William Stein Peruanicemos El Peru
William Stein Peruanicemos El Peru
William Stein Peruanicemos El Peru
una mayora de la poblacin de un pas, es espurio, o no autntico, y
cualquier nacionalismo que no est un paso adelante en el camino a una
nueva internacional es regresivo. Como Ernest Renan (1955:139) dijo en su
conocido discurso de 1887, una nacin es un diario plebiscito. Maritegui
habra estado familiarizado con esta idea, y hasta inspirado por ella.
En la poca de Maritegui, El problema del Indio y El problema de
la tierra fueron temas sobresalientes, y por supuesto que l les dedic
captulos a ellos en sus Siete Ensayos. Aqu cito sus famosas palabras:
Todas las tesis sobre el problema indgena, que ignoran o eluden a ste
como problema econmico-social, son otros tantos estriles ejercicios
teorticos, y a veces solo verbales, condenados a un absoluto
descrdito. No las salva a algunas su Buena fe. Prcticamente, todas no
han servido sino para ocultar o desfigurar la realidad del problema. La
crtica socialista lo descubre y esclarece, porque busca sus causas en la
economa del pas y no en su mecanismo administrativo, jurdico o
eclesistico, ni en su dualidad o pluralidad de razas, ni en sus condiciones
culturales y morales. La cuestin indgena arranca de nuestra economa.
Tiene sus races en el rgimen de propiedad de la tierra. Cualquier intento
de resolverla con medidas de administracin o poltica, con mtodos de
enseanza o con obras de vialidad, constituye un trabajo superficial o
adjetivo, mientras subsista la feudalidad de los gamonales. (Maritegui
1959:29-32.)
Y consecuentemente:
Quienes desde puntos de vista socialistas estudiamos y definimos el
problema del indio, empezamos por declarar absolutamente superados los
puntos de vista humanitarios o filantrpicos, en que, como una apostlica
batalla del padre de Las Casas, se apoyaba la Antigua campaa proindgena [] No nos contentamos con reivindicar el derecho del indio a la
educacin, a la cultura, al progreso, al amor y al cielo. Comenzamos por
reivindicar, categricamente, su derecho a la tierra. (41.)
Maritegui haba esperado encontrar aliados entre los indigenistas de
1920, gente como Pedro Zulen y Dora Mayer, pero encontr imposible el
trabajar con la ltima, y, si un dcimo de lo que Jos B. Adolph (1989)
escribe en su novela sobre Mayer es preciso, ella fue en realidad alguien a
quien nos referimos en Ingls como una nut case, es decir una persona
con quien resulta difcil interactuar socialmente. Maritegui (1970:104) dijo
simplemente que la Pro-Indgena es en cierta forma, un experimento
negativo. l se decepcion y no se identific con el movimiento indigenista
que tena un punto de vista criollo. Antonio Cornejo Polar (1980:27)
comenta sobre esto: El indigenismo es un movimiento pluricultural y
plurisocial: en un plano literario representa la manifestacin ms profunda
del carcter no orgnicamente nacional que Maritegui percibi
lcidamente en la literatura peruana. Lo que Maritegui (1959:292)
haba dicho fue:
La literatura indigenista no puede darnos una versin rigurosamente
verista del indio. Tiene que idealizarlo y estilizarlo. Tampoco puede darnos
su propia nima. Es todava una literatura de mestizos. Por eso se llama
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indigenista y no indgena. Una literatura indgena, si debe venir, vendr a
su tiempo. Cuando los propios indios estn en grado de producirla.
As, nos llega sin sorpresa alguna, el hecho que durante su
Intermezzo polmico con Luis Alberto Snchez, el 25 de febrero de 1927,
Maritegui (1972:217-218) se resisti a la etiqueta de indigenista:
Nuestro socialismo no sera, pues, peruano, ni sera siquiera socialismo
si no se solidarizase, primeramente, con las reivindicaciones indgenas[...] .
Pero,paraahorrarse todo equvoco, que no es lo mismo que equivocacin
como pretende alguien, en lo que me concierne no me llame Luis Alberto
Snchez nacionalista, ni indigenista, ni pseudo-indigenista, pues para
clasificarme no hacen falta estos trminos. Llmeme, simplemente,
socialista. Toda la clave de mis actitudes y por ende, toda su coherencia,
esa coherencia que lo preocupa a usted tanto, querido Alberto Snchez
est en esta sencilla y explcita palabra. Confieso haber llegado a la
comprensin, al entendimiento del valor y el sentido de lo indgena, en
nuestro tiempo no por el camino de la erudicin libresca, ni de la intuicin
esttica, ni siquiera de la especulacin terica, sino por el camino, a la vez
intelectual, sentimental y prctico del socialismo.
Cornejo Polar (1994:187) traza en grandes lneas la meta de
Maritegui:
Para Maritegui uno de los problemas centrales era encontrar una
articulacin valedera entre el indigenismo y el socialismo, articulacin que
pona en cuestin otras materias conexas, tales como las relaciones entre
universalismo y nacionalismo o entre tradicin y modernidad. Por
supuesto, Maritegui tambin cree que el problema nacional reside en lo
esencial en la persistencia de un orden social que desemboca en la
servidumbre indgena y afirma fervorosamente la necesidad de acabar con
esa situacin atroz e injusta, pero su anlisis, basado en un marxismo
excepcionalmente abierto, propone una interpretacin de la historia en la
que asume a la vez, y en primer trmino los requerimientos de la
tradicin y los de la modernidad.
Mucho ha cambiado en el Per en las ultimas ocho dcadas.
Monge (1995:506) hace un bosquejo de esta transformacin:
Carlos
rural, en especial en el medio rural ms tradicional: el sur andino. En este
proceso, el sector agrario ha visto decrecer su importancia relativa en
cuanto al empleo y especialmente el aporte a la produccin nacional,
frente al crecimiento del sector de servicios.
Entonces, tambin las masas indgenas se haban convertido en
algo diferente.
Daniel Del Castillo y Sandro Venturo Schultz (1995:549-550)
observan [e]l horizonte en el que se ubica Maritegui como la tradicin
criolla pensando cmo integrar al indio a la repblica. Ellos se preguntan:
Cundo este horizonte entra en crisis? Cundo empieza a desdibujarse?
La respuesta no puede ser precisa pero todos coinciden que en los aos
cincuenta, con la migracin masiva del campo a la ciudad, con la ruptura
de la ecuacin indio igual campesino, con la formacin acelerada de
culturas andinas urbanas, empiezan las primeras dificultades para hablar
de esos otros, as, en trminos tan ajenos. Son estas poblaciones
heterogneas, dinmicas, modernas y modernistas a la vez, las
masasindgenas, casi sin que lainstitucionalidad blanca y costea se diera
cuenta, tomaron el problema en sus manos y empezaron a solucionarlo a
su manera? No es acaso cierto que en los ltimos treinta aos la cuestin
tnico-racial en el Per ha ido transformando radicalmente los trminos de
su formulacin al punto que las distintas conciencias indigenistas se
encuentran actualmente en un mundo difcil de inteligir bajo sus
parmetros
clsicos?
La cuestin del indio se fue transformando en una sociedad que cambi
aceleradamente desde espacios y desde prcticas no previstas por nadie. Se
transformaron las subjetividades, las formas de conocimiento social, las
categoras para aprehender la vida, la cotidianeidad, la praxis.
La invitacin de Maritegui est an abierta. Lo indgena an
persigue a muchos peruanos an cuando la palabra indio fue oficialmente
abolida por el velasquismo. Esto no niega la transformacin que ha tenido
lugar durante los ltimos ochenta aos, especialmente la reforma agraria
de 1969 que, si bien jug un papel en las extraordinarias dificultades que el
Per enfrent en esos aos, revirti parcialmente la funcin antisocial de
el concepto de propiedad individual (Maritegui 1959:66), si bien no
termin con l. Portocarrero (2003:232) seala la importancia de esos
tiempos:
En un perodo, all por los aos 1970-73, el rgimen de Velasco goz de
una amplia popularidad entre todos los grupos sociales, a lo largo y ancho
del pas. No obstante poco dur el apogeo del rgimen. Las disensiones
internas, la oposicin de la derecha, la presin de la izquierda, la falta de
un apoyo popular explcito, el aislamiento internacional y la crisis
econmica; todos estos factores conspiraron, junto con la enfermedad del
propio Velasco, para que el gobierno quedara paralizado [] Fracas el
rgimen de Velasco? Pero, ante todo, es posible una respuesta simple a
esta pregunta? Creo que son necesarias mltiples respuestas que an no
estamos en capacidad de dar. No obstante si comparamos los resultados
con los objetivos es claro que el gobierno no logr la tan ansiada integracin
del pas. Es ms, pocos aos despus de su cada, la vieja pesadilla de la
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Guerra de razas-revolucin comunista se convertira en una espantosa
realidad. Adems, el ejrcito que condujera el proceso revolucionario se
transformara en uno de los protagonistas de la barbarie que asol al Per
por ms de doce aos.
El concepto de raza an flota en el ambiente alrededor del pas y en
realidad, raza es uno de esos significantes flotantes de referentes poco
claros porque, a la luz de la ciencia de la gentica, no existe en la
humanidad pureza alguna, y todos los humanos somos hbridos de
hbridos de hbridos. Esto tambin se aplica a la hibridez cultural. No hay
cultura pura, y esto incluye lo andino. Quines eran los espaoles?
beros y celtas, griegos y romanos, moros y judos, salpicados por grupos
germnicos del norte. Su tal nfasis en la pureza fue una mentira.
