JEFFREY, C.A. - Sociologia-Cultural-Formas-de-Clasificacion-en-Las-Sociedades-Complejas PDF
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JEFFREY, C.A. - Sociologia-Cultural-Formas-de-Clasificacion-en-Las-Sociedades-Complejas PDF
Jcf'ft^ey C. Alexander
CIENCIAS SOCIALES
Colcccin dirigida por Joscl.xo Ilcriair-r
23
SOCIOLOGA CULTURAL
Formas de clasificacin
en las sociedades complejas
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ISBN 84-758-571 -3
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Traduccin del original ingls: Celso Snchez Capdequ
Primera edicin: 2000
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In-rpreso en Espaa - Printed in Spain
Tqlos los derechos reseruados. Esta publicrcin no puede ser reprcducida, ni en todo ni en
parte, ni regstrada en, o tmnsmitida por, un sistena de recuperacin de informacin, en
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INTRODUCCIN
El conjunto de ensayos aqu reunidos tiene un hilo conductor representado por el anlisis cultural de los fenmenos sociales o, dicho de otro modo, por la relacin entre cultura, accin
sistema social. Este enfoque constituye el ncleo de la sociologa cultural, es decir, de aquella perspectiva analtica en donde
dera a esas mediaciones de la cultura como el fundamento necesario para el estudio de los hechos sociales. En esta obra Alexander analiza distintos problemas bajo la perspectiva de la sociologa cultural: desde el riesgo producido por las sociedades
altamente tecnificadas y la proyeccin de la computadora como
la imagen cultural de una poca, hasta el problema de la clasificacin simblica del discurso polarizante de la sociedad cil
X
cil que los sujetos emplean estratgicamente diversos significados para lograr sus objetivos en relacin con otros actores, estableciendo una intersubjetividad emocional, moral y simblica.
Ia sociedad cil representa una sociedad definida en trminos
moftrles, y que cuenta con su propia estructura especffica de
lites que ejercitan poder e identidad por medio de organizaciones voluntarias y de movimientos sociales. La sociedad civil, sostiene Alexander, cuenta con una dimensin subjetiva representada por el mbito de la conciencia estructurada y socialmente
establecida con sus particulares cdigos simblicos distintivos y
con la necesaria constitucin de sentido crtico de la sociedad. El
anlisis de la dimensin simblica se presenta como el espacio
de mediacin en que se ftinda la solidaridad ciI. Alexander realiza un ejercicio orientado a ndesmitificaro a las ciencias sociales
que han permanecido ancladas durante un largo periodo en las
ideologas o en las interpretaciones tericas parciales, formulando seales de alarma respecto a 1o que denomina el riesgo del
<encantamiento> de la vida cotidiana. La sociedad cil es definida como la esfera de la construccin, la destruccin y la de-construccin dela solidaridad civil.Inspirado por la fuerza normativa
de la teora democrtica, la contribucin de Jeffrey C. Alexander
es presentada a travs del anlisis de la sociedad ciI, en la que
la dirnensin subjetiva hace posible identificar una (construccin cultural, que pennite inteligir la confrontacin entre las
diversas concepciones acerca
"del bien y del mal, representadas por quienes se ubican dentro y fuera de la sociedad cil. Las
sociedades pluralistas contemporneas se caracterizan por la nocin de conflicto que permite identificar los mbitos de exclusin, de inclusin y de reconocimiento. Por lo tanto, la sociedad
civil aparece no slo como la esfera de la solidaridad, sino tambin del conflicto.
XII
Partienclo clcl cscaso conocimiento de que disponen las ciencias soclnles flccrcr del rol que la cultura y las mediaciones simblicas tiencn cn la estmcturacin de los discursos populares, el
autor desplazr el anlisis hacia el impacto que los factores interpretativos y culturales tienen sobre la accin cientfica natural y sobre las ideas. Alexander analiza en esta obra el papel de
la cultura y la mitologa en las percepciones mediadoras y las
evaluaciones morales de la tecnologa y de sus impactos. A partir de la consideracin de que la sociedad industrial capitalista
desarroll un estatus mtico sobre las categoras dicotmicas de
lo sagrado (en cuanto representacin social del bien) y lo profano (en cuanto imagen del mal de la que los humanos intentan
desembarazarse), Alexander analiza la
"sociedad del riesgo,
como un hecho social y como una representacin persuasiva de
la vida contempornea, reconociendo que la preocupacin por
lo sagrado y lo profano contina organizando la da cultural
de nuestras sociedades. Formulando una crltica a la vertiente
de la teoa sociolgica que sostiene una concepcin que coloca
a la tecnologa en el centro del discurso racional, nuestro autor
propone identificar el papel de la cultura en la mediacin del
impacto de la tecnologa. De esta forma, rechaza la existencia de un discurso verdaderamente racional sobre los riesgos que
implica la ciencia y la tecnologa para la da social. Para Alexander los indiduos actan con referencia a estructuras culturales que definen los usos apropiados o inapropiados, legtimos
e ilegtimos, de la tecnologay de la ciencia, frente a los cuales
la accin simblica permite definir las posibilidades para transformar los usos dominantes de la tecnolo gla. La sociologla cultural se presenta corno un carnpo independiente y como una
rea de conocimiento dinmico, en donde los cdigos, las narrativas y los sfmbolos subyacen y cohesionan a la sociedad,
permitiendo que los actores sociales impregnen su mundo de
sentimientos y signifi cacin.
XIT
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Isrono H. CrsNenos
GEnuN Pnz FEnuNoez oEL CASTTLLo
Iulio
1999
Puede existir un verdadero discurso racional sobre la tecnologa cientlfica y el riesgo? La investigacin de la sociologa
de la ciencia no parece apuntar hacia una respuesta favorable.
El trabajo etnogrfico nos dice que los estudios cientficos son
tisaiJs' rn'14
ex-peiglgia (Latour y WoI$i-1979, GaifinkI et aI. 1981).Los
'estudios
de los escritos cientlficos apuntan a la presencia de la
retrica y la imaginera en el quehacer de la investigacin cientfica (Gusfield 197). El programa fuerte de la historia de la
ciencia sugiere que el conocimiento cientfico es un artefacto
tribal que puede estudiarse a travs del mismo prisma relatista que el del orculo Azande (Bloor 1976). Tales discusiones
sobre la circularidad y auto-referencialidad en la ciencia han
reemplazado a la imagen de la mquina racional posibilitadora
de verdades. Aquello que es verdad para el trabajo cientfico,
adems, es tambin verdad para la organizacin cientlfica. El
1, Este trabajo se present a la miniconferencia de la seccin de Ciencia, Conocimiento y Tecnologla, oPuede la teorfa social explicar las sociedades cientlficas y
tecnolgicas?o, Ninetieth Annual Meeting of the American Sociological Association,
Washington D.C., agosto 1995.
XIV
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mativos a la colaboracin cientffica y a la actividad investigadora dentro de los emplazamientos institucionales particulares.
Parecera, entonces, que las ciencins sociales participan de
un acuerdo idneo respecto al impacto de los factores subjetivos y culturales sobre la accin cientffica natural y las ideas. En
trminos comparativos, sabemos relativamente poco sobr-?ll
papel gue la cultura y la ageacja*desempean en los discursos
cientficos y populares socialmente estructurados sobre ciencia
y tecnologfa. Explorar este rea olvidada es vital ya que a travs
de ella los seres humanos que actan con arreglo a ls estructuras culturales son quienes definen las tecnologfas apropiadas e
inapropiadas, los usos legltimos e ilegftimos de la ciencia y los
riesgos implicados en la experimentacin y aplicacin de la tecnologa a la sociedad. La accin simblica determina, por tdnto,
las posibilidades de los desafiantes usos dominantes de la tec-
y ol papel rlo lr lrrllolgico, lo sagrado y lo profano en los dis('rtrlor tccnolgic:os rporta una comprensin ms satisfactoria
cle ln tllnlrricns sociales, de la conciencia de riesgo y, de heclro, del prorio texto de Beck l,a sociedad del riesgo.
l.
es una
fuerza rac
ensayos escritos hace treinta aos,{irlen-,Habcitnas articul
esta posicin estndar con Lu:Ia fuerza particular. Al*tfaJar. la
y sus consecuencias sociales (West y Smith 1996a, 1996b). Aadimos que un modelo que reconoce la autonoma de la cultura
2
5T1966ApS7)Tl"pon;ffi ;-
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las instituciones sociales y, por lo mismo, las transforman>, Habermas (1968a, p. 81) subraya que nlas vie.ias legitimaciones se
destruyen>. Estas primeras formas de legitimacin hacan pie
en la tradicin, nlas ejas imgenes del mundo mticas, religiosas y metafsicas que proponlan como cuestiones esenciales de
la existencia colectiva de los hombres la justicia y la libertad, la
olencia y la opresin, la felicidad y la satisfaccin, [...] el amor
y el odio, la salvacin y la condenacin> (bld., p.9). Tras la
consolidacin de la tecnologa tales cuestiones no parecen encontrar respuesta: <La auto-comprery_i!*c*1]-talfnente defini
da de un mundo-de:ta'rut d suiiituid3
euto-rei ficacin
"p. "9..L -l_+
de los hobrei bao categors de ia accin bieti_v.g*acional y
odffi-ffi itt pta'tfi6i 1lb rif |, pp.^ t'S:f 00"[ esto ha sido
pi'ddefti-tlE u'Girisin horizontal de los subsistemas de la
accin objetivo-racional, de modo que <las estructuras tradicionales se subordinan paulatinamente a las condiciones de la racionalidad instrumental o estratgica" (ibld., p. 98). En esta situacin es totalmente natural que la ideologfa de la tecnologa
haya reemplazado a las legitimaciones tradicionales precedentes. Por la pujanza de su racionalidad, esta nueva ideologa
(ibd., p. 111) no revela
"la fuerza opaca de un engao> ni la de
una nfantasla deseosa de realizarse>; tampoco nse basa, por lo
n. mismo, en la causalidad de smbolos disociados y motivos inconscientes>. La ideologa tecnolgica ha abandonado todo intento de (expresar una proyeccin de la "buena vida"o.
En el desarrollo de esta posicin Habermas ha recibido el
influjo de Marx y Weber a cuyas obras ha dedicado buena parte
de su vida intelectual. Aunque su crtica se dirigfa, primeramen.
conviffii
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4
Ilustracin y en su
cltica
de
mncs-
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a la ciencia de Robert Merton (1970) defenda que, si bien el puritanismo inspir las primeras invenciones cienfficas, su des-
de la sociedad
actuals,
ti-
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*
datos estueran disponibles, la falta de una democracia polftico-econmica hace que los niveles <aceptables> de riesgo sean
imposible de decidir. En respuesta a estas carencias, la actividad polltica est comenzando a extender su mbito de accin
y biolgicos; en lugar de
ojos, ofdos y naricesD
claridad
nuestros
toda
ello, atacan con
(ibd., p. 55). Con todo, si los sentidos del agricultor registran
semejante destruccin, por qu la experimentan como "perniciosar? El mismo tipo de propuesta se revela en la siguiente
afirmacin.
cadenas de efeclos qLllmicos, fsicos
Pero por qu los campesinos deberlan percibir la ndestruccin natural"? por qu es destructiva para la naturaleza y, por
ello, innatural? La pura y simple sibilidad y las inducciones
lgicas producidas por semejante percepcin son crticas con
esta lnea argumentativa de Beck. Este, llegado a este punto,
afirma que oel dao y la destruccin de la naturaleza no tienen
lugar fuera de nuestra experiencia personal en la esfera de las
3. A no ser que se advirtiera de otra forma, todas las pginas referidas al trabajo de
Beck remiten a Beck 1992a,
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trabajo Durkheim desestim esta forma de anlisis tan determinista y desarroll el modelo culturar ms vohrnrarista propuesto
en Las formas elementales de la vida religiosa (Alexancler l9g2).
En reconocimiento al papel de la agencia, la posicin tarda de
Durkheim suministra la base puru,rrru teorfa social medioambiental centrada en lo moral. pero, adems, tambin sostene_
mos que existen razones tericas y empfricas para desplazarse
desde el tramo intermedio de la obrade Durlcheim hasta su
etapa tarda con el objeto de teorizar sobre el problema me_
dioambiental en la sociedad del riesgo.
Douglas y Wildavsky afirman que es la organizacin sectaria
de los grupos medioambientales 6 que constralye una forma de
predisposicin cultural o cosmolgica que est contra la jerar_
Ala, ]a complejidad y la moder-nidad. Tal predisposicir, .ltrral, afirman, puede constatarse en los disctirsos y creencias me_
dioambientales. Aunque (discutiblemente) plausible como expli_
cacin de las creencias del nrlcleo interno de los riembros de la
secta, las tesis de Douglas y Wildavsky vienen a reconocer que
el
medioambientalismo es un momiento social con un segui
miento masivo y admiten que numerosos miembros de los
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14
la
ral inicial.
Cmo acta el miembro solicitado por comeo por esos gupos
de inters prblico que reclaman colaboraciones? Una respuesta
convincente es la suministrada por Robert C. Mitchell quien sostiene: (que esas contribuciones (de los miembros) son compatibles con una conducta de tipo egosta, racional, maximizadora
de la utilidad porque el coste es bajo, el cost potencial de la no
colaboracin es elevado y el indiduo tiene informacin imperfecta sobre lo efectivo de su colaboracin para la obtencin del
bien o prevenbin del malu. La distincin principal efectuada por
Mitchell es entre los bienes pblicos y los nmalesu prblicos, es
decir, cosas malas que se imponen sobre todos, quirase o no.
Como qu? Como los males calificados por los grupos de inter's medioambiental en su solicitud directa, en sus esfuerzos por
hacerse or. Bajo [...] circunstancias amenazadoras, de las que no
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l7
innovaciones tecnolgicas del capitalismo industrial. Los grrrndes avances como la mquina de vapor, el ferrocarril, el telgrafo y el telfono (Pool 1983), as como el ordenador (Alexander
1993), fueron saludados por las lites y las masas como vehfcnlos para la trascendencia secular. Su alcance y poder quedaron
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18
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en sus formas capitalistas
alternativa popular masiva
-tanto
como socialistas- entre 1880 y 1920. En Estados Unidos, el
.mito de la tierra rgen, (Smith 1950) suministr la energfa
motivacional para la expansin hacia el oeste y para el imperio
del siglo xD(, y en el xx inspir el momiento social que luch
por preservar enorrnes espacios de naturaleza en los Parques
nacionales. Richard Grove (1995) defendla que la conciencia
medioambiental contempornea est atravesada por temas judeo-cristianos. Subraya qlue Lrn .discurso de la isla ednicar,
enraizado especialmente en el calvinismo, ha influido en el juicio de los impactos humanos sobre la naturaleza desde el siglo
xv, y contina hacindolo hoy.
Sin embargo, el tipo de discurso que Grove y otros han promovido para los distintos siglos del pasado ha quedado relegado
en Lln segundo plano. Ha sido nicamente a finales del siglo >or
cuando el equilibrio entre los referentes sociales de lo sagrado y
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1975, Gll:son 198), lignnd< er la memoria colectiva de la humnnidad lir tecnologfil con rcpresentaciones referidas al horror
de la deptnvacin humana. En el per{odo post-blico esas imgenes transfbrmaron la visin de la bomba atmica, pasando de
ser un sfmbolo iniciahnente benvolo (en Amrica al menos) a
convertirse en un sfmbolo impregnado de los peligros de la propia tecnologla basada en la ciencia. Como la ciencia industrial
la energfa bsica
que prodtrjo
"la bomba" intent suministrar
para la vida domstica contempornea, una relacin anloga
tuvo lugar entre los riesgos contrados por la tecnologa militar y
la base tcnica de la vida industrial ciI. Cuando los mismos
cienfficos comenzaron a descubrir los devastadores efectos genticos del DDT a principios de los aos sesenta (Eyerman y
Jamison 1994), este vnculo cristaliz en una contraideologfa slida que empez a tener efectos poderosos sobre la conciencia
populary las estrLrcturas sociales de la vida capitalista.
En este mundo simblico ascendente de la "ecologa", la
naturaleza aparece como Lln sistema holista, autorregulador y,
fundamentalmente, pacfico en relacin a la olencia que slo
puede irmmpir desde el exterior. Para aqullos que creen en
20
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gico. En esta novedosa conciencia medioambiental dominante
la naturalez.a se asocia con lo sagrado y lo sublime. El ecoturista es un peregrino que espera recibir las enseanzas, como el
joven Wordsworth de El preludio. Las criaturas del entorno natural se consideran superiores a las criaturas del entorno social.
La televisin y producciones mediticas cuentan las extraordinarias cualidades estticas, comunicativas, sociales e, incluso,
espirituales de los delfines, gorilas y ballenas. Para los partidarios ms entusiastas de la teora del caos y la onueva flsica", el
universo y el tomo mismo se han espiritualizado.
. Beck IIf: lectura de In sociedad det ricsgo
como discurso mitolgico
Desde la teora cultural aqul bosquejada, pensamos que la
un nhecho social, no en un
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"invisibilidad"
irntmpen"
Ellos pueden encontrarse en cualquier cosa y en todo, y sirwinque respidose de las necesidades elementales de la vida
-aire
rar, comida, vesturario, mobiliario- atraviesan todos los espacios
celosamente protegidos de la modernidad libd.).4
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uslr'lcin que, de algrln modo, se conerte en discusin pblit'" (ibtrL.) Para Marx, el inmenso egofsmo y la impersonalidad
rlcl capitalismo, su inexistente compromiso para con las peculiaridades humanas, tiene el efecto inesperado de derribar las barreras del localismo, de hecho, pamenta el camino para el cosmopolitismo y la solidaridad a una escala internacional sin precedentes. Las sociedades del riesgo se describen bajo la idea de
Solamente este tipo de nfasis objetivamente producido sobre los lmites puede calmar los voraces apetitos tecnolgicos
del capitalismo industrial y abre paso, finalmente, a "la utopa
de la democracia ecolgica" (Beck 7992b, p. 118).
26
7. Conclusln
En este trabajo hemos presentado de un modo general los
elementos de los discursos social y cientfico-social sobre tecno'
loga y riesgo. Hemos mantenido que los discursos sobre la so-
27
lllbliografia
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28
29
socIoLoGA CULTURAL
O SOCIOLOGIA DE LA CULTURA?
HACIA UN PROGRAMA FUERTE
A lo largo de la rltima dcada, la ucttlturao ha ido abandonando sin remisin un lugar destacado en el estudio y en el
debate sociolgico y existe de todo menos consenso entre los
socilogos especializados en esta rea sobre lo que significa este
concepto y, por tanto, qu relacin tiene con nllestra disciplina
tal y como se la ha interpretado tradicionalmente.
Un modo de enfocar este problema es plantear un debate en
el que la cuestin a dirimir sea si este marco de reflexin (relativo a la cultura) debera hacerse llamar usociologa de la culturao o .sociologla cultural". Yo abogar por esta rltima opcin.
La sociologa debe disponer siempre de una dimensin cultural. Cualquier accin, ya sea la intmmental y reflexiva vertida
sobre sus entornos externos, se encarna en un horizonte de significado (un entorno interno) en relacin al cual no puede ser ni
instrumental ni reflexiva. Toda institucin, independientemente
de su naturaleza lcnica, coercitiva o aparentemente impersonal, slo puede ser efectiva si se relaciona con los asideros simblicos establecidos que hacen posible su realizacin y una audiencia que la ulee, de un modo tcnico, coercitivo e impersonal. Por esta razn, todo subsistema especializado de la sociologa debe tener una dimensin cultural; de lo contrario, los trabajos relativos a los mbitos de la accin y a los mbitos institucionales nunca se entendern por completo.
31
Hablar de la ssoclologfa de la cultura, supone aludir exactamente al punto de vlstr opuesto. En ste, la cultura debe ser
explicada [...J por nlgo, rue queda completamente separado del
dominio del slgnll'lcnclo. Si consentimos que este elemento separado se llame nrrciologfar, en este caso definimos nuestro
horizonte do anlhih conro cl estudio de las subestructuras, bases, morfologfn;, cosus (r'ctlcsD, variables *durasr, y reducimos
los asentnm lc r I ls esl lr cl r rnrlos de significado a superestructuras, ideolngfnr, senllrnlenl<s, icleas uirreales, y variables depenr
dientes cunvesD.
Esto no rtrcclc su'rsl. La sociologfa no puede ser nicamente cl estrrtlio clc ctntlcxlts (los ucon, textos); debe ser tambin el
estucli< clc los /xlr..s. Esto no significa, como pretenda la crtica
etnometodolgica de la
"sociologa normativar, referirse simplemente a textos formales o escritos. Remite, mucho ms, a
rnanuscritos no escritos, a los cdigos y las narrativas cuyo poder oculto pero omnipresente Paul Ricoeur apunt en su influyente argumento de que olas acciones significativas deben considerarse como textos"; si asf no fuera, la dimensin semntica
de la accin no puede objetivarse de un modo que sea presentable al estudio sociolgico.
Husserl sostuvo que el estudio fenomenolgico de las estructuras de la conciencia slo puede iniciarse cuando lo dado obje-
cia de otros actores e instituciones y por el ejercicio de la agencia y la reflexividad frente a las propias estructuras culturales'
este.moPor qu motivo hemos de comprometernos con
de
objeto
como
proponemos
qu
*"ttto hermenutico? Por
sea individual, colectiva e institucio'
anlisis, que la accin
-yaalgo impregnado de significado en el
nal- deba tratarse como
sentido de que se orienta a travs de un texto codificado y narrado? Aqu nos situamos en el mbito de los presupuestos, de
lo que los cienfficos sociales dan por supuesto en cuanto sentido comn de la accin y el orden. Para hacer acto de presencia
en el momento hermenutico es menester un nsalto de feo. El
significado se (ve)) o no.
Para aquellos que no son culturalmente amusicales (ustificando a Weber) es de suyo que el significado ocupe un lugar
central en la existencia humana, que la evaluacin de lo bueno
y lo malo de los objetos (cdigos) y la organizacin de las experiencias en una teleologfa coherente y cronolgica (narativas)
hace pie en las profundas honduras sociales, emocionales y metafsicas de la da. Para los actores es posible nabstraerse' del
significado, negar que exista, describirse a s mismos y a sus
grupos y sus instituciones como predadores y egostas, como
mquinas. Esta insensibilidad para con el significado no niega
su xistencia; nicamente pone en edencia la incapacidad
para reconocer su existencia.
A lo largo de buena parte de su historia, la sociologa, tanto
nucleares desembocaron en la
rientados y tiranizados, celTaron el paso a las posibilidades de
para que el discurrir de la modernidad fuera minando la posibilidad de textos saturados de significado. El sosiego que invadi
el perlodo de postguerra, particularmente en Estados Unidos,
supuso para Talcott Parsons y sus colegas que la modernidad
no deberfa entenderse de un modo destructivo. Sin embargo,
mientras Paruons afirmaba que los uvalores, ocupaban un lugar central Cn lrs rcciones e instituciones, no explicaba la naturaleza da los propios valores. A pesar del compromiso con la
reconstntccin hcrmenutica de los cdigos y narrativas, l y
sus colegns litncionalistas observaban la accin desde el extenor y deduierorr la existencia de valores orientadores, haciendo
uso de nlrlrcos categoriales supuestamente generados por necesidod ftrncional.
