Psicologia de La Liberacion MARTIN BARO
Psicologia de La Liberacion MARTIN BARO
Psicologia de La Liberacion MARTIN BARO
Ignacio Martn-Bar
Impresin
Simoncos Ediciones. S.A.
Poi. lnd Son Crisl6bol
C/ Estoo, po1cclo l 52
47012 Vollodolid
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P SICO LO GIA
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Eplogo. El contexto socio-poltico del asesinato de Ignacio MartnBar: Noam Chomsky ...........................................................
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Introduccin
Amalio Blanco
No suele ser frecuente, pero sucede a veces, que las ideas que finalmente constituyen el armazn terico de toda una vida se encuentren claramente explicitadas o se adivinen en los guios tericos y
justificaciones epistemolgicas de los primeros momentos de la actividad intelectual. Suele acontecer con los genios que, a medida que
van madurando, no hacen sino seguir con toda naturalidad los impulsos de sus intuiciones, y sucede tambin con aquell os cientficos
que a su lucidez unen un robusto compromiso personal con un determinado modelo de sociedad a cuyo servicio dedican todo su entusiasmo.
Este segundo sera, sin duda, el caso de Ignacio Martn-Bar,
vallisoletano de nacimiento y salvadoreo de corazn hasta aquella
infausta madrugada del 16 de noviembre de 1989 en que los sicarios
de la sinrazn segaron definitivamente su voz. Pero nos queda su
palabra incansablemente comprometida desde sus primeros escritos
en la construccin de una Psicologa de la liberacin. El hecho de
que esta denominacin concreta no haga acto de presencia hasta
1986 es una mera ancdota, porque desde que en 1972 publicara
Hacia una docencia liberadora, la idea de que el reto de la Psicologa
latinoamericana se sita en arrancar a las mayoras populares de las
garras de un srdido fatalismo que justifica la opresin poltica y la
explotacin econmica transita con paso firme a lo largo de toda su
produccin (el problema ms importante que confrontan las grandes mayoras latinoamericanas es su situacin de miseria opresiva,
su condicin de dependencia marginante que les impone una existencia inhumana y les arrebata la capacidad para definir su vida
escribe en Hacia una Psicologa de la liberacin). Y es as, sin duda,
porque mucho antes que en sus artculos y en sus libros, la idea de
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4. E.s la irrupcin de los ausentes, de los sin voz (ni voto) en la escena teolgica
latinoamericana tras el Vaticano 11. G=avo Gutitrrez, su ms prematuro defensor, lo ha
descrito con certeros trminos (Gutirrcz, 1990, p. 303): Nuestros das ll evan la marca de
un vasto acontecimiento histrico: la irrupci611 de los pobres. Es decir, de In nueva presencia
de quienes de hecho se hallaban "ausentes" en nuestra sociedad y en la Iglesia. Las palabras
de Jon Sobrino (1992, 49) son pcrfeetamente.coincidentes: La teologa de la liberacin ha
determinado desde sus orgenes que el hecho mayor, es deci r, aquello en que mejor se expre
sa hoy la realidad es la irrupcin de los pobres. Lo que ha tomado inocultablemente la
palabra, corno palabra de realidad, son los pobres. Basten estas ln~s como introduccin;
sobre ene asunto volveremos en el captulo El papel dcscnmascarador del psiclogo (ver
nota 14), en Iglesia y revolucin en El Salvador (ver nota 8) y en Hacia una Psicologa de
la liberacin (ver nota 14).
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INTRODUCCIN
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INTRODUCCIN
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El educado respeto para con todas las posibles maneras de deconstruir la realidad puede conducir a una inhibicin prxica, a dejar de intentar bsquedas para averiguar qu es lo que verdaderamente sucede en una sociedad, y sobre todo, a despreciar la idea
de trabajar sobre la realidad social para modificarla (Reynoso,
1996, 58); o, lo que es lo mismo, a cercenar la misma razn de ser
de la ciencia social. Desde el punto de vista tico el ensanchamiento
del sujeto (elevar la relativizacin psicolgica a la nica categora
epistemolgica en la construccin del conocimiento) tiene indudables consecuencias; Jos M. Mardones (1994, 27) las ha tratado de
sintetizar: a) carencia de solidaridad para con los maltratados de la
historia; b) predominio del olvido de los otros y del sufrimiento de
los vencidos; e) emergencia de un sujeto fatigado y decrpito. El
compromiso axiolgico de aquella postura terica que se ocupa de
proclamar tajantemente que es la teora quien constituye la fuente
de realidad (Ibez e iguez, 1996, 59), o que la realidad es el
producto de lo que pensamos de ella (Fernndez Christlieb, 1994,
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Historizar los parmetros que han servido de referencia a la Psi cologa social a la hora de explicar el con1portamjento desde las
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INTRODUCCON
peculiaridades y los contextos en los que se)leva a cabo la produccin terica: es desde esa perspectiva histrica desde la que se formulan los principales reparos a muchos de los modelos com(mmente aceptados en el mbito acadmico y se hacen planteamientos
alternativos, escribir en el Prlogo del segundo volumen de su
Psicologa social (Martn-Bar, 1989c, 6). As es como los grandes
temas de los que se ocupa su Psicologa social (la marginacin, la
violencia, el poder, los fenmenos grupales, los procesos de socializacin dentro de los que incluye la identidad y la discriminacin
sexual, los estereotipos, las actitudes, la cooperacin y la solidaridad), son abordados, sin excepcin, desde una crtica, unas veces
ms razonable que otras, al prcsentismo (abstraccin de la realidad
previa al sujeto), al individualismo y al ahistoricismo domi nantes en
la Psicologa social de corte ms tradicional.
La prolija exposicin de la famosa situacin experimental ideada por Muzafer Sherif a m ediados de la dcada de los treinta con la
ayuda del efecto autocintico le sirve de excusa para concatenar una
crtica muy pausada y llena de lucidez (no siempre es as, la que le
hace a Lewin, por ejemplo, anda algo ms errada) a todo un captulo
de su Psicologfa social, el de la formacin de normas en el grupo,
sobre la base de dos supuestos que Martn-Bar entiende especialmente dudosos: a) el de una situacin completamente abstrada de
la realidad concreta en la que se lleva a cabo el experimento (una
cierta suerte de presentismo); b) el de un punto cero en la estructura
normativa de los sujetos experimentales al que contrapone con machacona insistencia el fenmeno de la reproduccin del orden social, del orden normativo, del orden cognitivo, cte., al que, por cierto, dedica el ltimo apartado del primer captulo de Sistema, grupo
y poder). La idea de que del experimento de Shcrif se puede desprender el peligro de juzgar que la norma social puede encontrar
explicacin adecuada en los elementos que configuran la situacin
actual, y que este peligro impregna la mayor parte de anlisis de la
llamada dinmica de grupos (Martn-13ar, 1989c, 61), es de todo
punto verosmil habida cuenta del desi nters y hasta del rechazo
que la Psicologa social anglosajona ha mostrado por lo macrosocial
desde la malhadada llamada de Allport a hacer del individuo la nica unidad de anlisis de esta disciplina7 , dirn algunos; otros prefe7. Los 1rminos en que se expresa Martfo-Bar son los siguicmcs: .Con Allporc aparece ya con coda claridad el carc1er de J;i Psicologa social nonc;imcricana: la preicnsin
cicntica conduce a un reduccionismo radical en el que lo eliminado es prec1samcme lo
social en cuan10 tol, miemras que la bsqueda de respuestas prag'mticas a los problemas de
la sociedad yanqui llcvn a concenrrnrsc en fenmenos microsocialcs o sicuaciones individuales, prescindiendo del contexto social ms amplio (Martn-Bar, 1983, 37).
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PSICOLOCJA
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de este libro). Entre la importacin acrtica de las teoras psico-sociales y el permanente punto cero (esa psico1oga del coqu a la
que har referencia en el ltimo captulo) hay un punto intermedio:
sera insensato, presuntuoso y demaggico tirar por la borda todo el
conocimiento disponible; todava tiene mucho de bueno la Psicologa social norteamericana, esa Psicologa que acostumbra a ser pasto
de algunas iras provincianas (ver nota 20 en el captulo El papel
desenmascarador del psiclogo).
En el fondo, todos stos no son ms que argumentos donde MartnBar apoya su abierta oposicin a la existencia de un orden natural
que coloca a cada uno en un determinado lugar dentro de la estructura social y permite lacerantes situaciones de indigencia, la violacin
sistemtica de los derechos humanos (el derecho a la vida, a la libertad de expresin y militancia poltica, a la enseanza, a un trabajo
dignamente remunerado, a la salud) de millones de personas cuyo
nico recurso se limita a dar ejemplo de resignacin porque esta situacin les allana el camino hacia el cielo. Pocas cosas fueron capaces
de desatar la ira intelectual y de definir el compromiso t ico de Martn-Bar como esta estructura de creencias (base y sustento del fatalismo) a la que con tanto empeo se ha aferrado en su historia la
doctrina y el magisterio de la Iglesia, una doctrina a la que nuestro
autor tilda repetidas veces de Opio del pueblo en los trminos ms
estrictamente marxistas (ver a este respecto la nota 2 en el captulo
Iglesia y revolucin en El Salvador, y de manera algo ms indirecta
la n ota 6 sobre fatalismo, religin e ideologa en El latino indolente y la nota 7 de Presupuestos psico-sociales del carcter sobre la
definicin de ideologa). Es, sin quda, desde esta conviccin rayana
en la ira desde la que se puede entender la hiprbole sociologista de
Marcn-Bar y la ruptura de una cierta mesura dialctica. Las consecuencias del orden natural han sido y siguen siendo tan salvajes
en Amrica latina que a cualquier espritu sensible le puede resultar
intelectualmente incomprensible y ticamente insoportable el intento de aferrarse a esta idea mucho ms propia del Medievo que del
siglo xxr.
Al hilo de estas consideraciones, Martn-Bar va enhebrando una
de sus hiptesis ms slidas, predilectas y contundentes: cuando desde determinadas posiciones psico-sociales, perfectamente afincadas
en la ciencia social, hablamos de la realidad como un hecho histrico,
estamos diciendo, cnt're otras cosas, que al perder el sello de la san-
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PSlCOLOGIA DE
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cin divina las estrucn1ras sociales latinoamericanas dejaron de aparecer como un destino natural y se rrfostraron en su carcter de producto de una historia de violencia y de rapia; y lo que antes haba
sido visto como un designio incomprensible de Dios, ahora mostraba
su carcter de injusticia estructural, interpretada teolgicamente
como pecado, es decir, como negacin de Ja vida (Martn-Bar, 1985,
74). Una postura que se ver ratificada en ((Iglesia y revolucin en El
Salvador y tendr continuidad en diversas pginas de este libro (ver,
por ejemplo, el captulo Del opio religioso a la fe libertadora). La
crtica al orden natural bajo cuyo paraguas se han cometido las ms
indignas tropelas es otra de las lneas que atraviesan de parte a parte
la Psicologa social de Martfn-Bar. Encontramos referencias a ella
tanto al hablar del machismo (Martn-Bar, 1968) como a la hora de
afrontar el estudio de la familia (Martn-Bar, 1986), Ja imagen de la
mujer (Martn-Bar, 1980) o 'el fatalismo.
La teologa necesita legitimarse cientficamente para dar cuenta
de la estructura y de los hechos social es, as como para explicar las
razones del comportamiento humano, del normal y del denominado patolgico. Probablemente por eso es por lo que uno de sus signos distintivos es no slo su respeto, sino su dependencia de las
ciencias sociales, su exquisito cuidado y su permanente atencin a
las teoras y a los datos que se ofrecen desde aquellas disciplinas que
se ocupan de estudiar la realidad social y son capaces de ofrecer un
acabado diagnstico de las razones ltimas de las situaciones de
opresin y pobreza, y de aquellas otras que operan en su mantenimiento y que pueden afectar a su cambio.
Es Ja mediacin socio-analtica de que hablan, entre otros,
Tamayo-Acosta (1991, 71-78) y Clodovis Boff (1990, 101-106), con
cuya ayuda se pretende llegar al fondo de esas razones. A la luz de
esa mediacin, y tan slo tomando como punto de partida la Psicologa social, hoy en da sabemos que no todas las estructuras, atmsferas o culturas grupales gratifican igualmente a los individuos, ni
son igualmente idneas para promocionar la participacin, ni facilitan de la misma manera el desarrollo de la autoestima o el de la
tolerancia (tan capital para la convivencia en las sociedades multitnicas que se avecinan), ni garantizan unas relaciones intergrupales
armnicas, ni coadyuvan de la misma manera al bienestar y al equilibrio psicolgicos (por citar tan slo unos pocos ejemplos). Digmoslo sin rodeos: desde los datos que nos ofrecen investigaciones
de Sherif, Zimbardo, Asch, Milgram, Janis o Lewin, autores todos
ellos incuestionables para nuestra discipl ina, la Psicologa social est
en disposicin de poder defender la hiptesis de que la patologa es
tambin una cualidad que se puede predicar de determinados gru-
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pos, y hasta de ciertas sociedades. El reciente Informe sobre Desarrollo humano 1996 del Programa de las Naeiones Unidas para el
Desarrollo muestra que la esperanza de vida al nacer, los servicios
de salud, la oferta calrica diaria per cpita, la tasa de alfabetizacin
de adultos, el PJB real per cpita, el ndice de escolaridad, la tasa de
mortalidad, etc., datos ciertamente fros y ramplones pero detrs de
los que hay nios gue mueren de desnutricin, mujeres vctimas de
la violencia conyugal, ndices de desempleo y delincuencia juvenil,
etc., ofrecen un paisaje muy diferente a lo largo de los distintos
modelos de organizacin social, de estructura laboral, de distribucin de la riqueza, de cobertura social para los ms necesitados, de
igualdad de oportunidades, de justicia social, etc. Al hilo de su reflexin sobre la gracia y el pecado, Ellacura escribe algo extraordinariamente slido desde los supuestos de la teologa de la liberacin
con lo que resulta muy difcil no estar de acuerdo desde la Psicologa
social:
Hay estructuras sociales e histricas que son la objetivacin del poder del pecado y, adems, vehiculan ese poder en contra de los hombres, de la vida de los hombres, y hay estructuras sociales e histricas que son objetivacin de la gracia y vehculan, adems, ese poder
en favor de la vida de los hombres; aqullas constituyen el pecado
estructural y stas constituyen la gracia estructural (Ellacura, 1990,
356).
Resulta fcil encontrar equivalencias psico-sociales a estos trminos (lo hemos hecho en pginas previas); lo que aqu subyace es
una concepcin del pecado que rompe definitivamente con un dualismo, que se ha revelado extraordinariamente perverso, entre la
historia de la salvacin y la historia del mundo (historia de Ja sociedad), entre la vivencia personal e ntima de la fe y la experiencia
como ciudadano perteneciente a una determinada cultura, formando parte de una sociedad concl'eta y siendo (o no) partcipe de un
determinado modelo poltico. La teologa de la liberacin ha optado definitivamente por superar la diferencia entre las creencias religiosas ms profundas y la ideologa, entre el designio de Dios respecto a personas y grupos y las acciones emprendidas para salir de la
postracin y de la miseria, entre las verdades reveladas y los datos
de la realidad social, entre un resignado e indigno aqu y ahora
y un feliz despus.
Lo natural frente a lo sobrenatural, lo sagrado frente a lo profano: ste es el sustento de una ideologa marcadamente preconciliar
que ha causado verdaderos estragos en Amrica latina; uno de ellos,
y no es precisamen~e el ms irrelevante, es un fatalismo de profun-
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PSICOL O GiA
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das races psico-sociales (de races muy vygotskianas, puesto quepodra analizarse perfectamente desde.tia ley gentica del desarroll o
cultural). La historia es slo una, advierte Leonardo Boff: o es una
historia de liberacin o es una historia de opresin; se acab, por
tanto, esa ilusa comodidad pastoral de dedicarse tan slo a las cosas
del espritu, al nivel sagrado del hombre, a su vertiente sobrenatural: resulta ontolgicamente imposible, porque cuando se considera lo sobrenatural como algo fuera de la historia, como una realidad
agregada a lo natural o como un segundo piso del edificio humano
no debido al ser humano, existe el riesgo de alienacin y de ideologizacin del cristianismo (Boff, 1989, 82).
En una palabra, la idea de que no hay historia de salvacin sin
salvacin en la historia es, a la postre, la que se ha constituido en
verdadero reto intelectual pau los telogos de la liberacin, la que
desatado las ms airadas crticas del magisterio, quiz porque ha
visto tambalearse su influencia y su poder.
Una idea de horizontalidad, de apertura hermenutica, de huida
de la literalidad con la que tan mal se aviene el espritu oscuro, cerrado, sinuoso y rgido que ha concedido a la curia romana el actual
pontificado en materia doctrinal. Precisamente por eso es por lo que
Juan Pablo 11 inicia su discurso inaugural de la reunin de la CELAM
con una seria admonicin: hay que corregir las incorrectas interpretaciones que se han hecho de Medelln, porque vigilar la pureza de
la doctrina, base en la edificacin de la comunidad cristiana, es, pues,
junto con el anuncio del Evangelio, el deber primero e insustituible
del Pastor, del Maestro de la fe (CELAM, 1979, 20).
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INTRODUCCIN
Tamayo-Acosta cuenta cmo el obispo dimisionario de Cucrnavaca (Mxico) confesaba, no sin cierto pudor, que el horizonte de la
liberacin no se encuentra en la historia de Ja: salvacin, sino en las
ciencias sociales. Es difcil saber en quin estaba pensando el bueno
de Mndez Arceo, pero le asiste toda la razn. A cualquier estudioso
de la ciencia social le vendran de inmediato a la mente los nombres
del conde de Saint-Simon, de un Comte' que cifra en el reordenal O. El sentimiento de caos, la descomposicin intelectual, la crisis de la moralidad
pblica, la corrupcin poltica, la ambicin, etc., estuvieron muy presentes en su Leccin 46
(La Flsica social) del Curso de Filosofa positiva (Madrid: Aguilar, 1981, 86): La consecuencia ms universal de esca fatal situacin, su resultado ms directo y ms funesto, fuente
primera de todos los dems desrdenes esenciales, consiste en la extensin, siempre en aumento y ya inquietante, de la anarqua inteleccual, constatada, por lo dems, por wdos fos
autnticos observadores pese a la divergencia extremada de sus opiniones especulativas acerca de su causa y su terminacin. Se trata del espectro de la desorganizacin social del que
habla Roben Nisbet en el captulo 3 de A Hislory of Sociological Analysis, obra que coedira
con Tom Bottomore (London: Basic Boooks, 1978) y que resulta capital para conocer los
entresijos del nacimiento del pensamiento sociolgico y del psico-social. Para mayor
abundamiento, ver La formacin del pensamienlo socio/6gico del mismo Nisber, en especial
los tres primeros captulos dd volum en 1 (Buenos Aires: Amorrortu, 1969), donde, entre
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INTll.OOUCCION
blcmas sociales, Edward Walker defiende la idea de que la Psicologa experimental no tiene por qu renunciar aJla relcvanca n a la
responsabilidad social; es tambin cuando Morton Deutsch intenta
demostrar que, a la postre, su labor como investigador ha consistido
en ntentar hacer una Psicologa experimental socialmente relevante
y confiesa su inequvoca conviccin en la responsabilidad del cientfico social frente a los problemas que aquejan a nuestras sociedades
actuales. Y es tambin cuando George Miller aborda en el discurso
presidencial de la Convencin Anual de la APA el estado de la disciplina y su papel para hacer frente a los problemas humanos en nuestra sociedad y hace presidir su discurso por un muy significativo
ttulo: La Psicologa como instrumento al servicio de la promocin
del bienestar humano 11 Muy resumidamente, la idea de bienestar
de Miller (1969) pasa por las siguientes consideraciones: a) lo primero que hay que promocionar es el bienestar de la propia Psicologa haciendo de ella una ciencia cada vez ms rigurosa; b) dicho en
otros trminos, las vas que la Psicologa tiene para la promocin del
bienestar no son otras que las que se desprenden de su capacidad
para comprender y predecir (de ninguna manera controlar) los principios del comportamiento humano (los principios del refuerzo, por
ejemplo, comenta Miller) y la concepcin que el hombre tiene de s
mismo; e) la capacidad revolucionaria de la Psicologa reside en una
concepcin nueva y cientficamente sustentada del hombre como
individuo y como una criatura social; d) hay que distinguir claramente entre el activista social o el poltico y el profesional o el cientfico que emplea la Psicologa para la promocin del bienestar.
Martn-Bar se incorpora a este captu lo con decisin, muy lejos
de las medias tintas, casi tanto como de la concepcin de Miller a la
que de buen grado hubiera acusado de cientifismo estrecho. En tres
puntos se distinguira la posicin del psiclogo salvadoreo de la del
norteamericano: a ) en una idea de bienestar de ms amplias miras
que la propuesta por Miller: nopodemos reducir la intervencin de
la Psicologa al terreno de la autoestima; hay que llevarla a la lucha
contra el fatalismo, a la denuncia de la mentira institucionali7.ada, al
estudio de las consecuencias psicolgicas de la pobreza, etc.; b) el
11. El volumen 24 del American Psychologist de 1969 incluye los arckulos de t,odos
estos autores, y ms all de l,1 relev:mcia cienrfica de cada uno de ellos (quii el m~sconocido,
dad.i~ sus repercusiones, haya sido Reforms as Expcrimcnts*, de Donald Campbcll, aunque
para la Psicologa social resulta igualmente trascendente Socially Rdcvant Sciencc: Relcc
tions on Somc Stud1cs o( huerpcrsonal Conlict, de Morton Deutsch), se traca de un documento histrico de smgular trascendencia para la reconstruccin de la Ps1wloga social como
una ciencia que finalrnenrc acaba por entender que la lgica de la experirncmJcin y la ~al
vaguardia del rigor cientfico no riencn por qu estJr reidos con la solucin de los problemas
sociales. M:mn-Bar abor,M. por c~ta misma idea en el tramo final del 1himo captulo.
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ste es, al menos, el ttulo de uno de los epgrafes del captulo Hacia una Psicologa de la liberacin, y su razn de ser pasa por la
necesidad, apuntada ya a lo largo de estas pginas, de que el conoci-
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INTRODUCCIN
miento y la praxis psico-social tenga como protagonistas a las mayoras populares (ver nota 14 de Hacia una Pskologa de la liberacin) . Por s sola probablemente no sea una razn con la entidad
suficiente como para erigirse en fundamento de una epistemologa
psico-social; pero est arropada, y bien, por algunas otras posiciones tericas muy firm es en la obra de Martn-Bar: la primaca de
los problemas sobre las teoras, de la realidad sobre los conceptos; la
esencial historicidad del ser humano que requiere de un aparato
terico tan adecuado a su realidad y circunstancia (el cuestionamiento de los criterios de verdad que mencionar, de pasada, en el ltimo captulo) como alejado del patrioterismo psicolgico, de la absurda Psicologa del coqu (ver epgrafe La elaboracin terica del
ltimo captulo); el compromiso con el cambio de un orden social
que alimenta condiciones materiales (la injusticia, la explotacin) y
psicolgicas (el fatalismo) que atentan contra las diversas manifestaciones del bienestar; el fluido devenir entre las estructuras objetivas
y subjetivas, entre el orden social y la estructura de la conciencia,
entre las condiciones sociales y el mundo de las actitudes y representaciones personales (ver la referencia al principio de negatividad en
la nota 8 de Hacia una Psicologa de la liberacin, y la nota 7 del
captulo El papel desenmascarador del psiclogo sobre la guerra y
Ja salud mental). Todo ello desde una actitud ntidamente dialctica,
presidida, como no poda ser de otra manera, por una hiptesis relacional que en Martn-Bar se formula en el sentido relacional
hombre-mundo a la hora de hablar del carcter, y sobre todo de la
ideologa, un concepto central, en Presupuestos psico-sociales del
carcter, en la concepcin del fatalismo como una relacin de sentido entre las personas y un mundo al que encuentran cerrado e
incontrolable>>, y sobre todo, en la necesidad de un cambio en la
relacin entre la persona y su mundo, lo que supone tanto un cambio personal como un cambio social para romper sus ataduras, tal y
como se explicita en El latinG indolente; en la idea de que la
conscientizacin supone un cambio de las personas en el proceso de
cambiar su relacin con el medio ambiente, y sobre todo con los
dems (ver epgrafe El papel del psiclogo del captulo El papel
desenmascarador del psiclogo), en las interesantes reflexiones en
torno a la salud mental que se recogen en la nota 7 del captulo
recin mencionado, por poner tan slo unos pocos ejemplos 12 Se
12. El exisrencialismo del joven estudiancc de Filosofa se ver muy pronco acompaa
do de Ja profunda conviccin de que la existencia humana es fruto de una concatenada
relacin de intcrdcpcndcncia, mturalmcnte de carcter hori1.011ta l, entre diversos niveles
del quehacer. La teora d~I conocimiento del materialismo dia lctico, por una parre, y
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PSICOLOGiA
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LIBERAC I N
trata, en definitiva, de poner las bases de una Psicologa de la liberacin (de un saber prxico antes que! mental, tal y como acertadam ente ha mantenido Maritza Romer o [1993)), tarea en la que confl uyeron el hombre comprometido y el cientfico social.
Una modesta confesin para concluir estas pginas introductorias: nada hay tan ingrato para con un amigo como la desmemoria.
Por aquellos das avanzados del otoo de 1989, Rubn acababa de
cumplir dos aos; no entenda nada de lo que haba ocurrido: se
compunga vicariamente cada vez que nos vea frente al televisor
como espectadores incrdulos de aquella ignominia perpetrada por
el batalln Atlacatl; hoy ya ha echado una mano en las lecturas y
relecrura s de los textos que componen este libro. A esta tarea Ina le
ha dedicado unas cuantas horas, animada siempre por la conviccin
de que en este, como en tantos otros casos, el silencio es sencillamente una t raicin. Es nuestro particular homenaje a Nacho, el
amigo inolvidable.
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36
J;
I
EL FATALISMO COMO IDENTIDAD COGNITIVA
Wilhclm Reich
INTROD UCC IN
Es un hecho que, en la vida prctica, intuitiva o cientficamente, estamos aplicando sin cesar predicciones caracterolgicas. Cuando nos
comportamos de una determinada manera con un superior o un
sbdito, cuando levantamos la voz o nos callamos, cu ando damos
una orden de un modo o d e otro, estamos anticipando, al menos
implcitamente, una manera de reaccionar de aquel a quien nos dirigimos; es decir, le estamos atribuyendo un estilo o tipo de comporl. Esre caprnlo corresponde en su imcgridad al arcculo Presupuc~ros psicosociales
de una can1creriologa para nuestros pases que Martn-Bar public en Estudios Centroamericanos (290, 1972, 765-786) cuando estaba comenzando sns esrndios oficiales de
Psicologa en la UCA, aunque su formacin en este campo ya la baha comenzado du rante su
estancia en Ja Javicrana de Bogot (ver in(ra nota 3). Se trata, pu es, de un o de sus primeros
trabajos en el campo de la Psicologa social, y en l se muest ra la postura por excelencia de
su amor: la de la historicidad del comporramicnco humano. Y tambin se nos muestra un
Martn-Bar todava inseguro y dubitativo en cuanto a su posicionaniemo terico: juriro a
la conrundencia historicista aparece con no poca frecuencia un marco de referencia psicoanaltico que muchas veces parece trado por los pelos, y que ser ya muy infrecuente en su
produccin cientfica posterior. Ba~-rc, por ejemplo, comparar este trabajo con el epgrafe
que dedica al carcter social en el captulo 2 de Accin e ideologri (pp. 57-70).
39
El
FA TALISMO COMO
IDENTIDAD COGNITIV A
tamiento.lEn esto, nuestro mismo hablar lleva ya la marca de nuestro interl~tor y de la percepcin q&e de l tenemostEn otras palabras, hemos incluido al otro en un esquema caractenal -subconsciente las ms de las veces- que determina la modalidad de nuestro
lenguaje y de nuestro tono. Sera absurdo pretender que este esquema caracterial implcito sea el determinante fund amental de nuestro
comportamiento, pero no cabe duda de que es un factor importante
con respecto a la conducta. El campo de la educacin es donde, de
una manera ms explcita, trabajan nuestros esquemas caracterolgicos (algunos psiclogos hablan de esquemas de personalidad implcita). Qu significa en muchos casos la vulgarmente llamada
intuicin del educador nato sino ese sentido agudo para la captacin de los modos existenciales de un determinado educando?
Todo ello plantea al psiclogo un problema muy serio. Porque o
realmente se puede llegar a formular una d octrina caracterolgica y
hasta una tipologa, y en ese caso es obligacin suya realizar esta
tarea y poner esa doctrina a la disposicin de las distintas instancias
socia1cs; o bien esta pretensin es cientficamente absurda, en cuyo
caso no es menor su responsabilidad en cuanto a disipar malentendidos y confusiones al respecto.
Siempre se ha dicho -con frase muy a menudo insultanteque cada pueblo tiene el gobierno que se merece. Sera interesante
invertir la afirmacin y preguntarse si cada gobierno no tendr el
pueblo que se merece. Bien se comprende que, aunque lo uno puede ir sin lo otro, la inversin de trminos, en muchos casos, es
perfectamente justificable. La historia prueba que se da o se suele
dar una adecuacin cuando no una connivencia, activa o pasiva, de
los pueblos con aquellos a quienes entrega el mando o a cuyo dominio se somete. Pero, adems, difcilmente se puede aceptar la existencia de un rgimen poltico que contrare radicalmente la actual
estructura psquica de los individuos a los que rige. Ntese bien que
decirnos la estructura psquica actual; omitir esa especificacin sera como decir que existe una exigencia psico-natural de un determinado rgimen poltico, lo cual no pasara de ser una ceguera
ideolgica.
El problema, de una manera simple, podra ser formulado as:
(Existe una caracterologa, un esquema caractcrolgico universal?
(Existen unas estructuras de carcter naturales y, por tanto, es posible formular unos caracteres bsicos, universales en su significacin,
aplicables a los hombres en cualquier situacin y circunstancia? o
ms bien hay que aceptar la incidencia esencial de los factores concretos en la configuracin estructural de los caracteres humanos y,
por consiguiente, reconocer que tiene que darse una variabilidad ca-
40
PRESUPUESTOS
PSICO SOCIALES
DEL
CARACTEJ\
41
exiStencia humana que afecten esencialmente la estructura caracterolgica y, por tanto, el sistema terieo mediante el cual se pretende
captar y comprender esa estructura. Mientras no hagamos esto seguiremos sujetos a las consecuencias que nueStra despreocupada confianza en una sabidura ajena y universal nos est llevandolieguircmos sujetos a vernos con las lentes de Jos dems, comprendernos
con sus esquem~ proyectarnos con sus categoras (y, en el fondo,
con sus interes
De hecho, las ms depuradas tipologas norteamericanas, alemanas o francesas nada dicen sobre nuestra historia
o nuestra incardinacin poltica y, a la postre, todo se queda en
asunto de deficiencias genticas -ms o menos presupuestas- o de
fatalidad te1nperamencaJ. Modo paladino e irnicamente asptico
de ocultar el ser de nuestro ser y de forzarnos a ser lo que ni somos
ni debemos IJegar a ser".
EL PROBLEMA DEL CARCTER
El trmino Carcter tiene una cierta ambigedad. Cuando afirmamos de alguien que es una persona de carcter estamos aludiendo a
que esa persona manifiesta seguridad en s n1isma, una reactividad
algo fuerte e impulsiva y un matiz de rigidez en sus principios. La
verdad es que con ello, 1ns que a carcter en general, esta1nos refirindonos a un tipo concreto de carcter. Ms an: esa expresin
suele connotar una valoracin moral positiva, ms o menos explicita
en el contexto vivencia!. Pero entonces, (qu es el carcter?
Etimolgicamente, carcter viene del griego xo:paxt~p, que significa marca impresa, sea. El diccionario lo define como marca con
que de algn modo se seala una cosa y, en otra acepcin, ms propia
para nuestro propsito, como ~modo de ser peculiar de cada persona.
La idea de escribir estas pginas me vino ante la lecrura de dos libros, tan diferen
tes bajo muchos aspectos, que pareca rid!culo intentar cscnblecer erm c ellos algn paralelo:
El muflisis dg/ cqrtft:tac, de Wilhclm Rcich (Paids: Buenos Aires, 1965), cuya primera edi
cin alemana data de 1933, y el E/ shock dr/ furuajcl norteamericano Alvin Toffier
(Plaza y Janfs: Barcelona, 1971 ). An a cosca de exponerme al reproche de rraer el asumo
por los cabellos, dir que en ambos veo -a niveles y en rdenes muy difercmes- hombres
en el tiempo y hombres dd futuro. Que \V. Reich h:iya vuelto :a las vitrinas de nucstr:is
libreras y a las pgiMs de las revistas (las Serias y las que no lo son), es indicativo de que
su visin rompa los moldes de su propia situacin tempo ral , de la misma manera que
Tofflcr pretende hoy rasgar la visin de nuestro maana, configurador ya en su esbozo de
nuescra situacin actual (futurismo que, como acertadamente seala J. L. Pimos, bien puede
constituir el instrumento ideolgico de un nuevo imperialismo: el de la t<Santa tcnica).
Ambos, Rcich y Toffler, nos hacen meditar seriamente sobre la importancia del tiempo en
nuestra vida, lo que no es sino una llamad:! de :1tencin a nuestra rcsponsabihdad hiStrica.
A ellos debo b incitacin a estas rclcxioncs, y a ellos me permito remitir al lector que desee
una lectura apasionante.
42
PRESUPUEST O S
PSICO-SOCIALE S
DEL
CARACTER
43
Como seala Mucchiclli, aplicada a los fenmenos psicolgicos, la estructura deja de referirse a ~istemas de correlaciones para
concernir nicamente a significaciones. Una estructura de si nificain a lo cual un elemento e mundo t m
c1on e
un significado para un sujeto Ms exactamente, se esigna con ello
una realidad operante que no tiene nada de objetivo ni de consciente
(no es directamente observable y no es un contenido de conciencia)
y cuya accin convierte en significativos para un sujeto los datos del
ynundo (Mucchiclli, 1969, l l). Por tanto, si el carcter es una rea~ lidad psicolgica, quiere decir que ha de ser aquello en virtud de lo
cual los datos del mundo objetivo adquieren esta forma y esta significacin peculiares (caractersticas) para este determinado sujeto.
2. En segundo lugar, la estructura caracterial es -segn la definicin antes dada- una estructura de disposiciones. Disposiciones
implica posicin, postura, y la postura va desde lo corporal, donde
brota como preparacin del organismo (la tnica o tono muscular),
hasta lo cognoscitivo y afectivo, donde se elabora el sentido de la
actitud o de la constelacin de actitudes personales. Una disposicin, por tanto, no es slo una posicin (ubicacin espacial, en
sentido pasivo), sino que es ya una postura asumida frente a algo
(sentido activo), y tendencialmcnte, dispuesta a manifestarse. Las
disposiciones son formas, Gesta/ten, que enmarcan las posibilidades
de actuacin de un sujeto y sealan, por tanto, la manera o estilo
concreto como un sujeto determinado va a afrontar su situacin.
Lcrsch afirma que, caracterolgicamente, una disposicin es la propensin o inclinacin a experimentar determinadas vivencias anmicas (maneras de sentir, de actuar) (Lcrsch, 1964, 42). As, el carcter, en cuanto estructura disposicional, dara las formas vivenciales
posibles de un sujeto (entendiendo por vivencia esa conciencia prereflcxiva que el individuo tiene de s mismo en cada momento o, en
trminos de Sartre, la conciencia no posicional de s mismo); es
decir, tanto un estado afectivo como un modo de actuar del sujeto.
Cuando se define el carcter como una estructura de disposiciones se est sealando que las disposiciones son una realidad operante que liga a un sujeto con los datos de su mundo. En otras palabras,
como estructura de significacin la red
cteri de disposici9Jlcs
la existencia de dos trminos: n cuerp el del sujeto)~
Welt).
uerpo, en su objetividad, constituye un sistema de condiciones del comportamiento, sistema ininteligible -como seala Buytendijk-, a no ser que sea percibido en cuanto materialidad o corporalidad de un sujeto, es decir, como situacin interior de un
sujeto frente a su situacin exterior. As, el cuerpo-situacin sera
44
-~
PR ESUPUESTOS
PS I CO-SOCIALES
DEL
CAR CTER
definido por la significacin que posee para un sujeto que ha asumido ese sentido para vivirlo en su potencia, como una motivacin
(Buytendijk, 1969, 20). El carcter (la estructura disposicional) dispone posturalmcnte al cuerpo en cuanto estado afectivo h umoral
(los alemanes hablan de Stimmung) a la vez que esbozo o forma de
posibles acciones. El cuerpo ya no es entonces una simple estructura
anatmica, ni siquiera un conjunto de procesos fisiol gicos, sino que
es el ser fsico de un sujeto que se estructura a s mismo, que
reconstituye, correcta y signifi cativamente, nuevas disposiciones a
partir de estructuras ya existentes (Buytendijk, 1965). El cuerpo
dispuesto caracterial
ti.wye una unidad de significacin
e sujeto rente a un mundo.
"""'El segundo trmino de la rel acin es el mundo. Como en el caso
del cuerpo, tampoco el mundo constituye en este contexto un simple conjunto de datos objetivos, sino que, en cuanto trmino de Ja
estructura disposici onal (aquello ante lo que se dispone el sujeto),
consiste en el medio vital de un sujeto, es decir, un conjunto de
realidades vitalmente valiosas para ese sujeto (Umwelt, segn la terminologa de Von Uexkll). Cada animal posee un ambiente (mundo) caracterstico, propio de su especie, y animal y ambiente forman
un crculo funcional en el que ambos dependen mutuamente como
partes de un organismo. En forma anloga, cada hombre posee su
mundo. Ahora bien, hay una gran diferencia entre el medio animal y
el mundo humano: el mundo -afirma Buytendijk- , a difer:encia
del ambiente animal, es un mundo objetivo, no slo especfico sino
existente. Para el hombre este mundo es a la vez don y dato, que l
comprende y'a los que responde por su libre iniciativa. Su respuesta
no es slo una reaccin, sino una realizacin creativa y organizadora bajo la direccin de la ratio y de las normas de un sistema de
valores que ha encontrado hecho en el mundo preestablecido de su
infancia, que l ha acept~ asimilado y renovado (Buytcndijk,
1969, 57).
------ -~El carcter, al disponer un cuerpo, configura significativamente un mundo que, frente al acabamiento e inequivocidad del ambiente animal, es un mundo histrico (inacabado, abierto) y equvoco. Y es que, por el carcter, el hombre se enfrenta a su mundo,
enfrentamiento que no es posible al animal, que se encuentra encerrado en su ambiente. Por ello, en el animal sera posible habl ar de
un temperamento, como estructura reactiva de un organismo determinado, pero no de un carcter. Esto nos introduce en la tercera
caracterstica que hemos de examinar.
3. El carcter es una estructura disposicional permanente. Con
ello se afirman do.s cosas muy importantes: primera, que una dispo-
45
46
PRESUPUESTOS
PSICO-SOCIALES
DEL
CARCTER
de una estructura que se expresa en y por la diversidad de conductas, es Ja constancia de un sentido unitario. El koblema no consiste,
por tanto, en restar aJ todo la variable decada una de las conductas,
sino en encontrar ese sentido unitario de codas esas conductas diferentes, lo que constituye la estructura disposicional. Por ello, la consistencia o permanencia del carcter es una consistencia histrica.
De paso, esto nos aclara la realidad de la conducta como entidad
psicolgica, que no consiste tanto en un conjunto de reacciones neuromusculares, en la actividad pblicamente observable de msculos o glndulas de secreccin externa (Hebb), cuanto en la expresin motriz de una significacin vivida por un determinado sujeto
en un momento y situacin histrica.
Lo propio de la estructura consiste precisamente en estructurar,
es decir, en dar forma o signifi~cin a aquello a lo que alcanza. En
nuestro caso, el carcter configura en un esti lo los posibles comportamientos del sujeto, a los que impregna afectivamente y en los que
se expresa significativamente. La actividad estructurante del carcter
no hay que concebirla a la manera de una causalidad mecnica, sino
en cuanto realidad dadora de sentido. Que un determinado individuo tenga una disposicin caracterolgica quiere decir que sus actos,
por distintos que sean, van a llevar un estilo, un sello, una marca, es
decir, un sentido significativo de la relacin existente entre el sujeto
y su mundo histrico. As podemos afirmar con Mucchielli que cada
carcter, por su estructura misma, realiza en el campo de su entorno,
y a un nivel no consciente, un perfil de situaciones, su reagrupacin
en conjuntos significativos valorizados o desvalorizados. Y esto en
yendo la influencia dinmica, prueba de una evidente evolucin. Es, por ocra parte, perfectamente coherente este alejamiento con su posicin: desde una epistemologa profundamen te individualista como la psicoanaltica, recelosa de las realidades objetivas y alejada de las
condiciones materiales en que se desenvuelve la existencia de las personas, Marcn-Bar no
vio la posibilidad de elaborar una Psicologil de la liberacin que en el fondo no era sino una
Psicologa polfcica. En unn carta fechada el da 13 de marzo de 1983, Martfn-Bar cscribfo
al edicor de este libro: Hace ya basr:rnte tiempo que pas por mi "etapa psicoanaltica"; con
todo, son las obras de Franz Fanon las que encuentro m:ls iluminndoras para examinar los
fenmenos que di:! a da vivimos. En la encrevista que le hicieron Elisabeth Lira y Alfonso1Luco tan slo unos meses anees de ser asesinado (.Conversacin con Ignacio Marrn-Bar6~
Revista Chilena de Psiccloga, 10, 1989, 51-55) lo explica con claridad: cQu haces, por
ejemplo, cuando enfrentas una situacin como la que me toc a m?: ms de 300 ancianos,
mujeres, ni nos sobre todo, en el refugio del stano de una iglesia de unos 60 x 20 m. Haban
estado all 3, 4, 5 aos con todos los problemas que te puedes imaginar... Una posiblidad es
decir: hoy empiezo con uno y hago psicoterapia y maiiana con cero, y otro y ocro. Pues si,
maravilloso, hay que hacerlo, pero no tenemos recursos para eso y estamos hablando de un
pequeo grupo al interior de un problema que tiene magnitud ya no simplemente de un
grupo, sino de una colectividad total (p. 55). En uno de sus artculos iniciales, Del alcohol
a la rnarihu:ma (Estudios Ce11troa111erica11os, 283, 1972, 227-242), Mnrtn-Bar acaba po
nicndo junms, a la hora de dar cuenta de esta conducra, In gnl.ti&:acirtOif. y la ludia de
clases. Al final ganar la lucha de clases como constructo rtirco.
47
EL FATALISMO COMO
I DE N TIDAD
COG NI T IV A
relacin permanente con tipos de comportamiento, digamos esquemas de posturas-co1nportamientos, q'ue representan sus disponibilidades\de accin y de reaccin (Mucchielli, 1969, 42).
: 4/ En cuarto lugar, la estructura disposicional permanente que
es el carcter constituye -segn la definicin de Faure- una realidad propia de cada individuo. Con ello se alude no slo a la ineludible subjetividad de todo proceso psicolgico, sino ta1nbin a la peculiaridad del carcter humano, propio de un sujeto que vive su
mundo (Umwelt), y no un ambiente co1nn a toda una especie, como
es el caso en los aniinales.
Como seala Buytendijk, el concepto de sujeto abarca ms que
el de conciencia. Este trn1ino designa un modo de existencia que
se afirma como el fundamento de una receptividad a las significaciones inteligibles y como el funda1nento tan1bin de una ac~ividad que
crea estas significaciones y responde inteligentement~llas (Buytendijk, 1965, 22)1 En !a 1nedida en que existe
sujeto se da una
subjetividad, es decir, la vivencia concreta de una si 1c~Si el
carcter es una estructura de disposiciones, en cuanto significatividad postura1, esta estructura no lo es en abstracto, sino que es la
estructura de un sujeto. Toda significacin es. significacin para alguien. Como dice Mucchielli, Se trata siempre de significacionespara-tal-sujeto-que-las-percibe-y-que-las-vive. No hay una significacin objetiva: hay significaciones compartTclas, Sigt1ificaeit5nes
intercambiadas, pero no hay significaciones sin un sujeto ,(Mucchielli, 1969, 21). Por eso, toda vivencia es nica e irrepetible, ya
que es la vivencia de un sujeto, y por tanto, eJ eco consciencia! corresponder a la seleccin y organizacin de estmulos realizada por
los analizadores de formas de ese sujeto. Bien seala Mounier que el
carcter es la forma generadora y determinante de una meloda
.estructural, de un psiquismo individual (Mounier, 1949, 47). ...
Sin embargo, cabe interrogarse si esta forma generadora, esta
estructura disposicionaJ, individual en cuanto propia del sujeto, no
es la 1nanera como el sujeto concretiza y da vida a una forn1a y estructura superiores, de orden social. En otras palabras, eJ carcter eir
uanto estructura de significacin, <no apunta a su vez a una estructura disposicional n1s amplia, ya no de orden individual, sino so<iaj.?. (
Hemos afirmado que el carcter, en cuanto estructura, constfruye una unidad de sentido. Pero esa unidad de sentido lo es en cuanto
que, a su v,ez, fonna parte de una estructura superior de significaciones que la' acoge y la unifica frente a lo que no es ella. Si el carcter
es una estructura de significaciones que se expresan disposicionalmente en las conductas de un determinado sujeto, esta estructura es
a su vez significativa para 1:-1na estructura ms grande, como sentido
48
PRESUPUESTOS
PSICO-SOCIAlES
DEl
CARACT ER
coherente de una manera o estilo de ser (de un carcter) en un determinado contexto y situacin. As, un carct~r puede ser considerado como tal en la medida en que adquiere una coherencia unitaria
en una historia y en una cultura_ El carcter, como estructura individual, remite, pues, a una estructura mayor meta-individuaL Decir
de alguien, por ejemplo, que es un flemtico o un colrico, da sentido unitario (estructura individual) a sus conductas; pero este sentido no es tal si no se entiende con referencia a una estructura mayor
(social) , en la que la flematicidad o la colericidad adquieren unidad
y coherencia frente a lo que no lo cs. El colrico o el fl emtico son
caracteres comprensibles si admitimos que el ser-as tiene una significacin en una determinada sociedad (estructura significativa social), frente a lo que es de otro modo, tambin significativo para esa
estructura sociaL
5. Finalmente, el carcter rige las relaciones del individuo con el
mundo ext riory consi o mismo. Con esta afirmacin, Faure no indica sino J' uncin el carct~entendiendo por funcin el ejercicio o activt ad e una estructu.r{_ Un carcter no es una entidad abstracta ni absoluta_ No es abstracta por cuanto todo carcter lo es de
un sujeto, y se expresa en y por la conducta. No es absoluta, en cuanto que todo carcter se encuentra ubicado en una estructura ms
amplia, socio-histrica, en cuyo seno adquiere existencia como tal, es
decir, unidad y sentido.
El hombre es un ser histrico, necesariamente situado y fechado:
su naturaleza es, precisamente, ser historia y, por tanto, referencia
dialctica a una circunstancia y a un medio (Castilla del Pino, 1970).
Toda accin supone un intercambio entre el individuo y su medio_ El
carcter da unidad de sentido a todos estos intercambios (comportamientos), en la medida en que los refiere a una estructura disposicional que en ellos se expresa. Pero el carcter se manifiesta entonces
como una estructura y, por consiguiente, una realidad relacional entre el individuo y su medio, tanto interno (cuerpo) como externo
(Umwelt). Esto descalifica toda reduccin caracterolgica de orden
fisiologista: el carcter no es simplemente una contextura corporal,
ni un biotipo_ Otra cosa es que se pueda intentar correlacionar el
carcter con el biotipo, esfuerzo ya tradicional desde Hipcrates hasta Shcldon, pasando por Viola, Pende, Allendy y Kretschmer (Kretschmer, 1954; Sheldon, 1960). Pero descalifica tambin el intento
de reducir el carcter a una simple configuracin social, en el sentido
de un rol o papel meramente cultural: el carcter no es el personaje
social, aunque el buen desempeo de ciertos personajes (roles) exija
determinado carcter.
Cuando hacemos del carcter una estructura relacional que da
49
EL
COGNITIVA
esquema de accin). ~
Lo mismo puede afirmarse con respecto al interior -un dentro del sujeto mismo en cuanto corporalidad (cuerpo) y en cuanto
configuracin psquica (yo personal)- . (Puede haber un dentro
que no est ya contenido, as sea implcitamente (como condicionante
estructural o como inconsciente dinmico) y, por tanto, presente en
el sujeto? Slo en la medida en la que lo otro se haga presente en el
interior de esa misma configuracin individual cabe afirmar nna fidelidad psquica o constancia del individuo en sus relaciones para consigo mismo. Si no se diera tal novedd, el individuo se habra petriVer la concepcin lewiniana sobre el campo viral: K. Lcwin, Dinmica de la personalidad. Mor.ita: Madrid, 1969, sobre todo pp. 53123. El concepto de analiiador proviene
de Pavlov, quien lo empic en un sentido estrictamente neurolgico (ver, por ejemplo,
Esse11tial Works of Pavlov. Ban=: New York, 1966, 197 ss.). El sentido dado aqu al trmi
no incluye y parte de la visin de Pavlov, pero le lleva a un terreno ms estrictamente psioo
lgico: el terreno de las significaciones. Por ello se habla de analizadores de formas.
Ver E. Minkowski, Le tcmps viGu. D'Artrcy: Paris, 1933. El tiempo -afirma
Merlcau Pomy-es una relacin de ser. Le rcmps n'est pas un processus rcl, unc succcssion
cffecrivc que je me bomerais enregistrcr. JI nait de mon rapport avec les choscs [...) Le
pass et !'avenir n'cxistent que trop dans le monde, ils existen! au prscnr, et ce qui manque
l'tre lui -mcme pour tre temporcl, c'cst le non-tre de l'ailleurs, de l'autrcfois er du
dcmain. Le monde objcctif cst trop plein pour qu'il y air du temps (M. Merleau-Pomy,
Phb10mb1ologie de la perception. Gallimard: Pars, 1945, p. 471).
50
PRESUPUESTOS
PSICOSOCIALES
DEL
CARCTER
cerrad~"" 0
4 . Desde bncc unos prrafos, y a pesar de algn extrao vaivn, Martln-Bar6 est
alimenrando en el lector la sospecha de una posrura simpariianre con el holismo. Ya lo
hemos advcrdo en la lnrroducci6n: algunas de sus afirmaciones mis contundentes traen de
inmcd1aco a la memoria al Durkhcim (rampoco fue el francs amigo de las medas lineas) de
El suicidio (exisre, pues, para cada pueblo w1a fucn.a colectiva, de una energa dercm1inada,
que impulsa a Jos hombres a macarse; una afirmacin que se acerca mucho :a la que MartnBar6 cica unos cuantos p:irrafos ms adelante de W. Reich: codo orden social crea aquellas
formas caracteriolgicas que necesita para su preservacin) o al Marx del Prlogo (En la
produccin social de su vida, los hombres contrncn determinadas relaci ones neccs::irias e
independientes de su volun1ad). Pero al lector un poco versado en Psicologa le estar
permanentemente recordando cambin a Vygotski que, por cierco, camo tuvo que ver con
Marx y no poco con Durkhcirn. Hace un momento, sin ir rns lejos, acaba de hacer referencia .il C3rctcr relacional del carcter, y al final de la noca 7 de cEl papel dcscnmascarador
del psiclogo volveremos sobre esca hipresis can dialctica y ran socio-histrica. La referencia a Durkhem y Vygotsk_i ha aparccido en la Introduccin (ver noca 8). y lo volver a
.
hacer en el captulo El latino indolente. (no1a 21 ).
51
'
El
FATALISMO COMO
aceptacin a nivel psquico individual de la realidad dada -positiva- y la situacionalidad concreta. Y~i, como afirma Mucchielli, el
carcter es una especie de regulador de nuestra conducta, al n1ismo
tiempo que un principio organizador de nuestro entorno (Mucchielli, 1969, 41), quiere decir que nuestra conducta est regulada
en ltima instancia por la estructura socio-histrica que asimismo se
encarga de organizar nuestro entorno (el Umwelt de cada sujeto).
No contradira esta conclusin la innegable base gentica de
todo carcter? No lo creemos. Ya tradicionalmente se ha hecho la
distincin entre te1npera1nento y carcter, asignando al primero una
inmutabilidad diacrnica, definida por los rasgos conStitucionales
codificados en el genoma, y el segundo una variabilidad histrica, de
orden fenotpico, concorde con las diversas instancias psico-sociales
que influyen en el individuo, as como con el juego que el propio
individuo vaya realizando frente a esas instancias.
Pero todava esto se nos hace ms claro si, como afirman ciertos
autores (Waddington, por ejemplo), el mis1no cdigo gentico puede
sufrir variaciones estructurales que, aunque distintas de las mutaciones propian1ente dichas, producen efectos de variaciones fenotpicas.
Ms an, el genoma parece constituir una realidad potencial, abierta
a las determinaciones ltimas que sern i1npuestas en las relaciones
primarias del organismo con el medio (empticas, segn Sullivan),
y que van configurando lo que Rof Carballo ha Uatnado la ((urdimbre
primaria (Rof Carballo, 1961). Ya el 1nismo Freud afirmaba, a finales de 1908, que ,.Jos rasgos permanentes del carcter son continuaciones invariadas de los instintos primitivos, sublimaciones de los
mismos o reacciones contra ellos (Freud, 1967, 960). En cualquiera
de los tres casos la razn de que un dcter111inado individuo tenga este
carcter y no otro no se debera a la instintividad (histrica, por otra
parte, como el mismo Freud reconoce), sino a la realidad en la que
esa inscintividad (pulsional) ha de expresarse.