Pero todava el pasado persigue a la gente. Si no, cmo puede alguien
equivocarse en reconocerse a s mismo de acuerdo a la afirmacin de
Gonzalo Portocarrero (2005:26) sobre la lucha por la descolonizacin?
En efecto, el tradicionalismo nos deja desarmados frente al futuro.
Divididos entre el mundo perdido que aoramos y el presente cruel del que
no podemos sustraernos, nos quedamos suspendidos, debilitados,
pensando una cosa pero haciendo otra diferente. De otro lado, la actitud
modernizadora nos convoca a olvidar el pasado y nos moviliza a la entrega a
una lucha sin futuro: ser aquello para lo que no estamos preparados. Es
decir, divididos entre lo que no podemos dejar de ser y lo que se nos impone
como
actual
y
deseable.
[...]
Frente a los modelos de lo valioso y deseable, los hombres y mujeres
peruanos nos sentimos como avergonzados, culpables, ignorantes de
nuestras propias fuerzas, incapaces de un despliegue pleno de la propia
creatividad. Elaboramos entonces narrativas trgicas que expresan una
sensibilidad dolida, atrapada entre el rechazo a nuestra realidad, la
mistificacin del pasado y, finalmente, la imposibilidad de encarnar esos
modelos de perfeccin que se nos inculcan.
No es fcil aceptar la invitacin de Maritegui, porque es un trabajo
fuerte e implica ms responsabilidad de la que muchos estn dispuestos a
cargar. Jacques Derrida (2003:324) discurre al respecto:
Un heredero fiel, no debe tambin cuestionar la herencia?, someterla a
una reevaluacin y a una seleccin constante, con el riesgo[...] de ser fiel a
ms de uno? Ser responsable, es a la vez responder de s y de la herencia,
ante lo que viene antes de nosotros y responder, ante los otros ante lo que
viene y queda por venir. Por definicin, esta responsabilidad no tiene
lmite[...] . [A]nte lo infinito de la responsabilidad, uno no puede sino
confesarse modesto, cuando no vencido. Nunca se est a la medida de una
responsabilidad que nos es asignada antes mismo de que la hayamos
aceptado. Debemos reconocerlo sin desarrollar necesariamente una cultura
de la mala conciencia. Pero esta ltima es siempre preferible a la de la
buena conciencia.
Maritegui saba que l no tena mucho tiempo, que l tena que
trabajar rpido. Sus logros en el corto perodo de treinta y cinco aos son
nada menos que asombrosos. Aprendi mucho, hizo elecciones a menudo
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sin la certeza de los resultados y acept las responsabilidades que se
derivaban de ellas. Una de las muchas caractersticas que me gustan tanto
de l, es que hizo brillantes descubrimientos extrados de sus errores. El
pas su vida en la Costa excepto durante su visita a Europa entre 1919 y
1923 cuando Legua encontr ms fcil que encarcelarlo, enviarlo all como
representante cultural. Su conocimiento de primera-mano del interior del
Per se limitaba a unas cortas vacaciones en el Valle del Mantaro.
Portocarrero (1996:70) llama nuestra atencin sobre la extraordinaria
habilidad de Maritegui para aprender y cambiar de opinin al comparar
dos de sus artculos publicados en 1924-1925:
[E]l descubrimiento es rpido y contundente. Representa un cambio
profundo, un nuevo punto de partida, Puede ser fechado entre diciembre
del 24 y febrero del 25 [...] Lo que media entre los dos artculos es la
asistencia de Maritegui al cuarto congreso indgena.
Portocarrero dice que en el primer artculo, Lo nacional y lo extico,
Las frases son duras, y categricas. Forman parte del discurso criollo, del
sentido comn de la poca. Veamos qu escribi Maritegui (1970:26):
El Per es todava una nacionalidad en formacin. Lo estn construyendo
sobre los inertes estratos indgenas, los aluviones de la civilizacin
occidental. La conquista espaola aniquil la cultura incaica. Destruy el
Per autctono. Frustr la nica peruanidad que ha existido. Los
espaoles extirparon del suelo y de la raza todos los elementos vivos de la
cultura indgena. Reemplazaron la religin incsica con la religin catlica
romana. De la cultura incsica no dejaron sino vestigios muertos. Los
descendentes de los conquistadores y los colonizadores constituyeron el
cimiento del Per actual.
Maritegui cambia de tono en el segundo artculo,El problema
primario del Per:
Una poltica realmente nacional no puede prescindir del indio, no puede
ignorar al indio. El indio es el cimiento de nuestra nacionalidad en
formacin. La opresin enemista al indio con la civilidad. Lo anula,
prcticamente, como elemento de progreso. Los que empobrecen y
deprimen al indio, empobrecen y deprimen a la nacin. Explotado, befado,
embrutecido, no puede el indio ser un creador de riqueza. Desvalorizarlo,
depreciarlo como hombre equivale a desvalorizarlo, a depreciarlo como
productor[...] . Cuando se habla de la peruanidad, habra que empezar por
investigar si esta peruanidad comprende al indio. Sin el indio no hay
peruanidad posible. (Maritegui 1970:32.)
Hacia 1929 los inertes estratos indgenas de Maritegui, haban
desaparecido completamente, reemplazados por la imagen de resistencia de
los sectores sociales oprimidos:
Cuando se habla de la actitud del indio frente a sus explotadores se
suscribe generalmente la impresin de que, envilecido, deprimido, el indio
es incapaz de toda lucha, de toda resistencia. La larga historia de
insurrecciones y asonadas indgenas y de las masacres y represiones
consiguientes, basta, por s sola, para desmentir esta impresin. En la
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mayora de los casos, las sublevaciones de indios han tenido como origen
una violencia que los ha impulsado incidentalmente a la revuelta contra
una autoridad o un hacendado; pero, en otros casos, han tenido un
carcter de motn local. La rebelin ha seguido a una agitacin menos
incidental y se ha propagado a una regin ms o menos extensa. Para
reprimirla, ha habido que apelar a fuerzas considerables y a verdaderas
matanzas. Miles de indios rebeldes han sembrado el pavor en los
gamonales de una o ms provincias. (Maritegui 1972:75.)
De este modo Maritegui se anticip al punto de vista del revs y el
lmite del poder de Michel Foucault (1980:138), una reciprocidad que es a
menudo no anticipada por los opresores.
An cuando Maritegui no olvid el pasado, eligi ms bien el
presente y el futuro, el cual anticip con optimismo y entusiasmo. Uno
puede apreciar cmo su mente trabajaba cuando vemos su conocido pasaje
tomado de los Siete Ensayos:
Est pues esclarecido que de la civilizacin inkaica, ms que lo que ha
muerto nos preocupa lo que ha quedado. El problema de nuestro tiempo no
est en saber cmo ha sido el Per. Est, ms bien, en saber cmo es el
Per. El pasado nos interesa en la medida en que puede servirnos para
explicarnos el presente. Las generaciones constructivas sienten el
pasadocomo una raz, como una causa. Jams lo sienten como un
programa. (Maritegui 1959:292.)
Puesto que todos los signos (las palabras) son metforas, siempre
existe en lo que escribimos algo ms alguna otra cosa de aquello que
intentamos al escribir. De este modo, podramos prepararnos para
discernir algunos rastros de la biografa de Maritegui en estos extractos,
por la forma en que l se distancia de su padre, un disconforme miembro de
la elite peruana, y sus movimientos hacia la gente de su madre en la sierra.
Rouilln (1975:54) nos seala una ambivalencia de Maritegui, la
coexistencia de dos mundos en su vida: el de su progenitor y el de la autora
de sus das, completamente opuesto. El padre estaba ausente de la vida
de Maritegui, pero esa ausencia se convierte en un tipo de presencia para
el joven Maritegui, quien trat de identificarse con la lite de la sociedad
peruana. Con el tiempo, l lleg a entender la mitologa blanca de esta
oligarqua y se aboca a atacarla algunos aos antes de salir para Europa.
Humberto Rodrguez Pastor (1995:19, 21) localiza la familia de la madre, los
La Chira, en Sayn, un pueblo con poco ms de dos mil habitantes en
1870, con una ubicacin en el valle de Huaura similar a la de Chosica en el
valle de Rmac. El abuelo era un artesano, un talabartero, educado, a
quien se dirigan como don (31). Rodrguez Pastor (40-41) aade:
Con los Maritegui estamos ante una familia que social, cultural y
econmicamente, dentro de la sociedad peruana de esos aos, eran el
reverso de los La Chira: su presencia en territorio peruano era
relativamente reciente mientras que la de los La Chira era secular o, si se
quiere, milenaria; limeos unos y los otros de un pueblecito aislado;
racialmente blancos todos los Maritegui, en cambio los La Chira, cada vez
que en la informacin recopilada se da este tipo de caracterstica, son
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llamados indios o mestizos; participantes directos del poder poltico
nacional los Maritegui, carentes de poder, los La Chira [...] . Si bien los
Maritegui no tienen importantes ingresos econmicos, por las relaciones
matrimoniales que establecen se emparentan con la naciente burguesa
azucarera; por el contrario, no conocemos que hubiera un La Chira
adinerado.
