Desembalando Mi Biblioteca - Benjamin

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Ficciones :

Desembalando

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W ALTER

WALTER BENJAMJN:
(1892 - 1940)

Cincuenta a<k> de:.-pus de


muene, las reflexiones
de Benjamin siguen siendo
fundamentales, necesarias.
Slo ~rarnos que a
Direccin Uruca, El drama
barroco Alemn, Poesa y
Capicalismo, Imaginacin y

'U

Sociedad, Angelus N~:us,


u.l

394

por citar apenas algunas de


sus obras, ..e aada pronto
la traduccin a nuestro
idioma de El libro de los
pasajes, su trabajo m:.
amb1c1oso.

BENJAMIN

S, desembalo mi biblioteca. An no esc en las


estanteras, an no la envuelve el tedio tapizado del
orden. Tampoco puedo, todava, recorrer sus estanteras pasndoles revista ante un audicono complaciente.
No teman nada de eso. Slo puedo rogarles que me
acompaen al desorden de ca1as recin desclavadas, la
atmsfera en la que flota un polvillo de madera, el suelo
cubierto de papeles rotos, entre pilas de volmenes
recin vueltos a la luz del da, tras dos ao:, de tinieblas,
para as compartir en parce no ya la melancola smo la
tenstn que los libros despiertan en el alma de un
verdadero coleccionista. Pues es un coleccionista quien
les habla, y a fin de cuentas no habla ms que de s
mismo. No sera quiz demasiado pretencioso reclamar una apariencia de objetividad e imparcialidad para
detallarles las obras maestras o las pnncipalcs secciones
de una biblioteca, contarles su historia, por no decir su
utilidad para el escntor? En lo que a m concierne, me
propongo, en las lneas que siguen, algo ms evidente,

ms palpable: lo que me imerc...a e:, mostrarles la relacin


de un coleccionbta con el conjunto de sus objetos: lo que
puede ser la activida<l de coleccionar, ms que la coleccin misma. Que para ello con-.iderc las diferentes
maneras de colocar los libro,, no deja de ser arbitrario.
Este orden, como cualquier otro, no es ms que un dique
contra la marca de recuerdos que, en continuo oleaje, se
abate sobre cualquier coleccionista que se abandone a
StJs gustos. Si es cierto que toda pasin lmda con el caos,
la del coleccionista roza el caos de los recuerdos. Dir
ms: el desorden ya habitual de estos libros dispersos
subraya la presencia <lel azar y el destino, haciendo
revivir los colores <le! pasado. Pues una coleccin, qu
es sino un desorden can familiar que adquiere as la
apariencia del orden?
Vdes. deben haber odo hablar de pe~nas enfer-

mas por haber perdido sus libros, o de otras que llegaron


al crimen para conseguirlos. A este respecta, precisa-

mente, cualquier orden est al borde del abismo. "La


nica ciencia exacta ha dicho Anatole France (Le
jardin d'Ep1cure, 1895) es la de conocer el ao de
Publicacin y el fom1aco del libro". En efecro, el remedio
al desorden Je una biblioteca es el rigor de su catlogo.

la existencia del coleccionista, as pues, oscila


dialcticamente entre lo::. polos del orden y el desorden.
Y tambin~ encuentra, naturalmente, vinculada
a bastantes otras co,1s m.s. Tiene una relacin muy
enigmtica con la po'\!s6n, sobre la que volveremos. Es
ms: nene una relacin con los objetos que no pone de
relieve su valor funcional 'iu utilidad-, ni su desnno
Prctico, sino que lo::. considera y los valora como la
escena, el ceatrodc ~u <leslino. El coleccionista se extasa,
Yen ello se encuentra su mayor placer, rodeando con un
crculo mgico al objeto que, an marcado por el esrrernecimiento que acompa6 el momento de su adquisi-

cin, queda fijado de e-.cc modo. Cualyuier recuerdo,


cualquier pensamiento, cualquier reflexin pasa a ser a
partir de ahora el pcdescal. la base, el marco, la seal de
la apropiacin del objeco. Para un autntico colecc10nisca, las difcrence-.. procedencias Je cada una Je sus
adquisichme::.-siglos, territorios, cuerpos profesionales,
propietarios anccriore~ -..efunden todas en una enciclopedia maravillosa que ceje :;u de.qino. Desde este particular punen Je vista, e:; posible adivinar en los granJcs
fisonomistas ~ y los coleccionistas !ln los fisonombtas
del mundo de losohjetch-camctersticasde descifradorc::.
del destino. Basta observar a un coleccionista cuando
manipula los objetos de su virrina. Apenas los tiene en
sus manos, su mira<la los tmscicnde y mira ms all de
ellos. Esto por lo que se refiere al "pecto mgico del
coleccionista, podramos decir su carcter de anciano.
Habent sua, fma liheUi: esta mxima debi concebirse
como una gencralidid ~hrc lo::. libro!'. Los librili, por
ejemplo La Divina Comedia, o la Etica de Spmoza, o El

