgrafo.
Los escuchas de la calle Brzeziska
Werner Halm, Schmul Krzepicki, Moszje Bronowicz, el chico Shem.
La brigada de trabajadores de Radogoszcz
Harry (Herry) Olszer, Verwaltungsleiter (ingeniero), encargado de las obras de
construccin en Mary sin.
Trabajadores
Marek Szajnwald, Jankiel Moskowicz, Gabriel Gelibter, Simon Roszek, Pinkus Kleiman, Herz
Szyfer (entre otros).
El puesto de guardia alemn
(Schupo y Bahnhofspolizei de Radegast)
Oberwachtmeister Dietrich Sonnenfarb.
Lothar Schalz.
Markus Henze.
Litzmannstadt Getto
1940 - 1944
[17]
GLOSARIO
kashrut (kosher): reglas religiosas que establecen cmo se deben preparar y consumir los
alimentos.
kehila (kehile, kehal): Congregacin Juda. Antes de la guerra, todas las congregaciones de
Polonia formaban parte de un consejo de gobierno central, Vaad Arba Aratzot, que constitua
un parlamento judo equivalente al polaco (sejm = sejmik), con poderes tanto administrativos
como legislativos sobre el conjunto de congregaciones judas dentro del territorio polaco. (La
idea tergiversada, cuando no pervertida, de los Consejos de Ancianos [ltenstenrat] o
Consejos Judos que impusieron los nazis est basada en esta divisin legislativa del poder
entre las naciones polaca y juda de Polonia).
khevre (chevre): gremio; asociacin profesional; crculo de amigos.
kidushin (hebreo): boda; mesader kidushin: oficiante de la boda.
kierownik (polaco): jefe de fbrica o taller.
kolacja (polaco): cena; adems (despus de 1943), nombre dado a las comidas que los
trabajadores reciban cada dos semanas a cambio de presentar unos cupones especiales
emitidos por el Presidente; en alemn, Krftigungsmittage.
kolejka (polaco): cola (en un punto de distribucin de comida o un lugar parecido).
luftmentsh (y idish): literalmente, persona de aire o viento ; persona poco prctica que no llega
a ser nada en la vida.
macht (y idish): literalmente, poder ; un trmino muy corriente en el gueto para denominar a
la administracin alemana del mismo, y generalmente traducido en la novela como las
autoridades (= la administracin civil alemana del gueto).
matse (y idish): pan cimo, que se come durante el Psaj (Pascua juda) en conmemoracin del
xodo de Egipto.
melamed (y idish/hebreo): maestro de escuela (de nios pequeos)
menashka (alemn/y idish), menaka (polaco): pote o cazuela, a menudo atada alrededor del
cuerpo, para conservar y transportar comida. La palabra es de origen austraco. En el
ejrcito austraco se usaba el trmino menage en el sentido de comida ; de ah el uso de
Menageschale (cuenco para comida); segn la ortografa polaca: menaka.
minyen (y idish; en hebreo: minyan): grupo de oracin.
Mitsrajim (y idish): Egipto.
mittags (y idish; del alemn Mittag): en el argot del gueto, la sopa del almuerzo que todos los
trabajadores de los resorty del gueto pagaban para recibir en sus puestos de trabajo (tambin
se conoca como resortka).
neshome (y idish): alma.
mosrim (hebreo): informador, sopln.
(di) oberstn (y idish): (los) poderosos, los que detentan el poder.
ochronki (polaco): orfanato (en alemn: Waisenheim).
OD (alemn): Ordnungsdienst: Polica del Orden, la polica juda del gueto (hasta septiembre de
1941).
opiekuni (polaco): supervisores o vigilantes en las fbricas, comedores colectivos, etctera.
las clases.
tefiln (hebreo): filacterias; pequeas envolturas o cajitas de cuero en forma de cubo que se
sujetan en el brazo y en la frente durante la oracin.
tnojim (y idish): contrato de compromiso y matrimonio; se utilizaba eufemsticamente para
referirse a las notificaciones de expulsin que reciban los indeseables del gueto.
treif (y idish): alimentos que no son tratados segn las reglas kosher, desperdicios.
trepki (polaco): zuecos.
tsaddik (y idish; pl. tsaddikim): hombre santo, en realidad un hombre justo , director espiritual
de una comunidad hasidista; tsaddikot: hija de dicho hombre santo.
tsdke (y idish): beneficencia.
tsetl (y idish): lista, nota.
tsholent (y idish): plato tradicional judo hecho con patatas, alubias y carne.
tsiper (y idish): ratero.
