El Monaquismo Interiorizado
El Monaquismo Interiorizado
El Monaquismo Interiorizado
Paul Evdokimov
sois consumidos por los carbones ardientes del Espritu Santo. Heridos por el
divino deseo, tus mrtires, Seor, se alegran de sus heridas. Oktoikos griego
(himno de resurreccin).
Podis beber el cliz que yo estoy por beber?, pregunta el Seor a los
apstoles (Mt 20,22). Es la respuesta a esta tremenda pregunta lo que hace al
mrtir semejante al cliz eucarstico. El alma de un mrtir es portadora de un
modo del todo particular de la presencia de Cristo. Segn una antigua
tradicin, todo mrtir, en el momento de la muerte, escucha como resuena
para l la palabra dicha por Jess al buen ladrn: Hoy estars conmigo en el
paraso (Lc 23, 43) y entra inmediatamente en el Reino.
A pesar de que la tranquilidad de la vida de la Iglesia fuera custodiada, a partir
del siglo IV, por un estatuto legal, la radicalidad de su mensaje no sufre ningn
dao. El Espritu Santo inventa inmediatamente el equivalente al martirio. De
hecho, la herencia del testimonio que los mrtires daban al nico necesario
(cf. Lc 10, 42) es recogida por el monaquismo. El bautismo de sangre de los
mrtires deja el lugar al bautismo de la ascesis de los monjes. La clebre Vida
de Antonio, escrita por Atanasio de Alejandra, describe a este padre del
monaquismo como el primero que lleg a la santidad sin gustar el martirio
[3]. Aquel que escucha y responde a la llamada del evangelio se vuelve
semejante a los apstoles, afirma Simen el Nuevo Telogo: l puede, como
Juan el evangelista, volverse a los hombres y narrar lo que ha visto en Dios.
Lo puede y lo debe hacer, o mejor dicho, no puede dejar de hacerlo. [4] En el
tiempo de los padres, la expresin hombre apostlico designaba un carisma
que realiza sin dificultad, cuando Dios lo pide, las promesas contenidas en el
final del Evangelio de Marcos (cf. Mc 16, 14-20). El hombre ha cado ms
abajo de su persona, la ascesis monstica lo eleva ms all de s mismo.
Lametanoia confiere transcendencia al segundo nacimiento del bautismo que
hace ya operante la pequea resurreccin. El cuerpo espera an la gran
resurreccin, pero el alma es ya inmortal.
Los textos litrgicos llaman a los monjes isngheloi (semejantes a los
ngeles), ngeles terrestres y hombres celestiales. La santidad monstica
forja a este tipo de gran parecido, cono viviente de Dios. Se puede decir que
por todos los muertos, deja sobre la balanza de la justicia, representada por la
cruz, la caridad de sus santos.
El reino de Dios est en medio de vosotros (Lc 17, 21). Pero su irrupcin
significa que tambin su contrario, el infierno, est en medio de nosotros y
dentro de nosotros. ste ltimo no es ms que el lugar del cual Dios est
excluido: este infierno lo conocemos verdaderamente todos, es el mundo
moderno en su ruptura con Dios y construido sobre el rechazo de l. Ahora, si
por una parte los desesperados exploran las profundidades de Satans, el
evangelio llama a los creyentes a desplazar las montaas (cf. Mt 17,20).
Quizs esta invitacin significa desplazar las montaas infernales del mundo
moderno de su nada hacia la realidad fulgurante del pentecosts-parusa.
Para aquel que est atento y es sensible a la existencia del mundo, la
experiencia del infierno es inmediata pero por otra parte inmediata tambin la
posibilidad de emprender la ascensin hacia la casa del Padre.
El monaquismo, que est enteramente centrado sobre las realidades ltimas,
ha cambiado en el pasado la faz de la tierra. Hoy interpela a todos, a laicos
como a monjes, y se pone como vocacin universal. Se trata para cada uno
de buscar una modalidad de adaptar los votos monsticos a la propia vida, un
equivalente personal. Pero para comprenderlos es necesario recoger su
origen evanglico.
Las tres tentaciones, las tres respuestas del Seor y los tres votos
monsticos.
