El Amigo Braulio - 5
El Amigo Braulio - 5
El Amigo Braulio - 5
I
En ese tiempo era yo interno en San Carlos. Frisaba en los diez y ocho aos y tena
compuestos algunos centenares de versos, sin que se me hubiera ocurrido publicar ninguno
ni confesar a nadie mis aficiones poticas. Disfrutaba una especie de voluptuosidad en
creerme un gran poeta indito.
Repentinamente nacieron en m los deseos de ver en letras de molde algunos versos
mos. Por entonces se publicaba en Lima un semanario ilustrado que gozaba de mucha
popularidad y era ledo y comentado los lunes entre los aficionados del colegio: se llamaba
El Una Ilustrado.
Despus de leer veinte veces mi coleccin de poemas, comparar su mrito y rechazar
hoy por malsimo lo que ayer haba credo muy bueno, conclu por elegir uno, copiarlo en
fino papel y con la mejor de mis letras.
Temblando como reo que se dirige al patbulo, me encamin un domingo por la maana
a la imprenta de El Lima Ilustrado. Ms de una vez quise regresarme; pero una fuerza
secreta me impeda.
Con el sombrero en la mano y haciendo mil reverencias penetr en una habitacin llena
de chivaletes galeras cajas tipos de imprenta.
El seor Director? -pregunt queriendo mostrar serenidad, pero temblando.
-Soy yo, joven.
Me dio la respuesta un coloso de cabellera crespa, color aceitunado, mirada inteligente y
modales desembarazados y francos.
En mangas de camisa, con un mandil azul, cubierto de sudor y manchado de tinta, se
ocupaba en colar fajas y pegar direcciones.
-Me han encargado le entregue a usted una composicin en verso.
-Pasemos al escritorio.
Ah se cala las gafas, me quita el papel de las manos y sin sentarse ni acordarse de
convidarme asiento, se pone a leer con la mayor atencin.
Era la primera vez que ojos profanos se fijaban en mis lucubraciones poticas. Los que
no han manejado una pluma no alcanzan a concebir lo que siente un hombre al ver violada,
por decirlo as, la virginidad de su pensamiento. Yo segua, yo espiaba la fisonoma del
director para ir adivinando el efecto que le causaban mis versos: unas veces me pareca que
se entusiasmaba, otras que me censuraba acremente.
-Y quin es el autor? -me dijo, concluida la lectura.
Me puse a tartamudear, a querer decir algn nombre supuesto, a murmurar palabras
ininteligibles, hasta que conclu por enmudecer y tornarme como una granada.
-Cmo se llama usted, joven?
-Roque Roca.
-Pues bien: yo publicar la composicin en el Prximo nmero y pondr el nombre de
usted, porque usted es el autor: se lo conozco en la cara. Verdad?
No pude negarlo, mucho ms cuando el buen coloso me daba una palmada en el
hombro, me convid asiento y se puso a conversar conmigo como si hubiramos sido
amigos de muchos aos.
Al salir de la imprenta, yo habra deseado poseer los millones de Rothschild para elevar
una estatua de oro al director de El Lima Ilustrado.
II
Cuando el semanario sali a luz con mis versos, produjo en San Carlos el efecto de una
bomba. Poetam habemus!, grit un muchacho que se acordaba de no haber podido aprender
latn. En el comedor, en los patios, en el dormitorio y hasta en la capilla escuchaba yo
alguna vocecilla tenaz y burlona que entonaba a gritos o me repeta por lo bajo una estrofa,
un verso, un hemistiquio, un adjetivo de mi composicin.
La insolencia de un condiscpulo mo lleg a tanto que al pedirle el profesor de literatura
un ejemplo de versos pareados, indic los siguientes:
El poeta Roque Roca
Echa llores por la boca.
Con decir que el mismo profesor lanz una carcajada y me dirigi una pulla, basta para
comprender el maravilloso efecto de los dos pareados: a la media hora les saba de memoria
todo el colegio y andaban escritos con lpiz negro en las paredes blanca y con polvos
blancos en las pizarras negras. No faltaban variantes, como:
El poeta Roque Roca
Echa coles por la boca;
El poeta Roque Roca