(pani) Wydzielaczka (polaco): en el argot del gueto, nombre dado a las mujeres, generalmente
jvenes, que servan la sopa en los comedores de las fbricas y en los comedores pblicos del
gueto.
yarmulke (y idish): casquete (para cubrirse la cabeza).
yeke (y idish): trmino con que los judos orientales se refieren a un alemn; en el argot del gueto,
nombre dado a los judos de Europa occidental ( alemanes ) que llegaron al gueto a partir
de septiembre de 1941.
Yom Kipur: el da de la Expiacin.
V arios de los personajes que aparecen en este libro son borrados definitivamente del curso de
la historia con la evacuacin final del gueto en agosto de 1944. Sin embargo, hay excepciones.
Una de ellas es Dawid Gertler, quien desempea un papel bastante importante en la novela, sobre
todo en la tercera parte. Pese a que sus coetneos atribuan a Gertler una capacidad de
supervivencia casi mtica, en general se dio por sentado que haba sido asesinado por los nazis
despus de ser deportado del gueto por la Gestapo en julio de 1943. No obstante, contra todo
pronstico, Gertler logr sobrevivir tanto a los interrogatorios como a su posterior confinamiento
en un campo de concentracin. En 1961 reaparece como testigo en Hannover durante el juicio
contra Gnther Fuchs. Fuchs era el oficial al mando del departamento de las fuerzas de seguridad
encargado de los denominados asuntos judos en el gueto establecido por los alemanes en
Litzmannstadt. Por lo tanto, en la prctica, Fuchs fue el responsable de la masacre perpetrada a
comienzos de enero de 1942, as como de la denominada operacin szpera de septiembre del
mismo ao, que tendra consecuencias tan catastrficas para la poblacin del gueto.
Sin embargo, en su testimonio contra Fuchs, Gertler ofrece una visin algo diferente de la que
se conoca sobre lo ocurrido durante aquellos dramticos das.
Por ejemplo, afirma que Rumkowski, tras pronunciar su discurso del 4 de septiembre de 1942
en el cual anunci a la poblacin del gueto la decisin de los nazis de deportar a todos los nios
menores de diez aos, fue presa a ltima hora de la indecisin. Segn Gertler, una vez
pronunciado el discurso, Rumkowski se present ante Fuchs y le dijo que era incapaz de ejecutar
sus rdenes, para acto seguido retirarse y, de hecho, no dejarse ver en pblico hasta al cabo de
siete das, cuando se levant el toque de queda. As pues, durante los siete das que dur el toque
de queda, los llamados das de la szpera, fue Gertler quien se tuvo que encargar de mitigar los
efectos de la decisin de los nazis, e intentar en el momento ms crtico del gueto salvar el
may or nmero de vidas posibles:
Yo haba entablado conversaciones con Fuchs y Bibow [sic!] para intentar
negociar con ellos la compra de la libertad de los nios. Ya haba puesto al tanto de
mis planes a Bibow, porque de lo contrario podra haberme puesto impedimentos. La
Gestapo, y por tanto Fuchs, eran los responsables de la transaccin en s. De ese modo
consegu, en nombre de aquellos que tenan dinero en el gueto, comprar la vida de un
gran nmero de nios. Como la Gestapo, y tambin Bibow, coman prcticamente de
mi mano, en el curso de esas transacciones logr que varios funcionarios accedieran a
dejar libres a algunos nios sin cobrar por ello. De ese modo, el nmero total de
personas en los transportes [del gueto] se redujo a 12 300 o 12 700, en lugar de los
20 000 que eran el objetivo inicial
A grandes rasgos y con algunos aadidos, el desarrollo de esta novela signe el transcurso de los
acontecimientos ocurridos en el gueto segn se describen en la Crnica del Gueto.
