Juan Santos Atahualpa

Descargar como rtf, pdf o txt
Descargar como rtf, pdf o txt
Está en la página 1de 17

GUERRA Y RELIGION EN JUAN

SANTOS ATAHUALPA.
Arturo Enrique de la Torre Lpez.

IV Congreso Internacional de Historia de Amrica. Granada, 1992


VV.AA. : El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Granada, Diputacin

Provincial de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531


La impresin transmitida por la historiografa americanista tradicional sorprende por la
aparente paz de la vida colonial, sin otras alteraciones que unos pocos levantamientos
puntuales que sirven de contraste con la tnica secular. Las obras aparecidas desde 1970
estn sirviendo para acercarnos a una imagen ms aproximada a la real.
De entre los levantamientos utilizados como ejemplo de lo "inhabitual", se encuentra la

revuelta de Juan Santos Atahualpa que junto a la de Jos Gabriel Condorcanqui aparece
como fenmeno emblemtico del s. XVIII. Ambos episodios no pueden ser considerados
como precedentes de los movimientos emancipadores, debido a su carcter nativista y antiblanco, siendo, en todo caso, un ejemplo para las lites criollas de lo que no deba ser la
separacin de la metrpoli.
Pese al intenso trabajo historiogrfico de los ltimos aos, han pervivido
sorprendentemente notables errores sobre el levantamiento selvtico. Algunos de stos son
abordados en la presente ponencia.

1. ANTECEDENTES.
La Selva ha permanecido histricamente alejada de la trayectoria del Per. Habitada
por grupos amuesha y campas, ninguno de los conquistadores que tent su anexin, desde
pocas incaicas, logr incorporarla.
A la expedicin infructuosa de Tpac Yupanki1, hay que sumar las de Alonso de
Alvarado, de Ursua y otras tantas2, que no obtuvieron mejores resultados que algunos
pjaros de hermoso colorido y la desazn de la derrota frente a una naturaleza hostil.
Durante el s. XVII y principios del s. XVIII se iniciaron un nuevo tipo de incursiones de
objetivos ms altrustas que los de las huestes conquistadoras del XVI. Son las entradas

1. BETANZOS, Juan de: Suma y Narracin de los Incas. Madrid, Atlas, 1987; p. 133 y ss.
2. VARESE, Stefano: La sal de los cerros. Un aproximacin al mundo campa. Lima, Retablo de
Papel, 1973; p. 102

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

evangelizadoras protagonizadas por religiosos en busca de la expansin del reino espiritual


cristiano.
La labor en la cuenca del Peren correspondi a los religiosos de la Orden de San
Francisco. La tarea fue en 1635 con la entrada de Fr. Jernimo Jimnez 3 que fund una
capilla en un centro econmico y religioso de la regin: el Cerro de la Sal. Al empeo del
fraile siguieron otros esfuerzos semejantes.
En general, la actitud de los naturales result poco receptiva a la evangelizacin,
siendo necesario el apoyo de soldados que acompaaran a los frailes en su labor.
La presencia de los franciscanos y la arrogancia de los militares se convirtieron en
elementos perturbadores, originando continuos levantamientos.
La primera revuelta importante fue protagonizada por el cacique de Catalipango,
Ignacio Torote, que, aprovechando una reunin de franciscanos en Sonomoro, atac
sorpresivamente a los frailes:
"...el da veinte de marzo de mil setecientos treinta y siete, en el que Ignacio Torote, Cacique
y cabeza principal del pueblo llamado San Antonio de Catalipango, entro con toda la gente del dicho
pueblo en el de Santa Cruz de Sonomoro (que era primero y principal de dichas Misiones) y quit
las vidas a tres misioneros sacerdotes de esta religin, a dos Donados de ella, como tambin a
otros quince cristianos de dichas Misiones..." 4

La respuesta de las autoridades espaolas fue un ejemplo de lentitud. Seis meses


tard en partir la columna encomendada de la represin. Cuando la expedicin, mandada por
el Gobernador Militar de Tarma, Pedro Milla, inici la bsqueda de Torote, ste ya se haba
puesto a buen recaudo de la justicia virreinal. Aos despus volvera a aparecer enrolado en
las huestes de Juan Santos.

2. LA REVUELTA.
La maana del 3 de Junio de 1742, dos negros fugitivos informaron a Fr. Manuel del
Santo y a Fr. Jos Cabanes de sorprendentes sucesos en el interior de la Montaa. Un
singular personaje, estaba alborotando los pueblos con un extrao mensaje:
"Viene este Indio, que dice ser Inca del Cuzco (llamado Atahualpa trado por el ro por un
Curaca simirinchi, que se llama Bisabequi; y dice que deja en el Cuzco tres hermanos, uno mayor
que l y otros dos menores; y que l tendr poco ms de treinta aos; que su casa se llama Piedra.
Su nimo es, dice, cobrar la corona que le quit Pizarro y los dems espaoles, matando a su padre
(que as le llama al Inca) y enviando su cabeza a Espaa"5

Las primeras noticias de Juan Santos, resultaban extraas a la par que inquietantes:

3. ORTIZ, O.F.M., Daniel: El Peren. Resea histrica de una importante regin de la selva
peruana. Lima, Imp. "San Antonio, 1978; p.21
4. Solicitud presentada al Consejo, por Fr. Jos de San Antonio, en 11 de Junio de 1750.; cit. en
LOAYZA, Francisco: Juan Santos, el invencible. Lima, Los Pequeos Grandes Libros de la Historia
Americana, 1942 p. 133 y ss.
5. Carta de Fr. Manuel del Santo, Fr. Jos Cabanes y Fr. Domingo Garca a Fr. Jos Gil Muoz (2 de
Junio de 1742). A.G.I., Lima, 541

PAG.

