WITOLD, Kula-Problemas y Métodos de La Historia Económica-Ediciones Península (1977) PDF

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PROBLEMAS Y M TO DO S DE

LA HISTORIA EC O N M IC A
historia, ciencia, sociedad, 100

Witold Kula
PROBLEMAS Y MTODOS DE
LA HISTORIA ECONMICA

ediciones pennsulaM R

La edicin original polaca fue publicada por Pnstwowe Wydawnictwo Naukowe,


de Varsovia, en 1963, con el ttulo de Problemy i metody gospodarczej. Pnstwowe
Wydawnictwo Naukowe Warszawa, 1963.
Traduccin directa del polaco de M e l i t n B u s ta m a n te .

Cubierta de Jordi Fornas.

Primera edicin: septiembre de 1973.


Segunda edicin: septiembre de 1974.
Tercera edicin: noviembre de 1977.
Realizacin y propiedad de esta edicin (incluyendo la traduccin y el diseo
de la cubierta): Edicions 62 sa Provenza 278, Barcelona 8.
Impreso en Lito-Club, Npoles 300, Barcelona.
Depsito legal: B. 42.872-1977.
ISBN: 84-297-0899-5.

Introduccin

Este libro tiene como finalidad presentar una serie de aspec


tos de los problemas y los mtodos de la historia econmica,
desde la situacin en la cual se halla en la actualidad esta cien
cia hasta llegar en la medida de lo posible al da de maa
na en tanto sea factible prever el desarrollo de la misma en el
futuro ms inmediato. Sin embargo el mtodo de presentacin
es histrico. Ahora bien, esto no es tan fcil en los tiempos
actuales, despus de tantos siglos de reflexin racional en tom o
a las cuestiones de carcter social enteram ente nuevas. Aunque
en algunas ocasiones estas proposiciones o las de ms all se nos
antojen nuevas, en la mayora de los casos es debido a un insufi
ciente conocimiento de la historia de la ciencia y en particular
de sus prim eras manifestaciones, como son, por ejemplo, los
anteriores a mediados del siglo xix.
Este libro se halla consagrado a una seleccin de problemas
y procedimientos de la historia econmica. En su program a no
dividimos el libro en captulos relativos a los problemas y en
captulos concernientes a los mtodos, sino que por el contrario,
se trata de m ostrar cmo unos y otros se vinculan de modo re
cproco. La estadstica constituye un mtodo, pero la aplicacin
de la estadstica a la historia plantea una serie de cuestiones
trascendentales que de otra m anera pasaran inadvertidas. Dire
mos tambin que el mtodo estadstico no resuelve todos los
problemas de la historia econmica, sino que algunos de ellos
pueden solucionarse por mediacin de este mtodo. La investi
gacin de la renta nacional representa un procedimiento deter
minado para la interpretacin de los fenmenos econmicos a la
par que constituye un aspecto trascendental de la problemtica
econmica. Y as es en la mayora de los casos: un nuevo m
todo suscita con harta frecuencia una nueva serie de problemas
al mismo tiempo que su aplicacin aclara una serie de cuestio
nes llamadas metodolgicas. Por este concepto entendemos el
anlisis de los mtodos de investigacin de la realidad: es decir,
se trata de saber si es posible y hasta qu punto que un proce
dimiento determinado perm ita investigar una cuestin determi
nada de una realidad dada. En este sentido, cada problema meto
dolgico atae por igual a la realidad y al mtodo. Por otra
parte, no puede haber discusin de los problemas sin la discusin
de los mtodos con ayuda de los cuales aqullos se investigan.
Trataremos de presentar en el marco de su desarrollo hist5

rico la discusin de cada problem a y de cada mtodo. Las indi


caciones habituales de la tcnica de las investigaciones histri
cas nos recomiendan por una parte, agotar la literatura del te
ma en cada indagacin, pero, por otra parte, ante la evidente
imposibilidad de cum plir con ese postulado, se admite asimismo
la hiptesis irreal de que en todo caso as obraron nuestros
predecesores al hacer un batanee de las investigaciones prim eri
zas. Por costumbre se ha seguido el hbito de no rem ontarse ms
all de la clsica ciencia positivista y, en Polonia, por ejemplo,
pude no ir ms lejos de las escuelas varsoviana y cracoviana. Tal
procedimiento es peligroso. Los grandes m aestros de la poca del
Romanticismo, o de la Ilustracin, p ara no decir del Renaci
miento, dieron m uestra de una sorprendente audacia al form ular
ambiciosos problem as en algunas disciplinas as como de una
adm irable perspicacia en su resolucin. Aunque su aportacin fue
considerable, la ciencia positivista dej muchas cosas en el olvi
do. El enorme inters que se siente en la actualidad por la histo
ria de la ciencia tiene una profunda motivacin. As, al abordar
en este libro los problem as y los mtodos de la historia econmi
ca tratarem os de presentarlos en su desarrollo histrico, citando a
los antiguos m aestros, no slo a ttulo de curiosidad, sino te
niendo en cuenta su prioridad en el gnero, tarea sta difcil
de realizar. Baste decir que no existe una adecuada elaboracin
de los acontecimientos de la historiografa en el campo de los
estudios econmicos. En este aspecto el autor ha hecho cuanto
ha podido, y aunque no se ha realizado la tarea de form a exhaus
tiva, se ha tratado de form ular un program a y de m ostrar su
utilidad.
Este problem a se halla vinculado en la cuestin de las notas
a pie de pgina que hemos puesto en este trabajo, y que tienen
el ms variado carcter. A veces se trata de la devolucin a su
autor de un pensam iento determ inado del que nos hemos servi
do; a menudo, las anotaciones tienen como finalidad facilitar al
lector su ulterior tarea remitindole a la literatura concernien
te al tema, a travs de la cual l mismo ha de procurar tener
acceso a otra ms amplia. Por ltimo, con h a rta frecuencia tra
tan de m ostrar la prioridad cientfica y de esbozar la historia
de las investigaciones.
La construccin utilizada en el libro suscita muchas dudas.
La m utua vinculacin de los fenmenos sociales hace que mu
chos problemas a los cuales se han dedicado captulos o aparta
dos especiales, aparezcan tam bin en otros lugares. Con respecto
a las cuestiones concernientes a la descripcin tradicional de la
historia econmica no se les ha dedicado en este trabajo una
atencin especial, por lo cual hemos tratad o de abordarlos al
margen de los problem as de m ayor im portancia a cuyo esclareci
miento pueden servir.
El ndice alfabtico de m aterias, al final del libro, puede fa
6

cilitar la tarea de orientacin acerca de los m ateriales elaborados.


Naturalmente hay que reflexionar sobre los mltiples proble
mas y mtodos de la historia econmica, ya que no todos los
aspectos relativos a los mismos nos interesaban por igual. Como
el lector advertir, la cuestin fundamental que centra la aten
cin del autor es la de la diversidad de los fenmenos econmi
cos en los diferentes sistemas. En todos los captulos este proble
ma est en situacin privilegiada. El autor se afana por traducir
de forina concreta las tan repetidas (y pese a todo verdaderas)
frases sobre la variabilidad histrica de las formas de explotacin
econmica y sobre el carcter histrico de las leyes econmicas,
as como por dem ostrar que, bajo la economa precapitalista y
preindustrial, el precio es de una naturaleza diferente, como son
diferentes las medidas y la empresa, la economa domstica
y la oferta, la demanda y el mercado, etc. Ms delante, se tra ta
de m ostrar que la variabilidad de los fenmenos requiere a
veces una variedad en los mtodos o, por lo menos, su adecua
da adaptacin a las necesidades de la investigacin. Seguir la
referida variabilidad de los fenmenos econmicos ha consti
tuido una obsesin para el autor.
Si el libro no se hubiese publicado hace tantos aos, es po
sible que se hubiese convertido en algo diferente, en especial
con respecto a los problemas que trata de resolver. Tal como
est, la problem tica a la cual aludimos se halla dispersa en
muchos lugares de la obra. A fin de sintetizar sus reflexiones
en tom o al mecanismo del funcionamiento de la economa pre
capitalista y, al mismo tiempo, para experimentar un mtodo
diferente en su investigacin, cual es el concepto de los mo
delos, se ha elaborado una prueba de aplicacin del mismo a los
m ateriales por l conocidos, es decir, a los concernientes a la
Polonia contempornea. Al comienzo, esta prueba deba cons
tituir el decimosptimo captulo del presente libro, pero dada
su magnitud y su carcter algo marginal, este trabajo ha de
ser publicado aparte vindose obligado a remitrselo al lector.
Igualmente se asign un carcter didctico a este trabajo
con objeto de su publicacin. Pues no slo en la ciencia polaca,
sino en el mbito mundial se advierte la falta de un tratado
capaz de asum ir el papel de introduccin para el principiante
en las indagaciones de historia econmica, que le perm ita tener
una visin de los problemas y los mtodos, mostrndole unos
y otros en su desarrollo histrico, dndole a conocer una serie
de cuestiones que en la actualidad son objeto de viva discusin
en la ciencia, y guiando sus primeros pasos por el camino de
las nuevas bsquedas, por lo cual en un principio se pens
titularlo: Introduccin a la historia econmica.
En la ciencia europea existen varios trabajos con ese mismo
ttulo, aun cuando no hayan sido conceptuados con esa mis
ma idea.
7

Los libros de G. D. H. Col ( Introduction to E conom ic H istory,


Londres, 1932) y de Charles Verlinden ( Introduction Vhistoire
conomique, Facultade de Letras da Universidade de Coimbra,
Suplemento do tomo V da Rivista da Historia, Coimbra, 1948)
son en realidad un resum en de conferencias de historia eco
nmica; el prim ero tra ta de la poca del capitalismo, y el segun
do de toda la historia de la humanidad.
La obra de Charles Moraz (In tro d u ctio n Vhistoire conom i
que, Pars, 1943) es una m s entre las tentativas en el campo de
la sociologa econmica, por tratarse de una prueba de interpre
tacin de las diversas form as de explotacin econmico-social.
Los tratados que se aproxim an m s a la introduccin a la
labor investigadora son el estudio de Amintore Fanfani ( In tro duzione alio studio della storia econmica, 1939, III edicin, Mi
ln 1960) y el de Ludwig Beutin ( E infhrung in die W irtschafsgeschichte, Kln-Graz, 1958), el cual no es en sus dos tercios
sino una historia de la historiografa; original en las partes con
cernientes a los siglos xvii y xvin, es muy discutible en cuanto
a los siglos xix y xx constituyendo en su totalidad una defensa
de una determ inada filosofa social (denom inada por su autor
neovoluntaria) que no deja mucho lugar para la introduccin
a las investigaciones. Por ltim o existe el de Beutin, concebido
para uso de los estudiantes. Adems, basta con echar una ojea
da al ndice de nom bres que en l figuran para sorprenderse
ante su particularismo: aparte de la ciencia germ ana no exis
te casi nada ms. Este libro fue escrito por prim era vez en los
aos 1941-1944, gracias al por entonces director de la Bibliote
ca de Sociologa, Economa e H istoria, profesor Andrzej Grodkow, que me m ostr sus ricas colecciones. Despus, discut el
texto con la profesora N atalia Gasiorowska y con los profeso
res Stefan Szulc, Ludwik Landau y Stanislaw Rychlinski. El
ejem plar que salv de m ilagro lo reelabor casi ntegram ente en
los aos 1945-1946 para hacerlo por tercera vez en los aos
1956-1961. Cuando por prim era vez escrib este libro en la Varsovia ocupada por los nazis, hace 20 aos, la ciencia no se halla
ba al nivel en que hoy se encuentra.
La macroeconoma era entonces m s bien un postulado te
rico que un campo reconocido en la investigacin. Las inda
gaciones en tom o a la renta nacional, iniciadas por Colin Clark,
y de las cuales se ocupaban en Polonia M. Kalencki y L. Landau
estaban en sus balbuceos. Casi no se conocan por aquella poca
las investigaciones histricas de la renta nacional ni la im por
tante experiencia sueca. La teora de Keynes constitua la m ayor
novedad. Las investigaciones sobre la economa de los pases
atrasados an no se haban iniciado. La etnologa, que se de
sarrollaba bajo la hegemona de la insigne personalidad de Malinowski, apenas se ocupaba de los problem as de la economa
de los pueblos primitivos.
8

El mtodo estadstico en historia se utilizaba en especial en


dos direcciones: en demografa histrica y en la historia de los
precios, aun cuando en esta ltim a disciplina sus tentativas eran
desilusionantes. Finalmente, la historiografa sovitica, pese a los
afanes de la profesora Gasiorowska en los seminarios dirigidos
por ella en la Universidad Libre Polaca, apenas era conocida
tanto por m como por la mayora de mis compaeros. El hablar
de progreso y de desarrollo econmico en la prim era redac
cin de este libro, era una osada: en la ciencia de entonces
no eran bien vistos tales conceptos.
En el perodo de posguerra, el desarrollo de las investigacio
nes histrico-econmicas tuvo y sigue teniendo una pujanza inau
dita bajo el influjo indudable del gran desarrollo de las ciencias
econmicas y de la antropologa social.
Cuando en el ao 1956 volv a reanudar este trabajo, casi
todo hubo que hacerse de nuevo.
Es evidente que no resulta fcil, en un p ar de frases, carac
terizar las tendencias que en esta ciencia im peran actualmente,
ya que son numerosas, a veces heterogneas y opuestas entre
s. La m icrografa tradicional, que se nutre de la esduela hist
rica alemana, contina siendo la institucin dominante en la
produccin cientfica de la mayora de los pases. Pero para
conocer las tendencias que han motivado el desarrollo de la
ciencia no basta con la estadstica de los temas de ciencias his
tricas ya publicados. Las nuevas tendencias en la historia eco
nmica podran en trar en los apartados siguientes:
a) tendencia al razonamiento con categoras globales, con
categoras de economa social, contraria al anlisis de las ins
tituciones desligadas del contexto;
b) tendencia a las concepciones cuantitativas (esto no sig
nifica que hayan de ser exclusivamente estadsticas), para con
seguir orientaciones en orden a las magnitudes y las propor
ciones;
c) tendencia al descubrimiento del mecanismo funcional del
sistema econmico investigado, y por lo tanto a la confirma
cin de la reproduccin y la m utua dependencia;
d) tendencia al mximo aprovechamiento de las conquistas
de otras ciencias sociales y en prim er lugar las de la economa,
la etnologa (antropologa social), la demografa, la estadstica,
etc.;
e) tendencia al ms extenso aprovechamiento del saber so
bre la heterogeneidad (enorme) de los sistemas socio-econmi
cos existentes actualm ente en el mundo.
Quien compare el tomo de materiales del I Congreso de His
toriadores Econmicos celebrado en 1960 en Estocolmo con, por
ejemplo, los temas de la seccin de historia econmica del VII
Congreso Internacional de Ciencias Econmicas de 1933 en Varsovia, ha de ver con claridad todas esas tendencias y ha de
9

comprender cun grandes son los cambios acontecidos en esta


ciencia en el ltim o cuarto de siglo.
En la medida en que estos conocimientos han ido evolucio
nando y que el autor pudo captar y valorar las tendencias que
en ella se perfilaban, necesit m odificar su concepcin en orden
a la publicacin del presente trabajo: se increment su proble
mtica, y la literatura relativa a estos problem as se multiplic
a un ritm o increble. En una palabra, el horizonte no ha deja
do de am pliarse a m edida que se alejaba la finalidad deseada
por el autor. Despus de veinte aos de labor en este mismo
libro, tam bin se hubiera podido trab a ja r veinte aos m s en l.
Ha sido elegido a conciencia el momento en que esta obra
se ha entregado a la im prenta. Algunos problem as y mtodos,
en especial los ms tradicionales, se om iten por completo. En
tre los que se hallan planteados, algunos lo han sido ms ex
tensamente, de acuerdo con mis conocimientos y mi inters. En
algunos aspectos nos hemos lim itado a hablar de los mtodos,
en relacin a otros hemos tratado de m ostrar su aplicacin res
pecto a determ inados m ateriales conocidos por el autor, es decir,
los m ateriales de fuentes polacas.
El libro plantea problem as y tom a en consideracin m ate
riales concernientes a las diferentes ciencias sociales: la histo
ria, la economa, la estadstica, la demografa, la etnologa, la
sociologa, etc. Teniendo en cuenta el desarrollo cuantitativo del
bagaje cientfico en estas disciplinas, nadie es capaz actual
mente de asum ir tan amplios conocimientos. Pasaron los tiem
pos de los polihistoriadores. Por ello es posible que se encuen
tre m s de un error, de una ingenuidad y de una interpretacin
errnea de los m ateriales extrados de la casa del vecino. He
asumido conscientemente este riesgo. El progreso de la histo
ria econmica depende en prim ersim o lugar de la utilizacin
a manos llenas de los xitos de las ciencias afines.
Al publicar esta clase de libro, deseo expresar mi agrade
cimiento a todas cuantas personas me perm itieron escribirlo.
Debera expresarlo a quienes tanto me han enseado, es decir:
a mis profesores, a mis compaeros y a m is discpulos. Tam
bin he aprendido mucho en el mundo en el cual vivimos, el
cual se distingue hoy por el asom broso ritm o de sus cambios,
lo que le da un singular carcter de universidad para el histo
riador que se afana por investigar su variabilidad y su hetero
geneidad.
Quiero expresar tam bin mis m s efusivas gracias a mis
alumnos y colaboradores de la Ctedra de H istoria Econmica
de la Seccin de Economa Poltica de la Universidad de Varsovia, as como tam bin al III Departam ento del Instituto de
Historia de la Academia Polaca de Ciencias y, en particular, al
doctor Jerzy Jedlicki y al doctor Andrzej Jezierski.
W. K.
10

I.

Historia de la historia econmica

G N E SIS Y COMIENZOS DE LA HISTO RIA ECONOMICA

La historia es una de las ciencias ms antiguas. En cambio,


la historia econmica es bstante reciente, no slo como dis
ciplina independiente sino tambin, y esto es lo ms importan
te, como esfera de inters cientfico, i Catn o Plinio, los autores
del Polptico de Irntinn o del Domesday Book, al interesarse
por la vida econmica, no se interesaban sin embargo por su
pasado ni por su desarrollo. Para nosotros, sus obras consti
tuyen fuentes de la historia econmica, fuentes del saber res
pecto a esta ram a del saber de sus tiempos, ya que los autores
eran ms bien economistas y pertenecan preferentemente a di
cha ciencia. Durante muchos siglos, fue mucho ms estrecho el
nexo entre el inters por la vida econmica y la geografa que
entre la economa y la historia. La economa se hallaba ligada
a la geografa por el deseo de conocer el pas y el mundo, sus
recursos y sus posibilidades. Los motores sociales y los objeti
vos ideolgicos que en el pasado movan los intereses fueron,
durante largos siglos, totalm ente diferentes.
La funcin social ,de la historia consisti durante mucho
tiempo en sum inistrar una legitimacin histrica a determina
dos fenmenos de la poca y a sus derechos sobre el futuro:
a las familias de la realeza y a las aristocrticas, a las institu
ciones seglares y religiosas, a determinados principios y cos
tumbres, a las jerarquas establecidas de valores sociales as
como a los criterios sociales de valoracin. Esta afirmacin es
en cierto modo una simplificacin, pero no hay modo de gene
ralizar sin simplificar. El testimonio de antigedad tena su
fuerza, que fue obligatoria durante un milenio. El argumento de
que as era en el pasado tena una fuerza demostrativa en la
sociedad y hasta en el foro judicial. La vida social estaba cons
truida sobre esa fuerza. De ah la necesidad de la historia. Sin
embargo, pese a la doctrina de la inmutabilidad, en la existencia
haban de producirse cambios, y cada cambio deba buscarse
lina legitimacin en el pasado, deba demostrar su enraizamiento en l, es decir, que en definitiva no era un cambio. Tcdo
lo nuevo recurra al mimetismo, enmascaraba su novedad. Mas
de un innovador y de un revolucionario dijo, como Cristo, que
no haba venido a cambiar la ley sino a cumplirla.
En este sentido el mvil que tenda al pretrito era la bus11

queda en ese mismo pretrito de los m ateriales cuyo antiguo es


plendor deba ad em ar tanto las instituciones existentes, como
las tendencias reformadores.
La actividad econmica era la diligencia desarrollada por las
masas populares, la burguesa y los campesinos. No es de extra
ar por tanto que la economa irrum piera en la historia slo
en el momento en que esas masas, al lanzarse a la lucha por
sus derechos, tuvieron que buscarse por s mismas la dicha le
gitimacin histrica.
Sismondi y Thierry, al escribir su historia de las ciudades
italianas o francesas, y trae r a las pginas de la historia el pa
sado de la burguesa, son los que dan a esta clase social el senti
m iento de su peso e im portancia en el pasado, dndole la certi
dum bre respecto a sus im portantes tradiciones, justificando su
propio convencimiento y el de sus enemigos sobre la base hist
rica de sus postulados presentes y futuros.2 Naturalm ente, Sis
mondi y Thierry, situndose en los lmites de una poca, extra
jeron de los anales de la burguesa sobre todo aquellos elemen
tos y valores que eran los ms estim ados en la sociedad feudal
de entonces, es decir, la libertad poltica y la lucha por su m an
tenim iento sostenida por las comunas contra el feudalismo. Sin
embargo, al mismo tiempo comienzan a abrirse camino los nue
vos valores, es decir la riqueza y sus fuentes: la produccin
y el comercio.
En los pases de la Europa Oriental con una poblacin bur
guesa escasa y en los cuales la lucha contra el feudalismo no fue
dirigida por una poderosa burguesa, entran en la historia no
tanto los anales de las ciudades como la historia de los campe
sinos. El representante m s im portante de esta tendencia fue
Lelewel, adm irador de Sismondi,* quien hall en el pasado las
pruebas de la existencia, en los tiempos remotos del derecho de
los campesinos a la libertad, del cual fueron despojados por la
nobleza, pero que deba fundam entar sus derechos en el futuro.
En unin de la burguesa y del campesinado, la labor eco
nmica ascenda paulatinam ente a las pginas de la historia.
Esta fue una de las corrientes que motivaron el surgimiento
de la historia econmica.
La segunda fuente de la historia econmica fue la formacin
de la m oderna ciencia de la economa poltica.
La naciente economa poltica burguesa tenda a ver como
absoluta la regularidad de los fenmenos econmicos compro
bados por ella en el mundo que la rodeaba sin preguntarse si
quiera si existan unos lmites histricos para sus manifesta
ciones.
Sin embargo, contaba con la manifestacin de tal regularidad
y aspiraba a ella. Mientras la historia fue de hecho slo la his
toria poltica y la historia de las instituciones jurdico-estructurales no poda plantersele el problema de la regularidad, ya
12

que no buscaba las leyes del desarrollo, sino especialmente sus


modelos.
En cambio, desde su nacimiento la economa poltica busc
las leyes y las vinculaciones constantes, llegando hasta sobreesti
m ar en principio esa constancia. Ello fue causa de que a la na
ciente ciencia econmica no le bastara la observacin de un
corto lapso de tiempo, denominado presente. Para am pliar su
campo de observacin, para asegurarse de que la relacin com
probada era una vinculacin constante, deba explorar el pasado.
De esta m anera abri por o tra parte un camino a la historia
econmica. En este aspecto la piedra m iliaria es la aparicin
de La riqueza de las naciones de Adam Smith (1776).4 Es verdad
que en la parte histrica que encierra la obra de Smith slo hay
digresiones, pero en razn misma de su existencia en las pgi
nas de un libro que ha desempeado un papel tan im portante
en la ciencia, stas abrieron camino a nuevos planteamientos de
carcter histrico-econmico. Me refiero a las digresiones sobre
las colonias, la urbanizacin y, muy en particular, al famoso
captulo consagrado a los cambios en el poder adquisitivo de
los metales preciosos.
Es posible agregar a estas dos fuentes fundamentales de la
historia econmica una tercera, como es la de las reform as so
ciales. La inquietud provocada por ciertos fenmenos del pe
rodo de alumbramiento del capitalismo y de los comienzos de
la Revolucin Industrial, indujo a indagar dichos fenmenos y
su desarrollo. Esto concierne Sobre todo a la cuestin tan tpica
de Inglaterra de las Poor Laws. Mientras el libro de Burn
H istory o f the Poor Laws, publicado en 1764, constituye, como
su ttulo indica, un trabajo en el campo de la historia del dere
cho, la obra publicada en la generacin siguiente por Edn,
The State of the Poor: or an H istory o f the Labouring Classes
in England from Conquest to the Present Period (1797), que su
ministr tan inapreciables m ateriales a Marx para escribir E lCapital, constituye desde el punto de vista histrico una obra
que hace poca.s
La declaracin program tica de Ruggles, otro investigador
coetneo de Edn, atestigua que esa actitud era consciente: La
majestad de la historia apenas se ha ocupado en describir las
condiciones de vida de las masas populares: los historiadores
se ocupan de las guerras y de las revoluciones, de los tratados
y de su ruptura, de las intrigas de los partidos... pero, raram ente
se rebajan a considerar los asuntos breves y simples de la His
toria de los pobres.*
La historia econmica no poda nacer antes del alumbramien
to del capitalismo. El ritm o en el cambio de los fenmenos era
por entonces demasiado dbil para que los hombres pudiesen
advertir esas transformaciones. El horizonte cronolgico de su
visin era demasiado estrecho. Vean cmo en las grandes ba
13

tallas se disputaba el destino de los poderosos, cmo crecan y


se desmoronaban las potencias, cmo ascendan a la gloria o
moran los reyes y los caudillos. El crecimiento del campo de
la economa m ercantil y del dinero era difcil de percibir.
La historia econmica nace junto con la economa poltica
burguesa, junto con el capitalism o y la Revolucin Industrial.7

LA PRIM ERA M ITAD DEL SIGLO X I X


Y LOS COMIENZOS DE LA ESCUELA HISTRICA

A comienzos del siglo xix la historia econmica, aunque dista


mucho de hallarse plenam ente conformada, de ser una discipli
na independiente, constituye sin embargo una clara esfera de
inters, un campo ya laborado.
La prim era m itad del siglo xix hace florecer en todos los pau
ses de Europa gran nm ero de obras relativas a la historia eco
nmica. Algunas de ellas constituyen una sntesis en varios to
mos de los distintos problemas, que siguen asombrndonos ac
tualm ente por lo ambicioso de la empresa.
Al frente de este movimiento destacan Inglaterra y Alemania.
En estos dos pases los cientcos se lanzan a las investigacio
nes histrico-econmicas en relacin con los problem as funda
mentales de carcter poltico y econmico a los cuales dichas
naciones se vean abocadas entonces.
En Inglaterra, tales problem as fundam entales eran: el dere
cho de los pobres y el problem a de la libertad de comercio
(Poor Laws y Corn Laws). La lucha poltica que se m anifestaba
tam bin a travs de la publicacin de innumerables panfletos
del ms diverso tam ao y del m s diverso valor cientfico en de
fensa de tesis contradictorias, hizo surgir en torno a dichas cues
tiones una literatura que con frecuencia llegaba hasta el arsenal
de los hechos histricos y a veces prom ova incluso trabajos
propios de los autores, quienes se basaban en las fuentes do
cumentales.
En Alemania el papel fundam ental lo desempeaba la cues
tin de la unificacin bajo el aspecto del problem a econmico
de la Unin aduanera. F. List, adversario de la libertad de co
mercio, inicia con su Das nationale S yste m der politischen konom ie (1841), la llam ada escuela histrica de economa. Aun
que no e ra un historiador, no dej de influir poderosamente
sobre la historia. Nacionalista, se opuso de modo resuelto a las
abstracciones de los clsicos ingleses. Al ceir las especulaciones
econmicas a la economa concreta de un pas concreto, se acer
c asimismo a los mtodos histricos.
Ligados a List, Knies, Hildebrand y particularm ente Roscher
(S taatsw irtschaft nach geschischtlicher M ethode, 1843) son ms
14

bien historiadores econmicos que economistas. Desde el punto


de vista de la historia econmica tienen ciertos m ritos que aca
so sea difcil percibir en sus obras desde el de la historia de la
teora econmica.
En esa m isma poca, en otros pases destacaban otras preocu
paciones de su vida social, las cuales fueron objeto de investiga
ciones histrico-econmicas. En Polonia y en Rusia, el problema
de un campesinado de fuerza revolucionaria inclin hacia la in
vestigacin del pasado de la aldea. En Francia el socialismo ut
pico y muy en particular la apologa sansimoniana del indus
trialismo se hallaban en la base de las indagaciones histricas
sobre la artesana, la industria, las uniones coiporativas y la
clase obrera.
Es evidente que con estas caractersticas nacionales, lo espe
cfico encierra una buena dosis de esquematismo. Las cuestio
nes que acabamos de enunciar se pusieron en estos pases a la
cabeza del inters cientfico aunque no se lim itara a ellos.
Es preciso agregar a estos factores uno ms: el incremento,
en los principales Estados europeos, de las realizaciones de los
servicios centrales estadsticos estatales que, al extenderse cada
vez ms, sum inistraban anualmente nuevos materiales.8 El hecho
de que en torno a una serie de cuestiones de importancia funda
mental surgiera de esa m anera un m aterial constante y en prin
cipio comparable, que cada ao iba incrementndose, inclin a
numerosos investigadores a hacer tales comparaciones y a buscar
las tendencias del desarrollo. Un ejemplo de esta categora de
obras es el libro de C. F. W. Dieterici que tiene el caracterstico
ttulo de: Der V olksw ohlstand im Preussischen Staate in Vergleichungen aus den Jahren vor 1806 und von 1828 bis 1832 so wie
aus der neusten Zeit nach statistischen Erm ittelungen... (1846).
El nombre mismo ya atestigua el carcter histrico de la
obra, que opera con materiales pertenecientes a los cuarenta
aos anteriores. Obras parecidas se publicaron por entonces en
gran nmero, especialmente en Inglaterra9 y en Alemania. El
bagaje de la prim era m itad del siglo xix alimenta en cuanto a
publicacin de .materiales y de monografas. De ellos se ocupa
casi exclusivamente el historiador cientfico. Corregidos y recon
siderados en innumerables elaboraciones ulteriores, en la prcti
ca ya no son necesarios para el investigador que hoy se ocupa
de unos problemas que por entonces se investigaban por vez
primera. Sin embargo son una etapa trascendental en el desa
rrollo de la ciencia.
Al hablar del desarrollo de la historia econmica en la pri
m era m itad del siglo xix es preciso subrayar finalmente su gra
dual retroceso ideolgico. La fuente del inters histrico-econmico anteriormente caracterizado y simbolizado por las figuras
de Smith, Edn y Sismondi estuvo en el estilo progresista del
pensamiento cientfico de la poca. A pesar de todas las limita
15

ciones tpicas de aquel momento, el optimismo ingenuo de un


Smith, el pensamiento utpico de un Sismondi y el filantropismo paternalista de un Edn encerraban una problem tica cien
tfica novadora, audaz y de largo alcance, que abra el camino
a una sociedad m s democrtica que la de aquella poca.
Despus de 1815, en el perodo de la Restauracin, la situa
cin sufri un cambio. Pasaron a prim er trm ino el nacionalis
mo de la escuela histrica y la labor apologtica de estadgra
fos con m entalidad de funcionario, del tipo de Dieterici. La
recopilacin de los hechos reemplaz a las grandes y audaces
concepciones cientficas. A pesar de que en la ciencia histrica
siguieron actuando idelogos del estado llano, les esperaba la
suerte de Augustin Thierry, el eminente investigador de la histo
ria de las ciudades francesas y de la burguesa, quien rompi
su plum a cuando, despus de las jom adas de julio de 1848, el
antagonismo entre la burguesa y el proletariado, que acababa de
m anifestarse trgicam ente en las calles de Pars durante aque
llas jom adas, anul su idea de la sociedad y por consiguiente
su concepcin de la historia. Slo el utopism o industrial en
Occidente y agrario en el Este de Europa m antendra la co
rriente progresista en las investigaciones histrico-econmicas.

E L M AR XISM O Y SU INFLU ENCIA

En esta situacin ideolgica y cientfica surge el marxismo,


que va form ndose en los aos de 1848 a 1867 (contando a par
tir de la aparicin del M anifiesto C om unista hasta la publica
cin del tomo I de E l Capital).
E ntre otros aspectos, esta ideologa fue una concepcin sint
tica de la historia econmica. Estaba fundam entado en el escru
puloso aprovechamiento de todas las indagaciones existentes has
ta la fecha en esta disciplina. A causa de su carcter genuino
influy enorm emente en el desarrollo de la historia econmica.
Pero el marxismo no era slo una concepcin sinttica de la
historia econmica, sino tam bin una teora y un program a
para la prctica revolucionaria, y ambos aspectos se hallaban
muy vinculados en l. Las conclusiones revolucionarias partan
directam ente, en el espritu de los creadores del marxismo, de
esa m ism a comprensin de la teora del desarrollo econmico.
Esto le confera al marxismo un carcter especial y una excep
cional fuerza respecto a las dems teoras cientficas, como asi
mismo se la daba en la actividad cientfica. Desde el momento
de su aparicin nadie pudo ignorarlo. Al sabio impasible le sor
prenda el carcter sugestivo de la sntesis cientfica; el apolo
gista del capitalismo tuvo que luchar con una teora de la cual
se desprendan conclusiones revolucionarias dirigidas contra el
16

capitalismo; el revolucionario, a fin de defender sus conclusio


nes revolucionarias, tuvo que defender sus principios tericohistricos.
No creo que exista en las ciencias humanas, incluida la eco
noma poltica, ninguna disciplina en la que su trascendental
influjo haya sido subrayado, con tanta fuerza por los investiga
dores coetneos de los ms diversos horizontes ideolgicos, co
mo precisamente en la historia econmica.
En su calidad de economista, y refirindose a E l Capital,
lord Keynes escribi en el ao 1925 que se trataba de un libro
envejecido, que no slo es falso desde el punto de vista cient
fico, sino que adems no tiene ninguna significacin, ninguna
posibilidad de aplicacin en el mundo contemporneo.11 En
cambio, todos los ms eminentes historiadores econmicos coe
tneos, por encima de sus creencias polticas rubrican la tras
cendencia del marxismo para dicha disciplina.
La verdadera ciencia [se trata de la historia econmica
W. K.] actual, m arxista o no, es inevitablemente postmarxista
escribe en su conferencia inaugural en el ao 1932 R. H. Tawney,12 caracterizando acertadam ente una situacin en la cual es
ta ideologa, en una disciplina determinada, influye y cuesta
con iin nmero mayor de partidarios que de adversarios.
Clapham subraya de la m isma m anera la trascendental in
fluencia del marxismo sobre la historia econmica, por atrac
cin y repulsin.1* Como tambin la de Marx sobre Som bart
es bien conocida. Asimismo Eileen Power, en su conferencia
inaugural del ao 1933, expresa su solidaridad con el mtodo
histrico de Marx. Su procedimiento escribe es im portante
no slo como interpretacin de los hechos, skio asimismo como
mtodo para penetrar en ellos. Conjuga la induccin y la deduc
cin de una m anera que cada historia social debe acometer si
es que se precia de ser til. Sin teora no hay historia.1*
La influencia decisiva de Marx en el desarrollo de la ciencia
histrico-econmica mundial es reconocida incluso por el decla
rado antim arxista norteamericano J. U. Nef,15 pese a que en
Amrica su influencia sea evidentemente ms reducida e indirec
ta. A p artir de 1870 escribe Clapham la concepcin m arxista
del capitalismo asumi paulatinamente una posicin dominante
en el pensamiento histrico. Los historiadores y los economistas
empezaron a ocuparse cada vez ms de cuestiones tales como
los orgenes del capitalismo, sus formas, sus relaciones con los
dems tipos de organizacin de la economa, su extensin y su
influencia sobre las diversas sociedades en las diferentes po
cas... etc.
El marxismo representaba la sntesis de las adquisiciones
hechas hasta entonces en el campo de la historia econmica.
Recordemos que ias fuentes citadas y de las cuales surgi la
historia econmica en prim er lugar la economa poltica in
HCS

100. 2

17

glesa, el pensamiento utpico francs y los historiadores de


la burguesa francesa del perodo de la Restauracin forman
parte de las fuentes del marxismo, a los cuales se refiri direc
tamente, ailejndose profundamente de sus ulteriores vulgarizadores.17
As, esta ideologa est basada en una concepcin sinttica
del desarrollo econmico en la cual la labor econmica y la
transform acin de sus instrum entos y de sus formas de orga
nizacin social desempean el principal papel. Como es sabido,
la conclusin a la cual condujo la indagacin se fundamentaba
en la regularidad observada en cuanto a la previsin del futu
ro, que desembocara de m anera inevitable en la aparicin de la
sociedad comunista. As, se trataba de una investigacin del
pasado qne no tena como finalidad m ostrar que el pretrito
exista al menos en aquellos elementos que se deseaba llevar al
futuro .(lo cual sigue siendo el predilecto, secular y siempre
actual problema en la raza de los historiadores y el secular mi
metism o de los revolucionarios) sino por el contrario, llevar
al convencimiento de que en el futuro han de im perar imas
relaciones humanas desconocidas hasta ahora en la historia de
la humanidad.
Desde la aparicin del marxismo, los puntos en litigio dentro
de la ciencia habran de ser los siguientes:
a) la existencia m isma de las regularidades de desarrollo,
b ) su carcter,
c) su contenido,
d ) las conclusiones extradas.
Desde que surgi el marxismo las investigaciones histricoeconmicas se han escindido en dos corrientes: la m arxista y la
no marxista. Esta escisin no deja de ser sin embargo un pro
blem a complicado, aun cuando de momento la analicemos du
rante el perodo comprendido entre la aparicin del tomo I de
E l Capital y la Revolucin Rusa ya que no se presta a ser
resuelta con el mtodo de los slogans.
Ante todo es preciso hacer notar que en la poca inicial, tan
to Engels como Kautsky y toda una serie de m arxistas no se
solan ocupar de la problem tica histrico-econmica. Sus prin
cipales afanes investigadores y propagandsticos iban por otro
camino, es decir, tendan a dem ostrar el condicionamiento cla
sista de los fenmenos ideolgicos y polticos. Es verdad que
al investigar el condicionamiento clasista de cualquier fenmeno
tuvieron que reflexionar respecto a la estructura de clases de
una poca determ inada y al mismo tiempo sobre el carcter
de la economa de una sociedad concreta. Sin embargo, esto no
altera el hecho de que stos no fueron los fenmenos que cons
tituyeron el objeto preciso de sus exploraciones.
Durante los dos decenios que siguieron a la aparicin de
El Capital, un perodo que se caracterizaba por el enorme
18

desarrollo de la historia econmica no m arxista y a veces anti


marxista, el marxismo deende sus posiciones porque sobre
dichos problemas tiene una postura resuelta, careciendo sin em
bargo de sus propias adquisiciones en el campo de la investiga
cin. La situacin cambia con la aparicin, ya a finales de siglo,
de obras tan im portantes como E l desarrollo del capitalism o en
Rusia de Lenin (1899) y E l desarrollo industrial de Polonia de
Rosa Luxemburg (1898).
Ahora bien, como quiera que las obras fundamentales de
Lenin, publicadas en ruso, tardaron mucho tiempo en ser cono
cidas con carcter oficial por la ciencia de Europa occidental
y que el pensamiento de los partidos obreros tard mucho en
manifestarse en las obras de los investigadores cientficos, no es
de extraar que el principal frente de la lucha ideolgica en el
campo de la historia econmica se desarrollara en el seno de
la ciencia no marxista, ms que en una polmica entre la cien
cia m arxista y la ciencia no marxista, y sobre todo entre los
investigadores progresistas no marxistas, quienes a pesar de to
do se hallaban muy a menudo bajo el influjo de Marx (el joven
Sombart, Mantoux y otros).
El surgimiento y desarrollo del movimiento obrero despert
en sus partidarios, en sus simpatizantes as como tambin en
los vacilantes y hasta en sus adversarios el inters por la histo
ria econmica.1*

LA NUEVA ESCUELA H IST RICA

Al referirnos a las recciones suscitadas por el iarxismo, es


preciso situar en prim er lugar, dentro de las suscitadas por la
repulsin para emplear la expresin de Clapham el surgi
miento en Alemania de la lla m a d a nueva escuela histrica
encabezada por Schmoller. En relacin a ella es preciso repetir
lo que ya dijimos referente a su predecesora la vieja escuela
histrica que, perteneciendo formalmente a la historia de la
economa poltica, de hecho tena mucho ms que ver con la
historia econmica; si algn m rito hay que reconocerle en }a
evolucin de la ciencia es precisamente en este ltimo aspecto.
La vieja y la nueva escuela histricas de economa, nacidas y
desarrolladas en Alemania y cuya influencia fue relativamente
dbil fuera de este pas, merecen una explicacin ms detallada.
La escuela histrica alemana no consigui 10 que sus repre
sentantes esperaban de ella: la creacin de una verdadera cien
cia econmica... sin embargo, como historiadores econmicos
sin duda hicieron una aportacin fructfera. Es difcil negar
los rasgos ideolgicos reaccionarios de esta doctrina, cuyas vie
jas generaciones d irigan sus ataques contra Smith y Ricardo,
19

y las jvenes contra Marx y Engels. La vieja generacin prepa


raba ideolgica y prcticam ente la unificacin de Alemania en
tom o a la dinasta de los Hohenzollern; la joven fue la fiel
servidora de esta monarqua, y Schmoller su adm irador e his
torigrafo.20 Sin embargo, la influencia de ambas escuelas sobre
las exploraciones de historia econmica fue tan poderosa, el ba
gaje acumulado por ellas y bajo su patrocinio tan importante,
y la debilidad y las limitaciones de ambos tan duraderas e in
superables hasta la fecha, que merecen mayor atencin.
Sus precursores fueron Adam Mller y Friedrich List (17891846).*1 El m s im portante, este ltimo, no era ni un historia
dor ni un economista terico. Si bien intervino en la formacin
de la escuela histrica, lo hizo sobre todo como defensor de dos
tendencias: en prim er lugar, de la nacionalista que lo condujo
a subrayar los aspectos individuales del desarrollo econmico
de los diferentes pases y, en segundo lugar, la teora de los ni
veles del desarrollo econmico.
Tres cientficos son considerados como los verdaderos crea
dores de la escuela histrica: Bruno-Hildebrand (1812-1886), Wilhem Roscher (1817-1894) y Karl Knies (1821-1898). Que crearan
realm ente una escuela es algo que pusieron en duda eminentes
investigadores, entre ellos S c h u m p e t e r .22 Sus discpulos como
Schm oller y sus adversarios los unieron a posteriori ms de
'i d "qut ~eii Ttriilrali hrraii -eraliu. T
Veru -etus reirortreirs t o suii
fruto de la casualidad. Sus adversarios en especial, vieron en
ellos lo que realmente les una. Para sus crticos economistas
no eran unos tericos, y para sus jueces historiadores no eran
demasiado esquemticos. Los tres adoptaban una postura evo
lucionista y organicista, poniendo de relieve la unidad de las
ciencias sociales, el historicismo de sus mtodos y creando asi
mismo la teora de los niveles del desarrollo econmico.
E ntre ellos, fue H ildebrand23 el que menos se ocup de histo
ria. Sobre el resto de la escuela influy esencialmente su teora
del desarrollo econmico, basada en los medios de intercambio,
como criterio de clasificacin '(economa natural, de dinero y de
crdito).
Ms amplia y significativa fue la influencia de Roscher y de
Knies.24 El prim ero tena una formacin de historiador. Admira
ba a Ranke, al cual dedic su prim er libro. Su programa, al
que toda su vida se mantuvo fiel, lo enunci en el ao 1843.25
La economa constitua para l la investigacin de las leyes del
desarrollo econmico y denominaba su mtodo histrico-fisiolgico: histrico por cuanto utilizaba materiales histricos y
ligaba la situacin econmica del momento presente al pasado;
fisiolgico, por cuanto sostena la tesis de que cada pueblo, al
igual que cualquier organismo vivo, atraviesa por determinadas
fases de desarrollo.26 Este organicismo se m anifestaba tambin
en Roscher con relacin al tratam iento de la cultura humana
20

como algo indivisible. Parecida postura asuma Knies27 quien


era de la opinin de que existan diferencias nacionales en el
desarrollo econmico. Los dos se oponan vigorosamente al uni
versalismo de la escuela clsica inglesa y ambos fueron parti
darios de la unificacin de Alemania y del proteccionismo que
deba defender a los industriales germanos de la competencia
inglesa.28
Con independencia de que en sus tesis metodolgicas genera
les la escuela histrica tenga su lado positivo, su contribucin
a la teora econmica es nula. Sin embargo, es enorme el ascen
diente que ejerci sobre el desarrollo de las investigaciones histrico-econmicas, en especial en el perodo en que, tras la
unificacin de Alemania, los continuadores de la vieja escuela
histrica, acaudillados por Schmoller, conquistaron una posicin
dominante en las ctedras de economa poltica del Reich, del que
eran los apologistas. Se considera como principales representan
tes de la nueva escuela a Gustav Schmoller (1838-1917)29 Lujo
Brentano (1844-1931) y Karl Bcher (1847-1930), aunque no se
emplea la denominacin de admiradores de la m onarqua pru
siana ms que para Schmoller y sus innumerables adeptos.
El propio Schmoller se consideraba a s mismo como un
discpulo de Roscher y en sus concepciones tericas no fue
ms lejos que ste. En cambio, Schmoller emprendi el estudio
monogrfico de una serie de importantes instituciones de la his
toria econmica alemana, en especial a la historia de la arte
sana,30 en trabajos que durante largo tiempo fueron un modelo
para sus innumerables sucesores. El adorador del Estado y de la
dinasta prusianos dedic una obra apologtica a la poltica
econmica de Federico II.*1
Schmoller vea en el antiindividualismo y el antiliberalismo
el criterio decisivo para el desarrollo social y econmico del
Estado, en todo tiempo y en todas partes. Hay que reconocer
que sus monografas y las de sus alumnos estaban basadas
en una gran riqueza de materiales de fuentes no utilizadas hasta
entonces. En este aspecto pusieron al servicio de tendencias reac
cionarias la elaboracin de irnos mtodos crticos aplicables a las
exploraciones de historia econmica. Bajo la direccin de Schmo
ller, se emprendi tambin la publicacin de las fuentes para la
historia econmica de Prusia, con un claro sello apologtico,
pero de evidente utilidad. Schmoller se consideraba a s mismo
y era considerado como un miembro de la llamada escuela
prusiana, lo cual, en el campo de la historia econmica, corres
ponda al papel de Treitschke en el terreno de la historia pol
tica.32 Debido a su apoyo al poder estatal, su posicin en Ale
mania era tan poderosa a finales del siglo xix, que los juicios
sobre sus concepciones slo podan hacerse desde el exranjero.
Y fue desde Viena.*3
Vemos que la escuela histrica alemana tuvo una limitada
21

resonancia fuera del pas. Respecto a los economistas no tuvo


prcticam ente ninguna influencia pero s, sin embargo, sobre
los historiadores britnicos: W. Cunningham estudi en Tbingen, Ashley escuch a Knies en Heidelberg y adm iraba a Schmo11er con el que estudi Unwin. Pero tales ascendientes se ma
nifestaron ms bien en el inters por una determ inada proble
mtica, imitadora de los mtodos de crtica de las fuentes, que
en un influjo de carcter ideolgico.35
Un historiador americano de la historiografa indica acerta
damente3* que los profesores de las universidades alemanas, con
independencia de su procedencia social individual, se vieron
atrados directa y generalmente al servicio del Estado m ilitarista
de los junkers, .m ientras que los profesores ingleses procedan
con demasiada frecuencia de la burguesa o de las capas pequeoburguesas, disfrutando de mucha m s independencia en sus
universidades autnomas. Rogers era un liberal y un enemigo
de la tirana de los landlords ; Cunningham, Ashley y Unwin
aunque no tan politizados, distaban no obstante de com partir
la postura poltica de Schmoller.
Resulta muy distinto el problema de la aparicin, ms o me
nos espontnea, de las corrientes histricas en los pases atra
sados, en los que se m anifiesta una tendencia ideolgica a re
m arcar la propia singularidad nacional y una lnea histrica
de desarrollo genuina, lo cual se explica por la necesidad de
defenderse contra el alud de las mercancas im portadas de los
pases prsperos, y por la esperanza puesta en el papel que debe
asum ir el propio Estado.37 En tal situacin, el desciframiento de
los rasgos ideolgicos de tales tendencias puede resultar un
asunto muchsimo ms complicado que en lo que respcta a la
Alemania de Bismarck.
Asombra contem plar en la actualidad el bagaje de la joven
escuela histrica, que cuenta en su ejecutoria con la sistema
tizacin de un sinnmero de archivos, la publicacin de inconta
bles tomos, ediciones de fuentes, y monografas sobre una infi
nidad de ciudades, corporaciones, aldeas, sobre las finanzas del
Estado o de las Comunas, empresas comerciales, etc.
Las bibliotecas de los nuevos seminarios de historia econ
mica rpidam ente se llenaron de libros, en tanto que profesores
eran distinguidos con rdenes, ttulos de Consejeros o de Aca
dmicos.
La nueva escuela histrica ha puesto bien de manifiesto la
variabilidad de los fenmenos econmicos en el tiempo y en el
espacio, pero agigantando en la prctica esta variabilidad hasta
el extremo de negar toda posibilidad de generalizacin. El colocar
en un orden preferente la diferenciacin histrico-geogrfica ha
hecho desistir de la generalizacin, bien como principio bien
en la prctica. O se niega la posibilidad misma de generalizar,
o se la relega para dentro de mil aos,
22

Los efectos de estas dos actitudes han sido idnticos. El filo


de esta escuela se ha puesto en evidencia con harta
frecuencia. Cuando se niega la existencia o aunque nada ms sea
la cognoscibilidad, de las regularidades histrico-econmicas en
general, no tiene sentido el discutir sobre la realidad de esas
regularidades como muy bien lo formul un adversario de Marx.
Sin embargo, muy pronto lleg el desencanto para la ciencia
no marxista y los cientficos antimarxistas. Despus de la mo
nografa de una ciudad o de un gremio, escrita con carcter
precursor por algn maestro, afluyeron decenas de diserta
ciones de sus alumnos reproduciendo ese mismo mtodo en re
lacin con la historia de otras ciudades y gremios. Acaso esto
representaba un progreso del saber, del conocimiento y la com
prensin del pasado? La finalidad del conocimiento histrico, es
elaborar la monografa exhaustiva de todas las instituciones que
existieran en el pasado? La historia de la humanidad en el tiempo
y en el espacio, es taparla con un mapa de monografas insti
tucionales? Es esto factible en general? Compensara el es
fuerzo? Acaso no es un espejismo el lejano objetivo que se
plantean los ms prudentes representantes de la escuela, al pro
clamar que se podr emprender la generalizacin cuando todo
haya sido investigado?
a n tim a rx ista

LA TEORA DE LAS ETAPAS


DEL DESARROLLO ECONMICO

La reaccin procedi en prim er lugar de los economistas y


hasta surgi en el seno mismo de la escuela histrica. Nos
referimos a la concepcin de las etapas del desarrollo econ
mico.3*
La primera de ellas ya la formul el representante de la
vieja escuela histrica, Bruno-Hildebrand, quien en el ao 1864
enunci la concepcin del desarrollo en tres niveles, desde la
economa natural hasta llegar a la economa crediticia a travs
del dinero.39 En esa misma poca, Karl Bcher40 formul la pu
jante teora de las etapas, viendo esas etapas consecutivamen
te en la economa domstica cerrada, en la economa ciudadana
y nacional a lo cual ms tarde sus partidarios aadieron an
el nivel de la economa regional ( Territorialw irtschaft) como
intermediario entre la economa ciudadana y nacional (fenme
no tpico en la historia del pueblo alemn, que perdur mucho
en los estados regionales hbilmente organizados),41 y para ter
minar, como ltima etapa, la economa continental o mundial.
En tom o a la concepcin misma de los niveles del desarrollo
econmico se libr una reida batalla,41* que por fortuna an
no se ha extinguido.
21

1 ataque fundamental a cada uno de esos niveles fue demos


tra r que un fenmeno reconocido por esa teora como tpico
para uno de los perodos, lo encontram os en otros momentos
anteriores o posteriores. Los principales artfices de tales teoras
fueron los economistas, y sus crticos ms im portantes los his
toriadores. Se perfil asimismo un fenmeno peligroso para la
ciencia histrica: los economistas creaban las teoras de las
etapas del desarrollo econmico, y los historiadores, en su
mayora, consideraban que su cometido consista en desapro
barlas una tras otra. La fcil tarea de dem ostrar que la riqueza
de la realidad no se encierra en un esquema, tent ms a nu
merosos historiadores que la aspiracin a la generalizacin de
las enormes adquisiciones de su ciencia. Ingenuo razonamiento:
ya los antiguos griegos42 trataron de dem ostrar que no hay
nada nuevo bajo el sol, encontrando para cada fenmeno los
ms remotos antecedentes y a menudo superficiales analogas,
todo lo cual era la expresin de una historia anrquica que a
nada conduca.
E ra realmente un dilogo de sordos. Cada una de las partes
en discusin se refera a otra cosa. A menudo, los argumentos
de los historiadores no se adecuaban a las teoras de los eco
nomistas, y ninguno negaba, por lo dems, que en las pocas
primitivas se haban dado casos de aparicin del dinero o de
sus sucedneos, como tampoco desconocan el hecho de que en
la actualidad siguen existiendo elementos de economa natural.
Por otra parte, es cierto que muchas de las teoras de las eta
pas asuman un carcter teolgico, gravadas por elementos organicistas unidos a un ingenuo modo positivista y biolgico de
considerar la sociedad y que en ellas se daban elementos metafsicos.43
El progreso de la ciencia se realiz entre tantas contradiccio
nes.
En prim er lugar se produjo un gran incremento del conoci
miento prctico de la historia de la economa de todos los pue
blos y de todas las pocas. La propia lucha con las teoras de
las etapas contribuy mucho a ello, a pesar de que por otra
parte las necesidades de esa batalla llevaron ms de una vez
a una deformacin del sentido de la investigacin al obligar a
centrar la atencin de los investigadores sobre fenmenos no
tpicos, excepcionales o espordicos. Naturalmente, con un cri
terio cientfico nos encontramos con que tambin este fenmeno
tuvo un lado beneficioso: la diferenciacin metdica de lo tpi
co y de lo no tpico, de lo anecdtico y de lo sintomtico
exige, de no efectuarse apriorsticamente, un extenso conoci
miento de los fenmenos de una y otra categora. Los autnticos
beneficios para la ciencia resultaron ser a menudo contrarios
a las intenciones de los investigadores.
24

EMANCIPACIN DE LA HISTORIA ECONMICA

A comienzos del siglo xx la historia econmica j a se halla con


figurada como disciplina independiente.
Su nombre como disciplina independiente aparece quiz por
primera vez en el ttulo de la obra de Inama-Stemegg Deutsche
W irtschaftsgeschichte (tres tomos, 1879-1899, que slo estudian el
medievo), siendo adoptado rpidamente. En el ao 1903 se inicia
la primera publicacin especializada: V ierteljahrschrift f r Sozial
und w irtschaftsgeschichte, que an contina publicndose (en
1961 apareci el tomo 48). En 1913 ya se editaba desde haca cinco
aos la Revue dHistoire des Doctrines conomiques et socia
les, que cambi entonces su nombre por Revue d'Histoire
conomique et sociale y que ha estado apareciendo sin interrup
cin (en el ao 1961 se imprimi el tomo 39). En 1915 comienza
a publicarse en Holanda el Economisch-Historisch Jaarboek*.
La historia econmica comienza a ser introducida en los pro
gramas universitarios: en Alemania en el marco general de
los estudios (en Oxford y Cambridge desde 1880). Sin embar
go, van surgiendo ms lentamente las ctedras especializadas
en esta disciplina. A finales del siglo xix slo existe una
en los pases anglosajones, la de Harvard, creada para Ashley, quien abandona por ella la Universidad de Oxford. En
Francia, la historia econmica, al no poder saltar la divisin tra
dicional instaurada en las ctedras universitarias, se instaur en
el Conservatoire National des Arts et Mtiers y cuya ctedra,
ocupada por Levasseur 44 lleva el nombre de Historia del trabajo.
En Inglaterra, la prim era asignatura de Historia econmica es
creada en Manchester para G. Unwin. En Alemania, de acuerdo
con la ejecutoria de la escuela histrica, la historia'econm ica
se halla profesada principalmente en las facultades de economa.
La emancipacin universitaria de la historia econmica slo se
produce fundamentalmente en el perodo de entre las dos gue
rras. Pero como ciencia, tiene carcter propio desde finales del
siglo xix.
Despus de la Primera Guerra Mundial, la historia econmica
se emancipa rpida y definitivamente. Se incrementan publica
ciones especializadas. En 1926, el Economic Journal empieza
a editar anualmente un cuaderno suplementario consagrado a la
historia econmica (Economic History; se publicaron 15, el
ltimo en 1940). En ese mismo ao se funda en Amrica el
Journal of Economic and business history.4S En el ao 1927, se
crea en Inglaterra (con sede en Cambridge) la Economic Histo
ry Review bajo la redaccin de Lipson y Tawney y que aparece
an sin interrupcin (en los aos 61-62 se public el tomo 14
de la nueva serie, actualmente bajo la redaccin de M. M. Postan
y Habakkuk). En 1929 en Pars aparece el prim er nmero de
los Annales d'Histoire Economique et Sociale dirigidos por
25

L. Febvre y M. Bloch, y que desde el ao 1939 se titularon Annales d Histoire Sociale; en los aos 1942-1944, por razones de
censura y editoriales, aparece de una form a interm itente con el
ttulo de Mlanges dhistoire sociale, reapareciendo en 1945
como Annales dHistoire Sociale, y, ya por fin desde 1946, con
el ttulo de Annales Economies, Socits, Civilisations46 En el
ao 1^31 y hasta la fecha, con una interrupcin en los aos 1940
1945, se publica en Polonia el prim er tomo de los anuarios de la
historia social y econmica de F. Bujak y Jan Rutkowski. La
historia econmica se emancipa de modo definitivo desde el
punto de vista universitario teniendo acceso incluso a las uni
versidades ms tradicionales como la de Cambridge en 1928 y la
de Oxford en 1931.47 Mientras que en los pases latinos se ensea
principalmente en unin de las ciencias histricas, en Inglaterra
y en Alemania se asocia mucho ms a los estudios econmicos.4*
En Polonia, la creacin de ctedras especializadas pertenece a los
estudios histricos, la nica m anera posible de hacerlo con la es
pecial formacin cientfica de los investigadores (Bujak en Lvov,
Grodecki en Cracovia, Amold en Varsovia, Gasiorowska en la
Universidad Libre Polaca de Varsovia y de Lodz) teniendo en
cuenta la carencia de estudios econmicos independientes en sus
Universidades. Poznan fue una excepcin, ya que en ella los es
tudios econmicos, ligados a a Facultad de Derecho, dieron un
campo de accin a Rutkowski.
La emancipacin de la H istoria econmica se expresa asimis
mo en la creacin de secciones especiales que le son consagradas
en los congresos nacionales e internacionales y en la asignacin
de una seccin propia en la bibliografa internacional de las
ciencias histricas. En algunos pases (USA, Inglaterra, Escandinavia) se han fundado sociedades cientficas especializadas en
esas disciplinas.

.FACTOGRAFA Y LABOR COMPENDIADORA


En el perodo de entre las dos guerras mundiales destacan los
estudios de las investigaciones histrico-econmicas por:
a) un fabuloso incremento de la factografa, o sea de la
m era compilacin factual,
b) la labor compendiadora,
c) tentativas de reform a (Sombart-Weber, Pirenne, escuela
de los Annales),
d) el desarrollo de la historia econmica marxista, en espe
cial en la Unin Sovitica.
Nos referiremos despus a estos aspectos.
Un excelente terreno para el incremento de los conocimien
tos de la historia econmica surgi con el desarrollo de la labor
26

regional comenzada bastante antes pero en su floreciente apogeo


entre 1918 y 1939. En todos los pases de Europa y en especial
en Alemania, surgieron sociedades y peridicos histricos de ca
rcter local. Estos centros, que agrupaban a profesores de ense
anza media, archiveros y a aficionados a esta ciencia (sacer
dotes, abogados, etc.) emprenden, basndose en los conocimien
tos locales, investigaciones sobre el pasado de una regin deter
minada. En aquellas reservas de datos apenas se encontraban ma
teriales para elaborar temas relativos a la historia poltica o mi
litar, pero s un m aterial inagotable para la historia econmica,
cuyo desarrollo se vio estimulado por el im portante incremento
de la historiografa regional, que abra a travs de la misma una
problemtica que podan em prender con xito los investigadores
locales. El desarrollo regional represent una gran contribucin
al progreso de la historia econmica por cuanto en esta ram a
tpica del saber, la dispersin y la masa de las fuentes necesita
ban la movilizacin de numerosas personas en el trabajo. Estos
factores que llenaban' numerosos tomos de innumerables revis
tas y series regionales, adems de desempear un im portante
cometido social al m antener las ambiciones cientficas y poner
en contacto a miles de especialistas provincianos con la vida
cientfica, se convirtieron igualmente aun cuando slo aspira
ban a una factografa sin pretensin en un factor esencial para
facilitar la elaboracin de temas ambiciosos y de sntesis.
Esta labor regional no fue la nica manifestacin de la facto
grafa en este perodo. Por una parte figuraban tambin entre los
trabajos de los eruditos provincianos valiosas obras hasta de un
carcter precursor. Por otra, la factografa triunfante y domi
nante cuantitativamente en toda la ciencia histrica de los veinte
aos que median entre las dos guerras hall en el campo de la
historia econmica un terreno bastante extenso para su labor.
Como ya hemos dicho, la acumulacin de los informes y la fac
tografa tena un aspecto muy positivo. Ya se puede afirm ar
que en su gnero fueron la evidencia de la democratizacin de
la ciencia. En efecto, abrieron el camino del trabajo no slo a los
maestros sino a millares de artesanos y de investigadores que
tuvieron, estos ltimos, gracias a esto un incentivo para un tra
bajo en cierta medida creador. Se cre una especie de conjun
cin espontnea aqu no se tra ta de una contradiccin, un
esfuerzo colectivo de centenares de modestos investigadores quie
nes acumularon un m aterial indispensable para las grandes sn
tesis, que, dado su dispersin y su carcter masivo, hubiese sido
inasequible de otra manera.
Entre los aos 1918 y 1939, tanto en Occidente como en Polo
nia, lo malo no fue que existiera una factografa masiva, sino
su falta de ordenacin, de planificacin, la carencia de grandes
concepciones de sntesis que sumaran sus conclusiones e incita
ran a emprender su desarrollo.4*
27

Por ello este perodo se halla caracterizado en el desarrollo


de la historia econmica por la aparicin de un gran nmero de
compendios, de manuales, tanto generales como especializados,
de carcter nacional, abarcando todo un proceso histrico o limi
tados a una poca. No es casual que empleemos el trm ino de
compendio en lugar de sntesis, pues en su inmensa mayora
estas obras, que en muchos casos constituyen el fruto riguros
simo de la laboriosidad de un sinnmero de personas, no se
distinguen por ninguna vinculacin orgnica. Con rapidez se
fabrica una especie de esquema para la composicin de los ma
teriales, esquema extrado de las obras econmico-descriptivas
o de los conceptos descriptivos de la geografa econmica. En
cada parte cronolgica de la obra dividida en la mayor parte
de las veces sobre una base convencional (siglos) o sobre la
base de los criterios de la historia poltica se habla correlativa
mente y casi al mismo tiempo de la poblacin, la agricultura,
la industria, el comercio, las comunicaciones, el dinero, el crdito,
la hacienda y, eventualmente, de la poltica econmica y hasta,
a veces, de las doctrinas econmicas.
Este esquema perm ite ordenar los conocimientos presentes
de la ciencia, m ostrar los hallazgos de los diferentes investiga
dores, ordenar la bibliografa, aclarar la concordancia o la falta
de concordancia de los resultados obtenidos hasta la fecha por
los cientficos y exponer los vacos que an existen en los cono
cimientos factuales. No obstante, y a causa de la falta de unos
vnculos susceptibles de organizar los m ateriales acumulados,
estas obras entran ms bien en la categora de los compendios.
En este tipo de trabajo tom una iniciativa a escala interna
cional G. Brodnitz, editando la serie intitulada H andbuch der
W irtschaftsgeeschichte. El prim er tomo de esta serie escrito
por este autor y dedicado a la historia econmica de Inglaterra
apareci en el ao 1918.50
Numerosos cientficos siguieron sus huellas, como Doren con
el prim er tomo de historia econmica de Italia,si el tomo I de his
toria econmica de Rusia de Kulischer,*2 la historia econmica
de Holanda de Baasch,53 la historia econmica de Dinamarca de
Nielsen54 y por fin la historia econmica de Francia en dos tomos
de Se.s En este ltim o caso, vemos el ejemplo de la significa
cin de la iniciativa de Brodnitz: la obra de Se, al igual que
otros trabajos incluidos en esta serie, fue escrita de modo espe
cial para su coleccin. El texto francs, enmendado y completa
do, apareci despus de la m uerte de su autor.56
La iniciativa de Brodnitz, tem prana e internacional, fue de
enorme im portancia pero no la nica, ya que en 1913 se publica
ba el tomo I de la H istoria econmica de Inglaterra de Lipson,
cuyos tres tomos el ltim o apareci en prim era edicin en el
ao 1931 abarcaban un perodo que llega hasta finales del
siglo xvin.57 En 1923 apareci una historia econmica de la Po
28

lonia de antes del desmembramiento, escrita por Rutkowski.5*


No podemos mencionar aqu todos los manuales de historia
econmica de los diferentes pases.
Adems de lo que hemos indicado aparecen compendios de
historia econmica universal en realidad europea que la abar
can en sus diferentes pocas. Uno de los primeros es la historia
econmica de Europa Occidental desde la cada del mundo An
tiguo hasta finales del siglo x v i i i , de Kulischer.59 Despus de l,
Ktschke escribe una historia de la economa europea del Me
dievo,60 el americano Knight publica una historia econmica de
Europa, desde los tiempos ms remotos hasta la Baja Edad
Media61 y junto con Barnes y Flgel, escribe un tomo consagra
do a los tiempos modernos.62 Bimie publica una historia econ
mica de Europa en el perodo 1760-1932.63
Es imposible enum erar todos los dems compendios, ya que
aparecieron y siguen apareciendo en todos los pases, con dis
tintas importancias y p a ra las ms diversas categoras de lecto
res, destacando todos ellos por la ms variada gama de originali
dad y especializacin. El incremento de estas obras dificulta su
labor bibliogrfica.
Es preciso llam ar la atencin sobre algunos hechos. En pri
mer lugar, el gran desarrollo de la historia econmica en los
EE UU de Amrica, centrado sobre todo, aunque no exclusiva
mente, en la historia econmica de ese pas.64 Ya volveremos a
ocupamos de algunos rasgos especficos de esta historiografa.
Luego sobre el desarrollo de la historia econmica en los pases
atrasados, coloniales y semicoloniales, elaborada en ese mismo
perodo casi exclusivamente por los cientficos europeos y ame
ricanos. El desarrollo de las investigaciones que se fundan en las
propias fuerzas cientficas de esos pueblos constituye funda
mentalmente un aspecto que corresponde un perodo ulterior:
el que sigue a la Segunda Guerra Mundial.
El enorme desarrollo cuantitativo de la historiografa eco
nmica va acompaado de la imposibilidad cada vez mayor de
hacer sntesis individuales, en especial en lo que respecta a la
historia universal. De ah que a finales del tiempo comprendido
entre las dos guerras mundiales surgiera la concepcin de las
sntesis colectivas. Una de las prim eras partes de la iniciativa de
F. Bujak, quien promueve la elaboracin colectiva de un origi
nal manual polaco de historia econmica universal. Antes de la
guerra, slo pudo publicarse un tomo consagrado a la Edad Me
dia, escrito por St. Inglot65 pero despus se publicaron dos ma
nuscritos preparados ya antes del conflicto: el de L. Krzywicki
tratando de la economa de los pueblos primitivos66 y el de
T. Walek-Czemecki dedicado a la historia de la Antigedad67 En
este aspecto, la empresa ms importante a escala internacional
es la Cambridge Econom ic H istory of Europe promocionada por
J. H. Clapham y E. Power,6* y la cual reuni a los ms eminen
29

tes autores de varios pases. Los trabajos preparatorios ya esta


ban bastante adelantados cuando estall la segunda guerra mun
dial. En el ao 1941 apareci el tomo I, dedicado a la agricultura
de la Edad Media. Cuando se public dicha obra ya no viva
su corredactora y Kbner, exilado de Alemania, dictada confe
rencias en Jerusaln; Bloch se escondi en una aldea francesa
antes de ser fusilado por la Gestapo, Mickwitz muri durante
la guerra de Finlandia, y Rutkowski, expulsado de Poznan, resi
da apticam ente en Varsovia. Despus de la guerra y de la muer
te de Clapham, la redaccin de esta destacada em presa la asu
m ieron M. M. Postan profesor en Cambridge y J. Habakkuk
profesor en Oxford quienes publicaron en 1952 el tomo II,
consagrado al comercio y la industria en el Medievo, bajo la
redaccin de Postan y Rich. La Cambridge E conom ic H istory
o f Europe es una empresa im portante, aunque no sea ni acaso
pueda ser una sntesis consecuente y homognea. Sus iniciado
res, que reunieron a destacadas personalidades cientficas, tuvie
ron que tener en cuenta que en las distintas partes de la
obra habra profundas diferencias en los mtodos y las interpre
taciones.69 De ah que, con independencia de los muchos con
ceptos originales que en ella se hallan esparcidos, esta obra per
tenezca en su conjunto a la categora de los compendios.
Al sealar el carcter compendiador de la mayora de los tra
bajos que acabamos de enum erar y en cuyos ttulos destacan las
palabras historia econmica veremos sus m ritos si m ir a m o s
las cosas desde el punto de vista de la historia del desarrollo
de la ciencia.
La historia de la economa en tanto que relacin de los fen
menos de m asa y en la que en vez de investigar los hechos
particulares o al m argen de esta averiguacin se necesita dar
la mxima im portancia a la bsqueda de lo m s representativo
de la multiplicacin y la frecuencia de los fenmenos comproba
dos, etc., necesita de tales compendios en m ayor grado que
otras disciplinas histricas.
As, Rutkowski, quien al em prender la elaboracin de su
Esbozo ya tena su propia concepcin de la sntesis de la histo
ria econmica, afirm aba que el estado de la ciencia no le per
m ita elaborar un m anual conforme al concepto que de ella te
na, por lo que necesariamente tuvo que hacerlo segn los
conceptos tradicionales.70 Por o tra parte, la apariencia mecni
ca y fra de muchos de los compendios tuvo una influencia nega
tiva, al petrificar de una form a tradicional, m s bien institucio
nal que problemtica, la m anera de presentar los temas en los
trabajos monogrficos; por lo cual no se acerc o lo hizo muy
lentam ente a la empresa de sntesis m s ambiciosas.

30

TEN TATIVA S DE REFORMA

Esta situacin que ya se perfilaba antes de la Prim era Guerra


Mundial no poda pasar desapercibida por los ms destacados
investigadores. Deba producirse una reaccin en contra de la
inconsiderada y estril factografa. Se formularon una serie
de grandes ideas sintticas y metodolgicas, la gran discusin en
tom o a las mismas es lo ms notable en la ciencia de aquel pe
rodo.
Con anterioridad al ao 1914 empez una polmica entre
Sombart y Pirenne, dos cientficos con una formacin diferente,
en torno al problema de la gnesis del capitalismo. El primero
era un economista, m ientras que el segundo era un historiador.
Sombart era uno de los ms tpicos representantes de la ciencia
alemana, en tanto que el belga Pirenne, se haba formado en las
tradiciones del pensamiento galo. Pirenne parta del anlisis
erudito crtico de los documentos, m ientras que Som bart lo
haca de las grande concepciones sintticas. ste haca un ba
lance de las adquisiciones cientficas de su tiempo, m ientras que
aqul m ostraba el deseo de liberarse lo ms posible de las suge
rencias de la ciencia contempornea y de crear una construccin
independiente basada en los documentos primitivos. Estas dos
personalidades tan dispares emprendieron casi al mismo tiempo
la investigacin de un mismo problema: el de la gnesis del
capitalismo. Escenario de sus disputas fueron sobre todo los con
gresos de ciencias histricas de Heidelberg, en 1903, y de Lon
dres, en 1911.
Sombart, quien afirm aba que en la obra de Marx haba en
contrado el punto de partida para sus exploraciones, en realidad
se opuso en toda su obra al marxismo. Examin la acumulacin
del capital a travs de la acumulacin de la renta de la tierra,71
y al escribir la sntesis del capitalismo, apenas se interes por el
problema de la explotacin. Ms an, cuando la vio en los prime
ros tiempos del capitalismo, la justific con el pretexto de la
baja cualificacin profesional y el bajo rendimiento del trabajo
de los obreros de aquella poca. Su m rito estriba en su tenden
cia a liberar a la historia econmica de la sujecin tradicional
en que, sobre todo en la ciencia alemana, se la tena con respecto
a la historia del derecho,72 en sus ambiciones tericas y en su
conviccin sobre el carcter histrico del capitalismo.73
El concepto histrico del capitalismo como sistema socio
econmico le era absolutamente ajeno a Pirenne, quien, inte la
indignacin de Sombart, vea elementos del capitalismo ya en
los albores de la Edad Media.74
c nV'tigia-tfncre ~sa: mjr cxtlifoxco?~recifrfD~ras- viejas^ que
rellas entre historiadores y economistas. Y en este caso, un his
toriador subestimaba el esquema elaborado por un economista
y buscaba antecedentes a la realidad contempornea en el pre31

trito remoto, o sea, en el capitalismo del siglo x n . Sin embargo,


en la postura de Pirenne habra elementos novadores y, como lo
probara luego muy bien, mucho m s fructferos que en el m
todo de Sombart.
No es casual que en el perodo de fentre las dos guerras mun
diales el pensam iento de Som bart fuera volvindose cada vez
ms reaccionario hasta llegar al compromiso con el nazismo,75
m ientras que el procedimiento de Pirenne empezaba a dar frutos
y a desem pear un papel precursor en el terreno de la ciencia,
siendo progresista en cuanto a la ideologa.
Durante la dcada siguiente al fin de la prim era guerra europea
aparecieron dos grandes concepciones reform adoras: la de Max
Weber y la de los fundadores de la publicacin Annales,
L. Febvre y M. Bloch, partidarios de Pirenne. La concepcin
de Weber era la idea de un socilogo, m ientras que la concepcin
de Annales, elaborada por historiadores, proceda en gran parte
de las influencias de la sociologa francesa, en especial la de
Durkheim.76
Este vnculo de las dos tendencias reform adoras con la socio
loga es un hecho caracterstico y trascendental. Caracterstico,
por cuanto precisam ente la sociologa y slo ella poda m ostrar
una salida a la historia econmica (a cada ram a de la historia,
y en particular a la econmica). Slo la sociologa nos atreve
ram os a afirm ar poda sum inistrar a la historia econmica
la tram a organizadora para su riqusim o m aterial, la poda guiar
desde el punto de vista social y cientfico en la necesaria labor
de acceso a las fuentes, y por tanto, para facilitar la sntesis.
Weber, desaparecido en 1920, tuvo m ientras vivi ascendientes
sobre la historia econmica, en prim er lugar por sus estudios
sobre la tica protestante y su relacin con los comienzos del
capitalismo.77 Las principales obras sintticas de este autor apa
recieron, sin embargo, despus de su m uerte. Nos referim os a
la que en un tomo hace una sntesis general de la historia eco
nmica7* y a la que recoge una extensa serie de conferencias
de sociologa econmica.79
La influencia de Weber, cada vez ms profunda, ha crecido,
en especial en cuanto a la ciencia anglosajona se refiere, que
comenz a reconocer sus m ritos despus de la Segunda Guerra
Mundial.
Frente a este cientfico, los creadores de Annales no hicie
ron sntesis de la historia econmica. Su m anera de conceptuar
la historia en general y la historia econmica en particular apa
rece sin embargo ntidamente. La podemos apreciar a travs de
la lectura de sus obras monogrficas, en sus numerosos artculos
programticos, sus innumerables artculos polmicos, sus rese
as, crticas, notas, etc.*0
Las dos obras de Weber anteriorm ente citadas constituyen
precisamente una gran tentativa de catalogacin. Su W irtschafts32

geschichte ofrece una clasificacin de los fenmenos en el as*


pecto cronolgico, W irtschaft und Gessellschaft, en el aspecto
sistemtico. Estas clasificaciones conciernen no tanto a los fe
nmenos concretos, con toda su heterogeneidad histrica, como a
las manifestaciones tpicas que ms se aproximan a la concep
cin weberiana del tipo ideal. Estos tipos ideales no son el
mtodo de Weber ni los fenmenos normales medianos en el
sentido estadstico ni tampoco los ms frecuentes, ni siquiera
los ideales en la acepcin norm al de la palabra. Se trata de
construcciones cientficas standard levantadas a base de una
seleccin tericamente fundam entada de fenmenos y de rasgos,
de la combinacin de los diferentes elementos de la realidad, a
menudo exagerados.
La labor cientfica de Weber en sus dos grandes sntesis con
siste en la construccin de los referidos tipos ideales y en su
clasificacin. No es ste el lugar p ara hacer un anlisis crtico
de sus mtodos; basta con recalcar su significacin y su presti
gio en el desarrollo de la historia econmica.
La importancia de su teora radicaba en que en la situacin
en que se hallaba la ciencia, slo poda basarse en el anlisis
de unas categoras tan a menudo consideradas intuitivamente
por los historiadores. Sin embargo, stos no analizan las catego
ras a las cuales se refieren. De ah que los conceptos de Weber
fueran discutidos sobre todo por parte de los economistas y los
socilogos, y que desempearan un papel mucho ms importan
te,, J l* c*5VSg2U o j i s l
h i f . c ir i i u .
La importancia de su teora radica acaso tambin en su
interpretacin sociolgica de la economa en general. El crecien
te abstraccionismo de la ciencia econmica burguesa en el pe
rodo de 1918 a 1939 acarre el constante peligro para la historia
econmica de un divorcio entre ella y la economa. En este as
pecto la influencia de Weber sobre la historia econmica fue
importante.
Ahora bien, m ientras los conceptos de Weber sobre los co
mienzos del capitalismo suscitaron una discusin internacional,
su obra de sntesis fue ignorada durante largo tiempo por los
historiadores fuera de Alemania, y apenas actualmente comienza
a ser popular, en especial en los pases anglosajones.
La autoridad del grupo de Annales y de las ideas de Pirenne
fue mucho mayor.
Como ya hemos dicho, los creadores de Annales no realiza
ron ninguna sntesis de la historia econmica. Pero aunque no
formularon una sntesis en el sentido convencional de la pala
bra, dejaron una obra que constituye una suma y compendio
segn su manera de concebir la historia.
A juicio de Febvre y de Bloch, y acaso tambin de Pirenne,
cada problema, hasta el ms insignificante; abre ante el investi
gador una posibilidad de sntesis por poco que sepa m ostrar en
hcs

100. 3

33

su anlisis todo el conglomerado de los factores sociales que lo


condicionan. Pirenne es autor de una gran obra, en este aspec
to, de la historia de Blgica y de una serie de trabajos relativos
a las sntesis histricas colectivas; sin embargo, no son stas
las decisivas por su ascendiente en la ciencia.
Febvre, aparte de un trabajo que se sita en los lmites de
la historia y la geografa,81 no emprendi en sus libros temas
sintticos sino que los abord a menudo en pequeos artculos.
Enemigo de la historia tradicional, hagiogrfica y personalista,
gustaba de elegir como tem a de sus obras a personajes emi
nentes (Lutero, Rabelais), y elaborando los conceptos laicos de
la predestinacin como un conjunto de las condiciones socia
les que determinan al hombre: al estrecho m arco del cual ste
no puede escapar pero que, al mismo tiempo, es bastante amplio
como para poder contener sus grandezas y sus p e q u e e c e s
Bloch fue el nico que nos dej dos obras de sntesis sobre
la historia agraria francesa83 y sobre la sociedad feudal.84 En
estos trabajos lo ms im portante es el mtodo y no la obra mis
m a ni las soluciones concretas que propone.
Mientras que Weber presentaba el m arco general en el cual
haba de encerrarse cada problem a y la tipologa segn la cual
cada cuestin ha de ser clasificada, los hom bres de Annales
lo evitaron a conciencia. Su esfuerzo tenda a m ostrar toda la ri
queza y las interdependencias que se m anifestaban en cada fe
nmeno social y, por consiguiente, propugnaban aplicar en su
exploracin la ms extensa gama de procedimientos cientficos.
Su problem a predilecto era, por tanto, el carcter social y al
mismo tiempo histrico de los fenmenos, en su variabilidad
en el tiempo y en el espacio. Los contactos entre las culturas,
la m archa de las estructuras culturales, las variaciones en estas
estructuras adaptadas de una cultura a la otra, la interdepen
dencia dialctica de todas las ram as de la vida social; he ah
segn los fundadores de Annales el camino para llegar a las
sntesis histricas y que igualmente puede construirse sta sobre
el anlisis de un pequeo hecho social. Sin embargo, se da el
caso curioso de que la historia econmica, que al principio de
sempeaba en el concepto de esta escuela un papel preponde
rante, como lo atestiguan los diez prim eros volmenes de An
nales y los trabajos de M. Bloch,85 comienza a pasar a un se
gundo plano, hasta casi desaparecer.
Nada ms caracterstico que la compilacin de artculos del
propio Febvre publicados recientemente, en la cual hallamos la
asociacin de los ms diversos problemas y mtodos en el tra
tamiento de los diferentes problemas. En l encontramos refe
rencias a la lingstica, al arte, la filosofa, la historia de la cien
cia, etc. Se tiene la impresin de que el autor ambicion buscar
esa asociacin y m ostrar su fertilidad. Las referencias a la eco
noma, a la que l mismo dedic tantos trabajos durante su
34

existencia, han desaparecido de estos trabajos, que en 1953 no


le haban parecido dignos de figurar en una recopilacin.*
En el perodo de entreguerras, la escuela de Annales tuvo
mucha importancia en el desarrollo de la historia econmica.
Su apasionada y entusiasta dedicacin a la bsqueda de nuevos
mtodos estadstica histrica, geografa histrica, metrologa
histrica, demografa histrica, etc. despert del quietismo a los
historiadores tradicionales, suscitando la crtica de los concep
tos y los procedimientos de interpretacin aceptados, nadie sabe
por qu, como razonables, luchando contra el idiografismo y
mostrando el camino y los problemas con respecto a las fuentes.
Sin embargo, el ascendiente de Annales fue limitado. Pe
netr dbilmente en Alemania, que desde haca un p a r de gene
raciones constitua, despus de Inglaterra, el centro mundial de
la historia econmica y que, en la dcada iniciada en 1930 se
convirti en un pas enemigo de la humanstica racionalista.
Asimismo, apenas penetr en los pases anglosajones, en los cua
les comenzaban a tener xito los mtodos esquemtico-cuantitativos.
De estos ltimos hablaremos ms extensamente en el captu
lo IX, pero no los podamos olvidar aqu, pues su aplicacin es
tan antigua como la propia historia econmica. Lo nuevo con
sista no tanto en su aparicin o en el aumento de la frecuencia
de sus aplicaciones, como en la ambicin con que comienzan a
ser aplicados y la esperanza que en ellos se deposita. Nos refe
rimos a la formulacin que segn dichos procedimientos se hace
con respecto a la tendencia universalista de la estadstica ge
neral, concepto segn el cual slo los mtodos cuantitativos
permiten dar a la historia un carcter cientfico y que sostiene
que, en cierto sentido, estos mtodos se bastan a s mismos y
ofrecen la garanta de liberarse del subjetivismo, de la ideologa
o de la teora en general.
En el ms eminente precursor del neopositivismo minima
lista, J. H. Clapham,87 el tem or acerca de las generalizaciones es
taba asociado a un ilimitado optimismo referente a la utilidad
de los mtodos cuantitativos.
'

LA HISTORIOGRAFIA M ARXISTA E N LA URSS

Para term inar nuestras consideraciones sobre el desarrollo


de la historia econmica en el perodo entre guerras, nos referi
remos al desarrollo de las investigaciones de carcter marxista
en la Unin Sovitica. Las hemos dejado para el final por cuanto
estas indagaciones destacaban por su audacia y ' su carcter
precursor y por estar convencidos de que an siguen manifes
tndose sus efectos en el desarrollo histrico de la ciencia mun
35

dial Y tambin porque estas experimentaciones que tenan lu


gar en un pas cercado por la intervencin y luego por el cor
dn sanitario, y finalmente por las condiciones de la poca
staliniana, no actuaron como hubiesen podido y debido actuar
sobre el progreso de la ciencia mundial.
Se puede afirm ar que el influjo de la ciencia rusa-democrtico-progresista en el perodo prerrevolucionario se convirti en
un fenmeno trascendente a comienzos de la paz posrevolucionaria.
1 origen de esta influencia radica en el hecho de tratarse
de unos cientficos progresistas pertenecientes a un pas atra
sado y campesino. Su carcter progresivo les incit a ocu
parse de los problem as sociales. Su ciudadana a un pas
atrasado les hizo ver m s de cerca y comprender m ejor la pro
blem tica socio-econmica de la Europa Occidental precapitalista. Su entronque con el marxismo, con el que toda la inte
lectualidad rusa se hallaba familiarizado, contribuy a su inter
pretacin clasista de la historia. Es digna de citarse la influen
cia de cientficos como Kovalevski, Karieyev Luczycki en el es
tudio de la historia agraria de la Francia prerrevolucionaria,** as
como la contribucin de los cientficos rusos a las investigacio
nes sobre la historia agraria de Inglaterra comenzando por Vinogradov y pasando por Pietruszewski hasta las indagaciones
actuales de Kosminski y de Lavroski.
O tra contribucin a las investigaciones en torno a la historia
de la clase obrera francesa del perodo de la Revolucin y con
respecto a la economa europea en la poca napolenica es la de
Tarle, que l mismo ha proseguido en poca m arxista, as como
las indagaciones realizadas por Potiomkin sobre la historia de
la clase obrera francesa entre 1815 y 1870.
E stas experimentaciones interrum pidas durante el imperio
staliniano debido a la ruptura de los contactos entre la ciencia
sovitica y la europea occidental han sido reanudadas por
esos mismos cientficos (Potiomkin) y por muchos de sus dis
cpulos.89
En la m isma Unin Sovitica los ensayos sobre la historia
econmica de Rusia fueron emprendidos a la vez por los eco
nom istas y los historiadores, recibiendo el estmulo tanto des
de el punto de vista prctico como ideolgico.
Con respecto a la prctica los estmulos fueron de diversa
ndole. As, por ejemplo, la nacionalizacin de la industria, de
los bancos, de las instituciones de seguros, etc., oblig a efec
tu ar una estimacin de la m agnitud de los capitales extranjeros
invertidos en la Rusia zarista, lo cual perm iti a su vez el amplio
desarrollo de las investigaciones al respecto.90 La necesidad po
ltica de investigar sobre la coyuntura capitalista, centr la aten
cin en tom o a la historia de las crisis capitalistas, tanto mun
diales como del pas, lo que a su vez llev a resultados grandio

sos bajo la direccin de un cientfico de tan amplios horizontes


histricos como E. Varga.
Por otra parte, los historiadores se interesaron por los pro
blemas histricos y en este aspecto nos referiremos en primer
lugar a las investigaciones de Pokrowski y su escuela.1
En opinin de este cientfico puede adelantarse la tesis de
que en general se trata del concepto de un historiador y no de
un economista la historia ha cumplido su objetivo al servicio
de la historia poltica de Rusia el cual consista en presentar su
carcter clasista. Sin embargo, al acometer seriamente su traba
jo, Pokrowski inici un gran nmero de investigaciones mono
grficas y de edicin de las fuentes sobre temas fundamentales,
y bien seleccionados. Los acertados elementos de la crtica pokrowskiana se referan no tanto a las experimentaciones en tor
no a la historia econmica como a su aprovechamiento para la
interpretacin de la historia en general. Por esto las podemos
incluir en estas pginas.
En todo caso, el bagaje investigador y en modo especial la
editorial de la escuela de Pokrowski constituye una adquisicin
sorprendente, muy en particular si tenemos en consideracin la
brevedad del tiempo y las difciles condiciones que atravesaba
la Unin Sovitica.
La obtencin de tan importantes resultados slo fue facti
ble gracias al gran entusiasmo de los ensayistas y a la gran
valoracin del papel de la ciencia por parte de las autoridades
estatales.
El inters de la escuela de Pokrowski se manifestaba esencial
mente en tres direcciones: las investigaciones en torno al capi
tal comercial en relacin con la, para Pokrowski, demiurgizacin de su cometido a travs de casi todo el mbito histrico,
sobre los latifundios y sobre los comienzos de la industria y de
la clase obrera.
Es natural que la gran edicin de gneros emprendida por
Pokrowski no poda llevar a la investigacin de tales problemas
ya que en la historia econmica y teniendo en cuenta la masa
de archivos que la caracterizaba, hasta las ms amplias edicio
nes han de revestir una ndole selectiva, ms o menos repre
sentativa.
No obstante, estas ediciones introdujeron en la ciencia nue
vas categoras de fuentes, posibilitando su crtica y la elabora
cin de los mtodos para su anlisis. En este sentido constituyen
una adquisicin permanente.
Al referimos a la historia econmica de la Unin Sovitica,
debemos recordar finalmente las exploraciones de sucesos de la
industria y de la clase obrera.
La iniciativa espontnea de los cientficos se conjug con la
iniciativa social que flua hacia los mismos. La conquista del
poder de un Estado inmenso por la clase obrera, la asombrosa
37

actividad y madurez poltica de sta, no podan dejar de desper


tar el inters por su pasado tan breve desde el punto de vista
histrico que haba culminado en el triunfo de la Revolucin.
Despus del ao 1923, aparece el prim er tomo de la obra pre
cursora de K. A. Pazitnov.92 Despus otros investigadores se lan
zan por ese camino.93 El acontecimiento ms sealado e intere
sante fue la iniciativa de Mximo Gorki. En efecto, en 1931, ste
proyect emprender con el esfuerzo colectivo de los historiado
res y los obreros la elaboracin de una historia de las diferentes
fbricas y empresas industriales.9* Esta herm osa iniciativa, rebo
sante de sentido histrico, la asum ieron un nutrido grupo de
cientficos, interesndose por ella los veteranos obreros que du
rante casi toda su existencia haban trabajado en sus estableci
mientos.
Los resultados de esta obra comenzaron a publicarse en el pe
ridico Istoria Proletariata SSSR (Historia del Proletariado
de la URSS). Despus el trabajo se fren, quedando slo un ar
chivo especial repleto de ricos m ateriales que an no han sido
aprovechados cientficamente.
Por desgracia, todas estas investigaciones no influyeron en el
desarrollo de la ciencia extranjera y en la m isma URSS fueron
interrum pidas por las represiones polticas y por la limitacin
de la libertad de investigacin cientfica en los aos 30.
Al estallar la Segunda Guerra Mundial, la historia econmica
se hallaba en principio en una situacin caracterizada por su
aspecto compendiador y de acceso a las fuentes. La ciencia mar*
xista casi se extingui en este aspecto en la Unin Sovitica,
siendo exterminada en Alemania m ientras que en otros pases
de Europa seguan laborando vigorosamente, aunque de modo in
directo, cientficos alejados del socialismo pero atrados por el
encanto de los mtodos m arxistas en cualquier disciplina.^ Los
conceptos reform adores operaban con relativa debilidad. En re
sumen, son poco numerosas las sntesis de carcter precursor.

LA SITUACIN DESPUS DE LA SEGUNDA GUERRA MUNDIAL

Despus de la guerra la reconstruccin de la ciencia histricoeconmica se oper formalmente con bastante rapidez. Junto
con la apertura de las Universidades funcionaron las ctedras,
volvieron a su actividad las publicaciones, y los temas histricoeconmicos al foro de los congresos y conferencias a veces no
sin ciertas tendencias imperialistas.96
Pero en la realidad esta reconstruccin no se hizo con tanta
facilidad.
Es preciso recordar sobre todo que en la tem porada inmedia
ta a la preguerra, de la guerra y de la posguerra haba desapa38

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recido casi por completo la vieja generacin de cientficos que


tenan autoridad en la poca de entre las dos contiendas mun
diales. En Francia haban m uerto Se, Bloch, Hauser, Febvre,
en Blgica Pirenne, en Inglaterra Power, Lipson, Clapham, S. y
B. Webb, J. L. y B. Hammon, en Suecia Heckscher, en Alema
nia Sombart y Sieveking, en Austria Dobsch, en la Unin Soviti
ca Laszczenko, en Polonia Rybarsky, Rutkowski y Bujak.
La labor de acceso a las fuentes y compendiadora se prosi
gue, pero durante la posguerra faltan sin embargo las obras
sintticas que, con sus tesis o sus mtodos habran de influir
en el desarrollo de la ciencia.
Pase a ser valiosas y fructferas, las tendencias cuantitati
vas asumen en los pases anglosajones un carcter program ti
co de negacin de las posibilidades de generalizacin y sintticas.
En la ciencia marxista desde hace poco son posibles las tenta
tivas de superacin del letargo provocado por el bajo nivel
cientfico de la economa m arxista y por la falta de inters que
se manifiesta en relacin con una verdadera especializacin en
ciencias histricas.
A pesar de su relativa juventud ya mencionada, la historia
econmica cuenta con un bagaje cuantitativo muy importante
tanto en Europa como en Amrica, en el Occidente como en el
Este de Europa, en Polonia como en los dems pases. Su incre
mento lo han propiciado tanto los factores ideolgicos como
tcnico-cientficos. Determinadas ideologas en perodos determi
nados han centrado la atencin sobre la historia econmica.
La rica dispersin territorial de las fuentes que existen en
grandes cantidades en cada archivo provincial abri un campo
de trabajo ms amplio que para con la historia poltica a los
innumerables eruditos locales y regionales y, en general, a las
gentes que, desparramadas en pequeas localidades, conserva
ban la ambicin de emprender una labor cientfica. La demo
cratizacin de los temas, la introduccin de las masas popula
res como hroes de la historia se ha conjugado con la demo
cratizacin de los sujetos y la expansin del crculo de los inves
tigadores activos de la historia.
As nos hallamos ante un fenmeno a la vez hermoso y es
pantoso, prometedor y peligroso.
Hermoso porque abre el camino del trabajo creador a quie
nes de otra forma slo seran meros consumidores; espantoso
porque a un ritmo surrealista, la creciente ola de publicaciones
condena al fracaso todas las tentativas encaminadas a seguir
tras la literatura de los problemas o a su agotamiento. Pro
metedor, ya que al multiplicarse de esa manera las legiones de
investigadores, stos pueden realizar aunando sus fuerzas, obras
gigantescas; y peligroso por cuanto como nos lo ensea la
experiencia ese descomunal esfuerzo, aunque no sea vano, no
s rentable para la ciencia.
39

Algunos historiadores econmicos, con una infundada sufi


ciencia profesional son partidarios de identificar la historia po
ltica que se ocupa de los acontecimientos irreproducibles
con la factografa historia de los acontecimientos y la historia
econmica con la historia de los problemas. Nada ms falso.
La observacin de la produccin cientfica antigua y moderna,
polaca y extranjera, nos lleva al convencimiento de que puede
existir perfectamente una historia econmica factogrfica y sin
problemas que, en sus pretensiones y con su falta de ambicio
nes cognoscitivas no es menos im portante que la historia pol
tica tradicional.
Slo en los ltimos aos es posible observar tentativas inno
vadoras. La Conferencia Internacional de Historia Econmica
celebrada en Estocolmo en 1960 brind una oportunidad para
revistarlas.9*8
Las indagaciones histricas en torno a la renta nacional inina

uta
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J t;iaas_ an tes orear f u e r t e , t^pciarineiAe-tai^xstieuia, m g ia ic

y los EE UU aportan ms resultados cada vez y dan la pai


para todos los temas histrico-econmicos.
El desarrollo de la teora del incremento econmico en
ciencia econmica empieza a repercutirse en la historia econ
ca destacando el problem a de la dinmica y de los cambio:
largo plazo, de su regularidad y su irregularidad,
Las experimentaciones formales que desde haca tiempo
haban emprendido en otros pases sobre la historia de
precios y los salarios, se han convertido en Francia en un m<
do para la sntesis de los fenmenos econmicos del merc
(Labrousse y su escuela),
El pensamiento m arxista en el campo histrico-econm
as como en otras disciplinas histricas se anim a en O
dente y en especial en Italia e Inglaterra donde las publicado
Past and Present y Studi Storici se han convertido en
rganos internacionales del pensamiento cientfico progresist;
empiezan a jugar un papel eminente de ferm ento ideolgicc
pesar de sus modestas dimensiones.
El enorme bagaje de la ciencia mundial en el aspecto de
teora econmica, la urgente necesidad de hacer su balance
forma asequible e incitadora, la desorientacin metodolgica >
falta de sntesis, todo ello contribuye a actualizar el problema
una consideracin metodolgica de esta disciplina.

E L D ESA RRO LLO D E L A S I N V ^ i IG A C IO N E S


S O B R E H IS T O R IA ECONMICA E N POLONIA

La ciencia polaca no tiene por qu avergonzarse en lo con<


niente a las indagaciones histrico-econmicas; cuenta con i
40

ieja ejecutoria y con grandes adquisiciones en este campo. Des


de los comienzos de la poca de la Ilustracin, procedi a inves
tigar un sinnmero de reservas de fuentes, emprendi el estudio
de todas las ram as de la problemtica y estuvieron representados
en ella los ms diversos mtodos y corrientes.97
Los comienzos de la historia econmica bajo la Ilustracin
se hallan puestos de manifiesto en los anales de la ciencia polaca
por las preclaras personalidades de Flix Loyko y Tadeo Czacki,98
dos nombres que no pueden separarse. Loyko, poco publicado,
entr en la ciencia como compilador de valiosos materiales. Eco
nomista sagaz y muy bien orientado en los problemas cientfi
cos, recogi materiales de fuentes siguiendo un mtodo cient
fico, sin conseguir elaborarlos. Estos elementos junto con la des
cripcin de sus tentativas analticas se han conservado con el
nombre de Legajo de Loyko en el archivo del Museo Czartoryskich. Tadeo Czarcki aprovech algunos de estos hallazgos agre
gndole una buena parte de sus propias bsquedas. En la cien
cia polaca falta una monografa de estos dos cientficos.
Tambin se puede incluir en el bagaje del perodo de la Ilus
tracin a W. Surowiecki" y sus trabajos sobre la historia de las
ciudades, la industria y el comercio en Polonia, elaborados des
de el punto de vista de los motivos del desmembramiento del
pas.
La emancipacin histrica de las clases sociales ms humildes
;n particular del campesinado est vinculada en los anales de
ciencia polaca a la gran figura de Lelewel. Este gran hombre
: interes muy profundamente por los problemas histrico-econmicos tanto de la vieja poca como de la moderna e incluso
por la estadstica,100 los problemas de la historia del campo
y la historia de las ciudades, del comercio, del dinero, etc. y
las metadolgicas, sus esbozos sintticos y sus estudios particula
res.
Simultneamente y con la influencia de Lelewel, representan
valiosas adquisiciones las investigaciones precursoras de histo
ria econmica realizadas por J. V. Bandtkie, W. A. Maciejewski
y H. Labecki. Bandtkie indag la historia de la minera y la
fundicin.
En la poca del positivismo y del desarrollo de los llamados
crticos que procedan en especial de las Universidades alema
nas, dos grandes sabios: Adolfo Pawinski101 y Tadeo Korzon,102 los dos residentes en Varsovia, actuaban en el campo de
la historia econmica. La Escuela cracoviana se ocup de modo
exclusivo de los problemas econmicos en especial Bobrzynski.
Korzon fue una de las figuras ms destacadas de la Escuela
varsoviana. Al margen de las disputas entre las escuelas, Pawinski se acercaba por sus conceptos ms bien a la Escuela
cracoviana. Las experimentaciones de Pawinski se centraron en
el perodo final del Siglo de Oro y la poca de los Gobiernos
41

de los Sejm es decir, de las Dietas. Sin m anifestarlo explcita


mente Pawinski busc tambin, como la Escuela cracoviana,
las causas del desmembramiento de Polonia.
Korzon consagr muchos aos de su existencia a la economa
de Polonia bajo el reinado de Estanislao Augusto, viendo en ello
un motivo para reconfortarse el corazn a travs de la mani
festacin de las causas internas que haban de contribuir a levan
ta r este pas de su ruina.
Las investigaciones de Pawinski sobre la Polonia de la dinas
ta de los Batory presentaban a un Estado en el apogeo de su
buena organizacin y su florecimiento econmico. Es preciso
citar su Tesoro polaco bajo Stefan Batory y en especial su m o
numental Polonia del Siglo X V I, continuada por A. L. Jablonowski y en la que, basndose en el registro de los impuestos
que gravaban al campo, realiz un extraordinario balance eco
nmico de esta nacin en el ltim o tercio del siglo xvi. En
cambio Los Gobiernos de los S e jm de Pawinski m uestran el pro
ceso de descentralizacin del Estado y su descentralizacin eco
nmica. La H istoria interna de Polonia bajo Estanislao Augusto
de Korzon efecta en cierta m anera el balance paralelo de la
economa polaca durante sus ltim os treinta aos de indepen
dencia.
La Polonia del siglo X V I de Pawinski y la Historia interior
de Korzon destacan por su amplitud y su gran ambicin sintti
ca; cada uno de estos autores al mismo tiempo da lugar a una
enorme cantidad de fuentes analizadas por vez prim era histri
camente y elabora las bases de su crtica.
Los comienzos del siglo xx significan un gran progreso en
relacin on las investigaciones de la historia econmica medie
val. En la Universidad cracoviana destaca un grupo de investi
gadores que emprenden con audacia el estudio de las nuevas
fuentes y acometen los nuevos temas: F. Bujak, Stanislaw Kutrzeba,103 Jan Ptasnik 104 y Karol Potkanski.105
Bujak y Potkanski dan un viraje en las bsquedas en torno
de los poblados, las fuerzas productivas y las relaciones socia
les en las aldeas polacas a comienzos de la Edad Media. Ptasnik
crea un moderno sistema de investigacin sobre la historia de
las ciudades de su patria. Extensamente acometidas, estas inda
gaciones ataen a los procesos econmicos, sociales y culturales
en las ciudades. Kutrzeba, historiador del sistema poltico, se
ocupa en sus trabajos no slo de la jurisdiccin econmica sino
del funcionamiento de una serie de instituciones y de su conte
nido econmico. En este mismo ambiente se inician antes de la
guerra europea Romn Grodecki106 y Casimiro Tymieniecki,10T
quienes continan las indagaciones iniciadas por Bujak y Pot
kanski.
En cambio las averiguaciones sobre la historia econmica con
tempornea as como del siglo xix se desarrollan con vigor en
42

Varsovia antes de la guerra del 14 a pesar de que esta capital


carece de un centro acadmico. Entre los investigadores hay que
mencionar a los hermanos Grabski: Estanislao y Ladislao as
como a Sofa Kirko-Kiedroniowa, con grandes mritos en la in
vestigacin de la historia de las aldeas de la Polonia contempo
rnea y en especial de sucesos de los pueblos del Reino polaco
en el siglo xix.
El perodo de entre las dos guerras destaca en la historia
econmica por el surgimiento de las escuelas, un considerable
incremento cuantitativo de la produccin cientfica, una gran
extensin de nuestros conocimientos con las consiguientes mani
festaciones negativas en el aspecto del acceso a las fuentes y del
epigonismo.
Destaca de modo preferente como es natural la Escuela de
Lvov de F. Bujak.1* Este sabio eminente demostr ser a la vez
un gran pedagogo. Saba agrupar a sus discpulos alrededor de
su ctedra y despertar los afanes laboriosos de un gran crculo
de alumnos. De origen aldeano ayud a facilitar el estudio de
muchos hijos de campesinos. Sus amplios horizontes cientficos,
su perfecto conocimiento de los diferentes tipos de fuentes de
todas las pocas histricas y su bsqueda constante de nuevos
procedimientos cientficos son los rasgos ms descollantes en
su actividad pedaggica durante los aos 1918 a 1939, rasgos que
prevalecieron ms si es posible que su propia labor cientfica.
La aspiracin a emprender las investigaciones cientficas colec
tiva y planificadamente hicieron que el bagaje de su escuela no
tenga un carcter catico y que est centrado sobre una serie
de problemas previamente seleccionados. E ntre stos es preciso
destacar las exploraciones de los poblados del medievo, la histo
ria de los precios, de las plagas elementales, las investigaciones
en tom o a los contratos, sobre los latifundios y las bsquedas
demogrfico-histricas.
Es natural que entre tan numerosos trabajos, los haya de
muy diferentes niveles as como es desigual la originalidad de
los mismos. Bajo la direccin del profesor los primeros alum
nos trabajaban un tem a determinado, elaboraban un mtodo, y
ms de una vez los alumnos que les sucedieron los reproducan
sin haber sido sometidos a crtica.
La segunda escuela, menos numerosa aunque no menos ambi
ciosa, desde el punto de vista cientfico, fue la de Poznan de Jan
Rutkowski.1" Aqu destaca en prim er lugar la rica labor cientfi
ca del propio profesor. El equipaje de Rutkowski, enorme y va
lioso, se halla penetrado por una clara concepcin cientfica y es
un viraje en la investigacin de la historia rural en la Polonia
contempornea. La labor de sus discpulos se centr principal
mente en la gnesis y la historia de la servidumbre en el campo
y en la estructura social de la aldea feudal. Todos los trabajos,
elaborados segn el mismo mtodo, conceptuados con una cate
43

gora adicional pueden constituir un ejemplo de un fructfero


trabajo colectivo.
Al mismo tiempo, las ctedras de Romn Grodecki en Cra
covia y de Casimiro Tymieniecki de Poznan prosiguen con sus
alumnos las investigaciones de la historia de los poblados y de
los comienzos de los grandes latifundios extendiendo sus bs
quedas en el aspecto geogrfico a los territorios occidentales
y en particular a Silesia.
Aparte de las ctedras universitarias de historia econmica
es preciso mencionar la im portante contribucin en esta disci
plina como en la labor del historiador de derecho, Jos Rafacz
y del economista Romn Rybarski.
Rafacz110 investig el sistema de la Polonia contempornea y
en especial su sistem a agrario. Como resultado de sus intensas
bsquedas en torno a las fuentes, public a menudo trabajos en
form a de semifabricados con una im portante documentacin.
Por este camino pudo salvar para la ciencia muchas de las
fuentes que despus fueron destruidas.
Muy im portante, en el campo de la historia econmica, es la
contribucin de Romn Rybarski.111 Este economista efectu in
vestigaciones histricas al margen de su labor cientfica princi
pal. Sin embargo esta dedicacin secundaria ha resultado ser
la ms duradera. Y esto no slo porque el Archivo del Tesoro
en el cual se hallan fundam entados la mayora de sus trabajos
fue destruido totalm ente durante la Segunda Guerra Mundial
sino porque su gran m rito estriba en que supo acometer im
portantes problem as cientficos que an siguen siendo debatidos
a menudo por la ciencia. La obra de Rybarski sobre comercio
y la poltica comercial de Polonia en el siglo xvi es irreemplaza
ble. Este autor consagr dos libros al Tesoro de Polonia en la
segunda m itad del siglo xvn y bajo el reinado de Estanislao
Augusto. Su pequea y original obra sobre el crdito y la usura
en la economa de la ciudad de Sombor en aquella poca tena
un carcter de descubrimiento dem ostrando cun valioso puede
resultar el anlisis econmico al dar elocuencia a unos m ateria
les tan pobres.
Muchsimo peor se presentaba el problem a de las investiga
ciones sobre la historia econmica del siglo xix. stas contaban
ya con una cierta ejecutoria en el perodo de entre las dos gue
rras; por una parte con respecto a las investigaciones de tipo
apologtico y que en los casos ms extremados eran panegricos
loando a los ms eminentes representantes de la burguesa y del
latifundio as como la accin autnoma de las clases pudientes
polacas (apologa de Kronenberg, Steinkeller, de la familia de
los Lubienskich, del Banco Polaco, de la Sociedad de Crdito de
la Tierra, del Banco Comercial, etc.), y por otra parte, la co
rriente de ndole m arxista iniciada por las investigaciones de
Rosa Luxemburg y de Julin Marchlewski.
44

La obra de Rosa Luxemburg112 sobre el desarrollo industrial


del Reino de Polonia y la de Julin Marchlewski sobre la histo
ria econmica de las regiones ocupadas por Prusia constituyen
una nueva corriente en la histografa polaca durante mucho tiem
po desconocida en su aspecto cuantitativo, y perteneciente al
futuro.
Al movimiento m arxista de esta poca, pertenecen los traba
jos de Henryk Grossman114 quien investig las cuestiones rela
tivas al territorio polaco ocupado por Austria en las postrime
ras del siglo xviii y sobre la estructura socio-econmica del Prin
cipado de Varsovia, de Natalia Gasiorowskalls (indagaciones me
talrgica y textil del Reino polaco) y ms tarde de Hiplito
Grynwaser116 y Maksymilian Meloch111 quienes escudriaron los
problemas del campesinado y de la rebelin campesina en la
poca del Reino Congresista: Estado polaco creado en 1815 por
decisin del Congreso de Viena.
Tuvieron una gran importancia en las investigaciones de la
historia econmica la creacin en algunas ciudades de centros
regionales no universitarios tales como los de Alta Silesia, Gdansk,
Przemysl y sobre todo el de Lodz que se agrupaba en tom o a la
seccin de la Universidad Libre Polaca, de la Sociedad Histrica
Polaca y del Archivo Municipal de esta ciudad, destacando la
actividad cientfica de Natalia Gasiorowska, Segismundo Lorenz
y Felipe Friedman.
Los Anuarios de Historia Social y Econmica, redactados
por F. Bujak y J. Rutkowski aparecieron a p artir del ao 1931.
Hasta la proclamacin de la guerra se publicaron siete tomos
y medio. Redactados con inteligencia consiguieron imponer el
derecho de ciudadana en el mbito cientfico de la nueva pro
blemtica y de los nuevos mtodos. Propugnaban el mante
nimiento de un contacto entre las disciplinas vecinas economa,
demografa, estadstica, geografa, etc.. Ofrecieron sus pginas a
los autores de los diferentes pases y mentalidades metodolgi
cas, manteniendo siempre un estrecho contacto con la ciencia
mundial, informando de sus aspiraciones, de sus xitos y sus
tendencias.
En una serie de filiales de la Sociedad Histrica Polaca, se
crean secciones de Historia Econmica y entre ellas las de Var
sovia bajo la direccin de Stefan Czamowski y Natalia Gasio
rowska. Los temas de la historia econmica son debatidos a
travs de una serie de informes presentados en tres congresos
nacionales, que a menudo tenan una gran importancia metodo
lgica (Rutkowski) e igual ocurre en el aspecto de los congre
sos internacionales con la participacin del mismo Rutkowski
y de Gasiorowska.
Cuando se proclam la Segunda Guerra Mundial, la historia
econmica es en Polonia una disciplina muy importante que
cuenta a su favor con grandes adquisiciones tanto en el pas
45

como en el extranjero y con poderosos centros de trabajo colec


tivo, en especial el de Bujak en Lvov y el de Rutkowski en
Poznan, as como con un numeroso plantel de jvenes cientfi
cos bien preparados; aunque es natural que en su desarrollo
pueden observarse ciertas lagunas o unilateralidades.
En verdad y no debe extraarse de esto en la Polonia agra
ria se bosqueja una concentracin desproporcional de la aten
cin sobre la historia rural. Las averiguaciones de la crnica de
las ciudades, a pesar de los trabajos de Ptasnik y de sus alum
nos Luca Czareviczowa, Kutrzeba y otros, del comercio, aunque
fueran tan serios los estudios de Rybarski, Kocz, Kutrzeba y su
grupo sobre la historia de los precios, de la industria a pesar
de la obra de Gasiorowska, apenas se desarrollaron.
Despus de la Liberacin el influjo de la metodologa m arxista
promovi una enorme labor de investigacin en el campo de la
historia econmica. Sin embargo, sera difcil afirm ar que se
haba superado ei inters p re d o m in te pof el Medievo, que se
haban salvado las lagunas en la historia del siglo xix y liquida
do el predominio de las investigaciones de la historia agraria,
reducido la factografa y elevado el nivel de la tcnica estadsti
ca, etc. Todo esto se consigue de un modo muy paulatino. No
obstante, uno de los logros incuestionables de los ltimos aos
es el reconocimiento de los derechos de la problem tica de la
lucha de clases. Aqu, se han conseguido grandes descubrimien
tos. A ello ayud el acceso a los archivos de la Corte los cuales
contenan actas que desde el punto de vista de la situacin se
acercan mucho ms a la vida cotidiana de las m asas populares.
En la actualidad, no es posible imaginarse un trabajo concer
niente a la historia econmica sin tener en cuenta este factor.
Pero la toma en consideracin de la lucha de clases es slo
uno de los aspectos de un fenmeno mucho ms amplio, como
es el de tra ta r de un modo dialctico a la sociedad cuya econo
ma se investiga. En tanto que antiguam ente la sociedad investi
gada se abordaba bajo un aspecto solidario, ahora, casi todos
los trabajos tratan de profundizar en su complejidad interna y en
las causas de sus contradicciones. A veces, esta problemtica
es tratada an de un modo declarativo, las contradicciones se in
terpretan de una m anera esquemtica aunque esto sea m ejor
que el antiguo e ingenuo solidarismo, por lo cual podemos es
perar la consecucin de nuevas adquisiciones.
Al ocuparse de las diversas contradicciones de tipo clasista
precisamente en el seno de la sociedad, la ciencia histrica po
laca de la posguerra tiene cada vez ms en cuenta la opinin
de las masas populares. Esta afirm acin1'8 escueta, y que a
veces no deja de suscitar dudas, tiene sin embargo un rico con
tenido. Hoy, al analizar un acontecimiento cualquiera nos plan
teamos la pregunta de cmo pudo influir en las ms bajas capas
desposedas. Tampoco olvidamos que la actividad de esas ma
46

sas que con frecuencia aparece tan dbilmente en las fuentes,


form la historia y determin la actividad de las clases privi
legiadas, actividad mucho ms aparente en los documentos his
tricos.
Tndas_ estos, cambios, no son sin embargp sino el comienzo
de las grandes tareas que se nos plantean.

47

II.

El objeto de la historia econmica (1)

LAS POSTURAS EM PIRICA Y NORM ATIVA


DE LA H ISTO R IA ECONMICA

Existe un doble procedimiento para la definicin del objetivo


y el alcance de cualquier ciencia existente ya en la prctica: el
mtodo emprico o el normativo.1
Es posible analizar la naturaleza de los problemas investiga
dos de hecho por unos cientficos que se consideran a s mismos
o son considerados como historiadores econmicos; tambin se
pueden examinar los temas abarcados por los compendios y los
manuales, las publicaciones cientficas que en sus ttulos se re
fieren a la historia econmica.
Es posible determ inar lo que una ciencia concreta, y en este
caso la* ciencia histrico-econmica, debe conformar a sus prin
cipios tericos generales, conforme a la sistematizacin de una
ciencia creada o adoptada por ella, basndose en sus fallas con
firmadas en la realizacin prctica de los temas investigados,
para sus experiencias en el aspecto de la tcnica de la labor cien
tfica, y ligada con esto, en la necesidad de una especializacin
o lina cooperacin.
En la ciencia polaca existen dos tentativas de determ inar el
objetivo de la historia econmica, cada una de las cuales cons
tituye una aceptacin consciente de una de las dos actitudes.
Nos queremos referir a los anlisis realizados por Rutkowski2
y por Grodek.3
Con su tpico practicismo, Rutkowski escoge el camino emp
rico por considerar que ofrece una mayor garanta de llegar
a unos resultados que tienen una verdadera significacin para
el des rrollo ulterior de una ciencia determinada. Al mismo
tiempo advierte que no se tra ta en su mtodo de una simple
ratificacin de la tradicin sino que tiende a mostrar lo que
en el aspecto considerado puede corresponder a otras ciencias
no menos autnomas que la historia econmica y lo que slo le
corresponde esencialmente a sta como objetivo propio.
Por el contrario, Grodek rechaza resueltamente la ruta em
prica y opera fundamentndose en el camino deductivo a tra
vs de la extraccin del contenido de la historia econmica de
la moderna teora econmica. Adems afirm a que esta es la
nica va verdadera que en el fondo sigue cada historiador que
se ocupa de investigar la totalidad de la economa o cualquier
Kca 100. 4

49

problema de carcter econmico, ya que para poderlo hacer,


para fijar sus elementos, ha de p artir de los principios tericos.
Es evidente que el prim ero de estos mtodos es imprescin
dible para las indagaciones cientficas, m ientras que el segundo
no es posible evitarlo en la metodologa de la ciencia. En un
caso ideal ambos mtodos han de dar un resultado que se
yuxtapone.
De acuerdo con la postura emprica, Rutkowski distingue en
la tem tica histrico-econmica siete secciones:
1) el trabajo econmico en el sentido tcnico m aterial junto
con la tcnica de la produccin,
2) la organizacin social de la produccin,
3) las normas jurdicas, m orales y costumbristas,
4) la literatura tcnica,
5) las ideas socio-econmicas,
6) la poltica econmica,
7) el movimiento social.
Ai caracterizar a continuacin la diversidad de los temas, de
los mtodos y de las fuentes de cada una de estas secciones,
Rutkowski se pregunta si es justo que cada una de ellas sea
objeto de las investigaciones de una ciencia.
Despus seala que la prim era seccin entra en el marco
de la historia de la cultura m aterial, que la seccin 3 pertenece
a la historia del derecho, las secciones 4 y 5 a la historia de la
literatu ra (pero es justo en la prctica?), y las secciones 6 y 7
al campo de la historia poltica, con lo que este autor llega a la
conclusin de que slo el sistem a socio-econmico, es decir,
los vnculos que de hecho se establecen entre las gentes para
em prender un trabajo econmico o repartir sus frutos, son in
vestigados exclusivamente por la historia econmica y que por
esta razn [el subrayado es mo, W. K.] han de considerarse
como el verdadero objetivo de sus investigaciones.
N aturalm ente que este razonamiento est basado en el prin
cipio no enunciado de que cada ciencia particular ha de tener
su finalidad propia o que el objetivo de cada ciencia radica en
la parte del territorio en la cual reina soberanamente sin
hallarse amenazada por ninguna de las ciencias vecinas. Para
saber si este principio es justo, si puede mantenerse frente a la
actual integracin de la ciencia y de los mtodos, al actual
surgimiento de la bioqumica, de la astrobotnica, etc., deberan
opinar los especialistas de la ciencia.
Pero an formularamos una reserva. Si Rutkowski considera
como el verdadero objetivo de la historia econmica el estudio
del sistema socio-econmico, o sea las relaciones existentes de
hecho entre las gentes y establecidas con el fin de acometer
una labor econmica o de repartirse sus frutos, surge una pre
gunta: cules son las relaciones interhumanas que considera
mos estn ligadas a esos fines? Y de esta m anera el problema
50

de la finalidad de la historia econmica no queda solucionado


sino que queda abierto. El propio Rutkowski relaciona la pro
piedad de los medios productivos al sistema socio-econmico
aunque aquella es una categora jurdica. Si la estructura del
poder en las sociedades antagnicas tiene un carcter de clase
y las relaciones entre estas clases son, sin embargo, relaciones
ligadas a la labor econmica y al reparto de sus frutos, la histo
ria poltica sera la definicin de Rutkowski y junto con ella
la historia de la poltica econmica y del movimiento social, que
l ha eliminado como categoras de fenmenos sociales del te
rritorio soberano de la historia econmica.
A pesar de que tratem os el problema con el menor esque
matismo, nos encontramos con el hecho de que entre las sec
ciones enunciadas anteriorm ente (ideologa social, poltica eco
nmica, movimiento social) al menos una gran parte de ellas
ha de situarse en el campo de la historia econmica de acuer
do con la propia definicin de Rutkowski y pese a sus con
clusiones y en contra del hecho que este campo no ha de ser
anexionado por la historia econmica sino que ha de constituir
un condominio entre sta y las disciplinas vecinas.
Sin pronunciam os en detalles de momento sobre esta cues
tin, sin form ular una tesis sobre el objetivo de la historia eco
nmica, slo queremos rem arcar las consecuencias del pensa
miento de Rutkowski.
Grodek, cuyos principios fundamentales ya hemos citado, si
gue otro camino, llegando a distintos resultados.
Se tiene la impresin (aun cuando esto no se formula clara
mente) de que para Grodek el objetivo de la historia econmica
es idntico al de la economa. ste afirma que hasta ahora los
lmites de la historia econmica... los puso la economa clsica
y que todo indica que en la actualidad deban ser delimitados
por la economa m oderna (por as decirlo). El razonamiento de
Grodek, al manifestarse en el sentido de cul ha de ser la teora
econmica que ha de delim itar los marcos de la historia eco
nmica, considera por tanto esto evidente. As que la historia
econmica tendra que diferenciarse, por supuesto, de la eco
noma no por su objetivo sino por la forma de tratar los pro
blemas y por sus finalidades cognoscitivas.4
Esta tesis es esencial en este aspecto, con independencia de la
teora econmica que Grodek nos proponga de aceptar como
base.
Sin embargo, vale la pena poner de relieve que si aceptamos
el problema no puede resolverse por mediacin de un anlisis
al margen de la historia econmica, pues es extenso y constituye
slo una parte de la cuestin de la clasificacin de las ciencias
humansticas. La divisin entre las ciencias que investigan unos
aspectos determinados de la vida social en la actualidad y las
que lo hacen con la misma exactitud esos fenmenos en el pa
51

sado, representa un problem a fundam ental para dicha clasifi


cacin.
Por nuestra parte consideramos que para llegar a la defini
cin de una ciencia determ inada no se puede recurrir ni al m
todo emprico ni al procedimiento normativo.
Teniendo en cuenta las divergencias de criterios, normales en
cada disciplina cientfica, el mtodo emprico nunca podra lle
vam os a una sinonimia en las soluciones. A su vez el procedi
m iento norm ativo tiene el peligro de llevamos a resultados so
bre el papel, impropios, ya que slo un escaso nmero de es
pecialistas en el campo de la historia de la ciencia pueden influir
realm ente en el sentido de una especializacin de su disciplina.
1 m todo emprico se caracteriza por su pasividad ante el es
tado real de las cosas, y el mtodo normativo emprende tareas
superiores a sus posibilidades.
Por ello, vamos a intentar llegar a una solucin del problema
por otro camino. Aunando en el razonamiento tanto los elemen
tos norm ativos como los elementos empricos (o sea tendiendo
a la confirm acin del estado de hecho en la ciencia, sin con
form arse con ello sino buscando al mismo tiempo en esa situacin
en realidad las tendencias de desarrollo y segn su propio
concepto apreciando ese estado de hecho a la p a r que las ten
dencias), comenzaremos por tra ta r de delim itar la historia eco
nmica y las dems ciencias afines, tanto histricas como eco
nmicas.
Siguiendo por este camino, se ha de ir perfilando gradual
mente la finalidad, el objetivo de la historia econmica. Pero
antes de ocuparnos de este problema, es imprescindible for
m ular algunas reservas.
De las tradiciones del positivismo del que tanto gustaban
los razonam ientos sobre el tem a de la clasificacin de las cien
cias se suele desgajar la conviccin de que una disciplina
determ inada con respecto a las investigaciones cientficas ha de
m ostrarse con todos sus rasgos peculiares en relacin con las
dems ciencias, ha de distinguirse por la particularidad de su
objetivo y lo privativo de sus mtodos.
1 m undo de los conocimientos humanos habra de sujetarse
a la imagen y semejanza del orden que im pera en la divisin
poltica del globo terrqueo: cada territorio se halla pintado
con los colores de un determinado Estado, no existen pases sin
amo, y tampoco la dualidad de poderes.
Este orden no es mucho ms duradero que el orden del
reparto im perialista del mundo. El dominio soberano de las
distintas ciencias, sobre los diferentes objetivos y mtodos
ya pertenece al pasado.
En el siglo xx, todo lo que existe de interesante y de nuevo
en la ciencia nace precisamente en la encrucijada de las cien
cias tradicionales: a travs de la aplicacin de los mtodos ela
52

borados por una ciencia determ inada a las cuestiones trabaja


das desde siempre por otra ciencia, por la combinacin de los
procedimientos ms diferentes, la conjugacin de las distintas
finalidades cientficas, etc.
Es un hecho que tampoco los positivistas tradicionales tuvie
ron una tarea fcil con l ciencia histrica. Si el objetivo de sta
radica en estudiar las sociedades hum anas es lgico que ha de
absorber a todas las dems disciplinas sociales.
En este caso no queda o tra salida sino la del reparto de la
sociedad en orden al pasado y al presente, ocupndose de in
dagar el primero la historia, m ientras que el segundo ha de ser
investigado por las ciencias sociales especializadas, como son
la economa, la ciencia del derecho, la sociologa, etc. Sin em
bargo, la divisin entre pretrito y presente es slo conven
cional.5
Los cientficos naturalistas de la poca de la Ilustracin han
recurrido a mansalva y con optimismo a las experiencias del
presente y del pasado para la bsqueda de las leyes eternas que
regan a las sociedades humanas. Pero desde entonces la ciencia
ha realizado una gran elipse.
Bajo las crticas se han desmoronado las conclusiones de la
esencia del hombre sobre la base de las representaciones del
buen salvaje, las eternas leyes de la humanidad y la impe
recedera ley de la circulacin del dinero.
Sin embargo, por otra parte, los progresos de la historificacin de los conocimientos en cuanto a la sociedad, preciosos
en sus aspectos crticos, condujeron a la negacin de las posi
bilidades de elaborar las leyes del conocimiento de la sociedad
en general y por consiguiente a la incapacidad de una posible
existencia de las ciencias sociales. De ah lo atractivo de las
bsquedas de l a s leyes dinmicas, de las leyes que rigen la
variabilidad de los problemas sociales, y por lo tanto de la ne
cesidad de volver a los materiales de carcter histrico.
Este viejo postulado de la ciencia m arxista viene operando
cada vez ms tambin con otras disciplinas, bien como postula
do metodolgico, bien en su aspecto prctico en el campo de
las indagaciones cientficas (por ejemplo, en gran parte de las
investigaciones denominadas economics o f growth).
Por todo ello, la historia econmica constituye en igual me
dida una parte integrante tanto de la historia como de la eco
noma. Se ocupa parcialmente de la problemtica tradicional
de la historia y por otro lado de la problemtica habitual de la
economa. En cada una de sus experimentaciones se sirve
o cuando menos debera hacerlo' de los mtodos elaborados
por las dos ciencias, tales como la heurstica o la hermenutica,
el anlisis de la contabilidad de las empresas de trabajo o las
series estadsticas..
Tenemos la impresin de que entre ambas pertenencias ha
53

de ser ms fuerte en teora (pero no en la prctica de la vida


de la comunidad cientfica) la historia econmica que la eco
noma poltica.
En apoyo de esta afirmacin alegaremos el carcter de las
cuestiones examinadas por la historia econmica: pues se trata
claramente de problemas de ndole econmica. Por lo dems, la
ciencia econmica es precisamente la especialidad de la explo
tacin econmica por parte de las sociedades humanas. Tienen
un carcter econmico las preguntas con las cuales el histo
riador de esta ciencia se enfrenta o que l mismo ha de formu
larse.
El carcter de las preguntas determina en grado sumo la
eleccin de los procedimientos que deben aplicarse, hasta el ex
tremo de que los mtodos elaborados por la economa poltica
nunca han de ser utilizados por el historiador econmico para
la elaboracin de los problemas actuales y de esto volveremos
a hablar a menudo sin haberlos sometido previamente a la
crtica, ya que en la prctica ha de crear mtodos nuevos, los
cuales han de contribuir como procedimientos de anlisis de
los fenmenos econmicos a enriquecer la metodologa econ
mica.
Por otra parte, el historiador econmico no puede lim itarse
en su labor investigadora a la utilizacin de unos mtodos y a
la elaboracin de otros procedimientos econmicos, sino que al
mismo tiempo debe utilizar los mtodos tpicos para la investi
gacin histrica, utilizacin de la cual nadie puede librarse
siempre y cuando base su labor en las fuentes histricas.
Al considerar los problemas desde el punto de vista econmi
co, el historiador econmico, dada su formacin cientfica y sus
conocimientos, tiene la obligacin de aportar su contribucin
al patrimonio general de las ciencias econmicas. Al parecer, los
elementos ms im portantes deben ser:
1. Una actitud crtica con respecto a las fuentes (en princi
pio esta postura es obligatoria para cada investigador, pero los
historiadores con su sensibilidad saben cun despreocupados
suelen ser los cientficos que no han pasado por la escuela
histrica).
2. Una tendencia hacia las experimentaciones a largo alcance
(esta inclinacin es ms bien un postulado que la afirmacin
de un estado de hecho, pues en la prctica, los historiadores,
con la misma frecuencia que los investigadores del llamado pre
sente, suelen encerrarse en el angosto marco de un particularism o
cronolgico).
3. Una gran predisposicin y aptitud a tom ar en considera
cin el papel de los factores extraeconmicos en las transfor
maciones econmicas, que los economistas suelen subestimar
tan a menudo segn el principio caeteris paribus.
Totalm ente distinta de la clasificacin de esta ciencia es la
54

cuestin del acoplamiento de la historia econmica a la organi


zacin universitaria. En numerosas universidades sucede que
los estudios de historia econmica de la Antigedad y del Me
dievo estn concentrados en las facultades histricas, m ientras
que el estudio de la historia econmica del capitalismo pertenece
a las facultades econmicas. Esta situacin creada por la vida
se halla sumamente fundamentada.
*
Teniendo en cuenta de que pese a todo la actual especializacin de las ciencias sociales radica en el estudio del hecho
social con tanta fuerza de inercia, y contando tambin que la
distribucin de las especialidades es en la actualidad un postu
lado admitido y reconocido, nos detendremos sobre las relacio
nes existentes entre la historia econmica tal y como es y como
a nuestro juicio debera ser, y las dems disciplinas afines e
igualmente autnomas.
Es natural que en prim er lugar nos ha de interesar todo lo
que como historiadores econmicos podamos aprovechar de las
dems especialidades y asimismo aunque en un grado menor
hemos de pensar en qu medida podemos ayudar a las mismas.

LA H ISTO RIA ECONMICA Y LAS DISCIPLINAS HIST RICAS


La historia econmica y la historia poltica

Determinar las relaciones entre estas dos disciplinas depende


no slo de la definicin de la historia econmica, sino de la
definicin de la historia poltica, tarea complicada para tratar
de darle aqu una solucin. En este caso no existe en los cien
tficos ninguna opinin comn y el mtodo emprico no nos
llevara a ningn resultado similar en un campo que pertenece
a las publicaciones especializadas, manuales, etc.
Por nuestra parte, consideramos como la historia poltica
la historia de los gobernantes, en la prctica de la historia del
Estado, su actividad en el interior como en el exterior, la lucha
por la orientacin de esa actividad o por los cambios estructura
les del Estado sin los cuales es imposible la variacin de direc
cin de su actividad, y por ltimo la historia de sus relaciones,
a ser posible, con los dems Estados.
La actividad del Estado al igual que la de cualquier otro
fenmeno social se halla determinada a travs de la mutua vin
culacin de todos los fenmenos de la vida social por las trans
formaciones que acontecen en todas las ramas. El carcter de
primaca o el aspecto secundario o eventualmente la influencia
de los cambios que se producen en los diferentes sectores de
la vida social respecto al Estado, es lo que ahora nos interesa.
Queremos slo formular la conclusin de que los fenmenos
55

que determ inan los acontecimiento y los cambios en la vida po


ltica tienen en su inmensa m ayora un carcter extrapoltico
en el estricto sentido de la palabra, que pertenecen a otras
secciones de la historia. Al utilizar las palabras en su inmensa
mayora nos referamos al hecho de que tam bin intervienen fac
tores polticos y que en el m arco de esta misma disciplina entran
determinantes como son la poltica dinstica de los gobernan
tes. Este ltim o fenmeno ha de intervenir con especial vigor
en el campo de la historia de las relaciones polticas internacio
nales, en el cual la actividad de un Estado ha de determ inar
la reaccin de otro (es claro que en este caso la actividad del
prim er Estado ha de tener a buen seguro numerosas determi
nantes extrapolticas, y que la reaccin del segundo Estado no
se hallar determ inada exclusivamente por la referida accin
del primero, sino tam bin por las condiciones internas con todo
su complicado tejido y, por lo tanto, en gran parte tambin
por los factores extrapolticos).
Los fenmenos determ inantes investigados por la historia po
ltica, existen en mayora aplastante en otras ram as de fen
menos sociales y por lo tanto en otras disciplinas histricas.
Esta tesis es aparentem ente evidente, en especial para el
marxista, ya que para l resulta de las leyes dialcticas sobre
la interdependencia de los elementos de la vida social y de la teo
ra de la superestructura a la cual pertenece la vida poltica, tesis
que han tenido que buscarla a menudo los metodlogos marxistas de la historia y que ha sido utilizada con frecuencia como
argumento en contra de la especializacin de las ciencias hist
ricas y a favor de su integracin.
La base de la diferenciacin de las disciplinas histricas es
pecializadas es ms bien un mtodo que una categora de los
fenmenos investigados. La necesidad de dom inar el procedi
miento especfico de indagacin de un aspecto determinado de
la vida social (econmico para los historiadores econmicos,
jurdico para los historiadores del sistema, m ilitar para los his
toriadores m ilitares, etc.) se manifiesta necesariamente al me
nos en la prctica de la especializacin de las ciencias histricas.
La ciencia conoce a los polihistoriadores en el terreno de los
hechos, pero no conoce a los polihistoriadores en el terreno de
los mtodos.
El hecho de que la historia poltica se halla determinada, por
ejemplo, por los fenmenos econmicos, no puede constituir un
argumento en contra de la diferenciacin de la historia econmi
ca, ya que de esta m anera llegaramos a negar la posibilidad de
cualquier divisin positiva en general. Es posible que en el futu
ro las ciencias histricas se dividan de una m anera totalmente
diferente. Acaso esto fuera incluso muy positivo para el desarro
llo interior de la ciencia. Aun cuando esto sea un posible postu
lado es demasiado pronto para hablar de ello.
56

As, la historia poltica se halla determ inada por una inmen


sa mayora de fenmenos extrapolticos con un predominio por
parte de los fenmenos econmicos. La nica conclusin a la
cual se puede llegar es la de que ha de aprovechar lo ms ex
tensamente los resultados conseguidos por la historia econmica.
Es cierto que el hecho de fundam entarse en los resultados obte
nidos por otros investigadores, incluso en otras disciplinas
siempre es arriesgado, pero sin ello no puede hablarse de un de
sarrollo de la ciencia. Es posible reaccionar contra ese peligro
a travs de la formacin fundamental del historiador poltico en
el aspecto de la historia econmica, armndole para el crtico
aprovechamiento de sus resultados, y a travs de la organiza
cin de una cooperacin entre los especialistas de las diferentes
disciplinas, con el fin de solventar los diferentes problemas con
toda una gama de mtodos y a travs del planteamiento, por
parte de los historiadores polticos a los historiadores econmi
cos, de las preguntas cuyas respuestas precisan aqullos para
su labor.
Con esta concepcin de la historia poltica nos hallamos ante
el hecho de que entre sta y la historia econmica se perfilan
dos campos limtrofes litigiosos: la actividad propi del Estado
en el aspecto econmico y su poltica econmica. La propia acti
vidad econmica del Estado se divide seguidamente en el pro
blema de la administracin estatal de sus ingresos y de sus
gastos (finanzas) y en la administracin por parte del Estado
de todos los sectores en que interviene como propietario o gestor
de los medios de produccin (tierras pertenecientes al Estado
y empresas industriales estatales).
Estudiemos estos tres aspectos del problema.
Los casos en que el Estado interviene como propietario o ges
tor de los medios de produccin y cuando sus rganos o sus
mandatarios intervienen como reguladores de la produccin
y del mercado, tienen para el historiador una gran importancia,
que en deteim inadas pocas se halla relacionada con la magnitud
en que este fenmeno se manifiesta. En los comienzos del feuda
lismo ste fenmeno tiene una magnitud relativamente muy gran
de. Pero a medida que este poder social va avanzando se va
reduciendo esa magnitud. Despus empieza a crecer la poca de
la monarqua absoluta y en especial en tiempo del absolutismo
ilustrado, en los perodos en que el Estado realiza una poltica
mercantil. Vuelve a disminuir en el siglo xix para volver a cre
cer en el perodo de entre las dos guerras mundiales. Es evidente
que aqu se manifiestan diferencias muy notables entre los dis
tintos Estados. En el siglo x v i i i el sector estatal es impor
tante en Prusia y en Rusia, pequeo en Polonia. Durante los
aos 1918 al 1939 este sector es grande en los Estados fascistas
y pequeo en los dems Estados.
Sobre la importancia del citado fenmeno en determinadas
57

pocas influye no slo la participacin directa de este sector


en la totalidad de la economa nacional, sino que su importancia
radica tam bin en el hecho de que en algunos perodos dicho
sector abarca asimismo las ram as de la produccin que, bajo
un aspecto cualquiera, son de una im portancia particular para el
funcionamiento del conjunto de la economa nacional. As ocu
rre en el caso de las minas de metales preciosos, las manufac
turas del Estado, la industria de carcter inversionista (minera
y fundicin del acero), la industria del armamento, etc.
La im portancia del mencionado fenmeno para el historiador
se increm enta gracias a la tem prana y ms eficiente organiza
cin adm inistrativa y de control del Estado y a la m ejor con
servacin de los archivos estatales, la actividad de las empresas
del Estado se halla mucho m ejor documentada para la labor
prctica del historiador. Esto provoca a veces una sensible de
formacin de las proporciones del cuadro general.
La em presa estatal suele tener una serie de rasgos comunes
con las dems empresas de carcter privado de la poca, pero
diferencindose de ellas. En general tiene en comn la tcnica
y la organizacin tcnica de la produccin. Evidentemente se
dan casos en que las empresas del Estado pertenecen a las que
tienen ms im portancia tcnica o al revs, o bien que en las
empresas estatales se emplea una fuerza de trabajo de un ca
rcter algo distinto, como cuando se refiere al papel relativo
de la mano de obra forzada, pero debindose reconocer que la
empresa estatal apenas se diferencia de la empresa privada, ya
que ambas entran en el mismo marco, se puede establecer las
oscilaciones que intervienen en la media, con lo cual los re
sultados de la investigacin han de tener un valor eminente
mente cientfico.
En una serie de otras cuestiones la em presa estatal se dife
rencia a veces mucho ms como es en los problemas del clculo,
de las inversiones, del capital mvil, del mercado, etc., donde
suelen* tener a veces un carcter absolutamente genuino. Los
resultados del estudio de tales empresas slo se refieren a ellas
y no al conjunto de la industria de la poca.
En los problemas del mercado, en las empresas estatales
entran en juego elementos que no existen en las empresas pri
vadas (la produccin del armamento, la de los artculos de lujo
para las necesidades suntuarias de la m onarqua absoluta, etc.).
Incluso la cuestin de la rentabilidad, la cual aparentem ente se
manifiesta de la misma m anera en las empresas privadas, tiene
en las empresas estatales otro sentido social, puesto que al hallar
se vinculado a las necesidades, no deja de influir en sus reservas
y por lo tanto en sus posibilidades.
As, tericamente, la empresa estatal, con lo que tiene de ms
o menos representativo para una poca determinada, correspon
de a las atribuciones de la historia econmica, m ientras que todo
58

lo que se refiere a su carcter estatal especfico forma parte de


las atribuciones de la historia poltica.
En la prctica la situacin puede tener un aspecto distinto,
ya que slo los historiadores econmicos dominan el mtodo
de anlisis de la empresa. Sin embargo, esto no altera el hecho
de que desde el punto de vista temtico dicho problema atae
a la historia poltica y que debe incluirse en sus cursos y ma
nuales. La temtica especficamente estatal de la economa
del Estado en sus propias empresas reviste una importancia li
mitada para la historia econmica.
La m ateria financiera es un sector fronterizo entre la historia
econmica y la historia poltica.
Las finanzas son por antonomasia un problema poltico. Tan
to por parte de los ingresos como de los gastos, constituye a cada
momento la expresin de la poltica del Estado, del cual pro
ceden en su inmensa mayora los ingresos de los diversos m
todos de gravamen de la poblacin y que como tales constituyen
un factor que lleva a la modificacin de la estructura del re
parto de la renta nacional que se haba conformado en la socie
dad durante el proceso de produccin. Esta modificacin tiene
un carcter provechoso para unos grupos sociales y perjudicial
para los dems. La influencia del Estado es ms o menos pro
funda segn las pocas, pero siempre importante. Los gastos
financieros reflejan su poltica y forman parte integrante de la
misma. Y ello en dos sentidos. Directamente, por cuando llegan
en su gran mayora a manos de los ciudadanos, brindando unos
beneficios slo a unos grupos sociales. Indirectamente, ya que
los objetivos de la poltica estatal se hallan realizados por me
diacin de esos gastos y que en dichos objetivos una clase est
mucho ms interesada que las dems.
No existen objetivos en la poltica del Estado que no aca
rreen algn gasto y que por lo tanto no se reflejen de alguna
manera en los fenmenos relativos al sector financiero.
No es casual que la burguesa liberal hiciera del presupuesto
el objetivo fundamental de su lucha parlamentaria. La poltica
econmica constituye uno de los sectores particularm ente impor
tante para la historia econmica, por lo cual tendremos que
referim os especialmente al mismo en adelante. Ahora slo que
remos subrayar que la problemtica financiera es en su con
junto una parte integrante trascendental de la historia, en la
que se incluye.
No obstante la historia econmica ha de tender al condo
minio sobre una parte de esta problemtica.
En primer lugar, la accin del Estado en el terreno financiero
no deja de ser la administracin, es decir, la utilizacin de los
medios materiales siempre limitados con respecto a los obje
tivos existentes.6 Los mtodos de esta administracin deben figu
rar igualmente en el mbito de la historia econmica (la confor59

macin del tesoro, las foim as de conservacin y de garanta de


las reservas estatales, la colocacin de los capitales, la economa
crediticia, la balanza de pagos nacional y exterior, etc.).
EiLseeugdo Iuea,_la actividad del Estado es _sjemnrjj. .un J r $=.
truniento de la poli a econmica ya que lleva consciente o in
conscientemente a ! resultados deseados o bien a resultados
contrarios a los beneficios de la vida econmica del pas.
En este sentido, los resultados de las investigaciones en el
m arco de la historia financiera deben figurar en cada curso de
historia econmica.
Por ltimo, en tercer lugar, nos volvemos a encontrar con
un problem a de carcter prctico: al dom inar el mtodo eco
nmico, el historiador econmico puede em prender generalmente
con facilidad y eficacia el anlisis financiero, abarcar un mayor
nm ero de problem as y establecer correctam ente los sntomas.
Por fin hay un tercer condominio entre la historia econmica
y la historia poltica, que es la problem tica de la poltica eco
nmica.
Y
de nuevo nos hallamos tericamente, esta vez sin ninguna
cortapisa, frente a la problem tica de la historia poltica. A la
historia econmica conciernen slo sus resultados como uno de
los elementos del m arco en el cual se desarrolla realmente la vida
econmica, o delim itado por las actuales fronteras del Estado,
su desm em bram iento o su unificacin, su independencia o su
dependencia poltica, en los lmites de la dominacin de deter
minadas norm as morales e ideolgicas, en el m arco establecido
por el nivel alcanzado en ese m omento por la tcnica, etc. Todos
estos aspectos del problema, inconmensurablemente trascenden
tales para la historia econmica, han de ser investigados por las
diferentes disciplinas. Para su indagacin la historia econmica
no dispone de los correspondientes procedimientos ni atribucio
nes, pero ha de utilizar al su m m u m sus resultados y, en deter
minados casos, ha de form ular sus postulados investigadores
con respecto a las diferentes disciplinas, lo que tambin ocu
rre con la poltica econmica.
Ahora bien, no podemos olvidar la serie de dificultades prc
ticas ligadas a la realizacin especfica de esta divisin del tra
bajo.
No es posible analizar un sector cualquiera de la poltica sin
conocer los efecetos del mismo. Los resultados de la poltica
econmica pertenecen al problem a de los fenmenos econmicos:
aceleran o frenan el desarrollo de la produccin, favorecen una
ram a de la produccin en perjuicio de otra, etc. Los efectos de
la poltica econmica entran, por ello, de lleno en la proble
m tica de la historia econmica, la nica capaz de indagarlos.
Sin embargo, como quiera que conforme a lo que ya dijimos
no puede haber ninguna investigacin poltico-econmica sin
examinar sus efectos, tambin en lo que concierne a la pol
60

tica econmica ser necesaria la existencia de un condominio en


tre la historia econmica y la historia poltica.
Respecto a los conceptos sintticos, la problem tica politico
econmica entra de lleno en los cursos relativos a la historia
poltica, aun cuando las consecuencias definitivas de estas inves
tigaciones deban figurar junto a otros factores en los cursos de
historia econmica.
Como se ve, no llegamos a la estricta separacin en el reparto
de las atribuciones entre la historia econmica y la historia
poltica. Pero esto no nos inquieta, ya que no compartimos el
concepto tradicional de que la realidad social ha de estar divi
dida entre las disciplinas que se ocupan de investigarla, de un
modo exclusivo.
La historia econmica y la historia de la cultura

Aqu, la diferenciacin de estas disciplinas ha de depender de


lo que entendemos por disciplina vecina, y por historia de la
cultura, tanto ms difcil por cuanto en este caso, tales concep
tos, vinculados en la prctica, se diferencian diametralmente
entre s.
Si, de acuerdo con la definicin generalmente aceptada en so
ciologa, por cultura se entiende la totalidad de los productos
de una sociedad determinada, los cuales se hallan ligados en
cierto modo entre s en el seno de la misma, toda la historia
constituye la historia de la cultura. No existe otra historia en
la etapa actual de la ciencia.
Con esta comprensin de la historia de la cultura, su tarea
tendra que ser una labor integradora de todas las disciplinas
histricas. Este es un trabajo que se plantea con una gran
fuerza ante la ciencia histrica y acaso sea un hecho evidente.
Teniendo en cuenta el enorme desarrollo de las investigaciones
especializadas consagradas a los ms diferentes aspectos de la
actividad social; no se llega a alcanzar el proceso de integracin
de sus resultados, lo cual se refleja en detrimento de esas mis
mas indagaciones especializadas, al privarlas de una brjula para
las investigaciones ulteriores. Por aadidura, el postulado de
integracin as comprendido aclarara la existencia de un gran
nmero de manchas blancas en las cuestiones que suelen cen
tra r la atencin de los investigadores y que son imprescindi
bles para la consideracin integral de la historia.
Este postulado de la historia de la cultura es vlido aun
cuando aqu no fuera sta una de las disciplinas histricas sino,
simplemente, una verdadera historia sin adjetivo, ya que no exis
tira el problema de una diferenciacin entre ella y la historia
econmica.
La segunda definicin consiste en asignarle a la historia de
61

la cultura el conjunto de los problemas de las superestructuras,


con lo que se enfrentara con la historia econmica como cien
cia que se ocupa de la base.
Pero este concepto de la historia de la cultura tiene su fun
damento. Sin referim os aqu a los fenmenos internos de las
diferentes ram as de la superestructura, ya que sta es una tesis
evidente, se puede preguntar si no es ms fuerte el vinculo exis
tente, por ejemplo, entre la historia del derecho y la historia
econmica, que el que existe entre la historia del derecho y la
historia de la literatura o de la msica. Por aadidura, las di
ferentes ciencias que se ocupan de los distintos aspectos de la
superestructura se hallan en la prctica tan diferenciadas y han
de serlo dado el carcter especfico de los mtodos que utilizan,
que es difcil postular la creacin de cualquier superciencia
o agrupacin de ciencias que la abarcase en su totalidad.
Pero esto no significa que no exista y no deba existir esa es
pecie de grupo de ciencias (como existe, pqr ejemplo, el grupo
de ciencias sobre la tierra) el cual tuviese determinados proble
mas en comn que deberan tratarse mancomunadamente. As
que este concepto de la historia de la cultura es inadecuado para
nuestros fines. Los dems conceptos de la historia de la cultura
tienen a menudo un carcter no cientfico. En los manuales de
historia de algn pas se inserta en los captulos relacionados
con la cultura, precisamente los restos de la misma que no se
incluyeron en otros captulos y que con harta frecuencia corres
ponden a las disciplinas histricas ms tradicionales y defini
das, como son el arte, la ciencia y la enseanza, los fenmenos
de carcter etnogrfico, costum brista, etc., a veces tambin es
tos captulos son muy breves cuando se refieren a algunos de
los aspectos, por ejemplo costumbristas.
Estos conceptos son a veces inevitables, pero resulta difcil
tomarlos en consideracin en los razonamientos tericos.
La historia de las diferentes ram as del arte, de la historia
de la ciencia, la enseanza, la tcnica y la cultura material, cons
tituyen y deben constituir disciplinas aparte y especializadas
en el marco de las ciencias histricas. En su inmensa mayora
la tem tica etnogrfica ha de pertenecer a la historia de la
cultura m aterial. Las norm as costumbristas, en cambio, como
ya lo dijimos en otro lugar, deben estar en la historia del dere
cho si no del sistema la cual debe ocuparse de todas las nor
mas sociales en general, ya que el hecho de que una norm a de
term inada se halle refrendada jurdicamente, con ser una cues
tin de una im portancia trascendental no altera el hecho de que
contina siendo slo una parte de la categora general de las
normas sociales.
Con tal concepto ya no hay lugar para una sepvacin cual
quiera en el esquema de las ciencias histricas, Qv .a historia
de la cultura.
62

A fin de evitar cualquier malentendido, hemos de poner de


relieve con vigor, que al form ular este tipo de tesis no nos refe
rimos nicamente a la clasificacin terica de las ciencias his
tricas. No se debe interpretarlo en el sentido de que el autor
se opone, por ejemplo, a la creacin de ctedras, de centros de
investigacin o de publicaciones de la historia de la cultura y
de las investigaciones cientficas. Todo lo contrario. En la actual
situacin de especializada dispersin de las disciplinas histri
cas provocada por la falta de conceptos integradores, la fre
cuente desorientacin de las bsquedas especializadas y la fre
cuente y acaso lo ms peligroso aparicin de manchas blan
cas, de problemas no resueltos por ninguna de las disciplinas,
las tentativas de este gnero slo pueden tener una funcin po
sitiva. Los trabajos de este gnero podran entrar tericamente
en la estructura de las restantes disciplinas y pertenecerles. Si
esto no se realiza sin resistencia ya que las disciplinas tradi
cionales no gustan que la ampliacin de su problemtica investigacional les llegue de fuera no se tratar sino de un fen
meno normal en la historia de la ciencia.
La historia econmica y la historia del derecho

En relacin con la historia del derecho, disciplina antigua


y que en ciertas pocas desempe un papel preponderante en
la historiografa, la historia econmica tiene su legendaria deu
da de gratitud. En muchos pases, como en Alemania, surgi,
al menos en parte, primero en su seno y despus unida a la his
toria del derecho. En cada nacin un gran nmero de eminentes
historiadores del derecho han alcanzado grandes mritos en la
historia econmica. En Polonia, se pueden citar los nombres de
especialistas como Czacki, Maciejewski, Ulanowski, Bobrzynski,
Kutrzeba.
Es posible afirm ar que los ms grandes pensadores entre los
historiadores del derecho, contrariamente a los dogmticos es
trechos y formalistas, irrumpieron en el campo de la historia
econmica, lo que tuvo una significacin tanto mayor y fructfe
ra desde el punto de vista cientfico ya que an no exista la
historia econmica como disciplina autnoma.
Al igual que en la Unin Sovitica, en la actualidad esta dis
ciplina se halla definida como Historia del Estado y del Dere
cho. Aditivo, del Estado, y cuyo problema de esta denomina
cin es superfluo. Pues no se trata y quiz no pueda tratarse
de la historia del Estado en general, ya que se trata plena
mente de la historia poltica. En cambio es y debe ser la historia
del derecho tanto estatal como privado, y por ello la historia del
derecho en toda su magnitud.
Sin embargo, y como usuarios de los resultados de las inves
t

tigaciones histrico-jurdicas, sentimos la necesidad de una am


pliacin prctica del campo abarcado por ella.
Al suponer que la historia del derecho se ocupe slo de la
historia de las norm as jurdicas, las dems categoras de nor
m as quedan fuera del alcance de la misma. As, la extensin
de la historia del derecho en form a que pudiera abarcar igual
mente la historia de las norm as costum bristas, morales, etc., po
dra llenar los vacos en las indagaciones histricas.
Tericamente, n in g n historiador del derecho niega la posi
bilidad de que esta disciplina se ocupe del derecho costum
brista. Sin embargo, en la prctica estos conocimientos se hallan
alejadsimos de los conocimientos de las norm as jurdicas.7 El
diferente carcter de las fuentes p a ra la investigacin de las
norm as costum bristas en relacin con las fuentes de la historia
del derecho es quizs en este aspecto el motivo fundam ental. Por
lo tanto la ampliacin de la historia del derecho a las investiga
ciones de la historia de todas las norm as sociales no h a de ser
fcil de conseguir, ya que h a de exigir la ampliacin de los
mtodos utilizados por ella y perfeccionados a lo largo de mu
chas generaciones. No obstante, esta tarea nos parece necesaria,
no slo en razn como ya lo hemos indicado a la liquida
cin de las manchas blancas sino por razones tericas.
Pues hay un hecho generalm ente conocido, cual es que las
norm as jurdicas constituyen slo una p arte de las norm as ge
nerales obligatorias en la sociedad, que en las diferentes po
cas el papel asumido por las norm as jurdicas en el conjunto
de las norm as sociales suele ser diferente, que en los distintos
tiempos son diferentes los fenmenos que obtienen la sancin de
las norm as jurdicas, y por ltimo, que la fuerza ejecutiva de
las norm as jurdicas no siempre es m ayor que la fuerza
ejecutiva de las norm as extrajurdicas.
Determinados com portam ientos sociales tienen en determ ina
das pocas una sancin jurdica, en otras se tra ta de una san
cin religiosa, en otros tiempos la una y la otra, y a veces, slo
se hallan sancionados por las norm as costum bristas.
El separar slo a las norm as jurdicas como objeto de las
investigaciones de una disciplina no puede conducir sino a la
rup tu ra de la urdim bre.
Por lo dems, la historia del derecho se ocupa desde hace si
glos y ju nto al derecho de la sancin estatal, del derecho reli
gioso, lo cual no deja de ser evidente* que a nuestro parecer,
ha de ser extendido a las dems reglas sociales p o r la ciencia
actual.
Si aceptsemos tal definicin del cometido de la historia del
derecho, el terreno fronterizo lo constituira la problem tica de
las norm as que regulan la actividad econmica en la sociedad, las
cuales entraran asi en la historia del derecho.
Ea evidente que la cooperacin habra de ser estrecha entre
64

la historia econmica y la historia del derecho. Esta ltima de


bera aprovechar los resultados de las exploraciones histricoeconmicas para esclarecer las causas de la aparicin y desa
paricin de unas normas determinadas, m ientras que la historia
econmica tendra que aprovechar los resultados de las indaga
ciones de la historia del derecho ya que las reglas vigentes en
una sociedad determ inada constituyen en parte el marco en el
cual se desarrolla su vida econmica.
Para establecer esta delimitacin no prevemos ninguna difi
cultad im portante en la prctica; ya que cada uno de los espe
cialistas investigara los fenmenos que le ataen con los mto
dos de su propia disciplina no pueden surgir los obstculos
que, por ejemplo, resultaran de las cuestiones financieras, ya
que en este caso se trata de un fenmeno poltico que requiere
para su anlisis unos instrum entos econmicos.
La historia econmica y la historia de la ciencia,
de la tcnica y de la cultura material

La historia de la ciencia la entendemos aqu como historia


del pensamiento cientfico, la apreciacin de sus progresos y
retrocesos, con independencia de si esto atae a las ciencias que
tienen o no una aplicacin en la produccin, con independencia
de si las conquistas de la ciencia han sido aplicadas de hecho
en la produccin o no lo han sido.
En cambio, en lo que a la historia de la cultura m aterial se
refiere, hacemos en ella entrar los medios y los mtodos de
produccin, utilizados en la prctica.
La historia de la tcnica sera por tanto con este concepto
una definicin que agrupara en ella una parte de la historia
de la ciencia (historia de las ciencias tcnicas) y una parte de la
historia de la cultura m aterial (utilizacin prctica de la tcnica
en la produccin).
Tal reunin ha de tener una profunda fundamentacin prc
tica, ya que para la investigacin de cada uno de estos dos grupos
de problemas se precisan en grado sumo esos mismos procedi
mientos, y por aadidura los mtodos que slo ha de llegar a
dominar un investigador que posea alguna formacin tcnica.
La clasificacin que aqu se propone para cada una de esas sec
ciones pertenece no obstante a una disciplina histrica diferente.
As conceptuada, la historia de la ciencia se sita en un cam
po limtrofe con la historia de las ciencias econmicas.
En orden a la importancia de este tem a para la historia eco
nmica, lo dividiremos en varios apartados, porque el papel de
la historia de las ciencias econmicas, tradicionalmente denomi
nada como historia de las doctrinas econmicas, ttulo poco
afortunado en la actualidad, es un papel de carcter particular
65
hcs

100.

en el mundo de la ciencia econmica actual, que no puede com


pararse, por ejemplo, con el de la historia del derecho en la
jurisprudencia o con el de la historia tcnica en las ciencias
tcnicas.
Verdaderamente, la historia de las doctrinas econmicas, sien
do una de las disciplinas histricas, es una parte integrante de
las ciencias econmicas con las cuales vamos a examinarla.
En cambio, el problema de la historia de la cultura material
plantea serias dificultades, tanto ms cuando se trata de una
disciplina bastante joven y por intervenir en la definicin de su
cometido diferencias muy importantes.
En la prctica, la historia de la cultura m aterial se ocupa de
los problemas de la produccin y el consumo en la ms extensa
acepcin de la palabra. Pues se tra ta de dos clases de fenmenos
muy diferentes en lo esencial, de dos extremos opuestos de la
actividad econmica social, pero que se prestan sin embargo, a
ser investigados en el marco de un mismo complejo investiga
dor y por los mismos especialistas, por toda una serie de razones
prcticas y en particular el problem a de los mtodos y de la
tcnica investigadora.
Desde luego, no pertenecen a la historia econmica ni el acto
productivo, ni el de consumo en el sentido m aterial de la palabra,
ni tampoco el proceso qumico que se elabora en el sistema di
gestivo humano. Slo entran en ella los factores sociales que
condicionan las magnitudes, las form as y la orientacin tanto
de la produccin como del consumo. En cambio, el aspecto ma
terial relativo al proceso de produccin pertenece a la historia
de la cultura material.
Por el contrario, del aspecto m aterial del proceso de consumo
slo le pertenece el sector del mismo que, en general, entra en
la esfera de los fenmenos de carcter histrico. Los procesos
fisiolgicos tienen una ndole extrahistrica, o sea que los ins
trum entos de nutricin de los habitantes del Estado de Miesko*
funcionaban de la misma m anera que los nuestros. Se trata
de una cierta aproximacin que, con el desarrollo de la ciencia
habr que rectificar. En cambio las exploraciones relacionadas
con el aspecto m aterial del consumo ataen a las ciencias hist
ricas, es decir, a la historia de la cultura m aterial si puede con
testar a preguntas tales como: Cules fueron los medios
que se utilizaron para preservar del fro la casa cuyos vestigios
estamos excavando y en qu medida se consigui? Cules pu
dieron ser los efectos fisiolgicos de los alimentos que entraban
en la nutricin del hombre de una poca determinada?, etc. Pues
* Miesko I, rey de Polonia del ao 960 al 992. Considerado como el
fundador del Estado polaco. Su
con los checos y su casamiento con
Dombrowa dieron origen a la evangelizacin de la nacin polaca. (N. del T .)

66

estos fenmenos son sin duda alguna variables y c o m o iaic>


entran en la historia.
En Polonia se han realizado grandes progresos en la historia
de la cultura material. Ya pertenecen al pasado las justas impu
taciones formuladas por Rutkowski en el informe que elabor
antes de la guerra y publicado inmediatamente despus de su
terminacin.9 En el campo de las nuevas disciplinas de la cien
cia, en los centros de investigacin y las publicaciones que de
ellas dependen se ha producido, si no una unificacin, al menos
una aproximacin de las disciplinas que se ocupan de indagar
la historia de la cultura material (arqueologa prehistrica, ar
queologa histrica, etnografa) y que hasta entonces, como lo
m ostrara Rutkowski, haban permanecido aisladas.
En el citado trabajo,10 este autor defiende resueltamente la
tesis sobre el carcter diferente de la historia econmica y de
la historia de la cultura material. Los argumentos que utiliza
son tericos y prcticos. Partiendo del punto de vista de la teo
ra, Rutkowski llega a la divisin de los fenmenos culturales
en tres clases: la cultura material, social y espiritual, por lo cual
considera la historia de la cultura material como el prim er equi
valente de los mismos y como segundo la historia econmica.
Este concepto da lugar a muchas reservas al igual que la divisin
en que se apoya. Bajo el punto de vista prctico y teniendo
en cuenta su practicismo Rutkowski sita en lugar prelerente
estas consideraciones seala la diferencia en la tcnica investi
gadora y ligada con ella la necesidad de dominar las distintas
ciencias auxiliares por parte de los trabajadores de cada una de
estas disciplinas (en la historia de la cultura material: las cien
cias naturales y tcnicas), motivacin acertadsima.
Nosotros mantenemos resueltamente la tesis sobre los ras
gos distintos de estas disciplinas, aunque nos inclinaramos a
reconocerle una esfera algo ms extensa a la historia econmica
y algo ms reducida a la historia de la cultura material, en
relacin con lo que, al parecer pues no lo manifiesta clara
mente Rutkowski afirma.
Entran incuestionablemente en el mbito de las atribuciones
de la historia econmica los actos de eleccin de la economa,
y ms que los actos en s mismos como fenmeno psicologico,
los factores sociales que los determinan y hacen que se realicen
de un modo manifiesto que posibilite indagar su regularidad, al
someterse a la ley del gran nmero. Los actos de eleccin eco
nmica se producen en cada etapa del proceso econmico, tanto
en la produccin como en el consumo.11 El anlisis de estas
determinantes sociales entra de lleno en la esfera de la historia
econmica.
De esta afirmacin se desprenden importantes consecuencias.
Pues resulta algo as como la falta de autonoma de la historia
de la cultura material, o sea que esta disciplina, dentro de su pro67

pi m aterial y con arreglo a sus propios mtodos, no puede re


solver sus cuestiones fundamentales. La tcnica, que terica
mente se conoce en una sociedad determ inada en un perodo de
tiempo concreto, es objeto de las definiciones de la historia de la
ciencia. La tcnica que se utiliza en dicha sociedad pasa a ser
objeto de la historia de la cultura m aterial. Ahora bien, tenemos
el hecho de que la eleccin de la tcnica utilizada en relacin
con las tcnicas conocidas, la no aplicacin de unas, la amplia
y rpida difusin de las otras, etc., todo ello son fenmenos eco
nmicos, resultados de la eleccin econmica, es decir, proble
mas que ataen al objetivo de la historia econmica.
Sin em bargo esta cuestin no debe inquietar a los historia
dores de la cultura m aterial, pues no existe ninguna disciplina
histrica capaz de dar luz a sus propios problemas, utilizando
slo sus propios m ateriales y sus propios mtodos. Por otra
parte la dependencia entre la historia econmica y la historia
de la cultura m aterial es, en este caso, bilateral. As, por ejemplo,
no puede haber solucin al problem a de la difusin de cualquier
tcnica de la produccin sin un anlisis previo del clculo inver
sionista, el cual slo puede ser realizado por la historia econmi
ca. Pero no hay ningn anlisis econmico del clculo inversio
nista sin el conocimiento del correspondiente clculo tcnico
(m agnitud de la m ano de obra, rendim iento tcnico, etc.), cono
cimiento que ha de ser facilitado a la historia de la cultura ma
terial p o r la historia econmica. Este caso ha de presentarse de
la m ism a form a en otros ejemplos.
Es decir, que la distincin que aqu tratam os de establecer
es una distincin terica. En la prctica de la vida cientfica,
han de aparecer y deben aparecer trabajos que traten de sta
o de o tras cuestiones en su integridad. En el ejemplo ya citado
de las inversiones, tanto desde el punto de vista tcnico como
en cuanto respecta al clculo econmico, la tarea no ha de ser
fcil ya que ha de exigir del investigador el dominio de los dife
rentes procedim ientos y a buen seguro que una parte del traba
jo ha de corresponder a los historiadores de la cultura m aterial,
por cuanto a stos les ser ms fcil dom inar el mtodo eco
nmico que no al historiador econmico los mtodos tcnicos.
Sin embargo, el camino para la investigacin integral de este
tipo de problem as ha de revestir en este caso como en otros
muchos aspectos un carcter de trabajo colectivo.
La historia econmica y la historia de los m ovim ientos sociales

La existencia de la historia de los movimientos sociales como


disciplina diferenciada se halla puesta en tela de juicio terica
m ente e infunde dudas desde el punto de vista prctico ya que
de ella no se ocupan las ctedras universitarias especializadas,
68

ni los centros investigadores o las publicaciones especiales,


a pesar de que en la prctica se trata de disciplinas cientfica
mente distintas. Una de las disciplinas que ms se diferencia
es la historia del movimiento obrero como parte de la historia
de los movimientos sociales. Con independencia de su diferen
ciacin cualitativa de los movimientos sociales que lo anteceden,
1 movimiento obrero constituye indudablemente para la histo
ria la ltim a de las etapas conocidas entre ese gran conjunto.
No es este el lugar para analizar el problema de saber si la
historia de los movimientos sociales debe ser o no una disciplina
autnoma. Pero el hecho es que en parte es distinta mientras
que en su conjunto se distingue realmente no como disciplina
sino como esfera de inters de numerosos investigadores. De ah'
la necesidad de situarla con respecto a la historia econmica
Los movimientos sociales son actividades masivas cuya fin;
lidad tiende sobre todo a la consecucin de dos categoras d
objetivos: el cambio del sistema existente ii el reparto de 1
renta social y el cambio del vigente sistema poltico. Desd
luego, esta es una divisin en abstracto. En la realidad soci?
concreta, estos aspectos no se prestan a menudo a una partid o r
Esto sucede as porque el sistema poltico existente es la garar
ta del existente sistema de reparto de la renta social y que po
lo tanto al aspirar a un cambio del primero se golpea al segund>
y viceversa. Y sucede de ese modo incluso cuando el movimienti
investigado no es consciente de esta ligazn.
De este concepto se desprende que la lucha por la transfoi
macin del sistema poltico, es decir, por la transformacin de
carcter del Estado, se halla ntimamente ligada con la historia
poltica y la lucha por el cambio del sistema de reparto de la
renta social con la historia econmica.
La cuestin sera fcil y podramos dividir estos dos grupos
de problemas tanto ms cuanto que no se trata en general de
una disciplina aparte de acuerdo con ese criterio entre la histo
ria poltica y la historia econmica si no fuese porque esta di
visin es abstracta y que en la prctica investigadora no slo
no podra utilizarse sino que podra ser perjudicial.
Este problema va unido a las dificultades de la diferencia
cin terica de esta ciencia. Pues, qu es en realidad el movi
miento social? Si se trata de la aspiracin a m antener las exis
tentes relaciones sociales con sus cambios relativos, entonces to
das las actividades humanas entran en esa definicin ya que
todas o bien encajan en su molde o bien lo rompen, o consolidan
ese marco o bien lo debilitan con su comportamiento a favor
o en contra del mismo. As, habran de pertenecer a la historia
de los movimientos sociales la actividad conservadora, o re
volucionaria, pero slo en tanto que dichas actividades fueran
bastante fuertes y muy organizadas. Y esto no puede constituir
ninguna base de diferenciacin.
*9

Consideramos la historia de los movimientos sociales como


una parte integrante de la historia poltica ya que consciente
o inconscientemente tienden siempre bien al mantenimiento
o a socavar el sistema jerrquico social existente del poder y
del Estado. El separar a la historia de los movimientos sociales
de la historia poltica sera como dejar de ella un mun des
provisto de todo sentido, significara como volver a las envejeci
das tanto para la ciencia m arxista como para los conceptos
progresistas de la ciencia burguesa concepciones de la historia
poltica como suma de cuestiones diplomticas y militares.
De ser as, la relacin entre la historia econmica y la historia
de los movimientos sociales ha de presentarse a semejanza de
su relacin con la historia poltica. La historia de los movimien
tos sociales ha de aprovechar los resultados de la historia eco
nmica para la comprensin de las condiciones econmicas en
las cuales se desarrollan dichos movimientos, los motivos eco
nmicos que los provocan y los objetivos econmicos que los
guan. En cambio, la historia econmica ha de aprovechar los
resultados obtenidos por la historia de los movimientos sociales
por cuanto el movimiento social suele ser el m ejor criterio de
la situacin econmica en la cual se encuentra la clase o el
grupo social nacientes y por cuanto el movimiento social y en
especial si lo entendemos en su amplio sentido, es decir, no
slo como conjura, revolucin y barricadas, sino bajo el aspec
to de una lucha de clases que se desarrolla con mayor o me
nos intensidad y con diversos mtodos, constituye un factor
comn para la conformacin de cada reparto de la renta social
y hasta para la magnitud de la misma.
El movimiento social como tal no representa ni un conjunto
de actos de eleccin econmica, ni una actividad econmica
accidental, por lo cual esta tem tica no pertenece en el sentido
estricto de la palabra a la historia econmica. Pero resulta evi
dente que no es posible imaginar el anlisis de cualquier pro
blema histrico-econmico sin conocerla.
Tambin en este caso ponemos de relieve que la diferencia
cin que acabamos de establecer no puede ni debe entenderse
como una proposicin encaminada a crear un marco al que
habran de sujetarse los temas de indagacin o la labor cien
tfica de los diferentes investigadores. Al contrario, el inters
concreto del cientfico, el carcter del problema, la ndole del
material de fuentes han de aproximarle ms de una vez al trata
miento integral de tal o cual problema lo que, como lo hemos
dicho reiteradam ente, suele ser beneficioso para la ciencia. En
este aspecto es ms factible an ya que la recproca dominacin
de los mtodos de investigacin por parte de los especialistas
de ambas ram as y en especial por la de los mtodos de la histo
ria poltica por los historiadores econmicos no ha de presen
tar grandes dificultades.
70

La historia econmica
y las dem s disciplinas histricas autnomas

La prctica de la vida cientfica ha llevado a la emancipacin


de un gran nmero de disciplinas, cuyos criterios de diferencia
cin se entrelazan a menudo de las ms diversas formas. Para
la historia econmica lo importante es su existencia, los vnculos
entre sta y aqullas y, en primer lugar, los beneficios que even
tualmente puedan extraerse de sus conclusiones.
Siendo imposible referirnos a todas en este trabajo, centra
remos nuestra atencin en algunas especialmente importantes
para la historia econmica.
La historia econmica y la historia militar
Existen varias afinidades entre la historia econmica y la his
toria militar, una de las cuales es el problema de la produccin
para finalidades militares. Nos referimos a la produccin del
armamento, que tien como objetivo el cubrir las necesidades
del ejrcito (abastecimiento, uniformes, equipamiento, etc.), la
construccin de las fortificaciones y de las vas de carcter mi
litar, etc.
Cada actividad productiva tiene un carcter econmico y que
como tal se sujeta a los elementos de la historia econmica. Por
lo tanto ha de ser investigada por los historiadores econmicos
tanto en lo referente a sus aspectos esenciales como actividad
econmica como en lo que atae a sus lados prcticos, ya que el
historiador econmico se halla preparado para establecer el
clculo relativo a una empresa determinada. En ciertos casos,
estos temas tienen para la historia econmica una importancia
trascendental, bien porque la produccin con fines militares
que con la mayor frecuencia tiene un carcter estatal o se
desarrolla bajo el control del Estado suele dejar tras ella ricos
documentales, bien porque, como suele ocurrir en determinadas
pocas, la produccin de carcter militar, al tener generalmente
un aspecto masivo para su tiempo y al estar consagrada a un
consumidor masivo, provocar la aparicin de formas nuevas, de
un progreso en las formas de la tcnica y en la organizacin so
cial de la produccin.
La produccin para fines militares tiene tambin sus rasgos
especficos. En ella se presenta, por ejemplo, de un modo muy
diferente el problema del clculo y de la rentabilidad. El histo
riador econmico tiene la obligacin de tener en cuenta estos
rasgos especficos y de investigarlos.
Por otra parte existe una dependencia contraria. Ya que el
objetivo de la produccin m ilitar no entra en las categoras
econmicas, el historiador econmico no es til utilizando sus
mtodos, para aclarar una serie de decisiones y de opciones de
una importancia decisiva para la significacin fundamental de
71

la magnitud y las finalidades de esta produccin. Aqu, debe


aprovechar los anlisis realizados por el historiador m ilitar con
sus procedimientos, sumndose a ello con sus resultados los
hitoriadores de la cultura m aterial.
El segundo campo de afinidad lo constituyen los problemas
ligados con los efectos econmicos de las operaciones m ilita
res. La separacin por la linea del frente de los territorios que
con anterioridad se hallaban unidos econmicamente o la liga
zn de los territorios que hasta entonces vivan econmicamente
aislados, tiene para la historia econmica una gran significacin,
por lo cual requiere del historiador el conocimiento de los re
sultados de las investigaciones de la historia m ilitar (y en todo
caso de los lugares atravesados por la lnea del frente, la esta
bilidad o la movilidad de esta lnea, etc.). Las devastaciones
militares en orden a la economa, su m agnitud y la duracin de
los efectos de estas destrucciones, tomando en consideracin si
estos efectos se lim itaron a la destruccin de los artculos ya
fabricados o si se extendieron y en qu medida a los medios
de produccin, pueden ser indagados por la historia econmica,
de cuyas consecuencias puede aprovecharse la historia m ilitar,
ya que no puede haber ninguna averiguacin de los fenmenos
(en este caso, de la guerra) sin conocer sus efectos y tambin
las destrucciones de carcter econmico.
El tercer sector lim trofe entre la historia econmica y la
historia m ilitar es el problem a ligado al potencial econmico de
los Estados beligerantes. En principio, corresponde a la historia
econmica el contestar a la pregunta y slo ha de responder
correctam ente a ella si los especialistas de la historia m ilitar
se la formulan. Pues no est en las atribuciones del historiador
econmico el decir cules son los elementos de la vida econmi
ca sobre los que se asienta esa parte del potencial econmico
que en una poca determ inada tiene una significacin para los
fines m ilitares, ya que se tra ta de un fenmeno que suele sufrir
considerables cambios en el tiempo.
Por ltimo, existe otro campo lim trofe entre ambas discipli
nas y es la problem tica relativa al influjo de los factores eco
nmicos en la proclamacin y la terminacin de las guerras y
en el curso de las operaciones militares.
El inters econmico de los medios determinados de un pas
cualquiera en conquistar un territorio han sido ms de una
vez el origen de las contiendas y como tales deben interesar a la
historia m ilitar, aun cuando el problem a en s sea un problema
econmico y como tal deba ser indagado por la historia econmi
ca. As, tenemos que el agotamiento de las reservas econmicas
de un Estado beligerante suele ser la causa de su capitulacin.
En las actividades m ilitares concretas, en los planos estratgi
cos, han desempeado un im portante papel en todas las pocas
las consideraciones de tipo econmico. El deseo de conquistar
72

una base de aprovisionamiento para los ejrcitos, de pastizales


para la caballera, de una cuenca industrial para la produccin
del armamento, han sido un factor casi y a veces decisivo para
la elaboracin de los planes estratgicos, realizados con mucha
frecuencia a costa de enormes sacrificios.
De todo cuanto hemos dicho llegamos a la conclusin de que,
en la mayora de los casos, la historia m ilitar ha de utilizar los
resultados de la historia econmica y, si ello fuera posible, la
historia econmica debe conocer la problemtica de la historia
militar.
La historia econmica y la historia de las Iglesias
La historia de cada una de las Iglesias debe sujetarse a la
historia de una organizacin social en su conjunto (doctrina
y prctica ideolgica, organizacin, actividad norm ativa y esfe
ra de su influencia, relaciones con las dems organizaciones
sociales empezando por el Estado para finalizar con la base
econmica).
As concebida, la historia de las Iglesias exigira de quienes
la elaboran el conocimiento total de unas tcnicas investigadoras
tan heterogneas que en la prctica slo es posible para una
labor colectiva.
Entre la historia de cada una de las Iglesias concebida y la
historia econmica, se perfilan al menos dos campos limtrofes:
a) la actividad norm ativa de una Iglesia determinada en re
lacin con los fenmenos econmicos, y
b) la base m aterial de la Iglesia.
En aquellos aspectos en que la doctrina de la Iglesia no crea
en la prctica ninguna norma social no nos interesa, pero en
cuanto a la teora religiosa de los fenmenos econmicos hemos
de ocuparnos ms adelante de ella al tra ta r de las relaciones
de la historia econmica y de la historia de las doctrinas eco
nmicas.
En cambio, su actividad normativa o sea la elaboracin y la
difusin de las normas del comportamiento social, concebidas
bajo una forma jurdica o no, se enmarca en el concepto de la
historia del derecho segn la concepcin que proponamos. De
ser aceptada esta idea, la relacin entre la historia econmica
y este aspecto de la historia de la Iglesia ha de ser parecida
a la relacin de aqulla con la historia del derecho. Nos hemos
de interesar por el contenido de las reglas de las actividades
econmicas as como a su difusin y su influencia. Para la inda
gacin de estos fenmenos, es imprescindible la cooperacin de
los especialistas de ambas disciplinas.
El historiador econmico debe facilitar los materiales para
la comprensin de las causas que estn en el origen de tal o cual
norma, de sus rasgos sociales y de su significacin prctica. Asi
mismo, debe ayudar al historiador religioso en la exploracin
73

de la difusin de las reglas ya que el m aterial que l elabora


debe perm itir enterarse si una norm a determinada era obliga
toria en la prctica.
Otro de los aspectos es la base material de la Iglesia. Aqu,
son posibles dos variantes: o bien la Iglesia basa su existencia
en las ofrendas m ateriales de los fieles (bienes naturales o di
nero), o bien dispone adems de eso de sus propias empresa*
econmicas o de produccin.
En el prim er caso nos hallamos frente a una accin de gra
vamen de la poblacin, es decir, con una manifestacin de lo
que pudiramos llam ar un segundo reparto de la renta social.
El historiador religioso debe indagar las aportaciones de la po
blacin a favor de la Iglesia. Pero de hecho la comprensin
de este fenmeno slo es posible con la introduccin en la tota
lidad de la problem tica de la m agnitud y de la distribucin de
la renta social entre las distintas clases sociales, a travs de la
investigacin de lo que representan con respecto a las dems
categoras de su reparto, lo que constituye una problemtica
fundamental para la historia econmica.
En el caso de que las Iglesias posean sus propias empresas
econmicas, stas pertenecen, como cada empresa econmica,
plenamente a la historia econmica ya que sta es la nica que
posee los instrum entos adecuados para la indagacin de las mis
mas. Desde luego, dichas em presas pueden tener y tienen sus
derechos. Ha de interesarnos el contenido de las norm as rela
tivas a la actividad econmica slo en los resultados de la inves
tigacin de la historia de las Iglesias. Despus, los resultados del
anlisis econmico de tales empresas (ya sean los bienes de la
Iglesia, o los del Banco del Espritu Santo) han de ser apro
vechados por la historia de las Iglesias.
La historia econmica y la historia de los judos
Contrariamente a los puntos anteriores, nos encontramos aqu
no slo con un problem a terico sino con un problema prctico
resultante de la ciencia histrica de una serie de pases, en es
pecial de la Europa Central.
La historia de los judos, a semejanza de la de cada grupo
nacional, y ms an de los grupos nacionales que a travs de
los siglos gozaron de una organizacin, constituye un objeto
justificado de inters y de especializacin. En este caso la justi
ficacin es tanto mayor ya que la labor cientfica en este terre
no requiere el conocimiento de ciertos conceptos auxiliares, como
son el de las doctrinas religiosas y las normas obligatorias en
un medio determinado, el del idioma y de la paleografa, la
cronologa, etc.
En el caso de una especializacin de la historia de cualquiei
grupo nacional, las cuestiones econmicas han de ocupar us
lugar preeminente. Esto se manifiesta de manera especial en e)
74

caso de la historia de los judos como consecuencia de causas


histricas definidas.
Teniendo en cuenta la necesidad a la cual ya nos hemos refe
rido del conocimiento de ciertas disciplinas auxiliares por parte
del que desee ocuparse de la historia de los judos, en la prctica
sta no deja de ser, en mayor medida que las otras disciplinas
de la ciencia histrica, un tem a para las indagaciones empren
didas slo por sus especialistas, los cuales, como consecuencia
de estas mismas causas, ya no se especializan en ella de un
modo real sino ms bien cronolgico, dedicndose a la historia
de los judos en su conjunto bajo diversos aspectos.
A pesar de que la historia de los judos constituye en efecto
una parte integrante de la historia econmica en general, en la
prctica es un tem a especializado para los grupos de investiga
dores y con mucha frecuencia olvidado por los dems historia
dores econmicos. Aun cuando este hecho se halla justificado por
motivaciones de carcter tcnico, no deja de suscitar efectos
perjudiciales para las posibilidades de una sntesis de la historia
econmica del pas as como para las posibilidades de anlisis
de ms de un problema econmico general y particular. En
Polonia, los judos, incluso en las pocas en que vivan en los
ms cerrados ghettos, nunca estuvieron en el aislamiento econ
mico, como lo prueba su unilateralidad profesional, variable en
el tiempo pero que en cada poca se perfila con nitidez. Refe
rente a la vida econmica de un territorio cualquiera (y en las
pocas ulteriores de un Estado) es un conjunto vinculado inte
riormente, el desconocimiento de uno de los eslabones del cual
constituye algo en extremo perjudicial. Adems, repetimos, es
frecuente que el investigador que se consagra a la historia de
los judos casi nunca se especializa en ella; por lo tanto, al no
operar en la mayora de los casos con los instrumentos adecua
dos para el anlisis histrico-econmico, presenta dificultades
el aprovechar sus resultados obtenidos.
Con independencia de las cuestiones que aqu se han abor
dado, en la historia de los judos como comunidad exiliada, in
tervienen esos mismos campos limtrofes de la historia econmi
ca, que ya hemos reseado antes al hablar de la historia de las
Iglesias.
La historia econmica y la historia
de las diferentes disciplinas del arte
La historia de cada disciplina artstica se sujeta de alguna
manera a la problemtica de la historia econmica; necesita ser
ayudada por sta al mismo tiempo que la puede ayudar.
La historia de la literatura es afn a la historia econmica
en dos campos de intereses: a travs de la interpretacin de la
obra literaria en su calidad de fuente de una poca y a travs
de las cuestiones de la divulgacin de la literatura (impresin,
75

comercio de libros, base m aterial de las publicaciones literarias).


No sabemos en qu grado las adquisiciones de la historia
econmica puedan servir a la interpretacin de la obra literaria,
tanto ms cuanto que las num erosas vulgarizaciones de la poca
anterior provocaron en algunos historiadores de la literatura
y en especial en los lectores de las obras histrico-literarias
una gran desconfianza. Sin embargo, la existencia misma de esa
utilidad es incuestionable y slo puede discutirse su alcance que
depende del tipo de la obra literaria investigada. Desde el es
clarecimiento de unos porm enores a veces insignificantes hasta
la solucin fundam ental del conflicto de la obra en ciertos casos
y en algunas categoras de obras literarias, la historia econmica
en mayor grado que otras ram as de la historia, puede ayudar
a la historia de la literatura.
En este aspecto existe una dependencia por ambas partes.
La obra literaria en tanto que fuente histrica es un testimonio
de los problemas de su poca. A veces, da una imagen de los
conflictos sociales de su tiempo, otras refleja con nitidez los
conflictos econmicos, esclareciendo la situacin econmica de
los diferentes grupos sociales, la plataform a de sus luchas inter
nas, etc. de un modo a veces irreemplazable. Sin embargo, el
carcter especfico de la obra literaria, el camino que, partiendo
de la observacin, conduce a la ficcin literaria, los mtodos
que perm iten separar en la obra los elementos reales de los
elementos convencionales, todo ello son problem as pertenecien
tes a la historia de la literatura, sin cuya ayuda el historiador
econmico o bien no podr aprovechar esta preciosa ctegora
de fuentes o bien lo har de un modo ingenuo.
El segundo punto de confluencia son los problemas econmi
cos que se hallan vinculados a la difusin de la literatura. Las
cuestiones que entran en juego (la edicin, el comercio de los
libros, la base m aterial de las publicaciones literarias) constitu
yen un campo para la historia econmica, de cuyos resultados
ha de beneficiarse la historia de la literatura. Por otra parte,
las necesidades de la historia literaria deben centrar la atencin
de los historiadores econmicos en estos problemas. Para deter
minadas pocas, debido a la buena conservacin de los archivos,
no es posible ni necesario investigar todas las empresas de la
base documental existente; se indagan los casos tpicos y aque
llas empresas que tengan un inters especial y que el historiador
econmico tiene la obligacin de contar para las necesidades
de la historia literaria.
La historia econmica siempre tiene alguna ligazn con la
historia de cada una de las disciplinas del arte, como con la de
la msica a travs de la industria de los instrum entos musicales,
con la de la pintura por la cuestin de los cuadros como objetos
de especulacin y de atesoramiento. Sin embargo, los lazos ms
importantes son Jos que existen entre la historia econmica, por
76

una parte, y la historia de la arquitectura, de la urbanstica y


de la artesana artstica, por otra parte.
La historia de la arquitectura y de la construccin de las
ciudades y poblados, siendo la historia de una determinada dis
ciplina del arte es tambin la historia de una ram a de la pro
duccin, que la historia econmica no puede olvidar en sus
investigaciones, ya que tiene la obligacin de verificar en ella
la organizacin social, la financiacin, la rentabilidad de la pro
duccin, etc. Con los mtodos disponibles, de cuyos resultados
puede beneficiarse la historia de la arquitectura y de la urba
nstica. Por otra parte, sin embargo, la historia econmica, uti
lizando sus mtodos no estar en condiciones de investigar todos
esos problemas.
Por regla general, sin la ayuda de los especialistas, el histo
riador econmico no estar en condiciones de comprender la
funcin social, los valores sociales y las faltas de la obra ar
quitectnica o urbanstica, ya que segn el criterio artstico
pueden no interesarle.
La construccin ha sido siempre y contina siendo y apenas
si nos encontramos ante un viraje en este aspecto una pro
duccin excepcionalmente laboriosa, por lo que merece un inte
rs especial del historiador econmico. El papel de las grandes
inversiones de la construccin para el conjunto de la situacin
en un mercado determinado (la teora keynesiana del coeficien
te no se refiere a las pocas antiguas, pero hace reflexionar
en relacin con toda la economa de mercado) debe interesar
a los historiadores econmicos. Por ltimo, las inversiones en la
construccin son costosas y ayudan a la libre circulacin del
capital. Todos estos problemas atestiguan que han de ser asun
tos de especial inters para la historia econmica y que slo
pueden ser resueltos con la colaboracin con los historiadores
J ~ur ia- arqtmfccTOrat y ~ur ia'~hr oirvit-a' xue ~su~ la s -xjufe "fan ~uc
beneficiarse de estas investigaciones, ya que ambas han de saber
qu esfuerzo econmico represent y qu efectos econmicos
tuvo, por ejemplo, la construccin de las gigantescas catedrales
gticas en una localidad relativamente pequea o la asombrosa
coyuntura constructora en la Polonia de Casimiro el Grande.
La historia de la artesana artstica y de las manufacturas
artsticas (y slo entran en juego estas dos formas de organiza
cin ya que la produccin en este campo slo puede existir
a travs de su proceso manual, por lo que no hay fbricas
artsticas) constituye una parte de la historia de la artesana
y de la historia de las manufacturas, y como tal pertenece a la
historia econmica. Por ser una parte de la historia de las em
presas, es imprescindible para su anlisis el mtodo econmico
del cual no suelen disponer los historiadores del arte. Sin em
bargo, su inters por estas ram as de la produccin ha propor
cionado la aparicin de una serie de trabajos de utilidad para
77

el historiador econmico. Pero en principio, esta parte analtica


debe ser aprovechada por el historiador econmico ya que de
no ser as y dadas las imperfecciones de las categoras de los
anlisis econmicos, los resultados podran ser difciles de apro
vechar cientficamente y el trabajo habra de repetirse. Por otra
parte, el historiador econmico debe beneficiarse de la ayuda del
historiador del arte, sin la cual sera difcil establecer tales cues
tiones como el carcter de los productos, su nivel suntuario en
su poca, las clases sociales que los adquiran y a veces incluso,
el esfuerzo ^y los costos de la produccin de los mismos, etc.
Sin la ayuda del historiador del arte, le sera difcil al historiador
econmico hacer uso de esa fuente tan im portante para la histo
ria de esa ram a de la produccin como son los objetos que se
han conservado hasta el presente y cuyo anlisis e identifica
cin requieren unos mtodos totalm ente diferentes.
La Historia econmica y el problem a de la historia integral

Respecto a esta cuestin se han acumulado numerosos ma


lentendidos. Los historiadores siempre han visto con desagrado
la aparicin y el desarrollo de la nueva especialidad histrica,
la historia econmica. Ms de una vez era desaprobada por quie
nes soportaban perfectamente las disciplinas autnomas como
son la historia del derecho o la historia m ilitar. Son muchas las
razones que a ello contribuyeron y no fueron de las menores
las de carcter ideolgico. Los investigadores que se ocupaban
de los fenmenos de la base econmica eran sospechosos y an
lo son de buscar en los fenmenos por ellos indagados la de
terminacin de todo el discurso de la historia y en prim er lugar
los fenmenos polticos e ideolgicos. En fin, eran sospechosos,
a menudo sin razn, de apoyarse consciente o inconscientemente
en el m aterialism o histrico.
Por otra parte, al ocuparse de la historia de las masas popu
lares los investigadores m ostraban los aspectos vergonzosos
de la historia, revelaban la m iseria existente, la opresin y la ex
plotacin.
En cambio, la parte contraria, marxista, cuyos mritos en
el desarrollo de las investigaciones histrico-econmicas fue
ron tan grandes, se sum en la poca de los errores y las des
viaciones a la tendencia hostil a toda especializacin de las
ciencias sociales. Todo el mundo se interesaba por la historia
econmica junto con los historiadores de la literatura pero
nadie en realidad se ocupaba de ella. Sus partidarios eran acu
sados de materialismo mecanicista, de economa vulgar y de
no valorar los factores subjetivos en la historia.
Los historiadores y los m arxistas ms tradicionales y dogm
ticos se unieron en esta hostilidad hacia la historia econmica.
78

Su lema de combate, historia integral, se puso de moda en


Occidente.
Pero es preciso aclarar una serie de dudas en esta polmica.
El lema de la integracin de las investigaciones sociales es
un lema positivo. Expresa la comprensin de la complicacin
multilateral de los fenmenos sociales, la complejidad de su re
cproca influencia, la interdependencia funcional de todos los
aspectos de la vida social. Este postulado lo encontramos no
slo en las ciencias histricas sino en muchas otras discipli
nas y en prim er lugar en la etnologa. Pero se plantea el proble
ma de cmo entender este lema y cmo cumplir este postulado,
lo cual no ha de conseguirse con la negacin de la especializacin cientfica sino a travs del m ejor aprovechamiento de sta.
Las diferentes disciplinas cientficas disponen en la actuali
dad de una gama tan rica, tan compleja y variada de mtodos,
que hace difcil esclarecer por igual los aspectos econmicos,
jurdicos, sociolgicos, militares, etc. Estos procedimientos cons
tituyen la gran conquista de la ciencia. Es imposible renunciar
a su utilizacin y una obligacin contribuir a su desarrollo y
perfeccionamiento, en especial con su aplicacin a los m ateria
les extrados de otras sociedades, y por lo tanto a los materiales
histricos.
El camino hacia la historia integral no es la anulacin de
las disciplinas especializadas, sino la consolidacin de las mis
mas. Como quiera que el ms genial de los investigadores no es
capaz de dominar a la vez todos los modernos y complejos m
todos de indagacin en todas las especialidades, slo podremos
acercamos a la historia integral por medio de una labor
colectiva.
La especializacin positiva ha de decidir la pregunta que ei
investigador se plantea a s mismo.
Si la pregunta tiene un carcter econmico, la respuesta con
cierne al historiador econmico y en tal caso ha de conseguirse
con el aprovechamiento de todos los mtodos suministrados por
l ciencia econmica. Pero tratndose de los fenmenos de tipo
econmico a v.eces influyen mucho los fenmenos de otras esfe
ras de la actividad social que han de ser tenidos en cuenta por
el historiador econmico. En este sentido, toda una serie de obras
clebres de la influencia del protestantismo en la gnesis del
capitalismo (Weber, Trltsch, Tawney y otros) pertenecen a la
historia econmica, ya que tiene un carcter econmico el pro
blema al cual tratan de responder estos autores, aun cuando se
ocupan directamente de analizar las fuentes de la historia de la
religin.12
Si por el contrario, como suele ocurrir, el historiador eco
nmico se da cuenta que en el fenmeno econmico por l estu
diado in flu y e n unos procesos que no puede investigar personal
mente, en este caso ha de apoyarse por una parte en las inda
79

gaciones realizadas en ese momento por las disciplinas afines


y, por otra parte, y esto es lo ms im portante, ha de hacer a las
mismas las preguntas y las hiptesis, que sern contestadas por
el desarrollo de dichas disciplinas.12
No es posible luchar contra la estricta especializacin con
procedimientos que ponen en peligro los beneficios obtenidos
gracias a la especializacin.

80

III.

El objeto de la historia econmica (2):


La historia econmica y las
disciplinas econmicas

LA H ISTO RIA ECONMICA Y LA H ISTO R IA


DE LAS DOCTRINAS ECONMICAS

La historia de las doctrinas econmicas es una disciplina tan


vieja como la propia economa. Su objetivo en las ciencias eco
nmicas no puede compararse con el de la historia de las de
ms ciencias relativas a otras ram as de la actividad social (his
toria del derecho dentro de las ciencias jurdicas, historia de la
tcnica en el marco de las ciencias tcnicas o de la historia de
la arquitectura o de la ciencia de la construccin). Este hecho se
halla vinculado con el anhistoricismo especfico de la mayora de
las doctrinas econmicas, con el carcter absoluto que les sue
len dar a sus resultados.
Cuando los historiadores del derecho investigaban las anti
guas normas jurdicas, con mucha frecuencia verificaban una
realidad pretrita donde slo podan descubrir modelos. En eco
noma las cosas eran distintas. Aqu los investigadores utilizaban
las afirmaciones de sus predecesores, desde Aristteles, como
un tesoro de comprobaciones reales o errneas sobre todos los
problemas econmicos. De ah la solidez y duracin de los lazos
en la historia de la ciencia econmica, y que se sigan manifes
tando lo cual es sorprendente hasta en la ciencia m arxista
la emulacin de los lmites entre la historia de las doctrinas eco
nmicas y la teora econmica.
La historia de las doctrinas econmicas ocupa desde antiguo
un lugar merecido entre las ciencias humansticas en general
y entre las ciencias econmicas en particular, y tambin desde
hace tiempo un sitio destacado en el sistema de enseanza uni
versitaria en numerosos pases en los programas de estudios
econmicos o de derecho.
La prim era m itad del siglo xx fue el escenario de una cierta
reaccin contra tal situacin.
El positivismo se ocup sin inters de la investigacin de
las doctrinas, prefiriendo la indagacin de los hechos. Esta
fue por ejemplo la actitud de Sismondi^ a pesar de que perso
nalmente ense durante cierto tiempo la historia de las doctri
nas econmicas.** Rutkowski manifestaba tambin su escepti
cismo en cuanto al valor de esa categora de documentos como
fuente histrica.
Los historiadores de las doctrinas comenzaron a sentir la
ac 100. 6

81

necesidad de confrontar sus resultados con los resultados de


las investigaciones sobre la realidad econmica del pasado. Em
pezaron a perfilarse las tendencias a la integracin de estas
dos ram as del saber.15
Es evidente que la mala voluntad positivista con respecto
a la investigacin de las doctrinas en lugar de los hechos
adoleca de ingenuidad. Pues son asimismo doctrinas los hechos
sociales investigados. Lo cual quiere decir que no han de ser
estudiados como el descubrimiento gradual de las eternas regu
laridades sino en tanto que manifestacin de las condiciones
sociales de las cuales surgen y factor que a su vez influye sobre
esas condiciones. Por eso el nexo entre la historia de las doctri
nas econmicas y la historia econmica es ms estrecho que
entre la llamada teora econmica en el sentido clsico de esta
acepcin16 (quizs esta teora econmica ser conceptuada, pero
an distamos mucho de ello, ms extensamente como teora
de la economa en general y no como teora de la economa
contempornea).
Si la historia de las doctrinas econmicas ha de cumplir
con su tarea, si ha de considerarse de una form a no anhistrica,
necesitar interesarse no slo por las doctrinas, es decir, por
un sistema de conceptos sobre los problem as econmicos que
en su tiempo constituan un conjunto lgica y sistemticamente
vinculado, sino por los conceptos econmicos de cada poca en
general, las opiniones econmicas de los diferentes grupos y cla
ses sociales, la opinin pblica, los prejuicios, etc.17 De lo cual
se concluye que la m ejor denominacin para esta disciplina
sera la de historia del pensamiento econmico y m ejor an,
la de historia de los conceptos econmicos.18
El vnculo entre la as conceptuada historia del pensamiento
econmico y la historia econmica concierne a toda la esfera de
ambas disciplinas. Para las dos puede ser igualmente fructfero,
ya que constituye para la historia del pensamiento econmico
una garanta contra las tendencias anhistricas, m ientras que la
historia econmica representa una reserva inconmensurable en
contra del escepticismo de Rutkowski de preciosas fuentes
histricas, cuya utilizacin precisa no obstante de unos mtodos
especiales y no puede realizarse a travs de la citacin mecnica
de los autores.
El camino que lleva desde las condiciones socio-econmicas al
nacimiento de los conceptos sociales de la economa o las doc
trinas econmicas, es un camino complicado y el historiador eco
nmico que utilizase las fuentes de esta categora sin la apli
cacin de mtodos especiales podra caer fcilmente en la inge
nuidad o la vulgaridad.
Contra esta comprensin de los vnculos existentes entre la
historia econmica y la historia de las doctrinas econmicas se
han manifestado y siguen hacindolo sus adversarios, argumen
42

tndose que la historia de la economa poltica como ciencia no


puede ser tratada en el campo del desarrollo historico de la
base econmica de los diferentes pases. Se alega que se trata
de un descubrimiento gradual de la verdad y de la lucha por ella
a escala internacional, por lo cual la creacin nacional es algo
secundario ya que la ciencia de algunos Estados est fecundada
por los varios descubrimientos realizados en los dems y vice
versa.19
En este sentido y mirando las cosas grficamente, la historia
de las doctrinas econmicas podra entrar hasta cierto punto en
la historia econmica universal, pero no podra enmarcarse en
cambio en la historia econmica de ningn pas. Desligada del
conjunto de la historia del desarrollo de una ciencia determi
nada, la historia de las doctrinas econmicas inglesas, francesas,
alemanas o polacas es incomprensible y por lo tanto no puede
ser objeto de investigaciones independientes. La historia de la
ciencia slo debe ser internacional como es internacional la
ciencia.
Esta postura no puede sostenerse a pesar de los principios
atractivos en que se basa. Procede a pesar de todo de las reali
zaciones sociolgicas de las ciencias humansticas en los lti
mos cincuenta aos. Reconoce la importancia del medio ambien
te en la aparicin de las teoras humansticas y en la transfor
macin de las hiptesis adoptadas en otros ambientes. Nu se
puede negar que la aparicin de la fisiocracia es un fenmeno
francs, y que la aparicin de la economa clsica es un fen
meno ingls, ya que slo es posible comprender el surgimiento
de esas teoras en esos lugares y en una determinada poca, ya
que dichas teoras reflejan los procesos sociales y econmicos
que en ellos se producan.
La historia econmica de estos dos pases sera incompleta
sin el alumbramiento de esas hiptesis y el anlisis tanto de
las fuerzas sociales a las cuales les era necesaria como de los
testimonios de la realidad econmica que con tanta abundancia
nos suministran los escritos de sus autores.
Por otra parte, el examen de la historia slo de las doctrinas
conducira a la estril teora de la espontaneidad intelectual si
no tuvisemos en cuenta el medio en que nacieron. El hecho es
tanto ms claro cuando analizamos las influencias internacio
nales a las que se refieren los partidarios de esta postura que
aqu criticamos en tanto que argumento a su favor. Precisa
mente son las influencias internacionales las que nos convencen
de la importancia que un ambiente socio-econmico concreto tie
ne en la conformacin de las doctrinas econmicas. Pues el mer
cantilismo alemn y el fisiocratismo polaco son diferentes en
absoluto del mercantilismo y del fisiocratismo que dieron su
nombre a estos principios. La recepcin cultural no es un fen
meno pasivo, sino una forma de la creacin cultural.
83

Tendra unas consecuencias muy peligrosas el hecho de que


al indagar los problem as de la historia del pensamiento eco
nmico nos olvidsemos del carcter internacional de la ciencia.
Pero si desligramos las doctrinas investigadas del medio en las
cuales aparecieron, nos im posibilitara la observacin tanto de
las causas de su nacimiento como de su funcionamiento social,
de la m ism a m anera que una planta arrancada de la tierra slo
se presta a ser secada en el herbario.20

LA H IST O R IA ECONMICA Y LA TEO RIA


DE LA ECONOMIA POLITICA

Presenta las mayores dificultades la delimitacin del objetivo


y de las tareas de la historia econmica con respecto al obje
tivo y las tareas de las teoras de la economa poltica.
Su m ayor impedimento radica no slo de la diversidad de los
conceptos sobre el objetivo y las tareas de esta ltim a discipli
na,21 sino tam bin del hecho de que si desechamos (y ello es
preciso) el concepto de la ciencia histrica como ciencia que no
form ula ni debe form ular principios generales, y al mismo tiem
po si rechazamos necesariam ente el concepto de la economa
como ciencia que se ocupa exclusivamente de las regularidades
extrahistricas, en ese caso empiezan los lmites entre ambas
disciplinas.
El concepto de la historia econmica como ciencia del pasado
y de la economa poltica como ciencia sobre el presente no re
siste la crtica.22
La idea de la historia como ciencia de lo concreto, de la
realizacin de las leyes en los acontecimientos histricos con
cretos y el concepto de la economa como ciencia form uladora
de leyes tampoco se puede sostener, ya que la economa puede
form ularlas sino solamente, cuando menos prevalentemente apoyndose en la investigacin de los acontecimientos concretos,23 m ientras que la historia no renuncia a la formulacin
de principios generales.
El problem a sera algo ms sencillo si reconociramos que la
economa form ula dos tipos de leyes: generales, extrahistricas,
no sociales e histrico-concretas, que se refieren a determinadas
condiciones sociales.
E sta idea sostuvo antao W. Wieser1* y despus Lange.u En
tonces, al menos una, como es la p arte general de la ciencia
econmica, se desligara claram ente de la historia econmica
con slo sus resultados categoras generales y mtodos. Engels
tena razn al afirm ar que quien quisiera arrastrar la Tierra
Ardiente de la economa poltica a la misma ley que la economa
de la Inglaterra contempornea, no engendrara nada que no
84

fuesen los ms banales tpicos.2* Pero desde entonces han apa


recido un gran nmero de experiencias en la vida econmica y
se ha producido un gran progreso en las adquisiciones de la
ciencia en el campo de los hechos y de los mtodos de inves
tigacin de los ms diversos problemas econmicos. As que, de
acuerdo con la tesis de Engels, las cuestiones comunes slo po
dran ser de hecho las ms generales.
Pero ciertas categoras e incluso determinados mtodos, muy
poco numerosos, tienen una aplicacin ms amplia que una
formacin econmica. De no ser as sera imposible realizar
ninguna comparacin entre los sistemas aunque el mismo m ar
xismo realiza muchas veces tales comparaciones al afirm ar, por
ejemplo, que las consecutivas formaciones socioeconmicas se
diferencian entre s por la creciente productividad del trabajo
o que la economa socialista tiene ms importancia que la eco
noma capitalista.27
En relacin con esta parte de la ciencia econmico-poltica
la cual abarcara mucho ms que una sola formacin socio-eco
nmica, la delimitacin e.ntre ella y la historia econmica resul
tara bastante fcil y provechosa para ambas.
No puede extraarse que incluso los partidarios de esta teo
ra reconozcan que en su enorme mayora las afirmaciones de
la economa poltica tienen un carcter histrico28
Sin embargo y siempre y cuando no razonemos en abstracto,
debemos recordar que existen diferencias trascendentales en el
modo de conformacin histrica de la formacin cientfica del
historiador y del economista, una diferencia enorme en los ma
teriales sobre los cuales estn en condiciones de trabajar, en
los mtodos, en relacin con las fuentes, en el dominio de las
tcnicas auxiliares, etc.
En los ltimos aos estas diferencias comenzaron a desapa
recer en la ciencia mundial, pero esto sucede de una manera
ms bien unilateral, es decir, a travs de un m ejor conocimiento
de la teora y de los mtodos econmicos por parte de los histo
riadores, mientras que la formacin media del economista lo
inhabilita para un trabajo autnomo con respecto al material
histrico.29
El hecho de que los historiadores econmicos dominen la
teora y los mtodos econmicos hace que los resultados de su
labor sean ms asequibles e interesantes para los economistas,
permitiendo a los historiadores el aprovechamiento del arsenal
de los mtodos de anlisis econmicos que cada vez se enrique
cen ms.
Por otra parte, el economista de tipo medio no est prepa
rado para la bsqueda de los materiales de fuente en general
y de modo particular en lo que concierne a las pocas antiguas,
ya que su sistema de fonhacin no le permite recogerlos. Estos
materiales los seleccionan para ellos las oficinas de estadstica,
85

los rganos de control de la economa estatal, social y privada,


los socilogos que llevan a cabo investigaciones regionales, etc.
La tarea es tanto ms asequible al economista en cuanto ha de
ocuparse de perodos ms remotos, ya que la misma obtencin
de los materiales histricos relativos a las pocas antiguas re
quiere una preparacin tcnica especial.
En realidad, y muy a menudo, en los diferentes pases la his
toria econmica de la Antigedad y de la Edad Media la ela
boran los historiadores y las Facultades histricas, m ientras que
la historia econmica del capitalismo se escribe en las Faculta
des econmicas y a veces por los mismos economistas. Esto se
halla fundamentado desde el punto de vista prctico por cuanto
en relacin con los tiempos antiguos la tcnica heurstica y la
hermenutica es excepcionalmente difcil y especial, comn a las
dems ramas de las ciencias histricas que investigan esa misma
poca m ientras que la escasez de materiales y la relativa simpli
cidad de la realidad econmica indagada perm ite obtener una
labor cientfica fructfera an en el caso de dominarse slo los
elementos de la teora econmica. Respecto a la exploracin
sobre el capitalismo, sucede a la inversa.
El objeto de la economa consiste en descubrir las regula
ridades que se manifiestan en la explotacin econmica de los
medios limitados en la sociedad,30 para poder asentar en estas
reglas las previsiones e influenciarlas.
Con esta concepcin, el objetivo de la economa abarca a la
totalidad asequible del conocimiento de la historia de la huma
nidad. Pues hace mucho tiempo que la etnologa ridiculizaba a
los etngrafos divulgadores y los antiguos manuales que escri
ban de las poblaciones prim itivas que todo lo tenan en abun
dancia.31 La explotacin econmica de una cantidad limitada de
bienes, el hecho de que las necesidades sean mayores que las
posibilidades, todo ello ha de considerarse como un fenmeno
tan viejo como la sociedad humana.
La economa irracional de los pueblos primitivos con dema
siada frecuencia es o bien racional para una etapa determinada
del desarrollo de las autoridades del pensamiento o bien incom
prensible para nuestra adaptacin u las condiciones de existencia
naturales y sociales, pero nunca un caos, ya que jam s ha suce
dido que los diferentes miembros de la sociedad se hayan guiado
individualmente por criterios del valor totalmente diferentes.
Pues en cada sociedad se manifiesta cierta regularidad en las
actividades econmicas humanas y sociales y en cada una de
(.Has es posible descubrir esas regularidades y por lo tanto es
posible la teora econmica de tal sociedad.
Los factores que deciden de las regularidades que se mani
fiestan en la vida de una sociedad determinada tienen un carc
ter social y son por lo tanto instituciones sociales. De ah su
inconmensurable heterogeneidad. Estas instituciones creadas por
06

una sociedad determinada perduran cumpliendo en una cierta


medida sus funciones plenamente y sin embargo con inercia para
debilitarse o desaparecer, transform arse, cam biar sus funciones
o dejar puesto a otras, frente a las nuevas fuerzas sociales o a las
diferentes condiciones en las cuales vive una determinada socie
dad. En este sentido cada actividad econmica del hombre den
tro de la sociedad es un fenmeno sociolgico complejo, es una
supeditacin o una substraccin al mbito de las instituciones
sociales existentes. Por eso tiene razn Goodfellow cuando es
cribe que la economa no es la ciencia de cualquier clase de ac
tividades humanas, sino la de un aspecto de todas las activida
des humanas,12 lo que a menudo los economistas, y tambin con
frecuencia los historiadores econmicos, olvidan, as como que
el anlisis de las actividades econmicas humanas con su con
texto sociolgico no es una ofrenda de la naturaleza, sino una
abstraccin cientfica con todos sus valores y tambin con todos
sus peligros contra los cuales hay que reaccionar.
Por ello, si la economa es la ciencia de las regularidades que
se manifiestan en las actividades econmicas de los sociedades
humanas y de los mtodos para la indagacin de las mismas, es
natural que los objetivos de la economa y de la historia eco
nmica son idnticos.
El problema de la relacin entre la historia econmica y la
teora de la economa ha sido ya objeto de discusiones cientficas
desde el momento mismo en que la historia econmica empez
a independizarse, polmicas con la aparicin de las grandes teo
ras y las obras afines a ambas ciencias y en especial cuando
los economistas partieron de las generalizaciones rechazadas por
los historiadores Bcher, Sombart,33 Weber y otros.
En el ao 1929, despus de las crticas de su Hochkapitalism us** Sombart formula en un importante artculo35 la tesis tan
real segn la cual cada historiador se sirve en su trabajo de al
guna teora social si no de modo consciente s extrada de los
conocimientos normales y cotidianos de su sociedad, que sin
teora no hay historia, y que la posibilidad de su aprovecha
miento cientfico, etc., depende de la categora de los conceptos
tericos que se encierran en el material recogido por el histo
riador, tesis que defienden las numerosas afirmaciones ulterio
res de importantes investigadores.
En la actualidad, ningn investigador serio puede defender
ya la postura atacada en su tiempo por los adversarios de Som
bart. Power se suma a su proclama: *No theory no history .s
Ashton afirma que la seleccin y la reunin de los hechos, mo
mento de mayor importancia en la labor del historiador y- deben
efectuarse con ayuda de los instrumentos facilitados por la teora
econmica.37 Podramos multiplicar los ejemplos.3* Pero el hecho
de que estos cientficos (y hemos extrado los ejemplos de las
conferencias inaugurales en las cuales ellos exponan las bases
87

de su postura metodolgica) deben asegurar esta tesis prueba


que el problema sigue siendo actual.
M ientras que es posible reconocer que la comprensin de la
im portancia de la teora econmica para la historia econmica
es general entre los especialistas m s destacados, no se puede
decir lo mismo de la comprensin del significado de la historia
econmica para la teora econmica en las filas de los econo
m istas. Quiz sea una excepcin Schumpeter, pues la digresin
histrica de Keynes hay que considerarla ms bien como un
deseo de vivificar un curso a base de ornam entos deslumbran
tes. Podramos referim os an a unos cuantos cientficos contem
porneos39 que en sus exploraciones histricas dem uestran no
tanto su comprensin de la heterogeneidad que se manifiesta
en las regularidades de la vida econmica como, por el contra
rio, su bsqueda de la continuidad, su afn por verificar cun
rem otam ente puede confirm arse la regularidad establecida en sus
investigaciones.
El problema se presenta de modo diferente en la ciencia
marxista. En ella se postula el program a del ms estrecho nexo
entre la economa poltica y la historia econmica. La realiza
cin prctica de estos postulados ha conducido a unos resulta
dos sumamente inquietantes. La teora econmica dejaba de ser
una teora sin ser tampoco historia.4 Por el contrario, se pona
en tela de juicio el derecho a la autonoma de la historia econmi
ca ya que teniendo en cuenta que la economa es una ciencia his
trica, sta deba satisfacer y en razn de que la historia
general deba absorber a la historia econmica como una de sus
partes fundamentales. Los resultados fueron desoladores para
las tres disciplinas: economa, historia econmica, historia.
La situacin fue en los ltim os aos tanto ms peligrosa cuan
to que la definicin de Stalin del objetivo y las tareas de la
historia la historia en general y la economa se yuxtapo
nan.41 El dictador la defini as: La historia del desarrollo de
la sociedad es sobre todo [slo sobre todo, as pues no exclu
sivamente! W. Kula] la historia del desarrollo de la produccin,
la historia de los modos de produccin, los cuales van trans
formndose en el curso de los siglos, la historia del crecimiento
de las fuerzas productivas y de las relaciones hum anas de pro
duccin.4*
Por el contrario, Stalin defina a la economa poltica como
la ciencia que investiga las leyes de la produccin social y el
reparto de los bienes m ateriales en las diferentes etapas de la
existencia de la sociedad humana.43
Del conjunto del contexto resulta que el zar comunista en
tenda con ello la investigacin del desarrollo de las fuerzas
productivas y de las relaciones humanas de produccin.
De esta m anera el objetivo y las tareas de la historia y de la
economa llegan a yuxtaponerse. Esto nos lleva a declarar que
88

las palabras sobre todo utilizadas por Stalin en su definicin


de la historia, significan que el cometido de sta es algo ms
extenso y que, por lo tanto, la economa no se identifica con la
historia sino que form a parte de ella, por lo que es difcil la
colocacin de la historia econmica.
El hecho de que este poltico haya definido dos ciencias dis
tintas de idntica m anera no es casual sino que expresa la pro
fundidad del proceso que se est produciendo en las ciencias
sociales, y que puede conceptuarse en tres puntos:
a) proceso de integracin,
b) historificacin de los conocimientos sobre la sociedad,
c) valoracin del papel de las transformaciones de la base
para la totalidad de la vida social en todas sus manifestaciones.
Al ser as, el proceso de integracin se m anifiesta entre otras
cosas y acaso sobre todo en el hecho de que la economa
adopta el mtodo histrico m ientras que la historia utiliza la
problemtica econmica no slo como una de sus partes sino
como un elemento excpcionalmente trascendental (evidentemen
te que al utilizar la problem tica econmica ha de adoptar asi
mismo los mtodos econmicos para su investigacin). De esta
forma se opera una mezcla de los problemas y de los mtodos
que rompe con la divisin clsica establecida por las ctedras
universitarias sobre el cometido de las ciencias y las atribu
ciones de los cientficos.
Estos procesos vienen operndose desde hace medio siglo.
No son tampoco el monopolio de la ciencia m arxista ya que
tambin existen en la ciencia burguesa, aun cuando en sta no
intervienen sin influencia del marxismo y con una fuerza espe
cial como ya lo hemos dicho en lo concerniente a la historia
econmica.
La definicin idntica de la historia y la economa formulada
por Stalin refleja un proceso existente de hecho y progresista.
Las definiciones esquemticas y mezquinas, su aplicacin en
la vida de una forma dogmtica desde el da mismo de su
publicacin, la ms celosa utilizacin de las crticas del gnero
de las que se im putan al listn telefnico por no dar la fecha
de nacimiento de los abonados, todo ello tuvo como resultado
no la aceleracin de los procesos integracionistas y la aparicin
de nuevas opiniones sobre la divisin de las especialidades cien
tficas, sino la paulatina destruccin de los valores especficos de
cada una de esas ciencias, y en lugar del recproco enriqueci
miento de los mtodos, el abandono de los ya elaborados por
que eran muy especiales y por ello incomprensibles para los
crticos.
Respecto a que los procesos de integracin entre la historia y
la economa se manifiestan no slo en la ciencia marxista, lo
pueden atestiguar la participacin de los economistas en las
publicaciones histricas y en los congresos de los historiadores,**
89

las conferencias comunes de historiadores, y economistas que se


celebran sobre un problem a previamente escogido,4 y por lti
mo la aparicin de ciertas teoras y mtodos como son en eco
noma las exploraciones sobre el as llamado incremento eco
nmico (Econom ic grow th) que debido a la necesidad de inves
tigar largos perodos de tiempo se convierten en verificaciones
histricas aun cuando no pierden por ello su carcter de investi
gaciones econmicas.
As, no deja de ser elocuente el hecho de que la nueva pu
blicacin econmica francesa creada en 1950 insertara en su
prim er nmero program tico dos artculos consagrados a los
vnculos existentes entre la historia y la economa.4*
Sin profetizar el futuro y nuevo reparto de las ciencias huma
nsticas, ya que no es tampoco ste el lugar para form ular nues
tros postulados o deseos, ni lo es para el problem a de las rela
ciones generales de la ciencia histrica y la economa. Nuestras
^conclusiones han de sujetarse a las condiciones actuales toman
do en consideracin las especializaciones existentes de hecho
y deben lim itarse a asignar un puesto a la historia econmica y
a sus vnculos con las dems disciplinas.
Se ha intentado diferenciar de muchas m aneras tanto el co
metido como las tareas cientficas de la historia econmica y* de
la economa poltica.
Antao se propuso una divisin entre la historia que se ocupa
de los hechos individuales, de la descripcin de los fenmenos
irreproducibles y de la economa como ciencia sobre la repro
duccin de los fenmenos, las regularidades, es decir, una cien
cia terica, y tam bin se propuso la divisin entre la historia
como ciencia del pasado y la economa como ciencia del pre
sente.
Ahora nos encontramos con una tentativa de diferenciacin
de acuerdo con el alcance cronolgico de los problemas: as,
la economa habra de ser una ciencia de los fenmenos a corto
plazo en el marco de los cuales es posible abstraerse del factor
tiempo, el principal campo del historiador, m ientras que la histo
ria habra de ocuparse de las cuestiones de larga duracin y
en las cuales no es posible abstraerse del tiempo. Pero segn el
mismo criterio hubo quienes trataron precisamente de encerrar
a la historia ciencia de lo concreto en los marcos de corta
duracin.
El concepto de la historia como ciencia del pasado y como
ciencia de los hechos concretos sigue existiendo en sus ms di
versas combinaciones.
Pero las profundas transformaciones acontecidas en el ltimo
cuarto de siglo en la ciencia econmica y que siguen opern
dose obligan a volver a pensar en las cuestiones, los mtodos
y las tareas de la historia econmica.47 Este libro est consagrdo
a perfilar algunos de estos problemas. Los modernos instrumen
90

tos de la ciencia econmica as como tambin los materiales por


ella recogidos en los ltimos tiempos con arreglo a sus nuevas
tareas son ms provechosos para la historia que los materiales
y los mtodos de la economa tradicional. Tambin la ciencia
histrica puede ofrecerle mucho ms a la ciencia econmica.
La historia econmica es en el fondo la economa poltica
de los sistemas y de las formas que han desaparecido.48 Esto es
verdad, pero es slo esto? Acaso no puede contribuir por ejem
plo, a la labor de verificacin de las generalizaciones en especial
a las de larga duracin formuladas de modo emprico por la
economa sobre el sistema existente? Acaso en el curso de dicha
verificacin no puede llegar a form ular otras generalizaciones?
No hay en la actualidad en el mundo un campo para la coope
racin de la historia econmica con la economa en cuanto a la
comprensin de los mismos con respecto a la diversidad enorme
de los sistemas y formas existentes?
Por otra parte y como ya lo hemos sealado, no todos los
fenmenos econmicos son m ensurables4 La forma ideal para
los economistas de abstraerse a la variabilidad d e . los factores
institucionales, beneficiosos para el pensamiento econmico del
estabilizado mundo burgus de las postrimeras del siglo xix
y comienzos del xx, tropieza ms an con el sensato razonamien
to en las actuales condiciones, teniendo en cuenta el ritm o de
las transformaciones.
El esclarecimiento de lo econmico por lo econmico, pos
tulado por numerosos metodlogos econmicos, el evitar llevar
a los modelos los factores llamados heterogneos, es cada vez me
nos realizable. Es una verdad que el anlisis de los elementos no
mensurables y extraeconmicos amenaza con m erm ar la pre
cisin de los razonamientos y de las pruebas.
Pero es preferible ocuparse de un modo imperfecto de lo
que es importante, que no elaborar algo magistral operando
con lo que no es esencial.50 La ciencia social necesita no tanto
de una tcnica rebuscada como de una mayor audacia en el
acometimiento de los problemas fundamentales, en lugar de de
jarlos de lado.sl
Por lo visto la historia econmica puede ser de gran ayuda
para la teora econmica en la empresa del anlisis ms integral
de las transformaciones de la explotacin econmica en la socie
dad, la investigacin de los cambios a largo plazo, la compren
sin de la variabilidad de los elementos institucionales y cultuTdies. JEi anlisis ecorionirco exige ser sujJrenrerttabo por drgu
as como la antropologa histrico-comparativa que an se halla
en ciernes como ciencia.5*
La historia econmica tiene los mismos objetivos de investi
gacin que la economa. Puesto que el carcter del objetivo de
termina los mtodos de investigacin, los procedimientos funda
mentales que la historia econmica utiliza deben ser los mto
91

dos de la economa, los mtodos de investigacin de los fenme


nos econmicos, el aspecto econmico de las actividades hum a
nas y sus resultados econmicos. De esto se deduce que la
historia econmica constituye una parte integrante de la eco
noma.
E sta historia econmica constituye al mismo tiempo una parte
integrante y, bajo algunos aspectos fundamentales, de la historia
como ciencia universal de las sociedades y las culturas.
El hecho de incluir al mismo tiempo la historia econmica en
dos ciencias no nos preocupa, y no consideramos ni mucho me
nos que la divisin de las ciencias, que de hecho debe ser com
pleta (ya que ninguna categora de fenmenos puede reconocerse
sin esto) tam bin habra de ser exclusiva. En todo caso no ha
de serlo en el perodo actual de grandes cambios en las cien
cias humansticas.
La historia econmica se diferencia de la economa en muchos
aspectos prcticos como, con m ucha frecuencia, por la formacin
de la mayora de los investigadores, p o r su preparacin dife
rente que les perm ite ocuparse de distintos grupos de proble
mas, difiere por algunos elementos relacionados con los mtodos
y por su tendencia a tom ar en consideracin unos u otros ele
mentos de los mtodos de investigacin, y se diferencia m s de
una vez por la form a de com prender o de generalizar las con
clusiones.
Esta distincin en la formacin cientfica hace que la coope
racin entre la historia econmica y la economa pueda ser
muy fructfera, ya que la sensibilidad para con las diversas
facetas de un procedimiento tan parecido de investigacin de
una m ism a categora de fenmenos brinda mayores beneficios
en el curso de la crtica y la discusin.
La historia econmica es por lo tanto la ciencia de los as
pectos econmicos de la vida social en las diferentes sociedades
y culturas. Se dedica a la bsqueda y el establecimiento de las
regularidades (que se m anifiestan en las actividades sociales de
carcter econmico, y en especial en los aspectos econmicos
de las actividades sociales) y los factores sociales que las provo
can. Se ocupa tam bin del aspecto econmico de los resultados
de dichas regularidades, es decir, de sus efectos previstos e im
previstos para la economa social.
Como tal, la historia econmica sirve ampliamente a la eco
noma, la cual en teora es una parte integrante de la misma.
Sirve tambin a la historia, la cual form a igualmente su parte
integrante, al facilitarle con la experimentacin de las regula
ridades econmicas, las im portantes y a veces trascendentales
determinantes de todas las actividades sociales.

92

IV.

La periodificacin de la
historia econmica

LA POLMICA E N TORNO A LA PERIODIFICACIN.


REALISM O Y CONVENCIONALISMO

El problema de la periodificacin de la historia, de su carc


ter y de sus criterios, ha sido objeto de enconadas discusiones
entre los historiadores y metodlogos durante generaciones. Des
de hace mucho tiempo se enfrentan tambin las posturas que
pudiramos denominar realista y convencional.
La prim era considera que la necesidad de la periodificacin
y de sus criterios se desprende de la misma realidad investigada;
por el contrario, la segunda estim a que se trata en su gnero de
un mal necesario, resultante de la pobreza cognoscitiva de nues
tro pensamiento o de las necesidades didcticas.1
Los que abogan por la prim era actitud ven en la periodifica
cin el reflejo de la realidad, m ientras que los de la segunda la
consideran como una alteracin, quizs inevitable, de esa reali
dad. Los primeros ven en la historia los momentos crticos, de
cisivos, m ientras que los segundos ven en ella una corriente
continua. Para los unos, slo una periodificacin es correcta, en
tanto que para los otros todas ellas se hallan dbilmente funda
mentadas de m anera cientfica y la eleccin entre las mismas
tiene un carcter pragmtico.
Sin embargo, no se trata tampoco de que esta divisin entre
realistas y convencionales equivalga a una divisin entre
m aterialistas e idealistas. Al contrario, numerosos idealistas han
mantenido la postura de la realidad de los criterios de la perio
dificacin,2 m ientras que muchos entre los materialistas mecanicistas que en general tienen una tendencia hacia los conceptos
cuantitativos unilaterales, se inclinan a ver en la historia slo
el aspecto de la corriente continua de los cambios.
En los manuales tradicionales y positivistas de metodologa
histrica el problema de la periodificacin o bien no figuraba
'
euvSuiucu,""a"Dikii a~crauKiu~ar~margeny cOmo1t j l u asumu uc
tercer orden.) Sin embargo, Lamprecht,4 y en Polonia, Balzer,
Siemienski y Halecki lo consideran como un problema funda
mental. Para Trltsch es el ncleo filosfico de la historia uni
versal.5
Para todos estos realistas, la divisin es algo innato para
la historia* y no una convencin.
93

LA POLMICA E N TORNO A LA PERIODIFICACIN,


E L CONOCIMIENTO DE LO PARCIAL
Y E L CONOCIMIENTO DE LO TOTAL

El litigio no consiste slo en el caso del realismo o del


convencionalismo, sino que se halla ligado adems con la
disputa tradicional en tom o al problema de la metodologa de
las ciencias sociales: la cuestin del conocimiento parcial y total.
Tambin en este caso los lmites de la polmica son la divi
sin entre m arxistas y no marxistas.
Para el clsico positivista la exploracin se basa en el cono
cimiento gradual de los pequeos fenmenos que al acumularse
perm iten indagar otros siempre mayores, que se van aproxi
mando cada vez ms, pero que nunca llegan a conocerse total
mente.
La actitud contraria ve de una m anera algo ms complicada
la relacin entre el conocimiento de lo parcial y de lo total.
Aun suponiendo que sea verdad que en las investigaciones cien
tficas partim os de la verificacin de lo parcial no es posible
analizar cualquiera de los fenmenos parciales incluso ms di
m inutos sin poseer previamente aunque no fuere ms que un
conocimiento muy aproximativo, inseguro, de la totalidad a
la cual pertenecen. El examen de cualquier aspecto parcial
modifica nuestro conocimiento de lo total el cual se convierte
a su vez en un elemento concerniente al fenmeno parcial
que analizaremos o al que ya hemos analizado.
As, la relacin entre el conocimiento de lo parcial y el
conocimiento de lo total es en este aspecto un concepto dialc
tico. No hay en este dominio etapas anteriores o posteriores.
Sin entrar en los porm enores de la polmica7 (en la cual so
mos partidarios de la segunda de las actitudes enunciadas), slo
queremos m ostrar cmo sta se halla vinculada con la proble
m tica de la periodificacin.
Muchos de los realistas citados sostienen la postura de re
conocer la realidad de la censura en el proceso histrico, y ad
vierten la trascendencia de la cuestin para la sntesis o los
conceptos monogrficos de una gran dimensin cronolgica.8 Ese
problema no existi para ellos en los conceptos cronolgicos.
Para los dialcticos segn el sentido ya definido las
cosas se presentan de otra manera. Para ellos la periodificacin
es una cuestin im portante en cada caso, ya que la compren
sin y la calificacin de cada fenmeno indagado, incluso el
ms insignificante, se presenta de modo diferente segn el
lugar que ocupa en el conjunto de una sociedad determinada.
La periodificacin, tanto en su aspecto ms general como provi
sional hiptesis de trabajo entra en juego en el momento
de investigar aunque nicamente sea el problema menos impor
tante. Otra cuestin es que como resultado de esta experimenta
94

cin, la periodificacin como punto de partida puede sufrir una


modificacin, y as sucesivamente.
Adems, segn los partidarios de esta actitud, sus adversa
rios no se dan cuenta que de hecho no hacen ms que seguir
ese mismo camino, ya que nb se puede proceder de otra manera.
As, nos hallamos frente a dos posturas que se dividen a su
vez en: los realistas y los convencionalistas, los antidia
lcticos y los dialcticos. Es natural que los m arxistas ocupen
en esta polmica una posicin realista y dialctica.
Pero no basta con que la actitud sea realista y dialctica, en
el sentido que aqu le damos a la palabra, para considerarla como
marxista, ya que es necesario que en la interdependencia de todas
las ramas de la vida social, tenga una lgica primaca la deter
minacin materialista: ms exactamente, la transformacin en
el curso de la historia de los instrumentos de trabajo, la cual
repercute en la totalidad de la vida social a travs de la reali
zacin de los cambios fundamentales en las relaciones de pro
duccin de las grandes agrupaciones humanas, es decir, de las
clases con sus distintas relaciones con respecto a los,, instrumen
tos de trabajo y a la utilizacin del producto con ellos conse
guido.
As, para el marxista, la periodificacin de la historia repre
senta a la vez una sntesis del conocimiento histrico y su ins
trumento. La periodificacin utilizada como instrumento lleva
constantemente a la nueva correccin de la periodificacin como
sntesis.

LA PERIODIFICACIN Y LA TERMINOLOGA
DE LA VALORACIN

Al igual que tantas otras cuestiones de la metodologa hist


rica, el problema de la periodificacin se complica tremenda
mente como resultado del matiz valorativo de las palabras uti
lizadas en l, como feudalismo, capitalismo o imperialis
mo, que no son nombres pasivos desde el punto de vista de la
valoracin y de nada serviran las tentativas de desvalorizarlos.9
En las discusiones sobre la existencia o ia no existencia del
feudalismo en Polonia, sin contar los elementos concretos (la
existencia o no del feudo, etc.) o terminolgicos (tales co
mo son las condiciones necesarias y suficientes para calificar como
feudal a un sistema: escala jerrquica de la nobleza, o servi
dumbre del campo?), entraban en juego, al parecer, los elemen
tos sentimentales, como el orgullo nacional, extrados del de
sarrollo histrico o de una visin idealizada del pasado nacional.
El hecho social irrevocable de la matizacin sentimental de
la palabra capitalismo10 tiene su fundamento quizs en los
95

numerosos trabajos de la ciencia occidental europea que la iden


tifican con el liberalismo y que, con el libre intercam bio justifi
can la inexistencia de este rgimen econmico en la Europa
Occidental actual.
El m atiz ms prudente de la palabra imperialismo inclina
a la mayora de los cientficos norteam ericanos a aceptar la de
finicin de este poder identificndolo con el colonialismo, lo
cual teniendo en cuenta el sentido form al y jurdico del nombre
colonia perm ite negar la existencia de esta form a de gobierno
en los Estados Unidos.
De aqu el m anifiesto recelo de la ciencia positivista para con
estas palabras e incluso para sus conclusiones; hasta el extremo
de que todo cientfico que se precie de serlo, debiera borrar
del diccionario,1- las expresiones tales como capitalismo o
imperialismo. En su introduccin a su H istoria econmica de
Inglaterra en el siglo X V III, Ashton se vanagloria de no emplear
en ella las palabras en su form a de ismo.12
Pero acaso sea difcil tra ta r estas conclusiones con seriedad.
Si se tuviese que elim inar de las ciencias hum ansticas las locu
ciones que tienen un m atiz valorativo, mucho nos tememos que
el diccionario de esta ciencia se quedase reducido casi a las con
junciones solas.
Con demasiada frecuencia, las polmicas que se han desarro
llado en la historia de la ciencia sobre la periodificacin fueron
un reflejo de los grandes debates ideolgicos y filosficos. Se
ha adelantado la hiptesis de que el futuro historiador de la
historiografa polaca denomine quizs el perodo comprendido
entre los aos 1949-1952 como la poca de los litigios en tom o
a la periodificacin.13 De escribirse, la historia de estas dispu
tas m ostrara como en nna probeta todas las etapas y todas
las orientaciones de la vida ideolgica de Polonia en aquellos
aos.
.
Los momentos cumbres desde el punto de vista ideolgico
o simplemente propagandstico de la interpretacin de la perio
dificacin de la historia moderna, han tenido lugar en relacin
con la concepcin de la poca del imperialismo.
Como es sabido el trm ino imperialismo tiene una antigua
genealoga, tina etimologa romana. A travs de su ligazn con
el cuadro del imperio romano, deba significar la extensin te
rritorial de un Estado por las conquistas de las guerras y el
sometimiento de un gran nm ero de pueblos vencidos. Significa
ba sobre todo un fenmeno perteneciente a la historia poltica
aun cuando tam bin tuviese cierto aspecto econmico y en pri
m er lugar la opresin econmica de los pueblos subyugados.
En 1916, Lenin, al realizar despus de Hilferding, Rosa Luxemburg y Hobson el anlisis program ticam ente total de
los fenmenos que acontecieron en el mundo capitalista antes
de la Prim era Guerra Mundial, y confirm ar la existencia de toda
96

una serie de fenmenos diferentes en relacin con la poca ante


rior del capitalismo de la libertad del mercado, lleg a la conclu
sin de que tales fenmenos son tan fundamentalmente distintos
que obligaban a establecer dentro de este rgimen un nuevo
subperodo especial y darle el nombre de imperialismo.
En atencin a esto es preciso hacer imas cuantas afirmacio
nes.
En la eleccin del trmino, Lenin sigue en este caso a Hobson.
La denominacin de ese periodo como poca del capitalismo
financiero utilizada con anterioridad por Hilferding, no le con
viene. Y es comprensible. Los fenmenos comprobados por Lenin
tienen un carcter ms amplio y el nombre de poca del ca
pitalismo financiero slo ataera a una de sus partes la
transformacin del capital industrial en bancario. Es preciso
afirmar que tambin la palabra imperialismo slo comprenda
uno de los aspectos: el de las agresiones coloniales. Sin embargo
y precisamente por encerrarse en esta locucin la agresividad
y la conquista fue por lo que a Lenin le fue conveniente al
significar tanto la agresividad y la aspiracin a la conquista del
Estado como del capital. Tanto ms por cuanto (y esto se suele
olvidar con mucha frecuencia) el subttulo de la obra de este
terico reza Esbozo popular, destinado por lo tanto sobre
todo a las finalidades propagandsticas, para las cuales el tr
mino imperialismo era muy adecuado.
En el concepto de este dirigente comunista el contenido de
la palabra imperialismo en relacin con el del antiguo trmino,
tena una significacin ms amplia y al mismo tiempo (nece
sidad lgica en este caso) este concepto tena un sentido ms
estricto. Ya no era posible hablar con esta idea del imperialismo
de la Roma antigua o de la Espaa o Portugal del siglo xvi, mien
tras que al referirse al imperialismo de Inglaterra o de Alemania
a comienzos del siglo xx se expresaba de una forma muy concisa
un contenido muy rico.
En segundo lugar, es preciso recordar las palabras de Lenin
sobre las censuras, tan a menudo olvidadas por los polemistas,
en las discusiones acerca de la periodificacin. Escribe: Es
obvio afirm ar que todos los lmites entre la naturaleza y la
sociedad son relativos y mviles, y sera un contrasentido dispu
tarse por saber, por ejemplo, en qu ao o en qu decenio se
debe fijar "definitivamente" el establecimiento del imperialis
mo.>*
Marx adoptaba una actitud igual sobre el problema de la pe
riodificacin en general, cuando escriba: La historia de la so
ciedad... no conoce ninguna delimitacin estricta entre las po
cas.
En tercer lugar, se olvida tambin que el libro de Lenin
apareci por vez primera en abril de 1917, ya que el propio
Lenin escribe en el prembulo en el da de la libertad bajo
97
hcs

100.

el titulo: El imperialismo, nueva etapa del capitalismo.' No


nos ha sido posible comprobar en qu edicin y si an en vida
del escritor, la definicin novsima etapa fue reemplazada por
fase superior. Desde el punto de vista metodolgico la dife
rencia entre las dos formulaciones es fundamental. Las palabras
novsima etapa se refieren al pasado. Es una comparacin
entre el ayer ms reciente (o el presente) y un pasado algo ms
antiguo, y una m uestra de que entre estas dos etapas hay una
diferencia. En cambio, la expresin fase superior se refiere
a que en el futuro no habr ninguna fase ms alta ya que sta
es la fase cumbre.
Es cierto que esta ltim a interpretacin es la que Lenin pen
saba, como lo demuestra la frase reiteradam ente utilizada para
caracterizar al imperalismo como vspera de la revolucin pro
letaria,1' m ientras que es raro leer una caracterizacin de esta
doctrina como poca de transicin del capitalismo a un sistema
socio-econmico superior, o que el monopolio es la transicin
del capitalismo a un sistema superior, etc.1*
Por esto es probable que el propio Lenin, en su esbozo po
pular, haya cambiado la palabra novsima etapa por fase
superior.
Sin embargo, existe una considerable diferencia entre la hip
tesis de la proyeccin en el futuro de un fenmeno comprobado
e incluso la formulacin del ttulo de un libreto vulganzador,
y la determinacin sinttica del perodo relativo a la periodifi
cacin. Para que no hubiera lugar a dudas, los divulgadores
pusieron los puntos sobres las es al calificar en los m anua
les al imperialismo como la fase superior y ltim a del capita
lismo o como la extincin del capitalismo,19 lo que haba de
provocar no pocas dificultades.
En contra de lo que se esperaba, despus del triunfo de la
Revolucin en octubre en Rusia, las dems revoluciones o bien
abortaron o no llegaron a estallar. El capitalismo se mantuvo
en pie. Entonces se cre la teora de la crisis general del capi
talismo como subperodo de este rgimen, que a su vez era un
subperodo del capitalismo, y si el imperialismo era su ltim a
tase, la crisis general del capitalismo deba de ser la defi
nitiva fase de lo ltimo.20
De una form a anloga despus de la Segunda Guerra Mundial
se cre la teora sobre la fase superior de la crisis general del
capitalismo, es decir, ms definitiva an.21
Como vemos, el concepto de la periodificacin de la historia
ocupa caractersticamente un lugar destacado como el ms mo
derno elemento propagandstico. La substitucin de las palabras
novsima etapa por fase superior, y en especial por fase
ltima o de extincin, deba ser la estrella de esperanza
para los que luchaban por el nuevo sistema. Pero a pesar de
que la historia no se dio prisa, y que el capitalismo se sigue
98

manteniendo, no se renunci a los mtodos propagandsticos,


con unas fases siempre ms definitivas.
Es preciso afirmar, sin embargo, que en todos estos concep
tos se encierra un ncleo racional. Como siempre, no basta con
aclarar los elementos ideolgicos o propagandsticos que con
tienen determinados conceptos. La existencia de estos elementos
no suele anular los elementos cognoscitivos que tambin estn
en tales conceptos. Esta comprobacin tiene tambin im portan
cia en relacin con las ciencias tanto conservadoras como revo
lucionarias.
A finales del siglo xix, la bsqueda de las fechas exactas para
la periodificacin eran tambin para Lenin un absurdo ya que
hay en el capitalismo nuevos rasgos, bajo muchos aspectos no
slo distintos sino incluso contrarios a los del perodo anterior.
Esta comprobacin es ampliamente aceptada hasta por la cicncia
burguesa, no slo antes de Lenin (Hobson) sino tambin des
pus de l. Incluso en cuanto a las fechas no hay en este caso
grandes diferencias (vase la discusin sobre el Ciimaterium
en los aos 90).22 Es evidente que la ciencia burguesa caracteriza
de una forma totalmente distinta ese perodo (capitalismo or
ganizado, etc.) pero en cuanto a la cuestin de la periodificacin existe una concordancia bastante profunda.
Es verdad que el tiempo de entre guerras m uestra tener
muchas de las caractersticas de los veinte aos que preceden
al 1914, pero sin embargo se distingue por unos rasgos nuevos
que le diferencian.
Tampoco es causa de litigio el hecho de que el perodo que
sigue a la Segunda Guerra Mundial tiene tambin peculiarida
des distintas.
As, si tuvisemos que promover una discusin en relacin por
ejemplo a Europa Occidental, con las comprobaciones siguientes:
a) la poca del capitalismo contina,
b) desde finales del siglo xix en el seno del capitalismo se
manifiestan nuevos rasgos, tambin duraderos,
c) dentro de este subperodo del capitalismo se distinguen
tres etapas separadas por dos guerras mundiales,
es lgico que en cuanto pasemos a la caracterizacin de cada uno
(le estos perodos, sern enormes las divergencias.

LAS DISCUSIONES SOBRE LA PERIODIFICACIN


EN LA HISTORIA ECONMICA

En las discusiones sobre la periodificacin de la historia eco


nmica ha desempeado una importancia trascendental la lla
mada escuela histrica alemana en economa poltica con su
concepcin de los grados de desarrollo econmico ( W irtschaftss99

tufen).** La hostilidad program tica de los clsicos hacia las


generalizaciones anhistricas, heredada del inters romntico por
los distintos pases y pocas, y no sin influencia del positivismo
organicista sociolgico, vea en la teora de los grados de desa
rrollo econmico la coronacin del conocimiento econmico,
su sntesis superior, creando esta hiptesis todos sus represen
tantes: List, Hildebrand, Bcher y Schmoller.
En cuanto a List el objetivo poltico es claro. Segn l la
poltica econmica tiene como tarea la de ascender a un pueblo
a un grado superior.24 Para l el modelo ideal es Inglaterra y se
basa en los cambios en la estructura profesional de las pobla
ciones (caza y pastoreo, agricultura, y agroindustrial y comercial).
La transicin de un grado de desarrollo a otro es una necesidad
histrica, pero que puede retrasarse a causa de los errores de
la poltica econmica.
H ildebrand4S busc su criterio en el campo del intercambio
econmico. Analiz los niveles de la economa natural, del dine
ro y del crdito. La economa crediticia slo la consider rea
lizada en Inglaterra; en cuanto a Alemania, crea que no se al
canzara ese nivel hasta el futuro.
Bcher26 es ms historiador que sus predecesores y mucho
ms que ellos se funda en los hechos, recelando mucho ms con
respecto a las deducciones. Para cada poca histrica postula
la elaboracin de una teora especial. El positivismo organicista
sociolgico influye ms en Bcher que en sus antecesores y le
hace ver el desarrollo econmico de un modo resueltamente uni
lateral y biolgico. Para l el desarrollo se va complicando gra
dualmente con las implicaciones funcionales en el seno de la
sociedad, empezando por la ms sencilla, la economa domstica
cerrada, y que se va operando a travs del desarrollo concreto
y espacial de la divisin del trabajo.
El nivel de la economa urbana lo une a la organizacin de
toda la ciudad y sus inmediaciones, el grado econmico naci
nal crea vnculos orgnicos indestructibles en el marco geogr
fico trazado por las fronteras del Estado, y por fin el grado de
la economa mundial significa la extensin de la divisin del
trabajo y de la interdependencia a todo nuestro planeta.
Son caractersticas para la historiografa alemana (en razn
de la larga dispersin poltica de este pas) las tentativas con
m iras a completar este esquema a travs de la introduccin
del grado de desarrollo territorial27 entre los grados econmi
cos urbano y nacional.
La teora de Bcher fue duramente criticada,2* imputndosele
muchas inexactitudes histricas. Se aleg que el concepto de la
economa domstica cerrada es una abstraccin que no tiene
ningn equivalente en los anales de la humanidad. Se seal la
coexistencia constante de los elementos de los cuatro niveles de
Bcher. Se demostr que sus cuatro grados de desarrollo pue
100

den enmarcarse en la historia de la Antigedad con lo cual


se tenda a la concepcin cclica de la historia.?9
Con todo esto la teora de Bcher se granje una relativa
gran popularidad.
Las construcciones eclcticas de Sombart son en su gnero
la continuacin de los conceptos de Bcher. Su idea del sis
tema econmico es un concepto de reunin que considera en
primer lugar el nivel de la tcnica, de las formas de organizacin
econmica y de la llamada por Som bart W irtschaftsgeist, el es
pritu de explotacin econmica, o sea el conjunto de los dis
tintos factores histricos, espirituales, sicolgicos y culturales,
que condicionan las actitudes y las decisiones humanas en el
curso del proceso econmico.
Los continuadores de Sombart se centran cada vez ms de
una maner unilateral en esos factores espirituales. En lugar
del concepto del W irtschaftssystem , del sistema de explotacin
econmica, se puso de moda el W irtschaftsstil, del estilo de ex
plotacin econmica.Jo En esta hiptesis existe un ncleo ra
cional.
En primer lugar esta teora se fundamenta en un concepto
histrico de la naturaleza humana, de la psicologa humana, de
la jerarqua de los valores y de los criterios econmicos hu
manos.
Por otra parte, al tra ta r la explotacin econmica social como
una de las manifestaciones de la cultura, tiende a aprehender
la vida social en su totalidad y en sus mutuas interdependen
cias^1 Es, por ello, una teora de la periodificacin realista y
dialctica segn la definicin que hemos adoptado al comienza
de este captulo aun cuando sigue siendo idealista y antima
terialista declarada, no es casual que esta teora se haya mani
festado con especial vigor en Alemania y slo all, durante los
ltimos veinte aos.
A. Dopschtt parti de una crtica de principio de todas las
teoras de los grados de desarrollo econmico. Puso en duda
las consecuencias temporales de la economa del dinero en rela
cin con la llamada economa natural. Incluso en los tiempos
ms remotos nos encontramos con algn sucedneo del dinero,
mientras que en las economas modernas ms desarrolladas so
lemos encontrar muchos elementos de economa natural. Por
lo cual, para este autor la diferencia lo es cuantitativa, un cambio
de proporciones de esos mismos elementos. Antes que l, Rut
kowski expresa esa misma idea: El individualismo... de los
sistemas econmicos en los distintos territorios y pocas se
basa no tanto en la existencia o la inexistencia, la aparicin o la
desaparicin de ciertas formas y factores, como en las diferen
cias cuantitativas en que se manifiestan.13
En la ciencia inglesa Clapham adopta 'una actitud parecida,
y despus de l Ashton. El resultado consecuente de tal postura
101

metodolgica es el considerar el capitalismo como un elemento


eterno que siempre forma parte aunque en distintas proporcio
nes histricas de la economa social. El capitalismo ha existido
siempre en las sociedades civilizadas afirm a Nef y los ms
primitivos salvajes eran unos capitalistas ya que construan sus
chozas.31 Podramos citar muchas ms afirmaciones de este
gnero, hasta tal extremo de que nunca se sabe si esa conclusin
es la consecuencia lgica de la postura metodolgica adoptada
o por el contrario si la postura metodolgica se halla determi
nada por el deseo de llegar a tal conclusin...35 En resumen,
nos encontramos aqu con una postura claramente convencionalista con respecto a los problemas de la periodificacin y el
desarrollo econmico se enmarca en el cambio de las propor
ciones de esos mismos elementos. Como resultado de esto el pos
tulado tcnico investigador tendr que insistir sobre el mtodo
estadstico, el cual est llamado a establecer dichas propor
ciones.