Francisco Javier Maritegui y Requejo [el padre] es, sin embargo, uno de los
miembros de esa familia que no logra acumular dinero a pesar de algunos
de los esfuerzos que realiza. Pero s recibe apoyo de sus familiares
influyentes y/o adinerados para hallar trabajos remunerativos.
de su capacidad creadora. Les quitaron todos sus bienes, los
arrinconaron, los llevaron ms arriba, pero ah donde quedaban, estos
indios fueron capaces de seguir cantando y de seguir creando. Y porque
fueron capaces de seguir cantando y de seguir creando es que han podido
resistir de la manera como lo han hecho.
Sobre este tema diremos que fue Arguedas quien ayud a la casa
Oden en Lima a grabar los primeros discos de msica andina, empezando
en 1949 (Arguedas 1975:124-125, y n. 26). Yo me enamor de la msica
tocada con rayn o roncadora y caja en Hualcn, que yo escuch en 1952
en las alturas de Carhuaz. A mi retorno a Lima en julio de ese ao,
recuerdo haber recorrido todas las tiendas de msica en el Jirn de la
Unin buscando discos de 78 revoluciones y encontr algunos que llev a
mi pas en mi maletn. Por supuesto que no haba discos que tocaran la
msica andina con rayanes o roncadoras y me tena que contentar con
msica que se tocaba en los pueblos, pero que tambin me gustaba mucho.
De regreso en Ithaca, Nueva York, y tambin posteriormente, tocaba esos
discos una y otra vez para m y para amigos, los toqu tanto hasta que se
gastaron. Joan Snyder, otra estudiante graduada que haba hecho una
etnografa en Recuayhuanca, una comunidad vecina de Vicos, saba cmo
bailar huayno, as que yo llevaba mis discos a las fiestas y bailbamos para
gente que haba estado en Tailandia, India, Egipto, Japn, y hasta Nuevo
Mxico y Nueva Escocia. Recuerdo que una vez en 1965, Augusto Salazar
Bondy y Anbal Quijano vinieron a mi casa en Lawrence, Kansas. Toqu mis
discos para ellos indicndoles que mi favorito era A las orillas del mar me
siento, tocado por un conjunto de Pomabamba. Anbal (quien es ahora
demasiado importante para perder su tiempo con un pata tonto como yo)
me dijo, yo creo, que su abuela sola cantarle ese huayno cuando era nio.
No saba entonces que tenamos que agradecerle a Arguedas por todo ese
placer.
Maritegui fue una inspiracin para Arguedas. Angel Rama (1975:X)
anota al respecto:
En cuanto a su filosofa, ser heredera del pensamiento de Maritegui.
Arguedas asumir un espritu rebelde, reivindicativo, de ntida militancia
social, que si bien no puede confundirse con la filosofa marxista del
maestro, tomar confiadamente de l muchos anlisis socio-econmicos de
la realidad peruana y aceptar sus presupuestos ideolgicos. Pero sobre
todo har suyos: el erizado espritu nacionalista y el sentimiento de la
urgencia transformadora que exiga el momento histrico.
hacer de ellas un material bueno para la literatura. Cuando yo tena 20
aos encontraba Amauta en todas partes, la encontr en Pampas, en
Huaytar, en Yauyos, en Huancayo, en Coracora, en Puquio: nunca una
revista se distribuy tan profundamente, tan hondamente como Amauta.
A la edad de 17 aos, como estudiante en el Colegio Santa Isabel en
Huancayo, de acuerdo a Carmen Mara Pinilla Cisneros (2004:91), l y sus
amigos estuvieron leyendo la revista Amauta de Maritegui, a la que uno de
los padres estaba suscrito. Pinilla (110-112) reproduce un artculo de
Arguedas (1928), La raza ser grande, que fue publicado en una revista
regional, de la que cito slo la firma y el primer prrafo:
De Jos Mara Arguedas. Para Inti.
Amrica despierta y sacude de sus espaldas el polvo depositado durante
trescientos aos por el baile dominador de los extraos. Amrica es ahora
Americana antes no, era Europea. Despertamos ante el grito inmenso de
los americanos hechos eunucos, ante el peso brutal de las imprecaciones
latifundistas. Al cabo de muchos aos nuestros ojos comienzan a ver claras
las cosas. Americanos! La hermosura del indio mrtir y el dolor imperioso
de nuestras selvas comienzan a hinchar nuestros pechos, respiramos tan
difcilmente como si contemplramos un sacrificio. Salve! A los Andes
arrojando los rayos de Febo, a la Libertad, a la Democracia, Salve!
Esto nos dice no slo que Arguedas le estaba dando una buena
lectura a Amauta, sino que predice al maduro acadmico-novelista que
estaba por venir.
Maritegui y Arguedas fueron, sin embargo, de muy diferentes
temperamentos. Arguedas sufra de momentos de depresin, algunas veces
largos perodos durante los cuales era incapaz de escribir. Guido Podest
(1991:102-103) compara dos novelas de Arguedas, Todas las sangres
(Arguedas 1983a) y El zorro de arriba y el zorro de abajo (Arguedas 1983b):
Hasta Todas las sangres, escribir equivala a sobreponer los lmites del que
es slo testigo. Despus de todo, el indigenismo no haba necesitado de
testigos sino de escritores. Escribir era la forma de dar testimonio, predicar
y remembrar; es decir, de recuperar los miembros, emulando a Inkarr.
Esto puede adjuntarse a otras diferencias que hay entre las dos ltimas
novelas de Arguedas: mientras que en Todas las sangres gana la vida, en El
zorro gana la muerte. En Todas las sangres gana el yawar mayu, el ro
sangriento, mientras que en El zorro los zorros no logran aprehender la
modernidad. En Todas las sangres vence Arguedas, para ser derrotado en
El Zorro. En este sentido no puede considerarse una novela incompleta,
pues bastaba con que ofreciera un inventario de lo no escrito y eso es lo que
hace Arguedas en el Ultimo diario?. En El Zorro, el narrador, y no los
personajes, ha perdido la voluntad de relatar: Moncada est dispuesto a
seguir dando sermones.
Volvamos al problema de la escritura. En los diarios, Arguedas seala que
abandon la lectura de libros a partir de 1944, volvindose un ignorante por
vocacin, pero solo con El zorro pierde la capacidad de escribir y ste es un
asunto que merece mayor atencin porque la suya es la agrafia de quien
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observa pero desea evitar lo moderno en el Per. Para ser ms preciso: la
agrafia de quien observa pero desea evitar lo moderno en el Per en la
medida en que contradice su propia imagen de lo que debera ser lo
moderno en el Per.
En su Primer diario, Arguedas (1983b) hace varias referencias a los
problemas de leer y escribir, y una conexin entre escribir y vivir/morir
entre la escritura y la vida o/muerte: El encuentro con una zamba gorda,
joven, prostituta, me devolvi eso que los mdicos llaman tono de vida. []
El encuentro con la zamba no pudo hacer resucitar en m la capacidad
plena para la lectura. En tantos aos he ledo solo unos cuantos libros
(15). Yo me convert en ignorante desde 1944. He ledo muy poco desde
entonces (18). [Y]o si no escribo y publico, me pego un tiro (21). Yo vivo
para escribir, y creo que hay que vivir desincondicionalmente para
interpretar el caos y el orden[...] . No es una desgracia luchar contra la
muerte, escribiendo (25).
Si en realidad es verdad que Arguedas par de leer 25 aos antes de
su suicidio, es milagroso que l fuese del todo capaz de escribir, porque la
agrafa y la alexia estn vinculadas. En algn momento en mi vida, cuando
sufr de ambas (yo era un acadmico contratado que enseaba durante dos
semestres y una sesin de verano solo para mantenerme vivo, as que tena
solamente 6 semanas para trabajar para m, y recuerdo que me tomaba la
totalidad de las seis semanas sacar con dificultad una ponencia de diez
hojas para la reunin anual de Antropologa!), lea slo para la preparacin
de mis clases. Creo que no lea para m mismo porque tena miedo de lo que
podra leer, y tambin que era muy difcil escribir porque tema lo que
podra escribir. Si esto se aplica o no al caso de Arguedas, no me
corresponde decirlo.
Pero seamos justos! Aqu hay un extracto del Testimonio de
Alejandro Ortiz Rescaniere (1996:191), entonces estudiante y ms adelante
amigo personal de Arguedas, que sugiere sobre este punto que lo que
Arguedas deca de s mismo y lo que l haca realmente fue muy diferente;
l tena ms de zorro que lo que permita:
En uno de los paseos durante el atardecer, me cont que desde haca diez
aos no lea mucho porque no recuerdo bien qu problema tuvo con un jefe
suyo. Me deca que las novelas lo exaltaban demasiado. La palabra que
usaba para calificar esa situacin suya era frecotonisado. Yo estoy
frecotonisado, no puedo leer. Siempre haca gala de lo poco que lea, de su
ignorancia; pero la verdad es que me da la impresin de que s lea y bien.
Emilio Adolfo [Westphalen? Mendizbal] me dijo en una ocasin que
Arguedas lea como las personas ms cultas de su poca. Le haba
preguntado por estos aspectos, luego de una conversacin contigo acerca
dela vinculacin de Arguedas y Dilthey. Emilio me contest que Arguedas
haba ledo los libros ms importantes que por esosaos se publicabanen
castellano. Tal vez asuma esa actitud por falsa modestia, y algunos le
crean.