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

"...que habl con los ingleses, con quienes dej pactado que le ayudasen a cobrar su corona
por mar, y que l vendra por tierra..."6

Los dos religiosos trataron infructuosamente de encontrar al misterioso personaje pero


no lograron nunca su propsito. Otro misionero, Fr. Santiago Vzquez Caicedo, conversor de
San Tadeo (Antis), s pudo encontrarse con el caudillo, transmitindonos la nica descripcin
directa de un encuentro con Juan Santos:
"Lleg a dicho pueblo a las cinco de la tarde y al entrar en l hall a los indios dispuestos en
forma de media luna. El padre grito: 'Ave Mara'; y ellos por costumbre respondieron: 'Sin pecado
concebida'. Cerraron los indios el crculo, cogiendo al padre en medio y luego le quitaron de las
manos el bculo con la cruz que tena. Sali el fingido inca, y saludndose ambos, el padre le
pregunt su nombre y algunas oraciones en castellano, y rez el credo en latn. Hizo sentar al
padre, y mand que le trajesen de merendar. Djole despus que haba mucho tiempo que deseaba
manifestarse; pero que Dios no le haba dado licencia hasta entonces. Que vena a componer su
reino, y que su nimo era salir a coronarse a Lima; que no quera pasar a Espaa ni a reino que no
fuese suyo. Que el virrey poda tener a bien dejarle tomar posesin de sus reinos, porque de lo
contrario a l y a su hijo les tirara el pescuezo como a unos pollitos." 7

Las informaciones proporcionadas por los misioneros, canalizadas por su superior, el


P. Fr. Jos Gil Muoz8, llegaron al Virrey, Marqus de Villa Garca, que inici los
preparativos con la celeridad que la experiencia aconsejaba, inicindose las tres campaas
represivas (1742, 1743 y 1746).

2.1. Las Campaas.


La primera campaa se organiz inmediatamente, distinguindose dos fases. La
primera, de carcter conservador, consisti en el establecimiento de dos unidades de
caballera que
"mantenindose en la raya de la Montaa y parajes a propsito, sirviesen as de resguardo a
los que han de acometer a lo interior, como de cortar la comunicacin y refrenar los pueblos de las
serranas y demas de las provincias referidas, impidiendo que salte a ellas alguna centella de
inquietud"9

La segunda, ms ofensiva, concretada en el envo de una compaa de 150 indios,


mandados por el cacique Don Jos Caldern Conchaya, con la misin de internarse en la
Montaa. Del mismo modo, se puso en marcha otra unidad ms importante conformada por
espaoles y comandada por los gobernadores Milla y Troncoso. El objetivo era cercar a los
rebeldes en las inmediaciones de Quisopango, donde se supona que estaban concentrados
los hombres de Juan Santos. La tropa, dividida en dos columnas dirigidas por cada uno de
los comandantes parti de Comas -la de Troncoso- y de Tarma -la de Milla-.

6. Ibdem
7. AMICH, O.F.M., Fr. Jos: Historia de las misiones del Convento de Santa Rosa de Ocopa. Lima,
Milla Batre, 1975; p. 157
8. Copia de la relacin o carta escrita por el reverendo padre Fr. Joseph Gill Muoz, predicador
apostlico....a Don Domingo de Unda, sndico apostlico de dichas misiones en la imperial ciudad del
Cuzco, en la que da noticia de la entrada que hizo en ellas el escandaloso apstata y fingido rey Juan
Santos Atahualpa, Apuinga Guanacpac, indio cristiano de dicha ciudad.
Ao de 1742. cit. CASTRO
ARENAS, Mario: La rebelin de Juan Santos.; Lima, Milla Batre, 1973; Documento n 1
9. Carta del Virrey, Marqus de Villa Garca, a
Ensenada (Lima, 7 de Agosto de 1742). A.G.I., Lima,
983

PAG.

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

Mientras que la primera columna no tuvo problemas para alcanzar su Lnea de


Coordinacin -Sonomoro-, la segunda no tuvo tanta suerte.
Antes de la partida, se acord que, a falta de otros ingenieros militares, fuesen los
mismos misioneros Fr. Domingo Garca y Fr. Jos Cabanes los que, acompaados por un
grupo de naturales, los franqueasen las rutas, estableciendo puentes y preparando los
caminos para la hueste. Sin embargo, durante este desempeo fueron atacados por los
rebeldes, pereciendo ambos10.
Mientras tanto, la expedicin de Milla tard en salir de Tarma y, cuando lo hizo, una
parte, dirigida por el capitn Abia, qued en rezagada. La vanguardia esper en vano al
segundo grupo en el Cerro de la Sal. Finalmente, sin noticias de la retaguardia y con
informaciones de que los rebeldes se encontraban en el poblado de Eneno, Milla emprendi
la marcha hacia esta localidad. El avance no pudo ser ms desgraciado. La hueste fue
atacada y, sin posibilidades de retroceder, trat de alcanzar Nijndaris, pero el recibimiento
en este pueblo hizo necesaria la retirada hasta la Sal, en primera instancia, y a Quimiri,
finalmente, a donde llegaron heridos casi todos los hombres 11.
Troncoso, cansado de esperar en Sonomoro avanz sobre Quisopango, donde los
rebeldes haban almacenado un considerable arsenal. Tras dos das de progresin, los
espaoles arribaron a su objetivo. Pese a no conseguir el efecto sorpresa, el ataque fue un
xito completo para los espaoles12.
Finalizada la accin, Troncoso dej una pequea guarnicin en el poblado y se retir.
De esta manera, finaliz la campaa de 1742, interrumpida en este punto por la estacin de
lluvias.
Pasada la poca hmeda, ya en 1743, los rebeldes aprovechando la confianza de las
huestes gubernamentales ocuparon Quimiri, a lo que sigui la toma de Chanchamayo,
autntico acicate para los espaoles que iniciaron una nueva expedicin.
En esta ocasin, contamos con el minucioso relato que de la misma hizo el secretario
de Troncoso, magnifico documento para seguir la progresin de la hueste represora.
Al igual que haba sucedido en la entrada del ao anterior, se dividi la expedicin en
dos columnas mandadas por el Corregidor General Alfonso Santa y Ortega y el Gobernador
Troncoso. Las dos unidades partieron el da 15 de Octubre de Tarma y de Vitoc,
manteniendo lneas de progresin paralelas.
El objetivo fue modificado a tenor de las noticias obtenidas, dirigiendo el esfuerzo
principal hacia Quimiri, donde, al parecer, se concentraban los revoltosos.