origen de las especi~. tienen su propio destino. Peru el


coleccionista interpreta de otro modo este proverbio
latino. Para l, no ~n tanto los libros como sus ejemplares quienes tienen un destino. Y considera que el destino
esencial de cada ejemplar se realiza slo cuando le
encuentra a l y a 'U propia coleccin. No exagero: para
el coleccionista autntico, adquirir un libro significa
hacerlo renacer. De c'te modo, rene en s al nio y al
viejo. Pue los nio-.. pueden recrear la existencia a su
gusto, de mltiple:. manera~. y -.in emhara.:o alguno. Para
ellos, colcccionnr C!'I slo una manera de recrear entre
otros, como pinc.1r, rccort.1r, o calcar, y as hasta completar la gama infantil de modo de apropiacin, de la
aprehensin de los L)bjcto::. hnsta que son etiquetados.
En el <lcseo Jcl coleccionista por la novedad, el impulso
m<S profundo que le tnllC\'c es el de revivir el pasado: el
amor por los viejos libros orienta al coleccionista seguramente m~s que el gusto por las reimpresiones propio
del biblifilo. De qu mcJo los lihro~ cruzan el umbral

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c.r.

395

de una coleccin, de qu modo se convierten en propiedad de un coleccionista, a sto se resume la historia de su


adquisicin.

De codos los modos de procurarse libros, el ms


glorio:"><.1 es escribirlos uno mbmo. Ms de uno Je Vdes.
recordan1 cnn agrado la gmn biblioteca que el pobre
maestritodc escueladeJean Paul, Wuz, logr reunir con
el tiempo escribiendo para s, ya que no poda comprarlas. toda-. aquellas obras cuyo ttulo en los catlogos le
interesaba. A dt.>cir \'erdad, los escritores son personas
que c:i.cnhcn impulsados no ya ror la carencia sino por la
insatisfacci<Sn de los libros que puede comprar pero que
no les guscan. Seguramente u:,tedcs, seoras y seores,
dirn que e-.ta e:. una definicilSn exagerada de los c-;crirores; pero co<lo lo que se dice desde el punco de visea de un
\'crdadcro coleccionista es una exageracin. De entre los
modos de adquisicin habituales, el ms apropiado sera,
para l, el prstamo indefinido. El deudor de altos vuelos,

tal como lo imaginarnos, demuestra ser un coleccionista


a toda prueba, no slo por el ardor con que defiende el
tesoro de su:. prstamos acumulados haciendo odos
sordos a codos los rutinanos n:quenm1entos de la administracin, sino tambin y sobre todo porque no lec. De
creer en mi experiencia, que semejante personaje devuelva un libro prestado es posible alguna ve::, pero que
lo haya leido, nunca! As pues-me preguntarn vdes.lo propio del coleccionbta es no leer libros? Lo nunca
visto! Pues h1cn, no. Los experto:. podrn confirmarles
que es lo ms habitual, y basca recordar a este efecto la
respue."ta que Anatole Francc, de nuevo, tena preparada para, 11.)s beocios que, eras admirar su biblioteca,
formulaban la inentablc pregunta:

z
"-Y ha ledo vd. todo e...to, .;r. France?
-Ni la dcima parte Am...a come vd. todos los das
en su vajilla de Sevres?".

396

Yo mismo pude verificar a contrario lo bien fundado de tal actitud. Durante aos, al menos durante el
primer tercio de su existencia, mi biblioteca se limit
a dos o tre. estant~ que aumentaban apenas unos
pocos cenrmerros por ao: su poca espartana, pues ni
un solo libro entraba en ella sin que yo lo hubiera ledo
y d~ifrado sus claves. Yprobablemente nunca hubiera llegado a reunir algo que por su volumen mereciera
la denominacin de biblioteca si no hubiera sido
porque la inflactn, de repente, convirti los libros en
objeto~ valiosos, o como mnimo en objetos de dificil
adquisicin. As ocurran las cosas en Suiza, al menos.
Y as hice, en el ltimo momento, mis primeros grandes
encargos <le libros de cierta importancia, pudiendo
conseguir productos tan insustituibles como la revista
del Blaue Reit.er o La Leyenda de Tanaqwl de Bachofen,
que an era posible procurarse del ediror. Ahora,
pensarn vdes., tras tantas vueltas y revueltas, deberamos desembocar por fin en la vfa real de la o<lquisici\~

