Verdo Genevieve - Soberania de Pueblo o de Pueblos
Verdo Genevieve - Soberania de Pueblo o de Pueblos
Verdo Genevieve - Soberania de Pueblo o de Pueblos
LA DOBLE CARA
DE LA SOBERANA DURANTE LA REVOLUCIN DE LA
INDEPENDENCIA (1810-1820)
Genevive Verdo*
Introduccin
Este trabajo pretende estudiar la revolucin de independencia bajo su aspecto poltico,
tomando en cuenta las cuestiones ligadas a la representacin poltica y a la reformulacin de la
soberana. Parte del supuesto, ahora bien aceptado, que la ciudad -vista como una comunidad
humana dotada de una personalidad jurdica- es uno de los principales actores del proceso de
emancipacin. Es innegable que fueron ciudades las que hicieron la revolucin, llevaron a cabo la
guerra y optaron por tal o tal proyecto poltico. A esto se debe aadir que en realidad, fueron ellas
los nuevos sujetos de la soberana que se expresaron en los organismos representativos. Fueron
ciudades -o ciudadanos vistos como miembros de una comunidad- los que se expresaron en las
asambleas populares y los comicios, y no individuos propiamente dichos, entendidos como seres
dotados de racionalidad y juicio singular, libres de toda pertenencia corporativa.
A raz de esta consideracin, la lectura que proponemos tiene como hilo conductor la
evolucin de las relaciones entre las ciudades desde 1808, segn la jerarqua establecida en el
antiguo virreinato, hasta 1820, momento de las famosas "independencias provinciales". Durante
mucho tiempo, las autonomias provinciales fueron vistas por unos como la destruccin de una
unin nacional previa, y por otros como el cumplimiento de las promesas de Mayo, cuando en
realidad resultaron de un proceso llevado a cabo durante diez aos, que no fue lineal ni
intencionado, sino que fue el producto de la combinacin de una serie de factores. Este proceso
se relaciona con un problema de fondo que surge a raz de la propia formacin de la Junta en
1810 y que tiene que ver con la concepcin de pueblo, erigido como nuevo sujeto de la soberana.
ste se identifica con la ciudad o con una nueva entidad que debe ser creada? En este contexto,
cul es el peso de la jerarqua de la ciudades y el derecho que tiene la prima inter pares, Buenos
Aires, de representar a las dems? De qu manera logr sta imponer su autoridad y mantener la
unin de la mayor parte del antiguo virreinato durante una dcada? stas son algunas de las
preguntas que orientan la reflexin que sigue.
Durante la primera dcada revolucionaria, van a coexistir dos tendencias opuestas respecto
a la manera de ver la soberana y la organizacin poltica del nuevo estado. Una, de corte ms
"moderna", tiene como ideal la centralizacin y la uniformizacin de los asuntos polticos, la otra
tiene como ideal la autonoma de gobierno. Nuestra intencin es mostrar que, aunque
contradictorias, estas dos tendencias estaban intimamente lgadas entre si. Aqu no se trata de la
lucha entre centralismo y federalismo considerados como facciones opuestas, encarnadas cada
una por figuras bien marcadas, ya que stas eran nada ms que la expresin visible y politizada
del fenmeno. En realidad, estas dos tendencias existan en el seno del mismo proyecto poltico no a nivel terico sino pragmtico-, y explican en buena parte los vaivenes, los compromisos y
las ambigedades del rgimen revolucionario de estos aos. Entre otras cosas, ellas permiten dar
sentido a las formas hbridas que reviste la representacin poltica, como as tambin a las
*
Docente e investigadora en la Universidad de Pars 1-Panthon-Sorbona, autora de una tesis doctoral sobre la
independencia argentina.
dificultades del poder central para fijar una forma de gobierno y, al final, echan luz sobre la
fragmentacin progresiva de la soberana.
I - Buenos Aires, cabeza del nuevo estado
a. La pirmide de la obediencia y sus transformaciones
Con la formacin del Virreinato del Ro de la Plata, en 1776 y de las intendencias en
1782, Buenos Aires fue adquiriendo una posicin clave en la jerarqua administrativa de las
ciudades, constituida por las capitales de intendencias y las ciudades que les estaban
subordinadas.