10. AMICH: op.cit.; p. 158


11. Ibdem; p. 159
12. Ibdem; p. 159

PAG.

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

Antes de alcanzar el pueblo y ya en orden de combate, hubo un primer encuentro, en


el cerrito de Buena Vista, con lo que se pens se trataba de "las avanzadillas" de los
rebeldes. La escaramuza saldada con algunos disparos de granadera que pusieron en fuga
al enemigo, sirve a Castro para resaltar la astucia de los hombres de Juan Santos, que
haban conseguido enervar a los espaoles que tuvieron que detenerse para recobrar el
aliento13.
Continuado el avance se tom sin resistencia el poblado de Quimiri, a donde ambas
columnas llegaron con unos minutos de diferencia.
El da 30 se decidi establecer un fuerte en el lugar y dejarlo al resguardo de una
compaa al mando del capitn Fabricio Bartuli. Abandonada la localidad por el grueso de la
expedicin, llegaron noticias alarmantes de que Juan Santos haba cercado a la guarnicin
espaola, conminndola a rendirse. Pese a las peticiones de auxilio que Bartuli envi a
Santa, ste nunca socorri el fuerte, que fue abandonado, finalmente, por los soldados, que
perecieron al intentar romper el cerco.
Esta fue la derrota ms importante sufrida por las tropas espaolas durante toda la
contienda y puso fin a la campaa de 1743.
Sin mayores logros, se reconsider la estrategia planteada, llegndose a la conclusin
de que era menester adoptar, en lo sucesivo, una actitud ms conservadora:
"...el repetir entradas a la Montaa, sera consumir gente, armas y caudales, sin utilidad,
porque en ella residen los Indios ms como fieras que como racionales; all se mantienen de la
pesca y de la caza, sin reducirse a compaa civil, esparcidos en cortas habitaciones, que forman
de rboles en el sitio...y, sin duda, con este conocimiento en los siglos pasados es tradicin
constante que no se sujetaron al Imperio de los Incas, ni stos trataron de ampliar por aquellas
partes su dominacin...Se reflect que las tropas ms briosas que all se introdujesen, pereceran
sin gloria, consumidas de un trabajo infructuoso, sin el aliciente de los metales preciosos de cuyas
minas se carece..."14

Pero la decisin de las autoridades virreinales no fue entendida en Madrid, a donde


haba llegado la alarmante noticia de la presencia de una flotilla inglesa en las costas
Pacficas de Sudamrica15. El Consejo vea la dejacin del Virrey como un enorme peligro
para la integridad del reino.
La consecuencia fue la sustitucin del Villa Garca:
"Hallndose el Rey con noticias de que en las provincias del Per hay varias inquietudes, y
en las de Jauja y Tarma alguna sublevacin, movida y fomentada por un indio mestizo....ha resuelto
Su Majestad aplicar...todas las providencia que permite la actual constitucin de la Guerra, y que
pide la precisin de atender al remedio de aquel dao y evitar las perniciosas consecuencias, que
de su continuacin y aumento debe recelarse." 16

13. Diario del Secretario de Troncoso en Biblioteca Nacional de Lima, Sec. Manuscritos, to. no. 250, fol.
309 y ss.; cit. en LOAYZA: op. cit.; p. 140
14. Carta del Virrey, Marqus de Villa Garca, a Ensenada. (Lima, 16 de Agosto de 1744). A.G.I.; Lima,
983
15. Carta de Sebastin de Eslava, Virrey de Nueva Granada, a Ensenada. (Cartagena, 15 de Mayo de
1744). A.G.I.; Lima, 983
16. Carta de nombramiento de Don Jos Manso. (Madrid, 21 de Diciembre de 1744). A.G.I.; Lima, 983

PAG.

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

El inmediato efecto del relevo fue la organizacin de una nueva entrada. En esta
ocasin, el General Jos de Llamas fue el Comandante en Jefe de la fuerza, incrementada
por tropas de Lima.
Al tiempo, se inici una poltica de celadas dirigida a crear disensiones entre los
rebeldes que proporcionasen la captura de su caudillo. A tal fin, penetr en la Montaa el
jesuita P. Irusta, quien acord con el cacique Mateo de Assia la entrega de Juan Santos 17.
La entrada de Llamas, al igual que las precedentes, tuvo dos ejes de progresin, pero,
a diferencia de stas, se inici en plena temporada de lluvias. La razn de este extrao
comportamiento era la persecucin del efecto sorpresa. Si las cosas se llevaban a cabo tal
como se habran pactado, no sera necesario entablar combate ya que Assia entregara a
Juan Santos.
Los acontecimientos distaron mucho de lo planeado. Tal como haban advertido los
prcticos de la regin, las dificultades de la estacin hicieron del avance una insufrible
marcha y la columna hubo de replegarse sin emplearse a fondo en combate 18.
La entrada fue la ms desastrosa de cuantas, hasta entonces se haban llevado a
cabo.
La situacin, al trmino de la expedicin, no resultaba nada halagea. Desde haca
cuatro aos, salvo limitar los movimientos de Juan Santos a la Montaa, no se haba hecho
nada por recuperar las posiciones prdidas.
La repetida falta de acierto de los virreinales dio esperanzas a los rebeldes que
acometieron la Sierra con la toma de Monobamba, un poblado desprotegido. El ataque,
coronado por el xito, puso trgico fin a las acciones blicas de la campaa virreinal de 1746.
Los jefes militares, en junta reunida el da 20 de Agosto del mismo ao, decidieron
adoptar definitivamente una actitud conservadora frente a la rebelin. La expedicin de
Marzo haba sido el ltimo intento para capturar a Santos. La nueva tctica era aguardar al
enemigo en territorio propio, donde fuesen los rebeldes los que tuvieran que tomar la
iniciativa en un medio adverso a sus hombres y armas. Se intensificaba la vigilancia en la
ceja de selva, evitando la infiltracin de posibles enemigos. No era una renunciaba a la
ofensiva, sino al carcter pretencioso de las anteriores empresas. Se acord la construccin
de dos fuertes en Chanchamayo y en Oxapampa, que serviran de avanzadilla en la Montaa
y de puesto de control que evitase la incorporacin de refuerzos serranos a los rebeldes.
La estrategia quedaba limitada a:
"refrenar los Indios, contenerlos en su montaa, y an aniquilarlos...Y que en las ocasiones y
oportunidades que juzgasen convenientes, se les hostilice y fatigue, sin permitirles seguridad ni
sosiego con ligeras partidas, hasta aniquilarlos..."19

17. AMICH: op. cit.; 193-194


18. Ibdem; p. 166

PAG.

