Contra El Arte y El Artista PDF

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Colectivo DesFace

La Neurosis o Las Barricadas Ed.

CONTRA EL aRTE Y
EL aRTISTA

Colectivo DesFace

Contra el arte
y el artista

la neurosis o las BarriCadas ed.

La creacin se completa compartindola.


Este libro no tiene dueo ni autor conocido.
Que viaje como un gitano.
O bien, que se contagie como un virus.
O, que se expanda como el universo.
Ni copyrigth, ni copyleft, ni propiedad intelectual.
De todos para todos.
Copia, piratea, difunde.
Colectivo DesFace
([email protected])
Santiago de Chile, 2012.

La Neurosis o Las Barricadas Ed.


(Madrid, 2012)

A partir de un primer texto elaborado por el Colectivo DesFace ha


surgido la iniciativa de la presente edicin para Espaa (que ampla y
corrige la anterior, distribuida en Chile), de la cual se han impreso 600
ejemplares.

ndiCe
Introduccin ..................................................................................... 7
El contexto global ............................................................................. 15
La sociedad de masas y la dominacin .................................. 15
Sujetos colectivos .................................................................. 22
La industria cultural .............................................................. 24
Origen del espectculo .......................................................... 29
La Sociedad del Espectculo ................................................. 37
El arte como actividad vital (o Arte versus trabajo) ...................... 51
La obra, su aura, y la esencia de lo humano ...................................... 55
Separacin entre arte y vida ............................................................. 61
El genio y el artista ........................................................................... 65
El genio .................................................................................. 65
El artista ................................................................................ 67
El arte como mercanca .................................................................... 71
Las polticas actuales del campo del arte y la cultura ....................... 79
Los fondos concursables, el formulario, la jerga insticional .. 80
Vender y venderse ................................................................. 82
El rostro de lo hombre/mujer-mercanca .............................. 84
Posmodernidad y arte ....................................................................... 87
El extremo formalismo ..................................................................... 91
Politizar el arte y la vida ................................................................... 97
Destruccin o vaciamiento del campo y del arte ............................. 103
Contenido = forma = circulacin = produccin .............. 104
Poltica de la memoria ........................................................... 105
Contenido en la produccin o el libre obrar .......................... 108
Contenido y circulacin ........................................................ 111
Los circuitos del don ............................................................. 111
Transparencia comunicativa ................................................. 117
Lo local y lo universal ........................................................... 118
Hiptesis de lucha ............................................................................ 121
Texto editorial .................................................................................. 125

IntroduccIn

bicamos este escrito en una tradicin en la cual la palabra


es inmediatamente accin; donde un texto no puede ser
slo teora, quedndose en el terreno del simple anlisis, cmodamente instalado en la academia. Por el contrario, este texto no
debera tener nada que ver con la academia y los intelectuales,
con aquellos que escriben para reproducir el sistema y redituar de
la crtica. De qu sirve una crtica que, por muy osada o aguda
que sea, deja las cosas tal como estn? Queremos una escritura
que sea acto, situndonos en aquel plano posible donde decir es
hacer (o des-hacer). Queremos producir una escritura que provenga del afuera (tanto del pensamiento del afuera, como de
una prctica del afuera). Y, como veremos, eso no significa solamente pensar y escribir desde un afuera, sino concebir desde ese
afuera el proceso de produccin del libro, su modo de circulacin,
y el carcter de los circuitos por los que transita.
El texto que presentamos a continuacin quiere ser un acto
destructivo, una denuncia y un develamiento de las estructuras
que sostienen a la institucionalidad del arte; explcitamente es un
texto contra el campo del arte1 y contra el artista. Propone1
El concepto de campo fue elaborado por la sociologa para delimitar un
microcosmos dentro del espacio global. Hay distintos campos, y cada uno segn los
socilogos posee sus reglas. Son sistemas estructurados, con tensiones y oposiciones. Es
un espacio de lucha por un capital especico desigualmente distribuido. Eso signiica que
hay agentes dominantes y dominados. Hay una relacin de fuerza con su propia historia,
que se maniiesta en instituciones y agentes que poseen estrategias para posesionarse en
el interior del campo. Los intereses de los agentes de cada campo no son necesariamente
econmicos y son relativamente independientes del contexto global (sta es una de las
grandes falacias de la Teora de los Campos, ya que la lgica interna del campo reproduce
la lgica general, y se supedita completamente a los intereses polticos o econmicos
externos al campo particular). A cada campo corresponde tambin un habitus, que es la
forma de asumir las reglas internas y ejecutarlas. La esfera del arte puede verse, entonces,
como un campo de batalla, o de disputa.

mos una destruccin que a la vez se entienda como una salida del
crculo vicioso de la reproduccin infinita de este estado de cosas.
Las hiptesis de lucha que presentamos a continuacin quieren mostrar una forma de ser de la realidad, del modo que opera
la maquinaria de un sistema que se perpeta en nuestras propias
acciones y decisiones (la mayor parte de las veces sin que seamos conscientes del aporte que hacemos a su reproduccin). Este
texto quiere ser un espejo, indicando parte de nuestro comportamiento que no podemos o no queremos ver, que no queremos
confesar. Alimentamos diariamente a la bestia que nos mantiene
cautivos para luego devorarnos2.
Trataremos, entonces, de sintetizar y describir los mecanismos que, al menos en el terreno del arte, permiten que el sistema
se mantenga estable y, aparentemente, indestructible. Pero, al
mismo tiempo, haremos un intento por recuperar ciertos aspectos claves de nuestra vida: el trabajo, que todava sigue siendo
esclavo; y el arte, que pudiendo ser una actividad trasgresora y
gratificante, se ha convertido en otro tipo de mercanca y otra
fuente de enajenacin.
No entendemos el arte como una actividad simplemente esttica, encaminada a honrar un concepto abstracto de belleza, ni
basada en definiciones esencialistas, trascendentales u ontolgicas.
Es posible que la prctica artstica est fuertemente vinculada con
el placer y la gratificacin, pero no por su deuda con la belleza, sino
por constituir una experiencia social particular, de especial libertad
y emotividad, como un momento de creatividad, de expresin y
comunin, de ingenio, de despliegue de la fantasa, y cierto goce
esttico de carcter profano. Aspectos todos que se podran entender como lo subversivo del arte pero, slo en la medida en que se
resistan a la domesticacin.
2
Crtica: Es ste un comportamiento diablico? Esa bestia es un demonio? Visto
as, parece como si el acto crtico fuese un acto moral de puriicacin.

En el contexto de la sociedad actual (definida como


capitalismo avanzado, post-fordista, post-industrial, etc.), tanto
los aspectos esttico-subjetivos, como los modos de produccin
y circulacin del arte, estn sometidos a las reglas y estructuras
de poder del campo del arte. Entendido ste como un plexo de
relaciones sociales que determinan y gobiernan las prcticas, los
discursos y los productos de esta faceta de la existencia humana.
La esttica por s misma no es emancipadora, por el contrario,
es la reafirmacin de la autonoma del arte respecto de lo social.
No existe ni puede existir una esttica emancipadora, pues el
primer paso hacia un concepto semejante sera emanciparse de
su autorreferencia, es decir, emanciparse de s misma, lo que
equivale a destruirse o abandonarse. La politizacin efectiva del
arte, entonces, consiste en la destruccin (que para nosotros es lo
mismo que el vaciamiento o abandono) del campo del arte.
Quienes an postulan a la realizacin de la belleza, entendern seguramente por politizacin del arte su retorno al programa
clsico de la captura de lo sublime: El horizonte de lo bello tiene
su base material en la experiencia subjetiva del placer. Ni el agrado, ni el desagrado que trata de invocar, pueden alcanzar la densidad subjetiva que requiere una experiencia para que la llamemos
esttica. Se trata del placer, invocado directamente en su ausencia dolorosa, invocado en su presencia fugaz, o en su promesa
de que otro mundo es posible. Se trata de la belleza. Eso es, en
buenas cuentas lo que el poder no puede darnos, una vida bella.
Aqu hay dos supuestos muy complicados de sostener, uno es
que hay algo que se puede denominar belleza, como concepto
universal; y en seguida otro, que traduce (o identifica), sin ms,
la nocin abstracta de belleza como placer. Sin embargo, eso no
salva a la idea de belleza, ms bien reafirma su inutilidad, pues si
es redefinida como placer, entonces es absolutamente prescindible su existencia, no agrega nada. El concepto material de placer,
9

en cambio, s es reivindicable, necesario y subversivo. Hay placer


en la creacin y en la experiencia esttica, de hecho se puede
rastrear (como lo hacen Bataille y Marcuse) el origen libidinal
comn del trabajo y del arte. Pero entonces, de lo que se trata es
de recuperar la experiencia ertica del trabajo y del arte para la
vida, lo que es lo mismo que su politizacin.
Un segundo aspecto a cuestionar es la idea de que el poder
deba darnos algo. De hecho, la poltica del arte gobernada por
la idea de belleza no cuestiona a las instituciones del arte, ni sus
prcticas productivas, ni al modo en que el arte circula, apenas
se interesa por el tema de las formas, cuando de lo que se trata es
de apuntar justamente al modo en que el campo del arte regula y
define la actividad artstica, convirtindola en agrado, sucedneo
del placer, mbito de la reificacin del ego, reducto de secuestro
de una actividad que debera ser vital para beneficio de una lite.
Politizar el arte es, entonces, descomponer esas prcticas institucionalizadas, que se han naturalizado y normalizado por el campo
del arte.
El tema central de este texto es, por lo tanto, cmo la produccin del arte se inserta dentro de las relaciones sociales de
un modo de produccin determinado? Walter Benjamin3, en su
ensayo El autor como productor, se acerc bastante a este asunto, pero no lleg a la conclusin ms crtica. Dice: las relaciones
3
Varias de las relexiones que haremos en este escrito giran en torno de algunas de
las tesis que Walter Benjamin, escritor alemn, miembro de la Escuela de Frankfurt (o
Escuela Crtica), expuso respecto del arte, su historia y su signiicado. Sin embargo, y
esto se aplicar como criterio poltico a la mayora de las citas de aqu en adelante, nos
permitiremos suprimir las comillas, e integrar las relexiones de los escritores citados
al presente texto como forma de apropiacin y rescate de tales ideas. De todos modos,
indicaremos la procedencia de ciertos argumentos a pie de pgina, pues consideramos
que las ideas, si bien no tienen propiedad, si tienen historia y es bueno tener nocin
de cul es el recorrido que han debido transitar para llegar hasta nosotros. Excluimos,
entonces, exprofeso las comillas para evitar el argumento de autoridad (ad-hominem),
poniendo nfasis en la idea misma y no en su autor.

10

sociales estn condicionadas por las relaciones de produccin.


As, al abordar una obra, ha sido usual que la crtica materialista pregunte por la actitud que ella mantiene con respecto a las
relaciones sociales de produccin de la poca. Lo que para Benjamin significa, inmediatamente, preguntarse por la tcnica de
las obras, pues la mera revolucin de la tcnica asegura el papel
revolucionario de la obra4. Superando la estril pregunta acerca
de la relacin entre forma y contenido (en la que se empantana la
crtica simple y de corto alcance).
Este importante paso que da Benjamin es mucho ms interesante y profundo que aquella pregunta sobre el alcance poltico
de la belleza, pero tampoco es la forma ms integral de evaluar la
politizacin del arte (que es lo que nos convoca en este ensayo).
Evidentemente estos pasos pueden ser inclusivos, no son excluyentes. Hay un artista que informa y otro que opera. Hay uno
que retrata la realidad y con ello crea conciencia en su pblico
del estado de las cosas, y hay otro que slo divierte, o despliega
su ingenio creativo, mientras hay otro que simplemente se atiene
a reproducir el patrn ya probado de la frmula exitosa del arte
para las masas, pero incorporando tcnicas nuevas.
Hemos identificado, entonces, preguntas por el contenido de
una obra, por la forma y por la tcnica que le da origen, pero
creemos que la crtica debe ir mucho ms all: se trata, tambin,
4
Hay que tomar en consideracin, para mayor comprensin de esta peculiar
forma de materialismo, que Benjamin escribe este ensayo en 1934, bajo la inluencia
poderosa de la experiencia del papel de los artistas y escritores en el proceso de la
Revolucin Sovitica. Eso le impide separar claramente los contextos, pues, ya para
esa poca, la revolucin de las tcnicas del arte no asegura su politizacin, tal vez s su
carcter trasgresor dentro del propio campo del arte, hacindolo progresar, pero no
su subversin desde un afuera. Sin embargo, insistimos, Benjamin se acerca mucho a
las preguntas claves que nos abriran la puerta a una crtica materialista ms profunda
del campo del arte, que debe hacerse desde la identiicacin del papel que juega el arte
en el contexto global del modo de produccin capitalista, o Sociedad del Espectculo.

11

de preguntarnos cmo es producida la obra? (su contexto de


produccin y las relaciones de produccin que le dan origen), y
cul es su modo de circulacin? (dnde y cmo circula la obra).
Existen muchos artistas, literatos e intelectuales bien intencionados, que hacen gala de su sensibilidad social, de su compromiso
en la lucha contra las mquinas de poder, suponiendo que por
el solo hecho de denunciar en su trabajo la miseria, la opresin,
la represin, la explotacin y el sufrimiento, su labor poltica ya
est hecha. Pero venden su obra a una disquera, o publican en
las editoriales del monopolio, e incluso aparecen en la televisin
oficial. Por qu puede ocurrir eso? Porque estos artistas entienden la resistencia del arte slo como denuncia, como una postura
ideolgica que no se traduce en actos, no ven su obra inserta en
el sistema de produccin que denuncian y que para minarlo es
necesario, en primer lugar, restarse de l. No se entienden como
insumos de un modo de produccin (o no les conviene entenderlo, pues de ello reditan, porque la crtica tambin vende, y vende bien). La tendencia poltica de su obra (su discurso), por ms
revolucionaria que pueda parecer en lo puramente formal o en
el contenido, cumplir una funcin contrarrevolucionaria si no
toma en consideracin todos los aspectos que definen a una obra,
todo lo que desde su origen le otorga un sentido y un contenido.
Est ms que probada la inutilidad de la frmula de Brecht,
que supona que se poda abastecer el aparato de produccin
transformndolo al mismo tiempo. Eso no es posible. Nada se
puede decir sobre un escenario auspiciado por una empresa o por
el Estado que no se convierta inmediatamente en alimento de
esas mismas mquinas. La pregunta que deberamos hacernos es:
de qu manera la obra puede abandonar, y destruir con su abandono, el campo del arte5?
5
Crtica 1: Es cierto que alguien podra preguntarse pero, por qu el arte debera
ser subversivo? o se presenta la idea de subversin como un deber ser del arte, al

12

Este texto quiere asolar ese campo de batalla, no para disputar


el capital de que ste dispone, sino para socavar sus cimientos y
propiciar su destruccin. Queremos poner en cuestin elementos
clsicos del campo del arte, como lo es la propia nocin de artista.
En ese sentido este texto es un atentado, porque quiere minar las
bases donde se asientan estos conceptos, que tienen tantos aos
como la modernidad. Es un acto destructivo, s, pero no al modo
del moderno, que destruye para edificar el progreso, sino todo
lo contrario, para liberar las fuerzas sojuzgadas, para completar
al ser, para reconciliarlo con su exterioridad arrebatada y con el
mundo de las obras. La mencionada propuesta de salida es, por
supuesto, una actitud poltica, pero no en el sentido estrecho, sino
en el sentido ms amplio de la poltica, porque compromete todos
los mbitos de nuestra vida. Comporta riesgo, involucramiento y
consecuencia. No hay nada asegurado en una propuesta poltica,
es algo por hacer, es un hacer, que como cualquier empeo de la
voluntad puede derivar en algo totalmente diferente, e incluso en
lo exactamente opuesto a lo que se espera, pero eso no constituye
razn suficiente para no empearnos en ello, ya que lo realmente
importante no es el resultado, sino el proceso de lucha, en el
que nos recuperamos para nosotros mismos; lo que importa es el
camino, el proceso en el que construimos y nos construimos. No
hay un lugar donde llegar, sino un campo de batalla en el que, en
lucha y resistencia, podemos autoproducirnos.
El escptico, paradjicamente, siempre cree en algo, pues
compara la realidad con un parmetro abstracto frente al cual,
que debe supeditarse, tal como se ha supeditado, arbitrariamente a la categora de
belleza. Suponemos que este asunto tendr su respuesta en el transcurso del texto.
Crtica 2: Quizs no es que el arte deba ser subversivo, sino que debe ser ntimamente
(internamente) libre y autnomo, como en una tica del cuidado de la naturaleza y del
ser humano. El concepto problemtico sera el del deber, que podramos darle cabida
considerando la necesidad de ciertas cosas, como comer, dormir o respetar los ciclos
naturales, remontndonos as a los orgenes libidinales del arte y del trabajo.

13

obviamente, la realidad no hace honores. De lo contrario no


podra ser escptico. Es escptico de los otros, del resultado, teme
decepcionarse, teme que la idea que despliega de manera abstracta no se corresponda con los hechos. l es el idealista, pero
un idealista que prefiere la realidad tal cual es en vez de arriesgarse. l es el conservador, que prefiere la comodidad de su condicin de escptico (que redita individualmente, alimentando las
represas de su ego) al aluvin desbordado del acto libertario, que
nos pone en riesgo, reafirmando que decir es hacer, que la teora
debe estar escrita en forma prctica, y que los actos de habla producen efectos de realidad.

14

El contExto global
La sociedad de masas y La dominacin burocrtica

principios del siglo XX, a pensadores como el ya mencionado Benjamin, parece inquietarles la cultura de
masas; el cine, que es el fiel representante de ese proceso, es
un arte donde no est reflejado el sujeto individual burgus, sino
un nuevo tipo de sujeto, determinado por la creciente especializacin y divisin social del trabajo, por la produccin en serie y
la reciente influencia de una tcnica que posibilita el surgimiento de los medios de comunicacin masivos, con su consecuente efecto sobre la poltica. Los contemporneos occidentales de
las primeras dcadas del siglo pasado asisten a la decadencia de
la cultura burguesa, algunos con plena conciencia de ello, pero
tambin albergando cierto temor por sus consecuencias y por el
mundo que esta muerte empieza a dar a luz. Es evidente la correspondencia entre el cine, como fenmeno cultural, y los cambios
estructurales que el mundo estaba viviendo. Se generaliza, en el
polo desarrollado del mundo, la inquietante sensacin de que
una tendencia que acompa a los pases industrializados desde el
siglo anterior se estaba imponiendo de manera definitiva, a saber,
la homogeneizacin social, la sociedad de masas y su inseparable
compaera, la dominacin burocrtica.
El fondo social originario de las historias detectivescas (desde mediados del siglo XIX) es la difuminacin de las huellas del
criminal en la multitud de la gran ciudad: el naciente gnero de
la novela policial es el reflejo de la tensin constante entre la
creciente desindividuacin y la persistencia del principio de individualidad propio de la burguesa.
15

En el siglo XIX se empiezan a percibir seales de algo que va


a perturbar completamente la fisonoma del mundo burgus, que
lo revoluciona desde dentro. La numeracin de las casas se suma
a una serie de formas de control que se ponen en prctica desde fines de la Revolucin Francesa, y que se multiplican con la
administracin napolenica. Medidas tcnicas que tuvieron que
acudir en apoyo del proceso administrativo de control. Para la
identificacin individual se implementa la firma personal, que
luego es completada con el invento de la fotografa y el carnet de
identidad, lo que abre el campo de la criminalstica. La fotografa
hace por primera vez posible retener claramente las huellas de
un hombre. Las historias detectivescas surgen en el instante en
que se asegura esta conquista, la ms incisiva de todas, sobre el
incgnito de lo hombre/mujer. Desde entonces son innumerables
los esfuerzos por fijarle csicamente en obras, palabras, nmeros
y huellas.
El inters que tiene entonces el gnero policial o detectivesco
es que expresa como en una radiografa esta tensin; por un lado
describe la multitud, es su morfologa, pues transita por los lugares
y emplazamientos de este nuevo sujeto que tiende hacia la homogeneizacin, y por otro lado, en la figura del detective, encuentra
una reivindicacin del individuo, de hecho todos sus esfuerzos
estn destinados a reconstruir las pistas que lo llevarn a travs
de ese marasmo indeterminado que es la masa, hasta un hombre
particular: el criminal. Que, adems, en tanto criminal, se opone
a lo social, se aleja y rompe con lo que en s mismo hay de social
segn la teora clsica, a saber: la norma.
Las historias de detectives aparecen en la misma poca en que
se institucionalizan las disciplinas sociales como ciencias, se establecen el mtodo y los procedimientos de investigacin. Y esto
ocurre independientemente de la crtica demoledora que desde
la filosofa se ha hecho al empirismo. La revolucin industrial
16

devuelve la confianza al inductivismo que esgrime maosamente


como prueba lgica de verdad la efectividad productiva. El personaje del detective es comparable con el investigador en ciencias
sociales, que tiene que reconstruir una verdad objetiva a partir
de leyes, que actan en el ser humano como naturaleza. Sherlock
Holmes, el personaje de Conan Doyle, es uno de los exponentes
ms caractersticos de esta tendencia en la literatura, es ejemplar
por su fro raciocinio, que hace pensar en la exigencia de la neutralidad valorativa de los padres de la sociologa.
Por un lado, y cmo anttesis del fenmeno descrito anteriormente, tenemos un esfuerzo de la cultura burguesa por extremar
la individuacin y fomentar la originalidad, elementos constituyentes de la doctrina liberal, mientras por otro hay una fuerte
tendencia de las sociedades reguladas hacia la homogeneizacin
y la masificacin.
John Stuart Mill reconoce que en las sociedades europeas la
opresin poltica y la tirana de la opinin pblica, la fuerza de
la costumbre, inhiben la originalidad e imponen una moral que
es la moral de la clase dominante (la mayora). La libertad se ve
amenazada por una serie de fenmenos sociales que Mill describe como factores que aceleran la asimilacin: Toda extensin
de la educacin la fomenta, porque la educacin pone al pueblo bajo influencias comunes (...) Las mejoras en los medios de
comunicacin la favorecen, poniendo a los habitantes de lugares
distanciados en contacto personal (...) El aumento del comercio y
las manufacturas la promueven (...) Una influencia ms poderosa
que todas stas para producir una general semejanza en toda la
humanidad es el establecimiento, en ste y en otros pases libres,
de la ascendencia de la opinin pblica sobre el Estado. Luego
Mill nos advierte, en una anticipacin orwelliana, que: Si los
derechos de la individualidad han de ser afirmados siempre, ahora
es tiempo de hacerlo, cuando falta todava mucho para completar
17

la forzada asimilacin (...) Si la resistencia espera a que la vida


est casi reducida a un tipo uniforme, toda desviacin de este
tipo ser considerada impa, inmoral, hasta monstruosa y contraria a la naturaleza. La humanidad se hace rpidamente incapaz de
concebir la diversidad cuando durante algn tiempo ha perdido
la costumbre de verla.
Es interesante constatar cmo la amenaza de la masificacin
proviene de la propia lgica del capitalismo, en cuyo seno amamanta una clase burocrtica que administra la diversidad y pone
los contenidos de la libertad.
Frente a este tema Baudelaire est en una postura intermedia,
pues es consciente de la amenaza que representan las masas para
el creador original, pero a la vez le atrae, es el lugar donde se
siente a gusto y donde se alimenta. Baudelaire amaba la soledad,
pero la quera en la multitud. Obsrvese la siguiente imagen de
tal paradoja: los seres individuales que forman la multitud no
tienen relacin unos con otros, cada uno vela por sus intereses
egostas sin preocuparse por los dems, la masa en este sentido no
es una unidad, aunque si nos ponemos a explorar en sus anhelos
e ilusiones descubriremos que stos no son tan diferentes en uno
u otro. De esto, y al mismo tiempo, tambin habla Poe en su obra
(que como dijera Cortzar, parece ser el otro yo de Baudelaire)
del aislamiento sin esperanzas de los hombres en sus intereses
privados.
En la multitud, lo hombre/mujer indeterminado o annimo
se convierte en una mercanca, se cosifica, pues no existe una
relacin sino corporal entre uno y otro individuo; a esta fascinacin de los cuerpos se deja arrastrar el paseante (una especie
de intelectual voyeurista de la multitud). Esta es la irona de Marx
acerca de la fetichizacin de las mercancas y la cosificacin de lo
hombre/mujer en el mercado. La multitud no es slo el asilo ms
reciente para el desterrado; adems, es el narctico ms reciente
18

para el abandonado. El flaneur (el paseante) es un abandonado en


la multitud. Y as es como comparte la situacin de las mercancas.
La mercanca es el verdadero sujeto de la gran ciudad, donde
una multitud embriagada por aquel estupefaciente ve cmo su
encanto se acrecienta enfrente suyo, situacin que en el fondo
consiste en la prostitucin del alma de la mercanca. El mercado
se constituye, a travs de este mecanismo, en uno de los tantos
instrumentos que el poder ejerce sobre las masas (aunque
probablemente el ms efectivo). En el mercado, el trabajador se
ofrece a s mismo como bien de cambio, pero mientras ms se
proletariza menos estar en el caso de sentirse mercanca. La clase
a la que pertenece Baudelaire est recin al comienzo de la bajada
de esa escala descendente, al fondo de la cual se encontrara con
la naturaleza mercantil de su fuerza de trabajo (como artista, que
es un tipo especial de trabajador). Mientras eso no ocurra tena
tiempo an para buscar el goce, para pasar el rato, o presentar
un sensorium que le sacase encantos a lo deteriorado y lo podrido.
Se puede encontrar en Baudelaire un buen representante de
quien posee ese sensorium. El que goza de este modo, deja que
influya en l el espectculo de la multitud. Pero su fascinacin
ms honda consista en no despojarla, en la ebriedad, de su
terrible realidad social. La mantena consciente; claro que como
todava son capaces de ser conscientes de circunstancias reales los
embriagados: de manera exttica.
Se puede contraponer a Baudelaire un espritu que no slo se
siente a gusto en la multitud, sino que sabe nutrirse de ella y presentarse ante ella, no ya como un ser annimo, o como uno ms,
sino como quien la gobierna, pues la conoce de manera ntima,
este es Vctor Hugo. En Hugo la multitud penetra en la poesa
como objeto de contemplacin. El ocano que bate las rocas es su
modelo y el pensador, que cavila acerca de ese espectculo eterno,
es el verdadero explorador de la multitud, en la cual se pierde
19

como en un estrpito marino. Hugo intuye que en la multitud


aparece lo que est bajo lo hombre/mujer en contacto con lo que
sobre ello impera, o, de otro modo, en Hugo la multitud aparece
como una criatura hbrida que fuerzas deformes, sobrehumanas,
gestan para aquellas otras que estn bajo lo hombre/mujer. Con
esto est haciendo una referencia a los estados totalitarios, o ms
bien al rgimen de dominacin de la burocracia tcnica, que
desde sus puestos de control, de la gestin econmica y poltica,
administra el deseo y la vida del hombre indeterminado.
Aquellos seres humanos reunidos bajo el concepto de masa
parecen libres de determinacin de clase, en la ciudad se presentan como aglomeraciones concretas; pero socialmente siguen
siendo abstractas, esto es, que permanecen aisladas en sus intereses privados. Su modelo son los clientes que, cada uno en su
inters privado, se renen en el (super)mercado en torno a la
cosa comn. Esto es lo que constituye su monstruosidad, la masificacin de personas privadas por medio del azar de sus intereses
privados. Pero, como ya sabemos de sobra, los intereses privados
tambin pueden ser manipulados y homogeneizados (con la ciencia de la propaganda y la persuasin), de manera que tal reunin
no llegue a ser puramente azarosa. Hay quienes racionalizan el
azar de la economa mercantil (ese azar que los junta) como destino, en el que la raza se encuentra a s misma.
Hugo se distingue de Baudelaire pues no fue ningn flaneur; para
l la multitud era, en sentido prctico, la multitud de sus clientes,
un dato estadstico que lo reafirmaba en las ventas, como escritor de
xito. A la inversa, para la multitud, Baudelaire no exista.
Laicismo, progreso y democracia eran el estandarte de la existencia de la masa que pona en sombra el umbral que separa a
cada uno de la multitud. Baudelaire protega ese umbral; esto le
distingua de Vctor Hugo. Pero se asemejaba a l al no penetrar
el aura social que se asienta en la multitud. Pona enfrente de ella
20

una imagen tan poco crtica como la concepcin de Hugo. Esa


imagen es el hroe. En el mismo momento en que Vctor Hugo
celebra la masa como hroe del epos moderno, Baudelaire escruta
para el hroe un lugar de huida en la masa de la gran ciudad.
Hugo, como ciudadano, se pone en el lugar de la multitud; Baudelaire se separa de ella en cuanto hroe.
Podemos decir, entonces, que el hroe es el verdadero sujeto
de la modernidad, pero no debemos olvidar que una condicin
esencial para que pueda haber actividad heroica es la existencia
de masas sobre las cuales destacar y erigirse como ejemplo, como
patrn de conducta que ejerce en ellas una influencia pedaggica.
Por eso ambos extremos son necesarios, tanto el que representa
Hugo, que ofrece a la conciencia del sentido comn un lugar protagnico en la historia, como el que reclama para s Baudelaire, el
de la distancia contemplativa.
Hay algo que ninguna de las dos actitudes puede asumir:
penetrar el aura social que se asienta en la multitud, y poner frente
a ella una imagen crtica. Este aura social es de un carcter
radicalmente diferente del aura de la obra burguesa, que s parece
proceder de la accin del hroe moderno, es decir, del individuo
burgus considerado como sujeto, pero llevado a la calidad de
super-hombre, en su contraste con la masa homognea. Un
individuo que se representa a s mismo en sus trabajos y que
trata de imprimir sus huellas propias y originales en la obra de
arte. La burguesa ha separado a la obra de arte de su carcter
cultual6 y del mundo vital que le da sentido, elevndola a una
esfera independiente de afirmacin del ego.