En el orden administrativo y econmico, la capital ocup desde entonces un lugar
destacado, siendo la sede del Virreinato, de la Superintendencia, de la Aduana, como as tambin
de una Audiencia, de un Consulado y de un Obispado. Este papel se vi reforzado por el rol que
desempe durante las invasiones inglesas, las que constituyeron un episodio muy importante. En
esa ocasin, Buenos Aires se mostr capaz de ser autnoma, ya que organiz la defensa de la
ciudad y las milicias, derroc al virrey y eligi a otro. En dicha oportunidad, pid auxilio a las
provincias, las que respondieron con entuciasmo, hecho que fue creando, o al menos reforzndo,
el vnculo ya existente entre las ciudades del virreinato. De este modo, los pueblos tomaron
conciencia de que era necesaria la solidaridad entre ellos; apareci entonces una suerte de
"comunidad de destino". En este marco, Buenos Aires asumi el papel de la hermana mayor, que
acta como baluarte y se sacrifica por la proteccin de las dems. En este sentido, un hecho
significativo es que en diciembre de 1807, su cabildo pide al Rey el ttulo de "defensor de la
Amrica del Sur y protector de los Cabildos del Virreinato", el que poco tiempo despus, le ser
concedido. De esta forma, la ciudad fue oficialmente reconocida como cabeza del virreinato, lo
cual implic, de acuerdo con la concepcin antigua de la representacin, la facultad de tomar
decisiones para toda la jurisdiccin1.
Tal es la situacin cuando estalla la crisis de la Monarqua espaola, desencadenada por la
invasin de los ejrcitos napolenicos a la pennsula ibrica y la reclusin, despus de algunas
turbulentas semanas, del flamante rey Fernando 7.
No es necesario recordar aqu los pormenores de esta crisis tan transcendental ni sus
repercusiones en Amrica, basta sealar sus rasgos principales. En primer lugar, la exacerbacin
de la fidelidad al rey y el rechazo unnime a Napolen, lo que motiv en todo el territorio de la
monarqua, bajo el impulso de la Junta Central espaola, una movilizacin patritica intensa. Est
fue llevada a cabo, en Amrica, principalmente por los curas desde los plpitos. La "Proclama al
clero del obispado de Crdoba", del Den Funes, es el arquetipo de este tipo de discursos2. En
segundo lugar, la cuestin de la legitimidad de los poderes que surgi con la reorganizacin
poltica de la pennsula en los aos 1808-1810 y que fue motivada por la voluntad de reemplazar
al Rey: a cul se deba reconocer, al de la Junta de Sevilla que se autodenominaba "central" o al
de la de Cdiz? por qu no considerar a la princesa Carlota como la regente y reemplazante
"natural" de su hermano Fernando? qu pasara si Espaa cayese en manos de Napolen?
Finalmente, en 1809, convocadas por Junta Central de Cdiz en su famoso decreto del 22
de enero, se organizan por primera vez elecciones en Amrica para elegir representantes a las
Cortes. Aunque el diputado argentino nunca viajar a Espaa, durante algunos meses se
produce una intensa movilizacin en las ciudades en torno a esta eleccin.
Es en ese momento que se define algo muy importante : la representacin poltica aparece
no slo como la contrapartida de la adhesin al nuevo poder, sino como el elemento que le otorga
legitimidad y crea un vnculo entre ste y las ciudades. Este doble sentido de adhesin y
legitimacin constituye el fundamento del nuevo pacto poltico.
b. Las dos caras de la soberana
Durante los dos aos que siguen a la revolucin, desde 1811 hasta 1813, vemos
expresarse de una manera muy ntida las dos tendencias opuestas que encierra el concepto de
soberana. Prueba de ello es la famosa lucha ocurrida a finales del ao 1810 entre Mariano
Moreno, partidiario de la formacin de un congreso, y sus oponentes dirigidos por Cornelio de
Saavedra.
La primera de estas dos tendencias la encarna, durante todo el ao 1811, la Junta Grande
conformada por los representantes de las provincias elegidos en 1810, luego incorporados a la
Junta de Mayo. Por su composicin, esta Junta prentenda representar y ser el portavoz de una
concepcin colectiva de la soberana, la de los pueblos. Esta concepcin se impone a su vez en el
Interior por la reforma del sistema de gobierno que lleva a la creacin de las juntas provinciales el
10 de febrero de 1811. Este decreto aparece como un intento concreto de conciliar el deseo de
autonoma con la eficiencia de un poder centralizado: los miembros de las juntas deban ser
elegidos por los ciudadanos, mientras que el presidente era el gobernador intendente, todava
nombrado por el poder central.