Los tres votos monsticos se presentan como la carta magna de la libertad
humana. La pobreza libera de la influencia de la esfera material, es la
transformacin bautismal en una nueva criatura. La castidad libera de la
influencia de la esfera carnal, es el misterio nupcial del gape.
La obediencia libera de la influencia idoltrica del yo, es la filiacin divina en el
Padre. Todos, monjes o no, le piden a Dios siguiendo la estructura tripartita del
Padre nuestro: la obediencia nicamente a la voluntad del Padre; la pobreza
de quien no tiene ms que una nica hambre, el del pan sustancial,
eucarstico; y finalmente, la castidad, purificacin del maligno.
Por lo tanto, los padres, desde el inicio, han visto en el relato de las
tentaciones en el desierto el testamento espiritual del Jess de los evangelios.
En efecto, al arquetipo del hombre presente en la Sabidura divina el tentador
opone su contraprograma: el hombre de la sopha demonaca. El desarrollo
de toda la historia humana est presente en una sntesis impresionante en el
cual es dicho todo, en el uno y en el otro sentido. Satans presenta las tres
soluciones infalibles para la existencia humana: el milagro alquimista de la
piedra filosofal, el misterio de las ciencias ocultas con su poder ilimitado y
finalmente la nica autoridad unificadora.
Transformar las piedras en pan significa resolver definitivamente el problema
econmico, suprimir el sudor de la frente (cf. Gen 3, 19) y el esfuerzo asctico
puesto en acto por la creacin. Lanzarse de lo alto del templo significa
suprimir el templo y la necesidad misma de la oracin, poner en el lugar de
Dios al poder mgico, vencer el principio de necesidad, apoderarse de los
misterios y resolver definitivamente el problema del conocimiento. Ahora bien,
un conocimiento-penetracin sin lmites significa lograr el sometimiento de los
elementos csmicos y carnales, la satisfaccin inmediata de la
concupiscencia, un tiempo hecho de pequeas eternidades de placeres, la
supresin de la castidad. Finalmente, reunir a todos los pueblos bajo un nico
poder significa resolver el problema poltico, suprimir la guerra, inaugurar una
era de paz en el mundo.
El primer acto de este drama se consuma entre el Dios-hombre y Satans. Si
Cristo se hubiese postrado ante Satans, Satans se habra retirado del
mundo, porque ante esto no habra habido ms nada que hacer.
Definitivamente esclava, la humanidad vivira sin conocer la libertad de
eleccin, porque vivira ms all del bien y el de mal.
La tentacin se hace sentir todava una vez ms con todo su peso en la
oracin del Seor en Getseman: Padre mo, si es posible, pase lejos de m
este cliz! (Mt 26, 39). Esto que el Padre no hace, Satans puede hacerlo: l
ofrece la posibilidad muy concreta de alejar definitivamente el cliz, de eludir
de una sola vez mediante la espada; otros conocen el martirio del amor que
les corona interiormente [24], de un modo que resulta invisible para los otros.
En la hora en la cual se est concluyendo claramente la poca constantiniana,
el combate del rey cristiano deja el lugar al reino de los mrtires (cf. Ap 20) y
al herosmo de los fieles en lo cotidiano, que no es forzosamente
espectacular.
El voto de pobreza.
La respuesta del Seor: No slo de pan vive el hombre sino de toda palabra
que sale de la boca de Dios (Mt 4,4), muestra el pasaje de la antigua
maldicin (Con el sudor de tu frente comers el pan: Gen 3, 19) a la nueva
jerarqua de valores, al primado del espritu sobre la materia, de la gracia
sobre la necesidad. En la casa de Marta y Mara, Jess realiza el paso de la
comida material, del hambre fsico, al banquete espiritual, al hambre de lo
nico necesario (Cf. Lc 10, 38-42). La versin de las bienaventuranzas en el
Evangelio de Lucas acenta el cambio de las diversas situaciones: Felices
vosotros, los pobres Felices vosotros, que ahora tenis hambre (Lc 6, 2021). Incluso la pobreza fsica (Con el sudor de tu frente) no es ms una
maldicin sino un signo de eleccin puesto sobre los humildes, los ltimos y
los pequeos, contrapuesto a los poderosos y a los ricos. Los pobres de
Israel prontos a acoger el Reino, y ms en general, los pobres en espritu
(Mt 5,3), reciben en don, por la gracia, el pan de los ngeles, la palabra del
Padre descendida en el pan eucarstico.