6
Lo cultual hace referencia al culto, pues antes del concepto burgus de arte,
las obras estaban por lo general orientadas al culto de lo sagrado, dentro de un contexto
religioso en el cual el artista-creador no era relevante, lo que importaba era el mensaje
que la obra transmita o su lugar dentro del culto.

21

sujetos coLectivos

a aparicin de sujetos colectivos obliga a replantear el


problema del aura y a dotar a esta categora de un nuevo
contenido. El cine es por antonomasia un arte sobre el que nadie
puede reclamar autora, es una produccin, por su carcter de
industria, obligatoriamente colectiva, en que participan numerosos integrantes de un equipo que se identifica luego con el nombre de un director, o de un estudio determinado. Pero una pelcula, como resultado esttico, no puede ser atribuida ni siquiera
al director ms original, pues tras l han desarrollado su labor
especfica todas aquellas personas cuyos nombres aparecen en
una lista interminable una vez acabada la proyeccin del film.
Nombres que pocas veces nos detenemos a leer y de los que, si lo
hacemos, no guardamos ms que un recuerdo vago. Ms bien nos
queda la impresin de que un ser abstracto, multitudinario, con
muchas manos, que no podemos identificar con nadie en particular, nos habl desde su paradjico anonimato de mltiples nombres (que autoritariamente se ven reducidos a uno solo).
El cine es un arte depositario de un aura social, es decir, de
una esencia colectiva, de una intersubjetividad que se est exteriorizando (o expresando) tanto en el formato (que refiere a ella),
como en la manera de ser producido, en el lenguaje que utiliza,
en la forma que es exhibido, y en la tcnica que lo hace posible.
Para el cine no puede haber original, ni existe lo autntico, tanto
en un sentido lgico como en un sentido histrico.
En primer lugar el cine se puede entender como un espejo de
lo social pues en l estn reproducidas las contradicciones y las
estructuras sociales. El aura ah se convierte en el reflejo de una
poca, en la evidencia de sus modos de vida. La totalidad social,
plegada y desplegada, escindida y recompuesta como espectculo,
se pone a s misma en su obra. Por eso no puede haber original
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en un sentido lgico, pues todo reflejo es inaprehensible, es una


mera ilusin, y qu mejor ilusin que el movimiento provocado
por una sucesin de imgenes quietas (los fotogramas). El cine es
la mirada y lo mirado, no es un cuadro que acta como soporte de
algo que se muestra, por eso es un espejo, pues cuando el sujeto
que se refleja se quita, nada hay para ver. En segundo lugar, no
puede haber original en un sentido histrico, pues en el cine ha
convergido el arte y la industria; podemos decir que vivimos la era
del arte industrial o de la industria artstica, la socializacin en
la produccin ha alcanzado su mxima expresin y esto tiene su
mimesis en un arte altamente especializado, con una alta divisin
del trabajo y una burocracia administrativa que coordina el azar.
El original existe slo para una conciencia que cree en la esencialidad de un ego que se expresa de manera nica e irrepetible, que
desaparece con la produccin en serie y la impresin de imgenes
en el celuloide. El autor en el cine es una ilusin.
Se podra resignificar el sentido de lo cultual, encontrando
en la proyeccin cinematogrfica un rito que simula la prctica
de un culto en que hay un sacrificio. Esta relacin cultual es la
del desdoblamiento del espectador frente a la pantalla, proceso
que debe ocurrir en la intimidad de una sala oscura, pero en la
multitud, una multitud que la misma oscuridad hace ms annima y homognea, introducindonos en un espacio recursivo, de
reflejos mltiples que debe culminar en la desindividuacin. Lo
que no es otra cosa que el sacrificio del ego individual en el reconocimiento de una esencia intersubjetiva, encarnada en el hroe,
en la estrella, en el sper-hombre. Y es interesante, por lo mismo,
estudiar las evoluciones del carcter que el hroe ha tenido en la
poca de la industria cultural.
El carcter del star system ha cambiado en los ltimos aos.
Las nuevas generaciones de estrellas no tienen el marcado peso
de su personalidad que tuvieron en los aos 50, que iba ms all
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de los roles o personajes que interpretaban esos actores de viejo


cuo, que proyectaban una imagen que denotaba en varios casos
rebelin, inconformismo o una postura ante la vida. Las estrellas
actuales se caracterizan por una ausencia de personalidad, son
dctiles, anodinas, como una especie de confirmacin tarda de
la muerte del sujeto en la institucin de la industria cultural. Esto
se hace propicio al recurso de las citas, a la recurrencia sobre la
misma historia del cine, y a propiciar la aparicin de un sujeto
dbil, sin proyecto poltico.
Hoy, el control tecno-burocrtico sobre nuestras vidas,
combina eficientemente la produccin de una cultura de masas
(industria cultural), alimentada especialmente por el cine y la
televisin, con la perpetuacin de lites artsticas, que fomentan
y participan activamente en la separacin entre arte y vida,
sintetizada en la lgica del espectculo.
Primera hiPtesis de lucha
El dominio tecno-burocrtico combina la cultura de masas
(entendida como industria cultural y cultura del espectculo)
con la existencia de una lite artstica que perpeta la
distancia entre arte y vida cotidiana.
La industria cuLturaL7

oy el cine, la radio, la televisin, el internet, constituyen


un sistema global de medios que producen y potencian la
homogeneizacin a nivel mundial. El progreso tcnico ha posibilitado un estado de poder total del capital, a condicin de la
existencia de masas de productores y consumidores. La cultura de
masas es idntica a s misma en todas partes, se ha institucionali7
Se puede encontrar la referencia de lo que sigue a continuacin en Dialctica del
iluminismo, de Max Horkheimer y Theodor Adorno.

24

zado como industria a partir de las tcnicas de reproduccin y la


estandarizacin de las necesidades. El dominio de la racionalidad
tcnica supone la produccin en serie. Ya no se puede jugar en
todo momento y lugar el papel de sujeto individual. Los medios
de comunicacin de masas son unilaterales (slo un medio de
emisin de mensajes frente a millones de telespectadores annimos y pasivos), y articulan un pblico que se convierte en rehn
del medio, una conciencia cautiva, a partir de la induccin en el
espectador de cierta forma de agrado (el remedo miserable del
placer) con frmulas estndar, probadas, en la produccin de
obras para las masas.
El capital ha monopolizado y hegemonizado la industria cultural, los medios de comunicacin, la vida privada y la vida pblica.
Las diferencias en el pblico son acuadas y programadas: para
todos los segmentos sociales y etarios hay un producto, no importa el contenido. La industria trabaja con materiales estadsticos,
creando la ilusin de la diferencia en el mercado, ilusin de competencia entre marcas, ilusin de la posibilidad de la originalidad
(ya programada), para mantener la ilusin de la libre eleccin.
Azar y planificacin se vuelven idnticos, ya que el azar es planificado. As como es planificada la solidaridad, la caridad, la culpa,
la efemride.
La televisin sobrevuela permanentemente la superficie
social, creando la ilusin de un mundo sin profundidad. Durante
el tiempo libre el trabajador debe subsumirse en el consumo de
imgenes y mercancas. En la sociedad gobernada por la tecnoburocracia est todo programado. Los patrones culturales estn
estudiados, sus efectos calculados, los gustos educados. El
efecto, lo efectista, sustituye a la obra en s, que se compone de
partes sin oposicin ni relacin. Lo que produce, una vez ms,
una sensacin de totalidad simple, que se impone, sin margen
para la imaginacin, la reflexin o la crtica. El medio prohbe
25

la actividad pensante del espectador. La industria cultural fija su


sintaxis y vocabulario, lo socializa, lo transforma, crea sujetos y
luego los sacrifica. Es, en palabras de Nietzsche, una forma de
barbarie estilizada. La industria construye un estilo dominante,
que luego hace pasar por universal, natural, necesario y absoluto.
A eso se le puede llamar ideologa, con todo lo que eso significa.
La cultura de masas constituye identidad, e incluso comunidad, en la imitacin (se desarrolla un concepto de cultura como
unificador de lo permitido dentro de la industria). La originalidad
y la rebelda se integran, para luego ser vendidas como bienes
culturales. El que no se adapta es excluido y empobrecido. Las
masas han desarrollado un conformismo, educado, que se contenta con la eterna repeticin. Impera el principio de siempre
lo mismo. Aunque se invierten muchos recursos en hacer que
parezca algo nuevo, con nuevos efectos y apariencias ms dinmicas, pero conservando la misma estructura. Esta podra ser la diferencia entre un arte ligero y un arte serio, reminiscencia de lo
clsico, muy lejano de las masas. Hay un exacerbado inters del
pblico en la tcnica, en los nuevos aparatos reproductores, pero
no en los contenidos, buscan la repeticin eterna de lo mismo, en
distintos formatos y con nuevos efectos.
La industria cultural es la industria de la diversin (y la diversin es el complemento de la lgica del trabajo). La base de tal
industria es la necesidad, creada en el pblico por ella misma. Es
un espacio de alienacin total, un narctico, en el que no se necesita ningn pensamiento propio, est diseada para evitar cualquier esfuerzo intelectual, cualquier idea de totalidad compleja.
Se afirma en la fragmentacin y el absurdo, el maltrato naturalizado. La industria no se preocupa por hacer ms humana la vida
del ser humano, por el contrario, promete algo que no cumple. El
deseo nunca es satisfecho, pues estructuralmente est impedida
la posibilidad de la satisfaccin real. Si la sublimacin esttica
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(del arte clsico) representaba la plenitud mediante su negacin,


la industria cultural no sublima, sino que reprime. Es la permanente renuncia a la felicidad, reemplazada por la risa absurda,
de nuestra propia desgracia encarnada en el otro. La cultura de
masas se produce y se refuerza al ofrecer algo y negarlo al mismo
tiempo, convirtiendo al espectador en un eterno y voraz consumidor que espera intilmente gratificacin, transformndose en
un objeto ms de la industria. La industria cultural ofrece como
paraso la misma vida cotidiana de la que se quera escapar. Es, a
su vez, una forma de educacin en los valores del capital, en su
lgica utilitarista.
En un sentido duro, divertirse significa estar de acuerdo, de
acuerdo con que no hay que pensar, que hay que olvidar el dolor,
incluso ah donde se muestra explcitamente. La liberacin que
promete la cultura de masas es liberacin del pensamiento, una
forma de amnesia social. La perfecta semejanza es la absoluta diferencia. La identidad de la especie prohbe la identidad de los casos individuales. La industria cultural ha realizado malignamente
al hombre como ser genrico, pero eso no se experimenta en la
vida, sino en el espectculo de la vida. Cmo se explica si no,
que toda esa carga emotiva que un filme despierta en el espectador, traducida en hondos sentimientos de solidaridad, compasin,
amor, comprensin y empata por un otro, se desvanezca inmediatamente apenas ste traspone el umbral del cinematgrafo?
Quien duda ante la potencia de la monotona y de la naturalizacin del discurso meditico es tomado por loco. La burla y
la manipulacin de los viejos valores burgueses pueden ser utilizados sin peligro por la industria, pues la nueva ideologa tiene
al mundo y sus contenidos como objeto. Cualquier cosa puede
ser dicha en el marco de su puesta en escena. Hasta la crtica
ms cida se vuelve inofensiva dentro del marco de sus reglas,
convirtindose en alimento para el espectculo y la irona (una
27

vez ms, habra que concluir que la lucha no es meramente en el


plano ideolgico, o discursivo, sino en el del modo de produccin
y circulacin de los bienes).
Estar al margen es el delito ms grande. La cultura industrializada ensea e inculca el modo de tolerar esta vida despiadada.
En la debilidad de cada uno reconoce la sociedad su propia fortaleza y le cede una parte de ella. Su falta de resistencia califica al
espectador como miembro de confianza. La cultura del espectculo produce una falsa identidad de sociedad y sujeto, de hecho
la propia individualidad del sujeto es una ilusin, ya que es el
resultado de las estructuras de poder, para que por l el poder
circule. En ese aspecto, la televisin parece hecha a medida para
el fascismo, pues en su monlogo puede justificarlo todo, hasta las
aberraciones ms evidentes. En la sociedad fascista en la que vivimos, el papel de la televisin es determinante, refuerza notoriamente el empobrecimiento cultural, la estupidizacin, la apata,
el aburrimiento, un hasto pasivo, vido de consumir ms hasto.
Los mass media, obviamente estn financiados por los monopolios, que subsidian a los medios de comunicacin ideolgicos
a travs de la publicidad (la que realmente no es necesaria para
vender un producto, sino para posesionarse en el medio y mantener el propio medio, que es garante del status quo). La publicidad
se convierte en el arte por excelencia, el arte por el arte. Tanto
tcnica como econmicamente, la publicidad y la industria cultural se funden la una en la otra. El montaje y las tcnicas de
manipulacin de los hombres se han perfeccionado a un punto
en que ya es posible la produccin de realidad a travs del lenguaje. Para ser precisos, la realidad siempre se ha construido en el
lenguaje, sin embargo, la conciencia de esa potencia por parte de
una clase determinada, sumada a la propiedad monoplica sobre
los medios de comunicacin, le ha permitido a esa clase producir realidad a voluntad. Este es un fenmeno reciente, vinculado
28

al poder tecno-burocrtico y a los medios de comunicacin de


masas. Evidentemente es algo que se incuba en el pensamiento
poltico clsico de la modernidad, ya Maquiavelo le recomendaba
al prncipe mentir si era necesario, para conquistar o mantener
el poder. Sin embargo, la dimensin de la mentira en el estado
actual de cosas es tan abrumadora que deja de ser mentira, para
convertirse en verdad. Esa capacidad productora de realidad no
est en el lenguaje mismo, est en una estructura de poder que
posibilita la ejecucin del montaje sin contrapesos. Esa autoconciencia de la clase que gobierna el azar, que produce realidad,
es hoy lo ms horroroso, pues es la autoconciencia del gnero
secuestrada por una minora. As, la industria cultural ha colonizado todos los aspectos de la vida: moldea actitudes, dirige gestos,
articula lenguajes, con miras a una realizacin futura que nunca
llega, salvo en la telenovela.

segunda hiPtesis de lucha


El capital ha monopolizado y hegemonizado la industria
cultural, los medios de comunicacin, la vida privada y
la vida pblica, ponindolos a disposicin de un fascismo
solapado e invisible que se ha naturalizado.

origen deL espectcuLo

l momento histrico en que la experiencia artstica (entendida no como un campo o prctica particular aislada del
conjunto de actividades humanas, sino como representacin simblica ritual) salta del orden de la expresin mtica contenida en
el rito trgico, experimentada exttica o dionisiacamente por el
conjunto de la comunidad, para ponerse como obra de arte frente
al sujeto, constituira, para Nietzsche, el origen del espectculo
burgus. Es el momento en que el arte, entendido como trabajo
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con los smbolos (es decir, como interpretacin), es puesto fuera


de la actividad vital de cada hombre para constituirse en el modo
de representacin de una casta o grupo privilegiado frente al cual
la multitud (que es en lo que se ha convertido el viejo coro trgico) pasa a asumir una posicin meramente contemplativa.
Este momento clave de la historia occidental, que Nietzsche
documenta y discute en el Nacimiento de la tragedia (texto clave
para poner en perspectiva y en profundidad el nacimiento de la
sociedad del espectculo), se caracteriza por la aparicin de un
modo normativo de interpretacin de la representacin artstica
(la danza, la msica, el drama e incluso de la plstica ligada a las
imgenes apolneas), afectada al mismo tiempo a nivel comprensivo como a nivel expresivo. Se trata de una escisin definitiva en
la experiencia artstica, a partir de la introduccin de la figura del
espectador y del concepto de espectculo que tiene como consecuencia necesaria la supresin de la representacin exttica,
para la cual lo representado no constituye una referencia de algo
externo y lejano, sino el horizonte con el que debe aspirar a confundirse toda representacin.
Nietzsche sostiene que la tragedia griega, originada en los antiguos ditirambos, se encuentra ligada a un tipo de representacin
marcada por los elementos extticos de la msica, la ebriedad
dionisiaca y la prdida del principio de individuacin (al interior
de lo general humano y lo universal natural), lugar donde los participantes pueden llegar a confundirse y ser confundidos con los
propios signos de la representacin, en lo que Nietzsche llamar
la transformacin mgica.
Un elemento esencial de la representacin trgica es el coro y
su participacin en el drama clsico, pues nos da luces acerca del
tipo de interpretacin que existi en torno de la representacin
que caracteriz a la obra de la antigedad: la tragedia surgi del

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coro trgico, que en su origen era nicamente coro y nada ms


que coro.
El coro del que nos habla Nietzsche el coro ditirmbico no
puede ser ubicable en la posicin del actor (como tampoco del
personaje), ni en la del espectador, es decir, no es representacin de nada distinto de s mismo. Tampoco es un testigo ajeno,
un mero receptor de lo representado. Juega en un dominio de
interpretacin completamente diferente al del espectador. Aristteles lo entenda como la representacin del pueblo en la obra,
pero Nietzsche niega esta posibilidad diciendo, con toda razn,
que una representacin del pueblo no la conocen in praxi en
la prctica las constituciones polticas antiguas, y, como puede
esperarse, tampoco la han presentido siquiera en su tragedia.
Motivo por el cual, mucho ms significativa es para Nietzsche
la idea de Schlegel, que considera al coro como un compendio y
extracto de la masa de los espectadores (una especie de espectador ideal). Es decir, quitando el adjetivo ideal, se trata de algo
as como un actor idntico a s mismo, cuya figura resulta indispensable para el desenvolvimiento de la representacin, pues,
el coro no reconoce actores representando personajes distintos
de s, sino que, por la fuerza de lo mimtico, se produce en la
representacin un desplazamiento que le permite llegar a transformarse en lo representado.
Nosotros habamos opinado siempre que el espectador
genuino dice Nietzsche, hablando de la experiencia al interior
del espectculo burgus, tiene que permanecer consciente en
todo momento de que lo que tiene delante de s es una obra de
arte, no una realidad emprica. Mientras que el coro trgico de
los griegos est obligado a reconocer en las figuras del escenario existencias corpreas. El coro de las Ocenides cree ver realmente delante de s al titn Prometeo, y se considera a s mismo
tan real como el dios de la escena. Nosotros habamos credo en
31

un pblico esttico, y al espectador individual lo habamos considerado tanto ms capacitado cuanto ms estuviese en situacin
de tomar la obra de arte como arte, es decir, de manera esttica;
y ahora la expresin de Schlegel nos ha insinuado que el espectador perfecto e ideal es el que deja que el mundo de la escena
acte sobre l, no de manera esttica, sino de manera corprea y
emprica.
Hay tericos como Vernant que sostienen que la tragedia
griega es una simulacin. Sin embargo, el carcter mimtico de la
simulacin trgica tiene como horizonte, paradjicamente, romper con las fronteras de esa simulacin, buscando transformarse
en aquello que es representado. Para este francs se trata ms bien
de una puesta en escena que opera como simulacin cientfica
o de laboratorio, cuyo propsito es reproducir la experiencia
que ocurre en condiciones reales, en condiciones simuladas. Dice
Vernant: La tragedia monta una experiencia humana a partir
de personajes famosos, pero los instala y los hace conducirse de
tal manera que la catstrofe que se presenta soportada por un
hombre, aparecer en su totalidad como probable o necesaria.
Es decir, el espectador que ve todo con piedad y terror adquiere
la sensacin de que todo cuanto sucede a ese individuo, habra
podido sucederle a l. Pero, por el contrario, la representacin
trgica, y sobre todo el antiguo ditirambo, lo que menos buscaba
era la referencia a algo distinto de la interpretacin misma, que
tiene lugar en la experiencia exttica. No se dirige ni a la memoria
ni al clculo del futuro, sino que se consume plenamente, por as
decirlo, en el propio acto de su representacin. Por medio de la
mmesis exttica, cada participante intenta acabar con las distancias que lo separan de los signos de representacin. As, la
dialctica basada en el convencimiento trgico entre coro y personajes, bien podra ser descrita como una dialctica exttica del
ser tomado en dos sentidos: el de ser posedo por un espritu, un
32

dios, un demonio, un animal, etc.; y el de ser tomado por la representacin misma.


Se entiende entonces, que la imagen de la tragedia que
debemos imaginar no es la del drama como lo conocemos en la
actualidad, sino, ms bien, la del rito. El acto ritual, con todos
sus elementos mticos y extticos constituyentes; como espacio
de articulacin de lo que Nietzsche llama la verdad dionisiaca.
Verdad que traspasa su sentido al mito el de la comunin exttica con la totalidad, pero de un modo que slo resulta posible
si se entiende como una verdad que se practica, que no se dice,
pues sta no se alcanza por un obrar de invocacin referencial de
ningn tipo, sino slo mediante la propia expresividad ritual. Para
Nietzsche, una experiencia que hoy se asemeja a ese rito es la de la
msica, que se constituye para este autor nada menos que en un
modelo de interpretacin del mito. Nosotros podramos agregar,
como ejemplo de este tipo de arte, a la danza contempornea, que
nunca es representacional, y que remite, inmediatamente al aqu
y ahora de la obra, al momento de encuentro entre los cuerpos de los bailarines con los del espectador en un mismo espacio,
constituyendo un fenmeno indisociable, de pleno presente, que
no remite a nada ms que a s mismo.
Si bien nos parece desmesurado el papel que alcanza la msica
en la teora de Nietzsche sobre la tragedia, por otra parte es coherente con el hecho de que la msica constituye una de aquellas
experiencias simblicas en las que la interpretacin de sus signos
no se dirige referencialmente a nada distinto de s, por lo tanto,
no juega simulacin o falsedad simblica alguna. Esta es la razn
por la que el acto ritual funciona como fuego creador y vivificador
del mito. La verdad dionisaca dice Nietzsche se incauta del
mbito del mito, es la expresin simblica de sus conocimientos.
Esto sobrevive en el culto pblico de la tragedia, y en los ritos
secretos de las festividades dramticas de los Misterios, pero siem33

pre bajo el antiguo velo mtico. Cul fue la fuerza que liber a
Prometeo de su buitre y que transform el mito en vehculo de la
sabidura dionisaca? La fuerza de la msica, similar a la de Heracles. Fuerza que alcanza en la tragedia su manifestacin suprema,
pues sabe interpretar el mito en un nuevo y profundo significado.
Esta forma de expresin e interpretacin de la representacin
va a experimentar un cambio radical cuando, con Eurpides, el
horizonte simblico de la tragedia se desplaza de la metamorfosis
mstica y exttica de sus participantes, hacia los elementos que
dan inteligibilidad a una puesta en escena externa.
En la exaltacin de los antiguos elementos dionisiacos, coro y
hroes compartan un tiempo narrativo comn, en cuya incertidumbre trgica caan simultneamente durante la representacin.
Por el contrario, en el nuevo horizonte simblico, protagonistas y
coro se disociarn cada vez ms, llegando a surgir, como proyeccin de ambos, la figura del personaje y la del espectador. Un
espectador que, como el de la Comedia Nueva, de la que Eurpides tambin es mentor, se situar durante la representacin en un
tiempo mundano, totalmente ajeno al de la narracin mtica (es
el nacimiento del tiempo del espectculo).
Todo ello supone la desaparicin del coro tal como se lo conoca en los antiguos ditirambos. Desaparicin que no slo se le
debe a Eurpides, sino que ya haba sido prefigurada por Sfocles,
quien no se atreve a seguir confiando al coro la parte principal
del efecto, sino que restringe su mbito de tal manera que el coro
aparece casi coordinado con los actores. Sfocles sube una parte
del coro desde la orquesta, introducindolo en el escenario. Con
lo que su esencia queda destruida del todo.
Lo que hace Eurpides es tomar aquella parte del coro que
Sfocles no sube al escenario, y la pone fuera de la representacin,
en el papel de meros espectadores pasivos, los que ms bien son
instruidos por el discurso de la tragedia. De ah a la desaparicin
34

formal del coro como personaje en la Comedia Nueva habr slo


un paso. Dice Nietzsche: A la Comedia Nueva le era lcito dirigirse a esa masa (el coro), preparada e ilustrada de ese modo; slo
que esta vez era el coro de los espectadores el que tena que ser
instruido. Tan pronto como ese coro estuvo adiestrado en cantar
en la tonalidad de Eurpides, se alz aquel gnero de espectculo
de tipo ajedrecista, la Comedia Nueva, con su triunfo continuo
de la astucia y del disimulo.
En consecuencia, con Eurpides, el coro se disocia y se diluye
entre los dos polos de un nuevo tipo de representacin: de un lado
el espectador; del otro lado los personajes, lugar de una puesta
en escena, como la de la Comedia Nueva, en la que actores y
escenografa hacen referencia a sucesos que, se sabe, no ocurren en
el escenario en que son representados, pues, gracias a esta nueva
forma de interpretacin de la representacin que experimenta el
mundo helnico, puede incluso no ocurrir en ninguna parte (lo
que es diametralmente opuesto al mito). Por ello, en un sentido
vital (o en un sentido dionisiaco), en ltima instancia, pierde
relevancia lo que pueda ocurrir en la dramatizacin, en tanto,
como hemos querido decir aqu, sta ya no se conecta con el
continuum vital de sus participantes (que se suponen fuera de la
representacin).
As, la representacin trgica se convierte en la expresin de
un contenido referencial que, lejos de pretender ser tomado por,
busca se reconozca en l cierta falsedad simblica, necesaria para
convencer de su carcter de puesta en escena, reafirmando el distanciamiento. Es lo que, de acuerdo a la hiptesis de Nietzsche,
ocurri con la propia msica trgica de Eurpides, quien lejos de
apuntar por medio de ella a la transformacin de sus corifantes,
rebaj su fuerza mimtica al carcter de mera copia imitativa de
la apariencia, por ejemplo, de una batalla, de una tempestad, y
con ello la despoj totalmente de su fuerza creadora de mitos.
35