EL EM P IR IS M O Y EL RE A L IS M O E N LA PERIODIFICACIN

Es una singular irona del destino, que las investigaciones em*


prico-cuaptitativas que se suelen desprender de esos principios
han llevado en los ltimos tiempos a numerosos investigadores
a adpptar una actitud realista frente al problema de la periodifi
cacin.
En este problema de la periodificacin, as como con otros
muchos, la historia econmica acude en auxilio de la teora eco
nmica.
Hubo un tiempo en que la disputa entre la economa marxista y no m arxista tuvo el carcter de un litigio entre la economa
que se afanaba por buscar las leyes histricas y la economa
que absolutizaba sus resultados. En general esta definicin es
justa aunque no es cierto que la economa m arxista no formulara
leyes por encima de la historia ni que la economa clsica no
haya percibido nunca la variabilidad histrica del funcionamien
to del mecanismo de la economa social.
Esta definicin, que era justa en el siglo xix y a comienzos
del siguiente dej de serlo en el ltimo cuarto de siglo,
ya que tambin en la ciencia econmica no m arxista se manifes
taron en ese perodo muchos elementos de historificacin de la
teora, sobre cuyas causas y manifestaciones ya nos ocupare
mos extensamente.
Es un hecho que los conceptos de sistema, de rgimen
o del muy de moda modelo econmicos han conseguido en la
ciencia no marxista el derecho de ciudadana, convirtindose en
un importante instrumento de investigacin.
102

Se puede afirmar, entre parntesis, que el concepto de mo


delo utilizado en la prctica tiene un sentido ms estricto que
la idea de sistema o de rgimen. Con mucha frecuencia sig
nifica un complejo de principios sometidos al anlisis. Pero con
siderando que estos principios no se eligen en general de una
forma totalmente arbitraria sino que tienden a captar los rasgos
caractersticos de alguna realidad econmica, se desprende que
la utilizacin del concepto de modelo aun siendo de una sig
nificacin ms limitada que la de rgimen o de sistema no
deja de vincularse a la problemtica de la periodificacin, con la
particularidad de que a menudo es aplicable ms bien a la pe
riodificacin de los niveles inferiores* y para las divisiones
internas de la historia de un sistema determinado.
Por otra parte, los materiales histrico-econmicos y en espe
cial los conceptos cuantitativos peridicos tan estimados por los
convencionalistas, no confirman ni mucho menos su tesis sobre
la corriente continua en los cambios y la falta de saltos sino
todo lo contrario, ya que el concepto cuantitativo, y en particular
el cuantitativo de larga duracin, nos m uestra con toda eviden
cia la existencia de tales saltos.
Al parecer, en eso reside la razn del interesante fenmeno
de la multiplicacin en el curso del ltimo decenio, en los
trabajos histrico-econmicos y econmicos, de los conceptos so
bre una concepcin realista de la periodificacin por los autores
procedentes de las escuelas emprico-mecanicistas y convencio
nalistas. como a problemas de la periodificacin se refiere.
El mtodo tan apreciado en la historiografa francesa desde
Simiand y consistente en determinar la fase A y la fase B, es
decir, los perodos de larga duracin del aumento o la baja
del nivel general de los precios como marco general que condi
ciona los distintos cambios en casi todos los aspectos de la
actividad econmica, con independencia de si compartimos o no
esa concepcin, significa la adopcin en cuanto a los problemas
de la periodificacin de una postura realista y dialctica de
acuerdo con la significacin de ambos trminos tal y como se
da al comienzo de este captulo.
La discusin de los cientficos ingleses sobre el tema del
climaterium en los aos noventa del pasado siglo,36 aun cuan
do da un contenido muy diferente al marxista sobre los cam
bios que en ese perodo se operan en la economa capitalista,
llega sin embargo, en relacin con el problema de la periodifica
cin, a la m isma actitud que hace cuarenta aos formulara Lenin
al definir la poca del imperialismo. Rostow, al diferenciar las
cinco fases de transformacin de la sociedad feudal en una
sociedad moderna in d u s tria la d o p ta ipso jacto una postura rea
lista en lo referente a la cuestin de la periodificacin y su ten
tativa, aun siendo muy popular actualmente, no es ni mucho
menos la nica en la moderna ciencia occidental, donde se van
103

multiplicando los ejemplos de que los empricos ms rgidos,


basndose en el anlisis de un m aterial emprico concreto se ven
arrastrados cada vez ms a adoptar una postura realista sobre
la periodificacin. Se puede esperar que este proceso encuentre
pronto alguna generalizacin terica que se oponga a las con
cepciones metodolgicas convencionalistas y antidialcticas que
an imperan casi soberanamente.
Las transformaciones de las fuerzas productivas tienen el ca
rcter de un proceso constante y acumulativo, tanto ms si de
una idea heroica pasamos a la concepcin sociolgica del pro
greso tcnico. Sin embargo, no es cierto que los1cambios en las
fuerzas productivas hayan tenido un carcter constante en el
marco de la economa social y que no se hayan producido sal
tos.
En el Reino polaco del siglo xix, se prolongaron durante
mucho tiempo las tentativas de introducir lo nuevo en la si
derurgia. Las dificultades tcnicas se sum aron a las econmicas,
se fueron multiplicando los obstculos uno tras otro y el proceso
dur decenas de aos.
Pero si en ltim a instancia tomamos los datos globales para
toda la industria del pas, resulta que el triunfo de la nueva
siderurgia sobre la antigua se ha operado precisamente bajo
la forma de un salto, que es posible datar con una diferencia
de algunos aos.3* Se podran m ultiplicar los ejemplos.
As, de esta m anera el mtodo de los convencionalistas, el pro
cedimiento cuantitativo, se vuelve contra ellos y sus concepcio
nes tericas, ya que la imagen deform ada de los cambios eco
nmicos a largo plazo en la economa social, no suelen confir
m ar la idea de continuidad y la ausencia de saltos en ellos.
Pero el historiador econmico es quien menos puede adoptar
una postura convencionalista sobre los problemas de periodifi
cacin, ya que el m aterial que elabora contradice de modo ma
nifiesto tal actitud. De lo contrario elabora un m aterial muy
estricto de una m anera muy antidialctica, es decir, sin situarlo
en el conjunto socio-econmico al cual pertenece.
Dicho fenmeno que se da en la ciencia occidental, de haberlo
caracterizado adecuadamente, confirm ara esa tesis.
A menudo nos encontramos con las imputaciones hechas por
los historiadores tradicionales a los historiadores m arxistas y
las cuales se desprenden de su postura convencionalista y practicista frente a la periodificacin.
En cierta ocasin, el general Kukiel acus a los autores de la
H istoria de Polonia del Instituto de Historia de la Academia
Polaca de Ciencias de que la periodificacin utilizada por ellos
para la divisin de la historia de Polonia en las pocas del feuda
lismo y del capitalismo no vala para nada, argumentando que
iqu falta haca la tal periodificacin que m eta las nueve d
cimas partes de la historia en un solo perodo!19
104

Ahora bien los autores de esta historia polaca no tienen la


ms mnima responsabilidad ya que la dependencia extraeconmica de los campesinos con -respecto a la nobleza ha durado en
Polonia casi mil aos! Es difcil imaginarse una historia de la
navegacin sin que se halle dividida en los perodos del remo,
la vela, el vapor, el motor diesel, elctrico y en el futuro, atmico;
no siendo culpable el historiador de la navegacin de que estas
etapas sean desproporcionadas cronolgicamente, que la poca de
la navegacin a vela dure miles de aos y el perodo de los va
pores menos de un siglo.
En opinin del general Kukiel, el historiador tiene: primero,
la libertad de elegir y, segundo, escoge con el criterio de la uti
lidad constructivo-didctica. Lgicamente la actitud de los marxistas es totalmente opuesta.

LA PERIODIFICACIN DE LA H ISTO RIA ECONMICA


Y EL DESARROLLO DE LAS FUERZAS PRODUCTIVAS

Adquiere un carcter especial el debate entre los realistas


y los convencionalistas sobre la periodificacin de la historia
de las fuerzas productivas y de las relaciones de produccin. Por
una parte, los cambios son enormes40 y por otra, a veces es difcil
aprehenderlos. Estas transformaciones se producen en las dis
tintas ramas de la producin con la acumulacin de millares de
innovaciones, a travs del complejo problema del proceso de su
adaptacin en la sociedad. Desde que se sali. y cada ciencia
hace ya mucho tiempo que lo hizo de la concepcin heroica
del desarrollo de la tcnica, es decir, de limitarse a la bsqueda
de los grandes inventores, desde que el progreso tcnico y ms
an el progreso de los medios de produccin y en general de la
explotacin econmica se abordan sociolgicamente como un pro
caso social cada vez ms complejo y ms durable, desde enton
ces, nos hallamos ante un proceso de cambios continuos y de
mayor importancia. Es verdad que los cambios en la esfera de
las fuerzas productivas tienen a veces un carcter de reaccin
en cadena ya que una transformacin arrastra la otra y que
ramas ajenas en apariencia a menudo son reagrupadas, aunque
ello se juzgue de diversas maneras. Despus de la generalizacin
en la ciencia por parte de A. Toynbee del concepto de la revo
lucin industrial41 estas revoluciones comenzaron a multipli
carse de un modo inquietante: Carus-Wilson trat de introducir
el concepto de revolucin industrial del siglo xin ligado con el
molino batanero;4* Nef la revolucin industrial del siglo xvm
ligada al empleo de la hulla y las nuevas formas de elaboracin
del metal; el concepto de Roover sobre la revolucin comercial
del siglo x iii ; de Lynn White sobre la revolucin de los trans105

portes unida con la utilizacin de la traccin animal (caba


lleras). Tambin se formul la revolucin agraria en la baja
Antigedad o el alto Medievo, basada en la utilizacin del arado;
y la explotacin agrcola de la Europa septentrional y oriental,
y muchas otras revoluciones. Los convencionalistas se burla
ron justam ente de esto,43 pero ello no significa que estos autores
comprobaran determ inados fenmenos errneam ente o que se /
refirieran sin fundam ento a la reaccin en cadena y sus con
secuencias para muchas otras ram as de la vida econmica y
social.
As, nos hallamos ante un dilema. Los cambios en las fuer
zas y las relaciones de produccin son elementos de la mayor
movilidad y por o tra parte, son sin embargo, de la m ayor esta
bilidad e inercia.
Ahora bien, los cambios en las fuerzas productivas que inte
resan al historiador econmico no son los raciocinios de labora
torio sino los cambios que se operan de hecho en la produccin
con respecto al papel que asumen en la vida econmica, con la
particularidad que en este aspecto el carcter acumulativo y com
plem entario del proceso tiene cada vez m s importancia. Los
ferrocarriles no pueden construirse sin el desarrollo simultneo
de las minas de carbn y de la fundicin de hierro, y su cons
truccin modifica en lo m s profundo el clculo de miles de
empresas situadas a lo largo de las vas frreas y al mismo tiem
po influye de alguna form a sobre todas las empresas del pas.
Los saltos en el desarrollo econmico y en especial el carc
ter revolucionario de la as llam ada revolucin industrial es
hoy un hecho evidente incluso para los investigadores ms ale
jados del marxismo,44 con independencia de los antecedentes
que les busquemos en el pasado rem oto y por mucho que tras
estos saltos perduren los vestigios de la sociedad tradicional.

LA PERIODIFICACIN IN TEG RAL Y LA MULTIPLICIDAD


DE LA PERIODIFICACIN

La periodificacin m arxista es no slo realista sino dialcti


ca, integral. Los conceptos sobre las formaciones socio-econmi
cas as como sobre sus fases son concepciones integrales, que
basndose en las cuestiones de las fuerzas y las relaciones de
produccin comprenden la totalidad de la vida social y sus ma
nifestaciones, ofreciendo a cada investigacin una especie de
sistema de acometimiento.
Los em piristas ms estrictos han exclamado ms de una vez:
Qu cambia la indagacin de uno u otro problem a si en el
perodo en que dicho problema se manifiesta entra a formar
parte de esta formacin o de la otra?4*
106

Pues s, hay un cambio que slo pueden desconocerlo quie


nes ignoran las conquistas legitimadas por la sociologa. Este
elemento juega un papel distinto, tiene otra funcin social y una
muy distinta significacin social segn en qu conjunto social
se incluya.
Sin embargo, al abogar por la comprensin fundamental de la
periodificacin integral de la historia, debemos afirm ar con todo
vigor el derecho del historiador a establecer una especial perlodificacin para cada fenmeno investigado por l y que en una
serie de casos puede, pero no debe, yuxtaponerse a la periodifi
cacin de acuerdo con las fechas en que se produce el cambio
de la poltica de los precios, etc. Esta concepcin instrumental
es diametralmente opuesta al convencionalismo. Por esto preci
samente de que en la historia los distintos sectores de los pro
blemas econmicos actan especficamente y no siempre se con
jugan en orden cronolgico con los dems momentos de tran
sicin, y por lo cual, adems de la periodificacin integral tiene
derecho a existir la multiplicidad de la periodificacin.
Esta cuestin tiene una importancia particular Cuando de las
experimentaciones clsicas del desarrollo histrico econmico
(Inglaterra, Francia) pasamos a los pases subdesarrollados y en
especial a la historia econmica de los actualmente atrasados.
En el clsico desarrollo ingls se advierte una elevada sincro
nizacin de los cambios tcnicos, econmicos, ideolgicos y po
lticos en la marcha hacia el capitalismo. En cambio, en los pases
primitivos y cuanto ms mejor, se manifiesta con mayor fuerza
el fenmeno de la coexistencia de los asincronismos,4* que en
los casos extremos conducen a la coexistencia de un poder es
tatal de carcter imperialista con un sistema social de tipo
tribal, de los telares mecnicos con la rueca, de la penicilina con
el arado, del tractor con el culto de la vaca, etc... La historio
grafa internacional ha de tener en cuenta estos fenmenos, evi
tando el esquematismo y sobre todo el aplicar al proceso
histrico de los pases actualmente atrasados los esquemas ela
borados con los materiales de los pases hoy da muy desarro
llados.

LA PERIODIFICACIN EN LA HISTO RIA ECONMICA


Y LOS CORTES HETEROGNEOS

El proceso econmico es un complejo de las actividades


humanas constantemente repetidas.4? Slo el carcter social de
dichas actividades justifica la existencia de la ciencia econmica,
slo la peculiaridad social de aquellas, al sealar ciertas regu
laridades como fenmeno masivo, permite su investigacin e in
cluso su previsin.
107

El carcter histrico de las leyes econmicas se basa en que


en condiciones distintas los hombres actan de modo diferente.
El seor feudal polaco que en el siglo xvm haca inversiones
trataba de utilizar para realizarlas el mayor nmero posible de
sus recursos, m ientras que el capitalista inversionista trataba
de utilizar lo menos posible los suyos propios y de movilizar
lo ms posible los ajenos (acciones, obligaciones, crdito bancario, ctc.). El campesino feudal procura no invertir, en el siste
ma capitalista, el aldeano hace inversiones m ientras que en el pe
rodo de transicin del capitalismo al socialismo suele dejar de
hacerlas de nuevo.
Este problem a podra form ularse en la pregunta: Qu ha
cambiado, el hombre o las condiciones en las cuales acta?
En otros trminos: Es que un capitalista con todos sus con
ceptos, sus ideas, su jerarqua de los valores y sus incentivos,
de ser trasladado a la poca feudal se com portara como un
caballero medieval? Es que un campesino capitalista traslada
do a aquella poca actuara como un siervo y al revs, un siervo
se com portara en la poca capitalista como un campesino de
esta poca?
Desde luego que la alternativa as formulada no puede resul
ta r en respuestas sinnimas. El cambio interesa en este caso a
las dos partes y ello tanto a las condiciones como al hombre, ya
que cam biar aquellas, cambia ste y viceversa. La historia de
los inicios del capitalismo brinda muchos ejemplos del com
portam iento tradicional de los hom bres a pesar de la modifi
cacin del sistema. Y muy a menudo, este com portam into pue
de ser tradicional slo en apariencia y de hecho resultar del
cambio incompleto del sistema aun cuando en este caso el p r o
pi hecho del tradicionalismo no deja lugar a duda.
Esta cuestin la abordam os en relacin con el de la periodi
ficacin por cuanto se halla muy vinculada tanto al problema
de la comprobacin de los cortes peridicos como a la concep
cin del modelo o del sistema econmico.
De aceptarse la rgida idea institucionalista (la actividad hu
mana cambia donde y cuando cambian las instituciones en las
cuales los hombres actan) la cesura tendra un carcter hete
rogneo en relacin con el aspecto econmico de los fenmenos
sociales.
Es evidente que el concepto endognico y heterognico de la
fisura en relacin con los fenmenos econmicos se basa en una
simplificacin que suele ser engaosa. Muy a menudo el pos
tulado metodolgico que en la ciencia no m arxista exige que el
economista se limite estrictam ente en su anlisis a los elemen
tos econmicos y que slo tenga en cuenta los elementos extraeconmicos en la enumeracin de las condiciones en que realiza
su anlisis, y que aclare lo econmico a travs de lo econmi
co, ya que al salir de este marco deja de ser un economista, se

fundamenta en una comprensin ingenua de los fenmenos so


ciales.4* De hecho cada fenmeno social incluso ms insignificante
es un todo complicado y multilateral y slo como tal debe ser
entendido.
El aislar un aspecto determinado de un fenmeno puede ser
inevitable y positivo, pero no puede ser sino un medio para pro
fundizar en la investigacin Un paso hacia el concepto total del
renmeno y nunca un objetivo. Es ms bien un mal necesario
que una virtud.
La tesis sobre la heterogeneidad (con todo el convencionalis
mo que se encierra en este concepto) de las escisiones en la
periodificacin de la historia econmica se presta sin embargo
a defenderse no slo desde un punto de vista institucionalista
sino tambin dialctico.
El nuevo sistema nace en el seno del viejo sistema, lo antiguo
muere en lo nuevo. El cambio de los incentivos, los motivos y los
procedimientos de actividad econmica del hombre se opera de
manera paulatina y con frecuencia durante generaciones. Pero
si en el curso de este dilatado proceso se produce un cambio en
las instituciones fundamentales que condicionan la vida econmi
ca (derecho a la propiedad de los medios de produccin, leyes
que rigen la distribucin de la renta nacional, o que gobiernan
las relaciones humanas en el curso del proceso econmico, o bien
la compra y la venta, el derecho a la produccin, las que regu
lan la demanda y el reembolsamiento de los prstamos, etc.), en
ese caso, y en el -estado actual de los conocimientos podemos
extraer numerosas conclusiones:
a)
concluir que el proceso de crecimiento de lo nuevo
dentro de lo viejo ya est muy adelantado, ya que de otra ma
nera nos hallaramos ante una reforma abortada,
b \ que un cambio determinado ampla y acelera muchsimo
dicho proceso aunque no lo termina.
En este sentido el cambio de la institucin se sita en gene
ral (las cosas son diferentes en los comienzos del socialismo)
ms o menos en el centro del proceso de transformacin atesti
guando su gran adelantamiento y sealando el momento de su
gran aceleracin. El cambio de la institucin modifica radical
mente el modelo en el mbito que se realiza el razonamiento
econmico tanto de los hombres que actan en l como ms
tarde del historiador.
Es decir, oponindonos fundamentalmente a la divisin de
los fenmenos endognicos y heterognicos en relacin con las
esferas econmicas de la actividad social y aceptando esta ter
minologa con todas las reservas por carecer de una mejor, no
objetamos nada en contra del establecimiento de las escisiones
en la periodificacin de la historia econmica de acuerdo con
los fenmenos heterogneos. En este sentido el cambio funda
mental de la institucin sobre todo jurdica, realizada por va
109

revolucionaria o legislativa, constituye una cesura en la perio


dificacin de las pocas de la historia econmica. De la misma
m anera que en un aspecto ms limitado, el cambio del modelo
institucional provocado por el hecho de que el territorio polaco
pase, como resultado del desmembramiento, bajo la dominacin
de la monarqua absolutista ilustrada constituye igualmente una
hendidura en el aspecto de su historia econmica.
.
El ocupar una postura realista y dialctica en la disputa en
tom o a la periodificacin obliga a buscar los criterios de sta
en el marco del desarrollo interno de una sociedad determinada.
Tal postura suele ser muy fructfera desde el punt de vista
de la experimentacin. Es evidente que aqu no se puede exage
rar. Ninguna sociedad vivi jam s aislada de las dems, y por
otra parte, la creacin de los lazos culturales que unen a toda
la h u m a n i d a d es un proceso histrico que se desarrolla en el
tiempo y que est lejos de haber term inado si es que se puede
hablar en este caso de alguna terminacin.
La conquista del Per y de Mjico por los espaoles ha de
ser, por una parte, una fisura en la periodificacin de la historia
de aquellos pases cuya realidad no niegan los convencionalistas
ms radicales y por otra, el esclarecimiento de los procesos de
desarrollo interno de estas sociedades vulnerara la realidad his
trica.49
Manteniendo el criterio de las fisuras institucionales es pre
ciso afirm ar nuestra oposicin en su interpretacin tanto al r
gido institucionalismo como a considerarlas como un fenmeno
heterogneo de la economa social, como algo relacionado con
su aspecto exterior y condicionado en cierto modo desde el
exterior.
En la prctica, en la ciencia occidental, ha predominado y
an lo hace la subestimacin del problem a de la periodificacin
en las experimentaciones monogrficas o sectoriales (lo que es
adialctico), m ientras que en la sntesis, en los manuales y en
los compendios se adopta la periodificacin convencional extra
da de los cursos de historia universal.
Por otra parte, no faltan, en especial en la ciencia alemana,
las discusiones sobre la periodificacin de la divisin de la
historia en la Antigedad, la Edad Media, la poca Moderna en
la historia econmica. Es famosa la discusin que se prosigue
desde hace siglos sobre el tema de la transicin de la Antige
dad a la Edad Media y que merecera un libro. Aun cuando me
nos animadas son igualmente interesantes los debates sobre el
problema de la transicin del Medievo a los tiempos modernos
y en las cuales se formularon todas las proposiciones posibles
sobre las escisiones desde mediados del siglo xiv hasta comienzos
del pasado. Los profundos cambios sociales provocados por la
Revolucin Industrial comienzan a ser objeto tambin de una
disputa en la cual hay quien postula por dividir la historia eco
110

nmica slo en dos pocas: la sociedad fundamentalmente agr


cola y la sociedad industrial.*0
La teora de las formaciones socio-econmicas soluciona nu
merosas dificultades metodolgicas fundamentales. Pero slo lo
hace en tanto utilicemos e interpretemos con prudencia sus apli
caciones. Las formaciones socio-econmicas no cambian de un
da por otro. Como ya hemos visto, para Lenin los debates sobre
un ao y hasta un decenio no tienen sentido. Marx subray la
carencia en la historia de unas lneas estrictas de delimitacin
entre las pocas. El dirigente comunista escribi acerca de los
sistemas de transicin, sobre los elementos que en realidad
se entrelazan de las maneras ms diferentes y extraas, sobre
las pocas de transicin, sobre el paso desapercibido del feu
dalismo al capitalismo,51 siguiendo a Marx el cual opinaba que
la revolucin en los modos sociales de produccin, ese producto
necesario de la transformacin de los medios de produccin se
desarrolla en medio del caos abigarrado de las formas de tran
sicin5*
Los clsicos del marxismo se acercaron acaso a la actitud
de los partidarios de la teora de la corriente continua? Ja
ms! La hiptesis de los saltos palpables no slo no contradice
sino que por el contrario se basa en la observacin de la conti
nuidad de los cambios.
Las cesuras de carcter heterogneo perm iten a menudo y
sobre todo a causa de la falta de materiales de otro tipo, apre
hender el momento crucial.

111

V.
Los problemas de la
historia econmica y de su sntesis

LA DIM ENSIN Y EL REPARTO DE LA REN TA NACIONAL

La historia econmica se ocupa del estudio de la vida econ


mica de la sociedad. Hay dos clases de problemas en la vida
econmica social:
.
1. Las actividades humanas o m ejor dicho sus aspectos eco
nmicos, consistentes sobre todo en la explotacin de los recur
sos, es decir, en la eleccin de los actos econmicos que al hallar
se determinados por las condiciones sociales (instituciones) nun
ca son caticos sino que se manifiestan con una regularidad que,
aun siendo distinta para las diferentes pocas, se presta a ser
investigada, observada y explicada.
2. La resultante de estas actividades, el resultado social de
su carcter masivo, el resultado previsible e imprevisible de las
mismas, por cuanto los elementos previsibles e imprevisibles se
entrelazan en las diferentes pocas y en distintas proporciones
aun cuando ninguna de estas categoras desaparece ya que, como
sabemos, los efectos imprevisibles tienen asimismo un objeto
social hasta en la propia sociedad socialista.
En los captulos relativos al micro y macroanlisis en la his
toria econmica nos referiremos a las dos categoras de cues
tiones en que se divide toda la problemtica de la historia eco
nmica.
El objetivo de la actividad econmica humana es satisfacer
las necesidades materiales humanas o sea el aspecto material
de todas ellas si se quiere, la mayor satisfaccin de las necesi
dades materiales humanas de toda clase con los medios exis
tentes o que pueden ser creados para ese fin.
La actividad econmica se basa en la produccin de los bie
nes y la prestacin de los servicios.
Sin embargo, teniendo en cuenta que cualquier actividad eco
nmica del hombre representa una actividad de carcter social,
la cual se desarrolla siempre en el marco de una organizacin
social determinada, con n n a peculiaridad de cooperacin y de
interdependencia; tenida cuenta que la actividad econmica hu
mana nunca produce todo cuanto se necesita y slo lo que se
necesita, y que la ciencia no conoce a n in g n hombre que no
se halle ligado a los dems por esa interdependencia, se des
prende que, en la problemtica econmica entre, adems del pro
blema de la produccin, el del reparto de la renta que se ha
producido.
113
HCfi

100. S

Considerando que el objeto de la historia y de la economa,


como el de todas las ciencias sociales, no es el hombre sino la
sociedad, se desprende que la historia econmica debe inte
resarse no por la renta individual, sino social y por el sistema
social de su reparto.
Las resultantes de estos dos factores sern el nivel de vida
de la sociedad o, en las sociedades de clases, el nivel de vida
de las distintas clases sociales, ltim o resultado de la actividad
econmica de la sociedad. Los cambios constantes del nivel de
vida son una prueba del progreso o de la regresin de la econo
ma.
Con todas las reservas de las que tratarem os en el captulo
sobre la estadstica histrica, teniendo en consideracin las
dificultades y hasta pueda ser la imposibilidad de encontrar el
denominador comn que en este aspecto nos perm itiera hacer
una comparacin entre las naciones y las pocas, la historia eco
nmica dispone de incomparables y objetivos criterios para la
valoracin del progreso o la regresin, juicios de los cuales
carecen las dems disciplinas de las ciencias histricas.
Esto es as porque no slo la finalidad de la actividad eco
nm ica sigue siendo la m ism a en el tiempo y en el espacio
(satisfaccin de las necesidades m ateriales hum anas) y que el
objetivo de la actividad por ejemplo jurdica no cambia en
lo fu n d a m e n ta l (asegurar el orden social existente) sino porque
contrariam ente a las dems ram as de la vida social, tam bin los
diferentes elementos de las m ismas necesidades h u m a n a s son en
el aspecto m aterial muchsimo m s duraderos que cualquier otro
elemento, lo que perm ite compararlos.
Esto concierne en particular a las necesidades fundamentales,
que desde los tiempos de las sociedades prim itivas hasta hoy
han venido absorbiendo la m ayor p arte de las actividades eco
nmicas de la humanidad, como son la comida, el vestir, la
casa, el preservarse de las influencias atmosfricas, el garantizar
la existencia hum ana y de la especie (reproduccin).
As, podemos dividir los problem as de la historia econmica
en dos grandes secciones:
a) el problem a de la dimensin de la renta social,
b) el problem a del reparto de la renta social.
La resultante de todos ellos que entra a form ar parte de am
bos grupos es el nivel de vida de las distintas clases sociales,
y que puede ser, en especial en determ inadas pocas, investigado
Jiretiam eite, como primera, -escaramuza, per nanea puac
reem plazar la indagacin de todos los problem as que forman
parte de los dos grupos enunciados, ya que para el conocimien
to cientfico, no es suficiente conocer un resultado, desconocien
do los factores que lo han configurado.
Planteada as la cuestin, en especial en la ciencia polaca,
es imposible no detenerse en las sugestivas concepciones de
114

Rutkowski sobre lo que l denomina el problema de la snte


sis en la historia econmica.1
Hemos polemizado en repetidas ocasiones con esta concep
cin.2 A fin de no repetir la totalidad de los argumentos, llama
remos la atencin slo sobre los nicos elementos que tienen
importancia para los problemas que aqu estamos tratando.
En prim er lugar, Rutkowski, al analizar el reparto de la renta
social, la consider como el camino para llegar a la sntesis de
la historia econmica, que crey se trata del objetivo de la acti
vidad econmica, pero el cual no es el reparto de la renta, sino
la satisfaccin de las necesidades, sobre la que en ltim a instan
cia fluye la magnitud de la renta nacional, as como el sistema
de reparto de la misma, con lo que en situaciones distintas y
concretas una vez uno, una vez otro de los factores influyen
profundamente.3
El argumento de Rutkowski, segn el cual el problem a del
reparto de la renta nacional puede llevar a la sntesis de la his
toria econmica porque para analizarlo hay que utilizar las con
clusiones de las tres categoras que habitualmente forman parte
de la historia econmica, no slo se poda repetir para los pro
blemas de la magnitud de la renta nacional sino que adems,
a travs de la m utua vinculacin de las diferentes ram as de la
vida econmica, se puede utilizar para cada una de ellas esco
gida de la misma con libertad. Podramos argum entar que para
el pleno anlisis del problema, por ejemplo, del comercio exte
rior, tambin es necesario averiguar previamente todos los pro
blemas que suelen form ar parte de la historia econmica. As
que ese camino no lleva a ninguna parte.
En segundo lugar, mantenemos la actitud de que cualquier
separacin del problema de la magnitud de la renta social en
relacin con la cuestin de su reparto es un factor abstracto,
indispensable (y nosotros mismos lo utilizamos aqu) pero que
comporta unos riesgos que todo investigador ha de conocer.
En la realidad histrica concreta no nos hallamos, por ello,
ante el iacto r previo de la produccin y luego el del reparto sino
que en general este ltimo se efecta de acuerdo con la produc
cin y que cada etapa de la misma crea las condiciones del mis
mo.
Esta cuestin asume una importancia especial para el trata
miento dinmico del problema, nica forma de tratarlo cientfi
camente.
Todo cambio de la magnitud de la renta social tiene como
resultante un cambio en la estructura de su reparto, ya que las
clases social y polticamente privilegiadas tratan de descontar
sus privilegios en el terreno econmico, se afanan por apoderar
se de la mayora del beneficio realizado o de cargarle a las de
ms clases la mayor parte posible de los gravmenes resultantes
de la disminucin de la renta social.4
115

As, vemos un camino hacia la sntesis econmica en los


problemas del nivel de vida como objetivo esencial de toda acti
vidad econmica. El nivel de vida lo consideramos como la re
sultante de los [actores que por una parte influyen sobre la
magnitud de la renta social y, por otra sobre su reparto.
La lucha del hombre contra la naturaleza por la magnitud
de la renta social tiene para las ciencias humansticas un conte
nido tan rico como el de la lucha de los hombres por repar
trsela. As, el combate contra la naturaleza por la dimensin
de la renta social es al mismo tiempo una cooperacin de los
hombres y una contienda entre ellos. La lid por la magnitud
es a la vez una lucha por el reparto y viceversa. En la realidad
histrica concreta no hay en este caso ni primaca ni carcter
secundario. En definitiva, en las distintas pocas histricas, una
vez uno, otra vez otro de los grupos de factores tienen prepoderancia pero siempre actan ambos en la resultante. La histo
ria de la lucha del hom bre por salir de la m iseria y de los com
bates por liberarse de las injusticias se hallan indisolublemente
ligadas histricam ente.
Enum erarem os ahora las categoras de problemas de la ex
perimentacin histrico-econmica segn el sistema que se des
prende de la concepcin de su sntesis (Rutkowski) y que nos
ofrecen el eje organizativo de los diferentes problemas abarca
dos por la historia econmica.
En cada uno de los puntos nos detendremos sobre las posi
bilidades de investigacin y nuestra ejemplificacin estar basa
da en las distintas pocas teniendo en cuenta las fuentes existen
tes y las tentativas indagadoras ms interesantes.

LA D IM E N SI N DE LA R E N T A NACIONAL

En la poca actual cumplimos con esta tarea con la explora


cin directa y sistem tica e incluso a travs de las informaciones
corrientes. En relacin con el pasado debemos proceder indirec
tamente, lo que tam bin ocurre ms de una vez con las inda
gaciones sobre el as llamado presente debido a los defectos
de los documentos estadsticos actuales.5 Como quiera que no
podemos analizar directam ente la m agnitud de la produccin,
procederemos en varias etapas.*
Las investigaciones sobre la dim ensin de las fuerzas productivas

Aqu, la cuestin suele ser distinta en las diferentes pocas


histricas. Despus de largos siglos el problema preferente es
el de los cambios en la superficie de la tierra labranta. As,
116

se trata por una parte de los progresos del asentamiento er,


las tierras y por otra del problema del surgimiento de los bal
dos como consecuencia de las destrucciones de la guerra, las
plagas elementales o la opresin social.
Tambin entran en juego el problema de la calidad del apa
rato productivo, y en el caso de la agricultura, de la calidad de
la tierra y la importancia de las inversiones destinadas a elevar
su productividad (por ejemplo: el desecamiento o la irrigacin,
tan importante para ciertos pases y en ciertas pocas, como en el
Egipto antiguo). Estn en juego en este caso la cuanta y dimen
sin de los talleres de artesana, las minas, las manufacturas
y luego las fbricas, as como la productividad tanto de la tierra
como de las empresas de transformacin, resultante de las ad
quisiciones de la historia de los conocimientos' tcnicos y teri
cos de una poca determinada, lo cual nos conduce al conoci
miento terico de la magnitud de la produccin conseguida en
un momento concreto, as como tambin a los problemas del
nmero de personas aptas para el trabajo y de la cantidad en
unas condiciones sociales determinadas (es decir, sin los miem
bros de las clases privilegiadas que no participan en la activi
dad productiva), y por ltimo el problema de su cualificacin
profesional.
En la historiografa polaca las experimentaciones sobre el
asentamiento en las tierras, las llevaron a cabo numerosos y des
tacados cientficos con toda una serie de trabajos positivos. La
inmensa mayora de estas bsquedas se limit a los siglos medie
vales lo cual es comprensible ya que la historia socio-econmica
del Medievo es precisamente la historia de los asentamientos en
las tierras.7 Fueron muy pocos los cientficos (J. T. Baranowski)
que se ocuparon del asentamiento en la poca moderna. Sin te
ner en cuenta que en el objetivo y en las tareas de la historia
de los asentamientos existen muchos malentendidos8 (una serie
de trabajos sobre este tema nos brindan documentos interesan
tes), por ello nos referiremos a los trabajos de la escuela de
Bujak sobre las llamadas transformaciones del paisaje. Estos
estudios con independencia de lo arriesgados que sean los m
todos geogrficos en ellos utilizados nos brindan datos concretos
sobre el estrechamiento de la superficie de los bosques y de los
terrenos pantanosos. Si admitisemos que la extensin de la tie
rra labranta equivale a la superficie general menos la superficie
de los bosques y de los pantanos y de que la reduccin de la
extensin ocupada por los bosques y los pantanos se realiza en
provecho del aumento de la tierra de labor, obtendramos para
la regin de Wielkopolska* los siguientes resultados.10

Regin

(N . del T .)

de Polonia

occidental que se extiende

alrededor de

Poznan.

117

Superficie general
32.393 km*
Superficie de los bosques y pantanos a finales del
siglo xvi
13.266 km*
Superficie de los bosques y pantanos a finales del
siglo xvm
9.956 km*
Superficie
les del
Superficie
les del

general de las tierras de labor a fina


siglo xvi
19.127 km*
general de las tierras de labor a fina
siglo xviii
22.437 km*

Esto representa un aum ento del 17,3 % en dos siglos.


Tras la obtencin de este resultado que prcticam ente puede
obtenerse slo en lo que se refiere a determ inadas regiones, al
investigador le queda por discutir sobre la representatividad de
tales resultados para las dems partes del pas o la eventual
verificacin de las mismas a la luz de los documentos de otra
ndole.
Eii este caso es la regin de Wielkopolska, que como territorio
de vieja colonizacin dem uestra cmo es posible suponer ms
bien un incremento de la superficie de las tierras de labor
ms bajo que la media de los ndices de aquella poca; por otra
parte, para la misma Wielkopolska los resultados de Hladylowicz
son ms bien demasiado bajos ya que los datos sobre la exten
sin de los bosques y de los pantanos al principio son incom
pletos11 y ya que tambin en este lugar un determinado porcen
taje del aumento de la superficie labranta corresponde al culti
vo de los terrenos arenosos o de los pastizales. Ambas conside
raciones se anulan en parte, lo cual aum enta la representativi
dad de los resultados obtenidos de los m ateriales concernientes
a Wielkopolska en relacin con el territorio de toda Polonia, cuya
verificacin podra hacerse con el registro del impuesto lanowe.
(En la Polonia del siglo xvi los campesinos se dividen en lanowych y en sem ilanow ych. El valor del impuesto era de 12
groszys. 1 zloty = 20 groszys.)
Pero este mtodo verificativo presenta grandes dificultades
ya que en el registro lanowe no figuran las tierras seoriales y
los registros de impuestos estn a medio hacer y con un proce
dimiento ms bien clasista del aparato financiero.
Desde mediados del siglo xix nos encontramos con una esta
dstica ms o menos regular de las explotaciones agrcolas. La
tarea del historiador comienza en estas condiciones por la cr
tica de la veracidad de las fuentes iniciada con los trabajos de
Grawski y de Kirkor-Kiedroniowa sobre el Reino polaco Congre
sista.
Establecer la m agnitud y la capacidad productiva de
las dems superficies (bosques, aguas, etc.), presenta mayores
dificultades an. En los tiempos antiguos no toda la extensin

tie

de bosques tiene un valor econmico. Por regla general, ste,


disminuye en proporcin con su m ayor amplitud. Las investiga
ciones sobre su explotacin, su aprovechamiento por las indus
trias de la madera, etc., constituye en Polonia un problema
medio abandonado y que slo en los ltim os aos se ha tomado
con un cierto inters.1*
La cuestin es parecida en lo que respecta al aprovechamien
to econmico de las aguas a pesar de que los trabajos de Rybarskiu antao y de Topolski14 recientemente abren posibilidades en
este terreno.
Existen relativamente grandes posibilidades en la indagacin
de las fuerzas productivas en la ganadera. En general, los in
ventarios del ganado son muy escrupulosos y muy a menudo
hay uno en cada explotacin. Aun cuando este ltimo inventario
no exista, no tiene importancia ya que es conocida la enorme
preponderancia de la cra de ganado por los campesinos hasta
finales del siglo xvin.
Desde comienzos dl siglo xix tambin en este terreno dis
ponemos de una estadstica oficial ms o menos regular.
En la historia de la ganadera las investigaciones no son muy
satisfactorias en Polonia. Hace ya 40 aos que Rutkowski ade
lant la tesis sobre una insignificante merma de la cabaa na
cional en este pas, resultado de las guerras de mediados del
siglo x v i i . k Esta tesis se basaba en una sola fuente documental
y desde entonces no contamos con ninguna nueva respuesta
a este problema a pesar de sus posibilidades.
En lo que concierne al inventario de los aperos agrcolas las
dificultades son tremendas, ya que stos no cambian y si lo
hacen es slo en las explotaciones de tipo capitalista y en la
poca de la servidumbre, la mayora de los instrumentos de pro
duccin se hallaban en manos de los campesinos. Aqu nos ve
mos reducidos a utilizar la ejemplificacin extrada de los inven
tarios de las heredades campesinas, etc. En el siglo xix tam
poco es fcil de analizar este tema. La estadstica oficial no
se suele ocupar de este problema, y en los archivos de la corte,
importantes para aquella poca que distinguen el papel de los
instrumentos de produccin posedos por las explotaciones agr
colas en arriendo, no abarcan los aperos del campesino.
El conocimiento de la magnitud de las fuerzas productivas
relacionadas con la transformacin de los productos plantea
otros problemas y dificultades.
En este caso resulta bastante fcil la tarea de establecer el
nmero de las empresas de produccin. Pero el clculo de su
potencial productivo antes de finales del siglo xix suele ser un
hecho excepcional relacionado con el valor casualmente excep
cional de la documentacin o en caso de haber hecho indaga
ciones monogrficas especiales sobre las empresas particulares.
Pero esta dificultad no resulta mayor mientras que tengamos
119

que referim os a la artesana puram ente feudal. Mientras el sis


tema de las corporaciones funciona de m anera adecuada, todo
l tiende a la nivelacin interna y las diferencias cualitativas que
se manifiestan entre los distintos talleres no son esenciales,
con lo que la modificacin del nm ero de los mismos es un
ndice suficiente del cambio del potencial de produccin en una
ram a determinada de la transform acin de los productos, o una
aproximacin. Lo mismo ocurre con los hornos de fundicin
y en m enor grado con la corporacin minera. A medida que el
sistema corporativo va desmoronndose, el mtodo empieza a
fallar.
Referente a las grandes empresas de transform acin (ma
nufacturas, fbricas), su nm ero mismo es ya muy elocuente
a pesar de sus grandes diferencias. El ndice ideal bajo un cri
terio estadstico de poderlo calcular es la cuanta del perso
nal empleado y la im portancia de la energa mecnica. De faltar
estos datos, nos queda la va indirecta de las investigaciones
monogrficas sobre las empresas.
Para las experimentaciones de la poca del feudalismo todas
estas dificultades no son esenciales. Para las investigaciones del
perodo del capitalismo verdadero disponemos de los materiales
que bajo form a de estadsticas oficiales, m ejor o peor, pueden
aprovecharse para este fin tras un adecuado examen. Las difi
cultades crecen de modo inconmensurable en las indagaciones
sobre el trnsito del feudalismo al capitalismo, del perodo de
desmoronamiento de aqul y del fortalecimiento de ste.
Respecto a las fuerzas productivas como son el trabajo hum a
no y su cualificacin, el problem a se divide en dos partes. El
clculo del nm ero de personas aptas para la labor aunque no
sea fcil, cuenta sin embargo con los mtodos ya elaborados
por la demografa histrica. Pero, a veces, es difcil establecer
la cantidad de personas aptas para el trabajo que se ocupan
del proceso productivo, sobre todo como consecuencia de los
privilegios de clase. En cambio, el conocimiento de las cualificaciones profesionales a escala masiva, se yuxtapone en la
prctica con el conocimiento de las estructuras profesionales de
la poblacin que en la poca feudal es posible aprehender en
lo que respecta al nmero de campesinos con los inventarios
y en cuanto a la poblacin urbana con los m ateriales de las
corporaciones. En la poca capitalista ya encontramos las es
tadsticas de la enseanza profesional y despus con la diferen
ciacin en las estadsticas oficiales de las llamadas profesiones
subjetiva y objetiva.
Las cualificaciones excepcionales en su tiempo como un fe
nmeno de naturaleza individual pueden indagarse ms bien
monogrficamente por los historiadores competentes de la tc
nica y la cultura m aterial y cuyos resultados pueden ser apro
vechados por el historiador econmico.
120

Las investigaciones sobre la intensidad de la utilizacin


d las fuerzas productivas

Esta clase de cuestiones- debe responder a la pregunta de cul


ha sido, en una economa determinada, la produccin que se ha
realizado en comparacin con la que se poda alcanzar.
Si dispusiramos de las mejores fuentes documentales, el
conocimiento de las fuerzas productivas y de la intensidad de
su aprovechamiento .debe darnos la magnitud global de la pro
duccin para la totalidad de la economa social o para una de
sus ramas, contando entonces con el problem a de la no utiliza
cin de todo el potencial productivo, el desempleo, etc.
Aqu existen dos clases de problemas: el anlisis del nmero
de medios de produccin paralizados y la indagacin de la in
tensidad con que se utilizan los medios de produccin en ser
vicio.
El prim er problema tiene una importancia especial en la
poca capitalista en relacin con el carcter cclico de la vida
econmica. Las oscilaciones coyunturales hacen que los medios
de produccin existentes en la sociedad suelan estar paralizados
por largo tiempo.16 Las investigaciones han de conocer los as
pectos sociales de la cuestin, como son el hecho de que, duran
te las crisis, la inmovilizacin de las fuerzas productivas perte
necientes al gran capital, al capital medio o pequeo no se
opera de igual modo. Lo mismo sucede en la agricultura donde
el paro suele ser menos extenso y las fuerzas productivas de
la pequea propiedad no se hallan inmovilizadas ni siquiera en
los perodos de grandes crisis sino que son utilizadas aun en
las condiciones menos rentables.
El fenmeno de la paralizacin de las fuerzas productivas
como resultado de la recesin coyuntural se manifiesta tambin
en la historia polaca del siglo xix, pero el estado actual de las
experimentaciones no permite saber desde cundo. Sin embargo,
es anterior el fenmeno del paro de las fuerzas de la produccin
por otros motivos, como son los polticos, como sucedi en la
industria textil a raz de la Insurreccin* de noviembre del
ao 1830.17
En la poca feudal es importante el fenmeno (que suele du
rar mucho tiempo) de la paralizacin de las fuerzas productivas
a consecuencia de las destrucciones de la guerra o provocada
por las migraciones de la poblacin que hua ante el invasor.
En este caso nos encontraremos con el viejo problema en
nuestra ciencia, como el de las tierras baldas que an se discute.
Las destrucciones de las- guerras de mediados del siglo xvn, tan
documentadas gracias al censo de 166018 y que fueron analiza
*
Insurreccin nacional polaca contra la dominacin zarista y que dur
desde el 29 de noviembre de 1830 hasta octubre de 1831. (Af. del T.)
121

das por Rutkowski19 y despus por Rusinski,2 han sido tratadas


ahora en varios trabajos.21 Sin embargo sigue pendiente la cues
tin de saber cul fue la duracin de aquellas devastaciones y
cundo y con qu ritm o las fuerzas destruidas por las guerras
empezaron a reanimarse, etc.
El segundo grupo de las cuestiones es el de la intensidad de
utilizacin de las fuerzas productivas. Se trata de establecer el
rendimiento medio de la agricultura (por ejemplo, por unidad
de cultivo), de la cra del ganado (como el rendimiento medio
de las vacas de leche) o de la industria: rendim iento medio
diario de un taller de artesana, de una m anufactura, o del tra
bajo en las minas.
El historiador deber utilizar aqu los resultados obtenidos
por los historiadores de la tcnica o de la cultura m aterial. Pero
en mudnos casos, 'i mismo "iieneia posloliiaaa he emprena e rias
bsquedas de estas cuestiones, lo que concierne sobre todo a los
perodos en que dominaba en la produccin una tcnica rudi
m entaria.
Las investigaciones sobre la dislocacin
de la renta nacional en el tiem po

Aqu hay que tener en cuenta sobre todo dos clases de pro
blemas: la capitalizacin y la utilizacin de los ahorros, que
en teora son de los m s trascendentales desde el punto de vista
de la concepcin de la sntesis de la historia econmica, ya que
son ellos los que nos perm iten hacer una investigacin dinmica
de la misma.
No toda la renta social es consumida, ya que hay que sacar
de ella la parte destinada a la reconstruccin de las fuerzas
productivas o al incremento de las posibilidades de produccin
en el futuro. Al no producirse el fenmeno de la recesin eco
nmica, esta parte debe ser lo suficientemente im portante como
para aum entar la renta nacional al menos de modo proporcio
nal al aumento de la poblacin. Pero a veces nos encontramos
con que no slo no existe un proceso de inversin sino que se
produce el fenmeno contrario de la no renovacin de las insta
laciones existentes, la no amortizacin de las mismas, la dismi
nucin de las reservas, el consumo del trigo destinado a la siem
bra, etc. Esto equivale a vivir con los ahorros y al mismo tiem
po a m erm ar la capacidad productiva en el futuro.
Mas estos problemas no tienen la misma im portancia en
todas las pocas. La renta nacional producida y la renta nacio
nal consumida por una sociedad determ inada no deben yuxta
ponerse, pero cuanto m s nos remontemos en el pasado (o cuan
do pasamos de los pases econmicamente desarrollados a los
pases ms atrasados) ms han de yuxtaponerse. Cuanto ms
122

nos alejemos de la poca del capitalismo, menor ha de ser con


relacin a la produccin actual el papel jugado, por ejemplo,
por las inversiones a largo plazo, stas han de ser menos cos
tosas (y asimismo ha de ser m enor el papel que, en relacin
con la magnitud de la produccin social juegan las dislocacio
nes provocadas por los intercambios internos de los cuales ya
trataremos).
Pero no 9e debe subestimar estas cuestiones incluso las de
las pocas ms remotas, ya que hasta la ms pequea inversin
en una fuerza productiva de bajo nivel tena que absorber un
gran esfuerzo social y ya que la explotacin econmica en una
escala cada vez mayor de tiempo constituye un sntoma impor
tantsimo del desarrollo econmico.
El problema de las inversiones era analizado por la ciencia
hace ya mucho tiempo, pero como quiera que la vieja ciencia
no lo investig como tal problema, estas indagaciones son slo
fragmentarias.
Parte de las investigaciones sobre las actividades inversio
nistas son las cuestiones de los asentamientos, que en Polonia
tienen una rica literatura. Y de la importancia social que asu
man los problemas inversionistas incluso en el comienzo del
Medievo, basta con echarle una ojeada a la Vida de los Santos.
Cuntos temas inversionistas contienen! Cuntos santos no me
recieron su devocin por haber desecado los pantanos o haber
construido puentes con ayuda de los ngeles el puente de
Avignon cosas todas ellas tan necesarias a la humanidad! Vemos
que en la Alta Edad Media se saba rendir homenaje a los
inversionistas.
Las investigaciones sobre la magnitud de las inversiones y en
primer lugar su importancia en la renta nacional, el porcentaje
de la produccin social que absorben, tropiezan con tremendas
dificultades que en cierto modo se parecen a las que encontra
mos actualmente en el clculo inversionista: cmo valorar las
inversiones cuando una gran parte de sus bienes no entran en
el circuito comercial y por lo tanto no tienen un precio fijado
en el mercado? Pero estos obstculos los encuentra el historiador
a cada paso en sus bsquedas econmicas cuando el mercado y
el comercio tienen una importancia relativamente reducida, es
decir, en casi toda la historia. La dimensin del problema est
determinada por la teora y el investigador ha de hallar sus m
todos adecuados.
Cuanto ms nos acercamos al capitalismo las bsquedas son
ms fciles, ya que se crea un mercado de los bienes de inver
sin, aparecen los archivos de las fbricas y, despus, los in
formes de las Sociedades de accionistas.
La problemtica inversionista se halla ntimamente vincula
da a los problemas que hemos tratado en el punto 1, pues se
trata precisamente del incremento de las f u e r z a s productivas.
123

De aqu que ante la falta de los correspondientes materiales do


cumentales para la investigacin directa de las inversiones, se
establezca indirectamente su magnitud a travs de la magnitud
de las fuerzas productivas.
No hay muchas fuentes sobre las minas en la Polonia del
siglo xvi, pero s los materiales para comprobar el incremento
de las mismas, lo que nos perm ite obtener los resultados de las
inversiones.
Igual ocurre con la agricultura y la ganadera, sobre cuya
importancia siempre encontrarem os los medios para ilustrarla.
Es obvio extendernos sobre la im portancia trascendental de
las inversiones en el aspecto social. En el sistema capitalista la
cuestin est ligada a las oscilaciones de las fases coyunturales,
que influyen muy profundam ente en las clases humildes. En el
sistema feudal, con su caracterstico modo de financiacin de
las inversiones sin recurrir al dinero, el problem a est unido
estrictam ente con los gravmenes que pesan sobre los campesi
nos, con los padecimientos de las capas inferiores de la pobla
cin.
Por otra parte, la cuestin de las inversiones est vinculada
a la productividad laboral, aun cuando en el feudalismo se m a
nifiesta dbilmente en razn del carcter extensivo de las in
versiones (por ejemplo, la extensin del rea de cultivo de las
tierras). No obstante tam bin se manifiesta y, aun cuando sea
en unas proporciones mnimas en comparacin con el capitalis
mo, tiene una im portancia no m enor para su poca.
Las investigaciones sobre la dislocacin
de la renta nacional en el espacio
Aqu, se trata sobre todo del problem a del comercio exterior.
Una sociedad determ inada puede increm entar sus capacidades
de capitalizacin y de consumo, por ejemplo, como resultado de
un aumento de las importaciones respecto a las exportaciones
(con lo que de acuerdo con la denominacin comercial tradicio
nal tendremos una balanza deficitaria, o por el contrario
aum entar las exportaciones en detrim ento de las importaciones
lo que nos da una balanza comercial excedentaria). Pero, para
quin?
Ms de una vez, la dislocacin en el espacio se liga a la dis
locacin en el tiempo tratndose del crdito. Utilizamos aqu la
definicin comercio exterior en lugar de extranjero ya que
el problema es extenso y depende del objetivo escogido para ser
investigado. Las experimentaciones de este gnero pueden refe
rirse a una regin determinada, lo cual es tanto ms im portante
para los pases donde existen diferencias en el nivel econmico
de las distintas regiones, y mucho ms an a medida que el ca
124

pitalismo se va desarrollando ya que entonces estas diferencias


son la regla.
Las cuestiones del comercio exterior tienen una gran impor
tancia en la ciencia polaca. Mejor conocidas que otros proble
mas al menos igual o m ejor que los problemas importantes,
lo cual puede considerarse como una regla internacional debido
a la abundada de las fuentes documentales han sido causa
de importantes trabajos, conceptos y debates que han permitido
crear un cuadro general de la situacin a travs de los siglos.
Estos problemas fueron investigados ms intensamente que la
historia del comercio interior aun cuando sta fuera en determi
nadas pocas de una importancia mayor. El comercio interior,
ms difcil de analizar en las fuentes, slo fue examinado exten
samente en los perodos en que stas se hallan incluidas en
alguna institucin jurdica, la cual, por naturaleza, dejaba tras
s una fuente docunlental. En cuanto esta institucin desaparece,
es decir, tan pronto el comercio interior empieza a ser ms im
portante en la vida del pas, este tema desaparece de la historia.
En general, con respecto a los problemas del comercio exte
rior los historiadores estuvieron influenciados por la concepcin
mercantilista del excedente y el dficit. Se confirm sobre
todo el carcter excedentario duradero de esta balanza en el
siglo xvi y la duracin de su carcter deficitario en el si
glo xvm , llegndose a la conclusin de lo provechoso del prime
ro y de las dificultades del segundo.
El elemento valorativo que se encierra en esa terminologa
tiene en lo fundamental una significacin histrica que debe
mos valorar. Era racionalmente justificada para la poca del
mercantilismo que la cre. Para los pases que aspiraban a su
industrializacin m anufacturera por medio de un proteccionis
mo de su poltica comercial, la balanza activa era excedentaria y
la pasiva deficitaria, valoracin que desaparece en las pocas
anteriores. As, el llamado Gobierno General* tuvo durante todo
el perodo de su existencia una balanza comercial excedentaria
en razn de la exportacin de sus productos a Alemania sin nin
guna contrapartida en la importacin a Polonia, y sera difcil
por este motivo apreciar la situacin de su economa, aunque
los alemanes hubiesen pagado en oro, ya que al no poder ser
cambiado por mercancas, no habra cubierto sus necesidades.
Por ltimo, si con ese oro el Gobierno General hubiera comprado
las mercancas necesarias, la balanza comercial hubiese dejado
de ser excedentaria.
Este ejemplo, extremado en la historia del siglo xx, tiene sus
analogas en las pocas m s antiguas. Y si aqu no se trata ya
de ningn comercio sino de saqueos, que la historia del comercio
*
Administracin creada por los nazis en Polonia el 25 de octubre de
1939. (N. del T.)

125

internacional conoce muchos ejemplos similares como sucede


con los pases coloniales y en general las naciones atrasadas,
entre las cuales a veces ha estado Polonia.
Ante la m agnitud de la renta nacional que una sociedad inda
gada determ inada ha producido debemos considerar todos los
factores que con el criterio econmico y poltico han contribuido
a su incremento o a su disminucin.
De ello resulta que en las categoras puram ente econmicas
y stas son las que entran en juego como factores decisivos
sobre el comercio exterior polaco en los siglos xvi y xvm de
un carcter duradero, es poco probable la manifestacin durante
un largo perodo del fenmeno de la balanza comercial activa
o pasiva, ya que si sta fuese excedentaria significara que
las exportaciones son mayores que las importaciones, por lo que
la diferencia habra de abonarse con oro extranjero lo que sig
nificara un aflujo constante de divisas junto a una salida cons
tante de mercancas, lo cual llevara por necesidad a la inflacin
o al aumento de los precios, sobre todo de los productos para
la exportacin. Este aum ento de los precios habra de traducirse
m s tarde o m s tem prano en la no rentabilidad de las expor
taciones, lo que contribuira a favorecer el equilibrio de la balan
za comercial.
En el caso contrario de aparecer durante largo tiempo una
balanza comercial deficitaria, entonces existira el riesgo de la
inflacin.
Pero en la Polonia del siglo xvi nos encontramos con una
~-cuilsoaicr ruerit',aiitJW ~i!r'pifciusrfcir'esijcliuj W -uinurtculos de exportacin trigo a pesar de que la deterioracin
de la moneda tan conocida en la poca medieval ya no existe
entonces y que por lo tanto el alza de los precios se opera a
causa del mecanismo del comercio exterior, ya que durante la
llam ada revolucin de los precios en Occidente, el comercio
internacional se extendi a un nm ero cada vez m ayor de pases.
As, slo puede ser testim onio de la duracin de la balanza
comercial excedentaria en Polonia, el alza de los precios m s
im portante en este pas que en el Occidente, aunque al parecer
las cosas no son as. Tambin, en el siglo x v i i i hay escasez de las
gruesas monedas; pero los precios aum entan en lugar de subir,
y ello debi de ser, o bien a causa de los pocos conocimientos
de la balanza del comercio exterior en aquellas pocas o a
-reiomeno5J cfttxmcfcaba~eu1 tA&arao'1ar pago.
Para evitar malentendidos, se debe reconocer que, en la poca
capitalista y en especial en la im perialista, vemos a menudo
la aparicin duradera de las balanzas comerciales excedentarias
o deficitarias como resultado de que tienen cada vez mayor
im portancia otros elementos de la balanza de pagos como son
la exportacin de capitales o de los dividendos y las transaccio
nes crediticias a largo plazo. En las condiciones de la economa
126

mercantil simple sobre la balanza de pagos decide la balanza


comercial sin contar con los botines de guerra, las contribu
ciones, los tributos, etc.
As, vemos que al lado del papel relativamente importante
desempeado por la economa natural de un pas, el comercio
exterior asume una importancia trascendental para la totalidad
de la economa mercantil, lo cual se puede comprobar compa
rando los datos estimativos sobre la circulacin del dinero (pese
a la parcialidad de los mismos, resultante del cosmopolitismo
monetario) con los datos de la magnitud de los intercambios del
comercio exterior. As, esa inflacin o esa deflacin han de re
velarse pronto y con claridad.
Las bsquedas en la historia del comercio exterior se hallan,
as, muy adelantadas en Polonia, y un poco menos en los mate
riales de la historia de los precios. En cambio, las investigaciones
sobre la circulacin monetaria y sobre los rasgos peculiares del
dinero en la poca feudal,22 casi no existen. Apenas tampoco las
tentativas de relacionar las cuestiones del comercio exterior con
la problemtica de la circulacin fiduciaria, de los precios y por
ltimo con la magnitud y el reparto de la renta nacional de tanta
importancia.
En la poca del capitalismo estos problemas se presentan de
otra manera, pero se hallan incomparablemente m ejor elabora
dos.

Los servicios

La disputa sobre la cuestin de la incorporacin o no de los


servicios en la renta nacional planteada entre la ciencia bur
guesa y la ciencia m arxista no ser objeto de nuestro anlisis.
La produccin mercantil de los servicios tiene una significa
cin tanto menor cuanto ms nos remontamos en el proceso
histrico, pero existe siempre la posibilidad de interpretar los
clculos obtenidos a travs de unos razonamientos para los otros
y viceversa. Por ltimo, el estado real y el carcter de las fuentes
histricas apens permiten esclarecer estos problemas.
En este caso aparece una sola pero muy importante categora
de servicios sobre cuyo carcter productivo coinciden la ciencia
burguesa y la ciencia marxista, es decir, los transportes.
Las indagaciones en organizacin social, la tcnica y el coste
de los transportes de mercancas empezaron hace poco tiempo
en Polonia. Su importancia es trascendental para las averigua
ciones en la historia econmica, ya que son las que permiten
comprender los procesos del desarrollo de la divisin social del
trabajo, la rginnairifa de la produccin, la conformacin de
los vnculos
extralocales y del mercado nacional.

127

Esta problem tica tiene una im portancia especial para la poca


de la disgregacin del feudalismo y los comienzos del capita
lismo ya que por una parte se fortalece y que por otra el relati
vamente bajo desarrollo de las fuerzas productivas con respecto
a las necesidades de esa poca originan la ocupacin de una
gran masa de mano de obra en el transporte23 que merece exa
minarse.

EL REPARTO DE LA R E N T A NACIONAL

A fin de conocer la estructura del reparto de la renta nacional,


es necesario seguir una va complicada. Esta problem tica se
divide en las siguientes cuestiones:
1. N m ero de la poblacin y su estructura
( demogrfica, econmica, social, y com unidades nacionales)
Ya que es preciso saber entre quin se ha de repartir esta
renta. La estructura demogrfica tiene aqu m ucha importancia
como medio auxiliar para fijar los datos globales de la poblacin
con fuentes fragm entarias, as como cuando se trata de estable
cer la correlacin de las profesiones activas y de las pasivas en
las diferentes clases sociales (en las fuerzas productivas slo
figuran los habitantes aptos p ara el trabajo m ientras que toda la
poblacin entra en el consumo).
*
La estructura econmica y social de la poblacin constituye
el punto de partida p ara los razonamientos sobre el reparto de
la renta nacional, por el cual luchan ms las clases que los indi
viduos o los individuos como miem bros de las clases, y cuya
accin est muy determ inada por la actitud de cada estrato
social.
Constituye un complemento im portante la estructura nacio
nal ya que el criterio de las nacionalidades puede ser ms de una
vez algo suplementario para el reparto clasista como ocurre con
los alemanes en las nuevas ciudades polacas nacidas en la Edad
Media o en la industria polaca del siglo xix con la situacin
social de los judos de la clase obrera, etc.
Adems de la situacin de la poblacin debemos conocer los
fenmenos relativos a su movilidad, lo cual es muy im portante
al operar con grandes perodos de tiempo, as como el movimien
to natural de la poblacin (son no naturales los cambios pro
vocados por la m ortandad masiva a consecuencia de las guerras
o las epidemias) y tam bin por sus migraciones. Por diversas
razones y a consecuencia del movimiento de la poblacin, puede
haber variaciones en las clases sociales (bajo ndice de nacimien
128

tos en algunas de ellas, emigracin de otras, como los artesa


nos protestantes de Francia despus de la Revocacin del Edicto
de Nantes). Se producen cambios im portantes como resultado del
paso de una clase a otra, siendo cada vez ms fuertes y mucho
ms que bajo el feudalismo donde son desconocidos. El Lber
Chamorum y las investigaciones sobre la composicin social del
ejrcito polaco en el siglo xvn nos brindan valiosos datos. Cada
uno de estos problemas tiene para esta concepcin una gran
significacin.
Sobre los grandes problemas metodolgicos de las experi
mentaciones en la demografa histrica tratarem os ms adelante
en el captulo especialmente dedicado a estos problemas. Aqu,
slo queremos sealar algunos problemas de las bsquedas en
la estructura social y econmica de la poblacin.
La adaptacin de las categoras investigadoras al objeto anali
zado as como el carcter de las fuentes que en cierto grado li
m ita las posibilidades indagadoras hace que en stas sobre la
antigua Polonia domine el inters por la estructura de sus esta
mentos, lo que es importantsimo, pero que no puede solucionar
todas las estructuras sociales y econmicas del pueblo.
En el clsico feudalismo la divisin en estamentos correspon
de en lo fundamental a la divisin en clases. Pero el carcter
hereditario de los estamentos vulnerado a veces aunque no
masivamente hace que con el tiempo, como consecuencia de las
transformaciones de la vida econmica y social, comience a per
filarse una diferencia cada vez mayor entre la divisin en esta
mentos y la divisin en clases.
Tanto lo especfico del sistema analizado como el de sus fuen
tes documentales obligan a indagar sus estructuras segn el cri
terio estamental, plantendose de modo inevitable y necesario
la cuestin de encontrar un mtodo que perm ita pasar del fcil
conocimiento de la estructura de los estamentos al conocimiento
de las estructuras sociales y econmicas basadas en otros crite
rios y sobre todo en los clasistas.
Aqu aparecen los grupos de problemas siguientes:
a)
Relacin con respecto a la posesin y la disposicin de
las fuerzas productivas. Propietarios: la nobleza de la tierra y
los nobles sin tierra; la nobleza empleada en la administracin
de los grandes latifundios, en la milicia y en el ejrcito, la ma
gistratura, etc.; los burgueses propietarios de empresas que
emplean nna mano de obra, los habitantes de las ciudades que
producen mercancas, los burgueses que no poseen fuerzas pro
ductivas.
Aqu, la ciencia polaca conoce bastante mejor la estructura
del campesinado. La concepcin de la poblacin con estas cate
goras explican sus relaciones con el proceso de produccin
(como el horizonte econmico a corto plazo de la nobleza
arrendadora y a largo plazo de la nobleza propietaria, etc.).
129
ucs

100.

b) Los intereses distintos e incluso las contradicciones. La


divisin en clases encierra la concordancia fundamental de los
intereses de cada una de ellas. En las corporaciones profesio
nales la concordancia se m anifiesta slo en el feudalismo cl
sico, dejando despus el paso a un antagonismo ms o menos
declarado. Los poseedores de la tierra y sus arrendatarios o ad
ministradores, aunque tam bin pertenezcan a la nobleza, la no
bleza burocrtica y la que mantiene su posicin gracias a los
benecios de la corte, etc., constituyen ejemplos clsicos dif
ciles de indagar.
c) La resultante de los dos puntos anteriores es la diversidad
y hasta la heterogeneidad de las oscilaciones del nivel de vida
de las diferentes capas pertenecientes a un mismo Estado. Sin
oaer en el concepto mecanicista se puede afirm ar que estos fe
nmenos influyeron muchsimo n la actitud poltica de estas
clases en los momentos trascendentales, como a finales del si
glo xvm . Las generalizaciones form uladas hasta ahora en este
terreno revisten casi siempre un carcter necesariamente apriorstico y slo im portante en tanto que hiptesis.
La no apreciacin de esta problem tica caracteriz el trata
m iento esquemtico del problem a de la estructura de clases y
el antagonismo entre stas, durante los diez prim eros aos de la
posguerra, lo que concierne sobre todo a la transform acin de las
capas dominantes. Pero la diferenciacin de cada estam ento do
m inante tiene una im portancia fundam ental para la experimen
tacin de la vida social de una poca d e t e r m in a d a . El problema
es tanto m s im portante cuanto m s nos rem ontam os a unos
tiempos en que la actividad poltica de las m asas populares,
siendo grande y a veces decisiva, influy en la actitud poltica de
las diversas clases del estam ento privilegiado.
En Polonia estos problem as tienen una im portancia especial
como resultado del m ayor hm ero de la nobleza que en cualquier
otro pas y de su dislocacin en diferentes clases, prim ero en el
perodo de la oligarqua de los m agnates y despus durante la
prolongada decadencia del feudalismo.
La bsqueda del m todo que nos perm ita pasar del conoci
m iento de la estructura de los estam entos de la sociedad feudal
al conocimiento de la estructura de clases es una tarea trascen
dental, en especial para la investigacin de las postrim eras del
feudalismo.

2. Reparticin de la disponibilidad de las fuerzas productivas


Utilizamos aqu una formulacin general, para evitar sobre
todo el empleo del trm ino propiedad por pertenecer a un
problem a m s extenso, como es la posicin del estarosta sm
bolo del labrador polaco en relacin con los bienes que tiene
130

a su cargo y que no son de su propiedad, y en una palabra, los


intereses de los que disponen de estas o aquellas fuerzas pro
ductivas, de los representantes de las diferentes capas sociales
en la organizacin social del proceso de produccin (empresa).
La correlacin de las fuerzas existentes en el seno de una unidad
de produccin definicin que evita la expresin inadecuada de
empresa decide del prim er reparto de la renta producida en
el marco de esa unidad productiva. En la pequea explotacin
agrcola mercantil, esto se realiza directamente por el reparto
de la cosecha.
Esta fue la problemtica que constituy el eje principal24 de
los trabajos metodolgicos de Rutkowski. An tendremos la opor
tunidad de form ular nuestras observaciones crticas en los ca
ptulos sobre el micro y macroanlisis en la historia econmica.
3. Las influencias de la economa de mercado
Los problemas reunidos en esta seccin constituyen un com
plejo considerable, complicado y difcil. Simplificando y simboli
zando en cierta forma la cuestin podramos afirm ar que se tra
ta de la transicin del beneficio nominal y del salario nominal
al beneficio real y al salario real. Y aqu entran los problemas
fundamentales del mercado, de la historia de los precios, los
problemas del crdito, de la competencia, de la lucha por el
mercado, etc., es decir, de todo el conjunto de experimentaciones
en el mercado por mediacin de la observacin de las oscila
ciones de los precios que ya estudiaremos oportunamente.

4.
Segundo reparto de la renta naci
(correcciones introducidas en el reparto por la participacin
en el m ism o del Estado y de otras instituciones pblicas
como son los municipios y la Iglesia )
Aqu, han de tomarse en consideracin las prestaciones en
beneficio del Estado y de otras organizaciones pblicas, y en
especial las diferencias en la reparticin de estos gravmenes
entre las distintas clases sociales25 pues si stos se repartieran
proporcionalmente, podramos abstraem os de ellos para el an
lisis de otros problemas. Pero, por lo regular, tienen un carcter
de clase. As, entran en estos problemas todos los de las
finanzas y con la particularidad de que en contra de la prctica
tradicional, en esta concepcin deben de tener ms importancia
esas desigualdades en los gravmenes y las cuestiones como la
desgravacin fiscal, el aprovechamiento distinto por parte de las
diferentes clases de los servicios del Estado, la financiacin
por ste de determinados grupos de las clases privilegiadas (dis131

inbucin de los bienes bajo el feudalismo y dotaciones p ala la


industria capitalista, etc), y que tambin existen en el aspecto
financiero de las administraciones regionales y comunales, de las
corporaciones profesionales y en los bienes de la Iglesia.
Los problem as de la historia de las finanzas pertenecen como
los del comercio exterior y por las mismas razones a los que
estn m ejor investigados tanto en Polonia como en general en
todos los pases. Pues existe una im portante base de fuentes do
cumentales que abarcan sistem ticam ente largos perodos de
tiempo. En Polonia, las experimentaciones de Pawinski, Rutkows
ki, Korzon, Jasinski, Nycz, Zoltowski, Radziszewski, y en especial
de Rybarski, basadas en una rica fuente de conocimientos, per
miten em prender trabajos de m ayor alcance sobre su interpre
tacin. Pero el pasar del anlisis form al al anlisis social de la
' historia"rinariciera se' tropieza en' las conciones polacas con
algunas dificultades especficas ligadas a lo especfico del rgi
men. La riqueza y la exactitud de las fuentes histrico-financieras dependen de dos factores: de la necesidad de un control
sobre el aparato financiero, factor que existe en cada Estado
organizado ya que siempre hay alguien que controla a los fun
cionarios de hacienda, y por el carcter parlam entario del con
trol financiero, aunque este factor slo se m anifiesta cuando la
institucin parlam entaria se halla suficientemente desarrollada.
En la historia polaca y en especial en la poca de la oligar
qua de los magnates, los investigadores financieros suelen re
calcar la poca precisin de los decretos financieros (impuestos),
la concentracin del control financiero en determinados captu
los y, por ltimo, la descentralizacin financiera, tan tpica para
la poca de los Gobiernos de los Sejm. Pero, cmo explicar
la falta de precisin de los decretos fiscales en Polonia a pesar
de las im portantes tradiciones del parlam entarism o polaco y la
existencia de unas instituciones parlam entarias tan poderosas?
Ello se explica porque en las Dietas polacas de aquella poca
slo participan los representantes de la nobleza. En las decisio
nes financieras y por tanto en el control de las mismas por el
Parlam ento existe no slo la aspiracin del Parlam ento a ejer
cer el poder ejecutivo sino que aparecen cada vez en prim era fila
los compromisos entre las fuerzas sociales representadas en l;
al decretar las form as determ inadas de los gravmenes con sus
correspondientes cuantas, el Parlam ento acta as por un com
prom iso interno ya que que cada form a fiscal es gravosa para
las dems capas de la sociedad. Al decretar las imposiciones,
la Dieta polaca no deba precisar si haban de ser pagadas por
los campesinos o si se trataba de los impuestos sobre las bebi
das. Pues los interesados tampoco podan opinar. El impuesto
lanowe lo pagaban los campesinos, en tanto que el impuesto
chopowe, sobre las bebidas, lo costeaban los habitantes de las
urbes. El Sejm hubiese podido entregar la decisin definitiva
112

sobre este problema a los rganos inferiores de sus regiones


y municipios. El Sejm de la nobleza se limitaba a decretar la
suma total que deba afluir al Tesoro sin importarle de qu ma
nera y qu capas de las masas trabajadoras eran las vctimas.
De aqu que sus decretos slo sean precisos al referirse a los
compromisos contrados dentro del mismo, es decir, en cuanto
al reparto de los gravmenes entre las clases representadas en
l o sea la nobleza, los magnates, la Iglesia y el rey, o cuando
se trata del reparto fiscal entre las provincias, hacindolo con
precisin en sus decisiones y con un control esmerado. Los in
vestigadores han confirmado esta extraa falta de precisin de
los decretos fiscales del Sejm, como una imperfeccin de las
formas parlamentarias y financieras, hiptesis que de aceptarse
averiguaciones posteriores podran aclarar para quines esta im
perfeccin de las formas podra ser perfecta.
Si aqu nos referimos a esas cuestiones es para sealar las
dificultades que el investigador ha de vencer. Con mucha fre
cuencia, la persona que efecta un pago al Tesoro no es la
misma que de hecho soporta ese gravamen. El fenmeno de la
distribucin fiscal pertenece tanto al capitalismo como al feuda
lismo. En este ltimo, existe adems como regla que el gran lati
fundista reparta las imposiciones estatales entre sus sbditos.
Sin embargo, como resultado de la estructura social especfica
de Polonia, el historiador polaco suele tener dificultad para es
clarecer estos problemas y determinar las clases sociales y en
qu medida soportan las cargas fiscales del Estado.
5. La lucha por el cambio del sistema
de reparto de la renta nacional
El sistema de reparto de la renta social se justifica a s mis
mo por la elaboracin de una ideologa determinada, de la pro
pagacin de la misma a travs de la enseanza, la labor cultural
y otros medios educacionales, con ayuda del cdigo civil y en
especial del cdigo penal, disputndole a las fuerzas contrarias
los medios de atenuacin de las injusticias como son las activi
dades filantrpicas, la asistencia y la legislacin social, etc. Su
defensa es la fuerza.
Se lucha contra el sistema de reparto de la renta social con
ayuda de la elaboracin de una ideologa contraria, la propaga
cin de la misma, la actividad en asociaciones, la batalla ccoBmica, el sabotaje de los elementos del sistema, y por ltimo
asimismo de la fuerza.26
Todos estos problemas no pertenecen ya a la historia eco
nmica. Los resultados de la indagacin de tales cuestiones deben
ser tenidos en cuenta por la historia econmica. No nos referi
mos a las conclusiones de todas las investigaciones de las ideo
133

logias clasistas ni los movimientos sociales, sino slo a los as


pectos de los mismos que conciernen a su problemtica.
Por ltimo, las experimentaciones as emprendidas, los resul
tados obtenidos en los anlisis de las cuestiones de estos grupos
deben perm itir conocer el nivel de vida de las distintas clases
sociales y sus cambios en el tiempo. El grado de aproximacin
aqu obtenido depende de hecho de su documentacin. Pero es
posible afirm ar que siempre es posible llegar a alguna aproxima
cin si no del conocimiento del nivel de vida absoluto, al menos
sus cambios, lo cual es lo ms im portante para el historiador. La
orientacin de los cambios ha de dam os a conocer los progre
sos, el estancamiento o la regresin de la economa social, ya que
estos conceptos tienen para la problem tica econmica un senti
do mucho ms concreto, verificable y mensurable que en cual
quier otra rama.

CRITICAS Y R E SE R V A S
E N TORNO A LOS PUNTOS A N TE R IO R E S

Pueden form ularse muchas reservas esenciales en relacin con


los conceptos que acabamos de adelantar.
La crtica esencial desembocara en la tesis segn la cual
el objetivo real de la actividad econmica ha sido siempre la
satisfaccin de las necesidades, la mxima satisfaccin de las
necesidades de acuerdo con los medios disponibles aun cuando
estas necesidades sufrieran en s mismas cambios fundam enta
les. Incluso las necesidades ms duraderas, como son la comida,
el vestir, la vivienda, la preservacin de la salud, etc., han sido
satisfechas de las ms diversas m aneras y resulta difcil saber
cul de ellas ha sido la m ejor para el hombre. Hay que agregar
otras categoras de necesidades menos biolgicas pero que no
dejan de ser igual de perentorias para la humanidad, porque
no slo de pan se vive. Adems cada categora de necesidades
humanas tiene su im portancia en relacin con las dems. Si
un grupo humano ha m ejorado sus condiciones de alimentacin
a costa de em peorar sus condiciones de vivienda, dnde hallar
el denominador comn que nos perm ita dar una solucin en
ltim a instancia a la pregunta de si el nivel de vida de ese
grupo ha mejorado o ha empeorado?
Estas crticas son justsimas, aun cuando hacemos la salve
dad de que no se refieren slo al mtodo que aqu proponemos,
ni incluso slo a la historia econmica, ya que estas dificulta
des son muy profundas e influyentes sobre la totalidad de nues
tros conocimientos de la economa humana. Estos obstculos
no lograron solventarlos hasta ahora ni siquiera en la sociologa
econmica. Ms an, afectan a nuestros conocimientos sobre
134

la cultura en general, por no haberse elaborado hasta ahora los


mtodos comparativos entre las sociedades y las culturas.27 No
somos quin ni es este el lugar para tra ta r de resolverlos.
Pero el problema sigue vigente: qu hacer para resolver es
tas dificultades?
Existen sobre todo si no los denominadores comunes de las
necesidades humanas, al menos sus sucedneos, uno de los
cuales lo hemos tomado en consideracin al analizar los pro
blemas demogrficos, aunque no consiste en el nmero de habi
tantes ni en su densidad o en su crecimiento (ilusiones de los
fisicratas). Hay otros ndices ms elocuentes. Nos referimos
en primer lugar a la duracin media de la existencia humana.
Desde los tiempos de Halley, quien basndose en los datos que
le dio el pastor Neumann, de Wroclaw, pudo establecer esa du
racin, la demografa moderna se halla familiarizada con tal
concepto. De acuerdo con el estado en que se encuentren las
fuentes documentales se puede calcular esta edad del hombre
incluso en las pocas ms remotas, aunque no sea sino por
aproximacin.
La duracin media de la vida humana es la resultante de
incontables vectores entre los cuales la satisfaccin de las nece
sidades humanas en sus distintas categoras tiene una impor
tancia decisiva o que suele serlo cuando, por ejemplo, la mor
tandad provocada por las guerras o el terror poltico repercute
directamente en el funcionamiento de la economa. La medida
de la duracin de la vida del hombre en s suma la satisfaccin
de las necesidades humanas de todo tipo, pero aqu no las de
seamos en escala anhistrica, metafsica, sino en una proporcin
racional: la adaptacin del hombre a las necesidades de la exis
tencia en una naturaleza dada y en un medio social determi
nados.
La denominada tabla de m ortalidad en los casos en que puede
calcularse ptimamente, es mucho ms valiosa para el que sabe
leerla que los tomos descriptivos. La elevada mortalidad infan
til muestra las psimas condiciones de existencia material y sa
nitarias y la elevada mortalidad de las gentes en la plenitud
de sus facultades indica el empeoramiento de las condiciones
de trabajo. Esto mismo suele dem ostrar en la poca del capita
lismo; la duracin media de la vida humana es ms breve en los
varones, mientras que antes eran ms bien las mujeres quienes
vivan menos tiempo.
Esta media de la duracin de la vida humana en las diferen
tes clases sociales es la medida ms elocuente y objetiva de los
privilegios de clase. Y el clculo de esta magnitud no es tc
nicamente utpico en razn de la ausencia de documentaciones.
Por el contrario, se han realizado ya experimentaciones de este
gnero en la ciencia, como las tablas de mortalidad de las masas
populares elaboradas con los registros parroquiales y en compa
135

racin con las tablas de m ortalidad de la aristocracia, calcula


das con los datos genealgicos.
Otro camino para reducir estos riesgos consiste en evitar las
comparaciones directas en los largos perodos. Pero este mtodo
comparativo tan penoso para el investigador es a veces indispen
sable para la solucin de problemas concretos. No obstante, en el
estado actual de la metodologa hum anstica no vacilaramos en
hacer comparaciones a largo plazo de unos elementos selecciona
dos y tras haber discutido las condiciones de comparacin ya
que stas llevan sintticamente en s muchas variantes a menu
do desconocidas para atreverse a averiguarlas.
La comparacin de los perodos vecinos, siempre y cuando
no rebasen la vida de una generacin, es el camino ms seguro.
Y la cadena as formada, aun cuando no perm ita establecer
las ms atrevidas similitudes, s puede determ inar el sentido de
los cambios a largo plazo, que son im portantsim os para el histo
riador.
El segundo grupo de reservas en contra de la concepcin que
aqu proponemos consiste en las crticas a la esquematizacin
y la dislocacin de las magnitudes concretas que se m anifestaron
con un carcter total en la vida y que dejando tras s una base
documental pueden y a veces deben constituir el objeto de ex
ploraciones monogrficas y tam bin econmicas, trascendental
para esas categoras analizadas. Es decir, que se nos im putara
el despilfarro de unas instituciones histricas concretas para la
investigacin de unas categoras nuestras y ajenas a la realidad.
Esta crtica es seria. El colocar una m agnitud histricam en
te configurada en esquema (ste o cualquier otro) a menudo
slo puede provocar la dislocacin de lo que estaba unido y la
reunin de lo que se hallaba dislocado. Las dificultades tcnicas
de las indagaciones de la concepcin monogrfica de uno de los
diez puntos enumerados son al parecer insuperables.
A esta imputacin le oponemos tres argumentos. En prim er
lugar el concebir la realidad histrica analizada con las catego
ras propias de la poca en la cual se lleva a cabo el examen
es inevitable y fructfero. Por fortuna no hay aqu ms investi
gaciones histricas, etnolgicas o sociolgicas. En esto descan
sa, entre otras razones, el carcter eterno de la ciencia histrica
ya que cada poca le brinda los conocimientos sobre el pasado
de sus categoras, form ula al pretrito las preguntas que le inte
resan y utiliza para la exploracin los mtodos ms modernos en
su tiempo.
En segundo lugar, la formulacin analtica y no institucional
de los temas de los trabajos de indagacin es posible a pesar
de sus dificultades. De la inteligencia y del talento del investi
gador depende la adecuada eleccin del m aterial para un anlilisis determinado. E l reparto de la renta de los grandes latifun
dios en la Polonia del siglo X V I, elaborado por Rutkowski** cons
136

tituye uno de estos temas. Se podran m ultiplicar los ejemplos


de trabajos parecidos tan valiosos y precursores.
En tercer'lugar, l concepto que aqu sugerimos no excluye
el ocuparse de los temas Institucionales. Nos referiremos al ejem
plo de Rutkowski: su estudio sobre el Reparto de la renta de
las minas de sal gema bajo Segism undo A u g u s ta tiene como
objeto el anlisis de una institucin muy normal para su tiempo
y est basado en el anlisis de los documentos existentes.
As, las crticas contra nuestra concepcin creo que son muy
importantes pero no decisivas. Debemos de tenerlas presentes
ya que las crticas no bastan para rechazar nuestro mtodo si
no hubiese otros argumentos a su favor.
Ya30 hemos sealado el carcter compendiador de la mayo
ra de los manuales sobre la llamada sntesis de la historia eco
nmica, y afirmbamos que en ellos los materiales suelen estar
situados uno al lado del otro sin form ar un todo orgnico, por
lo que, en definitiva, no conducen a nada. A pesar de que los
hechos asombrosament numerosos en los diferentes captulos
suelen dar la sensacin de haber sido seleccionados de un modo
casual y que la supresin o la adicin de los mismos no altere
en lo ms mnimo la totalidad de la obra y que al no conducir
a ningn resultado pueden leerse tanto desde el comienzo al fin
como desde el fin al principio, y si todas estas observaciones
son justas y es difcil no reconocerlas as Rutkowski tena
razn al pedir la elaboracin de alguna concepcin de sntesis
nica capaz de superar estas fallas. Lo curioso es que pese a
que la concepcin sugerida por este autor no la consideramos
fundamentada, no obstante, ya que su obra se halla caracterizada
por esa concepcin, tiene un sentido que rebasa los hechos
que contiene. No im porta que no se pueda com partir esa con
cepcin, lo interesante es que ella exista por lo que Rutkowski
ocupa un lugar preeminente entre los investigadores de su
poca.31
En lugar del trmino sntesis preferiramos quizs el de
vnculo organizativo, una ligazn entre el material unido al
todo con sus nexos internos y que perm itiera en principio su
seleccin y determinar la categora en que ha de ser clasificado
y analizado, lo que garantizara al investigador contra todos los
azares, orientndole en su labor.
Esto es quiz lo que Rutkowski pensaba al hablar de la
sntesis de la historia econmica. Rechazamos su concepcin
para someterla de nuevo a discusin.

137

VI.

Microanlisis (1): Las investigaciones


sobre la historia de las empresas

MICRO- Y M ACROANALISIS E N LA H ISTO RIA ECONMICA

La economa, como la historia econmica, tiene como objeto


una rama determinada de la actividad social, es decir, un aspec
to concreto de la misma ya que cada actividad social es un
fenmeno complejo que reviste distintas formas, las cuales se
dividen para el anlisis cientfico con todos los beneficios y los
riesgos de la abstraccin.
Cada actividad humana y por lo tanto su lado econmico
puede dividirse en dos clases de problemas ligados entre s
por una dependencia bilateral: el primero consiste en la activi
dad humana, las decisiones y los actos de eleccin que de ella
se desprenden; el segundo es la resultante de esa actividad.
En el examen de las decisiones y las actividades humanas,
slo pueden ser objeto del anlisis humanstico las determinan
tes con las cuales dichas decisiones no presentan un cuadro
catico, sino que obedecen a una regularidad posible de des
cubrir.
Estas determinantes son el conjunto de la situacin social en
la cual se mueven las unidades humanas. Tratndose de la acti
vidad econmica, tomaremos en consideracin sobre todo aun
que no exclusivamente el sistema econmico de una sociedad
determinada y su funcionamiento.
Por otra parte, el sistema econmico y su funcionamiento
no pueden comprenderse si no solucionamos el problema par
tiendo de las unidades tpicas, que realizan la explotacin eco
nmica. Las actividades de estas unidades se hallan determina
das por la situacin social, ante todo econmica en la que se
encuentran a su vez, y viceversa.
De lo que se desprende que en cada investigacin econmica
es indispensable abordar el problema por las dos partes: con el
criterio de la economa social y como unidades que realizan la
explotacin econmica. Aun cuando sea justa la directriz meto
dolgica segn la cual en las experimentaciones sobre la rea
lidad social tiene primaca el factor social, ninguno de estos
conceptos puede bastar por s solo para la indagacin de ningu
na cuestin de carcter econmico.
En la historia de las ciencias econmicas los conceptos del
micro y del macroanlisis se entrelazan. En los clsicos preva
leca el inters por el mtodo macroeconmico (sobre las cau
139

sas de la riqueza de las naciones), pero este mtodo de razona


miento era en ellos a menudo microeconmico (razonamiento:
cmo se com porta en una situacin determ inada el objeto que
realiza la explotacin econmica, por ejemplo, el empresario
o el consumidor).
El inters por la macroeconoma slo poda coexistir en ellos
con los mtodos microeconmicos a travs de la tcita acepta
cin del principio metodolgico segn el cual los fenmenos so
cio-econmicos son simple resultante mecnica de las activida
des econmicas individuales y que los fenmenos sociales son la
suma de los fenmenos individuales.
En su ltim o perodo, la ciencia econmica burguesa desa
rroll y perfeccion los procedimientos de anlisis microecon
micos, perdiendo de vista cada vez ms el objetivo que le asig
naran los clsicos, como la explicacin de los fenmenos macroeconmicos. Permaneciendo fiel a aquel principio tcito, consi
deraba cumplida su tarea cuando aclaraba la actividad de los
sujetos ligados a la explotacin econmica, lo que ya ha sido
superado incluso por la ciencia burguesa. Paralelamente, la in
tervencin estatal, excesiva ya en las condiciones de la economa
durante la Prim era Guerra Mundial, reavivada en la poca de la
gran crisis y la depresin, y que revisti nuevas formas cualita
tivas durante los aos de la Segunda Guerra Mundial, oblig
a los economistas a colocar en un lugar preferente los objetivos
investigadores macroeconmicos.
As, al referim os al prim ero, a la indagacin de las activi
dades de las unidades que se dedican a la explotacin econmica,
se trata para nosotros del anlisis de las actividades de las uni
dades productivas (empresas, utilizando una definicin propia
al capitalismo), de servicios, comerciales, bancarios, del transpqrte, etc., y por otra parte, de las unidades consumidoras, como
son la economa domstica (no al consumo fisiolgico sino al
consumo de carcter econmico). Lo que une a estas dos clases
de fenmenos son los actos de eleccin econmica que se efec
ta tanto en la produccin en el sentido ms extenso de la pa
labra, es decir, junto con el intercam bio,1 etc. como en el con
sumo.
El clculo empresarial o la investigacin sobre los presu
puestos familiares, son los mtodos que perm iten al investiga
dor esclarecer la regularidad de las elecciones que existen en
los fenmenos econmico-sociales.
El descubrimiento de estas regularidades y, en particular,
su interpretacin slo ser factible si el investigador dispone pre
viamente, aunque no sea ms que un conocimiento aproximativo de toda la magnitud socio-econmica en la cual entran las
referidas unidades ligadas a la explotacin econmica.
La indagacin de estas unidades puede ser, de acuerdo con
el sujeto analizado, una bsqueda de los fenmenos individuales
140

o masivos. En este ltimo caso, ha de ser una exploracin esta


dstica. Por ejemplo, la investigacin sobre el clculo empresa
rial puede hacerse de una u otra manera, a travs de la mono
grafa de la empresa o bien, por ejemplo, del anlisis de la ren
tabilidad de las Sociedades por acciones de un pas determinado
en un perodo concreto sobre la base de sus informes. En cam
bio, la experimentacin de los presupuestos familiares ser una
investigacin masiva, estadstica, ya que el conocimiento de la
economa individual de una f a m ilia poco nos puede dar por in
tervenir demasiadas diferencias y porque las regularidades slo es
posible observarlas despus de la investigacin de la masa esta
dstica. Otra cuestin es que en las averiguaciones histricas, en
razn de las condiciones especficas para la labor histrica de la
carencia de las fuentes o de su insuficiencia, el historiador debe
estar habilitado para no atenerse a estos principios y en el caso
de hallar las cuentas domsticas de una familia del siglo xvn,2
ha de someter esta rara y preciosa informacin al anlisis eco
nmico, pese a tener conciencia de sus riesgos y saber que lo
individual no es lo tpico. Ms an, en el caso de hallar dife
rentes fuentes de esta clase, incluso de un solo perodo, cada
una de ellas ha de ser indagada aparte, ya que tales datos no
pueden constituir una m asa estadstica y no entran en el mtodo
de anlisis de los fenmenos masivos como es este censo.
La media obtenida con ellos tiene que dar un resultado err
neo, en tanto que el anlisis individual, considerando los rasgos
peculiares de cada informacin puede llevarnos a unos resulta
dos determinantes, aunque en un marco reducido.
Hasta cierto punto estas recomendaciones se refieren a la
averiguacin de las empresas individuales. La monografa de una
empresa no autoriza a extender sus resultados al conjunto de
una ram a industrial. Ninguna empresa puede considerarse t
pica.
La concepcin ideal de la escuela histrica segn la cual la
multiplicacin de las monografas es el nico camino para el
conocimiento de las magnitudes ms extensas, y que la va para
conocer la historia de la industria metalrgica consiste en la
elaboracin monogrfica de la historia de todas las empresas
de esta rama, es injusta e irrealizable, aunque perm ite una me
jor comprensin de las condiciones en que una empresa funcion,
as como de los factores determinantes de su clculo.
Al referim os al segundo mtodo, el de emprender el anlisis
de los problemas a indagar partiendo de la economa social, en
las ltimas pocas de la historia nacional, nos referimos sobre
todo a la investigacin de la renta nacional,3 de la estructura de
su magnitud y de la estructura de su reparto como a los factores
determinantes de la una y de la otra.
As, mantenemos la actitud de que el estudio de la renta
nacional, a condicin de que sus dos aspectos la magnitud
141

y el reparto sean concebidos correctam ente como una categora


de clase, ofrece la ms sinttica concepcin de la economa so
cial. Las dificultades tcnicas considerables an en las actuales
investigaciones sobre la renta nacional y que se multiplican in
creblemente en las experimentaciones histricas, nada tienen
que ver en esto. El objetivo cognoscitivo sigue siendo el mismo
incluso si no se consigue en su totalidad.
En segundo lugar, an en el caso de una carencia de datos
cifrados no est descartado ni el razonamiento con categoras
cuantitativas, ni el razonamiento con las categoras de la renta
nacional.4 Sin embargo, lo ideal seria que la investigacin sobre
la renta nacional, como indagacin de unos fenmenos masivos,
pudiera ser acometida con el procedimiento adecuado, es decir
con el mtodo estadstico.
No se puede investigar la renta nacional y en especial inter
p retar sus resultados si el investigador no posee un conoci
m iento previo, aunque sea aproximativo, de la actividad de las
unidades ligadas a la explotacin econmica.1
De esta manera, estos dos puntos de acometimiento han
de complementarse de un modo dialctico durante el proceso
cognoscitivo, de la m isma m anera que, en la realidad, estas
dos clases de fenmenos se hallan ligadas dialcticamente.
Subrayamos que se tra ta de una clasificacin de los mtodos,
no de los fenmenos investigados. En principio cada fenmeno
econmico analizado exige para su plena averiguacin que se
p arta de los dos aspectos ya referidos.
La problem tica histrico-econmica cuya clasificacin y or
ganizacin interna hemos tratado de realizar en el captulo es
pecial anterior, la concebimos como lo ha comprobado el lec
tor con las categoras de la m agnitud y el reparto de la renta
nacional que nos han de sum inistrar aquellos vnculos organi
zativos. La prim aca de esta cuestin equi\ale a la preferencia
del factor social sobre el individual en cada realidad humanstica
sometida a experimentacin. Por otra parte, la investigacin de
cada uno de los problemas all enumerados debe efectuarse ya
por mtodo micro como macroanaltico, con lo que de acuerdo
con el problem a y los m ateriales asequibles al microanlisis pue
de ser la indagacin de los fenmenos masivos o individuales,
pero en este ltim o caso ha de depender de los que tienen un
carcter representativo.
La igualdad y la coexistencia en el anlisis de los fenmenos
econmicos del microanlisis y del macroanlisis se hallan vincu
ladas a la cuestin trascendental de la metodologa de las cien
cias sociales, a la que ya nos referiremos. He aqu la pregunta
que pudiera consistir en el concepto simplificador siguiente:
Acaso el fenmeno colectivo se explica por la suma de los fe
nmenos individuales?
Significa una gran conquista de la ciencia econmica con
142

tempornea el hecho de que al contrario que en poca anterior


a la gran crisis de 1929 en que a esta pregunta se contestaba en
form a positiva, hoy existe la tendencia a una respuesta nega
tiva.*
1

LA EM PRESA E N LA ECONOMIA FEUDAL

Incluimos en las tareas microanalticas la investigacin de


las actividades de las unidades, individual o masivamente inda
gadas, que tienen una posibilidad de explotacin econmica, es
decir, de realizar actos de eleccin econmica. Al hablar de la
posibilidad de realizar un acto de eleccin econmica no nos
referimos a una cuestin perteneciente a la problemtica del li
bre albedro. La posibilidad de escoger se sita siempre en unas
condiciones sociales concretas, las cuales d e t e r m in ar! esa elec
cin y slo la identidad de esas mismas, en las cuales se halla
el miembro de una sociedad o de una clase determinada, hace
que estas decisiones se manifiesten con una regularidad mltiple
y que, as, puedan ser analizadas por la ciencia.
La determinacin social de todos los actos de eleccin, como
tambin la limitacin prctica de las posibilidades de escoger
por ejemplo, como consecuencia de la miseria no tienen nada
en comn con la carencia de toda posibilidad de eleccin en la
cual se hallan, por ejemplo, el esclavo como productor o el pri
sionero en tanto que consumidor.
As, aqu aparecen las regularidades determinadas por los
factores sociales que se manifiestan en los actos de eleccin
econmica realizados masivamente, es decir, en la explota
cin econmica.
Qu es una unidad de explotacin econmica en el mbito
de la realizacin de la renta nacional, dejando momentneamen
te de lado los problemas de su utilizacin y consumo? En la
poca capitalista, la respuesta es sencilla: la empresa.
El contestar a la pregunta: Qu es la empresa?, puede tener
algunas dificultades. As, resulta difcil afirm ar en qu grado
la empresa que entra a form ar parte de un cartel se ve pri
vada de su actividad econmica autnoma, convirtindose a su
vez en un elemento de aqul. En la prctica aparecen diferentes
grados intermedios en los cuales algunas decisiones econmicas
incumben al cartel m ie n tra s que otras ataen a las empresas
que lo componen. As, realizan la explotacin econmica en cada
uno de sus terrenos las empresas y el cartel, por lo que tanto
el uno como las otras han de ser analizados.
Pero en la economa socialista, como lo sabemos por expe
riencia propia, la situacin es complicadsima. En el ltimo de
cenio, la empresa no fue el factor de la explotacin econmica
143

ya que no existan tales empresas. Pero qu es lo que exista?


Una unin?* Las administraciones centrales? Los Ministerios?
El Estado? El asunto debe ser investigado empricamente y
generalizado tericamente.
Por ltimo en relacin con la poca feudal, el problem a an
existe. Las consideraciones de Rutkowski,6 que no tienen equiva
lente en la ciencia universal, no fueron llevadas sin embargo has
ta sus ltim as conclusiones para perm itir adoptarlas como una
indicacin metdica.
El asunto requiere ser examinado con toda la atencin.
Rutkowski fue, y como nadie lo ha sido entonces en la ciencia
polaca y tampoco en la ciencia mundial, un precursor que com
prendi la imposibilidad de aplicacin de las categoras de la
economa clsica a los anlisis de la realidad econmica del
sistema feudal. Tambin Rutkowski comprendi este problem a
mucho m ejor que los historiadores que lo siguieron y que pro
clamaron esa tesis program ticam ente. Y fue as ya que no la
extrajo dogmticamente de alguna teora sino que lleg a ella
en contra de los conceptos que prevalecan en el mundo de la
ciencia, superando las dificultades en su enorm e labor investi
gadora. Sus conceptos de esta cuestin los expuso por vez pri
m era en una de sus conferencias de la cual por desgracia slo
tenemos un resum en7 y despus en su libro sobre el reparto
de las rentas.8
El concepto de empresa tuvo gran im portancia en el pen
samiento de este sabio. El problem a capital fue para l la inves
tigacin en el sistem a feudal del reparto de las rentas entre los
seores y los campesinos y en el sistem a capitalista entre los em
presarios y los obreros.9
Esto represent en su procedimiento un rasgo inconmensura
blemente fructfero, ya que de esta m anera lleg al anlisis de
los elementos de clase, pero stos tenan en Rutkowski imas ca
ractersticas muy limitadas. Pues de hecho, l no investig el re
parto de la renta global entre los seores y los campesinos, sino
que se interes por saber qu porcentaje de las rentas seoria
les corresponda a las rentas de la economa propia y qu
porcentaje corresponda a los gravmenes que pesaban sobre
los campesinos. Su obra sobre el reparto de las rentas est
construido sobre el establecimiento de esa magnitud. Al iniciar
un trabajo anlogo, su discpulo, M. Kniat, se dedic a fundamen
tar el porcentaje que en la renta de la economa campesina pro
pia representaban los gravmenes sufragados al seor feudal.10
Toda la labor investigadora de Rutkowski tiende a aprehen
der la m agnitud de la explotacin feudal y ello a pesar de que

*
E n el sistema econmico polaco actual, la Unin
empresas de una misma rama industrial. (N . del T.)

J44

la constituyen las

Rutkowski trata de evitar programticamente esa definicin


valorativa.11 Pero no se trata slo de esto.13
Su concepcin investigadora del reparto de la renta social se
apoya en el clculo de la actividad econmica de la empresa.
El razonamiento de Rutkowski tiene el sentido de que es un
hecho especfico del sistema feudal que el individuo pertenecien
te al estado privilegiado extraiga sus rentas no slo de su propia
empresa sino tam bin de los gravmenes sobre las empresas
ajenas, es decir, campesinas. De ah la gran contribucin de
este autor en el anlisis de lo que l califica de organizacin
social de la produccin en el marco de la gran propiedad feudal
y que en ltim a instancia tienda a establecer cules son los
tipos y los actos de la actividad productiva que se debe incluir en
la empresa del seor y cules han de incluirse en la empresa
del campesino. Una vez hecho esto, Rutkowski poda conseguir
el objetivo de su razonamiento, o sea, calcular la parte de las
rentas del seor procedentes de su economa personal y la parte
procedente de las servidumbres de la economa campesina.
Pero este procedimiento es inaceptable.
En prim er lugar, el concepto en s de la empresa aplicado
a la economa del seor feudal abstrayndose de sus prerrogati
vas feudales, o aplicado a la economa del campesino siervo
haciendo abstraccin de sus cargas, constituye un aislamiento
histrico, una operacin contraria a la realidad histrica concre
ta, un procedimiento que vulnera la imposibilidad de aplicacin
de la teora del sistema capitalista a la economa del sistema
feudal. Es muy caracterstico que todas sus conclusiones son
pesimistas.13
Pues afirm a que en muchos casos esta diferenciacin no
llega a realizarse de una m anera fundamentada, por lo que sus
indagaciones han de ser dudosas en ocasiones. Pero estas con
clusiones pesimistas de sus anlisis no lo desalientan en las in
vestigaciones. Sin embargo, su obra de la clasificacin de las
rentas de los grandes propietarios de tierras representa un clcu
lo de las rentas seoriales y de las rentas de las economas de
los campesinos.
Al calcular los beneficios seoriales procedentes de su econo
ma propia y los que proceden de la economa ajena, Rut
kowski evita esmerada y conscientemente el concepto de explo
tacin. El trmino de explotacin escribe no lo utiliza
remos a fin de evitar todo malentendido, ya que en su acepcin
corriente esta expresin tiene siempre unos rasgos negativos
de calificacin moral, ya que se halla ligada con los injustos
conceptos del beneficio, la opresin a la moralidad, etc. Dejamos
aparte el problema de cmo debe presentarse el reparto de las
rentas limitndonos a buscar los mtodos con ayuda d los
cuales podamos conocerlo exactamente y cmo se manifestaba
en el pasado.14
145
H CS

100. 10

Pero al mismo tiempo Rutkowski reconoce que en el marco


de la gran propiedad feudal el incremento de la parte del seor
ha de ser pagado con la reduccin de la parte del campesino
y al revs. 1 incremento de la parte del seor a costa del cam
pesino se halla calificada a veces como un aumento de la explo
tacin del campesino por el seor.15
As, en principio este cientfico reconoce que en este coefi
ciente se encierra el ndice del grado de explotacin del cam
pesino por el seor y que esto se une corrientemente al con
cepto de la injusticia y de la explotacin.
Nos hallamos ante el hecho tan caracterstico para la ciencia
positivista de que es obligatorio el adoptar una postura olmpica
que no perm ite rebajarse a la comprobacin de las injusticias
y mucho menos a compadecerse del explotado y del perjudicado.
A pesar de su afn por evitar los trm inos valorativos de los
objetos en sus indagaciones, las mismas palabras de Rutkowski
coinciden sin embargo con el sentido general del concepto de
explotacin y de injusticia. Ms an, podemos afirm ar que l
misino tiene en cuenta su sentido y que por ello hace de ese
fenmeno el objeto de sus indagaciones. En ello estriba su m
rito. Aceptemos su desenmascaramiento de la explotacin feu
dal y consideremos, sin m irar su afn por evitar el sentido valorativo de los conceptos, que se tra ta de una ofrenda al altar de
la majestad de la ciencia.
Pero veamos lo que tam bin encubre.
El clculo de la renta del seor feudal procedente de su propia
(sic) economa y los beneficios que obtiene con las economas
de los campesinos ya de por s y mucho m s cuando se reco
noce a pesar suyo que estos gravmenes del campesino constitu
yen corrientemente una explotacin del mismo es una acti
tud burguesa.
Para todo el que adopte una postura socialista, toda la renta
del seor feudal es una explotacin, pero para Rutkowski, slo
tiene la parte que procede de los impuestos de la economa
ajena.
~ De esta m anera la renta de la tierra seorial o la empresa
feudal basada en el trabajo ajeno lo es de la propia economa
y no de la explotacin. De aqu que se llegue al reconoci
m iento de que la expropiacin desde arriba, la expropiacin de
jando intactos los grandes latifundios, sea el equivalente de la
liquidacin de la explotacin. Por ello la sim pata que Rutkowski
m anifiesta para esa clase de expropiacin que existi en los te
rritorios polacos anexionados por Prusia.
Rutkowski divide las rentas del seor feudal en renta propia
y en renta procedente de la economa campesina ajena. Sin
embargo, todos los beneficios son producidos por el campesino.
La empresa de produccin est constituida globalmente por todas
las tierras de una o varias aldeas, juntando los territorios seo146

rales y de los campesinos con todos los puestos de trabajo.


Toda esta utilidad ha de considerarse en su conjunto despus
de lo cual la estructura de su reparto deber tener en cuenta
la parte que el caballero feudal se apropia y el orden social de
la poblacin aldeana, que con todo su formalismo indagaron de
una m anera tan interesante el propio Rutkowski y sus alumnos;
Jakobczyk, Rusinski, Kozlowski y Moscicki.16 Es entonces cuando,
tras haber considerado los contactos exteriores de unos bienes
determinados, su participacin en los ingresos financieros del
Estado, de los municipios y de la Iglesia, etc., obtendremos un
esquema del reparto de la renta social global conforme a la rea
lidad social, y las diferencias existentes en los bienes que co
rresponden a cada individuo en particular m ostrar el grado
de explotacin social.
Tal y como se presentan estas experimentaciones, pudiera te
nerse la impresin de que en ellas la medida de la explotacin
social es la magnitud de los beneficios seoriales procedentes
de los impuestos de las economas campesinas o de la suma que
esto representa en la totalidad de las rentas seoriales, o bien
de lo que estos gravmenes representan para la utilidad de los
campesinos, segn el criterio de Kniat. Pero estas conclusiones
no pueden ser justas.
De aceptarse cada una de estas conclusiones, obtendramos
unos resultados tan reducidos como reducida sera en una tierra
seorial determinada la importancia que tuvo el trabajo de los
siervos y ello por la concepcin de Rutkowski que tiene en
cuenta la explotacin de los siervos campesinos con posesiones
pero sin tom ar en consideracin la explotacin del campesino sin
tierra o del que tiene poca, es decir del jornalero.1: As, a me
dida del incremento de los elementos capitalistas, este cientfico
obtendra con la aplicacin de sus mtodos a las pocas ulterio
res, una disminucin gradual de aquellas magnitudes general
mente consideradas como la medida de la explotacin y de los
perjuicios sociales. La dominacin capitalista los liquidara to
talmente. Y entonces, nos encontramos con los principios de la
economa capitalista segn los cuales el salario es igual al tra
bajo realizado y que la explotacin es por lo tanto slo un gra
vamen feudal.
Para el anlisis correcto del problema del reparto de la renta
social, es necesario comprender tres verdades elementales:
a) que todos los beneficios producidos en los bienes feuda
les son obra del trabajo de los campesinos,
b) que toda la renta del seor feudal proviene de la explo
tacin, y
c ) por ltimo que ni la economa del seor feudal ni la
ai siervo puaen considerarse por si solas como empresas.
Todo el procedimiento de Rutkowski es tanto ms sorpren
dente ya que l mismo fue uno de los ms ardientes defensores
147

la tesis sobre la propiedad divisible como institucin tpi


ca del feudalismo. Es difcil com prender cmo a pesar de esta
actitud y comprendiendo sus consecuencias para el concepto
de la empresa y del empresario en el feudalismo,1 Rutkows
ki ha podido orientar sus investigaciones hacia el estableci
miento de las proporciones que en las rentas seoriales corres
ponden a la renta de la economa propia y a los gravmenes
de la economa ajena (campesina). Pues de la tesis sobre la
propiedad divisible resultaba que no hay en el feudalismo nin
guna economa propia o ajena.
No hay que descartar, que en los tomos siguientes de su
obra se tuvieran en cuenta adems de los tem as ms im portan
tes p ara l, los <iue hemos expuesto. Se puede suponerlo ya que
es conocido el plan de sus investigaciones.19
Tambin puede constituir un ejemplo interesante el trabajo
de M. Kniat el cual podemos considerar como la expresin de
los mtodos de Rutkowski. Con la salvedad de algunas exagera
ciones del autor sobre la im portancia de sus indagaciones y de
sus resultados las cuales se m anifiestan en el hecho de que
al analizar un tem a determinado por las actas de la comisin
prusiana de clasificacin en los aos 1773-1775, considera posible
extraer de ello conclusiones suficientes para aclarar ni ms ni
menos que: a) los motivos de la dominacin, en la Polonia del
siglo xvi, de la servidumbre y, b) las causas de la cada del Es
tado polaco (!).
No obstante, el trabajo de Kniat representa en la literatura
una posicin muy valiosa desde el punto de vista de la magni
tud del tema, de lo ingenioso de la tcnica investigadora y del
carcter escrupuloso de los resultados, que hacen que tenga un
carcter precursor.
Pero ahora se trata de cmo entender los conceptos de eco
noma campesina y de economa seorial.
El clculo capitalista de las economas feudales suele con
ducir a una situacin paradjica, como se vio en la discusin
que se entabl a raz de la publicacin del libro de Kniat entre
ste y Bujak.20 Conocedor del tema, Bujak consideraba los re
sultados de Kniat como improbables al menos en las tan deci
sivas, en relacin con las categoras polacas, explotaciones de
los siervos, no independientes, en las aldeas de los nobles. Kniat
m antena que los gravmenes que pesaban sobre estas explota
ciones ascendan al 97,57 /o de su renta. Para Bujak lo inveros
mil de estas cifras proceda de una subestimacin de la veraci
dad de los materiales. En esta polmica salieron a relucir por
ambas partes valiosas consideraciones, pero Kniat defendi sin
acierto la veracidad de las cifras inverosmiles y Bujak no supo
ver dnde estaba el erro r que las haba producido.
Pero si quisiramos realizar consecuentemente en el marco
de los razonamientos de Kniat basndonos en el criterio ca
de

148

pitalista, el clculo de las explotaciones campesinas, deberamos


tener en cuenta no slo el valor de los gravmenes sino tambin
el de la renta producida por los siervos. Esto no lo hizo Kniat
y por eso obtuvo tales resultados. Si basndonos en los m ate
riales por l presentados con tanta escrupulosidad los corregi
mos, obtenemos los siguientes resultados (las dos columnas ilus
tran los resultados correspondientes a los dos grupos de pro
blemas tal y como son tratados por Kniat):
A
1.
2.
3.
4.
5.
6.
7.
8.
9.
10.

En
En
En
En
En
En
En
En
En
En

las explot. de los siervos


las explot. de los siervos
las explot. censales de la nobleza
las explot. censales de la nobleza
las explot. de los siervos del Estado
las explot. censales del Estado
las explot. censales del Estado
las explot. de los siervos de la Iglesia
las explot. de los siervos de la Iglesia
las explot. censales de la Iglesia

independientes 38% 32%


no independientes 47
42
independintes 50
50
no independientes 47
46
independientes 22
16
independientes 26
26
no independientes 17
17
independientes 20
20
no independientes 27
26
independientes 23
22

As, del litigio ms importante suscitado por las categoras


de las explotaciones campesinas de los siervos independientes
en las tierras de la nobleza, obtenemos que el valor de los
gravmenes de la renta del campesino se aproxima al 50 %, lo
que podra ser aceptado por Bujak y que corresponde al que
logr por medios muy diferentes St. Grabski.23 lo cual aumenta
su razn.
Pero la obtencin de este resultado correctamente estimado
slo puede realizarse aceptando el criterio paradjico de tratar
al rgimen de la servidumbre como renta del campesino en la
realidad indagada.
Pero si las experimentaciones de Rutkowski sobre el siglo xvi
se hubieran realizado hasta el fin o que asentndose en el mismo
mtodo empleado por Kniat para el siglo xvm se hubiesen ex
tendido a las rentas de los latifundios, podramos traducir
los resultados de cada una de esas pocas a las categoras aqu
propuestas. Con el procedimiento de Rutkowski, los resultados
deben establecerse en: x = a la magnitud de la renta de la gran
propiedad seorial, con lo cual a % x sera la renta procedente
de los gravmenes de las explotaciones campesinas; tambin
tendramos y = a la magnitud de la renta de los campesinos, con
lo que b % y representara las prestaciones de las explotaciones
campesinas en beneficio del seor.
Desde luego que a % x = b % y, por cuanto se trata de mag
nitudes idnticas. En este caso la renta global producida por los
campesinos se establecera en x + (y b % y), o bien
y + (x a % x), con lo cual a % x y b fl/o y seran intercam
biables. Las cuatro magnitudes;
149

X+
x +
y +
y +

(y
(y
(x
(x

b
a
a
b

%
%
%
%

y)
x)
x)
y)

de existir datos correctos deben dar resultados idnticos. Los


clculos pudieran realizarse sobre la base de tales magnitudes
que se conoceran mejor. El reparto de la renta producida por
los campesinos se calculara seguidamente estableciendo qu
fraccin de la magnitud resultante de una de estas ecuaciones
representa x y cul y b % y (relativam ente a: y a % x).
Esto constituira el verdadero reparto de la renta producida por
el trabajo del campesino entre la aldea y el seor.
El razonamiento que acabamos de presentar se basa en la
hiptesis de que' la unidad econmica que aqu debe analizarse
es una integral compuesta tanto de las posesiones seoriales
como de las haciendas de los campesinos. No utilizamos la pa
labra empresa por no corresponder en principio a la poca
feudal. Pero subrayamos el hecho de considerar esa integral
como la verdadera unidad analtica para la indagacin de esta
cuestin. Para el examen de muchos otros problemas econmicos
deberamos adoptar otras unidades analticas segn el factor eco
nmico, de quin realiz el acto de eleccin econmica. A veces
sera la tierra seorial, otras la hacienda campesina o la del
posadero, el molinero, etc. Cada una de stas se somete al sis
tema, que limita la libertad de eleccin. Pero cada actividad
econmica se desarrolla siempre en unas condiciones econmicas
y extraeconmicas determ inadas y la heterogeneidad de la ex
plotacin econmica en las diferentes condiciones constituye un
objetivo de la historia econmica y una gran contribucin a la
teora econmica.
En el feudalismo nos hallamos con unas actividades econmi
cas, realizadas en los diferentes niveles y terrenos por las mis
mas unidades fsicas, idnticas fuerzas productivas campos,
bosques, etc., es decir, con la economa del campesino y la
del seor, entre las cuales suelen existir intermediarios: el arren
datario, el adm inistrador, etc.
El hecho de que tal actividad econmica ataa con tanta fre
cuencia a las mismas unidades fsicas es un rasgo fundamental
de la economa feudal.
Se puede y se debe delim itar el campo de las decisiones eco
nmicas, utilizando unas fuerzas productivas determinadas a los
diversos niveles de la escala feudal. En cambio, el realizar par
forc, el reparto de la economa en propia y en ajena, deli
m itar esas mismas fuerzas productivas fsicas en los bienes
propios o ajenos es como utilizar un mtodo inadecuado
para aprehender la esencia del feudalismo.
La explotacin econmica en los diversos niveles equivale en
150

la ciencia a someter cada uno de ellos a la prueba de la experi


mentacin.
As, son imprescindibles tanto las investigaciones sobre la
economa campesina, como sobre la hacienda seorial 24 y el
latifundio.25 Cada uno de ellos debe tener su peculiaridad ya que
en otra esfera y con otro carcter se tomaban las decisiones
econmicas en cada uno de los niveles.
Los resultados de estas indagaciones han de servir para la
averiguacin de otros niveles, ya que la labor econmica del
campesino suele ser una reaccin ante la accin del seor y vice
versa. La una constituye la determinante de la otra.
El anlisis del grado de autonoma econmica de las distintas
empresas de produccin, y as cabe definir la prim era parte del
libro de Rutkowski sobre el reparto de las rentas, tiene una
gran importancia para este concepto.
Hay que averiguar cul es el campo de actividad de una
unidad econmica determinada para poderlo indagar. As, bajo
el sistema feudal polaco, la autonoma del molinero era muy
extensa.26 Hay grandes dificultades para fijar la esfera de auto
noma econmica de una hacienda en el marco del latifundio.
Las relaciones son muy distintas cuando el seor administre per
sonalmente sus bienes o cuando lo hace una explotacin econ
mica del sistema de aparceras.
Parece que en el primero de estos sistemas la autonoma
econmica de la hacienda es grande, pero no significa que en la
recaudacin con el sistema de aparcera, la autonoma de la
explotacin arrendada fuese total. Por el contrario, la limitacin
impuesta a la independencia de estas haciendas por form ar parte
de la gran propiedad del magnate suele ser siempre importante
y a menudo no se la tiene en consideracin. Pero en el siglo xvm
y paralelamente a la intensificacin de la explotacin de las
grandes propiedades rurales, esta autonoma aumenta mucho.
El examen de las manufacturas del siglo xvm pertenecientes
a la nobleza es interesante, ya que por una parte constituan
una unidad en grado sumo comercializada y con un clculo
diferente, y por otra, la explotacin de las mismas se halla dis
tintamente configurada segn la magnitud de la propiedad del
latifundio, y las esperanzas fundadas en ellas para la obtencin
de beneficios indirectos a travs de la reanimacin de la vida
econmica del latifundio superan a veces las creencias en los
beneficios directos.27 Aqu, las investigaciones han de hacerse
tanto en lo que concierne a la manufactura como tal, anlisis
de la explotacin econmica en el marco de la explotacin de
todo el latifundio, como a la totalidad de ste considerando las
necesidades de explotacin de la manufactura.
Pero las dificultades ligadas a la indagacin metodolgica de
la empresa feudal son mucho mayores en lo concerniente a la
coexistencia del sector comercializado y de la llamada economa
151

natural. Se puede alegar que en cierta medida, el sector natu


ral sigue existiendo en el sistema capitalista, y sobre todo en
la agricultura. Pero en la poca capitalista los fenmenos que
se m anifiestan en el sector comercializado y en particular, las
oscilaciones de los precios del mercado, determ inan igualmente
la explotacin de los productos que no pasan por el mercado.
Deberemos volver repetidam ente sobre estos problem as tambin.
Para aclarar estas cuestiones he aqu las cifras de un balance
de la economa de un miembro de la nobleza media de la pro
vincia polaca de Malopolska, que tena tres haciendas en los
aos 1796-1798:
Hacienda
Izd eb ki

Hacienda
H oczew

Hacienda
Moczerady

Renta en metlico
Gastos en dinero

13.82620
3.988.14

7.388.27
3.35422

6.980.3
4.373.6

Beneficio en dinero
Trabajo obligatorio
Otras prestaciones
de los campesinos

9.838.6
12.703.10

4.034.5
7223.18

2.606.27
4.180.24

3.533.4

129024

330.15

16.236.15
160.000
62%
24%

8.514.12
?
?
32%

4.511.9
61.000
4,3 %
51%

2,5 zl.
3.988.14

12 zl.
3.35422

0,6 zl.
4.373.6

12.703.10

7223.18

4.180.24

16.69124
13.82620

10.578.10
7.388.27

8.554
6.980.3

2.865.4

3.189.13

1.573.27

Suma de las prestaciones


campesinas
Valor de la hacienda
Beneficio del dinero
Grado de financiacin
1 zloty gastado rinde
anualmente un beneficio:
Inversiones en dinero
Contribucin laboral
de los campesinos
Suma de los costes
de la produccin (minim.)
Renta en dinero del seor
Prdidas

As, vemos que esta empresa es muy rentable. Dos hacien


das cuyo precio conocemos rinden anualmente una renta de ms
del 5 % y con las cobradas en monedas y en frutos ms del 7 %.
En un ao cada zloty gastado rinde ms de 1,5 zl. o sea el
50 % del dinero en circulacin. El capital de gastos es bastante
pequeo (11.716 zlotys 12 groszy anualmente, m ientras que dos
de las tres haciendas costaron 221.000 zlotys) y dan anualmente
un beneficio neto de 16.474 zl. 8 gr.
152

Hay que agregar que los gastos en metlico de la familia del


propietario para su consumo personal son casi insignificantes, ya
que apenas suman 1.948 zl. 2. gr. al ao.
Pero la situacin es totalmente distinta desde el punto de
vista del campesino, ya que aparece que los gravmenes anua
les que pesan sobre l son casi dos veces ms elevados que la
renta neta anual del seor. O sea que los campesinos rinden
mucho ms que lo que el seor obtiene como beneficio. Adon
de ha pasado el resto?
El clculo del coste social de la produccin de estas tres
haciendas segn los principios capitalistas requiere que entren
en l al menos todos los gastos de produccin del seor y el
valor de las prestaciones laborales de los campesinos. El total
asciende a 35.824 zl. 4 gr., m ientras que toda la renta en metlico
de la propiedad suma solamente 28.195 zl. 20 gr. y aunque las
haciendas pagan al propietario en frutos, tampoco hemos in
cluido en los costes muchas inversiones m ateriales efectuadas
tanto por el seor como por los campesinos.
Desde el punto de vista del seor la propiedad es muy ren
table, ya que da un beneficio neto anual de ms de 16.479 zl. 8 gr.
(decimos de ms de ya que no podemos determ inar la magni
tud de la renta en frutos).
Contando slo el coste del trabajo de los campesinos para la
produccin, la prdida anual es de 7.618 zl. 14 gr., aunque de
hecho es ms elevada, ya que desconocemos el valor de las in
versiones materiales para la conservacin de los aperos y el
mantenimiento del ganado en las explotaciones campesinas y
contando sus prestaciones fuera de su trabajo, la prdida de
cada ao asciende a 12.782 zl. 27 gr.
Pero la empresa existe desde hace decenas de aos sin
estar en bancarrota. Su dueo vive con lujo limitndose a sus
gastos en metlico. Su caja rebosa de dinero ya que ingresa
anualmente un beneficio neto de 16.479 zl. 8 gr., en tanto que
sus gastos en metlico para el consumo apenas se elevan a
1.948 zl. 2 gr. Nada indica que en aquella poca la propiedad
haya sufrido alguna devastacin. La pauperizacin de las explo
taciones campesinas de la cual no tenemos ningn dato, no
puede excluirse. El propietario puede vender su hacienda cuando
quiera y el precio que reciba por ella ha de depender slo de la
oferta y la demanda.
Para la bsqueda de las medidas adecuadas al carcter es
pecfico de la empresa analizada hemos utilizado unos coeficien
tes no tpicos:
1. Calculamos la relacin entre los gastos en metlico para
la produccin y el beneficio neto en dinero, es decir, el beneficio
neto que rinde cada zloty invertido anualmente en la produccin.
2. Calculamos el ndice que denominamos grado de finan
153

ciacin de la produccin, o sea, el ndice que ha de indicarnos


el objeto de los gastos productivos en dinero en la totalidad de
sus inversiones pero al no poder calcularlo con exactitud consi
deramos como una aproximacin las inversiones en metlico y
la sum a de stas en metlico y el valor del trabajo obligatorio.
El prim ero de estos ndices es bastante exacto ya que la conta
bilidad del seor feudal tan despreocupada con las inversiones
materiales es muy escrupulosa cuando se trata de los gastos
y los ingresos monetarios, y el segundo es sin duda exagerado
por la sencilla razn de que si bien conocemos las inversiones
financieras las inversiones generales fueron mayores que la suma
de todas ellas en dinero y el valor del trabajo obligatorio, ya
que en las inversiones de carcter m aterial, aparte del trabajo
obligatorio, existan en cada hacienda feudal este coeficiente con
su valor informativo.
Subrayamos que para este m aterial debe existir una depen
dencia inversa entre el grado de financiacin del proceso pro
ductivo y, no slo la rentabilidad del sector monetario, sino tam
bin la rentabilidad general. El coeficiente de financiacin de la
produccin se eleva en la finca de Moczerady al 51 % m ientras que
en la de Izdebki slo asciende al 24 %, pero cada zloty invertido
en la produccin rinde en Izdebki 2,5 zlotys de beneficio neto
m ientras que en Moczerady slo 0,6 zloty y que el porcentaje
del capital gastado en la compra de la finca de Izdebki llega
al 6,2 0/o en tanto que en Moczerady asciende slo al 4,3 /o. Dada
su importancia, esta cuestin debe ser verificada con un mate
rial ms extenso.
Pero volvamos a los problemas de la rentabilidad de la em
presa. Hemos llegado a la conclusin de que la em presa inda
gada tena una elevada rentabilidad en el sector financiero pero
que resultaba deficitaria al realizar el clculo con las estima
ciones de las inversiones no financieras, lo que es un resultado
representativo de las em presas feudales.
La cuestin que concierne a la tcnica investigadora es mu
cho ms extensa y se halla ligada a los problemas fundam enta
les de la teora econmica.
Por una parte, este problem a se fundam enta en las empre
sas basadas en la fuerza de trabajo no emancipada,31 y por otra
se liga a una cuestin terica fundam ental como es el clculo
econmico y el carcter racional de la economa en los siste
mas econmicos que no se basan en la libertad del mercado.
En la actualidad, tiene una importancia trascendental el an
lisis terico de la explotacin campesina anterior al capitalismo
o semicapitalista como empresa, lo que es muy actual en la
ciencia contempornea y constituye un asunto candente en el
mundo de hoy en el que la mayora de la hum anidad la com
ponen los pueblos de los pases atrasados y que la mayor
parte de estas poblaciones vive en pequeas explotaciones cam
154

pesinas apenas vinculadas al mercado y cuyas familias trabajan


para sus propias necesidades de consumo.32
La explotacin campesina nutrimental utilizaremos esta
definicin convencional no deja de ser ahora una de las for
mas de organizacin de la actividad productiva ms universal.
Podemos considerarla como una empresa? Sirven para
su anlisis las categoras utilizadas para el examen de la acti
vidad econmica de las empresas? De no ser as, con qu ca
tegoras se puede analizarla? ** An no se puede contestar a
estas preguntas.
Los procedimientos tradicionales de anlisis de las empresas
han sido utilizados innumerables veces para este tipo de explo
taciones, conociendo sus resultados. He aqu un ejemplo: el
anlisis de seiscientas explotaciones pertenecientes a veintin al
deas hindes34 verificado en los aos 1937-1938 demuestra que
estas explotaciones calculadas segn los precios del mercado,
de no contarse los costes del trabajo familiar ni la renta del
capital, dieron una renta media anual de 88 rupias; pero si
unimos al clculo el coste del trabajo familiar segn los precios
aue all y entonces se pagaban por el esfuerzo humano asalaria
do y el 3 % de renta del capital, estas mismas explotaciones
tienen un dficit anual de 99 rupias. En la crisis econmica,
el Instituto Pulawski obtuvo resultados parecidos con las peque
as haciendas campesinas de Polonia en el ao 1932,3S y lo mis
mo sucede al analizar las explotaciones tpicas de los siervos
y de numerosas m anufacturas feudales.
Este problema tiene por tanto una gran importancia.
La ciencia tradicional no tendra grandes dificultades con
esta cuestin. Contestara que el campesino medio no cuenta
los costes del trabajo familiar ni la renta del capital ya que
no conoce tales categoras y no sabe calcular correctamente,
que un clculo correcto ha de tener en cuenta esos factores y que
el nico medio para estimarlos son los precios del mercado en
un lugar y en una poca determinados y que por lo tanto el
campesino no sabe si su economa es deficitaria.
El hecho de que la m itad de la humanidad realiza una acti
vidad productiva con resultados deficitarios permanentes no deja
de ser una reductio ad dbsurdum, lo mismo que en todas las
haciendas feudales y en todas las explotaciones de los siervos su
cedi en Polonia en sus cuatro siglos de existencia.
Este mtodo no resiste la crtica ni siquiera con las categoras
de la ciencia tradicional. Si para iniciar una actividad productiva
determinada se necesita, por ejemplo, A kilogramos de materias
primas y B jornadas de trabajo y que la empresa disponga
de A kgs. de materias primas y de B + x jom adas de trabajo,
y que al mismo tiempo no exista ninguna otra alternativa de
aprovechamiento del trabajo excedentario, toda la labor que
entra en la produccin debe calcularse como igual a cero. En
155

este sentido el campesino aplica adecuadamente la teora m ar


ginal.
Pero en ciertas condiciones se justifica el clculo de las ex
plotaciones campesinas segn los mtodos estrictam ente capita
listas estimando el trabajo fam iliar de acuerdo con los pre
cios del mercado, teniendo en cuenta la renta del capital, etc.
Para el historiador econmico es un problema fundamental
el responder a la pregunta de cules son las cond;ciones socia
les, cul es el nivel del desarrollo socio-econmico, y cules son
los procedimientos que se deben utilizar.
Este tem a es muy im portante y slo podemos adelantar al
gunas sugerencias. Aqu, puede tom arse como criterio las for
mas de las prestaciones exteriores de la explotacin, o sea, he
chas al Estado, impuestos, y para con la latifundista, renta
feudal y a veces incluso capitalista. En esta m isma categora
podemos incluir las form as crediticias. All donde los impues
tos, las prestaciones en beneficio del seor o los crditos son
pagados en frutos o en trabajo, no tiene sentido el efectuar el
clculo de la economa campesin segn las norm as capitalistas,
ya que nos dara los resultados mencionados (dficit provocado
por la estimacin de los costes del trabajo y de la renta del ca
pital, y rentabilidad en caso de no estim arse estos elementos).
En tal situacin:
a) el productor calcula con las categoras naturales,
b) los precios del m ercado no son determ inantes ni para los
factores de la produccin que exagera su valor ni para los
productos,
c) el de la explotacin no reacciona en principio a los in
centivos del mercado: aum ento o b aja de los precios.
All donde el sistem a socio-econmico im perante impone el
pago de los impuestos al Estado, de las prestaciones al seor
(propietario de la tierra) y al pago del crdito con dinero, la
situacin cambia radicalmente. Aparece lo que pudiramos cali
ficar de apremio a la comercializacin.37 El campesino tiene
que vender para conseguir el caudal necesario para satisfacer
todos esos pagos, bajo la amenaza de perder su hacienda. A los
incentivos del m ercado reacciona de una m anera contraria a la
que esperaba la ciencia econmica burguesa: cuando los precios
aumentan, vende menos y cuando stos bajan, se ve obligado
a vender ms. Las prestaciones que pesan sobre el campesino
no son en principio elsticas y por lo tanto las cantidades ven
didas, a menudo con una m erm a del consumo propio, son inver
samente proporcionales al nivel de los precios, el cual suele
provocar una naturalizacin relativa de esas explotaciones y al
revs. En el comportam iento econmico del campesino, existe
an una prim aca del sector natural sobre el monetario y los
precios del mercado continan siendo indeterm inantes para el
clculo y la estimacin de sus resultados productivos.
156

En cuanto empieza la reaccin positiva de la explotacin


campesina ante los incentivos del mercado, aumento de las ven
tas en caso de un alza de los precios y viceversa, los procedi
mientos del clculo capitalista son aplicables a estas empresas.
Es decir, se convierte en verdad en una empresa.
Esta reaccin positiva a los incentivos del mercado slo exis
te cuando hay alternativamente las posibilidades de aprovecha
miento de los medios de produccin existentes y en especial
cuando el trabajo de la explotacin puede ser vendido fuera
de ella.
Son inmensas las dificultades con que se tropieza en la po
ca feudal para el anlisis de los sectores que no forman parte
de los latifundios y sobre todo en lo que concierne a las gran
des ciudades y las formas de sus empresas de produccin, como
los talleres de artesana. La extensa literatura de la historia
de las corporaciones artesanales no nos brinda ninguna res
puesta, lo que no es extrao ya que el carcter mismo de los
datos impone esa limitacin. Los archivos de las corporaciones
o de las ciudades nos ofrecen un abundante m aterial normativo,
jurdico y costumbrista, pero con muy pocos documentos de un
carcter econmico o sobre el clculo de la produccin. No obs
tante, se dan algunas excepciones como los protocolos de las
comisiones encargadas de controlar la produccin para el esta
blecimiento de las tasas voivodales. Gran parte del material nor
mativo o jurdico de las corporaciones tiene hasta cierto punto
un carcter econmico pero suelen faltar los materiales fun
damentales como los elementos contables de los talleres corpo
rativos, lo que no significa que el problema sea insoluble, ya que
adems de los citados protocolos ej historiador cuenta con mu
chos otros mtodos. Por ejemplo, la estimacin del taller arte
sano efectuada despus de la m uerte del m aestro puede ser
una base para ciertas hiptesis (valor del taller, instrumentos,
m aterias primas, productos elaborados, ligados con los datos
de las actas normativas sobre la magnitud de la produccin o la
remuneracin de las fuerzas auxiliares). Pero esta cuestin sigue
siendo difcil y requiere muchas hiptesis a veces arriesgadas.
En la ciencia polaca, no existe ninguna tentativa de reconstruc
cin del clculo de un taller artesanal, de su rentabilidad y del
reparto de la renta efectuado en el mismo.

LAS IMPLICACIONES IDEOLGICAS E N LAS


INVESTIG ACIONES SOBRE LAS EM PRESAS CAPITALISTAS

En la poca capitalista, la tarea se simplifica en teora. El


objetivo de la indagacin es en este caso la misma empresa.
Sus dificultades son con las empresas, y entre stas y el cartel,
157

etc., y aunque existan en la prctica pueden ser superadas con


la abundante literatura de la economa capitalista.
Pero hay tambin obstculos ideolgicos.
La exploracin de la historia de las empresas cuenta con una
vieja ejecutoria y es fcil descifrar sus rasgos ideolgicos, y que
se desprenden de la joven escuela histrica que en su afn de
descubrir todo el pretrito monogrfico de las instituciones que
en cualquier poca existieran no se olvid de las instituciones
empresariales, ya que incluso tuvieron un lugar de preferencia
y esto por razones muy comprensibles.
En la base de esta orientacin se halla la tendencia tan
antigua como la cultura hum ana de buscar una legitimacin
en el pasado, la justificacin del lugar que se ocupa en el pre
sente y el que se aspira a ocupar en el futuro. La historia de las
dinastas deba consolidar su antigedad y los viejos xitos de
su autoridad entre la poblacin, con independencia de que se
tratara de la dinasta Carolingia cantada por Einhard, de los
Piast elogiada por Gallus, o la de cualquier rey americano
de no im porta qu ram a industrial, alabada' por alguno de los
investigadores de la escuela Business History. La apologa de
los empresarios como creadores, e incluso nicos creadores
de las fuerzas econmico-sociales, en su calidad de promotores
del progreso, como fuerza dernbadora de las adversidades y
transform adora de la recalcitrante m ateria en el mundo, es un
elemento conocido en la historia de las ciencias econmicas. A
finales del siglo xix y comienzos del xx fueron los alemanes los
principales autores de estas apologas,3* que ahora encuentran
simpatas en los Estados Unidos. El emigrante viens y luego
profesor norteam ericano Joseph Schum peter es un heraldo sim
blico de esta tendencia conocida como escuela Business His
tory.39
.
Los historiadores polacos han conocido esta tendencia bas
tante antes de que naciera con ese nombre en los Estados Uni
dos, e incluso con una expresin mucho ms prim itiva en la cien
cia im perialista alemana, la cual edit centenares de trabajos
sobre los alemanes precursores del capitalismo y del progreso
social en los territorios salvajes del Este de Europa y cuya ini
ciativa creadora ilumin el progreso a los brbaros.
La conocen m ejor an los pueblos que hasta hace poco o que
todava siguen siendo coloniales en la historiografa apologtica
de las metrpolis. La biografa de esos paires patriae, las mono
grafas de sus empresas, los libros conmemorativos de sus jubi
leos, etc., todo ello cre una enorme biblioteca de obras cuya
ingenuidad apologtica suele estar por encima del cronista me
dieval y que le son tan tiles en este dominio cientfico como
esos mismos cronistas aunque, por fortuna para nosotros, los
datos documentales de que disponemos sobre unos tiempos ms
cercanos son de ms fcil verificacin.
158

Diferenciamos la ciencia de los pases imperialistas con la


historia econmica de los territorios de su expansin porque en
esos casos la tendencia que queremos resaltar se manifest con
una claridad particular. Pero con ello no pretendemos afirm ar
que la ciencia polaca no haya procedido de la misma manera
en su apologa del capitalismo, y la de los precursores del ca
pitalismo, los Steinkeller, los Lubienski, los Kronenberg y otros
pertenece en lo fundamental a esta misma categora. Los rasgos
especficos de la psicologa nacional polaca hacen que esos hroes
tengan unos rasgos caractersticos. Las fulgurantes carreras o la
ruina de un Tyzenhaus o de un Steinkeller se estilizaron de acuer
do con el ideal romntico de este pas. Las charreteras de general
de Tomas Lubienski o el destierro poltico de Kronenberg per
tenecen a la independencia nacional polaca.
La teora de Schumpeter40 dio un nuevo impulso a las inda
gaciones sobre la historia de las empresas y en particular de los
empresarios. Segn este autor la economa poltica subestima la
importancia de la variabilidad de las condiciones en que se ma
nifiestan o pueden haberlo este o el otro fenmeno que le inte
resa, y que cada uno de ellos, como el aumento de la poblacin,
las barreras aduaneras, etc., puede tener unos efectos distintos
segn en qu sociedad se produce y cmo sta reacciona. Cuando
despus del cambio de un factor los dems factores se adaptan
a la nueva situacin, Schumpeter denomina ese hecho con el
trmino de adaptive respons (respuesta que se adapta). Pero
cuando surge un elemento nuevo, al margen de los conocidos,
entonces se trata segn l de Creative respons (respuesta creado
ra). Esta ltim a situacin se caracteriza por el hecho de que: pri
mero, en la prctica no puede comprenderse ex ante, es decir,
no puede ser prevista al basarse en los principios existentes
hasta entonces; segundo, influye mucho en especial en los acon
tecimientos y es incomparable con la situacin que pudiera crear
se si la Creative respons no interviniera. En la sociedad capita
lista, esta Creative respons depende del empresario.
Schumpeter concede gran importancia a la diferenciacin de
los cuatro tipos sociales:
a) al empresario,
b ) al capitalista,
c) al manager, y
d ) al inventor.
Este ltimo es el que menos le interesa. Qu importancia tie
ne que la ciencia griega conociera todo lo indispensable para
la construccin del alto homo si los griegos no lo construyeron?
Qu importa que Leibniz m ostrara la posibilidad y la utilidad
de la construccin del Canal de Suez si no se realiz?
Schumpeter tiene en cuenta la desconfianza hacia las innova
ciones y el temor al riesgo del dueo del capital. De ah su apo
loga del empresario como verdadero creador de la Creative
159

respons. Pero para l el empresario no es siempre ni mucho


menos el dueo de la empresa, ni los accionistas de la sociedad
por acciones sino ms bien cualquier representante del personal
adm inistrativo y directivo. Es natural que al insistir sobre la
Creative respons expresara con claridad su tesis sobre los elemen
tos imprevisibles del desarrollo econmico, sobre los elementos
del indeterminismo.
Este fue el elemento terico que aparte de la apologa del
empresario demostr ser tan atractivo para algunas ram as de
la investigacin histrica. Nacida en el apogeo de los Estados
Unidos por el ao de 1925 y desarrollada durante la lucha en
torno al "New Deal, la historia del business reaccion de un
modo bastante combativo contra el determinism o social o socia
lista escribe,con delicadeza un historiador francs.41
Desde su aparicin, hace unos cuarenta aos en Norteam
rica*2 la vocacin de la B usiness H istory ha sufrido una larga
evolucin, escindindose despus de la Segunda Guerra Mundial
en dos tendencias. La tendencia tradicional sigue la lnea traza
da por el fundador de la escuela N.S.B. Gras. La glorificacin
de la libre competencia como nico mecanismo de seleccin, la
alabanza de las potestades triunfadoras en esta competencia,
la hostilidad hacia la ingerencia estatal haciendo un espantajo
del New Deal de Roosewelt, el business privado aupado al
rango de religin del capitalismo, todo ello tiene su raigambre
y su funcin sociales aun ahora a pesar del gigantesco incre
m ento de la representacin econmica del Estado en la eco
noma capitalista despus de la Segunda Guerra Mundial y de
su prosperidad, todo lo cual no deja de socavar gradualmente
aquella orientacin.44
No es extrao, pues, que en las nuevas condiciones naciera
una orientacin nueva y de un carcter revisionista con res
pecto a la anterior. Su artfice fue Arthur H. Col, quien signi
fic la diferencia de su teora en el nombre mismo, al cambiar
la palabra Business en E ntrepreneurship. Se distingue de su predecesora en tres puntos esenciales:
1. Bajo la influencia schum peteriana no identifica los em
presarios y los capitalistas.
2. Postula con vigor a favor de la investigacin de la em
presa en el marco del medio social a la cual pertenece.
3. Es partidaria de la ingerencia del Estado en la vida eco
nmica.46
En suma, dicha escuela es menos apologtica que las ante
riores. Es bastante ms histrica al pronunciarse resueltamen
te en contra de los numerosos adversarios de la m odernizacin47
Es tambin sociolgica: pues se interesa no slo por los gran
des capitalistas y los organizadores de la industria, o por los
ms im portantes em presarios como individualidades sino por
las cosas de los pequeos empresarios en tanto que medio so160

ciai; por ltimo, su inters no slo es por la empresa sino tam


bin por las condiciones sociales que propician o frenan su
actividad.
Aqu, pasamos ya de la historia empresarial al anlisis de
la historia econmica del pas. Y es donde aparece el peligro
de tomar como punto de partida a la empresa.
La escuela de Col mantuvo en principio la actitud de que
la empresa nicamente puede desarrollarse favorablemente en
una sociedad predispuesta hacia la misma, y donde la posicin
social del empresario es apreciada por la sociedad ocupando un
rango en la jerarqua social, y donde las actividades de la em
presa son dignas de elogio.
Esta tesis fue atacada de modo violento por A. Gerschenkron,4
quien seal las enormes fortunas acumuladas por los usureros
en las sociedades que condenan y desprecian a la usura, las gran
des rentas y el desarrollo de las fuerzas econmicas del estado
llano en las sociedades en las cuales la posicin social de los
empresarios era ms bien baja o los inmensos beneficios de
la empresas capitalistas en los pases coloniales.
La actitud de Gerschenkron provoc el resuelto y concn
trico ataque de la escuela.49
Los elementos de esta disputa se hallan ligados a la postura
sociolgica sobre la cual se basa la escuela de Col, o sea, la
teora de los papeles sociales de Parsons.s<> Aqu, slo nos
interesa la ideologa de la cuestin. Antao Gras y sus discpulos
no se interesaban por el medio social en el cual el empresario
actuaba. Esto no les serva para nada. Por el contrario, el marco
de un medio atrasado u hostil propiciaba a veces la heroica
caracterizacin del empresario lo mismo que en la ciencia
polaca se hizo de Tyzenhaus o de Steinkeller unos hroes ro
mnticos pero con la diferencia de que los hroes de Gras
salan vencedores. Pero como la clase dominante necesita de la
afirmacin social debe considerar sta como un factor positivo
para el desarrollo social y el de su propia actividad. Tambin
as pensaba Col.
Los rasgos ideolgicos de la actual Business History ameri
cana son visibles de igual modo para los historiadores no marxistas. A. Chabert escribe: Si el empresario americano abre
con tanta facilidad la puerta de sus archivos personales a los
investigadores, es porque es muy sensible a un sentimiento como
es el del orgullo, unido en su espritu al deseo propagandstico.
Y afirma: Nos parece que con independencia de la honradez
moral del investigador, sus trabajos suscitan ciertas crticas no
tanto quiz por su falta de objetividad sino cuando menos por
cierta discrecin como resultado de su dependencia material al
empresario.*51
Esa dependencia material en relacin con el empresario se
puede entenderla ms extensamente y no siempre en su sentido
161
HCS

100.

11

vulgar. Es verdad que, particularm ente en Amrica, se da con


frecuencia la financiacin directa de los trabajos ligados a la
1fusiona Ja e Jafeiennmdaas empresas~por~susJaunos attukies.* Mas
frecuente todava es el fenmeno de la dependencia financiera
indirecta, a travs de las fundaciones, pero es mucho ms gene
ral la dependencia ligada a la autorizacin que requiere el acceso
a los archivos. Esto es algo que ya se daba en la poca de entre
las dos guerras, cuando las grandes familias aristocrticas pro
hiban a los investigadores el acceso a los archivos familiares
si las indagaciones no se hacan conforme a sus deseos. Esto se
repite en estos momentos en el anlisis de las grandes empresas
capitalistas. No hay discusin cientfica en tom o a los temas de
la historia econmica del capitalismo sin numerosas quejas
de los investigadores sobre lo inasequible de los archivos em
presariales y las dificultades con que tropiezan en su aprovecha
miento. Incluso los cientficos de los pases capitalistas alejados
del.com unism o envidian a los historiadores de los pases don
de los archivos de las empresas han sido nacionalizados junto
con stas.
La comprensin de las limitaciones y de los riesgos de la
B usiness H istory tal y como existe en los Estados Unidos se
halla hoy bastante extendida si no en ese pas s en la Europa
Occidental, como lo prueba el citado artculo de Chabert, y con
mucha ms claridad an el informe program tico presentado
por el im portante investigador T. S. Ashton en el X Congreso
de Ciencias Histricas celebrado en 1955 en Roma. Escribe: Hace
algunos aos, los que analizaban el incremento del capital se
interesaban en especial por la personalidad de quienes lo aho
rrab an y ponan a la disposicin de la industria y del comer
cio... Pero, bajo la influencia del pensamiento econmico, el
centro de los intereses se traslad del proceso de acumulacin
al fenmeno inversionista... en la economa entera.52 Y tam
bin se podra agregar de la psicologa del capitalista indi
vidual al proceso social que fue su fuente y su expresin. Pero
todos los investigadores saben que la famosa libertad de elec
cin de los empresarios se halla lim itada a un m arco bastante
estrecho por las diferentes determ inantes sociales,53 donde tie
nen preferencia las indagaciones acerca de estas determinantes.
Si
dedicamos tanto espacio a los aspectos ideolgicos de las
investigaciones apologticas sobre la historia de las empresas
capitalistas, es slo porque le asignamos a estas investigaciones
cientficas de la historia de las empresas una importancia tras
cendental; pero si estas exploraciones han de cumplir con la
misin que en nuestra concepcin les asignamos, deben liberar
se no slo de la directa dependencia con respecto a los empre
sarios que las financian o que perm iten el estudio de sus archi
vos sino que sobre todo han de liberarse de las tendencias apo
logticas en relacin con la clase de los empresarios. El em
162

presario que financia o se presta a la redaccin de la historia


de su empresa aspira a que se le elija un monumento. El histo
riador que analiza la historia de las empresas, debe aspirar
a indagar determinados fenmenos generales sobre la base de
unos materiales concretos.
En las investigaciones sobre la historia de las empresas es
una tentativa precursora la iniciativa de Pokrowski y de Gorki
conocida hace ya un cuarto de siglo en la Unin Sovitica con
el ttulo de Historia de las fbricas y de las profesiones.s* A cau
sa de la situacin en que surgi, esta iniciativa se centraba en
los problemas de la lucha de clases y no en los problemas de
carcter econmico. Sin embargo, se puede suponer que con
el tiempo el trabajo de los investigadores se hubiese extendido
a otros problemas si no fuera que esa iniciativa dej de existir
en el. curso de la dogmatizacin de la humanstica sovitica.
Para la historia econmica m arxista de la poca capitalista,
son imprescindibles las investigaciones en torno a la historia
de las empresas y sobre todo el clculo de las mismas y los
cambios sufridos en el tiempo por estos clculos. Aqu, tratare
mos tanto el clculo inversionista junto con su financiacin,
como el clculo del proceso corriente de la produccin y de los
problemas como son la productividad del trabajo, la magnitud
de la plusvala, el reparto de la renta y del beneficio, etc.*

PROPOSICIONES METODOLGICAS SOBRE LAS


INVESTIGACIONES RELATIVAS
A LAS EMPRESAS FEUDALES
La vida econmica de cada pas contiene siempre una gran
riqueza de los ms diversos elementos que suele ser inmensa
en la realidad social de todas las pocas pero en especial en
las de transicin de un sistema a otro, como durante el largo
perodo del paso del feudalismo al capitalismo en Polonia. Pero
no basta con enumerar esos fenmenos ni con determ inar la
frecuencia de su aparicin, como hizo la ciencia positivista, o la
frmula de Rutkowski segn la cual no son las mudanzas cua
litativas sino las de proporcin las que distinguen entre s los
sistemas econmicos. Partiremos del principio de que los ele
mentos que configuran una unidad econonuca determinada no
pueden constituir un conjunto casual sino que representan una
entidad total, funcionalmente vinculada. Por ejemplo, en la histo
ria de las manufacturas polacas del siglo xvm , encontramos
uno junto al otro estos fenmenos y formas tan ricos en su
diversidad en el campo de las fuerzas productivas, los procesos
inversionistas, la fuerza de trabajo, la organizacin de la pro
duccin, el mercado, la rentabilidad, etc... hasta el extremo de
163

que slo percibimos el sentido de ese cuadro catico en apa


riencia con el anlisis funcional de cada uno de esos elementos
en el marco general de la magnitud a la cual pertenecen.^ Si
form aron parte de esa dimensin total, se puede suponer que
cumplieron con alguna funcin en su seno con independencia
de que esta funcin fuera beneficiosa o perjudicial para el pro
pietario de la m anufactura. La condicin para comprender dicha
funcin radica en establecer correctam ente a qu m agnitud eco
nmica pertenece ese elemento determinado, qu funcin cum
pli en ella y cules son las necesidades que deciden de su du
racin o su desaparicin dentro de una dimensin determinada,
ya que su determinacin tropieza con serias dificultades en
otras pocas que no sean la capitalista y peor an, al no dispo
ner h asta ahora de un mtodo elaborado, es por lo que hemos
dedicado tan ta atencin a esta cuestin.
La investigacin funcional de los diferentes elementos que
intervienen en la vida econmica exige el anlisis de las unida
des de explotacin, como son las empresas, como una de sus
tareas fundamentales.
Una advertencia: el anlisis de las unidades econmicas y en
prim er lugar del clculo mencionado como prim era fase inves
tigadora debe realizarse con los procedimientos adecuados a la
indagacin de una poca determinada, es decir, no siempre ios
del sistem a capitalista.
El problem a que planteamos es de una importancia trascen
dental, y apenas investigado hasta ahora.
Los procedimientos de clculo en la poca capitalista son
sencillos ya que existe un denominador comn que perm ite aco
m eter el clculo del capital. Todos los elementos, incluso el
tiempo y el riesgo son m ensurables en dinero. Este su denomi
nador comn se establece en el mercado a travs de la accin
de las leyes del mismo. Incluso aunque algunos no han pasado
nunca por el mercado los podemos estim ar por su precio en
ste ya que esa estimacin es la que influy sobre la actividad
econmica de los factores que intervinieron en ella.
Segn la tesis de Sombart, las categoras como el clculo,
el beneficio, etc., suelen ser propias de lo que l llam el
espritu capitalista y ajenas a las dems pocas, en las que, a
nuestro juicio, poseen un sentido muy diferente.
En las pocas no capitalistas, el citado denominador comn
slo puede aplicarse a unos problemas limitados o fraccinales.
En el sistema socialista, por experiencia propia, sabemos que
la ley del mercado es totalm ente distinta a como se presenta
en el sistema capitalista. El dficit de los productos de consumo
no lo hace por alza general del nivel de los precios sino a travs
de las colas o filas de personas delante de las tiendas y de la
diferencia entre los precios fijados por el Estado y los precios
especulativos. Los elementos de la fijacin arbitraria de sus

164

tasas, en particular de las materias primas, provoca un cambio


fundamental en el clculo econmico de las empresas de pro
duccin, el despilfarro de materias primas la madera, por ejem
plo y la rentabilidad ficticia o no. El elemento resultante
de la falta del libre juego de los capitales en el mercado y la
fijacin en estas condiciones de la tasa de la renta slo con
grandes dificultades sirve a la aplicacin del denominador comn.s7 Mucho mayores an son las dificultades con que tro
pieza el anlisis del clculo econmico en las sociedades precapitalistas ya que su rasgo caracterstico es la relativa estrechez
del mercado, el cual es reducido sino muy imperfecto, para
emplear la terminologa keynesiana.
Las nuevas conquistas de l teora econmica del anlisis
concreto de la imperfeccin del mercado58 quiz perm itan al
ser utilizadas con este fin, solucionar ms de una dificultad en
los trabajos histricos.59 Pero lo peor no es que ese mercado
sea estrecho e imperfecto ino que su influencia en la econo
ma es muy limitada y a veces mnima o que slo interesa a
ste. La caresta de un artculo no suele provocar el incremento
de su oferta ni la baja del precio del mismo la disminuye. Es
decir: en el sistema feudal, a la inversa que en el capitalismo,
la explotacin econmica de los bienes que no pasan por el mer
cado, se suele realizar con independencia de ste.
Al ser as, existen graves consecuencias para los mtodos
de anlisis del clculo econmico en relacin con las pocas
precapitalistas.
En el sistema capitalista el clculo econmico se basa en
los cambios del mercado y en especial en los precios de los
productos, los servicios, el dinero, porcentaje de la renta, etc.,
que se establecen en l, por lo que el investigador puede exami
nar la actividad econmica de la poca capitalista con su ayuda.
En el sistema feudal, el mercado es reducido e imperfecto
y no influye demasiado en la explotacin econmica fuera de
los sectores de la actividad econmica social ajenos a l.
De lo cual se desprenden consecuencias trascendentales. La
aplicacin del clculo econmico basado en el clculo de tipo
capitalista, es decir, a travs de la valoracin de los bienes y
servicios adquiridos o no segn los precios existentes para ellos
en un mercado determinado constituye para los tiempos preca
pitalistas un procedimiento no slo anhistrico de interpretacin
de la actividad humana segn los principios propios para otra
poca, sino incluso un peligro. La aplicacin de los precios esta
blecidos en un mercado en el que slo se encontraba una mni
ma parte de los bienes y servicios producidos a la masa de sto
suele conducir al error. Este mtodo es peligroso en especial pan.
la valoracin del trabajo cuando el mercado de la fuerza de tra
bajo bajo el sistema feudal es tan pobre y.marginal que la masa
fundamental de la fuerza de trabajo humana no tiene derecho
165

a pasar por l, y que por lo tanto la fuerza de trabajo de libre


contratacin suele tener un precio muy elevado.60 Si estimamos
con este valor pecuniario las prestaciones de los siervos a la
hacienda del seor para su clculo, sus resultados sern exorbi
tantes.*!
As, como resultado de un anlisis escrupuloso de las cuen
tas de una hacienda determ inada a finales del siglo xvm y co
mienzos del xix, B. Puczynski llega a la conclusin de que esta
propiedad slo puede someterse a un clculo basado en el valor
del trabajo gratuito de los campesinos, muy im portante para
ella.*2
Pero el valor de la jornada de trabajo del siervo era mucho
ms bajo que el que pudiera pagar el propio dueo de la hacien
da por un jornalero temporal.
Otro ejemplo: cuando no existe el mercado de la fuerza de
trabajo, no puede establecerse en l su precio. Si este mercado
es imperfecto pueden existir varios valores pecuniarios para
una misma labor. En' los aos 60 del siglo xix se public en el
Anuario Econmico polaco un cuadro basado en los datos su
m inistrados por los corresponsales de la Sociedad de Agricultu
ra en el que se daban los precios de las jom adas de trabajo
para cada mes y cada comarca del pas. En este conjunto de
datos se diferenciaba a la fuerza de trabajo de los habitantes
del lugar y de los transentes, en sus salarios, muy distintos
sobre todo en los comienzos del feudalismo.
Con arreglo a qu precios deba estim arse el valor de las
prestaciones obligatorias? En apariencia, segn el precio paga
do a los habitantes del lugar ya que las prestaciones eran retri
buidas por ellos, pero por otra parte en la determinacin de las
tasas de la fuerza de trabajo local, siempre han tenido impor
tancia factores extraeconmicos, los cuales los rebajan artifi
cialmente. Se ha intentado valorar las prestaciones obligatorias
segn las tasas con que se las estim aba en el clculo de los
inventarios y en las cuentas, pero en estos casos dichas tasas
deben ser muy bajas, y aunque se ha probado tom ar como base
las pagadas por los campesinos por las jom adas no cumplidas
o por las llamadas contrataciones de la servidumbre, no pue
den ser demasiado elevadas, ya que su finalidad era la de frenar
los medios m onetarios de la aldea.
Cuando no existe el mercado de la fuerza de trabajo, ningn
instrum ento de anlisis puede reem plazar al clculo de la esti
macin de la fuerza de trabajo en el mercado.
Nos hemos detenido en este ejemplo en atencin a la impor
tancia fundamental que en el clculo de cada unidad econmica
debe tener la fuerza de trabajo, la cual es al mismo tiempo un
elemento en relacin al cual los fenmenos del mercado en la
poca feudal tienen un carcter menos determinante.
Pero las dificultades no slo son sobre la valoracin del
166

trabajo, ya que existen para determinar, por ejemplo, el valor


de las materias primas.
Tomemos como ejemplo la madera. En el ao 1785 se public
en Polonia un manual de la fundicin de vidrio de Torzewski63
el cual fue elaborado en forma de dilogo, y empieza con una
escena en la que el Starosta smbolo del labrador alaba
al seor Wiadomski por el sistema de explotacin de sus tie
rras. Para el Starosta lo ms destacado del sistema es su autar
qua, ya que no ha de comprarse casi nada. Pide consejo a
Wiadomski sobre un problema: cmo aprovechar los bosques,
que son muy extensos y cuya m adera no se aprovecha. Wiadoms
ki le sugiere construir una fundicin de vidrio para cjuemar
aquel material. En su proyecto, Wiadomski argumenta "la exis
tencia de un mercado local para la venta de los utensilios de
vidrio,64 mientras que por otra parte, la m anera en que el Staros
ta presenta las cosas prueba que en una poca dada no haba
en una regin determinada ninguna posibilidad de su venta. El
Starosta acepta con alegra la idea de aprovecharla en el homo
de la fundicin.
La situacin que en esta escena se describe seala que la
decisin econmica de utilizar la madera para quemarla en la
fundicin no deba ser un acto de eleccin econmica, ya que
el Starosta al menos no la ve. Esta tesis es algo paradjica. De
todas maneras, la creacin de la fundicin de vidrio por el Sta
rosta es un acto de eleccin econmica.
Pero esa escena nos hace pensar que de realizar el clculo
econmico de dicha fundicin contando el material consumido
en el fuego al precio que han de pagarla, si es que la quisieran
pagar, llegaramos a unos resultados exorbitantes.
El dueo de un bosque situado a orillas de un ro, que desea
se instalar una fundicin de vidrio, ha de calcular si no le dara
mejor resultado el utilizar la corriente de las aguas para llevar
la madera hasta el puerto que no quemarla en los hornos, con
siderando la diferencia de los costes de una u otra empresa.
Pero el Starosta del manual de Torzewski no razonaba as. Pero
cmo calcular su explotacin?
Slo existe una posibilidad de eleccin al haber un mercado
perfecto, pero ste es una abstraccin terica que no tiene
relacin ni siquiera con la realidad del capitalismo liberal, y cuya
utilizacin en las investigaciones sobre la economa feudal es
un anacronismo.
Pero tambin en la economa precapitalista las gentes rea
lizan clculos econmicos y llevan las cuentas a su manera, y
Sombart no tena razn al considerar el clculo econmico como
un invento del espritu capitalista. Es posible que a menudo
en las pocas precapitalistas, entren en el cmputo los elemen
tos extraeconmicos, pero no est descartado que en el clculo
del capitalismo verdadero no intervengan. As, cmo analizar
167

esa conjetura y esas regularidades de la explotacin econmica


precapitalista?
Segn las conquistas actuales de la ciencia si calculsemos
cualquier empresa feudal (latifundio, hacienda, finca, m anu
factura) con los procedimientos propios del clculo capitalista,
valorando todos los factores que entraban en la produccin y no
eran comprados en el mercado6tierras, edificios, madera, ins
talaciones hidrulicas levantadas con el trabajo de los siervos,
m aterias primas, etc., siempre llegaramos a la conclusin de
que tales empresas trabajan con dficit.
En cambio si hiciramos el cmputo sin contar los elementos
que no costaron ningn dinero, los resultados seran muy be
neficiosos.
Puede preguntarse si la diferencia entre estas dos magnitudes
no representaran la medida del despilfarro social. Pero tal afir
macin sera demasiado sencilla.
El asunto es mucho ms complicado. En prim er lugar con
cordamos en que el prim ero de esos resultados es absurdo:
pues todas o casi todas las empresas de un pas no pueden tra
bajar durante largo tiempo con un dficit casi perm anente cuan
do simultneamente no comprobamos en su economa las ca
tstrofes de su ruina. Tampoco deja de ser inverosmil el segun
do resultado en el cual todas o casi todas las empresas dan de
modo permanente enormes beneficios ya que adems no vemos
un claro progreso en la economa nacional.
En el prim er caso, el utilizar los procedimientos del clculo
capitalista nos lleva a una exageracin enorme de los costes.
En la economa capitalista podemos valorar en principio con
ciertas reservas en cuanto a la economa del pequeo campe
sino los elementos que entran en la produccin y que no han
sido adquiridos segn sus precios en la contratacin ya que la
hiptesis de que si hubieran pasado por el mercado su precio
no hubiese cambiado no es bastante realista. Es decir, tambin
es vlida la hiptesis de que el propietario de esos elementos
m aterias prim as o fuerza de trabajo hubiera podido vender
los en el mercado al precio de tasa, pero ambas conclusiones
son absurdas en tiempos del feudalismo.
Con el ejemplo de la m adera existente en las regiones ale
jadas de los centros donde se utiliza como combustible hemos
sealado que no exista ninguna posibilidad de venta de ese
gnero en el mercado y por lo cual este m aterial no poda con
vertirse en una mercanca. Al mismo tiempo, si imaginsemos
que toda la fuerza de trabajo de la Polonia del siglo xvm pasara
por esta contratacin el precio de la misma se establecera muy
por debajo de los que se pagaban entonces a la pequea frac
cin de las masas trabajadoras asalariadas.
En el segundo caso, al no incluir en los costes los elementos
no adquiridos con dinero en el mercado, los gastos generales se
168

reducen a su mnima expresin y a veces a cero. En las inda


gaciones personales sobre la m anufactura de telas de los Radziwill en Nieswiez el nico gasto monetario de esa empresa fue
la compra en Krolew de colores para la tintorera. Esta cuenta
deforma la realidad. La deformacin es tanto mayor en la histo
ria polaca de las grandes propiedades en los casos de las acu
saciones que se haca a los administradores o los arrendatarios
de toda clase de depredaciones en las fincas. En lo econmico,
estas depredaciones- son la merma del potencial productivo
de una hacienda determinada.
La renta consumida rebasaba por lo visto los beneficios pro
ducidos por la explotacin. Estos litigios eran muy enmaraa
dos y muy difcil el probar o negar las acusaciones, lo que no
es de extraar en aquellos tiempos que la contabilidad tena
unas formas establecidas y uniformes que se referan exclusiva
mente a las rentas y a los gastos monetarios sin tener en cuen
ta el valor de la finca en metlico ni los cambios que en ella
se producan.** Este hecho no es slo el reflejo de la falta de
la idea del clculo o de la carencia del conocimiento econmi
co-matemtico. La estimacin de todos los bienes, muebles e
inmuebles, de la explotacin sgn los precios del mercado hu
biese sido en las relaciones econmicas de aquella poca una
operacin sin fundamento terico.*7 As los cambios que se ope
ran en la esencia de la finca en un determinado perodo eco
nmico (cambios en la magnitud del inventario, en el nmero
del ganado, la superficie de la sementera, el nmero y la capa
cidad de prestaciones de las explotaciones campesinas, etc.) no
tenan ningn denominador comn, por lo que era imposible
dictaminar si la depredacin tuvo lugar efectivamente y de
ser as cules fueron sus dimensiones. En la explotacin del
campesino tiene primaca el sector natural y el seor tiene la
preferencia en el sector monetario. Todo cuanto sirva para au
m entar los ingresos del dinero es del agrado del caballero feudal.
Pero no es posible saber en aquellas condiciones del sistema
si este incremento del dinero no se haca a costa de la subs
tancia de la finca. De aqu la contradiccin entre el deseo de
aumentar los ingresos monetarios y los litigios sobre las de
predaciones.
As, el no incluir en el clculo los elementos utilizados en
la produccin y no adquiridos en el mercado, hace rentable
la manufactura que ha disminuido la capacidad productiva de
ciertos bienes en otros sectores. Aunque Tyzenhaus increment
mucho los ingresos del tesoro real con la economa lituana,
la arruin con su administracin.**
El problema se complica con un nuevo elemento difcil de
establecer. Suponiendo que la manufactura, que aqu todos to
mamos como muestra, haya devastado los bosques de unas fin
cas determinadas, la apreciacin econmica de este fenmeno
169

depender del hecho de que all y entonces existieran otras for


mas de utilizacin econmica de los bosques tales como el con
ducirlos, cuando era posible, por el ro hasta una ciudad por
tuaria. En el caso contrario, el quem ar la m adera en los hornos
de las fundiciones de hierro o de vidrio hubiese sido la nica
m anera econmica de su utilizacin, la ms rentable.
La estimacin en dinero de los elementos del proceso de
produccin sin pasar por el mercado o que salieron de la pro
duccin no m ercantil est basada en una serie de principios
irreales:
a) supone la existencia de un precio en el mercado relati
vamente uniforme para cada uno de los elementos comenzando
por la fuerza de trabajo;
b) cree que todos los artculos y todas las clases de fuerza
de trabajo tienen un valor econmico y un precio que permite
valorarlos;
c) da por seguro que el empresario, organizador de la ac
tividad econmica y propietario de los medios de produccin
tiene la posibilidad de elegir: o bien vender un artculo deter
minado en el mercado y obtener por l el precio equivalente
all, o bien utilizarlo en el proceso de produccin, obteniendo
mayores beneficios.
En definitiva: la reconstruccin del clculo de la empresa
es un criterio de la eleccin racional efectuada por el empre
sario. El clculo de los gastos es la reproduccin de las sumas
de las prdidas soportadas durante el proceso de produccin.
La introduccin en este clculo del valor monetario de la ma
dera empleada y no com prada es una prdida slo cuando hubie
ra podido ser convertida en dinero a un precio dado.
Era esto realizable? El incluir en los costes el valor del tra
bajo de los siervos hubiese tenido un sentido slo si al renun
ciar a la produccin que haba de utilizar ese trabajo hubiese
sido posible vender esa fuerza de trabaje a su precio. Pero
era factible?
Los partidarios de un mtodo diferente de investigacin pu
dieran oponer una reserva, la de que al incluir en el clculo
de los gastos la estimacin de los artculos no procedentes del
mercado aspiran no slo (o no tanto) a reproducir el cmputo
de los beneficios y las prdidas del empresario, que no a hacerlo
de los beneficios y las prdidas sociales. Pero ello no resiste
a la crtica.
Cada m adera utilizada productivam ente y que no puede ven
derse es desde el punto de vista social rentable y aum enta la
renta social aunque slo sea en una medida mnima. El nico
lmite perceptible es la m erm a de la substancia de la propie
dad y de su ulterior capacidad productiva. El concepto de la
depredacin de los bienes tena mucha importancia, y con jus
ticia, en el razonamiento econmico de la nobleza polaca.69
170

Entonces, cmo salir de este lo de dificultades insupera


bles?
S, insuperables. El sistema feudal brind menos posibilida
des de un proceso racional econmico que el capitalismo.7 La
utilizacin de los mtodos del clculo capitalista para el ana
lisis de una sociedad que no slo no los ha conocido sino que
no cre las objetivas condiciones sociales para su utilizacin,
sera un flagrante anacronismo.
En tal situacin, slo es posible aconsejar una serie de direc
trices:
1. Cada anlisis econmico debe realizarse en el marco ade
cuado, ya se trate de una hacienda seorial, o de una gran
finca o bien de un latifundio. A veces, hay que analizar la ma
nufactura aparte, y, con ms frecuencia, con los bienes de la
cual forma parte. Para la eleccin de estos marcos, es preciso
conocer el sistema de administracin de esos objetivos econ
micos (explotacin personal o por los arrendatarios, etc.).
2. El clculo econmico de la empresa debe realizarse
en principio en: por una parte, el clculo en dinero, y por otra,
en el cmputo natural pero sin sum ar este ltimo por carecer
de un denominador comn.
3. Los resultados obtenidos en relacin con la cuenta en
dinero son importantes como elemento fundamental, aunque no
nico, de la decisin econmica del factor elector, es decir, el
propietario feudal cuyo principal objetivo consiste en incremen
tar sus ingresos en metlico.
4. Al no prestarse a una adicin, los resultados de la cuen
ta natural suelen configurar un cuadro sinnimo que facilita
su anlisis. En sus razonamientos, los nobles polacos considera
ban, con gran acierto, como un elemento decisivo el estado de
asentamiento. La finca se hallaba devastada cuando los asen
tamientos disminuan como consecuencia de la mortalidad o
de la huida de los campesinos. En el campo feudal, ste fue
de hecho un denominador comn de la economa impuesto
por la vida. Podemos seguir ese mismo camino en nuestros an
lisis. .
5. La valoracin de los elementos no adquiridos en el mer
cado para el clculo de los gastos que entran en la produccin
puede realizarse en los casos justificados, como en el coste
de la madera puede incluirse en las fincas situadas a orillas
de un ro ya que esa m ateria puede venderse. Se puede ade
lantar la generalizacin de que esta investigacin puede ser
realizada cuando sea justificada. En el caso contrario, no podr
ejecutarse si no encontramos los datos exactos sobre los precios
de los artculos que ns interesan en unos determinados lugar
y momento.
6. En los casos ms afortunados en que podemos realizar
las estimaciones, la diferencia entre los resultados del clculo
171

conseguido con ellas y sin ellas ser la medida del despilfarro


social. En los otros casos, mucho ms frecuentes, deber bus
carse otras medidas como los datos sobre la devastacin de los
bienes o la relacin entre la cuanta del trabajo utilizado y la
renta conseguida por el seor.
Por ltimo, una comprobacin de carcter general. La suge
rencia de Rutkowski sobre la problem tica del reparto de la
renta velaba los problemas de su magnitud, lo que no es justo.
La aceptacin de la problem tica del reparto de la renta social
como eje de la sntesis no slo no excluye sino que por el con
trario aboga por la indagacin de su dimensin, pero en este
caso no est claro por qu ha de tom arse como eje de las
indagaciones de la historia econmica el reparto y no la mag
nitud de la renta social.
El procedimiento ms justo en teora es tra ta r por igual
los problemas de ambos sectores, pues cualquier separacin de
estos problemas ya de por s es siempre un acto de abstraccin
con todos los beneficios y los riesgos que entraan.
En la realidad histrica concreta no nos enfrentamos ni mu
cho menos con el prealable de la accin productiva y luego con
el reparto, sino que ste se efecta de acuerdo con la produc
cin, la cual en cada una de sus etapas crea sus condiciones apro
piadas.
Esta cuestin tiene una im portancia especial al abordarse el
problema de una m anera dinmica, la nica posible en la historia.
Cada cambio en la magnitud de la renta significa un cambio en
la estructura de su reparto, la regla de que la renta incremen
tada o m erm ada nunca se reparte en la misma proporcin que
antes del cambio.
La clase social o polticamente privilegiada tratar de descon
tar sus privilegios en el campo econmico, aspirando a apode
rarse de la mayor parte del beneficio o de cargar sobre las de
ms clases los gravmenes de la m erm a de la renta social.?1 Si
esto ocurre as en la economa nacional es porque tambin se
produce en cada empresa.
.
As, en el anlisis del clculo empresarial, debe concederse
una im portancia considerable a la m agnitud de la produccin
neta y sobre todo a la orientacin de sus cambios.

E L A N A L ISIS DEL PROCESO DE IN V E R SI N

Desde , las p o casms rem otas las grandes inversiones siem


pre despertaron la admiracin entre la poblacin. La armonio
sa movilizacin del esfuerzo de grandes agrupaciones humanas
para la realizacin de un objetivo impresionaba a los pueblos
aunque fuese causa de sufrimientos y crueldades.
172

El creador de las primeras pirmides de Egipto, Imhotep, ha


sido venerado como un dios durante cinco mil aos.72 Sin em
bargo, se trataba de una inversin improductiva que no facili
taba la vida y el trabajo de los hombres; es la obra del genio
creador. A lo largo de los siglos las grandes inversiones pro
ductivas o de servicios han dado origen a tantas leyendas, cul
tos y otras formas de expresin del agradecimiento o del home
naje de las sociedades primitivas, como sucedi con las siete
maravillas del mundo o el santuario de Salomn. En las Vi
das de los Santos hallamos tambin muchos casos de su poder
milagroso para desecar los pantanos, tender puentes (levantan
do unas piedras que jam s nadie pudo levantar) y toda una
serie de obras benficas para las gentes.
Las grandes inversiones tanto productivas como improducti
vas, han desempeado siempre un gran papel poltico e ideol
gico en manos de los gobernantes. Han sido un medio para
influir sobre la mentalidad de las masas, para resaltar su gran
deza y podero.
Para los Csares de todos los gneros, las grandes inversiones
son un atributo tan im portante como el cetro. La historia, al
situar estas inversiones en el contexto sociolgico de los gober
nantes, las estima segn el balance de los costes y los benefi
cios.
El anlisis de las inversiones es un eslabn de una impor
tancia trascendental para las investigaciones histrico-econmicas, y ms de una vez la clave de un anlisis dinmico para el
historiador.
.
Las inversiones son el enlace de las diferentes etapas de la
vida econmica, pasado, presente y futuro. Gracias a la indaga
cin de las inversiones, cada bsqueda, incluso la ms limitada
cronolgicamente, puede estar saturada de elementos dinmicos,
por cuanto ha de m ostrar el legado que se ha ido transmitiendo
'le una a otra generacin en las fuerzas productivas de una so
ciedad determinada, el uso que se hizo de ellas en cada nueva
generacin y lo que sta a su vez leg a la generacin siguiente.
Conocer en cada momento cronolgico los factores sociales
que proporcionaron o frenaron la realizacin de las inversiones
es un elemento importante para apreciar su sistema econmico
y su funcionamiento.
El anlisis histrico de las inversiones es una tarea metodo
lgicamente muy difcil y que se presta a discusin, ya que exi
ge del examen la inclusin de los elementos de previsin, en el
elemento de un largo perodo de tiempo y comporta el riesgo
psicolgico. Es preciso contestar a las preguntas, del por qu
las gentes realizan inversiones en un perodo y en otro no, por
qu las hicieron nicamente las clases dominantes; y por qu
se acometen ciertas categoras de inversiones y no otras; quin
soporta en ltima instancia sus gastos y quin se beneficia de
ellas.
173

Todas estas preguntas conciernen a las decisiones econmi


cas humanas y de ah el riesgo de caer en los rasgos psicol
gicos.
En la economa capitalista, la situacin se presenta de una
form a bastante sencilla. El tiempo, como todo lo dems, tiene
en ella un precio bajo la form a del porcentaje de la renta. El
precio del dinero tiene sus riesgos en las cuotas de seguros
o de la renta ms elevada que grava el crdito. Pero incluso as
el problem a no es tan sencillo y la renuncia a las inversiones
en una situacin en que sus costes inclinaran a acometerla es
un fenmeno que se repite con regularidad en ciertas fases del
ciclo coyunturalJ3
La situacin se complica en la poca precapitalista al no
existir en ella ningn denominador comn monetario para el
clculo econmico.
La historia nos m uestra los perodos de una actividad in
versionista increm entada tanto en el campo del empleo del cau
dal de una form a productiva como improductiva. Conocemos
las fases de los grandes asentamientos, cmo la concentracin
cronolgica de la construccin de las grandes catedrales fran
cesas y sus dimensiones en relacin con ciudades ms de una
vez pequeas es algo asombroso, aunque en realidad no fueron fi
nanciadas por esas localidades sino por entidades m s im portan
tes. Existen muchos proverbios, con un fondo de verdad, como
el de que Casimiro el Grande hered una Polonia de m adera
y la dej amurallada lo que an se puede apreciar en las ciu
dades polacas, etc.
Pero de la confirmacin de los hechos a su esclarecimiento,
aun cuando ste sea hipottico, hay un gran trecho. Tampoco
es fcil determ inar qu elementos motivaron ms inversiones
en un cuarto de siglo que en otro.
Todas las bsquedas sobre los empleos del caudal han de
p artir del conocimiento de su modo de financiacin. Y en este
caso, la situacin es ms fcil con respecto al capitalismo. Si se
dispone de una buena documentacin, conocemos la renta que
impera en el mercado para los crditos a largo plazo, as como
la situacin en la Bolsa, sabemos qu Banco o qu Bancos fi
nancian una inversin determinada, y la m agnitud y el carcter
del capital accionista, discernimos en qu mercados han sido
colocadas las acciones y a veces incluso la lista de los accio
nistas, etc.
Tambin aqu pueden enriquecerse los mtodos de investi
gacin histrica. En la historia de las sociedades por acciones
distinguimos dos tipos: las que tienen un nm ero reducido de
accionistas y las que cuentan con un gran nm ero de acciones
baratas, lo que para el historiador es muy elocuente, ya que le
aclara el concepto que ha dominado en los organizadores de
la empresa, es decir, qu capital desean atraer: el de la gran
174

burguesa y los terratenientes o el de la clase media. No esta


desprovisto de sentido econmico e ideolgico que Kronenberg"
abogara por las sociedades con un gran nmero de pequeas
acciones. Lo mismo se puede decir de algunas empresas petro
leras galitzianas, pero aqu y en atencin a los enormes costes
y a los riesgos que suponen los trabajos de prospeccin, el gran
nmero de pequeas acciones haba de servir, a juicio de los
organizadores, para repartir los riesgos, evitndose al mismo tiem
po, a travs de la diseminacin de los accionistas, todo peligro
en caso de xito de la sociedad, ya que estas pequeas acciones
vendidas por los agentes en las aldeas y los pueblos, eran mucho
ms fraccinales.
Tambin son muy elocuentes para el historiador las socie
dades por acciones de carcter familiar, las cuales no apare
cen en la Bolsa. Es caracterstica la deuda bancaria del empre
sario que es la nica que aparece m ientras que el que adelanta
el capital est oculto.
La economa precapitalista no conoce en principio el crdito
productivo y menos an el crdito inversionista a largo plazo.
La renta del capital determinada por el gran riesgo de la utili
zacin del crdito en especial para los fines del consumo, no
perm ita su utilizacin en el ciclo productivo. Ninguna produc
cin sum inistraba na renta lo bastante grande como para pagar
su crdito. El que realiza inversiones ha de poseer en principio
todo cuanto necesita para llevarla a efecto. El anlisis del em
pleo de caudal en las manufacturas en la Polonia del rey Esta
nislao (1737-1798) nos m uestra la supremaca del magnate sobre
el burgus en esta competencia: pues aqul posea todo cuan
to era necesario para la construccin de las manufacturas: el
terreno, a veces los edificios, la madera, los minerales, la mano
de obra, etc. En cambio, este ltimo' deba comprarlo con di
nero.74
La financiacin no m onetaria qu paradoja de las ma
nufacturas, tiene gran importancia en la historia de las forma
ciones econmicas precapitalistas y vale la pena investigarla
en las diferentes pocas y pases de una manera precisa ya que
condiciona en gran medida el progreso econmico, y no puede
haber ningn progreso econmico sin inversiones, siendo stas
ms rpidas que el crecimiento de la poblacin.
En la economa precapitalista, las inversiones tuvieron desde
el punto de vista del que las realizaba un carcter distinto que
en el sistema capitalista. Pues el capitalismo tiende a equilibrar
el nivel de los beneficios. Existe un mercado uniforme en el cual
las diferencias entre el beneficio que es posible obtener en las
actividades crediticias se halla limitado tanto en el comercio

Leopold Kronenberg (1812p1878), importante financiero y poltico de Var


sovia. (N . del T.)

175

como en la industria y en que al menos con relacin al feuda


lismo las posibilidades de inversin son inmensas. Nada de
esto existe en la economa precapitalista. Las diferencias entre el
provecho que se puede conseguir en las actividades crediticias
en el comercio por una parte y la produccin por la otra, son
enormes, y la posibilidad de efectuar la colocacin del dinero,
pasndolo de un sector a otro, igual a ccro. Cuando un merca
der invierte su dinero en bienes inmuebles como la compra de
una casa, la edificacin de casas o la com pra de tierras, suele
ser el reflejo de una desfavorable o peligrosa coyuntura co
mercial que tiende a durar.
Es muy compleja la investigacin de los procesos inversio
nistas en el perodo del paso del feudalismo al capitalismo, en
unos tiempos en que se entrelazan en una m isma empresa los
viejos y los nuevos criterios de explotacin.
As, vemos que en las minas de la Polonia de mediados del
siglo xix, la m adera no figura en los gastos de produccin.
Esto es muy representativo del feudalismo. Pero, al mismo
tiempo, para financiar la industria m inera y siderrgica, el Go
bierno de aquella poca busca capitales alemanes o belgas. Las
instituciones capitalistas que conceden esos crditos consideran
dicho em prstito como una alternativa posible de inversin ca
pitalista. Adems esos mismos propietarios de los bosques que
sum inistran la m adera a la m inera y la siderurgia, no dejan
de venderla. As que el historiador tiene el derecho y la obli
gacin de estim ar para sus clculos el coste de la m ateria uti
lizada, de acuerdo con su precio local.
As, el historiador que investiga las inversiones se halla ante
la necesidad de llevar a cabo tres clculos simultneos, cada uno
de los cuales ha de inform arle de un aspecto diferente:
1. Ha de reproducir los clculos de entonces que le han de
inform ar y facilitar la comprensin de las bases de decisin de
sus factores decisivos.
2. Ha de realizar los clculos segn nuestros criterios calcu
ladores.
3. Ha de realizar el clculo segn los resultados obtenidos
de hecho.76
Todo esto concierne al clculo de las inversiones bajo el cri
terio del que lleva a cabo la inversin, y por lo tanto una escala
microeconmica. Para cada anlisis econmico, ya sea del pasa
do como del presente, hay una tarea fundamental, como es la
de situar este fenmeno microeconmico en una serie ordenada,
macroeconmica, es decir, es preciso indagar los efectos que una
inversin determ inada tuvo para los medios socio-econmicos
ambientales.
Una empresa puede trabajar con beneficio propio y con pr
didas para la economa social. Los ejemplos abundan. Ms an:
cada inversin efectuada en una sociedad cuya divisin del tra
176

bajo est muy desarrollada tiene sus repercusiones positivas o


negativas, o ambas a la vez, en el medio ambiente. La creacin
de una m anufactura de telas en un pueblo de un latifundista
puede provocar la ruina de los artesanos tejedores de ese lugar
y proporcionar al mismo tiempo el florecimiento de otros ofi
cios como el del carnicero, el panadero o el zapatero. El llevar
estos cambios al denominador comn no es una tarea fcil.
En el sistema capitalista cada inversin, incluso improducti
va, tiene efectos secundarios a largo alcance que van extendin
dose a semejanza de los crculos en el agua cada vez ms dbi
les a la totalidad de la vida econmica. Las inversiones incre
mentan la mano de obra a la vez que las necesidades en bienes
de inversin, como el carbn y el hierro, lo cual incrementa el
sector ocupacional en las minas y las fundiciones. Los nuevos
trabajadores gastan el dinero ganado por ellos aumentando as
los puestos de trabajo en la produccin de los artculos de con
sumo y los servicios, etc.
Aunque menos, estos fenmenos tambin existen en el sis
tema feudal. Ms an: al crear las manufacturas, la nobleza
polaca del siglo xvm lo saba y lo tena muy en cuenta, mucho
ms a veces que el incremento directo de los beneficios.77
Es en especial difcil para el historiador econmico el esta
blecer las para l tan trascendentales consecuencias de las in
versiones, ya que slo son posibles las orientaciones aproximativas.

EL ANLISIS DEL PROCESO PRODUCTIVO


En la indagacin del clculo econmico del proceso produc
tivo intervienen todos los problemas y dificultades que hemos
enfrentado en el anlisis de las inversiones.
Aqu aparece la falta de uniformidad de los precios en el
mercado de numerosos elementos de su produccin, as como
la no yuxtaposicin del beneficio de la empresa con los benefi
cios de la economa nacional.
De existir buenas fuentes documentales, es posible estable
cer algunos ndices cuya elocuencia ser tanto mayor cuanto los
cambios que intervengan en el curso de las transformaciones
socio-econmicas muestren una clara tendencia de orientacin,
gracias a lo cual estos ndices revisten un carcter sintomtico,
y que son la relacin entre el valor de las instalaciones perma
nentes y el valor anual de la produccin. La relacin suele aumen
ta r durante el proceso de produccin. En el clsico taller arte
sano suele ser inferior7* en varias unidades, mientras que en la
gran industria capitalista es mucho ms elevado. La aplicacin
de este coeficiente requiere prudencia ya que oscila muchsimo
177
es 100. 12

segn las profesiones y sobre todo segn el valor relativo de la


m ateria prim a elaborada: para el orfebre ser mucho ms baja
que para el carpintero o el curtidor.
El m ejor ndice pero mucho ms difcil de conseguir en la
prctica sera la relacin entre el valor de las instalaciones y el
valor aadido en el proceso de produccin, es decir, el valor
del producto menos el valor de la m ateria prim a gastada.
Un ndice muy im portante es el valor de las instalaciones
per capita con respecto al personal empleado, y que desde los
comienzos de la mecanizacin es trascendental por la magnitud
de la fuerza mecnica per capita.
Es muy complejo el problem a del clculo del beneficio, de la
renta del capital, de la plusvala, etc. La utilizacin de estas ca
tegoras en el anlisis de la empresa precapitalista exige mucha
prudencia.
El clculo de la renta del capital sera imposible o inade
cuado con respecto a los talleres de la tpica artesana corpo
rativa. Imposible ya que nadie estara en condiciones de calcu
lar el coste de la fuerza de trabajo, los gastos de enseanza,
de manutencin y de alojamiento y an del seguro. Inadecuado
ya que cmo puede calcularse la renta del capital cuando las
instalaciones perm anentes (la casa, el taller, las herram ientas)
no constituyen un medio ligado a los gastos corrientes o de
inversin.
As, debemos buscar otras aproximaciones. Una interesante
unidad de medida es la relacin entre la renta neta y el nmero
de empleados y el salario medio de un trabajador, medida de
la explotacin directa del productor.
El problem a se complica con la hacienda o la m anufactura
que emplea el trabajo de los siervos, ya que stos no laboran
a plena escala. As, m s im portante que la relacin entre la
renta y el nm ero de trabajadores ser la relacin entre la renta
y la suma de las jom adas trabajadas.
Al investigar el proceso de produccin estamos obligados a
establecer una serie de listas tcnicas y tcnico-econmicas. Su
calidad depender de la ram a analizada. Su importancia es tras
cendental. Al m anifestarse casi siempre bajo magnitudes fsicas
se prestan mucho ms que otras a las comparaciones geogrfi
cas y cronolgicas a amplia escala sobre todo en los ndices
relativos al rendimiento tecnolgico el de la cosecha por uni
dad de cultivo, el de productos por unidad de m aterias primas,
etc. as como al del trabajo. El examen de las cosechas en el
campo es por tanto una im portante tarea para el historiador
de la agricultura. En la poca feudal y para una sociedad agr
cola, los ndices relativos al cambio de la magnitud de las cose
chas es la componente ms im portante del ndice de magnitud
de la renta social y, en ciertos casos, su sucedneo. Aunque se
dispone de una buena fuente documental no es tarea fcil el
178

establecer este ndice. Por una parte, el problema de la super


ficie es litigioso. La divisin mecnica de la cosecha por la
extensin de cultivo suscita reservas. Para una unidad agrcola
de tres cultivos habra que calcular cada vez los lmites del
campo que en un ao determinado se sita en lugar preerente.
De lo contrario, no apreciaramos el incremento del rendimiento
de la tierra por la rotacin de los cultivos, pero este aumento
es tambin su explotacin intensiva. Sin embargo, la diferencia
entre la explotacin seorial y la del campesino se suele fun
dar no tanto en las diferencias del rendimiento por unidad de
cultivo de una misma planta sino en que el campesino explota
cada pedazo de tierra que posee mientras que el seor no sueie
aprovechar los pequeos campos.79
El tratar de modo global la cuestin tropieza con grandes
dificultades al pasar de un cultivo a otro y en especial con
los nuevos cultivos. Con todos estos obstculos, el anlisis de
las cosechas nos sum inistra el ndice sinttico del progreso socio
econmico en la agricultura, es decir, el sector dominante en
la produccin de la poca feudal, ya que en l se acumulan un
nmero muy considerable de factores diversos, como son los
conocimientos agronmicos, el nivel de la tcmca de produccin,
y tambin los fenmenos sociales ya que la explotacin de los
campesinos llevada hasta un cierto limite disminuye las cose
chas.
El rendimiento tecnolgico es tambin importante en otras
ram as de la produccin, como en la fundicin de hierro donde el
de este metal es una medida interesante, en especial cuando
conocemos la calidad mineral. Mucho ms elocuente an es el
empleo del carbn en la produccin siderrgica.
Todava los ms importantes son los ndices de la produc
tividad del trabajo. Aqu, la tarea del historiador no es lcil.
El rendimiento de la hacienda feudal puede calcularse consi
derando el nmero de jom adas utilizadas en la produccin.
Los archivos seoriales en los cuales figuran numerosos regis
tros sobre la servidumbre, facilitan esta labor. En cuanto a la
artesana es ms difcil estim ar el trabajo de los aprendices,
ya que al comienzo de su aprendizaje no suelen participar en el
trabajo productivo. En las manufacturas feudales, no es tan
fcil evaluar el esfuerzo manual utilizado al servicio de la
misma, por ejemplo, en la construccin de las canalizaciones
(en ciertos casos este trabajo tiene un carcter inversionista) las
cuales hay que restaurar anualmente despus de los deshielos
primaverales. La mano de obra empleada ha de incluirse en el
clculo de la produccin de un ao determinado. Muchas veces
la falta de uniformidad de los productos suscita dificultades
insuperables. Las corazas producidas por el taller del armero
slo se suman si las exigencias del cliente son satisfechas. En
la fabricacin textil, con el criterio del consumidor, no es tan
179

im ponante la longitud de la pieza de tela como su superficie


ya que un gnero de una misma largura pero dos veces ms
ancho no 'suele representar por lo mismo un trabajo dos veces
mayor. Si se trata del trabajo domstico o del que se hace en
casa, no es posible contar la cantidad del mismo gastado ya que
suelen ser temporales y que en el invierno toda la familia
(incluidos los nios) se halla empleada da y noche en la pro
duccin. Las dificultades son muy considerables pero la tarea
merece ese esfuerzo.
Los coeficientes tecnolgicos y los de la productividad del
trabajo son siempre un logro inestimable en la labor del histo
riador econmico y su instrum ento ms importante. Hay pocas
categoras que podamos utilizar con todo fundamento en las
indagaciones de las ms diferentes sociedades y pocas, obtenien
do con ellas unas bases de comparabilidad. La productividad
no ha sido tan apreciada en todas las sociedades como lo es en
cada sociedad industrial. Es cierto que el artesano feudal no
suele aspirar al aumento de la productividad de su taller ni a la
suya ni a la de sus ayudantes. Es verdad que esta productividad
deba im portar a alguien, de que alguien deba conocer esa
m agnitud como tam bin es cierto que durante el proceso de
desarrollo econmico, la transform acin o la ruina de ese taller
feudal era el resultado de los cambios que acontecan en esa
productividad.
Al analizar las empresas, debemos interesarnos por todo cuan
to resulta de su anlisis para el conocimiento de su medio socio
econmico.
As, en prim er lugar, hemos de conocer el grado de comercia
lizacin y de vinculacin con el mercado; el papel de la m ateria
prim a adquirida all, de la fuerza de trabajo, del capital cons
tante o mvil por una parte y del papel de la produccin para
el mercado por otra parte. Esta cuestin no es esencial para la
artesana corporativa ya que en ella todas las m aterias primas
son com pradas y todos los productos son vendidos. Pero ese
poblema ya es trascendental en la m anufactura feudal. Y mucho
ms trascendental para la investigacin de la historia rural y de
la agricultura.80
En la crnica de las haciendas de la poca de la servidumbre
en Polonia, los historiadores, fascinados por las enormes canti
dades de trigo destinadas a la exportacin, menospreciaron el
consumo interior. En la historia del proceso de concentracin
de las grandes propiedades de la tierra en manos de la nobleza,
no se apercibi que este proceso se acompaaba de una dismi
nucin de la produccin para el mercado (exportacin) en rela
cin con la produccin global, ocasionada entre otras cosas por
la absorcin de una proporcin cada vez mayor de la produc
cin por el nmero siempre creciente de los representantes de
la administracin.
180

En el siglo xvm las tendencias ideolgicas modernas, comercializadoras de los grandes latifundistas coexisten con las tenden
cias contrarias menos perceptibles y que aspiran al aislamiento
de las grandes fincas del resto del mundo, todo lo cual tiene
gran importancia para el anlisis de las empresas.
A medida que se multiplican los contactos mercantiles de las
empresas, el historiador puede conocer mucho ms sobre las
mismas a travs del mercado. Un hecho muy expresivo es la
produccin realizada para un cliente concreto o desconocido
y que tiene toda una serie de etapas intermedias como son la
produccin de utensilios de cristal para los juegos de mesa
que son adornados segn los deseos del comprador. Tambin
es elocuente la organizacin de la venta, la red de almacenes
y de tiendas, la existencia o la carencia del intermediario co
mercial independiente, el beneficio que ste obtiene del comercio
al por menor, la financiacin del intermediario por el productor
o viceversa como lo es la propia especializacin de la produccin
de los artculos de lujo, medianos o de consumo masivo; lo es
tambin la estandardizacin de la produccin que atestigua el
grado de desarrollo del mercado. Por fin, es importante la am
plitud del surtido de las mercancas producidas y que en cierto
grado es inversamente proporcional al grado de estandardizacin.
Muy elocuente en todos los casos, la publicidad: a quin
se dirige? Qu argumentos utiliza?
El anlisis del proceso productivo de la empresa no es nunca
para el historiador econmico un objetivo en s. La seleccin
de la empresa tipo a la cual prefiere es una tarea inconmen
surablemente difcil, en especial porque las posibilidades de elec
cin son muy limitadas por la base documental archivada. Lo
caracterstico de una empresa es tanto ms difcil de conse
guir en cuanto que se acelera el desarrollo econmico y que
desaparecen los reglamentos corporativos o mercantiles, acen
tundose las diferencias entre las empresas que coexisten en el
mercado.
El examen del proceso de produccin en el marco de la em
presa debe perm itir al historiador establecer toda una serie
de factores dependientes (y en los casos ms afortunados los coe
ficientes) que, como variables en el tiempo, son cada uno una
orientacin sintomtica y se refieren no slo a la empresa ana
lizada sino a su medio socio-econmico.

LA EMPRESA ESCLAVISTA EN EL SISTEM A COLONIAL

La competencia del autor no le permite examinar aqu los


fenmenos especficos ligados al anlisis econmico de las em
presas esclavistas. Pero no podemos omitir totalmente este pro181

b le m a ta n importante. Por una parte, estas empresas tuvieron


una enorme influencia en la economa europea y para las gran
des formaciones socio-econmicas. Por otra parte, se trata de
unas empresas tpicas para los grandes territorios coloniales
en la poca moderna y las condiciones de trabajo de este tipo
de empresas influyeron enormemente en la economa europea
al menos hasta la Guerra de Secesin americana. En tercer
lugar, la esclavitud legalizada o encubierta no ha desaparecido
an en la economa mundial. Por ltimo, la empresa esclavista
basada en la ms extremada sumisin del productor directo
sum inistra al anlisis econmico un caso lmite en su gnero.
Para concretar esta cuestin he aqu los resultados del anli
sis de la contabilidad de cierto molino azucarero brasileo
en el siglo xvii.* La estructura de los gastos se presenta as:
s a l a r i o s ..................
combustibles . . .
artculos de cobre. .
barcas .......................
trabajos temporales.
esclavos.......................
diversos......................
Total . . .

24,4%
21,3
11,0

10,4
8,1

10,3
. 14,5
100,0

En suma, los gastos ligados a la fuerza de trabajo no rebasan


en mucho el tercio de los gastos generales ya que en el captulo
de los de orden temporal dominan los de tipo material.
T a d a . s t a . ^ u r o a . x l e _ l n s _ ^ y U t 05L a . s c e n d a . a jS-735-633Lxeales,y J o s l _
ingresos a 7.304.000. El beneficio bruto era de 568.367 reales, es
decir, el 7,8 % del capital mvil m ientras que el capital invertido
se estimaba en 20 millones, con lo cual la renta del capital inver
tido era de un 3 /o. De este beneficio bruto se deban restar los
impuestos. Por ltimo, si tratsem os de extraerle del beneficio la
renta media (elevada) del capital en ese lugar y tiempo resulta
ra que la empresa trabaja con dficit, aunque no tuviese la in
tencin de arruinarse y su dueo viva lujosamente.*
Esta aparente paradoja'tiene sus explicaciones. Lo ms impor
tante es que en el clculo econmico de la empresa no entran
los elementos de la economa cerrada.83 El consumo del propie
tario, de su familia y de la hacienda en productos producidos
en sta y todos los servicios ejecutados por el personal permi
tan reservar las sumas de dinero que se obtenan a la sola adqui
sicin de los productos industriales, en especial los artculos de
lujo, que no podan producirse en la empresa, como ocurra en
la explotacin de un noble en Polonia. Lo que adquira sin dinero
no costaba nada y se despilfarraba.
Pero aqu hay tambin otros problemas. Cmo calcular el
182

precio del esclavo ya que ha de ser distinto cuando ste es ba


rato y que su mercado rebosa mercanca, cuando es mnimo el
aflujo de nuevos esclavos y aumenta su valoracin y hay que
dedicarse a la cra de esclavos? Walek-Czamecki estima que
la renta producida por el trabajo del esclavo amortizaba en
3 4 aos el precio pagado por l .* Esta renta deba dar un
total lquido del bolo diario mientras que la manutencin del
esclavo representaba 2 bolos al da, de lo cual resultara que
el valor del producto diario del trabajo de este pobre ser era
de 3 bolos y la parte de su coste muy elevado.
Walek-Czarnecki se basa en los datos de Jenofonte sobre
las minas de plata de Laurion. Pero si, como es muy probable,
Jenofonte considera como el valor del producto diario del trabajo
del esclavo el valor del metal extrado por l en un da, todo su
conjunto no resiste la crtica. Deba haberse establecido a cunto
sumaba por un trabajo anlogo la jornada de un trabajador
emancipado, descontando de ella el coste de la alimentacin
diaria de un esclavo, y dividir el precio de su compra por la
diferencia obtenida. Entonces hubiese resultado que su coste
no se amortizaba tan rpidamente.^
Este hecho de que cada empresa feudal basada en la fuerza
de trabajo obligatoria, calculada con arreglo a los principios
capitalistas es deficitaria mientras que en la realidad era ren
table para su dueo, se repite con algunas empresas esclavistas.
Pero cmo, partiendo de la comprobacin de la rentabilidad
de una empresa determinada feudal o esclavista para su pro
pietario, se puede pasar l problema tan interesante para nos
otros, a la rentabilidad de esa misma empresa desde el punto de
vista de la economa social?6

LA IMPORTANCIA DE LAS INVESTIG ACIONES SOBRE LAS


EM PRESAS PARA LA HISTO RIA ECONMICA

Con todas las reservas ideolgicas y las dificultades tcnicas


que supone eSta xoor, ra 'investigacin "be ra xirrofia Jae 'ras
empresas tiene una importancia trascendental para la historia
econmica.
Pero antes es preciso hacer dos advertencias:
1.
El historiador deseara elegir para su anlisis una em
presa ms o menos representativa pero sus posibilidades de elec
cin se hallan limitadas por el estado en que se encuentran las
fuentes documentales lo que no es casual como tampoco lo es
en las dems ramas. Las actas de las grandes empresas tienen
mayores posibilidades de haberse conservado hasta nuestros
tiempos. As, el historiador al no poder trabajar sobre las em
183

presas medias, analiza las ms im portantes y a veces decisivas


en su especialidad con nuevos provechos.
2.
Las posibilidades de una generalizacin de las observa
ciones realizadas con el ejemplo de una empresa son distintas
en las diferentes pocas. Con uniform arse la importancia de las
corporaciones feudales, si tuvisemos datos sobre las dificulta
des crecientes de la venta, la disminucin de la mano de obra
y de la produccin en un taller, podramos adelantar la hipte
sis de que se da la misma situacin en todos los talleres de una
misma corporacin en una ciudad determinada. Con el capita
lismo, las cosas no suceden as. Nadie puede pensar que por
la historia de una fbrica puede juzgarse la situacin de toda
una ram a industrial. Ante imas dificultades anlogas es posible
que una fbrica las soporte, que otra no deje de florecer y que
otras desaparezcan en la lucha competitiva.
1 anlisis de una empresa slo es posible si se realiza en
el marco del conjunto al que pertenece y que por lo tanto exige,
por lo menos, un conocimiento aproximativo de las regulari
dades y dependencias de su medio ambiente.87 Se puede formu
lar el postulado terico de que la investigacin monogrfica
de las empresas no debe entrar en la fase inicial de las bs
quedas en el campo de la historia econmica.
El anlisis econmico de la empresa ha de comenzar con la
fijacin de sus ndices internos: composicin orgnica del ca
pital, valor de las inversiones en relacin con el de la produc
cin anual, grado de estandardizacin de sta, magnitud del sur
tido, dotacin de la fuerza de trabajo viva en fuerza mecnica,
ritm o de la circulacin del capital, plusvala, beneficio, etc.
Estas categoras slo se aplican de un modo estricto a la
empresa capitalista. Las empresas de tipo feudal taller del
artesano corporativo no tienen sentido. Pero con mucha pru
dencia pueden y deben ser utilizadas para las empresas del
tipo transitorio, es decir, para indagar la gnesis y los co
mienzos del capitalismo.
Acaso ms im portantes son los ndices intermedios que po
demos conseguir con el anlisis de la empresa dentro de la
economa social en la cual funcionaba.
En la poca del capitalismo liberal, el microanlisis, la in
vestigacin de la empresa, tiene una importancia particular y a
veces es el nico camino para la historia econmica, lo que deci
de sus fuentes documentales. Con su principio sagrado del se
creto empresarial, el capitalismo liberal no dej por regla en
los archivos oficiales muchas informaciones im portantes para
nosotros. La soberana de la empresa no perm ite a las autorida
des pblicas enterarse de sus cuestiones y como quiera que aqu
llas no saban nada no esperamos encontrar en las actas oficiales
unas informaciones tan im portantes para nosotros.8*
184

De ah que estos archivos de las empresas tengan un valor


trascendental para el anlisis de aquella poca, y que la impor
tancia multiplicada de la monografa de la empresa aun cuando
no sea la ms perfecta sea el nico medio para el conocimiento
de los extensos problemas econmicos.

185

VII.
Microanlisis (2):
El consumo y el nivel de vida

LAS IN VESTIG ACIO N ES SO BRE EL CONSUMO


Y EL N IV E L DE VIDA E N LOS D IFERENTES
SISTE M A S SOCIO ECONMICOS

Consideramos como el segundo grupo de problemas pertene


cientes al microanlisis o sea el anlisis de las regularidades
que se manifiestan en la explotacin econmica humana las
bsquedas histricas en la economa domstica, la estructura
del consumo, los costes de la manutencin, en una palabra, la
investigacin del nivel de vida en el pasado.
Las bsquedas de este gnero con respecto al as llamado
presente, cuentan ya en la. historia con un siglo, siendo su ar
tfice Le Play y su asombrosa encuesta que abarcaba en su
tiempo a casi toda Europa.1
Engel, sucesor del citado Dieterici en el cargo de director de
la Oficina Prusiana de Estadstica, elabor un mtodo estads
tico para analizar los presupuestos familiares.2
Las primeras indagaciones de Le Play ya abarcaban un pe
rodo bastante dilatado de tiempo, en razn misma del carcter
de su encuesta, la cual haba concebido en gran escala, y de sus
largos viajes a travs de muchos pases. Le Play incluye en su
encuesta los hechos analizados por l desde 1828 a 1855. En la
segunda edicin de su pesquisa, publicada en sus obras esco
gidas en el ao 1877, incluy sin embargo un eplogo de los
aos 1855-1877. De modo que sus investigaciones abarcan medio
siglo. Pero es difcil considerar su obra como un anlisis his
trico. Aparte del eplogo, de una quincena de pginas, la din
mica no tiene importancia, ya que en ella se analizan unos
hechos acaecidos en los distintos aos de un largo perodo de
tiempo. Mas, a pesar de todo, el trabajo de Le Play no deja de
ser asombroso.
La ciencia histrica tradicional suele dedicar muy poca aten
cin al problema del nivel de vida y si alguna vez lo tuvo en
cuenta, slo lo hizo de una forma anecdtica, dentro de la sn
tesis histrica, la historia econmica o en los captulos descrip
tivos de la historia de la cultura. El desarrollo de las indaga
ciones histrico-estadsticas en el siglo xx favoreci una serie
de tentativas novadoras que tenan como objeto el concebir
los problemas analizados de acuerdo con las categoras cuanti
tativas. Hablaremos de ellas en los captulos consagrados a la
187

estadstica histrica y al anlisis histrico de los precios. Ahora


slo plantearemos los aspectos metodolgicos de los exmenes
histricos sobre el nivel de vida.
A nuestro juicio, hasta la actualidad no se le ha dedicado
la suficiente atencin en las investigaciones, a la limitacin
histrica de la aplicabilidad de ciertos mtodos a este proble
ma, como resultado de los cambios en el sistema socio-econ
mico.4
La indagacin de los presupuestos familiares, elaborada y
perfeccionada desde los tiempos de Engel y universalmente uti
lizada en las actuales sociedades capitalistas como un instru
mento indispensable para el conocimiento poltico, se halla li
gada de modo esencial e indisoluble con el m ercado capitalista.
La situacin existente en ese mercado, unida a la libertad
de escoger del consumidor, promueven determinadas opciones
en el consumo. Ya que estas decisiones no son casuales sino
determinadas por la situacin social de los diferentes individuos
pertenecientes a las distintas clases, se m anifiestan una serie
de regularidades que se prestan a ser analizadas por la ciencia.
La trasposicin de los mtodos de anlisis de los presupues
tos familiares a las exploraciones de la sociedad socialista, ya
suscitan suficientes dificultades de carcter terico. La utiliza
cin de tales mtodos en el anlisis de la sociedad socialista es
factible, aun cuando los resultados sean los siguientes:
a) el fenmeno analizado no ha de aparecer tan claro como
ocurre con el anlisis del sistema capitalista y ha de exigir un
nmero algo m ayor de datos suplementarios para su interpre
tacin,
b) los resultados son en absoluto incomparables con los
conseguidos despus del anlisis de las sociedades capitalistas
(la Polonia de antes de la guerra o los actuales pases capita
listas).
Motivaremos estas tesis con los argumentos siguientes:
1. El movimiento de los precios no es automtico. El con
trol social de los precios hace que incluso puedan mantenerse
al nivel reglamentario los de los artculos deficitarios. Adems
dicho nivel puede tener mucho de arbitrario. El dficit de un
artculo determinado no se m anifiesta en tales condiciones a tra
vs del alza de los precios sino en la reduccin de su consumo.
En el sistema capitalista, la falta de un artculo cualquiera se
manifiesta por el incremento de sus gastos en el presupuesto
familiar y a la vez por la fuerte reduccin de su consumo. Pero
en el sistema socialista se refleja en la disminucin del consumo
y a la vez de los gastos por ese artculo.
2. La poltica de precios realizada por el Estado, que tien
de no slo a sujetarse al principio de la rentabilidad sino tam
bin a proteger aquellos sectores del consumo que considera
tiles, provoca nuevas dificultades. As, el precio deficitario de la
1(18

prensa y de los libros puede facilitar un aumento del consumo


junto con una reduccin relativa e incluso absoluta de sus gas
tos. La rapidez de los cambios, que se suceden de un da a
otro por va de decretos, pueden provocar grandes alteraciones
en los ndices del coste de vida y darnos una imagen que nos
lleva al error.
3.
Sobre la base de las experiencias actuales, parece que
el retraso en la produccin de los artculos de consumo en re
lacin con las necesidades sea tina regla en las sociedades socia
listas y que no se reduce a que en los planes econmicos se
trate de garantizar de una m anera algo doctrinaria, la primaca
de la produccin de los bienes de inversin.
Este dficit tiene efectos muy considerables. En prim er lugar,
origina una gran limitacin de la libertad de eleccin del con
sumidor. En el sistema capitalista, esta libertad se halla coar
tada sobre todo por la limitacin de los medios materiales de
los cuales dispone el consumidor. La investigacin de los pre
supuestos familiares tiene como objeto las regularidades de una
explotacin econmica virtualmente libre, pero con medios res
tringidos. En el socialismo, limita la libertad del consumidor
un segundo factor: la falta de mercancas. No slo se halla
restringido en sus medios materiales sino tambin en el gasto
de los mismos. Se suele com prar no lo que uno quisiera sino
lo que se encuentra en el mercado.
La orientacin del consumo puede cambiar de ao en ao,
o de un mes a otro, lo cual puede no indicar el cambio de los
criterios del consumidor. La falta de libertad de ste en la elec
cin de los productos tiene an otras consecuencias, como la
de escoger la calidad, cuyo empeoramiento en los productos
del consumo, tambin puede considerarse como una cosa nor
mal y no como el resultado de un mal trabajo, ya que no
es cierto que las gentes de un da a otro dejen de ser laborio
sas, honestas y concienzudas. Pero en un cierto perodo han
intervenido una serie de factores sociales objetivos que fueron
sus causantes: plan cuantitativo, presin para reducir a toda
costa y por debajo de todas las normas los costes propios, es
tructura de los salarios en salario base y primas.
En tal situacin, el consumidor, al no tener ms libertad de
elegir la calidad de los productos, compra lo que encuentra en
el mercado. Si es un par de zapatos que le durarn seis meses
al cabo de este tiempo comprar otro par. Para satisfaccin del
estadista, en el anlisis del presupuesto familiar interviene un
aumento de los gastos en artculos industriales. La elaboracin
de un procedimiento rpido y elstico de adaptacin de la pro
duccin a las necesidades y al gusto variables del consumidor,
es desde hace aos una preocupacin para los tericos de la
economa poltica del socialismo y de la planificacin econmica.
4) Por ltimo, hay otra gran dificultad: la socializacin en
189

cierto grado de determinados sectores del consumo. Los cam


bios ms esenciales en estos sectores pueden no reflejarse en
los ndices del coste de vida o incluso hacerlo en el sentido
contrario. As, la socializacin de los servicios sanitarios puede
llevar a reducir de modo relativo o absoluto los gastos de esta
ndole en los presupuestos familiares, junto con una m ejor sa
tisfaccin de las necesidades hum anas o tambin a los come
dores para los trabajadores, la lectura, las casas-cuna y las es
cuelas de prvulos, los centros de vacaciones, etc. Si en el capi
talismo, el obrero percibe adems de su salario en metlico
alguna prestacin del empresario (el almuerzo, etc.), estimamos
el valor de la misma y l in c lu im o s tanto en los ingresos como
en los gastos del presupuesto familiar. Pero, qu hacer en el
sistema socialista en que el empresario monopolista como es el
Estado sufraga con sus dotaciones muchos artculos de consumo
(el pan, la leche, las entradas para los teatros y los cines, etc.,
etc.)? Calcular todo esto, sera imposible y absurdo ya que hemos
de tener en cuenta la arbitrariedad de una serie de precios.
Adems, este procedimiento nos dara unos resultados errneos.
El hecho de que por mediacin de la socializacin del con
sumo la poblacin haya podido consumir determinados bienes
y servicios por un valor de x zlotys no quiere decir que si esas
gentes hubiesen tenido unos ingresos mayores en esos x zlotys,
los hubieran gastado en esos mismos bienes y servicios. Pero
as no conoceremos las preferencias del consumidor.
Si nos hemos extendido tanto sobre las dificultades de la
utilizacin de los mtodos de anlisis de los presupuestos do
msticos en las bsquedas relacionadas con el sistema socia
lista, si hemos tratado de dem ostrar que dichos procedimientos
no pueden aplicarse mecnicamente a las investigaciones de este
sistema sino que requieren una gran reflexin metodolgica y
algunas modificaciones, es porque con esta oportunidad dese
bamos resaltar la limitacin histrica del empleo de ciertos
mtodos de indagacin en general y al anlisis de los presu
puestos fa m ilia r e s en particular.
Estas restricciones intervienen tam bin cuando tropezamos
con las dificultades del anlisis de la sociedad precapitalista.
1.
En este caso las mayores lim ita c io n e s aparecen vincula
das a los problem as caractersticos para las pocas precapitalistas, ya mencionados, es decir, la estrechez, la imperfeccin y
la dbil repercusin de los fenmenos del mercado en el con
junto de la vida econmica. Esto no se refiere slo a los cam
pesinos, sino que afecta al trabajo asalariado, ya que una gran
p arte de su fuerza est empleada en la agricultura, en la in
dustria de transform acin y los transportes rurales. Las gentes
que venden su fuerza de trabajo no suelen estar privadas de
ciertos medios de explotacin agrcola, de huertos o el cuidado
de la cra de animales. La falta de profundidad en la divi
190

sin del trabajo entre la ciudad y la aldea se manifiesta en el


hecho de que tambin en aquella se observa en principio ese
mismo fenmeno aunque, sobre todo en las graneles urbes, lo
haga en menor grado. Fenmenos tales como la abundancia de
la cosecha o las plagas del ganado tambin se dan en este
sector, influyendo en un grado en el nivel de vida de los traba
jadores asalariados no menor que los fenmenos del mercado;
y la influencia es directa, no se ejerce a travs de este ltimo,
manifestndose incluso en varios sentidos. En definitiva: el an
lisis del presupuesto familiar de un trabajador asalariado en la
poca feudal nos m uestra un cuadro mucho ms estrecho de su
suerte m aterial que bajo el sistema capitalista. Al no conocerse
los otros elementos influyentes, el cuadro en s suele resultar
incomprensible.
2.
En los puntos anteriores hemos aludido a las restriccio
nes de carcter terico que surgiran si dispusiramos de bue
nas fuentes documentales. Pero en la prctica existen nuevas
dificultades (muy importantes) de lo especfico del conocimiento
histrico, el cual consiste en la imposibilidad de elaborar dichas
fuentes.*
En el anlisis de los presupuestos domsticos pertenecientes
al presente, nos encontramos con el clculo permanente de los
ndices del coste de vida, basados en las reiteradas y peridicas
indagaciones de los presupuestos y que permiten modificar los
ndices tomados como punto de partida. En algunos casos, el
anlisis de los presupuestos tambin se realiza de una forma
permanente. Cada cambio en los ndices del coste de vida nos
seala cmo habra de modificarse ste al no alterarse las pro
posiciones del presupuesto de gastos domsticos en cantidad
o en valor. Esta informacin tiene una importancia trascenden
tal tanto para la teora como la prctica poltica. Pero en la
vida real todo sucede de un modo distinto.
El presupuesto f a m ilia r reacciona ante cualquier cambio de
los precios con un cambio en las proporciones del consumo tanto
cuantitativas como cualitativas. Y de esto no nos enteramos a tra
vs de los ndices del coste de vida sino por los anlisis de los
presupuestos fa m ilia r e s en que se basan. La investigacin de
los presupuestos domsticos nos brinda a la vez las informacio
nes precisas a los criterios humanos de valoracin del consumo,
a la inercia de las costumbres de ste, a la jerarqua de las necesi
dades la cual vara segn las sociedades (la necesidad de una
vivienda m ejor es ms apremiante en la actualidad para el obre
ro holands, por ejemplo, que para el obrero francs), a la reac
cin'de los individuos ante los cambios que se operan en la
sociedad, etc.
No es posible realizar estas indagaciones con respecto al pa
sado, a no ser que dispongamos lo que no deja de. ser raro
y muy limitado socialmente con la contabilidad, de un carc191

ter espordico y por regla no tpico, de algn m ercader o de un


miembro de la nobleza. El no poder analizar esos problemas tan
importantes para el historiador no significa que en principio
no sean cognoscibles histricamente, sino que han de investi
garse con otros procedimientos a los que se emplean para el
anlisis de los presupuestos domsticos. Hemos de fijar la im
portancia generalizando de los ndices del coste de vida, que
elaboremos de las pocas pasadas. Esto lo hemos de conseguir
con otro mtodo, con el buen sentido, el conocimiento de
aquellos tiempos. Estos ndices contestan por lo tanto no a la
pregunta de cmo vivan las gentes en tal poca, sino a cmo
hubieran debido vivir si las proporciones de sus gastos cuan
titativos o cualitativos se ajustasen a los principios concep
tuados.
'
Por otra parte hay que ponderar cualquier ndice o con
junto de ellos ya que en contra de lo que piensan algunos
historiadores, incluso la ponderacin menos fundam entada es pre
ferible al ndice imponderado, y ste apenas existe.
3.
El anlisis de los presupuestos domsticos es la investi
gacin de las decisiones humanas con respecto al consumo. En
un campo determinado de posibilidades sociales, los hombres
realizan una infinidad de pequeos actos de eleccin. Pero como
estas decisiones estn determ inadas por su situacin social y
sobre todo por su clase, ello conduce a que en esa m asa de
innumerables actos individuales de eleccin aparezcan ciertas re
gularidades posibles de aprehender cientficamente. Quien duda
ra de la existencia de tal determinacin social en general y
clasista en particular, ha de estar convencido de que se manifies-.
tan dichas regularidades. Si las opciones humanas sobre el con
sumo no fueran determinadas socialmente, los datos sobre ellas
presentaran un cuadro catico y el anlisis cientfico no podra
confirm ar ninguna regularidad.
Esos actos de eleccin se realizan en un campo determi
nado de posibilidades sociales asequibles, las cuales se hallan
determinadas por dos grupos de factores:
a) la dotacin tcnico-econmica de una sociedad determi
nada,
b ) las instituciones sociales extraeconmicas que limitan la
libertad de eleccin.
En la dotacin tcnico-econmica pensamos en las posibili
dades de produccin y comerciales de una sociedad dada en una
poca concreta. La gente no puede gastarse el dinero en la ad
quisicin de un receptor de radio cuando sta an no exista.
Pero a veces suele m anifestarse un fenmeno transitorio de re
troceso al margen de un largo proceso de incremento gradual
del surtido de los bienes de consumo asequibles socialmente. Si
a finales de la Prim era Guerra Mundial en el presupuesto fami
liar de los obreros alemanes desaparecen los gastos de azcar,
192

no es porque hayan cambiado las preferencias de esos trabaja


dores o porque haya encarecido este producto, sino porque ha
desaparecido del mercado. Si en 1946 en Polonia, en los presu
puestos caseros no existen los gastos de la adquisicin de gne
ros de lana al cien por cien, no es porque la gente dejara de
apreciarlos sino porque la industria textil devastada por la gue
rra apenas si se reconstrua y empezaba a producir de nuevo.
Si durante los primeros aos de la posguerra no se compran
naranjas, es porque el Estado polaco no poda im portar ese pro
ducto. Si un artculo determinado se halla en el mercado y slo
l, por unas u otras razones, encarece y por eso desaparece del
presupuesto de los grupos sociales en el que hasta entonces
figuraba, las investigaciones de los presupuestos caseros no pier
den nada en atencin a su valor, ya que son los cambios que
se producen en las opciones del consumo en relacin con las
alteraciones de la situacin en el mercado el objeto de sus bs
quedas. La observacin de estos cambios permite descubrir en
ltim a instancia, en una sociedad determinada la curva de elas
ticidad de los ingresos y de los precios de los diferentes artcu
los. Pero para tales indagaciones, un artculo dado debe existir
socialmente en una economa social dada.

LAS LIM ITACIONES A LA LIBERTAD DE ELECCIN


DEL CONSUMIDOR EN EL SISTEM A FEUDAL

Ms importante, en particular para la poca feudal, es el pro


blema de las instituciones extraeconmicas que limitan la liber
tad de eleccin del consumidor.
En cada sociedad organizada y diferenciada esta libertad del
consumidor est restringida por una serie de factores, uno de
los cuales suele ser la moda, la cual influye con ms eficacia
que los reglamentos legales, los cuales suelen ser vulnerados
por una proporcin ms o menos importante de personas. En
la actualidad, ninguna m ujer se pone un vestido que le Llegue
a los tobillos de la misma m anera que hace cincuenta aos
ninguna fmina se hubiese puesto una minifalda. Pero mientras
tengamos que referim os a las costumbres, esto no representa
ninguna dificultad para el investigador de los presupuestos fa
miliares. Por el contrario, si no existieran los hbitos en el
consumo, en los presupuestos analizados no existira ninguna
regularidad y esta investigacin a nada conducira. Ahora bien,
son de un orden muy distinto los fenmenos que restringen la
libertad de eleccin, y entre ellos los reglamentos jurdicos.
Cuando stos intervienen, las opciones de consumo indagadas no
reflejan las preferencias reales existentes en un grupo social
determinado.
hcs

100. 13

193

El fenmeno ms interesante desde el punto de vista histrico


no deja de ser las leyes suntuarias conocidas en la jurisdiccin
urbana y estatal desde la Antigedad hasta las postrim eras del
feudalismo.*
Con un criterio sociolgico parece (en hiptesis) que las le
yes suntuarias tenan por objeto el realizar una cierta nivelacin
en cada estamento social7 y de establecer una jerarqua entre
las diferentes capas. La costumbre de situarse por encima de
los dems existente en cada sociedad diferenciada y en parti
cular en la de clase haba de ser refrendada y fortalecida por
va legal. Este concepto jurdico tena su m s amplia aplica
cin en la sociedad feudal con su tpica estructura jerarquizada
de los estam entos sociales y con su tpica doctrina de la igual
dad en el seno de los diferentes estados. E sta clase de regla
mentacin jurdica no sera necesaria en las condiciones de una
sociedad estabilizada o en la que la estructura de los estados
se aproximase de hecho a la doctrina existente. As, la necesi
dad social de tal reglamentacin resulta y en gran parte refleja
los procesos que en una sociedad determ inada agitan su estruc
tura. No es necesario prohibir a los burgueses que se siten
en el rango de la nobleza cuando ninguno de ellos puede hacer
lo por falta de medios materiales, ni aspiran a ello por la fuerza
de la costumbre. La ley en contra del lujo, dirigida en contra
de las manifestaciones exteriores de los cambios econmicos...
no es sino la de los cambios fundamentales en la vida social
y no el motivo de estos ltimos.8 As, el Japn precapitalista
es una prueba de cmo las leyes suntuarias son un fenmeno
general en una etapa determ inada del desarrollo social.
La eficiencia de la legislacin en contra del lujo ha sido
objeto de las investigaciones cientficas. La ciencia liberal, con
el tpico culto de las leyes econmicas naturales que la ca
racteriza y su desconfianza en la eficiencia de la ingerencia ju
rdica en las decisiones econmicas privadas, neg cualquier efi
cacia a esta ingerencia de la m isma m anera que se la negaba,
por ejemplo, a la tasacin de los precios. La vulneracin de esas
leyes, como la tasa de los precios, es un hecho como lo prueba
la renovacin de las actas legislativas durante muy breves pe
rodos.
Pero nos inclinaramos a suponer (como en la regulacin legki Jae ios precio ^ ) que la legislacin en coira Jae ios ga&tos
suntuarios tena sin embargo una im portancia prctica consi
derable y que la vulneracin m s bien por los individuos de
la misma, en especial en ciertos perodos, tena determinados
lmites.
En Polonia, en donde esta legislacin apenas se hallaba desa
rrollada y donde, incluso a fines del siglo x v i i i , el carcter eje
cutivo de la legislacin era muy dbil y casi haba perdido toda
su significacin, el especialista extranjero vea en ello uno de
194

los motivos fundamentales de la estrechez del m ercado de venta


de los productos manufacturados.10
Suponiendo que las leyes suntuarias tuvieran alguna influen
cia sobre las decisiones econmicas de las unidades consumido
ras surge la pregunta: En qu sentido podan hacerlo? Se ha
adelantado la idea de que uno de los objetivos de la legislacin
era el de transferir esas decisiones de la compra de los bienes
muebles a los bienes inmuebles.11 Esta interpretacin suscita cier
tas dudas y el problema no puede zanjarse sin incluir las leyes
suntuarias en el conjunto de la legislacin urbana o estatal de
una poca determinada, ya que junto a las leyes en contra del
consumo suntuario, en las ciudades feudales, regan las restric
ciones de los gastos de inversin. El taller de un artesano no
poda rebasar, al ser ampliado, los lm ite s instituidos por la
corporacin. La anchura de las fachadas y el tamao y altura
de las casas estaban sujetos a la reglamentacin urbanstico-arquitectnica. As, la cuestin sigue en el momento presente sin
aclararse.
El hecho mismo de orientar los gastos humanos desde los
fines del consumo suntuario a los fines inversionistas es un
problema trascendental, siendo el fenmeno legislativo un frag
mento reducido del proceso. El lujo es un atributo inseparable
del sistema feudal.
La doctrina de la Iglesia codificada por santo Toms de
Aquino, condenando el lujo, reprueba el consumo por encima
del tstado, as como la aspiracin a consumir los bienes que
no corresponden a un estado determinado o la de ascender por
la escala de la jerarqua feudal y ha de garantizar en contra de
esa suerte de tentativas la estructura social. Las necesidades
que no figuran en el conjunto convencional de las necesidades
propias de una determ inada clase social son tachadas de artifi
ciales, y perjudiciales tanto para el alma como para la so
ciedad.
Se necesit esperar el pensamiento protestante para ver cmo
la condenacin del lujo reviste un objetivo subjetivo y un sentido
objetivo para dirigir la acumulacin de los medios hacia la
produccin o al menos a su utilizacin econmica. Se han es
crito ya muchos tomos a este respecto.12 Los retratos y las es
cenas interiores de los pintores holandeses posreformistas y pos
revolucionarios nos m uestran unos vestidos sencillos de color
negro, unas habitaciones severas y desprovistas de adornos y
slo en las bolsas que penden de las cinturas o en las estante
ras arrim adas a las paredes, podemos adivinar las riquezas
acumuladas.
En sus relatos cifrados, Samuel Pepys no esconde su ms
profundo desprecio por el lujo que llena las habitaciones del
rey en Londres despus de la Restauracin por l visitadas,
y soando con todo el provecho que podra sacarse de tan in
195

mensos recursos.13 La burguesa hered de la sociedad feudal la


idea del lujo y del reparto de las necesidades entre las que tenan
un carcter natural y las de un carcter artificial, adaptando
estas categoras creadas para la estabilizacin de las estructuras
sociales, a las necesidades de una sociedad mucho ms mvil
como era la suya. El concepto de las necesidades artificiales si
gue siendo fundamental y del que parte para la condenacin de
ciertas formas del lujo el neoclsico Marshall.1* Pero con el tiem
po, en el pensamiento burgus nacen otras relaciones con res
pecto al lujo: la apologa del incremento de las necesidades co
mo el m otor del incremento de la produccin, teniendo en Som
b a rt15 el ms clsico representante de esta actitud. La alabanza
keynesiana de las clases poseedoras como prom otoras del mayor
consumo se desgaja consciente o inconscientemente de esa co
rriente.
Pero, en el mundo actual, junto al lujo de los grandes capita
listas elogiado por Hollywood, existen otros lujos precapitalistas: el de los jeques rabes, de los plantadores latinoamericanos
y hasta el de los m andarines chinos de ayer y de los m aharajs
hindes. La ciencia burguesa es propensa o bien a condenar o
bien a esclarecer estas diferencias de civilizacin. Hay pocos
cientficos que saben ver el racionalismo de ese lujo en deter
minadas condiciones sociales.14
Resumiendo: las opciones de las unidades econmicas con
respecto al consumo en la sociedad estn determinadas social
mente de diversas formas: por la situacin de las fuerzas pro
ductivas y de la produccin, por la moda, por las costumbres,
el estatuto social de los individuos, etc., y por ltimo, en ciertas
pocas, por los reglamentos jurdicos que quieren consolidar las
leyes de la costum bre y cuyas tentativas son el reflejo de su
debilitamiento y de la amenaza que pesa sobre ellas. Todo esto
concierne tanto a las decisiones sobre el reparto de la renta entre
la renta acum ulada y la renta consumida como la orientacin
a seguir en la utilizacin de la parte destinada al consumo. El
exacto conocimiento de las preferencias peculiares de un grupo
social determinado slo podemos obtenerlo a condicin de que
exista tericam ente la libertad de eleccin del consumidor y la de
colocar el dinero. La falta en los presupuestos de los burgueses,
de los gastos relativos a la adquisicin de alhajas de oro en
una ciudad donde se prohiba a la poblacin lucirlas no prueba
que aquellos burgueses no las apreciaran. La carencia de gastos
para la compra de tierras o la edificacin de grandes casas nada
nos aclara sobre las preferencias de las clases investigadas all
donde a un burgus se le prohiba la posesin de tierras o en
aquellas ciudades en las que ste no poda edificar una casa de
ms de tres ventanas de anchura.
La existencia de restricciones jurdicas tanto en la esfera
del consumo como en las inversiones, es la mayor de las difi
196

cultades en el anlisis de los presupuestos familiares de la poca


feudal y en especial del burgus en el feudalismo.
As si se ha de calcular para un perodo cualquiera del pa
sado el ndice del coste de vida, no se debe esperar de l ms de
lo que pueda darnos. Pero por ese camino no conoceremos los
criterios humanos y la jerarqua de los valores econmicos ni las
reacciones del consumo humano ante los cambios que se pro
ducen en ese medio.
Podemos llegar a un conocimiento aproximativo, pero por
otros mtodos. La investigacin de la estructura del consumo
en las instituciones de colectiva manutencin como son los
conventos, el ejrcito, los hospitales, las crceles, etc... aun cuan
do no deja de ser muy valiosa no nos facilita los detalles ms
interesantes. Los cambios que se producen durante un largo pe
rodo pueden esclarecerse bastante por el anlisis de los cam
bios acontecidos en la estructura de la produccin nacional, con
las correcciones introducidas por el comercio exterior.
En lo que concierne al consumo general en las pocas ms
largas y lejanas, es factible enterarse acerca del mismo con
conocimiento de la produccin que encierran fuentes histricas.
Pero los datos sobre la produccin slo nos informan acerca del
consumo global del pas, y no nos dan la clave para conocer
la diferenciacin del consumo entre las clases. Este elemento
hemos de buscarlo nuevamente por otro camino, en los docu
mentos de carcter descriptivo, que no se prestan a ser anali
zados con las categoras cuantitativas por estar saturados de
elementos subjetivos de su autor.
Las dificultades para este anlisis histrico de la economa
domstica, del consumo, del nivel de vida, etc., son muy consi
derables, ya que an no existen mtodos correctos de investiga
cin, lo que es causa de escepticismo de sus posibilidades cog
noscitivas.
Pero, ,an as las bsquedas de este gnero han de realizarse.
Incluso los resultados ms modestos, conjugados con los de las
investigaciones en otras esferas afines como son la produccin,
el comercio, etc., nos han de aproximar paulatinamente al cono
cimiento de los fenmenos que hasta cierto punto constituyen
el balance definitivo de las actividades econmicas de la socie
dad humana: el nivel de vida.
Por el hecho de que el nivel de vida constituye la resultante
definitiva de todos los sectores de la vida econmica y de una
serie de factores extraeconmicos, es por lo que los resultados
aproximativos obtenidos por su anlisis, pueden ser valorados
con el criterio de su verosimilitud a la luz de las adquisiciones
de otras ramas de la historia en general y de la historia econ
mica en particular, a pesar de que existan posibilidades de
cometer un error, puede descubrirse que ese error ha sido come
tido, lo que ya es positivo.
197

LAS IN VESTIG AC IO N ES H IST RICAS SO BRE EL COSTE


DE LA VIDA E N LA ESCUELA DE BUJAK

La investigacin de los presupuestos familiares, los ndices


del coste de vida basados en ellos y su anlisis basado en aque
llos y que suelen ser los anlisis del salario real, constituyen
una gran conquista de la ciencia econmica y un instrumento
inapreciable para el conocimiento de los elementos fundamenta
les de cada realidad social en el mundo contemporneo.1* Nu
merosos investigadores han tratado y tratan de utilizar este
instrumento para conocer la realidad total de las pocas ms
remotas.
Pero existe una dificultad fundamental como es la de que
en todas las indagaciones actuales, el punto de partida es el an
lisis de los presupuestos familiares y el establecimiento sobre
esta base de los presupuestos tipo. E sta posibilidad le est vedada
al historiador. Incluso cuando encuentra las bases para la re
construccin de ste o aquel presupuesto fam iliar ( bro de cuen
tas casero), estos presupuestos, al no figurar en ninguna masa
estadstica, no pueden ser una base para la elaboracin de un
presupuesto tipo.19 El histo^ador puede establecer con aproxi
macin el ndice de los p re so s que le interesan. Pero para cal
cular los ndices de los costes de vida debe ponderar los ele
mentos que los componen, ya que no pueden extraerse de las
fuentes documentales, ha de actuar de un modo ms o menos
arbitario y casi al margen de la investigacin, y he aqu el
punctum sliens del mtodo.
Aunque no queremos subestim ar esas dificultades, deseamos
poner en guardia ante la exageracin de las mismas y los re
sultados capituladores que de sta pudieran derivarse. Las pon
deraciones introducidas al margen y no fundamentadas en las
fuentes documentales, extradas en la mayora de los casos de
otras pocas y modificadas a travs del razonamiento pueden
ser sorprendentes para el historiador tradicional. Aqu recorda
remos los objetivos de los principios bsicos de carcter esta
dstico-histrico. Pues no se trata ms que del orden de mag
nitud y del sentido de los cambios. El historiador que no est
versado en las cifras considera muy norm al el datar un docu
mento no datado, el establecer para el mismo los trminos post
quem y ante quem . Tales aproximaciones son consideradas por
l con justeza como verdaderos logros cientficos. Pero de ser
as, no es posible negar el derecho a realizar esas mismas apro
ximaciones estadsticas en la historia.
No alabamos a los autores de Lvov, que bajo la influencia
de las crticas,20 renunciaron en sus trabajos a calcular los ndices
del coste de vida en general. Por lo dems ste no fue el punto
flaco de sus investigaciones, ya que ste fue la elaboracin de
los ndices colectivos que quedaron en todos los tomos sin haber
198

sido modificados en su esencia. Adems, algunas de las crticas


dirigidas contra ellos las consideramos injustas.
As, Amold, al criticar las ponderaciones utilizadas por Hoszowski, se pronunci por el abandono del clculo de los ndices
del coste de vida en general,** excluyendo toda posibilidad de
hallar unas ponderaciones ms fundamentadas. Numerosos pole
mistas criticaron el principio mismo de utilizacin de unos cri
terios invariables para tan largo perodo de tiempo, en el cual
deba de haber cambiado fundamentalmente la estructura del
presupuesto.
No negamos ese cambio pero es un hecho que aun cuando
los investigadores de Lvov utilizaban en sus procedimientos
unos criterios invariables, la estructura del presupuesto cambia
y esto es lo que no comprendieron los crticos y lo que en sus
rplicas no demostraron los partidarios de Bujak .22
Aunque el asunto es evidente para cualquier estadista, pero
aparentemente paradjico, hemos de esclarecerlo para los histo
riadores.
Los discpulos de Bujak calculan errneamente colecti
vamente los ndices de los precios de cuatro grupos de mercan
cas: los productos alimenticios, los vestidos, la vivienda y el
combustible y la luz, despus de lo cual obtienen el ndice del
coste de vida al ponderar estos cuatro grupos equivalentemente
y como sigue: 65 /o, 18 %, 12 % y 54 %.24 Utilizan estos criterios
para todo el perodo investigado, a pesar de lo cual comproba
mos que la estructura de los gastos en su presupuesto es va
riable. Cmo ha podido ocurrir esto?
Aclararemos el problema con un ejemplo ficticio.
Supongamos que tenemos un presupuesto integrado por tres
artculos slo consumidos en unas cantidades conocidas, o sea*
artculo a) consumido en una cantidad de 100 kg
artculo b) consumido en una cantidad de 20 m
artculo c) consumido en una cantidad de 10 unidades
El precio de esos artculos ascenda en el ao que sirvi de
punto de partida del anlisis a:
artculo a) 5 zlotys el kilo
artculo b) 15 zlotys el m
artculo c) 20 zlotys la unidad
De esta manera en ese ao se gastaron:
en el artculo a) 500 zlotys
en el artculo b) 300 zlotys
en el artculo c) 200 zlotys
Total 1.000 zlotys
199

En cambio, la estructura del presupuesto era aquel ao la


siguiente:
gastos en el artculo a) 50 %
gastos en el artculo b) 30 %
gastos en el artculo c) 20 %
Total
100 /o
Supongamos ahora que en el curso de tres aos los precios
de esos tres artculos cambiaron de la m anera siguiente:

en el ao X
en el ao X + l
en el ao X +2

art. a

art. b

art. c

5 zl/kg
6
7,5

15 zl/m.
16,5
19,9

20 zl/imidad
20
22

O sea un ndice:
art. a

art. b

art. c

100
120
150

100
110
132

100
100
110

en el ao X
en el ao X + l
en el ao X +2

Si ahora conocemos las cantidades consumidas en el ao que


sirvi para la investigacin y contamos con su invariabilidad en
el perodo analizado, en ese caso calculamos el ndice del coste
de vida multiplicando cada vez estas cantidades por los precios.
As obtenemos:
para el ao X + l

6 X 100 =
16,5 X 20 =
20 X 10 =

600
330
200
1.130

para el ao X +2

7,5 x 100 =
19,3 x 20 =

750
396

22

220

10 =

1.366
Esto significa un ndice del coste de vida:
para el ao X
100
para el ao X + l 113
para el ao X + 2 136,6
200

Operamos de esta m anera ya que conocemos las cantidades


consumidas. En cambio, si slo conocemos la estructura del pre
supuesto basada en su resultado (esa misma que hemos calculado
para el ao inicial), entonces multiplicamos el ndice correspon
diente de los precios del ao X + l y X +2 por la media de los
ndices de precios de cada uno de esos aos ponderados segn la
estructura del presupuesto del ao X. As obtenemos:
en el ao X + l

120 x 50 =
110 x 30 =
100 x 20 =

6.000
3.300
2.000
11300

en el ao X +2

150 x 50 =
132 x 30 =
110 x 20 =

7.500
3.960
2.200
13.660

Ya que hemos multiplicado l ndice de los precios por el coe


ficiente 100 (50+ 30+20) se debe dividirlo ahora por 100 obtenien
do entonces un resultado idntico al del mtodo anterior: 113
y 136,6 como ndice del coste de vida para los aos X + l y X+2.
Si con el segundo procedimiento obtuvimos un resultado idn
tico, tambin con el segundo mtodo hemos establecido las can
tidades consumidas aunque no las conocamos. Cules son las
cantidades que establecimos? Las mismas que con los precios
del ao X hubiesen dado como resultado la propia estructura
del presupuesto de esa anualidad.
As, con el segundo mtodo es decir el que utiliza la escue
la de Bujak las cantidades consumidas son invariables. Sin
embargo, la estructura de los gastos sufre un cambio en los
aos siguientes. Los ndices de los precios de los aos X + l y
X +2 los multiplicamos siempre por la misma cantidad: 50, 30
y 20, pero como quiera que los mismos ndices ya cambiaron,
la estructura del presupuesto en esos aos ha de presentar otras
proporciones, que podemos calcular y que han de ser las si
guientes:
en el ao X:
en el ao X + l:
en el ao X+2:

50 %
53,1 %
54,9 %

30 %
29,2%
34,2 %

20 %
17,7%
10,9 %

As la estructura del presupuesto vara y el cambio se pro


duce con rapidez; si tenemos en cuenta que hemos adoptado
una desproporcin relativamente reducida entre los precios de
los diferentes artculos: el artculo a), es ei que ms rpida
mente encarece al aumentar en un 50%, mientras que el ar201

t culo c) aumenta con ms lentitud, en un 10%. Pero en las in


vestigaciones de la escuela de Lvov efectuadas sobre un perodo
de varios siglos, encontramos desproporciones incomparable
mente mayores.ls
Despus de aclarar este problem a vamos a m irar los ndices del
coste de vida en la ciudad de Lvov en los siglos del xvi al xviii .
Se componen de tres ndices colectivos no ponderados: los pro
ductos alimenticios, el vestido y la vivienda, estimados con unos
coeficientes del 65%, 18% y 17%, respectivamente. Citaremos las
cantidades correspondientes a los comienzos y finales de los
siglos analizados:

1521-1525 (base)
1521-1530
1531-1540
1781-1790
1791-1800

Alim.

Vest.

Vivienda

Coste de vida

100
130
129

100
98
109

100
112
102

100
1202
121

3263
3722

505

290
278

2261
2557 27

Calculemos ahora cmo se presentaba la estructura de los gas


tos con tales costes de vida:
Alim entacin

Vestido

Vivienda

1521-1530
1531-1540

69,8
633

14,6
16,3

15,7
14,4

1781-1790
1791-1800

93,8
98,1

4.0
-----

2,2
0,9

No se puede agregar nada a estas cifras. La utilizacin de


esas mismas cantidades no estabiliza ni mucho menos la es
tructura de los gastos en el presupuesto que ha de servir de
base para el clculo de los costes de vida. Al contrario. Estabi
liza las cantidades consumidas, postulando con ello por un cam
bio de estructura de los gastos proporcionado al cambio de la
relacin entre el nivel de los precios que entran en el clculo
de los grupos de artculos. Porque el autor oper en este caso
con un largusimo perodo de tres siglos, porque durante el mis
mo se produjeron cambios fundamentales en la relacin de los
niveles de los precios que entraban en el clculo de los grupos
de mercancas, tiene que haber un cambio fundamental en la
estructura de los gastos que se hallan representados en el ndice
del coste de vida. Como resultado, la estructura de los gastos
para los dos ltimos decenios es absurda.
202

Para resaltar ms an esa absurdidad, vamos a presentar el


esquema confrontando aquellos ndices del coste de vida con los
ndices salariales y del poder adquisitivo del salario:29
Indice
coste de vida

Indice
salarial

Indice
poder adq.

1521-1525
1525-1530
1531-1540

100
120
121

100
100
99

100
83
82

1781-1790
1791-1800

2261
2557

240
281

11
11

Este resultado es una prueba fehaciente del carcter errneo


de los mtodos empleados por el autor. En teora se puede ima
ginar cmo despus de tan numerosos clculos los diferentes pro
cedimientos equivocados se anularan unos a otros y obtendra
mos un resultado verosmil. Por fortuna, todos los desaciertos
se han ido acumulando, hasta dar un resultado absurdo. Pues si
el empedrador municipal de Lvov viva con su salario en la
poca de los desmembramientos de Polonia, bajo el reinado
de los Segismundo deba ser rico al poseer nueve veces el m
nimo necesario para su existencia!* Sera el pauperismo abso
luto del feudalismo!
Es posible calcular el ndice del coste de vida partiendo de
la invariabilidad de la estructura de los gastos en vez de la invariabilidad de las cantidades consumidas? S, pero hay que
utilizar no una media aritmtica sino una media geomtrica para
las cantidades.
Cul de estos dos principios se acerca ms a la realidad his
trica, pues ambos son abstractos en principio? Con el criterio
de la invariabilidad del salario nominal, el individuo reacciona
ante el cambio de los precios y cambian las cantidades consu
midas y cambia la estructura de sus gastos. Esta comprobacin
es evidente hasta ser banal, es conocida y analizada en la ciencia.
En esto radica la elasticidad de la demanda con respecto a los
diferentes grupos de artculos. En relacin con algunos gneros
y con todo el grupo de los mismos el individuo trata siempre
de disminuir lo menos posible las cantidades consumidas en caso
de encarecimiento y apenas incrementa las cantidades consu
midas en caso de baja de los precios el pan, etc. Al ser as,
con ms rapidez han de aumentar o de disminuir las cantidades
*
El primer desmembramiento de Polonia se sita en el ao 1772; el segun
do en 1793 y el tercero en 1795. El reinado de los Segismundos, Segismun
do I el Viejo, 1467-1548; Segismundo II, 1520-1572; Segismundo III Vasa,
1566-1632. (N. d a T.)
203

de consumo de los artculos de otras categoras, como son los


de lujo; por lo tanto, la estructura de los gastos sufre un cambio
considerable. As, los costes reales de vida oscilan entre dos ex
tremos: entre los costes de vida calculados sobre el principio
de la invariabilidad de las cantidades consumidas (con ayuda
de la media aritm tica) o los calculados sobre el principio de la
invariabilidad de la estructura de los gastos (con ayuda de la
media geomtrica).

ESTADO E N QUE S E HALLAN LAS IN VESTIG AC IO N ES

El comienzo de las bsquedas cientficas del nivel de vida


de las diferentes capas de la sociedad encabezadas por la clase
obrera cuyos resultados constituyen unas fuentes histricas
inestimables corresponde al tercer y cuarto decenio del si
glo xix.
'
Para las pocas anteriores, contamos con la reconstruccin
de los presupuestos familiares efectuada por los historiadores
sobre la base de las diversas fuentes y en prim er lugar gracias
a los libros de cuentas domsticos, pero como las clases sociales
ms pobres no lo usaban dicha reconstruccin slo ha podido
hacerse con las clases privilegiadas de la nobleza y de la bur
guesa adinerada, y en especial esta ltim a ya que por naturalea, el burgus suele calcular y llevar muy a menudo una con
tabilidad ordenada, y tambin acostum bra a diferenciar los gas
tos caseros de las cuentas de la em presa taller, establecimien
to comercial, etc. As, Luzzato elabor esta clase de reconstruc
cin con respecto a la Venecia del siglo xiv,so Aleati y Cipolli lo
hicieron con la Lombarda de nales del siglo xvi y comienzos
del siglo xvii,*1 y Amold trat de hacerlo con las cuentas de un
m ercader varsoviano empobrecido en e l siglo x v ii.m En las fa
milias de los nobles rurales, la tarea era ms dificultosa, quiz
porque se entremezclan la economa domstica con la empresa,
es decir, con la explotacin agrcola. Dos discpulos de Bujak,
Zybuk y Puczynski abordan conjuntam ente este problema, elabo
rando las cuentas de una finca galiciana a finales del siglo xviil
y comienzos del x ix En las condiciones concretas de la Polonia
de los siglos x v i - x v i i i en que un porcentaje tan considerable de
las compras de la nobleza se hacan directam ente en la ciudad de
Gdansk * uno de los factores que perm iten conocer el nivel de
vida de los nobles puede ser el anlisis de las notas que abun
dan en los archivos de los magnates y que eran entregadas por
los funcionarios a quienes expedan trigo para esa ciudad. Pero
un solo ejemplo no puede dar ninguna solucin.54
* Antiguamente Danizig. (N. del T.)
204

Assorodobraj trata de reconstituir en su trabajo los sala


rios de la plebe urbana y de los jornaleros.
La prueba ms im portante con respecto a la reconstruccin
del presupuesto del obrero industrial es el trabajo de Kowalska
de los mineros de la cuenca de Staropolska en el ao 1865.36
Las bsquedas histricas sobre el nivel de vida de la clase
obrera cuenta ya con obras tempranas. La obra de Kuczynski37
de un carcter monumental se refiere a la clase obrera de Ale
mania, Francia, Inglaterra y los EE UU. Para Francia no deja
de ser actual el libro de Rigaudias-Weiss;3* en cuanto a Italia,
se public recientemente un extenso trabajo sobre la historia
de las investigaciones relacionadas con los presupuestos familia
res a partir del ao 1857.39 Son menos conocidas en Occidente
y tambin en Polonia las bsquedas efectuadas en Rusia, y
en especial el trabajo del gran precursor de estas investigaciones
y sabio eminente, Bervi-Flerowski.*0
Vale la pena recordar por ltimo las indagaciones del movi
miento de los salarios reales en Inglaterra, realizados sobre un
largo perodo por E. H. Phelps Brown y Sheila Hopkins. En su
prim er trabajo estos autores elaboraron los ndices salariales
de un operario de la construccin en el sur de Inglaterra desde
1264 a 1954.41 y los ndices del coste de vida, al confrontarlos
con los ndices de los salarios, obtuvieron los ndices del sala
rio real.42 Por fin, en tercer lugar, verificaron su mtodo y sus
resultados as como las hiptesis de interpretacin, con el si
glo xvi, salindose sin embargo esta vez de los materiales ingle
ses, y utilizando los datos sobre Alsacia segn Hanauer,44 y sobre
Francia segn d'Avenel.4*
.
Los mtodos utilizados por dichos autores tienen muchos ries
gos y en especial en lo que se refiere a los salarios ms que con
respecto a los precios.
El anlisis histrico de las remuneraciones suele ser muy di
ficultoso, tanto ms por cuanto se trata de un perodo ms dila
tado de tiempo. Al analizar el cambio de los salarios en el
tiempo nos referimos al abonado por un mismo trabajo. Supo
niendo que en la actualidad en un pas cualquier existan a la vez
una construccin rural de madera, otra de piedras del lugar,
y una tercera con ladrillos y tambin una con elementos prefa
bricados, el anlisis del salario del obrero de la construccin
ha de distinguir entre tales categoras, ya que no est excluido
que los salarios de las distintas categoras oscilen en varias di
recciones, lo que en resultado general nos dara un cuadro falso
de una invariabilidad o un cambio insignificantes. Esta misma
dificultad aparece en las investigaciones histricas de larga du
racin: no es el mismo trabajo el que aparece en las diferentes
casillas del esquema. Pero esto no es ms que el comienzo de
las dificultades.
En la poca precapitalista, para conocer las condiciones de
205

vida del obrero, suele ser ms im portante el sistema salarial


utilizado en aquellos tiempos que el importe nominal del mis
mo. He aqu tres problemas:
a) La totalidad del salario es siempre una remuneracin en
metlico? A menudo no fue as y junto a la remuneracin en
dinero exista un pago en frutos (la alimentacin completa o en
parte, la vivienda, el combustible, la ropa, etc.), esta parte del
salario, a veces muy im portante y a menudo muy abstracta para
el obrero.
b) La remuneracin percibida es slo el pago por el trabajo
efectuado? No comprende una devolucin del coste de las herra
mientas y de los m ateriales auxiliares? Pues hay mineros asa
lariados que tienen la obligacin de acudir al trabajo con sus
propias herram ientas, han de proporcionarse el petrleo o el
aceite para la lm para, las cuerdas, las carretillas de mano, lo
cual no es ninguna excepcin.
c) El estipendio constituye slo la remuneracin de un ope
rario? No acudi al trabajo con uno o varios ayudantes, asa
lariados o miem bros de su familia con los cuales trabaja con
juntam ente y segn u n a tasa cualquiera se reparte el dinero con
ellos sin que el empresario tenga que intervenir en ello? Este
caso no era raro en los trabajos de la construccin hasta hac
poco tiempo.
Por ltimo, el problem a del tiempo de trabajo, el cual se
divide en dos secciones:
a) El nm ero de horas de trabajo al da. No es el mismo
a lo largo de siete siglos, ni siquiera en el curso de una sola
tem poradas en la construccin de la poca feudal, por estar de
term inadas por la longitud del da. Son comparables, pues, las
tarifas de las jom adas en las cuales se basan los autores?
b) La cantidad de las jom adas de trabajo durante el ao es
un problem a slo en apariencia, sin im portancia para los investi
gadores que tom aron como medida la tarifa de la jom ada. Las
empresas que garantizaban un trabajo perm anente (perodos en
que la tcnica de la construccin perm ita un trabajo estable)
podan aplicar unas tarifas m s bajas para los jm ales y a las
cuales se acomodaban gustosamente los obreros.
Por ltimo, hay nna cuestin fundamental: el proceso de
emancipacin del proletario en la libre venta de su fuerza de
trabajo. En el sistem a capitalista el salario de los obreros en
las empresas de la industria descentralizada ubicadas en las re
giones agrcolas, suele ser m s bajo; estos operarios se reclutan
en especial entre las familias que an poseen una explotacin
rural, lo cual perm ite que las remuneraciones sean ms bajas
al no tener que garantizar la plena reproduccin de la capacidad
de trabajo del obrero. Acaso antiguamente las cosas no eran
as? No hemos de contar al analizar una escala de muchos
siglos con el proceso del aumento gradual de la importancia
206

del obrero, del verdadero proletario, lo que a su vez modifica


la homogeneidad de la masa indagada?
Existen menos dudas sobre la segunda parte de la ecuacin:
los precios.
Las conclusiones de los referidos autores no son nuevas. Afir
man que hacia el ao 1510, el poder adquisitivo del salario de
un obrero de la construccin comienza a disminuir para caer
hacia el ao 1630 en un nivel equivalente a los 2/5 del nivel del
siglo xv. Esto lo saba el mismo Malthus quien habla incluso
de una disminucin en un 1/3.-** Lo saba Rogers, segn el cual
el punto ms bajo fue alcanzado precisamente en el perodo
en que estall la gran guerra entre el Rey y el Parlamento/?
Por ltimo lo saba Marx al referirse a los salarios relativamente
elevados en la Inglaterra del siglo xv y de la prim era mitad
del siglo x v i i i . 4* Adems, hay que darle la razn a Phelps Brown4
ya que en muchas obras sobre la historia del siglo xvi no en
contramos ningn pasaje de este hecho trascendental. Tambin
es justo que, pese a todas las dificultades, los anlisis de
los precios y de los salarios durante un largo perodo de tiempo
han de realizarse aunque no fuera ms que para llegar a esa
conclusin o cerciorarse de su justeza.
En Polonia, emprendieron indagaciones en pequea escala
el Comit Estadstico Varsoviano y su prim er director W. Swiatlowski, las cuales fueron continuadas por un grupo restringido
de economistas progresistas (L. Krzywicki, K. Krzeczkowski y
por el mdico S. Sterling). Esta etapa investigadora fue coro
nada por la obra de K. Krzeczkowski sobre los obreros de las
fbricas azucareras del Reino polaco.so S. Rychlinskisi elabor
hace 30 aos la historia de esas bsquedas.
Desde la recuperacin de la independencia de Polonia, las
exploraciones del nivel de vida de la clase obrera fueron efec
tuadas por la Oficina Central de Estadsticas y por una serie
de instituciones sociales investigadoras encabezadas por el Ins
tituto de Economa Social y el Instituto de Problemas Sociales.
El trabajo de T. Szturm de Sztrem es el que m ejor informa
sobre los mtodos utilizados por la Oficina Central de Esta
dsticas.**
La labor de Ludwik Landau,53 precursor de estas investiga
ciones en la Polonia del perodo de entre las dos guerras, con
tiene un gran nmero de razonamientos metodolgicos y de
datos.
En una publicacin reciente A. Luszniewicz54 ha revistado
los mtodos empleados en aquellos aos y los resultados obte
nidos.
El economista finlands Pippings* los ha resumido desde el
punto de vista de la actual ciencia econmica occidental europea.
Al referirse al estado de las investigaciones histricas sobre
el nivel de vida que ha sido objeto de un gran nmero de an
207

lisis y de discusiones cientficas y el consumo de las diferentes


clases sociales en el pasado, es preciso sealar toda una cate
gora de aproximaciones fragm entarias, a menudo de un carcter
compendiador y que a veces revisten el aspecto de bsquedas
de datos curiosos, pero que pueden ser aprovechadas para los
fines que nos interesan. Tales trabajos han sido elaborados ms
de una vez por los etngrafos, los cuales, en particular los ms
antiguos, solan ser muy poco sensibles al problem a de la datacin, fundamental para los historiadores.
En los ltim os quince aos, en Polonia, la cooperacin de los
arquelogos, los etngrafos e historiadores ha sido muy fructfera.s*
En relacin con las pocas antiguas, estos fenmenos suelen
ser investigados con ayuda de los procedimientos arqueolgicos
y para los tiempos ms modernos con los mtodos etnogrficos.
Pero, entre los perodos para los cuales son aplicados estos dos
mtodos suele quedar un gran vaco cronolgico que slo puede
ser colmado por los historiadores. Se da el caso paradjico en
apariencia de que sean estos ltimos, que form ularon crticas fun
dam entadas y postulados de los procedimientos propios a la
arqueologa y la etnografa crticas y postulados no quedaron
sin respuesta y aportaron resultados positivos, los que se
hallan francam ente retrasados en este terreno de la cronologa
en el que nadie los puede substituir. La paradoja es tan slo
aparente ya que este fenmeno se explica por la carencia de
unos procedimientos adecuados y por la falta de una proble
m tica ya elaborada. Al evitar muy acertadam ente la continua
cin de los trabajos sin problema, narrativos, basados en las
ejemplificaciones casuales, los historiadores se equivocaron al
evitar em prender esos tem as en general, y el alejarse de ellos
no es una solucin. As, la tarea consiste en la elaboracin de
una problem tica verdadera y de unos mtodos adecuados.