Si el carcter supone la psicolog.izacin en el individuo de una
detern1inada situacin socio-histrica, cabe pensar que han de darse
isomorfismos, tanto estructurales como funcionales, entre el carcter y un determinado rgimen poltico (realidad socio-histrica concreta). En el fondo, sta es la tesis de W. Reich cuando afirma que
la estructura de carcter es la cristalizaci'.1 del proceso sociolgico
de una determinada poca>1 (Rcich, 1965, 22). Este no es un proce Un isomorfismo es una correspondencia en el modelo esrructurnl. Hablamos de
isomorfismo para mantener I~ correspondencia en la dinincin. Lejos de nosorros pretender psicologiz.ar lo social o sociologizar lo psfqu1co. Que establezcamos una dependencia
estrucruraJ entre sistema socio-poltico y carictcr no quiere decir que pensemos que lo
social es de naturaleza pslquica, o _lo psquico de naturaleza social.
52
PRESUPUESTOS
D EL
CARCTER
53
EL
FATALISM O
COMO IDENTIDAD
COGNITIVA
Todos tene1nos una idea ms o menos vaga sobre lo que es un rgimen poltico. En el peor de los casos, todos vivimos en un rgimen
poltico y, positiva o negativamente, activa o pasivamente, lo vivenciamos.
Un rgimen poltico es algo ms que un sistema de gobierno,
algo ms que un conjunto de leyes y disposiciones. Por rgimen poltico entiendo aqu una ideologa, constituida en sistema, que organiza y regula las formas de vida de un determinado conglomerado
social en un determinado tiempo y circu11stancia. H ay P\es aspectos,
pues, esenciales ~ un rgimen poltico_;lla ideologa,da organizacin y regulacin,)) la historicidad. Exa1ninemos, brevemente, estos
tres aspectos.
La ideologa no es un simple cdigo de principios y valores tericos que den ui;ia visin del mundo. Una ideologa es, de hecho, en
la realidad histrica, mucho ms que una cosmovisin filosfica; es
el sisten1a de valoraciones en el que y a travs del que los hombres
54
PRESUPUESTOS
PS ICOS OCIALES
DEL
CARCTER
55
~FATALISMO
(:" (Goeth$)) Este orden puede presentrsenos en la forma viviente como un orden lgico, orientado h~cia un fin, un orden econmico o tcnico, eventualmente como un orden esttico y hasta normativo (tico) (Buytendijk, 1969, 21). Un rgimen poltico constituye
una forma imponiendo una ordenacin que, por lo general, abarca
todas las unidades de significacin sealadas; ciertamente, una unidad lgica (en cuanto racionalizacin de la ideologa existente), una
unidad econmica y una unidad tica. Son estas unidades las que
van configurando las formas concretas de vida posibles en un determinado rgimen poltico. Como unidades de significacin, estructuran dinmicamente y organizan las posibles modalidades de la existencia de las diversas parces o personas y grupos de una sociedad.
El funcionamiento real -no terico- de los tres poderes tradicionales de los regmenes polticos, legislativo, ejecutivo y judicial,
muestra sintom ticarnente cules son las significaciones y, por tanto,
las fuerzas que realmente determinan y ordenan las formas posibles
de vida en una sociedad. Es evidente que, en nuestra sociedad, la
unidad de sentido fundamental es la econmica y que, por consiguiente, es la economa el principio ordenador fundamental de la
unidad socio-poltica y el determinante ltimo de que una persona o
una clase social de personas se encuentren ubicadas en un punto y no
en otro de la estructura.
Organizar es, pues, determinar una economa de la existencia,
regular partes y relaciones: ubicar a unos arriba y a otros abajo, a
unos a la derecha y otros a la izquierda. Cuando esta organizacin no
slo alcanza las formas externas, sino que llega a determinar incluso
los contenidos internos mediante la institucionalizacin de una determinada ideologa y la configuracin represiva de Jos campos vitales, estamos en presencia de una reduccin positivista de Ja posibili~ad-Etllttiral en-~to terreno de realizacin humana, y caemos en Ja
,-Unidfm~nalidaQ::.eipresiva de la que tanto y tan bien ha hablado
~efl969).
.
56
PRESUPUESTOS
PSICO SO CIALES
DEL
CARCTER
transformaciones cuyo contenido se renueva si9 cesar por intercambios con el exterior (Piaget, 1969b, 138). En este sentido, la organizacin del sistema poltico tiende a la conservacin de la ideologa, como intercambios con~retos de los individuos con su mundo,
como valoraciones que determinan el sentido relacional de los hombres frente a su mundo. La reconstruccin metablica consistir en
crear aquellas instancias frente a toda novedad que permitan el mantenimiento de la estructura unitaria o sistema establecido: elecciones peridicas, cambios de gabinetes ministeriales, nuevas orientaciones en los planes gubernamentales... , incluso la alternancia en el
mando de facciones o partidos diversos. Todo ello sin alterar la significacin de las interacciones entre las partes, ni el equilibrio total,
que es lo que constituye el sistema propiamente dicho.
?:::;, Finalmente, todo rgimen poltico es una realidad histrica; una
realidad en un tiempo y en una circunstancia, heredera de un proceso determinado y enclavada en un contexto geogrfico, social e internacional. Esto es fundamental cuando de rgimen poltico se habla, ya que bajo el mismo nombre se esconden sistemas muy
diferentes, no slo en su sentido unitario interno, sino en confrontacin con otros sistemas. Hay que aclarar que situacin, en cuanto
tiempo y espacio, no es una categora externa al rgimen poltico,
como no lo es a ninguna realidad humana, individual o social: la
ideologa constituye una vivencia espacial (en cuanto dice relacin a
y con objetos) y temporal (en cuanto estructura el tiempo, mediante la concatenacin de esas relaciones valorativas). La organizacin,
por otra parte, es un proceso bien concreto en ambas dimensiones,
puesto que no existe una organizacin genrica, sino organizaciones
determinadas que, en ltima instancia, no son sino organizaciones de
espacios y tiempos.
Estos tres aspectos que constituyen todo sistema poltico - ideo
loga, organizacin e historia:- determinan cul es, genricamente
hablando, su estructura y cul su funcin, quedando para un anlisis
'<J. a tare .
sealar las concreciones de ste o aquel rgimen.
estructura e un rgimen poltico viene dada, fundam entalmen
)Or eologa, ya que es la ideologa la que precisa la constante del sistema: las relaciones entre las diversas partes de ese sistem::i y, de una manera ms concreta, las relaciones de los hombres con
las cosas y entre s. Todo rgimen poltico -lo hemos dicho- es la
expresin de una ideologa, lo cual -entindase bien- no quiere
decir ni que todos los miembros del conglomerado humano al que
rige vivan de igual modo esa ideologa, ni que la forma manifiesta
que adopte ese sistema exprese claramente su ideologa. En este sentido, no son los individuos los que importan, sino las relaciones que
57
58
PRESUPUESTOS
DE L
C ARCTER
or
59
.,
60
PRESUPUESTOS
P SICOSOCIALES
DEL
CARCT ER
61
EL FATALISM O
COMO
IDENTIDAD COGNITIVA
62
PRESUPUEST OS
DEL
CARCTER
que constituye la base de la personalidad para los miembros dt:I grupo, la matriz dentro de la cual se desarrollan l"s rasgos de carcter
(Dufrcnne, 1959, 115). As se explicara el parecido entre la cultura
y el individuo: el individuo es a imagen de la cultura porque es a la
vez su efecto y su causa, efecto de las instituciones primarias y causa
de las instituciones secundarias (Dufrenne, 1959, 116)*.
El problema central de este plantea1niento est en lo que haya
que entender por esa n1atriz de los rasgos de carcter. Dufrcnnc nos
ilumina cuando afirma que lo biolgico slo manifiesta una indivi dualidad y no la personalidad; es necesario que la sociedad intervenga para que la individualidad tome consistencia y que con el advenimiento de una norma humana y de la posibilidad de reconocimiento
aparezca la personalidad. Lo social es entonces el fundamento niismo de la personalidad, no co1no aquello que la crea, sino co1no aquello que la n1anifies.ta (Dufren nc, 1959, 175). Por ello eso social que
interviene en el individuo, la base de la personalidad, va a ser considerado como una nonna (esa norrna hun1ana). Norma referida a la
norn1alidad, en cuanto cornportarn iento medio, como n1oda (no
mediana, como dice Dufrenne) de conducta en un determinado grupo o sociedad. As, esta norrna no slo va a ser un requerimiento de
la sociedad, sino que va a ser un ideal para el individuo, en la n1edida
en que va a ir descubriendo esa norma como modelo en el comportamiento de los dems.
Pero la imposicin de esta normatividad no es algo casual: la personalidad bsica, segn el mismo Dufrenne, m anifiesta los intereses
de esa sociedad que la i111pone. La personalidad bsica es para la sociedad un medio de sobrevivir; es a la vez el estilo propio de la cultura
y la voluntad que la sociedad tiene de preservar su cohesin y de asegurar su duracin (Dufrenne, 1959, 179). Por ello, la personalidad
bsica es a un tiempo lo que la sociedad quiere para sus fines y lo que
produce en los individuos 1nediante una causalidad social, en la medida en que stos responden a un<letern1inisn10. Es a la vez una realidad
psicolgica y una realidad moral (Dufrenne, 1959, 180). As se hace
posible que, mediante la personalidad bsica impuesta, la sociedad
puede sobrevivir incluso en detrunento del individuo (Dufrennc,
1959, 180). Imposicin no necesaria1nentc buscada con10 finalidad,
sino exigencia inherente a la endonon1ia de la estructura social.
Esra afirn1acin nos parece tnucho 111s realista que aquella otra
repetida varias veces a lo largo de la obra de Dufrenne: la sociedad
63
EL FATALISMO
slo puede durar si no es demasiado exigente, si no violenta demasiado al individuo. Bastara el ejemp l~ de nuestras sociedades latinoamericanas para invalidar este aserto. Precisamente la transformacin
de la ideologa en carcter (de la estructura social en subestructura
psquica individual) pennite y posibilita Ja existencia de sociedades
fuertemente represivas. El anclaje caracterolgico del orden social
-afirma Reich-explica la tolerancia de los oprimidos ante el dominio de una clase superior, tolerancia que algunas veces llega hasta la
afirmacin de su propio sometimiento (Reich, 1965, 21).
Si Ja personalidad bsica es de hecho lo que la sociedad quiere
para sus fines, en cuanto inatriz del carcter es algo mucho ms complejo que un molde de estilos de comportamiento (a lo que tainbin
.apuntara el Carcter social de que habla Frornn1): ps una serie de
contenidos, de valores, de necesidades, que configuran la estructura
bsica de los individuos. No es simplemente una matriz del carcter;
es ya una configuracin bsica del carcter. En este sentido, volvemos a nuestro punto, en ningn momento afirmado por Dufrenne,
de que el carcter de los individuos tiene que ser concebido como
una psicologizacin de la ideologa de un determinado grupo social.
Con esta aclaracin, no tenemos inconveniente en aceptar el concepto de personalidad bsica como red de sentido que configura
tanto a una sociedad (o a una cultura) como a los individuos que la
componen 9
Quedara un problen1a que no vamos sino a insinu ar. Dufrenne
afirma que la personalidad bsica, en cuanto norn1a, no slo es propuesta al individuo, sino que el propio individuo, al descubrirla
perceptivamente, se la propone a s mismo como modelo de identificacin, es decir, con10 tarea. En 1nuchos casos, la distancia entre nor1na y modelo concedera un amplio campo a la n1arginalidad voluntaria, lo que en nuestras sociedades es un canto irreal (aunque no
absolutamente imposible). La verdad es que ese margen se estrecha y
hasta se elnina cuando la misma norma ~s itnpuesta represiva e inconscientemente con10 modelo de identificacin en su diomica pro9. El ton o de connivencia con la teora de la personalidad bsica que se aprecia en
este artculo no va a tener cominuidad. En el captulo 3 de Accin e ideologa le dedica un
apartado dcJ1tro del epgrafe "1.a clase social como una variable cstructurnl, y ya maneja
dos ::irgumentos crticos en su contra: se trara, en primer lugar, de un planteamiento cqufvoco que sucumbe a una especie de biologici~mo, :1 la concepcin de la sociedad como al;o
esttico, cerrado y previo a los individuos. Adems, este enfoque diluye el influjo de lo
socia l precisamente por partir de una concepcin idealista de la realidad social e ignorar cuc
los determinism os sociales ms profundos en la configuracin de las personas ni son los
mismos ni operan de la misma m:rnera para los diversos miembros de una sociedad (Marrin Bar, 1983, 95). En el prximo capJrulo cncontraccmos rambin una referencia crrica a
In teora de la personalidad bsica.
64
'
PRESUPUESTOS
PSICOSOCIALES
DEL
CAR CTER
Nos queda ver si estos principios generales iluminan el anlisis concreto. Vamos a tomar, a n1odo de esbozo incipiente, aquellos rasgos
que caracterizan significativamente las tres instituciones bsicas en
las que, segn Rech, se plasma nuestra sociedad contempornea y en
las que, por tanto, se verter ms patentemente la ideologa de nuestro actual rgimen socio-poltico]}uestra tarea consiste en seguir
los rasgos ideolgicos, desqe su nivel social hasta su psicologizacin
):aracterial en el individu~
La p i~ ucin bsica segn nuestras Constituciones polticasA s la familia La realidad sociolgica de nuestras familias es
e idealmente sealan los preceptos constitucionamuy o
d .
les: no hace falta, para mostrarlo, acudir a datos sobre estabilidad de
las parejas c;onscituidas, sobre el nmero de mujeres abandonadas,
de frentes simultneos o de hijos ilegtin1os. Incluso tomando el
n1ejor de los casos, aquel en que la familia mantiene su unidad frente
a la opinin social, las estructuras relacionales que la constituyen se
hallan profundamente resquebrajadas. De tradicional corte patriarcal, las figuras familiares expresan con sus actitudes unos patrones
dinmicos que trascienden su realidad como individuos. La figura
del padre es pretendidamente machista, autoritaria, y psicolgicamente ausente del hogar y de sus labores. La madre, por su lado, es
inusitadamente hembrista, gratificadora y obligadamente presente
en el hogar y sus tareas. Frente los hijos, estas figuras paternas
crean un ambiente de inestabilidad, lo que genera una fijacin filial
con respecto a la rnadre y un abandonismo con respecto al padre. El
estado actual de la fan1ilia no permite la n1aduracin emocional del
hijo, quien queda en una situacin de dependencia: con respecto a
la madre, ya que fue su nica fuente de gratificacin afectiva (no
poco atnbivalente, por otra parte), lo que puede dar lugar a una
cierta fijacin de corte oral; con respecto al padre, en un hambre
perenne (abandnico y, por tanto, tan1bin ambivaiente) del afecto
que en l no encontr. En resumen, si algo transmite a sus vstagos
nuestra estructura fainiliar es la inmadurez emocional y la consiguiente inseguridad psquica. Inmadurez e inseguridad gue configu-
J.
65
EL FA TALISMO
CO M O
ran un patrn de dependencia emocional. De ah la necesaria mitifiin racionalizadora (ideolgica)fde las fi guras paternas: la sanmadrecita y ~ue.s_ onsable padre 10
El _9,.iag'Osfico sobre segunda institucin bsica de nuestras
socied~des, la escuela
ya demasiado conocido como para que
insistam"-os-errt:- u estructura bancaria, vertical y selectiva ha sido
sealada por muchos y muy diversos autores*. Fijmonos en dos
rasgos, para nosotros los bsjcos en su configuracin.: la competitividad y la verticalidad autori taria. Meiliante Ja competitivjdad, la
escuela ensea al alumno a considerar a los dems como rivales, a
aspirar al triunfo propio como la nica meta deseable, lo que iinplica la derrota del otro: quedar por encima. En otras palabras, la co1npetencia escolar infunde en el alumno el individualismo ms feroz
como norma y criterio de vida. Por otro lado, la verticalidad autoritaria, que se traduce en la bancariedad memorstica, la imposicin
dogmtica y la selectividad vertical en funcin de variables estrechamente ligadas al origen socio-econ6n1ico del alumno, inculcan en
JO. De una u otra manera, afroncando el tema directa o indirectamente, fueron varios
los trabajos que Mann-Bar dedic a la mujer y a la familia: E l complejo de mad10 o el
machismo (Estudios Centroamerica11os, 235, 1968, 38-42); Cinco tesis sobre la paternidad aplicadas a El Salvador (Estudios Centroamericanos, 319-320, 1975, 265-282) La
imagen de la mujer en El Salvador (Estudios Cetttroamericanos, 380, 1980, 557-568); Los
rasgos femeninos segn la cukura dominante en El Salvador (Boletfn de Psicologa, 8, 1983,
3 -7); La ideologa familiar en El Salvador (Estudios Ceniroamerica11os, 450, 1986, 291 304); Es machi sta el salvadoreo? (Boletn de Psicologfa, 24, 1987, 101-122); la mujer
salvadorea y los medios de comunicacin masiva (Revista de Psicologfa de El Salvador, 29,
1988, 253-266); ..La familia, puerta y crcel para la mujer salvadorea (Revista de Psicologfa de El Salvador, 37, 1990, 265-277). Como se ve, uu:i temtica ininterrumpida en la
produccin .cientfica de Martfn-Bar desde 1968 hasta 1990 de la que ha dado cuenta M. 0
ngeles Molpcccres (El peasarniento sobre la mujer en b obra de Ignacio Martfn-Bar..
Estudios Centroamericanos, 577-578, 1996, 1056-1062). En La mujer salvadorea y los
medios de comunicacin de masas estudia la imagen de la mujer en la prensa, en la televisin y en las series norteamericanas, y en lo que podramos considcmr un acabado resumen,
concluye que dicha imagen pasa por los tres siguieures rasgos: a) su corpora lidad (su aspecto
fsico) emerge como el m~s definitorio; b) la fai!Jilia como su mbito ms naturnl y ms
propio; e) la mujer se encueorra siempre dentro de un orden social dominado por valores
impuestos por los varones, y ah se une con el machismo (ver noca 7 del captulo El latino
explorado).
Vase a esce respecto, Frcirc: Pedagoga del oprimido; en general, los escritos de
lvn lllich, especialmente J-Iacin el fin de la era escolar. CIDOC: Cuernavaca, Cuaderno 65,
1971; Co11tra la religin e11 la escuela. Doc. ClDOC, 1/1 71/323; Dscolariserl'cole. Doc.
CJDOC 70/242; Por qu debemos abolir la trata escolar. Doc. CIDOC 1/ 1 71/217. Ver
tambin CIEC: Metodologa para 1111n pedagogfa liberadora. Bogot, 1971; M. Donabin, El
sistema escolar. Doc. CIDOC 1/1 71/373; P. Latapi, Educacin y sistemas escolares en
Amrica latina problemtica y tendencias de solucin~. Revista de Pedagoga, 157, 1970,
267-275. M. Labrot, LA pedngogie i11stit11cionnelle. Pars: Gaurhicr-Villats, 1966; A. de
Perecti, Las contradiccio11es de la cult11ra y de la pe.dagogfa. Madrid: Srudium, 1971; D.
Pivctcnu, Le langage des structures. Doc. CJDOC 70/239; L. Scherz, El papel de la U11iversidad en Amrica latina: ser y deber ser. 11 Seminario FUPAC, 1971 Varios autores: L 'educatio11
et l'homme a venir. Toumai: Casterman, 1968.
66
l
!
rt
i
PRESUPUESTOS
PSICO SOCIALES
DEL
CARCTER
67
EL FATA L I S M O
CO MO IDEN TI DA D
COGNITIVA
En cualquier caso, es evidente que si la transmisin de estaS estructuras no dinamiza a un pueblo hacia el progreso, hacia el futuro,
tampoco le impulsa al cambio, con lo que, en ltima instancia, el
rgimen garantiza su permanencia. Veamos brevemente cmo.
La dependencia emocional obliga al individuo a buscar satisfacciones fuera de s mismo, lo que le convierte en objeto de fcil manipulacin para quien dispone de casi todos los resortes gratificantes
de la sociedad. El individualismo, al mis1no tiempo que corta desde
su raz la posibilidad de una integracin a nivel popular, enclava al
individuo en la parte y lugar de la estructura que, segn la dinmica
ideolgica, le corresponde (clase social, etc.). En ltima instancia, el
individualismo fuerza al individuo a asumir el papel o rol que la es;_
tructura social le asigna. La pasividad permite al rgimen polticoasumir el control - cada vez ms absoluto- de todas las fuerzas disponibles, y hasta emplear los medios represivos mayores sin que peligre su autoridad ni su poder. La pasividad del sbdito es garanta de
permanencia para el amo, al menos a corto plazo que, por lo queparece, es lo ms que logran ver los gobernantes actuales. sa es la razn de que, entre nosotros, todo se espere y todo se achaque al gobierno: la iniciativa y la realizacin, Jo bueno y lo malo. Finalmente,
el farisesmo es el rns sutil de los impactos ideolgicos en el individuo con vistas a la pervivencia del sistema. El farisesmo ll eva a una
actitud de escepticismo con respecto a la realidad presente, a un pesimismo con respecto aJ futuro y, por consiguiente, a una resignacin
justificatoria de cualquier situacin social: si todos n1ienten, si todo
es falsedad y doblez, nada cabe esperar de nadie y, por tanto, lo ms
coherente es tratar de sacar el mayor jugo posible -mucho o poco la situacin actual.
Sigamos Ja evolucin caracterolgica de estos rasgos, implantados por la estructura ideolgica en el psiquismo individua] a modo
de elementos configuradores esenciales.
La dependencia caracterolgica va traducindose en una acttud
de posesividad del individuo frente al inundo. Posesividad frente a
las cosas y tambin frente a las personas. En definitiva, la posesividad
conduce a una ferichizacin del mundo entero en el que objetos y
personas, ms que realidades de por s, constituyen realidades fantaseadas como objetos de proyeccin de Ja necesidad (pseudo-necesi dad las ms de las veces) del individuo. La posesividad introduce al
individuo en el ritn10 consun1ista. Uno de Jos sntomas ms caractersticos de la posesividad lo constituye la concepcin absurda y la
patolgica defensa racionalizadora que de la propiedad privada se
hace entre nosotros. Privada --como alguien irnicamente ha sealado- en la n1edida en que priva a los dems incluso de lo que en
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PRES U PU ES TOS
PS fC O - SOC IA L ES
DEL
CARC TE R
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El
70
PRESUPUESTOS
PSICOSOCIALES
OEL
CARCTER
histrica e ideolgica), prueba nuestra tesis de 9ue los rasgos sealados, versin caracterial de la ideologa del rgimen socio-poltico,
determinan desde su raz el perfil caracterolgico de cualquier individuo en cualq uier sistema aplicado a nuestro medio.
Todo ello despierta en nosotros una inquietud: (en qu medida
la Psicologa imperante en nuestros pases es consciente de estos determinantes ideolgicos fundamentales? La tcnica tiene su propia
racionalidad e importar crticamente teoras extranjeras puede resul tar peligroso. Toda ciencia es necesariamente una ciencia situada y,
por canco, comprometida. No tomar conciencia cientfica de este
c.ompromiso, hacer ciencia sin con-ciencia, resulta muy peligroso.
t:I encajonamienco ahistrico que muchos psiclogos y pedagogos
ejercen con sus bateras caracterolgicas sobre nuestra poblacin,
principalmente juvenil, no hace sino ocultar impdicamente los determinantes sociales (polticos) de nuestra manera de ser. Ocultamiento o racionalizacin que, a la corta y a la larga, nos mantiene
fuera de la historia.
71
2
EL LATINO INDOLENTE 1
Queridos filsofos,
queridos socilogos progresistas,
queridos psiclogos sociales:
no jodan tanto con la enajenacin
aqu donde lo ms jodido
es Ja nacin ajena.
Roque Dalton, Poemas clandestinos
EL SNDROME FATALISTA
El sopor latinoamericano
En el mundo latinoamericano recreado por Garca Mrquez, los hechos ms extravagantes terminan por parecer normales y los anacronismos ms pintorescos adquieren un carcter d e cotidancdad
atemporal. Como para el coro!_lel que no tiene quien le escriba, el
tiempo parece haberse detenido en estos pueblos, desquiciados entre
las selvas tropicales y las cumbres andinas. Pueblos solos y solitarios,
para los que el maana ya fue ayer, y luego ser demasiado tarde, sin
que hoy o ahora puedan ellos hacer nada por cambiar ese destino
fataF.
1. Este captulo fue cxpresamenre escrito para el libro Psicologa pcUtica latinoamericana coordinado por Marit1,a Montero en 1987 y publicado por la Editorial Panapo de
Venezuela a cuyo editor, Pedro Carmona, queremos agradecerle las facilidades que nos ha
dado parn volver a incluir el captulo en esta seleccin de textos de Martn-Bar.
2. la referencia a Garca Mrquez. nos permite sealar algo que a estas alturas no
habr pasado inadvertido: el mimo con que Martn-Bar trata al lenguaje. De casta le viene
73
E L FATALISM O
C OM O
IDENTI D AD COGNITIVA
74
EL
LA TI NO INDO L ENTE
despus, la vida vuelva a su normalidad, como si nada hubiera pasado[ ...] Es indudable que
esta interiorizacin del marco de la guerra como un contexto "natura l" tiene que afecrar al
psiquismo de los salvadoreos, a nuestra conciencia personal y colectiva (pp. 15-16). Sobre
el mismo argumenro vuelve en la entrevista a la que hemos hecho alusin en el captulo
previo: el dao irreparable que genera la habituacin a la violencia de la sociedad; codo ese
hacer de la violencia, de la muerte, de la imposicin de los mecanismos blicos como marco
de referencia cotidiana para nuestra existencia (E. Lira y A. l.uco, Conversacin con Ignacio MartnBar. Revista Chilena de Psicologa, 10, 1990, 51-54).
75
EL
FATALISMO COMO
IDENTIDAD COGNITI VA
lutivas. Las cosas son como son, como fueron ayer y como sern
maana. Slo el presente cuenta y rto por la plenitud vivencial que
buscaba el poeta latino (carpe diem), sino por el estrechamjemo forzoso de las posibilidades de vida. Arrojados ah, sin memoria rust6rica4 ni proyecto de vida, se dira que a los pueblos latinoamericanos
no les queda ms perspectiva que la aceptacin fatal de sus destinos.
El fatalismo
76
El
LATINO INDOLENTE
fe libertadora.
'
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El
FATALISMO
COMO
IOENTIOAD
COGN ITIV A
78
EL LATINO
INOOLENTE
Ideas
Sentimientos
La vida est
predefinida.
Resignacin frente
al propio destino.
y sumisin.
La propia accin
No dejarse afectar ni
emocionar por los
sucesos de la vida.
Tendencia a
no hacer esfuerzos,
a la pasividad.
Aceptacin del
sufrimiento causado.
Presemsmo, sin
memoria del pasado
ni planificacin
del futuro.
no puede cambiar
ese destino fatal.
Un Dios lejano
y todopoderoso
decide el destino de
cada persona.
Comportamientos
Conformismo
7. El arrculo mencionado en la nota anterior, Psicologa del campesino salvadoreo, da comienzo justamente con una introduccin dedicada a la definicin psico-social de
actitud, y lo hace porque lo que nos interesa no son los actos o conductas del campesino,
cuanto sus rafees estructurales: las actitudes, escribe Marrn-Bar (p. 477). Una pausada
ojeada a sus libros de consulta arroja la inequvoca sensacin de que el tema de las acritudes
le fue especialmente predilecto. Dos ejemplos: los captulos escritos por W. McGuire para
la 2. y 3.' edicin del Handbook de Psicologl:i social fueron espccialmenre trabajados por
Manin-Bar utilizando su tradicional estrategia del subrayado a colores (rojo, azul, verde y
amarillo), sobre todo en~ primera mitad. Durante su escancia en Chicago uno de los cursos
que recibi fue Psychology of Social Attitudes~ y el rrabajo que present, Co1mtemtti1udi11al Perfom1a11ce, Allitude Cha11ge a11d Mass Persuasio11 Campaign, provoc en el profesor,
que no era otro que Milton Rosenberg, una raccin admirativa: .Super, escribi debajo de
la noca (A+).
.
79
El FATALISMO
COMO
IDENTIDAD COGNITIVA
A pesar de lo extendido del estereotipo sobre el fatalismo latinoamericano, no existen muchos estudios empricos que enfoquen este tema
directamente. La mayor parte de los anlisis encontrados constituyen
reflexiones tericas sobre la naturaleza del fatalismo, con frecuencia
considerado como un rasgo ms del carcter latinoamericano o del
carcter particular de los habitantes de alguno de los pases latinoamericanos. En otros casos, el fatalismo. es asumido como un punto
de partida, como un dato cuya evidencia vuelve innecesario su examen o su verificacin emprica. De ah que Jos estudios sobre el
fatalismo no slo sean sorprendentemente pocos, sino que la mayora apenas enfoca el tema en forma indirecta, al tratar algunos de los
problemas de los sectores populares y marginados. Podemos espigar
algunos de estos estudios ms significativos.
8. El problema que suscita MartnBar es el de si el fatalismo forma parte de la
identidad nacional del latinoamericano o se trara sirnplememe de un estereotipo que se le
aplica de manera automtica. En aparrados precedentes (ver nota 6) y subsiguientes de este
mismo captulo (ver nota 15), y a lo largo del siguiente podemos encontrar algunas pauras
para dirimir esta cuestin.
80
L A TI N O
I NDOLENT E
En sus trabajos antropolgicos, construidos con las propias palabras de las personas entrevistadas, Osear L~is ha logrado transmitir las formas caractersticas de pensar, sentir y actuar de los sectores populares mexicanos (Lewis, 1961), puertorriqueos (Lewis,
1965) y cubanos (Lewis, Lewis y Rigdon, 1977a, 1977b, 1978).
Muchas de las hiptesis sobre la textma mental del machismo9 han
surgido o han encontrado su confirmacin en los relatos de Lewis.
Asimismo, en esas narraciones autobiogrficas aparecen algunos de
Jos rasgos caractersticos del fatalismo: una creencia ms o menos
explcita en la irremisibilidad del destino de las personas, la resignacin frente a lo inevitable, la pasividad y el presentismo como
formas de adaptarse a las exigencias sobre la propia vida. Resulta
particularmente interesante observar la diferencia de este tipo de
esquemas mentales en los cubanos an~es y despus del triunfo de la
revolucin.
Desde un punto de vista sociolgico, el fatalismo tiende a aparecer en los resultados de casi todas las encuestas sobre las actitudes y
opiniones de los sectores populares latinoamericanos. Podemos tomar como ejemplo un estudio realizado por Reinaldo Antonio Tfcl
en 1972 con 450 jefes de familias de los barrios marginales de Managua (ffcl, 1972). El 79,7% de los entrevistados se mostr de acuerdo con que hacer planes slo trae la infelicidad porque es difcil
llevarlos a cabo (inutilidad de toda planificacin); el 66,8% aceptaba que uno debe preocuparse de las cosas de hoy y dejar las de
maana para maana (presentismo); finalmente, el 93% consideraba que el secreto de la felicidad est en no esperar mucho de la vida,
y en estar contento con lo que le toca a uno (conformismo, resignacin) (Tfcl, 1972, 11 8-119).
Uno de los primeros anlisis psico-sociales que toca el tema del
fatal ismo latinoamericano es el estudio desarrollado por Ericb
Fromm y Michael Maccoby entre 1957 y 1963 en un pequeo pueblo mexicano de 162 familias,-utilizando la tipologa de Fromm sobre el carcter social (Fromm 1969a, 1969b). Segn Fromm y Maccoby (1970, 60), los aldeanos estudiados son envidiosos, suspicaces
de los motivos mutuos, pesimistas en cuanto al futuro y fatalistas.
Muchos se muestran sumisos e insatisfechos de ellos mismos aunque
son capaces de rebelarse y d e iniciar la revolucin. Se sienten inferiores a los citadinos, ms estpidos y menos educados. Existe un
sentimiento abrumador de impotencia para influir a la naturaleza o
a la mquina industrial que les domina. Aparecen, pues, en estos
9. Sobre el trat2miento que Martn-Bar6 hace del machismo, ver nota 7 del prximo
caprulo.
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EL FAT A LI SM O C OMO I DE N TI DA D
C OGN ITI V A
10. El capfcul o que Jost Miguel Sal3zar escribi lleva por ttulo El latinoamericanismo como una idea poltiC3, y est incluido dentro de la Seccin Identidad, alienacin y
conciencia. , en la misma en 13 que se incluyen los dos captulos de MartfnBar que hemos
seleccionado para este libro.
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EL LATINO I N D OLENTE
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El FATALISMO
COMO
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El LAT I NO IN DO LENTE
tendencia a pasar la responsabilidad de dentro pe! individuo a fuerzas externas ingobernables; seala que el yo podra ya haberse "dado
por vencido", es decir, haber renunciado a la idea de que sera capaz
de determinar la suerte del individuo venciendo las fuerzas exteriores (Adorno et al., 1965, 241). Se trata de un rasgo tpicamente
fatalista, como se pone de manifiesto en el principal item con el cual
Ja Escala F pretende medirlo: Todos debemos tener fe absoluta en
un poder sobrenatural cuyas decisiones hemos de acatar.
La idea de que la concepcin fatalista de la existencia constituye
un rasgo tpico del carcter de los pueblos latinoamericanos explicara la frecuencia con que aparece en los diversos pases que forman el
continente. Esta explicacin ha sido propuesta desde diversas perspectivas tericas. Quiz la formulacin ms influyente y con ms
pretensiones cientficas proviene de la visin desarrollista planteada
por el Centro para el Desarrollo Econmico y Social de Amrica latina (DESAL).
El inters del DESAL se centra en explicar el fenmeno de la
dualidad de las sociedades latinoamericanas y en buscar la mejor
manera de integrar la poblacin marginada al sistema social, cambiando sus valores y actitudes fundamentales (Vekemans y Silva,
1969). El fatalismo constituira una de las actitudes propias de la
poblacin marginada que le impiden integrarse al mundo moderno y
que le mantienen en la miseria y en la impotencia social (Silva, 1972).
Un ejemplo tpico de este enfoque lo constituye el planteamiento de Fernando Durn. Segn Durn (1978, 98-100), la mayora de
la poblacin latinoamericana presenta los siguientes :asgos caracterolgicos: a) autoritarismo, en el sentido que se tiende a confiar en
la autoridad para fundar las acciones y los juicios; b) identificacin del individuo con un microcosmos de relaciones sociales;
e) conformismo, y d) inclinacin a considerar el pasado y presente
como foco temporal de la vida huf!lana, sin prestar atencin detenida al periodo futuro. A partir de estos rasgos caracterolgicos se
podran entender fenmenos como el del caciquismo, que se asentara sobre el conformismo autoritario de la poblacin o la falta de
responsabilidad y de iniciativa, que se basaran en la misma dependencia de la autoridad y en el presentismo provinciano.
Segn Durn (1978, 100-105), junto a esos cuatro rasgos caracterolgicos que l considera comunes a la mayora de latinoamericanos, se encontraran otros rasgos diferenciales que configuraran cinco tipos de carcter social: a) el capitalino, de mentalidad moderna,
dinmica y tcnica; b) el provinciano, apegado a las tradiciones y al
ritualismo; e) el campesino, resignado y opuesto a cualquier cambio; d) el caribeo, caracterizado por el tropicalismo, es decir, por
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EL FATALISMO
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EL LATINO INDOLENTE
Sin embargo, la experiencia de las poblaciones marginadas muestra palmariamente lo falso de esta tesis. No es v6luntad, ni deseo, ni
empuje, ni siquiera flexibilidad lo que falta a muchos marginados.
En una serie de estudios sobre las actitudes hacia el trabajo, L. Goodwin (1972) encontr que no haba diferencia entre la tica del trabajo o las aspiraciones vitales de las personas pobres y de las personas no pobres. Para el caso del pueblo salvadoreo, su laboriosidad
y tesn son tan reconocidos que se ha hecho de esas virtudes un
estereotipo folklrico. La guerra entre El Salvador y Honduras en
1969 estuvo muy relacionada con el progreso y poder socioeconmico que los emigrantes salvadoreos haban logrado en tierra hondurefia. Por el contrario, en el interior del pas, tan pequeo o nulo
es el progreso que logra el marginado que se esfuerza como el que se
abandona al destir10, sin que aparezca correlacin alguna entre
empuje y logro. Quiz para explicar y aun justificar esta falta de
progreso, el estereotipo folklrico del salvadoreo aade su cualidad de guanaco, es decir, de pjaro simpln y engaable. El que
sectores cada vez ms amplios de las mayoras latinoamericanas no
consigan integrarse al sistema dominante y ni siquiera disfruten
de sus beneficios mnimos, no es por falta de esfuerzo o por una
insuficiente motivacin; cuando menos, no siempre o necesariamente es por eso, sino que el sistema social mismo est planteado en
tales trminos estructurales que no puede satisfacer las necesidades
fundamentales de esa poblacin mayoritaria. La paradoja estriba en
que estas mayoras marginales s se encuentran integradas al sistema, pero en cuanto marginadas, y ello no porque tengan o dejen de
tener los valores y las actitudes requeridas, no porqe estn motivadas o no para lograr grandes cosas en su vida, sino porque carecen
de oportunidades sociales mnimas o de poder para lograrlas.
La cultura de la pobreza
Una versin diferente del fatalismo latinoamericano atribuye este sndrome al desarrollo de unas pautas culturales necesarias en un momento para lograr la supervivencia, pero que al reproducirse tienden
a perpetuar aquellas mismas condiciones que las producen, generando un crculo vicioso. Se trata de la llamada cultura de la pobreza.
El trmino fue acuado por Osear Lewis (1959) e inmediatamente fue asumido por los ciendficos sociales, ya que reflejaba a la
perfeccin el hecho de que los pobres vivan en un mundo diferente, con sus propias normas y valores, sus comportamientos y hbitos caractersticos. Segn Lewis (1969), la familia de esta subcul-
tura se caracteriza por las uniones libres, el matricentrismo, la
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15. En una especie de dialctica voraz, parecida a aquella otra (en realidad es prctica
mente la misma) que alumbra el pecado (ver nota 14 de Iglesia y revolucin en El Salva
dor) el fatalismo alimenta y se nutre de la creencia en un orden natural (ver nocas 4 , 5 y 12
del captulo Del opio rel igioso a la fe libertadora), y suele contar con apoyos en las ms
acendradas y rancias creencias religiosas que acaban por justificar la dominacin social (la
dod lidad convertida en virtud, se dice al final de este captulo; en Ja virmd de la resigna
cin) , la condena de las ideas polticas, la reivindicacin de justicia y d ignidad para la pcrso
na. Lo dir en este mismo captulo, al final del epgrafe El carcter ideolgico del fatalismo: habida cuenta de Ja impofrancia de la religin en los pueblos latinoamericanos, la
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cacn de que resulta imposible a las mayoras populares latinoamericanas lograr un cambio de su situacin social !nediante sus esfuerzos. El fatalismo detecta acertadamente el sntoma, pero yerra en su
diagnstico.
La historia de cualquier pueblo latinoamericano puede corroborar ese ncleo de verdad del fatalismo. El nivel de vida de las mayoras salvadoreas no es hoy mejor de lo que era hace cincuenta, treinta o diez aos, a pesar de que el ingreso per cpita del pas ha seguido
una curva de ascenso. Y, si como dice lo que hemos llamado el estereotipo folklrico, el salvadoreo es tan trabajador, mal se puede
achacar a su carcter o a deficiencia de esfuerzos esta falta de progreso. 'En un estudio realizado en 1978 en mi mesn de San Salvador, es decir, en una vivienda colectiva popular donde cada familia
dispone de una o dos habitaciones y comparte s~rvicios comunes, se
observ que los inquilinos aceptaban vivir en esas lamentables condiciones porque las consideraban transitorias y pensaban que pronto podran conseguir una vivienda propia y ms digna (Herrera y
Martn-Bar, 1978) 16 Sin embargo, un buen nmero de ellos ya
arrastraba esa situacin desde haca varios aos, y todo permita
predecir que la mayora, si no todos los inquilinos, pasara el resto
de su vida en una vivienda as, quiz cambiando a otros mesones
equivalentes o levantando una Champa (choza) en alguna colonia
marginal. Frente a lo que se pensara desde la perspectiva de la cultura de la pobreza, psicolgicamente casi todos los inquilinos del
mesn aspiraban y aun confiaban en mejorar su situacin econmica y habitacional; era el funcionamiento inexorable del sistema social del que constituan una parte marginal el que truncaba sus aspiraciones y sueos, mantenindoles en la misma situacin.
Incluso polticamente, las mayoras salvadoreas han tratado de
abrir el camino hacia un cambio social. Pero los esfuerzos polticos
no han tenido mejor destino que los esfuerzos laborales. En 1932, un
levantamiento popular fue ahogado en sangre (Anderson, 1976). En
1974, un amplio sector campesino acept participar en un proyecto
de Transformacin Agraria que el gobierno de turno le present
confluencia entre fatalismo y creencias religiosas Constituye uno de los elementos que ms
contribuye a garantizar la estabilidad del orden opresor. Algo hemos visto ya en el captulo
previo, y volveremos sobre ello en el captulo Iglesia y revolucin en El Salvador (nota 2),
Ysobre todo a lo largo del captulo Del opio religioso a la fe libertadora.
16. Este estudio es un buen ejemplo de la crtica al individualismo. que subyace a la
propuesta psico-social de Martn-Bar: Lo que interesa no es tanto analizar casos individuales cuanto examinar si el mesn, como estructura social, puede ofrecer una base, al
menos mnima, para el desarrollo de una comunidad humana. En otras palabras, no interesa
el individuo como tal, sino en cuanto es miembrn de un "sistema" social, el "sistema" del
mesn (Herrera y Martn-Bar, 1978, 807).
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EL FATALISMO
COMO
como camino haca el cambio social. El proyecto no slo fue cancelado dos meses despus de que fuer anunciado, sino que se reprimi a los campesinos involucrados cuando reclamaban su ejecucin;
de esta forma pagaban con su vida el haber confiado en la palabra
gubernamental y haber osado buscar un cambio a su destino (ver A
sus rdenes, 1976; Martn-Bar, 1977). Ms recientemente, en
1980, el gobierno salvadoreo inici un nuevo proyecto de Reforma Agraria 17 con la voluntad expresa de quitar banderas a los movimientos revolucionarios y eliminar algunas de las condiciones
sociales ms explosivas del pas. Aunque el programa ha continuado, ms que nada como una fachada requerida por el proyecto en
marcha de exterminar militarmente a los grupos revolucionarios,
sus virtualidades han sido bloqueadas por la falta de apoyo real y
aun por la misma Constitucin poltica elaborada en 1982. De hecho, las condiciones reales de los beneficiarios han seguido siendo
tan precarias y en ciertos casos ms que las del resto del campesinado salvadorefio (Diskin, 1985; Olano y Orellana, 1985).
Se dira que, como pretende la teora de la dependencia 18, Ja
situacin que se produce internacionalmente entre pases ricos y
pases pobres se refleja al interior de cada pas entre las minoras
ricas o establecidas y las mayoras depauperadas y marginales. El
empobrecimiento creciente que hace impagable la deuda externa
que tiene contrada la mayor parte de los pases latinoamericanos
parece reproducirse en el empobrecimiento progresivo de los sectores mayoritarios de sus respectivos pueblos. Y as como la impagabilidad de esa deuda es consecuencia de un ordenamiento econmico
y financiero internacional que favorece a los pases industrializados,
la inmutabilidad de la situacin de las mayoras populares latinoamericanas es el resultado de unas estructuras sociales explotadoras
y marginantes.
Llegamos as a la consecuencia de que, aunque el fatalismo constituye un sndrome personal, representa un correlato psquico de
17. La postura de la UCA sobre la reforma agraria fue precisamente uno de los motivos de desencuentro con los goben1antcs. El 29 de junio de 1976 la Asamblea Legislativa
aprueba un tmido programa de reforma que es apoyado pblicamente por los jesuitas en un
edicorial.de ECA (Estudios Ce11troamerica11os). Pero ante la protesta de los terratenientes, el
presidente Mol in a retira la ley, lo que provoca un duro editorial de ECA, A sus rdenes, mi
capital, en el que se apunta directamente al capitalismo agrario ms reaccionario como el
responsable del fracaso. En los meses siguientes la UCA sufri media docena de atentados
con bombas, algunos de .ellos perpetrados por el famoso escuadrn d'e la muerte Unin
Guetrera Blanca. La reforma agraria ocupa precisamente la ltima parte <le la Psicologa
del campesino salvadore1io, el anculo en el que, como se ha comenrado, Martn-Bar se
aproxima con decisin al tema del fatalismo.
18. Sobre las teoras desarrollisrns y de Ja dependencia, ver nocas 3 y 4 del captulo
Conscientizacin y currculos universitarios.
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EL
LATINO
INDOLENTE
determinadas estructuras sociales. Reaparece as la vieja tesis psicosocial que postula una correlacin entre estrucntras objetivas y subjetivas, entre las exigencias de los regmenes sociales y los rasgos
caracrerolgicos de los individuos. No hace falta suponer una relacin mecnica de causa-efecto ni postular una personalidad de base;
se trata de verificar el hecho obvio de que el orden y funcionamiento
de cada rgimen social propicia unas actitudes mientras dificulta
otras, premia ciertas formas de comportamiento mientras prohbe y
castiga otras.
Ahora bien, uno de los errores cometidos en la concepcin clsica
sobre la relacin entre estructuras sociales y estructuras de la personalidad radica en el presupuesto implcito de que entre los sectores que
forman una sociedad hay armona y unidad cultural, asuncin propia
de la visin funcionalista de la sociedad, segn la cual la pertenencia
-a un mismo sistema social implica una comunidad de valores y normas. Si, por el contrario, se comprueba que las sociedades latinoamericanas se basan en el dominio opresivo de unas clases sobre otras, cabe
entonces esperar que las estructuras afecten de diversa manera a las
personas segn su diferente incardinacin clasista. As como los tericos del aprendizaje social han verificado que existen conductas
sexualmente tipificadas, es decir, a las que se responde de distinta
manera si provienen de un hombre que si provienen de una mujer
(Mischel, 1972), no es aventurado suponer que existen tambin esquemas cornportamentales clasistas, es decir, diferencialrnente estimulados y reforzados en los miembros de una clase social o de otra.
La consecuencia no por obvia resulta menos importante: el fatalismo constituye uno de esos esquemas comportamentales que el orden social prevalente en los pases latinoamericanos propicia y
refuerza en aquellos estratos de la poblacin a los que la racionalidad
del orden establecido niega la satisfaccin de las necesidades ms
bsicas mientras posibilita la satisfaccin suntuaria de las minoras
dominantes. A la praxis social sigue el -conocimiento sobre la realidad 19; las clases sociales se apropian de su destino histrico y lo
19. Es una buena muestra de la postura epistemolgica de Marto-Bar, perfectamente acorde con el compromiso de caridad del que hnblbamos en la Introduccin. El conocimiento (las teoras psico-sociales) emanan al calor de una realidad que en algunas latitudes
sangra por los cuatro c-0srados y debe tener como objetivo (posicin axiolgica) intentar
liberar a las personas de sus garras. La realidad nacional que con tanto nfasis ha definido el
quch:1cer ele la UCA como institucin; la realidad como problema central, la realidad histrica de El Salvador como la gran asignatura: una realidad Caracterizada por la injusticia
estructural y la violencia institucionalizada, por la dependencia internacional y por la polarizacin social (son palabras del cdirorial de la revista Estudios Centroamericanos que, bajo
el dtulo de Veinticinco aos de compromiso universirario con la liberacin se public en
el n. 0 503 de 1990, pp. 705-729): de ah a las teoras, y no al revs.
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mido contribuye a mantener las condiciones de opresin. La expresin uno de pobre con que el campesino o elmarginado salvadoreos solan hasta hace poco dar razn de su situacin o justificar lo
moderado de sus aspiraciones virales pone de manifiesto esta naturalizacin que viabiliza al mismo sistema del que surge.
El carcter ideolgi.co del fatalismo
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tos del pasado que fueron eficaces para defender los intereses de las
clases explotadas y que vuelvan otra Arez a ser tiles para los objetivos de lucha y conscientizacin. Esta memoria es particularmente
importante en las circunstancias actuales en que las fuerzas dominantes realizan un gran esfuerzo propagandstico por atribuir las
causas de los problemas latinoamericanos a la confrontaci n entre
el Este y el Oeste y, ms en concreto, a la subversin comunista,
como si los males latinoamericanos se derivaran del expansionismo sovitico o comenzaran con la subida de Fidel Castro al poder.
La conciencia histrica necesita una particular perspicacia crtica
para discernir a partir ele hechos y realidades concretas la validez de
las propuestas ideolgicas que hoy se plantean a los pueblos latinoamericanos, desenmascarando el carcter orwelliano del lenguaje
dominante.
2. Uno de los puntos cruciales para la eliminacin de l fatalismo
radica en la organizacin social de las mayoras populares en funcin
de sus propios intereses. Slo de esta manera se superar el individualismo; es decir, la concepcin de que cada cual debe confrontar
aisladamente sus condiciones de vida, de que el xito o fracaso es
a lgo que slo concierne a cada individuo en particular, sin que el
destino de uno tenga relacin alguna con el destino de los dems. La
organizacin popular supone la conciencia de que existe una profunda comunidad de intereses entre todos los miembros d e las clases
oprimidas y de que la inmutabilidad de su mundo es debida, en buena medida, a su divisin y aislamiento individualista. En El Salvador
se ha podido apreciar el importante papel de las organizaciones populares como elemento dinamizador de la iniciativa de los oprimidos
y aun como alternativa a la oferta tradicional de los partidos polticos
para emerger de su marginacin histrica y representar sus intereses
frente a otras instancias sociales (Ellac ura, 1983).
3. El aspecto fundamental para la superacin del fatalismo de
las mayoras latinoamericanas lo constituye suprdctica de clase. Ningn sentido tendra una conciencia histrica que no se operativizara
en la bsqueda de una nueva identidad social, o la organizacin que
no se materializara en actividades en beneficio para los sectores populares que rompan el crculo vicioso de su pasividad y marginacin. Ms an, es difcil pensar en que se desarrolle una verdadera
conciencia histrica o que se logre una organizacin popular fuera
del contexto de una prctica popular que por necesidad tiene que
ser una praxis de cl ase, es decir, articulada en el eje de los intereses
populares. En ltima instancia, la superacin del fatalismo de las
mayoras populares latinoamericanas requiere un cambio r evolucionario; es decir, un cambio en aquellas estructuras, polticas y ccon-
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micas, pero tambin psico-sociaJes, donde se asienta un ordenamicnro marginame y pasivizador que basa el bienestar de unos pocos en
Ja explotacin opresiva de los muchos. Slo la prctica rcvolucionarial2 permitir a los pueblos latinoamericanos romper la inflexibili dad de unas estructuras sociales congeladas en fu ncin de intereses
minoritarios y superar as los cien aos de soledad que los mantienen al margen de la historia, uncidos al yugo de un dc~tino fatal.
22. Entre otras cosas, porque Ja liberacin no se agota en una critica a ese modelo de
sociedad que ha dado lugar a la pobreza, a la injusticia y a la violencia es tambin una praxis
social que intenta cambiar las condiciones que los alimentan. El compromiso dd que hemos
hablado en la Introduccin y del que volveremos a hablar en la nota 5 de Conscientizacin
y currculos universitarios- se concreta en la lucha contra aquellas estructuras dotadas de un
tridente letal (injusticia, pobreza y violencia: ver nota 9 de Iglesia y revolucin en El Salvador) que se ayuda de Ja asepsia para seguir manteni endo su perverso maridaje con el poder
establecido. Al abordar el problema de la violencia en Amrica latina, In Conferencia de
Medcllfn dej hecha la ad,ertencia: No debe, pues, extraarnos que nazca en Amrica
latina la "tentacin de la violencia. No hay que abusar de la paciencia de un pueblo que
soporta durante aos una cond1c1n que difcilmente aceptaran quienes tienen una mayor
conciencia de los derechos humanos- (CELAM, 1977, 38). Un par de aos ms tarde, en
1979, monseor Romero insislirfa en la misma direccin: Cada ve1 son m~s en el pas los
que caen en Ja cuenta de que la raft ltima de los grandes males que nos afl igen, incluido el
4
recrudeci mi ento de la violencia, es esta Viol'tncin es1ructuraJ que se concreta en la injusta
distribucin de la riqueza y de la propiedad, esp ecia lmente por lo que toca a la tenencia de
la tierra y, ms en general , en aquel conjunto de estructuras econmicas y polticas por las
que unos pocos se hacen cada ve:t m.is ricos y poderosos, mientras los ms se hacen cada vez
ms pobres y d~bilcs (Misin de la Iglesia en medio de la crisis del pas, en J. Sobrino, l.
Marn-Bar6 y R. Cardenal, lA llO< de los sin voz. lA palabra viva de Monmior Romero. San
Salvador: UCA Editores, 1980, p. 157). El desarrollo de una prctica socio-poltica resis
tente a cualquier forma de dominacin y Ja legitimidad de oponerse a estructuras opresivas
es una de las ideas que Mnrtn-Bar maneja (ver ca pculo Iglesia y revolu cin en El Salvador) . Y lo hace, entre otras cosas, como parre de ese compromiso de vida que tnn cabalmente reflejado queda en el ya citado editorial Veinticinco a!os de compromiso universitario
con la liberacin (Est11dios Centroamericanos, 503, J 990, 705-729): l:I talante fundamen
t::tl de la acuv1dad universitari:i que tiene como horizonte la situacin real de las mayorlas
oprimidas no puede ser el conformismo o la conciliaa6n. Tiene que ser un talante beligeran
te; de tal manera que, en nuestra ~ituacin, la beligerancia es una car.1cterlstiea importan1c
del quehacer universitario (p . 7 14).
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3
EL LATINO EXPLOTAD0 1
LA IDENTIDAD NACIONAL
1 . Este captulo corresponde en su integcidad al artculo Trabajador alegre o trabajador explorndo? La identidad nacional del salvadoreo, publicado en la Revista de Psicologa de El Salvador, 35, 199.0, 147-1 72. La Revista de Psicologa de El Salvador, editada por
el Departamento de Psicologa y Educaci11 de la UCA, inicia su peripecia en 1988. Desde
1982 haba estado precedida por el modesto Boletn de Psicologa, una publicacin trimestral emanada del mismo Deparramento en la que se daba la bienvenida a aquellos artculos
de inters general para los docentes, estudiantes y profesionales en Psicologa, y en el que
MarrnBar jugara un d estacado papel (prcticamente no hubo nmero en el que no se
incluyera un artculo suyo}.