Volviendo atrs, entonces, en el proceso de declive y muerte


de la tragedia asistimos a la instauracin de una forma de
concebir la representacin indita en la cultura occidental hasta
la obra de Eurpides, la cual tendr implicancias no slo sobre el
nacimiento del teatro como espectculo, sino (y esto es lo que
nos interesa destacar, pues se conecta con la crtica a la sociedad
del espectculo que haremos a continuacin), sobre las formas
en que representamos (e interpretamos) importantes aspectos de
nuestra propia cotidianidad. Entre ellos, las representaciones del
lenguaje y del pensamiento. Lo que hace Eurpides en el mbito
de la tragedia, no es otra cosa que una representacin con arreglo
a las exigencias de un socratismo esttico, ya que para Scrates:
Todo tiene que ser inteligible para ser bello. Lo que implica,
en ltima instancia, que toda representacin debe ser una
representacin para el pensar. Nietzsche denuncia as este rasgo
de la cultura occidental moderna: Todo tiene que ser consciente
para ser bello. Lo que es anlogo a la tesis de Eurpides (paralela
de la socrtica): Todo tiene que ser consciente para ser bueno.
Eurpides es el poeta del racionalismo socrtico.
Con ese canon, Eurpides rectific tanto el lenguaje, como los
caracteres, la estructura dramatrgica, la msica coral, obedeciendo al dictado de la esttica socrtica de una manera mucho
ms que metafrica (si es que se debe dar crdito a aquella leyenda
que circulaba por Atenas, segn la cual Scrates ayudaba a Eurpides a escribir sus obras), y no porque el padre de la mayutica
gustara particularmente del gnero (la tesis de Nietzsche es que
no lo entenda). Por el contrario, al igual que Platn, lo contaba
entre las artes lisonjeras, que slo representan lo agradable, no lo
til. Empeado en transformar el pensamiento en el instrumento
que permite distinguir lo verdadero y de lo falso en la naturaleza
de las cosas, Scrates no comprende un tipo de expresin que no
se dirija a brindar luz al pensamiento, o que no exponga sus signos
36

como referencias entre el mundo y su comprensin. Acaso ocurre as tendra l que preguntarse que lo incomprensible para
m no es ya tambin lo ininteligible sin ms? Acaso hay un reino
de sabidura del cual est desterrado el lgico? Acaso el arte es
incluso un correlato y un suplemento necesarios de la ciencia?
Nietzsche denuncia la manera en que Scrates introduce la racionalidad y el pensamiento como medida del mundo.
De esta forma, contra la tragedia, Scrates introduce lo que
Nietzsche denomina el optimismo terico, el cual celebra jubiloso cada deduccin, cada reflexin racional puesta en el campo
del arte y la representacin. As, una vez infiltrado en la tragedia,
tiene que recubrir poco a poco las regiones dionisacas de sta y
empujarlas necesariamente a la autoaniquilacin, hasta el salto
mortal que nos deja en los lmites del espectculo burgus.
La sociedad deL espectcuLo8

l juicio de Feuerbach sobre el hecho de que su tiempo prefera la imagen a la cosa, la copia al original, la representacin a la realidad, ha sido enteramente confirmado por la era del
espectculo, incluso en aquellos terrenos en los que el siglo XIX
quiso mantenerse al margen de la produccin industrial capitalista
(que constitua ya su verdadera naturaleza). La burguesa propag,
a modo de resistencia cultural, el riguroso espritu del museo, del
objeto original, de la crtica histrica exacta, del documento autntico. Pero pronto perdi esa batalla, hoy en todas partes lo artificial
tiende a reemplazar a lo verdadero.

8
Este apartado se basa sustancialmente en el texto de 1967, La sociedad del
espectculo, de Guy Debord, y en un comentario que el propio Debord hace a su texto
veintin aos despus, titulado Comentarios sobre La sociedad del espectculo. Ambos
textos forman parte de las bases tericas de la Internacional Situacionista.

37

La aparicin de la dominacin espectacular constituye una


transformacin social tan profunda que ha cambiado radicalmente el arte de gobernar. Esa simplificacin, que tan rpidamente ha conseguido resultados eficaces en la prctica, no ha
sido an plenamente comprendida en la teora. Antiguos prejuicios desmentidos por todas partes, precauciones que se han vuelto
intiles, e incluso restos de escrpulos de otros tiempos, obstaculizan todava, en el pensamiento de numerosos gobernantes, la
comprensin de una prctica que se establece y confirma cada
da. No solamente se hace creer a los sujetos que, en lo esencial,
an estn en un mundo que ya han hecho desaparecer, sino que
los propios gobernantes experimentan a veces la inconsecuencia
de creerse en l. Piensan en lo que han suprimido como si continuara siendo una realidad que deben seguir teniendo presente en
sus clculos (o al menos actan como si as fuese).
La vida de las sociedades en las que dominan las condiciones
modernas de produccin se presenta como una inmensa acumulacin de espectculos. Todo lo que era vivido directamente se ha
transformado en una representacin. Las imgenes, que se han
desprendido de cada aspecto de la vida, se fusionan en un curso
comn, donde la unidad del mundo ya no puede ser restablecida. La realidad se despliega, en tanto que pseudomundo aparte,
como objeto de mera contemplacin. El espectculo se puede ver
como la inversin concreta de la vida: se muestra a la vez como
la sociedad misma, como una parte de la sociedad y como instrumento de unificacin. En tanto que parte de la sociedad, es
expresamente el sector que concentra todas las miradas y toda la
conciencia. Precisamente porque este sector est separado es el
lugar de la mirada engaada y de la falsa conciencia; y la unificacin que lleva a cabo no es sino el discurso oficial de la escisin
generalizada y consumada.

38

El espectculo no es un conjunto de imgenes, sino una relacin social entre personas, mediatizada por imgenes. No puede
entenderse como el abuso de un mundo visual, o solamente como
el producto de las tcnicas de difusin masiva de imgenes. Es
ms bien una cosmovisin que ha llegado a ser efectiva, traducindose en efectos materiales. Es una visin del mundo que se
ha objetivado.
El espectculo, comprendido en su totalidad, es a la vez el
resultado y el proyecto del modo de produccin existente. No es
un suplemento del mundo real, no es su decoracin. Es el corazn del irrealismo de la sociedad real. Bajo todas sus formas particulares, informacin o propaganda, publicidad o consumo de
diversin, el espectculo constituye el modelo presente de la vida
socialmente dominante. Forma y contenido del espectculo son
idnticos a la justificacin de las condiciones y los fines del sistema existente. El espectculo es la presencia permanente de esta
justificacin, como ocupacin de la parte principal del tiempo
que se vive fuera de la produccin moderna (lo que se ha dado en
llamar entretenimiento).
El lenguaje espectacular est constituido por los signos de la
produccin reinante, que son al mismo tiempo la finalidad ltima
de esta produccin. No se puede oponer abstractamente el espectculo y la actividad social efectiva, pues son dos aspectos de un
mismo proceso. El espectculo, que invierte lo real, se produce
efectivamente (hay una industria detrs suyo). Al mismo tiempo
la realidad vivida es materialmente invadida por la contemplacin del espectculo, y reproduce en s misma el orden espectacular concedindole un espacio importante en su existencia. La
realidad objetiva est presente en ambos lados. Cada nocin, as
fijada, no tiene otro fondo que su paso a lo opuesto: la realidad
surge en el espectculo, y el espectculo se hace parte de lo real.
Esta alienacin recproca es la esencia y el sostn de la socie39

dad actual. En el mundo realmente invertido, lo verdadero es un


momento de lo falso.
El espectculo se presenta como una enorme verdad, indiscutible e inaccesible. Nos dice: Lo que aparece es bueno, lo que
es bueno aparece, y hay que tener fe en ello, como si fuese una
nueva religin. La actitud que exige por principio es la aceptacin
pasiva de esta verdad, que ya ha obtenido de hecho por su forma
de aparecer sin rplicas, por su monopolio de la apariencia. El
espectculo es la principal forma de produccin de la sociedad
actual, como adorno indispensable de los objetos producidos,
como exponente general de la racionalidad del sistema, y como
sector econmico avanzado que da forma directamente a una
multitud creciente de imgenes-objetos.
El espectculo somete a los hombres/mujeres a la tirana de la
imagen en la misma medida en que la economa ya les ha sometido a un modo de produccin. No es ms que la economa desarrollndose por s misma. Es el reflejo fiel de la produccin de las
cosas y la objetivacin de los productores. La primera fase de la
dominacin de la economa sobre la vida social haba implicado,
en la definicin de toda realizacin humana, una evidente degradacin del ser en el tener. La fase presente de la ocupacin de la
vida social por los resultados de la economa, conduce a un deslizamiento generalizado del tener al parecer, donde todo tener
efectivo debe extraer su prestigio inmediato del parecer.
All donde el mundo real se cambia en simples imgenes, las
simples imgenes se convierten en seres reales y en las motivaciones eficientes de un comportamiento hipntico. El espectculo,
como tendencia a hacer ver por diferentes mediaciones especializadas, encuentra en la vista el sentido humano privilegiado (que
en otras pocas fue el tacto); la vista, siendo el sentido ms abstracto (y el ms mitificable), corresponde a la abstraccin generalizada de la sociedad actual.
40

El espectculo es la reconstruccin material de la ilusin religiosa. La tcnica espectacular no ha pretendido disipar las nubes
religiosas, donde los hombres/mujeres situaron sus propios poderes, separndolos de s mismos, sino que esta vez los ha relegado
a una base terrena. As, la vida terrena, la que siempre se vuelve
opaca e irrespirable, ya no proyecta su esperanza en el cielo, sino
que alberga en s misma su engaoso paraso. El espectculo es la
realizacin tcnica del exilio de los poderes humanos a un ms
all, es la escisin consumada en el interior de lo hombre/mujer:
su nueva religin.
La ms vieja especializacin social, la especializacin del
poder, es la que se encuentra en la raz del espectculo (se da aqu
la paradoja de que lo ms moderno es tambin lo ms arcaico).
El espectculo es as una actividad especializada que habla por
todas las dems. Es la representacin diplomtica de la sociedad jerrquica ante s misma, donde todo otro discurso queda
excluido. El espectculo es el discurso ininterrumpido que el
orden presente mantiene consigo mismo, su monlogo elogioso.
Es el autorretrato del poder en la poca de la gestin totalitaria
de la existencia. La apariencia fetichista de pura objetividad en la
relacin espectacular, esconde el carcter de clase de tal discurso:
una segunda naturaleza parece dominar nuestro entorno con sus
leyes fatales. Pero el espectculo no es un producto necesario del
desarrollo tcnico, la sociedad del espectculo es, por el contrario, la forma que elige su propio contenido tcnico.
Aunque, tomado en su aspecto restringido como medios de
comunicacin de masas (lo que es su manifestacin superficial
ms abrumadora), el espectculo parece invadir la sociedad como
simple instrumentacin; pero sta no es nada neutra en realidad,
sino la que ms conviene a su autoproduccin. As, da la impresin de que las necesidades sociales de la poca donde se desarrollan tales tcnicas no pueden ser satisfechas sin su mediacin. Si
41

la administracin de esta sociedad y todo contacto entre los hombres ya no pueden ejercerse si no por intermedio de este poder
de comunicacin instantnea, es porque esta comunicacin es
esencialmente unilateral, de forma que su concentracin vuelve
a acumular en las manos de quienes administran el sistema existente los medios que les permiten continuar con esta determinacin. La escisin generalizada de la sociedad del espectculo
es inseparable del Estado moderno, es decir, de la forma general
de la escisin en la sociedad, producto de la divisin del trabajo
social, y un rgano fundamental de la estructura de dominacin
de clase.
Con la separacin generalizada del trabajador y de su producto
se pierde todo punto de vista unitario sobre la actividad laboral
realizada, toda comunicacin personal directa entre los productores. A medida que aumenta la divisin social del trabajo y la
concentracin del proceso productivo, la unidad y la comunicacin llegan a ser el atributo exclusivo de la direccin del sistema:
la propiedad sobre la informacin y la gestin.
El origen del espectculo est inscrito en la prdida de unidad
del mundo, y la expansin gigantesca del espectculo moderno
expresa la dimensin de esta prdida: la abstraccin de todo trabajo particular y la abstraccin general del conjunto de la produccin se traducen perfectamente en el espectculo, cuyo modo de
ser concreto es justamente la abstraccin. En el espectculo una
parte del mundo se representa ante el resto del mundo y le es
superior. El espectculo no es ms que el lenguaje comn de esa
separacin originaria, acontecida en el proceso del trabajo asalariado. Lo que liga a los espectadores no es sino un vnculo irreversible con el centro que sostiene su separacin. Tanto la teora de
los crculos concentricos de Galbraith, como la del panptico
de Bentham, son aplicables como metforas de la actual realidad
social. Para el primero, la moderna sociedad, articulada a imagen
42

y semejanza de la empresa, dibuja crculos concntricos en los


que se ubican los agentes sociales. Los que estn en los permetros
ms externos reciben rdenes de aquellos que se ubican en los
ms internos. Para los primeros, los segundos son invisibles, y as
sucesivamente. Mientras ms poder e informacin se maneja en
un crculo, mayor es su invisibilidad. El centro del poder es, por
tanto, esencialmente invisible. En el caso de Bentham, se trata
de un modelo carcelario, extensible a la actual sociedad vigilada,
donde los carceleros, desde el panptico, pueden ver todo lo que
hacen los encarcelados, pero estos no a sus captores, que se escudan en una torre que funciona como eje de la estructura, dispuesta de tal forma que los prisioneros no puedan tener contacto
entre s. El espectculo, por su parte, rene lo separado, pero lo
rene en tanto que separado, sin superar la separacin (millones de
televisores encendidos al mismo tiempo, en millones de espacios
desconectados, fragmentados).
La alienacin del espectador, en beneficio del objeto contemplado (resultado de su propia actividad inconsciente) se expresa
as: cuanto ms contempla el espectador, menos vive; cuanto
ms acepta reconocerse en las imgenes dominantes de la necesidad, menos comprende su propia existencia y su propio deseo.
La exterioridad del espectculo respecto de lo hombre/mujer se
manifiesta en que sus propios gestos ya no son suyos, sino de un
otro que lo representa. Por eso, el espectador no encuentra su
lugar en ninguna parte, porque el espectculo est en todas. El
espectculo, en la sociedad actual, corresponde a una fabricacin
concreta de la alienacin, es el capital en un grado tal de acumulacin que se transforma en imagen.
Si cada mercanca lucha por s misma, no pudiendo reconocer a las otras, pretendiendo imponerse en todas partes como si
fuera la nica, el espectculo es entonces el canto pico de esta
confrontacin. El espectculo no canta a los hombres y sus armas,
43

sino a las mercancas y sus pasiones. En esta lucha ciega cada mercanca, en la medida de su pasin, realiza algo an ms elevado: el
devenir mundo de la mercanca, que es tambin el devenir mercanca del mundo.
En la sociedad dividida en clases, la cultura es la esfera general del conocimiento y de las representaciones; lo que equivale a
decir que es el poder de generalizacin existiendo aparte, como
divisin del trabajo intelectual (y trabajo intelectual de la divisin,
al elaborar los discursos que la justifican). Al ganar su independencia, la cultura comienza un movimiento imperialista de enriquecimiento que es al mismo tiempo el ocaso de su independencia. La historia que crea la autonoma relativa de la cultura y las
ilusiones ideolgicas sobre esta autonoma, se expresan tambin
como historia de la cultura. Y toda la historia conquistadora de la
cultura puede ser comprendida como la historia de la revelacin
de su insuficiencia, como una marcha hacia su autosupresin. La
cultura es el lugar donde se busca la unidad perdida. En esta bsqueda de la unidad, la cultura como esfera separada est obligada
a negarse a s misma. Sin embargo, la cultura, en esta etapa, en
que ha sido ntegramente convertida en mercanca, debe tambin
pasar a ser la vedette de la sociedad espectacular. Quedando enteramente condicionada por el hecho de que no puede ni quiere
pensar su propia base material dentro del sistema espectacular.
El poder del espectculo, tan esencialmente unitario, centralizador por la fuerza misma de las cosas y perfectamente desptico
en su espritu, se indigna con frecuencia al ver constituirse bajo
su reinado una poltica-espectculo, una justicia-espectculo,
una medicina-espectculo, o tantos otros sorprendentes excesos
mediticos (que tambin se puede denominar como pornografa), sin embargo, ese lmite artificial y mvil, es necesario para
que el espectculo no sea ms que exceso de lo meditico. La
dominacin espectacular ha educado ya a un par de generacio44

nes, sometidas a sus leyes. Las condiciones extraordinariamente


nuevas en las que estas generaciones han vivido, constituyen un
resumen exacto y suficiente de todo lo que el espectculo impedir de ahora en adelante; y tambin de todo lo que permitir.
El gobierno del espectculo, que actualmente detenta todos
los medios de falsificacin del conjunto de la produccin as como
de la percepcin, es amo absoluto de los recuerdos, al igual que
es dueo incontrolado de los proyectos que conforman el ms
lejano futuro. Reina en solitario en todas partes y ejecuta sus juicios sumarios (siendo juez y parte), con los que condena y decide
destinos.
La sociedad modernizada hasta el estadio de lo espectacular
integrado, se caracteriza por el efecto combinado de cinco
rasgos principales: la incesante renovacin tecnolgica, la fusin
econmico-estatal, el secreto generalizado, la falsedad sin rplica
y un perpetuo presente.
La primera intencin de la dominacin espectacular era hacer
desaparecer el conocimiento histrico en general y, desde luego, la
totalidad de las informaciones y los comentarios razonables sobre
el pasado ms reciente. Una evidencia tan flagrante no necesita
ser explicada. El espectculo organiza con destreza la ignorancia
de lo que sucede e, inmediatamente despus, el olvido de lo que,
a pesar de todo, se ha llegado a conocer. Lo ms importante es lo
ms oculto (los acontecimientos durante las dictaduras, los responsables de las matanzas estudiantiles a lo largo de la historia,
los motivos de los diversos genocidios y guerras, etc.). Este poder
nos parece familiar, como si hubiera estado ah desde siempre.
Todos los usurpadores han querido hacer olvidar a sus contemporneos que acaban de llegar.
Donde reina el espectculo las nicas fuerzas organizadas
son aquellas que desean el espectculo. Se ha acabado con
aquella inquietante concepcin, que domin durante cerca de
45

doscientos aos, segn la cual una sociedad poda ser criticable


y transformable, reformada o revolucionada. Y esto no se ha
conseguido con la aparicin de nuevos argumentos, sino porque
dentro de los lmites de su dominio los argumentos se han vuelto
intiles.
Nunca como hoy la censura ha sido tan perfecta. Jams a
aquellos a quienes se les ha hecho creer que son ciudadanos libres
se les ha permitido menos dar a conocer su opinin. Nunca en
la historia ha estado permitido mentir con una falta de consecuencias tan perfecta como hoy. Se parte del supuesto de que el
espectador lo ignora todo y que no merece nada.
Esta democracia perfecta, fabrica ella misma su inconcebible enemigo: el terrorista, el anarquista, el delincuente, el antisocial. En efecto, quiere ser juzgada por sus enemigos antes que por
sus resultados. La historia del terrorismo, escrita por el Estado, es
educativa. Las poblaciones espectadoras no pueden saberlo todo
sobre el terrorismo, pero siempre le dejan saber lo suficiente como
para ser persuadidas de que, comparando con sus consecuencias,
la guerra deber parecer ms aceptable, o en cualquier caso ms
racional y democrtica.
El discurso espectacular calla, adems de lo que es propiamente secreto, todo aquello que no le conviene. De lo que muestra, asla siempre el entorno, el pasado, las intenciones, las consecuencias. Es, por tanto, ilgico. Dado que ya nadie puede contradecirle, el espectculo tiene derecho a contradecirse a s mismo, a
rectificar su pasado. La altanera actitud de sus servidores cuando
dan a conocer una nueva versin de los hechos (quiz ms engaosa todava que la primera), es la de rectificar con dureza la
ignorancia y las malas interpretaciones atribuidas a su pblico,
mientras que son ellos mismos quienes la vspera se apresuraban
a difundir ese error, con su acostumbrado aplomo. De este modo,
las enseanzas del espectculo y la ignorancia de los espectadores
46

aparecen indebidamente como factores antagonistas, cuando en


realidad proviene el uno del otro.
En el plano de los medios de pensamiento de las poblaciones
contemporneas, la primera causa de decadencia se refiere claramente al hecho de que ningn discurso difundido por medio
del espectculo da opcin a respuesta; cuando, histricamente,
la lgica se ha formado slo en el dilogo social. Se ha extendido
el respeto hacia aquel que habla desde el espectculo, a quien se
atribuye importancia, riqueza, prestigio, la autoridad misma, y por
lo mismo se extiende tambin entre los espectadores el deseo de
ser tan ilgicos como l, de modo de conquistar para s un reflejo
individual de esa autoridad.
El individuo, a quien ese pensamiento espectacular empobrecido ha marcado profundamente (ms que cualquier otro elemento de su formacin), se coloca ya de entrada al servicio del
orden establecido, a pesar de que su intencin subjetiva pueda
haber sido totalmente contraria a ello. En lo esencial, se guiar
por el lenguaje del espectculo, ya que es el nico que le resulta
familiar: aqul con el que ha aprendido a hablar. Sin duda intentar mostrarse contrario a su retrica, pero emplear su sintaxis.
Este es uno de los ms importantes xitos obtenidos por la dominacin espectacular: haber articulado un lenguaje que al mismo
tiempo es un sujeto.
Desde que se detenta el mecanismo de control sobre la nica
verificacin social plena y universalmente reconocible, se dice lo
que se quiere. Se posee el inmenso y absolutamente aterrador
poder de producir realidad a voluntad. La demostracin espectacular de un hecho, se prueba simplemente andando en crculo:
volviendo, reiterando. El nico terreno en el que, de ahora en
adelante, reside lo que puede afirmarse pblicamente y tener crdito, puesto que ser solamente de eso de lo que todo el mundo
ser testigo, es la imagen espectacular. Del mismo modo, la auto47

ridad espectacular puede negar lo que sea, una vez, tres veces, y
decir que no volver a hablar de ello, y hablar de otra cosa; sabe
que ya no se arriesga a ninguna rplica, ni en su propio terreno ni
en ningn otro. Pues ya no existe gora, ni comunidad general;
ni siquiera comunidades restringidas de cuerpos intermedios o de
instituciones autnomas, salones o cafs para los trabajadores;
ningn lugar donde el debate sobre las verdades que nos conciernen pueda liberarse de forma duradera de la aplastante presencia
del discurso meditico y de las diferentes fuerzas organizadas que
lo avalan. El espectculo puede dejar de hablar de algo durante
tres das y es como si ese algo no existiese. Habla de cualquier
otra cosa y es esa otra cosa la que existe a partir de entonces.
Como se puede ver, las consecuencias prcticas de este poder son
inmensas.
Los especialistas de la sociedad del espectculo tienen un
poder absoluto en el interior de su sistema de lenguaje, y estn
corrompidos por su experiencia del desprecio (y del xito del
desprecio), confirmada por el conocimiento de lo hombre/mujer
despreciable que es el espectador. Una verdadera crtica de este
sistema debe apuntar no slo a los contenidos y las formas, sino
especialmente hacia los modos de produccin y circulacin de
la cultura y de la propia crtica (instancias que tambin se convierten en contenido).
La teora crtica del espectculo no es verdadera si no se une
a la corriente prctica de la negacin de la sociedad, y esta negacin, la recuperacin de la lucha contra el poder, llegar a ser
consciente de s misma desarrollando la crtica del espectculo,
como teora de nuestras condiciones reales, de las condiciones
prcticas de la opresin actual, develando inversamente el secreto
de lo que ella puede ser. No se puede distinguir artificialmente
entre lucha terica y lucha prctica, ya que la comunicacin de
tal teora ya no puede concebirse sin una prctica rigurosa. El
48

encadenamiento oscuro y difcil de la teora crtica deber ser


tambin una porcin del movimiento prctico, actuando a escala
social. La teora crtica debe comunicarse en su propio lenguaje.
Es el lenguaje de la contradiccin, que debe ser dialctico en su
forma como lo es en su contenido. Es crtica de la totalidad y
crtica histrica. No es una negacin del estilo, sino un estilo de
la negacin.
La autoemancipacin de nuestra poca consiste en emanciparse de las bases materiales de la verdad invertida.

tercera hiPtesis de lucha


El origen del espectculo es la prdida de unidad del mundo.
La expansin gigantesca del espectculo moderno expresa
la totalidad de esta prdida. En el espectculo una parte del
mundo se representa ante el resto del mundo como superior,
haciendo una promesa de satisfaccin de deseos que nunca
cumple.

49

El

ar tE como actIvIdad vItal

( o a r tE

vErsus trabajo )

s difcil no estar de acuerdo con la afirmacin de Marx de


que el trabajo es la actividad que distingue y define al ser
humano, la que le otorga su particularidad como especie. Ya que
el trabajo es el momento en que lo hombre/mujer no slo produce obras, sino que tambin se produce a s mismo y produce al
mundo que lo rodea, incluida la naturaleza9.
Tampoco es fcil desestimar de un plumazo su teora de la enajenacin, que da sentido al conjunto de su elaboracin crtica. En
ella Marx propone que en el proceso de trabajo asalariado (donde
la actividad del trabajo est supeditada al marco de las relaciones
de produccin capitalistas), el trabajador no slo se separa de la
obra que produce, ya que no le pertenece, sino que se enajena de
su propia fuerza de trabajo, entendida como su especial capacidad
creadora y productiva. Es decir, se da la paradoja de que en el trabajo (actividad en la que lo hombre/mujer debiera realizarse) el
ser humano se disocia de lo que le define como especie. El trabajo,
la actividad vital de lo hombre/mujer, es arrebatado al trabajador
en el proceso productivo, por lo tanto ste no puede establecer
una relacin de identidad con su obra ni consigo mismo, est enajenado de s. El trabajo, de ser la actividad libre y creadora de la
especie, pasa a convertirse en la fuente de todo su sufrimiento.
9
Se podra decir que eso tambin es el lenguaje, pues desde nuestro punto de
vista, trabajo y lenguaje forman parte de un mismo proceso, en que el Ser (el ser
genrico de la especie) se autoproduce en la actividad (el hacer) de distinguir, producir,
nombrar. Tambin se podra decir que as como no hay lenguaje en s, sino modos
de interpretacin, tampoco hay trabajo en s, sino actividades particulares insertas
en modos de produccin determinado, es decir, relaciones de produccin, por tanto,
lenguaje y trabajo son relaciones sociales.