LO COMPARABLE DE LOS DATOS SO BRE E L N IV E L DE


VIDA Y EL CONSUMO E N E L TIEMPO Y E N E L ESPACIO

Cualquier dato sobre el nivel de vida y el nivel del consumo


una informacin sobre la sum a de los gastos de consumo o
sobre la estructura de stos o incluso de las cantidades absolu
tas de los artculos consumidos es por s mismo, y por sepa
rado, enteram ente mudo, hasta que lo comparamos con otros
datos anlogos de otras clases sociales en un lugar y en un
tiempo determinados, en otro pas en esa m isma poca o en
otros tiempos de la historia de la misma nacin.
El saber si la comparacin en el tiempo y la comparacin
en el espacio constituyen un mismo problem a metodolgico es
208

na cuestin litigiosa, de la cual ya nos ocuparem os 57 Pero uno


de los argumentos que abogan en favor de una respuesta posi
tiva es el que se desprende del propio trabajo del investigador:
la convergencia, para no decir la identidad, de muchas de las
dificultades metodolgicas que en esta clase de bsquedas so
lemos enfrentar.
1.
En prim er lugar plantea enormes dificultades la diferen
cia de la estructura de los precios en los dos mercados inves
tigados. En un pas muy desarrollado, los precios de los artculos
industriales suelen ser bajos y los artculos agrcolas bastante
caros mientras que en una nacin atrasada, sucede a l inversa.
Para la comparacin hemos de estim ar el consumo en ambos
mercados segn esa misma estructura de los precios. En apa
riencia, no tiene importancia cul de las estructuras hemos de
tom ar como instrumento,M pero en realidad no es as.
Examinemos el problema con un ejemplo:
Suponiendo que en el pas A (atrasado) una familia obrera
mediana consuma 90 kilos de artculos alimenticios y 10 artcu
los industriales cuyos precios ascienden en esa nacin respec
tivamente a 10 y 20 rupias y que en el pas desarrollado una
familia anloga consuma 100 kg del prim er artculo y 100 uni
dades del segundo, y que los precios de estos artculos en ese
mercado asciendan a 1 dlar, obtenemos, tomando como base
la estructura de los precios en el pas A:

art. alimenticios
art. industriales
Total

en el pas A

en el pas B

900 rupias
200 rupias

1.000 rupias
2.000 rupias

1.100 rupias

3.000 rupias

En cambio, tomando como base la estructura de los precios


en el pas B, obtenemos:
en el pas A

art. alimenticios
art. industriales
Total

90 dlares
10 dlares

100 dlares

en el pas B

100 dlares
100 dlares
200 dlares

Segn el prim er clculo, conseguimos que el consumo en el


pas B es cerca de tres veces mayor mientras que en el segundo
clculo, es dos veces mayor que en el pas A.
o 100. 14

209

Y aqu es donde aparece la regularidad.


Tomando como base la estructura de los precios del pas
atrasado, exageramos considerablemente la diferencia mientras
que tomando como base la estructura de los precios del pas
desarrollado aminoramos esa diferencia.
Idntico fenmeno se produce con las comparaciones en el
tiempo. Tomando como base la estructura de los precios del
punto final la diferencia se reduce m ientras que tomando como
base el punto de partida, se agiganta.
El problem a que hemos ilustrado con un ejemplo elemental
y que se resuelve en la actualidad en las indagaciones compara
tivas con unos mtodos mucho m s complicados, es la expresin
tcnica de las dificultades resultantes de las profundas diferen
cias en las estructuras econmicas de las sociedades compara
das o de esa m ism a sociedad en las diferentes pocas. Las dife
rentes estructuras de los precios que en ellas existen son la con
secuencia de las diversas productividades del trabajo en cada
ram a, de las diferencias existentes en el equipo de las diver
sas ram as de la economa y de la variedad en el surtido de los
artculos producidos y consumidos. En cambio, la desigualdad
de larga duracin entre el desarrollo de la productividad del
trabajo en la industria y en la agricultura dem uestra que las
diferencias entre las sociedades desarrolladas y las atrasadas,
o entre dos periodos muy lejanos de la historia de una misma
sociedad, han de someterse a la orientacin de nuestra hiptesis.
Sin denominador comn no pueden sum arse los precios
entre s ni compararse los diversos agregados de los diferentes
artculos consumidos. En cambio, la adopcin de ese denomi
nador comn conduce a una investigacin diferente y comple
m entaria.
2.
E sta cuestin ya era clara para los antiguos investigado
res. Con el deseo de encontrar la medida objetiva de las dife
rencias entre el nivel del consumo y el nivel de vida, una me
dida que fuera independiente de los sistemas de precio varia
bles, Engel formul su clebre ley. Su mtodo consista en el
hecho de que en lugar de com prar el im porte absoluto de los
presupuestos de consumo se comparaban sus estructuras inter
nas. Con independencia de la estructura de los precios en que los
hombres realizan su actividad econmica, son tanto ms ricos
cuanto menos dinero invierten para nutrirse. Este procedimien
to pudo ser reelaborado m s tarde: pues entraba en juego tanto
la estructura interna de los gastos de alimentacin como la es
tructura de los gastos extraalimenticios, etc.
Este m todo fue despus la base para las bsquedas sobre
la elasticidad de los precios de los diferentes artculos, reve
lndose muy til y muy provechosa para el anlisis de algunos
mercados siendo perfeccionado para las investigaciones compa
210

rativas y actualmente el mtodo de anlisis de los tres sectores


de C. Clark, muy de moda, se basa en esas mismas diferencias
de elasticidad.
Sin embargo, la aplicacin de este mtodo a unas sociedades
muy diferenciadas ha demostrado su debilidad, y en qu me
dida los altos funcionarios sajones o prusianos de mediados-de
siglo xix o los profesores universitarios de nuestros tiempos ra
zonan en este caso con sus categoras, tomando su comporta
miento y sus reacciones socialmente determinadas como muy
naturales y universales. Incluso un destacado lgico polaco afir
m que la as llamada Ley de Engel no debe considerarse
como tal ley puesto que se trata de una simple perogrullada.60
Este profesor saba a la perfeccin que cuando a l le aumenta
ban la pensin en un 50%, aumentaba sus gastos en alimenta
cin en un grado menor, pongamos en el 20%, dedicando el resto
del aumento a otros fines. Pero ese mismo profesor al vivir
como un miserable en la Varsovia ocupada por los nazis, cuan
do consegua algn ingreso suplementario que le supona un
aumento del 100% de su sueldo se gastaba esa suma suplemen
taria en alimentos para pasar menos hambre con su familia.
Aqu, el aumento de los ingresos se acompaaba de un aumento
de los gastos en vveres en el presupuesto familiar.
La Ley de Engel acta con seguridad y ms de una vez
esto se puede comprobar empricamente con el nivel absoluto
de los gastos de consumo. La inmensa mayora de la poblacin
actual de la India reaccionara inmediatamente ante el aumento
de sus ingresos individuales de una forma diametralmente con
traria a como reaccionara el director del Preussische Statistisches Breau hace cien aos o el profesor de la Universidad de
Varsovia hoy. En la Polonia actual, cada aumento del fondo
salarial se acompaa de otro proporcional de los gastos en
artculos alimenticios (en la India ste sera mayor que el del
Fondo salarial y ms bajo en Inglaterra). Nos encontramos
algo as como al borde del problema y dentro de poco tiem
po, en caso de un nuevo aumento del nivel de vida, la Ley de
Engel puede comenzar a actuar en Polonia.
Esta ley no slo no es real como lo afirmara aquel lgico,
sino que en general no es justa, al menos como la formulara
su autor, la utilizaron sus continuadores y la comprendi el ci
tado lgico.
Otro problema que se da con frecuencia en la ciencia es que
el derrocamiento de una ley cientfica no consiste en probar
su falsedad sino en lim itar su aplicabilidad. En ciertas condi
ciones sociales, esa ley es justa pero durante su derrocamiento
se le opuso nna ley diferente e incluso contraria, la cual rega
en las sociedades ms pobres o antiguas. La comprobacin de
la transicin regular de las condiciones sociales en las cuales
se manifiesta, llammosla as, el revs de la Ley de Engel
211

a las condicione* en que dicha ley comienza a operar es la com


probacin de una nueva ley ms extensa.
El problema del mnimo vital es una de las cuestiones eco
nmicas y sociolgicas ms dificultosas, en la medida en que
este mnimo vital depende de las condiciones naturales nece
sidad de muchas ms caloras en los pases polares que en los pa
ses templados o tropicales y sociales el mozo de cuerda tiene
otras necesidades que el maestro, y el puado de arroz que
basta para m antener la capacidad del esfuerzo fsico del indo
nesio no es suficiente al europeo para realizar un trabajo in
telectual. Sin embargo, la comprobacin de que los individuos
en caso de un aumento de sus ingresos empiezan a incrementar
en un grado menor sus gastos en alimentos, o sea que la Ley
de Engel comienza a actuar, es quizs una prueba muy objetiva
de que el mnimo vital ha sido alcanzado y superado.
3.
En repetidas ocasiones se ha tratado de establecer una
comparacin de los datos sobre el nivel de vida de diversas so
ciedades abstrayndose totalmente del factor monetario. Esto
condujo a la bsqueda de los ndices cuantitativos en lugar de
los valorativos y la tarea consista en encontrar la posibilidad
de adicionar magnitudes que no podan sum arse tales como
el pan, el calzado, la vivienda, la asistencia sanitaria, etc.
Una de estas pruebas de hallar un ndice global y no mo
netario del consumo y en especial del nivel de vida, la realiz
M. K. Benett de la Universidad de Stanford.61
Su procedimiento es:
a) en prim er lugar establece una lista de 19 variantes no
m onetarias ci'ya variacin es para l tpica para el aumento del
nivel de vida;62
b) despus, para cada una de las ms conocidas en los da
tos mundiales, les asigna el coeficiente 100;
c) cada posicin inferior al coeficiente dado se expresa en
un porcentaje del citado mximo,
d) adiciona los resultados para cada pas.
Con diecinueve artculos es natural que el resultado terico
mximo ha de ser 1900, como lo sera en un pas en que cada
uno de los coeficientes sera el mayor de ellos. Los resultados
de la operacin realizada sobre la base de los datos concernien
tes a los aos 1934-1938 y conceptuados grficamente son pre
sentados despus. La prueba que acabamos de presentar demues
tra un serio esfuerzo para evitar toda arbitrariedad. El coefi
ciente fijado en 100 corresponde a la realidad, siendo efectuada
la adicin en cifras relativas.
La arbitrariedad de este mtodo comienza con la seleccin
de los diecinueve coeficientes. Desde luego se podra multiplicar
el nm ero de stos (por ejemplo, no hay en ellos un coeficiente
tan im portante como el nmero de personas por pieza de vi

212

vienda); tambin pudiera proponerse el cambio del uno por el


otro. En suma, falta un criterio objetivo en la seleccin de los
coeficientes.
En tercer lugar, es dudosa la precisin de algunos coeficien
tes. Recordando todo lo ficticio de los clculos de los ndices
medios per capita en las sociedades de clases, con el mtodo de
Benett, no llegamos ni siquiera a eso. El nmero de vehculos
mecnicos per capita puede resultar relativamente elevado en
un pequeo y pobre pas fascista si contamos todos los coches
incluyendo los de la polica y los del ejrcito. En cuarto lugar
este sistema omite de modo despreocupado las diferencias geo
grficas y climticas. En Grecia, donde el desayuno del cam
pesino suele componerse de vino, de queso y de un puado de
aceitunas, la cifra de las caloras tendra que ser muy elevada
adems de las que facilitan los cereales. Lo mismo sucede con
la dependencia de la necesidad fisiolgica en tejidos segn el
clima.
Por ltimo, no se tiene en cuenta en absoluto el probljema
relativo a la duracin del trabajo. La diferencia entre el nivel
de vida de los pases desarrollados y los pases atrasados es
mayor si tenemos en cuenta que la duracin del trabajo del
obrero en estos ltimos es un 20% mayor cuarenta y ocho
horas a la semana en lugar de cuarenta.
Y
tambin podemos examinar ese mtodo de otra manera.
La finalidad del mismo consiste en adicionar unos coeficien
tes cualitativamente muy diferentes cuyo objetivo se logra en
apariencia. Pero en especial con la seleccin arbitraria de los
coeficientes establece una relacin de valores de los distintos
fenmenos de la vida social que no se fundamentan en nada
y que no dejan de ser sorprendentes.
En lo que se refiere al consumo de caloras per capita, la
magnitud cumbre es 2.699 (EE UU), as la fijamos en 100. En
la rbrica de los envos postales, la magnitud cumbre tomada
como 100 equivale a 161 envos per capita (tambin en los Esta
dos Unidos). De esta manera, dos pases con los mismos ndices
restantes, y uno de los cuales tiene un consumo per capita su
perior en 270 caloras y el segundo cuenta con 16 envos postales
per capita ms que el primero, tendrn un resultado global
idntico. De esto resultara que 270 caloras per capita = 16
envos postales per capita = 20 vehculos mecnicos per car
pita = 13,5 mdicos por 1.000 habitantes = 5% de personas
de 0-20 aos de edad que van a la escuela, etc., etc...
Hemos presentado aqu el mtodo de Benett como un ejem
plo de los esfuerzos tendentes a encontrar unos ndices del nivel
de vida independientes de los factores monetarios. En la prcti
ca, como lo muestra el diagrama que reproducimos, este proce
dimiento llega a unos resultados razonables y hasta interesan
tes, pero no resiste a un anlisis terico profundizado.
213

As, es engaoso el servirse de un coeficiente monetario co


mn para la comparacin de los niveles de vida y la tentativa
de elaboracin de un coeficiente independiente de los fenme
nos monetarios resulta ms engaosa an.
No es extrao esto ya que la teora econmica an no ha
creado las bases objetivas de la com parabilidad y algunos
economistas consideran la pregunta concerniente al cambio del
nivel de satisfaccin de las necesidades hum anas como meaningless, desprovista de sentido, y se molestan al com probar que
sus lectores les form ulan tal pregunta** que con toda probabili
dad las han de seguir formulando a pesar de que algunos man
darines de la ciencia objetiva las consideren sin sentido. Se
lograr establecer con estas indagaciones unas medidas aptas
para todas las sociedades, todas las capas sociales y todos los
individuos? Es dudoso. Pero esto no ha de acontecer hasta que
no progrese el proceso de unificacin cultural del mundo y de
liquidacin de las barreras de clase. Estas investigaciones* estn
basadas hasta ahora en el criterio consciente o inconsciente del
valor que se encierra en los conceptos y los mtodos, siendo
muy improbable que en el futuro la ciencia pueda liberarse de
l.
En las comparaciones internacionales, y entre los diversos
perodos, de los niveles de vida, slo existen aproximaciones.
Bastan para los fines prcticos tanto m s ya que se sabe cul
de los dos mtodos y en qu sentido se aparta de la realidad.
Otros ndices facilitan las bases para el control de los resul
tados. Algunos de ellos tifenen bajo muchos aspectos un carcter
acumulativo; como en un lente se recogen en ellos las acciones
de todos o al menos de muchsimos factores determinantes del
nivel de vida humano (el ms im portante de ellos es la proba
bilidad de existencia de un recin nacido, es decir, la duracin
media de la vida humana).66 Los especialistas en el campo de las
investigaciones sobre el nivel de vida se dividen en optimistas
y pesimistas con respecto a las posibilidades de realizar com
paraciones internacionales exactas, establecindose discusiones
entre ambas tendencias en sus conferencias. El problema se ha
hecho actual a raz de la Segunda Guerra Mundial cuando la
creciente importancia de los pases atrasados hizo de las di
ferencias del nivel de vida existentes en el mundo quizs el
ms trascendental de los problemas desde el punto de vista
poltico e ideolgico de la humanidad. La necesidad de efectuar
comparaciones entre los pases ms desarrollados econmica
mente y los ms atrasados, puso al orden del da todas las difi
cultades vinculadas a las comparaciones entre los sistemas, es
decir, entre el capitalismo avanzado por una parte y el sistema
scmifeudal e incluso sem ipatriarcal por la otra, entre una eco
noma casi enteram ente comercializada y una economa en la
cual el sector natural sigue siendo dominante. En esta misma
214

direccin actuaba la necesidad de efectuar comparaciones entre


los niveles de vida existentes bajo los sistemas capitalista y so
cialista, necesidad suscitada por el segundo problema central de
nuestra poca: la rivalidad econmica entre ambos.
En este sentido, la comparacin entre los sistemas efectuada
en el mundo actual, en el marco del tiempo presente y para
fines concretos y prcticos, abre el camino hacia el perfeccio
namiento de los mtodos, los cuales son provechosos tambin
para las investigaciones histricas.
Las dificultades que surgen en las bsquedas actuales sobre
el nivel de vida en los pases atrasados, se repiten en su anlisis
en los pases actualmente desarrollados en su poca preindustrial. Los obstculos fundamentales con que se tropieza al com
parar esta medida sobre las dos clases de pases se repiten al
comparar entre dos momentos cronolgicos alejados entre s de
un mismo pas.
Estas dicultades son:
a) el distinto grado de comercializacin del consumo en los
momentos (pases) comparados y junto con ello el carcter y el
sentido social distintos de los precios del mercado;
b) la existencia er?. cada uno de los momentos (pases) de
artculos que no tienen su equivalente en el segundo (el sable
y el televisor);
c) los criterios diferentes y la distinta manifestacin del
poder y de la riqueza;
d ) relaciones diferentes en cuanto al tiempo, la colocacin
de los capitales, las inversiones, la renta, etc.
Ultimamente unos mismos investigadores acometen los an
lisis comparativos tanto en la escala geogrfica como histrica
(Simn Kuznets,67 Philys Dean* y otros).
La prctica demuestra que el anlisis del nivel de vida en los
pases europeos y en los EE UU a travs del mtodo estads
tico es factible realizarlo en lo fundamental con respecto al
perodo de los ltimos cien aos. En prim er lugar y en contra
de las apariencias, en la escala histrica el ltimo siglo no
m uestra diferencias fundamentales. Es ms fcil establecer una
comparacin entre la Inglaterra del ao 1960 y la del ao 1860
que no entre la Inglaterra del ao 1860 y la del 1760. El salto
cualitativo aparece en el siglo anterior y no en el ltimo. Tam
bin es ms fcil com parar la Inglaterra del ao 1960 con la
Inglaterra del 1860 que no la Inglaterra del 1960 con la India
del 1960.* Respecto al ltimo siglo, unos cuatrocientos aos para
Gran Bretaa, podemos confrontar unos datos bastante exactos
sobre el movimiento de los precios, datos aislados y heterog
neos pero en stos aparecen de vez en cuando las cifras corres
pondientes a los presupuestos familiares reales.70 Para las po
cas anteriores, en general slo es posible establecer aproxima
ciones relativas a los precios, aproximaciones que a no ser con215

troladas con datos empricos sobre los presupuestos reales, pue


den desembocar en cmicos malentendidos y hasta en resulta
dos peligrosos que pueden evitarse con un buen conocimiento
de la poca. Para ello es indispensable confrontar los resultados
obtenidos con los datos procedentes de otros sectores. As, el
conocimiento de la estructura de la produccin y los cambios
que en ella acontecen, conjugando dicho conocimiento con el de
la estructura.^ v Jos cambios _esructi ir al e&_ fie _la_ balanza _deL______
comercio exterior. Esto nos indica la desaparicin de unos pro
ductos en el mercado y la aparicin de otros, o bien la multipli
cacin de unos determinados y la escasez de los dems.
Es necesario el conocimiento del nmero de mercancas de
^coirsunru 'huratoenj -como souTntnWres, ropa, t c c ., posibos ~por
una familia media de cada una de las clases sociales: esto lo
podemos averiguar por mediacin de los testamentos, los in
ventarios, etc. Es preciso conocer las ilustraciones de artculos
del consumo (los libros de cocina, los de consejos de tipo
econmico, etc.). Por fin, se necesita conocer los conceptos
sociales de los sntomas de la pobreza y la riqueza, el standard
de vida de cada capa de la sociedad tarea que suele ser rela
tivamente ms fcil con respecto a las pocas precapitalistas
que para la del capitalismo.
Es imprescindible el anlisis cuidadoso de las cuentas rela
tivas a los gastos de consumo, que suelen conservarse en los
archivos. Es verdad que los libros o documentos de contabilidad
de los cuales disponemos suelen referirse casi de modo exclusivo
a las capas superiores de la sociedad cortes reales y magna
tes, grandes m ercaderes y negociantes y a las en su gnero
instituciones de m anutencin colectiva, como los conventos
y las prisiones o los establecimientos de trabajos forzados.
Pero estos datos no dejan de ser tiles para el conocimiento
de los fenmenos normales aunque no sea sino porque los limi
tan. El anlisis de los gastos de las mansiones de los magnates
nos brinda una fantstica visin de lo que se expenda en co
mida. Engel, al ver en este captulo de gastos un ndice de apli
cacin general para determ inar la riqueza, considerara que este
presupuesto no es el de un personaje ilustre sino ms bien el
de un pordiosero. As, el coeficiente de Engel, inaplicable como
lo hemos comprobado a las sociedades ms pobres, tampoco
puede 'aplicarse a las capas m s ricas de la poca precapitalista.
Para entender esta cuestin, es preciso saber qu papel de
sempeaban en los gastos suntuarios de aquella poca los man
jares. Un profesor de la Universidad Jaguellnica de Cracovia,
que en el siglo xv tena el rango de cannigo, perteneca a las
clases privilegiadas, pero el men de sus almuerzos71 no deja
de ser muy difcil de entender, aun cuando pensemos que de
lo que pudiese quedar se nutra algn asistente suyo. El mer
cader varsoviano Zielenewicz pudo ser un borracho, pero acaso
216

esto sea una base como para, despus de Bujak, negar la representatividad de su presupuesto, en el que el capitulo de gastos
alimenticios es tan enorme?
E ntre las obligaciones de las clases privilegiadas estaba la
de alim entar a los dems: en casa del magnate coman los ser
vidores, los huspedes, la m ultitud de nobles que acudan a las
sesiones de las Dietas provinciales, y en casa del noble de mo
desta condicin, todos los parientes y los transentes. E ra un
smbolo del lujo. En unas condiciones sociales en que el mer
cader o el cannigo tienen un standard de vida estrictam ente
reglamentado por la ley o las costumbres, en toda una serie de
elementos, como son la vestimenta, los medios de locomocin,
a veces la casa y el nm ero de servidores, etc., el com er con
lujo era casi el nico signo de una vida suntuosa.
Todos estos fenmenos no son raros actualm ente en los pa
ses atrasados aunque puedan sorprender a los investigadores
que se ocupan de ellos.

LOS MTODOS CU ANTITATIVOS Y CUALITATIVOS E N LAS


IN VE STIG AC IO N ES H IST RIC A S SO B RE EL CONSUMO
Y E L N IV E L DE VIDA

Nada tiene de particular que para conocer el nivel de vida de


la poca precapitalista tengamos que recurrir con frecuencia a
los mtodos de anlisis extraestadsticos e incluso no cuantita
tivos. Las bsquedas del nivel de vida, del consumo, de las con
diciones de existencia de las diferentes capas de la sociedad,
ios procetimiiettus "eralriicus hran -lie -coni^nrdrst ~cuii -ticros
en cuanto se tra ta de la realidad contempornea.
El hombre es un ser demasiado complejo, en su adaptacin
al medio natural y social influyen demasiados factores tan dis
tintos, para que esta problemtica pueda reducirse a un ndice
acumulativo. El ndice del coste de vida es un ndice trascen
dental, pero no se puede esperar mucho de l.
As, para cada poca y para cada clase social, la ciencia debe
elaborar un cuestionario especfico de los factores que influ
yen sobre su nivel de vida, algunos de los cuales son mensura
bles, otros no mensurables en principio podrn ser caracte
rizados con cierta aproximacin por sus sntomas mensurables,
otros, en fin, podrn ser analizados enteramente con las catego
ras descriptivas.
Los logros ms importantes corresponden al anlisis de la
situacin de la clase obrera en la poca capitalista. El punto
culminante fueron las bsquedas de Marx y de Engels. Sobre
su actitud nos informan sus trabajos de investigacin empezan
do por La situacin de la clase obrera en Inglaterra de Engels
217

y toda una serie de declaraciones metodolgicas, de crticas y de


proyectos de investigacin. E ntre estos ltim os se debe recor
dar el proyecto capital de la Encuesta obrera del ao 1800
que puede considerarse como un resum en de sus razonamien
tos.73 La ltima palabra de la ciencia m arxista en este terre
no es la obra monumental de Kuczynski sobre la situacin de
la clase obrera bajo el capitalismo (Inglaterra y su imperio,
Alemania, Francia y los EE UU). Desde la prim era edicin ingle
sa en cuatro tomos de los aos 1942-4674 hasta la sexta y ltim a
edicin en catorce75 y la que actualmente se est preparando
y que tendr treinta y siete,75 el autor se distingue por su afn
de encontrar nuevos tipos de fuentes, conceptos nuevos y nue
vos puntos de vista, y sobre todo en increm entar cada vez ms
el cuestionario de los factores que influyen sobre la situacin
de la clase obrera en la poca capitalista.
El lim itarse unilateralm ente a los mtodos cuantitativos pue
de resultar engaoso cuando analizamos la situacin de las ma
sas trabajadoras en un perodo crucial en el cual se entremez
clan los elementos de los diferentes sistemas, y no cuando fun
ciona plenamente un sistema ya desarrollado. Esto sucede en las
indagaciones sobre la situacin de los obreros en los albores
del capitalismo y a comienzos de la Revolucin Industrial, pro
blema que desde aquellas pocas hasta la fecha sigue siendo
actual en la ciencia y que desde entonces hasta el da de hoy
no ha dejado de inflam ar las pasiones al margen de la ciencia
por sus ideologas.
La actitud de Ashton77 representa en relacin con la amplia
utilizacin de los modernos mtodos analticos, un concepto fran
camente optimista. Es optim ista tanto en su fe en las posi
bilidades cognoscitivas y lim itadas del mtodo estadstico como
en cuanto se refiere al cuadro del nivel de vida de las masas
obreras de Inglaterra en la poca de la Revolucin Industrial;
ve en esta ltim a la etapa acelerada de un proceso de desarro
llo y de progreso constante, en el cual han participado aunque
no de la m isma forma, todas las clases sociales desde el co
mienzo. Sin negar el transitorio descenso del nivel de vida en
especial el de los obreros industriales en el perodo de las gue
rras napolenicas y directam ente despus de stas Ashton con
sidera que este descenso es el resultado de los combates y de
los errores de la poltica gubernamental.
A nuestro entender, no hubo tales errores. Slo se puede
hablar de las equivocaciones cuando el gobierno utiliza unos
medios mucho ms eficientes a criterio del investigador.
La poltica del gobierno de la Gran Bretaa despus de 1815
contribuy al proceso de disminucin del nivel de vida de las
masas trabajadoras. Pero acaso dicho gobierno pretenda ele
varlo? El propio Ashton formula la tesis de que tal poltica
obraba en favor del aumento de los beneficios de los lores te
218

rratenientes, los rentistas y los industriales. Quiz fuera su obje


tivo. As, dnde estn los desaciertos? Ashton es un adversa
rio de la tesis m arxista que considera al Estado como el rgano
de la clase dominante. Pero los materiales reunidos por l estn
a favor de esa tesis.
1 analiza de modo magnfico el procedimiento estadstico.
En. otro lugar?* expresamos nuestra concordancia con la pos
tura que reconoce la primaca de los cambios cualitativos en las
transformaciones histricas y sobre la limitacin que de ella se
desprende con relacin a la utilizacin de la estadstica histrica,
la cual, por naturaleza, est llamada a aprehender los cambios
cuantitativos en los fenmenos homogneos. Y aqu nos encon
tramos con la clsica ilustracin de dichas dificultades.
El perodo de la Revolucin Industrial es un cambio cualita
tivo tan grande, que bajo muchos puntos de vista esencialsimos para la suerte de las masas populares, no vemos la posibi
lidad de compararlo con pocas anteriores.
Ashton tiende a negar el carcter cualitativo de los cambios.
Dedicando un libro a la historia de la Revolucin Industrial, no
se siente muy atrado por este trmino que subraya con dema
siada fuerza la violencia de las transformaciones. Teme que al
emplearlo there is a danger o f overlooking the essential fac o f
continuity. En esto radica la diferencia fundamental entre la
actitud de Ashton y la marxista: la metodologa m arxista recalca
con todo el vigor la continuidad del proceso histrico, el mutuo
engranaje de los viejos y los nuevos fenmenos, el determinismo
histrico que de lo viejo hace surgir lo nuevo pero al mismo
tiempo que se comprende esta continuidad, esto no es bice
segn ella para la comprensin en el curso de la historia de la
desaparicin de las viejas y de la aparicin de las nuevas cuali
dades ni de que la dominacin de las nuevas cualidades en las
relaciones sociales se opera a menudo de una forma violenta
aun cuando se halla preparada por un largo proceso de creci
miento.
As, Ashton a n a liz a en uno de sus trabajos*0 la situacin de
alojamiento de la clase obrera naciente llegando a la conclusin
de que a pesar de que sta era muy difcil, la poblacin aldeana
tena peores condiciones de alojamiento. Pero cmo comparar
con los mtodos estadsticos una choza aldeana abandonada por
el campesino arruinado con la vivienda en la cual moraba en el
naciente poblado industrial? Veamos el problema de la densidad
humana por superficie habitable. Acaso no tuvo consecuencias
trascendentales? Es que un alojamiento, materialmente idn
tico al que en una aldea despoblada permita vivir en unas con
diciones soportables, no deba ser perjudicial para la salud por
el hacinamiento de los primeros centros industriales?
Asimismo tenemos el problema pecuniario del alquiler de la
casa por el obrero. Est la cuestin del agua, inexistente en la
219

aldea y cuya falta no deja de ser perjudicial y peligrosa para la


salud y que es un gasto en el presupuesto del obrero; est la
del camino para llegar al trabajo, sin importancia en la aldea
pero abrum ador para el obrero a medida que van surgiendo
nuevas aglomeraciones industriales, primero, como incremento
de la duracin del trabajo y despus como un gasto importante.
Tenemos el problema relativo al carcter del salario en metlico
que para el campesino es secundario m ientras que para el obre
ro es decisivo. Tambin tenemos el hecho de que la parte de la
produccin y del consumo que se substraa al mercado le ase
guraba al campesino algn medio mnimo de existencia y al
mismo tiempo lo garantizaba y en cierto modo lo independizaba
de los cambios del mercado. Existe tam bin el problema de los
peligros que representaba para la salud de la familia obrera el
hacinamiento en las aglomeraciones densamente pobladas. La
media de la duracin de la vida hum ana en la poca feudal es
bastante ms corta en las ciudades que en el campo. Con el
desarrollo del capitalismo, la proporcin se invierte. Pero duran
te la Revolucin Industrial sigue rigiendo an una situacin feu
dal. Si al ser desahuciado el campesino se m archa a la ciudad
ello entraa para l y su familia una posibilidad de vivir menos
tiempo. Y la seguridad en el trabajo del obrero en compara
cin con la del trabajo del campesino? Y la labor de los nios
en las fbricas en comparacin con la tarea de los nios en el
campo? Cmo m edir todos estos elementos estadsticos cuando
las condiciones generales de existencia del campesino y del obre
ro son tan incomparables? A pesar de que muchos de estos fe
nmenos pudieran conceptuarse cuantitativam ente, cmo apli
carles un coeficiente comn, cmo sum arlos?81
Ashton presenta los ndices del salario real del obrero in
dustrial desde 1806 a 1850 los cuales descienden hasta 1813,
ascienden hasta 1821, se estabilizan m s o menos hasta el ao
1842 despus de lo cual vuelven a subir un tanto (sus cifras no
confirman su tesis sobre el aumento que deba iniciarse a p artir
del ao 1820). Acaso estas cantidades se refieren a todos los
elementos ya enumerados? De las cifras de Ashton no se des
prende la conclusin de un aumento de los salarios reales en la
poca de la Revolucin Industrial sino inmediatamente despus
de la misma. Pero estaba Ashton en condiciones de ponderar
los elementos enumerados y otros muchos del empeoramien
to del nivel de vida?
La estadstica histrica sirve para el anlisis de los cambios
cuantitativos y de la frecuencia de aparicin de los fenmenos
homogneos cualitativamente, pero, en un perodo de cambios
cualitativos tan fundamentales como el alum bram iento de la
civilizacin industrial stos son muy contados.
El nivel de vida de la clase obrera naciente lo apreciaron
con pesimismo Malthus y Engels, las encuestas del Parlamento
220

influenciado an por los lores terratenientes, y los cartistas. Con


trariam ente a Hauser, quien confiaba mucho ms en Balzac que
en los estadistas, Ashton no tiene ninguna confianza en las opi
niones de la poca. Ve en ellas un pesimismo innato, un ro
manticismo anhistrico, la observacin de una parte slo de la
clase obrera y hasta una falta de conocimientos histricos que
impide ver a las gentes que se compadecen de la suerte penosa
de los obreros, que los antepasados de esos obreros los cam
pesinos vivan mucho peor.
Un experimento: comparemos irnos libros como la encuesta
de Engels sobre la clase obrera inglesa en el ao 1845 o la
francesa anloga sobre el perodo de la monarqua de Julio*4
con los anlisis semejantes sobre la situacin de la clase obre
ra en la India contempornea.** He aqu la regularidad del pe
rodo inicial de la industrializacin en el sistema capita
lista.*6
Resumiendo: el mtodo estadstico en las indagaciones sobre
el nivel de vida y en particular sobre la situacin de las masas
trabajadoras elev estas exploraciones, enriqueci nuestros cono
cimientos de los hechos, a los elementos que de otro modo hubie
ran sido inaprehensibles, increment las posibilidades de un
control cientfico de las conclusiones y a menudo estrech el
campo de los problemas en litigio. Pero este mtodo no nos ofre
ce una respuesta a todas las preguntas. Al igual que la actitud
del hombre en la sociedad es un fenmeno complicado, multi
lateral, compuesto de muchos elementos inconmensurables, han
de ser de diferentes los procedimientos para su anlisis.
Pero las bsquedas histricas del consumo y del nivel de
vida no deben limitarse a los mtodos establecidos para el an
lisis de los presupuestos familiares. Esto no puede realizarse por
que no siempre se encuentra el m aterial necesario y porque el
anlisis presupuestario, tan valioso, no responde a todas las pre
guntas.
El concepto del presupuesto domstico o familiar supone
algn grado de regularidad. Pero posee una mtrica antigua y
se manifiesta sta acaso an en todas las regiones del mundo?
Por culpa de este vientre maldito segn Homero los
hombres han de padecer, pues l los manda a correr por el
mundo, esquilmarse y sufrir, por l, zarpan hacia la m ar in
quieta, presurosas y compactas, las naves.**
Cunto tiempo no habr vivido la humanidad con el miedo
de que las cosechas se perdieran, el temor a no poder sobrevi
vir, a morirse de hambre? Y, acaso ha desaparecido?
Las ceremonias rituales de las fiestas de la cosecha cele
bradas con alegra en muchos pases, las danzas y los cantos
que las acompaan, se conservan en esas naciones gracias al
pietismo por las tradiciones de la cultura popular. En tiempos
an no tan lejanos, estas festividades significaban la explosin
221

impetuosa del gozo por haber sobrevivido, y lo recogieron los


rituales que se conservan en la cultura popular.
Presupuesto familiar? Costumbres en el consumo? An
tes de la cosecha y despus de sta, en otoo y en invierno, en
la primavera y el verano son otras las cantidades y la calidad
de los productos que se consumen. Al igual que en los comien
zos de la industrializacin, el obrero se alim enta de distinta
m anera en la prim era m itad de la semana que en la segunda.
Pero no es ste el problema. En las sociedades primitivas
la tribu se agrupa durante las tem poradas de fcil consecucin
de la comida y se divide en pequeos grupos cuando la bsque
da del alimento se vuelve difcil. La vida social se halla deter
m inada tem poralm ente por ese mismo factor. Desaparece este
factor con la vida sedentaria? Ni mucho menos. Una de las cues
tiones ms im portantes de la historia social: la movilidad hu
mana, estaba determ inada hasta hace poco tiempo por la tem
porada y la im portancia de la cosecha. La busca del pan antes
de la siega.8** Si la cosecha era m ala se sale en busca del pan.8
Ni las barreras ms drsticas de la jurisdiccin feudal pueden
impedirlo, siendo derribadas y establecindose nuevos vnculos
entre los hombres.
Las cantidades consum idas. La confirmacin de las mismas
parece cosa fcil en las actuales sociedades organizadas. Cuando
la comida es una cosa trascendental, incierta, una preocupacin,
las cantidades consumidas suelen ser desiguales, no slo en re
lacin con las temporadas. El pedazo de carne escogido no slo
en tiempos de Homero sino en la actualidad sigue siendo bocado
de rey o para el husped insigne0 en muchos pueblos. En tales
sociedades, el comer, el atiborrarse, representa la m anera de
celebrar las jom adas y los perodos extraordinarios, la forma
de ostentacin de la riqueza, el mtodo de subordinacin del
hombre por el hombre. Es en las sociedades pobres del pasado
y del presente donde hay el m ayor despilfarro en las mesas de
las clases ricas. Y en las sociedades pobres donde comproba
mos, entre las gentes m s humildes, una gran diferencia entre
las comilonas de los das de fiesta o las bodas y la comida de
todos los das. Si en la Inglaterra actual, en las Navidades no
se come bistec y s pavo, la diferencia entre ambos platos tanto
en el precio como en su valor nutritivo es insignificante.
En la India semihambrienta, las autoridades se afanan con
relativa eficacia por m oderar el fasto de los banquetes, de
las bodas o de los funerales. En los dibujos de Norblin de los
diferentes tipos sociales de la Polonia de la poca de Estanislao,*
los magnates son gordos y el pobre diablo, delgado. Los dioses
de Homero suelen enaltenecer las gestas de sus favoritos ms
vigorosos.^ En la Sagrada Escritura los patriarcas definen el
* Estanislao II Pooiatowaki, rey de Polonia de 1764 a 1795. {N. dt T.)

222

estado venturoso y la gracia divina con las palabras: que no le


enflaquezcan los vestidos.92 Slo en los libros ulteriores aparece
la m etfora de la miel, como nica fuente de dulzura. En prim er
lugar se aprecia el comer opparamente y slo despus los finos
manjares.
Estas costumbres son asombrosamente duraderas. Incluso en
la actualidad, en unas sociedades tan desarrolladas y tan elsti
cas, no es tan fcil introducir un nuevo artculo en el consumo
masivo. Pero los cambios no dejan de producirse en un largo
perodo, aun cuando no sean perceptibles para los hombres por
la brevedad de su existencia. Se tiene la impresin de que el
consumo de la carne, por ejemplo, ha disminuido desde la Edad
Media hasta los comienzos del siglo xix. El aumento de la pro
duccin agrcola ha alcanzado ms fcilmente el aumento de la
poblacin que el incremento de la ganadera, el cual se ha visto
frenado por la imposibilidad de alim entar al ganado en el in
vierno. Ambos fueron hasta cierto punto antagnicos hasta que
se impuso la rotacin de los cultivos, ya que se trataba de la
forma de aprovechamiento de unas mismas tierras.
As, el crecimiento de la poblacin, que debe comer, provoca
un aumento del consumo de los productos agrcolas; los precios
de los cereales suben con mucha ms rapidez que el de la carne
y el de la leche y sus derivados.9 Pero la primaca de la agri
cultura sobre la ganadera es un proceso que tiene repercusio
nes en el conjunto de la vida social.
Las bebidas. Hay la Europa del vino y la Europa de la cer
veza, que tienen un riqusimo folklore. La cerveza se obtiene
con los cereales, planta anual, m ientras que el vino es obtenido
con la vid que es una planta que dura largos aos y que no
necesita ser repuesta anualmente. En un ao de mala cosecha
es factible producir menos cerveza con la cebada y hacer smola,
mientras que la uva no tiene otra alternativa que el vino. El
vinicultor se halla mucho ms vinculado a las dems gentes
que el productor de cereales. El encerrarse en su explotacin
la cual se basta a s misma desde el punto de vista del con
sumo le es mucho ms fcil al campesino productor de trigo
(dominante en la Europa de la cerveza) que al que cultiva la
vid.
La aparicin del aguardiente como artculo de consumo masi
vo data de la Europa del siglo xvi. sta s que fue una revolu
cin y no slo en la alimentacin! La divisin de las clases
se halla simbolizada por las bebidas: la nobleza bebe vino y los
campesinos aguardiente.
Sobre la revolucin de la patata ya se ha escrito mucho
en la ciencia, pero no lo bastante como para comprender su.
importancia.9*
Los condimentos. El aceite, la mantequilla, las grasas anima
les... (Cuntas diferencias en la organizacin social de la pro
223

duccin y en las relaciones entre los hombres! El aceite ya se


transportaba a travs de los m ares en la Antigedad, y la man
tequilla hasta hace poco tiempo no soportaba los largos trans
portes. La produccin de este artculo es propicia a la produc
cin para s mismo y la del aceite lo es para la produccin
para el amplio mercado. La prim era ofrece la alternativa de la
carne y de la leche y es fcil de increm entar o de reducir mien
tras que la del aceite de oliva, rbol multisecular, slo puede
aprovecharse de una sola manera. Adems, ltimamente, se ade
lant la tesis tal vez acertada de que los hbitos de consumo, los
cuales se caracterizan por una gran fuerza de inercia, conciernen
en particular a ciertos condimentos, o sea que es ms fcil in
troducir un nuevo plato que no la nueva grasa que lo ha de
condimentar.95 '
Otros condim entos, aparte de las grasas. La sal,9* conside
rada desde la Antigedad como un producto imprescindible, la
sal divisa internacional reguladora de los diferentes tipos de
vinculacin, la sal tan universalmente consumida que es objeto
de imposicin fiscal, ha sido tam bin un privilegio: en Polonia
los nobles tenan la gracia de escogerla y pagarla a precios redu
cidos m ientras que la de los campesinos estaba gravada de im
puestos. Este artculo, que se produce en muy pocos lugares,
es uno de los prim eros artculos indispensables en las compras
realizadas por las economas cerradas,97 cuya autarqua se halla
vulnerada por la sal y por lo tanto representa un modo trascen
dental en el mecanismo de la divisin del trabajo y del progre
so social.
Tambin la pim ienta es una divisa internacional. Como el oro,
no se echa a perder y puede atesorarse,9* habiendo sido la causa
de cruentas guerras y de rapias,99 ya que es el smbolo de la
riqueza. Y tenemos tambin el azafrn del cual no sabemos por
qu se consumen cantidades tan fantsticas.100
Las preferencias hum anas en el consumo. Aqu entran todas
las preferencias posibles y los criterios que mueven a las mis
mas, as como la estimacin de las caloras que suponen los
diferentes alimentos, temas todos ellos im portantes para la in
vestigacin.
Por ltimo estn el consumo y la produccin dialcticamente
vinculados entre s por una m utua dependencia. Cundo se ma
nifiesta la inercia en los hbitos de consumo y cundo lo hace
en el sistema de produccin? Es la pregunta. La produccin de
cada artculo crea unas relaciones determ inadas y una interde
pendencia entre los hombres. La inercia suele ser mayor siem
pre y cuando las costumbres estn guardadas por un grupo
social que defiende sus privilegios. Cada nuevo alimento consti
tuye una produccin nueva y una produccin entraa nuevos
tipos de relaciones entre los hombres, es una lucha social de las
relaciones existentes: los unos la* atacan, los otros las defien
234

den. Y no se puede simplificar el problema con la palabra tra


dicionalismo.
El sistema de consumo se halla ligado a todos los elementos
de la vida social. Necesita ser analizado en su ms amplio con
texto y sobre la base de las fuentes documentales ms diver
sas. No es posible abandonar la tarea cuando no existen pre
supuestos familiares o datos cuantitativos. Los ritos populares,
los proverbios, las diversas metforas, etc. todo ello es suscep
tible de abrim os el camino hacia el examen de unos problemas
humanos trascendentales.

225
hcs

100. 15

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NDICE NO MONETARIO DEL NIVEL DE VIDA EN CIERTOS PAlSl


EN LOS AOS 1934/38
F u e n t e : Bennftt M. K., Internatiorud Disparities in Consumption

c American Economic Revicw, septiembre 1951.

VIII.

Macroanlisis: Las investigaciones


histricas sobre la renta nacional

ALGUNAS NOCIONES FUNDAMENTALES

Hace ya mucho tiempo que la idea de investigar la magnitud


de la riqueza o de la renta nacional interes a los cientficos.
Lo que los incit a las bsquedas en este terreno fue el inters
prctico y en prim er lugar el inters de los Estados, que aspira
ban a sentar las bases de su poltica fiscal.
La obra de Gregory King a finales del siglo xvn,i tuvo un
carcter monumental y fue especialmente escrita con ese fin,
como tambin el objetivo del mariscal de Vauban cuando poco
despus elaboraba su pian de reform a del tesoro francs.* Estos
investigadores se interesaron por la situacin de aquella poca
y no por la historia. Pero dichas obras constituyeron para los
historiadores que les siguieron un verdadero tesoro de informa
ciones, inasequibles de otra manera.
El siglo xix fue el escenario de numerosas tentativas del clcu
lo de la riqueza nacional. Sin embargo, es preciso comprobar
que sus resultados fueron negativos. Abandonadas durante un
largo perodo, estas indagaciones volvieron a renovarse en el
ltimo decenio, por lo cual siguen siendo causa de continua
controversia.3
En cambio, el perodo de entre las dos guerras en el siglo xx
y en particular los ltimos aos, han visto el renacimiento de
las bsquedas de la renta nacional, siendo lo ms curioso que
tales exploraciones han sido realizadas en muchos casos por los
mismos investigadores, conjuntamente con las bsquedas rela
tivas a la as llamada contemporaneidad y las pocas histricas
a veces bastante remotas.
Uno de los discpulos de Keynes, Colin Clark, en una obra
sobre la renta nacional publicada en 1937, presenta un extenso
y penetrante anlisis de la renta nacional de Inglaterra a fina
les del siglo xvii basado en los datos de Gregory King.4 El Na
tional Bureau of Economic Research de los EE UU ha acome
tido una serie de exploraciones de la renta nacional y de sus
diversos componentes, tomndo como punto de partida el ao
1869, la misma fecha que Bowley para Inglaterra5 y la escuela
sueca.6 Desde entonces han aparecido muchos trabajos en di
ferentes pases.
Estas investigaciones revisten una importancia trascendental,
cuyo buen xito depende:
a) de los mtodos empleados,
227

b)
de la abundancia y verosimilitud de las fuentes docu
mentales. Los precursores irreemplazables como son King y
Vauban, pueden constituir un campo infinito para la polmica
de su interpretacin, pero es el caso que slo la utilizacin ma
siva de los datos facilitados por los institutos estadsticos na
cionales de los Estados democrtico-burgueses constituye las ba
ses de un serio anlisis de la evolucin histrica de la renta na
cional. El hecho de que el sistema estadstico de la antigua Suecia
destacara a escala mundial por su elevado nivel ha permitido
que las averiguaciones histricas sobre la renta nacional pudie
ran situarse en un nivel destacado.
Desde los primeros y sugestivos trabajos de Colin Clark hasta
hoy, son ya numerosos los pases que emprendieron la indaga
cin de sus rentas nacionales, al menos desde la segunda mitad
del siglo xix.7 Tambin se ha tratado de explorar las pocas
ms remotas* y de efectuar sus comparaciones.9
A causa de la im portancia de estas bsquedas, es imprescin
dible examinar aqu ciertos problem as de ndole metodolgica
y sobre todo, contestar a la pregunta: Qu nos han de dar y
qu pueden darnos? Una de las condiciones para la correcta
aplicacin de los mtodos estriba en sentar sus lmites, con
la preocupacin de no defraudar las esperanzas que no pudieran
colmarse dadas las posibilidades inherentes a estos mtodos.
Durante largo tiempo, las bsquedas sobre la renta nacio
nal no gozaron entre los tericos de la economa de buena
fama.10 No crean en la posibilidad de efectuarlas ni en la de
sentar sus fundamentos tericos. Los progresos de la ciencia
han llevado al convencimiento de que tales posibilidades existen
aunque con limitaciones esenciales, lo que, incluso en el presen
te, hay quien se resiste a creerlo, y F. von Hayek opina que
ellas son ni ms ni menos que un camino hacia el totalita
rismo! 11
No se trata de que pretendamos afirm ar que las crticas
que se form aran acerca de la exactitud de los resultados obte
nidos en el anlisis de la renta nacional no sean justas. Al con
trario. Muchas de las imputaciones aparte de las del estilo
de von Hayek se hallan profundamente justificadas. Es verdad
que la economa es la investigacin cientfica de la riqueza, la
cual, a pesar de ello, no sabemos medirla.12 Pero no puede
esperarse a que los resultados de estas investigaciones tengan
un grado de exactitud mayor que lo que los datos analizados
pueden ofrecernos.
Como renta social denominamos todo el producto neto de
una sociedad y en un perodo determinados. En esta definicin
las palabras produccin y neto no son sinnimas. Examine
mos este problema.
En el concepto de la produccin, existe una diferencia entre
la ciencia m arxista y la no m arxista consistente en que esta
228

ltima incluye en la produccin todo cuanto concierne a la pro


duccin de los servicios mientras que la primera slo lo h a c e
en la misma la fraccin de los as llamados servicios producti
vos. Sin entrar en la argumentacin de ambas partes, slo recal
caremos sus consecuencias. La mayor parte de lo que Colin
Clark1 denomina la production terciaire entra de esta manera
en el clculo de la renta nacional tal y como la concibe el m ar
xismo. Pero por cuanto la produccin de los servicios tiene cada
vez ms importancia, a) a medida que el tiempo va transcu
rriendo en relacin con el progreso econmico, y b) en la me
dida en que en un perodo determinado de tiempo pasamos de
los pases atrasados a los ms desarrollados econmicamente, es
por lo cual resulta que con la aplicacin del mtodo marxista
la escala de las diferencias de la magnitud absoluta de la renta
social en el tiempo y en el espacio, ser hasta cierto punto ms
reducida que con la aplicacin de los mtodos occidentales. Sin
embargo, estas dificultades tienen gran importancia. La posibi
lidad de manipular l control uno de los grandes valores del
mtodo estadstico permite a los investigadores que utilizan
los anlisis relativos a la historia de la renta nacional contar
con los materiales que en ellos se incluyen conforme a los prin
cipios metodolgicos que consideran ms justos, a condicin
de que los resultados de estos anlisis hayan sido publicados
con la adecuada particularidad.
Mayores son los obstculos de las dudas del concepto de la
produccin neta. En teora la produccin neta significa la pro
duccin en bruto de la cual se sustrae la destinada al manteni
miento de la capacidad productiva existente, el cual se obtiene
en la sociedad con la amortizacin de las instalaciones produc
tivas cuyo valor debe ser sustrado al de la produccin en
bruto. Pero este mantenimiento puede entenderse de una forma
ms amplia en el caso de un supuesto ms extenso, han de en
trar igualmente en l la mayor parte de los salarios percibidos
por la clase obrera as como la parte del consumo social de
otras clases.14 Sin embargo, como quiera que el reparto de la
renta entre las clases y las capas sociales es una de las tareas
fundamentales en estas bsquedas, no hay ms remr .10 que
contar el salario como una renta aun cuando en gran parte
slo sea la reproduccin de la capacidad de produccin. Por el
contrario, el descontar de la renta nacional la amortizacin de
las instalaciones permanentes se justifica bajo diversos aspectos,
el no hacerlo llevara a incrementar fantsticamente la renta en
las sociedades que cuentan con potentes inversiones y a agran
dar artificialmente la diferencia entre la renta social de los
pases adelantados y la de los atrasados o dentro de la misma
sociedad, teniendo en cuenta el discurso del tiempo y el pro
greso econmico. Las insuperables dificultades tcnicas con las
cuales se tropieza a veces en este clculo, son otra cuestin.
229

A QU SOCIEDADES PERTENECE LA RE N TA ANALIZADA?

El problema que acabamos de plantear no suele concernir


a los investigadores de la renta nacional de las sociedades con
temporneas, los cuales aceptan incuestionablemente las fronte
ras estatales como base de separacin del tem a analizado. Al
hacerlo obran justam ente. En la actualidad, cada frontera esta
tal tiene gran im portancia econmica15 al separar las diversas
magnitudes globales. Cada cambio de las fronteras destruye unos
lazos econmicos y crea otros nuevos. Ahora bien, cmo situar
se frente a esta cuestin con relacin al pasado?
Esto es complicadsimo. Ya nos hemos referido a l en rela
cin con el problema de la naturaleza de las bsquedas de la
historia econmica y este problema es mucho ms agudo en
aquellos pases que suelen utilizar una terminologa diferente,
hablando no de la historia econmica, sino de la historia de
la economa nacional. Nacional? Acaso tenemos que enfren
tam os siempre con una economa a escala nacional?
Es muy posible que los historiadores polacos sean particu
larm ente sensibles al tener tantas veces que escribir la historia
de cada uno de los Estados polacos en muchas pocas multi
nacionales o la historia del pueblo polaco, o la del territorio
que hoy constituye el Estado polaco. Para los historiadores es
pecializados en los temas econmicos, la cuestin se presenta
de una m anera algo diferente: el saber si el territorio que entra
a form ar parte de este Estado del perodo investigado incluso en
los momentos en que dicha demarcacin estatal se identificaba
bastante aproximadamente con el espacio nacional genuinamente polaco (por ejemplo, en el reinado de Mieszko I), constitua
alguna totalidad econmicamente diferenciada. Tambin se trata
de saber si las diferentes regiones se hallaban vinculadas eco
nmicamente de alguna manera. Pues el surgimiento de los lazos
econmicos, primero por encima de los marcos locales y luego
de los regionales, es uno de los fenmenos histricos que se
prestan al anlisis, uno de los problemas capitales de la historia
econmica.
Es un anacronismo el referirse a la economa nacional en
el curso histrico y que en su mayor parte no se trata de un
proceso realmente nacional.
Esta no es la nica dificultad terica, aunque sea poco pro
bable que tengamos que analizar la renta social en tiempos de
Mieszko I; en cambio, no es posible descartar ciertas tentativas
en relacin con el siglo xvu realizadas de un modo bastante
ingenuo por Korzon y ello a pesar de que en el siglo xvm , los
nexos econmicos de los territorios que integraban el Estado
polaco de entonces sean bastante dudosos y que o acaso por
esta razn misma a que en aquel perodo empezaban a crearse
los vnculos embrionarios interregionales.16 Cmo actuar en re
230

lacin con el siglo xix, el periodo ms importante por la docu


mentacin que nos brinda, aun cuando el Estado polaco no
exista como tal?
No hay ninguna respuesta. La eleccin del tema a investigar
depende del objetivo. Si el objetivo de las bsquedas es el cono
cimiento del potencial econmico de un Estado en relacin con
los Estados limtrofes, el criterio de las fronteras polticas es
tar plenamente fundamentado. Durante la poca que sigui a
los desmembramientos de Polonia nos pueden interesar tanto las
regiones como el conjunto de varias regiones y hasta algn terri
torio interregional siempre y cuando lleguemos a la conclusin
de que esta demarcacin constitua econmicamente una unidad
aparte. La diferenciacin de los temas de anlisis debe realizarse
conscientemente en consideracin al objetivo de las bsquedas
el cual, habiendo sido adoptado como una hiptesis de trabajo,
requiere ser refrendado despus por las investigaciones que ha
brn de demostrar si existi realmente esta diferenciacin con
respecto a un territorio determinado.

CUAL E S LA REALIDAD SOCIAL QUE APREHENDEMOS


EN LAS INVESTIG ACIO NES SOBRE LA RE N TA NACIONAL?

La exploracin de la renta nacional nos permite analizar la


magnitud de la produccin de los bienes junto con cierta esfera
de la produccin de los servicios. Pero, si queremos conocer esta
magnitud, debemos obtener una suma global con la aadidura
de los diferentes productos. Para adicionar estas magnitudes,
hemos de reducirlas a un denominador comn que no puede ser
ni su peso, ni su volumen, ni su longitud, ni el nmero de
unidades sino slo su valor econmico, conocido por mediacin
de una aproximacin tan imperfecta como es el precio. Pero
se plantean una serie de dificultades. Aclaremos este punto con
un ejemplo:
Si en el ao I se han producido 1.000 unidades de trigo y 500
unidades de textil, y en el ao I + 1, 1.200 unidades de trigo y
400 de textil, y si los precios sin variacin fueron de 10 para cada
unidad de trigo y de 20 para cada unidad textil, el valor de la
renta nacional no ha sufrido ningn cambio en el curso de ese
ao. Pero fueron de 8 y de 30, y en ese caso este ltimo valor
ha disminuido en el 9,4%. Si, por el contrario, los precios fue
ron correlativamente de 12 y 15, la renta social aument en un
11,5%. Se puede preguntar cmo anduvieron las cosas en ese
perodo y cules fueron los cambios reales en la renta.
Pero este mtodo no es vlido. En los problemas de la com
paracin de la renta nacional en el tiempo y en el espacio, hemos
de seguir adelante. Aqu slo llamamos la atencin sobre cul
231

es la realidad social que aprehendemos al tom ar como una cate


gora cuantitativam ente compuesta de una serie de componentes
la renta social de una sociedad y en un perodo de tiempo deter
minados. Pero como no conocemos su magnitud absoluta, no es
posible adicionar en ella los sacos de trigo y las piezas de gne
ro textil. Conocemos el valor de esa produccin de acuerdo con
los criterios antiguos de su valor, pero esos criterios valorativos
se diferencian enormemente de los nuestros. Sin embargo, en
teora (mitiendo las dificultades tcnicas del cambio del sur
tido y la calidad de la produccin en un largo perodo de
tiempo) tambin pudiramos calcular muy bien el valor de la
produccin en el perodo analizado con arreglo a nuestros cri
terios valorativos, obteniendo as un conocimiento sobre algo
distinto pero interesante.
El conocimiento de la magnitud de la produccin en un pe
rodo determinado sobre la base de los criterios del valor de la
poca, es algo as como una ecuacin con dos incgnitas. Por
eso, lo que con ese tipo de investigaciones llegamos a conocer,
no es la dimensin absoluta de la renta social, sino las propor
ciones de sus componentes que integran la renta nacional (en
caso de la veracidad de los m ateriales y de la correccin de los
mtodos) y que nos revela de una form a francam ente objetiva
no la magnitud de la produccin agrcola e industrial, por ejem
plo, sino su estructura proporcional en la creacin de la renta
social y ms claramente, y a la inversa, cules fueron con los
criterios valorativos de la poca las contribuciones que en la
creacin de la renta nacional se asignaron por una parte a la
agricultura y por la otra a la industria. De esta manera, nos en
teramos ms de su estructura que de su magnitud.18
Acaso esto no contradice la tesis enunciada acerca de la igual
dad de derechos de la problem tica sobre la magnitud y de la
del reparto de la renta social? No. Nos referimos slo a las
limitaciones cognoscitivas de un mtodo determinado. Esto no
excluye otras posibilidades de aproximacin al conocimiento de
la magnitud de la renta social e incluso, con todas las restric
ciones, a servirse de ese mtodo para ese objetivo.

LA COMPARACIN DE LAS R E N TA S NACIONALES


E N EL TIEMPO Y E N E L ESPACIO

El problema de la comparabilidad de la renta nacional en


e! tiempo y en el espacio ha apasionado desde hace mucho tiempo
a los economistas y a los estadsticos. La resolucin la exiga
de ellos la vida poltica que necesitaba una documentacin para
apreciar la actividad econmica de los gobiernos y de los sis
temas siendo satisfechas estas necesidades y ms de una vez
232

por unos medios semicientficos e incluso sin relacin alguna


con la ciencia. Pero el inters despertado de esta manera fer
ment en los medios cientficos llevando a la cristalizacin de
las diversas actitudes. Numerosos economistas adoptan una pos
tura escptica, aunque en la prctica es muy considerable el
nmero de oficinas estadsticas que realizan esta clase de clcu
los.10 Qu opinar?
Volvamos al ejemplo citado de la produccin del trigo y del
textil. All suponamos -que los precios entre el ao I y el ao
I + 1 no haban sufrido ningn cambio pero en realidad sufren
un cambio ms o menos im portante y lo peor es que suelen
cambiar de un modo no proporcional y a veces incluso en un
sentido opuesto. No vamos a emprender aqu ese clculo ya que
cada lector puede hacerlo y convencerse de que partiendo del
supuesto segn el cual los precios del trigo y del textil no aumen
taron equivalentemente en el curso del ao analizado y no dis
minuyeron en una misma proporcin, que un precio aument
y el otro baj una y otra vez en sumo grado, obtenemos un
cuadro enteramente diferente de los cambios de la magnitud de
la renta social.
Es decir: es imposible medir los cambios de magnitud del fe
nmeno analizado (en determinados casos, la renta nacional)
con una medida que cambia ella misma (los precios), ya que
sta debe ser constante, debindose eliminar su variabilidad. Por
ejemplo, podemos analizar los cambios de la renta nacional
entre el ao I y el ao 1+ 1 calculando dicha renta en cada
uno de esos aos bien con los precios del ao I, bien con los
del ao I + 1. En teora todos son justos. Pero en ese caso nos
encontramos con la repeticin de la situacin del ejemplo pri
mero en el cual partam os del supuesto de la constancia de los
precios. As, tomando como base los precios del ao I, el re
sultado no ser el mismo que hacindolo con la del ao I + 1.
Aclaremos el problema con un ejemplo:
Si la renta nacional per capita en dos Estados o en dos
perodos de un mismo Estado se halla representada por dos
artculos: el trigo y el textil (smbolo de los artculos agrcolas
e industriales). En el pas A (atrasado) la renta per capita es
de:
celemines de trigo
50 metros de tejido

100

En el pas B '(desarrollado) la renta per capita es de:


celemines de trigo
500 metros de tejido

200

Los precios son:


233

en el pas A 1 celemn de trigo = 10 dracmas (d)


1 m etro de tejido = 2 0

en el pas B 1 celemn de trigo = 3 dlares ($)


1 m etro de tejido = 3

El cambio es de 5 dracmas = 1 dlar.


Suponiendo ahora que la renta per capita en ambas naciones
la comparemos segn los precios en vigor en la nacin A (atrasa
da), obtenemos:
en el pas A 1.000 + 1.000 = 2.000 d
en el pas B 2.000 + 10.000 = 12.000 d
Si
establecemos la comparacin con los precios de la nacin
B (desarrollada), obtenemos:
en el pas A 300 + 150 = 450 $
en el pas B 600 + 1.500 = 2.100 $

Segn el prim er mtodo la renta per capita en el pas desa


rrollado es 6 veces m ayor que en la nacin atrasada, en cambio
con el segundo mtodo slo lo es 4,7 veces.
Se considera que el intercam bio internacional de los bienes
conduce a una cierta uniform idad en el sistema de los precios
relativos entre las naciones. Aun siendo as esto se referira
slo a los bienes transportables,21 m ientras que, de modo par
ticular en los pases atrasados, existen muchos bienes que no
entran en los intercambios internacionales o que participan de
"
' Jeiibs n~ cantidades- t&n insigm ncanrei q e rb^ pueuen nnu
sobre el nivel de los precios nacionales. En segundo lugar, 1
prcticas monopolistas y el control gubernamental del comerci
internacional frenan la unificacin de los precios incluso en le
bienes intercambiables. Y en tercer lugar, las diferencias en i
rendimiento (los costes de construccin de una casa en los pa
ses atrasados suelen ser ms elevados a pesar de la mano c
obra ms barata, en razn de su pequea productividad).
En definitiva, el clculo de la renta nacional de una naci
determinada habra de variar segn se efectuara en dlares
con la divisa nacional.22 Esto lo admiten incluso tales optimista
de la comparabilidad como M. Gilbert e I. B. Kravis. El cuadr
elaborado por ellos sobre la renta nacional en bruto per capit
en Inglaterra, Francia, la Repblica Federal Alemana e Italia e
el ao 1950, segn los precios en los EE UU y la media de le
que estn en vigor en la Europa occidental, presenta unas dif<
rendas asombrosas, pero slo en apariencia, ya que el detenid
anlisis del mismo deja aparecer una regularidad en los can
bios: a) todas las posiciones calculadas segn los precios eur<
234

peos son bajas, b) estas posiciones son tanto ms bajas cuanto


el pas determinado se halla menos desarrollado econmicamen
te. Tan pronto como comprendamos por qu y cules son las
desviaciones resultantes de un mtodo dado, stas dejan de ser
peligrosas.
La desviacin comprobada ha de sujetarse en cuanto a su
sentido, por regla general a la que obtuvimos en nuestro ejem
plo hipottico. As la norm a es que en el pas adelantado la renta
per capita sea substancialmente ms elevada en los artculos
industriales que en los agrcolas. Tambin es una regla que en la
estructura de los precios del pas adelantado, predomine rela
tivamente en comparacin con el pas atrasado la caresta
de los artculos de consumo y el bajo precio de los productos
industriales, lo que tomamos como principio y fue la causa
de su desviacin. Es decir: si para com parar la renta nacional
(global o per capita) entre un pas desarrollado y un pas atra
sado o bien entre dos perodos cronolgicos de una nacin
determinada partim os de la estructura de los precios del pas
atrasado o bien, del perodo ms remoto cronolgicamente
obtenemos un cuadro en el cual la diferencia de las referidas
magnitudes se agigantan mientras que en el caso contrario, se
restringen. Las dos magnitudes obtenidas (en nuestro caso los
ndices 6 y 4,7) se debe considerarlas como los lmites en los
cuales se encierran las dimensiones buscadas.
Pero en el sentido de la exageracin de los resultados actan
otros factores (por ejemplo, el de que es menos aprehensible
la renta nacional cuanto ms atrasada sea la estructura econ
mica que nos ocupa en razn de la estrechez de la esfera eco
nmica de la produccin mercantil y del mercado, la mayor
significacin de las actividades de produccin realizadas en la
economa domstica, la peor calidad de la documentacin esta
dstica, etc.), es factible p artir del principio que la magnitud
buscada al situarse entre las dos obtenidas (6 y 4,7), ha de apro
ximarse a la ms baja.
La consecucin prctica del clculo de la magnitud de la renta
nacional global o per capita segn los precios que rigen en
ella o la estimacin de la renta social en un pas determinado
en dos de sus perodos cronolgicos de acuerdo con los precios
que prevalecan en uno de los dos en teora ambas tareas
constituyen un problema idntico representan grandes dificul
tades y peligros.
Cada civilizacin, en los lmites del tiempo y del espacio, se
diferencia de las dems en muchsimos aspectos, que son la
causa del surgimiento de una escala de valores diferente, y de
los valores econmicos. El tomar como ejemplo los valores
de una
para una segunda origina grandes dificultades y es
limitado.* Por ejemplo: en el curso del tiempo aparecen nuevos
artculos; la estimacin de la produccin polaca actual aunque
215

no fuera ms que con los precios del ao 1938 no sera factible


ya que habra que valorar los televisores, la penicilina, las ins
talaciones de radar o los automviles populares. Pero no slo
aparecen los nuevos artculos, sino que desaparecen los viejos;
al valuar la produccin de la Polonia de la poca de Estanislao
no habra m anera de estim ar el valor de una serie de artculos
con los precios actuales ya que hoy stos slo forman parte del
comercio de los anticuarios o de los museos. La vida econmica
de la Polonia de despus de la Segunda Guerra Mundial presenta
a cada paso por razones propagandsticas, cientficas o pol
ticas la necesidad de efectuar comparaciones tomando el ao
1938 como punto de referencia, lo que ha obligado a realizar
una serie de pruebas. La tarea estuvo dificultada por las pro
fundas transformaciones no slo sociales y econmicas sino tam
bin cientficas que se han operado en tan corto espacio de
tiempo (descubrimiento de la penicilina, del radar, la televisin,
etc.) y porque en la posguerra se han producido tantos cambios
en los precios, as en su aumento como en resumen de la po
ltica econmica arbitraria. El camino para solucionar todas
esas dificultades deba ser el as llamado Catlogo de los pre
cios invariables. Quienes conocen este documento, confiesan
cuntas arbitrariedades requiri la elaboracin del mismo, con
lo que la estructura de los precios contenida en l no responde
(y no poda hacerlo) a la realidad histrica de ningn perodo.
As, estamos viendo que una simple manipulacin terica se
revela infinitamente complicada al aplicarse a unos fenmenos
histricos tan variables y a una riqueza civilizadora tan hetero
gnea.
En el trabajo citado, Conrado Gini adopta una actitud ex
trem adam ente pesimista sobre las posibilidades de efectuar las
comparaciones de las rentas nacionales en la escala del tiempo
y del espacio. He aqu una serie de tendencias que destacan en
su razonamiento: 1. Gini recalca que la felicidad humana depenr
de de muchos factores no econmicos y no mensurables. Pero
el anlisis de la renta nacional no es el examen de la felicidad
humana sino la investigacin de la magnitud de la produccin
y del consumo sociales. Ni ms ni menos. Un problema muy dis
tinto es el de que la m ejor satisfaccin de las necesidades ma
teriales humanas tiene una enorme importancia para todos los
elementos que contribuyen a la existencia del hombre en la so
ciedad, lo que Gini se empea en no tener en cuenta, tratando
de probar que los pueblos indigentes pueden ser felices mien
tras que las naciones ricas no tienen garantizada la felicidad
con su riqueza.
Aunque todo esto no tenga relacin con el problema sirve
slo para subrayar la clara tendencia ideolgica y hasta poltica
de Gini. 2. En una serie de ejemplos a veces fundamentados
este autor afirm a que en la prctica las investigaciones de la
236

renta social aminoran dicha renta en los pases atrasados en


relacin con los antiguos perodos de tiempo y que por ende
agrandan el cuadro del progreso econmico en el tiempo y el
cuadro de la disparidad existente entre el nivel de los pases
adelantados y atrasados, lo que prueba que en los pases atra
sados las cosas no andan tan mal como pudiera parecer.
El concepto de Gini, basado en el razonamiento peculiar
de la felicidad, si se aplicase a la ciencia econmica hara insolubles sus problemas. Esto socava sus valores cientficos, con
independencia de la clara tendencia ideolgica de tal concep
cin, que en el fondo no hace sino justificar a los colonialistas
y trata de petrificar las desigualdades existentes en el nivel eco
nmico internacional.
En el ao 1953, la UNESCO organiz en Santa Margherita,
Italia, una conferencia de economistas consagrada a los facto
res del desarrollo econmico, en la cual Gini present una po
nencia relativa a la diferente concepcin que sobre el progreso
econmico tienen los pueblos de Oriente y de Occidente. Con
esta intervencin; Gini trataba de probar nuevamente que los
pueblos orientales tienen otros ideales y aspiraciones descono
cidos en las investigaciones comparativas de las rentas naciona
les. Dichos pueblos tienen unas rentas sociales per capita infe
riores a las de los pases occidentales, pero poseen otros valo
res ignorados en estas naciones. De m anera que no tienen por
qu sacrificarse para conseguir los valores del tipo occidental.
En resumen: los pueblos de Oriente no deben tender a aumen
tar su renta per capita y no han d aspirar a la industrializa
cin necesaria para conseguir tal objetivo.
Es muy interesante que cuando el representante occidental
hubo proclamado esa tesis, los economistas de la India (C. N.
Vakil, de la Universidad de Bombay) demostraron que, por el
contrario, las concepciones fundamentales de Oriente al progre
so econmico, son las mismas que las que prevalecen en Occi
dente y que por lo tanto existen entre las dos culturas una
comparabilidad de las conquistas en este terreno.25 De la mis
ma manera, otro economista de la India, V. K. R. V. Rao, pole
mizando con las ideas de Gini y otros afirma: opino que las
diferencias en las actitudes han sido exageradas por los defen
sores de esa tesis; aun cuando tales diferencias existen, no son
un rasgo esttico de los cambios del pueblo hind sino que son
el resultado de su falta de instruccin y de la carencia de posi
bilidades. Hay en la India grupos sociales cuyas necesidades son
idnticas a las de los Estados Unidos. El resto de los hindes
no manifiesta tales necesidades ya que... son demasiado po
bres.26 El escepticismo de Gini con respecto a la posibilidad de
comparar las rentas naciones en el tiempo y en el espacio, de
una incredulidad servicial para la poltica colonialista y que tien
de a petrificar las desproporciones econmicas existentes en el
237

mundo, no basta para socavar su fundamentacin cientfica, pero


s para suscitar el recelo.
Pero, entre los escpticos tambin nos encontramos con vo
ces seras como las de Frankel y B a m a que m uestran las difi
cultades reales y el carcter limitado de los mtodos. Estos dos
autores, que se ocupan de las comparaciones de las rentas na
cionales de los pases desarrollados y atrasados, efectan com
paraciones entre dos tipos de civilizacin: la industrial comer
cializada en sumo grado y la preindustral. As, sus razonamien
tos pueden aplicarse tambin a las comparaciones en el tiempo.28
B am a se opone a los optim istas que ven la fuente de las princi
pales dificultades de las comparaciones internacionales en la
falta de uniformidad de los mtodos aplicados en los distintos
pases y que aspiran a solventar esas dificultades con la elabo
racin de irnos procedimientos standard . La falta de uniformi
dad de stos, segn Barca, es el reflejo de la heterogeneidad
del sistema econmico, de los objetivos distintos y de las tareas
diferentes de los investigadores. Los mtodos uniformes condu
cen a una comparabilidad puram ente formal, y que segn l, de
form an la realidad investigada. Si la definicin de la producti
vidad hecha por Sm ith excluye los servicios de la renta nacional,
esto es lgico puesto que Sm ith al analizar el desarrollo de la
sociedad capitalista de su poca, excluy todos los sectores an
no organizados con un criterio capitalista al menos para aque
llos tiempos.30 Muchas veces se integran en el concepto de la
renta nacional aquellos factores a cuya maximalizacin tiende
una sociedad determinada.31 La exclusin del anlisis productivo
del trabajo de la esposa en la economa domstica es la resultan
te no slo de las dificultades tcnicas sino tam bin una manifes
tacin de que los factores polticos no estn interesados en el
reparto de la renta fam iliar entre los miembros de la familia.
Sin embargo, en el siglo xvii, en que la servidumbre domstica
form aba parte de la familia, Gregory King incluy las rentas
de los servidores.32 Todo lo que se incluye y se excluye de la
renta nacional no es arbitrario en absoluto, sino que se halla
condicionado por la estructura econmica y el modelo de la so
ciedad que cambian enormemente en el tiempo y en el espacio.
As, todas las estadsticas excluyen las rentas ilegales, pero lo
que es legal e ilegal suele cam biar segn los pases y el tiempo.33
Tampoco se puede aceptar sin pruebas segn Bam a que
la significacin econmica de una posicin que lleva el mismo
nombre sea idntica en todos los pases. Ms an: ciertas tc
nicas se basan en irnos principios tericos inaplicables a la so
ciedad preindustral como es la identificacin keynesiana de las
inversiones procedentes de los ahorros, con una tendencia al
consumo o a las inversiones, como dato y constante.34 Ya que
todas estas dificultades se hallan vinculadas al cambio de las
fases del desarrollo econmico, aparecen tanto en las compara
238

ciones en el espacio como en las comparaciones en el tiempo.


Las bsquedas comparativas sobre la renta nacional en el
tiempo, en especial a los largos perodos, slo tienen sentido
como anlisis de los cambios estructurales que resulta impo
sible dem ostrar con la variabilidad de una sola m agnitud la ren
ta nacional global o la renta nacional per capita, etc. La socie
dad progresiva, conceptuada clsicamente... no se deja reducir
a n in g n esquema cuantitativo, ni siquiera al ms refinado...
Todo lo que crece cambia al crecer. Durante largo tiempo, ya
no es esa misma realidad la que crece.)* La historia razonada
no busca su sentido en el anlisis cuantitativo, la verdad est
en la comprobacin inversa.3?
1 anlisis de la renta nacional en un largo perodo de tiem
po, hasta la fecha no tan frecuente, no parece prestarse a re
frendar ninguno de los numerosos y simples modelos cuantita
tivos de la ciencia occidental y los cuales operan con un nmero
reducido de cifras globales variables. Se formulan hiptesis se
gn las cuales dichos modelos tienen una aplicacin muy limi
tada en las indagaciones a largo plazo.
El anlisis de la economa nacional no se consigue con echar
lo todo en un mismo saco ni con presentar juntos los diferentes
datos.38 La tarea consiste en la vinculacin terica de los ele
mentos y componentes que, en cada poca, se hallan ligados de
otra manera. Para ello se precisa extraer de los materiales y
no slo de los cuantitativos conclusiones empricas sobre la
periodificacin, y en segundo lugar nuevos mtodos de investi
gacin de la interdependencia de los diferentes sectores en la
economa. Es posible que este instrumento nos lo d el anlisis
input-output an no aplicado al m aterial histrico.
.
La exploracin de la renta nacional es un instrumento de tra
bajo inestimable para el historiador econmico. La comparacin
de sus resultados en el tiempo y en el espacio se efecta y debe
efectuarse aun cuando los datos existentes son relativamente
ms completos: a) con respecto a los pases desarrollados que
en lo que concierne a los atrasados, y b) en relacin con los
perodos ms recientes que para los ms remotos lo cual no
hace sino agigantar la disparidad de los resultados.3
Pero ste no es ni mucho menos un mtodo autnomo. Los
resultados obtenidos con dicho procedimiento y en especial la
comparacin de ellos mismos deben ser completados con otras
informaciones.40 No se debe esperar demasiado de ellos.
Como cada tcnica indagadora tiene sus lmites, hemos de
aproximamos al conocimiento de la realidad utilizando las dife
rentes tcnicas y abordndola por sus diferentes facetas.

39

LAS DIFICULTADES DEL A N A L ISIS HISTRICO


DE LA RE N TA NACIONAL

Ya hemos sealado que una serie de exploraciones histricas


en la renta nacional tom an como punto de partida el ao 1860.
De esta m anera disponemos de un m aterial bsico del ltimo
siglo.
Es posible rem ontarse ms en el pasado y cules sern sus
dificultades?
Colin Clark efectu ya una estimacin de la renta nacional
en la Inglaterra de los aos 1699 y 1834. Este autor reconoce que
la comparacin de las rentas de unas sociedades muy distantes
entre s en el tiempo o en el espacio (Gran Bretaa y la India,
en los siglos xx y xvn) es poco elocuente, pero sin embargo
se pronuncia en favor de tales indagaciones,41 y l mismo las aco
mete con audacia. En su obra sobre la economa mundial, Lan
dau calcula la renta nacional de todos los pases del orbe en el
ao 1929,42 a pesar de que en aquella poca las diferencias exis
tentes en el nivel de desarrollo econmico de los distintos pases
eran mayores que las que se aprecian en la historia de un solo
pas en el espacio de uno o varios siglos.
Las principales dificultades que suelen presentarse pueden
concebirse con arreglo a los grupos siguientes:
1. Los cambios en la esfera de la produccin m ercantil
En el curso de los siglos aum enta el papel relativo y absoluto
de las necesidades satisfechas por el hombre a travs del m er
cado. Pero como los fenmenos m ercantiles nos facilitan los
instrum entos imprescindibles para aprehender las magnitudes
analizadas, la investigacin de un perodo en el cual aquellos
tienen una im portancia insignificante ha de tropezar con nume
rosos riesgos. Ya hemos hablado de estos problemas al referir
nos a los mtodos de indagacin de la historia de las empresas
feudales, en cuya poca el mercado es en principio: a) imper
fecto, b ) estrecho, c) que influye dbilmente sobre los fenmenos
extramercantiles. As, se repiten las mismas dificultades que en
el anlisis de la em presa feudal o de la economa domstica en
tiempos del feudalismo: el nico denominador comn slo lo
puede facilitar el precio en el mercado, el cual cuanto ms nos
remontemos en el pasado ha de ser menos autntico con res
pecto a una gran parte de la produccin y del consumo.
Como quiera que conjuntam ente al desarrollo econmico se
produce la dispersin paulatina de los elementos naturales de
la economa domstica y el incremento de la esfera mercantil,
de ah que el aumento de la produccin o del consumo, obtenido
en las estimaciones, sea exageradsimo.41
240

2 . El problem a de los servicios

Sin entrar en el anlisis terico de la conveniencia o no de


incluir la totalidad de ios servicios en el clculo de la renta
nacional, se puede afirm ar que el progreso econmico se expresa
entre otras cosas por el crecimiento constante del papel de la
produccin de los servicios con respecto a la satisfaccin de
las necesidades sociales. Incluso admitiendo el principio m ar
xista del carcter improductivo de la mayora de los servicios,
stos siguen siendo un componente de la magnitud de la renta
social, al menos un elemento suyo cada vez ms importante
con el paso del tiempo en su reparto.
As, suponiendo que el valor de los servicios en la esfera
educacional no se incluya en la magnitud de la renta social, en
todo caso no deja de ser uno de los captulos del consumo de la
misma. De m anera que es preciso conocer sus dimensiones para
el anlisis de la renta social. Pero si el aprehender dicha di
mensin es dificilsimo incluso en las sociedades avanzadas cun
to ms lo ser en las sociedades antiguas, en particular ya que
estos servicios no pasan por el mercado (servicios prestados en
el seno de la economa domstica) y son prcticamente inaprehensibles. Pero el tener en cuenta slo los servicios conseguidos
a travs del mercado tal y como lo suelen hacer los actuales
institutos de investigacin justifica la paradoja de Pigou, segn
el cual el hombre que se casa con su cocinera merma la renta
nacional.
3. La variabilidad de la produccin en pequea escala
La magnitud de la pequea produccin (artesana, pequeas
explotaciones agrcolas, etc.) es una de las ms difciles de apre
ciar en los exmenes actuales,44 y no hablemos del anlisis de las
pocas anteriores. Y para colmo de la desgracia, cuanto ms nos
remontemos en el pasado o pasemos de un pas ms desarrollado
econmicamente a un pas menos desarrollado, el papel de esta
forma de produccin aumenta, a veces mucho.45
En este caso resulta posible efectuar las ms diversas apro
ximaciones, como el de la produccin artesana del Medievo fun
damentalmente uniforme desde el punto de vista tcnico y a
travs de las dimensiones del taller y el nmero de los emplea
dos, los cuales se hallaban sujetos a una severa reglamentacin
o los cambios en la cantidad de los talleres que suelen apro
ximarse al ndice de los cambios de la dimensin fsica de la
produccin en un perodo determinado.

zea 100. 16

241

4. La falta de uniformidad de los precios del mercado

La unificacin de los precios de los mercados es algo tpico


slo para el perodo de configuracin del mercado nacional. Con
respecto a los perodos anteriores, nos encontramos con el de
un solo Estado con una serie de precios diferentes, sobre todo
en relacin con las diversas regiones. Las diferencias regionales
existen tambin en el sistema capitalista, pero estas diferencias
dependen de la relacin comn existente por ejemplo en el au
mento gradual de los precios en el espacio entre la regin pro
ductora y la regin consumidora de una mercanca determinada.
Estas diferencias en la poca feudal son por el contrario el re
flejo de la autonoma de la vida econmica de las distintas provin
cias, lo que suele causar una oscilacin en diversas direcciones.46
Adems de las diferencias regionales bajo el feudalismo, se ob
servan otras de los precios del mercado, incluso del carcter
social ligadas a la posicin social del productor o del consumi
dor (la diversidad de coste de un mismo producto segn sea
producido por el artesano corporativo o el chapucero, el burgus,
el campesino o el judo, etc...). Cabra determ inar este fenme
no no tanto como una diferencia de los precios en el mercado,
sino como la ausencia de un mercado homogneo y su existencia
al m argen del mismo y esto no significa que independiente del
mismo de varios mercados. As, cul de los precios elegir para
el clculo de la renta nacional?
5. E l gran papel de los elem entos de transaccin extram onetarios y hasta extraeconmicos
Una misma avena puede ser vendida por un mismo produc
tor a un precio diferente al magistrado que tiene en sus manos
el control del mercado, al convento como compensacin espiri
tual, al artesano en el mercado o al campesino antes de la
siega. Un mismo comprador, por ejemplo un magnate, puede
pagar por un producto o un servicio determinado, un precio
superior al del mercado, para expresar su liberalidad, y pagar
un precio inferior por ese mismo producto o servicio, aprove
chando su podero o en compensacin de la proteccin que brin
da al productor. El carcter sociolgico complejo y m ultilateral
del acto de compra y venta aparece aqu con toda su fuerza.
6 . La supremaca de la produccin agrcola en la renta

nacional y la falta de un mercado nacional , provocan:


a)
el hecho de que en un corto perodo, el volumen fsico
de la renta depende de la importancia de la cosecha,
242

b) el rendimiento de la cosecha puede ser muy diferente en


las diversas regiones del pas, faltando por lo tanto un meca
nismo compensador,
c) la existencia de una falta de uniformidad en los precios
del mercado.

7. La carencia de estandardizacin de los artculos


La gran industria fomenta la produccin masiva sobre la base
de una amplia estandardizacin de los artculos. Sin apariencia,
en el feudalismo el conseguir una produccin standard consti
tuye la gran preocupacin de la organizacin corporativa. Pero
esta estandardizacin no concierne a muchos elementos del pro
ducto como su acabado y su ornamentacin. Los contactos per
sonales entre el productor y el comprador, la produccin rea
lizada por encargos personales, la elaboracin individual de cada
producto, todo ello infiere grandes diferencias en la calidad de
los artculos que pasan por el mercado. Basta para conven
cerse de ello con contemplar los artculos artesanos que se con
servan en los museos. La calidad heterognea de los productos
coexistentes en el mercado aumenta a travs de su importa
cin de los otros pases.
A todas estas dificultades se aaden una serie de otras, a ve
ces menos importantes, as como tambin las tcnicas, muy con
siderables difcil consecucin de los correspondientes datos
documentales y su correcta interpretacin que deciden concre
tamente en no pocas ocasiones del alcance de las indagaciones
emprendidas y de la necesidad de adoptar tales mtodos o prin
cipios segn los casos.
Bajo ciertos aspectos, la comparacin de dos momentos cro
nolgicos en la historia de un pas determinado es ms fcil y
segura que la comparacin internacional. En ese caso, quedan
excluidos los enormes impedimentos de las diferencias de la
naturaleza y del clima. Las necesidades de la comida, la ropa
y la vivienda son universales, pero tambin son variables tanto
la cantidad como la calidad de los bienes que han de satisfacer
las. El clima decide de estas medidas en la alimentacin indis
pensable, el carcter de la vestimenta o de la vivienda. Dos pa
ses pueden tener un grado idntico de satisfaccin de las nece
sidades a travs de diferentes cantidades consumidas.4? Las in
vestigaciones de los presupuestos familiares en los EE UU han
puesto en evidencia una influencia decisiva del clima en cuanto
a su estructura;48 lo que es comprensible en los anlisis que
se sujetan al marco de una sola civilizacin, se manifiesta con
mucha ms fuerza a escala mundial. La falta de uniformidad
en el clima provoca tambin la heterogeneidad de un gran nme
ro de productos fundamentales y un cambio en la relacin de
243

los precios. En Inglaterra el arroz es ms caro que el trigo


mientras que en la India es lo contrario.
Sin embargo, estas dificultades surgen en una escala redu
cida en las comparacipnes cronolgicas a largo plazo. Es difcil
reducir a un mismo coeficiente la patata y el alforjn. Se puede
suponer asimismo, que incluso las necesidades fisiolgicas hu
manas cambian en el curso del tiempo y que la dieta suficiente
hace cincuenta aos es posible que hoy no bastase en cuanto
a su cantidad y composicin.

LA SIGNIFICACIN H IST RICA DE LAS IN VESTIG AC IO N ES


SO BRE LA R E N T A NACIONAL

Con independencia de estas considerables dificultades en re


lacin con el anlisis de la renta nacional en general y de las
investigaciones histricas de esta clase en particular, indepen
dientemente de los impedimentos enfrentados en el conocimien
to de la m agnitud global de esta renta y por encima de las
dificultades tericas y tcnicas con que se tropieza en las com
paraciones a escala del tiempo y del espacio, las bsquedas
histricas de la renta nacional que tanto han progresado en el
ltim o decenio, constituyen un acontecimiento trascendental en
los anales de la historia econmica como ciencia.
Por encima de todos los impedimentos a los que hemos alu
dido, puede observarse con un gran acierto toda una serie de
regularidades que se manifiestan en el anlisis de la renta na
cional siempre y cuando se disponga de unas buenas fuentes
documentales. En prim er lugar, nos referimos a las proporcio
nes.
La m agnitud de la renta puede resultar por varios motivos
inaprehensible en general o cuando menos incomparable con la
im portancia correspondiente a otra poca. Pero la estructura
de la renta nacional y la participacin en ella de los diferentes
componentes pueden ser fcilmente aprehendidos y comparados
en sumo grado. Dichas proporciones tienen para nosotros una
enorme im portancia cognoscitiva,49 pues pueden constituir el ter
m m etro que nos perm ite m edir en form a aproximativa los
cambios acontecidos.
En segundo lugar, al no poder establecer los datos ptimos,
incluso los fragmentarios tienen un valor ms elevado, en cuan
to los consigamos con la idea del objetivo final e incluso cuando
en ese momento no hayamos logrado an dicho objetivo. Pues
no hay que excluir que el desarrollo ulterior de la ciencia, el
nuevo descubrimiento de las fuentes y los nuevos procedimientos
de anlisis nos perm itan alcanzar el objetivo que nosotros no
estamos en condiciones de alcanzar. Los datos fragmentarios,
244

por encima de su valor, son trascendentales ya que a travs de


ellos es posible aproximarse al objetivo deseado y tambin por
que en s no dejan de ser explcitos cuando se sabe con qu fin
han sido escogidos y a qu fin han de tender.
Por ltimo, incluso cuando no hay ninguna posibilidad de
hallar un concepto cifrado, el propio razonamiento con las cate
goras cuantitativas y con las de la renta social perm ite ms
de una vez profundizar en los resultados. Al referim os al razo
namiento con las categoras cuantitativas y con las categora de
la renta nacional, nos referimos al anlisis de los factores de la
vida econmica, cuantitativamente inaprehensibles pero que co
nocemos como el principio de su dinmica: si crecen o dismi
nuyen, si son frecuentes o raros, si encarecen o son ms baratos
y todos los cuales influyen de un modo o de otro en la renta
social, pujanza que conocemos con la correcta aplicacin de la
teora econmica y de las generalizaciones econmicas propias
a la poca analizada.59
La falta de un nmero importante de sntesis viejas y nuevas
en la historia econmica y el hecho de que nos atrevimos a de
finir como una obra cuyo carcter es con harta frecuencia com
pendiador51 consiste en que muchos de sus trabajos carecen de
un vnculo interno entre los hechos que en ellos se recogen,
falta en ellos ese eje organizativo que decide la seleccin y la
composicin, y que al mismo tiempo ha de determ inar el ngulo
de inters en lo que se refiere a la interpretacin de los hechos.
Como ya tratam os de demostrarlo en los captulos anteriores
y en este prrafo, ese eje organizativo slo puede facilitarlo
el razonamiento basado en las categoras de la renta nacional.
Bajo este criterio los grupos de problemas a los cuales hemos
aludido y que deben ser analizados con los mtodos del macro
anlisis, cumplen con respecto a la cuestin esencial un papel
de auxiliares: permiten comprender los elementos que entran
en la categora sintetizadora.

EL REPARTO DE LA REN TA NACIONAL


Y EL DESARROLLO ECONMICO

El reparto de la renta nacional es un problema fundamental


para la historia econmica, tanto para el aspecto esttico como
dinmico de su anlisis. Los datos sobre el reparto de la renta
social pertenecen tambin a los resultados de la historia econ
mica que ms interesan a las disciplinas histricas afines empe
zando por la historia poltica, al esclarecer la significacin con
creta de los privilegios sociales, los cambios que ah se producen,
la relacin de las diferentes capas de la sociedad con las fuer
zas econmicas, etc.
245

La importancia de las indagaciones en la renta nacional ha


sido popularizada y probada por los im portantes trabajos de
Jan Rutkowski. Al colocar en lugar preferente la magnitud de
la renta subestimada por Rutkowski no pretendemos res
tarle importancia a la problem tica del reparto de la misma.
Tanto ms ya que en los problemas del reparto de la renta na
cional se esconden muchos de los factores que aclaran los cam
bios (o la constancia) de su m agnitud global.
La divisin, misma en la cuestin de la m agnitud y el pro
blema del reparto de la renta nacional constituye una abstrac
cin, la cual es tanto ms arriesgada ya que en la prctica no
se da nunca la fase prim aria de la produccin de la renta y la
fase secundaria del reparto de la misma, y finalmente como
ya lo hemos demostrado en el hecho que al analizar la mag
nitud de la renta analizamos a la vez su reparto y, como lo ve
remos ms adelante, al analizar el reparto de la renta analiza
mos al mismo tiempo su magnitud.
Las investigaciones histricas de la renta nacional se efectan
bajo la presin de las fuentes que conceptan las estructuras
sociales segn unas categoras histricas, institucionales y que
tienden a conform ar sus conclusiones y los datos obtenidos so
bre la participacin en la renta de las diferentes clases sociales
a la luz de la ciencia actual.52 La cuanta de esa renta, el carc
ter de cada una de ellas (por ejemplo, m onetaria o natural),
el grado de las desigualdades sociales en tanto se m anifiesta en
su reparto, y por ltimo, los rasgos socio-culturales de las cla
ses que obtienen la mayor parte de ella constituyen una serie
de problemas esenciales para el anlisis dinmico de cada eco
noma nacional, que suelen esclarecer el estancamiento 'o el de
sarrollo econmico.
La clsica doctrina sobre la desigualdad de su reparto y por
lo tanto de las elevadas rentas de un grupo reducido de privi
legiados vea en ello la condicin indispensable y suficiente del
desarrollo econmico. Este concepto no es absolutamente justo.
En ciertas situaciones puede serlo. La tarea del historiador eco
nmico consiste en historizarlo limitando su exactitud en el
tiempo y en el espacio.
En prim er lugar, se puede afirm ar que durante muchos siglos
en la poca feudal la gran desigualdad en el reparto de la renta
social no provoc ningn fenmeno de desarrollo econmico y
aun cuando ste se produjera fue sin participacin de la clase
que ms se beneficiaba del reparto de la renta. Esto atae a casi
toda.
Pero como tambin en aquella poca nos encontramos ante
los cambios a corto o largo plazo en la estructura del reparto
de la renta social, la tarea de la historia econmica consiste en
analizar el sentido de los cambios en ambas direcciones y de
qu m anera estos cambios pudieron influir sobre el conjunto de
la vida econmica del pas.
246

En la poca feudal, los cambios de estructura en el reparto


de la renta social se producen bajo el influjo de los factores eco
nmicos y extraeconmicos. Uno de estos ltimos, aun cuando
no carece de una base econmica, es el cambio en la correlacin
de las fuerzas de clase. El incremento del poder poltico de la
nobleza le permite crear una serie de instituciones cuya actuacin
transfiere una parte de la renta a su favor en detrimento de la
burguesa o del campesinado. Pero como quiera que los cambios
en la correlacin de las fuerzas de clase se operan sobre la base
de los cambios de las fi^rzas econmicas, nos hallamos con la
accin de una tendencia acumulativa: el incremento de la fuerza
econmica de una clase determinada aumenta su poder poltico
del cual se aprovecha despus para reforzar su economa. A no ser
que acten tendencias contrarias, dicha tendencia se halla rea
lizada histricamente y la historia econmica de la Polonia de
los siglos x v i- x v iii ilustra magnficamente ese fenmeno.
La importancia de estas transferencias para la vida econmi
ca de un pas, depende de la utilizacin que la clase privilegiada
pueda hacer de la parte mayor que le corresponde en el reparto
de la renta nacional. Pero tal uso se hallar determinado a su
vez por el carcter social y cultural de la clase dada, su posi
cin en el conjunto de la estructura social, sus privilegios so
ciales y los medios con que dispone para su defensa. En el
feudalismo, es una regla general que la nobleza no efecte in
versiones, destinando sus ingresos a los gastos de un lujo sin
lmites y en constante crecimiento.
Como resultado de las tradiciones y de la inercia de los mo
delos socio-culturales, la nobleza slo hace inversiones (transfor
mndose en terrateniente capitalista) cuando todo el conjunto
de la situacin social y econmica se ha cambiado ya, pero no
gracias a sus esfuerzos ni a travs de sus inversiones. La no
bleza del norte de Italia empez a invertir temprano, pero lo
hizo sobre la base del profundo cambio de las relaciones provo
cada por el desarrollo precapitalista en el comercio y la industria
de ese pas. Cuando se desmoronan las comunas italianas, la no
bleza italiana se desburguesa.
As, todas las transferencias que se operan en el reparto de la
renta social en perjuicio del campesinado y de la burguesa
cuyas capas realizan inversiones y en provecho de la nobleza
no inversionista, significa un peligro para el desarrollo eco
nmico.
Un remedio parcial puede consistir en el aumento de las ne
cesidades de la aristocracia cuya riqueza se incrementa en
artculos de la artesana. Pero este remedio no es tal en general
por varias razones.
En primer lugar, los artculos consumidos por esta clase so
cial en su mayora no numerosos, de alta calidad y elaborados
segn el gusto personal no tienen para la vida econmica la sig
247

nificacin de los artculos de consumo ms masivo. No contribu


yen tanto al desarrollo de la produccin de las m aterias primas,
no suelen propiciar el aumento de la productividad del trabajo y
en la poca precapitalista, frenan la aplicacin de la mecaniza
cin.
Por otra parte, al reforzarse el poder poltico que acompaa
el aum ento del poder econmico, la nobleza obtiene la posibili
dad de configurar en beneficio suyo la relacin de los precios
de los artculos que ella vende y compra.
Por ltimo, en ciertos pases, la aristocracia, con sus rentas
elevadas, consigue la posibilidad de escoger entre la com pra de
sus artculos en el mercado del pas o de comprarlos en el ex
tranjero.
En este ltim o caso, tan tpico en la Polonia de los siglos
x y i -x v i i i , cada transferencia de la renta social en provecho de la
nobleza significa la baja efectiva de la dem anda global en el
m ercado nacional, la b aja del volumen de los intercambios de
mercancas en el mismo, una disminucin de la comercializa
cin y el aumento de la naturalizacin de la economa nacional
con la regresin econmica correspondiente.
Los cambios en la correlacin de las fuerzas polticas entre
las clases provoca no slo los cambios directos en el reparto
de la renta social sino tam bin en su redistribucin, tanto las
exenciones fiscales o arancelarias para la aristocracia como a la
posibilidad de influir en su provecho sobre la estructura de los
precios.
Pero los cambios en el reparto definitivo de la renta nacional,
no perm iten ser interpretados en su totalidad por mediacin
de los procesos que se producen en la sociedad analizada. En
ellos se reflejan los cambios que se producen en lugares muy
alejados del mundo. La poca de los grandes descubrimientos
geogrficos increment las rentas reales de las clases privile
giadas en toda Europa al rebajar el coste de muchos artculos
que tenan mucha im portancia en su consumo. Mientras que en
el Occidente este fenmeno se hallaba frenado por ciertas ten
dencias contrarias, en la Europa oriental y en especial en Polo
nia, se revel con particular virulencia conjugndose con las con
secuencias del nuevo progreso tcnico de Occidente. Aun cuando
su situacin privilegiada en el reparto directo de la renta social
no le hubiese aportado ningn cambio favorable, la aristocracia
polaca de los siglos xvi-xvin vio crecer sus rentas de un modo
considerable en aquella poca como resultado de la baja de los
precios de todos los artculos por ella adquiridos.
La estructura del reparto de la renta social constituye un pro
blema particularm ente im portante en los albores del capitalismo
y de la revolucin industrial. Cada modificacin de la renta en
provecho de la burguesa aumenta las posibilidades de inver
sin.*3 En este mismo sentido obra de modo indirecto el creci
248

miento de la demanda de artculos de consumo masivo con la


transferencia en el reparto de la renta a favor de las masas tra
bajadoras que ya estn vinculadas al mercado. Es una regla en
los comienzos del capitalismo europeo que la demanda de esta
clase de artculos crezca mucho ms en la parte cada vez ms
extensa de las masas trabajadoras que no de su mayor partici
pacin en la renta social.
La influencia positiva de las grandes desigualdades en el re
parto de la renta nacional sobre la magnitud de las inversiones
aun cuando sigue manifestndose en la historia de los Estados
muy desarrollados en la actualidad, acta de una forma tanto
ms dbil cuanto un pas determinado entra en su industria
lizacin y hoy da desaparece por completo e incluso se trans
forma en su contrario.
An hay economistas que consideran que en las etapas tem
pranas del desarrollo, el crecimiento de los beneficios es una cosa
natural y un incentivo indispensable del desarrollo econmico,**
pero resulta que lo s; hechos elementales de la economa mun
dial en la actualidad contradicen tal afirmacin. La tarea del
historiador econmico consiste no tanto en establecer una ana
loga superficial entre el mundo presente y el mundo pasado
o de generalizar los nexos que una o varias veces aparecieron
en el pretrito sino en saber confrontar las relaciones actuales
con las pasadas, con el anlisis de los factores que fueron el mo
tor de los antiguos procesos y ayudar a comprender la diferencia
de los procesos actuales.
Polonia, Italia y la Rusia del siglo xix nos ofrecen numerosas
pruebas de cmo la gran desigualdad en el reparto de la renta
nacional no contribuy al incremento de las inversiones. Contra
riamente a la situacin de Inglaterra, Holanda o Francia en el
perodo de la revolucin industrial, el aristcrata polaco, el del
sur de Italia y tambin el ruso, por una parte deba mantener
un consumo suntuario indispensable en las condiciones sociales
de la poca como elemento de su posicin, y por otra parte
deba, sin embargo, colocar sus bienes en los Bancos de los
pases muy desarrollados.
Hoy, las legendarias rentas de las clases privilegiadas de los
pases atrasados no contribuyen en la ms mnima medida al
crecimiento de las inversiones sino que por el contrario cada
transferencia en el reparto de la renta en el sentido de reducir
las diferencias en el mismo tiene repercusiones positivas para el
desarrollo econmico.ss

Este fenmeno se manifiesta hasta el extremo de que las


tendencias que operan de modo espontneo conducen en la ac
tualidad a los pases atrasados en una direccin opuesta. La
prueba estadstica es difcil de hacerla como resultado de la fal
ta de largas series de datos estadsticos veraces sobre el reparto
de la renta social en tales pases. Pero si no es fcil suponer
249

que una o dos generaciones de los pueblos de Birmania, de


Irn, de Ecuador o de Kenia hayan podido vivir a un nivel
ms miserable que el de hoy, todo demuestra que los ricos de
aquellos pases son ahora an ms ricos.** Por aadidura, el III
informe UN Food and Agricultural Organization afirm a que en
muchos de estos pases el consumo de alimentos per capita fue
en 1950 inferior al de 1930, y que slo el alto nivel de la medicina
ha contribuido, a que comenzasen a vivir ms tiempo.
En tom o a las diferencias existentes en el reparto de la renta
nacional, m ontan la guardia unas fuerzas sociales interiores po
derosas y perfectamente organizadas,*? que en caso de necesidad
pueden contar con la ayuda extranjera. De aqu que la llave del
desarrollo econmico dependa en esos pases de los cambios
polticos.
El reparto de la renta nacional es un problema fundamental
para cada anlisis dinmico de cualquier economa nacional.
Pero, en las diferentes condiciones socio-econmicas los cambios
que en l acontecen tienen otras repercusiones econmicas.

230

IX.

La estadstica histrica

QU E S LA ESTADISTICA HISTRICA?

La palabra estadstica tiene varios sentidos. En su expre


sin puramente histrica en el sentido de la ciencia sobre el
Estado, tan tpico en los comienzos del siglo xix suele tener
por lo menos dos significaciones: a ) la estadstica como mtodo
de anlisis numrico de un fenmeno colectivo de un tipo de
terminado ms adelante nos referiremos a l, y b) en tanto
que un conjunto de datos numricos sobre los ms diferentes
fenmenos, sobre todo los relacionados con la vida social la
estadstica agrcola, etc.
Utilizaremos exclusivamente la palabra estadstica en su pri
mera acepcin, tal y como acabamos de determinarla.
De acuerdo con esta significacin, la estadstica es un m
todo de investigacin y por consiguiente un auxiliar cientfico
para las ms diversas ramas del saber humano. Su importancia
es trascendental para el conocimiento de las sociedades huma
nas. Lo cierto de esta afirmacin es evidente con respecto a la
indagacin de los as llamados fenmenos sociales contempor
neos. Pero no hay ninguna razn para dudar de su utilidad en el
anlisis de los fenmenos del pasado, como lo demuestra em
pricamente el bagaje actual de las investigaciones histrico-estadsticas en la ciencia mundial.
En este sentido, la estadstica es asimismo un auxiliar cien
tfico de la historia.
La clsica gama de las ciencias auxiliares de la historia la
paleografa, la cronologa, la herldica, etc., no satisface las
necesidades, de la ciencia moderna. Esto lo comprendieron hace
ya tiempo los mismos cientficos polacos.1* Tampoco basta el
contenido de cada una de esas ciencias auxiliares, en especial
las consideraciones cronolgicas.2
La inclusin de la estadstica histrica en el grupo de las dis
ciplinas auxiliares de la historia enseadas en las Universidades,
es un postulado apremiante, tanto ms ya que cada vez es ms
destacado el papel que el anlisis de los fenmenos masivos juega
en la problemtica de las investigaciones histricas; la realiza
cin de este postulado se impone tambin ya que el enorme ba
gaje de las investigaciones de carcter cuantitativo en la ciencia
mundial, requiere para su utilizacin crtica y razonable el co
nocimiento de los mtodos aplicados.
251

En la ciencia polaca, que cuenta con una larga ejecutoria en


cuanto a las bsquedas histrico-estadsticas (Czacki, Pawinski
y Korzon, Bujak y Rutkowski) nos encontramos con trabajos
imponentes para su poca por sus logros, pero en los cuales
existen asombrosos errores elementales. La utilizacin crtica
del bagaje de la ciencia de este pas y de otros pases y el
desarrollo autnomo de esa sum a de conocimientos basados en el
mtodo estadstico exige el dominio de las bases tcnicas del
citado mtodo, no slo en su utilizacin por los especialistas
sino por todos los historiadores, que constituyen un medio cien
tfico y configuran la opinin cientfica.
Pero la inclusin de la estadstica entre las ciencias auxiliares
de la historia suscita sin embargo una dificultad fundamental.
As, la paleografa, la cual, aunque se diferencia claram ente de
las dems disciplinas por sus fines investigadores propios, for
ma parte integrante de las ciencias histricas: sin ninguna ex
clusin pertenece a las m ismas sin dejar de ser una ciencia
auxiliar de las dems disciplinas.
En cuanto a la estadstica las cosas son distintas, pues sta
representa un mtodo cuya aplicacin es extenssima, un proce
dimiento a veces muy trascendental y que requiere una elabora
cin especial. En la Enciclopedia de las Ciencias Auxiliares de
la Historia empleando la denominacin clsica puede y debe
incluirse el resumen de las conclusiones y de los resultados de
la paleografa como una de las ram as de las ciencias histricas.
Pero no es posible proceder de la misma m anera con la esta
dstica.
El futuro historiador debe estudiar a fondo alguno de los
manuales generales de estadstica.3 En la futura Enciclopedia de
las Ciencias Auxiliares de la Historia ha de figurar un lugar
consagrado al carcter especfico de la aplicacin de la estads
tica al anlisis del pasado y sobre todo a las dificultades y los
riesgos particulares que de tal aplicacin se derivan.
El siguiente esbozo tra ta de estos problemas. Slo nos refe
riremos a los principios generales estadsticos en la medida en
que el desconocimiento de los mismos pudiera conducir al his
toriador a algn malentendido en cuanto a sus bsquedas o en
tanto su aplicacin al anlisis del pasado suscita problemas es
peciales.
Segn la definicin de Schulc, el mtodo estadstico cons
tituye un modo especfico de anlisis numrico de un tipo espe
cial de fenmenos colectivos4 Cada manual de estadstica acla
ra lo que se entiende por modo especfico de anlisis numrico
sobre todo respecto a su contenido. Pero el concepto de fenme
no colectivo requiere ser analizado ms detenidamente, ;-.obre
todo por los historiadores.
En prim er lugar, de tal definicin resulta que el objeto del
anlisis debe ser alguna conjuncin, algn agregado, lo que re
252

marcamos para evitar cualquier incomprensin, mu iuum winvestigaciones numricas son investigaciones cientficas. El an
lisis de la contabilidad de una m anufactura polaca determinada
en el siglo xvn puede realizarse por mediacin de las categoras
puramente cuantitativas, pero no ser sin embargo un anlisis
estadstico, ya que slo se analiza una unidad determinada y
slo ella.
En cambio, el anlisis de la rentabilidad de una sociedad por
acciones en la Polonia de entre las dos guerras, sera un anlisis
plenamente estadstico ya que dicha sociedad es en ese perodo
una colectividad. Asimismo, si tuvisemos que analizar alguna
de las m anufacturas del siglo x vm que ocupaban a un gran n
mero de trabajadores, como la de Lowicz que empleaba a cinco
mil personas, podramos efectuar una investigacin cuantitativa
de los salarios de los obreros, de acuerdo con las categoras
salarales y sus oscilaciones en el tiempo temporal o ao tras
ao, lo que constituira una clsica indagacin estadstica ya
que el objeto del anlisis sera un agregado, es decir, los sala
rios de los operarios.
Por otra parte, la colectividad o el agregado analizado no
debe componerse de unidades similares o por lo menos simila
res desde el punto de vista de la investigacin.
Esta es una advertencia evidente en apariencia. Respecto al
objetivo de la investigacin ese mismo agregado puede ser o no
ser a veces similar. Los fusiles producidos en serie para el
ejrcito nacional en las arm eras de Kozienicka, son, desde el
punto de vista de la historia m ilitar de su eficiencia y de su
alcance del tiro unidades similares que no entran a form ar
parte de los anlisis estadsticos. Pero si conociramos las dife
rentes arm as de fuego individuales que equipan al ejrcito na
cional podramos analizar ese conjunto utilizando los mtodos
estadsticos. No obstante, con el criterio de la historia de la
tcnica, los fusiles de Kozienicka de haberse conservado hasta
nuestros das una gran cantidad de ellos pudieran considerar
se como un agregado de unidades no similares ya que las dimen
siones exactas de esas armas, al m ostrar las oscilaciones que
apareceran en la escala de las diferentes unidades, podran per
m itir el anlisis bastante exacto de la precisin de las instala
ciones fabriles que las produjeron.
Por ltimo, se puede hacer una advertencia en cuanto a las
limitaciones de la esfera de aplicacin del anlisis estadstico
de los agregados. Este agregado no puede componerse de unida
des sinnimas pero tampoco de unidades heterogneas. Las uni
dades que lo componen, deben poderse adicionar en cualquier
grado, poseer algn d e n o m in a d o r comn.
Este problema es uno de los ms difciles y de los ms con
trovertidos. El carcter heterogneo de los distintos fenmenos
sociales se presenta de modo diferente para el investigador se
253

gn la actitud y la metodologa adoptadas por ste. La polmica


acerca de la posibilidad o no de diferenciar los agregados, cons
tituye un clsico litigio en el terreno cientfico. Con demasiada
frecuencia, se tra ta de una controversia entre la ciencia burguesa
y la ciencia m arxista. Las dificultades son considerables con
respecto a la utilizacin de los mtodos estadsticos en la historia
en las investigaciones de larga duracin en el curso de las cuales
un fenmeno aparentemente similar, homogneo y sinnimo sufre
un gran cambio. El carcter especfico de las aplicaciones hist
ricas de las estadsticas se halla ntim am ente ligado al carcter
especfico del conocimiento histrico en general. Hemos expues
to nuestras ideas en otro lugar.s
All hemos subrayado que lo especfico del conocimiento his
trico lo vemos sobre todo en la imposibilidad de crear nuevas
fuentes y en el hecho de que se ha de efectuar el anlisis de un
fenmeno determinado en las condiciones en que el investiga
dor ha de ajustarse absolutamente a los materiales documenta
les archivados. Este problema, fundam ental para toda la ciencia
histrica, es asimismo la fuente de sus dificultades y de su or
gullo. La ciencia histrica desde los comienzos mismos de su
existencia ha conocido y vivido esa situacin y la cual constituye
casi la esencia de la labor del historiador.
Las cosas son diferentes en la labor del estadista, ya que la
inmensa mayora de las investigaciones estadsticas se efectan
sobre la base de los datos que han sido recogidos por otro ente
cualquiera, como la Oficina central de estadstica; dichas inda
gaciones no estn sujetas a la bsqueda personal del m aterial
estadstico de prim era mano, cuya recopilacin se realiza en su
totalidad de acuerdo con las actuales directivas cientficas y se
halla expuesto a la crtica cientfica. Pues los cientficos que
utilizan dichos m ateriales, siempre y cuando tengan alguna re
serva que form ular con respecto a tos mtodos utilizados por las
Oficinas centrales de estadstica para la recaudacin de los ma
teriales, pueden pedir un cambio de esos procedimientos, pue
den realizar, en caso de necesidad, un anlisis de control y com
pletivo.
La situacin es diam etralm ente diferente en la utilizacin de
la estadstica en la investigacin histrica. Para el estadista con
temporneo, lo fundamental es el mtodo cientfico de reunin
de los m ateriales estadsticos que desea elaborar. El historiadorestadista debe elaborar, en cambio, los m ateriales existentes y
con h arta frecuencia conocer aunque no sea ms que de un
modo aproximado los procedimientos con ayuda de los cuales
fueron reunidos en su poca, lo cual plantea dificultades insu
perables.

254

LAS FUENTES PARA LA HISTORIA ESTADISTICA

Como fuentes de carcter estadstico, consideramos los m ate


riales para las investigaciones estadsticas realizadas en un pe
rodo determinado.
Anlisis estadstico

Por anlisis estadstico entendemos la investigacin cuyo ob


jetivo es el conocimiento de la realidad social de un perodo
o aspecto tomado como tema. Es evidente que la revalorizacin
de tales exploraciones se hallaba supeditada a una serie de con
diciones sociales. Estas averiguaciones las solan efectuar las
autoridades del Estado,6 lo cual presupona por parte del mismo
una administracin bastante poderosa y eficiente (la calidad de
los materiales ha de depender siempre del grado de eficiencia
de la administracin estatal, etc.). La realizacin de esta clase de
investigaciones slo era posible sobre la base de un cierto desa
rrollo de la conciencia social. Su necesidad slo se manifest al
m adurar el conocimiento de los resultados sociales de la poltica
gubernamental, cuando esta misma poltica gubernamental se
vuelve ms ambiciosa y condicionadora con sus actividades de
una amplia esfera de fenmenos sociales. Es decir, las explora
ciones estadsticas slo son posible en el perodo de transicin
del feudalismo al capitalismo a finales del siglo xvm y comien
zos del siglo xix. En algunos pases esta medida del tiempo co
rrespondi a los comienzos de la Repblica burguesa (USA), en
otros (Prusia) al vrtice de la monarqua absoluta.
El tipo principal y fundamental de las fuentes estadsticas,
son los materiales de los antiguos censos de la poblacin y los
historiadores estadsticos, al escribir sobre la historia de estos
censos que se suelen rem ontar a la lejana Antigedad, se olvidan
de los censos cuyos pasajes encontramos en los Libros del An
tiguo Testamento,7 los de la Roma antigua, etc.8 Por regla gene
ral, estos censos se efectuaron bajo criterio de un objetivo deter
minado y de carcter institucional (censo fiscal, militar, de los
ciudadanos libres, de los esclavos, etc.), por lo cual han de figu
rar en nuestra clasificacin en los grupos que a continuacin se
seala. Incluso, el famoso padrn de la poblacin promovido
por Augusto no tuvo el carcter de un censo general de la po
blacin, ya que no comprenda a los esclavos.
El censo general de la poblacin slo es posible con un cierto
nivel de ideas democrticas. La aristocracia polaca fue siempre
enemiga acrrima de cualquier gnero de padrn de la pobla
cin. Tena sus razones. El agregado estadista ha de hallarse
integrado de unidades sumables que permitan reducirse a un
denominador comn. Segn el concepto polaco y no slo
polaco el campesino no poda sumarse con el aristcrata y el
255

concepto hombre no constitua para la jerarqua de ese pas


un denominador comn suficiente. La comparacin de los in
dividuos era una afrenta para el concepto aristocrtico de la
sociedad. Cuando el gobernador de Wolyn, despus del tercer
desmembramiento de Polonia, orden, como por entonces era de
moda, efectuar el censo histrico-estadstico del gobierno, la
nobleza se indign: Con esos hotentotes nos hemos de empa
dronar?9
Pero la aristocracia polaca no era ninguna excepcin ni social
ni nacional. 1 tem or ante las estadsticas adm inistrativas en
general y ante el censo de la poblacin en particular es un fe
nmeno universal bajo los sistemas que no garantizan las liber
tades ciudadanas. n el ao 1715 el Intendente de Burdeos ex
plicaba ante sus superiores la hostilidad de la poblacin a dejar
se empadronar, ya que por experiencia consideraba estas opera
ciones como el preludio a un nuevo impuesto. La m ala dis
posicin hacia los censos es conocida ya en el Antiguo Testa
mento.10
Los habitantes de Briangon se quejaron en el ao 1663 al
intendente de la provincia de Dauphin de que el realizar el
empadronamiento de las f a m ilia s y de los animales era tanto
como colocar al pueblo bajo una abrum adora servidumbre.11 De
cun largo fue este recelo lo atestigua el hecho de que an en
el ao 1841, durante la realizacin del censo que ya se vena lle
vando a cabo norm alm ente cada lustro, se produjo un verdadero
m otn entre la poblacin de Toulouse.12
Por otra parte es caracterstico que la Constitucin de los
UU haga figurar entre las obligaciones del gobierno la rea
lizacin del empadronam iento de la poblacin, el cual lleva el
anticuado nombre y no es casual de census.
Tres Estados pueden vanagloriarse de haber sido los primeros
en efectuar los padrones de la poblacin: Canad, EE UU y Sue
cia.13 Mientras que estas tentativas tuvieron lugar a mediados
del siglo x v i i en el Canad y en los EE UU slo abarcaron imas
pequeas unidades territoriales, el prim er censo realizado entre
la poblacin de Suecia en 1749 tuvo una im portancia mucho ma
yor. Al reflejar el alto nivel alcanzado por la ciencia de este
pas, fue el inicio de los padrones de la poblacin que desde
entonces se han venido realizando sistemticam ente en esta na
cin nrdica. Desde hace 200 aos la calidad de la ciencia esta
dstica sueca ha sido y sigue siendo muy elevada, y en ciertas
pocas estuvo a la cabeza a escala mundial. Esto brinda las
mayores posibilidades a los historiadores para el anlisis de los
anales de ese pas en los dos ltim os siglos. En ciertos aspectos,
como la demografa histrica, la historia de Suecia facilita unos
materiales de fuentes de una perfeccin en todos los aspectos
incomparable.
El prim er censo general de la poblacin se efectu en los
256

EE UU en el ao 1790,14 en Francia en el 1800, en Inglaterra


en 1801 y en el Principado de Varsovia en 1808.
Estas fechas hacen poca en los conocimientos de la socie
dad sobre s misma. Son sobre todo importantes para los pases
en lo cuales al contrario que en Polonia la continuidad del
poder estatal propici el efectuar el padrn peridico de la po
blacin.
Los censos generales an siendo lo ms importante, no cons
tituyen la nica fuente estadstica. En numerosos pases, la mo
narqua absoluta realiza diversos tipos de censos econmicos
excepcionales o peridicos como el de los establecimientos in
dustriales, el de las explotaciones agrcolas, el de los precios,
etc. La riqueza de las fuentes documentales de esta clase es
por lo general paralela a la eficiencia administrativa de un Es
tado determinado. As, es caracterstico que bajo el reinado de
Estanislao Augusto en Polonia, donde el desarrollo de las rela
ciones ya exiga una orientacin de los productores sobre el mo
vimiento de los precios y que en la administracin estatal era
de una ineficacia excepcional, la tarea de la recopilacin de los
precios estadsticos sea emprendida por la iniciativa social en la
persona del redator del Peridico Comercial. Pero como sta
era una accin privada y no estatal, no puede extraarse de que
ios resultados de la misma fuesen parciales: en la localidad en
que la redaccin del citado peridico lograba encontrar a unos
corresponsales concienzudos, tenemos datos muy ricos y siste-,
mticos mientras que el resto del territorio es una mancha
blanca.
La utilizacin de las fuentes documentales de este tipo com
porta grandes dificultades y ha sido el objeto de importantes
polmicas cientficas en el mundo.
Es posible dividir en dos grupos y en forma terica las fuen
tes de esta categora. El primero de ellos atae a los materiales
en los cuales el interesado deba contestar terica y obligato
riamente con cifras exactas, el nmero de cabezas del ganado,
el de la poblacin, el de manufacturas, etc. El segundo grupo
es el de las fuentes que por naturaleza exigan la realizacin de
ciertas estimaciones, tales como la magnitud de las cosechas, el
nivel de los precios en el mercado, etc. El prim er grupo, de
una manera abstracta no plantea problemas litigiosos. Para su
utilizacin, el historiador debe seguir el camino clsico: tratar
de cerciorarse de qu manera el autor de las fuentes consigui
tales informaciones, si l mismo o sus informadores no estuvie
ron influidos por algn incentivo que los tentara a deformar los
datos y en caso afirmativo, en qu direccin, etc... La segunda
categora que hemos enunciado contina siendo litigiosa incluso
aunque nos fuera posible contestar concretamente a las pregun
tas crticas de las fuentes.
El carcter litigioso de estos problemas queda ilustrado de
257
H -s

ICO.

17

modo fehaciente por la polmica sobre la investigacin de la


historia de los precios acaecida en la ciencia internacional y so
bre todo en los medios cientficos franceses durante los aos
treinta.
En 1930 se constituy el Comit Internacional de la Historia
de los Precios bajo la direccin de W. Beveridge.15 Tanto las
instrucciones formuladas por el Comit Internacional para uni
ficar las investigaciones como, y sobre todo, el libro de Labrousse16 monografa publicada en 1933 con carcter precursor ju
garon un gran papel en esta clase de fuentes documentales. La
obra de Labrousse se refiere sobre todo al carcter peridico
de la anotacin de los precios de los mercados locales realizada
por la administracin del antiguo rgimen.
La utilidad cientfica de este tipo de fuentes fue puesta en
duda en un principio por H. Hauser.
Ms adelante nos referiremos a otros aspectos de esta inte
resantsim a polmica.17 Ahora, nos es de ms utilidad la contro
versia sobre el valor de una cierta categora de materiales do
cumentales, ya que Hauser critic la anotacin de los precios
de los mercados al considerar que no se referan a ninguna rea
lidad concreta. Las informaciones extradas del libro de cuentas
de un negociante sealando que tal da compr o vendi tal
cantidad de una mercanca determ inada no constituye para este
cientfico una informacin suficiente sobre el hecho que antao
existiera concretamente. Para l no es el precio medio del m er
cado tal y como ha sido estimado por el intedente que se ocupa
del mismo.
La actitud de Hauser, extremada y eficientemente formula
da, representaba un ataque dirigido en especial contra el mtodo
de F. Simiand. Este ltimo defendi su postura sobre todo en las
XIX y XX sesiones del Instituto Estadstico Internacional, cele
bradas en 1930 en Tokio y en el 1931 en Madrid. Como Simiand
muri en el ao 1935, la controversia con Hauser estuvo a cargo
de M. Bloch y E. Labrousse.18
La tesis sobre la primaca de las fuentes de procedencia pri
vada sobre las fuentes oficiales fue vivamente criticada por La
brousse quien sin negar la importancia de las prim eras demos
tr lo limitado de su utilizacin y la superioridad de la anota
cin oficial de los precios. sta ltim a aunque, como lo afirm a
Hauser, no tiene en cuenta los precios practicados al margen
del mercado, las reventas, las rebajas, las primas, etc., es sin
embargo un valor inestimable por su carcter sistemtico, su
continuidad y homogeneidad, su riqueza y la forma adecuada
en que dichas anotaciones son efectuadas. Cuando entre ellas
se cuela algn error casual, l solo ha de eliminarse mientras
que si se trata de un error sistemtico la situacin es mucho
ms favorable ya que podemos descubrirlo y corregirlo.
Adems, Labrousse dedic un estudio especial a la crtica de
258

la veracidad de los precios de los mercados y elabor especial


mente un mtodo crtico para esta clase de fuentes en general.19
Su tesis es que la veracidad de un m aterial tan masivo como
son los precios de los mercados, puede y debe ser comprobada
con el test de la concordancia especfica y el test de la con
cordancia geogrfica. El prim ero consiste en analizar la rela
cin entre el nivel y el cambio del valor pecuniario de los artcu
los cuyos precios se hallan vinculados a alguna particularidad
(su carcter de reemplazamiento como los cereales, o las fases
sucesivas de la produccin como la leche y la mantequilla, el
cuero y el calzado, etc.). El segundo exige una prudente apli
cacin tanto ms en cuanto nos referimos a un perodo ms
remoto. Pues la concordancia de los precios de un artculo de
terminado en los mercados de regiones incluso vecinas es un
fenmeno relativo slo con el perodo en el que se produce.20
La polmica entre Hauser y sus impugnadores tuvo una am
plia base en cuanto a las diferencias metodolgicas, pues se halla
ba ligada a una postura distinta con respecto al objetivo mismo
de la historia. Sobre estos problemas, hablaremos ms adelante.
Ahora, se trata slo de poner de relieve esta categora de fuentes
y la necesidad de utilizar mtodos especiales para criticar su
veracidad.
El anlisis crtico del valor de los materiales estadsticos ela
borados por la administracin estatal ha de tener en cuenta el
carcter del Estado interesado. La eficiencia de la red adminis
trativa encargada de recoger estos datos estadsticos tiene
otro valor en las sociedades democrticas ya que sus resultados
se hallan sometidos a las ms diversas formas de la crtica
social, contrariamente a lo que ocurre bajo el despotismo en que
la falta de crtica, impedida muy a menudo por el secreto de
Estado, y la recaudacin por parte de la administracin de unos
materiales capaces de satisfacer a la autoridad, conducen ms
de una vez a unos resultados absurdos y que no se suelen pres
tar a una utilizacin cientfica. Citaremos dos Estados distintos:
El ministro de Napolen, Chaptal, afirma en sus memorias
que l [Napolen] ordenaba muy a menudo cosas imposibles
y quera ser satisfecho en fel acto. Mand hacer un informe el
cual para ser exacto hubiese requerido muchas semanas de tra
bajo y lo exigi en el acto, ya que no saba esperar la satisfac
cin de sus deseos... y era mucho mejor mentir con audacia que
retrasar la informacin para facilitarle la verdad. Fui testigo
de la gran simpata que senta hacia Reynaud de Saint Jean
dAngely y que ste contestaba con seguridad a todas sus pre
guntas y no se hubiese inmutado en lo ms mnimo si le hubie
ra hecho una sobre cuntos millones de moscas haba en agosto
en Europa. Y con esta base tan dudosa, es como en principio
se sola fijar la situacin en las fbricas, la agricultura, etc. y
sobre la cual se estim en varios miles de millones el valor del
259

comercio y de la industria franceses en las pocas ms cr


ticas.21
Saltykow-Szczedrin escribe ms o menos lo mismo, al estar
muy bien informado de esos problem as en su calidad de funcio
nario de un gobierno nombrado por el Zar: Imagnense a una
cancillera principal cuyo director anunciara con cierta soma:
Seores, necesito saber cuntas patatas pueden cosecharse en
un ao en toda Rusia. Hagan el favor de calcularlo con exactitud
ya que lo necesito... Acaso esta pregunta desconcertara a los
empleados o al menos utilizaran stos algn mtodo para cum
plir con su misin? De ninguna de las maneras: trazaran unos
cuadritos muy iguales sobre el m apa de Rusia, luego se ente
raran en la tienda vecina de cuntas patatas pueden sem brarse
y cuntas pueden cosecharse por trm ino medio en cada deciatin". En resum en y con la ayuda de Dios y de las cuatro
reglas aritm ticas llegaran a la conclusin de que Rusia, con
imas buenas condiciones climatolgicas, puede producir tantas
patatas y al no ser propicias las condiciones del tiempo, tantas
y tantas. Y su labor, no slo satisfara al jefe, sino que se pu
blicara en el prximo nm ero de cualquier revista.22
El ciudadano de la Polonia popular tam bin tendra algo que
decir en relacin al valor de los materiales estadsticos con el
grado de democratizacin.
La recogida de los m ateriales estadsticos pra los fines de
la poltica general gubernamental es un fenmeno relativamente
reciente. Crece prcticam ente junto con la m onarqua absoluta
de acuerdo con sus ambiciosos planes de la poltica econmica.
El siglo x v m escribe el autor de la ms reciente historia eco
nmica de Inglaterra en aquella poca es el siglo de la aritm
tica poltica.23 Y un autor francs escribe: La administracin,
sobre todo a p artir del ao 1715, se vio dominada por una ver
dadera mana estadstica, todo lo quera conocer a travs de
las cifras.24 Desde aquel tiem po; los materiales de este gnero
empiezan a multiplicarse, a perfeccionarse, en proporcin al po
der y a la centralizacin de las autoridades estatales y a la efi
ciencia de la administracin, y al control democrtico ejercido
sobre dichos objetos.
Tambin caracterstica para aquella poca es otra fuente de
m ateriales estadsticos. Se trata de los datos recogidos y a me
nudo elaborados por investigadores individuales, los estadis
tas, algunos de los cuales se han conservado en los manuscri
tos. As, tenemos en Polonia los documentos de Feliks Loyko2*
y de F. Moczynski.26 La m ayor parte de ellos fue publicada en
su poca en forma de libros o de artculos y tambin bajo la de
nominacin de relatos estadstico-topogrficogeogrfico-histricos27 Polonia no posee muchos y los que existen han sido es
critos por autores extranjeros (Busching,2 H o l s c h e y muchos
ms).3
260

Contrariamente a los .siguientes trabajos estadsticos, en las


relaciones de ese gnero suele faltar la descripcin de los m
todos en base a los cuales han sido utilizadas las fuentes do
cumentales. La reunin de las huellas que perm iten esclarecer
dichos procedimientos es una de las tareas fundamentales de la
crtica cientfica en caso de utilizarse esa clase de trabajos en
especial las publicaciones de un carcter transitorio entre las
fuentes y la elaboracin concreta de los temas. A p artir de la
terminacin de la prim era m itad del siglo xix, el problema se
simplifica de modo considerable. Al utilizar los trabajos esta
dsticos procedentes de aquel perodo as como tambin los
ms recientes debemos elaborar la crtica de los mtodos de
reunin de las fuentes, tanto ms por cuanto se suele hablar
muv sucintamente de ellos en los trabajos.
Estas consideraciones nos llevan a subrayar el papel auxiliar
de la historia estadstica.
Con un criterio estadstico, la historia de esta ciencia desem
pea un papel secundario. Numerosos estadistas se han intere
sado por la historia de su disciplina al margen de sus tareas.
Con esto manifestaban en cierto grado su simpata hacia los
precursores que abrieron el camino a los nuevos progresos de
la ciencia. En los manuales generales de estadstica, los pasajes
habitualmente escogidos de una forma catica sobre la histo
ria estadstica suelen desempear un papel'decorativo de intro
duccin.
Muy diferente es la importancia de la historia estadstica para
los historiadores en general y para el que utiliza los mtodos
estadsticos en particular, y sobre todo para el historiador, que
ha de facilitarle hacer una justa critica del anlisis de las
fuentes31 y de los trabajos de tipo estadstico del pasado, para
lo cual es preciso conocer los conceptos, los principios y los
procedimientos de la poca a que pertenecen las fuentes y las
elaboraciones de carcter estadstico. Este conocimiento es tanto
ms indispensable ya que tales mtodos no se suelen hallar
explicados en los mismos materiales documentales ni en los
trabajos procedentes de aquella poca.
Una de las fallas ms sensibles de las ciencias auxiliares de
la historia en Polonia, es la falta de una historia de la estadstica.
No se ha procedido al anlisis del bagaje estadstico de Loyko,
Moczynski, Staszic3* y Czacki. No han sido analizados los m to
dos utilizados como resultado de las tentativas precursoras del
Sejm de 4 aos* en orden a la reunin de materiales estadsticos.
Los procedimientos de realizacin de los padrones de la pobla
cin en los aos 1808 y 1810 han sido explicados de modo parcial
*
L a Dieta de 4 aos o Gran Dieta reunida en Varsovia del 6 de octubre
de 1788 hasta el 29 de mayo de 1792. (N. dei T.)

261

por H. Grossmann.33 Estos censos fueron los ms importantes


y los nicos esfuerzos de la administracin del Principado de
Varsovia para la organizacin de una labor estadstica. Las ten
tativas de generalizacin terica de los principios estadsticos
emprendidos en aquel mismo perodo por W. Surowiecki en las
conferencias dictadas por l en la escuela de Derecho y de Ad
ministracin siguen siendo desconocidas.* Los documentos reuni
dos por el Departamento de Estadstica del Gobierno del Reino
polaco, utilizados en repetidas ocasiones por la ciencia y muy
a menudo sin una crtica previa, tampoco han sido objeto de un
anlisis especial. El director de este Departamento e insigne
estadstico A. Wolski es casi desconocido en la historia de la
ciencia polaca.36 Tambin tenemos las im portantes monografas
del Comit Estadstico Varsoviano,37 de la Oficina Nacional de
Estadstica para Galicia, y del Oficio Central de Estadstica.
Mientras no elaboremos la historia monogrfica de la estadstica
en Polonia, no podrn utilizarse los datos estadsticos acumula
dos en el pasado sin que el historiador actual no se vea expues
to a cometer graves errores.
Las fuentes de tipo institucional concernientes
a los fenmenos masivos
Al diferenciar las categoras de fuentes de tipo institucional
relativas a los fenmenos masivos, vemos que m ientras que la
prim era categora de fuentes surgi de acuerdo con el objetivo
general de la poltica del gobierno, las fuentes de la.segunda
categora fueron creadas para unos nes utilitarios concretos.
As, para establecer la orientacin de su accin, la administracin
estatal deseaba conocer el nm ero de la poblacin, el nivel y el
movimiento de los precios, el estado de las cosechas, etc. y los
censos fiscales o m ilitares tenan irnos fines utilitarios.
En las fuentes de esta categora hay dos subgrupos. El pri
m ero est constituido por las fuentes surgidas en relacin con
la fase preparatoria de alguna accin de carcter administrativo
(recaudacin de impuestos, reclutamiento m ilitar, etc.), mientras
que el segundo atae a los documentos elaborados durante la
realizacin de dicha accin como m ateriales de verificacin y
control.
Esta diferenciacin es en cierto grado abstracta, ya que no
es fcil cualificar las fuentes documentales como pertenecientes
a uno de los dos subgrupos. Los documentos de verificacin
y control de una recaudacin fiscal sirvieron ms de una vez
como base para valorar el importe de la siguiente recaudacin
y los documentos de un carcter aparentemente verificador, co
mo son el censo de los bienes de la corona en Polonia, etc., po
sean en sumo grado un carcter normativo: se referan a la
262

situacin concreta de una finca tal y como era en el momento


de hacerse el inventaro, pero de hecho no se saba si los datos
correspondan a la realidad, a pesar de lo cual pueden ser
tiles para la crtica fundamental de una clase de fuente deter
minada.
La categora de estas fuentes relativas a los fenmenos ma
sivos de tipo institucional constituye uno de los aspectos clsicos
de las investigaciones histrico-estadsticas. En esta categora
se asientan las bsquedas ms interesantes y numerosas, que ms
enriquecen nuestros conocimientos analticos.
Esto se explica por la antigedad de las fuentes de este tipo,
que tuvieron que existir en cada Estado organizado. El antiguo
Estado judo, el Egipto, la Roma o la China antiguos conocieron
un gran nmero de instituciones, cuyo funcionamiento requiri
la creacin de tales fuentes. Las pocas que se han conservado
son las favoritas de los debates entre los historiadores.
El segundo factor de su valor cientfico de estas categoras
de fuentes radica eri su relativa veracidad, resultante de la ne
cesidad de alguna forma de control del funcionamiento de los
rganos constitucionales que originaron documentales determi
nados. No se puede exagerar la veracidad de estos materiales.
As se puede suponer que, en general, las sumas recaudadas
entre la poblacin en concepto de impuestos no siempre fueron
entregadas ntegramente al Tesoro por los recaudadores, por lo
que las fuentes son errneas.
En los registros de impuestos nos encontramos con las irre
gularidades fiscales, bien por parte del que ha de pagarlos como
del que los recauda; en los de reclutamiento militar, mucha
gente trataba de no cumplir la ley acogindose a los fueros de
las capas privilegiadas; tambin hay que contar con las irregu
laridades en la contabilidad de las fbricas, las explotaciones
agrcolas, etc., con relacin al Tesoro de las comunas o del Es
tado. Pero sin embargo las fuentes de esta categora poseen, yun
que no sea ms que por una parte, un alto grado de veracidad.
Con el registro de imposiciones no sabemos cul es la suma
que deba haberse recaudado ni la que se ha sonsacado a los
ciudadanos, pero s qu total ingres en las cajas del Tesoro.
En los registros electorales pueden existir diferencias entre el
nmero de los ciudadanos que tienen el derecho de voto y los
que lo han ejercido. Esos son algunos de sus valores pero no los
nicos.
El conocimiento de la institucin que dio luz a una fuente
determinada muestra sus desviaciones. Un ejemplo muy senci
llo: en el registro de imposiciones las sumas que figuran en
l son a buen seguro una desviacin por debajo de las sumas
pagadas por los ciudadanos, por lo cual constituyen el lmite in
ferior de las probabilidades. As, se trata de una cierta aproxi
macin que no se puede subestimar. Adems, el anlisis esta
263

dstico perm ite incluso a veces fijar la escala de las desviaciones


contenidas en una fuente con respecto a la realidad.
Ante el cuadro de los varones aptos para el servicio, elabo
rado con las respectivas edades para el reclutam iento m ilitar,
comprobamos en l ciertas lagunas demogrficas.
Sin embargo, con todos sus valores, esta categora de fuen
tes tiene ciertos inconvenientes. Al haber sido elaborada por una
institucin concreta, nos informa sobre todo acerca de ella y de
su funcionamiento, pero el inters del historiador suele ser mu
cho ms ambicioso. Se puede afirm ar incluso mucho ms y es
que el valor y el encanto de las indagaciones histrico-estadisticas basadas en estas fuentes, consiste sobre todo en el hecho
de que facultan el salir de la categora de las instituciones que
las crearon. El registro de las imposiciones, denominado de San
Pedro en Polonia, en el reinado de Casimiro el Grande* informa
directam ente de las sumas pagadas por ese pas a la Curia Ro
mana. y ha sido objeto de apasionadas polmicas cientficas,
en cuanto se trat de pasar de la historia de esta institucin
de San Pedro a ua serie de problemas histricos ms extensos
y de extraer de dicho registro las conclusiones relativas al n
mero y el asentamiento de la poblacin de aquella poca en
Polonia.
Ms adelante nos referiremos al problem a de las categoras
de las fuentes institucionales como categoras analticas funda
m entadas con el criterio de la ciencia actual y como una de las
cuestiones im portantes de la metodologa histrico-estadstica.
Las fu en tes relativas a fenm enos individuales
que se producen en escala m asiva

Merecen la m ayor atencin las fuentes de la tercera catego


ra, las cuales definimos como relativas a los fenmenos de ca
rcter individual pero que se m anifiestan a escala masiva. El
futuro de las bsquedas histrico-estadsticas se halla vinculado
a esta categora de fuentes documentales.
Las fuentes de la prim era categora no abarcan un largo pe
rodo relativo de tiempo, se rem ontan a lo sumo a dos siglos.
Las fuentes de la segunda categora van mucho ms lejos en
el pasado, pero son poco numerosas, ya que suelen proceder
de las pocas en que la administracin estatal no era muy efi
ciente y slo cuando ataen a tales tiempos tienen un mayor
valor. Pero conciernen a unos problemas limitados. Por ltimo,
estas fuentes, aun cuando no puede afirm arse que hayan sido
agotadas por la ciencia, son conocidas en principio desde el pun
*
1310-1370; uno de los ms prestigiosos monarcas polacos, fundador de la
Universidad de Cracovia. (N. del T.)

264

to de vista cientfico, no slo por su existencia sino tambin


en relacin con su contenido. A pesar de que haya de proseguir
se las controversias cientficas sobre la interpretacin de una
obra tan monumental como el Domesday Book de Guillermo el
Conquistador del ao 1068, no se debe esperar alguna revelacin
en este dominio.
Las cosas son muy distintas sobre el grupo de fuentes al
que vamos a referimos.
Al hablar de las fuentes relativas a los fenmenos individua
les pero que se producen en escala masiva, lo hacemos como
de los registros civiles o religiosos, las actas jurdicas, las nota
riales, las establecidas sobre los funcionarios del Estado o sobre
el personal de las empresas del Estado, los documentos de las
autoridades educacionales, de los m aestros y profesores, los es
tudiantes y alumnos, las de las autoridades militares de la ofi
cialidad y las clases y la tropa, las actas de las hipotecas de la
tierra, las declaraciones de impuestos hechas por los individuos,
etctera.
El conjunto de estas actas suele comprender una cantidad de
documentos o de registros especiales sobre los ms diversos fe
nmenos individuales (las transacciones, la poblacin, la econo
ma rural, etc.). La elaboracin estadstica de los materiales de
esta categora slo es posible gracias a su carcter masivo y en
especial al hecho de que tales fenmenos suelen tener un grupo
determinado de rasgos que se repiten de modo sistemtico en
casi todos los censos.
Contrariamente a las categoras anteriores, los documentos de
esta ltima clase han sido poco aprovechados por la ciencia,
pues su carcter masivo impidi su utilizacin, pero aqulla ha
sabido usar poco a poco desde hace ya mucho tiempo los re
gistros de impuestos. Antiguamente slo se extraan de estos re
gistros los datos y las cifras globales concernientes a la hacienda;
ms tarde, con la aparicin de los nuevos mtodos y problemas,
se trat de descubrir en dichos documentos las informaciones
relativas a la estructura socio-econmica de la sociedad o de las
cargas fiscales que pesaban sobre una parte de la misma. La
utilizacin parcial de las actas a que nos referimos fue muy di
fcil, pues lo masivo, la enormidad misma de las fuentes asus
taban al historiador. Los ms audaces se atrevieron a buscar
en ellas las informaciones individuales que les eran indispensa
bles: el acta de nacimiento de una gran figura, las transacciones
realizadas por una empresa determinada, etc.
Pero el valor esencial de esta clase de fuentes radica en su
carcter masivo, que permite intentar responder a aquellas pre
guntas cuya respuesta no tenemos ninguna posibilidad de hallar
en otros tipos de fuentes, bien porque esas cuestiones no intere
saran a las gentes de aquella poca, bien porque para ellos eran
tan evidentes que ni siquiera valia la pena de anotarlas, o por265

que aun sindoles de inters, no tuvieron la posibilidad de reunir


las informaciones indispensables a la respuesta.
Por aadidura, algunas de las fuentes de esta categora son
muy antiguas. Los registros parroquiales (la fe de bautismo, y
en especial la de casamiento o de defuncin) raram ente van ms
ifa~rir sTfgrir xvuPerijcCiunle*xaies tegisiros son acreces mu
cho ms antiguos. Las transacciones de la tierra (compra y venta,
arrendamientos, parcelacin, aumento de los impuestos, etc.),
fueron tan trascendentales en el sistema feudal para las clases
dominantes, que tuvieron que elaborar formas permanentes de
registros y de conservacin de los mismos, los cuales, en Polonia
llegan hasta el siglo xiv, siendo mucho ms antiguos en otros
pases.
Los problemas sociales fundamentales como la riqueza de
las clases dominantes, la estructura de sus bienes y los cambios
que en ellos se producen, las bases econmicas de los privilegios
de clase, etc., en la poca feudal, pueden ser analizados a base
de las informaciones de la poca imprecisas y superficiales
o bien sobre las consecuencias polticas de los cambios aconte
cidos, lo cual era muy arriesgado.
Pero el anlisis de las fuentes de esta categora perm ite ob
tener sin comparacin alguna unas aproximaciones magnficas,
aunque su perfeccin se halla tambin limitada. Ya nos refe
riremos a ellas.
Sin embargo, el hecho de pasar de la interpretacin de las
'impresiones y ia opmon h e ios Dserva'aores o aiores he eStas
fuentes descriptivas a los resultados estadsticos del anlisis
de unos m ateriales de carcter masivo, es ya de por s un salto
cualitativo.
Los trabajos de esta clase han enriquecido notablemente a la
ciencia. En la ciencia polaca, los trabajos de Rutkowski sobre
la situacin del campesinado en la Polonia del siglo xvin, basa
dos en un m illar de inventarios rurales, constituyeron como
obra de un investigador individual una empresa muy audaz,
con resultados muy considerables respecto a las estadsticas so
bre las rentas de los grandes latifundios en la Polonia del si
glo xvi, basadas en todos los censos e inventarios reales del ao
1565. Rutkowski y sus discpulos realizaron tambin valiosas
bsquedas de la estructura de la poblacin rural en los principa
dos, y los alumnos de Bujak se dedicaron al anlisis de las tran
sacciones y los contratos.
Sin embargo, numerosos materiales de esta clase no han sido
hasta la fecha investigados con un criterio estadstico. Los regis
tros parroquiales y los registros civiles son tanto ms preciosos,
ya que los que se han conservado despus de la ltima guerra
slo han sido aprovechados espordicamente. Lo mismo se pue
de decir de las actas notariales, que slo se han utilizado para
buscar datos sobre hechos individuales.
266

Los documentos fundamentales para la historia social de la


poca anterior a los desmembramientos de Polonia que se con
servan en las Actas de las Ciudades y de las Tierras, apenas han
sido analizadas despus de la guerra en relacin con antes de
la contienda. Mientras que Rutkowski examinaba un m illar de
inventarios del siglo xviii , en los ltimos trabajos nos encontra
mos con unas simples ejemplificaciones.
Subrayamos que la elaboracin estadstica de esta categora
de fuentes documentales es una tarea ligada al futuro de las
investigaciones estadstico-histricas y que por ese camino pue
den alcanzarse los mayores logros ya que se trata de pasar de
las ejemplificaciones parciales al anlisis de los fenmenos, y
de una forma que ofrezca las mayores posibilidades de obtener
unos resultados cabales y objetivos.

LAS DIFICULTADES DE LOS AN ALISIS


HISTRICO-EST AD1ST ICOS

Los impedimentos de la aplicacin de los mtodos estadsti


cos a la historia se hallan motivados por dos causas:
a) por el carcter de la fuente histrica,
b) por los largos perodos de tiempo con los cuales opera
el historiador.
El valor de los mtodos estadsticos es que con ellos se puede
controlar la correccin de los resultados obtenidos. Ningn con
trol es suficiente para hacer el anlisis estadstico determinado,
pero la posibilidad de efectuarlo aunque no sea ms que en una
esfera determinada constituye una importante baza, aunque se
halle mucho ms limitada en las investigaciones de carcter
estadstico-histrico que en las exploraciones de la poca con
tempornea. En estas ltimas, el control se refiere a todo el
proceso analizado empezando por la reunin de los materiales
documentales. En las indagaciones histricas estadsticas, los
datos determinantes para la calidad de los resultados consegui
dos en cada etapa suelen ser difciles de controlar crticamente,
pues los datos con los cuales los historiadores solemos operar
no son elaborados por los cientficos para los cientficos.3
El carcter casual de los fenmenos colectivos

Uno de los factores para el anlisis correcto en la esfera es


tadstica es la diferenciacin cientficamente fundamentada del
carcter colectivo del fenmeno investigado. Aqu es donde co
mienzan a manifestarse los obstculos especiales del empleo del
mtodo estadstico por el historiador. El nmero limitado y el
267

carcter de las fuentes reduce las posibilidades de eleccin de


los fenmenos colectivos. As, un historiador interesado por co
nocer la estadstica de la poblacin urbana en la Polonia de la
prim era m itad del siglo xix, slo puede encontrar en sus re
gistros los datos relativos al nmero de habitantes fijos. En
resumen, obtiene un cuadro extremadam ente tergiversado: en
las ciudades en las cuales existe una fuerte proporcin de gentes
que salen de ellas, obtiene unas cifras exageradas que compren
den a las personas que hace ya tiempo se trasladaron a otra
ciudad, m ientras que en las ciudades que constituyen un centro
de atraccin para los emigrantes, obtendr unas cantidades in
feriores y que no tienen en cuenta a las gentes que desde hace
ya largo tiempo viven y trabajan en ellas. Como, por aadidura,
la estructura de los emigrantes no deja de ser especfica (un
pequeo nmero de ancianos y pocos nios, poca' gente holgada,
etc.), el cuadro estructural de la poblacin urbana de cada una
de esas dos categoras de ciudades se halla deformado en un
sentido determinado en los resultados estadsticos.
Con mucha frecuencia, las fuentes vulneran las dimensio
nes propias del fenmeno colectivo y esto exige que en cada an
lisis hayan de considerarse el sentido y la escala de las posibles
desviaciones.
La representatividad de los materiales

Estos problemas estn ligados al de la representatividad de


los m ateriales documentales elaborados, la cual se halla suma
mente limitada por las destrucciones causadas por las vicisitu
des histricas, que en el caso de Polonia, revisten proporciones
a veces catastrficas. Sin embargo, el asolamiento, cuando es
fruto del azar y afecta a los m ateriales de tipo masivo, no suele
vulnerar el carcter representativo de las fuentes y por lo tanto
no deforma los resultados. En el caso de que ste haya sido muy
concentrado y que se hayan conservado los documentos primi
tivos para el anlisis de algn problema relativo a una regin o
un perodo determinados, lim ita el alcance de la indagacin
(masiva) y por definicin la importancia de los resultados; pero
los datos qu se han conseguido de esa regin o perodo de tiem
po investigados conservan su propio valor.
Pero ms im portantes an son otras dificultades del proble
m a de la representatividad de los materiales.
En prim er lugar, hay que sealar que las destrucciones que
el discurso del tiempo infiere en los documentos no se producen
o no suelen producirse ciegamente. EL hombre suele contra
rrestar con sus medios la accin destructora del tiempo, pero
no todos los hombres tienen las mismas posibilidades de sal
vaguardar !os documentos ni consideran que todos ellos hayan
268

de ser conservados. No es casual que al analizar la historia del


campo en el siglo xvn, encontremos una buena documentacin
de los bienes del Estado, y que sta sea peor en cuanto con
cierne a los bienes de la aristocracia, peor todava la de los
bienes de la nobleza media y casi no existan las de los bienes
de la pequea nobleza, ya que sta no se preocup de elaborar
ninguna documentacin escrita, y si lo hizo, no la conserv y
aun cuando la conservara, no tenia los medios para salvaguar
darla a lo largo de las generaciones.
El mayor riesgo de la falta de representatividad de los ma
teriales documentales para la investigacin histrico-estadstica,
es el peligro de obtener unos resultados demasiado optimistas.
Al analizar la duracin media de la vida humana, disponemos
de una m ejor documentacin en la de las clases privilegiadas;
al examinar una finca rural encontraremos los de las fincas
mejor administradas; si investigamos los precios, nos encontra
remos con un nmero mayor de materiales relativos a las com
pras realizadas al por mayor, como, por ejemplo, por los ma
gistrados o los conventos, etc.
Los privilegios sociales que existieron en los siglos pasados,
al hallarse petrificados en las fuentes documentales bsicas, no
dejan de pesar sobre la labor del historiador. Slo en la segunda
mitad del siglo xix es cuando empiezan, a aparecer las nuevas
fuentes, de un carcter desconocido en los siglos anteriores y las
cuales han sido reunidas con un objetivo bien determinado por
las clases explotadoras y sus organizaciones.
E l carcter institucional de los datos

La tarea de transform ar las categoras institucionales de las


cuales hemos extrado los datos en unas categoras tiles a nues
tro anlisis cientfico es una de las labores que ms tiempo
absorben y cuyos resultados son de los ms litigiosos para el
hitoriador que utiliza los mtodos estadsticos40
Con demasiada frecuencia, las fuentes para el anlisis histrico-estadstico no suelen estar reunidas por los cientficos para
los cientficos. En la mayora de los casos, son el producto se
cundario de la actividad de la administracin pblica y privada.
Fueron creadas como resultado del funcionamiento de ciertas
instituciones, que a su vez influyeron sobre todo un sistema de
esta clase de establecimientos diferentes. El carcter institucio
nal de las fuentes y las categoras que en ellas se encierran, son
en parte la causa de las dos dificultades mencionadas: el carc
ter casual de los fenmenos masivos y la inadecuada representa
tividad de ios mismos.
Pero los obstculos que provienen de estos factores van mu
cho ms lejos, siendo insuperables y haciendo que, a menudo,
269

una rica fuente documental sea inutilizable para los fines anal
ticos que en cierto momento nos parecen ms determinantes.
Suponiendo que el registro de los impuestos nos facilite el
nombre de las personas imponibles (categora institucional), el
pasar de esta categora a la categora analtica (nm ero de habi
tantes, de objetos econmicos, etc.), requiere toda una serie de
elaboraciones a veces arriesgadas y que han de someterse a la
crtica cientfica.
Suponiendo que el registro de impuestos rurales contenga la
relacin de los nobles propietarios que han satisfecho el impues
to y las sumas pagadas por ellos (coeficiente de la magnitud de
los bienes de cada uno de ellos), para pasar de estos datos a las
categoras analticas hemos de recordar que la institucin que
cre la citada fuente documental prevea ciertas exenciones fis
cales, por ejemplo, en atencin a las destrucciones sufridas por
una finca determ inada y que su aplicacin no se extenda de
modo uniforme a todo el pas: las fincas situadas en las regio
nes del nordeste estaban sujetas a mayores calamidades y una
parte d ellas no pagaban impuestos.
Pero se dan casos peores. As, cuando en un censo aldeano se
hace inventario de los bienes de los campesinos en varias cate
goras, se trata de una categora institucional que divide a la
poblacin rural de acuerdo con los grupos tradicionales; pero
ms tarde, al cam biar la situacin, es my difcil hallar el equi
valente de tales agrupaciones en la poblacin. Para los anlisis
de la indagacin de la estructura social en el campo, necesita
ramos los datos de la tierra que cada campesino posee, sus
aperos, empezando por la fuerza de traccin, y la magnitud de
cada gravamen feudal que pesa sobre l. Este ltimo dato siem
pre lo encontramos en los inventarios, pero no los anteriores.
He ah las dificultades que supone el pasar de las categoras
institucionales contenidas en las fuentes documentales a las ca
tegoras que exigen las necesidades del anlisis cientfico, etc.
La dificultad de traducir las categoras institucionales de las
fuentes a las categoras analticas es conocida por cada histo
riador que se ocup de tales cuestiones. Tambin ha sido pues
ta de relieve por los tericos de la estadstica histrica (Kuznets).
Al llam ar la atencin sobre ella querramos advertir, no obs
tante, contra la exageracin de tal obstculo. Las categoras ins
titucionales anejas a las fuentes fueron creadas por la vida, as,
han de reflejar alguna realidad, alguna necesidad de la existencia.
No basta con afirm ar que son categoras diferentes a nuestras
categoras analticas: hay que descubrir las causas de esa dife
rencia y esclarecer la realidad contenida en esas categoras.
Estas dificultades crecen a medida que un sistema determi
nado se desmorona. En el perodo de su florecimiento, las ca
tegoras instituciones se hallan penetradas de un contenido so270

cial concreto, real; en cambio, en pocas de cada de un sistema,


la vida salta por encima de los marcos tradicionales y de las
antiguas instituciones slo quedan cada vez ms hueras palabras.
Con el tiempo, a p artir de la segunda mitad del siglo xix,
surge un nuevo obstculo que es el que supone el pasar a la
categora analtica no ya las categoras institucionales conteni
das en la fuente sino las categoras convencionales. El agrupar
a las explotaciones agrcolas segn las dimensiones utilizadas
por el Comit Estadstico Varsoviano, impide a veces el anlisis
cientfico, ya que entre el grupo de explotaciones de 5 a 20 hec
treas existen unos fenmenos econmicos muy diferentes y que
sin embargo se han echado dentro de un mismo saco. El agrupamiento convencional de un fenmeno investigado, siempre y
cuando en las fuentes figura con cifras a la vez muy reducidas
y elevadas, se presta a ser conceptuado en el grupo ms elevado
conforme a los conceptos tericos del investigador. Pero como
lo demuestra el ejemplo citado, el conceptuar el fenmeno de
acuerdo con el grupo m s grande puede inutilizar las fuentes.
El desconocimiento de las circunstancias del registro

ir u c la u u i a

una mercan:a a un ami) el libro de


a los producdecir alguna
271

Una de las condiciones esenciales del valor de los anlisis


estadsticos en la poca actual es la estricta formulacin y obser
vancia de los principios tomados como base de la investigacin.
Las cosas son diferentes con el contenido de las fuentes histri
cas. Lo peor es que los datos que poseemos, a menudo no bastan
para la comprensin del material, de las circunstancias que lo
hicieron aparecer y hasta de su contenido.
Al reunir los datos relativos a los precios, en la actualidad
podemos determinar lo que necesitamos: las dimensiones y el
tipo de la mercanca, sus formas de pago (al contado o a plazos),
la magnitud de las transacciones (al por mayor o al detall), si
la mercanca ha sido entregada o no a domicilio, etc. En cuanto
hemos establecido los principios, tenemos la seguridad de ob
tener un material homogneo y comparable.
Pero las notas que figuran en un libro de cuentas del si
glo xvi, ya pertenezcan a un ente urbano, un convento, un aris
tcrata o un mercader, suelen ser muy lacnicas, y gracias si
dan el importe de la transaccin. Estas cifras o inscripciones
se hicieron para memoria. Las condiciones habituales de la tran
saccin como son las medidas que estaban en vigor en un merj ----- -J - ---------- ^ cafarf aierminaao1 erair_idr dviofctfifcs p a r a e i a u iu
como para sus superiores, los funcionarios, etc. Si
ca dada haba sido vendida excepcionalmente baral
go o conocido, no se la anotaba en el registro (
cuentas. Es posible que a los monjes se les vendier
tos alimenticios por debajo del precio, pues podan

misa para el vendedor. O bien una parte del pago corresponda


a unos medicamentos, o que el vino comprado para el magnate
a un valor pecuniario muy alto le hubiese valido una pinge
propina al encargado de efectuar la compra. Acaso el productor
haba sido aforado segn las medidas en vigor en la localidad
del cliente o del vendedor, o bien en el lugar donde la transac
cin se efectuara?, etc. Debemos conform am os con desconocer
estas circunstancias y eliminar del m aterial reunido las notas
que se apartan mucho de la mayora tanto respecto al supuesto
inferior como superior, ya que tales notas o cifras ilustran una
transaccin no comn o cuyas circunstancias ignoramos.
Hemos presentado un ejemplo de las dificultades inherentes
al anlisis de los precios. Pero las dificultades provocadas por
el desconocimiento de las circunstancias que intervinieron en
una determ inada cuestin y con las cuales tropezamos al refe
rim os a las inscripciones contenidas en las fuentes, son propias
a cada investigacin estadstico-histrica, y surgen en cada an
lisis histrico, constituyendo una parte integrante de cada cr
tica de las fuentes histricas. As, en las indagaciones estads
tico-histricas en que se tiene que operar con una m asa de notas
y de registros, es imposible r e a liz a r el anlisis de cada supues
to: esto carecera de fundamento en la mayora de los casos.
Los lm ites de la comparabilidad en el tiem po

El anlisis estadstico-histrico busca los elementos invaria


bles en un mundo econmico en cambio constante, afirm a
S. Kuznets.41 En esta aparente paradoja se esconde la principal
dificultad de las exploraciones estadstico-histricas, y la difi
cultad fundam ental de toda suerte de bsquedas. Esto puede ser
un consuelo para los historiadores que utilizan el mtodo esta
dstico, ya que as saben que no se hallan en desventaja bajo
este criterio en relacin con sus compaeros los historiadores.
Al igual que cada investigacin histrica, las indagaciones es
tadstico-histricas deben analizar el fenmeno a travs de un
corte transversal o longitudinal. Sin m erm ar la importancia de
las exploraciones emprendidas por mediacin del corte trans
versal {La poblacin polaca en el ao 1792, etc.), es posible afir
m ar que no pueden constituir un objetivo en s, sino que repre
sentan ms bien una fase preparatoria. El discurrir del tiempo
y sus cambios son unos aspectos demasiado esenciales del cono
cimiento histrico para no constituir un pbjeto de la ciencia
histrica. Pues los cambios que se producen en el tiempo son
uno de los objetivos esenciales del anlisis histrico, sindolo
por lo tanto los cortes longitudinales.
Por otra parte, la escala de los cambios histricos es enorme
y en general mucho mayor que los conocimientos d '1 historiador
272

sobre ella. Tratndose de la realidad pretrita, las lagunas quo


existen en nuestro saber y sobre todo las de las fuentes docu
mentales, slo las podemos llenar, consciente o inconscientemen
te, con el mtodo del razonamiento del buen juicio, es decir,
con el cuadro que nos brindan el mundo y el hombre de nuestra
poca.
Se puede adelantar la comprobacin de que el historiador
consciente y crtico consigo mismo se pasa la mayor parte de
su tiempo luchando contra esa tendencia, defendindose para no
caer en ese mtodo.
En la frase citada, Kuznets tiene razn. Pero no hay que
olvidar, que dicha afirmacin significa una importante limita
cin en la utilizacin de ese mtodo. No son muchos los ele
mentos invariables en un mundo en cambio constante, en espe
cial en los largos perodos de tiempo. La historia es la ciencia
de los cambios, ha dicho M. Bloch. Adems, el mismo Kuznets
afirma que en prim er lugar el historiador debe establecer los
cambios cualitativos.
Para cada estadstica, una serie dos veces ms larga tiene un
valor analtico mucho ms elevado en proporcin.42 De ah que
cada demgrafo ambicioso, haya sido siempre un historiador, ya
que para cada gran problema demogrfico siempre es impres
cindible mucho tiempo. Pero el utilizar esta afirmacin sin re
servas como lo hace Kuznets,43 en las investigaciones histricas
es no obstante dudoso. Tratndose de las bsquedas de la ac
tualidad en que no suelen tener importancia los espacios de
iempo mayores a dos o tres decenios, cada prolongacin de las
series aumenta en mayor grado las posibilidades analticas pero
aceptando tcitamente el principio caeteris paribus.
De adoptarse, este principio debe ser controlado cuantas ve
ces sea aplicado. Tratndose de las exploraciones sobre largos
perodos de las investigaciones histricas, las posibilidades de
adopcin de este principio se reducen a veces a cero. Es posible
comparar, como lo hizo dAvenel,44 los precios del ganado de cer
da desde el siglo x i i i hasta ahora, pero el resultado sera ab
surdo, ya que entre estas dos pocas esta especie zoolgica sufri
Oaa profunda evolucin4S Vale la pena recordar estos hechos ya
que en la actualidad siguen dndose casos de aspirar a la prolon
gacin de las series con la esperanza de incrementar al cuadra
do las posibilidades analticas sin explorar el problema de los
lmites comparativos. Hace un par de aos se public en Ingla
terra un trabajo dedicado a la indagacin del salario de los tra
bajadores de la construccin inglesa desde el siglo xiv a nues
tros das.46
Para evitar estas dificultades, una serie de cientficos postu
lan el concentrarse sobre el estudio estadstico de las unidades
fsicas 47 El valor del dinero cambia, mientras que un buey siem
pre sigue siendo un buey y una tonelada de carbn una tonelada
de carbn.
273
hcs

100.

18

Sin embargo, tambin esta actitud peca de un optimismo exa


gerado y de un historicismo bastante superficial. Pues ya hemos
dicho que en el curso de la historia el buey no es el mismo buey.
Incluso un artculo tan homogneo desde el punto de vista qu
mico como el carbn suele ser una magnitud incomparable. En
la ciencia ya se ha sealado el hecho de que la calidad de esta
m ateria cambia considerablemente entre los comienzos del si
glo x v m en que era extrado de las capas superficiales y nues
tra poca.48 Cada ama de casa polaca siempre y cuando no dis
ponga de la calefaccin central, sabe por experiencia que en el
perodo 1948-1952, la calidad del carbn cambia esencialmente
en un breve perodo.
El cambio histrico es muy profundo y a cada paso tiene para
el investigador, un aspecto desconocido. Un historiador no debe
razonar nunca sobre el principio de la invariabilidad ya que ello
slo puede resultar en un anacronismo, entre todos los peca
dos respecto a la ciencia del tiempo, el ms imperdonable co
mo escribiera M. Bloch.49
El problema es una de las cuestiones fundamentales de la
metodologa histrica: dnde encontrar si es posible encon
trarlo un denominador comn que perm ita establecer una
comparacin entre dos culturas diferentes, entre los diferentes
pases y pocas?
Volveremos a insistir sobre esta cuestin aunque no en su
totalidad en otros captulos de esta obra, ya que tenemos la
obligacin de intentar form ular ahora aunque no sea ms que
alguna directiva concreta.
Se nos ofrece el camino de tom ar los lmites de las forma
ciones socio-econmicas como lm ite s comparativos. En la teo
ra marxista, las formaciones socio-econmicas suelen jugar un
papel de conceptos integradores. En ellos se esconde la genera
lizacin de los cambios que se producen en la vida social. Cada
irna de ellas significa un sistema de relaciones sociales vincula
das entre s y las cuales se diferencian de cualquier otra forma
cin. As, pudiera sugerirse la tcita aplicacin, respecto de la
duracin de las formaciones, del principio caeteris paribus y por
lo tanto de la comparabilidad.
Pero el problem a no es tan sencillo, ya que se da el caso de
que la formacin feudal dura 1.000 aos y que a lo largo de este
milenio los cambios son mucho ms lentos que en las pocas
siguientes, aunque entonces tam bin sean profundos. La gama
de los elementos duraderos que perm iten darle el nombre de
feudalismo a todo este perodo es, por naturaleza, estrecha. Los
productos cuyos precios quisiramos analizar en tal poca, se
convierten con el discurrir del tiempo en otros gneros. El tra
bajo cuya remuneracin quisiramos establecer, se realiza en
otras condiciones, utiliza cada vez nuevas herram ientas y otros
conocimientos. La tierra la finca feudal va cobrando gradual274

mente otro valor. Las distancias van teniendo otro sentido social,
lo mismo que el tiempo en s. 1 capitalismo existe desde un
tiempo mucho ms corto y los cambios que en el se operan son
mucho ms rpidos. sos mismos elementos que acabamos de
enumerar con relacin al feudalismo seran profundamente va
riables en el curso de siglo y medio de capitalismo. De manera
que los marcos de las formaciones son demasiado extensos para
la comparabilidad.
Sin embargo, y esto es lo peor, son a la vez demasiado es
trechos. Los lmites de las formaciones socio-econmicas son infi
nitamente profundos. Cada historiador se ha convencido de lo
universal de su contenido. Pero a pesar de esto existe la con
tinuidad del discurso histrico. Al tener que elegir entre el con
cepto, generalizado en Occidente, de la uniformidad de los cam
bios en el cual las divisiones cronolgicas no son ms que con
venciones, u n a necesidad didctica y el reflejo de la endeblez
cognoscitiva del pensamiento humano, y la concepcin del m ar
xismo vulgar, respecto a la idea de las gentes que no gustan
de hacer comparaciones,50 tenemos que saber hallar el justo
camino entre tales extremos, ya que tanto uno como el otro
contradicen la realidad histrica.
1 crecimiento de los elementos del capitalismo antes de la
Revolucin francesa y las tentativas de restauracin del feuda
lismo que la siguieron no bastan para nivelar la profundidad
y la multilateralidad de esos cambios. Sin embargo, desde el pun
to de vista social, Octavio Augusto no era otro que Napolen,
ya que hay algo en estos dos fenmenos que permite calificarlos
de cesarismo.
La necesidad de las comparaciones entre las formaciones so
cio-econmicas dimana de la propia metodologa marxista y ms
de una de estas comparaciones se encuentra implcitamente en
en la teora marxista del desarrollo social. Pues si decimos que
las._sucesYas_.formaciones, .se. -distineyen .unas. _deotras, jipn _eL.co
rrespondiente nivel de la productividad del trabajo, no deja de
encerrarse en tal afirmacin una generalizacin audaz y trascen
dental con el criterio supraformacional. Esto lo hizo Marx sobre
la base del anlisis de las consecuencias, es decir de analizar
unos fenmenos que hubieran sido intraducibies sin el supuesto
del aumento de la productividad del trabajo. Pero esta cuestin
sigue siendo un extenso campo de exploracin para los historia
dores econmicos, y seguir siendo analizada de un modo intui
tivo mientras no se apliquen para su examen los mtodos esta
dsticos. Las comparaciones interformacionales son una necesi
dad cientfica en general y en particular para la ciencia marxista.
Los lmites formacionales como lmites de la comparabilidad
son demasiado estrechos y demasiado anchos.

275

LAS AGRUPACIONES ESTAD ISTIC AS


Las agrupaciones en estadstica

La agrupacin estadstica es un problema fundamental del


Titodo estadstico. La mayora de las polmicas de la interpre
tacin de los datos sobre una m asa estadstica determ inada re
sulta de los mtodos de agrupacin contrapuestos. La utilizacin
propagandstica de los datos estadsticos tambin suele estar
asentada en tal agrupacin. En la prctica, muy raras veces los
estadistas falsean las cifras. Pero con un agrupamiento hecho
a su antojo, pueden, si lo desean, probar las ms diversas
tesis con unos mismos datos.
La estadstica de las explotaciones campesinas que ataen a
un extenso grupo de explotaciones medianas en el cual entraran
en parte los campesinos pobres, todos los campesinos y algunos
ku la ks* puede borrar el proceso capitalista de diferenciacin
de las clases incluso en los lugares donde ste se manifiesta
con claridad. La estadstica salarial de una gran potencia capi
talista basada en el concepto legal del salario y la cual agrupa
a todos los salarios junto con la remuneracin de las personas
oye. asumen, funciones, directiyas. en. los. cortis^ ms. rjnriemsas
ha de dar un cuadro diam etralm ente distinto del que obtendra
mos con el anlisis estricto del salario de los obreros.
Se podran m ultiplicar los ejemplos. A veces nos encontramos
con la clara intencin de inducir a error al usufructuario. En
estos ejemplos, los datos numricos pueden ser verdaderos y con
formes al concepto legal del estipendio pero el inducir a error
al usufructuario consiste en que el estadista sabe que aqul le
asigna al concepto de la remuneracin del trabajo otro conte
nido social y econmico.
La ciencia m arxista subraya con mucha fuerza el problema
de la agrupacin estadstica.51 E ntre sus clsicos, Lenin en par
ticular, comenzando con sus prim eras luchas con los populistas,
basa casi todas sus polmicas oponiendo a la agrupacin po
pular la agrupacin marxista.52
Al problem a de la agrupacin estadstica se une el de las
medias que en la ciencia y sobre todo en la publicstica m ar
xista del perodo staliniano fue causa de tantos malentendidos.
La desconfianza histrica frente a cualquier tipo de ndice me
dio, dimanaba del fenmeno anterior acerca del abuso de las
medias como resultado de los agrupamientos estadsticos no
cientficos realizados con fines propagandsticos y apologticos
por algunos propagandistas occidentales. La nica polmica cien
tfica es la confrontacin de las medias obtenidas para unos

* Campesinos ricos en el campo socialista. (N .

276

del T .)

grupos creados de una forma carente de fundamento cientfico


y de los promedios obtenidos de los grupos correctamente ela
borados.
En la prctica, el problema del agrupamiento es complica
dsimo y siempre sujeto a discusin. Por una parte, el grupo
estadstico no puede componerse de unidades idnticas; en cam
bio, por otra paite, no pueden entrar en l unidades heterog
neas. La cuestin consiste por lo tanto en determ inar el grado
de heterogeneidad aceptable. En este caso se trata de la hetero
geneidad con el criterio de un determinado objetivo del investi
gador. En suma, se trata de la elaboracin de grupos en los
cuales las unidades que los integran se diferencian en muchos
aspectos, pero que con respecto al problema analizado dejan
aparecer rasgos o tendencias homogneas.
De forma que las polmicas sobre las agrupaciones estadsti
cas tienen un carcter terico, donde se confrontan las distintas
teoras sobre los fenmenos sociales.
En los trabajos histricos, la utilizacin de las agrupaciones
correspondientes tericamente a la investigacin tropiezan con
obstculos enormes y a veces insuperables para las agrupacio
nes que se efectuaron en las fuentes histricas. La tarea con
siste, por tanto, en traducir los grupos (categoras) utilizados en
las fuentes documentales a los grupos (categoras) reconocidos
como tericamente fundamentados.
Generalizando, se pueden formular las siguientes regularida
des:
1.
Las agrupaciones institucionales la poca feudal. En la
mayora de los casos son agrupaciones institucionales que se
prestan a la elaboracin estadstica, las fuentes documentales
procedentes de la poca feudal (pertenecientes con demasiada
frecuencia a las categoras que hemos denominado como fuen
tes institucionales relativas totalmente a los fenmenos masi
vos).
As, los habitantes de la aldea polaca han de agruparse bajo
la forma de grupos de campesinos, de arrendatarios, de peque
os artesanos, de los diversos representantes de las autoridades
comunales, etc.
En tales casos, la nica manera de solventar las dificultades
es el cabal conocimiento de la institucin cuya existencia promo
vi las fuentes investigadas. Hay que esforzarse por comprender
la realidad que fue el origen de la fuente y que permite com
prender los datos que en ella figuran.
Tambin es un hecho que a medida que un sistema aqu,
el sistema feudal se derrumba, las categoras caractersticas
del mismo atraviesan por un perodo de inercia, y van reflejando
cada vez menos la realidad social concreta. Las diferencias en las
explotaciones campesinas, divididas en los grupos ms diversos,
277

que permiten llegar a unas conclusiones muy amplias en el


siglo xvi, dejan de ser tan explcitas en las fuentes documentales
del siglo xvm .
2.
Las agrupaciones convencionales la poca capitalista. Pa
radam ente a los comienzos del capitalismo, empiezan a genera
lizarse las agrupaciones convencionales, las cuales son tpicas
para las fuentes que hemos denominado como fuentes de pro
cedencia estadstica. La generalizacin de las agrupaciones con
vencionales significa la confirmacin de la desaparicin en la
vida y la conciencia social de las divisiones institucionales feuda
les. En lugar de la vieja divisin de las explotaciones campesi
nas, tenemos una agrupacin basada en la magnitud del rea
que cada campesino posee: as las explotaciones se sitan en
los diferentes grupos: de 0 a 2, de 2 a 5, de 5 a 10, de 10 a 20,
de 20 a 50 hectreas, etc.
Es evidente el carcter convencional de una tal divisin y su
falta de fundamentacin terica. En prim er lugar se asienta en
el sistema de medidas en vigor en una sociedad determ inada (en
Rusia la deciatina, en Francia la hectrea, en Polonia el arapende). Aun suponiendo que con el capitalismo se generalice el
sistema mtrico, slo evita la incomparabilidad internacional de
los datos estadsticos agrarios, pero no modifica en lo ms m
nimo el hecho de que el m etro es tambin una unidad conven
cional. En segundo lugar, la agrupacin de este tipo basa en
el sistema decimal las cifras y los clculos a pesar de que este
sistema como ya lo ha probado Leibnitz es slo uno de los
infinitos posibles e igualmente perfectos.
Prcticamente, la propiedad analtica de unos grupos con
vencionales dados procedentes de las fuentes estadsticas, depen
de de si el que las elabor tom como base para la clasificacin
convencional las divisiones pequeas o ms extensas. En el pri
m er caso, las podemos reunir en grupos mayores de acuerdo
con el procedimiento terico adecuado. En el segundo caso,
a menudo estamos desarmados y la fuente ms autntica puede
volverse totalmente intil. Siguiendo con los ejemplos en el
campo de la estadstica agraria, se puede afirm ar que los ricos
m ateriales contenidos en Los Trabajos del Com it Estadstico
Varsoviano sobre la agricultura del Reino polaco a finales del
siglo xix y principios del xx, no pueden informarnos sobre los
procesos tan interesantes que acontecan en la aldea, ya que la
agrupacin de las explotaciones tal y como se llev a cabo, borra
esos procesos.
La agrupacin convencional en pequeas secciones tiene su
razn de ser incluso en el presente. En especial en los trabajos
de una significacin internacional, constituyen el nico camino
para llegar a una fructfera cooperacin en este nivel. Los ma
teriales publicados en pequeas secciones convencionales pueden
278

ser aprovechados despus por los representantes de las diferen


tes ideologas y corrientes cientficas, quienes pueden agruparlos
a su antojo y sin que pierdan sus propiedades com parativas
3. Las agrupaciones analticas. Siempre y cuando sea facti
ble, el historiador tiene la obligacin de agrupar los materiales
por l reunidos en los grupos que han de prestarse al anlisis
apetecido, aclarando previamente sobre qu bases ha de elabo
rarlos y cul es el contenido que han de tener. Su valor como
fuentes relativas a los fenmenos individuales que se producen
en escia masiva, radica entre Otras cosas en que no estuvieron
agrupados, prestndose por lo tanto a cualquier intento de agru
pacin por nuestra parte.
Las categoras tericas y la dislocacin

En contra de las agrupaciones tericas (analticas) se formu


lan crticas en la ciencia, segn las cuales dicho procedimiento
introduce en el material investigado unas categoras (determi
nantes de los resultados) procedentes algo as como del exterior,
elaboradas sobre la base de unos materiales de sobras conocidos
y absorbidos por la ciencia. Esto se opone a la bsqueda de las
categoras que se sitan fuera del material sometido a inves
tigacin.
'
Otro ejemplo: suponiendo que queramos efectuar una agru
pacin de acuerdo con el estado de posesin de las tierras y que
las reduzcamos a las coordenadas de un mnimo de por ejemplo
50 reas a un mximo = X; est claro que esta dislocacin no
ser uniforme. En ella han de darse tanto una condensacin como
una dilucin. Segn sus partidarios, ese agrupamiento es el que
de hecho refleja los grupos que integran una determinada masa
analizada.
Esta postura es tpicamente positivista con todo su extre
mado empirismo y su antiteoricismo.
Este criterio no puede defenderse bajo muchos aspectos. Sin
contar la labor tan enorme que representa, la utilizacin de
este mtodo nos llevara a la obtencin de unos resultados in
comparables entre s en cada indagacin concreta y por consi
guiente reducira mucho las posibilidades analticas del conjunto
de los materiales cientficos. Cada censo o inventario rural efec
tuado en cualquier lugar y en cualquier poca, sera conceptuado
con otras categoras.
Cada anlisis cientfico concreto no es ninguna magnitud
aparte, elaborada por el pensamiento sobre una tabla rasa y que
termina con la formulacin de las conclusiones. La elaboracin
para cada investigacin concreta de una teora aparte sera cuan
do menos antieconmica, de ser realizable. Cada corriente cien
279

tfica ha elaborado un cierto nmero de generalizaciones y de


categoras, pero no es posible reconocer que en cuanto al m ar
xismo, esas generalizaciones an no se hallan codificadas de un
modo satisfactorio ni formuladas de una m anera suficientemente
operativa.4 Asimismo, cada exploracin debe servir a las siguien
tes y ser utilizada en la form a ms adecuada.
Suponiendo que esta teora sea correcta, debe dar unos re
sultados de las agrupaciones aproximadas a los resultados de
los mtodos de dislocacin; adems, estos resultados han de
alcanzarse ms rpidam ente y de una m anera que asegura su
comparacin con los resultados de otras investigaciones.
Otro problema es que cada teora debe ser controlada de
forma constante a la luz de los nuevos hechos facilitados por el
progreso de la ciencia. El mtodo de la dislocacin requiere
este mismo control.*

LAS PREFEREN CIAS TCNICO-ESTADSTICAS


E N LA IN VE STIG AC I N H IST RICA

El historiador debe utilizar para los anlisis histrico-estadsticos toda la gama de procedimientos de la tcnica estads
tica moderna. No es cierto que la indigencia y la falta de mate
riales documentales con los que trab aja el historiador slo per
mite la utilizacin de los ms elementales procedimientos esta
dsticos. Por el contrario, es frecuente que por el carcter de
fectuoso y fragm entario de las fuentes, la utilizacin de los
mtodos ms sublimados haga posible el logro de unos resulta
dos correctos.
.
En cambio, los elementos especficos de la labor indagadora
del historiador, resultantes tanto de las particularidades de su
esfera analtica carcter fragm entario e incertidum bre de las
fuentes como de sus objetivos especficos anlisis de los
cambios en especial en los largos perodos hacen que al ope
ra r con todos los procedimientos estadsticos existentes, el histo
riador tenga que sentir una preferencia por algunos determina
dos. Cada estadista al utilizar los mtodos estadsticos para el
anlisis de la realidad social tiene que referirse a veces a irnos
materiales fragm entarios e inseguros ya que tambin aspira a des
cubrir los cambios en las largas pocas. Pero en las investiga
ciones histricas estos elementos se sitan en un prim er plano,
dominan y hacen que unos procedimientos sean ms o menos
provechosos.
Como al principio de este trabajo hemos remitido al lector
a los manuales fundamentales del mtodo estadstico, slo de
seamos sealar la preferencia a la que hemos aludido, con un
par de ejemplos: cules son los mtodos que pueden utilizarse
280

con un xito relativamente mayor en la labor investigadora del


historiador, y qiK pueden ayudarle a no caer en el error o a
lograr lo que se propone.
E l grado lim itado de exactitud

Al m anipular las cifras extradas de las fuentes, vamos a es


tablecer una serie de cifras absolutas o relativas (porcentajes,
ndices, etc), obteniendo as unas cantidades a veces del orden
de los millones o unos porcentajes que no se prestan a ser
traducidos en nmeros enteros. En tales casos se da a menudo
el fenmeno de que los historiadores presenten esas cifras tal y
como les salieron en los clculos; para mayor exactitud, dan los
porcentajes ms precisos posibles a una centsima e incluso
una milsima parte. En esto se expresa el ingenio culto de los
historiadores hacia las cifras, el cual suele ser como lo afirma
ra Bloch el resultado de su poca familiaridad con ellas.
Pero es el caso de que el convencimiento de que por este
camino se logra una exactitud mayor constituye un error de
principio.
Pues estas cifras tomadas de la fuente deben presentarse en
el clculo tal y como existan en la fuente documental. En cam
bio, las que constituyen el resultado de los cmputos del histo
riador deben ser presentadas slo con una exactitud aproximativa, la cual nicamente lo han de dictar dos elementos: a) la
necesidad de efectuar investigaciones ulteriores; b) la estimacin
del grado de exactitud de los datos y coeficientes en base a los
cuales se efectu el clculo. As, si sobre la base del nmero
de casas conseguimos el de habitantes mediante la multiplica
cin del nmero de aquellas por el coeficiente supuesto de habi
tantes por casa, tanto el multiplicador como el producto arroja
rn un error de por lo menos un 25%. En tales condiciones, el
expresar el nmero de habitantes con una exactitud de una
unidad es ridculo, como lo es el clculo de las cifras relativas.
El hecho de presentar unas cifras resultantes del cmputo
realizado por el historiador ms exactas que lo que el material
puede perm itir no aumenta la exactitud de las cifras sino que
la disminuye. Adems, esto induce a error al lector quien al ver
las cifras tan especificadas puede olvidarse de que en el fondo
no son ms que una aproximacin.6
La preferencia de las cifras relativas sobre las absolutas

Las estadsticas histricas son siempre ms o menos exactas


al introducirse en ellas errores cuyos factores determinantes,
en general, slo son conocidos en parte por el historiador. En
estas condiciones, las cifras absolutas tomadas como tales en
281

las fuentes y los resultados de los clculos efectuados por el


investigador slo pueden jugar un papel orientador en la escala
de las magnitudes correspondientes.
Habitualmente, el historiador extraera de esta comprobacin
la conclusin de que esta clase de cifras son poco tiles. Nada
ms falso! Pues el orientarse en la escala de las magnitudes
es un resultado fundamental y suficiente en el examen de los
fenmenos sociales de carcter masivo. Ya nos hemos referido
a la importancia que para el historiador tiene el fijar los lmites
entre los cuales debe situarse la magnitud buscada a condi
cin de que stos no sean demasiado amplios.
En cambio las cifras relativas conseguidas por nosotros en
el curso de la exploracin tienen un valor cognoscitivo muy su
perior,57 al cual ya nos referimos y que suelen ser con mucha
frecuencia ms autnticos que las cifras absolutas.
Suponiendo que queramos calcular la poblacin de un pas
y en un ao determinado sobre la base de los documentos fis
cales hallados en las fuentes, dichas fuentes y por lo tanto nues
tros clculos han de estar sujetos a numerosos errores resultan
tes bien de la ineficacia del aparato administrativo de la poca,
bien de los abusos por l cometidos. Pero si sobre esa misma
base establecemos el porcentaje de habitantes que residieron
en alguna regin del pas, podemos suponer que el tanto por
ciento as obtenido dar un erro r menor, ya que en unas condi
ciones socio-econmico-polticas dadas, los abusos se produjeron
muy probablemente de una forma igual en todas las regiones.
Parecido razonamiento no puede efectuarse sin pruebas, pues
en la Polonia del siglo x vm no podra extenderse a las regiones
del nordeste.
De la misma manera, si tomando como base los registros de
impuestos de una misma clase correspondientes a dos fechas
distantes muchos aos entre s, establecemos el porcentaje del
aumento demogrfico en un pas y en sus diferentes regiones,
tenemos derecho a concederle a las cifras relativas que hemos
conseguido una importancia y confianza mayores, siempre y cuan
do en el espacio de tiempo considerado no cam biaran ni el prin
cipio ni las formas de la recaudacin fiscal y que en ese mismo
perodo no se haya producido el reforzamiento o el debilita
miento del aparato adm inistrativo del Estado.
A veces, la autenticidad mayor de las cifras relativas con res
pecto a las cifras absolutas resulta que de ambas absolutas sobre
las cuales se asienta un dato relativo son errneas en una esca
la que desconocemos, pero cuya falsedad opera en el sentido
contrario. Los ejemplos de la mayor autenticidad de las cifras
relativas respecto de las cifras absolutas sobre las cuales estu
vieron basadas unas cifras relativas determinadas, podran mul
tiplicarse al infinito.
stas son para nosotros importantes tambin debido al ca
282

rcter fragmentario que suele tener el material documental de


las fuentes. Al no poder descubrir por la falta de fuentes lo
que buscamos en el anlisis de todo el territorio de un pas
dado, conseguimos unos datos relativos sobre la base de las
investigaciones regionales delimitadas, y tras un razonamiento
adecuado, llegamos a la conclusin de que con toda probabilidad
esa misma relacin existia en el conjunto del pas o bien que
en alguna otra de sus regiones las proporciones eran ms altas
o ms bajas.
Por ltimo, las cifras relativas como lo demostraremos an
despus aumentan de modo considerable nuestros conocimien
tos al reflejar las relaciones y los procesos que configuran la
poca que nos interesa. En este aspecto las cifras absolutas nada
nos dicen. Pero no es todo: a menudo las cifras absolutas toma
das de las fuentes por ejemplo, la cantidad de las defunciones
en cualquier ao y regin, al no poderse confrontar por la falta
de datos con otras cifras a fin de establecer en nuestros clculos
las cifras relativas, no nos sirven casi para nada.
La eleccin de los promedios

El mtodo estadstico pone a nuestro alcance una serie de


procederes para el clculo de las magnitudes medias. Slo enu
meraremos: la media aritmtica, la media aritmtica pondera
da, la media geomtrica, la media modular y mediana, tienen
cada una de ellas unos valores distintos tanto en lo que atae
a la tcnica del clculo ahorro de tiempo y de trabajo como
bajo el punto de vista del contenido reflejado por cada media.
En este caso el historiador ha de preferir el procedimiento que
disminuye el influjo de las magnitudes extremas sobre los re
sultados.
As, el estadista moderno de los precios debe adoptar res
pecto de las magnitudes extremas una actitud muy distinta a la
del historiador, ya que sabe que tambin esas cifras proceden
de las anotaciones efectuadas de acuerdo con unas instrucciones
determinadas, mientras que el historiador ignora en la mayora
de los casos en qu circunstancias se efectuaron las anotacio
nes. De manera que se puede sospechar que las magnitudes
extremadas reflejan un contenido distinto al de las dems cifras,
que informan acerca de unas transacciones particulares, llevadas
a cabo en otras circunstancias. De ah el temor de que no influ
yeran en el sentido de deformar la media. Al escoger entre la
media aritmtica simple y la media aritmtica ponderada, es
preciso elegir esta ltima cuando las magnitudes extremadas fi
guran espordicamente en las anotaciones pero si figuran en
gran nmero en las inscripciones, en tal caso esas magnitudes
deben considerarse como representativas.
283

La preferencia respecto de las medidas mviles

A pesar de utilizar en los clculos de las medias los proce*


dimientos peridicos mensuales, trim estrales, anuales que fa
cilitan la eliminacin de los datos ms extremados, el historiador
siempre ha de tener en su labor una seguridad respecto de las
magnitudes conseguidas con este mtodo. Y esto porque desco
noce las circunstancias en que tales anotaciones se efectuaron y
que pueden deform ar las cifras en varios sentidos, y tambin
porque ha de obtener un gran nmero de medias sobre la base
de unos datos muy poco abundantes en las fuentes. De aqu
que las series cronolgicas elaboradas por el historiador hayan
de expresar forzosamente una gran movilidad, oscilando de ao
en ao y que en apariencia no tienen ninguna tendencia de de
sarrollo. Lo peor es que esta movilidad puede reflejar ms de
una vez la realidad concreta, ya que sabemos que muchas mag
nitudes, en los siglos pasados, se hallaban afectadas por unos
cambios que desde el punto de vista de la escala y de los ml
tiples sentidos de orientacin eran mayores en relacin a los
cambios de nuestra poca. El nm ero de habitantes y el coefi
ciente demogrfico, el nivel de los precios en el mercado, el
curso de las divisas, la productividad de la tierra y una infinidad
de otras magnitudes de la poca feudal, de ao en ao suban
en una escala que hoy aparece muy raram ente si no es como re
sultado de las guerras o de las revoluciones. Pero el cuadro
de las oscilaciones obtenido por el historiador puede ser fruto
de irnos datos errneos sobre los cuales asentara su trabajo. Al
obtener una lnea zigzagueante, nunca sabr cul de las dos
causas la provoc.
En los datos individuales de un perodo cronolgico determi
nado, el nico medio de verificacin que le queda al historiador
es la confrontacin de los resultados que ha conseguido con las
fuentes histricas de otro tipo, sobre todo descriptivas y las cua
les son susceptibles bien de refrendar directam ente la aparicin
o manifestacin en ese momento del fenmeno determinado
(como el encaramiento de los productos) o de informarle de otras
circunstancias aparecidas en aquel momento y a la luz de las
cuales el fenmeno determinado deja de ser extrao (los pasa
jes sobre las plagas del campo confirman la subida del precio
de los cereales y los testimonios de la guerra en una regin
portuaria, el encarecimiento de los artculos importados).
El hallazgo de esta clase de indicaciones puede aclarar un
fenmeno determinado. Sin embargo, el no encontrar estas indi
caciones no prueba nada ni puede servir de base para dudar de
la autenticidad de los datos cuando el perodo que interesa al
investigador se halla excepcionalmente bien documentado en las
fuentes.
As, las series cronolgicas obtenidas por el historiador prc284

sentan en la mayora de los casos un nerviosismo en las oscila


ciones anuales y en apariencia se hallan desprovistas de toda
tendencia al desarrollo. En la ciencia se pueden dar casos en
que el investigador, al elaborar las series cronolgicas no advir
ti sus tendencias. Al operar con un material cuantitativo, el
confirmar la existencia o la no existencia de la tendencia al desa
rrollo no puede dejarse a la sola capacidad de observacin
del historiador, sino que debe ser calculada y confirmada con
la manipulacin de los datos.
La manera ms sencilla de disminuir la influencia de las fluc
tuaciones resultantes de las series cronolgicas es el clculo de
las medias para varios aos trienales, quinquenales, decenales.
Tal mtodo lo utilizaron los autores de las indagaciones de la
historia de los precios en la escuela de Lvov. Pero ese mtodo
suscita serias dudas, ya que conduce a obtener un diagrama
cuyos saltos dificultan la aprehensin de la continuidad del
proceso. Adems no constituye ninguna garanta contra el influjo
de la casualidad, ya que en el caso de que en la composicin
de tina media multianual determinada se produjeran dos saltos
hacia arriba o hacia abajo, podemos obtener una franca defor
macin del cuadro respecto del desarrollo. Esto es tanto ms
peligroso cuanto que al operar con las medias multianuales dis
minuimos varias veces la cantidad de los datos sobre cuya base
pretendemos observar el fenmeno que nos interesa en el pe
rodo analizado (para la media decenal contamos apenas con
10 anotaciones por siglo, etc). De aqu que sea incomparable
mente ms acertado el mtodo de la media mvil a pesar de
que ste sea mucho ms laborioso. La edad de la vida humana
en el perodo adoptado en la media mvil (5, 7, 9 y a veces 11
aos, siempre han de ser unos nmeros impares), lo fijamos ob
servando los intervalos de tiempo entre los grandes saltos hacia
arriba o hacia abajo en una serie de medias anuales.
El procedimiento de las seres mviles tampoco asegura la
eliminacin de la influencia de las anotaciones extremadas ca
suales, pero s reduce al mnimo dicha influencia y aumenta las
posibilidades analticas, eliminando los saltos con las anota
ciones correspondientes a cada uno de los aos del perodo in
vestigado.
Suponiendo que a pesar de la utilizacin de la media mvil
la serie cronolgica no deje aparecer ninguna tendencia clara,
esto puede significar o bien que en el fenmeno analizado no se
manifest ninguna tendencia o que hemos tomado como base
de la media mvil, un perodo de tiempo demasiado breve.

285

La preferencia respecto al coeficiente en cadena

Al componer las series cronolgicas de cifras relativas (ndi


ces), el historiador, especialmente cuando opera con largos pe
rodos, tropieza con grandes dificultades.
*
El mtodo ms sencillo es el ndice constante, tomando como
punto de partida la cifra 100. Adems, ste, en apariencia, es el
ms comprensible y concreto para la imaginacin del autor y
del lector; y el ms seguro.
La autenticidad y en especial la plenitud de nuestras infor
maciones disminuye cuanto ms nos remontamos cronolgica
mente en el pasado. Ya de por s esto debe abogar en contra
de tom ar como base del ndice constante, las fechas de partida
o los puntos de partida m s cercanos. El nivel de estos datos
influye en el ndice constante a travs de toda su duracin, y
aunque esto no tenga una gran im portancia matemtica, provoca
una impresin inadecuada en el lector. Si en un ao determinado
el ndice de coste del saco de trigo asciende a 150 en relacin
con 1 ao tomado como base y calculado en 100, no significa
sino que es superior en el 50% a dicho ao. Sin embargo, un
diagrama o una serie determ inada siempre producen en el lector
u n a impresin de encarecimiento que no se suele justificar ya
que la cifra del ao tomado como base es, por unos motivos que
ignoramos, m s baja (por ejemplo, si, como suele ocurrir, la he
mos tomado del libro de cuentas de un convento al que el
trigo fue entregado en unas condiciones muy favorables, como
una obra pa).
Ms racional sera proceder a la inversa, es decir, tomando
como base para el coeficiente constante el punto final de la in
vestigacin, lo cual perm itira tom ar como indicacin la adver
tencia de que dicho coeficiente suele ser menos autntico cuanto
ms nos remontamos en el pasado en relacin con la base.
Pero el mtodo m s propio de las exploraciones histricas,
contando con la inseguridad de los datos y el desconocimiento
de las circunstancias que concurrieron su anotacin, etc., as
como al resultado de operar con largos perodos, parece ser el
mtodo de los ndices en cadena, los cuales reflejan las magni
tudes correspondientes a cada uno de los aos con los porcenta
jes con relacin a los aos anteriores.
Este mtodo suele ser muy beneficioso para el historiador.
Su m rito consiste en que lim ita la influencia de los errores
que se esconden en nuestras series y que desconocemos, y cuyo
enorme peligro es que se den en las indagaciones histricas. Al
componer la serie de precios de una mercanca dada en un pe
rodo determinado, nos exponemos a que en alguno de los aos
se haya producido un cambio en la medida en que tal mercanca
fue aforada, en su calidad o en el valor del dinero, cambios que
probablemente desconocemos. Al sentar los datos anuales sobre

286

las sumas ingresadas en el Tesoro del Estado en el concepto de


algn impuesto, es posible que no estemos enterados de las refor
mas que pudieron efectuarse en un ao determinado con relacin
al citado impuesto. Al calcular, por ejemplo el nmero de habi
tantes sobre la base del impuesto per capita, podemos ignorar
en qu forma se efectu la recaudacin en un momento dado.
Podramos multiplicar los ejemplos. Aqu, cada uno de los fen
menos ha de pesar sobre los ndices constantes hasta el final.
Adems, ya que es posible suponer que estos casos se dan con
toda probabilidad con una frecuencia mayor cuanto ms nos
remontamos en el pasado, de ah que en los perodos iniciales
los ndices se hallen deformados en parte y que esta deformacin
repercuta en toda la serie.
Con la adopcin de los ndices en cadena, las influencias de
este gnero de errores quedan circunscritas hasta el eslabn
siguiente. As, si a pesar de todas las precauciones obtenemos
una see en la cual a p artir de un ao determinado observamos,
contrariamente a los dems datos sobre el fenmeno investigado,
un brusco alimento o una baja de nivel, en el caso del coeficiente
constante ste seguir deformado durante todo su curso por unas
razones que desconocemos, m ientras que con el coeficiente en
cadena podemos, reconociendo nuestra ignorancia, eliminar dos
eslabones de la cadena, con lo cual el citado ndice conservar
toda su fuerza en el futuro.
Pero el valor de este ndice no se limita a estos provechos
tcnicos. Es mucho ms profundo y se halla vinculado a los pro
blemas fundamentales de la teora del conocimiento histrico.
Est ligado al problema de la comparabilidad en los largos pe
rodos y por consiguiente a la comparabilidad de las diferentes
sociedades y civilizaciones. Ya hemos expresado nuestra crtica
respecto de los intentos de elaborar series de siete siglos para
demostrar las oscilaciones de los precios del ganado de cerda,
del vacuno o del salario del obrero de la construccin, ya que
todo ello cambi en un perodo tan largo: cambiaron los ani
males objeto de las transacciones, las condiciones de trabajo
de los hombres, las formas de realizar las transacciones y el
mercado en las cuales se establecieron, cambi el sentido social
del dinero que serva en dichas transacciones, etc. As, si consi
deramos negativa la serie de siete siglos, cul ha de ser el l
mite de la serie adecuada? El ndice en cadena elimina esa di
ficultad, ya que refleja los cambios de ao en ao y su variabi
lidad en el momento de establecerlo. A las gentes que vivan a fi
nales del siglo xvm no les importaba qu porcentaje represen
taba en comparacin a los precios del siglo xvi, los que ellos pa
gaban** pero s, y mucho, los cambios que se producan en los
precios anualmente.
El ndice en cadena no anula la posibilidad de efectuar com
paraciones en largos perodos de tiempo. Podemos realizarlas a
287

cada momento de acuerdo con las necesidades analticas con


las pequeas manipulaciones aritmticas. En s este procedimien
to es el ms seguro y el menos arriesgado tanto con un criterio
tcnico investigador como bajo el punto de vista terico-cognoscitivo.
La preferencia respecto a la curva logartmica

Esta preferencia concierne sobre todo a los investigadores de


la historia econmica de la poca capitalista, cuya dinmica de las
transformaciones econmicas es totalm ente distinta que en
las formaciones anteriores, y que hace que el problema f u n d a
mental econmica y polticamente y por lo tanto el que se in
vestiga, se convierta no ya en un cambio de los niveles de las
magnitudes absolutas que reflejan la vida econmica sino en la
oscilacin en el ritm o de los cambios. As, no basta con que
aumente la produccin global, sino que el problem a est en si
el orden acompasado de crecimiento aum enta o disminuye.
Este fenmeno slo puede indicarlo la escala logartmica.
Marx no utiliz en sus anlisis la escala logartmica. El pe
rodo capitalista relativamente breve que pudo analizar, el ritmo
de crecimiento relativamente reducido que l investig en aquel
espacio de tiempo, todo ello poda expresarse en la escala arit
mtica. Pero han acontecido cambios muy grandes. Nos hemos
alejado en muchsimos decenios de los comienzos del capita
lismo. Las magnitudes econmicas en cifras absolutas han cre
cido enormemente. Por ltimo, y acaso esto sea lo ms impor
tante, el problem a fundam ental para el funcionamiento de la
economa: el nivel de vida de las diferentes clases sociales, la
correlacin de fuerzas de stas, etc., ha dejado de ser facilitado
por el propio crecimiento econmico para convertirse en el pro
blema del ritm o de desarrollo (creciente, estable o decreciente).
En tales condiciones, los investigadores que desconfan de la
escala logartmica (los hay) no podrn probar sus ms justas
tesis.
El investigador que quisiera dem ostrar la influencia de los
principios del imperialismo sobre la industria de Polonia en la
poca Congresista* no conseguira su objetivo sirvindose de la
escala aritmtica, ya que a principios del siglo xx la produc
cin no cesa de aum entar. En cambio, con la escala logartmica
obtendra un cuadro muy claro sobre la disminucin del ritm o de
crecimiento, actuando de un modo que garantiza la comparabilidad de las magnitudes absolutas en un largo perodo.

Estado polaco conformado de acuerdo con las decisiones adoptadas por


la Santa Alianza el 3 de mayo de 1815 en el Congreso de Viena. (N. del T.)
288

Cuanto ms cercano sea el perodo al que nos referimos, tan


to ms necesaria resulta la escala logartmica. sta es indis
pensable para el anlisis histrico de las formaciones socialistas
en las que a medida que el tiempo va transcurriendo, las mag
nitudes absolutas y los diagramas en escala aritm tica son cada
vez ms absurdos.
Las licencias del historiador

Teniendo en consideracin el carcter fragmentario de los ma


teriales documentales que se han conservado hasta nuestros das,
el historiador que con relacin al pasado utiliza el mtodo esta
dstico tiene derecho a exigir de la opinin cientfica una mayor
comprensin que el estadista que al analizar la realidad actual
puede en caso de faltarle las fuentes necesarias, crear otras
nuevas.
En ocasiones, el historiador debe vulnerar los cnones ele
mentales de la tcnica estadstica: pues a menudo debe colocar
en una misma tabla los datos procedentes de varios aos y su
marlos. Al calcular el coeficiente de habitantes por fuego en
en algn lugar, suele ocurrir que el nmero de personas lo halla
en una fuente alejada en varios aos de la que le facilit el
nmero de fuegos, a pesar de lo cual se atreve a dividir estas
magnitudes. Tambin ocurre que un coeficiente obtenido sobre
la base de los materiales relativos a una regin determinada,
es utilizado para el anlisis de otras regiones, etc.
As, al trabajar en condiciones difciles y al estar supeditado
a las fuentes que se hayan podido conservar, el historiador tiene
derecho a exigir de la opinin cientfica una mayor compren
sin.60
Pero para recabar esta confianza hacia l, debe cumplir con
dos premisas fundamentales:
En primer lugar debe explicar y hasta subrayar con toda cla
ridad todos los casos en que ha utilizado este tipo de libertad.
En los cuadros donde figuran posiciones relativas a los diferen
tes aos, incluso cuando stos son muy cercamos unos de otros,
debe subrayar claramente este hecho a fin de que el crtico ms
penetrante pueda comprobar lo acertado de la citada manipu
lacin. Lo mismo sucede con las cifras no similares o hetero
gneas de los diferentes aos, regiones, etc.
En segundo lugar, el historiador tiene la obligacin de discu
tir sobre el derecho a proceder como lo ha hecho, probando
o al menos tratando de probar que su proceder no provoca nin
gn error importante. Suponiendo que al sumar la cifra de los
fuegos aldeanos disponga en lo que concierne a varias provincias
de unas cifras dos aos ms viejas que las de las dems pro
vincias, tiene la obligacin de recapacitar si en el perodo inte
289
M CS

100.

ll

resado no se produjeron en aquellas regiones destrucciones co


mo consecuencia de la guerra. Si para el clculo de la produc
cin de un ao determinado utiliza el factor tcnico, conse
guido con unos m ateriales varios aos ms antiguos, debe pre
guntarse si entre estas pocas no se efectu algn progreso tc
nico en esa ram a de la produccin.
Todos estos tipos de problemas deben ser reflexionados, ana
lizados y argumentados en su exposicin.
Slo cumpliendo con estos dos requisitos puede el historia
dor exigir la comprensin y el respeto hacia sus obras.

LA UTILIDAD COGNOSCITIVA DEL MTODO ESTADISTICO


EN LA H ISTO R IA ECONMICA
Los elem entos del intersubjetivism o

Las cifras poseen su propia fuerza de convencimiento. Pu


diramos discutir infinitamente si en un pas y en un perodo
determinados crece o no el rendimiento de la tierra. Un hecho
cuya estimacin est basada en las fuentes deja de ser litigioso
siempre y cuando stas sean autnticas y representativas. En
la prctica las cosas suelen presentarse muy raram ente de una
m anera tan favorable ya que con demasiada frecuencia la autencidad y representatividad de las fuentes asequibles estn suje
tas a discusin. Sin embargo, se dan numerosos casos en que
este carcter litigioso se elimina totalmente, o casi desaparece.
Se puede aadir que el estadista puede sustraerse en muchos
casos al ascendiente de las fuentes descriptivas que por natu
raleza estn sujetas al influjo de las apreciaciones subjetivas de
sus autores, y utilizar las fuentes casuales6* las cuales no
fueron elaboradas para servir de testimonio del pasado en el
presente. La incuestionable superioridad de los clculos relati
vos a las explotaciones agrcolas actuales, utilizados en escala
masiva en la literatura agrcola para analizar el rendimiento
de la tierra o su rentabilidad monetaria, etc. es evidente pero
slo pueden ser aprovechados con la tcnica estadstica.
Suponiendo que utilizando esta tcnica estadstica no consiga
mos eliminar los casos litigiosos, podemos reducir el campo de
la controversia, lo que no deja de ser en s un gran xito cient
fico.
Asimismo, la estadstica y slo ella perm ite darle a la elabo
racin del m aterial documental masivo toda su representativi
dad o la que se ha establecido sobre la base matemtica, lo cual
elimina el carcter litigioso de los anlisis fragmentarios reali
zados con subjetivismo con respecto a esas mismas fuentes.
La utilizacin del mtodo estadstico suele desembocar en
290

una discusin sobre los procedimientos de clculo, Jo que co


rresponde a un criterio plenamente objetivo. 1 control de los
resultados del investigador con la crtica cientfica conduce en la
mayora de los casos al control de las manipulaciones con los
datos.
El valor cognoscitivo de los coeficientes

Uno de los elementos del anlisis estadstico es el estableci


miento de los coeficientes que sealan la relacin entre dos
magnitudes extradas de las fuentes o bien elaborados por media
cin de stas. Estos coeficientes se puede considerar esto como
una regla se distinguen por una autenticidad superior a la
de las cifras absolutas. Aqu, queremos subrayar que tienen
igualmente un mayor valor cognoscitivo y esto en dos sentidos.
En prim er lugar hay que recalcar que la variabilidad hist
rica de los fenmenos sociales se expresa ante todo en ios cam
bios de proporciones, la cual no se presenta nunca a travs del
crecimiento o de la disminucin uniformes de las magnitudes
de ese fenmeno. Esto se expresa ms que nada en que tales
cambios se producen siempre en el curso de la lucna incesante
de las diferentes fuerzas sociales, y tambin en que esos cambios
es operan en el curso de la incesante lucha del hombre con la
naturaleza, combate que se realiza con ms o menos fortuna
y con un ritmo variable en los xitos. Simultneamente, la con
tienda social conduce al desigual aprovechamiento de los resul
tados de las conquistas del hombre en su lid contra la naturaleza
y desigual al reparto de los resultados que entraan sus fraca
sos. El desarrollo siempre es desigual.
Un nmero considerable aunque no todos de las relacio
nes que caracterizan a los fenmenos sociales demuestran en el
curso de la historia un sentido de desarrollo. Segn la ley de las
grandes magnitudes este sentido aparece slo cuando analizamos
unas superficies suficientemente extensas o unos perodos cro
nolgicos lo bastante largos. Es interesante, por as decirlo, que
en las polmicas que ha habido hasta la fecha sobre la regu
laridad, este fenmeno no haya sido tomado en consideracin.
Crece el nmero de los habitantes en relacin a la superficie
de la tierra, aumenta la longevidad media humana y automtica
mente vara la estructura de la poblacin segn las edades, cam
bia el porcentaje de la poblacin ocupada en el agro, acrecienta
el tanto por ciento de las gentes empleadas en los servicios, se
prolonga el perodo de escolaridad de los jvenes antes de en
trar en la vida social y la actividad productiva, se intensifica la
productividad del trabajo y al mismo tiempo se reduce su dura
cin diaria y anual, etc.
Todos estos hechos son evidentes en el estado actual de los
conocimientos histricos y la realidad de estas comprobaciones
291

no disminuye en lo ms mnimo un fenmeno como el de que


en la prim era mitad del siglo xx la poblacin de Prusia oriental
disminuy, que en Francia se encuentran en nuestros das mu
chos pueblos abandonados, que la duracin de la vida media
humana calculada en 1944 en Varsovia, en comparacin con el
ao 1938 nos dara un descenso catastrfico o que el porcentaje
de la poblacin ocupada en los servicios productivos en Polo
nia durante el perodo del plan sexenal descendi de modo con
siderable. Ei historiador clsico, fascinado p er el culto al hecho
individual, viendo ante l un m ar de hechos igualmente impor
tantes y no jerarquizados y con una profunda desconfianza hacia
cualquier generalizacin y contraposicin, no suele conocer la ley
de las grandes magnitudes, ni puede apreciar por lo tanto el
valor cognoscitivo y el poder probatorio matemtico de las gene
ralizaciones obtenidas sobre la base de las mismas.
Suponiendo que estemos de acuerdo con esta tesis, est claro
el valor cognoscitivo de los coeficiente obtenidos como resultado
del anlisis histrico-estadstico. Estos coeficientes perm iten si
tuar la sociedad analizada en la escala orientadora de los cam
bios, medir las transformaciones progresivas o regresivas que
en ella acontecen, comprender las desproporciones que en ella
se manifiestan en el caso de que uno de los coeficientes refleje
un cambio mayor m ientras que otros indican unos cambios me
nores. Tambin facilitan las comparaciones en la escala del tiem
po y del espacio; expresan los problemas mensurables y capaces
de averiguacin. Nos informan sobre uncs relaciones de las cua
les nunca nos hubieran dado ninguna referencia los autores de
las fuentes, ya que tales relaciones eran desconocidas para ellos
que a menudo desconocan incluso el problema mismo del cual
el coeficiente constituye la expresin.
El valor cognoscitivo del coeficiente se expresa adems en
otra estera. Al sentar un coeficiente dado, seguidamente apro
vechando a veces la libertad del historiador podemos adap
tarlo a otro material, aumentando as nuestros conocimientos.
Al tener calculada sobre una base limitada la media de los
componentes de una familia, siempre despus de la correspon
diente crtica, nos es posible aplicar este tanto por ciento a los
resultados dl registro de impuestos y calcular el nmero de
habitantes del pas. Conociendo la representatividad del rendi
miento de una unidad de cultivo en el agro, podemos calcular
la produccin agrcola nacional m ientras conozcamos la magni
tud de la superficie cultivada, es decir, a travs de los registros
de la renta de la tierra, etc. Teniendo conocimiento del rendi
miento medio de un alto horno y la cifra de stos en el pas,
podemos estim ar la produccin de hierro nacional; del mismo
modo nos es posible obtener una plataform a para los siguientes
anlisis comparando la magnitud obtenida por este mtodo con
los datos sobre la importacin y la exportacin del hierro, etc.
292

El coeficiente es en s un elemento trascendental para el co


nocimiento de cada una de las sociedades pretritas a n a liz a d a s ,
el cual al ser utilizado en las investigaciones siguientes permite
llegar a nuevas conclusiones.
La estadstica histrica, instrum ento de eliminacin
de uno de los factores activos

La ciencia histrica no dispone de experimentos. Pero el ex


perimento es uno de los elementos ms importantes e irreem
plazables del proceso analtico. En repetidas ocasiones se ha pen
sado si la ciencia histrica no dispone quiz de algn mtodo
que constituyese un sucedneo experimental o que poseyese al
menos alguno de los mltiples valores de la experimentacin.
En este sentido, el pensamiento de los positivistas optimistas
de la segunda mitad del siglo xix tendi a subrayar los valores
del mtodo comparativo. As, la observacin de ia monarqua
absoluta en. los diferentes pases y a la vez en las diferentes
condiciones, deba, segn ellos, ser el equivalente del experi
mento. En este mtodo se encierra el futuro de la ciencia hist
rica,62 y de las ciencias naturales. AI pasar de la observacin
de un objeto a otro, nos encontramos con el cambio de tantos
factores a la vez que pprdemos la posibilidad de establecer la
similitud de los nexos causales.
El mtodo estadstico posee a veces uno de los valores del
experimento. Nos referimos a la posibilidad de eliminacin de
uno de los factores activos que provocan el cambio del objeto
de ia investigacin, la cual constituye uno de los valores funda
mentales del mtodo experimental. Al analizar cualquier fen
meno fsico lo podemos observar primero bajo la presin atmos
frica, despus en el vaco eliminando la accin de la presin
atmosfrica, primeramente a ia luz, seguidamente eliminandq la
influencia luminosa, etc. El historiador carece de esas posibi
lidades.
Ahora bien, en ciertos casos el mtodo estadstico permite eli
minar con toda precisin uno y hasta varios de los factores ac
tivos.63
Como ejemplo, el anlisis de la historia de los precios en la
poca capitalista. En la oscilacin de los mismos, influyen lo
sabemos gracias a la teora elaborada sobre la base de las obser
vaciones hechas hasta la fecha:
a) los cambios temporales,
b ) los ciclos coyunturales,
c) los cambios monetarios,
d) los cambios en el mercado exterior,
e) los cambios de carcter extraeconmico (por ejemplo, el
pnico provocado en el mercado por los rumores de guerra).
293

Al establecer una serie de precios mensuales relativa a mu


chos aos, podemos elim inar de ella con una precisin m atem ti
ca la influencia de cada uno de los factores activos en tanto que
stos aparecen con regularidad. As, en un caso determinado, po
demos eliminar la influencia de las oscilaciones temporales, y
tambin la del ciclo coyuntural o ambos factores a la vez. Pero
no podemos eliminar ninguno de los tres factores restantes. A
pesar de esta im portante limitacin que se manifiesta asimis
mo en el anlisis de la realidad social contempornea y que no
constituye en lo ms mnimo una dificultad propia del conoci
miento histrico la posibilidad de elim inar aunque no fuera
ms sino algunos de entre los factores que contribuyen al cambio
del objeto investigado por el mtodo estadstico constituye un
enriquecim iento' trascendental de los procedimientos del histo
riador. Adems, este es un mtodo que garantiza la ms rigurosa
exactitud matem tica siempre y cuando nos atengamos a dos
condiciones: a) la riqueza correspondiente de los datos con los
cuales se efecta el anlisis, b ) la gran regularidad relativa de
aparicin de los factores que queremos eliminar. Tambin per
mite analizar m ejor el fenmeno eliminado que en este caso ha
sido preparado y calculado con gran precisin, y proceder a la
observacin exacta de los fenmenos restantes despus de haber
se procedido a la exclusin.
El entrelazam iento de los lm ites litigiosos

Hasta ahora, las indagaciones histrico-estadsticas estuvieron


basadas con prioridad en las fuentes de la prim era y segunda ca
tegoras a las cuales nos hemos referido. Han sido formuladas
muchas crticas en relacin con los resultados de esas investi
gaciones, y ms de una vez la crtica de los resultados de las
diferentes monografas o de las diferentes fuentes se convirti
en la crtica de las posibilidades cognoscitivas que suelen ence
rra r estas categoras de fuentes. Los historiadores clsicos se
asom braban ante la disparidad de los resultados obtenidos con
las mismas fuentes por los distintos historiadores. As, la esti
macin de la poblacin del tica en el ao 431 a. de J.C. oscilaba
entre 200.000 (segn Beloch) a 600.000 (segn Gemet).64 Y la
cifra de la poblacin de Polonia en el reinado de Casimiro el
Grande fluctu entre 970.00065 y 1.360.000.64
En el historiador habituado a la concrecin de los hechos
esto ha de suscitar ms de una vez un sentimiento de descon
fianza general hacia una categora de fuentes o hacia unos m
todos determinados. Tambin se olvida que en el anlisis de las
fuentes que no tienen un carcter cuantitativo suelen ser muy
acusadas las diferencias de criterio entre los historiadores, que
la disparidad citada sobre el clculo del nmero de habitantes
294

tiene la misma importancia cognoscitiva que el mtodo histrico


clsico, que consiste en fijar para un hecho no fechado unos
lmites cronolgicos bajo la forma de los trminos post quem
y ante quem. Tratndose de la bsqueda de una magnitud deter
minada, en especial en el caso de traducir las categoras insti
tucionales contenidas en la fuente a las categoras analticas con
ayuda de los coeficientes tomados como base y en que como
ocurre muchas veces la magnitud de dichos coeficientes es
opuesta y el problema no puede zanjarse en el estado en que
la ciencia se halla en ese momento, el historiador debe obrar de
tal manera que una vez har el clculo tomando como base los
coeficientes ms bajos y otra vez hacindolo con los ms altos.
As obtiene los lmites en el marco de los cuales se sita la
magnitud buscada; es decir, la cifra por encima de la cual
y la cifra por debajo de la cual... El establecer estos lmites
y estrecharlos a medid que se va progresando en la experimen
tacin constituye un importante logro cientfico.
Bloch tiene razn cuando escribe que la estadstica histrica
no puede aspirar a una exactitud perfecta: los historiadores
sienten hacia las cifras un respeto tanto ms profundo ya que
se hallan menos familiarizados con ellas, por lo que para ellos
son menos comprensibles que para sus compaeros de laborato
rio. En cambio, la estadstica histrica nos permite conseguir la
nica realidad importante: la escala de las magnitudes y el
sentido de los cambios.67
Las posibilidades de verificacin
a travs del anlisis de las relaciones

La estadstica histrica permite verificar ciertos datos conte


nidos en las fuentes y utilizados por la ciencia con la confronta
cin de las estimaciones estadsticas obtenidas sobre la base
del conocimiento de ciertas relaciones de la vida social y en
especial de la vida econmica.
Los conceptos generalizados en la Polonia del siglo xvin del
tema del comercio exterior de este pas pudieran confrontarse
con las indagaciones estadsticas de los registros arancelarios
de los Estados limtrofes y como resultado de esta confronta
cin podran confirmarse, modificarse o abolirse dichos con
ceptos. Los datos sobre el comercio podran cotejarse con los de
la produccin. Los datos de las fuerzas del ejrcito podran con
frontarse con los de la poblacin nacional. Los datos de la mor
talidad provocada por las epidemias podran confrontarse con
las cifras relativas al nmero de habitantes que anteriormente
exista y con los que sobrevivieron a la epidemia, etc.
Es incuestionable que la confrontacin de los resultados ob
tenidos acerca de los fenmenos ms variados y sobre la base
295

de las diversas fuentes documentales, representa una de las di


rectivas metodolgicas principales en la labor histrica, emplean
do para ello todas las tcnicas investigadoras. Sin embargo la
estadstica histrica abre un campo muy amplio tanto por el
hecho de llevar a la comprensin de la categora mensurable
como por perm itir con h arta frecuencia confrontar los testim o
nios conscientes de una poca determ inada con los resultados
conseguidos por otro medio muy distinto, entonces desconocidos
y que ms de una vez tienen una autenticidad superior a la
que pudieran conferirle los que vivan entonces y que estaban
asombrosamente mal informados hablaremos de ello ms ade
lante de unos hechos pertenecientes a la realidad social en la
que les toc vivir, unos hechos para nosotros interesantsimos.
Las posibilidades de conocim iento de los fenm enos
desconocidos en las fuentes docum entales

Los fenmenos de carcter masivo, los nicos que pueden ser


el objeto de las investigaciones estadsticas en general y por
consiguiente estadstico-histricas, suelen tener irnos efectos de
larga duracin. No suelen desaparecer sin dejar huellas. El ms
claro ejemplo es la llamada pirmide de la edad de la pobla
cin de Pars en los aos 30 de nuestro siglo, en la cual apa
reca, baio la forma de un diente en el grupo de gentes de
60 a 70 aos de edad, la influencia de los acontecimientos de la
poca de 1S70-1871, en que tuvieron lugar la guerra franco-pru
siana. el cerco de la capital de Francia y la Comuna de Pars.
La increm entada m ortalidad de los recin nacidos y de los nios
pequeos en aquel perodo segua dejndose sentir en la esta
dstica de la poblacin de esta capital a los sesenta y tantos
aos de la derrota de la III Repblica.
Tambin los destinos de pueblo polaco en los aos 1939-1945
han de influir en la pirmide de las edades durante largo tiempo
(varias quintas poco numerosas, seguidas de varias quintas extra
ordinariam ente nutridas, han de tener sus repercusiones en va
rias generaciones).
La duracin de los efectos de unos acontecimientos incluso
antiguos, aprehendidos en las estadsticas, son muy importan
tes para el historiador en el caso de que, estos acontecimientos
en su totalidad o en parte, se hallen mal reflejados en las
lacnicas fuentes documentales. Puede haber algo ms atracti
vo para el historiador que el mtodo que le perm ite analizar los
fenmenos y las pocas que no dejaron ningn rastro!
Los ejemplos ms extremos nos los da la demografa hist
rica. As, las fuentes histricas sobre las estadsticas de la po
blacin de Suecia empiezan a destacar por su exactitud a partir
del ao 1749. Sin embargo, el anlisis de estos datos permite,
296

gracias a la gran precisin de los mismos, reproducir el fen


meno demogrfico de los treinta aos anteriores, y en particu
lar analizar los efectos demogrficos de las guerras de Car
los XII, que terminaron en el ao 1720
Este procedimiento puede utilizarse no slo respecto de los
fenmenos demogrficos.
Adems de poderse rem ontar en el pasado, el mtodo esta
dstico puede llenar los vacos existentes en la documenta
cin d las fuentes histricas. Las estadsticas sobre la produc
cin en dos perodos alejados entre s en veinte aos nos pueden
informar de los procesos inversionistas que en aquel perodo
tuvieron lugar, as como los que en un intervalo de diez aos
dejan aparecer un gran aumento de las transacciones en los
mercados y las ferias, nos informan de los procesos de configu
racin del mercado interior que se produjeron en el perodo
comprendido entre dos fechas analizadas, aun cuando no se con
servara ningn documento acerca de este proceso, etc.
La posibilidad de analizar aunque no fuera ms que en parte
los fenmenos anteriores a la fecha a la cual pertenece la fuente,
o los que se produjeron en un perodo comprendido entre dos
fechas conocidas en las fuentes y de los que en ellas no se habla,
es uno de los grandes valores del mtodo estadstico.
Las posibilidades de conocimiento de los fenmenos
que no pueden estar sealados en las fuentes

Las informaciones que podemos encontrar directamente en


las fuentes no pueden rebasar el horizonte intelectual del autor
de un documento histrico determinado. La tarea del historiador
consiste en el anlisis y la comparacin de las fuentes para
extraer de stas las informaciones que corresponden a su inte
lecto.
Volveremos al ejemplo del clculo de la poblacin polaca
bajo el reinado de Casimiro el Grande. Los datos que tenemos
son bastante dispares, pero nadie, ni el mismo Casimiro el
Grande, poda tener en aquella poca un conocimiento siquiera
aproximativo de este problema.
Es increble cmo los q\ie vivan en una poca determinada
se equivocaban al apreciar los hechos que les rodeaban. En el
ao 1371 el Parlamento ingls al hacer un emprstito, estimaba
que existan 40 mil parroquias cundo en realidad slo haba
unas 9.000.69 Este desconocimiento tiene su origen en primer,
lugar en la ignorancia de los problemas, y en cierto grado en el
desconocimiento de los mtodos y la falta de posibilidades tc
nicas para recoger los datos que hubieran permitido, en caso
de conocerse el problema, analizarlo. De este hecho resultan
unas consecuencias de una importancia trascendental para el
297

historiador. En los casos en que los, coetneos no conocan e l


problema que nos interesa o que no lo supieron a n a l i z a r e l
historiador no tiene ninguna posibilidad de esclarecerlo con las
fuentes documentales. Pero la estadstica histrica es la que le
ha de perm itir ms de una vez conocer lo que los coetneos de la
poca no pudieron saber.
La cuestin se halla vinculada a la comprensin de la natura
leza y a las tareas de la ciencia histrica.
Cuando la historia se interes exclusiva o casi exclusivamente
por las motivaciones conscientes de la actividad de los indivi
duos, lo que condujo a que la historia econmica se centrara en
la poltica y la legislacin econmica (Schmoller), no hubo lugar
para la estadstica histrica.70 Con esa comprensin de la histo
ria, para la estadstica no existe un lugar ms que a p artir de
mediados del siglo xvn, es decir, del momento en que los resul
tados de los anlisis estadsticos de entonces se convierten en
uno de los factores influyentes sobre las decisiones de los gobier
nos en la esfera de la poltica econmica, fiscal o militar.
En este sentido han de considerarse los resultados consegui
dos en el anlisis de los problemas de aquellas pocas conocidos
por los coetneos, con independencia de que tales resultados
contengan datos autnticos o falsos.
El inters por la estadstica histrica es uno de los aspectos
de la devolucin de la propiedad de las masas, a la emancipa
cin de las masas en las pginas de la historia. La estadstica
histrica examina las pruebas y los efectos de las actividades
masivas con independencia de que hayan sido motivadas cons
ciente o inconscientemente. Los historiadores clsicos7* recalcan
que los hechos independientes no influyen sobre la accin so
cial. Esto se acerca a la verdad si consideramos como nuestro
objetivo el analizar la accin individual. Pero en cuanto respecta
a las acciones masivas, como muy justam ente lo afirm a Moraz,
la fuerza no necesita ser consciente para ser una realidad.72
Los que vivan en aquella poca no saban lo que significaba
el desmoronamiento del sistema feudal, pero fue ste el que
provoc la Revolucin francesa.
La estadstica histrica perm ite muchas veces conocer los
procesos y los fenmenos de una poca dada cuyos factores son
totalmente desconocidos o de los que se ignora el alcance y la
profundidad, y que fueron los que determ inaron dichos fenme
nos.
La im portancia de las investigaciones estadstico-histricas
para la estadstica econmica y la teora de la economa

Todo este trabajo est dirigido a los historiadores que utili


zan los mtodos estadsticos. Las investigaciones histrico-esta298

dsticas pueden tener, sin embargo, una cierta importancia para


la estadstica actual, especialmente la estadstica econmica y
para la teora econmica.
Al referirse al sistema de enseanza de la economa y de la
estadstica en las universidades norteamericanas, S. Kuznets re
calca su aislamiento con respecto a la historia. En Francia ocu
rre lo mismo ya que los estudios de economa an siguen liga
dos a las facultades de Derecho. En los pases socialistas, estos
estudios, que an siendo autnomos comprenden la historia eco
nmica distan mucho de unir la problemtica histrica al proceso
de las transformaciones actuales. De aqu el fenmeno de que tan
tos economistas no se sientan relacionados con los cambios con
cretos que se operan en la realidad. Kuznets remarca justa
mente, que en la traduccin de los datos institucionales a las
categoras analticas es difcil no caer en la omisin de la incon
mensurabilidad de los elementos. Segn l, los estadistas ame
ricanos calculan la renta nacional para un perodo de cincuenta
aos con -unas mismas cifras que pueden sumarse, multipli
carse y dividirse y que contienen elementos incomparables, que
es muy fcil pasen inadvertidos en una estadstica pura. La his
toria puede poner en guardia a los economistas ante el apresu
ramiento a convertir los cambios a las categoras cuantitativas
y la tendencia a las generalizaciones demasiado fciles. Es cu
rioso que estas palabras las haya pronunciado un investigador
bajo cuya direccin se efectuaron en el National Bureau of Eco
nomic Research, bsquedas en gran escala acerca de la renta
nacional de los EE UU desde 1860 a nuestros das.

LOS LM ITE S DE UTILIZACIN DE LOS MTODOS


ESTADISTICOS E N LAS INVESTIG ACIONES HISTRICAS

Al dedicar este trabajo, en primera instancia, a m ostrar los


valores de los mtodos estadsticos en la historia, hemos de se
alar las limitaciones de tales mtodos. Esto no es quiz de
una importancia especial para la ciencia polaca en cuyos medios
an no se perfila el peligro de exagerar en la aplicacin de estos
procedimientos. Pero en la ciencia occidental-europea existe la
tendencia a no atenerse a los lmites y a presentar los mtodos
estadsticos en la historia algo as como un ssamo, como el
nico medio de hacerla cientfica y de emanciparla de cualquier
ideologa.
En principio, la utilizacin de los procedimientos cuantitati
vos para el anlisis histrico es tan viejo como la historia eco
nmica. La tesis de Hume sobre la poblacin del mundo antiguo
o la de Smith sobre la evolucin del valor de los metales pre
ciosos, pueden considerarse como el comienzo de dos sectores
299

de aplicacin de los mtodos estadsticos en la historia: la de


mografa histrica y la historia de los precios.
Las exploraciones de Hume tuvieron un carcter claramente
ideolgico. Eran una lucha con el viejo Renacimiento, con la
leyenda representada an por Montesquieu sobre la supuesta
y considerablemente elevada poblacin del mundo antiguo en
defensa de la teora progresista de la Ilustracin. La actual po
pularidad de los mtodos estadsticos se halla vinculada muy a
menudo con la esperanza en un liberarse de las ideologas.
La popularidad ideolgica de los mtodos estadsticos y de
las exploraciones histricas, parte del neopositivismo. Los sue
os en torno al intersubjetivismo, a la mensurabilidad y a las
averiguaciones facultadas por dicha mensurabilidad, parecen te
ner esa gnesis/ Al neopositivismo se ligan las nuevas tendencias
estadstico-histricas que aspiran a la exactitud y a la concre
cin emprica, y tambin se hayan vinculadas al neopositivismo
con demasiada frecuencia las ilusiones en tom o al carcter no
cientfico de los conocimientos no conceptuados con las cate
goras mensurables y a veces tambin con el tem or ante las
generalizaciones.
Esta cuestin est ligada a la del conocimiento o el desco
nocimiento de los cambios cualitativos en el desarrollo social.
Un ejemplo. Hace un cuarto de siglo Alfonso Dopsch formul
la tesis"4 segn la cual la teora econmica que supone la exis
tencia en prim er lugar de la economa natural y luego de la
economa monetaria no resiste la averiguacin histrica; segn
esta tesis incluso en las economas ms antiguas nos encontra
mos con elementos de la economa m onetaria (sucedneos del
dinero) mientras que en las economas ms modernas hallamos
ciertos elementos de economa natural; que los cambios tienen
por lo tanto un carcter cuantitativo que se expresa en las pro
porciones.
De esta actitud dimana la tendencia tan vieja como la cien
cia histrica aunque form ulada de una forma moderna que
pudiramos definir con la frase de que no hay nada nuevo
bajo el sol. El historiador puede encontrarle a cualquier fe
nmeno una analoga histrica y en ciertas pocas se tenda
como regla a que tratara de encontrar las ms antiguas ana
logas.
En la obra citada, Dopsch no utiliza los procedimientos es
tadsticos, pero su tesis conduce a la aplicacin de los mismos.
Suponiendo que los cambios desemboquen en los cambios de
las proporciones, el medio para conocerlos no puede ser otro
que el fijarlos y para ello tenemos a la estadstica. Una esta
dstica tanto ms fcil cuanto que en la composicin de c;stas
proporciones variables entran en lo fundamental los mismos ele
mentos cualitativos.
Jan Rutkowski, que en su tiempo utiliz magistralmente los
300

mtodos estadsticos, formul su postura metodolgica: el in


dividualismo... de los sistemas econmicos en los diferentes te
rritorios y pocas consiste no tanto en la existencia o la no
existencia, la aparicin o la desaparicin de ciertas formas y
componentes, como en las diferentes relaciones cuantitativas en
las cuales aquellos se manifiestan.75
Ahora bien, se trata de saber si esta tesis es justa.
El examen de este problema rebasa los marcos de este tra
bajo. Sin embargo, el responder a dicha pregunta puede ser
cuestin de criterios ideolgicos y que en el estado actual de la
ciencia social no puede zanjarse de una forma similar. De ser
as, este hecho ha de tener implicaciones con respecto al conjunto
de las concepciones metodolgicas de los estadistas de la ciencia
histrica que deseaban sustraerse a las implicaciones ideolgicas.
Manifestamos, en desacuerdo con Rutkowski, el convencimien
to de que en el curso del desarrollo histrico ciertas cualidades
desaparecen y son reemplazadas por otras. Para responder a la
tesis de que antes de la revolucin industrial el mundo no cono
ci un fenmeno tal como el de la industria mecanizada pudi
ramos escuchar la respuesta de que esto tambin representa un
problema cuantitativo ya que en la poca del Renacimiento exis
tan unos Institutos de Monedas mecanizados y que en la Ale
jandra helenstica circulaban al parecer ciertas mquinas de
vapor. Pero este gnero de actitudes metodolgicas no seran
muy fructferas cientficamente.

La actitud de Rutkowski no es un caso aislado ni que haya


desaparecido en la ciencia histrica. Con ciertas modificaciones,
sigue todava vigente e influyendo en la ciencia francesa y en
la inglesa.
Esta postura la ha subrayado vigorosamente J. H. Clapham7*
al acentuar su resuelta y programtica desconfianza hacia toda
suerte de generalizaciones, lo que lleva a las tesis siguientes:
los cambios cualitativos en la historia no tienen importancia ya
que los cambios histricos decisivos son los cambios de pro
porcin en la manifestacin de los diferentes elementos; al per
m itir la aprehensin de estas proporciones, el procedimiento es
tadstico constituye la llave para el conocimiento objetive del
pasado. Al institucionalismo de los historiadores econmicos tra
dicionales, este autor contrapone su resuelto abandono de los
conceptos generalizadores como son la revolucin industrial,
el sistema fabril o el capitalismo.
Inmediatamente despus de la aparicin del tomo I de la
obra fundamental de Clapham Historia econmica de la Ingla
terra moderna en la ciencia se puso de relieve que al oponerse
a los mtodos tradicionales, desmantela la casa, convirtindola
en ladrillos separados.77 A pesar de todo, su mtodo hall conti
nuadores. Ultimamente, formul esta postura de una forma ex
tremada T. S. Ashton7* al pronunciarse en contra de la utiliza
301

cin de los conceptos generales (los ismos). Ashton cree que


las cifras han de salvarle de los ismos.
La definicin de estos ismos por Ashton como reconstruc
ciones contemporneas no resiste la crtica.79 Los conceptos
histricos nacen muy a menudo, junto a los fenmenos que de
ben distinguir y el retraso eventual no suele ser muy frecuente.
Y esto ocurre con los conceptos que tanto preocupan a Clapham
o a Ashton.80 Pero la cuestin no reside tanto en los argumentos
de los partidarios de la postura a la que acabamos de referir
nos como en saber si dicho mtodo puede ser cientficamente
fructfero. Pero puede serlo para la ciencia el dislocar el edi
ficio de nuestros conocimientos actuales, tan imperfectos y que
tantas enmiendas requiere, en ladrillos separados?
La postura de Clapham y de sus continuadores peca contra
el historicismo. Se olvida del carcter heterogneo de la sociedad,
del contenido social distinto que se esconde aparentemente en
los mismos fenmenos de las distintas sociedades. Las magnitu
des introducidas en los cuadros y sometidas a las cuatro reglas
aritmticas, con demasiada frecuencia no pueden reducirse al
denominador comn. Y aun cuando en las ltim as declaraciones
de Ashton pueda discernirse la comprensin de ese hecho, ello
no deja de conducirle a m anifestar su escepticismo cognosciti
vo.81 No hay posibilidad alguna de comparacin de los niveles
de vida (w elfare) de dos grupos humanos muy alejados (separa ted widely) en el tiempo o en el espacio.
Se podra reconocer esta tesis como ju sta o cuando menos
justificada siempre y cuando el esfuerzo principal de Ashton
en los numerosos trabajos de exploracin efectuados en los
ltimos aos no se orientaran hacia la realizacin de tales com
paraciones. Esta inconsecuencia no es casual ya que la labor
investigadora de Ashton fue determ inada por el carcter actual
de los problemas tanto con el criterio cientfico como social.
El escepticismo manifestado por l ltim am ente tiene su origen
en los procedimientos limitados en los cuales confi infinita
mente.
La inconsecuencia de la postura que con relacin a los mto
dos estadsticos en la historia adopta la llamada escuela hist
rica francesa82 tiene otros aspectos. Una de sus fuentes es la
sociologa francesa de Durkheim. Sirvi de ligazn entre ellas
la insigne figura de M. Halbwachs. Los trabajos de esta escuela
estn ligados con mucha frecuencia a los resultados y las pos
turas durkheimianas. Es preciso reconocer entre los resultados
incuestionables de esta escuela el haber puesto de relieve la
diferencia del sentido social de unos conceptos aparentemente
convencionales como son: el tiempo, el espacio, las cifras, e tc 8*
A Halbwachs le gustaba dem ostrar la significacin social tan di
ferente que pueden tener unas pirmides de edades formalmente
idnticas, si stas se hallan confirmadas como pertenecientes
302

a dos sociedades diferentes.* Ms an, esta orientacin se prosi


gue en los trabajos de la escuela de los Annales,** la cual
recalca su pluralismo sociolgico.
Cmo conciliar esta actitud sociolgica con las tendencias
panestadsticas que se manifiestan en esta escuela? Con la pro
pensin a continuar y hasta extender los procedimientos de inter
pretacin de todos los momentos de la historia de todas las
sociedades con las categoras de las alzas y de las bajas
propias a Simiand? En los trabajos de los representantes de
esta escuela no hemos encontrado los principios que pudieran
explicar esta inconsecuencia.
Mucho ms consecuente nos parece la actitud de Clapham.
Slo puede llamarse un adepto del mtodo panestadstico en la
historia quien, a semejanza de Rutkowski y de Clapham, adopta
la postura de que los cambios sociales se reducen al cambio de
las proporciones de unos elementos totalmente invariables en
principio.
La escuela francesa ostenta sobre la base de su pluralismo
sociolgico una posicin contraria en apariencia: para ella, cada
cambio de proporcin en los fenmenos sociales constituye el
surgimiento de una nueva calidad.8* Pero esto no la impide exa
gerar los mtodos estadsticos al manipular unas cifras que re
presentan en s un contenido social diferente.
En relacin con ambas posturas, queremos formular aqu una
tesis contraria: a nuestro parecer juegan un papel fundamental
en el desarrollo histrico los cambios cualitativos, la desapari
cin de imas cualidades y la aparicin de otras nuevas total
mente desconocidas.
El mtodo estadstico abre posibilidades enormes pero en un
marco cualitativamente invariable. Permite analizar la aparicin
cuantitativa de un elemento determinado o la proporcin entre
los elementos dados en la escala de un perodo tan largo como
el perodo en el cual la calidad de estos elementos sigue inva
riable, y para formular correctamente esta tesis, durante todo
el tiempo en que la variabilidad de estos ltimos puede ser
considerada como no esencial con respecto al objetivo de una
investigacin determinada. Adems, el seguir la desaparicin de
las viejas calidades y la aparicin de las nuevas abre nuevamente
un campo muy extenso a las indagaciones histrico-estadsticas.
Tiene razn S. Kuznets al afirm ar que el anlisis estadsticohistrico debe buscar los elementos invariables en un mundo
econmico que sigue cambiando.87 Pero esta directiva entraa
a la vez una limitacin en la aplicacin de los mtodos estads
ticos, pues en los largos perodos de tiempo no se dan tan a
menudo los elementos invariables en un mundo en el cual todo
cambia.
La estadstica es un procedimiento de investigacin histrica
inapreciable y relativamente poco utilizado an y al que se vin
303

culan grandes esperanzas. Pero en ningn caso puede ser un


mtodo exclusivo.
La polmica en torno a las diferencias entre los fenmenos
cuantitativos y cualitativos reviste concretamente a veces un
carcter metafsico y repleto de innumerables malentendidos.
Nuestra competencia slo nos perm ite declarar lo que entende
mos a travs del concepto de los cambios cualitativos.
1.
Muy a menudo la idea de cambio cualitativo es una
abreviacin intelectual que atae a un conjunto que en teora
puede reducirse a los cambios cuantitativos que en la prctica
no podemos aprehender. Si decimos que la estadstica del precio
de los cerdos desde el siglo x i i al siglo xx (dAvenel) no es autn
tica ya que en ese perodo de tiempo se produjo un cambio
cualitativo, un cambio en la calidad de los cerdos, queremos
decir que el cerdo medio del siglo xx se diferencia del cerdo
medio del siglo x i i en muchos aspectos mensurables. Estas di
ferencias son muy numerosas pero como no nos interesa el cerdo
como tal sino desde el punto de vista de su utilidad para el
hombre, en especial cuando hablamos de su precio, de aqu que
tengamos derecho a lim itarnos a algunas de sus diferencias co
mo pueden ser el peso medio de cada unidad, la proporcin
de grasa en reiacin con la carne, etc.
.
La estadstica de la produccin del carbn de piedra en In
glaterra en los aos 1700-1950 (W. Hoffmann) hace caso omiso
de la calidad de la hulla de las venas superficiales explotadas
a principios del siglo xvm en relacin con la hulla actual en
proporciones de cada unidad ponderada en cuanto a sus partes
combustibles e incombustibles, al rendimiento calorfico,
etc., lo que constituye unos elementos puram ente cuantitativos.
Suponiendo que dispusiramos de los datos acerca de la calidad
del carbn, por ejemplo, en cada decenio de este perodo de dos
siglos y medio, podramos corregir la estadstica de esta pro
duccin, ponderndola sobre la base de ese coeficiente. Ha
blamos de los cambios cualitativos en los casos en que no
disponemos de esa clase de datos. Al subrayar junto a los
cambios cuantitativos los cambios cualitativos, hacemos resal
tar la heterogeneidad de la serie y en qu sentido los cambios
que nos interesan se han desviado de las variaciones obtenidas
por nosotros (desde el punto de vista de su utilidad, la produccin
carbonfera en Inglaterra en los aos 1700-1950 hubiera aumenta
do mucho ms de lo que resultara de la estadstica de las canti
dades producidas, si al mismo tiempo hubiese mejorado la cali
dad media del carbn, etc.). En este caso volvemos al problema
de la homogeneidad de la masa estadstica; al que ya nos hemos
referido. Dnde est el lmite de las diferencias aceptables con
el criterio cualitativo en la masa estadstica? No es posible
responder a esta pregunta con una receta de aplicacin univer
sal. En tal caso decide el objetivo de la investigacin. La diferen304

ca cualitativa entre la hulla de comienzos del siglo xvm y la


de mediados del siglo xx puede carecer de importancia si analiza
mos la productividad laboral del minero, pero tendr una impor
tancia trascendental si examinamos el gasto de energa trmica
en la economa nacional.
Cuando analizamos la substitucin de los bueyes de trabajo
por los caballos, las diferencias cualitativas de estos ltimos
pueden dejar de interesarnos, pero cuando Lenin estudia la per
tenencia de clase de los campesinos, ese problema no dejaba
entonces de ser importante para l, ya que en las explotaciones
de los aldeanos ricos los caballos son siempre mejores que en
la explotacin del campesino pobre.
2. Otra categora de cambios, los cualitativos, son los que
se producen en el sentido social del fenmeno investigado. El
elemento analizado puede no cambiar como resultado de las
transformaciones que se operan dentro de toda la sociedad y
de la cual forma parte dicho elemento, pero cambia el sentido
humano, social del mismo. Imaginemos que tenemos unos datos
autnticos sobre el consumo nacional de productos harinosos en
los siglos xvm y xix. Dividiendo cada uno de los datos por el
nmero de habitantes, obtenemos el consumo per capita. Formal
mente todo est en orden. Pero durante todo ese perodo no de
jaron de producirse cambios considerables en la forma de ali
mentarse. La media, por ejemplo, de 140 kilos anuales per capita
significa en el siglo xvm una cos muy distinta ya que an prc
ticamente no se conoce la patata, que en el siglo xix constituye
un componente importante de la dieta cotidiana. La comproba
cin de que una hacienda tiene 100 hectreas de superficie re
presenta para cada uno de los perodos una cosa muy distinta
ya que durante ese tiempo se produjo el paso del sistema de los
tres cultivos anuales a la rotacin de cultivos.
As, al hablar de los cambios cualitativos, no se trata tanto
del procedimiento estadstico en s como de la interpretacin
de los datos estadsticos que se han reunido para el anlisis. Se
trata de resaltar el hecho de que los datos tienen en los dife
rentes perodos un sentido social distinto.
3. Por ltimo, la tercera categora de cambios definidos co
mo cambios cualitativos se halla constituida por la aparicin
y la desaparicin de ciertas formas de relaciones sociales. Por
aadidura, las relaciones sociales suelen estar sujetas a los cam
bios mientras que las palabras que los nombran tienen una gran
inercia.
El cuadro estadstico relativo al nmero de las explotaciones
campesinas en el reino de Polonia en los aos 1815-1914, hace
caso omiso de los cambios cualitativos: los cambios del ca
rcter de 1a posesin de la tierra por los campesinos.
La estadstica establecida sobre un largo perodo sobre el n
mero de artesanos, no tuvo en cuenta el que el artesano feudal
305
hcs

100.