2 . Cuando se tienen en cuenca las consideraciones de orden econmico la identidad
nacional limira con la cultura de la pobreza; esta ltima con el fatalismo, y ste, a su vez, co11
determinadas creencias religiosas (ver notas 6 y 15 del captulo anterior).
103
se enfrentan unos mismos problemas para la subsistencia, se pertenece a una misma raza, se habla unimisma lengua, se poseen unas
mismas tradiciones y costumbres. Los factores subjetivos seran todos aquellos que propiciaran el que las personas asumieran como
propia la ident,idad nacional y, por tanto, se sintieran parte de ese
grupo. Est, ante todo, la conciencia de la identidad nacional, es
decir, la percepcin ms o menos clara del grupo como nacin y de
uno mismo como perteneciente a ese grupo; pero est, tambin, la
aceptacin normativa, ms o menos voluntaria, de sus valores, normas y estilo ideal de vida. La identidad nacional surgira, por tanto,
del hecho de compartir unas condiciones objetivas de vida, y se materializara mediante la conciencia refleja y operante de las personas
involucradas.
Maritza Montero (1984, 76-77) ofrece una definicin que expresa adecuadamente esa comprensin bifactorial de identidad nacional. Segn ella, la identidad nacional es el conjunto de significaciones y representaciones relativamente permanentes a travs del
tiempo que permiten a los miembros de un grupo social que comparten una historia y un territorio comn, as como otros elementos
socio-culturales, tales como un lenguaje, una religin, costumbres e
instituciones sociales, reconocerse como relacionados los unos con
los ot ros biogrficamente. Obsrvese de paso que, cuando se habla
de rasgos de una identidad naeional, no se est necesariamente aludiendo a una caracterstca de la personalidad de los individuos en el
sentido tradicional de una personalidad de base,,.i.
Ahora bien, el que existan unas condiciones objetivas comunes
no es sin ms suficiente para que se d una identidad mfcional. Es
claro, p or ejemplo, que existen poblaciones con caractersticas muy
similares que habitan en un mismo entorno natural y comparten una
historia fundamentalmente comn y que, sin embargo, se encuentran
divididas no slo por las fronteras polticas de los pases, sino por la
asuncin de identidades nacionales diforentcs y hasta expresamente
contrapuestas. No hay, por tanto, un paso automtico de las con diciones objetivas a la conciencia subjetiva de identidad, y menos an
a la asuncin consciente de esa identidad nacional. Por ello, Herbert
Kelman (1983) subraya que la identidad nacional arranca de la unidad tnico-cultural de un grupo, pero se desarrolla mediante los esfuerzos deliberados por ideologizar esas caractersticas comunes y
por movilizar a las personas a partir d e ellas. Ideologjzar las caractersticas comunes significa transformarlas en esquemas ideo-afectivos
3. Sobre el trniamiento que Mann-Bar hace de la personalidad bsica, ver nota 9
de Presupuestos psico-sociales del c~rcter.
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cados al norteamericano: prctico, cientfico, inteligente, materialista y ambicioso. Pero si el venezolano se mimsvalora frente al estadounidense (lo que Salazar llama la ideologa de minusvala frente a
los Estados Unidos o IDUSA), se sobrevalora frente aJ colombiano
(la ideologa de superioridad en relacin con Colombia o !SUCO)
(Salazar, 1983). Segn Maritza Montero (1984, 106-107), en la imagen del venezolano que emerge de los estudios de Salazar predominan los rasgos negativos, lo que denota una auto percepcin colectiva
desvalorizadora. Esta imagen negativa expresara una contradiccin
slo explicable a la luz de una situacin de dependencia alienante
que atribuye al propio grupo nacional la culpa de todos los males y
fallos sociales.
En una serie de estudios ulteriores realizados en seis pases latinoamericanos (Brasil, Colombia, Mxico, Repblica Dominicana y
Venezuela) con un total de 982 estudiantes universitarios, se pudo
identificar tres factores que se repetan en la imagen de todos los
grupos: un factor socio-afectivo (por ejemplo, alegre, amable, hospitalario), un factor instrumental (flojo, conformista, trabajador) y un
factor cultural (culto) (Salazar y Banchs, 1985, 15-16).
En El SaJvador slo se han realizado algunos estudios parciales
sobre la imagen del salvadoreo. As, en 1981, Miriarn Turcios y
Marta Velsquez examinaron la relacin entre estratificacin social
y autoimagen y, como era de esperar, encontraron que, cuanto ms
alto es el nivel social, ms positiva era la imagen. En 1983, se aplicaron unas modalidades de diferencial semntico a 1.254 adultos de
los sectores medios de San Salvador, estratificados por nivel social y
sexo, y se encontr que el rasgo ms mucado para caracterizar tanto al hombre como a la mujer era la laboriosidad, y ello con gran
difere ncia sobre cualquier otro rasgo (Martn-Bar, 1983b). Ana Villavicencio, Ana Salinas y Carm en Puig (1986) compararon la autoimagen de jvenes obreros y univc_rsitarios de San Salvador y encontraron que el obrero se ve a s mismo como ms emotivo, trabajador,
hospitalario, sincero y menos agresivo que el estudiante universitario, pero que la imagen de los estudiantes concuerda ms con la que
de ellos tienen sus profesores que la imagen de los obreros con la
manifestada sobre ellos por sus patronos.
El presente trabajo pretende examinar la imagen que sobre s
mismos tienen los salvadoreos, es decir, aquellos rasgos o caractersticas que atribuyen a su identidad nacional, y en qu medida esa
imagen refleja una distorsin ideolgica de la realid ad. La segunda
parte de esta investigacin fue desarrollada en parte como trabajo de
les is de licenciatura en Psicologa (Azucena et al., 1989a; 1989b). El
estudio es hoy da tanto ms importante cuanto que la guerra civil
107
EL f AT .A. ~ IS MO COMO
ID ENTIDAD
COGNITIVA
que desde 1980 divide al pas no slo cuestiona de hecho la existencia de una identidad nacional sobreluna base comn objetiva sino,
sobre todo, la deseabilidad social de muchas de las condiciones y
valores en los que hasta ahora se haba cifrado esa identidad.
Entendemos aqu la imagen naci onal en el sentido de una representacin social, es decir, de una forma de conocimiento especfico,
el saber de sentido comn, cuyos contenidos expresan la operacin
de prnccsos generadores y funcionales socialmente determinados.
Esto significa que las representaciones sociales son modalidades de
pensamiento prctico orientadas hacia la comunicacin, captacin y
dominio del ambiente social, material e ideal Oodelet, 1984, 361;
ver tambin H erzlich, 1975; Banchs, 1988). En la medida en que los
conocimientos que las personas van teniendo de la realidad son socialmente elaborados, sobre todo mediante la comunicacin verbal,
es decir, mediante la palabra, se va produciendo su ideologizacin:
su significacin es reducida a un determinado sentido impuesto desde el poder social como un iversal o natural y, en todo caso, como
incuestionable (Lane, 1985, 34 ss.).
Nuestra hiptesis de trabajo es que esa representacin social que
es la imagen social del salvadoreo, en cuanto saber de Sentido comn que contribuye a mediar y/o desencadenar los comportamientos de los salvadoreos referidos a lo nacional, escamotea y oculta
buena parte de la realidad que viven en concreto la mayora de los
salvadoreos, y ello en beneficio de los sectores dominantes.
METO DOLOGA
108
El LATIN O
EXP L OT ADO
109
El
FAT A LISMO
CO MO ID E NTIDAD CO GNITIV A
1.
CAltA.CTERSTICAS
ENCUESTA
M edios
Sectores sociales
2.
ENCUE~T:\
T odos
Sexo
Masculino
Femenino
48,3
51 ,7
49,2
50,8
63,6
32,1
4 ,3
30,5 aos
48,3
36,1
15,6
35,5 aos
Estado civil
Soltero
Casado/Acompaado
Separado/Viudo
45,0
48,7
6,3
39,2
50,3
10,5
Religin
Catlica
Evangelista
Otras
Ninguna
77,3
8,1
2,5
12,0
67,9
12,5
1,6
18,0
Escolaridad
Analfabeto
Primaria
Plan bsico
Bachillerato
Superior
Escolaridad promedio
0,2
5,2
5,8
4 2,9
45,9
13 ,0 aos
15,3
32,3
11,4
21,3
19,7
7,0 aos
0,3
8,4
25,2
45,1
21,0
11,2
37,6
23,8
21,5
5,9
2.186,50 cols.
1.033,00 cols.
1.025
766
Nmero de personas
110
EL
LATIN O
EXPLOTADO
RESULTADOS
)
En el cuadro 2 se presentan los diez rasgos ms atribuidos al salvadoreo en la primera y segunda versin del cuestionario. Los porcentajes estn obtenidos sobre el nmero de personas que respondieron e indican la proporcin que seal cada rasgo; como a cada
persona se le peda mencionar cuatro rasgos, la suma de porcentajes
es superior a 100% (la suma de los porcentajes de todos los rasgos
sealados se acerca, obviamente, al 400%). Hagamos unos comentarios iniciales sobre estos resulrados:
1. El rasgo trabajador, emprendedor aparece en ambas listas
como el ms frecuentemente atribuido al salvadoreo (88,2% en la
primera, 70,6% en la segunda), y ello con gran diferencia respecto a
cualquier otro rasgo. Con el adjetivo emprendedor se han codificado diversos trminos que puntan a que el salvadoreo no se amedrenta ante las dificultades laborales, sabe salir adelante en situaciones problemticas, se las arregla para no cejar en su trabajo.
Rasgo
2. 0 encuesta
Rasgo
Trabajador, emprendedor
88,2
Trabajador, emprendedor
70,6
Alegre, amistoso
40,4
Simptico, alegre
43,0
Machisra
38,0
Bondadoso
41,5
34,1
26,5
Religioso
26,2
Inteligente, educado
17,4
Explotado
14,2
Conformista, alienado
23,4
Competitivo, agresivo
13,7
Inconforme
13,8
Pobre, explotado
13,5
Alienado
10,4
Inteligente; culto
13,2
Malo
10,2
Generoso, servicial
11,S
Religioso
6,0
Cada persona sealaba cuatro rasgos. En el cuadro solamente se incluyen los diez rasgos
ms mencionad os. Los porcentajes estn calculados sobre el nmero de personas, no de
respuestas, e indican la proporcin que scrial cada rasgo; por ello, si se incluyeran
todos los rasgos mencionados, la suma toral de porcentajes se acercara al 400%.
111
EL
FATALISMO
COMO
I DENT I DAD
COGN I TI VA
5.
En el artculo
~Aspiraciones
pequea burguesa salvadoreiia (ideologa en el doble sentido de visin del mundo pero
tambin de estructura actitudinal de las personas) ha ayudado, sin duda, a manrener el
sistema social explotador e injusto que ha imperado en el pas (p. 785). La ideologfa,
responder a una de las preguntas formuladas en la entrevista con Ignacio Dobles, es una
lectura sobre la realidad, una intcrpremcin del Jllundo (esta idea, advierte, la toma de
i\lthusser) que en el caso de Amrica latina ha sido impuesta desde los intereses (funda
mcntalmcnrc los econmicos) de unos pocos que han reaccionado con inusitada violencb
cuando han credo verlos peligrar. La tarea pastoral y ciendfica de Martn-Bar6 se va a
centrar en dejar al desn udo dicha idcologfo y luchar sin tapujos contra ella. La protagonista
de la historia novelada de Manlio Argucia (Un dfa en la vida) describe la situacin con toda
crudeza: El infierno est empedrado de malos, nos dccfan. Y los malos eran los que
pensaban mal. Nosotros estbamos siempre queri endo ser buenos. Crefamos que ser bueno
era agachar la cabeza, no protestar, n o reclamar nada, no enojarse. Nadie nos haba aclarado estas cosas. Al contrario, a cada rato ~e nos ofrccfa el paraso celestial. El premio por ser
bueno. Rcsperar al prjimo, en verdad, era respetar al patrn. Y respetar al patrn era ser
conforme con lo que l dispusiera. Si no haba frijoles para co mer despus de ttabajar en la
finca, era porque el patrn no poda, el patrn tena prdidas. Si no haba ramadas para
dormir era que al patrn no le haba dado tiempo la cosecha para hacerla. Y all estbamos
nosotros sin comer, esperando la tarde o la noche para ir a comer a la casa, rodo un da sin
comer; o al l bamos a dormir bajo los palos de pcpccos en el cafetal (p. 44).
112
EL LATINO EX P L OTADO
l.' encuesta
2. encuesta
Rasgo
67,5
59,7
Rasgo
Jnreligente, culto
41,7
lnteligence, educado
24,4
Explotador, prepotente
39,5
Bondadoso
23,9
Prctico, organizado
39,2
Dominante
20,0
Liberal, flexible
22,7
Simptico
19,2
Trabajador, emprendedor
17,3
Rico, desarrollado
15,l
Ambicioso, egosta
16,8
Malo
13,1
Desarrollado, rico
14,0
Trabajador, emprendedor
1 J ,9
Vicioso, haragn
12,4
Responsable
8,2
Orgulloso, credo
11,7
Antiptico
8,1
Cada persona sealaba cuatro rasgos. En el cuadro solamence se incluyen los diez rasgos
ms mencionados. Los porcentajes estn calculados sobre el nmero de personas, no de
respuestas, e indican la proporcin que seal cada rasgo; por ello, si se incl uyeran todos
los rasgos mencionados, la suma total de porcentajes se acercara al 400%.
113
EL FATALISMO
COMO
IOENTIOAO COGNITIVA
Rasgo
%
40,3
Trabajador, emprendedor
53,7
Alegre, am istoso
47,1
Haragn
33,9
45,7
Malo
27,1
Machista
40,l
Simptico
21,0
Religioso
24,9
Bondadoso
16,2
Conf9rmista, alienado
22,5
Trabajador, emprendedor
15,7
Inteligente, culto
15,9
Alienado
15,2
14,5
Antipt ico
14,4
Competitivo, agresivo
11,4
Explorado
7,8
9,4
Ignorante
7,3
Cada persona sealaba cuatro rasgos para cada grupo nacional. En el cuadro solameme
se incluyen los diez rasgos ms mencionados en cada caso. Los porcentajes estn calculados
sobre el nmero de personas, no de respuestas, e indican la proporcin que seal cada
rasgo; por el lo, si se incl uyeran todos los rasgos mencionados, la sumn total de porce ntajes
se acercada al 400%.
114
EL
LATINO
EXP L O T ADO
115
El
FA T ALISMO COMO
IDENTIDAD
COGNITIVA
t. encuesta
Salvadoreo Yo mismo
2. encuesta
Salvadoreo Yo m ism o
T rabajador Ha ragn
2,3
2,1
2,4
2,1
Religioso - No religioso
1,8
1,2
2,0
1,4
Alegre - Triste
2,0
1,8
1,9
1,7
1,4
1,7
1,8
1,6
Fuerte - Dbil
1,5
0,9
1,8
1,2
1,4
2,3
-2,2
0,4
-1 ,4
0 ,3
1,3
2,1
0,0
1,3
1, 1
0,9
- 0,5
0 ,2
--0,7
-1,l
0,1
0,8
0,6
1,1
0,2
--0,2
0 ,6
- 0,1
0,1
0,8
Honrado -Tramposo
N o m achista - Machista
Responsable - Irresponsable
Cult o (Estudi ado) - Ignora nte
Inconforme - C onformista
Generoso (Bondadoso) - Egosta
Pacfico - Agresivo (Violento)
Humild e O rgulloso
- 1,l
0,4
La escala va de +3.0 a -3.0, y estos valores indican una imagen identificada con los
polos correspondientes (p. ej., +3,0 = Trabajador. - 3,0 = H aragn) . Cua nto ms altos los
valores, posit ivos o negativos, m5s d ende la imagen a id entificar se con el correspondiente
polo de la escala semntica. Valores intermedios (ap roximadamente entre + l ,5 y - 1,5)
expresan una imagen promedio poco definida en la correspondiente esca la semntica, au nque ell o no resta sign ificacin a las diferencias individua les ni a las diferencias entre los
promedios.
Los adjetivos entre parntesis fueron usados en la segunda encuesta. Todas las diferencias entre las imgen es promedio del salvadorcrio y de s mismo dan una t altamente
significativa, a excepcin de la d iferencia entre estud iado-ignoran te en la segunda en
cuesta.
11 6
'
Polaridad
semntica*'
EL LATINO
EXPLTADO
117
EL
FATALISMO
C OM O
I D ENTIDAD
COGNITIVA
una comparacin de las valoraciones porcentuales para algunos rasgos concretos, dos de carcter cultur~l (trabajador y alegre) y dos de
carcter ms tico (violento y honesto). Obsrvese que, en el caso de
los sectores medios (primera encuesta), el porcentaje de personas con
una imageo ms favorable de s mismas que del salvadoreo es signi. ficativamente mayor que el de la poblacin general.
Cuadro 6. CONTRASTE ENTRE Li\ IMAGEN DE UNO MISMO
YLA DEL SALVADOREO (EN PORCENTAJES)
Imagen de
uno mismo
M;is posirivn
Igua l
Ms ne;ariva
Relacin
Posidva/Nega1iva
Alegre/
T riste
Pacfico/
Violemo
49,4
30,0
20,6
49,9
41,4
76,1
5,4
33,0
23,6
44,5
31,9
8,7
18,5
51,8
5,1
33, 1
0,5
0,7
2,4
5,7
4,1
l,6
Trabajador/
Haragn
15,5
51,5
G lobal
Ho nrado/
Tramposo 1. ene. 2.' ene.
,,.
Para poder contrastar los resultados de los diferenciales semnticos con el estudio multinacional desarrollado por Salazar y Banchs
(1985), se realizaron varios anlisis factoriales, tanto de la primera
(Martn-Bar, 1987a) como de la segunda encuesta. En el cuadro 7
se presenta la matriz factorial obtenida para las escalas correspondientes al salvadoreo en la segunda encuesta mediante el mtodo
de rotacin ortogonal (varimax).
Valga cierta cautela antes de comentar los datos del cuadro 7.
Todo anlisis factorial constituye un clculo estadstico muy dependiente del tipo de datos que se le alimcnran y de la solucin aceptada
como ms satisfactoria tras la rotacin de la matriz, lo cual tiene
obviamente una alta dosis de artificiosidad. Es peligroso, por tanto,
tratar los factores obtenidos como si fueran una realidad factual, y
no como unos indicadores, por valiosos que sean, sobre cmo se
comportan determinados fenmenos. Esto es importante aqu, ya
que Salazar y Banchs introdujeron en su anlisis factorial los resultados de las listas de rasgos, mientras que nosotros estamos introduciendo los diferenciales semnticos.
Como puede verse, el nmero de factores obtenidos es tres,
como en el caso de Salazar y Banchs. cmo interpretar estos facto res? El primero satura pr inc~palmente los rasgos de pacfico-violen-
118
EL
Rasgo
Factor 1
Factor 2
Factor 3
.20966
Pacfico Violento
.69370
- .02514
Humilde Orgulloso
.6381)9
.03887
.04415
Bondadoso Egofsra
.52897
.22571
.00104
.35634
-.19392
.20014
-.02135
- .03644
.15871
No machista Machista
Imeligence Tomo
.11505
.51363
.50242
Fuerte Dbil
.00090
-.48543
Trabajador Har:agn
.17858
.06686
.43796
.01306
.36876
.25862
Estudiado - Ignoran te
-.08307
.09759
.16669
.62589
Inconforme Conformista
- .14336
-.06513
-.36976
Religioso No religioso
Alegre Triste
cow~spondiente
119
Cuadro 8. RAsGOS ASIGNADOS AL SALVADOREO POR LOS GRUPOS DE DISCUS lN (EN PORCENTAJES)
m
r
G rupos
socio les
Profesionales
Estudi antes
Sufrido
Alie nado
Explorado Dependiente
Porri orn
T rabaj.
Empre.
Nocido
en pos
lnscnsi.
Vol ieme
lnco nf.
Duro
Solidario
Hospi.
O tros
,..
Todos
N
)>
-!
>
,...
....,
12,5
10,0
27,5
2,5
7,5
7,5
o.o
15.0
17,5
40
1,2
19,5
o.o
25,3
4,6
24. 1
11,5
5,8
1.2
6,9
87
:I
o
()
o
o
:I
Mnescros
1-'
18,8
'11,3
23,8
11,3
13,8
7,5
o.o
o.o
10,0
3,8
80
5,8
o.o
1,2
0,0
16,J
10,5
o.o
1.2
1:16
,.,.
o.o
2,8
2,8
o.o
5,6
2,8
o.o
8,3
36
)>
9,0
o.o
2,3
19,1
o.o
o.o
5,6
o.o
o.o
()
27,1
42,9
8,6
1,4
o.o
0,0
5,7
o.o
2,9
70
-z
24
4,9
15
3,1
22
4,5
488
)>
Obre ros
60,5
4,7
Compesinos
66,7
11 ,1
Dcsplaz:idos
64,0
lnd;enos
11,4
o
o
o
C\
Totol N
162
33,2
65
54
13,3
11,1
5'1
10,4
36
7,4
30
6,2
29
5,9
100
-!
<
EL L A TI NO EXP LOT A D O
121
.f
El
FATALISMO
COMO
IDENTIDAD COGNITIVA
sentido, el salvadoreo debe sentirse orgulloso dt serlo, as se encuentre explotado y repri mido 8
J
Uno de los aspectos ms llamativos de las discusiones de grupo
fue lo poco que salieron en ellas ciertas caracterizaciones consideradas tpicas del salvadoreo: machista, alegre, religioso. En conjunto, la imagen del salvadoreo que aparece en el cuadro 9 (pgina 123) es el de una poblacin laboriosa, pero muy explotada,
sabedora de su capacidad, pero consciente de su falta de libertades
y de la necesidad de importantes cambios sociales que involucran el
propio grupo.
8. La mencin de las categoras explotador y explorado nos coloca en la tesitura d e abordar la influencia de la tcorfo marxista en la obra de M artn-Bar (algo hemos
adelantado ya en la lntrnduccin y notas precedentes: las 7 y 8 de l'rcsupuestos psico
sociales del carcter y la 20 de El latino indol cnce), asunco ste que requerira de un
espacio mucho ms am plio del que se dispone en una simple nota al pie de pgina, lo que
no debe scnir de excusa para obviar el rema y para apuntar que el marxismo va jugando
en la produccin cientfica de Martn-Bar un papel cada vez ms instrumental. J on
Sobrino, buen conocedor de todos los que fueron asesinados el 16 de noviembre de 1989,
lo ratifica en Compaeros de ]es1s (Sal Terrae: Santander, 1989, p. 20) en los siguientes
trminos: Por supuesto eran conocedores d el marxismo, de sus imp ortantes aporres para
analizar la sicuacin de opresin en el tercer mundo y de sus serias limirncioncs; pero no
fue en absoluto el marxismo su principa l fuente de inspiracin acadmica, ni su idcologfa
ltima para transformar la sociedad, ni mucho menos lo que inspir sus vidas personales.
Eso lo fue el evangelio de Jess, y desde l buscaron cmo encontrar los mejores conocimientos cientficos, cmo juzgar y usar las diversas ideologas en favor de los pobres. Por
lo que respecta a la obra d e Marrln-Bar, las referencias a Marx se producen fundamerl
talmente en el apartado dedicado a la clase social en Acci611 e ideologfa (ver nota 7 del
captulo primero), y en el referido al modelo conflictivista de Ja sociedad en Sistema,
grupo y poder; en ambos son cuantitativa mente muy escasas. Por lo que siempre ruvo una
especial preferencia es por la tipologa marxista Opresores-oprimidos,. que se ofrece en
diversas denominaciones: los que sufren y los que se aprovechan del sufrimiento leemos
en este captulo, el pueblo explotado y la minoria olig,1rquica, las minoras pudientes y las
mayorlas populares, el bienestM de los menos y el malestar de los ms. A todo esto cabra
aadir un punto de contacto especialmente relevante con el marxismo: la lucha por la
utopa de una sociedad sin clases; es decir, sin pobres de solemnidad. De lo que no cabe
duda es <le que la etiqueta de marxista fue empicada, sin con ni son como arma arrojadi7.a, corno estigma mortfero contra quienes pretendan poner en tela de juicio el orden
establecido. Y ello a pesar de que dicho orden fuera (como lo era, y lo sigue siendo en
buena medida) el verdadero origen de la muerte ffsica y psicolgica de miles de personas.
Monseor Romero, ya lo hemos recordado, d ej advertida eir una Carta Pastoral esta
falacia: Como se ha repetido abundantemente en los ltimos tiemp os y por varios episcopados latinoamericanos, los intereses creados son los que intentan hacer pasar por marxista la acruaci611 de la Iglesia, cuando sta recuerda los rns elementales derechos del hom bre y pone tod o su poder institucional y proftico al servicio de los desposedos y dbiles
(La Iglesia, cuerpo de Cristo en la historia, Segunda Carta l'asroral, en J. Sobrino, J.
Martn-Bar y R. Cardenal, LA uoz de los sin voz. La />a/abra viva de Monseor Romero.
San Salvador: UCA Editores, 1980, p..84).
122
EL 1.ATINO EXPLOTADO
"'
l. Trabajador para sobrevivir
.No es porque se nazca traba1ador como s.1lvadoreo, sino que las condiciones del
medio empujan al individuo a desarrollar mayores capacidades, destrezas, habilidades, para poder subsisti r (Enrique, profesiona l).
La inmensa mayora de nuestro pueblo somos agrcolas, trabajadores agrcolas. Los obreros somos los ms empobrecidos y somos Jos ms trabajadores Ouan,
campesino) .
Quienes ms se empecinan en decir de que los salvadoreos somos rrabajadores son aquellos que se benefician de los beneficios que este trabajo produce
(Mauricio, cstudiance).
2. Explotador o explotado
Yo en riendo que nosotros somos salvadoreos, pero que nosotros estamos reprim
dos. Reprimidos un poco por la guerra, ocro poco por el rico (Ofolia, dcspla.cada).
En este pas solamente existen dos clases: los explotadores y los explotados.
Enconces ser salvadoreo implica, es un honor para cada uno de nosotros, aunque seamos explorados (Eugenia, obrera).
123
EL FATALISMO
COMO
IDN T IDAD
COG N I T IVA
ANLISIS
.;
124
1
:~
~
'
El LA TI NO E XPLOTAD O
125
126
EL LATINO
EXPLO T ADO
de un salvadoreo trabajador y alegre, no slo se estara estimlan do la laboriosidad, sino la laboriosidad confonttista, y no slo la
alegra y simpata, sino una alegra inconsciente y alienante.
CONCLUSIN
127
EL
F A T ALI S M O
CO MO
IDENTIDAO
C OG N I TIVA
128
II
EL QUEHACER DESIDEOLOGIZADOR
DE LA PSICOLOGA
4
CONSCIENTIZACIN y CURRCULOS UNIVERSITARIOS 1
REALIDAD SOCIOPOLTlCA
DE LAS UNIV ERSIDA DES CENTROAMERICANAS
La imagen del sabio filsofo que, caminando abstrado en sus reflexiones, cae en un hoyo del camino, es una imagen pasada de
moda. Sin embargo, muchos de nosotros, universitarios centroamericanos, corremos el peligro de caer en el hoyo de nuestras abstracciones. Nuestra misma calidad de universitarios, mejores o peores,
pero universitarios, nos aleja vivencialmente de las estructuras que
condicionan y determinan ms en profundidad a nuestros pueblos,
as como nuestro quehacer cotidiano, de corte terico en su mayora, nos ubica en un estrato psicolgico nada popular.
De ah la necesidad de hacer un esfuerzo especial por resituarnos, ya que no existencialmente, al menos tericamente, en la spera realidad del hombre centroamericano. Una realidad hecha de negaciones, carencias, presiones incontroladas y fuerzas incontrolables.
Una realidad pletrica d e vida, pero una vida preada de muerte.
Realidad profundamente contradictoria y, por tanto, en ebullicin2
l. Este capitulo corresponde al artculo Elementos de conscientizacin socio-polci
ca en los currculos de las Universidades publicado en Estudios Centroamericanos, 3131
3 14, 1974, 765 -783. Se trata de la versi n de la ponencia que Martn Bar present a la
11 Reunin de Acadmicos de FUPAC que tuvo Jugar en San Jos (Cosca Rica), del 23 al 27
de septiembre de 1974. Forma parre, por tanto, de la primera poca de nuestro autor caracterizada por Ja bsqueda de un marco conceptual que satisfaciera lo que en Martn-Bar era
ya una posicin ideolgica firme: la liberacin.
2. Una vez ms, la referencia a la realidad como punto de partida. Lo hemos advert
do ya en la Introduccin y en la nota 19 de ~El latino indolente, pero conviene volver n
repecirlo cuantas veces sea preciso: la postura epistemolgica de MartnBar (y la tica, y la
terica) est marcada por el.principio de la realidad. Maritza Montero lo subray con acier
131
EL
QUEHA CER
DE
LA
PSICO lOGIA
132
CONSCIENTIZACIN
CURRICULOS
UNIVERSITARIOS
de la dependencia4 subrayar que esta siruacin que se da interiormente en nuestros pases es apenas una reprodutcin a escala nacional de la realidad a escala internacional, que la opresin interna reproduce la opresin externa que los pases ricos ejercen sobre los
pases pobres, y que esta estructura de opresin y dependencia se ha
ido generando en una historia de subordinacin de los unos a los
intereses y dictmenes de los otros.
No vamos a entrar aqu en un debate acerca de estas teoras.
Nos basta con haberlas sealado para traer a nuestro recuerdo el
contexto de nuestra realidad social. Y la imagen de esta realidad
social, tal como nos la presentan estas interpretaciones, ofrece los
siguientes rasgos:
l. La nuestra es, ante todo, una realidad trgica. Ni los datos
ms optimistas ni las explicaciones ms ideolgicamente viciadas
consiguen ocultar la situacin de inhumanidad e injusticia en que se
debaten nuestras sociedades. Mientras no se conozca y reconozca la
catstrofe de unas sociedades en las que la gran mayora se encuentra en un estado de perpetua emergencia vital, todo lo dems est
por lo mismo desenfocado y carece de cualquier viso de realidad.
2. En segundo lugar, esta situacin catastrfica es, adems, una
situacin conflictiva. El conflicto define a nuestra sociedad en todos
sus estratos y niveles, en todos sus aspectos. Conflicto radical, conflicto econmico, conflicto poltico, conflicto cultural, conflicto, en
pocas palabras, histrico. La entraa de nuestro ser es conflictiva,
pero lo es, sobre todo, la entraa de nuestro devenir. Es absurdo
querer permanecer al margen de este conflicto: la propia situacin
nos hace optar a espaldas e, incluso, contra nuestra voluntad y de4. El fracaso de la polciC2 dcsarrollista se hace patente en la Conferencia de Medclln: Recordemos, unn vez ms, las caractersticas del momento actual de nuestros pueblos
en el orden social: desde el punto de vista objetivo_. una situacin de subdesarroll o, delatada por fenmenos masivos de marginalidad, alienacin y pobreza, y condicionada en lti
ma instancia por csrrucrnras de dependencia econmica, polltica y cultural respecto a las
metrpolis industrializadas que detentan el monopolio de la tecnologfa y de la ciencia
(CELA.'-'!, 19n, 78). El subdesarrollo no se explica, encooccs, por la arcncia de estrucru
ras socio-econmic:u adecuadas, sino como fruto de la voracidad de los paises desarrollados. As es como se llega a la conviccin, slidamente implantada hasta nuestros das, de
que la opulencia y el bienestar de unos pases se nutren necesariamente de la indigencia y
las estrecheces en fa que viven otros. El subdesarrollo es una forma de dependencia, d e
desamparo y de dominacin: el reverso histrico del desarrollo (desarrollo y subdesarrollo
como las dos caras de una misma moneda). El capitalismo, en su forma salvaje, est lejos
de ser un factor de progreso en los pases atras:idos se ha convertido, ms bien, en un
obStculo para el desarrollo humano ya que la dependencia de Jos paises y hasta de las
personas agudiu su siruacin de subdesarrollo y da lug;ir no slo a un desarrollo dependiente, sino a nn:1 Psicologa de la dependencia. Para un visin retrospectiva del modelo y
la teora de la dependencia, ver C. Berzosa et al. (1996). Estructura &o116m1ca Mundial.
Madrid: Edi iorial Slmcsis.
133
EL
QUEHACER
DESIDEOLOGIZ:AOOR
DE
LA
PSiCOLOGiA
134
CONSCIENTIZAC I N
CURR CULOS
UNIVERSITAR I OS
el que ni se es dueo de s mismo, de su propio destino, ni ese serpara-otro es el resultado de una opcin, sino dluna imposicin. As,
nuestra sociedad no slo se encuentra enajenada respecto a su propio ser, sino que, por lo mismo, enajena la vida y hacer de todos
aquellos que la constituyen. Esto se puede aplicar tanto a individuos
como a instituciones.
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EL
QUEHA CER
DESIDEOLOGIZAOOR
DE
LA
PSICOLOGA
do nuestra realidad con esquemas ya preparados, sino pidiendo respuestas o ayuda a la ciencia (o a la tc~ica), a partir de nuestra realidad vivida como pregunta lacerante. Es muy distinto ir a la ciencia
desde nuestra realidad que ir a nuestra realidad desde la ciencia ya
hecha. Cambia el signo de la subordinacin, de cul es el medio y
cul es el fin, cul el punto de partida y cul el objetivo. En otras
, palabras, cambia radicalmente el horizonte que da sentido al quehacer cientfico concreto. En un caso, se trata de una forma de imperialismo cultural ms o menos solapado; slo en el otro caso nos
hallamos ante un esfuerzo sincero de ciencia con conciencia y, por
tanto, de un trabajo de creacin cultural autnoma.
Pues bien, en su mayora, el trabajo que realizan nuestras Universidades centroamericanas es, para vergenza nuestra, un trabajo
de penetracin y no un trabajo de creacin cultural. No es el objetivo
de estas pginas mostrar esa afirmacin, pero es un presupuesto en el
que se funda toda ella. Precisamente porque se da este trabajo de penetracin cultural, nuestras sociedades son y se entienden a s mismas
cada vez de una manera ms connatural como dependientes. Lo cual
no se explicara, al menos adecuadamente, si no fuera por todo ese
trabajo profundo de quinta columna cultural realizado por la Universidad. La mejor prueba es, pues, una vez ms, la realidad misma.
El otro medio de fortal ecimiento y perpetuacin del sistema
que usa la Universidad (o que la sociedad emplea por medio de la
Universidad) lo constituye el mandarinismo tecnocrtico.
Por tecnocracia entiendo aqu con Roszak esa forma social en
la cual una sociedad industrial alcanza la cumbre de su integracin
organizativa; en ella todo aspira a ser puramente tcnico, todo est
sujeto a un tratamiento profesional. Segn el mismo Roszak, el gran
secreto de la tecnocracia, que hoy se vive en ciertas esferas como una
especie de imperativo cultural, es su capacidad para convencernos de
tres premisas relacionadas entre s: a) que las necesidades vitales del
hombre son de naturaleza tcnica; b) que el anlisis (altamente esotrico) de nuestras necesidades ha alcanzado ya un noventa y nueve
por ciento de perfeccin y e) que los expertos que cuentan son los
expertos bien certificados. La estrategia bsica de Ja tecnocracia,
siempre segn el mismo Roszak, consistira en llevar la vida a un
nivel rastrero que la tcnica pueda controlar, y luego, sobre esta exclusiva y falsa base, proclamar una intimidatoria omnipotencia sobre
nosotros gracias a su monopolio de expertos (Roszak, 1970, 19-26).
Por mandarinismo entiendo la consagracin de un estatus social mantenedor de una serie de poderes que lo separan, distinguen
y ponen por encima del resto de la sociedad. Para nuestro caso, el
mandarinismo sera el de )os tcnicos.
136
CONSCI E N T IZACIN
CUf\Ri C ULOS
UN I VEf\SITAf\10$
Ahora bien, entre nosotros, el establecimiento de un mandarinato tecnocrtico supone de hecho la consagratin del clasismo social. Son ya abundantes los estudios que muestran con evidencia que
la escuela -incluida la Universidad- en vez de socializar o democratizar nuestras sociedades ofreciendo idnticas oportunidades a
todos sus miembros, realiza de hecho un trabajo profundo de diferenciacin social. ./\s, la pirmide escolar se superpone a Ja pirmide
econmica que resulta fortalecida y potenciada. Las excepciones no
hacen sino confirmar esta superposicin piramidal que se podra
expresar en una correlacin positiva casi perfecta.
La diferenciacin clasista penetra hasta lo ms profundo de las
estructuras psico-sociales mediante la transmisin e imposicin de
unos modelos sociales de estricto corte clasista; lo bueno, lo valioso
e incluso lo natural es todo aquello que en la realidad sirve para
describir a J~s clases dominantes: raza, lengua, valores, costumbres,
gustos.
Y entre la separacin acadmica econmica y el moldeamiento
con esquemas y valores clasistas, acaba por transmitirse sutil, pero
slidamente, el convencimiento mtico de que las diferencias sociales no son ms que la expresin lgica de las diferencias naturales.
La sociedad no es ms que la prolongacin de la naturaleza, las diferencias sociales son prolongacin de las diferencias genticas y, por
tanto, al individuo no le queda ms que adaptarse a este sabido
orden impuesto por la naturaleza y hasta quiz por el mismo Dios.
Ciertamente, nuestras Universidades constituyen el vrtice de
la institucin escolar, y cumplen a la perfeccin con su cometido de
sellar esa diferenciacin clasista. Junto al ttulo que los acredita como
tcnicos, la Universidad otorga a sus graduados el poder para incorporarse al mandarinato social, al club de los poderosos, a la secta de
los privilegiados.
Mal que nos pese, y una vez ms con todos los matices y distingos que se quiera, sta es la rea1idad de nuestras Universidades centroamericanas. Realidad dolorosa, pero que necesitamos conocer y
reconocer a fin de poder enfrentarla con honestidad para transformarla realmente al servicio de nuestro pueblo. cmo hablar de
conscientizacin socio-poltica si no tenemos conciencia ni de quines somos, ni de a quin servimos? Nuestra ubicacin es necesaria, y
slo una vez realizada podemos preguntarnos cmo inventar un trabajo de conscientizacin en y con nuestro pueblo.
137
EL
QUE HACER
D E SI O EOLOG I ZAD O R
DE
LA
PSICOLOGIA
Se ha hablado tanto en l!Stos ltimos tiempos del proceso de la conscientizacin, que la sola mencin del trmino basta para actualizar
en nuestra m ente su significado e implicaciones_Sin embargo, como
no siempre el trmino se ut liza en el mismo sentido y como - lo
que es ms grave- se ha producido una asimilacin del trmino por
parte de nuestra sociedad, hasta el punto de quitarle toda su revolucionaria negatividad (en el sentido dialctico expuesto por Marcuse), permtaseme resumir en tres puntos lo que, en mi opinin, constituyen las caractersticas esenciales de un autntico proceso
conscientizador- Sintetizo estos tres puntos afirmando que la conscientizacin es un proceso psicolgico y sociaL Claro que lo importante es ver qu se quiere decir con proceso, y en qu consiste este
proceso tanto en el orden psicolgico como en el orden sociaL
Decimos, ante todo, que la conscientizacin es un proceso_
Consci'entizacin no es, por tanto, un dato, ni mucho menos un
estado; ni siquiera una situacin personaL Conscientizacin es el
movimiento dialctico, p ersonal y comunitario del hombre frente a
la realidad histrica en sus dimensiones esenciales. Conscientizacin
es movimiento, dinmica, cambio_ La conscientizacin no es un ser,
sino un devenir. Un de venir cuyo ser surge dialcticamente de la
reflexin y de la praxis que va ejerciendo el hombre frente al hom-
138
CONSCIENTI Z A C IN
CURl\ f CULOS
UNIVER S I T ARIOS
bre, per o sobre todo junto al hombre y frente a Ja natura leza. Pa rece
impor tante subr ayar este aspecto dinmico de 1a conscientizacin a
fin de desenmascarar ciertos intentos de mitificacin mgica del trmino. Conscientizaci n es un proceso y, en la prctica, un proceso
q ue implica movimie nto, y lo que es m s, confli cto. Si nuestra socie dad es conflictiva, slo a travs del conflicto, d oloroso las ms de las
veces, se pue de realizar ese de venir que es la nueva concie ncia
operativa de una sociedad nueva.
En segundo lugar, la conscientizaci n es un proceso psicolgico;
es decir, un proceso actualizado y sufri do por las personas en su ms
profu ndo ser psquico. Po r el proceso de conscien tizaci n la persona
va forjando una nueva conciencia de su propia realidad frente al
mundo, entendido ste en un sen tido muy a mplio. La persona se va
sa biendo a s misma sabiendo a su mundo. Este ir sabiendo y sabindose no es un proceso meramente pasivo, sino primordialm ente act ivo. Recordemos: la cooscientizaci n se constit uye en la d ialctica
de praxis y re fl exin q ue enfrenta al ho mbre y a l mundo. Proceso de
transformaci n activa del mundo, tr ansformacin refleja del ho m bre. La Psicologa sabe muy bien q ue, a partir de ciertos dat os transm itidos genticam ente, el hombre se hace en lo q ue l hace al m edio
y en lo q ue el m edio le hace a l. Piaget h a mostrado co n n itidez cmo
las estructuras de la inteligencia se van forjando a partir de los esquemas reflejos y sensomotores m s elem entales, a t ravs de los cuales el
individ uo inicia su interaccin con el m edio ambiente*. El mismo
Skinner, con toda su mecanizacin tecnolgica del psiquismo, hace
depender los hbitos y comportamie ntos de los refu erzos del m edio ;
es decir, de aquellas t ransformaciones que la accin del individuo
opera en el m edio. En otras palabras, lo que el individuo llega a ser
depende, fu ndamental mente, de aq uello que su hacer logra r ealizar
en el medio. Pues bien, la conscientizacin implica una transfor-
Sin emba rgo, es posible que Piaget caiga en un isomorfismo biopsfquico algo
reductivo, al menos respecto a la novedad generada histricamente por distintas sociedades
y culturas.
Cada vc-L encuentro ms insatisfactoria y desorientadora la divisin (aun verbal)
entre herencia y med io. Creo con Sve que hay que replantearse este problema a la luz de la
Sexta tesis sobre Feuerbach' , de Marx, lo cual 110 slo fortalece lo que estamos diciendo, sino
que le da sus verdaderas dimensiones.
8.
Esta tesis reza textualmence: Fcucrb:ich diluye la esencia religiosa en la esencia
humana. Pero la esencia humana no es algo abstracto inherente a cada individuo. Es, en su
rea lidad, el conjunto de las relaciones sociales. Fcuerbach, qu e no se ocupa de la critica de
esta esencia real, se ve, por tanto obl igado: a) a hacer abstraccin de la trayectoria histrica,
enfocando para s el sencimienco religioso y presuponiendo un individuo humano abstracto,
aislado; b) en l, la esencia humana slo puede concebirse como "gnero", como una gene
ralidad interna, muda, que se limita a unir 11aturalmente los muchos individuos (C. Marx y
F. Engcls, Obras Escogidas. Mosc: Editorial Progreso, 1974, p. 25).
139
EL
QUE H A C ER
OfS I OEOLOGIZA OO R DE
LA
PSICOLOG A
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CO NS CIENTIZ A C I N
CURRIC UL OS
UNIVERSITAR I OS
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QUEHAC ER
OESIOEOLOGIZAOOR
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LA
PSICOLO G IA
ms peligrosa es la d el que cree saber. De manera similar, una conscientizacin que hiciera abstraccin 'lle los elementos polticos sera
una conscientizacin de zoolgico, peligroso artificio para mantener y agudizar la dependencia y la opresin. Cuando Marcuse seala la capacidad asimiladora del actual sistema, en cierto modo est
sealando un peligro que acecha no slo a aquellas realidades que
surgen precisamente como producto directo del sistema, sino, principalmente a aquellas que nacen con la mejor voluntad de transformarlo e, incluso, de revolucionarlo. En este peligro ha cado en poco
tiempo la conscientizacin, y hoy hablan de conscientizacin los
gobiernos dictatoriales, los peridicos de la SIP, los Boys Scouts y
hasta los Alcohlicos Annimos.
Un punto importante acerca de la conscientizacin es su conexin con la liberacin. Conscientizacin y liberac.in son dos con ceptos que explican aspectos diferentes de una misma realidad. Cabe
decir con igual verdad tanto que la conscientizacin debe ser liberadora como q ue toda liberacin es conscien tizadora.
Ya hemos indicado que un proceso de conscientizacin no es
un simple tomar conciencia de un dato, sino que es un proceso de
cambio, de transformacin activa y pasiva. Esto quiere decir que la
flecha de la conscientizacin, aunque arranca de las ra.ces del pasado histrico, apunta fu nd amentalmente a forjar un futuro nuevo y
diferente, un futuro cuya imagen no puede sino d efinirse negativamente. Es precisamente la comunidad en proceso de conscientizacin la que -en el encuentro del hacer y del pensar- va dibujando
un proyecto histrico nuevo: una nueva conciencia va proyectando
una nueva imagen de la comunidad. Ahora bien, todo proyecto histrico que no implique la radical libertad de un pueblo no es un
proyecto autntico. Y no mitifiquemos el concepto de libertad: la
libertad se expresa y se realiza histricamente en las libertades concretas, y las libertades se obtienen a travs de un proceso de liberacin. Por ello, una conscientizacin qtte no desencad ena las fu erzas
liberadoras es una falsa conscientizacin. Precisamente por ello sealbamos antes que la conscicntizacin debe ser esencialmente poltica. Conscientizacin y liberacin son procesos im bricados que
configuran la espina dorsal del devenir histrico de un pueblo hacia
su autenticidad.
142
CONSC ! EN TIZACIN
C U R RICULO S
UN IV ERS ITARIOS
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QUEHA CE R
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LA
P S ICOLOGiA
muestra que los mecanism os complementarios reciben una valoracin muy secundaria, tanto por parte de los profesores como por
parte de la gran mayora de los estudiantes, y no digamos por parte
de los administrativos. Esta marginacin los va depreciando, no slo
en su utilidad extrnseca, sino en su importancia intrnseca, de tal
manera que se produce respecto a ellos una ruptura estimativa: no
forman parte de la ciencia, de lo que importa, sino que son aditamentos, algo as como entretenimientos para los ratos libres.
La marginalidad de los mecanismos complementarios comporta an otro peligro: el de que sirvan como mecanismo justificador
para con el resto de la labor universitaria. En otras palabras, su mera
existencia se considera suficiente para dejar intacto el esquema y
sentido c'lel restante quehacer universitario. Dicho en lenguaje popular, como ya hemos puesto una vela a Dios, podemos seguir manteniendo nuestro culto permanente al diablo. Es algo as com la
teora de la caridad de aquellos cristianos ricos que consuelan su
inmoralidad econmica dando limosna todos los fines de semana.
As, al existir los mecanismos complementarios, el resto de las actividades acadmicas - lo que realmente importa- puede mantener su sentido enajenador y fortalecedor del sistema.
Ms an, los mecanismos complementarios ofrecen el inconveniente de no llegar a todos, ni llegar con suficiente intensidad. Por
otro lado, se basan en el falso presupuesto de que la adicin suple
las deficiencias. De hecho, sumar nuevas actividades -sin cambiar
ninguna- slo produce un efecto de mutua devaluacin, con lo que
el trabajo universitario se mantiene a un nivel superficial que en
modo alguno permite la captacin crtica conscientizadora.
El mecanismo complementario ms comn es el de aadir cursos especficos. ste ha sido el tpico estilo de las escuelas y Universidades supuestamente cristianas, que han aadido un curso de doctrina social de la Iglesia o algo semejante como requisito curricular. Las
escuelas de corte laico han solido incluir un curso de problemas sociolgicos, de materialismo dialctico o algo por el estilo. Enfocados
hacia Ja conscientizacin, estos cursos trataran de suministrar unos
conocimientos sobre la realidad, sobre los problemas ambientales,
que sirvieran de marco de referencia al resto de las disciplinas y trabajos acadmicos. De hecho, rara vez estos cursos ejercen un influjo
duradero sobre el estudiantado - aunque se dan excepciones- . Las
ms de las veces levantan una pequea inquietud que, al estar divorciada del cuerpo formativo, lo ms que logra es generar un mbito
marginal de preocupacin social, en perfecta y ubicada esquizofrenia. En este sentido, no se conscientiza la personalidad central, sino
que se crea un rincn anmico de inquietud, algo as como una vena
144
CONSCIENTIZACIN
CUl\RiCULOS
UNIVERSITARIOS
anmica que responder a determinados estmulos ambientales: catstrofes, espectculos conmovedores, predicadres circunstanciales,
determinado movimiento de reivindicacin salarial, etctera.
Otro tipo de mecanismos complementarios es el llamado servicio social, a veces -como en El Salvador- exigido por la ley como
requisito indispensable para la obtencin del grado acadmico. El
servicio social es concebido como un tiempo dedicado a la prctica
de la profesin en que el individuo se ha formado para con los sectores supuestamente ms necesitados de la sociedad. En el concepto
mismo de servicio social va incluido su carcter de no lucrativo, en
cuanto que debe ser prestado gratuitamente o con un cobro mnimo
para satisfacer las necesidades bsicas del profesional.
El servicio social puede ser realizado despus de la carrera o
durante ella. Obviamente, cuando se realiza despus de la carrer,a, el
servicio es ms completo y ms competente; es decir, es un servicio
ms valioso. Ahora bien, como mecanismo complementario de conscientizacin, el servicio social tras la carrera en nada afecta a sta y
slo como una instancia posterior y crtica puede ejercer su influjo.
Las ms de las veces, como el profesional accede ya a su servicio
social con sus esquemas totalmente estructurados, el posible impacto de la realidad con la que entre en contacto es captado ya de una
forma prejuiciada y a travs de un filtro perceptivo, lo que vuelve
este impacto superficial, pasajero y, en definitiva, ineficaz. Por otro
lado, la experiencia prueba hasta la saciedad que el servicio social
tras la carrera suele hacerse inviable -ya sea por el lastre subjetivo
de Jos universitarios egresados, ya sea por el lastre objetivo de la
misma organizacin social, sobre todo de los colegios profesionales
que bloquean cualquier prctica competitiva que no persiga el mismo lucro que ellos se han trazado como mnimo-. El caso es que,
como acaba de mostrar una vez ms la Universidad Nacional de El
Salvador, el profesional acaba por recibir su diploma sin haber realizado ni siquiera un amago de ser.'vicio social.
Cuando el servicio social se realiza durante la carrera tiene la desventaja de que el estudiante no domina todava la complejidad cientfico-tcnica de su especialidad y, por consiguiente, su servicio es ms
incompleto y deficiente. Ahora bien, el servicio social realizado a lo
largo de la carrera, presenta la ventaja no slo de una viabilidad
mucho mayor, sino de un influjo cuestionador y continuo sobre el
resto del quehacer acadmico. Un trabajo parcial pero continuo en
las reas ms sufrientes de nuestra realidad comporta un cuestionamiento muy profundo del verdadero valor, significacin e importancia del resto de estudios y trabajos. En otras palabras, un servicio
social a lo largo de la carrera h ace posible un proceso conscientizador
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EL
QUEHA C ER
DESIDEOLOGIZADOR
DE
LA
P SICOL OG iA
en el estudiante que, a la larga, puede revertir sobre todo el profesorado, sobre las materias estudiadas y, etl definitiva, sobre todo el trabajo universitario. Diramos que, de este modo, como que se abre un
camino para la liberacin de la misma Universidad respecto a sus
esquemas prefabricados y a sus condicionamientos enajenantes.
Sin embargo, conviene mantener un cierto escepticismo respecto al valor conscientizador que pueda tener el servicio social. Por lo
menos, el que puede tener aislado. Fuera de los inconvenientes sealados para todos los mecanismos complementarios, el servicio social implica hasta cierto punto la idea de que el estudiante debe satisfacer una cuota de servicio y que, una vez satisfech a, puede volcar
su profesin al lucro personal. En otras palabras, parecera que el
servicio social comporta un contrato y que, una vez cumplido, el
individuo ya no tiene obligacin alguna d e servir a la sociedad. En
este sentido, no slo est de por medio un gravsimo prejuicio temporal, sino tambin una concepcin esquizoide que reduce lo social
a un simple sector o aspecto de la realidad. Sucede tambin aqu el
mismo fenmeno de desajuste perceptivo que en la caridad mal entendida de ciertos cristianos: caridad es dar limosna al pobre, as
sea a espaldas de la justicia ms elemental. Lo social sera, pues,
aqu, la pobreza aislada de ciertos sectores, y no una caracterstica
estructural de nuestra sociedad. Obviamente, el servicio social as
comprendido comporta una gravsima instancia de justificacin al
ejercicio profesional tal como se ejerce en nuestro m edio -es decir,
a espaldas de la ms elemental justicia para con el pueblo y fortaleciendo un estado de opresin estructural.
El ltimo de los mecanismos complementarios que podemos
sealar es el de todas aquellas actividades para-escolares, generalmente promovidas por mecanismos especialmente designados para
ello. Las ms comunes de estas actividades son los diversos tipos de
organizaciones y movimientos estudiantiles, ciclos de conferencias,
mesas redondas, simposios, publicaciones de todo tipo, etc. Con respecto a su capacidad conscientizadora presentan la enorme ventaja
de que, quienes acceden a ellas, lo hacen libremente y, por tanto, en
el contexto de una dinmica mucho ms espontnea y creativa. Supuestos los muchos lmites con que suelen topar este tipo de actividades, es innegable que carece de las trabas administrativas que suelen entorpecer la dinmica propia de una actividad conscientizadora.