El mismo esfuerzo por conciliar la soberana de los pueblos con la unidad del poder puede
verse en la postura que el Den Funes asume, en el seno de la Junta, frente al diputado de Jujuy,
el Cannigo Gorriti, quin defiende abiertamente una concepcin decentralizada del poder en
nombre de la soberana de los pueblos10. As lo expresa al comentar el decreto del 10 de febrero:
"... quando muchas Ciudades obedecan un gobernador, la Capital no gozaba
otra preminencia respecto las subalternas, que ser el asiento, residencia
ordinaria del Gefe; pero en razon de Ciudad Ciudad, eran iguales los derechos
de la Capital, y de la subalterna, ni aquella exerca un solo acto de poder, y
jurisdiccin sobre estas; y ahora, virtud de los articulos segundo, y nono, la
Capital exerce actos de verdadera dominacion sobre las sublaternas; el pueblo de
la Capital es el que tiene derecho de elegir, y constituir exclusivamente el
govierno de la Provincia; por manera, que cada vesino de la Capital viene ser
un Governador nato de la Provincia, y cada havitante de todo el distrito de la
governacion un subdito natural del primero (...) Hemos proclamado la igualdad
de derechos de todos los Pueblos, y est en oposicion con nuestros principios un
orden que exalta unos y deprime los mas. Es injusto, por que se falta en el
punto mas esencial los pactos con que todas las Ciudades se unieron este
govierno."11
Si el Cannigo Gorriti es el que maneja la contienda dentro de la Junta, fuera de ella
vemos a las provincias luchar para conseguir ms autonoma. Este objetivo aparece claramente en
las peticiones que ellas envan al poder central, como por ejemplo, la del cabildo de Mendoza,
que pide en julio de 1811 su separacin de la intendencia de Crdoba12.
La segunda tendencia, que podramos llamar "centralista", est representada por el
Triunvirato. Este organismo, creado en septiembre de 1811 por la Junta Grande, se conform por
partidiarios de Mariano Moreno. A partir de all, se abri una pugna por la conquista del poder
que termin con la disolucin de la Junta, en octubre del mismo ao. En el intervalo, los dos
organismos intercambian cartas donde se lee claramente la concepcin que cada uno tiene de la
soberana. Frente a un Triunvirato que pretende centralizar el poder y ejercerlo "en nombre del
Pueblo", la Junta se erige como nica y verdadera representante de la soberana de los pueblos:
"Los pueblos nos han elegido, nos han conferido sus poderes, nos han encargado
que miremos por su felicidad y bien estar, enfin, han depositado en nosotros su
confianza: este es el nico y verdadero ttulo de mandar. Lo demas, querer que el
mando absoluto se halle limitado tres nicas manos, que los pueblos no han
elegido, es injurioso ellos mismos (...)
Los pueblos en quienes reside originariamente el poder soberano, los pueblos
unicos autores del gobierno politico, y distribuidores del poder confiado sus
magistrados, sern siempre los intrpretes de su contrato, los que puedan
establecer un nuevo orden de cosas. Esos pueblos somos nosotros, desde que
fuimos incorporados al gobierno."13
La oposicin no reside solamente en la naturaleza, plural o "monista" -para retomar la
categorizacin de Pierre Rosanvallon14- del sujeto soberano. Supone tambin todo un trabajo de
maduracin y de abstraccin en la concepcin de dicho sujeto. "Los pueblos", de los cuales se
reclama representante la Junta, son las ciudades, las comunidades humanas y polticas que se
imponen como actores centrales en el proceso de retroversin de la soberana. Son actores
concretos, cuya presencia en la flamante escena poltica es innegable. Al contrario, el Pueblo
soberano que defienden los morenistas es un sujeto abstracto, que resulta de un triple trabajo -de
individualizacin, de abstraccin y de proyeccin- que lo desvincula de su realidad concreta para
mostrarlo bajo un aspecto muy similar al antiguo soberano, el rey absoluto. En este sentido, el
Pueblo soberano de los morenistas es un pueblo " la franaise", ideado e idealizado, proyectado
en el futuro, que queda por construir. La concepcin radical induce por lo tanto toda la
problemtica de la "construccin del hombre nuevo"15, mientras la valorizacin de "los pueblos"
se ubica en el plano de la regeneracin, del final de un proceso que empez con la conquista y la
creacin de las ciudades. La lucha entre estas dos tendencias en el ao 1811 revela, entonces, las
dos caras bajo las cuales se presenta la modernidad poltica.