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

La acciones ofensivas se limitaron a poner precio a la cabeza de Juan Santos y


esperar que las defecciones de sus hombres facilitasen su entrega.
El plan mantena cerrada la regin, pero esta circunstancia no preocupaba demasiado
a las autoridades. Polticamente, la regin careca de otro inters que no fuese el de alejar a
los portugueses de las zonas ricas del virreinato. La selva no era un rea que desempease
un papel importante en la vida econmica del reino. Tampoco ofreca un aporte sustancial en
materia impositiva. Desde que se haban iniciado las entradas a la selva, tan slo se haban
asentado en ella misioneros acompaados, en ocasiones, por soldados que garantizaban su
seguridad.
Los nicos disconformes con la poltica emprendida eran los franciscanos que vean
perdido su campo de misin.
El cambio de tctica permiti que el lider rebelde tomase, por primera vez, la iniciativa
en la contienda. La accin se desarroll en forma de ofensiva encaminada a romper el cerco
al que se encontraba sometido. El verano de 1751, las fuerzas rebeldes atacaron el poblado
de Sonomoro, que haba estado en poder de los espaoles desde la primera expedicin de
Troncoso. En pocos das, fueron ocupados el astillero de Ata, Runatullo y otros pueblos
cercanos a la localidad serrana de Andamarca. Alarmadas las autoridades iniciaron los
preparativos para enfrentar el ataque a la ciudad que, sin embargo, no pudo ser evitado.
La localidad permaneci ocupada por espacio de dos das, al cabo de los cuales, las
fuerzas rebeldes se retiraron a la Montaa por voluntad propia 20.
La ltima noticia de Juan Santos fue un amago de ataque a la poblacin de Acobamba
. A partir de este momento, las noticias acerca del lder rebelde se hacen cada vez ms

21

raras, iniciando, el caudillo, su ingreso en la mitologa selvtica.

2.2. Juan Santos: el invencible?.


La consideracin de la revuelta como un precedente de los movimientos
emancipadores ha hecho que sea considerada, junto a la Tpac Amaru II, como un episodio
emblemtico y susceptible de utilizacin poltica.
La interpretacin tradicional contempla los hechos blicos como un continuo xito de
los rebeldes que, con su continuada accin victoriosa, habran demorado la incorporacin de
la regin al virreinato durante ms de medio siglo.
Tal interpretacin responde ms a un deseo que a una realidad histrica. Como hemos
visto, la accin de fuerzas espaolas mantienen dos lneas de actuacin desde el comienzo

19. Carta de Superunda a Ensenada. (Lima, 31 de Julio de 1746). A.G.I.; Lima, 983
20. Copia en un expediente legalizado de la Carta de Fr. Mauricio Gallardo a las Autoridades de la
Provincia de Jauja (Andamarca, 3 de Agosto de 1752). A.G.I.: Lima, 988
21. CASTRO: op. cit.; p. 137

PAG.

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

de la represin. La primera, ms conservadora, encaminada a limitar el levantamiento al rea


de la Montaa y a evitar que recibiese apoyos externos. La segunda lnea, ms agresiva,
persigui la derrota de los rebeldes y la captura de Juan Santos.
Para la contencin del movimiento se crearon las dos unidades de caballera
encargadas de la seguridad de la ceja de la selva, hacindola impenetrable al movimiento o
la recepcin de refuerzos.
Las unidades, tipo seccin22, aprovecharon la movilidad y potencia de choque,
caractersticos de este Arma para cumplir su misin, cubriendo una amplia faja de terreno.
Esta medida defensiva fue reforzada por otras como la creacin de fuertes en lugares
de paso estratgico.
Aunque hay algunas noticias de que el mensaje de Juan Santos alcanz localidades
de la sierra, nunca tuvo lugar el levantamiento masivo esperado por el caudillo y temido por
las autoridades virreinales. Los rebeldes lograron franquear la lnea defensiva establecida por
los realistas que, en este sentido, podemos considerar un xito.
Las operaciones ofensivas tuvieron dos formas. Por un lado, las intervenciones menos
comprometidas, como el envo de "chunchos"23para capturar al rebelde y la bsqueda de
defecciones entre las gentes del "pretenso Inca". Por otro lado, las acciones directas, como
las tres grandes campaas descritas sucintamente.
Tanto estas operaciones como las de carcter defensivo respondan a las dos formas
de entender la represin: la de los prcticos y la expuesta en la doctrina militar.
Las doctrinas estratgicas de la poca ignoraban uno de los elementos de la accin:
el terreno24 y planteaban los desarrollos tcticos en funcin del marco europeo. La guerra
anglo-americana de 1775 es el ms claro ejemplo de este desconocimiento. La emergente
potencia britnica se vio sorprendida por usos tcticos no ortodoxos pero de gran utilidad en
un terreno diferente.
La actitud recomendada para enfrentar un movimiento de las caractersticas del
surgido en la selva central peruana no era distinta a la aconsejada en el caso de que el
levantamiento hubiese sucedido en la Alta Baviera: la eliminacin inmediata del foco
sedicioso:

22. Entre 100 y 150 hombres.


23. Chuncho: calificativo de carcter despectivos con el que los nativos serranos designan a los
selvticos.
24. Segn la mayora de las doctrinas militares los elementos de la accin son cuatro: el hombre, el
armamento y el material, el ambiente y el terreno, que es el escenario donde se desarrolla la accin;
favorece o perjudica la actuacin de las tropas, el empleo de sus armas, la observacin y la direccin
del combate.