Cuando su depresin se ausentaba, Arguedas escriba novelas,
etnografas, ensayos antropolgicos y editaba colecciones de mitos andinos
y otras narraciones como un demonio feliz (Arguedas 1983b:10), todo ello
11
al lado de su promocin de las Artes Andinas para el pblico peruano. Ral
Romero (1991:41-42) dice sobre esto:
En la obra antropolgica de Arguedas, el arte popular no es solo reflejo de
lo socioeconmico, sino que inclusive llega, en determinados momentos, a
jugar un rol determinante en el proceso cultural, anticipando y arrastrando
con ello a otros planos de la realidad, el cambio social y cultural. Por ello,
el arte popular siempre est presente en los artculos de Arguedas, sea
como punto central o como referencia importante, pero siempre presente.
Inclusive, llega el arte popular a aparecer como indicador fundamental de
reas culturales[...] . Cunto contrasta esta posicin con la poca o ninguna
atencin de la mayor parte de antroplogos andinistas a fenmenos
artsticos. Esta actitud probablemente consideraba el arte como un mero
elemento recreativo o de desahogo emocional y, por o tanto, prescindible.
Dems est decir que esta nocin, por lo menos en lo que respecta al
mundo andino, no es correcta.
La atencin que da Arguedas al detalle etnolgico fue intensa, su
entendimiento y comprensin de las variaciones entre la gente andina
fueron profundos. Veamos aqu dos extractos de su artculo escrito en 1940
sobre El charango:
El charango es ahora el instrumento ms querido y expresivo de los indios y
an de los mestizos. Cada pueblo lo hace a su modo y segn sus cantos;
le miden el tamao, la caja, el cuello, y escogen el sauce, el nogal, el cedro,
segn las regiones. Por eso el charango de Ayacucho no sirve para tocar el
huayno de Chumbivilcas. Y mientras el charango del Kollao tiene 15
cuerdas de acero, de tres en tres y tetripladas en Mi, La, Mi, Do, Sol, el de
Ayacucho solo tiene cuatro cuerdas gruesas de tripa. El charango del
Kollao es barnizado, y siempre tiene pintada en la caja, junto a la boca, una
paloma en vuelo. El charango de los pokras es llano y de madera blanca,
pero del extremo del cuello cuelgan diez o ms cintas de color, y entre las
cintas, a veces, una trencita de cabellos de mujer. (Arguedas 1985:53-54.)
Si toda la msica del Ande es de un tono general y caracterstico, es
tambin la que ms estilos y variaciones tiene. Dos pueblos, a veces
separados solo por algunas leguas, ya tienen su estilo propio. Y los
instrumentos y los temples han sido adaptados, con una energa profunda,
a la interpretacin de la ms leve diferencia de estilo, sin silenciar lo ms
mnimo. En estos mismos pueblos, cada fiesta tiene su msica especial, y
esta msica tiene sus instrumentos propios. Ahora hablamos del charango,
acaso en otros artculos podamos informar sobre el kirkincho, la bandurria,
el pinkullu, el arpa, la antara, el wakawakra, las Tijeras de acero, la tinya
. (56.)
Cmo, despus de todo esto, podra uno ver lo andino como
monoltico?
en que l era un corrector para el diario La Prensa en 1919 y se las arregl
para insertar uno de sus artculos en el diario, bajo el seudnimo de Juan
Croniqueur por lo que casi fue despedido (Rouillon 1975:93ss.) l
escribi sin cesar. Rafael Tapia (1995:516) describe este atractivo:
El carisma de Juan Croniqueur reposa en gran medida en la fresca
autenticidad de quien se expone al expresar en artculos y gestos la
sensibilidad de su generacin, a travs de ahondar la exploracin en sus
propias emociones. Espritu lbil e inquieto, es capaz de penetrar y
radicalizar los repliegues ntimos de diversas experiencias humanas,
algunas, en su poca, orientadas por concepciones y sentimientos
contradictorios. Pocos como l (quiz s los colnidas ms radicales)
exploraron su sensibilidad: la experiencia religiosa, el amor, el miedo, el
deleite esttico, la fe poltica, la irona o el humor
Portocarrero (1995a:78-79) presenta su propia lectura de Maritegui:
Maritegui es un escritor profundamente autobiogrfico. Esto es
especialmente cierto en su juventud cuando es muy evidente una necesidad
de hablar de s mismo. Cartas, crnicas, entrevistas: de distintos modos
pero en todos los gneros. Maritegui habla de sus creencias e
impresiones, se confa a sus lectores. Necesita descubrirse, imaginarse un
rostro, elaborar un proyecto. Adems, el exteriorizar su sensibilidad, el
revelarse, se hace parte de su trabajo periodstico. Da por sentado que sus
vivencias e impresiones interesan al lector, y que parte de su tarea es
mostrar el propio mundo interior.
Para incontables peruanos, Maritegui ha sido un ancla, una fuente
de fortaleza y coraje, una lumbrera, una luz, que alumbra la justicia que
vendr. Arguedas ha sido otra ancla por la forma en que ha ofrecido a sus
compatriotas formas y modos de estar contentos de ser quines ellos son y
dnde ellos estn. As como Maritegui, Arguedas luch para encontrar las
correctas palabras para caracterizar tanto la peruanidad como el lugar que
l tena en ella. Aqu veamos a Arguedas (1985:89-90) en un artculo La
cancin popular mestiza en el Per, su valor documental y potico,
publicado en La Prensa de Buenos Aires el 23 de Febrero de 1941:
La Colonia estableci una nefasta clasificacin de las personas cuando
impuso la ciega superioridad del espaol sobre el indio y sobre todo lo
indio. Esta clasificacin racial de la sociedad subsisti en todo su vigor
hasta fines del siglo pasado, a pesar de haber llegado a presidentes varios
mestizos, como Gamarra, Santa Cruz, San Romn y Castilla. No es posible
calcular en toda su extensin la influencia que esta clasificacin tuvo y
sigue an teniendo sobre el crecimiento espiritual y social del pueblo
peruano y an sobre su crecimiento econmico[...] . Lo indio sigui siendo
la marca y el distintivo de lo inferior y lo despreciable.
En El complejo cultural en el Per, originalmente publicado en una
revista mexicana de 1952, Arguedas (1975:1-2) escribe:
Al hablar de la supervivencia de la cultura Antigua del Per nos referimos a
la existencia actual de una cultura denominada india que se ha mantenido,
a travs de los siglos, diferenciada de la occidental. Esta cultura, a la que
13
llamamos india porque no existe ningn otro trmino que la nombre con la
misma claridad, es el resultado del largo proceso de evolucin y cambio que
ha sufrido la Antigua cultura peruana desde el tiempo en que recibi el
impacto de la invasin espaola.
La otredad que se plantea en los textos de Arguedas es la seal de la
inquietud ante lo quellamamos una cultura india y presumiblemente
cuando llamamos a sus actores, indios porque no existe ningn otro
trmino que la nombre con la misma claridad. Podra significar esto que a l
le hubiera gustado encontrar otro trmino porque como ya haba indicado
once aos antes, Lo indio sigui siendo la marca y el distintivo de lo
inferior y lo despreciable.
Otro trmino, otra palabra, otro signo? Me dirijo ahora a dos novelas
que me ayudarn a esclarecer el argumento, an cuando, al mismo tiempo,
ellas pueden mostrar la indecidibilidad del trmino. La primera novela es El
Sexto (Arguedas 1969:54), de la cual realmente me impact uno de los
pasajes cuando la le en 1971 en un hotel en Huaraz, regresando de Vicos.
En este prrafo, Cmac un personaje importante en la narracin y
Gabriel, el narrador, tienen la siguiente conversacin:
Tambin en Rusia haba indios no? me pregunt Cmac.
S le dije. Pero no hablaban un idioma distinto que sus amos. Eran
rusos
Y, hablando el mismo idioma los maltrataban como a los indios de
aqu?
S, Cmac, como los seores de nuestras haciendas de la costa.
Qu cosas, Gabriel! Cada uno es cada uno.
Indios en Rusia? l me debe haber estado tomando el pelo! Ya sea
eso o que existe algo muy elusivo, muy distinto, muy otro sobre el trmino.
Creo que este texto muestra un tremendo descubrimiento de Arguedas, un
flash interior que quizs su depresin y su atencin en el pasado le
impidieron seguir la pista. l casi encontr indios en Espaa, como lo dice
al comienzo de su etnografa en Espaa (Arguedas 1968:5):
Fuimos cautivados por la personalidad de algunos vecinos de las dos
comunidades castellanas que estudiamos comunidades tan idnticas en
muchos aspectos medulares de la vida a aqullas peruanas que observamos
mejor o en las que pasamos nuestra infancia!
En la otra novela, Todas las sangres, Arguedas (1983a:34, 67, 115) se
refiere varias veces a uno de los principales personajes Demetrio Rendn
Willka, como un ex indio. En un pasaje uno de los vecinos le pregunta a
Willka:
Eras
indio,
As
es,
pues,
Eras
No s, seor. (57.)
no?
creo,
le
seor
dijo
contest.
indio?
denominativo llamando a la gente como los runas, anotando que ellos
nunca se llaman indios a s mismos.