Ahora bien, el Triunvirato, pese a su concepcin centralizadora del poder, tampoco puede
rechazar la representacin de los pueblos, que figura, por ejemplo, en el Estatuto Provisional de
noviembre de 1811. Sin embargo, durante el ao 1812, hace muchos esfuerzos para quitar a las
provincias toda eficiencia en las elecciones, como para impedir que la asamblea reunida en abril
se atribuya el poder soberano16. Esa contradiccin slo parece resolverse despus del motn de
octubre, cuando el nuevo Triunvirato convoca a lo que va a ser la Asamblea del Ao Trece, en la
que las provincias tienen una participacin igual a la de Buenos Aires17. El equilibrio se
restablece, por lo menos en apariencia, porque un estudio detallado de la Asamblea muestra que
estaba conformada por varios miembros de la Sociedad Patritica ... de Buenos Aires!. Esto
significa por una parte que la mayora de las provincias haban elegido sus representantes entre
los residentes de la capital y por otra, que los miembros de la Sociedad Patritica haban creado
una red de influencia a travs de todo el pas. Fue as, por ejemplo, que la ciudad de Mendoza
eligi como representante a Bernardo Monteagudo, o que Crdoba eligi a Juan Larrea y
Gervasio Posadas. En ese momento, todo parece indicar que las ciudades delegaron en la capital
la funcin de representarlas.
Lo que llama la atencin de este cambio de poder es la manera en que Buenos Aires se
esfuerza por restablecer el vnculo con las provincias. Este es un ejemplo de lo que sealamos
antes, a saber, la ciudad para salvar su papel rector quita su apoyo al director depuesto. La
estrategia es llevada a cabo por el cabildo, representante "natural" de la ciudad que, como tal,
asume el mando interino despus de Fontezuelas. En un Manifiesto que dirige al pueblo para dar
una interpretacin a los eventos, describe el Directorio como un poder faccioso, tirnico, injusto,
abusivo... del cual la ciudad capital, por medio de su herico ejrcito, logr escaparse:
"... como si la Patria fuese una ficcion insignificante que pudiera sostenerse con la
ruina de sus hijos, la Asamblea y el Gobierno solo proponian representar una
farsa tan tragica para los Pueblos, como lucrativa a los proyectos del partido."19
Como vemos, la tctica empleada es muy similar a la de 1810. Caido ya el antiguo y
aborrecido poder, la capital propone a las ciudades un nuevo pacto de adhesin, sobre la base de
una perfecta igualdad. En una circular mandada a los cabildos el 21 de abril, se afirma que
"Buenos Aires no aspira a conservar una preponderancia funesta sobre los demas pueblos, respeta
su opinion, sostiene sus derechos y espera oir su voz para acreditarles que no habra cosa que
pueda romper los vnculos que los unen" y, hablando de la eleccin de Rondeau, asegura que "no
se ha hecho otra cosa que poner una cabeza al frente del Estado para establecer provisoriamente
el orden y restituir la tranquilidad."20 Hablando as, desmiente la voluntad de Buenos Aires de
erigirse otra vez en cabeza del cuerpo poltico. El otro medio con que intenta repasar el pacto es
el Estatuto Provisional, elaborado por la Junta de Observacin y presentado a las provincias el 17
de mayo. Una vez ms, las ciudades deben pronunciarse sobre el cambio poltico operado por la
capital: son invitadas a reconocer a Rondeau como nuevo Director y jurar el Estatuto Provisional.
De hecho, las ciudades se pronuncian aceptando el nuevo orden de cosas, aunque con un
cierto recelo. Dejan ver claramente que no se trata de una adhesin absoluta, sino que reviste una
condicin sine qua non, que llaman "el respeto de sus derechos", es decir, una representacin
plena y entera. As lo vemos, por ejemplo, en la repuesta de Jos Javier Daz: si bien promete que
"todo sera fcil arreglarlo cuando se procede de buena fe y por principios comunes y conocidos",
ste no deja de recordar que Crdoba
"bajo los auspicios del digno jefe de los orientales, haba ya proclamado su
independencia provincial [y que] se halla resuelto no desistir de ella, hasta que
un congreso general reunido en plena libertad (...) sancione y establezca la forma
de gobierno que debera regir la Amrica."21
En otra parte, escribe de una manera an ms explicita:
"Crdoba no teme nada de Buenos Aires, pero lo teme todo del partido que existe
all. Tampoco teme al jefe que ha elegido, pero tampoco puede prestarse una
confianza ciega, que comprometa sus derechos."22
La ciudad de Salta, por su parte, se pronuncia a travs de una asamblea electa que adhiere
a las condiciones enunciadas por el doctor Mariano Boedo:
"Que segun su parecer todo lo actuado en la capital de Buenos Aires referente al
nuevo Gobierno Provisorio que ha instalado, debe ratificarse mediante que cede
en beneficio de las Provincias Unidas, bajo las condiciones que en el bando se
expresan interpelando al Supremo Director suplente para que active la
dos caras de la soberana. De hecho, la metfora del sol traduce con exactitud el imaginario de
este congreso, como lo hara tambin la imagen de una calecita: el eje -el poder central- es lo que
permite a las distintas partes -los pueblos- de moverse con harmona. Esas metforas ponen en
evidencia el hecho de que en la prctica, la soberana de la Nacin y la soberana de los pueblos
no son tendencias distintas y opuestas, sino ms bien, dos formas diferentes de entender este
concepto y el de la construccin poltica. De ah se infiere que el papel que cumple la
representacin es el de conciliar estas tendencias.