Er Anrrica en los aos sesenta, cuando resurgi el carcter
conflictivo y traumtico de la modernidad, la teora parsoniana
suministr r.rna teorizacin micro sobre la naturaleza radicalmente contingente de la accin y teoras macro sobre la naturaleza radicalmente externa del orden. En oposicin a la variable
nculturau, asistimos al ascenso de lo
<individualr.
"social" y lo
Pensadores como Moore, Tilly, Collins y Mann se acercaron a
los significados plasmados en textos slo a travs de sus con-tex-
tos: nideologas>, "repertorios> y oredeso se conerten en el orden del dfa. Para la microsociologa, Husserl, Heidegger, Wittgenstein, Skinner y Sartre aportaron un ramillete de recursos
complementarios y anti-textuales. Homans, Blumer, Goffrnan y
Garfinkel entendan por cultura slo el entorno de la accin en
relacin al cual los actores tienen una reflexidad total.
En los aos sesenta, al mismo tiempo que desapareci de la
sociologa americana el significado-como-texto, las teoras que
inciden en los textos, a veces, incluso, a expensas de sus contextos, comenzaron a tener una influencia enorrne sobre la teora
social europea, particularmente en Francia. Siguriendo la pista
marcada por Saussure, Jacobson y lo que ellos llamaban las
socio-lgicas ms que la sociologla del ltimo Durkheim y de
Mauss, pensadores como L-Strauss, Roland Barthes y el pri-
conservan la pureza y alejan el peligro. Estimulados por tericos literarios como Northrop Frye, Frederik Jameson, Hayden
36
Si la sociologa como un todo est modificando sus orientaciones como disciplina y est abrindose a Lrna segunda generacin, esta novedad no sobresale en ningn caso ms que
en el estudio de la cultura. Razn por la cual el mundo de la
cultura ha desplazado enrgicamente su trayectoria hacia la
escena central de la investigacin y debate sociolgicos. Como
todo viraje intelectual, ste ha sido un proceso caracterizado
por escndalos, por retrocesos y desarrollos desiguales. En el
Reino Unido, por ejemplo, la cultura ha avanzado hasta primeros de los aos setenta. En Estados Unidos el progreso comenz a verificarse ms tarde, a mitad de los aos ochenta.
Lo que ocurre en la Europa continental es que la cultura realrrrente nunca desapareci. A pesar de este recLlrrente renacimiento del inters no existe sino consenso entre los socilogos
especializados en el rea respecto a lo que significa el concepto y al modo en que l se relaciona con la disciplina como
tradicionalmente se la entiende. Estas diferencias de parecer
pueden explicarse, slo parcialmente, por referencia a las contingencias geogrficas y cronolgicas y a las tradiciones nacionales. Cuando analizamos minuciosamente la teora en sf
jidad, sino tambin trascender un modo meramente taxonmico del discurso. Ello nos aporta una herramienta solvente para
acceder al corazn de las controversias actuales y comprender
los equvocos e inestabilidades que contintlan atormentando al
reflexivo. Es, ms bien, un recurso ideal que posibilita y constrie parcialmente la accin, suministrando rutina y creatidad y
permitiendo la reproduccin y la transformacin de la estructura (Sewell 1992). De igual modo, una creencia en la posibilidad
de una nsociologla cultural" implica que las instituciones, independientemente de su carcter impersonal o tecnocrtico, tienen fundamentos ideales que conforman su organizacin, objetivos y legitimacin. Descrito en el idioma particularista del positismo, se podra decir que la idea de sociologa cultural gira
en torno a la intuicin de que la cultura opera como una nvariable independiente> en la conformacin de acciones e instituciones, disponiendo de inputs cualquier enclave, ya sean las fuerzas tales como las materiales e intrumentales.
Vista con una cierta distancia, la "sociologfa de la culturaD
ofrece el mismo tipo de paisaje que el de la "sociologa cultural>. Existe un repertorio conceptual comn de trminos como
valores, cdigos y discursos. Ambas tradiciones sostienen que la
cultura es algo importante en la sociedad, algo que requiere
atencin en el estudio sociolgico. Ambas hablan del giro cultu-
de
sociales.
38
sociedad.
La idea deunprograma fuerte lleva consigo las indicaciones
de una agenda. En lo que sigue vamos a hablar de esta agenda.
Con la mirada puesta, primeramente, en la historia de la teora
social, mostramos cmo esta agenda no acab de brotar hasta
los aos sesenta. En segundo lugar, exploramos tres tradiciones
populares contemporneas en el anlisis de la cultura. Defendemos que, a pesar de las apariencias, cada una de ellas se compromete con un (programa dbilr, errando a la hora de encontrar, de un modo u otro, una definicin de los criterios de un
programa fuerte. Concluimos apuntando a una tradicin emergente en la sociologa cultural, ampliamente arraigada en Amrica, que, as lo pensamos, aporta las bases para lo que puede
ser un programa fuerte continuado.
4l
a dinmicas organizacionales y motivacionales en las civilizaciones del mundo. lns forvnas elementales de la via religiosa de
los valores mismos. En lugar de comprometerse con el imaginario social, con los febriles cdigos y narrativas que constituyen un texto social, l y sus colaboradores funcionalistas obser42
l-
-cuando
hablaban
como Barrington Moore, Charles Tilly, Randal Collins y Michael Mann, la cultura poda pensarse slo en trminos de
ideologas, procesos y redes de grupos ms que en trminos
de textos. En micro-sociologa, tericos como Blumer, Goffrnan
mo. En un sentido, por tanto, el trabajo realizado en Birmirpodla aproximarse a un (programa fuerte, en su capacidad para recrear textos sociales y significados vidos. Donde
yerra, sin embargo, es en el rea de la autonoma cultural (Sherwood / al. 1933). A pesar de los intentos de rebasar la posicin
marxista clsica, lateonzacin neo-gramsciana exhibe las ambigedades reveladoras del programa dbil en referencia al papel
de la cultura que se atisban en Ins cuadernos de la crcel. Con'
ceptos como narticulacin" y "anclaje" aluden a la contingencia
que se desprende como resultado del ejercicio de la cultura. Pero
esta contingencia se reduce, a menudo, ala razn instrumental
(en el caso de lites que narticulan, un discurso para propsitos
hegemnicos) o algun tipo de ambigua causacin sistmica o
estructural (en el caso de que los discursos estn <ancladoso en
relaciones de poder).
Una de las primeras tradiciones de investigacin que emplearon la teorizacin francesa nouvelle vag.rc fuera del entorno parisino fue el Centre for Contemporary Cultural Studies, tambin
conocido como la Escuela de Birmingham. El golpe maestro de
esta escuela fue verter las ideas sobre textos culturales dentro
de una comprensin neo-gramsciana referida al papel de la hegemona en el mantenimiento de las relaciones sociales. Esto dio
pie al despertar de nuevas ideas relativas al funcionamiento de la
culturra y su aplicacin, de manera flexible, sobre una variedad
de emplazamientos sin recaer en las reconfortantes ejas ideas
sobre la dominacin de clase. El resultado fue un anlisis de
de la cultura, que vinculaba las formas culturales a
"sociologa
la estmctura social como manifestaciones de "hegemona" (si a
los analistas no les gustaba lo que tenan ante los ojos) o .resistencia> (si s les gustaba). En el mejor de los casos, esta modalidad sociolgica podra ser notablemente esclarecedora. El estudio etnogrfico de Paul Willis sobre los jvenes escolares pertenecientes a las clases trabajadoras fue relevante en su reconstruccin del espritu de la poca de los "muchachoso. El estudio
clsico de Hall et al. (1978) sobre el pnico moral referido a la
delicuencia en los aos setenta en Inglaterra contribuy brillantemente en sus pginas iniciales a descifrar el discurso del declive urbano y del racismo que consum la quiebra del autoritaris44
gham
metodologa sociolgica bsica, la obra de Bourdieu se dispone, de manera solvente, sobre proyectos de investigacin de
alcance medio de naturaleza cualitativa y cuantitativa. Sin em-
Iurtrl ctr lns quc se adinan signos de los que pudieran brotar,
I I t r I tr'cnte, un pr ograma fu erte autntico.
C< el paso de los ochenta a los noventa, vimos el resurgitrriettt< de la
"cultura, en la sociologfa americana y el ocaso del
las
formas anti-culturales del pensamiento macro y
de
rttstigio
nlicro. Esta lnea de trabajo, con sLrs caractersticas de un pro.
l{nula luerte en desarrollo, ofrece la mejor expectativa de una
vcrcladera sociologla cultural que, finalmente, pudiera constiIrrirse como una gran tradicin de investigacin. Con toda segurirlad, un buen nmero de tradiciones organizadas en torno a la
usociologa de la cultura, disponen de un poder considerable en
el contexto de Estados Unidos. Uno piensa, en concreto, en los
cstudios de produccin, consumo y distribucin de la cultura
(prc se detiene en los contextos organizacionales ms que en el
contenido y en los significados (e.g. Blatr 1989; Peterson 1985).
lJno tambin piensa en el trabajo inspirado por la tradicin marxista occidental que pretende ncular el cambio cultural con el
f r-rncionamiento del capital, especialmente en el contexto de la
ftrma urbana (e.g. Das 1.992; Gottdeiner 1995). Los neo-instilr.rcionalistas (ver DiMaggio y Powell 1991) ven la cultura como
significante, pero slo como fuerza legitimadora, slo como un
cntorno externo de accin, no como un texto vido. Y, por supuesto, existen numerosos apstoles norteamericanos de los Estudios Culturales Britinicos (e.g. Fiske 1987) que combinan con
rnucho rhrosismo las lecturas hermenuticas con reduccionismos cuasi-materialistas. Con todo, es igualmente importante reconocer que ha surgido una corriente de trabajo que concede un
l-rgar mucho ms destacado a los textos saturados de significado
.y autnomos (ver Smith 1998). Estos socilogos contemporneos son los ohijos" de la primera generacin de pensadores culttrralistas
Bellah, Turner y Satrlins son los principales
-Geertz,
entre ellos- quienes escribieron contra la corriente reduccionista de los sesenta y setenta e intentaron poner de relieve la textualidad de la da social y la autonoma necesaria de las formas
culturales. En la intelectualidad contempornea constatamos esfuerzos para alinear estos dos axiomas de un programa fuerte
identifica los mecanismos concretos a tracon el tercero
-que
vs de los cuales la cultura labra su obra.
No se han hecho esperar las respuestas a la cuestin de los
mecanismos de transmisin, en una direccin positiva, gracias
49
al pragmatismo americano y las tradiciones empiricistas. La influencia de la lingstica estmctural sobre la intelectualidad europea sanciona un tipo de teorla cultural que puso la atencin
en la relacin entre cultura y accin (cuando no fue atemperada
por los discursos (peligrosamente humanistas" del existencialismo o la fenomenologa). Simultneamente, lalbrmacin frlosfica de pensadores como Althusser y Foucault dio pie a un
denso y tortuoso tipo de escritura, donde las cuestiones de causalidad y autonoma podlan girar en torno a infinitas y esquivas
espirales de palabras. Por el contrario, el pragmatismo americano ha suministrado el suelo frtil de un discurso donde se premia la claridad, donde rige la creencia de que los juegos del
lenguaje complejo pueden reducirse a afirmaciones simples,
donde arraiga la idea de que los actores deben jugar algn papel en la traduccin de las estructuras culturales a las acciones
concretas e instituciones. Entretanto, la influencia del pragmatismo puede encontrarse en la obra de Ann Swilder (198), William Sewell (1992) o Gary Alan Fine (1.987), donde se realizan
esfuerzos tendentes a ncular la cultura con la accin sin recu-
ha sido una vigorosa apreciacin del trabajo del ltimo Durkheim, con su insistencia en los orgenes culturales ms que estructurales de la solidaridad (para una consulta de esta literatura ver Emirbayer 199, Smith y Alexander 1996, Alexander
1986b). Un atinado acoplamiento entre la oposicin durkheiminiana de lo sagrado y lo profano y las teoras estructuralistas de
los sistemas de signos ha hecho posible que reflexiones de la
teora francesa pudieran traducirse en un discurso y tradicin
sociolgica diferenciada, muy implicada con el impacto de los
cdigos y codificaciones culturales. Numerosos estudios sobre
la preservacin del lmite, por ejemplo, reflejan esta tendencia
(ver Lamont y Fournier L993) y es instructivo contrastarles con
las alternativas de un programa dbil reduccionista respecto a
los procesos de la nalteridado.
Las nuevas inspiraciones del programa fuerte son ms inter-
fu-
view,58, 145-162.
Bnu, Judith
Conclusiones
El argumento que hemos utilizado aqu en favor de un programa fuerte en proceso de formacin ha mantenido un tono
polmico. Esto no significa que despreciamos otras formas de
acercarse a la cultura. Si la sociologa aspira a mantener un
estado saludable como disciplina, debera ser capaz de soportar
un pluralismo terico y un debate abierto. Algunas cuestiones
relativas a la investigacin pudieran, incluso, responderse haciendo uso de recursos tericos derivados de los programas dbiles. Mas, es igualmente importante dejar espacio para una
sociologfa cultural. El paso ms firme para su consecucin es el
de hablar contra los falsos fdolos, evitar el error de confundir la
sociologa reduccionista de las aproximaciones culturales con
un genuino programa fuerte. Slo de esta forma la promesa de
una sociologa cultural puede llevarse a cabo a travs de la segunda tentativa de la sociologa.
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53
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3. Esta imposiblidad queda manifiestamente exprsada en el grito del mrazn emitido por Shoji Ishitsuka, un destacado disclpulo de Lukacs y de los ntericos crfticoso de
Japn: nl-a historia completa de la Ilustracin social, que fue tan importante para la
realizacin de la idea de la igualdad, como trgica para la imposicin de la dictadura, ha
periclitado [...]. La crisis de las ciencias humanas (que ha tenido lugar) puede describirse como una crisis de rcconocimiento. El punto de vista orientado, histricamente,
hacia el progreso ha desaparecido totalmente porque el movimiento histrico se dirige
hacia el capitalismo desde el sociasmo. La crisis tambin encuentra su expresin en el
declive total de la teorla histrica orientada por faseso (Ishitsuka, 1994).
4. aDeberfamos concluir en lo sucesivo que el futuro del socialismo, si existiera,
nicamente puede establecerse dentro del capitalismo,, escribe Steven Lukes (1990:
574) en un intento de compender las nuevas transiciones. Para un debate inteligente,
a menudo agudo, y revelador dentro de la izquierda sobrc las implicaciones ideolgicas y las implicaciones empricas de estos acontecimientos, ver el debate del que el
trabaio de Lukes forma parte: coldfarb (1990), Katznelson (1990), Heilbroner (1990) y
Campeanu (1990).
58
59
la ptica de la
A continuacin voy a examinar la teorfa inicial de la modernizacin, su reconstruccin contempornea y las poderosas al-
ternativas intelectuales que emergieron en el perlodo intermedio. Insistir en la relacin existente entre esos desarrollos tericos y la historia social y cultural, ya que slo de esta forma
podemos entender la teorfa social, no slo como ciencia, sino
tambin como una ideologfa en el sentido propuesto por Geertz
(1973). Si no reconocemos la interpenetracin de la ciencia con
la ideologfa en la teorfa social, ningn elemento puede ser evaluado o clarificado de modo racional' Con esta estrrrctura en mi
pensamiento, establezco cuatro perfodos distintos tericos e
ideolgicos en el pensamiento social de postguerra: la teorfa de
la modernizacin y el liberalismo romntico; la teorfa de la antimodernizacin y el radicalismo heroico; la teorfa de la postmodernidad y el distanciamiento irnico; y la fase emergente de
la teorla de la neo-modernizacin o reconvergencia, que parce
combinar las formas narrativas de cada una de sus predecesoras en el escenario de Postguerra.
Aunque me propongo realizar un anlisis genealgico, localizando los orlgenes de cada fase de la teora de postguerra me-
diante un planteamiento arqueolgico, es de capital importancia insistir en que cada uno de los residuos tericos que examino preserva, en nuestros das, una talidad incuestionable. Mi
arqueologfa no es, tlnicamente, una investigacin del pasado,
sino tambin del presente. Ya que el presente es historia, esta
genealoga nos ayudar a entender la sedimentacin terica
dentro de la que vimos intelectualmente hoy'
6t
2. Modernizacin:
tlcrtales que fueron tipificadas como individualistas, democrlicas, capitalistas, seculares y estables y como escindidas entre
cl trabajo y el hogar a partir de esquemas especficos de gnero.
de Estados Unidos.
rl
ri
debe
evaluarse como una teora cientfica en un sentido cientllico postcapitalista.T Como esfuerzo explicativo, el modelo de la modernizacin se caracteriz por los siguientes rasgos tpico-ideales.s
1) Las sociedades se conciben como sistemas coherentemente organizados cuyos subsistemas son fuertemente independientes entre s.
2) El desarrollo histrico se analiza dentro de dos tipos de
sistemas sociales, el tradicional y el moderno, categoras que
llevaron a determinar el carcter de sus subsistemas societales
bajo formas determinadas.
3) La modernidad se defina con referencia a la organizacin social y a la cultura de las sociedades especfficamente occi-
7.
8.
los mercados y la universalizacin de la cultura, y esos movirnientos orientados hacia la "modernidad" en todo subsistema
crean una presin considerable en otros para responder de una
forma complementaria.e Esta consideracin posibilit, para los
modelos ms sofisticados de entre ellos, la realizacin de predicciones precientficas sobre la inestabilidad definitiva de las
sociedades socialistas estatales, anulando las dificultades del esquema de que lo racional-es-real promodo por tericos de una
posicin ms de izquierda. Por lo mismo Parsons (1971: 127)
insisti, tiempo atrs, en la Perestroika, (esos procesos de revolucin democrtica que no han alcanzado un equilibrio en la
Unin Sovitica y que los desarrollos ulteriores pudieran producir ampliamente en la direccin de los tipos de gobiernos democrticos, con responsabilidad asumida por un partido electoral
Parto aqul de un conjunto de escritos que, entrc 1950 y primeros de los sesenta,
produjeron figuras como Daniel Lemer, Marion Levy, Alex Inkeles, Talcott Parsons,
David Apter, Robert Bellah, S.N. Eisenstadt, Walt Rostow y Clark Kerr. Ningr"rno de
estos autores aceptaron el conjunto de esas pnrposiciones, y alguno de ellos, como
veremos, las <sofisticaronu de forma altamente sigrrificativa. Sin embargo, estas poposiciones pueden aceptarse como constitucin de un denominador comrln sobr el
que se bas la mayor parte de la estructura explicativa de la tradicin. Para una excelente sfntesis de esta tradicin que, adems de rica en detalles, coincide en los aspectos
ftrndamentales con los enfoques aquf prcpuestos, ver Sztompka 1993: 129-136.
62
63
-y
rf
,I
ble a la hora de reconocer la especificidad histrica y la variacin nacional, Los sistemas sociales, en mayor o menor grado,
10. AgradezcoaMuller(1992:118)portraeracolacinestepasaje.Mullersubmya
que el nagudo sentido de realidad, (ibfd,, l1l) solianta a las oasombrosas hiptesis"
de la teora de la modernizacin respecto al desplome definitivo del socialismo estatal.
Insiste, bastante acertadamente a mi entender, en qlle (no fue la crtica (neo-manista)
del capitalismo en los aos setenta la que interpret correctamente las tendencias
seculares de finales del s. XX
era la teora de Parsons, (i&f/.)
-sta
64
65
vivir.
Los intelectuales deben interpretar el mundo, no slo cambiarlo o, incluso, explicarlo. Hacer esto de una forma significativa, alentadora o inspiradora supone que los intelectuales deben hacer distinciones. Deben realizar esto con la vista puesta
en las fases de la historia. Si los intelectuales tienden a definir el
nsignificadoo de su ctiempo", deben identificar un tiempo que
ll
t
66
rnodernizacin se hace patente enfocando esta funcin narativa de Lln modo estructuralista o semitico (Barthes 1977).
Como la unidad existencial de referencia es la propia poca
cle cada uno, la unidad emprica de referencia debe totalizarse como la sociedad de cada uno. Debe caracterizarse, por tanto, como una totalidad con independencia de sus disiones e
Si pudiera dar a esta consideracin un giro tardodurkheimiano (Alexander 1989), me gustara advertir que nosotros pensamos en la modernidad como algo construido sobre la base de
un cdigo binario. Este cdigo hace las veces de funcin mitolgica que divide el mundo conocido entre lo sagrado y lo profano, suministrando, as, un referente ntido y convincente de
cmo los contemporneos deben actuar para maniobrar en el
67
lapso epocal transitorio.l4 En este sentido, el discurso de la modernidad muestra un notable parecido con los discursos metafsicos y religiosos de la salvacin de diferentes tipos (Weber
1964,Walzer 195). Tambin se asemeja a los discursos dicotmicos ms secularizados que emplean los ciudadanos para
identificarse consigo mismos y distanciarse de diferentes indiduos, estilos, grupos y estructuras en las sociedades contemporneas (Wagner-Pacifici 1986, Bourdieu 1984).
Se ha comentado (Alexander 1992, Alexander y Smith 1993)
/r
\i
que un
"discurso de la sociedad ciI, confiere un mbito semiticamente estructurado para los conflictos de las sociedades
contemporneas proponiendo cualidades idealizadas como racionalidad, individualidad, confianza y verdad para su inclusin
en la esfera moderna, ciI, mientras que se identifican cualidades tales como irracionalidad, conformidad, sospecha y mentira como hechos tradicionales que requieren exclusin y sancin. Existe una coincidencia llamativa entre estas constmcciones ideolgicas y las categoras explicativas de la teorla de la
modernizacin, por ejemplo, los patrones variables de Parsons.
En este sentido, la teoa de la modernizacinpuede concebirse
como un esfuerzo generalizado y abstracto que tiende a la
transformacin de un esquema categorial especlficamente histrico en una teorla cientfica del desarrollo aplicable a una cultura que abarca al mundo en su totalidad.