de libros: su compra. Ancho camino, ciertamente,


pero no por ello meno:. rorru~. Las compra, de un
coleccionista de libros no se parecen en nada a las que
hace un estudiante para hacerse con uno de los manuales del curso, un mundano para regalar a su mujer, un
viajante de comercio para matar el tiempo en su
prximo desplazamiento, compras hechas en una librera. Mis ms memorabb compras, las he efectuado
e.-;tando de viaje, de pa."3da. Btenes y propiedades se
deben a la tctica. Los coleccionistas son hombres de
irutmro cccico: cuando estn a la conquista de una
ciudad, el m<b pequeo librero de viejo cobra para ellos
dtmensiones de fortalC"'..a 'l asaltar, la ms remota
papclc:ra denene posicin clave. Cuantas ctUdades
me revelaron sus "fcrecb' durante mis expedtctones a
la conquista de sus lihros!
Sin embargo, puede darse por seguro que slo una
parte de la:. grande.-; adqubiciones se efecta mediante

visita a libreras. Los catlogo... ocupan un lugar mucho


ms importante. Por bien que el comprador conozca un
libro encargado basndose en el catlogo, el ejemplar
siempre ser una sorpresa: todo encargo comporta una
parte de a.:ar. As, Junto con algunas amargas decepciones, sedtsfrutade lo:; placeres del hallazgo. Recuerdo que
en una ocasin encargu, para enriquecer mi vieja
coleccin de libros infanttles, una obra ilustrada a todo
color, slo porque contena cuentos de Albert Ludwig
Grimm, y haba sido publicado en Grimma, T uringia.
Ahora bien, este mismo Albert Ludwig Grimm haba
publicado en Grimma una recopilacin de cuentos, que
estaban incluidos en mi ejemplar, nico existente, con
diecisis ilustraciones, las nicas que han quedado de los
comienzos del gran ilustrador alemn Lyser, quien vivi
en Hamburgo hacm mediados del siglo pasado. Por
tanto, haba reacctonado acertadamente a La cacofona
de los nombres. En aquella ocasin descubr obras de
Lyser entre las que una en especial-Los cuenws de Lina-

propietario, si la procedencia del ejemplar se especifica,


deben retener su atencin. En cambio, el que participa
en una subasta, debe prestar tanta atencin al libro
como a la rivalidad entre pujadores, y, adems, tiene que
conservar la caheza lo bastante fra para -como suele
ocurrir- no dejarse arrastrar por el juego de la puja y
acabar pagando caro una oferta sobrevalorada, resultado menos del placer de adquirir que del de la rvalidad.
En compensacin, considero como uno de los ms
bellos recuerdos del coleccionista el momento en que
acudi al rescate de un libro en el que nunca haba
pensado, ni nunca haba deseado comprar, hasta que,
vindolo tan expuesto y abandonado en plena venta
pblica, lo compr para devolverle su libertad, como un
prncipe de Las Mil y Una Noches hara con una
hennosa esclava. Pues para el coleccionista, la verdadera libertad de los libro~ se encuentra en las estanteras de
su biblioteca.

A decir tierdad, los escritores son personas que escriben


impulsados no )U par la carencia sino par la insatisfaccin
de los libros que pueden comprar pero no les gustan.

, desconocida hasra entonces por todas sus bibliografas,


merecera extenderse ms detalladamente que en esta
simple mencin.
Adquirir libr~ no es slo un asunco de dinero, ni
basta con el simple olfato. Ambos motivos no son
suficientes para poder reunir una verdadera bibhoteca,
que siempre es algo a la vez especfico e indefinible.
Quien compra guindo:.e por un catlogo debe poseer
tambin la capacidad de advertir el sutil sentido de las
referenctas: ao y lugares de edicin, formaros, anceri~
res propietario , tipo de encuadernacin, todos estos
elementos le deben hablar no slo por la rida desnudez
del dato, sino por la fom1a en que sinronizan entre s:
gtacia::, a la armona y la amplitud de esta sincona, el
coleccionista sabr si el lihro en cuestin le conviene o
no. Una subasta exige del coleccionista otras cualidades
muy distintas. Pam el que compra por catlogo, nicamente el libro, y, como mucho, el nombre del anterior