En este sentido, muchas veces un estudiante recibe un aporte ms
clarificador a travs de su pequeo quehacer en un movimiento estudiantil que en largas y pesadas horas de clase, laboratorios y exmenes. No es raro que una mesa redonda sobre un problema de
palpitante actualidad en el pas proyecte una rfaga de luz ms ilu-
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CONSCIENTIZACIN
CUl\l\ICULOS
UNIVERSITARIOS
minadora para la conciencia del universitario gue Jos ms ponderados y afanados textos al estilo del Samuelson~
Ahora bien, los mecanismos para-escolares representan el gravsimo inconveniente de la marginalidad. Todo lo que se ha dicho
antes a este respecto se aplica aqu en su grado m ximo. Los currculos universitarios bajo ningn aspecto toman en cuenta las actividades para-escolares. No slo no las toman en cuenta, sino que
frecuentemente se oponen a ellas y hasta las torpedean intencionadamente. Por otro lado, las organizaciones estudiantiles, que sin
duda alguna suministran el mecanismo para-escolar ms eficaz a
efectos de la conscientizacin, presentan el peligro de desencadenar lo que pudiramos llamar el engao paranoide es decir, un
comportamiento p seudo-revolucionario cuya nica dinmica surge
de la misma estructura y peculiaridad del grupo estudiantil, pero
que no tiene ninguna raigambre en la realidad social. El estudiante
es, entonces, un revol.ucionario mientras forma parte de estos
grupos, pero deja de serlo en el momento que recibe su ttulo o su
primer sueldo. El engao paranoide puede conducir a posturas extremistas frente a la formacin acadmica que en nada hacen posible un cambio. En la fuerza conscientizadora de estas organizaciones estudiantiles est, pues, tambin su debilidad: su fal ca de
compromisos con la sociedad establecida les da una notable libertad de accin, as como la carencia de preocupaciones econmicas
por parte de la mayora de sus miembros les permite adoptar posturas extremadamente crticas. Pero esta libertad y espritu crtico no
tienen ms raigambre que la temporalidad del estado estudiantil.
Cabe preguntarse si, mientras son eficaces, permiten un grado tal
de conscientizacin que grabe definitivamente la vida de las personas. Mi respuesta personal es, a este respecto, negativa, si se considera este mecanismo por s solo. Pero aun as, no cabe ninguna
duda de que ofrece elementos 11ada despreciables respecto a una
labor de conjunto y, ciertamente, presenta aportes generadores de
coyunturas personales y grupales que pueden ser importantes en un
determinado momento histrico.
Mecanismos estructurales
Entiendo por mecanismos estructurales aquellos medios que, como
parte esencial del quehacer de la Universidad, persiguen determinados objetivos. Los mecanismos estructurales son determinantes respecto a la organizacin y a la labor que se realiza en la Universidad,
y constituyen, por as decirlo, su columna vertebral. En este sentido,
son los mecanismos estructurales los que van a dar Ja medida de lo
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QUEHACER
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DE
LA
PS ICOLOGiA
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CONSCJENTIZACIN
CURRfCVLOS
UNIVERSITARIOS
pueblo.
A partir de esos intereses, de esas necesidades del pueblo y de
una evaluacin de las posibilidades de la Universidad, debern determinarse las carreras que la Universidad debe ofrecer, qu tipo de
orientacin tendrn esas carreras, as como los objetivos concretos a
los que se piensa responder con ellas. En este aspecto, una planificacin acadmica que se quiera conscientiz;:idora debe precisar los cu rrculos de cada carrera: qu materias deben estudiarse, en qu orden, con qu intensidad, etc. Si no se realiza este desglose prctico
de los objetivos g'!nerales de la Universidad, los principios no pasarn de ser una palabrera, ms o menos bella, pero inoperante. En
esta determinacin de carreras y de los currculos de cada carrera
est uno de los principales mecanismos de posible conscientizacin
o enajenacin. Su importanci(I no se cifra slo en su impacto en el
estudiantado, sino, de una manera ms primordial, en la configuracin del ser acadmico de la Universidad. Si u na Universidad est
tratando de responder a las necesidades de los dominantes o de los
oprimidos, puede deducirse con bastante precisin de un anlisis
objetivo de las carreras que ofrece, los currculos y su ponderacin.
Y en este sentido, conviene evitar un peligro: muchas veces se confunden las necesidades del pueblo con la demanda y motivacin del
estudiantado. Hay que insistfr en que el estudiantado que llega a las
aulas universitarias representa fundamentalmente a la clase domi nante del pas y que, por tanto, sus demandas no son ms que un eco
de los intereses de esa clase dominante. Toda Universidad de corte
desarrollista cae brutalmente en este servilismo a los poderes opresores.
Un segundo aspecto importante de la planificacin acadmica
lo constituye la determinacin de los objetivos generales y especficos de cada materia en funcin de los objetivos de las carreras. No es
indiferente a los efectos de la conscientizacin cmo se desarrolla el
programa de una materia concreta. Despus insistiremos en las metodologas pedaggicas apropiadas, pero digamos desde ya que la
conscientizacin exige que los programas ms importantes en la formacin cientfica reciban un tratamiento peculiar a partir de los datos suministrados por nuestra realidad circundante, y no a partir de
los datos y problemas de sociedades extraas. Es un error muy grave
dejar al arbitrio de cada profesor el desarrollo de los diversos programas, como si en ese desarrollo no se cifrara, en ltima instancia,
la posibilidad o bloqueamiento del trabajo conscicntizador. De ah
que la planificacin contemple una precisin de los programas, y
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Q U E H A CER
DE
LA
PS I CO LOGIA
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CONSCIENTIZACIN
CURRCU L OS
U NIVERSITARIOS
10. Hay que entender (algo ms complicado puede ser justificarla) esta rotunda afirnacin dentro del contexto en el que nos encontramos: la imposibilidad de la asepsia, la
iecesidad de compromiso, la urgencia por desmantelar un determinado entramado ideol~ico que ampara la injusticia, etc. A ello cabe aadir alguna otra consideracin como la que
mcontramos en el nmero 159 (diciembre de 1989) del boletn Noticias S.f. Provincia Cen:roamericana, dedicado en su integridad a glosar la figura de los seis jesuitas asesinados y la
1e Elba y Celina Ramos. En la pgina 22 podemos leer: ~De joven, Nacho fue un jesuita muy
lbscrvante y discip linado, hasta algo rgido e intransigente, de los que agarraban todo al pe
le la letra. La propuesta que hace para la seleccin ideolgica del profesorado parece
:esponder a esa actitud vital que se ira atemperando a lo largo de los ai1os: No hay que
llvidar, en todo caso, que este artculo fue escrito en 1974.
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DESIDEOLOGIZADOR
DE
LA
PSICOLOGiA
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CO NSCI E NTI ZA CI N
CU RR iCULO S
Existen muchos mtodos pedaggicos: el J1agisterial, el seminaria!, los laboratorios, el trabajo en tutora, la investigacin participada, etc., y es conveniente que la Universidad haga posible la aplicacin de estas diversas metodologas, segn los casos. Ahora bien,
debe quedar muy claro que las diversas materias pueden hacer ms
recomendable un mtodo pedaggico que otro y, lo que es ms importante, que no cualquier mtodo pedaggico sirve sin ms para
cumplir determinados objetivos. Todos los mtodos arriba citados
pueden ser conscientizadorcs, pero no con todos ellos se puede llevar a cabo, por ejemplo, un objetivo de conocimiento de la realidad.
Por otro lado, tanto el mtodo pedaggico empleado como su
aplicacin concreta definen el mbito posible de conscientizacin.
Cuando Freire habla de una pedagoga del oprimido, est afirmando claramente que no sirve para la liberacin una pedagoga con o
para el oprimido. Hay quienes, en este sentido, se engaan: el hecho
de hacer ciertas afirmaciones o tratar ciertos problemas en una clase
magistral no quiere decir que ya se haya realizado un trabajo conscientizador. La conscientizacin, no lo olvidemos, es algo mucho
ms profundo que eso. Con ello no negamos que una disertacin
magisterial pueda ser conscicntizadora; lo que afirmamos es que la
conscientizacin no viene sin ms del hecho de que se hable de ciertas cosas o problemas.
La pedagoga ser ms o menos conscientizadora segn pueda
poner en prctica determinadas caractersticas o no. De por s, un
mtodo pedaggico tiene tantas ms posibilidades conscientizadoras cuanto pueda ser ms activo, crtico, comunitario y dialctico.
La actividad opone en pedagoga Ja participacin dinmica del estudiante a una participacin meramente pasiva, haciendo de l un sujeto y no un objeto del trabajo formativo. La criticidad pedaggica
se opone a toda forma de relacin bancaria (Freire), en la que se
engullen contenidos prefabricados y se cifra el ideal en la capacidad
memorstica para retener y acumul a-r ms y ms datos (lo que supone una cosificacin de la cultura). El carcter comunitario se opone
a Jas normas pedaggicas de competitividad e individualismo que
ment e una docencia alienada, en la med ida que refleja un ser que no es nuestro ser, impone
unos roles definidos por inte reses cxm1os y t ransmite un os esquemas de dominacin que
reifican a las grandes mayoras de nuestros pueblos, mantenindolos al margen de la histo
ria. El problema est en si la docencia seguir siendo alicnadora o pod r tomar un nuevo
camino: el de la liberacin histrica. Ello exige la re\isin no tanto de los prin cipios tcnicos
que se ponen en juego, cuanto del sentido estructural que informa estos mecanismos tcnicos. Y sa es una labor fundamcmalmcnte polfrica: la labor de convertir la ciencia en conciencia que un pueblo tiene de su realidad en vistas a deven ir sujeto de su hisroria (cHacia
una docencia liberadora .., Universidades, SO, 1972, 26}.
153
El
Q U E HACER
D E SI D EOlO G I ZA OOR
D E LA
P S I COL O GtA
refuerzan las tendencias ms antisociales de las personas, propiciando en ellas una percepcin egosta~de la realidad. Finalmente, la
dialecticidad de la pedagoga pone al grupo acadmico frente a los
problemas de la realidad, y no frente a problemas fingidos o inventados, problemas idealistas o de mundos extraos.
Cuando un mtodo pedaggico puede reunir estas cuatro condiciones tiene unas potencialidades conscicntizadoras mucho mayores que cuando no tiene ms que una u otra de estas caractersticas.
Ahora bien, esto dicho, es claro que no todas las materias p ermite n
una metodologa pedaggica de este tipo. Por ello, una programacin bien balanceada coordinar los diversos mtodos pedaggicos
con las diversas materias y objetivos. Lo que es absurdo es pensar
que se est realizando una labor pedaggica liberadora cuando la
gran mayora del trabajo acadmico realizado emplea aquellas formas pedaggicas que menos potencialidades conscientizadoras posee, lo que es el caso de la clase magisterial.
Quiero subrayar, a este propsito, el excepcional valor conscientizador de lo que he llamado investigacin participada. Posiblemente la mayor parte del estudiantado no est todava capacitado
para llevar a cabo una investigacin con un mnimo de seriedad cientfica. Sin embargo, s puede pancipar, y participar muy activamente en ella. Yo pienso que la investigacin es uno de los mejores mtodos docentes y conscientizadores. La razn es bien obvia: nuestra
realidad es tan tremendamente subversiva por s misma, tan diciente
en sus datos, que el solo contacto directo con ella fuerza a una nueva
conciencia. En este sentido, habra que multiplicar lo que pudiramos llamar cursos de investigacin participada como exigencia muy
central de los currculos.
En ltima instancia, la diferencia entre un trabajo acadmico
conscienti1..ador y uno no conscientizador slo se p odr apreciar en
los resultados reales obtenidos. De ah la importancia primordial
que 6enen los sistemas de evaluacin. ste sera el cuarto y ltimo
mecanismo estructural sobre el que me parece importante reflexionar aqu.
El sentido ms genuino de toda evaluacin se cifra en m edir y,
si es posible, cuantificar la realizacin de los objetivos p ropuestos;
en captar los fallos cometidos, as como las lagunas dejadas, y en
suministrar finalm ente una informacin retroaJimentadora (feedback) que permita mejorar las sucesivas realizaciones. La evaluacin
no es, pues, una mera medicin final, sino que es un instru mento
importantsimo de trabajo; en trminos psicolgicos, un verdadero
refuerzo. Sin una continua evaluacin es muy difcil llevar a cabo un
trabajo educativo eficaz.
154
CU RR i CU LOS
UN I VER S I T A R I OS
Ahora bien, de hecho la evaluacin se ha cosificado de la manea ms increble, alterando con ello su sentido ms genuino y, lo que
!S peor, contradi ciendo y bloqueando incluso su finalidad. Los exnenes, por ejemplo, son en principio un instrumento de evaluacin;
;in embargo, sus resultados han llegado a convertirse en el verdade:o objetivo del trabajo estudiantil. Lo que importa no es aprender;
o que importa es sacar una buena calificacin. Lo que importa no es
tdquirir las habilidades; lo importante es pasar los exmenes corresJondientes. El ttulo representara, en este sentido, la suma de los
:esultados obtenidos en los sucesivos exmenes, y no el testimonio
:le un verdadero aprendizaje. Ahora bien, con ello las notas y califi:aciones se convierten en un teln que oculta la realidad, bloquean
!1 acceso a ella e impiden la profundizacin conscientizadora del
:rabajo universitario. Son las notas uno de los obstculos ms fuer:es con que se t opa el acadmico cuando pretende enfrentar un traJajo de conscientizacin. Al estudiante no le preocupa la realidad; le
Jreocupa la nota.
.
Sin embargo, la evaluacin puede y debe convertirse en uno de
los instrumentos ms eficaces para la labor conscientizadora. Para
~Jlo habr que enfocar la evaluacin, no a superar unas dificultades
puramente artificiales, sino a medir el conocimiento adquirido de
la realidad y en la realidad; a probar la capacidad lograda de resolver pruebas o problemas reales. Con ello, la evaluacin no slo
realizar una funcin de centramiento del trabajo universitario (que
incluso podra prescindir e n gran parte de las tradicionales califica::iones), sino que aportar una continua medida de la realidad sobre
ese quehacer acadmico. La evaluacin debera suponer la opinin
de los marginados y oprimidos, la voz del pueblo; hacindose or
sobre el valor de lo realizado en la Universidad. As enfocada, la
evaluacin no slo sera un elemento ms de conscientizacin, sino
que sera probablemente el mecanismo ms eficaz para que la conscientizacin no se quedara en muas palabras y propsitos grandilocuentes.
Los mecanismos complementarios y los estructurales no son necesariamente exclusivos; por el contrario, gran parte de su eficacia
depende de que se apliquen simultneamente. Es muy posible que el
trabajo ms peculiarmente universitario sea el de la conscientizacin; es decir, aquel trabajo cientfico que, mediante la denuncia
crtica de los problemas y sus causas y el anuncio elaborado de posibles soluciones, transforma las conciencias y seala caminos de liberacin. Si esto es as, indudablemente nuestras Universidades no
deben escatimar medio alguno que pueda contribuir eficazmente a
una mejor realizaci~n de esa misin histrica.
155
El
QUEHACER
DESIOEOLOGIZAOOR
DE
LA
PSICOLOGA
As como es importante partir de un anlisis de la reaJidad para saber dnde se enraza nuestro trabajo universitario, es muy importante reflexionar, as sea brevemente, sobre Jos lmites de este trabajo. Es decir, hace falta tomar conciencia de dnde s y dnde no
puede incidir realmente el quehacer conscientizador de la Universidad. Una postura bien peligrosa es la del que ignora sus posibilidades y lmites. Como decamos antes, nada hay ms peligroso que el
ignorante que cree saber. En este sentido, es muy posible que la
Universidad latinoamericana tenga que reconocer haber pecado
mucho y muy ingenuamente.
Podemos distinguir dos tipos de limitaciones al trabajo conscientzador de la Universidad: aquellos lmites impuestos por la misma reaJidad universitaria, en primer lugar, y aquellos que provienen
del mbito en el que se mueve, en segundo lugar.
12. En perfecta consonancia con lo apllntado en la nota 2 del primer capitulo, pcrmfrnnos el leccor aiadir una reflexin proveniente de la ya repetidas veces mencionada editorial de Estudios Centroamericanos ($03, 1990, 705-729) dedicada a conmemorar el XXV
Aniversario de la fundacin de la UCA: La UCA se ha hecho presente en la realidad nacio
nal, predominantememe en trminos de conciencia. En estos aos ha intentado ser uno de
los determinantes de la concieucia colectiva y, en orden a formar esa conciencia, ha puesto
en juego el poder de su saber; un saber entendido operarivamcmc como poder transformador y no como mera repeticin acrtica (p. 719).
156
CON S CIENTIZACIN
Y C U R l\fC ULOS
157
EL
QUEHA CER
OESIDEOLOGIZAOOR
DE
LA
PSIC OLOG A
A MANERA DE CONCLUS IN
Es importante conocer nuestros lmites, como es importante conocer nuestras fuerzas y posibilidades. Ms importante es, todava,
conocer las necesidades del pueblo y capacitarnos para que nuestras
Universidades respondan a ellas. Una Universidad que, bajo una u
otra disculpa, nunca realice un esfuerzo conscientizador ni entre
nunca en conflicto con los podel'.eS establecidos en apoyo de los
oprimidos, difcilmente puede ser considerada una Universidad centroamericana. Por lo menos, nuestros pueblos no la reconocern
como suya.
158
C O N SCIENTIZACIN
CURRiCULOS
UNIVER S IT A RIOS
159
5
EL PAPEL DESENMASCARADOR DEL PSlCLOG0 1
EL CONTEXTO CENTROAMERICANO
Existe una creciente conciencia entre los psiclogos latinoamericanos de que, a la hora de definir nuestra identidad profesional y el
papel que debemos desempear en nuestras sociedades, es mucho
ms importante examinar la situacin histrica de nuestros pueblos y
sus necesidades que establecer el mbito especfico de la Psicologa
como ciencia y como actividad. Cada vez se percibe con mayor claridad que las definiciones genricas procedentes de otras latitudes
arrastran una comprensin de uno mismo y de los dems muchas
veces miope frente a las realidades que mayoritariamente confrontan
nuestros pueblos e inadecuadas para captar su especifi'cidad social y
cultural. Por ello, frente al interrogante sobre cul deba ser el papel
que el psiclogo juegue en el contexto actual de Centroamrica, antes de preguntarnos sobre el quehacer especfico del psiclogo, debemos volver nuestros ojos hacia ese contexto, sin presumir que el hecho de formar parte de l nos lo hac suficientemente conocido o
161
EL
QUEHACER
OESIOEOLOGIZAOOR
DE
LA
PSICOLOGIA
162
EL
PAPEL
P SI C L OGO
163
EL
QUEHACER
DESIDEOLOGIZADOR
DE
LA
PSICOLOGIA
los del ejrcito gubernamental, y el de los grupos paramilitares armados por el gobierno o los scctorot> de extrema derecha, y se tendr una pattica perspectiva de la situacin en El Salvador. Ahora
bien, la situacin no es mucho mejor en Nicaragua o en Guatemala.
Honduras, es bien sabido, se ha convertido en un campo mil itar
norteamericano con gigantescas maniobras mil itares sucedindose
unas a otras, y con el cncer de la contra antisandinista que, por
obvias razones logsticas, no puede conformarse con permanecer en
las zonas fronterizas con N icaragua. y Costa Rica? Pues tambin
Costa Rica, asediada por la crisis econmica y con su d osis de Contras, se est dejando militarizar aceleradamente por el belicismo
reaganista. Un da, me temo que muy cercano, se va a despertar de
su sopor antisandinista y va a encontrarse con que, sin pensarlo ni
quererlo, tiene ya un verdadero ejrcito al que alimentar y al que
mantener contento y ocupado.
La tercera caracterstica de la situacin actual de Centroamrica
es su acelerada satelizacin nacional. Se trata d e una obvia consecuencia de la d octrina de la Seguridad nacional3, segn la cual toda
3. Bajo el paraguas y la excusa de la seguridad nacional se cobijaron todo po de
1ropdias y se sust rajeron a la luz de la invc;tigacin los ms desaforndos atentados contra los
derechos humanos. En un3 palabra, Ja doctrina de la seguridad nacional fue la que justific
la sangrien~ represin desencadenada contra quienes osaran poner en tela de juicio los
valores de un capitalismo explotador y corrupto que condenaba a la miseria a grandes mas.~s
de la poblacin. As entendida, la seguridad nacional consista en defender a toda costa un
modelo de convivencia social basado en relaciones de dependencia y sumisin, un a estruc
tura de produccin sustemadn sobre una explotacin servi l, y una superestructura ideolgi
ca (un mundo de representaciones) perfectamente :11ada a1 orden natura l. Martn-Bar la
defina con un par de gruesos brochazos: De hecho, la doctrina de la seguridad nacional
consriruye una formulacin dogmtica y saaalizamc, una verdadera religin cuyo dios es el
capitalismo, cuyo mandamiento fundamental es el cuho a la propiedad privada y cuyo sumo
sacerdote es el presidente de los Estados Unidos. A la seguridad nacional deben subordinar
se todos los derechos humanos, pblicos o privados (Marn-Bar, l. Races psicosociaks de
la gueTTa en FJ Salvador. Manuscrito indito, probablcrneme escrito hacia 1982, p. 140. Ver
tambin el epfgrac Exterminio del pueblo por seguridad nacional en el capftulo M onse
J\or: una voz para un pueblo pisoteado., incluido en el libro de J. Sobrino, l. MnrtlnBar y
R. Cardena l, La llOZ de los sin voz. La palabra viva te Moriseor Romero. San Salvador: UCA
Editores, 1980, pp. 24-28). Puebla denuncia tambin, sin djsimulo, la doctrina de la segurid.id nacional; lo hace, en pnmer lugar, por estar vinculada a un determrnado modelo
cconmico-poliico de caractersticas eliustas y verucalisras que suprime la panicipacin
ampli:l del pueblo en las decisiones polticas; en segundo lugar, porque desarrolla wi
sistema represivo en concordancia con su concepto de "guerra permanente" (l'uebla. La
evangelizacin 1!11 el presente y en el futuro de Amirica latina. San Salvador: UCA Editores,
1979, p. 150), y finalmente porque algunas decisiones polticas que implican asesinaros,
desapariciones, prisiones arbitrarias, acros de rerrorisrno, secuestros, torturas [... ] pretenden
justificarse incluso como exigencias de la seguridad nacional (p. 250). En palabras de la
Cuarta Carta Pastoral de Monseor Romero, Misin de la Iglesia en medio de la crisis del
pas, la doctrina de la seguridad nacional es~ a la base de esca situacin de opresin y de
violencia represiva de los derechos ms fundamentales de los salvadoreos (en J. Sobrino,
l. Marn-Bar y R. Cardenal, l..a voz de los siri llOZ. l.a palabra viva de Mon~or Romero.
San Salvador: UCA Editores, 1980, p. 133).
164
El
PAPEL
OH
PSICLOGO
la existencia de los pases debe someterse a la lgica de la confrontacin total al comunismo (Mattelart, 1978; Instilza, 1982). Ciertamente, Centroamrica ha sido durante el presente siglo parte del
traspatio estadounidense, y en ningn momento ha constituido una
irona afirmar, como lo haca el poeta salvadoreo Roque Dalton,
que el presidente de Estados Unidos es ms presidente de mi pas
que el presidente de mi pas. Sin embargo, los avatares de la poltica norteamericana han permitido momentos en que los pases del
rea disfrutaban de una cierta autonoma, al menos en su poltica
interna (Maira, 1982). Esos grados de libertad, si me permiten la
expresin, estn siendo eliminados rpidamente. Se dira que los
gobernantes centroamericanos repiten hoy lo que ya hace veinte
aos expresaba con gran claridad el almirante Castelo Blanco, tras
el golpe de Estado que instaur en el Brasil a uno de los regmenes
militares ms represivos de la historia del continente suramericano:
el carcter crtico del momento exige el sacrificio de una parte de
nuestra soberana nacional (citado en Mattelart, 1978, 56).
El caso de El Salvador es paradigmtico, pero no es excepcional.
Como lo demuestran las vicisitudes del proceso de Contadora, a Costa Rica, El Salvador y Honduras no les queda sino interpretar el canto compuesto en Washington con los instrumentos fabricados en
Washington y para satisfacer los gustos de Washington. Lo grave de
ello no es aceptar que la pobreza de nuestros pases entrai'a una cierta dependencia respecto a quienes nos pueden ayudar a enfrentar
nuestros problemas; lo malo es que estamos hipotecando nuestra propia identidad y autonoma sin por ello resolver nuestros problemas,
e incluso estamos cerrando la posibilidad misma de un futuro para
nuestros pueblos. Las grandes decisiones respecto a la poltica de
nuestros pases se toman en funcin de la seguridad nacional de Estados Unidos, no de las necesidades de nuestros pueblos, con la justificacin de que San Salvador o Managua estn a menos distancia de
San Francisco que Nueva York o Boston. Esa misma exigencia de la
seguridad nacional norteamericana lleva a una agudizacin de la
polarizacin ya existente en nuestros pases, ya que el mundo queda
automticamente dividido en buenos y malos, en amigos y enemigos,
sin que nada ni nadie pueda escapar a esta dicotoma maniquea (Martn-Bar, 1983c). Nos hemos preguntado entonces qu ocurrir en
el caso de que Estados Unidos logre sus objetivos de seguridad nacional en el rea? (Empezar a dedicar algo de su atencin a la resolucin de los problemas ms graves de nuestros pueblos? (Nos ayudar a constru la justicia en nuestras sociedades, dndonos su apoyo
para el desmantelamiento de innecesarias estructuras militares, o ms
bien detendr el flujo.de dlares, satisfecho por la aniquilacin de Jos
165
EL
QUEHACER
OESIDEOLOGIZADOR
oe
LA
P SICO L OGA
166
EL
PAPEL
DESENMASCARAOOR
DEL
PSICLOGO
sociaJes pudientes, y el que su quehacer tiende a centrar de tal manera la atencin en las races personales de los prt>blemas, que se echa
en olvido los factores sociales (tambin Ziga, 1976). El contexto
social se convierte as en una especie de naturaleza, un presupuesto
incuestionado frente a cuyas exigencias objetivas el individuo d ebe
buscar individual y aun Subjetivamente la resolucin de sus problemas. Con este enfoque y con esta clientela, no es de extraar que la
Psicologa est sirviendo los intereses del orden social establecido; es
decir, que se convierta en un instrumento til para Ja reproduccin
del sistema (Braunstein et al., 1979).
Podra decirse, y con razn, que todo gremio profesional se encuentra en nuestras sociedades al servicio del orden establecido y
que, en ese sentido, nuestra profesin no constituye una excepcin.
Podra tambin apuntarse a todos aquellos casos de psiclogos que
han servido y siguen sirviendo las causas populares y aun revolucionarias. Pero todo ello denota que si tomamos como punto de partida
para definir nuestro rol lo que h an hecho o estn haciendo los psiclogos, no podremos desbordar un planteamiento positivista que nos
mostrar una imagen factual ms o menos satisfactoria, pero que dejar de lado todas aquellas posibilidades que histricamente han sido
descartadas. De ah el imperativo de exam inar no slo lo que somos,
sino lo que podramos haber sido y, sobre todo, lo que deberamos
ser frente a las necesidades de nuestros pueblos, independientemente
de que contemos o no con modelos para ello. Cabe preguntar, por
ejemplo, si los psiclogos nicaragenses siguen utilizando hoy los
mismos esquemas de trabajo que usaban en tiempos de Somoza, o si
el cambio de clientela, la necesidad de atender a los sectores populares, les ha llevado a modificar tambin sus modelos conceptuales y
prxicos (Whitford, 1985).
Una buena manera como se puede abordar el examen crtico del
rol del psiclogo consiste en volver a las races histricas de la propia
Psicologa. H abra que revertir el movimiento que llev a limitar el
anlisis psicolgico a la conducta, es decir, el comportamiento en
cuanto observable, y dirigir de nuevo la mirada y la preocupacin a la
caja negra de la conciencia humana. La conciencia no es simplemente el mbito privado del saber y sentir subjetivo de los indivi4. Se m ita <le una idea constante en Martl11-llar: intentar mantener una pulcra dis
tancia respecto a la realidad convulsa y lacerante, negarle conciencia a la investigacin cien
tfica, considerar igualmente legtimas todas las verdades conduce inevicablementc a ponerse al lado del orden establecido. Sobre esce tema volveremos ampliamente en la nota 2
del captulo Hacia una Psicologfa de la liberacin., y sobre la incvitabilidad de un compro
miso ver, adems de la Introduccin, la nota 22 del captulo E l latino indolente, y la nota
5 de Conscienrizacin y currculos universitarios.
167
E L QU E HAC E R
DE
LA
PSICOLOGA
duos, sino sobre todo aquel mbito donde cada persona encuentra
el impacto reflejo de su ser y de su h:tcer en sociedad, donde asume
y elabora un saber sobre s mismo y sobre la realidad que le permite
ser alguien, tener una identidad personal y social. La conciencia es el
saber o el no-saber sobre s mismo, sobre el propio mundo y sobre
los dems, un saber prxico antes que mental, ya que se inscribe en
la adecuacin a las realidades objetivas de todo comportamiento, y
slo condicionada parcialmente se vuelve saber reflejo (Gibson,
1966; Baron, 1980).
La conciencia, as entendida, es una realidad psico-social relacionada con la conciencia colectiva de que hablaba Durkheim
(1984). La conciencia incluye, ante todo, la imagen que las personas
tienen de s mismas, imagen que es el producto de la historia de cada
cual y que, obviamente, no es un asunto privado; pero incluye tambin las representaciones sociales (Banchs, 1982; Deconchy, 1984;
Farr, 1984; jodelet, 1984; Lane, 1985). Y, por tanto, todo aquel
saber social y cotidiano que ll amamos Sentido comn, que es el
mbito privilegiado de la ideologa 5 (Martn-Bar, 1989a). En la
medida en que la Psicologa tome como su objetivo especfico los
procesos de la conciencia humana deber atender aJ saber de las
personas sobre s mismas en cuanto individuos y en cuanto miembros de una colectividad. Al1ora bien, el saber ms importante desde
un punto de vista psicolgico no es el conocimiento explcito y formalizado, sino ese saber inserto en la praxis cotidiana, las ms de las
veces implcito, estructuralmente inconsciente e ideolgicamente naturalizado, en cuanto que es adecuado o no a las realidad es objetivas, en cuanto que humaniza o no a las personas, y en cuanto permite o impide a los grupos y pueblos mantener las riendas de su propia
existencia.
Es importante subrayar que esta visin de la Psicologa no descarta el anlisis de la conducta. Sin embargo, la conducta d ebe ser
vista a la luz de su significacin, pers.onal y social, del saber que
pone de manifiesto, del sentido que adquiere desde una perspectiva
histrica. As, por ejemplo, aprender no es sin ms elaborar y reforzar una secuencia de estmulos y respuestas; es, sobre todo, estructurar una forma de relacin de la persona con su medio, configurar
un mundo donde el individuo ocupa un lugar y materializa unos
intereses sociales. Trabajar no es slo aplicar una serie d e conoci-
~ocia!
168
EL
PAPE L
OESENMASCARADOR
DEL
PSICLOGO
miemos y habilidades para lograr la satisfaccin de las propias necesidades; trabajar es primero y fundamentalmentt! hacerse a s mismo
transformando Ja realidad, encontrndose o enajenndose en ese
quehacer sobre la telaraa de las relaciones interpersonales e intergrupales. En uno y otro caso, Ja formalidad de la conducta queda
transida por un sentido que no es descifrable desde la superficie
mensurable, pero sin cuya comprensin poco o nada se entiende de
Ja existencia humana.
A la luz de esta visin de la Psicologa, se puede afirmar que Ja
conscientizaci6n constituye el horizonte primordial del quehacer psicolgico. Es posible que a algunos esta afirmacin les suene algo
escapista, mientras que a otros les parezca un planteamiento demasiado comprometedor; algunos pensarn que se trata de un estrechamiento excesivo de la Psicologa, mientras que otros opinarn
quiz que se trata de intr oducir a la Psicologa en terrenos que no le
pertenecen. Examinemos entonces esta propuesta ms en detalle, ya
que algunos malentendidos pudieran provenir del empleo del trmino conscicntizacin, tan evocador de la historia contempornea
de los pases latinoamericanos.
Como es bien sabido, conscientizacin es un trmino acuado
por Paulo Freire para caracterizar el proceso de transformacin personal y social que experimentan los oprimidos latinoamericanos
cuando se alfabetizan en dialctica con su mundo (Freire, 1970, .../
1971, 1973; INODEP, 1973). Para Freire, alfabetizarse no consiste
sencillamente en aprender a escribir en papeles o a leer la letra escrita; alfabetizarse es sobre todo aprender a leer la realidad circundante y a escribir la propia historia. Lo que importa no es tanto saber
codificar y descodificar palabras ajenas, sino aprender a decir la palabra de la propia existencia que es personal pero es sobre todo
colectiva. Y para pronunciar esa palabra personal y comunitaria, es
necesario que las personas asuman sli destino, que tomen las riendas
de su vida, lo que les exige superar su falsa conciencia y lograr un
saber crtico sobre s mismos, sobre su mundo y sobre su insercin
en ese mundo. El proceso de conscientizacin supone tres aspectos:
l. El ser humano se transforma al ir cambiando su realidad. Se
trata, por consiguiente, de un proceso dialctico, un proceso activo
que, pedaggicamente, no puede darse a travs de la imposicin, sino
slo del dilogo.
2. Mediante la paulatina descodificacin de su mundo, la persona capta los mecanismos que le oprimen y deshumanizan, con lo que
se derrumba la conciencia que mitifica esa situacin como natural y
se le abre el horizonte a nuevas posibilidades de accin. Esta conciencia crtica ante la realidad circundante y ante los dems arrastra por
169
EL
QUEHACER
oe
LA
P St COlOCiA
tanto la posibilidad de una nueva praxis, que a su vez posibilita nue vas formas de conciencia.
_.
3. El nuevo saber de la persona sobre su realidad circundante le
lleva a un nuevo saber sobre s misma y sobre su identidad social. La
persona empieza a descubrirse en su dominio sobre la naturaleza, en
su accin transformadora de las cosas, en su papel activo en las relaciones con los dems. Todo ello le permite no slo descubrir las
races de lo que es, sino el horizonte de lo que puede llegar a ser. As,
la recuperacin de su memoria histrica ofrece la base para una determinacin ms autnoma de su futuro.
La conscientizacin no consiste, por tanto, en un simple cambio
de opinin sobre la realidad, en un cambio de la subjetividad individual que deje intacta la situ acin objetiva; la conscientizacin supone un cambio de las personas en el proceso de cambiar su relacin
con el medio ambiente y, sobre todo, con Jos dems. No hay saber
verdadero que no vaya esencialmente vinculado con un hacer transformador sobre la realidad, pero no hay hacer transfoi:mador de la
sociedad que no involucre un cambio de las relaciones entre los seres humanos.
Al afirmar que el horizonte primordial de la Psicologa d ebe ser
la conscientizacin se est proponiendo que el quehacer del psiclogo busque la desalienacin de las personas y grupos, que les ayude a
lograr un saber crtico sobre s mismas y sobre su realidad. Resulta
significativo del sesgo que ha tenido la Psicologa el que se asuma
como obvio el trabajo de desalienacin de la conciencia individual,
en el sentido de elimin"ar o controlar aquellos mecanismos que bloquean la conciencia de la identidad personal y llevan a la persona a
comportarse como un enajenado, como un loco, pero que se haya
dejado de lado el trabajo de desalienacin de la conciencia social en
el sentido de suprimir o cambiar aquellos mecanismos que bloquean
la conciencia de la identidad social y llevan a la persona a comportarse como un dominador o un dominado, como un explotador
opresivo o como un marginado oprimido. S-i, como ya lo reconoce
incluso el DSM-III (APA, 1983), todo proceso comportamental involucra una dimensin social, el quehacer del psiclogo no puede
limitarse al plano abstracto de lo individual, sino que debe confrontar tambin los factores sociales donde se materializa toda individualidad humana.
Al asumir la conscicntizacin como horizonte del quehacer psicolgico, se recoge el necesario centramiento de la Psicologa en el
mbito de Jo personal, pero no como terreno opuesto o ajeno a lo
social, sino como su correlato dialctico y, por tanto, incomprensible sin su referencia constitutiva. No hay persona sin familia, aprcn-
170
El
PA PEL
DEL
P SI C LO GO
dizaje sin cultura, locura sin orden social; por tanto, no puede haber
tampoco un yo si n un nosotros, un saber sin dn sistema simblico,
un trastorno que no remita a unas normas morales y a una normalidad social.
Como remite a una circunstancia social y a una historia concretas, en nuestro caso las de los pases centroamericanos, la conscientizacin obliga a la Psicologa a dar respuesta a los grandes problemas de injusticia esrruetural, de guerra y de enajenacin nacional
que agobian a estos pueblos. No se puede hacer Psicologa hoy en
Centroamrica sin asumir una seria responsabilidad histrica; es decir, sin intentar contribuir a cambiar todas aquellas condiciones que
mantienen deshumanizadas a las mayoras populares, enajenando
su conciencia y bloqueando el desarrollo de su identidad hisrrica.
Pero se trata de hacerlo como psiclogos, es decir, desde la especificidad de la Psicologa como quehacer cientfico y prctico.
En primer lugar, la conscientizacin responde a la situacin de
injusticia promoviendo una conciencia crtica sobre las races, objetivas y subjetivas, de la enajenacin social. Una simple conciencia sobre la realidad no supone por s misma el cambio de esa realidad; pero
difcilmente se arremeter con los cambios necesarios mientras todo
un velo de justificaciones, racionalizaciones y mitos encubra los determinismos ltimos de la situacin de los pueblos centroamericanos.
La conscientizacin no slo posibilita, sino que puede incluso desencadenar el cambio, el romper con los esquemas fatalistas que sostienen ideolgicamente la alienacin de las mayoras populares.
En segundo lugar, el proceso mismo de conscientizacin supone
un salirse de la mecnica reproductora de las relaciones de dominacin-sumisin, ya que slo puede realizarse a travs del dilogo. En
ltima instancia, el proceso dialctico que permite al individuo encontrarse y asumirse como persona supone un cambio radical de las
relaciones sociales, donde no haya opresores ni oprimidos, y ello tanto si de lo que estamos hablando es de una psicoterapia como si de lo
que estamos hablando es de la educacin escolar, del proceso de produccin en una fbrica o del trabajo cotidiano en una institucin de
servicio.
Finalmente, la toma de conciencia apunta directamente al problema de la identidad tanto personal como social, grupal y nacional.
La conscientizacin lleva a las personas a recuperar la memoria histrica, a asumir lo ms autntico de su pasado, a depurar lo ms genuino de su presente y a proyeetar todo ello en un proyecto personal y
nacional. Mal puede un proceso de aprendizaje, de orientacin vocacional o de consejera teraputica buscar el desarrollo o la realizacin
de las personas si al mismo tiempo no se proyecta al individuo en su
171
EL
QUEHACER
OE SI OE LO GIZAOOR
DE
LA
PSICOLOGIA
172
EL
PAPEL
OESENMASCARADOR
DEL
PSICLOGO
no slo tiene gravsimas necesidades materiales de alimentacin, techo, salud y trabajo, sino que tiene otras nccesAfades si no tan apremiantes, no por ello menos graves, de desarrollo personal y relaciones humanizadoras, de amor y esperanza en su vida, de identidad y
significacin social (Pea, 1984). Por ello, un objetivo primordial de
la Psicologa centroamericana en el presente y futuro prximo debe
ser prestar una atencin especial a las vctimas de la guerra7, cualesquiera ellas sean. Esta atencin va a requerir la apertura de la clnica
a los grupos mayoritarios, que son los que ms estn sufriendo el
impacto del conflicto blico.
Ahora bien, se puede enfrentar este gravsimo problema de las
vctimas de la guerra simplemente extendiendo a ms personas el
alcance del trabajo de la Psicologa clnica realizado en la actualiatentados contra la vida, integridad y dignidad de las personas tamo en los combates como
fuera de ellos (p. 358). La Revista de Estudios Centroamericanos (ECA) acaba de dedicar un
nmero monogrfico a La cultura de la violencia en El Salvador (octubre, J 997) que
recoge los resultados de una investigacin llevada a cabo en el Instituto Universicario de la
Opinin Pblica (TUOP) con una advertencia: la seguridad que se pretenda con los acuerdos
de paz sigue estando amenazada por una violencia posblica para fa que Ja sociedad salvado
rea no estaba preparada y que supone un costo total (en gastos de salud, seguridad, prdi
das materiales, etc.) equivalente al 13% del PIB de 1995, por ejemplo. La posicin de ECA,
vale decir, la postura de Ja UCA, sigue apostando por la hiptesis predilecta de MartlnBar:
las variables estructurales: cla violencia actual hunde sus races en un conflicto social que se
remonta a la fundacin misma de la repblica, que luego evolucion hasta convertirse en un
enfrentamiento armado. No poda ser de otra manera, porque la violencia es estructural, es
decir, es algo que est ms all de su manifestacin blica. Para erradicarla es necesario
transformar esas estructuras violentas que no han sido tocadas por la transicin de posgue
rra (~La cultura de la violencia. Estudios Centroamericanos, 588, 1997, 942).
7. Se trata de una de las tareas urgentes de la Psicologa (lo sigue siendo en la actualidad). La salud mental estrechamente asociada al orden social: una idea con la que simpatizaba plenamente Mardn-Bar. Un ejemplo: queremos enfatizar lo iluminador que resulta
cambiar la ptica y ver la salud o el trastorno mentales no desde dentro hacia fuera, sino
desde fuera hacia dentro; no como la emanacin de un funcionamiento individual interno,
sino como la materializacin en una persona o grupo del carcter humanizador o alienante
de un entramado de relaciones histricas (Gh1erra y salud mental. Estudios .Centroamericanos, 429/430, 1984, 503-514, 505). En el capitulo ..Del opio religioso a la fe liberradora
de este libro se nos ofrecen los mismos argumentos, esta vez en clave teolgica. Ya lo haba
advertido en la ponencia que present al lll Encuentro Espaol de Psicologa Social, celebra
do en Las Palmas en 1983, Votar en El Salvador: Psicologa social del desorden polftico:
para entender el comportamiento poltico en un pas como El Salvador, el rcferenre estructural no puede ser un orden social, sino un desorden establecido que tarde o temprano deja
senrir sus perversos efectos sobre el psiquismo. En la entrevista que le hicieron Elisabeth Lira
y Alfonso Luco (Conversacin con Ignacio Martn-Bar. Revista Chilena de Psicologfa, 10,
1990, 51 -55) aparece un constructo de salud mental muy relacional: Yo no puedo entender
la salud mental simplemente como un bienestar que aflora de adentro afuera (... )Me parece
a m que la salud mental es primero y fundamentalmente un estado de relaciones, un estado
de convivencia humanizadora (p. 52). Lo relacional, lo interactivo, lo psico-social, <no es
ste un esquema lleno de resonancias clsicas del que participan Lewin, Vygotski y Mead,
entre otros? (Vase el c;tptulo de A. Blanco, Vygotski, Lcwin y Mead. Los fundamentos
clsicos de la Psicologa social, en D. Pez y A. Blanco, La teora sociocultural y la Psicologa
social actual. Madrid: Fundac:in Aprendizaje, 1996.)
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El QUEHACER
OESIOEOLOGIZ A DOR
DE
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EL
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DESENMASCARADOR
DEL
PSICLOGO
confrontando directamente las condiciones sociales de la mayor parte de la poblacin y pudieran reflexionar crticimente sobre ellas.
El horizonte conscientizador tanto en el trabajo clnico como en
el trabajo de orientacin escolar supondra, sin duda alguna, un importante cambio del quehacer profesional. No se trata de abdicar
del papel tcnico que en uno y otro caso corresponde al psiclogo;
se trata de despojar ese p apel de sus presupuest.os tericos adaptacionistas y de sus formas de intervencin desde el poder. Para lo
cual hace falta elaborar una visin conceptual diferente y quiz tambin nuevos mtodos de diagnstico e intervencin. En clnica, aJgunas de las iniciativas logradas por el movimiento antipsiquitrico
pueden iluminar sobre los necesarios cambios que hubo que operar
en el trabajo psiquitrico como resultado de una concepcin distinta sobre la realidad del trastorno psquico y, por tanto, de una praxis
teraputica distinta (Bassaglia, 1972; Cooper, 1972; Moffat, 1975).
En Psicologa escolar, la propia experiencia de la educacin conscientizadora, sobre todo en su paralelo y en su diferencia con la
propuesta desescolarizadora (Illich, 1971; Reiner, 1973), permiten
entrever nuevas formas de orientacin.
Ahora bien, en qu consiste ese nuevo planteamiento, terico y
prctico, del trabajo psicolgico conscientizador? En nuestra opinin, no se trata de abocarse exclusivamente a un rea de trabajo
sin o de fijarse un horizonte en el quehacer profesional, cualquiera
sea el rea especfica en que se ubique. Por ello, las preguntas crticas que se debe formular el psiclogo respecto al carcter de su actividad y, por tanto, respecto al papel que est desempeando en la
socedad, no tanto deben centrarse en el dnde, sino en el desde
quin; no tanto en cmo se est realizando algo, cuanto en beneficio
de quin, y por consiguiente, no tanto en el tipo de actividad que se
practica (clnica, escolar, industrial, comunitaria u otra), cuanto en
cules son las consecuencias histricas concretas que esa actividad
est produciendo.
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EL
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DESIDEO L OGIZADOR
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El
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DESENMASCARAOOR
DEL
PS ICLOGO
un sistema social que personalmente nos ha beneficiado o una confrontacin crtica frente a ese sistema. En trmi!ios ms positivos, la
opcin estriba en si aceptar o no el acompaar a las mayoras pobres
y oprimidas en su lucha por constituirse como pueblo nuevo en una
tierra nueva. No se trata de abandonar la Psicologa; se trata de
poner el saber psicolgico al servicio de la construccin de una sociedad donde el bienestar de los menos no se asiente sobre el malestar de los ms, donde la realizacin de los unos no requiera la
negacin de los otros, donde el inters de los pocos no exija la deshumanizacin de todos.
La realidad latinoamericana
A la luz de este criterio inicial, podemos examinar, as sea someramente, la realidad de los pases latinoamericanos. Me limitar al
rea de Centroamrica que, adems de serme la ms familiar, me
parece paradigmtica bajo muchos respectos. Dejando de lado Belice, que por razones histricas y culturales constituye un fenmeno
aparte, cinco pases constituyen la tradicional unin centroamericana: Costa Rica, El Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua.
(Cules son los rasgos ms distintivos de estos cinco pases?
8. Con este epgrafe da comienzo el artculo la dcsideologizacin como aporte de la
Psicologa social al desarrollo de la democracia en Latinoamrica (Boletn de la AVEPSO, 8,
1985, 39).
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El
QUEHACER
OESIOEOLOGIZ AO OR
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1. Una estructura econmica subdesarrollada, dependi ente, desigual e injusta, que hace que mientra~ una elite minoritaria acapare
la mayora de los recursos nacionales, las grandes mayoras se encuentren en situaciones de miseria y marginalidadY.
2. Regmenes polticos de carcter autoritario represivo, cimentados sobre la oligarqua econmica y dirigidos por militares o por
fachadas civiles, formalmente elegidas en votaciones ms o menos
representativas, ms o menos libres, pero que no proporcionan poder real.
3. Un control hegemnico de los Estados Unidos sobre las determinaciones fundamentales de los sistemas econmico y poltico
en funcin de la seguridad nacional norteamericana.
4. Importantes movimientos de oposicin popular que van de
los sindicatos costarricenses a la insurgencia poltico-militar salva
dorea.
Por supuesto, esta caracterizacin no toma en cuenta Jos muchos factores diferenciales qlle hay entre los cinco pases. Actualmente, los principales se dan, por un lado, entre los pases bajo frula militar casi total (El Salvador, Guatemala y Honduras) y Costa
Rica, con su agonizante parlamentarismo y su acelerada militarizacin; y, por otro, entre esros cuatro pases, como bloque controlado
por Estados Unidos, y Nicaragua que, para salvar su revolucin popular y su independencia, tambin ha tenido que militarizarse.
Sobre el trasfondo de esta situacin econmica, poltica y social,
la realizacin de elecciones constituye un mecanismo formal, las ms
de las veces sin mayor significacin ni trascendencia, sobre todo
cuando son los militares y el gobierno norteamericano los que, en
9. Desde el primer epgrafe de la Introduccin la relcrencia a la realidad y la definicin de sus rasgos ms sobrcsalienres viene siendo una constante (ver nota 2 supra, noca 2
del captu lo previo y noca 19 de El larino indolente ), pero no quisiramos ocultar al lector
algunos datos actuales que resultan tan contundentes como los que manejara Marcn-Bar
hace diez o quince aos. El ln(orrne sobre desarrollo humano 1996 (Madrid: Ediciones
Mlmcli -Prcnsa, 1996) nos ofrece en su pgina 45 un resumen del balance del desarrollo
humano para Amrica latina y el Caribe que no invita precisamente al optimismo: can slo
un 50% de la poblacin rural tiene acceso a agua potable; en la enseanza secundaria casi
20 millones de muchachos y muchachas no reciben formacin; en 1990 haba 110 millones
de personas por debajo del nivel de la pobreza; la tasa de mortalidad materna (180 por cada
100.000 nacidos vivos) sigue siendo cinco veces superior a la de los pases industrializados;
hay ms de seis millones de nios desnurridos; en algunas metrpolis de Amrica latina ms
ele 100.000 nios viven en las calles. Por su parte, el informe de UNICEF Los Nios de las
Amricas (Sanca Fe de Dogot: UNJCEF, 1992), describe el siguiente panorama: No se
conoce con exactitud cuntos nios de Amrica latina y el Caribe se encuentran en circunstancias especialmente difciles, pero las estimaciones global es dan indicios de su gravedad: 6
a 8 millones de nios maltratados o abandonados, 30 millones de nios trabajadores, 8
millones de nios en la calle, 2 millones de nios en conflictos armados, 500.000 nios que
viven en instituciones pblicas o privadas (p. 18). Ante estos datos, la afirmacin de que es
la teora la que constituye la fuente ~e r ealidad no deja de sonar como un insulto.
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DESENMASCARADOR
DEL
PSICLOGO
~obre
la validez de-
Obstculos a la democracia
Sin duda, las condiciones objetivas sealadas constituyen los principales obstculos para Ja vigencia de regmenes democrticos .en los
pases centroamericanos. Mientras existan unas estructuras econmicas que ponen en las manos de unos pocos un inmenso poder, es
ingenuo pensar que esa oligarqua poderosa va a abdicar de la posib,ilidad de imponer sus intereses al resto de la poblacin. La absoluta
cerrazn, por ejemplo, del gran capital salvadoreo a ceder uno solo
de sus privilegios o a hacer la ms mnima concesin a las demandas
populares, cerrazn que ha precipitado al pas en la guerra civil que
ya dura ms de cinco aos, es una clara indicacin de que no puede
haber una democracia mientras se den unas condiciones que generan semejantes diferenciales de poder social.
El otro gran obstculo objetivo para el establecimiento de la
democracia en los pases centroamericanos lo representa el control
hegemnico de los Estados Unidos sobre el rea. Resulta paradjico
que el pas que ms se precia de su sistema democrtico y que, posiblemente, sea uno de los que mejor ha articulado un rgimen de
representacin popular para el ejercicio del poder en su propio territorio, resulte el enemigo mayor de la verdadera democracia en los
pases que considera como su patio trasero. La doctrina de la Seguridad nacional, entendida como una confrontacin total y totalizadora con la Unin Sovitica, hace que el gobierno norteamericano
trate de impedir cualquier cambio, por razonable que sea, que pueda llevar a los pases latinoamericanos hacia una mayor independencia respecto a su dominio hegemnico y, por lo tanto, a una aproximacin a la superpotencia ene!lliga. Como lo demuestra el caso de
Cuba y parece confirmarlo el caso de Nicaragua, esta lgica conflictiva se convierte ocasionalmente en una self-fulfilling prophecy, una
profeca que provoca el cumplimiento de lo que anuncia. Pero, en
cualquier caso, la lgica doctrinaria de la seguridad nacional fundamenta una poltica que prefiere aferrarse a las dictaduras ms represivas antes que arriesgar cualquier solucin .que huela a socialismo.
Un Pinochet, asesino pero capitalista, siempre ser mejor que un
Allende, demcrata pero socialista; un Somoza pronorteamericano
siempre ser preferible a un Ortega nacionalista.
Un tercer obstculo objetivo para la instauracin de la democracia en los pases centroamericanos lo constituye el gremio militar. Si
una cierta forma de democracia ha podido existir hasta hace poco
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EL QUEHACER
DESIDEOLOGIZADOR
DE
LA
PSICOLOGIA
1 O.
ese conjunto de formas jurdicas, polticas, religiosas, artsticas o filosficas; en una pala
bra, las formas ideoli;icas en que los hombres adquieren conciencia de ese conflicto (el que
se da entre las fuerzas productivas y las relaciones de produccin) y lu chan por resolverlo
(Prlogo a la Contribucin a la C1itica de la Economfa l'olftica. En C. Marx y F. En;cls,
Obras E.scogidas. Mosc: Editorial Progreso, 1982, p. 183}. Y con independencia del parecido, lo verdaderamente importance reside en la centralidad que en la propuesta de MarinBar adquiere el universo simblico (que es el universo de la ideologa), tal y como hemos
dejado apuntado en la nota 7 del primer captulo, el mundo de las rcpresencaciones, ese
mundo en el que las cosas parecen estar dadas de antemano y en el que tan slo cabe la
resignacin.
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PS ICLOGO
y reproduccin: a) darle un sentido frente a lo~grandes interrogantes de la existencia humana; b) justificar su valor para todos los sectores de la poblacin; e) permitir su interiorizacin normativa en los
grupos y personas. Es claro que me estoy refiriendo a las principales
funciones que se suelen asignar a una ideologa. Cabe aadir que, al
ejercer estas funciones, la ideologa operativiza y oculta al mismo
tiempo los intereses de las clases dominantes, generando una falsa
conciencia, una distorsin entre la configuracin de la realidad y su
representacin en la conciencia de los grupos y personas.
Desde un punto de vista psico-social, el terreno privilegiado de
Ja ideologa dominante en un orden social es el del sentido comn
o, como dice Garf!nkel (1967, 76), la cultura comn. El sentido
comn est constituido por todos aquellos presupuestos que hacen
posible la vida cotidiana, la interaccin <<normal entre las personas,
aquellos elementos que se asumen como obvios y por ello mismo
nunca o rara vez se someten a cuestionamiento y revisin. Todo lo
que en una sociedad se estima como de sentido comn es identificado con lo natural, situndolo de esta manera por encima de las
vicisitudes histricas. Cuando las exigencias objetivas de un sistema
social logran articularse como exigencias subjetivas de sentido comn que se traducen en hbitos, rutinas y roles estereotipados, puede afirmarse que ese sistema ha echado races (Reich, 1965).