El interrogador de Willka es un principal, es un criollo: un mestizo o
un blanco (Portocarrero [1993:98] podra llamarlo un blanco mestizo)
Portocarrero (2004:38) escribe sobre la psicologa social, acerca de cmo
tales personas se distancian de lo que ellos nombran como indio:
El sujeto criollo-mestizo al desposeerse con violencia de su ser indgena, al
arrojarlo o eyectarlo, ha quedado empobrecido. Un autodesprecio lo
corroe. Se odia a s mismo por cuanto sabe demasiado bien que, an
cuando no lo quiera, hay tambin en l un algo indgena, una mancha,
una cochinada. No es la criatura pura de pellejo blanco y de pelo rubio
que aspira a ser. Pero, como no quiere admitir su vergenza, la esconde y
se blanquea simblicamente. Niega sus races. Pero ni an en los sectores
dominantes, esta negacin puede ser todo lo radical que se quiere, pues por
ms distancia que se interponga, no es posible tampoco rechazar un
parentesco, aunque sea espiritual, con lo indgena ya que ese parentesco
legitima la propiedad de los privilegios sobre las tierras y las personas.
Aqu se hace visible la ambigedad de los criollos, especialmente la tensin
que recorre la subjetividad del sector dominante. En efecto, su deseo de
pureza, de estar libre de la contaminacin indgena, entra en contradiccin
con la necesidad de acreditar y viabilizar su autoridad sobre el mundo
subalterno.
En su artculo sobre la trasgresin, Portocarrero (2001:542) dice: Es
claro que en una sociedad como la peruana, donde la ley pblica no tiene
prestigio, estn dadas las condiciones para que la desviacin deje de ser
excepcional y se convierta en un comportamiento institucionalizado, en una
regla. Entonces la corrupcin y el abuso con los dbiles se convierten en
hechos normales, aceptados como naturales e inevitables.
Uno no puede sostener que los indios no existen, porque indio es
una palabra en nuestro vocabulario, y que establece una diferencia en la
forma en que una persona se conduce con otra. Pero sucede que indio es
una condicin que uno puede dejar, no es una persona en s. Irene
Silverblatt (2004:218) afirma en su estudio etnohistrico sobre la opresin y
el asesinato por la Inquisicin en el Per de los Nuevos Cristianos, es decir
los conversos:
Pero la ceguera parece ser un inevitable rasgo de la civilizacin: le damos
sentido capturamos muchas experiencias de la vida moderna al
fetichizarlas. Expandir el fetichismo de una crtica del capitalismo a una
crtica de la poltica demanda una reevaluacin de los cimientos de nuestro
sentido comn poltico que la raza y el estado son objetos, cosas,
supuestos de la experiencia humana. El fetichismo oscurece nuestra
apreciacin acerca que el indio, el nuevo cristiano, el negro, el hispnico, el
esclavo, el mercader, el tributario, el burcrata, la mujer y el hombre no son
estados de existencia sino son relaciones sociales, ineludiblemente parte
uno del otro e ineludiblemente inmersos en los vaivenes del poder.
Convertir estas relaciones en fetiches nos detiene de ver su historia,
nuestra historia y hasta preguntarnos, interrogarnos sobre ella.
15
Nelson Manrique (1993:221) seala, en una conversacin con Roland
Forgues, que ser indio y pobre es sinnimo.
Porque te invito a pensar en un indio rico en el Per. No es que todos los
pobres sean indios, pero s es cierto como dos ms dos son cuatro que
todos los indios son pobres, como dejar de ser pobre es la manera ms
segura de desindigenizarse.
La nocin metafsica que si una palabra existe debe representar
alguna realidad, es caracterstica de nuestra civilizacin occidental. El
logocentrismo est tan profundamente arraigado en nosotros, que si
tratamos de reconstruir un fetiche, debemos estar siempre alerta para
deconstruir nuestra deconstruccin. Esto es muy compatible con la antigua
propuesta de Marx: la permanente crtica de la crtica.
El binario peruano desaparece lentamente. Urpi Montoya Uriarte
(2002:20) anota que est presente de alguna u otra forma en los
hispanistas e indigenistas, en Maritegui y Arguedas, en los que se ocupan
de la cultura popular y en las versiones contemporneas sobre la
diversidad cultural en el pas. Ella nos ofrece un excelente resumen:
El esquema de la representacin dualista del universo cultural peruano se
asienta en varios supuestos. El primero es que seramos un pas dividido
en dos culturas, la indgena y la occidental. El segundo es que estos dos
universos culturales son considerados como unidades homogneas,
uniformes y inmutables. Sus fronteras son vistas como intocables e
intransformables a pesar de cualquier semejanza o facilidad para
transponerlas. El tercero es que la oposicin, escisin, enfrentamiento,
violencia y dominacin son las formas predominantes de la comunicacin
entre los dos universos que ms les sedujeron: el indio y el blanco. El
cuarto es considerar las diferencias geogrficas (sierra, costa) y la visible
ascendencia que los rasgos biolgicos evidencian,como definidores de una
especificidad a manera de estigmas, esencias y reminiscencias de las cuales
estaramos imposibilitados de librarnos[...] . Finalmente, en su versin ms
conservadora, este esquema considera que las diferencias entre estas dos
culturas equivalen a distancias temporales[...] que sustentan losvariados
binarismostipolgicos que no acabamos de descartar: avanzados y
atrasados, inferiores y superiores, civilizados y primitivos, buenos y malos.
Siendo as, las propuestas en relacin a los Otros se dividen entre
ignorarlos o descubrirlos, esconderlos o revelarlos, denigrarlos o
enaltecerlos, defenderlos o atacarlos, conservarlos o eliminarlos, como
grmenes de algo o como continuaciones arcaicas, como problemas o como
alternativas.
Si nosotros, en Norteamrica, somos capaces de creer que somos una
democracia porque podemos votar por candidatos que compran o hacen
trampa para obtener votos, que nuestros representantes en el Congreso
Nacional nos representan, cuando en realidad representan los lobbies que
los financian, que somos libres porque podemos elegir entre diferentes
marcas de pasta de dientes, o que deberamos creer en nuestros lderes
porque Dios los gua (sin embargo su popularidad declina cuando Dios
no les dice cmo bajar el precio de la gasolina), que el duro trabajo es
premiado con el xito, que extraos indocumentados le quitan el trabajo a
16
los ciudadanos, cuando en realidad ellos trabajan en labores que ningn
ciudadano blanco ni siquiera soara en hacer, y que nuestras tropas
estn en Irak para protegernos, si creemos en stas entre muchas otras
idioteces, entonces me imagino que los peruanos tienen el derecho de tener
sus propias peculiaridades ideolgicas!
Juan Ansin (1994:72) llama al binario peruano el paradigma
indigenista (Lyotard lo llamara una metanarrativa indigenista):
El paradigma indigenista se define por centrar la discusin en torno a la
idea de que la gran divisin social y cultural se da entre indios y criollos o
entre mundo andino y mundo occidental. Sobre esta base se pueden
plantear teoras muy distintas: por ejemplo, se puede decir que ya se
produjo la simbiosis entre ambas vertientes culturales o, al contrario, que
una cultura, la occidental, domina a otra la andina. Y como el paradigma
no es slo de carcter cientfico sino adems ideolgico y poltico, es
tambin una base para luchar: se puede luchar por ejemplo por la
preservacin y conservacin cultural, con una ntida separacin entre
culturas, o bien por diversas formas de integracin (a partir por ejemplo de
la nocin de mestizaje cultural); o tambin por la desaparicin de una de
las vertientes culturales. En todos casos, como se ve, un acuerdo bsico
entre todos sobre el hecho de que la gran divisin cultural pertinente es la
que se da entre lo andino y lo occidental.
Ansin aade: El paradigma ha permitido muchos avances, pero ha
generado tambin muchas confusiones, proyecciones de intelectuales y
polticos en sectores campesinos o andinos, nostalgias y anhelos frente a las
dificultades del cambio de nuestra poca.
La creencia de que hayan distintas culturas criolla e india no es ms
defendible. Aqu veamos una crtica de Norma Fuller (2001:69) al concepto
de cultura:
[L]ejos de ser una herramienta conceptual que nos permite acceder a otras
tradiciones, es la piedra angular del discurso sobre el otro. La etnografa no
sera el descubrimiento o la traduccin de otra cultura sino la estrategia
discursiva a travs de la cual se ilustran los grandes mitos de occidente, se
esencializa a otras culturas colocadas en la posicin de otros. A travs de
esta operacin, Occidente ocupa el lugar del centro civilizatorio y de quien
ostenta el poder de clasificar, de nombrar a los dems. En su versin
extrema, esta crtica nos conducira a abandonar la etnografa para analizar
la manera como muchos antroplogos y antroplogas producen otros
esencializados.
An as, necesitamos tambin ser justos con los textos ms antiguos.
Un examen del tono vicioso racista del hispanicismo criollizado de la poca
de Maritegui, conduce a Manrique (1999:76-77) a sugerir:
Al analizar un texto escrito seis dcadas atrs no debiera perderse de vista
que la historia se escribe siempre en presente, desde una situacin
histricamente determinada. Si [] es necesario cometer el anacronismo de
atribuir a los autores de otras pocas nuestra propia racionalidad, es al
mismo tiempo imprescindible incorporar en el anlisis el saber retrospectivo
17
que las dcadas transcurridas nos han brindado. De otra forma nos
condenaramos a encerrarnos en las ilusionesideolgicas de los
protagonistas de esa poca.
Estamos as equipados para leer a Maritegui y a Arguedas sin juzgar
sus vocabularios, esto es, considerar la libertad con que ellos llamaban a
otros peruanos indios e indgenas.