El Congreso es el que encarna la soberana de los pueblos, dndoles la posibilidad de
expresarse por medio de sus representantes a la vez que representa el conjunto que forman. No
sera exagerado afirmar, pues, que las Provincias Unidas del Ro de la Plata como construccin
poltica encuentra su expresin ms acabada en el Congreso del 1816.
Por esta razn, existe una competencia muy fuerte entre el Congreso y Buenos Aires, la
que se ve despojada del papel que cumpla desde 1810. La abundante correspondencia del
diputado Darregueira ofrece varias pruebas de este estado de nimo, como lo revelan por ejemplo
los extractos siguientes:
"La apertura del Congreso va muy despacio. Qu burla amigo tan completa!
Qu verguenza que estos miserables pueblos miren con tanto desprecio, en el
chasco que nos estn dando, la representacin de esa gran ciudad y de toda su
provincia! No les falta ms que mandarnos..."
"Amante cual ninguno a ese heroico pueblo [Buenos Aires], no consulto sino su
opinin por regla de las mas; mas en la sujeta materia [la eleccin del Director]
la llevan otros hasta sacar el gobierno central de all para conciliar su
estabilidad. Qu podremos oponer los diputados de sa? Cuando sean poderosas
nuestras razones de qu sirven contra el torrente de la pluralidad, afianzada en
la incontestable verdad de los sacudimientos y continuas revoluciones de la
Capital?"25
En el estudio de la accin poltica del Congreso, se verifica que l acta como un vnculo
entre las ciudades y el poder central, ocupndose de los "asuntos interiores", mientras el Director
se encarga de los "asuntos exteriores", es decir, de la guerra y de la diplomacia26. Sin embargo,
este divisin de [las] funciones o, mejor dicho, este punto de equilibrio entre las dos tendencias,
no va a durar mucho. Despus de la declaracin de independencia, el Congreso se encuentra
sometido a la presin ejercida por el peso creciente de la guerra, la amenaza de una expedicin
espaola y la de una invasin portuguesa, etc. Como consecuencia de esto, el flamante Director,
Juan Martn de Pueyrredon, modifica su posicin, hacindola ms autoritaria y centralizadora y,
como consecuencia, se reduce la soberana impartida a los pueblos.
El documento en que se expresa esa nueva tendencia es el Manifiesto del 1 de agosto,
"excitando los pueblos a la unin y al orden"27. En este texto, el Congreso se presenta como una
asamblea de sabios ubicados en una "cumbre eminente", "echando una ojeada" a los pueblos,
"interrumpidos en [sus] meditaciones por la incesante agitacin tumultuosa que conmueve [a
estos ltimos]". Estas palabras nos dejan ver inmediatamente que la relacin entre el Congreso y
los pueblos ha cambiado: estos ltimos ya no son considerados como los sujetos genuinos de la
soberana. Es que las circunstancias son diferentes: "la revolucin toma un nuevo carcter y el
pas se presenta con un aspecto ms funesto". Por lo tanto, no se trata ms de defender los
derechos de los pueblos, sino de asegurar la salvaguardia del conjunto, tarea que le toca al
Congreso:
del espiritu de Pueblo y de Provincia: pero este espiritu particular, centrifugo por
su naturaleza, no dejaria de producir la larga la disolucion del Estado, si no
fuese moderado y contenido por otro espiritu general y de concentracion existente
en un Cuerpo, que teniendo siempre por divisa la balanza del inters nacional
cuidase de resistir toda medida que no se hubiese pesado en ella, llamando de este
modo un centro comun los intereses y aspiraciones que tirasen a dispersarse.
Este Cuerpo como se h visto debe ser el Senado..."32
Insistimos sobre el papel particular de este bicameralismo, nada comn en las
constituciones revolucionarias, dado que la existencia de una cmara nica fue siempre vista
como la expresin ms acabada de la unidad del pueblo soberano. Este caso, en cierta forma
bastante parecido al ingls, funciona en forma opuesta al caso norteamericano, donde es el
Senado el que representa a los Estados, mientras la Cmara de Representantes representa al
conjunto del pueblo, es decir, al conjunto de los ciudadanos. En el caso de las Provincias Unidas,
la intencin fue representar las dos formas de la soberana desde una perspectiva evolutiva y
didctica, pues se les atribuye a los Senadores la misin de "crear un pueblo", es decir, de
"nacionalizar la representacin", frmula que no puede ser ms clara:
"Esto hace esperar que los sugetos que sean elevados aquel rango habran
merecido el concepto de la Nacion por servicios prestados toda ella y con los
cuales se han hecho conocer y amar de las Provincias, y ser un plantel de
hombres nacionales que aspirando en sus servicios al credito general de las
Provincias, seran siempre los baluartes de la union, y por consiguiente de la
libertad y gloria de todo el Estado."33
Este texto busca entonces traducir constitucionalmente la naturaleza hbrida que reviste la
soberana, conservndo a la vez un gobierno centralizado. Sin embargo, la realidad va a
enfrentarse con la construccin terica, por ms sofisticada que sta sea. En el momento en que la
constitucin fue jurada por las ciudades del Interior, stas ya se haban desligado de la suerte de
la ciudad capital, confundida con el destino del poder directorial.