20

en la poca del monopolio corporativo y el artesano de la poca


capitalista no son lo mismo.
1 cuadro relativo a la estructura de los ingresos y los gastos
del Tesoro del Estado en la Polonia moderna, llevara a unos
resultados errneos si se olvidara de los cambios institucionales
que se produjeron en ese perodo: la descentralizacin financiera
en favor de los pequeos Sejm (Parlamentos regionales) y la
nueva centralizacin que sigui.
La estadstica de los obreros de las grandes empresas indus
triales en el curso del siglo xix no puede olvidar que existen
diferencias cualitativas entre el obrero m anufacturero y el
operario fabril y que en esa m isma poca desaparece el prim ero
y aparece el segundo, etc.
Los lmites para extender cronolgicamente las series esta
dsticas slo nos los pueden facilitar los conocimientos extrados
de otras fuentes y concernientes a los cambios que se han ope
rado en las relaciones sociales.
Kuznets acierta al afirm ar que una serie estadstica alar
gada al triple aum enta ms del doble sus posibilidades analticas.
Lvi-Strauss sigue de mucho m s cerca lo especfico de los
fenmenos sociales cuando escribe: Nos hallamos pues ante un
dilema: o bien adargar la serie cuyos elementos han de volverse
as cada vez menos mensurables o bien acortarla, salvaguardan
do as su homogeneidad interna.89 O la serie larga que aumenta
las posibilidades de interpretacin pero que entraa el riesgo
de una heterogeneidad de los fenmenos que la componen, o al
revs, la serie corta.
No hay n i n g u n a receta. El aumento queda a la discrecin
del investigador, de la crtica cientfica y en particular del con
trol de los resultados de la investigacin basado en otros tipos
de fuentes y en otros mtodos.
De la tesis sobre la prim aca en la historia de los cambios
cualitativos, d i m a n a la tesis sobre la prim aca de la teora en
las investigaciones histrico-estadsticas, as como en todas las
dems.90 Algunos entusiastas del panestadisticismo lo negaron,
lo cual vivific los viejos sueos de emprender el anlisis de un
objeto sin ninguna prevencin, sin concepto previo, con la mente
pura. Pero hasta el propio coartfice del neopositivismo, Karl
Popper reconoce que en cualquier investigacin cientfica y por
lo tanto tambin en las ciencias naturales la hiptesis debe
preceder al anlisis.91
A esta actitud queremos contraponer otra tesis: que no pue
de haber ms investigacin cientfica que la que se halla dirigi
da por la teora, con la salvedad de que esta ltim a del e ser
ms o menos consciente, ya que slo ella perm ite la formula
cin de la pregunta.
Slo la teora perm ite clasificar el fenmeno analizado, sin
ella no hay investigacin.
306

La teora es la nica que permite asociar y ligar los fenme


nos comprobados. Pero la correlacin que proclama que tres
aumentos de precios sucesivos concordaron en el tiempo con el
dolor de muelas del autor la descartamos a prior i. Por qu?
Por qu hemos de reconocer otras correlaciones como acer
tadas cientficamente? Slo porque la citada teora dental no
resistira la prueba de las grandes magnitudes? No. La elimina
mos partiendo del conocimiento general de las relaciones so
ciales. A priori, no la hemos de someter a investigacin. Por otra
parte, en ciertos casos consideramos como cientficamente fun
damentada una vinculacin a pesar de hallarse basada en la ob
servacin de un nmero muy reducido de hecnos.92
Unicamente la teora perm ite en suma relacionar los hechos
y los fenmenos sin detenerse en esa correlacin y tratar de
pasar de sta a la aclaracin causal o funcional.
Pero an puede darse un malentendido sobre el mtodo esta
dstico en la historia, ya que con mucha frecuencia se deposita
en dicho mtodo la esperanza de que ha de facilitarle al histo
riador el codiciado criterio valorativo. En el enorme laberinto
de los fenmenos conocidos del pasado, el historiador se expone
a cada paso a perder el hilo de Ariadna. No hay manera (ni vale
la pena) saber todo cuanto se refiere al pasado y que pudiera
conocerse por mediacin de las fuentes ftistricas que se han
conservado. Acaso el mtodo estadstico no podra facilitarle
al historiador ese criterio valorativo que le perm itira eliminar
los fenmenos espordicos y casuales? Hubo quienes depositaron
en la estadstica histrica tal esperanza.
A esta actitud contraponemos la tesis contraria: para ei co
nocimiento de un fenmeno determinado es imprescindible el
principio cuantitativo, es indispensable conocer la frecuencia de
su aparicin, pero no puede ser la medida del valor de un fe
nmeno dado en el discurso histrico; cuya importancia no se
mide en cantidades. Las prim eras manufacturas elaboran una
cantidad insignificante de artculos industriales en un pas, y sin
embargo su papel revolucionario en la economa nacional es
enorme. Hace quince aos la clase obrera de China era una
parte insignificante de ese pas gigantesco, pero la historia ha
demostrado cun profundamente se equivocaron quienes midie
ron la importancia en el pueblo por su nmero/
Los escasos fenmenos en el curso ulterior de los aconteci
mientos o la teora del desarrollo social poseen una tendencia
al desarrollo, pueden ser distinguidos como tales ya que slo
por ese camino podemos obtener un concepto dinmico de la
realidad investida incluso cuando la analizamos a travs de un
corte cronolgico transversal. Por aadidura, existen fenme
nos cuantitativamente no numerosos, los cuales nunca se con
virtieron en
' "
e modo considerable
sobre otros
307

Incluso cuando los cambios reales son slo cuantitativos en


el sentido fsico, no quiere decir que fueran cuantitativos para
el hombre ya que lo que analizamos es la historia humana. La
diferencia entre una dosis mdica y una dosis m ortal de estric
nina no es en definitiva ms que una diferencia de grado, afir
ma Norbert Wiemer.94
En resumen, hay que conocer la proporcin cuantitativa de
los fenmenos analizados, en tanto que las fuentes lo permitan.
Pero para comprender su importancia en el proceso dinmico de
la historia, no basta la estadstica. Es indispensable la teora
y la comparacin en la escala del tiempo y del espacio. Slo
ella puede perm itim os la comprensin de cules son en un mo
mento histrico determinado los elementos decisivos, los que se
desarrollan, los que conservan y los que descuartizan el estado
de cosas existentes.
A la utilizacin de los mtodos cuantitativos se ha ligado ms
de una vez la esperanza de evitar por este camino la estril fac
tografa, pero tambin ha sido defraudada. Con la confusa factografa muy criticada no slo por la ciencia m arxista sino en
el mundo entero podemos hallarnos no slo con hechos indi
viduales sino con hechos masivos, averiguados con los mtodos
cuantitativos. La solucin a la estril factografa no estriba en
pasar de los hechos individuales a los masivos, sino en profun
dizar tericamente en las bsquedas, en form ular con relacin
a las fuentes unas preguntas tericamente fundamentadas, y en
la correlacin terica y consciente de los hechos confirmados
en la bsqueda de las relaciones y las regularidades.
As, no existe la menor duda sobre la primaca de la t e o r a s
Al referim os a la limitacin de los procedimientos estads
ticos se puede recordar por ltimo un problema: que incluso
en el m ejor de los casos y tratndose slo de los fenmenos
propiamente, econmicos, los mtodos cuantitativos nunca son
capaces de aprehender todo cuanto pudiera y debiera intere
sarnos.
En el marco de las ciencias sociales hay muchas cosas que
pueden medirse directa o indirectamente. Ms an, a veces se
ha comprobado que los problemas menos interesantes son los
que m ejor se dejan medir.96 Tiene la razn Kuznets cuando es
cribe que pertenece a la inteligencia del investigador descubrir
sntomas mensurables en los fenmenos inmensurables,*- pero
siendo verdad que por este camino se han formulado a veces
sorprendentes concepciones metdicas y se han obtenido impor
tantes logros, no hay que forjarse ilusiones de que por este
medio podran analizarse todos los fenmenos que necesitan ser
investigados.
Incluso los fenmenos que podemos examinar con el mtodo
estadstico deben ser confrontados y esta recomendacin es
im portante con los datos procedentes de otras categoras de
308

fuentes.9* Una antigua y sabia norma de la tcnica investigadora


histrica dice que vale ms tener menos fuentes pero de un ori
gen y un carcter heterogneos que no muchas fuentes homo
gneas, lo cual se aplica en toda su extensin por igual a todas
estas investigaciones.
Al referirnos al problema de los lmites de utilizacin de los
mtodos estadsticos en las bsquedas histricas, no nos hemos
vuelto a referir a conciencia a las dificultades tcnico-analticas
ya mencionadas y que en la prctica absorben la mayor parte
del tiempo y del esfuerzo del investigador: la falta de fuentes,
a veces tan dolorosa, el duro esfuerzo que requiere la traduccin
de unas categoras analticas a otras categoras, la carencia de
veracidad y de representatividad de los documentos. Aqu hemos
querido aludir a las limitaciones tericas con las cuales el histo
riador debe contar incluso en el caso de disponer de las fuentes
documentales ms idneas.
Pero la estadstica histrica es la estadstica tout court ade
cuada al carcter especfico de los materiales. Las dificultades
histrico-estadsticas las enfrenta cada buen estadista, ya que
siempre prevalece en l la aspiracin a extraer ei mayor prove
cho incluso de un material d poco valor. El buen estadista de
dica mucho tiempo a pasar de lo inexacto a lo aproximado.
Entre los fenmenos sociales existen tantas vinculaciones que a
veces es posible aprovechar unos datos parcialmente inexactos
para la reconstruccin de una entidad coherente y muy cercana
a la realidad. Si algunos historiadores ven en esto una ope
racin mgica,100 es slo porque desconocen esta correlacin
y porque en su bsqueda de una supuesta exactitud de los hechos
confirmados, subestiman las comprobaciones aproximativas, las
orientaciones del rango de las magnitudes o de las tendencias
activas. Creen que un documento que no tiene fecha debe da
tarse en el peor de los casos con fechas post quem y ante quem,
pero subestiman los resultados de los anlisis estadsticos que
afirman que la poblacin de un pas dado en un decenio dado
no fue inferior a 15 millones de habitantes ni superior ^ los
20 millones. Muy satisfechos cuando fijan las fechas de nacimien
to y de defuncin de todos los hijos de algn rey que murieron
siendo bebs, subestiman el valor del trabajo cientfico de es
tablecer que la media de la duracin de la vida humana en un
lugar y en una poca determinados ascenda a 2-4-27 aos.
Interpolando a cada paso, bien por la falta de las palabras
en los documentos, bien por los vacos existentes en las biogra
fas que escriben, les niegan a los estadistas el derecho a efec
tuar introducciones, aun cuando la magnitud interpolada no pue
de influir en lo ms mnimo en el resultado de la indagacin.
Estos historiadores, al utilizar su procedimiento favorito de re
construccin del pensamiento del autor de una obra cualquiera
sobre la base de sus actividades dudoso exigen del estadista
309

unas cifras exactas hasta las unidades como mnimo, sin com
prender que el grado de exactitud se halla determinado por el
objetivo de la investigacin. Creen que estn en lo seguro y lo
preciso al confirm ar los pequeos hechos individuales, cuando
en realidad se hallan sujetos a la falsedad eventual de l&s in
formaciones contenidas en las fuentes documentales, y ponen
en tela de juicio los resultados estadsticos aproximativos en los
cuales la masa del m aterial utilizado representa una garanta
de su veracidad. Fascinados por un acontecimiento nico, por
un momento, por un instante histrico, sumidos en el particula
rism o de un breve espacio cronolgico elaborado por ellos, trai
cionan la verdadera vocacin del historiador, que es la de explo
ra r la variabilidad de los fenmenos sociales en el tiempo y se
arrogan el derecho a subestim ar las tendencias histricas com
probadas por el estadista, tendencias que aunque aproximadas
no dejan de dar luz a esos cambios sociales. Tales historiadores
no tienen ningn reparo en usar expresiones altisonantes: a los
valores y a las cualidades1* o al hom bre con mayscula,
como objeto de la historia.102 Pero no pensaron que las compro
baciones de la estadstica histrica sobre la media de la dura
cin de la vida humana, la m ortalidad infantil en las diferentes
clases de la sociedad, el poder adquisitivo del salario, la estruc
tura del reparto de la renta nacional, etc., habla de las cualida
des, de los valores y del hombre con mayscula.

EL MTODO ESTAD ISTICO Y E L GRADO DE


DEMOCRATIZACIN DE LA SOCIEDAD INVESTIG ADA

En los anlisis sociales el mtodo estadstico permite indagar


los rasgos mensurables de los grupos sociales. Pero existen dos
niveles de investigacin factibles o m ejor dicho dos niveles en
las conclusiones que pueden extraerse del anlisis del material
estadstico. Por ejemplo, sobre los presupuestos domsticos pue
de analizarse la cantidad de artculos consumidos por los miem
bros de las diferentes capas de la sociedad; tambin es posible
descubrir con el examen de los cambios en la estructura de los
gastos de los citados presupuestos, los de su magnitud global,
descubrir la jerarqua hum ana de los valores (ante la disminu
cin de los ingresos unas capas sociales reaccionan disminuyen
do los gastos culturales y otras clases ahorran en el vestir, sal
vaguardando los gastos culturales m ientras pueden). Es posible
analizar la dislocacin territorial de la poblacin en un Estado
determinado, y, al analizar los procesos migratorios, tratar de
esclarecer la fuerza de atraccin o de repulsin de las diferen
tes regiones.
Pero ambos niveles de interpretacin estadstica slo pueden
310

utilizarse siempre y cuando en la sociedad indagada en un pe


rodo determinado las unidades que la configuran dispongan de
un grado determinado de libertades ciudadanas. Este es un pro
blema de una importancia trascendental y del que no se suele
hablar en los manuales de estadstica.
Nada como los presupuestos familiares para percatarse de
cmo se plantean los valores econmicos en el mundo social.
Pero esto no ser posible si analizamos una sociedad cuyo con
sumo est basado exclusivamente en el sistema de las cartillas
de racionamiento ya que ah no acta la ley de las grandes
magnitudes y el estadista se ve obligado a conformarse con el
riguroso clculo de las cantidades consumidas, sin poder extraer
ninguna conclusin ms. En la sociedad donde existe la suje
cin a la tierra, se halla limitada la posibilidad analtica de las
migraciones (si existen son clandestinas y no dejan ninguna
huella documental y slo es posible form ular una hiptesis a
travs de los cambios de la poblacin de una regin dada, ya
que su nmero de habitantes puede ser mayor o menor de lo
que hubiese debido ser de acuerdo con el crecimiento demogr
fico natural).
Es decir: cuando las gentes no tienen la libertad de elegir
su residencia, su estado, su profesin, el consumo, etc., los clcu
los que hagamos no nos han de facilitar grandes informaciones.
Este elemento tiene una gran importancia cuando tratam os
de utilizar los mtodos estadsticos en el anlisis de la sociedad
feudal.
Esta cuestin, tremendamente complicada en teora, no es
ms que un aspecto del problema de la libertad de accin y del
determinismo. El lucir trajes vistosos le puede estar prohibido
al burgus de la poca feudal por las leyes suntuarias y en la
Unin Sovitica, en el perodo del comunismo de guerra, por la
opinin social. La presin ejercida en la sociedad por los mode
los costumbristas puede resultar a veces incluso ms poderosa
y ms eficiente que las prohibiciones y los mandamientos, tan
vulnerados.
Pero hay que enjuiciar las cosas de otra manera. Cuando en
el marco del fenmeno social indagado existe la libertad de
opcin y de eleccin, el que en esa misma sociedad se d una
fuerte presin de la opinin social y de los modelos socio-cos
tumbristas, no slo no es un impedimento en nuestra investiga
cin sino que, por el contrario, nos facilita dicha labor. Y una
indagacin determinada puede efectuarse porque existen y ac
tan tilles fenmenos sociales; precisamente porque en el ma
terial investigado podemos descubrir alguna regularidad, y por
que de esta manera no obtendremos una visin catica del ma
terial finalizado. Pues analizamos esos fenmenos sociales: la je
rarqua social de los valores y su influencia. Cuando en una
sociedad dada y en el perodo analizado existen prohibiciones
311

y mandamientos restrictivos o que la libertad de consumo se


halla limitada por otros factores (cartillas de racionamiento,
falta de artculos en el mercado, etc...) entonces podemos, cuan
do nos lo perm itan las fuentes lo que suele ser raro, averi
guar slo si las leyes prohibitivas o restrictivas fueron respetadas
o transgredidas, pero en absoluto ios valores que predomina
ban en aquella sociedad.
No hay que simplificar el problema. En la prctica, el inves
tigador se suele hallar en una situacin alternativa o cuantitati
va. Una prohibicin no es igual que otra. La existencia en las
ciudades de Polonia de antes de los desmembramientos de un
sistema de precios tasados impide el anlisis del movimiento
de los precios.' Las tasas slo fueron uno de los factores que
influyeron sobre su configuracin. E ntre la ejecucin drstica
de una prohibicin y la libertad lim itada del consumo, la nica
jerarqua de los valores predominantes en una sociedad dada se
sita en toda la gama de las diferentes situaciones sociales en
las cuales los elementos de la prohibicin y de la libertad actan
con una intensidad diferente. Ms an: la existencia de los man
damientos y las vedas en ciertas situaciones sociales no ha de
ser necesariamente contraria a la jerarqua social de los valores
en vigor. As, el investigador debe recordar este problema en
las investigaciones estadsticas con respecto a las diferentes so
ciedades, y que no cada problema ni tampoco cada sociedad
incluso cuando existen fuentes suficientes pueden analizarse
a fondo con los mtodos estadsticos.
El descubrimiento por la ciencia de las determinaciones so
ciales que se prestan a los conceptos estadsticos, no slo no
representa una supeditacin de los individuos a las fuerzas cie
gas de la sociedad sino que por el contrario es el ndice de la
libertad de eleccin a la cual tienen derecho. De la misma ma
nera que el lanzar mil veces una moneda al aire no nos dice
nada sobre el miliunsimo lanzamiento y no cambia en absoluto
las posibilidades que salga cara o cruz, que siguen siendo de un
50/50.
La ciencia estadstica se halla muy vinculada a la democra
cia. Cuanto ms democrtica sea una sociedad, tanto ms autn
tica*: y elocuentes han de ser sus fuentes estadsticas.
Pero en el marco de su libertad, el hombre cae bajo el influjo
de las grandes magnitudes.

312

X.

La demografa histrica

LA DEMOGRAFIA, CIENCIA AU XILIAR DE LA H ISTO RIA

La demografa es un concepto que no cuenta mucho ms de


un siglo,1 aunque las investigaciones efectuadas en este terreno
son mucho ms antiguas. Se considera que las bsquedas esta
dsticas de las poblaciones y sobre sus relaciones y las normas
existentes arrancan del ao 1741, en que aparecieron las obras
decisivas de Petty2 y de Sssmilch.3 Si queremos hallar otros
antecedentes, deberamos llegar hasta el Renacimiento.
En la prctica cientfica actual, se entiende de muchas mane
ras el cometido y la esfera de la demografa. En particular, pue
de clasificarse en atencin a los aspectos biolgico-mdico y eco
nmico-sociolgico. Para Whipple, la demografa es el anlisis
estadstico de la existencia humana, por lo tanto la investigacin
del estado y los movimientos de la poblacin, la genealoga, la
eugenesia, la antropometra y la patologa, concebido siempre
en las condiciones de un posible examen cuantitativo.4 Con el
criterio de las necesidades de las ciencias sociales en general
y de la historia en particular, este concepto es a un tiempo
demasiado estrecho y excesivamente extenso.
La genealoga constituye para el historiador una disciplina
autnomas y la eugenesia no tiene para l una importancia
determinada. En cambio, los aspectos sociolgicos y econmicos
de la demografa, son los ms importantes para el historiador
y difcilmente pueden enmarcarse en el angosto concepto de
vital statistics.
De ah que la demografa, la cual cuenta con una larga eje
cutoria en la ciencia francesa fi est muy prxima a los historia
dores econmicos.
Esta parte de la estadstica es para el historiador econmico
una importante disciplina auxiliar en muchos aspectos de su
labor y la cual le permite descifrar el contenido de algunos do
cumentos del pasado que se conservaron hasta nosotros, mucho
mejor que lo pudiera hacer con los medios propios de su espe
cialidad.
La demografa se interesa por el hombre y por ciertos gru
pos humanos, como son la familia, las aglomeraciones territo
riales la aldea y la ciudad desde un cierto punto de vista se
interesa por los grupos nacionales y confesionales, las classs
sociales y por ltimo por las grandes agrupaciones sociales te
313

rritoriales, como son las naciones, los pueblos, la poblacin de


un Estado determinado, etc. En cada uno de estos sectores,
la demografa linda con los objetivos de la historia econmica.
Adems y ya que un gran nmero de estos problemas demo
grficos slo pueden ser analizados a travs de un largo perodo,
los mismos demgrafos se suelen ver obligados a llevar sus
observaciones en un pasado muy lejano.
La demografa en general y la demografa histrica en parti
cular se interesan por unas cuestiones infinitamente matizadas
con el criterio sentimental e ideolgico, lo que explica que desde
los tiempos ms remotos hasta el presente, constituyese con
frecuencia un campo abonado para las concepciones fantsticas,
no cientficas, ridiculas a veces y otras socialmente peligrosas.?
Aqu slo es preciso recordar que los fenmenos fundamen
tales de la historia de la humanidad su constante desarrollo
cuantitativo en el discurrir del tiempo han permanecido duran
te largos siglos ajenos de la conciencia social y desconocidos in
cluso hasta para los sabios ms insignes. La polmica clsica
en los anales de la ciencia sigue siendo la misma con respecto
al nmero de habitantes de la Roma antigua y la cual comenz
con el alum bram iento del pensamiento racionalista, desde el
Renacimiento a la Ilustracin.
El culto de la Antigedad clsica que caracterizaba al pensa
miento renacentista junto con las ideas poblacionistas que iban
extendindose y que hacan acreedores a los pueblos ms nume
rosos a las ms encum bradas posiciones de la grandeza, el po
dero y la cultura de los Estados, sobre la base de las cifras,
exageradas y ms bien simblicas, heredadas de los autores
antiguos, llevaron a muchos sabios renacentistas a unas con
clusiones fantsticas sobre la magnitud de las poblaciones del
Mundo de la Antigedad.
Por ejemplo, la capital rom ana deba contar segn el hu
m anista holands Justo Lipsio 4 millones de almas y el Im
perio Romano bajo el reinado de Augusto segn Riccioli
410 millones de habitantes!
Ms tarde, la historia de Europa haba de caracterizarse por
el fenmeno de una disminucin relativa y constante de la po
blacin, como piensa el propio Montesquieu.
El sabio que iba a tener una influencia decisiva, fue David
Hume, quien en 1752 public su ensayo ms bien crtico que
constructivo De la poblacin del m undo antiguo, y que es el
inicio de im portantes bsquedas en el campo de la demografa
histrica.

314

EL HOMBRE COMO UNO DE LOS ELEM ENTOS


DE LAS FUERZAS PRODUCTIVAS

Para la historia econmica, el hombre es por una parte el ele


mento fundamental de las fuerzas de produccin, y por otra
un objeto de explotacin y por ltimo un consumidor.
No es posible imaginarse la historia econmica de cualquier
entidad pas, regin, ciudad, aldea, complejo de bienes, etc.
sin orientarse sobre el nmero de seres humanos. Con cumplir
con esta simple tarea, ya tenemos que la demografa es a veces
imprescindible como disciplina auxiliar, ya que las fuentes do
cumentales no siempre nos facilitan directamente las informa
ciones precisis. A veces slo conocemos la cifra de los varones,
o slo la de los adultos, otras slo la dimensin de las quintas
y a veces slo las cantidades de los registros de imposiciones.
As, en tales casos debemos pasar de los datos institucionales
extrados de las fuentes a las cifras globales elaboradas con
arreglo y con la ayuda de los correspondientes coeficientes los
cuales los podemos tom ar muchas veces de los resultados con
seguidos por la demografa, aunque el historiador no est auto
rizado a aprovechar esta clase de magnitudes de un modo pasivo.
Slo el historiador tiene la obligacin para analizar de modo
competente y decidir si un coeficiente dado puede transferirse
y aplicarse a la sociedad que le interesa; para establecer en qu
sentido una relacin determinada en la sociedad investigadora
ha podido desviarse de los coeficientes tomados de la demogra
fa actual o incluso de las indagaciones histrico-demogrficas
de otras sociedades.
Si queremos conocer el nmero de habitantes de Polonia en
el reinado de Casimiro el Grande y slo tengamos los registros
del impuesto de San Pedro, donde no figuran los nios menores
de trece aos, sera un error utilizar de un modo mecnico el
coeficiente extrado del censo de la poblacin polaca realizado
en el ao 1921.11 Necesitaramos buscar sobre todo aunque no
fueran ms que unos datos que, aunque no perteneciesen a Po
lonia, fuesen lo ms antiguos posibles y caractersticos para una
sociedad feudal agraria, y en especial habra que efectuar un
razonamiento para aclarar por qu dicho coeficiente se configu
ra hoy de esa forma precisa y por lo tanto en qu sentido habra
de desviarse en los tiempos antiguos con relacin a la situacin
presente.12
Por otra parte, el conocimiento de las relaciones estableci
das por la demografa tras el anlisis crtico de su aplicabilidad a la poca investigada permite descubrir las lagunas
existentes en las fuentes documentales y que de otra manera pa
saran desapercibidas.
As, Henryk Grossman, descubri la existencia y hasta el al
cance cuantitativo aproximado de unas fallas en los primeros
315

censos de la poblacin polaca en los aos 1806 y 1810, en el em


padronamiento de las m ujeres y el nmero de hijos en las fami
lias judas.u
Al interesarse por el hombre como el elemento fundamental
de las fuerzas productivas, la historia econmica debe conocer
no slo la cifra global de la poblacin sino su estructura demo
grfica, y segn el sexo, la edad, la duracin media de la vida
humana, el nmero de los hijos en las familias, las causas de
las defunciones en especial las grandes epidemias, etc.
La duracin del perodo de actividad productiva hum ana sue
le sufrir cambios considerables en el curso de la historia, los
cuales son los resultantes de los fenmenos demogrficos y so
ciales; por otra parte, en la mayora de los casos estos fenme
nos demogrficos se hallan condicionados por el medio social.
Los cambios son por tanto el resultado: a) de las variaciones
en la duracin de la vida humana; b) de los cambios del p ero
do preparatorio; c) de las variaciones del momento en que el
hombre empieza su actividad productiva.
a) Los cambios en la duracin media de la vida humana
representan un fenmeno infinitamente trascendental en la his
toria e interesan al historiador desde muchos puntos de vista
de los cuales hablarem os ms adelante. El hecho de que estos
cambios sean relativamente recientes no altera en lo ms mni
mo el valor de los cambios ms reducidos, pero que se producen
en un largo perodo en esta m agnitud a travs de los siglos
desde las pocas prehistricas ni la importancia de las enor
mes oscilaciones que la duracin de la vida hum ana ha sufrido
en la Antigedad en breve', escalas de tiempo, a veces de un
ao a otro.
b) Los violentos cambios en el perodo de preparacin del
adolescente antes de iniciar su actividad productiva, datan igual
mente de una fecha bastante reciente. Durante los milenios que
han precedido a la poca capitalista, el lmite fijado para empe
zar la actividad productiva era el de la madurez biolgica y el
desarrollo de la fuerza fsica del adolescente, pero estos cambios
no sirven de orientacin. Todo est relacionado con el carcter
de la produccin, que predom ina en la sociedad determinada,
como en las m anufacturas donde el complicado proceso de p ro
duccin se halla dividido en una larga serie de tareas manuales
cuya ejecucin no requiere ni una cualificacin mltiple ni una
gran capacidad fsica, abran mayores posibilidades para el em
pleo en la produccin de los nios que la tpica artesana me
dieval.
Es posible suponer que en la poca m anufacturera, en los
pases donde el desarrollo y la importancia de esta industria
era poderoso, tendramos que contar con el fenmeno de una
disminucin relativa de la edad media en qye los individuos
empiezan a producir. No est descartado que en algunas socie
J16

dades primitivas cazadoras, en las que la participacin en este


trabajo deportivo requiere el pleno desarrollo de las capacida
des fsicas,14 este lmite de edad no sea muy superior al de las
sociedades feudales.
Slo desde los comienzos del capitalismo es cuando las exi
gencias de la produccin social promueven el necesario aumen
to del nivel social medio de instruccin general, de la cualificacin profesional, del proceso ideolgico de configuracin de los
pueblos modernos y que despus empez a actuar el incremento
de la potencia de las sociedades industrializadas, as como que
el porcentaje cada vez mayor de gentes adquiriese una forma
cin secundaria o superior.
De manera que desde el comienzo del capitalismo nos halla
mos ante el proceso sistemtico y unilateral de prolongacin del
perodo de preparacin a la produccin, del de la educacin ge
neral y profesional,1 de los que slo en los ltimos tiempos
aparecen nuevos fenmenos.
El carcter siempr ms complejo de los fenmenos sociales
y de los procesos productivos hace que esta prolongacin del pe
rodo preparatorio sea insuficiente. Por otra parte, el rpido
progreso de la ciencia y de la tcnica vuelve anacrnica la divi
sin tradicional de la existencia humana en dos perodos dis
tintos: el de adquisicin de la cualificacin al trabajo y el de
aplicacin de la cualificacin conseguida. De ah que en los
ltimos tiempos, en especial en el mundo socialista, se perfile
la tendencia a una cierta difuminacin de estos lmites y a vincu
lar durante un largo perodo la enseanza general y profesional
con el trabajo productivo directo, lo que exigira de los futuros
historiadores de esta poca que comienza, la utilizacin de nue
vos mtodos.
Para los historiadores de las pocas antiguas, la fijacin de
los lmites que en una sociedad determinada se manifiestan en
tre la edad preparatoria y la productiva, tiene una gran impor
tancia.

c) El momento en que el individuo emprende su actividad


productiva se halla determinado por los factores biolgicos suje
tos al condicionamiento social y por las instituciones econmi
cas, jurdicas, costumbristas, etc. Durante miles de aos el hom
bre deja la actividad productiva cuando el debilitamiento de sus
capacidades fsicas ya no le permite ejercer su profesin. Pero
este abandono suele ser slo parcial a travs de pasar a unas
ocupaciones que requieren un menor esfuerzo fsico, por lo que
en las sociedades primitivas una serie de trabajos indispensables
pero fciles, sean realizados por los ancianos, lo que sucede
tambin en las sociedades agrarias tradicionales. El lmite en
que la capacidad fsica humana empieza a no bastar para la
ejecucin de una actividad productiva fundamental depende, por
una parte del estado biolgico de la sociedad y del individuo
317

y por otra parte, del carcter del trabajo ejecutado. De ah que


dicho lmite fuese ms bajo en las sociedades de cazadores que
en las agrarias y m s en la agricultura que en algunos oficios
de la artesana. Algunas profesiones nocivas para la salud y
expuestas a los accidentes, se han caracterizado por regla por
una edad ms baja en el momento de perder la capacidad lab o
ral, como en la minera, en la que durante largos siglos no hubo
ninguna instalacin de higiene del trabajo, ni las norm as ms
elementales de prevencin contra los accidentes co m o tampoco
mtodo alguno de regeneracin peridica del organismo esquil
mado (alimentacin especial, vacaciones, etc.). Son espantosos los
datos sobre la media de la prdida de la capacidad laboral entre
los mineros polacos de Silesia an a finales del siglo xix.16
Slo en los comienzos del capitalismo aparece el fenmeno
de abandonar el trabajo profesional no a consecuencia de la
prdida de la capacidad fsica para realizarlo, sino como resulta
do de la aparicin de las instituciones de seguro social y de
rentas a la vejez y, en m enor grado, por haberse ganado una
renta, etc.
En las sociedades m s ricas Francia se comienza a dejar
el trabajo en plena posesin de sus capacidades fsicas, y se per
filan asimismo ya nuevas tendencias, encaminadas a difuminar
los lmites extremos entre el perodo activo y el perodo de
jubilacin.
Sobre el nm ero global de horas que el hombre dedica al tra
bajo en el curso de su vida influye no slo el nm ero de aos
de su actividad profesional sino tam bin el de das en el ao
y de horas del da trabajadas.
Estas magnitudes son a su vez el resultado del influjo de
los factores socio-biolgicos como tam bin socio-institucionales.17
Los factores socio-biolgicos son ante todo la resistencia del
organismo hum ano a las enfermedades y las posibilidades so
ciales de lucha contra las dolencias contradas. En las pocas
precapitalistas tenemos por una parte una m enor resistencia del
organismo y unas posibilidades tam bin menores con un crite
rio mdico, por otra parte est la subestimacin social de las
enfermedades benignas que no ocasionan la interrupcin del
trabajo del individuo aun cuando pueden provocar una dismi
nucin tem poral de su rendimiento en su labor. De ah que no
deba excluirse que, en tiempos normales, el nmero de las
jom adas de trabajo perdidas por causa de enfermedad por el
artesano o el jornalero en el campo, fuera inferior en relacin
con la poca actual, pero las epidemias provocaban la total pa
ralizacin de la produccin.
Los factores socio-institucionales son en cambio muy compli
cados. Por una parte se trata del nm ero de los das considera
dos socialmente como festivos. Como es sabido, en el Medievo
estas festividades eran numerossimas y su observancia muy es
318

tricta. Su carcter era religioso y econmico. En las condiciones


del monopolio corporativo, uno de los medios de garantizar al
oficio como corporacin contra la competencia interna entre los
diferentes m aestros era la estricta reglamentacin del tiempo
de trabajos de todos sus miembros, y por lo tanto los das en
que el artesano tena el derecho y al mismo tiempo la obliga
cin de trabajar, las horas de entrada y de salida de la labor,
las horas de descanso, el nmero de los que trabajaban en el
taller, etc. En las condiciones de una tcnica manual de produc
cin, la cantidad de trabajo empleada en cada taller en el curso
del ao limitaba su magnitud productiva.
Los estatutos corporativos, en especial los excesivamente de
tallados de las corporaciones alemanas, perm iten calcular con
mucha exactitud la suma de trabajo que poda efectuarse en
cada taller. A las fiestas de guardar seguan las habituales de los
oficios los zapateros guardaban fiesta los lunes, etc. El mono
polio corporativo, que ms bien frenaba el aumento cuantitativo
de la produccin, tena un inters concordante con el de las
instituciones religiosas y estaba interesado en tolerar las fiestas
habituales de los oficios.
En el Renacimiento nos encontramos de nuevo con la lucha
ideolgica de la Reforma contra el culto de los Santos y la cual
coincide con las necesidades de las empresas que, fuera del m
bito de las corporaciones, necesitan una mano de obra abundan
te para intensificar una produccin que sigue estando basada
en las tcnicas manuales.18 A veces acude en ayuda de este pos
tulado la legislacin de las monarquas del absolutismo ilustrado
de un carcter unificador y que suelen atender con facilidad
a las necesidades de la burguesa. El nmero de las fiestas
religiosas disminuye bruscamente y comienza la lucha contra
las fiestas toleradas hasta entonces y que no eran de guardar.
En la literatura de la Ilustracin suelen aparecer los escritos
que explican la riqueza de los Estados protestantes por la me
nor cantidad de fiestas, lo cual se acompaa de la presin ejer
cida incluso sobre las autoridades de los Estados catlicos para
reducirlas (y perm itir as la competencia con la produccin de
los pases separados de la Iglesia romana) y que empieza a dis
minuir continuamente hasta el siglo xx (en Polonia, durante las
dos guerras mundiales y luego dos veces y es posible que no
sean las l t im a s en la Polonia popular). Esto favorece la pol
tica tendente a laicizar a las sociedades ms desarrolladas. Al
mismo tiempo, aunque en menor escala, desde la Revolucin
francesa, aparecen las fiestas nacionales como manifestacin de
la cohesin de las naciones modernas.
Junto al nmero de jom adas de trabajo en el ao, sobre la
cantidad de esta tarea gastada por el hombre decide el total
de horas laborales del da. Durante milenios se trabaja del ama
necer a la puesta del sol y el nmero de horas se regula por el
319

ciclo astronmico. Se trabaja durante muchsimo tiempo pero


con numerosas y largas pausas. En ciertas profesiones, el n
mero de horas de trabajo se halla limitado prcticamente por
otros factores naturales: en la agricultura por el ciclo de las
faenas en el campo y por la necesidad muy reducida de trabajar
durante la tem porada invernal; entre los almadieros, por el es
tado de las aguas de los ros; en el transporte, por las condi
ciones de las carreteras, etc.
La limitacin jurdica del tiempo de trabajo se halla ligada
al paso de la tcnica manual a la tcnica mecnica y su historia
es relativamente reciente.
Por fin, ms breve an es la historia del derecho legal del
trabajador a las vacaciones. De este modo los medios tradiciona
les y seculares de regeneracin de la capacidad de trabajo huma
na a travs de las horas de descanso en el curso de la jornada
y del da de descanso se han enriquecido con un medio nuevo
e importante: el liberarse anualmente durante muchos das del
proceso productivo.
Resumiendo, podramos decir que a lo largo de la poca mi
lenaria precapitalista, la cantidad de trabajo utilizada por un
individuo en el curso de su vida es funcin de la media de la
duracin media de la vida hum ana y por lo tanto aumenta muy
lentamente a travs de un largo perodo de tiempo. En la poca
capitalista, esta cantidad aum enta prim eram ente como resulta
do de la reduccin del nmero de los das festivos, la de las
pausas en el trabajo, la prolongacin de ste fuera de los lmi
tes impuestos por el ciclo astronmico, en una palabra, por me
diacin del aumento de la explotacin extensiva y ms tarde,
a p artir de la m itad del siglo xix y slo en los pases ms
desarrollados la intensificacin del proceso productivo comien
za a descender paulatinam ente para reducirse violentamente en
el siglo xx gracias a las conquistas sociales cada vez mayores
y al aumento de la riqueza slo en los pases adelantados. En
Francia, que en este aspecto es un ejemplo extremado (y de lo
reciente de este proceso) un pas rico y con unas tradiciona
les tendencias rentistas excepcionalmente fuertes aparece que
m ientras que el francs medio de 1910 trabajaba en el curso de
su vida unas 190.000 horas, en los aos del 50 y a pesar de haber
se prolongado la duracin media de la vida humana, slo trabaja
unas 90.000 horas.1
Este razonamiento20 atae al nmero de horas trabajadas o
que pueden ser trabajadas y no a la intensidad de su esfuerzo.
Este ltimo problema es uno de los ms difciles en la historia
econmica. A veces, tratam os de esclarecerlo por mediacin del
anlisis de la productividad de la labor, pero este mtodo slo
( es adecuado en las condiciones de una tcnica y una organiza
cin laboral invariables, de no cambiar la situacin meteorolgi
ca, etc. A veces, tratam os de averiguarlo por los accidentes del
320

trabajo pero este procedimiento es incompetente e incompleto.


La historia econmica debe orientarse asimismo sobre el n
mero de los que trabajan (o de los que son aptos fsicamente
para el trabajo) en relacin con los que no laboran. Se trata
sobre todo de la relacin entre el nmero de personas en plena
posesin de sus medios fsicos y de la cifra conjunta de los an
cianos y los nios. Es decir, se trata del gravamen que para la
sociedad apta para la produccin representa la parte no apta
para la misma.
De forma que esto se refiere a la as llamada pirmide de las
edades confrontada con la edad de inicio y de retiro de la acti
vidad profesional humana habituales en una sociedad determi
nada.
La pirmide de las edades de las diferentes sociedades y giur
pos sociales se halla configurada de muy diversas maneras, que
suelen tener ciertos lmites, aunque stos sean muy amplios.
Nos hemos referido ya a la imposibilidad de aplicar la pirmide
de edades relativa una sociedad moderna al anlisis de la
misma en el pasado. El punto de partida de un razonamiento
adecuado radica en reflexionar sobre el fenmeno conocido de
la diferencia de la pirmide de edades en el campo y la c i u d a d . 2 1
Cules son las razones que hacen que en la primera mitad del
siglo xx el porcentaje de los nios sea menor en las ciudades
que en las aldeas y que en las grandes ciudades sea inferior al
de las pequeas ciudades? En principio, esto obedece a tres
causas:
a) En la ciudad, y cuanto ms grande ms cierto ser, el
aumento de la poblacin es ms bien el resultado de la inmigra
cin que del aumento natural ya que por lo general llegan a ella
gentes adultas lo cual provoca la disminucin de la proporcin
de los nios en la cifra global de los habitantes:
b) Las ciudades tienen una media ms elevada de la dura
cin de la vida humana, tanto como resultado de las mejores
condiciones higinicas y de la mayor eficiencia de los servicios
sanitarios como por el hecho de que agrupan a un porcentaje
mayor de gentes adineradas que pueden satisfacer mejor sus
condiciones de existencia.
c) Por ltimo, al agrupar a la poblacin ms holgada, las
ciudades, y cuanto ms grandes en mayor medida, se convierten
en el conocido y tpico escenario para la poca del capitalismo
desarrollado, del fenmeno de la limitacin consciente del aumen
to demogrfico natural, lo que a su vez disminuye la proporcin
de los nios en relacin con la poblacin global.
Ahora bien, cmo podan presentarse todos estos problemas
en la clsica poca feudal?
1.
La inmigracin en las ciudades, contraria a la doctrina
del sistema feudal y a veces ilegal, no deja de producirse. Es
321
hcs

100.

21

P ir m id e de edades
(a p ro x im a tiv a )

de

la

p o b la c i n

fra n c e sa

en

b l

a o

1791

F uentes A. Sauvy, Richesse el population, Pars, 1944, p. '111-

imposible dudarlo ya que de no ser as las ciudades desaparece*


ran en un espacio de tiempo m s o menos corto sin hablar
de las epidemias que en los perodos normales tenan una in
fluencia negativa en el movimiento demogrfico natural. Esta
inmigracin no suele ser im portante ya que de lo contrario nos
hallaramos ante el fenmeno de un aumento del porcentaje de
la poblacin residente en las ciudades m ientras que prctica
mente casi siempre se da el fenmeno de la estabilidad de ese
porcentaje. Por otra parte una afluencia masiva hacia las ciuda
des se halla dificultada por la sum a de las instituciones funda
mentales del sistema feudal. As, se puede suponer que dicha
tendencia acta en el mismo sentido que en la poca capitalista
pero en un grado nfimo.
2.
Los progresos de la higiene pblica, de los conocimientos
mdicos y de los servicios sanitarios se hallan estrictam ente re
lacionados con el progreso tcnico general de la poca capitalis
ta. En la poca feudal lo ms caracterstico es la correlacin con
traria, puesto que en las ciudades y cuanto ms grandes, peo
res han de ser las condiciones la gran aglomeracin de la po
blacin y las fatales condiciones de higiene y de sanidad provo
can una gran m ortalidad humana. El crecimiento natural es in
ferior al de la aldea o no existe concretamente y la longevidad
hum ana es considerablemente ms corta en la ciudad que en
el campo. Se puede aadij que incluso cuando en las ciudades
se aglomera un gran porcentaje de gentes ricas, esto tiene poca
importancia en la poca feudal ya que los privilegios de la
riqueza tienen en la lucha por la salud y la vida una significa
322

cin incomparablemente menor en aquellos tiempos que en la


era del capitalismo y sobre todo porque en las condiciones de
Polonia el nmero muy reducido de los burgueses ricos y la
muy dbil administracin estatal, las pocas profesiones libres,
etc., ocasionaba que las nicas clases privilegiadas fueran la no
bleza y el clero, que no solan vivir en las ciudades sino en las
mansiones, los conventos o diseminados por todo el pas.-3. El fenmeno de la limitacin consciente del nmero de
hijos en las familias, caracterstico para la poblacin adinerada
y en especial ciudadana en la poca del capitalismo desarrollado
aun cuando no ha sido interpretado as,23 se halla sin embargo
ntimamente ligado, por una parte, al progreso de los co
nocimientos mdicos y a la tcnica de produccin de los me
dios anticonceptivos y por otra quiz sobre todo a cier
tas instituciones socio-econmicas del sistema capitalista, a las
posibilidades multilaterales de una promocin social tericamen
te asequible a todos, a la ideologa glorificadora de la aspiracin
a dicha promocin, a la enorme prolongacin del perodo y al
aumento de los gastos de formacin general y profesional, etc.
Todas estas circunstancias no entraban en juego en la poca
feudal. Pero basta para reflejarlos aunque no sea ms que el
anlisis demogrfico de una familia aristocrtica.24
Todo esto demuestra por tanto que la estructura de la pobla
cin segn la edad (pirmide de edades) en las ciudades feuda
les no ha de apartarse de la media nacional en el mismo sen
tido que se apart, por ejemplo, en la Polonia de entre las dos
guerras. Acaso vaya incluso en el sentido contrario.
Pero como la estructura general de la poblacin actual segn
la edad ha de apartarse de su estructura anloga en la poca
feudal como resultado: a) de la urbanizacin; b) de la penetra
cin en la aldea de algunos de los fenmenos ya enumerados,
se puede suponer que el porcentaje de los nios entre la pobla
cin global fue en la poca feudal notablemente ms elevado que
en el siglo xx y en las ciudades quiz ms elevado an.
Cmo averiguar esta hiptesis? Por tres medios principal
mente, y los tres sembrados de no pequeas dificultades:
1.
Por la bsqueda de las fuentes que permitan un sondeo
de los coeficientes del pasado hasta llegar a la poca eudaL
No es posible encontrar los materiales que nos permitiran ela
borar la pirmide de edades de la poblacin de Polonia en los
diferentes perodos de la historia milenaria del feudalismo en
este pas.
No est descartado el que los registros parroquiales de una
dicesis cualquiera vayan ms all del siglo xvn o del xvm,
pero esto puede darse slo en un nmero muy reducido y ca
sual de parroquias y no permite adentrarse muy profundamente
323

P i r A m id e d e e d a d es de l a p o b la c i n de l a c iu d a d d e W u r z b u r g

SEGN EL CENSO DEL AO

1701.

Llama la atencin el nmero relativamente pequeo de los


nios, resultante de la gran mortalidad infantil en ese lugar
y de la inmigracin de gentes adultas, aunque tambin es posi
ble que muchos nios no hayan sido empadronados. Tambin es
sorprendente que los habitantes que no conocen su edad con
exactitud la redondean con una cifra que acaba con un cero.
F u e n t e : R . K o r h e r r . Die Wrzburger VolkxzJdhlung von 1701, Congrs Internarional de la population, Pars, 1927, t. 2: Demographie historique, Pars. 1938,
p. 77.

324

en la poca feudal. Suponiendo que lleguemos a conocer el carrcter socio-econmico de la localidad de donde proceden las
fuentes y el perodo al que stas se refieren nadie nos prohbe
pensar que en miles de localidades anlogas de esa misma
poca los coeficientes se configuraron de muy diferente manera
en principio. A condicin, sin embargo, de que dispongamos de
unos datos constantes para un espacio de tiempo relativamente
largo, ya que durante el feudalismo los coeficientes demogr
ficos, bastante estables en las largas series de tiempo, a corta
escala, de ao a ao, oscilan a veces con una amplitud asom
brosa y ya que se trata de la vida humana, es tremendo.

%60
P ir Amibe

40

20

20

40

60/o

de edades de l a p o b la c i n de e s t o c o lm o e n e l a o

1950

La parte superior de la pirmide es regular. Enorme descenso


de la cifra de nacimientos en los aos de la gran crisis despus
de lo cual se nota un aumento en los aos de la guerra, sobre
pasado muy poco ya en el quinquenio de la posguerra.
Fuente: William O ls s o n V (Estocolmo),
1960, p. 30

Strucure and Development,

Uppsala

Esta relativa estabilidad de los coeficientes demogrficos er.


la poca feudal en los largos periodos explica por qu no nos
preocupa el hecho de que las investigaciones no puedan remon
tarse muy profundamente en el feudalismo: porque los coefi
cientes demogrficos de su ltimo perodo suelen diferenciarse
muy poco en relacin con los coeficientes de los perodos ms
remotos en esa poca. Es decir: los coeficientes se diferencian
325

mucho ms entre el ao 1960 y el ao 1885 (espacio de 75 aos)


que entre el siglo xvn y el siglo xiv.
2. La bsqueda de m ateriales comparativos con la historia
do otros pases europeos en la poca feudal, en los cuales la
mejor administracin estatal ha proporcionado la creacin de las
fuentes o donde los felices destinos de la historia han hecho
que se conservara abundancia de documentos escritos. Por este
camino las dificultades son mayores ya que incluso la ms per
fecta administracin feudal no se interesaba por ciertas catego
ras de la poblacin como los nios, por lo cual resulta muy
problemtico que aparezcan stos en los registros y los censos.
Como ejemplo, nos podemos rem itir al censo de la poblacin de
Wrzburg en el ao 1701.126 Es el caso que los datos de un pas
como Suecia, donde el censo de la poblacin es quizs el ms
perfecto, no dejan de refrendar nuestro razonamiento.27
3. La bsqueda de los m ateriales comparativos de los pases
actualmente atrasados. Hablando con propiedad, no actualmen
te sino anteriormente. Los cambios demogrficos acontecidos
en el mundo entero y en particular en las naciones atrasadas
han sido en los ltimos quince aos tan profundas y tan vincu
ladas a unos elementos desconocidos en la historia de la huma
nidad empezando por la penicilina y el DDT que todas las
conclusiones retrospectivas son vanas a este respecto. En cam
bio, las deducciones que pudieran hacerse sobre los datos de
estos pases en el perodo de entre las dos guerras mundiales,
seran acertadas en su mayora. Si la India britnica contara
en el ao 1931 entre su poblacin con cerca de un 40o- de nios
hasta los 14 aos de edad,28 esta es una cifra que puede aceptar
se como representativa para las sociedades europeas preindustriales.
Tambin es diferente en las sociedades precapitalistas la pro
porcin de los ancianos con respecto a la poblacin global.2
Antiguamente el porcentaje de los ancianos entre la cifra global
de la poblacin era inferior en mucho al de nuestra poca. Pero
esto no significa que no hubiera gentes muy ancianas. Todo lo
contrario. La duracin media de la vida hum ana probable de un
recin nacido es en tales pases muy baja, pero las medias de
la duracin de la vida humana aumentan con una rapidez rela
tiva tan pronto como se pasa a los dems grupos de edades, y
en las edades medias, suelen ser bastante elevadas.
De los peligros que se cernan sobre la vida del recin naci
do, del nio o del adolescente salieron triunfantes slo los or
ganismos ms poderosos, inmunizndose en el curso de la lucha
contra los diferentes contagios y epidemias. No es casual que en
la India, en donde la media de la duracin de la vida humana no
alcanzaba los 30 aos, los turistas europeos se asom braran ante
el gran nmero de venerables ancianos.
326

La pirmide de edades en las sociedades precapitalistas se


diferencia por ltimo de las pirmides, por ejemplo, de la Europa
Occidental a finales del siglo xix y comienzos del siglo xx, en
que en ella destacan ms acusadamente las quebraduras de las
lneas laterales. Las frecuentes epidemias, el hambre, las des
trucciones de la guerra provocan mellas de modo especial entre
las quintas ms jvenes. Estas brechas van progresando ao tras
ao hacia la cspide de la pirmide, una vez llegadas a la edad
de la plenitud genital ocasionan nuevos deterioros aunque no
tan pronunciados, disminuye el nmero de los recin nacidos,
etc. como ocurre a finales del siglo xix y comienzos del siglo xx.
La pirmide de edades de los actuales pases europeos en las
cuales se dejan sentir los nefastos efectos de las dos guerras
mundiales y de la gran crisis de los aos 1929-1932, no nos hace
acreedores, por desgracia, de vanagloriamos en comparacin con
la situacin que imperaba bajo el feudalismo. La uniformidad
de los salientes de la pirmide de edades atestigua la estabiliza
cin de las condiciones de vida social: la sociedad que tiene
unos salientes llenos de brechas no es una sociedad feliz.
Por ltimo, la pirmide de edades demuestra la proporcin
cuantitativa entre los dos sexos en los diferentes grupos de edad.
El fenmeno general de una cierta superioridad en el nmero
de mujeres en relacin con los hombres es universalmente co
nocido, pero que a menudo los laicos entienden al revs. Se
olvida que la relacin cuantitativa de los sexos se halla confi
gurada muy diversamente en los distintos grupos de edades. Un
fenmeno puramente biolgico es quiz la relacin cuantitativa
de los sexos entre los recin nacidos y que, por el contrario,
destaca por una ligera superioridad de los varones.
El hecho de que el varn recin nacido tiene ante s la pers
pectiva de una duracin media de la vida ms corta, es ya un
fenmeno social,*1 y por lo tanto variable. El ms breve prome
dio de la duracin de la vida del varn, por ejemplo en la pri
mera mitad del siglo xx, es en gran medida la resultante .del
trabajo profesional y de las condiciones antihiginicas, de los
accidentes, del nerviosismo, la tensin fsica, etc. vinculados con
l. Estos factores han actuado con tanta fuerza que equivalen
a los peligros biolgicos a los cuales la m ujer se expone duran
te el parto. No es por azar que de la superioridad cuantitativa
de las mujeres en relacin con los hombres y la duracin media
de la vida mayor en las hembras que en los varones se mani
fieste con una fuerza tanto ms acusada cuanto ms industria
lizado se halla el pas.
Ahora bien, ha sido siempre as? En la poca precapitalista
en que por una parte los peligros del nacimiento de las criatu
ras eran incomparablemente mayores y en que por otra parte
no exista el trabajo industrial de los varones, las relaciones
no podan configurarse de otra manera?32 Es preciso analizarlo.
327

2000 1600 1200 800 400

P ir m id e de edades de l a

400 800 1200 1600 2000

p o b la c i n f r a n c e s a e n e l a o

1940

Llama la atencin la brecha producida por la disminucin de


los nacimientos en el perodo de la Prim era Guerra Mundial y
en los aos de crisis.
F u e n t e : A . Sauvy, Richesse et Population, Pars 1944, p. 228.

Tampoco est descartado que en el futuro estas relaciones


sufran otra vez un cambio como resultado de los nuevos pro
gresos de la profilaxis de las parturientas, del trabajo profesio
nal generalizado de la m ujer, de los progresos de la higiene y
de la prevencin en el trabajo de los hombres, etc.

LAS IN VE STIG AC IO N ES SO BRE LAS POBLACIONES


EN LAS POCAS PREESTAD STIC AS

Desde que aparecieron los censos demogrficos y las actas


de estado civil, las bsquedas histrico-estadsticas s hallan ba
sadas en el anlisis de estas fuentes, la averiguacin de su auten
ticidad, las estimaciones tendentes a llenar eventualmente sus
lagunas, etc. Pero la aparicin de tales fuentes documentales no
es muy remota.
328

Millares

80-

Millares

68

17

76-79 136

80

163 75-79

70-74 260

305 70-74

Mil

65-69 356

417 65-69

inlt

60-64 449

518 60-64

tiltil
tiltil
tillli
llntlltl
tttiftttlti

55-59 528
50 54 614
45-49 710
40-44 853
35-39 1097

616 55-58
71 : 50-54
813 45-49
976 40-44
1222 35-39

W Hm m m .

30-34 138B

Itlitliiiiitlttiti
iHMiiiiiiiiil
iMiitiiiii

25-29 1641
20-24 1457
15-19 1387

' Wbfl-'a*
1681 25-29

M llH llliif f|

isa-
1356 15-19

111
4. 4 4 4 4 4 4

4 4 4 4 4 4

*,

VVVVVVVVVVVVVVV1

1919 5- 9

0- 4 1890
V

1897

P ir m id e de
1936.

1768

1897

edades de la poblacin polaca e n el ao

1897

y en

el ao

(La lnea negra corresponde al ao 1897.


Una figura = 100.000 personas. Es de
dad casi ideal de la pirmide en el ao 1897
ao 1936 provocadas por la Primera Guerra
1936.)

Las figura* al ao
resaltar la regulari
y dos brechas en el
Mundial y la crisis.

La juventud aspira al trabajo, Varsovia 1938, p. 5.


Este libro, precursor desde todos los puntos, destaca tambin por la bella calidad
de las ideas grficas utilizadas para ilustrar los datos estadsticos.

F u e n t e : Ludwik L a n d a u ,

Para las pocas ms antiguas,*4 disponemos en algunos casos


de unas fuentes de tipo institucional, en particular de carcter
fiscal, pero a veces tambin pueden utilizarse los censos de los
varones aptos para el manejo de las armas, los censos comuna
les, los de los ciudadanos que gozan de los derechos polticos.
329

80

P ir m id e

60

60

80

de edad de la poblacin polaca e n e l ao

1958

n o s is para e l ao

40

20

20

40

y prog

1975.

Las partes rayadas corresponden a la situacin en el ao 1958.


La lnea negra corresponde a las prognosis para el 1975. Las me
llas en la categora de los 40-45 aos de edad significa la dismi
nucin de la cifra de nacimientos durante la Prim era Guerra
Mundial. Las mellas en la categora de los 15-20 aos de edad
representa a los nacidos durante la Segunda Guerra Mundial.
La categora activa en la Prim era Guerra Mundial por encima
de los 65 aos de edad tiene un nmero notablemente infe
rior de hombres que de m ujeres m ientras que la generacin
activa en el periodo de la Segunda Guerra Mundial no presenta
esa oscilacin. Los deterioros en la pirmide seran mucho ms
aparentes si en lugar de la agrupacin convencional segn los
quinquenios se hubiese utilizado una agrupacin histricamente
fundamentada (por ejemplo los que nacieron en los aos 1914
1920, 1929-1933, 1940-1944).
F u e n t e : Anuario Estadstico de 1960, Varsovia GUS, 1960, cuadro de la
pgina 26.

330

etc., documentos todos ellos que, a travs de la utilizacin de


ciertos coeficientes demogrficos, nos permiten pasar al clculo
de la cifra global de la poblacin.
Entre los datos demogrficos escribe A. Sauvy existen
tantas relaciones e interdependencias, que los datos imperfectos
pueden servir a la elaboracin de una magnitud coherente y que
se aproxima mucho a la realidad. *s
Ahora bien, qu hacer cuando faltan tales fuentes?
Entonces est el que pudiramos denominar mtodo sociolgico-evolutivo, el cual consiste en fijar el supuesto de la den
sidad de la poblacin, correspondiente a un nivel dado del de
sarrollo socio-econmico.
Este procedimiento lo elabor en forma precursora Beloch
para sus trabajos en tom o a la cifra de habitantes del mundo
antiguo: la Galia bajo Csar, etc.** De la misma manera, Krzywicki trat de calcular la poblacin de Polonia bajo el reinado
de los primeros Piast.37 En base a este mtodo elabor igualmen
te Urlanis38 su audaz sntesis sobre el crecimiento demogrfico
en Europa.
Este mtodo se halla fundamentado evidentemente en la teo
ra evolucionista y dialctica: evolutiva porque slo puede utili
zarse sobre el principio de la teora de la evolucin concreta y
hasta unilateral de las formas de vida sociales; dialctica ya
que dicha teora se asienta en la interdependencia funcional de
todas las manifestaciones de la vida social en una etapa deter
minada de su desarrollo evolutivo, permitiendo incluso, a ve
ces extraer conclusiones acerca de la densidad de la poblacin,
partiendo de los medios de produccin. De manera que una vez
ms nos volvemos a encontrar con el problema de la compara
bilidad.
Algunos de los principios del mtodo al que acabamos de
aludir son justos. El carcter de las fuerzas productivas deter
mina el espacio imprescindible para la subsistencia de las unida
des consumidoras, y el cual ha de ser considerablemente mayor
para la economa cinegtica que para la agricultura primitiva
ubicada en las parcelas conseguidas con la cremacin del bos
que, ms extenso para la protoagricultura que para la agricultu
ra alternada; el espacio se va reduciendo a medida que el agro
se desarrolla y se pasa al sistema de la rotacin de los cultivos.
Durante todo el tiempo en que los artculos alimenticios funda
mentales no pueden ser objeto de un comercio masivo a largas
distancias, es decir, a lo largo de una fraccin enorme de tiempo
histrico, la produccin de los artculos de consumo facultados
por una tcnica dada, condiciona la cifra de los habitantes que
residen en un espacio determinado. Cuando esta cifra empieza
a rebasar los lmites espaciales, comienzan a actuar los regula
dores maltusianos: el aumento de la mortalidad o la emigra
cin de una parte de la poblacin.
331

As, en lo que se refiere a la enorme cinta cronolgica que


interesa al historiador y especialmente a ese perodo que se
halla casi desprovisto de fuentes autnticas para las bsquedas
demogrfico-histricas, este mtodo es adecuado en principio.
Pero su utilizacin prctica entraa unos riesgos muy consi
derables.
La dificultad principal consiste en que la hipottica densidad
demogrfica establecida por mediacin de los datos sobre el
desarrollo de las fuerzas productivas obliga al investigador que
desea calcular la cifra aproximada de la poblacin del ps a
m ultiplicar aquella magnitud por la superficie territorial. Pero,
cul es la superficie de un pas dado? No el espacio enmarcado
en sus fronteras polticas, ya que en l pueden incluirse los
desiertos y los pantanos, la selva. Y estos espacios a su vez
no deben estar totalm ente inhabitados. La aplicacin correcta
del mtodo exigira, por una parte, la utilizaciri de unos coefi
cientes de la densidad demogrfica diferentes para cada regin,
y por otra parte, un buen conocimiento de la geografa econmica
del pas en una poca determinada, de la configuracin cultural
de cada regin, etc. Esto puede parecer difcil en la prctica y
a veces irrealizable. Pero dado que por regla general los terri
torios m ejor explotados econmicamente suelen ser los que tie
nen mejores fuentes documentales, no es posible extraarse de
que los resultados obtenidos por mediacin de ese mtodo co
rran el riesgo de ser muy exagerados.
Lo peor es que la evolucin de los pases en el ltimo perodo
del feudalismo deja aparecer una dualidad sorprendente. No es
casual que entre los pases as llamados atrasados nos halle
mos en la actualidad ante dos grupos claramente diferenciados:
las naciones con una superpoblacin relativamente fantstica y
los pases despoblados. Naturalmente, el constante mantenimien
to de esta superpoblacin relativa es posible no slo como re
sultado del nivel de vida extremadamente bajo sino tambin
gracias a la intensificacin de la economa agrcola aun cuando
esta intensificacin se realiza a travs de unos aperos relativa
mente anlogos. Ambas posibilidades pueden definirse con un
buen conocimiento de la economa.
Finalmente, no hay que olvidar que en ciertas etapas el p ro
greso econmico se realiza a travs de la dislocacin de las
poblaciones, ms precisamente, de la dislocacin de la pobla
cin en las regiones de viejo asentamiento y la puesta en explo
tacin de otras nuevas, lo que en la prctica origina las difi
cultades a las cuales ya nos hemos referido.
Resumiendo, es posible afirm ar que el que aqu denomina
mos mtodo sociolgico-evolutivo es tanto ms til cuando nos
hemos de referir a unas relaciones muy primitivas, es decir,
a aquellos perodos para los cuales se suele carecer de otras
posibilidades de investigacin. En relacin con los perodos ul
332

teriores, este procedimiento suele fallar con mucha frecuencia


pero en este caso los resultados de las bsquedas pueden ser
confrontados y averiguados a la luz de los materiales documen
tales de otro carcter, aunque stos sean fragmentarios.
Pero tas indagaciones demogrfico-histricas no consisten so
lamente en el clculo de las cifras globales (situacin demogr
fica, dislocacin geogrfica de la poblacin, estructura demogr
fica o social), sino tambin en fijar los coeficientes demogrficos,
que aunque aproximativos y basados en unos documentos frag
mentarios os pueden informar a veces mucho ms ampliamente
sobre una sociedad determinada que las cifras globales.
Para las pocas preestads ticas en las que las actas del re
gistro civil son desconocidas, podemos conseguir dichos coefi
cientes en base a unas fuentes documentales muy reducidas co
mo son, por ejemplo, los registros de algunas parroquias que
se han conservado en buen estado. Esta limitacin no comporta
n in g n riesgo, siempre y cuando conozcamos las caractersticas
socioeconmicas relativas a la regin interesada por el material
de fuentes.
Mucho ms importante que la extensa base geogrfica es la
longitud de los perodos cronolgicos. En las pocas preestadsticas concretamente, bajo el feudalismo en ciertas socie
dades y en un perodo determinado de su desarrollo social, los
coeficientes demogrficos a largo plazo correspondientes a las
diferentes localidades no se diferencian mucho entre s, y sin
embargo suelen variar muchsimo en una sola localidad en un
breve perodo. Nada hay ms arriesgado en las bsquedas de
mogrfico-histricas como el clculo de los coeficientes basados
en una corta poca cronolgica lo que se ha comprobado ms
de una vez en la ciencia y lo han experimentado cientficos de
la talla de un Sissmilch.
Considerando los aos de grandes mortalidades (epidemias,
hambre) como aos anormales, dichos cientficos calcularon los
coeficientes con respecto a los aos que a su juicio podan con
siderarse como normales. Este proceder no resiste la crtica, ya
que los aos de gran mortalidad se repiten con tanta regularidad
que para una poca dada es posible considerarlos como algo
absolutamente normal, como un factor inseparable de la exis
tencia social. Por aadidura, como resultado del alto ndice de
mortalidad que se repite peridicamente en cortos espacios de
tiempo, los coeficientes demogrficos de los aos restantes se
hallan configurados de una forma especfica puesto que du
rante los tiempos de epidemias y de hambre perecieron los indi
viduos fsicamente ms dbiles, que se redujo la cifra de los
nacimientos, aument la mortalidad de los recin nacidos, etc.
As, no existe ningn procedimiento ms apropiado que el
de analizar los largos perodos, los cuales comprenden en unas
proporciones reales los aos normales y anormales, es decir:
333

los aos en que la mortalidad se sita por encima o por debajo


de la media.39
Para las investigaciones demogrficas ha sido elaborada toda
una serie de inestimables, interesantes y autnticas medidas que
permiten percatarse de los rasgos fundamentales de una estruc
tura demogrfica determinada. La proyeccin de cada uno de
los resultados obtenidos a la escala de nuestros conocimientos
generales sobre la evolucin demogrfica de la hum anidad nos
perm ite comprender el lugar ocupado por una sociedad deter
minada en el mbito del desarrollo evolutivo. En las indagacio
nes histricas, la tarea consiste en seleccionar aquellas medidas
cuya aplicacin.perm ite la elaboracin de unas aproximaciones
representativas,40 teniendo en cuenta los m ateriales documen
tales.
El mtodo de reconstruccin de las familias es el ms per
fecto elaborado para las bsquedas demogrficas, el nico que
sobre la base de los registros parroquiales es susceptible de dar
resultados realmente autnticos, y el cual se asienta en un pro
cedimiento en dos etapas. En la prim era se anotan todos los
matrimonios existentes en una parroquia dada en un perodo de
tiempo dado y en una segunda fase se anotan en actas sucesi
vas todos los acontecimientos demogrficos que han concurrido
en el seno de cada familia. Pero este procedimiento, el ms per
fecto en su gnero, requiere una labor extraordinariam ente lar
ga: la sola anotacin de los datos necesarios al anlisis del re
gistro de una parroquia de unos mil habitantes precisa varios
meses de trabajo. Adems, el examen de los datos recogidos
con este mtodo necesita la ayuda de mquinas estadsticas.
Sin embargo, los sondeos efectuados ltim am ente sugieren
que con la utilizacin de unos mtodos muy simplificados y te
ricamente primitivos se obtienen resultados muy aproximados.
As, sin hacer ninguna crtica de la perfeccin del procedimiento
de reconstruccin de las familias merece la pena considerar
el problema desde el punto de vista de la economa del esfuer
zo investigador.
.
Con el mtodo de reconstruccin de las familias se ha po
dido obtener, por ejemplo, el coeficiente 4,85 para el nmero de
hijos en el matrimonio m ientras que para el coeficiente ms
aproximado de nacimientos en relacin con el nmero de matrimonos se obtuvo el 5,04.41 Segn el mismo mtodo de recons
truccin de las familias la m ortalidad de los recin nacidos
hasta un ao de edad en una parroquia determinada (Auneuil) es equivalente al 28,8%, m ientras que el clculo aproximado
segn el registro parroquial dio un resultado de un 27,3%. De
la misma manera, el porcentaje de los recin nacidos que vivieron
ms de 20 aos, segn el procedimiento abreviado dio un re
sultado de un 50,7% en lugar de un 48,9% 42 Es posible sealar,
sin embargo, que el mtodo perfecto llevaba siempre unos re
334

sultados muy pesimistas, es decir, que mostraba a la perfeccin


las deplorables relaciones demogrficas del perodo investigado.
Suponiendo que los anlisis ulteriores hubiesen confirmado la
insignificancia de la diferencia existente entre los resultados
conseguidos por ambos mtodos y si, por aadidura, se confir
m ara la constancia del sentido de desviacin, habra de preva
lecer el criterio que aconsejara una economa tan grande de
trabajo. An falta continuar las pruebas, especialmente con res
pecto a las distintas sociedades en las cuales el diferente ca
rcter de las instituciones pudieron provocar el surgimiento de
linas fuentes documentales distintas de los registros parroquiales.
Sin menospreciar los excelentes mtodos actuales no podemos
dejar de ad m irar la grandeza de los sabios de la Ilustracin
y de destacar el hecho de que Moheau, Lavoisier o Duvillard*3
obtuvieron unos resultados ms o menos equivalentes utilizando
unos procedimientos mucho ms simples.

EL ESTADO DE LAS INVESTIGACIONES.


PESIM ISM O Y OPTIMISMO COGNOSCITIVO

Las bsquedas demogrfico-histricas realizadas hasta ahora


han dado origen a numerosas reflexiones matizadas de escepti
cismo referentes a la gran disparidad de las estimaciones que
hayan podido conseguirse. Cuanto ms alejado de las cifras
se halla, el historiador aspira con un mayor afn a la obtencin
de unos datos exactos, precisos, especficos y autnticos, olvi
dndose que muy a menudo l mismo se permite la libertad de
fijar con respecto a los documentos no datados los trminos
post quem y ante quem, o sea, los marcos en los cuales se
sita la fecha buscada. El estadista habituado al actual grado
de exactitud descalifica los datos inexactos, olvidndose de que
su colega que est investigando a los pases atrasados suele
obtener un grado de exactitud ms o menos parecido al que
se obtiene en las investigaciones histricas. Lo peor es que la
disparidad de las estimaciones demogrfico-histricas abre un
campo muy extenso para elaborar discrecin las teoras ms
heterogneas, y de las cuales hablaremos ms adelante. As por
ejemplo, all donde un autor (Bouthoul) percibi diez olas
demogrficas, otro (Abel) descubri solamente cinco, lo cual
significa incuestionablemente que uno de los dos debi ver un
aumento all donde el segundo advirti una disminucin y vice
versa.
Concretamente: suponiendo que la estimacin de la pobla
cin de la Galia romana oscile entre 4 y 48 millones de habi
tantes,44 suponiendo que segn las estimaciones de Urlanis en
1940 existan 23 estimaciones en torno a la poblacin de Ingla335

trra sobre la base del Domesday Book, cuyos resultados oscilan


en una escala de 1,2 a 2.5 millones de habitantes4 y 13 valoracio
nes sobre la misma poblacin, basadas todas ellas en la poli
tax cuyos resultados fluctan ya en una escala menor pero que
sin embargo va de 2.350.000 a 3.070.000 de habitantes,4* es claro
que sobre la base de los trabajos existentes es posible perca
tarse sin esfuerzo de que en la historia de Inglaterra hubo un
gran crecimiento demogrfico entre 1081 y 1377 (de 1.200.000 a
3.070.000) y tambin un cierto descenso (de 2.500.000 a 2.350.000).47
Este mismo caso se suele repetir en las bsquedas demogrfico-estadsticas, hallndose sus consecuencias acrecentadas por
el hecho de que las lagunas resultantes de la im portante falta
de fuentes documentales pueden ser y hasta deben ser interpre
tadas por el investigador sobre la base de la impresin gene
ral que le producen los documentos descriptivos o en el m ejor
de los casos unos m ateriales ms fragmentarios an. Esto ocu
rre con el caso de la Inglaterra medieval, en que las diferencias
de opiniones en torno a la interpretacin de las fuentes docu
mentales del ao 1377 perm ite una gran libertad respecto a la
estimacin de los resultados demogrficos de la Peste negra
a mediados del siglo xiv.
Esta disparidad en las estimaciones demogrficas no es ni
mucho menos una peculiaridad de la historia del Medievo. En
la Francia del siglo x v i i , Urlanis enum era 24 estimaciones que
oscilan de los 18,1 a los 28,9 millones,'* lo cual, como es evi
dente, abre un campo muy extenso a las interpretaciones que
ms se adaptan a sus construcciones generales, tan apriorsticas
en la mayora de los casos. Pero la disparidad de las estimacio
nes mencionadas, y que a menudo es utilizada como argumento
contra la demografa histrica, no es tan grande como pudiera
aparecer en la lectura de estos ejemplos.
En una discusin seria deberan eliminarse aquellas estima
ciones que han sido anuladas por las ltim as crticas cientficas,
reducindose as considerablemente el campo de los problemas
litigiosos. El esgrimir en la actualidad las estimaciones de la
poblacin de las Galias de los 4 a los 48 millones de almas
como argumento en contra de las investigaciones demogrficohistricas no es sino pura demagogia.
Dado que las estimaciones nacionales son litigiosas, tanto
ms han de serlo las estimaciones relativas a toda Europa, las
cuales constituyen la suma de las primeras. Cuando, para el pe
rodo del 1500-1700, Schmoller supona que el aumento de la po
blacin europea, al pasar de 60-80 millones -de habitantes a 110
millones, era aproximadamente de un 50%,49 una autoridad en
esta materia, R. R. Kuczynski, escriba: No hay base alguna
para adelantar que en el ao 1700 la poblacin fuera mayor
que en el ao 1600 ni que en el ao 1600 fuera muy superior a la
de 1300.^ La verdad est entre esos dos extremos.
336

En una obra que efecta el balance de las adquisiciones de


la ciencia hasta aquella fecha y en la cual utiliza los malcra
les ms diversos que se hallan a su disposicin, Urlanis
a elaborar un cuadro relativamente extenso en la historia de la
continuidad del proceso de aumento de la poblacin, aumento
que al principio fue muy insignificante pero cuyo ritmo va
acelerndose con el discurso del tiempo.sl Segn Urlanis, el
nmero de habitantes de Europa deba ascender en el ao 1300
a 78,7 millones, en el ao 1500 a 90,7 millones, en el ao 1600
a 105,6 millones y en el ao 1700 a 119,1 millones,52 lo cual
significara, por tanto, para el perodo al que Schmoiler alude,
vlq aumento del 30% de la poblacin en lugar de un 50%.
Ahora bien, no deja de ser un hecho que en lo que se refiere
al problema ms esencial, la disparidad de opiniones no deja
de ser alarmante. Conocemos bastante los pormenores esencia
les pero im* logramos ponernos de acuerdo ni siquiera sobre
las lneas mas generales
desarrollo en los cambios demogr
ficos de nuestro continente en una poca relativamente no tan
alejada.'*3
En tal situacin no es sorprendente or las palabras de las
cuales slo mencionamos las ms caractersticas de un extre
mado pesimismo y de desconfianza hacia la demografa histrica
y las posibilidades que sta tiene de conseguir unos resultados
autnticos. Lo ms curioso es que tales crticas tienen las ms
diversas procedencias: de los economistas y de los estadistas
acostumbrados a apoyar sus razonamientos en los materiales
ms autnticos y tambin de los historiadores que desconfan
de todas las generalizaciones y de todos los mtodos estimatorios.
Nos referiremos, para empezar, a la postura pesimista de
Paul Mombert, quien pona en duda la posibilidad de apoyarse
en ios antiguos censos de la poblacin.54 Naturalmente estos
censos no suelen ser completos, pero ello no es ningn secreto
para quienes los organizaban. John Richman, que asumi la res
ponsabilidad del prim er padrn de la poblacin en Inglaterra,55
al igual que J. G. Hoffman en Prusia,56 se daban bastante cuenta
de este problema. Por lo dems, Henryk Grossmann estableci
de una forma convincente que el censo de la poblacin del
Principado de Varsovia en el ao 1810 no abarc el 8,5% apro
ximadamente de los habitantes, mientras que el empadronamien
to anterior, realizado en el ao 1808, dej fuera del mismo al
22%, ms o menos, de las alma s
De lo que resulta que: a) es preferible tener una cifra err
nea hasta en un 15% que ninguna, y b) tanto ms por cuanto
en la mayora de los casos es posible establecer la magnitud
del error.
Es justa la tesis fundamental de un demgrafo tan experi
mentado como lo fue Paul Mombert: no deja de ser limitado.
hci

100.

22

337

como es natural, el valor de los antiguos censos de la poblacin,


al igual que el de todas las fuentes histricas en general. Pero
es preciso recordar que una critica demasiado unilateral de las
fuentes puede llevar a olvidarse de sus valores positivos y a no
captar lo que un documento determinado nos pudiera ensear.
Acaso Henri Se haya cado en este riesgo cuando, en un
estudio cuyo ttulo es muy expresivo, llega en principio a con
testar negativamente a la pregunta de si es posible calcular
la cifra de la poblacin en la Francia antigua. Naturalmente,
no se puede despreciar el valor de las observaciones crticas con
tenidas en el trabajo del conocido erudito. Son justas sus obser
vaciones en cuanto a que no es posible extraer conclusiones so
bre la densidad media de la poblacin del pas basndose en
la densidad de los habitantes de una abada muy im portante
en el orden econmico. Tambin son justas sus observaciones
sobre todo en cuanto a los m ateriales polacos se refieren
respecto a que los datos sobre el nm ero de fuegos o de habi
tantes se inscriben de ao en ao en los registros adm inistra
tivos, y solamente sirven de base convencional para establecer
la m agnitud de los impuestos. Ahora bien, qu conclusiones
deben extraerse de tales consideraciones crticas? Se debe en
tenderlas como un llam am iento a la prudencia, a la crtica de
las fuentes y a una serie de correcciones particulares o bien como
una renuncia a nuestras posibilidades cognoscitivas? Esta lti
ma constituye indudablemente la salida ms fcil y segura para
el historiador, pero no la ms adecuada ni provechosa para la
ciencia. Aqu, tiene plena aplicacin el consejo de M. Bloch,
segn el cual se puede apelar de una estadstica demasiado
elemental a una estadstica m ejor comprendida.
Ante las fantsticas diferencias de los resultados obtenidos
por los distintos investigadores, las num erosas crticas sobre el
valor de las fuentes y de los mtodos, no puede extraarse de
que M. Reinhardt, autor de una ambiciosa historia de la pobla
cin mundial desde el ao 1700 hasta nuestros das, considere
que en general no existe una historia de la poblacin. Enten
demos a este respecto un estudio histrico de los fenmenos
demogrficos; histrico en sus mtodos e histrico asimismo
por el afn de un esclarecimiento comn de los fenmenos his
tricos y demogrficos.60 Una autoridad en la m ateria como
lo es R. R. Kuczynski pudo form ular en un trabajo sinttico
el balance de la demografa histrica con estas palabras: Nada
sabemos en concreto acerca de los cambios que se hayan po
dido producir en la poblacin de Europa antes del siglo x v i i i .>
Segn R. R. Kuczynski, podemos afirm ar que conocemos la
poblacin de un pas dado en un momento determinado, cuando
la escala de los errores probables no rebasa un 10% de ms o de
menos.62 Muy pocos son los estadistas historiadores que pueden
cum plir con ese criterio. Ms an, incluso el conocimiento del
338

lual nmero de habitantes de algunos de los pases llamados


atrasados comprende ms de un 10% de error.
Sin embargo, al parecer el criterio formal de un 10% no
resiste la crtica. En prim er lugar, suponiendo que el sistema
que rige en nuestra civilizacin no fuese el decimal, sino que
estuviese basado en 1a cifra 8 o la cifra 15 (y su posibilidad ya
la ha demostrado Leibniz), Kuczynski adm itira que el 8% o el
15% constituyen el lmite convencional del error admisible. No
se trata, por tanto, de una convencin discrecional?
Pero hay dudas ms serias. La ciencia no deja de progresar
con cada aumento de nuestros conocimientos concretos sobre
los temas que nos interesan. As, suponiendo que no sepamos
absolutamente nada acerca del nmero de habitantes de un
determinado pas y que seguidamente consigamos estim ar su po
blacin en x millones, sentando al mismo tiempo que el error
probable puede alcanzar el 25%, esta comprobacin no deja
de ser un logro cientfico, tanto ms importante en la medida
en que consigamos establecer los lmites superior e inferior
entre los cuales ha de enmarcarse la magnitud buscada, a pesar
de que la diferencia entre los mencionados lmites fuera supe
rior al 10%.
Rechazando, pues, el criterio formal de Kuczynski podemos
aseveramos hasta qu punto la ciencia actual tiene ya un cono
cimiento de la historia de la dinmica de la poblacin de nues
tro planeta, de sus continentes o pases.
Hace treinta aos que W. F. Willcox sum las ms diversas
estimaciones locales, estableciendo la cifra de habitantes del
mundo y de sus cinco continentes en los aos 1650, 1750, 1800,
1850 y 1900.M Esta estimacin fue acogida con una aprobacin
bastante general. Pero creemos que an no ha sido corregida
a la luz de las adquisiciones de la nueva literatura que no dej
de publicarse desde la aparicin de la obra de W illcox.64
El continente europeo es indudablemente el que est mejor .
elaborado desde el punto de vista demogrfico. El enorme, ba
gaje cientfico que en este sentido exista hasta la Segunda Gue
rra Mundial ha sido objeto, de una labor bibliogrfica y de com
pilacin por parte del estadista sovitivo Urlanis. Desde en
tonces han aparecido adems una serie de concepciones sintticointerpretativas.66
Asimismo progresan los trabajos que propenden a llenar las
lagunas cronolgicas, con lo que ello significa como orientacin
acerca de los fenmenos demogrficos de unos perodos que hasta
la fecha no haban podido ser investigados con la exactitud
debida.
Destacan, sobre todo, los progresos de la ciencia con respec
to a las bsquedas demogrfico-histricas relativas a los dife
rentes pases. Estas investigaciones' tienen utfa larga ejecutoria.
Como el promotor de las mismas puede considerarse a John
339

Rickman, artfice de los primeros censos de la poblacin in


glesa. Rickman elabor las prim eras estimaciones del nmero
ci habitantes de Inglaterra y de Gales desde el ao 1570 sobre
la base de los registros parroquiales, hasta llegar al prim er censo
del ao 1801 y de una form a que, al mismo tiempo que garanti
zaba las comparaciones,6 slo comportaba un reducido margen
de errores que la ciencia actual evala en un 3/o.6
Desde aquel perodo, la mayora de los pases de Europa han
conseguido elaborar sus sntesis demogrfico-histricas. Algunas
de ellas no responden a las exigencias de la ciencia, bien por
ser demasiado viejas, o bien por adolecer de las posturas anti
cientficas, racistas, que tan sencillas son para la demografa.71
Algunas de estas sntesis presentan imas cifras muy seguras co
mo resultado del valor de los materiales documentales que se
han conservado a travs de los siglos;72 conformndose otras
con unos datos muy aproximativos. De todas formas el bagaje
cientfico es considerable a este respecto.73
En los ltimos aos se pudo observar un incrementado inte
rs por la demografa histrica en la Unin Sovitica. En un
artculo programtico, W. K. Jacunski seala que en este terre
no se comprueba cierto abandono.74 No obstante, ya son visibles
los prim eros resultados de las nuevas investigaciones bajo la
forma de trabajos,75 de libios7* y de artculos documentales,77
as como tambin de publicacin de las fuentes.7
Finalmente, la demografa histrica puede regocijarse con los
logros que, en los ltimos aos, representan las investigaciones
en tom o a la poblacin de las grandes potencias de Oriente:
China,7 el Japn8 y la India,1 las cuales constituyeron en todas
las pocas de la historia una parte enorme de la humanidad.
La gran cultura social y cientfica de estas sociedades en los
siglos pasados hizo posible ms de una vez el surgimiento de
inapreciables fuentes, las cuales son analizadas en la actualidad
con los mtodos m s modernos.
En el perodo de la posguerra se advierte tambin el claro
aum ento del inters de los demgrafos para con la demografa
histrica.2 La utilizacin de las fuentes masivas como son los
registros parroquiales, ha convencido a los demgrafos de que es
posible que nuestros conocimientos acerca de la poblacin en
el pasado no desmerezcan en nada en comparacin con nuestros
conocimientos sobre la demografa actual. Contrariamente a
lo que creen algunos, la demografa del siglo xvm no ser la
pariente pobre que slo puede aspirar a unos resultados muy
inseguros.3 Esta confianza se halla basada sin embargo en la
fe en una categora dada de fuentes y en unos mtodos bien
determinados. Slo los registros parroquiales que se han con
servado en una gran parte de las parroquias representativas des
de el punto de vista geogrfico y de la aglomeracin de la
poblacin pueden satisfacer a los investigadores, ya que en este
340

caso pueden utilizar los mtodos clsicos de sorteo. Por esta


razn, al citado autor considera que estn condenados al fracaso
todos los intentos de indagaciones demogrficas que rebasen el
perodo en el que dichas fuentes empiezan a conservarse, as.
para Francia no ms all del ao 1670, y para ciertas ciudades
italianas es posible se pueda llegar hasta la m itad del siglo xvi 4
De todas formas es evidente que no habr que rem ontarse en el
pasado ms lejos del Concilio de Trento, teniendo en cuenta
sus resoluciones con respecto a los libros parroquiales.
Estas limitaciones histricas, acaso justificadas desde el punto
de vista de las necesidades mismas de la ciencia demogrfica,
no pueden ser aceptadas, no obstante, por los historiadores,*5
los cuales no pueden renunciar en ninguna poca a las orienta
ciones de los fenmenos demogrficos y deben luchar por con
seguir tales orientaciones, incluso si stas slo pueden ser a p ro
ximativas.

LAS DIFICULTADES DE LA INVESTIG ACIN

La demografa histrica, especialmente en cuanto respecta a


las concepciones cuantitativas, ha de tropezar por naturaleza con
todas las dificultades que resultan de los mtodos estadsticos
a la vez que de las dificultades propias a la elaboracin del ma
terial histrico.86
La principal dificultad en este caso es el carcter institucio
nal de las fuentes histricas heredadas del pasado; por regla
general, sabemos mucho menos de lo que necesitaramos saber
para realizar una verdadera crtica de las fuentes en relacin
con las circunstancias de su aparicin, sus finalidades prcticas
y los mtodos utilizados, etc. Por aadidura, el material conte
nido en la fuente se suele hallar conceptuado con unas catego
ras que no responden a nuestras categoras analticas. Simn
Kuznets se refiere muy acertadamente a este problema al afir
m ar que la tarea de convertir las categoras ofrecidas por las
fuentes a las categoras analticamente tiles representa la tarea
ms trascendental y que ms tiempo absorbe al investigador.87
Por otra parte, cuando el investigador de los problemas contem
porneos que opera con ese gnero de materiales tropieza con
importantes dudas en cuanto a la interpretacin de los datos,
por regia general puede recurrir ampliamente a las indagacio
nes complementarias, aclaratorias, que le permiten averiguar el
grado de oscilacin de los datos, etc. Todos estos medios le
estn vedados al investigador del pasado. As, ste se ve expues
to a toda una serie de deformaciones no casuales de los re
sultados.
El primer factor en provocar tales deformaciones suele ser
341

a menudo el riesgo de que los datos demogrficos obtenidos


acerca del pasado son demasiado bajos. Este peligro puede re
sultar tanto de la ineficiencia de la administracin cuya activi
dad se halla reflejada en las fuentes analizadas por nosotros,
como puede ser tambin el resultado del carcter fiscal de mu
chos de estos materiales: puede darse, por ejemplo, el caso de
que algunas gentes no se hayan registrado para no pagar los
impuestos; por otra parte tam bin hay que tener en cuenta con
que a lo largo de los muchos siglos de la poca precapitalista
toda una categora de gentes vivan, en cierta manera, al margen
de la poblacin: mendigos, ciegos y mutilados, vendedores am
bulantes, frailes y toda clase de vagabundos, etc., los cuales se
hallaban excluidos del registro y que de hecho no estaban supe
ditados a ninguna administracin. Estas tres causas y no slo
ellas son las que suelen m otivar el riesgo de obtener unos
resultados demasiado bajos.
No menos frecuente, aun cuando sea menos im portante para
el investigador precavido, suele ser el riesgo contrario: el de
conseguir unos resultados demasiado elevados. Los casos en que
los investigadores de los problemas demogrfico-histricos de los
diferentes pases y pocas obtuvieron unos resultados increble
mente exagerados son extraordinariam ente numerosos. Los m o
tivos de esta deformacin de los resultados son numerosos.
En prim er lugar, citarem os el estado de espritu de ciertos in
vestigadores que a menudo no llegan a adm itir o les cuesta
mucho trabajo aceptar, que la gran poca tan adm irada por
ellos, fuera obra de unas sociedades relativamente poco nume
rosas. La leyenda segn la cual la gran m agnitud de la poblacin
es el resultado y el reflejo del esplendor de la poca, en realidad
sigue viviendo ms de lo que era posible esperar, y su existencia
pstuma, solapada, es tanto ms peligrosa para la ciencia. Pese
a que David Hume deshizo ya la leyenda sobre las grandes p o
blaciones del Mundo Antiguo y la gradual disminucin de los
pueblos en las pocas siguientes, ms de un investigador se
inclina a confiar en las estimaciones de entonces tantas veces
exageradas o a escoger el mayor nm ero posible de variantes
interpretativas en relacin con las fuentes de otro tipo.88 Pero
cada turista que visita las ruinas del Foro Romano se suele
asom brar ante su estrechez tan desproporcionada con la leyen
da: ;no deba ser muy grande la m ultitud a la que Marco An
tonio ense el cadver de Julio Csar!
Independientemente de estas razones sentimentales, aqu en
tran en juego otros motivos reales. En prim er lugar, es un
hecho que las fuentes sobre las cuales nos apoyamos, por regla
son incompletas y se refieren generalmente a unos territorios
escogidos y a unos perodos espordicos territorios muy des
tacados bajo muchos aspectos y a pocas en la mayora de los
casos florecientes.
342

Las cifras acerca de la poblacin de Francia extradas a base


de la densidad de la poblacin de un convento de los alrededo
res de Pars muy destacado econmicamente, cifras criticadas
por Se, aunque no sean tan extremadas, no son raras en la
literatura cientfica. De igual m anera puede decirse que casi
todas las grandes fuentes histricas, importantes para las bs
quedas demogrfico-histricas proceden de unas pocas felices,
tiempos de desarrollo econmico y cultural, mientras que la des
organizacin de todos los resortes de la administracin pblica,
provocada por las grandes plagas de la naturaleza y las guerras
destructoras no poda propiciar el surgimiento de tales fuentes
e incluso impeda su aparicin.
En los ltimos aos tambin es posible que haya aumentado
el inters cientfico por los problemas de las plagas elementa
les y las destrucciones guerreras en los tiempos antiguos y su
papel en el desarrollo socio-econmico. No obstante, es carac
terstico que los resultados de estas bsquedas se encaminaran
con demasiada frecuencia en el sentido de exagerar la signifi
cacin concreta de las diferentes plagas elementales y sus con
secuencias demogrficas0 a travs de la subestimacin de los
cataclismos naturales como uno de los coeficientes normales
y casi constantes en el desarrollo social de la poca precapita
lista.1 Por lo dems, no deja de suceder lo mismo en relacin
con las guerras en la era del capitalismo y especialmente del
imperialismo.92 A los investigadores les resulta difcil mante
nerse en equilibrio entre la subestimacin y la exageracin de
estos fenmenos.
La tercera causa que motiva los errores no casuales en los
resultados de las investigaciones demogrfico-histricas, es la
dificultad especfica vinculada a la utilizacin del mtodo de
estimacin en el pasado. Es decir, que el mtodo estimativo
debemos utilizarlo casi siempre en las investigaciones histricas,
ya que gracias a ello podemos pasar precisamente de las cate
goras institucionales halladas en las fuentes, tales comov las
cifras de los registros fiscales y de los reemplazos militares, el
nmero de familias, el nmero de fuegos, el nmero de ls ha
bitantes en estado de recibir los sacramentos, el nmero de los
bautizos, etc. a las cifras de la poblacin. Pero esto solamente
puede realizarse despus de la elaboracin de los correspon
dientes coeficientes. Naturalmente en la medida de lo posible,
nos esforzamos por conseguir dichos coeficientes en las pocas
ms cercanas. Y en este punto empieza toda la dificultad no
siempre consciente aunque casi siempre evidente, ya que es el
caso que en tanto que los cambios de la poblacin global de
las diversas unidades (localidades, regiones, pases) en los siglos
xix y xx son relativamente rpidos y con una clara orientacin
en su lnea, los coeficientes demogrficos de esa poca varan re
lativamente despacio. En cambio, a lo largo de toda la poca
343

feudal en toda la acepcin del trmino la cifra general de


la poblacin de las distintas unidades vara muy lentamente
durante un tiempo muy dilatado, los cambios de la orientacin
de los coeficientes demogrficos son asimismo insignificantes en
un largo perodo cronolgico, m ientras que las oscilaciones en
el estado de la poblacin al igual que las fluctuaciones de los
coeficientes demogrficos son enormes durante los cortos pero
dos, al producirse de ao en ao, de lustro en lustro.
El coeficiente de las defunciones, el de nacimientos y de casa
mientos, el nmero de personas por familia, etc., todas estas
magnitudes sufren bajo el sistema precapitalista frecuentes y
grandes desviaciones en relacin con la lnea principal de los
ndices medios.
Si tomamos ahora en consideracin el ya aludido hecho, segn
el cual las fuentes documentales que se han conservado proce
den ms bien de los territorios ms importantes, de los perodos
florecientes, de las clases privilegiadas, etc.,*4 es evidente que
la utilizacin de los coeficientes basados en tales m ateriales
ha de desembocar en unas conclusiones errneas y en unos re
sultados generales bastante exagerados.
Tales creemos que son los motivos principales que ocasio
nan los errores no casuales en las bsquedas demogrfico-hist
ricas. La conjuncin casual de una u otra desviacin puede dar
como resultado un cuadro de incrementos, de cadas y de ciclos
fantsticos en los cuales slo puede extraviarse el investigador
que no tuviera en cuenta la integracin de todos los fenmenos
demogrficos analizados por l en el conjunto terico del desa
rrollo socio-econmico.

LAS TEO RIAS CCLICAS Y SU CRTICA

Sin embargo, todo depende de cual sea la teora, ya que es el


caso que principalmente en la demografa hace mucho tiempo
que aparecen numerosas teoras no cientficas y ello con mucha
ms frecuencia acaso que en las dems disciplinas de la inves
tigacin social. Tales hiptesis llegan a penetrar a veces cons
ciente o incosciente hasta en los trabajos de los ms prestigiosos
investigadores.
Citaremos algunas de las tentativas ms caractersticas rela
cionadas con la teora del desarrollo cclico de la poblacin. Ve
remos concretamente de qu m anera los sucesores atrasados
de Malthus se afanan por buscar alguna norma demogrfica
universalmente aplicable al margen de la historia.
Expondremos en prim er lugar la prueba ms sencilla presen
tada por Gastn Bouthoul en el Congreso Internacional de la
Poblacin celebrado en Pars en el ao 1937.9S La tesis de Bou344

thoul no es ni ms ni menos que la afirmacin de que tanto en


Francia como en toda Europa existen las olas de alzas y ba
jas de una duracin de un siglo aproximadamente. Con respecto
a Francia, Bouthoul basa su razonamiento presentando los datos
acerca de la poblacin de ese pas a travs del cuadro general
de su historia y caracterizando a las diferentes pocas como fe
lices o desgraciadas; as aparece que tras el venturoso si
glo x m , sigue el siglo de la Guerra de Cien aos y luego, con
unos intervalos de un siglo ms o menos, se producen las Gue
rras de Religin, el ltimo perodo de las Guerras de Luis XIV
y las Guerras napolenicas, y finalmente, la Primera Guerra
Mundial.96 Dejando de lado las pequeas inexactitudes, segn
este cuadro nos encontramos ante dos fenmenos distintos: en
el prim er perodo tenemos una ola de incremento y una ola
de descenso de una duracin casi idntica mientras que en el
ltimo perodo nos hallamos ante un aumento entrecortado por
breves y violentas cadas lo cual Bouthoul no advierte. Pero
no deja de ser ms importante el otro aspecto del problema.
Pues el propio Bouthoul afirma que dichas oscilaciones cuya
regularidad constituye la tesis de su obra todas son consecuti
vas a las guerras civiles o extranjeras97 Por aadidura, el autor
afirma despus que tales regularidades existen igualmente en re
lacin con Europa en su conjunto 98 pero esta vez al no disponer
de unos datos autnticos sobre el nmero de habitantes de este
continente en los diferentes perodos, se limita sencillamente a
la comprobacin de que las grandes guerras se produjeron en
pases europeos cada cien aos aproximadamente. A continua
cin se ratifica en observar este mismo ritm o de cien aos en
las guerras de la historia de Inglaterra, e incluso, lo cual es an
ms curioso, en la historia de la Grecia antigua.99
De manera que Bouthoul viene a sugerirnos que las guerras
destructoras acontecieron siempre y en todos los lugares ms
o menos con un intervalo de un siglo, lo que al mismo tiempo
presupone que el motivo de tales guerras pudo haber sido muy
bien el exceso de poblacin resultante de las pocas felices
y que su funcin objetiva tena que consistir en la liquidacin
de ese exceso de poblacin devolviendo el equilibrio a la so
ciedad. Es interesante saber que Bouthoul reconoce abierta
mente que lleg a esta su concepcin bajo el influjo de la
"teora ae' ios cifcios ecoriomicos' por ankiogia. pero sbore qe
principio se asienta esta analoga?), y especialmente de la teora
de los ciclos de larga duracin tan de moda en Francia en el
perodo de entre las dos guerras mundiales los cuales deban
ir al menos tan lejos como nuestras informaciones histricas
sobre los ndices de la vida econmica resultantes de las fuentes
documentales.101
Un segundo ejemplo: la teora de Wilhelm Abel.102 Con ese
mismo material, Abel trata de elaborar un cuadro enteramente
345

distinto. A su juicio, tam bin los cambios en la poblacin de


Europa se efectan cclicamente pero -l aprecia unos cambios
bastante ms reducidos. Partiendo del ao 1.000, Abel distingue
el perodo I con un gran aumento en los aos 1.000-1.300; el pe
rodo II con un descenso de la poblacin en los aos 1.300-1.480;
el perodo III con un nuevo aumento en los aos 1.480-1.650; el
perodo IV con un nuevo bajn en los aos 1.650-1.750 despus
de lo cual empieza una nueva poca de incremento.
Como tercer ejemplo, podemos exponer la teora de Raymond
Pearl,103 algo enmendada ms tarde por D. O. Cowgill.1* Pearl
llega al problem a del crecimiento de la poblacin, plantendose
la pregunta: Cmo crecen las c o s a s ? , ws y tras efectuar una
serie de anlisis ejem plicadores examina de un modo particu
lar el aumento de la poblacin experimental o sea la de los
insectos (drosophila m elanogaster ).i<>6 Despus vuelve a centrar
su atencin en la sociedad humana, analizando a ttulo de ejem
plo la poblacin de los Estados Unidos, la de algunas grandes
ciudades Nueva York, Baltimore, y la de Argelia desde su
conquista por los franceses. En cada caso e independientemente
de si se trata de un organismo natural (cuerpo humano, planta)
o de una comunidad de insectos ( drosophilas) o de una colecti
vidad hum ana presa del torbellino de las grandes corrientes
m igratorias (la poblacin de las grandes ciudades americanas)
de la poblacin de un pas de gran inmigracin (EE UU) o, final
mente, de una comunidad hum ana apartada de los itinerarios
migratorios (la de los nativos argelinos en la poca del imperia
lismo) Pearl obtuvo siempre el cuadro de un desarrollo que
desembocaba en la as llamada curva logstica, o sea, en una
curva cuya escala comienza a descender para ascender lenta
mente a continuacin, despus el ritm o de desarrollo aumenta
y tras haber alcanzado un cierto mximo del ritm o de creci
miento comienza a bajar gradualmente hasta que por fin se
estabiliza a un nuevo nivel.
En su reciente estudio, Cowgill llama justam ente la atencin
sobre el hecho de que incluso al exam inar con esa misma curva
logstica el crecimiento de un objeto abstracto es posible obtener
como resultante de cuatro- variantes diferentes la configuracin
de los cambios en una curva de nacimientos y una de defuncio
nes. Cowgill afirm a que aun cuando la curva logstica de Pearl
fuera justa, no quiere decir que siempre se verifique con ese
mismo mecanismo histrico.107 Puede llegarse en definitiva a
ese mismo resultado terico con cada una de las cuatro va
riantes.
El cuarto ejemplo no tiende a establecer cualquier norma
cclica en las oscilaciones del estado de la poblacin sino que
propende a ir quiz mucho ms lejos: al establecimiento de
la interdependencia entre las grandes transformaciones hist
ricas ( sic ) y los fenmenos demogrficos. Nos referimos a la
346

teora adelantada por Josiah Cox Russell al final de su intere


santsimo estudio: Demographic P a ttem in History.u w Esta hip
tesis se halla conceptuada en la frase siguiente: O/ then, we,
correlate the changes in trend o f population w ith those of the
m ajor turus o f history we fin d that the population changes
occur a century or m ore before the changes in history. Precdence then goes to population change rather to historial changes.1
Dejando aparte el problema caracterstico de la terminologa,
o sea, la diferenciacin de los trminos demographical e historical que al contraponer los cambios demogrfico-histricos sub
rayan por consiguiente el carcter anhistrico de los primeros
mientras que esta contraposicin, podra evitarse utilizando una
terminologa correcta aunque, naturalmente, esta utilizacin
no es ni mucho menos casual llama aqu la atencin la tesis
caracterstica sobre la primaca de los cambios de los elementos
demogrficos en las grandes transformaciones histricas y sobre
el hecho de que esta primaca se manifiesta con bastante regu' riaa en taos' ios lugares con cien anos o aigo m asae atitcipacin.
El quinto y ltimo ejemplo caracterstico es la obra de August
Losch.110 Lsch aplica la teora sobre la primaca de los cambios
Irenrugfireus -a -un pnWrema "cuircrcu. ra rhitiuicun "eumforni
ca.111 Losch aplica la teora sobre la primaca de los cambios
de nacimientos slo a p artir del ao 1630 (tomando Suecia como
ejemplo) pero nicamente como resultado de la falta de mate
riales antiguos suficientes, viendo en ella la causa de los ciclos
coyunturales. Esta conclusin no deja de ser para la justifica
cin del sistema capitalista tan agradable como la proverbial
teora que explica los ciclos coyunturales a travs de las man
chas solares.112
Qu pensar acerca de estas teoras y del estado de las dis
ciplinas cientficas en las cuales pudieron surgir y en las que
no dejan de resaltar algunas posturas metodolgicas inquietan
tes?
La primera de ellas es la tendencia a extraer los cambios
fundamentales y, por aadidura, supuestamente regulares de unos
hechos como son las guerras o las epidemias. Bouthoul afirma
que las grandes transformaciones demogrficas a su juicio
regulares en su aparicin son la consecuencia de las guerras
civiles o extranjeras,11* y Losch escribe que: las olas de na
cimientos aparecen como consecuencia de las grandes guerras,
las epidemias y el hambre.114 Esto nos llevara a la comproba
cin de alguna regularidad en la aparicin, en la historia de las
guerras o de los cataclismos elementales. El esclarecimiento de
los cambios en el estado de la poblacin antes de las guerras,
que con esa misma regularidad secular debieran manifestarse
en la Grecia antigua esclavista y en la Europa capitalista, cons347

tituye, en el m ejor de los casos, la toma en consideracin de


alguna fuerza m isteriosa (y conocida- en el orden de las m ate
mticas) la cual se hallara a la base de esa regularidad.
La segunda tendencia inquietante es el biologismo. Si Pearl
es capaz en el curso de un mismo razonamiento de pasar suce
sivamente del crecimiento de un organismo biolgico en el cual
el desarrollo se manifiesta a travs de la longitud y del peso a
las comunidades de los insectos tales como el drosophila o de
los animales como las aves de corral en los cuales el desarrollo
se expresa a travs de los cambios numricos; pasando a conti
nuacin al aumento de la poblacin de las grandes ciudades como
Nueva York y Baltimore cuyo crecimiento depende mucho ms
de las grandes corrientes m igratorias internas y externas que
del movimiento natural de sus habitantes, para llegar finalmente
al anlisis de los cambios en la poblacin de Argelia a p artir
de la conquista francesa, este razonamiento no puede tener en
sus fundamentos ms que la m ltiple significacin de la pala
b ra desarrollo. De la m isma m anera que el ttulo tan caracte
rstico del captulo prelim inar How Things Growus est ba
sado quizs en la indeterminacin del concepto things cosas:
todo puede ser, por lo visto, con esa significacin de las
cosas!
Ahora bien, cmo se explica el hecho misterioso del que
Pearl logra obtener en todas sus investigaciones unos resultados
matemticos idnticos que le llevan a introducir los cambios
en el ritm o de desarrollo en a citada curva logstica? El problema
es mucho ms sencillo de lo que pudiera parecer. Cada cambio
cuantitativo y por tanto en el crecimiento obedece a una causa
determ inada cuya accin tiene su comienzo y su fin en el tiem
po. A la vez, estas causas y especialmente sus efectos no apa
recen generalmente de improviso, sino que se manifiestan paula
tinamente, al igual que la causa deja de actuar gradualmente
y que mucho ms gradualmente desaparecen sus efectos. Y aqu
tenemos toda la curva logstica a la cual hemos aludido y que
formulada matem ticam ente no es sino una perogrullada.
Esto es tanto ms evidente cuanto que concretamente en lo
referente a los fenmenos demogrficos, entre la aparicin o la
desaparicin de las causas de sus manifestaciones demogrficas
tiene que existir un intervalo de tiempo ms breve, para ciertas
manifestaciones y para otras ms largo. Ello es tanto ms com
prensible cuando en las complejas y m ultilaterales interdepen
dencias de la vida social nos hallamos muy a menudo ante la
acumulacin de los diversos factores causales. Se fueron acumu
lando paulatinamente los factores impulsivos y repulsivos que
provocaron la emigracin masiva a los Estados Unidos de Am
rica y fue desapareciendo gradualmente su accin. Por lo tanto,
se trata de unos motivos histricos que alguna vez dejaron de
actuar. Cabe extraarse, por tanto, de que la poblacin de los
348

EE UU se desarrollara segn una curva logstica? Esta compro


bacin aumenta algo nuestros conocimientos sobre esa realidad?
En otros casos son asimismo diferentes los fenmenos socia
les que provocan una lnea de desarrollo de una sociedad deter
minada y son de otra naturaleza los que la frenan.
Al caer bajo la dominacin del imperialismo francs, en Ar
gelia se nota al principio, con la pacificacin del pas y como
lo seala Pearl, un aumento del nmero de habitantes entre la
poblacin indgena, pero en el curso de su hegemona, ese rgi
men, al frenar el desarrollo econmico del pas, representa al
mismo tiempo un freno para el crecimiento de la poblacin ar
gelina. Es obvio agregar que tanto los efectos iniciales como los
ltimos no se manifestaron en el acto sino gradualmente, lo cual,
como es natural, al ser transferido a un diagrama, presentara el
desarrollo de la poblacin nativa de Argelia segn el criterio de
la curva logstica, etc.116
Otro de los efectos de dicho biologismo est en llevar a un
razonamiento con un medio artificial a pesar de que las condi
ciones de ese medio son claramente distintas de aquellas a las
cuales han de referirse por analoga de los resultados. El rasgo
fundamental de los experimentos de Pearl con la multiplicacin
de los insectos dentro de una botella o de las aves de corral en
una explotacin agrcola estriba en que se trata de una pequea
poblacin en un medio relativamente grande, circunstancia que.
se da raram ente en las sociedades humanas.117
No nos detendremos por ms tiempo en las nefastas conse
cuencias de los mtodos biolgicos en el anlisis de los fenme
nos sociales. Al parecer, ya se ha hablado bastante de esto
desde hace ms de medio siglo y la comprensin del carcter
especfico de los fenmenos humansticos y por lo tanto de la
ciencia que los explora por haber sido tantas veces subrayada,
constituye un logro permanente de aquel perodo.11 Una tercera
tendencia, ligada hasta cierto punto con el biologismo y asimis
mo inquietante, consiste en buscar en los fenmenos demogr
ficos las causas iniciales y decisivas con respecto a los fenme
nos sociales.
La postura ms extremada en esta materia se halla repre
sentada por el citado Josiah Cox Russell. Recordaremos que
segn Russell, todos los cambios histricos han estado prece
didos en un siglo o algo ms por los grandes cambios demo
grficos, subrayando con fuerza que la primaca pertenece ms
bien a los cambios demogrficos que a los histricos.119 Esta
interdependencia y sus formas de influjo se hallan caracteriza
das por Russell en otro lugar de la siguiente manera: la propia
naturaleza de los cambios demogrficos determina su influencia
en la historia, ya que con muy pocas excepciones, este factor
influye gradualmente pero con mucha fuerza. Los grandes cam
bios en el sector demogrfico influyen tan lentamente que sus
349

resultados aparecen solamente despus de cien o ms aos en


tanto que cambios en la vida econmica e intelectual a la cual
se contraponen, modifican y poniendo a veces de relieve la ener
ga del perodo demogrfico pasado. El hecho de que tales efec
tos aparezcan con tanto retraso hace que escapen a la atencin
de los observadores. Los cambios demogrficos actan, por tan
to, a semejanza de los cambios geolgicos... el movimiento de
las poblaciones se parece a la corriente del agua que sigue una
misma direccin, la cual, siempre y cuando ello es posible,
trata de seguir el viejo curso y con mucho retraso va abrin
dose un nuevo curso gracias a la erosin.120
Nada ms caracterstico que la escala comparativa utilizada
por Russell en ese pasaje!
El descubrir en los cambios demogrficos uno- fenmenos
similares a los procesos geolgicos, la caracterstica oposicin
entre los cambios demogrficos e histricos, el subrayar
con fuerza la prim aca de lo demogrfico sobre lo histrico,
todo ello caracteriza claram ente la teora de Russell en 1949.
Afortunadamente, en los trabajos de este cientfico es posible
separar esta teora de sus logros incuestionables y duraderos
en el campo de la erudicin,121 pero esto no significa, no obstante,
que esa teora en s m isma no se haya reflejado en la resolucin
por dicho autor de toda una serie de problem as especficos y en
particular que no se manifieste hasta cierto punto en las pos
turas metodolgicas que se dan en otros autores.
Es evidente que por mediacin de la interdependencia m ulti
lateral de los distintos elementos del desarrollo social es facti
ble crear sin gran esfuerzo, y a base de ciertas manipulaciones,
una teora m onista al elevar a cada uno de los elementos a la
cabeza y asignndoles un papel activo. Por suerte para la histo
ria de la ciencia, se agotaron quiz todas las posibilidades en
este terreno, se idearon todas las variantes posibles las cuales,
en suma, jugaron en el desarrollo cientfico un papel multilate
ral de esclarecimiento de los diversos aspectos del proceso hist
rico. Sin embargo, en la etapa actual de la ciencia, esta clase
de unilateralidades debe pertenecer ya al pasado. Adems, la
teora sobre la prim aca de los fenmenos demogrficos es in
cuestionablemente, la m s perjudicial de todas. Al atribuir las
causas de las grandes transform aciones histricas a los fenme
nos demogrficos entendiendo a stos como algo sim ilar a los
procesos geolgicos o algo parecido, el hum anista aclara de esta
m anera lo desconocido con lo desconocido y, al capitular, re
nuncia sim ultneamente a su autonom a y a sus posibilidades
cognoscitivas. Y no term ina aqu todo. Como siempre en estos
casos, las consecuencias de una postura metodolgica errnea
llevan muy lejos y en estos problem as no deja de manifestarse
con suma nitidez que de una teora errnea a una prctica ne
fasta slo media un paso.
350

Para probar lo dicho basta un solo ejemplo. Nos referimos


al trabajo de Ldsch sobre la relacin del ciclo coyuntural y de
la ola demogrfica. La teora de Losch encierra la hiptesis
sobre la primaca de los cambios demogrficos y la de la regula*
ridad cclica de las olas demogrficas. Constituye una meditacin
hasta el fondo y una posibilidad de extraer las consecuencias
de estas posturas demogrficas. El resultado lo tenemos, por
una parte, en una especie de pandemografismo que le permite
al autor esclarecer todos los fenmenos con los factores demo
grficos.1 Sealaremos como ejemplo que segn Losch la revo
lucin de 1848 en Alemania no estall como resultado de que la
generacin existente entonces en el mercado del trabajo fuera
ms numerosa que de costumbre y porque no poda ser absor
bida por la vida econmica que no se hallaba preparada para
ello.1 Por otra parte, el transferir las causas que provocaron
los cambios sociales de la esfera social a la esfera natural-biol
gica, llevan a capitular ante las posibilidades cognoscitivas de
la humanstica, lo cul conduce, al mismo tiempo, a transferir
la responsabilidad por ciertos hechos de la vida social del terre
no humano del de la vida social a la Gran Incgnita.
No somos, o al menos en gran parte, responsables del ciclo
coyuntural propio al rgimen capitalista,124 ya que se halla mo
tivado en gran medida por una regularidad de carcter naturalbiolgico: las ondas demogrficas.
El biologismo y el considerar a los fenmenos demogrficos
como protocausales caracterizaron, como sabemos, en prim er lu
gar los trabajos racistas hitlerianos en e l . campo de la demo
grafa histrica, los cuales como ya lo hemos dicho, hemos de
jado de lado en nuestras reflexiones. Sin embargo, la predilec
cin de los racistas por estos principios metodolgicos no es,
naturalmente, y eso debamos subrayarlo, de ningn modo ca
sual.
La cuarta y ltima de las posturas metodolgicas que aqu
queramos subrayar es el anhistoricismo. Esta tesis formulada
con respecto a las bsquedas sobre la historia de las poblacio
nes y por lo tanto a unos anlisis histricos por naturaleza, pue
de parecer una contradiccin en su principio. Pero no es as.
Del carcter histrico de ciertos anlisis no decide el material
elaborado sino el mtodo. El anhistoricismo de ciertas investiga
ciones demogrfico-histricas, ligado por lo dems estrictamente
con posturas como son el biologismo y el pandemografismo, ya
citadas, se caracteriza por la bsqueda de las regularidades y las
normas obligatorias y de un carcter suprahistrico cuyos valo
res son ilimitados tanto en el tiempo como en el espacio. Si
Russell percibe la misma relacin entre los cambios demogrficos
y los as llamados por l cambios histricos en el curso del
mundo antiguo y de los siglos xix y xx, si Bouthoul comprueba
una regularidad normativa de cien aos en la aparicin de las
351

grandes guerras tanto en la Grecia antigua como en la historia


de Francia, de Inglaterra y de toda Europa en los siglos medie
vales, en los tiempos modernos y en el da de hoy, en todo ello
se refleja precisamente la postura anhistrica.
Las actitudes metodolgicas que acabamos de caracterizar co
mo igualmente peligrosas, revisten en cada autor un aspecto
diferente. De stas cuatro posturas todos hacen hincapi sobre
un aspecto distinto. No quisiramos en lo m s mnimo que se
pudiera creer que a nuestro juicio los investigadores citados
se c a r a c te r iz a n por estas actitudes.125 Hemos mencionado a estos
autores como ejemplo y se puede sealar que las posturas meto
dolgicas que hemos caracterizado en ellos se m anifiestan igual
mente en un gran nmero de investigadores en las m s diversas
versiones. Son tan frecuentes, que es posible considerarlas como
el distintivo de una corriente determ inada de la demografa his
trica y de la demografa en general126 y tam bin como su
principal peligro.

LOS POSTULADOS METODOLGICOS

Frente a los numerosos riesgos con los cuales se tropieza en


las investigaciones demogrfico-histricas vale la pena tra ta r de
form ular algunas indicaciones metodolgicas de carcter gene
ral.
La prim era recomendacin debe ser el principio de la cog
noscibilidad del mundo social. Sobre la base de este principio
el investigador evita el esclarecer lo desconocido a travs de lo
desconocido, pero de aqu slo media un paso para el esclare
cimiento de lo incgnito por la incgnita. Esto lo recordamos
por no estar desligado quiz del problem a de las teoras cclicas
tal y como s hallan reform adas anteriorm ente.
La siguiente indicacin est basada en el principio de la di
ferenciacin de la realidad social y en el carcter distinto de los
mtodos de conocimiento de esa realidad. La directiva durkheimiana de aclarar lo social a travs de lo social aunque for
mulada muy prudentem ente como consejo metodolgico que re
comienda buscar en prim er lugar las causas sociales de los fe
nmenos de tipo social, resulta no haber envejecido a la luz de
las citadas teoras cclicas. Al ser utilizada puede perm itir al
investigador evitar caer en los peligros del biologismo y de llegar
por analoga a las conclusiones con respecto a los fenmenos
incomparables, de las que de tantos ejemplos hemos sido testi
gos.
La tercera indicacin, ligada por lo dems con las anterio
res, reside en el principio de la regularidad del discurso de los
procesos del desarrollo social en sus rasgos generales, lo que no
352

excluye, naturalmente, los fasgoS peculiares de un fenmeno cocreto. La correcta aplicacin de este principio le evitar al in
vestigador la tan frecuente elaboracin de teoras separadas ea
relacin con cada material concreto, de unas teoras elabora
das sobre un caso determinado y que por lo tanto no pueden
ser comprobadas y por no poderse aplicar a las indagaciones
siguientes, no enriquecen nuestros conocimientos.
La cuarta indicacin metodolgica se asienta en el principio
de los cambios fundamentales propios de la vida social, sobre
la base del cual todas las relaciones, aparte de las ms gene
rales que se manifiestan en ella, sufren un cambio con el tiempo
y el conocimiento de los cuales constituye precisamente la prin
cipal tarea del investigador. La historia es la ciencia de los
cambios afirma M. Bloch. De ah que todo conocimiento acer
ca de la sociedad y por lo tanto de la demografa, sea histrico.
La correcta aplicacin de este principio ahorrar al cientfico
el cometer los errores que no suelen ser raros resultantes del
esclarecimiento de la situacin en la poca antigua a travs de
la poca moderna y de los tiempos modernos a travs de la
antigedad.127
La quinta indicacin radica en el principio de que la vida
social representa un conjunto absolutamente interdependiente
que hay que aclarar desde el interior. La demografa como cien
cia social, histrica, debe considerarse por tanto como un instru
mento que solamente puede utilizarse junto con el conocimiento
de los dems elementos de la vida social y, en primer lugar, de
su elemento fundamental: las fuerzas productivas de la sociedad
y las relaciones entre los hombres resultantes de la actividad
productiva.
A lo largo de toda la poca feudal en la ms amplia acep
cin de la palabra el problema se simplifica considerablemen
te por cuanto el individuo no es entonces un miembro aislado
de la sociedad como sucede en la sociedad burguesa, sino ligado
a ella a travs de la corporacin a la cual pertenece. As, no
es posible analizar correctamente la poblacin de un pas cual
quiera sobre la base de imas grandes fuentes documentales de
terminadas sin reproducir al mismo tiempo la estructura socio
econmica de esa sociedad. Esto es justo tanto en lo que respecta
al Domesday Book como para Gregory King.12
El investigador no debe conformarse por tanto con las cate
goras contenidas en las fuentes sino que debe traducirlas a nues
tras categoras analticas y compararlas con otros datos sobre
las actuales fuerzas y relaciones de produccin.
Partiendo de estos principios correctamente aplicados, el cien
tfico no ha de tener la menor duda de que el esclarecimiento,
por ejemplo, de la disminucin del grado de desarrollo de la
poblacin en los Estados de la Europa Occidental debe buscar
lo no en unos supuestos ciclos demogrficos de un tipo cual
353
hcs

100. 23

quiera129 sino en las fuerzas y las relaciones de produccin de


la poca del imperialismo.
Por ltimo, una indicacin resultante de las anteriores es la
de fijar los marcos de utilizacin del mtodo comparativo. A la
historia tradicional, la historia historizante, fascinada por lo
irrepetible de los hechos individuales y negando la posibilidad
de utilizar los mtodos comparativos en las investigaciones hist
ricas en general, a la historia sociologizadora en el sentido
vulgar de la palabra que se perm ite hacer comparaciones de
todo con todo, el investigador ha de oponer prudentemente una
clara postura comparativa. No demasiado extensa para no com
parar lo incomparable, pero tampoco muy estrecha con el fin
de no m erm ar las posibilidades analticas.
Acabamos de enum erar seis de las principales indicaciones
metodolgicas en apoyo de las cuales la demografa histrica,
es decir, la demografa a secas ya que no existe otra puede
evitar numerosos errores, m ultiplicar en muchas veces sus po
sibilidades analticas, increm entar sus conocimientos sobre el
pasado y ser til para la edificacin del futuro.
Vale la pena subrayar que una de las grandes tentativas en
este orden y de acuerdo con estos postulados, es la obra del pro
fesor Urlanis de la Universidad de Mosc, titulada: R ost nasielenia w Jewropie, a pesar de ciertos esquematismos en los que
a veces incurre el autor, y que han sido sealados con mucha
exactitud tanto por la ciencia sovitica como por la de los
otros pases.1*! Pero este esquematismo es quiz menos peligro
so y mucho ms fcil de combatir que no el misticismo, el biologismo, el anhistoricismo, el pandemografismo, etc., ya enume
rados.

LA MEDIA DE LA LONGEVIDAD HUMANA


COMO IND ICE DEL PROGRESO SOCIAL

La duracin (concreta y posible) de la vida humana ha sido


a travs de los siglos objeto de inters, dando origen a infinitas
leyendas y mitos. Las leyendas sobre la vida extraordinaria y
multisecular de los patriarcas, desde el punto de vista social,
tienen un carcter parecido a las informaciones no confirmadas
que a menudo aparecen en la prensa de nuestra poca acerca de
los ancianos recordistas que por lo general suelen vivir en leja
nos pases y en plena naturaleza, etc...1*2 Estos mitos reflejan
a la vez el sueo secular de la humanidad de luchar, o al menos
de alejar lo ms posible, el espectro de la muerte, y una apologa
de un modo de vida determinado y de sus valores.
El anlisis cientfico del problema con respecto a las pocas
histricas ms remotas tiene sus dificultades, siendo posible,
354

no obstante, ciertas aproximaciones. Aqu entran en juego tres


procedimientos:
a ) el anlisis crtico de los datos acumulados por los ;mli
guos investigadores de este problema;
b) los trabajos de investigacin arqueolgica y sobre todo
el examen de los hallazgos de osamentas en los cementerios;
c) el anlisis de los registros de la poblacin y de los regis
tros parroquiales o de las fuentes complementarias.
En contra de lo que cabra esperar, el primero de estos m
todos permite remontarse muy lejos en el pasado. Por ejemplo,
la tabla de Ulpiano prefecto de Roma bajo Alejandro Severo
en la prim era m itad del siglo m , aunque distando mucho de
las exigencias de la ciencia moderna, al ser sometida sin embargo
a un anlisis crtico, lleva a la conclusin de que la probabili
dad de vida de un recin nacido equivale a unos 30 aos, lo cual
constituye un resultado sumamente verosmil.
Las investigaciones modernas en torno a la probabilidad de la
duracin de la vida humana empezaron en la segunda mitad
del siglo xvn. En el ao 1662, el hijo de un tejedor, John Graunt,
efectu los primeros clculos basndose en los datos sobre los
bautizos y las defunciones en Londres durante un perodo de 33
aos (1629-1661 ).133 Los resultados que obtuvo fueron asombro
sos: la vida probable de un recin nacido equivala a 18 aos!
Es cierto que esa poca fue un perodo demogrficamente des
favorable. No hay que descartar, no obstante, que el carcter
demogrfico especfico de una gran capital justifica un resultado
que se sita claramente por debajo de la media probable para
todo el pas.
La segunda tentativa estuvo asentada en los registros parro
quiales de la ciudad polaca de Wroclaw y sobre unos datos que
se remontaban al ao 1584. El pastor de esta ciudad, C. Neumann
facilit los datos correspondientes a Leibniz, pero ste se los
mand al famoso astrnomo Halley, el cual, en el ao 1693, y
sobre la base del aprovechamiento parcial de estos datos, lleg
a una cifra mucho ms verosmil, es decir, a la de 33 aos.134
Los clculos se han multiplicado desde entonces. Muy adelan
tados hasta la Revolucin francesa y abandonados despus, con
dujeron finalmente a las tablas de mortalidad hoy aceptadas
universalmente.
Las investigaciones realizadas en torno a los vestigios de las
necrpolis (osamentas y epitafios para las pocas ms cerca
nas) tropiezan con enormes dificultades y riesgos. Por una parte,
en muchas sociedades las formas de entierro no son similares
para todas las categoras de edad (sobre todo no existe ningu
na seguridad de que los recin nacidos al morir fuesen enterra
dos con todo el ritual) y por otra parte, las posibilidades de
conservacin del esqueleto depende sumamente del tiempo que
vivi el muerto.'3S Estos dos factores obran en el sentido de
355

obtener unos resultados bastante optimistas. Menor es la ve


racidad de las indagaciones en torno a las inscripciones fune
rarias. En el cementerio de Loyasse (Rhne), en Francia, se rea
lizaron investigaciones experimentales en torno a un perodo bien
documentado desde el punto de vista estadstico (1833-1834). Los
resultados obtenidos distaron mucho de corresponder a la es
tructura demogrfica concreta de la localidad analizada, estruc
tura que conocemos perfectamente a base de las fuentes esta
dsticas,13* ya que los nios y principalmente las nias enterra
dos no figuraban en las inscripciones funerarias.
La tabla de m ortalidad es el mtodo sinttico ms exacto para
configurar la estructura demogrfica de un lugar dado en un
perodo determinado. Estas tablas perm iten ser elaboradas his
tricamente a condicin de que sobre un lugar y un perodo de
tiempo dado dispongamos simultneamente de los datos sobre
ia estructura de la poblacin segn las edades y de los testimo
nios sobre la edad de los muertos.
Como ejemplo, y con todas las reservas precisas a causa de
la imperfeccin del m aterial documental, presentamos aqu la
tabla de m ortalidad de la poblacin masculina en Inglaterra en
los aos 1276-1300; calculada por J. C. Russell.
No obstante, las investigaciones arqueolgicas de las osamen
tas han obtenido, especialmente en les ltimos aos, grandes
xitos. Se ha elaborado incluso un mtodo de anlisis de los
esqueletos en las sepulturas crem atorias.137 Aunque las investi
gaciones se hallan en los comienzos, parece que en el perodo
mesoltico el rebasar los 30 aos de edad era una excepcin mien
tras que en el paleoltico se dan casos en que se pasa de los
40 aos.13
Sin embargo, es preciso recordar que con estos mtodos le
gamos a orientarnos en relacin con dos magnitudes: 1) ei lmi
te mximo de edad y 2) la edad media en el momento del falle
cimiento. Pero no obtenemos en cambio ninguna orientacin en
cuanto a la magnitud que ms se aproxima al sentido definido
por ei trm ino corriente de longevidad media humana y por
lo tanto a las probabilidades de existencia del recin nacido.
La utilizacin del tercer mtodo comenz en una poca rela
tivamente antigua a travs del aprovechamiento de las fuentes
calificadas aqu como complementarias. Con este concepto en
tendemos los m ateriales genealgicos, los datos biogrficos sobre
las figuras insignes contenidos en las enciclopedias, etc... Esta
etapa fue quizs indispensable en el desarrollo de la ciencia,
pero no condujo a ningn resultado importante. Los viejos cua
dros genealgicos suelen om itir los nios fallecidos al nacer
o a corta edad, sin hablar de los falseamientos provocados por
ias necesidades de un momento determinado. No tiene, por tanto,
nada de extrao que estos resultados fueran exagerados de un
modo optimista. No suelen ser mejores los conseguidos basn356

Probabilidad
Duracin Cifra de super de una mayor
Divisin de % de defun de la vida vivientes sobre duracin de
la vida
probable 100 nacimientos
ciones
las edades

0
1-4
5-9
104
15-9
204
25-9
304
35-9
404
45-9
504
55-9
604
65-9
704
75-9
804
85-9

15
11
4.35
4.65
5.68
12.6
13.66
11.01
12.7
18.44
16.67
25
25.66
43.86
39.39
45
69.56
71.43
100

85
89
95.65
95.35
94.32
87.4
86.34
88.99
873
81.56
83.33
75
74.34
56.14
60.61
55
30.44
28.57
0

1.000
850
756
723
689
650
568
490
436
381
311
259
194
144
81
49
27
8
2

31.30
35.76
35.65
32.16
28.62
25.19
23.47
21.8
19.19
16.61
14.78
12.25
10.52
8.3
7.81
6.29
4.37
3.75
2.5

F uente : J. C . R ussell , British Medieval Population, U-ty of M xico Press.


1948, p. 181.

dose en la comparacin de los datos sobre los grandes persona


jes, ya que el llegar a la fama exigira alcanzar una cierta edad.
No hace tanto tiempo que se iniciaron serias investigaciones
basadas en la utilizacin intensiva de los registros parroquiales
y de los registros de la poblacin. Donde quizs estn ms ade
lantadas actualmente sea en Francia, ya que es en este pas don
de esas bsquedas se realizan bajo los auspicios del Institu Na
tional dtudes Dmographiques.139
A condicin de que las fuentes se hallen en un buen estado
de conservacin y de que se haga una crtica penetrante de las
mismas, las investigaciones de esta naturaleza permiten zanjar
toda una serie de problemas fundamentales de una manera defi
nitiva en el estado actual de la ciencia.
No obstante, hasta la fecha, los cambios demogrficos a largo
alcance apenas los conocemos.
Una cosa es segura: la sociedad cuya duracin media de la
vida era inferior a los 25 aos estaba condenada a la extincin.
Por otra parte, todas las investigaciones realizadas hasta la fecha
357

demuestran que incluso en los perodos normales donde no se


conocieron las grandes epidemias ni las guerras destructoras,
el lmite de la duracin media de la vida hum ana era de 35
aos; medida que no fue rebasada hasta el comienzo de la
medicina moderna, es decir, laf m itad del siglo xvm , para los
pases ms desarrollados.
Durante milenios, la media de la duracin de la vida humana
gravit entre los 25 y 35 aos,140 mantenindose en torno al l
mite inferior durante mucho tiempo, y cayendo muy rpida
mente por debajo de ste como resultado de los cuatro jinetes
del Apocalipsis: la muerte, el hambre, el fuego y las guerras.
A la luz de, las nuevas investigaciones, comienza a perfilar
se ante nosotros la caracterstica principal del sistema demogr
fico de aquellos tiempos, en el cual los nios que fenecen en
el prim er ao de vida constituyen como regla ms de 1/4 y en las
ciudades o las aglomeraciones industriales alcanzan 1/3 parte,
en el que la cifra de los seres que viven 20 aos no rebasa el 50 %,
en el cual se considera como muy venturoso el hecho de que
la duracin de la vida hum ana alcance los 32-33 aos, y donde,
finalmente, existe una correlacin estricta entre la m ortalidad
y la produccin agrcola,141 con el aumento anual de las defun
ciones antes de la cosecha, m ortalidad que cobra unas propor
ciones catastrficas en los aos en que sta es mala.141
Trascendental importancia tiene la similitud que se dibuja
entre las estructuras demogrficas de las sociedades ms di
versas, ms alejadas e independientes entre s, de tipo feudal
o de las postrim eras del feudalismo.143
Cmo eran las gentes que vivan en aquellas condiciones?
Qu es lo que sentan? Cmo se comportaban?
El pnico ante la m uerte, a los fallecimientos antes de la
cosecha o la explosin de alegra por haber sobrevivido a un
perodo tan peligroso, son otros tantos fenmenos que en ciertos
pases se hallan confirmados en las fuentes.144 Hace tan slo
unos cincuenta aos la edad medid en que el hombre perda
al primero de sus genitores se estableca en los 16 aos y el se
gundo a los 32 aos. La edad en que el hijo perda al padre era
de un promedio de 20 aos.145
Nuestros actuales polticos europeos, al perorar sobre la di
ferencia entre la situacin actual y la postura de absoluta resig
nacin ante la vida y la muerte en la civilizacin hind, se olvi
dan que sus propios y bastante cercanos abuelos, en Francia
o en Inglaterra, adoptaban frente a dichos problemas una acti
tud quizs anloga.
Relativamente, sabemos muy poco de cmo se realiz la gran
revolucin que condujo a los pases ms desarrollados a reba
sar la citada barrera de los 35 aos. Nos es difcil afirm ar
que llegaremos a establecer sus etapas y sus causas con toda
seguridad.
358

Por ejemplo, no hace tanto tiempo que se formul la tesis


de que, en contra de lo que poda suponerse, la prim era trans
gresin de la famosa barrera no se produjo como resultado
de los progresos de la medicina que no estaba en condiciones
de lim itar la mortalidad, sino como resultado del desarrollo
de las fuerzas productivas y sobre todo como consecuencia del
aumento de la productividad del trabajo en la agricultura du
rante el prim er perodo de la poca de la Ilustracin, y gracias
al mejoramiento de las condiciones de la existencia.1** a favor
de esta tesis abogaban ciertos materiales que demostraban que
la mortalidad infantil no disminuye hasta finales del siglo xvm
y que en cambio, a partir de la prim era m itad del siglo xvm , dis
minuye en los grupos de 20-50 aos de edad.**7
Existe otra interpretacin. Los datos anteriormente citados
acerca de la media de m ortalidad o del promedio de la dura
cin de la vida humana se refieren, como es natural, a las po
cas normales, pero al ser calculada basndose en los datos co
rrespondientes a los aos de las grandes epidemias dara eviden
temente unos resultados muy diferentes.1* Se adelant, pues,
la tesis de que si a partir del ao 1740 se observa un aumento
de la poblacin, esto no deja de ser indudablemente el resultado
de una baja de la mortalidad, motivada no tanto por la dismi
nucin de su nivel normal como por la nivelacin de sus ndices
cumbre, es decir, por la desaparicin de las grandes plagas,
las fatdicas epidemias y de las pocas de la hambrina.149 Esta
tesis sugera asimismo que la causa de la disminucin de la
mortalidad estaba ms bien en el aumento de la productividad
del trabajo que en los progresos de la medicina.
Tanto Smith como Malthus vieron que el incrementado desa
rrollo de la poblacin de Inglaterra observado por ellos, iba a
' ia par con fei Jaesarrno ecoriomico.T> ascinaos porla 1ley Jaci*
oferta y de la demanda, interpretaron el crecimiento de la po
blacin como un aumento de la oferta correlativo al incremento
de la demanda de mano de obra. Aunque los trabajos concernien
tes a la poblacin de los pases ms importantes en vsperas
y a lo largo de la revolucin industrial sean numerossimos,1^
todava estamos muy lejos del esclarecimiento cientfico, tanto
en lo que atae a su desarrollo en la historia de Inglaterra como
a los materiales comparativos, ya que no deja de ser cierto que
la interdependencia de los fenmenos econmicos y demogrficos
no es una cosa tan fcil. Resulta difcil llegar a una interpreta
cin convincente del problema cuando an existen tantos hechos
fundamentales sujetos a discusin.
Baste decir que hace poco tiempo se ponder la tesis uni
versalmente aceptada que atribua el aumento de la poblacin al
descenso de la mortalidad, tratando de interpretarla como un
aumento del nmero de los nacimientos.151
El comienzo de los grandes cambios demogrficos coincide
359

aproximadamente con el principio de la E ra estadstica. De


ah que con respecto al siglo xix no haya dificultades en encon
tra r materiales que se prestan al anlisis, por lo dems ya ela
borados en parte por equellos estadistas con los mtodos propios
de la poca, al menos en los pases muy desarrollados.
A ttulo de ejemplo, he aqu unos datos acerca de la media
de la duracin de la vida humana (probabilidades de vida del
recin nacido), en Inglaterra, Suecia y Francia:1S2
Ao

Inglaterra

Suecia

Francia

1800
1820
1840
1860
1880
1900
1920
1930
1940
1950
1960

34,0
38,0
39,0
40,0
42,0
46,3
55,6
58,7
62,0
66,5
69,0

35,0
39,0
40.0
40,5
47,0
52,7
60,0
61,5
65,7
70,0
. 71,0

34,0
38,0
39,0
42,0
42,8
46,7
52,5
543
56,0
63,6
68,0

Dado que simultneamente y como lo veremos despus, en


los pases desarrollados disminuye la disparidad de las posi
bilidades de vida entre las distintas clases sociales, el principal
problem a a escala mundial es, por tanto, la disparidad inter
nacional existente. Como ejemplo, en los ltimos aos las pro
babilidades de existencia de los recin nacidos del sexo mascu
lino eran:
en
en
en
en
en
en
en

Noruega . . . .
71,1 aos
Holanda.................. .........71,0
S u e c i a .................. ......... 70,5
P o lo n ia.................. ......... 61,8
E s p a a .................. .........58,8
G r e c i a .................. .........49,1
la India . . . .
32,5155

Por ltimo, se puede preguntar hasta dnde puede llegar el


lmite de la duracin de la vida humana en el futuro.
Esta controversia es tan vieja como el mundo. Los modernos
mtodos analticos se utilizan ya desde hace ms de un cuarto
de siglo sobre este tema.
En el ao 1925, Homell H art adelant la tesis segn la cual
en el ao 2000 se lograra alcanzar el nivel de los cen aos.154
Esta hiptesis fue criticada por Dublin, quien en ese mismo ao
360

determin que la duracin de la vida humana, que l estimaba


en 65 aos,lss haba aumentado a los 70-71 aosas*
En el momento actual, cuando ha transcurrido la m itad del
perodo de 75 aos en el que las previsiones de Hart se estable
can, parece que stas fueron demasiado optimistas mientras que
las de Dublin eran demasiado modestas.
Sin embargo, las previsiones racionales deben realizarse ba
sndose en unos principios estrictos; considerando el actual es
tado de la medicina y las transformaciones sociales tendentes
a suprimir los privilegios de clase en los pases prsperos y la
indigencia de los pases atrasados, la duracin media de la
vida humana ha de tender a alcanzar en ei ltimo decenio de
este siglo su mxima duracin posible, ya que las probabilida
des de un aumento ulterior de la duracin de la vida humana
se aproximan a cero, a no ser que la medicina descubra los
medios eficaces y asequibles de luchar contra los peligros inhp
rentes a las edades avanzadas, es decir, en contra de la degeT
racin de las clulas (cncer, etc.), ya que, como es natur
entonces se podran revisar las tesis actuales siempre y cuan
los medios ordenados a ese fin por la ciencia no comportar
unas renuncias tan vitales que las gentes no las quisieran ace
tar.is?
El promedio de la duracin de la vida humana representa
un ndice de una importancia trascendental para las investiga
ciones en tom o a la sociedad. A condicin, naturalmente, de
que el anlisis sea correcto. En la historia de la ciencia sole
mos encontrar errores e ingenuidades contra las cuales hay que
precaverse.
Hay que llam ar la atencin, de manera especial acerca de
que los coeficientes ms fciles de conseguir a base de los re
gistros de defunciones, los rboles genealgicos o bien de los
crneos en los cementerios es decir, la edad media en el
momento del fallecimiento, no son, ni mucho menos, los mis
mos que los coeficientes que se suelen denominar como el
promedio de la duracin de la vida humana y, ms correcta
mente, las probabilidades de existencia del recin nacido.15"
Con unas probabilidades de existencia iguales, la edad media
en el momento del fallecimiento ha de ser muy distinta en rela
cin con la estructura de la sociedad segn las -edades.
Slo el cuadro de las defunciones de conformidad con los
grupos de edades, comparado con la estructura de la sociedad
con arreglo a estas ltimas, permite calcular las magnitudes
que aqu nos interesan. Ya que al historiador le es ms fcil
conseguir los datos acerca de la media de la edad en el mo
mento del fallecimiento que los relativos a la estructura de la
sociedad con arreglo a los grupos de edades, las cifras sobre
la media de la edad en el momento del fallecimiento pueden
ser apcvechadas slo comparativamente con los datos relativos
361

a la estructura de estos grupos extrados de unas sociedades


muy anlogas o- cuando menos muy prximas entre s. En lti
ma instancia, es posible calcular la media de la edad en el mo
mento del fallecimiento para una sociedad determinada en los
diferentes perodos cronolgicos, siempre y cuando existan los
motivos para suponer que su estructura en ella segn dichos
grupos no sufri ningn cambio.
Otro de los orgenes de errores en estas investigaciones, sue
le ser la gran diferencia de los coeficientes demogrficos en los
cortos perodos, tan tpicos en las sociedades preindustrales.1*9
Por ejemplo, durante la segunda m itad del siglo xix, existe en
Europa una clara tendencia en la orientacin a largo plazo de
los cambios de los coeficientes demogrficos, los cuales ape
nas oscilan de ao en ao. En cambio, durante la poca feudal
sucede lo contrario: a largo plazo los coeficientes demogrficos
varan muy poco o casi de m anera insignificante, m ientras que
se producen grandes saltos de ao en ao, sobre todo como
resultado de las tres plagas m ortferas. De ah que las conclu
siones extradas sobre la base de un ao del que se conservaron
las mejores fuentes documentales, sean tan arriesgadas en re
lacin con la poca feudal.
Por ltimo, muchos errores son la consecuencia de una insu
ficiente reflexin acerca del problema. As, por ejemplo, cuan
do en sus investigaciones acerca de la demografa histrica de
la nobleza polaca,160 llega Furtak a la conclusin de que los
representantes del clero eran los que alcanzaban la mayor edad
en el momento de fallecer y que despus de ellos se situaban
los varones casados que tenan dos o tres hijos, luego los casa
dos sin hijos y en cuarta posicin los solteros,161 esta conclusin
es, o bien una simple perogrullada, o una brom a a pesar de toda
la cantidad de cifras que se citan para corroborarla, pues como
es bien sabido, entre los clrigos no haba ningn nio de pecho,
entre los nios de pecho no poda figurar ningn casado, y me
nos, naturalmente, con hijos...
Durante mucho tiempo los turistas europeos que viajaban por
la India se asom braron ante el gran nmero de sus ancianos.
Esto era favorable para corroborar la idea de la longevidad en
las sociedades primitivas. El hecho se interpretaba con suma
sencillez. Los individuos que, en un pas como la India, llegaban
a alcanzar supongamos la edad de 30 aos, era porque tenan
un organismo tan fuerte al haberse inmunizado contra toda
clase de enfermedades contagiosas, que ello les facilitaba alcan
zar una edad muy avanzada, incluso hasta los noventa aos. En
este caso la tabla de m ortalidad nos m uestra tanto las proba
bilidades de existencia del recin nacido (denominada corrien
temente duracin media de la vida humana) como las posi
bilidades de vida ulterior de las personas que han alcanzado una
edad de 25, 30, 35 y ms aos.
362

Por otra parte, junto al promedio de la medida de la vida


humana, el concepto de la edad lmite posee igualmente una
significacin cientfica bastante fcil de aprehender, y el prome
dio de aqulla no pudo ser mucho menor de los 25 aos en las
sociedades paleolticas o neolticas, ya que a no ser as stas se
hubiesen extinguido, mientras que en la India hace tan slo me
dio siglo ese promedio no alcanzaba los 30 aos. Pero hace
medio siglo, en ese pas se encontraban muchos ancianos, mien
tras que en las sociedades neolticas era una excepcin el pasar
de los 40 aos de edad y en las sociedades paleolticas de los
30 aos.
Como orientacin general y con todas las debidas precaucio
nes en cuanto al carcter aproximado de los datos, nos atreve
remos a citar la tabla de los datos seleccionados sobre los cam
bios intervenidos con relacin a las probabilidades de vida del
recin nacido.1**
Durante los ltimos 150 aos, la duracin de la vida humana
en los pases adelantados se ha alargado mucho ms que en el
curiso de varios milenios del pasado.
E l promedio de esta medida (hablando estrictamente: de las
probabilidades de vida del recin nacido) es la resultante de
un nmero infinito de vectores. Concretamente, influyen sobre
ella todos los factores de la vida social, econmica, cultural, etc.
Todos los criterios del progreso aplicados por el investigador
en su anlisis tienen un carcter controvertible. La apreciacin
positiva de la vida humana como juicio menos sujeto a discu
sin, se halla implcita en la adopcin de esos factores, ya que
sin ellos es difcil imaginarse cualquier anlisis s o c i a l .163 A esto no
se opone ni siquiera el hecho de que en los ltimos tiempos, en
los pases ms adelantados y ricos se vuelva a plantear el pro
blema de la eutanasia.
En esas naciones se ha producido una prolongacin tan consi
derable de la vida humana, especialmente en los ltimos 15 aos,
que en ellos se comprueba el fenmeno masivo de la prolonga
cin de la vida vegetativa (dem entia senilis, etc.). Este fenme
no se halla sujeto a las investigaciones mdicas y fisiolgicas ten
dentes a que las funciones del sistema nervioso superior puedan
prolongarse de la misma manera que se han prolongado ya las
funciones vegetativas.
Al publicar en el ao 1693 su tabla de mortalidad, Halley ya
subrayaba que su utilidad es variada y que permite hacerse
una idea muy exacta del estado y de las condiciones de la pobla
cin comparativamente a cualquier otro dato.164
Los valores de las probabilidades de existencia del recin
nacido como ndice sinttico del progreso social se han multi
plicado en el ltimo perodo en la ciencia.165
Este concepto tiene muchos valores, aunque no se pueda ol
vidar que tambin posee sus limitaciones.
363

Poblacin urbana
Ao

1940
1930
1920-1922
1910
1901
1J81-1890
1841-1850
1840
1750
1689
1650
1550
iprox. 300
300
>10.000
a.n.e.
50.000
a.n.e.

Pas

Poblacin global

Proba
bili
dades

N. York (Blancos)
USA (Blancos)
Londres
USA (Blancos)
USA (Blancos)
Londres
Londres

64,5
58,9
56,5
493
45,9
423
36,5

Ginebra
Wroclaw
Ginebra
Ginebra
Roma

33,6
333
25,7
21,2
213

Pas

Probabilidades

7 pases Europa
Occidental

61,7

7 pases Europa
Occidental

54,4

7 pases Europa
Occidental

41,1

Egipto
Espaa
y Portugal
Bajo paleoltico
y mesoltico
Alto paleoltico

47,0
37,0
23,0
21,0

El valor ms destacado consiste en el carcter acumulativo


de dicho ndice, ya que se reflejan en l todos los elementos
de la vida social, el grado de dominacin de la naturaleza por
el hombre, as como tambin el nivel de adaptacin hum ana a la
naturaleza y a la sociedad.*** La virtud de este ndice consiste
en su objetividad en cierto modo suprahistrica: al valorar este
cambio o aquel otro en la civilizacin investigada no sabemos
a menudo cmo lo apreciaban y lo sentan los coetneos de la
poca, ni tampoco sabemos si al ser apreciado por nosotros no
introducimos realmente en el anlisis nuestros propios criterios
valorativos. Los cambios en la duracin de la vida humana no
nos mencionan de lo que las gentes que vivan en aquellos tiem
pos pensaban sobre los mismos sino nicamente de si tales
cambios aumentaron o disminuyeron objetivamente el grado de
armona entre el hombre y la naturaleza y el mundo social que
lo rodeaban. Finalmente, este ndice tiene la virtud de poderse
utilizar muy ampliamente en la prctica ya que ha sido analizada
la media de la longevidad de la vida humana en el paleoltico.7
Sin embargo, tambin existen ciertas posibilidades de incom
prensin, especialmente lo que a la investigacin de las pocas
ms cercanas a nosotros se refiere.
364

1 ndice al cual nos estamos refiriendo es, como ya hemos


dicho, un ndice en el cual se acumulan los efectos de la inmen
sa mayora de los factores de la vida social. En lo que se refiere
a los perodos ms remotos entran concretamente en juego en
este caso dos grupos de factores que aumentan y se diversifican
a medida del desarrollo social: la aptitud a conseguir una ali
mentacin suficiente grado de dominacin sobre la naturale
za y la posibilidad de garantizar la seguridad personal. La
influencia de los diferentes vectores en los resultantes cambios
es difcil de calcular y por aadidura su fuerza no es constante
sino que vara con las circunstancias. La interdependencia de
todos los factores de la vida social hace que los cambios que
se producen en sus distintos aspectos sean a su vez interdependientes (un cierto nivel de los medios sanitarios corresponde
a un cierto nivel del desarrollo econmico y a un cierto nivel de
eficiencia de 1a organizacin social, etc,). Sin embargo, en los
dos ltimos siglos la situacin ha cambiado algo. La incremen
tada movilidad de los elementos culturales aislados entre las
sociedades hace que ciertos progresos civilizadores sean adap
tados a las sociedades cuyo nivel de desarrollo general no les
permiti alcanzar por s mismas esos elementos culturales. Estes
progresos son de una movilidad mayor en unos aspectos que en
otros. As por ejemplo, la vacunacin contra la viruela se extendi
en el curso de siglo y medio a todos los pases atrasados de
Europa, y en ia actualidad la penicilina. Se puede afirm ar que
la adaptacin de tales elementos a las sociedades atrasadas no
se efecta sin dificultades y con las conocidas resistencias so
ciales y materiales y que, por otra parte, no sera justo olvidar
que, a pesar de todas las dificultades, se efecta su adaptacin.
Dado que estos elementos fueron creados por otras culturas
y adaptados desde ei exterior, ello hace posible la desigualdad
de los cambios. Existe la posibilidad, por ejemplo, de que como
consecuencia de haberse introducido la vacunacin y la peni
cilina en un pas atrasado, se alargue el promedio de la dura
cin de la vida humana pese a que los dems elementos de la
vida social influyan en el sentido contrario (renta nacional per
capita, seguridad individual etc.).
Pero incluso entre estos ejemplos, caracterizndolos con el
smbolo de la vacunacin antivarilica y la penicilina, suelen pro
ducirse diferencias muy considerables. Simplificando, de la va
cuna antivarilica pudiramos decir que se extendi por Europa
y el mundo como uno de los elementos de los cambios ms ex
tensos que condujeron hacia el capitalismo. Donde apareca la
vacuna antivarilica aparecan simultneamente las grandes co
sechas, las mquinas de vapor, los ferrocarriles, la Bolsa, etc. Los
cambios acontecan en todos los elementos de la ecuacin: se pro
longaba la vida humana, aumentndose la cifra de la poblacin,
al mismo tiempo que se perfeccionaban las fuerzas productivas
365

que se hallaban a disposicin de las sociedades y aumentaba


asimismo la productividad de su trabajo. Actualmente las cosas
han cambiado. Hoy podemos encontrar la penicilina en la ms
rem ota aldea india en la cual el agricultor labra su tierra con
el buey y el arado, donde an existe el culto a las vacas sagra
das, donde no se puede pensar en el intercambio masivo de
los productos con otras regiones del pas y all donde peridica
mente las malas cosechas hacen tan tremendos estragos m orta
les como en la poca medieval. La penicilina es mvil, es bara
ta. As, la conciencia de los pueblos ricos puede tranquilizarse
a muy poco precio enviando medicamentos a los pases atrasa
dos. Es mucho ms fcil prolongar la vida hum ana que contri
buir a que, durante un largo perodo de su existencia, el hombre
disponga de los instrum entos de trabajo imprescindibles y de
los alimentos necesarios en su mesa.
Si en Ceiln las probabilidades de existencia pasaron en los
aos 1946-1952 de 42,8 a 56,6 aos,168 estas cifras corresponden
a las que se daban en Francia durante los aos del 1880 al
1930.
Esto no significa el paralelismo de Ceiln en 1946 con la
Francia de 1880 ni del Ceiln de 1952 con la Francia de 1930, ni
tampoco se puede sacar la conclusin de que en el curso de esos
seis aos, Ceiln haya seguido el mismo desarrollo econmico
y social que Francia en los 50 aos que median de 1880 a 1930.
De la misma m anera que si en la Guayana britnica, en Chile
y en Malasia, en los aos de 1940 a 1950 la m ortalidad baj al
nivel correspondiente a los cambios acontecidos en Escandinavia
en los aos del 1850 al 1912, tampoco esto significa ningn pa
ralelismo.
Sin embargo es un hecho que con un nivel de vida notable
mente inferior al de la Francia de antes de la gran Revolucin,
los pases atrasados de Africa y de Asia obtienen hoy un pro
medio de la duracin de la vida hum ana bastante superior. Las
indigentes poblaciones de esos pases tienen actualmente la po
sibilidad de una existencia ms larga que la que pudieran tener
con sus rentas y sus privilegios los aristcratas o los burgueses
durante el Antiguo Rgimen. En la Amrica Latina, las proba
bilidades de vida en la actualidad son las que se daban en Euro
pa Occidental hacia el ao 1913 con un nivel de vida como el
que aqu se conoca hacia 1850. Al nacer los nios de Puerto
Rico o de Ceiln tienen una posibilidad de vida mucho ms
larga de las que, a su nacimiento, pudieran tener los pequeos
franceses o ingleses que en el presente han cumplido los 13 aos
de edad.169
El aumento en el ltimo perodo, y especialmente en el de
la posguerra, de la movilidad de los elementos culturales aislados
en el mundo, hace que en relacin con esta poca el ndice me
dio de la duracin de la vida humana no refleje fielmente el
366

complejo de las transformaciones sociales, perdiendo por lo tan


to su carcter acumulativo.
En relacin con los cambios econmicos, las variaciones de
mogrficas siguen siendo en sumo grado una variante indepen
diente.170 La poblacin de los pases pobres aumenta bastante
ms rpidamente que la de los pases que ahora son ricos cuan
do stos se hallaban en un anlogo nivel de desarrollo.171 Al
menos, en el corto perodo en que los podemos observar, ya que
en lo que atae al futuro, ste lo dir.

LAS INVESTIG ACIO NES DEMOGRFICO-HISTRICAS


Y LA ESTRUCTURA DE LAS CLASES SOCIALES

Las sociedades cuya historia investigamos son incuestiona


blemente unas magnitudes diferentes. Lo cual no impide que el
investigador las tome como objeto de su labor aunque sean sin
embargo unos cuerpos fuertemente distintos en su seno y suje
tos a las contradicciones internas. No est desprovisto de sentido
el calcular la cifra global de la poblacin de un pas ni el pro
medio de la duracin de la vida humana en un pas determinado,
ni tampoco en las investigaciones de las sociedades actuales ni
en las indagaciones histricas. Pero las posibilidades analticas
se multiplican cuando diferenciamos la masa investigada y es
tablecemos la magnitud demogrfica de un modo diferente para
cada una de las clases sociales que componen las sociedades ana
lizadas.
En lo que concierne a la poca feudal, el problema se sim
plifica en parte. Las fuentes utilizadas por el investigador de la
demografa histrica estn sujetas a las categoras instituciona
les; la masa estadstica correspondiente divide por s misma a
las categoras sociales. As, la tarea del investigador consiste
aqu en traducir las categoras histricas a las categoras ana
lticas.172 Esto atae a un gran nmero aunque no a todas
de fuentes: incluso los registros de imposiciones per capita,
cuyo nombre podra sugerir una comparacin per capita , no
son concretamente en la mayora de los casos sino unos registros
fiscales de clases. La excepcin ms importante al respecto son
quiz los registros parroquiales. La igualdad, al menos formal,
de las gentes ante la Iglesia haca que en un mismo libro se
inscribieran correlativamente los nombres de todos los recin
nacidos y de los muertos ms estrictamente, de los bautiza
dos y de los enterrados sin discriminacin de su estado so
cial.172*
Ahora bien, la tarea de diferenciar socialmente las magnitu
des y los coeficientes elaborados por la demografa histrica
tiene una importancia trascendental con el criterio tcnico-cient367

fco y especialmente desde el punto de vista de las posibilidades


analticas.
Al referim os al aspecto tcnico-cientfico, tenemos presente
el papel que, una vez elaborados, juegan los coeficientes demo
grficos en las investigaciones ulteriores. Esto ocurre con todos
los anlisis demogrficos pero especialmente en los anlisis demogrfico-histricos, en relacin con el carcter fragmentario
e institucional de las fuentes determinadas. Dado que con de
masiada frecuencia la fuente slo nos ofrece una sola categora
de gentes por ejemplo de varones, de adultos, de adultos casa
dos, etc. pasamos de ella a las cifras globales utilizando los
correspondientes coeficientes, que cuanto ms diferenciados se
hallen, menos sern las probabilidades de incurrir en un error,
especialmente en el error resultante de la estructura diferente
de ambas sociedades (la sociedad analizada y la sociedad de
la cual se han sacado estos coeficientes).
Pero ms im portante, sin embargo, es el problema de las po
sibilidades analticas.
De acuerdo con la tesis a la cual nos hemos referido en el
apartado sobre los postulados metodolgicos y sin entrar en
la problem tica de ia demografa biolgica que no es de nues
tra competencia, se puede subrayar, sin embargo, la determina
cin social concreta de todos los coeficientes demogrficos. Esta
determinacin, aunque no sea una determinante excepcional,
acta no obstante, en un marco muy extenso. Adems, slo en
este marco real suelen variar generalmente dichos coeficientes,
por lo que deben ser un objeto de anlisis por parte del histo
riador. El nmero de hijos en una familia es un fenmeno que
tiene sus lmites biolgicos, pero como quiera que concretamen
te se sita en ese marco extenso, es la resultante de inconta
bles factores puram ente sociales y por lo tanto suele ser dife
rente en las distintas clases sociales (a pesar de que precisa
mente en este aspecto puede aparecer aunque no haya sido
probado que las diferencias entre las dos clases en la poca
precapitalista eran menores que durante el capitalismo).
La magnitud de una familia segn resulta del mismo con
cepto sociolgico de ella es una magnitud puramente social.
Los factores biolgicos que la influencian como factores limita
tivos de ciertos elementos que aqu entran en juego (nmero de
hijos en el matrimonio, duracin de la vida humana, etc.), y en
prim er lugar no son unos elementos determinantes definitiva
mente y en segundo lugar apenas tienen importancia compa
rados con los otros factores puramente- sociales como son los
problemas de la propiedad, las costumbres de la herencia, el
comportamiento con los ancianos, la edad en que se puede con
traer el matrimonio, etc. Y de nuevo la magnitud de la familia
ha de ser diferente en las distintas clases sociales y en las
diferentes pocas. El largo proceso histrico de substitucin de
368

las grandes familias por las pequeas se pera a un ritmo


diferente ya sea e n tre ' la poblacin rural y urbana, entre los
campesinos, los burgueses y la nobleza, la nobleza rica y la pe
quea nobleza, entre el burgus ciudadano y el vulgo. 11 cier
tas situaciones sociales aparece tambin un freno y hasta un
retroceso. As, por ejemplo, es conocido el fenmeno de la crea
cin de las familias numerosas entre la clase obrera polaca
durante la poca de la gran crisis como manifestacin objetiva
de solidaridad de clase, que reparta sobre toda la sociedad
obrera el peso del desempleo crnico.173
Tampoco est descartado aunque no analizado que la
correlacin entre el nmero de varones y de mujeres demuestre
tener un carcter variable en la historia. Suponiendo que se con
firm ara la anterior hiptesis sobre la duracin media de la
vida del elemento femenino inferior a la del hombre en la poca
feudal, suposicin que motivbamos por a) la falta de asistencia
facultativa a las parturientas y b) la participacin de la mujer
en unas faenas fsicamente tan agotadoras como las del varn
en la economa rural, no est descartado que esta correlacin
haya de ser ms favorable a las seoras de la burguesa y ms
favorable an para las damas de la nobleza.
La estructura de la poblacin segn las edades puede m ostrar
asimismo unas diferencias sociales. Aunque es verdad que las
posibilidades de luchar contra la mortalidad infantil eran gene
ralmente limitadas durante la poca feudal, no se puede excluir,
no obstante, que el factor de una mejor alimentacin de las cla
ses mejor situadas poda contribuir ya de por s a la existencia
de ciertas diferencias en este terreno.
Finalmente, y sin pretender agotar en absoluto la relacin
de los problemas sino limitndonos exclusivamente a la carac
terizacin de la problemtica de los coeficientes demogrficos
ms trascendentales, tenemos el hecho de que ei promedio de
la duracin de la vida humana se caracteriza especialmente en
ciertas pocas, por una profunda diferenciacin de clase.
Pero fue siempre as, en todos los sistemas, en todos los
niveles del desarrollo social?
En el estado actual de las investigaciones, es difcil responder
a esta pregunta. Existe la hiptesis de que en la poca premdica que es a ia vez la poca preestadstica, tanto los ricos como
los pobres moran siendo jvenes.174 No est descartado de que
en la poca preindustral la disparidad en las probabilidades de
vida entre las clases fuese realmente bastante insignificante, que
esta disparidad aumentara de modo violento en la poca de la
Revolucin Industrial, caracterizando a todo el siglo xix para
luego, especialmente en los ltimos decenios, empezar a reducir
se.175 Ahora bien, an estamos muy lejos de saber si las posibi
lidades eran equivalentes para todas las clases sociales. El in
signe precursor de la demografa en la poca de la Ilustracin,
se a 100. 34

369

Moheau cuyo verdadero nombre era Montyon176 seal que


en el sentido de las posibilidades de larga vida, los monjes eran
unos seres privilegiados. El insigne Doctor Villerme analiza este
mismo problema durante la Restauracin, centrando toda su
aleacin en la suerte de los obreros.177
iin la segunda m itad del siglo xix estos problemas son anali
zados por (Juetelet y por Bertillon despus. Sus no muy halag iienas conclusiones son olvidadas muy pronto. En la ciencia
moderna, corresponde al sabio ginebrino L. Hersch,17 el m rito
ue haber investigado estas cuestiones de un modo inolvidable
y con arreglo a los mtodos modernos. Hersch analiz el ndice
ue m ortalidad en las diferentes circunscripciones administrativas
de Pars, que dividi en tres grupos: las poderosas, las acomo
dadas y las pobres.
Pero los tan dispares resultados obtenidos por l distan mu
cho de reilejar la verdadera escala de la desigualdad ante la
m uertes de las distintas clases sociales: ya que las circunscrip
ciones adm inistrativas de Pars ( arrondissem ent ) no son ni mu
cho menos una m agnitud socialmente uniforme por cuanto en los
barrios elegantes viven los pobres y a la inversa, lo que en
cierto grado nivela esa disparidad. En el grupo de las circuns
cripciones pobres afirm a Hersch en sus conclusiones, la mi
tad de los que m ueren estn condenados a perecer a causa de
su posicin social.179
Desde aquel tiempo, el problem a ha sido examinado repetidas
veces en los materiales contemporneos.1 Pero esto requiere
absolutamente una investigacin histrica.
La desigualdad ante la muerte, frase aterradora, por lo
visto, es un rasgo que distingue a cada sociedad de clase, es la
resultante de muchas influencias, acumuladas las manifestacio
nes de los privilegios y de la indigencia de los estamentos: la
mayor de las injusticias sociales y el ms grande de los privi
legios aunque sean los que relativamente menos se perciben.
Adems de su aspecto estructural, este fenmeno tiene, como
es natural, un aspecto coyuntural. Como ya hemos dicho, en la
poca precapitalista todos los coeficientes demogrficos funda
mentales oscilan en correlacin estricta con las fluctuaciones del
precio de los cereales. Este hecho es conocido en la ciencia des
de hace ya ms de dos siglos y no existe la menor duda de que
se m anifiesta al menos en el ltimo perodo del feudalismo, es
decir, durante la poca de un gran desarrollo de las relaciones
mercantiles y de la economa de mercado. En los pases desa
rrollados econmicamente esta correlacin se difumina en el
siglo xix para dejar paso a una nueva: la correlacin con el
ciclo coyuntural econmico. Es decir, durante la poca feudal,
los aos de baja mortalidad, de una im portante cifra de casamien
tos, etc., coinciden con los aos de un bajo nivel de los precios,
mientras que en la poca capitalista las cosas son ms bien a la
870

inversa ya que los coeficientes demogrficos optimistas carac


terizan precisamente los aos en que los precios son altos coin
cidiendo al mismo tiempo con los aos de buena coyuntura de
este perodo.181 Este fenmeno, que ha sido analizado repetidas
veces,182 no ofrece la menor duda en relacin con determinadas
pocas histricas.
Otra cosa es saber si en el desarrollo ulterior, por ejemplo en
el perodo de la posguerra, esta correlacin no desaparecer a su
vez en los pases ms ricos a medida que disminuye la influencia
del ciclo econmico y que se desarrollan toda clase de segurida
des contra los efectos del mismo. Las investigaciones han de
m ostrado que ni la raza, ni el clima tienen una influencia ver
dadera sobre la duracin de la vida humana. La comprobada desi
gualdad ante la m uerte no es ms que una desigualdad social
y econmica.183
Actualmente, cuando en numerosos pases se empieza a aco
m eter los trabajos sobre la base de la utilizacin masiva y es
tadstica de los registros parroquiales y de los registros de
estado civil de investigacin demogrfico-histrica, se puede
esperar que ser posible reunir los materiales concernientes asi
mismo a estos problemas. Entonces ser cuando veremos cmo
los privilegios sociales en los diferentes pases y pocas y mo
mentos, se reflejan en las posibilidades de una larga vida y la
injustica social en las posibilidades de una pronta muerte.

LA POBLACIN Y LA ECONOMA
E N LA POCA PRECAPITALISTA

El problema de la interdependencia entre los fenmenos de


mogrficos y la economa social constituye desde hace mucho
tiempo un tem a de apasionadas reflexiones por parte de los mo
ralistas y de los filsofos y despus de los economistas, dem
grafos y socilogos.
En la Antigedad, la estabilidad de la poblacin era uno de
los postulados sin el cual no poda imaginarse la estabilizacin
de las relaciones sociales.
Los mercantilistas apoyaron el aumento de la poblacin. Colbert exime del pago de los impuestos a las familias numerosas
a condicin de que ninguno de los hijos se haga monje. Los
fisicratas adoptaron una postura unnimemente optimista: pa
ra ellos el incremento de la poblacin constitua la condicin
a la vez que el ms autntico criterio del ms favorable desarro
llo econmico.184 La condicin por la que slo un gran nmero
de poblacin permite una profunda divisin del trabajo (al au
mentar la poblacin aumenta la circulacin afirman los fisicra
tas polacos). El criterio de que una economa prspera es la
371

nica que puede crear las condiciones biosociales para un gran


incremento demogrfico y slo ella puede constituir una fuerza
de atraccin para la inmigracin.** Como buenos prncipes,
los m ercantilistas deben realizar una poltica que haga afluir a su
pas el oro extranjero; en su calidad de buenos gobernantes,
los fisicratas deben gobernar y adm inistrar a fin de que nadie
quiera emigrar de su pas y s muchos quieran trasladarse a l.
Esto presupona, como es evidente, la plena movilidad de la
poblacin, comprendindose perfectamente en una poca en la
cual ya exista una emigracin bastante masiva como la de los
alemanes pobres a ultram ar. Este optimismo, junto con muchos
rasgos, lo heredaron de los fisicratas Sm ith y Ricardo.
Como es sabido, Malthus fue quien formul luego una con
cepcin program tica pesimista (1798).186 La teora de Malthus,
que intenta cargar sobre la clase obrera la responsabilidad por
la miseria en la cual se halla y facilitar una fundamentacin
terica a la famosa legislacin inglesa sobre la pobreza, el tra
bajo forzado, etc., fue duram ente criticada por Marx, y EngeJs187
y por todo el pensamiento econmico y sociolgico progresista.*8*
El esclarecimiento de la gnesis de la teora de Malthus a travs
de las deplorables relaciones demogrficas existentes en su poca
en Inglaterra,189 en nada justifica sus generalizaciones tericas ca
rentes de fundamento. Adems, sus generalizaciones se han visto
anuladas sobre todo por el desarrollo de la historia: desde los
tiempos de Malthus la poblacin europea y del mundo entero
ha crecido en un grado que ni l mismo era capaz de imaginar
incluso en sus ms pesimistas previsiones y no ha sido ni sigue
siendo un freno a dicho desarrollo la falta de abundantes cose
chas agrcolas.
En la poca del capitalismo de la libertad del mercado, los
economistas burgueses apenas se interesaron generalmente por
los problemas demogrficos. La demografa se desarroll rpi
damente, pero en gran parte al margen de la economa. Slo se
concedi una mayor importancia a dichos problemas aunque
sin im portantes generalizaciones tericas en Francia, donde
bajo la III Repblica se perfil, por vez prim era en Europa, un
fuerte descenso del ndice de nacimientos y del ritmo de creci
miento natural.
La situacin cambi radicalmente durante el perodo de entre
las dos guerras y de modo especial en la dcada de los treinta'.
Los partidarios del estancamiento, encabezados por Keynes19 y
Hansen,191 estaban absolutamente convencidos de que dentro
de poco tiempo nos hallaremos ante una estabilizacin o un
descenso de la poblacin,19* convencimiento que les llev a sa
car unas conclusiones muy negativas para el futuro desenvolvi
miento de la economa capitalista.
Segn Keynes, la demanda de capitales depende de tres fac
tores:
372

a) la cifra de la poblacin,
b) el nivel de vida,
c) el intervalo entre la oferta de los bienes de consumo y su
consumicin.
,
A juicio de Keynes el tercer factor se halla sujeto a un cons
tante acortamiento (esto suena a paradoja a la luz de la genera
lizacin del consumo masivo de bienes de consumo duradero
en el mundo actual). Segn Keynes, el nivel de vida no puede
crecer en ms de un 1% anualmente ya que incluso cuando
los descubrimientos perm itieran un aumento mayor nosotros
mismos no podemos adaptam os a un cambio superior del nivel
de vida (sic!). A su parecer, la estabilizacin de la cifra de la
poblacin amenaza realmente con la disminucin de las necesi
dades en capitales, con el descenso de las inversiones y por
tanto con la baja de la renta nacional, el nivel de vida, etc.
En opinin de Hansen, el progreso econmico en el siglo xix
estuvo asegurado pon
a) las invenciones,
b) el descubrimiento de nuevos territorios y nuevas reser
vas de materias primas,
c) el aumento de la poblacin.
Dado que Hansen no esperaba (en el ao 1939!) nuevas in
venciones capaces de revolucionar la produccin, y de que ya
no existen posibilidades de nuevos descubrimientos geogrficos,
el estancamiento de la poblacin no poda dejar de amenazar,
segn Hansen, con un estancamiento del ya alcanzado nivel eco
nmico ideal.19*
Las previsiones de los partidarios del estancamiento se esfu
maron con las humaradas de la Segunda Guerra Mundial. Por
una parte, en la mayora de los pases capitalistas ricos se pro
dujo un inesperado aumento del nivel de vida y un incremento
an mayor del nivel del crecimiento natural demogrfico, y por
otra parte, el clmax de los inventos revolucionadores de las
tcnicas productivas junto con un sinfn de otros factores
como son la demanda diferida de carcter blico, la coyun
tura del armamento, despus, etc. incrementaron las necesida
des inversionistas de un modo inesperado. Y nuevamente los
problemas demogrficos interesaron a los economistas de los
pases avanzados: pues dichos economistas comprueban que en
los pases altamente desarrollados la repercusin de los cam
bios en el nivel del aumento natural sobre las relaciones eco
nmicas en nada es similar y s muy distinta,1* y que la resul
tante de todas estas influencias heterogneas es un factor bastan
te dbil en comparacin con las dems determinantes mucho
ms numerosas y poderosas. Es decir: los economistas no temen
actualmente ya ni el descenso ni el aumento del nivel de creci
miento natural en los pases avanzados. Los problemas demo
grficos constituyen desde su punto de vista ms bien un aspec
373

to analtico de los efectos de los cambios econmicos sobre la


estructura demogrfica (el as llamado problem a del envejeci
miento de la poblacin ).19S
Sin embargo, m ientras que la pesadilla m altusiana y antimal
tusiana dejaba de atorm entar a' los economistas en relacin con
los pases ms adelantados, volva a existir en los pases atra
sados.19* En el concepto vulgar nos hallamos en este caso con la
resurreccin de la teora de Malthus en su form a ms pura pero
aplicada tan slo a las relaciones entre los pases ricos y los
pases pobres y no a las relaciones interclasistas en el seno de
una m isma sociedad. Nuevamente se vuelve a decir que terica
mente no existe la posibilidad de que la produccin logre al
canzar a una poblacin cuyo crecimiento es tan rpido, descar
tndose que la supere jam s, y que los pueblos pobres son ellos
mismos responsables de su pobreza puesto que hace ya mucho
tiempo que la hubieran podido elim inar reduciendo su creci
miento natural. Antao exista el consuelo de que el hecho del
rpido aumento de la poblacin de la Unin Sovitica anulaba
los efectos de cualquier esfuerzo de industrializacin (puesto
que es imposible que el aum ento de la produccin se acele
rara an ms!).19* Ms tarde, se fundam ent cientficamente la
necesidad de propagar la esterilizacin entre los habitantes de
Puerto Rico,198 recomendndose en la actualidad a la India o a
Indonesia que sigan ese mismo ejemplo.199
La condenacin de las inhumanas teoras demogrficas ten
dentes a aliviar la conciencia de las naciones ricas, descargndo
las de la responsabilidad por la m iseria en que se hallan cente
nares de millones de seres en los pases subdesarrollados no
significa evidentemente que el problem a demogrfico en alguna
de estas ltim as naciones no sea un problem a trascendental tan
to desde el punto de vista social como econmico.2* No obs
tante, las manifestaciones de esta cuestin en los pases actual
mente atrasados se diferencia diam etralm ente de los fenmenos
demogrficos que aparecieron entre las masas trabajadoras y
particularm ente en el seno de la clase obrera inglesa en la poca
de la Revolucin industrial.
Por entonces se observaba en Inglaterra el fenmeno de un
fuerte descenso del promedio de la duracin de la vida humana;
la caresta de los productos de alimentacin no era el resultado
del retraso de la produccin con respecto a la demanda sino
de la poltica de los precios de los cereales que deba garantizar
a los grandes terratenientes ingleses unos beneficios que hubie
sen podido perder como consecuencia con la paz en Europa
despus de la cada de Napolen y del levantamiento del Bloqueo
Continental.
En la India actual, el problema demogrfico se halla provo
cado por la im portante prolongacin de un promedio de la du
racin de la vida humana hasta hace poco tan deplorablemente
374

reducido.201 El aumento de la poblacin provocado por dicha


prolongacin de la duracin de la vida humana no hubiese tro
pezado an durante mucho tiempo con las barreras fsicas de las
posibilidades de un aumento de la produccin agropecuaria, a
no haber sido que esta poblacin tan espantosamente pobre e in
mensa no pudo producir ella misma los instrumentos producti
vos perfeccionados ni tiene tampoco con qu comprarlos en el
extranjero. Aqu reside uno de los factores ms trascendenta
les y apremiantes del problema de la ayuda econmica a los
pases econmicamente subdesarrollados.
Es preciso recordar, sin embargo, que el problema de la super
poblacin relativa no se plantea actualmente en todos los pases
subdesarrollados: s en la India, pero no en el Brasil, ya que
una parte de estas naciones destaca, por el contrario, por su
relativa despoblacin 202
Pero si nos referimos aqu a la secular controversia entre los
poblacionistas y los aptipoblacionistas, los primeros de los cuales
consideraban el aumento de la poblacin como la condicin in
dispensable y casi suficiente del crecimiento de la riqueza nacio
nal, mientras que los segundos vean en el aumento demogrfico
el origen de los ms grandes peligros y calamidades, hay que
decir que esta disputa no podemos zanjarla como base a las
categoras de una exactitud o una inexactitud absolutas.20* Tam
poco basta con esclarecer el fundamento clasista de los concep
tos antagnicos, sino que es imprescindible confrontarlos con la
realidad econmica concreta en el marco de la cual tomaron
cuerpo, una realidad econmica que estos conceptos deban acla
rar y queran transform ar.
Pero: acaso el poblacionismo de los mercantilistas y espe
cialmente de los fisicratas no refleja fielmente algn rasgo
verdadero de la fase de desarrollo social de aquella poca? La
influencia de los cambios de la poblacin en la vida econmica
en el perodo de la economa precapitalista y preindustrial no fue
entonces en ningn momento objeto de un anlisis sistenjtico
ni de ninguna generalizacin de la misma manera que, en .gene
ral, tampoco exista una teora econmica del sistema feudal. En
los aos 30 estall en tom o a este problema un debate iniciado
por los pandemogrficos quienes trataban de dar luz a todos los
cambios de la vida econmica de Europa por lo menos desde
el Medievo a travs del as llamado ciclo demogrfico.2* La
supuestamente estricta correlacin de los fenmenos en estos
dos campos qued, sin embargo, rpidamente e l i m i n a d a . 2s
La cuestin se debati ms bien de un modo ocasional, y re
saltan particularcente en esta controversia las opiniones con
respecto a las consecuencias econmicas de la Peste negra
(1348)206 a las de la Guerra de los Treinta Aos,207 la discusin
en tom o al tema de los desiertos (W stungen) y acerca de la
as llamada crisis del feudalismo. Ultimamente se desencaden
375

una interesante polmica en tom o a la influencia de los cambios


demogrficos caeteris paribus sobre el nivel de los precios
en la economa feudal,2* cuya conclusin a cargo de E. J. Hamilton, no resiste la crtica, ya que el insigne investigador de la
historia de los precios en Espaa adopta precisamente en este
aspecto una postura anhistrica: utiliza las categoras de la eco
noma capitalista en el anlisis de la economa precapitalista.
La clave para el esclarecimiento de las oscilaciones de los pre
cios le es facilitada a Hamilton por la ms simple teora cuanti
tativa del dinero, por la cual cada vez que se produce un aumen
to del nivel general de los precios lo considera como un fenme
no provechoso para el desarrollo econmico. De aqu que su con
clusin sea igualmente muy sencilla a la vez que carente de fun
damento: Dado que el volumen fsico del comercio es directa
mente, aunque no necesariamente, proporcional a la poblacin,
de ah que el nivel de los precios tenga una relacin inversa y
no directa ce :i la poblacin. Es decir: como fuerza influyente
sobre el nivel de los precios... el aumento de la poblacin em
puja a dicho nivel hacia abajo, m ientras el descenso de la pobla
cin lo em puja hacia a r r ib a . 2*#
En opinin de su autor, esta tesis tiene por lo menos una
virtud: no es fcil eliminarla con las investigaciones empricas.
En el actual estado de las bsquedas, nuestros conocimientos
de las oscilaciones de los precios son mucho ms exactos que
nuestros conocimientos acerca de la demografa histrica con lo
cual, al com parar ios mismos datos sobre el movimiento de los
precios con las diferentes estimaciones sobre la poblacin, po
demos obtener unos resultados absolutamente distintos.21* De
ah la importancia cientfica de los anlisis empricos a corta
escala en relacin con los mercados que cuentan con una docu
mentacin de fuentes excepcionalmente buena tanto de los pre
cios como de los problemas demogrficos.211
Al mismo tiempo, las meditaciones que en el marco de la
m ateria econmica se han llevado a cabo sobre la importancia
del factor demogrfico en la vida econmica a lo cual nos re
feramos anteriorm ente y en especial al anlisis cientfico tras
cendental acerca del papel de este factor en los diferentes pases
actualmente subdesarrollados, perm ite la necesaria formulacin
de una serie de postulados investigadores con respecto a las bs
quedas demogrfico-econmicas en las sociedades preindustriales y precapitalistas en el pasado.
La generalizacin terica ser factible a travs de la cons
truccin de varios modelos. En el momento actual nos hallamos
por lo menos con dos modelos antagnicos. Por una parte, el
modelo que corresponde ms bien a la fase prelim inar del de
sarrollo del feudalismo en el que el factor limitativo de las po
sibilidades productivas en prim er lugar los progresos de la
poblacin reside en el volumen de la mano de obra ya que
376

cada par de brazos suplementarios pueden emplearse en las fuer


zas productivas an no aprovechadas y principalmente en el
campo donde la transformacin de los terrenos baldos en culti
vables por la mano de obra suplementaria no se halla limitada
por las dificultades inherentes a la dotacin en aperos y donde
el sencillsimo conjunto de los elementos de trabajo indispen
sables puede fabricarse con las fuerzas propias y donde, adems,
la roturacin de estas nuevas tierras no entraa an descenso de
la productividad marginal del trabajo,*12 ya que, como es sabido,
en el Alto Medievo el asentamiento no se produce con el paso re
gular de las tierras mejores a las peores sino a la inversa, puesto
que las tierras roturadas suelen ser generalmente las de un ac
ceso ms fcil, es decir, las menos vrgenes y por tanto las menos
frtiles.*-
El segundo modelo lo determinara el agotamiento como re
sultado de un cierto desarrollo de las fuerzas productivas de
las posibilidades de asentamiento.
No falta quien afirma que, en el ao 1348, en vspera de la
Peste negra, ya se haban agotado en Francia las posibilida
des de asentamiento y las posibilidades de aumento de la pro
duccin agrcola (con ayuda de una tcnica dada)*-* Es bien
seguro que estaban agotadas en la Francia del Antiguo Rgimen,
como lo prueba la repeticin de los perodos de hambre.215
En cambio en cuanto sabemos, ya que el problema no ha sido
objeto de especiales indagaciones en la Polonia del siglo x v i i i ,
donde el nivel de la produccin agropecuaria era inferior al de
Francia pero haba menos urbanizacin y menos poblacin, no
se conoci un hambre anloga; de aqu las causas por las cuales
entrase Polonia ms bien en el prim er modelo.216
En este prim er modelo, el aumento de la poblacin suele in
fluir de un modo siempre positivo en el desarrollo econmico.
Cada incremento del nmero de trabajadores aumenta la renta
social y la magnitud del producto global suplementario. A su
vez, rada incremento del producto global suplementario (aunque
en el caso de un estado de asentamiento que correspondiese ms
o menos al modelo de Ricardo, el aumento sera ms lento que
el de la poblacin y del nmero de ocupados) aumenta las po
sibilidades de la divisin del trabajo, las posibilidades de pasar
a las ocupaciones artesanales y comerciales, los marcos de la
urbanizacin, etc.
Naturalmente, como resultado de los anlisis empricos, ha
bra que diferenciar ese modelo en relacin con las posibilida
des tcnicas, econmicas y sociales de exportacin o de
importacin de los artculos de consumo, en relacin con la
produccin agrcola y pecuaria, con el estado de los medios de
comunicacin de hecho, las vas de navegacin los cuales
determinan el alcance geogrfico de los mercados, con el papel
de la produccin de las materias agrcolas para la industria.
377

acaso con el clima, el cual determ ina el carcter y la estructura


del consumo necesario (aceite para el- sur, grasas animales para
el norte de Europa) y con muchos otros factores que han de
aparecer con toda seguridad en el curso de la investigacin.
En cuanto al segundo modelo, las cosas se complican mucho
ms. A prim era vista, cada nuevo aumento de la poblacin supo
ne un peligro econmico. Asimismo aparece que muchas de entre
las civilizaciones conocidas, al alcanzar un cierto grado de desa
rrollo, entraron en un perodo de decadencia. Sin embargo, en
prim er lugar, esa situacin de equilibrio relativo es susceptible
de durar largo tiempo, por lo cual este segundo modelo debe ser
examinado. En segundo lugar, el fenmeno ms trascendental de
la historia econmica puede que sea quizs el hecho de que
ciertas sociedades que alcanzaron ese grado encontraran la po
sibilidad de un nuevo desarrollo a travs de un nuevo y muy
im portante aumento de la poblacin, con la llam ada Revolu
cin Industrial. El mecanismo que condujo a ella y las causas
que la implicaron y que en muchos casos acontecieron de un
modo diferente 217 deben constituir la principal tarea del anli
sis del segundo modelo.
La construccin y examen de ambos modelos se halla sim
plificada muchsimo actualm ente por los progresos de las in
vestigaciones de la economa de los pases hoy da subdesarrollados, los cuales se suelen aproxim ar unos al prim ero de los mo
delos y al segundo los otros. El anlisis de la gran cantidad de
fenmenos y procesos que aparecen en ellos perm ite pasar inme
diatam ente al proceso de interpolacin, indispensable para cada
interpretacin histrica con el mnimo riesgo de errores.
Cada modo de produccin histrico afirm a Marx se halla
sujeto a sus propias leyes de poblacin, las cuales rigen en una
poca hist-ica determinada. La ley abstracta de la poblacin
slo existe entre las plantas y los animales hasta el preciso
momento de la ingerencia del hombre.21*
La investigacin de los diferentes tipos de correlaciones entre
la poblacitn y la economa en los diversos sistemas socio-econ
micos que aparecen en la historia, es una im portante tarea para
la ciencia.

378

XI.

Las investigaciones histricas


de las estructuras sociales

LA ESTRUCTURA FEUDAL. LA TERMINOLOGIA HISTRICA

Cada sociedad distinta posee una estructura determinada en


sus aspectos funcionales y jerrquicos, los cuales se configuran
y se entrecruzan de las formas ms diversas, pero en lo que ata
e a los aspectos jerrquicos, stos se hallan conformados de
acuerdo con los diferentes criterios valorativos que prevalecen
en un momento dado. Un prim er ejemplo: la funcin religiosa,
asumida por un grupo determinado de la sociedad, como es el
clero, en una misma poca histrica y en un sistema social igual
en lo fundamental, puede hallarse vinculada de un modo muy
distinto a la propiedad de las fuerzas productivas, al reparto de
la renta social y gozar de un grado de estima muy diferente entre
la sociedad en los pases catlicos, protestantes u ortodoxos.
Casi cada poca nos ha legado su propia terminologa en cuan
to a la definicin de la estructura social en ella existente, la
comprensin de la cual constituye una tarea esencial para cada
historiador, ya que forma parte de la gran labor de compren
sin de las fuentes. Cada uno de los numerosos trminos que
en el Domesday Book se utilizan para definir a los diferentes
grupos sociales, ha sido objeto de muchos trabajos especiales.
La significacin de los trminos existentes en los materiales
histricos polacos conocidos, sigue siendo causa de controversias.
La comprensin de ciertos trminos histricos pasa a travs
de su traduccin a los conceptos concretos de la ciencia actual,
los cuales hacen posible una clara definicin de aqullos. En la
prctica, en la historia de la ciencia nos encontramos con dife
rentes mtodos de traduccin que se sitan entre los extre
mos del pietismo y del modernismo. Los pietistas definirn a
los reyes de Homero utilizando simplemente el lenguaje de
las fuentes, como basileos, lo cual no deja de ser una capitu
lacin ante la tarea de la traduccin; los modernistas, en
cambio, interpretarn ese trmino con una palabra conocida en
el mundo actual, como, pongamos por caso, la de rey, siendo
esto un anacronismo. Afortunadamente en lugar de una traduc
cin literal de la fuente por ejemplo, en una obra literaria
como la Ilada en- el trabajo cientfico podemos seguir el m
todo de la definicin ms exacta de un trmino histrico deter
minado. Esta definicin debe contener elementos funcionales, es
decir, definir a unas clases sociales dadas en relacin con las
379

dems, sus respectivos derechos y obligaciones, su puesto en la


jerarqua de acuerdo con los diferentes criterios imperantes en
esas clases, etc.
As, el siervo polaco se halla definido en las fuentes como
laborioso* ( laboriosas *). No hay m anera de traducir esta ca
tegora histrica a nuestras categoras analticas sin subrayar a
la vez cmo era la nobleza de aquella poca y asimismo la bur
guesa o el clero. En este sentido, en la investigacin de la es
tructura social debe utilizarse el mtodo dialctico: es necesario
p artir del cuadro, aun del ms hipottico, de la estructura del
conjunto de la sociedad, centrarse seguidamente en el lugar que
en ella ocupa una determinada clase social, lo que a su vez
conduce a las correcciones del cuadro estructural total, etc.1
As, la traduccin de las categoras y de los criterios his
tricos es decir, en el lenguaje de las fuente^ a nuestras
categoras y criterios analticos constituye la tarea fundamen
tal de las exploraciones histricas de la estructura social.
En la prctica, todas las sociedades diferenciadas precapitalistas y la sociedad feudal en particular, tienen una estructura
social formalizada, en la mayora de los casos configurada por
las normas jurdicas o las no menos poderosas normas costum
bristas que se reflejan en una terminologa rigurosamente obser
vada. Durante la poca feudal, se trata principalmente de una
terminologa significativa de la pertenencia a un estado cual
quiera. Pero esta terminologa suele sufrir una im portante re
elaboracin. As, por ejemplo, el estado de la nobleza durante a
Repblica polaca ( R zeczypospolita ) a pesar de im perar en ella
la igualdad de la nobleza, posea toda una jerarqua de ttulos.
Cuando en la Dieta un noble empezaba su discurso con las ex
presiones Ilustre Seor, Excelentsimo Seor, Sus Seoras y
el ms o menos carioso, Seores Hermanos, esto no era ningn
florilegio oratorio huero sino que significaba concretamente que
en la sala se hallaban unas personas a las cuales corresponda
cada uno de estos ttulos honorficos. En principio, el trata
miento de Ilustre Seor corresponda a los prncipes y a su
familia, el de Excelencia se empleaba al dirigirse a los altos
funcionarios de la administracin central, los senadores y dipu
tados, el de Seora se daba a cada noble que ostentaba un
ttulo;2 los dems eran los Seores Hermanos, los bien na
cidos. La estricta observancia de estos tratam ientos, constituye,
naturalmente, una gran suerte para el historiador a condicin
de que los comprenda perfectamente. Esto permiti, por ejemplo,
a los investigadores de la escuela de Lvov el poder clasificar
sobre la base de los contratos de Lvov3 a millares de tran
sacciones y por tanto de dem ostrar los procesos sociales que
se operaban a travs de la concentracin de la tierra en manos
de los magnates, el empobrecimiento de la nobleza media y pe
quea, etc.
380

Para los campesinos, las definiciones que figuran en las fuen


tes para diferenciarlos, como son kmiec, zagrodnik, ogrodnik,
etc., corresponden todas ellas a una pertenencia a una clase
determinada de la sociedad en un nivel dado de la estructura
funcional y jerrquica. La existencia toe unos estados jurdica
mente formalizados entraa, la existencia de las clases* pero
las clases se diferencian entre s no por los privilegios jurdicos
sino por las condiciones de hecho.s
Sin embargo, es preciso recordar tambin que las categoras
institucionales, defendidas por las leyes escritas o por las leyes
de las costumbres, suelen durar en la mayora de los casos, como
ya se ha dicho, por inercia mucho ms que las condiciones
sociales que las promovieron. En este sentido, la pertenencia
a una clase social, la categora institucional de la poblacin
campesina o la jerarqua interna del estado de la nobleza son
para el historiador mucho ms elocuentes y autnticas en el pe
rodo de florecimiento de un sistema institucional determinado
que en la poca de su desmoronamiento. Esto se observa, por
ejemplo, en Polonia donde es caracterstica la diferencia entre
el siglo xvi y las postrimeras del siglo xvm . A finales del si
glo x v i i i , Stanislaw Lubomirski pudo permitirse el lujo de em
plear a su servicio al arruinado Ilustrsimo prncipe Czetwertynski, slo para poderle dar unas fuertes palmadas durante las
comidas y exclamar: Seor Prncipe, triganos rns vino! Es
muy probable que tal cosa no pudiera ocurrir en el siglo xvi. El
rpido proceso de proletarizacin de la pequea nobleza tam
bin contribuye a despojar de gran parte de su contenido social
a la categora de los bien nacidos. Igual sucede con las cate
goras de la poblacin campesina.

LA ESTRUCTURA FEUDAL.
LA TERMINOLOGIA Y LA REALIDAD

El carcter institucional feudal de las clases sociales y las


barreras que las dividen se acompaa naturalmente de las ms
distintas formas de transgresin semilegal o absolutamente ile
gal o de la omisin de tales obstculos, o bien de su disgrega
cin cuando se prolonga demasiado el divorcio entre el estado
formal de as cosas y la situacin de hecho. A veces, esto se mani
fiesta a travs del fenmeno de un descenso por la escala de la je
rarqua social. El ttulo de nobleza se acostumbra a no utili
zar en las bancarrotas de una familia y cuando su ruina es
irremediable. Sin embargo, ms frecuente quizs es la trans
gresin de las barreras de los estados hacia arriba, pero, por
su naturaleza, estos casos son mucho ms difciles de analizar
para el historiador. El subir ilegalmente por la escala social
381

por ejemplo, el introducirse subrepticiamente en el estado de


la nobleza slo era factible a condicin de hacerlo hbilmente,
al margen de la opinin social, y por lo tanto esto no poda
escribirse en las fuentes. Los perodos de disturbios y de guerras
eran los ms propicios para esta suerte de fenmenos. As, tena
razn Enrique Sienkiewicz al introducir en su Triloga a gentes
de las cuales se dice que vienen no se sabe de dnde. La mi
licia,6 el servicio en la Corte o la instruccin solan ser con
una intensidad diferente segn las pocas el medio que permi
ta una ilegal a la vez que eficiente promocin en la escala so
cial.7
A veces, el historiador logra descubrir las artes que condu
jeron a las promociones ilegales a travs de las voces de la
opinin pblica de la poca, con ayuda de las obras a veces
calumniadoras y no siempre autnticas en sus aseveraciones, pero
las cuales suelen reflejar la realidad de los procesos sociales
de su tiempo, como el Lber C ham orum o Los N efitos Polacos
de Jeske-Choinski.*
Los procesos del movimiento social, tanto legales como ile
gales, constituyen para el historiador de las estructuras sociales de
la poca feudal un problem a fundamental. El funcionamiento
de un sistema edificado sobre la base de la pertenencia vitalicia
y hereditaria a un estado determ inado de la sociedad, slo puede
comprende-se despus de haber establecido hasta qu punto las
barreras que dividan a los estados eran impenetrables de hecho.
Sin embargo, estos procesos, con todas las dificultades que
su investigacin presupone, no dejan por otro lado de ser tiles
para el historiador que analiza una determ inada estructura so
cial feudal, ya que tra ta precisamente de aprehender la estruc
tura social autntica, y por lo tanto, ha de incluir en el estado
de la nobleza a los que en la realidad ocupaban esa posicin
en la sociedad y se beneficiaban de sus privilegios, con indepen
dencia del medip que se valieron para tener acceso a este es
tado; el investigador de la estructura social feudal debe incluir
asimismo entre los campesinos a todos cuantos pertenecieron
por sus caractersticas al campesinado, pese a que sus antepa
sados hubieran ostentado algn ttulo nobiliario. As, podemos
considerar la ascensin ilegal por la escala de la jerarqua feudal
como un proceso que en cierto modo viene a corregir el divorcio
cada vez ms acusado entre el estado form al y el estado de
hecho, lo cual simplifica la tarea del historiador de la estructura
social.
Durante el ltimo perodo del sistema feudal en Polonia, sur
gen diversas instituciones jurdicas cuya tarea estriba en atenuar
legalmente este divorcio y adaptar el estado formal a la nueva si
tuacin real. En los tiempos del rey Estanislao, dichas institu
ciones sirven tanto para el ennoblecimiento de los burgueses
como para lim itar los derechos polticos de los miembros de la
382

nobleza arruinados, los cuales se han proletarizado. En rela


cin con la burguesa, la tarea de averiguar la pertenencia a esta
clase social, del derecho a ser burgus, incumba a jas comi
siones Boni Ordinis. Las reformas en los bienes de los magna
tes tambin tenan en cuenta la divisin en categoras de la
poblacin campesina de acuerdo con sus grados de propiedad
y sus obligaciones. En el reino de Polonia y en el territorio
ocupado por el zarismo, se procedi a la verificacin del estado
de la nobleza, con una clara tendencia a privar de sus privile
gios a los nobles que en realidad no pertenecen ya a su clase
social; mientras que la institucin que se cuidaba del ennoble
cimiento de los burgueses haca lo mismo. La Repblica de los
Nobles se desmoron junto con sus ttulos antes de que desa
parecieran las relaciones que a dichos ttulos haban estado
sujetas. En el territorio polaco ocupado por Austria, la nobleza
austraca se mostr en cierto modo respetuosa con la situacin
existente. Hasta el ao 1831 perduraron en el Reino polaco las
dignidades de voivoda y de castellano. De lo ridculo que solan
ser estos ttulos, es una m uestra la ancdota que cuenta el co
nocido dirigente de la Sociedad Democrtica Polaca, J. N. Janowski. En el ao 1850, Janowski, de origen campesino, lleg
a la aldea de Viatrowa, en la regin de Poznan, donde entr
como preceptor en casa de un seor dueo de un castillo, lla
mado Ignacy Moszczenski. ste tena ordenado a toda su servi
dumbre que le dieran el tratam iento de Ilustrsimo Seor sal
vndose de esta regla el mayordomo que perteneca a la pequea
nobleza, y en su delirio de grandezas el seor Moszczenski se
impuso a s mismo el ttulo de staroscicowicz que cuenta
Janowski no dejaba de ser realmente asombroso gramatical
mente,9 ya que no existe en la nobleza polaca; slo guarda una
cierta relacin con la vieja dignidad de starosta, usada en
naciones eslavas.
Los ttulos distribuidos por la Repblica de la Nobleza pol;
ca no llegaron a alcanzar a su padre, pero el seor MosczczensJ i
senta la necesidad de usarlo en la misma poca de la Primavej i
de los Pueblos. Sus hijos no tuvieron esa preocupacin y, .i
acaso lo desearon, slo podan luchar por la obtencin de i n
ttulo prusiano.

LA ESTRUCTURA CAP1TALU VA

Con su igualdad ante la ley, la abolicin de las viejas d uni


dades nobiliarias y su afn programtico de no crear otras cue
vas, el sistema capitalista presenta para el historiador dt las
estructuras sociales imas dificultades suplementarias a vece? tre
mendas. Por ejemplo, el acta notarial del siglo xix, esencialn inte
383

parecida a las actas de la poca feudal, no puede clasificarse sin


embargo de la m is m a manera.
Durante el periodo de transicin entre el feudalismo y el ca*
pitaiismo, pueden ayudar al historiador las numerosas fuentes
legadas por las instituciones de este perodo, empezando por
los censos electorales. La rica coleccin de fuentes documenta
les legadas en Francia por las elecciones consecutivas a los cuer
pos legislativos y a las instituciones municipales en el perodo
de 1789-1848 es asombrosa.10 En Polonia, la corta duracin del
censo electoral (1807-183G) ha dejado muy pocas fuentes de esta
naturaleza y la mayor parte de ellas han sido destruidas durante
la ltim a guerra.
Mientras e sistema feudal se halla edificado sobre el carc
te r formalmente impenetrable de las barreras, que de hecho
son transgredidas a menudo, ei sistema capitalista se asienta
en cambio en u n a libertad form al de movimiento, pero que en
la realidad tropieza a veces con dificultades insuperables. Por
esto, en relacin con el sistema capitalista, el problem a principal
que se le plantea al que investiga la estructura social consiste
en saber si esa libertad form al de movimiento se halla apro
vechada concretamente y hasta qu punto. Junto al sistema ca
pitalista, van apareciendo gradualmente unas instituciones es
peciales que van amalgamando a las diferentes clases que hasta
entonces existan en la sociedad de tipo feudal.
Una de estas instituciones es el sistem a educacional, otra el
servicio m ilitar obligatorio, otra el creciente aparato burocrtico,
y finalmente estn las grandes empresas industriales. Una de las
dificultades peculiares al historiador que investiga la estructura
social del Reino polaco en el famoso perodo de entre las Insu
rrecciones Nacionales es el hecho de que es precisamente entonces
cuando se produce un descenso de la educacin, con una falta
casi absoluta de enseanza superior, la carencia de un ejrcito
polaco y la gradual expulsin d los funcionarios polacos del
seno de las administraciones nacionales. Pero estas dificultades
ante las cuales se halla el historiador, son un plido reflejo de
los obstculos mucho mayores entre los cuales se oper el famo
so proceso de amalgama denominado por nosotros como la crea
cin de la nacin burguesa.
Ante la falta de los datos que le perm itan aprehender direc
tam ente la estructura social de una sociedad determinada, el
historiador se suele ver obligado a recurrir, para elaborar sus
conclusiones, a los que tiene sobre otros elementos estructurales
de la poblacin investigada.
Como es natural, los datos sobre la estructura profesional son
en este caso los ms importantes.
La utilizacin de estos datos para llegar a las hiptesis sobre
la estructura social, requiere, evidentemente, el conocimiento del
lugar que cada uno de los oficios ocupa en la jerarqua sociaL
384

En ciertos casos, un medio de aproximacin para la repro


duccin de la estructura social o el control de los resultados
acerca de la misma, puede consistir en los datos relacionados
con la estructura desde el punto de vista de las comunidades na
cionales o confesionales. Esto atae a los territorios donde exis
ten varias comunidades nacionales o confesionales cuyos dere
chos no se hallan reconocidos de igual manera. En Ucrania, la
divisin entre el campesinado y la nobleza est acentuada por
las diferencias de tipo nacional y confesional: la nobleza es de
origen polaco o polonizado y el campesinado es de nacionalidad
ucraniana o rutena; la nobleza es catlica, mientras que el cam
pesinado profesa la religin ortodoxa. En Eslovaquia, no hay
entre esos dos estados ninguna diferencia de tipo confesional
pero s de tipo nacional, ya que la nobleza suele ser de ascen
dencia hngara o germnica. En la Alta Silesia, el campesinado
es de extraccin polaca mientras que la nobleza es de raza ale
mana, etc. De igual manera, en la regin de Lodz, durante el
perodo de creacin de la industria textil, la poblacin alemana
ya que en esta regin no exista ninguna colonizacin agrco
la germana constituye una parte reducida de la clase obrera.
Igualmente elocuente con lo que se refiere a la estructura social
es la estadstica de los grupos nacionales y confesionales en aque
llos pases a los cuales emigraron los protestantes expulsados
de Francia. De la misma manera que la categora nacional y con
fesional de la poblacin juda suele constituir como tal una
importante clase en la estructura social.

LAS CATEGORIAS HISTRICAS


Y LAS CATEGORIAS ANALITICAS

La debilidad de la ciencia tradicional con respecto a la inves


tigacin de la estructura social fue su accin de limitarse al exa
men de la misma con las categoras y los criterios histricos
(nobleza, clero, burguesa, campesinado).
Pese a un siempre mayor esfuerzo tendente a la comprensin
del significado histrico que se encierra en cada uno de los pe
rodos investigados en esos conceptos y hacia la diferenciacin
interna y especca de estas categoras, esto no puede satisfa
cer nuestras necesidades cientficas actuales. De ah que la cien
cia marxista formule el postulado de dar un paso ms, pasando
de las categoras histricas a las categoras analticas.
La tarea de traducir las categoras y los criterios histricos
a las categoras analticas, requiere evidentemente que nos de
tengamos un momento sobre estas ltimas.
De la misma manera que al investigar, por ejemplo, la eco
noma de una empresa o el mecanismo de los fenmenos del
385
es 100. 25

mercado, el historiador no puede adelantar sin dominar la teo


ra y los mtodos elaborados por la economa poltica a con
dicin de que no los adapte mecnicamente a los materiales
relativos al pasado asimismo, en lo que concierne al anlisis
de las estructuras sociales, debe aprovechar el m aterial de la
sociologa, tomando de ella lo preciso tras haberlo adaptado a su
labor.
'
,_j
Los problemas de la estructura social y de las caractersticas
de las distintas clases sociales, han sido y siguen siendo el esla
bn ms im portante y a veces central de un nmero infinito de
doctrinas sociolgicas, que hay que conocer, as como estas co
rrientes, incluso aunque el investigador haya de desechar muchas
de ellas.11 No es casual que en la ciencia histrica hayan centra
do especialmente su atencin sobre estos problemas unos histo
riadores tan afines a la sociologa como Sombart, Weber, Lefebvre o Labrousse, atacados no pocas veces por los historiadores
tradicionales a causa de su afn sociolgico. A travs de estos
historiadores socilogos o socilogos-historiadores, las concep
ciones tericas penetraron en las investigaciones de los historia
dores en el sentido estricto de la palabra. Los conceptos de
Max Weber12 o de Som bart13 tuvieron, por tanto, una gran
influencia en la ciencia. Un ejemplo clsico del desarrollo de las
investigaciones tericas y metodolgicas sobre la estructura so
cial nos lo ofrecen las bsquedas en tom o a la Revolucin fran
cesa, en las que despus de las exploraciones preliminares basa
das en los conceptos esquemticos tales como son la aristo
cracia y el estado llano, los anlisis se volvieron cada vez
ms concretos y diferenciados, destacando en ltima instancia
por su elevado nivel de perfeccin los numerosos trabajos de
G. Lefebvre sobre el campesinado francs de aquella poca o
el ltimo trabajo de carcter m arxista de su discpulo A. Soboul
sobre los sans-culottes parisienses.14 Para el historiador marxis
ta se plantea la pregunta acerca del significado del concepto
clase social de la misma m anera que a los creadores del
socialismo cientfico y que en las investigaciones actuales de la
ciencia marxista.
No es este el lugar para analizar el contenido que encierra
en el concepto de clases sociales, ni tampoco en los trminos
burguesa, <tproletariado, campesinado, pequea burgue
sa, etc., en los escritos de Marx, Engels o de Lenin15 o de los
cientficos que en el curso del ltimo siglo se han proclamado
o han sido proclamados como pertenecientes a la escuela m ar
xista. Slo deseamos llam ar la atencin en este punto sobre
una serie de conclusiones prcticas resultantes de la concep
cin marxista para la tarea concreta del historiador que analiza
las estructuras sociales.
En su definicin terica de las clases sociales Marx se apoya
en el criterio de las relaciones en cuanto a la propiedad de las
386

fuerzas productivas (propietario de la fuerza de trabajo, pro


pietario del capital y propietario de la tierra) el cual superpo
ne al criterio de la participacin en el reparto de la renta social
(remuneracin del trabajo, beneficio y renta).16 Ambos criterios,
evidentemente, deben superponerse, con lo cual, utilizando cada
uno de ellos, obtenemos resultados idnticos. En una definicin
concebida con unas categoras muy generales,17 Lenin tambin
establece un carcter de igualdad entre el criterio de las rela
ciones hacia los medios de produccin y el criterio de la apro
piacin y, por lo tanto, de la participacin en el reparto de la
renta social.
En la poca capitalista estos criterios se aplican evidente
mente a las clases sociales fundamentales, pero aplicndose sin
embargo a travs de una profunda abstraccin, para algunas
clases sociales, mientras que dejan de aplicarse absolutamente
para, con otras. As, por ejemplo, si tomamos la renta de un
molinero aldeano que posee una explotacin agrcola y el cual,
aunque trabajando l mismo, emplea a dos mozos de labranza
y a dos obreros en el molino, la diferenciacin de la remunera
cin del trabajo, de la renta de la tierra y del beneficio del
capital sera un procedimiento ms bien arbitrario. El personal
directivo de una administracin econmica o incluso estatal
que percibe elevados sueldos puede pertenecer formalmente a la
clase que no posee ningn pice de fuerza productiva y que
slo percibe la remuneracin por su trabajo; sin embargo, desde
otros puntos de vista, costumbristas, ideolgicos o polticos, pue
de pertenecer al mismo tiempo a la clase dominante. Esto lo
vio Marx perfectamente, cuando escribe que incluso en Inglate
rra donde la nueva sociedad ha logrado en su estructura eco
nmica el ms extenso e incuestionable desarrollo clsico... la
estructura de clases no aparece con rasgos puros. Tambin aqu
se borran por doquier los lmites de los niveles medios y tran
sitorios, pero Marx afirma, no obstante, que para sus razona
mientos es un problema que no le preocupa, ya que la ten
dencia constante y la ley de desarrollo del modo de produccin
capitalista radica en la separacin cada vez mayor entre la
esfera de los medios de produccin y el trabajo.18
De esto resulta claramente que el objetivo de Marx en los
citados razonamientos era el de elaborar una definicin de las
clases sociales que se prestara al anlisis terico del sistema ca
pitalista, a hacer resaltar su esencia y su tendencia al desa
rrollo, y que se daba cuenta perfectamente de que la aplicacin
de esa definicin al anlisis concreto, incluso de la sociedad re
lativamente ms desarrollada, tropezara con dificultades esen
ciales.
Es curioso que en Lenin y ms an en Stalin, comenzara a
prevalecer una clara tendencia al concepto dicotmico de la
divisin de las clases sociales, lo cual puede explicarse en parte,
387

por el hecho de que esta idea es muy til para la lucha revolu
cionaria contra la estructura de clases existente.* Sin embar
go, parece que el origen de este cambio hay que buscarlo tam
bin en otras categoras acaso ms importantes de fenmenos.
No hay que tom ar en consideracin, por ejemplo, el hecho de
que en la poca en que Marx escribi el tercer tomo de E l Ca
pital, el proceso de fusin de los terratenientes con la burguesa
industrial y comercial an estaba poco adelantado, incluso en
Inglaterra, como para considerar que las diferencias que divi
dan a estas dos clases haban desaparecido, m ientras que en
la poca de Lenin y de Stalin, y particularm ente frente a la
revolucin comunista, estas diferencias se relegaron pronto a un
segundo plano?20
En el caso de ser acertada esta hiptesis y a nuestro pa
recer lo es, de ello se desprendera una im portante conclusin
para la labor investigadora m arxista: con respecto al anlisis de
las sociedades de finales del siglo xix o de la prim era m itad del
siglo xx se planteara ms bien la directiva de un concepto dico
tmico de la estructura de clases de la sociedad indagada, mien
tras que para las pocas anteriores, incluso la divisin en tres
cuerpos sera, como lo seala el propio Marx, difcil de aplicar.
En su Teora del m aterialism o histrico ,2i Bukharin afirma
que en el anlisis de una sociedad de clases concreta nos encon
tramos ante los siguientes tipos:
a) Las clases esenciales de un sistema social determinado
(las clases en el exacto sentido de la palabra), o sea la nobleza
y el campesinado, la burguesa y el proletariado, etc.
b) Las clases medias, entre las cuales cuenta a los grupos
que no son una supervivencia del sistema anterior, necesarias al
sistema en el cual existen y que ocupan un puesto jerrquico
medio frente a las clases fundamentales.
c) Las clases transitorias, con lo que Bukharin entiende
las supervivencias del sistema anterior que van desapareciendo
paulatinamente, aunque a veces con mucha lentitud, y a las cuales
perteneceran los grupos carentes de libertad en los tiempos
ms tempranos del feudalismo, o los elementos de la pequea
economa de mercado en el capitalismo.
d) Las clases de tipo mixto, o sea los grupos que bajo
ciertos aspectos pertenecen a una y otra clase, como, por ejem
plo, los campesinos-obreros en el capitalismo o el noble agricultor
sin siervos durante el feudalismo.
e) Los grupos marginados, como el lumpenproletariat, los
vagabundos bajo el feudalismo, es decir, todo cuanto Czarnowski calificaba como gentes al margen de la sociedad.22
Contrariamente a lo que pudiera parecer,23 creemos que la pro
posicin de Bukharin no se sale del esquema marxista. En prin
cipio, Bukharin adopta en su anlisis terico una postura dicotomica.2'* La diferencia entre el esquema dicotmico y el esbozo
388

de los cinco grupos de clases que acabamos de citar es una


diferencia entre el ms alto nivel de abstraccin terica por una
parte, y el instrumento de investigacin adecuado al anlisis de
una sociedad concreta, por otra. Las abstracciones tericas ne
se verifican directamente en los anlisis sociales.*s Su averi
guacin requiere la introduccin en el esquema de ms compli
caciones cada vez. Esto es precisamente lo que hace Bukharin.
Las clases medias, las clases transitorias, las clases de tipo
mixto o los grupos marginados no deben existir forzosamen
te en el capitalismo y algunas de ellas a menudo no existen.
Puede concebirse muy bien un capitalismo en el cual no aparezca
ninguno de esos grupos. De forma que no son necesarios al
anlisis de la teora del sistema capitalista. Sin embargo, si de
la teora pasamos al anlisis de las sociedades concretas, debe
mos introducir en el esquema una serie de complicaciones, ya
que, de hecho, el esquema que Bukharin nos propone es muy
provechoso.

MULTIPLICIDAD DE CRITERIOS PARA LA EVALUACIN


DE LA JERARQUIA SOCIAL

Si afirmamos que cada sociedad diferenciada posee una es


tructura determinada en sus aspectos funcionales y jerrquicos,
queremos decir que se halla dividida en clases en el sentido
lgico de la palabra las cuales se diferencian segn un crite
rio determinado o en varios, cada uno de los cuales tiene su
propia escala jerrquica. Los ms frecuentes en la prctica in
vestigadora son los criterios:
1. De la propiedad (por ejemplo, la posesin de las fuerzas
productivas).
2. La renta (su magnitud o su carcter).
3. La participacin en el poder.
4. La estima social.
5. El modo de vida (costumbres, cultura).
Algunos de ellos son de fcil mensuracin, otros ms difciles
de medir, pero todos, sin embargo, se prestan a una evaluacin
jerrquica.
En los casos ms favorables, todos estos criterios se super
ponen. En la Polonia de fines del siglo xvi la nobleza ostenta
el monopolio de la propiedad de la tierra (de la que casi se ha
desposedo ya a la burguesa), tiene una participacin extrema
damente importante en el reparto de la renta social, cuyas dife
rencias son muy grandes (el proceso de proletarizacin de una
parte de la nobleza an apenas se esboza), disfruta del pleno
monopolio del poder (dominio absoluto sobre el campesinado y
control de la administracin comunal), cuenta con la garanta
389

jurdica de su posicin y con la estim a social an no mermada


por la ideologa, y se diferencia absolutamente por su modo de
vida (las diferencias en el seno de la nobleza son a este respecto
muy insignificantes en comparacin con el siglo xvm , por
ejemplo).
Este alto grado de superposicin de todos los criterios es,
no obstante, un fenmeno histricamente muy raro.
En el caso de no superponerse estos criterios, el investigador
se ve en la obligacin de escoger entre los mismos. Como es
sabido, el marxismo opta en este caso por la prim aca del pri
mer criterio conjugado con el segundo, considerando que en la
prctica ambos deciden con demasiada frecuencia cmo han
de correlacionarse los tres restantes, al menos en sus lneas ms
importantes, ya que nadie ha de negar, como es natural, que en
una ciudad feudal el verdugo pueda tener unos ingresos muy
elevados en comparacin con el resto de la comunidad, sin por
ello participar en lo ms mnimo en la administracin de la
ciudad y ocupando el puesto ms bajo en la escala de la estim a
social.
Este supuesto tiene su utilidad a condicin de que la rela
cin con los medios de produccin (definicin de Lenin)26 no
se interprete de una m anera formal-jurdica como la propiedad
segn la entiende la legislacin tpicamente burguesa, es decir,
en el sentido de la propiedad plena y exclusiva, y que debe com
prender a un tiempo los elementos de la propiedad, de la dispo
sicin y del aprovechamiento. En las grandes sociales por ac
ciones, el pequeo accionista puede tener la misma participacin
en la propiedad el mismo nmero de acciones que el di
rector general; sin embargo, teniendo en cuenta la disposicin
de un determinado complejo de fuerzas productivas y el apro
vechamiento de las mismas, la diferencia ha de ser diametral
entre ambos.
Referente a las relaciones feudales no es fcil, como es sabido,
desentraar a quin pertenece cada herram ienta que se halla
en la granja del campesino, y tambin es posible dudar de si
este intento de traducir las relaciones feudales a la categora
del Cdigo de Napolen sera acertada desde el punto de vista
metodolgico. Los Emperadores romanos no eran los propieta
rios de Egipto, pero de hecho no dejaban de haberse apoderado
de un complejo de fuerzas productivas tan fundamentales para
la subsistencia del imperio de Roma.27
Hemos afirmado que la divisin de las clases segn los cri
terios antes enunciados corresponde al eje jerrquico, y que
es mensurable en sumo grado. Pudiera parecem os que slo
se pueden medir los dos primeros criterios, es decir, la propie
dad y la renta, mientras que los tres restantes: la participacin
en el poder, la estima social y el modo de vida, son en general
no mensurables.
390

Sin embargo, el problema es mucho ms complicado. Por una


parte, tampoco los dos primeros criterios se pueden medir con
absoluta precisin; por otra
te, en lo que concierne a los
tres criterios restantes, es posible advertir a veces en ellos cier
tos sntomas mensurables. Nuestros conceptos sobre la mensu
rabilidad de la propiedad y de la renta se hallan configurados
por unas relaciones tpicas para el sistema capitalista en el que
todos los bienes de produccin, los artculos de consumo y los
servicios tienen un denominador comn en los precios del mer
cado, lo que permite adicionar y comparar cada uno de los ele
mentos. Slo en esa situacin social podemos afirm ar con abso
luta exactitud que el seor X que posee tal paquete de acciones
es en un X% ms rico que el seor Y, el cual posee una finca
en el campo, una casa en la ciudad y asimismo algunas acciones
en una sociedad mercantil.
En el sistema feudal, en el cual las transacciones en relacin
con la tierra se realizan exclusivamente en el seno del estado
de la nobleza (y en este marco se efectan aunque sobre dichas
transacciones no dejan de influir los factores econmicos), en
este sistema bajo el cual el derecho a ejercer una profesin
de artesana (pertenencia a la corporacin) no est supeditada
a las transacciones de compra y venta, y en el cual el mercado
de todos los bienes, ya sean de consumo como de produccin,
es extremadamente imperfecto, el contestar a la pregunta de
cul de estos dos individuos es ms rico o de cul de los dos
disfruta de una renta mayor, suele constituir a veces una tarea
metodolgica infinitamente compleja.
Por otra parte, la participacin en el poder que en s escapa
a toda medicin puede esclarecerse, al menos hasta cierto pun
to, siempre y cuando se consiga el hallazgo de ciertos sntomas
mensurables.
La estadstica social de los ciudadanos que disfrutan de los
derechos polticos como, por ejemplo, el derecho de voto al Par
lamento (en la poca de la monarqua constitucional en Francia
o en el Principado de Varsovia o en el Reino polaco constitu
cional), la estadstica social de los miembros de los cuerpos
parlamentarios o del alto o bajo personal administrativo, todo
ello puede servir para establecer unas aproximaciones, imper
fectas, insuficientes y que requieren ser confrontadas con otros
materiales, pero que no dejan de ser una aproximaciones con
respecto al esclarecimiento cuantitativo del problema de la par
ticipacin de las diferentes clases sociales en el ejercicio del
poder.
De la misma manera, es posible dar luz a veces al criterio
de la estima social a travs de los elementos cuantitativos. Los
ttulos que distinguen a una persona suelen sealar su posicin
en esa escala jarrquica. En el Reino polaco, durante la poca
391

de Paskiewicz,* podemos observar perfectamente la paulatina


promocin social de la burguesa, leyendo en la prensa de enton
ces las reseas de los bailes en la Corte: no es casual, natural
mente, el orden en que su am or enumera los caballeros y las
damas que se hallaban presentes en la fiesta.
El anlisis de los registros del Estado Civil casamientos,
testigos de los casamientos, padrinps y m adrinas de los bautizos,
etc., perm ite seguir con gran precisin el proceso de nivelacin
de las diferencias en la estima social entre los nobles y la bur
guesa, e incluso de establecer cul de las profesiones burguesas
avanza ms rpidamente o con ms lentitud por esta escala;
de la misma manera, puede seguirse el proceso de aumento de
la separacin entre el m aestro artesano y su oficial en el mo
mento en que dicho oficial, junto con el desarrollo de las rela
ciones capitalistas, deja de ser con ms frecuencia cada vez un
maestro potencial para convertirse en un obrero asalariado
para toda su vida.
En ciertas ocasiones incluso es posible estim ar cuantitativa
mente el criterio del modo de vida siempre y cuando logremos
establecer como sntomas de esa m anera de vivir, por ejemplo,
el consumo de unos determinados artculos, la cantidad y la
calidad de la instruccin, la cantidad y la calidad de las prcti
cas religiosas, el lugar de residencia, etc.

LOS C RITERIO S ANALTICOS


Y EL MTODO DE DISLOCACIN

Ahora bien, si hablamos de la jerarqua segn una escala


determinada y de las posibilidades cuantitativas ms o menos
importantes, tenemos que tom ar posicin en ese caso en lo que
se refiere al mtodo de investigacin de las estructuras en la
escala cuantitativa, es decir, al mtodo de dislocacin que se
ha generalizado en la sociologa occidental, y cuyos partidarios
adoptan una postura extremadamente emprica. Consideran co
mo una arbitrariedad carente de fundamento la agrupacin de
nuestras categoras analticas y la clasificacin emprica del ma
terial. Como criterio cuantitativo utilizan la dislocacin de la
masa indagada sobre un eje que parte de cero y llega al mximo
que aparece en una determinada masa analizada. Se parte del
supuesto que si el criterio ha sido escogido con acierto y en la
sociedad investigada aparecen unos grupos autnticamente dife
renciados las clases, esta dislocacin no debe ser equiva
* Ivn Paskiewicz, mariscal zarista que aplast la Insurreccin nacional
polaca de noviembre de 1831 y obtuvo el ttulo de prncipe de Varsovia.
(N. del T.)
392

lente. En el eje deben aparecer concentraciones y dilatacio


nes.
En los puntos donde aparecen las mayores dilataciones, el
investigador puede utilizar los lmites de las divisiones en grupos
clasistas, ya que slo estas ltimas han de corresponder de
hecho a las divisiones que aparecen en una sociedad determi
nada.
En contra de este mtodo, y especialmente de su carcter abso
luto como el nico adecuado cientficamente, se pueden hacer
las siguientes objeciones:
1. No es cierto que este procedimiento elimine la interven
cin del investigador y obligue a hablar al propio material, ga
rantizando as los resultados antes las deformaciones arbitra
rias. Tambin en este mtodo el investigador elige el criterio
y en la mayora de los casos establece su mensurabilidad com
probada, lo que es muy arriesgado. La eleccin de esta regla
para conocer la verdad y de estos comprobantes debe basarse
en los conocimientos acumulados por la ciencia acerca de una
sociedad dada, de la misma manera que para llevar al material
investigado el conjunto de deficiones de los diferentes grupos
sociales.
2. El sistema de dislocacin exige un eje y por tanto un
criterio, pero, como lo hemos visto, estos ltimos no siempre
se conjugan entre s. Las categoras analticas asentadas en el
estado actual de los conocimientos cientficos permiten con ms
facilidad llegar a la concepcin integral de las divisiones socia
les, las cuales no existen aparte sino que comprenden la posi
cin de los individuos en el conjunto de la sociedad.
3. El sistema de dislocacin puede llevar a unos resulta
dos incomparables en el tiempo y en el espacio, y, por consi
guiente, disminuir enormemente las posibilidades analticas con
tenidas en el material elaborado.
4. El sistema de dislocacin es muy laborioso, mientras
que los dems sistemas, siempre y cuando sean correctamente
utilizados, deben dar unos resultados por lo menos muy apro
ximados.
Es evidente que las categoras analticas basadas en los cono
cimientos actuales y aplicadas al material investigado para su
ordenacin, su agrupamiento y su anlisis deben ser averigua
das a medida que aumentan los conocimientos acerca de una
sociedad determinada, precisadas o corregidas incluso a travs
del mtodo de dislocacin.
Esta cuestin nos lleva al problema de la realidad de la exis
tencia de las clases sociales, que se ha solido discutir. Los par
tidarios del procedimiento de dislocacin adoptan la postura
de la realidad de su existencia. Muchos otros cientficos conside
ran que las clases constituyen una construccin que nosotros
393

llevamos desde el exterior al material, investigado. An ms fre


cuente suele ser la actitud que reconoce la existencia real de
las clases sociales en el sistema capitalista pero negando su exis
tencia en las formaciones anteriores, feudal o esclavista.
Los partidarios de esta ltim a tesis consideran que es un
anacronismo la aplicacin del concepto de las clases a los
regmenes que no las conocieron.
.
~Es difcil discutir' la postura que niega' la existencia de' las
clases en general, pues a ella se oponen innumerables investiga
ciones empricas y es un problema muy tascendental al debatir
la aplicacin del concepto de las clases a los sistemas precapitalistas puesto que dicha postura choca con el arm a principal
de los marxists. Es evidente que los sistemas precapitalistas no
solamente no conocieron el concepto de las clases sociales
sino que en general vean su propia estructura social en otras
categoras como, por ejemplo, la de los Estados. Esta conciencia
de una estructura social propia se reflejaba en la vida social:
en la cultura, en las costumbres, en el modo de vida. Y de
nuevo viene a ayudamos en este trance el criterio de la lucha
de clases, ya que, si comprobamos su existencia, esto mismo con
firma la existencia de las clases sociales, pues si se enfrentan,
es quiz porque existen.
Finalmente, la cuestin de la existencia o de la inexistencia
de las clases sociales se halla vinculada adems con otro proble
ma sociolgico el cual tiene su historia en la ciencia: es decir,
con la pregunta de si los grupos sociales constituyen una simple
suma de los individuos que los componen o si son algo ms.28
A este respecto, Z. Jordn adopt una clara postura positivista
(ms bien neopositivista ya que el positivista Durkheim era un
acrrimo partidario de la tesis contraria) en una polmica en
tablada con nosotros, al escribir: La clase no existe fuera de
los individuos que la componen y lo que no puede aplicarse a los
individuos tampoco puede aplicarse a las clases,29 formulacin
que no deja de tener irnos clsicos valores de claridad y si su
autor, al hablar de la existencia, piensa en el problema ontolgico, es natural que estamos de acuerdo con l: la clase no
existe fuera de los individuos que la componen. En cambio, la
afirmacin segn la cual lo que no se aplica a los individuos
no puede aplicarse tampoco a las clases, pese a cierta falta
de claridad en la formulacin, parece un absurdo.
Sobre el seor X y el seor Y puede decirse todo cuanto
puede decirse de cada uno de ellos (empezando con las pala
bras: Uno de ellos...), pero tambin toda una serie de com
probaciones suplementarias (por ejemplo comparativas o adicio
nales). En cambio, en la masa estadstica es posible observar una
serie de regularidades, las cuales no tienen aplicacin* a las
unidades que componen esa misma masa.
En el estado actual de los conocimientos, no podemos vatici
394

nar si una m ujer va a dar luz a un nio o a una nia En


cambio, esta previsin puede aplicarse con un insignificante
margen de error, por ejemplo, en relacin con los nacimientos
del ao venidero en Polonia.
La comprobacin de la explotacin del campesinado feudal
por la nobleza no ha de efectuarse a travs del anlisis de cada
campesino y de cada noble, ni tiene ->r qu referirse a cada
uno de ellos. En este sentido, y a pesar de la afirmacin apodctica de Jordn, seguimos pensando que estbamos en lo cier
to al decir que el esclarecimiento de las motivaciones de los
intereses de clase no tienen una aplicacin para la interpreta
cin de los actos individuales; muchas veces los individuos actan
en contra de la clase social de la cual proceden e incluso a la
cual pertenecen, pero, en cambio, la historia no conoce quizs
a ninguna clase social que desee su autodestruccin.30

LOS CRITERIOS ANALTICOS Y LA REALIDAD HISTRICA

Cuando se realiza la traduccin de las categoras histricas


a las categoras analticas, el historiador se interesa concreta
mente por la existencia en un lugar dado y en un tiempo deter
minado de una estructura social de acuerdo con los criterios
establecidos por l; para analizarla, sin embargo, no debe olvi
darse en absoluto de los criterios histricos.
A un historiador le est permitido el analizar la estructura
social de la Polonia del siglo x v i i i desde el punto de vista del
criterio de las .relaciones con respecto a las fuerzas productivas
y a la magnitud de la renta, pero nunca debe olvidar que la
pequea nobleza, los judos y los campesinos con una propiedad
y una renta idnticas jams pertenecieron a una misma clase y
que una clase elaborada de esta forma constitua un anacro
nismo flagrante.
Al adoptar el principio marxista de la primaca de los cri
terios de las relaciones referentes a las fuerzas productivas y a la
participacin en la renta social, debemos recordar siempre que,
en lo que respecta al objetivo de la investigacin, tambin otros
criterios, aun cuando los consideremos secundarios, pueden ser
nos tiles. Esto tiene importancia especialmente en los casos
en que los resultados de la investigacin de la estructura social
han de servir a la historia de los movimientos sociales y a la
historia poltica. Nunca llegaremos a entender las diferencias
existentes entre la aldea y la parroquia en los pases catlicos
y ortodoxos si no tomamos en consideracin el criterio por
muy poco subrayado que est del modo de vida. Jams lle
garamos a comprender la participacin relativamente grande
de los judos en el movimiento revolucionario polaco y de los
395

polacos en el movimiento revolucionario ruso si no recor


dsemos el hecho de que aqullos en la sociedad polaca y stos
en la sociedad de la Rusia zarista constituyeron unas comuni
dades nacionales ordenadas socialmente. El paso del burgus
adinerado a las filas de la nobleza en la Polonia tanto del si
glo xvi como del siglo xvm , se explica por razones econmicas
pero que, no. obstante, no aclaran este fenmeno enteramente,
ya que los criterios del modo de vida y de la estima social,
tambin han de ser tenidos en cuenta, etc.
El historiador de las estructuras sociales debe interarse fi
nalmente no tanto por la estructura existente de hecho, sino
por el concepto que en su tiempo se tuvo de tal estructura
y de la relacin hacia sta por parte de las diferentes clases
sociales, es decir, por los fenmenos de la conciencia social
ligados con la estructura social.31
Los conceptos de la estructura social se hallan ligados en
parte al criterio de la estima: se trata, entre otras cosas, de
cules son las posiciones sociales respetadas y cules son las
clases sociales que las respetan, de saber cules son los privi
legios sociales reconocidos, los que son tolerados, los que son
discutidos y en qu categoras de la sociedad, etc.
Las splicas de los campesinos nos brindan un rico material
para explicar el problem a de la posicin de clase de la nobleza
en la conciencia del campesinado. Naturalmente, hay que recor
dar que estos ruegos estn dirigidos al seor al cual se hallan
enfeudados los aldeanos y que por lo tanto no reflejan sus pen
samientos y su postura entera y sinceramente. Sin embargo, por
otra parte, el perfecto conocimiento del m aterial m uestra que
en ciertas ocasiones, especialmente en las situaciones ms crti
cas, el campesino escribe todo cuanto piensa olvidndose o ha
ciendo caso omiso del tem or a zaherir al buen seor. Adems,
la crtica histrica y la confrontacin de las peticiones con otros
materiales de fuentes perm iten la eliminacin de las expresio
nes convencionales o determinadas por la situacin del supli
cante, de entre las palabras que reflejan la conciencia que reina
ba en un grupo determinado del campesinado. Gracias a esto
precisamente, es posible hallar entre las splicas campesinas las
huellas de los cambios que se producen en la conciencia del
campesinado durante el ltimo cuarto de siglo que precedi a la
poca de los desmembramientos de Polonia.32
Facilitan un material inconmensurablemente rico para el an
lisis de la conciencia social las memorias, la epistolografa, los
vestigios etnogrficos, las publicaciones y los materiales de agi
tacin poltica, de ideologa social, etc. Sin embargo, se da el
fenmeno de que el investigador suele tra ta r sin la debida cr
tica los materiales de agitacin y de carcter doctrinario halla
dos en los materiales de fuentes bajo la apariencia de declara
ciones y formulaciones. El peridico, el pasqun o la doctrina,
396

reflejan la conciencia de una determinada clase social y tiende


a transformarla. Esta diferenciacin suele ser muy difcil de
realizar en la prctica investigadora, pero esto no le libra al in
vestigador de laborar en ese sentido.^
Pero no distamos mucho de llegar al punto en que slo po
dremos analizar la conciencia humana a travs de las declaracio
nes humanas. Las palabras de los hombres no dicen mucho acer
ca de la conciencia humana cuando esas expresiones no pueden
confrontarse con los hechos. Es cierto que para nosotros es muy
elocuente el hecho de que en cierta situacin social algunos
estados de la nobleza dejan de subrayar la importancia de los
privilegios aristocrticos, proclamando su igualdad con los bur
gueses ms poderosos. Ahora bien, no merece la pena enterarse
tambin de cmo acta la nobleza, de cmo casa sus hijas con
los hijos del burgus y sus hijos con las hijas del burgus, dirige
a sus hijos hacia las profesiones tradicionalmente consideradas
como burguesas o se rodea en su vida privada de personas per
tenecientes a la burguesa. Es profundamente errneo y bastante
generalizado el hecho de poner un signo de igualdad entre el
anlisis de las conciencias y el anlisis de las declaraciones, ya
que por una parte stas constituyen una entre las numerosas
categoras de las acciones humanas, y por otra parte, sin embar
go, al investigar estas ltimas, podemos conocer el mundo de
los valores sociales en el cual vivi la sociedad indagada.

LA DIFERENCIACIN EN EL SENO DE LAS CLASES

En la formulacin citada anteriormente, Marx ya llamaba la


atencin sobre el hecho de que la categora analtica de las cla
ses sociales, con toda su enorme utilidad desde el punto de
vista de la investigacin, no capta todo lo complejo y todo lo
complicado de los elementos que se manifiestan en cada estruc
tura social histricamente conformada y que contina transfor
mndose constantemente, y que siempre existen unos niveles
intermedios y transitorios los cuales borran todos los lmites
fronterizos. El anlisis histrico no puede, por lo tanto, tratar
a las clases sociales como un bloque monoltico sin hendiduras,
ya que se ha de recordar asimismo la existencia de los ms
diversos grupos sociales que en el curso de las constantes trans
formaciones socio-econmicas o bien se negaron a clasificarse en
una categora determinada, o bien no se fusionaron dentro de
otra clase; y aunque evolutivamente tienden a ello lo que cons
tituye una importante comprobacin para el historiador que
observa dinmicamente a la historia no dejan sin embargo de
sealarse por una autonoma relativa en un momento concreto
de la historia.
397

Las clases no son nunca monolticas (y esto se refiere tanto


a los estados privilegiados como a las clases humildes), ni desde
el punto de vista del nivel de vida ni de la m anera de vivir, ni
de los intereses materiales ni tampoco de la filosofa o de los
ideales. Las clases dominantes se suelen hallar sujetas a profun
das contradicciones, cuyo conocimiento, comprensin y utiliza
cin han sido ms de una vez un poderoso instrum ento en manos
de las clases humildes. La historia poltica tradicional de Polo
nia nos m uestra como origen de los cambios en el seno de la
nobleza la lucha entre los magnates y los nobles. Actualmente
vemos que en esa poca existi tambin en Polonia una impor
tante lucha de clases aunque menos visible entre la nobleza
y el campesinado. Por o tra parte, la propia lucha dentro del
estado privilegiado fue un hecho trascendental, y la toma en
consideracin de la importancia del enfrentam iento entre el cam
pesinado y la nobleza nos ha de perm itir comprender m ejor las
contiendas entre la misma nobleza en lugar de negarla. Los
campesinos, que en sus splicas a los magnates se quejaban
de los administradores y arrendadores nobles, dan testimonio de
que comprenden muy bien y se aprovechan de los intereses an
tagnicos existentes en el estado de la nobleza.
Tampoco eran monolticas las clases explotadas, ni el campesinad feudal, como tampoco lo son las masas trabajadoras bajo
el capitlismo. ni la misma clase obrera. El dar conciencia a esta
ltim a de que los intereses comunes que la unen son mucho
ms importantes que las contradicciones que la dividen en dife
rentes grupos, no es casual que haya constituido el lema de la
propaganda revolucionaria marxista.
El aprovechamiento y la exacerbacin de las contradicciones
entre los diferentes grupos obreros la aristocracia obrera y el
resto de la clase, los obreros cualificados y los no cualificados,
los viejos operarios y los nuevos procedentes de la aldea, los
nativos y los que vienen de otras provincias o de otros pases
ha sido siempre un arm a poderosa de la lucha de clases en
manos de la burguesa.
ste es un problema infinitamente delicado y el origen de
muchas dificultades en la investigacin. Pues no es fcil esta
blecer cul de estas diferencias es esencial y cules son secun
darias. En este caso han de ayudar al historiador de las estruc
turas sociales la historia poltica y la historia de la lucha de
clases. Los momentos crticos, las situaciones revolucionarias,
los perodos en que se desmorona el sistema de poder que ga
rantiza la jerarqua existente en la estructura social, nos per
miten precisamente efectuar la eleccin. Si la aldea feudal, en
principio cohesionada, se divide despus en clases, basta para
aprehender este proceso, y especialmente para establecer la fecha
aproximativa del mismo, con disponer de los datos sobre la es
tructura de la propiedad o de la renta ya que las diferencias
398

en la aldea feudal pueden ser tambin muy importantes en rela


cin con estas dos magnitudes.
Debemos considerar la aldea en los momentos decisivos, cru
ciales y entonces veremos cmo la postura antes imida y solida
ria de la poblacin campesina deja el paso a la aparicin de las
contradicciones internas.
En este sentido, la historia de la lucha de clases facilita al
historiador de las estructuras sociales, la verificacin de los
criterios que piensa utilizar en la investigacin. Cada ram a es
pecializada de la historia llevara a la confusin y a unos resul
tados absurdos si permaneciera aislada de las otras ramas y no
confrontara constantemente con stas sus mtodos y sus re
sultados.

REFLEJOS DE LA LUCHA DE CLASES E N LAS


INVESTIG ACIO NES SOBRE ESTRUCTURAS SOCIALES

Los resultados de las invsetigaciones sobre las estructuras


sociales, sobre la gnesis de las clases sociales, su historia, sus
transformaciones o su estado actual, son socialmente importan
tes. Es difcil encontrar un ejemplo de investigaciones ms tras
cendental desde el punto de vista de su alcance ideolgico. S. Ossowski ha demostrado de un modo convincente,34 que el esquema
dicotmico de la estructura de clases es el que ms se presta, por
ejemplo, como arm a ideolgica en la lucha contra la estructura
existente, mientras que los esquemas de gradacin o funcionales
son tiles para su defensa.
Es_ evidente que no slo los esquemas de la estructura social
-tienen una utilidad en la contienda ideolgica. Esto atae asi
mismo a muchos otros aspectos de estas investigaciones. Por
ejemplo, concierne muy claramente a los conceptos de la gne
sis de las clases sociales. As, aun siendo muy fcil enumerar
los argumentos en pro de la tesis segn la cual el mito de la
gnesis tiene en ias sociedades modernas el carcter de una
idea prelgica, esto no nos lleva, sin embargo, a la comprensin
de los fenmenos sociales. Es cierto que en la discusin sobre
la oportunidad de abolir la propiedad privada de las fuerzas
productivas la argumentacin extrada de la teora sobre la g
nesis de esta propiedad no tiene mucho que ver, pero los fen
menos sociales son sin embargo ms poderosos que el buen
sentido de los tecncratas, como nos lo demuestra fehaciente
mente el hecho de que, muy a menudo, a pesar de su buena
voluntad y de su postura ms racional, el investigador se gua
por sus preferencias ideolgicas en el momento de escoger la
terminologa, los criterios y la teora.
Los rasgos ideolgicos del trabajo son a veces tan evidentes
399

que huelga todo comentario. As ocurre, por ejemplo, con las


teoras que relacionan la gnesis de las clases con las desigual
dades de las capacidades o aptitudes humanas. Estas aptitudes
humanas naturales, innatas, habran de provocar las dife
rencias en las adquisiciones de los individuos durante su exis
tencia en las sociedades primitivas, los cuales, a su vez, garanti
zaran el m ejor desarrollo de las aptitudes de las generaciones
siguientes hasta llegar a las actuales estructuras sociales, en las
que lo m ejor se halla arriba y lo peor abajo.35
Esta teora, muy de moda en la Europa occidental a finales
del siglo xix, no ha desaparecido an, especialmente en los Es
tados Unidos, donde la idea de que cada cual puede tener acce
so a las ms altas posiciones sociales de acuerdo con sus capa
cidades constituye el elemento esencial de la ideologa oficial.
Hace ya setenta aos se enzarzaron en una polmica parecida el
defensor de la m onarqua prusiana e idelogo del Reich bismarkiano, Schmoller y el idealista pequeoburgus mucho ms
original que Schmoller aunque formalmente figura como perte
neciente a la misma joven escuela histrica alemana Karl
Bcher.
Schmoller lleg a la existencia de las clases sociales a travs
de la divisin social del trabajo, la cual crea determinados cam
bios fsicos y psicolgicos en el individuo, cambios que a su
vez, al consolidarse y profundizarse por mediacin de la selec
cin natural y la herencia, hicieron (formulando esta tesis con
bastante ms vulgaridad) que los individuos ms capaces y slo
ellos fueran seleccionados para ocupar los altos cargos. Por
el contrario, Bcher vea ms bien en las diferencias de propie
dad y de renta, la causa de sta y no otra configuracin de la
divisin del trabajo.36 Esta polmica tuvo un amplio eco en la
ciencia mundial de su tiempo.
En la ciencia fascista y clerical la investigacin de las socie
dades feudales y corporativas revisti a menudo un claro carc
ter apologtico y, refirindose al futuro, postul de hecho por
el retorno al corporativismo.
No obstante, el sentido ideolgico de una obra cientfica no
es tan fcil de percibir en muchos casos. La propia construccin
de los conceptos y de las definiciones no deja de tener una impor
tancia ideolgica. Si Mombert considera como estructura de los
estados la que no conoce ninguna movilidad y la divisin de
clases aquella cuya movilidad no presenta dificultades,37 es ver
dad que independientemente de las intenciones del autor estas
definiciones han de servir a la defensa de la estructura de cla
ses de la sociedad capitalista, ya que, de hecho, la movilidad
social no dej de ser evidente a pesar de las prohibiciones del
feudalismo, m ientras que siendo libre bajo el capitalismo, dicha
movilidad tropez a veces con dificultades insuperables.
La utilidad de ciertos mtodos de investigacin para los fines
400

ideolgicos de defensa del sistema de clases, suele provocar en


el extremo opuesto un mayor recelo y una deformacin en el
sentido contrario.
Naturalmente, los complejos esquemas del sistema social fa
cilitan eliminar las divisiones sociales esenciales. Pero tambin
es verdad que en cada sociedad difrenciada es posible distinguir
a un gran nmero de grupos y de clases sociales realmente dife
rentes. As, la crtica de los conceptos apologticos ha de llevar
no a la negacin de la pluralidad de los estados sino a la jerar
qua de las divisiones, las cuales no son igualmente profundas
ni tienen todas las mismas consecuencias sociales. Ocurre a me
nudo que la investigacin de la movilidad social es utilizada
para dar la impresin de que las divisiones de clases existentes
no son esenciales, pero la crtica de estas concepciones no puede
basarse eh la negacin de la importancia de los anlisis cient
ficos en torno a la movilidad, lo que ha provocado tantos ma
lentendidos.*
La crtica de las investigaciones de carcter apologtico slo
puede realizarse eficazmente siempre y cuando el crtico no se
halle influido por la polmica.

LAS NUEVAS POSIBILIDADES Y LOS OBJETIVOS DE LAS


INVESTIG ACIONES SOBRE ESTRUCTURAS SOCIALES

Las investigaciones histricas en torno a las estructuras so


ciales son tan antiguas como la crtica de la ciencia histrica.
La contribucin del marxismo a estas investigaciones tuvo va
rios aspectos:
a) estuvo basada en la aplicacin de las categoras analticas
de las clases sociales diferenciadas segn el criterio de las
relaciones con los medios de produccin y la participacin en
la renta social con respecto tambin a las sociedades feudales
o esclavistas,
b) subray los factores de la lucha de clases, considerndolo
como el ms alto y autntico criterio de la estructura de clases,
c) centr especialmente su atencin en la historia de la clase
obrera y en la historia de la burguesa.
El perodo staliniano, con todos sus errores y deformaciones,
tambin dej sus huellas en esta disciplina de las investigacio
nes histricas. Los problemas de la lucha de clases relegaron
a la sombra las cuestiones estructurales acertadamente. Los ele
mentos cimentadores de cada una de las clases hicieron omitir la
estructura interna de las mismas, las diferencias y hasta las
contradicciones imperantes en el seno de las clases. Al desentra
ar cuidadosamente todos los aspectos, incluso los ms insigni
ficantes, del proceso de maduracin de la conciencia de clase
ct 100.

401
26

de la sociedad obrera, se renunci a las bsquedas del recluta


miento y de la estructura de dicha clase. El centrar las investi
gaciones sobre los fenmenos ventajosamente valorados hizn que
se abandonaran transitoria y absolutamente las indagaciones so
bre la burguesa.*9
En los ltimos aos existe un aumento considerable de las
investigaciones histricas sobre las estructuras sociales tanto en
Occidente como en los pases del Este. La ciencia sovitica ha
vuelto a acometer estas investigaciones con un vasto arsenal de
conceptos y de experiencias terico-metodolgicas. En la ciencia
occidental los prom otores de estas indagaciones suelen ser los
centros declaradamente izquierdistas, muy a menudo influencia
dos por el marxismo. Una de sus ms valiosas contribuciones,
especialmente en la ciencia francesa, es la elaboracin de nuevas
tcnicas analticas, en particular la tcnica de elaboracin de los
m ateriales masivos.40 La investigacin de los registros parroquia
les y de las actas de estado civil, el anlisis de las certificaciones
de los seguros, de las relaciones sobre el personal de las gran
des empresas por ejemplo, de los ferrocarriles, los documen
tos sobre el personal de la administracin del Estado, de los
servicios educacionales, etc., abren enormes posibilidades y pers
pectivas a este respecto.41
Por lo que se refiere a los comienzos del capitalismo y la con
formacin de las naciones modernas y de las clases sociales t
picas para el capitalismo, constituyen una riqusim a fuente para
la ciencia francesa los documentos fiscales y especialmente en
aqullas que se resean los censos electorales a p artir de 1848.
Todas estas categoras de fuentes son prcticam ente inutilizables con la aplicacin de los mtodos investigadores tradicio
nales, ya que para extraer todas las posibilidades cientficas
que contienen se precisa incluso de las mquinas calculadoras.
En la Polonia actual ya no existen un gran nmero de cate
goras de fuentes anlogas. Pero esto es solamente un argumento
ms a favor del cuidadoso aprovechamiento, esmerado, de los
archivos que pudieron salvarse.

402

XII.

Las investigaciones histricas


sobre los precios

H ISTO RIA DE LAS INVESTIG ACIO N ES SOBRE


LA H ISTO RIA DE LOS PRECIOS

Las reflexiones histricas en torno al cambio de los precios


a travs del tiempo coinciden con la aparicin de las ideas ra
cionalistas sobre los fenmenos sociales en general, es decir, con
el Renacimiento. Las prim eras mercancas cuyos precios se in
vestigaron fueron los metales preciosos, a los que el insigne eco
nomista francs renacentista Jean Bodin dedic una gran aten
cin en su obra publicada en el ao 1568.1 Ms tarde, Adam
Smith2 analiz especialmente este problema basndose en una
rica documentacin que se remontaba al ao 1350. Es evidente
que al examinar el fenmeno del dinero y con el fin de aclarar
la esencia del valor de los metales preciosos, en muchas oca
siones se procedi a la investigacin del precio de dichos me
tales reflejado en otras mercancas los cereales o sea, del
valor pecuniario de esas mercaderas.
Las grandes perturbaciones en los precios que sucedieron en
Inglaterra en el perodo de las guerras con la Francia revolucio
naria y las guerras napolenicas durante el bloqueo continen
tal, la cada de los precios y las diferentes etapas en el fun
cionamiento de las medidas arancelarias sobre el trigo, todo ello
suscit un gran inters por el fenmeno de la oscilacin de los
valores pecuniarios.
As se comprende la aparicin de una obra tan imponente
para aquella poca como la de Took basada en la libertad de
comercio y que pudo acabar con la ayuda de Newmarch.3 Al
abarcar un perodo de 45 aos, saturado de grandes perturba
ciones en la esfera de los precios, Took y Newmarch nos ofrecen
en su obra, independientemente de sus ingenuidades librecam
bistas y de la unilateralidad de sus teoras del valor,4 un rico
material reunido a conciencia y que sigue siendo aprovechado
para el conocimiento de aquella poca.
La obra de Rogers,s de unas dimensiones monumentales, cons
tituye un nuevo paso. Poltico activo y aficionado a la historia,
pero algo dilettante, Rogers concibi su obra de una forma
tan extensa como inconsecuente. Esto explica sus enormes des
proporciones y sus lagunas, especialmente en los pasajes rela
tivos al agro. En cuanto a la historia de los precios se refiere,
el gran mrito de Rogers es el de haberse recogido una considera
403

ble cantidad de informaciones tomadas de las fuentes medieva


les y en gran parte de los manuscritos.
Aunque se public mucho ms tarde, tambin la obra de
clAvcnel sobre la historia de los precios en Francia desde 1200
a 1800 (!) adolece de una falta de mtodo.6 En relacin con
las fuentes utilizadas, esta obra no es crtica en absoluto: es
ingenua en cuanto a la elaboracin de los materiales estadsti
cos. Tiene un carcter de gran receptculo anecdtico en el cual
el autor basa una gran parte de sus trabajos ulteriores, los cua
les carecen, asimismo, de gran importancia cientfica.
Las tentativas de Rogers y de d'Avenel ms bien contribuye
ron a disminuir el inters por las bsquedas en torno a la historia
de los precios.' No obstante, en este terreno aparecieron otros
trabajos aparentemente modestos, monogrficos. Entre otras nu
merosas tentativas de alcance reducido merece ser recordada la
prim era monografa de F. Simiand,7 ya que su labor consecuente
y sistemtica condujo en los aos siguientes a la creacin de una
especie de sistema positivista en la teora econmica dinmica,
en la cual el anlisis de las oscilaciones de los precios y los sala
rios a travs de un largo perodo tiene una importancia funda
mental.
En el ao 1873, con ocasin de la Exposicin Internacional de
Viena durante la cual fue organizada una exposicin dedicada
especialmente a la historia de los precios, el congreso de esta
dsticos y el congreso de economistas resolvieron promover en
este terreno una serie d investigaciones de carcter internacio
nal. Ya que la empresa requera dinero, Inama-Sternegg hizo una
demanda al Gobierno austriaco, en la cual abogaba por que
dicho Gobierno se afanara en ocupar un rango distinguido como
el primero de los Gobiernos de un Estado amante de la cultura
que tambin se dedica a abrirle el camino a las ciencias socia
les a fin de que stas se conviertan en unas ciencias exactas.#
Quizs el Gobierno austriaco no estaba predispuesto a gastar
el dinero en esta empresa o alguna otra causa se lo impidi, el
caso es que la iniciativa de Viena no se realiz.
La idea de efectuar investigaciones colectivas e internaciona
les sobre la historia de los precios slo fue reasumida medio
siglo ms tarde, en el ao 1930. Esta fecha no es casual y merece
detenerse en ella un momento.
Esta vez la iniciativa correspondi tomarla, en febrero de
1930, a Edwin Gay, de Harvard y William Beveridge, de la London School of Economics. Una Comisin Internacional (Interna
tional Scientific Committee on Prices History) fue constituida
en Londres en mayo del mismo ao.9 A peticin del Social
Research Council of America, la Fundacin Rockeieller asign a
la Comisin una importante dotacin financiera (un problema
aparte es el hecho de que a medida que la crisis econmica
fue aumentando se fueran reduciendo considerablemente esos
404

fondos hasta agotarse finalmente, lo que fue causa de la pro


longacin de unos trabajos y el abandono de otros). La consti
tucin del Comit Internacional y el asegurar su base material
se hizo de una manera excepcionalmente rpida y sencilla. Ade
ms, casi al mismo tiempo se tomaron otras dos iniciativas en
orden a organizar las investigaciones internacionales sobre la
historia de los precios. En ese mismo ao de 1930, durante la
XIX sesin del Instituto Internacional de Estadstica celebrada
en Tokio, F. Simiand propuso la creacin, dependiente del Ins
tituto, de una Comisin de Investigaciones Histrico-Estadsticas.
La propuesta fue aceptada, se cre la Comisin y le confiaron
a Simiand la elaboracin del programa de trabajos de la misma.
Dicho programa fue presentado en la XX sesin del Instituto
Internacional de Estadstica celebrada en Madrid en el ao
1931, figurando en cabeza del mismo junto a las bsquedas
demogrfico-histricas precisamente la historia de los precios.10
El resultado ms importante de esta iniciativa fue la discu
sin que se entabl sobre los conceptos de Simiand y que.
desde el foro del Instituto Estadstico, se traslad seguidamente
a las pginas de la prensa y a las sociedades cientficas espe
cialmente la Socit dHistoire Moderne. El principal impugna
dor de Simiand fue Hauser, pero despus de la muerte de Si
miand sus tesis fueron asumidas por Labrousse.u
Una tercera iniciativa, tambin contempornea, fue la crea
cin por L. Febvre y M. Bloch en las pginas de la publicacin
Annales dHistoire Economique et Sociale recientemente fun
dada por ellos (1929) de una seccin especial consagrada a la
publicacin de las crticas, las discusiones, las reflexiones meto
dolgicas y los trabajos emprendidos en el terreno de la historia
de los precios. Simiand fue asimismo el redactor de esta seccin
como discpulo y colaborador de E. Durkheim, coartfice de la
Escuela de Annales y conocido desde haca tiempo por sus
aceradas crticas contra la historiografa tradicional.i2
Los vnculos existentes entre estas iniciativas simultneas y el
estallido de la gran crisis econmica de 1929 en el m und; no
dejan de ser evidentes. Algunos de los miembros del Comit lo
manifestaron incluso expressis verbis. Esta vinculacin explica
a su vez por qu fue tan fcil que, en plena crisis, esta empresa
obtuviera los enormes crditos de la Fundacin Rockefeller.
Nos hallamos aqu ante una postura tradicional tanto en la
ciencia histrica como en la opinin pblica (la cual se mani
festaba a travs de la decisin de los medios no especializados
que asignaron los crditos al Comit) y que pudiramos deno
minar con la clebre frase: no hay nada nuevo bajo el sol.
Despus de la sacudida provocada por el estallido de la gran
crisis de 1929, esta postura abogaba por la tesis de que el cono
cimiento de los cambios de los precios en el pasado, incluso
el ms remoto, permita conocer mejor la esencia de estas brus
405

cas oscilaciones y por lo tanto del cataclismo actual. Esta ten


dencia se propag incluso entre diversos economistas burgueses
de la poca. A. Spiethoff, al inaugurar una serie de investiga
ciones sobre las crisis econmicas, public un tercer tomo (nue
vamente en 1930!) dedicado por entero a las crisis desde... la
poca de Alejandro de Macedonia a Augusto!13
Se trata, sin duda, de una manifestacin del modernismo in
genuo, de una prolongacin de las series en el pasado fuera
de los lmites de las posibilidades comparativas. El conocimiento,
aun cuando fuese con la mxima precisin, de las oscilaciones
do los precios en las pocas precapitalistas, siendo bueno, en
nada poda ayudar a comprender el cataclismo econmico de los
aos 1929-1932. Tanto en las teoras del ciclo demogrfico14 como
en algunas concepciones que defienden explcita o implcita
mente el carcter perpetuo del ciclo econmico, existen elemen
tos metafsicos.
Acaso todos los investigadores que colaboraban con el Co
mit Internacional adoptaban esa postura de ingenuo modernis
mo? Parece ser que no. Es posible suponer que algunos de ellos
aspiraban a aprovechar aquella situacin para sacar de las cajas
de las fundaciones norteamericanas im portantes sumas de dine
ro. indispensables para las investigaciones y publicaciones de
la ciencia histrica.
El resultado concreto de los trabajos promovidos por el Co
mit fue antes, durante y despus de la guerra la aparicin
de diversas publicaciones concernientes a Inglaterra, Francia,
Alemania, Italia, Holanda, Espaa, Austria y Polonia (escuela de
Bujak). Dichas obras son an valiosas en atencin a la riqueza
de los m ateriales documentales y a la elaboracin tcnica de
los mismos. Los desencantos que pudieron ocasionar los traba
jos del Comit slo pueden afectar a aquellos cientficos que
basaron en ellos unas esperanzas carentes de todo fundamento.