18
En Todas las sangres, Arguedas (1983a:61-62) nos describe las
vicisitudes del joven Demetrio Rendn Willka cuando el padre de Demetrio
lo trae para empezar el colegio al pueblo de San Pedro, lleno de hijos de los
vecinos:
Los estudiantes se asombraron de ver a un indio grande con un silabario
en la mano y una bolsa para cuadernos, como la de los ms pequeos
escolares; sobre los cuadernos, asomaba el marco de Madera de un
pizarrn. Y era eso lo ms sobresaliente: debajo de la bolsa escolar, el indio
llevaba otra, hinchada de maz tostado, de mote, de cecina y trozos de
queso. Lo usual era que los comuneros llevaran su fiambre en una
pequea manta de lana tejida. Demetrio fue presentado an en ese detalle
como un escolero. Haban tejido para l una bolsa, algo semejante a las de
coca de los indios mayores, pero ms alargada y con una cinta que serva
para que el primer estudiante de la comunidad se terciara al hombro esa
nueva prenda escolar indgena. Demetrio tena que caminar diez
kilmetros, todos los das, de Lahuaymarca a San Pedro.
Demetrio se sienta en una banca con los alumnos pequeos. Los
chicos ms grandes vienen a mirarlo:
Qu miran? pregunt indignado el maestro. El era de una provincia
lejana.
Es un indio dijo Pancorvo, alumno de ltimo ao.
Nunca habas visto otro? le pregunt el maestro.
En la escuela no. Va a apestar.
No huele a nada, seor exclam el pequeo que estaba sentado junto a
Demetrio.
En cambio, acaso t, Pancorvo, hueles dijo el maestro.
Ser, pues, pero no a indio.
El maestro llama al orden a los alumnos. Unas semanas ms tarde los
alumnos grandes empiezan a hostilizar a Demetrio durante el recreo. Uno le
dice Eres bestia.
Lee en quechua, animal. No ves que no sabes castellano? A, Bi, Ci
Se dice Be Ce.
La boca del indio no puede le dijo otro[...] .
A, Bi, Ci Chi, Di, Ifi le gritaron en coro, varios muchachos.
Se rean delante de l. Pero Demetrio no les oa. Entonces, un Braes, le
sac del bolso el pizarrn; lo arroj al suelo y lo destroz a pisotones.
Demetrio no hizo sino apretar los msculos de su rostro.
Maricn! Cobarde! Indio! vociferaba el Braes, un nio como de 14
aos. (63.)
Demetrio se levanta y Braes empieza a correr, pero Demetrio slo se
va al saln vaco. Algunos de sus pequeos amigos lo siguen para tratar de
consolarlo.Braes y Pancorvo entran al saln e insultan a los amigos de
Demetrio. l los defiende:
Maricn t! le dijo a Pancorvo. Gallina t! Yo tambin hambriento.
Peor es ser gallina.
Pancorvo le dio un puetazo en la boca al nio [uno de los defensores de
19
Demetrio]. Pero no tuvo tiempo de huir. Demetrio le agarr del cuello. Lo
levant en el aire, mientras pataleaba, y lo arroj contra el poyo.
Excremento del Diablo! lo grit en quechua. (64.)
Los varayoq son convocados para dar a Demetrio una latiguera y, por
supuesto que su educacin escolar finaliza aqu, aunque l ms adelante,
en Lima, llega a ser ledo.
Arguedas estaba escribiendo una ficcin, pero la ficcin/verdad no es
una oposicin binaria; ms bien la una desplaza a la otra, entonces hay
verdad en la ficcin. Recuerdo conversaciones con vicosinos en 1971 que
haban salido de la escuela primaria de Vicos y que se fueron a un colegio
en el pueblo de Carhuaz, la nica educacin secundaria abierta a ellos en la
provincia en esa poca. Algunos de ellos se las arreglaron para obviar los
insultos y las burlas de los hijos de los vecinos, pero la mayora asisti por
un tiempo y luego abandonaron los estudios. Indio de mierda era un
epteto favorito de los jvenes carhuacinos. Me pregunto si todava lo es.
Esto sin embargo es una pregunta discutible para la integracin en el
colegio de Vicos, porque la comunidad tiene su propio colegio ahora. Pero
me gustara saber cmo es para los nios de Hualcn o Pariacaca, o
Mishqui o Llipta. El pueblo de Carhuaz era un dcimo del tamao de la
provincia, y muchos de sus vecinos eran nuna (como se dice runa en
Ancash), no gente decente. Quin se debera integrar a quin?
Manrique (1995:461) levanta algunos temas difciles de la integracin
que se aplican tanto al nivel provincial como al nacional:
Maritegui [...] sostuvo en diversos ensayos que los indgenas componan
las cuatro quintas partes de la poblacin peruana. Aceptando que as
fuera, es inevitable preguntarse sobre qufundamentos la quinta parte de
lapoblacinpuede arrogarse el derecho de integrar a las cuatro quintas
partes restantes y si, en trminos democrticos, la cuestin no debiera ser
exactamente la contraria: que la mayora (india) integrara a la minora (no
india). O, dicho de otra manera, que el problema para la poblacin india
fuera la no india. Es evidente que esta ltima perspectiva estaba
simplemente fuera de debate para todos, incluyendo Maritegui. Y era as
porque, ms all del peso cuantitativo de los distintos grupos sociales del
pas, el problema bsico radicabay radicaen el control de los
mecanismos de poder econmico, poltico y simblico del que estn
excluidos los indios.
El anlisis que hace Portocarrero (s/f: 5) de Todas las sangres,
traza cuatro caminos posibles para el futuro del pas: a) una
modernizacin liderada por el capital extranjero y sus intermediarios.
Implica un abandono de las tradiciones y la insignificancia de la idea de
nacin y de patria para el futuro del pas llamado, entonces, a perpetuarse
en un estado post colonial. b) Una modernizacin presidida por un
empresariado nacional que logra preservar su autonoma respecto al
capitalismo internacional. c) El proyecto neo feudal de don Bruno implica
resistir la modernizacin percibida como una fuerza corruptora del
hombre. Y d) El proyecto encarnado en la figura de don Lucas es
perseverar en el gamonalismo, en el abuso sin piedad, en la explotacin
inmisericorde de los indios. Puesto que la narrativa termina con la idea que
20
un ex- gamonal y un ex-indio pueden vivir juntos en un Nuevo Per,
implica una reconciliacin antes que la exterminacin de uno por el otro3
(aunque Willka fue exterminado, no por un gamonal o un ex-gamonal, sino
por una patrulla de guardias, y don Bruno fue enviado a prisin). Uno
podra darse cuenta cun ofendidos podran sentirse con ello algunos
marxistas-leninistas-de-lnea-dura, con su ideologa cientfica acerca de
un futuro cientfico en manos de un partido cientfico que tena todas las
respuestas. De este modo, la tercera posibilidad de Portocarrero merece una
cita detallada:
La consolidacin de las jerarquas pasa por un aislamiento y por una
alianza con los indios para evitar su degeneracin moral, ofrecindoles
solidaridad a cambio de su entrega y mansedumbre. Este proyecto tiene
una perspectiva local y se enuncia desde una posicin de superioridad
moral respecto a unamodernidad que se percibe como vaciando el alma de
las gentes.
Si la modernidad representa la adultez
con todas sus
responsabilidades hacia el Orden Simblico, uno podra fcilmente ver
cmo las circunstancias de Arguedas en 1964, cuando Todas las sangres
fue publicado, podran haberlo deprimido: a pesar de la separacin de su
primera esposa, de su nuevo matrimonio, la terapia con la psicoanalista
Lola Hoffmann y dems, nada haba cambiado para l. l (y no es el nico
en esto) parece haber tenido aoranza por aquello que los freudianos
llaman perodo de latencia en la niez. Jean Marie Lemogodeuc (1991:41)
seala una contradiccin:
As, el texto novelesco arguediano en su totalidad oscila entre la elaboracin
de una utopa arcaizante y una proyeccin mesinica. En este vaivn
continuo, el recuerdo nostlgico de la infancia, la bsqueda de un mundo y
de un tiempo perdidos, preceden a menudo la busca efectiva de la
liberacin social.
La tristemente famosa Mesa Redonda de 1965 (ver Pinilla 1994
especialmente las pginas 103-179) habra sido un peso ms, pero
difcilmente en s mismo un incidente fatal, es decir, uno que haya
conducido al suicidio de Arguedas
En su carta a su analista Lola Hoffmann (del 13 de enero de 1969),
quien estaba en Santiago, se puede leer el saludo inicial Querida mam
Lola y lo que sugiere es una transferencia que l no habra procesado4 (o
no tena la voluntad de hacerlo), Arguedas (1996a:193) revela temas
sexuales y de gnero que l estaba dispuesto a reconocer, unos que eran
dudosamente slo las partes visibles de algo reprimido y oprimido, algo que
l no tena la voluntad de encarar:
Creo que mi conciliacin con mis propios problemas sexuales ya no es
posible. Cunto le he hablado de esto! Todo el universo ha girado para m,
alrededor de este problema. Ha sido lo ms anhelado y lo ms temido; rara
vez lo ms estimulante, casi siempre aniquilante. Mi mujer en cambio tiene
una euforia juvenil que se recrea con mi apetencia, siempre pronta y
siempre torturante. Como cre siempre que la satisfaccin sexual deba ser
slo una especie de premio mximo a alguna gran hazaa, la prctica casi
21
cotidiana me causa una atroz sensacin de desgaste y de angustia. Ya no
lo puedo soportar ms. Y no tengo descanso, porque no duermo y la
grabacin del ejercicio con su voz para relajarse parece que se hizo en
alguna banda que no alcanza a reproducir ni mi mquina ni la de la
Universidad. Me voy, pues a Santiago con una especie de lgubre evidencia
de que mi matrimonio est malogrado, a pesar de que nunca conoc una
mujer ms llena de encanto que Sybila. Este juego entre mi conviccin de
que ella es una joven tan libre de temores de toda especie y yo soy un
encadenado a todos los temores, este juego no concluye en liberacin para
m, como esperaba y espera an Sybila; ha desembocado en una
agudizacin final de la constante tensin en que he vivido. Y acaso la
propia dificultad que tengo que sacar adelante la novela sea un resultado de
este penoso e incalculable combate que tengo contra m mismo y que se
hizo ms agudo desde mi encuentro con Sybila. Felizmente ella no sufre.