51

Al transformarse el trabajo en mercanca, transada en el mercado por un salario (su precio en valor de cambio, o dinero),
el creador extraa de s su esencia, la cede (vende) a otro, la
enajena. Pero esta cesin no es voluntaria (como argumenta la
economa poltica clsica), es condicin estructural de un sistema organizado en funcin de la acumulacin del capital y de
la explotacin.
Luego, el trabajador, separado de su esencia, ya no experimenta goce alguno en el trabajo, por el contrario, en l se siente
agobiado, e intenta encontrar satisfaccin fuera de la actividad
laboral, en las funciones animales o corporales, que tienden a la
reproduccin del individuo y de la especie, y que ya han sido
cooptadas por la industria de la diversin.
Los alcances de este desgarramiento, desdoblamiento o enajenacin, son insospechados, y extienden sus ramajes a todas las
esferas de la existencia humana, incluida la teora del conocimiento, la ciencia, la filosofa, la psicologa, la vida cotidiana, etc.
En este contexto aparece el arte, definido habitualmente
como una actividad distinta y contrapuesta al trabajo. El arte,
aparentemente, conserva las caractersticas originales del trabajo,
es el espacio de la libre expresin de la esencia de lo hombre/
mujer, el lugar del despliegue de la actividad vital fuera de la
lgica del intercambio mercantil. La capacidad productiva, creadora, transformadora e inventiva de lo hombre/mujer se traslada
desde la esfera del trabajo hacia la esfera del arte. El arte, en su
concepto ms romntico y contemporneo, no tiene una funcin
en s, simplemente es un modo de expresin de la experiencia de
estar en el mundo, el arte por el arte, por la simple necesidad de lo
hombre/mujer de exteriorizar su ser, su mundo onrico, su imaginacin, sus deseos, sus pesadillas, etc. Primariamente, en el arte,
lo hombre/mujer quiere representarse y representar el mundo
que le da sentido, exteriorizar sus delirios y desplegar un lenguaje
52

metafrico que le permita hablar de lo que el lenguaje comn no


le permite expresar: la experiencia de lo sublime, de lo cotidiano,
de la finitud y de la infinitud, de lo sagrado y lo mundano.

cuarta hiPtesis de lucha


El arte moderno slo tiene sentido en el contexto de una
sociedad donde el trabajo humano se ha enajenado. No
existira el arte si no fuese porque la actividad vital de lo
hombre/mujer, el trabajo, sigue estando sometida a un
rgimen de explotacin.

53

la obra, su aura10 y la EsEncIa dE lo humano


10

as creaciones de diverso tipo que arroja todo proceso productivo son formas expresivas que contienen un ser lingstico; nos hablan por s mismas, tanto de su forma, del nivel
tcnico que les dio origen, como de su contenido, que es el trabajo humano. Lo hombre/mujer pone algo de s en sus creaciones,
se exterioriza en su obra, comunicando su esencia que est plena
de sentido histrico.
El aura es el aqu y el ahora de la obra de arte, su existencia irrepetible, es la historia a la que ha estado sometida como
objeto singular y que se evidencia en las alteraciones fsicas que
ha sufrido, sus cambios de propietario, su relacin con los hombres
de las distintas pocas por las que ha transitado. Su aqu y ahora es
siempre el concepto de su autenticidad, irreproductible por ningn recurso tcnico, ya que la tcnica reproductiva desvincula lo
reproducido del mbito de la tradicin. La unicidad de la obra de
arte se identifica con su ensamblamiento en el contexto de la tradicin, que es cambiante, y que se relaciona con la obra mediante
diferentes interpretaciones, aunque stas siempre son enfrentadas a su aura. Esa relacin interpretativa tiene un carcter ritual
o cultual, pues ocurre en la intimidad de lo autntico que es propio de la tradicin, como oposicin a la vacuidad de la cultura de
masas, en que la obra ha perdido ese poder comunicante, que es
su aura, convirtindose en pura superficie.
Slo quien ha amado los objetos, quien ha deambulado por
calles atestadas de escaparates, pudo idear el concepto de aura,
10
El concepto de aura de la obra lo elabora Walter Benjamin en 1936, en su texto
La obra de arte en la poca de su reproductibilidad tcnica, donde se puede identiicar una
maduracin de las tesis del materialismo histrico en el autor.

55

clave en el Benjamin maduro que, marxista melanclico, se


enfrenta con el arte y con la sensibilidad de la era industrial. Las
cosas tienen aura cuando son capaces de levantar la vista y devolverle la mirada a quien las mira. Esa fantasmagora que anida
en las cosas busca objetividad. La idea de aura no distrae hacia
terrenos baldos, sino que ordena el anlisis de la mecanizacin,
del automatismo en los procesos de produccin del capitalismo
industrial.
Tambin se puede definir el aura como la manifestacin irrepetible de una lejana (por cercana que pueda estar), lo que reafirma el valor cultual de la obra. Pero ste no slo es propio de las
culturas mticas o religiosas, pues en la actualidad hay algo de ello
en la actitud del coleccionista, que tiene un poco de adorador de
fetiches, quien en su posesin de la obra quiere participar de su
valor cultual. En los casos ms autnticos se busca una experiencia con el objeto, como un intento de apropiarse del desaparecido
mundo que le ha dado origen. A pesar de que se puede mantener
una actitud crtica hacia esta alternativa ilusoria y romntica que
ocurre en la intimidad y soledad del propietario, no es difcil sentirse atrado por viejos artefactos, mquinas y juguetes, artilugios
de la tcnica y del arte rescatados del paso del tiempo.
La fotografa y, especialmente, el cine son los arquetipos de
una sociedad en que lo importante de la obra ya no es su valor
intrnseco (su aura), sino lo que tienen de instrumento poltico
en el control y dominio de masas. El cine enfrenta al espectador
a un producto que no le da espacio a la reflexin, ni a ese dilogo
ntimo que s permite la autntica obra plstica. A este respecto
es interesante la postura que asume Bertolt Brecht frente a cierto
tipo de teatro que aliena al pblico, al buscar la identificacin
de ste con los personajes. En contrapartida, Brecht postula a
un teatro que ponga distancia, que genere reacciones y rechazos
frente a los personajes, que muestre la crudeza del mundo y su
56

realidad, que refuerce la autoconciencia en el espectador y no


su alienacin. Para eso elabora ciertas tcnicas que dan origen al
teatro pico. El famoso efecto de distanciamiento creado por Brecht
es un arma contra el romanticismo y el sentimentalismo en el arte
dramtico, en beneficio de la reflexin y la crtica.
Respecto a la fotografa, sta an conserva (pese a su carcter
de obra tcnicamente reproducida, que no tiene un original al
cual remitirse para encontrar la autenticidad) ciertos rasgos de
originalidad, de un aqu y un ahora, pero esto slo en aquellas en
que el motivo es el rostro o la figura humana, aquella en que se
captura un instante de la historia de alguna persona real, con
toda su expresividad y su aura. Aquellas fotografas que muestran
lugares vacos, sin seres humanos, son como el lugar del crimen,
donde lo nico que hay son pistas de algo que falta: el sujeto.
Es el historicismo vulgar el que culmina en una historia universal como simple procedimiento aditivo de hechos que llenan
el tiempo homogneo y vaco. Por el contrario, es la historiografa
materialista la que mediante un principio constructivo logra la
detencin mesinica del acaecer en la coyuntura revolucionaria.
Logrando que determinada poca salte del curso homogneo de
la historia; hecho que slo es posible por la existencia de obras,
bienes culturales que las clases dominantes de todas las pocas
consideraron como botines de guerra.
La obra de una vida (la vida misma) est conservada y
suspendida en la obra concreta como creacin, y en ella su
poca y todo el decurso de la historia por la cual ha transitado
como objeto sufriendo el tiempo. As, es posible recuperar para
el presente vidas y pocas pasadas, en la experiencia con las
obras de todo tipo a travs de las cuales ellas se expresan, pues
son portadoras de un lenguaje que no es otra cosa que el ser
lingstico de su creador, idntico a su ser espiritual. Los objetos
manufacturados son personas encantadas, trabajo acumulado. En
57

sus obras, la humanidad de distintos tiempos se ha objetivado, se


ha puesto como cosa y como lenguaje, al que slo es necesario
saber hacer hablar, o mejor, saber escuchar, ya que ellas siempre
estn hablando. Esta especial escucha posibilita el dilogo de lo
presente con lo pasado, en un lenguaje que es universal y que
tiene su esencia en la actividad creadora de lo hombre/mujer.
Por estas razones, la teora de la enajenacin, centro de
la crtica social marxiana, va mucho ms all de ser una mera
ciencia econmica, ya que slo es posible al identificar el ser de lo
hombre/mujer con su hacer, lo que trasciende la estrecha nocin
que la modernidad tiene de lo humano.
Marx ontologiza el proceso productivo: el trabajo no es ya una
actividad simplemente encaminada a la subsistencia individual,
o a la acumulacin de bienes culturales, sino que es la esencia
de lo hombre/mujer, el ser genrico de la especie. En el trabajo
lo hombre/mujer pone algo de s en el producto, se objetiva.
Dice Marx: el obrero deposita su vida en el objeto; pero, una vez
creado ste, el obrero ya no se pertenece a s mismo, sino que
pertenece al objeto. Pero no es tanto la esencia individual lo
que se cristaliza en la obra, sino ms bien una esencia colectiva
o espritu. El objeto del trabajo es, por tanto, la objetivacin
de la vida genrica de lo hombre/mujer: aqu, se desdobla no slo
intelectualmente, como en la conciencia, sino laboriosamente,
de un modo real11, contemplndose a s mismo en un mundo
creado por l. As, pues, el trabajo enajenado, al arrebatarle al
hombre el objeto de su produccin, le arrebata su vida genrica,
su real objetividad como especie; incluso, se podra decir, le arrebata,
por tanto, su verdad.
11
Entender los signos y el lenguaje desde una perspectiva materialista de la
interpretacin, hace posible trascender las categoras ilustradas y ver la realidad del
signo slo en su relacin con el lenguaje, lo que es lo mismo que su uso. Todo lo que
es, es en el lenguaje.

58

Marx hace corresponder, por medio de este anlisis, lo producido con el productor y con el modo de produccin; designando
as, con cada uno de estos trminos, un mismo y nico fenmeno
desde distintos puntos de vista: la vida o el ser, que est enajenado
de s mismo a causa de la divisin social del trabajo. Al producir
sus medios de vida, lo hombre/mujer produce indirectamente su
propia vida material. Lo que el ser humano es, coincide con su
produccin (tanto con lo que produce como con el modo en que
lo produce). Lo que los individuos son, depende de las condiciones materiales de su produccin. Tal como en Hegel, la propuesta
marxiana apunta a la reconciliacin del ser consigo mismo,
pero ya no de una manera puramente lgica, sino material, puesto
que las contradicciones han devenido materiales, es decir, deben
ser superadas en el mbito de lo productivo y de lo poltico. El
comunismo se distingue de todos los movimientos anteriores en
que echa por tierra la base de todas las relaciones de produccin
y de intercambio que hasta ahora han existido y por primera vez
aborda de un modo consciente todas las premisas naturales como
creacin de los hombres anteriores, despojndolas de su carcter
natural y sometindolas al poder de los individuos asociados12.
En toda creacin humana hay depositada una forma y un
contenido que refieren al trabajo humano y al desarrollo de las
fuerzas productivas. Estas obras poseen un valor que no simplemente es traducible en dinero, sino que albergan en s mismas un
sentido trascendente en el que est cifrada una existencia, con
sus mltiples determinaciones y caractersticas. Ver solamente el
valor abstracto o de cambio de un producto, y a ste slo como
mercanca, es propio de una conciencia que vive enajenada de su
poder creador.
12
Independiente del ismo y su carga histrica, el fondo de la crtica sigue estando
vigente.

59

Si llamamos aura a las representaciones que, asentadas en la


memoria involuntaria, pugnan por agruparse en torno a un objeto
sensible, esa aura corresponder a la experiencia que como ejercicio se deposita en un objeto utilitario. Por eso, convertir un objeto
producido por lo hombre/mujer en mercanca, ponindole precio, es reducirlo, ahogarlo, acallarlo, tanto en la esfera del trabajo
como en la esfera del arte.

Quinta hiPtesis de lucha


El aura, que es lo depositado en la obra por el hacer humano,
es la esencia social de lo hombre/mujer, su ser genrico,
exteriorizado en el acto creativo y en el trabajo.

60

sEparacIn EntrE artE y vIda

rte y vida se corresponderan en todos los aspectos si el


arte se mantuviese fuera de los circuitos de circulacin
de la mercanca. Ponerle precio al arte no es slo convertir una
obra en mercanca, sino que es volver a convertir el libre obrar de
lo hombre/mujer (esta vez reducido a un mbito esttico) en una
actividad enajenada de s13.
En la sociedad capitalista, hay un tipo especial de obra que
deviene obra de arte; el trato con ella est regulado y mediado por
las instituciones del arte que arrebatan a la obra todo su potencial
revolucionario, convirtindolas en fetiche14.
13
Como se puede apreciar, la palabra trabajo se ha utilizado tanto para designar
la actividad vital que constituira la esencia de lo hombre/mujer como para denominar
el proceso productivo enajenado realizado a cambio de un salario. Por eso, queremos
proponer una distincin explcita entre tales conceptos: trabajo, arte y libre obrar.
Es necesario, para lo que sigue de este texto, conceptualizar y deinir con precisin
estas categoras, que reieren a tres fases distintas de la accin humana. Cuando
hablemos de trabajo, nos vamos a referir especicamente a trabajo asalariado; cuando
hablemos de arte, nos referiremos por lo general al arte comprendido dentro de la cultura
airmativa (arte como un tipo especial de mercanca, una mercanca esttica), y cuando
nos reiramos a libre obrar, nos referiremos a la capacidad humana de producir obras sin
que estas devengan necesariamente mercanca.
14
Fetiche es un objeto que ha adquirido poderes mgicos y que tiene un inlujo
sobre el nimo de los hombres; es decir, es un objeto que ha adquirido ciertas
cualidades y caractersticas de lo humano. El adorador de fetiches lo concibe como
un tipo especial de objeto, que acta con independencia, con poderes propios. Bajo la
teora de la enajenacin, esos poderes los adquiere la mercanca en el proceso de trabajo
asalariado, lo humano depositado en la mercanca se separa de su productor, quien no
se reconoce en la obra y, consecuentemente, luego interpreta esa potencia albergada en
los objetos como ajena. Potencia y propiedad que a l le falta. Autores como Baudrillard
consideran que la fascinacin por la mercanca, entendida como fetiche, slo ocurre
porque estas estn signadas, es decir, contienen una marca, un signo. Luego, nos atrae
su valor simblico, que no tiene que ver con lo productivo. Creemos que se pueden
sostener ambas teoras al mismo tiempo, de hecho la segunda enriquece a la primera.
Es interesante sostener que las mercancas son personas encantadas, tanto como que
lo que nos fascina es siempre aquello que nos excluye radicalmente, por su lgica o
perfeccin interna (porque el artefacto lleva en s un signo, se convierte en objeto

61

La experiencia clsica con el arte es la de su ruptura con la praxis


vital, ya que aqul no puede ser incorporado a la vida cotidiana. La
funcin que la sociedad burguesa le ha dado al arte, neutraliza su
potencial crtico. El arte (entendido como prctica y como obra),
as como la cultura (entendida como el campo de circulacin del
arte), han sido separados de la praxis vital, y confinados a una
esfera trascendente, a la que slo algunos privilegiados (la lite
intelectual) tienen acceso. Tanto los artistas como el pblico
que es capaz de interpretar la obra pertenecen a un medio que
ha tenido la posibilidad de socializarse con los patrones estticos
o con el canon erigido en clave interpretativa. La vida y el arte
no se comunican, pertenecen a mbitos excluyentes. La belleza
de una obra, su mensaje profundo, pertenece a una dimensin
sublime, a la que slo el alma refinada puede acceder15. Descifrar
el mensaje del arte se convierte en tarea de especialistas, y el
quehacer mismo del arte se vuelve elitista. Este proceso tiene
como consecuencia natural la separacin ideolgica entre arte
y poltica (entendida esta ltima en un sentido amplio, en que

de deseo). Un deseo perverso segn Baudrillard, pues es el deseo del cdigo. Sin
embargo, Baudrillard comete el error de creer que en el centro de la idea de fetichismo
de la mercanca est el valor de uso. Es decir, cree que en esa teora los objetos son
dados y recibidos como dispensadores de fuerza (felicidad, salud, seguridad, prestigio,
etc.): sustancia mgica esparcida por doquier que hace olvidar que son ante todo los
signos, un cdigo generalizado de signos, un cdigo totalmente arbitrario (facticio,
fetiche) de diferencias, y que de ah, y en modo alguno de su valor de uso, ni de sus
virtudes infusas, procede la fascinacin que ejercen. Lo que Baudrillard parece olvidar
es que esos signos, o marcas, surgen de un proceso de creacin y produccin, y que hay
que buscar en ese proceso la respuesta a la aparente independencia, tanto del sistema de
los objetos, como del sistema de signos.
15
En el aberrante texto de Kant Lo Bello y lo Sublime, se deine lo sublime como algo
distinto de lo bello. El primer sentimiento se reiere a lo profundo, a lo que sobrecoge,
a lo que slo espritus muy reinados pueden acceder, aquellos dotados de inteligencia.
El sentimiento de lo bello es ms mundano y comn. Sin embargo, a pesar de que no lo
dice literalmente, ambos sentimientos pertenecen a la experiencia de una clase y de un
mundo: el europeo occidental. En resumen, a la sensibilidad burguesa.

62

se incluye polis, oikos y zoe16), convirtindolos en terrenos


aparentemente irreconciliables.
En contra de este acontecimiento ocurrido en la historia de
occidente, ya desde principios del siglo XX, las vanguardias artsticas17 se han rebelado, proponiendo no separar la prctica artstica de la poltica, para no recaer en un esteticismo romntico
o en una poltica potica que no responda a lo profano. A los
surrealistas, por ejemplo, les importaba la vida concreta, lo hombre/mujer concreto. Queran un arte y una literatura que fueran
eco de sus deseos, sus miedos, sus sueos y pasiones. En un manifiesto de 1925, el movimiento surrealista afirma: 1. No tenemos
nada que ver con la literatura, y 2. El surrealismo es un medio de
liberacin total del espritu.
Las vanguardias no queran hacer del arte y la literatura una
potica o una esttica, sino devolverle su carcter de grito del
espritu, decidido a luchar contra sus determinaciones. Y esa
lucha debe darse en la arena de la poltica, que es donde se manifiestan las contradicciones de la vida.

16
Estos son los tres componentes de la vida en general en la comunidad griega
antigua: la poltica (como arte de gobernar), lo domstico (como mbito econmicoadministrativo) y la fuerza vital (el trabajo, representado concretamente por el cuerpo
del esclavo).
17
Hacemos referencia a las vanguardias artsticas de principios del siglo XX,
pues es con ellas que se establece por primera vez como programa (poltico-esttico)
la abolicin de la cultura airmativa y la reconciliacin entre arte y vida. Proyecto an
vigente en la medida que las contradicciones que denuncia no han desaparecido. La
postura del vanguardista es de lucha permanente contra toda forma de determinacin
externa, basada en un concepto radical de libertad; su actitud est animada por un
permanente pesimismo y desconianza, su tarea es organizar el pesimismo y producir
imgenes puras, descubiertas en el mbito de la accin poltica. Estas imgenes seran
la representacin de s de la historia efectiva, una reconciliacin del ser y del saber, el
punto donde lo colectivo se hace corpreo, donde lo que parece externo se hace propio,
donde se abren las posibilidades transformadoras. Pero, si vamos a ser rigurosos con
nuestra taxonoma, esto ya no sera arte, sino libre obrar, o un arte que se ha liberado,
que se ha politizado.

63

El arte no es ni puede ser un fin en s mismo: se comprende


slo en funcin de lo humano y su experiencia. La poesa, por
ejemplo, es el lenguaje de la esencia de lo hombre/mujer, es la
manera de abordar lo inexpresable de cada poca (paradjicamente expresable en el lenguaje potico). Es una forma de
conocimiento, la manifestacin de una vitalidad, y el resultado
de la accin del verbo creador. La poesa es una vivencia que se
objetiva, el amor, el odio, el goce, la muerte, etc. No es, en ningn caso, una explicacin, es parte de la experiencia viva, y, por
lo tanto, debe trascender los lmites de lo hombre/mujer como
individuo. La poesa, ms que un documento, es en s misma un
pedazo de vida. Algo similar se puede decir de la pintura, de la
msica o de la danza. Pero, como ya hemos constatado, histricamente el arte ha traicionado este proyecto, a pesar de los intentos
de rescate y liberacin, sigue siendo prisionero de su campo (de
concentracin). Luego, pensar una prctica artstica liberada de
su carcter enajenado implica, necesariamente, la destruccin
del campo del arte y su transustanciacin en libre obrar.

sexta hiPtesis de lucha

La actividad artstica, para trascender su arresto en lo


sublime debe abrirse a lo profano, lo que implica su huida
de lo esttico hacia lo poltico, su liberacin, su conversin
en libre obrar.

64

El gEnIo y El artIsta
eL genio

a llamada alta cultura, o campo del arte, o cultura


afirmativa, con su esfera sacra, ha recurrido sistemticamente a ciertos conceptos, figuras, sujetos y prcticas que tienden
a reproducir el estado de cosas antes descrito, para circunscribir
la prctica artstica a un medio de especialistas, tcnicos, comentaristas, crticos, instituciones y museos. Uno de esos recursos ha
sido la figura del genio o del artista.
Antes de que una obra fuese arte, antes de que tuviese firma
y estilo, fue, en occidente, slo una forma de culto religioso.
Las obras estaban inscritas en lo cultual, por lo tanto no tenan
la misin de expresar lo interior de su creador (artesano), sino
transmitir el mensaje divino, algn pasaje de las escrituras o de la
vida de algn santo. Las obras eran annimas y, en muchos casos,
parte insignificante de un todo (producido colectivamente) que
las trascenda en mucho (un vitral en una catedral, la catedral
misma, los frescos de una capilla, la representacin de la sagrada
familia, etc.). Las figuras humanas eran planas, inexpresivas, no
daban cuenta ni de sentimientos ni de una subjetividad. La preocupacin por la perspectiva, por la proporcionalidad del cuerpo,
por la belleza y la expresin de los rostros, surge a la par de la
figura del autor, y con la idea de que en la obra se expresa algo
ms que un mensaje religioso: una subjetividad especial, una interioridad18.
18
En relacin a esto, es notable un pasaje de la novela Narciso y Goldmundo, de
Herman Hesse, en que el personaje (Goldmundo), en sus correras por los caminos y
pueblos de la Edad Media, descubre en una capilla algo que no haba visto nunca antes:

65

La figura del genio surge en el Renacimiento (en el marco


del desarrollo de la clase burguesa y la instalacin del individuo
como forma predominante de subjetividad). Genio es un tipo
de sujeto, nico e irrepetible, con talentos y habilidades extraordinarias, que lo sitan por sobre el comn de los mortales y cuya
obra merece ser admirada por los dems. El genio es, por lo tanto,
una persona especial, que deja un sello inconfundible en su obra:
genio y estilo son variables consustanciales. El genio es capaz de
trascender lo vulgar, lo comn, lo ya visto, e imprimir en su obra
caractersticas originales, que pueden revolucionar el campo del
arte y abrir perspectivas nuevas en su historia. Al genio (esta es
la imagen que pretende proyectar la historia oficial del arte) no lo
hacen las circunstancias histricas, sino que posee una habilidad
innata, un don que nace con l: el genio nace, no se hace, reza
una voz del sentido comn (que siempre es el barmetro del conservadurismo). Desde esta perspectiva, habra algunos seres humanos que estaran predestinados a ser genios y otros no. Habra un
tipo de ser humano, una especie, o una raza, a la que le fue dado
el privilegio del arte, y al resto no. El sentido comn por lo general
opina que a estos elegidos vale la pena dotarlos de las herramientas, los materiales y las condiciones de vida adecuadas para que
desarrollen su labor, pues es menester que su talento, su virtuosismo, se expresen, se desarrollen y se cultiven. En su obra, por
tanto, queda plasmada esta esencia especial, esta condicin de ser
nico e irrepetible. El resto, que no tiene esas cualidades ni capacidades, no merece su proximidad con el arte, no pertenece a esta
esfera, debe conformarse con ser espectador. Como puede verse, la
la representacin de una virgen, tallada en madera. Vrgenes haba visto muchas, pero
sta expresaba algo ms que la escena de la Piet, iba ms all del cono. Relejaba un
interior, un sentimiento, una subjetividad, una emocin, que hace que el espectador no
slo entienda el mensaje, sino que se conmueva. Entonces Goldmundo entiende que
algo nuevo est ocurriendo, el nacimiento de una nueva era (la modernidad), en que ya
no va a estar en el centro la igura de Dios, sino un nuevo sujeto: el individuo.