Debido a que toda ideologfa descansa sobre un cuadro de
intelectuales (Konrad y Szelenyi 1974, Eisenstadt 1986), es importante preguntarce el motivo por el que el cuadro de intelectuales en un tiempo y nn espacio concreto articul y promovi
una teorla particular. Con la vista puesta en la teora de la modernizacin, y sin desdear la notoriedad de un pequeo nmero de influyentes pensadores europeos como Raymond Aron
(e.g. Aron 1962), hablamos, en primer lugar, sobre los intelectuales norteamericanos y los educados en Norteamrica.ls Si-
68
"u-po
rese;miento,
69
la lnea liberal, tericos como Parsons sostuvieron que la misma transicin habfa producido una sociedad ms igualitaria,
,(ii
ti,i
el
mola
de
la
teora
de
perlodo histrico que precedi a la poca
dernizacin como aqul en el que los intelectuales "sobrevalo.uror, la importancia de los actores y los acontecimientos siguerra
tundoles en una naffativa heroica. Los aos treinta y la
que
social
conflicto
intenso
de
perfodo
un
q"" tigtiO definieron
utde
milenarias
g"t" esperanzas -histrico-universalesiica transformacin social, tanto a travs de lasderevoluciones
un tiPo sin
iomunistas y fascistas, como Por la constmccin
ameriintelectuales
precedentes de nestado de bienestar>. Los
munel
experimentaron
iunos de postguera, por el contrario,
de
fracaso
el
Con
<desvalorizadoso.
do social Ln trminos ms
y
sa'
la
Europa
en
revolucionarios
f"r -"ui*i""tos proletarios
gz i""itu"iOn a li normalizacin y desmovilizacin en Estados
rridot, las nmetanarrativasD heroicas de la emancipacin co'
percilectiva parecieron menos convincentes'le Nunca ms se
bi el piesente como una estacin de transicin hacia un otden
posible
social alternativo sino, ms bien, como el ftnico sistema
que, ms o menos, pudiera tener lugar'
^
(este mundoD
Una semejante aceptacin desvalorizada de
En
conservadora'
o
fatalista
no era n"".ruriu*"ntadisutpica,
de
anticomunismo
un
surgi
por
ejemplo,
Europa y Amrica,
17. En los trminos de la ruptura inducida por los intelectuales americanos durante el perlodo de postguerra, es significativo comparar esta postrera teora del cambio
de Parsons con la inicial. En los escritos sobre cambio social que compuso en la
dcada despus de 1937, Parsons tom, sin miramientos, a Alemania como modelo,
destacando las desestabilizadoras, polarizadoras y antidemocrticas implicaciones de
la diferencia y racionalizacin social. Cuando se remite a la modernizacin en este
perodo, algo que rara vez haca, utilizaba el trmino para aludir al proceso patolgico
hiperracionalizado, el cual producfa la reaccin sintomtica del utradicionalismo,,
Despus de 1947, Parsons hizo de Estados Unidos un caso tfpico para sus estudios de
cambio social, relegando a la Alemania nazi al estatus de un caso desviado. Modernizacin y tradicionalismo se observaban ahora como procesos estructlrrales ms que
70
;;J;i;;;-.iJ"
i";;;;
i*"
"meson
'""iJ""
(ibfd' 141)'
^"i".logi"-,
"f genero definitivamnte quedan a un I ado"
'
-;.
T;" el-empleo del trmino poitmodemo (metanarrativa) (Lyotardla1985),
carencia
ii*.,.
;;;;;t"d;
."sperando'
o"upui
narra-
7t
principios muy firmes que teji, en su conjunto, los hilos gastados de una narrativa colectiva y acerc a sus sociedadei a la
I
,lli
I
\
ri
:,.1
ll
democracia social. Sin embargo, a pesar de estos grupos reformistas, el declive de las narrativas sociales preas a la guera
tueron grandes efectos que eran extensamente compartidos.
Los intelectuales como grupo pasaron a ser ms otercoso y
<realistas>. El realismo difiere radicalmente de la narrativa heroica, despierta un sentido de limitacin y restriccin ms que
de idealismo y sacrificio. El pensamiento blanco y ,rrgro, iu,
importante para la molizacin social, fue sustituido por la
"ambigedad, y la ncomplejidado, trminos favorecidos por los
Nuevos Crticos como Empson (1927) y, particularmente, Trilling (1950), y por el (escepticismo), una posicin representada
por los escritos de Niebuhr (e.g., Niebuhr 1952). A la conccin
de que uno ha vuelto a (nacer de nuevoo
vez enlo sagrado social- que inspira un entusiasmo -esta
utpico, le suced el
alma castigada con el otercer nacimiento> descrito por Bell
(1962c) y un acusado sentimiento de que el Dios social ha fracasado (Crossman 1950). Por ello, este nuevo realismo convenci a muchos de que la narrativa misma
historia- se haba
-la
eclipsado, lo cual producfa las representaciones
de esta nueva
sociedad (moderna) como el
(Bell
de
la
ideologlao
"final
1962a) y el retrato del mundo de postguerra como nindustrial,
(Aron 192, Lipset y Bendix l90) ms que capitalista.
Sin embargo, mientras el realismo era una variante significativa en el perfodo de postguerra, no era el marco narrtivo
dominante a travs del cual los intelectuales de la ciencia sociar
de postguerra analizaban su poca. Este marco era el romanticismo.2o Relativamente rebajado en comparacin con el herofsmo, el romanticismo llama relato a lo que es ms positivo en su
evaluacin del mundo tal y como hoy existe. En el perlodo de
postguerra hizo posible que los intelectuales y sus audiencias
creyeran que el progreso se realizarla en mayor o menor grado,
que el perfeccionamiento era verosfmil. Este estado de gracia se
referfa, sin embargo, ms a los indiduos que a los grupos, y
72
"o"""p"in
21. Cuando en
1969 llegu a
73
interior.
qil+l;
repre_
sent, de manera impresionante, en su pioneers of'Modem-Des6n definidor de una poca. Las consideraciones del modernis_
con_
temporneos
Bauman (1989), Seidman (1991, 1992) y
Lasch (1985) -desde
a Harvey (1989) y Jameson (19g8)- constituyen
74
75
qlre como inventiva. Detectaron conformidad ms que independencia; lites de poder ms que democracia; y decepcin y desilusin ms que autenticidad, responsabilidad y relato.
En los aos cincuenta y sesenta estos crticos sociales pasaron progresivamente a adquirir un elevado nivel de influencia.
Para lograrlo tueron que plantear una alternativa conncente, una narrativa heroica que describiera el modo en el que la
sociedad enferma podra transformarse y una saludable pudiera ocupar su lugar.23 Esto era imposible hacerlo en perlodos de
desvalorizacln. El arte de amar (1956) de Fromm continu su
denuncia ya iniciada en The Sane Society (1956); en los aos
cincuenta las soluciones sociales a menudo quedaban circunscritas a los actos individuales del amor privado. Ningn programa social surgi de Ia. personalidad autoritaria de Adorno. No
slo C. Wright Mills fracas al idenficar ciertas alternativas
sociales ables en su corriente de estudios crlticos, pero prosigui su lnea de pensamiento denunciando a los llderes de los
momientos sociales de los aos treinta y cuarenta como los
(nuevos hombres del poder" (Mills 19a8). Despus de unos
aos veinte de violencia producida por las esperanzas utpicas,
los hroes colectivos perdieron su brillo. El populismo de tendencia derechista de McCarthy reforz el abandono de la da
pblica. Finalmente, sin embargo, los norteamericanos y los europeos occidentales recobraron el aliento, con resultados que
deben ncularse, una vez ms, con la historia y la teora social
por igual.
23. Esto apunta a una objeccin que planteo a Jameson y a Seeds of the Sixties
(1944), el brillante apunte de Eyerman sobre estos intelectuales crJticos en los aos
cincuenta. Jameson y Eyerman sostienen que eryaron al ejercer infltrencia no, bsica-
76
77
I'
't,'
\;
,:,.
!l'
-no
ree,mplazadas- por nociones que describlan un continuum
de
desarrollo, como en las postreras teoas neo-evolutivas de Parsons (1964, 1966, 1971.), Bellah (1964) y Eisenstadt (1964). La
convergencia se reconceptualiz para ofrecer trayectos paralelos
pero independientes hacia la modernidad (e.g., Shils 7972, sobre
Ia India, Eisenstadt 1963, sobre los imperios, Bendix 195, sobre la ciudadana). Se propusieron expresiones como la de difusin y sustitutos funcionales para comunicar con la modernizacin de las cilizaciones no-occidentales de un modo menos etnocntrico (Bellah 1957; Cole 1979). El postulado de vnculos
subsistmicos cerrados se reemplaz por la nocin de aventajados y retardados (Smelser 1968), la insistencia en los intercambios se transform por las expresiones de paradojas (Sctrluchter
1979), contradicciones (Eisenstadt 1963) y tensiones (Smelser
193). Contra el metalenguaje de evolucin, se sugirieron nociones como desarrollismo (Schluchter y Roth 1979) y globalismo (Nettle y Robertson 1968). La secularizacin condujo a ideas
aquf documentados, pasando de una entusiasta aceptacin y explicacin de la modernizacin del Tercer Mundo, que se bas en categoas universales de cultura y de
estructura social (ver, e.g., Apter 1963), a un escepticismo postmoderno sobre el (cambio, liberador y un nfasis sobre la particularidad cultural. Esta ltima posicin se
aderte por los autoconscientes temas antimodernistas y antirrevolucionarios en la
llamativa deconstruccin del maolsmo que Apter (1987) public a finales de 1980. Las
carreras intelectuales de Robert Bellah y Michael Walzer (cf. mi discusin sobre los
posicionamientos modificados de Smelser en nota 9, aniba) evela contomos similares aunque no idnticos,
Estos ejemplos y otros (vase nota 21, arriba) suscitan la intrigante cuestin que
Mills describi como la relacin entre historia y biograffa. De qu modo los intelectuales individuales contactaron con la sucesin histrica de los marcos cdigo/narrativas, que les empujaron hacia posiciones intersticiales frente al unuevo mundo de nuestro tiempo,? Algunos mantueron compromisos con sus marcos
78
l98, Collins 197, Skocpol 7979, Evans et al' 1985) sustituyeron a las centradas en valores y a los acercamientos multidi-
mensionales; y las concepciones referidas alaligazn de estructuras sociales fueron desafiadas por microsociologas que des-
)
" "-.-JL)''
PoLlTlcAS Y soclALE$
prico y existencial, los intelectuales desplegaron una teora explicativa. Trastocaron el cdigo binario de la modernizaci1ny
(narracin de lo social" (Sherwood 1.994) bajo una nueva forma. En trminos de cdigo, la nmodernidad" y la nmodernizacino se desplazaron del polo sagrado del tiempo histrico al
polo profano, con la modernidad se asumieron muchas de las
caracterlsticas nucleares que, primeramente, estaban asociadas
al tradicionalismo y lo retrogrado. Ms que por la democracia y
la individualizacin, el perodo moderno contemporneo se representaba como burocrtico y represivo. Ms que un mercado
libre o sociedad contractual, la Amrica moderna deno ncapitalista>, en ningn caso racional, interdependiente, modern y
liberadora, ms bien atrasada, codiciosa, anrquica e indigente.
Esta inversin de los signos y de los smbolos ligados a la
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I
l'l
"de
del
-orientado
perspectiva mecanicista de la vieja izquierda, se convirti a finales de los aos sesenta
en un importante rgano de diftisin para las publicaciones de Sartre, Gramsci, Lefebwe, Gorz y el joven Lukacs. Hacia 1970 se transforrn en un medio de difusin del
leninismo y alusserianismo. La cubierta de su edicin de otoo de 199 se adom
con el eslogan nmilitanciar.
81
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que dos alternativas eran las posibles. La relacin con la revolucin inminente pudiera ser (en calidad de militantes racionales
que a ella contribuyen o como inteligentes obstaculizadores de
la misma (ya sea de forma maliciosa o cfnica)r. La construccin retrica de estas alternativas pone de manifiesto cmo estaban nculadas la inversin del cdigo binario (la ntida lnea
separadora de lo bueno y lo malo, con la modernidad siendo
contaminada) y la creacin de una novedosa narrativa heroica
(la milenarista orientacin militante hacia la salvacin futura).27
Wallerstein hizo estas observaciones, algo que ser recordado,
en una exposicin cienffica, que ms tarde public como *Modernizacin: descanse en paz'. Fue de los tericos de la ciencia
social ms influyentes y originales de la fase de la teorfa de la
antimodernizaci6n.
Las teoras sociales que produjo esta nueva generacin de
intelectuales pueden y deben considerarse en trminos cientlficos (vase, e.g., Van der Berg 1980 y Alexander 1987). Sus logros cognitivos, por ello, dominaron en los aos setenta y han
mantenido su hegemonla en la ciencia social contempornea
mucho despus de que los totalitarismos ideolgicos, en los que
inicialmente se encarnaron, comenzaron a desmoronarse.28 To-
27.
necesitan combinarse. Sin embargo, en los perlodos histricos, que aqul planteo, las
posiciones encajan de forma complementaria.
28. Este breve apunte sobre el <retraso, en la produccin genemcional es importante destacarlo. Primeramente el acceso de estas nuevas genetaciones a la consciencia poltica y cultural produce nuevas ideologlas intelectuales y teorfas y, como Mannheim subray en primer lugar, las identidades generacionales en esta era histrica
tienden a mantene$e constantes a pesar de los cambios. El restrltado es que, en un
punto dado, el <medio intelectual,, considerado como una totalidad, dispondr de una
nmero de formulaciones ideolgicas rivales producido por formaciones arqueolgicas histricamente generadas. En la medida en que se mantienen las figuras intelectuales autorizadas dentro de cada generacin, adems, las ideologlas intelectuales in!
ciales continuarn socializando a los miembros de las generaciones sucesivas, La socializacin autoritaria, en otras palabras, subraya el efecto a largo plazo, que crece
adicionalmente por el hecho de que el acceso a las infiaestructtrras organizacionales
de socializacin ---e.g., control de prngramas de educacin superior en prestigiosas
universidades, direccin de peridicos importantes- puede conseguirse por los miem-
82
83
no de ellos, neoconservadores. Los hippies pasaron a ser yuppies. Para muchos intelectuales que maduraron durante el radicalismo de los aos sesenta y setenta, estos nuevos desarrollos
produjeron una enorrne decepcin. Los paralelos con los aos
cincuenta eran evidentes. La narrativa colectiva y heroica del
socialismo habla muerto una vez ms y el final de la ideologa
parecfa producirse de nuevo.
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El npostmodernismoo puede verse como una teorla social explicativa que ha producido una nueva serie intermedia de modelos de cultura (Lyotard 1984, Foucault 1976, Huyssen 1984),
ciencia y epistemologfa (Rorry 1979), clase (Bourdieu 1984), accin social (Crespi 1992), gnero y relaciones familiares (Halpern 1990, Seidman 1991), y da econmica (Harvey 1989,
Lasch 1985). En cada una de estas reas, y en otras, las teoras
postmodernas han realizado contribuciones ciertamente originales a la comprensin de la realidad.3o Sin embrgo, el postmodernismo no se ha mostrado como una teorla de nivel medio.
Estas discusiones han adquirido significado slo porque se han
planteado para ejemplificar nuevas y significativas tendencias de
la historia, la estructura social y la da moral. Por ello, debido a
la conexin establecida entre los niveles de la estructura y los
procesos, micro y macro, con relevantes afirmaciones sobre el
pasado, presente y futuro de la vida contempornea, el postmodernismo ha confeccionado una importante y aglutinante teorla
general de la sociedad, que, como otras que hemos considerado
aqul, debe concebirse en trminos extracientficos, no slo como
un recurso explicativo.
solaSi consideramos el postmodernismo como mito
-no
mente como un conjunto de descripciones cognitivas sino con su
30. Un compendio de innovaciones del postmodemismo de nivel medio en el conocimiento cientfico ha sido compilado por Crooh Pakulski y waters 1992, Para una
crtica conncente de las proposiciones socioeconmicas de tales teoras de rango medio de la poca postmodema en lo que respecta a sLls avances y supuestos, ver Herpin
1 993. Para otras crf ticas ver Archer I 987; Giddens I 99 1 y Alexander 199 1, 1992.
84
cdigo y narracin dentro de un marco "significativoo- debemos tomarlo como sucesor de la ideologa de la teora social
radical; estimulado por el fracaso de la realidad se desenvuelve
de un modo que sea congruente con las expectativas generadas
por el credo de la antimodernizacin. Desde esta perspectiva podemos constatar que, mientras el postmodernismo parece luchar a brazo partido con el presente y el futuro, su horizonte se
ha fijado en el pasado. Entendido inicialmente como (al menos)
una ideologa del desencanto intelectttal, los intelectuales marxistas y postmarxistas articularon el postmodernismo como reaccin al hecho de que el perfodo del radicalismo heroico y colectivo parecla estar diluyndose.3l Redefinfan este prsente
colectivo convulso, del que se habfa podido presagiar un futuro
inminente an ms heroico, como un perfodo que ahora estaba
en vas de defuncin. Afirmaban que habfa sido sustituido, no
por razones de frustracin poltica, sino debido a la estructura
de la historia misma.32 El fracaso de la utopa habfa amenazado
con una posibilidad mticamente incoherente, en concreto, la regresin histrica. Amenazaban con socavar las estructuras semnticas de la da intelectual. Con la teora postmoderna, este
31. En Diciembre de 198, The Guardan, un prestigioso peridico britnico independiente de marcado catcter izquierdista, public durante tres das la serie, uModernism and Postmodernism,. En su artfculo introductorio, Richard Gott anunci con su
explicacin que (los impulsos revolucionarios que galvanizaron en cierta ocasin la
poltica y la cultura se han esclerotizado claramente, (citado en Thompson 1992:222).
El propio anlisis de Thompson de este hecho es particularmente sensible al papel
central jugado en I por el declive histrico del mito heroico-revolucionario. (Este
peridico pens claramente el sujeto de un supuesto cambio cultural del modemismo
al postmodemismo suficientemente importante, por lo cual es importante dedicar muchas pginas y publicaciones al sujeto, Ia razn que se considelaba importante qued
indicada en el subttulo: "Por qu el momiento revolucionario que brill en las primeras dcadas del siglo se apaga", A lo largo de la serie, la crtica de The Guardiatt
analiza el malestar de finales del siglo XX. [...] Los artculos posteriores clarificaban
que el "malestar/ cultural representado por el cambio del modemismo se vea como
un sntoma de un malestar social y poltico ms proftindo, (ifd.)'
La trasposicin del fervor revolucionario y el tmino unrodemismo, al estadio
virtual de prepostmodernismo del s. XX ----en ocasiones, por ello, a la era postilustrada- es una tendencia comn a Ia teola postmodernista. Una reflexin natural sobre
sus funciones binarias y narrativas reclama la asuncin de un papel tal en la situacin de la poca del upostmodemismo entre el futuro y el pasado,
32. ul-a revolucin que anticipaban las vanguardias y los partidos de extrema izquierda y que denunciaron los pensadores y las organizaciones de derecha no tuvo
lugar, Pero las sociedades avanzadas no se han incotporado a una transformacin
radical. Tal es la constatacin comn que hacen los socilogos [...] que han convertido
a la postmodernidad en el tema de sus anlisis, (Herpin 1993: 295)
85
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gla intelectual, la modernidad se instala en el plano contaminado, representando nlo otro> en los relatos narrativos del post-
modernismo.
A pesar de todo, en esta tercera fase de la teora social de
postguen'a los contenidos de la modernidad han cambiado por
completo. Los intelectuales radicales haban subrayado el aislamiento y el particularismo del capitalismo moderno, su provincianismo y el fatalismo y la resignacin por l producidos' La
alternativa de postmodernizacin que ellos planteaban no era
postmoderna, sino pblica, heroica, colectiva y universal. Son,
precisamente, estas ltimas cualidades lo que la teora de la
postmodernizacin ha censurado como encarnacin de la propia modernidad. Por el contrario, ellos han codificado la privacidad, las expectativas menos ambiciosas, el subjetivismo, la indidualidad, la particularidad y el localismo como plasmacin
del bien. En cuanto a la narrativa, las proporciones de mayor
desvalonzacin
relevancia histrica del postmodernismo
-la
(Lyotard
1984), el asceny
lo
local
retorno
de
el
metarrelato
del
lidad y la diferencia (Seidman 1991, 1992)- son representaciones transparentes de un marco narrativo en franco retroceso.
Son respuestas al desplome de las ideologas
progreso, y de
sus creencias utpicas.
"de
aproximaciones difieren en aspectos fundamentales. Estas diferencias emergen de sus posiciones en un tiempo histrico con-
postmodernismo, el nuevo cdigo, modernismo: postmodernismo, implicaba Lrna mayor tuptura con los valores occidentales
uuniversalistas> que con el cdigo tradicionalismo: modernismo
del perodo de postguerra o que con la dicotomfa modernismo capitalista: antimodernizacinsocialista que le sucedi.34
En trminos narrativos tambin se producen grandes cambios desvalorizadores. Aunque se mantiene, sin duda, un tenor
romntico en ciertas tendencias del pensamiento postmodernista e, incluso, argumentos colectivistas de liberacin heroica, es-
Rosenau
34. Los tericos postmodernos son muy aficionados a rashar sus rafces antimodernas en el romanticismo, en figuras antiilustmdas como Nietzsche, Simmel y en
temas articulados por la Escuela de Fmnkfurt inicial. Con todo, la rebelin del marxismo temprano, ms tradicional, contra la teorla de la modemizacin trazaba su lnea
genealgica bajo formas muy similares. Como Seidman (1983) puso de manifiesto
antes de su raje postmodemo, en el romanticismo mismo habitaban posturas uni
versalizadoras significativas contrapestas, y entre Nietzsche y Simmel existfa un desacuerdo fundamental en relacin a la evalucin de la modemidad misma.
89
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En lugar del relato y la irona, lo que ha brotado con contundencia en el postmodernismo es el marco cmico. Frye llama comedia a la ltima equivalencia. Como el bien y el mal no
pueden analizarse, los actores
y antagonistas-protagonistas
se encuentran en el mismo nivel moral, y la audiencia, ms que
estar normativa o emocionalmente implicada, puede sentarse
cmodamente y divertirse. Baudrillard (1933) es el maestro de
la stira y el ridculo, al igual que el mundo occidental en su
conjunto se conerte en Disneylandia. En la comedia postmoderna, por ello, se eta la idea de actor. Con cierto atisbo de
burla pero con un nLlevo sistema terico en su mente, Foucault
anunci la muerte del sujeto, un tema que Jameson canoniz
con su anuncio de que .la concepcin de un rinico self'y la
identidad privada (son) cosa(s) del pasado>. El postmodernismo es el juego dentro del juego, un drama histrico destinado a
convencer a sus audiencias de que el drama ha muerto y de que
la historia ya no existe. Lo que persevera es la nostalgia por un
pasado saturado de simbolismo.
Quiz podramos finalizar esta discusin con una instantnea de Daniel Bell, un intelectual cuya trayectoria encarna ntidamente cada una de las fases cientfica y mltica que anteriormente ya he descrito. Bell accede a la autoconciencia intelectual como trotskista en los aos treinta. Durante cierto espacio
de tiempo, tras la Segunda Guerra Mundial, se posicion dentro del abanico de figuras anticapitalistas como C. Wright Mills,
a quien acogi en calidad de colega en la Universidad de Columbia. Su famoso trabajo sobre la lnea de montaje y el trabajo
no-especializado (1.992b 11.956, 19471) puso de relieve la continuidad con el trabajo izquierdista del perodo anterior a la guerra. Al insistir en el concepto de alienacin, Bell se comprometi ms con el ncapitalismoD que con el <industrialismoo, de
suerte que apoy la transformacin epocal y se opuso a la lnea
de la modernizacin de postguerra. Pronto, sin embargo, Bell
efectu una transicin hacia el realismo, abogando por un modernismo ms indidualista romntico que socialista radical.
Atrnque El advenimiento de la sociedad postindustrial apareci
en 1973, Bell introdujo el concepto como una extensin de la
tesis de Aron sobre la industrializacin planteada casi dos dcadas antes. Lo postindustrial era una periodizacin que apoyaba
el progreso, la modernizacin y la razn adems de minar las
90
racin. Harvey plantea desarrollos similares en los planteamientos productivos del capitalismo-de-informacin pero disea una conclusin diferente respecto a sus efectos sobre la conciencia de la poca. El antimarxismo de Bell (1978)
nfasis
-su la reen la asincronicidad de los sistemas- le permite afirmar
belin en la forma de la cultura juvenil y plantear la solucin
Desde luego que a la teorla postmoderna an le queda rnucho por hacer. Como ya he apuntado, sus formulaciones de grado medio contienen verdades de gran calado. Evaluar la importancia de su teorizacin general, por el contrario, depende de si
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lril
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92
gico inspirado por la derecha, condujo a la dictadura del partido comunista a la quiebra econmica y poltica. Aunque la imposibilidad de acceder a los documentos conerte a cualquier
juicio definitivo en mera precipitacin, parece no haber duda
de que esas polticas se apoyaban, de hecho, en los principios
objetivos estratgicos de los gobiernos de Reagan y Thatcher, y
de que se ejecutaran con el efecto sealado.36
94
delimitaC'.