La cultura de Jos pueblos latinoamericanos no constituye la raz
bsica de su subdesarrollo, como parecen afirmar ciertos enfoques
psicologistas (Durn, 1978). Sin embargo, s es cierto que esa cultura logra cerrar el universo de sentido en el que los grupos y las
personas se mueven, distorsionando la percepcin de la realidad e
inhibiendo as los procesos de cambio. Es claro que el fatalismo latinoamericano, ya sea referido a un presunto orden natural o a la
voluntad de Dios, ha bloqueado importantes dinamismos histricos. Por ello, la conscientizacin promovida por el mtodo de alfabetizacin de Paulo Freire (1970) o, ms recientemente, por Ja reflexin y praxis cristiana de las comunidades eclesiales de base (La
fe ... , 1983), han contribuido a desencadenar movimientos de liberacin popular que han conmovido los cimientos de los regmenes
establecidos.
Los psiclogos sociales poco o nada podemos hacer frente a los tres
grandes factores objetivos que impiden el desarrollo de la democracia en los pases latinoamericanos. Sin embargo, algo y quiz mucho
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QUE H ACER
OESIDEOLOGIZADOR
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LA
PSICOLOG A
podamos hacer respecto a los factoes que hemos llamado subjetivos o intersubjetivos.
La Psicologa social es aquella disciplina cuyo objetivo estriba en
examinar lo que de ideolgico hay en el comportamiento humano,
tanto de las personas como de los grupos (Martn-Bar, 1983a, 120). Asumiendo que toda accin humana significativa es un intento
por articular los intereses sociales con los intereses individuales, a la
Psicologa social le corresponde estudiar ese momento en que lo social se hace individual y el individuo se hace social. Se trata, por tan~o, de analizar los influjos sociales, intergrupales o interpersonales,
referidos a una historia concreta, a una circunstancia y situacin muy
especticas; y, en ese contexto, todo influjo social constituye, en mayor o menor grado, la materializacin de aquellas fuerzas e intereses
de las clases que componen una determinada formacin social. Hay
que preguntarse, por ejemplo, no tanto si la presencia de otras per. sonas inhi~e la ayuda o diluye la responsabilidad individual en abstracto (Latan y Darley, 1970), cuanto por qu en un determinado
grupo o sociedad la presencia de personas (todas o algn tipo en
particular?) inhibe la ayuda (<todo tipo de ayuda?), mientras que en
otro grupo o sociedad la estimula y exige. La llamada accin prosocial adquiere un sentido muy distinto cuando se la considera en abstracto o al interior de una sociedad homognea, que cuando se la
considera en concreto o al interior de una sociedad dividida en clases
s9ciales, en la que lo mismo que beneficia a unos perjudica a otros.
Si a la Psicologa social le compete el estudio de lo ideolgico en
el comportamiento humano, su mejor aporte al desarrollo de la democracia en lo.s pases latinoamericanos consistir en desenmascarar toda ideologa antipopular, es decir, aquellas formas de sentido
comn que operativizan y justifican un sistema social explotador y
opresivo 11 Se trata de poner al descubierto lo que de enajenador
11. Desenmascarar es sinnimo de dcsidcologizar, y ambos tienen como objeto la lucha conm1 la mentira institucionalizada, uno de los temas obsesivos en la Psicologa social de
Marcn-Bar. La institucionalizacin de la mentira (la negacin de verdades objetivas, la
pretensin de que la verdad del torturador, por ejemplo, es idntica a la del torturado), el
filcro caprichoso de la realidad 'objetiva, la imposicin de una particular visin del mundo
circundante. En Guerra y salud mental (Estudios Centroamericanos, 429/430, 1984, 503S14) lo denuncia con claridad: La mentira ha llegado a impregnar de tal manera nuesrra
existencia, que terminamos por forjarnos un mundo imaginario cuya nica verdad es que
precisamente se tcata de un mundo folso y cuyo tnico sostn es el temor a la realidad,
demasiado "subversiva" para soportarla (p. 509). Tambin lo har en otros artculos ligados a la siniacin de violencia blica que estaba viviendo su pas; por ejemplo, en Un
psiclogo social ante la guerra civil en El Salvador (Revista de la Asociacin Latinoamericana de l'sicologa Social, 1, l982, 91-11 'J), o en La violencia poltica y la guerra como causas
del trauma psico-socal en El Salvador (Revista de Psicologa de El Salvador, 7, 1988, 123141), en el que dedica un subepgrafe a la mentira institucionalizada. En Los medios de
comunicacin masiva y la opinin' pblica en El Salvador de 1979 a 1989 (Estudios Centro-
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13. Si volvemos nuestros pasos sobre algunas de las consideraciones que Mann-Bar
ha hecho en el caprulo Conscicntii.acin y currculos universitarios, cabra atribuirle a la
desidcologizacin, en los trminos que aqu se nos presenta, el papel de allanar el camino
para la conscientizacin: desenmascarar como paso previo para la praxis transformadora,
para el cambio social, para facilitar el camino para el bienestar fsico, social y psicolgico de
personas concretas y de pueblos enteros (las mayorfos populares como sujeto de la Psicologa social).
14. Por su peso cuantitativo y por la dificultad y complejidad de los problemas de
todo tipo que experimentan, las mayoras populares constituyen el problema del pas. Su
existencia representa, en s misma, la negacin ms radical de la verdad y de la razn por
parte de la injusticia, la gran represora. Son las palabras del editorial Veinticinco afios de
compromiso universitario co1 la liberacin (Estudios Ce11troamericanos, 503, 1990, 705729). En Sistema, grupo y poder dariCica este punto: se intenta hacer presente un nuevo
interlocutor, permanentemente silenciado y demasiado a menudo ignorado: el pueblo sencillo, las mayoras populares centroamericanas- (Martfn -Bar, 1989, 5). Lo hemos comentado brevemente en la Introduccin, y lo volveremos a encontrar en el captu lo La libera
cin como horizonte de la Psicologa (ver epgrafe primero, pp. 305-3 11), y en Iglesia y
revolucin en El Salvador (nota 8), asf como en Hacia una Psicologa de la liberacin
(nota 14): el pobre como lugar epistemolgico central para una Psicologa de la liberacin.
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. RADOR
D EL
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2. En segundo lugar, debemos realizar una investigacin sistemtica de todos aquellos mecanismos que mantienen a nuestro pueblo enajenado frente a su propia realidad. Si algo nos ha mostrado la
guerra civil de El Salvador a los cientficos sociales es lo poco que
conocamos (y conocemos) a nuestro pueblo, y no tanto en sus rasgos de hecho como en sus potencialidades histricas. Poco es lo que
podemos decir sobre los sectores mayoritarios de nuestras poblaciones, ms all de que son fatalistas, religiosas y machistas. Nada sabemos sobre todas aqu ellas virtudes que subyacen a su situacin de
dependencia opresiva, sobre su inteligencia para sobrevivir en una
situacin de permanente emergencia crtica o sobre su capacidad de
solidaridad para no abandonar a los ms miserables de los miserables. Que el pueblo salvadorefio haya logrado organizarse sin ms
recursos que su pobreza ni ms ayuda que su unidad, y as haya
puesto en jaque al mismo imperio norteamericano, constituye algo
impredecible con nuestros modelos sobre los pobres o nu estros conocimientos sobre la movilizacin social. Desde la perspectiva popular, la investigacin debe darnos no slo lo que nuestros pueblos
son de hecho, sino, sobre todo, lo que pueden y quieren llegar a ser.
3. Finalmente, Ja desideologizacin supone un compromiso crtico que revierta al propio pueblo el conocimiento adquirido. Todo
conocimiento supone un poder, y mal estaramos sirviendo la causa
de la democracia si ese poder adquirido mediante la investigacin lo
dejramos en las manos de quienes no comparten los intereses populares. Nuestro conocimiento debe servir como un espejo donde el
pueblo pueda ver reflejada su imagen y adquirir as esa mnima distancia crtica que le permita objetivar su realidad y transformarla.
Las palabras generadoras que utiliza el mtodo alfabetizador de Freire constituyen un modelo sobre cmo el conocimiento puede servir
para la desideologizacin: son palabras que reflejan la realidad de
hecho, sacadas del universo simblico de las propias personas, del
sentido comn de su vida cotidiana,pero que se devuelven dialgicamente, es decir, dialcticamente, a la misma comunidad para desenmascarar la realidad que expresan y abrir las puertas hacia su
transformacin.
Cmo operativizar estas tres tareas es algo que depende de la
situacin concreta de cada pas. Posiblemente una de las mejores
maneras en que esto puede realizarse es a travs de un sistemtico
seguimiento de la opinin pblica, que no es lo mismo que la opinin que se hace pblica o que se publica en los medios de comunicacin (Martn-Bar, 1985b 15). Sin embargo, cualquiera que sea la
15.
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PS ICOLOGA
forma concreta que se adopte, el punto central radica en la vinculacin que como psiclogos sociales eStablezcamos con el pueblo. Si
en verdad lo que queremos es contribuir al desarrollo de la democracia, es decir, ayudar a que el pueblo se gobierne a s mismo, lo
primero que debemos hacer es asumir sus intereses como propios.
Slo entonces nuestros ojos podrn descubrir no slo los velos que
obnubilan la conciencia popular y le impiden asumir las riendas de
su propio destino, sino los velos que cubren tambin nuestro propio
conocimiento y no nos permiten contribuir significativamente a las
luchas populares por la justicia, la paz y la democracia.
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nismo de control consistente en calificar al responsable como desinformador, Jo que puede ponerlo ci muy serios problemas.
Frente a este ambiente de mentira social, surge la necesidad de
una tarea de desideologizacin conscientizadora a la que el psiclogo social puede y debe dar su aporte. Se trata de introducir en el
mbito de la conciencia colectiva elementos y esquemas que permitan desmontar el discurso ideolgico dominante y poner as en marcha los dinamismos de un proceso desalienador. Esta tarea resulta
todava ms urgente en momentos de crisis como el que vive El Salvador, donde el horizonte que se abra a la conciencia de los diversos
grupos sociales puede resultar fundamental para las opciones que se
vayan tomando y la direccin que adopte el proceso. En esta perspectiva, creemos que la encuesta de opinin pblica puede jugar un
papel, no por humilde menos signifi cativo, como instrumento (uno
entre otros) que contribuya al proceso de formacin de una nueva
dentidad colectiva.
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minantes en los principales modelos psico-sociales: su individualismo y su falta de sentido histrico (Tajfel, 1'984; Martn-Bar,
1983a). Parecera que la conciencia colectiva, en cuanto fenmeno
rransindividual, no es valorado suficientemente por las teoras d ominantes en Psicologa social, como no lo son las necesarias formas
concretas que los procesos psico-sociales van adquiriendo en cada
situacin y circunstancias histricas.
Nosotros pensamos que la encuesta de opinin pblica puede
constituir un importante instrumento desideologizador y que, as
como en la actualidad es utilizada por los grandes consorcios comerciales y polticos para propiciar el mercadeo de sus productos o para
estimul<'tr el apoyo a candidatos de todo tipo y a las polticas ms
diversas, debera ser utilizada para impulsar la toma de conciencia
popular. En una situacin como la de El ?alvador, y quiz en situaciones ms o menos similares en otros pases latinoamericanos, la
utilizacin sistemtica de la encuesta puede constituir un instrumento privilegiado para desmontar el discurso enajenador de los sectores
sociales dominantes y para permitir a las organizaciones y grupos
populares entablar un dilogo constructivo con la conciencia comunitaria a la bsqueda de una nueva identidad colectiva20
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el 81,4% pensaba que era la Embajada norteamericana la que mandaba en el pas. Para el 69,1 % de los encuestaelos, Estados Unidos
slo persegua aplastar al movimiento revolucionario, y el 55,4%
consideraba que eran los norteamericanos los que estaban impidiendo que tuvieran lugar unas negociaciones de paz. La opinin de estos sectores, ciertamente no representativos de toda la poblacin,
pero s de ciertos Sectores medios, no poda ser en realidad ms
discordante con la opinin oficial.
En 1982, y por presin norteamericana, la entonces Junta Revolucionaria de Gobierno convoc a elecciones para Asamblea
Constituyente, y en 1984 se realizarori dos vueltas electorales para
escoger Presidente de la Repblica. La mquina propagandstica norteamericana se encarg de airear por todo el mundo el carcter democrtico de estos procesos electorales, a pesar de que en ninguno
de ell<?s pudo participar la oposicin, ni siquiera los grupos ms ioderados de la socialdemocracia. La versin oficial sobre las elecciones fe que se trataba de un esfuerzo por lograr la paz en el pas, y
alrededor de ese punto se articul el esfuerzo propagandstico: Tu
voto, la solucin; Vota por la paz; vota por ARENA (ARENA es
un partido de extrema derecha, con ares mitad machistas mitad
fascistas, cuyos objetivos ms claros eran la defensa de la propiedad
privada y el apoyo para una victoria militar de la Fuerza Armada).
Frente a este planteamiento oficial, en una encuesta corrida el 9
de febrero de 1983 entre 1. 754 estudiantes preuniversitarios, tan slo
el 5,8% crea que las elecciones podan poner trmino a la guerra, a
pesar de que un 55 ,9% consideraba que las personas haban ido a votar
principalmente movidas por un anhelo de paz. En la encuesta ya
mencionada de mayo del mismo ao entre profesionales y estudiantes, tan slo un 7,3% consideraba que las elecciones podran poner
fin a la guerra y apenas un 17,5% crea que las elecciones seran libres. De hecho, slo un 15,4% consideraba que el gobierno salido de
las e1..:cciones anteriores representaba la voluntad del pueblo. En
febrero de 1984, en una encuesta con 1.588 estudiantes preuniversitarios, 82,2% consideraba que en las elecciones de 1982 haba habido fraude y el 70,8% pensaba que tampoco las elecCiones presidenciales seran limpias. Y aunque el 71, 1 % se manifestaba dispuesto a
ir a votar, el 66, 1% no crea que las elecciones fueran a ayudar en el
logro de la paz. Finalmente, en una encuesta corrida a una muestra
de 2.178 personas representativas de toda la poblacin salvadorea
en marzo de 1984, pocos das antes de la eleccin presidencial, slo
e1'32% esperaba alguna mejora en la situacin tras la votacin y un
porcentaje un poco menor, el 28,5%, pensaban que las elecciones seran tiles para conseguir la paz. Tomando en cuenta la intensidad de
195
EL
QUEHACER
DESIOEOLOGIZADOR
DE
LA
PS ICOLOG A
la propaganda oficial y el clima preelectoral de optimismo promovido por todos los medios, esta opini6n pblica reflejaba un claro escepticismo de la mayora frente a las consecuencias de las elecciones.
El tercer tema, el del dilogo y negociacin entre el gobierno y
el FMLN/FDR, es posiblemente el ms lgido. Desde 1981 hasta
1984 hablar de dilogo como medio de solucin a la guerra representaba, en la prctica, identificarse con la postura de los insurgentes. Como ancdota personal, valga indicar que Ja ltima bomba
puesta en la casa del autor de este artculo (la quinta en estallar en
tres aos) fue causada por defender pblicamente la necesidad ele
dilogo. Slo desde octubre de 1984, tras el primer encuentro entre
representantes oficiales y representantes de los rebeldes, el dilogo
dej de ser una palabra tab para convertirse en una opcin poltica
aceptable para el discurso oficial.
Pero mientras el dilogo y la negociacin eran rechazados alegando que dialogar era una tctica insurgente, adems de que supondra una traicin al voto popular, la poblacin ha mostrado
consistentemente su preferencia por el dilogo frente a la opcin
militar. Como muestra el cuadro 1, esta preferencia ha sido constante. Podra decirse que la encuesta ms representativa de la poblacin, la de marzo de 1984, es la que presenta un porcentaje
favorable al dilogo relativamente ms bajo. Sin embargo, fue tam. bin la encuesta menos annima (el encuestamiento se realiz en
forma personal en los lugares de vivienda de cada persona, y en el
momento en que defender la opcin del dilogo resultaba ms
peligroso, pues poda ser interpretado como un rechazo a las elecciones) (Martn-Bar y Orellana, 1984 ). Obsrvese, por fin, que es
esta encuesta la que ofrece una relacin ms elevada entre los partidarios del dilogo y los partidarios de una solucin militar: por
cada persona que considera que la mejor manera de terminar con
la guerra es.mediante una victoria militar hay ms de cinco (exactamente 5,3) que mantienen que la mejor s.olucin es el dilogo entre
las partes contendientes.
En Jos tres temas examinados, la intervencin norteamericana,
las elecciones y el dilogo, las encuestas de opinin pblica muestran
con claridad la mentira del discurso oficial en lo que pretende tener
de polticamente representativo de la poblacin. El contraste entre
las opiniones atribuidas al pueblo y las opiniones que los diversos
sectores encuestados han ido manteniendo pone de manifiesto el
carcter ideol gico y manipulador del discurso oficial. Reflejar este
contraste ante la conciencia de los sectores involucrados ha sido una
de las tareas que ms ha permitido a las personas sentirse miembros
de una colectividad con identidad propia, confirmando que su expe-
196
EL
PAPEL
OESENMASCARAO O R OEL
PS I CLOGO
(A)
A favor
del dilogo
719
57,9
14,4
4,0
1.754
70,3
18,5
3,8
Prof. y Univ.
780
70,1
14,9
4,7
1.588
62,3
15,3
4,1
M:irzo 1984
2.178
22,7
4,3
5,3
Fechn de
In encuesta
Sector
encuestado
Abril 1981
Univcrsi1ario
Mario 1983
Prcunivcrsilario
Mayo 1983
Poblacin genera.!
(B)
A favor de
Relacin
solucin militar
NB
197
EL
QUEHA CER
DES IOEOLOGIZA OO R DE
LA
PSICOL OG iA
REFLEXIONES FINALES
198
El
PAPEL
OESENMASCAl\ADOR
DEL
PSICOLOGO
Las encuestas de opinin pblica pueden ser una manera de devolver la voz a los pueblos oprimidos (Mattelirt, 1973), un instrumento que, al reflejar con verdad y sentido la experiencia popular,
abra la conciencia al sentido de una nueva verdad histrica por construir. No sera poco servicio a nuestros pueblos que los psiclogos
socia les iniciramos institutos de opinin pblica 21 , por modestos
que tuvieran que ser en sus comienzos, que les ayudaran a formalizar su experiencia, a objetivar la conciencia de su situacin de opresin desmontando los discursos oficiales y abriendo as vas para la
construccin de alternativas histricas ms justas y humanas.
21. Dicho y hecho: el 29 de abril de 1986, c:n cart:i dirigida al editor de este libro,
daba la primera noricia, en medio de su vcrtigino~ ac11vidad: Yo estoy metido, como
siempre, en muchas cosas. Una de ellas, superlenta, es sca que te digo sobre los grupos. Se
trata de una continuacin de un segundo volumen de psicologa social, donde iran los
captulos de sistema y poder que te envi, luego stos sobre los grupos y quiz luego algo
sobre movilitacin y cambio social [ ...] Ando tambin con la pila de remas de psicologa
religiosa, tan crucial en nuestro medio. Estoy dirigiendo un trabajo de tesis sobre la conversin y quiero profundizar el tema, con tantas ramiicaciones polticas. Estoy dirigiendo tambin una investigacn sobre participacin en grupos sindicales. Fuera de ello, rcalto cont
nuamentc encuestas de opinin pblica y estudios sectoriales. Ahora, por ejemplo, voy a
aprovechar una reunin de las enfermeras salvadorci1as para estudiar al gremio. Hemos
prescnt,1do a unos organsmos internacionales un proyecto de lnStiruto de Opinin Pblica;
si nos dan dinero, me tocar organizarlo y ponerlo en marcha. Un mes ms carde, el 27 de
mayo de 1986, escriba: Nos han llegado unos marcos alemanes para poner en marcha un
pcquci10 lnsututo de Opinin Pblica, que es uno de mis proy~-ctos favoritos. <Conoces t a
alguien de los institurns que esrn trabajando en Espai1a y de los que he visto algunos trabajos muy valiosos? M e encamara si pudieras ponerme en conrncto con alguien, sobre todo
para rccibi1 sugerencias e incluso material que nos ilumine. Una de las cosas que queremos
hacer e$ algo as como una encuesta general anua l que pcrmiw dar un seguimiento a las
cara~-icrlstica~ psicosociales de la poblacin salva<lorctia. ( H abra alguien valioso, dispuesto a co labornrnos en esra emp resa y con una alca dosis de idealismo social? Si lo hay y lo
conoces, dmelo. Y de vuelta fueron algunos nombres, en especial el del profesor J os
Ramn Torregrosa, como antiguo Director del Deparcamcnro Tcnico del Instituto de la
Opinin Pblica (actual Centro de Investigaciones Sociolgicas). Al poco, en uno de sus
viajes a Espaa, MartnBar visitara el CIS en compaa del profesor Torregrosa. Ubaldo
M.irtnC?. L~aro le sirvi de anfitrin.
199
III
LA ESPADA Y LA CRUZ
203
LA
L I SEl\A C I O N
COMO
V I VENCIA
CE
LA
FE
. Nuestra tesis es que esas semillas latentes en la religiosidad popular han alimentado una sorda ptro constante resistencia a toda
forma de dominacin cultural y que, al germinar organizativamente, han ani mado movimientos de rebelda y aun de revolucin. Esto
es lo que ha ocurrido recientemente en El Salvador: los cambios
producidos en la Iglesia catlica desde el Vaticano lI han permitido
que las masas hasta entonces alienadas tomaran conciencia sobre las
potencialidades liberadoras de su fe, se organizaran y desarrollaran
una prctica socio-poltica como pucblo 1 Esa praxis desencaden
una violenta respuesta del poder establecido contra Ja Iglesia que se
vio perseguida en sus miembros y atacada en sus planteamientos. La
represin externa ms un proceso d e involucin interna promovido
desde Roma 4 han llevado recientemente al restablecimiento de la
3. El Vaticano ti y Medclln constiwyen los marcos de referencia teolgicos de Martln-Bar y, de hecho, de roda la teologa de la li~racin, como se ha comentado en la
Introduccin. Cuando en Sistema, grupo y poder habla del facnlismo (dcrmo del epgrafe del
conformismo), menciona ambos acontecimientos (a ellos dedicar precisamenre el siguiente
epgrafe de este captulo) como marco de referencia de los movimientos de resisrcncia: Un
cambio en el upo de predicacin y de pastoral, consistente con las orienta, iones de la Iglesia
c:itlica tras el Concilio Vaticano 11 y la reunin de obispos lacinoamericanos en MedeUn,
h1io posible que buena pane del campesinado salvadoreo pudiera superar ciertas creencias
religiosas alienantes, sostn de su fatalismo social. Ello supuso un cambio en su conccpin
sobre Dios, visto ahora ya no corno un seilor lejano, todopoderoso, juez estricto contra
quienes.osaran contravenir sus designios (interpretados como los designios socialmente esta
blecidos), sino visto como un Padre que llama a todos los seres hum anos a formar una
comunidad de hermanos en la comunidad mostrada por j ess (Martn-llar, 1989, 163).
El Vacano 11 vuelve a ser objeto de atencin eo De la conciencia religiosa a la conciencia
politica (Boletn de Psicologa, 16, 1985, 72-82): desde cl Concilio Vaticano 11 puede
afirmarse que las semillas liberadoras han logrado una expansi n masiva (p. 73). Volver
sobre ello en S6/o Dios salva. Sentido poltico de la conversin religiosa (l<evista Chilena
de Psicologfa, 10, 1990, l 3-20): El cambio experimentado por la Iglesia catli<:ll desde d
Concilio Vaticano 11 y, en el caso latinoamericano particularmente impulsado por la reunin
episcopal de Medclln, preocup grandemente al gobierno de Estados Unidos, que decidi
conrrarrestar ese movimiento (p. 15).
4. En un prolongado artculo publicado en el sern.1nario alemn Die Zeit en 1985 y
venido en su integridad en el diario El l'afs los das 4, 5 y 7 de octubre de 1985 bajo el ttulo
El cardenal Rariingcr, el papa Wojtyla y el miedo :i."la libertad, el telo110 alemn Hans
J<Ung refl exionaba descarnadamenrc a propsito del Jn(onne sobre la (e publicado por
RarLinger. El discurso de Kng, uno de los relogos malditos- para Roma, pasa por los
~iguientes argumentos: a) en el documento de Ratzin:er se habla muy poco de fe y demasiado de jerarqua, de dogmas, de doctrinas, y sobre todo de disidentes; b) es lamentable que
penda la amcna1~1 de excomunin contra telogos disidentes y la Iglesia no se haya pronunciado nunca Contra am~ cnmmales cat6/1cos, como Adolfo Hitler y los diversos
dictadores latinoamericanos; e) la Inquisicin vuelve a romar alas, pero ahora funciona
~sohre todo contra los telogos de moral americanos, los telogos de dognrn ccnrroeuropcos
y los telogos de la liberacin latinoamericana y africanos. En cambio, se fomenta por todos
los medios el Ofms Dei, organizacin secreta ~pailola, mezclada en banco~, universidades y
gobiernos, reaccionaria desde el punro de vista politico y teolgico, que presenta tambin
rasgos contrarrcformi~tas medievales ) el Papa parece estar librando 1111a baralla decisiva
contra la mujer moderna que va drn!c la prohibicin de la contracepcin y del servicio de
ayudantes en la misa hasta la ordenacin sacerdotal de las mujeres y la modernizacin de las
rdenes femeninas. Tambin ha sido c:n El Pas dond e el telogo Tamayo-Acosta, un nom-
204
IGLESIA
REVOLUCIN
EN
EL
SALVADOR
alianza entre la Iglesia y el Estado sin que ello suponga el aniquilamiento de las semillas de liberacin religiosa. /1
Histricamente, el papel fundamental desempeado por la religin ha sido el de legitimar el orden social establecido en nombre
de Dios5. Esa visin religiosa de la sociedad no slo exiga como un
deber de conciencia que los fieles se sometieran totalmente a las
autoridades establecidas, cualesquiera ellas fueran, sino que llegaba
a justificar el empleo de la represin violenta contra quien se revelase frente a ese orden y esas autoridades (Hinkelammert, 1978).
Junto a esta lnea que pudiramos calific.a r como la religin del
orden, se ha dado tambin en los pas'es latinoamericanos otra
orientacin religiosa, no por minoritaria carente de significacin social: la religin contestataria, la religin del oprimido6 Bartolom
de Las Casas fue su ms conocido representante. Las Casas se opuso
a las instituciones sociales que el imperio espaol estableca en las
colonias americanas (la encomienda, el repartimiento, la mita) por
.considerar que constituan formas de esclavitud antinaturales y contrarias al evangelio. De este modo, en nombre del mismo Dios con
que el conquistador justificaba el orden explorador, Las Casas reclamaba un ordenamiento social ms respetuoso de la dignidad de los
seres humanos.
Esta doble virtualidad de la religin cristiana, conservadora y
revolucionaria, frente al orden social establecido ya ha sido sealada por vari.os autores. Segn Ernest Troeltsch (1931, vol. I, 80-82),
en el cristianismo coexisten una tendencia hacia un cierto anarquismo idealista que promueve una comunidad de amor hostil hacia el
orden social y una tendencia a convertirse en una organizacin conservadora que utiliza las instituciones seculares en su beneficio.
La Iglesia ha tenido una gran capacidad para adaptarse a las exigencias de los diversos regmenes imperantes en Amrica latina con
brc familiar en este libro, ratifica las palabras d-e Kiing: La mujer en la Iglesia es, en fin,
invisible. Y como codo lo invisible se da por inexistente, bien puede decirse que la mujer en
el catolicismo romano apenas existe ms all de los libros de bautismos y matrimonios
(Jano Bifrome o las dos caras dejua11 Pablo n. El Pafs, 13 de diciembre de 1997, p. 14).
5. La religin catlica ha sido, desde la Conquista, uno de los pilares bsicos en que
se ha asentado el orden social en los pases latinoamericanos. Aunque sa no haya sido su
intencin, de hecho la Iglesia catlica ha contribuido al mantenimiento de unas estructuras
opresivas para la mayora de la poblacin (por la va de esa infraestructura ideolgica que
justifica e incluso alimenta al fatalismo: ver notas 6 y 15 de "El latino indolente") sancionn
dolas y legitimndolas con el sello de lo divin o, y consolando a quienes las padccfan con la
promesa de un premio u lera terreno (De la conciencia religiosa a la conciencia poltica.
Boletfn de Psicologfa, 16, 1985, 73). Con la claridad acostumbrada, MarnBar pone el
dedo en la llaga: por Ja va de la resignacin y de la esperanza en una inconclusa vida eterna,
la Iglesia ha bloqueado el desarrollo de una conciencia poltica.
6. En el lcimo c:iptulo de esta Seccin encontramos una detallada descripcin de
ambos tipos de religin: la religin del orden y la religin subversiva.
205
LA
LIBERACIN
COMO
VIVENCIA
DE
LA
FE
206
IGLESIA
RE VOLUCIN
EN
EL
SA LVADOR
Estos dos cambios tuvieron un impacto casi inmediato en los catlicos. Si la nueva concepcin de la Iglesia invit~ba a todos sus miembros a una participacin ms activa y responsable en el quehacer
eclesial, la nueva concepcin sobre la historia de salvacin llevaba a
no asumir las realidades sociales existentes como el producto de un
designio divino, sino como un producto humano . Se abra as el espacio psico-social para una nueva praxis cristiana, ms comu nitaria
que individual, que buscara activamente la transfo rmacin de las
realidades histricas en el sacramen to de lo que se crea, es decir, en
imagen inteligible del reino utpico del Dios anunciado por Jess.
El impacto del Vaticano II se hace sentir con ms fu erza en Amrica I:hina, tanto porque se trata de un continente que se confiesa
mayoritariamente catlico como porque las situaciones socio-polticas de sus pueblos se prestan a una inmediata relcctura teolgica
(Dussel, 1979b). De h echo, la reunin del episcopado latinoameri cano de Medclln en 1968 realiza esta relectura; ms an, Medelln
relee la historia desde la perspectiva de los pobres, lo que le da una
nueva dimensin proftica y poltica (CELAM, 1977)8 Para los obis-
207
LA
LIBERACIN
COMO
VIVENCIA
DE
LA
FE
cipal problema del pas. se ser precisamemc el reto a la Psicologa latinoamericana (ver
epgrafe La relevancia social de la Psicologa en el ltimo capculo).
9. Para un cientfico social no puede pasar inadvertida una triloga que transita, con
ademn firme, a lo largo de las conclusiones de la Conferencia de los obispos: la relacin
entre injusticia, pobrcia y violencia. Las tres acaban consagrando una estniccura social que
para Ellacura (lo hemos visto en la Introduccin y en la nota 2 de este mismo captulo)
supone la ms clara objetivacin del poder del pec:ido. La realidad latinoamericana consti
cuye una negacin de la paz, mi como Ja entiende la tradicin cristiana [... ] La paz es, ame
todo, obra de la justicia. Supone y exige la instauracin de un orden justo en el que los
hombres puedan realizarse como hombres, en donde su diginidad sea respetada, sus legtimas aspiraciones satisfechas, su acceso a la verdad reconocido, su libertad garantizada. Un
orden en el que los hombres no sean objetos, sino agemes de su propia historia. All, pues,
donde existen injustas desigualdades entre hombres y naciones se atenta conrra la paz
(CELAM, 1977, 36). La permanente situacin de injusticia como la que ha caracrerizado y
caracteriza la realidad latinoamericana es, de hecho, una situacin de violencia instituciona
lizada y, sobre todo, una situacin de pecado: al hablar de una situacin de injusticia nos
referimos a aquellas realidades que expresan una sicuacin de pecado {CELAM, 1977, 33).
En el discurso que Ellacurfa pronunci en Barcelona el da 6 de noviembre de 1989 al
recibir el premio Alfonso Comn en nombre de la UCA vuelve sobre esta misma idea: La fe
cristiana tiene como condicin indispensable, aunque tal vez no suficiente, su enfrentamienro con la justicia; pero a su vez:, la justicia buscada queda profundamente iluminada
desde lo que es la fe vivida en la opcin preferencial por los pobres. Fe y justicia no son
para nosotros realidades autnomas, voluntarsticamente entrelazadas, sino dos realidades
muruamente referidas o respectivas que forman o deben formar una nica coralidad estructural (J. Ellacura, El desafo de las mayocfas populares. Estudios Centromnericanos,
193/494, 1989, 1079).
208
IGLESIA
REVOLUCIN
EN
EL
SALVADOR
209
LA
LISERACIN
COMO
VIVENCIA
DE
LA
FE
La conscientizacin popular
Elimpacto ms significativo de la nueva orientacin religiosa lo constituy Ja ruptura de la conciencia fatalista de las grandes masas populares, en particular del campesinado. El fatalismo constituye un
elemento incorporado a la religiosidad popular, por la necesidad de
dar sentido a una situacin histricamente inamovible: el universo
simblico del campesino salvadoreo asuma que el orden establecido era un orden natural y, por consiguiente, querido por Dios. El
descubrimiento a travs de la predicacin religiosa de que los hombres y no Dios eran los nicos responsables de la situacin de injusticia y opresin existente ei:i el pas, y de que incluso a los ojos de
210
IGLESIA
EN
El
SALVADOR
Dios ese era un orden social malo, pecaminoso, contrario a su voluntad salvfica, constituy un verdadero revulsiv6 de conciencias.
Sera impreciso o impropio afirmar que la conciencia religiosa
est a la base del movimiento revolucionario salvadoreo de la dcada del setenta; pero difcilmente el campesinado se hubiera incorporado a ese movimiento si no hubiera primero roto el esquema
fatalista de su conciencia religiosa que explicaba y justi ficaba su situacin de oprimido (Cabarrs, 1983). El proceso de conscientizacin religiosa hizo posible la toma de conciencia poltica de las mayoras del pueblo salvadoreo 12 : la explicacin de su destino no
haba que buscarla en Dios sino en la accin de los hombres. Y si
bien la obra de Dios no poda ser modificada, el producto del quehacer humano poda y aun deba ser cambiado, sobre todo si su
anlisis mos.t raba que era contrario a la misma voluntad de Dios.
Una de las corrientes que ms haba influido en los principales
documentos de Medelln era el pensamiento y mtodo alfabetizador
de Paulo Freire. Para el educador brasileo, la superacin del analfabetismo de las grandes masas latinoamericanas no poda reducirse
a un proceso de aprender a leer y escribir la propia historia, de
aprender a pronunciar la propia palabra histrica (Frcire, 1970,
1971). Alfabetizarse supona conscientizarse sobre la realidad en que
J 2. Conciencia religiosa y conciencia poltica, ya lo hemos comentado, es precisamente el ttulo de uno de los artculos escritos por Martn-Sar; La conscientizacin sociopoltica es, ademis, el culo de un epgrafe del captulo 1 de la seccin 11 de este libro, y
expresada de una u otra forma, esta idea se ha hecho presente desde los primeros prrafos de
este libro, desde las primeras reflexiones en torno al fatalismo en el captulo El latin o
indolente. Como quiera que es absurdo negarle al evangelio su natural eza ideolgica, apo
yernos aquella ideologa que garanriz.a el respeto por los derechos humanos y luchemos
contra aquella otra que somete a las mayoras populares a la indigencia y persigue
sanguinariamentc a quienes se le oponen. En el ltimo boletn informativo del Centro Pastoral de la UCA Carta a las Iglesias (noviembre 1997), d rclogo Jos Ignacio Gonzlez Faus
justifica, en perfecta consonancia con la postura de Martn-Bar, Por quf la Iglesia debe
en trar en poltica. Lo hace tomando como referencia la frase del evangelio: dar a Dios lo
que es de Dios y al Csar lo que es del Csar. La razn por la que la Iglesia debe entrar en
polftica es sencillamente porque Ja poltica tiende muchas veces a apropiarse de lo que es de
Dios. Y Gonzlez Faus nos ofrece cuatro ejemplos concretos: cuando un poder polrico se
ejerce de tal manera que enriquece ms a los ricos y empobrece a los pobres, cuando un
gobierno practica la tortura o legaliui la pena de muerte, cuando los polticos y los represenrantes del pueblo mienten en defensa de su propia poltica y cuando un rgimen o un partido
poltico no respeta los derechos humanos, en todos csros casos est dando al Csar lo que es
de Dios, y en casos como sos la Iglesia debe entrar en poltica. En el prximo captulo nos
encontraremos con un epgrafe dedicado a la Religin y poltica en El Salvador que complementado con otros dos, .Naturaleza ideolgica de la religin e Impacto poltico de la
religin del orden incluidos en el ltimo captulo de esta seccin, dejan sentenciada la
relacin entre conciencia religiosa y posicionamiento poltico. Una apostilla para concluir:
sabiendo de su conocimiento de Durkheim, no deja de resultar llamativa la ausencia en esce
contexto de la hiptesis por excelencia de Las formas elementales de la vida religiosa: el
origen religioso del sistema de representaciones que el hombre tiene sobre el mundo.
211
LA
LIBERACIN
COM O
VIVENCIA
DE
LA
FE
212
IGL ESIA
REV O LUCIN
EN
El
SA LVADOR
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LA
LIBERACIN
COMO
V I VENCI/,
DE
LA
FE
214
IGLESIA
REVOLUCI N
EN
EL
SALVADOR
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LA
LIBERACIN
CO M O
VIVENCIA
OE
LA
FE
El papel de la Iglesia respecto al proceso revolucionario en El Salvador no se redujo a desbloquear las conciencias enaenadas o a proporcionar un modelo organizativo; el espritu religioso se ha hecho
presente y ha acompaado todo el proceso de una manera no por
crtica menos importante. Ciertamente, la Iglesia se ha hecho presente a travs de muchos cristianos que, movidos por ideales estrictamente religiosos, han dado su vida en la lucha liberadora. Es bien
sabido que ms de diez sacerdotes y religiosos han sido asesinados
por los escuadrones de la muerte a causa de su trabao en favor de
las mayoras populares. Pero es menos conocido que, junto a estos
miembros del clero, son muchos miles los catequistas, delegados de
la palabra, miembros de comunidades de base y simples fieles que
han buscado la liberacin de su pueblo, no tanto movidos por una
conviccin poltica cuanto por un ideal religioso y que, en esa bsqueda, han entregado su vida. Con todo, tan importante o ms que
el aporte en vidas de cristianos ha sido el espritu que la religin ha
logrado comunicar a la lucha popular, legitimndola y dndole un
horizonte. De hecho, la religin ha seguido siendo el marco de referencia fundamental de la mayor parte del pueblo salvadoreo, y es
en la fe donde las masas populares han encontrado fuerzas para soportar las terribles condiciones de la guerra y para no perder, en los
ya largos aos de lucha prolongada, la generosidad y la esperanza.
Sera impropio calificar de fanatismo religioso el espritu que
mantiene en lucha a los cristianos salvdoreos. Basta con asistir a
sus reuniones comunitarias o a sus celebraciones religiosas para comprender que estn ms prontos al perdn que a la condena, que no
buscan el dominio por la guerra sino una paz en la justicia, que no se
cierran en Ja violencia dogmtica, sino que estn abiertos a la razn
y al dilogo. Y si es cierto que en algunas ocasiones han utilizado la
palabra de Dios como justificacin de unas opciones polticas discutibles, no es menos cierto que, en otras muchas ocasiones, esa palareligiosa que hara de monseiior Romero un lder de su pueblo (p. 157), algo que repite al
final de este epgrafe. Sobre Rutilio G111nde ver el libro de Rodolfo Cardenal, Historia de
una esperanza. Vida de Rutilio Grande. San Salvador: UCA Editores, 1985.
216
IGLESIA
REVOLUCIN
EN
El
SALVADOR
21 7
LA
LISERACION
COMO
VIVENCIA
OE
LA
FE
218
IG LE SI A
REVOLUCIN
EN
EL
SALVADOR
1978), e incluso a acudir al uso de la fuerza para defender su derecho histrico a la vida, sin que ello le quitara bertad para denunciar los abusos de las propias organizaciones populares o la absolutizacin de sus intereses partidistas (Romero et al., 1978; Sobrino et
al., 1980, 156-159). Por todo ello, el asesinato de monseor Romero fue una operacin inteligentemente calculada cuyo valor simblico slo es equiparable a la prdida que supuso su muerte para la
causa del pueblo. Con la muerte de monseor Romero no slo se
puso fin a una vida y a una voz, sino que se pretendi anular de una
vez por todas el papel liberador de la religin en la historia contempornea de El Salvador.
219
LA
LIBERACIN
COMO
VIVENCIA
DE
LA
FE
220
IGLES IA
REVOLUC I N
EN
EL
SALVADOR
;ocialmente reforzada.
El caso salvadoreo constituye la mejor prueba de esta po'!tica
:ue confirma nuestra hiptesis sobre la doble potencialiqad de la
religin frente al orden social. Los planteamientos de las iglesias
fundamentalistas encontraron un pronto eco en aquellos ncleos de
(a poblacin salvadorefia a los que la iglesia de monseor Romero
:uestionaba y cuyo dominio social deslegitimaba: frente a una Igle-
'articular quienes pertenecen a sectas como los testigos de j ehov; e) emre los mismos
:atlicos quienes conciben a Dios o a jess en trminos ms humanos, se muestran ms
'avorables al compromiso poltico y a las opciones polticas progresistas que quienes tienen
ma imagen de Dios y de Jess mas trascendente (p. 81).
221
LA
LIBERACIN
COMO
VIVENCIA
DE
LA
FE
sia que optaba preferencialmcnce por los pobres, las elites y ciertos
sectores medios se sentan desampardos y aun acusados por su propia fe. Esto llev a algunos a una conversin religiosa, mientras
que a otros les hizo abandonar roda prctica religiosa y retirar su
apoyo a la Iglesia. Es precisamente esta desercin de sectores socialmente poderosos uno de los fenmenos que ms va a preocupar a
Roma y que va a requerir una reinterpretacin espiritualista de la
opcin preferencial por los pobres como contraofcrta ideolgica
catlica frente al embate fund amcntalista.
Desde 1981, tras el asesinato de m.onseor Romero y de las religiosas norteamericanas y el establecimiento en el gobierno del Partido
Demcrata Cristiano, ha habido una paulatina pero progresiva restauracin de la alianza social entre la Iglesia catlica y el Estado
salvadoreo. Tres factores parecen haber contribuido a esta restauracin: a) los efectos de la persecucin religiosa; b) el espritu involucionista de Roma, y e) el papel obnubilador de Ja Democracia Cristiana sobre la conciencia de la Iglesia.
En primer lugar, es indudable que la represin contra la Iglesia
catlica ha producido sus frutos. El asesinato de monseor Romero,
sacerdotes, religiosas, catequistas, delegados de la palabra, miembros
de las comunidades cristianas y hasta de simples creyentes, cuyo nico
pecado era tener una foto de monseor Romero o de Rutilio Grande
en su casa, ha tenido como consecuencia el desmantelamiento material y moral de las estructuras eclesiales ms dinmicas. Hubo un
momento en que pareci que las comunidades eclesiales de base
(CEBs) seran borradas de El Salvador y de hecho los miembros sobrevivientes de muchas de ellas tuvieron que abandonar su hogar y su
trabajo, cuando no salir del pas. Este exterminio sistemtico slo dej
intactos a los sectores y organismos ms conservadores, que quedaron as como representantes y principales voceros de la Iglesia. Ms
an, la persecucin dej bien claro el peligro al que se expondran
quienes volvieran a asumir la orientacin liberadora de Medelln y la
opcin preferencial por los pobres de Puebla. Y aunque este temor
traumtico afecta sobre todo a quienes se preocupan ms por el bien
de la Iglesia institucional que por las necesidades del pueblo creyente, son ellos en buena medida los que deciden sobre el papel de la
Iglesia como cuerpo social.
En segundo lugar, no cabe duda de que el papado de Juan
Pablo II est siguiendo una lnea de involucin religiosa, teolgica y
222
IGLESIA
REVOLUC I N
EN
EL
SALVADOR
223
LA
LIB ERACI N
COMO
VIVENCIA
DE
LA
FE
siguen ocurriendo en el pas. Se dira que la presencia de la Democracia Cristiana en el gobierno hacf'a menos real para la Iglesia la
represin o, al menos, la intencionalidad poltica de la represin y
la responsabilidad del gobierno en su prctica. En todo caso, se
pensaba que si los demcratas cristianos no estuvieran en el gobierno las cosas seran peor y, por tanto, que las condenas pblicas
resultaban Contraproducentes. Ms an, el discurso reformista de
la Democracia Cristiana crea la ilusin de una postura entre la extrema derecha y la extrema izquierda, encubriendo as la realidad de los hechos que sita la poltica gubernamental como parte
del proyectO de la Administracin Reagan para El Salvador, proyecto que claramente se encuentra en un extremo del espectro poltico contemporneo. Finalmente, la presencia de la Democracia
Cristiana en el gobierno daba la oportunidad a la Iglesia catlica de
recuperar su posicin de poder en el interior del sistema institucional, tentacin que resultaba tanto ms difcil de resistir cuanto que
se pensaba que as se podra contrarrestar mejor la creciente penetracin protestante.
Que la Iglesia jerrquica ha restablecido su alianza con el gobierno salvadoreo lo prueba en forma clara una carta pastoral escrita
por la Confederacin Episcopal de El Salvador el 6 de agosto de
1985 acerca del dilogo entre las partes beligerantes en la guerra
civil (CEDES, 1985). La carta no slo asume el mismo diagnstico
de la situacin que hace el gobierno, cuya legitimidad enfatiza y
apoya, sino que minimiza o ignora todos los aspectos ms negativos
de la accin gubernamental y de la Fuerza Armada, y hasta asume su
vocabulario ideolgico, convirtiendo por ejemplo los asesinatos, torturas y desapariciones cometidas por las fuerzas gubernamentales
en simples abusos de autoridad.
La nueva alianza entre la Iglesia jerrquica y el gobierno salvadoreo parece retrotraer la situacin a pocas pretritas: una vez
ms, la religin es cooptada por el ord~n establecido, que encuentra
en ella legitimacin y apoyo socializador. Con todo, la Iglesia no se
reduce a sus obispos. Y junto al restablecimiento de la alianza entre
jerarcas y gobernantes que parece orientar la lnea oficial de la Iglesia, el resurgimiento de las comunidades eclesiales de base con su
dinmica liberadora en favor de los pobres vuelve a hacer presente
en El Salvador la voz cristi ana de denuncia y anuncio. Queda as
replanteada la doble virtualidad social de la religin como una confrontacin ideolgica que acompaa a la guerra civil, sin que por
ello se pueda identificar completamente la religin oficial con las
fuerzas gubernamentales o la religin liberadora con las fuerzas insurgentes.
224
IGL ESIA
REVOLUCIN
EN
EL
SALVAD OR
225
7
RELIGIN Y GUERRA PSICOLGICA'
985.
Estos datos son muy cuestionables, entre otras cosas porque no
>man en cuenta el proceso de desercin. De hecho, sucesivas enJeSt'.lS indican que el nmero de salvadoreos que se declaran evanlic S oscila entre el 10% y el 15% de la poblacin adulta (Martnar, 1987c, 21-23; 1989b, 29-33)2 Pero aunque stos sean los
1. Este captulo responde al articulo La religin como instrument o de la guerra
sicolgica y aparece por pr imera vez en castellano. MutnBar lo escribi para el
1onogrfico que el volumen 46 dcljo11mal o( Social Jss11es (1990) dedic a la l'sicologia en
T ercer Mundo que coordi naron Tod Sloan y Maritza Mon tero. El anculo de Martfnar apareci bajo el titulo de Religion asan lnstrumcm of Psychological Warfare ... Tod lo
mi al ingls, tuvo la feliz ocurrencia de gu:1rdnr el original, y lo ha puesto n nuesira encera
isposicin en un gesto que le honra y afianu una vieja amistad.
2 Se trata de los dos volmenes a que dio lugar el Instituto Universitario de la Opi
in Pblica (IUOP) desde 1986 a 1989 y a los que hemos aludido en notas previas. En el
cimero de ellos, As piensan los sal1N1doreos urbanos, la religin ocupa tan slo un corto
,fgrae dentro del captulo Condiciones de vida. En el segundo, La opimn pblica sal1doreiuz, a los temas rclacon:idos con la religin se le dedica el captulo segundo en su
227
LA
ll8El\AC I N
COMO
V I VENCIA
DE
LA
FE
integridad que est presidido por la siguiente afirmacin: No parece una afirmacin demasiado aventurada el decir que el marco de referencia de los salvadoreos es de carcter
rclicioso. Esto significa que la mayor parte de los salvadoreos interpretan su existencia a la
luz del sentido que les ofrecen los smbolos y creencias re ligiosas [... ] Poca duda tienen sobre
este papel crucial de lo religioso los polticos sa lvadoreos que siempre tratan de lograr para
sus respectivos partidos la legitimacin de alguna figura religiosa significativa y que, por lo
general, termi1ian sus alocuciones pblicas con un oios los bendiga" dirigido a sus oyentes
(p. 29).
3. Un par de aos dcspes de este arrculo, Marcn-Bar publicara Solo Dios salva:
Sentido poltico de la conversin religiosa (Revista Chilena de Psicofogfa, 10, l 990, 13-20)
que no ha podido ser incluido en esta seleccin por razones de espacio. En l se desgranan
tres explicaciones del movimiento de conversin religiosa: la culturalista (enfatiza la crisis
que se produce en las personas como consecuen cia de la desintegracin de las cu lturas cam
pcsinas), la que hace recaer la responsabilidad sobre los lazos personales que unen a las
personas, y ht explicacin policicn (coincidencia encre la doccrina de determinadas religiones
y la comrainsurgencia norteamericana). El artculo est presidido por la preocupacin por
el proceso de afiliacin masiva de los sa lvadoreos a las iglesias evanglicas, sobre todo
pcncccostalcs y fundamcnialisrasit (p. 13). Los datos que por aquel entonces manejaba el
IUOP arcsriguan un incremento en la adscripcin de los salvadoreos a las sectas religiosas
cvanglic;is desde un 13,7% en dicicmbr!! de 1986 al 16,4% en octubre de 1988.
228
RELIGIN
GUERRA
PSICOLGICA
229
LA
LIBERAC I N
COMO
VIVE NCIA
DE
LA
FE
Por ello, creemos que, en el caso concreto de la conversin religiosa, es necesario aadir al anlisis mta cuarta dimensin: la ideolgica. Esta dimensin debe examinar las fuerzas sociales concretas
que se canalizan en el fenmeno de la conversin: a qu grupo o
clase social resulta ms til en un momento u otro la conversin de
las personas, a qu intereses sirve (sin excluir los individuales, por
supuesto) y, sobre todo, qu efectos sociales produce la conversin,
si tiende a alienar o a dcsalienar a los individuos o grupos convertidos frente al todo social, es decir, si funciona como el Opio indicado por M arx, como un despertador de la conciencia social, o si su
impacto es mixto, dependiendo de otros aspectos y circunstancias.
El anlisis de las otras tres dimensiones (la procesal, la motivacional y la de generalidad) recibe una luz distinta una vez que se
incluye la dimensin ideol gica. El proceso de la conversin ya no
es visto como algo simplemente inlividual o interpersonal, sino
como un fenqeno estrictamente social y aun poltico, es decir,
como. la decisin de una persona que es sujeto y objeto del juego de
poder6 . Las motivaciones individuales adquieren un sentido lstrico ms amplio, o incluso distinto, al situarlas en la red de fuerzas
sociales que afectan a la persona y que la llevan hacia su humanizacin o deshumanizacin. Finalmente, el alcance y ramificaciones de
la conversin pueden interpretarse a la luz de una historia, personal
y social, y no como simples relaciones entre variables abstractas,
convertidas casi en cosas.
Desde esta perspectiva psico-social, nuestra hiptesis de trabajo
es que el fenmeno de la conversin religiosa masiva hacia los grupos
pentecostalcs (evanglicos y catlicos) que se ha producido en El
Salvador en medio de la guerra civil no slo ha representado un cambio con el que ciertos individuos o grupos han tratado de responder
a sus necesidades psicolgicas (espirituales), sino que ha constituido tambin un instrumento poltico de los sectores en el poder y, ms
especficamente, un elemento de la llamada guerra psicolgica.
230
RE~ICIN
GUERRA
PSICOLGICA
LA GUERRA PSICOLGI CA 7
.;
7. No es la nica vez que Martn Bar se introduce por estos vericuetos. Tambin lo
hizo en De la guerra sucia a la guerra psicolgica (8olet11 de la Asociacin Venezolana de
Psiwloga Social, 12, 1988, 18-26). En este caso la guerra psicolgica se concibe como la
continuacin de la guerra sucia, el mtodo del proyecto norteamericano para El Salvador
empleado desde 1984 y en el que Napolen Duarte alcanzarfa un gran protagonismo. As es
como la guerra psicolgica desarrollada en El Salvador prerendc ser la forma democratizada de lograr los mismos fines que la gucua sucia (p. 21), y se sustenta sobre la creacin de
un ambiente de inseguridad que justWca acciones blicas llenas de violencia, sobre la mi
litarizacin de la vida cotidiana (la militarizacin de las conciencias, dir en algn otro
momento) y sobre la negacin de la realidad (recrudecimiento de la mentira institucionalizada). Noam Chomsky se referir en el Eplogo a esta estrategia de rcrror psicolgico.