PAG.

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

"...porque las Rebeliones sucede lo que a las fuentes: cerca de su origen fcilmente se
atraviessan; lejos de su manantial ni aun con peligro se badean..." 25

La rapidez en la intervencin se justificaba en la posibilidad de que los alzados:


"temerosos de la pena, abrazan el partido...del Soberano estrangero, que les ofrezca
proteccion: Assi convendr no perder tiempo en destrurlos, (si no ay otro remedio) en
perdonarlos"26

Desde el punto de vista puramente doctrinal, no existan dudas sobre de las medidas a
tomar respecto a la revuelta: haba que atajarla cuanto antes.
Frente a la literalidad de la doctrina, la postura de los prcticos de la regin y de los
militares ms familiarizados con el terreno y sus dificultades, resultaba ms transigente. Se
aconsejaba una accin menos comprometida y ms conservadora que limitase la
propagacin de la revuelta y controlase su extensin a la Sierra, emprendiendo acciones
ofensivas que no comprometiesen directamente a las tropas espaolas.
Este planteamiento resultaba, adems, el menos oneroso para las arcas virreinales.
La regin no era rentable para la Corona. Sin ofrecer una contrapartida impositiva, consuma
importantes partidas en las misiones evangelizadoras que el estado deba sufragar. Las
quejas por la falta de apoyo econmico de los franciscanos ante el Consejo, fueron
constantes desde el s. XVII.
Tal como expresaba el Virrey Villagarca a Ensenada, no tena objeto consumir fondos
en entradas para dominar unas tierras que no aportaban beneficio alguno.
De esta forma, se adoptaba finalmente la interpretacin ms flexible de la doctrina que,
desde el principio haban expuesto los prcticos.
La estrategia adoptada definitivamente a partir de la entrada de 1746 27 adems de
cerrar el paso a la Selva, evitaba que los selvticos obtuviesen herramientas. Desde la
llegada de los misioneros, los tiles metlicos, desconocidos en la regin, se haban
convertido en elementos imprescindibles para la vida en la Montaa. Los franciscanos
conscientes de ello haban desarrollado una poltica de regalos para atraer a la poblacin
autctona. Juan Santos -conocedor del mtodo- se ofreci para sustituir los obsequios de los
frailes:
"(tena a) esta gente socorrida de buena herramienta de Espaa y les tena dicho que
nosotros venamos a engaar con herramienta pequea y podrida"28.

Dado que las herramientas ofrecidas por el rebelde procedan de los botines, la tctica
defensiva cortaba su lnea de aprovisionamiento, provocando, con ello, la irritacin de los
partidarios de Juan Santos:

25. PUERTO, Vizconde de: Reflexiones militares del...; Turn, Alexandro Vimercato, 1724; Tomo III,
Lib. VIII, p. 168
26. Ibdem; p. 38
27. Amich habla de una entrada en 1750, sin embargo, las informaciones son escasas y poco fiables,
por lo que no le prestamos atencin.
28. Archivo de Lmites, LEB, 12-20; cit. en MATEOS: op. cit.

PAG.

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

"Lo que prudentemente puede esperarse es que los Indios a quienes el revelde ha
mantenido alucinados con las falsas promesas de proveerlos de cuchillos y dems herramientas
que tanto necesitas, depongan su engao y exasperados de las tiranas practicadas con sus
antiguos principales, y de que les falten las ocasiones de robar en las provincias, se deshagan de
este impostor intruso y pague por medio de los mismos Brbaros su delito, o den oydos a la
comunicacin de los misioneros siempre atentos a las ocasiones de reducirlos a la fee y a la debida
subordinacin."29

Los diez aos de guerra fueron consecuencia de la incapacidad de las autoridades


para comprender la realidad del medio, ya que, desde el punto de vista estratgico, el
conflicto estaba dominado desde la campaa de 1742.
De las acciones emprendidas durante este ao, la ms efectiva de todas fue una de
las menos "vistosas": la creacin de las dos unidades de caballera ya citadas. Con esta
medida, la revuelta no pudo extenderse a la Sierra, donde se hubiese convertido en un grave
peligro para el reino.
Al tiempo, el xito parcial que supuso la toma de Quisopango, durante la entrada de
Milla y Troncoso, , vena a demostrar cmo las fuerzas virreinales, bien dirigidas, podan
lograr una alta efectividad en un medio tan adverso. Troncoso, en su marcha desde
Sonomoro hasta el depsito de armas de Quisopango, atraves la regin, cruz el Peren y
pas a espaldas del grueso de los rebeldes, en Eneno, burlando la supuesta superioridad de
Juan Santos en el medio selvtico. La ltima jornada, antes de alcanzar el objetivo, realizada
de noche, demostr una sorprendente pericia de las fuerzas espaolas que pone en tela de
juicio la acusada incapacidad de stos. Finalmente, la entrada en Quisopango evidenci la
inoperancia de los alzados a campo abierto a las tropas represoras, lo que dejaba en
evidencia las dificultades insalvables a las que Juan Santos se enfrentara en un combate en
las tierras altas .
El 9 de Octubre de 1742, fecha de la entrada de Troncoso en Quisopango, marcaba,
por estas razones, el fin estratgico de la revuelta, cuya prolongacin se debi a las
circunstancias mencionadas.
Las dos entradas que siguieron a la de 1742, la de 1743 y la de 1746, fueron
desafortunadas aplicaciones de una doctrina militar errnea, que sirvieron para renovar los
nimos de los alzados y mantener la situacin.
Con todo y pese a ello, los resultados cosechados por ambas expediciones no fueron
tan negativos como algunos historiadores se han empeado en demostrar. En los sucesos
que desembocaron en la toma de Quimiri (1745), Castro entiende que la accin de los indios
situados en Buena Vista fue todo un modelo de acoso guerrillero que obtuvo como resultado
el agotamiento y la crispacin de las tropas del General Santa. En realidad, la hueste
espaola, desplegada en orden de combate tropez con algunos hombres de Juan Santos,
que se dispersaron tras los primeros disparos. El cansancio referido en el diario de la

29. FUENTES, Manuel Atanasio: Memorias de los Virreyes que han gobernado el Per durante el
tiempo colonial espaol. Lima, Bailly, 1859; vo. IV, p. 105

PAG.