III - El triunfo de los pueblos
Ya conocemos el fin de la historia. La Constitucin de 1819, a pesar de sus esfuerzos para
solucionar el problema del vnculo entre las provincias, se revel incapaz de reanudarlo. Pocos
meses despus de su promulgacin, los acontecimientos militares precipitaron una vez ms la
decomposicin del poder central. La invasin de Buenos Aires por las tropas del Litoral y la
derrota de Cepeda, el 1 de febrero de 1820, provocaron la cada definitiva del Directorio y, con
l, del papel de "cabecera" que la capital haba asumido durante diez aos.
Durante los aos que siguen, en el contexto de reorganizacin del panorama poltico de
las Provincias Unidas, asistimos a la vez al triunfo de la soberana de los pueblos y al esfuerzo
por conservar algo de los antiguos lazos, refundando la unidad sobre la base de una delegacin
parcial de los derechos, frmula que llevar el nombre de "federalismo".
El primer hecho sobresaliente ser la creacin de los Estados provinciales34. En 1820,
aprovechando el contexto de debilidad mxima del poder central y siguiendo el camino de las
provincias del Litoral35, cada una de las cabezas de intendencias (Crdoba, Salta, Tucumn y
bien grande y sostenido de buenas luces. Supuesto eso, eche la vista sobre esta
provincia y si separa al Dr. Garca asesor de Cabildo, al Dr. Paz, juez de alzadas,
al Dr. Molina, que huye de todo asunto de esta clase, y al Dr. Perico Aroz, no
encuentra Ud. ms quienes formen el Cuerpo Representativo."40
La realidad poltica de los nuevos Estados, tal como aparece en estos testimonios, pone en
evidencia por una parte el nmero reducido de hombres capaces de ocupar puestos polticos y,
por otra, la conquista del aparato estatal por medio de redes sociales -familiales, clientelares
[istas]- ya conformadas. Esta situacin, entre otras, va a permitir el desarrollo del fenmeno del
caudillismo y la coexistencia del uso de la fuerza junto con un orden legal41.
A pesar de la fuerza con que se difunde el modelo "federal" de gobierno en estos aos, la
voluntad de los Estados provinciales de mantenerse unidos gracias a la representacin permanece
viva y reviste an un carcter de urgencia. Esta constatacin demuestra que las dos tendencias
que hemos analizado, cuyos extremos seran la autonoma por una parte, y la fusin en una sola
entidad por otra, no son tendencias opuestas e irreconciliables, pues estaban presentes dentro de
un mismo proyecto poltico.
Vemos as al cabildo de Salta llamar a la unin de todas las provincias del antiguo
virreinato, como nico medio de terminar con la guerra y de asegurar un nuevo rden poltico:
"Tucumn, Crdoba, Mendoza, vosotras que estis ms proximas y en una aptitud
innegable para cooperar a tan interesante y magnifica obra. Buenos Aires, la
Banda Oriental y Paraguay, que podis tambin coadyuvar con una generosa
profusin. (...) Ejrcitos de los Andes y Crdoba; divisiones veteranas y partidas
sueltas, que os mantenis en inaccin a costa de los ciudadanos de los territorios
que ocupis; a todos, todos, vuelvo a decir, os convida la provincia de Salta a la
ayuda de la empresa del jefe que la preside."42
Las nuevas autoridades se esfuerzan por poner rapidamente trmino a los conflictos que
estallaban entre las ciudades, mandando emisarios y promoviendo la paz a cualquier precio (por
ejemplo, en el caso del enfrentamiento entre Buenos Aires y el Litoral, o entre Salta y
Tucumn)43. Pero sobre todo, asistimos a varios intentos de los jefes de provincia por reunir un
congreso. El primero en hacerlo es el gobernador Bustos, desde Crdoba, el 3 de febrero de 1820.