8. Desde que anidara en l la conviccin de la mentira institucionalizada como cscrategia gubernamental (ver nota 11 del captulo El papel desenmascarador del psiclogo),
la propaganda)' los medios de comunicacin de masas fue otro de los temas que preocuparon
a Martn-Bar (ver epgrafe La opir\in pblica en El Salvador dentro del capculo recin
231
LA
LIBERACIN
COMO VIVENCIA
DE
LA
FE
otros medios) de noticias y esquemas de interpretacin; y la realizacin de acciones visibles que resporn;Jan a las necesidades d e la poblacin o que cambien la imagen propia y del enemigo (acciones
cvico-militares), todo ello acompaado de amenazas y actos sistemticos de amedrentamiento fsico que muestren la inutilidad y peligrosidad de la resistencia. As, el mecanismo fu nd amental d e que
se vale la guerra psicolgica para lograr su objetivo es el desencadenamiento de la inseguridad personal: inseguridad acerca de las p ropias creencias, inseguridad sobre el propio juicio, inseguridad sobre
los sentimientos que se experimentan, inseguridad sobre lo que es
bueno y es malo, sobre lo que puede y debe hacerse o sobre lo que
no se puede ni debe hacer. Esta inseguridad encuentra una rpida y
tranquilizadora respuesta en la solucin ofrecida desde el poder, es
decir, en la aceptacin de la verdad oficial y la sumisin al orden
establecido. De este modo, la guerra psicolgica se convierte en un
sustituto cuando no en un complemento de la llamada guerra sucia, es decir, de la represin paraoficial; la mediacin psquica al
objetivo perseguido ya no es el miedo o el terror de las personas
ante una autoridad cruel, sino su inseguridad frente a una autoridad
al mismo tiemp o prepotente y magnnima (Martn-Bar, 19 90; ver
tambin Lira, Weinstein y Salamovich, 19 85-198 6).
A fi n de lograr que las personas se sientan inseguras, la guerra
psicolgica tiene que penetrar en su marco fu ndamental de referencia: sus creencias bsicas, sus valores ms preciad os, su sentido comn. Y es aqu donde la religin empieza a jugar un papel importante, ya que con frecuencia forma parte de la visin del mundo d e los
mencionado). En Propaganda y deseducacin social (Estudios untroamericanos, 243,
1968, 367-373 ) advierte que hay que impedir por todos los medios que la propaganda siga
realizando su funcin deseducadora, hay que conseguir que cambie de direccin y que, en vez
de subordinar a la persona a unos intereses particulares, ponga esos intereses al servi cio del
individuo y de la sociedad (p. 373). Muy novedoso para las cosrumbres salvadoreas (no se
olvide que para en tonces Marcn-Bar ya contaba conJa infraestructura del fUOP) fue La
opinin pblica ante los primeros cien das del gobierno de Crisciani (Estudios Centroame
ricanos, 490149 1, 1989, 715-726). Los medios de comunicacin masiva y la opinin pblica
en El Salvador de 1979 a 1989 era la ponencia preparada para el XV Congreso Internacional
de la Asociacin de Estud ios Latinoam erica nos que se iba a celebrar en Miami en diciembre
d e 1989. Dicha ponencia tuvo que ser leda como homenaje pstum o y sera publicada in me
diatam ence en Estudios Centroamericanos, 439/494, 1989, 1081-1093. Ali! vuelve sobre uno
de los argumentos que le llevaron a la creacin del IUOP: los medios de comunicacin ma
siva se han limitado a presentar como opinin pbl ica lo q ue era simplemente opinin interesada de sus propietarios o de vender como sentir colectivo Jo que no pasaba d e ser una
opcin muy pa nicular -y ello independientemente de si esa opinin era o no represen tativa
o hasta qu punto lo era de lo que pensaba la poblacin- (p. 1083). A rodo esto hay que
aadir los dos volmenes emanados del IUOP, As piensan los salvadoreos urbanos (1986
1987), y La opinin pblica salvadorea (19871988), publicados ambos en la editoria l de la
UCA en 1987 )' 1989 respeccivamente, y el artculo La cncucsca d e opinin pblica como
instrnmento desidcologizador inclu ido en esce volumen .
232
RELIGIN
GUERRA
PS ICOL G I CA
pueblos -ciertamente, del pueblo salvadoreo-. La cultura popular de El Salvador integra abundantes valores, ~mbolos y prcticas
religiosas; tanto para Ja organizacin de su vida como para la interpretacin de los acontecimientos, el salvadoreo utiliza frecuentemente esquemas o categoras religiosas, aunque su sentido vare segn grupos y circunstancias concretas.
No se puede entender el conflicto salvadoreo sin tomar en cuenta el papel del elemento religioso. La pretensin de que la teologa de
la liberacin es una de las principales causas de la revolucin salvadorea es simplista y, por lo general, prejuiciada (Bacevich et al., 1988,
S; ver tambin Bouchey et al., 1981). Pero no cabe duda de que los
cambios de la Iglesia catlica que se originan en el Concilio Vaticano
JI y se concretan en la reunin episcopal de Medelln (CELAM, 1977)
tienen una profunda repercusin en la poblacin latinoamericana.
Para nuestro caso, quiz la principal consecuencia fuera que aquellos
sectores populares (urbanos y campesinos) ms vinculados con la
Iglesia abandonaron la creencia tradicional de que su situacin de miseria y opresin era querida o al menos aceptable para Dios y empezaron a pensar que, por el contrario, la fe en Dios deba llevarlos a la
construccin histrica de una sociedad ms justa y humana (La fe del
pueblo, 1983; Martn-Bar, 1987d). La nueva conciencia religiosa
no incitaba sin ms a los salvadore9s a la revolucin, pero s dejaba
de justificar su aceptacin pasiva de la opresin y les ofreca una justificacin religiosa para buscar cambios sociales profundos en su situacin. Adicionalmente, la experiencia de las comunidades eclesiales de base (CEBs) ofreca a los sectores ms humildes de la poblacin
latinoamericana un modelo organizativo satisfactorio, fcilmente traducible al mbito social y an poltico (Hurtado, 1986; Lona, 1986;
Madruga, 1987; Richard, 1983). Es interesante subrayar que esta
misma postura religiosa fue compartida por sectores mayoritarios de
las principales Iglesias protestantes.
El peligro que para el orden scial de los pases latinoamericanos representaba este cambio fue pronto percibido por los gobiernos locales, as como por el gobierno norteamericano que vean en
l la amenaza fantasmal del comunismo. Suele citarse a este respecto
el famoso Informe Rockefeller (Vidales, s.f.) o el del Comit de
Santa Fe (Bouchey et al., 1981). En todo caso, la sistemtica persecucin que desde entonces han sufrido los sectores ms progresistas
de la Iglesia catlica en diversos pases de Amrica latina (Bolivia,
Ecuador, Colombia, Panam, Guatemala, El Salvador) confirma la
afirmacin de que se ve en ellos un serio peligro a la seguridad
nacional de los regmenes establecidos (Comblin, 1978).
Las campaas de persecucin contra la Iglesia no eran suficicn-
233
LA
LIBERAC I N
COMO
VIV EN C I A
DE
LA
FE
234
RELIGIN
GUERR A
PS I CO L G I CA
235
LA
LIBE R A C I N
C OMO
VIVENCIA
DE
LA
FE
236
R ELI G IN
GU E R RA
PS I C O LG I CA
237
LA
LIB ERACIN
COMO
VIVE N CI A
OE lA
FE
Arca
Familiar
Grupo
Religioso
CEB
IEP
Po ltica
Progresista
C ambio
Ning uno
Conservado r
x2
78
51
98,6
58,8
1,4
19,6
0,0
21,6
34,9
78
IEP
51
89,8
35,3
3,8
23,5
6,4
41,2
42,2
CEB
IEP
78
5J
97,4
49,0
1,3
13 ,7
1,3
37,3
42,7
CEB
IEP
78
51
97,4
31,4
0,0
13,7
2,6
54 ,9
65,9
Educativa CEB
Laboral
Los datos del cuadro 1 no muestran todava con suficiente claridad la diferente direccin de los cambios religioso-polticos entre
los miembros de ambos grupos, ya que toman en cuenta cualquier
tipo de cambio indicado, prescindiendo de su magnitud. El cuadro
2 permite apreciar con ms claridad la magnitud promedio de los
cambios reportados por los miembros de ambos grupos respecto a
un tem significativo de cada una de las cuatro reas examinadas: la
familiar, la educativa, la laboral y la poltica. Como puede verse, en
rodos los casos los cambios prom edio reportados por los miembros
de la CEB son en direccin progresista y de una magnitud doble o
mayor que los reportados por los miembros de la IEP, todos los
cuales son en direccin conservadora. Que en una situacin de guerra civil como la de El Salvador las personas tiendan a opinar que
no deben oponerse a lo que decidan los gobernantes es, ciertamente, un apoyo ideolgico muy importante para quienes se encuentran en el poder (ver cuadro 2).
<A qu se debe esta diferencia en la direccin mayoritaria de Jos
cambios actitudinales en relacin con e l cambio religioso? Nuestra
hiptesis es que esta diferenciacin socio-poltica se relaciona con el
tipo de religiosidad (vertical u horizontal) que cada grupo estim ula
en sus miembros. Como puede verse en el cu adro 3, existen claras
diferencias entre los significados que los miembros de las CEBs y los
de las comunidades catlicas de renovacin carismtica (CRC) dan
238
RELIGION
Cuadro 2.
G U ERRA
P SICO L G I CA
Opinin
IEP
CEB
gl
0,50 1,27
5,83
123
.000
127
.000
126
.000
126
.000
a los principales esquemas y simbolismos religiosos, tal como aparecieron en las entrevistas en profundidad (Flores y Hernndez, 1988,
198-199). Estos datos son muy similares a los hallados en el estudio
comparativo del discurso religioso de las CEBs y de la IEP realizado
en 1986 (Delgado et al., 1987a, 1987b).
Los m iembros de las CEBs articulan un discurso religioso fundamentalmente horizontal (Dios se encuentra en el hombre, la Iglesia
es un pueblo, la salvacin consiste en la construccin de una sociedad ms justa) que induce al compromiso poltico para cambiar el
sistema social injusto, mientras que los miembros de las CRC mantienen un discurso predominantemente vertical (Dios es el creador
del mundo, la iglesia es una casa para la oracin, la salvacin consiste en alcanzar la vida eterna) que induce a la pasividad poltica y a
buscar simplemente el cambio individual, dejando a Dios la tarea de
juzgar al mundo de pecado.
Ahora bien, los datos presentados ponen de manifiesto que el
impaeto de la conversin religiosa no es mecnico; de hecho, buena
parte de los afiliados a la IEP muestran cambios actitudinales en
direccin progresista (ver cuadro 1), sobre todo en los mbitos fa-
239
LA
LIBERACIN
COMO
VIVENCIA
DE
LA
FE
CRC
CBE
Dios
jess
Pecado
Salvacin
Reino
de Dios
Iglesia
Misin de
la Iglesia
Iglesia y
No. La Iglesia y la religin slo
conflictos deben hablar de Dios.
sociales
Sistema
Sistema social malo debido a que
social de el hombre vive cu pecado.
El Salvador
La guerra se debe a la to m a de
conciencia de la injusticia
estructural. La guerra fin a lizar
co n la organizacin d e l pueblo y el
di logo, Jo que exige e l
compromiso d e conscienciar.
240
RELIGIN
Y GUERRA
PSICOLGICA
miliar (el 58,8%) y laboral (el 49%). Y aun cuando todos los datos
del cuadro 2 correspondientes a los miembr~ de la IEP presentan
cambios en una direccin conservadora, hay que tener en cuenta
que se trata de promedios grupales que, obviamente, no dan cuenta
de Jos casos de cambio individual en direccin progresista. Lamentablemente, no tenemos an suficientes datos que relacionen individualmente la direccin de los cambios actitudinales de los conversos
con su religiosidad; es decir, con la asimilacin personal de las creencias smbolos y prcticas religiosas propiciadas por cada grupo.
241
LA
LIBERACIN
COMO
VIVENCIA
OE
LA
FE
242
RELIG I N
GUER R A
PSICOL G I CA
243
LA
LIBERACIN
COMO
V I VENCIA
oe
LA
fE
244
Como ocurriera con el captulo El latino indolente, se.e tambin fue expresa
lente escrito para el libro Psicologfa polftica latinoamericana, coordinado por Maritza
.1ontero y editado por la Editorial Panapo. Una vez ms tenemos que agradecer a Pedro
245
LA
LIB ER A C IN
C OMO
VIVEN C IA
DE
l A
FE
246
DEL
OPIO
RELIGIOSO
LA
FE
LIBERTADORA
Dejando de lado importantes diferencias enp-e pases como Colombia, Uruguay, Brasil y Honduras, se puede afirmar que el poder
de la Iglesia catlica en Latinoamrica se asienta en tres importantes
pilares: a) el nmero de fieles con que cuenta en todos los rincones
::le cada pas, lo que ya de por s lo hace una instancia crucial y aun
indispensable para muchas tareas administrativas; b) una gran red
::le centros educativos, asistenciales y de promocin social que en
:i.lgunos casos llega a superar a la estructura estatal y que ciertamente es muy superior a la de cualquier otra institucin u organizacin
>Ocial; e) la importancia existencial que tiene el marco de referencia
religioso para amplios sectores de los pueblos latinoamericanos2
El nmero de fieles hace de la Iglesia una poderosa organizacin
;ocia! y su red de centros educativos y asistenciales le permite reclanar una significativa cuota de poder por los servicios prestados. De
1echo, en la historia de cada pas puede rastrearse una serie de alian~as, ms o menos explcitas y formales, entre la Iglesia y las clases
fominantes. Sin embargo, es quiz el tercer factor, el papel de la
:eligin en la vida de los grupos mayoritarios, la fuente del influjo
ns profundo de la Iglesia en la configuracin de las sociedades
.atinoame.ricanas. La cultura de las mayoras populares de los pases
ie Amrica latina es fundamentalmente de orden religioso; las per;onas se sirven de sus creencias y smbolos religiosos para interpre:ar las caractersticas de su mundo, para explicar los procesos socaes, para situar los acontecimientos ms significativos de su
~xistencia. En este contexto cultural, la orientacin religiosa, la paabra de la jerarqua eclesistica alcanza un gran poder moral, tanto
nayor cuanto que se junta al poder que le viene de su estructura
)rganizativa y de su alcance masivo.
El papel central de la simbologa religiosa en la cultura popular
mclve muy conveniente para los regmenes polticos latinoan:ierica1os la legitimacin religiosa. Para cualquier gobierno de Amrica
atina es importante contar con el visto bueno de la jerarqua catli:a y poder mostrar al pueblo que su gestin administrativa cuenta
2. La Iglesia se erige en un poder prcticamente incontestable sobre el que Martnlar llama la atencin repetidas veces. En Sistema, grupo y poder (Mann-Bar, 1989, 340l42) lo hace en una triple dimensin: a) la Iglesia como prnveedora de servicios espirituales
el poder sobre la conciencia), como una institucin que responde a demandas espirituales
'que se pueden definir psicosocialmente como aquella necesidad de las personas por enconrar un sentido total para su existencia (p. 340); b) la Iglesia como suiriinistradora de servi:ios educativos, sanitarios, etc., l' e) la Iglesia como detenradoca de un poder moral, como
:readora de ideologa en tanto que da sentido a la realidad e interpreta los acontecimientos:
a Iglesia como un marco de referencia ideolgico para amplios sectores de la poblacin.(ver
iotas 4 y 5 de Iglesia y revolucin en El Salvador, nota 15 de El latino indoleJlte) que
1parcce como el tercer pilar de su poder en el siguiente prrafo.
247
LA
LIBERACIN
COMO
VIV E NCIA
DE
LA
FE
con el beneplcito de Dios. Ocasionalmente esto produce situaciones casi risibles de gobernantes ate~s que buscan la bendicin de la
Iglesia para su gestin gubernamental o gobiernos que, en nombre
del verdadero Dios, persiguen a la Iglesia que cuestiona su legitimidad poltica.
La religin es por tanto uno de los elementos clave para entender no slo la psicologa de los pueblos latinoamericanos, sino, ms
en particular, el mbito de lo poltico y de la poltica latinoamericana. El poder de la religin la vuelve de hecho una instancia de gran
importancia poltica, tanto ms eficaz cuanto que con frecuencia se
niega como tal (pretende estar por encima de los conflictos y luchas partidistas) 3 y acta as al margen de las normas formales del
quehacer poltico.
248
DEL
OPIO RELIGIOSO
LA
FE
LIBERTADORA
249
LA
LIBERACI N
CO M O
VIVE N CI A
OE
LA
FE
cada circunsrancia concreta. Pero expresa con claridad una orientacin discernible en los pases latinoa;nericanos y que se ha hecho de
la religin uno de los pilares de sus regmenes conservadores, incluso
de Jos ms explotadores y opresivos. En 1932, tras el aplastamiento
sangriento de un levantamiento popular en El Salvador (Andcrson,
1976), la Iglesia catlica promovi una misin religiosa por toda la
zona afectada. El tema central de la misin consista en la necesidad
de que las personas se sometieran a las autoridades establecidas por
Dios y en la amenaza de un infierno eterno que recaera sobre todos
aquell os que se rebelaran contra las autoridades. Cuando se observa
el comportamiento y la predicacin de la jerarqua catlica argentina
durante los recientes aos de dictadura militar, se comprueba que la
religin del orden no es un simple asunto del pasado.
2. La religin subversiva consiste en todas aquellas formas religiosas que llevan a las personas a cuestionar cualquier ordenamiento socio-poltico que involucre la violacin de algunos derechos humanos y a buscar su cambio o transformacin como exigencia
prctica de la misma fe. Al hombre alienado, cuyo despojo existencial es confirmado por la religin del orden, la religin subversiva le
devuelve Ja posibilidad de recuperar su trascendencia histrica.
Esca orientacin religiosa del cristianismo constituye tambin
una tipificacin ideal y ha estado siempre presente en los pases latinoamericanos, aunque de manera minoritaria como contrapeso dialctico a la religin del orden, desde Barrolom de Las Casas hasta
monseor Romero. Aunque el calificativo subversivo,. es por lo general empicado en sentido peyorativo, ello se debe al presupuesto
implcito de que es malo destruir el orden social imperante, que es
lo que significa subvertir. Sin embargo, subvertir un orden poltico
injusto puede ser, en principio, hasta una exigencia tica y una obligacin moral del ciudadano.
La religin subversiva no constituye un fenmeno peculiar del
momento actual, ni menos un apndice ideolgico del marxismo o
un instrumento de penetracin del comunismo internacionah.,
como suelen afirmar los sectores en el poder, sino la forma como
cristalizan en diversas circunstancias histricas algunas de las
virtualidades propias del cristianismo. Como ya lo seal hace aos
Ernst Troeltsch (1931, vol. 1, 80-82), en el cristianismo coexisten
una tendencia hacia el anarquismo idealista que promueve una comunidad d e amor hostil hacia el orden social, y una tendencia a
convertirse en una organizacin conservadora, que utiliza las instituciones seculares en su beneficio.
El que la religin del orden y la religin subversiva sean las formas ideales de religin significa que, en la realidad, las personas y
250
D EL
OPIO
RELIGIO SO
LA
FE
LI BER T A DORA
grupos presentarn sus rasgos en forma ms o menos diluida e incluso mezclados entre s. Es claro que se dan arl'iplios sectores intermedios a los que resulta difcil encuadrar en una u otra de estas dos
formas de religin. Sin embargo, estos sectores cuyo peso poltico
no puede ignorarse resultan mucho menos determinantes que los
sectores religiosamente ms definidos, no slo para la confrontacin social cotidiana, sino, sobre todo, para los momentos de crisis
social, cuando estalla el conflicto.
Naturaleza ideolgica de la religin
Sea que la religin acte en apoyo del rgimen establecido, sea que
lo cuestione y aun subvierta, sea que la Iglesia legitime el orden social, sea que lo condene, est desempeando un importante papel
poltico de hecho. Ahora bien, este papel obliga a preguntarse cmo
se articulan los intereses sociales con los elementos religiosos, ya
que el hecho mismo de que la religin pueda desempear una funcin alienante o libertadora, servir al orden establecido o subvertirlo, significa que la naturaleza de la religin no implica necesariamente una determinada postura poltica, pero ofrece un valioso
instrumento ideolgico para la confrontacin social. Es importante,
entonces, examinar qu elementos o formas religiosas encuentran
ideolgicamente tiles los diversos grpos sociales para hacer avanzar sus intereses.
Conviene, ante todo, establecer una distincin entre la religin
como institucin social y la religin como experiencia personal. En
el primer caso, nos referiremos a las Iglesias; en el segundo, a la
religiosidad. Aunque ambos aspectos son esenciales para comprender el papel poltico de la religin, aqu nos centraremos en la religiosidad, es decir, en la religin en cuanto experiencia de personas y
grupos. El objeto del presente anlisis psico-social estriba en examinar cmo diversas formas de religiosidad, es decir, diferentes creencias, sentimientos y prcticas religiosas, incluso en el marco de una
misma confesin y de una misma Iglesia, operativizan diferentes intereses sociales y, por tanto, cumplen una funcin poltica diversa
frente al orden social establecido.
Sin entrar aqu en un debate terico (para ello ver Batson y Ventis, 1982, 3-23), entenderemos por religin todas aqueJlas creencias,
sentimientos y comportamientos referidos a un ser supremo mediante las cuales los grupos y personas tratan de responder a los
interrogantes ltimos sobre el sentido de la vida y de Ja muerte (James, 1902). Y por religiosidad entenderemos las diversas formas con-
cretas como los grupos y personas viven la religin.
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LA
LIBERAC I N
COMO
VIVENCIA
DE
LA
FE
Podemos distinguir tres elementos de la religiosidad: a) las representaciones religiosas; b) las prcticas religiosas o derivadas de la
religin, y e) las relaciones y vnculos con los otros miembros de la
comunidad religiosa.
l. Las representaciones religiosas se refieren a todas aquellas
creencias y smbolos propios de una confesin o fe mediante los
cuales las personas interpretan su vida y su realidad. Denise jodelet
(1984, 361-362) define las representaciones sociales como las modalidades de pensamiento prctico orientadas hacia la comunicacin, Ja.comprensin y el control sobre el ambiente social, material
e ideal. Como tales, presentan caracteres especficos en la organizacin de los contenidos, de las operaciones mentales y de la lgjca
que deben remitirse a las circunstancias histrico-sociales en que
surgen. Las representaciones religiosas son, por tanto, representaciones sociales religiosas, es decir, modalidades de pensamiento acerca de Dios y su relacin con los aspectos ltimos de la vida de los
seres humanos. Se trata del Sentido comn religioso propio de los
creyentes de cada confesin.
Este sentido comn religioso puede desdoblarse en dos elementos: por un lado, el ncleo principal del mensaje de salvacin
que ofrece a los creyentes, sobre todo tal como es entendido en
forma prctica por la mayora de los fieles; por otro, aquellos smbolos ms utilizados para entender a Dios y su relacin con los
seres humanos. Mensaje salvfico y smbolos divinos forman as el
ncleo fundamental de las representaciones religiosas de la religiosidad.
2. Las prcticas religiosas se refieren a todos aquellos comportamientos que pretenden vincular (re-ligar) al hombre con Dios,
como son las oraciones, peregrinaciones, lecturas religiosas y actos
litrgicos, ya sean individuales o colectivos. Existe tambin una serie de comportamientos que, aunque no son fundamentalmente religiosos (su objeto no lo constituye el. re-ligamiento con Dios o el
enfrentamiento de las realidades ltimas de la vida humana), se derivan de las convicciones religiosas. Normalmente cada religin incluye unos valores y principios ticos que definen las formas adecuadas de actuar en la vida. De ah que se haya podido hablar de una
tica protestante o de una tica catlica, independientemente
de lo acertado de estos calificativos. Ms an, con frecuencia las
creencias religiosas exigen alguna forma particular de actuar frente
a una determinada circunstancia u objeto. Por ejemplo, es bien conocida la prohibicin de la Iglesia catlica de que sus fieles utilicen
ms medios de control de la natalidad que el del ritmo en las relacio
nes sexuales. Estos comp~rtamientos propiamente seculares o no
252
DEL O P IO RELIGIOSO
LA
FE
LIBERTADORA
religiosos pueden llegar a ser una parte esencial de la prctica religiosa entre los miembros de una confesin o iglesia.
3. El ltimo elemento de la religiosidad lo constituyen las relaciones y vnculos que los individuos establecen con los otros miembros de su confesin, iglesia o comunidad. Estos vnculos pueden
darse a varios niveles, desde la relacin inmediata con el vecino de
asiento en la iglesia hasta las relaciones que se establecen en el plano
nacional e internacional entre diversas comunidades o iglesias. "En
algunos casos, estos vnculos religiosos son de gran intensidad, duracin e importancia, mientras que en otros casos son superficiales,
efmeros y secundarios.
Ha sido una constante en los estudios de Psicologa religiosa el
tratar de establecer las pri ncipales dimensiones de la experiencia religiosa, desde los trabajos clsicos de William James (1902) hasta
anlisis contemporneos metodolgicamente ms complejos (Batson y Ventis, 1982), pasando por Ja tipologa clsica de AJ!port
(1950). Aqu asumiremos que Ja tipologa religiosa se mueve en una
doble dimensin que corresponde a los dos elementos bsicos de las
representaciones religiosas: a) verticalidad-horizontalidad, referida
a la relacin entre los hombres y la divinidad, y b) trascendentalidadhistoricidad, referida a la salvacin.
La dimensin de verticalidad-horizontalidad5 alude al nfasis de
cada confesi n religiosa en la forma que deben asumir las relaciones
entre Dios y los hombres. En un extremo estn quienes conciben a
Dios como un ser superior, lejano e inaccesible, con quien la nica
forma posible de relacin es la de una creatura hacia su creador, o la
de un sbdito hacia su seor; es decir, una relacin de total verticalidad y consiguiente sumisin jerrquica. En el otro extremo se encuentran aquellos que conciben a Dios como un ser superior, s, pero
cercano y accesible, con quien se puede mantener una relacin de
respetuoso compaerismo y fraternidad; ms un padre bondadoso
que un rey justiciero.
La dimensin de trascendentalidad-historicidad se refiere a la
concepcin de la salvacin religiosa como algo que proviene directamente de Dios y que trasciende este mundo, o como parte del
quehacer humano intrahistrico (Nea!, 1965, 1984). En un extremo estn aquell os para quienes Ja salvacin es una accin metahis5. Al perder el sello de la sancin divina, las eslructuras sociales latinoamericanas
dejaron de aparecer como un destino natural y se mostraron en su carcter de producto de
una historia de violencia y rapii1a y lo que antes haba sido visto como un designio incomprensibl e de Di os, ahora mostraba su carcter de injusticia cstrucmral, interprerada tcol6gi
camcnte como pecado, es decir, como negacin de la vida (De la conciencia religiosa a la
conciencia pollica. Boletn de Psicologa, 16, 1985, p. 74).
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LA
uaeRACIN
COMO
V IVENCI A
D E LA
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DEL
OPIO
RELIGIOSO
LA
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LIBERTADORA
choque), grupos ligados a las comunidades de base y diversos grupos de tipo carismtico.
;
A fin de establecer una tipologa sobre las principales formas de
Ja religin del orden en los pases latinoamericanos, usaremos como
criterio bsico el impacto poltico de la religiosidad. Se trata de examinar cmo se articula la vivencia y prctica religiosa de los grupos
sociales con los intereses del sistema poltico establecido en cada
pas; es decir, cmo se ejerce o canaliza el poder social a travs de la
religiosidad de las personas. Esta articulacin no tiene que ser necesariamente explcita: no hace falta que las personas se afilien a un
determinado partido poltico o que no participen en determinadas
actividades para que su comportamiento tenga un impacto polticamente significativo. Con frecuencia son precisamente los comportamientos que no se realizan, las acciones que no se ejecutan las que
ms consistentemente apoyan la existencia y funcionamiento normal de un rgimen, o las que ms a fondo lo socavan.
A la luz de este criterio que articula lo religioso con lo poltico,
podemos distinguir tres formas principales de la religin del orden
tal como hoy se presenta en Amrica latina: a) la religin que induce
a las personas a buscar una compensacin espiritual y metahistrica
a todas las penalidades y sufrimientos de este mundo; b) la religin
que promueve la fe en la intervencin directa de Dios sobre los procesos socio-polticos, propiciando as en los creyentes una actitud de
evasin de su responsabilidad histrica, reducida al cambio puramente personal, y c) la religin que ofrece un desahogo catrtico a
los individuos, proporcionndoles una liberacin puramente emocional de las condiciones opresivas de la realidad.
La religin como compensacin metahistrica
Esta forma de religiosidad se encuentra principalmente entre grupos tradicionales de catlicos, en los que los cambios promovidos
por el Concilio Vaticano II y las reuniones episcopales de Medelln
y Puebla han tenido una repercusin mnima o han sido asimilados
a las formas tradicionales, una vez limados de sus principales exigencias. Estos grupos pertenecen tanto a los sectores de la alta burguesa como a los sectores campesinos y marginados urbanos, y no
tanto a los sectores medios, ms directamente influidos por un liberalismo cultural que les lleva a descartar una religin excesivamente
trasmundana, a menudo en conflicto con las exigencias <le la cu ltura
o la ciencia (por ejemplo, en lo relativo al sexo).
El mensaje de salvacin de los catlicos tradicionales hace de la
vida en la tierra un pero~o de prueba, un peregrinar hacia la verda-
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LA
LIBERACIN
COMO
VIVENCIA
DE
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RE~IGIOSO
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L I SERTADORA
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LIB E RACIN
COMO
VIVENCIA
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dad slo se sale eventualmente para evitar que las autoridades perjudiquen a la Iglesia: que no se coarte b enseanza religiosa o que no
se legisle en favor de prcticas pecaminosas como el divorcio o el
aborto. Pero fuera de estos puntos exigidos explcitamente por su
religin, el catlico debe observar una actitud de respeto y colaboracin hacia las autoridades sociales y polticas, sin pretender mezclar
lo sagrado con lo profano, lo religioso con lo secular. Aquellos catlicos que entren en la poltica lo harn a ttulo puramente personal,
aunque debern esforzarse por dejar en buen lugar el nombre de su
religin observando un comportamiento honesto y d efendiendo todas aquellas causas que afecten a la Iglesia.
En la situacin latinoamericana actual habra que distinguir claramente entre aquellos grupos de catlicos cuyo tradicionalismo se
debe a una falta de evolucin, de aquellos otros que hacen de su
tradicionalismo una bandera social y poltica, no slo defendindolo tozudamente, sino combatiendo con todos los medios, incluso la
violencia armada, cualquier forma de desviacionismo. Mientras los
catlicos tradicionales son polticamente pasivos y conformistas hacia el sistema capitalista establecido, los catlicos tradicionalistas
hacen de la pasividad y del conformismo hacia el sistema capitalista
una exigencia absoluta y hasta una bandera poltica. En los casos
extremos, estos catlicos agrupados en asociaciones al estilo de
Dios, patria y familia, o en organizaciones del tipo de los guerrilleros de Cristo Rey, no slo combaten ideolgicamente contra
todo lo que consideran hostil o simplemente opuesto hacia sus valores e ideales religiosos, sino que recurren a la misma violencia fsica
y hasta .al asesinato en nombre de Dios. La organizacin r eligiosa
Opus Dei (obra de Dios) sera un modelo caracterstico del catolicismo tradicional, a horcajadas entre la religiosidad tradicional y
el tradicionalismo religioso como bandera socio-poltica.
La religin como evastn milenarista
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RELIGIOSO
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LIBER TA DORA
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VIVEN C IA
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ria frente al ordenamiento poltico y una actitud de rechazo y condena frente a quienes tratan de cambiarlo. Erl este sentido, se convierte en aliado conveniente de quienes controlan el poder sociopoltico cuyo dominio puede criticar como pecaminoso, pero no
intenta alterar.
Aunque no se trata de fundam entalistas, hay dos grupos cuya
religiosidad presenta algunas caractersticas socio-polticas similares: los mormones (La Iglesia de Jesucristo de los santos de los
l.timos das) y los testigos de Jehov. Quiz la diferencia doctrinal
ms profunda entre fundamentalistas y miembros de estos dos grupos sea el reconocimiento de otras fuentes de la revelacin adems
de la Biblia: para los mormones, la fuente complementaria es El.
libro del mormn, escrito por su fundador, Joe Smith; para los
tes~igos de Jehov, los numerosos escritos de sus fundadores e intrpretes bblicos. En comn tienen su intenso activismo proselitista
(quin no ha visto la pareja de gringuitos mormones, con camisa
blanca y corbata, recorriendo las barriadas de nuestras ciudades, o
no ha recibido en la puerta de su casa la revista Atalaya u otros
escritos de los testigos?) y su milenarismo apocalptico, as como su
fervoroso anticomunismo. Y si Jos testigos de Jehov predican la
objecin de conciencia, ya que todo gobierno constituye una verdadera resistencia de hecho al Reino de Dios, los mormones expanden
la creencia en la predileccin de Dios pqr los Estados Unidos, nueva
tierra prometida donde el mismo Cristo habra venido a escoger
doce nuevos apstoles.
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L/,
LIBERA C I N
CO M O
V I VEN C IA
DE
LA
FE
1985, 15-17).
;
El mensaje de salvacin del pencecostalismo puede sintetizarse
en la c reencia en una segunda venida del Espritu Santo sobre los
fieles. Esta segunda venida santifica al fiel que recibe los dones o
carismas caractersticos, en particular la glosolalia o don de lenguas.
Pero la venida de l Espritu debe ser precedida por la conversi n o
nuevo nacimiento del individuo.
La simbologa pentecostalista concibe a Dios principalmente
como espritu o fuerza milagrosa que transforma y santifica a todo
aquel de' quien se posesiona o todo aquello que toca. Por eso, el
milagro visible, principalmente la curacin inmediata, se constituye
en e l signo de autenticidad de la fe de un creyente.
La praxis religiosa exige al creyente pcntecostal, por un lado, un
cambio significativo en su existencia personal que muestre su santificacin por el Espritu y, por otro, una frecuente participacin en
los actos de culto. Puesto que el Espritu desciende sobre cada individuo en particular, el pentecost::d ismo propicia el pietismo individualista, es decir, la bsqueda directa de la inspiracin y santificacin del Espritu d ivino. Los cultos pentecostales se caracterizan por
la partic ipacin de los miembros en la predicacin (mediante gritos
de aprobacin o de alabanza, expresin visible de sentimientos, etc.)
y el carcter fuertemente emocional de toda la actividad. Un culto
pentecostal suele ser Jo ms opuesto al solemne hieratismo del culto
catlico tradicional: la iglesia no es un sitio de silencio respetuoso,
sino un lugar para hablar, para comunicarse, para expr esar su alegra o sus penas, para cantar y aun bai lar, para liberarse y dar suelta
a la propia inspiracin.
Finalmente, el pentecostalismo enfatiza los vnculos comunitarios, particularmente en los actos de culto. En la iglesia, todos son
iguales, ricos y pobres, doctores y analfabetos, puesto que el Espritu no establece diferencias segn el mundo. La intensidad de la experi encia emocional que se puede experime ntar en los cu ltos
pentecostales hace que las personas se sientan fuertemente vinculadas con los hermanos en el Espritu.
El impacto poltico del pentecostalismo es complejo. Por un
lado, el cr eyente, convencido de que ha recibido al Espritu, recupera el sentido de su dignidad y aprende a valorar sus propias manifestaciones. De hecho, el pentecostalismo ha constituido un refugio histrico para algunos grupos sociales a los que la sociedad ha
marginado. ste ha sido el caso de los negros norteamericanos, y
ste es tambin, al menos parcialmente, el caso de muchos marginados latinoamericanos (Lalivc, 1968). En este sentido, e l pcotecosta-
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OPIO
RELIGIOSO
LA
FE
LI BE RTADORA
Apartamiento de la poltica
Las tres formas de religin del orden llevan al fiel a un tipo de religiosidad individualista e intimista: lo que importa en la vida es lograr la salvacin personal, y esa salvacin no pasa por el mbito de
la poltica (Falla, 1984, 199-213). La historia sagrada se sobrepone
a la historia profana y el objetivo es lograr entrar en esa historia
263
Grupos
confesionales
Representaciones
religiosas
Praxis religiosa
Vnculos
comunitarios
,,m
Efectos polticos
)>
()
Catlicos
tradicionales
N
O\
..:,.
1 Sectas
fundamentaliscas
Cumplir mandamientos
y sacramentos
obligatorios.
Individualismo.
Asociacin ocasional
y superficial.
Proselitismo. Preparar
la venida de Dios.
()
o
3
o
...
<
<
()
Grupos pentecosralistas
y carismticos
Cambio personal.
Participacin en cultos.
Unin emocional
intensa en las
celebraciones.
Catarsis liberadora
individualista
e intimista.
)>
,...
)>
DEL
OPIO
RELICI O SO
lA
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LIBER T ADORA
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LIBERACIN
COMO
VIVENCIA
oe
lA
FE
Podra sorprender la afirmacin de que la religin del orden contribuye a Ja legitimacin religiosa de los regmenes conservadores, siendo as que uno de sus aspectos doctrinales ms comunes lo constituye el rechazo al ordenamiento socio-poltico del mundo, al que
consideran malo e injusro, cuando no pecaminoso y hasta demonaco. eCmo puede ser, entonces, que los mismos regmenes sean religiosamente legitimados por quien los condena?
La respuesta a esta interrogante es doble. En primer lugar, lo
que la religin del orden afirma es que todo orden socio-poltico
mundano es malo; por tanto, si todo orden es malo, cualquier orden
en concreto no es peor que otros, es uno ms. La condena global de
todo ordenamiento socio-poltico sirve de justificacin indirecta al
rgimen imperante, ya que algn rgimen tiene que darse, al menos
hasta que venga a reinar directamente Jesucristo. Ms an, el sistemtico apartamienro dd mbito de la poltica que estimula la religin del orden constituye una aceptacin ms o menos implcita del
rgimen imperante, que con razn puede considerarse legitimado
de hecho.
Pero, en segundo lugar, todas las modalidades de religin del
orden profesan un profundo anticomunismo. El comunismo llega a
ser identificado en algunos casos con el anticristo, con la bestia
apocalptica o con el mismo demonio8 Ahora bien, comunista
resulta ser, en la prctica, todo aquel que no acepte los postulados
del sentido comn propios de los sistem::is capitalistas establecidos
y, en algunos casos, todo el que discrepe de los planteamientos que
realizan las autoridades polticas norteamericanas, cuyo anticomunismo sirve como pauta y criterio de verdad. En este contexto se
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OPIO
RE'LI G I OSO
LA
fE
L IB E~TA OO RA
entiende no slo el pronorteamericanismo a ultranza de los mormones, ya mencionado, sino sobre todo la tareaJde las que Valderrcy
califica como transnacionalcs religiosas: la World Vision lnternational, la Campus Crussade, laPTL Television Network o Club PTI,
la Billy Graham Evangelistic Association, o el Club 7 00, entre otras.
Doctrinal mente estos grupos son fundamentalistas, pero sus metas
son ms ideolgicas y polticas que religiosas (Valderrey, 1985, 12;
Domnguez y Huntington, 1984). Resulta bien significativo el apoyo que todos estos grupos han dado al gobierno ultraconservador
d el seor Reagan, presionndolo incluso para que se desbaga de
cualquier colaborador que pueda ser calificado como dbil hacia
el comunismo (Ezcurra, 1984).
El anticomunismo de la religin del orden sirve como legitimacin a todos aquellos gobiernos que, al abrigo de la doctrina de la
seguridad nacional o la simple salvaguardia de los valores de la
cultura occidental y cristiana, se oponen a cualquier intento de cambio de las estructuras sociales. Con razn pueden estos gobiernos
declarar que Dios est de su lado y que son los instrumentos de que
Dios se sirve en su particular circunstancia para combatir al comu nismo ateo. El caso de Pinochet es paradigmtico, pero ni mucho
menos el nico. En forma ms sutil, pero no por ello menos efectiva, la jerarqua de la religin del orden, tanto catlica como evanglica, ha aceptado ms o menos explcitamente que el gobierno de la
Democracia Cristiana de El Salvador constituye la opcin cristiana
por excelencia, lo que ha permitido a la administracin del presi dente Duarte sentirse religiosamente legitimada para proseguir la
guerra contra un sector de su propio pueblo, identificado como Comunista (Martn-Bar, 1989c)9
LA RELIGIN SUBVERSIVA
9.
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VIVEN CI A
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DE L OPIO
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LIBERTA DO RA
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LI BE!\TADORA
Las CEBs comienzan a existir a comienzos de la dcada de los sesenta como un.a forma prctica de los cristianos de sectores pobres,
sobre todo marginados urbanos, de desarrollar su vida religiosa en
ausencia de sacerdotes que les proporcionen atencin pastoral. Se
trata de grupos pequeos, por lo general entre ocho y treinta personas, que asumen la responsabilidad de realizar por s mismos todas
aquellas tareas normalmente ejercidas por el sacerdote que no requieren el carcter sacerdotal, como la formacin religiosa, la oracin y la reflexin comunitarias sobre la voluntad de Dios respecto a
la vida de las personas y de la colectividad. Esta iniciativa se ve confirmada y reforzada por la orientacin del Vaticano If y de Medelln
que lleva a una rpida proliferacin de las CEBs por todo el continente latinoamericano, sobre todo por aquellos pases o regiones
donde reciben un decidido apoyo de la jerarqua eclesistica. Hoy
da, por ejemplo, se calcula que existen ms de doscientas mil CEBs
slo en Brasil.
cules son las caractersticas propias de las CEBs? Podemos
sintetizarlas en tres rasgos, contrapuestos a las tres formas de la religiosidad del orden: a) la concepcin histrica de la salvacin; b) un
compromiso prxico frente al orden sbcial, y c) el carcter comunitario de su vida religiosa.
Historicidad de la salvacin
Frente a la concepcin religiosa que sita la salvacin en una historia paralela a la historia humana, las CEBs asumen una concepcin
histrica: el anuncio de salvacin cristiana tiene que ser un anuncio
que llegue a la vida de las personas y de las sociedades c.ncretas. La
historizacin del anuncio salvfico requiere tomar en serio todas
aquellas condiciones de la vida de los pueblos que impiden la realizacin del Reino de Dios, entendido no como un cielo que se espera
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LA
L I BERA C IN
COMO
VIVEN C IA
DE
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FE
tras la muerte, sino como una meta que debe empezar a realizarse
desde ahora. La salvacin en la histoiia debe ser una salvacin de la
misma historia, que no es ms que una.
Para los miembros de las CEBs la realizacin histrica de Ja salvacin se desdobla en una doble tarea de denuncia y anuncio. Ante
todo, se rrata de denunciar todas aquellas condiciones de opresin e
injusticia social que causan la muerte real de las personas, interpretadas como estructuras de pecado. As pues, junto al pecado de las
personas, los cristianos de las CEBs descubren el pecado social, el
pecado objetivado en todas aquellas estrucruras que producen la
deshumanizacin y muerte de las mayoras populares latinoamericanas. Pero ello mismo les IJeva a asumir una funcin proftica de
denunciar tambin todo lo que consideran idoltrico en las instituciones religiosas, es decir, aquella connivencia interesada con las
condiciones de explotacin e injuscia que legitima el desorden
establecido. Este quehacer de denuncia convierte a las CEBs en un
molesto foco crtico tanto para el poder econmico y poltico como
para la Iglesia establecida, la Iglesia del orden.
Junto a la denuncia proftica, el anuncio salvfico. Las CEBs
asumen la necesidad de anunciar la liberacin histrica de los pueblos, de promover un nuevo xodo que les permita construir una
sociedad ms justa y humana, de acuerdo con los designios de Dios.
Como una exigencia de su fe, las CEBs asumen la responsabilidad
de contribuir al cambio de todas aquellas estructuras sociales causantes de la deshuman izacin y muerte ele los pueblos, y esa responsabilidad les lleva a involucrarse en el quehacer poltico. No basta el
cambio personal, es necesario trabajar por un cambio estructural
que posibilite dialcticamente el cambi o de las personas (Hewitt,
1986). Y puesto que su fe les exige anunciar una vida nueva en una
tierra nueva, buscan aquellas mediaciones histricas que hagan posible la construccin de ese reino utpico. Sin embargo, las CEBs no
caen en una nueva concepcin de la cristiandad, de corte ms o
menos milenarista en la que la religin asume las veces de otras instancias; se trata s de luchar por un nuevo orden social que responda
a las exigencias de justicia de la fe, pero respetando la autonoma y
especificidad propias de cada mediacin histrica, ya sea del quehacer cientfico, poltico o cultural.
Actividad comprometida
Como una consecuencia de su fe histrica, los miembros de las CEBs
mantienen que al cristiano no le basta con la ortodoxia, es decir, con
confesar de palabra las verdades de su fe; es necesaria unaortop1axis,
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DEL
OP IO
RELIGIOSO
LA
fE L18ERTA001\A
La fe comunitaria
Frente al individualismo intimista de la religin del orden, la religin subversiva promueve la vivencia comunitaria. En comunidad
hay que reflexionar sobre la palabra de Dios, en comunidad hay que
orar, en comunidad organizada hay que trabajar por la justicia. Dios
salva a las personas, s, pero a Dios hay que encontrarlo en los seres
humanos, en el servicio a los dems, sobre todo a los ms pobres y
oprimidos. Porque cmo dices que amas a Dios, a quien no ves, si
no amas a tu prjimo, a quien ves?.
La comunidad no es para el cristiano de la CEB un simple refugio
o un lugar donde desahogar frustraciones, aun cuando le proporcione seguridad y comprensin; la comunidad es ms bien el referente
l O. La paz no se encuentra -haban dicho los obispos en Medelln-, se construye.
El cristiano es un artesano d e la paz (CELAM, 1977, 37).
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ll8ERACIN
COMO
VIVENCIA
DE
LA
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Praxis
religiosa
Vnculos
comunitarios
Efectos
polticos
Pecado estructural;
opresin histrica
Reflexin crtica
sobre la sociedad
Fe comunitaria
Conscientizacin
Opcin preferencial
por los pobres y
oprimidos
CEB
solidaridad
social
Organizacin
popular
Dios es liberador
l J. Y es igualmente evidente que estos rres rasgos son los que definen, en una cohe
rcncia de pensamiento y de accin envidiable, Ja Psicologa socia l de Mann-Bar. se es
precisamente el punto de encuentro entre el humilde prroco de Zacamil y Jayaque, el
aguerrido Vicerrector de la UCA, y el ca rismtico psiclogo social internacionalmente reconocido.
274
DEL
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LA
FE
LIB ER TA DOR A
12. Aadamos algo a la noras 4 y 5 de este mismo captulo sobre el orden natural y a
la nota 15 del capfculo El latino indolente. En Sistema, grupo y poder escribe: el ltimo
rasgo del fatalismo para el que encontramos un modelo iluminador en Psicologa social es el
de su justificacin ideolgica, es decir, remitir a Dios la dctcrmi11acin del desrino de todos
los seres hllman os (Marcfn-Bar, J.989, 160). La religin subversiva ayuda a romper ese
modelo ideolgico, a superar ciertas creencias religiosas alienantes, a cambiar la concepcin que de Dios tena el campesino, a desbloquear su conciencia y permitirle buscar los
medios prcticos para Ja realizacin de tu1a sociedad ms cristiana, solidaria y justa,. (Martn-Bar, 1989, 164). Manlio Arguera lo pone en boca de la protagonista en su novela V11
da en la vida: Hasta que de pronco, los cu ras fueron cambiando. Nos fueron metiendo en
movimientos coo perncivistas, para hacer el bien al otro, a compartir las ganancias[ ... ] Todo
fue mejorando por aqu. Tambin cambiaron los sermones y dejaron de decir misa en una
jerigonza que no se entenda, nada ms cnrcndumos eso de dominus obispos ... Ahora todo
es serio en la misa, pues los padres comenzaron a abrirnos los ojos y odos. Uno de ellos nos
repca siempre: para ganarnos el cielo primero debemos luchar por hacer el paraso en la
tierra (p. 20).
275
LA
LIBERACIN
COMO
VIV E NCIA
DE
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FE
los ojos de Dios se era un orden social malo, pecaminoso, constituy un verdadero revulsivo de concilncias.
Sera impreciso o impropio afirmar que la conciencia religiosa
est en la base del movimiento revolucionario salvadoref10, pero
difcilmente el campesinado se hubiera incorporado a ese movimiento como lo hizo si no hubiera roto primero el esquema fatalista de su
conciencia religiosa que explicaba y justificaba su situacin de oprimido (Cabarrs, 1983). A este proceso conscientizador ayud notoriamente la aplicacin del mtodo alfabetizador de Paulo Freire, segn el cual alfabetizarse supona tomar conciencia sobre los
determinismos de la propia existencia (leer la historia), y transformar, mediante la accin organizada y comunitaria, esos determinismos enajenadores construyendo una nueva realidad social (escribir
una nueva historia).
_
La conscientizacin religiosa promovida por Medelln llev a
una .rpida y creciente deslegitimacin del rgimen poltico-social
imperante en El Salvador. Los gobernantes de turno ya no podan
apelar a Dios como garante ltimo de su autoridad o respaldar sus
polticas con el apoyo incondicional de la Iglesia catlica. Ello les
oblig a buscar su legitimacin a travs de pequeos cambios sociales y, fracasados estos tmidos intentos, no les qued ms recurso
para mantenerse en el poder que la represin brutal y masiva.
b) Un modelo organizativo. Las CEBs ofrecieron a los sectores
populares salvadoreos una experiencia social nueva: quienes como
marginados nunca haban participado en ningn tipo de organizacin, empezaron a experimentar en su propia vida los beneficios de
la unin. En El Salvador, la Constitucin poltica prohiba la
sindicalizacin campesina y toda . forma de agrupacin haba sido
sistemticamente perseguida y extirpada desde 1932, en prevencin
de demandas reivindicativas que pusieran algn coto a los beneficios de la oligarqua terrateniente. Por ello, las CEBs representaron
para el campesino salvadoreo no slo u modelo prctico de organizacin social, sino una experiencia reforzante sobre los beneficios
que se podan obtener a travs de la accin colectiva. As, la organizacin del campesinado, cooperativista primero, sindical y poltica
despus, floreci precisamente en aquellas zonas del pas donde la
Iglesia haba estimulado el surgimiento y la vida de las CEBs
(Montgomery, 1982).
e) Una fe para la lucha. La concepcin religiosa que reclamaba
la necesidad de eliminar las estructuras opresivas (elimina( el pecado). y de contribuir a la liberacin popular a fin de construir una
sociedad nueva, ms humana y justa (construir el Reino de Dios)
daba sentido al quehacer pol.tico, contestatario y aun revoluciona-
276
DEL OPIO
R E LIG I OSO
LA
F E LIBER T A DO RA
277
LA
LIBERACIN
CO MO
VIVENCIA
DE
LA
FE
La conversin i;eligiosa suele entenderse como un proceso de socializacin secundaria que representa, en algunos casos, una verdadera
resocializacin primaria del individuo (Berger y Luckman, 1968).
N o se trata de una simple modificacin de valores o prcticas religiosas; en muchos casos, el converso llega a modificar significativamente su mundo, las categoras fundamentales con las que interpreta y valora la realidad, lo que le lleva a importantes cambios en
sus actitudes, hbitos y formas de actuar.
Esta comprensin de la conversin religiosa asume c9mo modelo paradigmtico el caso bblico de Saulo, el perseguidor de los cristianos, transformado en Pablo, el apstol de los gentiles. Segn la
interpretacin ms usual de la narracin neotestamentaria, la conversin de Pablo habra sido un proceso : a) repentino y dramtico,
causado por un poderoso agente externo; b) de carcter individual y
psicolgico, y que e) habra llevado a un cambio radical del propio
yo (Richardson, 1985, 165).
El modelo paulino de conversin religiosa es actualmente
cuestionado, no tanto porque se niegue la posibilidad de que un
proceso as tenga lugar, cuanto porque se considera que la mayora
de las conversiones, religiosas o de otra naturaleza, no presentan
esas caractersticas (Bromlcy y Richardson, 1983 ; Snow y Machalek,
1984). Se insiste, sobre todo, en que la conversin no constituye
algo que le ocurre a la persona como sujeto pasivo, sino un cambio
en el que la persona se involucra activamente. Segn Richardson
(1 980, 50), los individuos suelen seguir una carrera de conversin
cuya comprensin requiere tomar muy en cuenta sus planes, deseos
y motivos explcitos.
Una conversin religiosa puede, as, cumplir una doble funcin,
social e individual. Socialmente, Ja conversin puede servir a determinados grupos o intereses. de clase al inducir a las personas a asu
278
DEL
OPJO
RELIGIOSO
LA
FE
LIBERTADORA
mir ciertas actitudes y a realizar ciertos compprtamientos; individualmente, puede satisfacer algunas necesidades o responder a determinadas motivaciones personales. En cuanto socialmente funcional, la conversin ser promovida por aquellas instancias que
puedan beneficiarse de que las personas tengan una percepcin y
valoracin de Ja realidad correspondiente a la confesin religiosa
que se promueva; en cuanto individualmente fun'c ional, la conversin ser activamente buscada por la propia persona a fin de satisfacer sus necesidades y responder a sus motivaciones.
Esa doble funcionalidad de la conversin muestra su carcter
poltico, es decir, las consecuencias que tiene en el juego de fuerzas
sociales de cada pas. No se explicara de otra manera la preocupacin mostrada por los gobiernos ms diversos, en particular por el
gobierno de Estados Unidos, hacia los problemas religiosos en Amrica latina. Como Jo sealan diversos estudios (Domriguez y Huntington, 1984; Ezcurra, 1984; Valderrey, 1985), esa preocupacin
se ha traducido en un ingente esfuerzo de diversas agencias oficiales
estadounidenses por incrementar el proselitismo religioso en los
pueblos latinoamericanos hacia aquellas confesiones o sectas que
llevan a sus fieles hacia el conformismo o la evasin poltica. El conquistador ibrico consideraba que su tarea no estaba completa mientras no hubiera convertido a los indgenas a la verdadera fe,,, lo que
supona una conciencia, ms o menos implcita, sobre el papel poltico de la religin. Y hoy de nuevo la conversin religiosa es utiliwda como instrumento de dominacin poltica en 16s pases de Amrica latina, aprovechando precisamente las necesidades de seguridad
y consuelo que la mayora de los latinoamericanos no puede satisfacer de otra manera.