Jowitt compara el impacto reconfigumdor del mundo rsllltante de los sucesos de
1989 con los de la Batalla de Hastings en 106.
95
(Chirot 1992)
Los desarrollos ndirectoso en el plano especlficamente poltico han sido de tan largo tan alcance como en el econmico.
Como he mencionado anteriormente, a finales de los aos sesenta y durante los setenta se convirti en ideolgicamente elegante y empricamente justificable aceptar el autoritarismo poltico como precio del desarrollo econmico. En la ltima dcada, sin embargo, los acontecimientos relevantes que han acaeci-
do parecen haber desafiado esta visin, y parece estar producindose un reverso radical de la sabidura convencional. No
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96
culnrista, fragmentada y local. Tambin aparecean cuestionando el desvalorizado marco nan'ativo del postmodernismo,
qlle ha insistido en el relato de la diferencia o, ms fundamentalmente, en la idea de que la da contempornea puede interpretarse de modo cmico. Y, por ello, si miramos atentamente
el reciente discurso intelectual, podemos observar, de hecho, un
retorno a muchos de los temas modernistas iniciales.
Debido a los recientes revh)als del mercado y de la democracia que han acaecido a escala mundial, y teniendo en cuenta
q.t" iotr ideas generalizadas y abstractas desde el punto de vista
categrico, el universalismo ha devenido, una vez ms, un reniubl" para la teorla social. Las nociones de comunalidad
".tr*
y convergencia institucional han vuelto a emerger y, con ellas,
ias posiblidades para los intelectuales de conferir significado de
un modo utpico.39 Parece, de hecho, que estamos asistiendo al
nacimiento de una cuarta versin de postguerra del pensamiento social mitopoitico. El *neo-modernismo> (cf. Tiryakian
1991) servir como una caractenzacin tosca pero eficaz de
esta fase de la teora de la modernizacin hasta que aparezca
un trmino que represente el nuevo espritu de la poca de una
forma ms imaginativa.
En respuesta a los desarrollos econmicos, diferentes grupos de intelectuales contemporneos han reflotado la narrativa
emancipatoria del mercado, en la que sitan un nuevo pasado
(sociedad antimercado) y un nuevo presente/futuro (transicin
39. Por ejemplo, en su reciente contestacin a los compaeros miembros de la
algunos sino muchos de los cuales son ahora postmodemos
izquierda acadmica
-no
erisu promocin de la diferencia y el particularisme Todd Gitlin sostiene, no slo
que una renovacin del proyecto de universalismo es necesario para preservar una
poltica intelectual viable desde el punto de vista crtico, sino que un movimiento
iemeante ya ha comenzado: .Si hay que ser de izquierda en un sentido ms amplio
prr-urrte sentimental, esta posicin deberfa concretarse en la siguiente idea:
qrr"
los
ot" "id"."o de la unidad del hombre es indispensable. Las formas, los medios,
junto a
soportes y los costos estn sujetos a una conversacin disciplinada ["'] Ahora,
i.-p*. indiscutible de que el conocimiento de muchos tipos es relativo al tiempo,
lujar y comunidad interpretativa, los atentos crfticos recuerdan la premisa igualmente
imlpoante de que hay eiementos compartidos en la condicin humana y que, por ello'
(= accin
la existencia dJ comirensiones comunes es la base de toda comunicacin
conjunta) ms all de los lmites del lenguaje y experiencia. Hoy, unos de los ms
y el viejo
estmulantes objetos de estudio implica esfuerzos para incorporar el nuevo
,turr.tiu* unificadas. Por otra parte, no hay forma de
conocimiento ai unsono
"r,
y
escapar del solipsismo, cuya expresin poltica no puede ser la base del liberalismo
del radicalismo, (Gitlin 1993: 36-37).
97
,i.1'
quirido la forma terica del marco individualista y quasiromnco de la eleccin racional. Empleada inicialmente para hacer
frente a los desilusionantes erTores de la conciencia de la clase
trabajadora (e.g., Wright 1985 y Pzeworski 1985; cf' Elster
98
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rl
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I'lri;
drama comenz con la lucha epocal de Lech Walesa, que pareca ser prcticamente la nacin polaca en su conjunto (Tiryakian 1988) contra el coercitivo rgimen unipartidista de Polonia. La dramaturgia del da a da que conquist la imaginacin
pblica desemboc, inicialmente, en el inexplicable declive de
Solidaridad. Finalmente, y de forma inesperada, el bien triunf
sobre el mal, y la simetra dramtica de la narrativa heroica se
complet. Mijail Gorbachov dio inicio a su prolongada marcha
por la imaginacin dramtica de Occidente en 1984. Su pblico, crecientemente leal a lo largo del mundo, sigui sus luchas
epocales que, finalmente, se convirtieron en el ms largo drama
pblico en el perodo de postguerra. Esta gran narrativa --que
podra titularse
quiebra y resurreccin de un h"Realizacin,
roe americano: Gorbachov y el discurso del bieno (Alexander y
Sherwood, ms.)-- produjo reacciones catrticas en su pblico,
que la prensa denomin
y Durkheim hubiera
"Gorvymanao,
designado como la efervescencia colectiva que, nicamente,
inspiran los smbolos de lo sagrado. Este drama fue recordado,
por el pblico en general, los media y las lites de los pases
occidentales como el equivalente de las hazaas heroicas de
Nelson Mandela y Vaclav Havel y las ltimas de Boris Yeltsin,
el hroe que detuvo los tanques, que sucedi a Gorbachov en la
fase post-comunista de Rusia (Alexander y Sherwood 1992). Similares experiencias de exaltacin y fe renovadora en la eficacia
moral de la revolucin democrtica tueron lugar con motivo
del drama social que se produjo en 1989 enla Plaza de Tianamen, con sus fuertes matices ritualistas (Chan 1,994) y su clsico desenlace fgico.
Sera sorprendente el que esta reflotacin del drama polftico
de masas no se hubiera manifestado, por sf mismo, en cambios
igualmente destacados en las teorizaciones intelectuales respec-
Esta reemergencia ha tomado el concepto de "sociedad civilo, el mbito informal, no-estatal y no-econmico de la da
prblica y personal que Tocqueville, por ejemplo, defini como
vital para la perseverancia del estado democrtico. Surgido inicialmente desde el corazn de los debates intelectuales que contribuyeron al estallido de las luchas sociales contra el autoritarismo en Europa del Este (cf. Arato y Cohen 1'992) y Amrica Latina (Stepan 1985), el trmino fue secularizado y se le confiri un
significado ms abstracto y ms universal por parte de los intelectuales norteamericanos y europeos all donde conectaron con
esos movimientos, como Cohen y Arato y Keane (19894b)' Posteriormente, emplearon el concepto con pretensiones de teoizacin de forma que, con mucha precisin, deslindaron su propia
<teorizacin> izquierdista de los escritos sobre la antimodernizaciny democracia anti-formal de los inicios.
Estimulados por estos tericos y tambin por la traduccin
inglesa (1989) del primer libro de Habermas sobre la esfera prlblica burguesa, los debates entre pluralismo, fragmentacin, diferenciacin y participacin se han convertido en el nuevo orden del da. Los tericos frankfurtianos, los historiadores sociales de cuo marxista e, incluso, algunos post-modernos han devenido tericos democrticos bajo el signo de la "esfera pbli-
Los filsofos polticos comunitaristas e internalistas, como Walzer (1.991, 1992), han utilizado el concepto para clarificar las
dimensiones universalistas, si bien no abstractas, en su teoriza'
cin sobre el bien. Para los tericos sociales conservadores (e.g.,
Banfield en preparacin, Wilson en preparacin y Shils l99l y
41. Existe una clara de evidencia de que esta tmnsformacin es de alcance mundial. En Quebec, por ejemplo, Arnaud Sales, que trabaj primeramente en el marco de
la tradicin inequvocamente marxista, insiste ahora en una conexin univesal ente
los gmpos en conflicto e incorpora el lenguaje de lo *prlblico, y la osociedad civil,.
.Aunque en str multiplicidad, asociaciones, uniones, corporaciones y momientos
siempie han defendido y representado parecers muy dispares, es muy prcbable que,
a peiar del poder de los sistemas econmicos y estatales, la proliferacin de gtupos
sustentados en la tradicin, en una forma de da, una opinin o Lrna protesta nunca
ha sido, probablemente, tan amplia y tan diversificada como ocllnE a finales del siglo
XX (Sales:308).
101
inclusin de un modo menos anticapitalista. Para los viejos funcionalistas (e.g., Inkeles 1991), es una idea que sugiere que la
democracia formal ha sido un requisito para la modernizacin
desde el principio al fin.
Pero sea cual fuera la perspectiva particular que ha formula-
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t,l
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llar un cdigo de categoras binarias que es semntica y sociallutente conncente, un contraste negro frente a blanco que puecle funcionar como un cdigo que sucede al postmoderno: moclerno, o al socialista: capitalista, o al moderno: tradicional, es
clecir, los emplazamientos simblicos que fueron establecidos
por las primeras generaciones de intelectuales, y que hoy, de
ninguna forma, han perdido su eficacia por completo.42
Con toda seguridad, la simbolizacin del bien no presenta
un problema real. La democracia y el universalismo son trminos claves y sus plasmaciones ms substantivas son el mercado
libre, el indidualismo y los derechos humanos. El problema
lsoma en la articulacin del polo profano. Las cualidades abstractas que la contaminacin debe encarnar son bastante evi
dentes. Como son producidas por el principio de diferencia, reproducen exactamente las cualidades que identificaban la coniaminacin de la vida ntradicionalr' Pero a pesar de las analogas lgicas, las formulaciones ideolgicas iniciales no pueden
retomarse de nuevo. Aunque se gestan a s mismas slo por
medio de diferencias en representaciones de segundo orden, las
diferencias entre la sociedad en nuestros das y el perodo inmediatamente postblico son enorrnes. Frente a la briosa arremetida de los (mercadosD y la *democraciao y al estrepitoso colapso
de sus adversarios, se ha constatado la dificultad para formular
representaciones igualmente universales y de largo alcance de
lo profano. La cuestin es la siguiente: existe un momiento
opositor o fuerza geo-poltica que es un peligro conncente y
fundamental, que es una amenaza "histrico-universal' para el
.bienr? Los otros enemigos peligrosos del universalismo pareceran ser reliquias histricas, alejados de la visin y de la mente, abatidos por un drama histrico que parece poco probable
que se inerta sbitamente. Fue esta razn semntica por la
q.t",
el perodo inmediatamente despus de n1989o, muchos
"t
intelectuales y amplios sectores del prblico occidental, experimentarn una extraa combinacin de optimismo y autosatisfaccin, compromiso enrgico y desmoronamiento moral'
En comparacin con la teora de la modernizacin de los
aos de postguerra, la teora neo-moderna implica cambios
42. yer m] comentario inicial (nota 28, arriba) sobre los efectos inerciales de las
ideologfas intelectuales y sobre las condiciones sociales que los exacerba'
103
fundamentales, tanto en el tiempo simblico como en el espacio simblico. En la teora neo-moderna lo profano no puede
representarse por un peodo evolutivo precedente transido de
tradicionalismo ni identificado con el mundo situado en la peri-
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feria de Norteamrica y Europa. En contraste con la ola de modernizacin de postguerra, lo normal es lo global y lo inter-nacional ms que lo regional y lo imperial, una diferencia articulada en la ciencia social por el contraste entre las primeras teoras
de la dependencia (Frank 1966) y las teoras ms contemporneas de la globalizacin (Robertson 7992). Las razones sociales
y econmicas de este cambio obedecen al ascenso de Japn,
que en este momento ha adqtrirido pode no como una de las
sociedades militares de Spencer
categora que se podra
-una
designar tiempo atrs en un sentido
evolucionista-, sino como
una sociedad civilizada comercial.
Por ello, por primera vez en 500 aos (ver Kennedy 1987),
ha sido imposible para Occidente dominar a Asia, tanto en lo
econmico como en lo cultural. Cuando este factor objetivo se
combina con la intensa descristianizacin de los intelectuales
occidentales, podemos entender el hecho destacable de que el
<orientalismoo
contaminacin simblica de la cilizacin
-la(1978)
oriental que Said
articul de forma no rnuy notable hace
algo ms que una dcada- ya no parezca ser una poderosa
representacin espacial o temporal en la ideologa occidental o
teoa social, aunque no haya desaparecido por completo.43 Una
transposicin de la ciencia social de este hecho ideolgico, que
apunta a la forma del cdigo postpostmoderno, o neo-moderno,
es la llamada de Eisenstadt (1987: i) en favor de nuna reformulacin de largo alcance de la visin de la modernizaci1ny de
las cilizaciones modernas>. Mientras persevere el cdigo moderno de un modo inequvocamente positivo, esta conceptuali43. Esto parecera confirmar, a primera vista, la insistencia cuasimarxista de Saicl
de que fue el ascenso del poder actual de Occidente en el nundo ---el imperialismo-
1.04
La teora original de la modernizacin transform abiertamente la teora weberiana de las religiones del mundo centrada
en Occidente en un problema universal del cambio global que
culmin en la estructura social y cultural del mundo occidental
americana respecto a
Said no
imperialista",
de
una
Irak como resultado
"ideologa
justific este rechazo apuntando al valor distintivo de la ideologa nacional o poltica, sino a la universalidad protegida: "IJn
nuevo orden mundial tiene que basarse en principios generales
autnticos, no en el poder selectivamente empleado por un
paso. De forma muy significativa, Said denunci al presidente
105
| .f/|
l0
La intelligentsia democrtica, que se concibe en oposicin al estado comunista, est, de hecho, mucho ms motivada por el nacionalismo qlle por preocupaciones democrticas ['..] Para llevar
a cabo una transicin del comunismo a la democracia, Rusia
necesita renunciar a tradiciones que hicieron posible el comunismo: los valores antidemocrticos de su nacionalismo [lbfd.]'
107
| ,Ili
La analoga entre nacionalismo y comunisrno, y su contaminacin como amenazapara el nuevo internacionalismo, la establece el Gobierno de oficiales de los antiguos estados comunistas. Por ejemplo, a finales de Septiembre de 7992, Andrei Kozyrev, ministro ruso de asuntos exteriores, apel a las Naciones
Unidas para considerar el emplazamiento de un representante
encargado de vigilar los movimientos independentistas de las
antiguas Repblicas soticas no-eslavas. Slo una coperacin
con Naciones Unidas, afirmaba, poda hacer desaconseiable a
los nuevos estados independientes la discriminacin contra minoras nacionales. El enigma simblico de este argumento es la
lt0
1982 (144), cuando Anthony Giddens afirmaba contundentemente que ola teora de la modernidad est basada en pre'
En
rnenudo, de largo alcance. Sea prematuro, ciertamente, llamar neomodernismo a la <teora sucesora) del postnrodernismo. Slo recientemente ha cristalizado como una alternativa
intelectual, mucho menos ha emergido como la vencedora en
este combate ideolgico y teortico. No est claro, adems, si el
movimiento se nutre de una nueva generacin de intelectuales
o de fragmentos de generaciones actuales antagonistas que han
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l12
las fuerzas demnicas y anticiviles de la da cultural qLe normalmente la condenan (cf., Alexander 1994 y Sztompka l99l).
Si tiene que darse un nuevo y ms exitoso esfuerzo dirigido a
la construccin de la teora social en lo referido a las estructuras
fundamentales por las sociedades contemporneas (cf. Sztomp
ka 1993: 136-141), tendrn que etarse estas tendencias regresivas que reactivan las ideas de la modernizacin en sus formas
ms simples. Estructuras institucionales como la democracia, la
ley y el mercado son requisitos funcionales siempre y cuando se
estn alcanzando ciertas competencias sociales y adquiriendo
ciertos recursos; no son, sin embargo, ni inetabilidades histricas ni resultados lineales, tampoco panaceas sociales para los
problemas de los subsistemas o grupos econmicos (vase, e.g.,
Rueschemeyer 1992). La diferenciacin social y cultural poda
ser
un parmetro tpico-ideal que puede reconstruirse, analftica.
mente, con el paso del tiempo; sin embargo, el que una diferenciacin particular tenga lugar o no
estado, ley o
-mercado,
ciencia- depende de aspiraciones normativas
(e.g., Sztompka
1991),la posicin estratgica, historia y poderes de grupos sociales particulares. Respecto al progreso social, la diferenciacin lo
dinamiza al tiempo que lo retarda, y puede dar lugar a sacudidas
sociales de gran envergadura. Los sistemas sociales pudieran
ser, igualmente, plurales y causas de cambio multidimensional;
en un momento dado y en un lugar concreto, sin embargo, un
subsistema particular y el grupo que le dirige
pol-econmico,
tico, cientfico o religioso-- podra dominar y sumergir exitsamente a los otros en su nombre. La globalizacin es, por ello,
una dialctica de indigenizacin y cosmopolitismo, pero las asimetrlas culturales y polfticas subsisten entre las regiones ms y
menos desarrolladas, incluso si a ellas no son inherentes contradicciones de algLrn hecho imperialista. Mientras el concepto ana-
tt4
un modo histri115
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ENCANTAMIENTO ARRIESGADO : TEORA
Y ME,TODO EN LOS ESTUDIOS CULTURALES
(en colab. con Philip Smith
y Steven Jay Sherwood)
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elementales de
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A la luz de lo que hemos dicho hasta ahora, no deberfa sorprender el hecho de que el trabajo de este grupo descanse claramente sobre lo que se ha llamado la tradicin postdurkheimiana (Alexander 1988a), incluso los estudios especficos acometidos por aquellos asociados a este grupo han asumido una variedad de formas, desde la lingstica e histrica hasta la neofuncionalista.
res sobre quienes ellas ejercen su fuerza. La atencin debe recaer sobre la dimensin del significado.
Si, en cuanto analistas culturales, nuestro mtodo central es
interpretativo, y nuestro fin consiste en recobrar el significado
del texto social, es importante retener el adjetivo social enla
mente. Nuestro propsito es reconstruir la conciencia colectiva
desde sus fragmentos documentales y desde las estructuras constrictivas que ella implica. Para desenterrar las estnrcturas que
en flancs, hay que recomponen la conciencia colectivq
-que
oconsciencia)
como la oconcienciao
cordarlo, implica tanto la
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nuestro
esfuerzo interpretatimoral-,
aderezamos
emocional
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-una
gresivamente desplegado de la explicacin social.
teora y mtodo diferentes pero, desde nllestra perspectiva cultural, con resultados similares. Aparece el intento de ofrecer
una mirada irnica y desapasionada que objetiza sin evaluar y
mapifica sin implicacin. En el nivel metaterico, un compromiso con la nvoluntad de poder', como el motivo causal de la
accin humana, reduce, una vez ms, el sentimiento a la cate-
como Lln recurso, no como un obstculo, tal y como encontramos el texto social. Al examinar los acontecimientos contemporneos, sentimos la pasin desmedida y el ardor de la accin
humana que, a menudo, tambin se malogran en el rigor helador de los controles cientficos. Por esto es importante destacar
que los rituales, la contaminacin y la purificacin slo pueden
entenderse si los profundos afectos que hacen tan conncentes
estas categoras primordiales son abiertamente reconocidas por
el intrprete. Slo manteniendo el compromiso con el mundo
podemos tener acceso a las emociones y a las metafsicas que
alteran la accin social: y slo podemos interpretarlas satisfactoriamente desde un punto de sta hermenutico.
Planteamos un acercamiento que puede denominarse nhermenutica reflexivar. A partir del legado de los romnticos del
siglo xvnr y xrx como Wordswoth y Goethe y de hermeneutas
orientados-hacia-el-significado como Dilthey, Heidegger y Gadamer, observamos nuestras reflexiones emocionales y morales
como la base de una intersubjetidad establecida. Habida
cuenta que enfatizamos, no la objetivacin, sino la comprcnsin, nuestra respuesta subjetiva aporta el sustento para una
Bildungsprozess. Al mismo tiempo, debido a la naturalez.a descentrada de la tradicin teortica dentro de la que trabajamos y
pensamos, podemos acceder a nuestras emociones y dar salida
a la posibilidad de reflexidad moral y cognitiva. Toda vez que
trabajamos dentro de una tradicin reflexiva, podemos poner
distancia por medio respecto a nuestra propia experiencia y la
experiencia de los otros, incluso nos podemos abrir a sus emociones y a las nuestras, y hacemos de la experiencia, en sl misma, la base de nuestro viraje interpretativo.
Nuestros estudios de la da poltica pueden emplearse para
ejemplificar someramente este acercamiento. A partir de la
comprensin de los asombrosos virajes culturales que conllev
el final de la Guerra Fra (Alexander y Sherwood en prensa-b),
comenzamos a obtener cierto esclarecimiento comentando
nuestras propias experiencias de euforia y esperanza. A travs
de conversaciones casuales y de nuestra propia exposicin al
influjo de los mass-media globales, parecera obvio que quienes
nos rodeaban haban de compartir estos sentimientos
-no
slo nosotros, sino muchos otros afectos al lder sotico Gorbachov. Porprimera vezenmuchos aos nos sentimos ansiosos
135
metodolgica. Como socilogos no podemos. Nuestros compromisos cienfficos requieren que nos apeemos del mundo de la
vida antes de ponernos a escribir. Es necesario comparar los
datos con Ia teora, someter a prueba las hiptesis y considerar
la edencia de un modo palpable.
Con todo, afirmaramos, de igual modo, que es un error negar la realidad de nuestras propias experiencias interiores de
significado, emocin y moralidad al hacer valer la imaginacin
social a travs de la cual el mundo se remistifica. Empleamos la
palabra (negar) deliberadamente porque de qu otra manera,
sino a travs de esa negacin, pueden los socilogos comprometerse con el proyecto objetista y continuar existiendo como
seres espirituales y juiciosos? Seguramente no ocurre que los
osocilogos culturales" ms objetistas se sienten a sl mismos
impulsados, quirase o no, slo por fuerzas materiales, sean las
vctimas mudas de una teologfa dominante, o los ejecutores de
acciones nicamente egostas y estratgicas. fntegrar la da de
esta forma supondra participar de experiencias vaciadas de significado y apuntara a una invitacin al suicido. Concluimos,
por ello, que los socilogos objetistas tambin ven, aman y
experimentan el fervor dimanado de los smbolos saturados de
pasin, emociones y relaciones entretejidas en el mundo social.
Esta conclusin convierte a la cuestin en ms conncente.
Por qu estos analistas imponen formas objetistas y degradadas de explicacin de los otros? Pueden privilegiar este doble
estndar nicamente porque niegan el valor de la experiencia
personal como un recllrso metodolgico. Esta negacin resulta
de un encuadre ilegtimo del crculo hermenutico, una ruptura
que permite la objetivacin del significado en el marco de las
categoras desapasionadas, encajonadas y formuladas de la
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Para una discusin geneml relativa a la pobreza de los recientes tratamientos cientficos sociales sobre la poltica y la democracia, ver, especialmente, Alexander (1990),
desde una perspectiva que enfatiza la importancia de la sociedad civil.
