Ranciere - Quieren Realmente Vivir Las Imagenes¿
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CUADERNOS
DE TEORA
Y CRTICA
#2
EL GIRO VISUAL
DE LA TEORA
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QU ES LA CULTURA VISUAL?
JESSICA EVANS y STUART HALL
QUIEREN REALMENTE
VIVIR LAS IMGENES?
Jacques Rancire
Tomado de: Emmanuel Alloa, ed., Penser limage, Dijon, Presses du rel, 2010, pp. 249-263.
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Al hablar de un pictorial turn, Tom Mitchell asimila la crtica
de la crtica a la declaracin de su agotamiento. Sin embargo, esta asimilacin no es evidente, pues si el agotamiento de la crtica iconoclasta se deja observar fcilmente, su examen puede conducir a una doble
conclusin. Si la crtica de las imgenes ha tenido su tiempo, puede ser
porque el cambio de poca, anulando sus poderes, ha revelado los presupuestos dudosos que la fundaban, al mismo tiempo en que la fe en
un futuro de revolucin o de progreso sostena sus proyectos y desviaba el examen de sus principios. Y, por cierto, el autor de Iconology y de
Picture Theory [Teora de la imagen], ha aportado a esta crtica de la crtica
ms de un elemento al analizar las presuposiciones filosficas, sociales, sexistas que fundan, ya sea en Burke o en Lessing, el privilegio
de la palabra y la descualificacin de la imagen visible.1 l esclareci,
a partir de lo anterior, la manera en que una cierta modernidad pudo
construirse al privilegiar, de los dos lados de la imagen, la materialidad
del significante y aquella de la forma visible abstracta. Record, por el
contrario, que la imagen no se identifica con lo visible y que los poderes
de la palabra son los de esas condensaciones y los de esos desplazamientos que dejan ver una cosa en otra o en lugar de otra. Mostr cmo el
discurso moderno, ms que de la pureza del significante o de la abstraccin de la forma, se nutra de seres anfibios: monstruos generadores de
discursos como el dinosaurio; escrituras de la historia petrificadas en
el fsil.2 Sigui el destino de estos anfibios a travs de algunos trenzados ejemplares de palabras y de formas visibles como los que propone
William Blake, quien podra figurar en su obra como el padre de una
modernidad resueltamente anti-lessingniana.3
1 Cf. Le Laocoon de Lessing et les politiques du genre y Edmund Burke et les politiques de
la sensibilit, en W.J.T. Mitchell, Iconologie: image, texte, idologie, trad. fr. Maxime Boidy y
Stphane Roth, Paris, Les Prairies ordinaires, coll. Penser/Croiser, 2009.
2 Cf. Romanticism and the life of things, W.J.T. Mitchell, What do Pictures Want?, Chicago, University of Chicago Press, 2005, pp. 169-187.
3 Cf. Visible language: Blakess art of writing, W.J.T. Mitchell, Picture Theory, Chicago, University
of Chicago Press, 1994, pp. 111-150 [ed. esp.: W.J.T. Mitchell, El lenguaje visible: el arte de la escritura de Blake, Teora de la imagen, trad. Yaiza Hernndez Velzquez, Madrid, Akal, pp.103-136].
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Si se sigue el hilo de esta crtica, tal vez no sea necesario hablar de
pictorial turn. Puede ser suficiente, en un sentido genealgico, oponer a las
visiones simplistas de la imagen como apariencia inconsistente o realidad
malfica la genealoga efectiva de los trenzados de palabras y de formas
que son parte de la vida de las imgenes, una vida a la vez ms slida que
aquella de las apariencias y ms ligera que aquella de las potencias malficas. Pero sin duda es posible asignar otra causa al agotamiento de la crtica, atribuyndola a una transformacin efectiva del estatus de las imgenes mismas. Pictorial turn, por lo tanto, no designara simplemente
una justicia asignada a la imagen contra la acusacin de inconsistencia o
de excesiva consistencia. Este trmino designara un giro histrico efectivo, una mutacin en el modo de presencia de las mismas imgenes; ya no
una justicia atribuida por el observador, sino una venganza ejercida por
las nuevas potencias de la imagen contra todos aquellos que negaban sus
poderes. Claramente es esta segunda va la que escoge Tom Mitchell. Esto
quiere decir que l opta por responder, de una manera privilegiada, a una
cierta crtica de las imgenes, aquella que declara su inconsistencia: la
que ayer las reduca a no ser ms que un vehculo de mensajes engaosos;
la que hoy las llama desaparecidas en el flujo de la comunicacin, la que
no est hecha, en ltima instancia, ms que de cifras. Pero para responder a esta crtica es necesario, de cierta forma, volver a la otra, aquella
que hace de las imgenes las potencias dotadas de una vida malfica. Rehabilitar las imgenes, para Tom Mitchell, es insistir en su vitalidad. Las
imgenes no son reflejos, sombras o artificios, son seres vivos, es decir,
organismos dotados de deseos.