Ahora bien, si toda conversin religiosa tiene hoy en Amrica
latina un carcter poltico, su sentido puede ser opuesto: puede darse una conversin de las personas hacia la religin del orden, pero
puede darse tambin una conversin hacia la religin subversiva
(Delgado y otros, 1987a). Lo que parecen confirmar tanto el informe Rockefeller como el documento de Santa Fe es la inquietud
poltica generada en las esferas de poder norteamericano al ver Ja
masiva conversin de amplios sectores latinoamericanos a la religin subversiva estimulada por la nueva orientacin teolgico-pastoral d el Vaticano Il y Medclln. Las semillas de rebelda enterradas
en la religiosidad popular empezaban a emerger a travs de las CEBs
y fructificaban en la organizacin social del pueblo en grupos sindicales u organizaciones polticas que cuestionaban el orden dominante. Dado que un buen sector de la Iglesia catlica y de las principales confesiones prot~stantes (la Iglesia luterana, por ejemplo)
279
LA
LIBERACIN
COMO
VIVENCIA
DE
LA
FE
promovan una religiosidad subversiva, las clases en el poder tuvieron que buscar una propuesta rcligitsa alternativa que permitiera la
reconversin de las masas hacia la religin del orden y restituyera
una legitimacin religiosa a los gobiernos establecidos. Esa alternativa la constituan las sectas fundamentalistas y los grupos pentecosrales. Por ello, las transnacionales religiosas han invertido durante
los ltimos aos sumas millonarias en campafias misioneras orientadas a convertir a los pueblos latinoamericanos a sus creencias.
Hoy, en Amrica latina, hay jerarcas eclesisticos como el cardenal Arns que defiende las luchas liberadoras del pueblo oprimido, o
como el cardenal Lpcz Trujillo, que organiza misiones en Nicaragua para sabotear la revolucin sandinista; existen comunidades de
base que trabajan desde su fe por la construccin de una sociedad
ms justa, y grupos de cristianos integristas que organizan escuadrones para luchar contra la amenaza del comunismo; existen partidarios de una religin del orden, que ven la mano de Dios detrs
de la bota de Pinochet, y partidarios de una religin subversiva que
encuentran ms cercanas a su fe las polticas ateas de Fidel Castro
que las campaas que en nombre de Dios promueve Ronald Reagan. La religin en unos casos adormece como opio desesperado la
frustracin histrica de los pueblos latinoamericanos, y en otros casos despierta sus conciencias y los impulsa a luchar por su liberacin. El optar por una u otra religin, por una u otra forma de religiosidad, no es por tanto un puro asunto d e valores individuales o
de preferencias subjetivas; es tambin una decisin social y poltica
que repercute para bien o para mal en el entramado de fuerzas que
configuran la vida de los pueblos.
280
IV
LA LIBERACIN COMO EXIGENCIA DE LA PRAXIS
9
HACIA UNA PSICOLOGA DE LA LIBERACIN 1
t. Este capit ulo recoge en su inregridad el artcu lo Hacia una Psicologla de la libeacin, publicado en el Bo fetfn de Psicologa, 22, 1986, 219-231.
2. A escas alruras no debe causar extraeza la contundencia con que se emplea MarfnBar: fue uno de los rasgos ms sobresalientes de su postura epistemolgica y de su
1cci6n social y pastoral; vale decir, de su accill'poltica. Y no es la primera vez que lo Jiace
:n estos trminos; en el epfgrafc El papel del psiclogo del captulo El papel desenmas:arador del psiclogo se ha hecho presente una de sus ms frecuentes crticas a la Psicolo;la latinoamericana: su atencin preferen te a los sectores sociales pudientes . Unas pginas
n:s adelante, en el epgrafc La tarea de la Psicologa social d el mismo capfmlo, se nos
>frece ya el diagnstico: esta predileccin puede ser debida a la falta de compromiso, al
ngenuo afn por Ja asepsia. En la Presentacin que hace al libro coordinado por Maritza
v!ontcro Psicologa poltica lati11oamerica11a (Caracas: Editorial Panapo, 1987) habla del
chccho innegable del pertinaz anclaje de la prctica psicolgica en los sectores medios y
m rgucses de nuestras sociedades y su impotencia p~ra contribuir efica7.mcntc a algn pro1ecto po pul ar. Con notorias excepciones, la Psicologa ha servido en nu estros pases a los
ntercses y exigencias de las clases d ominantes (p. x). Se trata, haba dicho en Accin e
deologa, pura y simplemente de un servi lismo social incapaz de cuestionar a ese mism o
:istcma" (Marcn-Bar, 1983, p. 44). Habra todavfa un tercer motivo de la inoperancia de
a Psicologa: la falta de formacin para afrontar determinados problemas. En la Jnrroduc:in a su Psicologa social de la guerra, publicado en 1990 en la editorial de la UCA, aduce
283
LA
LISERACIN
COMO
E XIGENCIA
DE
LA
PRAXIS
No me refiero slo a la Psicologa social, cuya crisis de significacin ha sido un tema muy aireado eti la ltima dcada; me refiero a
la Psicologa en su conjunto, la terica y la aplicada, la individual y
la social, Ja cl nica y la educativa. Mi tesis es que c.! q uehacer de la
Psicologa latinoamericana, salvadas algunas excepciones, no slo
ha mantenido una dependencia servil a la hora de plantearse problemas y de buscar soluciones, sino que ha permanecido al margen de
los grandes movimientos e inquietudes de los pueblos latinoamericanos.
C uando se trata de sealar algn aporte latinoamericano al acervo de la Psicologa universal se suelen mencionar, entre otros, la
tecnologa social de Jacobo Varela (1971) o los planteamientos
psicoanalticos de Enrique Pichon-Riviere, en Argentina. Ambos
m erecen todo nuestro respeto y no ser yo quien los minimice. Sin
embargo, es significativo que la obra de Varela fuera publicada ori ginalmente en ingls y que se inscriba en la lnea de los estudios
n orteamericanos sobre las actitudes, como si para aportar algo
universal un latinoamericano tuviera que a bdicar de su origen o de
su iden6dad. Respecto a los trabajos d e Pi cho n-Riviere es triste
afirmar que todava son insuficientem ente conocidos fu era de Argentina.
Posiblemente aportes latinoamericanos de ms enjundia e impacto social puedan encontrarse all donde la Psicologa se ha dado
de la mano con otras reas de las ciencias sociales. El caso ms significativo me parece constituirlo, sin duda alguna, el mtodo de alfabetizacin conscientizadora de Pa ulo Freire (1970, 1971), surgido
de la fecundacin e ntre educacin y Psicologa, Filosofa y Sociologa. El concepto ya consagrado de conscientizacin articula la c mensin psicolgica de la co ncienc ia p ersonal con su dimensin social y poltica, y pone de manifiesto la dialctica histrica entre el
saber y el hacer, el crecimiento individua l y la organizacin comunitaria, la liberacin personal y Ja transformacin social. Pero, sobre
todo, la conscientiwcin constituye una r espuesta histrica a la ca-
el ejemplo de las consecuencias psicolgicas d e la guerra: la formacin que como psiclogos habamos recibido en el pas oos haba preparado para realizar rareas clsicas" clnicas,
escolares o laborales, pero no para enfrentar las secuelas de uoa guerra nacional. Ni siquiera
tenamos en nucsmis bibliotecas mucho material del que echar mano[...) El hecho es que, en
la prcrica, tuvimos que empezar a buscar soluciones casi desde cero, sin modelos ni oricn
taciones (p. 14). En b ponencia presentada al 111 Encuentro Espaol de Psicologa social
(Votar en El Salvador: Psicologa social del desorden poltico), celebrado en Las Palmas,
escriba: La Psicologa social accual est d emasiado condicionada por la perspectiva desde
el poder y los intereses que sostienen a los ce ntros acadmi cos dominanrcs, lo que dificulta,
cuando no distorsiona y aun impide, la comprensin de los comportamientos de quienes se
cncucncrnn marginados u opucsws a !_os poderes establecidos.
284
HA C I A
UN A
P S I C OLO G A
D E LA
LIBE RA C I N
encia de palabra, personal y social, de los pueblos latinoarnerica1os, no slo imposibilitados para leer y escribir I alfabeto, sino so>rc todo para leerse a s: mismos y para escribir su propia historia.
Jamentablemente tan significativo como el aporte de Freire resulta
a poca importancia que se concede al estudio crtico de su obra,
:obre t0do si se compara con el esfuerzo y tiempo dedicados en
mestros programas a aportes tan triviales como algunas de las llanadas teoras del aprendizaje o algunos de los modelos cognosciivos, hoy tan en boga.
La precariedad del aporte de la Psicologa latinoameri cana se
1precia mejor cuando se lo compara con el de otras ramas del que1acer intelectual. As, por ejemplo, la teora de la dependencia 3 ha
;ido un esfuerzo original de la Sociologa de Latinoamrica por dar
:azn de ser de la situacin de subdesarrollo de nuestros pases sin
:ecurrir a explicaciones derogatorias de la cultura latinoamericana
igadas a la concepcin de Ja tica protestante4 Es bien conocido,
:ambin, el rico aporte de nuestra novelstica; para nuestro rubor,
10 resulta exagerado afirmar que se aprende bastante ms sobre la
?sicologa de nuestros pueblos leyendo una novela de Garca Mr:iuez o de Vargas Llosa que nuestros trabajos tcnicos sobre el carc:er o la personalidad. Y ciertamente, la teologa de la liberacin ha
;ido capaz de reflejar y estimular al mismo tiempo las recientes lu;has histricas de las masas marginales con mucha mayor fuerza que
1uestros anlisis y recetas psicolgicas sobre la modernizacin o el
:ambio social.
A diferencia de la cultura sajona, la cultura latina tiende a conce:lcr un importante papel a las caractersticas de las personas y a las
relaciones interpersonales. En un pas como El Salvador, el presi:icnte de la Repblica se constituye en el referente inmediato de casi
codos los problemas, desde los ms grandes hasta los ms pequeos,
y a l se le atribuye la responsabilidad de su resolucin, lo que lleva
a acudir al presidente lo mismo para reclamarle sobre la guerra que
:;obre un pleito de vecinos, para estimular la reactivacin econmica
del pas que para cancelar un indiscreto prostbulo situado junto a
3. Sobre la teora de la dependencia ver nota 4 del captulo Conscientizacin y
currculos universitarios.
4. Como es fcil de adivinar, Martln-Bar hace referencia a la hiptesi s de Max
Weber segn la cual el raci onal ismo econmico, la organizacin racional-capitalista del
trabajo formalmente libre (son los trminos del propio Weber), un racionalismo muy espc
cfico y peculiar de la civilizacin occidental, matiza el autor, arroja datos concluyentes
respecto al carcter cminemcmcnte protestante tamo de la propiedad y empresas capitalistas, como de las esferas spcriores de las clases trabajadoras, especialmente del alto personal
de las modernas empresas, de superior preparacin tcnica o comercial (LA tica protestante y el espritu del capitalismo. Barcelona: Ediciones Penfnsula, 1969, p. 27).
285
LA
LI S E i\ACIN
C OM O
EX I GENCIA
DE
LA
PRAXIS
286
HACIA UNA
PSI COLOG IA
DE
LA
LIBERACIN
Mimetismo cientista
A Ja Psicologa latinoamericana le ha ocurrido algo parecido a lo
que Je ocurri a la Psicologa norteamericana a comienzos de siglo:
su deseo de adquirir un reconocimiento cientfico y un status social
les ha hecho dar un serio traspis. La Psicologa norteamericana volvi su mirada a las cieicias naturales a fin de adquirir un mtodo y
287
LA
LIBERACIN
COMO
EXIGENCIA
DE
LA
PRAX I S
unos conceptos que la consagraran como cientfica mientras negociaba su aporte a las necesidades de~ poder establecido a fin de recibir un puesto y un rango sociales. La Psicologa latinoamericana lo
que hizo fue volver su mirada al big brother, quien ya era respetado
cientfica y socialmente, y a l pidi prestado su bagaje conceptual,
metodolgico y prctico, a la espera de poder negociar con las instancias sociales de cada pas un status social equivalente al adquirido por los norteamericanos.
Es discutible si la profesin de psiclogo ha logrado ya en los
pases latinoamericanos el reconocimiento social que buscaba; lo que
s es claro es que la casi totalidad de sus esquemas tericos y prcticos ha sido importada de los Estados Unidos7 As, a los enfoques
psicoanalticos u organicistas que imperaron en un primer momento debido a la dependencia de la Psi cologa respecto a las escuelas
psiquitricas, sucedi una oleada de conductismo ortodoxo, con su
pesada carga de positivismo a ultranza e individualismo metodolgico. Hoy muchos psiclogos latinoamericanos han descartado el
conductismo y se han afiliado a una u otra forma de Psicologa cognoscitiva, no tanto por haber sometido a crtica los esquemas psicoanalticos o conductistas cuanto porque se es el enfoque de moda
en los centros acadmicos norteamericanos.
7. Una crtica de la que no se libr la propia Psicologa social espaola. En una carta
fechada en San Salvador el 27 de mayo de 1986 y remitida al editor de esre libro, comcmaba
con la franqueza que le caracterizaba su impresin en torno a Estructura y procesos de
grupo, editado por Carmen Huici en 1985: he ledo varios captulos del libro, no todos.
Por supuesto, me parecen de calidad dismil, lo que es normal. En conjunto, creo que cons
tituy cn un excelente esfuerzo y mu estran lo rpidamente que en Espaa se estn poniendo
al d:i en el desarrollo de la Psicologa social. Con codo, tengo dos crticas muy de fondo,
que ce las transmito con coda la sencillez del caso. Ante todo, me da la impresin que el
tratamiento del libro est menos preocupado por iluminar los problemas de la realidad que
por realizar un ejercicio acadmico en el cual lo que cuenca es mostrar una gran erudicin,
un vasto conocimiento de los aucores, con peligro de un cierto vaco de sentido. Lo segundo, vinculado con lo anterior, es el carcter abstracto de los trabajos: lo mismo podran
haber sido escritos en Espaa que en Estados Unido.~ o Tanzani a. Falca un referente concre
co, algo as como un cricerio de validacin experiencia! al cual remitir las reflexiones ceri
cas. Yo s[...] que estas dos crticas son fuerces y te las expreso con la mayor sencillez. Pero
me parecen apuntar a un problema muy de fondo que no pueden ni deben ignorar. En la
Conversacin con Ignacio Martfn Bar (Revista Chilena de Psicologa, 10, 1990, 5 1-55)
eleva un poco el tono de su propuesta: ya no se trnca simplem ente de importar la ciencia de
la Psicologa, sino hacer ciencia de la Psicologa a parcir de nuestros problemas, desde nuestras preocupaciones y no desde el poder, sino desde las exigencias y el reclamo de nuestros
pueblos (p. 51). Algo parecido haba manifestado en la enrrevista con Ignacio Dobles anre
la pregunta respecto al rol del psiclogo en los paises centroamericanos: Sintetizando muy
brevemente, creo que la definicin del rol del psiclogo en los pases centroamerica nos (y
quiz:i en cualquier otro pas) d ebe hacerse en funcin de un anlisis lo ms preciso posible
sobre los problemas ms imporranres que afectan a nuestros pueblos y de una toma de
conciencia sobre lo que la Psicologa puede y debe hacer en su resolucin (J. Dobles, Psicologa social desde Centroamrica: retos y perspeccivas. Enrrevisca con el Dr. lgnacio Mar
cn-Bar. Revista Cosianicense de l'sicologa, 819, 1986, 74).
288
HA C IA
UNA
PSICO L OG i A
DE
LA
LIBERAC I N
El problema no radica tanto en las virtudes o defectos que puedan tener el conductismo o las teoras cogn~scitivas cuanto en el
mimetismo que nos lleva a aceptar los sucesivos modelos vigentes en
Estados Unidos, como si el aprendiz se volviera mdico al colgarse
del cuello el estetoscopio o como si el nio se hiciera adulto por el
hecho de ponerse las ropas de pap. La aceptacin acrtica de teoras y modelos es precisamente la negacin de los fundamentos mismos de la ciencia. Y la importacin ahistrica de esquemas conduce
a la ideologizacin de unos planteamientos cuyo sentido y validez, ,
como nos lo recuerda la sociologa del conocimiento, remiten a unas
circunstancias sociales y a unos cuestionamientos concretos.
289
LA
LIBERACIN
COMO
EXIGENCIA
DE
LA
PRAXIS
290
HAC I A
UNA
PS I C OL O G i A
DE
LA
LIB ER A C IN
ta es el esquema que antepone el marco terico al anlisis de la realidad, y que no da ms pasos en la exploracifl. de los hechos que
aquellos que le indica la formulacin de sus hiptesis. Siendo as que
las teoras de las que se suele arrancar han surgido frente a situaciones positivas muy distintas a las nuestras, este idealismo puede terminar no slo cegndonos a la negatividad de nuestras condiciones
humanas, sino incluso a su misma positividad, es decir, a lo que de
hecho son.
Un segundo presupuesto de la Psicologa dominante lo constituye el individualismo, mediante el cual se asume que el sujeto ltimo
de la Psicologa es el individuo como entidad de sentido en s misma. El problema con el individualismo radica en su insistencia por
ver en el individuo lo que a menudo no se encuentra sino en la
colectividad, o por remitir a la individualidad lo que slo se produce
en la dialctica de las relaciones interpersonales. De esta manera, el
individualismo termina reforzando las estructuras existentes al ignorar la realidad de las estructuras sociales y reducir los problemas
estructurales a problemas personales.
Del hedonismo imperante en Psicologa se ha hablado bastante,
aunque quiz no se ha subrayado lo suficiente cun incrustado est
hasta en los modelos ms divergentes en uso. Tan hedonista es el
psicoanlisis como el conductismo, la reflexologa como la Gestalt.
Ahora bien, yo me pregunto si con el hedonismo se puede entender
adecuadamente el comportamiento solidario de un grupo de refugiados salvadoreos que, nada ms saber acerca del reciente terremoto que devast el centro de San Salvador, echaron mano de toda
su reserva de alimentos y los enviaron a las vctimas de la zona ms
golpeada. El pretender que detrs de todo comportamiento hay
siempre y por principio una bsqueda de placer o satisfaccin , foo
es cegarnos a una forma distinta de ser humano o, por lo menos, a
una faceta distinta del ser humano, pero tan real como la otra? Integrar ,.oino presupuesto el hedonism-0 en nuestro marco terico, foo
es de hecho una concesin al principio de lucro fundante del sistema
capitalista y, por tanto, una transposicin a la naturaleza del ser
humano de lo que caracteriza al funcionamiento de un determinado
sistema socio-econmico? (Martn-Bar, 1983a) 11
La visin homeosttica nos lleva a recelar de todo lo que es cambio y desequilibrio, a valorar como malo todo aquello que representa ruptura, conflicto y crisis. Desde esta perspectiva, ms o menos
11. Martn-Bar nos remite a Ja explicacin que se hace del altruismo en el captulo 7
de Accin e ideologa (Cooperacin y solidaridad; pp. 345-355) en el que, como hemos
observado en la Jncroduccin, s~ encuentran referencias autobiogrficas de gran inters.
291
LA
LIBE R ACIN
COMO
EXI G ENCIA
DE
L>'. PRAX IS
implcita, resulta difcil que los desequilibrios inherentes a las luchas sociales no sean interpretados c00no trastornos personales (<no
hablamos de personas desequilibradas?) y los conflictos generados por el rechazo al ordenamiento social no sean considerados patolgicos.
El ltimo presupuesto que quiero mencionar de la Psicologa
dominante es quiz el ms grave: su ahistoricismo. El cienrismo dominante nos lleva a considerar que Ja naturaleza h umana es universal y, por tanto, que no hay diferencias de fondo entre el estudiante
del MIT y el campesino nicaragense, entre John Smith, de Peora
(Illinois, Estados Unidos), y Leonor Gonzlez, de Cuisnahuat (El
Salvador). As, aceptamos la escala de necesidades de M aslow como
una jerarqua universal o asumimos que el Stanford-Binet apenas
tiene que ser adaptado y tipificado para medir la inteLigencia de nuestras poblacines. Sin embargo, una concepcin del ser humano que
pone su universalidad en su historicidad, es decir, en ser una naturaleza histrica, acepta que tanto las necesidades como la inteligencia
son en buena medida una construccin social y, por tanto, que asumir unos modelos presuntamente transculturales y transhistrcos,
elaborados en circunstancias distintas a las nuestras, puede llevarnos
a una grave distorsin de lo que en realidad son nuestros pueblos.
Es necesario revisar a fondo los presupuestos ms bsicos de
nuestra concepcin psicolgica; pero esta revisin no Ja debemos
realizar desde nuestra oficina, sino desde una praxis comprometida
con los sectores populares. Slo as lograremos una perspectiva distinta tanto sobre lo que positivamente son las personas de nuestros
pueblos como lo que negativamente podran ser, pero las condiciones histricas no lo permiten. Y slo as la verdad no tendr que ser
un simple reflejo de los datos, sino que la verdad podr ser una
tarea : nolos hechos, sino aquello por hacer.
Falsos dilemas
La dependencia de la Psicologa latinoamericana le h a llevado a debatirse en falsos dilemas. Falsos no tanto porque no representen
dilemas tericos sobre el papel, cuanto porque no responden a los
interrogantes de nuestra realidad. T res dilemas caractersticos, que
todava en algunas partes levantan ampollas, son: Psicologa cientfica frente a Psicologa con alma; Psicologa humanista frente a
Psicologa materialista, y Psicologa reaccionaria frente a Psicologa
progresista.
El primer dilema, quiz ya el ms superado en los centros acadmicos, llevaba a ver una oposicin entre los planteamientos de la
292
HACIA
UNA
PSICOLOGA
DE
LA
LIBERACIN
una Psicologa humanista a una Psicologa materialista o deshumanizada. En Jo personal, este dil ema me desconcierta, porque creo
que una teora o un modelo psicolgico sern vlidos o no, tendrn
o no utilidad para el trabajo prctico y, en todo caso, acertarn ms
o menos, mejor o peor, corno teora y modelo psicolgicos. Pero no
logro ver en qu r especto Carl R. Rogers sea ms humanista que
Sigmund Freud o Abraham Maslow ms que H enri Wallon. Ms
bien creo que si Freud logra una mejor comprensin del ser humano
que Rogers, o Wallon que Maslow, sus teoras propiciarn un quehacer psicolgico ms adecuado, y, en consecuencia, harn un mejor aporte para la humanizacin de las personas.
El tercer dilema es el de una Psicologa reaccionaria frente a una
Psicologa progresista. El dilema, una vez ms, es v lido, aunque se
suele plantear inadecuadamente. Una Psicologa r eaccionaria es
aquella cuya aplicacin lleva al afianzamiento de un orden social
injusto; una Psicologa progresista es aquella que ayuda a los pueblos a progresar, a encontrar e l camino de su realizacin histrica,
personal y colectiva. Ahora bien, una teora psicolgica no es reaccionaria sin-ms por el hecho de venir de Estados Unidos, como el
12. Un acabado ejemplo nos lo encontramos en Ja Conferencia de Puebla. All se hizo
la distincin de cinco diferentes visiones sobre el hombre: a ) visin determinista: el hombre
fruto de fuerzas oculrns; b) visin psicol ogista; e) vision es economicistas: el liberalismo econmico y el marx ismo; d) visin estatista que se resume en la teora de la Seguridad Nacional, y e) visin cienrisca. Es interesante que centremos nuestra atencin en la descripcin, en
exceso sesgada, que Jos obispos hacen de la visin psicologista: Restringida hasta ahora a
ciertos sectores de la sociedad latinoamericana, cobra cada vez ms imporrnncia la idea de
que la persona humana se reduce en ltima insta ncia a su psiqu ismo. En la visi n psicologista
del hombre, segn su expresin ms radical, se nos presenta la persona vctima del instinto
fundamental ertico o como un simple mecanismo de respuesta a estmulos, carente de
libenad. Cerrada a Dios y a los hombres, ya que la religin, como Ja cultura y la propia
historia, seran apenas sublimaciones del instinto sensual, la negacin de la propia responsabilidad conduce no pocas veces al pansexualismo y justifica el machismo latinoamericano
(CELAM, 1979, 111).
293
LA
LISEl\ACION
COMO
EXIGENCIA
oe
LA PRAXIS
que tenga su origen en la Unin Sovitica no le convierte auromticamente en progresista o revolucional'ta. Lo que hace reaccionaria o
progresista a una teora no es tanto su lugar de origen cuanto su
capacidad para explicar u ocultar la realidad y, sobre todo, para
reforzar o transformar el orden social. Lamentablemente existe bastante confusin al respecto, y conozco centros de estudios o profesores que aceptan la reflexologa debido a la nacionalidad de Pavlov
o a que estn ms atentos a la ortodoxia poltica que a la verificacin
histrica de sus plantcamientos 13
Estos tres dilemas denotan una falta de independencia para plantear los problemas ms acuciantes de los pueblos latinoamericanos,
para utilizar con total libertad aquellas teoras o modelos que la
praxis muestre ser m s vlidos y tiles, o para elaborar otros nuevos. Tras los dilemas se esconden posturas dogmticas, ms propias
de un espritu de dependencia provinciana que de un compromiso
J3. Es1e tercer dilem3, con el que resulta muy dircil no estar plenamente de ncucrdo,
nos invita :'.I justificar la sospecha que hemos venido manteniendo d esde la Introduccin: el
miedo :i la verdad imposibilita el cambio social, una carca que se bace especialmente urgente
en el mbito latinoamericano. l.a primera razn nos la concede el propio Mann -Bar a
rengln seguido: si, como se defiende en el prximo epgr afe, elaborar una Psicologa de la
liberacin es una urca primer.i y fundamentalmente prctica, rcsulro m:s que imprescind1
ble un marco de referencia relativamente objetivo: la realidad comante y sangrnntc de los
pueblos latinoamericanos. La suprcmaefa de la verdad prctica sobre la verdad terica. Frcn
ten la polrtiC3mencc educada distancia que el posmodcrmsmo mantiene respcc10 :1 la reali
dad social, la Psicologa de la liberacin tiene un objeuvo muy claro: es necesario cambiar
cscructurns sociales que se han revelado extraordinariamcme perversas para la salud fsica,
la social y la psicolgica. Sin duda, a las posiciones posmodernas se les puede nplicar lo que
MartnBar dice al final del segundo prrafo del subepgrafc Un nuevo horizonte:: con
frccuenw1 la Psicologa ha contribuido a oscurecer la rcbcin entre: la enajenacin personal
y la opresin social, como si la patologfa de las personas fuera algo ajeno a la historia y a la
soced:id, o como si el sentido de los los crastomos comportamcmalcs se agotara en el plano
ind1v1dual. A falta de w1 estudio ms pormcnoriLado, y como apoyo a lo apuntado en la
Introduccin en corno a la evolucin del pensamiento de MartnBar, merece la pena traer
a colacin a Ellacnra, verdad~rn Hder intelectual de aquelsclccto grupo de la UCA, y h:iccr
lo precisamente en b Introduccin a l'sicodiagnstico de l\mrica latina: Cabe la pregunca
de si, adems de un espritll subjetivo, no habr un espritu objetivo, no t!lnto en cuanto ste
sea la objccivacin de aqu~I sino en cuanto posca sus propias leyes estructurales autnomas
que estn hasta cieno punto por encima de lo que cada subjetividad humana pueda hacer
autnomamente. Cabe la pre,'\lnta de si el todo tiene en cuanto cal propiedades sistemticas
cualitativamente nuevas, que surgen del sistema en cuanto tal y no del resultado ad11ho de
las propiedades de los elementos integranrcs (p. viii}. Dewe l:i Psicologa social la respuesta
a esta pregunta slo cabe en trminos claramente afirmativos, en unos crnno~ que Marvin
Harris nos ayuda a precisar: l.:l doccrina de que todo hecho es ficcin y toda ficcin un
hecho, es moralmente depravada. Con funde el atacado con el at:icame; al torturado con el
tortul'ador; al asesinado con el asesino. Qu duda cabe que la historia de Dachau nos 13
podran com:ir el micmbru de las SS y el prisionero; la de Mylai, el teniente Cilley y la
m:idre arrodillada; la de la Universidad de Kenc Statc, los miembros de la Guardia Nacional
y los estudianrcs muerto~ por la espalda. Pero slo un cretino moral sosteodcla que codas
esas historias son igual de verdaderas (M. Harris, El materialismo c11/t11ral. Madrid: Alianza, 1982, p. 352}.
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significacin las necesarias mediaciones que hacen posible la liberacin histrica de los pueblos de las iestructuras que los oprimen e
impiden su vida y su desarrollo humano.
3. La fe cristiana llama a realizar una opcin preferencial por los
pobres. La teologa de la liberacin afirma que a Dios hay que buscarlo entre los pobres y marginados, y con ellos y desde ellos vivir la
vida de fe. La razn para esta opcin es mltiple. En primer lugar,
porque sa fue, en CO!lcreto, la opcin de Jess. En segundo lugar,
porque los pobres constituyen Jas mayoras de nuestros pueblos.
Pero en te,rcer lugar, porque slo los pobres ofrecen condiciones
objetivas y subjetivas de apertura al otro y, sobre todo, al radicalmente otro. La opcin por los pobres no se opone al universalismo
salvfico, pero reconoce que la comunidad de los pobres es el lugar
teolgico por excelencia desde el cual realizar la tarea salvadora, la
Un nuevo horizonte
La Psicologa latinoamericana debe descentrar su atencin de s misma, despreocuparse de su status cientfico y social y proponerse un
servicio eficaz a las necesidades de las mayoras populares. Son los
problemas reales de los propios pueblos, no los problemas que preocupan en otras latitudes, los que deben constituir el objeto primor. dial de su trabajo. Y, hoy por h oy, el problema ms importante que
confrontan las grandes mayoras latinoamericanas es su situacin de
miseria opresiva, su condicin de dependencia marginante que Jes
impone una existencia inhumana y les arrebata la capacidad para
definir su vida. Por tanto, si la necesidad Qbjetiva ms perentoria de
las mayoras latinoamericanas la constituye su liberacin histrica
de unas estructuras sociales que les mantienen oprimidas, hacia esa
rea debe enfocar su preocupacin y su esfuerzo la Psicologa.
La Psicologa ha estado siempre clara sobre la necesidad de liberacin personal, es decir, la exigencia de que las personas adquieran
control sobre su propia existencia y sean capaces de orientar su vida
hacia aquellos objetivos que se propongan como valiosos, sin que
mecanismos inconscientes o experiencias conscientes les impidan el
logro de sus metas existenciales y de su felicidad personal. Sin embargo, la Psicologa ha estado por lo general muy poco clara acerca
de la ntima relacin entre desalienacin personal y desalienacin
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HACIA
UNA
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DE
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COMO
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teoricemos con ellos y desde e!Jos 14 Tambin aqu acert la intuicin pionera de Paulo Freire, quie1lplante una pedagoga del
oprirnidoy no para el oprimido; era la misma persona, la misma
comunidad la que deba contituirse en sujeto de su propia alfabetizacin conscientizadora, la que deba aprender en dilogo comunitario con el educador' 5 a leer su realidad y a escribir su palabra histrica. Y as como la teologa de la liberacin ha subrayado que slo
desde el pobre es posible encontrar al Dios de vida anunciado por
Jess, una Psicologa de la liberacin tiene que aprender que slo
desde el mismo pueblo oprimido ser posible descubrir y construir
la verdad existencial de los pueblos latinoamericanos.
Asumir una nueva perspectiva no supone, obviamente, echar por
la.borda todos nuestros conocimientos; lo que supone es su relativizacin y su revisin crtica desde la perspectiva de las mayoras po
pulares. Slo desde ah las teoras y modelos mostrarn su validez o
su deficiencia, su utilidad o su inutilidad, su universalidad o su provincialismo; slo desde ah las tcnicas aprendidas mostrarn sus
potencialidades liberadoras o sus semillas de sometimiento.
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UNA
PS I COLOGA
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16. Aunque no se hace referencia a ell o, toda esta argumentacin tiene un profu ndo
sabor marxista: la actividad como nexo con el mundo macerial y social, como fuente primera de conocimiento y como reflejo de la realidad objeciva. La produccin de ideas tiene su
origen en l:t acrividad y est directamente cmrclazada con esa actividad material y con las
relaciones con las personas, con el lenguaje de la vida re<1l; la formacin de conceptos, el
pensamiento, la comunicacin espiritual de las personas son tambin fruto directo de las
relaciones materiales de las personas, haba escrito Marx.
17. Como ya se ha mencionado reiteradamente (ver Introduccin, nota 22 de El
latino indolente y nota 5 de Conscicntizacin y currculos universitarios), el del compromiso es uno de los asuntos recurrentes en la propuesta psico-social de Martfn-Bar. Prcricamcme no hay captulo de este libro al que, de una u otra manera, no acabe por asomar.
Los <los prrafos finales del El papel descnmascarador del psiclogo, por ejemplo, son
especialmente pertinentes, y en Un psiclogo social ante la guerra civil en El Salvador
(Revista de Psicologa de la Asociacin Latinoamericana de l'sicologa Social, 1, 1982, 91111), y tras describir una real idad socia l desbordada por la violencia, escribe: Ante un a
situacin as, n o es posible la asepsia, ni desde el punto de vista tico ni desde el punro de
vista cientfico (p. 108), una postura que ha sido la ms frecuente emre los psiclogos: De
hecho, con la notoria excepcin de los psicoanalistas y alguno que otro psiclogo social, los
psiclogos suelen ser un gremio con una marcada alergia profesional hacia la poltica, amparada en una concepcin neopositivista y tecnocrtica de su quehacer, escribe en La Psicologa poltica latinoamericana (en G. Pacheco y B. Jirnnez, Ignacio Martn-Bar. Psicologa de
la liberacin para Amrica latina. Guadalajara: !TESO, J 990, p. 84). La objetividad y la
bsqueda de la verdad no s~n los vstagos nacurales de la asepsia cientfica; el rigor no est
rc1iido con el compromiso. Este ser el argumento que intentar desarrollar en los epgrafes
La objetividad cientfica y La ciencia de la Psicologa del prxim o captulo, y el que
des:moll despus en otro epgrafe del lcim o artculo mel)cionado (La Psicologa poltica
latinoamericana) que lleva el significacivo ttulo de Compromiso y verdad y da comi enzo
con la siguience afirmacin: La Psicologa poltica latin oamericana no puede permanecer
en el limbo de la asepsia cientfica y profesiona l, si no que debe partir de tma opcin :ixiolgica: el servicio de las mayoras desposedas desde una posicin que huya del peligro de la
militancia mccanicisca.
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EXI G ENCIA
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H A CIA
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cin de la memoria histrica, la desideologizacin del sentido comn y de la experiencia cotidiana, y la potenciacin de las virtudes
populares.
En primer lugar, la recuperacin de la memoria histrica. La difcil lucha por lograr la satisfaccin cotidiana de las necesidades bsicas fuerza a las mayoras populares a permanecer en un permanente
presente psicolgico, en un aqu y ahora sin antes ni despus; ms
an, el discurso dominante estructura una realidad aparentemente
natural y ahistrica, que lleva a aceptarla sin ms. Es imposible, as,
sacar lecciones de la experiencia y, lo que es ms importante, encontrar las races de la propia identidad, tanto para interpretar el sentido
qe lo que actualmente se es como para vislumbrar posibilidades alternativas sobre lo que se puede ser. La imagen predominantemente
negativa que el latinoamericano medio tiene de s mismo respecto a
otros pueblos (Montero, 1984) denota la interiorizacin de la opresin en el propio espritu, semillero propicio al fatalismo conformista, tan conveniente para el orden establecido.
Recuperar la memoria histrica significar descubrir selectivamente, mediante la memoria colectiva, elementos del pasado que
fueron eficaces para defender Jos intereses de las clases explotadas y
que vuelven otra vez a ser tiles para los objetivos de lucha y conscientizacin (Fals Borda, 1985, 139). Se trata de recuperar no slo
el sentido de la propia identidad, no slo el orgullo de pertenecer a
un pueblo as como de contar con una tradicin y una cultura, sino,
sobre todo, de rescatar aquellos aspectos que sirvieron ayer y que
servirn hoy para la liberacin. Por eso, la recuperacin de una memoria histrica va a suponer la reconstruccin de unos modelos de
identificacin que, en lugar de encadenar y enajenar a los pueblos,
les abran el horizonte hacia su liberacin y realizacin.
Es preciso, en segundo lugar, contribur a desdeologizar la experiencia cotidiana 18 Sabemos que el conocimiento es una construccin social. Nuestros pases viv.en sometidos a la mentira de un discurso dominante que niega, ignora o disfraza aspectos esenciales de
la realidad. El mismo garrotazo cultural que da tras da se propina a nuestros pueblos a travs de los medios de comunicacin masiva constituye un marco de referencia en el que difcilmente puede
encontrar adecuada formalizacin la experiencia cotidiana de la
mayora de las personas, sobre todo de los sectores populares. Se va
conformando as un ficticio sentido comn, engaoso y alienador,
pbulo para el mantenimiento de las estructuras de explotacin y las
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Pl\AXIS
actitudes de conformismo. Desideolog1zar significa rescatar la experiencia original de los grupos y per~nas y devolvrsela como dato
objetivo, lo que les permitir formalizar la conciencia de su propia
realidad verificando la validez del conocimiento adquirido (MartnBar, 1985d, 1985b) 19 Esta desideologizacin debe realizarse, en lo
posible, en un proceso de participacin crtica en la vida Je los sectores populares, lo que representa una cierta ruptura con las formas
predominantes de investigacin y anlisis.
Finalmente, debemos trabajar por potenciar las virtudes de nuestros pueblos. Por no referirme ms que a mi propio pueblo, el pueblo de El Salvador, la historia contempornea ratifica da tras da su
insobornable solidaridad en el sufrimiento, su capacidad de entrega
y de sacrificio por el bien colectivo, su tremenda fe en la capacidad
humana de transformar el mundo, su esperam..a en un maana que
violentamente se le sigue negando. Esas virtudes estn vivas en las
tradiciones populares, en la religiosidad popular, en aquellas estructuras sociales que han permitido al pueblo salvadoreo sobrevivir
histricamente en condiciones de inhumana opresin y represin, y
que le permiten hoy da mantener viva la fe en su destino y la esperanza en su futuro a pesar de una pavorosa guerra civil que ya se
prolonga por ms de seis aos.
Monseor Romero 20, el asesinado arzobispo de San Salvador,
dijo en una oportunidad refirindose a las virtudes del pueblo salvadoreo: Con este pueblo, no es difcil ser un buen pastor. <Cmo
es posible que nosotros, psiclogos latinoamericanos, no hayamos
sido capaces de descubrir todo ese rico potencial de virtudes de nuestros pueblos y que, consciente o inconscientemente, volvamos nuestros ojos a otros pases y a otras culruras a la hora de definir objetivos e ideales?
Hay una gran tarea por delante si pretendemos que la Psicologa
latinoamericana realice un aporte significativo a la Psicologa universal y, sobre tocio, a la historia de nuc~tros pueblos. A la luz de Ja
situacin actual de opresin y fe, de represin y solidaridad, de fatalismo y luchas que caracteriza a nuestros pueblos, esa tarea debe ser
la de una Psicologa de la liberacin. Pero una Psicologa de la libe
racin requiere una liberacin previa de la Psicologa, y esa liberacin slo llegar de la mano de una praxis comprometida con los
sufrimientos y esperanzas de los pueblos latinoamericanos.
19. Estos dos artculos son precisamente los que conforman el caplrulo El papel des
cnmascarador del psiclogo incluido en este lihro.
20. Ver nora 16 del caprulo Iglesia y revolucin en El Salvador.
302
10
LA LIBERACIN COMO HORIZONTE DE LA PSICOLOGA1
Cuando en el desarrollo de la actividad docente se pide a los estudiantes que realicen un trabajo emprico examinando algn problema de la realidad, una de sus reacciones inmediatas suele ser el pregu ntar por una bibliografa, algn libro o artculo que les permita
establecer un marco terico que oriente el estudio y les indique
cmo operativizar el problema y, cuando no lo consiguen, se sienten bastante confundidos, por no decir perdidos. Sin duda que es
impo rtante conocer y utilizar el acervo terico y emprico acumulado por la Psicologa cientfica a lo largo de su siglo de existencia. Sin
embargo, yo creo que en est a reaccin refleja del estudiante, primero del acadmico, y d el profesional despus, se esconde a menudo
algo ms que un loable hbito disciplinar; en esta reaccin hay, tam bin, un mecanismo de enajenacin que mediatiza el acceso del psiclogo latinoamericano a su realidad, la forma como el quehacer
psicolgico aborda los problemas de la propia sociedad.
La metodologa en que hemos sido formados, de corte tpicamente idealista, nos lleva de la t eora a la realidad, de los modelos a
los problemas, y no viceversa. Reconozco que hay buenas razones
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H OR I Z ONT E DE
LA
PSICOLOGA
El desempleo3
El desempleo, es decir, ia falta de una ocupacin remunerada estable,
es uno de los males endmicos que aquejan a El Salvador y, en grados
quiz no tan drsticos pero s muy graves, a Ja mayora de los pases
latinoamericanos. Segn clculos oficiales, el desempleo entre la
poblaci n salvadorea calificada como econ micamente activa alcanzaba en 1985 al 33,6% (FUSADES, 1986, con datos del Ministerio
de Planificacin); es decir, que las estadsticas gubernamentales r econocan que m s de tres de cada diez salvadoreos se encontraban ese
ao si n trabajo remunerado. Otros clculos q ue toman en cuent no
slo el desempleo, sino el subemplco, que es un desempleo peridico
o encubierto, elevan el porcentaje al 60% de la poblacin econmicamente activa, es decir, a seis de cada diez salvadoreos (SIECAECID, 1980; Abrego, 1983).
Una buena parte de este desempleo m asivo hay que achacrselo
a la cuenta de la guerra. Desde 1981 en que se formaliza la confrontacin blica en el pas, ms de 600.000 salvadorefios se han visto
obligados a abandonar sus lugares de origen, y desplazarse a zonas
menos conflictivas donde pudieran salvar su vida. Ahora bien, esta
migracin masiva al interior del pas ha representado en la prctica
305
LA
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EXIGENCIA
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un incremento sustancial de las clases pasivas, es decir, de los sectores que no producen y requieren ser"hrnntenidos.
Pero sera falso atribuir a la guerra la responsabilidad primordial
por la alta tasa de desempleo que se da en El Salvador. Ya antes de la
guerra el salvadoreo se haba visto obligado a emigrar a otras tierras
a la bsqueda de trabajo: hubo migraci.ones masivas a Honduras hasta
que estall la guerra del ftbol (Anderson, 1984), las hubo despus
a Belice, y las ha habido y sigue habiendo en estos ltimos aos hacia
Estados Unidos. Algunos han pretendido achacar el flujo migratorio
de salvadoreos a la alta tasa de crecimiento demogrfico, y ciertamente se es un factor que hay que tomar muy en cuenta. Sin embargo, el sistema socio-econmico del pas nunca en su historia ha sido
capaz de responder adecuadamente a la necesidad de trabajo de la
poblacin mayoritaria, nunca ha logrado proporcionar ocupacin
estable a las mayoras populares y, aun en 1os aos presuntamente de
mayor florecimiento econmico, la tasa de desempleo no ha sido
in.ferior al 20 o 25% de Ja poblacin en edad de trabajar. La causa
ltima de desempleo masivo de las mayoras populares de El Salvador radica, por tanto, en un orden econmico orientado y centrado
en un sector minoritario de la poblacin, aun cuando la tasa de crecimiento y la guerra hayan contribuido a agravar este problema.
Resulta as que el desempleo y, en el mejor de Jos casos, el subempleo, constituye la situacin normal de la mayora de los salvadoreos, sobre todo de Jos sectores campesinos y marginados urbanos.
Segn el psiclogo salvadoreo Erick Cabrera (1985), entre las consecuencias psicolgicas ms nocivas que se pueden producir cuando
una persona pierde su empleo se encuentra la crisis econmica, con
el consiguiente impacto en el rol familiar, la posible prdida de su
identificacin grupal, los accesos depresivos y un conflicto muy profundo de valores que le lleva no slo a bajar su nivel de aspiraciones,
sino a aceptar propuestas que en otro tiempo hubiera considerado
inmorales con tal de lograr algn tipo de trabajo o ingreso (ver,
tambin, Velsquez, Garca y Snchez, 1986). Si Cabrera percibe
estos efectos en quienes pierden eventualmente su empleo, qu
ocurrir con aquellos que ni si quiera llegan a tenerlo? sabemos lo
que psico-socialmente significa crecer, desarrollarse y socializarse
como un permanente desocupado, forzado a la bsqueda cotidiana del trabajito que permita sobrevivir? Y el problema no afecta
solamente a aquellos que antes o despus, desde nios o ya en la
adultez, terminan por incorporarse al submundo de la delincuencia
legal, sino a todos aquellos, muchsimos ms, que siguen respetando
a lo largo de su vida los preceptos de una legalidad que los margina
y desampara.
306
LA
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HORIZONTE
DE
LA
PSICO LO G A
La ausencia de una ocupacin socialmente reconocida y remunerada, malamente compensada por trabaji~s o chambas ocasionales, hace que un elevado porcentaje de salvadoreos nunca logre sali r del asfixiante lumpen de la marginacin social, y que,
valga la paradoja, su mayor ambicin sea a menudo poder llegar a
ser proletarios. En este sentido, histricamente el salvadoreo ms
que explotado ha sido oprimido, y ms que alienado se encuentra
socialmente negado o, como se suele decir, ninguneado. Ni l
cuenta para nada, ni con l se cuenta a la hora de planificar o de
decidir. Por eso, cuando en la dcada de los setenta algunos sacerdotes catlicos empezaron a reflexionar comunitariamente con la
gente acerca de las exigencias bblicas, no era raro or el comentario
de muchos adultos: Es la primera vez que me preguntan mi opinin sobre algo (La fe del pueblo, 1983).
(Qu hace, qu h a hecho el psiclogo frente al problema del
desempleo masivo de las mayoras latinoamericanas? Existe una
abundante bibliografa acerca de la Psicologa del trabajo, pero no
sobre la Psicologa del sin-trabajo. Al estudiante de Psicologa se le
capacita en orientacin vocacional, en seleccin y entrenamiento de
personal, en mtodos para estimular la motivacin y la eficiencia en
el trabajo, en formas de conseguir una mayor satisfaccin laboral.
Pero nada o casi nada hay equivalente para enfrentar el problema de
aquellos que, por designio estructural de un sistema socio-econmico absurdo, estn destinados a pasar la mayor parte de sus vidas sin
empleo, quiz permanentemente ocupados en buscar ocupacin.
Con razn Sloan y Salas (1986) expresan su recelo y aun oposicin
a que se aplique en pases del tercer mundo la Psicologa industrial
dominante, basada en un modelo tecnocrtico, individualista y consumista del desarrollo humano.
Se dir que el desempleo masivo constituye un problema fundamentalmente econmico y poltico, no psicolgico. Es posible; pero
tambin el trabajo lo es. Y as.como la Psicologa se ha esforzado en
buscar la mejor forma de adaptar laboralmente el hombre al puesto
y la mquina al hombre, de aumentar su eficiencia e incrementar su
satisfaccin, y ello en respuesta a las exigencias econmicas y polticas del sistema, bien podra ocuparse del desempleado a fin de examinar qu hacer psico-socialrnente para que no se desintegre supersonalidad o para que su vida y aun la vida de comunidades enteras
no transcurra sin ms horizonte ni proyecto que el de la mera supervivencia cotidiana. Y ello, por supuesto, con todas las consecuencias
que entrae respecto al sistema poltico y econmico imperante. No
deberamos los psiclogos latinoamericanos, por ejemplo, trabajar
mucho ms directamente el problema de las llamadas tecnologas
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LA
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apropiadas? No deberamos replantearnos el problema de la organizacin empresarial o de la satisfaecin laboral no tanto desde la
perspectiva de la empresa o del trabajador empleado, cuanto de las
necesidades de la comunidad como un todo o de los individuos desempleados? No debera la Psicologa comunitaria dar un salto dialctico de ser fundamentalmente una Psicologa de la salud a ser una
Psicologa del orden social? (Serrano-Garca y lvarez, 1985; Rivera-Medina y Serrano-Garca, 1985).
El sindicalismo ahogado
Uno de los instrumentos organizativos ms importantes con que
cuentan los sectores populares para articular sus intereses en la lucha de clases lo constituye el sindicalismo. La historia moderna del
movimiento sindical de El Salvador mu.e stra las difciles condiciones
en que tiene que actuar, continuamente forzado a elegir entre la
relevancia o la represin, entre el riesgo y la mediatizacin (Menjvar, 1979; Guzmn et al., 1987; Martn-Bar, 1988b).
La falta de espacio socio-poltico para todo aquello que no beneficiara directamente los intereses de las clases dominantes en El
Salvador ha determinado histricamente tanto el surgimiento como
el desarrollo de muchos sindicatos. De hecho, algunos de los sindicatos salvadoreos ms significatiyos enla actualidad fueron fundados bajo el impulso de los partidos en el poder, como un colchn
que amortiguara el impacto de las reivindicaciones que inevitablemente los obreros se vean obligados a plantear frente a las patronales, y aun como un instrumento para cooptar la dinmica poltica de
los movimientos populares. Otros sindicatos surgieron prohijados
por organismos internacionales como el Instituto Norteamericano
del Sindicalismo Libre (IADSL), claramente orientado a impedir que
la organizacin de los trabajadores latinoamericanos pueda oponerse a Is intereses norteamericanos en el rea y, mucho menos, constituirse en fuerza revolucionaria. Por supuesto, otros sindicatos han
surgido por iniciativa de los propios trabajadores, tanto si su perspectiva era en un principio meramente laboral y reivindicativa, como
si desde su origen buscaban articular los intereses de clase del proletariado salvadoreo.
Aquellos sindicatos que se han amparado en las patronales, los
partidos en el poder o el IADSL, han recibido algunos beneficios
colectivos y sus lderes han disfrutado de obvias prebendas y privilegios individuales; sin embargo, han sido vistos con desprecio por los
trabajadores que. slo perciban en ellos su mediatizacin y corrupcin. Por el contrario, aqt1~1los sindicatos que han tratado de defen-
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COMO
HORIZONTE
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LA
PSICOLOGIA
der directamente los intereses de los obreros han confrontado permanentemente la represin tanto legal como piralegal. Estos sindicatos han podido disfrutar del respeto moral de los trabajadores,
pero el respeto no siempre se ha traducido en participacin y apoyo
por el peligro a exponerse a las iras de la patronal o del aparato
represivo del Estado. Este dilema sindical ha sido particularmente
agudo en los ltimos aos, ya que la polarizacin social patentizada
en la guerra ha permcado todos los mbitos de la vida nacional,
convirtiendo cualquier reivindicacin laboral en una accin (<desestabilizadora del rgimen, cuando no simplemente subversiva o
terrorista, como suele calificarse todo lo relacionado con el movi miento insurgente.
Hasta donde llega mi conocimiento, el trabajo con sindicatos no
ha sido uno de los horizontes laborales de los psic.logos latinoamericanos. Por lo general, el psiclogo industrial se ha encontrado del
lado de la patronal y, en el mejor de los casos, ha formado parte de
alguna instancia que ha tratado de mediar entre las partes a la hora
del conflicto. Y sin embargo, si la Psicologa pretende dar respuesta
a las necesidades de las mayoras populares, uno de los mbitos donde puede lograr una perspectiva ms adecuada lo constituye el sindicalismo. De hecho, experiencias recientes han mostrado que los sindicatos no slo necesitan objetivamente la ayuda del psiclogo
social, sino que incluso la demandan (Codo, 1987; Guzmn et al.,
1987; ver tambin Ziga, 19764 ; Martn-Bar, 1985d).
El rpido recorrido que acabamos de realizar por dos reas importantes de la vida social latinoamericana --el mercado laboral y el
sindicalismo- muestra que la Psicologa no h a realizado hasta aho4. Sin necesidad estricta de hacer un recuento preciso, al lector no le habr pasado
inadvertida la referencia al trabajo de Ricardo Ziga La sociedad e11 experimentacin y la
reforma social radical .. Se rrata de un artculo, originalmente publicado en el America11
Psychologist en 1975, escrito a la sombra del los de Campbell, Miller, Dcutsch, etc., y en el
convencimiento de que Campbell llev a cabo un poderoso anlisis conccplllal sobre el
papel de los cientficos sociales en relacin a los programas de cambio social (p. 22), unos
cambios que el psiclogo chi leno analiza como consecuencia de la poltica del gobierno de
Unidad Popular de Salvador Allende entre 1970-1973. La sociedad expcriincntal es, sin
paliativos, el marco de referencia de Ziga (~La sociedad en experimentacin y la reforma
social radical es, por ejemplo, el titu lo de uno de los epgrafes del arcfculo), y sobre l vuelve
una y otra vez ManfnBar en un gcsro terico que no deberfa pasar inadvertido y que
podra servir como ejemplo de la necesaria convivencia entre rigor cicmfico y compromiso
social (ver nota 17 del captulo previo, y nota 7, as como e l epgrafe La ciencia en la
Psicologa en este mismo captulo).
309
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EX IGENC IA
DE
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HORIZONT E DE
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PSlCOLOG i A
Psyc~ological
Abstracts
311
LA
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COMO
EXI GENC IA
DE
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PRAXIS
Qu puede significar entonces ~uc la Psicologa, y, en concreto, la Psicologa social, recoja el rlto popular? Sencillamente una
redefinjcin de sus objetos concretos de estudio, de sus centros de
inters primordial, y ello desde la particular perspectiva de las mayoras populares. En el caso del sindicalismo, esta redefinicin puede significar cuando menos dos cosas: a) que el sindicalismo es un
problema d e gran importancia al que hay que dedicar lo mejor de
nuestros esfuerzos, y b) que el sindicalismo puede constituir una
trama sistmica para los intereses de clase del trabajador. Expliquemos brevemente estos dos puntos.
La perspectiva popular lleva a ver el sindicalismo como uno de
los pocos recursos que el sistema establecido permite a los sectores
trabajadores para aunar fuerzas y defender sus intereses de clase. El
sindicato se convierte as e_n un instrumento de lucha de clases, en el
sentido ms propio del trmino, a travs del cual el individuo puede
superar su marginacin social y participar activamente en la definicin de aquellas condiciones que determinan su situacin y su futuro como persona y como miembro de una clase social. En este sentido, todo lo que concierne al sindicafmo y al quehacer sindical
adquiere una gran importancia: qu lleva a un trabajador a incorporarse o no a la lucha sindical, qu representa para el trabajador la
identidad sindical en una determinada circunstancia histrica, en
qu medida el sindicato constituye una instancia socializadora, has~
ta qu punto estimula la conciencia de clase de sus miembros u ofrece el marco para vivencias diferentes, cmo funciona el.sindicato,
cmo se establece el liderazgo sindical; y tantas otras cuestiones que
afectan la vida de un sindicato.