140
F
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ral, que se extiende desde el siglo xvl hasta principios del xx,
una poca de teorizacin sobre la democracia que qued suplantada por el capitalismo industrial y el compromiso con (la
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sociedad que est analftica y, en diferentes grados, empricamente separada de las esferas de Ia da polltica, econmica y
religiosa. La sociedad cil es una esfera de solidaridad en la
que el universalismo abstracto y las versiones particularistas
de la comunidad se encuentran tensionalmente entrelazados.
Es un concepto normativo y real. Permite que la relacin entre
los derechos indiduales universales y las delimitaciones particularistas de esos derechos pueda estudiarse empricamente,
como las condiciones que determinan el estatus de la propia
sociedad civil.
La sociedad cil depende de los recursos, o inputs, de estas
otras esferas, de la da polftica, de las instituciones econmicas,
de la amplia discusin cultural, de la organizacin territorial y
de la primordialidad. En un sentido causal, la sociedad cil depende de otras esferas, pero slo por lo que Parsons denomin
una <lgica combinatoriar. La sociedad cil
los grupos, in-y en estos trmididuos y actores que representan sus intereses
nos de sistema- combina estos inputs de acuerdo con la lgica
y las demandas de su situacin particular. Esto supone mantener que la esfera de la solidaridad que llamaros sociedad cil
tiene relativa autonomfa y puede estudiarse en su propia realidad (cf. Durkheim [1893] 1933; Parsons 1967,1977).
Frente el nuevo utilitarismo (e.g. Coleman 1990; cf. Alexander, en prensa) y la teorla crtica (Habermas 1988) me gustara
defender la idea de que existe, por ello, una sociedad que puede definirse en trminos morales. Las condiciones de esta comunidad moral se articulan con (no determinan a) organizaciones y el ejercicio del poder a travs de instituciones como constituciones y cdigos legales, por una parte, y "el cargor, por la
otra. La sociedad cil tiene sus propias organizaciones: los tribunales, instituciones de comunicacin de masas y la opinin
pblica son los ejemplos ms significativos. La sociedad cil
est constituida por su propia estructura especfica de lites, no
slo por oligarquas funcionales que controlan los sistemas legales y de comunicacin, sino por aqullos que ejercitan el po142
puro
2. En este sentido (cf. Barthes 1977) hay una (estructurD y una (narTativaD inherentes al discuno de la sociedad civil. La primera, el discurso binario que describe a
quienes se encuentran dentm y a quienes se encuentran fuera, debera teorizarse en
143
144
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146
que lesiona el legado individualista del cdigo de la sociedad cil; ambos, en sus
nfasis revoltrcionarios, promueven tambin una aproximacin talista e irracionnl t
la accin.
t47
controlados ms que como vehementes, como sensatos y realistas sin tendencias a la fantasa y al desvarlo. El discurso democrtico, por tanto, plantea las siguientes cualidades como axiomticas: actismo, autonoma, racionalidad, sensatez, mesura,
control, realismo y cordura. La naturaleza del contra-cdigo, el
discurso que justifica la restriccin de la sociedad civil, ya ha
quedado insinuada. Si los actores son pasivos y dependientes,
irracionales y excntricos, volubles, apasionados, irrealistas o
insensatos, no pueden acceder a la libertad que ofrece la democracia. Por el contrario, estos individuos sufren en sus carnes la
represin, no slo por motivo de la sociedad ci1, sino por su
propia realidad tambin. (Estas caractersticas se esquematizan
en la tabla l.)
A partir de estos cdigos antitticos relativos a los motivos
humanos pueden edificarse representaciones distintivas de las
relaciones sociales. Las personas motivadas democrticamente
que son activas, autnomas, racionales, sensatas,
-personas
mesuradas y realistas- estan en condiciones de construir relaciones sociales abiertas ms que relaciones sociales cerradas;
sern conliadas ms que recelosas, francas ms que calculadcjras, comprometidas con la verdad ms que con la falsedad. Sus
decisiones se asentarn sobre una deliberacin abierta ms que
sobre la conspiracin y su actitud para con la autoridad ser
crftica ms que respetuosa. En su conducta referida a miembros
de otra comunidad se mostrarn comproinetidas desde la consciencia y el honor ms que desde la codicia y el auto-inters y
tratarn a strs prjimos ms como amigos que como enemigos.
TABLA
1. La estructura discursiva
Cdigo democrdtico
148
C digo c ontrademoc
Activismo
Autonoma
Racionalidad
Irracionalidad
Sensatez
Imprudencia
Mesura
Desmesura
Auto-control
Realismo
Excentricidad
Irrealismo
Cordura
Desvaro
Pasividad
Dependencia
nitic o
'l'Anr.A
Cdigo demoutico
Abierto
Confiado
Crtico
Noble
Consciencia
Veracidad
Franqueza
Ponderacin
Amigo
Cerrado
Suspicaz
Condescendiente
Auto-interesado
Codicia
Falsedad
Clculo
Conspiracin
Enemigo
Si los actores son irracionales, dependientes, pasivos e irrealistas, por un lado, las relaciones sociales que ellos forman se
caracferzarn por la segunda fila de estas dicotomas ineludibles. Ms que relaciones abiertas y de confianza, formarn sociedades cerradas que se establecen sobre la sospecha de otros
seres humanos. Estas sociedades secretas sern condescendientes respecto a la autoridad, pero respecto a lo externo su gnpo
reducido se comportar de forma codiciosa y auto-interesada.
Sern conspiradores y falsos con los otros y calculadores en su
comportamiento, considerarn a los forneos como enemigos.
Si el polo positivo de este segundo esquema discursivo describe
a las cualidades simblicas como algo necesario para sustentar
la sociedad ciI, el polo negativo hace referencia a la estructura
solidaria en la que el respeto mutuo y la integracin social expansiva han quebrado (vase tabla2).
Dada la estructura discursiva de los motivos y las relaciones
ccas, no debera sorprender que esta serie de homologfas y
antipatas se extienda hasta la comprensin social de las propias instituciones polticas y legales. Si los miembros de una
comunidad nacional son irracionales en cuanto a los motivos y
desconfiados en las relaciones sociales, edificarn, naturalmente, instituciones que son arbitrarias ms que reguladas por normas, que subrayan ms el poder bruto que la ley y la jerarqua
ms que la igualdad, que son ms excluyentes que integradores
y fomentan la lealtad personal por encima de la obligacin impersonal y contractual, que se encuentran reguladas por personalidades ms que por obligaciones dimanadas de las normas,
149
"La
ejemplo, un elemento clave en la comprensin simblica de
li'
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control>.
lr!
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150
TeeLA
3.
Cdigo democrdtico
C digo c ontrademocrtico
Regulacin norrnativa
Arbitrariedad
I'ey
Poder
Jerarqua
Exclusin
Personalidad
Lealtad adscriptiva
Igualdad
Inclusin
Impersonalidad
Contractual
Grupos sociales
Oficialidad
Facciones
Personalidad
simblicos tambin se encuentran profundamente entrelazados. Suministran los contenidos para una pltora de relatos dados-por-supuestos que impregnan la comprensin democrtica
de los polos negativos y repugnantes de la vida comunitaria.
Tomadas en su conjunto, las estructuras y narrativas negativas
conforman el ndiscurso de la represinr. Si los indiduos no
tienen capacidad de razonar, si no pueden procesar informacin racionalmente y no pueden hablar de forma verosmil
sobre lo falso, sern, entonces, leales a los lderes por razones puramente personales y, por lo mismo, sern fcilmente
manipulables por ellos. Ya que esos individuos actan ms por
8. Hasta el siglo XX, la confesin era, segrn parece, un fenmeno de cllo estrictarnente occidental, que bnct al unlsono con el gradual reconocimiento social de la
centralidad de los derechos individtrales y del auto-control en la organizacin de las
sociedades polticas y religiosas. Al menos desde la Edad Media, los castigos criminales no se consideraban del todo exitosos hasta que el acusado confesaba sus crmenes
ya qlre esta confesin evidenciaba que se haba alcanzado la racionalidad y se haba
asumido la responsabilidad individual. El discurso de la sociedad civil, por tanto, se
encuentra profundamente ligado a la confesin prblica de los crmenes contra la colectividad misma. Esto se pone de manifiesto por el gran esftierzo que se dedicaba a
las confesiones ftaudulentas en esas situaciones donde las fuerzas coercitivas haban
quebrantado la civilidad, como en ejemplos de brutalidad poltica en sociedades democrticas y en las dictaduras (ver Hepworth y Tumer 1982).
152
-aqullos
rlesafortunados por forjarse bajo el cdigo conlrademocrticocleben, en ltima instancia, ser reprimidos. No pueden regularsc por ley, ni aceptarn la disciplina del cargo. Sus lealtades
pueden ser slo familiares y particularistas. Los lmites institucionales y legales de la sociedad ciI, segln la creencia generalizada, no pueden ofrecer ningun muro de contencin a su codicia de poder personal.
El polo positivo de esta formacin aparece a los ojos de los
miembros de las comunidades democrticas como un sustrato,
no slo de lo puro, tambin de purificacin. El discurso de la
libertad se toma para transmitir nlo mejor) a la comunidad civil, y sus principios se consideran sagrados. Los objetos que el
discurso crea parecen poseer un poder temible que les sita en
el (centro) de la sociedad, un emplazamiento
ocasiones
153
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fi tl
154
to, no abstracto. Su elaboracin consiste en constructos narrativos que se toman para describir con toda fidelidad, no slo el
presnte, sino tambin el pasado. Toda nacin se erige sobre un
rnito de origen; este discurso se apoya en un relato de los acon-
13. para una discusin sobre el papel del mito de oigen en las sociedades acai'
en las
cas, que tiene claras implicaciones para la organizacin del pensamiento nrltico
para
.r"i"u"r
'
155
156
contemporneos. Para la generacin que madur durante la Segunda Guerra Mundial, por ejemplo,
"I984r, de George Orwell
origin el discurso de la represin emblemtico de las luchas de
su tiempo.
Dentro de los confines de una comunidad nacional particular, los cdigos binarios y las representaciones concretas que
constituyen el discurso de la sociedad civil no se distribuyen
normalmente entre diferentes grupos sociales. Por el contrario,
incluso en sociedades que estn atravesadas por el intenso conflicto social, las construcciones de la rtud cca y del cio
clco se aceptan completamente en muchos casos.lT Lo que se
cuestiona en el curso de la da cfvica, lo que no se encuentra
consensuado, es la forma en que los polos antitticos de este
discurso, sus dos emplazamientos simblicos, pLleden aplicarse
a actores y grupos concretos. Si muchos de los miembros de la
sociedad democrtica aceptaron la nvalidezo y la urealidado de
,,7984>, discrepaban fundamentalmente sobre su aplicacin social relevante. Radicales y liberales se inclinaron r ver el libro
como Llna descripcin de las tendencias perversas o, al menos,
inminentes de sus propias sociedades capitalistas; los conservadores entendieron el libro como referencia nicamente al comunismo.
vaban a Hoover, escribe Powers, nvefan [...], no un portavoz de trna filosofla polftica
concreta, sino un hroe nacional suprapoltico, (p, XII) modelado en el gnero dc
accin. Powers insiste en la naturleza binada del disctuso que santific las acciones
de Hoover, aadiendo que, (pam el pncceso mitolgico consistente en la prodtrccin
de un hroe al estilo Hoover, tlrvo que darse en una frmula univenalmente asumida
dentro de la cultura que permitiera entrar en contacto con el tipo de malvado que se
ha encargado de representar los temores del pblico, (p. XIV). En el hbrido de cultura popular/cultura poltica del siglo veinte, los criminales perseguidos por ooficiales,
se descdban permanentemente como indiduos sujetos a la nnorma de la banda, lo
cual posea el peligro de que esta forma de organizacin social represiva se pudiera
extender a las uarcas silentes y vastas de la vida, (p. 7). Por str parte, los hombre-G
perseguidores de estos criminales se describfan como uindirralistas rebeldes, (p. 94) y
como los defensores de la ley racional, como implicados en nuna pugna epocal entre la
sociedad legftima y un inframundo organizadoo.
17, Esto apunta a una modificacin de mi modelo funcionalista inicial y ms tradicional de las relaciones entre cdigos y grupos en conflicto (Alexmder 1988b). Ms
que separar nltidamente los conflictos de valor refractados de los jerarquizados, subrayara la posibilidad de que pudiera darse un discurso ms general del que incluso los
gmpos culturales jerarquizados y fundamentalmente conflictivos derivan sus ideologffi. El asunto corresponde al nivel de la generalidad.
157
Por supuesto que ciertos acontecimientos son tan indecorosos y tan sublimes que generan, casi inmediatamente, consenso
sobre el modo en que deben emplearse los emplazamientos
simblicos. Para muchos de ]os miembros de una comunidad
nacional, las grandes guen'as nacionales delimitan el bien del
mal. Los soldados de la nacin se consideran como las expresiones valerosas del discurso de la libertad; las naciones y soldados extranjeros opuestos a ellos se representan como una especfica versin del cdigo contrademocrtico.18 En el curso de la
historia americana, este cdigo negativo se ha extendido, de hecho, a un grupo vasto y variopinto, britnicos, aborgenes, piratas, el sur y el norte, africanos, las viejas naciones europeas,
fascistas, comunistas, alemanes y japoneses. Desde el discurso
de la contaminacin, la identificacin es esencial si se persigue
un combate vengativo. Una vez que se emplea este discurso
contaminado, se antoja imposible para la gente de bien tratar y
entrar en razones con aqullos que pertenecen al otro polo. Si
uno de los oponentes transgrede los lmites delaraz6n, confundido por los lderes que operan en secreto, la nica opcin es
expulsarle fuera de la raza humana. Cuando las grandes guerras son exitosas, suministran narrativas deslumbrantes que dominan la vida postblica de la nacin. Hitler y el nazismo conformaron la espina dorsal de una enorrne lista de mitos y leyendas occidentales que aportan metforas seeras para las frecuentes discusiones sobre la .solucin final" a la cuestin chico
bueno/chico malo de los dramas televisivos y comedias de situacin.
Sin embargo, para numerosos acontecimientos se impugna
la identidad discursiva. Las disputas polticas se refieren, en
parte, al modo en que se distribuyen los actores a travs de la
estrLrctura del discurso, para lo cual no hay relacin determinada entre un acontecimiento o grupo y cualquier polo del esquema cultural. Los actores plrgnan por ciar al otro con la estrategia de la represin y an'oparse, a s mismos, con la retrica de
la libertad. En perodos de tensin y crisis, la lucha poltica se
18. Philip Smith (1991) ha documentado el discurso biftircado de la guerra en esta
penetrante investigacin sobrc los poderts culturales de la guerra que enfrent al Reino Unido con A.rgentina con motivo de las Islas Malnas. Para un tratamiento imprcsionista y fascinante del papel poderoso que los cdigos semiticos juegan en la prcduccin y la promocin de la guerra, ver Fussell (1975).
158
tido cornrnista o los miembros del Comit de Actidades Antiamericanas? Cuando comenz el Watergate, slo los conuptos fueron llamados conspiradores y contaminados por el discurso de la represin. George McGovern y sus correligionarios
demcratas fracasaron en slrs esfuerzos por aplicar este discurso sobre la Casa Blanca, el cuerpo ejecutivo y el partido republi-
cano, elementos de la sociedad cil que contribuan al mantenimiento de su identidad en trminos liberales' En las postrimeras de la crisis no pudo mantenerse una relacin tranquilizadoracon la estructura cultural'
La estructura discursiva general se emplea, por tanto, para
legitimar amigos y-sldesligitimar adversarios en el curso del tiemunasociedad cil independiente pretendierat.
pJhirtorl"o
^se
pe.durur en su conjunto, el discurso de la represin deberfa
emplearse slo bajo formas muy concretas, sobre gnrpos como
el e los jvenes y el de los criminales, a los que normalmente
se les considera con insuficiente disponibilidad de sus facultades racionales y morales' Es frecuente el caso de indiduos y
grupos de la sotiedad cil que son capaces de mantener el dis!n.to a" h hbertad a lo largo de un perodo de tiempo significativo. Entendern a sus adversarios como otros individuos racionales sin abandonarse a la aniquilacin moral'
Sin embargo, durante un prolongado perodo de tiempo es
juego
imposible para el discurso de la represin no entrar en
adversarios
como enemigos de una naturaleza extremadamente amenazante. Podru dorr" el caso, sin ninguna duda, de que los adversarios sean, de hecho, despiadados enemigos del bien pblico. Los nazis fueron idiotas morales y fue un error contactar con ellos como potenciales participantes ccos, como hicieron Chamberlain y otras figuras que ofrecieron mediacin'
159
Esto apunta el hecho de que el empleo social de las identificaciones simblicas polarizadoras debe entenderse desde la estructura interna del discurso mismo. Las sociedades racionales,
indidualistas y autocrticas son vulnerables porque estas ca-
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162
I
i
mundo de pura racionalidad tcnica? Aunque esta cuestin pudiera ser ideolgicamente apremiante para los crlticos del mundo
moderno, aqul mantendr que la teora subyacente a una propo.
sicin tal no es correcta ya que la accin y sus entomos (Alexander 1982-1983, 19884) se encuentran interpenetrados por lo noracional, es decir, un mundo racional puramente tcnico no existe. Sin lugar a dudas, la creciente centralidad adquirida por el ordenador digital es un dato empfrico. Este dato, sin embargo, debe
interpretarse y explicarse.
Es teora lo que confiere el marco para la interpretacin y la
explicacin. En la seccin que sigue bosquejo un modelo terico que suministra una comprensin ms cabal y que apunta a
una sociologa sensible a lo cultural. Al defender este modelo,
me posicionar frente a la validez del concepto de racionaliza-
cin alumbrado por Weber. En primer lugar, examino crlticamente los apuntes sociolgicos de tecnologfa en general, afirmando que, en rtud de la supresin del estatus simblico de la
tecnologla, estos apuntes la reducen a una pieza ms, que fornra parte del sistema social. De aquf paso a realizar un examen
empfrico de las comprensiones sociales del ordenador que ha
irnrmpido en nuestras das durante la ltima mitad de siglo.
Lejos de apuntar a (o desde) la racionalizacin de la sociedd,
este prototipo de la tecnologfa moderna se instituye dentro de
una red cultural profr-rnda y tradicional. Como conclusin, afirmo que la tesis de la racionalizacin es un reflejo de esta red de
simbolismo ms que una explicacin de la misma. En ella cristalizan los sentimientos y los significados simblicos que estn
a la base de lo que se percibe como particularmente moderno
en nuestro mundo.
respuesta post-parsoniana, aun cuando comience a sobrepasarles. Si bien creo que los
aspectos histricos de esta cuestin relativa al mundo occidental no son del todo originales, aunque si correctos, en todo caso, el trabajo padece una propensin terica
anticultural a pesar de las sigrrificativas posturas emplricas que mantiene respecto a la
religin. Mam insiste en que se puede y se debera estudir las infraestructuras de las
ideas, las reglas concretas y los sistemas de comunicacin a cuyo tmvs se expresan
las ideas ms que las ideas por sf mismas. Su premisa es la de qtre las ideas no son, en
sl mismas, causas sociales legtimas. A pesar de todo, una de las principales explicaciones sociolgicas para estas infraestrllcturas debe ser siempre la influencia de las pro.
pias ideas.
t67
can los parmetros simblicos; los socilogos erten su atencin sobre las interacciones reales.3
Aunque Simmel y Parsons describieron esta especializacin
desde el punto de sta analtico, el argumento queda exclusivamente conectado con el enfoque que conerte a la cultura en
una variable concreta. En el peor de los casos esta variable es la
alta cultura. Desde esta perspectiva, los nsocilogos culturaleso
se han limitado a investigar los museos de arte y el gusto musical, y los tericos de la sociedad de masas hablan sobre el ocaso
de la cultura en el mundo moderno.4 Es ms comn, pero slo
como desatino, que la cultura se equipare con actitudes ideolgicas y se oponga a
contra el efecto de- los inte-restringida
reses econmicos; se equipare con los valores y se oponga a las
norrnas; se equipare con la religin y se pondere frente a los
efectos de la posicin poltica. Respecto a esta variable particular, cualquier otra cosa es no-cultural, segrn apuntan sus partidarios. Todo existe en su formR de sistema social.
"rl
I llti
18
social puede analizarse como un ob.jeto cultural, toda estructura social como una (estructun culturalD (para este concepto,
ver Rambo y Chan 1990; para ul$ def'cnsa general de la aproximacin analtica a la cultura, vet' Kennc 1991). Acontecimien-
Intentar habitar este mundo no supone orientarnos a nosotros mismos hacia actitudes idiosincrticas de los indiduos'
Esto es el acercamiento .dirigido hacia la mente del actor" aludido por microterico, .o* los interaccionistas simblicos'
r*.i f" cultura es el entorno de toda accin, habitar el mundo
del significado conlleva, ms bien, entrar en los emplazamien-
tos organizados de parmetros simblicos que estos actores entiend como satudos de significado' Esto no supone afirmar
que la ciencia social aspira a describir los parmetros culturales
y pot sf mismos' En primer lugar, la mera descripcin es
"t
impoiiUte; el anlisis cultural consiste en interpretacin y reconstruccin. En segundo lugar, pretender una comprensin
compleja de los emplazamientos significativos no supone re,r.r.r"iut a un objetivo de explicacin completa' Por ello' mi pretensin es totalmente contraria. Slo con una comprensin ms
musculosa de la cultura puede accederse a una comprensin
real y multidimensional de la relacin entre los sistemas simblicos y los referentes sociolgicos tradicionales'7
Nt podemos entrar en este mundo de significado nicamen-
,1
:lill
emplazamientos
racionalidad (por ejemplo, 1987: 187-214), es decir, glosa sobre los
y conforme
significativos rnes que intentar entenderles. De manera poco sorprendente'
su
un"o ru libro, la ieorizacin de Wuthnow sobre la cultura como variable desplaza
fuenas institu;i;;;; p.ogr"riuo y finalmente, casi de manera exclusiva' hacia las
del entorno de la cultua. Para una penetrante discusin respecto
V
ver
".Ogicas
"ionul",
cle-lo que ellos llaman el <estructumlismo positivo' de Wuthnow'
o io, tf-it"t
y Chan 1990.
Rambo
--J. lri. r.fi"-, <lcntro de la ortodoxia del interaccionismo, a pensadores como Blu-
cultu-
T.Swidlerasumeunaposicincontrariacriticandolasrecientes'sibientoscas'
J" anlisis cultral como meros esfuerzos tendentes a "descrbir las carac'
p-p"*i"t
en
de los productos y experiencias culturales' (se han aadido las cursivas)
(Swidler
con loi esfuerzos <|e'nexplicacitt cultural,, por los que ella aboga
aefectos' y (causas' y paa
1986:273, original en cursivas). Para la investigacin,de*i-ug.t de la cuitua como una ;'caja de henamientas" de smboloso'
accin social., Su
Jal".," desplaia desde la cultura a los niveles del sistema y de la ciencia
social toactualmente las tendencias que han impedido a la
ms sistema la cultura' El ensayo terico de Kane (1991) es e1 esfuerzo
,rru"
"tt.uo
orientado a defender la idea de que la autonoma analltica de la
ii". v-.t*tf"","io
variables
esencial para lograr una valoracin realista de su relacin con las
"rrltro
""
ms estructurales'
i"rti"u,
.or*.t"
.i*"..