Esta formulacin es evidentemente problemtica. Habr quienes estarn tentados de dar a Tom Mitchell un consentimiento que no
le convendra de ninguna manera. Se puede, en efecto, conceder vida a la
imagen llevando la una y la otra a un cierto ncleo de informacin. Pero
es justamente esto lo que Tom Mitchell no quiere. Su mundo de imgenes
no es un mundo de mensajes genticos codificados, es un tejido vivo que
releva, como las imgenes de Deleuze, una historia natural. Pero aqu se
impone una segunda distincin. La historia natural deleuziana define las
imgenes como formas de vida, pero estas formas de vida no son org-
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4 W.J.T. Mitchell, What do Picture Want?, Chicago, University of Chicago Press, 2005, p. 37.
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terroristas, las torres eran la imagen viviente e insoportable de la potencia americana. El argumento parece ms clsico y ms razonable que el de
Baudrillard. Pero, no hay equvoco en la idea misma de la living image? La vida del World Trade Center no era la vida de su imagen. Era la vida
de un centro de poder efectivo. Y la carga simblica de su destruccin no
significa que sea este centro, en tanto imagen, el que haya sido destruido.
Transformar el smbolo en imagen viviente es, en un sentido, atribuir
demasiado a la imagen. Pero, en otro sentido, es arrogarle muy poco, es
hacer simplemente el correlato de una ansiedad o de una intolerancia.
Segn esta interpretacin, las torres habran sido castigadas como si
ellas fueran seres humanos, en la medida en que eran an affront or visual
insult to those who hate and fear modernity, capitalism, biotechnology,
globalization.6 Aqu podramos reprochar a Tom Mitchell el ahondar demasiado en el sentido de aquellos que identifican la lucha contra el imperio americano con el miedo a la modernidad. Sin duda, l respondera
que este miedo no es propio de los islamistas, que la inofensiva Dolly es la
que provoca el pnico en la Amrica desarrollada y que el miedo al terrorismo abreva en las mismas fuentes oscuras que la ofensa experimentada ante las torres; en las mismas fuentes oscuras que el ultraje experimentado ante la Virgen Mara adornada de excremento de elefantes por
Chris Ofili. El miedo arcaico probado ante las imgenes, la creencia en su
poder malfico arguye no es privilegio de nadie. Pero este argumento
que remite a los primitivos asustados por la modernidad y a los espritus fuertes que se burlan de ellos, los pone en igualdad slo al precio de reducir la imagen en general a la expresin de creencias y de miedos arcaicos
persistentes en el centro de un mundo que cree haberlos expulsado.
Es desde luego innegable la dimensin antropolgica de las imgenes. Los historiadores de las imgenes, desde Aby Warburg a Hans Belting, nos obligan a recordar que los objetos que admiramos como obras
de arte fueron, en primer lugar, objetos que servan a funciones rituales,
la expresin de inquietudes o las herramientas de prcticas exorcistas.
6 W.J.T. Mitchell, What do Pictures Want?, op. cit., p. 15 [trad. esp.: una afrenta o insulto para aquellos que odian y temen a la modernidad, el capitalismo, la biotecnologa, la globalizacin].