EL ESTADO DE LAS IN VESTIG AC IO N ES


Y DE LAS PUBLICACIONES DE LOS M ATERIALES
Francia. En el marco de los trabajos del Comit se pu
blic en el ao 1936, bajo la redaccin de H. Hauser, un tomo
relativo a la historia de los precios en Francia desde 1500 a 1800.,s
Se trata de una obra elaborada colectivamente y la cual contie
ne materiales sobre los precios en una veintena de ciudades muy
desigualmente esparcidas por la geografa del pas. No se puede
hablar de una representatividad de los materiales publica
dos ni desde el punto de vista del tipo de ciudades ni geogrfi
camente. Para acercarse a esta representatividad, el editor pla
neo extender las investigaciones a un nmero considerable de
406

nuevas localidades, lo que no se pudo realizar por falta de me


dios econmicos. Dicho tomo contiene un gran nmero de mate
riales, pero poco importantes, en la cantidad de los artculos,
la riqueza de los datos acerca de los diferentes aos, la conti
nuidad cronolgica de los materiales, etc. La postura metodol
gica fundamental de Hauser de la cual hablamos en otro lu
gar hizo que presentara los materiales reunidos por l y por
sus colaboradores como una obra casi original. Junto al pro
medio de los precios nominales para cada ao, se da la cantidad
de las anotaciones en que se basan esas medias (pero la falta de
los precios mximos y mnimos dificulta el averiguar la auten
ticidad de estas ltimas) y su equivalencia en gramos de plata;
tanto unos como otros se hallan calculados tomando como ndices
bsicos los aos 1721-1745, pero como este autor incurriera en un
error fundamental en relacin precisamente con los aos del
1726 al 1740,16 su ndice de los precios en plata no puede utilizarse
realmente.
Esa obra no tienen ninguna comparacin, desde el punto de
vista de su valor, con el trabajo principal y anterior de C. E. Labrousse sobre la historia de los precios y de las rentas en Fran
cia en el siglo x vm concretamente en los aos 1715-1798. Esta
obra, que constituye un trabajo analtico original, est basada en
las ricas series de precios de un amplio surtido de artculos, pre
cios que se refieren tanto al conjunto del territorio francs como
a las diversas regiones del pas. La principal base documental
de la obra son las listas d los valores pecuniarios elaboradas
en los distintos mercados por la administracin de la monarqua
absoluta (las as llamadas mercuriales), cuya autenticidad averi
gu el autor a travs de los ms diferentes mtodos: vase el
apartado sobre los litigios metodolgicos. Los datos (cuya auten
ticidad nadie ha podido poner en duda) contenidos en la obra
de Labrousse pueden ser complementados con los artculos que
no tuvo en cuenta.
Su labor fue continuada por su discpulo, Chabert, quien se
dedic al anlisis de los precios y de las rentas en Francia en
los aos 1798-1820.18 Dadas las profundas perturbaciones polticas
de la poca, su trabajo se fundamenta en unos materiales menos
homogneos. La elaboracin de las series no deja de ser una
continuacin de la obra iniciada por Labrousse. La fecha termi
nal coincide con la fundacin del Oficio Central Estadstico (Statistique Gnrale de France).
Pero las tarifas de los precios en los mercados, cuyo valor
demostrara Labrousse, arrancan en Francia de los comienzos del
siglo xvi. El xito de los mtodos de Labrousse incit a otros
investigadores a ocuparse de estas fuentes con respecto a los
siglos xvi y xvii. M. Baulant y J. Meuvret se encargaron de ana
lizar los precios de los mercados parisienses en el perodo de
1520-1698.19 La primera ojeada sobre esta publicacin tan reciente
407

basta para despertar la confianza con las fuentes del siglo xvi.
Una vez quede terminado este trabajo dispondremos de la serie
de los precios del trigo en Pars durante el perodo de tres siglos
(de 1520 a 1820), es decir, hasta la fundacin del moderno Oficio
Central de Estadstica, siendo este trabajo tcnicamente irrepro
chable.
Alemania. M. J. Elsas recopil un m aterial anlogo acerca
de la historia de los precios en Alemania. Edit su prim er tra
bajo antes de la guerra, cuando se hallaba emigrado en Holanda.
La prim era parte del tomo segundo de su obra, editada en 1940,
estuvo escondida como obra de un desterrado alemn durante la
ocupacin nazi, y publicndose inmediatamente despus de la
liberacin de aquel pas, siendo editada en 1949 la segunda parte
de este tomo segundo.2
Basndose en una considerable cantidad de materiales de ar
chivo alemanes, Elsas aspir a reunir los mejores documentos
en cuanto a la autenticidad, la continuidad y homogeneidad de
los datos. Al publicar sus materiales, el autor se afan por expli
car y dar la mayor claridad a los datos, ligndolos con todo
cuanto era susceptible de facilitar su crtica. Elsas deja al lector
el cuidado de criticar los m ateriales publicados, facilitndole
todos los elementos indispensables para hacerlo. En resumen,
las tablas de los precios y de los pagos constituyen aproxima
damente el 20/o del total de la obra, pero el anlisis de los
resultados se contiene en unos captulos muy breves. Lo grueso
de la obra es lo que pudiramos llam ar un instrumento crtico,
lo que hace que esta publicacin sea de un manejo difcil y
pesado.?1
El tomo I de la obra de Elsas ofrece una serie de precios
y de salarios en Munich, Ausburgo y Wurzburgo, mientras que
el tomo II se refiere a Francfort del Main, Leipzig y Espira. El
libro est lleno de largas reseas sobre el dinero, las medidas
y los pesos que no dejan de rebasar considerablemente su fun
cin utilitaria con respecto al problema principal.
Inglaterra. William Beveridge, cofundador y presidente del
Comit Internacional de la Historia de los Precios, ha publicado
trabajos anlogos en Inglaterra. El subttulo de la obra iniciada
por Beveridge no deja de ser prometedor: Desde el siglo x i i al
siglo xix. El tomo primero apareci en el ao de la proclamacin
de la guerra,22 no habiendo publicado an los tornos siguientes.
El tomo aparecido contiene m ateriales relativos al perodo de
1550 a 1830. El tomo II deba estar consagrado a la era de los
castillos, es decir, desde el ao 1150 aproximadamente (!) hasta
el ao 1550. En el tomo por publicar destaca la extraordinaria
riqueza de los materiales sobre los precios en el Medievo ingls,
por lo cual su anuncio ha despertado gran expectacin.
El tomo publicado se halla compuesto en gran parte de ma
teriales originales. Lo especfico de esta obra estriba en que la
408

presentacin de los materiales no se reduce slo a los mercados


de los cuales proceden los precios sino a las instituciones que
facilitaron las fuentes: Winchester College, Eton College, la es
cuela y abada de Westminster, Charterhouse, Sandwich St. Bartolomew's Hospital, Greenwich Hospital, Chelsea Hospital, Lord
Steward's Department, Lord Chamberlains Department, Office
of Works, Navy Victualling y Naval Stores. De la misma ma
nera, el segundo tomo, cuyos materiales han de proceder sobre
todo de la contabilidad de los castillos, ha de tra ta r de dichas
fortalezas. Esta composicin de los materiales, de acuerdo
con las fuentes y no segn los mercados, hace que la divisin
entre los tomos sea inconsecuente: en el tomo I la contabilidad
de las dos prim eras instituciones se remonta a un perodo bas
tante lejano del Medievo (los datos de Winchester College arran
can del ao 1393 y los de Eton College del ao 1444), mientras
que los datos relativos a los castillos deban remontarse en el
tomo II al siglo xvn. Es evidente que, en la mayora de los
casos, esta composicin viene a resultar lo mismo que si se
sujetase a los mercados ya que, durante un largo perodo, estas
instituciones pudieron abastecerse en el mismo mercado. La com
posicin segn las fuentes deba asegurar, a juicio de los auto
res, la homogeneidad y comparacin de los datos.
La obra ha sido proyectada en gran escala. En el tomo III
deban figurar los datos extrados de los dos tomos anteriores
acerca de los precios del trigo y de los salarios en los merca
dos y los castillos en ambas pocas; en este tomo los datos
sobre los salarios deban sujetarse asimismo a las fuentes de
procedencia, mientras que los datos relativos a los precios del
trigo corresponderan a los grupos complementarios: los valores
pecuniarios de venta en la contabilidad de los castillos y los pre
cios de compra en la contabilidad de las instituciones. El IV
y ltimo tomo hara el balance de los resultados, con numerosos
anejos grficos sobre la media de los precios decenales calcu
lados en plata, y, finalmente, varios captulos sobre los pesos,
las medidas, las tasas, los problemas de las monedas, etc.
La calidad de los materiales sobre los valores pecuniarios en
los siglos pasados en Inglaterra no tienen quiz ningn equiva
lente en el continente. A ello contribuyeron numerosos factores
entre los cuales se conjugan la extraordinaria perennidad de las
instituciones, la solidez relativa de las divisas y los pocos daos
inferidos por las guerras a los archivos. Pero de momento, el
nico tomo que poseemos acerca de esta obra tiene un carcter
muy fragmentario. Sobre todo no figuran en l, o figuran muy
poco, los precios del trigo y no existe ningn dato sobre los
salarios. Esto dificulta y hasta impide el anlisis del contenido
del tomo. Adems, el haber dejado para el ltimo tomo los datos
sobre las medidas, los pesos y el dinero no deja de ser un
estorbo para la utilizacin del trabajo ya publicado.
409

Holanda. El prim er tomo de las publicaciones iniciadas por


el Comit Internacional apareci despus de la guerra bajo la
direccin de N. W. Posthumus,23 la mayor parte del cual est
consagrada a las anotaciones de los precios al por mayor de
la Bolsa mercantil de Amsterdam en los aos 1585-1914. En pri
m er lugar, se presentan los datos mensuales concernientes a los
precios ms bien con un carcter de anotaciones, pasando
seguidamente a las medias para los perodos de cinco y diez
aos, y finalmente las medias quinquenales con su equivalencia
en plata. Los testimonios mensuales estn basados en el prome
dio de las anotaciones efectuadas en los siglos xvn y xvm cada
semana, y a p artir del ao 1796 dos veces cada siete das. Ms
adelante, esta prim era parte de la obra contiene los datos de
la bolsa de los cereales de Amsterdam sobre los precios del
centeno en los aos 1597-1783. Finalmente, este prim er tomo re
produce los cursos de las monedas extranjeras en la Bolsa de
Amsterdam en los aos 1609-1914. Esta obra sirve de una gran
ayuda para los historiadores de todos los pases que en aquellas
pocas m antuvieron vivos contactos econmicos con Holanda
(y qu pas no los mantena!). El segundo y ltimo tomo de la
obra de Posthumus, cuya publicacin ya se anunci, deba con
tener entre otras cosas los precios al detall en Amsterdam en
los aos de 1600 hasta aproximadamente 1800, as como los de
Utrecht desde 1370 (!) a 1914 y de Leida desde 1795, los cursos
de las acciones de la Compaa de las Indias Occidentales y com
plementarios acerca de los precios de las instalaciones navales
y del m aterial de guerra.
El prim er tomo es muy im portante para los historiadores po
lacos ya que en l tienen el m ejor cuadro de la situacin en el
mercado holands, tan im portante a travs de los siglos para
las exportaciones de Polonia, as como tambin las anotaciones
concernientes a los cursos en la ciudad portuaria de Gdansk
(Dantzig) en los aos 1609-1772.24
Teniendo en cuenta el alto nivel de organizacin alcanzado
desde hace siglos por las Bolsas holandesas, es sorprendente
el hecho de que el prim er tomo se halla centrado en las anota
ciones burstiles. Aunque estrm os muy alejados del escepticismo
de Hauser con respecto al v*._or de cualquier anotacin, es pre
ciso subrayar, no obstante, que los m ateriales contenidos en
dicha prim era parte de la obra no se prestan a ser comparados
a no ser que sufran una elaboracin especial en este sentido
con los datos contenidos en otras publicaciones aparecidas bajo
la gida del Comit Internacional.
Es igualmente sorprendente y como lo revela el mismo
ttulo la total omisin en la obra de Posthumus de los precios
de la fuerza de trabajo (salarios), lo cual es contrario a los
principios adoptados como directrices por el Comit Internacio
nal y que fueron observados en las publicaciones de Beveridge,
410

Elas, Hamilton y otros autores. Esta omisin dificulta, al menos


en gran parte, las posibilidades de anlisis de los materiales
editados.
En su conjunto las publicaciones que han aparecido bajo la
proteccin del Comit Internacional constituyen una rica cantera
de informaciones. Entre estos materiales y las obras de Took,
Rogers o dAvenel media un abismo desde el punto de vista de
la autenticidad y de la homogeneidad. Sin embargo, y contra
riamente a los autores antiguos, en dichas publicaciones se nota
una absoluta sobriedad en la interpretacin y a veces incluso
hasta la renuncia absoluta a interpretar los datos (por ejemplo,
Pibram). No es de extraar, por tanto, que estas obras, pese
a todo el respeto debido a la labor de los autores, hayan sido
acogidas con escepticismo y que su propio afn de perfeccin
haya dificultado la investigacin.25 Adems, las recientes tenta
tivasnan a emotraao que l caradter masivo h e ios mxeriies
contenidos en las publicaciones de Rogers, dAvenel o de Hauser
dio origen a que se les im putara su falta de criticismo. Pero
esto tambin pudiera aplicarse al conjunto de las ediciones apa
recidas bajo la gida del Comit Internacional.26
Espaa. ste es el pas que cuenta actualmente con una
de las mejores elaboraciones de la historia de los precios en
Europa. A ello han contribuido, naturalmente, diversos factores
importantes, y en prim er lugar el inters que suscit desde an
tiguo en atencin al papel que tuvo Espaa en la historia de
la as llamada revolucin de los precios en el siglo xvi. Esto
explica asimismo que el investigador norteamericano Earl J.
Hamilton comenzara sus indagaciones sobre Espaa precisamen
te por ese perodo.
'
La obra de Hamilton presenta en tres tomos la historia de
los precios en Espaa desde 1351 hasta 1800, y toda ella est
concebida bajo el aspecto de una extensa y detallada monogra
fa y no como una publicacin de fuentes, con lo cual se diferen
cia sumamente de las interiormente enunciadas.
El prim er trabajo comprende el perodo de 1501-1650 y es el
fruto de seis aos de estudios.27 Seguidamente, Hamilton se re
mont en sus investigaciones hasta el Alto Medievo (1351-1500)
basndose en las fuentes concernientes a Valencia, Aragn y Na
varra.28 La carencia de datos sobre los precios en Catalua no
es considerada por Hamilton como muy perjudicial ya que afir
ma que las estrechas relaciones comerciales de aquellos tres
Reinos con Barcelona deban contribuir a que el movimiento
fundamental de los precios en esta ciudad no se diferenciara
demasiado. Mucho ms grave era, evidentemente, la falta de
documentos sobre los precios en Castilla. Pero es preciso recor
dar, sin embargo, que en este tomo Hamilton se refiere exclu
sivamente a los precios de la parte norte y oriental del pas.
Ahora bien, esta circunstancia es ms perjudicial para los his
411

toriadores que se interesan por Espaa que para los historia


dores de otros pases, ya que las regiones comprendidas en ese
trabajo son precisamente las que mantenan los mayores contac
tos econmicos con el resto del mundo en aquella poca.
Finalmente, Hamilton extendi sus investigaciones a la segun
da m itad del siglo xvn y al siglo xvm . La realizacin de esta
tarea se retras a consecuencia de la Guerra Civil en Espaa
y de las dificultades de acceso a los archivos, y luego por la
Segunda Guerra Mundial. El tercer tomo apareci, por fin, en
el ao 1947.2
Estos tres tomos, fruto de doce aos de labor del autor, se
presentan desde el punto de vista formal como una elaboracin
profunda del tema cuyos aspectos particulares fueron examina
dos adems por el autor en una serie de estudios especiales.*
Los tres tomos contienen los correspondientes anejos relativos
a la publicacin de los m ateriales originales. En relacin con
el conjunto de la obra resalta su esquematismo: se halla divi
dida en tres tomos, cada uno de los cuales abarca un perodo
de ciento cincuenta aos. El tercero se divide a su vez en tres
perodos de cincuenta aos. El mtodo es idntico para los tres.
Pese a que durante los trece aos que separan la aparicin del
tomo primero y del tomo tercero, se hayan debatido una serie
de problemas en la. ciencia europea vase a continuacin, el
autor o bien consider que su mtodo no necesita ser corregido o
que el hecho ms im portante est en hber conseguido que pue
dan compararse los materiales reunidos, elaborados y publica
dos. A este respecto Hamilton ha logrado su objetivo de un
modo raro para esta clase de trabajos tan extensos.*1
Italia. Los riqusimos archivos de las ciudades italianas,
entre las cuales destacan numerosas ciudades-estados goberna
das por la burguesa y especialmente por los mercaderes, archi
vos que representan el legado de los rganos de una administra
cin municipal, tan racionalmente conformada desde hace largos
siglos, y que se han conservado generalmente en perfecto esta
do, sum inistran un material de gran trascendencia para la in
vestigacin de la historia de los precios. Teniendo en cuenta el
carcter multisecular de los vnculos econmicos de Italia con
el resto de Europa, estas indagaciones hubiesen tenido una im
portancia que rebasa la historia nicamente de la pennsula. Es
de lam entar que en el marco del comit Beveridge, no se haya
emprendido ningn trabajo a este respecto en Italia. No existe,
por tanto, ninguna publicacin que rena los datos de todo el
pas durante un largo perodo. Algunos investigadores locales
han elaborado largas series de precios con respecto a algunas
de las ciudades ms importantes como Siena, Miln y Florencia.
La lista ms larga comprende el perodo de 1546-1765, y se refie
re a los precios del trigo en el mercado de Siena.32 Adems de
las propias series estadsticas, el autor trata de profundizar m;'is
412

en el anlisis estadstico de los materiales, atrevindose incluso


a investigar la elasticidad de la demanda.
El mismo autor indag los precios en Florencia durante un
corto perodo de un siglo, pero se trata de una poca muy im
portante, la del 1520-1620.3^ En Miln han sido investigados los
precios del siglo xvn 34
Rusia. En la Unin Sovitica, las bsquedas sobre la histo
ria de los precios fueron iniciadas por la escuela de B. D. Grekow.
El primer resultado fue la obra de A. G. Mankow sobre los pre
cios en el Estado ruso durante el siglo xvi.35 Este trabajo, muy
valioso por los materiales que contiene y desde el punto de vista
de la interpretacin, adolece, sin embargo, de errores fundamen
tales en el clculo de las medias.3* Adems de este libro, ltima
mente aparecieron trabajos sobre las series de precios, intere
santes bien por el territorio,37 bien por el perodo38 investigados.
En las discusiones cientficas que tienen lugar en la URSS es
tn al orden del da las nuevas indagaciones en torno a la his
toria de los precios.39
Portugal. Creemos que slo existe un trabajo sobre los precios
portugueses n el perodo de 1750-1850.40
Austria. Como resultado de la actividad del Comit Internanacional, fue elaborado un prim er tomo sobre Austria, bajo la
redaccin de Pribram 41
Polonia. La iniciativa del profesor Bujak de elaborar una his
toria de los precios en Polonia, anterior a la creacin del Comit
Internacional, se uni ms tarde al mismo, siendo en parte sub
vencionada por el Comit. Como resultado de esto, en el ao 1928
aparecieron once tomos que comprenden la historia de los precios
en Cracovia en los aos 1369-1914, en Varsovia en los aos 1501
1815 y en Lublin en los siglos xvi-xvn, no existiendo una historia
de los precios en Poznn y el Vilno.
Dada la importancia de estas publicaciones para los histo
riadores polacos, nos detendremos un momento en sus mtodos.
Es evidente que en lo que concierne al siglo xix las investiga
ciones en torno a la historia de los precios han de establecerse
en unos procedimientos diferentes. En esa poca ya existen en
muchos Estados los Institutos Centrales de Estadstica, que, ade
ms de los otros problemas, se interesan igualmente por los pre
cios. Se ha extendido asimismo la organizacin de las Bolsas
mercantiles y de las anotaciones burstiles. Las administraciones
municipales de las grandes ciudades y la prensa econmica reco
gen y publican sistemticamente los datos acerca de los precios,
siendo evidente que todos estos documentos requieren una cr
tica cientfica. Por otra parte, el liberalismo econmico que ms
o menos se hace sentir en la poltica econmica tiende a subes
timar los materiales elaborados por la administracin estatal
como son, por ejemplo, las listas de precios en los mercados
durante la monarqua absoluta en Francia.
413

En suma, los datos sobre los precios en el siglo xix son mu


cho ms completos y sistemticos, ms homogneos y constantes
que los correspondientes a las pocas anteriores.
La historia de las crisis m undiales ,*2 publicada bajo la direc
cin de E. Varga, contiene un nm ero muy considerable de
documentos sobre los precios en los principales pases capita
listas. J. Schumpeter publica igualmente muchos datos sobre
las diferentes naciones en su obra acerca de las crisis.43
En lo que atae a Alemania, la principal publicacin es la
de Jacob y Richter 44 en la cual se apoyan gran parte de las tablas
de Spiethoff.45 El lector encontrar asimismo en este ltimo
autor una bibliografa de las publicaciones ms caractersticas.
En cuanto a Inglaterra, la obra de Gayer4* contiene una gran
cantidad de datos autnticos relativos a la prim era m itad del si
glo xix. Para la segunda m itad de ese siglo ya pueden utilizarse
directam ente las publicaciones estadsticas oficiales. Pueden ser
de una cierta ayuda para el conjunto del siglo xix las tablas
publicadas en la obra de P. Rousseaux.47
En relacin con Rusia, S. Strum ilin public unos ndices de
os precios, cientficamente elaborados.4*
En Francia sigue siendo irreemplazable Simiand aunque a
ausa del carcter de su obra no se interesa por los precios
.le todos los artculos.4
Con respecto a Italia aparecieron ltim am ente toda una serie
de trabajos sobre el movimiento de los precios en las diferentes
orovincias italianas en el siglo xix (hasta la unificacin del pas),
os cuales han sido iniciados en ligazn con los problemas ecomicos del centenario de la unidad de Italia.
En lo que se refiere a Polonia disponemos sobre todo de la
rie de trabajos de Bujak sobre los precios en Varsovia, Cra>via y Lvov para el conjunto del siglo xix y comienzos del xx.51
> sorprendente es que, a pesar de la gran diferencia de los
ateriales de fuentes, la escuela de Bujak elabor la historia
i los precios en el siglo xix con el mismo mtodo que utiliz
ara investigar los precios en los siglos x v i- x v m .5 2
Los trabajos de Wisniewski53 y de Ignatiuk54 se distinguen por
n nivel tcnico ms elevado pero dichos estudios slo se refie;n a los ltimos aos del siglo xix y principios del siglo XK.

LAS QUERELLAS METODOLGICAS

Ya hemos sealado anteriorm ente que los trabajos del gnero


de los elaborados por Rogers y dAvenel suscitaron en los me
dios de la ciencia una desconfianza hacia las bsquedas en torno
a la historia de los precios. Pese a que algunos estudios, ms
modestos que las obras monumentales de los dos autores,
414

conservaran su valor de investigacin, era evidente que el asun


to requera una nueva reflexin metodolgica, especialmente en
lo referente al acometimiento de una empresa de ndole inter
nacional. La polmica estall efectivamente, sobre todo en Fran
cia, en los trabajos de la Socit dHistoire Moderne y en las
pginas de Annales, as como tambin en los artculos de
las obras publicadas bajo la gida del Comit Internacional.5* En
T rancia ios principies piemiias 'rueron "Hauser por un iaao
y Simiand y Labrousse por otro, aunque tambin participaron en
el debate numerosos y eminentes cientcos (Marc Bloch, Georges
Lefebvre y otros).
Hauser defendi su postura tanto negativamente, al criticar
los trabajos de Simiand y Labrousse, como positivamente, al ela
borar y publicar el tomo ya citado de Recherches et documents..., el cual fue asimismo objeto de numerosas y acervas
crticas. A los pocos aos de la sesin madrilea del Instituto
Estadstico (1931) y despus de la formacin del Comit Inter
nacional, los estudios de Simiand y Labrousse se fueron anali
zando extensamente por el insigne historiador de la Revolucin
francesa, el profesor Georges Lefebvre, quien en algunas inter
venciones57 puso de relieve su trascendencia y la necesidad de
una discusin detallada de sus mtodos y resultados. Esta pol
mica se fue animando,58 y el propio Labrousse59 sali en defensa
de su postura. Las tesis defensivas quedaron esclarecidas en
sus diversos aspectos, y en cuanto a la actitud de Hauser se
halla plenamente expresada en el brillante estudio que figura
en la introduccin del tomo publicado por l.*0
As, cul es la postura de Hauser? Sus afirmaciones pueden
dividirse en dos grupos.
El prim er grupo constituye algo as como un balance de las
dificultades que entraa la investigacin histrica de los precios;
es una gua perfecta y una suma de advertencias inestimables
para todo el que realiza tales investigaciones o desea utilizar
sus resultados. As, tenemos: a) una magnfica lista de las difi
cultades metodolgicas resultantes de los cambios de las medi
das en relacin con el tiempo, el lugar y el objeto mensurado;
b) interesantes observaciones acerca de las dificultades resultan
tes de los cambios monetarios dificultades que, como ya lo di
jimos, indujeron al propio autor a cometer errores en este sen
tido; c) razonamientos muy acertados acerca de las dificultades
comparativas en relacin con los largos perodos y resultantes
de los cambios cualitativos en el consumo y de los cambios en
la calidad de la produccin (con respecto a las largas series cro
nolgicas, las palabras siguen siendo las mismas pero cambia su
sentido).
Los puntos que acabamos de enumerar no agotan la proble
mtica de esta parte de los razonamientos de Hauser, ya que
encontramos en ellos un gran nmero de observaciones y
415

advertencias basadas en la experiencia personal sobre las difi


cultades inherentes al anlisis histrico de los precios, a las
dificultades que supone el operar en. las investigaciones a escala
de un pas con el ao de grandes cosechas, sobre el problema de
la existencia o no de un mercado nacional y muchas otras cuestio
nes. El conjunto representa una irreemplazable gama de adver
tencias para quienes se ocupan de la historia de los precios.
El segundo grupo de las tesis de Hauser, lo constituyen las
crticas de principio contra la indagacin histrico-estadstica de
los precios como tal. La postura de Hauser se ratifica por esta
exclamacin suya: Los particularismos y las anomalas inte
resan en prim er lugar al historiador... Es un hecho que no
se puede hablar de ciencia sin referirse a los pormenores,61
o bien: El hombre no vive de medias ni de las oscilaciones a
largo plazo.62 Cada media es para Hauser algo irreal que nun
ca existi concretamente. La informacin verdadera slo la halla
mos en las listas concretas de los precios segn los cuales se
realiz la transaccin concreta. En resumen, para Hauser dejan
de ser interesantes las anotaciones oficiales de los precios en
los mercados; en cambio, le interesan los libros de contabilidad,
aunque sean privados. Esta polmica se desarrolla simultnea
mente en dos plataform as. Una de ellas concierne a la valora
cin de ciertas categoras de fuentes, con respecto a lo cual
Hauser proclama vigorosa e incuestionablemente la superioridad
de las fuentes de carcter privado, en contra del criterio acep
tado por los investigadores de la historia de los precios, quienes,
siempre y cuando existan las anotaciones oficiales, las conside
ran de un mayor valor toda la obra de Labrousse, por ejem
plo, se basa en ellas, en atencin a su homogeneidad y al hecho
de que son estas anotaciones las que perm iten evitar las defor
maciones resultantes de las influencias de los factores individua
les (en la mayora de los casos desconocidos) en el curso de las
transacciones concretas.
Por otra parte, esta polmica no deja de ser la continuacin
de la vieja disputa entre los historiadores tradicionales y los
que se inclinan hacia la sociologa, ya que Hauser, con un
entusiasmo juvenil, adopta la postura de los primeros, que ven
en los hechos individuales e irreproducibles el nico objetivo
del conocimiento histrico y que le niegan un puesto en la cien
cia a todas las tentativas relativas a la bsqueda de las medias,
las particularidades y las regularidades.
En ltim a instancia, el resultado de los razonamientos de
Hauser fue su extremado pesimismo. A su juicio, el historiador
estadista, al eliminar los hechos que se apartan de las medias,
obtiene unos resultados tan generales que en nada aumentan
nuestros conocimientos.63 Cuando alguien me pregunta dice
Hauser si el hombre que bajo el reinado de Luis Felipe gas
taba tanto en esto o en lo otro era rico, yo contesto: "Preguntad
416

le a Balzac y a algunos como l que supieron colocar a ese


hombre en su medio ambiente, mucho mejor que cualquier esta
dstico." Los observadores de la poca pudieron equivocarse
bastante menos que los estadsticos actuales. Y finalmente:
El poder adquisitivo del dinero es un problema que no tiene
solucin. Incluso es imposible imaginarse la historia con los
conceptos numricos.**
Quiz no ha sido beneficioso que la redaccin del tomo fran
cs en el marco de los trabajos del Comit Internacional reca
yera precisamente en un cientfico que tena tales ideas. En re
sumen, la publicacin francesa es la ms pobre de todas cuantas
aparecieron bajo la gida de dicho Comit y, por aadidura,
la suerte quiso como ya lo hemos recordado que la crtica
descubriera en este historiador tan precavido grandes ignoran
cias.6No obstante, lo que de positivo tuvo la actitud extremada
que Hauser adopt para la ciencia es que provoc unas rplicas
importantes y fundamntales que contribuyeron a esclarecer en
todos sus aspectos el citado fenmeno. A este respecto nos que
remos referir sobre todo a los trabajos de Bloch66 y de Labrous
se.67
Estos dos autores, al com partir de modo absoluto la impr
tamela de las advertencias tcnicas tan sugestivamente presenta
das por Hauser, afirman, sin embargo, que dichos avisos no
justifican ni mucho menos el carcter pesimista de sus conclu
siones. La estadstica histrica escribe acertadamente Bloch
no puede pretender una exactitud ms perfecta que la actual;
los historiadores sienten hacia las cifras un respeto tanto mayor
cuanto menos familiarizados se hallan con ellas, y por so son
menos soberbios que sus colegas de laboratorio. La estadstica
histrica nos permite obtener la nica realidad esencialmente
importante: la escala de magnitud y de orientacin de los cam
bios.68
La supuesta superioridad de las fuentes privadas sobre las
anotaciones de carcter oficial choc con la acerba crtica de
Labrousse,6quien, sin negar la importancia de las primeras, de
mostr hasta qu punto se halla limitada su utilizacin y cmo
las anotaciones oficiales de los precios son superiores a ellas.
Estas ltimas, pese a que como lo afirma Hauser no tienen
en cuenta los precios practicados fuera del mercado ni las cir
cunstancias individuales de la transaccin, tienen, sin embargo,
un valor inestimable por ser sistemticas, por su homogeneidad
y su constancia, su riqueza y el carcter profesional de las
anotaciones y asimismo porque eliminan precisamente todo error
de casualidad, que en caso de existir, podremos subsanarlo, y
que, si son sistemticos, la situacin es ms favorable todava ya
que tenemos la posibilidad de descubrirlos y corregirlos. Toda
esta parte de la polmica que se desarroll nicamente en torno
a los materiales de fuentes relativos a la historia de Francia,
417
hcs

100.

27

es muy instructiva para los historiadores extranjeros ya que por


regla general suelen darse en los diferentes pases y en los
diterentes perodos estas categoras y tipos de fuentes.
De entre las tesis de Hauser, la ms duram ente atacada fue
la que afirm a que los hechos individuales son la nica realidad
social y el nico objeto del conocimiento histrico. Acaso cier
tas repeticiones pregunta Labrousse no interesan al historia
dor de igual m anera que ciertas excepciones? Y, no es el fen
meno regional tan im portante, y a veces ms incluso, que el
fenmeno local?.70 Por su parte, Marc Bloch inquiere con respec
to a lo s m o v im ie n to s de precios durante las largas pocas: Es
que estos fenmenos no influyeron en la suerte de los hombres
simplemente porque pasaron inadvertidos de la multitud?7*
Si estos fenmenos actuaron, deben ser objeto del anlisis del
historiador. Hauser tiene razn como reconocen sus contradic
tores al afirm ar que cada media boria la disparidad de los
elementos que la integran y que, por lo tanto, una m isma media
puede representar a veces una realidad muy distinta, pero ambos
e n ticos sealan que las medias no agotan en absoluto los m
todos utilizados por la estadstica ya que sta dispone a la vez
de ios procedimientos p ara m edir la dislocacin.
Es verdad que en la mayora de los casos los historiadores
ignoran estos mtodos y que el sistem a de formacin general
mente existente no les da la suficiente preparacin ni en el as
pecto de la teora econmica ni con respecto a los procedimien
tos tpicos para la economa, comenzando por el mtodo esta
dstico. Ahora bien, de la afirmacin de Hauser slo resulta
que se puede apelar de una estadstica prim itiva a o tra m s ra
zonada.72
Toda esta polmica es para el historiador de los precios, y
no slo de stos, sumamente aleccionadora. Pues en ella se es
grimen los argumentos ms exactos por ambas partes. El valor
didctico de esta disputa es trascendental sobre todo para los
historiadores noveles, los seminarios de trabajo, etc.
Pero la discusin no acaba aqu. E ra necesario analizar sobre
la base de m ateriales concretos el valor probatorio de las fuentes
de procedencia oficial.
Una prueba de ello fue el trabajo bastante anticipado de
R. Latouche.7* Este autor bas su prim er estudio en los datos
anuales de la Chambre des Comptes du Dauphin, fuente muy
valiosa e interesante por su homogeneidad, para un perodo tan
dilatado. Estos testimonios fueron reunidos a fin de poder con
trolar la contabilidad de los a d m in is tra d o re s de los bienes rea
les y la racional explotacin econmica de los mismos. La citada
institucin reuna ao tras an los datos que le s u m in istrab an
los ms insignes representantes del comercio en las ciudades,
y que Latouche convirti a u n a misma medida calculada en
moneda de oro o de plata (pero utilizando nuevamente la desa
.418

fortunada tabla de Se que tambin en este caso indujo a error).


En resumen, el autor obtuvo una serie de precios del trigo en
Grenoble desde el ao 1470 hasta el ao 1790. Desgraciadamente,
Latouche presenta sus resultados bajo la forma de curvas, por
lo cual slo pueden descifrarse los precios absolutos anuales con
cierta aproximacin.
Cul era el valor concreto de las anotaciones utilizadas por
Latouche? El anlisis de los datos del siglo xvin, sobre los cua
les tenemos abundantes informaciones basadas en otras fuentes,
permiten extraer dos conclusiones: a) los datos de la Chambre
des Comptes suelen ser ms imprecisos, menos valiosos que los
dems; b) en los aos de subida de los precios, esa diferen
cia aumenta. Esto atestigua evidentemente la benevolencia de
que daban prueba los informadores de esta institucin hacia las
personas que deban controlar. Es muy interesante la segunda
de las conclusiones, ya que significa una especie de exencin
scal para los contribuyentes en los perodos en que los precios
son elevados. Latouche ve en ello un factor que iacilitaba el que
la gente pudiera soportar los tiempos difciles.74 Ahora bien,
- p a r a e r urninstraorJ tie -una'nnc a.' ~i<ur'epua:>J ue~ 'anu^- pilero:
del trigo no eran ni mucho menos tiempos d ifc ile s .D e torma que este privilegio no era otra cosa que uno de los elemen
tos del sistema general de los privilegios. Latouche supone que
antes del siglo xvm los datos de la Chambre des Comptes se
acercaban ms a la realidad, pero las bases en que se asienta
esta hiptesis son muy imprecisas.
En su segundo estudio, Latouche se pregunta desde cundo
fueron aplicadas realmente las ordenanzas reales que mandaban
proceder a la anotacin permanente de los precios. La ordenan
za del ao 1667 era la repeticin de la del ao 1539, pero tuvo
que ser repetida en el ao 1718. Una bsqueda precisa en los archi
vos hubiera permitido ai autor comprobar varias veces que en
ciertos perodos dichas anotaciones no se efectuaron en absolu
to y que en otros perodos no fueron archivadas. Las anotacio
nes que logr hallar no suelen presentar una gran continuidad
en los siglos xvi y xvn, ni tampoco en las diferentes pocas, ya
que en relacin con quien las efectuara, tienen un valor diferente,
y suelen estar por sobre los datos de la Chambre des Comptes.
Esta deformacin deba producirse por encima de la tendencia
a la cual nos referamos anteriormente quiz porque las esti
maciones realizadas ao tras ao requeran, por esta misma ra
zn, aproximarse a los precios concretos practicados en el mo
mento de hacerse la estimacin. Por el contrario, las anotaciones
efectuadas concretamente en los mercados reflejan mucho ms
la realidad. Adems de esto, Latouche hall unos materiales de
control muy interesantes en la contabilidad de cierto labrador
que, aunque con ciertas lagunas, suministra la fecha de cada
transaccin, la cantidad y el precio del trigo, as como el nombre
419

del comprador entre los aos 1716 y 1753. A la luz de los datos
procedentes de esta fuente, la autenticidad de los testimonios
oficiales parece mayor o m enor segn lo que esperemos de ellos:
si queremos obtener de ellos lo que Bloch ha definido como el
objetivo de las investigaciones histrico-estadsticas, es decir, una
orientacin sobre la escala de la magnitud y el sentido de los
cambios, las anotaciones oficiales saldrn fortalecidas de esta
prueba.
Finalmente Labrousse, quien dedic gran parte de su esquissei* a la crtica de las anotaciones oficiales de los precios en
Francia durante el Antiguo Rgimen, se ocupa nuevamente de
este problema en un estudio especialmente dedicado al mismo.77
Segn la tesis de Labrousse, la autenticidad de un material tan
masivo como las listas de los precios en los mercados, puede
controlarse a travs de la utilizacin de dos criterios: el crite
rio de la concordancia especfica y el criterio de la concor
dancia geogrfica, el primero de los cuales radica en el anlisis
de la correlacin entre el nivel y los cambios de precios de los
artculos cuyos precios se hallan vinculados por alguna relacin,
tales por ejemplo, el carcter de reemplazamiento de los dife
rentes cereales panificables, la correlacin de las etapas produc
tivas como en el caso de la leche y la mantequilla, o el origen
del producto tratndose de la carne y del calzado, etc. Hace ya
tiempo que el autor centr su atencin en estos aspectos carac
tersticos.78 En su nuevo trabajo, Labrousse se refiere al criterio
de la concordancia geogrfica analizando este problema lo ms
profundam ente posible. El resultado de este anlisis vino a corro
borar la apreciacin positiva de esta categora de fuentes. Me
rece sealarse, asimismo, que mientras que la concordancia del
movimiento de los precios en el seno de un grupo regional de
productos y entre los grupos regionales vecinos es realmente
asombrosa, suele suceder lo contrario entre los grupos pertene
cientes a las diferentes provincias. Pero esto no merma el valor
de las fuentes sino que, por el contrario, lo refuerza. De esto
dimana el hecho fundamental de que, con respecto a la Francia
del Antiguo Rgimen, no es posible hablar de un mercado nacio
nal para los artculos agrcolas y que por lo tanto el promedio
del precio de un artculo dado en un ao determinado a escala
nacional tiene que ser una magnitud sospechosa la cual nivela
en s un gran nmero de disparidades y hasta de sentidos con
trapuestos. Comprendiendo esto y compartiendo a la vez la
postura de Hauser segn la cual la media en cuya composicin
entran elementos de una gran desemejanza, nivela el cuadro
de la realidad concreta en lugar de ponerlo de relieve, Labrousse
dedic un estudio especial a la disparidad de los precios de los
cereales en los distintos grupos de provincias.79 En este estudio
bas su anlisis en los datos medios por regiones. Es verdad
que en la antigua Francia, las provincias no correspondan evi
420

dentemente a unas regiones econmicamente autnomas, pero


Labrousse demostr, no obstante, que las diferencias de precios
en el seno de las regiones eran pequeas, ya que sus cifras
medias para estos territorios se hallaban calculadas de acuerdo
con los datos que proceden de tres a treinta intendentes y que
correspondan a un cierto nmero de mercados y a la cantidad
de semanas en el ao (las anotaciones se efectuaban semanal
mente), con lo cual la media para cada regin se hallaba ba
sada en 250 a 1.500 anotaciones.81 Al basar su trabajo en los pe
rodos consecutivos de los precios ms altos (1782-1790), Labrousse
llega a un curiossimo reparto de Francia en dos grupos de
regiones: el grupo continental y el grupo de ultram ar. En el
prim er grupo, las oscilaciones cclicas de los precios son vio
lentas, mientras que en el segundo se hallan suavizadas al con
tacto del mercado mundial.82 Labrousse completa su trabajo con
un anlisis de las repercusiones sociales de los diferentes tipos
de fluctuacin de los precios, por ejemplo en las regiones in
dustrializadas y agrcolas.
J. Meuvret83 realiz, con otros mtodos pero con los mismos
resultados, una crtica de los datos sobre las anotaciones oficia
les de los precios en los materiales del siglo xvn.
Sin tener ello en cuenta, Labrousse elabor, en el marco
de los trabajos preparatorios al Congreso Cientfico conmemo
rativo del 150 aniversario de la Revolucin francesa y cuyos or
ganizadores formularon entre los cinco temas el del Movimien
to de los Precios en el siglo xvm y durante la Revolucin,
una serie de instrucciones especialmente dedicadas a los in
vestigadores provincianos que pueden ser consideradas como una
revista general de todos los problemas metodolgicos enfren
tados en estas indagaciones8* Estas instrucciones, directamente
adaptadas a los materiales documentales franceses, tienen asi
mismo, una importancia trascendental para los historiadores de
otros pases. De la misma manera que los precios han sido un
fenmeno sumamente internacional, las indagaciones de la histo
ria de los precios, tanto desde el punto de vista de los proce
dimientos como de la interpretacin de sus resultados, debe ser
objeto de una colaboracin a escala internacional. Tanto ms
por cuanto las fuentes histricas pertenecientes a un crculo
determinado de cultura pueden compararse en principio.
La declaracin de la guerra interrumpi la polmica cuando
ya entonces haba conducido a unos resultados fundamentales.
Formalmente se haba desarrollado especialmente en torno a la
apreciacin de la autenticidad de unas categoras determinadas
de fuentes, lo que facilit el esclarecimiento de las dudas. De
hecho, en ella se trat de un asunto ms importante, de una
cuestin fundamental para la metodologa histrica, es decir, de
la postura acerca del hecho individual y del fenmeno masivo,
de la inedia y de lo excepcional, de la existencia o la inexis421

tcncia de las normas y regularidades sociales, etc. Se puede afir


m ar que en esta discusin ambas partes descubrieron ms de una
vez la verdad, que haba sido descubierta desde haca ya mucho
tiempo en la metodologa de otras ciencias sociales, en la eco
noma v en la estadstica, como tambin en las matemticas
(teora de las probabilidades, mtodo representativo, sentido cog
noscitivo de las medias, etc.). Sin embargo, la aplicacin de
estos problemas a la labor concreta del historiador, la discusin
de su carcter especfico en un medio como el de la ciencia
histrica donde las posibilidades de control se hallan siempre
ms limitadas en comparacin con las investigaciones del as lla
mado presente, .todo esto creemos que aboga por la im portan
cia internacional de esta polmica.
Las opiniones que se han manifestado despus de la guerra
acerca de la metodologa de las investigaciones sobre la historia
de los precios revisten ya otro carcter. Actualmente ya no se
discute la exactitud o la falta de fundamento de estas indaga
ciones basadas en la historia de los precios, los abusos (come
tidos frecuentemente con una determ inada intencin ideolgica)
resultantes de la transgresin de estos lmites y, finalmente, los
problemas tcnicos como son sobre todo la economa del esfuer
zo y la proporcin entre el esfuerzo indispensable y los resulta
dos que es posible obtener.
Inm ediatam ente despus de la guerra, Hamilton public un
artculo sobre la transgresin posible del marco de las conclu
siones sobre la historia de los p r e c i o s ,5 y que, escrito por un
investigador cuya experiencia es muy considerable, puede consi
derarse como caracterstico. Da la. impresin de que en.el curso
de sus largos aos de labor investigadora y de haber examinado
los numerosos trabajos de otros autores, Hamilton llega a la
comprensin de la limitacin de los mtodos a los cuales dedic
todos sus esfuerzos, lo cual no tiene nada que ver con dudar de
su valor.
Es interesante la polmica que se entabl ltim am ente entre
el discpulo de Bloch, Ren Baehrel 8* y el escrupuloso inves
tigador de la economa francesa del siglo xvn, Jean Meuvret,
el origen de la cual fue un artculo metodolgico de Baehrel87
dedicado principalmente a dos problemas:
a) a dem ostrar cun diferente es el contenido social y eco
nmico que puede encerrarse en unos mismos fenmenos de la
historia de los precios, y por lo tanto que estos fenmenos no
son suficientes ellos mismos para confirm ar los cambios que
acontecen en la economa,
b) a probar que la elaboracin de los precios nominales co
loca al investigador en una situacin mucho ms favorable y
mucho ms cercana a los fenmenos concretos de la vida eco
nmica que la elaboracin de los valores pecuniarios segn su
valor en metlico. El convertir los precios en oro equivale
422

a introducir una variante suplementaria que slo puede compli


car el razonamiento*.*8
En realidad, la moneda es la medida de los precios pero los
precios son la medida de la moneda, afirma acertadamente.89
As, cmo establecer cul de los cambios fue el primero
cuando razonamos con los valores pecuniarios en metlico? La
conversin de los precios a su valor en metlico, tal y como lo
hacen los estadistas de los precios, resulta de la incomprensin
del dinero como fenmeno social.9 Toda la atencin debe cen
trarse en los valores pecuniarios nominales.91 Pero tambin en
tonces es preciso recordar que en numerosos procesos econmi
cos, el fenmeno monetario juega un papel simplemente secund a r io .w
Baehrel demuestra muy fehacientemente cmo en ms
de una ocasin unos importantes cambios econmicos no influ
yen en el fenmeno monetario y a la inversa. Subraya que el
investigador debe saber determinar cada vez la dimensin de la
influencia del fenmeno monetario sobre la vida econmica. Co
mo ejemplo presenta el problema del comercio exterior francs
en el siglo xvm . El influjo de la balanza de pagos francesa en
los fenmenos del mercado nacional interior fue, a su parecer,
generalmente exagerado, mientras que el papel de los pagos
exteriores en el conjunto de las transacciones monetarias en el
pas fue, a su juicio, extremadamente reducido.93
El apasionado trabajo de Baehrel, en el que las tesis se hallan
muy claramente formuladas, puede considerarse como el reflejo
de su oposicin a las tendencias panestadsticas visibles en los
ltimos aos y especialmente contra la exageracin en la ciencia
francesa de la importancia del anlisis de la historia de los pre
cios como tal. En algunos casos las tesis formuladas en este
estudio son ya conocidas,94 aunque a veces el autor parece descu
brirlas.
La discusin tom un carcter crtico cuando en el siguiente
artculo Baehrel atac duramente la tcnica utilizada en las in
vestigaciones sobre la historia de los precios que en cierto modo
se haba convertido a su parecer en un gratuito el arte por el
arte95 Este segundo artculo de Baehrel est dirigido contra el
perfeccionamiento estril de los clculos. Se cree escribe
Baehrel que cuanto ms perfectas sean las mquinas calcula
doras, tanto mayores sern los xitos de la historia econmica
y social, de lo cual no estoy seguro. Hay que ir directamente
a lo sencillo y conformarse con las aproximaciones. Esta frase,
a buen seguro, no ha de gustar a muchos. Posiblemente vern
en ella una prueba de ignorancia. Sin embargo, hace ya tiem
po que conozco el encanto de las medias y de las medias m
viles.96 Ante la larga discusin promovida en la ciencia fran
cesa acerca de si el precio del trigo debe calcularse de con
formidad al ao del calendario o con arreglo al ao agrcola,
Baehrel presenta un diagrama segn el cual los resultados de
423

ambos mtodos son idnticos. Adems, llega a la conclusin de


en general, el clculo de las medidas anuales es intil en
este aspecto, puesto que puede obtenerse el mismo diagrama to
m a n d o como base los precios relativos a uno de los meses del l
timo trim estre del ao del calendario (primeros tres meses del
a o agrcola).? No podemos mencionar todos los ejemplos que
nos ofrece Baehrel en este trabajo. Al no conocer los materiales
en los cuales establece sus demostraciones, tampoco podemos con
siderar cada uno de estos ejemplos. Sin embargo, nos parece que
es muy justa su idea principal, la de que las complicaciones
tcnicas en las investigaciones histrico-estadsticas slo han de
llevarse a efecto cuando sean indispensables al anlisis del pro
blema elegido. Sin embargo, es un hecho que las opiniones acerca
de lo que puede ser indispensable pueden variar. Ms an:
Baehrel tiene razn al afirm ar que la formacin cientfica del
investigador decide a veces de ello. De ah las diferencias que
se suelen observar en relacin con la forma en que los histo
riadores y los economistas acometen los mismos problemas. Se
observa una contradiccin entre dos concepciones que quiz no
puedan conciliarse. Una se halla representada por el historiador
habituado a datar los hechos con la mxima exactitud y que
espera de las cifras esa misma exactitud. Otra postura es la
del investigador al que la experiencia ha enseado que la preci
sin en este terreno es, en la mayora de los casos, ilusoria.*
Adems de esto, Baehrel incluye igualmente en este trabajo
una serie de ejemplos de cmo los historiadores y sobre todo
Meuvret, contra quien va dirigido el artculo utilizan e inter
pretan los datos establecidos con el mayor grado de precisin
de una m anera superficial que no resiste la crtica econmica.
As por ejemplo, calcula el precio medio de un vestido, que
hace aparecer en movimiento contrario al precio del trigo (en
el ao de caresta los precios de ropa bajan porque la gente
ha de gastar ms en los alimentos), induciendo as a error, ya
que solamente desciende el precio de los vestidos de alta calidad,
mientras que los de baja calidad suben por tener gran demanda
por parte de los compradores.100 Lo mismo ocurre con los dems
artculos. Esto prueba, en definitiva, la gran importancia de
la clasificacin de los gneros desde el punto de vista de las
clases que los compran.
Finalmente, a menudo el historiador se detiene en la com
probacin del cambio en el nivel de los precios, mientras que
es precisamente en ese momento cuando debe comenzar el traba
jo analtico, ya que la simple verificacin del cambio de los
precios no quiere decir nada, siendo solamente una seal de
alarma para el historiador de que algo cambi en la vida eco
nmica.101 Por ltimo, sucede que los historiadores que critican
duramente Ja as llama histoire venementielle suelen caer ellos
mismos en la conomie venementielle.102
que,

424

La respuesta de Meuvret10* tendi a demostrar, por una par


te, que las tcnicas criticadas por Baehrel no son tan compli
cadas ni tan laboriosas como l lo afirma, y, por otra parte,
que en algunos sentidos estas tcnicas son muy provechosas.
El carcter de la respuesta decidi sobre el carcter de la rpli
ca14 que se limit igualmente a una discusin sobre la utilidad
de ciertos procedimientos tcnicos muy refinados. La intencin
profunda de Baehrel era oponerse a la postura segn la cual el
fenmeno econmico puede ser esclarecido a travs del fenmeno
monetario. Baehrel llega incluso a la contraposicin de los con
ceptos de economa monetaria y de economa real, enten
diendo a travs de esta ltima idea los fenmenos de la produc
cin y el consumo, de la oferta y la demanda, etc. Estos fen
menos son y es difcil no estar de acuerdo con esto los de
terminantes de los precios. Los precios, desligados de estos
determinantes, creis que estn en el aire y que los traeris
sobre la tierra para convertirlos en metlico?10
Tambin es una realidad que, entre los historiadores que tan
a menudo se inclinan por dram atizar los acontecimientos, en la
investigacin de la historia de los precios se han dado casos
asimismo en que su atencin se ha centrado en los fenmenos
de corta duracin, violentos y en cualquier grado asombrosos
como son las bruscas cadas monetarias, la inflacin, el experi
mento de Law, etc., y entre los que se ha colocado en un primersimo lugar el problema tan ampliamente discutido desde hace
varios siglos de la llamada revolucin de los precios.
Hablamos de siglos ya que la primera discusin acerca de
este tema surgi entre J. Bodin y Malestroit en el ao 1568.106
El hecho no dej de sorprender ms tarde a numerosos econo
mistas, empezando por Adam Smith y despus por Marx, quien
esboz el anlisis de las repercusiones sociales de la revolucin
de los precios. En el ltimo cuarto de siglo se ocuparon en sus
trabajos especialmente de la revolucin de los precios Einaudi,
Fanfani, Parenti, Cipolla, Hamilton, Hammerstrom, Hosowski y
otros autores, y un reducido nmero de historiadores que habla
ron marginalmente de este problema en sus estudios.
Ultimamente, el mismo concepto y la interpretacin tradicio
nal de este fenmeno fueron criticados. Algunos autores (P. Vilar con respecto a Espaa, la seorita Hammerstrom con rela
cin a Suecia) mostraron que el aumento de los precios empez
ya antes de que comenzaran a afluir el oro y la plata del
Nuevo Mundo.108 Otros (Cipolla,109 con relacin a Italia), afirman
que, por el contrario, la revolucin empez despus. As que
tanto unos como otros se inclinaron a reducir la importancia de
los metales preciosos americanos como factor principal de la
gran oleada de subida de los precios en Europa en el siglo xvi,
buscando los motivos de la misma ms bien en la reanimacin
de la vida econmica, la cual tiene una fecha diferente en cada
425

pas. Cipolla, influenciado por la teora de Keynes, llega incluso


a ligar el aumento de ls precios con el aumento de las inver
siones,110 aun cuando sea difcil adm itir como un hecho com
probado que tambin en la poca feudal el incremento del nivel
de las inversiones poda provocar una tendencia inflacionista.
Otros, por ltimo (Braudel),111 tomando como base la propor
cin entre las cantidades de metales preciosos que iban afluyen
do y la cantidad de oro y de plata que podan hallarse en Euro
pa en el momento del descubrimiento de Amrica, tratan de
dism inuir por este camino la interpretacin cuantitativa del
aumento de los precios en el siglo xvi.
En definitiva, en la ciencia actual se perfila la tendencia112
contraria a la "interpretacin de la historia de los precios en el
espritu de la teora tradicional cuantitativa del dinero, tan utili
zada por Hamilton en sus trabajos y que algunos pese a que
haya sido suprimida hace1mucho tiempo de la teora econmica
tratan de rehabilitar, al menos en relacin con los pases subdesarrollados y con las pocas histricas antiguas.113
Uno puede suscribir con las dos manos la tendencia crtica
con respecto a los esclarecimientos cuantitativos en la histo
ria de los precios. Es posible decir que en cuanto se refiere a la
historia de los precios, todo est an por hacer. Los historiado
res suelen razonar simplemente: el aumento de los precios es
igual a la expansin, la cual es igual al aumento econmico.114
El tem or ante el bajo nivel y la tendencia a la cada de los
precios es comprensible en la generacin que atraves por la
depresin de los aos treinta. Pero comprender no quiere
decir pe-donar.
El problema que hemos abordado es de una trascendencia
fundame-ital. Como es sabido, las tendencias inflacionistas acom
paan c -s constantemente a la existencia de las sociedades feu
dales. Do forma que la tarea de la ciencia no puede consistir
en la descripcin de esta o de aquella brusca y dram tica in
flacin, sino en esclarecer su mecanismo en un medio social
determi lado (a lo cual uno puede acercarse, naturalm ente, a tra
vs del anlisis de los diferentes casos ms extremados en la
historir.) y la acumulacin de sus efectos durante todo el curso
de su nanifestacin.
Coi 10 ya lo hemos sealado, esta discusin fue ms bien
interrumpida que concluida,115 y con razn, ya que las posturas
queda on en ella bastante claras. Por encima del acierto de estos
argurlentos o de los de ms all, Baehrel estaba en lo ciertt.
al afirm ar que la historia de los precios por s sola no prueba
nada y que los mtodos complicados tampoco pueden ser un
objeiivo en s mismos. No obstante, Meuvret era justo al decir
que, en lo que se refiere a ciertos problemas, los mtodos complejt s no dejan de ser tiles. No tienen razn los que piensan que
en a encin a cierto primitivismo de los materiales de fuentes
426

la estadstica histrica ha de limitarse a la utilizacin nica y


exclusiva de los procedimientos ms sencillos. Por el contrario,
se dan casos en que el carcter fragmentario o las lagunas exis
tentes en los datos documentales obligan a aplicar la tcnica
ms refinada.
En el momento presente, en la discusin no predominan los
razonamientos metodolgicos, muy numerosos y estimables al
dar luz en forma multilateral a las dificultades existentes en la
ciencia, sino los trabajos constructivos, los estudios y las mo
nografas.

LA TEORIA DE E. J. HAMILTON

El insigne investigador de la historia de los precios en Espa


a Earl J. Hamilton es quien nos ha facilitado las series ms
completas posibles del perodo de 1350-1800. Como quiera que
los fenmenos que sucedieron en Espaa en ciertas pocas y par
ticularmente durante la as llamada Revolucin de los Precios,
y que tuvieron una trascendencia en toda Europa, la labor de
Hamilton constituye por tanto una gran contribucin a la histo
ria econmica de todo el continente.
Hamilton, que puede considerarse actualmente como el deca
no de los investigadores de la historia de los precios, ya que
publica sus trabajos desde el ao 1928, influy muchsimo en la
elaboracin de unos mtodos adoptados en muchos pases euro
peos para este tipo de indagaciones. Hamilton es al mismo tiem
po, el autor de una teora especial de los precios11* de la cual
deseamos ocuparnos aqu mismo.
En el ltimo perodo, han aparecido una serie de valiosos
artculos crticos concernientes a esta teora y que han de sim
plificarnos nuestra tarea.117
La hiptesis de Hamilton es asombrosamente sencilla; todas
las inflaciones que l pudo conocer a lo largo de la historia,
muestran un aumento ms rpido de los precios que de los sala
rios, es decir, que provocan la baja de los salarios reales, de lo
cual Hamilton extrae la conclusin de que simultneamente de
ben incrementarse los beneficios, lo cual constituye para l con
dicin indispensable y suficiente de todo progreso econmico,
del alumbramiento del capitalismo, de la Revolucin industrial,
etctera.
El ms rpido aumento de los precios en relacin con los
salarios es considerado, por tanto, como un factor propicio aun
que nadie lo previera, lo planificara ni lo administrara. Slo
constituye un mecanismo que puede obligar a las masas a aho
rrar, incluso contra su voluntad, en provecho de las inversiones,
o sea en favor del progreso econmico. A travs de la asig
427

nacin involuntaria de la renta real a otros fines como resul


tado de la disparidad entre los salarios y los precios, la clase
obrera elimin las barreras que se alzaban en el camino del
progreso material.118 Las cantidades [del capital necesario] eran
tan grandes que una parte esencial de las mismas deba faci
litarla directa o indirectamente la clase obrera. Pero quera
acaso realizar este necesario sacrificio voluntariamente? Poda
encontrarse un medio m ejor para obligarla a este ahorro per
sonal que el de m antener los salarios por debajo de los pre
cios?11 El fenmeno contrario, es decir, la reduccin de la dis
paridad entre los salarios y los precios o el aumento ms rpido
de los primeros en relacin con los segundos, puede acarrear,
segn Hamilton, los efectos ms desastrosos para la economa
nacional, ya que l mismo explica la decadencia econmica de
Espaa como el resultado de la disparidad entre el ritm o de
aumento de los salarios y el de los precios, la cual era, segn
l, bastante inferior que en Inglaterra o en Francia.1*
Es indudable que en esta teora se encierra un cierto fondo
de verdad, como tambin lo es el que a lo largo de la historia
los costes del progreso econmico fueron sufragados general
mente (pues de otro modo era imposible) por las ms amplias
masas de productores directos, y que, por lo dems, en muchas
situaciones concretas la falta de defensa de los trabajadores
asalariados hizo que soportaran la mayor parte de los gravme
nes. Tambin es cierto que las numerosas inflaciones de la
poca feudal solan provocar la disminucin de los salarios rea
les d la parte de la poblacin, por regla general reducida, que
viva del trabajo asalariado.
No obstante, la relacin entre la disminucin del salario real
y el aumento del beneficio no es tan simple como pudiera apa
recer segn las afirmaciones de Hamilton. Por encima de la
magnitud del salario real, los beneficios dependen de muchos
otros factores, como son la relacin entre el precio de las ma
terias primas y el precio de los artculos manufacturados, el
coste de las herram ientas en cada unidad productiva y, quiz sobre
todo, la productividad del trabajo, y ello para enumerar sola
mente los factores ms importantes.
La gnesis del capitalismo y de la revolucin industrial, pro
blemas ambos que Hamilton trata de explicar con su teora, co
rresponden precisamente a una poca en la cual estos tres facto
res sufren las ms profundas transformaciones. De manera que
carece de fundamento toda explicacin de los beneficios sobre
la base de la disparidad entre los salarios y los precios.121 Por
aadidura, las hiptesis basadas en la comparacin mecnica
de las curvas de los salarios y de los precios en relacin con
las pocas investigadas por Hamilton no dejan de rayar con el
anacronismo, ya que es necesario recordar que incluso los obre
ros asalariados de aquellas pocas eran remunerados de muy
428

distintas maneras, que el pago en especies jugaba un papel de


considerable importancia junto a la remuneracin en metlico,
y que este papel sola cambiar con el tiempo. Tiene razn por
tanto Weber al afirm ar que la tendencia que pueda resultar
de la afluencia de los metales preciosos depende enteramente
del sistema de salarios.122
Contrariamente a lo que Hamilton afirma, no es cierto que
el hecho de dejar los salarios por debajo de los precios provoca el
aumento de las inversiones y el progreso tcnico en la poca
de la revolucin industrial, ya que es muy conocido en la ciencia
el hecho de que el enorme aumento del precio de las materias
primas empezando por la madera es uno de los factores que
amenaza con la baja de los beneficios, lo que a su vez inclina al
esfuerzo en favor del progreso tcnico.12*
Adems, las conclusiones basadas en la comparacin de la
curva de los salarios con la curva del ndice general de los pre
cios son inadmisibles por otra razn: el rpido aumento de este
ltimo factor es ante todo el resultado del aumento de los pre
cios de los productos agropecuarios y de la madera. Esto con
tribuye a la cada del salario real, pero el beneficiario de este
descenso parece ser ms bien el terrateniente que el industrial.
En cambio es un problema que se presta muchsimo a discusin
la pregunta de si el industrial se ha beneficiado ms con el des
censo del salario real o si sus prdidas han sido mayores como
resultado de la subida de los precios de las materias primas, la
madera, por ejemplo.
La tesis de Hamilton, segn la cual el aumento de la renta
qued por encima del alimento de los salarios, no puede defen
derse en ningn caso ni en relacin con Inglaterra124 ni en rela
cin con Francia.12*
Hamilton confa en la aplicacin universal de su teora. Baste
decir que sobre ella ha construido toda su concepcin acerca
del incremento econmico de los pases actualmente subdesa
rrollados.126 1 aconseja a estos pases que tiendan al incremento
econmico a travs de la inflacin crnica cuyos lmites de fuer
za slo establece ante el temor a los indeseables efectos socia
les, para evitar los cuales habra que mantener la inflacin en el
marco del 1% al 2% anualmente. Y esto lo aconseja Hamilton
a los pases hoy da subdesarrollados en los cuales el alza de
los precios es por regla mucho mayor y sin el ms mnimo
efecto para el progreso de la industrializacin!
Entre la inflacin o la ausencia de sta y los cambios en el
nivel de desarrollo industrial no hay ninguna correlacin cons
tante.127 Tampoco la hay entre la inflacin y la magnitud de los
beneficios. Finalmente, es indefendible la correlacin entre la
magnitud de los beneficios y la magnitud de las inversiones. El
convencimiento que de la teora de Hamilton se desprende,
segn el cual el incremento del ritmo de desarrollo econmico
429

se halla condicionado por el aumento del nivel de los beneficios,


no es nuevo en la ciencia y s profundam ente errneo. Que el
aumento de los beneficios no siempre desemboca en el incremen
to de las inversiones lo ha demostrado quiz Keynes rotundadamente. Adems, la aplicacin de esta tesis a los pases subdesarrollados contradice la realidad de los hechos: en el curso
de los ltimos cien aos los beneficios extrados de estos pases
no fueron pequeos en absoluto, y sin embargo no contribuye
ron a su industrializacin.
Al comentar la teora de Hamilton es preciso llam ar la aten
cin acerca de la inesperada carrera de la misma en la historia
del pensamiento econmico. Keynes se apoder de ella al hallar
en dicha hiptesis una ilustracin histrica eficiente para su
apologa de la inflacin. En el ao 1930, Keynes consider como
una tarea fascinante el volver a escribir la historia econ
mica a la luz de la teora sobre el estmulo inflacionista en el
desarrollo econmico.128 empezando por los antiguos sumerios
y Egipto, donde la construccin de las pirm ides no fue nin
gn absurdo!. La riqueza de los pueblos aum enta dice Key
nes no durante la inflacin de las rentas, sino en el perodo
de la inflacin de los beneficios.129
Naturalmente ironizaba Schumpeter en un artculo sobre
Keynes hay que volver a escribir la historia de Francia. El
ms inteligente de los monarcas de este pas fue Luis XV por
haber sabido encontrar a imas magnficas especialistas en gastar
el dinero como madame de Pompadour y madame du Barry. Su
labor fue eficaz. Contribuy a la plenitud ocupacional, al mximo
desarrollo de la produccin y al bienestar general. Que hubiera
miseria y que corriera la sangre, eso era tan slo fruto de la
casualidad.130
El beneplcito de Keynes reforz la autoridad de las tesis
de Hamilton entre los historiadores.131 Apenas si en el ltimo
perodo empieza a perfilarse contra ellas una reaccin que corre
pareja a la tendencia manifiesta, en la ciencia econmica, de
lim itar la aplicacin de la teora keynesiana.

LA TEORA DE F. SIM IAN D - C. E. LABROUSSE

Frangois Simiand, socilogo, economista e historiador, sucesor


de Levasseur en la ctedra de historia del trabajo del Conservatoire National des Arts et Mtiers, fue, sin discusin, un cien
tfico infinitamente original, cuya obra suscita la ms prolunda
admiracin. Es curioso comprobar, sin embargo, cmo lo que
suele ocurrir su influencia cientfica, tan poderosa en Francia,
casi no logr rebasar las fronteras de este pas. Influy en la
ciencia de la historia econmica m s bien indirectamente, a
430

travs de la obra llevada a cabo por su destacado discpulo,


C. E. Labrousse.
Pese a haber sido alumno de Bergson en el liceo, Simiand1
es un tpico e insigne representante del positivismo sociolgico
francs del siglo xx y de la escuela durkheimiana, a travs de
Durkheim y de Levy-Bruhl, de la cual hered las tradiciones de
Comte al que reconoca como maestro. Al igual que Comte, Dur
kheim estaba convencido de la posibilidad de aplicar sus m
todos a la investigacin de todas las manifestaciones de la vida
social, sin hablar de los grupos de fenmenos que habran de
constituir la tarea de la sociologa como una de las disciplinas
sociales.
Sus alumnos siguieron aplicando sus mtodos a las diferen
tes ciencias (etnologa, derecho, arte, etc.) con una amplia voca
cin reformista. A menudo se afanaron por rebasar los marcos
del anlisis interno de un modelo cultural aislado (reglamentos
jurdicos, costumbres, obras de arte, etc.). Simiand fue, entre
todos los discpulos de Durkheim, el que trat de aplicar los
procedimientos de su escuela a la historia1 y a la economa,
por lo cual ha de interesarnos sobre todo por su postura en la
investigacin de los fenmenos econmicos.
Simiand adopta una actitud en extremo emprica. Ante la
existencia de un gran nmero de teoras analticas contradicto
rias, Simiand declara que no confa en ninguna. Quiere recoger
'os hechos y a la luz de los mismos verificar cada hiptesis.
Fascinado por el florecimiento de las ciencias naturales espe
cialmente de la biologa pero asimismo de la fsica desea
asemejar los mtodos econmicos a aqullos. Esto explica su
culto por los procedimientos estadsticos, no slo por los con
ceptos cuantitativos que facultan sino sobre todo porque el m
todo estadstico, al perm itir la eliminacin de uno de los facto
res activos constantes, representa para l el equivalente de un
mtodo experimental.134 Simiand ha postulado siempre por la
formulacin de los problemas con categoras generales (se.n
l hay que formular el problema no en tanto que la Revoluc n
de 1830 en Francia sino como el derrocamiento de un gob erno impopular por un pequeo grupo de oponentes, que para este
fin pueden utilizar estos y aquellos factores).
Para esclarecer un fenmeno, hay que buscar sus causas di
rectas y verdaderas. Simiand llama acertadamente la ateni.n
sobre el hecho de que los historiadores buscan esclarecer
a veces un mismo fenmeno a travs de diferentes causas. En
todo esto, evit emplear la palabra ley. Con su extremada
prudencia, Simiand prefiere hablar de las consecuencias regu
lares o de la regularidad en la ordenacin de los hechos.
Para comprobar la repeticin de las consecuencias regula es
Simiand postula y realiza la investigacin de largas series esta
dsticas. Las coincidencias en los cortos perodos no acl; ran
431

nada (cuando alguien mide el perm etro de un rbol en el vera


no y en el invierno, llega a la conclusin de que el descenso
de la tem peratura provoc el engrosamiento de esta planta).
De un modo caracterstico para la corriente durkheimiana, luch
contra todas las manifestaciones del razonamiento basado en el
buen sentido sin creer en las tesis aparentemente evidentes.
Combati igualmente todos los puntos de vista individualistas
y en particular las hiptesis tan generalizadas en la economa
sobre los fenmenos sociales, partiendo de los conceptos sobre
el comportamiento del individuo en diferentes situaciones.
Simiand defendi su postura en numerosos trabajos metodo
lgicos13 y especialmente en toda una serie de trabajos analti
cos centrados en el problema del salario.136 En esto se perfila
el inters comn de la escuela de Durkheim por los problemas
de carcter social.13? Al analizar los seilarios, Simiand se vio
obligado a examinar los precios y otras mercancas distintas de
la fuerza de trabajo. Y as fue como desemboc en la investiga'
cin general de la historia de los precios.
En cuanto a la teora, la obra de Simiand es ms bien des
tructiva que constructiva. Demuestra la inexactitud de la hipte
sis cuantitativa. En el terreno de la teora del salario, anula
la teora de la oferta y la demanda, la de la productividad del
trabajo, etc. Simiand establece las grandes olas de aumento y de
disminucin de los salarios (las as llamadas fases A y B, evitan
do cuidadosamente el darles un nombre), analiza la amplia inter
dependencia que aparece en cada una de estas fases, pero guar
dando una profunda reserva en cuanto a sus causas. Ambas
fases consecutivas de aumento y de descenso de los salarios coin
ciden, segn l, con los cambios de otros fenmenos econmicos
y extraeconmicos. A juicio de Simiand, las variaciones en los
salarios estn condicionadas por las mudanzas de los precios y
no al revs. Los cambios de los precios han de estar determi
nados a su vez por los cambios en la suma de los medios de
pagos oro u otros y segn Simiand, durante la investigacin
del ciclo coyuntural, no hay que concentrarse en el anlisis de
las crisis. Las consecuencias alternativas de la fase A y la fase B
son el progreso econmico y social, en la fase A a travs del
desarrollo cuantitativo de la produccin, en la fase B a travs
de la eliminacin de las empresas' que no alcanzan a seguir
y de los esfuerzos que tienden a la reduccin de los costes.138
En resumen, Simiand llega tan lejos en su extremado monetarismo que atribuye el desarrollo econmico del siglo xix y de
comienzos del xx en prim er lugar al descubrimiento de las mi
nas de oro en el Transvaal y en el Klondyke, y despus a la
poltica de emisin.13
Es triste contemplar la obra de Simiand. Un esfuerzo impo
nente, sistemtico; toda una vida consagrada a la investigacin;
una profunda crtica metodolgica y detallada de las adquisicio
432

nes cientficas; una profunda experiencia de las dificultades me


todolgicas en las investigaciones sociales dio como resultado un
completo fracaso.
La obra de Simiand, muy poco conocida fuera de Francia,
apenas ha influido en el desarrollo de la ciencia. Pero de la
escuela de Simiand ha salido, sin embargo, la obra de Labrousse
cuya influencia ha sido y sigue siendo mucho ms importante.
La obra principal de Labrousse est relacionada con la his
toria de los precios y de los salarios en el siglo xvm en Fran
cia,141 y con la crisis de la economa francesa en vsperas de su
Revolucin.142
El gran mrito de Labrousse est en haber analizado el me
canismo y el funcionamiento de la economa francesa durante
el antiguo rgimen. La investigacin emprica de unas series de
precios excepcionalmente autnticas y homogneas le permiti
diferenciar empricamente tres clases de fluctuaciones peridi
cas: las fluctuaciones temporales, las cclicas y las de larga
duracin. Aparte de las oscilaciones temporales, el sentido de
las dems no es claro. Acaso la fluctuacin cclica es algo
as como un ciclo de las cosechas determinado por el clima?
No contesta a esta pregunta? Sin embargo, es un hecho in
cuestionable la existencia de tal ciclo cuyo punto culminante,
la crisis, significa una desastrosa cosecha. Pero Labrousse ha
probado tambin de una forma irrefutable que dichas crisis
en el agro significaban la reduccin de las rentas, pero no para
todas las categoras de la poblacin que vive de la agricultura,
ya que para los grandes terratenientes significaba un incremen
to enorme de sus-rentas. Al mismo tiempo, la disminucin de
ios ingresos de la gran masa del campesinado como consecuen
cia de la crisis agrcola, transfera dicha crisis a la industria;
el campesinado dejaba de comprar artculos textiles, las manu
facturas cerraban y los obreros eran despedidos. El desempleo
masivo de los asalariados, tanto agrcolas como industriales, se
acompaaba de una gran alza del precio de los artculos de
aumentacin. En estas condiciones, esta alza provoca una re
gularidad asombrosa: los precios de los artculos de lujo su
ben cada vez menos que el precio de los artculos corrientes,
los productos industriales menos que los alimenticios, los pro
ductos pecuarios menos que los cereales, el trigo menos que el
centeno, etc. De esta forma, tambin se traspasaba a las espaldas
de las clases humildes el peso de la disminucin de la renta
social.
Finalmente, tenemos la tendencia de larga duracin con un
alza constante a partir del ao 1715 aproximadamente. Se han
formulado muchas hiptesis acerca de sus causas. El hecho es
que existe y que en ellas los salarios tampoco logran alcanzar
los precios y que el precio de los artculos corrientes aumenta
ms rpidamente que el de los artculos de lujo. Si Labrousse
433
bcs

100.

28

afirma que la Revolucin francesa estall en el momento culmi


nante de las tres olas: del proceso de larga duracin, del cclico
y del de las fluctuaciones temporales, esto no puede constituir
en ningn modo una prueba para aclarar las causas de esta
Revolucin sino de sealar la situacin en la cual sobrevino,
ayudndonos as a comprender las circunstancias en que se pro
dujo.
Labrousse ha descubierto el mecanismo del funcionamiento
del sistema econmico de aquella poca y confirmado una serie
de relaciones y de repeticiones trascendentales. Tambin ha crea
do un modelo y elaborado la teora del mismo. Adems, en sus
investigaciones ha tendido hacia:
a) la nueva- verificacin de las relaciones y repeticiones ya
confirmadas,
b) el enriquecimiento del modelo y de la teora a travs de
la utilizacin de nuevas variantes (especialmente acerca de los
datos sobre la produccin) y la comprobacin de nuevas rela
ciones y repeticiones,
c) la formulacin y comprobacin de las hiptesis de inter
pretacin y, por tanto, al esclarecimiento de las propiedades de
las fluctuaciones cclicas y de larga duracin y de sus causas,
d ) la comprobacin del alcance cronolgico y geogrfico de
la aplicacin del modelo y la teora; Labrousse analiz el pero
do de 1715-1789.
Pero, cmo se presentaba el problem a en Francia antes de
1715? Cul era despus de 1789? Cul era la situacin en los
dems pases en aquella misma poca? >

LAS IN VE STIG AC IO N ES POLACAS SOBRE


H ISTO R IA DE LOS PRECIOS
Los precursores. El inters por la historia de los precios se
rem onta en Polonia a los tiempos de la Ilustracin. Czacki le
dedica una gran antencin.143 Lojko144 recogi numerosas infor
maciones sobre ella. Ms tarde, sin embargo, el problema dej
de interesar a los cientficos para volver a la palestra a finales
del siglo xix y comienzos del siglo xx con una serie de monogra
fas145 y de la publicacin de varias tasaciones de los precios.146
En el ao 1918, en el prim er tomo de la Ciencia polaca,
F. Bujak abog en un artculo program tico por la necesidad
de elaborar una historia de los precios en Polonia,147 y ms
tarde, al hacerse cargo de la ctedra de la Universidad de Lvov,
interes a esta problem tica a sus alumnos, dirigiendo sus tra
bajos y consiguiendo los medios materiales necesarios, dando
por resultado el que desde el ao 1928 hasta la actualidad han
sido publicados once tomos que en suma ofrecen un cuadro de
434

la historia de los precios en Lvov (1501-1914), en Varsovia (1501


1914), en Cracovia (1396-1914), en Gdansk (1501-1315) y en Lu
blin (siglos xvi-xvui). Naturalmente, la (alta de una historia c
los precios en las regiones de Paznan y de Vilno es perjudicial
para la ciencia tanto ms por cuanto cuatro de esta* cinco
ciudades se hallan situadas a lo largo del Vstula, principal va
de comunicacin fluvial en la Polonia antigua que, por lo mismo,
los precios de estos cuatro mercados deben conligurarsc con
cierta interdependencia m ientras que ciudades como Poznan >
Vilno pudieron, y a buen seguro que as fue, olrecer serias
oscilaciones en el movimiento de los precios.
El grado de estas fluctuaciones y sus cambios en el tiempo,
nos brindaran un elemento im portante para el conocimiento de
los procesos de conformacin del mercado interior en la Repbli
ca polaca. Pese a esta laguna que les corresponder llenar a los
futuros cientficos, los once tomos de la Historia de los pre
cios en las ciudades polacas, editados por la escuela de Bujak,
constituyen un m aterial muy considerable, tanto ms por cuanto
su elaboracin exigi un esfuerzo tan grande. No obstante, para
poderlo aprovechar es preciso analizar crticamente el mtodo en
el cual se establece esta obra. En principio, todos estos tomos
fueron elaborados segn el procedimiento de Stanislaw Hoszowski al redactar el primero de los tomos o sea Los precios en
Lvov en el siglo X V I y el siglo X V II. Seguidamente, los autores
hicieron ciertas enmiendas, tomando en consideracin las obser
vaciones de la crtica, el carcter diferente de los materiales
documentales (en el siglo xix); pero a pesar de todo, la postura
metodolgica de Hoszowski sigui mantenindose en todos los
tomos aunque no fuera ms que para garantizar la comparabilidad de los resultados.
E l precio nom inal o su equivalente en oro. Anteriormente nos
hemos referido ya a esta cuestin al aludir a las polmicas me
todolgicas occidentales. Pero debemos volver sobre ella en aten
cin a su importancia para apreciar los resultados de la escuela
de Bujak. Adems, la aprovecharemos para subrayar la comple
jidad del problema, hacia el cual la escuela de Bujak adoptaba
una resuelta actitud. Los autores de Lvov consideran el precio
nominal como algo fingido, pero en cambio slo aceptan como
precio real su equivalente en gramos de oro.1** Defienden vigo
rosamente su postura, llegando en su afn polmico a unas
formulaciones que reflejan bien sus ideas sobre el problema,
pero que creemos revelan la debilidad de su actitud. Hoszowski
escribe: El concepto errneo sobre la esencia de los precios
y del dinero ha impedido el guiarse por el concepto de los precios
reales, que slo eran conocidos por los mercaderes que mante
nan relaciones con el extranjero y con los monederos,1*9 y ms
adelante afirm a que el concepto del precio real penetra concre
tamente en la sociedad bajo el influjo de la inflacin, pero sin
435

embargo esto nunca se extiende al extremo de que el considerar


la caresta desde el ngulo de los precios nominales quede eli
minado.150 Finalmente, al afirm ar que la nobleza protesta con
tra la caresta despus de cada crisis m onetaria (1620 y 1622),
considera que esto redunda en favor de su tesis, ya que en
tonces no hubo precisamente ningn aumento de los precios
reales.151 La tesis estriba, por tanto, en que los coetneos de
la poca no supieron cundo atravesaron por la caresta, y esto
slo porque tenan una idea errnea acerca de la esencia de
los precios y del dinero!
Naturalmente, aqu habra que discutir quin tenia un con
cepto verdadero y quin falso acerca de la esencia de los pre
cios y del dinero. A buen seguro que el que tiene una idea falsa
sobre la esencia de la caresta es el que ve en ella un aumento
del precio, cuando la caresta puede significar slo el aumento
de stos en relacin con las rentas. Las gentes de la poca se
daran cuenta de cuando soportaban una caresta (aunque pu
dieran a veces silenciarlo tendenciosamente) y no necesitaran
para ello ni de los razonamientos tericos ni de los clculos
sobre la equivalencia en oro, sino pura y simplemente compa
ra r sus ingresos con los gastos. En cuanto a la esencia de los
precios y del dinero, se equivoca el que considere que este lti
mo incluso en los tiempos en que slo era oro o plata siem
pre y en todos los sitios es simplemente una mercanca que se
mide como otra mercanca cualquiera cuantitativamente, con la
cantidad de oro que contiene.
En la ciencia se ha formulado el concepto de que la repre
sentacin de los precios a travs de la cantidad de oro que
contienen slo interesa al que investiga la historia de los meta
les preciosos.152 Pero esta idea nos parece extremadamente exa
gerada. En ciertas pocas histricas se dan situaciones en que
los precios son realmente el equivalente en metal precioso del
dinero pagado por la mercanca. Pero ese concepto, con todo
y ser extremadamente exagerado, creemos que se acerca mucho
ms a la verdad que la postura adoptada por los alumnos de
Bujak.
En el ao 1935, Rutkowski critic ya esta actitud al afirm ar
en el Congreso de Vilno: El movimiento de los precios expre
sado en oro permanece absolutamente al margen del conocimien
to del campesino polaco del siglo xvm que nunca se tropez...
con una moneda de oro. El ndice de este metal precioso no
explica en absoluto ninguna reaccin econmica de esas clases
sociales ante el movimiento de los precios. En cambio, puede
aclarar el comportamiento de un comerciante que en muchos
casos se ha servido del oro en sus transacciones. Lo ms im
portante es, evidentemente, que este ndice est basado en la
plata. Sin embargo, no es posible limitarse en este caso al ndice
de los precios expresado en plata por cuanto en la conciencia de
436

las amplias masas, y especialmente de las gentes ms pobres


y menos ilustradas, era mucho ms importante el movimiento
de los precios con las monedas corrientes. No puede olvidarse,
por tanto, el movimiento de los precios en zlotych polacos.1SJ
De modo que Rutkowski no se opone a la postura de Hoszowski
quien, sin embargo, afirmaba que el movimiento de los precios
reales quedaba fuera de la conciencia de las grandes masas
de la sociedad. Rutkowski querra, al parecer, tres ndices: el
oro, la plata y el ndice nominal, cada uno de los cuales podra
utilizarse para esclarecer la actividad de unas clases sociales
distintas. Esta postura se generaliza actualmente aunque al ser
formulada por Rutkowski no fuera compartida. Actualmente, el
propio Hamilton, que propende a exagerar el carcter del di
nero como equivalente al oro, afirma que el clculo de los pre
cios en su equivalencia en oro se realiza con el fin de facilitar
las comparaciones internacionales y la investigacin de los efec
tos de los cambios monetarios o de los cambios en la magnitud
de la produccin de los metales preciosos, pero subraya, no
obstante, que no es bueno olvidar que el movimiento de los
precios y de los salarios expresado en la moneda corriente es
mucho ms elocuente que cuando se expresa sobre la base de
su peso en plata o en oro, es decir, con unos conceptos con los
cuales solamente un pequeo nmero de coetneos de la poca
podan actuar y pensar.154

Aunque compartimos enteramente las tesis de Rutkowski y


de Hamilton, nos parece que hay que continuar por el camino
de la comprensin de la importancia preeminente de los precios
nominales y asimismo de la limitacin utilitaria de los clculos
en oro.
La postura de Rutkowski y de Hamilton conduce a buscar las
determinantes del comportamiento de las diferentes clases socia
les. Lo valiosos en esta actitud estriba: a) en tom ar en conside
racin el carcter de clase de la sociedad, b) en la aspiracin
a buscar las determinantes de las actividades humanas en la
esfera de los fenmenos objetivos. Ahora bien, la historia vo slo
se ocupa de esclarecer las actividades humanas. Nos interesan
una serie de procesos objetivos, los cuales, en cualquier grado,
son la resultante de las actividades sociales, pero una resultante
infinita y que no puede interpretarse con las actividades en s
mismas. Suponiendo que nos interesen los cambios en la corre
lacin de las fuerzas de clase, la comprobacin en esta investiga
cin de la historia de los precios de quin en una situacin de
terminada empez a perder y quin se benefici en resumidas
cuentas de los procesos del mercado, por ejemplo, nos ha de
aclarar muchas cosas, a condicin, sin embargo, de que analice
mos este proceso con las categoras en que concretamente se
produjo y con las divisas que sirvieron realmente para la tran
saccin y con las cuales se gan o se perdi. Y en este caso
437

nada nos ha de confirm ar que las gentes se dieron cuenta de


que haba caresta y que realmente no la hubo.
Por aadidura, cuntas dificultades evitamos al operar con
los precios nominales! Y no nos referimos aqu a la considera
ble labor que suponen los clculos. No es bueno ahorrar el es
fuerzo cuando ste es imprescindible para la consecucin de unos
resultados determinados.155 Nos referimos a la introduccin de
unos peligros suplementarios de equivocacin, los cuales son tan
grandes y tan difciles de superar que, a veces, pueden hacer
dudar de la autenticidad de los datos conseguidos.
El clculo de los precios segn sus equivalentes monetarios
slo puede efectuarse sobre la base del curso legal o del curso
real. El prim er mtodo esto lo saben perfectam ente los auto
res de Lvov es muy arriesgado, ya que la tasacin es un
instrum ento de la poltica estatal con el fin de influir sobre
dicho curso y que por lo tanto no corresponde a este ltimo
por su naturaleza. Pero los autores de Lvov, aun sabiendo esto
perfectamente, tienen que apoyarse a veces en las tasaciones si
desean tener un ndice constante en oro al no disponer para
ciertos perodos de los datos sobre los cursos. Esto explica
que en ciertas pocas, su equivlente en este m etal precioso sea
rgido y en otras sea ms mvil.156 El resultado es evidente: los
ndices de todos los precios en ciertos perodos han de m ostrar
una movilidad mavor y en otros m enor lo cual en nada ha de
corresponder a la realidad investigada. Pues las oscilaciones de
los ndices provocadas por los cambios del coeficiente en m et
lico pueden ser ms fuertes que las fluctuaciones de ls precios
mismos y por lo tanto el ndice ha de reflejar en este caso un
cambio ms grande de la tasacin que del precio. Pero, qu es
lo que analizamos? Si examinamos la tasacin, podemos hacerlo
mucho ms fcilmente.
Incluso disponiendo de los datos sobre los cursos, stos no
son en la mayora de los casos anotaciones burstiles. Con de
m asiada frecuencia, se trata de datos casuales sobre las transac
ciones realizadas sobre la base de unos cursos diferentes de los
cuales extraemos seguidamente el promedio. Nuestras fuentes
pueden ser en muchos casos m ultilaterales por proceder, por
ejemplo, de las actas de las instituciones pblicas. En los tra
bajos de los investigadores de Lvov encontramos repetidas ve
ces diferencias de un 15% y an de mucho ms, en el clculo
de los precios segn el valor en oro.157 En ciertos casos, las
diferencias llegan hasta el 100%.158 La influencia del mtodo
adoptado por el investigador con respecto al ndice suele ser
mucho mayor que el mismo movimiento de los precios. Tomando
otros datos sobre los cursos, podemos obtener un movimiento
totalmente diferente del ndice. Vale la pena correr este riesgo?
A la luz de lo expuesto, cmo se pr e s en ta el razonamiento
de Hoszowski acerca ele la superioridad del clculo de confor
-1*8

midad con el valor oro sobre el clculo basado en el valor de


curso?159
Dicho clculo debera basarse en el oro fundido en la masa
de la moneda. Pero de qu moneda se trataba? De la que
cursaba concretamente en aquel momento? Ahora bien, cmo
averiguarlo? De la que se haba emitido entonces? Por otra
parte, el clculo sobre la base del oro representara utilizar en
la investigacin de los precios un mtodo ms sensible que el
de la moneda en curso aun cuando sta tambin es ms sensible
que los precios! Y si nos interesa saber si el artesano que
vendi, por ejemplo, un vestido perdi o gan y si con su venta
obtuvo una cantidad inferior de oro puro, o si con lo que perci
bi pudo comprar ms cosas o menos cosas que antes?
A la luz de estos razonamientos, afirmamos que el valor fun
damental de las investigaciones de Lvov sobre los precios son los
datos sobre los precios nominales. Los datos sobre los precios
calculados en este m etal precioso pueden ser provechosos a los
investigadores slo en algunos casos, como para el anlisis del
comercio exterior, pero tratndose de los datos de Lvov han de
utilizarse con la mxima prudencia.
La eliminacin de los datos que no son tpicos. Anteriormen
te, en el captulo general sobre la estadstica histrica, nos hemos
referido a las dificultades resultantes del desconocimiento de
las circunstancias de las anotaciones. En cuanto a los anlisis
actuales de los precios comenzamos por dar instrucciones para
la recogida de los materiales fijando los principios adecuados:
el surtido de las mercancas, su calidad, su dimensin, las for
mas de pago, las fases de circulacin, etc. De esta forma obte
nemos la posibilidad de que el material sea realmente compa
rable. Desgraciadamente, no podemos formular tales instruccio
nes para la investigacin histrica de los precios e incluso si
llegsemos a establecerlas, en la mayora de los casos no cono
cemos las circunstancias de las anotaciones. En cambio, podemos
partir del supuesto de que cuando una anotacin se diferencia
claramente de las vecinas procedentes de ese mismo mercado,
es porque corresponde a alguna transaccin que se desarroll en
unas circunstancias especiales y desconocidas. Naturalmente, ta
les anotaciones debemos eliminarlas de nuestros clculos ulte
riores,160 pero esto es una tarea especialmente difcil cuando los
datos no son numerosos y que su dislocacin en el tiempo no es
uniforme. Los autores de Lvov comprenden esta dificultad y
aseguran que realizaron tales eliminaciones;161 sin embargo, lo
que pas por su criba exige otras nuevas.
Sobre los precios del azcar en Cracovia en los dos decenios
1581-1600, poseemos por ejemplo los siguientes datos:162

439

en el ao 1582
1583
1584
1585
1588
1596
1597
1598
1599
1600

1 anotacin
2
1
1
1
1
1
4
3
2

210 groszys el pan


(media)
307,5
312
312

702
312

364

338
(media)

346

442

Un dato qu se diferencia claramente de los dems es la


anotacin correspondiente al ao 1588. Pero cmo atreverse a
eliminarla cuando se trata de la nica anotacin de este gnero
y cuando, al mismo tiempo, faltan en general las anotaciones
correspondientes a los dos aos anteriores y a los siete aos si
guientes! Es posible que durante aquellos once aos (1586-1595),
se produjera algn aumento im portante de los precios despus
del cual volvieron a descender al nivel anterior. Por aadidura,
los valores pecuniarios de los dems artculos coloniales son asi
mismo muy poco numerosos para aquellos aos. Es natural la
extraeza ante la vuelta de los precios precisamente al mismo
nivel, lo cual, en definitiva, no est excluido.
Se pueden eliminar, en tales casos, los datos? No puede se
alarse ninguna regla absoluta, sino que ello ha de quedar al
libre albedro del investigador. Lo que s est claro es el proce
dimiento metodolgico para la elaboracin siguiente del material.
Suponiendo que con estos datos se calcule la media para cinco
aos, se obtiene:1**
para los aos 1581-1585 285,4 groszys por pan de azcar

1586-1590 702,0

1591-1595

1596-1600 360,5

Una anotacin, muy sospechosa, modifica profundamente el


cuadro. Con los datos primitivos tuvimos un cuadro con un alza
regular de los precios, pero en este ltimo caso esa regularidad
se borra seriamente, lo cual ocurre como resultado de disponer
se solamente de una anotacin para todo el quinquenio 1586
1590, la cifra del ao 1588, de la cual, adems, debemos descon
fiar. Para ser exactos: no hay ninguna seguridad de que la
anotacin del ao 1588 no sea autntica ni caracterstica. Tenien
do en cuenta las grandes oscilaciones de los precios, tpicas para
los breves espacios de tiempo durante el feudalismo, no hay
que descartar, no obstante, un aumento transitorio del precio
del azcar en los alrededores del ao 1588. El asunto puede dar
que pensar al investigador de la vida econmica de Cracovia
440

a finales del siglo xvi, que es el nico que puede refrendar la


autenticidad de esta anotacin o eliminarla.
En cambio, en las investigaciones a largo plazo, en las que
han de servir precisamente los Indices constantes de una dura
cin de cien, doscientos y hasta trescientos aos utilizados por
los investigadores de la historia de los precios pertenecientes a
la escuela de Lvov, las anotaciones sospechosas han de ser elimi
nadas a fin de evitar este tipo de deformaciones.
Alguien pudiera argum entar que el ejemplo citado concierne
a un artculo sumamente importante como lo es el azcar y que
los gneros ms corrientes para la poca, como la harina o la
carne, al contar con un mayor nmero de anotaciones, son sus
ceptibles de preservamos de tales deformaciones. Pero, en pri
mer lugar, como lo veremos despus, con la elaboracin de los
ndice colectivos tal y como lo hacen los autores de Lvov, cada
artculo y por lo tanto tambin el azcar puede tener un precio
muy considerable e influir enormemente sobre el nivel del n
dice colectivo; despus, el segundo ejemplo demuestra que este
fenmeno puede manifestarse asimismo con el artculo ms re
presentativo en las fuentes como lo es la avena.
El precio de un saco de avena en Varsovia durante los dos
decenios de 1680-1700, fue:16*
Nm ero
anotaciones Mximo M nimo

1688 ao
1692 III trim estre
1695 I trim estre
IV trim estre
ao
1697 III trim estre
1698 I trim estre
1699 I trim estre
IV trimestre
ao

3
1
1
2
3
1
1
10
17
27

71
100

70
70

120

105

Media

56,75
270,00
100,00
70,50
82,25
100,00
120,00
120,00
118,00
119,00

Los autores pueden establecer con ello las medias quinque


nales siguientes: w*
1686-1690 56,7
1691-1695 117,6
1696-1700 113,0
Como vemos, se repite la deformacin de los resultados y en
este caso en relacin con un artculo muy importante y el cual
se halla inmejorablemente documentado en las fuentes La culpa
441

fue de una anotacin del ao 1692! Vemos, por tanto, que aqu
no se trata de un error casual, sino dl mtodo utilizado no sola
mente por un autor sino por toda una escuela.
Slo puede haber una conclusin: al utilizar las investigacio
nes de la escuela de Lvov sobre la historia de los precios pode
mos aprovechar confiadamente los datos anuales, pero no las
medias peridicas.

Las m edias calculadas siem pre con los datos originales o las
m edias de las medias. Es decir, del decenio 1581-1590 se conser
varon en total seis anotaciones sobre el precio del azcar. Al cal
cular con la media de los precios decenales la media de los pre
cios en el quinquenio, la anotacin sospechosa como nica re
presentacin del quinquenio obtiene un coeficiente de 1/2, cal
culada con las medias anuales obtiene un coeficiente de 1/6 y
calculada en tanto que media ponderada con todas las anotacio
nes originales de ese decenio se obtiene el coeficiente de ape
nas 1/6.
De lo cual se desprende que siempre es ms seguro hacer
el cmputo de cada media directam ente con los datos originales.
Quien utilizase el ejemplo mencionado puede, si lo considera
til, elim inar la anotacin sospechosa y calcular la media con
otro mtodo, lo que no siempre es tan fcil y que con un gran
nmero de anotaciones relativas a un solo ao es irrealizable.
Ilustrem os el problema con un ejemplo ficticio:
Precio

N m . de
Ao

anotaciones

M ximo

x+
x+ l
x+2

3
3
3

---

20
13

M nimo

10
11

Medio

10
14
12

En el ao x tenemos por tanto tres anotaciones similares. En


el ao x + l podemos calcular fcilmente que contamos las ano
taciones: 20,12 y 10. En el ao x+2, las anotaciones 13,12 y 11.
De esto resulta que de la media se aparta solamente una anotacu n del ao x + l. Eliminndola, resultara que el precio medio
ca nbiara en esos tres aos aumentando sucesivamente: 10, 11,
12 Obtenemos un cuadro de aumento regular alterado por esa
ai otacin sospechosa que podemos eliminar. En cambio, si hub ese ms anotaciones para cada ao, resultara imposible el
comprobar si nos hallamos ante una anotacin en la que no se
pidra confiar o con un aumento de hecho de los precios. Pero
c >mo los autores de Lvov no presentan las anotaciones origina1 s (y que no estn en condiciones de presentarlas) y solamente
412

muestran las mximas y las mnimas, no podemos por lo tanto


al utilizar sus investigaciones, rem ontam os hasta los datos pri
mitivos, vindonos obligados en la mayora de los casos a que
damos en las medias anuales, averiguando su autenticidad por
mediacin de los datos presentados por los autores: el nmero
de anotaciones y la disparidad de las anotaciones extremadas.
Por lo cual nos pronunciamos por el clculo de las medias
de cualquier tipo con los testimonios directos. Al utilizar las
investigaciones de Lvov, podemos conseguirlo calculndolas con
las medias anuales ponderadas con el nmero de anotaciones
(la media a n u a l multiplicada por la cifra de las anotaciones nos
da esa misma magnitud, que os dara la suma de todos los da
tos primitivos que nosotros desconocemos).
Es preciso confesar que este mtodo tiene sus lagunas. Lo
ilustraremos con un ejemplo. Calculado con este procedimiento,
el precio del vino en Lublin en tres vigsimos166 consecutivos
sera el siguiente:
en el vigsimo 1561-1680
en el vigsimo 1581-1600
en el vigsimo 1601-1620

17,1 groszys el jarro


19,6 groszys el jarro
35,9 groszys el jarro

Ahora bien, para el perodo intermediario nuestros conoci


mientos se basan en los datos siguientes:
en el ao 1581 26 anotaciones, con una media de 18,92 gr.
jarro;
en el ao 1600 2 anotaciones, con una media de 28,66 gr.
jarro.
De lo que resulta que la media para estos veinte aos es
atrada hacia abajo por la gran cifra de datos correspondientes
al ao inicial. Da la sensacin de que el alza del precio del vino
fue durante estos sesenta aos ms bien simtrica. Si calculse
mos la media del vigsimo central con las medias anuales, obten
dramos entonces 23,8 en lugar de 19,6 con lo que esta regulari
dad aparecera netamente. Aqu, el ndice en cadena sera:
en el primer caso: 100
115
183

en el segundo caso: 100


139
151

La media resultante de las medias anuales, procedentes en


este caso de los aos extremos del perodo analizado, se apro
ximara con toda seguridad ms bien a la media de los precios,
en aquel perodo que a la media ponderada con la cifra de las
anotaciones, la cual, como resultado de la excepcional abundan
cia de las anotaciones en el ao inicial, se halla atrada hacia
abajo artificialmente. Existe realmente el peligro de una deforma
443

cin de las inedias como resultado de la abundancia casual de


las anotaciones en ciertos aos. Pero quiz sea mayor el riesgo
de acumulacin de los errores si calculamos las medias sobre
la base de las medias.
Este problem a aparece an ms claramente con el clculo de
las medias anuales a travs de las medias trim estrales como lo
suelen hacer los autores de Lvov. Naturalmente, slo calculan
las medias trim estrales de los artculos sometidos a las fluctua
ciones temporales. Sin embargo, dado que esto concierne a los
cereales, el problem a reviste una gran importancia. Los autores
de Lvov calculan las medias anuales con las medias trimestrales.
Pero es justo hacerlo as?
En el caso de los artculos sujetos a las fluctuaciones tempo
rales, el nm ero de las anotaciones no es ya un problema pura
mente casual como ocurre anteriorm ente c o n . la cantidad de
anotaciones sobre el precio del vino, la cual es diferente segn
los aos. Aqu aparecen regularidades, que son principalmente de
dos clases: a) por una parte, en los perodos de descenso
de los precios podemos hallam os ante una abundancia de anota
ciones correspondientes al gran nmero de compras provocadas
por el bajo precio o con el fin de aum entar las existencias. Los
datos que obran en nuestro poder suelen proceder de los con
sumidores ms im portantes y poderosos (administraciones co
munales, corporaciones, instituciones filantrpicas, etc.), que ms
de una vez podan perm itirse el invertir una cierta suma de
dinero con tal de reducir de esta m anera los gastos globales
anuales.1*7 Pero ms im portante sera la segunda motivacin, la
cual obra en sentido contrario y que merece ser analizada;168
b) se trata del consumo temporal relacionado con el carcter
temporal de la produccin. Actualmente, en las grandes urbes,
el consumo tem poral ha sufrido un gran descenso y slo se sigue
advirtiendo con respecto a las verduras y las frutas en cuanto a
los productos derivados de la leche en las pocas normales po
cas de paz, la diferencia en los precios suele ser mnima, no
influyendo apenas en las dimensiones de la demanda. Pero en
los siglos x v i -x v i i -x v i i i , la falta de tcnicas de conservacin
haca que muchos productos slo se consumieran en las tempo
radas en que eran producidos. As por ejemplo, disponemos de
los datos acerca de la cifra de las anotaciones sobre los precios
de la mantequilla en Gdansk en el siglo x v n :1*
Trim estre

1600-1620

1645-1666

16004650

1651-1700

1600-1700

I
II
III
IV

19
78
69
50

5
91
70
32

60
208
169
121

76
291
202
151

136
199
371
280

444

En ese cuadro hacemos figurar a propsito perodos largos y


cortos. El resultado no deja lugar a dudas. En l comprobamos
una correlatividad constante de los trim estres: II, III, IV y I
Huelga agregar que a un mayor consumo temporal corresponde
un mayor nivel de los precios. As, por tanto, en la poca en que
el consumo temporal ilustrado por la mayor magnitud de las
anotaciones es extremado los aos 1645-1665 en que la propor
cin de la cifra de las anotaciones sobre el precio de la mante
quilla es entre los trim estres I y II de 1 a 18, el precio medio
asciende igualmente por trim estre de la siguiente manera:
I
II
III
IV

241,0
295,2
275,3
244,7

La regularidad se manifiesta tambin aqu, en el mismo sen


tido.
En tal caso, la media anual calculada directamente con los
datos originales o con las medias trim estrales ponderadas con
la cifra de las anotaciones, lo que es igual sera, naturalmente,
por regla significadamente ms elevada que la media anual cal
culada como media no ponderada con las medias trimestrales
(como lo hacen los autores de Lvov).
Por ejemplo, para el perodo de 1645-1666 la media no pondera
da ascendera a 264,1 groszys mientras que la media ponde
rada sera de 278,4 groszys. Lo importante es saber cul de los
mtodos es ms justo, lo que a nuestro parecer tambin aqu es
basarse en los datos directos, o sea, en el clculo de la media
anual, no como la media imponderada de las medias trim estra
les sino como la media ponderada es decir, como la media
aritmtica de todas las anotaciones de un ao determinado. La
diferencia en el nmero de anotaciones que hemos observado
entre los diversos trim estres constituye para nosotros el ms
perfecto ndice de las diferencias temporales en relacin con la
magnitud de las transacciones y la magnitud de consumo. Al
comprobar estas diferencias, de esta forma, nos acercamos a la
visin real tanto del productor como del consumidor. Por el
contrario, calculando la media con las medias trimestrales como
lo hacen los investigadores de Lvov,170 quienes adems suelen
tomar las diferentes divisiones del ao como trimestre,1?1 se da
a cada uno de los trimestres un mismo valor, con lo cual se agi
ganta la importancia de los precios en el perodo en que un
artculo dado desempea un papel ms reducido en las transac
ciones y se consume menos.171
Pero al calcular las medias anuales con las medias trimestra
les los autores de Lvov estn obligados a tomar en considera
cin las lagunas existentes en los materiales, las cuales suelen
445

aparecer con relacin a ciertos trim estres. As, tenemos que una
serie de ndices de precios, por ejemplo, del trigo, correspondien
te a varios aos consecutivos en los cuales un ao se calcula
sobre la base de las anotaciones en los trim estres I, II y III
y el ao siguiente sobre la base de las anotaciones en los trim es
tres I, III y IV (como lo hacen los investigadores de Lvov) ha
de desembocar en un malentendido. Esto es tanto como clasifi
car una serie de magnitudes heterogneas. El salvar esta dificul
tad es sencillo aunque suele ser muy laborioso. Es posible esti
m ar el trim estre que falta con el supuesto de qu precio ha cam
biado en l en comparacin con el precio del mismo trim estre
del ao anterior en el mismo grado que para los dems trim es
tres sobre los cuales disponemos de los datos relativos a los dos
aos. Utilizando los ndices en cadena, podemos calcular el ndice
slo con respecto a los trim estres acerca de los cuales poseemos
las anotaciones en los dos aos. En cambio, no puede procederse
como lo hacen los autores de la historia polaca de los precios.173
El problema es tanto ms im portante porque, como lo acabamos
de ver, los autores de Lvov tienen como principio el componer
unas series de ndices en los que cada componente est basado
en otra combinacin.
E l clculo de los ndices colectivos. En este aspecto, ese m
todo ha sido causa de graves errores, por lo que creemos que
en general los ndices colectivos de los investigadores de Lvov
no pueden ser utilizados.
El ejemplo ms extremado de este mtodo, descubierto por
Wisniewski,174 es el del precio de las bebidas en Varsovia a co
mienzos del siglo xix. El clculo de los ndices colectivos para
las bebidas se establece como sigue (base: 1701-1710 = 100):

Aos

Cerveza

Cerveza
extra

Vino
hngaro

1806-1810
1811-1815

199
242

75
83

147

W odka

93

ndice
general

137
121

Como podemos ver, este mtodo es tan sencillo como err


neo. Los dos lquidos alcohlicos cuyo precio conocemos en los
dos quinquenios han encarecido (respectivamente en un 21 % y
en un 10%), en cambio el ndice general indica una baja del 12%
provocada nicamente por la falta en el prim er quinquenio de
los datos sobre dos bebidas!

Un malfico concurso de circunstancias (que esclarece, sin


embargo, este procedimiento) se manifest con motivo de la
investigacin de los precios en Gdansk durante el tercer quinque
nio del siglo xix.175 En el lustro de 1811 a 1815 observamos una
446

gran subida del precio de los artculos alimenticios (pasando el


ndice de 358 a 554!). Si observamos desde ms cerca el problema
esforzndonos por buscar las causas de este salto, vemos que
en ese lustro los productos de la tierra subieron en un 45% mien
tras que los productos pecuarios slo aumentaron en un 4ob.
As, por tanto, el factor principal del trnsito de los precios es
el enorme brinco del ndice de los productos coloniales! Ms
an: en dicho quinquenio suelen faltar los datos sobre los pre
cios de los artculos coloniales con una excepcin, el arroz, el
cual representa as a todos los dems artculos. Pero hay ms:
de ese lustro nos faltan asimismo los precios del arroz para
cuatro aos, disponiendo slo de los precios del arroz en el
ao 1813, que fue un ao de estado de sitio. Este caricaturesco
concurso de circunstancias es algo realmente excepcional, pero
el mtodo en cuanto a l, es constante en sus resultados.
Otro ejemplo. En Cracovia, en el quinquenio 1681-1685, el ndi
ce de salario de los ejmpleados municipales desciende en com
paracin con el perodo anterior en casi un 1/3, de 54 a 37.
Pero, al mismo tiempo, vemos con asombro que el sueldo de dos
empleados de los cuales poseemos los datos acerca del citado
lustro y del anterior ha bajado realmente, pero en una propor
cin ms reducida: el sueldo del juez, de 53 a 43, y el sueldo
del escribano I, de 41 a 40. De dnde procede, por tanto, el
enorme descenso del ndice colectivo? Est motivado por el
hecho de que en el quinquenio anterior tuvimos adems la me
dia aritmtica del sueldo del escribano III, muy elevada, ya que
era 87 y gracias a la cual el ndice colectivo para ese quinquenio
ascendi a 57. Nuevamente, nos encontramos ante una deforma
cin del cuadro que hubiera podido evitarse con la utilizacin
de los ndices en cadena. Los grandes saltos de las medias arit
mticas de los salarios y del coste de vida en Cracovia en los
aos 1691-1695 176 han sido provocados por el mtodo de los n
dices colectivos. Y eso que el ndice del coste de vida repre
senta la sntesis de todo el trabajo!
Ejemplos tales los encontramos casi constantemente en las
publicaciones de la escuela de Bujak.
Veamos las medias aritmticas de precios de los artculos de
consumo de procedencia agrcola en Varsovia en algunos quin
quenios especialmente escogidos del siglo xvi (pg. siguiente).177
El ndice de precios de un grupo determinado aument en el
quinquenio 1551-1555 en relacin con el quinquenio anterior en
un 6/o aproximadamente, mientras que de los dos nicos artcu
los cuyos precios podemos comparar en ese perodo, el de la
avena se mantuvo al mismo nivel, bajando el del trigo. Si exa
minamos todo el proceso de los quince aos comprendidos en
tre el 1571 al 1585, observamos una tendencia a la baja, mientra}que el ndice colectivo m uestra primero un fuerte descenso >
seguidamente un fuerte aumento provocado nicamente por 1;
447

Avena
Guisante
Trigo
Centeno
Cebada
Mijo
Smola de trigo
Smola de cebada
Harina candeal
Nabo
Berza
~
Aceite
Aceite de oliva
ndices

1
2
3
4
5
6
7
8
9
10
11
12
13

1346
1550

1551
1555

1571
1575

1576
1580

1581
1585

1596
1600

1601
1605

32

39
37

32
25
38

33

91
164
91
73

78

76
132
100
89

53

88

127
121
104

128
123

119
108
109
126
124
114
123
113
144

130

120

183

---

---

35

37

98
78

111
59
%
115
95
93

93
126
144

aparicin y la desaparicin de ciertos gneros en los distintos


lustros. El influjo de estas apariciones y desapariciones so
bre la media aritm tica colectiva es incomparablemente ms
fuerte que los cambios en el nivel de los precios de los artculos
comparables.
As, el origen de la deformacin reside en el clculo del ndice
colectivo constante sobre la base de un surtido de mercancas
diferente para cada ao (o para cada quinquenio), operacin que
no es aconsejable, ya que su clculo, sobre la base de un mate
rial lleno de lagunas, est y debe estar efectuado partiendo del
supuesto de que los gneros representativos de un grupo deter
minado representan el movimiento de los precios de todo el
grupo y, por tanto, tambin los artculos no representados; la
nica solucin a esta dificultad sera la utilizacin del ndice
en cadena que perm ite calcular si se desea la media aritm tica
constante; con este mtodo la comparacin entre los aos o los
quinquenios se efectuara tan slo sobre la base del cambio de
precio de los artculos que figurasen en un perodo y en otro.
Para term inar con el problema de las medias aritm ticas
colectivas citaremos otro ejemplo relativo al ndice colectivo de
segundo grado. Veamos la media aritm tica de los precios de
los productos alimenticios en Gdansk en los aos 1526-1535178
(con los cuatro ndices colectivos: artculos alimenticios de pro
cedencia vegetal, bebidas, productos pecuarios y condimentos,
ndices colectivos obtenidos con el procedimiento que antes he
mos condenado, se calcula el ndice colectivo de segundo grado,
el ndice general de los precios de los alimentos como media
aritmtica no ponderada de los cuatro ndices colectivos).

448

1526-1530

Trigo
Cebada
Avena
Guisantes
ndice art.
harinosos 1-4
Cerveza
ndice
bebidas 5
Arenque
Carne vaca
Sebo

22

--

38

48
37
46

A
5

30
36

44
39

B
6
7
8

36
65

39
60
61
41

1
2
3
4

46

1526-1530

1531-1535

Mantequilla 9
ndice art. pe
cuarios 6-9 C
Pimienta
10
Vino del Rin 11
Indice art.

1531-1535

58

65

56
32

57
117
32

32

74

38

53

importados

IQ-Il
D
ndice general
de los art.
alimenticios
A,B,C y D

En este caso vemos que en el grupo primero el ndice colectivo asciende en un 50% a pesar de que el nico gnero compa
rable, o sea la aven, desciende de precio y que en el grupo
cuarto la media aritmtica colectiva sube en el 130% pese a que
el nico artculo comparable (el vino del Rin) se mantiene en
el mismo precio. Si hubisemos efectuado este clculo con el
mtodo reprobado, el ndice del grupo primero hubiera descen
dido en el 2,7%, el segundo hubiese ascendido en un 8,3%, el
tercero habra bajado en el 2,2% y el cuarto hubiera permanecido
inmutable. La media aritmtica colectiva de todo el grupo de
mercancas alimenticias ha permanecido casi invariable, con un
incremento del 1% aproximadamente, mientras que con el pro
cedimiento utilizado por los investigadores de Lvov se obtiene
un cuadro con un aumento supuesto del 40%. Este resultado es
nuevamente el producto exclusivo de la aparicin y la desa
paricin de ciertos artculos en un quinquenio y en otro.
Los ejemplos citados fueron escogidos casualmente. Podran
multiplicarse con mucha facilidad. No obstante, hay que sealar
que, como resultado de la ley de las grandes magnitudes, no
siempre se observa en el producto unas deformaciones tan ex
tremadas; a veces los diferentes factores deformantes se anulan
unos a otros. Pero dado que la accin de la ley de las grandes
magnitudes borra la deformacin de los resultados, el mtodo
utilizado no puede ser corregido.
El ltimo ejemplo citado se presta igualmente al examen de
otro problema como es la estructura de la media aritmtica del
coste de vida, en la forma como la calculan los alumnos de
Bujak.
Los ndices colectivos se hallan calculados en la escuela de
Lvov como ndices no ponderados. Es difcil no asombrarse!
Como es sabido, las medias aritmticas no ponderadas no exis
ten: las que llevan este nombre se distinguen por el hecho de
que en todo el grupo sus componentes tienen el mismo valor (por
ejemplo, igual a l ) . En la elaboracin de los ndices colectivos
449
hcs

100.

29

de segundo grado el asunto se complica. Si todos los artculos


tomados en consideracin tuvieran una anotacin, la media arit
mtica del precio del centeno como uno de los cuatro compo
nentes del ndice colectivo de los cereales, que a su vez es uno
de los cuatro componentes del ndice colectivo de segundo gra
do, o sea, la media aritm tica del coste de los productos alimenti
cios, tendra una influencia en este ltim o = al 1/16. En el ejem
plo analizado y considerando la falta de una serie de datos, la
construccin del cesto de aprovisionamiento que de hecho se
halla representado por el ndice general del precio de los ali
mentos, se presenta como sigue:
en los aos 1526-1530: trigo 12,5 %, avena 12,5 %, cerveza 25,/o,
arenque 8,3 /o, sebo 8,3 %, mantequilla
8.3 %, y vino del Rin 25 %.
en los aos 1531-1535: cebada 8,3 %, avena 8,3 %, guisantes
8.3 %, cerveza 25 %, arenque 6,3 %, car
ne de vaca 6,3 %, sebo 3 /o, mantequilla
6.3 /o, y pim ienta 25 %.
El hecho de que en ambos quinquenios, dos gneros quiz
no fundamentales en el consumo masivo (una vez la cerveza y el
vino del Rin, otra vez la cerveza y la pimienta obtuvieron en
suma un 50% de coeficiente en un ndice tan im portante como
el ndice general de los precios de los productos alimenticios),
inquieta y hace reflexionar. As, aparece en realidad la media
aritm tica de precios de los artculos alimenticios supuestamen
te no ponderada. Tales son los efectos cuando se calcula un n
dice constante para un surtido de artculos que cambia constan
temente.
Como conclusin de todo esto podemos decir que para calcu
lar las medias aritm ticas colectivas, los grupos de artculos de
ben ser muy homogneos, ms bien estrechos que amplios, agru
pando en su seno a unos artculos cuyos precios, de acuerdo
con los conocimientos que tengamos de la economa analizada,
no puedan oscilar de distinta manera, por hallarse ligados por
su carcter d sucedneos (artculos harinosos) o por constituir
una fase consecutiva en la produccin (trigo y harina, cuero y
calzado, etc.) o, finalmente, por otras fuertes afinidades.
La eleccin del ndice: constante o en cadena? En general,
es ms seguro servirse de los ndices en cadena en las bsque
das histricas.! Lo vamos a ilustrar con un ejemplo. Las causas
por las cuales preferimos la media aritm tica en cadena al
ndice constante en esta clase de investigacin son tres.
1.
Empezaremos por las lagunas en el material a las que
acabamos de referirnos y que son numerosas e inevitables en
450

los anlisis histricos. 1 historiador no puede influir en olio,


pero s debe prevenirse contra los efectos deformadores. Ade
ms, es una regla que estas lagunas sean ms numerosas durante
las etapas iniciales del perodo investigado, lo que ha de refle---- - J -ja^se- e n - l0^tr -r -cUyo -T11,(enor- XI^r -IflUll^ - Cnsxami;. rero esia
no deja de ser de momento una dificultad ms reducida, ya
que podemos aplicar el ndice constante retroactivo partiendo
del final. Ms importante es la circunstancia que sealbamos
hace un instante y que vamos a generalizar con el siguiente
ejemplo ficticio sobre el clculo del ndice colectivo para cuatro
grupos de artculos:
ndice
Ao

X
x+l

400

180
198

160
176

200
220

constante

en cadena

235
198

100
110

Todos los gneros sobre los cuales disponemos de los datos


en ambos aos encarecieron en un 10%, a pesar de lo cual el
ndice constante descendi en un importante 15%, debido a que
en el conjunto de los artculos a nos toc uno cuyo ndice, en
comparacin con la base, era el ms encumbrado y el que ms
pes sobre la media aritmtica. Por supuesto tcito, el ndice
en cadena parte correctamente de la idea que el ndice a ha
cambiado en el mismo grado que los restantes. Este mismo re
sultado se hubiese obtenido al estim ar el precio del artculo a
de acuerdo con el cambio de los dems artculos, o sea, en este
caso, en 440.

2.
El segundo motivo consiste en que pese a las eliminacio
nes que hayan podido efectuarse en el material primitivo, es
indispensable tener presente la aparicin de transacciones no
tpicas o que no pueden compararse con las dems (otras di
mensiones, otra calidad, otras formas de pago, etc.). Con el
ndice constante, cada uno de estos errores siempre ms nu
merosos en los perodos iniciales del anlisis habr de seguir
nos hasta el final del perodo investigado, deformando todo el
curso del ndice. Con la media aritmtica en cadena es ms fcil
identificar y eliminar las deformaciones.
Tomemos un ejemplo ficticio (ver tabla de pg. siguiente).
La comparacin de los datos de la rbrica 3 con los datos de
la rbrica 5 no da lugar a dudas de que el precio de un artculo
determinado en la ciudad A ha oscilado en concordancia absolu
ta con lo que ocurri en las otras cuatro ciudades, aunque en
los datos de la ciudad A entre el quinquenio I y II se esconde
451

En la ciudad A
Precio
Indice
en groszys constante
Quinquenio
1
2
1
11
111
IV
V
VI

0,5
2
3
4
4
6

100
400
600
800
800
1200

Media cuatro ciu


dades restantes

Media para las


cinco ciudades

ndice en
cadena

ndice
const.

ndice
en cad.

400
150
133
100
150

100
120
180
240
240
360

120
150
133
100
150

100
175
264
352
352
528

ndice
const.

aign error, el cual es visible, lo localizamos fcilmente y lo


eliminamos sin perjudicar en lo ms mnimo su curso ulterior
con el ndice en cadena. Tras la comparacin de los ndices
constantes (rbrica 2 y 4), la sim etra de los cambios en
todos los quinquenios, desde el II hasta el ltimo, no es
evidente. Las cifras errneas del principio -deforman todo el cur
so del ndice. La ponderacin del prim er eslabn con la media
aritm tica constante obliga a cam biar su base y por eso mismo
dificulta la comparacin con los ndices de los dems gneros
calculados con la base adoptada hasta ahora. La rbrica 6 nos
m uestra cmo aparecera el ndice constante para las cinco ciu
dades si el prim er eslabn de la ciudad A no lo hubisemos
eliminado (la rbrica 4 multiplicada por el coeficiente 4 como
relativo a las cuatro ciudades, ms la rbrica 2 dividida por 5).
Obtendramos entonces que el precio de este artculo en ese
perodo habra aumentado en ms de seis veces mientras que,
como sabemos, en realidad slo aument en 4,21 veces. Eviden
temente, puede reproducirse este mismo ejemplo teniendo en
cuenta en vez de un artculo de las cinco ciudades, los precios
de varios artculos de una sola ciudad y el clculo del ndice
colectivo.
El problema es tanto ms peligroso ya que con las largas
series de ndices constantes las magnitudes absolutas de los n
dices de los diferentes artculos cambian y se diferencian entre
s varias veces durante los perodos consecutivos de tiempo, y
que el defecto inicial de la media aritmtica que sigue creciendo
mucho ms que las restantes, deforma todos los ndices de los
cuales suele ser a veces el componente decisivo.
Es necesario decir que ste es precisamente el mtodo que
aplican los investigadores de Lvov y que no se escucharon los
consejos de quienes Wisniewski pedan el empleo de los n
dices en cadena.
452

3.
El tercer motivo se halla ligado a las largas series de
tiempo utilizadas por los autores de Lvov, las cuales abarcan dos
y hasta tres siglos para la investigacin de algunos precios en
la ciudad de Lvov.,J< Durante un periodo tan largo se producen
no solamente fluctuaciones en los precios del mercado como
resultado de los cambios en la oferta y la demanda, sino varia
ciones estructurales en la economa del pas y en la de otros
pases a los cuales se exportan o de los cuales se im portan los
productos. En el curso de los siglos xvi al xvm se producen,
con la revolucin de las rutas comerciales, la revolucin de los
precios, considerables cambios en la tcnica industrial, etc. En
resumen, que nos hallamos ante unos cambios fundamentales y
duraderos en relacin con el nivel de los precios, como, por
ejemplo, una gran baja en los precios de los artculos coloniales
en comparacin con otros productos alimenticios, un descenso
de los artculos industriales cotejndolos con los del agro, etc.
Tambin intervienen otros factores, como por ejemplo la subs
titucin de los gneros de peor calidad que seguirn llevando el
mismo nombre en las pocas ulteriores, etc. En el ndice cons
tante pueden, e incluso deben, aparecer serias perturbaciones. Lo
aclararemos con un ejemplo ficticio. Supongamos que en com
paracin con el ndice 100 tomado como punto de partida, en el
ao analizado, prximo al final del perodo investigado, los n
dices de los tres artculos que nos interesan ascienden a:
1000

100

100

y que el ndice colectivo no ponderado, es decir, el que los


autores de Lvov calculan, asciende a 400. Supongamos a conti
nuacin que en el ao siguiente una de las medias aritmticas
sufre un aumento del 20%. Los autores de Lvov utilizan el ndice
no ponderado con la esperanza de que as, cada cambio de los
ndices ejercer la misma influencia en el producto general.
Pero como el artculo primero encarece en un 20%, el ndice co
lectivo asciende a 467. En cambio, si encarece el artculo segun
do o tercero, el aumento de la media aritmtica colectiva ser
mnima, ya que apenas alcanzar a 407. Vemos, por tanto, que
el movimiento del primer factor pesa de una forma decisiva
sobre el ndice colectivo. Dado que en un largo perodo la mag
nitud absoluta de los ndices se diferencia cada vez ms y que
ste es un hecho que, como ya lo dijimos, ms que una posibi
lidad constituye una regla, no puede extraarse de que en mu
chos tomos de los autores de Lvov el ndice del coste de vida
sea la media aritmtica ligeramente moderada de los artculos
alimenticios y que el ndice del precio de los alimentos no sea
sino el ndice del trigo ligeramente moderado.
Las medias de los grupos, ponderadas o no? En las investi
gaciones de Lvov todos los ndices de grupos excepto el de los
costes de vida se obtienen como medias no ponderadas de los
433

componentes que entran en los grupos. Anteriormente hemos di


cho que la media no ponderada en realidad no existe: es una
media en la cual todos los componentes tienen el mismo coefi
ciente y que depende por lo tanto en un mismo grado del precio
del centeno como del precio del azafrn. Los autores de Lvov se
dan perfecta cuenta de ello181 pero suelen seguir utilizndola.
Los ndices de todos los artculos analizados por ellos (casi cada
ao el surtido de los artculos suele ser diferente al aparecer
unos mientras otros desaparecen, lo que como ya hemos dicho,
con el ndice constante deforma los resultados) se hallan agru
pados en tres .medias aritm ticas colectivas, obtenidas como me
dia no ponderada: productos alimenticios, vestido y vivienda.
Naturalmente, el prim er ndice, como es el de los productos ali
menticios, juega aqu un papel decisivo, que luego volvemos a
encontrar evidentemente en el clculo del ndice del coste de
vida el nico ponderado con el gran coeficiente de 60%. Mien
tras tanto, en el curso de tres siglos xvi, xvn y xvm , debido
al gran aumento general de los precios se produjeron tres gran
des cambios: a) subieron con ms rapidez los precios de los ce
reales, captulo principal de las exportaciones polacas, b) su
bieron ms lentamente los precios de los artculos coloniales y
de los artculos industriales, los primeros a consecuencia de la
revolucin en las rutas comerciales y los segundos en razn del
progreso tcnico en ciertas ram as de la produccin, c) entre estos
dos extremos oscila la subida de los precios de los artculos
de produccin y de consumo locales, como, por ejemplo, los
productos pecuarios. As, si en un perodo cualquiera ascendieron
los precios de los cereales sin cam biar los de la carne y baj
el precio del azafrn lo cual, como ya hemos dicho, corres
ponde a una tendencia concreta, podemos obtener un ndice
no ponderado del coste de los alimentos invariable. Pero qu
es lo que representa? El as llamado nivel general de los pre
cios de los productos alimenticios? No, por cuanto ste debiera
haber sido ponderado con las dimensiones de las transacciones
o de la produccin. El papel de los alimentos en el coste de
vida? Tampoco, ya que debiera haberse ponderado el consumo.
A nuestro parecer no representa nada.
Es fcil llegar a esta tesis, pero es ms difcil, sin embargo,
sealar el camino que se debe seguir cuando faltan las bases
para fijar el coeficiente de las diferentes mercancas en la pro
duccin, en el mercado o en el consumo. Wisniwski escribe acer
ca de este problema: En ciertas circunstancias nos vemos obli
gados a confesar nuestra ignorancia, y utilizar el ndice no pon
derado, pero no por ello hagamos de esto una virtud.^ Creemos
que no es suficiente, pues si descalificamos el ndice no ponde
rado utilizado por los alumnos de Bujak y no sabemos establecer
los principios para fijar los coeficientes, vale ms intentar otra
solucin.
454

El camino del mal menor es, en esta difcil situacin, calcu


lar los ndices colectivos para irnos grupos de artculos mucho
ms estrechos y ms homogneos que los que utilizan los auto
res de Lvov, los cuales usan alimentos, vestido, vivienda, que
renen en cada uno de los mismos unos gneros cuyos precios
pueden fluctuar y que de hecho oscilan en el perodo analizado
no slo desigualmente sino en sentidos opuestos. El trigo, las
especias y el vodka en un mismo grupo de alimentos slo pue
den dar con la media no ponderada una magnitud que nada
representa. Igual ocurre con el grupo de los vestidos y con el
de la vivienda en el que se introduce el hierro, la m adera y el
sebo.
En cambio, el ndice colectivo debe ser calculado con res
pecto a unos grupos elaborados de tal m anera que los precios
de los artculos que los componen no puedan sufrir fluctuaciones
demasiado heterogneas. Dichos grupos han de hallarse vincula
dos por algo esencial como, por ejemplo, el carcter de reem
plazamiento (el precio de un artculo no puede subir mientras
que el del segundo baja porque entonces los consumidores se
lanzan de uno a otro y los precios se equilibran), la identidad
de la m ateria prim a en tanto que sta juega un papel principal
en los costes de produccin, las fases sucesivas de la elaboracin,
la comunidad de los otros factores en cuanto pueden influir en
los precios por ejemplo, los diferentes costes de produccin
de los productos coloniales juegan un papel poco importante an
te los costes comunes del transporte, los intermediarios, el reba
sar las tarifas arancelarias, etc. Al agrupar de esta forma lo*
artculos en grupos homogneos, averiguamos seguidamente con
la base de nuestros conocimientos sobre la economa del pero
do analizado si no hemos incurrido en algn error, observando
si los ndices de los precios de los artculos con los cuales con
figuramos uno de los grupos son ms o menos paralelos en
tre s.
Creemos que aqu est el marco dentro del cual pueden uti
lizarse las medias no ponderadas en caso de dificultades, doncretas. Pero ms all del mismo debemos aplicar algn coefi
ciente. Ser ste apriorstico, dbilmente fundamentado? 6in du
da que s, pero siempre preferible a la falta de coeficiente, es
decir, a asignarle un mismo peso a todos los componentes.
Naturalmente, en ciertas situaciones concretas puede ocurrir
que en los grupos ms vinculados internamente aparezca alguna
asimetra.
Suponiendo que en el ao 1693 en el Principado de Ziwiec las
orugas devoraron casi todas las coles provocando una gran su
bida del precio de stas,183 y si en otra ocasin nos enteramos
que la peste ha diezmado a los gansos,1*4 cada uno de estos
fenmenos deba acompaarse de un aumento desproporcional
del precio del artculo dado en comparacin con los precios de
455

los dems artculos, con los cuales sola concordar en las fluctua
ciones del mercado. Sin embargo, estos fenmenos son casuales
y deben desaparecer a corto espacio de tiempo y su influencia
puede contrarrestarse operando con las medias agrupadas y re
lativas a varios aos. En cambio, se producen irregularidades
importantes en el caso de los productos pecuarios. Si el mal
tiempo ocasiona una falta de pastos para el ganado, aumenta
el sacrificio de los animales y por consiguiente desciende el pre
cio de la carne, lo cual provoca tambin el aumento del precio
de los productos derivados de la leche. La baja de la carne
cede luego el paso al aumento del precio de la misma, mientras
que la caresta de los productos derivados de la leche se pro
longa, como lo prueban los datos que podemos hallar directa
mente en las fuentes.15 Tambin sola ocurrir que tras las de
vastaciones de la guerra, cuando todos los gneros alimenticios
encarecan, la carne segua siendo el nico producto barato como
consecuencia del incrementado sacrificio del ganado provocado
por la falta de pastos.186 Pero este desequilibrio es generalmente
de corta duracin. En tales casos podemos comprobar que los
productos lcteos comienzan a encarecer un poco antes, mientras
que los precios de la carne y de las grasas animales bajan tran
sitoriamente y durante un breve perodo.
Las interpretaciones. Hemos dejado este punto para el final,
ya que los autores de Lvov estn en su derecho al considerar
que su tarea esencial consiste en reunir, criticar, elaborar y pu
blicar los materiales y no en proceder al anlisis cientfico de
los mismos, como tambin a dejar este examen a los futuros
investigadores, porque la ejecucin misma de la tarea que se
asignaron como objetivo principal era inconmensurablemente ar
dua y porque el anlisis cientfico de la historia de los precios
puede efectuarse con los ms diversos criterios. De forma que
es posible considerar esta labor ms bien 'como la publicacin
de los materiales originales cuyo anlisis y aprovechamiento
cientfico no se enmarca en un solo trabajo. Sin embargo, como
quiera que en los tomos mencionados aparecen ciertos elemen
tos de interpretacin y que, adems, en ellos destacan ciertos
rasgos y afinidades de una escuela determinada, que por aadi
dura no fueron hasta ahora el tema de ninguna discusin cien
tfica, merece dedicarles un poco de atencin.
En prim er lugar, veamos cul es el objeto de esa tarea. Los
alumnos de Bujak examinan el desarrollo de los precios en
los diferentes grupos de mercancas y de salarios, tratando a
continuacin de subrayar el desarrollo general del nivel de los
precios y los salarios. Dedican una atencin ms limitada a las
relaciones de los precios y en particular a la ms importante:
la relacin de los precios y de los salarios. Sin embargo, los pre
cios de las diferentes mercancas, bien sean nominales o de
hecho para emplear la definicin de la escuela de Bujak,
456

por sf mismos no representan nada. Lo nico esencial aqu son


las relaciones. Estas nos hablan del cambio, en el curso de la
historia, de los criterios de los valores econmicos, de la estruc
tura del consumo, y, finalmente, suelen reemplazar en cierta
medida las estadsticas de la produccin cuando no disponemos
de stas para un perodo determinado, al sealar las diferencias
en el ritmo de desarrollo de las distintas ramas de la produc
cin, las desigualdades en las diferentes ramas de la produccin,
los efectos del desarrollo extensivo de las fuerzas productivas,
el progreso tcnico y los cambios en la productividad.
Evidentemente, la historia de los precios por s sola nos per
mite nicamente el formular hiptesis acerca de esos aspectos.
No obstante, los resultados que podemos obtener con ella, unidos
a otros tipos de fuentes, nos permiten muchas veces alcanzar
soluciones sumamente autnticas y exactas.
En cambio, el movimiento de los salarios reales constituye, o
puede constituir en ciertos casos, el ndice aproximado del desa
rrollo global de la produccin (naturalmente, siempre que tenga
mos todas las bases para suponer que no sufri un gran cambio
el nivel de los privilegios de clase). De manera que el anlisis
de los salarios reales, es decir, de la relacin entre el salario
y el precio de las mercancas sobre todo bajo la forma del
ndice del coste de vida, es trascendental para el conocimiento
del nivel de vida de una parte de las masas trabajadoras y en
particular para conocer los cambios en la magnitud global de la
produccin que con otros mtodos es difcil d aprehender en
las fuentes. Es evidente que en la poca feudal la situacin se
plantea de un modo algo distinto por cuanto los salarits no sue
len representar en el nivel de vida ms que una parte relativa
mente reducida de la clase trabajadora.
Por otra parte, hay que tener presente que en el marco de la
produccin mercantil el papel del salario es cada vez ms im
portante y que al mismo tiempo el progreso econmico se re
fleja sobre todo en el aumento de la produccin mercantil. Esto
representa, por tanto, un barmetro muy sensible.
Mientras tanto, los alumnos de Bujak le prestan muy poca
atencin a la comparacin de los cambios que acontecen en
las relaciones de los precios de las diferentes mercancas y me
nos an que a los salarios reales. Se interesan sobre todo por
el nivel general de los precios no ponderados. Pero ya hemos
dicho que, en s mismos, stos no representan nadai? y que, aun
cuando se ponderasen, no nos hablaran de los problemas ms im
portantes.
Pero si a pesar de todo, los alumnos de Bujak centran su
labor analtica en la interpretacin de los cambios del nivel
general de los precios, veamos en qu categoras de fenmenos
buscan la explicacin de dichos cambios.
Entre los factores que originan los movimientos de los pre
457

cios, los alumnos de Bujak subrayan el problema de la magnitud


de la cosecha. En ella suelen situar la causa de los movimientos,
incluso los de larga duracin. As por ejemplo, el aumento de
los precios y de los salarios en los aos 1625-1650 se halla provo
cado principalmente por las malas cosechas a consecuencia de las
heladas o del exceso de humedad de los campos.1 Es difcil
com partir este razonamiento. Las bsquedas iniciadas igualmen
te por F. Bujak en torno a la historia de las plagas elementales
en Polonia constituyen un gran m rito de este investigador,1*9
ya que stas son mucho ms im portantes en la poca feudal que
en la poca capitalista; en los tiempos del feudalismo el hombre
se hallaba ms indefenso frente a las fuerzas de la naturaleza:
la productividad del trabajo es ms baja, el producto suplemen
tario reducido, basta una pequea disminucin del producto
global para que el producto suplementario deje de existir en
general, son insignificantes las posibilidades de la acumulacin
de reservas, la exigidad del mercado dificulta el transporte de
las mercancas de las regiones no afectadas por las calamidades
naturales, lo que hace que se equilibren los precios. Pero pese
a todo esto, las buenas o las malas cosechas slo pueden ser un
factor decisivo, tam bin durante el feudalismo, en la fluctuacin
de los precios en una escala de uno a tres aos. En las series
de cinco aos el influjo de este factor ya suele nivelarse, gene
ralmente, y con ms razn an en los largos perodos. Si las co
sechas siguen siendo pequeas durante un decenio, ya no es
posible atribuir este fenmeno a las malas condiciones clima
tolgicas sino a una reduccin del nivel de los cultivos.
Pero es el caso que los alumnos de Bujak, en sus razonamien
tos, no suelen llegar hasta los problemas de la produccin que
slo pueden aclararse a travs de los cambios constantes de los
precios y que slo estos cambios constantes de los precios pue
den confirmar.1
El segundo plano en el que los autores de Lvov buscan los
motivos de los cambios en el nivel general de los precios son
los fenmenos monetarios. Aqu, su razonamiento es muy sim
ple. Los cambios monetarios son considerados como un fenme
no en s mismo y ellos no advierten que es la manifestacin de
unos procesos ms profundos relacionados con la creacin y el
reparto de la renta social. El empeoramiento de la calidad del
dinero es en aquellos tiempos un sistema de accin inflacionista
que, de una mciera insuficiente para las necesidades del aparato
estatal, reemplaza el sistema fiscal. Con ayuda de este mecanis
mo, el Estado recoge para sus necesidades especialmente para
las de la guerra el incremento de la renta social, el supervit
existente en comparacin con el nivel anterior de la dicha renta.
Esto se manifiesta claramente, entre otras cosas, en la disminu
cin del nivel de los salarios reales en los momentos de un
empeoramiento del dinero.
458

A este respecto merece sealarse que, aun cuando en la cien


cia polaca se ha escrito mucho sobre ese empeoramiento mone
tario, slo los materiales correspondientes a las investigaciones
de Lvov han permitido analizar quin y en qu grado asumi el
fardo de este impuesto inflacionista en aquellos momentos. sta
es una tarea que corresponde realizar a nuestra ciencia. Evi
dentemente, este sistema de imposicin encubierta no duraba
mucho tiempo. La circulacin ulterior del dinero devaluado ya
no tena ninguna significacin y para m antener ese sistema de
imposicin hubiera sido preciso empeorar cada vez la calidad
del dinero. Al no producirse este empeoramiento, los precios,
comenzando por los de los artculos de exportacin y de impor
tacin, volvan a su valor en oro, mientras que los salarios iban
alcanzando los precios muy lentamente. Esto provocaba un pe
rodo dilatado o ms breve de baja del salario real, del que se
beneficiaba no ya el tesoro del Estado sino cada empresario.
Y esto precisamente constitua el fenmeno ms importante para
la investigacin. Pero el ligar el anlisis del fenmeno de los
precios con los fenmenos de la produccin y del reparto de la
renta social distaba mucho de ser la tarea de la escuela de
Bujak.
Las conclusiones que podran extraerse de estos razonamien
tos sobre la indagacin de los autores de Lvov acerca de la histo
ria de los precios son las siguientes: se trata de unas bsque
das infinitamente tiles que brindan imas grandes posibilidades
de interpretacin y que la ciencia polaca no ha empezado an
a aprovechar. Dada la enorme labor que la elaboracin de cada
uno de los tomos ha requerido, sus autores merecen nuestro
agradecimiento. Por otra parte, debe recordarse que, debido al
bajo nivel tcnico-estadstico de elaboracin de estos tomos, lo
que ms puede utilizarse en ellos son los datos originales, los
cuales deben ser aprovechados de un modo crtico, lo cual nos
es facilitado por los autores de Lvov ya que nos dan la cifra
de las anotaciones con sus mximos y sus mnimos, lo que nos
permite proceder a la eliminacin de las anotaciones no tpicas
mucho ms extensamente que lo hicieran los alumnos de Bujak.

LA ESTRUCTURA DEL MERCADO


EN LA ECONOMIA PREINDUSTRIAL

La investigacin histrica de los precios es el anlisis de la


economa mercantil. Para la adecuada interpretacin de este pro
blema con respecto a las sociedades preindustriales hay que to
m ar en consideracin las diferencias en la estructura del merca
do en dichas sociedades.
La historiografa tradicional conoca esta cuestin, sin em
459

bargo, centraba su atencin nicamente en un aspecto del pro


blema, es decir, sobre la as llamada prolongacin del camino
entre el productor y el consumidor, apareciendo entre estos dos
polos a medida que se avanza en el proceso de desarrollo eco
nmico, primero el m ercader individual y despus, paulatina
mente, el mayorista y el detallista, el organizador del transport
o del almacenaje, el prom otor publicitario, los intermediarios
del crdito, etc. Numerosos historiadores econmicos dedicaron
a este proceso la mxima atencin, convirtindose asimismo en
uno de los criterios de no pocas teoras del nivel de desarrollo
econmico.
_
Es justo analizar el fenmeno en s mismo aunque en los
ltimos tiempos aparecen, particularm ente en los pases alta
mente desarrollados, los fenmenos que atestiguan los esfuerzos
del gran capital tendentes a un nuevo acortamiento de este ca
mino y a establecer, en lo posible, un contacto directo entre la
gran industria y el ltimo consumidor.
Sin embargo, las transformaciones a largo plazo de las estruc
turas del mercado tienen otros rasgos caractersticos no menos
importantes. Nos referimos sobre todo a los costes de la distri
bucin desde el punto de vista del porcentaje de la mano de
obra empleada en ella y asimismo en su expresin en dinero.
En la ciencia occidental se ha dado el com partir el criterio
de C. Clark, segn el cual es una regla el aumento ocupacional
en la esfera de la distribucin de acuerdo con el incremento
econmico. Esta generalizacin suele ser justa a condicin de
que centremos nuestra atencin en unos perodos relativamente
breves de la historia, y esto solamente en cuanto respecta a los
pases actualmente ms desarrollados. Este criterio falla com
pletamente si ampliamos nuestro campo de visin al pasado
remoto o a los pases actualmente subdesarrollados. El concepto
de C. Clark y de A. G. B. Fischer,191 ha sido criticado ltimamen
te en repetidas ocasiones a travs de su confrontacin con la
realidad econmica de los pases atrasados. 2
Se llam sobre todo la atencin acerca de una cierta ilusin
de carcter estadstico. En la economa tradicional, el productor
suele ejecutar diversas funciones en la distribucin. Esto atae
sobre todo a los suministros del campesino al mercado o a los
artesanos. Al profundizarse, ms tarde, en el curso del proceso
econmico, la divisin del trabajo, el nmero de personas que
en la estadstica figuran como viviendo de la distribucin puede
aumentar incluso cuando disminuye la laboriosidad social de la
distribucin. La historia econmica tradicional, as como tam
bin la postura econmica de Clark y de Fischer, slo tienen en
cuenta el primero de los dos aspectos de este proceso. A medida
que se avanza en el desarrollo econmico el trabajo asalariado
va substituyendo al trabajo no asalariado, irrumpiendo as en
la estadstica del empleo y de la renta nacional y provocando
460

una deformacin de las perspectivas observables en esa misma


direccin.
Sin embargo, an ms importante es otro aspecto del pro
blema. Es el caso que la estructura primitiva del mercado, su
dislocacin en una cantidad infinita de pequeos mercados lo
cales, la increble suma de trabajo inherente a las comunica
ciones y al transporte, la falta de elasticidad y la imperfeccin
de la competencia, todo ello hace que en la economa tradicio
nal la distribucin sea enormemente costosa y requiera una gran
suma de labor.
En las tiendas pueblerinas trabaja toda la familia, aprove
chando el tiempo slo en parte, pero la distribucin se halla gra
vada en estos casos por el coste de existencia, aunque miserable,
de la totalidad de los miembros. El resultado de esta desmedida
ocupacin en la distribucin, es que la productividad del traba
jo es evidentemente muy baja, acercndose a cero. En los pe
rodos de crisis y de depresin, entre los fenmenos regresivos,
observamos igualmente un incremento del empleo en el comer
cio. Dado que la distribucin ms imperfecta es la de los artcu
los de prim era necesidad comenzando por los vveres, es com
prensible que la magnitud de sus costes pese con ms fuerza
sobre las clases ms pobres de la poblacin. La cifra del empleo
en el sector de los servicios es segn lo ha manifestado Baran como la obesidad: unas veces puede significar la riqueza
y otras veces la miseria.1
Finalmente, no dejan de ser muy importantes para la estruc
tura del mercado en la economa preindustrial los fenmenos
de una fuerte competencia monopolista, de la multiplicidad de
los mercados, y la influencia nula o diferente a lo que suele ser
bajo el capitalismo, del movimiento de los precios sobre la pro
duccin.
Las bsquedas que antes de la guerra se efectuaron en los
Balcanes y despus de la guerra en el Cercano Oriente1*1 y en
una serie de otros pases subdesarrollados, permiten formular
ciertas hiptesis generalizadoras.
El criterio que se ha extendido en la ciencia, segn el cual
la competencia es tanto ms libre cuanto ms lejos nos remon
tamos en el pasado econmico, es ingenuo y carece enteramente
de fundamento. En el modelo determinado por la estrechez de
los mercados locales en los pequeos pueblos y por el sistema
agrario bsado en la gran propiedad de la tierra rodeada de
pequeas economas, la conformacin de las relaciones mercan
tiles suele basarse como regla en una competencia en extremo
imperfecta y hasta monopolista, y el papel econmico de los
precios en el mercado es muy diferente al que juega en las
sociedades capitalistas industriales.
En escala nacional, el mercado ms importante es evidente
mente el de los principales productos agrcolas (trigo, arroz),
461

donde el campesino apenas vende. Su consumo casero, la ali


mentacin del ganado, la siembra y en ciertos casos las presta
ciones en frutos, suelen absorber no menos del 75 /o y a veces
la totalidad de su produccin. De ah que el principal abastece
dor de estos productos sea el terrateniente y que las cantidades
suministradas a los mercados locales no sean tan importantes
como pudiera parecer, sino, por el contrario, muy reducidas.
En cuanto al terrateniente, los precios son los que deciden
las cantidades vendidas y no la magnitud de la produccin: si
los precios bajan, guarda en sus almacenes una parte de los
productos; si, por el contrario, los precios suben, los lanza al
mercado. Los cambios en la estructura de la produccin no pro
vocan un cambio en los precios en prim er lugar porque la es
tructura de stos, al oscilar mucho de ao en ao, m uestran
una relativa estabilidad en el curso de los largos perodos, y en
segundo lugar, porque faltan las condiciones tcnicas. En cam
bio, el campesino no reacciona en absoluto ante la variacin de
los precios o reacciona a la inversa del terrateniente. Y no reac
ciona en absoluto porque no puede. Su pequea tierra y la falta
de medios financieros por ejemplo, para com prar fertilizantes
artificiales no le perm iten increm entar la produccin y por otra
parte el bajo nivel de vida no le perm ite reducir el consumo
familiar. Mientras tiene alguna posibilidad de manipulacin, reac
ciona inversamente ante la fluctuacin de los precios: si stos
son bajos, vende ms (dispone de un mayor supervit debido
a una mayor cosecha y tiene, por tanto, que vender para sufragar
los impuestos o las prestaciones en metlico, la renta de la tie
rra, los gastos, etc.); con los precios altos debe vender menos
para cubrir esos mismos gastos o bien, vendiendo menos, puede
alim entar m ejor a su familia.
Los campesinos venden sus productos dilectam ente al consu
midor en el mercado o al mayorista, m ientras que los terrate
nientes slo venden al mayorista. Los mayoristas que operan
en los pequeos mercados actan de una m anera unilateral,
ms bien solidariamente que compitiendo entre s. Su postura
monopolista y su solidaridad y las posibilidades de especular
con las grandes fluctuaciones de los precios hacen que sus bene
ficios sean muy elevados, incrementndose por la posibilidad de
practicar la usura crediticia en relacin con el productor, en
grande y pequea escala.
Un fenmeno distinto se produce en el mercado de los artcu
los de consumo de fcil corrupcin como son las frutas y las
verduras, la leche y los productos derivados de ella, el suminis
tro de los cuales corresponde casi exclusivamente al campesino.
No los produce en una explotacin especializada sino como una
parte a veces limitada de su produccin general. Pero as como
el trigo, que representa habitualmente la mayor parte de la pro
duccin del campesino, se halla consumido en su mayora dentro
462

de la explotacin y slo pasa por el mercado una pequea can


tidad, en cambio, los dems artculos estn destinados en su
mayor parte al mercado. El campesino no est dispuesto a con
sumirlos y a renunciar a los ingresos en metlico que esos pro
ductos le facilitan, por lo cual estos artculos son vendidos di
rectamente por l al consumidor en el mercado de aqu que
el radio del mercado se halle determinado por la posibilidad de
que el carro enganchado al caballo pueda ir y volver en el trans
curso del da al mercado. En este caso no hay ni intermediario
ni especulacin. En cambio, en este sector los precios son muy
elsticos, no slo de ao en ao, no slo temporalmente, sino de
semana en semana en relacin con el acarreo que puede verse
reducido por el mal tiempo, una boda campesina u otra circuns
tancia cualquiera. El campesino no quiere regresar con sus pro
ductos y cada precio que le ofrecen por ellos resulta rentable
para l teniendo en cuenta la falta de costos de produccin en
metlico, sin contar con el clculo del coste de trabajo familiar.
As que de esta manera resulta difcil hablar de precio en el
mercado, ya que cada transaccin es, en su gnero, un inter
cambio aislado. En el sentido de la estabilizacin de los precios
acta sobre todo la gran elasticidad de la demanda, y en cierta
medida, la tendencia del aldeano a reducir su consumo personal
en consonancia con la subida de los precios y viceversa. Ms
fuertes, sin embargo, son las tendencias que van en el sentido
contrario (carcter local del mercado, fluctuacin del acarreo
de da en da y deseo del campesino de no regresar con la mer
canca). Las posibilidades productivas del campesino en este
aspecto se hallan determinadas por el grado de posesin de la
tierra y por el volumen de la fuerza de trabajo familiar: cuan
do los precios suben, no puede aum entar su produccin, y cuando,
por el contrario, stos bajan, no tiene ningn motivo para redu
cirla, ya que, como lo hemos dicho, cualquier precio es para l
rentable y porque no le queda la alternativa de lanzarse a la
produccin de otras mercancas. Por lo tanto, los cambios de
los precios en los largos perodos slo pueden esclarecerse en
lo esencial a travs de los cambios en el sector de la demanda.
La eliminacin de los intermediarios y de la especulacin no
favorece, por tanto, en este caso al productor sino al consumidor
de las pequeas aglomeraciones urbanas, siendo una de las ma
nifestaciones de la situacin privilegiada de las ciudades con
respecto al campo. Este privilegio se suele hallar reforzado por
el control municipal del mercado.
En el mercado de los artculos industriales de consumo y de
los servicios industriales se produce asimismo otro fenmeno.
Estos artculos son suministrados por la pequea industria al
deana, la artesana local, las fbricas y la importacin. En los
pases actualmente atrasados es importante el papel de las im
portaciones, que reducen relativamente el papel de los tres tipos
463

primitivos de abastecedores en comparacin con la situacin


de los pases hoy desarrollados en el periodo preindustral. Una
parte de los suministros, as como tambin de la produccin
artesana casera, se halla organizada por el mercader, aunque
ste no ocupa una postura de monopolio debido a que la mayora
de los artesanos tienen un contacto directo con el consumidor.
En la mayora de los casos, el artesanado se halla organizado
pero sus posibilidades de dictar los precios estn limitadas por
la competencia de los productos importados, bien sea de las le
janas fbricas nacionales o del extranjero. As, vemos que en este
sector son muy grandes las diferencias en relacin con la situa
cin que exista en el perodo preindustral de los pases actual
mente desarrollados.
Por otra parte, se debe tener presente que los artculos de
consumo masivo procedentes de la importacin, aunque produ
cidos en unos pases con una productividad del trabajo muy
superior, al pasar por un nmero considerable de intermediarios,
en ltim a instancia, en lugar de competir con el precio en la
lucha por la absoluta conquista del mercado, suelen aspirar, por
el contraro, a los mximos beneficios adaptndose a los precios
locales. De ah que a pesar de la competencia de los gneros
industriales no haya que excluir la posibilidad de que los precios
sean dictados por la produccin local, en cierto aspecto mono
polista.
Las empresas artesanas o de artesana casera no aspiran a la
expansin ni a competir con los precios. Por una parte, consi
deran exactamente la extrema falta de elasticidad de la deman
da.195 Las dificultades que se alzan en el camino de la ampliacin
de la empresa suelen ser insuperables. El coste de produccin
de una docena de laas es inferior para producir 1.000 docenas
que para producir 100.000 ya que no requiere ningn capital
constante19* y puede ser producida por la fuerza de trabajo fa
m iliar y no asalariada del artesano. El pequeo comerciante y
el artesano tambin suelen vender a plazos, al fiado. Esto es de
una importancia trascendental para el consumidor, ya que por
regla general el campesino no suele com prar unos artculos de
lujo, y sus ingresos en metlico son generalmente temporales.
Por otra parte, el crdito al consumidor constituye una forma de
ligarlo al vendedor, de lim itar su libertad, lo que aumenta ms
an el carcter monopolista de la competencia. De ah que si la
competencia existe no sea principalmente en razn de los pre
cios sino de la calidad. Es decir: suponiendo que el herrero, el
zapatero o el tendero sean los nicos en un mercado determina
do, se hallan de hecho en una situacin monopolista, cuyo dis
frute est limitado por los elementos tradicionales, los vnculos
personales con el medio y las reservas materiales del mercado.
Si son varios, su situacin objetiva los inclina a no competir
en los precios, con lo que su postura se asemeja a la de un
464

monopolio formal inorganizado que les garantiza los ms altos


beneficios.
Por ltimo, diremos algunas palabras acerca del mercado de
capitales. El crdito a largo plazo no existe. La tendencia al
dinero lquido para emplear la terminologa de Keynes es
muy elevada. Los bancos conceden prstamos al 10-15 /o de in
ters. Los pequeos comerciantes y los campesinos, al no poder
beneficiarse de los crditos bancarios, piden prstamos al 25, al
30 % y an ms de inters. Cuanto ms baja es la categora de los
prestatarios, mayor es el papel del crdito al consumo (en el
que entra igualmente el crdito destinado al pago de los im
puestos de ia renta de la tierra al terrateniente, etc.). A pesar
de que en el mercado del crdito usuario hay muchos presta
mistas, ellos tampoco compiten en relacin con el precio del
crdito que conceden.197
La interdependencia entre estos cuatro mercados es muy re
ducida. Donde ms se observa relativamente es entre el nivel
general de los precios de los productos del agro y el nivel gene
ral de los precios, pero generalmente con una tendencia al alza
en los aos de psima cosecha todos los precios suben.
La estructura del mercado es, por tanto, en extremo imper
fecta, la competencia sumamente monopolista, y los precios no
asumen una funcin reguladora en relacin con la produccin.
El carcter local del mercado y la pobreza de sus existencias
crean las condiciones propicias al control monopolista de sus
diferentes sectores, lo cual a su vez hace an ms profunda su
imperfeccin.
Los resultados de las modernas investigaciones en torno a la
estructura del mercado en los pases atrasados! dan mucho
que pensar a los historiadores econmicos. El cuadro que acaba
mos de esbozar no les es desconocido, aunque no se hayan ocu
pado de la economa de los pases actualmente subdesarrollados.
Los rasgos de las corporaciones artesanas feudales tienen para
el historiador econmico otra peculiaridad desde el punto de
vista cultural, nica en su matiz y su estilo, pero al mismo
tiempo universal en el setido de la forma de explotacin eco
nmica de un estrecho mercado local por la produccin manual.
Su lucha en contra de la competencia entre los artesanos, su
aspiracin al aprovechamiento colectivo de la posicin monopo
lista es un fenmeno que en forma institucional o espontnea se
manifiesta umversalmente en los correspondientes niveles del
desarrollo econmico. La divisin de la produccin entre el cas
tillo y la aldea y la diferencia que entre ellos se manifiesta en el
reparto de la produccin destinada al mercado; la existencia de
varios mercados, en gran parte independientes el uno del otro;
el papel d e te r m in a n te de los precios de los artculos de consumo
fundamentales (trigo-arroz), y por tanto de la cosecha, en el
nivel general de los precios; las enormes fluctuaciones de los
465
se a 100. 30

precios en un corto perodo semanales, diarias y el aprove


chamiento de estas oscilaciones por el especulador o por el
consumidor urbano sin que se beneficie en lo ms mnimo el
productor directo; la ausencia del influjo regulador de los pre
cios en la produccin, todo ello son los fenmenos generales que
aparecen universalmente en la estructura del mercado en la
economa preindustral.1*
Adems, no hay que olvidar que el papel y la funcin del
''
cimerb en la exonomia pfeliapuausia no corrsponae a ros con
ceptos de los economistas burgueses, los cuales no conciben que
el dinero sea un fenmeno social y que las condiciones sociales
sellan el contenido de este fenmeno;200 que las formas de su
utilizacin suelen ser distintas en las diferentes sociedades;201
que el atesoramiento no es el reflejo de un retraso en la con
ciencia social sino la adaptacin racional a una situacin mo
mentnea.202
Finalmente, hay que llegar hasta el anlisis econmico de los
sucedneos del dinero, fenmeno muy frecuente en los pueblos
primitivos203 y que tard mucho tiempo en desaparecer volvien
do a reaparecer a veces.
Slo en ese marco es posible comprender el fenmeno de
los precios en la economa feudal, y slo en l puede interpre
tarse el enorme bagaje acumulado en el campo de la historia
de los precios. El precio es siempre un fenmeno de la econo
ma mercantil y de mercado. Pero el mercado, la mercanca y
el dinero son unos fenmenos profundam ente diferentes en re
lacin con el conjunto socio-econmico en el cual se integran.

LOS PRECIOS E N LA ECONOMIA PRECAPITALISTA

Como ya hemos dicho, la investigacin histrica de los pre


cios comenz en el perodo inicial del capitalismo, o sea en una
poca en que el nivel general de los precios y sus cambios em
pezaban a influir fuertemente, tanto sobre la magnitud de la
renta social producida como en el reparto de la misma. Desde
el momento en que este fenmeno tuvo una trascendencia tan
considerable en- la vida social, se empez a investigar histrica
mente, como suele ocurrir en estos casos. Pero no fueron tan
numerosas las preguntas acerca de si haba tenido la misma tras
cendencia en el pasado. Esta tendencia podemos seguirla clara
mente desde Smith y Toock hasta el Comit Beveridge.
Sin embargo, hay un hecho y es que el precio, como fen
meno de la economa mercantil, es algo muy diferente en la
economa precapitalista. Los enormes materiales reunidos por
la ciencia acerca de la historia de los precios pueden constituir
un excelente punto de partida para las bsquedas cientficas. Por
466

el momento, tenemos que limitarnos en este terreno a la for


mulacin de una serie de hiptesis y de interrogantes.
1. Tanto en la economa capitalista como en la economa
precapitalista, los precios slo ataen a la parte de los productos
y los servicios que pasan por el mercado. Esto es claro, como lo
es que en la economa precapitalista los precios conciernen a una
parte del producto nacional global incomparablemente ms re
ducido que bajo el sistema capitalista.
2. Tanto en la economa capitalista como en la economa
precapitalista los cambios en el nivel general de los precios se
hallan vinculados a las variaciones de la magnitud global de la
renta nacional. Sin embargo, bajo el capitalismo esta relacin
es absolutamente distinta de la que se da en la economa preca
pitalista.
a) En la economa capitalista existe como regla la interde
pendencia en el marco del ciclo coyuntural del aumento de
los precios y del incremento de la renta nacional. En la ecoma precapitalista, por el contrario, el aumento de la produccin
provoca el descenso del nivel general de los precios.
b) En la economa capitalista, en la cual se da como regla
la existencia de las reservas de produccin y por consiguiente
el que en un momento determinado no se aproveche una frac
cin mayor o menor de las fuerzas y los medios de produccin,
la relacin entre el nivel de los precios y la magnitud de la ren
ta nacional se suele hallar configurada de tal manera, que el
aumento de los precios, al movilizar las reservas, conduce
al aumento de la renta nacional. Por el contrario, en la economa
precapitalista, desprovista de reservas, por regla general los pre
cios reflejan los cambios en el nivel de la renta nacional.2(U
c) En la economa capitalista, donde los precios se hallan
conformados como resultado del paso por el mercado solamente
de una parte de la renta nacional, incluso en los pases ms de
sarrollados existen, aunque en un marco reducido, fenmenos co
mo el consumo personal de los pequeos productores agrcolas,
que tambin influyen en la parte de la renta nacional que est al
margen del mercado. Esto se halla ligado sobre todo a la penetra
cin de la economa monetaria y crediticia incluso en las em
presas productivas ms tradicionales (pequeas explotaciones
agrcolas) y hasta en los pases capitalistas ms atrasados, ya
que el pago de los impuestos al Estado se efecta en ellos en
metlico, utilizndose con mucha frecuencia el crdito moneta
rio para las inversiones y hasta para el consumo. El aumento o el
descenso de los precios de los productos agrcolas en relacin
con una determinada suma nominal, imprescindible aunque no
sea ms que para pagar los impuestos y los intereses de los
crditos, determina las cantidades que una empresa dada puede
467

vender y por consiguiente determina la magnitud de la parte


de la produccin que puede no presentarse en el mercado.
Es decir, que los fenmenos del mercado dictan qu fraccin
de la renta no pasa por el mercado. En la economa precapita
lista, donde predominan las prestaciones en frutos y falta el
crdito por lo menos productivo, existe una primaca del sec
tor que se halla fuera del mercado, lanzndose slo a ste lo
que sobra despus de haber sido satisfechas sus necesidades
marginales. De ah que, pese a las grandes fluctuaciones de la
renta nacional (oscilacin de las cosechas, plagas elementales,
etc.), la parte de la renta nacional que se sita al margen del
mercado sea relativamente estable y que casi todas las fluctua
ciones se transfieran a la parte de la renta nacional que pasa
por l.
d) Pese a que la concepcin de los precios resultantes de
la competencia perfecta sea una ficcin, hay que reconocer que
la realidad de los pases capitalistas desarrollados en la poca
del capitalismo premonopolista se aproxima a esta construccin
terica. En el perodo precapitalista y ms estrictam ente feudal,
la competencia es en extremo imperfecta. Dejando aparte los
elementos de la imperfeccin de la competencia tales como son
el pequeo nmero de productores en el mercado, su estrechez
geogrfica, la falta de informaciones acerca de la situacin en
los dems mercados incluso vecinales, o las dificultades que
pueda haber en que los vendedores o los compradores vayan
a ese mercado (prohibicin de presentarse en otro mercado,
prohibicin de que los forasteros beban en las ferias, etc.),
tambin se dan otras formas ms o menos eficientes de dictar
los precios. A veces, el factor que dicta los precios es el pro
ductor o la organizacin de los productores (corporacin), a ve
ces es el consumidor (ciertos aspectos de las tasaciones regio
nales), pero el problema se dirime siempre de acuerdo con la
correlacin de las fuerzas de clase, concretamente segn la co
rrelacin de fuerzas existente entre los diferentes grupos de pro
ductores y las corporaciones de consumidores.
e) Dado que el sector situado al margen del mercado no se
resiente, o se, resiente muy poco, de la influencia del fenmeno
m ercantil que mantiene su estabilidad frente a todas las fluc
tuaciones de la magnitud global de la renta nacional, ya que,
al mismo tiempo, el sector al margen del mercado satisface las
prim eras y menos elsticas necesidades de una enorme parte
de la poblacin todo el campesinado, toda la nobleza y una
gran parte de la burguesa, la cual suele poseer huertas y cra
de ganado, resulta que, a pesar de que casi todas las oscilacio
nes de la magnitud global de la renta nacional se hallen trans
feridas a la parte que pasa por el mercado y como quiera que
esta parte significa para la enorme masa de la poblacin la sa
tisfaccin de las necesidades de segundo y tercer orden, necesi
468

dades elsticas y que pueden postergarse en el mercado han


de aparecer ciertos amortiguadores de las fluctuaciones de los
precios.
La consecucin del equilibrio en caso de una superioridad
de la demanda sobre la oferta no se logra exclusivamente a tra
vs del alza de los precios. Por el contrario, al aum entar los
precios puede aparecer el fenmeno del atesoramiento, bajo la
forma de una demanda diferida, con una baja transitoria de
la demanda que as frena el aumento continuo de los precios. El
fenmeno de la demanda diferida, que slo se manifiesta en
casos excepcionales en la economa capitalista y no sin una inge
rencia administrativa (por ejemplo, la demanda diferida entre
los ciudadanos de los EE UU en la poca de los altos salarios
y a la vez de la falta de mercancas durante los aos de la
Segunda Guerra Mundial), suele ser en tiempos del feudalismo
un fenmeno muy frecuente.
Por el contrario, en caso de un predominio de la oferta sobre
la demanda, en los sectores no agrcolas no pueden crearse ex
cedentes de mercancas ya que la produccin estrictamente m er
cantil, para un consumidor desconocido, juega un papel muy
reducido en la artesana e incluso en las manufacturas del si
glo xvm , dominando por el contrario la produccin por encargo.
De forma que de ocurrir un predominio de la oferta sobre la
demanda, paran en el acto las fuerzas productivas no utilizadas
sin que se d el fenmeno, tan tpico bajo el capitalismo, de
que los almacenes estn repletos de mercancas. Toda la pol
tica de las corporaciones gremiales tiende entonces a contra
rrestar el fenmeno si ste es transitorio, y si es duradero, a
reducir la capacidad productiva del gremio dificultando la
emancipacin de los siervos y la inmigracin para evitar a toda
costa el descenso de los precios.205
Es preciso recordar todas estas diferencias caractersticas del
papel de los precios en la economa precapitalista al hacer el
anlisis de los datos histricos sobre los precios y especialmente
del movimiento de stos, a fin de evitar ingenuos anacro
nismos.
Cules son, por consiguiente, los provechos ms importantes
que puede y debe brindar el anlisis histrico de los precios?

LAS TAREAS CIENTIFICAS DEL ANALISIS


HISTRICO DE LOS PRECIOS
La historia de los precios es, en su gnero, una disciplina
auxiliar. Basada en unas tcnicas propias, debe facilitar a todas
las dems disciplinas histricas un conjunto de tablas, de cua
dros y de diagramas autnticos. Cada historiador ha de saber
469

utilizar estos datos de la misma m anera que se sirve de las ta


blas cronolgicas para calcular las fechas de los documentos
en nuestro calendario. Independientemente de la disciplina his
trica que le interesa, cada investigador puede y debe servirse, en
caso de necesidad, de los materiales concernientes a los precios.
Naturalmente, para la utilizacin crtica de tales cuadros y ta
blas el historiador debe estar instruido en esta ciencia auxiliar
de la historia, como lo est en el terreno de la cronologa y quiz
ms, por cuanto en la historia de los precios rigen muchos ms
principios y mtodos que en las dems disciplinas auxiliares;
como resultado, las tablas elaboradas por los diferentes autores
suelen presentar unos datos algo distintos.
El historiador debe saber cul de los datos escoger y si no
puede hacerlo ha de conocer lo que significan en concreto los
que figuran en los balances que se hallan a su disposicin. En
este caso no se trata de un simple toque de atencin de ca
rcter terico, ya que es muy fcil convencerse de qu forma
tan ingenua y carente de espritu crtico han sido utilizados, por
ejemplo, los datos contenidos en las publicaciones sobre la histo
ria de los precios, elaboradas por la escuela de Bujak.
La historia de los precios representa una disciplina auxiliar
no solamente en el sentido estricto de la palabra, ya que las ta
blas elaboradas con sus mtodos son susceptibles de facilitar, si
fuera necesario, las informaciones con respecto a lo que cost
en tal o cual ao ste u otro artculo, as como tambin lo que
se poda com prar con una determ inada suma de dinero en un
perodo dado. Es decir, la historia de los precios puede facilitar
nos toda una serie de datos sobre el perodo investigado. Natural
mente, si con anterioridad hemos hablado de un necesario cri
ticismo en el aprovechamiento de estos materiales, esto es cien
veces ms indispensable al referirnos a los problemas de la cr
tica. Podran citarse decenas de ejemplos cientficos como otras
tantas advertencias.
Los cuadros que nos son facilitados por la historia de los
precios representan, en prim er lugar, una informacin acerca
de si el perodo que nos interesa fue una poca de alzas o de
bajas. Gracias al nivel alcanzado por estas investigaciones, ya
no es posible dudar de que tales perodos de alzas y de bajas
existieron asimismo en la poca que precedi al capitalismo,
y que en aquellos tiempos antiguos tuvieran una profunda in
fluencia en numerosos aspectos de la vida social y no slo eco
nmicamente. Ahora bien, cualquier interpretacin de la mag
nitud de esta influencia en las pocas remotas, a semejanza
de lo que este mismo fenmeno suele tener como repercusiones
bajo la poca capitalista, es una ingenuidad imperdonable, cuyos
ejemplos son innumerables.
Finalmente, la historia de los p-^cios es, en su gnero, una
ciencia auxiliar de la historia econmica. Ya nos hemos refe
470

rido al hecho de que ms bien seala que aclara los problemas.


Al igual que cualquier cuestin social tiene un carcter comple
jo, as deben ser de complejos los mtodos de indagacin de
cada uno de ellos. Los fenmenos de la historia de los precios
constituyen para el historiador algo as como una seal de alar
ma que le indica que en un lugar determinado debe buscar algn
fenmeno importante. La historia de los precios perm ite que
dichos fenmenos no pasen inadvertidos.***
Anteriormente, en el captulo general sobre la estadstica his
trica, nos referimos al hecho de que cualquier estadstica pue
de ser un medio para llegar al conocimiento de unas cuestio
nes acerca de las cuales no informan las fuentes documentales.
Esto concierne asimismo, naturalmente, al sector especial de la
estadstica histrica como es la historia de los precios.
En las fuentes de casi todas las pocas solemos hallar nume
rosas menciones acerca de los perodos de caresta. Estos datos
son a menudo, y hasta con mucha frecuencia, incomprensibles.
Por s solos nada aclaran. Pueden esconder los ms diferentes
contenidos sociales. Qu es lo que encareci, y para quin era
la caresta?
En todas las pocas la gente suele quejarse de la caresta
de la vida, pero mientras que con cada caresta alguien pierde,
otros obtienen ganancias. Es muy frecuente, y en los tiempos
pretritos es una regla, que no hallemos la explicacin de este
fenmeno en las fuentes descriptivas, y aun cuando la tengamos,
rara es la vez que podemos confiar en ella.
La posicin ocupada por el autor de la fuente en la sociedad
puede sugerimos a veces alguna hiptesis. Por aadidura, el
observador ms perspicaz e imparcial no se hallaba en condi
ciones de llegar a la correcta apreciacin de los hechos por ca
recer de los instrumentos de anlisis econmico. Pero nosotros
disponemos de tales instrumentos y, aunque no estamos en condi
ciones de crear las fuentes y tenemos que valemos d unos
materiales defectuosos, en muchos casos nos es posible, gracias
a nuestros horizontes ms amplios y a nuestros mtodos ms per
feccionados que los de los autores de la poca, llegar a unas
conclusiones a las cuales tcnicamente stos no podan tener
acceso, aclarando unos problemas en tom o a los que no podan
damos mayores informaciones en las fuentes descriptivas.
Se dan innumerables casos en que no estamos en condiciones
de averiguar la autenticidad de los datos hallados en las fuentes,
los cuales son tanto ms perjudiciales cuando se trata de los
problemas de la situacin socio-econmica, de la posicin de las
diferentes clases de la sociedad, etc., ya que en general suele
ser dudosa la imparcialidad del autor de las fuentes. Entonces,
la historia de los precios puede constituir un mtodo de verifi
cacin incomparable. Esto atae en sumo grado a los fenme
nos y procesos sobre los cuales los coetneos de la poca no
471

pudieron informamos debido a su angosto horizonte geogrfico


y cronolgico.
Las legendarias figuraciones sobre los cambios que se ope
raron a travs de los largos perodos suelen ser fantsticas.
Este fenmeno merece ser investigado por cuanto constituye
en todos los casos un elemento trascendental de la conciencia
social. Los conceptos relativos a la orientacin de los cambios
en los largos espacios de tiempo son siempre un elemento codeterm inante de la actividad social.
La estadstica histrica en general y la estadstica de los
precios en particular puede facultam os, al operar con la escala
geogrfica y cronolgica, efectuar la investigacin indispensable
para la solucin de un problema, como base a la comprobacin
de tales leyendas.
El historiador econmico ha de tra ta r sobre todo de esclarecer
la magnitud de la produccin y los cambios acontecidos en ella,
la productividad del trabajo humano y los cambios que en ella
se producen, las relaciones entre las diferentes ram as producti
vas y las transformaciones que se operan en ellas y, finalmente,
el reparto de la renta nacional y el nivel de vida en comparacin
con las otras pocas y los dems pases. Los materiales de la
historia de los precios se prestan al esclarecimiento de todos es
tos problemas a condicin de que se hallen elaborados tcnica
mente y con prudencia sobre la base de un buen conocimiento
de los procesos econmicos de la poca y evitando toda inter
pretacin anacrnica.
Los cambios en la estructura de la poblacin, en la relacin
entre la produccin agropecuaria y la produccin industrial, en
las diferentes ram as de la produccin agrcola y de la industria,
entraan evidentemente las variaciones en la relacin de los
precios. Surgen diferentes especies de tijeras de precios: agr
colas e industriales, de ios productos de la tierra y pecuarios,
etc. Al analizar estas tijeras podemos aproximarnos al cono
cimiento de los cambios en la estructura de la produccin y la
productividad del trabajo.
Naturalmente, el grado y la orientacin en la abertura de
tales tijeras depende enteram ente del punto de partida que
se ha elegido en la investigacin. Con la ayuda de un sistema
adecuado de bases es posible obtener casi a voluntad la mag
nitud y la orientacin de la abertura de estas tijeras.27
Evidentemente, la elocuencia de los precios depender en
este aspecto del grado de comercializacin de la produccin de
un grupo determinado de artculos. Es natural que las vincula
ciones en relacin con el extranjero han de provocar asimismo
serias dificultades. El abaratamiento, por ejemplo, de un tejido
de alta calidad puede ser el resultado no slo del incremento de
la productividad del trabajo en esa ram a en Polonia sino
del aumento de la productividad del trabajo en algunas regio
472

nes de la Europa Occidental, siempre y cuando el papel de las


importaciones en el mercado polaco pueda constituir un factor
importante en la determinacin del nivel de los precios. En la
prctica, este peligro es tanto mayor en cuanto que las infor
maciones exactas sobre los precios slo se conservaron en los
mercados de las grandes ciudades slidamente vinculadas con
el mercado mundial, siendo casi insuperables las dificultades que
supone el buscar una documentacin anloga en las ciudades
pequeas y aisladas.
La historia de los precios puede facilitar los datos ms impor
tantes con respecto a los cambios que acontecen en el reparto
de la renta social.
Naturalmente, recordamos que una parte esencial de la renta
nacional no pasa por el mercado, que como resultado de los fe
nmenos a los cuales hemos aludido anteriormente, las fluctua
ciones de los precios no han de ensearnos demasiado sobre
ella y, por ltimo, que esa parte de la renta es relativamente
estable ante las oscilaciones, particularm ente las fluctuaciones a
corto plazo de ao en ao de la magnitud global de la renta
nacional, el reparto de la cual, en la fraccin que no pasa por el
mercado, constituye un problema de una importancia muy con
siderable para la sntesis de la historia econmica, y tiene que
ser analizado por lo tanto con otros mtodos (comenzando con
los procedimientos elaborados por Rutkowski). Las proporcio
nes que aparecen en este reparto y los cambios que en ellas se
producen son en definitiva el reflejo directo de la lucha de
clases.
En segundo lugar, recordamos que precisamente la parte de
la renta nacional que pasa por el mercado es la que sufre casi
todas las fluctuaciones de la magnitud global de dicha renta
y que, por lo tanto, es aqulla la que decide en relacin con la
parte que no pasa por el mercado y satisface las primeras nece
sidades, poco elsticas y de dbil oscilacin, sobre el nivel de
vida de las diferentes clases sociales y de los cambios que se
producen en dicho nivel de vida. Los fenmenos del mercado
tienen, en sumo grado, un carcter de variantes independientes
en relacin con los individuos y los grupos sociales que inter
vienen en l.
No es por lo tanto muy explcito para nosotros el precio de
un artculo dado e incluso su cambio de precio. Apenas nos
dice algo el as llamado nivel general de los precios ni los cam
bios que en l se producen, suponiendo que este concepto tuviera
un sentido general determinado, particularmente en la economa
precapitalista. Lo ms explcito a este respecto son las relacio
nes entre los precios y muy especialmente los cambios en dichas
relaciones. Se trata, por tanto, de lo que en la ciencia econmica
suele denominarse term s of trade.
Hasta ahora los historiadores de los precios casi no se han
473

ocupado de esta problemtica. E s . difcil abstraerse a la sensa


cin de que en este aspecto actuaron en concordancia con su si
tuacin social: los intelectuales que intervenan en el mercado
como vendedores de su fuerza de trabajo cualificada y como
compradores de los bienes de consumo, se planteaban ante todo
la pregunta: qu cantidad de bienes de este o de otro gnero
se poda com prar con una determinada suma de dinero?
De diferentes m aneras trataron de aclarar la cuestin del
poder adquisitivo del dinero, el principal problema econmico
que en su vida les interesara. Este problema no es el ms im
portante ni el ms significativo, ya que un historiador que pien
sa con el criterio clasista debe agregar a esa pregunta para
quin?, ya que un ducado no tiene el mismo poder adquisitivo
para el campesino que para el aristcrata, puesto que cada uno
de ellos ha de gastarlo en cosas distintas. Adems, en la econo
ma precapitalista, la fraccin de gentes que viven del trabajo
asalariado y que, por consiguiente, intervienen en el mercado
slo como compradores de bienes de consumo (situacin anloga
al historiador profesional en la actualidad) es nfima, lo que
reduce ms an la im portancia histrica de la pregunta acerca
del poder adquisitivo del dinero.
El planteamiento concretamente histrico de la cuestin ra
dica en la pregunta acerca de las relaciones entre los precios
de los artculos vendidos y los artculos comprados y, especial
mente, en los cambios que se producen en estas relaciones.
La respuesta ideal y acertada desde el punto de vista esta
dstico a dicha pregunta constituira evidentemente una dificul
tad a veces insuperable en las investigaciones histricas. Supo
niendo que nos interese el papel que la aristocracia terrateniente
desempea en la parte de la renta nacional relacionada con el
mercado, no basta con la comparacin de los precios del trigo
y de la m adera por una parte y los de los artculos industriales
por otra. Es preciso conocer las cantidades de los diferentes
gneros vendidos y comprados para atribuirles a los precios de
los distintos productos el correspondiente coeficiente.
Lo mismo ha de suceder si quisiramos saber, en base a las
term s o f trade, cul ha sido la participacin del campesino o del
arlesano en el mercado urbano. Sin embargo, si nos conforma
mos con el sentido de los cambios que se manifiestan en el pe
rodo indagado y, a lo sumo, con su escala, la tarea es factible.
Acems, no suele suceder, al menos en lo que a la nobleza conc rne, que no dispongamos de ciertos puntos de referencia con
el bagaje actual de la ciencia. Los datos relativos a las propor
ciones cuantitativas de los productos vendidos, por lo menos por
la aristocracia terrateniente polaca ms rica, podemos hallarlos
ai nque no sea ms que en las estadsticas de Gdansk sobre las
aportaciones, lo que puede constituir un ndice suficiente.20*
Los datos publicados acerca de las compras efectuadas en
4"4

Gdansk por los aristcratas inmediatamente despus de haber


vendido all sus cosechas, carecen en verdad de un valor repre
sentativo,209 pero, no obstante, sirven para sum inistrar ciertas
orientaciones, al mismo tiempo que los materiales que se han
conservado en los archivos de la Corte nos perm itiran conse
guir unas aproximaciones relativamente interesantes. Tambin
podran esclarecer las relaciones comerciales desde el punto
de vista de la nobleza media o pequea en los mercados urba
nos provinciales (por ejemplo, los datos de Pucinski y de Zubyk
sobre la finca de Moczerady en relacin con los datos sobre los
precios de Lvov).
Es evidente que son nfimas las posibilidades de hallar imas
bases concretas para calcular las term s of trade desde el punto
de vista del campesino que va a vender o comprar a un mercado
pueblerino. No lograremos establecer ni los datos relativos a lo
que vendi ni a la cantidad vendida, ni los precios locales. Pero
tampoco en este caso la situacin es desesperada. En el perodo
de las famosas tijeras de los precios en los aos de crisis del
1929-1932, la opinin pblica segua sus aberturas comparando
la relacin existente entre el precio de un saco de trigo o de un
cerdo con el precio de un arado, de un saco de cemento, del
petrleo o del tejido. Por lo dems, esto se efectuaba no con los
precios de los mercados ms pequeos sino con los de las gran
des urbes, recordando sin embargo que en ciertas situaciones
concretas la disparidad era mayor si el mercado era de poca
importancia. Tales aproximaciones son enteramente realizables
tambin en lo que respecta a la Polonia de los siglos xvi al xix.
Mucho ms complicada sera la tarea en relacin con los
artesanos urbanos. Entonces se tendran que tomar en considera
cin dos relaciones de precios: la relacin entre el precio de la
materia prima y el precio del artculo elaborado (suficiente en
principio para orientarse acerca de las rentas) y seguidamente
la relacin entre dichas rentas y los cambios en el precio de
los artculos de consumo. La primera tarea podra realizarse
con una exactitud relativa, ya que en los archivos urbanos y se
oriales se han conservado una serie de clculos de la produc
cin artesana elaborados con motivo de fijar la reglamentacin
de los precios.
Merece ser sealado que las investigaciones as concebidas
sobre las term s o f trade ofrecen enormes posibilidades tcnicas
que permiten efectuar comparaciones en el tiempo e incluso en
largos perodos, con la garanta de no incurrir en los errores
tan frecuentes en la investigacin de los precios, los cuales se
hallan provocados por los fenmenos monetarios.
Al analizar cada ao las relaciones de los precios en un mer
cado determinado, construimos para cada anualidad unas frac
ciones en las que la un id ad monetaria entra as en el numera
dor como en el denominador, reducindose a cero.
475

Un ejemplo: al analizar el poder adquisitivo de un laszt* de


trigo expresado en artculos industriales importados en el mer
cado de Gdansk, obtenemos unas cifras comparables, pese a que
durante el perodo investigado el valor del dinero e incluso de
la unidad m onetaria pueda haber cambiado siempre y cuando
en cada uno de los aos el precio del trigo y el de los artculos
industriales se halle expresado en unas unidades similares. Se
remos muy afortunados si tenemos presente la cantidad de erro
res a los que se han visto abocados los investigadores de los
precios por las dificultades ligadas a los cambios monetarios.
La obsesin de razonar con las categoras del poder adqui
sitivo del dinero, olvidndose de la problemtica vinculada con
las relaciones del comercio, hizo que se om itiera el anlisis
cientfico de los cambios que' tuvieron lugar en la correlacin
de los precios de las diferentes mercancas en Polonia, en los
siglos xvi al xvm . Sin embargo, estos cambios tenan una im
portancia trascendental para la estructura de la renta nacional
al hacer de los miembros de la nobleza y cuanto ms rica,
en mayor proporcin los beneficiarios del proceso de trans
formacin de Polonia en el interland de una Europa Occidental
en vas de industrializacin. Los beneficios resultantes del cam
bio de las term s o f trade fueron para la nobleza muchas veces
superiores incluso que las mayores fluctuaciones de la producti
vidad del trabajo o de la productividad de la tierra. El cambio
de las relaciones de comercio, variante independiente, convir
ti la aristocracia en la rentista de la etapa inicial del proceso
de atraso econmico del pas.
La investigacin de la correlacin de los precios y de los
cambios que en ella se operan puede aproximarnos al esclare
cimiento de las causas del atraso econmico de la nacin, y so
bre todo del atraso en el desarrollo industrial de Polonia a tra
vs del anlisis de la relacin entre los precios de las materias
primas y el precio de los artculos elaborados. En el sector de la
agricultura, en donde la m ateria prim a es fsicamente idntica
al producto elaborado el grano para la sementera no se dife
rencia del grano para la venta, los precios de las materias
primas suben por tanto idnticamente a los de los productos
vendidos, por lo cual podemos abstraem os de este problema,
puesto que esta m ateria prim a no es comprada. Esta fase del
proceso de produccin se realiza por lo tanto fuera del mercado,
bastndonos con conocer las cantidades vendidas y sus precios
para establecer la renta del productor agrcola.
En el artesanado y en la industria urbana la m ateria prima
es comprada, pero en la Polonia moderna, pas exportador de
m aterias primas, los precios de stas suben relativamente con
* El laszt equivala antiguamente en Polonia a 3.840 litros, (N. del T.)

476

ms rapidez que los precios de los productos industriales ela


borados, por cuanto el encarecimiento de estos ltimos se halla
frenado por las importaciones procedentes de aquellos pases
en donde ya se hace notar claramente un fuerte aumento de la
productividad del trabajo y de la competencia.
El anlisis de la fluctuacin de los precios en los cortos pe
rodos (de ao en ao o de varios aos), es decir, en unas con
diciones en que podemos suponer que las dimensiones de la de
manda permanecieron invariables, son susceptibles de represen
tar para nosotros un ndice trascendental, y a veces el nico de
los cambios de la renta social; teniendo en cuenta el carcter
local o en el mejor de los casos regional del mercado en la poca
feudal, este ndice puede sealar los cambios producidos en la
magnitud de la renta regional en lugar de la renta nacional.
Las diferencias en la amplitud de las fluctuaciones de los
precios de los diferentes grupos de artculos, especialmente de
los productos agropecuarios y de los productos artesanos en un
corto perodo, pueden ser muy valiosas para nosotros y consti
tuir en concreto el nico ndice objetivo del grado de monopo
lizacin del mercado por la organizacin corporativa. Si los
precios de los productos del artesanado permanecen estables, in
cluso a pesar de fuertes oscilaciones en los precios de los artcu
los de consumo, tenemos en tal caso el derecho a suponer que
la organizacin corporativa ejerce su hegemona en un mer
cado dado.
Menos explcita, en proporcin, es la amplitud de las fluctua
ciones temporales de los precios, aunque tambin puede infor
marnos acerca de la economa de una regin determinada en un
perodo dado. Sobre todo, la amplitud de las oscilaciones tempo
rales de los precios de los productos agrcolas suele constituir
un ndice, indirecto, s, pero bastante sensible, de las fluctuacio
nes de la magnitud global de la produccin agropecuaria. Es una
regla asimismo que en los pases en que el producto suplementa
rio del trabajo humano es bajo, sean importantes las oscilacio
nes temporales de los precios. Tambin es una norma que en
los aos de psima cosecha, en los cuales la produccin agrcola
disminuye y desciende ms an la produccin mercantil, crezca
la amplitud de las fluctuaciones temporales. De esta forma, los
datos acerca de las oscilaciones temporales de los precios pue
den servir para el control de los resultados relativos a la mag
nitud de la produccin, resultados que, como dijimos anterior
mente, nos proporcionar el anlisis de los precios. Las dimen
siones de las fluctuaciones temporales de los precios nos permi
ten, asimismo, el percatarnos de la importancia de una serie
de privilegios sociales de ndole material: el privilegio de la
burguesa ms rica, que puede hacer acopio de productos cuan
do stos estn ms baratos, en comparacin con la plebe urba
na que vive al da; la ventaja del terrateniente que puede llevar
477

su trigo al mercado en los perodos de alza de los precios, en


comparacin con el campesino que no puede jugar con las fluc
tuaciones temporales de los precios pues si los campesinos
pudieran tablar en ellas no habra oscilaciones temporales de
los precios.
La disminucin de la am plitud de las fluctuaciones tempora
les de los precios es, fin a lm e n te, un ndice bastante sensible del
desarrollo capitalista. La organizacin capitalista del mercado,
basada en el desarrollo de las fuerzas productivas, en el aumento
del producto suplementario que perm ite realizar acopios inter
temporales y hasta para perodos de varios aos, reduce la am
plitud de las oscilaciones tem porales al mnimo, al menos la
amplitud de la fluctuacin de los precios pagados por el consu
midor (y en un grado mucho ms bajo, particularm ente en los
pases atrasados con fuertes reminiscencias feudales, en el agro,
los precios pagados al productor).210
Por ltimo, la comparacin del nivel absoluto de los precios
en los diferentes mercados y el anlisis de los cambios que se
producen en este terreno ofrecen un campo muy extenso para
las investigaciones.
La comparacin de los niveles y en particular de la fluctua
cin de los precios en los respectivos mercados nacionales con
los precios de los mercados extranjeros, puede facilitar la medi
da de los lazos econmicos y de la influencia de la situacin de
los pases exportadores o im portadores sobre la situacin na
cional. As, por ejemplo, se ha discutido en repetidas ocasiones
en Polonia en torno a la influencia de las exportaciones de ce
reales sobre los procesos econmicos que se producan en nues
tro pas bajo la Rzeczypospolita* Naturalmente, dicha proble
m tica no puede ser resuelta a travs de las opiniones de los
cnetDeoso_de_ las. fuenes-des'-Einjy^t- .Inclusn..el_r4.1ruln_esta-___
dstico sobre la participacin de La produccin destinada a ser
exportada en la totalidad de la produccin nacional, no aporta
en este caso ninguna solucin,*11 ya que en prim er lugar la
parte exportada, sin ser voluminosa en relacin con la produccin
nacional global, puede resultar muy im portante con respecto al
conjunto de la produccin m ercantil; en segundo lugar, en de
term inadas tondiciones, el papel marginal de la parte destinada
a la exportacin puede ser tan crecido que es susceptible de
influir de un modo decisivo en el conjunto del mercado interior.
De m apera que solamente el anlisis de la correlacin de los
precios, pongamos por caso, de Gdansk con los precios de los
mercados de- importacin por ejemplo, de Amsterdam, pue
de darnos e:i este caso una respuesta autntica. Asimismo, slo
es posible investigar el influjo de las exportaciones sobre el
mercado nacional a travs de establecer la correlacin entre los
* Repblica polaca. (N . del T.)

478

precios de Gdanks y los precios de Varsovia, Lublin, Cracovia


y Lvov.112 Vale la pena subrayar que estas indagaciones han de
beneficiarse de ciertas ventajas tcnicas en el aspecto de una
cierta inmunizacin ante la deformacin de los resultados como
consecuencia de las perturbaciones metrolgicas. Al establecer
la correlacin en una serie cronolgica de los precios de un
articulo determinado, por ejemplo en Amsterdam, Gdansk y Cra
covia, podemos tener en cada una de estas ciudades unos pre
cios que se refieren a una medida fsica diferente siempre y
cuando esta medida no sufra ningn cambio en el curso del
perodo analizado.
La investigacin en tom o a las diferencias en el nivel abso
luto de los precios de un artculo determinado en unos pases
distintos y a veces alejados unos de otros y en particular de los
cambios que se producen en tales diferencias, puede facilitamos
asimismo muchas informaciones acerca de los procesos que se
verifican en la economa de dichas naciones. La divisin de Euro
pa en una parte exportadora de cereales y en una parte impor
tadora corresponde a la divisin en pases con precios absolutos
de los cereales bien sean elevados, bien sean inferiores. Pero
segn F. Braudel, esta disparidad, enorme en la segunda mitad
del siglo xv, se va reduciendo sistemticamente hasta el siglo
xvn,213 lo que aclarara de modo definitivo los efectos del co
mercio internacional paira la economa de los pases interesados.
La investigacin de la correlacin de los precios en los distin
tos mercados de un pas determinado constituye, finalmente, un
excelente instrumento para el anlisis de un problema tan fun
damental para la historia econmica como es el proceso de con
figuracin del mercado nacional.
Se puede afirmar, generalizando, que la comprobacin de un
alto grado de correlacin entre las fluctuaciones de los precios
en distintas ciudades de un pas determinado es un ndice in
dispensable aunque insuficiente para comprobar la existencia
de un mercado interior ya conformado en esa nacin. Si dicha
correlacin es baja, basta para responder negativamente a la
pregunta sobre la existencia de un mercado nacional ya con
formado. Pero, por qu es insuficiente este ndice? Por una
serie de razones. En prim er lugar, la alta correlacin puede ser
el resultado de unas condiciones similares de desarrollo socio
econmico de ciertas regiones en lugar de la existencia de unos
vnculos econmicos entre ellas. En segundo lugar, porque en
los mercados de las distintas regiones, pueden repercutir las
influencias del mercado exterior, el cual equilibra el movimiento
de los precios. Por ltimo, en tercer lugar, porque en el curso del
proceso de configuracin del mercado interior, y muy particu
larmente en los pases donde el desarrollo capitalista se halla
atrasado, se da el fenmeno de la coexistencia, por una parte,
de una gran uniformidad relativa de los fenmenos mercantiles
479

en los mercados de todas las grandes ciudades y, por otra parte,


una gran diferenciacin de los fenmenos tpicos de los peque
os mercados que permanecen aislados durante largo tiempo
y sobre los cuales el historiador no puede informarse en la gran
mayora de los casos.214
De todo cuanto hemos dicho se desprende que no es posible
investigar el proceso de creacin del mercado nacional sin el
anlisis del proceso que tiende a la uniformidad de los precios
en los mercados regionales.
Antiguamente, la economa burguesa centraba su atencin casi
exclusivamente en el anlisis de los fenmenos mercantiles. La
economa m arxista contest acertadamente, centrando su aten
cin en los problemas y en las relaciones de la produccin.
Sin embargo, en el ardor de la polmica, se olvid que el anlisis
adecuado de los fenmenos del mercado, en prim er lugar, nos
dice mucho acerca de los fenmenos de la produccin y, en se
gundo lugar, por cuanto el mercado constituye uno de los me
canismos del reparto secundario de la renta nacional tambin
nos habla de las relaciones de produccin.
No puede subestimarse un instrum ento analtico tan precio
so, especialmente en lo que se refiere a las pocas precapitalistas, las cuales nos legaron un nmero ms reducido de m ateria
les que esclarecen directam ente los problemas de la produccin.

480

XIII.

La metrologa histrica

LA NOCIN DE METROLOGIA

La metrologa histrica, o sea el conocimiento de las medi


das y sistemas de medidas utilizados en el pasado, es una cien
cia auxiliar de la historia si se puede considerar como tal se
gn la definicin de Lelewel la ciencia que permite conocer
las fuentes histricas. En el caso de que en las fuentes apa
reciesen medidas y suelen aparecer con harta frecuencia, es
necesario conocerlas, comprenderlas.
En la prctica, slo dos ramas entran habitualmente en el
sistema de las ciencias auxiliares de la historia, destacando como
disciplinas autnomas: se trata a nuestro juicio de la ciencia
de las medidas del tiempo y de la ciencia de las medidas del
valor, la cronologa y la numismtica.
La diferenciacin de la cronologa y de su papel en el siste
ma de las ciencias auxiliares de la historia es comprensible, dada
la importancia del tiempo en el conocimiento histrico y el papel
de la datacin en la labor tcnica del historiador. En el Medievo,
en una poca en que los sistemas cronolgicos n o 'se hallaban
estabilizados, en que existan diferentes sistemas, el conocimien
to de su heterogeneidad era una necesidad concreta. Los mtodos
y los conocimientos al respecto han ido acumulndose, transfor
mndose en una rama crtica, erudita, del saber histrico. A me
dida que iba amplindose el horizonte de la historiografa euro
pea. que en Europa iban progresando los procedimientos de in
vestigacin de otras civilizaciones, se fue acometiendo el anli
sis de la cronologa de cada una de ellas. Sin embargo, en la
prctica, esto no dio lugar a la creacin de una disciplina, lo cual
no tiene nada de extra, ya que se necesitaba al menos una
preparacin distinta a fin de elaborar cientficamente, ponga
mos por caso, la cronologa de la Roma antigua, de la antigua
China o de los pueblos primitivos. Pero si pese a lo dicho la cro
nologa como ciencia auxiliar de la historia tiene y creemos que
autnticamente su propio cometido indagador, dado el estadc
actual de la ciencia, y la acumulacin de una enorme erudicin
respecto de las diferentes civilizaciones es indispensable, debe
acometer sus propias bsquedas y sus propias tentativas de ge
neralizacin, que hasta la fecha corrieron a cargo exclusivamente
de los socilogos1 y la orientacin que ellos trazaron nos parece
que debe ser la que ha de seguirse. La labor cronolgica no
RCS

100. 31

481

term ina con el establecimiento de los principios que nos permi


ten transferir a nuestro calendario los documentos datados con
forme a otro sistema cronolgico.1
Otras son las motivaciones que concurrieron a la determina
cin y al mayor desarrollo en proporcin de la numismtica, la
cual se ocupa con preferencia de las monedas y las medallas de
las antiguas civilizaciones. Personas aficionadas y los museos
han acumulado enormes colecciones, ordenndolas, clasificndo
las y promoviendo la publicacin de catlogos, etc. Las necesi
dades de los museos han llevado a la elaboracin de los mtodos
de verificacin (descubrimiento de las falsificaciones) y de clasi
ficacin. El carcter peculiar de la num ismtica ha facilitado la
cooperacin en este terreno de los historiadores y de los cient
ficos que se ocupan de l historia de la tcnica y de la cultura
material, as como de las tcnicas aplicadas (bsquedas en tom o
a las tcnicas m onetarias, a anlisis qumico de las monedas,
etc.). El hecho de que las monedas suelan tener un valor artsti
co ha promovido la cooperacin entre los numismticos y los
historiadores del arte. Y en esto precisamente es donde aparece
el carcter estrecho de las investigaciones emprendidas a este
respecto por los especialistas. Pues la tarea de la numismtica
no concluye con determ inar el sistema monetario vigente en una
poca dada, en saber qu monedas circulaban y cul era su com
posicin qumica, en cmo reconocerlas, ya que la moneda, el
dinero, es, de hecho, un fenmeno social y como tal debe ser ana
lizado.3
No es ni mucho menos idntica su funcin en las diferentes
culturas, y estas funciones son precisamente las que hay que
comprender. No im porta que esto lo hagan los numismticos o
los historiadores especializados. Pero no vemos por qu los pro
pios numismticos no podran acometer esta tarea, siempre y
cuando no abordaran su labor mezquinamente y analizaran de
modo integral el fenmeno del cual se ocupan, con todas sus
implicaciones en el conjunto del sistema social en el que inter
viene, es decir, siempre y cuando quisieran que la numismtica,
como ciencia de las monedas antiguas, fuese una disciplina hist
rica autnoma y no una coleccin de tcnicas utilitarias.
La cronologa y la num ismtica son un amplio sector de una
ciencia auxiliar de la historia que es la metrologa, la cual
no forma parte en s misma, sin embargo, del sistema tradicional
de las ciencias auxiliares. Ahora bien, esto no significa, ni mucho
menos, que en este terreno no existan numerosos trabajos de
investigacin.4 Pero no deja de ser verdad que otros sectores
de la metrologa, como son los conocimientos de las medidas de
longitud, de superficie, de volumen y de peso, y especialmente
los sistemas de medidas en general y los conceptos ligados a
ellos, y finalmente las figuraciones y los conceptos ligados en
general con un fenmeno ms extenso que las medidas, como
482

son las cifras,$ pertenecen a sectores del conocimiento histrico


que han sido olvidados.
La tesis que querramos defender es que la metrologa cons
tituye en s misma una suma en la cual se integran unas disci
plinas tan determinadas como la cronologa y la numismtica.
Esta tesis no est dirigida contra la autonoma caracterizada
de estas disciplinas, sino que tiene por objeto subrayar que
existen unos problemas fundamentales en la investigacin de los
sistemas de medidas en general, problemas que se omiten en la
prctica y que no son abordados, e incluso pasan desapercibidos
en la ciencia, a causa, por una parte, del carcter peculiar de
ambas disciplinas y, por otra parte, debido al descuido de los
dems aspectos de la metrologa.
La tesis que queremos defender es la de subrayar la impor
tancia que tiene considerar la metrologa como una ciencia auxi
liar de la historia en general y de la historia econmica en parti
cular. La historia econmica en general, y en particular los m
todos cuantitativos, siempre y cuando stos puedan aplicarse,
recordando todas las limitaciones que suelen existir en este te
rreno.
La problemtica de la metrologa histrica desaparece de la
vida social con el predominio del sistema de medidas convencio
nal en la prctica de la mayora de los pases civilizados, es decir,
con la introduccin del sistema mtrico (y en los pases como
Inglaterra, con la obligatoriedad de un sistema de medidas pu
ramente convencional). En las investigaciones de los perodos
histricos en los cuales ya predomina el sistema mtrico, eviden
temente no se plantea la cuestin de la traduccin de las medidas
existentes en las fuentes a las medidas vigentes en la actualidad.
Desaparece completamente el carcter significativo de las me
didas; dejan de usarse las medidas locales, y aun cuando subsis
tan algunas reminiscencias del pasado, no suelen tener sino un
papel insignificante. Los problemas del sistema de medidas se
reducen nicamente a las costumbres comerciales que, en parte,
siguen sujetndose a la problemtica de la metrologa histrica
(por ejemplo, los huevos se venden por docenas o al peso, algu
nos lquidos se venden al peso y otros segn su volumen etc.).6
En la inmensa mayora de los casos, los problemas metrolgicos slo se plantean al historiador que investiga la poca ca
pitalista, en la medida en que en una sociedad dada perviven los
vestigios del feudalismo.
LAS INVESTIGACIONES SOBRE LA METROLOGIA
HISTRICA EN POLONIA

Como ya se dir ms adelante, las bsquedas iniciales en el


terreno histrico-metrolgico corresponden en Polonia a ciertas
483

instituciones de la poca del rey Estanislao. A pesar de la gran


labor desarrollada en este aspecto y a la elaboracin de una
serie de mtodos de investigacin, es evidente que dichas bs
quedas tenan ms bien un carcter jurdico-prctico, cuyos re
sultados no fueron publicados; desprovistos de todo objetivo
cientfico, en nada sirvieron a la ciencia.
En este terreno Loyko fue un precursor en Polonia." Sus bs
quedas fueron acometidas segn las reglas cientficas que pre
valecan en la historia. Los materiales reunidos por l tienen una
gran trascendencia y, aunque todava no se hayan publicado, han
sido, no obstante, utilizados a menudo por los investigadores.
El continuador de los trabajos de Loyko fue Tadeo Czaski,
quien se interes por las antiguas medidas, al igual que por
las instituciones del antiguo Estado polaco, que a su juicio haba
pasado para siempre a la historia y que sus hijos deban recor
dar como se recuerda a Cartago.
Junto con los trabajos de Czaski, aparecen una serie de es
tudios basados en otros mviles. Nos referimos especialmente a
los autores que tratan de traducir las medidas polacas al nuevo
sistema mtrico francs, y en particular a los trabajos concer
nientes a las medidas llamadas de la Nueva Polonia, empren
didas a iniciativa de Estanislao Staszic* por la Asociacin de
Amigos de la Ciencia. Destacan en esta serie los trabajos de
Sapiehy,lu Chodkiewicz11y Colberg.12
La segunda tanda de investigaciones corresponde a mediados
del siglo xix con la aparicin de los trabajos de Maciejewski,13
Lubomirski,14 Baraniecki15 y Piekosinski.16
A comienzos del siglo xx se desarrollan las bsquedas acer
ca de la historia de los asentamientos con Bujak, Potkanski,
Tymieniecki, Grodecki y ms tarde Arnold, Dobrowolski y otros
autores. En estas investigaciones se tuvieron muy en considera
cin los problemas concernientes a las medidas de la tierra en
el pasado, y no slo en l. Pero los dems aspectos de la metro
loga permanecieron intactos, apareciendo tan slo en los aos
treinta una serie de trabajos al respecto, enlre los que destaca
ban los de Stamm .17 Este cientfico fue un precursor en su g
nero; su preparacin terico-metrolgica y en orden a las ma
temticas le permiti elaborar una sene de mtodos y sealar
algunos principios. Sin embargo, Stamm utiliza un procedimien
to formalista. Aspira a obtener los equivalentes mtricos de las
antiguas medidas, incluso en los casos en que ello carece de
fundamento, ya que no tiene suficientemente en cuenta las dife
rencias regionales de stas, ni percibe el enorme contenido social
que se encierra en la problemtica histrico-metrolgica.
*
Estanislao Staszic fue una de las figuras ms destacadas de la Ilustracin
polaca, partidario de los fisicratas y presidente de la Asociacin a partir de
1808. (N. del T.)

484

En ese mismo perodo, los investigadores de la historia de


los precios pertenecientes a la escuela de Bujak publicaron un
importante material relativo a la historia de las antiguas me
didas.

LA REPRESENTACIN REALISTA Y SIMBLICA


DE LAS MEDIDAS

En las pocas ms antiguas de la sociedad, la honradez en


la utilizacin de los pesos y las medidas era muy valorada, go
zando de las ms diversas garantas por parte de la autoridad
como por parte de la religin. Muy pronto, la justa medida
se convierte en el smbolo de la justicia en general. Los fen
menos vinculados a las relaciones humanas con respecto a las
medidas se convierten en el reflejo simblico de numerosos ele
mentos humanos de la filosofa social.
Podemos observar perfectamente esta evolucin en la Biblia.
En el libro de Moiss, que constituye un cdigo social sancio
nado sacramentalmente, las normas relativas a las medidas tie
nen un carcter an ms literal: No hagis injusticia en jui
cio, en medida de tierra, en peso ni en otra medida. Balanzas
justas, pesas justas y medidas justas tendris.1* O bien: No
tendrs en tu bolsa pesa grande y pesa chica, ni tendrs en tu
casa efa grande y efa pequeo. Pesa exacta y justa tendrs; efa
cabal y justo tendrs, para que tus das sean prolongados sobre
la Tierra que Jehov tu Dios te da.1 La sancin religiosa de
todo delito metrolgico es la muerte.
Desde Salomn y los profetas, los pasajes sobre las medidas
cobran ya un carcter simblico. As, Salomn escribe: Peso y
balanzas justas son de Jehov; Obra suya son todas las pesas
de la bolsa.20 Y los profetas que amenazan a Israel con los
castigos de Dios por sus pecados, entre sus anatemas profieren:
Cundo pasar el mes y venderemos el trigo y la semana, y
abriremos los graneros del pan, y achicaremos la medida, y su
biremos el precio, y falsearemos con engao la balanza para
comprar los pobres por dinero, y los necesitados por un par
de zapatos, y venderemos los desechos del trigo?21 Y Dios anun
cia a Israel: Dar por inocente al que tiene balanza falsa
y bolsa de pesas engaosas?22 Las medidas y los pesos tienen
aqu un valor simblico: Las pesas de la bolsa son una accin
humana justa o injusta.
La culminacin de esta evolucin se expresa en la forma me
tafrica que reviste en el Nuevo Testamento con las palabras de
Cristo: Mirad lo que os; porque con la medida con que meds,
os ser medido, y aun se os aadir a vosotros los que os.23
O ms bellamente an: Dad, y se os dar; medida buena, apreta
485

da, remecida y rebosando darn en vuestro regazo; porque con


la misma medida con que meds, os volvern a medir.*4
Los proverbios suelen reflejar la filosofa popular y las rela
ciones de la opinin social hacia las medidas. El proverbio pola
co Cada cual mide con su propia vara25 es una hermosa trans
posicin de las costumbres y las experiencias cotidianas en el
mercado, en la feria o en la tienda, un reflejo de las figuraciones
humanas tan diversas y de las relaciones del hombre con el mun
do que lo rodea. La sabidura popular alcanza, por s sola, la
verdad de Protgoras.

EL CARACTER SIGNIFICATIVO DE LAS ANTIGUAS MEDIDAS

Como es sabido, las antiguas medidas, aun teniendo un mismo


nombre, tienen una significacin muy distinta en cuanto a su
magnitud segn el lugar, el tiempo y el objeto que se mide ( ratio ne loci, rafione tem poris y ratione materiae). No basta con sa
berlo, ni tampoco con poder convertirlas en sus equivalentes
mtricos, ya que lo im portante es comprender el contenido social
que se encierra en cada una de sus significaciones.
La clave que permite aprehender estos aspectos diferentes est
en la comprensin del carcter significativo de las antiguas me
didas y no de su aspecto convencional.
Las medidas contemporneas no significan ms que el deno
m inador comn de todas las magnitudes mensurables (longitud,
superficie, peso, tiempo, valor de cambio). La magnitud de las
unidades es aqu un aspecto secundario, lo que im porta es slo
su invariabilidad. El hecho de que un kilogramo signifique el
peso de un decmetro cbico de agua a una tem peratura de 0o,
o de que el metro signifique la 1/40.000.000 parte del ecuador, no
tiene en absoluto ninguna importancia social. La inmensa mayo
ra de los que utilizan dichas medidas nada saben de lo que
significan, y los que las utilizan no lo recuerdan cuando se
sirven de ellas.
Las medidas de las sociedades primitivas, las medidas euro
peas del alto Medievo, as como las medidas populares que co
nocemos a travs de la etnografa, poseen una determinada sig
nificacin social, la cual expresa la magnitud de la unidad, su
diferencia territorial y a veces su mutacin en el tiempo. El com
prender estas caractersticas es mucho ms provechoso para los
historiadores en general y para los historiadores econmicos en
particular que el simple hecho de convertir las unidades anti
guas a las unidades del sistema mtrico.
La significacin de las antiguas medidas se halla ligada al
hombre y a su trabajo. La definicin de la Grecia antigua anun
ciada por Protgoras el hombre es la medida de todas las
486

cosas, tiene por encima de su sentido metafrico, un sentido


propio en la historia. La adopcin del sistema mtrico, que sig
nifica la adopcin como unidad de medida de un fenmeno de
carcter astronmico independiente del hombre, cuenta con una
genealoga de apenas siglo y medio.
As, las medidas primitivas estn ligadas sobre todo con el
trabajo humano.
Entre las medidas de superficie es preciso distinguir en pri
mer lugar las de dos tipos: las medidas utilizadas para medir
la superficie de la siembra y la medida de la superficie con el
tiempo del trabajo humano. No tiene nada de extrao, por
tanto, que entre las unidades convencionales una medida deter
minada tuviese una superficie muy distinta en relacin con el
hecho de si la tierra era buena o mala, de si la siembra se halla
ba constituida por el trigo o la avena, etc. Segn Hauser, la
medida del tiempo d trabajo se utilizaba en aquellos casos en
que, debido al carcter de la explotacin de la tierra, no entraban
en juego las dimensiones de la sementera, como suceda en los
pastizales o en las vias. En cambio, Stanislaw Strumilin for
mula una tesis muy interesante en uno de sus ltimos trabajos.
A su juicio, y precisamente en base al carcter agronmico de
las antiguas medidas, las medidas de superficie y las medidas de
volumen suelen constituir un sistema equivalente. La unidad
de medida de los lquidos equivala a la unidad de medida de
las superficies.
Strumilin adelanta asimismo la hiptesis segn la cual, al
par que la productividad del trabajo fue aumentando en el agro,
la unidad de superficie medida con el tiempo de trabajo, o sea
con la jomada, fue aumentando a su vez. Strumilin afirma que,
en tiempos de Plinio un siglo antes de nuestra era, el iuger
representaba 0,25 h.; en la Edad Media el arapende (o la fane
ga) equivala en Germania y en Renania a 0,31 h. mientras que
en la regin del Mosela era de 0,34 h.; en el siglo x m el acre
equivala en Inglaterra a 0,4 h., en tanto que en Georgia la uni
dad de superficie era de 0,5 h.
Es evidente que el razonamiento de Strumilin es esquem
tico, ya que no piensa en las diferencias existentes en la suma
del trabajo necesario en las faenas del agro, las cuales se hallan
provocadas por las diferencias en la calidad de la tierra, las
diferencias del clima y sobre todo de los cultivos. Slo haciendo
caso omiso de tales diferencias es como puede establecer una
correlacin mecnica entre el incremento de la productividad
del trabajo y la dimensin de la unidad de superficie en el agro.
La disminucin del trabajo necesario en una unidad de su
perficie, o sea el aumento de la superficie que puede ser culti
vada durante una jomada, constituye la medida del incremento
de la productividad del trabajo es decir del progreso agrcola
487

pero slo a condicin de que al efectuar la comparacin tenga


mos presente que las condiciones restantes sotl idnticas y sobre
todo que se refieren a los mismos cultivos. En l cas contrario
obtendremos unos resultados errneos, puesto qe el progreso
en el agro se refleja a menudo en el paso a unos cultivos mucho
ms laboriosos, como son la viticultura, el cultivo de las horta
lizas, etc.
Sin embargo, sin tener en cuenta el razonamiento esquemti
co de Strumilin, se puede afirm ar que su hiptesis acerca del
carcter uniforme del sistema de medida de las superficies y de
los lquidos merece la atencin y que su mtodo comparativo
de la productividad del trabajo en las sociedades precapitalistas
a travs de la comparacin de las dimensiones costumbristas
de las unidades de superficies agrarias (siempre y cuando se
conserven las condiciones de comparabilidad) puede ser fruct
fero cientficamente. Todo esto no es ms que una ilustracin de
nuestra tesis sobre la im portancia del carcter significativo de
las medidas y de las investigaciones al respecto.
No basta con lam entarse de que son diferentes, de que su
utilizacin es peligrosa para el historiador y de que la conversin
de estas medidas al sistema mtrico es muy difcil, y a veces
imposible,* sino que es indispensable penetrar el sentido social
de la significacin de las medidas, pues entonces es cuando
empiezan a ser elocuentes.
El sentido social que se encerraba en los sistemas de me
didas vigentes dio origen a su inercia. Los galos, al heredar su
arte de medir y su institucin catastral de los romanos, conser
varon su unidad de medida tradicional, o sea el arapennis, la
unidad de superficie que poda labrar un arado y un hombre y
de la que procede el arapende actual.30
De la misma manera, la milla rom a equivalente a mil do
bles pasos humanos no poda hallar su aplicacin en las tierras
de la Galla ya que este pas, famoso por su cra de caballos
y la produccin de carros, necesitaba grandes unidades de caba
llera para la guerra, por lo que conserv su tradicional leugae,
ms tarde la lieue la legua francesa que equivale aproxima
damente a cuatro kilmetros. Incluso la administracin romana
de carreteras tuvo que reconocer oficialmente la medida nacional
y empez a inscribir en los mojones de las carreteras la palabra
leugae junto a la de milla, y a veces solamente la eala. Los con
ductores de la posta imperial, los peones camineros y todos
cuantos tenan alguna relacin con los acarreos en la Galia eran
naturales del pas.1
La correlacin entre la tcnica de la produccin y la produc
tividad del trabajo no slo se da, ni mucho menos, en la agricul
tura. Se produce, asimismo, muy ntidamente en los productos
de textiles. La anchura del gnero depende de la anchura del
telar. La longitud de la pieza depende en parte de la tcnica y
488

en parte de las circunstancias ligadas con la organizacin social


de la produccin. La largura de la pieza que sale del telar se
convierte seguidamente en la unidad de medida que de costum
bre se aplica a la tela. Es evidente que el cambio en los factores
determinantes de la produccin han de influir en el cambio de
la longitud, aunque esta unidad de medida conserve el mismo
nombre. Tambin es evidente que el largor no ser el mismo pa
ra los diferentes productos, por ejemplo la tela y el pao, ya
que son diferentes las artes de produccin de ambos artculos.32
Si el cristal es la unidad de medida del vidrio, la magni
tud del cristal se hallar determinada por las dimensiones de las
mesas de fundicin.
La medida del hierro fundido depender de la tcnica de la
colada en la fundicin y luego en el alto horno. Igual sucede con
otras medidas como las de la cal y del carbn vegetal, etc.
Otros fenmenos que determinan la dimensin de las unida
des tomadas como medidas correspondientes a los diferentes
artculos son los problemas del transporte. Este tipo de unida
des de medida ya se halla vinculado a la economa mercantil.
Las unidades son mayores con respecto a los productos menos
aglomerados y del comercio al por mayor. En cambio, las uni
dades ms pequeas conciernen a los productos ms compactos
y vendidos al detall. Un ejemplo de la primera categora puede
ser el trigo, ya que la unidad de medida determinada por los
factores del transporte es el last (medida equivalente a 3.840
litros y a 1.865 kilogramos). Un ejemplo de las unidades ms
pequeas puede ser el kosz el cesto en el que se meda el
carbn vegetal.
Es curioso el caso del mercado de Cracovia en el que exista
una medida especial el zagon para vender las coles y los
nabos.33 Esta medida, proveniente de la produccin, es utilizada
en el comercio. El carcter significativo de las medidas motiv
la variedad y el cambio de las mismas.
La superficie medida con el tiempo de trabajo depende de
la calidad de la tierra, de la calidad de los aperos y de la natu
raleza del cultivo principal. La medida de los envases depender
de los diferentes cereales. La medida de los textiles variar
de acuerdo con el modelo de los telares, etc.
De ah que en el ao 1790, por ejemplo, existieran solamente
en el departamento de Basses-Pyrnes, en Francia, nueve cla
ses de arpenis que se diferenciaban en una proporcin de 1 a 5,34
y que en el departamento de Calvados existieran hasta diecisis
clases diferentes de esa misma unidad de medida!35 Entre los
paos extranjeros que podan comprarse en Polonia en el si
glo xvi, las unidades de medida oscilaban entre 32 y 60 varas.36
Suele ser asombrosa la escala de medidas simultneamente en
vigor en el territorio de una pequea regin.37
489

LAS MEDIDAS COMO ATRIBUTO DEL PODER


E INSTRU M ENTO DE LA LUCHA DE, CLASES

En todas las sociedades altam ente organizadas la disposicin


de las medidas es un atributo del poder, como lo es el confe
rirle fuerza de ley a las medidas y el conservar los patrones
que suelen tener un carcter sacramental. El poder propende
a la unificacin de las medidas obligatorias en un territorio
determinado y a castigar cualquier clase de infracciones. No
es casual que en el Antiguo Testamento, en los perodos de hege
mona del poder religioso, se hable del siclo del santuario* y
en los perodos de hegemona del poder real, del peso real.
El surgimiento de esta clase de competencia y de este atributo
del poder tiene una larga historia. Tema muy hermoso que an
no ha sido investigado por la etnologa. Este proceso fue desa
rrollndose paulatinam ente a p artir de los artculos ms precio
sos de una economa dada, como es por ejemplo la reglamen
tacin en las pocas ms tem pranas de las medidas de los me
tales preciosos por las autoridades. En general, en el discurso
de la historia, este atributo del poder suele ser duradero e indis
cutible. La lucha que se libra en torno a estas atribuciones del
poder es una de las manifestaciones de las rivalidades entre
los diferentes poderes que aspiran a la hegemona y que repre
sentan a las diferentes clases dominantes (bajo el feudalismo,
el poder real y los principados regionales). Suele ser as mismo
un reflejo de las competiciones entre los rganos del poder que
representan a los distintos estados privilegiados de la sociedad
autoridad del Estado y autoridad municipal.
Sobre las tendencias unificadoras hablaremos en el siguiente
apartado.
La unificacin de las medidas por Carlomagno es un ele
mento inseparable de su accin unificadora (aunque, naturalm en
te, no cre ninguna nueva unidad de medida sino que refrend
con su autoridad las que estaban en vigor extendiendo su esfe
ra por ejemplo, geogrfica de aplicacin), y ms tarde la
que acompaa y constituye la actividad unificadora general del
absolutismo renacentista y del sometimiento de las autoridades
regionales al poder real, como ocurre con la accin unificadora
del poder revolucionario, en la Francia del siglo xvm .
La rivalidad entre las autoridades que representan en dis
tinto grado a las diferentes clases privilegiadas de una sociedad
jerarquizada como la sociedad feudal se refleja asimismo en
la lucha por el derecho a utilizar y controlar las medidas. La
historia de la rivalidad entre las ciudades y los seores feuda
les nos brinda innumerables ejemplos en apoyo a esta tesis.
En Polonia esta competencia termin bastante temprano con
el reconocimiento del gobierno y el control de las medidas ur
banas a los representantes de los seores feudales en la persona
490

de los voivodas y los vicevoivodas. Pero esto no termin ni


mucho menos con esa rivalidad, la cual pervivi en forma sola
pada hasta que la totalidad del territorio polaco pasara bajo el
poder de la monarqua absoluta.
La heterogeneidad de las medidas y de las formas de mensuracin bajo la poca feudal dio origen, evidentemente, a un
sinfn de litigios. De ah que el poder, que debido a la nueva
correlacin de fuerzas haba conquistado el derecho a imponer
y controlar las medidas, se aprovechase de la oportunidad de
estos litigios para arrogarse la funcin de rbitro supremo entre
los estados.
Las urbes, al controlar los mercados, deben poseer una insti
tucin de las medidas municipales que en la mayora de los casos
se halla concebida como una empresa suministradora de rentas
pago por la utilizacin de las medidas y que como tal es
arrendada.* La utilizacin de tales instituciones sola ser obliga
toria.*1 Algunas de las medidas-patrn de la poca, conservadas
en los juzgados, han esperado hasta comienzos del siglo xix a ser
comprobadas con unos mtodos relativamente precisos. En cier
tos casos, las municipalidades cedan directamente a los habitan
tes algunos patrones. Algunos de ellos se han conservado hasta hoy
da en ciertas ciudades polacas, como Chelm y Kielce. Las leyes
municipales prevean el castigo de los artesanos que tenan en
su poder pesas o medidas no conformes al patrn.*2
En las propiedades de los grandes magnates, el control de las
medidas y el papel de rbitro en ios litigios, lo ejerca el amo
y seor de la finca. En los reglamentos municipales, la princesa
Anna Jablonowska, como defensora de la poblacin ante todo
falseamiento de las medidas, dice: deseo que mis ciudadanos,
de tal villano lucro, se tengan alejados y dicha dama enco
mienda la guarda y control de las pesas y medidas al maestro
de buen orden, haciendo obligatoria la utilizacin de las me
didas municipales: a fin que cada cosa pesada lo sea en el peso
pblico de la Alcalda.43
Como curiosidad, merece recordarse que, segn la crnica,
cuando la princesa Jablonowska ha de comprar cobre, suminis
trado casi siempre por los comerciantes judos, manda que en
las pesas las cuales son objeto de una reglamentacin espe
cial con pintura al leo y en idioma hebreo ha de estar
escrito su peso cabal, a fin de que cada comprador judo se con
venza de que en esta ciudad no hay lugar a ningn engao.44
El derecho a decidir en cuanto a las medidas era un ele
mento de la soberana de la aristocracia en todo el territorio de
su feudo. Esto lo pone de relieve perfectamente Gostomski:
Cada celemn para el grano, para cualquier alimento, para la
avena, para los dulces, ha de ser igual en cada casa, sin que
por l responda ni el mercader ni el "voivoda: pues cada cual
en su casa puede disponer a su antojo.43 Y que las cosas no
491

anduvieron de otra m anera en el siglo x v i i i lo prueba quiz la


existencia en Bielorrusia de una medida definida en tanto que
radziwiliana y obligatoria en todo el territorio perteneciente a
los prncipes Radziwill.46
En este sentido, la Constitucin del ao 1764, unificando las
medidas y los modos de mensuracin en la Rzeczyspospolita po
laca, es al mismo tiempo una tpica muestra, para aquella poca,
de la tendencia al reforzamiento del Estado y a la extensin de
su ingerencia. Pero a pesar de estas aspiraciones crecientes, la
autoridad estatal dispona en la realidad de unos medios reduci
dsimos para realizar cualquier reform a de esta ndole. Durante
el prim er perodo, estos medios fueron los tribunales referen
darios en relacin con el reino, los tribunales de asesoramiento
en relacin con las ciudades libres (pero esto, no lo podemos
afirm ar ya que las actas de estos tribunales fueron destruidas
durante la Segunda Guerra Mundial) y las Comisiones Boni Ordinis con respecto a las c iu d a d e s * ? que las haban instituido. La
situacin cambia en los ltimos aos de la independencia del
Estado polaco. La Comisin Civil y Militar en el marco de sus
atribuciones policacas, en el sentido de esta palabra en aque
lla poca, se ingiere en estos problemas. Ello representa un serio
progreso ya que en esta comisin tambin se hallan representados
los elementos de la burguesa m ientras que hasta entonces el
control en este terreno en relacin con las urbes, corresponda
exclusivamente a los rganos de la nobleza (voivoda, Comisin
Boni Ordinis, tribunal de asesoramiento).48
Pero en realidad, el control de las medidas cuya funcin co
rresponda a las Comisiones Civiles y Militares, lo ejerca el
vicevoivoda, con lo cual se volva a la antigua situacin. El
edicto de la Comisin Civil y Militar del Distrito de Sandomierz
y de Wislice de fecha 16 de marzo de 1790 en el que leemos
que los "vicevoivodas" han de vigilar las ferias y los mercados
a fin de que los judos o cualquier otra persona no se atreviera
a falsear las medidas con respecto a cualquier vendedor,4 de
m uestra que dicha comisin velaba ms bien por los intereses
del productor que del consumidor. En resumidas cuentas, estas
comisiones no contribuyeron mucho a la unificacin de las me
didas.50
Durante la Insurreccin de Kosciusko, las comisiones de or
den, al decretar las tasaciones de los precios,51 tenan que ser
competentes asimismo en los problemas de las medidas, pero
es posible suponer que en pleno perodo insurrecional no pu
dieran asum ir sus funciones.
Es curioso, sin embargo, que a pesar de la debilidad del poder
ejecutivo las decisiones de la Constitucin del 1794, aunque dis
tando mucho de tener vigencia, no fueron letra muerta. El de
sarrollo de la vida econmica y de los intercambios en unos
territorios ms extensos contribuyeron a que la unificacin de las
492

medidas a escala nacional beneficiara tanto a la aristocracia


como a la burguesa o cuando menos a las capas de estas dos
clases que se hallaban vinculadas al intercambio comercial. Esto
no impeda, naturalmente, que el trigo que se mandaba al puer
to de Gdansk52 se midiera con otro celemn que el que serva
para medir el tributo de los campesinos.
El sentido socio-econmico de la lucha por el control de las
medidas lo evidencia claramente la forma misma en que esta
lucha se desarrolla en relacin con la lucha por la ejecucin
de las tasas voivodales. Lo que son estas tasas ya lo sabemos.53
El mercado en que se efectuaban los intercambios era general
mente el mercado urbano, donde se encontraban el campesino,
el burgus, el aristcrata y el clrigo, y en el cual se realizaba el
valor de los productos y se efectuaban las transferencias en el
reparto de la renta social. La influencia sobre el mercado sig
nificaba la posibilidad de tener un ascendiente en sta y no otra
configuracin de estas transferencias. El arma ms elemental era
en este orden las tasaciones acordes a la idea del factor decisivo,
y por lo tanto, del aristcrata. Existan muchas oportunidades de
vulnerar las tasas, pero en realidad stas no se solan omitir a
travs del alza de los precios sino a travs de la disminucin
de las medidas. La correlacin en las diferencias entre las tasas
y los precios pagados realmente, establecida segn las bsque
das de los autores de Lvov, significa el mnimo de las dispari
dades existentes en este orden. El otro sentido suele escapar a
nuestras investigaciones, ya que nos es difcil averiguar hasta qu
suma se elevan los precios pagados en realidad. El hecho de que
la lucha contra las tasaciones se realizara tambin, y acaso so
bre todo, con la disminucin de las medidas54 provoc asimismo
la extensin del control de los vicevoivodas sobre stas: sin
dominarlas no se poda influir sobre las transferencias de la
renta social que se operaban a travs del mercado.
La funcin socio-econmica del control de las medidas se
halla demostrada fehacientemente en algunos casos. As, la ta
rifa de los precios del voivoda de Cracovia en el ao 1565
habla de las dimensiones del pao, que debe tener no menos
de 30 varas,55 mientras que las instrucciones del Seimik* de
Wisznenski a los diputados a la Dieta nacional de 1693, ordenan
que en la media-mesura no menos de 30 cuartanes no han de
entrar, de acuerdo con lo cual, una ordenanza del citado Seimik
del ao 1708 reza que en la media-mesura... no entrar ms
de 30 cuartanes de trigo del ao.56 Nada ms caracterstico que
la definicin de esta medida tan pronto como mnimo, tan pron
to como mximo. Las medidas se hallan reguladas aqu por el
criterio de las capas sociales que, en ciertos casos, como el del
trigo, son vendedoras y en otros casos, como ocurre con el pao,
* Dieta regional. (N. del T.)

493

son compradoras. Cuando se refiere a los artculos comprados


acta el alzf del precio encubierta en la disminucin de la
medida, y en? el caso de los artculos vendidos lo hace la compe
tencia interna entre los vendedores, consistente en reducir los
precios con el aumento de las medidas.57
Es evidente que en el mercado urbano el vendedor del trigo
no era solamente el aristcrata sino tambin el campesino. En
cambio, el com prador no era el aristcrata sino el burgus. El
precio se estableca, por tanto, como resultante de la correlacin
de fuerzas entre el burgus, elemento organizado y provisto de
varios rganos de coercin jurisdiccin municipal, polica,
etc. y el campesino que se hallaba en una situacin tan desam
parada. As, la aristocracia estaba interesada en reforzar la pos
tu ra del campesino y no del burgus. La fuerza del campesino
era en cierto grado su propia fuerza. Y en este sentido se
orient la accin de la nobleza.
Hemos recordado que en los contactos que en el mercado
se establecan entre la burguesa y el campesinado, contactos
fundamentales para la existencia de la ciudad por una parte y
para el desarrollo de la economa m ercantil por otra, la bur
guesa es el factor ms poderoso. A esto contribuye su con
centracin territorial, sus relaciones con un campesinado inor
ganizado y que procede de los ms diversos y a veces lejanos
lugares a ofrecer sus productos, la organizacin de la comunidad
municipal, la existencia de reservas m ateriales y, eventualmente,
su influencia sobre las autoridades estatales que podan hallarse
supeditadas a los sum inistradores de los productos y de los
crditos, etc.
En las grandes ciudades Ubres de Alemania, la urbe, como
el ms poderoso factor regulador de las relaciones mercantiles,
dispone asimismo de las medidas.5* No suceda otra cosa en las
capitales italianas en la poca del florecimiento de las comu
nidades.
De forma que las medidas sirven para influir sobre los fen
menos del mercado y sacar el m ejor provecho de ellos. Influye
sobre los mismos la clase social que, en un momento determi
nado, ostenta el poder sobre las medidas.
El control municipal de las medidas es una de las m anifesta
ciones de la explotacin del campo por la ciudad, un instrumento
suyo. El control de las medidas por la aristocracia es el reflejo
de la dominacin ejercida por sta sobre las ciudades y a su vez
un instrum ento de la explotacin de las ciudades por la nobleza.
En el caso concreto de Polonia, ambos elementos de explotacin
coexistieron uno al lado de otro aunque con diferente intensidad.
La falta de investigaciones especiales y el no haberse tomado en
cuenta estas categoras, fundamentales, de problemas en las bs
quedas en curso impide comprobar estos fenmenos con la ne
cesaria exactitud cientfica.
494

En el sistema feudal existe sin embargo, e incluso primordial


mente, otro frente de la lucha de clases: la lucha entre la no
bleza y el campesinado. En dicho frente, el problema ue las me
didas, de la disposicin de las medidas, del cambio de las medi
das, etc., es un arm a importante.
La as llamada deterioracin de la moneda es un fenmeno
conocido universalmente en la poca feudal, durante el cual todas
las divisas sufren una depreciacin constante aunque desigual.
Esto significa una reduccin sistemtica de la unidad de me
dida del valor. Sabemos igualmente que el factor decisivo en
este terreno, el poder, se hallaba interesado directamente en la
merma de esta unidad de medida.
Ahora bien, as como estaba interesado en la disminucin
de las unidades de medida del valor, el poder feudal se interesa
ba igualmente y esto hay que ponerlo bien de relieve en que
no se redujeran sino en que ms bien se aum entaran las me
didas de los fluidos y de los pesos, o sea, de aquellas medidas
que correspondan a las densidades naturales.60 Esto explica qui
z que la medida del korczyk cracoviano pasara del siglo xv al
siglo xvm de 26,26 litros a 43,7 y que el korczyk de Varsovia,
que en el siglo xvi equivala a 52,5 litros, pasara en el siglo xix
a 64 litros.61
Es evidente que esta tendencia contradice la propensin a la
cual aludamos anteriormente. La nobleza, como beneficiara de
los tributos naturales de los campesinos, desea que las medidas
aumenten, mientras que como vendedora de los productos agr
colas aspira a que las medidas se achiquen. Ahora bien, es que
en el caos aparente del Medievo, la metrologa no se halla ante
el hecho de que las medidas pequeas para el detall en las
que los campesinos envasaban sus tributos, crecen, mientras que
siguen inalterables las medidas grandes, o sea las que utilizaban
los nobles para m andar su trigo a Gdansk? Naturalmente, este
proceso no se opera mecnicamente. Los cambios que aconte
cen son raramente la expresin de una sola y nica voluntad.
En la mayora de los casos son la resultante de varios factores
sociales y de la correlacin de fuerzas entre los mismos. As
por ejemplo, la magnitud del last dependa, adems de la vo
luntad del aristcrata, de la influencia del comprador, o sea del
mayorista de Gdansk o del reino, e incluso del cliente extranjero.
En este momento nos hallamos, por tanto, ante algo as como
una preparacin, el condicionamiento de ciertas tendencias
sociales y el subrayar los problemas que la metrologa cientfica
debe investigar.
As como se hallaba interesada en incrementar las medidas
de los fluidos y las medidas de los pesos especialmente de las
pequeas medidas, la aristocracia procuraba reducir las medi
das de longitud y por consiguiente de superficie, para mermar
las parcelas de los campesinos. En el ao 1785, las aldeas de
495

ndziejowice y de Zaglin se quejan de que el seor Podgorski,


al medir los terrenos, se sirvi de una vara tan pequea, que
ya no tienen con qu comer ni ampararse.62
Es evidente que los campesinos tenan que oponerse de cual
quier m anera a los procedimientos de los seores feudales, al
comprender el engao del que eran vctimas.63 Adems, dado
que en la ideologa imperante rezaba la doctrina de la invariabilidad de las medidas, no es de extraar que aspiraran a que
esa invariabilidad fuera un hecho. Segn los documentos reuni
dos por Loyko, en el ao 1680 el vicevoivoda de Cracovia abroga
una medida campesina el horca para evitar las grandes
variaciones que suceden en el mercado debido a la utilizacin
de las diferentes medidas que las malas costumbres de las gentes
han inventado, dndole otros nombres a las medidas de ley.64
Siempre y cuando los campesinos tuvieran un antiguo patrn,
la corte trat de confiscrselo. En una splica al prncipe, los
aldeanos de la aldea de Wielenin se quejan de que les han
quitado el celemn que les fuera reconocido por el prncipe, y
con el cual ellos quieren seguir midiendo.6S
La inercia de las medidas, de la que hablaremos en el apar
tado siguiente, el apego de la poblacin a las medidas tradicio
nales, pudo constituir un elemento de autodefensa de los campe
sinos contra los cambios de las mismas realizado por la aristo
cracia, variaciones siempre perjudiciales para el campesinado.
Aqu se trata de uno de los aspectos del tradicionalismo cam
pesino, cuyas causas estn no slo en el atraso, en el estrecho
horizonte de las masas aldeanas, sino en gran parte tambin en
la concreta correlacin de fuerzas de las clases durante los si
glos de dominacin del sistema feudal, bajo el cual cada cambio
en dicha correlacin de fuerzas slo poda empeorar la situacin
del campesinado. De forma que en tales condiciones el tradicio
nalismo aldeano es asimismo unp de los aspectos de la lucha de
clases.
Un hecho de esta naturaleza debi ocurrir en la aldea de
Polkowo, donde los campesinos se quejan que el arrendador no
mide con una vara ni con una cuerda, utilizando en su puesto
una medida tan corta que en lugar de cinco fanegas... apenas una
midi.66
Sin embargo, parece ser que en la prctica era ms fuerte
la tendencia de la aristocracia a increm entar las medidas de lon
gitud acostumbradas, especialmente en los perodos en que estas
medidas estaban destinadas a medir la labor realizada en el
curso de una jornada, especialmente en el siglo xvm . Los cam
pesinos de cierta aldea se quejan de que el starosta Kicki y sus
gentes utilizan una vara de una longitud extraordinaria para
medir la labranza.67 Se querellan tambin los campesinos de las
aldeas de Turow y de Kurow ante el magistrado de la ciudad de
Wielun, quien al mismo tiempo es el propietario de las tierras,
496

de que es demasiado larga la vara para medir la labranza;6*


los aldeanos de Dobrzec se quejan ante la municipalidad de
Kalisz de que la vara para la labranza no corresponde al regla
mento, sino que los propietarios imponen la medida que les
conviene6 En el ao 1785, los aldeanos de Bobrcwnik se la
mentan de que antiguamente la medida para la labranza era
de 7,5 codos mientras que ahora su longitud es de nueve codos,
y exclaman los campesinos hace apenas una semana que
la han cambiado,70 lo que naturalmente fue negado por el
arrendador.71
Los campesinos de varias aldeas dicen que ahora de tres
parcelas se han hecho dos.72 Los aldeanos de Bledow escriben
ese mismo ao que la vara que sirve para medir los campos
no se ajusta al reglamento y que a los campesinos se les impone
una medida que reduce las parcelas en tres varas por lo me
nos73 y la aldea de Wrzecko afirm a que la vara para medir io
que se ha labrado en una jornada no es autntica.74
Es evidente que el seor feudal cuida de que en la aldea
no se recorte la vara que sirve para asignar la jornada de
trabajo. En los inventarios y los reglamentos figuran numerosos
pasajes segn los cuales las diferentes medidas deben estar se*
liadas por la autoridad.75 Pero, como lo hemos visto, los campe
sinos se quejan de que el seor feudal alarga las varas y ios
codos.
En el ao 1764, el Tribunal Referendario de la Corona, en
su aspiracin a imponer la unificacin de las medidas decre
tada por la Dieta constitucional y con el deseo de adoptar una
postura mediadora entre los campesinos del reino y sus amos,
adopta como normas los siguientes principios:
u) unificacin en todas las regiones de la dimensin de la
vara (equivalente a siete codos y medio),
b) sellado de esta medida por una comisin designada al
efecto por el Tribunal Referendario,
c) elaborar los patrones sellados en dos ejemplares, a fin de
que uno de los ejemplares se encuentre en cada mansin seo
rial y el otro en el ayuntamiento de cada aldea.
Por ejemplo, en litigio entre las aldeas pertenecientes ai con
vento de los franciscanos de Cracovia en el ao 1788, la decisin
del Tribunal Referendario de la Corona reza: En cuanto res
pecta a la dimensin de las tierras, habrse de aplicar la vara
de siete codos y medio, por la futura comisin ejecutoria elabo
rada, medida y sellada, la cual estar sealada as al castillo
como tambin a cada aldea.76
En otro caso quiz porque el Litigio en tomo al problema de
las medidas fuese ms violento nos encontramos ante una for
mulacin an ms rica e interesante. Se trata del pleito entre
la aldea de Mogila y el convento cisteiciense de esc mismo lugar,
acerca del cual el Tribunal Referendario decide que de las dos
497
es 100.

