Discapacidad Auditiva
Discapacidad Auditiva
Discapacidad Auditiva
LA DISCAPACIDAD AUDITIVA
1.1 DEFINICIÓN
1.2 CLASIFICACIÓN
- Hipoacúsicos. Este término engloba a aquellos sujetos que aún teniendo una
audición deficiente, resulta suficiente para seguir un ritmo escolar normalizado con la
ayuda de prótesis o sin ellas. Entrarían en este apartado los niños capaces de adquirir,
aunque con dificultades de articulación, léxico y estructuración variables, el lenguaje
oral por vía auditiva.
-Sordos, para referirse a aquéllos niños y niñas que no poseen una audición funcional
para la vida ordinaria, y a los que les resulta imposible adquirir el lenguaje oral por vía
auditiva, aunque sí pueden hacerlo por vía visual.
Al hablar de niños con déficit auditivo hay que tener en cuenta que las características
que muestran en relación a su discapacidad son únicas y, por tanto, sus necesidades
son completamente individuales, así como las propuestas de de intervención. En este
caso hemos de considerar la gran cantidad de factores que pueden estar mediatizando
las características del alumno como son: el grado de pérdida auditiva, la presencia de
trastornos asociados, la edad de comienzo de la sordera… Y en el caso de niños con
pérdidas auditivas grave, la presencia o ausencia de personas con conocimiento del
lenguaje de signos o de sistemas de comunicación visogestuales en los contextos de
interacción próximos.
Los efectos sobre el desarrollo se observan de manera más llamativa en el caso de los
niños que presentas pérdidas auditivas severas y profundas desde el nacimiento; por
ello, es conveniente tener en cuenta que las conclusiones de los distintos trabajos se
refieren en su mayoría a las consecuencias derivadas de este tipo de déficits.
Los diferentes aspectos que caracterizan a los niños sordos en las múltiples facetas de
su desarrollo son:
Los niños sordos experimentan la misma secuencia de desarrollo en las áreas mototas
que los normooyentes.
De modo que si no muestran ningún otro tipo de déficit asociado llegan a los primeros
hitos motores: sedestación, bipedestación, deambulación,…, dentro de los límites
temporales en que lo hace el promedio del resto de los niños. Si bien algunos pueden
llegar a mostrar dificultades en el equilibrio y coordinación general cuando hay
defectos vestibulares o neurológicos asociados, y por la privación del sonido como un
incentivo y guía del movimiento.
- En una segunda fase se habló del sordo como concreto respecto a su inteligencia
pues, aunque cuantitativamente, obtuviera resultados similares a los conseguidos por
los oyentes, cualitativamente su funcionamiento intelectual se consideraba como
diferente. Su razonamiento al ser más concreto se caracterizaba por el menor nivel de
abstracción y flexibilidad, al estar en inferioridad de condiciones respecto al oyente que
puede actuar en su dimensión perceptiva de modo paralelo, registrando a la vez
elementos visuales y auditivos.
Hay que resaltar que el sonido no resulta esencial para el desarrollo cognitivo dentro
de estas adquisiciones del período sensoriomotor ya que la capacidad de oír no
parece ser un prerrequisito para comprender los objetos y las relaciones que entre
ellos existan.
Desde este enfoque se han abierto nuevas perspectivas en los estudios sobre la
comunicación y el lenguaje, presentándose un conjunto de interrelaciones que
anteriormente habían sido olvidadas.
Antes de la aparición del lenguaje hablado formal, existe una amplia red de
comunicación para el niño sea sordo u oyente basada en gestos no verbales y miradas
significativas. Los niños comienzan a comunicarse señalando cosas cercanas y
utilizando el contacto ocupar, si bien, en el caso de los oyentes esas formas
comunicativas basadas en la gesticulación tienden a disminuir con la aparición del
lenguaje oral, mientras que en los niños con sordera observaremos que lo que van
aprendiendo son nuevos gestos de carácter icónico, similares a algunas de las
características físicas de lo que quieren expresar e incluso combinaciones entre ellos.
En estas primeras etapas, a partir del cuarto mes fundamentalmente, el adulto tiene un
papel fundamental para sintonizar con el niño, para favorecer intercambios
comunicativos adecuados con una estructura y un ritmo alternante que, en el caso de
niños con déficits auditivos cuyos padres son oyentes, es probable que se desarrollen
con dificultades y con menor espontaneidad. En las primeras etapas prelingüísticas y
en el inicio de la etapa lingüística en alusión a los fines de la comunicación
(pragmática) se constata un mayor uso de la función reguladora de la comunicación
dirigida a controlar la conducta del interlocutor y de la función declarativa a través de la
que se expresa información al interlocutor., pero se observa una ausencia de la
interrogativa dirigida a la obtención de información, quizá por el mayor grado de
estructuración mostrado en los intercambios comunicativos que se mantienen con
niños sin una capacidad auditiva plena.