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Sin embargo, el provecho de cuestionar la crtica reductora de las imgenes a ilusiones engaosas corre el riesgo de perderse si la vida que se les
concede es una vida nutrida de creencias y de miedos. Puede pensarse
la independencia de las imgenes si se las reduce al estatus de ilusin o
virus? Es esta independencia la que Tom Mitchell encuentra en el fotomontaje de Brbara Kruger, donde la fotografa de un perfil marmreo es
comentada por las siguientes palabras alineadas en el lado izquierdo: Your
gaze hits the side of my face.* Mitchell lee aqu los mensajes contradictorios
de una denuncia feminista de la mirada masculina y de una afirmacin
de radical indiferencia a cualquier mirada.7 Pero esta contradiccin es
tambin la manifestacin de un estado de la imagen que no se deja reducir ni a la transmisin de un mensaje ni a la absorcin modernista de
la pintura volcada hacia s misma, tal como lo ilustra el joven hombre
de Chardin que se dedica a hacer burbujas de jabn. La imagen consistente es precisamente aquella que es, a la vez, face y side para la mirada,
aquella que la acoge y la rechaza al mismo tiempo. De esta tensin de los
opuestos, un autor del siglo de Chardin, Schiller, elabor el criterio mismo de la belleza, es decir, de esta libre apariencia que permite el libre
juego de la mirada. Michael Fried hace del joven hombre absorbido por
sus burbujas el emblema mismo de una pintura modernista, alejndose
del teatro para sumergirse en ella. Schiller da al juego de la figura una
fuerza totalmente distinta, dirigiendo su mirada a la cabeza colosal de la
diosa, la Juno Ludovisi de Roma: una diosa ociosa, una diosa que no se
preocupa de nada y que no quiere nada.8 Esto quiere decir, adems, que
es una diosa que ha dejado de comandar imaginariamente en el Olimpo
y de servir concretamente en la ciudad; una estatua que ya no ejerce su
funcin y ya no inspira ni adoracin ni temor; una simple imagen en el
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espacio neutralizado del museo expuesta a la mirada de cualquier persona. Si el joven ocioso de Chardin sirve retrospectivamente de emblema
a la autonoma del arte, es a otra cosa que esta diosa sin poder sirve de
emblema: la autonomizacin paradjica de una experiencia esttica, de
una experiencia de libre juego y de indiferencia ofrecida a todos. Es la virtud poltica de esta indiferencia la que Hegel consagra cuando exalta, en
un cuadro de Murillo que representa a pequeos mendigos sevillanos, la
beatitud olmpica de estos nios harapientos que no hacen nada y no se
preocupan de nada. No hacer nada, esa es la virtud paradojal, la virtud
indisolublemente esttica y poltica de las imgenes.
Es incluso esta virtud de indiferencia de la imagen la que da su
fuerza a la imagen de Brbara Kruger. Un rostro de mujer furiosa con
el ceo fruncido y lanzando una mirada oscura a un agresor masculino
puede ser eficaz en la vida. Como imagen, pierde todo su poder. Las feministas que quieren denunciar el estado de la mujer en el mundo del
arte lo prefieren, no sin razn, con la mscara de gorila. Pero el gorila de
las guerrilla girls funciona como emblema, no como obra, mientras el perfil marmreo del fotomontaje de Brbara Kruger reclama el estatus de
obra poltica. Pero si lo puede hacer es porque ha combinado dos estados
opuestos de la imagen. La artista construye su imagen articulando dos
ambigedades: la del perfil del cual no se sabe si se aleja del ultraje de
la mirada o si usa de emblema su independencia respecto de l; y la del
texto del cual no se sabe si denuncia la agresin que golpea al perfil indiferente o si afirma que en cualquier caso sta siempre dar en el blanco.
Pero esta construccin de la imagen como operacin polmica de doble
filo no es posible ms que apoyndose sobre una primera capa de imageneidad [imagit ], sobre una indiferencia, una ociosidad fundamental
de la imagen. La operacin polmica puede funcionar porque la imagen
neutraliza lo que distingue a la mujer casi andrgino aqu, en cualquier
caso de la diosa y lo que opone la carne reflectante de luz a la frialdad
del mrmol. Ella funciona porque las palabras que explicitan el conflicto
son separadas, a la vez, de toda boca viva que las pronuncia y de la disposicin normal de las frases, porque son autonomizadas como epitafios sobre placas de mrmol, espacializadas por su sombra. La imagen se vuelve
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9 Cf. The Photographie Essay. Four case studies in W.J.T. Mitchell, Picture Theory, op. cit., pp.
281-322 [ed. esp.: El ensayo fotogrfico: cuatro casos de estudio, Teora de la imagen, op. cit.,
pp. 245-279].
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