La Crnica del Gueto es un documento de ms de tres mil pginas, que fue escrito de forma
colectiva por un puado de empleados de la seccin del Archivo del gueto. A su vez, el Archivo
estaba supeditado a la Statistische Abteihmg, fundada por Rumkowski en la primavera de 1940,
una seccin que ms tarde comprendera asimismo la Oficina del Censo del gueto (Meldebro o
Meldeamt). Con el tiempo, dichas secciones se fundiran y expandiran hasta constar, en la
primavera de 1944, de un total de 44 empleados, 1 director, 23 secretarios y oficinistas, 12
dibujantes y grafistas, 4 fotgrafos y 4 trabajadores con diversas funciones (sonstige), segn un
informe que refiere la Crnica por esa misma poca.
El Departamento de Estadstica tena y a desde el principio unas tareas claramente definidas:
Por un lado, deba redactar informes diarios para la polica estatal y las autoridades
competentes del gueto sobre el estado de salud de la poblacin (incluidos nacimientos y
defunciones), as como exhaustivos estudios de carcter demogrfico sobre la situacin de los
empleados, la produccin en las fbricas y cualquier otro requerimiento por parte del Decano de
los Judos . Por otro lado, deba compilar todo ese material estadstico a fin de que estuviera
disponible para otros grupos interesados, elaborar grficas con datos estadsticos y montajes
fotogrficos con finalidades pedaggicas o propagandsticas, as como [] crear y reunir
material fotogrfico para los archivos y diversos usos prcticos .
Aparte de esas tareas especficas, tambin exista una labor ms general consistente en
recopilar con el may or sigilo son palabras textuales! material para una futura
presentacin (= historia) del gueto y elaborar registros escritos correspondientes a tal fin .
As pues, y a desde la primera entrada de la Crnica el 12 de enero de 1941 hasta la
ltima anotacin, redactada un mes antes de la liquidacin del gueto, el objetivo primordial de la
Crnica es el de dejar testimonio para futuros lectores.
Para el lector de hoy, quiz esto no quede muy claro. Hasta septiembre de 1941, la Crnica,
que durante esa poca se escribe en polaco, no es tanto un diario colectivo como una especie de
formulario abierto en el que se van registrando una serie de acontecimientos recurrentes. En este
sentido, se asemejan a los pinkas o Gemeindebcher (libros de registro de la comunidad) que las
congregaciones judas haban llevado durante generaciones en Polonia, y en general en toda la
Europa del Este. La Crnica comprende, por ejemplo, columnas con los partes meteorolgicos y
con las cifras de nacimientos y muertes; hay extractos de informes policiales, datos sobre
transportes de provisiones y combustible realizados o previstos; anotaciones sobre cambios de
horarios laborales y sobre las condiciones de trabajo en las fbricas del gueto, entre otras cosas.
La Crnica reproduce adems la may ora de los edictos oficiales emitidos por el Secretariado de
Rumkowski o la administracin alemana del gueto, as como prcticamente todos los discursos
(taquigrafiados) del Presidente.
Esta funcin documentalista tena una especial relevancia. Porque, gracias a la Crnica,
Rumkowski era capaz de controlar la historia de su reinado a medida que se escriba.
Gradualmente, sin embargo, la forma y el contenido de la Crnica cambian. Esto resulta ms
apreciable a partir del otoo de 1941, cuando algunos de los recin llegados, los denominados
judos occidentales , son empleados en la seccin del Archivo del gueto y empiezan a escribir
para la Crnica. Al menos dos de ellos, Oskar Singer y Oskar Rosenfeld, son y a escritores y
periodistas consagrados, con muchos aos de experiencia a la hora de trabajar bajo diversas
formas de censura burocrtica. A partir de ese momento, la Crnica adquiere una forma menos
rgida y ms polifnica; se introducen otros gneros, tambin empiezan a orse algunas voces
crticas (a menudo mediante la stira). No obstante, cabe sealar que la Crnica sigue reflejando
(y supeditndose a) la versin del curso de los acontecimientos en el gueto sancionada por
Rumkowski.
El hecho de ser a un tiempo depositaria de la tradicin, testimonio contemporneo y portavoz
de Kuinkowski, hace que la Crnica sea a la vez concreta y exacta (en cuanto a los detalles), pero
tambin, a un nivel ms general, una fuente poco fiable para conocer lo que realmente sucedi
en el gueto.
Quien lea hoy da la Crnica debe tambin aprender a distinguir entre lo que la posteridad
(ahora) sabe y lo que los cronistas (entonces) solamente sospechaban. Hoy quiz no sepamos
ms, a todos los niveles, que lo que saban las personas encerradas en el gueto. Pero sabemos de
otro modo: con la profundidad de campo de la perspectiva histrica y con una claridad en todos
los detalles que los confinados no tenan.