Ahora bien, todas estas cuestiones se pueden plantear desde la
perspectiva de quienes detentan el poder social o de las mayoras
populares. De hecho, en El Salvador sabemos muy bien que el sindicalismo puede ser una gran trampa para instrumentalizar el malestar
de los trabajadores incluso en contra de su propios intereses de clase: la existencia de sindicatos fundados y amparados por los partidos en el poder o propiciados y financiados por el IADSL prueba
que el sindicalismo puede constituirse en un mecanismo ms de enajenacin social que someta al obrero al sistema mediante el otorgamiento de prebendas individuales o de la pseudo-participacin en
las estructuras de poder.
El sindicalismo necesita verse as en el contexto ms amplio de
la confrontacin de clases que se da en nuestras sociedades y, por
tanto, como un instrumento de poder que puede contribuir a la humanizacin o a la sumisin enajenante. cundo un sindicato responde realmente a las necesidades profundas del trabajador, cun-
312
LA
LIBERACIN
D E LA
PSICOLOGIA
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LIBERACIN
COMO
E'<I G ENCIA
DE
LA
PRAX I S
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LA
LIBERACIN
COMO
HORIZONTE
DE
LA
PSICO LOG iA
La objetividad cientfica7
El tercer presupuesto de la Psicologa que el reto de las mayoras
populares pone en cuestin es el de la objetividad de la ciencia. ste
estaba pensando Martn-Bar al echar mano del apndice Sobre artesana intelectual
(pp. 206-236 de La imagi11aci6n sociolgica), cabe Ta muy aira probabilidad de que se esru
viera refiriendo en la siguiente reflexin de Milis: Creo que lo mejor es empezar por
recordaros a los estudiantes pcincipiantcs que los pensadores ms admi rables de la comuni
dad escolar a que habis decidido asociaros no separan su trabajo de sus vidas. Parecen
tomar ambas cosas demasiado en serio para perm itirse tal disociacin y desean empicar cada
una de ellas para enriquecer a la otra [... ] El trabajo intelectual es la eleccin de un tipo de
vida tanto como de una carrera (p. 206). En caso de que no lo fuera, tanto da; se trata al
menos de una hermosa reflexin.
7. El compromiso del que tanto se ha venido hablando a lo largo de este libro en
ningn momento tiene por qu estar reido con la objetividad cientfica. Lo dice de nuevo
en el epgrafe La ciencia de la Psicologa de este mismo captulo: CI c<>nflic.to entre ciencia
y compromiso se bas~ en un planteamienlo falso y, sobre codo, nos atreveramos a aadir,
en una falsa ilusin: la de que la distancia metodolgica es sinnimo de objetividad, y la
cercana de parcia lidad. Habida cuenta de la ilusa libertad de valores en la ciencia social, lo
imponante es clarificar la imbricacin del cientfico dentro de ella. b imparcialidad tota l es
imposible, dice en la cnrrevisca que.le hizo Ignacio Dobles; la objccividad cientfica radica
3 15
LA
L IBERACIN
COMO EXIGENCIA DE
LA PRAX I S
es un tema ya muy debatido, sobre todo a partir del desenmascaramiento de la pseudo-asepsia del posifivismo (Braustein et al., 1979;
Wexler, 1983 ; Rappop ort, 1986). Sin embargo, parecera que el
rechazo del p ositivismo y del paradigma de Jas ci encias naturales en
favor de las metodologas cualitativas (Schwartz y Jacobs, 1984) y
de un paradigma histrico relega de nuevo a la Psicologa al mbito
de la subjetividad, del que con tanto esfuerzo habran tratado de
sacarla los seguidores de Watson. Sigue latente, as, una serie de
malentendidos que provoca una especie de mala conciencia cientfica que, en ocasiones, induce a una praxis ambigua:
1. Ante tod o, se sigue asumiendo como vlida una imagen de las
ciencias natu rales que los mismos cientficos han desechado h ace ya
largo tiempo (Oppenheimer, 1956).
2. En segundo lugar, se sigue presuponiendo que hay ms objetividad en las formulaciones que utilizan la terminologa causal
que en las que se sirven de trminos intencionales (razones). Ahora bien, en la medida en que la terminologa causal reifica a su
objeto, y este o bjeto es un ser humano, resulta mucho menos objetiva, es decir, menos adecuada a su objeto que otras conceptualizaciones (Toulmin, 1969).
3. Finalmente, la objetividad cientfica, es decir, la fidelidad hacia lo que la realidad es en s misma, no se logra tanto pretendiendo
distanciarse de ella reducindola a su carcter de cosa mensurable,
cuanto clarificando la imbricacin del cientfico como persona y
como miembro de una cl ase social con esa realidad que es tambin
humana y social (Rychlak, 1986).
m5s bien en conocer los propios cond icionamientos y en tomar partido por aquellos valores
en los que se cree, sabiendo que se trata de una opcin parcial y limitada ( Psicologa social
desde Centroamrica: retos y perspectivas. Entrevista con el Dr. Ignacio Marcn-Bar. Revista Costarricense de I'sicologfa, 8/9, 1986, 76). Lo que s pudiera estar re ido con la obje
rividad, y en ese se11tido es nccesado tomar las cautelas pertinentes, es una actitud marcada
por el pa rtidismo conducente a la milita1cia polftic como nico criterio de actuacin. En
lfacia una Psicologa poltica latinoamericana (editada en G. Pacheco y B. Jimnez. lgna
cio Martn-Bar {1942-1989/. Psicologa de la liberacin para Amrico latina . Guadalajara:
!TESO, 1990) advierte contra la militancia mecanicisra corno de un peligro muy caracters
tico de ciertos sectores iz.quierdistas (p. 85) y concluye con una afirmacin posiblemenrc
polmica: difcilmente conuibuir Ja Psicologa poltica a la desideologizacin o liberacin
social si el propio psiclogo idcologia su opcin y se ara incondicionalmenrc a la lnea de
una determinada organiiacin o partido. Ni siquiera esa actitud es til al partido mismo,
1nucho menos al pu eblo cuyos intereses trata de promover (p . 107). Ellacura habla hecho
una advc!Ccncia parecida en la In troduccin a Psicodiagn6stico de Amrica latina: Los universitarios policizados - que no polticos- y los accivisras po lticos propenden a confundir
con d emasiada facilidad el sencido poltico de la Universidad porque olvidan a la par el
carcter propio de ella y sus verdaderas posibilidades revolucionarias [... ] Creen ms en el
activismo poltico que en la poltica universitaria[ ... ] no tienen fe en la Universidad porque
su conciencia es superior a su ciencia (p. v).
316
LA
LIBERACIN
COMO
HORI Z ONT E DE
LA
PSI COLO G I A
En ciencias sociales el cientfico no puede evitar sentirse involurado en aquellos mismos fenmenos que estudi, puesto que tamin se producen en l; y si esto es verdad cuando se trata de proceos como la memoria, el conocimiento o la emocin, mucho ms lo
s cuando se trata de los factores que determinan su vida famili ar, su
rabajo cotidiano o la definicin de su futuro. Ms an, ticamente
1cientfico no puede dejar de tomar una postura frente a esos fen.1enos; pero la parcialidad que siempre supone una toma de postura
.o tiene por qu eliminar la objetividad. Resulta absurdo y aun aberante pedir imparcialidad a quienes estudian la drogadiccin, el
buso infantil o la tortura. Y si esto es claro respecto a lo socialmene indeseable, (por qu no aceptar tambin una necesaria parciali!ad frente a lo socialmente deseable? El problema radica en que
qu bordeamos la definicin del bien social o bien comn, socialnente conflictiva segn el sector en el que nos situemos. Y ah est
1 cuestin: desde dnde juzguemos la deseabilidad social.
317
LA
ll8ERAC IO N
COMO
EXIGENCIA
oe
LA
PRAXIS
nirse desde dentro, no desde fuera, desde una praxis comprometida, pero sin que el involucramiento st!ponga una sumisin doctrinaria. El psiclogo social debe mantener una postura crtica frente a
los procesos histricos: no se trata de que el psiclogo pase de ser
racionalidad de las guardias nacionales a desempearse como racionalidad de los guardianes ideolgicos, sino que se convierta en
guardin de la racionalidad social (Martn-Bar, 1985a)8 En este
contexto de compromiso crtico puede apreciarse el valor de la investigacin-accin9, cuyo criterio de verdad no se encuentra en las
realidades existentes, sino en las realidades que la propia accin logra crear y desarrollar (Pals Borda, 1985).
LA LIBERACIN DE LOS PUEBLOS COMO HORIZONTE
La aceptacin del reto popular debe llevar a la Psicologa social latinoamericana a asumir un nuevo horizonte para su quehacer, a plantearse unos nuevos objetivos y a establecer un programa de tareas y
formas concretas de accin. El horizonte de una actividad constituye el marco ltimo en el que adquiere sentido aquel trasfondo frente
al cual se dibujan los contornos de lo que se hace o se deja de h acer.
El horizonte no es algo extrnseco al quehacer; por el contrario,
constituye su determinismo ms profundo, aquella totalidad ltima
que define el sentido de cada actividad parcial.
Cada pueblo y cada p::is latinoamericano confronta, en los momentos actuales, unos problemas peculiares que es importante defi8. fate artculo es el que encabeza el captulo FI papel desenmascarador del psiclogo.
9. La posicin de: Mann-Rar es defender la mctodologfa lewiniana investigacin:icc1n como alternativa al positivismo. Como es bien ~bido, Lewin da cuenca de dio en
Acuon Research and Minoricy Problems, el ltimo capitulo de Resofving Social Co11flicts,
el libro pstumo que edicar:i su esposa al poco de ~u muerte. En 1988 la &vista de Psicologa
Social verti al castellano dicho captulo y de dicha versin destacamos la que encendemos
idea cencrnl de la filusofa de la investigacion-accin:"l.n mejor caraccerizacin de la invcscigacin necesaria para la pr:\ccica social es la invc~cigacin para la gestin socia l o la ingeniera social. Es un tipo de accininvescigacin, una invescig:icin comparativa sobre las condiciones y los efectos de diversas formas de accin social y una investigacin que conduce a la
accin social. La invcstig;icin que no produce m.1s que libros no es suficiente (K. Lcwin,
Acc16n-invcs1igaci6n y problemas de las minoras. Revista de Psicolog(a Social, 3, J 988,
230). Martn-Bar recurre a esra mecodologfa en varias ocasiones una de ellas en el caplrulo
previo, y con especial realismo en el artculo Hacia una Psicologa poltica lannoamcnca
na que hemos citado rcpe1idamc111e. All describe con alt10 ms de precisin su idea: Mi
propia cxpcl'icncia me lleva a reconocer tambin que no se ha logrado hasta ahora una
integracin cohercnrc entre el instrumental utiliwdo por el neopositivismo, inncgablemcnre
til y que, como se ha indicado, no tiene por qu~ vincubrse a sus prcsupucsros, y los principios cpisrcmolgicos c11 que se funda la investigacin accin, lo que crea problemas adicionales sobre la validez de los productos logrados (p. 98). A esre rcspecco, ver especialmcnre
noca 20 de El papel desenmascarador del psiclogo.
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LIBERACIN
COMO
HO RI Z ONTE
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PS I COL OG A
nir; Chile no es Mxico y las condiciones del Brasil son muy distintas a las de El Salvador. Sin embargo, junto a 11sa diversidad nacional, la historia contempornea se encarga de confirmar una y otra
vez la existencia de una comunidad de destino entre los pueblos
latinoamericanos: nuestros pueblos no logran emerger de la dependencia y el subdesarrollo, sus economas se derrengan bajo el peso
de una inexorable deuda externa, sus democracias form ales siguen
pendientes del hilo d e la contrainsurgencia militar movido desde
Washington. Por ello, el horizonte ltimo de nuestro quehacer, y
ello lo mismo en Chile que en Mxico, en Brasil que en El Salvador,
debe ser la liberacin de nuestros pueblos: una liberacin de la explotacin econmica, de la miseria social y de la opresin poltica,
pero una liberacin para construir una sociedad nueva, basada en la
justicia y en la solidaridad.
Por supuesto que este horizonte constituye una utopa;. pero slo
movida por un ideal as la Psicologa social latinoamericana lograr
superar su mimetismo t erico y su marginalidad prxica. Porque para
que la Psicologa pueda contribuir a la liberacin de los pueblos lati noamericanos ella misma debe liberarse de su p ropia dependencia
intelectual, as como de su sumisin social (Martn-Bar, 1986d).
Objetivos
Dos objetivos me parece que pueden orientar el trabajo de la Psicologa social latinoamericana en el horizonte de la liberacin popular:
uno de carcter instrumental, el replanteamiento de los modelos tericos, y otro de carcter final, el fortalecimiento de las instancias populares.
El primer objetivo de la Psicologa social latinoamericana debe
ser el replanteamiento de todo su bagaje terico. Como indicbamos
antes, urge reexaminar desde los presupuestos epistemolgicos bsicos hasta los modelos y teoras concretas, pasando por los procesos a travs de los cuales se definen los objetos propios del estudio.
Hay que insistir en que esto no supone echar por la borda todo el
acervo existente, lo que constituira una absurda y presuntuosa insensatez; de lo que se trata es de revisar el conocimiento disponible
desde la perspectiva crtica de los pueblos marginados, tarea nada
fcil y en la que la demagogia no puede suplir al rigor disciplinado.
Esta revisin debe hacerse en el marco d e una praxis comprometida con el horizonte de Ja liberacin histrica. De hecho, ya se est
haciendo algo y, dadas las condiciones prevalecientes, quiz mucho
en los diversos pases de la Amrica latina: hay psiclogos trabajando
con comunidades marginales venezolanas o colombianas y con orga-
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LIBERACIN
COMO
EXIGENCIA
DE
LA
P RAXIS
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LIBERACIN
C O MO
HORIZONTE
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PSICOLOGIA
Hay muchas perspectivas posibles para abordar la historia de la Psicologa latinoamericana: el aporte que la Psicologa com o ciencia y
como praxis ha hecho a los pueblos de Amrica latina. Una de las
ms usuales es la de examinar la evolucin de las escuelas de Psicologa, la utilizacin de diversas teoras y modelos, as como las
publicaciones aparecidas. Yo intentar reflexionar sobre esta histo11 . Con este epgrafe da comienzo y se reproduce en su incegrid:id el anculo Retos y
pcrspcccivas de la Psicologa social latinoamericana.
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LISERACION
COMO
EXIGENCIA
DE
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PRAXIS
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LIBERACIN
COMO
H O RIZONTE
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LA
PSI C OL OG IA
se reparte equiljbradamente entre todos los sectores que la componen. Se da as la continua paradoja de que, mientras algunas sociedades demandan a la Psicologa el que responda a los problemas de su
sociedad, otras se debaten mayoritariamente con problemas de insuficiencia generalizada y poco o nada esperan de la Psicologa. Y al
interior de cada pas, mientras determinados sectores se encuentran
en planos de satisfaccin muy elevados y hacen un uso intensivo de
los servicios psicolgicos, otros seccorcs de la misma sociedad no consiguen superar la barrera de la pobreza y no reciben de Ja Psicologa
ms que exhortaciones moralizantes en clave de poder.
En nuestros pases latinoamericanos, esta ltima paradoja se
vuelve extrema, pues los sectores que alcanzan el desarrollo son en
conjunco minoritarios, mientras que las mayoras populares se debaten en la miseria y la brecha entre unos y otros se ahonda cada vez
ms. La consecuencia lamentable de esta situacin es que, con notables excepciones, la Psicologa y los psiclogos latinoamericanos nos
limitamos a servir a las minoras pudientes, llmense burguesa o
sectores medios, mientras ni podemos - ni las ms de las veces siquiera sabemos- cmo enfrentar desde la Psicologa los problemas
de las mayoras populares.
Segn datos recopilados por la UNICEF, un elevado porcentaje
de latinoamericanos se encuentra en un estado de pobreza definido
como la situacin en la que no pueden satisfacer suficientemente las
necesidades ms bsicas y esenciales, tanto materiales como ambientales, culturales y sociales (Sanfuentes y Lavados, 1982). As, por
ejemplo, el 65% de las familias hondureas y el 45% de las colombianas carecan en 1970 de capacidad econmica para comprar los alimentos necesarios, y uno de cada tres ecuatorianos, peruanos y salvadoreos en edad de trabajar se encontraba desempleado en 1980.
Para referirme a un caso de gran importancia poltica en los momentos actuales, el del rea centroamericana: segn datos de la CEPAL,
el 6.),2% de los habitantes de Centroamrica se encuentran en estado de pobreza; de ellos, el 42,1 o/o viven en estado de extrema pobreza (cuadro 1) (CEPAL, 1986; Ellacura, 1986). En otras palabras, dos
de cada tres centroamericanos son pobres y a dos de cada cinco ni
siquiera les alcanza para lograr el alimento cotidiano.
Si es cierto, entonces, que la Psicologa est configurada para
atender los problemas y exigencias de los sectores sociales que han
alcanzado ya un nivel de desarrollo que les permite satisfacer suficientemente sus necesidades materiales bsicas, quiere decir que la
Psicologa no atiende los problemas de las grandes mayoras populares latinoamericanas y que, valga la paradoja, est marginada de
los sufrimientos y anhelos de los marginados.
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COMO
EXIGENCIA
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Situacin
Urbano
Rural
Total
Estado de pobreza
Estado de exuema pobreza
1nsatisfaccin de necesidades bsicas
53,9
27,4
26,5
74,2
53,7
20,5
65,2
42,1
23,1
Estado de no pobreza
46,1
25,8
34,8
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LIBERACIN
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HORIZONTE
DE
LA
PSICOLOG (A
de texto; lo que hay que subrayar es que se trata de verdades histricas, situadas tanto en su origen como en su irft:encionalidad objetiva. El hecho mismo de las modas tericas que, con frecuencia, no
representan ningn progreso cientfico, confirma la relatividad y
hasta la arbitrariedad o, por lo menos, convencionalidad de los conocimientos psicolgicos dominantes. No se cuestionan en lo que
tienen de verdad, sino en su pretensin de universalidad. (Qu puede significar, por ejemplo, afirmar que el modelo de la equidad de
Stacy Adams es el ms adecuado para explicar el comportamiento
prosocial de las personas? De hecho, la equidad es socialmente definida por quien tiene el poder (Lerner, 1981, 11-35) y, por consiguiente, su validacin emprica en trminos positivistas puede constituir un simple reconocimiento del orden social establecido. En
sntesis, la pregunta epistemolgica nos obliga a pensar cules deben
ser los criterios que nos permiten determinar la verdad histrica de
nuestros conocimientos psicolgicos sobre las realidades que vivimos en Latinoamrica.
La pregunta conceptual nos obliga a revisar si la especificidad
histrica del hombre latinoamericano es adecuadamente captada por
las conceptualizaciones disponibles. Muchos de los conceptos, teoras y modelos ms utilizados en Psicologa han surgido en condiciones muy diferentes, desde intereses sociales muy concretos y a la
bsqueda de respuestas muy especficas, pero solemos aceptarlos
como si se tratara de lentes universales y aspticos que nos permitiran leer cualquier realidad. Por consiguiente, el problema con los
conceptos y modelos al uso no estriba tanto en lo que ven cuanto en
cmo lo ven y, sobre todo, no tanto en lo que muestran cuanto en lo
que no captan; es decir, no en su positividad sino en su negatividad u. La pregunta conceptual debe IJevarnos as a examinar los problemas especficos de nuestros pueblos sin las orejeras de marcos
tericos apriorsticos que fi ltran sesgadamente la realidad y limitan
interesadamente nuestra capacidad de comprensin.
Finalmente, la pregunta prxica nos lleva a examinar nuestro
quehacer cientfico y profesional y los logros que histricamente ha
alcanzado frente a los problemas ms importantes de nuestros pueblos. (Cul ha sido y cul es, objetivamente, el aporte de la Psicologa al desarrollo integral de los pueblos latinoamericanos? PersonalJ 3. La negarividad, no~ ha venido a decir en el captulo anterior (nora 8), es una de las
carncterlsticas de esa epistc1nologa psico-social que tiene en la dialctica (la compleja y
polivalente realidad), la relatividad socio-culrural (incorporacin de variables his16rico-cu lruralc:s) y el compromiso con aquellas mayoras especialmente alejadas de los Indices de
bienestar (inters por su emancipacin, empeo en el cambio social) los rasgos ms discinti
vos de una Psicologa social ubicada en Amrica latina.
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LA
LIBERACIN
COMO
EXI GE NC!A
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PRAXIS
Ante todo, es importante subrayar que hablar de retos no es cuestin puramente objetiva; todo reto constituye la percepcin de un
particular problema y la vivencia de que ese problema reclama de
alguna manera la intervencin de uno mismo y representa una prueba para su capacidad. En este sentido hay una alta dosis de subjetividad en la definicin de un reto. Lo que cada cual percibe corno retos
en su existencia d epende de su ubicacin en el entramado social, de
sus conocimientos y habilidades y, ciertamente, de sus opciones axiolgicas.
Rubn Ardila .considera que la Psicologa latinoamericana del
futuro tendr seis caractersticas: un mayor nfasis en la ciencia; una
mayor preocupacin por .la relevancia social; la utilizacin de modelos matemticos; el enfrentamiento de problemas complejos; una
mayor profesionalizacin, y la integracin de los conocimientos en
un cuerpo unitario, con la consiguiente desaparicin de las escuelas
(Ardila, 1986). No est del todo claro si, para Ardila, estas caractersticas representan la evolucin probabJe o ms bien el horizonte
deseable de la Psicologa latinoamericana. Muy posiblemente se trata de una.mezcla de ambas cosas. Lo que s parece claro es que esas
caractersticas no tienen la misma importancia ni el mismo poder
definitorio respecto a lo que ser la Psicologa. En lo personal, considero que las dos primeras caractersticas son las ms fundamentales, pero que constituyen un reto ms que una proyeccin de lo que
hoy se hace y, por tanto, requieren una mayor reflexin; sin embargo, en buena lgica realista, invertir el orden de su presentacin
para mirar primero a los problemas importantes de nuestras sociedades y slo despus a la ciencia que versa sobre ellos.
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COMO
HORIZONTE
DE
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PSICOLOGIA
Segn Ardila, la Psicologa saldr de su "torre de marfil" y se sumergir en las conflictivas realidades que nos han rodeado todo el
tiempo sin que nosotros nos hayamos atrevido a estudiarlas. La
relevancia social -aade- presupone que la Psicologa tiene mucho que contribuir en importantes y difciles problemas de nuestros pueblos y no ha brindado an todas sus posibilidades (Ardila,
1986, 181). La faJta de relevancia social, es decir, su escaso o ningn aporte significativo a la resolucin de los principales problemas
sociales, ha sido una de las crticas clscas que se h a hecho a la
Psicologa, sobre todo a la Psicologa social 14 Por supuesto, siempre
ha habido tambin quien respondiera a esa crtica con argumentos
que van desde el valor del conocimiento por s mismo, as como la
independencia de las ciencias respecto a sus aplicaciones prcticas,
hasta la enumeracin concreta de los aportes realizados en diversas
circunstancias y ante distintos problemas.
En lo personal, creo que la crtica sobre la falta de relevancia
social de la Psicologa es ambigua. Porque hay que reconocer que la
Psicologa ha tenido y sigue teniendo un tremendo influjo en nuestra cultura contempornea, sin exceptuar la cultura de los pueblos
latinoamericanos. Basta con mirar a los procesos educativos, en la
familia y en la escuela, y compararlos con las formas educativas que
se empicaban en perodos anteriores para comprobar el tremendo
impacto que los conocimientos de Ja Psicologa han tenido en esa
rea de crucial importancia para el orden social y el desarrollo de las
personas. No todos esos cambios deben atribuirse sin ms a la Psicologa, pero sera errneo pensar que se hubieran podido producir
sin ella. Lo que se dice de la educacin puede afirmarse tambin de
otros mbitos sociales: las relaciones interpersonales, el estilo de
vida, los mismos valores que establecen los ideales sociales y que se
reflejan con claridad en el lenguaje con que las personas expresan
sus aspiraciones ms profundas: autodesarrollo, autorrealizacin y
plenitud personal. Con razn se ha podido caficar la cultura contempornea, al menos la cultura dominante que nos viene desde los
Estados Unidos, como la cultura del narcisismo (Lasch, 1979).
1'1. La dcada recin expirada, escriba lrwin Silvcrman en Crisis in Social Psycholo
gy: Thc Rclevancc of Rclcvancc (America11 l'sychologist, 26, 1971, 583-584), pa sar a con
vcrtirsc en la era de la relevancia en el campo de la Psicologa social. De hecho, no eran
precisamente marginales las voces que, como hemos comentado en la Introduccin, se alza
ron por aquellos aos (Georgc Miller, L. Tyler, Donald Campbcll, M orcon Dcutsch, etc. Ver
nora 11) para imcnrnr recuperar el que haba sido el espritu fundante de la ciencia social: el
compromiso con el biencsur que da ttulo a un eplr;rac de la lnrroduccin (pp. 2832).
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EXIGENCIA
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PRAXIS
Dnde est, por tanto, la pretendida falta de relevancia social? O, dnde est la arnbigedackon que he calificado esta crtica a la Psicologa? Sencillamente en el hecho de que, aun cuando la
Psicologa s ha influido en la cultura y estilo de vida de nuestras
sociedades, ese influjo ha respondido a los intereses y demandas de
los grupos dominantes y no de las mayoras populares. En ocasiones, corno en el caso de la educacin, esto ha podido beneficiar a
toda la poblacin; pero, en otras ocasiones, el beneficio ha sido parcial e incluso ha contribuido a los desequilibrios sociales. As, la Psi cologa ha estado ms presta a responder a las exigencias de discriminacin clasista que a las necesidades de cooperacin, a buscar la
eficiencia productiva del trabajador que la justicia en las relaciones
laborales, a estimular el consumo suntuario que la sobriedad solidaria entre todos los sectores sociales. Histricamente son pocos los
casos, como el conocido de Wilhelm Reich, en que la Psicologa
opta por poner sus recursos al servicio de los intereses de las clases
trabajadoras, del campesinado o de los sectores marginales, y ello
desde la propia especificidad de la Psicologa y no desde el quehacer
del psiclogo como ciudadano o corno sujeto poltico.
En la situacin de los pases latinoamericanos ese influjo de la
Psicologa, desde los intereses de los grupos dominantes, ha conducido, como decamos antes, a un servicio social muy parcial y parcializado. La atencin clnica rara vez ha desbordado las demandas de
los sectores pudientes, la orientacin escolar slo excepcionalmente
ha mirado al proceso formativo desde las necesidades de las mayoras, la consejera familiar o personal casi nunca ha puesto en cuestin las exigencias del sistema social establecido y hasta la Psicologa
comunitaria se ha contentado, las ms de las veces, con estimular
alguna forma de asistencialismo hacia los grupos sociales considerados como vctimas de un destino fatal. Que no siempre ni t0do ha
sido as, que ha habido excepciones y realizaciones notorias, ya lo
hemos afirmado antes y es preciso insistir en ello; pero tenemos que
reconocer que sa no ha sido ni es an-la tnica dominante y, ms
probablemente, no es ms que eso: la excepcin. En este sentido, el
juicio bien documentado y poco sospechoso de Rubn Ardila corrobora nuestra afirmacin.
El reto a la Psicologa latinoamericana no es, entonces, el volverse socialmente relevante; el reto lo constituye ms bien el orientar su potencial influjo social a atender prioritaria o prefercncialmentc los intereses de los grupos dominados, los problemas de las
mayoras populares, las esperanzas y sueos de estos vastos sectores
de la poblacin latinoamericana que siguen debatindose con las
exigencias prosaicas de la satisfaccin a sus necesidades m ateriales
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PSICO L OGI A
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PSICOLOGIA
La ciencia de la Psicologa
Creo que, a estas alturas, la Psicologa ya ha superado su complejo
de inferioridad cientfica fren te a las ciencias naturales, lo que le
abre un espacio en el que pueda definir con ms realismo su propia
realidad. Ciertamente la Psicologa no puede, sin ms, asumir Jos
mtodos de la Fsica o de la Qumica, aunque no sea ms que porque ello supone un cambio esencial de su objeto, necesariamente
cosificado. Sorprende, por ello, que todava haya quienes hacen bandera de que la Psicologa asuma unos presupuestos sobre lo que es
c ientfico, que las propias c iencias naturales desecharon hace tiempo (Oppenheimer, 1956).
Sin embargo, no podemos ignorar los problemas que plantea la
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sociales.
.
En .mi, opinin, ~l conflicto entre ciencia y compromiso se basa
en un planteamiento falso . Porque la objetividad en ciencias sociales; es decir, la fidelidad hacia lo que la realidad es en s misma no se
logra tanto pretendiendo distanciarse de ella y reducindola a su
carer de cosa mensurable, cuanto clarificando la inevitable imbricacin del cientfico, como persona y como miembro de una clase social, con esa realidad que es tambin humana y social (Rychlak,
1986).
Sabemos muy bien como psiclogos que es inevitable sentirnos
involucrados en aquellos fenmenos que estudiamos o analizamos,
puesto que tambin se producen en nosotros; y si esto es verdad
cuando se trata de procesos como la memoria, el conocimiento o la
emocin, mucho ms lo es cuando se trata de los factores que determinan la vida familiar, el trabajo cotidiano o la definicin de nuestro futuro poltico. El fenmeno de la contratransferencia, que Freud
descubri en el proceso analtico, no es exclusivo de la psicoterapia.
M s an, ticamente no podemos dejar de tomar postura frente a
muchos de esos fenmen'os. Pero, y ste es el punto que deseo subrayar, la parcialidad que siempre supone una toma de postura no
tiene por qu eliminar la objetividad. Resulta absurdo y aun aberrante pedir imparcialidad a quienes etudian la drogadiccin, el
abuso infantil o la tortura. Lo que s( puede y debe exigirse es que se
analicen esos fenmenos con todo rigor y con apertura total a los
datos de la realidad. Es decir, que objetividad no es lo mismo que
imparcialidad. Pero Ja opcin axiolgica que lleva a rechazar ciertas
cosas y a desear otras debe constituir siempre un horizonte que ilumine nuestro quehacer, y ello. no como algo sobreaadido, sino
como algo intrnseco a la propia actividad cientfica, acadmica o
profesional (Martn-Bar, 1984a, 1987e) 17
17. El ltimo artculo, el de 1987, es el que hemos introducido en la primera parre de
este captulo.
332
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COMO
HORIZONTE
DE
LA
PS IC OLOG A
18. Probablemente no sea cuestin de someter, a su vez, escas afirmaciones de MardnBar a un minucioso anl isis hermenutico a fin de llevar el agua a un determinado molino,
entre otras cosas porque en el molino de la Psicologa tienen cabida aguas provenientes tamo
de los datos como de sus interpretaciones (los valores). En todo caso, a estas alturas parece
innnegable que a la Psicologa social d e MartnBar le interesa sobremanera conocer las
razones del fatalismo, de la viol encia, de la guerra, del desemp leo, cte. Y todavfa ms, Mardn-Bar cree que esw razones se encuentran claramente objetivadas en la estructura social
de la realidad latinoamericana.
333
LA
LIBERA C IN
COM O
EX I GEN C IA
DE
LA
PRAX I S
Asumir una perspectiva sobre el futuro de la Psicologa latinoamericana ptiede constituir un ejercicio de simple proyeccin de las tendencias actuales, o puede intentarse, ms bien, establecer un horizonte de quehaceres precisamente a partir de los retos que los
pueblos latinoamericanos plantean a la Psicologa. Creo que esta
segunda manera es mucho ms provechosa, no slo porque n os permite realizar un examen crtico de nuestro quehacer actual, sino,
sobre todo, porque nos estimula a dar aquellos pasos que hagan ser
al deber, historia al sueo, realidad a Ja esperanza 19 La Psicologa
19. Porque, en realidad, al ser sigue el deber (o viceversa, que ranto da), la historia al
sueo, la realidad a la esperanza (que puede ser ms o menos irreal), la actividad a la inacti vidad, lo acabado a lo incompleto. Esrc es el proceso de objetivacindcsobjetivacin,
verdadera pi eza central de la teora de Vygotski. Con ella da comienzo su Tragedia del
tlamlet, Prncipe de Dinamarca de W. Sbakespcare (Barcelona: Barral, l 972), de cuya pertinencia terica queremos hacer par\fcipe al lector: En el coridiano crculo cerrado del tiem
po, en la infinita cadena de horas claras y oscuras, hay una hora, la ms confusa e incierta, el
lmite imperceptible enrre la noche y el dfa. Antes de amanecer existe un momenro en el que
ya ha llegado el da, pero todava es de noche; el da parece sumergido en la noche, parece
florar en ella. En esta hora (... ] codo, obje1os y rostros, parece poseer existencias distintas o
una vida doble, nocturna y diurna[ ... ) En esca hora en que todo se muestra vacilame, con fu
so e incsrable no existen sombras en el sentido habitual de la palabra: imgenes oscuras de
objetos iluminados proyectados sobre la tierra. Pero percibirnos las cosas como si fueran
sombras; todo posee su lado noctu rno (p. 346). ste es el punto de partida de una nueva
Psicol oga en la que tienen cabida los hechos en si y los hechos percibidos, los acontecimien
tos externos y las vivencias subjetivas de que sean objcro. A lo largo de las p:\ginas de este
libro ha sido evidente que .Martn-Bar se acoge a una filosoffa que libra su baralla en la
lucha contra el dualismo maniqueo que desprecia una de las vertientes de las fuentes del
conocimiento psicolgico. Lcwin rnmbin arremeti contra l en su epistem ologa compa
rada, y su parale lismo con Vygotski, ~l menos en este captulo, no es despreciable.
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LA
LIBERACIN
COMO HORIZONTE DE
LA
PSICOLOGIA
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LA
LllleRACIN COMO
EXIGENCIA
DE LA
PRAXIS
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LA
LIBERACIN
COMO
HORIZONTE
oe
LA
PSICOLOGA
22. Datos del lnfonne sobre Desarrollo Humano 1996: partos no atendidos por personal de salud capacitado: 7% Costa Rica; 10% Cuba, 13% Argentina, 16% Ecuador, 19%
Colombia y Honduras, 23% Mxico, 27% Nicaragua, 31 % Venezuela, 34% Paraguay y El
Salvador, 48% Per, 53% Bolivia. Nios menos de 5 aos con peso. insuficiente: 6%.Costa
Rica, 7% Panam y Brasil, 8% Cuba, 10% Repblica Dominicana, 11 % Pen y El Salvador,
12% Nicaragua, 14% Mxico, 16% Bolivia, 19% Honduras, 27% Guatemala, etctera.
23. No se olvide que su tesis doctoral, defendida en la Universidad de Chicago en
diciembre de 1979, llevaba por trulo Household De11sity and Crowding in Lower-Class
Salvadorans. Previamente haba publicado Algunas repercusiones psico-sociales de la densidad demogrfica eo El Salvador (Estudios Centroamericanos, 2931294, 1973, 123-132),
Vivienda mnima: obra mxima (Estudios Centroamericanos, 359, 1978, 732-733). Despus de su tesis publicara El hacinamiento residencial: idcologizacin y verdad de un problema real en el nmero O(1985, pp. 31-50) de nuestra Revista de Psicologa Social de la
que pasara a formar parte de su primer Consejo Editorial. Por su parte, la vivienda (sus
tipos, sus condiciones y servicios) se inclua tradicionalmente en el captulo Condiciones de
vida en las investigaciones del lnstituto Universitario de la Opinin Pblica.
337
LA
L IB ERAC I N
COMO
EXIGENCIA
DE
LA
PRAXIS
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LA
LISERACIN
C OMO
HORIZONT E DE
LA
PSICOL O GI A
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COMO
EXIGEN C IA
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LA
PRAXI S
americanos. Yo creo que la verdad de nuestros pueblos no se encuentra en su presente de opresin,'Sino en su futuro de libertad. Si
miramos a tanto latinoamericano esquilmado por la explotacin, a
tanta mujer truncada por la discriminacin sexual, a tanto nio abortado por el hambre, a tanto campesino amordazado por la miseria, a
tanto marginado embrutecido por el desempleo permanente, comprenderemos bien que no es reflejando lo que estamos obligados a
ser, sino posibilitando lo que podremos llegar a ser, como se afirma
la verdad de los pueblos de Amrica latina.
Se perfila as una serie de tareas que debieran constituir nuestro
programa de prioridades de aqu al prximo siglo y que pudiera
formularse como la configuracin d e una Psicologa popular. El trmino puede resultar disonante para algunos y hacerles temer que
estemos propugnando una nueva m odalidad de personalidad bsica
o de carcter latinoamericano. Nada de eso. De lo que se trata es de
estudiar y cultivar sistemticamente todos aquellos aspectos de la
Psicologa de nuestros pueblos que hayan contribuido o puedan contribuir a su liberacin histrica.
La elaboracin de una Psicologa popular supone, ante todo, un
trabajo de recuperacin de Ja memoria histrica de nuestros pueblos. Esto es algo en lo que han insistido cientficos sociales como el
guatemalteco Carlos Guzmn Bockler (1975) o el colombiano Orlando Fals Borda. Segn este ltimo, recuperar la memoria histrica
significa descubrir selectivamente m ediante la memoria colectiva,
elementos del pasado que fu eron eficaces para defender los intereses de las clases explotadas y que vuelven otra vez a ser tiles para
los objetivos de lucha y de conscienlizacin (Fals Borda, 1985,
139). Se trata de recuperar no slo el orgullo de pertenecer a un
pueblo y de contar con una cultura y tradicin, sino, sobre todo, de
rescatar todos aquell os aspectos --costumbres, formas de organizacin y trabajo, valores y normas- que sirvieron ayer y servirn hoy
para la liberacin. Por ello, la recuperacin de una memoria histrica va a suponer la reconstruccin de uno-s modelos de identificacin
que, en lugar de encadenar y enajenar a los pueblos a la noria del
consumismo, les abran el horizonte hacia su liberacin colectiva.
Una Psicologa popular requiere, en segundo lugar, reconocer y
potenciar todas aquellas virtudes propias de nuestros pueblos que
les han permitido confrontar en circunstancias casi infrahumanas la
difcil tarea de su supervivencia histrica. Virtudes como una inteligencia prctica, bien apreciable en muchos de los nios marginados
de nuestras grandes urbes latinoamericanas, pero a la que tan ciegas
son nuestras pruebas estandarizadas de inteligencia; virtudes como
Ja del indgena andino, cuya resistencia testaruda al cambio bien
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LA LIBERACIN
COMO
HORIZONTE CE LA
P SICOLOGi A
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Eplogo
EL CONTEXTO SOCIO-POLTICO DEL ASESINATO
DE IGNACIO MARTN-BAR'
Noam Chomsky
\l poco del asesinato perpetrado en la UCA el pasado mes de noiembre en el que murieron seis padres jesuitas y dos mujeres, Dou:las Grant Mine, corresponsal de la AP, dio la siguiente noticia:
Segunda masacre en El Salvador, pero esta vez de gente corriente.
~ontaba que un grupo de soldados haba entrado en un barrio de
Jase obrera, haba detenido a seis hombres, entre ellos un adolesente de 14 aos, los haba alineado contra la pared y los haba
sesinado a sang1:e fra. No se trataba de sacerdotes ni defensores
.e los derechos humanos, escribi Mine, de suerte que sus muer~s han pasado inadvertidas. En el fondo se trataba de un episodio
.1s en la explosin salvaje de tortura, destruccin y muerte a la que
1 secretario de Estado James Baker, en una conferencia de prensa
frecida al da siguiente, calific como de absolutamente aproiada, una afirmacin que no despert reaccin alguna entre los
resentes, lo que no deja de ser un sntoma de los valores que defenemos.
La semana en que los jesuitas fueron asesinados, al menos 28
iviles salvadoreos perecieron de manera similar, entre ellos el di!ctor de un sindicato, la lder de una organizacin de mujeres uniersitarias, nueve miembros de una cooperativa agrcola indgena y
iez estudiantes universitarios. Una investigacin cuidadosa de estas
mertes, escribi Alan Nairn, corresponsal de prensa para Amrica
1. sta fue la ponencia que Noam Chomsky present en el Simposio Psicologa y
rror en El Salvador en el transcurso de la Convencin Anual de la American Psychological
5sociation celebrada en Boscon, en agosto de 1990. Para su traduccin el edi tor de este
'ro ha contado con la desinceresada colaboracin de Jos Manuel Igoa en un par de trances
1giisticos complicados. Desinteresada fue tambin la respuesta de Noam Chomsky ante Ja
)Sibilidad de traducir y publicar s.u artculo, lo que queremos agradecer desde aqu.
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CHOMSK Y
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EP ILOGO.
EL
CONTEXTO
SOC IOPOLITI CO
DEL
ASESINATO
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El
C ONTEXT O
S O C IO - POLTIC O
DEL
A S ESINA T O
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insurgente acentuaba solamente las dimensiones formales de la democracia>>, y que los medios de comtmicacin deberan de ser entendidos como un mecanismo de guerra psicolgica. Alguna vez hubo
peridicos independientes en El Salvador escasamente crticos para
con el poder poltico y econmico pero demasiado indisciplinados
para el gusto de los gobernantes. El problema se resolvi hace una
dcada, cuando el local de un peridico fue ocupado y destruido
por el ejrcito, y cuando el editor y un periodista de otro diario
fueron arrestados y asesinados por las fuerzas de seguridad, eventos
considerados aqu demasiado insignificantes para ser noticia. En
cuanto a la opinin pblica, la ponencia de Martn-Bar muestra
que entre Ja clase trabajadora, los estratos bajos de la clase media y
la clase baja, menos del 20%, se siente libre de expresar su opinin
en pblico, un porcentaje que se eleva al 40% entre los ricos, una
muestra de la saludable eficacia del terror, y otro resultado del que
todos los americanos pueden sentirse orgullosos.
Aunque es altamente engaoso limitarnos a El Salvador, las restricciones de tiempo no permiten ms. La coherencia de la poltica
norteamericana queda perfectamente reflejada en los rcords del
batalln Atlacatl, cuyos soldados obedecieron profesionalmente las
rdenes de sus oficiales para matar a los jesuitas a sangre fra, en
palabras de una informacin reciente de!America 's Watch, que brevemente resea algunas de las hazaas de esta selecta unidad, creada, entrenada y equipada por los Estados Unidos. Esta unidad se
cre en marzo de 1981, cuando 15 especialistas en contrainsurgencia fueron enviados a El Salvador desde la Escuela de las Fuerzas
Especiales del Ejcito de los Estados Unidos. Desde su inicio, el
batalln estuvo comprometido en el asesinato de un gran nmero
de civiles. Un profesor perteneciente a la Escuela de las Amricas
del Ejrcito Norteamericano en Fort Benning, Georgia, describi a
sus soldados como particularmente feroces: siempre nos costaba
mucho conseguir que tomaran prisioneros _en vez de cortar orejas.
mos hecho referencia en la nota 8 del captulo Religin y guerra psicolgica. La ponencia
llevaba por ttulo Los medios de comunicacin masiva y la opinin pblica en El Salvador
de ] 979 a 1989 y serla finalmente publicada en Estudios Centroamericanos, 493/494,
1989, 1081 -1093. El artculo da comienzo con una referencia a la guerra psicolgica definida por el esfuerzo sistemtico por ganarse "la mente y el corazn" del enemigo y de sus
simpatizantes, acmales o potenciales, y para ello se sirve de cualquier medio que permita
convencer y conmover, sin excluir los medios que convencen slo porque conmueven, como
es toda forma de terrorismo de Enado. La guerra psicolgica busca, precisamente, lograr su
objetivo atendiendo a los dos elementos psico-sociales de la guerra. El primero de ellos
consiste en convertir la realidad social en una palestra maniquea de bien o mal absoluto,
frente a la cual no queda ms alternativa que optar por el bien, que es la propia posrura [ ... )
El segundo elemento consiste en reforzar positivamente la aceptacin de esa historia oficial
y la consiguiente sumisin al poder establecido (pp. 1081 -1082).
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EP I LOG O.
El
CO NTEX T O
SOC IO P O L IT ICO
DEL
ASESIN A T O
349
NOAM
CHOMSKY
El Comit de Abogados defensor de los derechos humanos aleg en su carta al secretario de Defen~a, Cheney, que los asesinos de
los jesuitas haban recibido entrenamiento de las fuerzas especiales
de los Estados Unidos tres das antes de los asesinatos8 . En aos
anteriores, las peores masacres del batalln Atlacatl coincidan con
la finalizacin del perodo de entrenamiento con los asesores norteamericanos.
Los mtodos de entrenamiento del ejrcito salvadoreo fueron
dados a conocer por un desertor que recibi asilo poltico en Texas
hace unas cuantas semanas. Como es bien sabido, en esta democracia en ciernes Jos soldados no son llamados a filas; se recluta a jvenes qu inceafieros en barrios pobres y campos de refugiados. De acuerdo con este desertor, cuyo nombre se mantiene en el anonimato por
razones obvias, Jos reclutas eran obligados a matar perros y buitres
mordiendo sus gargantas y retorciendo sus cabezas, y tenan que observar cmo otros soldados torturaban y asesinaban a disidentes sospechosos, desgarrndoles las uas, decapitndolos, divirtindose con
sus miembros, o sencill amente dejndolos mor ir de hambre. A los
reclutas se les deca que deberan hacer lo mismo porque torturar
animales y personas los hara ms hombres y les infundira valor. El
juez de Inmigracin rechaz la solicitud del Departamento de Estado
de denegarle el asilo y devolverlo a El Salvador.
Recientemente el componente de un escuadrn de la muerte
salvadoreo asociado al Batalln Atlacatl, Csar J oya Martnei, cont de primera mano su experiencia personal y ofre ci detalles sobre
operaciones criminales, incluida la de la UCA, llevadas a cabo en
complici dad con altos asesores de la CIA y del gobierno norteamericano. La Administracin Bush est haciendo todo lo posible por
silenciarlo y enviarlo a una muerte segura a El Salvador, haciendo
caso omiso del ruego de diversas organizaciones de derechos humanos y de la peticin del Congreso de que su testimonio sea odo. El
350
EPLOGO.
EL
CONTEXTO
SOCIO POLfTICO
DEL
ASESINATO
trato dado a los principales testigos del asesinato de los jesuitas fue
;imilar9
~
Los resultados del entrenamiento militar quedan palmariamen:e evidenciados en la documentacin que obra en poder de los grupos de derechos humanos y de la Iglesia salvadorea, y fueron cru:lamente descritos por Daniel Santiago, un sacerdote catlico, en un
r,}eridico editado por los jesuitas, Amrica, un nombre oportuno en
~ste caso en la medida en que este informe nos ensef1a algo sobre
1osotros mismos, en caso de que estemos dispuestos a aprender.
::::omienza su relato con la descripcin deuna historia que le cont
ma campesina. Al volver un buen da a su casa, cont la mujer,
~ncontr a su madre, a su hermana y a sus tres hijos sentados alrede:lor de una mesa minuciosamente decapitados: cada una de Jas ca)ezas estaba cuidadosamente colocada delante de su cuerpo respec:ivo con las manos colocadas encima, como si cada una estuviera
1cariciando su propia cabeza. Los asesinos, pertenecientes a la
]uardia Nacional salvadorea, tuvieron dificultades para fijar la
:abeza de un beb de 18 meses, de suerte que decidieron clavarle las
351
NOAM
CHO MSK Y
352
EPiL OGO .
EL
C O NTE X T O
SOCIO - POL i T I C O
DEL
ASESIN ATO
353
NOAM
CHOMSKY
. El padre Ignacio Ellacura, rector de la UCA, d escribi a El Salvador como una lacerada realidad,; mortalmente herida. Fue un
estrecho colaborador del arzobispo Romero y se encontraba con l
cuando el arzobispo le escribi al presidente Carter rogndole que
cesara la ayuda militar a la junta gobernante porque dicha ayuda
sera empleada para agudizar la injusticia y represin contra las
organizaciones populares que luchan por el respeto a sus derechos ms bsicos. El arzobispo inform a Ellacura que su carta se
inspiraba en el nuevo concepto de guerra especial consistente en
criminalizar cualquier intento de las organizaciones populares bajo
la acusacin de comunismo o terrorismo. La guerra especial, tambin llamada contrainsurgencia o conflicto de baja intensidad ' 1, es
simplement terrorismo internacional con mayscula, y ha marcado
desde hace aos la poltica oficial estadounidense, un arma empleada para grandilocuentes proyectos socio-polticos. De acuerdo con
esta poltica, la peticin del arzobispo fue denegada mientras las
fuerzas de seguridad se empleaban en destruir las organizaciones
populares con salvajes atropellos y atrocidades, algo que usted y yo
financiamos, mientras desviamos la mirada hacia otro sitio.
En su informe sobre el dcimo aniversario del asesinato de monseor Romero, America's Watch resume la vergonzosa dcada, simblicamente ligada por estos dos eventos, el asesinato de monse1or
Romero en 1980 y el asesinato de los jesuitas en 1989, dos aconte. cimientos que ofrecen un cruel testimonio acerca de quin manda
realmente en El Salvador y cun poco han cambiado las personas
para quienes el asesinato de sacerdotes es todava una opcin preferencial>>, gente que sencillamente no escuchar los gritos claman do por un cambio y por justicia en una sociedad que ha tenido tan
poco de las dos cosas. En su homila conmemorativa del asesinato
del arzobispo, el sucesor de Romero, monseor Arturo Rivera Damas, dijo que ste fue violentamente acallado por ser la voz de los
que no tienen voz.
Las vctimas continan sin voz, y monseor est silenciado. Ningn alto oficial del gobierno de Cristiani ni de su partido, ARENA,
asistieron a la misa. Tambin fue patente la ausencia del gobierno de
Estados Unidos. En compaa de varios obispos extranjeros, miles
de campesinos y de gente humilde tomaron parte en la ceremonia,
que dur tres das. El arzobispo Romero, el primer caso desde que
Thomas Becket fuera asesinado en el altar hace ahora 800 aos, fue
formalmente propuesto por la Iglesia salvadorea para su canoniza1 J. En el captulo Religin y guerra psicolgica, Martn Bar nos ha hecho una
descripcin detallada de las caractcrs1icas de esos conflictos de baja intensidad.
354
E PiLOGO .
EL
C O NTEXTO
SOCI O -PO L TI C O
DE L
AS E SI NATO
cin. Todo esto suceda con escaso eco en el pas que financia y
entrena a los asesinos. No es de extraar, desp~s de todo. En aquellos das se prefirieron las mentiras del gobierno a los hechos que
daba a conocer la Iglesia y los grupos defensores de los derechos
humanos y que hablaban del evidente papel de los militares en el
asesinato. Ni siquiera fue merecedor de un editorial en The News
Paper of Record. La prensa se content con rumores sobre la violencia de la extrema izquierda y de la extrema derecha, una violencia
respecto a la que apenas hay posibilidad de control. Si sa fue la
reaccin en el momento, posiblemente no merezca la pena recordar
el asesinato diez aos ms tarde.
Finalmente, me gustara volver sobre el punto central de Martn-Bar: el terrorismo de Estado no se desarrolla en el vaco; es un
instrumento que forma parte de un proyecto socio-poltico ms
amplio en el que Estados Unidos 12 ha estado implicado durante
muchos aos. Unos das antes de que fuera asesinado, Ellacura habl de los antecedentes de este proyecto. Han organizado sus vidas
en torno a valores inhumanos, dijo. Lo son, porque no pueden ser
universalizados. El sistema se sustenta sobre unos pocos que manejan la mayora de los recursos, mientras que la gran mayora ni siquiera puede cubrir sus necesidades bsicas. Es crucial definir un
sistema de valores y una norma de vida que tenga en cuenta a todo
ser humano.
Por estos pagos, estas ideas se consideran subversivas y provocan a los escuadrones de la muerte. En Estados Unidos, estos pensamientos son algunas veces expresados respetuosamente y luego en
la prctica relegados al cenicero. Tal vez las ltimas palabras de los
sacerdotes asesinados merezcan un mejor destino.
12. u No creo que la as llamada "guerra de contrainsurgencia" que estn llevando acabo
el gobi erno de Estados Unidos y el gobierno salvadoreo en mi pas, denominndola "con
flicto de baja intensidad" pueda ser llevada a cabo siu incluir el terrorismo poltico, que es una
parce, un elemento central de este tipo de guerra. Son las palabras textuales de Martn-Bar
355
NDICE GENERAL
Blanco...................................................................................
El compromiso y la primaca de la praxis..............................
La relatividad socio-histrica....................................... ..........
La superacin de los dualismos .........................................'....
El compromiso con el bienestar . .... .. ..... ... .. .. ... .. ... ... ..... ... .. ... .
A modo de conclusin: (una nueva epistemologa?...............
Bibliografa ...... ......................................... ............................
9
10
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28
32
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2.
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l'S I CO LO GIA
DE
LA
LIB ERACI N
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97
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3. EL LATINO EXPLOTADO........................................................
103
103
108
111
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13 l
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156
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177
177
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181
186
190
193
198
4.
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NDICE
GENERAL
6.
7.
8.
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203
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210
21 O
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222
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227
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245
La religin en Latinoamrica.................................................
Importancia de la religin en Latinoamrica......................
Dos tendencias de la religin latinoamericana...... ..............
Naturaleza ideolgica de la religin...................................
La religin del orden.................................................... .........
La religin como compensacin metahisttica ........ ...........
La religin como evasin milenarista .................................
La religin como catarsis individualista..............................
Impacto poltico de la religin del orden ..............................
Apartamiento de Ja poltica................................................
La legitimacin de los regmenes conservadores.................
La religin subversiva .................-......................... ......... .........
Las comunidades eclesiales de base (CEBs) ........................
Historicidad de la salvacin ...............................................
Actividad comprometida...................... ..................... .........
La fe comunitaria...............................................................
Impacto poltico de la religin subversiva ..........................
La conversin religiosa, un proceso poltico..........................
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373
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PSICOLOGA
DE
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LIB ER ACI N
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Bibliografa ..................................................................................
fndice general ... ... ....... .. ........... .... ....... .. ...... .. .... ... ... .. .... ... .... .. .. .....
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357
3 71