Hugo Romero - Los Límites de La Postmodernidad
Hugo Romero - Los Límites de La Postmodernidad
Hugo Romero - Los Límites de La Postmodernidad
Hugo ROMERO
Pronunciadas en 1991, las tres conferencias que forman “Las semillas del
tiempo“ suponen un segundo paso en la investigación de Jameson sobre la post-
modernidad. Si en los ensayos reunidos en “Teoría de la postmodernidad”, y de
modo especial en el principal de ellos – “Postmodernismo, o la lógica cultural del
capitalismo tardío”–, de lo que se trataba era de caracterizar la postmodernidad
como dominante cultural de la sociedad en la fase multinacional del capitalismo,
ahora Jameson se propone, de diversas maneras, trazar ciertos límites de ésta,
esbozar un posible exterior suyo.
Este proyecto toma como hilo conductor la imposibilidad inherente a la
teoría postmoderna de pensar o imaginar cualquier cambio histórico en el futuro
(no olvidemos que casi cualquier explicación del término incluye expresiones del
tipo “fin de la historia” o “muerte de los metarrelatos”). Recordando la frase con
la que comenzaba la recopilación antes mencionada, “la postmodernidad supone
un intento de pensar históricamente en una época que ha olvidado cómo hacer-
lo”. La velocidad – y, en particular, la velocidad del progreso tecnológico – como
forma específicamente postmoderna de representarnos el tiempo parece destem-
poralizar la producción y, junto con ella, nuestra propia peculiaridad histórica;
LOGOS. Anales del Seminario de Metafísica, (2000), núm. 2, pgs. 421-430. Servicio de Publicaciones, Universidad Complutense. Madrid
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nace así una imposibilidad radical de imaginar una verdadera alternativa, la sus-
titución de nuestro sistema por cualquier otro. Sin embargo, no parece que con
esta imposibilidad desaparezca cierta ansiedad por saber qué destino le espera a
este sistema, ansiedad a menudo reprimida en nuestra actual cultura y que es uno
de los temas recurrentes del libro de Jameson.
No obstante, si la postmodernidad en tanto que ideología es vista como “un
síntoma de los cambios profundos que tienen lugar en nuestra sociedad y su cul-
tura como un todo”, y en la medida en que esos cambios suponen ciertas tenden-
cias, cualquier intento de análisis conlleva también una voluntad de mostrar hacia
dónde se dirige, o por decirlo otra vez con las palabras del propio autor, “desen-
mascarar sus contradicciones, imaginar sus consecuencias, y conjeturar la forma
de sus agentes e instituciones cuando desarrollen de forma más plena lo que ahora
son, en el mejor de los casos, tendencias y corrientes”.
Con tal fin, Jameson realiza tres aproximaciones distintas utilizando estrate-
gias diferentes para cada una. El primero de los ensayos adopta un enfoque
dialéctico en la medida en que lo que se propone es recorrer algunas de las con-
tradicciones que atraviesan la postmodernidad, pero no desde luego para supe-
rarlas desde una perspectiva superior a ella, sino para “sugerir un afuera y un
exterior irrepresentable para muchos de los temas que parecen más cruciales en
el debate contemporáneo”. En este sentido, la dialéctica es aquí una “dialéctica
atascada”: en efecto, las contradicciones aparecerán como insuperables, serán
menos contradicciones que antinomias.
El tercero de los ensayos se plantea desde una perspectiva estructural. En él,
de lo que se trata es de trazar los posibles límites de la pluralidad de estilos de la
arquitectura postmoderna. Desde el memorable análisis del Hotel Bonaventure de
Portman en “La lógica cultural de capitalismo tardío”, la arquitectura ha sido una
herramienta imprescindible en el trabajo de Jameson. De hecho, puede decirse
que el inicio del interés por la arquitectura en quien hasta entonces había sido un
crítico literario está en el origen de los primeros estudios en torno a la postmo-
dernidad (Perry Anderson ha situado el comienzo de este interés en el traslado de
Jameson a Yale, donde son profesores Venturi, Moore y Scully). No se trata de
una coincidencia o una elección arbitraria, puesto que ha sido en la arquitectura
donde la constitución de una postura postmoderna ha ido más decididamente
acompañada de una recusación de los presupuestos de la estética del modernis-
mo. Por otra parte, la arquitectura es entre todas las artes la que guarda una rela-
ción más directa con el dinero: los encargos y el precio del suelo establecen una
proximidad entre arquitectura y economía que la convierte en un terreno privile-
giado para estudiar uno de los fenómenos clave de la cultura contemporánea: su
integración total en el ámbito de las mercancías. En este ensayo, el autor se pro-
pone trazar un cuadro semiótico que englobe las diversas posiciones de la arqui-
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poder a menudo nacida del resentimiento. No resulta difícil resaltar lo que de utó-
pico hay en este deseo antiutópico; sin embargo, lo más interesante es para
Jameson mostrar cómo la crítica a la Utopía no se nutre en la actualidad de las
experiencias totalitarias, como pretenden quienes la realizan, sino de la única ver-
sión de sociedad planificada conocida en el primer mundo: “el propio capitalis-
mo de las multinacionales, con su estéril lenguaje y sus artificiales estructuras,
sus jerarquías inventadas y sus psicologías fingidas”. Así una insatisfacción que
podría alimentar el espíritu utópico, se vierte contra la propia Utopía, merced a
las fantasías que la sociedad de mercado es capaz de generar.