66

figura del genio ha venido desde el principio a fomentar y afianzar


la separacin de vida y arte, a segregar de ste a la mayor parte de
la humanidad en beneficio de una pequea lite de privilegiados.
eL artista
l concepto de artista y de autor (ms recientes), han
venido a cumplir el mismo papel, la misma funcin social,
alejando la posibilidad de la prctica artstica de la vida cotidiana
y del hombre comn. La nocin de artista introduce un nuevo
elemento dentro de la ya extensa divisin social del trabajo. En la
sociedad de clases hay quienes cumplen el rol de artistas y otros
que cumplen el rol de espectadores. Esta divisin impide que el
arte se convierta en una prctica cotidiana, colectiva, habitual y
liberadora.
Sin embargo, si uno mira el fenmeno social del arte con un
poco ms de profundidad, rpidamente nos podemos dar cuenta
de que las obras no surgen individualmente, ni pueden ser producto de la labor del genio aislado, sino que, como propone Marcuse, surgen en el seno de condiciones estructurales e institucionales que establecen su funcin y su significado.
En el campo del arte hay un terreno propicio para el culto
del ego y la satisfaccin de la necesidad de reconocimiento, cosa
que sabe aprovechar muy bien la institucionalidad. La firma de
la obra, el nombre del autor, pasan a ser elementos necesarios y
decisivos para que una obra se convierta en obra de arte. El culto
a la personalidad es una dimensin de la industria del arte. No es
concebible obra sin autor (aunque s autor sin obra).
El star system se nutre del campo del arte. No slo convierte
obras en mercancas, sino tambin a los propios nombres de los
artistas y su figura (que se instala como modelo a seguir), reificando con ello al individuo, al sujeto moderno, fomentando

67

el culto a la personalidad y el acceso privilegiado al campo del


arte, que requiere de la distincin nominal. La figura retrica del
nombre le es indispensable, pero le es indiferente a qu individuo
pertenece, para estos efectos es slo una funcin. La radical postura de las vanguardias, en su intento de reconciliar el arte con la
praxis vital, muchas veces ha exigido la eliminacin de la figura
del genio.
Esta figura, herencia del Renacimiento, reserva la capacidad
de la creacin artstica para unos pocos iluminados o
elegidos, ungidos con los aceites del talento y privilegiados con
las enseanzas de los maestros, lo que asegura la adquisicin de
tcnicas especiales, necesarias para el desarrollo de las artes. La
mayora de las sociedades organizadas en torno a estructuras de
dominacin ha tenido su casta de artistas. La sociedad moderna
occidental no es una excepcin a esta regla. Luchar contra la
figura del genio supone desmitificar y desacralizar el arte, hacer
de l una experiencia profana, al alcance de cualquiera (lo que
es lo mismo que propiciar su muerte). Pero la seduccin de esta
figura, de este sitial, es tan poderosa, que incluso muchos de los
representantes de las vanguardias han cado en la trampa del
nombre, y siguen siendo considerados como artistas, y lo que es
peor, se siguen entendiendo a s mismos como seres de sensibilidad
privilegiada, lo que afianza la figura del genio o autor, individuo
especialmente dotado, reforzando el ego que se sita por sobre la
norma.
El autor, dotado de cualidades especiales, es un sujeto que se
encuentra al margen de lo mundano, casi fuera de la historia.
Le toca vivir ciertos acontecimientos y cierta poca, pero para
su conciencia esto es meramente circunstancial. Su problema no
es la poltica sino la esttica y los temas trascendentales de lo
hombre/mujer, lo sublime. Esta figura no toma riesgos histricos,
no toma partido por las fuerzas sociales, ni se ensucia con la
68

poltica, a lo sumo se fascina con ella, como un transente de la


historia, alguien que pasa por fuera de los acontecimientos con
una cmara fotogrfica y toma de ella materiales para su creacin.
Lamentamos desilusionarlos, seores artistas, nos vemos obligados a admitir que los genios no existen (o que, si existen en
trminos histricos, lo que han hecho no proviene de algo que
sea exclusivamente, o privativamente, suyo). Todo creador es
heredero tanto de su propia historia como de la historia de la
humanidad, por lo tanto, su obra es un resultado de la conjugacin de un sinnmero de factores, tanto sociales, como familiares, personales, polticos, histricos, psicolgicos, etc., que no
son suficientemente explicados bajo el concepto de genio o de
artista. Por otro lado, haber tenido el privilegio de adquirir tcnicas, herramientas, conocimientos y habilidades en una escuela,
o a partir del trabajo sistemtico bajo las enseanzas de un maestro, no hace ms genio al genio, sino que demuestra que tales
talentos se educan y que la diferencia con el resto es justamente
el ser depositario de dichos privilegios.
La abolicin de la especializacin (y, por tanto, del especialista)
probablemente, aunque no necesariamente, puede que produzca
menos virtuosismo en las artes, pero tambin puede democratizar
aquello que hasta ahora es privativo de unos pocos, reinstalando
as la prctica del arte en los circuitos de la vida cotidiana para
difuminar los lmites, bien trazados por la industria cultural, entre
pblico y autor.

sPtima hiPtesis de lucha


Las figuras de genio y de artista son construcciones
ideolgicas de un sistema que necesita de agentes que
perpeten el extraamiento entre arte y vida.

69

El artE como mErcanca

ostular vivir del arte implica, inmediatamente, una serie


de consecuencias que no siempre estn a la vista. De stas
nos ocuparemos a continuacin.
Es comprensible que el artista, aquel que se considera a s
mismo dotado de cualidades y capacidades especiales, desee que
la sociedad le retribuya justamente su talento, que pretenda vivir
del despliegue de su habilidad y sensibilidad. Por otro lado, ya
hemos dicho, el arte es uno de los pocos reductos de actividad
humana donde podra existir una identificacin del productor
con su producto, puesto que est entre sus potencialidades la de
ser un proceso gratificante de produccin, no mediado por un
otro ni enajenado a un otro de antemano, como s lo es el proceso
de trabajo asalariado (sin mencionar el alimento para el culto del
ego, que comporta inscribir un nombre propio dentro de la esfera
sacra del arte y su galera de estrellas). De ah que sea deseable, o
deseado, por muchas personas, recibir una retribucin monetaria
por hacer arte. Comnmente se percibe como un gran privilegio, o una gran suerte, poder lucrar con el arte, y no tener
que dedicarse a labores ms odiosas para subsistir (quedando
obligado, el artista marginado, a relegar su pasin al tiempo
libre). Muchos dirn es mi vocacin, es lo que s hacer, es lo
que me gusta hacer, es lo que quiero hacer, es mi profesin,
como justificacin legtima para intentar vivir del arte. Podemos entender que el arte sea un sentido de vida, de hecho, por
las caractersticas que ste tiene es absolutamente comprensible
y deseable que as fuera, pero no hay que confundir el deseo de
vivir para el arte con el hecho de vivir del arte. No es para
nada evidente que quien hace arte deba convertir lo que hace
71

inmediatamente en mercanca, al contrario, no est en la naturaleza del arte ser mercanca, hacer tal conversin es una opcin
poltica.
Vivir del arte, como hemos dicho, implica una serie de fenmenos. Convertir el arte en mercanca es una; a ella le sigue
la profesionalizacin del arte y del artista, la articulacin de un
mercado del arte, el establecimiento de instituciones que rigen y
determinan la circulacin y el estado del arte (entre otras cosas).
En resumidas cuentas vivir del arte convierte al arte en trabajo.
El problema es esa reduccin del arte, que podra llegar a ser un
modo de vida, a simple medio de vida, u otra forma de trabajo
asalariado.
El carcter de mercanca del arte no es slo identificable en la
subasta, o en la librera, o en la galera, o en la taquilla del teatro,
tambin est presente en la transmutacin de la labor del artista en trabajo asalariado. Hay mercantilizacin cuando ste cobra
por lo que hace y le pone precio a su actuacin, cuando su habilidad y capacidad la transa por valor de cambio (dinero, o valor
abstracto). El dinero es una abstraccin del valor del trabajo, que
iguala a las mercancas comparndolas. Si la obra, y la labor del
artista entran en este sistema, lo que estn haciendo es quitarle
al arte todo lo que tena de especial en relacin al trabajo, su
aura. Se igualan arte y trabajo asalariado, adquiriendo el primero
todas las caractersticas del segundo. Consecuencia y premisa de
ello es la profesionalizacin del artista. Pero, qu es primero? Se
convierte en un tipo especial de trabajador aquel que convierte
su obra en obra de arte?, o el artista se profesionaliza para convertirse en un tipo especial de trabajador? No es muy difcil darse
cuenta de que ocurren los dos movimientos al mismo tiempo. Por
un lado, el mercado y las instituciones del arte cooptan sujetos
que han desarrollado una produccin esttica. Para eso son los
concursos, por ejemplo, los descubridores de talentos, o los fon72

dos concursables. Antes de ser cooptado, el artista se limitaba a


ser aficionado, amateur o artesano. Su profesionalizacin no tiene
que ver con pasar por la academia, sino en convertir su actividad
esttica en un tipo especial de trabajo asalariado.
El otro movimiento que lleva a la profesionalizacin es la carrera artstica consciente, planificada. sta s pasa por la academia, y el sujeto se forma premeditadamente como un tipo especial
de trabajador: el trabajador del arte. En general, en este proceso
estn en juego conceptos como los de vocacin, virtuosismo, dedicacin, perfeccionamiento, escuela, maestro, oficio, etc.
Ambos procesos tienen como comn denominador alejar el
arte del mundo de la vida, convertirlo en una actividad especial,
que requiere de talento o de escuela, de habilidad innata o de
formacin, de un don o de disciplina. Ambos caminos estn naturalizados e institucionalizados en el campo del arte. Lo que da
como resultado una poderosa variante de la divisin social del
trabajo, la divisin entre el artista y el espectador, entre el trabajo
intelectual y el trabajo manual, entre el que posee talento y el
que no ha tenido la suerte de nacer con l, o no ha tenido la
posibilidad de acceder a una escuela.
La profesionalizacin comporta, entonces, un doble objetivo,
a saber, alejar la posibilidad de que la experiencia del arte participe de la vida cotidiana, del hombre comn, y producir, a la vez,
espectadores pasivos (consumidores) y una lite artstica (lo que
incluye al star system).
Vivir del arte, entonces, implica, en primer lugar, convertir
una creacin en mercanca, ponerle un precio, y transarla en el
mercado.
Una mercanca cualquiera, en trminos muy generales, obtiene su precio a partir de una ecuacin que toma por variables la
cantidad que de ella hay disponible en el mercado (la oferta), la
frecuencia y cantidad con que es requerida (la demanda), el costo
73

de los materiales, el uso que se le da (valor de uso) y el trabajo


invertido en ella. La obra de arte, sin embargo, se ha convertido
en un tipo especial de mercanca, cuya produccin est inserta
dentro de los parmetros de la industria cultural. La obra de arte
es transada en el mercado del arte y obtiene un precio que es
variable, en funcin de diversos factores que no tienen que ver
(exclusivamente) ni con su costo material, ni con su uso, ni con
el trabajo invertido.
Esto pasa tambin con otro tipo de mercancas que adquieren un valor simblico (como aquellas valoradas por su marca,
el prestigio del que gozan, la propaganda, etc.), lo que produce
que el establecimiento de su valor se rija por leyes que estn por
sobre las leyes del mercado tradicional. Una obra se vende segn
una cotizacin que toma en cuenta el nombre del artista, su reconocimiento, su trayectoria, su clase social, la escuela de donde
proviene, sus maestros, sus proyecciones en el campo del arte, la
cantidad de veces que se ha mostrado, las redes sociales por donde circula, etc. Todos elementos que, sin embargo, son extraestticos. Estas variables extraestticas, del tipo de lo que se ha dado
en llamar capital social o capital simblico, son regimentadas
por las instituciones del arte.
Lo ms preocupante a este respecto es que se ha naturalizado
de tal modo la idea de que el arte debe venderse, que los jvenes
artistas ni siquiera se cuestionan el hecho, parten de la premisa
de que su trabajo est hecho para ser vendido, que debe redituar
el esfuerzo y la creatividad, que se debe convertir finalmente en
dinero. Trastocando absolutamente las potencialidades sociales
del arte, como lugar de realizacin, de identificacin, de juego,
de libertad, de experimentacin. Factores que por lo general se
ven cercenados o truncos al pensar el acto artstico como algo
potencialmente comercializable, o sometido a las regulaciones de
las leyes del mercado del arte.
74

Por instituciones del arte podemos entender tanto el museo


como los organismos del Estado orientados hacia el campo del
arte, las galeras, la crtica, las curaduras, los concursos pblicos
y privados, los fondos destinados a mantener a la lite artstica, la
lite misma, las carreras universitarias, las academias, etc.
Estas mismas instituciones, antes de ponerle precio a una obra,
determinan qu y cul objeto esttico se va a convertir en obra
de arte. Hoy una obra de arte (obra literaria, musical, plstica,
etc.) lo es en tanto que ingresa a un sistema de circulacin que la
identifica como tal. Desde este punto de vista el que produce una
obra de arte no es ya el artista plstico, el escritor o el msico,
sino el curador de una galera o el editor de una casa editorial o el
productor de un sello discogrfico; ellos son quienes inscriben a
la obra dentro del contexto, del circuito, que le va a dar un valor
y una connotacin. La obra se inviste de valor simblico, sin l no
podra ser considerada como tal, lo que a su vez inhibira la posibilidad de que sea transada como un tipo especial de mercanca.
El segundo factor que hace obra de arte a un trabajo de produccin esttico, es la firma del autor, que, una vez instalada
como marca o sello de garanta en el circuito del campo del arte,
es requisito suficiente para que un objeto se destaque por sobre el
resto de los objetos convirtindose en obra. El ejercicio de Marcel
Duchamp de llevar un urinario al museo y firmarlo, tiene este
sentido. Es una denuncia, un primer paso para la destruccin del
arte como esfera de lo sublime, pero insuficiente. De hecho tal
gesto puede entenderse incluso como una reificacin del museo y
de la labor del curador, como su irnico triunfo, porque el urinario de Duchamp con ese gesto se convirti de hecho en obra de
arte, adquiriendo un estatus y un precio. El movimiento necesario
es el opuesto: para la destruccin del campo del arte es requisito
fundamental su desacralizacin. Se trata de liberar a las obras de
arte de su carcter de mercanca. Ya no basta con llevar un ino75

doro al museo, es necesario llevar el museo al inodoro, y con l a


todas las instituciones que rigen y regulan este campo de la sociedad, a todas las autoridades del arte (ya sean pblicas o privadas).
La politizacin del arte comienza con la desconfianza hacia
sus instituciones; la deslegitimacin del crtico, del experto y del
curador. Estos ltimos se alimentan de la tendencia del arte contemporneo a la revolucin puramente formal, la renovacin de
las tcnicas, de los lenguajes y los materiales. El crtico ha centrado su educacin en los recursos y los medios ms que en el contenido19. Por esa razn, el crtico de arte siempre pondr nfasis
en las dificultades tcnicas de una obra, y las maneras exitosas
e ingeniosas en que han sido abordadas y resueltas por el artista. Llamarn su atencin las deudas estilsticas, las influencias,
los metadiscursos, las citas, las complicidades con tal o cual corriente, las ironas respecto de otras obras. Esto sucede porque el
experto no puede sino ver el arte desde su carcter afirmativo,
desde su condicin de campo independiente, como esfera autorreferente y cerrada en s misma, sin vnculo con el exterior y
con la poltica.
Un verdadero arte poltico no requiere de intrpretes ni de
crticos. No necesita de traductores, est inmediatamente inserto
en el mundo de la vida y, por lo tanto, es pleno de sentido. La
lamentable funcin del crtico es la de tener que transportar el
lenguaje del arte al de la lgica funcional. Ya sea para despojarlo
de toda existencia inquietante y perturbadora, o para restituirlo
al contexto de la cultura afirmativa, a su mundo independiente
de relaciones e intertextualidades. En todas sus formas la funcin
del crtico es conservadora, reaccionaria y reductora. Su tarea es
19
Ya veremos ms adelante que para nosotros "el contenido", a diferencia de la
teora crtica clsica, est acendrado en una cudruple relacin entre: forma-mensajeproduccin-circulacin.

76

mutilar el arte, domesticarlo, institucionalizarlo y fomentar la formacin de la lite.


Todos los estados y gobiernos de la era moderna secretan este
grupo especial y especializado de trabajadores: los artistas. Los
alimentan y los reproducen, convirtindolos en los rostros oficiales del arte. Para asegurar su produccin y reproduccin se han
constituido las instituciones antes mencionadas, y las redes oficiales de circulacin. Los rostros y los nombres se repiten: son
aquellos que ganan los concursos, aquellos que se adjudican los
fondos, los mismos jurados, los que detentan los puestos de direccin de las instituciones, los que nutren los medios de comunicacin. Cada gobierno pone nfasis en uno u otro rostro de la
lite, sus abanderados, pero el concepto de lite no cambia con
los cambios de gobierno. Evidentemente, pertenecer a la lite
es un privilegio, algo a lo que muchos aspiran. Como si llegar a
ese selecto grupo fuese un reconocimiento por el talento y por el
trabajo. En trminos ideolgicos es as. Para corroborarlo estn
los premios y galardones, todo un sistema de promocin y status,
trampas en las que los artistas caen, consciente o inconscientemente, buscando sobresalir, buscando renombre. El renombre
significa un plusvalor, la posibilidad de obtener mayores dividendos, de venderse ms caro. Hay todo un campo de disputa, de
competencia y de promociones, al que la obra y el obrero del arte
debe someterse. Ese sistema de competencia, de meritocracia y
de renombre, como se sabe, no tiene que ver exclusivamente con
la calidad de la obra o con el talento. La mayora de las veces
tiene que ver con la capacidad del artista de establecer vnculos
polticos con el poder, con los contactos de que dispone, sus familiares, sus conocidos, y los favores que pueda articular dentro de
las instituciones del campo del arte (gestiones de venta a las que
algunos dan el elegante nombre de lobby). La constitucin de la

77

lite, por tanto, una vez ms, tiene que ver con criterios extraestticos, ms bien de poder y de clase.
Las clases dominantes necesitan una lite del arte para perpetuar la separacin entre arte y vida; al mismo tiempo que las lites del arte necesitan a las instituciones del arte para reproducirse
como tipo especial de trabajador, que vive de prestar sus servicios.
El sistema de clases necesita del campo del arte para perpetuarse y
mantener el rgimen de opresin y extraccin de ganancia de los
cuerpos a travs (entre muchos otros factores) de la sociedad del
espectculo. Luego, la lite artstico-intelectual no slo favorece la
separacin entre arte y vida, tambin permite la reproduccin del
sistema de dominacin de clase.

Octava hiPtesis de lucha


Se trata de liberar a las obras de arte de su carcter de
mercanca. Ya no basta con llevar un inodoro al museo,
es necesario tirar el museo al inodoro y con l a todas las
instituciones que rigen y regulan este campo de la sociedad,
incluidas sus autoridades (sean pblicas o privadas).

78

las poltIcas actualEs dEl campo dEl artE


y la cultura

as polticas actuales del campo del arte y la cultura se han


centrado principalmente en dos frentes: la Cultura del
espectculo y la administracin de fondos concursables. Evidentemente, estas polticas difieren en los distintos gobiernos, sin
embargo, se puede plantear como hiptesis general que son stos
los ejes en los que trabajan las burocracias estatales y privadas
que tienen a su cargo las polticas culturales y artsticas.
Otro eje reconocible puede ser la insistencia en la reproduccin
y divulgacin de un canon clsico de lo que se considera cultura
y arte, que tambin vara segn los grupos que acceden al poder,
pero sin cambiar la estructura y el modo de divulgacin. Para
ello se ha dispuesto todo un sistema de produccin y promocin
del discurso acadmico del arte, que reafirma los productos del
espectculo, y forma a los artistas como clase (estableciendo
carreras, becas, postgrados, etc.). La cultura oficial adopta ciertos
conos, patrones, corrientes, autores, y los divulga por todos los
medios que tiene a su alcance. Esta operacin obviamente es
ideolgica, pues a travs de esos conos pretende asentar su lgica
de poder, su proyecto. Con este propsito coopta segmentos de
obra, y a ciertos autores que se pueden prestar para tal cometido,
que si bien en algn momento pudieron ser refractarios de la
maquinaria oficial, son usurpados por el poder, haciendo uso de
su imagen y su obra, la que se vaca en ese movimiento de toda
peligrosidad o protesta (es, por ejemplo, el caso de Vctor Jara20).
20
Habra que discutir qu es primero: si la obra y el autor pierden su peligrosidad
en el momento de ser usurpadas, o son usurpadas porque ya han perdido de antemano
toda condicin de peligrosidad.

79

Los fondos concursabLes, eL formuLario, La jerga institucionaL

a poltica de los fondos concursables, instalada por el poder


burocrtico desde hace algunas dcadas, tiene una serie de
consecuencias y perversiones, que repasaremos en este apartado.
En primer lugar, consiste en la simple entrega de recursos
monetarios, sin asumir mayor responsabilidad al respecto; externalizando tal responsabilidad, y estableciendo con los beneficiarios una relacin contractual de prestacin de servicios. En
este movimiento no slo se produce y reproduce la lite, sino que
adems se le encarga a ella la implementacin de una poltica
cultural y artstica, con lo que los artistas se convierten inmediatamente en funcionarios del poder burocrtico.
En segundo lugar, el artista que postula a tales fondos y vive
de ellos, debe adquirir la habilidad de asimilarse al formato que
el sistema impone. El formato tiene la estructura ideolgica del
saber burocrtico: se debe manejar cierta jerga, cierto lxico,
cierta sintaxis, ciertos conocimientos de contabilidad, disponer
del tiempo y la habilidad para conseguir cotizaciones y certificados, cartas de recomendacin y presupuestos. Se deben tener,
adems, contactos con personalidades reconocidas para obtener
sus cartas de recomendacin, que sern un sello de garanta de
que el proyecto es viable y que se enmarca dentro de los patrones
de la poltica cultural hegemnica. Todos estos factores van segregando y marginando a grupos sociales del proceso de seleccin.
De hecho, estos formatos estn orientados a sectores sociales que
han tenido la educacin suficiente como para poder expresar su
proyecto en la jerga adecuada y con el rigor que se exige. Quedan
obviamente excluidos los artistas populares, los sectores sociales
sin estudios, que son ajenos a esos formatos.
En tercer lugar, el formulario obliga a acomodar una idea
esttica a un formato que no la puede contener, por lo tanto
80

se la reduce, se la limita y se la coarta. Se debe poner nfasis


principalmente en la gestin, en la planificacin, es decir, en
los aspectos operacionales y financieros, desde una perspectiva
profesionalizante.
En cuarto lugar, el formulario obliga o induce al postulante a
transformar su trabajo en trabajo asalariado, le impone un tem de
honorarios, en el que el artista debe hacer la perversa operacin
de ponerle precio a su labor. Esto puede parecer menor, incluso
puede pasar por algo natural y necesario, pero lleva detrs una
carga ideolgica de insospechadas proporciones: obliga al artista
a concebirse a s mismo como un tipo especial de trabajador asalariado. Debe, l mismo, planificar su jornada laboral, y concebir
el producto de su labor como el resultado de un trabajo para otro.
Se le obliga a pensar, al mismo tiempo, como contratista, como
asalariado, y situarse dentro de los avalos del mercado laboral.
En quinto lugar, ha ocurrido algo (descrito en el punto anterior) que traiciona absolutamente la posibilidad de que el arte sea
un espacio de plena libertad y de actividad no enajenada. Cuando
el obrar y la obra comienzan a ser pensados para un otro, que adems impone una firma, un distintivo en la obra misma, que dice
que tal trabajo fue financiado por tal institucin (y que en cierta
forma le pertenece), entonces la labor artstica se ha convertido
en trabajo asalariado. Una vez ms se convierte en mercanca,
pero esta vez en una mercanca aun ms triste pues ha sido enajenada desde un comienzo. A qu nos referimos: una obra puede
haber sido producida en un contexto de libertad, sin determinaciones del mercado y luego convertirse en mercanca en los
circuitos de la compra y venta. Pero las obras que surgen de los
procesos de postulacin a fondos estn desde el principio comprometidas al Leviatn. Han sido concebidas para ser sacrificadas,
por lo que estn condenadas incluso antes de su nacimiento.

81

En sexto lugar, cuando esto ocurre, resulta que los artistas,


convertidos en gestores culturales, elaboradores de proyectos,
potenciales burcratas, y trabajadores asalariados, empiezan a
pensar su obra segn los cnones imperantes, segn lo que dicta
la moda, o segn lo que se considere financiable por el poder
burocrtico. Los proyectos de obra empiezan a ser pensados segn
el estndar de lo aceptable, pues por supuesto lo que no es aceptable o polticamente correcto no ser aprobado para su realizacin y no recibir financiamiento.
Luego, la lite, para poder reproducirse y mantenerse como un
tipo especial de trabajador y poder percibir su salario, se acomoda
a las polticas y las necesidades de los gobiernos, del Estado y de
las instituciones del arte que la financia y mantiene. Aprende a
leer entre lneas las bases de los concursos, aprende a mejorar la
presentacin de sus proyectos, a dilucidar qu es viable o no, a
medir lo que buscan los jurados, a avaluar equilibradamente los
presupuestos, a incluir trminos de moda en los mbitos de la
poltica cultural, adquiere el lenguaje de los vendedores, de los
publicistas. O lo que es lo mismo: aprende a venderse.
vender y venderse

ender y venderse tambin tiene una serie de implicaciones que repercuten tanto en el arte en general como en
la obra y en el autor en particular. El arte deja de ser un lugar
de juego, de descubrimiento y aprendizaje, de gratificacin, de
libertad y de construccin de comunidad, para convertirse en una
obligacin y en una fuente que surte los recursos necesarios para
la vida del artista y su familia (su reproduccin como individuo y
como especie).
En el caso de la obra, como ya hemos sugerido ms atrs, sta
se transforma, se amolda a las polticas de financiamiento. Mien82

tras los creadores, adscritos al sistema de concursos, se autocensuran, piensan sus obras con los ojos del censor, del evaluador de
proyectos, las disean segn las polticas vigentes y los avatares
electorales, segn los conceptos de moda y los tems prioritarios
para el financiamiento. Se podra hacer un seguimiento y un
estudio de las mutaciones que han sufrido las obras a partir de la
implementacin de los fondos concursables. Muy probablemente
nos encontraramos ante el direccionamiento de los temas, el
acomodo de los contenidos y el oscilar de las formas a partir de
las determinaciones polticas (tanto de la poltica cultural, como
de la poltica en general).
Alguien podra decir que, ms bien, son las polticas y los criterios estticos en vigencia los que aceptan un tipo de proyecto
y dejan otros fuera (como una suerte de seleccin natural del proyectismo), dejando vivir al adecuado, mientras el inadecuado est
condenado a no obtener financiamiento (es decir, condenado a
muerte). Puede ser. En realidad ambos factores se complementan.
Porque los artistas-gestores aprenden rpidamente a navegar
por los mares de la poltica cultural y sus tormentas, cosa que les
permite mantenerse a flote, aferrados a la tabla de salvacin de
los fondos y de la necesidad del stablishment de mantener viva a
su lite artstico-intelectual21.
No est dems insistir en que el vender y venderse no es slo
un fenmeno que se da en la postulacin a los fondos, sino que
hay muchas otras formas de hacerlo, que los artistas conocen
de sobra: subirse a un escenario por un salario, aparecer en los
medios de comunicacin de masas, firmar contrato con un sello
o con una casa editorial, ponerle precio a una obra en la galera
21
Sera interesante una investigacin que apunte a rastrear la extraccin de clase
de los beneiciarios de los concursos pblicos y de los fondos del arte, ya que da la
impresin de que estos progresivamente recaen en miembros de las clases dominantes
de las sociedades del poder burocrtico. Por dos factores fundamentales: porque estn
ms cercanos al poder y sus mecanismos, y porque se acoplan ms dcilmente a los
formatos impuestos, sin voluntad crtica.

83

de arte. Respecto de los contratos habra mucha tela que cortar,


con toda su maraa de derechos y deberes legales. Por ahora slo
diremos que muchas veces el contrato tambin estipula las obligaciones de lo hombre/mujer-mercanca, convirtiendo no slo
la obra en propiedad del sello discogrfico o de la editorial, sino
tambin al propio artista y lo que vaya a crear en el futuro (lo que
constituye una suerte de esclavismo moderno).
eL rostro de Lo hombre/mujer-mercanca

as repercusiones de la mercantilizacin del arte en el autor


implican una serie de fenmenos. Uno de ellos es el convertirse en gestor cultural, o agente de s mismo. El artista
debe ofrecer su obra, exponerla en vitrinas para los ojos de los
potenciales compradores, subastarla, armar catlogos con ella
para poder exhibirla, grabar demos para los sellos grabadores,
mantener un currculo nutrido para los posibles concursos, etc.
Tiene que aprender a hacer lobby, a apretar las teclas correctas
cuando se trata de gustarle a un jurado o al evaluador de proyectos. Debe entrar en una red de contactos que lo avalen, que lo
siten dentro del medio, que hagan de l una persona de renombre. Hacer lobby correctamente es una parte importante de la
articulacin y gestin de lo hombre/mujer-mercanca.
Una vez que el artista se ha convertido en gestor cultural y
productor/vendedor de s mismo y de su obra, debe convertirse
en un rostro identificable, en una firma (obviamente no en todos
los casos, ya que muchos, a pesar de haber entrado en el circuito,
no se prestan a ese juego extremo de la sociedad del espectculo).
Esto es un proceso independiente de la obra. Obviamente la obra
es un requisito, una justificacin, pero el artista al convertirse en
rostro entra en una dinmica en la que la obra pasa a un segundo
plano. Ya no importa la calidad de la obra, basta con aparecer en
84

los medios de comunicacin permanentemente, haciendo noticia, logrando que hablen de l. Puede hacerlo publicando permanentemente, o exponiendo, o escribiendo columnas de peridico,
o haciendo lanzamientos de discos, pero sobre todo llenando
portadas de revistas, de pasquines, siendo figura de comentarios
de radio y televisin, no importa con qu pretexto (todos estn
permitidos). El rostro de lo hombre/mujer-mercanca se instala
en el imaginario pblico, juega un rol, toma posiciones, habla de
distintas cosas, opina, tiene romances, se cuentan historias acerca
de l, de su obra, de sus posiciones polticas. Es modelo a seguir,
se convierte en un mito, en una construccin meditica y en una
estrella. Cuanto ms carismtico, controvertido y seductor es el
artista, mayores condiciones tendr para convertirse en estrella.
Lo curioso de esta figura es que la mercanca que entonces se
vende ya no es la obra, sino lo hombre/mujer mismo. El rostro,
que es nico e irrepetible, como la huella digital, habitualmente
asunto personal e individual, se convierte en asunto pblico, en
la marca de un producto, o en el producto mismo. La imagen
del autor mercanca se comercializa, y volvemos as a los contratos. Muchas veces los contratos no slo estipulan que la obra
del autor pertenece al sello o a la editorial, no pudiendo el autor
hacer uso de ella ni comercializarla sin la autorizacin del editor,
sino que adems incluye obligaciones sociales, pblicas, instancias en las que deben presentar su rostro como perteneciente a tal
sello o a tal editorial, debe dar entrevistas para revistas, aparecer
en programas de televisin, participar en festivales, o firmar libros
en las ferias en que el producto est a la venta.
Este panorama que dibujamos es, por supuesto, el extremo del
mercado del arte, su sofisticacin, la etapa final de un camino ya
trazado, una lnea de continuidad con el artista menor, desconocido, que intenta abrirse paso en el mercado, en los escenarios.