Est como autoprotegida en forma maravillosa contra todo tipo de
sufrimiento psquico.
Un poco mas de un ao antes, el 3 de noviembre de 1987, Arguedas
(1996b:161-162) le escribi a John Murra sobre una clase que dict en la
Facultad de Arquitectura de la Universidad Nacional de Ingeniera en
Mxico sobre la muerte de la cultura quechua5:
La tesis final es que la cultura quechua est condenada. La colonia aisl
especial y culturalmente al indio pero no inculc en el pas un prejuicio
racial implacable ni mucho menos. Maritegui se plante la posibilidad de
liberar al indio mediante un rgimen socialista que hara una reforma
agraria profunda. Los antroplogos demostraron que efectivamente se
poda hablar de una cultura quechua. En mi conferencia de la Facultad de
Arquitectura qued demostrado que existe una religin, un arte y una
lengua propias de los campesinos quechuas. Pero las vas de comunicacin
modernas se abrieron hacia la costa sin que se hubiera hecho una reforma
de la tierra ni de la educacin y cuando los grupos que dominan el pas
tradicionalmente estn ms fuertes que nunca. Ellos han resuelto convertir
a los quechuas y aymaras en carne de fbrica y en domsticos. Los planes
de desarrollo de la integracin del aborigen constituyen instrumentos
encaminados a desarraigar definitivamente al indio de sus tradiciones
propias. Los hijos de los emigrados ya no hablan quechua; en la sierra
estn tratando de romper las comunidades; antroplogos famosos como
Matos predican con terminologa cientfica que la cultura quechua no
existe, que el Per no es dual culturalmente, que las comunidades de indios
participan de una subcultura a la que sera difcil elevar a la cultura
nacional. Los quechuas y aymaras seguirn, pues, condenados a ocupar el
ltimo lugar en la escala social. Pero no les matarn toda el alma. Los
sirvientes influyen. Ayer noms cont en una tienda de venta de discos de
Chosica dos mil seiscientos cuarenta ttulos de msica serrana!
Es posible hacer muchas lecturas de los textos de Arguedas, incluso
la ma; yo encuentro de este modo un discurso intertextual conectando la
carta dirigida a Hoffmann con la carta escrita a Murra. Aqu veo una
posibilidad para una sesin doble, que es la lectura de los dos textos
simultneamente (imposible!). En el mimodrama as escenificado, parece
que el texto de enero de 1969 escribe una introduccin o prlogo a una
conclusin o eplogo escrito en el texto de noviembre de 19676 As el
22
espectro de algo nonato se enfrenta con el nacimiento de un fantasma.
Bien, ya hemos visto que Arguedas era zorro(#)
La zorredad de Arguedas me empuja a preguntar: Cuntos
Arguedas estaban all? Seguramente ms de uno. Su trabajo en el Valle del
Mantaro sugiere alguien ms bien diferente del que vio lo andino como
condenado. Manrique (1991:61-62) sintetiza ese otro:
Arguedas trata de indagar, a partir del estudio de las comunidades, cmo es
que pudo desarrollarse, en el valle del Mantaro, una relacin ms horizontal
entre los grupos enfrentados blancos, mestizos e indios. Cmo es que, en
este caso, las diferencias son solo socioeconmicas y no diferencias que
comprometen la propia naturaleza humana. Y l va a entenderlo
remontndose en el pasado hasta la conquista, a partir de la constatacin
presente, de la ausencia de haciendas en el valle del Mantaro. El dice: si
aqu no hay esta relacin de dominio feudal, es porque no existe la
hacienda que posibilite esta dominacin feudal de los seores sobre los
indios. Pero, y sta es la segunda pregunta, por qu en el valle del
Mantaro no se desarrollaron las haciendas y en los otros valles interandinos
s? El va a buscar la respuesta remontndose hasta la propia conquista
tomando una hiptesis sugerida, segn l seala, por una conversacin con
Porras Barrenechea, y l va a encontrar esta respuesta en un fenmeno
singular que se da en el propio momento de la conquista: la nacionalidad
huanca, el reino huanca, en el momento de la conquista, se senta como
una nacionalidad sojuzgada por los quechuas, por los cusqueos, y a la
llegada de los espaoles, los huancas se alan con ellos contra los
cusqueos. Entonces, Arguedas cree encontrar la explicacin a este
estatus singular de los indgenas del valle del Mantaro, en la alianza
hispano-huanca, que permiti un tipo de relacin donde, l dice, fue posible
que coexistiesen blancos e indios armnicamente, porque no se desarroll
una institucin de origen colonial como la hacienda, que sentase las bases
para el establecimiento de una relacin feudal.
Arguedas parece haberse distanciado de Maritegui en su artculo
sobre El indigenismo en el Per (1985:13-27), originalmente preparado
para un Coloquio de Escritores en Gnova, Italia, en 1965 y publicado
pstumamente en 1970. l clasifica el trabajo de Maritegui como
indigenismo antihispanista (14), ignorando el hecho que Maritegui
rechaz el apelativo indigenista. Luego de decir muchas cosas buenas
sobre Maritegui, Arguedas (15) se vuelve crtico:
Maritegui no dispona de informacin sobre la cultura indgena o india; no
se la haba estudiado, ni l tuvo oportunidad ni tiempo para hacerlo; se
conoca y es probable que an en estos das se conozca mejor la cultura
incaica, sobre la que existe una bibliografa cuantiossima, ms que sobre el
ser de la poblacin campesina indgena actual. Se han hecho pocos
estudios acerca de las comunidades y existe una tendencia pragmatista
perturbadora entre algunos de los antroplogos que se dedican a esta tarea.
Arguedas, como Maritegui, se resista a la denominacin de
indigenista. Rodrigo Montoya (1995:66) recuerda: Jos Mara []
explcitamente, en muchsimas partes por escrito y oralmente, con dureza y
con firmeza, ha dicho que no era un indigenista. El nunca se sinti un
23
indigenista. Yo lo he visto encolerizarse, y para l la idea de ser indigenista
no solo supona [] ocuparse exclusivamente del lado indgena del Per
sino que adems, ver paternalistamente al indio, ver desde fuera al indio y
ocuparse de l como si fuera un otro ser en el pas.
Portocarrero (1995b:370-371) seala que inicialmente Arguedas haba
sido colonizado (un concepto que l acredita a Nelson Manrique) por la
generacin del 900, en la creencia que lo indgena no tiene ninguna
posibilidad de sobrevivir y que el Per es criollo. Podemos ver que lo que
queda de ese discurso en el extracto de la carta a Murra en 1967. Mientras
que, una generacin anterior, Maritegui haba revisado su posicin:
Maritegui comienza a pensar que lo andino no tendr por qu desaparecer
y que inclusive sera imaginable una nacionalidad que se base en lo andino
Fuera posible entonces una sobrevivencia dinmica, actualizada de lo
tradicional en la ciudad y ello poda ser inclusive definitorio de la
nacionalidad peruana. El caso de Maritegui es ilustrativo: l era tambin
un mestizo, un desarraigado, una persona que no tena sentimientos de
identificacin fuerte con un grupo social, y que igual que para Arguedas, la
formula de un Per mestizo, andino, le representa una forma de crear e
inventar un nosotros. De plantear una comunidad futura, aunque en el
caso de Maritegui, ello fue muy incipiente.
Como Maritegui, contina Portocarrero, Arguedas repens su
posicin:
En los nuevos contextos urbanos, Arguedas imagina las formas en que
poda sobrevivir la cultura andina. Y aqu hace una distincin que me
parece fundamental entre aculturacin y mestizaje. Aculturacin entendida
como un mimetismo que implica una ruptura, realizar una automutilacin
que nunca llega a ser total, que siempre da lugar a aoranzas secretas;
pero que implica una voluntad muy explcita de ruptura. Frente a esta
aculturacin estara el mestizaje que supone una posibilidad de integracin,
de sntesis de orientaciones culturales diferentes.