Poco tiempo despus, por el Pacto del Pilar firmado entre los jefes del Litoral el 23 de febrero, las
autoridades de Buenos Aires convocan un congreso en San Lorenzo. En julio, Gumes y el
cabildo de Salta, que no pueden soportar solos el esfuerzo militar, proponen a su vez la reunin
de un congreso en Catamarca, con el objetivo de organizar los recursos para la guerra.
Ahora bien, dado que ya no exista una "cabeza" que promoviese la unin, es decir, una
ciudad reconocida como superior a las otras y con autoridad suficiente como para imponer su
decisin, las iniciativas citadas terminan por contradecirse y anularse mutuamente y bien podran
ser ledas como intentos para apoderarse del liderazgo.
De todas estas propuestas, la que ms peso tuvo es la cordobesa. En efecto, Crdoba se
haba impuesto como el epicentro de la reorganizacin poltica bajo el modelo federal, y Bustos
haba desplegado una energa considerable para convencer a las dems de esto. En el ao 1821,
los diputados llegan a Crdoba donde el congreso est por reunirse. El objetivo de dicha reunin
era crear una confederacin para acabar con la guerra y organizar lo que finalmente habra de
llamarse "la nacin".
Para una aproximacin sobre el concepto de representacin poltica durante el periodo, cfr. Guerra, FranoisXavier: "The Spanish american tradition of representation and its European roots", en Journal of Latin American
Studies, N26, Cambridge, 1994, Pp. 1-35; Chiaramonte, Jos Carlos: "Vieja y nueva representacin: los procesos
electorales en Buenos Aires, 1820-1820", en Annino, Antonio (coord.): Historia de las elecciones en Iberoamrica,
siglo XIX, Fondo de Cultura Econmica, Buenos Aires, 1995, Pp. 19-63 y "Ciudadana, soberana y representacin
en la gnesis del estado argentino (c. 1810-1852)", en Sabato, Hilda (coord.), Ciudadana poltica y formacin de las
naciones. Perspectivas histricas deAmrica Latina, Fondo de Cultura Econmica, Mxico, 1999, Pp. 94-116;
Verdo, Genevive: "El precio del poder. Formas e usos de la representacin poltica en la independencia argentina
(1810-1821)", en Revista de Indias, Vol. LXII, N 225, Mayo-Agosto 2002, Pp. 385-408.
2
Un analisis pormenorizado de este texto se encuentra en mi tesis de doctorado: Les Provinces 'dsunies' du Rio de
la Plata. Souverainet et reprsentation politique dans l'indpendance argentine (1808-1821), Universidad de Paris
1, Pars, 1998, Cap. 1.
3
Cfr. Guerra, Franois-Xavier: Modernidad e independencias, Mapfre, Madrid, 1992.
4
"Manifiesto de la Junta, 9 de septiembre de 1810", en Carranza, Adolfo P. (comp.): Archivo General de la
Repblica Argentina, Buenos Aires, 1894, tomo 2, Pg. 222. Hemos respetado la grafa original.
18
19
El Redactor de la Asamblea, N 3, 13 de Marzo de 1813, edicin fac-sim., "La Nacin", Buenos Aires, 1913, Pg. 9
"Manifiesto del Cabildo de Buenos Aires, 30 de Abril de 1815", en Maill, Agusto E.: La Revolucin de Mayo a
travs de los impresos de la poca (1809-1815), Buenos Aires, 1965, Vol. 2, Pg. 413.
20
"Circular del Cabildo de Buenos Aires a los cabildos, 21 de Abril de 1815", Archivo Histrico de Mendoza,
Periodo Independiente, Carp. 607, F 130 y Archivo Histrico de Tucumn, Seccin Administrativa, Carp. 24,
F 125.
21
"Oficios de Jos Javier Daz a las autoridades de Buenos Aires, 23 y 25 de Abril de 1815", en Documentos del
Archivo de San Martn, Comisin Nacional del Centenario, Coni Hermanos, Buenos Aires, 1910, Tomo 2, Pp. 112114.
22
"Oficio de Jos Javier Daz al seor Cabildo gobernador de Buenos Aires, 8 de Mayo de 1815", Idem, Pg. 117
23
"Acta Capitular de la ciudad de Salta del dia 10 de Mayo de 1815", en Gemes, Luis (comp.): Gemes
documentado, Plus Ultra, Buenos Aires, 1978, Tomo 2, Pg. 367.
24
"Reflexiones del Redactor sobre la instalacin del Congreso, 24 de Marzo de 1816", en Ravignani, Emilio
(comp.): Asambleas Constituyentes Argentinas, UBA, Facultad de Filosofia y Letras, Instituto de Investigaciones
Histricas, Buenos Aires, 1937, Tomo 1, Pg. 182. El subrayado es nuestro.