Por otro lado, la adquisición de palabras es algo bastante laborioso para estos niños
observándose notables dificultades. Por ejemplo mientras que a la edad de 4-5 años
por término medio un niño con sordera maneja unas 200 palabras, el niño oyente a
esa edad posee alrededor de unas 2.000. Normalmente, en el proceso de adquisición
del vocabulario cuando se llegan a tener 50 palabras, éstas comienzan a combinarse
formando frases cortas de dos términos, si bien esto se produce a los 18 meses en el
caso de los oyentes y a los 30 meses en el de los sordos. A este momento le sigue un
rápido aumento en el vocabulario para el oyente que no se produce de igual manera
para el niño sordo en el que las ganancias siempre serán mucho más lentas.
En cuanto a la naturaleza de las palabras, los niños con discapacidad auditiva tienden
a utilizar fundamentalmente nombre y verbos (palabras contenido), mostrándose
deficitarios en el uso de preposiciones, adverbios, conjunciones y pronombre (palabras
función).
- Acudir a los juegos adecuados para la edad del niño y su evolución simbólica, que
permitan compartir la atención, alternar papeles, usar diferentes funciones
comunicativas, ampliar vocabulario, facilitar la interacción entre iguales, expresar
secuencias de acciones, mandar y recibir mensajes…
- Se debe conceder, sobre todo en las etapas iniciales, un mayor peso a la función
pragmática del lenguaje, a su uso como medio de comunicación y no a sus aspectos
fonológico y morfosintáctico.
- No hay que olvidar que los problemas lingüísticos y comunicativos del niño sordo
demandan una atención individualizada que no puede obviarse, a pesar de la
importancia de situaciones grupales y juegos compartidos.
De entre todos los factores influyentes para un buen ajuste del niño sordo a su déficit,
el más determinante es el hecho de tener a su vez algún padre sordo. Las razones
que cimentan esta afirmación son varias:
- En muchos casos el problema ya es anticipado por cuestiones de herencia y, por
tanto, las expectativas sobre sus hijos no están tan desajustadas.
- Se posee una actitud más positiva hacia la sordera, observándose una tendencia
menor a negar u ocultar el déficit, a la sobreprotección del niño y al entorpecimiento de
sus conductas de exploración e inhibición de la curiosidad natural.
Por otro lado, también es de vital importancia el hecho de contar, aun sin tener
algunos un lenguaje de signos completamente desarrollado, con una mayor habilidad
en las fuentes no verbales al tener más experiencia para aprovechar un entorno
eminentemente visual.
Cabe resaltar que las familias en las que coinciden algún padre y un hijo ambos con
déficit auditivo constituyen aproximadamente el 10% de los casos. En el 90% restante
formado por padres oyentes con un hijo sordo, los padres deben saber interpretar la
falta de acercamiento del niño a situaciones de atención o de contacto en base al
sonido, explotando en la medida de lo posible la vía táctil y visual. Los padres notarán
que la sintonía comunicativa que se establece desde el principio con el bebé sordo al
alternar los juegos vocales reforzados por la imitación de sus cuidadores no se puede
establecer de igual modo que si se tratara de un niño normooyente, alterándose en
ese sentido el ritmo y el control de los intercambios comunicativos.
Por otra parte, en las interacciones con los adultos puede ser un factor distorsionador
la incapacidad de captar aspectos paraverbales como la entonación, que en los
oyentes regula entre otros aspectos el ritmo de intervención de cada interlocutor,
produciéndose dificultades en las relaciones si no se saben generar vías alternativas
como el uso de indicadores gestuales, sean manuales o faciales, que faciliten la
captación de estos procesos.
Como hemos visto, el elemento sobre el que giran las dificultades sociales reside en el
papel de la comunicación. Será la privación del lenguaje la que determinará las
posibilidades de interacción con el ambiente. Si la persona y su entorno posee
habilidades comunicativas suficientes, la comprensión del medio y las posibilidades
adentrarse y formar parte del mismo serán totales. Ahora bien, si la persona con déficit
auditivo no puede establecer el intercambio de información mínimo que permita
comprender e interpretar aquello que le rodea, sus interacciones empezarán a sufrir
disfunciones que serán más graves cuanto menores sean las posibilidades de
comunicación. Como ejemplo que ilustra esta afirmación se encuentra el hecho de que
los niños sordos integrados en escuelas ordinarias cuando son competentes en un
código compartido por sus compañeros, sea oral o signado, establecen una relación
cuya calidad y cantidad es completamente equiparable a la que se produce entre niños
oyentes.