10

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

expedicin, interpretado por Castro como prueba del xito de los levantados, fue el fruto
natural de un avance en orden de combate, donde la seguridad prima sobre la velocidad y la
comodidad de la marcha, mxime en un medio tan spero.

PAG.

11

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

3. EL MILENIO SELVATICO.
Tal como se ha destacado, la rebelin selvtica y la de Tpac Amaru II fueron
movimientos importantes por su desarrollo blico y su envergadura, tanto en extensin
geogrfica como cronolgica. Otro elemento caracterstico de ambos ha pasado ms
desapercibido: su mesianismo.
Sobre la revuelta de Juan Santos existe una obra que aborda, de forma particular, sus
aspectos milenaristas -Zarzar:"Apo Capac Huayna, Jess Sacramentado." Mito, utopa y
milenarismo en Juan Santos Atahualpa-30. La propuesta de Zarzar, sustentada en los
escasos textos conservados, mantiene la convivencia de dos discursos en el credo de Juan
Santos: el milenarismo joaquinista y la "utopa andina"

que ansiaba la reconstruccin del

Tahuantisuyu. Conforme transcurri el tiempo, la mayor presencia de la heterodoxia cristiana


ira cediendo paso a un discurso fundamentalmente nativista y antioccidental.
La ideologa del caudillo selvtico habra atravesado tres estadios:
- mesianismo cristiano y milenarista (1742),
- sntesis entre el milenarismo cristiano y la visin andina (1747) e
- Inca utpico, encarnacin de Inkarr (1752)

31

La doctrina de Juan Santos presenta unas caractersticas religiosas originales. Si


prestamos atencin al levantamiento de Huarochir (1750) o al encabezado en Moquegua por
Juan Vlez de Crdoba (1737), vemos que, aunque en los dos existen referencias a
legtimos herederos de la

mascaypacha

incaica, ninguno llega a los extremos de Juan

Santos en sus prdicas.


Zarzar ve en las informaciones, una asimilacin entre las concepciones milenaristas
cristianas y las andinas, observando una paulatina andinizacin del mensaje de Juan Santos,
cuya radicalidad termina rompiendo con la Iglesia y manteniendo exclusivamente la
trayectoria no cristiana. El planteamiento del caudillo retomara la concepcin joaquinista de
la historia y establecera tres edades: la del Padre, la del Hijo y la del Espritu Santo.
Paralelamente al planteamiento del benedictino, manteniendo otras tres edades andinas: el
tiempo de los Incas, el tiempo de los Espaoles y su propio tiempo, permitiendo la
identificacin entre el propio Juan Santos y la Tercera Persona de la Santsima Trinidad:
"Dice, pues: a la tercera Persona Divina le convienen el nombre de Santo (saca por menor) y
tengo por nombre Santo: luego soy el Espritu Santo."32

30. ZARZAR, Alonso: "Apo Capac Huayna, Jess Sacramentado." Mito, utopa y milenarismo en
Juan Santos Atahualpa. Lima, C.A.A.A.P,, 1989
31. Ibdem; p.

PAG.

12

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

Aunque la propuesta de Zarzar encuentra bases en la documentacin, aparecen


preguntas a las que an no se les ha dado respuesta. La principal de ellas es la intromisin
en el mundo andino de la ideologa de un fraile italiano semihertico del s. XIII.
Es un hecho reconocido la lentitud con la que los misioneros lograron la conquista
espiritual del hombre americano. Si analizsemos el fenmeno de la evangelizacin a la luz
de las mentalidades con que los pioneros la iniciaron, durante el s. XVI, deberamos admitir
que el proceso conversor, a cinco siglos de su comienzo, an no se ha completado, ni tan
siquiera en las regiones ms intensamente aculturadas. Si la ortodoxia ha tardado tanto en
ser asumida por los neocatecmenos, por qu ideas heterodoxas habran de ser aceptadas
ms rpidamente?, teniendo en cuenta, adems, las exigentes trabas que llegaron a imponer
las autoridades espaolas civiles y religiosas para impedir el paso de ideas de corte hertico
?. Es posible que pasasen a Indias religiosos "iluminados". Los historiales del Santo Oficio,

33

recogen varios casos investigados en el Virreinato peruano, pero la transmisin de estas


ideas a grupos numerosos de indgenas requera la labor continuada de bastantes miembros
de una comunidad, durante un lapso prolongado, circunstancia altamente improbable debido
a la fiscalizacin del Regio Patronato. En la regin selvtica, donde tuvo lugar la revuelta de
Juan Santos, la reciente evangelizacin haca poco probable la contaminacin, aun ms si
tenemos en cuenta el rechazo frontal que los selvticos habran mostrado hacia la nueva
religin. Tampoco tenemos noticias de la presencia de frailes sospechosos de joaquinismo
en la regin, que hubiesen atrado la intervencin de las autoridades del Santo Oficio.
La posible explicacin sera que la similitud entre el planteamiento joaquinista y la
cosmovisin indgena facilitase la asimilacin. Pero este camino no ha sido suficientemente
explorado para hacer esta suposicin.
Otro problema es el medio por el cual Juan Santos fue influido por las ideas de De
Fiore. Si hacemos caso a la mayora de las informaciones que poseemos, el lder rebelde no
se form entre franciscanos, lo que hara ms posible el contacto, sino que habra sido
educado entre jesuitas, cuyos miembros no han aparecido histricamente vinculados con las
ideas del abad calabrs. Es ms, la actitud de Juan Santos es ligeramente hostil a los
miembros de la Orden de San Francisco. Cmo pudo conocer el caudillo las concepciones
joaquinistas?.
La nica posibilidad es que el lder rebelde hubiese estado en contacto con algn
jesuita heterodoxo. Esta circunstancia, dada la slida formacin que reciban los miembros
de la Compaa y su fidelidad tradicional a los dictados romanos es bastante difcil. Sin

32. Segunda Relacin de la Doctrina, errores, y heregias que ensea el fingido Rey Juan Santos
Atagualpa, Apuinga, Guainacapac, en las Missiones del Cerro de la Sal...en CASTRO:
op. cit.;
Documento no. 2
33. Una posible explicacin es que la doctrina heterodoxa, con una concepcin tripartita de la historia,
fuese ms asumible por una cultura de cosmovisin cclica. Aunque dadas las limitaciones impuestas
por las autoridades religiosas, esta relacin resultase difcil.