25
"Cartas de Jos de Darregueira a don Toms Guido, 28 de Enero y 18 de Abril de 1816", en Gemes, Luis
(comp.): Gemes Documentado, Op.cit., Tomo 3, Pp. 355 y 365.
26
Para un estudio completo de la actuacin del Congreso de Tucumn, cfr. Gianello, Leoncio: Historia del Congreso
de Tucumn, Academia Nacional de la Historia, Buenos Aires, 1966.
27
"Manifiesto del Congreso de las Provincias unidas de Sudamrica, excitando los pueblos la unin y al orden, 1
de Agosto de 1816", en Mabragana, H. (comp.): Mensajes de los Gobernantes, 1810-1910, Buenos Aires, 1910,
Tomo 1, Pp. 97-110.
28
Idem, Pg. 100.
29
Idem, Pg. 101.
30
Idem, Pg. 103. El subrayado es nuestro.
31
Sobre el tema del "provisoriato", cfr. Segreti, Carlos: El unitarismo argentino, Op.cit. Cfr. Tambin nuestro
trabajo, Verdo, Genevive: "Le rgne du provisoire : l'laboration constitutionnelle au Ro de la Plata (1810-1820)",
en Lemprire, Rolland, Martinez, Lomn (dir.): L'Amrique Latine face aux modles europens : emprunts,
adpatations, refus, XIXe-XXe sicles, L'Harmattan, Pars, 1998, Pp. 79-120.
32
"Sesin del Congreso del 12 de Diciembre de 1818", en Ravignani, Emilio (comp.): Asambleas Constituyentes
Argentinas, Op.cit., Pg. 404.
33
Idem.
34
Cfr. Chiaramonte, Jos Carlos: "Provincias o Estados?", Art.cit.
35
Recordamos que las provincias de Entre Rios y Santa F viven desde 1814 en una situacin de quasi-autonoma,
bajo la proteccin de Artigas.
36
Para una descripcin completa del proceso, cfr. Segreti, Carlos: El pas disuelto. El estallido de 1820 y los
esfuerzos organizativos, Editorial de Belgrano, Buenos Aires, 1982.
37
"Oficio de Bustos a Zisneros, 31 de Marzo de 1820", citado por Segreti, Carlos: op.cit., Pg. 102.
38
"Manifiesto de Bernab Aroz del 10 de Abril de 1820", Idem, Pg. 95.
39
"Manifiesto de Abraham Gonzlez, 1 de septiembre de 1821", en Gemes, Luis (comp.): Gemes Documentado,
Op.cit., Tomo 11, Pp. 483-484.
40
"Carta de Abraham Gonzlez al Gobernador de Buenos Aires, 29 de Octubre de 1821", Idem, Pg. 493.
41
Sobre estos temas, cfr. Halperin Donghi, Tulio: "El surgimiento de los caudillos en el cuadro de la sociedad
rioplatense posrevolucionaria", en Estudios de Historia Social, N1, Buenos Aires, 1965, Pp. 121-149; Chiaramonte,
Jos Carlos: "Legalidad constitucional o caudillismo: el problema del orden social en el surgimiento de los Estados
autnomos del Litoral argentino en la primera mitad del siglo XIX", en America latina dallo stato coloniale allo
stato nazione (1750-1940), Franco Angeli, Milano, 1987, Pp. 536-556; Romano, Slvia, "Usage de la force et ordre
lgal : Crdoba dans la premire moiti du XIXe sicle", en Histoire et Socits de l'Amrique latine, N5, Pars,
1997, Pp. 69-93 y Goldman, Noem - Salvatore, Ricardo (comp.): Caudillismos rioplatenses. Nuevas miradas a un
viejo problema, Eudeba, Buenos Aires, 1998.
42
"Acta del Cabildo de Salta del 16 de Marzo de 1820", en Gemes, Luis (comp.): Gemes Documentado, Op.cit.,
Tomo 9, Pg. 267.
43
Cfr. Segreti, Carlos: Op.cit.
44
"Manifiesto del gobierno de Buenos Aires a las provincias, 19 de Septiembre de 1821", en Carranza, Neftali
(comp.): Oratoria argentina; discursos, manifiestos y documentos importantes que llegaron a la historia de su
patria, Sese y Larranaga, La Plata, 1905, Pp. 217-228.
45
Entre otros, Franois-Xavier Guerra (Modernidad e Independencias, Op.cit.) y Antonio Annino "Soberanas en
lucha", en Guerra, Annino, Castro Leiva: Iberoamrica: de los Imperios a las Naciones, Ibercaja, Saragoza, 1994,
Pp. 229-253.