32

varas medidas y selladas una quede depositada en casa del al*


calde del lugar y la segunda en el castillo, concedindose al alcal
de la libertad de velar por la justa dimensin de la vara del
castillo en cada ocasin.77 Es evidente que segn esta sentencia
el seor feudal ha de ser juez en su propia causa. Pero el hecho
de que en la sentencia se conceda al alcalde el derecho a contro
lar en cada ocasin que la vara del castillo no sea alargada
subrepticiam ente lo cual constituye en su gnero, un control
social sobre la constancia de las medidas, nos parece de una
gran importancia y quiz sea el exponente de un gran xito de
una comunidad campesina determ inada en la lucha de clases
en torno a las medidas.
Las pequeas medidas de longitud (el palmo) eran aumenta
das para increm entar las prestaciones de los campesinos en hila
dos.7* El inspector de los bienes pertenecientes al Primado, re
conoce, por ejemplo, que la gente se queja justam ente que el
codo para m edir los hilados es mucho ms largo que lo que
debiera.79
Anlogos son los pleitos provocados por las medidas de ca
pacidad. Dichos litigios ilustran los dos problemas a que aluda
mos anteriorm ente: la propensin del seor a increm entar la
explotacin del campesino y la lucha entre el poder feudal y los
demas factores que pretenden participar en esta explotacin. Los
aldeanos se suelen lam entar de que les miden el centeno con
una medida ficticia y muy grande que representa el doble del
contenido.80
El Tribunal Referendario conoce perfectamente estos proce
dimientos de los aristcratas, por lo cual ordena a los comisa
rios que realicen investigaciones para enterarse si lo seores
de los castillos no han cambiado subrepticiamente las medidas.
En el ao 1781, se ordena al comisario enviado a la aldea de
Zederman que, de acuerdo con sus atribuciones y los poderes que
le han sido conferidos, convierta las medidas del lugar a las
medidas actualmente en vigor en Varsovia.81 Igual ocurre en las
aldeas de Suraski donde en el ao 1772 se mand establecer las
dimensiones que deba tener el barril que se utiliza para m edir
los diezmos de los campesinos y que deba contener 80 cntaros.82
En el litigio que enfrenta a los aldeanos de Kaszow con el con
vento del obispado de Timecki en el ao 1871, se pone de mani
fiesto que la inquisicin ha probado que por orden del mayor
domo Alan Zubrzycki, se ha confeccionado un tonel ms grande
que el anterior, el cual se sujetaba a la vieja medida cracovia
na.53
Al igual que con los problemas de las medidas de longitud,
el Tribunal Referendario tena en estos pleitos una propensin
a crear alguna garanta para evitar la alteracin de las medidas
de capacidad. As por ejemplo, en el litigio entre las aldeas de
Radzikowo y de Klebowice y los dueos de las mismas, en el
498

ao 1779, el Tribunal Referendario estipula las dimensiones del


cuartn para los diezmos, ordenando que el citado cuartn ha
de permanecer en el castillo, pero que un segundo cuartn igual
al primero y sellado ha de guardarse en casa del alcalde del
lugar*.84
1 aumento de las medidas de capacidad haba de servir igual
mente a los seores feudales para elevar las dimensiones del
trabajo en la molienda del grano. En la aldea de Smardzew, el
molinero se queja de que ahora han aumentado la medida del
cuartn, por 16 que debe moler ms grano que antes en una
sola jomada.85
El segundo aspecto de los litigios ligados con las medidas de
capacidad es, como ya lo hemos dicho, la aspiracin de los seo
res feudales a asegurarse contra la accin de otros pretendientes
a la explotacin del campesinado. Este carcter tiene precisamen
te el control de las medidas urbanas por parte de la aristocra
cia. En las relaciones aldeanas lo que predomina es la lucha
del seor feudal contra toda suerte de abusos cometidos por
parte de los molineros y los mercaderes.
En los reglamentos, solemos hallarnos con la advertencia de
que en los molinos las medidas no sean otras que las que estn
selladas.86 Movido indudablemente por las quejas de los cam
pesinos, el Tribunal Referendario ordena que los molineros...
no utilicen ms medidas que las que llevan el sello87
Son muchos los ejemplos que ilustran la tendencia de los
seores feudales a combatir la alteracin de las medidas por
parte de los mesoneros, quienes al reducir las medidas de capa
cidad de las bebidas, no hacan sino elevar el precio de las mis
mas. En este aspecto fueron promulgadas una enorme cantidad
de reglamentaciones.*8 El seor feudal cuenta en este caso con
creto con el apoyo solidario de los habitantes de la aldea. As se
explica que los reglamentos oficiales permitan a los campesi
nos el ejercer ellos mismos un control de los mesoneros, a fin
de averiguar si todas las medidas de metal del mesonero se
hallan realmente colgadas de la pared y selladas como lo man
dan las normas reglamentarias89
La alteracin de las medidas de capacidad por los trabajado
res pagados a destajo es asimismo un hecho conocido en la
historia de las manufacturas polacas. Son numerosas las veces
en que los carreteros hurtan el carbn vegetal que transportan
a las fundiciones. Esto suele ser tan frecuente que, segn afir
ma Osinski, se tomaron medidas para que cada carga de carbn
vegetal llevara un cierre metlico que impidiera los hurtos.90
Por ltimo, los problemas metrolgicos no pueden dejar de
reflejar la lucha solapada e incesante que se libraba entre el
seor feudal y el personal subalterno perteneciente o no a la
nobleza y que estaba encargado de la explotacin de sus fincas.
Gostomski, en sus escritos tan claros, escribe: El seor o el
499

revisor es quien debe ordenar al encargado cmo se debe medir


en ia era, en el mercado y en todas partes...; y agrega: ...pues
de lo contrario es una gran desgracia, tiene la era bajo su planta
y en el mercado hace a su antojo esquilmando a todos con sus
medidas... y robndole al seor por lo menos 1/10 parte.91

LA IN ERC IA DE LAS MEDIDAS


Y LAS TENDENCIAS UNIFICADORAS

La duracin de las medidas se halla ligada estrictam ente con


los problemas de la memoria colectiva, escribe M. Bloch utili
zando la terminologa durkheimiana.92
Podra adelantarse la siguiente hiptesis: las innumerables y
variadas medidas que coexisten una al lado de otra en cada
momento durante la poca precapitalista en las aldeas vecinas
y a veces en las fincas de los seores feudales o de los conventos
corresponde muchas veces a la asombrosa supervivencia de las
medidas a travs de muy largos perodos.93 Un investigador
francs ha podido comprobar, por ejemplo, la inmutabilidad de
as medidas de superficie en una parroquia de Normanda en
los aos 1049, 1282 y 1792! 94
El pie real carclingio, medida que no fue creada por aquel
em perador sino que ya exista durante el reinado de Carlomagno
y que este monarca dot de la garanta del Estado y extendi
por todo el pas en el marco de su accin unificadora, y que,
al parecer, deba ser cambiado en el ao 1667, no dej de ser
la misma en principio hasta la Revolucin francesa.
En resultado de sus bsquedas en tom o a las antiguas m e
didas polacas, Gilewicz llega asimismo a la conclusin de que
la m agnitud de las medidas antiguas sigui invariable en lo
fundamental hasta el siglo xvm y que se convenci a travs
de comprobar el desarrollo de una serie de unidades, de que
desde la poca medieval hasta el siglo xix, las antiguas medidas
no haban sufrido ninguna variacin.46
Tales afirmaciones slo contradicen en apariencia la tenden
cia de ciertas medidas al aumento medidas de capacidad y de
peso, de la cual hemos hablado en el apartada anterior. En
realidad, exista la propensin a la inercia, la cual actuaba junto
a las dems, predominando a veces la tendencia al cambio y a
veces la tendencia a la inmovilidad. La metrologa histrica es
precisamente la que podra analizar la lucha entre ambas ten
dencias si extendiera el campo de sus bsquedas y quisiera
investigar multilateralmente el fenmeno social de las medidas
y no lim itarse a cumplir con una funcin estrictam ente tcnica
y utilitaria.
Uno de los grupos de factores que suelen influir en la inmu
500

tabilidad o en el cambio de las medidas tradicionales, son las


circunstancias de la lucha de clases y, a nuestro parecer, esta
es una cuestin que la ciencia ha subestimado por completo. La
segunda cuestin y desde luego incomparablemente mejor co
nocida es la historia del comercio y de los cambios que se han
producido en el rea geogrfica de los intercambios mercantiles.
No hemos de citar aqu como categora aparte el papel
del Estado y su aspiracin unificadora como factores determi
nantes de los fenmenos metrolgicos, puesto que esto ha sido
investigado y recalcado cientfica mente. Sin embargo, creemos
que estos fenmenos se integran en principio enteramente en las
dos categoras anteriormente enunciadas.
La tendencia unificadora del Estado constituye por una parte
el reflejo de la lucha social, muy particularmente de la lucha
que se desarrolla en el seno mismo de las clases privilegiadas,
como lo hemos indicado en el apartado anterior. Por otra parte,
esta tendencia reviste una fuerza tanto mayor cuando, como re
sultado del desarrollo de la economa de intercambio y de su
extensin geogrfica, las fuerzas de las clases privilegiadas que
aspiran a esa unificacin obtienen el apoyo de otras fuerzas
interesadas en la misma, como es la burguesa rica.
Desde el fin del mundo de la Antigedad, en Europa hemos
conocido tres corrientes de accin unificadora en e! terreno de
la metrologa (que no son ms que una de las manifestaciones
de la accin unificadora en general): la carolingia, la renacentis
ta absolutismo y la de la Ilustracin despotismo ilustrado.
El coronamiento de la tendencia unificadora en la metrologa
slo suceder con los comienzos del capitalismo., bajo la forma
sobre todo de las reformas radicales promovidas en este terreno
por la Francia revolucionaria al introducir en 1791 el sistema
mtrico que qued definitivamente instaurado en el ao 1799,
y que desde entonces ha conquistado el mundo.
El da 14 de septiembre de 1918 un decreto del Consejo de
Comisarios del Pueblo lo promulgaba en la URSS. En el ao
1958 el sistema mtrico fue instituido en el Japn. En la actua
lidad, y a excepcin de los pases anglosajones, todos los Esta
dos ms importantes lo utilizan, e incluso tambin los pases an
glosajones han conseguido desde hace mucho tiempo en el inte
rior de sus fronteras la unificacin metrolgica.
Es indudable que en las naciones que adoptaron esta medida
siguen conservndose hasta la actualidad numerosas unidades
de medir tradicionales, especialmente en la economa rural, pu
dindose adelantar la hiptesis de que la supervivencia de tales
vestigios es equivalente al atraso econmico del pas.
La ineficiencia de las tentativas de unificacin metrolgicas
emprendidas en las sociedades que no sentan la necesidad de
tal unificacin es algo evidente. En Espaa, por ejemplo, cono
cemos por lo menos cinco grandes tentativas de unificacin me50!

trolgica en la Edad Media: ia de Alfonso X el Sabio en 1261,


la de Alfonso XI en 1348, la de Juan II de Castilla en 1435, la
de Fernando e Isabel en 1488 y finalmente, la de Felipe II en
1568. La repeticin de estas tentativas es prueba de su inefi
cacia. Las curiosas consecuencias de esa disparidad de las me
didas se produjeron cuando, en el Nuevo Mundo, se encontra
ron los espaoles oriundos de las diversas provincias de la
madre patria con sus diferentes medidas locales, lo cual con
dujo a las ms trem endas incomprensiones y malentendidos, fa
cilitando toda suerte de abusos y dificultando sumamente la ac
cin de las autoridades estatales.9* La reform a arbitrada por
Felipe II tuvo por fin una eficacia ms acusada, aunque, natural
mente, igualmente lim itada."
Ivn el Terrible acometi una tentativa semejante en Rusia.
Uno de sus favoritos, el alemn Staden, afirm a en su panegrico
que el monarca aspiraba* a que en todo el territorio ruso las
medidas fuesen las mismas en todas las aldeas.1 Esta afirma
cin slo nos habla evidentemente del deseo del zar en cuanto
a la unificacin metrolgica, pues en realidad su heterogeneidad
perdur durante un siglo en aquel pas.
La misma tendencia observamos en Polonia en el siglo xvi.
Son esenciales dos fechas: 1507 y 1565. En el ao 1507 el rey
Segismundo el Viejo promulga la unificacin de las medidas
de Cracovia y de Poznan, manteniendo sin embargo claramente
la diversidad de las medidas de Lvov y de Lublin.101 En cambio,
la constitucin de la Dieta del ao 1565 102 promulga la unifica
cin de las medidas y los pesos en todo el territorio del reino,
legalizando, sin embargo, la diversidad de los korzec (celemn), ya
que esta medida slo deba ser unificada en el marco de cada
provincia segn las normas vigentes en la capital de voivoda.
Es conocida la ineficacia de estas tentativas. La regresin eco
nmica, el debilitamiento del poder del Estado, el caos resultan
te de las guerras y la descentralizacin de los gobiernos de los
S ejm iki (las Dietas regionales), contribuyeron a un nuevo auge
de la descentralizacin de las medidas.103
La siguiente reforma unificadora, incomparablemente ms efi
ciente que las anteriores, fue promovida en el ao 1764 en el
reino de Polonia y en el ao 1766 en Lituania,104 y entra ya en
el marco de las de la poca de la Ilustracin y de la monarqua
absoluta.
Reformas anlogas fueron promovidas en Rusia en el si
glo xvm , empezando por la de Pedro el Grande (decreto del ao
1724), por la Comisin de los Pesos y Medidas en el ao 1736
y por el decreto fundamental del ao 1797.lS
Podramos citar numerosos ejemplos concernientes a los pa
ses occidentales europeos.
La unificacin de las medidas se establece en ntima ligazn
con la ampliacin del rea geogrfica del mercado. Hoszowski
502

concepta este fenmeno de la siguiente manera: La unificacin


de los pesos y medidas es correlativa al nivel alcanzado por los
intercambios comerciales en un territorio determinado.106 Es
verdad que en la ciencia polaca se han formulado reservas en
contra de esa tesis,107 sin embargo no son convincentes por cuanto
no dejan de ser parecidas a las que cada historiador puede ale
gar en contra de cualquier generalizacin.
Nada ms caracterstico en el mecanismo de esta regularidad
que el alcance de cada una de las tentativas de unificacin metrolgica, el cual es muy diferente en orden a los distintos pases
y pocas. Sin embargo, y a pesar de las diferencias, aparece
siempre una clara regularidad: pues se unifican las medidas de
aquellos artculos que en un territorio y en un tiempo deter
minados son objeto de un extenso intercambio en el marco geo
grfico. Ms an, en relacin con estos mismos artculos se
unifican las medidas que se utilizan en el comercio al por ma
yor, o sea, en los intercambios de un amplio alcance geogrfico,
permaneciendo invariables las pequeas medidas, utilizadas en
los intercambios locales al detall. En Polonia, por ejemplo, se
unifica el last mientras que siguen sin variar los diferentes ce
lemines. Los artculos que debido al bajo nivel tcnico de la
poca se deterioran fcilmente siguen supeditados a los inter
cambios locales y por regla general no entran en la unificacin
metrolgica; se trata de las pequeas medidas como el raczkcCpara pesar la miel, el korczak 109 para pesar la mantequilla, o el
ociepa para medir el lino.110
En el siglo xvi, la aristocracia polaca considera abiertamente
que la unificacin de las medidas redunda en su inters. Esto
lo atestiguan los numerosos decretos promulgados por los par
lamentos regionales. El diputado enviado a la Dieta del ao 1577
por el parlamento regional de Nowy Korczyn tiene como misin
la de pedir a Su Majestad el Rey que se digne recordar a su
voivoda todo cuanto sea preciso para que haga aplicar las or
denanzas reales sobre los pesos y las medidas, y para que los
starostas las ejecuten,111 lo cual, como es natural, recibi la ple
na aprobacin del rey Stefan Batory.112 Los diputados del sejm ik de Sieradz llevaban instrucciones parecidas a la Dieta del ao
1580.113 Lo mismo ocurre con los diputados de Cracovia a
la Dieta de 1592, quienes han de pedir que en todo el Reino las
medidas y los pesos sean iguales.114 Para convencerse de que
en este caso se trataba esencialmente de reforzar el control de
la aristocracia sobre las ciudades, basta con leer las instruccio
nes que se dan a los diputados de Proszwice a la Dieta de 1618,
y ms claramente an las instrucciones que los diputados de
este mismo parlamento regional llevan a la Dieta de 1630: Los
celemines deben ser iguales en todas las ciudades, pueblos y
aldeas de la voivoda de Cracovia, al que se halla sellado por
los servicios del vicevoivoda para la ciudad de Cracovia...!1
503

Los resultados no fueron muy favorables. No exagera Potocki


al quejarse de que:
E n cada voivoda, distrito o ciudad,
Otro peso, cntaro, celemn,
Abuso, desorden, esto es l fin.
No hay ciudad, donde el mercader con su m edida
Falseada, no venda su m ercanca .u*

La segunda oleada de postulados unicadores de la nobleza


en el marco de la metrologa corresponde a las dcadas del cua
renta al setenta del siglo xvm . Los diputados de las regiones
de Chelm, Halicki y Cracovia formulan tal demanda en la Dieta
de 1746;117 igual ocurre con los diputados de Chelm y de Zakroczymski a la Dieta de 1784.118 En el mismo espritu se hallan for
muladas las instrucciones de los diputados del sejm ik de la
regin de Dobrzynski a las Dietas de 1761 y 1764.11 E sta unifi
cacin fue promulgada, como sabemos, por la Constitucin de
1764 para el Reino polaco y en 1766 para Lituania.^o
No dejan de ser curiosos los mtodos y las circunstancias
que concurrieron a la realizacin de esta unificacin. A pesar
de que la reform a favoreca los intereses de la clase privilegia
da, surgieron serias complicaciones debido a las condiciones
hegemnicas de dominacin del sistema feudal. Esto aparece
claramente a travs de las actividades del Tribunal Referenda
rio de la Corona en esta esfera.
El Tribunal Referendario adoptaba la postura naturalmen
te! de que era irreversible la obligatoriedad de los antiguos
censos e inventarios. As, la unificacin de las medidas se efec
tu en base a la conversin de aquellas medidas que expresaban
la magnitud de las prestaciones feudales en los citados docu
mentos a la medida varsoviana actual.121 El resultado de todo
esto, fue que las comisiones enviadas por el Tribunal Referenda
rio a las aldeas que haban formulado quejas, realizaran una ver
dadera investigacin en el campo de la metrologa histrica, al
tra ta r de establecer la magnitud autntica de las antiguas me
didas en curso en el momento de firm arse los documentos to
mados como base para la unificacin. Las bsquedas metrolgicas se remontan en la historia de Polonia hasta el siglo xvi. Pero
las investigaciones relativas a la metrologa histrica, o sea en
torno a la magnitud de las medidas antiguas, tienen quiz sus
precursores en los comisarios del Tribunal Referendario.
El decreto relativo al litigio de la aldea de Zederman, men
ciona con toda claridad que el viejo celemn de Olkusk, tras
haber sido comprobada su capacidad con los jarros actuales,
ha sido medido con la medida varsoviana y ste y no otro cele
mn es el que ser llenado en el granero con las manos y sin
apretar con ellas el grano, y llevado al castillo...12*
504

Estas encuestas eran a veces emprendidas por la exigencia


de los campesinos, quienes se quejaban de que las medidas
haban sufrido cambios perjudiciales para ellos.
Por ejemplo, en el proceso que en el ao 1781 se entabla entre
el vecindario de las aldeas de Biala y Maszewo y el seor feudal
Josef Nieszczycki, el Tribunal Referendario ordena a su comisa
rio que dado que, conforme a la queja, la medida que se halla
en el castillo del seor es ms grande que la antigua medida de
Plock, con la cual medase la avena que los siervos entregaban
al seor... manda sea comprobada la citada medida en el gra
nero y marcada en consecuencia hallndose en la plenitud de
sus facultades el comisario,123 y, como es natural, la medida
en cuestin fue reducida a la medida unificada.
He aqu otro caso: El vecindario de Kielcyglowski, reunido
en asamblea, afirma que el viejo celemn de Wielun slo contena
diecisis jarros de los. nuevos, pero... dado que la sentencia del
comisario determin en diecisiete jarros y medio su capacidad,
conforme a la nueva medida... ordena suspender la susodicha
sentencia, debiendo el vecindario reunir las pruebas necesarias
a una nueva averiguacin de la capacidad del antiguo celemn de
Wielun.124
Es evidente que en ciertas ocasiones las diligencias promovi
das por los campesinos no terminaban en una sentencia a su
favor. En el dictamen relativo al pleito entre el vecindario de
Losicki y el seor del lugar, Toms Aleksandrowicz, en el ao
1783, leemos: Dado que el antiguo szanek (medida de capacidad
equivalente, segn las regiones, a 100 1. y hasta 200 1.) ha sido
medido en el granero en presencia del comisario y contiene die
cisis jarros y no doce como el vecindario pretende..., ordena
que esa misma medida antigua sea utilizada para recaudar los
diezmos. La queja de los campesinos no surti efecto.123
Como quiera que en realidad la determinacin de las medidas
proceda de la ciudad ms prxima,126 para establecer la magni
tud de las antiguas medidas era preciso recurrir a los expertos
municipales.
En el pleito que tuvo lugar en el ao 1779 en la aldea de
Kakolnicki, el starosta del castillo no acept la decisin del co
misario fijando en cuarenta y ocho jarros la capacidad del ce
lemn diezmal, alegando que la capacidad era mayor de acuerdo
con la antigua medida de Lukowa. As, el pleito gir en tomo
a la capacidad que el celemn en cuestin deba tener en los
aos 1645 y 1660, fechas correspondientes, la primera al decreto
del Tribunal Referendario, y la segunda al censo. Se trataba, por
tanto, en este caso de una investigacin histrico-metrolgica
sobre un perodo de 134 aos. El castillo present una certifica
cin del municipio de Lukowa sobre la antigua capacidad del
celemn. El Tribunal Referendario estim que la prueba era in
suficiente y en espera de que el starosta del castillo presentara
505

nuevos testimonios, orden refrendar el decreto del comisario


fijando en cuarenta y ocho jarros la medida del celemn para
los diezmos. Naturalmente, el citado celemn ha de ser medido
de acuerdo con las decisiones del Tribunal Referendario al res
pecto, o sea en el granero y sin apretar el grano ni sacudirlo.*
Lo mismo ocurre con el litigio que tuvo lugar en el ao 1780, en
tre el vecindario de la aldea de Kielciglowski y el starosta
Kazimierz Myszkowski12 e infinidad de otros ejemplos.
Sera interesante com probar es posible que algn investi
gador llegue a descifrar este problem a en algn archivo urbano
qu mtodos eran utilizados por el municipio interesado cuando
deba certificar las dimensiones de las medidas que desde haca
siglo y medio prevalecan en su trmino. Opinaran de acuerdo
con las tradiciones? Se basaran, acaso, en los viejos docu
mentos del municipio? Es posible que extendieran el certificado
siguiendo el deseo del starosta para congraciarse con l, o quiz
se conservaran en la alcalda las antiguas medidas. Est pro
bado que en aquella poca era una costumbre muy antigua guar
dar debidamente las medidas-patrn. Tambin se ha conformado
a travs de los siglos, y como resultado de duras y amargas ex
periencias, el inters de los campesinos por los patrones de las
medidas al igual que por los viejos documentos y los fueros.
En el ao 1778 tuvo lugar un pleito entre los aldeanos de Rembowa, el starosta Michal Szymanowski y el arrendador Toms
Tanski. Como el litigio giraba en torno a las medidas diezmales,
el Tribunal Referendario, al m andar a su comisario a la aldea,
le recomienda com probar la capacidad del celemn, que por
privilegio del prncipe de Plock, Ladislao, se halla guardado en
la iglesia de Rembowa desde el ao 1443. La comprobacin ha
de verificarse despus de que el sacerdote haya certificado que
se trata del celemn que en la iglesia se guarda y no de otro.
Una vez realizada la comprobacin, el comisario deber sellar
con su anillo el celemn y devolverlo a la iglesia donde ha de
seguir guardado.
Aqu se trata, por tanto, de una investigacin histrico-metrolgica concerniente a un perodo de 335 aos. No deja de ser
interesante la garanta sacram ental de la inmutabilidad de esta
medida que le fue otorgada a la aldea por el prncipe Ladislao
de Plock, a buen seguro como resultado de ms de un pleito
metrolgico. Pero este litigio no term in as. Segn el acta
del comisario, establecida seis meses ms tarde, resulta que
durante su investigacin se hall con que en la aldea de Rem
bowa existan dos celemines diferentes, el.que se conservaba en
la iglesia, el cual contena catorce jarros varsovianos, y un
segundo celemn fabricado durante la inspeccin del ao 1765
para no estropear ms el ya muy viejo custodiado en la igle
sia; pero se daba el caso de que el nuevo celemn era de una
capacidad mayor, puesto que contena diecisis jarros y ello
506

a pesar de que cuando tuvo lugar la inspeccin ambas medi


das, segn las declaraciones de los testigos, eran exactamente
iguales.1
As, es de suponer que durante la inspeccin del ao 1765 se
fabric un nuevo celemn no tanto para evitar que el muy antiguo
celemn-patrn se acabara de romper, sino por ser ms fcil
falsear el nuevo, falsificacin que debi de tener lugar muy poco
tiempo despus del ao 1765. Pero en este caso, el comisario
del ao 1778 no quiso zanjar l mismo el pleito, dejndolo al
buen entendimiento del Tribunal Referendario, ya que el buen
hombre no poda desaprobar la decisin del representante de
su propia institucin, que trece aos antes haba estampado su
sello en el nuevo celemn, certificndolo como autntico.
Por su parte, los campesinos siguen el camino ms acertado
para su defensa: no ponen en duda la decisin del comisario
en el ao 1765, pero tienden al mismo tiempo a dem ostrar que
la nueva medida no es la misma que fue comprobada en pre
sencia del comisario y la cual concordaba entonces completamen
te con el antiguo patrn.130 En este litigio son un vivo testimonio
los viejos campesinos que presenciaron la antigua inspeccin
as como la nueva investigacin del comisario. El falseamiento
de las medidas era un fenmeno tan frecuente que ni los mis
mos representantes del aparato del control de los latifundios
lo podan comprobar a veces. El inspector Lachmanski, perte
neciente al rgano de control de los bienes primaciales, reconoce
que verificando sobre el terreno la queja del vecindario de la
finca de Kurzelowski, ha comprobado que la medida ha sido
aumentada en cuatro jarros por los mayordomos y que mand
confeccionar una nueva medida justa de cuarenta jarros y se
llarla.131
Es evidente que aquellas investigaciones metrolgico-histricas no debieron ser fciles de efectuar por poco que se reali
zaran a conciencia. Los campesinos de las aldeas primaciales de
Sendziejowice y Zagliny fueron a quejarse al prroco, entre otras
cosas, de que las medidas haban sido aumentadas.13* El arren
dador de las tierras reconoce que l estaba en duda de si no
exista una medida ms pequea cuyo patrn se guardaba en el
pueblo de Widawie y que aconsej a los aldeanos traer del citado
municipio alguna prueba autntica sobre las medidas, pero co
mo quiera que se trata de un perodo de 264 aos, no es posible
obtener ninguna.133
A buen seguro que cuando los nobles o los clrigos necesita
ban algn certificado del municipio, los funcionarios de la al
calda deban salvar mucho ms fcilmente las dificultades eursticas y hermenuticas y entregar los documentos indispensables
que cuando se trataba de simples campesinos!
La actividad del Tribunal Referendario de la Corona es, por
tanto, interesante en muchos aspectos. La unificacin de las
507

medidas, que se asienta a la vez en la intangbilidad de los anti


guos privilegios feudales, es causa de que en muchos casos se
efecten bsquedas formales de carcter histrico-metrolgico
con respecto a los siglos pasados. La magnitud de las presta
ciones de los campesinos segua intangible aunque hubiera de
traducirse a las nuevas medidas unificadas. Aparecieron las for
mas de averiguacin metrolgicas, autnticas para los tribuna
les: las certificaciones de las autoridades municipales, la com
probacin con las medidas-patrn, los testimonios de los an
cianos.14
En tom o a estos problemas que en esencia no eran sino
litigios ligados a la magnitud de las prestaciones se libr una
enconada lucha de clases. Durante la misma se pusieron de ma
nifiesto los abusos y los falseamientos metrolgicos perpetrados
desde los tiempos antiguos. En muchos casos, la burguesa y el
clero se ven arrastrados a la lucha entre el seor feudal y su
dominio, la aldea. El Tribunal Referendario asume en este terre
no un papel que se halla condicionado por su carcter multila
teral. Por una parte, es el instrum ento de los grandes terrate
nientes (y en ciertos casos del Estado) interesados, en cierto
modo, en que el que dispone de los bienes no disfrute de ms
renta que la que ha sido estipulada. Por otra parte, es un em
pleado del Estado que aspira a suavizar en un rea por cierto
muy pequea la lucha de clases, a reducir el campo de los
conflictos, a evitar las fricciones. Por ltimo, es un rgano de
clase que, como institucin y por quienes forman parte de la
misma, se halla sujeto por muchos hilos a una de las partes que
intervienen en la lucha. De ah que en su actividad, el Tribunal
Referendario se m uestre comprensivo ante las pruebas presen
tadas por los seores feudales y que por otra parte aspire a
establecer de una vez y para siempre las normas obligato
rias, concedindole a la parte perjudicada ciertas garantas (co
mo es la de otorgarle a la aldea un doble de las medidas-patrn
con el derecho a confrontarlas con las medidas del seor), para
evitar todo engao metrolgico en el futuro.
La unificacin de las medidas promulgada por la Constitucin
de 1764 no tropez siempre, ni mucho menos, con la oposicin
de los aristcratas de la tierra. Hay indicios de que, all donde
las nuevas medidas eran superiores a las tradicionales, los seo
res feudales se amoldaban de buena gana a los reglamentos
constitucionales, incrementando al mismo tiempo las prestacio
nes de los campesinos.
Esto es lo que debi suceder en varias aldeas primaciales,
cuyos vecinos se quejan en el ao 1785 de que ahora les man
dan entregar los diezmos segn el celemn actual de Lowicz sin
duda el unificado, bastante mayor que la antigua medida.135
El hecho aparece an ms claro en la splica de los vecinos
de las aldeas primaciales de Sedzejowice y Zaglin, tambin en
508

el ao 1785, pues los campesinos se quejan de que as como


antes entregaban al prroco un diezmo equivalente a tres medi
das de cuatro jarros de centeno o de avena, ahora tienen que
entregar tres medidas de centeno y tres de avena, pero de una
contenencia de doce jarros polacos cada una.i36 La medida
polaca deba ser precisamente la medida unificada segn la
Constitucin de 1764.
En las condiciones del caos metrolgico que no dejaba de
coexistir con el desarrollo de la economa de mercado, el cam
pesinado, como el elemento ms dbil que era, tena que verse
perjudicado en todos los aspectos. La splica de los campesinos
de la aldea primacial de Kompin en el ao 1785 no puede ser
ms clara: Cuando a los aparceros nos falta dinero para pagar
los tributos, nos vamos a Varsovia, donde a veces nos pasamos
tres das en busca de un comprador del trigo que llevamos. A
menudo tropezamos con unas medidas que son mayores que las
nuestras, por lo que hemos de dar ms trigo por el mismo di
nero.137
En ei mercado de Varsovia o de sus alrededores se juntan
los campesinos de todos los lugares, y con ellos las medidas tra
dicionales de la regin; pero este fenmeno se da en una escala
mayor an en Amrica, donde se mezclan todas las medidas de
las distintas provincias de Espaa. Las prdidas resultantes de
tai situacin las deba soportar el campesino, y ello a los veinte
aos de haber sido promulgada la Constitucin de 1764.
Slo el sistema mtrico permiti realizar 'una autntica uni
ficacin de las medidas, pero esto era impensable en unas socie
dades que desconocan los principios de la igualdad de los ciu
dadanos ante la ley.

LAS FUNCIONES DE LAS MEDIDAS


E N LA ECONOMIA MERCANTIL

Para el hombre contemporneo, la idea del precio es la rela


cin existente entre una suma de dinero y la cantidad de mer
cancas, siendo variable la primera magnitud e invariable la
segunda. Suponiendo que el precio del pan suba o baje, en nues
tra concepcin ello significa que crece o disminuye la suma de
dinero que debemos pagar por esa misma cantidad de pan.
El criterio de que el cambio en la situacin del mercado se
refleja en el cambio de la suma de dinero pagada por una canti
dad invariable de mercanca, no es en las relaciones sociales un
hecho necesario ni universal, ya que la historia conoce otras
formas de expresin de este fenmeno social.
Un ejemplo magnfico de ello es la forma muy extendida
en la poca feudal de comprobar las fluctuaciones del precio
509

del pan, consistente en el hecho de que en caso de producirse


alguna oscilacin en el mercado, no .era el precio del pan el que
cambiaba, sino su peso. En caso de producirse una variacin
en los precios de los cereales panificables, el panadero o su gre
mio cambian el peso del pan. (E n el siglo xvi, este alimento de
prim era necesidad costaba en Polonia un groszy y ms tarde,
segn la desvalorizacin de la moneda, de tres a seis groszys .) 138
Este procedimiento suele ser reconocido como justo y las tasa
ciones voivodales lo tienen en cuenta como norm a.19 As por
ejemplo, la tasacin jad a en Varsovia el 1 de junio de 1622
ordena que el pan de un groszy debe pesar treinta y cinco
onzas m ientras no se llegue al trigo de la nueva cosecha, y el
justiprecio del 9 de febrero de 1623 reza que el pan de buena
y clara harina candeal, sacado del horno, debe tener por un groszy
diecisis onzas, y el de calidad inferior dieciocho onzas.140 As
que las tasaciones, y con ellas las autoridades de control, no actua
ban en contra del cambio de los precios del pan, puesto que era
invariable, sino en contra de las infracciones relacionadas con
el peso del mismo. Por ejemplo, la valuacin de Lvov en el ao
1726 informa que los panaderos cuecen un pan ms pequeo
que antes; la tasacin del ao 1738 dice que los panaderos no
venden el pan segn el peso reglamentario y cuecen y venden
el pan a su antojo; y la valuacin del ao 1765, que los pana
deros roban sin escrpulo, cociendo un pan demasiado peque
o.141 En caso de litigio, era costumbre efectuar pruebas en
la tahona, cociendo los panes,142 procedimiento que tiene una
honda fundamentacin y representa una im portante funcin so
cial. Su fundamentacin terica parte del justo precio de santo
Toms.
Tcnicamente, era mucho ms fcil la manipulacin del peso
ya que a menudo no exista la suficiente moneda fraccionaria. Si
el precio del pan cambiaba, supongamos, en un 10 %, era mucho
ms fcil reflejar el alza o la baja del mismo aumentando o re
duciendo a proporcin su peso. Pero nos parece ms im portante
an la funcin poltica de este sistema, pues perm ite modificar el
precio de un artculo de prim era necesidad de una form a menos
perceptible y que por lo tanto hiere mucho menos el amor pro
pio de la plebe urbana, cuyas reacciones eran tem idas tanto por
la corporacin de los panaderos como por las autoridades muni
cipales y los seores feudales. Acostumbrada a que el pan cos
tara siempre un groszy, la poblacin lo tena de esta m anera
a ese precio. Es evidente que este mtodo pudo utilizarse slo
hasta cierto momento. Al producirse grandes saltos en el sumi
nistro de los cereales o en las relaciones m onetarias (a mediados
del siglo xvn en Polonia), haba que conformarse con que el pan
costara dos, tres y a veces hasta seis groszys, tratando nueva
mente de que la clase humilde se habituara al nuevo precio in
variable. Los consumidores saban darse cuenta de que el peso
510

haba cambiado, pero hasta cierto punto este procedimiento ser


va de tope, amortiguando la reaccin social ante los fenmenos
del mercado, que era precisamente de lo que se trataba.
Este mismo mtodo lo utilizaban tambin, aunque no de una
manera oficial s espontneamente, los vendedores de otros ar
tculos y especialmente de aquellos productos que se solan ven
der segn unas medidas muy especficas, como el queso, la
mantequilla, las bebidas, etc.
Hay otros ejemplos que m uestran cmo, segn los conceptos
que prevalecen en la sociedad feudal, la medida no tiene que
ser necesariamente invariable:143 se hallaba extendida la idea de
que el mercader tiene derecho a servirse, si no de otra medida,
al menos de otras formas de m edir para la compra y la venta
de las mercancas. El hecho est ligado nuevamente con la con
viccin de que el precio de la mercanca constituye algo as
como un rasgo que la caracteriza, y el cual no puede ser cam
biado por el hombre sin que ste incurra en un pecado. As, el
comerciante pagaba por el celemn de trigo el mismo precio
al que luego lo venda, pero al comprarlo, meda con creces
y al venderlo meda con tasa. En esta tram pa estaba su ganan
cia.144 Por lo dems, el beneficio no era despreciable. El Tribunal
Referendario de la Corona, al calcular la medida tradicional del
diezmo de los campesinos segn la Constitucin de 1764, agrega
ba por cada celemn un colmo equivalente al 1/16, o sea al
6,35 /o 143 de su capacidad autntica, pero en la prctica comercial
el porcentaje sola ser mucho mayor.
La invariabilidad de los precios quedaba a salvo asimismo en
muchas ocasiones gracias al cambio de las medidas, cuando
haba que equilibrar la diferencia existente entre el lugar de la
produccin y el lugar de consumo. Se daba el caso de que los
precios eran idnticos en ambos lugares, pero en el primero las
medidas eran ms grandes, cubriendo esta diferencia el coste
del transporte y el beneficio del comerciante.146
El cambio de las medidas o de las formas de medir permite
asimismo salvar en apariencia el principio del prstamo sin in
ters, lo que ocurre con harta frecuencia en las relaciones entre
la aldea y el castillo: el seor feudal prestaba al campesino el
trigo medido con tasa y, al serle devuelto, lo meda con colmo.147
La importancia de la Constitucin de 1764 consiste no slo en
que se trata de una nueva tentativa de unificacin de los pesos
y las medidas en las ciudades, sino en que introduce resuelta
mente el principio de uniformidad de las formas de medir.148
La medida se convierte en una convencin que obliga igual
mente al campesino como al seor, al vendedor y al comprador,
al productor y al consumidor, al mayorista como al detallista.
Para poder calibrar el carcter innovador de esta reforma es
preciso recordar el concepto tan distinto que sobre ello se tena
en la poca de dominacin del sistema feudal.
511

LAS CONDICIONES SOCIALES DEL SURGIM IENTO


DE LAS MEDIDAS CONVENCIONALES

Como indicbamos anteriormente, por regla general las me


didas existentes en los comienzos del capitaiismo suelen tener
un carcter significativo, que expresa algo de ndole humana,
vinculado con la persona o con sus condiciones de vida y de
trabajo. Las medidas modernas tienen un carcter puramente
convencional. Lo ms importante en ellas es el sistema adopta
do y no la magnitud de las unidades fundamentales, ya que un
sistema pudiera basarse igualmente en una unidad ms grande
o ms pequea. La significacin de las unidades de medida
convencionales tsicas (densidad de una cantidad de agua deter
minada a una tem peratura y bajo una presin dada) o astron
micas (una fraccin determinada del ecuador) no tiene un ca
rcter social. Este problema se ha puesto de manifiesto con la
mxima claridad en la historia del m etro149 que al principio fue
adoptado como la 1/40.000.000 parte del ecuador m tre vrai et
dfinitif en Francia por decreto del 22 de jimio de 1769, y que
sigue siendo la unidad bsica del sistema (por decisin de la
Conferencia Internacional de 1870-1872) a pesar de que unas me
diciones ms perfectas han modificado nuestro concepto sobre
la longitud concreta del ecuador y a que las nuevas investiga
ciones habrn de calcular con una exactitud an mayor esa lon
gitud. As, en la actualidad, en los pases donde rige el sistema
mtrico, la unidad de medida no es la 1/40.000.000 parte del ecua
dor sino el m etro patrn de platino-iridio que se conserva en
el Pabelln de Breteuil, en Pars.
Qu es lo que representa, socialmente, el trnsito de unas
medidas significativas y en cierto sentido humanas, a las medi
das abstractas, convencionales, sin ninguna significacin? Prin
cipalmente, la necesidad de unos aparatos de medida comunes,
comprobables e independientes del individualismo humano. El
principio de Protgoras segn el cual el hombre es la medida
de todas las cosas, se halla reemplazado por la bsqueda de
una medida objetiva e invariable. Y no es fcil hallar un ele
mento invariable en un mundo en que todo cambia! Por lo
tanto, los esfuerzos tendentes a encontrar tales puntos de refe
rencia rebosan de sentido social y no tiene nada de extrao
que, en su afn por encontrar una magnitud inmutable, el hom
bre haya llegado a adoptar como tal un determinado rasgo del
planeta en el que le toc vivir y que representa para l el nico
punto de referencia. Pero luego se demostr que an no saba
medir con exactitud este planeta y, por aadidura, que ste
tampoco es absolutamente invariable. Entnces qued el puro
convencionalismo.
Pero la historia del m etro no acaba en este convencionalis
mo. El patrn de Svres elaborado con platino e iridio, y que
512

desde la I Conferencia Internacional de las Medidas y los Pesos


en 1889 era el patrn internacional en vigor, pas a la jubila
cin despus de setenta aos de servicio y, como un objeto de
curiosidad, al Museo; ya que tenia dos defectos: su exactitud
de 1/10.000.000 de m etro que hace setenta aos pareca tras
cendental, ya no satisface las necesidades de la industria de pre
cisin en la actualidad (por ejemplo, para la produccin de los
cohetes teledirigidos), por cuanto la tolerancia admitida no pue
de rebasar a veces un 1/10.000.000 no ya de metro sino de mi
lmetro!, por lo cual la precisin debe ser mil veces mayor. En
segundo lugar, el hecho de que el funcionamiento del sistema
mundial de medidas y de pesos dependa de un nico patrn,
aunque ste se conservase y vigilase con el mayor de los cuidados,
constitua un riesgo demasiado grande. El nuevo metro tena,
por tanto, que cumplir con dos condiciones: a) ser lo ms pre
ciso posible y b) poderlo reproducir. Y as fue como el da 14 de
octubre de 1960 el metro-patrn de Svres qued destronado.
Pero este cambio no fue solamente el cambio de un patrn.
En prim er lugar, se trata de la supresin del patrn en general.
Actualmente, el metro-patrn puede ser reproducido en cual
quier laboratorio del globo terrqueo adecuadamente guardado.
Constituye al mismo tiempo un cambio de concepto y de defi
nicin. La definicin oficial del m etro reza actualmente as: el
metro es una longitud igual a 1,650,763,73 longitudes de onda en
el vaco de la radiacin correspondiente a la transicin entre
los niveles 2pl0 y 5d5 del tomo de criptn 86.
Un porcentaje muy reducido de la humanidad es capaz de
entender esta definicin. Desde ahora no ser fcil explicar a los
alumnos en la escuela lo que representa el metro. Hemos reco
rrido un camino muy largo desde las medidas de la poca feudal
tan repletas de significacin humana. La deshumanizacin de
un instrumento tan comn y tan cercano a la vida cotidiana del
hombre, ha alcanzado un extremo peculiar.
Pero, al mismo tiempo, por este camino el entendimiento y la
cooperacin interhumana pueden desarrollarse favorablemente y
alcanzar los mayores resultados.
Es evidente que la unificacin de las medidas constituye un
proceso histrico paralelo a la extensin del mercado. Anterior
mente hemos visto cmo la aristocracia polaca, conforme va
convirtindose en una clase comerciante, lucha por la unifica
cin de las medidas necesarias para dicho comercio, js decir,
por las medidas del comercio al por mayor, luchando a la vez
por su soberana en cuanto se trata de las medidas que juegan un
papel decisivo en sus relaciones con la aldea. En aquellas
regiones donde la burguesa era ms poderosa que la aristocra
cia, y que tena en sus manos el comercio mayorista, postulaba
por la unificacin de las medidas.150
Segn el mercado va convirtindose en mercado nacional
hcs

100. 33

513

en el marco de un Estado, la unificacin de las medidas es el


smbolo de las transformaciones que ya se han producido y un
factor que acelera las nuevas transformaciones. As lo compren
di Goethe cuando, al referirse a la futura unificacin de Ale
mania, subray: Deustchland sei eins in Mass und Gewicht .151
La Prim era Repblica francesa, centralista, tuvo que influir con
fuerza en este aspecto. En la actualidad, la Repblica India in
dependiente, al luchar por la superacin de los separatismos lo
cales, no poda olvidarse de este problema, por lo cual se pro
mulg el sistema m trico en el ao 1961.
Cuando se introdujo en Francia el sistema mtrico, ya vean
en l una futura Institucin Internacional, ya que se prometan
y el futuro demostr lo justo de este vaticinio que sera
aceptado por los dems pases. ste deba ser, segn la term i
nologa altisonante de la Revolucin francesa, un sistema para
todas las naciones, para todos los tiempos.
El metro no tiene actualmente ninguna significacin- social
concreta, es una pura convencin. En cambio, tiene una signi
ficacin social infinitamente mayor: la aceptacin del m etro co
mo unidad de medida comn. No significa ni ms ni menos que
un gran xito de la hum anidad en el camino que conduce al
lenguaje universal, a la comprensin y a la cooperacin entre
todos los hombres.152

LA METROLOGIA H IST RICA COMO CIENCIA AU XILIAR


DE LA H ISTO R IA Y CAMPO DE ESTUDIOS HISTRICOS

La metrologa histrica se interesa por los antiguos sistemas


de medida. En esta definicin hacemos hincapi sobre la palabra
sistema, ya que se trata de tom ar en consideracin durante la
investigacin todos los elementos ligados con las medidas y por
lo tanto de tener en cuenta los sistemas de contabilidad, los ins
trumentos, que a veces suelen ser ms importantes, como ha
sido demostrado, que las medidas abstractas; formas que suelen
ser diferentes en las distintas situaciones sociales y, por ltimo,
hay que tener' en cuenta todo el conglomerado de intereses so
ciales diversos y a veces antagnicos que est ligado con este
problema. En esa definicin se encierra a la vez el convenci
miento de que todos esos elementos son interdependientes, for
m an un todo estructurado, y que debe investigarse cientficamen
te como un sistema creado por la sociedad de la que forma
parte integrante.
Las fuentes de investigacin de la metrologa histrica son
muy numerosas, y, acaso sea esto lo ms importante, muy di
ferentes. El papel simblico de la justa medida y en parti
cular del peso hizo que las diferentes sociedades y pocas
514

nos legaran las ms. interesantes y hermosas figuraciones ico


nogrficas. La balanza es el atributo del dios egipcio Amn,
como lo es tambin de los ngeles en numerosas escenas del
Juicio Final que adornan los portales de las catedrales rom
nicas y gticas. En esa iconografa se halla la ms rica docu
mentacin para conocer los instrumentos de medida, y en mu
chos casos para conocer sus formas de utilizacin.
Peor es la documentacin concerniente a las medidas de su
perficie aunque, no obstante, la significacin que se atribua a
esta operacin dio lugar a la creacin de preciosos documentos
iconogrficos.153 Las dificultades concretas que supone la mensuracin de la superficie y especialmente de un campo originaron
la elaboracin de manuales de geometra rebosantes de descrip
ciones importantsimas para la metrologa histrica.154
Los monumentos de la cultura material son asimismo una
fuente documental. Los museos etnogrficos de toda Europa es
tn llenos de esta categora de fuentes iconogrficas,?55 pero fal
tan los catlogos y las fotografas. En la mayora de los casos
estas riquezas no se aprovechan y los objetos no se hallan data
dos de una forma satisfactoria y convincente. A veces, suelen
existir museos especiales en los Institutos nacionales de Pesos
y Medidas.156 Pero la conservacin de un gran nmero de reli
quias metrolgicas se halla dificultada por la sencilla razn
de que casi siempre estn confeccionadas con materiales de
fcil deterioracin. Muchos de estos instrumentos de medida eran
de cuero.157 Tambin suelen ser de las distintas maderas las
medidas utilizadas para los cereales.15* Precisamente, la falta de
consistencia de estos materiales facilitaba los engaos metrolgicos, como ya lo hemos visto anteriormente. Esto explica que
en muchos casos se ordenara reforzar las medidas-patrn con
materiales ms slidos como, por ejemplo, el hierro.
Por ltimo, tenemos otra categora de fuentes en los manus
critos, cuyas caractersticas es obvio definir ya que en los apar
tados anteriores hemos mostrado algunos ejemplos de utilizacin
de las mismas.
Merece ser sealado asimismo un tipo de fuentes excepcio
nalmente ricas y que m uiatis m utandis se r e p ite _muchos pa
ses. Nos referimos a las actas relacionadas con la promulgacin
en un pas determinado del sistema mtrico. Esta reforma exigi,
por regla general, que se efectuase un inventario de los siste
mas existentes, la comprobacin de las medidas tradicionales
con el sistema mtrico segn los mtodos modernos y, lo que es
an ms importante, dicha reforma tropez generalmente con
diversas resistencias sociales, lo que dej una cuantiosa docu
mentacin en los archivos.159
En los apartados anteriores hemos tratado de demostrar la
trascendencia de las fuentes de procedencia jurdica. Referente
a los problemas metrolgicos ligados con el campo, las fuentes
515

de esta clase sern siempre elocuentes, especialmente cuando los


campesinos tuvieran acceso a los tribunales de Estado. Por des
gracia, ste no era el caso en Polonia a p a rtir del siglo xvi, lo que
es de lam entar para el historiador actual. De ah la gran impor
tancia que para Polonia tienen las actas del Tribunal Referenda
rio. Es verdad que conciernen a una pequea fraccin del cam
pesinado, pero, no obstante, muchos de los fenmenos que se
aclaran en ellas no deban lim itarse a los bienes de la Corona.
De ah tambin la gran trascendencia de los documentos que
han podido conservarse en los grandes latifundios, cuyos tribu
nales patrimoniales tenan un alto nivel de organizacin. Igual
mente es preciso hacer resaltar la im portancia de las splicas
de los campesinos y de los documentos ligados a las indagacio
nes que suscitaban.
Naturalmente, el historiador no se halla en condiciones de
comprobar lo legal de las quejas del campesinado. Sin embargo,
no cabe duda de que, si no siempre, al menos en la mayora de los
casos stas eran justificadas. Esto lo demuestra: a) el carcter
masivo de las quejas, b) la relacin muy concreta de las arbitra
riedades y de los mtodos utilizados, c) las sentencias de los
tribunales reales o las decisiones de los propietarios quienes, a
pesar de su parcialidad y su benevolencia hacia los arrendadores
o administradores de la aristocracia, suelen darle la razn al
campesino.
Como ocurre siempre en las investigaciones histricas, tam
bin aqu se plantea la cuestin de saber hasta qu punto el
fenmeno que ha sido comprobado en el anlisis probatorio
puede aplicarse a toda la m asa del problem a investigado. En
este caso, la masa investigada sern los bienes reales y los lati
fundios en relacin con el conjunto del campo polaco. Pero des
conocemos lo que pudo pasar en las fincas de la nobleza media
y pequea que adm inistraba ella misma sus bienes y en las cua
les no haba lugar a las splicas de los campesinos, y donde las
quejas slo eran orales, no teniendo adems los aldeanos ningn
acceso a los tribunales de Estado. Como quiera que se trata de
una misma clase social, semejante a la de los arrendadores y
adm inistradores de los bienes de la Corona o de los grandes
terratenientes y que gobierna sus fincas en las mismas condi
ciones sociales y con los mismos mtodos, no es arriesgado el
suponer que tambin en aquellas fincas los abusos metrolgicos
eran un fenmeno corriente. Y acaso ms frecuente por cuanto
los campesinos tenan en este caso menos posibilidades de de
fensa. Si de los documentos escogidos entre las actas del Tribu
nal Referendario de la Corona pudimos extraer en un perodo
de tiempo relativamente corto y de los nicos bienes primacia
les, datos sobre centenares de quejas de los campesinos contra
los abusos metrolgicos, cuntas no sern las injusticias que
debieron cometerse en toda Polonia?
516

La trascendencia de la metrologa histrica como ciencia auxi


liar de la historia es evidente y multilateral. Es tan importante
como en su campo lo son la cronologa y la numismtica.
Su funcin primordial a este respecto estriba en su utilidad
en cuanto a la comprobacin del origen del documento (datacin, localizacin geogrfica y social, descubrimiento de los fal
seamientos, etc). Czerepnin subraya este aspecto del problema
en su manual de metrologa rusa.160
La metrologa histrica tiene una aplicacin incomparable
mente ms extensa en el anlisis del contenido de un docu
mento. Un documento de arrendamiento es prcticamente incom
prensible si no tenemos alguna idea de las magnitudes que lo
componen. De igual modo, no podemos comprender la magnitud
de las prestaciones campesinas estipuladas en los inventarios
o en los censos. Los registros arancelarios, las actas de propie
dad, los testamentos, los contratos, etc., sern mudos si no uti
lizamos las conquistas de la ciencia metrolgica, lo que concierne
a todas las categoras fundamentales de las fuentes histricas.
No obstante, suponiendo que la metrologa histrica quiera
cumplir con su funcin de ciencia auxiliar de la historia, debe
considerrsela como un sector aparte de la problemtica histri
ca por lo dems, a juicio nuestro, esto se aplica a cada cien
cia auxiliar de la historia.
Las medidas premtricas, precisamente por tener un carcter
significativo y no convencional, por ser un atributo del poder
y un instrumento de los privilegios de clase, y por haberse li
brado en tom o a ellas una enconada lucha de clases,161 se hallan
saturadas de un rico y autntico contenido social cuyo descu
brimiento debe constituir la tarea principal de la metrologa
histrica. No cumplir con esta funcin si su labor contina
sujetndose estrechamente a la elaboracin exacta de la no
menclatura de las antiguas medidas y a reducirlas a las unida
des que se utilizan actualmente.162
Este ltimo concepto de las tareas de la metrologa histri
ca, por una parte la despojaba de la problemtica cientfica
ms interesante, y por otra parte desembocaba a veces en el
escepticismo y el pesimismo cognoscitivo del investigador que
se ocupa de esta temtica, como tambin del historiador que uti
liza los datos de la metrologa histrica. Con demasiada frecuen
cia es imposible convertir las antiguas medidas a las unidades
del sistema mtrico. Los resultados obtenidos con este mtodo,
muchas veces tras un gran esfuerzo, a menudo no solan tener
lina gran utilidad por cuanto, suponiendo que para un ao dado
se hubiera determinado con exactitud la magnitud del tributo
diezmal de cualquier aldea, en el villorrio vecino e incluso en
ese mismo ao, la magnitud del diezmo sola ser diferente con
mucha frecuencia. Esto explica que ese escepticismo y ese pe
simismo se justificaran realmente.
'
517

Pero cuando el historiador logra descubrir la significacin


social de una medida determinada, aunque esto no le aclare lo
que quisiera saber, por ejemplo, la exacta equivalencia mtrica,
no deja sin embargo de ensearle muchas otras cosas sobre
problemas incluso importantes. Suponiendo que lleguemos a la
conclusin de que en el siglo x v i el lan, con todas sus diferencias
en cuanto a la superficie geomtrica, significa una unidad de
medida de las parcelas de los siervos vinculada totalm ente con
las prestaciones feudales, obtenemos as nuevas posibilidades
a n a l t i c a s . Tomemos el caso de las estadsticas de la estruc
tura agraria. Suponiendo que el tertium com parationis sobre la
base del cual ha de efectuarse la clasificacin de la m asa esta
dstica analizada, sea la superficie geomtrica de la tierra po
seda, naturalm ente, aqu tienen razn los escpticos que ponen
en guardia contra la diferenciacin estadstica de las capas del
campesinado en los siglos x v i al x v i i i en Polonia como lo hacen
Rutkowski y su escuela.
Pero si tenemos en cuenta el sentido autnticam ente social
del trm ino lan, entonces la clasificacin de los campesinos en
orden a los que pagan un lan entero, un medio lan o un
cuarto de lan ser mucho ms grfica y elocuente, y la estads
tica establecida en estas cualificaciones cobra un sentido mucho
ms profundo con respecto al objeto indagado. Es evidente que
tanto el investigador como los que utilizan la investigacin deben
tener en cuenta que en este problem a no se puede hablar de
ninguna comensurabilidad geomtrica. Pero la comprensin de
lo que significan realmente las cifras que figuran en las esta
dsticas no slo en estos casos constituye un problema complejo
y no slo en estos casos ha ocasionado incomprensiones.
A la lgica de lo que hemos dicho anteriorm ente, an quedan
muchos problemas por analizar.
As como en la Biblia observamos de qu forma el concepto
real sobre las medidas se transform a en smbolo, desearamos
comprender m ejor cmo y en qu condiciones sociales la idea de
la medida justa se transform a en el smbolo del hombre hon
rado, de la honradez en general, de las relaciones honestas entre
los hombres; uno deseara conocer la gnesis de las atribucio
nes de las autoridades estatales en cuanto al control de las me
didas, de las atribuciones de otros factores del poder y de la
tpica lucha que se libra en torno a tales atribuciones; deseara
mos conocer m ejor la im portancia de las medidas en las rela
ciones del mercado o en los intercambios directos en las eco
nomas con un bajo nivel de comercializacin; a este respecto,
mucho pueden ayudarnos las investigaciones de los antroplogos
sociales y de los economistas que investigan a los as llamados
pases atrasados; quisiramos entender ms cabalmente los con
flictos existentes entre las tendencias sociales de las que aqu
se ha hablado: la tendencia a la inercia de las medidas entra
Slfi

aqu en conflicto con el carcter significativo de las mismas y,


segn se desarrolla la economa mercantil, entra en conflicto
con la tendencia a la invariabilidad de los precios, con lo que
una vez una y otra vez otra de estas tendencias sale vencedora,
como en el ejemplo citado del pan; desearamos tener un m ejor
conocimiento del conflicto entre la tendencia al cambio de los
precios y la tendencia a la invariabilidad de las medidas, con
flicto que term ina con el triunfo de la prim era tendencia para
encubrir las diferencias entre el precio de compra y el precio
de venta, el precio del sector exportador y el precio del sector
importador, el precio al por mayor y el precio al detall; qui
siramos conocer ms de cerca la funcin de las medidas y de
las formas de medir en el marco de la actividad crediticia, parti
cularmente cuando se trata de encubrir con ello el inters ren
dido por los prstamos en la Europa medieval donde rige la pro
hibicin cannica como asimismo en las otras pocas o pases
e incluso en numerosas naciones actualmente atrasadas, ya que
la prohibicin cannica de la renta del dinero representa un
aspecto individual de un fenmeno considerablemente ms exten
dido y caracterstico de las economas dbilmente comerciali
zadas; por ltimo, querramos conocer m ejor las condiciones
sociales indispensables a la unificacin metrolgica. Nada ms
aleccionador acerca de dichas condiciones que el anlisis de las
tentativas unificadoras, que fueron tan numerosas, que term inaron
con un fracaso, el anlisis de las resistencias sociales con que
se tropez al promover la unificacin de las medidas y la inves
tigacin en tom o a las supervivencias que, a pesar de la unifi
cacin, se observan en la prctica social.
Cada medida es, en tanto que Institucin social, el reflejo
de una categora especfica de las relaciones interhumanas y que
puede informamos sobre dichas relaciones. La correlacin entre
las medidas, las peregrinaciones de las medidas y de sus nom
bres, etc., pueden damos detalles acerca de las relaciones cultu
rales entre los pases y las civilizaciones.1*4 El creciente proceso
histrico de unificacin de las medidas es un ndice hermoso, no
slo uno de los elementos ms trascendentales sino el ms tras
cendental del proceso histrico de la humanidad: del proceso
de su unificacin.
Los estudios metrolgicos, ingratos nicamente a primera
vista, se convierten, en manos de un investigador inteligente,
en un instrumento de anlisis capaz de aclarar las grandes co
rrientes civilizadoras.16

519

XIV.

El hombre y fa naturaleza

EL MEDIO GEOGRAFICO

La actividad econmica del hombre es siempre un proceso de


intercambio de energa del mismo con la naturaleza. De ah la
necesidad de conocer el medio geogrfico en el cual se desarrolla
la actividad econmica humana, la cual es de una trascendencia
especial para el historiador debido a la variabilidad histrica
del citado medio y mucho ms an por cuanto los diferentes
elementos que lo componen y su misma estructura juegan un
ppel Listinto en las condiciones sociales: as por ejemplo, los
yacimientos de hulla no son un elemento esencial en las socie
dades que desconocen su utilidad.
El desconocimiento de la mutabilidad histrica del medio geo
grfico y de los cambios de sus funciones sociales desembocaron
ms de una vez en cmicos malentendidos. De ah la importan
cia de la geografa histrica como ciencia auxiliar de la historia.1
La relacin entre la sociedad y el medio geogrfico no es una
relacin constante basada en unas leyes inmutables y duraderas
sino una relacin variable, la cual se refleja en la transforma
cin incesante de las dependencias... El medio geogrfico, base
constante e indispensable de la vida social, se halla transforma
do por dos categoras de fuerzas: por las fuerzas de la naturaleza
y por las fuerzas sociales de produccin, existiendo entre las
mismas una interdependencia dialctica... La accin de las fuer
zas naturales se halla limitada o modificada por cada modo
de produccin, estando a su vez acelerada o frenada la accin
de las fuerzas productivas en funcin del nivel de los recursos
naturales y de los procesos que se operan en el medio geogr
fico.2
El reflejo exterior del medio geogrfico es el as llamado pai
saje, el cual nos informa sobre muchos aspectos de un medio
geogrfico determinado, pero no de todos *
Cientficamente, el paisaje se suele dividir en paisaje natural
y en paisaje cultural, segn haya sido transformado o no por la
accin del hombre. Pero en la prctica, el historiador slo se
refiere a este ltimo.
En el terreno de la reproduccin del paisaje cultural, la cien
cia ha acumulado ya bastantes conocimientos. Aqu predominan
dos procedimientos: para la poca de las poblaciones primiti
vas y la Antigedad el mtodo progresivo, que consiste en ano521

tar sobre el m apa los resultados de las exploraciones arqueo


lgicas, y para los tiempos modernos, el mtodo retrospectivo,
tomando como punto de partida los primeros documentos rela
tivamente autnticos y remontndose al pasado en la medida
de lo posible.4 Este ltim o mtodo comporta evidentemente nu
merosos riesgos, pero la prctica cientfica nos ha convencido,
no obstante, de que su prudente utilizacin puede abrim os unas
perspectivas histricas bastante profundas en cuanto al conoci
miento del pasado.5
Sin embargo, queda mucho por hacer en el terreno de huma
nizar nuestros conocimientos acerca del medio geogrfico del
hombre en la Antigedad. Por ejemplo, no existen mapas geol
gicos histricos que nos m uestren los recursos geolgicos esen
ciales, conocidos y explotados de acuerdo con el desarrollo de
la tcnica en cada poca. Carecemos de los mapas hidrogrficos
que habran de m ostrarnos cules eran los ros y qu parte
de los mismos eran navegables en un perodo determinado. Dis
tamos mucho de tener una buena orientacin acerca de los ele
mentos del medio geogrfico y del papel social que tuvieron
en las diferentes pocas. No sabemos qu clases de tierra fueron
utilizadas en las distintas tcnicas y los diferentes cultivos. Igno
ramos qu elementos del medio geogrfico montaas, aguas
fueron en los distintos tiempos una barrera para la cultura, y
cul de ellos constituy la base sobre la cual se establecieron
y desarrollaron los lazos culturales.

EL ESPACIO Y LAS D ISTAN CIAS E N LA H ISTO R IA

Al pare er, el hombre moderno est acostum brado a los con


ceptos oblativos del espacio y de las distancias, los cuales pue
den expre arse m atem tica y comparativamente. Pero esto no es
absolutarr ente exacto, ya que tanto en el hombre moderno como
y esto ' s lo ms im portante en las condiciones generales de
la vida social contempornea, el sentido social de lo cercano y
de lo a ejado no corresponde a la expresin matemtico-geo
grfica d* estos conceptos.
Durai te los aos de la ocupacin nazi, para el habitante de
Varsovi y no era slo una impresin suya sino que se refle
jaba en muchas realidades sociales, Lodz estaba mucho ms
lejos qi e Cracovia, lo cual, como sabemos, no coincide de nin
guna m mera con el kilometraje.* El habitante de una aldea si
tuada cerca de una estacin de ferrocarril que dista 80 km de
la ciudad no slo se sentir menos alejado de sta que el habi
tante >le otra aldea situada a 20 km pero sin ferrocarril, sino
* D - Varsovia a Lod z median 120 km, mientras que de Varsovia a Cra
covia b ly una distancia cerca de tres veces mayor. (N. del T .)

522

que de hecho aqul se hallar ms ligado a la ciudad por slidos


vnculos econmicos y culturales. Tampoco es un absurdo que
en la vida social y econmica la distancia desde una ciudad A
a una ciudad B sea ms corta al ir que al volver, si a la ida
se sigue la corriente del ro y a la vuelta se debe ir contra la
corriente.
Si hemos de comprender el espacio como una correlacin va
riable en el curso de la historia entre los hombres y los grupos
humanos, no podemos sujetam os al clculo del kilometraje se
gn los mapas actuales. La tarea es mucho ms compleja.
Por ejemplo, un grupo de historiadores franceses elabor un
mapa del Atlntico y de las costas de la Amrica Central segn
la duracin media del viaje desde Cdiz al Nuevo Mundo en
el siglo xvi. Naturalmente, tuvieron que elaborar dos mapas, ya
que el viaje de regreso duraba en aquella poca mucho ms
tiempo. La direccin de las corrientes, de los vientos, el carc
ter tormentoso del Mar del Caribe, etc., todo ello provocaba
una seria deformacin que, curiosamente, recuerda en ciertos
aspectos los actuales mapas de navegacin.6
Este mismo fenmeno atae al espacio, su extensin y sus
lmites. Como sabemos, en etnologa el espacio no suele ser ni
mucho menos una magnitud abstracta.7 Las fronteras no siem
pre son una lnea ideal*
Al vivir en un mundo en el cul se operan cambios violentos
en cuanto a la velocidad de transmisin de las noticias y del
transporte de las mercancas, no nos podemos acostumbrar al
ritm o de estos cambios por lo que a veces nos hallamos sico
lgicamente retrasados en diez aos o ms. Por otra parte,
solemos olvidar que el ritm o de las variaciones en ambos as
pectos fue inconmensurablemente lento a travs de los siglos
y los milenios, sobre todo en lo que respecta a la transmisin
de las noticias. El medio ms rpido aqu fue el telgrafo ptico
y nada cambi desde el antiguo Egipto hasta mediados del si
glo xix. Cuando la transmisin de las noticias se acompaaba
de una carta o de una relacin oral, el medio ms veloz era el
del envo de un jinete y el relevo de los caballos, y en este punto
no hay quiz ningn progreso desde Ramss II hasta Napolen.
Ahora bien, este problema se plantea exclusivamente desde
el punto de vista de la historia de la tcnica, pero no de la
historia social. El telgrafo ptico, conocido naturalmente en el
antiguo Egipto, slo poda organizarse en el marco de los im
perios relativamente grandes y bien administrados. As, apareci
en el curso de la historia, desapareci y volvi a resurgir de
acuerdo con las formas estatales imperantes. E incluso donde
existiera, se plantea el problema de investigar acerca de cules
eran las clases sociales que lo utilizaban: Slo la corte, el
clero y los mercaderes? El asunto depende nuevamente del ca
rcter del Estado. Se tiene la impresin de que en el siglo xvi,
523

los mercaderes de las ciudades italianas tenan una red infor


mativa mucho m ejor organizada que los prncipes italianos*
En la poca moderna, el tpico magnate polaco mantena toda
una red de corresponsales remunerados en las diversas regio
nes del pas, as como en la capital o en la corte, los cuales les
informaban de todo cuanto ocurra a plazos determinados de
tiempo cada semana o hasta dos veces a la semana. Existan
asimismo las instituciones como las gacetas escritas. Estas fuen
tes se han conservado en abundancia en los archivos de la corte.a No sera interesante analizarlas desde ms cerca, cartografiarlas? Ver lo que el magnate poda saber acerca de lo
que aconteca en el pas o en sus provincias? Conocer coa qu
rapidez era informado? Averiguar qu es lo que segua igno
rando?
Actualmente, en la era de la ciberntica y del desarrollo de
la teora informacional, aprendemos a valorar la significacin
econmica de las informaciones y estamos en condiciones de
form ular preguntas con respecto a los m ateriales histricos.!
Observamos un progreso mucho ms im portante del trans
porte de las mercancas y de las gentes en la poca preindustrial. El trazado y ampliacin de las vas terrestres constituyen
un problema econmico trascendental en determinadas pocas.
Las carreteras construidas por la m onarqua absoluta para fines
sobre todo administrativos y militares, las cuales han de servir
a Luis XIV para trasladar rpidam ente sus ejrcitos de los fren
tes espafioles a los de Flandes o para luchar contra las suble
vaciones de los campesinos, se emplean al mismo tiempo para la
transmisin de las noticias y el transporte de las mercancas.11
Inspirndose en este ejemplo, el rey Estanislao Augusto no tuvo
ms deseo que sugerir a los ciudadanos arreglasen la carretera
que deba seguir en su viaje a Kaniow como el m ejor obsequio
que podran hacerle.
Y, nuevamente, lo ms im portante no es la existencia de la
carretera o su construccin sino el acceso social a la misma, lo
que cuesta utilizarla, etc. Los medios de locomocin, las carre
teras y las capas sociales ligadas con estas vas de comunicacin
peones camineros, ingenieros, postillones, propietarios de ve
hculos, etc., todo ello representa un fenmeno histrico varia
ble y trascendental. Por ltimo, tenemos el coste del transporte,
problema muy difcil de analizar,1* ya que aqu entra en juego
sobre todo el coste relativo, o sea el coste del transporte en rela
cin con el precio de la mercanca, que m uestra desde cundo
un artculo determinado comienza a ser transportable y sobre
qu distancia, a p artir de cundo y a qu distancia el coste del
transporte puede ser soportado en el clculo del precio. Si en
principio crece histricamente el nmero de los artculos trans
portables y se ampla el radio de su transporte, significa que
la productividad del trabajo en la transportacin se incrementa
524

ms rpidamente que la productividad del trabajo en la pro


duccin. Esta simple formulacin general no es fcil convertirla
a una categora histrica concreta. Pero cuando analizamos el
coste del transporte debemos tener en cuenta asimismo otro ele
mento: el del riesgo. Suponiendo que analicemos el coste de la
transportacin a bordo de un barco, ste no nos ha de informar
mucho si no conocemos el peligro inherente a este tipo de trans
porte.13 Pero como sabemos, el hombre hace que este riesgo sea
soportable a travs de su accin organizada. En el Mercader
de Venecia de Shakespeare, el personaje teatral que ha puesto
toda su fortuna en una sola transaccin asume enteramente los
riesgos de la m ism a:14 si el barco llega felizmente al puerto, su
ganancia ser enorme, pero si naufraga, quedar arruinado; y es
entonces cuando llegan las noticias de la tempestad en el m ar
indispensable para la tragedia. Por eso mismo, la Confedera
cin Hansetica sola repartir el peso de los riesgos sobre todos
sus miembros. Todos, estos elementos deben ser tenidos en cuen
ta cuando se trata del concepto denominado coste de trans
porte*.
En la poca preindustral el progreso del transporte martimo
es mayor que el de los transportes por tierra. Los perfecciona
mientos en la construccin naval, el aumento de la capacidad
de los barcos y el perfeccionamiento de los mtodos de nave
gacin constituyen los rasgos ms sobresalientes desde el si
glo xv al siglo xvm .
En el siglo xvm , la monarqua absoluta emprende en diferen
tes pases la construccin de los canales, cuya importante red,
construida en aquellos tiempos, sigue siendo por lo general la
base del sistema actual. En Polonia, el canal Real, el canal de
Oginski, ms tarde el canal de Bydgoszcz y el canal Augusto
pertenecen a esa misma categora de fenmenos. La construc
cin de dichas vas fluviales en el siglo xvm deba asegurar el
transporte econmicamente rentable de las materias primas pe
sadas en Inglaterra del mineral de hierro y del carbn e in
dispensables antes de la aparicin de los ferrocarriles.
La historia de la construccin de los ferrocarriles cuenta ya
con numerosos trabajos.15 Pero casi todos suelen pecar por el
carcter aislado del objetivo que sirvi de base a la investiga
cin. Bajo el punto de vista de la historia econmica, la cons
truccin de las lneas de ferrocarril son importantes para nos
otros por varias razones:
a)
nos interesa la acumulacin del capital necesario para
dicha construccin,16 la multiplicacin de las sociedades por ac
ciones, sus bancarrotas masivas por ejemplo, en Francia bajo
la monarqua de Julio, la participacin de los gobiernos y por
lo tanto el sentido econmico de aquellas bancarrotas proble
ma importantsimo tanto en el Imperio ruso como en el Reino
polaco;
525

b) el clculo y la rentabilidad de los ferrocarriles en unas


condiciones en que por regla general no exista la competencia16*
(a excepcin de Alemania, donde debido a la dislocacin poltica
del territorio se dieron casos de competencia entre los ferroca
rriles); tam bin se da el fenmeno de que el clculo anticipado
se basa principalmente en los ingresos del transporte de viaje
ros, m ientras que, de hecho, stos comienzan a ser suplantados
por los ingresos del transporte de mercancas; pero de qu m er
cancas?; tenemos, por ejemplo, las lneas de transporte de los
cereales y las que transportan el carbn, los fenmenos coyunturales, etc...
c) las lneas del ferrocarril construidas como grandes consu
midoras de productos industriales el carbn y el hierro para
su construccin y despus slo el carbn;
d) las lneas de ferrocarril como contros de ocupacin masi
va de los trabajadores asalariados, cualificados y no cualifica
dos; estos centros suelen ser los ncleos m s im portantes de la
clase obrera en formacin17 con un personal por regla general
muy heterogneo socialmente;1
e) la influencia de los ferrocarriles en la configuracin del
mercado del trabajo nacional e incluso internacional,19 en la mo
vilidad humana, en la conformacin de las relaciones hum anas,
en una amplia escala geogrfica y en la ampliacin de los hori
zontes de la humanidad;
/) por ltimo, tenemos el problem a ms im portante y cuyo
anlisis es ms difcil: la influencia de los ferrocarriles en el
clculo de la produccin en las regiones situadas a lo largo de
las lneas frreas y, por consiguiente, el clculo de la produccin
en todo el pas. Por regla general, esta influencia suele ser enor
me, complicada y m ultilateral.
Generalmente, los trabajos existentes acerca de la historia de
los ferrocarriles no responden a esas preguntas.
Pero no basta con la investigacin de los medios de comunica
cin predominantes en una poca determinada. Es preciso re
cordar que en una economa social concreta, existen diversos
medios de comunicacin, como el ferrocarril con el carro del
campesino. El contacto del campesino de una aldea alejada del
mundo depende en igual grado del precio del billete de ferro
carril como de las dificultades de acceso a la estacin. Durante
el capitalismo, el precio del billete de ferrocarril pertenece a los
precios relativamente m s rgidos, m ientras que los ingresos
del campesino son muy elsticos. En los perodos de crisis y de
baja de los valores pecuniarios agrcolas, las distancias sociales
alargan infinitamente, fenmeno muy conocido en los confines
orientales de Polonia en el perodo de entre las dos guerras.
Los fenmenos espaciales en la teora econmica que en su
tiempo interesaran tanto a Ricardo, Thunnen o a Weber, fueron
descuidados despus renaciendo ltimamente.* En este aspec
526

to, entran en juego dos grupos de cuestiones principales: a) las


normas de localizacin de la actividad econmica y b) el alcance
geogrfico de las relaciones econmicas. Ambos grupos de pro
blemas tienen una importancia de prim er orden para las inves
tigaciones histrico-econmicas. En la ciencia m arxista se han
conseguido grandes progresos, sobre todo en lo que concierne a
las investigaciones sobre la conformacin del mercado interior.*1
En cambio, an deja mucho que desear, a pesar del desarrollo
a escala mundial de las bsquedas sobre la historia del co
mercio exterior, la elaboracin de los mtodos de anlisis de
la fuerza autntica de los nexos econmicos internacionales.

EL HOMBRE Y SU DEPENDENCIA DE LA NATURALEZA

La dependencia del hom bre al medio geogrfico se ha concep


tuado de muy distintos modos en la historia de la ciencia, es
tando ms de una vez al servicio de unas tendencias polticas
determinadas. El ejemplo ms extremado fue la elaboracin de
una teora tan anticientfica y antihumanstica como la hiptesis
hitleriana del lebensraum del espacio vital.
Pero dado que esta dependencia existe de hecho y tanto ms
por cuanto fue utilizada para unos fines anticientficos, es im
portante su anlisis cientfico.
Esta dependencia fue planteada por vez prim era por F. Ratzel22 de un modo extremadamente determinista. Su postura es
verdaderamente inaguantable.23 Si la tesis de Ratzel fue reasu
mida en Alemania en el siglo xx esto slo puede explicarse por
su utilidad para las necesidades de una ideologa agresiva.^
Por otra parte, podemos observar en la ciencia la propensin
a concebir el desarrollo social como un proceso de emancipacin
gradual del hombre con respecto a las fuerzas de la naturaleza
y al medio geogrfico.
Pero a nuestro entender, dicha dependencia es mucho ms
compleja. La dominacin de las fuerzas naturales, el conocimien
to de las posibilidades que en stas se encierran, el aprovecha
miento constante de los nuevos recursos naturales, liquida unos
fenmenos de dependencia los cuales se hallan reemplazados en
el acto por otros nuevos. Es tarea del historiador conocer estos
procesos y diferenciar estas tendencias.
a)
La dependencia con respecto a la localizacin de los re
cursos naturales. Al parecer, durante la evolucin de las fuerzas
productivas, se manifiesta la tendencia a la dependencia cre
ciente en relacin con los recursos ms raros del globo terres
tre. El carbn es una fuente de energa menos habitual que la
madera y los saltos de agua, el petrleo es ms raro que el
carbn y las materias fisibles actualmente utilizadas ms
527

infrecuentes que el petrleo. El hombre contrarresta esta ten


dencia a travs: a) del desarrollo de los medios de comunica
cin, y b) buscando en cada caso nuevas posibilidades de reem
plazamiento. El desarrollo de los medios de comunicacin vuelve
econmicamente rentable el transporte a largas distancias de
unos artculos muy poco mviles en los tiempos antiguos. La
dependencia con respecto a las posibilidades, geogrficamente
limitadas, del cultivo de la caa de azcar ha sido abolida por
el descubrimiento del azcar de remolacha. La falta de autono
ma con respecto a las probabilidades, geogrficamente limitadas,
del cultivo del caucho ha sido anulada prim ero por el cultivo
logrado de esta planta en otras regiones y despus por la pro
duccin del caucho sinttico. La substitucin en el proceso de
la produccin energtica de la fuerza hidrulica y del carbn
vegetal por la energa extrada de la combustin de la hulla,
al liquidar una dependencia cre otra no menos fuerte. Esta
misma subordinacin, originada por el gran coste del transpor
te del carbn, atrajo hacia las cuencas carbonferas a las dife
rentes ram as de la industria, provocando al mismo tiempo el
atraso y hasta la desindustrializacin de otras regiones. Durante
largo tiempo y hasta que no comenzaron a actuar otras tenden
cias contrarias, dicha dependencia actu con toda su fuerza
y sin que fuera posible m edir cul de las dos subordinaciones
la vieja o la nueva era ms poderosa. Pero tan pronto como
las nuevas tendencias empiezan a actuar, surgen nuevas formas
de dependencia. La construccin del ferrocarril, dependiente por
s misma del medio geogrfico, modifica a su vez este medio,
favoreciendo unas regiones y olvidando otras. La prospeccin de
nuevas fuentes de energa crea nuevas dependencias geogrficas
ya que no en todas partes es posible construir una central
hidrulica ni una central trmica, etc.
La subordinacin del hombre a la naturaleza es un fenmeno
constante, inevitable aunque no fuera ms que porque es ine
vitable para la existencia hum ana la transform acin de las ma
terias naturales. Cuanto ms aprenda a utilizar las posibilida
des que le ofrece la naturaleza, cuanto ms la domine, ms ha
de depender el hombre de ella. Esta conclusin, aparentemente
paradjica, es la resultante del carcter necesario de las necesi
dades sociales. La falta de autonoma con respecto a las posibi
lidades geogrficamente limitadas del cultivo de la caa de az
car dur desde el perodo en que la necesidad de este producto
no poda satisfacerse de otra m anera hasta que se obtuvo una
produccin de azcar de remolacha econmicamente rentable.*5
La dependencia con respecto a la localizacin geogrfica de las
materias fisibles socialmente trascendental a p artir del momen
to en que eliminando en nuestro razonamiento su utilizacin
para fines blicos las aplicaciones de la energa termonuclear
revisten una importancia tan esencial para la produccin que no
528

puede prescindirse de ellas sin que ello no tenga efectos per


judiciales para el nivel de vida de una nacin determinada, y,
naturalmente, hasta el momento en que no se elaboren unos
mtodos ms econmicos de fisin de otros elementos.
b)
La influencia voluntaria e involuntaria del hombre sobre
el medio geogrfico. Al influir sobre el medio geogrfico, el hom
bre, por encima de la realizacin de sus objetivos, provoca asi
mismo una serie de efectos involuntarios. Da la impresin de
que los progresos de la ciencia y la racionalizacin de la acti
vidad productiva humana merman el margen existente entre
los efectos voluntarios y los efectos involuntarios pero de lo cual
no podemos estar seguros. Muchos de los efectos involuntarios
relativos a la utilizacin de la fisin de la m ateria son actual
mente conocidos pero se puede suponer, sin embargo, que han
de aclararse mucho ms a medida que la ciencia progrese, espe
cialmente a medida que vaya prolongndose el perodo de apli
cacin de los mtodos de fisin, ya que, como es sabido, mu
chos de sus efectos slo pueden descubrirse despus de un largo
perodo.
La investigacin de los efectos involuntarios de la accin
humana sobre el medio geogrfico es muy importante para la
ciencia, y muy difcil para la ciencia histrica. Por regla gene
ral, estos efectos slo pudieron aclararse despus de un tiempo
que rebasaba considerablemente el alcance cronolgico de los
conocimientos histricos en los siglos pasados. La vida humana,
aunque los relatos sobre los acontecimientos vividos los trans
mitieran los padres o los abuelos, era demasiado breve para
poder observar los cambios acontecidos en este terreno. No es
posible, por tanto, contar con que en los documentos escritos
de la poca pueda hablarse de estas variaciones. La investigacin
de la historia incgnita no es menos importante y s quiz
ms que la investigacin de los acontecimientos vividos cons
cientemente por los hombres de una poca determinada.26 La
tala de los bosques provoc, despus de muchos siglos, el cambio
del clima y la erosin de la tierra, lo que nadie pudo suponer
entonces.
En el curso de los actuales procesos de produccin la huma
nidad lanza anualmente al ambiente una cantidad de anhdrico
carbnico equivalente a la 1/300 parte de la cantidad total de este
gas existente en la atmsfera. sta es una cantidad desconocida
en los anales geolgicos de la tierra desde el perodo cuaterna
rio.27 Podemos, acaso, prever los efectos de este proceso al fin
e un largo perodo de tiempo?
La emancipacin concreta del hombre en relacin con las
fuerzas de la naturaleza se efecta por tres vas principales:
a)
A travs del aumento de la productividad del trabajo
humano que permite la creacin de reservas. Hasta ahora, el
hombre no puede influir sobre el clima ni puede d is m i n u i r el
me* 100. 34

529

nmero de las granizadas. En cambio, las perturbaciones clima


tolgicas, que m erm an la productividad del trabajo humano en
el 20 %, se transform an en una plaga de ham bre cuando el pro
ducto indispensable constituye el 90 /o del producto global, pero,
sin embargo, no son amenazadoras siempre y cuando dicho pro
ducto global sea superior en dos veces al producto necesario.
b) Por medio de la organizacin social que reparta el peso
del riesgo sobre el mayor nm ero posible de los individuos
afectados por el mismo y por lo tanto a travs de toda clase
de seguros.28 Es preciso sealar que las instituciones de seguros
son interesantes bajo diversos aspectos para la historia econ
mica: como mecanismo de acumulacin y en tanto que meca
nismo de redistribucin de la renta social (quin paga ms y
quin se beneficia m s) y asimismo como medio de inversin
de enormes capitales.29
c) A travs de la creacin de lazos econmicos a largo alcan
ce geogrfico que por una parte aum entan la dependencia en
relacin con la naturaleza (localizacin de la produccin en los
pases ms propicios climatolgicamente o ms prximos a las
fuentes de las m aterias prim as raras) y, por otra parte, extienden
el riesgo a todo un continente y despus al mundo entero, dis
minuyendo as su peso. El papel del trigo polaco en la Francia
prerrevolucionaria en los aos de hambre, puede ser aqu uno
de entre los innumerables ejemplos: disminua el precio del trigo
en Francia y aumentaba en Polonia o en Rusia, repartiendo de
esta forma la carga de una m ala cosecha sobre varias naciones.

LAS CALAMIDADES E N LA H ISTO R IA

Desde los tiempos ms antiguos, la historia de la humanidad


se halla estigmatizada por las plagas peridicas que durante
milenios han atemorizado a los pueblos.* Las letanas invocando
el amparo contra las tormentas, el hambre, el fuego y la gue
rra se suceden durante siglos y, aunque no existe actualmente
el tem or ante las malas cosechas o las epidemias en la vida
cotidiana de las. sociedades alta o medianamente desarrolladas
econmicamente, no deja de ser an una realidad en los pases
subdesarrollados. La Segunda Guerra Mundial volvi a recordar
le a toda la Europa ocupada por los nazis la correlacin entre
la guerra, las tormentas y el hambre.
En la poca preindustral y actualmente en las sociedades
preindustriales a causa del predominio del agro en la economa
del pas y dado el carcter tradicional, no industrial, de la eco
noma agrcola, las fluctuaciones de la cosecha son el factor
a veces ms im portante de las fluctuaciones de la renta social
que suscitan a la vez unos proccsos muy complejos de adaptacin
530

econmica y sociolgica. De ah la importancia de las investiga


ciones en la historia en tom o a las plagas elementales y a las
destrucciones de la guerra.
El concepto de las plagas elementales no es sinnimo en la
historia. Tampoco es casual sino justo, a nuestro parecer, que
Bujak, al iniciar las investigaciones con sus alumnos, conjugara
la investigacin de las plagas elementales con las bsquedas
sobre las devastaciones de la guerra, a pesar del distinto ca
rcter de estas ltimas en relacin con aqullas en su ms es
tricto sentido.
Las indagaciones sobre las plagas elementales fueron empren
didas por la escuela de Bujak, naturalmente, en su fase inicial
como una labor de recogida y publicacin de los materiales de
fuentes. El anlisis se dej para despus. Tampoco las dos pgi
nas del artculo metodolgico de Walawender tienen gran im
portancia,31 ni son de un gran contenido los captulos especiales
de Walawender42 y Namaczynski,33 los cuales, a pesar de sus ttulos
prometedores, en realidad ofrecen al lector por tercera vez los
mismos hechos que ya fueran publicados, la prim era con la
edicin de las fuentes, y una segunda vez en los captulos sobre
el discurso de las plagas. Relativamente ms importante, aun
que muy breve, es el captulo de la obra de Szewczuk34 pero
aqu nos hallamos ms bien ante^un intento de sistematizacin
que de anlisis.
.
Muy diferentes son las cosas en cuanto al anlisis de las
devastaciones de la guerra, ya que las grandes destrucciones
provocadas por las guerras a mediados del siglo xvn en Polonia
llamaron la atencin de los investigadores. Los trabajos de Rut
kowski tuvieron un carcter precursor35 y ltimamente estas
bsquedas se han visto enriquecidas por una serie de trabajos
con el ttulo de Libro sueco, dedicados a las devastaciones de la
guerra.36 Sin embargo, las destmcciones provocadas por otras
guerras o no han sido objeto de ninguna exploracin o bien han
sido interpretadas de una forma ingenua y anhistrica. En lo que
atae al papel de las devastaciones blicas en el Principado
de Varsovia, por ejemplo, el mismo Rutkowski, que supo mos
trarse tan penetrante al indagar el problema con respecto al
siglo xvn y al referirse a la economa del territorio polaco
durante la Primera Guerra Mundial,37 aborda los hechos de una
forma descriptiva, limitndose prcticamente a las asolaciones
y confiscaciones sin analizar los cambios provocados por ellas
en la correlacin de las fuerzas sociales.
Suponiendo que las bsquedas acerca de la historia de las
plagas elementales y de las devastaciones de la guerra sean con
tinuadas y deben serlo, es preciso que, actualmente, con
los materiales ya acumulados, se sometan a discusin los m
todos de examen de los mismos, ponindose en claro los fines
cientficos de tales investigaciones, sin un conocimiento de los
531

cuales y del marco en que han de desarrollarse las investiga


ciones, no puede hablarse de ningn perfeccionamiento de los
procedimientos.
Aparentemente, las cosas se plantean como si las plagas ele
mentales fueran unos fenmenos desligados de la sociedad, na
turales, sociales slo en sus efectos, mientras que las devas
taciones de la guerra seran unos fenmenos sociales en todos
sus eslabones. Pero de hecho, el problem a se plantea de distinto
modo. Las plagas elementales, como objeto de las bsquedas
histricas, constituyen absolutamente un fenmeno social; todo
depende del medio social en que se producen. Las heladas pri
maverales pueden ser o no una plaga elemental fsicamente, lo
que depeder de muchos factores sociales: de la tcnica de los
cultivos, de la profundidad de la labranza, de la calidad de la
simiente, etc. Ms an, una reduccin proporcionalmente idn
tica de la cosecha, a consecuencia de las perturbaciones climato
lgicas, puede convertirse o no en una de estas catstrofes, te
niendo en cuenta la productividad del trabajo humano, la mag
nitud del producto suplementario, las repercusiones que ello
pueda tener en los stocks de vveres y el margen que pueda
existir entre la magnitud de las cosechas, a fin de que la fluc
tuacin de stas no provoque ningn cambio im portante en la situa
cin del mercado. En esto mismo anidan las causas que concu
rren a que las devastaciones de guerra, al envejecer en cierto
modo la economa, reducir la productividad del trabajo, desorga
nizar las reservas econmicas, etc., facilitan la accin de los
elementos naturales y transform an en una plaga elemental sim
ple un fenmeno de la naturaleza que en otra situacin no hubie
se representado ninguna calamidad.
Incluso las epidemias se convierten en plagas como resultado
de los factores sociales; m ientras que una sociedad rica y cul
turalm ente desarrollada es ms inmune a las epidemias, la guerra
contribuye a la extensin de las enfermedades contagiosas, rea
pareciendo las viejas epidemias, como ocurri durante la ocupa
cin alemana con el tifus exantemtico.
Por lo dems, las plagas elementales y las devastaciones b
licas son en realidad unos fenmenos que se conjugan estrecha
mente en la historia y los cuales hecho esencial influyen
de una form a anloga en la vida social y econmica. De ah que
el anlisis conjunto de ambos problemas, postulado por Bujak
y realizado por sus alumnos, sea justo.
Para acometer con acierto el problema es preciso partir (co
mo lo proponamos en este trabajo de la clasificacin de la
problem tica de la historia econmica y del concepto de la sn
tesis de esta disciplina) de la problemtica de la magnitud y el
reparto de la renta nacional.
A este fin procedemos a la clasificacin de los citados fen
menos bajo dos puntos de vista. En prim er lugar, de si figuran
532

en el numerador o en el denominador de la fraccin que para


nosotros debe representar el criterio de comprobacin del nivel
econmico de cada sociedad, o sea, de la cantidad de los bienes
o del nmero de consumidores y de la estructura del reparto
de la renta nacional entre los mismos. En segundo lugar, desde
el punto de vista de la duracin de los efectos, lo que en con
creto consiste en saber si un fenmeno determinado ha afectado
solamente los artculos de consumo de una sociedad dada o asi
mismo repercuti en sus fuerzas productivas. De esta manera
hemos de obtener:
1. El fenmeno que provoca el descenso de la produccin.
2. El fenmeno que provoca la disminucin del nm ero de
los consumidores y el cambio en la estructura del reparto de la
renta social.
3. El fenmeno que disminuye la cantidad de los bienes
de consumo y que, por consiguiente, influye en la escala de un
ciclo de reproduccin por ejemplo, la cosecha de un ao.
4. El fenmeno que, disminuyendo las fuerzas productivas de
una sociedad determinada, tiene una influencia considerablemen
te ms larga.
Esta clasificacin posee las virtudes y los defectos del es
quema. Por una parte, seala ntidamente los problemas, las
preguntas a las que en cada anlisis de este tipo debemos esfor
zarnos por contestar, siendo ello posible con arreglo a las ca
tegoras cuantitativas. Por otra parte, debemos recordar que
ningn fenmeno concreto se enmarca en este esquema. Al con
trario. Cada cuestin casi tendr un aspecto que corresponder
a una de las cuatro categoras ya enumeradas. Por eso mismo
consideramos til el esquema propuesto, puesto que perm ite dis
locar un complicado fenmeno concreto en algo as como los
factores primarios, facilitando de este modo las respuestas ti
les para otras bsquedas de una disciplina dada, y sobre todo
para la sntesis.
El esquema citado es, por tanto, un esquema que permite
aprehender ms bien los efectos del fenmeno investigado que
el fenmeno en s mismo.
Adems, debemos recordar que la divisin de estos efectos
entre las categoras 1 y 2 no siempre ser fcil de conseguir.
Por ejemplo, el hecho de que un gran nmero de soldados sean
considerados como prisioneros provoca la disminucin de la
renta social (1), y si el cautiverio se prolonga (categora 4) tene
mos al mismo tiempo una disminucin del nmero de consu
midores (categora 2). Suponiendo que los prisioneros sean ex
clusivamente varones en la plenitud de su fuerza, podemos partir
entonces del supuesto de que los efectos en el marco de la ca
tegora 1 sern mayores que los efectos en el marco de la cate
gora 2, ya que ese mismo grupo humano tena que representar
un gran porcentaje de la poblacin profesionalmente activa en
533

proporcin al nmero total de los consumidores y por lo tanto


a la cifra global de la poblacin.
Lo mismo ha de suceder con la divisin en las categoras
3 y 4, fenmenos difciles de cualificar. Por ejemplo, las lluvias
que caen durante el perodo de las faenas del campo, las epide
mias o las destrucciones de la guerra pueden reflejarse slo des
pus de un ao en la disminucin de la produccin,3* y la devas
tacin completa del trigo en los campos puede ser causa de la
falta de simiente para el ao siguiente y de reducir la produc
cin durante dos aos.
Tratemos ahora, despus de estas explicaciones, de presentar
los grupos principales de las plagas elementales y de sus efec
tos, de acuerdo con el esquema expuesto anteriormente.
En orden a su frecuencia, se sitan en cabeza los fenmenos
climatolgicos que rebasan los marcos normales. A ellos perte
necen los inviernos rigurosos, las primaveras tardas, los
veranos lluviosos, los vientos tormentosos, etc. Es difcil,
naturalm ente, exigir de los autores de las fuentes una gran pre
cisin acerca de los fenmenos climatolgicos extremados, ya
que no los analizaron con los mtodos metrolgicos ni disponan
tampoco de los elementos comparativos como son las anotacio
nes sobre los largos perodos. De ah la extraordinaria frecuen
cia de los relatos, que en la mayora de los casos no tienen una
im portancia tan grande como pretende el texto. Al revistar las
crnicas de las plagas elementales se suele tener la impresin
de que el cielo era menos benvolo para aquellas gentes que
en nuestros tiempos. Esto se explica por el hecho de que en el
pasado, en las pocas en que la productividad del trabajo huma
no era muy baja, y el hom bre dispona de menos recufsos con
tra las fuerzas de la naturaleza, bastaba una anomala climato
lgica menos rigurosa que las que se producen en la actualidad
para provocar un fenmeno que revesta las proporciones de
una calamididad. Esto no significa, sin embargo, que cada anota
cin del fenmeno en cuestin fuera siempre autntica; ms
adelante nos referiremos al problema de cmo averiguar esta
autenticidad.
Estas categoras de fenmenos climatolgicos pueden tener
unas consecuencias muy diversas para la vida econmica. Sobre
todo suelen repercutir en la disminucin de los bienes de con
sumo en un corto perodo un ao. Las perturbaciones pro
vocadas por el deshielo en las carreteras disminuyen el acarream iento de los productos hacia las urbes;* un invierno muy
riguroso en el que los ros se hielan o un verano muy seco que
disminuye el caudal de los mismos dificultan y retrasan durante
un cierto tiempo la produccin de harina.40 Los fenmenos cli
matolgicos tienen efectos de mayor duracin cuando provocan
lo que denominamos las malas cosechas, ya que entonces se ex
tienden sobre un par de aos al reducir las posibilidades de la
534

sementera de un ao para otro. Los fenmenos climatolgicos


influyen tambin en la magnitud de los medios de produccin,
reduciendo la cantidad de los bienes de consumo en un futuro
que en ciertos casos puede ser largo. As por ejemplo, los in
viernos rigurosos destruyen las plantaciones de rboles fruta
le s41 causan la m uerte del ganado, especialmente de las ovejas;
las tormentas derriban los rboles en los bosques y en los
huertos,42 destruyen los edificios;4* las grandes sequas estiva
les provocan los incendios en los bosques,44 etc. Pero los efectos
directos de los fenmenos climatolgicos suelen ser menos cuan
tiosos que sus efectos indirectos sobre la magnitud de los bie
nes. La mala cosecha provocada por el mal tiempo ocasiona
la falta de piensos, sta a su vez, al debilitar al ganado, provoca
su gran mortandad por causa de las epidemias, obligando al
campesino a sacrificar a los animales.4S La disminucin de la
cabaa supone durante una serie de aos la merma de la pro
duccin de carne y de los productos lcteos, as como tambin
del cuero, representando, adems, una disminucin de las fuer
zas productivas en el agro, por cuanto el ganado constituye su
principal elemento.46 Para completar el cuadro, es preciso agre
gar que se han dado casos en que los fenmenos climatolgicos
han influido no slo en la reduccin de la magnitud de los bie
nes sino tambin en la disminucin del nmero de los consu
midores. Esto pudo ocurrir de dos maneras: o bien la mala
cosecha provocaba el hambre multiplicando por consiguiente la
m o r t a l i d a d a veces a travs de las epidemias ocasionadas por
el hombre, o bien la escasez de alimentos expulsaba a las gen
tes de sus casas, obligndolas a buscar el pan en otras partes 48
En ambos casos se produce una cierta minoracin del nmero
de individuos que deben alimentarse con una produccin mer
mada por la mala cosecha. Es posible que en este fenmeno
resida una de las causas que explican que, en los perodos de
hambre y a pesar de la caresta, las fuentes nos informen de
una falta de mano de obra.4 Aqu puede tratarse nuevamente
de una disminucin duradera de las fuerzas productivas, oca
sionada por la mortalidad humana, o transitoria, producida por
la emigracin temporal.
Los fenmenos climatolgicos como el rayo y el granizo sue
len tener los mismos efectos sobre la vida econmica: las gra
nizadas disminuyen la cantidad de los bienes de consumo, mien
tras que los rayos reducen la magnitud de los bienes de con
sumo duradero, empezando por los medios de produccin. Los
casos contrarios destruccin de los bienes de consumo por el
rayo, en el caso de caer en un granero, o de la destruccin de las
fuerzas productivas por la granizada: muerte de las aves o las
ovejas, daos inferidos a los edificios no juegan un papel
muy importante.
ntimamente vinculadas con los fenmenos climatolgicos, las
535

inundaciones suelen tener efectos muy distintos. En prim er lugar,


provocan la disminucin de los bienes de consumo a travs de la
destruccin de las cosechas, las sementeras y las reservas o con
la paralizacin de las empresas productivas como los molinos,
etc.,51 y suelen provocar prdidas muy sensibles en las fuerzas
productivas con la m uerte del ganado,52 la destruccin de los
puentes y las carreteras, de las viviendas y de las empresas de
trabajo, siendo tambin im portantes los cambios provocados
en los bienes agrcolas como son la erosin de las orillas y el
cambio de m adre de los ros y la transformacin de las tierras
bajas en pantanos. A veces, los cambios provocados por las inun
daciones fueron tan considerables que obligaron a modificar la
estimacin de ciertas fincas en los planos catastrales.54 Las va
riaciones provocadas por el ahogamiento de las gentes en el
nmero de los productores y consumidores no tienen una gran
significacin directa.55 Ms im portantes son los cambios indirec
tos, ligados en la mayora de los casos por las epidemias oca
sionadas por las inundaciones.56
Tambin se hallan ligadas ntimamente con los fenmenos
climatolgicos, la plaga de las langostas en los veranos trridos,
la cual provoca en el acto una radical disminucin de los bienes
de consumo influyendo, asimismo, indirectamente sobre las fuer
zas productivas, ya que se han dado casos en que las ltim as
nubes de saltamontes, al no encontrar en los campos nada que
comer, devoraron completamente los pastizales, condenando a la
muerte a las ovejas, las vacas y los caballos.57 Tambin la ingeren
cia de las langostas por los animales, mezcladas con la hierba,
provoc la muerte del ganado58 aunque se cita el caso contra
rio en el cual el ganado acab con estos insectos.5 'Pero no
est descartado de que tiene razn Namaczynska al suponer
que el ganado se mora a consecuencia de haber comido las
langostas cadas desde haca tiempo y que se hallaban en estado
de descomposicin.60 De la misma m anera e indirectamente, la
langosta provocaba la disminucin del nmero de consumidores
y de productores a travs de la m ortandad resultante del ham
bre y de las epidemias o bien de las emigraciones provocadas
por l.61
Otro grupo de plagas elementales son las epidemias. Como
... i
J' y a neritoaico,- e nanaiiifeaaas^ por"toda n n a 'se n e ae punios
con las dems categoras de plagas elementales, bien sean las
resultantes de los fenmenos atmosfricos como las que resul
tan de las destrucciones de la guerra de las cuales hablaremos
ms adelante. Los efectos de las epidemias sobre la economa
pueden ser muy diferentes como resultado de un gran nmero
de factores y sobre todo en relacin con la duracin del perodo
analizado. En el prim er perodo, es decir, durante el curso mism u de la epidemia, sta influye sobre todo en el nmero de los
consumidores provocando su disminucin. Ha de producirse, por
536

tanto, una merma de los precios como consecuencia del des


censo de la demanda y un aumento de la oferta en relacin
con la cifra de la poblacin superviviente. Pero este fenmeno
no lo observamos. Dejando aparte las otras plagas elementales
que a menudo suelen producirse con las epidemias, tendremos
que los principales efectos de este fenmeno sern los siguien
tes: a) el cese de la actividad productiva de los supervivientes
que habrn huido a los bosques o vivirn en las grutas y en
las cavernas*2 y b) la reduccin de los intercambios provocada
por las dificultades del transporte por carreteras y sobre todo
en direccin a las urbes.63 Estos efectos suelen desaparecer por
regla general inmediatamente despus del fin de las epidemias.
Es posible suponer, por tanto, que el abaratamiento de los me
dios de consumo ha de producirse aproximadamente al ao si
guiente de la epidemia. Este fenmeno es tanto ms probable ya
que estos males suelen afectar mucho ms a las fuertes concen
traciones consumidoras, como son las ciudades, que al campo.
Adems, disponemos de las anotaciones de los precios en las
ciudades. As tenemos informaciones concretas procedentes de
las fuentes que muestran que los hechos fueron as, por ejemplo
despus de la epidemia del ao 1654 en la regin de Gran Po
lonia.64 Tambin suele ocurrir que a pesar de las malas condi
ciones atmosfricas, los precios bajan, lo cual no deja de asom
brar a los autores de las fuentes como de los trabajos basados
en ellas.65 Pero con toda seguridad, este hecho debe ser consi
derado como un efecto de la epidemia del ao anterior. Dispo
nemos igualmente de documentos que sealan que Kahrdadiohar
estas enfermedades las casas siguen inhabitadas,66 lo cual ates
tigua claramente la ruptura del equilibrio entre la cantidad de
bienes y la cifra de la poblacin. Desde luego, las fuentes relati
vas al desarrollo supuesto de este fenmeno no son numerosas.
Las informaciones acerca del abaratamiento de los precios son
por lo general ms parcas que las informaciones sobre la ca
resta, lo que se explica fcilmente. En segundo lugar, como lo
hemos dicho, las epidemias solan acompaarse de otras plagas
elementales.
En cambio, si observamos los efectos de estos males en un
largo perodo, en una escala de varios aos, los cambios provo
cados por las mismas se reflejan en el estado de la poblacin.
Pero el problema est en saber si la disminucin ha sido ms
fuerte en el nmero de los productores o en la cifra de los con
sumidores. Es posible suponer que era ms frecuente la dismi
nucin de esta ltima, pues las primeras vctimas de las epide
mias solan ser casi siempre las personas ms dbiles: los nios,
las mujeres y los ancianos y por ltimo varones en la plenitud
de su fuerza. Los documentos del pasado nos hablan a menudo
de esto explcitamente: en el ao 1653, en Tonin, la infeccin
mata principalmente a los nios;67 las malas condiciones atmos537

fricas del ao 1665 provocan la enfermedad de muchos nios;**


la epidemia del ao 1547 en Cracovia m ata sobre todo a las muje
res y a los ancianos;*9 otras veces ataca sobre todo a las m ujeres y
a la gente joven;70 y asimismo se dan casos en que ataca especial
mente a los adolescentes.71
De forma que el clsico discurso de los efectos econmicos
de las epidemias sera el siguiente: durante este mal se produce
la caresta y el descenso del nivel de vida, provocados no tanto
por la disminucin de la produccin como por la paralizacin
de los suministros de mercancas al mercado; aproximadamente
un ao despus de term inada la epidemia, los precios deben
b ajar y debe elevarse el nivel de vida; es preciso contar con su
nueva disminucin slo cuando los nios y los jvenes, que
se salvaron de la epidemia, entran en la edad de su actividad
productiva, pero durante todo el perodo intermediario los efec
tos de esta catstrofe se hallan nivelados por la fluctuacin de
todos los factores socio-econmicos. Esto slo puede producirse,
de hecho, con respecto a las epidemias de mayor dimensin.
Ahora tratarem os de proceder a una clasificacin anloga de
las calamidades ligadas con las destrucciones de la guerra.
Es evidente que las guerras arruinan sobre todo una cantidad
enorme de bienes as de consumo como productivos.7* El incen
dio de las aldeas y las ciudades constitua la funcin principal
de las partes beligerantes.7* Esto acarreaba consigo la destruccin
de la reserva de bienes de consumo y sobre todo la destruc
cin de los medios de produccin: edificios, herram ientas, grano
para la sementera, etc. Tambin a menudo se proceda al sa
queo o al sacrificio del ganado.74 Que las tropas atacaran o se
defendieran, que triunfaran o fueran batidas, que avanzaran o
retrocedieran, que actuaran en su territorio u operaran en terri
torio enemigo, daba lo mismo: siempre consideraban necesario
destruir las inmediaciones.75 Cuando los atacantes no destruyen
los bienes del enemigo, se sospecha de traicin del propietario
de los mismos, traicin a veces real,7* y que en definitiva provoca
el asolamiento de las tierras por las tropas de su propio bando.
Incluso despus de term inar la guerra, los ejrcitos destruyen los
bienes de los pases por donde atraviesan,77 sobre todo cuando se
trataba de una tropa no rem unerada como sola ocurrir muy a
menudo en Polonia. Y no hablemos de los tiempos de paz en que
el propio ejrcito sola arruinar el pas como lo hubiera hecho
una tropa enemiga. Era tradicional en la milicia polaca asolar
primero las haciendas del clero, luego las del rey y por ltimo
las de la nobleza.7* En muchos casos, las destrucciones de la
guerra tenan un carcter sistemtico de guerra econmica ten
dente a impedir que el enemigo pudiera abastecerse.7 En todos
estos casos tienen poca importancia econmica los hechos, tan
abundantemente relatados en las fuentes, sobre el pillaje de los
objetos de oro y de plata o de las joyas*0 que reducen la cantidad
538

de bienes suntuarios de las clases privilegiadas o el hurto de las


alhajas religiosas. El caso es diferente cuando en ciertas oca
siones el robo de las joyas privadas poda tener una importan
cia econmica, ya que la venta de las mismas despus de la
guerra poda ayudar a la reconstruccin de los bienes econmi
cos.
Naturalmente, las destrucciones de la guerra reducan asimis
mo el nmero de la poblacin y por lo tanto el de los produc
tores y consumidores. En los tiempos antiguos el cautiverio de
los prisioneros de guerra tena asimismo grandes repercusio
nes econmicas. Las fuentes nos ofrecen datos fantsticos, segn
los cuales, en el ao 1469, los trtaros hicieron diez mil prisio
neros;*1 en 1498 ms de cien mil;82 en 1499 unos cincuenta mil;83
el doble en el ao 1505;84 en el ao 1516 ms de cincuenta mil;85
ascendiendo en 1524 la cifra de prisioneros a cien mil;86 y en el
ao 1527 a cuarenta mil o ( sic ) veinticuatro mil;87 etc... Las
fuentes hablan asimismo de los prisioneros hechos por las tro
pas moscovitas.*8 Evidentemente, todas estas cifras deben ser
tratadas segn el concepto de la poca sobre las grandes cifras
en general. Los cincuenta mil o los cien mil no significan
ni ms ni menos que el nmero de los cautivos era muy gran
de. No obstante, en ciertas regiones, la disminucin de la cifra
de los productores y consumidores tuvo que ser realmente consi
derable. As se habla de los proyectos sobre la nueva actividad
colonizadora en los territorios que han quedado asolados por
los grandes cautiverios.8
Naturalmente, es preciso recordar que, a pesar de las suge
rencias que puedan desprenderse de las fuentes, han sido raras
las veces en que las guerras han aniquilado enteramente la po
blacin de un territorio cualquiera. Esto pudo ocurrir con una
regin muy pequea una o varias aldeas. En la mayora de los
casos, contribuyeron a la destruccin ms o menos importante
de los bienes de consumo y sobre todo de los bienes de produc
cin existentes en aquel territorio, lo que provocaba una re
duccin considerable del aparato productivo y, por consiguien
te, la disminucin de la capacidad del mercado local as como
tambin un retroceso de los mtodos de produccin, el descenso
de la productividad del trabajo y del consumo, cuyos efectos
solan durar mucho tiempo.90
.
Probemos de enmarcar los fenmenos ligados con las plagas
elementales y las destrucciones de guerra en el esquema si
guiente:
I. Cambios de corta duracin.
1.
En cuanto respecta a la produccin, entran en esa cate
gora: a) la destruccin de los bienes de consumo elaborados o
casi elaborados como son los graneros con los cereales, los es
tablos, el asolamiento de los campos por las inundaciones, las
539

granizadas, la langosta, las operaciones de guerra y, asimismo,


b) la destruccin de las posibilidades de produccin anual, como
el quedar los campos yermos a consecuencia de las operacio
nes militares o la disminucin de las posibilidades productivas
como consecuencia de la huida en masa de la poblacin ante la
epidemia, etc.
2.
En cuanto respecta al consumo nos solemos hallar: a) ante
un incremento del nmero de los consumidores debido al acan
tonamiento de las tropas o al aflujo de las gentes que vienen
a refugiarse en las ciudades huyendo de la guerra. En otros
casos nos hallamos: b) ante la disminucin de la cifra de consu
midores como consecuencia de la gran m ortandad provocada
por las epidemias o por las operaciones blicas, o tambin como
resultado de que una parte de la poblacin se ha marchado a
otros lugares por tem or a la epidemia o a la guerra.91
II. Cambios de larga duracin.
1. En la produccin: a) la reduccin de la capacidad de la
sementera por haber crecido la maleza e incluso el bosque en
los campos despus de muchos aos de abandono, lo que exigi
un gran esfuerzo para volver a poder cultivar esas tierras;* la
disminucin de la superficie labranta tambin pudo ser provo
cada por las inundaciones; b) la disminucin del inventario, tan
importante para la produccin ganadera como agrcola, resultan
te del sacrificio o del saqueo de los animales por el ejrcito, el
sacrificio del ganado por la poblacin carente de vveres como
consecuencia de la mala cosecha o por no tener, como resulta
do de la misma, con qu alim entar a sus bestias, y, por ltimo,
como resultado de las plagas del ganado; c) la disminucin de
los aperos y de los edificios de explotacin, etc., que requiere
una gran inversin para su reconstruccin; d) la disminucin
duradera de la mano de obra, es decir, del nmero de perso
nas aptas para el trabajo, como consecuencia de las matanzas,
el cautiverio, las epidemias, los traslados a otros lugares, etc.
2. En el consumo: la disminucin duradera del nmero de
consumidores como resultado del aumento de las defunciones
o de los traslados a otros lugares.
Por lo tanto, el anlisis de los efectos de las calamidades
consiste en hacer algo as como un balance de sus consecuen
cias en orden a la produccin y al consumo. Esto lo comprendi
perfectamente Dlugosz, buen conocedor de las relaciones de su
poca y segn el cual en el ao 1467 la caresta hubiese sido
mucho mayor que lo fue en realidad, de no haberse registrado
al mismo tiempo una gran m ortandad de la poblacin como
consecuencia de la epidemia que se desencaden aquel mismo
ao. Adems, como quiera que, como ya hemos dicho, las vc540

timas de las enfermedades eran sobre todo los individuos ms


dbiles y por lo tanto que no producan o producan poco, la
disminucin de la mano de obra era siempre menos importante
que la reduccin del nmero de consumidores.
Es evidente que por regla general en la plaga analizada apa
recan de hecho numerosos factores suplementarios o resultan
tes de la misma y que anulaban la accin del esquema citado
anteriormente.
Constituye un problema importante el reparto del peso de las
plagas elementales y de las destrucciones de guerra entre las
clases. Nos queremos referir aqu a las penalidades que apa
recen en un perodo breve.
.
En prim er lugar, estn los medios de autodefensa. Ya hemos
dicho que las clases superiores eran las primeras en abandonar
las ciudades amenazadas por las epidemias. El temor al podero
del magnate impona ms de una vez a las tropas el salvaguar
dar los bienes que le pertenecan, concentrando todos sus es
fuerzos destructores en las haciendas del clero, del rey o de
los pequeos aristcratas.
En segundo lugar, est el problema de las reservas y de las
seguridades internas. Las clases privilegiadas tenan unas reser
vas que les perm itan contrarrestar y superar rpidamente los
efectos econmicos de las plagas o las destrucciones de la gue
rra. Adems, en los grandes latifundios, exista algo as como un
seguro interior: dador que los bienes de los grandes latifun
distas se hallaban dislocados generalmente sobre extensos terri
torios e incluso en varias provincias del pas, era casi seguro
que las plagas no afectaran nunca a la vez a todas sus perte
nencias. De forma que las fincas que se haban salvado de las
calamidades naturales o de la guerra podan contribuir a la
restauracin de los bienes devastados.
En tercer lugar, tenemos el radio de los vnculos econmicos.
Para las urbes y especialmente las grandes ciudades, un medio
fundamental de autodefensa era la posibilidad de aprovisionarse
en un amplio radio territorial en tom o a la misma.
A menudo, las propias ciudades tenan sus almacenamientos
de vveres que podan ser lanzados sobre el mercado en un
momento propicio a fin de nivelar los efectos de las plagas.9*
Pero tambin se daban casos en que las reservas de vveres no
llegaban a los mercados.95 La nobleza organizaba asimismo el
transporte de los alimentos existentes en otros lugares. Por ejem
plo, en el ao 1555 la nobleza de la regin de Podlasie fue a
buscar trigo a Wolyn.9* En cambio, el campesino se hallaba sin
recursos ante las plagas. En la mayora de los casos no poda
abastecerse de los productos necesarios en el mercado urbano97
por no tener medios para ir al mismo. Y si llegaba a la ciudad
en busca de pan,9* lo cual era muy frecuente, lo haca como triste
medicante.
54^

Por ltimo, la clase dominante posea otro mecanismo que en


cierta medida le perm ita am inorar la desgracia de las plagas
elementales y de las destrucciones de guerra: es decir, el apa
rato estatal como factor del reparto secundario de la renta social.
Las destrucciones de guerra y las plagas elementales provocaban
la disminucin de los gravmenes scales en determinadas re
giones, lo que acarreaba la necesidad de aum entar los impues
tos en el resto del pas. En Polonia funcionaba un sistema es
pecial de exenciones9* que perm ita rebajar las imposiciones de
acuerdo con los perjuicios sufridos por las propiedades, el cual
fue reformado repetidas veces.100 En prim er lugar, el fenmeno
hizo que se beneficiaran de las exenciones fiscales los territo
rios del noreste de Polonia ms afectados por las destrucciones
de guerra, pero estas exenciones resultaron mucho ms dura
deras que las causas que las provocaron.101 De esta manera, las
plagas elementales y las devastaciones blicas obligaron al Esta
do a intervenir a fin de aportar ciertas enmiendas en el reparto
de la renta social. Naturalmente, dichas correcciones constituan
una cierta seguridad slo para los miembros de las clases pri
vilegiadas, no beneficindose de ello en absoluto los campesinos.
Ms an, era a ellos a quienes tocaba soportar el coste de la
operacin cuando las plagas afectaban a otras regiones, no be
neficindose en nada cuando ellos mismos se hallaban afecta
dos por las plagas.
As, las plagas elementales y las ruinas de guerra recaan
esencialmente con todo su peso colosal sobre el campesinado
y en parte sobre la burguesa. Bajo ciertos aspectos, las ciuda
des se hallaban incluso en peor situacin que el campo debido
a hallarse ms expuestas al riesgo de las epidemias, a los males
de la guerra y por tener mayores dificultades en esconder sus
reservas de alimentos, etc.
En cambio, los magnates se encontraban despus de las pla
gas y de las guerras ms fuertes que nunca, reforzando incluso
su situacin en el marco de las clases privilegiadas. Esto fue
sin duda uno de los factores del reforzamiento del sistema de
la oligarqua de los magnates en Polonia despus de las guerras
de mediados del siglo xvn. Estos grandes seores, gracias a sus
reservas y al mecanismo de seguridad interior al que aluda
mos interiormente, aparecan despus de las plagas y de las
guerras como los organizadores de la reconstruccin: financia
ban w1* los asentamientos en sus tierras, compraban los bienes
de la pequea nobleza arruinada,103 etc.
Ya hemos dicho que es preciso considerar casi como una re
gla la relativa autenticidad de las fuentes documentales con
respecto a las plagas elementales y las destrucciones de guerra,
en particular cuando se trata de fuentes descriptivas. Esta falta
de autenticidad es la resultante de numerosos factores: la ca
rencia de medidas objetivas en relacin con el clima, la estrechez
542

de miras del autor de las fuentes, la falta de una escala compa


rativa, el carcter peculiar de las grandes cifras (por ejemplo,
los datos sobre los prisioneros de guerra), etc. Por aadidura,
incluso en el caso de las fuentes no narrativas, debemos contar
con la accin de muchos factores objetivos que mueven al autor
a exagerar las dimensiones del fenmeno descrito: uno de estos
factores fue la aspiracin a obtener una mayor rebaja de los
impuestos. As, nos hallamos ante la necesidad de pensar en
cmo averiguar esta categora de fuentes.
Nos parece que el mtodo ms adecuado en este caso es la
confrontacin de los datos con los fenmenos del mercado. Es
verdad que estos fenmenos slo los podemos observar en las
ciudades y especialmente en las ms importantes, pero esto no
merma la importancia de dicho mtodo, siempre y cuando re
cordemos que no ha de esclarecer las plagas y las devastaciones
locales y de poca magnitud. Tambin es cierto que en las ciu
dades se dan las posibilidades, ya citadas, de hacer acopios de
gneros o de aprovisionarse en los alrededores, lo que ha de
permitirnos esclarecer los efectos de los fenmenos importantes
y de amplio alcance geogrfico, pero siempre que recordemos
asimismo que estos efectos suelen ser muy diversos. En orden
a este problema surge la pregunta de si, en una economa en la
cual los elementos naturales asumen un papel tan importante,
los fenmenos del mercado pueden reflejar en un grado sufi
ciente los cambios acontecidos en las esferas de la produccin
y el consumo. Creemos que deben reflejarlos claramente y ste
ha de ser un barmetro extremadamente sensible, ya que si en
un pas predomina la economa natural, sobre todo en la econo
ma campesina y asimismo en gran parte en las tierras de la
nobleza, cada descenso de la produccin agrcola tiene que refle
jarse acusadamente en la cantidad de mercancas lanzadas al
mercado. Las necesidades de la economa natural habrn de pre
valecer sobre las dems (necesidades del consumo y de la pro
duccin como, por ejemplo, el grano para la sementera). Las
necesidades de la venta adquieren una cierta preferencia slo
en la poca capitalista, en la que de producirse un descenso de
la produccin se ha de limitar, incluso en sumo grado, el con
sumo a fin de poder sufragar con el producto vendido los crdi
tos y los impuestos que en el caso contrario amenazan con la
prdida de la explotacin.
Durante el feudalismo ha de obrar en ese mismo sentido la
necesidad de pagar en metlico una parte de los tributos feuda
les, pero esto no ha de jugar un papel importante debido al ca
rcter relativamente reducido de esta forma de prestaciones y
dado que, cuando menos momentneamente, existe la posibili
dad de demorar el pago, y ello tanto ms en las haciendas seo
riales, donde por regla general las necesidades del propietario
eran satisfechas por la va natural y la produccin mercantil
543

cubra las necesidades de segundo orden, cuya satisfaccin poda


esperar un ao y hasta varios aos.
En resumen, suponiendo que la produccin agrcola de una
regin determinada se cifre en 100 y que la produccin mercantil
ascienda en dicha regin a 20, la reduccin de la produccin
global en un 10 /o poda dejar casi intacta a la produccin na
tural, mientras que la produccin mercantil sufra entonces un
descenso de casi el 50%. Es decir: un descenso, incluso insig
nificante, de la produccin global poda provocar una tremenda
disminucin de la produccin mercantil y por tanto serias per
turbaciones en los fenmenos del mercado, el aprovisionamiento
de las urbes, las explotaciones y los precios. Este razonamiento
nos permite adelantar la tesis de que los fenmenos del merca
do pueden constituir el coeficiente de mensuracin de los fen
menos de la produccin, coeficiente en ciertos casos muy sensi
ble. La movilidad del mercado en la economa feudal se basa
precisamente en gran parte en este principio.104
Naturalmente, adems del mtodo que acabamos de sealar
existen otros procedimientos, como son la comprobacin de los
datos relativos a las exenciones fiscales a la luz de los inventa
rios y particularm ente de la contabilidad de las fincas seoria
les. Pero estos mtodos slo pueden utilizarse en una escala
relativamente reducida, pues suelen ser raras las fuentes rela
tivas a una sola finca y a un momento cronolgico determinado.
Por ello, al no poder ser reemplazados por el microanlisis,
tales procedimientos no pueden aportam os gran cosa cuando
queramos tra ta r un problema globalmente en orden a la econo
ma social y con las categoras de la renta nacional.

LAS INVESTIG AC IO N ES H IST RICAS SO BRE EL CLIMA

Los fenmenos ligados con las plagas elementales sequa,


grandes precipitaciones, etc. pertenecen a los fenmenos cli
matolgicos. Los historiadores tienden con demasiada frecuencia
a considerar el clima de un pas determinado como un elemento
invariable, al menos durante los tiempos histricos, lo que es
injusto por varias razones.
Es muy arriesgado suponer que el clima era el mismo en las
pocas antiguas que en la actualidad. Los cambios del clima
que durante milenios se operaron lentamente se han acelerado
en los ltimos 150 200 aos, a lo que contribuyeron numerosos
factores: la acelerada devastacin de los bosques en los umbra
les de la poca capitalista, sobre todo en el perodo en que las
necesidades incrementadas de combustible no eran satisfechas
con la hulla; el desconocimiento del sistema de urbanizacin,
la ignorancia de la utilizacin de la energa trmica y por
544

consiguiente la prdida en la atmsfera de los productos de la


combustin, y tambin muchos otros factores.
Omitiendo incluso las grandes variaciones climatolgicas pro
ducidas en el siglo xix, debe recordarse que en el curso de los
siglos anteriores se produjeron asimismo ciertos cambios en el
clima, que aunque muy lentos, no dejan de tener importancia
durante los largos perodos. Las variaciones en la propia super
ficie de los bosques, el descenso del nivel de las aguas de los
mares y de los ros son suficientes para interesar a los investi
gadores. Los numerosos datos que figran en los documentos
histricos acerca del carcter navegable de unos ros que deja
ron de serlo, constituyen el m ejor de los ejemplos.
Por otra parte, tenemos la ndole cclica de los aos de bue
na y de mala cosecha, fenmeno que no ha dejado de llamar la
atencin del pensamiento humano desde la poca de la Ilustra
cin y que ha sido analizado lo suficiente como para extraer
conclusiones incluso sobre los cambios climatolgicos a corta
escala de tiempo.
Por ltimo, en tom o a los fenmenos del clima a lo largo
de la historia de la ciencia se ha acumulado un nmero tan
grande de leyendas como para que la ciencia moderna pueda
separar ya fcilmente el trigo de la paja. Este fue el tema
predilecto de muchas especulaciones Montesquieu, Rousseau
y en el siglo xix, Jevons buscaba la explicacin del ciclo eco
nmico capitalista en las manchas del sol.
La historia del clima es el clsico sector de la historia
incgnita. En las viejas fuentes solemos encontrar muchos pa
sajes relativos a los fenmenos climticos anormales. Pero su
autenticidad suele ser insuficiente. La estrechez del horizonte
cronolgico humano y la fragilidad de la memoria humana, al no
ser ayudada por anotaciones mensurables, no nos dejaron una
base comparativa suficiente. De ah la tendencia a considerar
como un fenmeno extraordinario el que de hecho no se sala
de las normas. A esto se une el matiz sociolgico del tiempo
vivido y el carcter integral de cada acontecimiento: cada in
vierno de guerra queda grabado en nuestro recuerdo como una
estacin extraordinariamente rigurosa, pero adems de la tem
peratura contribuyeron a nuestras impresiones otros muchos
factores: la falta de carbn y de ropa de abrigo, nuestra alimen
tacin insuficiente y tambin el esperar que con la venida de la
primavera las operaciones militares se reanimaran y que pronto
terminara la guerra, etc.
En cambio, tratndose de los cambios climatolgicos autnti
cos, es decir, los que se producen durante los largos perodos,
no podemos contar con las fuentes, al menos hasta el comienzo
de las anotaciones meteorolgicas regulares. Nuevamente el ho
rizonte cronolgico humano era demasiado estrecho, a pesar de
los relatos de nuestros antepasados, para abarcarlos. Por todo
ncs

100.

3S

545

ello, hemos de buscar otras fuentes, debemos de aprovechar los


materiales elaborados por otros especialistas cuyos mtodos son
inasequibles a veces para nosotros.
La falta de documentos histricos dio lugar a toda una serie
de especulaciones que no era posible controlar. As nace la
teora que atribua la cada del Imperio romano al cambio de
ruta de los ciclones, que deba provocar asimismo el asolamien
to de los pases de la cuenca del Mediterrneo (Brckner) o la
decadencia econmica de Espaa, o la extensin del Sahara
(Olage).
Por otra parte, la hiptesis que relaciona el ciclo demogrfico
con el clima105 nos hace reflexionar: en las condiciones de una
economa evidentemente agrcola, en la cual el producto suple
mentario es insignificante, sera extrao que la periodicidad de
las malas cosechas no provocara un recrudecimiento de la mor
talidad, sobre todo de los nios, influyendo por lo tanto en las
olas demogrficas.
Dado que, como lo dem ostrara magnficamente Labrousse,
la magnitud de las cosechas, al reflejarse con fuerza multipli
cada en las dimensiones de la masa de mercancas, determina
ba el poder adquisitivo de la m asa principal de la poblacin, que
era el campesinado, y a la vez las dimensiones del mercado de
los productos no agrcolas, es por tanto evidente que el ciclo
de las cosechas era determinante para el conjunto de la vida
econmica. En los aos buenos creca la produccin en el
agro y fuera de l, mientras que en los aos malos descenda
la produccin en ambos sectores.
La solucin al problema debe buscarse a travs de los mto
dos utilizados en las ciencias naturales.
Las investigaciones en este terreno han llegado bastante lejos,
pero son poco conocidas del historiador.106
Al no poder entrar en los detalles, nos limitaremos a presen
tar slo tres mtodos.
El prim er mtodo, el ms antiguo, se basa en el anlisis del
duramen de los viejos rboles. Los trabajos ms importantes
han sido realizados en los EE UU con varios rboles de la re
gin occidental, que fueron plantados en el siglo vi. Es asombro
sa la concordancia de los datos sobre ciertas pocas, basados
en las mensuraciones de diferentes rboles situados a miles de
kilmetros unos de otros en esta misma regin geogrfica. Sin
embargo, est siendo muy discutida la interpretacin de los
datos.
En Europa es realmente difcil encontrar un rbol de mil
quinientos aos de edad, empero no ha sido investigado el ma
terial existente y, aun cuando trabajando en algn estudio, ser
necesario esperar durante largo tiempo los resultados.
El segundo mtodo, ms sencillo y asequible a los historia
dores, se denomina fenolgico.107 Parte del principio de que
546

la floracin y maduracin de los frutos es funcin de la cantidad


de calor almacenada por nuestro planeta durante todo el proce
so de formacin y maduracin de dichos frutos. De ah la im
portancia de la fecha de las cosechas cereales, viticultura las
cuales se pueden establecer con exactitud a travs de las fuentes
documentales para unos perodos relativamente remotos. Proyec
tadas sobre un diagrama, pueden servir como punto de partida
al anlisis y tambin ser comprobados perfectamente con los
datos extrados del estudio del duramen de los rboles siem
pre y cuando dispongamos de stos y asimismo con los datos
sobre la fluctuacin de los precios.
En las regiones prximas a los glaciares Escandinavia, te
rritorios vecinos de los Alpes puede utilizarse un tercer m
todo, el cual consiste en confrontar los datos concernientes al
avance y la regresin de los glaciares.108 Con este procedimiento
es posible remontarse en el pasado a travs de la datacin de las
morrenas con las radiaciones del Carbono C 14. Los resultados
obtenidos con este mtodo rebasan el carcter regional del ma
terial por cuanto el movimiento de los glaciares no deja de
reflejar un fenmeno climatolgico de amplia extensin geogr
fica y que influye a su vez sobre el c lim a .
El culto de la Naturaleza, la relacin de las diversas institu
ciones sociales con los fenmenos climatolgicos en las distintas
sociedades, las creencias y los ritos ligados a la periodicidad de
los fenmenos naturales, todo ello constituye una fuente inapre
ciable de documentos que perm iten investigar la historia del
clima.109 En el Japn, el Da del Cerezo en Flor era festejado
solemnemente en el palacio del emperador o del poderoso go
bernador de Kyoto, por lo cual la fecha de esta fiesta se halla
consignada y conservada en los archivos desde el siglo ix, siendo
sta la ms antigua serie de anotaciones sobre el clima en el
mundo.110 Tambin era festividad el da que se helaba el lago
Suwa en los alrededores de Tokio, lo que explica que se haya
consignado anualmente esa fecha desde el ao 1444.111 En el da
de la primera nevada del ao, los vasallos rendan homenaje
al shogn en Tokio, fecha que ha sido anotada desde el ao
1632.112
En cuanto a los tiempos modernos, los datos se multiplican.
El helamiento del ro Neva en Leningrado viene siendo anotado
desde el ao 1711.11 Como las primeras nevadas en Annecy des
de 1773, y la congelacin del lago Kavallesi, en Finlandia, desde
1843.114
Apenas si se ha empezado la recogida de materiales objetivos
cuantitativos y comparables acerca de las fluctuaciones del clima
durante las distintas pocas.
Sin embargo, los especialistas tienen ya la impresin de que
los datos basados en los materiales fragmentarios, casuales, pro
cedentes de las distintas partes del mundo, muestran una con
47

cordancia asombrosa115 que perm ite determ inar ya desde ahora


con seguridad las grandes pocas de los cambios climatolgicos.
As, tenemos que, tras un relativo recalentamiento en los siglos
del v al x, se produce un enfriamiento rolativo hasta el siglo xv,
culminando en los siglos xvii-xvm. El siglo xvi fue relativa
mente ms clido y especialmente su prim era mitad, as como
tambin los siglos xix y xx y especialmente a p artir del ao 1850
aproximadamente.
Al parecer, por tanto: a) el clima vara y no vara unilateral
mente, b) estas variaciones no son regulares ni m uestran ningu
na tendencia a los intervalos cronolgicamente iguales, y c) estos
cambios abarcan a todo el planeta.116
Ahora bien, an se dista mucho de una interpretacin preci
sa y concordante de los m ateriales meteorolgicos que se han
reunido. Los datos que nos son facilitados por el anlisis del
duramen de los rboles atestiguan al parecer los fenmenos
de la humedad, m ientras que los datos relativos a las fechas de
la recogida de las cosechas, la floracin de los rboles o sobre
los glaciares nos hablan del calor acumulado por la tierra. Al
hablar del carcter especfico del clima en un ao determinado
o en una serie de aos, utilizamos un concepto abreviado que
comprende toda una serie de fenmenos como son la humedad
y el calor en las cuatro estaciones del ao, lo cual no deja de
proporcionar un gran nmero de combinaciones posibles. De for
m a que el hablar de un ao fro o caluroso no tiene un gran
sentido.11' Sin embargo, por parte de los meteorlogos se ade
lant hace poco la tesis segn la cual las oscilaciones del clima
se producen de acuerdo con la tendencia ms bien continental
y la tendencia ms bien m artima1-8 y, por lo tanto, entre un
sistema que se caracteriza por un invierno fro, un esto caluroso
y menos humedad y el sistema contrario.
Menos conocida an es la problemtica relativa a las conse
cuencias de las variaciones del clima en las distintas sociedades
y en los diferentes perodos, sistemas o regiones geogrficas. Es
evidente que los mismos datos meteorolgicos tienen otras reper
cusiones sociales en las sociedades de predominancia ganadera
y en las sociedades agrcolas, en las regiones donde predomina
la produccin del trigo o de la vid, para las pocas que descono
cen la patata y las pocas en que este tubrculo constituye el
principal elemento de la alimentacin, para las clases sociales
cuyo bienestar depende del funcionamiento del transporte flu
vial la aristocracia polaca y para las clases que no dependen
del mismo.
Aqu, es preciso analizar todos los materiales histricos y
etnogrficos. Hay que analizar tanto la contabilidad de las hacien
das agrcolas como los antiguos proverbios, las actas de las
municipalidades como tambin las leyendas.
Las investigaciones histricas acerca del clima se hallan indi
548

solublemente ligadas por fin con las investigaciones histricas


sobre los cambios en el paisaje, el cual est determinado por el
clima mientras que a veces el cambio del clima depende de
los cambios aportados al paisaje por el hombre. Cuando anali
zamos el paisaje, nos hallamos frente al cuadro natural en
el cual el hombre vive, en el que se conforma su visin del mun
do, su concepcin espacial, etc. Un paso ms, y nos encontramos
ya en el terreno de la historia del arte sin cuya ayuda es imposi
ble realizar una investigacin histrica sobre el paisaje y que a
su vez podr aprovechar los resultados de esta investigacin.119
En este aspecto se abre un extenso campo para la investiga
cin en todos los pases. Es verdad que existen muchos peligros
y emboscadas. El determinismo geogrfico sin contar los pri
meros hroes de la poca de la Ilustracin no goza de gran
fama en la historia de la ciencia. La explicacin de los fenme
nos sociales con los fenmenos situados enteramente al margen
de la esfera social sscita un justificado recelo. El marxismo
representa desde su creacin esta desconfianza, pero no slo el
marxismo, ya que, Durkheim abogaba igualmente por la expli
cacin de lo social por lo social. Esta directiva es plena
mente justa, al menos en cuanto a la hiptesis del carcter del
trabajo. Pero ninguna directiva metodolgica puede interpretar
se en forma mecnica. Tena razn Czarnowski cuando, al pole
mizar con la determinacin del hecho social, clsica para la
escuela de Durkheim, escriba que todos los hechos en general,
de cualquier procedencia que fueren, no slo sociales sino tam
bin extrasociales, fsicos o biolgicos se transform an en hechos
sociales en s o a travs de sus efectos, desde el momento en que
estos hechos en s o sus efectos penetran en la vida social.120
Las variaciones climticas de las que hemos hablado son an
demasiado poco conocidas para poder afirm ar cul es su proce
dencia. Algunos de los cambios climatolgicos y en particular
los que se han verificado en los ltimos 150 aos son segu
ramente, en parte al menos, de origen social; son el resultado
realmente involuntario de la actividad humana. En su gne
ro, se trata de una influencia de los fenmenos sociales sobre
lo social aunque se haya producido indirectamente, con un ca
rcter extrasocial; tambin otros fenmenos tienen con toda se
guridad este ltimo origen, lo que no reduce en el menor grado
su influencia social.
La historiografa tradicional no se interes por tales fenme
nos por dos razones: a) desconoca los anlisis sobre los largos
perodos, inclinndose, por tanto, por determinar los grandes
inviernos y no por las variaciones seculares, y b) al considerar
como su objetivo el esclarecimiento de las actividades huma
nas y especialmente la accin de las grandes figuras, se interesa
ba principalmente por los fenmenos conscientes partiendo de la
tesis de que lo que los hombres no vieron no puede aclarar su
549

comportamiento. Pero el fenmeno no necesita ser conocido de


los hombres para influir sobre su destino.121

LAS CALAMIDADES Y LA LUCHA DE CLASES

Es evidente la correlacin entre las calamidades y la lucha


de clases. Esta relacin es objetiva y subjetiva. Objetiva por cuan
to el peso de las calamidades no se reparta uniformemente
sobre las diferentes clases sociales y que en ciertos casos
incluso algunas de estas clases podan beneficiarse directa
mente de las mismas. Al repartirse desigualmente, las desgracias
cambian la correlacin de las fuerzas econmicas entre los esta
dos sociales, consolidando relativamente a unas y debilitando
relativamente a las dems. Estos cambios fueron a veces de lar
ga duracin como, por ejemplo, el debilitamiento de la aristo
cracia media en provecho de los magnates en Polonia despus
de las guerras de mediados del siglo xvn. Las calamidades p e
ridicas que influyeron en el marco de ese mismo sistema social
revisten un carcter acumulativo en sus efectos sociales y puede
arriesgarse a afirm ar que, por lo general, la accin de las pla
gas elementales contribuy en la mayora de los casos a la ace
leracin de los procesos que en principio se venan desarrollando
de un modo inmanente en el marco de una sociedad determi
nada, como por ejemplo la proletarizacin del campesinado
y de la pequea nobleza, el incremento del poder de los grandes
seores, etc., en Polonia.
La relacin entre las plagas elementales y la lucha de clases
es evidente asimismo en el marco de los fenmenos de la con
ciencia social,, lo que se puede comprobar tanto en las categoras
racionales como en las categoras irracionales y estas ltimas
no se hallan desprovistas de la ms autntica y racional base
social. En las categoras racionales, porque los procesos sociales
objetivos a los cuales hemos aludido y sobre todo el desigual
reparto de los efectos de las calamidades no era ningn secreto
para las amplias masas populares. En las categoras irracionales
ya que sobre el fondo de la agudizacin del antagonismo social
nacan tambin las ms fantsticas leyendas.
Sabemos que las vctimas de las epidemias12* eran sobre todo
los pobres, menos resistentes fsicamente por hallarse peor ali
mentados y vivir en psimas condiciones de higiene.123 Esto pro
vocaba, naturalm ente, que las clases privilegiadas utilizaran con
tr a los indigentes, v esijecialmenteL los_ mend'pL toda, clase, de
medios de represin por ser sospechosos de propagar las epi
demias, lo que a su vez deba suscitar una reaccin. Sabemos
que los ricos tenan la posibilidad de huir de estas catstrofes
m ientras que los pobres carecan de esa posibilidad. A veces.
550

los poderosos los encerraban en las ciudades despus de haber


las abandonado. Durante la epidemia del ao 1649 en Nimes,
metieron a los pobres en las Arenas romanas. El antagonismo
hacia los farmacuticos y los cirujanos, acusados de prolongar
estas graves enfermedades para lucrarse con ellas, puede consi
derarse como un prejuicio irracional, pero el problema se plan
tea de otra manera si partimos del hecho de que en la Francia
moderna, donde este antagonismo se manifiesta a menudo, los
farmacuticos y los cirujanos pertenecen a las capas ms adi
neradas de la burguesa, por lo cual tambin son elegidos con
harta frecuencia para los cargos municipales.124
Tambin la oposicin hacia los molineros y los panaderos
se justificaba muy a menudo, ya que stos especulaban con el
alza de los precios, al igual que se justificaba el antagonismo
hacia la aristocracia y las altas jerarquas del clero que posean
grandes acopios de vveres.
Los ricos constituan en realidad un grupo muy heterog
neo de personas, pero el pueblo no estableca distincin alguna,
viendo en todo ellos a los causantes de las epidemias, ante las
cuales huan, lucrndose con ellas y queriendo exterminar a los
pobres para combatirlas.1**
Las inspecciones, las requisiciones, las tasas, los organismos
filantrpicos que tienen como finalidad evitar que las masas se
desborden (hay que comprar la tranquilidad del pueblo),126
los movimientos masivos del populacho contra la burguesa y la
dictadura de la burguesa contra la pleble, todos estos fenme
nos tienen en Francia una larga tradicin vinculada con la his
toria de las plagas elementales. Los procedimientos de la Revo
lucin francesa se hedan, por tanto, profundamente enraizados
histricamente.12?
En cuanto a las bsquedas polacas en tom o a las plagas ele
mentales nos hallamos an ante un gran nmero de interrogan
tes, ya que, a pesar de la sugestiva hiptesis de Hoszowsk 128
no sabemos si los aos de hambre tuvieron en Polonia la misina
periodicidad y la misma fuerza que en la Francia posmedieval.
No est descartado que no fuera as debido a la menor urbani
zacin y comercializacin de Polonia. Ignoramos en particular
los fenmenos sociales conscientes relacionados con las plagas
elementales, pero disponemos de muchos materiales que nos
informan que aquellas calamidades no influan de la misma
manera en la suerte de los ricos que en la de los pobres.
Pero, cmo reaccionaban las masas indigentes? Llegaron estas
reacciones a ser tradicionales y a crear un modelo, al igual
que en Francia? Estas preguntas no tienen an contestacin.

551

LA TEO RIA DE RU TKO W SKI

Rutkowski fue el prim ero que acometi el anlisis de las con


secuencias econmicas de las devastaciones de guerra en la Po
lonia del siglo xvii. Los trabajos del por entonces joven autor
de La reconstruccin del cam po polaco despus de las guerras
de m ediados del siglo X V II
independientemente de sus va
lores analticos, tienen el gran m rito de haber introducido en la
ciencia un nuevo problema y de haber adelantado las tesis para
resolverlo. Segn Rutkoswski, la reconstruccin de la economa
agrcola despus de las destrucciones de la guerra estaba ligada
con la reestructuracin de la aldea en orden a increm entar el
rea de las haciendas seoriales, la reduccin del promedio del
rea de las explotaciones campesinas, el incremento del nmero
de explotaciones no independientes y el aumento del papel del
trabajo asalariado en las grandes fincas.
Adems, en su manual de historia econmica, Rutkoswski afir
ma que para la historia econmica del siglo xvii y especial
mente la de la segunda m itad del siglo y los comienzos del si
glo x v in tienen una im portancia decisiva los acontecimientos
blicos de aquellas pocas,130 tesis que desarrollaba Rutkowski
en un captulo especial.1*1
En un artculo publicado en el ao 1950, Rutkoswski afirma
que las destrucciones de guerra... no fueron... la causa del
decaimiento de Polonia, sino que fueron el reflejo y el factor
que aceler violentamente el proceso de desintegracin de la
economa feudal que ya haba comenzado anteriormente.1
Por haber formulado esta tesis, obtuvimos una mala nota en
lgica,133 pues la frase que acabamos de citar no tiene ningn sen
tido gramatical, cojea de un modo evidente. Pero el problema
y el mtodo analtico del mismo no dejan de parecem os lo ms
esencial.
Rutkowski era un gran erudito. Tenia enormes conocimien
tos sobre la historia de la economa y especialmente sobre la
historia agraria de toda Europa, pero desgraciadamente no logr
publicar ms que una mnima parte de sus trabajos.134 Se pue
de considerar, no obstante, que en el anlisis de las consecuen
cias econmicas de las destrucciones de guerra en el siglo xvn
en Polonia, no utiliz al parecer su enorme erudicin.
Este error en los mtodos creemos que tuvo enormes conse
cuencias, ya que las devastaciones de guerra no fueron en el
siglo xvii ninguna particularidad especfica de Polonia. Las des
trucciones provocadas por la Guerra de los Treinta Aos, fueron
asimismo considerables en otros pases abarcando enormes te
rritorios de numerosos pases europeos. Las consecuencias eco
nmicas de esta guerra dieron lugar a numerosas investigaciones,
especialmente en Alemania, donde fueron acometidas seriamente
por Inama-Stemegg.us
552

Aqu, el problema que es preciso investigar no es tanto la


magnitud de las devastaciones de guerra como los motivos de
la lenta reconstruccin de la posguerra.
Si aun cuando no realizbamos en este terreno ninguna in
vestigacin especial, formulamos la hiptesis de que las devas
taciones de guerra afectaron en Polonia a un sistema econmico
cuyo proceso de desintegracin ya haba empezado anteriormente
y si, como lo reconocen los autores citados, esta tesis pudo
confirmarse ms tarde, la mala nota en lgica slo nos la poda
dar quien no comprenda la diferencia entre la tesis y la hip
tesis, ya que una hiptesis puede formularse de un modo apodctico cuando entra en el marco de un artculo dedicado ente
ramente a una construccin en discusin. Sin avergonzamos de
haber formulado una hiptesis que luego se confirm, no vemos
tampoco la razn para vanagloriamos de ella, ya que el formu
lar esa hiptesis era muy sencillo y slo requera... un razona
miento lgico.
El punto de partida del razonamiento era en este caso la
diferenciacin en la produccin agrcola que representaba la
aplastante magnitud de la renta social polaca de la parte na
tural y de la parte mercantil, la prim era de las cuales se distin
gue por su extremadamente reducida elasticidad, mientras que
la segunda se caracteriza por su elasticidad excepcionalmente
grande. Adems, esta diferencia es particularm ente aguda con
relacin a los cereales y por lo tanto con respecto a los pro
ductos que constituan la mayor parte de las exportaciones po
lacas y cuyo consumo es de una elasticidad muy reducida. En
tales condiciones, es posible suponer que: a ) cada aumento o dis
minucin de la produccin de cereales repercute con una fuerza
multiplicada en las exportaciones, ocasionando su descenso o su
aumento, b ) que cada aumento o cada descenso duraderos de
las exportaciones (aparte de los factores extraeconmicos, y por
regla general de las dificultades transitorias en el comercio, co
mo es la guerra m artim a) no puede significar otra cosa sino el
incremento constante o el descenso de la produccin ya que
es muy improbable que la poblacin de un pas determinado
empiece a consumir de un modo permanente muchos ms o muphos menos cereales. Dado que Rutkowski sita en los alrede
dores del ao 1620 el momento culminante de las exportaciones
polacas de cereales, su construccin poda aparecer lo suficiente
mente verosmil como para someterla a discusin. Y as termi
na nuestra defensa contra la severidad de las crticas.
Pero volviendo a Rutkowski, es preciso reconocer que el gran
mrito de sus investigaciones consiste en haber llamado la aten
cin sobre las plagas elementales y las destrucciones de guerra,
no slo en orden a los cambios cuantitativos en la magnitud
de los bienes de consumo, de las fuerzas productivas y humanas,
sino de unos fenmenos que provocan unos procesos de adapta553

cin complicados y cuyo resultado son unos cambios duraderos


en la estructura social y econmica del pas. Estos fenmenos,
analizados por Rutkowski y sus sucesores sobre la base de los
ejemplos ms extremados, o sea del perodo de mayor inten
sidad de las devastaciones de guerra y de las plagas elementales
en la historia de la antigua Repblica polaca, constituyen a la
vez una directiva para el anlisis de otros perodos de la historia
econmica de la Polonia feudal. Las plagas elementales y las
devastaciones de guerra son fenmenos inherentes a la sociedad
feudal. Se puede suponer que en el ltimo perodo del feudalis
mo, es decir en la historia de la Polonia moderna, las plagas
elementales tuvieron consecuencias menores, aunque actuaban en
el mismo sentido que en los aos 1648-1660.^6 Aqu, las destruc
ciones de guerra de los cosacos y del diluvio sueco fueron
realmente los factores que contribuyeron a acelerar y profundi
zar un proceso iniciado mucho antes y que se prolong durante
largo tiempo. En el siglo xvi y a principios del siglo x v i i , es po
sible diferenciar los siguientes perodos principales con relacin
a las malas cosechas y las epidemias: 1550-1552, 1556-1558, 1570
1572, 1589-1590, 1598-1602, 1621-1625 y 1628-1631.137 Esto dista mu
cho del cuadro de la periodicidad regular que tanto asom bra en
los m ateriales franceses13* y que con toda seguridad es el refleje
del mayor aislamiento econmico de las diferentes provincias
en Polonia.13 No obstante, la proporcin de los aos nefastos*
en el curso de un siglo (24:100) es la misma que en Francia.
An queda por analizar si los cambios estructurales obser
vados por Rutkowski como consecuencia de las calamidades
agrcolas en el siglo xvii pueden comprobarse igualmente en me
nor escala y como resultado de imas olas ms reducidas de epi
demias y de malas cosechas. Rutkowski dem ostr que era inge
nuo suponer que despus de las plagas elementales, cuandc
la cifra de la poblacin descenda m ortandad, emigracin, etc.
y aumentaban las tareas de la reconstruccin econmica, el campe
sino se volva ms valioso para la nobleza, la cual, por lo mismo
deba propiciarle unas condiciones mucho ms favorables de
existencia, como eran la ampliacin de las explotaciones, la re
duccin de los tributos, etc., etc. Pero nada de eso; a pesar d
las migraciones, las huidas y otras causas, las condiciones para
los campesinos antiguos o recin llegados, no se establecan a
imagen y semejanza de la situacin del mercado y de acuerdo
con la ley de la oferta y la demanda. El razonamiento basado
en el buen sentido fracasa en este caso. El hecho de que el
seor feudal le concediera al candidato al asentamiento ms
o menos tierras, no dependa de si en un momento determinado
dicho asentamiento le im portaba sobremanera sino solamente
de lo que el campesino posea y de lo que el seor feudal poda
ofrecerle. A su vez, la magnitud de la explotacin determinaba
el carcter y la magnitud de las prestaciones que haban de
554

gravarla. Las prestaciones en yuntas slo podan afectar a las


explotaciones lo suficientemente extensas como para mantener
los a n im a les de tiro. Las explotaciones ms pequeas se halla
ban proporcionalmente ms sujetas a los gravmenes, ya que
la finca seorial, al incrementarse, necesitaba ms mano de
obra. Adems, es falso suponer que como consecuencia de las
plagas elementales, incluso razonando segn la ley de la oferta
y de la demanda, la posicin del campesino era ms favorable
debido al inters del seor feudal por los asentamientos, al cual
le interesaban stos, pero, por regla general, el campesino se
hallaba indefenso al carecer de yuntas y de aperos que slo poda
facilitarle o comprarle el dueo de las tierras. Es un hecho
tambin que las plagas elementales, al desorganizar la vida so
cial en el campo, despojaban a la aldea de los documentos pro
batorios de los derechos de los campesinos, hacan desaparecer
a los ancianos, vivientes testigos de las antiguas costumbres, des
trozaban los lazos tradicionales, etc. y facilitaban por consiguien
te la agresin de los seores feudales contra los derechos del
campesinado, debilitando los medios de defensa del mismo.140
Es por esto por lo que Rutkowski comprob, despus de las
guerras de mediados del siglo xvn, el descenso del nmero de
las economas campesinas de mediana superficie y el aumento
del nmero de las pequeas explotaciones sometidas a unos gra
vmenes de servidumbre relativamente elevados.141 Pero el pro
ceso de empobrecimiento de las economas aldeanas, el aumen
to del rea de las fincas seoriales y de los gravmenes que
pesan sobre la economa campesina, es un proceso continuo en
la Polonia moderna que se prosigue durante cuatro siglos, aun
que se desarrolla con una intensidad diferente segn las pocas.
Dado que se trata de un proceso de una importancia fundamen
tal en la historia, merece la pena indagar el papel que pudieron
jugar en l los complicados fenmenos sociales que denomina
mos como plagas elementales.

LAS INVESTIGACIONES DE LA ESCUELA FRANCESA

Las bsquedas en tom o a las plagas elementales y especial


mente sobre la repeticin peridica del hambre en escala re
gional e incluso nacional se hallan muy avanzadas en Francia.
Pero an queda por averiguar si este fenmeno tiene una inten
sidad mayor en Francia que en los dems pases europeos o si
es el resultado de la ms profunda atencin que los cientficos
franceses le han prestado a este fenmeno en comparacin con
las dems naciones.
Es indudable que en la historia de Francia desde el si
glo xvi a comienzos del siglo xix este fenmeno tuvo una es
555

pecial virulencia. Se ha reflejado coa viveza en la literatura y en


la publicidad, en un gran nmero de 'movimientos sociales tor
mentosos no dejando tampoco de influir en la aparicin del
clima social y de ciertas formas de lucha de las masas popula
res que favorecieron la Revolucin francesa.
Las bsquedas francesas se caracterizan por la diversidad de
los mtodos. El punto de partida fue aqu la investigacin acerca
de los precios de los productos agrcolas en los que apareca
una asombrosa periodicidad en las rachas de alzas. Este fen
meno, comprobado por Labrousse,142 se vio confirmado ms tar
de por numerosas investigaciones relativas tanto a los perodos
anteriores14* como ulteriores,144 indagaciones centradas en cier
tas regiones o momentos,14 o en ciertas clases de calamida
des.146
.
Mientras que en la escuela polaca de Bujak predomina la ave
riguacin de los datos sobre los precios a travs de las anota
ciones relativas a las plagas elementales, en Francia, por el con
trario, los datos referentes a las calamidades se averiguan por
mediacin de los datos sobre los precios. Esto se explica tanto
mejor, por cuanto, m ientras que en Polonia a causa del dbil
nivel de comercializacin una mala cosecha no provoca una ca
resta aparente, este mismo fenmeno ya no poda tener lugar
en Francia por aquellas pocas. Por otra parte, las bsquedas
francesas le conceden una gran atencin al anlisis sociolgico
del fenmeno en cuestin. Los desrdenes sociales, los movimien
tos contra la exportacin de los cereales, el pillaje de los trans
portes, los ataques a los almacenes de trigo, el odio a los pana
deros y los molineros, y en caso de epidemia el odio a los far
macuticos y los mdicos, la agudizacin de la lucha de clases
contra la aristocracia ciudadana, contra la nobleza y el clero, los
bulos y las leyendas que se extendan en tales situaciones (pac
to del hambre), todo ello ha sido descrito, analizado y valorado
en un gran nmero de obras, permitiendo construir una especie
de modelo de las revueltas del ham bre o ligadas a las epide
mias, cuya repeticin peridica es asombrosa.
Junto al modelo de las revueltas del ham bre sale tambin
a la palestra un modelo de la poltica de los gobernantes que
tiende a aplacar el ham bre o a aplastar los desrdenes y que,
a pesar del cambio de rgimen, se repite bajo Napolen y duran
te la Restauracin.14*
El gran mrito de los investigadores franceses es el de haber
demostrado la regularidad y la periodicidad del fenmeno14 en
cuestin ligndolo estrechamente con sus repercusiones en el
mercado, el haber diferenciado su intensidad segn el carcter
de la regin y del periodo, y el haber elaborado el modelo de
las revueltas que engendraban las calamidades. En cuanto
al perodo de 1715-1820149 tenemos adems un esbozo analtico
de las consecuencias de las plagas elementales para las diver
556

sas clases de la sociedad: quines, cmo y hasta qu punto st


lucraban con ellas y cules eran los perjudicados. En cambio,
el anlisis de los cambios duraderos provocados por las plagas
elementales en la estructura social y que representa el logro
ms importante de Rutkowski, no estn, en proporcin, tan
adelantados en Francia.

LA IMPORTANCIA DE LAS INVESTIG ACIO N ES SOBRE


CALAMIDADES Y DESTRUCCIONES DE GUERRA
PARA LA H ISTO RIA ECONMICA

El promotor de las investigaciones sobre la historia de las


plagas elementales y de las devastaciones de guerra en la antigua
Polonia, F. Bujak, aclara en el prembulo al prim er tomo de la
obra consagrada a estos problemas por qu desea abarcar ya en
ese prim er tomo el perodo de la segunda m itad del siglo xv, y
afirma: He considerado que esto era necesario por cuanto las
plagas elementales que en aquella poca afectaron a Polonia y a
la Europa central influyeron incuestionablemente en la trans
formacin del sistema social y econmico de Polonia y de los
dems pases centroeuropeos, contribuyendo, a travs del desa
rrollo de la servidumbre, a basar la produccin agrcola en la
economa de las haciendas seoriales. Reconozco que el esclare
cimiento de este problema, cuya importancia en la historia social
y econmica equivale a la importancia del capitalismo naciente,
me inclin a elaborar la crnica de las plagas elementales.150
De forma que el mismo autor declara cul es el objetivo que
persigue con sus investigaciones. Por su parte, A. Walawender,
autor del prim er trabajo sobre este tema, escribe en un artculo
programtico: Las plagas elementales fueron en los siglos pa
sados uno de los obstculos principales, si no el ms importante,
para el desarrollo normal de la vida econmica;151 y prosigue:
La investigacin de la vida econmica y social en los siglos
pasados no puede ser completa si no tiene en cuenta las condi
ciones en las cuales se desarroll y configur, las cuales pueden
variar, propiciando ms o menos el desarrollo. Pero slo las
plagas elementales podan provocar la brusca y catastrfica in
terrupcin de la vida socio-econmica.15*
Al parecer, el autor de estas palabras no valor la importan
cia de sus propias investigaciones. El abordar esta temtica en
la historia econmica slo bajo el aspecto del anlisis de los
obstculos principales para el desarrollo normal de la vida eco
nmica constituye una enorme deformacin del problema. Sobre
todo, y aun cuando esto pueda constituir un agarrarse a las pa
labras, es preciso recalcar que no es posible contraponer esos
obstculos al normal desarrollo econmico, por cuanto la
557

existencia de esos obstculos es una norm a en la economa feu


dal. Ya hemos hablado en este trabajo de que las perturbaciones
climatolgicas se convierten o no en una calamidad elemental
segn el medio social que se halla afectado por ellas, y depen
diendo todo, en ltim a instancia, de cul sea la productividad
del trabajo social, de cul sea la m agnitud media del producto
suplementario, de cules sean los medios de autodefensa que se
hallan a disposicin de la sociedad y, en definitiva, que todo de
pende del grado de desarrollo de las fuerzas productivas de esa
sociedad. En las investigaciones realizadas hasta la actualidad,
las plagas elementales han sido tratadas demasiado unilateral
mente como un fenmeno de origen extrasocial.
Pero volvamos a las cuestiones m s im portantes. Es eviden
te que de la m ism a m anera que se analizan los motores del
progreso econmico asentamientos, fomento de las fuerzas pro
ductivas, etc. hay que analizar asimismo todo cuanto frena
y retrasa ese desarrollo. Repetimos que la investigacin de las
plagas elementales es un sector de la problem tica de la histo
ria econmica y al mismo tiempo un mtodo.
Al igual que cualquier fenmeno histrico, las plagas elemen
tales o las devastaciones de guerra constituyen un todo comple
jo, que slo puede analizarse como una m agnitud compleja a
travs de la utilizacin de los mtodos m s diferentes y de los
criterios ms variados. La problem tica econmica no agota
n i n g u n o de estos fenmenos y por lo tanto los mtodos eco
nmicos no bastan para el anlisis total de ninguno de ellos.
Esto no es ms que una pequea ilustracin de la tesis que
hemos defendido anteriorm ente,1S* y conforme a la cual la his
toria econmica no se ocupa de algo as como el desengaa
miento de la clase de los fenmenos y de las actividades huma
nas sino que constituye la historia del aspecto econmico de esas
actividades. Las plagas elementales no dejan de hallarse rela
cionadas, por ejemplo, con los problemas ideolgicos. La histo
ria de las sectas religiosas durante y despus de la Peste negra
nos ofrece unos materiales muy interesantes.
Las plagas elementales no dejan de relacionarse con la pro
blemtica de la lucha de clases, y aun cuando no compartamos
la opinin de los autores que atribuyen a la sicosis engendrada
por las calamidades las manifestaciones de la lucha de clases,
no deja de ser un hecho muy probable que los fenmenos ante
riorm ente enumerados abandono de las ciudades por parte
de las clases privilegiadas, reservas de vveres en casa de los
ricos durante los perodos de hambre, etc. a veces podan con
ducir a la agudizacin de los antagonismos de clase, a que las
masas tom aran conciencia de los privilegios de los ricos, todo
lo cual no se hubiera producido tan rpidamente, a no m ediar
el factor que aceleraba esos procesos.1** No vamos a detenernos
mucho sobre estos problemas, ya que queremos subrayar sola
558

mente que al referim os a las bsquedas en tom o a las plagas


elementales y las destrucciones de guerra slo tenemos en cuen
ta los aspectos econmicos de estos fei .rnenos.
Econmicamente, tales fenmenos ocasionan la mayor parte
de las veces la disminucin de la cantidad de bienes de consu
mo y destruyen una cierta parte de los medios de produccin.
A travs de este ltimo factor siguen influyendo despus, pro
vocando el envejecimiento transitorio de los mtodos de pro
duccin, obligando a consagrar una parte del aparato producti
vo a la reconstruccin de lo que ha sido destruido, y prolongando,
por consiguiente, la disminucin del nivel de vida.
Pero dentro del marco mismo de la problemtica de la mag
nitud de la renta social, el anlisis de las plagas elementales
puede resultar ms provechoso an para la ciencia.
En prim er lugar, la sensibilidad de la economa social ante
las calamidades naturales constituye un ndice muy importante
del nivel de desarrollo econmico. El dominio del hombre sobre
las fuerzas de la naturaleza, su emancipacin con respecto a las
mismas, no se basa en que las granizadas sean ms raras hoy que
en el pasado, sino en que ya no tienen imas consecuencias tan
graves, tanto individual (los seguros) como socialmente. La fre
cuencia de las perturbaciones en el mercado suscitadas por las
plagas elementales, y la violencia con que el mercado reacciona
ante las mismas representan un criterio de mensuracin mucho
ms objetivo que muchos otros, tanto ms por cuanto en ste
se acumulan todos los elementes de la estructura socio-econmica
de una sociedad determinada.
Por aadidura, el anlisis de las plagas elementales lleva al
conocimiento de las dimensiones de la produccin mercantil:
cuanto ms reducida sea, ms violenta ha de ser la reaccin
ante estas catstrofes. El anlisis de las calamidades naturales
permite conocer el alcance geogrfico del mercado: cuanto ms
extenso, ms dbil ser la reaccin ante las plagas elementales.
Las violentas reacciones que, como consecuencia de las pertur
baciones climatolgicas, se producen en los mercados de poca
amplitud geogrfica son muy elocuentes y suelen informar al
historiador de ciertos problemas que de otra manera le son muy
difciles de aclarar.
El anlisis de las plagas elementales nos informan, por lti
mo, de los problemas relativos al reparto de la renta social.
Hemos tratado de llamar la atencin anteriormente sobre esta
problemtica. Por una parte, nos hallamos generalmente ante las
numerosas manifestaciones de los privilegios sociales, que per
miten a las clases poderosas el defenderse contra los efectos
de las calamidades naturales. Por otra parte, observamos que
como consecuencia de estas calamidades y de las destrucciones
de guerra, como consecuencia precisamente de dichas ventajas,
se producen ciertos cambios duraderos en la correlacin de las
559

fuerzas sociales y en la correlacin de fuerzas de las distintas


capas de una m isma clase, que al acumularse debido a la repe
ticin de las devastaciones, desembocan en una determinada
situacin poltica.
Es evidente que no pretendemos afirm ar que el sistema de
la oligarqua de los m agnates en Polonia fue el producto de las
frecuentes plagas elementales y de las destrucciones de guerra.
Esto sera absurdo, ya que la frecuencia de las calamidades es
y debe ser la regla en los bajos niveles de desarrollo econmico
y que las devastaciones de guerra son el rasgo inseparable del
sistema feudal. Dichas calamidades tuvieron lugar en todas par
tes, sin embargo no en todas partes surgi el sistema de la oligar
qua de los grandes seores. Pero la tarea del historiador que
analiza ese sistema radica en tener en cuenta todos los factores
que contribuyeron a su aparicin. Entonces, es posible que en
las condiciones concretas de Polonia las plagas elementales y las
devastaciones blicas influyeran en el surgimiento y la consoli
dacin de la oligarqua de los magnates, m ientras que en Europa
Occidental esos mismos fenmenos aceleran el discurso de la acu
mulacin primitiva. Una vez m s se m anifiesta cmo un fen
meno natural como es el de las perturbaciones climatolgicas
puede tener u n a s consecuencias muy diferentes segn afecte a una
sociedad o a otra.
El nexo entre la problem tica de la historia econmica y la
historia poltica es el problem a de la correlacin de las fuerzas
de clase. Pues aqu juega un papel trascendental el anlisis de
la base econmica de cada una de las clases: su estado de pro
piedad, sus ingresos, el sentido de los cambios que acontecen
tanto en el estado de la propiedad como en los ingresos. La histo
ria econmica facilita a la historia como tal y a la historia poltica
los datos al respecto. Y a esto contribuye grandemente el an
lisis de las plagas elementales y de las destrucciones de guerra en
los perodos en que estos fenmenos juegan un gran papel y
en prim er lugar, y sobre todo, en la poca feudal. Pero esto se
conseguir a condicin de que el anlisis de estos fenmenos
se efecte teniendo en cuenta todas las relaciones y dependen
cias de carcter econmico, de que se piense en el pleno carc
ter histrico del fenmeno, ya que un fenmeno natural idntico
influye de un modo enteram ente distinto segn en qu sociedad
tenga lugar.
As, nos inclinamos a concederle a este sector de las invest'
gaciones una gran importancia, ya que es preciso esperar mucho
de ellas tanto en lo que respecta a los mtodos como bajo el
punto de vista de la problemtica.
Sin embargo, puede preguntarse si Bujak tena razn al pro
meterse a s mismo que el anlisis de las plagas elementales
perm itira aclarar el dualismo en el desarrollo agrario de Euro
pa, ya que escribe que las plagas elementales influyeron pode
560

rosamente en ese fenmeno. Creemos que el anlisis de las


plagas elementales no puede aclarar esa clase de problemas. Es
un hecho de que un mismo fenmeno tuvo consecuencias diferen
tes segn afectaba a unos medios socio-econmicos distintos, y
eso es precisamente lo que debemos esforzarnos en conocer.
Como ya hemos sugerido, las plagas elementales que acompaan
constantemente la existencia de las sociedades preindustriales
no contribuyen tanto a introducir en su vida unos factores nue
vos y desconocidos en los aos normales como, por el contra
rio, a reforzar y agudizar las tendencias que actan de un modo
permanente en dichas sociedades. Acaso, como lo afirman al
gunos, la Peste negra de 1348 fue realmente uno de los acon
tecimientos ms importantes del Milenio? 1SS Vale la pena refle
xionar sobre esta cuestin por cuanto los partidarios de esta
tesis no pueden probarla y ya que es difcil medir con el por
centaje de las defunciones la importancia de un acontecimiento
histrico.
Las plagas elementales deben analizarse como uno de los
elementos constantes de la vida y el funcionamiento de las so
ciedades preindustriales. Podemos aprender mucho analizando
estos fenmenos en los pases actualmente atrasados, como la
India, donde los podemos analizar directamente.
Las plagas elementales deben ser examinadas como fenme
no social multilateral en sus repercusiones econmicas y socio
lgicas de corta duracin y a largo alcance que ataen a la eco
noma, a la estructura social y a la conciencia social.

EL CRECIMIENTO DE LA INTERDEPENDENCIA HUMANA

En la medida en que disminuye la dependencia relativa del


hombre con respecto a la naturaleza, aumenta la interdependen
cia de los hombres entre s.
El progreso econmico se realiza a travs del incremento de
la divisin social del trabajo, y sta, surgida en el proceso social
de la produccin durante el cual y de acuerdo con las condicio
nes institucionales de sistema existentes, donde cada uno de
los participantes obtiene un determinado derecho a participar
en el producto social, se refleja en ltima instancia en el mer
cado. El mercado es la suma de las relaciones econmicas entre
los hombres, hallndose conformado cuando dichas relaciones no
pueden ser interrumpidas sin que ello tenga efectos visiblemente
perjudiciales para todos los grupos sociales que lo integran.
Las investigaciones promovidas en el marco de la historia
econmica acostumbraron a dedicarle una gran atencin a los
problemas del comercio medieval, del cual los historiadores tra
dicionales analizaron la peculiaridad de sus instituciones organi
561
ses

100. 30

zadoras, llamando tambin su atencin el asombroso alcance


geogrfico del mismo.
La unilateralidad de los trabajos condujo a una visible defor
macin de las perspectivas. La amplitud del alcance geogrfico
cubri la estrechez del mbito social. Se habl mucho del co
mercio en relacin con imas pocas en que las clases que de
cualquier form a se hallaban ligadas con el mismo representaban
una fraccin insignificante de la poblacin. Sombart ya sola
brom ear al afirm ar con m ucha razn que al leer a los historia
dores del comercio medieval se tena la impresin de que las
gentes de aquella poca se alimentaban sobre todo con pi
mienta.
Esta tendencia era el producto de las circunstancias ligadas
a la tcnica investigadora de la poca. El gran comercio inter
nacional, el intercambio de los artculos valiosos que a veces
asombra a los coetneos y a veces es objeto de luchas, suele dejar
rastro en los documentos escritos. Los derechos arancelarios
que desde muy antiguo venan gravando el comercio internacio
nal, los acuerdos internacionales o entre las ciudades tambin de
jaron huellas escritas.
Igual ocurre con los diferentes reglamentos comerciales, la
legislacin de los mercados, etc., todo lo cual puede facilitar las
investigaciones.
Pero tan pronto como el mercado interior se sinti lo bas
tante fuerte como para liquidar las instituciones que lo obsta
culizaban en su desarrollo, al mismo tiempo que la desaparicin
de las instituciones desaparecen las fuentes documentales y el
fenmeno desaparece de las pginas de la historia. Surgi una
situacin paradjica: el inters de la ciencia por este fenmeno
fue inversamente proporcional a la importancia del mismo en
la vida social.
Las experiencias de la ciencia polaca y de otros pases en los
ltimos veinticinco aos, perm iten form ular nuevos postulados
sobre la base de la teora econmica marxista.156
El proceso de conformacin del mercado interior es un pro
ceso a largo alcance e integral. De estos dos rasgos dimanan im
portantes consecuencias. Es un proceso de larga duracin y que
por lo tanto comienza en pleno feudalismo y sigue prolongndose
en la poca capitalista. La diferencia de los perodos por los
cuales atraviesa implica la necesidad de analizar sus diferentes
etapas, utilizando al menos en parte unos mtodos distintos.
A esto obliga la propia transformacin del sistema, la cual en
traa asimismo un cambio en el carcter de las fuentes. Basta
con afirm ar que el proceso de conformacin del mercado inte
rior, que por lo general empieza con el pleno funcionamiento
de las clsicas instituciones feudales, en sus fases ms tempra
nas puede ser analizado gracias a dichas instituciones en mu
chos pases (pero no en Polonia), por ejemplo sobre la base de
562

los registros arancelarios interiores,117 concluyendo dicho proce


so por regla general en el perodo en el cual ya disponemos de
unas fuentes tales como las estadsticas oficiales de los trans
portes ferroviarios.
En cuanto a lo integral de dicho proceso, se trata de un con
cepto en cierto sentido abreviado que se refiere a los procesos
que se desarrollan en todas las ramas de la vida econmica.
Para los profanos, esta definicin puede ser incluso engaosa,
ya que explcitamente slo se relaciona con los fenmenos del
mercado, mientras que en concreto implica unos cambios deter
minados en la produccin y en su organizacin social, en los
intercambios, el transporte, el consumo y asimismo en el terre
no de la libertad individual o de la igualdad ante la ley. La
mencin acerca de lo integral del proceso aumenta igualmente
las posibilidades cientficas, puesto que permite emprender el
anlisis de ese fenmeno por el lado que se halla relativamente
mejor documentado en un pas o en un perodo determinados,
pero, evidentemente, con una advertencia: la sincrona de esos
cambios, tpica para el desarrollo clsico, suele fallar en propor
cin al estado de atraso del pas al cual nos referimos, fcsta
asincrona ha podido demostrarse con relativa profundidad en
los ltimos aos gracias al anlisis de la economa de los pases
llamados atrasados, en los cuales la renta de tipo feudal suele
coexistir con las modernas instituciones crediticias o de seguros,
y el aislamiento marcado de los pequeos mercados coexiste con
los ferrocarriles, las bolsas mercantiles y las grandes exporta
ciones de materias primas. El conocimiento de la economa de
estos pases constituye aqu para la ciencia una especie de caso
lmite, que m uestra de una forma extremadamente clara los
procesos que en unas proporciones ms reducidas acontecieron
en numerosos pases que entraron despus de Inglaterra en el
perodo de formacin del capitalismo, y que cuanto ms tarde
lo hicieron, la asincrona fue mayor. En este sentido, al afirmar
que el desarrollo del capitalismo en Italia no corresponde ni al
modelo francs ni al modelo de los pases actualmente atrasa
dos, Romeo tiene razn y al mismo tiempo no la tiene.li8 Tiene
razn por cuanto el proceso de asincrona fue incomparablemen
te mayor en Italia que en Francia e incomparablemente menor
con respecto a los pases actualmente subdesarrollados. No tie
ne razn por cuanto las diferencias slo son aqu de nivel que
entran en la gradacin cronolgica regular y por lo mismo corres
ponden a un mismo criterio.
/^ ' c o t u U - y k ~ n e r n o : t h c i i c r , ~ c o i r i t a e r a r n u S ' qiie-uir mei dauir uim ui
est formado cuando la ruptura de los intercambios interregio
nales no puede reflejarse en la clara reduccin del nivel de vida
de las masas de las dems regiones interesadas. De esto se des
prende la importancia de las investigaciones acerca de los mo
mentos especficos, es decir, cuando las guerras o los cambios de
563

fronteras polticas dificultan o impiden el funcionamiento de los


lazos ya establecidos. Para analizar el grado de desarrollo del
proceso de formacin del mercado interior en la Polonia del
siglo xvm , nada sera ms interesante que el examen de las
consecuencias econmicas de los desmembramientos para todas
las regiones polacas: los cambios de los precios relativos que se
producen en cada una de las regiones, el aprovisionamiento de
las grandes ciudades, la suerte de las regiones especializadas en
la exportacin, etc..., pero desgraciadamente estas investigacio
nes estn muy poco adelantadas.
Los nuevos mtodos de indagacin perm itirn quizs analizar
sobre la base de los materiales histricos el proceso de forma
cin y de consolidacin de los vnculos interhumanos que en cier
to sentido constituyen el problem a central de la historia.
La interdependencia hum ana que se crea a escala nacional
tambin surge a escala internacional e incluso mundial. Ya Rous
seau se apasionaba por este tema.159 Las investigaciones que
estn muy adelantadas en relacin con la poca capitalista, de
ben inclinar a emprenderlas asimismo en lo que atae a la
poca anterior.
Ningn Estado vive en el aislamiento econmico. Ms im
portante todava es el hecho de que, a medida que se va desarro
llando econmicamente, sus relaciones econmicas con el mun
do que lo rodea crecen en cifras absolutas y relativas.
Por ejemplo, el valor de las importaciones en relacin con
la renta nacional neta ascenda en Inglaterra: w
1820
1850
1870
1880

12
18
28
33

1900
1913
1937
1953

26
28
21
26

No puede haber desarrollo ms que a travs del progreso de


la divisin del trabajo y la especializacin; esto hace a su vez que,
a medida que va incrementndose el desarrollo econmico, el
mundo se halle cada vez ms sujeto a los vnculos de la inter
dependencia de un pas en relacin con el comercio internacio
nal. No es casual que los lemas autrquicos hayan sido procla
mados por la ideologa ms reccionaria del siglo xx: el fascismo.
Durante los aos 1870-1913, el volumen global del comercio
internacional creci en cuatro veces y media. Tomando como
base el coeficiente 100 para el ao 1970, ascendi a: mi
1870
1876
1880
1885
1890
564

31
39
44
44
53

1895
1900
1905
1910
1913

52
68
86
111
137

Como ya hemos dicho, ninguna nacin vive en el aislamiento


econmico. Sus relaciones de comercio con el mundo eliminan
do sus formas extraeconmicas como el pillaje militar, los tribu
tos de guerra, etc. se realizan siempre segn una relacin de
terminada de los precios, la cual depende de numerosos factores
como son el volumen absoluto de los intercambios, la organiza
cin del mercado, etc. Suponiendo que a partir del siglo xv elimi
nemos en Europa las fluctuaciones de corta duracin ligadas
a la oscilacin de las cosechas, a la interrupcin de los contac
tos comerciales por causa de las guerras, etc., es posible deter
m inar los periodos en los cuales las relaciones eran relativamente
constantes. La transicin de un perodo a otro, los saltos en
dichas relaciones, son provocados, por un lado, por los descu
brimientos geogrficos en el sentido sociolgico de esta pala
bra, o sea por el acceso a la utilizacin de nuevas y provechosas
posibilidades econmicas desconocidas hasta entonces, y de otro
lado, por el desigual incremento de la productividad del trabajo.
Los mercantilistas crearon la teora de la balanza comercial
excedentaria como fenmeno siempre y en todas partes prove
choso. Esta teora que se explica perfectamente en orden a las
necesidades del Estado absolutista, no resiste la crtica con res
pecto a los largos perodos en general y en particular en lo que
concierne a las pocas que no sean la del mercantilismo. La in
fluencia de los conceptos mercantilistas en el pensamiento eco
nmico ulterior y en mayor grado en la opinin pblica que
en la ciencia fue y contina siendo muy fuerte. Se manifiesta
en la propia terminologa que dene la superioridad de las ex
portaciones sobre las importaciones como un fenmeno posi
tivo. Esta influencia se manifiesta claramente en la propaganda
de los gobiernos de muchos pases que se esfuerzan, conociendo
el criterio de la opinin social, por m ostrar lo excedentario de
la balanza comercial, y tambin en los trabajos de numerosos
historiadores del comercio internacional, quienes utilizan casi
siempre los criterios mercantilistas para apreciar los fenmenos
que analizan.
Aqu, debe subrayarse sobre todo que la balanza comercial de
un pas determinado, siempre y cuando sea examinada no a tra
vs de un corto perodo sino de un largo perodo cronolgico,
muestra por regla general una tendencia al equilibrio (en los pe
rodos precapitalistas en que los elementos extracomerciales
de la balanza de pagos no juegan un gran papel). Resulta difcil
creer a quienes mantuvieron que en los tiempos del rey Estanis
lao Polonia tuvo casi siempre una balanza comercial deficitaria.
Si este saldo deficitario hubiese tenido que ser pagado siempre
en oro, en el pas habra aparecido un severo fenmeno deflacionista que, sin embargo, no se observa.161
Mucho ms importante es este fenmeno en las relaciones
no monetarias sino reales siendo un problema aparte el hecho
565

de que se puede analizar mucho m ejor en los fenmenos mone


tarios. No es tan im portante el sa b e r'si el oro llega a un pas
determinado o sale del mismo, como tampoco saber qu cantidad
de mercancas entran en una nacin a cambio de los productos
que ella m isma exporta. Ahora bien, para contestar a esta pre
gunta es necesario exam inar un largo perodo, lo que por regla
general temi hacer la historia monogrfica tradicional. Pues
como ya hemos dicho, las relaciones de los precios a escala in
ternacional slo cambian en la poca precapitalista en base a
un largo perodo.
En el actual estado de las bsquedas, parece que sea posible
hablar de un cambio fundam ental del papel socio-econmico de
los cambios en las citadas term s o f trade entre la poca feudal
y la poca capitalista.
Como ya lo indicbamos, en la Polonia posfeudal se produce
un cambio muy provechoso en las relaciones de comercio: los
artculos exportados por Polonia se vuelven sistemticamente
ms caros en proporcin a los productos importados por ella.162*
Por un mismo volumen de exportaciones Polonia puede impor
ta r de decenio en decenio una m ayor cantidad de mercancas
extranjeras. La influencia de estos cambios en la economa del
pas fue deplorable: provoc un aumento de la desigualdad en
el reparto definitivo de la renta social (lo cual, como ya lo
hemos indicado, no favorece en modo alguno en la poca feudal
el incremento econmico), cre una competencia insoportable
para la produccin nacional artesano-industrial y el comercio
del pas, provoc la desurbanizacin, la agrarizacin, la naturali
zacin de la economa y todos los fenmenos de la regresin
econmica.
En esa misma poca, por el contrario, en los pases que da
ban los primeros pasos en el camino del progreso industrial
y de la productividad del trabajo en la industria, las relaciones
de comercio cambiaron de un modo desfavorable, lo cual, como
es sabido, no dificult en el m enor grado su progreso econmico
ulterior. Sobre el progreso econmico, decidi el incremento de
la productividad del trabajo, a pesar de que dicho incremento
provoc a la vez un abaratam iento relativo de determinadas
categoras de productos. O sea: que el abaratam iento relativo
de ciertas categoras de productos era ms lento que el incre
m ento de la productividad del trabajo necesario para la fabri
cacin de los citados productos.
Slo es capitalismo cre, perfeccionndolo, el imperialismo
utilizando todos los medios y sobre todo los extraeconmicos,
el sistema de comercio mundial en el que paradjicamente en
carecan relativamente los artculos para cuya produccin la
productividad del trabajo era mayor. Esto estaba ligado sobre
todo con la rpida concentracin y despus con la cartelizacin
de las ramas de la economa en las cuales la productividad del
566

trabajo creca ms lentamente debido a la diseminacin de la


produccin de las materias primas, empezando por las de la
agricultura.
Si analizamos este problema tomando en consideracin la to
talidad del ltimo siglo, el resultado es asombroso. La relacin
entre los precios de las materias primas y los de los productos
industriales acabados en el mercado mundial ha sido estimada
ltimamente como sigue:16*
1870 111
1913 100
1938 75

1913 100

En cuanto al comercio del Reino Unido, la relacin entre los


precios de los artculos industriales y los de las materias primas
es an ms extrem ada:16*
1857
1860
1870
1880
1885

87,1
94,9
102,3
100,0
102,3

1890
1895
1900
1920
1913

109,1
110,8
120,0
146,4
116,2

1926
1930
1933
1938

141,8
149,0
173,1
166,2

1880 100

Como vemos, el mejoramiento secular de las term s of trade


es en gran medida el origen del incremento de la riqueza de
Inglaterra en el curso del ltimo siglo. Esto concierne, natural
mente, a todos los pases que tuvieron una temprana industria
lizacin.
Segn los clculos ms exactos, resulta que, gracias a esta
conformacin de las relaciones de comercio, los pases industria
les obtuvieron, adems del beneficio de su propio progreso tc
nico y del incremento de su productividad del trabajo, una gran
parte del beneficio resultante del insignificante progreso tcni
co y del incremento de la productividad que tuvo lugar en los
pases atrasados.16S Es decir, que la renta social de los pases
industriales creci ms rpidamente que su productividad del
trabajo, mientras que en los pases atrasados suceda a la in
versa.
Adems, es preciso recordar que esta disparidad es mucho
mayor que la que arrojan las estadsticas. Por ejemplo, para
conseguir la comparabilidad, toda la masa de los productos
alimenticios se hace figurar dentro de la produccin de materias
primas, pero entre los artculos alimenticios se encuentran toda
una serie de productos manufacturados, como son las conser
vas, los extractos, etc., cuyos precios se semejan a los de los
artculos industriales y que son exportados por Australia pero
no por Kenia. De tenerse en cuenta tales factores, la disparidad
en las term s of trade seria mucho mayor.
567

Asimismo, es relativamente dbil la influencia coyuntural en


las relaciones de comercio: ya que en los perodos de alza los
artculos industriales encarecen ms rpidamente y bajan con
ms lentitud en los perodos de baja que las m aterias primas,
con lo que dichas relaciones de comercio representan un meca
nismo de acaparamiento de los beneficios por parte de los pases
ricos en las buenas coyunturas, m ientras que en los tiempos de
mala coyuntura todas las prdidas son para las naciones pobres.
Durante las fluctuaciones a corto plazo los pases atrasados
se hallan afectados por cada empeoramiento de la coyuntura de
dos maneras: por el descenso de los precios de los productos
que exportan y, en segundo lugar, por la disminucin del vo
lumen fsico de sus exportaciones salvo la exportacin de cier
tos artculos de consumo, la cual crece en funcin de la cada
coyuntural de los precios. En el curso de los ltimos cincuenta
aos, las fluctuaciones cclicas de los precios de las materias
primas exportadas por las naciones atrasadas ascendieron apro
ximadamente al 14 /o, m ientras que las fluctuaciones cclicas del
volumen de las exportaciones subieron al 20 % (de lo cual resul
ta que los ingresos en divisas ligados a las exportaciones bajaron
aproximadamente en un 1/3).1** La Repblica popular polaca, al
ser afectada sensiblemente por cada baja coyuntural de los
precios del carbn en el mercado mundial, conoce perfectamente
este problema.1*7
Las term s o f trade constituyen una im portante cuestin en
cada poca y para cada pas de acuerdo con la magnitud de sus
intercambios internacionales. Pero el papel de las relaciones de
comercio y de los cambios que en ellas se producen con la eco
noma nacional, suele ser muy distinto en la historia econmica,
segn el conjunto de las condiciones socio-econmicas.
Son conocidas las lecturas infantiles en las cuales se dice que
el mundo entero debe trab ajar para que podamos vivir como
vivimos: unos pases nos sum inistran el mineral de hierro, otros
el algodn, otros el caf y el t, otros el petrleo, otros las fru
tas, m ientras nosotros, a cambio... etc. Bella lectura, ya que en
ella se m uestra un grande y bello proceso: la creciente coopera
cin de la humanidad, su creciente solidaridad.
Es evidente que este hermoso proceso tiene tambin su otra
cara: la trem enda sensibilidad de la economa de cada pas ante
las perturbaciones que obstaculizan la cooperacin mundial,
a veces muy lejanas. La breve aventura de Suez en el ao
1956 ha demostrado en las naciones de Europa Occidental cmo
la falta del suministro cotidiano de petrleo, amenaza con pa
ralizar la produccin industrial y agrcola sin contar los trans
portes.
Un pas se halla tanto ms vinculado al mundo cuanto mayor
sea su desarrollo econmico, y si esta vinculacin es ms es
trecha, ms posibilidades ha de tener de elevar la productivi
568

dad del trabajo y el nivel de vida, pero tambin ser mayor su


sensibilidad frente a las perturbaciones de la cooperacin mun
dial.
Cuanto ms se progrese en la dominacin de las fuerzas na
turales, mayor ha de ser la interdependencia de las diferentes
sociedades. Cuanto mayor sea la emancipacin del hombre con
respecto a la naturaleza, ms profunda ser la dependencia co
mn de los hombres entre s.
La solidaridad de la humanidad se halla engendrada en cierto
grado por la cooperacin econmica mundial, siendo a la vez su
condicin, cuya ruptura slo deja una alternativa: la barbarie
universal.

569

XV.

El mtodo comparativo y la generalizacin


en la historia econmica

CARACTER IDEOLGICO DE LA CONTROVERSIA ACERCA


DEL MTODO COMPARATIVO E N LA H ISTO RIA

La controversia en tom o a los mtodos comparativos en la


ciencia histrica cuenta ya ms de dos siglos. Volviendo a surgir
con cada generacin, en cada una de ellas reviste nuevos colo
res y nuevos matices, inflamando las pasiones. Sin embargo, se
ra simplificar demasiado si slo visemos en ella una contro
versia entre innovadores y tradicionalistas aunque esto tam
bin se da. Es esta una polmica entre dos inquietudes cientfi
cas: la preocupacin por la precisin, la exactitud y la certeza
de las afirmaciones de la ciencia, y la carrera creadora hacia
los verdaderos descubrimientos. Y no se trata de que en este de
bate una de las partes tenga siempre la razn y la segunda no,
ya que quizs ambas sean necesarias al desarrollo de la ciencia,
como lo son el caballo blanco y el caballo negro en Fedra, de
Platn.
A lo largo de una polmica de dos siglos, pudiera parecer que
ya estn agotados todos los argumentos. Pero en la ciencia nun
ca se da la ltima palabra, ya que las nuevas experiencias his
tricas de la humanidad, por una parte, y los progresos de la
ciencia por otra, proyectan constantemente una nueva luz sobre
los viejos problemas.
En nuestra poca, esta discusin tiene una extraordinaria im
portancia. Actualmente, todos comprenden que el mtodo com
parativo, en la ms amplia acepcin de la palabra, es absoluta
mente necesario en cada trabajo cientfico, por muy modesto,
micro grfico e idiogrfico que sea. Con una ingenuidad asom
brosa, sus adversarios, hasta los ms encarnizados, no se dan
cuenta de que lo han utilizado, que no es posible introducir en
' la ciencia ningn'tenmeno nuevo y comprobado sin compararlo
con los fenmenos ya conocidos, que sin esta comparacin, sen
cillamente, no se le puede poner nombre a ningn nuevo y com
probado fenmeno.
Cuando a finales del siglo xix y comienzos del xx Askenazy
inici su labor cientfica, luch simultneamente por dos cues
tiones: por la igualdad de derechos, en la ciencia histrica oficial,
universitaria, de las investigaciones sobre la historia de Polonia
a raz de su desmembramiento, y por la aplicacin de los mto
dos comparativos.
571

Dada la atencin muy especial que en Askenazy despertaba


la historia de la diplomacia, el mtodo comparativo haba de
permitir, a su juicio, la comprensin de los conceptos y los mto
dos de accin de la diplomacia europea durante el perodo in
vestigado. As, por ejemplo, el desmembramiento de Polonia era
en su opinin muy comprensible si se tena en cuenta la postura
de los polticos, los estadistas y los diplomticos de entonces
para con el problema de la integridad del territorio estatal.
Desde este punto de vista, los desmembramientos de Polonia de
jaban de ser un asunto excepcional e incomparable. Al parecer,
a la base de tal comprensin de los procedimientos comparati
vos se hallaba el convencimiento de que la diplomacia europea
del siglo xvm o del siglo xix dispona en cierto modo de un
concepto y de un mtodo homogneo y nico que utilizaba en su
medio (de ah que se subraye con frecuencia el carcter cos
mopolita de los diplomticos europeos de la Ilustracin.
Handelsman, protagonista l tambin de los mtodos compa
rativos, formul claramente los lmites de su aplicacin, que l
haba sealado con el nombre de esferas civilizadoras.1 Rutkows
ki, partidario asimismo de los procedimientos comparativos, los
aplic en amplia escala en sus investigaciones, particularm ente
en las que realiz sobre los siervos del siglo xvm.* Aqu, el m
todo comparativo se asienta quizs en la informulada pero clara
teora de las esferas civilizadoras. El autor compara a los sier
vos polacos del siglo xvm con las relaciones que imperaban en
Alemania y Austria, Francia e Inglaterra, Italia e inclusive en
Espaa, pero nunca con las relaciones que se daban en Rusia.*
As, acaso se base Rutkowski en el informulado principio de
esas mismas esferas civilizadoras a las cuales el propio autor
alude con afecto.4 En la historia de las ciencias histricas po
lacas, no se puede pasar por alto que la disputa en torno a la
autoridad de los mtodos comparativos revisti a finales del si
glo x i x v en el siglo XX hasta estos ltimos aoss un pecu
liar matiz ideolgico. No es posible comprenderlo sin tener en
cuenta la controversia tradicional entre la postura pesimista
y la actitud optimista. El procedimiento comparativo era un ar
ma en manos de los optimistas gracias a la cual stos inten
taban demostrar que los tan a menudo criticados aspectos reac
cionarios del sistema social y poltico de la Polonia anterior a
los desmembramientos, no se diferencian tanto, en principio, de
los fenmenos similares que por entonces se daban en los dems
Estados de Europa, que por lo tanto no se les haba de im putar
la principal culpa por la cada del Estado y por consiguiente,
que Polonia no cay por culpa suya. Ya es tiempo, sin em
bargo, de tratar de sustraerse a la presin de una situacin
anormal para la nacin y a su trgico destino histrico, y de
considerar estos problemas metodolgicos fundamentales con
arreglo a unas categoras puramente racionales.
572

Pero los elementos nacionalistas que tan a menudo tergiversan


la ciencia histrica, tambin llamaron a la vida, y no slo en
Polonia, las tesis no cientficas relativas a la aplicacin de los
mtodos comparativos a la historia. Pirenne6 habl magnfica
mente de esto despus de la Primera Guerra Mundial, al conde
nar la historiografa nacionalista, cuyo mtodo comparativo hu
biese dificultado el m ostrar el carcter extraordinario de su pue
blo. La posteridad demostr cunta resonancia tuvo aquella voz
predicando en el desierto.
Carlos Marx utiliz valientemente en sus anlisis el mtodo
comparativo. Sin l hubiesen sido inconcebibles las generaliza
ciones a las cuales lleg.
Para convencerse de ello baste analizar bajo este punto de vis
ta su razonamiento, por ejemplo en el captulo XXIV del tomo I
de El Capital dedicado a la acumulacin primitiva. La ejemplificacin est tomada principalmente de Inglaterra, pero el fen
meno es considerado en principio en todos aquellos casos en
los cuales de hecho se haba manifestado hasta entonces es
decir, hasta el momento de escribir la obra, por lo tanto en
Espaa, Portugal, Holanda, Francia e Inglaterra.7 Los ejemplos
de utilizacin audaz de los mtodos comparativos en las obras
de los creadores del marxismo pudieran multiplicarse al infinito.
Si la teora fundamental del surgimiento de la sociedad plena
mente capitalista e industrial fue elaborada por Marx con los
materiales de un solo discurso histrico, o sea, con los materia
les de la historia de Inglaterra, hay que ver en ello el resultado
de un hecho tan claro como el de que hasta el momento de
escribir la obra ese proceso en ningn pas del mundo an no
se haba desarrollado plenamente. Sin embargo, la postura me
todolgica del autor se halla expuesta y ntidamente en el
prembulo a la primera edicin, cuando Marx escribe que: Un
pas muy desarrollado industrialmente, muestra menos desarro
llado slo el cuadro de su propio futuro dirigido al lector
alemn.*
En la prctica, el dogmatismo marxista negaba el mtodo
comparativo. Naturalmente, no puede hacerse la crtica del dog
matismo marxista con mtodos dogmticos. Al demostrar que
la ciencia que se reclama del marxismo no puede negar los
elementos fundamentales de este procedimiento marxista, es po
sible demostrar que los creadores de este mtodo, Marx y Engels,
aplicaron extensamente el mtodo comparativo. Sin embargo, no
pueden interpretarse sus escritos literalmente. Junto a muchas
comparaciones que constituyen un aspecto esencial del procedi
miento analtico, hay en ellos muchas comparaciones audaces y
a veces brillantes que slo juegan un papel ornamental, polmico
o literario.
Tuvo que darse un singular concurso de trgicas circunstan
cias histricas para que la ciencia histrica nacida del marxismo
573

comenzase a dem ostrar en la prctica su hostilidad program


tica frente a cualquier mtodo comparativo, para que el pos
tulado m arxista de la concrecin de la verdad comenzase a
comprenderse en el sentido del ms ingenuo idiografismo y para
que todos los intentos de aplicar los mtodos comparativos se
denominaran socalismo vulgar,9 lo que, evidentemente, se halla
ba en contradiccin con los fundam entos del mtodo marxista.
Como suele ocurrir casi siempre, tam bin aqu la postura me
todolgica errnea y perjudicial fue el factor que arrastr una
tesis, en principio lgica, a sus ms extremadas y absurdas conse
cuencias. En este caso, la tesis de partida fue la de la dialctica
m arxista segn la cual unos fenmenos sociales anlogos pueden
jugar un papel social enteram ente distinto, tener un contenido
social y una funcin en el desarrollo social completamente dife
rente, segn pertenezcan a uno u otro elemento del amplio con
texto social. Nada m s justo. En la segunda m itad del siglo xix
la bolsa del trigo de Londres no era la m isma que la bolsa
del trigo de Amsterdam en el siglo xvi ni que la bolsa del trigo
en la Roma antigua. La inflacin en la Antigedad no es lo mis
mo que la inflacin en Polonia durante el reinado de Juan
Casimiro o que la inflacin en Alemania despus de 1918 o, por
ltimo, que la inflacin dirigida en el sistema keynesiano. Aho
ra bien, en prim er lugar se plantea la pregunta sobre si esos
fenmenos no tienen en cambio algn elemento comn, el cual,
de existir, ha de ser investigado ig u a lm e n te por la ciencia, aun
que, naturalm ente, las generalizaciones elaboradas sobre una ba
se tan heterognea slo pueden tener un contenido muy limita
do. En segundo lugar, lo ms im portante es que esa afirmacin
constituye la nica apelacin de una m ala aplicacin del mtodo
comparativo a otra mejor, pero en n in g n caso a su negacin.
En nuestra poca, la controversia acerca del mtodo compa
rativo, que ha vuelto a cobrar vida y que incluso es particular
mente virulenta, est determ inada por una serie de nuevos fac
tores. Como ocurre siempre en la historia de la ciencia, dichos
factores son el resultado tanto de los cambios que actualm ente
acontecen en el mundo como de los progresos de la m ism a cien
cia. La emancipacin cientfica de muchos pases que hasta
ahora fueron el objeto ms im portante de las investigaciones
de la ciencia europea, la penetracin en la ciencia de estas na
ciones de los mtodos histricos y del historismo, los progresos
de la etnologa y los ligados al derrocamiento de la dominacin
europea en el mundo, las nuevas concepciones del evolucionis
mo, las tentativas de industrializacin de los pases llamados
atrasados y las conquistas en su marco de la economa y la socio
loga, he ah el mbito en el cual transcurre la actual discusin
acerca de los mtodos comparativos en las investigaciones socia
les en general y en las ciencias histricas en particular.10
Nos iremos ocupando sucesivamente de estos problemas.
574

LA H ISTO RIA FRENTE A LA DIVERSIDAD


DE LAS CIVILIZACIONES

Los romanos dividieron a la humanidad en romanos y br


baros. Las gentes pertenecientes a las civilizaciones de Europa
Occidental, al conquistar a los mundos de ultram ar, crearon el
concepto de indgenas o de autctonos que constituan, como
dice A. Toynbee, algo as como una parte de la flora y la fauna
locales. No s si la palabra polaca niemec (alemn) procede de
niem y (mudo), en todo caso, esta explicacin etimolgica, aunque
sea falsa, es lo bastante antigua como para atestiguar por s mis
ma su postura social. Son conocidos los chistes sobre los partes
meteorolgicos ingleses los cuales anuncian, en caso de niebla
o de tempestad en el mar, que durante tantas y tantas horas el
continente estuvo incomunicado con la Gran Bretaa; personal
mente, pude ver cierta vez una gua inglesa de las carreteras
francesas destinada a los automovilistas en cuya prim era pgina
resaltaba en letras de molde el aviso: Atencin: recuerden que
en el continente no se circula como es debido, sino por la dere
cha. Es fcil rerse con tales ejemplos, es cmodo condenar
las ideas que ellos encubren. Mucho ms difcil es combatir con
tra uno mismo de un modo anlogo.
A lo largo de m ile n io s la humanidad ha vivido con el conven
cimiento de que en algn lugar ha existido un embrin cualquie
ra del gnero humano que dio lugar a un d e te r m in a d o desarrollo
de la civilizacin. Por ese camino, unos pueblos llegaron lejos,
construyeron grandes ciudades, soberbios templos, una potencia
material, obras m aestras del arte; sin embargo, otros no avan
zaron mucho o se estancaron, hacindose por tanto acreedores
a la condenacin. Concepto ingenuo? Claro que s, pero sin em
bargo era lo que nos enseaba en nuestros tiempos universita
rios Tadeusz Zielinski, quien se consideraba a s mismo y era
considerado (y no sin razn) como mi gran humanista, y cuya
narracin sobre los dos ngeles Oriencio y Occidencio, que ser
van para ilustrar la teora acerca del sooliento y esttico Orien
te, puede leerse en sus famosas conferencias E l m undo antiguo
y nosotros.
La manera de tratar globalmente a todos los otros y las
apreciaciones peyorativas que de estos otrismos se hacan dur
milenios. Este mtodo cumpli una eminente funcin social: in
tegrando la sociedad, diferencindola, con este diferenciar y con
traponer pudimos llegar a conocer algo. La novela de Thomas
Mann sobre Moiss, a travs de todo su proceso de anhistrico
intelectualismo, expresa perfecta y claramente su esencia. As,
no es extrao que la subestimacin de ese modo de pensar aca
rree consigo no pocos peligros. Al expulsar a Carnades por en
sear las costumbres de los dems pueblos, el Senado romano
dio una prueba de su profunda sabidura sociolgica.
575

Sera interesante conocer cun lentamente la historia se abre


camino hacia el convencimiento de la igualdad de derechos de
las diferentes culturas. Montaigne ya no es desterrado por pro
clamar la tesis segn la cual los brbaros no nos son en nin
guna manera singulares ni tampoco nosotros para ellos.1 Pero
sera errneo ver en ello un gradual progreso. Tcito, en cuya
Germana puede leerse esa misma postura, aunque no tan cla
ramente formulada, no pag por su actitud ni con su cabeza ni
con el destierro, pero la historia ms moderna de la humanidad
nos ofrece hasta demasiados ejemplos de cmo por haberse
proclamado esa igualdad de derechos de las diferentes civiliza
ciones, ya no hay por qu asombrarse ni espantarse de la suerte
corrida por Carnades.
.
En lugar de un progreso gradual, acaso no sera preferible
ver en ello dos posturas sociales, dos situaciones sociales en las
cuales una vez una, una vez otra tienen socialmente una impor
tante funcin que cumplir: ya sea la integracin interna y su
diferenciacin del mundo que la rodea, ora la coexistencia, bien
el fortalecimiento del sentimiento de su existencia, o el fortale
cimiento del sentimiento de seguridad en la coexistencia?
La historia justifica todo cuanto se desea. Ella no ensea
nada con exactitud por encerrarlo todo en s y ofrecernos ejem
plo para todo escriba Paul Valry.
Y
si es as realmente. Y hasta tal extremo que, de hecho, en el
transcurso del ltimo siglo y medio, quiz se utilizara ms la
tendencia a la diferenciacin que la tendencia a la coexistencia,
lo que no tena nada de extrao. El proceso de formacin de los
nuevos pueblos y el proceso de la toma de conciencia de su
diferenciacin por parte de las nuevas clases sociales cre ante
todo la necesidad de esa funcin de la ciencia histrica.
Es tiempo de pararse a pensar en cmo se presenta la situa
cin actual en un mundo en el .que an distan mucho de haberse
terminado aquellos procesos de diferenciacin, en el que an
contina y eso ocurre en pases de varios centenares de millo
nes de habitantes el proceso de formacin de los nuevos pue
blos y en el que, al mismo tiempo, la coexistencia se ha conver
tido en la condicin de su existencia.
El asunto est ligado al problema fundamental del desarrollo
unilateral o multilateral de la civilizacin, y la postura que ante
l se mantenga ha de condicionar hasta en sus detalles la elec
cin de los mtodos de investigacin.
La polmica nos llega de lejos y nos es muy conocida. Cuando
Smith escribi que para el desarrollo econmico de un pas
poco o mucho lo que necesita... es la paz, bajos impuestos, una
administracin y una justicia regulares, y que todo lo dems ir
siguiendo el curso natural de las cosas ,10b dio una prueba de
su actitud unilateral. De la misma manera Marx, en su prem
bulo a la primera edicin de E l Capital, al aclarar por qu
576

centra su atencin en Inglaterra escribe, que un pas muy de


sarrollado industrialmente, m uestra menos desarrollado solo el
cuadro de su propio futuro.
El punto de vista m ultilateral ha sido desarrollado por Spengler y ltimamente por Toynbee. Lo ms importante, sin embar
go, es que ha adquirido una considerable influencia sobre la mo
derna etnologa, lo cual es comprensible. La sabidura de Mon
taigne en el siglo xvi sigui sindoles ajena a los observadores
europeos de las sociedades primitivas. La ciencia progresista
ms destacada tena que rebelarse contra ello. En la escuela de
Durkheim, antes de la palabra salvaje, haba que anteponer
obligatoriamente los asi llamados (esto lo aplico hasta el pro
pio Czarnowski). Malinowski afirm que conoca solamente una
prueba de la superioridad de la civilizacin occidental soore las
as llamadas salvajes, y que eran los caones. Actualmente, en
una formulacin mucho mas aguda del pensamiento ele Mon
taigne, Levi-trauss escribe: El brbaro es, sobre todo, aquel
que cree en la existencia de la barbarie.11
As vemos cmo en la historia de las ciencias sociales se pro
duce un viraje fundamental: renacen las viejas divisiones entre
romanos y brbaros, y entre nosotros y los otros con la
diferencia de que, asi como antes la primera de esias uemuciones tema un sentido positivo y la segunda negauvo, noy uia en
ambas destaca el signo positivo o cuando menos en las dos suele
faltar un signo de valoracin, hasta el extremo ue que, supo
niendo que el concepto de barDaros se metiera dentro de un
saco con todos sus ms variados matices, estos manees se dis
tinguiran hoy asi: igualdad de derecnos de 10 neterogeneo. oniiplmcando en extremo, pudiera decirse que asi como antiguamen
te esa postura tema un caracter nacionansia (aunque 110 siem
pre el pueblo fuese su objeto, y que aun sindolo, no por eso
se permiti respecto a esos tenomenos mantener ei mauz peyo
rativo que acostumbramos darle a la palabra nacionalismo) ac
tualmente, al menos aparentemente, cobra un caracter radical
mente intemacionalista.
Lvi-Strauss, y no es el nico en opinar as, considera que
cada cultura posee na jerarqua de valores dilerente, que per
fecciona distintamente los valores, que en ella se coniorman de
otra manera las proporciones, las opciones y que resiste con
fuerza a la adopcin de cualquier escala de valores (por ejem
plo, la nuestra misma) y la valoracin de sus realizaciones se
gn esta misma escala. Pases atrasados? Posiblemente que
los consideremos como tales por cuanto nosotros mismos es
tamos atrasados en relacin con los que se hallan a la caDeza,
por lo cual no somos capaces de comprender en generai sus rea
lizaciones.
Es difcil negar el carcter hermoso, intemacionalista, pro
fundamente humano de esta postura.
577
hcs

100.

37

Al mismo tiempo, nos asombra una paradoja: en el momento


preciso en que el mundo se ha convertido en un escenario inaudi
to, en orden a la escala y el ritm o del proceso de la unificacin
de las civilizaciones, que se produce el acero con los mismos
y ms modernos mtodos desde Anshan hasta Pittsburgo, que
los mismos juke-box tocan las mismas melodas en los locales
pblicos desde Magdeburgo hasta Tokio, que en el mismo da
en todos los pases del mundo se leen las mismas noticias sobre la
visita de Jruschov a los Estados Unidos o sobre el Lunnik o la
catstrofe de Frjus y todo eso se lee en todos los pases
con unos sentimientos muy parecidos, que sea precisamente en
ese momento, frente a esta uniformidad, cuando la teora sobre
el desarrollo multilateral de las culturas revista una elabora
cin cientfica tan profunda y goce de la ms extensa resonancia
en la opinin social de los pases ricos de Occidente.12 Como si
la vieja e inquebrantable fe en el hombre blanco, en sus de
rechos y su superioridad hubiese cedido ante un complejo de
interioridad y ello en el preciso momento en que, nos agrade
o no, quermoslo o no, sabemos bien que el tremendo descenso
de la dominacin europea sobre el resto del mundo lleva empa
rejada la adopcin por ste de los despojos de un modelo de
civilizacin creado por esa misma Europa.
Y
aqu se encierra la segunda paradoja: la teora de la plu
ralidad de tendencias tiene una resonancia mucho ms fuerte
en los pases adelantados que en los llamados pases atrasa
dos.
Las conferencias cientficas internacionales estn plagadas de
disputas a este respecto. En 1953, durante la conferencia de la
Asociacin Internacional de Ciencias Econmicas de Santa Margherita, Corrado Gini demostr la imposibilidad de efectuar una
comparacin sobre la magnitud de las rentas nacionales entre los
pases del Oeste y del Este debido a la diferencia fundamental
existente en los criterios y apreciaciones econmicos, a lo cual se
le opuso el profesor demcrata liberal de Bombay, C. N. Vakil. Se
podran multiplicar los ejemplos. Naturalmente, Lvi-Strauss13
est en lo cierto cuando afirma que la adopcin del modelo de
civilizacin oeste-europeo no se hizo de buen grado, ya que estuvo
precedido por la destruccin, por parte de Occidente, de la inte
gridad y cohesin de las civilizaciones extranjeras, a las cuales
no se dio la libertad de escoger.
Asimismo es verdad, que no siempre y no en todas partes las
civilizaciones humanas tuvieron, como nosotros la tenemos en el
presente, una jerarqua de los valores sociales. Pero tambin es
cierto, no obstante, que tal y como actualmente estn las cosas,
casi toda la humanidad sabe que la probabilidad de existencia de
un recin nacido ya no debe calcularse necesariamente en los
veinticinco aos, y puesto que sabe que puede ser de otra ma
nera, no hace hincapi en lo que es un hecho.
578

Aqu conviene hacer dos comprobaciones margnale;,.


Si la idea de que la cultura humana es capaz de alargar la
vida humana, de hacerla ms segura y feliz ha sido adoptada
igualmente por las sociedades de los pases llamados atrasados,
es o no es un indicio de que esa tan a menudo subrayada dife
rencia de postura en cuanto al valor de la existencia humana
o de los bienes tcnico-materiales es la base tanto de la diver
sidad de las civilizaciones como de sus consecuencias? Que la
longevidad humana es apreciada de hecho por quienes con una
tranquilidad fatalista aceptaban la muerte de las tres cuartas
partes de los recin nacidos?
Y
esta segunda comprobacin. Con qu pasmosa facilidad se
alargan siniestras manos sobre las intenciones ms hermosas de
las concepciones cientficas! La economa nos brinda ejemplos
ilustrativos. En general, sta es una ciencia instructiva ya que
con mucha frecuencia es muy corto el camino que separa sus
tesis abstractas de la realidad de los dlares. Siguiendo con las
ms bellas tradiciones humansticas, Lvi-Strauss defiende la te
sis sobre la peculiaridad y la identidad de valores de los dife
rentes sistemas culturales. Partiendo de esa misma postura, Gini
demuestra la imposibilidad de establecer una comparacin entre
la magnitud de las rentas nacionales. Y en ese mismo momento
hay quien se apresura en extraer de ello conclusiones prcticas:
no es cierto que el promedio de la renta social per capita sea
en la India veinte veces inferior que en los EE UU, ya que en
la India, en la composicin de las condiciones de existencia en
tran muchos factores intraducibies en la moneda norteame
ricana, que el hind no est en tan mala situacin como se
desprende de las estadsticas y que, en una palabra, no tienen
ningn valor los argumentos humanitarios referentes a la asig
nacin de dlares en ayuda a la India. Sera indignante es
cribe acertadamente Frdric Benham que el mejoramiento del
nivel de vida en los pases atrasados se viera comprometido por
el hecho de que ciertos especuladores europeos consideran que
no sera provechoso para dichas naciones.lja
El hombre blanco no tuvo escrpulos cuando comenz a llevar
abalorios y aguardiente a las civilizaciones que le eran ajenas
y despus percal y fusiles. Pero de pronto, hoy empieza a sentir
escrpulos. Actualmente, cuando precisamente su podero sobre
el mundo se viene abajo, ahora, cuando ya sabe que desde mu
chos puntos de vista no es ni mucho menos el mejor, es cuan
do busca remediar ese sentimiento al menos en la representacin
de su disimilitud, de una imagen tanto ms agradable y dulce
por cuanto a la vez defiende su dinero.
Es un hecho la adopcin de numerosos elementos y de siste
mas enteros creados por la civilizacin oeste-europea por parte
de las sociedades llamadas atrasadas, las cuales tienen hoy tan
tas pretensiones, no por el hecho de occidentalizarse, sino porque
579

no se les ayuda a una ms rpida occidentalizacin. A ellas nada


les importa defender la originalidad de otras culturas frente a
las suyas.
As, por una parte tenemos un evolucionismo unilateral, por
otra parte una adopcin ingenua que mide a todas las Socie
dades y culturas conocidas con su rasero, pero que nos brinda
sin embargo un problema esencial: el hecho de que, mirndolo
desde la perspectiva del ao 1962, el desarrollo cultural de la
humanidad conduce hacia una enorme uniformidad. Y si acep
tamos el hecho de que esta uniformidad constituye el problema
fundamental del mundo actual, es ley que la ciencia considere
el desarrollo de la cultura hum ana desde el punto de vista de
lo que condujo a esa uniformidad. Aunque no fuera ms que un
solo aspecto de la realidad histrica, ese aspecto se ha vuelto
en el mundo actual lo suficientemente im portante como para
dictar el sentido de la investigacin. Si eterna es la constancia
y la juventud de la ciencia histrica, si, en contra de todas las
mezquindades, ha de seguir volviendo a m irar el pasado, es
porque cada generacin de historiadores le plantea al pasado las
preguntas que atorm entan a su poca. Si el problema fundamen
tal de nuestros tiempos es la unificacin del mundo en el marco
de la civilizacin industrial, acaso la tarea de las ciencias hist
ricas de nuestra poca sea la de m irar el pretrito desde el punto
de vista de cules son las motivaciones de esa unificacin.
Por otra parte, tenemos la teora sobre la pluralidad de ten
dencias, tan atrayente por su encanto cientfico y que a la vez
nos conduce indefectiblemente a la abdicacin cientfica, ya que
cmo vamos a poder investigar las civilizaciones ajenas a nos
otros, puesto que posiblemente no seamos capaces de compren
derlas, ya que en determinados aspectos puede que nuestro ra
sero sea demasiado corto para medir sus realizaciones? He
aqu una teora que en la intencin de sus autores se cubre del
ms noble internacionalismo, pero de la que sin embargo se han
apoderado las fuerzas ms ferozmente antiintemacionalistas.
El historiador siente desgarrado el corazn ante tales discu
siones. Nada le hace rebelarse tanto como las extremadas for
mulaciones de cualquiera de esas tesis. Puede discutir incansa
blemente coi} los ingenuos evolucionistas que se imaginan
que Mieszko I realiz una poltica concebida segn los mismos
criterios que Pilsudzki, que Karol Radziwill tom decisiones de
carcter inversionista apoyndose en los mismos criterios que
Rockefeller, que la doctrina de Giordano Bruno le habra hecho
actuar segn el ejemplo de los miembros de la Unin de Libre
pensadores, que Kostka Napierski o Shel lucharon por la Polo
nia popular. Y nadie construye un adversario para rerse ms
fcilmente de l. Es verdad que ningn cientfico formul tales
tesis metodolgicas, pero siguiendo por ese camino pudiramos
encontrar infinidad de conceptos semejantes en las ciencias his
580

tricas de todos los pases y de todas las pocas, lo cual no


puede sino indignar a un verdadero historiador.
Pero al mismo tiempo, la cualificacin profesional del histo
riador no le permite aceptar la teora sobre la pluralidad de
tendencias en sus extremadas formulaciones ni las tesis que de
ellas se derivan acerca de la impenetrabilidad, lo intraduci
ble de los valores culturales. Aceptar tal teora acabara con
la razn de ser de la historia, pero no puede ser que esto sea
para el historiador un reflejo de autodefensa? Sin embargo, no
es slo eso. Cuando en un tomo de relatos egipcios, recientemen
te publicado en nuestro pas, nos encontramos en varias oca
siones con elementos de nostalgia de la patria, ninguna hiptesis
sobre la pluralidad de tendencias nos autoriza a dejar de creer
que en cierto grado comprendemos los sentimientos de esas
gentes aunque nos separen de ellas cuatro mil aos. Es sola
mente una ilusin? Nos quedara una sombra de temor en lo
ms recndito del alia si en el mundo actual no encontrse
mos la confirmacin de nuestro optimismo. Si en torno nuestro,
y a pesar tambin de las enormes diferencias de civilizacin, no
nos hallsemos continuamente con ejemplos anlogos al que
se cit en la conferencia de Santa Margherita: Es hermoso
que valoris las peculiaridades de nuestra civilizacin. Es ver
dad que en ella se estiman mucho los valores contemplativos
y menos los bienes materiales y la labor econmica. Slo que,
como veis, sin embargo, tambin nosotros quisiramos comer
ms, vestir mejor, alojarnos ms confortable y sanamente, tener
modernos medicamentos en caso de enfermedad, es decir, vivir
mejor y ms tiempo.
Los rasgos profesionales del historiador han de inclinarle a
la lucha contra la anhistrica reduccin de todas las civilizacio
nes pretritas y presentes a una sola norma accidental, es decir,
a la nuestra, pero tambin han de hacerle volverse asimismo
contra las formulaciones extremistas de la teora sobre la plu
ralidad de tendencias y el carcter intraducibie de los valores
culturales. La tarea prctica del historiador, los resultados que
obtiene, la comprobacin de esos resultados, aunque no fuera
ms que a la luz constante de las nuevas fuentes descubiertas,
todo ello hace que tenga que rebelarse contra esos dos extre
mismos.
Si cada civilizacin realiza su objetivo concreto de acuerdo
con su sistema de objetivos fundamentales, profundamente dife
rentes y a veces inconciliables con los dems, cmo puede una
civilizacin determinada esperar beneficiarse del modo de vida
de otra sin entrar en contradiccin con s misma, sin dejar de
ser lo que es? Las tentativas de compromiso han de llevar a uno
de estos resultados: o bien a la desorganizacin y la destruccin
de la estructura de uno de los grupos, o bien a una sntesis ori
ginal de la cual resulta una tercera estructura que es inaplica
581

ble para las dos primeras,14 escribe el eminente economista


francs Frangois Perroux. Y en ese mismo sentido se expresa
Merlau-Ponty en Les aventures de la dialectique.
Aqu, surge precisamente la pregunta: el camino hacia la
coexistencia slo conduce a negarse a s misma a sta? Acaso
el mundo se halla frente al dilema de que las civilizaciones exis
tentes hayan de rechazarse a s mismas o unirse todas en una
catstrofe comn?
Un verdadero historiador, un historiador que razone histri
camente, un historiador dialctico no puede aceptar tales alter
nativas. Sin embargo, la teora sobre la pluralidad de tendencias
tal y como Perroux la da a entender encierra en sus fundamen
tos, a pesar de todo su aparente historicismo, un modo anhistrico, esttico de considerar cada civilizacin como algo en s
mismo que, o bien no se desarrolla en general o bien se desa
rrolla, por as decirlo, inmanentemente. Pero un mundo seme
jante jam s existi! Lo cual debe comprenderlo cada historiador,
a! menos l lo ha de comprender.
No hay ninguna civilizacin que se desarrolle aisladamen
te. En la poca decadente de los shogun* el Japn hizo deses
peradas tentativas para aislarse del mundo que lo rodeaba, mas
su existencia misma al obligar a determinados crculos a buscar
el aislamiento, hizo que el desarrollo de la civilizacin japonesa
en aqulla poca tomase una "direccin bterniinaba. Tis cierto
que la introduccin de elementos extrados de una civilizacin
diferente en una civilizacin determinada destruye su estructura
de ese momento. Existe sin embargo una enorme diferencia entre
la introduccin por los ingleses del percal y del telar en la India
a mediados del siglo xix y los esfuerzos actuales de la India con
m iras a su industrializacin: la misma que entre la agresin
y la cooperacin cultural. La historia de la historiografa est
llena de ejemplos sobre una interpretacin extremista de las
influencias culturales. Al interpretar la Ilustracin polaca, hubo
quienes consideraron que haban explicado el fenmeno por me
diacin de las aportaciones francesas; otros, apasionados nacio
nalistas, llegaron a la teora de la originalidad cultural. Sin
embargo, la hiptesis de la originalidad es falsa, y ridculo y
nocivo el orgullo nacional que de ella se deriva; en cambio,
la teora sobre las influencias es ingenua y contraria a los
conocimientos generales sobre la cultura. El emprstito cultu
ral no es nunca un acto pasivo, es siempre una creacin cul
tural. Acaso sea el resultado de la agresin.
La lucha por la coexistencia cultural no significa que en lugar
de investigar acerca de lo que nos divide debamos empezar por
investigar lo que nos une, que en vez de percatarnos de nuestra
* En el Japn, de 1190 a 1887, lugarteniente del emperador, dueflo efectivo
del poder. (N . del T.)
582

singularidad y nuestra personalidad, debamos aspirar a expli


carnos la especie* de nuestra pertenencia, que en lugar de for
talecemos en el sentimiento de nuestra existencia busquemos
una impresin de seguridad en el sentimiento de la coexistencia.
La coexistencia cultural est condicionada por la disparidad. En
el caso contrario tendramos no ya una coexistencia de lo hete
rogneo, sino una existencia de lo homogneo. Es preciso llegar
a la poca de la coexistencia guardando su individualidad en
tanto que condicin de la misma. O bien la individualidad y la
coexistencia, o ni la una ni la otra.
Tal es la alternativa. Pero todo depende en ltima instancia
de cmo comprendamos esa individualidad civilizadora: si como
magnitud imposible de someter a un denominador comn con
las dems individualidades, o como una especie de fenmeno de
extensa categora cual es la cultura humana.
Han de cambiar en el curso de dicha coexistencia, de trans
formarse en algo nuevo, las civilizaciones llamadas a coexistir?
Indudablemente que s. Ahora bien, siempre se transform an en
algo diferente de un modo continuo: y ello tanto a causa del
aislamiento como de la cooperacin, de la guerra fra como de
la coexistencia. Solamente los reaccionarios ms radicales qui
sieran mantener inmutable la individualidad, y su postura, aun
que le pareciese bien a alguien, no peca en absoluto de realis
mo. Las civilizaciones estn destinadas a cambiar.
La propia comprensin creadora de los valores de otras ci
vilizaciones enriquece y transform a por lo tanto la nuestra. Si es
independiente y creadora, no ha de acarrear la prdida de la
individualidad por cuanto seguir siendo individual.
El historiador es el traductor que, en la medida de sus fuer
zas y sus posibilidades, traduce a nuestro idioma los valores de
otras civilizaciones. Continuamente le acompaan tanto la con
ciencia de la individualidad de los valores traducidos, como el
convencimiento de la posibilidad fundamental de realizar la tra
duccin.
_
El historiador da a conocer a la sociedad su individualidad
y al mismo tiempo hace comprensible esa individualidad para
los representantes de las diferentes sociedades. Dada su forma
cin profesional, ste ha de protestar a la vez contra las tenta
tivas de medir a todas las sociedades con el mismo rasero y
contra la desesperanza existencialista de la soledad individua
lista. La historia se ha visto a menudo prostituida a los fines
nacionalistas y agresivos, pero sin embargo ella ha de ser una
escuela de la coexistencia de las libres individualidades civiliza
doras, las cuales se desarrollan en la convivencia y la coope
racin, influyendo unas sobre otras sin menoscabo de su indi
vidualidad, sino al contrario, desarrollndola, enriquecindola ca
da vez ms.
No hace mucho tiempo que se public un artculo de Femand
583

Brudel, H istoire et sciences sociales: la tongue dure ,is el cual,


adems de incitar a la reflexin, quiz sea la expresin de alguna
necesidad, de alguna nostalgia sentida por la moderna ciencia
humanstica.
La violenta aceleracin del ritm o de los cambios de la cual
nuestra generacin es el testigo, haba de suscitar en las ciencias
un inters en orden a los problemas de la m utabilidad y del
desarrollo. Y verdaderamente, muchas de las ciencias humans
ticas an se suelen encerrar en el estrecho provincialismo cro
nolgico de un corto perodo, comnmente denominado con
temporaneidad, aunque para muchas de ellas y en prim er lugar
para la economa,1* la problemtica del desarrollo adquiere sus
cartas de nobleza, empezando incluso a destacarse en un prim er
plano. Al parecer, por su misma naturaleza, la historia est lla
mada a aceptar esa problemtica. Pero la histoire historizante,
la histoire evenementielle, la historia microgrfica, al encerrarse
en angostos espacios de tiempo, aunque sean pretritos, pec
asimismo de un provincionalismo cronolgico. Si es verdad
y quiz lo sea lo que afirma Pirenne, es decir, que Vhistorien
n'est pas autre chose qu'un hom m e qui se rend com pte que les
choses changent la plupart des gens ne sen apergoivent pas
et qui cherche pourquoi elles c h a n g e n t Cuntos historiado
res habr que no merecen este nombre?
Y
aqu precisamente se plantea el problema de saber si las
investigaciones a largo alcance han de ser investigaciones sobre
lo duradero o sobre lo que cambia, sobre la mutacin en s. Pero,
este problema se halla falsamente planteado. En la historia, la
mutacin es duracin, y durar es cambiar. Las investigaciones
a corto plazo son pobres no solamente porque no aprehenden
esta duracin sino tambin por no ser capaces de aprehender
las mutaciones.
Diferenciar de entre la inconmensurabilidad de los m ateria
les histricos lo duradero de lo mutable, percibir dentro de la
realidad misma los rasgos variables y permanentes, es un viejo
sueo de los historiadores. El desafo de Braudel acaso pudie
ra ehreriaerse como ei suenoar'Koscner (dentroa ja" rormuiacin de Max Weber): Befreiung von M enschenvergtterung und
Mendschenhass durch E rkentniss des Dauerhafter in der Flucht
des Ephem eren .i*
Pero, cmo se debe proceder?
II y a crise gnrle des sciences de Vhom m e escribe Brau
del. Ciertamente. Existe y ha existido siempre esa crisis. Exista
en tiempos de Bodin y de Montaigne, de Voltaire y de Mably,
existi durante el gran M ethodenstreit en torno a Lamprecht,
exista cuando, en el ao 1900, H. Beer fund la Revue de Synthse Historique, y en los tiempos en que M. Bloch y L. Febvre
fundaron Annales en 1929, existiendo an en la actualidad.
Eso es bueno, ya que pudiera decirse de la historia exactamente
584

lo mismo que Raymond Aron dice de la sociologa: que ella


parait tre caractrise par una perpetuelle recherche d ellemme w
Lo nico que se podra tem er es que llegase un momento en
que no existiera tal crisis.
En qu consiste esa crisis en la etapa en la cual vivimos?
Por una parte, y eso lo advierte personalmente cada investigador,
se hallan realmente accables sous leurs propres progrs. Es
surrealista el alud de publicaciones cientficas. Cada ao nos trae
una nueva oleada de trabajos sobre cada tema. El proceso de
democratizacin de la investigacin cientfica hace ingresar en
ella a millares de modestos investigadores, provoca una infinidad
de trabajos factogrficos que acaso pudieran ser tiles si alguien
estuviese en condiciones de aprovecharlos. Qu ridiculas apare
cen con la perspectiva del tiempo las indicaciones que reciba
mos durante los aos de nuestros estudios universitarios, segn
las cuales haba que agotar toda la literatura referente al tema
dado en cada trabajo cientfico!
Sin embargo, lo ms importante es que el origen de la pre
sente poca en la crisis de la ciencia humanstica se halla en la
falta de una representacin de nuestro mundo de hoy y del de
maana, de los problemas ms importantes que nos atormentan.
Si tales problemas existen, dnde buscar su esclarecimiento
si no en la historia? Pues el hombre no sabe de s mismo ms
que lo que percibe contemplndose en su espejo. La historia es
tambin el conocimiento de s mismo.
La falta de un conocimiento de los problemas de nuestro
tiempo dificulta el descubrimiento del hilo de Ariadna que nos
ayudara a salir del laberinto, que nos facilitara organizar prc
ticamente los materiales que la ciencia sigue acumulando y a
orientar la recogida de los nuevos.
Frente a tan magnos problemas hay que armarse de valor.
Es necesario atreverse, por tanto, a formular las tesis que en
nuestro mundo, en un planeta que se ha estrechado de un modo
tan extraordinario a nuestros ojos, en un mundo envuelto por
esa infinidad de hilos de las mutuas vinculaciones y dependen
cias, en tal sitio, el problema de la unidad y de la heterogeneidad
de las sociedades humanas es el problema ms vivo.20 Podra
decirse que el globo terrqueo se halla ante dos peligros: por
una parte, la amenaza de la extincin de la heterogeneidad huma
na, la vinificacin estandardizada motivada por la unificacin de
los tipos de las fuerzas productivas (y la extincin de la hetero
geneidad humana signi&ca la muerte de la cultura); por otra par
te, se ve amenazado de que el conocimiento de la insuperabilidad de las diferencias se convierta en una lucha a vida o muer
te entre las mismas. Y en nuestro planeta, tan tremendamente
reducido, esa lucha sera tanto como el fin no slo de la cultura
sino acaso incluso de la vida.
585

Tenemos as: dialctica de la m utabilidad y la duracin, uni


dad y heterogeneidad.
Frente a las potestades consagradas de este mundo, el Trono
y el Altar primero, la entumecedora estratificacin social ba
sada en la posesin de los medios de produccin despus, las
ciencias humansticas crearon unas formas historicistas de in
vestigacin de los problemas humanos. No fuimos nosotros, los
historiadores, los que aportamos la mayor contribucin, sino
que la parte ms considerable la asumieron quiz los socilogos
y los etnlogos, pero la aportacin a esa obra de nuestra corpo
racin en la persona de sus ms destacados representantes tam
bin fue importante.
La visin historicista respecto a los problemas humanos es
una visin humana. Otorga una igualdad de derechos a los pue
blos y a las culturas, legaliza la lucha cientfica sobre la m uta
bilidad, y, por consiguiente, la lucha por el progreso. Personal
mente, no nos sentimos convencidos en lo ms mnimo por los
argumentos de los rabiosos antihistoricistas del tipo de Popper.
Pero el artculo de F. Braudel es un toque de atencin: ni si
quiera los mtodos ms justos han de llevamos hasta los ms
absurdos extremismos. Aqu, el historiador no puede llegar hasta
la teora de la impermeabilidad y la impenetrabilidad de
la cultura. De lo contrario, amenaza con la m uerte de la huma
nidad, y aunque quiz sea este un argumento no cientfico tiene
peso y cierta fuerza convincente.

LA ECONOMIA FREN TE A LA MULTIPLICIDAD


DE CIVILIZACIO NES

En este contexto quisiramos detenemos un momento sobre


los problemas de largo alcance, comparativos en el tiempo y en
el espacio de las investigaciones acerca del desarrollo econmico
tan ampliamente aplicadas actualmente en la ciencia mundial.
Este desarrollo se halla definido promiscuamente por tres tr
minos: progress, developm ent, growth. Colin Clark titula valien
temente su obra: Conditions o f Econom ic Progress
Unos, como curndose en salud, hablan de developm ent 22
Otros eligen el trmino g ro w th p el menos irritante frente a las
tradiciones positivistas aunque me parezca vislumbrar en l
sus vnculos biolgicos. De hecho, en el marco de las cuestiones
tratadas no hay ninguna diferencia.24 Un hecho es seguro sin
embargo: dicha problemtica constituye una plataform a sobre la
cual se confrontan los intereses de los economistas y de los his
toriadores, ya que es imprescindible la aplicacin de los mtodos
en ambas ciencias y necesaria la cooperacin del historiador y
del economista, particularm ente en atencin a que cada uno de
586

ellos es susceptible de aportar en dicha cooperacin una forma


cin cientfica y unos rasgos profesionales distintos.
A fin de examinar estos problemas, hablaremos sucesivamente
de los cambios que acontecieron en las ciencias econmicas en
los ltimos veinte aos, de las posibilidades y las limitaciones
de los mtodos comparativos en el tiempo y en espacio, as como
tambin de sus implicaciones respecto a la esfera de las teoras
sobre la cultura. Pienso que Femand Braudel no aprecia los
cambios que desde 1945 se han producido en las ciencias eco
nmicas, cuando se refiere a los conomistes prisonniers de
l'actualit la plus courte... coincs par cette restriction temporairei>& Esta fue una profunda verdad a lo largo de varias ge
neraciones. Inmediatamente despus de Ricardo, el pensamiento
econmico comenz a oscilar entre dos extremos: el abstraccio
nismo anhistrico y el historicismo aterico. Por una parte, un
examen al margen del lugar y del tiempo, operando de hecho
con el hom o economicus supratemporal, incluso cuando esta
abstraccin se desechaba formalmente. Por otra parte, una des
cripcin fetichista dejando la generalizacin para dentro de mil
aos.26 Pero ltimamente, en las ciencias econmicas acontecie
ron importantes cambios. Aunque sigan predominando cuantita
tivamente los trabajos descriptivo-microgrficos en la produc
cin de los economistas, quiz no sea a nosotros, los historia
dores, a quienes pertenezca tirarles la primera piedra.
Los cambios a los cuales nos referimos se produjeron bajo
el influjo de tres factores principales, aunque no nicamente de
ellos:
a) cambios que se producen en la economa capitalista;
b) desarrollo de la economa socialista;
c) descubrimiento de la economa de los pases atrasados.
Los cambios que se han venido produciendo en el seno del
capitalismo ya en los aos de la preguerra provocaron la apa
ricin de algunas tentativas por hacer efectivo el esquema tra
dicional. Nos referimos aqu sobre todo a la teora del mercado
imperfecto, la aparicin de la cual constituye uno de los ejem
plos ms interesantes, y a un tiempo independientes, del descu
brimiento conseguido con ayuda de mtodos diferentes por dos
cientficos en respuesta a una necesidad vital imperiosa. Natu
ralmente, se trata del trabajo de Joan Robinson y Edward H.
Chamberlin27 Esta teora, como ya lo hemos dicho, fue la actua
lizacin del esquema tradicional independientemente del grado
de abstraccin en la comprensin de sus autores.2
Mientras fuese posible discutir en qu grado el esquema es
bozado sobre la competencia reflejara la realidad perfecta del
capitalismo en el perodo de la libre competencia, aparece cla
ramente lo inaplicable del mismo en relacin con los aos trein
ta. En esto consiste precisamente la realidad de la teora sobre
la competencia monopolista, o sea imperfecta. Creemos que para
587

los historiadores sta es una cuestin im portante y subestima


da por ellos. Una economa que se acerque extremadamente al
modelo competitivo perfecto es un fenmeno que se observa
muy raram ente en la historia. De ah que la teora basada en
dicho modelo pudiera ser aprovechada nicamente por aquellos
historiadores que investigaron la economa del capitalismo de la
libre competencia. De ser aplicada y lo ha sido a otras rea
lidades econmicas, slo podra conducir a un malentendido.
Entretanto, el modelo de rivalizacin imperfecta refleja una
realidad que existe con la m ayor frecuencia a escala del tiem
po y del espacio. Por lo cual los conocimientos basados sobre
el citado modelo han de ser aprovechados por la inmensa ma
yora de los historiadores.29

Pero las cosas no acaban ah. La realidad econmica del mun


do capitalista en la poca de las grandes crisis, de la guerra y de
la posguerra ha puesto al orden del da el problem a de la inter
vencin de los Gobiernos en la vida econmica en una escala
jam s vista. La intervencin gubernamental acarre en el aspec
to terico tres cambios fundamentales:
a) la igualdad de derechos para la macroeconoma;
b) una presin en el sentido de las investigaciones empricas
(hasta cierto punto histricas), y,
c) las investigaciones a largo plago.30
Como el su m m u m de las teoras a corto plazo y microeconmicas puede considerarse el manual de Marshall.31 La igualdad
de derechos (al menos!) para la macroeconoma, la consigui
Keynes con su obra.32 La presin en el sentido del empirismo
culmin en su transform acin en la econometra. Las investiga
ciones a largo alcance, alejadas an por supuesto de las gene
ralizaciones tericas, se han convertido en una disciplina reco
nocida de las investigaciones econmicas.33
Los teoremas basados en la comprensin microeconmica fue
ron asimismo poco tiles a los historiadores. Tericamente, pu
dieran haber sido tiles en determinados casos (per ejemplo, en
las investigaciones sobre la historia de las empresas) pero en
la prctica tambin ellos fracasaron por hallarse fundamentados
en la simplificacin irrealista y por no poderlos aplicar los his
toriadores que investigan la sociedad, al comportamiento sicol
gico del hom bre3*
De ah la trascendencia que para nosotros, los historiadores,
tiene el desarrollo de la teora macroeconmica. Una verdad
desde hace mucho tiempo incontrovertible para ,1a sociologa la
de que los fenmenos sociales no son una simple suma de fe
nmenos individuales se abri al fin el camino (no sin tro
pezar con resistencia)3 hacia las teoras econmicas,3* lo que
creemos no lo aprecian debidamente los historiadores.
El empirismo en la economa contempornea, y especialmente
su transformacin en econometra, no deja de tener importancia
588

para el historiador, quien no supo bien qu hacer con los anlisis


de los abstraccionistas; en cambio, la econometra le muestra
cmo elaborar los materiales empricos. Y aunque es verdad que
muchos mtodos economtricos requieren una gran riqueza de
materiales sobre las fuentes y lo que es ms importante an,
que estos materiales se adapten especialmente a sus necesidades,
es preciso recordar, no obstante:
a) que cada ao que va pasando incrementa un perodo hist
rico relativamente bien provisto de una documentacin cuanti
tativa;
b) que la econometra sabe extraer, de una relativa indigen
cia de materiales, conclusiones iguales o al menos parecidas a
las que un historiador norm al37 pudiera extraer con su prepa
racin.
Por ltimo, acaso el mayor viraje en la moderna ciencia eco
nmica haya sido el reconocimiento por ella de la teora del de
sarrollo y del crecimiento. Pero para ocuparse de estos asun
tos, hemos de plantear previamente el problema de los modelos.
Anteriormente recordbamos que consideramos como la causa
principal de los cambios acontecidos en las ciencias econmicas
los cambios en la economa capitalista, el desarrollo econmico
socialista y el descubrimiento por la ciencia europea de la
economa de los pases atrasados.
Cuando Keynes public su M agnum o pus, no lo llam casual
mente General theory, ya que consideraba que se trataba real
mente de una teora general y era mucho ms general que las
teoras con las cuales se enfrentara. Antes que los investigado
res, la vida misma demostr su estrechez, en prim er lugar en las
condiciones especficas de la economa de guerra y ms tarde
en un mundo, que a pesar de sus muchas y profundas dificulta
des y contradicciones, no cuenta ya con un desempleo masivo
como constante dominante.3*
Keynes no se interesaba e incluso subestimaba el problema
del desarrollo a largo plazo. A largo plazo, todos nosotros
habremos muerto, dijo. Sus cuantiosas alusiones histricas de
notan ms bien un carcter ornamental desligado orgnicamente
de la construccin fundamental. Pero de tales alusiones resulta
claramente que consideraba como a fascinating to re-write Eco
nomic History in the light of these ideas empezando por los
sumerios y los faraones de Egipto.39
Los profundos cambios habidos en la situacin econmica
del mundo capitalista en comparacin con los aos treinta han
puesto al orden del da de los problemas histricos en el tiem
po y en el espacio los lmites de aplicacin de la teora. A esto
se sum el enorme inters por el impetuoso desarrollo de la
economa de los pases socialistas y atrasados. Que la mayora
de los anlisis aplicados a la sociedad capitalista no pueden apli
carse a la economa socialista era algo evidente. La necesidad de
589

una investigacin acerca del desarrollo econmico y el funcio


namiento de la economa socialista obligaba a la creacin de
nuevos modelos. Pero, los nuevos modelos haba que elaborarlos
asimismo para la investigacin de la economa de los pases
atrasados, aun siendo capitalistas. Para d a r un nuevo ejemplo
de la teora de Keynes, muy pronto se vio que sta no tiene
ninguna aplicacin en los pases donde realmente existe una
presin por parte del desempleo perm anente pero en los cuales
la economa mercantil en general y el mercado de capitales en
particular, son an embrionarios. El modelo de Keynes se diri
ga, por lo tanto, a las economas en las cuales no solamente la
fuerza de trabajo sino tambin los medios materiales de produc
cin (mquinas) no se hallan utilizados plenamente en perm a
nencia, dificultad econmica que no existe en los pases atra
sados.4
Todo lo cual condujo a la historificacin de las ciencias
econmicas, manifestndose precisamente en la construccin del
modelo. La aplicacin de una teora depende de cundo y en qu
lugar la realidad investigada se aproxima al conjunto de los prin
cipios (modelo). De form a que debemos preguntarnos: cun
do?, dnde? y, por consiguiente, en el campo de la historia. Sin
embargo, hasta hace poco, esas preguntas generales en la banal
economa descriptiva -no tenan derecho a penetrar en el santua
rio de la teora. En contra de lo que generalmente se cree, no
es la construccin del modelo lo que amenaza a la concrecin
del conocimiento econmico, ya que, por el contrario, ella ayuda
a concretar ese conocimiento. Es decir: los modelos no son
malos sino que hay malos modelos.
Los cambios en la situacin econmica mundial, el enorme
incremento de la ingerencia prem editada de los factores pblicos
en la vida econmica, la comprensin general de la necesidad
de promover el desarrollo econmico de los pases atrasados,
todo ello ha planteado en definitiva ante la ciencia econmica
una nueva pregunta antiguamente impensable: cul es la fina
lidad de J a _doJtica._e c o n m ic a .p o p _consleuipn.tfi_.de _la _exnl(__
tacin econmica? Para los liberales ms extremados, el pro
blema era de lo ms sencillo: la finalidad de la explotacin
econmica era la satisfaccin de las necesidades definicin que
Ies pareci clara y la poltica econmica liberal garantiza la
mejor utilizacin de las fuerzas y de los medios de produccin,
al mismo tiempo que la ms alta satisfaccin de las necesidades.
Keynes advirti la falta de realismo de tales afirmaciones
y la incompatibilidad de los diferentes objetivos econmicos.
En la situacin concreta del mundo occidental, afectado por la
gran crisis, l escogi, planteando como objetivo principal la ple
nitud ocupacional. Pero tal decisin sigue siendo un nuevo prin
cipio que entra a form ar parte del modelo y que por lo tanto
no tiene ningn valor de aplicacin universal.41
590

Finalmente, as como la ciencia econmica descubri que el


fenmeno social no es la simple suma de los fenmenos indivi
duales, tambin descubri la tesis segn la cual los cambios
a largo plazo, los procesos de desarrollo, no son en absoluto,
como pudiera parecerle a cualquier persona razonable, una in
tegracin sin ms de los procesos a corto plazo, ya que segn
Perroux /a croissance n a de signification... que com m e phenomne de transform ation des structures, dont il ne peut tre
rendu com pte par lhistire d'un chiffre unique . En conclusin,
el proceso de desarrollo es el proceso de la transformacin del
modelo el cual exige, para el anlisis de cada etapa, el cambio
de los principios. Keynes no slo subestim la problemtica
a largo plazo sino que su sistema, a pesar de las apariencias, en
el fondo es esttico. La propia aceptacin alternada de propensity
to consum e y propensity to save es independiente de la cons
truccin del modelo que corresponde aproximadamente a una
sola etapa histricamente determinada de la civilizacin.44
As, la construccin del modelo, el conocimiento de que cada
anlisis econmico se efecta en el marco de unos determina
dos principios que el investigador ha de esclarecer, y que la
aplicacin de los resultados depende del grado de compatibilidad
de tales principios con la realidad de la sociedad investigada, es
el testimonio del considerable progreso que, en los ltimos vein
te aos, ha realizado la ciencia econmica, lo cual ha sido a la
vez incomparablemente beneficioso para los historiadores.

EL PASADO EXPLICA EL PRESENTE


La seule legn quelle [es decir, la historia] prtend donner,
c'est quil n y a pas de legn de lhistoire .
Es verdad esto? Cuando leemos en la resea periodstica de
una conferencia en Akra el lema No permitamos la balcanizacin del frica Negra, acaso esto no hace reflexionar al histo
riador? El pretrito o cuando menos la imaginacin del mismo
el saber que en su tiempo se efectu la balcanizacin de los
Balcanes, no constituye una leccin que, aunque no ensee
a la gente a obrar razonablemente, la advierte, al menos, frente
a un comportamiento irrazonable, influyendo realmente de una
u otra manera sobre su comportamiento en definitiva?
Naturalmente, todo depende de cmo se entienda la palabra
leccin. Si la leccin es algo que deba guardarse en la memo
ria y emplearse como la tabla de multiplicar, que le ahorra al
hombre el tener que pensar, est claro que no hay leccin de
la historia. Pero no es as como ha de entenderse la palabra
leccin. Y si esta palabra hubiera que entenderla como la
transmisin de una experiencia que induce a la reflexin y mueve
591

a obrar? Entonces podemos estar seguros de que la historia da


lecciones.
El pasado explica hasta cierto punto el presente, y aunque esto
no lo afirm aran los filsofos ni los metodlogos, es un hecho.
El negarlo sera tanto como negar el conocimiento de la socie
dad en general, ya que no sabemos de ella sino lo que la historia
nos ensea.
El desarrollo de la ciencia, particularm ente el desarrollo de
la economa en los ltimos aos, nos brinda numerosos ejem
plos al respecto. Uno de ellos, acaso el ms importante, es el
problema del incremento econmico de los pases atrasados.
Las publicaciones relativas a este tem a se vienen multipli
cando desde hace una quincena de aos. E ntre estos trabajos des
taca constantemente un aspecto: los pases que actualmente
acometen la obra de la industrializacin, han de seguir el cami
no abierto en su tiempo por los pases hoy industrializados?
Ms concretamente: cules han de ser, entre los elementos del
proceso que se dio en los pases actualmente industrializados, los
elementos imprescindibles, inevitables, que son irrepetibles y que
eventualmente, de ser aplicados, con pleno conocimiento de causa,
podran evitarse en el caso de que los esfuerzos sociales se en
cam inaran en ese sentido?
Partiendo de este concepto, han aparecido centenares de tra
bajos cientficos. Partiendo de este concepto, la ciencia se acon
seja de la vida misma. 'Apoyndose en esta idea, de una forma
o de otra, pueblos enteros elaboran sus planes de accin, ya
que, cmo habran de hacerlo si no es as? En qu se deberan
fundam entar sus conceptos sobre las transformaciones acome
tidas sino en el conocimiento de esas mismas transformaciones
que, en los dems pases, ya se operaron en el pasado?
La transicin de una civilizacin preindustrial a una civiliza
cin industrial, es el fenmeno fundamental que la historia de
los ltimos doscientos aos, as como la del presente o la del
futuro, necesita investigar en todas sus dimensiones, conside
rando bajo microscopio todos los casos que han sucedido para
saber cundo y cmo ocurrieron. Es cierto que cada una de las
circunstancias ser otra, pero sern ellas las que determinen
la clase dl fenmeno, del cual- habr que extraer tan pronto
como sea sometido a anlisis los elementos:
a) comunes para todos;
b) tpicos para las diferentes subclases;
c) individuales, es decir, que no pueden repetirse.
Algunos de los elementos susceptibles de repetirse resultan
sencillamente de la propia definicin. Pueden repetirse el proce
so de acumulacin y la modificacin del reparto de la renta
entre el consumo y la acumulacin. Se puede efectuar la adapta
cin de la nueva tcnica a los medios tradicionales. Ha de pro
ducirse la destruccin de los pequeos grupos sociales comuni
592

dades campesinas y en su lugar surgir las grandes aglomera


ciones, ha de incrementarse la movilidad social, etc. En todu^
estos ejemplos, los tres puntos tienen unas consecuencias impor
tantsimas. De proseguir en el anlisis resultara que los elemen
tos que no se dejan repetir, se dan siempre en determinados
grupos, lo cual permitira, por tanto, el establecer su pertenen
cia comn.
La ciencia va por ese camino a pesar de que no siempre lo
aprecian los historiadores. Hace diez aos, Simn Kusnetz40 ela
bor un magnfico plan de investigaciones internacionales colec
tivas, pero que al parecer no se ha realizado. Este mismo mto
do es compartido por Rostow.47 En este sentido se elaboran los
programas de las conferencias internacionales48 y nacionales.49 Por
todo ello actualmente se concibe una temtica inserta desde no
hace tanto tiempo en ua publicacin cientfica especial.5 Y se
escriben hoy los manuales.51 Y tambin siguiendo por esa ruta,
existe la comprensin del papel de la cultura histrica en la
formacin de los nuvos economistas, enteramente subestimada
en los aos 30 y 40.
Pero no son numerosos los historiadores que advierten este
desarrollo de la ciencia. Es lamentable, ya que ellos mismos se
beneficiaran en grado sumo de esos conocimientos (dado el pro
vecho extrado de sus investigaciones, ms de una vez podran
orientar sus bsquedas en ese sentido y sacar mucho prove
cho de ellas), y si, en atencin a sus dotes profesionales, el his
toriador ha de ser un crtico, los historiadores podran participar
en la seleccin de materiales dignos de confianza.54
Siguiendo las huellas de las investigaciones que tienden a las
sntesis preliminares, estn las investigaciones sobre la periodici
dad (Rostow) y la clasificacin.5
Cuando Ricardo, Sismondi e incluso Marx investigaron el pro
ceso de industrializacin, tenan a su disposicin, como objete
de anlisis, un ejemplo histrico: Inglaterra. Actualmente los ca
sos acontecidos o en curso de desarrollo son numerosos y se
prestan a la sntesis y a la clasificacin.
_
Es indudable que entre los investigadores de los fenmenos
actuales ligados a la industrializacin, se tropieza ms de una
vez con una subestimacin del papel jugado en el anlisis por el
material histrico. Se afirma, o bien que en las condiciones
presentes ya dej de ser actual, o que a causa de la mezquindad
y la imprecisin de las fuentes no se presta al anlisis. Por
qu examinar, entonces, un material tan pobre y dudoso cuando
inora pohemos recurrir a un material especiimente ahaptaao
a nuestras necesidades? Sin embargo, en primer lugar no est
demostrado que estemos peor informados acerca de los aconte
cimientos pasados,36 ya que, por el contrario, hay muchos fen
menos que es difcil observar en caliente. En segundo lugar, la
indigencia de los materiales originales, no es, con demasiada
bcs

100. 38

593

frecuencia, sino una ilusin ptica: no hay fuentes de un pro


blema que los historiadores no vean, puesto que las fuentes no
interrogadas no suelen ser elocuentes. En tercero y ltimo lugar,
la misma prolongacin de la serie, imposible para los pases
que apenas entran en la fase de la industrializacin, abre unas
posibilidades analticas que de otra m anera seran inasequibles.
A s, el pasado aclara hasta cierto punto el presente. Nunca
lo aclara sin perr 2, mas es imprescindible para conseguir su
plena aclaracin.

EL P R E SE N TE EXPLICA E L PASADO

Ya nos hemos burlado en varias ocasiones de la famosa frase


ra historia se hace de acuerdo con los documentos, la cual
se presta a la crtica incluso desde el punto de vista formal. Si
las fuentes histricas son todos los vestigios del pasado, toda la
obra de los tiempos pretritos, el ms im portante de los vesti
gios, la ms im portante de las obras, es la realidad que nos
rodea. La ms grande, la ms rica, la menos aprovechada de
las fuentes histricas!
En este sentido, el presente siempre puede servir para el es
clarecimiento de los procesos pretritos en sus aspectos ms sin
gulares. Volvamos nuevamente al problema del surgimiento de
la civilizacin industrial. Si admitimos que todos los aconteci
mientos histricos que llevaron a esa transformacin se compo
nen de una cierta clase de fenmenos, los cuales durante un
determinado perodo tienen manifestaciones comunes, entonces,
al igual que el pasado, podremos explicarnos el presente, de la
misma manera que en ms de una ocasin el presente nos per
mite aclarar el pasado.
Hace un momento criticbamos la tesis sobre la pobreza de
las fuentes histricas. Pero tambin hay que reconocer que in
cluso la m ejor documentacin original no nos informa de nume
rosos fenmenos muy interesantes para nosotros, y que quizs
a sus contemporneos deban parecerles tan evidentes, que ni si
quiera se molestaron en anotarlos, o bien no tuvieron capacidad
para hacerlo, o que tal vez no se conservaron. A veces, el hori
zonte cronolgico del hombre, ese angosto horizonte encerrado
en el marco de una o dos generaciones, era demasiado pequeo
como para que advirtieran un fenmeno determinado. En este
orden es justo que al investigar la sociedad contempornea, o
sea, no teniendo el historiador la oportunidad de crear una fuen
te, podamos plantearle a la realidad investigada las preguntas
que en vano le hubisemos planteado al pasado.
Veamos la estructura del mercado local en la economa prein
dustrial. Qu difcil nos resulta investigar este fenmeno en
594

los materiales histricos! Principales protagonistas: <_! campe


sino que vende en el mercado, el tendero de la ciudad, c! ama
de casa que hace las compras, ninguno de los cuales llevaron
las cuentas. Mientras cuntos no sern los mercados locales
de las sociedades preindustriales en el mundo entero! Pero aun
que las conclusiones preliminares slo pueden deducirse aqu con
la mayor cautela,57 pueden hacerse. Y estoy convencido de que
cada historiador econmico que investigue la sociedad preindustrial se ha asombrado al leer el resultado de las indagaciones
sobre la economa actual de algunos de los pases atrasados.
Aunque lo cierto es que la mayora ni los lee. Naturalmente, no
se trata, al ocuparse de la economa de los actuales pases atra
sados, de hallar en ella informaciones que perm itan pasar direc
tamente a una interpretacin del pasado, sino de algo que pu
diramos denominar la puesta en marcha de la interpolacin.
El historiador efecta interpolaciones (complementacin de los
vacos en los documentos o del vaco en las representaciones que
existen constantemente entre determinados documentos). En la
mayora de los casos, las realiza partiendo del as llamado co
nocimiento general del objeto. Se trata, por tanto, de que co
nozca lo mejor posible ese objeto.
Cuando ahora, por ejemplo en la India, nos enteramos de
cmo transcurren las fases preliminares de la industrializacin,
de las dificultades enfrentadas en la adaptacin de las nuevas
tcnicas, del proceso de disgregacin de las pequeas aglomera
ciones geogrficas (junto con las enormes repercusiones que
ello tiene en la psicologa y en la moralidad social al sustraer
al individuo del control permanente y perspicaz de una pequea
agrupacin), del conflicto entre las posturas tradicionales y mo
dernas, del surgimiento de un mercado interior en escala na
cional y de la aparicin de un sentimiento de solidaridad nacio
nal que con frecuencia se acompaa de rasgos nacionalistas,
no podemos tener la menor duda: el presente aclara la historia!