Ya en febrero o marzo de 1942, se dispona en el gueto de pruebas inequvocas de que la
may ora de los transportes que haban salido desde principio de ao haban ido directamente a
los campos de exterminio. No cabe la menor duda de que Rumkowski supo pronto, cuando no
desde el principio, que la poblacin del gueto estaba siendo masacrada delante de sus propias
narices. Pero eran muy pocos quienes lo saban, y la falta de una certeza absoluta creaba esa
extraa zona gris, a caballo entre la desesperacin y la esperanza, dentro de la cual se inscriben
todas las entradas de la Crnica. Pese a las numerosas evidencias que apuntaban a lo contrario,
haba quienes se empecinaban en creer que la vida, de alguna forma y en algn lugar, segua
fuera del gueto; y esta fe en la esperanza de una posible supervivencia caracteriza, a pesar de
todo y hasta el ltimo momento, a los autores de la Crnica. Y tambin caracteriza la imagen que
hasta el ltimo momento ofrece la Crnica de Chaim Rumkowski, el hombre que elev la
incertidumbre al nivel de ideologa de Estado, permitindole as proseguir con su desaforada
entrega de material humano para continuar alimentando la maquinaria de exterminio nazi.
En una fecha tan tarda como enero de 1944, algunos autores de la Crnica intentaron resumir la
vida en el gueto en una enciclopedia. La Enciclopedia del Gueto puede entenderse como un
suplemento o apndice de la Crnica, o (si se prefiere) como un nuevo intento de dejar un
registro visible de la poca del gueto para la posteridad.
La Enciclopedia del Gueto consiste en una coleccin de pequeas fichas catalogrficas en las
que se registran una gran cantidad de personajes y fenmenos relevantes de la vida cotidiana en
el gueto, as como de su administracin y gobierno. La Enciclopedia no solo ofrece una
definicin y una explicacin de numerosos trminos y expresiones, neologismos y prstamos
lxicos tpicos del gueto (por lo general extrados del polaco o de la jerga burocrtica austraca
que los judos extranjeros trajeron consigo), sino tambin un puado de exiguas biografas de
sus dirigentes, tanto hombres como mujeres. Entre las personas influy entes que aparecen en la
Enciclopedia se encuentran Aron Jakubowicz, director de la Oficina Central de Empleo del gueto,
as como Dawid Gertler y su sucesor en el cargo de jefe del poderoso Sonderabteilung, Mordka
Kligier.
Pero no Mordechai Chaim Rumkowski.
Que falte la ficha de Rumkowski puede deberse a diversas causas. O bien nunca hubo una
ficha sobre l, lo cual parece improbable: despus de todo, se trataba del hombre ms poderoso
del gueto. O bien la ficha fue en algn momento retirada y destruida. En cuy o caso, la
Enciclopedia constituira una prueba ms de lo que la Crnica y a evidencia de forma indirecta
reiteradas veces: a saber, que la narracin del gueto, o mejor dicho, la edicin de la narracin del
gueto, se inici en plena ocupacin alemana.
As pues, a pesar de que la may ora de los hechos ocurridos en el gueto estn
extraordinariamente bien documentados, hay lagunas en el registro de algunos sucesos,
momentos donde escasean los testimonios fidedignos. Es el caso, por ejemplo, de lo que
aconteci durante los llamados das de la szpera, en los que Chaim Rumkowski opt por
mantenerse al margen y dejar en manos de Dawid Gertler las negociaciones con las
autoridades. Es el caso tambin de los captulos que versan sobre las circunstancias exactas que
rodean a la adopcin por parte de Rumkowski de un nio de uno de los orfanatos del gueto, y de
sus relaciones con l. El hecho de que Rumkowski abusaba de forma sistemtica de sus hurfanos
est, dentro de lo que cabe, ampliamente documentado. En su libro Rumkowski and the Orphans
qf d (1999), Lucille Eichengreen interpreta esos abusos, de los que ella misma fue testigo y
tambin vctima, no solo como expresin de las preferencias sexuales de Rumkowski, sino sobre
todo de la constante necesidad de imponer su poder y su autoridad en el gueto a todos los niveles.