PAG.

13

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

embargo, se nos ocurre una posibilidad que no parece haber sido puesta en el candelero
hasta ahora. En el trabajo de Egon Schaden sobre los movimientos milenaristas que tuvieron
lugar en el rea tupi-guaran, se establece una interesante propuesta 34. El xito religioso y
profano de las reducciones jesuticas estuvo basado en la conjugacin de dos fenmenos
milenaristas de distinto tipo. Por un lado, el mesianismo geogrfico vinculado a la mitologa
tradicional de la zona, que atribua a los "pais" -hroes culturales- el papel de conductores a
la salvacin -tierra sin mal- durante el inicio de los cataclismos escatolgicos. Por otro, el
milenarismo de los religiosos catlicos, imbuidos en la idea de la creacin de una nueva
cristiandad, limpia de los vicios que haban corrompido a la antigua. Mientras los jesuitas
vieron en la colaboracin entusiasta de los guarans una prueba del milenio feliz que se
estaba iniciando, los naturales, a su vez, proyectaron, en los padres a sus propios hroes,
llamando incluso

"pais" a los misioneros. Esta combinacin de

"milenarismo" sera la

explicacin del xito sin precedentes que tuvieron los establecimientos de la Compaa,
retomando una idea que haba germinado en los albores de la conquista, pero que nunca fue
puesta del todo en prctica: la separacin de Repblicas. Los nicos europeos que estaran
en contacto con los indgenas seran los propios Padres que ejercan, adems de su labor
apostlica, una funcin de padrinazgo de los aborgenes en los campos profanos que
requiriesen relacin con la Repblica de espaoles.
La idea llevada a la prctica en Paraguay y Norte de Argentina es la que planteaba
Juan Santos, cuyo deseo era una radical separacin de las Repblicas, expulsando a los
grupos algenos de Amrica y manteniendo tan slo a los Padres de la Compaa.
Si, tal como hemos visto, es ms que posible la vinculacin del lder rebelde con los
jesuitas, no tendra nada de extrao que las ideas aparecidas en su credo tuviesen este
origen.
Otra circunstancia no contemplada por Zarzar es la vinculacin entre las edades del
mundo, segn la concepcin de la historia joaquinista y la andina. Las edades en que la
cosmovisin andina articulaba la historia, antes de la llegada de los espaoles eran,
generalmente, cuatro. El nmero tres no aparece mencionado entre los cronistas que
recogieron la cosmovisin de los vencidos. Cmo, entonces, articular la concepcin
tripartita cristiana con la andina?. Sabemos que en el s. XX la imagen de una historia dividida
en tres edades aparece ya incorporada a la cosmovisin andina 35, pero desconocemos en
qu momento tuvo lugar esta asimilacin.
Queda otra pregunta ms: el esquema que hemos presentado es vlido para las
culturas serranas. Si bien Juan Santos y algunos de sus seguidores podan haberse dejado
llevar por l, la mayora de los comprometidos en la revuelta son selvticos y, por lo tanto,

34. cif. SCHADEN, Egon: "El mesianismo en Amrica del Sur" en PUECH, Henri-Charles (comp.):
Movimientos Religiosos derivados de la aculturacin. Madrid, Siglo XXI, 1983
35. MARZAL, Manuel: El sincretismo religioso iberoamericano. Lima, P.U.C.P., 1988

PAG.

14

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

alejados del universo mental andino. Cmo explicar la aceptacin de un planteamiento


ajeno a la cultura regional?

36

La pretensin de identificar la ideologa del movimiento de Juan Santos con el


joaquinismo resulta bastante fantasiosa y, sin embargo, no se encuentra demasiado
descaminada. El error parte de la asuncin de los planteamientos de la "utopa andina" tal
como fueron enunciados por Flores Galindo. En palabras de ste, la utopa andina sera la
mitificacin del pasado pre-hispnico37,

y los fenmenos que origina, en modo alguno,

pueden ser considerados como mesianismos ni milenarismos, dado que estos movimientos
38

son productos de mentalidades judeocristianas

Segn esto, el milenarismo joaquinista no sera el mismo fenmeno que la utopa


andina, pero tendran elementos semejantes, que haran posible que una concepcin
sustituyese a la otra en la ideologa de la rebelin.
La aceptacin del planteamiento de Flores supone tambin la asuncin de sus errores.
El principal de ellos es el desconocimiento del concepto de "milenarismo".
Al igual que otros conceptos que han llegado a circular fuera del campo original,
"mesianismo" y "milenarismo" han sufrido una vulgarizacin debido a un uso indiscriminado y
poco meticuloso. Pese a que en su origen el trmino milenarista se encuentra en el libro del
Apocalipsis de San Juan39, la moderna ciencia de las religiones le da un significado que lo
desgaja de la tradicin cultural judeo-cristiana:
"El trmino milenarista no se emplea en su sentido histrico limitado y especfico, sino
tipolgicamente, para caracterizar los movimientos religiosos que esperan una salvacin colectiva,
inminente, total, ltima y terrenal."40