85

Tanto para uno, la estrella, como para el otro, el aprendiz, la vara


de medida es el xito.
De pronto, en la historia del arte (habra que precisar cundo
y cmo) el xito se convirti en la medida de la calidad de la obra,
de la produccin artstica y del modo en que sta circula. El criterio de evaluacin ya no es esttico, sino cuantitativo, la cantidad
de reproducciones. Lo que importa es la opinin generalizada,
pblica, el juicio de los medios de comunicacin. No bast con
hacer sentido a una pequea comunidad inmediata, sino que se
ha hecho necesario convertirse en fetiche para los grandes pblicos de masa. No es suficiente con la alegra de producir algo en
el contexto de la comunidad, generando un dilogo especial en lo
local, en el lenguaje de la msica, de la literatura, del teatro o la
danza. Hoy se apunta a los grandes escenarios, llenos de luces
y candilejas, discriminando al arte pequeo, local, informal, amateur, incluso a la idea romntica del arte por amor al arte, privilegiando la medida cuantitativa del nmero de ventas, del rating,
del tiraje de los grandes sellos, de las grandes casas editoriales, de
las ganancias de los grandes agentes y los grandes productores.
Al igual que alguna vez los dominados por la sociedad burguesa se tomaron la moral que les vena de los seores ms en
serio que ellos mismos, as hoy, las masas engaadas, sucumben
ms an que los afortunados al mito del xito. Las masas tienen
lo que desean y se aferran obstinadamente a la ideologa mediante
la cual se les esclaviza.

nOvena hiPtesis de lucha


La tecno-burocracia ha privilegiado dos frentes
complementarios en las polticas actuales del campo del
arte y la cultura: 1. La Cultura del espectculo y 2. La
administracin de fondos concursables a modo de sistema
de promociones.
86

posmodErnIdad y artE

asta aqu hemos tratado aspectos ms bien sociales de la


produccin de arte, su circulacin, la figura del autor, y
factores asociados a cada uno de estos mbitos. Ahora quisiramos reflexionar brevemente acerca del contenido de las obras, de
su discurso interno. Al respecto podemos identificar los siguientes procesos que caracterizan la lgica cultural del capitalismo
avanzado, a saber: la autoreferencia del campo del arte, la sobrevaloracin de los metadiscursos, el extremo formalismo, la superficializacin del contenido, la estetizacin de la poltica y de la
realidad. Evidentemente, estos procesos estn concatenados, y se
retroalimentan los unos a los otros.
Podramos aventurarnos diciendo que la superficializacin
operada por la posmodernidad en el arte y la cultura22 involucra
cada uno de los fenmenos antes indicados respecto del contenido
de las obras, y que sus efectos son: la extrema disociacin entre
arte y vida, que es (a pesar de la voluntad de las vanguardias)
la glorificacin del carcter afirmativo de la cultura, el encierro
absoluto del arte en su esfera autorreferente y la prdida de su
sentido cultual. Lo que implica el despojo total de su dimensin
poltica (que es lo mismo que su fascistizacin). Al mismo tiempo,
comporta la ruptura total o parcial con la representacin, lo que
vuelve a ponernos en el reino de la libertad, pero esta vez en el
22
Si bien estas relexiones estn encaminadas especialmente para el mundo de
la plstica, perfectamente se pueden aplicar al cine, a la msica y a cierta literatura.
De hecho, un aspecto importante de la crtica, debera ser poner en cuestin los
sistemas clasiicatorios del arte, que lo ordena por gneros y disciplinas, con lmites
bien determinados, como subcampos especicos, lo que es perfectamente discutible y
desmontable a partir de la misma prctica, que no reconoce esos lmites establecidos
desde la academia.

87

plano de una libertad meramente formal, que no apela a la universalidad. Curiosa paradoja: la actual sociedad occidental globalizada puede enarbolar ambas banderas a la vez, es el reino de la
libertad en el mismo instante en que es el reino de la determinacin. La escisin social distingue entre los que pueden controlar
su destino y aquellos que estn gobernados por fuerzas externas
(entre los administradores y los administrados). Para los primeros
el cambio es posible pero no es necesario, para los otros el cambio
es necesario pero no es posible. La libertad que experimenta el
arte, o que se experimenta en el arte, tambin es superficial, pues
no es para todos, y est encerrada en un campo formal bien delimitado, lo que, en resumen, la convierte en falsa o ilusoria.
La vertiente crtica de la teora contempornea ha insistido
constantemente en el dualismo como mtodo de anlisis y como
forma de representacin de la realidad social. En este dualismo
estn fundadas las reflexiones ms prolficas de la modernidad;
los modelos de profundidad se afianzan en el sentimiento de que
vivimos en dos niveles. Las corrientes posmodernas han rechazado
este dualismo que, por ms que queramos negarlo, no se resuelve:
sigue permaneciendo la tensin entre romanticismo e ilustracin,
o entre determinismo y libertad, o entre esencia y apariencia, o
entre consciente e inconsciente, o entre lo manifiesto y lo latente,
etc. Fredric Jameson, uno de los precursores de la crtica cultural,
comenta este fallido intento de desmantelamiento de los modelos
dialcticos.
Una de las funciones de la teora contempornea ha sido la de
criticar y desacreditar el modelo hermenutico de lo interior y lo
exterior, o modelo de la profundidad, estigmatizndolo como
ideologa y metafsica. Hay, sin embargo, al menos otros cuatro
modelos fundamentales de profundidad que, por lo general, han
sido objeto de rechazo en la teora contempornea: el modelo
dialctico de la esencia y la apariencia (junto con toda la gama
88

de conceptos de ideologa o falsa conciencia que usualmente la


acompaan); el modelo freudiano de lo latente y lo manifiesto
o de la represin (que es sin duda el objetivo del sintomtico y
programtico escrito de Michel Foucault La voluntad de saber);
el modelo existencialista de la autenticidad y la inautenticidad,
cuya temtica trgica o heroica guarda una muy estrecha relacin con esa otra gran oposicin de alienacin y desalienacin
que, por su parte, tambin ha cado igualmente en desgracia en
el perodo postestructuralista o posmoderno; y finalmente, el ms
reciente en trminos cronolgicos: el modelo de la gran oposicin
semitica entre significante y significado. Lo que ha sustituido a
estos modelos es, en la mayora de los casos, una concepcin de
las prcticas, los discursos y el juego textual; la profundidad ha
sido reemplazada por la superficie o por mltiples superficies (lo
que suele llamarse intertextualidad ya no tiene, en este sentido,
nada que ver con la profundidad).
La intuicin de las vanguardias ya aseguraba a principios
del siglo XX que existen dos regiones del ser que se funden o
interactan. Este descubrimiento devela el deseo de poner orden
o explicar el mundo atomizado en el que vivimos. As funciona el
mtodo de yuxtaponer de manera simultnea dos cosas que no son
contiguas ni compatibles. El artista de vanguardia es un alegrico,
porque arranca elementos o fragmentos aislados de la totalidad y
los rene creando un tercer sentido. Sentido que no est dado por
el contexto original de los fragmentos sino por esta nueva vida
que le otorga el montaje. La funcin del alegrico aparece as
como expresin de una melancola, porque el objeto queda en un
principio muerto, al servicio del creador que le otorga un nuevo
sentido. El espectador de estas obras debiera percibir lo alegrico
como la representacin de la historia como decadencia, como
contradiccin. En el movimiento de la alegora, reivindicado por
la vanguardia, el arte quiere confesar su impotencia ante la totali89

dad del capitalismo. Sin embargo, y a pesar de tal impotencia, en


la voluntad del alegrico hay una mana de totalidad. Para l, el
fragmento parece incluir dentro de s la ley del conjunto, como la
unidad atmica de un fractal. Se considera la obra como alegora
de la realidad, como fragmentos reunidos, como notas y comentarios del mundo entorno. Esta reaccin destructiva contra la
visin unitaria tiene su origen en el convencimiento de que la
era industrial y la urbe han fragmentado al individuo unitario
burgus, y al mundo en que ste habitaba, percibiendo el mundo
actual como el reino de la contradiccin. Por ende, la obra debe
reflejar esa contradiccin y esos antagonismos: la profundidad.
De hecho, el tema principal del surrealismo es la paradoja, que
muestra el absurdo de la vida.
Tanto el arte como la literatura de vanguardia persiguen una
unidad entre pasado y presente, entre los sueos y el pensamiento,
entre el espacio y el tiempo. El cine y la msica tienen una relacin del todo con cada una de sus partes, como la relacin que
hay entre un acontecimiento cualquiera de nuestra vida con toda
nuestra historia. En este sentido, se pretende recuperar la experiencia de vida de lo hombre/mujer contemporneo para el arte.
Las grandes ciudades modernas y la aparicin de las masas urbanas crean un nuevo tipo de sujeto, que es contradiccin, porque
es a la vez individuo y a la vez masa. Un arte de pura superficie no
significa nada, cuando habla dice la completa y total enajenacin,
pero no como crtica, sino como mero regocijo perverso en ella.
Un arte que postule hoy a la abolicin de la representacin, o a la
representacin pura, es decir, a la plena libertad, es falso, porque
el mundo actual es el reino de la determinacin, tal arte est condenado a ser pura superficie.

90

El ExtrEmo formalIsmo
Sin forma revolucionaria no hay arte revolucionario
Maiakvski

l encierro del arte y la literatura en su esfera sacra trae


aparejado, lgica e inevitablemente, la deriva hacia el extremo formalismo. Hacia la revisin constante y perpetua de su
lenguaje, hacia su sofisticacin y purismo, alejndose cada vez
ms del mundo de la vida. Eso es lo que ha pasado en el campo
del arte contemporneo, cuyo lenguaje se ha convertido en un
sin fin de citas, de metaplanos y de recurrencias que se quedan
en puro y simple ejercicio esttico o retrico. Connotados representantes de los movimientos de vanguardia han culminado en el
esteticismo, en el formalismo, en juegos lgicos, en la conviccin
de que no hay referentes que justifiquen la representacin, o que
lo nico que hay es la representacin pura y absoluta, volviendo
a la primaca del sujeto burgus.
En literatura, por ejemplo, el extremo formalismo exige a la
lectura un ejercicio de interpretacin que debe hacerse cargo de
la totalidad del texto, de su estructura, de la relacin entre sus
partes, identificando las funciones que cumplen para construir el
sentido interno. El texto es lo que es, no habla de otra cosa que de
s mismo, no hay extratextualidad, ste no es un signo que remite
a un significado ausente, o profundo. El poema es el matrimonio
de hecho de los polos lingsticos del signo. Esta independencia
del texto respecto de la representacin es algo que se percibe con
fuerza en las tendencias artsticas y filosficas de la dcada del
195023. Se postula a la autonoma del arte respecto del mundo.
23
Vase la introduccin que Michel Foucault escribe para su libro Las palabras y las
cosas, en la que comenta el cuento de Jorge Luis Borges Los animales del emperador.

91

Frente a esto podemos ver dos actitudes de las nuevas vanguardias: la primera es la de dejar atrs el viejo postulado de
reconciliar arte y vida; y la segunda, consecuente con la anterior,
es producir obras que no tengan profundidad, que se queden en la
mera superficie, que no remitan a un fondo que les d sentido. Lo
que se puede graficar con la comparacin de dos cuadros: uno es
el de Van Gogh Zapatos de labriego, en el que hay todo un mundo
simbolizado, toda una realidad social que le da sentido, que es
evocada (o invocada) por el cuadro. Realidad que est a la mano
del espectador, en una particular experiencia que constituye la
profundidad del cuadro y permite su interpretacin. Mientras, en
el segundo ejemplo, los Zapatos de polvo de diamante, de Andy
Warhol, el cuadro no remite a nada, no hay experiencia que
evoque, ni mundo que le d sentido, es slo superficie, o dicho de
otro modo, es lo que es. Eso puede ser considerado como el fin de
la representacin, la liberacin respecto de los referentes naturales, sociales y tambin gramaticales (en el caso de la poesa).
Este formalismo se aleja de la poltica (considerando aqu poltica, en su acepcin ms simple, como la identificacin de campos
de fuerza en el contexto social), persiguiendo la produccin de
objetos artsticos que despierten o gatillen la experiencia estEn ese texto Foucault elabora una arriesgada hiptesis respecto de la superacin de la
representacin en el lenguaje: las clasiicaciones y taxonomas no pertenecen a las cosas
ni estn determinadas por ellas, son una esfera propia de la inteleccin. El lenguaje,
por tanto, debe abandonar la ilusin de la representacin y asumir la independencia
y libertad del conocimiento. Lo que en s es un principio libertario, pero ingenuo e
idealista si nos olvidamos de las determinaciones materiales. Pero cuidado: cuando
decimos determinaciones materiales no nos referimos a leyes inmutables aincadas en
cualquier tipo de naturaleza, sino que nos referimos a rdenes que el propio hombre/
mujer ha creado y que vive como si fuesen rdenes naturales, pero que no son ms
que relaciones sociales cristalizadas, estatuidas, ancladas en el comportamiento, en
las instituciones polticas y en la estructura mental. Por lo tanto subvertibles, pero no
por un acto de magia o de decreto (como parece esperar Foucault que ocurra despus
de haber escrito Las palabras y las cosas, porque aparentemente las cosas siguen igual que
antes de haber publicado su texto), sino por un movimiento de la realidad que involucra
tanto lo ideolgico, como lo poltico y lo productivo, todo al mismo tiempo.

92

tica misma, en su esencia, a travs de lo que pueda existir de


sublime en las formas24. Los modelos de profundidad y de representacin son dejados de lado en beneficio de una aritmtica de
la emocin: el supuesto subyacente es que hay leyes universales
a las que puede apelar el hecho artstico. El trabajo del artista es
descubrir, conocer y utilizar esas leyes. El arte vale por s mismo,
no necesita nada ms para validarse. Esto es un positivismo, un
universalismo, un regreso al patrn esttico kantiano, fundado
en una filosofa trascendental, que luego se traduce en confianza
en la ciencia y en un estructuralismo (que es la versin ms
contempornea del cientificismo). En el extremo formalismo
estamos en el reino de la cultura afirmativa, en el mundo puro
de la esttica, donde la revolucin es entendida especficamente
como un problema de percepciones. La ptica, la geometra y la
semitica, son las ciencias estrella para estas corrientes. Tal como
en el positivismo lgico, la obra concreta debe entenderse como
proposicin o monumento, cerrada en s misma. La superficie que
la compone no requiere ni de intrprete ni de autor para existir,
no necesita comentarista ni espectador. Es, por el mero hecho
de componer un orden, un algoritmo, un nmero o una tensin
interna. Las relaciones mecnicas entre las palabras de un poema
o los elementos de una pintura componen una entidad. Tanto en
la filosofa del lenguaje, como en el trnsito que hace la poesa
hacia el formalismo estn, entonces, en tela de juicio la representacin y los modelos de profundidad.
Queda como tarea establecer un correlato entre esta
perspectiva esttica e ideolgica y el modo de produccin
postindustrial. Del mismo modo que queda pendiente un boceto
24
Tambin se puede considerar este arte como una stira, o como la ms feroz
crtica al mundo del arte, pero sin ms resultados que el juego retrico en s. Ms bien
se advierte en l el cinismo del vendedor de comida chatarra que sabe perfectamente
con qu desechos estn hechas las hamburguesas que todo el mundo come con gusto.

93

del modo en que ambos producen cierto tipo de subjetividad: la


del artista-tcnico, que se subordina a los recursos de la mquina,
como un adorador de fetiches tecnolgicos; la del coleccionista
de efectos, que supone que una obra se salva por el abuso de giros
novedosos en el lenguaje; la del snob que frecuenta la galera
de moda pensando en su estatus social; la del que expone en la
galera de moda algo aparentemente inteligente (que luego tiene
que explicar), pensando en el prestigio social.
Quizs antes los pblicos eran ms conservadores que los
artistas, y eso le daba sentido a una actitud de vanguardia, para
violentar, desnudar y develar al conservadurismo ambiente. Hoy
no, no slo los pblicos no son ms conservadores que los artistas,
sino que a los artistas, a pesar de que se forman en una esttica
retricamente rupturista y plcidamente profesional, la realidad
misma les ha descentrado su rupturismo y lo ha convertido en
una mera retrica de legitimacin, para constituir un segmento
especfico del mercado. Retrica de ruptura articulada y formada
desde las academias. Jvenes, artistas, intelectuales, geniales,
espectacularmente conservadores, cuyas agudas audacias, cuyas
temerarias rupturas, rayanas en el absurdo de la valenta o el
escondite, tienen la extraa virtud de dejar al mundo contra el
que vociferan tal como est (salvo por la extraa acumulacin
de registros de una trasgresin que nadie nota y que les deja un
plusvalor, un renombre que luego va a ayudar a vender a precio
ms elevado sus productos en el mercado del arte).
Tambin es importante identificar una tendencia que ha despertado gran inters en las jvenes generaciones de artistas oficiales, que pretenden insertar temas de la realidad social y poltica en sus trabajos, como una supuesta forma de transgresin,
denuncia, y rebelda: la estetizacin de la realidad social. Como
si no pudiesen hablar de la realidad sin sublimarla, sin darle un
carcter esttico, gesto tras el cual hasta el basural ms miserable
94

parece bello. Se estetiza la violencia, la miseria, la degradacin,


la guerra. Convirtiendo estos rasgos del mundo en objeto de disfrute. Logran incluir la decadencia del mundo en el mbito de la
belleza. Movimiento que hace perder toda potencia a su denuncia; cosificndola, para ser enmarcada y colgada de un clavo en la
galera o el museo.
Pero si hay algo peor que hacer de la miseria un objeto de
consumo, eso es convertir la propia lucha contra la miseria en
objeto de consumo. La cancin protesta, la literatura sobre la
Guerra Civil Espaola, la crtica cultural, el cine comprometido,
todo entra en el gran mercado de los bienes de consumo cultural.
Otra vez, entonces, hay que repetir: no se trata de estetizar la
poltica, sino de politizar el arte.

dcima hiPtesis de lucha


No se trata de estetizar la poltica, sino de politizar el arte.

95

polItIzar El artE y la vIda

l arte debe bajar de su esfera sacra y secularizarse, debe


democratizarse, lo que significa, en su acepcin ms pobre
y conservadora, situar los productos del arte en el espacio
pblico, para dar a las masas (lo que en el imaginario fascista significa poblacin desposeda de talento, educacin y cultura) un
acceso ms expedito a esta expresin sublime del espritu. El
museo es la institucin que cristaliza tal poltica. Exhibir las obras
de los grandes maestros en dependencias pblicas es la otra
versin estatal de este concepto; hacerlo en bancos y empresas
es la versin neoliberal. En todo caso, este filantrpico procedimiento sigue perpetuando la separacin entre arte y vida, entre
creador y espectador.
Por otro lado, politizar el arte no significa solamente trasladar
la lucha de clases a una expresin artstica, no es meramente
plasmar sus contenidos de forma esttica, o denunciar o expresar
tal o cual realidad histrica en el arte, verlo as es una reduccin. Politizar el arte es, tambin, dar una lucha formal al interior
de su campo especfico para derrumbar las formas tradicionales
de expresin, revolucionar el lenguaje y encontrar una voz que
represente las nuevas sensibilidades, los nuevos procesos espirituales y sociales. Lukcs desestim el aporte del surrealismo y de
autores como Kafka, acusndolos de complicidad con el orden
dominante; en cambio reivindic el realismo y el trabajo de autores como Thomas Mann, encontrando en su obra una literatura
realmente revolucionaria. Esto puede ocurrir slo en un pensamiento crtico que an est amarrado a la idea de que politizar el
arte significa utilizarlo como herramienta de denuncia y de propaganda.

97

El realismo reclamado por Lukcs cumpla la misin de ser un


espejo de la realidad, de reflejar en la obra las miserias del mundo,
de poner sus contradicciones de relieve, en un afn pedaggico.
Pona al arte en el mismo sitial que la Iglesia Catlica lo haca
tanto en el perodo de oscurantismo medieval, como en el proceso
de evangelizacin del nuevo mundo: el arte deba ser la manera
de llevar los evangelios a aquellos pueblos ignorantes y brbaros
que no saban leer ni escribir. El papel pedaggico del arte aparece
siempre vinculado a grandes procesos de racionalizacin o control poltico. Ser fiel a la realidad (o ser fiel a las escrituras) es el
mandato que otorga al arte un papel ideolgico en los perodos de
cambio social. Sin embargo, esta mirada responde a un concepto
del cambio revolucionario que tambin es estrecho, no entiende
que producir un ensanchamiento del lenguaje o de los modos de
expresin tambin incide finalmente en las prcticas humanas
(dinmica a la que se le podra denominar, en la esquemtica
jerga de la economa poltica, una determinacin recursiva de lo
ideolgico sobre lo productivo). Pero esta tan especial forma de
politizacin del arte, puede culminar en el mero formalismo (que
ya hemos criticado antes), y en una autorreferencia que consolide
an ms el carcter afirmativo de la cultura.
La voluntad de politizar el arte, propio de las vanguardias, ha
tenido, entonces, dos caminos, que no son excluyentes, pero que
sin embargo han marcado derroteros distintos, aunque con consecuencias anlogas:
1. La tendencia a asumir los temas histricos y sociales y
expresarlos en el lenguaje del arte, reduciendo el lenguaje del arte
a una funcin pedaggica o de propaganda; 2. La otra tendencia
ha alimentado y perpetuado la separacin entre arte y vida al
recaer, en su extremo, en el esteticismo.
Debido a la primera tendencia, a muchos artistas comprometidos con un proyecto poltico y social ya no les basta con el campo
98

del arte y derivan naturalmente a la militancia en movimientos


de la poltica formal (es frecuente la cooptacin de estos artistas por el Estado, el Partido o el gobierno que, aparentemente,
estara llevando a cabo el programa revolucionario). Otros han
seguido poniendo nfasis en los temas ms formales, insistiendo
en la frmula del arte por el arte y en los aspectos estticos, buscando acercarse a una idea de la perfeccin expresiva. En ambos
casos la potencia de sus creaciones decae y pierde el mpetu renovador que las animaba originalmente.
Se podra aventurar, a modo de definicin, que las vanguardias artsticas y literarias son justamente el encuentro entre estas
dos voluntades en un momento histrico determinado, en un
contexto especial, favorable a su consecucin. Luego, la subsecuente ruptura es necesaria y esperable, porque las vanguardias
son la sntesis efmera de una contradiccin permanente de la
modernidad. Anida en ellas un deseo que tambin define a las
vanguardias polticas: el de romper con lo antiguo, con las estructuras que determinan los modos de pensar y de actuar de una
sociedad. En ellas pervive el espritu de la revolucin.
La revolucin (entendida como un momento de aguda agitacin social en busca de un cambio) se parece bastante a un carnaval (en la definicin que de l hace Bajtn), y un carnaval no
se puede sostener por mucho tiempo. La revolucin permanente
que propona Trotsky ha sido histricamente una ilusin; lo que
se impone siempre es lo contrario, el despotismo, el maximalismo,
el estalinismo, el pinochetismo, el castrismo.
Tanto el perodo de la agitacin prerevolucionaria, como aquel
de la institucionalizacin o derrota de la revolucin (que a nuestro modo de ver es lo mismo), son el momento de las vanguardias artsticas y literarias: stas nacen y se alimentan tanto del
auge como de la derrota de la revolucin. Crecen tanto al amparo
del entusiasmo ilusionado como de las voluntades traicionadas,
99

de los esfuerzos revolucionarios que han sido desterrados de la


poltica y que se han exiliado hacia el mbito esttico, que se
han formalizado y que, por lo tanto, han perdido su peligrosidad y su carga crtica. Las clases instaladas en el poder tras los
procesos revolucionarios han comprendido que mientras el arte
siga perteneciendo al reino de la cultura afirmativa no ofrece ni
resistencia ni riesgo. De hecho, las clases gobernantes estimulan
su existencia, el poder se rodea de una lite artstica e intelectual
cooptada, a la que alimenta para que reproduzca (en tanto lite)
la distancia entre arte y vida. Ese matrimonio se da por lo menos
hasta el punto en que el arte vuelve a intentar regresar al terreno
de la poltica.
Las vanguardias son la impotencia poltica manifiesta, son el
impulso destructivo-creador orientado y relegado al campo del
arte. En ellas se refugia el espritu de la revolucin, provocando
una espiral de transgresiones formales, pero hacindose cmplice
de la instauracin de un poder que sepulta en vida dicho espritu.
El proceso que vive la vanguardia se podra resumir as: en
principio canta a la revolucin, es su entusiasta propagandista
(en la fase de politizacin del arte); luego es su conciencia crtica,
incluso su detractora, es la irona de la vieja utopa traicionada, es
desilusin y nihilismo; hasta que, finalmente, es pura autorreferencia, antes de convertirse en moda y en producto de mercado.
La derrota de los procesos de cambio, que ya viene prefigurada
en la forma de las vanguardias polticas (en su deseo de poder),
aleja a las vanguardias artsticas de la poltica. El nihilismo y la
conciencia trgica de la historia se instalan en la experiencia de
las vanguardias, inmovilizndolas respecto de la accin poltica.
Ocurre, entonces, que la perspectiva crtica desata un relativismo
paralizador, segn el cual la infatuacin del espritu romntico
en la historia se hace despreciable. De tal modo, y con mayor
razn, las vanguardias se retrotraen de la arena social hacia el
100

formalismo, la irona, el juego intelectual o retrico y la ilusin


esttica.
Estas circunstancias hacen posible explicar por qu las vanguardias, pese a que histricamente hayan postulado la reconciliacin de arte y vida (la politizacin del arte y su muerte), recaen
cclicamente en la frmula del arte por el arte, como si hubiese una
especie de redencin en el cultivo de lo sublime.
Pero tambin hay otra conciencia operando en este movimiento, la percepcin subversiva de que el arte en s mismo es la
realizacin de un acto intil (para los parmetros de la ideologa
del trabajo y la acumulacin capitalista), es la expresin de la
imaginacin, de la creatividad y el ocio improductivo. Pero ya
sabemos que el arte por s mismo no tiene un valor intrnseco, que
slo lo adquiere en la relacin que entabla con el medio y con la
manera en que circula, y, al mismo tiempo, sabemos que su contenido no es suficiente para configurar una transgresin, ni siquiera
en la funcin pedaggica que le han asignado tanto Lukcs como
Brecht. Entonces, cmo habra que ver o imaginarse el modo en
que se puede salir de este ciclo, aparentemente inevitable, en el
que se ha dado vueltas la modernidad en los ltimos tres siglos y
politizar efectivamente al arte? Creemos que la nica salida es la
destruccin o vaciamiento del campo del arte.

undcima hiPtesis de lucha


Politizar el arte supone la destruccin o vaciamento del
campo del arte, tal y como hoy lo conocemos, supone la muerte
del arte en tanto institucin, en tanto cultura afirmativa, en
tanto esfera sacra, en tanto profesin y espacio de las lites.