Recuerdo de la ms apasionante subasta que he


conocido, Pea u de chagrin de Balzac, an ocupa hoy un
lugar de honor en mi biblioteca, entre largas hileras de
obras francesas. Ocurri en 191 S, en la venta Rmann,
en los locale:. de Emil Hirsch, uno de los mayores
afie tonados a los libros a la par que eminente hombre de
negocios. La edicin de la que hablo apareci en 1838
en Pars, place de la Bourse. Ahora mismo, al comar mi
ejemplar. puedo ver no slo el nmero de catalogacin
en la coleccin Rmann, sino tambin la etiqueta de la
librera en la que, hace ms de 90 aos, su pnmer
propietario lo compr, por un precio ochenta veces
infenor a su valor actual. Papelera I. Flanneau, se puede
leer. Debi ser una bella poca, aquella en la que se
podan comprar libros tan prestigiosos -pues sus grabados fueron dihujados por el mayor artista francs y
realizados por uno de los ms ilustres grabadores-, la
poca en que an cm posible hacerse con semejante
libro en una papelera. Pero quera contar la historia de

UJ

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UJ

397


(/)

398

su aJqubicin. Acud a la e:\rposicin en los locales de


Emil Hirsch: 40 o 50 ejemplares pasaron por mis manos,
pero ste, Justameme ste, d~eaba ard iencemente que,
drmelo para siempre. Lleg el da de la venta. La
casualidad quiso que, antes de este ejemplar de Pea u de
chagrn. se suba~tara la serie completa de sus ilustracto,
ncs, reali:ada en tirada aparte sobre papel vegetal. Los
ofertantes estaban sentados alre<ledor de una larga
me.sa; no muy le1os de m estaba el hombre sobre el que,
dexle el comien:o de la subasta, convergan todas las
miradas: el Barn de S1molin, famoso coleccionista
muniqus. Quera conseguir aquella serie, varios de sus
nvales se la disputaban, no tard en entablarse una
lucha dursima, cuyo resultado fue la puja ms elevada
de toda la 'ubasra: una ofona que superaba los 3.000
marcos. Nadie esperaba que La suma fuera tan alta: un
movimiento de agitacin se produjo entre los asistentes.
Emil Hirsch no le prest atencin y, fuera para ganar
tiempo o por otra razn, pas al nmero siguiente, en

naturaleza, que eran lo nico destacable. Puj por algu,


nas de ellas: pero advert que a cada una de mis interven,
dones corresponda otra de un seor que, sentado en las
primeras filas, pareca esperar mi oferta para hacer otra
supenor, hasta que la cifra suba a alturas inalcanzables.
Como esta experiencia se repiti lo suficiente, abandon
cualquier esperanza de adquirir los libros que deseaba
aquel da. En especial, los rarsimos Fragmentos pstu,
mos de un joven fsico (en dos tomos), publicados en
Heidelberg en 1810por]ohan WilhemRitter. Esta obra
no ha sido reeditada nunca, pero el prefacio en el que el
editor, simulando hacer el elogio pstumo de su preten,
dldo amigo fallecido y annimo, que no es otro, que l
mismo, narra su propia vida, siempre me ha parecido el
ms notable fragmento de prosa biogrfica del romanticismo alemn. En el momento mismo en que se anuncia,
ba el nmero de subasta de este libro, se me ocurri un
truco muy sencillo. Visto que cada una de mis ofertas
atraa aummticamente la de mi adversario, bastaba con

medio del desinters general. Anunci el precio de


salida: con el corazn batindome, siendo perfectamen,
te consciente de que no podra competir con ninguno
de los coleccionistas all presentes, hice una ofena
ligeramente superior. Sin for..ar la atencin de la concu,
rrcncia, el rematador hizo todos los trmites: frmulas
rituales "nadie ms? A la una, a las dos, a las tres",
acompaadas por tres golpes de su martillo-me pareci
que una eternidad transcurri entre ellol>-y lo ad1udic.
Ot! todos modos, siendo yo entonces estudiante, la suma
fue bastante elevada para m. Pero lo que ocurri al da
siguiente en la casa de empeos ya no concierne a este
relato, y prefiero hablar ms bien de un episodio que
considero como el negativo de una subasta. Ocurri
durante una venta en Berln, el ao pasado. Se ponan
a subasta una serie de libros de muy desigual calidad y
diferente Lemrica, entre los cuales se encontraban
varias ob~ raras de ocultismo y de filosofa de La