La ideologa predicada por Juan Santos pudo ser milenarista sin por ello tener relacin
alguna con el joaquinismo. Los elementos semejantes que aparecen en los dos
planteamientos no tienen que ser conexiones, sino categoras comunes a un gnero de
fenmenos sociales.
En el mundo andino, la llegada de los espaoles pudo ser interpretada como un
"pachacutic" -momento de inversin del mundo entre los distintos ciclos de la historia-. La
cosmovisin entenda estos lapsos como la inmersin en el caos que daba paso a la
reordenacin de un hroe cultural. El Inca, como figura mtica, fue asumiendo este rol en el
mundo mental andino, al tiempo que su historicidad se iba diluyendo. Si en los primeros
fenmenos vinculados a la "utopa andina"

-como el Taki Onqoy- no existan referencias al

36. Aunque no se trata de un fenmeno nico como sucede con Santiago entre los chiriguanos o el
Inca Pedro Bohorquez en Tucumn.
37. BURGA, Manuel y Alberto FLORES GALINDO: "La utopa andina" en Allpanchis, XVII, no. 20
38. BURGA: Nacimiento de una utopa. Muerte y resurreccin de los incas. Lima, I.E.P., ; p. III
39. Ap. 20; 1-3
40. TALMON, YONINA: "Milenarismo" en
Enciclopedia Internacional de las Ciencias Sociales.
Madrid, Aguilar, 1975, vol VII; p. 104

PAG.

15

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

papel del soberano cuzqueo, en los sucedidos a partir del s. XVII, el Inca adquiere
protagonismo, asumiendo, tal vez, elementos propios del mesas cristiano.
En el discurso de Juan Santos, aparecen elementos vinculados con esta concepcin
de la historia. Por un lado, se hace referencia a que el tiempo de los espaoles ha llegado a
su fin:
"...que ya a los espaoles se les acab su tiempo, y a l le lleg el suyo." 41

Aunque se puede tratar de una simple figura literaria, es la misma imagen que aparece
en la documentacin sobre el Taki, donde es la mita del Dios de los espaoles la que ha
llegado a su fin, para ceder paso al tiempo de las huacas 42.
Esta sera la ms clara de las referencias a una alternancia de edades. La relacin
entre las edades andinas y las edades joaquinistas no parece ir ms all de la concepcin de
un tiempo cclico habitual en las mitologas que pueden albergar movimientos de este tipo

43

El anhelo de una salvacin total, colectiva y mundana no es ms que la proyeccin en el


futuro del recuerdo de la edad dorada primordial bajo la forma de un tiempo perfecto.
Sin entrar a fondo en los orgenes y causas de los fenmenos milenaristas, stos
pueden aparecer en cualquier cultura que posea mitos que los amparen, y que atraviese
unas condiciones de crisis y desestructuracin.
Juan Santos se presenta a s mismo como un ser semidivino, enviado de Dios 44, pero
subordinado a lo sagrado y de peculiar ascetismo45. Paulatinamente el mensaje se va
transformando y su papel adquiere un valor mayor hasta que declara ser el Espritu Santo 46.
Este es precisamente el rasgo que permite pensar en una asimilacin de las ideas
joaquinistas. La versin popular del joaquinismo reduce esta doctrina a la concepcin
tripartita de la historia del mundo, cuya ltima edad, la del Espritu Santo, correspondera al
milenio apocalptico y sera anunciada por un "alter Christo" que no pocos identificaron con el
serfico fundador de los franciscanos. Juan Santos desempeara los dos papeles
protagonistas en los movimientos de este tipo. En la primera poca sera el anunciador de la
nueva edad y, ms tarde, asumira el rol divino primordial.
El elemento que alejara el discurso de Juan Santos del joaquinismo popular, sera su
americanizacin, extendiendo la radical separacin de Repblicas al mbito de lo sagrado y

41. Carta de Fr. Manuel del Santo, Fr. Jos Cabanes y Fr. Domingo Garca a Fr. Jos Gil Muoz...
42. MILLONES, Lus: Historia y poder en los Andes Centrales. Madrid, Alianza, 1987; p. 169
43. Algunos autores conciben la imagen de la historia judeo-cristiana de la historia como esencialmente
lineal, sin prestar atencin a la relativa modernidad de este modelo que vino a sustituir a una
concepcin cclica de la historia donde sucesivas humanidades fueron destrudas, dando paso a
nuevos ciclos histricos, quedando en la actualidad todava huellas visibles en los mitos del diluvio y de
la destruccin de Sodoma y Gomorra.
44. Copia de la relacin o carta escrita por el reverendo padre Fr. Joseph Gill Moz...
45. Diario del secretario de Troncoso (Da 29)...
46. Segunda Relacin de la Doctrina, errores, y heregias...

PAG.

16

ARTURO E. DE LA TORRE LPEZ: "GUERRA Y RELIGIN EN JUAN SANTOS".


El Reino de Granada y el Nuevo Mundo. Dip. Prov. de Granada, 1994; vol. III, pp. 517-531

adoptando una idea tradicional del mundo indoamericano: la existencia de divinidades


diferentes para espaoles y naturales, con campos de accin separados:
"se hace creer que es hijo de Dios Sacramentado, blasfemia tan horrible que pide justicia al
Cielo. Dice tambin que es el Espritu Santo, que slo l tiene potestad en la Amrica, de quien es
Dios absoluto."47

La concepcin milenarista en torno a la revuelta no acaba con la desaparicin del


caudillo. Lo incierto de su muerte facilit el trnsito de su figura al plano mtico y, muy poco
despus de los episodios histricos, era fcil recoger leyendas que explicaban la
sobrenatural ausencia de Juan Santos. Las leyendas hablan de la ascensin del caudillo a
los cielos o de su descenso a los infiernos, abandonando el plano intermedio o mundano y
exilindose en los

mundos reales, en espera de retornar a cumplir su misin.

Hoy en da,

todava se aguarda su retorno para conducir al pueblo campa a la "tierra sin mal"48.

47. Ibdem
48. Ver REGAN, Jaime:
Hacia la Tierra sin Mal: estructura de la Religin del Pueblo en la
Amazonia. Iquitos, C.E.T.A., 1983

PAG.

17

También podría gustarte