En un mundo en el que no caben ms opciones que la supervivencia o la sumisin, el papel que
desempea la sexualidad es difcil de precisar, pero no puede subestimarse. De hecho, la
afirmacin del personaje de Vra Schulz en su diario ficticio acerca de que Rumkowski es un
monstruo est sacada del libro de Eichengreen. De la misma manera, me he servido de otros
muchos testimonios de supervivientes del gueto. As por ejemplo, la larga descripcin de la
impresin inicial del gueto de d por parte de los denominados judos occidentales se basa
parcialmente en la que Oskar Rosenfeld hace del tray ecto desde la estacin de Radogoszcz hasta
el gueto en su libro Wozu nocir Welt: Aufzeichnungen aus dem Getto d (1994). A diferencia de
Rosenfeld, de quien se conserva su anonimato a lo largo de toda la novela, la may ora de los
funcionarios y altos cargos de cierta relevancia aparecen con sus verdaderos nombres. Esto se
debe principalmente a que sus actos y crmenes estn muy bien documentados, sobre todo en los
distintos comentarios que aparecen en la Crnica y la Enciclopedia de su historia personal y sus
actividades; intentar camuflarlos bajo nombres inventados habra resultado intil y superfluo. En
cualquier caso, soy de la opinin de que la naturaleza de los acontecimientos que tuvieron lugar
en d entre 1940 - 1944 convertiran dicho camuflaje en algo moralmente dudoso.
Para finalizar, unas lneas sobre la imagen de la cubierta de este libro. La fotografa forma parte
del total de cuatrocientas que tom el jefe de contabilidad de la administracin alemana del
gueto, un austraco llamado Walter Genewein. En todas sus fotografas, Genewein utiliz una
pelcula a color muy rara en la poca que encargaba directamente a los laboratorios de la IG
Farbenindustrie en Suiza. Nadie conoca la existencia de dichas imgenes hasta que en 1988 un
pariente del entonces recin fallecido Genewein entreg los negativos para su venta a un
anticuario de Viena. Genewein, que era un nazi convencido, haba prestado sus servicios dentro
del aparato administrativo alemn del gueto durante prcticamente toda su existencia, por lo que
es muy probable que las fotografas fueran un encargo. Algn funcionario de la administracin,
tal vez Biebow en persona, confi al fotgrafo aficionado Genewein la misin de documentar la
realidad del gueto. Lo que ms impacta de estas imgenes es lo poco que muestran de la
autntica realidad del gueto; lo poco que muestran del hambre, las enfermedades, la miseria y la
pobreza. Ni siquiera la muerte, tan omnipresente en el gueto, aparece en las fotos de Genewein,
salvo quiz en la estilizacin de nubes y cables de tranva suspendidos sobre los edificios y talleres
en ruinas.
Lo que s vemos en las fotografas de Genewein, por el contrario, es la historia del gueto tal
como l y los dems funcionarios nazis lo vean: o como se convencan a s mismos de que sera
visto en la posteridad cuanto se escribiera sobre l. Las fotografas de Genewein estn destinadas
a los ojos de los observadores futuros, del mismo modo que los redactores de la Crnica y la
Enciclopedia (aunque por motivos diametralmente opuestos) dirigen sus anotaciones y pequeas
biografas a unos lectores venideros o que no estn familiarizados con la realidad del
gueto . Sin embargo, no hay nada en las instantneas de Genewein que indique que pretendiese
de forma consciente retocar o idealizar la realidad que captaba. La visin que l tena del gueto
es seguramente la misma que aparece en sus fotografas. De una carta que escribi a sus
familiares en su Austria natal, se desprende claramente que Genewein consideraba el gueto
como una zona neutral de la ciudad de d/Litzmannstadt, si bien aislada y bajo vigilancia
policial, en la que vivan judos pobres que de forma ms o menos honrada se ganaban la vida en
los puestos de trabajo que los alemanes, en su infinita generosidad, les proporcionaban.