101

dEstruccIn o vacIamIEnto dEl campo dEl artE

ostular la muerte del arte es abolir su carcter elitista y


especializado. Ya no se trata de crear ms museos o de instalar galeras de arte en los suburbios de las ciudades, se trata de
entender que cualquier actividad creativa es artstica o, al menos,
que la posibilidad de la creacin de objetos estticos ya no es
privativa de unos pocos elegidos. Como hemos dicho, ya no basta
con llevar un inodoro al museo, se trata de tirar el museo por el
inodoro. Pero tambin se trata de liberar a las obras de arte de su
carcter de mercanca.
Por lo pronto y slo a modo de hiptesis, nos aventuramos
a proponer la posibilidad de destruccin del campo del arte
mediante la gratuidad del gesto artstico y su incorporacin a
otros circuitos de circulacin, que no tienen que ver con el poder
ni con el mercado, que podran ser denominados como los circuitos del don (que en esencia son los mismos por los que debiera
circular la voluntad poltica revolucionaria).
Postulamos a que la recuperacin del arte para la vida tiene
que pasar por su politizacin (en un sentido amplio) y que su
politizacin tiene que ver efectivamente con su contenido, pero
un contenido que se define no slo por lo que la obra transmite
o dice (en trminos discursivos), sino por el modo en que sta ha
sido producida, el modo en que circula y los lugares por donde
circula.
Tambin se trata de mostrar algo, de ensear algo, pero no
solamente como mensaje verbal, sino como prcticas concretas,
mostrar que no slo se puede, sino que se debe hacer arte y literatura fuera de los circuitos de la institucionalidad y del mercado,
que su modo de produccin est a nuestro alcance, y que con esa
103

prctica se descompone la lite, se destruye parte del mercado,


y se vaca un sistema que privatiza y capitaliza el arte como trabajo25.
contenido = forma = produccin = circuLacin

l arte a lo largo de la historia humana ha expresado distintos tpicos, mensajes, situaciones. Ha sido utilizado como
medio de informacin y comunicacin, ha cantado gestas, mitos,
ha construido la identidad de pueblos, ha relatado crnicas, ha
exaltado amores imposibles, ha retratado pasiones, exhortado a
la fe religiosa, denunciado injusticias, llamado a luchar por una
causa. Los contenidos discursivos del arte evidentemente estn,
de manera inmediata, dentro del terreno de la poltica, desde que
ste es la expresin del hacer humano y una forma de ser del
gnero. Lo que se expresa es siempre la vida, la experiencia, las
contradicciones, los deseos, los miedos, las obsesiones. Podemos
afirmar que la politizacin del arte, su recuperacin para la poltica, no pasa especialmente por privilegiar en l un contenido
manifiesto referido al mundo de las fuerzas sociales en pugna,
discriminando otros. Los mensajes y reflexiones vertidos en el
arte (podramos decir, su lrica) no es lo que hace especialmente
poltica o libertaria a una obra. Ya sabemos que muchas obras
con alto contenido social manifiesto, aparentemente contestatarias, supuestamente subversivas, circulan en los medios oficiales,
se exponen en museos e instituciones, se comercializan en las
galeras, se difunden por grandes sellos discogrficos y editoriales.
25
Parte de esa lucha es la que se debe sostener contra el copyrigth, fomentando la
piratera. La propiedad intelectual hoy es la pieza clave dentro de las nuevas formas
de dominacin (la que ha venido a reemplazar la propiedad sobre los medios de
produccin), quien posee la propiedad de la informacin y de la gestin es quien detenta
el poder.

104

Cmo puede ocurrir esto? Porque la obra se ha dejado domesticar, se ha convertido en un objeto inerte, muerto, despojado de
cualquier peligrosidad. Muchos artistas piensan que politizar el
arte es decir unas cuantas verdades sociales a travs de su obra,
utilizndola como medio discursivo, y creen que hacen un gran
favor al movimiento libertario o revolucionario dando su trabajo
a los circuitos oficiales, cuando lo que hacen en realidad es reafirmar, una vez ms, que el mercado es capaz de absorber toda
crtica que se limite al contenido discursivo de la obra, a lo meramente lrico.
Una obra que quiera estar dotada de un contenido transgresor,
subversivo y libertario, no puede dejarse domesticar o comercializar, debe sumar al contenido manifiesto una forma de ser y de
circular. De eso trataremos en los apartados siguientes.
Politizar el arte, entonces, supone que el contenido no se
puede limitar al discurso manifiesto, as como tampoco se puede
decir que slo aquellas obras que tienen un discurso manifiestamente poltico sern un aporte para el movimiento en lucha
contra el sistema y el mercado. Eso sera una lamentable reduccin. De hecho, puede que una obra aborde los temas aparentemente ms alejados de la poltica, pero la manera de ser producida y la manera de circular, la conviertan en una obra realmente
subversiva.
poLtica de La memoria

ese a lo que hemos dicho anteriormente, nos detendremos


un momento en un tipo especial de contenido, que trabaja
sobre una poltica de la memoria, lo que constituye el importante
avance que hace el surrealismo hacia la politizacin del arte.
Frente a la inevitable masificacin de la cultura y la reproduccin del arte en el mundo moderno, se puede proponer una inver105

sin de los trminos. La humanidad, que antao, en Homero, era


un objeto de espectculo para los dioses olmpicos, se ha convertido ahora en espectculo de s misma. Su autoalienacin ha
alcanzado un grado que le permite vivir su propia destruccin
como un goce esttico de primer orden se trata especialmente
de la utilizacin que el fascismo hace del cine para mostrar sus
logros durante la guerra. Al esteticismo de la poltica que opera
el fascismo, se puede contestar con la politizacin del arte.
El surrealismo, para seguir con ese ejemplo, no slo es un
movimiento artstico o potico. Aunque quizs en sus inicios la
intencin fue llevar la creacin literaria hasta los extremos de
lo posible, en los escritos de este crculo no se trata simplemente
de literatura, sino de otra cosa, de lo que se habla literalmente
es de experiencias, no de teoras, ni mucho menos de fantasmas.
Los inicios del surrealismo se sita en un impulso rebelde de
superacin creadora de la iluminacin religiosa, que necesariamente debe conducir hacia una iluminacin profana de inspiracin materialista, antropolgica, que oriente la mirada del artista
hacia el mundo de la vida, reconociendo en l su propia creacin,
forzndolo a un intento de reconciliar el arte con la praxis vital
con la produccin social de la vida, dira Marx, lo que, como ya
hemos visto, es lo mismo que su politizacin.
El surrealismo descubre las energas revolucionarias que se
manifiestan en los objetos, en las construcciones, en los edificios,
en lo antiguo. Nadie mejor que estos autores ha podido dar una
idea tan exacta de cmo estn estas cosas respecto de la revolucin. Antes que estos intrpretes de signos nadie se haba percatado de cmo la miseria (no slo social, sino la arquitectnica, la
miseria del interior, de las cosas esclavizadas y que esclavizan) se
transpone en nihilismo revolucionario. Hacer que las cosas hablen
es la tarea del artista o del revolucionario (que en este caso son
lo mismo), que hablen de s mismas, del pasado, de las vidas que
106

en ellas duermen y que hay que despertar. Hacer que exploten las
poderosas fuerzas del espritu escondido en esas cosas. Esto tiene
directa relacin con la concepcin del materialismo histrico y
de la necesidad de redencin del pasado en el presente. Entonces
omos a Apollinaire gritar: Abros tumbas, vosotros, muertos de
las pinacotecas, cadveres de detrs de los biombos, en los palacios, en los castillos y en los monasterios; aqu est el fabuloso
portero, que tiene en las manos un manojo de llaves de todos los
tiempos, que sabe cmo hay que escaparse de los ms encubiertos
castillos y que os invita a avanzar en medio del mundo actual.
Lo que el surrealismo intent elaborar fue un concepto radical
de libertad; libertad respecto de toda determinacin que parezca
proceder de fuerzas externas. Incluso la ciencia es historizada por
este movimiento, es decir, convertida en una iluminacin profana. Los surrealistas ven en la poesa el fundamento del desarrollo cientfico, al ser la cspide de toda mistificacin. La lucha por
la liberacin de la humanidad en su ms simple figura revolucionaria (que es la liberacin en todos los aspectos) es la nica cosa
que queda a la que merezca la pena servir. Esta lucha consiste
en ganar las fuerzas de la ebriedad para la revolucin, pero de
ningn modo a la manera romntica que separa su prctica de la
poltica hasta convertirla en un esteticismo que separa su objeto
del contexto que le da sentido (por lo cual jams podr captar su
misterio). Ms bien penetramos el misterio slo en la medida en
que lo reencontramos en lo cotidiano, por virtud de una ptica
dialctica que percibe lo cotidiano como impenetrable y lo impenetrable como cotidiano.
Lo profano no es una poltica potica, eso es lo que hace
la socialdemocracia, los partidos burgueses y la burocracia, buscando metforas optimistas para adornar sus programas electorales. Frente a esto, la respuesta revolucionaria consiste en pesimismo en toda la lnea. Desconfianza en la suerte de la literatura,
107

desconfianza en la suerte de la libertad, desconfianza en la suerte


de la humanidad, pero sobre todo desconfianza; desconfianza en
todo entendimiento: entre las clases, entre los pueblos, entre ste
y aqul.
De lo que se trata entonces es de organizar el pesimismo. La
metfora moral que debe ser erradicada de la poltica y ser
reemplazada por una praxis revolucionaria y por imgenes de
pura cepa que deben ser descubiertas en el mbito de la accin
poltica. Como se entender, estas imgenes no tienen un carcter metafsico como en el idealismo romntico, sino que deben
ser corpreas, es decir, una suerte de identificacin de la historia
efectiva con la representacin de s misma, una reconciliacin
entre ser y saber. Lo que podra denominarse como iluminacin
profana, imgenes que hacen justicia al pasado, como memoria
y evocacin, y hacen justicia al presente, como un espejo donde
mirarse y mirar lo colectivo. Tambin lo colectivo es corpreo. Y
la physis, que se organiza en la tcnica, slo se genera segn su
realidad poltica y objetiva en el mbito de imgenes que la iluminacin profana convierte en nuestra casa. Cuando cuerpo y alma
se interpenetran tan hondamente, que toda tensin revolucionaria se hace excitacin corporal colectiva y todas las excitaciones corporales de lo colectivo se hacen descarga revolucionaria,
entonces, y slo entonces, se habr superado la realidad de nuestra esclavitud. La historia sigue avanzando y dejando ruinas a su
paso, por eso el arte puede seguir siendo una prctica libertaria,
pero que, a su vez, hay que liberar.
contenido en La produccin, o libre obrar

l contenido de una obra tambin est determinado por el


modo en que sta ha sido producida. Por lo tanto, nos referiremos especialmente al tema de la autogestin en el arte.
108

Mantener la independencia respecto de las instituciones del


arte y de los organismos que financian a la lite, es una forma de
resistencia, una forma de politizar el arte y, especialmente, una
manera de dotar de contenido a la obra. No slo significa no legitimar a estas instituciones, tambin es no dar pie a su reproduccin
y abrir espacios en los que el poder26 no puede penetrar. Espacios
liberados en que la creacin no tiene deudas ni cargas significativas. Muy probablemente los recursos con los que se cuenten
sern precarios y de difcil consecucin respecto a lo que se podra
lograr a travs de dichas instituciones, pero justamente se trata de
devolver al arte sus dimensiones locales, no profesionales. Hacer
con los recursos de los que se dispone, sin la necesidad de grandes presupuestos ni de salarios. Buscando la gratificacin en la
creacin, en el trabajo individual o colectivo, en la posibilidad de
expresar el mundo de la vida sin tener que vender esa actividad
ni su producto, es decir, sin tener que enajenarlos, devolvindole
al arte todo su potencial poltico, en el ms amplio sentido de la
palabra, en aquel sentido en que el arte puede ser recuperado
para la experiencia vital, convirtindose en libre obrar.
Proponemos este concepto para distinguir el arte tradicional
(mercantil y enajenante) de un arte poltico, que trabaja en su
obra en la misma medida que trabaja en la destruccin del campo
del arte: obrar desobrando.
El libre obrar, este arte autogestionado, se construye desde
abajo (por eso tambin se ha dado en llamar bottom up), es
independiente, autnomo, no necesita ser autorizado, visado,
aprobado ni financiado por institucin alguna, surge espontneamente, al margen de las academias, las autoridades, los curadores
26
Nos referimos aqu especialmente al poder institucionalizado, considerndolo
como una entidad, a pesar de que tenemos conciencia de que no hay poder en abstracto.
El poder no est afuera, no nos posee como un espritu, se ejerce y es ejercido. Es decir,
no hay poder, sino abuso de poder. El poder es una relacin.

109

y los crticos. Es un arte que no est orientado al gran consumo,


no aspira a los pblicos masivos ni a los medios de comunicacin
de masas, sino que se construye por la necesidad de expresin y
por la gratificacin de verse reflejado en la obra, de ver la experiencia creativa individual o colectiva plasmada en un objeto que
no le pertenece a nadie ms que a la comunidad.
La manera de ser producido se refleja en la obra, se deja leer,
por lo tanto tambin es contenido. En el libre obrar desaparece
la figura del genio, la obra ya no es el reflejo de un autor nico e
irrepetible, es la vida que se expresa, que habla de s misma, de
sus contradicciones. Es siempre, a pesar de que la haya producido
un solo hombre, la expresin de una comunidad, de un plexo de
relaciones sociales, que se plasman como significado.
El libre obrar no se produce pensando en la venta de la obra,
o en su xito; desde el principio la obra no es mercanca, por eso
puede tomarse el obrar como juego, como una actividad ldica,
como un espacio de gratificacin y aprendizaje, de investigacin y
descubrimiento, de experimentacin, como terapia, como reducto
liberado de las imposiciones de productividad, eficacia, patrones
estticos dominantes, jerarquas, autoridades y jefes... Lo que no
significa que pierda su seriedad, profundidad o contenido. Por el
contrario, adquiere otra seriedad, no la del profesional que hace
un trabajo para otro, sino la del que est comprometiendo su propia existencia en la obra, y que, por lo mismo, se puede permitir
el juego. El tiempo no es una condicin de la obra, el resultado no
es la medida, sino que lo es el proceso. Entonces, es el proceso lo
que se expresa en la obra. El libre obrar habla a travs de la obra
como proceso, como experiencia. La experiencia de produccin
es el contenido.

110

duOdcima hiPtesis de lucha


En el libre obrar, es el proceso lo que se expresa en la obra. Es
el libre obrar el que habla a travs de la obra como proceso,
como experiencia. La experiencia de produccin se pone en
la obra como contenido.

contenido y circuLacin

emos dicho que el arte politizado adquiere su contenido


en el modo en que circula. Con esto queremos indicar no
slo que se resta a los circuitos oficiales, institucionales y comerciales, sino que inaugura nuevos espacios de circulacin. Estableciendo otro tipo de relaciones, entre obra y pblico, y entre
pblico y productor (obrero). Para referirnos al primer tipo de
relaciones, trabajaremos con el concepto de circuitos del don, y
para lo segundo con la idea de transparencia comunicativa. Podra
decirse que la relacin entre pblico y obra, cuando no hay la
mediacin del dinero, es un acto comunicativo que no remite a
la relacin contractual, de cliente y ofertante, es la comunidad
que se habla a s misma, ya que la obra vuelve a la comunidad,
sin precio, expresando su origen y su verdad. Desde este punto de
vista, nos damos cuenta de lo absurdo y aberrante que es poner
precio al acto artstico y sus resultados. No se le puede poner
precio a algo que no ha nacido destinado al mercado.
Los circuitos deL don

a hemos insistido en que las habilidades y energas humanas desplegadas en el acto artstico, las fuerzas y cualidades depositadas en la obra, no son privativas del genio. Incluso, se
podra decir que (aunque hemos tratado de evitar las definiciones
esencialistas) algo inherente al ser humano es la capacidad de
111

crear objetos estticos. Y eso no debiera tener precio, a no ser


el de los materiales utilizados. La labor del artista no puede ser
equiparada con un salario, no puede ser transada en el mercado
en funcin de un valor de cambio, as como tampoco puede ser
avaluada la voluntad poltica.
Ese camino, el de convertir tanto el arte como la poltica en
mercanca, lleva indefectiblemente hasta la figura del funcionario
en poltica, y la del star en el terreno del arte. El funcionario es
aquel que administra la conciencia, quien vive de la poltica y no
para o en la poltica. Lo que significa, en buenas cuentas, que en
este personaje no se puede distinguir el acto libre de entrega a
un proyecto, que involucra a la comunidad, de la necesidad de
sobrevivencia individual y el deseo de lucro. Luego, nunca se sabe
si el funcionario obra por cuenta de su conciencia o de su inters econmico27. El funcionario poltico, adems, al dedicarse por
tiempo completo a las labores polticas, convierte la poltica en
una profesin, en una actividad especializada, que a su vez (como
el arte) se separa de la praxis vital.
Las tesis acerca de la economa del don provienen del campo
de la antropologa, especialmente del trabajo de Marcel Mauss,
quien registr esta forma de intercambio en tribus alejadas del
mundo occidental. Sin embargo, el concepto fue traducido, para
el mundo moderno, como la idea cristiana de caridad, o de
solidaridad, que se orientan a complementar las lagunas que
el sistema deja, que el mercado deja, que la economa neoliberal produce, y que el Estado es incapaz de llenar, asumiendo los
27
Se podra objetar que da igual la intencin subjetiva de una accin si el resultado
es el mismo. Sin embargo, la mediacin del dinero siempre cambia el sentido de una
prctica, y, por lo tanto, su resultado. As como el sentido de la gratuidad imprime
a la accin una connotacin especial, que (adems de que ya en s mismo es un in)
se maniiesta en la forma y el contenido de sus resultados. De hecho, la forma y el
contenido de los resultados, ya estn preigurados en el sentido de la accin que les da
origen.

112

particulares, por piedad, la tarea de suplir las necesidades de los


excluidos. Sin embargo, no se trata de eso, por el contrario, se
trata de comprender que es posible una economa paralela, fuera
del estado y del sistema neoliberal, produciendo espacios de relaciones sociales donde esas reglas y esa lgica (contractual, mercantil, de acumulacin de capital, de explotacin) no intervengan ni reinen. Se trata de abandonar o vaciar progresivamente las
esferas de influencia del poder centralizado. No se trata de ayudar
a los excluidos, se trata de excluirse, de generar redes sociales que
generen otras formas de circulacin e intercambio. De hecho, en
varias culturas la economa del don es una forma de evitar la acumulacin de poder (cosa que de todos modos puede ocurrir, como
en el caso del potlatch).
La limitada comprensin de las posibilidades de una economa del don se traduce prontamente en una mquina expiatoria
de culpas, en instituciones de donacin, por el sufrimiento del
mundo y sus males, a una totalidad abstracta, a imagen y semejanza del Cristo que regal su vida por la salvacin del Hombre,
o en su versin laica, la figura del filntropo que entrega parte de
sus bienes por amor a la Humanidad.
Mauss sita el acto del don en un mbito personal, privado
(en las relaciones de parentesco y amistad), no en la poltica28.
Pero este sacrifico siempre es mediado por la subjetividad individual. Es el individuo aislado, su ego, quien realiza el gesto de
piedad, ms para salvarse a s mismo que por una conciencia de
comunidad. Por lo tanto, no es un gesto poltico. La universalidad abstracta a la que se entrega o entrega parte de sus bienes, lo
excusa de asumir el gesto como una forma de combate y de resis28
Seguidores de esta tendencia ilantrpica, que postulan al retorno del don, se
pueden encontrar en diversas corrientes de la antropologa. En el otro extremo, Michel
Foucault sita a las instituciones ilantrpicas como piezas funcionales de la sociedad
disciplinaria y del saber mdico, como mecanismos de control y cuadriculacin.

113

tencia. Por el contrario, el carcter poltico del gesto se obtiene


en el reconocimiento de que el acto de regalar se contrapone al
acto de vender, y que se hace a una comunidad particular, concreta, que obtiene su carcter universal en su particular lucha por
la recuperacin del ser genrico (su humanidad).
Otro tema interesante que trata Mauss, al intentar desentraar
la lgica del don y el contradn (que podemos relacionar con la
reflexin que hemos estado haciendo acerca de la destruccin del
campo del arte), es el identificar en esta economa la obligacin
de aquel que recibe la donacin de devolver el gesto al donante,
como una especie de regla de reciprocidad tcita de tal economa.
Luego, tres acciones quedan encadenadas: donar, recibir, devolver.
El enigma era: por qu el que recibe (el don) se siente obligado
a devolver el gesto (hacer un contradn)? Mauss invocaba la
existencia de un espritu en la cosa que incita a su receptor a
devolverla. Que es justamente lo que le reprocha Lvi-Strauss
(en la introduccin que el estructuralista hace a Ensayo sobre
el don), el haber introducido innecesariamente una dimensin
religiosa en el anlisis. Pero si nos atenemos a los argumentos que
hemos esgrimido en torno al concepto de aura, y al materialismo,
que entiende el mundo de los objetos como trabajo acumulado,
complementados con las ideas respecto de la carga simblica de
los objetos, podemos comprender este fenmeno desde la religin
y desde un ms ac de la religin. Comprender, por ejemplo, por
qu, para ciertas tribus, hay cosas que no se deben donar, y ciertas
cosas que no se deben vender. Se dona, entonces, lo que no se
debe vender. El dinero viene a poner en riesgo esos dominios
no comerciales, viene a profanarlo y destruirlo (se opone,
nuevamente, la sociedad nacida del contrato a la comunidad29).
29
Ya a ines del siglo XIX, Ferdinand Tnnies, con su libro Comunidad y sociedad,
postulaba que existen (o han existido) dos tipos de organizacin social, o modos de

114

Sin embargo, la forma de circulacin sealada, lejos de las


lgicas del mercantilismo, no busca reciprocidad individual, no
busca un contradn, sino que se asemeja ms a la nocin de
Bataille de gasto intil, de dispendio improductivo. Se regala, se
da a la comunidad pues esa es su forma de ser, y no se espera retribucin pues lo que se da no se pierde, regresa en el mismo gesto
de dar, ya que ese gesto es/hace comunidad. Lo mismo ocurre en
las relaciones de amistad, familiares o de pareja. Hay un gasto que
relacionarse entre los seres humanos, una natural y otra artiicial. La natural es la
comunidad, que surge espontneamente y proviene de una herencia comn, manteniendo
una unidad orgnica de grupo a partir de un ligamento afectivo o familiar, en este tipo
de organizacin social los seres humanos son ines en s mismos y sus acciones se rigen
por valores y por factores irracionales. La sociedad, en cambio, estatuida de manera
artiicial, est regida por una voluntad racional e instrumental, en que lo hombre/mujer
es un medio, una herramienta utilizada en relaciones estratgicas, un elemento ms
del clculo poltico que persigue la riqueza y el poder. En esta dicotoma, la razn
aparece como lo opuesto a las pasiones, a los afectos, a las creencias y a lo irracional.
La voluntad orgnica confunde los medios con los ines, para el artesano, el artista, el
campesino, la actividad que realizan es el in, as como lo es lo hombre/mujer mismo.
Cuando la comunidad orgnica se disuelve, comienza la lucha de clases y los intereses
individuales se imponen a los colectivos. Se le ha acusado a Tnnies de secularizar la
antigua dicotoma entre cuerpo y alma, sin embargo, su distincin ha dejado huella
profunda en las ciencias sociales del siglo XX. Weber se basa en esta categorizacin
para catalogar la accin social, aunque incorpora otros elementos, para romper con la
dualidad. Sin embargo, aun en las corrientes antropolgicas de in de siglo XX, siguen
apareciendo tendencias que reivindican la vida de la comunidad: en Economa de la
Edad de Piedra, Marshall Sahlins demuestra que una vieja polmica en el terreno de
la economa, la disputa entre formalismo y sustantivismo, se reedita en antropologa.
Los estudios culturalistas seran una suerte de neosustantivismo, desde el momento
en que valoran a las diferentes sociedades por lo que son, mientras que la visin de la
antropologa clsica est cargada de ideologa y de etnocentrismo, poniendo un nfasis
obstinado en la razn, a pesar de que ha demostrado con creces ser un rbitro ineicaz,
pues siempre que la razn se oponga al hombre, el hombre se opondr a la razn.
Sahlins reivindica el concepto de sociedad opulenta, en que se desmitiica una serie
de determinantes de la sociedad burguesa que resultan ser meras trampas ideolgicas.
As, el llamado, tanto de Tnnies como de Sahlins, es un aparente retorno a lo arcaico,
a la comunidad perdida. Pero en este reclamo, en esta revuelta del pasado contra el
futuro, se perpeta la dicotoma, no hay un camino de salida de la contradiccin, se
pone nfasis en el polo opuesto, sin darse cuenta que en ese movimiento el trmino
antagnico, el negado, es actualizado, cuando de lo que se trata es justamente de
descubrir el modo de resolver o superar tal contradiccin, la contradiccin de la
modernidad.