Por otra parte, Jameson considera la expresión más formalizada intelectual-
mente de resistencia a lo utópico: las políticas de grupos. Para este autor, aquí está
en juego una concepción errónea de totalidad y de poder político que reclama
menos un análisis de la dominación que “una psicopatología de las ilusiones de
poder y de los modos en los que los medios mantienen y desarrollan tales ilusio-
nes”. La política de grupos sólo es radical cuando los diversos grupos reconocen
un problema común y la necesidad de alianzas estratégicas. Evidentemente, lo
que Jameson localiza en las micropolíticas no es sino el resurgimiento de la anti-
nomia Identidad – Diferencia (no en vano a estas políticas se las llama tanto
“políticas de la identidad” como “políticas de la diferencia”).
En resumen, las antinomias que Jameson recorre confluyen en esta última en
la medida en que lo que todas implican es una paralización del pensamiento que
impide concebir una alternativa global al sistema. Es así como queda patente el
papel ideológico de esta “dialéctica atascada”. Sin embargo, no cabe pensar que
el recorrido de este bloqueo sea una tarea inútil: incluye ya en sí la necesidad de
reconocer lo posible de esos sistemas alternativos: como también se espera del
tercero de los ensayos, el reconocimiento de los límites de una situación modifi-
ca la situación misma.
En efecto, como ya hemos introducido más arriba, “Las restricciones del
postmodernismo” se propone igualmente la tarea de esbozar unos límites de la
postmodernidad. Si en el anterior ensayo la materia tratada eran ciertas contra-
dicciones inherentes a la doxa contemporánea y el método seguido era el dialéc-
tico, ahora Jameson se va a servir del debate en torno a la arquitectura más recien-
te tratando de dar cuenta de ella desde una perspectiva estructural. En anteriores
ensayos – especialmente en “Equivalentes espaciales en el sistema mundial” y el
propio “Postmodernismo, o la lógica cultural del capitalismo tardío” –, el autor
había celebrado la riqueza estilística de la arquitectura postmoderna. Ahora, sin
embargo, parece matizar tal opinión: “estilo” no es una noción pertinente para
pensar esta arquitectura; precisamente, la disolución del estilo personal como
determinante de la producción estética en la postmodernidad (fruto inevitable de
la muerte del sujeto como centro organizativo de la misma) permite la persisten-
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cia de todos los estilos históricos en ella. Sin embargo, toda totalidad puede ser
acotada si la concebimos como un esquema combinatorio de elementos dotado de
clausura propia. Precisamente esto es lo que hace Jameson. A la manera de un
cuadro semiótico de Greimas, ordena los elementos a los que toda arquitectura
postmoderna responde no importa cuán distintas sean estilísticamente.
Las dos categorías con las que Jameson comienza su trabajo son las especí-
ficas de la arquitectura del modernismo: Totalidad e Innovación. La manera en
que éstas perduran en determinados proyectos contemporáneos servirá para abrir
el cuadro.
Respecto a la categoría de Totalidad, resulta difícil encontrar una obra donde
perdure de un modo tan claro como en la de Rem Koolhaas; sus proyectos a gran
escala reivindican una voluntad de Totalidad en principio ajena a una estética no
moderna. Sin embargo, esta Totalidad no responde a una unidad expresiva, sino
que en ella los diversos espacios son inconmensurables entre sí, como “órganos
flotantes”. Pero lo que aleja a esta obra del modernismo de manera definitiva es
su segunda característica: la réplica, “la obligación de llegar a un acuerdo con el
tejido urbano y el modelo cultural dentro del cual se inserta el edificio”.
Desaparece aquí pues la segunda categoría de la estética moderna: su voluntad de
innovación (y, por tanto, su rechazo de lo real existente y su intención utópica).
El nombre que Jameson da a esta tendencia es el de “realismo sucio” (por cierto,
que la explicación de este término lleva al autor a realizar un fascinante análisis
del subgénero literario conocido como ciberpunk, análisis desde hace tiempo
postpuesto por Jameson que desde principios de los ochenta lo considera un lugar
privilegiado de estudio de nuestra época).