Al final, en 1969, en sus ltimos escritos, que son publicados como
un Eplogo a El zorro de arriba y el zorro de abajo (1983b:237-243) parece
revertir la firme posicin que haba adoptado tres dcadas antes en 1941,
con la publicacin de Yawar Fiesta (1983c), una declaracin del derecho
humano de la gente por ser libres respecto a lo que necesiten ser: una
novela que le cre una audiencia internacional. En 1969, en contraste, su
declaracin fue para su propio derecho humano a no ser lo que no
necesitaba ser, es decir, a no estar vivo. l aconsejaba a sus alumnos, La
rabia no! (242), y no dej evidencias que l mismo sintiera alguna rabia,
aunque la violencia del suicidio sugiere que algo diferente en su ser no
sintiera algo distinto. Quizs encontremos una clave en una de sus
primeras obras Los ros profundos (Arguedas 1967:23), cuando el padre de
Ernesto le muestra una pared Inca en el Cuzco:
Eran ms grandes y extraas de cuanto haba imaginado las piedras del
muro incaico; bullan bajo el segundo piso encalado, que por el lado de la
calle angosta, era ciego. Me acord, entonces, de las canciones quechuas
que repiten una frase pattica constante: yawar mayu, ro de sangre;
24
yawar unu, agua sangrienta; puktik yawar kocha, lago de sangre que
hierve; yawar weke, lgrimas de sangre. Acaso no podra decirse
yawar rumi, piedra de sangre o puktik yawar rumi piedra de sangre
herviente. Era esttico el muro, pero herva por todas sus lneas y la
superficie era cambiante, como la de los ros en el verano, que tienen una
cima as, hacia el centro del caudal, que es la zona temible, la ms
poderosa. Los indios llaman yawar mayu a esos ros turbios, porque
muestran con el sol un brillo en movimiento, semejante al de la sangre.
Tambin llaman yawar mayu al tiempo violento de las danzas guerreras,
al momento en que los bailarines luchan.
Un escritor(a) se escribe a s mismo(a) como tambin escribe su
ficcin, y as algo aparentemente empieza a rebalsarse por ebullicin.
Arguedas (1983d:76) haba escrito muy anteriormente en su carrera, en su
tan conocido cuento Agua: Tayta: que se mueran los principales de
todas partes! Aqu el narrador Ernesto, se est escapando de la rabia de
don Braulio, un terrible gamonal y principal a quien Ernesto ha herido. Al
final de la historia, cuando Ernesto est partiendo de la localidad, le gime
su angustia a su compaero, un comunero. Entonces quines y qu son
los principales? Son los personajes que dirigen las cosas en los pequeos
pueblos andinos7. Sin embargo las palabras son ambiguas: reyes,
emperadores, presidentes, primeros ministros, papas, generales, gerentes
generales de empresas corporativas y similares, manejan el mundo. En la
familia patriarcal, el padre es un principal. Al interior de la persona el ego
es el principal: uno bien podra arrepentirse de los problemas causados por
las malas decisiones tomadas por uno, y desear la remocin de aquellas
partes del yo que sean las responsables. Ahora bien cmo uno extirpa un
Orden Simblico y deja el resto intacto?
En el anlisis de la corrida de toros en Yawar Fiesta, Gladys Marn
(1973:95) dice:
Esta corrida sirve para mostrar que el indio no es miedoso, que no est
amujerado, que no llora por temor, que no es un pobrecito. Por el
contrario, da la pauta de lo que puede cuando como grupo, como
parcialidad, se propone algo. Muestra su corage, un coraje en estado puro,
elemental, slo as son hombres, no temen a la muerte, por el contrario
estn esperndola de pie, regando la tierra con su propia sangre, que fluye
como un manatial. Mueren en plenitud, hay un gozo total en esta muerte.
Es posible que un hombre pueda extirpar de s mismo lo amujerado
y deje el resto sin regar la tierra con su propia sangre?
La preparacin de Arguedas para el suicidio parece impersonal, sin
afecto, casi burocrtica, de hecho, como la ejecucin mecnica del deber de
un profesor de entregar las notas de sus alumnos a tiempo, completamente
inconsciente del dolor y la culpa que los sobrevivientes sentiran pero, ms
especficamente, sin consideracin de su propio dolor. l era tan
fragmentado como la Izquierda misma, como lo haba dicho en su ltimo
diario?: Los Zorros no podrn narrar la lucha entre los lderes
izquierdistas, y de los otros en el sindicato de pescadores; no podrn
intervenir (Arguedas 1983b:233). Estaba el binario fragmentado tambin?
25
An los Zorros, la zorredad, no pudo sacarlo de su depresin, sobre la que
no poda escribir, ni siquiera nombrar.
Pero Arguedas en sus mejores momentos era diferente de aqul. l
mostraba as tanto una profunda preocupacin, como un gran cario por
su pas, por ejemplo, en su introduccin de 1938 a Canto Quechua, donde
l les dice a los peruanos que no hay razn para que ellos se avergencen
de su herencia:
Por qu esa vergenza? El wayno es arte, como msica y como poesa.
Slo falta que se haga ver bien esto. Lo indgena no es inferior. Y el da en
que la misma gente de la sierra que se avergenza todava de lo indio
descubra en s misma las grandes posibilidades de creacin de su espritu
indgena, ese da, seguro de sus propios valores, el pueblo mestizo e indio
podr demostrar definitivamente la equivalencia de su capacidad creadora
con relacin a lo europeo, que hoy lo desplaza y avergenza. Y tal da
vendr de todos modos. Lo indgena est en lo ms ntimo de toda la gente
de la sierra del Per. La vergenza a lo indio creada por los encomenderos
y mantenida por los herederos de stos hasta hoy ser quebrantada cuando
los que dirigen el pas comprendan que la muralla que el egosmo y el
inters han levantado para impedir la superacin del pueblo indgena, el
libre desborde de su alma, debe ser derrumbada en beneficio del Per. Ese
da aflorar, poderoso y arrollador, un gran arte nacional de tema, ambiente
y espritu indgena, en msica, en poesa, en pintura, en literatura, un gran
arte que, por su propio genio nacional, tendr el ms puro y definitivo valor
universal. (Arguedas 2004:97.)
hubieran visto y escuchado el sonar de mis tacos!); me encanta el shacuy
de habas, la papa pichu, y el mondongo y tambin anticuchos, la papa a la
huancana y el ceviche; tengo un buen nmero de ahijados peruanos de
varios cortes de pelo; existe una perrita llamada Laura, que vive en La Paz
en Miraflores, que se pone tan feliz de verme llegar cuando voy de visita.
Soy lo suficientemente peruano para que no me gusten los chilenos, aunque
no lo suficiente para perdonarlos; y me siento ms en casa en Lima, que en
Lubbock (para m es agradable estar en un lugar que no es el pas ms
poderoso del mundo porque esa responsabilidad me abruma). Y tambin s
que es hora de decir, en el quechua de Ancash, Tzeenollaam!
Per desde otras partes del globo. As, lo que l dijo fue Peruanicemos al
Per, que quiere decir Construyamos un Per peruano, donde todos los
ciudadanos sean ciudadanos de primera clase, donde cualquiera pueda
llamarse como l o ella elija, y nadie tenga que vivir con una identidad no
deseada, colocada a la fuerza sobre s y que cada persona sea libre de ser lo
que necesite y quiera ser. Pero, Maritegui no tena ninguna receta sobre
cmo sera un Per Peruano: l no le dijo a la gente cmo y qu ser. l
confiaba lo suficiente en la gente para animarlos a desarrollar sus propios
destinos.
***
Reconocimientos
Quiero agradecer al Dr. Javier Maritegui por su invitacin personal a
participar en este Simposio. Nuestra amistad se remonta a casi medio siglo
atrs y parece un milagro que hoy yo est aqu para atestiguar sobre ello.
Cada vez que escribo sobre el Per, aprendo algo nuevo. As que tengo que
agradecer a Javier por eso, tambin.
Jos Mara Arguedas fue mi jefe durante seis meses en la Universidad de
San Marcos cuando en 1959 yo recib una beca Fulbright para ensear un
Curso de Antropologa Social all. Yo era joven y no tena idea de lo que
estaba haciendo ni lo que deba hacer. Arguedas acept lo que se le haba
impuesto y tambin a m, tal como yo era. He conocido muy pocas personas
como l, tan amables, consideradas, delicadas y dulces, en toda mi vida.
Ha sido un honor hace dos aos, el ser elegido por mis amigos que son
mariategustas, para ser uno de ellos y pertenecer a este grupo. No creo que
muchos gringos puedan decir lo mismo, as que estoy contento y orgulloso
de estar incluido. Lamento que el ao pasado di un susto a todos en una
celebracin en la Casa Maritegui al tomar muchos Pisco Sour tarde de la
noche y desmayarme, pero por favor noten tambin, que aqu estoy!
Finalmente, pero no por ello menos importante, agradezco a Gladys Chvez
de Tarnawiecki, mi traductora, por soportar y manejar mis frases
idiomticas del ingls norteamericano, por su intenso trabajo, por estar
siempre alegre, y por su exquisita crema de zapallo. Mi inters en Jos
Mara Arguedas, se agudiz durante un Seminario informal dirigido por
Carmen Mara Pinilla, sobre la correspondencia Arguedas-Hoffmann,
realizado en casa de Gladys, a la que fui amablemente invitado.
Notas
*
Hay una discrepancia en las fechas que Escobar da para la publicacin del
Primer encuentro de narradores peruanos, realizado en Arequipa en 1965.
Aqu y en la seccin de Referencias yo uso la que Escobar cita en la pgina
237 de su bibliografa.
28
2Vase
3
Sara Castro Klarn (2004:169) dice: Tanto don Bruno como Rendn
proponen un mundo en que no haya rabia, en que el hombre [sic] viva
tranquilo.
4De
5Es
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