COMPARACIN EN EL TIEMPO Y EN EL ESPACIO

Refirindose a la longue dure, F. Braudel no alude en abso


luto nicamente al fenmeno cuantitativo, mensurable. No obs
tante, el fenmeno mensurable nos brinda un magnfico campo
para el anlisis de determinadas dificultades metodolgicas en
orden a las investigaciones a longe dure.
As, tenemos el problema de las series largas.5*
Naturalmente, al aumentar la longitud de las series, aumentan
asimismo las posibilidades analticas que en ellas se encierran.
Pudiramos decir que una serie dos veces ms larga es mucho
ms de dos veces preciosa desde el punto de vista analtico.59
595

Estas afirmaciones son evidentes para las investigaciones esta


dsticas contemporneas.
Pero la transposicin de esta tesis a las indagaciones histri
cas y a nnas muy grandes longitudes nos inclina a la duda y por
lo tanto a la reserva.
El anlisis estadstico-histrico habr de buscar los elemen
tos inmutables en el mundo econmico en mutacin, escribe
acertadam ente S. Kusnetz.60 Pero no es fcil hallar elementos
inmutables, sobre todo para largos periodos, en un mundo donde
todo est cambiando. Cada estadista sabe que la masa estads
tica investigada ha de ser homognea desde el punto de vista
de la investigacin. No pueden m eterse en un mismo saco los
salarios de todos los obreros de la construccin por cuanto en un
mismo pas existen, una junto a la otra, la construccin aldeana
de madera, la construccin urbana de ladrillos y los m ontajes
de elementos prefabricados. El salario medio del obrero de
la construccin en general en ese pas, cientficamente no nos
ha de aclarar mucho, pudiendo, sin embargo, encubrir una enor
me cantidad de combinaciones su aumento de ao en ao.*1
Henri Hauser ha demostrado repetidas veces la m utabilidad
histrica de los productos cuyos precios investigamos.41 Por des
gracia es difcil negarle la razn. La bsqueda de un producto
inmutable ha fracasado, como lo ha ratificado una reciente pu
blicacin de crtica cientfica m ostrando que incluso un artculo
tan aparentem ente homogneo como lo es el carbn cambia
en el tiempo y que el carbn que hoy se extrae no es el mismo
que el que se extraa en el siglo xvm .63
Es obvio m ultiplicar los ejemplos: ese mismo fenmeno inter
viene en cada serie.
Nos hallamos ante un dilema fatal: al alargar la serie aumen
tamos fo r m a lm e n te las posibilidades analticas que en ellas se
encierran, exponindonos al mismo tiempo a que el anlisis se
rial sea menos homogneo. Cada vez ms podemos sacar conclu
siones, incrementando al mismo tiempo la probabilidad de las
conclusiones errneas.
Pero volvamos al problema que hemos planteado. En histo
ria, durar es cambiar.
El problem a de las series largas y de su homogeneidad pone
al orden del da la cuestin de la comparacin en el tiempo.
Pero como quiera que desde el punto de vista terico la tarea
de efectuar comparaciones en el tiempo no se diferencia en lo
fundam ental de las comparaciones en el espacio (comparacin
de los elementos seleccionados entre dos contextos sociales di
ferentes) y puesto que paralelamente, en el aspecto de las com
paraciones en el espacio (internacionales) la ciencia econmica
logr, especialmente en estos ltimos aos, enormes xitos, m e
rece la pena examinar este problema conjuntamente.
Una vez ms volvemos a sealar que nos centramos aqu
596

sobre las comparaciones de magnitudes cuantitativas solamente


como ejemplo. Para muchos, estas comparaciones son conside
rablemente sencillas y seguras. De hecho, reflejan en s todas
las dificultades de las investigaciones comparativas.
La polmica entre los investigadores optimistas que creen
en la posibilidad de realizar comparaciones cientficamente fun
damentadas y los pesimistas que la niegan dura ya mucho tiem
po. Su prim era fase se halla caracterizada por las burlas de
PigouM y las agudas imputaciones de Colin Clark6* a los pesi
mistas. Pero a pesar de la dureza de esas imputaciones, la pol
mica no se extingue. Corrado Gini se revel como un extremado
pesimista.66 ltimamente, con tesis comprobadamente pesimistas
tanto ms interesantes para los historiadores por cuanto se
apoyan en el anlisis de la economa de las sociedades atrasa
das, intervino S. H. Frankel,67 siendo stas adems criticadas
por los optimistas.6
En nuestra opinin el historiador ha de tom ar posicin con
respecto a ese debate;
Los pesimistas no dejan de presentar valiosos argumentos.
El asunto parece increblemente fcil en el citado pasaje de Colin
Clark, pero Colin Clark no tiene en cuenta en su razonamiento
a muchos elementos aunque no sea ms que ste, elemental, de
que en una sociedad o perodo intervienen en la produccin
y el consumo unos artculos desconocidos en otras sociedades,
o que las condiciones climatolgicas provocan en las diferentes
sociedades unas necesidades distintas en orden a los combusti
bles y la ropa e incluso necesidades distintas en el aspecto de la
alimentacin.
Como es natural, no todas las tesis de los pesimistas tienen
razn. En particular, muchas de las tesis de C. Gini suscitan
las dudas ms profundas. No vamos a detenernos con l sobre
el problema de la transicin del bienestar m aterial a la felici
dad, ni queremos filosofar con l acerca de que es posible ser
feliz con unos ingresos muy reducidos (consideracin, no cierta
mente, slo de hoy, que reviste un matiz especfico, puesto que
figura en el contexto de unas consideraciones relativas al desa
rrollo econmico de los pases actualmente atrasados). Y no
aceptamos la visin de las sociedades primitivas que supuesta
mente tienen todo cuanto necesitan gracias a los dones de la
naturaleza, sin tener generalmente casi ninguna renta!
Tampoco tenemos en consideracin las tesis segn las cua
les bienes como son el Amor o la Belleza, no mensurables y
olvidados, naturalmente, en la renta nacional, son muy preciados
en las sociedades atrasadas por lo que stas no son tan pobres
como pudiera resultar teniendo en cuenta nicamente el nivel
de su renta nacional!
Pero hay problemas mucho ms graves. En el curso del de
sarrollo econmico y por lo tanto en las comparaciones actua597

len en los pases industrales y los preindustriales, la totalidad


del enorme incremento en orden a los bienes y servicios as
en la produccin como en el consumo, pasa por el mercado.
En la prctica se plantean dos problemas: el propio consumo de
los productos agrcolas en las haciendas campesinas y los servi
cios realizados en el marco de la economa domstica. Para hacer
una comparacin entre unas sociedades que se hallan a un nivel
diferente de desarrollo econmico nos encontramos, por tanto,
frente al dilema: si el consumo casero y los servicios domsticos
no son apreciados, la diferencia entre los resultados obtenidos
se ver multiplicada69 de una m anera injusta, y si, por el con
trario, los tenemos en cuenta, entonces habrem os de estimarlos
en dinero, lo cual necesariamente ha de ser arbitrario.
Los estadistas han elaborado, naturalm ente, numerosos mto
dos precisos e indicaciones para proceder en tales casos.70 Sin
embargo, todos ellos, al estim ar en dinero la fraccin no eva
luada del presupuesto con una tasa tanto ms alta cuanto ms
atrasado se halla el pas y ms alejados nos hallamos del mo
m ento cronolgico que nos interesa, elaboran un presupuesto
ficticio.
Por una parte, aun suponiendo que todos esos bienes y servi
cios pasaran realmente por el mercado, para ellos en ste se
estableceran unos precios totalm ente diferentes. Si en un pas
atrasado en la poca preindustral se lanzara sobre el mer
cado toda la reserva de fuerza de trabajo que se encierra en las
economas domsticas, los salarios bajaran de una forma im
presionante. Por lo tanto, la estimacin de los servicios doms
ticos con arreglo a los precios que consigue por su trabajo esa
pequea fraccin de fuerza de trabajo que se presenta en el
mercado, constituye asimismo una operacin a un tiempo innece
saria y sin fundamento. De no proceder a esas estimaciones, la
renta nacional de los pases muy atrasados ser relativamente
mucho ms reducida, pero si, por el contrario, lo hacemos, la
multiplicamos enormemente.
En segundo lugar, el presupuesto elaborado por ese camino
es ficticio al sugerir la existencia de algo que realmente no exis
te: la libertad de escoger del consumidor. La estructura del con
sumo nos m uestra la estructura de los valores sociales, con una
condicin, no obstante, y es que el consumidor tenga la posibi
lidad de elegir. A qu dedica ms recursos y a qu dedica me
nos, a qu renuncia en caso de reducirse sus ingresos y a qu
asigna el incremento de los mismos? Cmo se plantean estos
problemas en los diferentes medios sociales? Todo ello consti
tuye un problema apasionante para los investigadores, siempre
que existe la libertad de eleccin del consumidor.72 Si la renta
nacional o de un grupo social o de una familia estimada en
dinero equivale a x y esa renta, junto con las magnitudes esti
madas, equivale a x + n tenemos que, si un sujeto determinado
398

dispona de una renta en dinero de x+ n, se la hubiera gastado


en un consumo que con toda seguridad tendra una estructura
muy diferente! La parte de la renta representada por la estim a
cin n est ligada, por lo que aqu no hay libertad de escoger.
Se produce todo lo que se puede y se consume lo que se pro
duce.7*
Es evidente que la libertad de eleccin de una unidad eco
nmica domstica es siempre un fenmeno complicado. Si se
trata de la libertad del consumidor sabemos de qu m anera se
halla determinada por la orientacin de la produccin, por la
presin de la publicidad y cuando menos por la presin de los
mbderoif sclfl^cstuhrDiIsrasTlisio,"TSiir-ehUHrgur n ir iru^-cstoi ba en nuestras investigaciones, ya que por el contrario hasta
cierto punto nos las facilita. Al no existir los modelos socialcostumbristas, obtendramos como resultado de nuestras inves
tigaciones una imagen catica, absolutamente irregular. Al des
cubrir la regularidad, podemos conocer realmente en las socie
dades indagadas la jerarqua de los valores. Ella es precisamente
el objeto de nuestra investigacin, ella y sus mutaciones. Pero
si esa jerarqua debe ser investigada por nosotros, ha de serlo
como un factor aislado en un laboratorio, siendo slo ella la
nica que ha de determinar los actos humanos de eleccin en el
consumo.
Sin embargo, estas dificultades no son las nicas que entran
en juego en relacin con las largas series temporales, sino tam
bin la desaparicin o la aparicin de los fenmenos que en el
segundo de los momentos investigados no tienen equivalente.74
Se trata, naturalmente, no slo de la calidad fsica de los bienes
producidos y consumidos, sino sobre todo de su significacin
social. Y no solamente los bienes sino sobre todo las formas de
las relaciones interhumanas.
Otro ejemplo: el ciclo capitalista es un fenmeno relativa
mente reciente. Pero he aqu que la respuesta exacta a Ja pre
gunta sobre cul de las depresiones en los EE UU fue ms fuerte,
si la de 1873 o la de 1929, es indeciblemente difcil de obtener,
siendo imposible determinar en qu grado exacto fue ms fuerte
la una que la otra.7
No obstante, aqu tratndose de un fenmeno de una mensu
rabilidad relativamente fcil y del cual existe una buena docu
mentacin, a la hora de elaborar una descripcin razonada del
mismo, nadie dudar, quiz con razn, de que fue ms fuerte
la depresin del ao 1929.
Nos hemos detenido dilatadamente sobre estos problemas a
fin de m ostrar las dificultades comparativas, incluso tratndose
de magnitudes relativamente aprehensibles, mensurables, entre
dos situaciones sociales.
Todo cuanto se relaciona con las comparaciones en el espa
cio, internacionales, se aplica igualmente con ciertas modifica
599

ciones a las comparaciones entre dos perodos cronolgicos de


una sociedad determinada.76
Naturalmente, las dificultades son menores cuando compara
mos a dos pases cuyo modelo cultural se aproxima, al igual que
es ms fcil si hacemos una comparacin entre dos momentos
cronolgicos de la historia de un mismo pas: pero, en prim er
lusar, el tiempo social, como sabemos, tiene una longitud muy
variable y los ltimos diez aos, el decenio de la generalizacin
do las masas plsticas en la produccin, de la penicilina, del
radar, de la teledireccin, la televisin, la automacin, etc., es
un perodo lo suficientemente largo como para que las compa
raciones que se efectan en el marco del mismo resulten suma
mente dificultosas. Por otro lado, nos interesan sin embargo,
precisamente esas comparaciones a largo plazo.
Los tcnicos de la estadstica se afanan por hallar una salida
prctica, razonable, a dichas dificultades. Algunos consideran ese
mtodo como un mal inevitable, otros lo proclaman como el pro
cedimiento de la piedra filosofal, m anifestando su recelo para
con las tentativas de profundizar tericam ente en los mtodos.
No sera ms justo plantear el problem a de otra manera, es de
cir. en lusar de buscar la comparatividad formal de los resultados
por mediacin de una unificacin de las tcnicas utilizadas, buscar
ms bien unas tcnicas diferentes y susceptibles de aplicarse a los
distintos modelos de las sociedades investigadas?77 Este problema,
en apariencia tcnico-cientfico, se halla ntim am ente ligado a los
principios del estudio humanstico de las mutaciones sociales. Y
esto es vlido tanto para la ciencia como, en la prctica, p&ra las
investigaciones en torno a dichos fenmenos a fin de influir
sobre ellos. A un economista le es fcil afirm ar que su tarea con
siste en calcular en qu medida ha cambiado el surtido del consu
mo v. a la presunta de si la sociedad se ha beneficiado de ello
o no. contestar or is it job .78 Ahora bien, satisface esta pos
tura a la sociedad, a los cientficos, gentes todas ms bien cu
riosas v deseosas de saber?
Otro eiemolo. Durante las investigaciones respecto a la eco
noma de los Dases atrasados, los economistas sacan a relucir
un sran n t ero de posturas sociales, enteram ente diferentes
de las ciue habirualmente se consideran como normales. El desnilfarro como manifestacin social de la riqueza.79 es un fen
meno quizs asombroso para el economista que considera que
un ser normal, en tales circunstancias, debe hacer inversio
nes, pero este es un fenmeno con el cual el historiador se
halla sumamente familiarizado por poco que recuerde el despre
cio con que Samuel Pepvs escribe en su diario sobre el despilfa
rro aristocrtico o para quien conoce el modo de vida de los
masnates polacos en el siglo x v i i i , o la proverbial prodigalidad
de los grandes duques rusos durante sus viajes por Europa Oc
cidental en el siglo xix. Si la tribu de los Wahabitats, en la Arabia
600

Saudita, no permite que los prstamos rindan crditos,*0 no deja


de ser una dificultad en comparacin con la economa precapi
talista que los historiadores conocen mucho mejor. Cuando al
gunas tribus indias subordinan el individuo al grupo al extremo
de que hay que descartar que entre ellos pueda existir alguna rivalizacin ni siquiera en el deporte,i tampoco este fenmeno le
es desconocido a los historiadores. As, tenemos igualmente el
asombro universal de los economistas frente al hecho de que,
con demasiada frecuencia, en los pases atrasados la gente de la
aldea se niega a ir a trabajar en la industria, a pesar de que en
ella los salarios sean mucho ms elevados que los miserables
ingresos que puedan tener en el marco de la comunidad tradicio
nal; sin embargo ste es un problema que se da claramente en
Europa en los umbrales del capitalismo, que ha sido investigado
por la ciencia ya en los tiempos de Ure*2 y que en la actuali
dad slo los economistas que se ocupan de sociologa son capa
ces de comprender.
El hecho de que tantos economistas desconozcan la historia
es un flaco consuelo para los historiadores que desconocen la
economa.
As, qu hacemos con la tesis segn la cual la historia no
nos da lecciones? Todo depende de lo que se entienda por lec
cin.
UNILATERALIDAD Y M ULTILATE RALI DAD
DEL DESARROLLO

Todo este razonamiento se sujeta al problema fundamental


de la filosofa de las culturas: la primera cuestin que se plan
tea es la de saber si el desarrollo es unilateral o multilateral.
Las comparaciones en el espacio son anlogas metodolgicamente
a las comparaciones en el tiempo, pero slo si previamente se
acepta el concepto del desarrollo unilateral.
El litigio es viejo y sumamente conocido. Ya nos hemos refe
rido al mismo** en muchas ocasiones citando la ingenuamente
optimista declaracin de Smith y la postura resueltamente uni
lateral de Marx. Al presentar el cuadro de las transformaciones
econmicas y del funcionamiento de la economa capitalista muy
desarrollada en sus tiempos en Inglaterra, Marx llama la aten
cin del lector sobre un pas por entonces atrasado (Alemania),
ya que en este cuento, hasta de ella se habla,** pues al analizar
la economa inglesa, Marx tambin estaba convencido de que
se hallaba investigando la economa capitalista en general. Pero
esta afirmacin puede invertirse demostrando que imas naciones
menos desarrolladas representan hasta cierto punto una etapa ya
cumplida por un pas mucho ms desarrollado. Marx afirmaba
claramente sin embargo en otra ocasin, que asimismo podemos

601

presentar muy bien las diferentes pocas econmicas en la histo


ria de un pas determinado, as como a los diferentes pases e*
esa misma poca.*5
La concepcin contraria, multilateral, esper a ser concepta
da por los historiadores en las obras de Spengler y ltimamente
de Toynbee. Dicha idea resalta en las investigaciones de nume
rosas escuelas sociolgicas, en el funcionalismo de Malinowski,
f acaso tambin en Lvi-Strauss. Estas indagaciones, probando
la incomparabilidad de los resultados de los anlisis efectuados
=on respecto a la renta nacional de las diferentes sociedades, se
mofan consciente o inconscientemente de esa postura.
A la luz de la actual situacin mundial, se desmorona el opti
mismo de Smith en la frase ya citada. Cun hermosa resulta en
la obra de Malinowski* la teora sobre la heterogeneidad a la vez
que la igualdad de derechos y de valores de las- culturas!
No ha durado ya bastante la disputa entre la postura unila
teral y la postura multilateral como para que podamos elaborar
una teora dialctica de la iwiHaH y la heterogeneidad? La diuturnidad y la mutabilidad? Acaso la nniHari y la heterogeneidad
(la duracin y la instabilidad) no constituyen las dos caas, los
dos aspectos de un mismo proceso histrico? No han de ser
investigadas por igual, esas dos caras, por parte de la ciencia?
Y suponiendo que el problema de la existencia de la ciencia, de
la jerarqua de sus tareas y la proclamacin de sus resultados
d o constituye la nica apreciacin, cul de sus necesidades es
ms urgente en la actualidad?
La jerarqua de las tareas urgentes resulta precisamente del
desarrollo interno de la ciencia y sobre todo de la vida. No es
la tarea ms urgente de la ciencia la que trata de contestar a las
preguntas que se plantean ante el mundo actual?
No nos detengamos por tanto por ms tiempo en dilucidar si
hasta ahora el desarrollo de la cultura ha sido ms bien unilate
ral que multilateral. Como punto de partida, tomemos de pre
ferencia ese gran fenmeno del mundo actual, la adopcin, como
modelo al que todas las sociedades aspiran; del tipo de civiliza
cin industrial en constante desarrollo.*7 Esto es un hecho. El
brutal desmoronamiento de la dominacin poltica de Europa so
bre el resto del mundo se acompaa de la adopcin por este
resto del modelo social creado por esa misma Europa. Puede ser
que, desde el punto de vista de la perspectiva histrica, ello apa
rezca como la mayor de las victorias.
Si la ciencia histrica es eterna y eterna asimismo su juven
tud, si ella vuelve a mirar a pesar de las dudas de los mez
quinos nuevamente hacia ese mismo pretrito, es porque cada
generacin de historiadores le plantea al pasado las preguntas
que atormentan a su poca.
Admitiendo que el problema fundamental de nuestros tiem
pos sea la unificacin del mundo en el marco de la civilizacin

602

industrial, entonces la tarea de la ciencia histrica de nuestra


poca no consiste en m irar hacia el pasado desde el punto de
vista de lo que condujo a esa unidad?

G ENERALIZACIONES SIM PLES Y DINAMICAS

El mtodo comparativo es un procedimiento cuya aplicacin


es necesariamente inevitable en cada investigacin de los fenme
nos sociales. Los programas de los adversarios extremados de
este mtodo mientras an exista no se dan cuenta que
hablan prosaicamente.
La aplicacin de ese mtodo como, por lo dems, de cualquier
procedimiento cientfico requiere la observancia de ciertas reglas.
El hecho de referirse a voluntad a los ejemplos de pases y po
cas diferentes nada tiene en comn con la ciencia. Tal mtodo
permite reforzar una tesis cualquiera hacindose acreedor real
mente a la ms peyorativa de las definiciones, de un gnero ya
conocido, es decir, de sociologismo vulgar.
La aplicacin del mtodo comparativo debe basarse en una
determinada teora del evolucionismo sociolgico. La primera
condicin para una correcta aplicacin del procedimiento compa
rativo estriba en la comparacin de las etapas comparables del
proceso de evolucin social.
Pero esto no basta. El proceso de desarrollo de las diferen
tes sociedades no se apoya en el mecanismo de repeticin de
las etapas vividas por las sociedades prontam ente desarrolladas.
La no reproduccin de los acontecimientos histricos con todas
sus particularidades es un hecho incuestionable.
Teniendo en cuenta esta situacin, el historiador se halla
obligado a utilizar sobre todo el mtodo de generalizacin ms
sencillo: al colocar bajo el microscopio todos los acontecimien
tos pretritos (a ejemplo de Marx, quien acometi el anlisis de
la acumulacin primitiva en todas las sociedades, en la cual
se manifestara hasta el momento de escribir E l Capital, y espe
cialmente todos los casos por l conocidos hasta aquel momen
to) ha de extraer de ellos todo cuanto tiene algn rasgo comn.
Ciertas repeticiones resultan sencillamente de la propia defini
cin. Cuando analizamos el proceso de surgimiento de la socie
dad capitalista industrial han de repetirse, por lo tanto, el proce
so de acumulacin y el cambio de estructura en el reparto de
la renta nacional en consumo y acumulacin en provecho de esta
ltima, necesita efectuarse la adaptacin de la nueva tcnica a los
medios tradicionales, se tiene que producir la disgregacin de los
pequeos grupos rurales y el surgimiento de las grandes aglo
meraciones, debe incrementarse la movilidad social en todos sus
aspectos (espacial, profesional, social, etc,). Pero, naturalmente,
603

la lista de estas regularidades generales puede hacerse muchsimo


ms larga.
La segunda etapa en el proceso de generalizacin consiste
en la clasificacin de los acontecimientos pretritos en subgrupos y la repeticin del procedimiento ya descrito en relacin con
cada uno de ellos. La relacin de las regularidades confirmadas
ha de ser entonces ms larga pero el alcance de su vigencia ser
ms breve como es natural. As el conocido desarrollo del proce
so de surgimiento de la sociedad capitalista industrial puede
ser y en la prctica cientfica lo es clasificado segn los cri
terios heterogneos y sus combinaciones. Lo podemos clasificar
segn el criterio del perodo en el cual dicho proceso se ha desa
rrollado, por ejemplo:
a) en Inglaterra;
.
b) en los pases en curso de industrializacin en el perodo
de 1820-1870, como son Francia o los EE UU;
c) en las naciones que se estaban industrializando en el pe
rodo ms precoz del imperialismo, es decir, en 1870-1914; y
d) en los pases que se industrializaron ms tarde aunque
en este caso la diferenciacin de las fechas haya de someterse
como es natural a la argumentacin y la crtica de la ciencia.
Podemos clasificar esos casos, por ejemplo, de acuerdo con la
situacin social, a la luz de la cual el mencionado proceso se de
sarrolla; lo podemos clasificar asimismo en proceso que se desa
rrolla sobre la base del derrum bam iento del sistema feudal, o bien
en un lerrlronoTifas oTireiros sdivjeV/mrerica iti Wufct;, A ustra
lia, Nueva Zelanda). Tambin pueden aportarse otros concep
tos de clasificacin m ientras se hallen fundamentados y argumen
tados cientficamente.8* En ltim a instancia, la comprobacin
de lo ecunime de una u otra de las clasificaciones adelantadas
ha de ser, lgicamente, la riqueza de las conclusiones que sobre
esa base se consigan.

Sin embargo, estos mtodos de generalizacin no bastan. Aun


que en la prctica del mtodo comparativo sea menos aprecia
do, no es menos im portante el anlisis de los factores que origi
nan las diferencias.89 Este mtodo perm ite sobre todo verificar
las hiptesis de generalizacin. La comprobacin de los factores
causales de la dependencia de dos grupos de fenmenos se de
rrum ba, o por lo menos se halla limitada, cronolgica y espacial
mente en cuanto en la serie de sociedades sometidas a investiga
cin, comprobamos la existencia de uno de los grupos y la ausen
cia del segundo.
Mucho ms preciosa, sin embargo, para el aprovechamiento
del mtodo comparativo es la fijacin de la regularidad que se
manifiesta en las mutaciones. Es verdad que cada proceso de
industrializacin es otro, individual y no reproducible. Ahora
bien, aparte de la extraccin de todos los procesos conocidos
de esa categora de elementos comunales y aparte tambin
604

la extraccin de los elementos comunes para los subgrupos de


esa clase de fenmenos, no se manifiesta una cierta regularidad
en esas mismas mutaciones?
La generalizacin de Gerschebkron, segn la cual el salto
industrial caracterstico en la fase tem prana de la industrializa
cin es tanto mayor cuanto ms tarde se efecta, es a nuestro
criterio falso en lo fundamental, y en ese camino creemos que a
la ciencia le esperan los mayores resultados. La no reproduccin
individual de cada hecho y proceso histrico subrayada constan
temente por la ciencia histrica tradicional, no es sino una ver
dad a medias, cuya otra m itad consiste en que aquellas diferen
cias no son casuales y que en dichas diferencias se manifiestan
unas regularidades cuyo descubrimiento ser quizs el aspecto
ms trascendental de los descubrimientos de la historia econmi
ca en el futuro, en la medida en que vayan amplindose sus labo
ratorios a todas las sociedades de nuestro globo terrqueo.

EL DESARROLLO ECONMICO E N LOS P A SES ACTUAL


M EN TE ATRASADOS Y LA EX PE RIE N C IA HISTRICA

Nadie pone en entredicho que entre el desarrollo econmico


que tuvo lugar en el siglo xix en los pases hoy avanzados y el
que actualmente se viene realizando o se postula en los pases
atrasados (incluso capitalistas) existe una diferencia fundamen
tal. Naturalmente, cuanto ms tarde un pas determinado aco
meta su industrializacin, tanto mayor y ms fuerte habr de ser
la competencia con la cual ha de tropezar en relacin con los
pases altamente industrializados. Por eso mismo, al ingenuo
mtodo de generalizacin histrica asentado en comparar todo
cuanto halla como rasgos comunes en una serie de aconteci
mientos histricos concretos, tratam os de oponerle el procedi
miento de generalizacin dinmica. Para seguir con los ejem
plos ya aludidos, sealaremos: que la situacin econmica de
cada pas en el perodo de su tem prana industrializacin es di
ferente respecto al mundo que lo rodea, y que la generalizacin
realizada por mediacin de la extraccin de los elementos co
munes no conduce a nada; en cambio, acaso sea justa la gene
ralizacin dinmica, la cual proclama que cuanto ms tarde em
prenda un pas la va de la industrializacin ha de contar con una
competencia exterior ms fuerte.
Para Inglaterra y Holanda, el factor fundamental que incito
a las inversiones fue la exportacin masiva de los productos
industriales, camino que les est vedado actualmente a la ma
yora de los pases atrasados. Los incrementados beneficios de
las clases dominantes en Inglaterra slo en parte deban asignar
se a costear las importaciones artculos de lujo de las colo
605

nias, y hacindose adems esto en unas condiciones^ excepcio>


nahnent provechosas rapacidad del comercio con las colonias.
Actualmente, el aumento de los beneficios de los pases atra
sados representa una amenaza directa para la balanza comercial
y de pagos. Los fantsticos beneficios de la clase dominante en
Inglaterra, si no fueron esplndidos moralmente, jugaron un pa
pel objetivo y creador en el desarrollo histrico al fundam entar
la industrializacin inglesa. En la actualidad, los pases atrasa
dos se hallan convencidos con razn de que la tarea de sus
Gobiernos ha de consistir en aportar correcciones en el reparto
de la renta social en un sentido igualitario, ya que slo por ese
camino pueden contrarrestar el peligro, pudiramos decir, del in
cremento de los beneficios y am pliar el mercado interior, nica
manera, ante la falta de grandes posibilidades de exportacin,
de fom entar las inversiones industriales.9
El problema ms im portante a la hora de operar una dife
renciacin entre la situacin econmica de los diferentes pases
en relacin con el momento histrico en el cual emprendieron
el proceso de industrializacin, es la cuestin de las posibilida
des de importacin de la nueva tcnica en general, lo que a su
vez acarrea el peligro de imas importaciones desequilibradas y
unilaterales, as como y cuanto ms tarde un nacin determi
nada se industrialice mayores han de ser las posibilidades de
elegir, entre la tcnica importada, la ms conveniente, o bien la
tcnica ms avanzada de las que se conocen, o alguna de un
nivel medio, ms alta que la tcnica ya utilizada en los pases
importadores.
La condicin para m ejorar la aplicacin de los mtodos de
generalizacin dinmica suele consistir en realizar una clasifi
cacin de las sociedades investigadas. Como clasificacin funda
mental, consideramos la clasificacin segn la estructura social
eventualmente el nivel de desarrollo de una sociedad que
asume la tarea de su desarrollo econmico. En la prctica hist
rica actual tenemos los siguientes grupos sociales:
a ) sociedad blanca, de emigrados que levantan una economa
moderna en unas condiciones democrticas (parte norte de los
EE UU, Canad, Australia, Nueva Zelanda);
a,) sociedad anloga, que levanta una economa moderna so
bre territorios con una numerosa poblacin indgena, cuyo traba
jo es utilizado bajo formas esclavistas o semiesclavistas (parte
sur de los EE UU, Unin Surafricana);
b) sociedad posfeudal (India);
b x) sociedad posfeudal con fuertes diferencias tnicas, en las
cuales la indigencia social de los autctonos facilita su explota
cin econmica (la mayor parte de Amrica del Sur);
c) sociedad con un bajo nivel de desarrollo, tribal (la mayor
parte de Africa);
c,) sociedad mezclada, feudotribal (algunos Estados rabes).
606

En la prim era mitad del siglo xix las sociedades de Europa


occidental emprendieron la obra de industrializacin cuando al
canzaron un nivel de evolucin segn el modelo clsico. En la
poca del imperialismo moderno, la industria comenz a penetrar
en los pases de un alto nivel de desarrollo, con todas las conse
cuencias dramticas resultantes de tal proceso (disgregacin de
las sociedades tradicionales, trabajo forzado, etc. hasta la total
extincin de algunas sociedades autctonas). Actualmente, el pro
blema de la edificacin de una moderna sociedad industrial se
plantea ante todos los pueblos del mundo. Para ellos no se trata
de pensar en si la tarea se desprende de su desarrollo autnomo
de civilizacin. Por una parte, sabemos que no suele existir lo
que pudiera llamarse un desarrollo autnomo de la civilizacin.
Por otra parte, en el presente ya no existe prcticamente en el
mundo una sociedad que, en un grado mayor o menor, no haya
sido disgregada por la ingerencia de la civilizacin europea. A las
sociedades de los pases atrasados no les queda por lo tanto nin
guna posibilidad de elegir: la posibilidad de continuar desarro
llando su propia civilizacin y sus propios valores ya no existe.
Pero de la disgregacin de las civilizaciones autctonas como
resultado de la ingerencia de la civilizacin europea hasta la
adopcin por el mundo de los conceptos y de los valores de la
sociedad industrial, an queda un buen trecho. Frankel tiene
razn92 cuando escribe que el incremento econmico significa
un cambio de postura y la creacin de nuevos modelos de pen
samiento y de accin, por lo cual l mismo se percata de cun
difcil resulta esa tarea, y particularm ente saltar de lo viejo
y poner en marcha lo nuevo sin disrupting la sociedad, sin
interrum pir la continuidad de su desarrollo, sin abrir un pe
rodo abismal en el cual el antiguo modelo y la vieja jerarqua
ya no actan y lo nuevo no lo hace an, un tiempo en el que lo
viejo atenaza a la sociedad y lo nuevo an no obra en absoluto.
Aun en las mejores condiciones sociales y polticas ese proce
so no puede ser fcil. Si la historia ha de servir a la vida, debe
aportar su contribucin a la programacin del incremento eco
nmico tanto en ese aspecto como en los dems. Investigando
todo lo malo de lo que ya se ha realizado, ella puede ayudar al
menos a evitar ciertos peligros. Esta es la postura adoptada por
muchos socilogos y antroplogos que se ocupan de la proble
mtica del incremento econmico y muy especialmente la publi
cacin de Chicago: Economic Development and Cultural Change,
redactada por B. F. Hozelitz. La investigacin del proceso de
destribalizacin que se est desarrollando en las diferentes re
giones de Africa con miras a su industrializacin, la investigacin
acerca del derrumbamiento de la economa de las comunida
des rurales, cerradas como consecuencia de la emigracin de
carcter econmico, la indagacin de la disgregacin de las so
ciedades tradicionales como resultado del acceso de los individuos
607

(y hasta de toda la joven generacin) a la moderna educacin, el


dificultoso proceso de la substitucin de la solidaridad de los
pequeos grupos en los cuales todos los individuos se conocen
personalmente, por la solidaridad de las grandes agrupaciones
abstractas, todo ello son problemas que no se producen por vez
prim era en el mundo, que ya costaron no pocos dram as humanos
y de cuyo conocimiento puede extraerse ms de una conclusin
prctica para las nuevas sociedades.
Hay que reconocer que, aunque se ha hecho mucho en la
sociologa funcional para aclarar la estructura social de una
sociedad determ inada por mediacin de sacar a la luz las fun
ciones de las respectivas instituciones en el proceso de adapta
cin, al medio natural y social, y del m antenimiento de su inte
gridad, la sociologa o la antropologa dinmica que aclara
ra cmo dichas sociedades se adaptan o no saben adaptarse
a las drsticas modificaciones de ese medio, y sobre todo a la
infiltracin de la cultura y la tcnica occidentales, no puede va
nagloriarse mucho hasta ahora de los resultados generalizadores.93 Y ello a pesar de que el m aterial emprico reunido es enor
me.
Asimismo se ha llamado la atencin de la ciencia sobre el
hecho de que en los pases actualmente atrasados se opera una
especie de dem onstration e ffe c t : el modelo del elevado nivel de
vida de los occidentales, que generalmente acompaa a la privi
legiada posicin social en sus pases, opera frenando la inclina
cin al ahorro, y en el caso de una economa dirigida provoca
la aparicin de una presin sobre el Gobierno en el sentido
de reducir las inversiones en provecho de una elevacin inmedia
ta del nivel de vida.94 Podramos citar ms de un ejemplo en
apoyo a esta afirmacin (la presin de la opinin pblica en
Polonia en el ao 1956). Pero, nos encontramos de veras aqu
frente a alguna diferencia fundam ental en comparacin con los
pases tem pranam ente industrializados? Acaso en Inglaterra las
inversiones fueron financiadas por mediacin de los ahorros vo
luntarios de las clases privilegiada y media en lugar de serlo en
ltim a instancia gracias a los ahorros forzosos de la clase obre
ra? La respuesta tan clara pertenece a la historia econmica.
Queda sin embargo el hecho de la presin social en orden
al aumento del nivel de vida, presin que si no es ms fuerte
que en la poca tribal tiene al menos otro carcter, se basa en
otro grado de conciencia, est orientada directamente hacia otros
objetivos y desempea por lo tanto otro papel en el juego de
las fuerzas econmicas. Tambin en este caso se abre un amplio
campo de investigacin para la generalizacin de tipo dinmico.
La transicin hacia la construccin de la nueva sociedad in
dustrial exigi de las sociedades hoy avanzadas la introduccin,
por una u otra va, de ciertas reform as democrticas, de la
igualdad ante la ley, la libertad de empresa y la liquidacin de
608

las prestaciones personales. Pero el acometer esta tarea en las


fases tempranas dl desarrollo exige actualmente ms de una
vez unas reformas que constituyen para el modelo clsico un
salto por encima de varias pocas. Exige a veces la liquidacin
de la esclavitud y del consiguiente comercio de la mercanca
humana, exige el reconocimiento de la libertad individual y la
igualdad de derechos a la mujer, etc. Todas estas reformas son
imprescindibles desde el punto de vista de los ideales humansti
cos, constituyendo al mismo tiempo la condicin suprema del
futuro desarrollo econmico. Sin embargo, a escala ms redu
cida dichas reformas pueden provocar enormes perturbaciones
asimismo de tipo econmico. La emancipacin de la mujer, con
dicin indispensable para la distribucin racional de la fuerza
de trabajo, para la eliminacin del tipo familiar tradicional,
puede provocar importantes cambios perjudiciales para la econo
ma no mercantil, o sea para el sector natural de la economa,
tan poderosos habitualmente y decisivos para el nivel de vida
de la poblacin en los pases atrasados, lo que a su vez no puede
dejar de reflejarse en el sector comercializado, peligro que ha de
tenerse en cuenta a fin de combatirlo, y que slo se puede
captar por medio de las experiencias de la historia econmica.
Esta clasificacin en relacin con las sociedades que empren
den la tarea de la industrializacin tiene, desde la perspectiva
de las estructuras sociales, como punto de partida una enorme
significacin, sobre todo en atencin al carcter del sistema agr
cola, como arranque decisivo tanto para la magnitud de los exce
dentes como para su apropiacin y su utilizacin.
Los tcnicos occidentales que se hallan en los pases atrasa
dos y particularmente los que actan en la agricultura, sueien
estar sorprendidos por lo que estiman ser una reaccin irracio
nal frente a la apertura de posibilidades econmicas. Un anli
sis penetrante de las aludidas sociedades m uestra generalmente
que dicha reaccin no es ni mucho menos tan irracional como
pudiera parecer y en absoluto incomprensible ni intraducibie a
nuestras categoras. Los relativamente fciles y baratos medios
de incremento de la produccin agrcola pueden ser mostra
dos, a pesar de lo cual' no se convierten en un incentivo para
su utilizacin. En los pases atrasados donde existen departa
mentos institucionales, este fenmeno se suele producir entre
los que toman las decisiones y asumen el nesgo de la innova
cin y los que se benefician de ellos. El sistema agrcola de nume
rosos pases atrasados est basado en las grandes propiedades
y en la pequea explotacin, con lo cual todos los costos del
mejoramiento, ligado a ste el riesgo que comporta, se hallan
asumidos por el utilizador pen, mientras que los benefi
cios han de compartirse con el propietario por ejemplo, en la
mitad. En tales condiciones, para que el mejoramiento sea ren
table, debe ser dos veces ms provechoso que en el sistema sokcs

100.

39

609

ul en el cual el productor es a la vez el propietario.94 No es


casual que entre los pases de Amrica Latina se note en los
ltimos tiempos un fuerte incremento de nivel solamente en
aquellos que de una u otra m anera han emprendido aunque no
sea ms que una simple reform a agraria limitada.9*
En este mismo sentido obra el sistema de las grandes fami
lias,' fenmeno que se da en los pases con una baja tcnica
productiva y excedentes reducidos y que slo se entiende en ese
contexto como un sistema, en su gnero, de garanta interna,
que acta como amortiguador de las oscilaciones de la produc
cin (evidentemente, en el caso exclusivo de las fluctuaciones
relativamente insignificantes, ya que las grandes oscilaciones aca
rrean en general el ham bre frente al cual la misma gran familia
se halla sin defensa y muriendo a veces, junto a los dems, en
un bello acto de solidaridad). Con el sistema de las grandes fa
milias, el riesgo de la innovacin con el que quiz se atreviera
1 individuo, se halla frenado por el comprensible tem or colec
tivo, recayendo sin embargo los eventuales provechos de la inno
vacin sobre la colectividad en pleno.
Nuevamente, las experiencias acumuladas por la historia eco
nmica perm iten seguir las dificultades y los provechos ligados
al proceso de individualizacin de la economa, proceso que
enrentan todas las sociedades que asumen la industrializacin
sobre una base posfeudal o bien atrasada.
La base sobre la cual las diferentes sociedades inician la in
dustrializacin decide igualmente del carcter de apropiacin
de los excedentes, a la vez que de su asignacin o de su redis
tribucin. En los albores del capitalismo, los grandes beneficios
haban de reinvertirse en la produccin y la ideologa puritana,
con su glorificacin del ahorro, su austero modo de vida y de
utilizacin productiva de las reservas, y que slo en este caso era
precisamente la superestructura. Actualmente, el propietario
de grandes reservas en un pas atrasado, se halla ante una serie
de posibilidades para invertirlas, por lo cual debe escoger. Por
una parte, la ideologa puritana, ya desaparecida hasta en los
pases tradicional mente puritanos, en donde por el contrario el
lujo rockfelleriano se halla rodeado de un nimbo de admira
cin social que la prensa, el cine, la televisin, etc., saben explo
tar y popularizar, es tanto ms extraa para los pases atrasa
dos. En cambio, la posicin social del miembro de la clase pri
vilegiada le obliga a hacer ostentacin del lujo y por lo tanto
un nivel de vida esplendoroso: debe lucir de la misma ma
nera que en sus tiempos haban de deslumbrar al pueblo los
principes soberanos alemanes o los magnates polacos. Suponien
do que an le queden medios para invertir, el mundo entero
est abierto ante l y nada le retiene para que la colocacin
del dinero en su pas o en el extranjero tenga otros alicientes
para l que no sean los econmicos. El problema del porqu
610

el gran latifundista del Norte de Italia hizo inversiones y u n


magnate del Sur del pas no invirti en general o bien coloc
su dinero en los bancos parisienses o ingleses, es solamente una
m uestra de cmo la historia econmica ha de investigar proble
mas que an siguen siendo importantes para el mundo.
El sistema social, por ltimo, determina en sumo grado el
mecanismo de la redistribucin de los excedentes, sobre todo
el mecanismo del crdito inversionista. Es sabido que en un
pas de tipo feudal el crdito tiene un carcter en gran medida
de consumo y que es carsimo. Es caro por cuanto es para el
consumo y por consiguiente es consumible por ser caro ya que
ningn beneficio de la produccin cubrira un rdito tan eleva
do. En los albores del capitalismo en las naciones posfeudales,
en los pases con una poderosa clase de grandes latifundistas,
aparecen instituciones de crdito barato y a largo plazo para la
agricultura, basadas en la mayora de los casos en las rentas
de carcter pblico, y que por lo tanto constituyen un tpico
ejemplo de redistribucin de la renta nacional. No es casual
que tal institucin surgiera en el reino de Polonia ya por el ao
1825, mientras que para los crditos baratos, a corto plazo para
la industria, se necesit esperar an medio siglo. El establecimien
to en el Japn tras la Restauracin de una entidad de crdito a
bajo porcentaje de inters para ia industria constituye un nuevo
testimonio de que la revolucin Meyshi no fue el resultado ex
clusivo de la invasin americana, sino que se levant sobre la
base de una larga evolucin previa, del desarrollo de las fuerzas
productivas, de la acumulacin, etc.
La asignacin de la mayor parte de los excedentes a la in
dustria en un pas en el que el grueso de los excedentes est en
manos de los grandes terratenientes, suele ser una tarea tan di
fcil como la cuadratura del crculo. En Inglaterra pudo asumir
ese papel la supresin de los derechos arancelarios de los cerea
les que garantizaba, por mediacin de la reduccin de los precios
de los artculos de consumo y de los salarios, el drenaje de los
beneficios industriales por parte de los landlords. Pero conoce
mos lo difcil que fue llegar a esa supresin de los derechos
arancelarios, a pesar de las condiciones en que se hallaba una
gran industria que ya exista en ese pas sin competencia alguna
en escala mundial.
Y
nuevamente tenemos que la generalizacin basada en la
experiencia de la historia econmica no puede consistir en des
granar a los elementos que tienen en comn todos los aconte
cimientos conocidos. Tales elementos comunes no existen, o
casi no existen. Lo comn es la tarea que se desprende de la
definicin: una gran parte de los excedentes ha de asignarse
a las inversiones en general y a las inversiones industriales en
particular. Pero esta tarea, realizada a travs de la actuacin
de las fuerzas espontneas en Inglaterra, exige unas institucio
611

nes rectoras en los pases que tienen acceso ms tarde a la


industrializacin. Algunos conomistas ingenuos, imaginndose ex
traer conclusiones de las experiencias de la historia, consideran
que los grandes beneficios bastan como para incitar a las inver
siones. Nada ms falso. Pero con esta afirmacin no nos ente
ramos sin embargo mucho ms de las experiencias histricas
que de las generalizaciones dinmicas.
Muchos economistas occidentales se complacen en subrayar
la variedad de escalas de los valores sociales que se dan en los
pases atrasados. Aparentando una postura intemacionalista, ello
les permite im putar a las sociedades de esos pases la culpa
de su atraso econmico. Pero el valor del progreso econmico
y todo cuanto gracias al mismo puedan lograr, no suele serles
ajeno en absoluto a las sociedades atrasadas, hasta el extremo de
que en ellas se manifiestan conflictos entre los diferentes valo
res conocidos tambin en la Europa actual, aunque se manifies
tan en unos aspectos que no dan lugar a tales posiciones crti
cas. Suponiendo que en una sociedad determinada no haya otro
medio para m antener las manifestaciones del respecto que el
del lujoso nivel de vida, de nada sirve el instar a los ricos a que
ahorren y hagan inversiones. Esto lo saba Napolen al distin
guir con la Cruz de la Legin de Honor al pionero de la indus
tria del azcar de remolacha. Tambin la Unin Sovitica al crear
el concepto del hroe del trabajo socialista. Si en la sociedad
no se da la posibilidad de obtener una garanta mnima de exis
tencia sino slo a las grandes fam ilias," la movilidad del trabajo
y la aplicacin de las innovaciones siempre se ver frenada. Pero
en Europa esta dificultad se super sin embargo gracias a una
serie de instituciones diversas.
El problema prctico ms importante en relacin con la mu
tabilidad de la jerarqua de los valores sociales es la cuestin
que tanto agrada a los economistas occidentales, de la diferencia
en el valor relativo del salario y del leisure (los ejemplos ms
apreciados son los de la India).100
Pero si consideramos la diferencia que existe entre el sueldo
de los blancos y el de los obreros indgenas en numerosos pases
atrasados, la estabilidad del empleo de los obreros blancos y la
libertad de despedir del trabajo al operario indgena, el respeto
que en la empresa goza el blanco y el desprecio que sufre el
obrero indgena, y, adems de eso, si consideramos lo que al ind
gena le cuesta el obtener trabajo (a veces la prdida de los be
neficios reales que entraa la pertenencia a la sociedad tradi
cional, el cambio de las condiciones de alojamiento en el sentido
de un empeoramiento, el tener que alejarse de la familia durante
mucho tiempo, el tiempo que necesita en ir de la casa al tra
bajo, etc.), veremos que ms de una vez, ante esas condiciones,
el hombre ms racional de Europa Occidental, preferira a ese
supuesto leisure el dudoso income.ioi

612

La historia econmica nos brinda un rico material de anli


sis. El campesino ingls no se fue a trabajar a la industria por
sus elevados salarios. La existencia de un gran nmero de brazos
in potentia, la cual, slo con el mayor de los esfuerzos, se trans
forma en mano de obra in actu, es un fenmeno conocido en
todos los procesos de industrializacin que se han dado hasta la
actualidad. Si no queremos repetir las casas de trabajo for
zado del siglo xvm , hemos de promover unas instituciones sus
ceptibles de aminorar las dificultades inherentes al abandono de
las sociedades tradicionales y de incrementar en grado sumo lo
atractivo del ingreso en una ocupacin profesional moderna.
Y
aqu entramos en el conocido problema de la literatura
sociolgica, como es el vnculo existente entre las transform acio
nes de la escala social de los valores y las instituciones socia
les. Weber, al pronunciarse por el papel motor que para el desa
rrollo de las instituciones capitalistas tuvo la ideologa de la Re
forma, adopt al mismo tiempo una resuelta postura al asignarle
una prioridad cronolgica a la escala de los valores sociales en
relacin con las instituciones sociales. Por otra parte, nadie qui
z podra negar que las instituciones capitalistas, tan pronto co
mo funcionan, favorecen la extensin y el fortalecimiento de una
escala de valores sociales propia del capitalismo. Esta dependen
cia no deja de ser, naturalmente, bilateral. La adopcin de la
tesis sobre la prioridad de los cambios en las fuerzas productivas
no soluciona an el problema, puesto que aqu el problema se
plantea en los trminos de saber si los cambios de las fuerzas
productivas modifican primero la escala de los valores sociales
o las instituciones sociales.
Para un historiador econmico es de una necesidad histrica
el diferenciar las preguntas.
Cuanto ms temprana fue la aparicin de una institucin de
"a u i:apo Jaau,
taTo'Tias _sc Jcfiierencu
peregrinacin ~por ti
mundo. La adopcin de una institucin determinada por parte
de la nueva sociedad nunca ha tenido un aspecto pasivo, siem
pre hay una adaptacin creadora; una vez adaptada, la institu
cin se convierte bajo numerosos aspectos en el nuevo medio,
en algo diferente, y en este sentido la sociedad ha de m adurar
hasta aceptar estos rganos constitucionales del poder soberano
de la nacin, del mismo modo que ha de m adurar para su crea
cin. Sin embargo, por otra parte tampoco conviene extremarse
con este punto de vista y caer en el absurdo. Aun no siendo
perfectas, las instituciones de la democracia parlamentaria fun
cionan sin embargo en la actualidad en los nuevos Estados afri
canos, lo cual sera imposible sin el mundo que los rodea.
En este sentido, muchos de los rasgos que los economistas
aplican a los pases atrasados y hasta a las gentes de otras
esferas civilizadoras no son de hecho sino una adaptacin de las
instituciones existentes en tales pases,101 el sistema de las mis
613

mas es una amalgama especfica de instituciones autctonas y de


instituciones creadas por los colonizadores para servir a sus
fines, y, por ltimo, las im portadas por los colonizadores no sur
gieron de un medio dado ni fueron adaptadas por ste, lo que
hubiera suscitado por consiguiente la adaptacin de las institu
ciones autctonas y su deformacin unilateral para los fines,
sea de convivencia o de lucha, o de ambos.
El descubrimiento del carcter especfico de la economa de
los pases atrasados, que se hizo precisamente despus de la Se
gunda Guerra Mundial, bajo el poderoso influjo de los cambios en
la posicin poltica de esos pases en el mundo y de su inevitable
emancipacin, est actualmente de moda. En la prim era etapa
de las investigaciones se comprob la imposibilidad de aplicar
la mayora del equipo investigador desarrollado en los pases
avanzados a la economa de las naciones atrasadas.1** A pesar
de ser negativo, ste no deja de representar un gran xito cien
tfico. Pero desde entonces distamos mucho de haber elaborado
nuevos instrum entos investigadores. Aunque en su mayor parte
carezca de nueva ambicin la ola de indagaciones empricas que
sigue afluyendo ao tras ao no deja de ser en ltim a instan
cia una contribucin en tal sentido.
Gracias a su conocimiento del pasado econmico de los pa
ses hoy avanzados, merced a su sensibilidad para con los aspec
tos del funcionamiento de cada sistema econmico a favor de su
criticismo frente a los testimonios acerca de las diferentes so
ciedades, la historia de la economa1* tiene una gran tarea por
cumplir.

614

XVI.

Las previsiones basadas


en la historia econmica

LAS PR E V ISIO N E S E N LA CIENCIA HISTRICA

En Hedda Gabler, Ibsen habla de dos historiadores. Uno d->


ellos, honrado y pobre, trabaja desde hace aos en una obra
titulada La industria de la casa de Brabante en la Edad Media.
El segundo, ms genial y que vive al margen de la sociedad bur
guesa organizada, escribi... la Historia del futuro.
Dejando de lado la escena fin de sicle de Hedda Gabler, su
genio borrachn, su m ujer incomprendida, su desdeoso peque
o burgus, etc., no ser ninguna paradoja si decimos que uno
de los motores principales que mueven a las gentes a ocuparse
del pasado es su curiosidad por el futuro. Si esto no es justo en
cuanto atae a la respetable corporacin de los anticuarios, Ir
es al menos con respecto de los grandes sabios el hroe de
Ibsen y ...los profanos (Ibsen).
La postura de la ciencia histrica en relacin con el problema
de las previsiones no es tan sencilla como pudiera aparecer a
travs de la lectura de los manuales metodolgicos del ltimo
medio siglo: no siempre y no todos adoptan una postura de
repulsa hacia esta cuestin. Y lo ms im portante es que, ms de
un elemento de las obras de quienes ostentaban expressis verbis
una actitud negativa, suele contradecir dicha postura; entre las
lneas de la obra y hasta en los documentos biogrficos de los
historiadores despunta a veces la esperanza inconfesable de que
las bsquedas histricas pueden llegar a descorrer la cortina, que
cubre al futuro. Ahora no es esencial el saber si esta esperanza
se hallaba justificada o no en cualquier grado. Lo interesante
es que existiera y que como tal fuera un motor poderoso para el
desarrollo de la ciencia, ya que, al menos los ms insignes crea
dores de escuelas y de orientaciones, Voltaire y Guizot, Michele/
y Thierry, De Toqueville y Niebuhr, Lelewel y Czemiszewski, sa
ban por qu y con qu fin se dedicaban a la historia y lo que
en ella buscaban. Y esto precisamente le daba a sus obras esa co
hesin interna y ese carcter consecuente, haciendo que sus obra
no fuesen solamente una coleccin de informaciones acerca de los
hechos pretritos sino una slida concepcin sociolgica aun
cuando no se expusieran siempre los criterios de una forma generalizadora. De esta manera se desarroll la ciencia histrica y
se desarrollaron los conocimientos sobre la sociedad en general,
ya que cada una de estas corrientes condujo al anlisis multilate
1*

ral del desarrollo social bajo un aspecto determinado, Las mves


tigaciones acometidas precisamente con esa esperanza, a veces
vergonzosa y callada, deban llevar al historiador a la compren
sin de algn sistema de relaciones sociales, dndole por consi
guiente un punto de apoyo para las previsiones y a veces para
la accin, en el cual lo im portante no suele ser que el sentido
psicolgico, en cuanto a la forma de ver la sociedad y las rela
ciones sociales, se adelantara al propio acometimiento de las
bsquedas histricas y a sus resultados, y que Lelewell se incli
nara hacia la posicin de un demcrata plebeyo antes de empe
zar a indagar lo que la plebe representa en la historia.
Los ms insignes positivistas Buckle y otros, as como el
marxismo, proclamaron claram ente las posibilidades existentes
en cuanto a las previsiones basadas en la historia. Esto fue posi
ble, evidentemente, gracias al hecho de que la historia sali de
los estrechos marcos de la historia poltica la grandeza y la
ruina de los Estados, los reyes y las guerras para dedicarse
al anlisis de las transformaciones sociales y econmicas a tra
vs de los tiempos. Para los positivistas, las previsiones se asen
taban en la concepcin de un desarrollo, de un progreso de las
sociedades armonioso y organizado, m ientras que para los m ar
xistas las previsiones se basaban en la idea del desarrollo a tra
vs de la lucha de las contradicciones internas. Los positivistas
llegaron a la conclusin de la perennidad del sistema capitalista,
m ientras que los m arxistas llegaban a la conclusin de su cada
necesaria y, en consecuencia, de la inevitable dominacin del so
cialismo.
Hubo muchas previsiones formuladas por los ms glandes
historiadores con independencia de que ellos mismos lo confe
saran o no, y sin referim os aqu al problem a del valor cognos
citivo de stas basadas en el anlisis del pasado, es preciso hacer
resaltar, sin embargo, que las sociedades humanas no tienen nin
guna otra base para hacer previsiones y que sin ellas no pueden
existir.1

LAS P R E V ISIO N E S DE LARGA DURACIN E N LA H ISTO RIA


DEL PENSAM IENTO ECONMICO

Las previsiones sociales son tan antiguas como las reflexio


nes sobre la sociedad, ya que cada reflexin ambiciosa sobre los
fenmenos sociales encierra en s misma implcitamente alguna
idea sobre el futuro, aunque no se confiese el convencimiento
acerca de la inmutabilidad de las relaciones dominantes. Esto
atae mucho ms a la actividad econmica y a las reflexiones
cientficas sobre la economa. Cada dirigente en el campo eco
nmico, ya se trate del empresario como del estadista, hace
616

previsiones de aiguna manera. 1 pensamiento cientfico econ


mico siempre quiso servir en cierto grado a uno u otro de los
dos e incluso a ambos a la vez y por consiguiente tena
que prever.
El razonamiento de los canonistas estaba basado en el princicipio de la invariabilidad durante un largo perodo de las rela
ciones econmicas. Durante largo tiempo esta hiptesis demostr
su ecuanimidad, pero desde finales del siglo xvii podemos obser
var un ciclo peculiar de posturas con respecto a las previsiones,
que oscilan entre el ms sombro pesimismo y el optimismo ms
ingenuo*
Smith fue indudablemente un optimista. Crey que el mun
do entero entrara en el camino del progreso econmico tan pron
to como lo cual no tardara en cada pas se cumplieran al
gunas condiciones muy sencillas: la paz, bajos impuestos, una
buena administracin y la justicia.*
Durante la prim era mitad del siglo xx y ante las tremendas
consecuencias de la tem prana industrializacin, en Inglaterra
estaba de moda ser pesimista a largo alcance y desde este punto
de vista adoptaron esta actitud no slo Malthus sino tambin
Ricardo y J. S. Mili. Segn sus concepciones, el rpido aumento
de la industria y de la poblacin conjugado con la escasez de la
tierra y de los alimentos, deban ocasionar el incremento de las
rentas, el estancamiento de los salarios reales, el descenso del
nivel de los beneficios y en consecuencia la baja de los ahorros
y de las inversiones. As, el progreso econmico haba de ter
minar a largo plazo llevando a la economa a un nuevo estado
estacionario. Aproximadamente, por aquel tiempo, Marx crea una
doctrina en la cual el pesimismo con respecto a la economa
como tal se halla substituido por un pronstico pesimista en
cuanto a unas formas determinadas de relaciones econmicas,
o sea con respecto al capitalismo.
El rpido progreso econmico en la segunda mitad del si
glo xix inclin nuevamente al optimismo a los economistas ofi
ciales a los cuales no les agradaba contemplar el lado de los
costos de dicho progreso. Marshall, Clark, Cassel construyeron
su modelo en base al principio de la existencia en el sistema
capitalista de unas fuerzas internas que actuaban en el sentido
expansionista y del desarrollo. Este optimiso dur en la ciencia
occidental oficial y acadmica hasta el ao 1929, aunque la reac
cin en contra del mismo comenzara anteriormente, es decir,
en los ltimos aos del siglo xix.
Los primeros autores que llamaron la atencin sobre la apa
ricin de los nuevos rasgos en el sistema capitalista y que pro
yectan sombra sobre su futuro fueron Rosa Luxemburg y Hilferding y, en cierto aspecto, Hobson. La teora del desmorona
miento automtico del capitalismo (Zusam menbruchstheorie ) de
Rosa Luxemburg es aqu el concepto ms extremado. La codifi
617

cacin del pensamiento m arxista en este problema fue la obra


de Lenin sobre el imperialismo (1917). Pero todos estos traba
jos no lograron alterar el inquebrantable optimismo de la ciencia
oficial, el cual, sin embargo, desapareci de pronto en 1929. Es
difcil fijar en la historia ideolgica o de las ciencias humans
ticas, con una precisin de un ao, la fecha de un momento cul
minante como ocurri en este caso.
Surgieron las teoras del estancamiento defendidas especial
mente por Alvin Hansen y J. M. Keynes. Tampoco fue casual la
resurreccin de la hiptesis de Rosa Luxemburg y el gran inters
que por ella demostraban los crculos keynesianos.
Contrariamente a los neoclsicos, los partidarios del estan
camiento m ostraron la existencia en la economa capitalista de
unos factores internos que conducan al mismo y que si se les
dejaba actuar con libertad conduciran inevitablemente a ste.*
De ah el violento intervencionismo de Keynes, que crea que la
tendencia al estancamiento, al ser estudiada, es decir, conocida
y comprendida, poda ser com batida y dominada gracias a la
intervencin del Estado, asegurando el desarrollo ulterior de la
economa en medio de todos los azares Las fuentes del incre
mento econmico que venan actuando autom ticamente a lo
largo del siglo xix, es decir: a) el aumento de la poblacin, b) la
expansin exterior (motivos de R. Luxemburg y de Lenin), c ) el
progreso tcnico, ya deban de agotarse. No es posible detenerse
mucho en la teora del destino que conden a Hansen a prever
un estancamiento del progreso tcnico unos aos antes del des
cubrimiento de la energa atmica, de la automacin, del radar,
la penicilina, etc.
Al hallarse los economistas m arxistas como O. Lange y P.
Sweezy bajo una cierta influencia de los insignes partidarios del
estancamiento, cambiaron los pronsticos de ste por el de la es
tancacin de la economa capitalista.
Despus del ao 1945, se puede observar en la ciencia eco
nmica occidental una nueva ola de tendencias optimistas, las
cuales presentan no obstante algo de nerviosismo, como se ma
nifest especialmente ante la recesin norteam ericana del ao
1958. Al parecer, el recuerdo de 1929 sigue estando todava
vivo.5
Conclusin? Que la m ayor parte de estas previsiones sobre
el desarrollo econmico de larga duracin fueron la proyeccin
de una situacin a menudo de corta duracin. Estas teoras nos
informan mucho de las pocas en que fueron creadas (como fuen
tes para la historia de la ciencia y de las ideologas) pero nada
o casi nada nos dicen con respecto a las pocas a las cuales
aluden.

618

LAS P R EV ISIO N ES Y EL CARACTER CICLICO


DEL DESARROLLO ECONMICO DEL CAPITALISMO

La comprobacin del carcter cclico del funcionamiento y del


desarrollo de la economa capitalista, constituye una nueva con
cepcin cualitativa de las previsiones basadas en las experien
cias histricas. Esta comprobacin, hecha por Marx, fue adopta
da por la ciencia burguesa en la edicin de C. Juglar (1856),6 de
un modo en verdad algo diferente a la teora marxista, pero que
sin embargo subraya con fuerza el problema del carcter cclico
de las crisis.Si las crisis se repiten peridicamente, es posible preverlas
de la misma m anera que se prevn los fenmenos astronmicos,
y si existe esta posibilidad, es natural que sean muchos los inte
resados en ellas. Pero nadie advirti su absurdo: que incluso la
ms correcta previsin de una crisis puede, a lo sumo, acelerarla.
En el ao 19177 se construy el llamado barmetro de Harward que deba constituir un mtodo cientfico para la previsin
de las crisis. Este barm etro fue construido en base a tres cur
vas: A, siendo la curva de los fenmenos burstiles, B, la curva
de los fenmenos del mercado y C, la curva del mercado mone
tario. Al poco tiempo ocurri que estas curvas se superponan
casi, con cierto retraso correlativo y que por lo tanto bastaba
con apoyarse sobre la curva A. Y aqu ya se encubra la capitu
lacin: el hecho de basarse en los fenmenos burstiles significa
prcticamente el reconocimiento de que la resultante de las pre
visiones de las esferas econmicas es la que suministra las
mejores y ms rpidas informaciones sobre el discurso ulterior
del ciclo, y por tanto que ellas mismas saben m ejor que nadie.
Cul poda ser, en este caso, el sistema cientfico de anlisis?
Pero cuando el barmetro de Harward acab de compro
meterse fue en el ao 1929 al anunciar las mejores perspectivas.
Es posible que los economistas de Harward formularn estas
previsiones con pleno convencimiento. Pero sera muy intere
sante saber lo que hubiera ocurrido si en base al anlisis de
sus datos hubiesen extrado conclusiones pesimistas. Las hubie
ran podido anunciar sin correr el riesgo de acelerar el momento
del estallido de la crisis? Las previsiones en m ateria de cuestio
nes sociales son muy delicadas, ya que estas mismas, al conver
tirse en un hecho social, comienzan a actuar, modifican los datos
del anlisis y por tanto anulan su propia exactitud.
Despus de la Segunda Guerra Mundial, ante la llamada de
formacin del ciclo y la entrada del capitalismo en un perodo
de fuerte intervencin estatal, las previsiones econmicas co
braron un carcter muy operativo. Junto a las mismas se desa
rrolla, particularmente en los EE UU, y en gran escala, la teora
de la previsin microeconmica, la cual ha de servir de direc
tiva muy especialmente a las empresas.
619

Las previsiones econmicas son siempre, en cierto grado, una


prolongacin de la curva. En este sentido, han de contestar a
la pregunta de cul es el presente y no de cul ser el futuro.
Es decir, que la respuesta quedar formulada as: de seguir la
situacin presente, llevara a tal o cual estado de cosas. El
valor de esta proyeccin como previsin depender del nmero
y de la calidad de los elementos tomados como puntos de refe
rencia. Pero jam s podrn tenerse en cuenta todos los factores
decisivos y la previsin se verificar siempre y cuando uno
de los factores excluidos de nuestros estudios por su poca im
portancia no acte poderosamente en el futuro. A fin de evitar
cualquier sorpresa de este tipo, ciertos economistas multiplican
en lo posible el nmero de los factores activos; as, el llamado
modelo J. Tinbergen tiene en cuenta para el anlisis de la coyun
tura norteamericana una suma de setenta variantes,1 y el mo
delo R. Frisch muchas ms an.11
Es evidente que la multiplicacin de las variantes no deja de
complicar en extremo el mtodo, no ofreciendo a cambio nunca
la garanta de que en el futuro algn elemento no tomado en con
sideracin no va a influir con fuerza sobre la vida econmica.
Lo peor es que tambin pueden fallar los factores utilizados
como puntos de apoyo del anlisis. En prim er lugar, porque di
chos factores dependen de la accin de muchos otros elementos
que no siempre pueden ser tenidos en cuenta y que incluso no
son muy conocidos desde el punto de vista cientfico. El cons
tante crecimiento demogrfico que despus de la Segunda Gue
rra Mundial se ha verificado en los pases capitalistas ms ricos
y que anul muchas previsiones econmicas, es aqu uno de los
ejemplos ms claros.
En segundo lugar, la variabilidad de una serie de factores a
largo plazo es un problema que a menudo no se conoce sufi
cientemente en la ciencia. Las largas series estadsticas suelen
fallar con bastante frecuencia por causas institucionales y a veces
por causas esenciales. Si el nmero de los enfermos mentales
ha aumentado en Francia, pasando de 69.000 en el ao 1886 a
138.000 en el ao 1936, sabemos que ambas cifras son incompa
rables por cuanto, junto al cambio cuantitativo, en el citado
fenmeno intervienen otras variaciones quiz ms importantes,
como son las que se han producido en los estados civilizados
en m ateria de diagnstico, tratam iento y clculo de las enferme
dades psquicas.
El crecimiento aterrador de la cifra de defunciones provoca
das por el cncer, que tanto preocupa a la opinin pblica, obe
dece al parecer a dos factores principales: a) la prolongacin de
la media de la longevidad humana y por consiguiente el incremen
to del nmero de personas que alcanzan la edad tpica en la
que suele contraerse dicha enfermedad, y, b) los progresos rea
lizados en cuanto al diagnstico del cncer.
620

Mientras que el primero de estos factores puede ser tenido


en cuenta para las previsiones, el segundo no puede serlo. En
este sentido, la brevedad de las series estadsticas y en todo caso
la brevedad de las series estadsticas comparables (debido a la
frecuente incertidumbre de la base de partida y de los eslabo
nes preliminares de la serie) constituye una seria dificultad para
las previsiones a largo plazo. Es posible suponer que con el
tiempo esta dificultad disminuir en la medida en que cada
quinquenio vaya alargando la serie de una forma correcta cient
ficamente. Sin embargo, tampoco est descartado que los datos
recogidos por las instituciones estadsticas sean insuficientes e
incomparables con respecto a las necesidades de la ciencia del
futuro.
Pero al examinar las previsiones relativas a los fenmenos
humanos, es preciso llam ar an la atencin sobre otro de sus
aspectos: el aspecto que pudiramos denominar macbethiano.
Macbeth hubiera sido un criminal sin la profeca en la cual
crey? No fue esta prediccin de las brujas la que lo incit al
crimen? Este fenmeno acta con toda su fuerza en los proce
sos sociales. Las previsiones acerca de la recesin quiebran la
coyuntura. El socilogo norteamericano Mertonu calific este fe
nmeno de autocontrol de las previsiones.
Finalmente, existe otro tipo de fenmenos trascendentales que
provocan el fracaso de las previsiones. Pues la previsiones eco
nmicas no son realizadas como experiencias de laboratorio sino
en tanto que principio de accin. En el sistema capitalista el
inversionista o el especulador ha de prever sobre todo lo que
deben de prever los dems.1* Cada previsin realizada por la
ciencia, por poco que se halle fundamentada y tenga algn gra
do de probabilidad, acarrea consigo toda una serie de acciones de
los individuos y de las instituciones, las cuales, al modificar los
datos del anlisis imprevistos en ste, provocan el fracaso*
de la previsin, hasta tal extremo y por paradjico que ello pa
rezca, que dicha frustracin no demuestra ni mucho menos que
la previsin no era acertada sino que al contrario constituye a
veces su confirmacin.

LAS CONDICIONES SOCIALES DE LA PREVISI N RACIONAL

Naturalmente, el problema de las previsiones econmicas, tan


to en escala macroeconmica como y sobre todo en escala
microeconmica, depende del conjunto de las condiciones socia
les. Aqu no basta la certidumbre acerca del valor del anlisis
racional: han de cumplirse adems una serie de condiciones so
ciales, muchas de las cuales slo pueden realizarse en un alto
nivel de desarrollo social.
621

Tomemos por ejemplo el problema fundamental de la depen


dencia en relacin con la naturaleza.14 Con unas dbiles fuerzas
productivas, cuando el producto global del trabajo humano re
basa en un grado insignificante el producto absolutamente indis
pensable, el mnimo empeoramiento de las condiciones natura
les sequa, precipitaciones excesivas, etc. puede provocar el
descenso del producto global por debajo del producto indispen
sable. La escasez de los medios de transporte y la falta de gran
des reservas en los grupos sociales vecinos, pueden desembocar
en una verdadera catstrofe. Es difcil hacer previsiones con
unas fuerzas naturales cuya accin no es posible vaticinar con
certeza. El pensamiento catastrofista del Medievo no es tampo
co esta vez tan irracional, sobre todo en unas condiciones en
que los grupos humanos se vean abocados constantemente a la
catstrofe, problem a que no slo tiene una trascendencia desde
el punto de vista histrico, ya que la plaga del ham bre es sobra
damente conocida actualm ente por la m itad de la humanidad.
La incapacidad de los hindes para los clculos econmicos a
largo plazo, que tanto deploran los economistas occidentales al
considerarla como un rasgo especfico de la cultura budista y un
serio obstculo al desarrollo econmico, no deja de ser uno de
los clsicos atributos de la Europa medieval, del que sin embargo
lograron liberarse las naciones europeas, pero slo cuando el in
cremento de las fuerzas productivas hizo que el hombre se halla
ra menos afectado por la accin imprevisible de las fuerzas de la
naturaleza. En cuanto crezca en la India la productividad del tra
bajo humano, tan pronto como desaparezcan los cataclismos pe
ridicos, el hind empezar a calcular a largo plazo. An no*lo
hace, no por hallarse culturalm ente incapacitado, es decir, por
no saber, sino porque su sociedad no le brinda las condicio
nes necesarias para esta clase de previsiones. Es precisamente
el hind quien, en sus circunstancias, obra racionalmente al no
hacer previsiones.
Los abusos de los potentados tpicos en Polonia antes de
los desmembramientos, la inestabilidad del poder y del sis
tema jurdico tan frecuentes hoy da en los pases subdesarrollados, el peligro de la ingerencia exterior al cual se hallan ex
puestas las naciones atrasadas, todo ello obra en el sentido de
impedir las previsiones racionales.
Los historiadores idealistas han reiterado su concepto del sur
gimiento del capitalismo como la generalizacin de la aptitud
al clculo y a las previsiones econmicas, especialmente a largo
plazo. Pero el problema no radica tanto- en que el hombre sepa
qu tiene que prever sino en crear las condiciones precisas que
le hagan creer en sus previsiones.1* Es decir, que el hombre ha
de vivir en unas condiciones sociales que propicien la previsin
racional.
La posibilidad de la previsin racional depende de la magni
622

tud del riesgo de incurrir en el error, la cual, a su vez, depende


del nivel de las fuerzas productivas y de las instituciones socia
les, existiendo una correlacin entre ambos factores. 1 desarro
llo de aqullas aminora el riesgo de un fracaso tcnico que
la sementera no d la cosecha apetecida, que la cabaa sea diez
mada por las epidemias, que estalle la mquina de vapor, etc.
Las instituciones sociales influyen asimismo en el aminoramiento del peligro a travs de su dislocacin social. El personaje del
Mercader de Venecia de Shakespeare operaba en unas condi
ciones extraordinariamente arriesgadas, imprescindibles para el
desenlace del drama. Toda su riqueza, su situacin econmica
se halla comprometida en una sola transaccin. El barco est en
plena mar: si llega a buen puerto, el beneficio ser enorme; si
naufraga, l est arruinado. Llegan noticias de la tempestad en
el mar. Pero al repartir el riesgo entre todos sus miembros, la
Guilda de los mercaderes lo reduca hasta tal extremo que haca
posible el clculo.16
La previsin es tanto ms segura cuanto el objeto a la cual
se refiere es mayor. La Guilda haca previsiones con menos ries
go de equivocarse que lo hubiesen podido hacer cada uno de los
mercaderes que de ella formaban parte. Un ministro mercantilista
poda prever el estado de aprovisionamiento del pas, algo impo
sible de realizar por cada propietario agrcola. Las posibilidades
de una revisin correcta y por lo tanto econmicamente racional
aumentan a medida que crecen las vinculaciones de la interde
pendencia entre los hombres, que los individuos y los pequeos
grupos van siendo substituidos por las grandes agrupaciones.
Consciente o inconscientemente, el incremento de la interde
pendencia humana es la condicin del aumento de la solidaridad
entre los hombres. Si por culpa de la mala cosecha en Francia
el precio del trigo suba en Alemania porque el trigo de este
pas se exportaba al pas galo, esto no era sino una manifesta
cin de la solidaridad inconsciente, involuntaria, pero que de
hecho era una manifestacin solidaria, una dislocacin del peso
de la desgracia que haba afectado a una sociedad sobre una
sociedad vecina, y, en definitiva, la base indispensable sobre la
cual, con el tiempo, nacera la solidaridad consciente, ideolgica.
El crecimiento de la interdependencia y la solidaridad disminuye
el riesgo al repartirlo sobre unas agrupaciones sociales cada
vez mayores, aumentado por consiguiente las posibilidades de
una previsin y de un clculo racionales para el mejor aprove
chamiento de todos los recursos en inters de toda la humanidad.
Largo es el camino desde el reparto del riesgo en las Guildas
medievales a la ayuda internacional que actualmente se aporta
a la India en los aos de hambre, perc esta es una va clara
mente visible en la historia econmica del mundo, no siendo
muy arriesgado el prever que ha de culminar en la futura econo
ma socialista del mundo.
623

POSIBILIDAD DE PREVISI N DEL PROGRESO TCNICO

Finalmente, la previsin es tanto ms segura cuanto ms du


raderas son las instituciones en el marco de las cuales se desa
rrolla la vida econmica. Por ejemplo, no es fcil hacer previ
siones inmediatamente despus de una revolucin social, por ser
demasiado cortas las series estadsticas que habran de extra
polarse en el futuro.17 A fin de evitar todo malentendido, es ne
cesario precisar que aqu pensamos en la invariabilidad de las
condiciones sociales, ya que tales condiciones nunca se dieron
ni se pueden dar. En segundo lugar, en las civilizaciones contem
porneas los cambios y la variabilidad en s son cada vez ms
previsibles, como lo veremos en el apartado siguiente, ya que se
trata de la constancia de las instituciones dentro de cuyo mbito
transcurre la vida econmica la guerra o la paz, el capitalismo
o el socialismo, etc.
En la historia de la ciencia ms bien histrica que econ
mica se ha aludido muchas veces al elemento del progreso
tcnico como elemento indeterminante, teniendo en cuenta el
papel que este elemento deba llevar en el desarrollo econmico,
a una interpretacin indeterm inante del conjunto de la vida eco
nmica y por tanto a suprim ir toda posibilidad de previsin
econmica. Los partidarios de esta postura consideraban los des
cubrimientos como una obra individual, perteneciente ms bien
a las categoras sicolgicas que sociolgicas.
Esta teora herostica suele oponerse actualmente en la cien
cia a la hiptesis sistemtica18 que considera los descubrimien
tos como un fenmeno social supeditado extraordinariam ente a
las condiciones sociales que en cierto grado constituyen una de
manda social con respecto a los inventos, condiciones sociales
que perm iten la aceptacin social de la invencin, y que son
mucho ms decisivas que la personalidad del inventor.1* La teo
ra sistemtica se fundamenta en: a) los numerosos inventos re
chazados por las sociedades en que fueron descubiertos y que
ms de una vez tuvieron que ser redescubiertos, b) en el cono
cido fenmeno de la simultaneidad de las invenciones para el
logro de las cuales se necesit resolver en form a idntica o lo
que an es ms interesante, de un modo distinto las mismas
dificultades tcnicas, c) el carcter acumulativo de las invencio
nes que con tanta frecuencia constituyen la culminacin de un
largo proceso de perfeccionamientos parciales y de invenciones
fragmentarias.20
Marx escribe que no puede atribuirse a un solo individuo
ninguno de los descubrimientos del siglo xvin.2** Los cambios
tecnolgicos no son ningn factor ajeno en relacin a la socie
dad, sino un proceso social que se desarrolla en ntima conexin
con los rasgos culturales, la escala de valores, etc.21 imperantes
en una sociedad determinada.
624

Slo as, consideradas de esta manera, pertenecen las inven


ciones a la historia econmica, a la ciencia social.
No es difcil probar gu necesidades sociales tuvieron que
satisfacer las invenciones.22 Los progresos de la tcnica de nave
gacin m artim a en el siglo xvi se explican por las necesidades
de comunicacin con las tierras recientemente descubiertas; la
construccin de canales progresa en el siglo xvm , debido a la
demanda creciente del transporte masivo de los productos para
largas distancias; el desarrollo de la minera de carbn y de sus
aplicaciones tcnicas est ligado a los progresos de la tala de
los bosques, etc. Naturalmente, aqu tropezamos con el problema
de la racionalizacin ex post que tanto preocupa a Max Weber.
Pero el anlisis histrico suele tener la oportunidad de averi
guar las dificultades que estorbaron concretamente una inven
cin, en qu medida se reflejaba sta en el clculo de la pro
duccin y si se hicieron pruebas para superar los obstculos tc
nicos ligados al nuevo descubrimiento, etc.
Por ltimo, es preciso recordar que el investigador de la vida
econmica no se interesa por los descubrimientos en s mismos
sino por los que han sido aplicados en la produccin. En este
caso, entramos de lleno en la esfera de los fenmenos sociales.
En las tpicas condiciones feudales del ao 1586, en la ciudad por
tuaria de Gdansk echaron al Vstula, donde se ahog, al inventor
de una mquina de hacer cintas.2* Viviendo en una sociedad que
distingua de esa manera a los inventores y racionalizadores
de la produccin, no tenan razn los canonistas al discurrir
sobre el principio de la inmutabilidad de la tcnica?
En la poca en que la empresa capitalista empieza a decidir
sobre la aplicacin o la no aplicacin de los inventos, no nos
puede asom brar que durante los perodos de bajo nivel de la
renta y de dificultades en el reclutamiento de la mano de obra,
predominen los descubrimientos que tienden a ahorrar esta l
tima y que, en las pocas de una gran reserva de mano de obra
y de alto nivel de la renta, prevalezcan los inventos que pueden
ahorrar el capital.24 Igualmente significativo es el hecho de que
en Inglaterra la estadstica de las patentes coincida en su curva
ascendente con los aos de ptima coyuntura econmica.25 De la
misma manera, en el perodo de crecimiento coyuntural, preva
lece la aplicacin de los inventos de tiles para el ahorro de la
mano de obra, mientras que en los tiempos de recesin, en que
la fuerza de trabajo disminuye de valor y es difcil hallar capi
tales, predominan los descubrimientos que tienden a ahorrar el
capital.26
Respecto a los pases actualmente subdesarrollados, el proble
ma se presenta muy distintamente a lo que acostumbr ocurrir
en la poca de industrializacin de Inglaterra, ya que los pases
subdesarrollados cuentan en la actualidad con mayores posibili
dades de eleccin, tericamente al menos.
ca 100. 40

625

Naturalmente, se puede exagerar esta diferencia, pues hasta


cierto punto esta misma situacin se daba igualmente en Ingla
terra durante el perodo d su industrializacin. Contrariamente
a lo que se ha querido sugerir, no todos los descubrimientos
que contribuyeron a la Revolucin Industrial fueron obra de los
ingleses, ya que la aportacin del pensamiento cientfico francs??
y hasta alemn fue muy importante, encontrando en Inglaterra
unas condiciones socio-econmicas favorables a sus posibilidades
de aplicacin. Los ingenieros de minas alemanes im putaron a los
ingleses el copiar los mtodos de explotacin germanos; en los
aos cincuenta y sesenta del siglo xix, los ingenieros ingleses
acusaron a su vez a sus colegas alemanes de copiar los mtodos
britnicos, y durante el perodo de entre las dos guerras, en Occi
dente se sola acusar a la Unin Sovitica de copiar los procedi
mientos occidentales. Tales imputaciones son tan universales co
mo irracionales. Pero a pesar de todas las barreras y de todos los
obstculos, la internacionalizacin de los perfeccionamientos tc
nicos sigue operndose y suele ser tan positiva para el mundo
entero como para el pas donde se hiciera el descubrimiento ini
cial.^ Adems, ninguna importacin de una obra cultural, es
pecialmente de la tcnica, puede ser un proceso pasivo, ya que
por el contrario, ste es siempre creador de cualquier modo,
pues requiere siempre un proceso original de adaptacin, nico
en su gnero; siempre surgen problemas que no existieron en el
pas del cual procede el descubrimiento. Nadie ha de reempla
zar a las naciones atrasadas en esta labor creadora.
Pero al referirnos a las posibilidades de eleccin pensamos
en la necesidad de una opcin en el marco inversionista y sobre
todo a la necesidad de escoger entre las tcnicas modernas
ms adelantadas que las existentes en el pas subdesarrollado
y las ultramodernas, en escala mundial. En Occidente existe
ya toda una organizacin encargada de la exportacin de f
bricas usadas las cuales ya han sido amortizadas moralmente
en los pases de origen pero que no soportan la competencia,
y que en los pases de destino pueden contribuir supuestamente
al crecimiento de la media de la productividad del trabajo.
Este asunto es objeto de muchas discusiones cientficas. Se
esgrimen una serie de argumentos en pro de la tesis que aboga
por la necesidad de utilizar en los pases subdesarrollados una
tcnica que no sea ultramoderna. En prim er lugar, est el pro
blema de la magnitud de la mano de obra. La tcnica ultra
moderna es a la vez la que necesita menos mano de obra, y es
el caso que es en los pases atrasados donde suele existir un
excedo de poblacin, un desempleo crnico. El ahorro de la
mano de obra es, por tanto, en dichas naciones un contrasentido
tanto desde el punto de vista econmico (fuerza de trabajo
barata) como social (incremento o al menos estacionamiento del
desempleo y aumento de la superpoblacin rural).

626

A todo esto el historiador econmico puede agregar cicitus


argumentos extrados de las experiencias del pasado. Se puede
arriesgar la tesis de que los pases que resolvieron con xito el
problema de su atraso econmico, siguieron siempre el camino
de la adaptacin de la tcnica ms moderna en aquellas ramas
en las que an no haba sido aplicada extensamente en las na
ciones ms desarrolladas papel de la industria qumica en Ale
mania, o incluso en aquellos pases que tenan que contar con
una potente competencia como la industria textil en el Japn,
donde, y a pesar de que la tarea era particularm ente ardua al
tener que enfrentar la gran crisis del ao 1929, las exportaciones
de los gneros textiles japoneses sifrieron menos que las de In
glaterra, cuya produccin se apoyaba, adems de en las ms
modernas mquinas,, tambin en parte en unas mquinas anti
guas, moralmente amortizadas desde haca tiempo.2?
As, cuando se trata de las previsiones del progreso tcnico,
lo ms importante no son las previsiones relativas a los xitos
de los experimentos d laboratorio, sino las previsiones con res
pecto a la orientacin de las futuras actividades inversionistas.
Adems de ser mucho ms previsibles, stas nos m uestran en
cada anlisis econmico los puntos dbiles en las ramas de la
produccin y en las etapas del proceso productivo.
Sin embargo, en la actual fase de desarrollo de las fuerzas
productivas y de la ciencia, tambin es posible hacer previsiones
hasta cierta medida en cuanto a la orientacin del progreso de
las experiencias de laboratorio. Hoy da la experimentacin se
identifica cada vez ms con la actividad inversionista normal:
requiere enormes medios financieros y aporta inmensos bene
ficios. Los resultados ms trascendentales se obtienen en aque
llas ramas de la investigacin para las cuales se asignan los
mayores capitales.30 Por ltimo, es conocido en principio el clcu
lo de las ramas principales de la industria en los pases alta
mente desarrollados, lo que a su vez permite prever la orienta
cin que ha de seguir el progreso tcnico.

LOS ELEM ENTOS DE LA PREVISIN

Haremos una digresin para preguntarnos, a la luz de las


experiencias de la historia econmica, cmo se presentan las pre
visiones econmicas a largo plazo y macroeconmicas, en qu
sentido han de desarrollarse las transformaciones econmicas en
el prximo futuro, es decir, veamos en definitiva cules han de
ser algunos de los elementos de una hipottica historia econ
mica del siglo venidero.
Dicha pregunta no deja de enmarcarse en el actual trabajo
por cuanto la orientacin del desarrollo econmico en el futuro
627

ha de depender igualmente de cul sea la ciencia de la historia


econmica: si la ciencia ha de servir a las necesidades de la
vida, debe enfrentarse con los problemas concretos que sta
plantea. De forma que si queremos elaborar una ciencia de la
historia econmica al servicio del futuro, debemos acompaar
esa obra de una visin del desarrollo econmico venidero, ya
que esta visin suele acompaar siempre en realidad al histo
riador y especialmente al historiador econmico, ya sea ste reac
cionario o progresista, liberal o marxista. Se trata solamente de
que esta visin fuese consciente y que se asentara en lo posible
en una previsin autnticam ente cientfica.
En la actualidad, la renta social del mundo crece ms rpida
mente que su poblacin. Por aadidura: a) el aumento de la
produccin puede multiplicarse, y todo dem uestra que puede
ser acelerado ya que, contrariam ente a la poca en que Hansen
escriba, ahora nos hallamos en un perodo en el que existe una
enorme cantidad de descubrimientos ya realizados y que han
sido utilizados en una pequea proporcin en la produccin
o(que en general no han sido utilizados; b) segn todas las pro
babilidades, el incremento de la poblacin ha de reducirse, si no
a consecuencia del descenso de la natalidad, al menos como re
sultado de la necesaria bajada del factor del aumento de la
longevidad humana, el cual actu con gran fuerza durante los
ltimos quince aos junto con el descenso de la mortalidad. El
predominio del crecimiento econmico sobre el aumento de la
poblacin ha de incrementarse, por lo tanto, en el curso de los
prximos decenios.
El problem a del progreso econmico y del aumento del bien
estar m aterial de la hum anidad es, por consiguiente, una cues
tin m s bien poltica y social que tcnica.
Evidentemente, las previsiones acerca del crecimiento de la
poblacin mundial pueden fallar, ya que las posibilidades de un
descenso de la m ortalidad en los pases atrasados distan de estar
agotadas. La bajada de la natalidad, que por regla general suele
acom paar en las actuales experiencias histricas al descenso
de la m ortalidad, puede no producirse o bien hacerlo con un gran
retraso. Ambos factores a la vez pueden provocar un crecimiento
de la poblacin de nuestro planeta, mayor que el supuesto. Pero
no hay que descartar la accin de otros elementos en sentido
contrario. En los crculos de la medicina es posible escuchar
voces alarmantes: con el tiempo no ha de volverse insensible el
organismo humano a la accin de los antibiticos? La visin de
una hum anidad abocada de nuevo al peligro de las enfermedades
sin el remedio de la penicilina sera quiz demasiado apocalp
tica, pero de existir, aunque no fueran ms que ciertos fenmenos
en este sentido, ello podra influir negativamente en las previsio
nes sobre el crecimiento de la poblacin.*1
El aumento de la produccin mundial y de la media de la
628

productividad del trabajo es seguro mientras no se hallen difi


cultados por los factores socio-econmicos, y por consiguiente
tambin lo es el aumento del progreso econmico siempre y
cuando ste se halle dedicado al servicio de la hum anidad y no
al de los fines guerreros.
As, la exacta previsin del grado del incremento econmico
tropieza actualmente con grandes dificultades debido a la bre
vedad de las seres estadsticas sobre las cuales podemos apo
yamos. Los grandes cambios tcnicos y de sistema que aconte
cieron en el mundo como consecuencia de la Segunda Guerra
Mundial, prueban que en realidad podemos apoyamos en las
series de diez a quince aos. Es evidente que el ritm o previsto
del aumento de la produccin ha de ser muy distinto si miramos
hacia el futuro con arreglo a la curva de los ltimos quince
aos o si nos servimos de los datos concernientes a los ltim os
veinte aos (desde 1938), y ms diferente an si arrancam os de
la curva de los ltimos treinta aos (a contar desde el perodo
de la crisis mundial). Tomando como punto de partida el ao
1931 obtendramos un resultado agrandado, por cuanto arranca
mos de una base aminorada.32
Pero para pasar de estos razonamientos abstractos a la rea
lidad concreta es preciso establecer una distincin entre las nacione del orbe, dividindolas en: a) pases avanzados y pases
atrasados econmicamente y, b) en pases capitalistas y pa
ses socialistas.
Detengmonos un momento en la prim era divisin, cuya tras
cendencia ha penetrado ltimamente en la esfera de la opinin
mundial.
Podemos imaginar que la situacin se presenta como sigue: **

Poblacin en millones
% de la poblacin mundial
Promedio de la renta anual
per capita expresada en
dlares
Longevidad humana proba
ble
% de analfabetos por enci
ma de los 10 aos de edad
Inversiones por obrero
Rendimiento del trabajo en
el agro

Pases
ricos

Pases
m edianam ente
ricos

Pases
pobres

430
16%

470
17%

1600
67%

460

150

40

63 aos

52 aos

30 aos

5%

20 %

78%

100

40

10

100

40

629

Suponiendo que miremos el problem a desde el punto de vista


de los resultados econmicos del trabajo humano, los resultados
sern los siguientes:
En los aos que siguieron inmediatam ente al final de la gue
rra, la renta por persona empleada segn la IU (International
Unit):M
China
India
Italia
Holanda
Australia
EE UU

por hora de trabajo

0,03
0,08
0,18
0,44
0,64
1,00

anualmente

138
223
395
1054
1421
2222

Tan deplorable es la situacin.


Pero ms interesante an para nosotros es el sentido de los
cambios que se operan en este orden. En el mundo capitalista,
el cual abarca actualmente los 2/3 de la humanidad, dichas va
riaciones pueden caracterizarse con algunos ejemplos. As, tene
mos que la renta nacional per capita en los EE UU por una
parte y en la India y Grecia por la otra, ha cambiado como sigue:
USA: India

1938
1948

15,3 : 1
21,2 : 1

USA: Grecia

1938
1950

4,2 : 1
6,7 : 1 36

En los ltimos anlisis sobre el crecimiento econmico se es


tima que los pases pobres invierten sumas que se sitan por
debajo del 5 % de su renta nacional, m ientras que las naciones
desarrolladas de Occidente invierten del 10 al 15 %. Asimismo
se estim a en base principalm ente a las experiencias de los
EE UU en los aos 1870-1950 que la correlacin entre el aumen
to neto de las inversiones y el de la produccin supone ms
o menos el 3:1, m ostrando una gran estabilidad. Un aumento
de la renta nacional de un 3 % aproximadamente, normal para
- nv
atr1eR.'ciacm^-^tf' msntrcrerne \sars ^avTrauurfe buouesarrolladas, escasamente equipadas y con un crecimiento demo
grfico natural muy elevado, requiere por tanto anualmente
una asignacin del 9 H al menos de la renta nacional para
inversiones, y suponiendo que se quiera obtener un crecimiento
anual de la produccin de un mnimo del 4/o, hay que dedicar
un 12 ' de dicha renta a las inversiones.*? Les es mucho ms
fcil invertir anualmente un 12 % a los pases que disponen
de una gran renta nacional.
Adems, tampoco hay que forjarse actualmente grandes ilusio
nes respecto a los cambios que puedan producirse en el proceso
630

de exportacin de los capitales de los pases avanzados hacia los


pases subdesarrollados. El fenmeno de la exportacin de capi
tales, tpico para el imperialismo, era un instrum ento de explo
tacin econmica y de dominacin poltica de las naciones atra
sadas en relacin con la gran capital metrpoli; sin embargo,
a largo plazo constitua para el gran capital un socavamiento
del terreno donde se asentaba, al crear, aunque no fuera
ms que una industria limitada y unilateral, la cual daba
nacimiento a una clase obrera que, aunque poco numero
sa, se converta en el futuro en la fuerza rectora de la
lucha contra el imperialismo. En los anales de la explota
cin de capitales, el primero y ms importante exportador fue
durante largo tiempo Inglaterra. La edad de oro para su expor
tacin de capitales fueron los cuarenta aos que precedieron a la
Primera Guerra Mundial. Durante los aos 1905-1913, Inglaterra
export el 7 % de su renta nacional y en el ao 1913 hasta el 9 %.
Pero al invertir tan grandes sumas slo lo haca apenas al 40 -o
de lo que rendan las viejas inversiones. Este porcentaje se re
dujo mucho ms en el perodo de entre las dos guerras. En el
ao 1913 el 40 % de las inversiones extranjeras de capitales se
hallaban constituidas por los ferrocarriles, el 15 % iba a las
minas y el 30 % era para los emprstitos estatales una gran
parte de los cuales se invertan a su vez en los ferrocarriles o las
minas. El desarrollo ulterior deja aparecer un crecimiento cons
tante de la participacin de los emprstitos estatales o garanti
zados por los Estados deudores. Para la exportacin de los capi
tales norteamericanos, la edad de oro se sita en los aos veinte
del siglo xx. Pero una mnima parte de los prstamos extranje
ros yanquis va a los pases realmente pobres: a veces bastan
pequeas sumas para subyugar a estos Estados y su economa.
En el ao 1931, los capitales norteamericanos exportados corres
pondan en un 40 % a Europa, en un 29 % al Canad, en el 22 b
a Hispanoamrica y en un 9 % al Extremo Oriente. Despus de
la Segunda Guerra Mundial aumenta la exportacin de capita
les estadounidenses al Cercano Oriente, sin embargo las sumas
totales siguen siendo poco importantes. Paralelamente, dismi
nuye, en comparacin a los aos veinte, el papel de las inversio
nes privadas, que a comienzos de la dcada de los cincuenta
representan apenas el 1 % de la renta nacional de los norteame
ricanos, lo cual corresponde al enorme incremento del papel de
los prstamos internacionales concedidos por uno o varios Go
biernos, ya que en lugar de invertir directamente, por ejemplo
en Argentina, el capitalista yanqui lo hace a travs de su Gobier
no que concede un prstamo al Gobierno argentino. La garanta
gubernamental del pas deudor disminuye los riesgos al repartir
la deuda sobre todos los individuos imponibles del pas, y el
peligro que sigue existiendo a pesar de todo se halla cubierto
por mediacin del Gobierno del pas acreedor, repartiendo por
631

tanto este riesgo entre todos los individuos imponibles de esta


ltim a nacin.
Dado que hay pocas posibilidades que los pases atrasados
puedan obtener de los pases avanzados los prstam os que les
son indispensables, es preciso pensar si son capaces de comprar
las instalaciones que necesitan para su dearrollo econmico.
Aqu nos hallamos ante el problema trascendental de las term s
of trade en el comercio internacional, de las cuales hemos habla
do en el captulo XIV, de lo dicho en el cual resulta que, en
base a las categoras estrictam ente econmicas, se puede prever
nicamente un nuevo empeoramiento gradual de las relaciones
de comercio para los pases subdesarrollados. Naturalmente, de
ser as, surgira una situacin insoportable. En la actualidad se
est librando en el mundo una lucha por el control de la produc
cin petrolera (pases rabes) o del azcar (Cuba), cuyos resul
tados ya han m ejorado visiblemente y que las term s o j trade
tienden a corregir resueltam ente las relaciones de comercio. Por
otra parte, aunque se auguren los mayores xitos a esta lucha,
es difcil imaginarse que la m ejora de las relaciones de comercio
puedan llegar al extremo de compensar el actual ritm o acelerado
de crecimiento de la productividad del trabajo industrial en los
pases avanzados o el enorme coste de las instalaciones indus
triales que los pases subdesarrollados debieran com prar con
lo beneficios de su comercio exterior.
Dada la situacin actual, en la economa capitalista no se
perfila ninguna tendencia que haga suponer que deba de produ
cirse un aflujo espontneo y crecido de capitales privados a los
pases subdesarrollados. Por otra parte, ante la perspectiva de
un empeoramiento de las relaciones de comercio, estas naciones
no tienen la m enor oportunidad de poder com prar ellas mismas
los equipos industriales que necesitan.
La disparidad de las rentas en los pases atrasados es enor
me. El hecho de saber si es m ayor que en los pases avanzados
es objeto de numerosas discusiones.38 Pero el problema no es
fcil de analizar. En los pases m s ricos, como resultado de su
actual sistema fiscal, se ha extendido un sistema en el cual el
empresario no vive de los ingresos sino de los gastos de su
empresa. En los pases pobres los miembros de las clases domi
nantes se benefician de las ms diversas formas de rentas invisi
bles que no pasan por el mercado esto interesa ms a los pa
ses feudales o semifeudales. Es una realidad, no obstante, que
la disparidad entre las rentas de los pases atrasados es enorme,
m ientras que las de las clases privilegiadas, ostentativas, y mu
chas veces con un carcter de despilfarro, estn a la vista de
cualquiera en aquellos pases, sobre todo en comparacin con
la increble miseria que en ellos impera.
La ciencia econmica tradicional vea en las rentas elevadas
de las clases dominantes la condicin indispensable y suficiente
o32

para la acumulacin del capital. La realidad actual de los pases


atrasados es un ments flagrante a tal generalizacin. Es cier
to que estas rentas elevadas slo constituyen en los pases atra
sados el privilegio de un grupo numerosamente insignificante,
mientras que el bajo nivel de los ingresos de las llamadas cla
ses medias las aleja del proceso del ahorro. Es verdad que en
la actualidad pero se trata de un fenmeno nuevo en los
pases ricos el grueso de las nuevas inversiones se halla repre
sentado por la reinversin de los beneficios, lo cual es difcil
esperar que suceda en los pases pobres. Pero estos fenmenos
no bastan para esclarecer el problema, ya que se da el caso
que tampoco los pases ms poderosos invierten. Para iluminar
el problema se ha solido recurrir en la ciencia a los elementos
sicolgicos, como es la menor aspiracin a los beneficios. Sin
embargo, es curioso cmo esas mismas corrientes cientficas que
postulan con la mayor energa por el esclarecimiento de lo eco
nmico por lo econmico y que se dicen enemigas de razonar
con los elementos sociolgicos e histricos, no vacilan en recurrir
a la sicologa.
Es el caso que el hecho de no consagrar las enormes rentas a
las inversiones sino a un modo de vida ostentoso en los pases
feudales o semifeudales, no tiene por qu asom brar a un soci
logo o un historiador. La ostentacin es en esas sociedades un ele
mento indispensable para el mantenimiento de una posicin so
cial elevada. Hasta cierto punto, esa postura es rentable y el
despilfarro llega incluso a ser socialmente rem unerador en tales
sociedades. Nada tiene de extrao que el elemento empresarial
en el sentido capitalista del trmino tienda a ser en aquellos
pases un elemento que de una forma o de otra vive al margen
de la sociedad: los judos en la Europa medieval y moderna,
los protestantes en los pases donde fueron admitidos, los cu
queros, los chinos en Indonesia, los hindes en Birmania, etc.
El seor feudal ha de vivir una vida de lujo, y el lujo feudal no
tiene lmites. Tuvo que vivir lujosamente Karol Radziwill, como
actualmente han de hacerlo el Aga Khan o el jeque de Kuwait.
Sera ridculo explicarles que deberan gastar sus rentas de otra
manera. Su proceder es totalmente racional. El prncipe Karol
Radziwill tuvo grandes ingresos, pero no hizo inversiones.
Y sin inversiones tena motivos para creer en la perennidad
de sus ingresos, que si alguna vez haban de verse amenazados
lo seran por motivos extraeconmicos, es decir, como resultado
de las luchas polticas con respecto de las cuales tambin le
era rentable el gastarse el dinero. No suceda otra cosa con la
gran aristocracia rusa de finales del siglo xix, con los m aharaj;
de la India en la poca de entre las dos guerras y ahora, con
los jeques rabes. Las inversiones comportan un riesgo. Para
invertir, el riesgo ha de parecer menor que el peligro ligado a la
no inversin. En el capitalismo de la libre competencia, el capi
633

talista sabe perfectam ente que si no invierte est condenado a


desaparecer, y al hacer inversiones se arriesga menos. Se invierte
cuando se debe. El Aga Khan no debe hacerlo. Incluso cuando
existen las condiciones de invertir sin peligro, dichas condiciones
se dan fuera de las fronteras del pas atrasado, en las grandes
metrpolis. Los Wodzicki eran seores feudales en las aldeas de
los alrededores de Cracovia, pero capitalistas en Viena. Lo mis
mo ocurre hoy da con muchos jeques rabes. En la India actual
o en ciertas naciones hispanoamericanas, la mayor parte de las
inversiones, especialmente en la industria pesada, corren a cargo
del sector pblico, como ocurra en Polonia durante la prim era
m itad del siglo xix, lo que sin embargo, jam s sucedi en In
glaterra. Simultneamente, en los bancos suizos o norteamerica
nos aumentan las cuentas corrientes a nombre de los capitalistas
de la India o del Brasil, m ientras que en la poca de la gran
industrializacin el capitalista ingls no tena ninguna otra opor
tunidad ms provechosa para colocar sus capitales que el inver
tirlos en la ampliacin de la industria inglesa.
Suponiendo que las enormes rentas dilapidadas o exportadas
por las clases privilegiadas de los pases atrasados hayan de ser
vir en inters de los pueblos de dichos pases, ello slo puede
realizarse a travs del derrocamiento de las estructuras socia
les actualmente existentes all.
Mientras duren las actuales estructuras sociales de esas na
ciones, los enormes ingresos acumulados a costa de la m iseria
de las masas indigentes por las castas privilegiadas continuarn
sin tener ningn provecho social.
An existen economistas para los que el reparto de las fuer
zas y de las posibilidades productivas tal y como existe ahora
en el mundo, es el m ejor y el nico racional.4 La divisin entre
pases desarrollados y subdesarrollados es para ellos diferente
de la que se suele efectuar normalmente, y partiendo del crite
rio de las posibilidades de rentabilidad dicen de las inver
siones, llegan a la conclusin de que los Estados Unidos de Nor
teamrica es un pas subdesarrollado, m ientras que la mayora
de las naciones africanas, empezando por los Estados rabes, se
hallan perfectamente desarrollados.41 Ante la comprobacin de
que las inversiones extranjeras en los pases atrasados desarro
llan sobre todo la produccin destinada a la exportacin, poco
provechosa para los citados pases, responden que, en prim er
lugar se acometen las inversiones ms rentables sin importarles
en lo ms mnimo para quin han de ser rentables en concreto.
Consideran que la desigualdad en la dislocacin geogrfica de las
regiones de desarrollo econmico es enteram ente racional desde
el punto de vista de la economa, y en cuanto a la disparidad entre
el nivel de vida de los pases ricos y los pases pobres, opinan
que estos ltimos utilizaron los beneficios del progreso eco
nmico para el mantenimiento de la masa de la poblacin en
634

ascenso. La desigualdad de los intercambios internacionales entre


los pases ricos y los pases pobres es puesta asimismo en entre
dicho por cuanto dichos economistas llaman la atencin acerca
de... la m ejor calidad y las nuevas categoras de productos sumi
nistrados a los pases subdesarrollados. Aunque en la actual
correlacin exista algo pernicioso, poco a poco dicen (irni
camente?) ir desapareciendo gracias al libre juego de las fuer
zas econmicas.
Tales posturas extremadas no son ya, sin embargo, tan fre
cuentes en la actualidad. Por el contrario, se puede afirm ar que,
entre los autores que se dedican a la economa de los pases
atrasados, se m uestran tanto ms pesimistas aquellos que ms li
berales son.42
Pero por encima de las conjeturas pesimistas, los pases atra
sados se han de desarrollar econmicamente y deben hacerlo
por mediacin de unos mtodos no liberales. No obstante, todo
parece indicar que en el marco del mundo capitalista apenas
podrn contar con la ayuda econmica aunque sta revista la
forma de prstamos, como tampoco podrn contar demasiado
con un cam bio favorable de las relaciones de comercio.
De momento, dichos pases se hallan encerrados en un crcu
lo vicioso del que no logran salir. En ellos se ha creado algo
as como un equilibrio del atraso y el mecanismo econmico
que opera en estas naciones no m uestra en s mismo la fuerza
autnoma capaz de impulsarlos hacia el desarrollo.4^ La defini
cin de equilibrio no significa aqu, naturalm ente, que se trate
de un estado desprovisto de fluctuaciones y de perturbaciones
econmicas, sino de una situacin en la cual no se observa
una tendencia al desarrollo automtico. Este concepto se opone
al self-suteinded growth de Rostow. Este estado de equilibrio
del atraso significa que, como resultado del proceso acumula
tivo, la disparidad entre el nivel econmico de los pases capita
listas adelantados y atrasados no slo no disminuye sino que,
por el contrario, y a pesar de todos los esfuerzos para reducirlo,
no deja de acentuarse. Los ltimos quince aos confirman cla
ramente este proceso.44
La partida hacia el autodesarrollo que, segn Rostow, Gerschenkron y otros autores esperan hallar en la historia de cada
pas capitalista desarrollado y que piensan encontrar en el futuro
histrico de cada nacin atrasada, tuvo lugar por ltima vez en
los anales del capitalismo en el Japn.45
Sin embargo, nada indica que haya de repetirse nuevamente.
Por otra parte, en el mundo capitalista figuran algunos pases
altamente industrializados, los cuales dejan aparecer a larga es
cala un ritmo de crecimiento de la renta nacional anual del orden
de un 3 %, lo que no est mal desde el punto de vista de la renta
absoluta. El sistema imperante en tales pases muestra en los
ltimos quince aos unos logros indudables. Las catastrficas
635

crisis cclicas no se repiten en ellos. Aprendieron ms o menos


a equilibrar la produccin y el consumo mediante el lanza
miento fuera del mercado de una parte considerable de la pro
duccin, bien sea bajo la form a de la del arm amento destinado
a los arsenales, de los satlites lanzados al espacio o de los
productos dirigidos hacia los pases dependientes. La poltica
econmica y la constante ingerencia del Estado en la vida eco
nmica lim itaron las crisis a una escala no peligrosa, pero, a
pesar de lo cual, siguen actuando en la vida econmica como un
elemento de inseguridad y de inestabilidad, disminuyendo a largo
plazo seriam ente el grado de desarrollo, el cual, de no existir
aqullas, sera mucho ms elevado. Pero lo m s im portante es
que la nueva fase del capitalismo en los pases desarrollados
ya deja aparecer visiblemente nuevas contradicciones internas.
Se tra ta de la conocida frm ula del economista norteamericano
Galbraith, la riqueza privada frente a la pobreza pblica. El
rpido aumento del nmero de los coches particulares, de los
frigorficos, de los televisores o de las mquinas de lavar se
acompaa del aum ento demasiado lento como para cubrir las
necesidades del nmero de escuelas, de hospitales o de carre
teras.
El capitalismo contemporneo es un sistema econmico el
cual con su tendencia a las rupturas coyunturales evita las crisis
catastrficas, pero sin conseguir, no obstante, un rpido ritm o
de desarrollo a largo alcance... Este sistem a social no se ha de
dislocar quiz bajo el efecto catastrfico de las crisis, pero no
existe la m enor duda de que tampoco ha de desarrollarse a un
ritm o comparable al de los pases socialistas46 afirm a M. Kalecki.
Al nivel de crecimiento de un 3 % de la renta nacional en los
pases capitalistas ms ricos, el socialismo opone un nivel de
desarrollo a largo plazo del orden del 7,8 %.
Pero en el seno del sistema socialista se perfilan nuevas con
tradicciones desconocidas hasta ahora, lo cual no debe extraar
nos. Es justa la tesis dialctica segn la cual el progreso se
efecta a travs del surgimiento y la superacin de las contra
dicciones, ya que donde no existen estas ltim as no hay progreso
y reina, inmutable, el letargo. El retraso en el desarrollo agrcola
en relacin con el desarrollo industrial, la falta de elasticidad
en cuanto a la reaccin frente a los cambios cada vez ms ace
lerados en las necesidades del consumo, las contradicciones entre
los intereses de los diferentes grupos de los pases socialistas,
todo ello no son ms que algunos ejemplos de estas contradic
ciones. El socialismo, que ha demostrado con los hechos que es
capaz de transform ar un pas atrasado en una potencia indus
trial, se halla actualmente ante una nueva tarea: la de elabo
ra r los mtodos de direccin del nuevo desarrollo de un pas
desarrollado.
636

Es posible que el terreno ms importante para la rivalizacin


entre los sistemas sea la emulacin que tiende a m ostrar a los
pases atrasados el camino ms acertado para arrancarse de su
atraso con una perspectiva concreta.
Pero serla tanto como simplificar el problema el considerar
la perspectiva del desarrollo econmico de la humanidad desde
el ngulo exclusivo de la rivlidad entre los sistemas. En el mun
do actual se perfilan asimismo ciertas dificultades y contradic
ciones resultantes del desarrollo de las fuerzas productivas y que
es posible observar en cada sistema. La tesis m arxista sobre el
papel decisivo del desarrollo de las fuerzas de produccin para
el progreso social no ha envejecido en absoluto.
As, por ejemplo, se perfila una contradiccin entre la com
plejidad del moderno proceso tcnico de produccin masiva y el
ritmo de la as llamada amortizacin moral. La elaboracin en
los laboratorios de los nuevos modelos de produccin y la puesta
en servicio de los mismos cuesta cada vez ms, mientras que la
nueva produccin que ha sido puesta en m archa envejece muy
rpidamente. Este problema atae a las ms importantes cues
tiones econmicas y no slo econmicas, ya que dnde termi
na el progreso y empieza el despilfarro? Cmo puede ayudar
el clculo econmico a la resolucin de tales problemas?
Tambin se vislumbra una contradiccin entre el balance de
la mano de obra tal y como se halla establecido en las socieda
des modernas con sus estructuras institucionales presentes
y las necesidades futuras de la produccin automizada. El des
arrollo de las cualificciones humanas se convierte en el eslabn
fundamental del desarrollo de las fuerzas productivas. Pero aqu
se esboza una nueva contradiccin: cuanto mayor sea la cualifi
cacin, mayor ha de ser la especializacin. Mientras, la prolon
gacin del perodo de la actividad productiva humana, conjugada
con el arrollador avance del progreso y de las transformaciones
tcnicas, augura la visin plenamente real de un mundo en el
cual el hombre deber cambiar de ocupacin, de especialidad
e incluso de profesin en el curso de su existencia. El clculo
econmico de las inversiones sociales destinadas a la formacin
de una fuerza de trabajo cualificada se ha convertido, de un
modo que no es en absoluto casual, en el problema de moda para
el pensamiento econmico contemporneo.
Por ltimo, se perfilan las contradicciones entre los ideales
democrticos cultivados y reconocidos universalmente en el mun
do actual y la inevitable centralizacin de las opciones produc
tivas. La moderna tcnica de produccin, posible solamente como
produccin en escala masiva, exige igualmente opciones masivas
incluso en la economa capitalista. El violento desarrollo de la
ingerencia estatal en el capitalismo actual exige alguna forma de
planificacin, la cual, sin embargo, requiere a su vez una centra
lizacin de las opciones cuyas consecuencias son incalculables
637

para la sociedad. Un erro r en la opcin planificadora o una op


cin productiva errnea por parte de un gran consorcio puede
acarrear enormes prdida sociales.47 La posibilidad de un control
democrtico sobre dichas libertades de eleccin parece ser limi
tada de momento: ya que para ejercer un control sobre las mis
mas es imprescindible un gran conocimiento de los hechos y de
los mtodos, lo cual presupone un alto grado de especializacin.
Naturalmente, no hemos enumerado aqu, ni mucho menos,
todos los nuevos problemas y contradicciones que se vislumbran.
Adems, aseguraramos que otras personas hubiesen podido con
siderar como mucho m s im portantes distintas contradicciones.
La respuesta a esta pregunta han de aportarla las nuevas bsque
das y sobre todo la vida misma.
Si aqu nos atrevemos a form ular unas consideraciones que
rebasan nuestra competencia profesional, es nicamente con la
intencin de subrayar el papel de esta problem tica en el pen
samiento del historiador econmico. El dominio de la historia
no acaba en el da de ayer, ya que alcanza al presente y llega
al futuro. El mundo que nos rodea es, como obra de los tiempos
pretritos, la fuente histrica m s rica, ms interesante e inago
table, aunque tam bin la menos utilizada. La ciencia histrica
formula sus preguntas al da de hoy y con la actual preocupacin
por el maana. En esto se basa, como ya lo hemos manifesta
do, la eterna juventud de la ciencia histrica. Si no queremos
ser los coleccionistas de las curiosidades, si hemos de trab ajar
con arreglo a las necesidades del gnero humano que nos cir
cunda, debemos conocer, y en lo posible comprender, los proble
mas actuales. La ciencia de la historia econmica ha de desarro
llarse en ntim a ligazn con los problem as econmicos que se
plantean ante el mundo contemporneo y con la nueva evolucin
econmica de la humanidad.
Apenas sabemos nada acerca de todo ello. No reflexionamos
lo suficiente. Pero al term inar con este extenso trabajo, que nos
sea perm itido expresar el convencimiento o m ejor dicho, resu
mirlo de que la historia econmica ha de desarrollarse en las
siguientes direcciones:
a) rompiendo con el institucionalismo, con la descripcin
monogrfica de las instituciones como tales, con la aspiracin
ilusoria a levantar un m apa cronolgico-espacial de todas las que
pudieran haber existido;
b) concediendo la prim aca a la problem tica macroeconomica;
._J
c) otorgando un lugar de privilegio al anlisis de las estruc
turas y al funcionamiento de los sistemas econmicos (para los
fines analticos, simplificados bajo el aspecto de modelos);
d ) dando una im portancia prim ordial a las investigaciones a
largo alcance, en lugar de encerrarse en el particularism o de los
cortos perodos cronolgicos;
638

e)
aspirando a la tipologa y la generalizacin (descubrimien
to de las regularidades).
Se cumplirn estas previsiones? Evolucionarn en ese sen
tido las investigaciones de la historia econmica? Maana, al
m irar a nuestra poca, los problemas que a nosotros nos pare
cen ms importantes seguirn siendo considerados como tales.
La respuesta a esas preguntas pertenece al futuro. La acumu
lacin de las experiencias de la humanidad la historia y el
conocimiento de esas experiencias la ciencia histrica no faci
litan ninguna receta a nadie; a nadie eximen de la responsabili
dad de su libre eleccin y su libre opcin; a nadie le liberan
de la comisin de nuevos errores, y lo que es peor, de reincidir
en los viejos. En la mayora de los casos advierten lo que no
hay que hacer y no lo que debe hacerse. Casi siempre permiten
prever las dificultades en lugar de ofrecer los medios preventivos.
Esto es poco? Siempre es m ejor que nada.
Y sin la historia, la sociedad humana nada sabra de s mi-ma.

639

Notas

CAPITULO I: Historia de la historia econm ica


1. La historia de las investigaciones en el campo de la historia econmica
est elaborada de un modo increblemente insuficiente. Podemos mencio
nar en este aspecto algunos trabajos de carcter general:
a) N. S. B. G rass, The Rise and Development o f Economic History, Eco

nomic History Review, I, 1927, p. 12-34.


b) J. H. C lapham , H. P irenne y N. S. B. G r a s s : bajo el ttulo Economic
History en Encyclopedia of the Social Sciences, V, p. 315-327. Clapham
escribi en ella Survey of Development to the Twentieth Century y Study
and Research in the Twentieth Century in Great Britain; Pirenne escribi
un captulo anlogo dedicado a Europa Occidental y Grass a los Esta
dos Unidos.
c) A. D o psc h , Zur Metodologie der Wirtschaftsgeschichte en Kultur-und
Universalgeschichte Festscrift fr W. Goetz, Leipzig, 1927, p. 518-538.
d) H . P roesler , Die Wirtschaftgeschchte in Deutschland, ihre Entwicklung und ihre Probleme, Nurcmberg 1928.
e) J. \V. Thopson, A History o f Histrical Wrinting, Nueva York 1924 (se
gunda edicin 1958), t, II, cap. L1V: Historiara of Economic and Social
History, p. 410-438.
f) Architects and Craftsmen in History, en Festschrift fr A. P. Usher,
Tubingen, 1956. Contiene un estudio consagrado a numerosos y eminen
tes historiadores econmicos, es decir de F. C. Lae sobre Schmoller,
Sombart, Spiethoff, Schumpeter y Euken, de C. B. Welles sobre Rostovki, de L. Febvre sobre Bloch, de C. Verlinden sobre Pirenne, de M. M.
Knight sobie Se, de A. Montgomery sobre Heckscher, de W. B. Court,
sobre Clapham y de W. N. Parker sobre Usher.
g) L. Beutin, Einjhrung in die Wirtschafsgeschichte, Colonia, 1958, cap.
Geschichte der Wissenschaft, p. 143-156. Contrariamente al ttulo
del libro y del captulo se limita de un modo asombroso slo a la
historia de la ciencia alemana.
h) A. Fanfani, Introduzione alio studio della storia economica. Contiene
muchas informaciones originales concernientes a los precursores. En
cambio el cap. III: La stoiiografia economica delTultimo secolo es
en gran parte una enumeracin bibliogrfica, sin ser siquiera una biblio
grafa razonada.
Tanto como el nmero de los trabajos sintticos relativos a la historia
de las investigaciones en el campo de Ja historia econmica es nfimo,
asi de numerosos son los trabajos consagrados a los diferentes cient
ficos, los recuerdos pstumos, la bibliografa, las polmicas. Los ms
im p o rta n te s trataremos de citarlos en lo sucesivo, a medida de nuestras
ampliaciones.
2. N. A ssorodobraj, Elementos de conciencia de clase en la burguesa
(Francia 1815-1830), Revista Sociolgica, X, 1948, p. 139-190.
3. N. A ssorodobraj, Conformacin de los conceptos tericos en la historio
grafa de Joaqun Lelewel, Varsovia, 1957.
4. Aunque es evidente que en este campo tena a ms de un precursor.
5. Marx afirma que Sir F. M. Edn es el nico alumno de Adam Smith
que en el siglo xviii tiene trabajos personales de un cierto valor El
Capital, t. I. p. 665). Esto no significa sin embargo que este autor
le gustara (vase las observaciones negativas a su respecto en El Ca
pital, t. I, p. 783 786).

641
hcs

100. 41

Thomas R u g g l e s , True History of the Poor, Londres 1797, p. 6 8 .


7. Aunque como es natural tiene a sus precursores. Sobre ellos vase:
A. hANFANi, Introduzione alio studio della storia economica, p. 3-12;

6.

L. D al

P ane,

Uno storico dell economa nella Toscana del settecemo,

Gian Francesco P a g n in i , en Studi in memoria di Gino Borgatta, Miln,


1963.
8. Primer censo ingls de la poblacin en 1801; Estadstica general de Fran
cia desde 1820.
9. Por ejemplo en Inglaterra G. R. P o r t e r en The Progress of the Nation...
form the Beginning of the Nineteenth Century..., 3 tomos, 1836-1843.
10. N. A s s o r o d o b r a j , Elementos de conciencia de dase en la burguesa,
(Francia 1815-1 c30).

11. J. M. K e y n e s , A short view of Russia. Citamos segn la traduccin


francesa de las obras escogidas de Keynes Essais de persuasin, Pars
1933, p. 212.
12. R. H . T a w n e y , The Study of Economic History, Inaugural Lecture in
London School of Econoncs and Social Sciences, 12 de octubre 1932,
fcconomica 1933, p. 1-21.
13. J. H. C l a p h a m , The Study of Economic History. An Inaugural Lecture,
Cambridge 1929.
14. . P o w e r , N o theory-no history, On Medieval History as a Social Study.
An Inaugural Lecture in London School of Economics and Political
Sciences. 18 de enero 1933 Economica, 1934, p. 13-29. E. Power re
pite esta frase de Sombart (Economic Theory and 'Economic History,
tconom ic History Review, 1929, 11, 1, p. 3).
15. J. U. N ef, What is Economic History? Journal of Economic History,

IV, 1944, Taska, p. 1-19.


16. tn c . of Soc. Se. V, p. 319.
17. Vase por ejemplo los numerosos ataques contra Roscher en El Capital.
18. E. 1a r l e , Czem objasniajetsia sowriemiennyj intieries kekonomiczeskoj
itorii, artculo del ao 1903, Soczinienja, t. 1, Mosc, 1957, p. 297-304.
19. T h o m p s o n , op. cit. p. 438.
20. Esto lo leconoce euthin, op. cit. p. 149.
21. Vase sobre los dos: G . E is e r m a n n , ie Grundlagen des Historismus
in der deutschen Nationalkonomie, Sttutgart 1956, p. 98-118. Vase
tambin H. G e h r i n g , briedrich List und Deutschlands Politisch, okonomische E i n h e i t , Leipzig 1956. E n estos dos libros se halla una rica
literatura sobre el tema.
22. J. s c h u m p e t e r , Epochen der Dogmen- und Methodengeschichte, Tiibingen, 1924 y tambin: History of Economic Anaiisys, Nueva York 1954.
beutin, op. cit. p. 147, habla tambin de la escuela con reservas.
23. Obra principal: Nationalkonomie der Gegenwart und Zukunft, 1848.
24. bobie amoos, adems de la obra citada de Eisermann, tiene un valor
permanente el trabajo de Max Weber: Roscher und Knies und die logischen Probleme der histonschen Nationalokonomie en Gesammelte
Aufsatze zur Wissenschaftslehre, 111 edicin, Tbingen 1951, p. 1-145
(publicado ppr vez primera en Schmollers Jahrbuch, XXV11, XXIX, y
XXX, en 1903-1906).
25. W. R o s c h e r , Grundiss zu Vorlesungen ber die Staatswirtschaft nach
geschichtlicher M ethode. Vase sobre esta obra: W. J. A s h l e y , R os chers Programme of 1843, en el compendio: Survey, Historie and
Economic, Londres, 1900, p. 21-37 y K. B c h e r , Wilhem Roscher,
Preussische Jahrbcher, LXXVII, 1894, p. 10-123.
26. T h o m p s o n , op. cit. p. 415-416.
27. K . K n i e s , Politische Ukonomie vom Standpunkte der geschichtlichen
M ethode (1853). A paitir de la segunda edicin el ttulo cambia en:
28.

ie politische Ukonomie vom geschichtlichen Standpunkte.


M a r x , El Capital critica acerbamente a Roscher por su teora del

valor (t. 1, p. 169, 218, 229-230, 349), del dinero (t. 1, p. 98), de la
acumulacin (t. 111, cap. 1, p. 435), del beneficio (111, cap. 1, p. 241,
331, ?4'>> y en geneial por su apologa al capitalismo (t. 1. p. 393,

642

662, 663, t. II, p. 392). Vase asimismo M arx, Tieoria ptibo^o, nci
stoimosti, Mosc, 1957, cap. 2, p. 116, 126, 503.
29. C. B rinkmann , Guslav Schmoller und die Volkswirtschafslehie. Berln
1937.

30. G. Scmoller , Zur Geschichte der deutschen Kleingewerbe im 19, Jahrhundert. Halle 1870. Del mismo, Die Strassburger Tucher- und Heberzunft, Estrasburgo 1879. (Schmoller fue profesor de la Universidad de
Estrasburgo germanizada despus de 1871.)
31. G. Schm oller , Studien ber die wirtschaftlichen Politik Friedrich des
Grossen, 1884.
32. G. S chm oller , Uber einige Grundfragen des Rechts und der Volkswirschad.. Ein. oifpnes _ Sendschreiben. an. Herrn. P/Oifssar. di. Heiurich. von
Treitschke, Leipzig, 1874-1875.
33. Famosa disputa con Mengcr. Vase: K. M enger , Die Irrthumer des
Historismus in der deutschen Nationalkonomie , Viena 1884. Conforme
a la tradicin von Hayek, originario de Viena, escribe sobie la escuela
histrica como una doctrina desprovista de originalidad... y que en
esencia no es ni historia ni teora (F. von H ayek , Scientisme et Sciences
Sociales, Pars 1953, p. 84).
34. Dedic a Schmoller una recopilacin de sus estudios: Surveys, Historie
and Economic, 1900. Ashley y Unwin eran tambin partidarios de la
teora Wirtschaftsstufen ( uhauschold, guild , domestic y jac tory ). En Polonia, Bujak y mucho ms an S. Grabski estaban bajo la
influencia de la nueva escuela histrica. Bujak haba escuchado perso
nalmente en Leipzig a Bcher.
35. W. C unningham , Why had Roscher so little Influence in Englatul? Anna
les of the American Academy of Political Sciences, V, 1894, p. 317
334.

36. T hom pson , op. cit. p. 1-24.


37. P. J. J agirdar , por ejemplo en: Ranade and the Historical School of
Economics lndian Journal of Economics, XXXIV, 1954, no. 134,
p. 195-201.
38. Presenta su historia G. K alveram , Die Theorien von den Wirtschafisstufen. Frankfurter Wirtschafliche Studien, edicin K. Piibram, libro 1
Leipzig 1933 y B. F. H oselitz , T beores of Si ages of Economic Growth,
en: Theories of Economic Growth, Free Piess, Illinois 1960, p. 193-238.
39. B. H ildebrand , Natural- Geld- und Kreditwirischaft, Jahrbcher fui
Nationalkonomie und Statistik, II, 1864, p. 1-24.
40. K. Bch er , Die Emstehung der Volswirtschaft, 1893.
41. H . Spangenberg, Territorial wirtschaft und Stadtwirtschaf. Ein Beitrag zur
Kritik der Wirtschaftsstufentheorie - Beiheft 24 der Historischen Zeitschrift, 1932.
41a. Vase como ejemplo clsico de un ataque desde la postura antievolu
cionista a G. von Below en: Historische Zeitschrift, LXXX1, 1898.
42. En respuesta a la teora de K. Bcher, G. Mayer coloc en el marco
de la historia antigua todos los niveles de desarrollo elaborado?, por i:
la teora del desarrollo cclico de la humanidad.
43. W. Mitscherlich trat de presentar una teora de niveles y al mismo
tiempo antiorganicista en: Der Wirtschaftliche Fortschrift, sein Verlaud
utid Wesen, Leipzig 1910.
44. La ocup despus L. Simiand.
45. Se publica apenas cuatro aos, suspendindose despus por falla de
inteis, segn aclara la redaccin. Con un ttulo modificado reaparece
en 1941 (Journal of Economic History) y en el ao 1961 se edita el
tomo XXL
46. El contenido bibliogrfico de esta importante revista aparecida en los
aos 1929-1948 y luego en los aos 1^49-1951 con un nmero total de
23 aos se public bajo el ttulo: Vingt annes d histoire conomique et
sociale. siendo elaborado por M. Arnoul (Pars 1953). Constituye, gra
cias al nmero considerable de posiciones extradas de Annales, una
bibliografa complementaria de la historia econmica de aquellos aos.

643

47. t s evidente que como sujeto de investigacin y de enseanza haca mu


cho tiempo que se vena realizando. En Oxford trabajaron Toynbee,
Rogers y Ashley, y en Cambridge, Cunningham. Sin embargo, no tenan
ctedra especial de historia econmica.
48. W . A s h l e y , The Place of Economic History in University Studies,
Economic History Rview, I, 1927, p. 1-11, y en The Teaching of
Economic Histoiy in Universities, hablan Hauser, Brinkman, Porri, Pirenne, Heckscher, Dopsch, Posthumus, Heaon, Clapham y otros. Ibidem,
t. 111, p. 197-218 y p. 325-345.
49. Esto no significa como es natural que tales grandes concepciones no
existieran en la ciencia. Slo queremos recalcar en este caso que influye
ron poco en el desarrollo y orientacin de la bsqueda de fuentes.
50. G. B r o d n i t z , Englische Wirtschafisgescfiichte, Jena 1918,
51. A . D o r e n , Italienische Wirtschaftsgeschichte, t. I , Jena 1934.
52. J. K.u l i s c h e r , Russische Wirtschaftsgeschichte, t. I, Jena 1925.
53. B. B a a s c h , Hollndische Wirtschaftsgeschichte, Jena 1927. Existe una
traduccin rusa: Istoria economiczeskogo rozwitja Gollandi XVI-XVIII
wiekach, Mosc 1949.
54. A. N i e l s e n , Dnische Wirtschaftsgeschichte, Jena 1933.
55. H. SE, Franzsische Wirtschaftsgeschichte, 2 tomos, Jena 1930-1936.
56. H. SE, Histoire Economique de la France, publie avec le concours de
Robert Schnerb, 2 tomos, Pars 1939-1942.
57. E. L i p s o n , The Economic History of England, 3 tomos, Londres 1915
1931, de la cual se hizo una nueva edicin corregida y aumentada en
el ao 193 / y numerosas ediciones despus.
58. J. R u t k o w s k i , Esbozo de la historia econmica de Polonia en la poca
de antes de los desmembramientos, Poznan 1923.
59. J. M. K u l i s c h e k , Curso dictado en la Universidad de San Petersburgo:
Lekcji po isioee ekonomiczeskogo byta Zapanoi Jewropy, Petersburgo
1909. Existe una traduccin polaca: Dzieje gospodareze Luropy Zachodniej, 2 t. Varsovia 1963 (de Rutkowski de ia segunda edicin de 1910).
En 1929 Kulischer public en Alemania y en alemn una nueva edicin
corregida y aumentada hasta el ao 1870: Allgemeine Wirtschaftsges
chichte des Mittelalers und der Neuzeit. Existe una reedicin de esta
obra en 1954 y una traduccin polaca en 1961.
60. R. K o t s c h k e , AUegemeine Wirtschaftsgeschichte des Mittelalters, Jena
1924.
61. M. M. K n i g h t , Economic History of Europe to the End of the Middle
Ages, Londres 1963 (hay trad. francesa: Histoire conomique de i'Europe jusqud la fin du Moyen Age, con una introduccin de H. Se,
Pars 1930.
62. M. M. B a r n e s , F l u g e l , Economic History of Europe in the Modern
Times, Boston 1928.
63. Utilizamos el texto de la traduccin francesa de A. B i r n i e , Histoire
conomique de l Europe, 1760-1932, Pars 1932.
64. Manual principal: H. U. F a u l k n e r , American Economic History, Nueva
York 1924, con numerosas reediciones hasta la fecha. E. L. Bo g a r t , An
Economic History of the U.S., Londres 1963.
65. S. I n g l o t , Historia social y econmica del Medioevo, en Historia social
y econmica bajo la redaccin de F. Bujak, t. 1, Lvov 1938, segunda
edicin ampliada, Wroclaw 1949.
66. L. K r z y w i c k i , 'Cuadro del desarrollo econmico en los bajos niveles
culturales, RDSG, X, 1948, p. 1-80.
67. T. W a l e k - C z a r n e c k i , Historia econmica del Mundo Antiguo, 2 tomos,
Varsovia 1948.
68. The Cambridge Economic History of Europe from the Decline of the
Romn Empire, Cambridge University Press, t. I, 1941, t. 11, 1952.
69. Esto se subraya claramente en la introduccin al t. I.
70. J. R u t k o w s k i , Esbozo... p. 13. Es cuiioso que despus de un cuarto
de siglo no cambi su idea con respecto a las posibilidades de su am
biciosa concepcin. (Vase: R u t k o w s k i , Historia econmica de Polo-

644

na, t. I. tercera edicin aumentada la ltima en vida del autor. Poznan

1947, p. 22: Por esta razn (es decir por las lagunas existentes en la
ciencia) fue preciso seguir otro camino, usado ya ms de una vez, ms
fcil aunque menos acertado.)
71. Al igual que el capital comercia! para Pokowski, para Sombart la
renta de la tierra se convierte en demiurgo de la historia econmica.
Trata de explicar casi todas sus transformaciones con ella. Por ejemplo
la gnesis de las ciudades: mientras que para Pirenne (Lorigine des Constitutions urbaines) Les villes sont l oeuvre des marchands, elles n'existent
que par eux, segn Sombart: Die Stdte des Mittelcers sirtd oekonomisch das Werk der Grunddrenten- urul Steuerbezieher: die K laufeute
existieren nur durch sie (Der moderne Kapitalistnus, t. I, cap. 1, p. 175).
72. W. S o m b a r t , Der moderne Kapitalismiu, tercera edicin, t. I, cap. 1.

73.
,
74.
75.
76.

77.

78.
79.

80.

81.

Munich 1919, p. 23. Vase tambin la polmica con las teoras jurdicas
sobre la gnesis de las urbes (ibidem, p. 134 y siguientes) o la discusin
con los historiadores de la poltica econmica (ibid. p . 374 y sig.) y mu
chas otras. Para l, Levasseur, Inam-Stemegg. Cunningham o Kowahki
son historiadores econmicos ordmmg y no lieben.
En otro aspecto el futuro sistema socialista previsto por l conforme
a las tradiciones de la escuela histrica alemana tena ms rasgos na
dnales que proletarios. Esto le facilit ms tarde su convivencia con
el nacionalsocialismo.
H. P i r e n n e , Les priodes de lhistoire sociale du capitalisme, publi
cado en el compendio del mismo autor: Histoire conomique de l'Occident mdieval, 1951, p. 15-50.
Recuerdo el artculo aparecido en la prensa hitleriana despus de la
muerte de Sombart en 1941. y que sij obra siempre estuvo cercana al
nacionalsocialismo al cual se aproxim en los ltimos das de su vida.
Esto aparece con nitidez en la totalidad de la obra realizada por esta
escuela. Smbolo de esa afinidad quiz sea la eminente figura del repre
sentante de la escuela de Durkheim, M. Halbwachs, quien hasta su
muerte en un campo de concentracin fue colaborador permanente de
Annales y de numerosas empresas cientficas, organizadas por esta
escuela.
Reunidos junto con otros trabajos en: Gesammelte Aufstze zur Religionassoziologie, 3 tomos, I edicin, Tbingen 1920-1921. Estos estu
dios fueron publicados por vez primera en las revistas a partir de 1904.
Vase asimismo, Protestantism and Capitaiism the Weber Thers and Its
Critics editado por W. Grenn, Boston 1959 (contiene numerosos artculos
polmicos y una bibliografa).
Wirtschaftsgeschichte, I edicin, Munich 1923. Existe traduccin .ingle
sa: General Economic History, Nueva York 1927.
Wirtschaft und Gesellschaft, en: Grundriss der Sozialkonomik, III
Abteilung, 2 t., edicin I Tbingen 1922. Hay una traduccin a / in g l s .
Sobre Weber, vase: Halbwachs M. Max Weber: Un homme, une oeuvre,
Annales, t. I 1929, p. 81-88 (biografa y muchas observaciones intere
santes con T e s p e c to al anlisis ideolg. o de la postura del biografiado).
No exhaustiva, presentado slo las principales posiciones, la bibliografa
de los trabajos de L. Febvre se halla al final de la recopilacin de sus
artculos editada con ocasin del 75 aniversario de su nacimiento (L.
F e b v r e , Combis pour l histoire, Pars 1953, p. 439-444). No he encon
trado ninguna bibliografa de los trabajos de M. Bloch. Para conocer
los conceptos de ambos autores sobre la historia tiene una importancia
fundamental la coleccin completa de Annales (vase la bibliografa
ya citada). Bloch dio a conocer algunas de sus concepciones en forma
sinttica en ei hermoso folleto que escribi escondido en una aldea du
rante ia ocupacin hitleriana: Apologie pour l'histoire ou mtier d histo
rien. sCahiers des Annales no. 3, Pars 1949, traducido al polaco en
Varsovia, 1959.
L. F e b v r e , La terre el l'volution humaine. Introduction gographique
i 'histoire, Lvolution de l'humanit, no. 4, Pars 1922.

645

82. En el libro sobre Lutero, el concepto se expresa incluso en el titulo:


Un destn: Martin Luther, Pars 1928.
83. M. B l o c h , Les caractres originawc de l histoire rurale franjease., Oslo
1921 (edicin II despus de su muerte, con numerosos aditivos de otros
trabajos del autor elaborados por R. Dauvergne, aparecida en 1952).
84. M . B l o c h , La socit fodale, Lvolution d e l'humanit. no. 34 y
34 bis. t. I: La formation des iens de dpendance, Pars. 1939. Tomo II:
Les classes et le gouvernement des hommes, Parts 1940.
85. Vase edicin postuma de sus conferencias: Esquisse d'une histoire montaire de l'Europe, Cahiers des Annales no. 9, Pars 1954: Seigneurie
francaise et manoir anglais, prefacio de G. Duby, Cahier des Annales,
no. 16, Pars 1960.
86. L. F e b v r e , Combis pour l'histoire, Pars 1953.
87. J. H. C l a p h a m . The Study of Economic History. An Inaugural Lecture,
Cambridge 1929. Ibidem, An Economic H istory of Modern Brtain, espe
cialmente en el t. I. Cambridge, edicin I, 1926. El minimalismo de
Clapham se expresa con claridad en su articulo: Economic History as a
Dicispne. Ene. of Soc. Se. V, p. 327-330.
88. En esa misma categora cabe incluir el trabajo de Rutkowski sobre la
historia agraria de Francia. El mismo se consideraba como el continua
dor de Luczycki (vase carta de Pars de Rutkowski a St. Zakrewski,
del 24 de enero 1911, Ossolineum. manuscrito 7348/11, p. 273-284).
89. Del carcter precursor de esta aportacin atestiguan las intervenciones
de Kosminki y Potiomkin en el X Congreso de Ciencias Histricas de
Roma en 1955. La reedicin de los trabajos de Potiomkin, apoyados en
los resultados de las viejas bsquedas en los archivos franceses, estn
en lugar preferente de las investigaciones francesas. (Vase: F. B. K.
Woprosu o polozenii roboezego klassa wo Francjiw postednii pieriod promyszJennogo piereworota, 50-60-e gody XIX v., en: Iz
istorii socjlno-politiczeskich idei, Mosc 1955, y Massowyje dwizenja
wo Franji so wremeni lionskich wosstanii do rewolucji 1848 g., y en
Uczenyje zapiski po nowo i nowiejszel istorii, tomo I, Mosc 1955.)
90. Innostrannyje capitaly w Rossii, Mosc 1922, por ejemplo.
91. Vase la crtica de Pokorwski sobre los aos del 30: Proliw istoriezeskoj
koncepji M. N . P o k o o w s k o g o , Mosc 1940. Acerca de las ms recientes
P o t io m k im ,

92.
93.
94.

95.

96.
96a.

97

646

posturas de los historiadores soviticos con respecto a dicha escuela:


M. N i e c z k i n a . Jn. P o l i a k o w , L. C z e r e p n i n : Niektoryje woprosy histori
sowietskoj isforiczeskoj nauki- Kommunist, 1961, no. 9 p. 58-70.
K. A. P a z i t n o w , Polozenie roboezego klassa v Rosii, t. I. period krepostnogo truda, ed. II Leningrado 1925.
Por ejemplo: M. B a l a b a n o v , Oczerki po istorii raboezego klassa v Rosii,
3 tomos, Mosc 1925-1926.
M. G o r k i , Recopilacin de artculos publicsticos, Varsovia 1950 (artcu
los: Historia de las fbricas y de las empresas industriales, del ao
1931, p. 251-256 y Sobre el trabajo sobre la historia de las fbricas y
empresas, del ao 1932, p. 324-333).
Despus de la muerte de M. Bloch el ms cercano colaborador de L.
Febvre escribe sobre ste: Fue un lector entusiasta de Marx, de Max
Weber y de Sombart. pero muy especialmente del primero. Eso no se
lo perdonar fcilmente el mundo. F. B r a u d e l , Lucien Febvre et l his
toire, Cahiers Internationaux de Sociologie, XXII 1957, p. 17. Durante
el perodo de la Resistencia, M. Bloch se acerc abiertamente al mar
xismo.
Por ejemplo: en el IX Congreso de Ciencias Histricas de Pars en 1950.
Primera Conferencia Internacional de Historia Econmica. Contributions:
A) L'industrialisation comme facteur de la croissance conomique depuis
1700. B) tude compare du grand domaine depuis la fin du Moyen
Age. Communications Stockolm. Agosto 1960, edicin Mouton, ParsLa Haya 1960.
S . I n o l o t , Desarrollo de la historia social y econmica, K H , L I , 1937,
p. 377-411. J. R u t k o w s k i , Les centres d'tudes d histoire conomique en

Pologne, Annales, IV, 1932, p. 59-64. Inglot se refiere en el citado

articulo a la conmemoracin del cincuentenario de la Revista Histrica


Trimestral (1886-1936). Desde entonces sigue faltando una elaboracin
general de la historia econmica de Polonia. En su puesto slo podemos
sealar sus rasgos ms generales, numerosos elementos informativos v en
especial las polmicas en relacin con los siguientes captulos del libro.
98. A. K n o t , Czacki, Tadeusz. PSB, IV, p. 114-146.
99. W. S u k o w i e c k i , Obras escogidas. Edicin de J. Grywicka. A. L u k a s i e w i c z . Varsovia 1957. Vase asimismo: A. G e l l , Wawrzyniec Surowiecki, Wroclaw 1958.
100. N. A s s o r o d o b r a j , La estadstica en los trabajos de L. Lelewel, ma
nuscrito.
101. W. Z a k r z e w s k i , A dolf Pawinski. Esbozo de la historia de la vida y del
trabajo, Petersburgo 1896.
102. J . W l o d a r c z y k , Tadeusz Koron. Principales concepciones histricas e
historiogrficas. Trabaio del Instituto Histrico de la Universidad de
Lodz, no. 7, Lodz 1958 (reproducido a multicopista) p. 1-22 con una
bibliografa, en la segunda edicin, de los trabajos de T. Korzon.
103. A. V etulani y L. W yrostek, La bibliografa de los trabajos del prof.
doctor S. Kutrezaba, en Estudios histricos en honor de S. Kutrzeba,
Cracovia 1938. I, p. IX-XXXIII (en los aos 1897-1937) y Revista His
trica Trimestral, IV, 1947, p. 55-57. Este nmero de la R.H.T. con
tiene numerosos trabajos dedicados al estudio de S. Kutrzeba.
104. Bibliografa de los trabajos de Jan Ptasnik. Revista Histrica.. 1930.
XLIV, p. I-IX. En el mismo nmero, p. X-XLV: Biografa de J. Ptasnik,
por F. B u j a k .
105. F. B u j a k , Vida y obra de Karol Potkanski. K. P o t k a n s k i , Obras pos
tumas, t. I, Cracovia 1922, p. 1-58.
106. K . S t a c h o w s k a , Bibliografa de los trabaios del prof. doctor R. G r o
decki en: El trabajo sobre la historia de la Polonia feudal de R. Grodecki, Varsovia 1960, p. 11-29.
107. Existe una bibliografa de los trabajos de K. Tymienicki en el tomo q u e
le ha sido consagrado por los Anuarios histricos de Poznan.
108. A. W a l a w e n d e r . Bibliografa de los trabaios del prof. B u i a k (en
los aos 1896-1931) en Estudios sobre la historia social y econmica con
sagrados al prof. dr. F. Bujak, Lvov 1931. p. I-XXIX, y por S. In v /;t.
Franciszek Bukak. su obra cientfica y pedaggica, Wroclaw. 1955. v. 1
22 (en los aos 1932-1944). Vase asimismo la muy interesante a u c H ? ? - a fa de B u j a k . L os caminos de mi desarrollo cientfico, N a u V a Pe-Mira.
VI, 1927, p. 77-136.
109. J . D e r e s i e w i c z , Biblioerafa de los trabajos del orof. Ja -i R-j-V-j en: Homenaje a la memoria del prof. Jan Rutkowski, Pczr.an 1950.
p. 30-42.
110. Existe una bibliografa incompleta de los trabajos del prof. J . R a c f a r z
en: Informe de la Sociedad Cientfica de Lvov para el ao 1938. XVIII.
p. 221-222.
111. J. Rutkowski ha dedicado un trabajo a la obra cientfica de R. Rybar^ki
en el campo de la historia econmica y a sus trabaios histricos, en la
Revista Histrica Trimestral, no. LUI, 1946, p. 592-597.
112. Rosa L u x e m b u r g , El desarrollo industrial en Polonia, Varsovia 1957.
R osa L u x e m b u r g , Obras escogidas, 2 tomos, Varsovia, 1952-1956.
113. J. M a r c h l e w s k i , Obras escogidas, 2 tomos, Varsovia, 1952-1956.
114. T . K o w a l i k , Henryk Grossman, Zycie Gospodarcze del 17 de abril
1960.

115. A. R y n k o w s k a , Bibliografa de los trabajos de Natalia Gasiorowska,


Revista Histrica Trimestral, XLIII, 1956, no. 4-5, p. 9-22.
116. H. G r y n w a s e r , Obras, 3 tomos, Wroclaw 1951, en el t. I, p. 5-12,
S. Kieniewicz glosa muy caractersticamente la obra de Grynwaser. W.
K u u , Grynwaser Hipolit, PSB, IX, p. 77-78.
117. M . M e l o c u , Estudios histricos, Varsovia 1958 (en las pginas 5-8 exis

647

te una caracterizacin del autor por N. Assorodobraj, R. Gerber y


H. Jablonski).
118. W. K ula , Ms an sobre el optimismo y el pesimismo, Revista Hist
rica Trimestral, LXIV, 1957, nos. 4-5, p. 214-215.

CAPTULOS II y III: El objeto de la historia econmica

1. He aqu los trabajos generales relativos a este tema:


W. Sombart , Economic Theory and Economic History, Economic His>
tory Review, II 1927, p. 1-19.
J. H . C lapham , The Study of Economic History, Cambridge 1929; J. H.
C lapham , Economic History as a Discipline, Encycl. o f Social Se. (Se-

ligman).
R. H. T aw ney , Study o f Economic History, Economica, 1933, p. 1-21.
Ch. W. W r ig h t , The Nature and Objetives o f Economic History, Jour
nal of Political Economy, XLVI, 1938. p. 688-701.
J. U. N e f , What is Economic History? Journal of Economic History,
1944, suplem., p. 1-19, 20-24, 25-28.
T . S. A sh to n , The Relation o f Economic History to Economic Theory,

Economica, 1946, p. 81-%.


K uczynski , Wirtschaftsgeschichte ais Wissenschaft, en ber einige
Fragen des Historischen Materialismus, Berln 1956, p. 150-165.
Vitorino M agalhaez G o d in h o , Histoire conomique et conomie politque, Revista de economa, Lisboa, IV, 3, 1951, p. 121-129.
F . M auro , Thorie conomique et histoire conomique, Cahiers de
lInstitut de Science Economique Applique. Recherches et dialogues
philosophiques et conomiques, 4, abril 1959, no. 79, p. 45-75.
A. G ro d ek , Qu historia hace la historia econmica? en Recuerdos
del 30 Ardversario de la Escuela Central de Comercio, Varsovia, 1938,
p. 46-62.
J. R u t k o w sk i , Historia econmica de Polonia, t. I, edicin III, Poznan,
1947, p. 1-6.
E. H e c k sch er , Plea for Theory in Economic History, Economic His
tory (suplem. de Economic Journal), I, p. 525-535.
Andr M archal , conomistes et historiens, Revue Economique, 1950,
1, p. 5-36.
F. Braudel , Pour une conomie historique, ibidem , p. 37-44.
W. K. J acunski , Letiin, historiador econmico, Cuadernos Histricos de
Nowi Drogi, 1950, no. 1, p. 44-70.
M. R. C aroselli, Natura e m todo della storia economica, Miln 1960
(recoge artculos de Ashley, Barbagallo, Croce, Dal Pane, Einaudi, Fanfani, G ras, Hauser, Luzzato, Mondaini, Veriinden).
J. R u tk o w sk i , Historia econmica de Polonia, t. I, edicin III, Poznan,
p. 1-6.
A. G rodek , Qu historia es la historia econmica?, en Recuerdos
del 30 Aniversario de la Escuela Central de Comercio de Varsovia, 1906
1936, Varsovia 1938, p. 46-62.
En el ltim o nmero de antes de la guerra de los Cudrenos RDSG
(VIII, 1939, 1, p. 111-113) se public una acerba crtica del articulo
de Grodek, escrita por G. Rolbiecki, que se basa en varios de sus
aspectos en un malentendido, careciendo en otros de fundamento (por
ejem plo la malvola afirmacin de que J. S. Mili ya abandon la tesis
sobre la pertenencia de la teora del consumo a la economa, y esto
o curri ms o menos en 1848, escribe Rolbiecki tres aos despus de
ap arecer el libro de Keynes). En sus tesis, este autor est enteramente
de acuerdo con Rutkowski y puede ser que ste aprobara esta oritica en
lo fundamental. (Rutkowski fue el maestro de Rolbiecki y corredactor
de los Anuarios RDSG.)
W. K ula , Reflexiones sobre la historia. Varsovia 1958.
J.

2.
3.
4.

3.

648

6. Grodek seala con gTan acierto lo infundado de los conceptos de algunos


tericos financieros segn los cuales en la economa estatal los recursos
se someten a los objetivos, contrariamente a lo que ocurre en la economa
privada. En primer lugar, no siempre es asi y en segundo lugar la limi
tacin de los recursos, fundamental para cada problema econmico,
tambin se manifiesta en la economa estatal. {Qu historia es...? p. 57.)
7. Hay excepciones. Por ejemplo, la investigacin sobre las costumbres en
las heredades de los campesinos de varias regiones de la antigua Polonia.
Vase: Costumbres en las heredades aldeanas en Polonia, especialmente
el cap. V elaborado por J. Bercermann y J. R afacz, Vareovia 1929.
8. Kutrzeba considera tambin con acierto como fuente de la historia del
derecho las ordenanzas dictadas por los seores feudales y concernientes
a los bienes de la poblacin.
9. J. R u tkow ski , Historia econmica e historie de la cultura material.
RDSG VII, 1946, cuaderno 2, p. 259-274, especialmente la p. 267.
10. Ibid. p. 271.
11. G r o d e c k , Qu historia es...?
12. R. H. T awney , The Study of Economic History, Economica, 1933,
p. 1-21.
12a. J. D. C hambers, The Place of Economic History in Historical Studies.
Inaugural Lecture, University of Nottingham, 1960.
13. F. S im ia n d , Les thories conomiques du salaire. Examen critique, Revue
dEconomie Politiquea, 1930, p. 1281-1297.
R. Moss, L'enseignement historique en conomie politique, Histoire des
faits et histoire de la pense, Revue dHistoire conomique et Sociale,
XXI, 1933, p. 126.
14. Esto lo recuerda K. Tymieniecki en el prembulo de Obras escogidas,
Varsovia, 1956, p. 12.
15. L. Brocard caracteriza esta tendencia en conomie Politique et Histoire,
Revue dconomie Politique, 1930, p. 1281-1297; R. Moss, L eitseignement historique...

16. Esto no significa que aqu queramos volver a borrar la autonoma de


estas dos disciplinas como en el periodo de los errores y las deforma
ciones (perodo staliniano). Habra que fundamentar en ese caso el dere
cho de la historia del pensamiento econmico a una existencia indepen
diente. S. Z ura w sk i , Sobre el objetivo y el alcance de la historia del
pensamiento econmico, Ekonomista 1954, no. 4.
17. R. Moss, op. cit. p. 129.
18. Esto no significa que queramos negar, sino al contrario, la trascendencia
de esta categora de conceptos econmicos los cuales han sido codificados
bajo la forma de una doctrina. Vase Z ukaw ski. op. t.
19. Esta postura es representada en la Repblica Democrtica Alemana por
el prof. Fritz Behrens.
20. J. Kuczynski polemiza con otros argumentos con esta tesis, Wirtschaftsgeschichte ais Wissenschaft, Wissenschaftliche Annalem, IV, 1955, no. 7,
p. 391-397.
21. Se trata de la formulacin de tesis asombrosas por su simplicidad, por
ejemplo: Economics is what economists don, H o s e u t z B. F., A.
Reader's Guide to the Social Sciences, Glencoe 1959, p. 130.
22. W . K ula, Reflexiones sobre la historia.

23. Tampoco nos basta el concepto de Robbins segn el cual la teora


econmica describe las formas y la historia econmica describe las subs
tancias (Essai sur a nature et la sigrfication de la science conoque, Pais, 1947, p. 48).
24. F. W i e s e r . Theorie der gesellschaftlichen Wirtschaft. Grundriss der Socialokonomie, t. I, 1914, p. 125-144.
25. O . L a n c e , Es la economa una ciencia social? Revista Jurdica, XXX,
1935, p. 243-251.
26. F . E n g e l s . Anti-Duhring, Varsovia, p. 144.
27. Lange llama la atencin a este respecto, op cit. p. 249.
28. Ibidem, p. 245.

649

29. Se dan evidentemente en casi todos los pases, en especial entre los
ms destacados cientficos.
30. O. L ange, El objetivo y el m todo de l economa, p. 5.
31. D. M. G oodefellow . Elementos de economa en sociologa, Revista
Sociolgica, VIII, 1946, p. 75 y del mismo, Principies of Economic
Sociology. The Economics of Primitive U fe as Ilustraded from the
Bantu Peoples o f South and East Africa, Londres, 1939.
32. D. M. G oodfellow , Elementos de economa..., p. 74. Cunningham
ostentaba esta misma postura: The Growth of English Industry and
Commerce, t. I, p. 8, y asimismo L . R obbins , Essai sur la nature et la
signification de la science conomique, Pars 1947, p. 48.

33. Despus de cada edicin. ltimamente despus de la aparicin en 1927


de los tomos dedicados por Sombart al Hochkapitalismus.
34. Enervado sobre todo por las malvolas observaciones de Brodnitz (Re
cent W ork in Germn Economic History, 1900-1927, Economic Histo
ry Review, I, 2, 1928, p. 324-325).
35. W. S o m b a r t , Economic Theory and Economic History, Eronomic His
tory Review, II, 1929, 1, p. 1-19.
36. E. P o w e r , On M edieval History as a Social Science. An Inaugural
Lecture Economica, 1934, I, p. 13-29.
1
37. T. S. A sh to n , The Relation of Economic History to Economic Theory.
Inaugural Lecture, Economica, 1946, XIII, p. 81-96.
38. Recordemos otro ms, E. H ec k sch er . A Plea for Theory in Economic
History Economic History (suplem. del Economic Journal), I, p. 525
535.
39. S. K u z n e t s , A. Gerschenkron, A. Sauvy, C. Gini, W. W. Rostow y
otros.
40. Contra esta tendencia el mismo Stalin escribi: El manual [de econo
ma poltica] utiliza el mtodo histrico para ilustrar las cuestiones de
economa poltica, pero esto an no significa que debamos convertir los
manuales de economa poltica en la historia de las relaciones econmi
cas. (Problemas econmicos del socialismo en la URSS, Varsovia, 1952,
p. 50.) Esta fue una reaccin contra la fusin de la teora en el material
histrico. Pero al mismo tiempo nada ms caracterstico que este regreso
al aprovechamiento del mtodo histrico para la ilustracin de los pro
blemas econmicos, lo que era un grave peligro para la historia econmi
ca.
Kuczynski polemiza con los crticos ms agudos, para quienes ningn
tema de teora econmica se abordaba con las suficientes ilustraciones
de carcter histrico, y afirma que se asemejan a los que quisieran que
el listn telefnico diera la fecha de nacimiento de los abonados, el
libro de cocina, el precio de los productos y el manual de economa
poltica tratase tambin de la historia econmica. ( K u c z y n s k i , Wirtschaftgeschichte ais Wissenschaft, p. 386.) Adems no hubo en la prctica
tal fusin de la teora con la historia, sino que las dos se perdieron.
41. J. Kuczynski llam la atencin a este respecto, op. cit. p. 386-387.
42. Historia del Partido Comunista (bolchevique ) de la URSS, Mosc 1945,
p. 131.
43. J. Stalin , Problemas econmicos del socialismo en la URSS, p. 77.

44. Por ejemplo en el IX Congreso de Ciencias Histricas de Pars en 1950.


El tomo de informes de este congreso, el cual refleja los procesos que
se operan en la ciencia de Europa Occidental, indign a muchos histo
riadores tradicionalistas en Polonia.
45. Por ejemplo, la conferencia organizada por la UNESCO en 1953 en
Santa Margherita, Italia y dedicada a: Los factores del progreso econmi
co. En el Bulletin International des Sciences Sociales, VI, 1954, no. 2,
figura el resumen de las intervenciones y la discusin en el congreso.
Tras ste hubo muchos ms.
46. A. M archal , Economistes et historiens. Asimismo, F. Braudel , Pour
une conomie hlstorique, ambos en Revue conomique, I, 1950, no. 1,
p. 5-36 y 37-44. Sin embargo, es curioso que en ninguno de los nmeros

650

47.
48.
49.

50.
51.
52.

siguientes se repita este nexo, a pesar de que en el cuerpo de redaccin


figuraban dos historiadores (F. Braudel y C. E. Labrousse).
F. M a u r o , Thorie conomique et histoire conomique, Cahiers de
lInstitut de Science conomique Applique, 1959, no. 79, p. 75.
V. M a g a l h a e z G o d i n h o , Histoire conomique et conomie politique, Re
vista de Economa (Lisboa), IV, 1951, 3, p. 122.
E. J a m e s , Historia del pensamiento econmico en el siglo X X , Varsovia
1958, p. 305 (y tambin en las p. 113-115 sobre el mismo tema). LviStrauss va m is lejos al afirmar que precisamente las cosas menos im
portantes son las que se dejan medir con ms facilidad. L v i -S t r a u s s .
Les mathmatiques de Vhomme, Bulletin International des Sciences
Sociales, VI, 1954, p. 647.
P. B a r a n , La economa poltica del desarrollo, Varsovia, 1958, p. 647.
J . D. B e r n a l , citado segn Baran, op. cit. p. 4.
J . R o b i n s o n , La acumulacin del capital, Varsovia, 1958, p. 83.

CAPITULO IV : La periodificacin de la historia econmica

1. Por ejemplo: Der chaotische Strom der Geschichte ist anders nicht zu
berblicken. L. B e u t i n , Einfhrung in die Wirtschaftsgeschichte, KolnGraz 1958, p. 137. Igualmente, N. S. B . G r a s , Stages in Economic
History, Journal of Economic and Busines History, mayo 1930, para
quien las divisiones peridicas son una triste realidad.
2. Tpico en el hegelismo. En la ciencia polaca, O. Balzer, por ejemplo, quien
esorbi que la ciencia histrica slo por la construccin de las divi
siones puede descubrir las fases reales de la evolucin histrica. (K. H .
XI, p. 36.) Tambin O. H a l e c k i , Sobre la divisin de la historia univer
sal en perodos. Revista Varsoviana, no. 14, p. 129-148.
3. E. B e r n h e i m , Lehrbuch der historischen Methode und der Geschichstphilosophie, Leipziz 1914 (existe una edicin resumida). Ch. L a n g l o is y V.
S e ig n o b o s , Introduccin a las investigaciones histricas, prembulo de S .
Zakrzewski, Lvov 1912.
4. K. L a m p r e c h t , Moderne Geschichtswissenschaft, Leipzig 1905.
5. E. T r l t s c h , Der Historismus und seine Probleme, Tbingen 1922, t. I,
p. 700.
6. M. H a n d e l s m a n , Historia, V a r s o v i a 1928, p . 31.
7. Sobre los motivos de esta polmica vase el excelente libro de K. P o p p e r :
Misre de l historicisme, Pars 1956, con una clsica formulacin de la
actitud positivista en la polmica con K. Mennheim y con Marx.
8. H a l e c k i , op. cit. p . 133.
9. Todos los conceptos fundamentales de la ciencia social se matizan de
una cierta intencin. G. M y r d a l , Teora econmica y pases no desarro
llados, Varsovia 1958, p. 26. El autor ha dedicado valiosos estudios a
esta cuestin, por ejemplo, en The Political element in the Development
of Economic Theory, Londres 1953 (edicin sueca en 1929, traduccin ale
mana en 1932). Del mismo autor: Valu in Social Theory. A Selection
of Essays an Methodology, Londres 1958; del mismo: Une Economie
Intemationle. Pars, 1958, especialmente el ltimo capitulo.
10. S o b r e l a h i s t o r i a d e l a p a l a b r a c a p i t a l i s m o , v a s e L. F e b v r e , H .
H a u s e r , Capitalisme et capitaliste, Annales 1939, p . 401-406; E. S i l BERNER, Sur le m ot Capitalisme, A n n a l e s , 1940, p . 133-134. G. P a l MADE, Capitalisme et capitaiistes franjis au X lX-e sicle. P a r s 1961.
11. H. H e a t o n , Criterio of Periodisation in Economic History , Journal of
Economic History, XV, 1955, fase. 3, p. 267-272. De modo parecido
el prof. J. Szczepanski exiga en el coloquio de la UNESCO en Pars
en 1956 la eliminacin del trmino progreso. B e n t i n , op. cit. p. 139,
reconoce con amargura que no es fcil eliminar la locucin capitalis
mo. Por el contraro F . Braudel pregunta: Si el trmino [capitalis
mo] es arrojado por la ventana, no volver a entrar por la puerta?

651

12. T. S. A s h t o n , An Economic H isto ry'o f England. The 18ih Century,


Londres 1955, p. V.
13. S. K i n i e w i c z , Algunas observaciones sobre el tema de la censura en el
ao 1795. K . H. LXVI, no. 1, p. 102.

14. L en in , Obras escogidas, 2 tomos, Mosc, t. I, cap. 2, p. 365.

15. C. M a r x , El Capital, t. 11, p. 399. Sobre el abigarrado caos de las


formas transitorias, vase la p. 510.
16. L e n i n , Obras, t. 22, ilustracin en la p. 214.
17. F . W . K o n s t a n t i n o w , Materialismo histrico, Mosc 1950, p. 153. Lenin
tambin habla del capitalismo moribundo. Obras, t. 22, p. 343.
18. Ibidem, p. 364. (Obras, t. 22, p. 303) Lenin utiliza las expresiones r
gimen superior en atencin a la censura, ya que las escribi antes de la
cada del zarismo y con intencin de publicar la obra en Rusia. (Vase
el prembulo.)
19. F. W . K o n s t a n t i n o w , Materialismo histrico, Mosc 1950, p. 150. In
cluso el manual de economa poltica editado en 1950 no recoge la pru
dente formulacin de Lenin sino que habla sin ms de la ltima
fase del capitalismo, p. 331, y en las conclusiones,' leemos: el capi
talismo en vas de extincin, vspera de la revolucin socialista, p. 345.
20. Escribiendo en 1954, los autores del Manual de economa poltica afir
man que los principios cientficos de la crisis general del capitalismo
los elabor Lenin (p. 347). N o hemos encontrado nada que confirme
esta tesis. Stalin habla sobre este tema. Vase K o n s t a n t i n o w . op. cit.
p. 255 y sigtes. Vase asimismo: La Economa Poltica, Varsovia, 1955,
p. 347 y sigtes.
21. Vase: La Economa Poltica, Varsovia 1955, p. 366 y sigtes.
22. E. H . P. B r o w n y S . J . H a n d f i e l d - J o n e s , The Climateria of the 1890.
A Study in the Expandivv Economy, Oxford Economic Papers, October 1952.
'
23. G. K a l v e r a m , Die Theorien von den Wirtschaftsstufen, Leipzig 1933.
24. Ibidem, p. 79.

25. B.

H i l d e b r a n d , Natured-Geid- und Kreditwirtschaft, Jahrbcher fr Na


tionalkonomie und Statistik, II, 1864.
26. K. B c h e r , Die Enstehung der Wolkswirschaft, 2 tomos. Tiibingen 1922.
Una parte de esta obra existe en traduccin polaca: K. B c h e r , Esbozo
econmico, Varsovia 1906.
27. H. S p a n g e n b e r g , Territorialwirtschaft und Stadwirtschaft. Ein Beitrag
zur K ritik der Witschaftsstufentheorie, Beiheft 24 der Historisechen Zeitschrift, Munich-Berln 1932.
28. G . V o n B e l o w , Zum Streit um das Wesen der Soziologie, Jahrbcher
fr Nationalkonomie und Statistik, 1926; W . M i s s c h e r l i c h , Der Witschaftliche Fortschrift, sein Verlauf und Wesen, Leipzig 1910; T . M a y e r ,
Wirtschaftsstufen und Wirtschaftsentwicklung, Zeitschrift fr Volkswirtschaft und Soziale Politik II, 1922; G . von B e l o v , Probleme der
Wirtschaftsgeschichte, Tiibingen 1920; .T. P le n g e , Wirtschaftsstufen und
Wirtschaftsgentwicklug, AnnaJen fr soziale Politik und Gezetzgebung
IV, 1916; Ibidem V , 1917: polmica entre Bcher y Pen gen; G . von
B e l o v , Uber historische Periodisierung mit besonderem Blick auf die
Grenze zwischen Mittelcdter und Neuzeit, Berln 1925; H . P r o e s l e r , Die
Epochen der Deutschen Wirtschafts, entwicklung, Nuremberg 1927. C.
Barbagallo segua la misma lnea que Mayer. Vase: Economica antica
e moderna, Nuova Rivista Storica 1928 y 1929. Sombart critic asimis

m o a Bcher a pesar de lo mucho que le deba. M s adelante hablamos


de la crtica de Dopsch.

29. Charles Verlinden trata de concordar la tesis de Mayer con >a teora de
Bcher, llegando como es natural a la teora cclica (Cn. V e r l i n d e r ,
Introduction Vhistoire conomique gnrale. Facultarte de Letras da
Universidade de Coimbra, Suplem. do t. V da Rivista Portuguesa de
Historia, Coimbra 1948).
30. H. B e c h t e l , Wirtschaftsstill des Sptmittelalters, Munich-Leipzig 1930;
A.

652

S p ie th o f f ,

Die Allgemeine Vokswirtschaftslehre ais geschichliche

Theorie. Die Wirtschaftsstile, Schmollers Jahrbuch, LV1 1932;


G. W eippert , Zum Begriff des iVirtschaftsstil, ibidem LXV1, 1943, p.
417-478; A. MU ller-A rmack , Zur Methaphysik der Kidiursiile, Zetschrit
fr die gesammte Stattswissenschafter, CV, 1949.
31. Beutin , op. cit. p. 136.
32. A. D o psc h , Naturalwirtschaft und Gdwirtschaft in der Wdtgeschichte,
Viena 1930. Vase critica de este trabajo: S. A rnold , Algunas observa

ciones en tom o a las tareas de la historia econmica, RDSG, I, 1931,

p. 111-129.
33. J. R u tkow ski , Historia econmica de Polonia, t. I, 1946, p. 9.
34. J. U. N e f , Essence de la civitsation industrielle, en: Eventail de lhistoire vivante. Hommage L. Febvre, t. 1, Pars 1953, p. 63. Contra esta
actitud ya combati Marx hace cien aos (El Capital, t. 1, p. 195), per
sistiendo an esta lucha.
35. Nos referimos a estos problemas tambin en el capitulo sobre la esta
dstica histrica: Las limitaciones en el empleo de los mtodos esta
dsticos.
36. E. H . P. Brown y S. J . H andfield -J ones , The Climaterio of the 1890 s.
A Study in the xpandidy Economy, Oxford Economic Papers, octu
bre 1952.
37. W. W. Rostow , The Stages of Economic Growth, Cambridge 1960. El
concepto de Rostow sobre el despegue (take-off) ya fue criticado, por
ejemplo por D. C. N o r th , A Note on Professor Rostow's <iTake-off
en Seli-sustained Economic Growth, Mancnester School, XXVI, 1,
Enero 1958, p. 68-75. P. V ilar hace una critica de Rostow en: Cioissance conomique et analyse historique, en: Premire Confrence Inter
nationale d Histoire conomique, bstocolmo 1960, p. 35-82; ltimamente,
P. Baran y E. H obsbaum, t i Manifiesto no comunista, Cuadernos teo
rice-polticos, julio-agosto 1962, p. 100-109.
38. A. J eziersk ie , Sobre algunos problemas del desarrollo histrico de la
fundicin de hierro en el Reino polaco, 1864-1910, en: Economa mine
ra y metalrgica en el Reino de Polonia 1840-1*10, por A. J ezierk i ,
E. K aczynska, S. K owalska , K . P ie so w c z ; Varsovia 1961.
39. M. K u kiel , La ciencia histrica polaca esclavizada. Legajo Histrico,
VII, 1955, p. 43.
40. Las fuerzas productivas son... los factores ms mviles y revoluciona
rios de la produccin. Historia del P. C . (b) de la URSS, Mosc, 1945,
p. 132.
41. A. T oynbee, Lectures on the Industrial Revolution in England, Londres
1884.
42. t . M . C arrus -Wilson , An Industrial Revolution of the Thirteenth Cen
tury, Economic History Review, XI, 1941, p. 39-60.
43. H. H eaton, Criteria of Peiiodisation in Economic .History, Journal
o Economic History, XV, 1955, no. 3, p. 267-272.
44. A. G erschenkron , Economic Backwardness in Historiad Perspeaive.
The Progress of Underdeveloped Areas, edicin B. ir. Hosclitz, Chicago
1952, p. 8-9. Asimismo Rostow y muchos otros.
45. Declaraciones en el XI Congreso Internacional de Ciencias Histricas de
agosto 1960 en Estocolmo, en la Seccin 11, despus de la intervencin
de Zukow sobre la periodicidad de la historia del mundo.
46. W . K.ULA, Los comienzos del capitalismo en Polonia en la perspectiva
de a historia comparada, Roma 1960.
47. O. Lange, Ei carcter y la accin de las leyes econmicas. Ekonomista,
1958, no. 6, p. 1319.
48. Esta tendencia ha sido justamente criticada por G. M yrdal, La teora
econmica y los pases atrasados. Varsovia 1958, p. 29, 40, 53. 136, 207
y otras.
49. Este problema fue abordado durante la discusin en tomo al II tomo de
la historia de Polonia. Instituto de Historia de la Academia Polaca de
Ciencias; vase W . K u l a , Ms an sobre el optimismo y el pesimismo.
Revista Histrica Trimestral, LXIV, 1957, nos. 4-5, p. 201.
653

50. Beutin , op. cit. p. 140.


51. W . L e n i n , El desarrollo del capitalismo en Rusia. Obras,
198.
52. C. M a r x , El Capital, t. I, p. 510.

t. I I I , p .

192,

CAPITULO V : Los problemas de la historia econmica y su sntesis

1. Su actitud se halla formulada programticamente en el informe pronun


ciado ante el IV Congreso de Historiadores Polacos, celebrado en Poz
nan en 1925. Despus, Rutkowski volvi a llamar varias veces la atencin
sobre estos problemas.
2. W. K ula, La magnitud y el reparto de la renta en el sistema feudal.
Vase: Recuerdos del V il Congreso Nacional de Historiadores Polacos,
Wroclaw, 1948, t. I, p. 387-396 y del mismo autor: Introduccin a la
obra de J. Rutkowski, Estudio de la historia del campo polaco en los
siglos XVI-XVIII, Varsovia 1956, especialmente en las p. 28-30 y 40-50.

3 Taylor hizo notar el valor de este problema en la resea de J. Rutkows


ki, El reparto de la renta en las minas de sal gema bajo Segismundo
Augusto, publicada por El Movimiento Jurdico, Econmico y Socio
lgico, IX, 1929, p. 386-388. Tambin W. Kula llam la atencin a este
respecto en el Congreso de Wroclaw.
4 Para mayores detalles, vase: W . K ula , Los privilegios sociales y el
progreso econmico, Revista Sociolgica, IX, 1947, p. 168-204.
5. M. K alecki y L. L andau, Estimacin de la renta social en el ao 1929.
Varsovia 1934 y, de los mismos autores: La renta social en el ao 1933 y
los fundamentos de las investigaciones peridicas sobre los cambios de
la renta. Varsovia 1935 (Instituto de Investigacin de las Coyunturas

Econmicas y de los Precios; investigaciones sobre la renta nacional en


Polonia, t. I y IV).
6. Sobre los problemas metodolgicos ligados a las investigaciones de la
magnitud de la renta social, tratamos en el captulo sobre el microan
lisis en la historia econmica.
7. F . Bujak , Historia de los asentamientos en las tierras polacas. Varsovia
1920. Al insertar este estudio en el tomo de: Estudios histricos y socia
les (Lvov 1926) Bujak reelabora esta frase escribiendo: la historia eco
nmica de Polonia [en general, W. K.] es sobre todo la historia de los
asentamientos (p. 69). Con tal formulacin esta tesis ya no se podra
defender.
.
8. Vase la interesante resea del libro de J. W arezak , El asentamiento en
el seorazgo de Lowicz (1136-1847) por T. Lalik (KHKM, 11, 1954
nos. 1-2, p. 232-240).
9. K . H ladylowicz , Las transformaciones, del paisaje y el desarrollo de
os asentamientos en Wielkopolska del siglo X IV al siglo X IX . Investi
gaciones en torno a la historia social y econmica, no. 12, Lvov 1932.
Del mismo autor: Los cambios en el paisaje de la regin de Lvov desde
mediados del siglo xv a comienzos del siglo xx, en: Estudios en torno
a la historia social y econmica dedicados a F. Bujak, Lvov 1931,
p. 101-132.
10. K . J. H ladylowicz , Las transformaciones del paisaje y el desarrollo
de los asentamientos en Wielkopolska, p. 78.
11. Ibidem, p. 77.
12. Vase por ejemplo: J. Broda , La economa forestal en a regin de
Zywiec hasta finales del siglo XXIII. Varsovia 1956.
13. R . R ybarski, La economa del principado de Oswiecim en el siglo X VI,
Cracovia 1931.
14. J. T o po lsk i , La economa rural en las posesiones del arzobispado de
Gniezno desde el siglo X V I al siglo XVIII, Poznan 1958, p. 318-337.
15. J. R u tk o w sk i , La reconstruccin rural en Polonia despus de las gue
rras de mediados del siglo x v ii , en Estudios en tom o a la historia del

654

16.
17.
18.
19.

campo polaco en los siglos XVI-XVIH, edicin de W . Kula, Varsovia


1956, p. 106.
St. R y c h lin s u , El despilfarro de fuerzas y de recursos en la industria
polaca. Resultados de la labor de la Comisin de Encuesta. Varsovia 1930.
Vase, por ejemplo, los datos estadsticos publicados por nosotros en el
art. intitulado: La industria textil en el Reino de Polonia (1831-1865).
Cuadernos Histricos, LXI11, 1956, nos. 4-5, p. 180-199.
Vase: Censo reai en as voivodas de Chelm, Pozrum y Malbork en el
ao 1664, edicin de J. Pankowski, Torun 1938.
J. R utkow skj, La reconstruccin rural en Polonia despus de las gue
rras de mediados del siglo XVII.

20. W . R u ssin sk i , Las capas de la poblacin rural en los principados del

Reino de Prusia en la segunda mitad del siglo X VII. RDSG VI, 1937.
21. Trabajos de W . R u s in sk i , I. G ieystorowa , A. K am inski y S. HosZOWSKJ en: Polonia en la poca de la segunda guerra del Norte, 1655-1660,
t. II, Varsovia 1957, p. 261-434, y J. T opo lsk i , Influencias de las guerras
de mediados del siglo X VII en 1a situacin econmica de la regin de
Podlasie, en: Estudios Histricos. En el 35 Aniversario de la labor

cientfica de H. Lowmianski, Varsovia 1958, p. 309-349. Asimismo, de


Z . G uldon , Consideraciones sobre el problema de. las devastaciones eco

nmicas a mediados del siglo X V II en la regin de Poznan. Escritos


Histricos, XXIV, 1958-1959, p. 63-84.
22. Parecidas a las investigaciones de M euvret , Circulation montaire et
utilisation conomique de la mormaie, tudes d histoire moderne et
contemporaine, t. I, 1947.
23. Rubinsztein lleg a unos resultados asombrosos en sus tentativas de cal
cular el nmero de personas empleadas en los transportes en la Rusia del
siglo xvm .
24. Principal no quiere decir la nica. En el concepto de Rutkowski sobre
la sntesis entraban asimismo, de modo parcial, los temas que se enun
cian en el punto siguiente.
25. Segn la expresin de A. Lerner, ningn presupuesto estatal puede ser
socialmente neutral. E. J a m e s , Historia del pensamiento econmico en el
siglo xx. Vaisovia 1958, p. 576.
26. Ponemos en guardia en este punto contra la suposicin de que la acti
vidad social, a la cual nos referimos aqu, se halle dirigida exclusivamente
hacia el cambio del sistema de reparto de la renta nacional. Pero ste
es, sin embargo, el aspecto que interesa principalmente a la historia
econmica.
27. Volveremos a ocuparnos de estas cuestiones ms adelante, en especial
en el captulo sobre la estadstica histrica y el mtodo comparativo.
28. J. R u tk o w sk i , Indagacin sobre el reparto de la renta en la Polonia
moderna, t. 1: Consideraciones tericas. La clasificacin de las rentas
de los grandes latifundistas, Cracovia 1938.
29. J. R utkow ski , El reparto de la renta en las minas de sal gema bajo
Segismundo Augusto. Poznan 1927.
30. En el captulo sobre la historia de la historia econmica.
31. Y mucho ms sobie Se del cual se consideraba un discpulo.

CAPITULO VI: Microanlisis (!)


1. G rodek: Qu historia es...?

2. Aanold, Historia de los precios en la antigua Repblica polaca, en


Recuerdos del VI Congreso de Historiadores Polacos en Vilno, 1935,
t. II, p. 293-295.
3. Empleamos aqu convencionalmente la palabra nacional. Al analizar
las diferentes pocas histricas, las distintas magnitudes sociales y geo
grficas requieren ser indagadas. Ms adelant* volvemos a referirnos
a este problema.
655

4. El estudio de CipoOa es un ejemplo luminoso. Se refiere a la poca carolingq y es un ejemplo magnifico independientemente de sus tesis se
apoyan o no en la ciencia en el cu n o de la polmica ulterior. C. M.
C h o lla , Encor Mahomet et Charlemagne. Lconomie pditique au
secours de VUstoire. Annales 1949, p. 4-9.
5. Sobre las disputas a este respecto en la nueva ciencia econmica,
vase E. James, Historia del pensamiento econmico en el siglo XX,
Varsovia 1958, p. 88, 260, 307 y sig.
6l J . R u t k o w s k i , Bsquedas sobre d reparto de las rentas en a Poloma
moderna. L I, Cracovia 1938, p. 81-91.
7. J. R u t k o w s k i , E s necesaria la teora econmica del sistema feudal?
Infam e de la Sociedad Polaca de Ciencias. 1934, no. 1, p. 44-52.
8.

J. R

u t k o w s k i,

moderna,

Bsquedas sobre el reporto de as rentas en le. Polonia

t . I , R e f le x io n e s te r ic a s .
lo s g ra n d e s la tifu n d is ta s .

La

c la s if ic a c i n d e

la s r e n ta s

de

9. Ibidem. p. 6.
10. M. K n ia t, Importancia econmica de las gravmenes en el campo en la
Polonia del siglo XVIII. Poznan 1930, p. 121-184.
11. J. R u t k o w s k i , Bsquedas... p. 25.
12. Nos hemos referido extensamente a estos problemas en la introduccin
a la obra de R u t k o w s k i . Estudio sobre a historia rural de Polonia en
los siglas XV1-XVU1. Varsovia 1956, p. 5-61.
13. R u t k o w s k i , Bsquedas... p. 40.
14. Ibidem, p. 25.
15. Ibidem.
16. J . R u t k o w s k i , Estadstica profesionti de la poblacin rural en la Polo
nia de la segunda mitad del sigfo XVI, PAU. L 61, Cracovia 1918; W.

Las capas de la poblacin rural en los principados de las


voivodas occidentales de la Corona en a segunda mitad del siglo XVII,
RDSG V, 1936;
E . K o z l o w s k i , Las capas de la poblacin rural en Wielkopolska en a
segunda mitad del siglo XVI, Poznan 1928.
A. M o s o e Ck i , Las capas de la poblacin rund en los bienes del capitulo
de Pobnan en la primera mitad del siglo XVI, RDSG 11, 1933;
W. R u s i n s e i , Las capas de la poblacin rural en los principados del
Reino de Prusia en la segunda notad del siglo XVII, RDSG, VI, 1937.
Vale la pena ir que Rutkowski quiz sobrestimara el grado de uti
lizacin del trabajo asalariado en las haciendas polacas de los siglos xvii
y xvui.
R u t k o w s k i , Bsquedas..., p . 81-90.
ibidem . p. 8-10.
'
RDSG, 1, p. 218-224; II, 1932-1933, p. 619-628.
Planteamos con todo detalle este problema en la ponencia del Congreso
de Wroclaw del ao 1948 (Recuerdos... L 1, p. 391).
Contrariamente a Kniat no evaluamos esos porcentajes exactamente al
0,1 %. Ms adelante, en el captulo sobre la estadstica histrica, que la
evaluacin de las cifras con una exactitud mayor que lo que permite el
mismo material documental en el cual se hallan asentadas es inadecuada.
S. G rabski, Esbozo del desarrollo de las ideas socio-econmicas en
Polonia desde el primer desmembramiento hasta 1831, t. 1, Cracovia
1903, L 11, Revista Polaca, Cracovia, 1905-1906.
Por ejemplo B. Puczynsk, La economa de las grandes haciendas a
comienzos del sigio XIX segn el libro de cuentas de los Smarzewski
de Moczerady en 1798-1*28, RDSG, IV, 1935, p. 71-104.
Por ej., A. T a jln a w s k j, L a obra econmica de Jan Zamoyski, Bs
quedas en lomo a la historia econmico-social, no. 18, Lvov, 1935. Asi
mismo el libro de J. L e s k ie w ic z d w a , Los bienes rurales en la poca
de la economa feudal de la servidumbre en los siglos xvt-xix, Bsque
das sobre la historia del campo polaco, no. 5, Wroclaw 1S>57; est b a sa
do en el a n lis is de las propiedades que pasan de una mano a oua

J akobcyk,

17.
18.
19.
20.
21.
22.

23.

24.
25.

656

26.
27.
28.
29.
30.

n el creo de ios siglos. Tal atalkis justifica ta necesidad (Ma el c*


junto del cuadro.
K u ik o w s k i, Bsquedas..., p. 87.
W. k u l a , Esbozo sobre las manufacturas polacas en el siglo XVIII.
K . Z u b y k , La economa de las fincas s e o r i a l e s a finales del s. xvm ,
en: Estudio de la historia social y econmica dedicdo al prof. dr
F. Bujak. Lvov, 1931, p. 227-261.
Gastos monetarios en relacin con la suma de los gastos monetarios y el
valor del trabajo de los campesinos.
La cuestin del papel del dinero en el consumo cotidiano en los medios
de la pequea y media nobleza rural fue objeto de un debate entre
Korzon y Smolenski. Smolenski critic la generalizacin de Korzon segn
la cual la economa haca vivir y vesta al noble casi sin ningn gasto
monetario. Smolenski, pora fundamentar sus reservas, argumenta citando
las cuentas domsticas de la familia de Toms Lacki, que hered una
aldea de una quincena de casas cerca de Wlocawek. Las cuentas van
de 1792 a 1795. Para una familia numerosa se gasta una suma en met
lico de 142U0 zlotys, pero en ella se incluyen 4300 zlotys que percibe
nna hermana como pensin. Quedan pues para el consumo 3300 zlotys
al ao. Por desgracia, Smolenski no da el reparto concreto de los gastos,
limitndose a sealar que en el ano 1793 se han gastado para la mesa
y otras atenciones de la existencia 438 zlotys con 27 groszys, mientras
que se han invertido 2.261 zlotys con 3 groszys para ia vestimenta, e
pago de los servidores, ios impuestos y los aperos. Por la dificultad de
incluir en el consumo los gastos fiscales y de los aperos, los datos de
Smolenski no confirman mucho su tesis (W. Sm olenski , La historia
interna de Polonia bajo Estanislao Augusto, editado por vez primera en
el Ateneum, aos 1883, 18S4 y 1887; del mismo autor: Escritos histricos,
t. 111, Cracovia, 1*A)1, p. 22, 28 y 29).
Korzon seala tambin, despus de J. S. D e m b o w s k i (Sobre las impo
siciones, Cracovia 1791) los gastos medios de un noble que tiene una
renta de 5U00 zlotys y que vive soltero en una aldea, y que habran de
establecerse como sigue:
Carne: vaca, ternera y aves; por lo menos cada ao 418 zl. 22,5 gi
Cerveza
48
Vino, caf, azcar y especias
475
Candelas
174
Ropa y calzado
1032
Tabaco
84
Servidores
1672
3903
(T. K o r z o n , Historia interna..., T. II, p. 104.) Los gastos que el que
vive en la ciudad o la aldea debe casi siempre sufragar en metlico, es
decir el vino, las especias, el tabaco, la ropa y el calzado, representan
en este caso apenas 1591 zl. 6 gr. (el 40 % de los gastos generales) y el
que vive en el pueblo a buen seguro que compra menos cosas de este
gnero. Para el que vive en la dudad son ruinosas las necesidades de la
servidumbre) el 43 % del total de los gastos (que en una aldea se sufragan
sin recurrir al dinero).
jarosz Kutanski (F. S. Jezierski) nos habla por ltimo de un pequeo
noble de la regin de Fodlasie, que cuando haba comprado el hierro,
los utensilios domsticos, los aperos agrcolas, el calzado y la sal, se li
beraba de todos los demls gastos domsticos (F. S. J e z i e r s k i , Obras
escogidas, edicin S. Skwarczynski, Varsovia 1952, p. 87). De los gastos
de consumo slo quedan en este caso el calzado y la sal. Es verdad que
el autor desea mostrar el cuadro de la economa primitiva de un hidalgo
provincial.
El naturalismo de la economa feudal se manifiesta a cftda paso, lam a
si leemos los registros de cuentas como la correspondencia de carcter

657
XC

100. 42

31.
32.

33.
34.

econmico nos hallamos siempre con la regla de oro del buen administra
dor: evitar los pagos en dinero. Al leer los inventarios se tiene la sensa
cin de una obsesin al ver con qu pietismo se anota cada detalle en
las cuentas (W. K ula, Esbozo sobre las manufacturas, p. 70-71). Cada
objeto por el que haba que pagar en dinero escribe Baranowski con
respecto a la nobleza de Podlasie tena un valor especial; no se vaci
laba en incoar un proceso e incluso en apelar al rey con motivo de un
par de haches o de una tela encarnada. 1. T. Baranow ski , La regin dt
Podlasie en vsperas de la Unin de Lubtin, Revista Histrica, Vil,
p. 53-54.)
Federico Mauro lleg ltimamente a unos resultados anlogos: Le Portugai et Atlaniique au XVH -e sicle, Pais 1960, particularmente en las
p. 213 y sig.
Todo cuanto aqu hemos dicho acerca de las sociedades campesinas
investigadas por el etnlogo corresponde en sumo grado a lo que dicen
los historiadores al referirse a la vida econmica en la Edad Media
(R. h iR T H , Elements of Social Organization. Londres 1951, p. 137).
D. T h o r m e r , The Relevance of the Theory of the t'irm to Production
by Peasant touseholds; este material, no editado an, nos ha sido faci
litado amablemente por su autor.
O. K. U adgil y V. K. G adgil , A Survey of Farm Business in Wai Talu
ka, Gokhaie lnstitute o Poiitics and Economics, Poona 1940.

35. A esta m ism a conclusin lleg W. L en in , M uevo m ovim iento econm i


co en la vida del cam pesino, Obras, t. 1, p. 32-33.

36. Porque el campesino no incluye en el calculo ni el beneficio medio del


capital ni la enta; que no es cierto que no cuente su trabajo sino que
por el contrario es lo nico que cuerna ya lo aclaro Marx ew t i Capital,
t. 111, 2, p. 384-385. Lenin escribe con mucha claridad sobre el problema
de por cuanto tiempo el campesino no ha de contar en sus clculos con
la renta y el beneficio y que siempre de cualquier foim a cuenta su tra
bajo: El capitalismo en la economa agrcola, en Obras, t. IV, p.
122-123.
37. M. M. Postan, en sus conferencias en l'cole Pratique des Hautes tudes
de Pars, expuso en 1961 de un modo interesantsimo la importancia de
la comercializacin obligatoria en las aldeas inglesas del medievo:
o bien el campesino come a saciedad y no vende casi nada o cuando le
aumentan la renta de la tieria, vende y se muere de hambre.
38. H. C o r s t e n , Hunden Jahre deutscner Wirischaft in Fest- und D en
schrijten, Colonia 1937. Es un compendio de literatura apologiico-hagiogrfica muy til.
39. Se refiere a ella H. L arson , Guide to Business History. Materials for
the Study of American Business History and Suggestions for tfieir Use.
Cambridge Mass. 1948; A. R e d l ic h , American Business History Viertel-

jahrschritt fui Sozial und Wirtschalisgeschichte, XXXVlfl 19M, p. 247


259; A . C habert , De quelques tendances recentes de l'histoire conomi
que amricaine: Les Business and Entrepreneurship Histories, Revue
d Histoire conomique et sociales, XXX11, 1954; A . M aczak, Business
History K. H. LX11I, 1956, p. 269-283. El mejor anlisis es el de G.
M o r , Prernesse e impicazioni di una recente specializzazione stoiiogrfica
americana: la Entrepreneurial History, Sludt Stonci, 1, 1959-1960,

no. 5, p. 755-792. Interesantes observaciones sobre la ideologa de


Business H istory , por P. B a r a n e n t t desarrollo de la economa poltica
Varsovia 1958, p. 143 y 209-210.
40. Expuesta de modo particular en su obra ms antigua: La teora del de
sarrollo econmico, Varsovia 1960 (primera edicin alemana en 1912).
Para el uso de la historia econmica Schumpeter expone sus conceptos
principalmente en los dos artculos: The Creative Respons in Economic
History Journal of Economic History, V il, 1947, p. 149-150 y et
Theorical Problems of Economic Growth, ibidem, Vil, 1947, supl
ment, p. 1-9.
41. L. G irard , Histoire des Entreprises. Xl-e Congrs International der
658

Sciences Historiques, Estocolmo 1960, Rapports. V, pagina* 97-106


42. Aun cuando tiene razn Maczark (op. cit. p. 283) al mostrar la genea
loga alemana que es ms antigua.
43. N. S. B. GrS, Busines and Capitalism. An Introduction to Business
History, Nueva York 1939 y del mismo: Are You writing a Business
History? Cambridge Mass.
44. Despus de la contienda y en particular a comienzos de la guerra fra
la lucha ideolgica fue viva en los EE UU en torno a la tendencia
de la Business History. Algunos historiadores no escondieion su desagra
do en relacin con los monopolios. Esto provoc ms de un ataque
contra ellos. Vase O. L ange, El marxismo y la economa burguesa,
Polityka, II, 1957, no. 9 (53).
45. A. H. C ol , Entrepreneurship as an Area of Research, Journal of
Economic History, VI, 1946, suplemento Task; del mismo autor:
Business History and Economic History, V, 1945, supl. y del mismo autor:
Entreprise in its Social Settling, Cambridge Mass. 1955 (esta obra com
porta una bibliografa especial).
46. M aczak, op. cit., p. 274, al parecer no discierne las diferencias que exis
ten entre la escuela de Col y la de Gias.
47. M. Bloch , Culture historique et action conomique. A ptODOs de l'exemple amricain, Annales, 111, 1931, p. 1-4. Es caracterstico que An
nales publique en ese mismo tomo un artculo de Gras (Les affaires et
'histoire des affaires) ibidem, p. 5-10, considerando como indispensa
ble hacerle preceder de todas las consideraciones crticas de Bloch.
48. Les altitudes sociales, l action des entrepreneurs et le dveloppement co
nomique. Blletin "International des Sciences Sociales, VI, T954, p. 284
291 (resumido); lo mismo in extenso en: Economic Progress, Papers and
Proceedings of a Round Table Held by tlie International Economic Association, edicin L. Duprez, Louvain 1955, p. 307-329 y en: Lxploraiions

in Entrepreneurial History, VI, 1953-1955, no. 1, p. 1-19.


49. Voces polmicas de T. C. Cochran, D. S. Landes, J. F. Sawyer y res
puesta de Gerschenkron en: Explorations, VI, 1953-1954, p. 111-120,
181-183, 245-297; VII, 1954-1955, p. 111-120.
50. Para la actitud de Parsons en su expresin ms amplia y nueva, vase:
T. P arsons y N. J. Sm elser , Economy and Society. A Study in hte
Integration Economic and Social Theory, Londres 1956.
51. C habert , op. cit. p. 1%.
52. T. S. A sh to n , Le dveloppement de lIndustrie et du commeice anglais
au XVIII-e sicle, X Congrsso Internationale di Scienze Storische, Relazioni, t. IV, Florencia 1955, p. 279. Compartimos aqu la terminologa
caracterstica de Ashton. Se trata de su intencin fundamental expre
sada con la tpica discrecin inglesa pero con mucha claridad.
53. L. Beu tin , Einflirung in die Wirtschaftsgeschichte, Colonia, Graz 1958,
P- 32.
54. Vase sobre ella lo que se dice en el captulo 1.
55. La ejecutoria del Business y de la Entrepreneurship History es muy
considerable cuantitativamente. Sobre ella nos orientan mejor las revistas
especializadas de las cuales han existido y siguen existiendo una serie:
1, Journal of Economic and Business History, edicin L. F. Gay y N.
S. B. Gras 1928-1932, 4 tomos; 2, Bulletin of the Business Historical
Society, difundido desde el ao 1927, y a partir de 1954 con el ttulo de:
The Business History Review; 3, Explorations in Entrepreurial History,
1948/49, 10 tomos; 4, Busines History, edicin Business Archive
Council, desde el ao 1958; 5, Histoire des Entreprises. se edita
desde 1958 (el anuario de 1957 sali a multicopista); 6. Tradition.
Zeitschrift fr Finuengeschichte und Umernehmerbiographie, edicin W.
Treue, se publica desde 1956. Entre las revistas mencionadas la primera
y la tercera no se publican, la cuarta, quinta y sexta han aparecido hace
unos aos. Si nos es permitido dar nuestra opinin, entre todas ellas
Tradition nene el ms acusado carcter apologtico.
La bibliografa sobre el tema en cuestin puede encontrarse en revistas

659

mencionadas, en los informes ya citados en especial el de G. Mori,


vase la nota 39 y en los libros, especialmente el de A. H. Coles.
56. W. K ula, Esbozo sobre las manufacturas..., t. I, p. 5, 18-19.
57. Tiene un carcter precursor a este respecto, por ej., el trabajo de S. G.
S tru m ilin , El factor tiempo en la proyeccin de las inversiones indus

triales, edicin de Izwiestii AN SSSR, 1946, no. 3, en Problemas de la


Economa Poltica del Socialismo en la URSS, Varsovia 1948, p. 182-214.

Ln el curso .de los ltimos quince aos se ha publicado en tom o a este


problema una literatura considerable y acumulado muchas experiencias
trascendentales.
58. En especial los trabajos de la escuela de Keynes, encabezados por Joan
Robinson.
59. W. K ula, Histoire et Economie. La longue dure, Annales, 1960 no. 2,
p. 294-313. Al postulado enunciado en este artculo se refiere el no. 5
Histoire des Entreprises (1960) dedicado por entero al anlisis de las
empresas en las condiciones de la competencia imperfecta.
60. W. K ula , Esbozo sobre las manufacturas. Ya Marx llam la atencin
sobre el hecho de que la demanda de trabajo en el feudalismo crece
con ms rapidez que la oferta (El Capital, t. 1, p. 797). Tambin Lenin
afirma que el trabajo asalariado del campesino estuvo mejor pagado
antes de 1861 que despus. (Quines son los amigos del pueblo?.
Obras, t. 1, p. 256).
61. W . K ula , L a m agnitud y el re p a rto d e la Tenta en el sistem a feudal,
e n : Recuerdos del V il Congreso General de los historiadores polacos
en Wroclaw, t. 1, 1948, p. 389-392 y del m ism o a u to r: Esbozo sobre

las manufacturas... ibidem.

62. B. P uczynski , op. cit.


63. T o r z e w sk i , Dilogo sobre el arte de fabricarse el vidrio de quemar las

potasas y de fundir el hierro... en Berdyczowie. Ao 1785.


64. W. K ula , Esbozo sobre las manufacturas..., t. 1 p. 210-211.
65. Como lo postulaba en una discusin con nosotros en Pars, C. E. La
brousse.
66. R u tk o w sk i , Bsquedas..., p. 66-68.
67. R u tk o w sk i (op. cit., p. 68) se opone justamente a la realizacin del

clculo de las grandes propiedades sobre la base de la estimacin de los


bienes muebles e inmuebles; aun cuando esto fuera realizable se llegara
a unas cifras enteramente ajenas a las relaciones de la poca de las
cuales las gentes no tenan conciencia en la organizacin de su vida
econmica y que por lo tanto no podan influir en el curso de la vida eco
nmica. Esta tesis es justa aunque pudiera dudarse si se halla bien
fundamentada.
68. W . K ula , Esbozo sobre las manufacturas.

69. Esta

c u e s t i n t a m b i n p u e d e a c l a r a r s e si se q u i e r e con l a s categoras
m a r E i a l e s : e l e l e m e n t o aije e n t r a e n l a D e d u c c i n s i n D p s e e r u n Djecio

'#0.
71.

72.
73.

en el mercado podemos considerarlo como un factor supeifluo y que por


lo tanto en el clculo de los costes es igual a cero.
Oscar L ange, La economa poltica.
W. K ula , Magnitud y reparto de la renta...; del mismo autor: Introduc
cin al estudio de la historia del campo en los siglos X V l-X V lIl\ del
mismo autor: Los privilegios sociales y el progreso econmico. Revista
sociolgica, IX, 1947 p. 169-204.
O. N eubert , En el pas de los faraones, Varsovia, 1959, p. 68.
Keynes, llev a cabo la observacin de este fenmeno que lo condujo
a formular el concepto de propensity to liqtd. J. M. K eynes , Teora gene
ral del empleo, la renta y el dinero, Varsovia 1956, en particular el captulo
xv. Los economistas americanos conocen el proverbio: Al caballo se
le puede llevar a la cuadra, pero no obligarle a que beba, es decir, que
aun cuando la poltica econmica haya creado las condiciones favorables
al clculo inversionista ello no significa de que tal inversin sea realizada
por el capitalista.

74. W. K ula , Esbozo sobre las manufacturas.

660

75. Este es un fenmeno muy frecuente en Polonia

finales del m j :1o x v i


Melchior Walhach. De
la historia de un mercader varsoviano del siglo XVI. Varsovia 1955.
o del siglo

xvm .

Vase por ejemplo a

eckow

76 . La nica tentativa de anlisis histrico sobre la eficiencia de las inversio


nes en la ciencia polaca es la obra de A. J e z i e r s k i , Monografa hist
rico econmica de las empresas de fundicin en los aos 833-1843; en:
La economa minera y metalrgica en el Reino de Polonia, 1831-1864.

Varsovia 1958. Es caracterstico para la situacin de nuestra crtica cien


tfica que el autor de este trabajo habla de l como si se refiriera al
tema de unos mtodos de investigacin ya establecidos. (RDSG XXI,
1959, p. 275.)
77. W. K ula, Esbozo sobre las manufacturas.
78. R u t k o w s k i , Historia econmica de Polonia, t. 2, p. 258, calcula este

coeficiente en relacin con la segunda mitad del siglo xix, estimando


para Varsovia en el ao 1882 una magnitud igual a 0,045.
79. Esta diferencia ocasion serias disensiones en los resultados globales
hasta en la Polonia del perodo de entre las dos guerras. Vase W.
r a w s k i , El parcelamiento agrario en relacin con as estructuras, as
coyunturas y os momentos de la historia de Poonia, Ekonomista

1936, p. 16-52.
80. La produccin por los latifundistas de trigo para el mercado que se
desarrolla, en particular en el ltimo perodo de la existencia de la ser
vidumbre, y de la sujecin de los campesinos era ya un anuncio de la
cada del viejo sistema. L e n i n , El desarrollo del capitalismo en Ru
sia, en: Obras, t. 3, p. 158.
81. F. M auro, Le Portugal et l Atlantique au XVIIme siecle, Pars 1960,
parte 2a. captulos III y IV.
82. F. M auro, Thorie conomique et Histoire conomique, Recherches et
dialogues philosophiques et conomiques no. 4. Cahiers de lInstitut
de Science conomique applique, edicin F. Perroux no. 79, 1959,
p. 62-64.
83. Ibidem, p. 64.
84. W a l e k - T . C z a r n e c k i , Historia econmica del Mundo antiguo, t. 2: Grecia-Roma-VaTsovia 1948, p. 107. Los razonamientos del autor sobre el
hecho de que el nivel de vida del esclavo de tica el siglo iv era ms
alto que el del obrero polaco en el 1937 no parecen importantes.
85. Vase sobre el clculo del trabajo del esclavo: C. M arx, El Capital,
t. I, p. 581 y t. II. p. 388.
86. El problema de la rentabilidad de la economa esclavista fue desde hace
mucho tiempo una cuestin de litigio en la ciencia. En: Die Sklavenwirtschaft im modernen Amerika und in europeischen Altertume, Zeitschrift fiir Sozial u. Wirtschaftsgeschichte, IV, p. 67 y sig., A. Loria,
adopta una actitud extremada al afirmar que el trabajo esclavista en las
colonias era improductivo, no rentable y que las hecatombes dfc negros
no beneficiaban ni siquiera a los europeos. W. S o m b a r t . critica esta
postura en: Der moderne kapitalismus, t. I. capitulo 2, Munich 1919,
p. 703 y sig.
87. En el capitalismo la actividad de una firma se ajusta a la actividad de
las dems firmas o va en contra de sta. Vase: R. R. W o h l , The Sigrficance of Business History, Business History Review, XXVIII, 1954
no. 2. p. 128-140.
88. B. G i i .l e . Recherches sur la formation de la grande entreprise capitalisie
1815-1848, Pars 1959. p. 8.
CAPTULO V il: Microanlisis (2)

1- F. Le P l a y , Les ouvriers europens, Pars 1855. El belga Ducpetiaux


coetneo de Le Play. es el autor de: Budgets conomiques de la classe
ouvriere en Helgique, Bruselas 1855, ampliamente utilizado por Marx
(p. ej. en El Capita!, i. I, p. 725).

2. Autobiografa de Engel en Handwrterbuch der Sinatswisrn-\c/iafien,

661

5, p. 539 540. Vase igualmente: S. Bauer, Konsumtion (nach Sozialklassen). en Handwrterbuch der Staatswissenschaften, t. III.
3. Tours 1877. t. IV, p. 551-568.
4. W. K ula, Anlisis de los presupuestos familiares. Limites histricos de
aplicacin de los mtodos, Ekonomista, 1949 nos. 1-2, p. ]68-181.
5. W. K ula. Reflexiones sobre la historia.
6. En la ciencia polaca escribi sobre las mismas antiguamente Simn
E streicher, Legislacin contra el despilfarro en la antigua Cracovia

Anuario cracoviano, t. I, 1898, p. 102-134. ltimamente tambin escribi


sobre ese problema S. G rodziski, Algunas consideraciones sobre la le
gislacin contra el despilfarro en la antigua Polonia. Artculo de discusin,
en Cuadernos Cientficos de la Universidad Jagellnica de Cracovia.
Facultad de Derecho, cuaderno V. 1958 no. 20, p. 67-86. En la literatura
extranjera se ha escrito mucho sobre el lujo, la teora de este fenmeno,
"ii'; manifestaciones histricas y las tentativas de combatirlo: Cari Brinkvan en: Encyclopaedia of Social Sciences (Seligman), t. IV, p. 624-628;
Wilhem Roscher, Uber Den Luxus. En el compendio Ansischten der
I olkswirtschaft, t. I, III edicin. Leipzig 1878, p. 103-203; H. J. L.
Baudriart, L'histoire du luxe priv et public depuis l Antiquit jusqud
nos jours, t. 4. segunda edicin, Pars 1880; Wemer Sombart, L u x u s
und Kapitalismus. Munich 1913; T. Veblen, The theory of the Leisure
Class: Cari Landauer, Die Theorien der Merkantilisten und der Physiokraten iiber die konomische Redeutung des L u x i i s , Munich 1915;
\ . G a ffio t, La thorie de Luxe daa l oeuvre de Voltaire Revue d histoiic conomique et ^ocale, XIV (1926), p. 320-343: R. I. Macbride.
l.uzurx as a Social Standard, Nueva York. 1915; J. M. Vincent, Sumptunry Lc.eHation. Encyclopaedia of Social Sciences (Seligman), t. XIV.
p. 464-466: E. Gizandias, tude Historique sur les lois somptuaires,
Poitiers 1960: P. Kraemf.r, Le luxe et les lois somptuaires au Moyen Age,
Pars 1920: F. E. Baldwin. Sumptuary Legislation and Personal Reguhuion in England ; John Hopkins. Studies in Histrica! and Political
Science, University. serie 44, no. 1. Baltimore 1926; K. E. G reen field .
Sumptuary laws in Niirnberg. serie 36, no. 2, Baltimore 1918; A. M orize,
L apologie du luxe au XVIIl-em e sicle. .Le M ondain et les Sources,
Pars 1910; W. H oopfr, The Tudor Sumptuary Laws, English, Histrica!
Review, XXX (1915). p. 433-449; J. Sch w arten, Verordnungen gegen
Luxus und Kleiderpracht in Hamburg Zeitschrift fr Kulturgeschichte.
VI (1889), p. 67-102 y 170-190; M. M. N ewett, The Sumptuary Laws
of l'cnice in the XIVth and XVtli Centuries, en: Historical Essays,

edicin T. F. Tout y J. Tait. Londres 1902. p. 245-278.


7. Los investigadores de las leyes suntuarias no suelen reparar en que tam
bin existi, aun cuando en menor grado y menos necesaria, una legisla
cin. prohibiendo el elevarse por encima de su estado paia no avergonzar
a s te . J. K u l i c h l r , Allgemeine Wirtschaftsgeschichte des Mittelalters und
der Neuzeit, mil der Einleitung von prof. dr. J. Kuczynski, t. I, 1954,
p. 179-180.
8. J. M. V incent, Sumptuary Legislation, Encyclopaedia of the Social Sciencies (Seligman), t. XIV, 1949. p. 464.
9. E. H. N orman, Japans Emergence as a Modern States, Nueva York
1946. p. 15.
10. W K ula. Esbozo sobre las manufacturas, p. 376-379. La nobleza polaca
exiga a menudo la promulgacin de leyes suntuarias contra la burguesa,
li'i difcil decir si no queia verse avergonzada por el fasto de sta o si
es que ingenuamente se imaginaba que al privar a la clase media de
los productos de lujo, ella misma podra comprarlos ms baratos o ambas
cosas. Szelagowski llama la atencin en especial sobre el hecho de que el
burgus poda liberarse de dicha prohibicin pagando una cierta suma
de dincio. (A. Szelagowski, El dinero y el cambio de los precios en los
siglos X V I ; XVII en Polonia, Lvov 1902, p. 39.)
11. G rodziski, op. cit.: listo deba redundar al mismo tiempo en beneficio
de la hacienda municipal,
0 62

12. Existe una abundante literatura con respecto a la Reforma y el Capi


talismo : Weber, Troltsch, Tawney, Fanfani, Samuelson y otros.
13. S. P e p y s , Diario.
14. C. B r in k m a n , Luxury, Encyclopaedia of Sodci Sciences (Seligman),
t. IX, 1949, p. 634-638.
15. W. S o m b a r t , L uxus und Kapitalismus, Munich 1913.
16. B. B a r a n , La economa poltica del desarrollo, Varsovia 1958, p. 151-152
y 186-187.
17. Henri H auser. Recherches et documents sur lhistoire des prix en Franct
de 1500 1800, Pars 1936, p. 82; F. H eyek, Capitalism and Historians.
Londres 1954, p. 151 (concepto expresado por Ashton).
18. En la ciencia polaca el anlisis de los presupuestos familiares y el esta
blecimiento de las bases para los ndices de los costes de manutencir
cuentan con una rica ejecutoria. He aqu aleunas obras ms destacada'
y va clsicas: B . W a s n i e w s k i : ( K . K r z e c z k o w k i : Las condiciones e
vida y de trabajo de los obreros de la industria del azcar en el Reino
de Polonia, Varsovia 1911; Las condiciones de existencia de los obreros
en Varsovia, Lodz y la Cuenca de Dabrowa a la luz de la encuesta del
ao 1927. Varsovia 1929 (Trabajo colectivo del Instituto Central de Es
tadstica): L . L a n d a u , El paro obrero y el nivel de vida de la poblacin
de los banios obreros de Varsovia (Instituto Central de Estadstica),

Varsovia 1936.
19. Cuando en su crtica a las investigaciones de la escuela de Buiak A m o l
se sirvi del presupuesto elaborado sobre la base de una fuente inestima
ble hallada por l: el libro de cuentas domsticas de 1723-1724 del m e r
cader varsoviano Zieleniewicz. Bujak en una discusin mantenida en el
Congreso de Vilno le contest no sin razn que se trataba del presu
puesto de un despilfarrador y un borracho, pero si no fuera por estas
causas no e hubiera encontrado ya que fue a parar al archivo d e l Estado
a consecuencia de su... bancarrota. (S . A r n o l d , Historia de los precios
en la antigua Repblica Polaca, en: Recuerdos del VI Congreso Gene
ral de Historiadores Polacos en Vilno, t. II 1935, p. 293-295).
20. J. Wisniewski, Consideraciones sobre el clculo del ndice de los pre
cios en los largos perodos de tiempo, en Recuerdos del VI Congreso
General de los Historiadores Polacos en Vilno, t. I, 1935. p. 129, 132
y Arnold. op. cit.
21. Ibidem.
22. Esto lo percibi Winiewski en su calidad de especialista de la Estadstica,
pero su declaracin parece que pas desapercibida.
23. Sobre los errores en sus mtodos vase el captulo sobre las estadsticas
de los precios, en el prrafo relativo al anlisis de los precios en Polonia
24. S. H o szo w sk i , Los precios en a ciudad del Lvov de 1701 a 1914. -Lvo*
1934. p. 193.
25. S. H o szo w sk i , Los precios en la ciudad del Lvov de 1701 a 1914. Lvov
1934, p. 193.
26. Debe ser: 121.
27. No se sabe cmo se obtuvo esta cifra. Si en aquel decenio no se conoca
el nivel del ndice del coste de la ropa y hubo que ponderarlo de algn?
manera, en ese caso, el ndice del coste de vida tena que ser ms bajo
Si slo se tuvieron en cuenta dos grupos de artculos, en ese caso ascen
dera a 3.008. Magnitud ms aproximada ya que la cifra de 2460 se
obtiene a travs de la multiplicacin de los dos grupos de artculos poi
su coeficiente verdadero y la divisin del resultado por cien (en lugar di
la suma del supuesto, es decir por 82), lo que es un error aritmtico.
28. Debido a la confusin a la cual nos hemos referido en la nota anterior
la estructura para este decenio est calculada de una forma insegura.
29. S. H o szo w sk i . Los precios en la ciudad de Lvov de 1701 a 1914,
p. 193.
30. G. L uzzato, II costo della vita a Venezia nel Trecento, en: Stori

662

dell Economa Italiana. Saggi di Storia Econo mica, a Cura di C. Cipolla

t. I, Turn 1959, p. 409-424.


31. G. Aleati y C. M. Cipolla, Contributo alia Storia dei Consum e de
costo della vita in Lombardia agli inizi delleta moderna, en: Hommag<
L. Febvre. ventaii de Vhistoire vivante, t. II, Pars 1953, p. 317-341.
32. S. A rnold, Historia de los precios en la antigua Repblica Polaca
en: Recuerdos del VI Congreso de Historiadores Polacos en Vilno, t. II.
1935, p. 293-295.
33. R. Z ubyk, Las grandes haciendas a finales del siglo xvm , en: Estw
dios sobre la historia social y econmica dedicados al profesor doctor
F. Bujak, Lvov 1931, p. 227. 261; B. P uzynski, Las haciendas agrco
las a comienzos del siglo X IX , sobre la base del libro de cuentas de los
Smarzewskich de Moczerad, 1798-1828, en: RDSG. IV, .1935, p. 71-104.
34. S. R ostworowski, Qu compraba el noble polaco en Gdansk? Anuario

de Gdansk VII-VIII, 1933-1934, p. 348-354.


35. N. A ssorodobraj, Los comienzos de la clase obrera, Varsovia 1946,
cap. III, p. 100-118.
36. S. K owalska, El presupuesto familiar de un obrero de las empresas
metalrgicas de Brodach en el ao 1865, K. H., LXIV, 1957 no. 3,
p. 100-105.
37. J. K u czy n sk i , Die Keschichte der Lage der Arbeiter Unter dem Kapitalis-

mus, VI edicin, Berln 1954-1956, 8 tomos en 14 volmenes.


38. H . R igaudias -W e is s , Les enqu&tes ouvrires en France entre 1830 et

1848, Pars 1936.


39. S. Somogyj, Cento anni di bilanci familiali in Italia, 1857-1956, Institute
Giamacomo Feltrinelli, Annali, anno secondo, 1959, Miln 1960,
p. 121-263.
40. W. W. Ber wi-FXf.ROw Sk i , Izbrannyje ekonomiczesfdje proizwiedienja w
dwuch tomach, Mosc 1958-1959. El tomo primero contiene la obra fun
damental del autor Situacin de la clase obrera en Rusia en el ao
1869. Vase tambin G. P odorow, La obra econmica de W. W. BerwiFlerov-'ski, Mosc, 1952.
41. E. H. Brown P helps y Sheila V. H opkins, Seven Centuries of Building
Wages, Economica XXII, 1955, p. 87.
42. E. H. Brown P helps y Sheila V. H opkins, Seven Centuries 'of the
Prires of Conmmables ComDared with Builders Wage-rates, Economica
XXIII, 1956, no. 92, p. 296-314.
43. E. H . Brow n P h e l ps y Sheila V . H o pk in s , Wage-rates, and Prices.
Evidence ror Population Pressure in tre Sixteenth Centurie, Econom ica
XXIV 1937 no. 96. P ars, d os tom os, 1876-1878.
'

44. Abate H anauer, tudes conomiques sur l Alsace ancienne et moderne,


p. 289-306.
45. Vicomte dAvenel: Los autores que aprecian las crticas hechas a
dAvenel se suman a la crtica de su obra presentada por Simland (Recherches ancisnnes et nouvelles sur le mouvement gnral des prix, Pars
1932. p. 122-125), reconociendo que los datos regionales sobre los precios
en el Poitou son ms homogneos pero representan grandes esperanzas
en la riqueza cuantitativa de los materiales de dAvenel. En ltima instan
cia su confianza se halla fortalecida por la concordancia de los resulta
dos obtenidos con los resultados de Inglaterra y de Alsacia (Wage-rates
and Prices..., p. 291-292).
46. T. M althus, Principies of PolUical Economy, segunda edicin, 1826,
p. 240.
47. T. R ogers, Six Centuries..., p. XIX.
48. C. M arx, El Capital, t. I, p. 662 y 733.
49. E. H. Brown P helps y Sheila W. H opkins, Wage-rates and Prices...,
p. 289.
50. B. W asnipwski (K. Krzeczkowski): Las condiciones de vida y de traba
jo de los obreros de a industria del azcar en el Reino de Polonia.

51. S. R ychunski, Anlisis monogrfico y descriptivo de la existencia de

664'

52.
53.
54.
55.

los obreros en Polonia. Estadstica del Trabajo, Oficina Central de Esta


dstica, III, 1931, Cuaderno 3.
T. S z t u r m - d e Sztrem, Un nuevo m todo de clculo del ndice del coste
de vida de las familias obreras. Estadstica de los precios, Oficina Cen
tral de Estadstica III, 1931, Cuaderno IV.
Sobre la bibliografa de sus trabajos vase: L. Landau, Obras escogidas,
edicin M. Kalecki, W. Kula, T. Szturm-de Sztrem, Varsovia 1957.
A. Luszniewicz, Sobre los mtodos de investigacin de los presupuestos
familiares en Polonia en os aos 1920-1957. Esbozos histricos, Varsovia
1959.
H. E. P ipping, The Concept Standart of Liwing, en: Economic Essays
in Honour o f Gustav Cassel, Londres 1933, p. 505-519. Los trabajos so
ciolgicos ms interesantes en el fondo de carcter sociolgico, son la
obra de M. H albwachs, La dasse ouvrire et les niveaux de vie. Recher
ches sur la hirarchie des besoins dans es socits industrielles contemporaines, Pars 1946; y del mismo autor, L volution des besoins dans
es dasses ouvrires, Pars 1933.

56. La revista trimestral de Historia de la Cultura Material le dedica muchs


trabajos.
37. Vase el captulo sobre la comparabilidad.
58. Fijando las cantidades consumidas en los dos pases en c. c. I y en c. c.
II y la estructura de los precios correspondiente en e. p. I y e. p. II,
llegamos a obtener la frmula: c. c. I x e. p. I: c. c. II x e. p. I, o bien:
c ,c. I x e.p. II: c.c. II x e.p. II, con lo que en ambos casos la estruc
tura de los precios se anula (a condicin de que sea la misma estructura),
y obtenemos una relacin de las cantidades consumidas reciprocamente.
59. Vase el ltimo captulo.
60. En una reciente novela sobre la vida en las Universidades americanas la
Ley de Engel tambin juega un papel didctico con ese mismo carcter
(Barr, La escuela de os maridos).
61. M. K. B e n e t t , International Disparities in Consumption Levels, Ameri
can Economic Review, 1951, p. 632-649. El autor hizo una prueba de
este gnero pero menos interesante antes de la guerra. Vase: On Measurement of Relative National Standards of Liwing, Quarterly Journal of
Economics, II, 1936-1937, p. 317-336.
62. He aqu la lista:
1) Total caloras 2) Total caloras otros productos que el trigo
3) Tabaco 4) Mortalidad infantil 5) Mdico 6) Madera para
la construccin 7) Cemento 8) Consumo domstico de energa
9) Textil 10) Frecuencia escolar 11) Envos postales 12) Cine
13) Transportes Ferrocarril 14) Energa de transporte 15) Vehculo*
mecnicos 16) Telfono 17) Energa industrial 18) Ganadera
19) Clima.
63. En lo que se refiere a las obras ms recientes, vase por ejemplo, I. M.
D. Little, A Critique of Welfare Economics, Oxford 1950; K. J. A rrow,
Littles Critique of Welfare Economics, American Economic Review
XLI 1951, p. 923-934; I. M. D . Lm xE, Social Choice and Individual
Vales Journal of Political Economics, LX, 1952, p. 422-432; J. RoThenberg, Welfare Comparisons and Changes in Tastes, American Eco
nomic Review, XLIII, 1953, p. 885-890.
64. S. Schoeffler, Note on Modern Welfare Economics, American Econo
mic Review, XLII, 1952, p. 880-887.
65. Little tiene toda la razn en su critica.
66. Sobre su carcter acumulativo vase el captulo sobre la demografa.
67. S. K u z n e t s , Underdeveloped Countries and the Pre-Industrial Phasc
in the Advanced Countries. An Attempt at Comparison, Proceedings of
the World Population Conference, Roma 1954 UNO, ses. 26, p. 947-970.
68. P. D eane, Measuring National Income in Colonial Territories, Studies
in Income and Wealth, VIII, 1946. Esta misma investigadora es la auto
ra de una serie de trabajos sobre la renta nacional en Inglaterra en ei
siglo xviu y principios del xix.

665

69. K uznets, op. cit.


70. S. Somogyj, Cento anni di bilanci familiari in Italia, 1857-1956. Instituto
G. Feltrinelli, annali, anno secondo 1959; Miln, 1960, p. 121-263. Esta
obra contiene datos muy interesantes sobre los presupuestos familiares
en Italia en el ltimo siglo. Este trabajo es importante para cada pas
europeo.
71. A . K arbowiak , Las comidas de los profesores de la Universidad de

Cracovia eri el siglo X V . Cracovia.


72. F. Buiak, en el debate mantenido en el sexto congreso de los historiado
res polacos, celebrado en Vilno en 1935.
73. El texto de la encuesta ha sido traducido al polaco por J. Szezepanski,
Problemas de la metodolga de las investigaciones sociales en algunos
trabajos de Marx y de Engels. Pensamiento filosfico, 1952, no. 2

p. 255-259.
74. J. A. K uczynski, Short History o f Labour Conditions under Industrial
'Capitalism, Londres 1942-1946.
75. J. K uczy n sk i . Die Geschicftte der Lage der Arbeiter unter dem Kapitalis
mus. Berln. 1954-1956 (4 vol.).
76. Berln, edicin iniciada en el ao 1960. Hasta la fecha han sido publ>
cados 11 tomos.
'
77. T. S. A shton, Some Statistics of the Industrial Revolution in Britain
Transaction of the Manchester Statistical Society, Session 1947-1948, 14-1
1948; del mismo autor: The Standard of Life of the Workers in England,
Journal of Economic Historv. IX. 1949, suplem. 19-38 as como tam
bin: Capitalism and Historians. edicin F. A. Hayek, Londres 1954
p. 127-159: del mismo autor: The Industrial Revolution, Londres 1948;
An Economic History of England: The 18th Century, Londres 1955;
Le dvelopDement de lindustrie et du commerce anelais au xvin
sicle, en: X Conpresxo Internationale di Scienze Storiche. Relazioni.
Roma 1955. Vol. IV. p. 275-284: Economic Fluctuations in England.
1700-1ROO, Oxford 1959. Acerca del problema es igualmente provechoso
el trabajo de E. G ilboy, Wages in Eighteenth Century England. Har
vard Economic Studies, vol. XLV. Cambridge. Mas. 1934. y The Cos
of Living and Real W azes in Eighteenth Century England, Review o
Economic Statistics, XVIII, 1936, p. 134-143.
78. Captulo sobre la estadstica histrica.
79. A shton, The Industrial Revolution, Oxford 1948, p. 2.
80. A shton, Some Statistics o f the Industrial Revolution in Britain Transao*
tion of the Manchester Statistical Society.

81. El esfuerzo de toda la vida investigadora de J. Kuczynski confiste en


diferenciar ese gran fenmeno histrico, que definimos como el naci
miento de la clase obrera.
82. A shton, Some Statictics...
83. F. E ngels, La situacin de la clase obrera en Inglaterra, Varsovia 1952
84. H. R igai dias-Weiss , Les enqutes ouvrires en France entre 1830 e\
1848. Pars 1936.
85. Por ej.: H M ukerjee, The Indian Working d a s s , Bombay 1951.
86. W. K ula. Bsquedas comparativas sobre la formacin de la clase obre
ra. en: Conferencia Internacional de Historia Econmica, Estocolmc
1960. ParH, The Hague 1960, p. 511-523.
87. Es asomboso cmo en Homero se repite ese apstrofe sobre la tiran
del vientrr. Vase H omero. La Odisea.
88. L. K rzyvicki, Primitive Society and its Vital Statistics, Varsovia 1934
p. 285-290
88a. S. SreniO'vski, El papel del periodo que precede la siega en a economic
(El Reino Polaco a mediados del siglo XIX), Revista Histrica 1957
XLVIII, r 525-551.
89. W. L enin El desarrollo del capitalismo en Rusia. Obras, t. III.
90. H omero, La Odisea.
91. Ibidem.
666

92. C. M arx , El Capital, t. I. p. 101, dice que el cafre estim a la riqueza de


una persona segn el espesor de la grasa que lleva sobre el vientre.
93. F . Braudel (captulo sobre La historia de los precios en Europa en

1450-1750, destinado al Cambridge Economic History of Europe, cuyo


ejemplar dactilografiado agradezco al autor).
94. En la ciencia polaca: B. Baranowski , Los comienzos y la generalizacin
del cultivo de la patata en las regiones occidentales de Polonia, Lodz
1960.
95. F . B raudel , B. Bennassar , R . M androu , J. J. H ermandinquer , His
toire de la vie matrielle, Bulletin no. 2, Annales, 1961, p. 723-771.

96. L'enqute sur le sel, dirige par J. Le G off (texto multic.).


97. Expresin proverbial: Sin dinero a la feria, sin sal para la casa.
98. M. Bloch, conomie-nature ou conomie-argent. ln pseudo-dilemme.
Annales 1939, p. 8-10.
99. El Diario de Samuel Pepys, traduccin de M. Dabowska, Varsovia 1952,
I. p. 424: --.me condujeron al fondo de la bodega de un barco holan
ds de la Compaa de las Indias y me mostraron las mayores riquezas
que un hombre pueda haber contemplado jams. La pimienta se amon
tonaba por todas partes, haba que pasar por encima de ella y llenaba
todos los rincones.
100. El azafrn es en la Polonia moderna uno de los smbolos de la riqueza,
como el oro. Basta citar algunos de los proverbios del Refranero de
J. Karlowicz (VI, 555): El azafrn, el vino y el oro, tanta fuerza
tienen que por ellos muchos perdieron la cabeza (W. Potocki). Cuando
en cap del seor se comen callos con azafrn, cuando a los huspedes
con vino, agasaja, en el acto a su seora se abraza (D. Bratkowski).
De las cuentas de la Corte Real en el ao 1558 (para 48 personas)
resulta que se gastaron 13 libras de azafrn. 160 libras de azcar y
hasta 298 libras de pimienta. Por el azafrn se pagaron 92 zlotys, por
el azcar 59 zlotys y por la pimienta 76 zlotys. En total se gastaron
en condimentos 344 zlotys con 22 1/2 groszys; R. R ybarski. El co
mercio y la poltica de los Vndalos en Polonia en el siglo XVI, Poznan,
1929, II ed. Varsovia 1958.

CAPITULO VIH: El macroanlisis

1. Gregory K ing (1648-1712) autor entre otras obras de Natural Poltical


Observations and Conclusions upon the State and Condition of England,

escrita en el ao 1699. Hasta comienzos del siglo xix esta obra era co
nocida por los fragmentos publicados por Ch. D avenant, Essays upon
the Probable Methods of Making a People Gainers in the Balance of
Trade, Londres 1699. Por ejemplo, Smith slo conoca esos fragmentos.

La obra completa de King fue publicada en 1804 por G. Charmes.


2. S. de V auban (1633-1707) public en el ao 1707 en Pars: Projet d une
dixme royale.

3. En los EE UU, por ej.: Studies in Income and Wealth XII, 1950, ente
ramente dedicado a esta problemtica. En Polonia, se halla ligado coa
estos trabajos el llamado problema del inventario general.
4. Colin Clark, National Income and Outlay, Londres 1937 (cap. X).
5. A. L. B o w l e y . Wages and Incomc in the United Kingdom since 1860,
Cambridge 1937.
6. E. Lindahl, E. D ahlgren, K . K ock: National Income of Sweden, 1861
1930, 2 tomos. Londres 1937.
7. W. Hoffman y J. H. M ufler , Das deutsche Volkseinkommen 1951-1957,
Tbingen 1959. Para Italia: Indagine statistica sullo sviluppo del rdito
nazionale deUItalia dal 1861-1956, Annali di Statistica, anno 86, serie
VIII, vol. 9, Roma 1957. Para Rusia: A. L. Wajnstein, Narodnoe
bogatswo i narodnochozjaistwienie nakoplenje dorewohicjonnoj Rosii, con
una introduccin de S. Strumilin. Mosc 1960.

667

8.

Deane P h y l i p s , Contemporary Estmales of National Income in the First


Half o f the XIXth Century, Economic History Review, Ind. serie VIII
1956, no. 3, p. 339-354; de la misma autora: The Industrial Revolution
and Economic Growth. The Evidence of Early Brtish National Income
Estmales, Economic Development and Cultural Change, V, 1957,

p. 159-174.
9. S. K u z n e t s , Quantitative Aspects o f the Economic Growth of Nations,
Economic Development and Cultural Change, V, 1956, no. 1, V, 1957,
no. 4, VI, 1958, no. 4, VII, 1959, no. 3, VIII, 1960, no. 4, y asimismo
IX, no. 4.
,
10. Schriften des Vereins fr Sozial Politik, t. 173.
11. F. von H a y e k , Scientisme et sciences sociales, Pars 1953, cap. VI.
12. J. R o b i n s o n , La acumulacin del capital, Varsovia 1958, p. 43.
13. Y despus de Colin Clark el popularizador de sus ideas en la ciencia
francesa, Jean F ourasti en numerosos trabajos y en especial en: La
dvilisation de 1960, Pars 1947.
14. S. K uznets, National Income, Endclopaedia of Social Srences, XI
p. 212. Se suman a esta comprobacin M. K alecki y L. L andau en:
Estimadn de a renta social en el ao 1929, Instituto de Investigacin
de las Coyunturas Econmicas y los Precios. Indagadones sobre la renta
sodal en Polonia, t. I, Varsovia 1934, p. 10. B. M inc adopta una pos
tura crtica ante este problema en: Problemas de la renta nadonal, Var
sovia 1950, p. 210-211.
15. N o se puede excluir que con una ulterior evolucin y a medida que se
desarrolla la uniformidad de los aranceles, etc., sea necesario revisar
esta postura.
16. W. K ula, La configurarn del capitalismo en Polonia; Varsovia 1955,
p. 21-22; del mismo autor: Esbozo sobre las manufacturas ; H. M adurowicz y A. Podraza: La regin econmica de Malopolska en la
segunda mitad del siglo XVIII, Wroclaw 1958.
17. Aqu modificamos y reelaboramos el ejemplo dado por L. L andau en el
artculo titulado Sobre la problemtica del clculo de a renta sodal,
Ekonomista, 1930, no. 1.
18. L. L andau, Sobre la problemtica..., p. 81.
19. Son de un extremado pesimismo, Corrado G ini, La comparabilit dans
le temps et dans lespace des volutions du revenu national, conomie
Applique, t. II, 1949, no. 1, p. 7-26; D. Seers en: The Role of
National Income Estimates in the Statistical Policy of an U nderdeveloped
Area, Revue of Economics and Statistics, 1952-1953 no. 53, as como
tambin S. H. F rankel en: The Economic Impact on Vnderdeveloped
Societies, Oxford 1955.

20. La comparacin de la renta nacional en las categoras reales en dos


pocas o entre dos pases constituye una de las tareas ms difciles para
el economista y el estadista ya que no hay manera de tomar en consi
deracin todas las concepciones del bienestar que implcita o explcita
mente entran en su anlisis. L. D omnguez, National Income Estimates
o f Latin American Countries-Sludies in Income and Wealth, X. NBER,
1947, p. 234. Tambin es escptico el insigne investigador de las com
paraciones de las rentas nacionales en el tiempo y en el espacio. S. Kuznfts , Problems in Comparisons of Economic Trends, en: Economic
Growth, Brazil. India, Japan, edicin S. Kuznets, W. E. Moore y J. J.
Spengler, Durham 1955, p. 3-28.
21. T. Barna, International Comparisons of N atiom l Accounts in Economic
Analysis, Income and Welat, serie III, edicin M. Gilbert, Cambridge
1953, p. 152.
22. Ibidem.
23. M. G i l b e r t e I. B. K r a v i s , Emprica! Problems in International Compa
risons of National Product, Income and Wealth, series IV, edicin
M. Gilbert y R. Stone, Londres 1955, p. 119,
24. W. K u l a , Reflexiones sobre la historia...
668

25. C. G ini, Aperfu des eomceptiom accidntale el orientale du progr*


conomique, Bulletin International des Sciences Sociales, VI, 154,
no. 2, p. 256-260. Contiene una resea de la discusin. Sobre la contro
versia es importante tambin M. G. Haberier en la introduccin a loi
materiales de la conferencia de Santa Margherta. (Ibidem, p. 172.)
26. V. K. R. V. Rao, Some Reflections on the Comparability of Real Na
tional Incomes of Industrialized and Underdeveloped Countries, Income
and Welath; series III, edicin M. Gilbert, Cambridge 1953, p. 198-199.
27. Las obras ms interesantes son las de: S. H. F rankel , The Economic
Impact on Underdeveloped Societes, Oxford 1955 (en especial el cap. III:
Concepts of Income and Weliare ant the Intercomparability of Natio
nal Income Aggregates, p. 29-55) y T. Barna, International Comparisons
of National Accounts in Economic Analysis, Income and Wealth,
series III, edicin M. Gilbert, Cambridge 1953, p. 142-155.
28. Barna (op. cit. p. 143) subraya esto explcitamente.
29. M. Gilbert e I. B. Kravis.
30. H. L. Meek, Phiocracy and Classicism in Britain, Economic Journal,
March 1951, p. 33.
31. Barna, op. t.. p. 145.
32. Ibidem, p. 146.
33. Ibidem, p. 147.
34. Ibidem, p. 153-154.
35. F . P erroux , La croissance conomique franfaise, Income and Wealth,
series III, edicin M. Gilbert, Cambridge 1953, p. 45.
36. F . P erroux , Prise de vues sur la croissance de l'conomie franfaise

1780-1850, Income and Wealth, series V, edicin S. Kuznets, Londres

1955, p. 44.
37. Ibidem, p. 46.
38. Ibidem, p. 77-78.
39. S. K uznets, Statistical Trends and Historical Changes, Economic His
tory Review, 1951, t. III, p. 275. Aunque los xesultados de C. Clark
exageran las diferencias, vase: S. K uznets, Economics Change, Nueva
York 1935.
40. Concuerdan con esto los ms grandes optimistas de la comparabilidad. Vase F. Benham , Income and Product in Underdeveloped Coun
tries. Comments on the Paper by Professor Frankel, Income Wealth,
111, edicin M. Gilbert, Cambridge, 1953, p. 177. Asimismo: D. C reamer, Uses of National Income Estimates in Underdeveloped Areas, ibi
dem p. 223 y asimismo F. Perroux citado ms arriba.
41. Colin C lark , National Income..., p. 4.
42. L. Landau, La economa mundial. La produccin y la renta nacional
en cifras. Varsovia 1939.
43. C. C lark , Conditions of Economic Progress, cre la asi llamada Inter

national Unit., es decir la magnitud equivalente a la cantidad de bienes


que se hubiesen podido comprar en el ao 1929 con 1 dlar americano.
La estimacin de la renta del campesino hind con los piecios norteame
ricanos, fue muy criticada. Vase E. J ames, Historia del pensamiento
econmico en el siglo X X , Varsovia 1958, p. 501.
44. L andau, La economa mundial..., p. 5.

45. S. Fabricant afirma que: La importancia relativa de estas categoras (en


el clculo de la renta nacional) cambia de un pas a otro (tudies in
Income and Wealth, X, 1947, p. 60), esto mismo se refiere a las com
paraciones en el tiempo.
46. Vase ios numerosos ejemplos de los precios en la Francia del siglo xviii
(en particular el del trigo) en los trabajos de C. E. Labrousse.
47. V. K. R. V. Rao, Some Reflections on the Comparability of Real N a
tional 1neomes of Industrialized and Underdeveloped Countries, Income
ana Wealth, series III, edicin M. Gilbert, Cambridge 1953, p. 195.
48. Workers Budget in the US. City Families and single person. 1946 and
1947. Bulletin no. 927. US Department of Labour, p. 27.
49. Vase ms adelante el capitulo sobre la estadstica histrica.

669

50. Si Cipolla pudo entenderlo as con respecto a los tiempos de Cario


magno, tambin puede hacerse con relacin a muchas otras pocas.
51. Vase ms arriba el captulo sobre la historia de la Historia econmica
52. Vase el captulo sobre el anlisis de la estructura social.
53. Samuel Pepys, no esconde su desprecio de burgus por el lujo de/
Palacio Real por l visitado durante la Restauracin. A su juicio, un
hombre razonable debe invertir sus recursos en la produccin o d
comercio.
54. J. Grunwal, en: American Economic Review, XLVII, 1957, p. 414417,
escribe: Es verdad que la concentracin de las rentas puede promovet
las inversiones en la produccin suntuaria. Pero, faltando otros incert
vos, esto tambin puede constituir un buen punto de partida. Cuando
la renta per capita empiece a aumentar tambin se incrementar el mer<
cado, etc... y todo se desenvolver mejor. Ahora bien, es el caso da
que, a pesar de la enorme concentracin de las rentas en la mayora
de los pases atrasados, las cosas no se desenvuelven cada vez mejor.
55. R. N urkse , 'Capital form ation...; del mismo autor: Some Internatio
nal aspeets of the Problem of Economic Development, American Eco
nomic Review, XLI1, 1952, p. 572; P. Strassmann, Economic Growth
and Income distbution, Cuarterly Journal of Economics LXX, 1956,
p. 423-440.
56. Strassmann, op. cit.
57. C. C. T aylor, Rural Life in Argentina, Louisiana State Universitj
Press 1948, p. 192-206, escribe que en la Argentina, el 70 % de la tierra
perteqece a las fincas de ms de 3.000 acies, los 2/3 de los campesinos
son arrendatarios, el 70 % de los arrendatarios tiene contratos de por

lo menos diez aos, la cohesin, la solidaridad y la influencia de la clase


de los terratenientes sobre el gobierno impide tanto la reduccin de la
renta como el aumento de los ingresos de los campesinos. Por esto
mismo los obreros no pueden trasladarse a las industrias altamente mr*
canizadas que producen artculos en masa como en el pasado.
CAPITULO IX : La estadstica histrica

1. La literatura metodolgica se halla enumerada en la nota no. 86 del


captulo X.
la. A. Z and, Sobre la necesidad de una metodologa especial para la histo
ria moderna y numerosas ciencias auxiliares, Informaciones Histricas
(Suplemento a los Cuadernos Histricos), 1929, p. 193-209.
2. Un intento de superar los marcos tradicionales en la ciencia polaca es
el manuscrito sobre las ciencias auxiliares de la historia elaborado poi
A. Gieysztor y S. Herbst. La subestimacin ulterior de las cienciai
auxiliares impidi desarrollar tan valiosa iniciativa.
3. La ciencia polaca cuenta con el magnfico y original manuscrito de
Stefan Szulc, Los mtodos estadsticos, en dos tomos, Varsovia 1954. El
natural que para las diferentes esferas de estudio es necesario ahondar
en el conocimiento de los procedimientos estadsticos con los manuales
especiales. Por ejemplo, para los problemas econmicos, R. G. D. A lleN
public el manuscrito: Statistics for Economists, Londres 1949. Para
los problemas demogrficos, A. J. Bojarski y P. P. Szuszerin han pu
blicado La Estadstica Demogrfica, Mosc 1951. El manual de Szulc
tiene un valor tanto mayor puesto que el autor se centra en los mtodoi
ms adecuados en especial para la investigacin de los fenmenos so
ciales.
'
4. Szulc, T. I, p. 15.
5. K ula, Reflexiones sobre la historia.
6. A veces tambin la Iglesia, por ejemplo el censo de la poblacin de
las dicesis, ordenado por Michal Poniatowski.
7. I-IV. II Samuel XXIV, 1,1 crnica, XXI, 1.
8. Lucas, 2,1.

670

9. J. D. Ochocki, Recuerdos, T. VI, p. 8.


10. II. Samuel, cap. XXIV; F r a z e r , folklore de l'A nciei Testament (cap
IV).
11. Bull. de ia St. dtudes des Hautes Alpes, 1883, p. 274.
12. L e v a s s e u r , Histoire de la Population, t. 1. p. 303. Oros ejempios:
E. E s m o n i n , La statistique en histoire. Histoire Moderne, en: La
statistique et ses applicatioiis, les problmes qu'elles soulvent. Vll-e semaine I n t e r n a t i o n a l e de synthse, Pars 1944, p. 103-105. En el ao 1962
en el Ecuador, el padrn de la poblacin provoco choques sangrientos
entre el Ejrcito y la poblacin india. (Tiybuna Ludu del 28-11-1962.)
13. W. F. W i l l c o x : Census, Encyclopaedia of Social Sciences (Seligman),
t. 111, Nueva York 1949, p . 295; A. B . W o l f e , Population Censuses
before 1790, Journal of American Statistical Association 1932.
14. C. D. W r i g h t y W . C. H u n t , The History and Growth of the USA
Census, 1700-1890, W a s h i n g t o n 1900.
15. Vase para ms detalles: S. H o s z o w s k i , Historia de la investigacin de
los precios. RDSG, 1, 1931, p. 61, y H . H a u s e r , Recherches et documents sur l'histoire des prix en France de 1500 1800, Pars 1936 (prem
bulo). Este comit tuvo unos antecesores a los cuales no se refiri, como
el comit promovido durante la Exposicin Mundial de Viena en 1873.
Escribe soore el mismo K.. P. von I n a m a -S t e r n e g g , Geschichte und
Statistik, Statistische Monatschrift, VIH, Viena 1882, p. 3-15.
16. C. E. L a b r o u s s e , E$quisse du mouvement des prix et des revenus en
France au X V lll-e sicle', t. 2, Pars 1933.
17. Para los datos bibliogrficos concernientes a toda esta polmica, vase
W . K u l a , La nueva literatura sobre las fluctuaciones econmicas en
Europa, RDSG, X, 1948, p. 233-241. Declaracin fundamental de liauser
en: Observations critiques sur l utilisation des statistiques d'histoiie co
nomique par les historiens, Bulletin de la Socite d Histoire MoUeme,
1931, no. 31, p. 4-7 y su prlogo al tomo: Recherches et docurtents...
18. M. B l o c h , L'histoire des prix. Quelques remarques critiques, Annales
d'Histoire Sociales, I (IX), 1939, p. 141-151. C. E. L a b r o u s s e , Recher
ches sur l'histoire des prix en France de 1500 1800, Revue d .onomie

Politique, LUI, 1939, p. 828-841.


19. C. E. L a b r o u s s e , Comment controler les mercuriales? Le test de concor
dance, Annales dHistoire Sociale, 11 (X ll) 1940, p. 117-130.
20. Al ocupaise exclusivamente de los materiales de la Francia del s*Jo xviii,
Labrousse no resalta esto a pesar de que su trabajo ofrece un gran
nmero de materiales para el conocimiento de este problema.
21. C h a p t a l , Mes souvenirs sur Napoioii, Pars 1893, p. 354-35*.
22. S a l t i k o w -S z c z e d r i n , Los Seores de Golowlewow. Varsovia 1950, p,
145. Igualmente A. H e r c e n , Cosas del pasado y meditaciones, l. I, VaFsovia 1951, p. 293-295.
23. T. S. A s h t o n , An Economic History of England. The 18th Ceitury, Lon
dres 1955, p. 1.
24. E s m o n i n , op. cit. p. 108.
25. Archivo Czartoryskich de Cracovia. Manuscrito 1076-1128 Olszewicz
Waclaw, Feliks Loyko, RDSG, IV, 1935, p. 105-120.
26. Manuscritos de la Biblioteca KUL. 70-77.
27. En los ttulos de los diferentes trabajos, estos adjetivos s- combinan
de diversas maneras.
28. Magazin fr die neue Historie und Geographie v. d. Vnt. Friedr.
Bsching. K. P r e u s s . Oberconsistorialrath, Direktor des (lymnassi im
grauen Kloster zu Berln -, 23 tomos, Hamburgo 1761-1793 Informacio
nes sobre Polonia en los t. XVI-XXII.
29. A. C. H o l s c h e , Geographie und Statistik von West-Sd ind Neu-Ost
preussen, t. 3, Berln 1800-1807.
30. Bibliografa de la Historia de la Polonia del siglo XIX, t. I, 1815-1831,
bajo la redaccin de S. Ploski, Varsovia 1958. En las p. 58-62 figuran
ms de setenta posiciones de este gnero publicadas slo ei quince aos.
31. Obras generales de historia de la estadstica: V. John, ieschichte der

671

Statstk, cap. 1: Von dem Urspnrng der Statstk tris auf Quetelet,
Stuttgart 1884; The History o f Statistics. Their Development and Pro gress in many Countries, John K o r e n , Nueva York 1918; M. W. P t u c h ,
Esbozo de a Historia Estadstica en los siglos XVII-XVIII, Mosc 1945

Para el historiador polaco son muy importantes la historia estadstica


de los pases anexionistas de Polonia, sobre todo, O . B e h r e , Geschichte der
Statistic in Brandenburg-Preussen bis zur Grndung des Kniglichen Sla
ts fichen Bureaus, Berln 1903 y de M. W. P t u c h , Esbozo de la Historia
de la Estadstica de la URSS, t. I-1I, Mosc, 1953-1939. Vase igual
mente W. S k r z y w a n , Historia de la estadstica (manuscrito de la Escue

la Central de Planificacin y Estadstica, p. 17), Varsovia 1957.


32. En particular su obra: Sobre la estadstica polaca, del ao 1807.
33. H . G r o s s m a n n , La estructura socio-econmica del Principado de Varso
via sobre la base del empadronamiento de la poblacin en 1808-1810.

Revista Trimestral Estadstica, II, 1925.


34. Grossmann utiliz en parte sus manuscritos que se hallan en el PAU de
Cracovia, pero los de mayor importancia, existentes en la coleccin de
Skimbrowicz (XXIV, 1-31, 32, 33) an no han sido aprovechados por
nadie.
35. El nico trabajo sobre tal institucin es el de A. R o z a n s k i , La actividad
estadstica bajo el Reino Congresista. A pesar de sus modestas dimen
siones cronolgicas (1815-1830) este trabajo es muy valioso por utilizarse
en l un material de actas que ya no existen (Revista Estadstica, II,
1939, no. 1, p. 58-75).
36. La interrupcin de los grandes trabajos, tan caracterstica para las duras
vicisitudes de la historia polaca, hizo que los cientficos cuyos nombres
empezaban por la letra W no figurasen ni en la Gran Enciclopedia
Ilustrada ni en la Enciclopedia de las Ciencias Polticas ni en el Dicciona
rio Biogrfico Polaco.

37. Estos trabajos fueron publicados por la editorial Trudy Warszawskogo


Statisticzeskogo Komiteta a partir de 1889.
38. W. K u l a , Esbozo sobre las manufacturas en el siglo X V lll, t. I. p. 74-75,
y ms arriba vase el captulo de esta obra sobre las fuentes de la histo
ria econmica en Polonia.
39. S. K u z n e t s , Statistics and Economic History, Journal of Economic
History, t. 1941, p. 26-41.
40. Ibidem, y del mismo autor, Measurement of Economic Growth, Journal
of Economic History, VII, 1947 (Task), p. 10-34.
41. K u z n e t s , op. cit.
42. Ya puso de relieve uno de los precursores de la estadstica histrica,
Inama-Sternegg al postular la ampliacin de la labor de los estadistas
a los temas histricos, viendo en ello un medio para retom ar al viejo
estado de cosas, cuando las aulas de las ms destacadas escuelas eran
demasiado pequeas para contener a los que acudan a los cursos de
estadstica. I n a m a -S t e r n e g g , Gesgschte und Statistique- Statistiche M onatschrift, VIII, Viena 1882, p. 3-15.
43. K u z n e t s , Measurement of Economic Growth, Journal of Economic
History, 1947, suplemento, p. 10-34.
44. G. d A v e n e l , Histoire conomique de la proprit, des salaires, des
denres et de tous les prix en gnral, depuis l an 1200 iusqu'd l'an
1800, 8 tomos, Pars, 1894-1931.

45. Uno de los elementos decorativos habituales de las catedrales gticas


son los 12 cuadros que representan las faenas tpicas para cada uno de
los meses del ao. El smbolo de diciembre suele ser la preparacin
de la carne para el invierno. El cuadro representa la matanza del cerdo,
que se parece al jabal de nuestra poca. Hemos escogido el cerdo por
lo fcil que resulta el acceso a la documentacin iconogrfica. En su
introduccin a Recherches et Documenta, Hauser habla de la incomparabilidad del buey en el perodo de un milenio.
46. E. H . P. B r o w n y S. V. H o p k i n s , Seven centuries o f Building IVagesEconomica, 1955, p. 195-206, y de los mismos autores: Seven centuries
672

o f the Prices of consumables, compared with Builders Wages-Rates, Eco

nomica 1956, p. 296-314.


47. Por ejemplo, A. U. U sh e r , The Application of the Quantitative Method
to Economic History, Journal of Political Economy, XL, 1932, p. 186
209.
48. J. F . W r i g h t . En la resea de la edicin inglesa del l i b r o de W . H o f f m a n , British Industry, 1700-1950, Londres 1955, inserto en Journal of
Economic History, XVI 1956, p. 356-364. (An Index of the Output of
British Industry since 1700), p. 361. El problema de los datos inconmen
surables procedentes de las diferentes sociedades y pocas lo percibe el
propio Kuznets, quien dedica a ese problema mucha atencin en sus
trabajos ulteriores (Measurement of Economic Growth, Journal of Economic History, VII, 1947, Task, p. 10-34).
49. M . Bloch , Apologie pour l histoire...
50. Jan Strzelecki , Anotaciones de os aos 1948-1953. Obras, 2. 1957.
51. N. G raczew , Las agrupaciones estadsticas, Varsovia 1954.
52. Vase p. ej. L enin , Obras, t. II, p. 463, t. III, p. 96, 98, 347, 348, t. IV,
p. 9, 10, t. XV, p. 106, 107, t. XXII, p. 76-94 y muchas otras.
53. Formulamos esta tesis en los trabajos de la Comisin de Investigacin
de las Estructuras Sociales dei Comit Internacional de Ciencias Histricas.
54. A. M alew sk i , El sentido emprico de la teora del materialismo hist
rico, Estudios Filosficos, 1957, no. 2, p. 58-81.
55. E n este sentido, Lenin em plea tam bin el m todo de la dislocacin.
L enin , El desarrollo del capitalismo en Rusia en: Obras completas,

t. III, p. 348-349.
56. Eli. F. H eckscher , Quantitative Measurement in Economic History,
Quarterly Journal of E c o n o m i c s , L ili Feb. 1939, p. 167-193.
57. No vamos tan lejos evidentemente como Usher quien afirma, que en
general la labor del historiador consiste en analuar el giado de los
cambios y no las magnitudes absolutas (art. cit. p. 1%).
58. Por lo visto no es un argumento decisivo el que lo que no les importa
ba a los coetneos no ha de importarnos a nosotros. Presentamos dicho
elemento slo como uno de los rasgos caractersticos del coeficiente en
cadena.
59. Por ejemplo, J akow lew , La crisis econmica en Rusia en el siglo XIX
y a comienzos del siglo X X, Mosc 1955. En el prlogo polemiza de un
modo simplificado, pero en principio justo, con las teoias apologticas de
las crisis. Sin embargo, al final del libro se da un cuadro que muestra
los ndices de la produccin de carbn, de hieir fundido y de acero
en Rusia en los aos 1800-1917. Este diagrama en el que las curvas
siguen hacia arriba casi sin interrupcin hace que las crisis sean casi
imperceptibles en l. Ninguno de los autores criticados en el libro se
hubiese permitido tal apologa. La razn es muy sencilla: la muy baja
base de partida del coeficiente constante y de la escala aritmtica.
60. J. R utkow ski , La Historia econmica de Polonia, T. I. II edicin, p. 12.
61. W. K u l a , Reflexiones sobre la historia.
62. Vase ms adelante en e l' capitulo sobre los mtodos comparativos.
63. F. Simiand resait sobre este aspecto el mtodo estadstico en: Statis
tique et exprience. Remarques de mthode, Pars 1922.
64. A. P iganiol, La statistique en histoire. Histoiie ancienne, en el com
pendio ya citado: La statistique, ses apiieations... p. 83.
65. J. MitkOWSki, Consideraciones acerca de la poblacin de Polonia a co
mienzos del reinado de Casimiro el Grande. RDSG, X, 1948.
66. T. L adenberg, La poblacin de Polonia a comienzos del reinado de Ca
simiro el Grande, Lvov, 1930.
67. M . Bloch , L'Histoire des prix. Quelques remarques critiques, Annales
d'Histohe Sociale, 1 (XI), 1939.
68. E. H eckscher , op. cit. t n l se encuentra tambin un sugestivo cuadro
que ilustra el mtodo al cual aludimos aqu.
69. h . H eckscher , Quantitative Measurement in Economic History, Q uarterly Journal of Econom ics, L III, 1939, p. 167-193. E. E smonin da un
673
uc*

100.

43

gran nmero de ejemplos curiosos sobre este mismo fenmeno en: La


statistique, ses applications... p. 97.
70. E. H e c k s c h e r , op. cit.