La opción simétricamente opuesta podemos encontrarla en lo que ha dado en
llamarse “arquitectura deconstructiva”, cuyo máximo exponente es Peter
Eisenman. Aquí precisamente se mantiene ese impulso moderno que llamábamos
Innovación a través de “un discurso que”, en palabras del propio Eisenman,
“intente evitar los principios organizadores antropocéntricos de la presencia y el
origen”. Por supuesto, en esta opción, lo que la voluntad de Innovación deja fuera
es la categoría de Totalidad. En un complejo proceso, que Jameson recorre bri-
llantemente, Eisenman desmonta el contenido del edificio, llegando a trabajar con
retículas que resumen el contenido geográfico e histórico del solar. Estas retícu-
las, irreductibles entre sí, son las que permiten a la arquitectura de Eisenman tra-
tar con el problema del todo y las partes.
Serán estas nuevas categorías de réplica y parte (ésta sobre todo como ele-
mento significante) las que, una vez abandonadas las aspiraciones modernas que
sobreviven en Eisenman y Koolhaas, generen las corrientes arquitectónicas
específicamente postmodernas: postmodernismo estilístico, neorracionalismo y
regionalismo crítico. Aquí es donde encontramos el típico edificio postmoderno
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orden mundial para el que las antiguas categorías de percepción se han quedado
anticuadas). Este proceso de conspiración se extiende a lo largo de cincuenta años
y tiene como punto fundamental la construcción del Rockefeller Center.
Sin embargo, en el ensayo que tratamos, la conspiración que narra Fitch es
utilizada por Jameson para dar una descripción de corte marxiano sobre la suce-
sión de distintos periodos en el proceso de desarrollo económico de una región:
siguiendo la teoría de Giovanni Arrighi, sostiene que a un periodo de desarrollo
productivo de una región en términos industriales le sigue otro de preponderan-
cia del capital financiero.
Según Jameson, es necesario realizar el análisis del proceso en una doble
dirección: por un lado, debemos ceñirnos al análisis formal de los edificios como
tales; por otro, dedicarnos a una interrogación más profunda sobre el capital
financiero y la especulación inmobiliaria.
El primero de los análisis lo realiza el autor, partiendo de los trabajos de los
arquitectos y críticos Tafuri y Koolhaas. Ambos, aunque concluyendo con valora-
ciones opuestas, resaltan el carácter contradictorio del Centro, mostrando que los
problemas y tensiones a los que tiene que hacer frente no son resueltos en su
diseño, sino explicitados y resaltados: se trata, citando a Koolhaas, de “resolver la
aglomeración creando más aglomeración”.
Respecto al segundo enfoque, el autor repasa el tratamiento que Marx da al
tema de la renta del suelo, recordando que para éste constituye un elemento per-
manente y estructural del sistema, cuya importancia puede variar a lo largo del
tiempo. Evidentemente, en el actual periodo de expansión financiera, ésta impor-
tancia crece hasta convertir el suelo en uno de los lugares principales de acumu-
lación del capital. Por otra parte, el valor del suelo aparece en Marx como una
peculiaridad al margen de su teoría general del valor-trabajo. En efecto, el valor
de la tierra no viene dado por ningún trabajo, sino que es para Marx una ficción
estructuralmente necesaria para el sistema, y de ahí el nombre que recibe: “capi-
tal ficticio”. Por supuesto, este valor sólo es posible respecto a las expectativas de
un valor futuro. Para Jameson queda entonces clara la vinculación intrínseca
entre el precio del suelo y el capital financiero. El tiempo, en tanto que expecta-
tiva de futuro, queda así incluido en el proceso general de mediación que Jameson
describe.
Así, tal proceso, en lo que se refiere a la arquitectura, es descrito tomando de
Jencks dos características fundamentales de su semiótica de la modernidad tardía:
el “espacio isométrico extremo” y los “volúmenes revestidos de piel”. Ambas
características, en cuanto versiones extremadas de lo moderno (“lo moderno ele-
vado a la segunda potencia”) son ya algo distinto a lo moderno. La imagen que
expresa esto es la que da título al ensayo: el ladrillo y el globo: disminuye la masa
y aumenta el volumen. El capital financiero se convierte así en las últimas pági-
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nas del texto en clave maestra de fenómenos como el ciberespacio (sobre todo en
su visión literaria en el ciberpunk) o el relato de fantasmas (al que también ha
recurrido Derrida con su fantología). Una colección de imágenes que obligan al
autor a recordar los simulacros de Baudrillard.
De nuevo aparece en Jameson una descripción de lo postmoderno como una
generalización o una exacerbación de lo moderno y, a la vez y por ello, como algo
totalmente distinto o nuevo. No parece haber sido otra su postura desde los pri-
meros ensayos al respecto. Sin embargo, en este texto, aparece clara como pocas
veces la poderosa movilización de la tradición filosófica marxiana que está detrás
de la captura del fenómeno de la postmodernidad que desde hace dos décadas
viene realizando Fredric Jameson.