"""
;;*y. ."frt;^
tenemos a lr
te provistos de metodologas, ya que tambin
No po-
-";o'
autnornas
W;;. (1958) afirma su fragmentacin en esferas
Esta perspectiva
y
esttico.
loral
cognitivo,
de conocimiento
a paradojas,
nos conduce a la comprensin dei antagonismo,
p* ";"*pto,
li
trunrioandolaslpor
La precisin de
renciacin cultural V-g"""tutitucin de valores'
;;;fu;;;"
;;;;"t.r
configumciones' de signifi'
8. Por ello, ms qtle investigar la textrra de las nuevm
los parmetros tpico-ideales dc ltr
cado, los weberianos
por ejemplo' el vnlor lo
"on,"*oo??n"o.l;;;;.;y..
" uttu
modernidad que Weber u""tid"J "" "i-r"tio
y dems' "lglo'
responsabilidad
la
de
tica
ta
i^ t""i"tlia",
en su trabnjo tetnptn'
y
;.racaba esta dirirrcin entre imbolos valores
"";;;l
l7l
170
especificacin para estudiar el modo en que los vnl<r'cs diferenciados y generalizados afectan a la organizacin del sistema social: soporte para la poltica, motivacin para el traba.jo, la nallaleza de las profesiones y la actividad de la universidad. En
otras palabras, no estudi la estructura interna de los sistemas
simblicos, sino los procesos por los que una estructura de la
cultura dada pasa a institucionalizarse como sociedad.l0
La teora crtica contempornea es similar en una proporcin considerable, si bien apenas concede a la institucionalizacin la atencin que merece. Para Habermas, ni el significado
ni la estructura de la cultura son los objetos reales del anlisis.
Sobre la base de la teora evolutiva de Weber y de Parsons, se
asume la existencia de un pequeo nmero de modelos abstractos, diferenciados y narrativos especficos (Habermas 1984). El
lada premoderna.
Si comenzamos con la idea de que la cultura es una forma de
lenguaje, podemos hacer uso de la arquitectura conceptual suministrada por la semitica de Saussure, su (ciencia de los signos). Si bien no estn, quiz, tan estrechamente organizados
como los lenguajes reales (sin embargo, ver Barthes 1983), los
no sobre Japn (Bellah 1970). Teniendo en cuenta que caminaba hacia el realismo
simblico y su concepto de religin civil, esta distincin qued empaada debido a
qlle su inters en los sistemas institucionalizados fue menguando en favor de las referencias simblicas en y por s mismas. En el trabajo ms reciente de Bellah, el anlisis
interno de los sistemas de significado ha recibido menos atencin.
10. Eisenstadt es uno de los pocos socilogos contemporneos de la cultura que
contina este enfoque inicial parsoniano relativo a la institucionalizacin. Con la incorporacin de elementos del programa cultural de Shils y con la expansin de elementos weberianos implantados en la teora de la institucionalizacin, Eisenstadt, sin
embargo, ha extendido el programa cultural parsoniano (ver Alexander y Colomy
1985). Para seguir la crtica de Eisenstadt a los anlisis macrosociolgicos con motivo
de que realizan una aproximacin ontolgica a la cultura ms que analtica
-una
crltica paralela a mi disctrsin sobre los pmblemas con la aproximacin cultura-comovariable, ver Eisenstadt 1987.
172
I 1. Para un estudio de gran inters de la sociedad contempornea quo lrcc uso dei
la concepcin de Eco relativa a la intrincada red de smbolos, ver el cstudio tlc lJdlcs
(1990) referido a la cultum poltica espaola en la transicin a la democmcir tr.us ll
muerte de Frmco.
sultado de esta especificacindiscursos, partiendo de la estimacin, aunque no identificacin, de los fenmenos propuesta por
Foucault. Los discursos son asentamientos simblicos que encarnan claras referencias a las relaciones del sistema social, ya
se definan en trminos de poder, solidaridad u otras formas
organizacionales (cf. Sewell 1980; Hunt 19a+.rz Como lenguajes sociales, relacionan las asociaciones simblicas binarias con
formas sociales. De este modo, suministran un vocabulario a
los miembros para hablar grficamente sobre los valores supremos de la sociedad, sus grupos relevantes, sus lmites respecto
al conflicto, la creatidad y el disenso interno. El discurso socializa los cdigos semiticos y emerge como una serie de narrativas (Ricoeur 1984)
que especifican y estereotipan
-mitos
la fundacin y fundadores
de la sociedad (Eliade 1959; Bellah
1970a), sus acontecimientos crfticos (Alexander 1,988b) y las aspiraciones utpicas (Smith 1950).
En sus teorlas de las culturas premodernas, los socilogos
clsicos construyeron vigorosos modelos que pretendan explicar el modo en que se desplegaba esta construccin social de
cdigos semiticos. Realizaron esta labor a partir de sus teoras
"socidad,
12. Ms que una relacin entre los sistemas simblico y social, Foucault llamarla a
la forma en que el discurso es constitllido por las relaciones discursivas. nl,as
relacjones dicursivas, en un sentido, se encuentran en el lmite del dicuso; ofrecen
objetos de los que se puede hablm o, ms bien [...] determinan el gmpo de relaciones
que puede establecer el discuso para hablar de este o aquel objeto, o, ms bien,
ocuparse de ellos, nombrarles, analizarles, clasificarles, explicarles, etc. Estas relaciones caracterizan [...] las normas que son inmanentes a Llna prctica, y la definen en su
especificidad, ll97 2: 47 l.
Esta ltima sentencia muestra la dificultad inherente a la aportacin de Foucault.
Tras definir las relaciones discursivas como algo que ofrece objetos al discurso, desbarata la distincin entre estas relaciones y los modelos discursivos al denominal a las
relaciones nomrs, por un lado, y al afirmar qtre aqullas (esas normas o cdigos
simblicos) son, al mismo tiempo, inmanentes a las prcticas, por otro lado. El idealismo reduccionista y el materialismo se ocupan del anlisis de Foucault, por razones de
conftisin terica e inters ideolgico. Ms que reincidir en la propuesta foucaultiana
de establecer el qvfnculo poder-culturao, debemos aprender el modo de separar analticamente las dos esferas de cara a entender aquello a lo que el poder est vinculado,
como afirma Lamont (1988).
esto
174
175
'(
I
$l|r
176
las filbricrs a reducir sus costes. Los efectos de su incorporacin son igualmente objetivos. En cuanto tecnologfa, sustituye
al trabaio humano, la composicin orgnica del capital cambia
El neo-marxismo, aunque ha resado la determinante relacin que Marx plante entre economa y tecnologa, sigue aceptando el enfoque positivista de la tecnologfa mantenido por
Marx en cuanto un hecho puramente material. En el reciente
trabajo de Rueschemeyer sobre la relacin entre poder y divisin del trabajo, por ejemplo, ni los parmetros simblicos
generales ni la trayectoria interna del conocimiento racional
se conciben como crecimiento tecnolgico determinante. <Es
la inexorabilidad del inters y de las constelaciones de poder
Rueschemeyer (198: I l7-l l8)- la que da forma, in-afirma
investigacin fundamental y la que determina las
a
la
cluso,
transformaciones del conocimiento en nuevos productos y nuevas formas de produccin.> Deberfamos espernr hnsts el l'uncionalismo moderno para ver a la tecnologfa como ulg<l muv
diferente, pero esto es verdad slo en un sentido nrtty limitod(t.
Por ello, Parsons (1967) critic a Marx por situar a la tecnologlrt
en la base; los funcionalistas han sido siempre consciertes cle
que a la tecnologfa le pertenece una posicin ms intermeclin en
el sistema social. Nunca la han contemplado, sin embargo,
como algo muy distinto a un producto de conocimiento racional y han concebido, a menudo, sus causas eficientes y sus efectos especficos en trminos materiales.
En Ciencia y sociedad en ln Inglntena del siglo WII, Menon
subraya el papel que jug el puritanismo en la inspiracin de
las invenciones cientficas. Sin embargo, bajo esta atmsfera en
la que se avaron procesos de invencin cientlfica, la causa
inmediata de la tecnologla ftie el beneficio econmico. La "relacin entre un problema surgido del desarrollo econmico y el
esfuerzo tecnolgico es ntido y definitivo", sostiene Merton
(1.970: t44), incidiendo en que <la importancia en el mbito de
la tecnologla con frecuencia queda asociada con las estimaciones econmicasr. El (portentoso desarrollo econmicoo de la
poca fue el desencadenante de las invenciones, ya que uplante numerosos problemas relevantes necesitados de solucinu
J11i
178
t79
ellos difunden esta racionalidad ms all de su esl'ea de competencia tcnica: <La nueva ideologa sostiene que los problemas de la sociedad son solubles sobre una base tecnolgica, con
el uso de la competencia tcnica adquirida educacionalmenteo
(1979:24, se han aadido las cursivas). Al pretender comprender la sociedad en su totalidad, la nueva clase puede suministrar un bagaje de racionalidad para la sociedad en su conjunto.
Gouldner tambin subraya, por supuesto, que esta difusin de
la racionalidad tcnica puede crear un nuevo tipo de conflicto
de clase y un foco
"racional" de cambio social. Esta nocin, sin
duda alguna, remite simplemente a la vieja contradiccin entre
fuerzas (tecnolgicas) y relaciones de produccin, revestidas
con el ropaje postindustrial. Cuando Szelenyi y Martin (1987)
critican la teora de Gouldner como economicista, han alcanzado su nrlcleo terico.
Con el empleo de distinciones tericas similares, tericos
conservadores propusieron conclusiones idelogicas diferentes.
En su teorfa postindustrial, Bell (1976) tambin llama la atencin sobre la creciente racionalidad cultural de las sociedades
modernas, un modelo cultural que tambin ncula directamente a las demandas tecnolgicas y productivas. De cara a producir y mantener las tecnologfas avanzadas que se encuentran a la
base de las instituciones econmicas y polticas postindustriales, los valores cientfficos y la educacin cientfica han adquirido una dimensin nuclear en la da moderna. En las esferas
polticas y econmicas de las sociedades modernas, por tanto,
la cultura sobria, racional e instrumental es la norrna. En oposicin a esta esfera tecnolgica que se desarrolla en este contexto,
de acuerdo con Bell (197 6), se encuentran los valores irracionales postmodernos que crean las contradicciones culturales de la
sociedad capitalista. Aqu la contradiccin entre fuerzas (tecnolgicas) y relaciones se reviste con otra indumentaria. Cuando
Ellul, el otro terico conservador de la
"sociedad tecnolgicao,
considera como
-recuerda
rribando las ejas formas
de legitimacin.o
Estas ejas formas de legitimacin se basaban en la tradicin, las narcaicas cosmovisiones mfticas, religiosas y metaffsicas) qlue se orientaron hacia <las cuestiones ntcletres de la
existencia colectiva de los hombres, por e.jemplo, .justicia y libertad, olencia y opresin, felicidad y satislhccin [,,,'l anr<;r.v
odio, salvacin y condena, (9). Despus cle quc cl cl'cct< clc ln
tecnologa se ha hecho notar no tiene senl.iclo v<lvel. a pluntcnr
estas cuestiones: <La autocomprensin cr.ltr.rmlmenlc clcfiniclu
de un mundo-deJa-vida social se reemplaza por la nutorlcil'icrcin de los hombres bajo las categorlas de la accin telcolgicoracional y del comportamiento adaptativo> (105-10), Sc lra
producido una expansin horizontal de los strbsistemas clc uccin teleolgico-racional) de tal magnitud que <las estnrcttrr.as
tradicionales se han subordinado, paulatinamente, a las concliciones de racionalidad instmmental o estratgica> (98). En cstc
sentido concreto, Habermas (111) mantiene que la ideologfa dc
la tecnologa ha desplazado al conjunto de las ideologfas prcccdentes. A causa de la tenacidad con la que cursa esta racionalidad, esta nueva ideologa no muestra nla fuerza de un engao o
una (fantasa que se autocumple", ni (se yergLle del mismo
modo (como las ideologlas iniciales) a partir de la causalidad de
slmbolos disociados y motivos inconscientes". Esta ideologfa,
aade Habermas, ha dejado de lado cualquier intento de expresar una proyeccin de la nbuena vidar.
macin ha fortalecido el control de la burocracia sobre la informacin que ella necesita de continuo. Pero las aproximaciones sociolgicas a la tecnologa, que hemos examinado en esta
seccin, se extienden mucho ms all de lo que las observaciones emplricas pudieran sugerir. La versin ms dura del marxismo y la torla crtica describe una sociedad obsesionada por
la tecnologa cuya conciencia se ha estrechado tanto que las
182
dominaron el mundo.
A pesar de que la teora religiosa de Weber es de suma importancia, adolece de ciertas insuficiencias. En primer lugar,
Weber concibi el estilo moderno de salvacin de un modo caricaturesco. Nunca ha sido tan unilateralmente asctico como
Weber supone. La actidad mundana se desencadena desde los
deseos de escapar de este mundo, al igual que la auto-negacin
asctica de la gracia se caracteriza por los episodios de intimidad mstica. En sus escritos sobre la modernidad (Alexander
1986), Weber reconoca, en Lrn gesto muy forzado, que la sociedad industrial acoge en su seno la tendencia a nhuir del mundoo, en cuya categora inclua cosas tales como la renuncia de
los modernos a la creencia religiosa, el fanatismo ideolgico o
la huida facilitada por el erotismo o el esteticismo' Si bien Weber conden estas huidas como irresponsables, sin embargo, no
fue capaz de incorporarlas a la sociologa de la vida moderna.
Representaban un poder con el que su teora historicista y tpico-ideal era de todo punto insostenible.
En verdad, los intentos modernos de lograr la salvacin a
travs de vas puramente ascticas no slo han tendido a formas abiertamente escapistas, tambin se han volcado hacia el
mundo cotidiano. Nunca estaamos en disposicin de saber,
desde las afirmaciones de Weber, por ejemplo, qu es lo que
pensaban los puritanos de su relacin con Dios sobre las intimidades del matrimonio sagrado (Morgan 1958); ni seramos
conscientes de que la explosin del nantinomianismoo mstico
era un peligro constante y recunente en la da puritana' La
tradicin post-puritana del protestantismo evanglico, que se
desarroll en Alemania, Inglaterra y Estados Unidos a finales
del siglo dieciocho e inicios del diecinueve, se distingui por su
184
Durkheim. Este pensaba que los seres humanos continan didiendo el mundo entre lo sagrado y lo profano y que, incluso los
hombres y las mujeres modernos, necesitan experienciar directamente centros msticos a travs de encuentros rituales con lo
sagrado. En el contexto moderno, por tanto, la teorfa de la sallruitt de Weber puede elaborarse y sustentarse solamente con
un viraje hacia Durkheim' El raje puede hacerse ms enriquecedor ii llevamos a la prctica la modificacin que Caillois
185
li
rfirl
Las esperanzas de salvacin han ido de la mano de las innovaciones tecnolgicas del capitalismo industrial. Valioslsi
mas invenciones como la mquina de vapo el telgrafo y el
telfono (Pool 1983) fueron aclamadas por las lites y las masas como velfculos de trascendencia secular. Su celeridad y
poder, que se proclamaron por doquier, socavarfan los lmites
mundanos del tiempo, el espacio y la escasez. En sus primeros
das de esplendor, se conrtieron en recipientes de experiencia
exttica liberadora, instrumentos que transportaban a la gloria
del cielo que se alza sobre la tierra. Los tcnicos y los ingenieros que concebfan esta nueva tecnologla accedieron al estatus
de sacerdotes mundanos. Sin embargo, en este discurso tecnolgico la mquina no ha sido slo Dios sino tambin el diablo.
A principios del siglo diecinueve, Luddites critic a las mquinas de hilar como si fueran los dolos que condenaron los padres hebreos. William Blake denunci a las
"tenebrosas hilanderfas satnicas". Mary Shelley escribi Frankenstein, o el Prometeo modemo, referido a los resultados terrorficos desatados
por el esfuerzo en construir la mquina ms <portentosao del
mundo. El gnero gtico supuso una rebelin contra la era de
la Razn e insisti en que las ftierzas sombras arn seguan
amenazando, fuerzas que, a menudo, tomaban cuerpo en el
motor de la tecnologa. Paradjicamente, la poca moderna
tuvo que ponerse a salvo de esas fuerzas. Existe una lfnea directa desde el resurgimiento gtico a la pelcula enormemente
popular de Steven Spielberg, La guerra de las galaxias (Pynchon 1984). La ciencia ficcin de hoy mezcla tecnologla con
los temas gticos medievales, opone el mal frente al bien, y
promete la salvacin respecto los lmites del espacio, del tiempo, de la propia mortalidad.
El ordenador es la ms novedosa y una de las ms potentes
innovaciones tecnolgicas de la edad moderna, pero su simbolizacin ha sido la misma. La estructura cultural del discurso tecnolgico se encuentra arraigada con toda firmeza. En trminos
tericos, la introduccin del ordenador en la sociedad occidental
se asemeja, en grado sumo, a la tumultuosa entrada del Capitn
Cook en las islas Sandwich: se trat de *un acontecimiento al
que el sistema concedi significacin y notoriedad, (Sahlins
186
187
Toda vez qr.re la mqrrina alcanz mayor grado de sofisticacin y se granje r'espeto reverencial, las referencias a los poderes divinos se establecieron abiertamente. Los nuevos ordenadores nrepresentan a Csar enando las facturas mensuales y
[...] a Dios contando los votos de los obispos catlicos del mundo" (T4165). Era muy comln una broma relativa a un cientfico
que intent doblegar a su ordenador plantendole la cuestin:
existe Dios? <El ordenador cay en un primer momento. Poco
despus respondi: "Ahora sf existe"' (N1/66). Despus de describir al ordenador en trminos suprahumanos
en
-ninfalible
y totalmente
la memoria, increblemente rpido en matemtica
imparcial en el juicior- una revista de tirada semanal hizo la
profeta transissiguiente deduccin , por lo dems, oba:
"Este
torizado puede ayudar a la iglesia a adaptarse a las necesidades
i88
1{l ,l
poraba attdio, fue descrito como (un cerebro infantil con una
voz fugaz> y como nel nico cerebro mecnico con un corazn
compasivo) (N10749). Su nfisiologla" (SEP2/50) pas a ocupar
el centro neurlgico del debate. Los ordenadores ofrecan una
nmemoria interna> (T9149), oojoso, un (sistema nervioso,
(SEP2/50), un <corazn que hila, (T2/5I), y Lrn (temperamento
femenino> (SEP2/50), junto al cerebro del que ya estaban dotados. Se anunci que tendran "descendientes" (N4/50), y en los
ltimos aos surgieron "familias> y (generaciones, (T4165). Se
produjeron, finalmente, perodos evolutivos. uRebasada su infancia', anunci Time (T4/65), el ordenador estaba a punto de
entrar en un (estado de madurez incuestionabler. Sin embargo,
operando de este modo un tanto neurtico, para sus diseadores (se habfa convertido en un nio mimado y veneradoo.l
El perodo de definicin compulsiva se redujo rpidamente,
pero las terribles fuerzas para el bien y el mal que los nombres
simbolizaron haban entrado en nuestros das en un combate
encarnizado. La retrica de la salvacin super este dualismo
en una direccin, la retrica apocallptica en otra. Ambas mnniobras pueden verse en trminos estntcturrles cotno orosicin binaria superada por el suministro dc un tercer trnriro,
Pero tambin estn en juego profundos asuntos cnrocionules y
metafsicos. El discurso del ordenador era escatolgico rot'tue
el ordenador se vea ligado a los problemas de la viclu y lu
muerte.
En primer lugar, la salvacin se defini en trminos estricttmente matemticos. El nuevo ordenador nresolverla en un santaimn> problemas que nhan desconcertado a los hombres durante aos> (PS10/44). En 1950 la salvacin ya habla sido definida de forma ms amplia. nl-lega la revolucino se lee en un
titular de una crnica referida a estas nuevas predicciones
(T11/50). Surgi un inconfundible y sionario ideal de progreso: nl-as mquinas pensantes posibilitarn una civilizacin ms
saludable y dichosa que cualquier otra conocida> (SEP2/50). La
gente, ahora, estara en condiciones de uresolver sus problemas
de un modo electrnico y sin dolor alguno, (N7i54). Los avio6. Muchas de estas referencias antropomrficas, que dieron lugar a la fase .caris'
mtica del ordenador, se han rutinizado en la literatura tcnica, por eiemplo, cn
tminos tales como ntentorin y getteraciottes.
1
t9t
nes, por ejemplo, podran alcanzar sus destinos nsin ayuda alguna del piloto> (PSl/55).
En 1960 el discurso pblico sobre el ordenador adquiri sos verdaderamente milenaristas. nSe ha abierto una nueva era
tenido lugar, pero su concurso parece haber comenzado. Arribar en cinco o diez aos, sus efectos se presentarn en no mucho tardar, la transformacin es inminente. Sea cual sea el intervalo de influencia, el resultado final es incontestable. <Traer
consigo un efecto de proporciones insospechadaso (RD3/60).
nSuperando la ltima gran barrera del espacior, el efecto del
ordenador sobre el mundo natural ser enorme (RD3/0). Buena parte del trabajo humano ser eliminado, y la gente se sentir <libre para acometer tareas completamente nuevas, muchas
de ellas orientadas hacia el perfeccionamiento de nosotros mismos, produciendo belleza y solidaridad con el otro> (McSlOS.tz
Las concciones se eron confirmadas, en un tono ms ra_
dical, a finales de los aos sesenta y primeros de los setenta. Los
nuevos ordenadores tienen tan <terrible poder) (RD5/71) que,
como Dios record en el Gnesis, engendrara oel orden desde
el caos, (BW7171). Es un hecho que ula edad del ordenador est
amaneciendo>. Un signo de este milenio ser que .la forma
comn de pensar a partir de los trminos causa y efecto ser
sustituida por una nueva conciencia, (RD5/71). No puede negarse que esto era la materia prirna de la que nse hacen los
sueos> (USN/67). Los ordenadores transfor-rnaran todas las
fuerzas naturales. Sanaran las enfermedades y garantizartan
una da prolongada. Permltiran a cualquiera conocer aspectos
recurrentes en todas las pocas. Facilitarfan a los estudiantes
mtodos ms sencillos de aprendizaje, al cual, adems, mejoraran hasta la perfeccin. Traeran consigo una solidaridad mundial y una abolicin de la guerra. Derribarlan la estratificacin e
impulsaran el reino de la igualdad. Garantizaran gobiernos
responsables y eficientes, negocios productivos y rentables, trabajo crcativo y un sosiego enormemente satisfactorio.
Como si del apocalipsis se tratara, mucho es lo que quedaba
por decir. La mquina siempre ha simbolizado, adems de la
esperanza trascendental, el temor y el repudio desdencadenados por la sociedad industrial. Time aludi, en cierta ocasin, a
esta profunda ambigedad sirvindose de la sin gtica de la
realidad. Visto de frente, el ordenador muestra una ndignidad
sus
-cadenas
Finalmente se desencadena el cataclismo, el iuicio final relativo al delirio tecnolgico terrenal que se predijo desde 1944
17' El discuno lgico ha representado siempre una transformacin que eriminara
el trabajo humano y dotara a los hombres de perfeccin, amor y entenimiento mutuo, tal y como la retrica de las descripciones del comunismo de Marx demuestra
ampliamente.