La cuestin de si Rumkowski debe ser visto como salvador o traidor, como hroe o chivo
expiatorio (una cuestin que ha ocupado a los historiadores del gueto desde el primer momento),
permanece por tanto en un plano puramente terico. Todo depende de la perspectiva que se
adopte. Resulta del todo factible imaginar cursos histricos alternativos, gracias a los cuales todo
habra acabado de forma muy distinta tambin para Rumkowski. Por ejemplo, si hubiese
triunfado el golpe de Von Stauffenberg contra Hitler en julio de 1944, o si Stalin no hubiese
accedido a detener la ofensiva del Ejrcito Rojo en el ro Vstula. Cabe pensar que entonces
Polonia se habra liberado medio ao antes de la ocupacin alemana, con lo cual Mordechai
Chaim Rumkowski habra surgido de entre las ruinas del gueto judo de la ciudad de d como lo
que siempre pretendi ser, el libertador de su pueblo cautivo, y no como generalmente le
describen ahora los libros de historia: como uno de los instrumentos ms dciles de los verdugos
nazis.
STEVE SEM-SANDBERG, escritor, traductor y crtico literario, naci en Oslo en 1958. Divide su
tiempo entre Viena y Estocolmo.
Hizo su debut como novelista a los 18 aos en 1976 con Slndornas vrld. Escribi varias novelas
ms y tradujo obras de otros escritores, antes de su redebut 1987 como novelista con De
ansiktslsa, que Sem-Sandberg considera su inicio real. Adems de novelas ha escrito ensay os,
cuentos y obras de teatro para la radio.
Es uno de los escritores ms reconocidos de su pas. El imperio de las mentiras (De fattiga i d,
2009) es todo un bestseller en Escandinavia y recibi el August Prize, uno de los ms prestigiosos
otorgados en el norte de Europa.
Notas
[1] Grilletes y cadenas, falacias y mentiras, / nada de lo que hagas debe darte vergenza; / la
gente coge lo que puede, y alega en su defensa / todas esas palabras de las que est tan llena su
barriga . <<
[2] En la transcripcin polaca del discurso del Presidente se utiliza la palabra szkodnicy; en la
alemana, Schdlinge. <<
[3] Me has ultrajado! / Que los demonios del mal se apoderen de ti y de tu casa! <<
[4] Terror, desgracia y horrores, / no sabemos de dnde nos vienen, / pero hoy como en todas
las generaciones / siempre sufriendo nos tienen! <<
[5] Gritad, judos, gritad bien alto, / el grito en el cielo, / despertad al anciano / Acaso solo
duerme all? / Qu quiere ganar? / Qu somos para l una mosca? / Una justa recompensa
nos ha de pagar, / ay , basta y a! <<
[6] Todo lo destrozan, nos matan / cada uno por su lado, se nos lleva el viento. / Los novios sin
sus novias / Las madres sin sus hijos de pecho. / Gritad, nios, gritad bien alto. / Gritad para que
se os oiga all arriba. / Despertad al Padre. / Acaso solo duerme all? / No oy e cmo llora el
recin nacido en la cuna. / Los que sufren piden que digas: / Ay , basta y a! <<
[7] Entregad a vuestros propios hijos, nosotros no vamos a entregar a los nuestros <<
[10] Gertler es nuestro nuevo rey, / un pez gordo y un judo de ley. / Nos ha jurado, s, ha
prometido, / que a los alemanes habr convencido / para que del gueto las puertas / dejen todas
abiertas . <<
[11] En la tierra de Israel tengo que sufrir. / te amo y sufro, / pero a ti no te importa. / Coger
llores, / porque las flores curarn mi corazn herido. <<
[12] Seora de la Sopa: esto no es de risa, / la taza llena, siempre de esta GUISA . <<
[13] Malditos parsitos, hasta ahora os habis aprovechado de nosotros, / ahora os toca a
vosotros cavar en el estircol! / A mover las patas, holgazanes! <<
[15] Textualmente: Ein solcher Leiter wrde etwas erleben, woran er nicht im Traume denkt:
er wrde nmlich von der Bhne des Lebens abtreten mssen . <<
[16] Hay que ir a la lucha, / dura ser la lucha / para que el obrero no sufra tormento! / No
hay que vacilar, / cristales y piedras habr que tirar; / si eso hace ms fcil ganarse el sustento .
<<
[17] Las expresiones en y idish que se utilizan o citan en el texto han sido transcritas, en la medida
de lo posible, en un y idish ms o menos estndar, incluso en los casos en que expresiones locales
o dialectales hubieran requerido quiz una ortografa o declinacin distintas. <<