115

tiene como nico objetivo hacer que esas relaciones afectivas se


alimenten y se perpeten.
Se puede postular, entonces, a un especial concepto de las
economas del don como estrategias de combate, que deconstruyen los cimientos de la sociedad en que vivimos, al mismo tiempo
que inauguran otros circuitos. No se trata, pues, de esperar el
gran cambio, sino construir aqu y ahora una sociedad distinta.
Se trata de hacer el intento de descolonizar el arte, la poltica y el
trabajo, de la primaca del dinero. Instalar un afuera/adentro que
no reproduce el sistema, sino que lo destruye, abandonndolo o
vacindolo.
Proponer los circuitos del don, tanto en la poltica como en
el arte, implica reivindicar la gratuidad de estas dos actividades,
sostener que ninguna de las dos puede ser reducida a un valor de
cambio, y que por lo tanto, escapan a las leyes del trabajo asalariado, lo que significa, en resumidas cuentas, considerarlas como
un regalo. Un regalo que cada uno, desde su particularidad, hace
al gnero, en una comunidad particular. La actividad creativa debe
ser desarrollada en un tiempo libre. Pero libre en todo el sentido
de la palabra: libre de determinaciones, libre de mercantilismo,
libre de los patrones estticos dominantes, libre de toda forma de
coaccin o de poder. Se podra imaginar una frmula (razn o proporcin) en que en uno de sus trminos se pusiera el trabajo (asalariado), y en la otra el libre obrar. Luego, en la medida que seamos
capaces de reducir el tiempo de trabajo esclavo, orientado a la
sobrevivencia, y aumentar el tiempo libre (no un tiempo libre
como nos lo ha hecho concebir la sociedad de consumo, que es
bsicamente un tiempo para la enajenacin y la consumacin del
consumo), socavaremos los cimientos del sistema de dominacin
actual.
Un arte que transite por los circuitos del don ya no sera autorreferente, no remitira a una esfera trascendental ni a una idea de
116

lo sublime, consistira en el instante del encuentro fortuito de un


intrprete y una obra en el espacio pblico. Sin la mediacin de los
expertos, de los especialistas, de los traductores, ni de los tcnicos.
Un arte de estas caractersticas no tendra dueo, ni tendra firma.
Sera el acto puro, annimo y gratuito de un ser humano hacia el
gnero que lo contiene. La reconciliacin de lo individual con la
universalidad. La expresin de un yo desindividuado, carente de la
necesidad de reconocimiento y reafirmacin. De lo que se deduce
que la destruccin del campo del arte pasa necesariamente por la
desaparicin de la autora, del mercado del arte y de la adscripcin del arte (y la literatura) al concepto que de l tiene una clase
determinada.

dcimOtercera hiPtesis de lucha:


Proponer los circuitos del don, tanto en la poltica como en
el arte, implica reivindicar la gratuidad de estas dos actividades. Sostener que ninguna de las dos puede ser reducida
a un valor de cambio, y que, por lo tanto, escapan a las leyes
del trabajo asalariado, significa, en resumidas cuentas,
considerarlas como un regalo, que no espera retribucin,
sino que es un gasto intil. Adems, esta forma de circulacin es parte del contenido de una obra.
transparencia comunicativa

uando desaparece el mercado del arte, y se produce la


reconciliacin entre arte y vida, la relacin entre pblico
y obra se convierte en un acto comunicativo sin mediaciones (al
menos sin la mediacin del dinero y el mercado) en la entrega
gratuita. En el regalo de la obra, la comunidad se habla a s
misma, la obra vuelve a la comunidad, expresando su origen y
117

su verdad. De hecho este fenmeno no puede ocurrir sino en la


forma del don.
La distancia, la opacidad de la obra al interior del campo
cerrado del arte, est otorgada por su condicin de mercanca y
su calidad de objeto esttico que habita un mbito separado de
la praxis vital. Lo inalcanzable de la obra de arte-mercanca, su
recursin al plano esttico, su autorreferencia, son atributos que
se manifiestan como contenido, es decir, su modo de produccin
y circulacin tambin se convierten en contenido, un contenido
que separa, que se vuelve espectculo, que convierte a la comunidad en consumidora pasiva, que paga por un poco de subjetividad, por una subjetividad prestada, ajena y artificial.
El libre obrar, que transita por los circuitos del don, no es
opaco, no impone distancia, es transparente, produce obras con
las que nos podemos identificar, pero no como si fuesen un otro,
sino un s mismo. Lo totalmente contrario a esto, el paradigma
de la obra enajenada y enajenante, es el cine industrial, en que el
espectador pasivo se proyecta en un otro que nunca ser. Uno de
los mensajes de la obra poltica es que el arte no es privativo de
nadie, que podemos acceder a l, que es parte de nuestra vida, que
podemos recuperarlo, hacerlo nuestra forma de ser; que esa forma
de ser se debe a la comunidad, y que vuelve a ella en forma de
obra, no para separarse, sino para reconciliarse y reflejarse. Para
verse, no en una vitrina, sino en una prctica cotidiana posible.
Lo LocaL y Lo universaL

oberto Arlt en un pasaje de su cuento Escritor fracasado


dice:

Los escritores llamados universales no han sido nunca


universales, sino escritores de una determinada clase, admirados
118

y endiosados por las satisfacciones que eran capaces de agregarles


a los reinamientos que de por s atesoraba la clase como un bien
excelentemente adquirido. Los de abajo, la masa opaca, elstica y
terrible, que a travs de todas las edades viva forcejeando en la
terrible lucha de clases, no exista para esos genios.

Se podra agregar hoy: esa masa opaca existe para los artistas como potenciales consumidores de sus obras, como clientes.
Nunca, es absolutamente impensable para el artista o escritor burgus, el arte debera bajar de su esfera sacra y socializarse (democratizarse). El arte burgus era (es) universal porque lo era (es)
tambin su dominacin. Sus ideas deban ser universales, como
sus gustos, sus problemticas, sus deseos, sus predilecciones, sus
patrones estticos porque han sido impuestos por la fuerza. Detrs
del triunfo del patrn esttico burgus, tambin hay sangre. No
es necesario profundizar mucho para entender que en eso no hay
universalidad, sino la imposicin poltica de una ideologa, o la
imposicin ideolgica de una esttica, o la imposicin esttica de
una forma de vida, que es lo mismo que decir un orden econmico, o un modo de produccin. Por lo tanto, la destruccin del
campo del arte es, inmediatamente, lucha de clases. Es la rebelin contra esa universalidad, contra la universalidad de los que
dominan, de los que controlan y producen relaciones sociales.
Rebelin contra los que son capaces de universalizar un modo de
produccin que instaura una diferencia, un orden de dominacin.
La imposicin vertical, desde arriba, de una esttica no pude
ser considerada como universalidad, sino como el triunfo de una
clase sobre el conjunto de la sociedad. Eso es la globalizacin. Eso
es el concepto de multiculturalidad: todas las culturas regidas por
el mismo patrn, por el mercado, y puestas a disposicin del gran
consumo como mercanca.

119

La obra que transita por los circuitos del don es producida


desde lo local para lo local, no tiene pretensiones de universalidad
ni aspira al gran consumo, su politizacin la arraiga a su entorno, a
su comunidad, y si se abre paso hacia un afuera lo hace a travs
de circuitos anlogos, y porque en su particularidad anidan rasgos
realmente universales, propios del gnero.
La descomposicin desde lo local, desde lo microsocial, de las
estructuras de poder, de los grandes aparatos normativos, de la
circulacin del capital y de las mercancas, puede a largo plazo
significar la transformacin radical de este sistema, pero antes
que eso, y an ms importante que eso, puede transformar nuestras propias vidas. No en un futuro lejano, sino en el presente
mismo. Se pueden abrir espacios en nuestra realidad social que
no estn gobernados por la gran maquinaria de explotacin y
represin. Lo que constituye una accin poltica inmediatamente
efectiva que tiene consecuencias directas sobre nuestros modos
de vida y sobre la realidad, haciendo innecesaria y obsoleta una
poltica mesinica, que pone todas sus esperanzas en un futuro
que nunca llega.

dcimOcuarta hiPtesis de lucha


La obra que transita por los circuitos del don es producida
desde lo local para lo local, no tiene pretensiones de
universalidad ni aspira al gran consumo, su politizacin lo
arraiga a su entorno, a su comunidad.

120

hIptEsIs dE lucha contra El campo dEl artE


y El artIsta

El dominio tecno-burocrtico combina la cultura de masas


(entendida como industria cultural y cultura del espectculo)
con la existencia de una lite artstica que perpeta la distancia
entre arte y vida cotidiana.

El capital ha monopolizado y hegemonizado la industria


cultural, los medios de comunicacin, la vida privada y la
vida pblica, ponindolos a disposicin de un fascismo solapado e
invisible que se ha naturalizado.

El origen del espectculo es la prdida de unidad del mundo.


La expansin gigantesca del espectculo moderno expresa la
totalidad de esta prdida. En el espectculo, una parte del mundo
se representa ante el resto del mundo como superior, haciendo
una promesa de satisfaccin de deseos que nunca cumple.

El arte moderno slo tiene sentido en el contexto de una


sociedad donde el trabajo humano se ha enajenado. No
existira el arte si no fuese porque la actividad vital de lo hombre/mujer, el
trabajo, sigue estando sometida a un rgimen de explotacin.

El aura, que es lo depositado en la obra por el hacer humano,


es la esencia social de lo hombre/mujer, su ser genrico,
exteriorizado en el acto creativo y en el trabajo.

121

La actividad artstica, para trascender su arresto en lo


sublime debe abrirse a lo profano, lo que implica su huida
de lo esttico hacia lo poltico, su liberacin, su conversin en
libre obrar.

Las figuras de genio y de artista son construcciones


ideolgicas de un sistema que necesita de agentes que
perpeten el extraamiento entre arte y vida.

Se trata de liberar a las obras de arte de su carcter de


mercanca. Ya no basta con llevar un inodoro al museo, es
necesario tirar el museo al inodoro y con l a todas las instituciones
que rigen y reglamentan este campo de la sociedad, incluidas sus
autoridades (sean pblicas o privadas).

La tecno-burocracia ha privilegiado dos frentes complementarios en las polticas actuales del campo del arte y la
cultura: 1. La Cultura del espectculo y 2. La administracin de
fondos concursables a modo de sistema de promociones.

10
11

No se trata de estetizar la poltica, sino de politizar el


arte.

Politizar el arte supone la destruccin o vaciamento del


campo del arte, tal y como hoy lo conocemos, supone la
muerte del arte en tanto institucin, en tanto cultura afirmativa,
en tanto esfera sacra, en tanto profesin y espacio de las lites.

12

En el libre obrar, es el proceso lo que se expresa en la


obra. Es el libre obrar el que habla a travs de la obra

122

como proceso, como experiencia. La experiencia de produccin


se pone en la obra como contenido.

13

Proponer los circuitos del don, tanto en la poltica como


en el arte, implica reivindicar la gratuidad de estas dos
actividades. Sostener que ninguna de las dos puede ser reducida
a un valor de cambio, y que, por lo tanto, escapan a las leyes del
trabajo asalariado, significa, en resumidas cuentas, considerarlas
como un regalo, que no espera retribucin, sino que es un gasto
intil. Adems, esta forma de circulacin es parte del contenido
de una obra.

14

La obra que transita por los circuitos del don es producida


desde lo local para lo local, no tiene pretensiones de
universalidad ni aspira al gran consumo, su politizacin lo arraiga
a su entorno, a su comunidad.

123

mrame bien....yo s que eres t pero tu rostro no es tu rostro,


dislocado te veo pixelado....
care zombi
care juguete
care raja
care na
care loco
movimiento telrico del rostro que veo en el espejo,
arritmia cardiaca,
descoordinacin al bailar,
deriva nocturna,
accidente en el trnsito,
parpadeo de la lengua
tropiezo del ojo
ruptura de evidencias del tiempo
y el espacio homogneo del capital
terrorismo
del tiempo lineal de la vida
en donde se nace se trabaja y se muere
errorismo!!!
errorismo!!!
errorismo!!!

0.99.

Se abre el DesFace; una fase dentro de una


fase, dentro de otra; una cara dentro de otra,
y unas preguntas que llenan otras y son respuestas cuando
preguntan. Luego viene el descontento, la crtica, la rabia, el
odio, y el amor a la vida que nos toc vivir y a la realidad que
creemos y queremos real. El miedo al suicidio, la angustia de la
soledad, el in de los tiempos y todo eso. Un paso ms y estamos
127

escribiendo en zonas, preguntando, rompiendo y tratando con


toda la vida y la muerte de fugarnos de este gigante panorama
que llamamos vida, sistema, mundo o realidad y que ahoga casi
inevitablemente. Y seguimos caminando, ya no sabemos dnde;
cuando decaemos nos estimulamos el cerebro con sustancias
qumicas, ondas y frecuencias desconocidas, o con escapes
en la naturaleza, y cuando morimos, sin mucho esfuerzo, sin
saber bien cmo, estamos viviendo de nuevo y en otros planos
de existencia. Lo que hacemos es caminar (algunos creen que
de eso no hay duda), tampoco s si para atrs o para el lado o
para adelante, pero en eso que llamamos caminar van quedando
huellas (memorias) que podemos tergiversar a placer. Tambin
creemos (de eso estoy seguro) conocer las reglas del juego, y
hemos experimentado con mucho dolor-alegra las (des)ganas,
ideas, y formas que pueden romper de distintas maneras con
estos moldes, para luego provocar caorden y romper el universo.
Tambin gustamos conscientemente de algunas dimensiones de
esta realidad que provocamos y recreamos, la marginalidad, lo
cotidiano, la calle, la solidaridad orgsmica, las drogas, la rabia,
el amor libre Dnde llegaremos? (se preguntan los militantes
del espacio-tiempo). Y me ro si pensamos que eso importa, el
camino lleva a la muerte del intelectual, de la moral, del amor y
de la familia; mas all algunos creemos que aqu es posible decir
algo.

1.

El desface est dentro de un juego de relaciones


fortuitas, cruces de miradas irreconocibles. Desafo,
exigencia de pelear en el desequilibrio de las fuerzas de lucha.
Distorsin de los panoramas de la representacin del sentido
comn, de la obviedad; intervenir en el tejido del acontecer:
espacio (atemporal) tiempo (dislocado).
128

El desface es una interrupcin del lujo capital,


una disposicin ante la catstrofe, entrada en escena de una
fuerza disruptora, movimiento que hace saltar las series que
traman el teatro del asedio. Enfrentamos la batalla desde un
delirio colectivo en el que des/aprendemos a des/conocernos, a
extraarnos, a hacernos ajenos y reconocernos en la emergencia
de una hiptesis de lucha, trinchera, arsenal heurstico de armas
cortopunzantes que desgarran, tajean, cogotean a la realidad.
Ponemos los mundos, temas, reas o partes de esta
coleccin DesFace en acontecimientos dinmicos, que llamamos
Zonas. Estas zonas se abren en torno de una idea u objeto,
que ejerce su inlujo produciendo realidad y nuevos plexos
de relaciones sociales. En esas zonas liberadas se inauguran
nuevas formas de circulacin y nuevos circuitos, que se sustraen
al orden controlado del capital. Queremos entrar y salir de ellas
sin ser vistos, as como tambin sufrir sus diferencias. Es tratar
de abarcar la ininita complejidad de dimensiones de verdad y
realidad existentes en paralelo y poder elegir e inventar mezclas
entre ellas para disear y vivir zonas liberadas de las dimensiones
sistmicas alienantes. No respetamos espacios privilegiados,
ni tiempos atroiantes de la experiencia; pretendemos hacerlos
pedazos, y vivir-haciendo, creando artiicios vivibles entre los
escombros y nuestros sueos. La razn dominante se construye,
en primer lugar en base a concepciones limitadas del tiempo y el
espacio. La razn pluriversal y caosmtica, vive y se re-construye
constantemente en la diferencia de tiempos y espacios, en
nuestra capacidad de crear zonas, perpetuarlas y defenderlas en
todo momento, mientras las zonas existentes se desmoronan por
abandonos y mltiples ataques directos e indirectos. Se puede
jugar con los adjetivos que acompaan nuestras zonas para
129

crear, dentro del limitado lenguaje que compartimos, ininitas


denominaciones que muestren las distintas caras o descaras
de las zonas que imaginamos transitar; entre el poder y la
liberacin total, entre el orden y el caos las posibilidades son y
sern ininitas y mgicas.

2.

Diagnstico de terror

La situacin poltica de Chile y el mundo


es compleja, difcil de asir, analizar y enfrentar. Aparentemente
los fascismos han triunfado y a cada instante consolidan sus
posiciones por todos los medios a su alcance, principalmente a
travs de la sociedad de consumo, del espectculo, el fomento
del individualismo, del miedo y la tarea ideolgica incansable
de los mass media. Hoy la multitud decepcionada se abandona
a la resignacin y participa de los lujos del orden establecido
con ms o menos conviccin. Han asimilado el discurso farsante
de la poltica tradicional, que con toda su maquinaria de
representacin y especializacin agrava la dominacin del gran
capital. Es necesario desenmascarar al sistema, mostrar que la
nica cosa en juego para aquellos que detentan el poder es la
vida como mercanca, guerra y espectculo. Hay que jugarse la
vida en eso
El inconsciente, el alma, el espritu. A quien le
importan? El cncer, la depresin, el lupus o el alcoholismo;
la soledad, la angustia y los miedos innombrables. Dnde
creen que se sanan? El tiempo y el espacio Quienes crean y se
mueven libremente en ellos? La libertad es libre? La mente y el
lenguaje de los hombres quien tiene un pensamiento propio?
130

Dao social profundo, la gente no se habla, desconiamos los


unos de los otros, hay una violencia ambiente insufrible, la gente
muere de enfermedades psicosomticas, la injusticia social se ha
profundizado, nuestras vidas estn cada vez ms controladas y
vigiladas, el estado policaco cada vez de manera ms evidente
y descarada trabaja defendiendo los intereses de los poderosos,
nuestras vidas cada vez se vacan ms de sentido, el sentido no
lo da un buen puesto en una empresa ni un salario exhorbitante,
mientras los mismos que se hicieron ricos con Pinochet se
estn haciendo ricos ahora, vendiendo la naturaleza, pactando
la explotacin de recursos con transnacionales, mientras los
glaciares se derriten, las aguas son contaminadas y vendidas
a extranjeros, privatizando todo lo que an no se privatizaba,
para construir una sociedad cada vez ms segmentada, de
clase, de castas, para perpetuar el rgimen y las leyes impuestas
por la dictadura, nunca se derog el sistema binominal, ni la
constitucin del 80, ni la ley antiterrorista. La nuestra es una
sociedad enajenada, que comenta las banalidades estupidizantes
de la televisin, una sociedad llena de miedos inducidos por
campaas mediticas, para que los vecinos enrejen sus casas,
pongan alarmas y cmaras. El fascismo se ha convertido en la
ideologa oicial, por la cantidad de adeptos y propagandistas de
los que goza, fomentando la discriminacin, el racismo, la apata
poltica, el control sobre la diferencia, el robo de clase. Todo esto
encubierto por el silencio, el generalizado silencio. La vida de
un humano o de cualquier ser vivo sigue hoy en da las normas
ocultas del progreso y la ciencia, del materialismo y la miope
objetividad. El riesgo de rajar el velo y conectar la vida entera,
con las fuerzas desconocidas del alma y el inconsciente, es algo
que no hacemos. Por qu esperar entonces un cambio externo?
No, ste no vendr a buscarnos, antes ser la muerte cotidiana.
131

No hay referentes: celebremos el matrimonio profano entre la


libertad, el orden y el caos.

2.666.

El inierno de los vivos no es algo por


venir; hay uno,

el que ya existe aqu, el que habitamos todos los das,


que formamos estando juntos. Hay dos maneras de
no sufrirlo. La primera es fcil para muchos: aceptar
el inierno y volverse parte de l hasta el punto de
dejar de verlo. La segunda es arriesgada y exige
atencin y aprendizaje continuos: buscar y saber
reconocer quin y qu, en medio del inierno, no es
inierno, y hacer que dure, y dejarle espacio.

3.

Hiptesis de lucha

Existen las hiptesis de investigacin,


que son proposiciones acerca de la forma de la realidad y su
orden, estas pretenden dar cuenta y explicar el mundo, pues la
conciencia que las produce supone que el mundo es de una vez y
para siempre de determinada forma. Existen hiptesis de trabajo,
elaboradas a partir del supuesto de que el mundo est regido por
leyes, estas pretenden aprovechar tal legalidad para extraer de
l su riqueza, sus potenciales, y generar ganancias. Existen las
hiptesis ad-hoc, prtesis que las grandes teoras explicativas de
la verdad van secretando en la medida que la realidad misma se
encarga de desmentirlas.
Por el contrario, queremos proponer en estos textos
hiptesis de lucha, que no traten de explicar la forma de lo

132

real, ni establecer el mejor mtodo de someter sus fuerzas a


nuestro beneicio. Proponemos hiptesis que nos confronten
con lo existente, que nos permitan valorarlo en su justa medida,
sopesarlo con mirada crtica, desmantelar mitos y construcciones
ideolgicas, que nos permitan navegar en esa realidad, que
no es sacra ni regida por leyes inmutables, sino producto del
hacer cotidiano, de las voluntades puestas en juego. Realidad
compuesta de tensiones, brechas sociales, diferencias, y campos
de fuerza, realidad en movimiento, que cambia, deviene, muta,
por la propia accin de pensar-hacer, decir-actuar, escribirresistir, vivir-luchar. El conocimiento que nos interesa se produce
en el campo de batalla, en la calle, en la resistencia, en el lmite.
Y lo primero que se constata es que no hay un afuera donde uno
pueda huir o refugiarse, slo hay la posibilidad de identiicar el
lmite e intentar moverlo, en lucha. Lucha en la que se produce el
conocimiento y la vida. No en el juego de los conceptos, sino en el
riesgo vital de decir lo que se hace y hacer lo que se dice.

4.

Desde que nacemos nos dicen cosas, nos hablan,


nos ensean palabras, y repetimos las palabras
que nos dijeron. Pensamos y sentimos con las palabras que nos
ensearon. Durante el resto de nuestras vidas somos las palabras
que nos hablaron. Conigurndonos en un sin in de formatos
y patrones lingstico-semnticos que determinan/delimitan
el comportamiento, el pensamiento, las relaciones sociales, la
concepcin del ser, la vida.
Explicaciones, saberes, conocimientos, conductas,
modelos, ideologas, religiones, culturas, tendencias musicalesculturales-estticas, modas; todas ofreciendo respuestas y
verdades para saciar el hambre de identiicacin con algo, con

133

alguien, quizs dado ms por el miedo a la soledad que por la


necesidad de encontrarse con un otro.
Hemos llegado a un punto en el que la crtica y
la rebelda han sido cooptadas por la cultura alienante del
capitalismo mundial integrado y perfeccionado, que lo acepta
TODO.
Cuando hablamos, repetimos; cuando pensamos,
otorgamos; cuando actuamos, reproducimos.
Quiz el camino es ir en sentido contrario: cuando
hablemos, propongamos; cuando pensemos, critiquemos; cuando
actuemos, rebelmonos.
Des-fazarnos es hablar sin verdad. No sabemos la
verdad. No queremos verdades, queremos nuevas preguntas,
nuevas palabras, nuevos cuerpos
Reconocer la potencia implcita en el lenguaje, es
reconocer a la vez un terreno importante de disputa. Este terreno
es impropio, el habla no nos pertenece! Premisa que se abre
en muchas direcciones. Una direccin hegemnica ha producido
un tratamiento nico del lenguaje, deinindolo como un medio,
como un instrumento, como una mercanca. Entiende el lenguaje
como una propiedad que tiene y ha tenido una historia de
transaccin. Pero no!: Se ha impuesto a sangre!. Ha sido un
medio de conquista, sino la primera fuente de sometimiento,
un medio para producir exclusin, la diferencia entre los que
son y no son, entre los que hablan y piensan y los que slo emiten
gemidos. Nosotr@s amador@s de los gemidos, de esos sonidos
placenteros o dolorosos, que interrumpen la normalidad;

134

vmitos, orgasmos, delicadeza sonora del agua cayendo, ruidos


de vitrinas sacudidas cuando las piedras hablan.

5.

El mtodo

Nosotr@s no seremos quienes


recuperen el lenguaje. Creemos en la
desiguracin de los conceptos prediseados con los que hoy
en da la sociedad se consume a s misma. Hablemos un nolenguaje/sin estructuras gramaticales/sin formato/sin reglas/
sin cara/sin nombre. Pensemos en cmo desbordar los lmites/
en cmo desordenar el espacio/en cmo caminar sin zapatos/
sin piel/ sin uniforme

5.04.

Si uno pudiera ser un piel roja siempre


alerta, cabalgando sobre un caballo veloz,
a travs del viento, constantemente sacudido sobre la tierra
estremecida, hasta arrojar las espuelas porque no hacen falta
espuelas, hasta arrojar las riendas porque no hacen falta
riendas, y apenas viera ante s que el campo era una pradera
rasa, habran desaparecido las crines y la cabeza del caballo.

6.

Estos libros son herramientas para sacar y


compartir lo que llevamos dentro, impulsados
por la conviccin de que las ideas necesitan encontrarse
y completarse, de que somos pequeas piezas de un todo
casmico en eterno movimiento. Queremos por tanto acelerar la
mezcla, precipitar consensos, romperlos y explorar, como nios
salvajes balbuceantes, las ciudades del conocimiento despus
del apocalipsis. En las ruinas de aquellas ciudades habr de
todo, fragmentos inconexos del sistema y sus pasadas rebeldas,
que ser preciso incorporar a nuevos y mltiples rdenes
135

de cosas. Estos libros quieren tocar a los otros. Todos somos


otros; la otredad es la relacin que nos hace humanos. Quin
es el otro y cmo nos acercaremos a l? Queremos asesinar
poderosos a sangre fra, includas sus familias indefensas?
Queremos destruir todo atisbo de sociedad en impulsos divinos
de negacin? Queremos jugar el juego con las armas que
existen y que se han usado y creado a travs de la historia con
los resultados que la vida cotidiana actual en el mundo moderno
muestra? O queremos que el camino y las herramientas que
nos lleven a donde queramos llegar sean de otros tipos? Qu
queremos reproducir? Qu queremos construir? Quin tiene
algo que decirle al otro y para qu? Para convencer? Para
convertir? Para juzgar? Para denigrar? Para encontrar un
in? Realidad = relaciones humanas. Nos preguntamos cmo
creamos un lenguaje nuevo, que produzca las condiciones
inmediatas que interrumpan e interieran los canales por
los cuales los caminos ya transitados nos han llevado? La
humanidad merece sobrevivir a la catstrofe que ella misma
ha creado? Decimos: la humanidad debe morir, pero nosotros
podemos sobrevivir a ella. Gritamos Que se vayan todos, que no
quede ni uno solo! Partamos por casa; emprendamos la fuga.

136

Contra el arte y el artista se termin de imprimir en el mes de


septiembre del ao de 2012 en
los talleres de Imprenta Fareso
en la ciudad de Madrid. Impreso
sobre papel offset 90 gramos en
Goudy Old Style de 11 puntos.

NB

Suelen decir los entendidos que, en las sociedades occidentales actuales, eso
que tradicionalmente se conoce como creacin artstica se mueve entre dos
polos enfrentados: en un extremo tendramos la creacin comercial pensada
para las masas y que no tendra otra pretensin que ser un producto ms de la
sociedad de consumo; en el otro extremo, asociado a un pblico minoritario,
existiran otras formas de expresin artstica mucho ms sofisticadas vinculadas
con mbitos ms o menos acadmicos. Este simplificado anlisis podra
parecer el punto de partida de cualquier acercamiento crtico al mundo de la
cultura y el arte de nuestro alrededor, sin embargo, Contra el arte y el artista nos
demuestra que este esbozo apenas desvela la compleja realidad de la relacin
entre el arte y nuestro mundo. Por eso, este texto es una aproximacin al
mundo de la creacin artstica desde una visin totalizadora que indaga en las
formas de poder que se ocultan de manera ms o menos evidente tras ella. As
cuestiona todos los tpicos sobre la figura del artista y rompe con todos los
elementos que se han erigido en el discurso dominante del arte en el mundo
moderno y sus alrededores. Pisoteada la mscara del arte, el Colectivo DesFace
nos presenta, adems, de forma explcita, su radical vocacin constructiva,
mostrndonos una propuesta no slo sugestiva y emocionante, sino necesaria.
Teniendo en cuenta que la opresin se manifiesta en todos los mbitos de la
realidad es necesario contribuir a su desvelamiento. Esperemos conseguirlo en
el mbito del arte.

http://www.laneurosis.net/

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