192
hasta el da de hoy. Los ordenadores son (Frankenstein (monstruos) que pueden [...] destruir los cimientos de nuestra sociedad, (Tll/50). Pueden conducir a ndesrdenes (que pudieran
193
humano continu nutriendo el discurso que circund el nacimiento del ordenador. En la dcada posterior, los temas referidos a la utopa y a la antiutopa continuaron prevaleciendo (por
ejemplo, Turkle 1984: 165-19). La desilusin y el *realismoo,
sin embargo, tambin se expresaron con ms frecuencia. En la
actualidad, los nuevos ordenadores han pasado de la portada
del Time a los anuncios en las pginas deportivas de losiarios.
Esto es rutinizacin. Podrfamos, por ello, observar como este
rhltimo episodio en la historia del discurso tecnolgico est pasando a formar parte de la historia.
Conclusin
Los cientficos sociales han observado el ordenador a travs
del armazn de su racionalizado discurso sobre la modernidad.
Para Ellul (1.964:89), represent una fase de nprogreso tcnico>
que (parece ilimitadao ya que <consiste, primeramente, en Ia
eficiente sistematizacin de Ia sociedad y la conquista del ser
humanoo. Lyotard, representante emblemtico de la teora
postmoderna, reclama que se lleve a efecto el mismo tipo de
modernizacin extravagante. <Es un lugar comnr, afirma Lyotard (1984: 4),
"el que Ia miniaturizacin y comercializacirde
las mquinas ya est modificando el modo en el que el saber se
adquiere, se clasifica, se hace aprovechable y rentabilizabler.
Con el advenimiento de la informtica, el aprendizaje que no
puede
"traducirse en cifras de informacino se abandona. En
contraste con la opacidad de la cultura tradicional, la informtica produce nla ideologla de la "transparencia" comunicacionalo
(5), que seala el declive de la ngran narrativa> y conducir a
una crisis de legitimaci6n (66-67).
194
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200
201
El determinismo ecolgico, la diferenciacin funcional, la expansin demogrfica, la sancin administrativa y el control leestudio de cada
gal, incluso, la distribucin de la propiedad
-el
uno de estos casos se ha tomado como el cometido decisivo de
la sociologla alaluzdel trabajo inicial de Durkheim. De la obra
intermedia y tarda han surgido otros temas. El carcter relevante de la integracin moral y emocional es, sin duda alguna,
el legado de ms calibre, pero los antroplogos tambin han
puesto en marcha, a partir de este trabajo, un anlisis funcional
203
r
de la religin y del ritual, y un anlisis estructural del sfmbolo y
del mito. Ninguno de estos referentes heredados, sin embargo,
dan cumplida cuenta de la trayectoria referida a la tardfa y ms
sofisticada comprensin sociolgica de Durkheim. Dada l esta-
ili:
[,,i
p.ti..r-
"r, travs
lar, el ritual religioso, se convertan ahora en el modelo
del cual Durkheim efectuaba los procesos de comprensin de la
da social. La interaccin produce una energa semejante a la
oeferyescencia, del xtasis religioso. Esta energa psquica se
acopla, por s misma, a los smbolos determinantes
e
-cosas
ideas- que cristalizan, en lo sucesivo, en hechos sociales
cfticos. Los smbolos, por lo dems, tienen su propia organizacin
autnoma. Se organizan a partir de lo sagrado y lo profano,
ste rltimo se compone de meros signos, el primero d sfmbolos saturados de misterio, y esta divisin constituye la autoridad. Estos slmbolos sagrados, mantena Durkheim, podran
ejercer control, por s mismos, sobre la estructura de la organizacin social. El carcter fluido de lo sagrado le conerte en
contagioso y venerado. Las sociedades deben elaborar nonnas
tendentes a su aislamiento, razn por la cual debe separarse
claramente, no slo de las sustancias impuras, sino tamtin de
las profanas. Deben llevarse a cabo, adems, ceremonias complejas para su peridica renovacin.
204
moderna del significado hace verdaderamente dificil la incorporacin de sus meditaciones, aunque su relevancia est fuera de
toda duda. Durkheim fue el rlnico que insisti en el carcter
central del significado en la sociedad secular y slo en su obra
comienza a anunciarse una teoa sistemtica de la vida cultural contempornea. Esta teorfa supera a la teorla post-clsica
ms importante ---el funcionalismo- en diferentes aspectos. El
funcionalismo ha ligado los valores culturales, exclusivamente,
a la tensin estructural social o, en el caso de Parsons, ha conceptualizado la autonoma de la cultura aludiendo nicamente
a nvaloresr, una forma, por lo dems, esttica y estructuralista
de remitirse al significado.
A pesar de todo, debe reconocerse, taxativamente, que la
sociologfa religiosa de Durkheim es diffcil de entender. Esta dificultad no reside simplemente en el intrprete; tambin descansa en las profundas ambigedades de la propia teora. La
sociologfa religiosa de Durkheim abarca tres niveles diferentes: como metfora, como teorfa general de la sociedad y, tambin, como teorfa especlfica de determinados procesos sociales.
Es necesario separar estas teorfas de cualquier otra y evaluarlas
con independencia de si las inalterables contribuciones de la
obra tarda de Durkheim se han comprendido adecuadamente
y si se han incorporado al pensamiento contemporneo.
Parece claro, en un sentido, que la insistencia de Durkheim,
despus de 1896, en que la sociedad es religin juega un papel
metafrico. Ha inventado aquf una poderosa y conncente forma de defender la incorporacin del valor a la accin y al orden. Lejos de comparecer como un mundo de corte utilitarista
y ceido nicamente a lo dado, la sociedad moderna tambin
tiene un fuerte vlnculo con fines intensamente vividos que exigen la conformidad con significados poderosos. Estos fines su-
sociologla religio
como Lrna serie de dispositivos retricos
-la
sa de Durkheim es overdadr. Comunica, efectivamente, la importancia de las cualidades anti-utilitarias en el mundo moderno. Sin embargo, como un vocabulario conceptual o terico,
conserva los problemas bsicos. Como una teora general de la
sociedad ----el segundo nivel en el que opera- la sociologla religiosa de Durkheim es ciertamente errnea. Y lo es, en primer
energetizados que desprenden respeto y misterio. Estos sfmbolos se constituyen a travs de experiencias osocialeso con un
capital S, perlodos de renovacin que estn al margen de conflictos y de preocupacin material, cuyo desenlace integrativo
es absolutamente completo. Este mundo de smbolo y ritual,
sin embargo, se concibe como opuesto al mundo profano de los
indiduos, instituciones econmicas y estructuras estrictamente materiales. Como estos objetos son profanos pasan a ser nosociales y como son no-sociales no se consideran ni socialmente
estructurados ni sociolgicamente comprensibles.
Pero los slmbolos intensamente energetizados no son, desde
luego, el nico modo en que se generan y perduran los valorts
en la sociedad moderna. El mundo profano, definido como el
mundo rutinario portador de una carga de emocin relativa-
El modelo ritualista de la da religiosa que Durkheim desarrolla en sus ltimos aos es una hermenutica de la experiencia intensificada y dirigida por valores. Interpreta la estructura
y los efectos de los encuentros inmediatos con las realidades
trascendentes. El vocabulario religioso de semejante experiencia, tal y como Durkheim insisti hasta la saciedad, no deriva
de los atributos excepcionales de los encuentros dinos, sino
del hecho que tales encuentros tipifican la experiencia trascendente como tal. Esta experiencia religiosa, por tanto, es una
da secular.
Un encuentro directo e inmediato con la experiencia trascendente es relevante para los procesos seculares baio, al menos, dos modos distintos. Primero, los procesos del sistema so'
cial, en sl mismos, nunca quedan ligados en str totalidad n pres'
cripciones normativas
masiva o espordicamente, implica la re-experimentacin directa de los valores fundamentales (cf. Tiryakian 1967) y, con
harta frecuencia, su retematizacin y reformulacin tanto
como su reafirmacin. El sistema clasificatorio de los smbolos
colectivos, en ocasiones, puede modificarse bnrscamente por
mor de estas experiencias; la relacin de los actores sociales con
estas clasificaciones dominantes siempre se inerte y se transforma. Los mitos culturales se reven y se difunden hasta las
circunstancias contemporneas. Las solidaridades sociales se
rehacen. Con todo y con eso, mientras la solidaridad siempre es
algo concomitante al ritual, pudiera expanderse o contraerse,
dependiendo de cada caso especffico. Finalmente, las relaciones
210
de rol se han transformado, no slo en trminos de la estructura de oportunidades y recompensss, sino en trminos de definiciones subietivas de rol.
n
En este punto me gustadn lntmdrrclr un estudio de caso que
pretende ejemplificar esta rclovnncla recrrlnr cle ln sociologfa religiosa de Durkheim. Mi dlculn ohrc ln crlls <lelWatergate
en Estados Unidos entr 1972 v 1974 rmllgrre, de un modo
ms detallado y especfflco, el nndllsls da ln autorldnd que hn
sido mi referente empfrlco en ln dlscusln nnterlrr, Despus de
efectuar este extenso anlisis del Watergnte, regresar a una
consideracin ms general sobre ln especffica estructura explicativa de la teorfa religiosa de Durkheim.
En junio de 1972 empleados del Partido Republicano im:mpieron de forma ilegal y delictiva en las oficinas generales del
Partido Demcrata en el hotel Watergate en Washington, DC.
Los republicanos describieron este acto como nrobo de tercera
categora>; los demcratas dijeron que se trataba del mayor
acto de espionaje poltico, un smbolo de demagogia general
gestado por el presidente republicano Richard Nixon y su equipo. Los americanos no se dejaron llevar por reacciones extremas. El incidente recibi una atencin escasa, sin dar pie a un
ningn atisbo de escndalo. No se oyeron voces discordantes
procedentes de la justicia agraada. Se trataba simplemente de
un gesto de deferencia para con el presidente, del respeto hacia
su autoridad y de la creencia de que su explicacin sobre este
suceso era verdadera a pesar de que, retrospectivamente, pareci demostrarse lo contrario. Con importantes excepciones, los
nuevos medios de masas decidieron, tras un breve lapso de
tiempo, restar importancia a lo ocurrido, no porque lo hubiesen
querido evitar bajo coacciones, sino porque lo consideraban
como un asunto de poca relevancia. En otras palabras, el Watergate conserv parte el mundo profano en el sentido que
Durkheim da al trmino. Inclusive, despus de la eleccin nacional en noviembre de ese ao, el 80 o/o de la ciudadanla norteamericana no consideraba que hubiera lugar a una
"crisis
Watergate>; el75 o/o senta que lo ocurrido se circunscribfa, rlni211
superior se encuentran los valores: aquellos aspectos ms generales y elementales de la cultura que informan los cdigos que
regulan la autoridad poltica y las normas dentro de los cuales
se resuelven los intereses especficos. Si la poltica influye rutinariamente en la atencin consciente de los participantes polticos sobre los fines y los intereses, se trata de una atencin relativamente especfica. La poltica rutinaria, uprofanao, significa,
de hecho, qLre estos intereses no son stos como la olacin de
valores y noffnas generales. La poltica no-rutinaria comienza
cuando se siente la tensin entre estos niveles, ya sea a causa de
su inversin en la naturaleza de la actividad poltica o por una
inversin en general, una tensin entre los fines y los desarrollos de los niveles superiores. La atencin pblica se traslada
desde los fines polticos hacia cuestiones ms generales, hacia
las normas y los valores qLre se perciben ahora en estado de
peligro. En este caso, podemos decir que se ha producido la
generalizacin de la conciencia prlblica a la que me he referido
como el punto central del proceso ritual.
A la luz de este anlisis podemos entender el raje en la
narracin del Watergate. Primeramente se le observa como algo
perteneciente al nivel de los ob.jetivos unicamertc polfticosu
por el 75 o/o dela ciudadanfa norteaucricara. Dos aos clcsrus
de la irmpcin en las oficinas del raltido Dcurct'utu, dut'uttte el
verano de I974,la opinin pblica cambi tadicnlnrcrtc. Dcsdc
los objetivos estrictamente polfticos sc rasatra altota n corsiclcrarlo como un asunto que violaba costuntbtcs y cdigos nromparte del 5O o/o de la poblacin-, como
Ies y, finalmente
-por
un desafo a los valores ms sagtados que sopofaban el poder
poltico mismo. Durante el final de este perfodo de crisis de dos
aos, casi la mitad de qr-rienes habfan votado a Nixon cambiaron su parecer, y dos tercios de todos los votantes pensaban que
el asunto habla trascendido el mbito poltico.r Lo que sucedi
fue una generalizacin radical de la opinin. Los hechos no
eran distintos sino el contexto social desde el que se consideraban bajo otro prisma.
Si volvemos la mirada hacia los dos aos de transformacin
1. Estas figtrras se extrajeron del panel de encuestas del perodo 1972-1974 rcalizadas por el Estudio Americano de Elecciones Nacionales dirigido por el Instituto para
la Investigacin de Ciencia Social de la Universidad de Michigan.
213
il
del contexto del Watergate, constatamos la creacin y la resolucin de una crisis social fundamental, una resolucin que implicaba la ms profunda ritualizacin de la da polftica. para realizar este estatus <religioso, tuvo que producirse una generalizacin extraordinaria de la opinin respecto a una amenaza poltica que parti del ncleo duro del poder establecido y rna pugna
satisfactoria, no slo contra el poder en su forma social, sino
contra las poderosos principios culturales que l molizaba.
Para entender este proceso de creacin y resolucin de crisis
debemos integrar la teora del ritual de Durkheim con una teorla
ms musculosa de la estructura y procesos sociales. permltaseme presentar estos factores antes de pasar a indicar cmo fueron implicndose cada uno de ellos en el caso Watergate.
Qu debe ocurrir para que una sociedad participe de procesos de crisis relativos a sus fundamentos y de renovacin ritual?
En primer lugar, en ella debe darse suficiente consenso social respecto a que un suceso pueda considerarse contaminante,
o anmalo, por ms de un segmento reducido de la poblacin.
En otras palabras, slo con consenso suficiente la nsociedado
puede, por sf misma, estremecerse e indignarse.
En segundo lugar, en ella tiene que existir la percepcin, por
parte de un grupo significante que participa en este consenso,
de que este suceso no es slo anmalo, sino que su potencial
contaminante amenaza el <centro> de la sociedad.
En tercer lugar, si esta crisis profunda pretende resolverse,
los controles institucionales de la sociedad deben ponerse en
marcha. Sin embargo, incluso los legtimos ataques dirigidos
contra los sustratos contaminantes de la crisis se perciben, a
menudo, como alarmantes. Por esta razn, semejantes controles tambin molizan las fuerzas instmmentales y la amenaza
de la fuerza para hacer desaparecer los poderes contaminantes.
En cuarto lugar, los mecanismos de control social deben
acompaarse de la movilizacin y la pugna entre las lites y la
opinin pblica que se han diferenciado y autonomizado relativamente del centro estructural de la sociedad. A travs de este
proceso comienza la formacin de los contra-centros.
En quinto y ltimo lugar, deben ser efectivos los procesos de
interpretacin simblica, esto es, los proceso rituales y de purificacin que prolongan los procesos descritos e insisten en la
intensidad del centro simblico y sagrado de la sociedad en de214
blan perdido intensidad de forma significativa. El candidato demcrata, McGovern, era el sfmbolo del nizquiet'dismoo sobre el
que Nixon haba orientado stt reccin negativa y los elementos
reaccionarios de su presidencia. La presencia activa de McGovern durante este perodo, por tanto, permiti a Nixon continuar promocionando la poltica autoritaria que podrla iustificar
el Watergate. No debera sLrponerse, sin embargo, que, al no
existir una reintegracin social significativa durante este perfodo, no se produjo una actidad simblica significativa' Es de
suma importancia entender que el acuerdo en las sociedades
complejas se produce a varios niveles. En ellas pudiera existir
acuerun acuerdo cultural extremadamente significativo
-eg'
do complejo y sistemtico sobre la estructura y los contenidos
del lenguaje- mientras espacios de acuerdo subjetivo relacionormas sobre la conducta
nados social y estructuralmente
simblico sin consenso social
polltica- no existen. El acuerdo-eg.
puede existir, sin embargo, dentro de las arenas culturales ms
sustantivas que el lenguaje.
Durante el verano de 1972 se puede lrazat un complejo desarrollo simblico en la conciencia colectiva norteamericana, un
215
216
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tura" Watergate
Mal
Bien
Hotel Watergate
Ladrones
Estafadores
del Deparlamento de Justicia
Buscadores de dinero
de Procesamiento
La burocracia federal nvigilanteo
Mal
Bien
Comunismo/fascismo
Enemigos turbios
Democracia
Delito
Cornrpcin
I-ey
Personalismo
Presidentes menores
(e.g. Harding, Grant)
Grandes escndalos (e.g. el caso
de Teapot Dome)
Honestidad
Responsabilidad
Grandes presidentes
(e.g. Lincoln y Washington)
Reforrnadores
heroicos
menguado y muchos asuntos fueron copados por grupos centristas.s Estas fuerzas centristas readaptaron el universalismo
crftico sin asociarlo a temas ideolgicos y objetivos especfficos
de la izquierda. Con este consenso en proceso de formacin,
surgi la posibilidad de sentimientos comunes de violacin moral y, con 1, se desencaden el momiento hacia la generalizacin respecto a objetivos e intereses polticos. Ahora, una vez
que se pudo disponer de este primer atisbo de consenso, los
otros elementos, que ya he mencionado, podran activarse.
Los factores segundo y tercero ya citados aludan a la inquietud relativa al centro y a la invocacin del control institucional de la sociedad. Los desarrollos en los meses post-eleccin
ofrecieron una atmsfera ms segura y menos npolticao para la
operacin de controles sociales. Estoy pensando aqu en la actidad de las Cortes, del Departamento de Justicia, de diferentes
agencias burocrticas y comits congresuales especiales. La
operacin de control social de estas instituciones legitimaron
los esfuerzos mediticos tendentes a Ia extensin de la contaminacin del Watergate circunscrita a las instituciones centrales.
Eso reforz la duda de la opinin pblica sobre si el Watergate
sera, de hecho, slo un crimen de pequea enjundia. Tambin
forz la remergencia de muchos hechos hasta la superficie.
Desde luego, en este punto el nivel ltimo de generalidad y gra5. Esta obseruacin se bas en Lln muestlo sistemtico de nuevas estas nacio_
nales y los nuevos reportajes televisados desde 1968 hasta 1976.
218
-sacralizacin,
219
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poltica mundana. Nixon poda ser objeto de crfcas y el Watergate legitimarse como una crisis real slo si los efectos se definan como algo que sobrepasaba la poltica e implicaba a los
aspectos morales fundamentales. Estos efectos, sin embargo,
tenan que quedar estrechamente nculados con las fuerzas
prximas al centro de la sociedad poltica.
222
en-escena, spone que las palabras por ellos emitidas pueden poseer ----en la conciencia
pblica- el estatus ontolgico de la verdad.
En este sentido, la lucha de Nixon contra la emisin televisiva de las sesiones era
una lucha por circunscribir la informacin sobre las sesiones del Senado a la menos
convincente esttica del papel de prensa. El y sus defensores suponfan que si se realizaba la forma televisada la batalla ya estarfa parcialmente perdida' Esta reflexin de la
filosofa de lo esttico, sin embargo, deberfa modificarse desde dos puntos de vista. De
un lado, defender en la siguiente discusin que, como la cobertura televisiva de los
nuevos acontecimientos es contingente, el realismo de las sesiones del Senado necesariamente era incierto. La <posesino dela puesta+n-escetla del Watergate -el juego
escnico de las sesiones- estaba lejos de quedar fijada.
Mi reflexin anterior, de otro lado, indica que el dictamen de Bazin debe modifi'
carse tambin siguiendo otros derroteros sociolgicos. La telesin, incluso, la televi'
sin ufactuab, es un medio que depende de la influencia y la voluntad de querer scr
aceptar estados de hecho al mismo tiempo- depende de la conftanzo
influidos
-para
en el que persuade. El grado en el que es creible la televisin factual --cmo y en qu
grado realiza el estatus ontolgico al que est, por asf decir, autorizado esttlcamct'
te- depende del grado con el que se observa como un medio de informacin dlfcren'
ciado e imparcial. Por ello, el anlisis de los datos de las encuestas del perlodo tuglcru
que uno de los rcferentes ms slidos que apoyaba la destitucin fue la ceenclt tlc
que las noticias televisivas eran imparciales. Esto se sigue de que una de las plltuenrs
razones que negaban la acepcin del Watergate como un problema serio -lncldlcncltr
nicamente en la culpabilidad de Nixon- antes de la eleccin de 1972 cu ht rclccr'
cin generalizada de que el medio no era independiente sino parte dcl novitticnto
modernista de vangrrardia, un vlnculo que era, desde luego, enrgicametrlc tl:tnlcado
por el cepresidente Spiro Agnew, Como ya he mostrado en la desctlpcirt tlcl rroceso, el medio entre enero y abril de 1973 se rehabilit gradualmente, Los sctltimientos
de polarizacin polltica decayeron y otras instituciones clave ahom pttt'cclan apoyar
los ohechos, inicialmente presentados en el medio' Slo porque cl lrtctlio televisivo
ahora podrla apoyarse sobre un justo y extenso consenso soclal sus tttcnsajes podrfan
empezar a alcanzar el estatus de realismo y verdad. Este virnio (lo contexto socia
hacia la forma esttica es crftico, por consiguiente, con la comprcnsklll dcl impacto do
las sesiones del Senado.
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estabilidad, a
quierda. Tambin lo justificaban posicionndose contra el cosmopolitismo que, en las mentes de los tradicionalistas regresivos, haba socavado el respeto a la tradicin y neutralizado las
norrnas constitucionales universalistas del juego. De forma mas
especffica, apelaban a la lealtad como el estndar ltimo que
debera imperar en la relacin entre subordinados y autoridades.
Un aspecto de sumo inters que resuma dos de esas apelaciones
era la referencia pasiva por parte de los testigos de la administracin a los valores de la familia. Cada testigo llevaba a su mujer e
hijos, si los tena. Verles posicionados tras 1, acicalados y con
buen aspecto, aportaba vfnculos afectivos con la tradicin, la
austeridad y la lealtad personal que establecan, simblicamente,
los grupos de la cultura reaccionaria.
Los senadores, por su parte, haclan frente a un enorme reto.
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descarada afirmacin de los mitos universalistas que constituyen la espina dorsal de la religin cil americana. A travs de
estas cuestiones, afirmaciones, referencias, ademanes y metforas, los senadores mantenlan que todos los americanos, los poderosos y los no tanto, los ricos y los pobres, ac1an rtuosamente en los trminos del universalismo puro de la tradicin
cil republicana. Nadie es egolsta o inhumano. Ningrln americano se obsesiona por el dinero o el poder a expensas del juego
limpio. Ninguna lealtad de grupo es de tal intensidad que incurra en la olacin del bien comn o neutralice la actitud crftica
dirigida a la autoridad, que es la base de la sociedad democrtica. Se declaran la verdad y la justicia los temas principales de la
sociedad poltica americana. Cualquier ciudadano es racional y
actuar de acuerdo con la justicia si le est permitido conocer
la verdad. La ley es la plasmacin perfecta de la justicia y el
cargo consiste en la aplicacin de la ley bajo las formas de poder y la fuerza. Como el poder corrompe, el cargo debe reforzar
las obligaciones impersonales en nombre de la justicia y la razn de las personas. Las narraciones mticas que encarnaban
estos temas se recordaban con harta frecuencia. En unas ocasiones se trataba de fbulas intemporales, en otras eran relatos
sobre los orfgenes del derecho cil ingls, a menudo eran narraciones relativas a Ia conducta ejemplarizante de los numerosos presidentes sagrados de Estados Unidos. John Dean, por
ejemplo, el testigo anti-Nixon ms conncente, encarnaba, de
forma sorprendente, el mito del detective norteamericano
(Smith 1970). Esta figura de la autoridad derivaba de la tradicin puritana y en numerosos relatos se le representaba como
el infatigable buscador de la verdad y la injusticia desprosto
de emocin y de vanidad. Otras narrativas se desarrollaron de
un modo contingente. Para los testigos de la administracin
que confesaron, los <sacerdotes> del Comit garantizaron el
perdn de acuerdo a las formas rituales establecidas y sus conversiones a la causa de la rectitud dieron pie a fbulas para el
resto de los procedimientos.