La piedra que se convierte en pan de la primera tentacin, milagro
aparentemente banal, quita del medio ante todo al Pobre por excelencia,
aquel que comparte su ser, su carne y su sangre eucarstica. As todo
verdadero pobre con el sudor de su corazn comparte el propio ser. Tal
pobreza era predicada por los padres de la Iglesia de la estatura de un Juan
Crisstomo como la nica solucin econmica. El evangelio exige lo que
ninguna doctrina poltica pide a sus adeptos. A nivel mundial, slo una
economa basada sobre la necesidad y no sobre el provecho tiene posibilidad
del xito pero implica sacrificios y renuncias. No se puede disfrutar de los
bienes de un modo anrquico. Las verdaderas necesidades varan segn las
El padre Isaac cuenta: Cuando era joven viva con el padre Cronio, el cual, si
bien era viejo y tembloroso, no me pidi nunca hacerle un trabajo. Por el
contrario, l mismo se levantaba para alcanzar el jarro a m y a los otros. Y he
vivido tambin con el padre Teodoro de Ferme, y tampoco l me ha pedido
hacerle alguna cosa sino que pona l mismo la mesa y me deca: hermano,
si quieres, come aqu. Y yo le deca: Padre, he venido para serte til y t no
me pides nunca nada? Y como l no responda nada, le comentaba a los
ancianos que venan a verlo y estos le dijeron: Padre, un hermano ha venido
para habitar con tu santidad, para hacerte de ayuda y t no le das nunca una
tarea? El anciano les dijo: Soy acaso el superior de una comunidad para
darles rdenes? Hasta ahora no le he dicho nada, y, si quieres, puedo hacer
tambin l lo que me ve hacer a m. Desde entonces se adelantaba y haca lo
que l estaba por realizar. Cuando haca algo, lo haca en silencio; y esto me
ense a trabajar silenciosamente. [38]
As aprendi una enseanza sobre el silencio y sobre la libertad en la
obediencia.
Un padre espiritual no es nunca un director de conciencia sino ante todo un
carismtico. l no engendra a su hijo espiritual, engendra a un hijo de Dios.
Ambos, en comn, se ponen en la escuela de la verdad. El discpulo recibe el
carisma de la atencin espiritual, el padre el de ser instrumento del Espritu
Santo. Basilio aconseja buscar a un amigo de Dios que d la certeza de que
Dios habla por medio de l. No llamis padre a ninguno sobre la tierra (Mt
23, 9): significa que toda paternidad participa de la nica paternidad divina,
toda obediencia es obediencia a la voluntad del Padre, participa de las
acciones de Cristo obediente.
Juan de Licpolis aconseja: Discierne tus pensamientos, con piedad, segn
Dios; si no logras, interroga a quien es capaz de discernirlo. El objetivo es
destruir el muro de los deseos que se han elevado entre el alma y Dios. A los
que se han ejercitado en el arte de la humildad, Teognosto dice: Para quien
ha conseguido la sumisin espiritual y ha sometido la carne al espritu, no
tiene necesidad de sometimiento humano. Ellos en efecto estn sometidos a
[1] Ignacio de Antioqua, Carta a los Romanos 5,3; 6,2, en Id., Ora comincio a
essere discipolo. Le Lettere, a cargo de S. Chial, Qiqajon, Bose 2004 (Textos
de los padres de la Iglesia 68), p. 35.
[2] Policarpo de Esmirna, Lettera ai Filippesi I,I, en Id, Lettera ai
Filippesi. Martirio, a cargo de C. Burini, EDB, Bologna 1998, p. 65
[3] H. Leclercq, s.v. Monaquismo, en Dictionnaire d archologie chrtienne
et de liturgie XI/2, a cargo de F. Cabrol y H. Leclerq, Letouzey et An, Paris
1934, coll. 1774-1947, aqu col 1802.
[4] I. Hausherr, Introductin, en Niceta Stthatos, Vie de Symon le Nouveau
Thologien (949-1022), a cargo de I. Hausherr y G. Horn, Pontificium
institutum orientalium sudiorum, Roma, 1928, p. XXX.