71. Valsecchi de Miln durante la discusin que tuvo lugar en el Congreso


celebrado en Pars con ocasin del centenario de la Revolucin de 1948.
72. Ch. M o r a z , durante esa misma discusin. Sus dos declaraciones figuran
en: Actes du 'Cortgrs Historique du Centenaire de la Rvolution de
1848, Pars 1948. C. E. Labrousse se suma a esta actitud al comienzo
de su ponencia en el citado Congreso (1848-1830-1789). Comment naissent
les rvolutions? Ibidem, p. 1-29.
73. S. K u z n e t s , Statictics...
74. A . D o p s c h , Naturalwirtschaft und Geldwirtschaft in der Welgeschichte,
Viena 1930; E . F . H e c k s c h e r , Natural and M oney Economic, as illustrated i rom Swedish History in the Sixteenth Century Journal of Eco
nomics and Business History, 111, p. 1-29. Vase la polmica en torno
a este libro d e S. A r n o l d , Algunas observaciones sobre las tareas de
la historia econmica, RDSG, 1, 1931, p. 111-129, as como tambin
el artculo de Dopsch, Armales 1931, p. 428 y siguientes. Finalmente
el articulo d e M . B l o c h , conomie-nature ou conomie-argent. Un
pseudo-dilemme, A n n a l e s 1939, p. 7-16.
75. El que esta tesis expresa el prolundo seruir del autor lo puede ilustrar
la repeticin de la misma que iiguia en numerosos trabajos de Rutkowski
en las diferentes pocas de su creacin.
76. J. H- C l a p h a m , The Study of economic History. An Inaugural Lecture,
Cambridge 1929; del misino autor, An Economic History of M odern
Britain, particularmente el tomo 1, 1 edicin, Cambridge 1926.
77. Alt. de T. H. M a r s h a l l en: Economic History Review, 1927. Tam
bin se suma a esta tesis A. P. U s h e r , The Application of the Quantitative M etod to Economic History, Journal o Political Economy, XL,
1932, p. 186-209 (artculo polmico sobre el mtodo de Clapham).
78. T . S . A s h t o n , An Economic History of England. The 18th Century. Lon
dres 1955. Antes de la guerra, H. Hcaton lormul el mismo ideal de la
historia econmica al escribir: Los actuales historiadoies econmicos se
ocupan mucho ms de medir los cambios que de las concepciones forma
les, de los ismos y de las letras maysculas. Recent Developments
in Economic History, American Historical Review. XLV1I, 1941-1942,
p. 727-746.
79. Resea de J. K u c z y n s k i sobre la obra de Ashton en: Deutsche Literatu. zeitung, no. 5, 1956.
80. Por cj. Bezanson presenta la historia del concepto revolucin indus
trial en: Quaiterly Journal o Economics, XXXVI, 1922, p. 343 y
sig. y ltimamente, G. N. C l a r k en: The Idea of the Industrial Revo
lution, Glasgow, 1953.
81. Vase el art. de A s h t o n (p. 151) en el compendio: Capitalism and
the Historians, edicin bajo la redaccin de Hayek, Londies 1953. De
este problema habla igualmente Colin Clark en una resea del citado
libro en The Tablet, julio 31, 1954, p. 108. Vase asimismo W . W o o d Capiiaiism and the Historians. Contribution to the Discussion on
the Industrial Revolution, Journal o Economic History, XVI, 1956,
RUFF,

p. 1-17.
82. Esta definicin la utiliza C. E. Labrousse (vase la entrevista suya para
Les Lettres) para distinguir al grupo de Annales y su escuela.
83. Vase el trabajo de S. Czarnowski sobre este tema.
84. H a l b w a c h s , La statistique en sociologie, en el comp. citado: La
statistique, ses applications... p. 119-120.
85. Por ej. ltimamente Ch. Moraz promovi en la cole Pratique un
seminario dedicado a la historia de las cifras en el cual el anlisis
de las diferentes relaciones sociales con respecto a estas magnitudes apa
rentemente convencionales se situ en piimer plano. El mismo autor
se pronunci ya en su obra: Trois Essais sur Histoire et Culture. Pars
1948, p. 63, as como tambin en la conferencia: Les mthodes en his-

674

t o i r e m o d e r n e e n : Actes du Congris Historique du Centenaire de la


Rvolution de 1948, Pars 1948, p. 53-74.

86. Esto se demostr claramente durante la discusin sobre la ponencia pre


sentada per W. Kula ante el seminario de Ja UNESCO celebrado en
Pars en 1956. La tesis que ms se atac fue la diferenciacin de los
cambios cuantitativos y cualitativos. C. E. Labrousse y F. Braudel adop
taron la actitud segn la cual cada cambio de proporcin representa
una nueva calidad. Vase la resea de este seminario p o r J . M e y n a u d ,
Le Stage d tudes franco-polonais sur le progrs conomique et social,

Pars, 1-20 octubre 1956. UNESCO. Rapports de missions no. 5. Es


curioso que al operar con los materiales histricos, estadistas tan ale
jados del marxismo como S. Kuznets no abrigan la menor duda de la
importancia de la diferenciacin de los cambios cuantitativos y cualita
tivos en las investigaciones histrico-estads ticas.
87. S. K u z n e t s , Statistics and Economic History, Journal of Economic
History, I, 1941, p. 26-41.
88.

L e n in ,

El desarrollo del capitalismo en Rusia, Obras completas,

t. I I I ,

p. 157.
89. LVi -Strauss , Les mathmatiques de l'homme, Bulletin Inte: national
des Sciences Sociales, VI, 1954, p. 647 (cuaderno especial: Les math
matiques et les sciences sociales).
90. Este problema es conocido desde hace mucho tiempo en h historia
de las investigaciones estadstico-econmicas. Vase por ej. T. K oopmans ,
Measurement without Theory, Review of Economics a n d Statistics,
agosto 1947 (art. publicado despus de publicarse la obia d e A. F. B u r n s
y W. C. M itchell , Measuring Business C ycles, Nueva York, 1946,
estrictamente emprica). Vase tambin R. Stone , The Role of Measurerement in Economics, Cambridge 1951, sobre lo estril d e la medicin
sin teora y la teora sin medicin.
91. K. P o p e r , Misre de l historicisme, P a r s 1956.
92. E. H eckscher , en la op. cit. afirm a que la sola estadstica no basta
y que la teo ra es indispensable para pasar de la com probacin de la
correlacin a la aclaracin causal.

En la teora estadstica se ha intentado elaborar mtodos tcnicos para


eliminar las correlaciones sin sentido, por ej. U. Y ule en: Why do we
sometimes get Nonsens Correlations between Time series? A Study in
Sampling and the Nature of Time Series, Journal of the Royal Statisti

cal Society, LXXX1X, 1926, p. 1-64.


93. W . K ula , Reflexiones sobre la historia.

94. No est permitido el subestimar los pequeos fenmenos, ya q u e las


pequeas causas suelen tener grandes efectos, escribe el propagador de
la estadstica histrica, Eli H eckscher en: Quantitative Measurement
in Economic History, Quarterly Journal of Economics, LII1, 1939,
p. 167-193.
94a. N. W iener , La ciberntica y la sociedad, Varsovia, 1960, j>. 47.
95. Hasta el mismo Kuznets afirma, que el valor de los resultados esta
dsticos se asienta en el conocimiento que dimana de unos mtodos que
por naturaleza no son estadsticos en absoluto. (Statistics...).
96. C. L v i -Strauss , Les mathmatiques de l'homme, Bulletin Internatio
nal des Sciences Sociales, VI, 1954, p. 647, y E. J ames, La historia
del pensamiento econmico en el siglo X X , Varsovia 1958, p. 113-115 y
305.
97. S. K u z n e t s : Statitics...
98. E. K eckscher , op. cit.
99. A. S a u v y , Les limites de la vie humaine, Pars, 1961, p . 51-52.
100. Se habla de Simiand (Revue Historique, CLXXII1, p. 133-134 y 150
151). Simiand conoce todos los defectos y los errores de dAvenel y de
otros autores pero estima sin embargo que, gracias a la tabulacin
estadstica, pueden obtenerse resultados aproximativos de un verdadero
valor: operacin un tanto mgica para el criterio de los historiadores
realistas.

675

101. Hablamos del problema de las diferencias cuantitativas y cualitativas


en las ltimas pginas del penltimo apartado del captulo presente.
102. A. S a p o r i , Tendezc nuovo degli studi di storia economica medievales,
en: A. S a it t a , Antologa di critica storica, t. I: Problemi della civilt
medie vale, Bari 1957, *p. 411-418. (Polmica de Sapori con A. di Madalena y R. Romano.)

CAPITULO X : La demografa histrica

1. Guillard fue el primero en utilizar este concepto en: Elments de sta


tistique humaine ou dmographie compate, Pars 1855.
2. Sir William P etty , Essay concerning the Multiplication of Mankind,
1741.
3. Johann Peter SUssm il c h , Die gttliche Ordnung in den Veranderungen
des menschlichen Geschlechts, 2 tomos, Berln, 1741.
4. G. C. W h ip p l e , Vital statistics, 11 edic. Nueva York, 1923.
5. W . D wokzaczlk , Genealoga, Varsovia 1959, p . 9,36. A . G ie y S Z T O R ,
Esbozo de las ciencias auxiliares de a historia, 3 edic. tomo 1, Varsovia
1 94 8 .

6. Dimana de la escuela de Durkheim, cuya postura concepta en un breve


esbozo sinttico H albwachs M. en: Morphologie sociale, Pars 1938.
Vase acerca de la ms reciente sntesis a este respecto: A. Sauvy , Thorie gnrale de la population, t. 1: conomie et population, t. 11: Bioiogie sociale., Pars 1952-1954.
7. Ln oposicin, por ej., a la tendencia pandemogrfica, la cual explica
las transformaciones histricas a travs de las olas demogrficas, vase:
W. K ula, Ponencia ante el IX Congreso Internacional de 'Ciencias His
tricas, Pars 1950, p. 472-503, y asimismo, F. B raudel , La dmogra
phie et les dimensions des sciences de l homme, Annales, 1960, p. 493
y sig.
lJ. M o m b e r t , Die Anschaungen des 17 und 31. Jahrhunderis ber die
Abnahme der Bevlkerung- Jalubcher fui Nationaiokonomie und Statistik, 1931, t. 135.
9. M onf .squieu , Caitas Pareas. Por ej.: Apenas existe una dcima parte
8.

de la poblacin que antiguamente viva sobie la lien a. Es asombroso


ver cmo nuestro planeta se va despoblando da tras da; de seguir
as, dentro de diez siglos la tiena se haba convertido en un desierto.
10. Existe una vieja traduccin al polaco de la obia de Hume hecha en
Wroclaw en 1785: Sobre a poblacin en os tiempos antiguos y contem
porneos.

11. F. L adenberger , La poblacin de Polonia a comienzos del reinado de


Casimiro el Grande, Lvov 1930, p. 13. L. K rzyw icki llam la aencin
sobre este error, en una contribucin al esclarecimiento de las relaciones
en la poblacin de Polonia bajo la dinasta de los primeros Piast, Re
vista Estadstica, t. 1, 1938, p. 179 y 198.
12. W. K ula, El Estado y as necesidades de las investigaciones sobre la
demogiafa histrica en la antigua Polonia, RDSG., X lll, 1951, p. 33
37, donde se analiza ampliamente este problema.
13. H. G r o s s m a n , La estructura social y econmica del Principado de Var
sovia sobre la base de los censos de la poblacin en 1808-ll0, Revista
trimestral de Estadstica, 1925, no. 2.
14. L. K rzy w ic k i , Primitive Society and lis Vital Statistics, Vaisovia 1934.
15. A partir del siglo xvm se produce un descenso sistemtico del porcen
taje de nios en la sociedad. Sin embargo, al mismo tiempo, el porcen
taje de los nios como individuos an econmicamente pasivos y que
apenas si se preparan para la actividad econmica, crece. A. Sauvy, Des
limites de a vie humaine, Pars 1961, p. 116.
16. K. J o n c a , La situacin de los obreros en la industria minera y meta
lrgica en Silesia en los aos 1889-1914, Wroclaw, 1960, p. 215.
676

17.
18.
19.
20.

21.

22.

23.

M a r x , El Capital, t. I. p. 245-248, sobre la limitacin fsica y social


de la jomada de trabajo.
M a r x , El Capital, t. I. p. 295, sobre el papel de la supresin de la*
fiestas por el protestantismo.
J . F o u r a s t i y C. ViM ONT, Histoire de demain, Pars 1956, p. 77.
Es evidente que en todo este priafo nos referimos a la cantidad del
trabajo social potencial que e! hombre debe gastar en las actuales con
diciones biolgicas y sociales durante su vida y no a la magnitud del
trabajo gastado concretamente, ya que aqu no hay lugar para hablar
del desempleo obligatorio, del paro en los talleres de artesana en las
urbes medievales como consecuencia del incendio de la ciudad o de las
destrucciones de guerra, de los paros ocasionados por los movimientos
huelgsticos o del paro capitalista.
T. Landerberger, citado anteriormente, al utilizar para el anlisis del
siglo xvi los coeficientes extrados del censo de la poblacin en el
ao 1921 concluy que el porcentaje de los nios ascenda al 0,33 en las
aldeas, en las pequeas ciudades al 0,30 y en las grandes urbes al 0,2?.
En Poonia, la nobleza ms poderosa empieza a vivir en las grandes
ciudades por lo menos una parte del ao solamente a finales del si
glo xvm , y en la capital, es decir, cuando se empieza a incrementar siste
mticamente la higiene en las urbes.
Numerosas interpretaciones tradicionales empezaron a arruinarse con
los cambios demogrficos observados despus de la Segunda Guerra Mun
dial en los pases ms prsperos.

24. L. H enry , Ancienne famille genvoise. tude dmographique. XVI-XX-me

sicles, Parts 1956. El autor ha reunido en esta obra numerosas huellas que

25.
26.
27.
28.

29.
30.

31.
32.

atestiguan cmo la limitacin consciente del nmero de hijos se remonta


a un perodo bastante alejado en el pasado. Hay que decir que son ms
bien las familias burguesas el objeto del anlisis.
Una vez ms, repetimos que se trata de la escala a largo plazo.
R. K o rh err , Die Wrzberger Volk.izhlung von 1701, cuadro: Altersaufbau der Wrzberger Bevlkerung, 1701, Congrs International de la Po
pulation, Pars 1937, t. II; Dmographie historique, Pars 1938, p. 77.
D. S. T homas, Social and Economic Aspects of Swedish Population Movements, 1750-1933, Nueva York 1941, p. 14 (acta 4), p. 29 (acta 11), p. 30
(acta 12).
K. D a v is , The Population of India and Pakistan, Princeton 1951. Vase
asimismo: S. Szui.c, La poblacin. Enciclopedia de ciencias Polticas,
t. III, 1938, p. 664. El artculo de Szulc es infinitamente sugestivo para
los historiadores al faci'itar tanto un anlisis de las tendencias de desai ro
llo a partir del siglo xix como un rico material comparativo en relacin
con los pases actualmente atrasados. Es evidente que este material no
rebasa la mitad de los aos 30 pero, como ya lo hemos dicho, esto mismo
les es necesario a los historiadores.
Numerosos materiales histrico-comparativos con respecto a cstfc proble
ma nos son facilitados por E. R osset , El proceso de envejecimiento de la
poblacin. Estudios demogrficos. Varsovia 1959.
En Europa se mantiene tenazmente la leyenda sobre la duracin de la
vida humana en las sociedades primitivas y que viven en el seno de
la naturaleza pese a que este mito tuvo y sigue teniendo un carcter
fundamenta' y absolutamente irracional.
Aunque no hay que descartar cierta implicacin biolgica.
El estado y las necesidades..., p . 97; T. F u r t a k , Sobre algunos proble
mas de la demografa histrica de a nobleza polaca, RDSG., VI, 1937,
p . 31-58. F u r t a k c o m p r u e b a q u e el p r o m e d i o d e la e d a d e n e l m o m e n t o
d e l f a ll e c i m i e n to d e la m u je r e s g e n e r a lm e n te m s b a jo q u e e! d e l v a r n ,
c o n s i d e r a n d o q u e e s te f e n m e n o c o n s t it u y e u n a b a s e p a r a d u d a r d e la
a u te n t ic id a d d e lo s m a t e r i a le s d e q u e d is p o n e e n r e la c i n c o n la s m u je r e s .
L a m s b r e v e d u r a c i n d e la v id a d e l v a r n c o n f i r m a d a p o r la d e m o g r a f a
c o n s id e r a q u e h a y q u e t o m a r l a c o m o b a s e b io l g ic a n o s u ie ta a lo s c a m
b i o s h is t r ic o s . P e r o n o e s p o s ib le q u e s e a n lo s d a t o s d e F u r t a k l o s a u e
n o s d ig a n la v e r d a d y n o l p e r s o n a lm e n te ?

677

33. Kwame N K r u m a h , Autobiografa, Varsovia 1958, p. 13: Los nicos


datos relativos a mi nacimiento son que vine al mundo aproximadamente
al medioda de un sbado de mediados de septiembre escribe el actual
doctor en Derecho y ex presidente de Ghana.
34. En este caso podemos aprovechar nuevamente las experiencias que nos
brindan las investigaciones acerca de los pases actualmente subdesarrollados: por ej., el trabajo de R. R. K u c z y n s k i y especialmente su Demographic Survey of the British colonial Empire, tres tomos. Londres 1948
1953, y asimismo el estudio metodolgico de Ehsan N a r a g h i , L tude des
populations dans les pays d statistique incomplte. Contribution mihodologique. Prefacio de J. Staetzel, Pars-La Haye, 1960.
35. A. Sauvy , Les limites de la vie humaine, Pars 1961, p. 52.
36. K. J. B e l o c h . Die Bevlkerung der griechisch-rmischen Welt. Historiche
Beitrage zur Bevlkerungslehre, t. I, Lipsk 1886 y muchos otros. Biogra
fa de Beloch por W. S. Ferguson en la Encyclopaedia of Social Sciences
(Seligman) t. I, p. 507-508. Autobiografa en D ie Geschichtwissenschaft in
Selbstdarstellungen, edic. S. Steinberg, t. II, Leipzig 1926, p. 1-27.
37. L. K r z y w ic k i , Contribucin al esclarecimiento de las relaciones de la po
blacin de Polonia bajo el reinado de os primeros Piast, Revista Esta

dstica I, 1938, p. 177-203.


38. P. G. U r l a n i s , E desarrollo de la poblacin en Europa, Mosc 1961.
39. R. M ols, S. J.. Introduction a la dmographie Historique des villes
d'Europe du X IV au XVIII-eme sicle, t. II, Louvain, 1955, p. 309, por
un motivo que desconozco entabla una polmica conmigo aunque a la
pgina siguiente llega a la misma conclusin. Tambin contiene la his
toria de la controversia. Sin embargo, comparten mi postura J. Nadal
y E. Giralt: La population catalane de 1553 1717, Pars 1960, p. 38,
quienes dedicaron a este problema un captulo titulado: La peste comme
constante.
40. Para precaverse de la utilizacin errnea de las medidas existentes y de
un perfeccionamiento de los mtodos no rentable ya que pueden conse
guirse resultados anlogos ms fcilmente, vase R. Ba eh rel , La mortalit sous 1A nden Rgime, Remarques inquites, Annales 1957, p. 85
98; rplica de L. H enry , ibidem, p. 628-629; rplica de Bahrel, ibidem,
p. 629-638.
.
41. R. G o u b e r t , Beauvais et le Bauvesis de 1600 1730. Contribution d histoire soale de la France du X V ll-em e sicle, Pars 1960, p. 36-37.
42. Ibidem, p. 40.
43.

44.
45.
46.
47.
48.
49.

D u v illa r d , Analyse et tableaux de l'influence de la petite vrole sur


la m ortalit d chaqu age. .., Pars 1806.
Como lo indica P. V in c e n t , Population, 1947, p. 26.
U r l a n i s , op. d t., p. 50-52.
Ibidem, p. 54.
Ibidem, p. 351.
Ibidem, p. 144.
G. S c h m o l l e r , Grundriss der Allgemeinen Volkswirtschaftslehre, segunda

edicin, t. I, 1923, p. 173.


50. R. R. K u czy u sk i , Population History and Statistics, Encyclopaedia of
the S odal Sdences (Seligman), XII, 1949, p. 243.
.
51. Naturalmente con cierta lentitud al comienzo, como resultado de la
Peste negra en el ao 1348 o de la Guerra de Treinta aos.
52. U rlanis , op. d t., cuadro en la pgina 414-415.
53. En parte, esto se halla vinculado naturalmente con el carcter de las
fuentes con tanta frecuencia fragmentarias, por lo que dificultan las gene
ralizacin.
54. P. M o m b e r t , Uber die geringe Zuverla ssigkeit dlterer Volkszahlungen
Jahrbcher fr Nationalkonomie und Statistik, 1933, p. 745-751.
55. Preliminary observations on the 1081 census.
56. J. G. H o f f m a n n , Die Bevlkerung des Preussischen Staates nach den
Ergebnissen der zu Ende des Jahres 1837 amtlich aufgenommen Nachrichten, Berln 1839, p. 20.

678

57. H. Gkossman, La estructura social y econmica del Principado de Var


sovia sobre la base de los censos de la poblacin en 1808-1810. Varsovia
1925. Contenida en La Revista Estadstica, II. 1925, p. 45.
58. H. SE, Peut-on valuer la population de l ancienne France? Revue
dficonomie Politique, XXXVIII, 1924, p. 647-655. E. J u t i k k a l a . Can
the Population of Finland in the 17th Century be Calculated, Scandinavian Economic History Review, V, 1957, p. 155.
59. M. B l o c h , L Histoire des Prix. Quelques remarques critique. Annales,
1939, p. 151.
60. M. R . R eynhardt , Histoire de la Population mondiale de 1700 d 1948,
Pars, 1949. Es caracterstica en este caso la confrontacin de los fen
menos demogrficos con los histricos.
61. R. R. K u czynski , op. rt. p. 243 (en realidad esto lo escribi hace un
cuarto de siglo).
62. Ibidem, p. 240.
63. W . F. W il l c o x , International Migrations, NBER., Nueva York, 1931,
t. II, p. 78.
64. El propio autor lo public sin ningn cambio en sus: Studies in American
Demography, Ithaca, Nueva York, 1940. Esta estimacin ligeramente co
rregida fue recogida por el Departamento de la poblacin de la ONU en
el informe: The Past and Future Population of the W orld and ils Continents, presentado en l Conferencia Mundial de la Poblacin. Roma 1954.
65. B. C. U rlaniS, El aumento de la poblacin en Europa. Mosc 1941.
66. Por ejemplo, K. W. T aylor en: Some Aspects of Population Historv,
Canadian Journal of Economic and Political Science. XVI. 1950,
p. 301-313. Entre los ms viejos, merece la pena citar tambin a A. P.
U s h e r , The History of Population and Settlement in Eurasia, Geographical Review, XX, 1930, p. 110-132.
67. Por ejemplo L. G e n i c o t , Sur les tmoignages d Accroissement de la Popu
lation en Occident du Xl-em e au X lll-em e sicle, Cahiers dHistoire
Mondiale, I, 1953, p. 446-462.
68. Cenzus of Population. Great Britain 1841. Introduction. Estimates Popu
lation of England and Wales, 1570-1750, Commons Papers, Session of
1843, t. 22.
69. U s h e r , op. cit.
70. P. E. L e v a s s e u r , La population francaise, III, t. Pars 1889-1892.
71. E. K e y s e r , Bevlkerungsgeschichte Deutschlands, Leipzig, 1938 (II edic.

1941).
72. D. S. T homas , Social and Economic Aspects of Swedish Population Mo-

vements, 1750-1933, Nueva York 1941.


73. Estos trabajos han sido incluidos en una excelente bibliografa por dos
publicaciones muy importantes: la francesa Population que se edita
desde 1946 y la inglesa Population Studies que se publica desde 1947.
74. W. K . J acunski, Historia de la URSS 1959, nmero 3, p. 26-28
75. A. I. K opaniev , El desarrollo de la economa rusa en el siglo X VI, Notas
histricas, t. 64, p. 233-254.
76. A. G. R aszin , E l desarrollo de Rusia de 1811 a 1913. Statisti Czeskij
Oczerk (interesante prembulo de S. G. Strumilin), Mosc 1956. Resea
de W. W. P okszyczewsky en: Historia de la URSS, 1958 nmero 1.
77. V. M. K abuzan, Materiales para la revisin de los problemas esenciales
de la historia del desarrollo de Rusia en el sislo xvm y la primera mitad
del siglo xix (1718-1858) Historia de la URSS, 1959, no. 5, p. 128-140.
78. Tabla de la primera revisin del desarrollo de la poblacin de Rusia
en 1718-1727, editado por: V. M. Kabuzan y N. M. Szepukov, Archivos
histricos 1959, no. 3, p. 126-165.
79. PiNG -Ti-HO , Studies in the Population of China, 1368-1953, Harvard East
Asiatic Studies, t. IV, Harvard Maas, 1959.
80. Ayanori OlCASACi, Histoire du Japn: L'conomie et la Population. Travaux et documents, Cahier no. 32, Institut National dEtudes Dmographiques, Pars 1958.

679

81. Hay una sene de trabajos de S. Chndrasekhar sobre la poblacin de


la India desde el ao 1600. As, por ejemplo: The Composition of In
dias Population according to the 1951 Census, Population Review,
XIII, 1958, p. 63-78, como tambin los estudios de I. B. Taeuber.
82. Para convencerse de ello basta con conocer la problemtica de peridicos
como Population y Population Studies.
83. L. H enry , Dveloppements rcents de ltude de la dmographie du
pass, X I Congreso Internacional de Ciencias Histricas, ponencias,
t. I Estocolmo 1960, p. 96.
84. Ibidem p. 89.
85. Esto se puso de manifiesto durante la discusin que tuvo lugar tras la
intervencin de Henry en el Congreso de Estocolmo.
86. Sobre las posibilidades y las dificultades de la estadstica histrica, se ha
hablado repetidas veces en la ciencia. Antiguamente entabl la polmica
Inama-Sternegg, y en la poca moderna Clapham. He aqu algunas de
las indicaciones bibliogrficas ms esenciales:
I nama-Sternegg K. T., Geschichte und Statistik Statistische Monatasschrift, VIII, 1882, p. 3-15; I nama-Sternegg K. T., Die Quellen der historischen Bevlkerungsstatistik Statistische Mcnatsschrift, XII, 1886. p. 387
408: D aszynska Z., Stoff und M ethode der historischen Bevlk.erungsstatistik, Jahrbcher fr Nationalokonomie und Statistik, LXVI (11),
1896. p. 481-505 (y en polaco tambin).
A. K aufman , Sobre los m todos estadsticos en las investigaciones histrico-econmicas, Petersburgo, 1913;
.T. H. C lapham , The Study of Economic History. An Inaugural Lecture,
Cambridge 1929:
F . Sim iand , Des possibilits des recherches statistiques historiques, en
Rapports et Comm unications prsents a la XlX-eme Sssion de lInstitu t International de Statistique, Tokio 1930;
F. S im iand . Recherches Statistiques, Historiques. Ibidem, XX-eme sesin,

Madrid 1931, p. 673-693. Discusin en las pginas 112-123 (Libro pri


mero).
A. P. U s h e r , The Application of the Quantitative M ethod to Economic
History, Journal of Pclitical Economy, XL, 1932, p. 186-209;
E. H e c k s c h e r , Quantitative Measurement in Economic H istory' Quar
terly Journal of Economics LIII, 1939, p. 167-193.
S. K u zn ets , Statistics and Economic History, Journal of Economic
History, I, 1941, p. 26-41; S. K u zn ets . Measurement of Economic
Growth, Journal of Economic History, Task... VII, 1947, p. 10-34.
Ch. M oraz , Les mthodes en Histoire Modeme, en: actas del Con
greso Histrico del Centenario de la Revolucin de 1848, Pars 1948,
p. 53-74.
87. K u zn ets , Statistics and Economic History.

88. Tambin es asombrosa la obstinacin con que en la ciencia se obtienen


estimaciones demasiado elevadas como consecuencia de este mtodo.
C. JUlian (Histoire de la Gaule, t. V, p. 26-27) estim la poblacin de
Galia en el momento de la conquista romana en 20 a 30 millones de
almas.
J. T outain (Remarques sur la densit et la rpartition de la population
dans la Gaule romaine, en: 8-eme Congrs historique, II, Zurich 1938.
p. 350-352) defiende asimismo esa tesis, basndose entre otras cosas en
los mapas de las excavaciones arqueolgicas, olvidando que en dichas
cartas geogrficas figuran, una al lado de la otra, las excavaciones de
una poca pero que no quiere decir que se trate de aglomeraciones que
existieron simultneamente. Dada la movilidad de los asentamientos, se
puede llegar a unos resultados fantsticos en estos casos. Un razona
miento anlogo suele darse repetidas veces tambin en los trabajos sobre
la poblacin de los pases germnicos o eslavos en los tiempos prehist
ricos. Vase igualmente, P. V incent , Guerre et Population (anexo) Po
pulation, 1947, no. 1, p. 26, asi como tambin: R. L atouche , Aspect

680

dmographique de la erise des grandes invasions, Population, 1947,

no. 4, p. 681-690, especialmente p. 683.


El desmoronamiento de la leyenda de las grandes cifras tiene, como ya
hemos dicho, una larga historia desde David Hume. Entre los nuevos
trabajos, citaremos dos: F . L o t , Recherches sur la population et la
superficie des cits remontant d la priode gallo-romaine, 2 tomos;
F . L o t , L'art militaire et les armes au Moyen Age en Europe et dans
le Proche-Orient, 2 tomos, Pars, 1947. En Polonia existe una obra si

milar de O. Gorka.
89. En los ltimos tiempos han aparecido vaiios trabajos importantes en el
terreno de la historia de las plagas elementales y de sus contornos demo
grficos: Y. R e n o u a r d , Consquences et intrt dmographiques de la
peste noire de 1348, Population, 1948. no. 3, p. 459-466;
S a l t m a r s h , Plaque and Economic decline in England in the latter
Middle Ages, Cambridge, Historical Journal, VII, 1941;
A. C o v i l l e , La grande mortalit de 1348-1350: les documents d'origine
franfaise contemporaine, en: Vil Congreso Historico, t. II, Varsovia,
J.

1933, p. 60-63.
R. S . S m i t h , Barcelona Bills of Mortalityy and Population, 1457-1590,
Journal of Political Economy, XLIV, 1936, p. 84-93.
90. La enorme mortalidad provocada por la Peste negra de 1348 aparece
cada vez ms como uno de los hechos ms importantes de la historia
de nuestro milenio, se escribe en una nota de redaccin encabezando el
trabajo de Renouard (Population, 1948, no. 3, p. 459). La misma
exageracin de la importancia de la Peste negra, por ejemplo, en la
historia de Inglaterra (Th. R o g e r s , History of Agriculture, t. I, p. 77-83,
Six Century..., P- 218-224, 253), fue reducida a su justa medida por un
especialista tan insigne como K o s m j n s k i , Investigaciones en torno a la
historia agraria de la Inglaterra del siglo XIII, Mosc 1947, especial
mente p. 388-389.
91. Constituye una valiosa excepcin, J. M e u v r e t , Les crises de subsistance et la dmographie de la France sous lancien rgime, Population
1946, no. 4, p. 643-650. Tambin hay pasajes acerca de este problema
en la obra de O . F e s t y , L agriculture pendant la Rvolution Franfaise.
Les conditions de producon et de rcolte des crales, tude d histoire
conomique, 1789-1795, Pars, 1947. De lo difcil que resulta el anlisis

socio-econmico a la luz de las plagas elementales, es un testimonio la


breve y valiosa observacin de P. Vincent, quien afirma que las devasta
ciones provocadas por estas calamidades en las inversiones eran a veces
mayores que las prdidas humanas, como resultado de lo cual la super
poblacin pudo ser mayor despus de la epidemia que antes de ella.
Guerre et Population (Population, 1947, no. 1, p. 27). Vase anterior
mente asimismo la nota no. 39.
92 Sobre las consecuencias demogrficas de las guerras, tenemos que anotar
tambin una serie de nuevos trabajos. Sobre la guerra de 30 aos
G. F r a n z , Der Dreissigjhrige Krieg und das Deutsche Volk, Jena 1940.
Referente a las guerras napolenicas existen numerosos trabajos de Albert
Meynier; sobre la Guerra Mundial existe la impresionante contribucin
de uno de los decanos de la ciencia demogrfica, L . H e r s c h , La morta
lit indirectement cause par les guerres modernes, en: VIII Congreso
Histrico, t. II, Zurich, 1938, p. 417-418. B. C. U r l a n i s hace un ba
lance del estado de ios conocimientos en este terreno: Las guerras y el
desarrollo de la poblacin en Europa, investigaciones histrico-estadsticas.

Mosc 1960.
93. Vase, por ejemplo, los interesantes materiales que R. C. Smith cita
acerca de la mortalidad en Barcelona en los aos 1457-1590 vvase ante
riormente la nota no. 88); el intento de Smith de diferenciar la morta
lidad normal en relacin con la mortalidad provocada por las epi
demias no es suficientemente convincente.
94. Por ejemplo, el papel de las investigaciones demogrficas en tomo a las
familias reinantes.

681

95. G.

B o u t h o u l : Sur lexistence dun mouvement cycliquo de longue


dure dans la population, Congreso Internacional de la Poblacin, Pars
1937, t. I,Pars 1938, p. 63-70.
96. Ibidem, p. 65-66.

97. Ibidem, p. 66.

98. Ibidem, p. 67.


99. Ibidem, p. 68.
100. Ibidem, p. 69. Aqu vale la pena recordar la tesis de P. V incent ( Guerre
et Population, Population, 1947 no. 1, p. 9-30), segn la cual las gue
rras modernas incrementan ms bien que disminuyen la superpoblacin,
en contra de las tesis fascistas.
101. Ibidem, p. 64 y 69. De la misma manera trata de unir directamente el
concepto de los ciclos de larga duracin demogrficos con los fenme
nos econmicos anlogos (igualmente seculares) a travs de los nexos
causales-efectivos, L. H. D u p r i e z , D es mouvements conomiques gnraux 2 tomes, Louvain 1947.
102. W. A b e l , Wachstumschwankungen mitteleuropaeischen Vlker seit dem
Mittelalter. Ein Beitrag zur Bevlkerungsgeschichte und-Lehre, Jahrb
cher fr Nationalkonomie und Statistik, 1935, t. '142, no. 6, p. 670
692. Acerca de la crtica del trabajo de Abel comparto en principio la
realizada por B. C. U r l a n i s en: El aumento de la poblacin en Europa,
Mosc 1941, p. 350-352.
103. R. P e a r l , The bilogy of Population Growth, Londres, 1926; del mismo
autor: The Natural H istory o f Population, Oxford, UT. 1939.
104. D. O. C o w g i l l , The theory of Population, Growth, Cycles, America*
Journal of Sociology, septiembre 1949 (t. 55, no. 2) p. 163-170.
105. P e a r l , Bilogy..., p. 1 (How Things Grow?)
106. Ibidem, p. 25.
107. C ow gill , op. cit. p. 169.
108. G. C. R u s s e l , Demographic Pattem in History, Population Studies, I
1947-1948, no. 4, p. 388-404.

109. Ibidem, p. 400.


110. LSCH A., Bevlkerungswellen und Wechsellagen. Serie Spiethoff, t. 13,
Jena 1936; del mismo autor: Wirtschaftsschwankungen ais Folge von
Bevlkerungswellen, Schmollers Jahrbuch, LX, 1936, t. II, p. 551-564,
del mismo autor: Population Cycles as a Cause of Business Cycles., Quaterly Journal of Economics, LI, 1936-1937, p. 649-662; del mismo autor
Die Bedeutung der Bevlkerungsbewegung fr das Wirtschaftsleben w.
Congreso internacional de la poblacin, Pars 1937, t. VII, Pars p. 78-84.
Algo ms tarde formul una tesis parecida E. G U n t h e r , D er Nationalkonomie und Statistik, 1931, p. 932-933 y 961-963.
111. LOs c h , Bevlkerungswellen..., p. 3.

112. Por lo dems, existe una prueba concreta de correlacionar los cambias
de los factores demogrficos con los cambios astrofsicos (manchas sola
res): C. C o n y e r s - M o r e l l s , A n Investigation and Theory Concerning
cyclo-periodicity in Vital Rates and its Possible Relationship to Meteorological and Astrophysiccd Cycles. Hay un resumen de Wagenfhr; Intemationaler Kongress fr Bevlkerungsforschungen, Jahrbcher fr Na-

tionalkonomie und Statistik, serie III, t. 81, p. 95 y siguientes. Pero


este trabajo slo lo conocemos indirectamente. Las teoras cclicas del
desarrollo de la poblacin son muy numerosas. N o podemos, natural
mente, citarlas todas aqu. Por lo dems, resulta difcil polemizar racio
nalmente con algunas de ellas a causa de la postura manifiestamente
teolgica y nacionalista del autor. As, por ejemplo, tenemos a C. Jini,
The Cyclical Rise and Fall of Population, Population, Chicago 1930.
N o obstante, no aludimos aqu a la teora de Koulischer formulada en el
Congreso de Historiadores celebrado en Varsovia en 1933 (A. M . Koul i s c h e r , Le cyole de population dans les pays modemes;
en el
VII Congreso Internacional de Ciencias Histricas. Resumen de las po
nencias presentadas en el Congreso, t. II, Varsovia 1933, p. 354-355), ya
que en dicha ponencia Koulischer slo subraya la similitud en el desa

682

rrollo de los fenmenos demogrficos en todos los pases a partir del


momento en que en ellos se instaura el sistema capitalista y a travs
de las etapas de desarrollo de este sistema. Asi, el trmino ciclo se
utiliza aqu con un sentido totalmente diferente.
113. Bo u thoul , op. cit., p. 66.
114. L SCH, Bevlkerungswellen..., p. I.
115. Pearl contesta a esta p reg u n ta basndose en la experiencia de seis aos
de investigaciones, con esta form ulacin general: Growth occurs in

cydes. Whitin one and the same cycle, and in a spatially limited orea
or universe, growth in the first half of the cycle starts slowly but the
absolute increment per unit of time increases steadily until the mid-point
of the cycle is reached. A fter that point the increment per unit of time
becomes steadily smaller until the end of the cycle . (P earl , Biology--P. 22.)

116. Un ejemplo asombroso de cmo en contra de la voluntad del autor


todos los cambios en la vida social pueden ser conceptuados bajo la
forma de una curva logstica, lo tenemos en los trabajos de Homell H art ,
Logistic Social Trends, American Journal of Sociology, L, 1945, p. 350
352, y en: Depression, War and Logistic Trends, ibidem, III, 1946, p. 112
122. Ahora bien, si se manifiesta alguna regularidad en los ms diversos
casos, stos no se hallan aclarados por aquella.
117. C ow gill , op. cit., p. 163.
118. Formulacin programtica del mtodo demogrfico basado en la biolo
ga, por Livio Livi en: Trattato di demografa, Padua, t. 1-2, 1940-1941,
M . H albwachs polemiza con el biologismo en: Les facteurs biologiques
et la Population, Revue Philosophique, mayo-junio 1935. En una de sus
ltimas publicaciones, este autor escribe: Por lo dems, la ciencia de
la poblacin en s, entendida de esta manera, constituye realmente una
parte, y una parte esencial de la ciencia social, ya que uno debe refe
rirse a ella desde el punto de vista sociolgico. Existe, sin duda, una...
demografa matemtica y una demografa biolgica. Pero ataen a los
nicos aspectos de la realidad que se presta a la aplicacin de sus
mtodos y que no son el todo ni lo esencial de dicha realidad. Hay
que esclarecer, en relacin con los hechos de la poblacin, los factores
sociales. (H albwachs , Sociologie conomique et dmographie, Coll. Hermann, 875, Pars 1940, p. 54.) N o pide otra cosa Urlanis (op. cit. p. 413)
al final de su obra.
La influencia del punto de vista biolgico sobre los fenmenos sociales
es, por lo dems, muy profunda y a menudo se manifiesta inadvertida
mente, por ejemplo en la fraseologa. Un primer ejemplo al margen: el
autor empieza su trabajo sobre la poblacin de las ciudades americanas
con la frase: Las ciudades americanas entran en su edad de madurez.
Algunas de ellas siguen creciendo lentamente, mientras que otras empie
zan a sufrir como consecuencia de su despoblamiento. (Population,
1947, no. 1, p. 178.) Desde esta terminologa al esclarecimiento de la
evolucin de la poblacin de las ciudades por mediacin del anlisis del
desarrollo de los insectos drosophila melanogaster |slo hay un paso!
Cuntas veces nos tropezamos en los trabajos demogrficos o demogrfico-histricos con trminos como madurez, juventud, tiemo, ten
sin, etc. En este capitulo nos decidimos a citar algunas formulaciones
extremadas. Son peligrosas no tanto quiz como tales sino a travs de su
influencia indirecta e inadvertida, como acabamos de ver. Nos permi
timos llamar la atencin sobre ello a quien pudiera pensar que nuestra
exposicin presenta un cuadro bastante unilateral.
119. R ussel , op. cit. p. 400.
120. R ussel , op. cit. p. 403.
121. En numerosos estudios, resumidos en su ltimo libro: Medieval British
Population, The University of New Mxico Press, 1948.
122. Aludiremos aqui a una interesante polmica. A las palabras de L. Fe
bvre, segn las cuales los fenmenos que llamamos naturales, geogr
ficos, econmicos... en definitiva son humanos por cuanto en todos ellos

683

el hombre ha ejercitado su espritu, puesto su mano, sellado su marca


(Annales, 1946, no. 1, p. 91), L. Chevalier replica: Si no es evidente
que se pueda determinar con certeza los nexos de causa a efecto entre
ciertos fenmenos polticos, econmicos y sociales, con ms razn an no
es posible descubrir los nexos de causa a efecto entre estos fenmenos
en s y los fenmenos demogrficos. En el actual estado de los conoci
mientos histricos y del conocimiento demogrfico, no veo ninguna evo
lucin humana claramente identificada, la revolucin demogrfica del
siglo xix, por ejemplo, que pueda explicarse concretamente y puesta en
correlacin incuestionable con las evoluciones sociales, econmicas o po
lticas. A pesar de las siguientes advertencias del autor, no podemos
dejar de percibir en esta postura una tendencia al agnosticismo. (Popu
lation, 1948, no. 2. p. 389).
123. Die Revolution von 1848 wurde einer beraus starken unge Generation
getragen, die bei weiten zu zahlreich warh ttn in der Wirtschaft sogleich
ausgezogen werden zu knnen und nun mit Energie im Politischen losbrach-i> (LdSCH, Wirtschftsschwankungen-.. p. 558).
124. L o sc h , Bevlkerungswellen... p. 67. Es verdad que Losch no aplica
enteram ente el ciclo coy u n tu ral a las causas dem ogrficas.

125. Tampoco quisiramos que lo que afirmamos sea entendido como una
crtica extremada de todo el trabajo cientfico de estos autores, ya que
sobre todo en algunos casos sera muy injusto. No obstante, esas postu
ras metodolgicas no dejan de tener consecuencias negativas a menudo
incluso para las investigaciones muy especficas.
126. B. J. Sm u lew icz . Crtica de las teoras y de la poltica burguesas sobre
el desarrollo de la poblacin, Mosc 1959.
127. Por ejemplo A. L andry , La Rvolution dmographique, Pars 1934; del
mismo autor: Quelques apergus concenuwt la dpopulation dans l'Antiquit greco-romaine, Revue historique 1936; tambin del mismo autor:
L a dpopulation dans lAntiquit et dans lpoque Contemporaine, en:
VIH Congreso Histrico, t. II, Zurich 1938, p. 422-424.
Acaso Jean Bourdon aborde este problema con unas categoras ms ra
cionales al considerar que las causas que provocan un incremento de la
mortalidad (por ejemplo, las agresiones de los Brbaros) son tan fre
cuentes que equivalen casi a un factor constante con el cual trata de
sentar la dimensin de sus efectos. Jean B o u r d o n , Le monde antique
sest-il dpeupl? Journal de la Socit de Statistique de Pars, MarzoAbril 1948, p. 102-118.
128. D. V. G lass , Gregory King and the Population of England and Wales
at the End of the Seventeenth Century, Eugenics Review, XXXVII,
no. 4 p. 170-183.
129. Vale la pena llamar la atencin sobre el desenmascaramiento del aspecto
poltico de este gnero de teoras cclicas realizado por Lenin en su crtica
a Sorokin.
130. B. C. U rlanis , El desarrollo de la poblacin en Europa, Mosc 1941 Citemos tambin, a ttulo de ejemplo, otro trabajo elaborado igualmente
con el mtodo del materialismo histrico y el cual condujo a unas
conclusiones muy valiosas, es decir, el de S. W. Bach ru szin , La pobla
cin de Mosc en el siglo X V I , Academia de Ciencias de la URSS,
serie de Historia y Filosofa, 1947 no. 3, p. 201-219.
131. Vase M. M. P ostan en: Economic History Review. XII, 1942, p. 97;
K o r h o w en: Woprosy Istorii, 1946 no. 8, 9, p. 114-121; Barg en:
Woprosy Istorii, 1947, no. 11, p. 87.
132. A. Sauvy analiza muy bien estos mitos en: Les limites de la vie humaine,
Pars 1961, p. 7-16.
133. J. G raunt , Natural and Poltical observations... mad upon the Bills of
Mortality, Londres 1662. Esta obra fue atribuida igualmente a W. Petty
(vase C. H. H u ll, Graunt or Petty, Political Science, Quarterly,
XI, 1896, p. 105-132; asimismo: M. G reenw ood , Graunt and Petty,
Journal of Royal Statistical Society, XVI, 1928, p. 79-85).
134. H W estergaard , On the History, and Prospects of Vital Statistics, Eco-

684

135.
136.
137.
138.
139.

nomica, 192S, p. 121-129. Neuman combati las supersticiones que atri


buyen a la Luna una influencia sobre la mortalidad.
Vase las numerosas observaciones criticas de Henry en las pginas
de Population (1954, 2, p. 272-274; 1957; 1, p. 149-152; 1959, 2, p
ginas 327-329).
S a u v y . op. d t. p. 29.
S. J. de L a e t , La arqueologa y sus problemas. Varsovia, 1960, p. 128-131.
Investigaciones de: H. Vallois, E. Joly, C. Krumbein y F. Twiesselmann. Vase E. S c h r e i d e r , Problmes anthropologques du vieillissement.
CNRS, Pars 1960.
Entre los trabajos ms importantes debe citarse: M. F l e u r y y L.

H e n r y , Des registres paroissiaux l'histoire de la population. Manuel


de dpuillement et d exploitation de l tat-civil anden, Pars 1956; L.
H e n r y , Anciennes famiiles genvoises. tude dmographique. XV1-XX
sid es ; Pars 1956; E. G a u t ie r y L. H e n r y , La population de Crulai,
paroisse normande. tude historique, Pars 1958.
140. Sauvy , op. d t., p. 31-39.

141. Este fenmeno lo conocan perfectamente Vauban, Messance y los fisi


cratas. Entre las antiguas investigaciones vale la pena citar: L e g o y t ,
Des cherts en France et de leur influence sur le mouvement de la po
pulation, Journal de la Socit Statistique Pais, 1867, p. 93, 114 y
sig. J. M e u v r e t hizo un estudio clsico en este terreno: Les crises de
subsistances et la dmographie de la France d'andert rgime, Popula

tion 1946, p. 643-650.


Vase asimismo J. R u w e t , 'Crises dmographiques, ibidem 1954 y S. P e l l e
Studies on Mortality since the Renaissance, Bulletin of ihe History of
Medecine, X I I I , 1943, p. 427-461. En 1938, los nios que moran en el
curso del primer ao de vida constituan en Chile el 23,6 %, en la isla
Barbados el 22,1 /,, en la India el 16,7 % (N. S. B u c h a r ia n y H.
I l l i s : Aproache to Economic Development, Nueva York 1955, p. 11)
para no citar la inverosmil cifra del 50 % para el I r n (J. J. S p e n g l e r ,
Economic factors in the Development of Densly Populated Areas, Proceding of the American Philosophical S odety, 1951, p. 39 y otras). En

1949, este ndice ascenda en Suecia al 2,3%.


142. Mientras que la correlacin de la mortalidad con la magnitud de la
cosecha en la poca preindustrial no suscita ninguna duda, entre los caso> curiosos se puede contar las tentativas de explicar los cambios en
la mortalidad de los fenmenos meteorolgicos y esto en los pases ms
industrializados en la segunda mitad del siglo xix (vase Conyer-Moiells
en Jahrbcher tur Nationalkonomie, 111, serie, t. 81, p. 95).
143. G. F r u m k i n , Japan's Dmographie Expansin in the Light of Statistical
A.nnalisis, Die Sociological Review, XXX, 1938, p. 1-23 (comprende
el perodo de 1603 a 1920); C. P. F it z g e r a l d , Historical Evidence for
the Growth of the Chnese Population, ibidem XXVIII, 1936, p. 133
148 y 267-273.
144. G o u b e r t , op. d t. p. 45. Vase igualmente Ph. A r i e s , Histoire des populaiioiis franfaises et de leurs atiiludes devant la vig depuis le X V lll-em e
sicle, Pars 1948. Sobre el pnico ante el hambre en Francia en el
siglo xvi, vase R. M a n d r o u , niroduction a France moderne, Pars

1960.
145. A. S a u v y , Contre le coup de vieux , Express, 1-6-1961.
146. T. M O K t W N y K. . B r o w n , Medical Evidence Related to English
Population Changes in the Eighteenth Century Population Studies, IX,
1955, p. 119-141.
147. C. A n g l a d e , L vulutign conomique et sodale.-de Villeneuve-de-Rivire
du dbut du X V lll-em e side 1900, Toulouse, 1955 y asimismo J.
G

o dechot,

Dmographie et conomie dans les origines du Risorgimento,

Rassegna Storica del Risorgimento, XLIV, fase. 11-111, 1957, p. 386


387.
148. Vase por ej. los datos de R. S . S m i t h , Barcelona .Bills of Mortality
and Population, 1457-1590, Journal of Political Economy, XLIV, 1936,

685

149.

150.

151.
152.

153.
154.
155.
156.

157.
158.

159.
160.
161.
162.

163.
164.

p. 84-93, asi como tambin la critica de los Bills o f Mortlity londi


nenses durante las epidemias en D . D efoe , Dicrio de un ao de epi
demia.
K . E. H e l l e in e r , The Vital Revolution Reconsidered, Canadian Journal
of Economics and Political Sciences, XXIII, 1957, p. 7; L. F. H i r s t ,
The 'Conques! o f Plaque. A study of the Evolution o f Epidensology,
Oxford 1935; G. S ti c k e r , Abhandlungen aus der Seuschengeschichte und
Seuchenlehre, t. I: Die Geschichte der Pest, Giessen 1908.
G . T . G r i f f i t h , Population Problems o f the Age o f Malthus, Cam
bridge 1926; M . C. B u e r, Health, Wealth and Population in the Early
Days o f the Industrial Revolution, Londres 1926; T . H. M a r s h a l l ,
The Population Problem during the Industrial Revolution, Economic
History, supl. al Economic Journal, I, 1929, p. 429-456; H. J. H a ju k kuk, English Population in the Eighteenth Century, Economic History
Review, diciembre 1953, p. 117-133.
H a f a l l u k , op. d t. Vase igualmente: G. M . M e ie r, R. E. B a ld w in ,
Economic Development, Nueva York 1957, p. 150-151.
A. S a u v y , Les limites de la vie humanie, Pars 1961, p. 61. Vase asi
mismo ( D e la p o r te ) : volution de la mortalit en Europe depuis les
origines des statistiques de ltat dvil, Statistique Gnrale de la France,
1941, as como tambin D e p o id : Reproducon nette en Europe depuis
/'origine des statistiques de l tat civil, ibidem, 1941.
Anuario estadstico GUS, 1960, Varsovia, p. 478.
H . H a r t , Urban Expectation o f Life in 2000 A . >, Publications of
the American Sociological Society, XX, 1926, p. 118-122.
L. I. D u b l i n , Harpers Magazine, 160, 1930, p. 770.
L . I. D u b lin , Longevity in Retrospecti and Prospect, en: Problems
o f Ageing, editado bajo la redac. de E. V. Cowdry, Baltimore 1942,
p. 101, as como tambin L. 1. L u b lin , How M any Years will you ive7
American Mercury, julio 1942. Hace poco volvi a estudiar este pro
blema el iniciador de la polmica, H. H a r t , Expectation of Life. Actual
versus Predicted Trends, Social Forces, XXIII, 1954-1955, p. 82-85.
A. S a u v y , Les limites de la vie humaine, p. 125-135.
S. S z u lc : La as llamada longevidad humana, Revista estadstica tri
mestral, 1931, p. 689 (crtica del trabajo de J. T am b o r, La longevidad
humana en Cracovia en el perodo de 1681-1925, Cracovia 1925). A este
problema se refiere igualmente la polmica, citada anteriormente, entre
R. Baehrel y L. Henry en Annales, 1957.
P. G o u b e r t, Beauvais et le Beauvaisis de. 1600 1730. Contribution
d lhistoire sociale de la France du X V ll-e sicle., Pars, 1960, p. 45.
T . F u r t a k , Algunos problemas en torno a la demografa histrica de la
nobleza polaca, RDSG, VI, 1937, p. 31-58.
Ibid. p. 42.
H . H a r t y H . H e r t z : Exprestation o f Life as an Index o f Social Progress, American Sociological Review, IX, 1944, p. 620. Los siete pases
de la civilizacin oeste-europea, son en este caso: Inglaterra con Gales,
Francia, Holanda, Dinamarca, Suecia, Noruega, as como tambin el
Estado de Massachusets en EE UU. En este cuadro se puede ver asi
mismo cmo las ciudades que antiguamente se distinguan por una corta
duracin de la vida humana, en el siglo xix distancian al campo en este
aspecto.
E l d e r e c h o d e l h o m b r e a l a v i d a . . . n o e x ig e n i n g u n a f u n d a m e n t a c i n ,
P . B a r a n , La economa poltica del desarrollo, V a r s o v i a 1958, p . 266.
E. H a l l e y , An Estmate o f the Degrees of Mortlity of M ankind

drawn from curious tables of Births and Fuarais at the City o f Breslaw.
With an Attem pt to ascertain the Price o f Annuities upon Lives.
165. H . H a r t y H . H e r t z , Expectation o f U fe as an Index of Sodal Progress, American Sociological Review, diciembre 1944. Esta idea tiene
una larga tradicin (Rousseau, los fisicratas).
166. N. S. B u c h a n a n y H. S. E l l i s , Approaches to Economic Development,
Nueva York 1955, p. 8-10 y 92-116.
167. De L a e t, op. cit.

686

168. CeiUko es un caso asombroso, ya que en el periodo de 1920 a 1954, la


probabilidad de existencia del recin nacido ha pasado en dicho pas de
los 32 a los 60 aos.
169. A. S a u v y , Les limites de la vie humaine, p. 68-69.
170. N . S. Buchanan y H . S. E llis, Approaches to Economic Development,
p. 98; G. M yrdal, La teora econmica y los pases subdesarrollados
econmicamente, Varsovia 1958, p. 116.
171. K. Davis, The Unpredicted Pattern of Population Change, The Ati
nis, mayo 1956.
172. Vase el captulo sobre el anlisis de la estructura social. En l figura
asimismo la comprobacin de que esta traduccin es mucho m is
fcil para las pocas de florecimiento de un sistema institucional deter
minado que con respecto al perodo de su decadencia.
172a. Esto se refleja a veces en los ttulos de los autores citados.
173. L. L a n d a u , El desempieo y el nivel de la vida de. a poblacin de los
barrios obreros varsovianos, Varsovia 1936.
174. A. Sauvy, Les limites de la vie humanie, p. 85.
175. Ibidem, p. 85 y otras. Con el fin de mostrar sus conceptos errneos,
citaremos el hecho de que el profesor A. Krzyzanowski afirm en d
ao 1938 que lo trascendental de la revolucin demogrfica acontecida
en el siglo xix consiste en la importante disminucin de la desigualdad
entre los ricos y los pobres ante la muerte. La antigua indigencia de Iog
pobres, los cuales por trmino medio vivan menos tiempo, se ha amino
rado visiblemente. A. K rz y z a n o w s k i, L os orgenes y los sntomas del
enriquecimiento de la sociedad moderna. Cracovia, 1838, p. 32.
176. M o h e a u , Recherches et considrations sur la population de la France
1778. Edicin R. Gonnard, Pars 1912. Vase P. V in c e n t, French
Demography in the eighteenth century, Population Studies, 1947, pa
ginas 57-58.
177. V ille r m : Mmoire sur la mortalit dans la classe mse et la classe
dirigeante, Pars 1828, y del mismo autor: Tableau de l'tat physique
et moral des ouvriers, Pars 1840.
178. L. H e r s c h , L ingalit devant la mort d'aprs les statistiques de la
ville de Pars, Revue d'conomie Poltique, 1920, 3 y 4, y a sim ism o
del citado autor: Pauvret et mortalit selon les principales causes de
dcs daprs les statistiques de la ville de Pars, en: Congreso de la
Poblacin, Roma, 1931, t. V; en este ltimo trabajo subraya Hersch
la disminucin de la disparidad entre los aos 1911-1913 y los aos
1924-1928.
179. H e r s c h , L ingalit .., p. 292.
180. Por ejemplo W . P. D. L ogan: Social Class Variatons in Mortality,
Bristish Journal of Preventive and Social Medecine, VIII, 1954, p. 128
137, asimismo W o l f f y M e e rd in k , La mortalit selon les quartiers
Amsterdam, Population, 1952, no. 4. Es evidente que tambin se
hallaron hasta apologistas, quienes intentaron subestimar las conclusio
nes de Hersch, en particular A. L a n d ry , La rvolution dmographique,
Pars 1934, p. 20 y otras.
181. A . A f ta lio n , Les crises gnrales et priodiques de surproduction, t. 1,
p. 207, cuadro en la p. 210 (sobre la base de datos franceses de los
aos 1854-1911).
182. Citaremos como ejemplo a D . S. T h o m as, Social Aspects of the business
Cycles, 1933 y tambin a D. V. G la s s , Economic Fluctuations and
Marrage Frequency, Congreso de la Poblacin, 1937, t. V. (Datos
relativos al Pas de Gales en los aos 1854-1913); G. U. Y u le , Changes
in the Marriage and Birth-rates in England and Wales during the Past
half century, Journal of the Royal Statistical Society, marzo 1906;
A. B ohac, Linfluene de la crise conomique mondiale sur le mouvement de la population, Congreso de la Poblacin, 1937, t. VII.
183. A. S auvy, Les limites de a vie humaine, p. 84.
184. R. G o n n a rd , Histoire des doctrines de la Population, Pars, 1923;
M o h e a u , Recherches et considrations sur la population de la France,
1778, edicin R. Gonnard, Pars 1912. Ofrece una elaboracin colectiva
687

185.

186.
187.

188.

189.

!90.
191.

192.
193.

194.
195.
1% .

197.
198.
199.
200.
201 .

688

de conceptos histricos y de investigaciones demogrficas el tomo: The


Study of Population. An Inventory and Appraisal, ediciones P. M.
Hauser y O. D. Duncan, Chicago 1959, p. 121-313.
Q u e sn a y , Mximes gnrales du gouvernement conomique d un royan
me agricolei>, quien es asimismo un poblacionista, considera sin embargo
que el crecimiento de la poblacin no es la causa sino nicamente la
consecuencia del desarrollo econmico (mximas XII, XXVI). Comparte
esa misma postura M ira b e a u , L ami des hommes, 1757. Adopta una
aptitud muy prudente con respecto a este problema, C a n tillo n , Essai
sur ia nature du commerce, 1755, quien calcula incluso con los lmites
dei aprovisionamiento el aumento de la poblacin en distintas socie
dades.
M a l t h u s , La ley de la poblacin, edicin Krzyzanowski, Varsovia 1925.
Sobre la postura de Marx y de Engels frente a la teora de Malthus
informa perfectamente el libro de R. L. M e ek , Marx und Engels ber
Malthus, Berln 1956. Vase igualmente, K . K a u ts k y : Malthusiasnismus und sozialismus, Die Neue Zeit, XXIX, 1911, I, p. 620-627, 652
662, 684-697.
F. S. Liberal N itti, La population et le systme social, Pars 1897, ca
lifica de rica filosofa a la obra de Malthus, p. 267. El defensor po
laco de Malthus, A. Krzyzanowski, considera que se trata de una fosofa de la miseria, escrita a pesar suyo en inters de los ricos.
B u e r, Health, Wealth, and Population During the Malthusian Age;
J. J. O L e a ry , Malthus's General Theory of Employment and the. PostNapleonic Depressiotis, Journal of Economic History, III, 1943,
p. 185-200.
J. M. K e y n e s, Some Economic Consequences of a declining population,
Eugenic Review, XXIX, 1937-1938, p. 13-17.
A. H . H a n se n , Economic Progress and Declining Population Growth,
American Economic Review, XXIX, 1939, p. 1-15. Vase igualmente
W. B. R e d d a w a y , The Economics of a Declining Population, Londres,
1939; J. R o b b in s, Notes of Some Propable Consequences of the Advent
of a Stationary Population in Great Britain, Economica, abril, 1929.
K e y n e s, op. cit. p. 13.

Aparentemente, Keynes y Hansen se oponen a Malthus: Temen la desa


paricin del aumento natural mientras que Malthus tema precisamente
este aumento. Sin embargo, en el citado aitculo, Keynes subraya que
sta es una verdad sio en parte. No es este el lugar para desarrollar
esta cuestin.
H. F l a k i e r s k i , revisa lapidariamente los conceptos en: La poblacin
y el desarrollo de la economa, Vida Econmica, XV, 1960, no. 36
(468).
E. R o s s e t, El proceso de envejecimiento de la poblacin, Varsovia 1959.
G . M y r d a l, La teora econmica y los pases econmicamente subdesarrollados, Varsovia, 1958, p. 155-156.
G . M e q u e t, Le problme de la population en URSS, Annales I, 1929,
p. 48-57.
M. D. T ie tz e , Human Fertility in Puerto Rico, American Journal of
Sociology, 1947, p. 34-40, asimismo M. N. K ing, Cultural Aspects of
Birth Control in Puerto-Rico, Human Biology 1948, p. 20-27.
P. J. S m u lew icz, Crtica de. las teoras y la polticas burguesas de desarro
llo de la poblacin, Mosc 1959.
P. G e o rg e , Questions de geographie de la population, Pars 1959. Con
tiene un protundo anlisis de carcter progresista sobre la actual situa
cin demogrfica en el mundo en relacin con los problemas econmicos.
El problema se complica como icsultado de que toda una serie de
elementos del desarrollo econmico en los pases actualmente atrasados
no arrancan directamente de los procesos internos de desarrollo de unas
sociedades determinadas sino que, en parle, pioceden del exterior, por
lo cual no acompaan los procesen interiores de adaptacin. Vase
N. S. D u ch an an y H. S. E l l i s , Approaches to Economic Deveiopment,
Nueva York 1955, p. 114.

202. La literatura relativa a los problemas demogrficos de los pases actual*


mente subdesarrollados es enorme. Citemos, por ejemplo, algunas posi
ciones: 6 . Kuznets, We Moore y J. J. Spengler (editor): Economic
Growth: Brasil, India, Japn, Durham N. C. 1955;
A. J. C o a l e y E. M. H o o w e r , Population Growth and Economic Deve
lopment in Low-lncome Countries. A Case Study of Indias tio s p ta s .
Princeton 1958;
H . B e l s h a w , Population Growth and Level of Consumtion, With Spe
dal Reference to Countries in Asia, Londi&s 1956.
K. D a v is , Population of India and Pukistan, Princeton 1951. Puede en
contrarse una bibliografa razonada sobre este problema as como tam
bin acerca de otras cuestiones econmicas de los pases subdesariollados en la obra de H a z le w o o d , The Economics of Undei-Devetoped
Areas. An Annotated Reading List of Books, Articles and Officiale
Pubcations, II, edicin, Londres, Oxford UP, 1959.
203. Como s e io permite hacer P. f'ROM ONT, Dmographie conomique. Les
rapports de l'conomie et de la population dans le monde, Pars 1947,
p. 23.
204. W. A b e l , Wachstunschwankungen mitteleuropischen Vlker seit dem
Mittelalter. Ein Beitrag zur Bevlkerungsgeschichte und Lehre, Jahrbcher r Nationalkonomie, 1935, p . 670-691; A. L o s c h , Wirtschaftsschwankungen ais Folge von Bevlkerungswellen, bchmoiieis Jahrbuc,
1936, p. 39-52; del mismo autoi: Population Cycles as a Cause of Busi
ness Cycle, Quarteny Journal of fcconomics, 1937, p. 624-647.
205. J. Akekmam, Bevlkerungswellen und W eclisellagen, ihmoilers Jahrbuen, i. 61, 1937, p. 91-98, as como la polmica en las p. 453-467.
206. Y . K cNOard, Consquences et intrts dmographiques de la Peste
Noire de 1348, Population III, 1948, p. 459-466;
H . R obbins, A Comparison of the Effects of the Black Death on the
Economic Urganisation of France and England, Journal of Poluical
Lconomy, agosto 1928. Este fenmeno despert ya el inters de Marx
(El Capital, t. 1, p. 291 y 761).
207. G. F ra n z , Der Dreissigjage Krieg Und Das Deutsche Volk, Jena 1940.
208. W. C. R o b in so n , Money, Population and Economic Change in Late
Medieval Europe, Economic History Review 1959, serie 11, XII, p. 63
76. Critic duramente ese trabajo M. M. P o s ta n , Note, ibidem p. 77-82.
ltimamente tom parte en esta discusin E. J. H a m ilto n : The Histo
ry o Prices before 1750, en el X I Congreso Internacional de Ciencias
Histricas, Ponencias, t. 1, Estocolmo 1960, p. 144-164, particularmente
las p. 152-155.
209. H a m ilto n , op. cit. p. 155.
210. Esto se peilil claramente en la polmica entre Robinson y Postan.
211. G. P a r e n t i , Prezzi e mercato del grano a Siena, 1546, 1765, Florencia,
1942, acomete la ambiciosa tentava de calcular la elasticidad de la
demanda (p. 206-215). Quiz sea esta la nica prueba de esta clase
en relacin con una poca tan remota, aunque los materiales son de
una rara perfeccin.
212. La expansin demogrfica en el siglo x ih se acompaa de numerosas
manifestaciones del desarrollo economico: asentamientos, aumento de la
superficie de cultivo, desarrollo urbano y de la artesana, etc... Acaso
es una regla para toda la poca feudal?
213. En este caso no opera el esquema de Ricardo, sino ms bien en oposi
cin al suyo, el esquema de Carrey, basado en la observacin del asenta
miento de la inmigracin europea en Amrica del Norte.
214. R e n o u a r d , Primer op. d t.
215. Sobre la literatura acerca de este tema, vase en la pgina 665 del texto
polaco.
216. Esto lo probara asimismo el hecho de que hasta finales del siglo xviii,
en cada finca de la nobleza son bien acogidos en principio los candi
datos a los asentamientos. El ejemplo de Polonia es un argumento en
contra de la tesis que explica la segunda servidumbie en Alemania
a travs del aumento de la poblacin y del agotamiento de las posibi

689
hcs

100. 44

lidades de asentamiento. Vase P. F r o m o n t , Dmographie conomique.


Les rapports de lconomie et la population dans le monde, Pars 1947,
p. 148. . D u p r e l , Deux essais sur le progrs, Bruxelles 1928, p. 8 .
217. A veces, esto se produjo incluso dentro de las fronteras de un mismo
Estado, como, por ejemplo, en Italia. Vase la infinitamente instructiva
discusin sobre la gnesis del capitalismo moderno en Italia entre Romeo
y Sereni.
218. C. M a r x , El Capital, t. I, p. 682. Igualmente L e n i n , Obras completas,
t. I, p. 492 y siguientes. K a u t s k y , op. cit. p. 657-660 subraya que no
slo cada sistema sino cada fase de desarrollo en la historia de un
sistema destaca por la variedad de sus fenmenos demogrficos.
CAPTULO X I: Las investigaciones histricas de las estructuras feudales
1. Por ej. en la obra de N. A s o o ro d o b ra j, L os comienzos de la clase

obrera (Varsovia 1946), el punto de partida es la categora social definida


en trminos histricos es decir, en el lenguaje de las fuentes como
gentes sin pertenencia; en ella se analiza su procedencia social, sus
condiciones de existencia, de trabajo, de remuneracin; pero el anlisis
termina con el captulo intitulado El hombre sin pertenencia en el
conjunto social.
2. En Maese Tadeo, A. M i c k i e w i c z , habla de la mujer de un candidato
borrado de la lista de los ttulos:
Pobrecita! a Excelencia acceder deba
Y de nuevo en Seora se quedara.
(Maese Tadeo, XII, 134-135)
......... (Maese Tadeo, XII, 134-135)
3. M. W a so w ic z , Los contratos de Lvov en 1676-1685, Lvov 1935, p. 22.
Hablando propiamente, cuando se trata de personas que establecen una
transaccin inscrita en el libro perpetuo, la terminologa es la siguiente:
Al Magnate, ilustris et magnificus; para el noble medianamente rico,
generosus; el noble de baja estirpe, nobilis; para el clero la jerarqua
se expresa en los ttulos perillustri et reverendissimi, ilustres et reverendi,
reverendi. Tambin se diferenciaba la terminologa para definir a la bur
guesa, en: nobiles et excellentissimi, nobilis et excellentes, honorati, ho~
nesti, famat, famosi. Esta ltima es la ms diferenciada pero tambin
la que se aplica con menos rigor.
4. W. L en in , Las perlas de la proyectomana populista, Obras completas
t. V, p. 490.
5. Ibidem, p. 489.
6 . Hay muchos datos, por ej. en el Liber Chamorum.
7 . H. P o la c z k o w n a , en la Revista mensual de la Herldica, III, 1910,
p. 162.
8 . J e s k e - C h o i n s k i , Los nefitos polacos.
9. J. N. J a n o w s k i, Notas autobiogrficas, 1803-1855, edicin M. Tyrowicz,
Wroclaw, 1950, p. 601.
10. C . E. L a b ro u s s e , Voies nouvelles vers une histoire de la bourgeoisie
occidentale au XVIII-e et XlX-e sicles, X Congreso Internacional de
Ciencias Histricas, ponencias, t. IV, 1955, p. 365-396.
11. Existen innumerables trabajos que revisan las doctrinas y los conceptos
relativos a la estructura social y las clases sociales. Por ejemplo, pode
mos citar a J. Lhom m e, Le problme des classes. Doctrines et faits,
Pars 1938; W. H a lb w a c h s , Les classes sociales, asi como G. G u r w i t c h ,
Le concepl de classes sociales de Marx d nos jours; ambos trabajos en:
Les cours de la Sorbonne.
12. M. W eber , Wirtschaft und Gessellschaft.
13. W . S o m b a rt, Des Moderne Kapitalismus, y Der Bourgeois.
14. A . S o b o u l, Les sans-culottes parisiens en l'an II. Mouvement populaire

690

et gouvernement rvolutionnaire, 2 jtiin 1793, 9 Thenitidor an II, Pars

1958.
15. Interesante revista y sistematizacin de estas declaraciones en S. Osso w sk i , La estructura de clase en la conciencia social, Lodz. 1957,
capitulo V: La sntesis marxista, p. 65-8!.
16. C. M arx, El Capital, t. III, 2, p. 470.
17. Lenin, Obras completas, XXIX, p. 415.
18. C. Marx, op. cit.
19. O ssowski, op. cit.
20. Este fenmeno no lo percibe Ossowski aunque comprende que la tipolo
ga de interpretacin de las estructuras sigue relacionada con la tipologa
de las estructuras, p. 152; el captulo de su libro consagrado a este
problema, es a nuestro parecer, engaoso.
21. N. Bukharin , La teora del materialismo histrico, Varsovia 1927, pgi
nas 296-298.
22. S. Czarnowski, Las gentes intiles en los servicios forzados (1935),
Obras, t. II, Varsovia 1956, p. 186-193.
23. S. O ssowski, La estructura de clase en la conciencia social, Lodzz, 1957,
p. 73.
24. Bukharin, op. cit. p. 297.
25. O. Lange, Economa poltica, t. I, Problemas generales, Vaisovia,
1959, p. 102-106.
26. Lenin, op. cit. p. 415.
27. S. Ossowski, (op. cit., p. 163-164), adelant la tesis segn la cual puede
ejercerse el poder econmico sobre los hombres no slo por mediacin
de los medios de produccin sino tambin a travs de los bienes de con
sumo, y junto a los medios de produccin y a los de consumo estn
los medios coercitivos. Desgraciadamente, ambos ejemplos, que parecen
simplificar este problema fundamental, van en contra de su hiptesis.
El ejemplo de la distribucin del pan a los ciudadanos romanos por los
Csares slo puede entenderse si tenemos presente que precisamente por
esto Egipto era una provincia del emperador y no del senado. 1 ejem
plo del pobre campesino que a la demanda de su rico hermano se sac
los ojos para obtener pan para sus hijos hambrientos sigue cultivndose
en el folklore como una reminiscencia de las diferencias de fortuna en
la aldea: el hermano iico tenia tierras mientras el hermano pobre nada
posea. Ningn marxista ha puesto en duda que puedan darse y a veces
se dan masivamente los casos en que un campesino pobre trabaje
en casa del rico por la comida (medios de consumo). Creemos que
ningn marxista ha discutido el hecho de que puedan darse y se den
situaciones en que el hombre poderoso, armado de un machete (medios
coercitivos) ataque en una calle oscura a otro hombre, le mate y le
quite el abrigo y el reloj. Todo estriba en saber si es posible durante un
determinado perodo histrico y en escala social entre las clases so
ciales y no entre los individuos utilizar el poder econmico y no
slo econmico con ayuda de los medios de consumo o los medios
represivos sin que el que disfruta de ese poder no disponga a la vez
de una determinada base de fuerzas productivas. A una pregunta as
formulada corresponde quizs una respuesta absolutamente negativa. Pero
la experiencia de los tiempos ms modernos aboga, por desgracia, en
ese mismo sentido.
28. Vase: E. N agel, On the Statement The Whole is more than the Summ
of its Parts, en: The Language of Social Research, edicin P. F. La
zar sfeld and M. Rosenberg, Glencoe, Illinois 1955, p. 519-527.
O. Lange, La magnitud y el desarrollo a la luz de la ciberntica, Varsosovia 1962.
29. Z. J ordn resea en: Reflexiones sobre la historia, W. K ula, Carta
pacio Histrico, IX, 1958, p. 107.
30. Nunca se ha visto ni se ver que las clases moribundas cedan volunta
riamente sus posiciones, J. S t a l i n , Obras completas XI, p. 181. Citacin
691

anloga en el l. XII, p. 48-49. Es posible negarlo, al menos en rela


cin con lo que pas?
31. A S . O sso w sk i corresponde el haber llamado la atencin sobre esta
problemtica, en la ciencia polaca, op. cit.
32. W. K ula, Esbozo sobre las manufacturas, captulo: Las splicas de
los campesinos, 1777-1782, p. 34373.
33. O ssowski, op. cit. p. 16-18 acepta que el anlisis de las doctrinas basta
a! menos para efectuar la clasificacin y la sistematizacin de las clases
filosficas y de las ideas concernientes a la estructura social.
34. O s s o w s k i , op. d t.
35. Sir Francis G alton , Inquiries into Human Faculty and its Develop
ment, Londres 1883; G . V acher d e L apouge , Les slections sociales,
Pars 1896; O. A m mon , Die Gesellschaftsordnung und ihre natrlichen
Grundlagen, Jena, 1895.
36. G . Schm oller , Des Wesen der Arbeitsteilung und der sozialen Klassenbildung, Schmoller Jahrbuch, XIV, 1890. p. 45-105; K. B c h e r , Arbeitsgliederung und soziale Klassenbildung, en el tomo: Die Enststehung
der Volkswirtschaf!, Tbingen 1893.
37. P. M ombert . Class, Enciclopaedia of Soral Sciences (Seligman) t. III,
p. 531-536.
38. Vase: Woprosy Istoiii, 1960, no. 8 , p. 201-203 y no. 12, p. 26.
39. Acerca de las investigaciones sobre la burguesa rusa podemos citar, por
ejemplo, la obra de P. A. Ber l n , La burguesa rusa en la vieja y .a
nueva poca, Mosc 1922; y tambin la obra de R in d ziu n sk i , Gorodskoj grazdanstwo doreformiennoj Rosii, Mosc 1958. Las dos fechas
son muy caractersticas.
40. Vase anteriormente el capitulo sobre la estadstica histrica, apartado 2.
41. C. E. L abrousse , Voies nouvelles vers une histoire de la bourgeoisie
occidentale aux XVIII et XlX-eme sicles (1700-1850 en: X Congreso
Intenuicional de Ciencias Histricas, porencias, t. IV, p. 365-396. Este
trabajo es muy instructivo desde el punto de vista de la informacin
sobre las reservas de fuentes y de los mtodos. Vase tambin las instruc
ciones para los investigadores nacionales, publicadas en Bulletin d'Histoire Modcrne et Contemporaine (depuis 1715), ao 1956, volumen I,
fase. 1 et. 2. Vase, asimismo, los numerosos comunicados y resultados
provisionales de las investigaciones regionales en: Actes du L X X X ll
Congrs National des Socits Savantes 1958.

D s los trabajos de este tipo iniciados por Labrousse, han aparecido ya


las primeras publicaciones, las cuales tienen momentneamente un ca
rcter de sondeo. En atencin a su carcter precursor, merecen citarse
las ms importantes:
A. J. T udesq , Les listes lectorales de la monarchie censitaire, Anna
les 1958, p. 277-288; A. J. T udesq , L'tude des notables, lnventaire
des sources et projetcs d enqute, Bulletin dHistoire Moderne et Con
temporaine (depuis 1715), ao 1956, t. I, fase. I, p. 25-52.
A. D aumard , Pars et les archives de l Enregistrement., Annales 1958,
p. 289-303.
A. D aumard y F . F u ret , Les Archives Notariales et la mcunographie,
Annales 1959, p. 676-693. D aumard y F. F uret , Structures st relations
sociales Pars au milieu du X VlIl-m e sicle, Cahiers des Annales
no. 18, Pars 1961. F. F uret , Structures Sociales Parisiennes au X V Illeme sicle. L'apport d'une srie fiscale , Annales 1961, p. 939-958.
A . D aumard , Les relations sociales d Pars l poque de la monarchie
constitutionnelle d'aprs les rgistres paroissiaux des mariages, Popula
tion 1957, p. 445-466. A. D aumard , Structures Sociales et classement
sociaux professionels. L apport des archives notariales au XVIIl-eme et
au XlX-m e sicles, Revue Historique t. CCXXVII, 1962, p. 139-154.
M. M. V ovelle , Problmes mthodologiques poss par l'utilisation des
sources de l enregistrement dans une tude de structure sociale, Bulle-

tin de la section dHistoire Moderne et Contemporaine (depuis 1610),


1961, p. 49-106 (ms 12 cuadros).
692

A. D aumard, Une source d'histoire sociale: L'enregistrement des mutations par dcs. Le XI-me arrondissement de Paris en 1801 et 1847.
Revue dHistoire conomique et sociale, 1967, p. 52-78.
CAPITULO X II: Las investigaciones histricas sobre os precios

1. La rponse de Jean Bodin d M. de Maestroit, 1563, Nueva edicin


publicada por H. Hauser, Pars 1932.
2. Adn Smith , Investigaciones sobre la naturaleza y as causas de la ri
queza de as naciones, Varsovia 1954. Especialmente: Disgresin sobre
los cambios de valor de la plata en el curso de los cuatro ltimos sielos,
t. I, p. 232-274, y: Los cambios en la correlacin del valor del oro
y de la plata, t. I, p. 275-282.
3. T ook, History of Prices... from 1793 to 1837. Preceded by a Brief
Sketch of the State of the Corn Trade in the Last Two Centuries, 2 to
mos 1838. Los tomos siguientes aparecieron en los aos 1840-1857, entre
los cuales dos ya estaban firmados por Took y Newmarch.
4. C. Marx la critica repetidas veces, particularmente en los tomos II y III
de El Capital.
5. Rogers T horold, The History of Agriculture and Prices, 6 tomos. 1866
1887. Este autor public seguidamente la obra titulada: Six Centuries
of W ork and Wages (citamos segn la traduccin alemana: Die Geschichte der Englischen Arbeit, Stutteart 1896. Traduccin de K. Kautsky).
Mrx trat seriamente la obra de Ror?rs. Vase: El Capital, t. I, p. 727,
733 y 780.
6 . Vicomte G. d 'A venel, Histoire conomique de a proprit, des salaires,
des denres et de tous les prix en gnral, depuis Van 1200 jusqu Van
180G, Pars 1894-1931, 8 tomos. Vase la resea de esta obra por G. Mo-

7.
8.

9.
10.

11.
12.

nod y Castelot (Revue Historique, 1895, p. 116 y sig. y 1896, p. 128


y sig. as como tambin: Seignobos (Revue Critique dHistoire et de
Littrature, enero-junio 18%, p. 106 y sig.), asimismo la controversia
entre dAvenel y Seignobos. ibidem. p. 246 y sig.. 373 y sig., 379 y sig.
F. Simiand, Le salaire des ouvriers des mines de charbon en France,
Pars 1907.
Von I nama-Sternegg, Geschichte und Statistik. Statistische Monatschrift, VIII, 1882, p. 3-15.
Detalles sobre el Comit Internacional, H. H auser en: Recherches et
Documents
(prembulo), as como tambin en H oszowski, Las bs
quedas histricas sobre os precios. RDSG, I, 1931, p. 61.
F. Simiand, Recherches statistiques historiques, Bulletin de llnstifut In
ternational de Statistique, XXVI, segunda edicin, Madrid 1931 (po
nencias y comunicados presentados en la XX sesin del Instituto Inter
nacional de Estadstica, Madrid 1931, p. 673-693). Vase el debate sobre
esta ponencia: ibidem primera edicin, La Haya, 1936, p. 112-123.
Ms adelante nos referiremos a las posiciones bibliogrficas al aludir
a la discusin metodolgica.
Vase F. Simiand, Mthode historique et Science sociale, tude critique
d aprs les ouvrages rcents de M. I/icom be et de M. Seignobos. Revue
de Synthse Historique, VI, 1903, p. 1-22 y 129-157. Le contest en esta
misma revista Paul M antoux, Histoire et Sociologie (ibidem, VII, 1903,
p. 121-140). En cuanto respecta al desarrollo ulterior de esta interesante
polmica entre socilogos e historiadores es importante la resea de
Simiand sobre el libro de Mantoux: La rvolution industrielle au X V lll-e
cle. Essai sur es commencements de la grande industrie moderne en
Angleterre, publicado n L'Anne Sociologique, X, 1905-1906, Pars

1907, p. 539-551. Para los historiadores econmicos tambin es impor


tante la obra programtica de Simiand, La mthode positive en science
conomique, Pars 1912.
13. F. H einchelheim, Wirtschaftliche Schwankungen der Zeit von Aleksander bis Augustus, Beitrage zur Erforschung der Wirischaftlichen. Aufs-

chwung, Kriese, Stockung, edicin von A. Spiethoff, Jena 1930, Heft 3.


14. Vase anteriormente el captulo sobre la demografa histrica.
1?. M. H a u s e r , Recherches et documents... Vase la resea de esta obra
por J. Pele. RDSG VI. 1937, p. 494-496.
16. Descubierto por M. Bloch [Lhistoire des prix. Quelques remarques cri
tiques, Annales, I, (XI), 1939, p. 149], Otro asunto es el que Bloch
exagere la importancia de este error. El hecho es que Hauser y ms bien
Se. en el que Hauser se apoy, no se dio cuenta del cambio de valor
de la moneda metlica efectuado en el ao 1726 y que dur hasta el ao
1740. De esta manera, es falsa la base real del ndice en metlico. Sd
embargo, de esto slo resulta que han de ser errneos todos los valores
absolutos de los ndices de cualquier ao en relacin con su base. En
cambio, la comparacin de la cuanta de los ndices de los diferentes
aos hubieran conservado su valor... si en el clculo de la moneda en
curso en su valor en plata efectuado por Hauser segn la tabla de Se
slo hubiera un error. Por desgracia, Bloch mismo descubri ms de
uno. lo cual convierte en inutHizable el ndice de los precios en plata.
17. C. E. L abrousse , Esquisse du mouvement des prix et des revenues en
France au X VIlIm e sicle. ...
18. A. C h a b e r t . Essai sur les mouvements des prix et des revenus en
France de 1798 d 1820, con un prefacio de M. E. Labrousse, t. I, Les
prix, Pars, 1945; del mismo autor: Essai sur les mouvements des reve
nus et de l activit conomique en France de 1798 d 1820, Pars 1949. La
ampliacin del ttulo en el tomo II es significativa.
19. M . Baulant y J. M eu v ret , Prix des crales extrets de a mercuriale
de Pars, 1520-1620, Pars 1960, T. II (1621-1698), se public en el 1962.
20. M. J. E lsas , LJmriss einer Geschichte der Preise und Lohne in Deutschland, 2 tomos en tres volmenes, Leiden 1940-1949. Vase la resea
del t. I por St. Hoszowski en RDSG, VI, 1937, p. 485-491. Heckscher
hizo una resea del t. I en Economica, NS V, 1938, p. 366-369 (glosa
incluida en el tomo editado por Pibram para Austria).
21. De ello se quej M. Bloch en Annales, I (XI), 1939. p. 142-143.
22. Sir William Beveridge en colaboracin con L. L iepmann , F. J. N ic h o las . M. W retts -S m ith y otros, Prices and Wages in England from the
twelfth to the nineteenth 'Century, t. I: Price Tables. Mercantile* Era,
Londres 1939. Vale la pena sealar que esta publicacin es actualmente
muy rara por cuanto la editorial no logr distribuirla antes de la guerra
y que sus almacenes fueron incendiados durante los bombardeos alema
nes. Interesante resea sobre este tomo: Bowley en Economica, NS,
VII. 1940, p. 327-328 y Hamilton en Economic Journal, LII, 1942,
p. 54-58.
23. N. W. P osthumtjs , Inquiry into the History o t Prices in Holland, t. I:
Wholesale Prices at the Exchange of Amsterdam, 1609-1914, Leiden
1946. Hamilton public una resea de este tomo en Journal of Econo
mic History, VI, 1946, p. 73-79.
24. Ibidem, p. 590-605.
25. E. Heckscher hace una resea de los tomos de Elsas y Posthumus en
Economica, V, 1938, p. 366-369.
26. E. H . Phelps Brown and Sheila H o pk in s , Wage-rates and Prices. Evidence for Population Pressure in the Sixteenth Century, Economica
XXIV, 1957, no. 96, p. 291-292. Esta misma tesis fue presentada con
relacin a la obra de dAvenel por R. Romano en el Congreso de Aix
en Provence, en el ao 1962.
27. E. J. H amilton , American Treasure and the Price Revolution in Spain,
1501-1650, Harvard Economic Studies, no. 43, Cambridge, Mass. 1934.
Vase la amplia resea de esta obra y las observaciones relativas a su
primera parte publicadas en Journal of Economic and Business Histo
ry, I, 1928, p. 1-35, en el artculo de L. F ebvre , L'affaire des mtaux
d'Amrique et les prix d Seville. Un arrele fait, une enqute d faire,

Annales II, 1930, p. 68-80 y la extensa resea de este libro por


L. Varga en Annales. VIII, 1936, p. 570-574.

694

J. H a m ilto n , Money, Prices and Wages in Valencia. Aragn and


Novarte, 1351-1500, Harvard Economic Studies, no. 51, Cambridge
Mass. 1936.
29. E. J. H amilton, War and Prices in Spain, 1651-1800, Harvard Economic
Studies, no. 81, Cambridge Mass. 1947.
30. Otros estudios de H amilton, American Treasure and Andalusian Prices,
1503-1600, Journal of Economic and Business History, I, 1928, p. 1-35;
Imports of American Gold and Silver into Spain, 1503-1600, Quarterly Journal of Economics, XLIII, mayo 1929, p. 436-472; Monetary Inflation in Castilia, 1598-1660, Economic Jorunal. Economic History,
Series, II, p. 177-212; En priodc de rvolution conomique: la monnaie
en Castille, 1501-1650, Annales IV, 1932, p. 140-149 y 242-256; Wages
and Subsistances on Spanish Treasure Ships, 1503-1600, Journal of Political Economy, 1929, XXXVII, p. 430-450; American Treasure and the
Rise of Capitalism, 1500-1700, Economica, 1929, p. 338-357; Spanish
Mercantilism before 1700, en: Facts and Factors in Economic History,
Cambridge Mass. 1932, p. 214-239; The Mercantilism of Geronimo de
Uztariz. A Reexamination, en: Economics, Sociology and the Modcrn
World, Cambridge Mass, 1935, p. 111-129; The Foundation of the
Bank of Spain, Journal of Political Economy, LIII, 1945, p. 97-114;
The First Twenty Years of the Bank of Spain, Journal of Political
Economy, LIV, 1946, p. 17-37 y 116-140; The Decline of Spain, Eco
nomic History Review, VIII, 1937-1938, p. 168-179; Profit Inflation and
the Industrial Revolution, Quarterly Journal of Economics, LVI, 1941
1942, p. 13: Use and Misuse of Price History, Journal of Economic
History, IV, Task, 1944.
Merece ser sealado que dos de estas posiciones rebasan el marco de la
historia de Espaa, siendo originales solamente los materiales espaoles.
Adems, el citado autor ha publicado dos estudios sobre la historia de
los precios en Francia; se trata de: Prices and Wages at Paris under
John Laws System, Quarterly Journal of Economics, LI, 1936, p. 42
70; Prices and Wages in Southern France under John Laws System,
Economic Journal. Economic History Series, III, 1937, p. 441-461.
Estos dos ltimos trabajos fueron glosados por St. H o s z o w k i en RDSG,
VI, 1937. p. 501-504.
31. Han publicado importantes reseas de los trabajos de Hamilton: Elsas
en Economic Journal, Economic History Series, III, p. 482-484, as
como tambin F. L. N ussbaum en: Journal of Economic History,
VIII, 1948, p. 85-87. Esta tima noticia plantea especialmente una se
rie de importantes problemas de interpretacin. Hamilton contest en
Economic Journal, XLVII, 1937, p. 373-375 a la resea de Elsas. Res
pondi asimismo a la resea de Nussbaum, tras lo cual Nussbaum replic
en Journal of Economic History, XIII, 1948, p. 241-242.
Sobre los mtodos y las tesis de Hamilton, vase ms adelante.
32. G. Parenti, Prezzi e mercato del grano a Siena, 1546-1765, Forencia
1942.
33. G. P arenti, Prime richerche sulla rivoluzione dei prezzi in Firenze, F lo

28. E.

rencia 1939.

34. A. M addalena, Prezzi e aspetti di mercato in Milano durante el secolo


XVII, M ilano 1949. Vase asim ism o sobre esta o b ra: J. M euvret , Conjoncture et crise au XVlI-e sicle; l'exemple des prix milanais, A nnales

1953, p. 215-219, asi com o tam bin la polm ica entre M euvret y Baehrel
de la cual se habla m s adelante en nuestro trabajo. Constituye un com
plem ento al conocim iento de la historia de los precios en M iln la obra
de C. C ipolla , Mouvements montaires dans l'tat de Miln 1580-1700,
Paris 1952.
35. A. G. M ankow , Los precios y sus fluctuaciones en la economa rusa
del siglo XVI, Mosc-Leningrado 1951 (existe una traduccin francesa).
36. W. M. Panejach hace una resea del libro de Mankow en: Woprosy
Istorii, 1952, no. 12. Como quiera que las medidas nacionales se hallan
calculadas en base a los diferentes sistemas locales y dado que el

695

37.
38.
39.
40.
41.
42.
43.
44.

nivel absoluto de los precios en las diversas localidades deja aparecer


una variacin regular, los cambios de las medias suelen reflejar a veces
los cambios en el alcance geogrfico.
W. I. S zu k o v , La geografa de los precios del pan eri Siberia en el
sielo x v i i , W oprosy Geografii, t . 31, M osc 1953.
W. W. D oroszenko, l o s precios en Livoma en el siglo X V , Historia
de la URSS , 1959, no. 2.
W. K. J acunsktj, Sobre algunos de los ltimos logros de nuestra cien
cia histrica, Historia de a URSS, 1959, no. 3, p. 28-29.
V. M aoalhaes G odinho , Prix et Monnaies au Portugal, 1750-1850. In
troduccin de 1 . Febvre. Pars 1955.
A. F. P ribram y otros, Materialen zur Geschichte der Preise und Lhme
in OsterreicK, t I, Viena 1938.
E. Varga, Las crisis econmicas, t . !. Mosc.
J. Sc h u m peter , Business cycles. A Theoreticl, Historical, and Statistical
Analysis of the Capitalist Process, 2 tomos, Nueva York 1939.
A. J acobs y H. R ic k t e r , Die Grosshandelspreise in Deutschland von
1792 hiv 1943. Sonderheft des Instituts fr Konjunkturforschung, Ber
ln, 1935, no. 37.

45. A. S pie t h o f f , Die Wirtschaftlichen Wechsellaeen; Aufschwung. Krise,


Stockung, 2 tomos (mitch einer Einleitung von E. Salin), Tbingen-Zurich
1955.
46. A. Q ayer , W . W . R ostow and Jacobson Schw artz A., The Growth
and Fluctuation of the British Economy, 1790-1850, 2 tomos, Oxford 1953.
47. P. R oijsseaux. Les mouvements de Fond de VEconomie Anglaise 1800
1913. Bruselas-Pars, 1938.
48. S. G. St r u m il in . Fromyszlennyj jnereworot w Rossii. Mosc 1944.
49. F . Sim iand , Le saleare, l volution sociale et la monnaie, 2 tom os, Pars
1932.
50. Se trata de la publicacin de: Archivio Economico dell Unificazione
Italiana, bajo la redaccin de C. M. Cipolla, de la cual han aoarecido
10 tom os de la serie I y 3 tomos de la serie II dpsde el a?o 1956. F.n
relacin a 1os precios han sido publicados hasta la fecha los trabajos
sieuientes: P. B endettint , I Prezzi sid mercato di Firenze dal J800 al
1890 : G. F elloni , I Prezzi sul mercato di To'ino dal 1815 al 1890;
A. D e M addalena , I Prezzi dei generi commestibili e sei prodo>ti agricoli sul mercato di Milano dal 1800 al 1890; S. P in c h er a : I Prezzi di
alcuni cereali e dell olio di oliva sui mercati delln Stato Pontificio (dkd
1823 al 1860). editado en Roma; S. P inchera . Monete e zecche nello
Stato Pontificio dalla Restaurazione al 1870; G. F elloni , I Prezzi nel
Portofranco e nella borsa merci di Genova dal 1828 al 1890; G. F elloni , I Prezzi sur mercato di Genova dal 1815 al 1890; D . B eltram i . I Prezzi nel Portofranco e nella borsa merci di Trieste dal 1825
al 1890; P. L. Sfaggiari. 1 Prezzi dei generi di magior consumo sul
mercato di Parma dal 1821 al 1890; A. P etino , I Prezzi di alcuni prodotti agricoli sui mercati di Palermo e di Catania dal 1801 al 1890; I. D eLOGU, I prezzi sui mercati di Cagliari e di Sassari dal 1828 al 1890.
51. Lvov: S. H osuowski, Los precios en Lvov en los si elos X V I v XVII,
Lvov 1928; del mismo autor: Los precios en Lvov en los aos 1369-1600.
Lvov 1935; E. T omaszewski. Los precios en Cracovia en os aos 1601
1795, Lvov 1934; M. G orkiewicz, Los precios en Cracovia en los aos
1796-1914; Poznan 1950.
Lublin: W. A damczyx , Los precios en Lubn desde el siglo X V I a fines
dei siglo XVII, Lvov 1935.
Varsovia: W. A damczyk . Los precios en Varsovia en os siglos X V I y
X V II , Lvov 1938; S. S iegel , Los precios en Varsovia en os aos 1701
1815, Lvov 1936; del mismo autor, Los precios en Varsovia en los aos
1815-1914, Poznan 1949.
Gdansk: J. P elc , Los precios en Gdansk en los siglos X V I y XVII,
Lvov 1937; T. F urtak , Los precios en Gdansk en os aos 1701-1815,

696

Lvov 1935. (Estos tomos son citados seguidamente en ete capitulo comr
L I, L II, C I, C II, CIII, Lb, V I, V , O I y G II.)
52. Vase acerca de este mtodo el apartado del cap. XII de esta obra: La
bsquedas polacas sobre la historia de los precios.
53. J. W intew ski , Los ndices de precios al por mayor en el Reino Polaco.
1894-1903. Anuario de la Escuela Superior de Comercio, III, Varsovia
1927.
54. A. Ignatiuk, El desarrollo de los precios en el Reino polaco durante el
perodo 1904-1913, ibidem., V. 1928.
55. Por ej. Georg W iebe, Zur Geschichte der Preisrevolution des X V I und
X V II. Jahrhunderts-Staats-und SozialwssenschaftHche Beitrage, edicin
Augus von Miaskowski, t. II, fase. 2. Leipzig 1895.
56. Lo esencial de estas reseas lo hemos citado anteriormente al hablar de
los diferentes trabajes.
57. G. L efebvre. Les mouvements des prix et les origines de la Revolution
Franfaise, XIV, 1937, p. 289-329. El mismo trabajo ha sido publicado
con pequeas modificaciones en Annales dHistoire conomique et So
ciale, IX, 1937, p. 139-170, asf como tambin en Bulletin de la Socit
Moderne. 35-e anne, 8-e srie. 14, diciembre 1936. p. 198-201.
58. Ibidem, discusin en las p. 201-204, y tambin en el nmero 15 (enero
1937) p. 213-214 y en el nmero 16 (febrero 1937). p. 225-227. Partici
paron en ella: H. Hauser, L. Cahen, M. Bloch, Ch. Seignobos, C. E.
Labrousse y J. Ricommard.
59. C. E. L abrousse, Le Mouvement des prix au XVIU-eme sicle. Les sources et leur emploi, Bulletin... 8-me srie. no. 17 (marzo 1937), p. 234
239. Ibidem, se publica en las pginas 239-240 as como tambin en 9-eme
srie no. 1 (abril 1937), p. 4 la discusin en la que tomaron parte:
H. Hauser, J. Ricommard, Ch. Seignobos y G. Lefebvre.
60. Anteriormente fue editado con el ttulo: tudes sur lhistoire des prix.
Revue des cours et confrences, 1936. p. 14-21, 159-166, 544-552 y
712-720, y asimismo en Scienzia, III, 1936.
61. Recherches et documents..., p. 67. La postura de Hauser no se hallaba
aislada, ya que refirindose a Simiand, Se escribe: Afirmo que el
individualismo que para Simiand es un defecto de la historia representa
para nosotros la mxima virtud. (Revue Historique, t. XLXXIII.
p. 133-134 y 150-151). A Mathiez critica la soberbia de Se frente a Si
miand: Los socilogos ambiciosos que conocen los hechos y los docu
mentos slo de segunda mano, pretenden con F. R. Simiand ensearles
su trabajo a los historiadores. M. Se es, a mi parecer, bastante come
dido puesto que reconoce que los historiadores pueden aprender algo
de los socilogos... la sociologa es la hija espuria del pensamiento jur
dico, una construccin en el, aire, creada con unos materiales aue ni son
slidos ni han sido verificados. Annales Historiques de la Rvolution
Francaise, VIII, 1931, p. 367.
62. Ibidem, p. 72.
63. Ibidem, p. 71.
64. Ibidem, p. 82.
65. Vase anteriorment el apartado del captulo XII: El estado de las
bsquedas y de las publicaciones de los materiales.
66 . B. Bloch. L Histoire des Prix. Quelques remarques critiques, Annales,
I, XI, 1939, p. 141-151.
67. C. E. Labrouse, Recherches sur l'Historie des Prix en France de 1500
1800, Revue dconomie PoTitique, LUI, 1939, p. 828-841.
68 Bloch, op. cit p, 146.
69. L abrousse, op. cit. p. 832-838.
70. Labrousse, op. d t. p. 838.
71. B l o c h , op. d t. p. 150.
72. Ibidem p. 151.
73. Robort Latouche, Le pril dubl d Grenoble au XV-me sicle, Revue
dhistoire conomique et sociale, XX. 1932, p. 337-351: del mismo
autor Le Mouvement des prix en Dauphin sous l'A nden Rgime. tude

697

74.
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103.
104.
105.

698

mthodologique, Annales de lUniversit de Grenoble, nouvelle srie,


section: Lettres - Droit, XI, 1934, p. 5-19.
R. L atouche, Le prix du bl... p. 343.
C. E. L abrousse, Esquisse u Mouvement des prix et des revenus en
France au XVIII-me sicle, 2 tomos, Pars 1933, p. 386-436.
Ibidem, t. I. p. 5-103.
C. E. Labrousse, Comment contrler les mercuriales. Le test de concordances, Annales, II (XII), 1940, p. 117-130.
Vase Bulletin de la Socit dHistoire Moderne, 1937, p. 213-214 y
237-238.
C. E. L abrousse, Prix et estructure rgionale. Le froment dans les rgions
frangeses, 1782-1790, Annales, I. (XI), 1939, p. 382-400.
Ibidem, p. 384-385.
Ibidem, p. 387.
Ibidem, p. 392.
Jean M euvret, L Histoire des prix des crales en France dans la seconde moiti du XVII-me sicle. Sources et publications, Mlanges
dhistoire sociale (nombre de Annales bajo la ocupacin alemana), V,
1944, p. 27-44.
.
C. E. Labrousse, Observations complmentaires sur les sources et la
mthodologie pratique de lhistoire des prix et des salaires au XVII-e
sicle, Revue dHistoire conomique et sociale, XXIV, No. 4, p. 289
308.
E. J. H amilton, Use and Misuse of Price History, Journal of Economic
History, IV, 1944, Task p. 47-60.
Interesantes cartas de Bloch a Baehrel durante el perodo de la ocupa
cin alemana, relativas a las investigaciones en tom o a la historia de
los precios fueron publicadas despus de la Guerra en Annales (1946,
No 4, p. 355-357 y 1947 No 3, p. 364-366).
R. Baehrel, Economie et Histoire propos des prix. Hommage d
Luden Febvre. ventail de 'Histoire vivante, 2 tomos, Pars 1953, t. I, p.
287-1310.
R. Baehrel, op. cit. p. 289. La frase citada ha sido extrada por Baehrel
de H. Solente, Retour d iquilibre conomique, Pars 1944, p. 233.
Baehrel, op. d t. p. 301.
Ibidem p. 288.
Ibidem p. 301.
Ibidem p. 309.
Ibidem.
Es sorprendente el hecho de que Baehrel no cita en sus razonamien
tos los numerosos trabajos consagrados a la metodologa de la estads
tica histrica publicados fuera de Francia y en particular en la literatura
anglosajona.
R. Baehrel, L exempie d un exemple: Histoire statistique et prix italiens,
Annales IX, 1954, p. 213-226. Este artculo constituye la respuesta al
artculo de M euvret, Conjoncture et crise au XVII-me sicle: L exemple
des prix milanais, Annales, VIII, 1953, p. 215-219. Seguidamente Meu
vret analiz en un articulo los resultados de la obra de A. da M addalena,
Prezzi e aspetti di mercato in Miao durantel il secolo XXVII, Miln 1949.
R. Baehrel, op. d t. p. 215.
Ibidem p. 219.
R. Baehrel, op. cit. p. 214.
Ibidem, p. 216.
Ibidem, p. 221 y 224.
Ibidem, p. 223.
Ibidem. p. 226.
J. M euvret, Simple mise au point, Annales, X, 1955, no. I, p.
48-54.
. . .
.
R. Baehrel, Piti por elle et pour eux. Annales, X, 1955, no 1. p.
55-62.
Ibidem, p. 56,

monneur de Malestroit, 1568. (Nouvelle


dition publie par Henri Hauser), Par* 1932.
107. C. M a r x , El Capital, t. I, p. 802-503 y otras.
108. Esto mismo s e halla comprobado por S z e l a g o w s k i con respecto a Polo
nia en: El dinero y la Revolucin de los precios en Polonia en los siglos
X V II y X V III. Lvov, 1902, p. 142.
109. C. M. C ipolla, La pritendue rvolution des prix et Vexprience italianne,
Annales, 19SS, p. 513-516. Polemiza con esta postura A. Chabert,
Encor la rvolution des prix au XVL-me sicle, ibidem 1957 p. 269-274.
110. Lo mismo ocurre con V. M agalhaes G odinho , Prix et monnaies en Por
tugal, Pars 1955, p. 310-318.
111. F. B r a u d e l , El capitulo sobre la historia de los precios en Europa en los
aos 1450-1750, destinado al Cambridge Economic History of Europe nos
fue facilitado amablemente por el autor.
112. La vieja disputa se repite por lo dems en los nuevos materiales y los
nuevos mtodos. Vase por ejemplo: G. W iebe , Z u t Geschichte der
Preisrevolution des X V I und X V III Jkrts. Leipzig 1895, p. 320 y sig.
quien atribuye la revolucin de los precios exclusivamente al incremento
de la produccin de los metales preciosos, mientras que G. Schmoller ,
(Die historische Entwinklung des Fleischkonsums sowie der Vieh-und
Fleischpreise in Deutschland - oeitschrift fr die Gesamte Staatswissens
chaften, 1871, p. 327) formulaba reservas al respecto.
113. A. Chabert, Structure conomique et thorie montcre. Essai sur le
comportement montere dans les pays sous-dvelopps, prefacio dAlvin
H. Hansen, Parts 1956.
114. Asi formul esa postura, criticndola F. Braudel en el trabajo citado.
Asimismo la escuela de Bujak vea el problema: Un desarrollo favorable
se acompaa de una tendencia al alza de los precios mientras que el descen
so econmico se halla precedido por la baja de los precios, S. Hoszows
ki, Los precios en Lvov en los siglos X V I y X V II, p. 3.
V. Magalhaes G odinho crtica an ms abiertamente la interpretacin
cuantitativa en las investigaciones histricas en: Histoire conomique
et conomie politique, Revista de economa (Lisboa), IV, 3, septiembre
1951, p. 121-128.
115. Declaracin de L. Febvre en Annales X, 1955, no. 1, p. 47.
116. Esta teora aparece en todos sus trabajos, especialmente en los siglientes
artculos: American Treasure and the Rise of Capitalism Economica,
Nov. 1929; Profit Inflation and the Industrial Revolution Quartely Jour
nal of Economics, LVI, Febrero 1942, p. 256-273; The Histop' of
Prices befare 1750, Xl-me Congrs International des Sciencies Histori
ques, Rapports, t. I, Estocolmo 1960, p. 144-164.
117. Flix D avid, Profit Inflation and Industrial Growth. The Historical Record
and Contemporary Analogies, Quarterly Journal of Economics, LXX,
1956, p. 441-463; P. V ilar, Problems of the Formation of Capitalism
Past and Present, no. 10, p. 15-38; I. H armmstrong, The Price Revo
lution of the Sixteenth Century, Some Svedish Evidence, Scandinavian
Economic History Review, V, 1957, p. 118-154.
Tambin vale la pena recordar la vieja polmica de Hamilton con Nusbaum, resea sobre el trabajo de H amilton, War and Prices in Spain,
1651-1800, Journal of Economic History, VIII, 1948, p. 85-87; respues
ta de Hamilton, ibidem p. 241-242 y rplica de Nusbaum, ibidem. Nusbaum llam la atencin sobre el carcter abstracto de los ndices cons
tantes alejados de la base, sobre el peso del sector natural en Espaa en
el siglo xvin y asimismo sobre la reduccin de la demanda efectiva como
resultado de que los precios estaban muy por debajo del coste de vida.
Hamilton contest dogmticamente: Si los bajos salarios hubiesen limi
tado el mercado... los precios hubiesen tenido necesariamente que bajar.
118. E. J. H a m il t o n , War and Prices in Spain, 1651-1800, Cambridge Mass.
1946, p. 225.
119. E. J. H a m il t o n , History of Prices before 1750, p. 162.
106. La rponse de Jean Bodin

699

120. H amilton , The Declin o f Spain, Economic History Review, 1937-1938,


p. 168.
121. Profit inflation and the Industrial Revolution. Hamilton reconoce que los
beneficios no se hallan determinados exclusivamente por la correlacin de
los precios con los salarios, aunque afirma, sin embargo, que existen da
tos cuantitativos y que ste es el factor ms importante.
122. M. W eber, General Economic History p. 363.
123. T. R ogers, op. cit. t. V, p. 529-530; Violet Barbour, Dutch and E n
glish Merchant Shipping in the X V II c. Economic History Review,
1929-1930, p. 267-270 y 275; E. L ipson , Economic History o f England.
t. II, p. 156-159; J. U. N ef, Prices and Industrial Capitalism.
124. E. kerridge, The Movement of Rent, 1540-1640, Economic History Re
view, 1953, p. 16-34.
125. Esto lo atestigua toda la obra de Labrousse.
126. E. J. H a m i l t o n , Prices and Progress.
127. D avid, op. cit.
128. J. M. K eynes, A Treatise on Money, t. II, Londres, 1930, p. 150-151.
129. Ibidem, p. 154.
130. Schumpeter en una resea de Keynes en: Journal of American Stati
tical Association, XXXI, 1936, p. 791-795.
131. P. V ilar, cita una serie de ejemplos, op. cit. p. 20
132. M. H albwachs , La thorie conomique du salaire, La Revue du mois.
ao 3, 1908, t. VI, p. 608-611; L expirimentation statistique et les pro
babilits, Revue philosophique de la France et de ltranger, ao
XLVIII, t. XCVI, 1923, p. 340-371; del mismo autor: Une thorie expe
rimentales du salaire, Ibidem, ao LVII, t. XXIV, 1932, p. 321-363; del
mismo autor: La mthodologie de lran$ois Simiand. Un empirisme rationaliste, ibid. ao LXI, t. CXXI, 1936, p. 281-319.
M. Bloch, Le salaire et les fluctuations conomiques longue priode,
Revue Historique, ao LIX, t. CLXXIII, 1934, p. 1-31. G. P irou ,
Une thorie positive du salaire, Revue dconomie politique, XLVI,
1932, p. 1265-1287. P. H arsen, Le salaire daprs Franfois Simiand, Re
vue dHistoire moderne, VII, 1932, p. 484-496; A. L andry, Fran^ois
Simiand, 1873-1935. cole pratique des Hautes tudes. Section des
Sciences Historiques et philosophiques. Annuaire, 1935-1936, p. 5-17,
P. V. D amalas, L oeuvre scientifique de Franfois Simiand, Pars 1943,
(contiene la bibliografa completa de Simiand y sobre Simiand); Char
les M oraz, La le^on d un chec. Essc sur la mthode de Frangois Si
miand, Annales, 1942, I, p. 5-24 y II, p. 22-44.
G.
M. Moxszowicz, La ciencia econmica burguesa en Francia entre
as dos guerras, Izwiestia AN SSSR. Economa y Derecho, 1946, no. 5,
p. 366-381.
133. Participando en la gran discusin en torno a los vnculos entre 1a his
toria y la sociologa que tuvo lugar especialmente en la ciencia francesa
a comienzos del siglo xx. F. Simiand, Mthode historique et Science so
ciale. tude critique d aprs les ouvrages- rcents de M. Lacombe et de
M . Seignobos, Revue de Synthse Historique, VI, 1903, p. 1-22 y
129-157; A. D. X enopol, H. Berr , F. Simiand y B. C roce, Discussions
sur les Rappors de l Histoire avec les Sciences Naturelles et les Sciences
Sociales, ibidem junio 1902, feb., abril, junio 1903.
Tambin sobre este problema, P. M antoux, Histoire et Socioiogie,
ibid. 1903, p. 121-140, as como H. Bougle, en: Anne Sociologique.
VII, p. 148-151.
134. F. Simiand, Statistique et Exprience. Remarques de mthode, Pars
1922.
135. F. S im iand , La mthode positive en sciencie conomique, Pars 191?., as
como tambin del mismo autor: Statistique et Exprience, Pars 1922;
asimismo: Recherches anciennes et nouvelles sur le mouvement gnral
des prix du XVI-e au XlX-e sicle, Pars 1932 (multicop.).
136. F. Simiand, Le salaire des ouvriers des mines de charbon en Francia,

700

137.
138.
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156.

Pars 1907; del mismo autor: Le salaire, l'volution sociale el la monrue. 3 tomos, Parts 1932.
N. A ssorodobraj, La vida y la obra de Stefan Czamowski en:
Obras completas de S. Czarnowski, t. V, Varsovia, 1956, p. 125-127.
F. S i m i a n d , Le salare-... p. 703-705.
ibidem , t. I, p. 15.
Otro problema es el que este fracaso nos hubiera parecido algo ms li
mitado si pero esto no lo podemos hacer aqu de la teora general
pasramos a las afirmaciones y puntos de vista muy concretos.
C. E. Labrousse, Esquisse du Mouvement des prix et des revenus en
France au XVIII-me sicle, 2 tomos, Pars 1933.
C. E. Labrousse, La crise de Vconomie franfaise la fin de lA nden
rgime et au dbut de la Rvolution, t. I; Aperfus gnraux. Sources,
mthodes, objectifs. La crise de la viticulture, Parts, 1944. Lamentable
mente, los tomos siguientes no aparecieron hasta la fecha. En el aparta
do de este captulo XII sobre las disputas metodolgicas citamos una se
rie de pequeos trabajos de este autor.
T. Czacki, Sobre los problemas lituanos y polacos ... Edicin J. Turowski, Cracovia 1861 y numerosas materiales manuscritos de este autor
en el Museo Cz&rtoryskicz, manuscrito 1163-1177 y otros.
Legajo Lonco, Museo Czartoryskicz, manuscrito 1706-1128.
La ms importante es la de A. Szetagowski, El dinero y la Revolu
cin de los predos eh los siglos X V I y X V II en Polonia. Vase asimismo
las reflexiones, las tablas y diagramas de J. Rutkowski, Los bosques de
abedules del obispado de Przemysl en el siglo X V III, Cracovia 1910.
B. U lanowski, Agunas ordenanzas reales y voivodales sobre el comerd o y la tasadn de los predos, Archivo de la Comisin Jurdica, I, 1895,
p. 37-144; del mismo autor: Reglamento de los predos promulgado para
los artesanos de la ciudad de Cracovia en 1538. F. Bartel, La tarifa de
predos para la voivodia de Cracovia en el ao 1565. A. C hmiel, Regla
mentacin de los predos en la dudad de Varsovia, 1606-1627, archivo de
la Comisin histrica, VII, 1894, p. 231-258; W. R olny, Dos tasas de
predos de las mercancas extranjeras en el ao 1633. Archivo de la Co
misin Jurdica, V, 18%, p. 547-574.
F. Bujak, Algunas consideradones sobre las necesidades de la historia
econmica, Nauka Polska, I, 1918, p. 285.
L. II. 48. De aqu en adelante, sealamos los tomos relativos a la in
vestigacin de la historia de los precios elaborada por la escuela de
Lvov con la primera letra de la ciudad a la cual cada uno de los tomos
se refiere. La ciudad de Lublin se halla sealada con las letras Lb
para distinguirla de la ciudad de Lvov, y las cifras romanas que siguen
significan el orden consecutivo de los tomosi desde el punto de vista del
perodo cronolgico.
L. I. 25.
Ibidem.
L. I. 34.
W altn er, Geldwert in der Geschichte, Vierteljahrscrift fr Sozialund
Wirtschaftsgeschichte*, X, 1912, p. 7.
Recuerdo del V I Congreso General de Historiadores Polacos en Vilno,
t. II, Lvov, 1935, p. 138. Esta declaracin, al igual que otras declaracio
nes al congreso, figura en la bibliografa de los trabajos de Rutkowski
por Deresiewicz, Homenaje a la memoria del profesor Jan Rutkowski,
Poznan 1950.
E. J. H amilton, Use and Mis use of Price History, Journal of Econo
mic History, IV, 1944, Task, p. 48. En su resea acerca de las obras
de Pribram y de Els$s, Heckscher reconoce igualmente que lo ms im
portante son los precios expresados en la moneda en curso (Economa,
V, 1938, p. 366-369).
Aunque tiene razn Baehrel al afirmar que a veces el clculo perfeccio
nado slo tiene un objetivo en si mismo.
V. II. 50-51.

701

157.
158.
159.
160.

G. 1. 50-51, G. II. 48
L. I. 29-30 y 32.
L. II. 104.
En este caso, adoptamos una postura en extremo contrara a la de Hau
ser, quien considera las anomalas e irregularidades como el principal ob
jeto de la historia.
L. I. 41; C. II. 3; V. I. 18.
C. I. 46.
C. I. 113.
V. I. p. 9.
Ibidem p. 94.
Es verdad que doscientos aos son un periodo demasiado largo para
el clculo de las medias. Pero esta misma situacin puede repetirse igual
mente con respecto a los quinquenios.
Sabemos que esto ocurri, por ejemplo, con las anotaciones de Wroclaw
sobre el ao 1550, presentadas por W a l a w e n d e r , Crnica de las plagas
elementales, t. I, p. 566.
A este respecto la investigacin de la historia de los precios de la es
cuela de Lvov facilita un rico material.
G. I. p. 38 y sig.
L. II. 59; C. I. 3; C. II, 38.
G. II. 34; Lb. 15.
Winiewski advierte en su resea sobre Furtak y Ciegel (Ekonomista,
I, 1937, p. 92-97) que puede darse el caso de que para cada ao tenga
mos unas anotaciones correspondientes a otra temporada. Esta adverten
cia es justa en lo que se refiere a las pocas y los artculos dbilmente
documentados.
Wisniewski llam la atencin al respecto en su resea de la obra de Fur
tak y Ciegel Ekonomista, I. 1937, p. 92-97.

161.
162.
163.
164.
165.
16t).
167.
168.
169.
170.
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173.
174.
175.
176.
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178.
179.
180.
181.
182.
183.

Ibidem.
Ibidem.

187.

i s n i e w s k i , en su resea sobre Hoszowski, L. II. (Ekonomista, III,


1934, p. 85-90).
C. II. p. 87.
Esto se comenta en el captulo XIV.
Vase el articulo de Baehrel y su crtica del anlisis de los cambios de
los precios con las categoras de la economa monetaria y no de la Eco
noma real, o sea de la produccin y el consumo.
A. G. B. F i s h e r , Progrs conomiques et la Scurit Sociale, Pars 1945.
R. H . H o l t o n , Marketing Structure and Economic Development, Quar
terly Journal of Economics, LXVII, 1953, p. 344-361. Sobre los mate
nales relativos al Africa Occidental, vase P-. T. B a u e r y B . S. Y a m e y ,
en Economic Journal 1951, p. 741-756. Respuesta de Fisher, Econo
mic Journal, diciembre 1952, p. 820-834 y asimismo Quarterly Journal
of Economics, LXVIII, 1954, p. 151-154.
P . B a r a n , El desarrollo de la economa poltica. Varsovia 1958, p . 157.
M. S o l o m o n , The Structure of the M arket in Underveloped Economics,
Quarterly Journal of Economics, LXII, 1947-1944, p. 519-541.

C. II. 132.
V. I. p. 94.
G. I. p. 131-136.
Vase anteriormente, el captulo general sobre la estadstica histrica.
L. II.
L. II. 38; tL. II, 49 y 6&61.
W i s n i e w s k i , en su resea sobre L. II. (Ekonomista, III, 1934, p. 85-90).

N a m a c z y n S jca , Crnica de las plagas elementales en Polonia y en los


pases vecinos en los aos 1648-1696, t. I, Lvov 1937, p. 566
184. Ibidem, p. 623.
185. W a l a w e n d e r , Crnica de las plagas elementales en Polonia y en los pa
ses vecinos en los aos 1450-1586, t. I. Lvov 1932, p. 63, 277, 653.
186. N a m a c z y n s k a , op. cit. p. 380.
W

188.
189.
190.
191.
192.
'

193.
194.

702

195. L. V iener , International Trade and Economic Development, J. U . Glencoe, 19S2. se opone a esta afirmacin pero sus argumentos no son con

vincentes.
196. H o l t o n , op. cit.

197. A este respecto y en otros puntos concernientes a los altos beneficios


conseguidos en el mercado monopolista, Solomon considera que repre
sentan una alta productividad del capital. Es difcil estar de acuerdo
con ello incluso a la luz de sus propias deducciones que subrayan con
tanta fuerza el carcter monopolista de la competencia.
198. Sobre la base de los citados trabajos de Solomon, Holton, Bauer y Yamey, Wolf y muchos otros.
199. Vale la pena sealar que los problemas de la distribucin, su lugar y el
coste social en la economa capitalista en los largos perodos tampoco
fueron analizados cientficamente hasta la fecha.
ltimamente, aparecieron una serie de trabajos: H . Barger , Distributions Place in the American Economy since 1869, NBER, Princeton 1955;
J. B. J effery , Retail Trading in Britain, 1850-1950, National Institute of Economic and Social Research, Economic and Social Studies,
XIII, Cambridge 1954; J. B. J efferys , S. H ausberger y G. L inbland
Productivity in the Distributive Trade in Europe. Who lesale and Retail
Aspects, Pars OEEC 1954.
200. F. S imiand , La monnce, raliti sociale, Annales sociologiques, serie
D, Fase. 1, 1934, p. 1-58, as como tambin la discusin, ibid. p. 59-86.
201. J. M e u v r e t , Circulation montaire et utilisation conomique de la monnaie dans la France du XVl-em e et X V ll-em e sicles, tudes d Histoi-

re Moderne et Contemporaine, I, 1947, p. 14-28.


202. A. K. Das G upta , Keynesian Economics and Underdeveloped Countries,
en: Keynesian Economics, A Symposium, Delhi 1956, p. 160. Es fcil
citar otros muchos ejemplos.
203. A. H. Q uiggin , A Survey of Primitive Money. The Beginnings of Currency. Con una introduccin de A. C. Haddoua, Londres 1949.
204. Hablamos extensamente de estos problemas en nuestra obra sobre la
teora econmica del sistema feudal. W. Kula.
205. Ibid.
206. La historia de los precios abre solamente una puerta y sta no es la
principal, escribe F. Braudel en su trabajo sobre Los precios en
Europa en los siglos xv-xvm , destinado al Cambridge Economic His
tory of Europa, y, que me ha facilitado muy amablemente.
207. J. W isn ie w s k i , Consideraciones sobre el clculo de los ndices de pre
cios en los largos perodos de tiempo, Recuerdos del sexto Congreso
de Historiadores polacos en Vilno 1935, p. 130.
208. D. K r a n n h a l s , Danzig und der Weichselhandel in seiner Bltezeit vom
16. zum 17. Jhdt. Deutschland und der Osten, XIX, 1942. Estos datos
han sido criticados muy severamente y con exactitud por C. Biernat en
el Anuario de Gdansk, XIII, 1954, p. 224-231. A breve plazo, se puede
esperar la publicacin de unos materiales autnticos acerca de este im
portante problema bajo la redaccin de S. Hoszowski.
209. S. M. ROSTW OROW SKI, Qu es lo que la nobleza polaca compraba en
Gdansk en el siglo XVIII. Materiales histricos de los aos 1747-1757
procedentes de los archivos familiares, Anuario de Gdansk VII-VIII,
1933-1934, Gdansk 1935, p. 348-384.
210. Estos problemas fueron analizados sobre la base de los materiales facili
tados por la escuela de Lvov precios de Lvov y de Varsovia, por J.
R u d z in sk i y J. W isn ie w sk i en: Las fluctuaciones temporales del precio
del centeno, del trigo y de las patatas en el siglo xix y comienzos del
siglo XX, Trabajos del Instituto de Investigacin de as coyunturas econ
micas y de los precios, III, 1924, fase. IV, p. 14-18.
211. A. Wyczanski, se refiere a la discusin sobre la ponencia de W. Rusinski
en VIII Congreso General de Historiadores Polacos t. VI, Historia Eco
nmica de Polonia, Varsovia 1960, p. 157-158.
212. Trat de sealar este mtodo J. W i s n i e w s k i en su resea de la obra de
703

Furtak, Los predos en Gdansk en los aos 1701-1815, Ekonomista I,


1937. p. 92-97.
213. F. B r a u d e l , captulo sobre La historia de- los precios en los aos 1450
1750, destinado al Cambridge Economic History of Europa y que nos
ha sido facilitado muy amablemente por el autor.
214. W. K u l a , Secteurs et rgions arrirs dans 'conomie du capitalisme naissant, Studi Storici, 1, 1960, no. 3, p. 575-576.

CAPITULO X III: La metrologa histrica

1.
2.
3.

4.

5.
6.

H u b e r t , M . M a u s s , tude sommaire de la reprsentation du temps


dans la magie et la religin, en el compendio de dichos autores: Mlanges de l'histoire des religions, II edic. Pars 1929, p. 189-229.
Tal y como se podra pensarlo al leer la mayor parte de los manuales de
cronologa, entre otros el nuevo manual polaco: Cronologa polaca de
B . W lodakskj, Varsovia 1957.
F. S im i a n d , La monnaie, ralit sodale, Annales Sociologiques, serie
D, fase. 1, 1934, p. 1-58 y la discusin, ibid. en las p. 59-86.
Existe una bibliografa internacional sobre metrologa, muy til para las
investigaciones en este terreno aunque, como es natural, dista mucho de
ser completa: Pault B u r g u b u r u , tssa i d'une bibliographie mtrologique
uniyerselle, Pars 1932. Contiene 4200 referencias. Esta obra es imponente
como labor de un solo investigador.
Ch. M o r a z , Trois essais sur l histoire et la culture, Cahiers des
Annales no. 2, Pars 1948. (Especialmente el captulo U: Du nombre
l hommey, p. 25-38.)
Esta tesis no contradice la tesis actualmente muy extendida sobre la
necesidad de ampliar la temtica de las ciencias auxiliares de la histo
ria a la problemtica de la historia moderna y contempornea. Al con
trario, este postulado lo consideramos como muy fundamentado y hasta
de una necesidad urgente. Pero la ampliacin de las tareas de las ciencias
auxiliares de la historia no ha de acometerse mecnicamente. Suponer
que en los manuales de cronologa se realiza dicho postulado, alargando
la lista de los reyes de los Estados europeos indispensable para anali
zar los documentos fechados en el ao del reinado de una monarqua
no sera, a nuestro entender, sino un malentendido. ( W l o d a r s k i , Crono

loga polaca.)

7. Museo Czartoryski de Cracovia, 1806.


8 . T. C z a c k i , Sobre las leyes lituanas y polacas, t. I, Varsovia 1800, p.
223, 289-291.
9. J. M i c h a l s k i , De la historia de la Sodedad de Am igos de la Cenda,
Varsovia 1953, p. 148.
10. Al. S a p i e h a , Tabla de correlacin de los nuevos pesos y medidas fran
ceses con los pesos y medidas lituanos y polacos. Anuario de la S o
ciedad Varsoviana de Amigos de la Ciencia, Varsovia 1802.
11. Al. C h o d k i e w i c z , Tabla de correlacin de los pesos y medidas franceses
antiguos y de los pesos y medidas lituanos y polacos con los nuevos
pesos y medidas adoptados en Franda, Varsovia 1811.
12. J. C o l b e r g , Comparacin de los pesos y medidas actuales con los que
usaban antiguamente en el Reino Polaco, Varsovia 1819. La segunda

edicin de esta obra, reelaborada y ampliada por Wilhem Colberg,


apareci en 1838.
13. W. M a c i e j e w s k i , Historia de los antiguos pesos y medidas polacos hasta
el siglo X V lll, Ekonomista, 1868.
'
14. L u b o m i r s k i en la Endclopedia Agrcola, t. IV, Varsovia 1876.
15. M . B a r a n i e c k i , Sobre las medidas legales y tradicionales en Polonia,
Universo 1883.
16. Fir. P i e k s i n s k i , Sobre el LAN en Polonia en la Edad Media, Estu
dios de la Academia del Saber, XXI, 1882.

704

17. E. Stamm, Las medidas de longitud en la antigua Polonia. Infom ueiiv


es de los Servicios Geogrficos, Varsovia 1935, fase. 3; del mi>nu>
autor: Las medidas de superficie en la antigua Polonia, Estudio^ de
la Academia Polaca del Saber, t. 70, no. 2, Cracovia 1936; del nusnio
autor: Las medidas de la regin de Staropolska, T. I Las medidas
de longitud y de superficie, Varsovia 1838.
18. Levtico, XIX, 35-36.
19. Deuteromio, XXV, 13-15.
20. Proverbios, XVI, 11.
21. Ams, VIII, 5-6.
22. Miqueas, VI, 11.
23. S. Marcos, VI, 24. Hay una cita anloga en S. Mateo, VII, 2.
24. S. Lucas, VI, 38.
25. Diccionario d la Lengua Polaca, de J. K arlow icz y W. N ied zw iec k i ,
t. II, Varsovia 1902, p. 920.
26. H . H a u s e r , Recherches et documents..., p. 28. Los inspectores de la
regin de Lublin a comienzos del siglo x v i i determinan, por ejemplo:
niuger auten est, quod duobus bobus uno die arari potes!.
S. O rsin i -R osemberg , Gnesis y desarrollo de la servidumbre en los

bienes de a catedral de Gniezno en el siglo X VI, Poznan 1925, p. 93.

Hay muchos ejemplos sobre las medidas de la sementera en Z. A.


O grzizko , Estudio sobre las unidades de medida de los campos en el
siglo XIII Problemy Istocznikowiedienia, IX, 196 L, p. 258-261.

27. S. G. Stru m ilin , Sobre las medidas en la Rusia feudal, en el tomo


colectivo: W opposy Istorii Narodnogo Chozjajstwa SSSR, Mosc 1957,
p. 7-32.
28. Ibidem, p. 11-12.
29. A esto se limita Hauser.
30. S. C zarnow ski , Cultura, Obras completas, t. I, p. 57.
31. Ibidem, p. 58.
32. Las diferencias en la tcnica hacen asimismo que las medidas sean
distintas para los distintos tejidos. (H o sz o w sk i, L os precios en Lvov
en los siglos X V I y XVII, Lvov, 1929, p. 62.)
33. E. T o m aszew sk i, L os precios en Cracovia en los aos 1601-1795 Lvov,
1934, p. 18.
34. P. Burguburu , Mtrologie des Basses-Pyrnes, Bayona, 1924.
35. H. N avel , Recherches sur les anciennes mesures agraires normandes.
Acres, vergees et perches, Caen 1932.
36. H . R ybarski, El comercio y la poltica comercial en la Polonia del
siglo XVI, t. II, Varsovia 1958, p. 332. La disparidad es algo menor en
el mercado de Cracovia en el siglo xvi, Pele, Los precios en Cracovia en
los aos 1369-1600, Lvov 1935, p. 35-36.
37. Robert Bazavalle, Zur Geschichte der Grazer Masses. Ztschft der hist.
Ver. f. Steieimark XXV, 1929, p. 47-48 y especialmente: Zur Geschichte
des Judemburger Masses, ibidem XXVI 1931, 190-199.
38. Vase por ejemplo: xodo XXX, 13; XXXVIII, 24-27; Levtico 3-25.
39. Vase II Samuel XIV, 26: Cuando se cortaba el cabello (lo cual
haca al fin de cada ao, pues le causaba molestia, y por eso se lo
cortaba), el pelo de su cabeza pesaba doscientos siclos del peso real.
40. J. R u tk o w s k i, Historia econmica de Polonia, hasta 1864, Varsovia
1953, p. 40, 61, 243; G. R olbiecki, El derecho industrial en la ciudad
de Wschowy en el siglo XVIII, Poznan 1951, p. 442; W. Sm olenski, La
Comisin Boni Ordinis en Varsovia, 1765-1789 Varsovia 1913, p. 11. En
Poznan donde al parecer la institucin municipal de las medidas haba
desaparecido, ordena promoverla la Comisin del Buen Orden (T. E re CINSk i , El derecho industrial en la ciudad de Poznan en el siglo X VIII;

Poznan 1934, p. 723).


41. Por ejemplo en Poznan en relacin con los matarifes (E recinski , op.
cit. p. 723).
42. La confiscacin de los bienes y multas (ibidem, p. 723).
43. Ordenanzas generales para los bienes de mis administradores..., t. VII,

b c s

100. 45

705

Varsovia 1787, p. 132-133. Instrucciones econmicas para los bienes de


los nobles y os magnates en los siglos X V II-X IX ; publicado por B . B a r a J. B o r t y s , A. K e c k o w a y J, L e s k i e w i c z , T. I. Wroclaw 1958,
p. 113, 365 y en el t. II (en preparacin): [Instrucciones para el
ecnomo de Zwierzyniecky (11 de mayo 1798).
Ordenanzas generales..., VI, p. 9.
A. G o s t o m s k i , La economa, edicin S. Inglot, Wroclaw 1951, p. 112.
J. L e s k i e w i c z , Acerca de la publicacin de las instrucciones econmicas,
KHKM, IX, 1961, p. 807.
Disposicin de la comisin del Buen Orden para la ciudad de Osiecka
refrendada por el Tribunal Real en Varsovia, 1785. p. 22, 34-56.
. T o m a s z e w s k i llama la atencin al respecto en: Los precios en Cra
covia en los aos 1601-1795, Lvov 1934, p. 37.
Manuscritos de la Biblioteca Ossolineum, 278 (II, p. 12-13 y 6143) II, p. 3.
Segn la informacin del dr. A. Zahorski.
n o w s k i,

44.
45.
46.
47.
48.
49.
50.

51. T om a szew sk i , op. cit. p. 27.

52.
53.

54.
55.

56.
57.

u r t a k , Los precios en Gdansk en los aos 1701-1815, Lvov 1935, p.


39-41.
Todos los trabajos de la escuela de Lvov sobre la historia de los precios
contienen numerosos materiales acerca de la historia de las tasas.
Pero hasta la actualidad no han sido objeto de ninguna monografa
aparte.
Casi todos los investigadores de los precios hablan de este problema.
R . R y b a r s k i , El comercio y a poltica comercial..., p. 332.
S. H o s z w s k i , Los precios en Lvov en los aos 1701-1914, Lvov 1934,
p. 73.
Que aqu no se trata solamente de una suposicin, lo atestiguan el
escrito circunstancial que con ocasin de la Dieta de 1746 pide la uni
ficacin de las tasas y las medidas y la condena de todo el que se
atreva a perjudicar al prjimo vulnerando los reglamentos. Diario de
las Dietas del siglo X V lll, edicin K onopczynski, t. II, V arsovia 1912,

T. F

p. 290-291.
58. J. M . E l s a s ciLa muchos datos al respecto en:

Umriss einer Geschi-

chte..., t. I, p. 137-161 y en el t. II.

59. Vase la interesante obseivacin sobre el tema, que constituye una prueba
de anlisis del mecanismo de la depreciacin, en L . L a n d a u , Ensayo de
historia econmica de Polonia en lineas generales. Obras escogidas. Var
sovia 1957
60. E l s a s , op. cit. t. I, p. 137. A criterio nuestro es el nico autor que
llama la atencin al respecto.
61. A. G ilewicz : Estudio sobre la historia de los pesos y medidas en Polonia.

I parte: Las medidas de capacidad y de peso. Informe de la Sociedad


Cientfica de Lvov, XVI, 1936, no. 3, p. 7.
62. Splicas campesinas en el siglo X V lll del archivo del Primado M. Poniatowski. Edicin J. Leskiewicz y J. Michalski, Varsovia 1954, p. 496.
63. Vase las quejas de los campesinos sobre el aumento de las medidas
de capacidad en: Splicas campesinas..., p. 31, 47, 97, 98, 147, 427,
470, 527, 536 etc...
64. M useo C zartoryski 1091, citad o por T om aszew ski en Los precios en
Cracovia en los aos 1601-1795, Lvov 1934, p. 18.

65. Splicas campesinas..., p. 449.


66 . Ao 1781. Libro del Tribunal Referendario de la Corona de la Segunda
mitad del siglo X V lll, edicin de A. Keckow y W. Palucki, 2 t., Var
sovia 1955-1957, t. II, p. 189.
67. Ao 1787, Libro del Tribunal Referendario... t. II, p. 619-620.
68 . Ao 1784, Ibidem t. I, p. 315.
69. A o 1777, Ibidem t. 1, p. 315.
70. Splicas campesinas... p. 308.
71. Ibidem p. 311.

72. Ibidem p. 23, 72.


73. Ibidem p. 76.

706

74. Ibidem p. 245, 310, 311.


73. Vase por ejemplo: El inventario del Starostado de Koscierski en
1686. Inventario de los Starostados de Pucki y Koscierski en el siglo
X V 11, edicin G. Labuda, Fontes, 39, Torun 1954, p. 136; Pawlik:
Inspecciones..., t. I, Cracovia 1915, p. 263; Inventario de los bienes de

W ysokye en el ao 1787. Materiales para la historia del campesinado


de la regin de Poznan en la segunda mitad del siglo XVIII. Edicin J.

Deresiewicz, t. 111, Wroclaw 1957, p. 82.


76. Libro del Tribunal Referendario..., t. 11, p. 677. Texto anlogo sobie el
pleito entre los vecinos del starostado de Sycki y el Starosta del lugar,
Teodor Wessle, en 1788, ibidem p. 707. Pleito anlogo en ibidem t. 11,
p. 397, 419, 585.
77. Ao 1785, Libro del Tribunal Referendario... t. II, p. 460.
78. Splicas campesinas... p. 373, 375
79. Ibidem p 377, 379
80. Ao 1777, Libro del Tribunal Refendario ... t. I, p. 320 (los vecinos de
Kakolownica y otras aldeas contra el Starosta Filip Szaniawski y el arren
dador Tomas Ostrowski) de la misma manera, los vecinos de la aldea pri
macial de Lazniki se quejan en 1785 de que el arrendador aument la
medida que contiene medio celemn de ms que la antigua. Splicas
campesinas, p. 151 y 154 (el arrendador lo niega en la pgina 156). Asi
mismo, el ejrcito incrementaba las medidas al recoger los vveres nece
sarios a su intendencia. Los alcaldes de Smolana y Libinowice se lamen
tan en el ao 1787 de que la compaa del ejrcito de la Corona utiliza
una medida arbitraria la cual contiene once jarros en lugai do ocho como
debiera tenei (Splicas campesinas..., p. 455.) Los prrocos tambin so
lan aumentar las medidas de capacidad para los diezmos. Ibidem p. 236
y otras.
81. Libro del Tribunal Refendario..., t. II, p. 265.
82. Ibidem t. II, p. 257-258.
83. Ibidem t. II, p. 231.
84. Ibidem t. I, p. 447.
85. Splicas campesinas, p. 375.
86 . Ao 1786, P a w l i k : op. cit. t. I, p. 276.
87. Ao 1785, Libro del Tribunal Refendario..., t. II, p. 475.
88 . La legislacin en el campo polaco en los siglos X V -X V lll, edicin K.utrzeba y Mankowski, Cracovia 1938, p. 401; P a w l i k .: op. cit. t. 1 p.
229; P a w l i k , op. cit. t. I p. 283. Igualmente el diario de la Dieta del
ao 1752 en: Diarios de las Dietas del siglo XVIII. Edicin Konopczynski t. 111, Varsovia 1937, p. 70; Instrucciones Econmicas para los bie
nes de los magnates y la nobleza en los siglos XVU-X1X, t. I, p. 113,
365 y sig.
89. P a w l i k , op. cit. t. 1, p. 284-285.
90. J. O s s i n s k i , Esbozo sobre las fbricas metalrgicas en Polonia, Varso
via 1787, p. 77.
91. G o s t o m s k i , Economa, p. 106-108.
92. Annales, VI, 1934, p. 280.
93. hn este sentido, se orienta el trabajo de Navel ya citado.
94. N a v e l , op. cit.
95. Ibidem, encontr sobre la muralla de uno de los castillos normandos la
dimensin del pie real, procedente del ao 1589 y que corresponda a la
medida en curso despus del ao 1667.
96. G ilew icz , op. cit. p. 5.

97. E.

H a m il t o n , American Treasure and the Price Revolution in Spain,


1501-16^0, Harward Economic Studbs, no. YL111, Cambridge Mass.

1934, p. 153-158.

98.
99.
100.
101.
102.

Ibidem, p. 165.
Ibidem, p. 159.

Segn S t r u m l i n , op. cit. p. 8 .


Vol. leg. t. I, p. 166.
Ibidem, t. 11, p. 49. Segn esta Constitucin, los pesos y las medidas

707

deban se; controlados dos veces al ao por los servicios voivodales.


Diario de la Hiela de Piotrkowski del ao 1565, Edicin W. Chomet o w s k i , 1863, p . 121 y asimismo A. S z e l a g o w s k i , El dinero y la Revo
lucin de los precios en el siglo X VI y en el siglo XVII en Polonia, p.
91. A. M. F rh d ro , en su obra Milita:iach (186#) es ms extremista an
y p i d e un control cada mes. (El pensamiento econmico mercantitista en
tJoionia en los siglos X V I y X V II. Edicin J. Goiski y E . Lipinski,

Varsovia 1958, p. 417.)


10J. S. H o sz o w sk i , Los precios en L vov en los siglos X V I y XVII, p. 60.
j U4.

Vol. leg. t. V il, p. 330 y 519.


105. W. L. CzEKiEi'NiN, La metrologa rusu, Mosc 1944, p. 76-84.
1(J6. H o sz o w sk i , op. cit. p. 59.
1U7. W . A damczyk , Los
precios en Varsovia en los siglos X VI y X V lll,
p. 29.

108. Libro del Tribunal Refendario..., t. I, p. 569.


109. Ibidem.
110. K.. D obrow olski, Los campesinos de a regin de Podhale en los si
glos X V II y X V lll, Trabajos de ia Comisin etnogrfica de la sociedad
polaca del Saber, no. 15, Cracovia 1933, p. 191.
111. Actas de los Sejmiki de la voivoda de 'Cracovia, t. 1, edicin Kutrzeba,
Cracovia 1932, p. 70.
'
112. Ibidem, p. 78-79.
113. Acias de los Sejmiki de las voivodas de Poznan y Kalisz, edicin W.
Dworzaczek, t. 1, cap. 1, Poznan 1957, p. 78.
114. Actas del Sejmiki de Cracovia, p. 382.
115. Actas de los Sejmiki de la voivoda de Cracovia, t. II. Edicin Przybos, Cracovia 1953, p. 126. Es curioso el hecho de que el Sejmik
Parlamento local de Sredzki pida a la Dieta de 1589 que quien
venda,mida con su medida.
116. Enciclopedia de Staro Poiska, t. I, Vaisovia 1939, p. 887.
117. Diarios de la Dieta del siglo X V lll, edicin Konopc/ynski, t. 11, Var
sovia 1912, p. 259, 261 y 309.
118. Ibidem, t. 1, Varsovia 1911, p. 312 y 320.
119. Las ordenanzas de Dobrzynski, edicin Kluszycki, Cracovia 1887, p. 316
y 324.
120. Vol. leg. t. V il, p. 330 y 519.
121. Libro del Tribunal Referendario... t. 11. p. 474, ao 1785. Ibidem, t. II,
p. 493.
122. Ibidem, p. 261.
123. Ibidem, p. 272-273.
124. ibidem , p. 253.
15. Ibidem, p. 382.
12c. Sera interesante disponer de un mapa sobre ia dislocacin de las dife
rentes medidas locales. Esto podra esclarecer algo Ja conliguracin de
los lazos econmicos entre las diversas regiones, el radio de accin del
mercado local y la importancia econmica de las distintas ciudades, etc...
127. Libro del Tribunal Refendario, t. 1, p. 474.
128. Ibidem, p. 569.
129. Ibidem, p. 369.
130. Una de las oportunidades ms frecuentes para aumentar las medidas de
capacidad era la deterioracin del antiguo patrn. Se dan ejemplos intere
santes al espccto en Splicas Campesinas, p. 42-464-467.
131. Ibidem, p. 529.
132. Ibidem, p. 496.
133. Ibidem, p. 498.
134. Sera interesante que los historiadores del Derecho analizaran los m
todos que demostrasen el proceso metrolgico en Staro Poiska.
135. Splicas campesinas, p. 23, 35 y 240.
136. Ibidem, p. 496.
137. Ibidem, p. 91. Asimismo, F. N a x , Obras escogidas, Varsovia 1956,
p. 360.
/Q8

138. S. H o s z o w s k i , L os precios en L vov en los siglos X V I y XVII, p. 31.


139. Ibidem y asimismo. W. A d a m c z y k , L os precios en Lublin del siglo XVI
a fines del siglo XVIII, Lvov 1935, p. 12; del mismo autor: Los pre
cios en Varsovia en los siglos X V I y XVII, Lvov 1938, n. 46. 48-49.
M. BOGUCKA, Acerca de la especulacin y los abusos m el comercio de
los productos alimenticios en Gdansk en los siglos XV-XVIU, Notas
histricas, XXVII, 1962, p. 1-21. No ocurre ora cosa en Occidente, por
ejemnlo en Inglaterra en el sieo x v m (F. W o o d c o o k , The Prirr of
Provisions and Some Social Comeauences in Worcestershire in the X VIII
and XlX-th Century, Journal of the R. Stati-tical Societv. CV!. 1943,

140.
141.
142.
143.
144.
145.

p. 268-272). as como tambin en Francfort del Main setrn las tasas del
ao 1747 (M. J. E l s a s , Umriss einer Geschichte..., t. I, p. 7).
A d a m c z y k , Los precios en Varsovia. .. p. 49.
H o s z o w s k i , L os predos en Lvov en los aos 1701-1914, p. 121.
Ibidem, n. 116. Otro ejemplo de este mismo procedimiento en la ncqir'i
ciudad de Zaleszczyk en W. K u l a , Esbozo sobre las manufactura <,
p. 255.
'
Sobre el reconocimiento de la invariahilidad de las medidas limdn mn
su carcter significativo hablamos en otro lugar.
Se daba el ca*o de que las medidas de los mayoristas se diferenciaban df
las medidas al detall de tal forma que pudieran tener en cuenta la ga
nancia del mayorista ( E t. s a s , op. cit. t. II A. p. 26 y 45-46).
Libro del Tribunal Referendario, t. II, p. 261-262 y muchos otros ejem
plos en est?. misma fuente. Segn el testimonio de los campesinos el
colmo alanzaba hasta un 20, 25 V.. (I-as aldeas primaciales se aueian.
por ejemplo, del aumento de los celemines que les hace perder de seis
partes lina o de oue cuando llevamos nuestro grano al granero del
seor nos mide con colmo y de diez celemines que llevamos slo nos
cuenta ocho. Splicas campesinas, p. 243 y 322.)
F.n 'os bienes de la catedral de Gniezno. en el siglo xvi, el colmo as
cenda a veces hata el 50 % segn O rsin i -R osenberg , en Gnesis y de

sarrollo de las explotadones de los siervos en fos bienes de la catedral de


Gniezno en el siglo XVI, Poznan 1925, p. 107.
146. H. H. W a c h t f r , Ostpreussische Domfinenvorwerke im 16 und 17 Johrhundert, Beihefte zum Jahrbuch der Albertus Univer.utat, Knigsberp! Pr.

Wiirzbur 1958, y asimismo el discurso del Dr. A. G il f .w t c 7. en la sec


cin de Historia Econmica del VIII Congreso General de Historiadores
en Cracovia, septiembre 1958.
147. Snlica de las aldeas de Janowszczvznv, Sloinikow, Zawistowszczvzny
y Rudnik del 16 de septiembre de 1777. Igualmente, las dos Suplicas
de la ciudad de Sokolki y tambin. Consideraciones prcticas sobre los
siervos polacos. Varsovia 1790, p. 132.
148. De cmo las formas de medir eran a la vez un instrumento de la explo
tacin feudal, se dan muchos ejemplos en Splicas campesinas, p. 229
231-322-334-373-377 y siguientes.
149. F a v r e , Les origines du systme mtrique: L . D . I s a k o w , Estudios para
a historia del sistema mtrico, Petro.'rrado 1923; vase asimismo Z. Kow a l c z e w s k a . Historia del sistema mtrico, 1791-1921 e igualmente. W .
K a s p e r o w i c z , El sistema mtrico publicado ambos en la Revista Tcni. ca bajo el titulo El sistema mtrico. 130 aniversario, Varsovia 1921.
150. Z. B i n e r o w s k i . Las medidas de capacidad de los cereales en Gdansk en
los siglos XVII y XVIII, Notas histricas, XXIII, 1957, p. 59-81 :
M. W o l a n s k i , Las medidas de capaddad de los cereales en Silesia en
el siglo XVIII, Cuadernos cientficos de la Universidad de Wroclaw.
A. 13, 1959. Historia . II, p. 3-41.
151. En su conversacin con Eckennann el da 23 de octubre de 1828. 'r e
duccin polaca de: Dilogos con Goethe de J. P. E c k e r m a n n , t. II,
Varsovia 1960, p. 68 .
152. En su discurso ante el I Congreso de los Naturalistas rusos celebrado en
el ao 1867 en San Petersburgo, Mendelejew present el sistema mtri709

co como el camino para el futuro y deseado acercamiento de los pue*


blos (Mendelejew, Soczinienja, t. XXII, Mosc, 1950. p. 27).
153. Mensuracin de un campo de trigo en el antiguo Egipto. Vase: N i e m a n n . Von altagyptischer Technik. Beitrage zur Geschichte der Techrdk
und Industrie, Berln 1930, p. 100.
154. Por ejemplo, J. K b e l , Geometrev, Francfort del Main 1584; S. S o l s k i ,
La geometra polaca, Cracovia, 1683. ...

155. Hemos podido contemplar esplndidas colecciones, or ejempo, en Sue


cia en el Nordiska Museet de Estocomo y en el Museo de Upsala. Hay
un dibujo de la onza polaca y una descripcin de la misma por Z. GLoOER en la Enciclopedia de Staropolska, t. III, Varsovia 1958. p. 163. Asi
mismo hay tres fotografas de viejas onzas en Enciclopedia de Staro
polska, t. I. Varsovia 1939. p. 806, 885 y 886 .
1^6 .

P ot e ie m p l o . el M u s e o d e lo s P e s o s y M e d i d a s e n

V a rs o v ia ,

Elekto-

ralna 2.

157. Z. G l o g e r , Enciclopedia de Staropolska, t. III, Varsovia 1958. p. 89.


158. Ibidem, p. 206.
159. Nos han contado que la delegacin gubernamental de la India encar-,
gada de preparar la promulgacin del sistema mtrico, a su llegada a
Svres, pregunt entre otras cosas si la introduccin en Francia del sis
tema mtrico decimal haba provocado en su poca alguna resistencia
social. Les contestaron rotundamente que no hubo tal resistencia. Al
visitar unos das ms tarde la regin de Normanda, los miembros de
la delegacin de la India se tropezaron con un campesino que estaba
trabajando su campo. A la pregunta de cunta tierra tena, el campesino
contest: Deux journes (dos jomadas).
160. L. W. C z e r e p n i n , La metrologa rusa, Redaccin de A. I. Andrejew, t.
TV. Mosc 1944. p. 89-91. Contiene una serie de ejemplos sobre los docu
mentos del alto Medievo ruso. Se mencionan las antinias investigaciones
rusas en el campo de la metrologa histrica: Oczerki istorii istoriezeskoj
nauki SSSR, t. II, Mosc 1960, p. 678-680.
161. Lord Beveridge habla en uno de sus trabajos sobre el siglo xvi de un
crimen estadstico: se trata del descubrimiento d* un cambio de las
medidas que, al no ser advertido, deform las estadsticas de la produc
cin y los precios (W B e v e r i d g e , A Statistical Crme of the XVIth
Century, Journal of Economic and Business History, I, no. 4, agos
to 1929).
Pero en la lucha de clases que se libra en tomo a las medidas, se han
cometido, como hemos visto, crmenes ms terribles: contra las personas
y no slo contra los mtodos estadsticos.
162. G i l e w i c z , op. cit. p. 3. Gilewicz expresa por lo dems en este caso
lina postura bastante extendida.
163. S . S r f n i o w s k i , Consideraciones sobre el LAN en el sistema de la econo
ma de los siervos en el campo polaco, KHKM , III, 1955, p. 301-337.
164. C z e r e p n i n , op. cit. p. 9.
165. M. B l o c h , Annales, VI, 1934, p. 280.

CAPITULO X IV : El hombre y la naturaleza

1. En la mayora de los casos esto no se tiene en cuenta en el sistema de


las ciencias auxiliares. Es una excepcin el trabajo de G i e y s z t o r , Es
bozo de las ciencias auxiliares de la historia, Varsovia' 1948. Puede ser
vir asimismo de orientacin el nmero de la Revista geogrfica, t.
XXV, fase. 1 del ao 1953 que contiene los siguientes trabajos: G . Lab u d a , Consideraciones sobre, las tareas y los mtodos de la geografa
histrica-, M . D o b r o w o l s k a , Las tareas y los mtodos de la geografa
histrica, consideraciones sobre la ponencia del prof. D r . G . Labuda, as
como el estudio de W. K . J a c u n s k i , La geografa histrica en tanto que
disciplina cientfica, Woprosy Geografii, no. 20, 1950, p. 13-41.

710

2.
3.
4.
5.

D obrowolska , op. cit. p. 62-63.


S. L eszczycki, (aportacin a la discusin), op. cit. 80-81.
G ieysztor , op. cit. p. 248.
K. D o b ro w o ls k i, L os asentamientos ms antiguos en la regin del Pod-

hle, Lvov 1935.


6 . Seville et Atlantique (1504-1650). Dremire part1*: Statistiou*s. t. VII.
Construction graphique, por G. A rbellot , J. Ber tin , H. Y P. C haunu ,

Pars. 1957, p. 30-31.


7. S. C zarnow ski , La divisin del espacio v sus lmites en la religin y

la magia, Obras completas. Varsovia 1956, t. II, p. 221-236.


8 . T. M anteuffel , M todo de trazado de las fronteras en la geografa hist

rica, Libro de Recuerdos ... M. Handelsman. Varsovia. 1929. p. 221-227.

Vase igualmente la polmica entre Manteuffel y Hladylowicz. Al no po


der pronunciarnos, por falta de competencia, sobre muchos puntos de
este litieio. sealamos no obstante que nos parece muy justa la postura
terica de Manteuffel.
9. P. Sardella , Nouvelles et spculations Venise au dbut du XVI-me
sicle, Cahiers des Annales, no. 1, Pars.
9a. Se refieren a esta clase de fuentes dos publicaciones: K. S a rn f c k t, Re
cuerdos de los tiempos de Jan Sobieski. Crnica de los aos 1691-1696,
ed. J. Wolinski, Wroclaw 1958 y A. Z a h o r s k i v M. R y m szy n a: La co
rrespondencia secreta de Varsovia p*> tos aos 1792-1794 para 1. Potocki
Jan Dembowski y otros. Varsovia 1961.

10. H. Pirenne se refiere en muchos trabajos a los mercaderes del Medievo


en relacin con la eeografa econmica de Europa en aquella poca.
11. Sobre la historia de la construccin de carreteras, vase: Les routes de
France depuis les orieines jusqu nos jours. Colloaue, Cahiers des Civilisations, Pars 1958, as como tambin A. S. K udrtawcev , Histo-ia
de las carreteras en la URSS. Mosc 1951. Un eiemplo de monografa
regional: M. D elafosse . Trafics rochelais au XVI-me sicle. Routes te
rrestres et fluviales travers lArquitaine, Annales 1957, p. 594-601.
12. A. R emond , La circulation marchande en France aux XVIII et XlX-m e
sicles, t. I: Les prix des transports marchands de la Rvolution au
Premier Empire, Pars, 1956.
13. Sobre la frecuencia de los naufragios de los barcos en el At'nHcn a
finales del siglo x v i y principios del del x v ii , vase: A. D enenti , Naufrages. corsaires et assurances maritimes Venise d'aprs les notaires Catti
et Spinelli (1592-1609), Pars 1959.
14. Hesodo ya advierte sobre esto en Los trabajos y los das.
15. Hundert Jahre deutsche Eisenbahnen, II ed., Leipzig 1938.

16. Sobre el papel de la construccin de los ferrocarriles para la acumu


lacin del capital, vase, C. M a rx , El Capital, t. I, p. 677. Eittre los
trahaios modernos, vase D. E i c h h o l t z . Junker und Bourgeoisie vor
1X48 in der preussischen Eisenbahngeschichte, Berln 1962.
16a. Vase, D . R enouard . Les transports de marchandises par fer, ro;'.te, et eau
depuis 1850. Pars 1960.
17. T. L epk o w sk i , Los comienzos de la clase obrera en Varsovia, Varso
via 1956.
18. Los que volvan del destierro en Siberia eran empleados en las oficinas
de los ferrocarriles, Varsovia-Viena.
19. L enin , El desarrollo del capitalismo en Rusia. Obras completas, t. III.
20. F. P erroux , Economic Space. Theory and Applications. Quarterly Jour
nal of Economics. LXIV. 1950, p. 89-104. W. I sard , Location and Space-Economy, Cambridge, Mass. 1956. C. P onsard , Economie et espace.
Essai d'intgration du facteur spatial dans lanlyse conomique. Pars
1955.
21. E. S. K a rn a u c h o w a , L os mercados en Rusia en el perodo del capita
lismo 1860-1914, Mosc 1951. Vase igualmente Woprosy Geografii,
vol. 20, 31 y 50 dedicados a la geografa histrica. En la ciencia polaca
tiene un carcter precursor la monografa de H. M a d u ro w ic z y A. Po-

711

Las regiones econmicas de la Polonia occidental en la segunda


mitad del siglo X V lll, Wroclaw, 1958.
22. F. R a t z e l , Antropogographie, Stuttgart, 1882. La genealoga de estos
draza.

conceptos es antigua, remontndose por lo menos a Montesquieu.


23. Postura criticada justamente en Historia del P C (b) de la URSS, 1945,
p. 127-128.
24. Aun cuando el mismo Ratzel se considera como un cientfico precursor
en la historia de la ciencia al haber llamado la atencin sobre proble
mas antes desconocidos.
25. La bsqueda de productos de reemplazamiento suele conducir a la uti
lizacin de los sucedneos, los ersats cuyo sentido peyorativo significa el
psimo valor utilitario de los productos en cuestin. Durante el bloqueo
continental los ingleses % regocijaban con la idea de que el azcar de
remolacha sera un sucedneo. Pero 6e trataba de un producto de igual
contenido qumico.
26. F. B raudel , Histoire et sciences sociales. La longue dure, Annales
1958, p. 725-753.

27. Aportacin de J. Staszewki en la discusin sobre la geografa histrica,


Revista Geogrfica, XXV, 1953, p. 85-86.
28. K . K r zec zk o w sk i , El desarrollo de los seguros pblicos en Polonia, t. I
II, Varsovia 1931-1935.
29. L . L a n d a u , Los seguros sociales y su papel en a vida econmica polaca
en los aos 1924-1933. Varsovia 1934.
30. Clsica descripcin de una epidemia en Atenas: T u k i d y d e s , La Guerra
del Peloponeso. ...

31. A. W a l a w e n d e r , La investigacin de las plagas elementales, RSDG I,.


1931, p. 79-88.
32. A. W a l a w e n d e r , Crnica de las plagas elementales en Polonia y en los
pases vecinos en los aos 1450-1586, 2 tomos, Lvov, 1932-1935, p. 98
102 y sig.
33. S. N a m a c z y n s k a , Crnica de las plagas elementales en Polonia y los
pases vecinos en los aos 1648-1696, t. I, Lvov 1937, p. 55, 74 y 99-104.
34. J. S z e w c z u k , Crnica de las plagas elementales en Galitzia, Lvov, 1939,
p. 69-73.
1
35. J. R u t k o w s k i , La reconstruccin del agro polaco despus de las gue
rras de mediados del siglo XVII, Varsovia 1956, p. 81-108.
36. W. R u s i n s k i , G ie y s z t o r o w a , K a m i n s k i y H o s z o w s k i , Polonia en el pe
rodo de la segunda guerra del norte 1655-1660, Varsovia 1957, t. II,
p. 261-434.
37. J. R u t k o w s k i , Historia econmica de Polonia, t. II, Poznan 1950, p.
416 y s.
38. W a l a w e n d e r , t. I, p. 376, 101; N a m a c z y n s k a , p. 55, 67.
39. Figuran muchos datos en todos los tomos relativos a las bsquedas so
bre la historia de los precios y la historia de las plagas elementales.
40. W

alaw ender,

t. I, p. 309-311, 313, 449.

41. Ibidem, p. 307;

a m a czy n sk a,

p. 340, 398, 212.

42. Ibidem, p. 826, 827.


43. Ibidem, p. 830, 831, 870.
44. N amaczynska, ibidem, p. 361.

45.

alaw ender,

t. I, p. 147;

a m a czy n sk a ,

p. 361.

46. Z abko-P otopow icz , El trabajo asalariado en el agro en el Reino de Li-

tuania en el siglo X V lll, Varsovia 1929.


47. W a l a w e n d e r , t. I, p. 65.
_
48. N amaczynska, p. 305, En el ao 1666 muchas gentes huyeron de Rusia
para Hungra a consecuencia del hambre ocasionado por el invierno
riguroso.
49.
50.
51.
52.

a l a w e n d e r , t. I, p. 850.
N amaczynska, p. 99a (alm acenes de sal).
Ibid, p. 91.
Ibid. p. 32, 40, 43, 58, 24.

53. Ibid. p. 32, 40.

712

54. Szew czuk . p. 52, 229, 335. 348. 351.


55. N a m a c z y n s k a , p. 40, 43; S z e w z u k , p. 19.
56. N amaczynska, p. 65, 77.

57. Ibid., p. 28, 555.


58.
59.
60.
61.
62.

Ibid., p. 532.
Ibid., p. 523.
Ibid., p. 72.

63.
64.

W a l a w e n d e r , t . I , p . 57,
N a m a c z y n s k a , p. 57-58.

a l a w e n d e r , t . I , p . 159; N a m a c z y n s k a , p . 75, 338, 339.


N amaczynska, p. 636, 663.

96, 1242-1245.

65. Ibid., p. 59.


66. Ibid., p. 92.

67.
68 .
69.
70.
71.

Ibid., p. 673.
Ibid., p. 282.
W

alaw ender,

t.

I,

p. 1291.

Ibid., p. 912.
Ibid., t. I , p. 1299; N a m a c z y n s k a , p. b b ; J. Runcowski, La reconstruc
cin del agro polaco... p. 323.
72. M. N y c z , Gnesis de las reformas financieras de la Dieta Muda. Estudio

sobre la historia financiero-militar en los aos 1697-1717, Poznan 1938,


p. 263.
73. W a l a w e n d e r , t. II, p. 21, 22, 23, 28, 31, 48; S. P a z y r a , Historia de
las ciudades de Mazovia desde el siglo X III a comienzos del siglo X X,
74.
75.

76.77.

Lvov, 1935, p. 288, 297. Al parecer, los Caballeros Teutnicos incendiaron


doscientas aldeas en el ao 1521 ( W a l a w e n d e r , t. II, p. 778-779).
W a l a w e n d e r , t . II, p . 20, 26, 42, 46, 52, 60, 112.
En el ao 1508, Glinski, al mando de las tropas moscovitas, al no poder
conquistar la ciudad de Sluck, se conforma con quemar las aldeas veci
nas (W alawender , t. II, p. 35).
W a l a w e n d e r , t. II, p. 56.
Ibid., p. 29, 32.

78. Ibid., p. 21, 30, 67, 263, 266; R . R y b a r s k i , El tesoro y el dinero... p.


91. 154, 148-149, 508.
79. Los ejrcitos reales en las cercanas de Chelm en el ao 1462 ( W ala
w e n d e r , t. I , p. 161); en el ao 1577 las tropas de Gdansk incendian
veintitrs' graneros en Elblag ( W a l a w e n d e r , t. II, p. 1102).

80.
81.
82.
83.
84.
85.
86.
87.
88.
89.

Ibid.,
Ibid.,
Ibid.,
Ibid.,
Ibid.,
Ibid.,
Ibid.,
Ibid.,
Ibid.,
Ibid,

X. II, p. 36.

p. 239.
p. 31.
p. 32.
p. 34.
p. 40.
p. 46.
p. 47.
p. 28, 49, 59.
p 64.

90.

M a r x , El Capital, t. I, p. 761, llama la atencin sobre el hecho de que


el hambre mata a los pobres en Irlanda pero no destruye los medios de
produccin. Durante la Guerra de los Treinta Aos no sucedi igual.
91. Esto afectaba sobre todo a las altas clases sociales de la poblacin. Wa
lawender habla de los desplazamientos de la corte, t. I. p. 291.
Z a b k o -P o t o p o w i c z , op. cit. p. 69, se refiere a la huida del patriciado de
las ciudades junto con el Consejo Municipal, el cual se contentaba con
dejar a un concejal eii la ciudad afectada por la epidemia. Son muy nu
merosos los datos acerca de la huida de los capitales.
92. Por ejemplo, la Dieta de Kujawia ordena la inspeccin de las tierras
en 1685. A. P a w i n s k i , La legislacin de Kujawia, t. III, no. 20, p. 108;
R . R i b a r s k i . El tesoro y el dinero... p. 1407; Z a b k o -P o t o p o w i c z ,
op. cit. p. 66-67; J. R u t k o w s k i , La reconstruccin del agro polaco,
p. 326-327.

9?. W alawtner . t. I, p. 94.

713

94. Ibid., p. 143-145. N a m a c z y n s k a . op. cit. p. 12.


95. W alawender , t. I, p. 535; del mismo autor: Anlisis de las plagas
elementales; A. S zelagow ski : El dinero y la revolucin de los precios.
p. 69. El hecho de esconder los vveres durante los perodos de hambre
que se le imputaba a las clases privilegiadas, con independencia de si era
una acusacin justa o no, jug en toda Europa un gran papel en la
historia de los movimientos revolucionarios de la plebe durante el feu
dalismo.
96. W a l a w e n d e r , t. I, p. 675.
97. Esto ocurra por ejemplo en Stiria, donde en caso de calamidad los
campesinos se aprovisionaban en las ciudades.
98. W alawender , t. I, p. 465, 536-537. N amaczynska, p. 273-274; P otopo w ic z , op. cit., p. 66.
99. R . R ybarski , El tesoro y el dinero..., p. 83-85.

100. Ibid., p. 103, 115, 116, 102, 165.


101. N y c z , op. d t.. p. 28-32, 34, 35, 38, 39, 42, 46, 51, 54, 149, 155, 201,
230 237, 239, 260.
102. Evidentemente que en la mayora de los casos las inversiones no se ha
can en metlico.
'
103. Siegel . W asow icz y Bieleck i , Los contratos de Lvov.
104. Vale la pena mencionar que los investigadores de Lvov suelen interpretar
los fenmenos del mercado ms bien a la luz de los datos sobre las pla
gas elementales que averiguar los datos sobre stas a travs de los datos
sobre Jos fenmenos del mercado.
105. G. U t t e r s t r Om , Climatic Fluctuations and Population Problems in Early Modern History, Scandinavian Economic History Review, t. III,
1955, p. 3-47.
106. Figura una bibliografa en el citado trabajo de U tter str Om y en L e R oy
L adurie Histoire et climat, Annales 1959, p. 3-34. Sobre la historia del
clima en Rusia, vase: I. E. Buczynski , El clima ruso en las pocas
histricas, Leningrado 1954. En cuanto se refiere a Polonia, M. Strzem s k i hace el balance de las investigaciones y publica una bibliografa en
Los cambios del medio geogrfico en Polonia desde mediados del si
glo III a nuestros tiempos, KHKM , IX, 1961, p. 331-355.
107. G o l z o w , M a x i m o w y J a r o s z e w S k i , Praktische Agrarmeteorologie, Ber

ln, 1955.
108. E. L e R o y L a d u r ie , Climat et rcoltes aux X V He et X V II le sicles,
Annales, 1960, p. 434-465.
109. L e R o y L a d u r ie , Aspects historiques de la nouvelle climatologie, Re
vue Historique, CO O V , 1961, p. 1-70.
110. H. A rakawa, Climatic Change as Revealed by the Data from the Far
Est, Weather, 1957, p. 46-51.
111. H. A r a k a w a , Climatic Change as Revealed by the Freezing Dates of
Lake Suwa in Central Japan, Journal of Meteorology, 1955, p. 94 y
sig.; del m i s m o a u to T : Fujhiwara on Five Centuries of Freezing Dates of
Lake Suwa in Central Japan, Archiv fr Meteorologie, 1955, p. 152-166.
112. H. A r a k a w a , Dates of the First or Earliest Snow covering for Tokio since 1632, Quarterly Journal of the Royal Meteorological Society, abril
1956.
113 A. Sokolow , La naturaleza, 1955, p. 96-98, segn Le Roy Ladurie.
114 Ibidem.
115. L e R o y L a d u r ie , Aspects historiques de la nouvelle climatologie.
116. Ibidem.
1P . L e R oy L adurie , Histoire et climat, p. 29.

111. D. J. S c h o v e , Tree Rings and Summer Temperature, AD 1501-1930, The


Scottish Geographic Magazine 1950, y del mismo autor, Discussion:
Post-Glacial Climatic Change, The Quarterly Journal of the Royal Me
teorological Society, 1949. Contiene importantes diagramas.
11'). E. Se r e n , Storia del paesaggio agrario italiano, Bari 1961. Interesante
prueba de sntesis, con ochenta bellas ilustraciones del paisaje italiano
desde los tiempos de Pompeyo a nuestros das.

714

120. S.

C z a r n o w s k i,

Definicin

clasificacin de los hechos sociales,

Obras, t. II, Varsovia 1956, p. 224.


121. Actes du Congrs Historique du Centenaire de la Rvolution de 1843,

Pars 1948, p. 66-67 (intervencin de Ch. Moraz en el debate).


122. Hay un gran nmero de materiales tanto franceses como polacos acerca
de los vnculos entre las plagas elementales y la lucha de clases, R. B a e h
r e l trata de enfocar el problema sintticamente en Epidmie et terreur.
Histoire et sociologie, Annales Historiques de la Rvolution Franfaise,
XXIII, 1951, p. 113-146 y del mismo autor, La haine de classe en temps
d pidmie, Annales 1952, p. 351-360.
123. R. B a e h r e l , La haine de classe... p. 352. Sobre la llamada peste de los
pobres, vase: G o s s e , Relation de la peste qui a rgn en Grce en 1827
et 1823, Pars 1838, p. 23. C h a m b e r t y T r a c h e r , en Du choleramorbus de Pologne, renseignements sur cette maladie recuellis par la
commission des officiers de sant militaire envoye d Varsovie par M . le
Marchal duc de Dalmatie, Pars 1832, p. 54, sealan que en Varsovia

murieron de la peste 379 pobres y 34 ricos. Otras citaciones al respecto


en B a e h r e l , op. d t. ...
124. B a e h r e l , Epidmie et terreur, p. 121.
125. D . D e f o e , Crnica de un ao de epidemia, y Diario de Samuel Pepys.
126. B a e h r e l , La haine de dasse..., p . 357.
127. B a e h r e l , Epidmie et tetreur.
128. S . H o s z o w s k i , Las plagas elementales en Polonia en los aos 1587-1648,
Varsovia 1960, p. 453-465.
129. Revista trimestral histrica 1916. Este trabajo figura en el compendio
de las obras de Rutkowski, Estudio sobre la historia del campo polaco
en los siglos XV1-XVIII, Vareovia 1956, p. 81-107.
130. J. R u t k o w s k i , Historia econmica de Polonia, t. I, ed. III, Poznan, 1947,
p. 249.
131. Ibidem, p. 249-261.
132. W . K u l a , Los comienzos del sistema capitalista en Polonia en el siglo
XVIII. KoUontaj y el siglo de la Ilstradn. Varsovia 1951, p. 42.
133. A. M a l e w s k i y J. T o p o l s k i , Sobre los motivos de la historia, Revista
histrica trimestral, LXIV, 1957, p. 26-27.
134. J. R u t k o w s k i , L os siervos en el siglo X V lll en Polonia y en algunos
otros pases de Europa, Poznan 1921, y del mismo autor, Estudio sobre
a propiedad de la tierra en Bretaa en el siglo XVII, Problemas his
tricos, XVI, no. 1, 2 y 3. Durante la guerra, Rutkowski perdi
un manuscrito sobre la gnesis del dualismo agrario en Europa, lo que
fue lamentable para la ciencia polaca y no slo polaca.
135. Von I nama-Sternegg , Dievolkswirtschaftliche Folgen des Drdssigjahrigen
Krieges fr Deutschland, Historisches Taschenbuch, serie 4, t. 5,
1864.

136.
137.
138.

S . H o s z o w s k i trata asi el problema en sus ltimos estudios.


H o s z o w s k i , op. cit., p. 464.
M . B a u l a n t et J. M e u v r e t , Prix des crales extraits de la

mercuriale
de Paris, 1520-1698, t. I, 1520-1620, t. II, 1620-1698, Pars 1960-1962.

139. Por lo dems, los datos franceses se refieren a Pars y slo reflejan la
situacin en el radio de su aprovisionamiento.
140. H o s z o w s k i , op. d t p . 463-465.
141. El esclarecimiento de este fenmeno por Rutkowski en relacin con el
cambio de la estructura del reparto de la renta en benecio del seor,
nos sigue pareciendo superficial.
142. C. E. L a b r o u s s e , Esquisse du mouvement des prix et des revenus en
France au XVIIl-e sicle, Pars 1933.
143. M . B a u l a n t y J. M e u v r e t , Prix des crales extrais de la mercuriale de
Paris, 1520-1698, 2 t.
144. A. C h a b e r t , Essai sur les mouvements des prix et des revenus en France
de 1798 1820, Pars 1945. Del mismo autor, Essai sur les mouvements
des revenus et de lactivit conomique en France de 1798 d 1820, Pa
ris 1949

715

145. P. M. Bondois, La misre sous Louis X IV. La disette de 1622, Revue


dHistoire conomique et Sociale, XII, 1924, p. 53-118; M. Babeau, La
lutte de l tat contre la chert tn 1724, Bulletin du Comit des Traveaux
Historiques et Scientifiques, 1891, Pars 1892; L. Cahf.n, Le prtendu
pacte de fomine. Quelques prcisions nouvlles, Revue Historique 1935,
CLXXVI, p. 173-216; del mismo autor, Le pacte de famine et les spculations sur les bls, ibid. 1926, CLII, p. 32-43; L. B iollay, Le pacte
de famine. L administration du commerce, Pars 1885; E. Sol, Les crales infrieures en Quercy. Le prix de 1751 1789, Revue dHistoire
conomique et Sociale, 1938, XXIV. p. 335-355: del mismo autor, Le
mouvement des prix en Quercy de 1774 1800, Commission de Recherche et de Publication des Documents relatifs la Vie conomique de la
Rvolution. Assamble Gnrale... 1939, t. II, Pars 1945, p. 73-118;
W. E. Schaap, tude du mouvement des prix des crales dans quelques
villes de la Gnralit de Champagne pendant les anns qui prcdent la
Revolution, ibid., p. 37-72: J. Raymond, tude de lvlution du prix
du pain d Montrevil-lAgill ( Eure) du 7 juin 1790 au 16 septembre
1793, ibidem, p. 33-36; E. Blin, Le prix du bl, du pain et de la viande
Sens, 1789-1793, ibid., p. 27-31; del mismo autor, Le prix du bl
Avallon de 1756 1790, ibid., p. 11-25; P. Lon, La crise des subsistances de 1810-1812 dans le dpartement de l lsre, Annales Hist. de la
Rvolution Fran?aise, 1952, XXIV, p. 289-309; F. L H u illie r, Une
crise des subsistances dans le Bas-Rhin, 1810-1812. Origines, aspects principaux, volution. Ibid. 1937, XIV, p. 518-536; del mismo autor, La
crise des subsistances de 1812 d Strasbourg, Revue dAlsace, Enero
1937; R. Levy, La disette au Havre en 1812, Revue des tudes napoleoniennes, VIII, 1915, p. 5-43; G. L avalley, Napolon et la dissette de
1812. A propos d une meute aux Halles de Caen, Pars, 1896; Vincens, Notice sur la chert des grains de 1811 1812, Journal des conomistes, VI, 183, p. 224-245; B. Lonce, La disette de 1811-1812
dans le dpartement des Alpes-Maritimes, Acadmie de Sciences, Lettres
Arts des Alpes-Maritimes, 1936, p. 266-284; P. P. V iard, La disette de
1816-1817, particulirement en Ctes-dOr, Revue historique, CLIX,
1928, p. 95-117; L. Gueneau, La disette de 1816-1817 dans une rgion
productive de bl. La Brie (Seine-et-Mame ), Revue dHistoire Moder
ne, IV, 1929, p. 18-46 y 81-95; R. M arjolin, Troubles provoqus en
France par la disette de 1816-1817, ibid. VIII, 1933, p. 42*460.
146. P. M. Bo n d o is , L'pizootie de 1763. La protcction du troupeau franCais au XVIII-me sicle, Revue dHistoire conomique et sociale, XX,

1932, p. 352-375.
147. Vale la pena citar un ejemplo: Rapport au Roi, Ministre de lIntrieur.
Paris le 27 dcembre 1817 (firmado: Laine), Pars, L Imprimiere Royale
Janvier 1818, Bibliothque Nationale, Lf 132-9; y asimismo: Rapport
au Roi sur les subsistances pendant les annes 1816 et 1817, Pars, L Imprimerie Royale. Janvier 1819 (firmado: Laine) Bibliothque National
Lf 132-10.
.
148. Esto aparece claramente en los trabajos de Bauland y M euvret , op. cit.
149. Trabajos de Labrousse y Chabert.
150. W alabender , t. I, p. VII (introduccin de Bujak).
151. W alavender : Las bsquedas sobre las plagas elementales..., p. 86 .
152. Ibid, p. 87.
153. En el captulo sobre el objetivo de la historia econmica.
154. R . Ba eh rel , Epidemie et terreur.

155. Population, III, 1948, p. 459. Introduccin al trabajo de Y. R enouard


Consquences et intrt dmographique de la peste noire de 1348.

156. C. Bobinska Algunos elementos del desarrollo del mercado interior


en la regin de la Pequea Polonia en el siglo XVIII, VIH Congreso.
General de Histoadores Polacos. Historia econmica, Varsovia 1960, p.
193-210 y discusin, ibid. p. 210-262.
157. B. B. K afengauz , El mercado interior en Rusia en la primera mitad
del siglo XVIII, Mosc 1958.

716

158.

R.

R om eo,

Risorgimento e capitalismo, Bari 1959.

159. J. J. R ousseau , mile ou de ducation.

160.

A . E. J. R o b i n s o n , The Changing Structure of the British Lconomy,


Economic Journal LX1V, 1954, p. 460.
161. J. T inbergen , Business Cycles in the United Kingdom, 1870-1914, Ams
terdam 1951, p. 141.
162. Como ocune realmente a finales del Medievo en Europa como resultado
de la constante afluencia de metales preciosos en el Este.
162a. W. K ula, Teora econmica del sistema feudal.
163. W. A. L e w i s , World Production, Prices and Trade, 1870-1960, Man*
chester School, XX, no. 12, 118, mayo 1952.
164. Hemos reunido aqu los ndices de Imlaha para los aos 1850-1913 con
el coeficiente 100 para el ao 1880 con los ndices de Kindleberger para
los aos 1913-1938 con el coeficiente 100 para 1913. Meier and Baldwin, Economic Development Theory, History, Policy, Nueva York 1957,
p. 231-232.
165. P r e b i s c h , Economic Development of Latin America and its Principal
Problems, UN. Lake Success, 1950.
166. histability of Export Markets of Unders-Developed Countries. Study prepared by the UN Department of Economic Affairs, Nueva York, Columbia University Press, 1952; vase asimismo: Measures for the Economic
Development of Underveloped Countries, mayo 1951; as como tambin:
Measures for International Economic Stability, noviembre 1951; Reative Prices of Exports and Imports of Under Deve'oped Countries, Nueva
York 1949; todo esto ha sido editado por las Naciones Unidas. Vase
asimismo P r e b i s c h , op. cit. y H. W. S i n g e r , The Distribution Gains
between Investing and Borrowing Countries, American Economic Review,
Papers and Proceedings 1950, p. 473-485.
167. La situacin econmica en Polonia en el ao 1958, Consejo Econmico
acerca del Consejo de Ministros de la R. P. Polaca, Varsovia 1959. p.
60 y sig.

CAPTULO X V : El mtodo comparativo

1. El 15 de diciembre de 1936, en la sesin de la seccin II de la Sociedad


Cientfica Varsoviana, durante la discusin del trabajo presentado por
Nina Assorodobraj, titulado Problema de la mano de obra en os albo
res des capitalismo, Handelsman, al saludar apasionadamente el mtodo
comparativo aplicado por la autora, afirm que, as como se puede y
s debe establecer una comparacin entre los fenmenos sociales de la
Polonia del siglo xvm y los fenmenos anlogos de la historia de
Alemania, Rusia o Checoslovaquia, hay que ser prudentes en cuanto
se refiere a los de la historia de Francia o de Inglaterra; y no compaiarlos jams con la historia del Japn. Tanto la autora como el promo
tor del trabajo, Czanowski, opusieron al concepto de las comparaciones
en el marco de las esferas civilizadoras una idea mucho ms amplia
y matizada. Segn este concepto, en ciertos casos, no es posible la
comparacin de civilizaciones muy parecidas; en cambio en otras
ocasiones, como por ejemplo en la de la investigacin sobre el surgi
miento de la sociedad industrial, es posible hacerlo muy extensamente
incluso.
2. J. R u t k o w s k i , Servidumbre campesina en Polonia y en algunos otros
pases de Ewopa en el siglo XVII, TPN de Poznan, Trabajos de la
Comisin Histrica, t. 1. Poznan 1921, libro 3.
3. W. K u l a , Introduccin a la obra de J. R u t k o w s k i , Estudio sobre la
historia del campo polaco en os siglos X Vl-XV U I Varsovia 1956, p. 36.
4. La interpretacin de esa limitacin tal y como lo hacen Malewski y Topolski peca de ingenuidad.
5. Por ejemplo, H. W e r e s z y c k i , El pesimismo, tesis errnea, KH, LXIV,
1957 no. 4-5, p. 13-30.
717

6 . H. P i r e n n e , D e la mthode comparative en histoire, (discurso en la

apertura del V Congreso de Ciencias Histricas en Bruselas, 3 IV del


1923), Bruselas, 1923.
7. C . M a r x , El Capital, t. I. p. 810. A sim ism o, E n g e ls , por ejem plo en

Las guerras campesinas en Alemania.


8. Ibidem, p. 4.
9. W . K ula, Reflexiones sobre la historia.

10. Vale la pena notar, a ttulo de curiosidad, que la falta de una comu
nidad de intereses en la investigacin... entre el historiador de la eco
noma de Polonia y el historiador de la economa de los EE UU se ha
confirmado hace poco como un hecho real ( A . M a l e w s k i , D os modelos
de sociologa, Estudios sociolgicos, 1961, no. 3. p. SI), reconocindo
se que los historiadores de uno y otro pas pueden informarse beneficio
samente acerca de las tcnicas investigadoras y los conceptos utilizados en
el anlisis. Un ejemplo: en el 1 Congreso de Histoiia Econmica de Estocolmo se escogi entre otros temas el de los problemas de la industria
lizacin. 1 tomo publicado sohre dicho congreso contiene un gran
nmero de informes consagrados a los juicios emitidos sobre las cues
tiones relacionadas con la situacin actual de las investigaciones aceica
de la historia de la industrializacin en los diferentes paises del mundo.
Tuvo lugar un debate sobre estas cuestiones. Cules podan ser los temas
en discusin? Naturalmente en gran parte se trat de la informacin
recproca acerca de los mtodos y el anlisis de los mismos. Pero
No se debati ningn otro problema? Nadie discuti acerca de los as
pectos concretos de la industrializacin en este o en el otro pas. El
nico problema en estudio era la industrializacin. Cules son sus
caractersticas necesarias? Qu elementos del medio social la aceleran
y cuales la frenan? be pueden conocer los rasgos especficos de dicho
proceso en los pases que la acometen relativamente tarde? Cules son
las consecuencias sociales de este aspecto o de aquel otro? etc. Las men
cionadas afirmaciones no pueden hacerse ms que cuando se conoce
la ciencia histrica de tiempos de Maricastaa.
10a. M . M o n t a ig n e , Ensayos, traduccin de Boy Zlelenski, t. 1, Varsovia,
1957, p. 183.
10b. A . S m i t h Wealth of Nations, Cannan, Londres 1930, p . XXXV.
11. C. L v i -S t r a u s s , Race et Histoire, Pars 1953.
12. P. B a r a n , El desarrollo de la economa poltica, Varsovia 1958, p. 20,
se refiere a la moda en cierto sentido sociolgica y poltica de la teora
sobre la pluralidad de tendencias en antropologa, economa y filosofa.
Esto lo comprende incluso Lvi-Strauss; vase su arttulo titulado La
crisis de la antropologa. Argumentos 1962, no. 11 y 12.
13. L v i - s t r a u s s , op. cit.
L3a. F. B e n h a n , Income and Product of Under-developed Countries Income
and Wealth, Londres 1953, p. 171.
14. F. P e r r o u x , La coexistence pacifique, t. I, Pars 1958, p. 8.
15. Annales, 1958, no, 4, p. 725-753. Comprese la tesis anterior: Geor
ges Gurvitch ou la discontinuit du social, Annales 1953, p. 347-361
y la tesis ulterior: Histoire et sociologie, en el tomo Trait de Sociologie publ sous la direction de Georges Gurvitch, PUF, 1959, t. I, p.
83-98.
16. t n este caso y volveremos sobre l consideramos que F. Braudel no
tiene en consideracin los cambios que intervienen en la ciencia econ
mica.
17. Citamos segn A . P iganiol , Q uest-ce que l histoire? Revue de Mtaphysique et Morale, LX, 1953, no. 3.
.
18. M. W e b e r , Roschers historische Methode, editado por vez primera en
Schmollers Jahrbcher XXVII, 1903, reeditado en: Gesammelte Aufstze zur Wissenschaftslehre, segunda edicin, Tbingen 1951, p. 24.
19. R. A r o n , Le dveloppement de la socit industrielle et la estratification
sociale, Les cours de la Sorbonne, p. 1.
20. Esto se pudiera llamar el problema de la coexistencia pacfica.

718

21.
22.
23.
24.
25.
26.

27.
28.

29.

30.

31.

32.
33.

34.

35.
36.

37.

Al igual que Youngson, Rostow.


Buchanan and Ellis, Meier and Baldwin, Hozelits.
Lewis, Hoffmann, Kuznets.
Podramos decir que los autores, al elegir el trmino growth, propenden
a limitar su anlisis a los elementos mensurables. Pero el ejemplo de
Lewis ira en contra de esa generalizacin.
La longue dure, p. 736.
Aun siendo un historiador, en este caso he de estar de acuerdo con el
gran enemigo de nuestro clan, Cari M enger (Die Irrthmer des Historismus in der Deutschen Nationalkonomie, Viena 1884); fuente: Karl
P opper, Misre de l historicisme, Pars, 1956.
J. R obinson, The Economics of Imperfecl Compejition, Londres 1935;
E. H. C hamberlin, The theory of M onopolistic Competition, Harvard.
Chamberlin se dedic con ms frecuencia que Robinson a la observacin
directa y a veces a las construcciones abstractas, vase E. J ames, Historia
del pensamiento econmico en el siglo X X , Varsovia 1958, parte I,
cap. III, pr. 4, nota.
Por ejemplo, los teoremas basados en el principio de un pequeo nmero
de vendedores y el muy dificultoso e incluso a veces imposible acceso del
nuevo vendedor al mercado (W. F ellner, Competition among the Few,
Nueva York, 1949, y W. D. A rndt, Competition of the Few among the
Many, Quarterly Journal of Economics, LXX, 1956, p. 327-345), que
tambin puede aplicarse a la investigacin del mercado rural como tal
o a la rivalizacin mercantil entre el trigo del campesino y el trigo del
seor.
James considera como un rasgo caracterstico del pensamiento econmi
co del ltimo cuarto de siglo el avance al primer puesto de la macroeconoma en lugar de la microeconoma y de la dinmica en lugar de
la esttica. E. J ames, Historia del pensamiento econmico en el siglo X X ,
Varsovia, 1958, p. 20.
A. M arshall, The Principies of Political Economy. ltimamente se ha
tratado de demostrar de una manera poco convincente que la problem
tica del desarrollo econmico no le era ajena a MarshaU. (G lassburner
B, Alfred Marshall on Economic History and Historical Development,
Quarterly Journal of Economics, LXIX, 1959, p. 577-595.)
J. M. K eynes, General theory.
Mencionaremos aqu el enorme trabajo realizado por el National Bureau
of Economic Research de Nueva Yoik y las cada vez ms numerosas
publicaciones de los servicios de estadsticas, por ejemplo, Historical
Statistics of United States, 1789-1945, US Department of Commerce,
Washington 1949, as como el reciente Sommario di Statistische Storiche Italiane, 1865-1955, Instituto Centrale di Statistica, Roma 1958.
All donde intentaron profundizan en el anlisis de los principios psico
lgicos en la economa, lo hicieron asimismo desde unas posiciones
claramente anhistricas (G. K aton, Psychological Analysis of Economic
Behavior, Nueva York, 1951). A. Lauterbach trata de mirar las cosas
un tanto ms histricamente, Man M otives and Money. Psychological
Frontiers of Economics, Ithaca Comell UP, 1954.
F. H ayek, vase: Scientisme et Sciences sociales, Pars 1953.
J a m e s , op. cit. Parte II, seccin II, pr. 3. En el aspecto del welfare
economics (bienestar econmico) tambin se critic acertadamente la
idea ingenua segn la cual el social welfare es posible determinarlo como
la simple suma individual welfare (Arrow, Social Choice and Indivi
dual Vales, Journal of Political Economy, LX, Octubre 1952).
Esto lo escribimos con todo el conocimiento de las tendencias mecanicistas que existen en econometra. Es muy interesante el artculo de Tinbergen sobre Schumpeter (J. T inbergen, Schumpeter and Quantita
tive Research in Economics, en: Schumpeter, Social Scientist, edicin
S. Hanis, Harvard U-ty Press, p. 59-61). Sin embargo, Tinbergen ter
mina su trabajo con la afirmacin de que el no mecanicista Schumpe
ter conoce mejor la vida y el hombre que ms de un econmetro.
719

38. F. Perroux, La gnralisation de la General Theory , Istanbul 1949 y


J. R obinson, The Gnralisation on of the General Theory, en el
compendio The Rale of Interest and Other Essays, Londres 1954, p. 67
142. Gran parte de sus verificadores y crticos acometieron la historificacin de la tesis de Keynes. Vase J ames, op. cit. parte 11, seccin
1, pr. 4.
39 Existe una critica de estos conceptos de Keynes en el famoso articulo
de P. Vilar, Problems of the b'ormation of Capitalism, Past and
Present, no. 10, p. 15-38. Una magnifica critica de la teoia de Hamilton,
la cual le vino muy bien a Keynes: Flix D avid , Profit Inflation and
industrial Growth. The Hislorical Record and Contemporary Analogies,

Quarterly Journal o Economics, LXX, 1956, p. 441-403.


40. A. K. D as G upta, Keynesian Economics and Underdeveioped Countries,
y V. B. Sing, Keynesian .bconomics in Relation to Underdeveioped
Countries, ambos en el compedio: Keynesian Economics. A Symposium,
edicin V. B. Singh, Delhi 1956, p. 153-163 y 178-189.
La postura de Das Gupia se halla aqui muy comprometida. En este sen
tido se encamina 1 . IArn, insternational Comparisons of National Accounts in Economic Analysis, Income and Wealth, Series 111, 1953,
p. 154-155.
41.
Perroux, La gnralisation..., p. 14. K. D ehem , L efficacit sociale du
systeme conomique, Louvain 1932. E. james, op. cit. parte 11, cap. 1,
par. 4 y en la parte 11, cap. IV, seccin 111, pr. 3. Vase asimismo el
muy engaoso y artificial The Goals of Economic Life, edicin D. A.
W a rd ' Nueva York 1953, que constituye una apologa del puritanismo
americano (excelente resea sobre lo mismo de Caleb A. Smith en:
American Economic Review, XLV, 1955, p. 149-154).
42. Por ejemplo: Svennilson I ngvar , Growth and Stagnation in the Europeas
Economy UN Economic Comission for Europe, Coiumbia U-ty Piess
1954.

43. K Perroux, L introduction rapport : La croissance conomique franeaise par des membres de Iinstitut de Sciencie Economique A.pplique,

44.

45.
46.
47.
48.

49.
50.
51.

720

Income and Wealth, Series 111, 1953, T. H aavelmo presenta una


interesante aunque discutible prueba de construccin de dei entes mo
delos para situaciones diferentes en A Study in the Theory of Economic
Evolution, Amsterdam 1*54; sin embargo, omite los cambios institucio
nales y a corto plazo (entre los cuales coloca por ejemplo el desempleo);
esta prueba no deja de ser interesante puesto que demuestra la gran uiveisidad de modelos que se puede aplicar incluso excluyendo unos factores
tan importantes.
T. Barn, op cit p. 154. .Esta .misma imputacin hacia los modelos del
tipo Harro-Domar-Hicks, la ormula con exactitud L. ti. Yeager en
Some Questions about Growth Economics, American Economic Re
view XLIV, 1954, p. 62.
L. F ebvre, L introduction d Ch. M oraz : Trois essais sur histoire et
culture, Cahiers des Annales, no. 2, Pars 1948, p. Vil.
P. K uznets, trogram m e d enqutes comparatives sur les processus d Indusii ialisation dans le monde actuel (abril 1949).
W. W. R ostow, The Take-off into Selfsustained Growth, Lconomic
Journal, LX1V, 1956.
Por ejemplo, en la Conferencia de la Association Internationale de Science
Economique en Santa Margherita, 1953. Vase Bulletin Internacional de
Sciences Sociales, VI, 1954, no. 2 y el tomo Economic Progress, edi
cin L. Dupnez, Louvain 1955. Esta fue la primera conieicncia de esie
tipo, despus de la cual se celebraron muchas ms.
Capital Formation and Economic Growth, Conference NbER, Nueva
York, 1956.
Economic Development and Cultured Change, Chicago.
N. S. Buchanan y H. S. E llis, Approaches to Economic Development,
Nueva York 1955, y G. M. M eier y R. E. Baldwin, Economic Develop
ment Theory, History Policy, Nueva York, 1957 y muchos otros.

52. R. Bowen H ovard, Gradate Education in Economics, American E co


nomic Review, XLII1, 1953, Supplement.
53 . Una excelente ayuda en este sentido puede ser el ya citado cuestionario
de Kuznetz.
54 . Por ejemplo, en el libro de Buchanan y Filis, los materiales concernien
tes a ia histoiia econmica de la Europa del Este (a cuya competencia as
pira el autor de estas palabras) suscitan reservas.
55. A. G erschenkron, Economic Backwardness ia Historial Perspective,
en The Progress of Underdeveloped Areas, edicin Bert F. Hoselitz, U-ty
of Chicago Press 1952, p. 3-29, y particularmente: B. F. H oselitz, Patterns of Economic Growth, Canadian Journal of economics and Poliucal Science XXI, 1955. Hasta ciento punto est escrito en el mismo
sentido ei ms reciente libro de A. J. \ oungson, Possibilities of tco n o mic Progress, Cambridge U-ty Prese 1959, analizando el ienmeno en
cuatro ejemplos seleccionados (Gran Bretaa, Suecia, Dinamarca, Esta
dos Unidos). R. H. Blodget y D. L. K emmerer, Comparative Economic
Development, Nueva York, 1956, pero su contenido no justifica la pri
mea a palabra del titulo.
56. W. W. Rostow llam ia atencin en una conferencia dictada en el Ins
tituto de Ciencias Aplicadas de Paris, 15 de junio de 1959.
57 . Al parecer, Morton R. Solomon no se cuid de hacer ciertas simplifi
caciones en The Siructure. of the M arket in Underdeveloped Economies,
Quarterly Journal of Economics, LXII, 1947-1948, p. 519-541, donde
al investigar la estructura de algunas aldeas balcnicas antes de 1939 no ad
virti cun profundas consecuencias tena el hecho de que un pas deter
minado se hallase en ia rbita de la economa internacional, y como, bajo
ciertos aspectos, era aprovechado por el capital internacional como re
serva de materias primas. Vase la tesis de R. H. H olton, Marketing
Structure and Economic Development, Quarterly Journal ot Economics,
LXV11, 1953, p. 344-361 y la discusin que sigue. Hay en ella una gran
cantidad de descripciones. Quiza vaiga la pena resear aqu uno de los mas
penetrantes y recientes: S. C. Dube, Indian Village, ithaca, ConWl U-ty
Press 1955.
58. Citemos como ejemplo: A. P. U sher, Prices of Wheat and 'Commodity
Price Indexes for England, 1259-1930, Review of Economic Statistics,
X lll, 1931, p. 103-113; E. H. P. Brown y S. V. H opkins, Seven Cen
turies of huilding Wages, Economica, 1955, p. 195-206 y de los mis
mos autores: Seven Centuries of the Prices of 'Consumables, Compared
with Suuders Wag&-Rates, ibidem, 1956, p. 296-314.
59. S. K.UZNETZ, Measurement of Economic row t, Journal o Economic
History.
60. S. k u zn etz, Statistics and Economic History, Journal of Economic
History, 1, 1941, p. 26-41.
' fe1.* incremento a ,"o y e." incremento Jae a y o por 1descenso 1ae c .1incre
mento de a y c por descenso de b. Incremento de b y c por descenso de a.
Inaem ento de a, b, o c, por descenso de los dos restantes. Por ltimo,
existe una enorme cantidad de combinaciones ligadas al desplazamiento
del nmero de trabajadores a travs del alza, del descenso o de la esta
bilidad de las diferentes posturas del salario.
62. H. H auser, Recherches et documents sur l histoire des prix en France
de 1500 d 1800, Pars 1936, prembulo y una serie de declaraciones en
la discusin celebrada en las sesiones de la Sociedad de Historia Mo
derna.
63. Resena de J. F. W r i g h t en Journal of Economic History en la tra
duccin inglesa del libro de W . Hoffmann, British Industry, 1700-1950,
Oxford, 1955. Aqu, naturalmente, la diferencia de calidad del carbn
puede traducirse tericamente en diferencia cuantitativamente (proporcin
de materia orgnica y de materia inorgnica), slo que por falta de
fuente dicho historiador no est en condiciones de aprehenderla.
64. PiGOU. Economic of Welfare. ...

sea

100. 46

721

65. C. Clark, The Conditions of Economic Progress, II edicin, Londres


1957, p. 16.
66 . C. G ini, La compaiabilit dans le temps et dans lespace des valations du revenu national, conomie applique, t. II, 1949, p. 7-26
67. S. H F rankel, The Economic Impact on underdeveloped Sodeties. Etsays on International Investment and Social Change, Oxford, y particul a r m e i . t e : Essays III: Concepts of Income and Welfare and the Intercomparability of National Income Aggregates, p. 29-55.
68 . Especialmente F. Benham, Income and Product in Underdeveloped Coun
tries, Comments on the Paper by Professor Frankel, Income and Wealth,
Serie III, 1953, edicin M. Gilbert, p. 169-177. En parte tambin VKRV
Rao, Some Reflexions on the Comparability of Real National Incomes
of Industrialised and Underdeveloped Countries, en ese mismo tomo, p.
178-210.
69. De acuerdo con la graciosa paradoja de Pigou, el hombre que se casase
con su cocinera, modificadla as la renta nacional.
70. G. M ilton y I. B. K ravis, Emprica! Problems in International Compa
risons-of National Product, Income and Wealth, IV, 1955, p. 101-119.
M. A. Coeland, J. J acobsqn y B. Clyman, Problems of Comparisons of
Income and Product, Studies in Income and Wealth, NBER, X, 1947,
p. 133-159, as como tambin el trabajo arriba citado de Benham, Barna,
R ao, T a-Cung L iu y Shan-K wei F ono, The Construction of National
Income Tables and International Comparisons of National Incomes, Stu
dies in jlncome and Wealth, VIII, 1946, p. 73-118.
71. La literatura especializada no aprecia esta cuestin.
72. Esta cuestin se halla vinculada al problema general de la utilizacin de
los mtodos estadsticos. Ch . M oraz, Trois essais sur Histoire et cultu
re, llama acertadamnte la atencin sobre un fenmeno, que pudiera ca
lificarse de nexo entie el grado de democratizacin de la sociedad in
vestigada y la aplicabilidad de los mtodos estadsticos.
73. A lo cual se debe agregar que to d a u n a serie de bienes y de servicios
producidos y consum idos en la econom a dom stica, p o r ejem plo en una
fam ilia cam pesina, n o en tran en absoluto en el m ercado. D . S. B rady ,

Measurement and interpretation of the Income Distribution in the US,

74.

75.

76.

77.

78.
79.

Income an d W ealth VI, 1957, p. 94.


A s lo entienden, en la investigacin de la renta nacional, G. M ilton
a n d I. B. K ravis, op. d t., p. 109, pero ellos pueden permitirse hacer
abstraccin de este hecho por cuanto realizan una investigacin sobre la
s o c i e d a d de una sola civilizacin durante un breve lapso de tiempo, el
c u a l p u e d e denominarse prcticamente la actualidad.
A. R. Eckler, A Measure of the Severity of Depressions, 1873-1932,
Review of Economic Statistics, XX, 1933, p. 75-81, y asimismo 1,
Scott J r . , A 'Comparison of Production During the Depressions of 1873
and 1929, American Economic Review, XLII, 1952, p. 569-576.
B. D. D erksen. Intertemporal Comparisons of Real National Income. An
International Survey, Income and Wealth, serie I, 1951, p. 245-266,
a s c o m o una serie de trabajos de la serie Studies in Income and
W e a l t h , especialmente en el t. XX del ao 1957.
s t a e s precisamente la tesis principal del trabajo eminentemente hist
r i c o d e T. Barn, ya citado. Ese mismo carcter tienen las tentativas de
D. T horner, Indias Agradan Revolution by Census Redefinition, Ind i a n Economic Review III, 2, 1956, y asimismo D. T horner, Econo
mic Recommendation for the Census of 1961, The Economic Weekley,
IX, n o . 36, Bombay, 5 de agosto 1959.
Benham, F., op. cit., p. 170.
J . Baster, Recent Literature on the Economic Development of Backward
Areas, Quarterly Journal of Economics, LXV1II, 1954.

80. Ibidem.
81. Ibidem..
82. U re, Philosophy of Manufactures; S. C. D ube, Indian Village, Ithaca,
Comell Uty Press, 1955; Ch. W olf, Institutions and Economic De-

722

veiopment Economic Review, XIV, 1953, p. 867-883; G. M. M aier


y R. E. Baldw in , Economic Development Theory, History, Policy, Nue
va York 1957, p. 297. La irracionalidad del obrero indgena que no
reacciona ante el salario que le es ofrecido, aparece a menudo como
racionalidad, escribe W. E. Moore en Industrialisation and Labour,
Social Aspects of Economic Development, Ithaca, Comell U-ty Press
1951, p. 306.
83. Vase ms arriba, p. 685.
84. C. M arx , El Capital, t. I, p. 4.
85. Ibidem, p. 672. ...
86 . Quien dijo, sin embargo, que conoca solamente una prueba de la su
perioridad de la civilizacin occidental sobre los indgenas: los ca
ones!
87. Para dar slo un ejemplo de la innumerable literatura creada al respecto,
citaremos la discusin en tomo a las posibilidades de industrializacin de
Mjico. Por una parte, tenemos el libio de Frank T ennenbaum , Mxico,
the Struggle for Peace and Bread, Nueva York 1950, demostrando la
industrializacin irracional de dicho pas; por otra parte, la violenta r*
plica de Manuel G ermn en La industrializacin de Mjico, Coleccin
Cultura Mexicana, no. 9, Mxico 1954. Una confiontacin asimismo
interesante tuvo lugar en la conferencia de la Asociacin Internacional de
Ciencias Econmicas de Santa Margherita en 1953, en la cual una serie
de representantes de la ciencia occidental trataron de demostrar la dife
rencia fundamental de los criterios econmicos del Oeste y del Este, y
los cuales se enfrentaron inmediatamente con la oposicin de los econo
mistas de la India, quienes pusieron de manifiesto que los deseos y las
necesidades esenciales de los hombres son los msimos tanto en Oriente
como en Occidente, Bulletin International de Sciences Sociales, VI,
1954, 2, p. 172, discurso de G . Haberler.
88. En las investigaciones sobre el proceso de industrializacin, la ms am
biciosa tentativa de realizar una clasificacin parecida por mediacin de
tres criterios que permiten efectuar ocho posibles combinaciones nos la
da Bert F . H o s e l i t z en Patterns of Economic Growth, Canadian Jour
nal of Economics and Political Science, XXI, 1955, no. 4.
89. M. Bloch , Pour une histoire compare des socits europennes, Revi*
de Synthse Historique, 1928, p. 15-50. Con este mismo espritu estn
concebidas las indicaciones metodolgicas de L elew el , Historia para
lela de Espaa y Polonia, en Obras, t. VIII, Varsovia, 1961, p. 218.
90. H. F. DE l a P ea, L os obstculos al desarrollo econmico, Mxico, Uni
versidad Nacional autnoma, 1955. El autor subraya precisamente la alu
dida diferencia entre el desarrollo econmico antiguamente y en la ac
tualidad. Merece ser mencionada la crtica ingenua que de esta obra
hizo Joseph Grunwald en American Economic Review, XLV1I, 1957,
p, 414-417, segn l cual en las fases primeras del desarrollo la parti
cipacin creciente del beneficio es cosa natural (!) y que constituye un
incentivo necesario para el progreso econmico.
91. C. L vi -S trauus, La Race et i Histoire. ...
92. South African Journal of Economics, junio 1944, sept. 1946.
93. J. Baster , Recent Literature on the Economic Development of Backward
Areas, Quarterly Journal of Economics, LXV1II, 1954, p. 585-602.
Los anlisis sociolgicos han demostrado la estrechez de numerosos
anlisis del desarrollo econmico, pero al mismo tiempo no es posible
reemplazarlos. Es difcil negarle a esta afirmacin una cierta exactitud.
94. B. N u rk se , Capital Formation, p. 58. Cmo exigir de unas gentes que
viven en la ms absoluta miseria que ahorren para las inversiones?
95. J. H. Boeke , Economics and Economic Policy of Dual Societies, H aarlem 1953, p. 33-35; B. H . H iggins, Economic Development of Underde
veloped Areas, Past and Present; Center for International Studies,
Massachusets Institute of Technology, junio 1954, p. 18-19. Ch. W olf
Jr. Institutions and Economic Development, American Economic Re
view, XIV, 1955, 5, p. 867-883.

723

96. B. F. H o selitz , Economic Growth in Latn America, en Premire


Confrence Internationale d Histoire Economique, Estocolmo, 1960, p.
87-101.
97. W olf , op. cit.
98. G. C. A ffen y A . G.- D o m n ith o rn e , Western EtUreprise in Far Eastern
Economic Development China and Japan. Londres 19S4, p. 192.
99. W o lf , op. cit. p. 88.

100. La literatura relativa a este tema es abundantsima. Citemos solamente a


Simn R ottenberg , The Im m obility of Labour in Underdeveloped Areas,
South African Journal of Economics, XIX, 1951, p. 404-048; asimismo,
Income and Leisure in an Underdeveloped Economy, Journal of Poli
tical Economy, LX, abril 1952; M a sh ed Chan-A, N ote on Income and
Leisure in an Underdeveloped Economics, Indian Journal of Econo
mics, XXXIV, no. 134, enero 1954, p. 245-247. Esta obra contiene
igualmente una abundante literatura sobre el tema.
101. Otro problema que aparece con muchsima frecuencia es que la fcil
generalizacin segn la cual los pueblos coloniales aprecian mucho ms
el leisure que el income [el ocio que los ingresos - N . del 7.] nunca se
ha verificado en las investigaciones concretas. Mereover the disregard
of the effects of prices has been fostered by the view that the African
does not respond to incentives provided by prices, and or that he works
to a predetermined standard o f living, an opinion which is incompati
ble with the most obvious facts of the West Africa econormes , escribe
P. T. Bauer , West African Trade. A Study of Competition, Oligopoly

and Monopoy in a Changing Economy, Cambridge, 1954, p. 314 y Apn


dice 3, p. 425 y sig.
102. A. G ersch en k ro n , Social Attitudes, Entrepreunership attd Economic
Development, Explorations in Entrepreneurial History, V, oct. 1953.
103. H . C . W allich , en A m erican E conom ic R eview , X L V , 1955, 4, p.
674-676.

104. El ltimo apartado de este captulo fue objeto de un resumen personal


inserto en las pginas de Przeglad Kulturalny (no. del 30 de noviem
bre de 1961). En ese nmero apareci una polmica con respecto a mi
postura rmada por el doctor Jozef Pajestka y titulada Condenados a
buscar lo nuevo... Este ttulo es el resumen programtico de la pol
mica entablada conmigo. El juicio contenido en l y las intenciones que
en el mismo se encierran me convienen sin embargo perfectamente y
comparto absolutamente la opinin emitida en el artculo de Pajestka.
Ahora bien, el contenido del trabajo o bien est fundado en un malen
tendido (del cual yo mismo tendra la culpa por cuanto la publicacin
en una revista del resumen de uno de los nueve apartados pertenecientes
a uno de los diecisis captulos de un libro ha de llevar a un malenten
dido) o es injusto.
El importante papel atribuido por Pajestka a los factores natural-geo
grficos suscita una apasionada oposicin. Acaso puede considerarse
como una verdadera Tierra de Promisin a los pases de emigracin
blanca de ultramar actualmente tan desarrollados, y a los pases todava
atrasados coio territorios mal dotados por la naturaleza? No hay en los
territorios de China, de la India, de Indonesia, en la costa occidental de
Africa, en la cuenca del Caribe, en el Brasil, etc., regiones enteras que
al igual, y a veces ms merecidamente, pueden considerarse como Tierras
de Promisin? Que no toda la India pueda considerarse como Tierra de
Promisin, es cierto. Pero y el Canad? Y Australia? No hay en esos
dos pases enormes extensiones realmente desfavorecidas por la natura
leza? Acaso no son Suecia y Noruega pases privilegiados por la natu
raleza? No se considera a Cuba nacin indudablemente atrasada
como un pas de excepcionales ventajas naturales? Adems de estas cla
ras afirmaciones, se puede recordar una vez ms el papel del hombre
en la transformacin de la naturaleza? Sicilia fue el antiguo granero de
Roma y el hombre hizo de ella una tierra estril, y, sin embargo, con
trariamente, en lucha contra la naturaleza, gracias al esfuerzo secular, or-

724

ganizado del hombre, Holanda se ha convertido en un gigantesco jardn.


Naturalmente, aqu no defiendo sino verdades evidentes.
El doctor Pajestka afirma que es difcil percibir cualquier dife
rencia esencial de funcionamiento (empresas capitalistas europeas) en
los pases que poseen una diferente estructura social, en los que se ha
llan en las fases tempranas y tardas del desarrollo social. La polmica
es ardua. El doctor Pajestka conoce personalmente y por experiencia a
toda una serie de pases atrasados que yo slo conozco a travs de la
literatura cientfica. Pero he de creer por eso en la afirmacin antes
citada, la cual contradice abiertamente la opinin comn de la ciencia?
Una afirmacin que, por lo dems, es contraria a nuestras experiencias
polacas del siglo xix y del siglo xx y a las que el doctor Pajestka alude
luego un momento? Habra de creer que el gran capital organiza el pro
ceso de produccin de una empresa situada en la India pas donde la
remuneracin del trabajo no cualificado es extremadamente baja como
lo hace en Inglaterra? Que es la misma estructura de costes, la misma
conformacin de los beneficios y la misma poltica de imposicin, la
misma reaccin frente a la recesin mundial?
Otros aspectos de la polmica arrancan de un malentendido. A un
malentendido atribuira el subrayar la significacin secundara de la es
tructura social de un pas determinado. El propio doctor Pajestka se
refiere en muchas ocasiones a la gran importancia de las condiciones
polticas o del rgimen poltico. Creo que hablamos de una misma
cosa. En .todo caso, al hablar de sistema social incluyo asimismo en ese
trmino el concepto du sistema poltico.
El doctor Pajestka manifiesta su postura optimista. Escribe: El hom
bre es una especie capaz e inteligente, que puede adaptarse rpidamente
al cambio de las condiciones sociales. Todos los pueblos han de adoptar
la civilizacin industrial contempornea y esto no requiere ni un siglo
entero ni siquiera largos decenios: slo necesita unas condiciones propi
cias internas y externas.
Todo eso est muy bien! Pero de no ser un cnico, el ms eminente
experto de la ONU no puede dejar de reconocer semejante credo. Ms
an, es muy difcil que l sencillo lector rechace esas doctrinas sin com
prometer su fe en la supervivencia de la humanidad. Y a fuer de cre
yente, yo mismo he de manifestar mi total acuerdo con el doctor Pa
jestka. No discutiremos con l ni siquiera en cuanto al plazo: el mis
mo concuerda en que se necesitan bastantes decenios para el cumpli
miento de esa obra. Pero tenemos el slo relativo a las propicias
condiciones internas y externas. De la cita de Smith a la cual aludimos
resulta que tambin l estaba convencido de que cualquier pas slo
necesita para su desarrollo econmico la libertad, una administracin y
un sistema jurdico regulares.
Consideraremos, por ltimo, como un malentendido la afirmacin he
cha en la polmica conmigo y segn la cual las fases del desarrollo
social de los diferentes pases no se repiten y no pueden repetirse. Quiz
resulte con toda claridad del conjunto del anterior captulo que no pro
clam la repeticin mecnica, ms an, que subray con energa la irrepetibilidad de los acontecimientos histricos.
Pero aparte de los puntos sobre los cuales considero injustos los con
ceptos de Pajestka y tras la enumeracin de los malentendidos, queda la
verdadera Dolmica. la divergencia de criterios en tomo a D ro b le m a s
muy importantes.
El doctor Pajestka parece no dar crdito (o en todo caso no asig
narle una gran importancia) a las posibilidades de una generalizacin y a la
utilidad de las clasificaciones acerca de la problemtica de los pases
atrasados. Esto es curioso. Un prctico experimentado, el consejero eco
nmico de una serie de pases atrasados, que en cada uno de ellos tro
pieza con condiciones totalmente diferentes, que en cada uno de ellos
se enfrenta con una variedad de dificultades y obstculos, que en cada
uno de ellos se ve obligado a buscar nuevas soluciones, a pesar de
725

lo constructivo de su labor, llega a adoptar una postura que se apro


xima a la de quienes, por otro camino y partiendo de la sntesis sociol
gica, son acrrimos partidarios de la pluralidad de tendencias.
El doctor Pajestka expresis verbis declara su desconfianza con res
pecto a la significacin, y en particular a la utilidad de la clasificacin
de los paises atrasados desde el punto de vista de su estructura social
(acaso se trata de conclusiones fundamentales?, pregunta). Sin embargo,
la cuestin fundamental para el desarrollo econmico es para l el
deseo y la posibilidad de solventar los probanas que se plantean.
Deseo y posibilidades? No volvemos a hablar de lo mismo, con la
diferencia de que yo lo hago apoyndome en unas categoras materia
listas y Pajestka en unas categoras idealistas? 1 jeque rabe no suele
desear hacer inversiones. Pero, se niega a hacerlo por no ser bueno o
por no ser inteligente? Los peones mejicanos que rechazan trabajar en la
industria a pesar de que en ella se les ofrezca un salario relativamente
elevado, por qu se niegan? Por ser unos ignorantes o porque no
quieren? Acaso no sea necesario convencer a un economista de la Polo
nia Popular de que ese gnero de deseos o de mala voluntad que
se expresan en las acciones masivas y en sentido nico de los represen
tantes de las diferentes clases sociales se hallan determinados por el
sistema social existente y por la posicin de las referidas clases en dicho
sistema. Esto es cuanto quera decir.
Las condiciones de la discusin son desiguales. Repito: el doctor
Pajestka conoce gracias a su labor prctica de economista a toda una
serie de paises atrasados que yo solamente conozco a travs de la litera
tura. Pero puesto que hemos de hacer profesin de fe, creo que la cien
cia puede facilitarle al hombre la resolucin de los problemas que ante
l se plantean; oreo que la labor cientfica se desenvuelve a travs de la
observacin y la clasificacin; creo que la generalizacin es la finalidad
y la razn de ser de la labor investigadora; creo que, al igual que todos
los fenmenos sociales, estas afirmaciones tambin son justas con lo que
respecta a la problemtica de los pases atrasados.
CAPITULO X V I: Las previsiones en la historia econmica
1. W . K ula , Reflexiones sobre la historia.

2. Eric L u n d b e r g , Capital Formation and Economic Progress Skandinavska Banken Quarterly Review, XXXVI, no. 4, oct. 1955, p. 103-109.
3. A. Sm it h , Wealth of Nations, edic. Cannan; Londres 1930, p. XXXV.
Es posible mantener la tesis sobre el optimismo de Smith, y a pesar
de la crtica deslumbrante de G a lbreith , The Affluent Society (citado
segn la traduccin francesa: L're de l opulence, Pars 1961, p. 30 y
sig.).
4. G. E. Mac L a u g h l i n y R. J. W a t k i n s , The Problem of Industrial
Growth in a Matare Economy, American Economic Review, XXIX,
1939, Suplem. p. 1-14. Uno de entre los muchos ejemplos de cmo des
pus de la gran crisis se considera con pesimismo las posibilidades de
desarrollo econmico de los paises adelantados. Adems se examina
un problema que ya han conocido los norteamericanos, y que ha de afec
tar a otros pasesi en un prximo futuro.
5. L u n d b e r g , op. cit.
6 . Clment J u g l a r (1819-1905), Obras principales. Des crises commerciales
en France de l an VIII d 1835, Annuaire de lEconomie Politique,
XIII 1856 y Des crises commerciales et leur retour priodique en Fran
ce, en Anglaterre et aux tats-Unis, Pars, 1862.
7. A.
las
en,
8 . P.

S auvy da u n a s breves orientaciones acerca de la problem tica de


previsiones econm icas ju n to con algunas inform aciones histricas
La previsin economique, Pars, 1943 IV edicin, 1928.
S o r o k in ,

1959, p. 332.

726

Tendances et dboires de la sociologie amricaine, Pars,

9. W. K ula , Reflexiones sobre la historia.


10. J. T inberoen , Economie Business Cycle Research, Review of Economic
Studies, 1948, y T . y J. J. Polak, The Dynamics of Business Cycles,
Londres 1951.
11. R. F r is c h , L empoi des modles sur l'ilaboration d une politique cono
mique rationnelle Revue d'conomie Politique, 1950.
12. R . K . M erton , Elments de mthode sociologique, Pars, 1953, p. 169 y
sig. Sobre estos problemas, vase asimismo. G . M yrdal , Valu in Social
Theory, Londres, 1958, especialmente las p. X III y sig. con la intro
duccin de P. Streeten. Sobre la autoverificacin de las previsiones en
la vida econmica, vase J. R obinson , La acumulacin del capital, Varso
via, 1958, p. 94-95.
13. J. M . K eynes , Teora general del empleo, la renta y el dinero, V arsovia,
1956, p. 198-199.
14. En el sentido estricto de la palabra. Sobre su sentido ms extenso, vase
el capitulo XIV, primer apartado.
15. F . H . K n ig h t , Risk, Uncertainty and Profit, Nueva York, 1921, p. 216
232; A . G. H art , Anticipations, Uncertainty and Dynamic Planning,
Chicago, 1940, p. 52; G. L. S. S hackle , Expectations in Economics,
Cambridge, 1949. p. 10-19 y 115-116; J. M arschak , Lack of Confxdence, Social Research, VIII, feb. 1941, p. 52-53; H . G. A ubrey ,
Industrial Enterprise in Underdeveloped Countries, Nueva York, 1953, p.
12-18.
16. M. W e b e r, General Economic History, p. 202-204; H. P ire n n e , Econo
mic and Social History of Medieval Europe, Nueva York, 1937, p. 91-96;
S. B. C lough y C. W . C ol , Economic History of Europe, Bostn, 1946,
p. 306-307 y 633.
17. W. K ula, Reflexiones sobre la historia, Varsovia, 1958.
18. G . M . M eier y R. E. Ba ldw in , Economic Development, Theory, His
tory, Policy, Nueva York, 1957, p. 160 y sig. Es curioso que estos
autores resueltos adversarios de la teora heroicista, cuando se trata de
las invenciones, cubrindose con la autoridad de Schumpeter y de Som
bart caen en ella en cuanto empiezan a hablar de los empresarios.
(ibid. p. 167).
19. R. C. E pstein , Industrial Inventions : Heroic or Systematic? Quarterly
Journal of Economics, XL 1926, p. 232-272; S. C. G ilfillian , The
Soaology of Invention, Chicago, 1935; del mismo autor: The Prediction of Technical Change, Review of Economics and Statistics,
XXIV 1932, p. 378-380; W. F. O gburn y D. T homas Are Inventions
Inevitables?, Quarterly Journal of Economics XXXVII, p. 83-89.
20. P. M antoux , La revolucin industrial en Inglaterra en el siglo XVIII,
V areovia.

20.a C. M arx , EJ Capital, t. I. p. 399-400.


21. A. P. U sh e r , A History o f Mechanical Inventions. Harvard, 1954.
22. E. W. G ilboy , Demand as a Factor the Industrial Revolution-Facts and
Factors in Economic History, Harvard, 1932, p. 620-629; H. J. HaBakkuk , The Historical Experience on the Basic Conditions of Economic
Progress en Economic Progress, edicin L. H. Dupriez, Louvain, 1955,
p. 150-151; W. W. R ostow , Some N otes on M r Hicks and History,
American Economic Review XLI, 1951, p. 318.

23. J. M. K u lisc h er , Historia econmica de Europa Occidental, t. II, p. 125.


24. T . S. A shton , The Industrial Revolution, Oxford, 1948, p. 89, 91-92.
25. T . S. A sh to n , Some Statistics of the Industrial Revolution in Britain,
Manchester School of Economic and Social Studies, mayo 1948, p.
229.
26. M eier y Baldw in , op. d t, p. 169.
27. T . S helby M e C loy, French inventions of the Eighteenth Century, University of Kentucky Press, 1952, no da los motivos de la no utilizacin
de tales invenciones en Francia. Este fenmeno lo conoca sobradamente
C. M arx , El Capital, t. I, p. 423.

28. A. G erschenkron , Economic Backwardness in Historical Perspective,


727

en The Progress of Underdeveloped Afeas, edicin B. F. Hoselitz, Chica


go, 1952, p. 6 .
29. Sobre la discusin acerca de este problema A. E. K a h n , Investment
Criterio in Development, Quarterly Journal of Economics LXV, 1951;
H. B. C h en fry , The Application o f Investment Criterio, ibid., LXVII,
1953; W. G alen son y H. L eibenstein , Investment Criterio, Productivity
and Economic Development, ibid., LXIX, 1955, p. 343-370; H. N e is s e r ,
A Comment, ibid., LXX. 1956, p. 644-646; W. G alen son y H. L eibens t e in : A Repiy, ibid p. 647-648; C. N. V akil y P. R. B rahmanand , Plannig for an Expanding Economy. Accumidation, Employement and Technical Progress in Underdeveloped Countries. Bombay-Nueva York, 1956.

Galenson y Leibenstein son resueltos partidarios de la utilizacin de la


tcnica ms moderna.
30. C. S h a w Solo , Innovation tn the Capltalist Process. A Critique o f the
Schumpeteriam Theory, Quarterly Journal of Economics, LXV, 1951,
p. 417-428.
31. Aquf no tenemos en cuenta los fenmenos sociopojticos que pueden
anular las previsiones ms fundamentales (por ejemplo la guerra o el
hambre en la India).
32. H. Br o w n , J. Bonne , y J. W e ir , The N ew Hundred Years, Nueva
York, 1958. En este trabajo, debido a la adopcin de una baja base de
partida, muchos diagramas se transforman all por el ao 2000 en una
lnea vertical.
33. J. F riedm an , Le Point Quatre. Thise de /' Institu d tudes Politiques
de Paris, (datos redondeados).
34. C. C lark , Theory of Economic Growth, Econometrica, XVII, Suplem.
Julio 1949, p. 112-116. IU (International Unit) significa, como siempre
en Colin Clark, la cantidad de bienes y de servicios que podan obte
nerse en los aos 1925-1934 por dlar en los EE UU. La renta de los
pases atrasados se halla en este clculo algo exagerada, ya que se hace
figurar en el consumo propio de los agricultores el beneficio que habra
de llevarse el mayorista en el caso de comercializarse dicho consumo.
La disparidad entre las rentas anuales es evidentemente inferior a las
horarias, debido a la media ms reducida de las horas de trabajo en
el ao en los pases desarrollados. La diferencia del nivel de vida entre
las naciones enumeradas es realmente mayor de lo que refleja el cuadro,
debido a las caTgas familiares ms elevadas que pesan sobre los tra
bajadores en los pases subdesarrollados.
35. Calculado segn W . S. W oy tin sk i y E . S. W oyttnski , W orld Population
and Production. Trends and Outlook, Nueva York, 1953, p. 289-390 y
392-393.
36. Calculado segn C. C la rk , Conditions of Economic Progress, edicin
de Londres, 1957, p. 58. Damos estas cifras con todas las reservas con
cernientes a las comparaciones entre las rentas nacionales de los pases
avanzados y atrasados, y a las cuales nos referimos en el capitulo VIII.
37. E. L undberg , Capital Formation and Economic Progress, Skandinavska
Banken-Quarterly Review, XXXVI, no, 4, Oct. 1955, p. 108.
38. Adoptan una tesis positiva al respecto: T. M organ, Distribution of
Income in Ceylon, Puerto Rico, The United States and the United Kingdom Economic Journal LXIII, 1953, p. 833 y S. K u znets , Economic
Growth and Income Inequaiity, American Economic Review XLV,

1955,, p. 20-21. La tesis contraria se halla representada por T. H. O s h i A N ote on Income Distribution in Developed and Underdeveloped
Countries, Economic Journal, LXVI, 1956, p. 156-160.
39. W . S o m b a rt, L os judos y la vida econmica, Varsovia, 1913; W . J.
W a r n e r , The Wesleyan Movement in the Industrial Revolution, Londres,
1930; A. R a is t r i c k Quakers in Science and Industry, Londres, 1950;
M e ie r y B a ld w in , op. cit., p. 300.
40. A. N. Me L e o d , Trade and Investment in Underveloped Areas. A Com
ment, American Economic Review, XLI, 1951, p. 411-419.
ma ,

728

41. G. Leduc, profesor en el seminario polaco-francs organizado en el


ao 1956 por la UNESCO en Pars, adoptaba esta misma postura.
42. J. V iener (International Trade and Economie Development, Glencoe
III, 1952) es precisamente uno de esos liberales pesimistas.
43. Las definiciones de circulo vicioso y de equilibrio del atraso las
utiliza R. N u rk se en Problems o f Capital Formation in Underdeveloped
Countries, Oxford, 1957.
44. G .

M yrdal, Economic Theory and

Underveloped Regioru, L ondres,

1957, p. 12.
45. W. W. Rostow, en una carta que nos dirigi el 22 de agosto de 1960,
critica esta afirmacin, sealando los casos de la Argentina, Brasil
Mjico, Turqua, Filipinas y hasta Puerto Rico. No es difcil compar
tir esa postura.
46. M. K alecki, El desarrollo de la situacin econmica en los EE UU en
el perodo de 1956-1959, en Estudios acerca de la coyuntura del capita
lismo contemporneo, no. 4, Varsovia, 1960, p. 17.
47. F. P erroux . Le Capitalisme, Pars, 1948, p. 25, define el capitalismo
Iquizs en oposicin al socialismo?! como un sistema de des
centralizacin ms bien que de socializacin de las prdidas lo cual
significa que en el sistema capitalista el empresario asume los costes de
las opciones errneas, pierde o hace bancarrota, mientras que en el
sistema socialista estos costes se hallan repartidos en toda la sociedad.
Pero esta afirmacin e ingenua, y aborda el problema superficialmente,
ya que tambin en el sistema capitalista la sociedad entera soporta en
definitiva el coste de las decisiones errneas.

729

ndice

Introduccin

............................................................................

I. Historia de la historia econm ica................................


Gnesis y comienzos de la historia econmica . . .
La prim era m itad del siglo xix y los comienzos de la
Escuela H i s t r ic a ..................................................
El marxismo y su in flu en cia.........................................
La Nueva Escuela H is t r ic a ....................................
La teora de las etapas del desarrollo econmico .
Emancipacin de la historia e c o n m ic a ..................
Factografa y labor co m pendiadora.......................
Tentativas de r e f o r m a ..................................................
La historiografa m arxista en la U R S S .......................
La situacin despus de la Segunda Guerra Mundial.
El desarrollo de las investigaciones sobre historia
econmica en P o l o n i a .............................................

5
11
11
14
16
19
23
25
26
31
35
38
40

II. El objeto de la historia econmica ( 1 ) .......................


49
Las posturas emprica y n o rm a tiv a ...........................
49
La historia econmica y las disciplinas histricas . .
55
La historia econmica y la historia poltica . . .
55
La historia econmica y la historia de la cultura.
61
La historia econmica y la historia del derecho.
63
La historia econmica y la historia de la ciencia,
de la tcnica y de la cultura material
. . . ........65
La historia econmica y la h.. oria de los movi
mientos s o c i a l e s ................................................. '
68
La historia econmica y las dems disciplinas his
tricas a u t n o m a s............................................ .
71
La historia econmica y el problema de la his
toria in te g ral .....................................................
78
III. El objeto de la historia econmica (2):
La historia econmica y las disciplinas econmicas.
La historia econmica y la historia de las doctrinas
econmicas....................................................................
La historia econmica y la teora de la economa po
ltica................................................................................

81
81

84

IV. La periodificacin de la historia econmica . , , ,

93

81

La polmica en torno a la periodificacin. Realismo


y c o n v e n c io n a lis m o ..................................................
93
La polmica en tom o a la periodificacin. El cono
cimiento de lo parcial y el conocimiento de
lo t o t a l ....................................................................
94
La periodificacin y la terminologa de la valoracin.
95
Las discusiones sobre la periodificacin en la histo
ria econmica................................................................
99
El empirismo y el realismo en la periodificacin . . 102
La periodificacin de la historia econmica y el des
arrollo de las fuerzas p ro d u ctiv as........................... 105
La periodificacin integral y la multiplicidad de la
p e r io d if ic a c i n ........................................................... 106
La periodificacin en la historia econmica y los cor
tes h e te r o g n e o s .......................................................107
V. Los problemas de la historia econmica y de su
sntesis .........................................................................
La dimensin y el reparto de la renta nacional . .
La dimensin de la renta n a c io n a l................................
Las investigaciones sobre la dimensin de las
fuerzas p r o d u c tiv a s ..............................................
Las investigaciones sobre la intensidad de la uti
lizacin de las fuerzas p ro d u c tiv a s..................
Las investigaciones sobre la dislocacin de la
renta nacional en el t i e m p o ...........................
Las investigaciones sobre la dislocacin de la ren
ta nacional en el e s p a c io .....................................
Los s e rv ic io s ................................................................
El reparto de la renta n a c io n a l.....................................
1. Nmero de la poblacin y su estructura . . .
2. Reparticin de la disponibilidad de las fuerzas
p r o d u c t i v a s ...........................................................
3. Las influencias de la economa de mercado . .
4. Segundo reparto de la renta nacional . . . .
5. La lucha por el cambio del sistem a de reparto
de la renta n a c i o n a l .........................................
Crticas y reservas en tom o a los puntos anteriores.

113
113
116
116
121

122

124
127
128
128
130
131
131
133
134

VI. Microanlisis (1): Las investigaciones sobre la histo


ria de las e m p r e s a s .................................................. 139
Micro- y macroanlisis en la historia econmica . . 139
La empresa en la economa f e u d a l .......................143
Las implicaciones ideolgicas en las investigaciones
sobre las empresas c a p ita lista s.....................................157
Proposiciones metodolgicas sobre las investigaciones
relativas a las empresas f e u d a l e s .......................163
El anlisis del proceso de in v e rsi n ........................... 172

El anlisis dei proceso p ro d u ctiv o ............................... 177


La empresa esclavista en el sistema colonial . . . ...... 181
La importancia de las investigaciones sobre las em
presas para la historia e c o n m ic a ...................... 183
VII. Microanlisis (2): El consumo y el nivel de vida . .
187
Las investigaciones sobre el consumo y el nivel de
vida en los diferentes sistemas socio-econmiCos.
187
Las limitaciones a la libertad de eleccin del consumidor en el sistema f e u d a l....................................193
Las investigaciones histricas sobre el coste de la
vida en la Escuela de B u ja k .................................... 198
Estado en que se hallan las investigaciones . . . .
204
Lo comparable de los datos sobre el nivel de vida
y el consumo en el tiempo y en el espacio . . . 208
Los mtodos cuantitativos y cualitativos en las in
vestigaciones histricas sobre el consumo y el ni
vel de v i d a ................................................................... 217
VIII. Macroanlisis: Las investigaciones histricas sobre la
renta n a c i o n a l .......................................................... 227
Algunas nociones fu n d a m e n ta le s ............................... 227
A qu sociedades pertenece la renta analizada? . .
230
Cul es la realidad social que aprehendemos en las
investigaciones sobre la renta nacional? . . . .
231
La comparacin de las rentas nacionales en el tiempo
y en el e sp a c io .......................................................... 232
Las dificultades del anlisis histrico de la renta na
cional ............................................................................240
La significacin histrica de las investigaciones so
bre la renta n acio n al................................................. 244
El reparto de la renta nacional y el desarrollo eco
nmico ....................................................................... 245
IX. La estadsticas h i s t r i c a .............................................251
Qu es la estadstica h i s t r ic a ? ............................... 251
Las fuentes para la historia e s ta d s tic a ..................255
Anlisis estad stico ..................................................... 255
Las fuentes de tipo institucional concernientes a los
fenmenos m asivos................................................ 262
Las fuentes relativas a fenmenos individuales que
se producen a escala m a s iv a ...........................264
Las dificultades de los anlisis histrico-estadsticos
.......................................................................267
El carcter casual de los fenmenos colectivos . 267
La representatividad de los m ateriales..................268
El carcter institucional de los d a to s ..................269

El desconocimiento de las circunstancias del re


gistr ........................................................................
271
Los limites de la comparabilidad en el tiempo . 272
Las agrupaciones e s t a d s t i c a s ........................... .... . 276
Las agrupaciones en e s t a d s t i c a ...........................
276
Las categoras tericas y la dislocacin . . . 279
Las preferencias tcnico-estadsticas en la investiga
cin histrica
280
El grado limitado de e x a c titu d ................................ 281
La preferencia de las cifras relativas sobre las
absolutas
281
La eleccin de los p ro m e d io s ................................ 283
La preferencia respecto a las medias mviles . . 284
La preferencia respecto al coeficiente en cadena. 286
La preferencia respecto a la curva logartmica . 288
Las licencias del h is to ria d o r....................................
289
La ti aaa cognoscitiva* dei m etoao estadstico en la
historia econm ica.................................... ....
290
Los elementos del intersubjetivism o.......................290
El valor cognoscitivo de los coeficientes . . . .
291
La estadstica histrica, instrum ento de elimina
cin de uno de los factores activos . . . .
293
El entrelazamiento de los lmites litigiosos . . . 294
Las posibilidades de verificacin a travs del an
lisis de las re la c io n e s ......................................... 295
Las posibilidades de conocimiento de los fenme
nos desconocidos en las fuentes documentales. 296
Las posibilidades de conocimiento de los fen
menos que no pueden estar sealados en las
f u e n t e s .................................................................... 297
La importancia de las investigaciones estadsticohistricas para la estadstica econmica y la
teora de la e c o n o m a ......................................... 298
Los lmites de utilizacin de los mtodos estadsticos
en las investigaciones h is t ric a s ........................... 299
El mtodo estadstico y el grado de democratizacin
de la sociedad in v e s tig a d a .................................... 310
X. La demografa h i s t r i c a ............................................. 313
La demografa, ciencia auxiliar de la historia . . 313
El hombre como uno de los elementos de las fuer
zas p ro d u c tiv a s ............................................. ....
315
Las investigaciones sobre las poblaciones en las po
cas p ree sta d stic as...................................................... 328
El estado de las investigaciones. Pesimismo y opti
mismo c o g n o s c itiv o ..................................................335
Las dificultades de la investigacin........................... 341
Las teoras cclicas y su c r tic a .................................... 344

Los postulados m e to d o l g ic o s....................................352


La media de la longevidad hum ana como ndice del
progreso social * > > ....354
Las investigaciones demogrfico-histricas y la es
tructura de las clases so c ia le s................................367
La poblacin y la economa en la poca precapita
lista
............................................................................ 371
XI. Las investigaciones histricas de las estructuras feu
dales ............................................................................ 379
La estructura feudal. La terminologa histrica . . 379
La estructura feudal. La terminologa y la realidad. 381
La estructura c a p i t a l i s t a ............................................. 383
Las categoras histricas y las categoras analticas . 385
Multiplicidad de criterios para la evaluacin de la
jerarqua s o c ia l.......................................................... 389
Los criterios analticos y el mtodo de dislocacin. 392
Los criterios analticos y la realidad histrica . . . 395
La diferenciacin en el seno de las clases . . . .
397
Reflejos de la lucha de clases en las investigaciones
sobre estructuras so c ia le s........................................ 399
Las nuevas posibilidades y los objetivos de las inves
tigaciones sobre estructuras sociales.......................401
XII. Las investigaciones histricas sobre los precios . . 403
Historia de las investigaciones sobre la historia de
los p r e c io s ................................................................... 403
El estado de las investigaciones y de las publicacio
nes de los m ateria le s................................................. 406
Las querellas m etodolgicas........................................ 414
La teora de E. J. H a m ilto n ........................................ 427
La teora de F. Simiand -C. E. L abrousse.................. 430
Las investigaciones polacas sobre historia de los pre
cios ................................................................................ 434
La estructura del mercado en la economa preindustiial
. . . . . . . . . . .
. . * * .
461
Los precios en la economa precapitalista . . . .
468
Las tareas cientficas del anlisis histrico de los
p r e c i o s ....................................................................... 471
XIII. La metrologa h is t ric a .................................................481
La nocin de m e tr o lo g a ............................................ 481
Las investigaciones sobre metrologa histrica en
P o l o n i a .......................................................................483
La representacin realista y simblica de las medidas. 485
El carcter significativo de las antiguas medidas . . 486
Las medidas como atributo del poder e instrumento
de la lucha de c la se s.................................................490

La inercia de las medidas y las tendencias unificadoras ......................................... ....................................500


Las funciones de las medidas en la economa m er
cantil . . . . . . . . . .
. . . . . . . .
509
Las condiciones sociales del surgimiento de las m e
didas convencionales .................................................. 512
La metrologa histrica como ciencia auxiliar de la
historia y camp de estudios histricos . . . .
514
XIV. El hom bre y la n a t u r a l e z a .........................................521
El medio geogrfico . . . . .
................................ 521
El espacio y las distancias en la h is to r ia .................. 522
El hombre y su dependencia de la naturaleza . . . 527
Las calamidades en la h is to r ia .................................... 530
Las investigaciones histricas sobre el clima . . . 544
Las calamidades y la lucha de c la s e s ........................... 550
La teora de Rutkowski . ......................................... . 552
Las investigaciones de la escuela francesa . . . .
555
La im portancia de las investigaciones sobre calamida
des y destrucciones de guerra para la historia' eco
nmica . . . . . . . . . . . . . . . . .
557
El crecimiento de la interdependencia hum ana . .
561
XV. El. mtodo comparativo y la generalizacin en la his
toria econmica ................................................................ 571
Carcter ideolgico de la controversia acerca del m
todo comparativo en la h i s t o r ia ........................... 571
La. historia frente a la diversidad de las civilizacio
nes........................................................................................... 575
La economa frente a la multiplicidad de civilizacio
n e s ..................................................................................586
El pasado explica el p re s e n te ......................................... 591
El presente explica el p a s a d o .................................... 594
Comparaciones en el tiempo y en el espacio . . . .
595
Uriilateralidad y m ultilateralidad del desarrollo . . 601
Generalizaciones simples y dinmicas . . . .
603
El desarrollo econmico en los pases actualmente
atrasados y la experiencia h is t ric a .......................605
XVI. Las previsiones basadas en la historia econmica . 615
Las previsiones en la ciencia h is t ric a .......................615
Las previsiones de larga duracin en la historia del
pensamiento econmico . . .....................................616
Las previsiones y el carcter cclico del desarrollo
econmico del capitalismo . .....................................619
Las condiciones sociales de la previsin racional . .
621
Posibilidad d previsin del progreso tcnico . . .
624
Los elementos de la p re v is i n .................................... 627
N o t a s ....................................................................................................... 641

LTIMOS TTULOS PUBLICADOS


45. Franco Momigliano. Sindicatos, progreso tcnico, planificacin
econmica
, .
46 Jean-Marie Domenach. El retorno de lo trgico
47 Max Weber. La tica protestante y el espritu del capitalismo
48. Stanislaw Ossowski. Estructura de clases y conciencia social
49. Isaac Deutscher. Ironas de la Historia
50. Roberto Giammanco. Black Power/Poder Negro
51. Eloy Terrn. Sociedad e ideologa n los orgenes de la Espaa
contempornea
52. A. Myrdal y V. Klein. La muier y la sociedad contempornea
53. P. I. Stucka. La funcin revolucionaria del Derecho y del Estado
54. John Gerasi. El gran miedo de Amrica Latina
55. M. Maldonado Penis. Puerto Rico: Mito y realidad
56. John Lynch. Espaa bajo los Austrias/1.
57. E. From, M. Horkheimer, T. Parsons. La familia
58. Evelyne Sullerot. Historia y sociologa del trabajo femenino
59. Jean Piaget. Sabidura e ilusiones de la filosofa
60. Jean-Pierre Alem. Judos y rabes
61. Pierre George. La accin del hombre y el medio geogrfico
62. Jacques GiuUermaz. Historia del Partido Comunista Chino
63. Jean Cazeneuve. Sociologa de Marcel Mauss
64. Eugne D. Genovese. Economa poltica de la esclavitud
65. W. H. G. Armytage. Historia social de la tecnocracia
66. Valeriano Bozal Fernndez. E lenguaje artstico
67. Francesca Romana Pacci. James Joyce. Vida y obra
68. Lesley Byrd Simpson. Los conquistadores y el indio americano
69. David Garca Bacca. Ensayos
70. W. H. G. Armytage. Visin histrica del futuro
,
71. P. Goodman. Problemas de la juventud en la sociedad
organizada
72. Jackson, Allardt, Rundiran, Eisenstadt, Shils... Estratificacin
social
73. Ivs Lacoste. El nacimiento del Tercer Mundo: Ibn Jaldn
/4. Mano Baratto. Teatro y luchas sociales
75. Grard Mendel. La rebelin contra el padre
77 j*ay?nondlWil,iams. Los medios de comunicacin social

78: Pim Araaud! Soci^lloga'de Com * Smovimient s fascis>


Qn e" n Lefebvre- De lo rural a lo urbano
o ' D,vl? n To ,as- La cnsis del dlar y la poltica norteamericana
B^danSuchodoski. Tratado de pedagoga noneam encana
|

edCaC"

s:

89 F ' S'?aav,s;-Nt ci,0nalism0 y socialismo

nacimientos

5 H," ArS R<Uet~ Hist del c o l de

94 c S & i t e " - P th 0 br? contra s m ism o


95. Barrngton M Sore L n s n " 3 la h e e "utica d el len g u a je
la dem ocracia
J
S r'6 en es so c,a les de
dictadura y de

t
! B

102. Bertolt Brecht

33: K ! ^

i S

historia econmica

0S< La contestacin universitaria

a S T O S n," a,ura y arK

105. Jean Hypp0|iteg. G n L l ma.tenallSmo histrico

|n espritu de Hee'el
estructura de la fenomenologa del
106. Luclen Lvy-Bruhl. E1 a,ma primitiva

107. Luigi de Marchi. W ilh e lm R e ic h : B io g ra fa d e u n a id e a


108. Jacques Godechot. L o s o rg e n e s d e la R e v o lu c i n F ra n c e s a
109. Andre Michel. S o c io lo g a d e la fa m ilia y d el m a trim o n io
110. E. L. Johnson. E l sis te m a ju rd ic o so v i tic o
111. Cazeneuve, Baile, Akoun. G u a d el e s tu d ia n te d e so c io lo g a
112. Raymond Williams. E l te a tr o d e Ib se n a Brecht
113. B. H. Slicher van Bath. H is to r ia a g ra ria d e la E u r o p a O c c id e n ta l
(500-1850)
114. jacques Guillermaz. E l P a r tid o C o m u n is ta c h in o en el p d o e r
(1949-1973)
115. Gabriel H . Lovett. L a G u e r r a d e la I n d e p e n d e n c ia /1
116. Gabriel H. Lovett. L a G u e r r a d e la I n d e p e n d e n c ia /2
117. J. G. Beramendi y E. Fioravanti. M is e ria d e la ec o n o m a /1
118. J. G. Beramendi y E. Fioravanti. M is e ria d e la e c o n o m a /2
119. Ricardo Garca Crcel. L a s G e r m a n a s d e V a le n c ia
120. Jos Manuel Bermudo. E l c o n c e p to d e p ra x is en el jo v e n M a rx
121. Maurice Merleau-Ponty. F e n o m e n o lo g a d e la p e rc e p c i n
122. Jan Foudraine. U n p s iq u ia tr a e n b u s c a d e su p ro fe sio n
123. J. Lee Thayer. C o m u n ic a c i n y sis te m a s d e c o m u n ic a c i n
124. Reyna Pastor de Togneri. D e l Isla m al C ris tia n ism o
125. Eduardo Fioravanti. E l c a p ita l m o n o p o lis ta in te rn a c io n a l
126. Miguel de Moragas Spa. S e m i tic a y c o m u n ic a c i n d e m a sas
127. Marcel Bata ilion. E s tu d io s s o b r e B a rto lo m d e la s C a sa s
128. Henri Lefebvre. E s p a c io y p o ltic a
129. Victria Camps. P ra g m tic a d e l le n g u a je y filo so fa a n a ltic a
130. M arthe Robert. F r e u d y la c o n c ie n c ia ju d ia
131. Jean-William Lapierre. E l an lisis d e los siste m a s p o ltico s
132. Ricardo Garca-Crcel. O rg e n e s d e la In q u isic i n e s p a o la
133. B. J. Bernstein y otros. E n s a y o s in c o n fo rm is ta s s o b re lo s E s ta d o s
U n id o s
134. Fierre Chaunu. L a E s p a a d e C a rlo s V /l
135. Pierre Chaunu. L a E s p a a d e C a rlo s V /2
136. Marzio Vacatello. G y o rg y L u k c s
137. Pelai Pags. E l m o v im ie n to tr o ts k is ta e n E s p a a (1930-1935)
138. Manuel Ballestero. J u a n d e la C ru z : d e la a n g u s tia al o lv id o
139. Manuel Cruz. L a crisis d e l sta lin ism o : el caso A lth u ss e r
140. Maurice Merlcau-Ponty. S e n tid o y s in s e n tid o
141. Stefan Morawski. F u n d a m e n to s d e e s t tic a
142. Joachim Israel. T e o r a d e la a lie n a c i n
143. IVli chel Maffessoli. L g ic a d e la d o m in a c i n
144. Agnes Heller. S o c io lo g a d e la v id a c o tid ia n a
145. Paul Mattick. C rtic a a e los n e o m a rx is ta s
146. J. Bronowski. E l s e n tid o c o m n d e la c ie n c ia
147. Robert Sidney Smith. H is to r ia d e lo s C o n s u la d o s d e M a r
148. Guy Cellerier. E l p e n s a m ie n to d e P ia g e t

149. Lucien Lvy-Bruhl. L a m i t o l o g a p r i m i t i v a


150. Stefano Zecchi. E rn s t B lo c h : u to p a y e s p e ra n z a en el c o m u n ism o
151. Richard Sennett. L a crisis d e l h o m b re p u b lic o
152. Agnes Heller. T e o r a d e las n e c e s id a d e s e n M a rx
153. A. Nez. C o n v e rs a c io n e s co n F a u s tin o C o rd n so b re b io lo g a
e v o lu c io n ista
154. Andrs Hej>eds. S o cia lism o y b u ro c ra c ia
155. Salvador Giner. S o c ie d a d m a sa
156. B. Hindess - P. Hirts. L o s m o d o s d e p ro d u c c i n p re c a p ita lis ta s
157. Tom Nainn. L o s n u e v o s n a c io n a lism o s e n E u ro p a
158. J . Cardels, A. Pasqual. M o v im ie n to s m ig ra to rio s y
o rg a n iz a c i n social
159. Ricardo Garca Crcel. H e r e ja y so c ie d a d e n el siglo xvi
160. f . Catalano. M e to d o lo g a y e n s e a n z a d e la H isto ria
161. Agnes Heller. In s tin to , a g re siv id a d , c a r c te r
162. Claude-Gilbert Dubois. E l M a n ie rism o
163. Ludovico Geymonat. C ie n c ia y re a lism o
164. Agnes Heller. E l h o m b re d el R e n a c im ie n to
165. Juan F. Mira. V iv ir y h a c e r h isto ria
166. Romn Gubern. L a c e n su ra . F u n c i n p o ltic a y o rd e n a m ie n to
ju rd ic o b a jo el fra n q u ism o
167. Xavier Rubert de Vents. D e la M o d e rn id a d
168. Louis Legrand. P o r u n a p o ltic a d e la e d u c a c i n
169. Keith Hopkins. C o n q u is ta d o re s y esclav o s
170 George Konrd, Ivan Szelenyi. L o s in te le c tu a le s y el p o d e r
171 Umberto Melotti. E l h o m b re e n tre la n a tu ra le z a y la h isto ria

El historiador polaco Wltold Kula ha


alcanzado gran renombre Internacio
nal por sus estudios sobre historia
econmica. En la mayor parte de
sus trabajos se ha ocupado de te
mas relacionados con la economa
feudal y precapitalista; muestra de
ello son sus libros Teora econmica
del sistema feudal y Esbozo sobre
las manufacturas. Sin embargo, l
timamente ha acentuado su inters
por los problemas metodolgicos, en
cuyo campo sus dos obras ms im
portantes son quiz Reflexiones so
bre la historia (1958) y, sobre todo,
Problemas y mtodos de la historia
econmica (1963). Ha colaborado en
numerosas revistas de su especiali
dad, tanto polacas como extranjeras
(Studi Storici, etc.).

En la obra que presentamos, Kula


hace una presentacin sistemtica
de todas las cuestiones metodolgi
cas que se plantean a la investiga
cin histrica en general y a la his
toria econmica en particular. Des
pus de presentarnos una breve pero
documentada historia de la historia
econmica, examina el objeto de
su estudio en relacin con las de
ms ciencias histricas y con la eco
noma poltica. A continuacin tra
ta detalladamente y con un rigor
cientfico poco habitual en este tipo
de manuales todos los aspectos me
todolgicos de la disciplina: perio
dificacin, microanlisis, macroan
lisis, estadstica, demografa, metro
loga, etc. De este modo, partiendo
de un enfoque m aterialista histri
co, Kula se enfrenta con las princi
pales dificultades ideolgicas y meto
dolgicas de los estudios histricos
en nuestro tiempo, sin desdear la
crtica de las deformaciones ms
frecuentes en este campo.

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