que me abstuviera totalmente de pujar por el libro. Me


contuve, permanec callado. Lo que esperaba que ocu,
rriera fue lo que sucedi: ni rasero de inters, ninguna
oferta, el libro pas inadvertido. Me pareci sensato
dejar pasar an algunos das ms. En efecto, al volver al
cabo de una semana encontr el libro en el librero de
viejo y la nula atencin que haba merecido me fue as
provechosa.
Apenas se aventura uno entre el montn de cajas,
cantera a cielo abierto, o, mejor dicho, cubierto, para
extraer los libros de ellas, no tardan en amontonarse los
recuerdos. Nada podra hacer ms sensible la fascinacin
de este desembalaje que la dificultad para interrumpir la
rarea. Empec a desembalar a medioda, y hacia media,
noche an no haba acabado de llegar hasta las ltimas
cajas. Cuando llegue al fin, encontr dos gastados vol,
menes con tapas de cartn, que, en rigor, no deberan

hallarse en una caja de libros: dos lbumes en los que mi


madre, en su infancia, haba pegado cromos, y que yo
haba heredado. En ellos est el origen de la coleccin
de libros infantiles que an sigue creciendo, aunque ya
no lo haga en mi "jardn". No hay biblioteca vivaque no
acoja variascriarurassemilibrescas, procedentesdecamPos Limtrofes con el libro. No se trata forzosamente de
lbumes, herbolarios, colecciones de autgrafos,
pandectas (o textos edificantes) o cosas por el estilo: a
algunos les dar por coleccionar panfletos o prospectos,
a otros por los facsmiles de manuscritos o por copias
mecanogrficas de obras inhallables, y las revistas, mucho ms justificadamente, pueden ser las piedras angulares de una biblioteca. Pero, volviendo a los lbumes de
mi madre, la herencia es la manera ms segura de
acceder a una coleccin: la actitud del coleccionista
respecto a sus objetos se basa en el valor que otorga a
stos. Y as es, en el ms completo sentido del trmino,
la postura del heredero. El carcter hereditario de una
coleccin ser siempre su mejor ttulo de nobleza. Esta

concepcin de lo imaginario del coleccionista-lo percibo ntidamente, pueden estar seguros- les confirmar
a muchos de ustedes en la conviccin de que se trata de
una pasin vetusta, acentuando su desconfianza respecto al coleccionista. Nada ms lejos de mi intencin que
perturbar sus convicciones ni su desconfianza. Simplemente, hay que tener en cuenca este hecho: privada de
su coleccionista la coleccin pierde su sentido. Si, desde
un punto de vista social, las colecciones pblicas son
menos chocantes que las privadas, y, desde un punto de
vista cientfico, ms tiles, slo las segundas rinden
plena justicia a los objeros. Soy conscieme, por lo
dems, de que, como tipo humano, el coleccionista del
que estoy hablando y que he descrito para ustedes ex
oficio, se extingue, est en vas de desaparicin. Pero,
como dice Hegel: la lechuza de Minerva slo levanta el
vuelo a la cada de la noche. Slo al extinguirse el
coleccionista es comprendido.

La medianoche qued atrs hace tiempo y estoy


ante la ltima caja, ya a medio vaciar. Me veo am1strado
haca otros pensamientos. Pensamientos, no: imgenes,
recuerdos. Recuerdos de ciudades en las que encontr
tantas cosas: Riga, Npoles, Munich, Dantzing, Mosc,
Florencia, Basilea, Pars: recuerdo de los magnficos
salones de Rosenthal en Munich, del Stockturm de
Dantzing, en el que se hospedaba el difunto Hans Rauc,
el stano con libros, de olor a moho, de Sussengut en
Berln-N; recuerdo de Las habitaciones, que dieron
cobijo a estos libros, mi habitacin de estudiante en
Munich, la de Berna, la soledad del bosque de Iselr al
borde del lago de Brienz, y, en fin, mi habitacin infantil,
de la que no quedan ms de cuatro o cinco volmenes
entre los miles que me rodean. Felicidad del colccc10nista, felicidad del hombre en su mundo particular!
Aquel que, bajo una mscara a lo Sp1tzweg, pudo
proseguir su existencia desacreditada, nunca se encontr ms a gusto que all donde menos !ie esperaba

De talos los modos de procurarse libros, el ms glorioso es


escribirlos uno mismo.

encontrarlo. Pues gemecillos astutos, o al menos maliciosos, se apoderaron de l, y por su culpa el coleccicmista, quiero decir el verdadero, el coleccionista como debe
ser, mantiene la ms profunda relacin que se puede
tener con los objetos: la posesin. No es que estos vivan
gracias a l, e:> l quien vive por ellos. De este modo he
levantado ante ustedes una de sus vivtendas -cuyos
ladrillos son los libros-, y, como es de rigor, se esfuma
con ella ahora.

Traduccin: ].F.
Tomado de la revista Quimera (edicin espaola).

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