[5] G. Florovskij, Cristo, lo Spirito, la Chiesa, Qiqajon, Bose 1997, p. 191, n1.
[6] Juan Crisostomo, Contro i detrattori della vita monstica 3,14, a cargo de L.
Dattino, Citt Nuova, Roma 1996, p. 190; cf. Id., Omelie sull Epistola agli
Ebrei 7,4, a cargo de B. Borghini, Edizionin Paoline, s.l. 1965, pp. 141-142.
[7] Cf. P. Pourrat, La Spiritualit Chrtienne, I. Des Origines de lEglise au
Moyen Age, Gabalda, Pairs 1918.
[8] Juan Crisstomo, Omelie sull Epistola agli Ebrei 7,4, p. 142
[9] Id., Contro i detrattori 3,14, p. 185.
[10] Teodoro Estudita, Lettere 2, 117, PG 99, 1388D. Cf. Il camino del
monaco. La vita monstica secondo la tradizione dei padri, a cargo de L.
dAyala Valva, Qiqajon, Bose 2009, p.111
[11] Serafn de Sarov, Colloquio con Motovilov, in I. Gorainoff, Serafino di
Sarov.Vita, coloquio con Motoviolv, insegnamenti spirituali, Gribaudi, Torino
2006, pp. 181-182, 184. Cf. P. Evdokimov, Serafim di Sarov, uomo dello
Spirito. Colloquio con Motovilov, Qiqajon, Bose 1996.
[12] A. Gippius, Svjatoj Tichon Zadonskij. Episkop Voronezkij i vsja Rossii
cudotvorec, YMCA, Paris 1927, p. 15.
[13] S. Weil, Lombra y la grazia, Ediciones de Comunidad, Milano 1951,
p.152.
[14] Orgenes, Commento ai salmi 23,1, PG 12, 1265B
[15] Juan Crisstomo, Commento alle Lettere di s. Paolo ai Corinti 40, 1, a
cargo de C. Tirone, Cantagalli, Siena, 1962, vl. II, p. 322. Cf. Cirilo de
Jerusaln, Le catechesi 20, 4, a cargo de C. Riggi, Citt Nuova, Roma 1993,
pp. 445-446; Gregorio de Nacianzo, Orazioni 39, en id., Tutte le orazioni, a
cargo de C. Moreschini, Bompiani, Milano, 2000, pp.900-921.
[16] Cf. Justino, Dialogo con Trifone 103, 6 a cargo de G. Vison, Edizioni
Paoline, Milano 1988, p. 308.
[17] Orgenes, Esortazione al martirio 32, en Id., Esortazione al martirio.
Omelie sul Cantico dei cantici, a cargo de N. Antoniono, Rusconi, Milano 1985,
p. 143.
[18] Cf. Ireneo de Lyon, Contro le eresie V, 21, 1-24, 4, en Id. , Contro le
eresie e gli altri scritti, a cargo de E. Bellini y G. Mascio, Jaca Book, Milano
1997, pp. 450-457.
[37] Detti dei padri, Serie alfabetica, Poimen 174, ibid., p. 188
[38] Detti dei padri, Serie alfabetica, Isaac de Escete 2, en Vita e detti dei
padri del deserto, a cargo de L. Mortari, Citt Nuova, Roma 2008, p. 252.
[39] Cit. en J. Muyldermans, Un texte grec indit attribu Jean de
Lycopolis, en Recherchers de science religieuse 41 (1953), p. 526.
[40] Teognosto, Sulla prassi e la contemplazione e sul sacerdocio II, en La
FilocaliaII, a cargo de M. B. Artioli y M. F. Lovato, Gribaudi, Torino 1983, p.
377.
[41] Detti dei padri, Serie Latina (Vitae Patrum) VII, 19, 6, PL 73, 1044D.
[42] Cf. S. Weil, Attesa di Dio, Adelphi, Milano 2008, p. 58.
[43] Cf. Evagrio Pontico, La preghiera 60, a cargo de V. Messana, Citt Nuova,
Roma 1994, p. 102.
[44] Orgenes, Commento al Vangelo di Giovanni I, 25,166, a cargo de E.
Corsini, UTET, Torino 1968, p. 164.