Estos mitos democrticos se confirmaron con la confrontacin de los senadores con los valores de la familia. Sus familias
no aparecieron a lo largo de las sesiones. No sabemos si tenan
familia pero, en cualquier caso, sta no fue presntada. Al igual
que el presidente del Comit, Sam Ervin, que se apoy en la
226
Otro proceso que accedi al estatus ritual fue el del juramento de los testigos. No proporcion ninguna funcin verdaderamente legal porque no se trataba de procedimientos legales. Con todo, el juramento funcionaba como una forma de
degradacin moral. Rebajaban a las personas famosas y poderosas quienes quedaban asociadas al estatus de ncualquier
hombre". Les situaba en posiciones subordinadas sobre la base
la ley todopoderosa y universalista del pafs.
En trminos de conflicto directo y explcito, las preguntas de
los senadores se centraban en tres temas principales, cada uno
de los cuales era fundamental respecto al soporte moral aglutinante de una sociedad cil democrtica. En primer lugar, subrayaban la absoluta prioridad de las obligaciones dimanadas
del cargo sobre los asuntos estrictamente personales: osta es
una nacin de leyes, no de hombresD. En segundo lugar, destacaban la plasmacin de tales obligaciones emanadas del cargo
en una autoridad trascendente: *Las Leyes de los hombres, deben conducir a nlas leyes de Dioso. O como Sam Erwin le plante a Maurice Stans, el tesorero de Nixon especialmente daado por el caso
"iQu es ms importante, no violar las leyes o no
olar la tica?>. Finalmente, los senadores insistfan en que este
soporte trascendental del conflicto de inters permiti a Norteamrica ser una autntica Gemeinschafi, en los trminos de Hegel, una verdadera nuniversalidad concretao. Como propuso el
senador Wiecker en una clebre declaracin: nl.os republicanos
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228
Bien
Hotel Watergate
Casa Blanca
F.B.I.
Ladrones
Estafadores
Buscadores de dinero
Empleados del CREEP
y Partido Republicano
El anterior fiscal general y
el secretario del Tesoro
Los consejeros ms cercanos
al presidente
Departamento de Justicia
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Ben
Comunismo/fascismo
Enemigos turbios
Democracia
Casa Blanca-arnericanismo
Delito
Cornrpcin
I-ey
Personalismo
Presidentes menores
(e.g. Harding, Grant)
presidente Nixon
Grandes escndalos
(e.g. Watergate)
Honestidad
Responsabilidad
Grandes presidentes
(e.g. Lincoln, Washington)
Reformadores heroicos
(e.g. Sam Ervin)
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llunca son completos. En primer lugar, los sfmbolos rituales
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-el
do de los inicios de las sesiones y sus revelaciones ms
dramticas- el aumento entre los republicanos que consideraban nserio, al Watergate era el 20 o/o y enfre los independientes el 18 o/a;
para los demcratas, sin embargo, el crecimiento porcentual
fue slo el 15
o/o.7
La crisis que, durante aos, sigui a las sesiones fue intem-rmpida por los episodios de conwrlsin moral e ira pblica,
por la ritualizacin renovada, por el nuevo giro de la clasifica-
7. Las figuras de esos dos rltimos pargrafos se extraen de los datos electorales
presentados en Lang y Lang (1983: 88-93, 114-17). Al apropiarse el trmino userio,
partiendo de las encuestas, sin embargo, los Lang no diferencian suficientemente los
elementos simblicos a los que se refera la designacin.
230
cin simblica para incluir el ccntro estructural, y por la expansin adicional de la base de soliclaridad de este simbolismo para
incluir muchos segmentos sigrril'icativos de la sociedad americana. Como consecuencia de lus sesiones del Senado, se cre la
Oficina Especial de Fiscalcs, Se compona, casi en su totalidad,
de antiguos miembros alinonclos en la oposicin de izquierda a
Nixon, quien, en su toms de rosesin del cargo realizada pblicamente admiti las declnrtclolcs cle slr compromiso con la
justicia imparcial, un proccso que, nrfis adelante, puso de manifiesto los poderosos pnoccos clc ctreralizacin y solidarizacin
en curso. El primer fiscal erpeclul lirc Achibald Cox cuyo tras-
mismo tipo de condensacin simblica como simbolismo onlrico, pero a una escala de masificacin colectiva. La angustia de
la ciudadana se fue intensificando, sin embargo, por el hecho
de que la contaminacin ahora se haba difundido directamente
hasta la figura que se supona iba a sostener la religin cil
norteamericana en su conjunto, el Presidente.mismo. Con la
indignacin de Cox, el presidente Nixon entr en contacto inmediato con la lava contaminante de la impuridad sagrada. La
contaminacin derivada del Watergate se haba filtrado ahora
hasta el centro de la estructura social norteamericana. Mientras
el apoyo a la destitucin de Nixon se detuvo muy pocos puntos
durante las sesiones del Senado, despus de la
"masacre del
sbado nocheo se increment, en grado sumo, hasta alcanzar
los diez puntos. De este desbordamiento se derivaron los primeros movimientos congresuales favorecedores de la destitucin y
la puesta en marcha del proceso de destitucin en la Cmara de
los Representantes.
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1.til
y del
235
der mayormente la interaccin poltica como nttina insttrmental. La transicin del carisma (Weber 1.978: 246-255) era
precedida por la innovacin estructural por parte del equipo
auto-interesado del lder y desatada automtica y concluyentemente por la muerte del lder. La comprensin de Durkheim es
este es, sin lugar a dudas, el
ms compleja. Por un lado
-y
nuestra investigacinproblema con el que comenzamos
Durkheim consider el mundo no-ritual como completamente
profano, como no-valorizado, como poltico o econmico,
como conflictivo e, incluso, en cierto sentido, como no-social
(Alexander 1982: 292-306). Al mismo tiempo, sin embargo,
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contaminados del conformismo, la condescendencia personalista y a la rivalidad entre camarillas. Muchos aos despus del
final de lo liminar, los americanos aplicaron estos imperativos
morales intensamente recargados al conflicto de grupo y de inters y a la da burocrtica, demandando, por el contrario, un
universalismo radical y una solidaridad reforzada.
caso parece ser disPara la poblacin adulta, por tanto
-el
tinto para los nios-, el efecto del Watergate no increment el
cinismo o el alejamiento de la polftica. Todo lo contrario. La
efervescencia ritual aliment la fe en el nsistemao poltico, incluso, cuando la desconfianza producida prosigui minando la
confianza en determinados actores y autoridades institucionales. La desconfianza institucional es diferente de la deslegitimacin de los sistemas generales per se (Lipset y Schneider 1983).
Si existe confianza en las normas y valores concebidos para regular la da poltica puede haber ms debate sobre la gestin del
poder y la fuerza (cf. Barber 1983). En este sentido, la demo'
cracia poltica y la eficiencia poltica pueden oponerse, ya que
la primera se apresta, por s misma, al conflicto mientras que la
segunda depende del orden y control.
En el perfodo inmediatamente posterior al post-Watergate,
una enorrne sensibilidad abierta al significado general dcl cargo
y a la responsabilidad democrtica condu.io a ttn conflicto cnconado y a una serie de desaffos larzados al control autoritario.
El Watergate pas a ser, nts que antes, ttna nretfbra de tlna
enorrne trascendencia. Ya no era sin'rplemente un referente
para denominar acontecimientos qlle se habfan producido nobjetivamente> sino un estndar moral que ayudaba nsubjetivamente> a crearlos. Destacados miembros de la da polltica, inspirados por su poder simblico, dieron muestra de un comportamiento indigno y fueron sancionados. El resultado fue una
serie de escndalos: <Koreagate", <Winegate", <Billygate>, por
citar unos pocos. La gran expansin del Watergate a la conciencia colectiva norteamericana dio pie a una serie de sacudidas de
anti-autoritarismo populista y racionalidad crtica. Las exposiciones que siguen muestran lo que decimos.
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Por todo esto la intensidad de los smbolos impuros del Watergate permaneci completamente intacta. Ios juicios a los
conspiradores del Watergate dieron lugar a grandes titulares y a
una honda preocupacin. Sus confesiones publicadas y mea
culpas fueron objeto de intenso debate moral e, inclusive, espiritual. Richard Nixon, la autntica personificacin del mal, fue
sto por los norteamericanos alarmados como una inagotable
fuente de peligrosa contaminacin. Todavla expresin de lo sagrado, su nombre y su persona eran formas del olquido impuroo. Los norteamericanos intentaron protegerse a s mismos de
su lava contaminante edificando muros de contencin. Pretendan mantener a Nixon fuera de la nbuena sociedad" y aislarlo
en San Clemente, su primer estado presidencial. Cuando Nixon
intent comprar un apartamento de grandes dimensiones en
Nueva York, los propietarios del edificio resolvieron por votacin prohibir la venta. Cuando aj por el pals, las multitudes
le abucheaban y los polticos le evitaban. Cuando reapareci en
televisin, los teledentes enaron cartas cargadas de indignacin y desaprobacin. De hecho, Nixon slo pudo escapar a este
rechazo saliendo r pafses extranjeros, aunque, incluso, algunos
lfderes extrtnjeros evitaron acercarse a l en pblico. Para los
norteamericanos cr.ir real el temor desmedido a ser rozados por
Nixon o por su imagen. Esle contacto pareca conducir a la
ruina inmediata, Cuando el presidente Ford concedi el perdn
a Nixon, muchos meses despus de asumir el cargo, acab repentinamente la luna de miel de Ford con el pblico. Deslustrado por este (sin embatgo fr"rgaz.) vfnculo con Nixon, se gan la
antipatla de una parte considerable del electorado que le cost
la posterior eleccin presidencial.
El esplritu del Watergate finalmente se atenu. Buena parte
de la estructura y del proceso qure desat la crisis reapareci, si
bien de forma significativamente modificada. Nixon haba dirigido su apuesta reaccionaria contra la modernidad en el cargo,
y despus de su salida este movimiento contra el secularismo
liberal inclusivo prosigui. Pero este conservadurismo floreca
m
En la primera parte de este trabajo he subrayado Ia importancia de la sociologa religiosa del rlltimo Durkheim. Al mismo
tiempo, he sostenido que debera aceptarse ms como una teola
emplrica de procesos sociales especfficos que como una teora general de las sociedades. En la segunda parte he puesto de
relieve lo que son estos procesos sociales especfficos con referencia a la crisis del Watergate en Estados Unidos, emplazando la
sociologfa religiosa dentro de un marco general terico y emplrico. En esta parte final, pretendera fijar la atencin, someramente, en el estatus de esta teora religiosa tardfa de un modo ms
general y abstracto.
244
lr
organizacin simblica favoreci la concentracin del funcionalismo parsoniano sobre los valores. Los ovaloresr remiten a
las ideas cognitivas explcitas relativas al significado de la estructura social. El anlisis de los valores ha funcionado con frecuencia como un pretexto para la reduccin de la cultura a la
estructura social, y ha tendido, de esta suerte, a producir una
descripcin fragmentaria de la cultura como compuesta por
unidades discretas y desligadas del significado. No se trata de
actuar asl aunque el anlisis trabe contacto con la aproximacin
temtica a la historia intelectual. El anlisis de Martin Wiener
(1981) sobre el ascenso de los valores anti-industriales en la historia inglesa es slo un caso. La obra de Sewell (1980) sobre el
es
-tan
brillantemente elaborada por Geertz (1,973).- debe incorporarse al equipamiento de herramientas de la sociologfa cultural.
Como apunt, primeramente, Dilthey (1976: 155-23), y ms
recientemente ha insistido Ricoeur (1971), para los propsitos
246
247
r'lfil
248
11. Mientras sahlins (197) niega el ltimo punto, su anlisis del slmbollsmo do ln
comida en cuanto estructurado por valores implantados en la actual dn humtn
pone de manifiesto que es verdad.
249
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LA PREPARACIN CULTURAL
PARA LA GUERRA: CDIGO, NARRA"TTVA
Y ACCIN SOCIAL
El estudio del simbolismo poltico se ha incrementado debido al predominio de un enfoque simplista sobre las nociones
de manipulacin estratgica por parte de las lites del podel
falsa consciencia, capital simblico y hegemonfa ideolgica. La
cultura hace el trabajo sucio al poder, una reluciente variable
dependiente que la estructura social mundana manipula a vo-
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luntad.
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253
I
I
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Las naciones democrticas e, incluso, las naciones articuladas por la movilizacin de masas, podran ir a la gueffa para
defender intereses geopolticos, pero sus ciudadanos podrlan no
hacer la guelTa por ellos.
La guerra tiene sus razones racionales. Ciertamente el dominio geopoltico puede estar en juego, el dominio que ofrece
el control del mercado y el acceso prilegiado a recursos escasos y poder poltico. El logro o prdida de tales recursos pudieran ser de suma importancia para la posicin interna de una
255
II
La presencia del sentido para participar en una guerra implica la interrelacin de tres formas simblicas distintas: cdigo, narativa y gnero. Dentro de estas formas los ciudadanos
entienden las acciones de las autoridades pollticas y sus equipos, y las de sus adversarios en el (otro)) polo. Para hacer la
guen'a de manera exitosa, estas formas deben definirse e interrelacionarse de distintos modos conceptualmente restringidos.'
Mientras nuestra discusin sobre estas formas slo puede pro'
ceder secuencialmente, en la prctica su articulacin temporal
no es tan pulcra. En un momento histrico dado, los cambios
en una u otra forma pudieran marcar la pauta.
Cdigo. Los miembros de la sociedad se entienden a sl mismos y a sus lfderes en funcin de los emplazamientos estructurados de las oposiciones simblicas. Las estructuras simblicas
no son contingentes. Por el contrario, en las sociedades democrticas constituyen un ndiscurso de la sociedad ciI" (Alexander y Smith 1993) que se ha mantenido notablemente constante
durante un prolongado espacio de tiempo. Este discurso define
motivos y relaciones sociales y las instituciones a partir de las
cualidades enormemente simplificadas de bien y mal, (esencias, que separan la forma pura y la impura, los amigos de los
enemigos y lo sagrado de lo profano.
A pesar de todo, mientras estas estructuras de comprensin
no son contingentes, su aplicacin en una situacin histrica
especfica lo es en mayor grado. En este sentido, y slo en este
sentido, la polltica es una pugna discursiva; se remite a la distribucin de lderes, seguidores y naciones a travs de estos asen-
rrrito positivo, posee alusiones apocalfpticas que permiten variaciones negativas. Una batalla concreta, despus de todo, puede
terminar en desastre. Aunque Armageddon es la autntica (madre de todas las batallaso, en una lucha especfica los soldados
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sorr
histricas particulares
relacin entre cultura, accin y sis-la y flexible.
tema social- es contingente
Por el contrario, su interrelacin en el nivel del significado
organizacin del sis-laestructurada. Por ejemtema cultural- se encuentra altamente
plo, aunque las figuras sacralizadas (cdigos) pudieran necesariamente constituir la sustancia del herosmo (gnero), este rlltimo no puede tomar forma sin los cdigos. La stira y la comedia, por su parte, no puede configurarse con esa sacralizacin.
La violencia justificada y el sacrificio ritual recurren a la narrativa de la salvacin, que depende, en lo sucesivo, de escrupulo.
sos cdigos de lo sagrado y lo profano y de la presencia de
cualquiera de los gneros de la bsqueda o de la tragedia.
Estas relaciones estructuradas en el nivel del significado
pueden ilustrarse en los escritos literarios sobre la guerra y la
violencia. Para los lectores del inquieto conquistador clsico de
Cervantes, Don Quijote era ms ridfculo que heroico porque sus
adversarios se vean como quimeras de su imaginacin y no
plasmaciones actuales de lo profano. Cervantes desvaloriz cmicamente el gnero heroico, restando su importancia al distanciar a su audiencia de sus caracteres y hacerles mundanos.
259
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l-cs adversarios del Quijote eran molinos de ento, no adversarios y su amigo Sancho era menos un santo que un manipulador desventurado e ignorante. Tras ese cdigo y gnero, lo que
estaba en juego era la supervivencia del Quijote, no la salvacin
del mundo.
Estructuras semnticas similares subyacen en nuestros das
a las novelas de espionaje. Robert Ludlum, por ejemplo, tom
la Guerra Frfa como una lucha por el alma de la humanidad,
los caracteres occidentales y soviticos se relacionaron con.lo
sagrado y lo profano respectivamente, y el espla occidental emprende una hlsqueda heroica que culmina en una batalla olenta definitiva transida de resabios apocalfpticos. Ubicando al
hroe y al adversario sobre un mismo cdigo, John Le Carre
separa el gnero de espionaje de la bsqueda de la tragedia y, a
menudo, tambin de la comedia y la stira. Mientras el apocalipsis se adivina bajo la superficie, los relatos tfpicos de John Le
Carre concluyen sin desenlace dramtico. En la ficcin del gnero del espionaje posterior a la Guerra Fra, las posibilidades
histrico-universales han disminuido ms an. Mientras lo bueno y lo malo siguen abriendo grandes posibilidades, y la accin
heroica abunda, es ms difcil situar acontecimientos como el
declive industrial y la autodestruccin por consumo de drogas
en un marco salvacionista. La novela de Le Carre, The Secret
Pilgrim, era completamente retrospectiva e irnica en el tono.
Para disponer de un slido apoyo popular para hacer-la-guen a, no pueden esgrimirse tales impulsos desvalorizados. Los
lderes del grupo local y los del enemigo deben simbolizarse a
partir de lo sagrado y lo profano, y los gneros valorizados de la
bsqueda y la posible tragedia deben quedar completamente
concernidos. El reto debe representarse exitosamente como histrico-universal, de modo que el carcter y el gnero se engarcen en el mito salvacionista. Reto, salvacin y sacralidad, por
tanto, constituyen los requisitos culturales ineludibles para la
guen'a (o revolucin). Esta combinacin es la estructura cultural tpico-ideal para la legitimacin de la guerra. Para los americanos, la Segunda Guerra Mundial suministr una experiencia
semejante e, incluso, se erigi en una metfora, tanto en la literatura como en la vida, para la Guerra Perfecta. En la da, a
diferencia de la literatura, por supuesto, hay un prerrequisito
pragmtico fundamental para que este recurso semntico pue-
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Debera quedar claro que el momiento desvalorizado conduce a una genuina oposicin social y, finalmente, puede inspirar un marco de antibelicismo militante. La carencia de con263
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profundamente reformistas
producen,
a menudo,
marcos
anti-rgimen e, incluso, revolucionarios. Incluso en las sociedades democrticas, la creacin y la movilizacin de contramomientos provocativamente ideolgicos tienden a producir es-
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formalidad cultural. El momiento de intermpcin de la guerra deviene una brlsqueda heroica y mftica, cuyos lfderes y seguidores estn comprometidos en un esfuerzo histrico-universal para salvar el mundo. Al confrontarse una con otra como
reclprocos deJa-vida-tal-y-como-debera-rse, las
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acciones simblicas de los movimientos proguerra y antiguera
justifican las formulaciones ms extremas sobre el otro polo.
Los marcos exteriores de este modelo representan la "caja negra' de la que hemos hablado al inicio. Con nuestra discusin
iobre sus dinmicas internas hemos comenzado a levantar la
tapa de esta caja y abrirla a la htz del da. Con ello, nuestra
intencin es hacer patente la importancia de la cultura como
que creemos que slo de esta
'. variable independiente, para lo
"So.-u puede comprenderse atinadamente la multidimensionalidad de las dinmicas del poder.
Sin embargo, en diferentes puntos de esta discusin, tambin nos hemos referido al papel formativo que diferentes factores sociales e institucionales juegan en el acto de iniciar la brlsqueda del significado de la guerra, en el desatar cambios entre
los marcos, en el formar los actores cuyos intereses estn en la
elaboracin de interpretaciones y, generalmente, en la creacin
de condiciones inintermmpidamente cambiantes cttyo impacto
sobre los actores sociales reales demanda que se realice el significado.
En el centro de nuestro modelo situamos a los polticos quehacen-la-guelTa, sus asistentes y los soldados del cuerpo general. Presumimos que este es el grupo primero y primario que
tiene un inters en la legitimacin de la guerra' No importa que
los intereses objetivos estn en juego, son los motivos y la posicin social de estos gmpos los elementos que activan y dinamizan, etrprimer lugar, las redes estnrcturales favorecedoras de la
guerra que hemos descrito. Estos actores interesados-en-la-guerru hu.tt frente a dos tipos diferentes de entornos sociales, y
los resultados de una lucha particular por la legitimacin de265
l)cn(lc de su cancter especlficamente histrico. Er-r lo que poclrfamos llamar el entorno externo se encuentran los enmigos
y los aliados que incluyen en cada grupo, no slo los ejrciios,
sino tambin polticos, intelectuales y portavoces oficiales y no_
oficiales. La constrrrccin de este entorno externo obviamente
tiene enormes implicaciones para esta lucha por la legitima_
cin. Son, por ejemplo, los aliados y los grupos enemigos de
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rlodo. Por el contrario, si el perfodo preblico incluye un profundo desacuerdo y conflicto entre los grupos polticos, los artffices-de-la-guerra, con independencia de su desfreza, tendrn
una mayor dificultad relativa al tiempo. Los oponentes domsticos les percibirn en el lenguaje del enemigo y las relaciones
ntr el gobierno y las lites independientes podrn tensionarse.
Johnson, quien entr en Vietnam en un perodo de notable
consenso
domstico, presenta un caso tpico de la primera
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isituacin. Richard Nixon, a pesar de que hered el problema de
Vietnam y organiz la retirada de las tropas estadounidenses,
j Lyndon
mente por las articulaciones particulares de la posicin del grupo y el orden normativo. El entorno interno afecta a la realizacin-de-la-guen'a porque la suministra una estructura histricamente prea de oposicin y cooperacin poltica, social e ideo_
lgica entre el partido gubernamental y los grupos extraguber-
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simbolizar, de sbito, determinacin y arrojo.
Tan pronto como este apoyo a la guerra se fragu, sin embargo, rpidamente empez a declinar. En las semanas de la
molizacin norteamericana inicial, Estados Unidos y otras naciones aliadas comenzaron a didirse con motivo del debate interno. Mientras los ciudadanos norteamericanos y los lderes
267
Bibliografa
y Philip Strlnu (1993), nThe Discourse of American Civil Society: A New Proposal for Cultural Studieso, Theory and
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University Press.
to de la guerra.
Estos grupos de inters, y los grurpos intelectuales, estudiantiles y religiosos en creciente oposicin, hicieron esfuerzos ex-
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