Carta Sobre La Tristeza

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Carta sobre la Tristeza - Rilke

Quiero volver a hablarle un rato, querido seor Kappus, aunque yo casi nada sepa decirle
que pueda procurarle algn alivio. Ni siquiera algo que alcance a serle til. Usted ha tenido
muchas y grandes tristezas, que ya pasaron, y me dice que incluso el paso de esas tristezas
fue para usted duro y motivo de desazn. Pero yo le ruego que considere si ellas no han
pasado ms bien por en medio de su vida misma. Si en usted no se transformaron muchas
cosas. Y si, mientras estaba triste, no cambi en alguna parte -en cualquier parte- de su ser.
Malas y peligrosas son tan slo aquellas tristezas que uno lleva entre la gente para
sofocarlas. Cual enfermedades tratadas de manera superficial y torpe suelen eclipsarse para
reaparecer tras breve pausa, y hacen erupcin con mayor violencia. Se acumulan dentro del
alma y son vida. Pero vida no vivida, despreciada, perdida, por cuya causa se puede llegar a
morir.
Si nos fuese posible ver ms all de cuanto alcanza y abarca nuestro saber, y hasta un poco
ms all de las avanzadillas de nuestro sentir, tal vez sobrellevaramos entonces nuestras
tristezas ms confiadamente que nuestras alegras. Pues son sos los momentos en que algo
nuevo, algo desconocido, entra en nosotros. Nuestros sentidos enmudecen, encogidos,
espantados. Todo en nosotros se repliega. Surge una pausa llena de silencio, y lo nuevo, que
nadie conoce, se alza en medio de todo ello y calla...
Yo creo que casi todas nuestras tristezas son momentos de tensin que experimentamos
como si se tratara de una parlisis. Porque ya no percibimos el vivir de nuestros sentidos
enajenados, y nos encontramos solos con lo extrao que ha penetrado en nosotros. Porque
se nos arrebata por un instante todo cuanto nos es familiar, habitual. Y porque nos hallamos
en medio de una transicin, en la cual no podemos detenernos.
Por eso pasa la tristeza. Lo nuevo que est en nosotros, lo recin llegado, se nos entra en el
corazn, se desliza en su cmara ms recndita, y ya tampoco est all: est en la sangre. Y
no alcanzamos a saber lo que fue... Sera fcil hacernos creer que no sucedi nada. Sin
embargo nos transformamos como se transforma una casa en la que ha entrado un husped.
No podemos decir quin ha llegado. Quizs nunca logremos saberlo. Pero muchos indicios
nos revelan que el porvenir entra de ese modo en nuestra vida para transformarse en

nosotros mucho antes de acontecer. Por esto es tan importante permanecer solitario y alerta
cuando se est triste. Pues el instante aparentemente yerto y sin suceso en que el porvenir
nos penetra, se halla mucho ms cerca de la vida que aquel otro momento, ruidoso y
accidental, en que el futuro nos acaece como si proviniese de fuera.
Cuanto ms callados, cuanto ms pacientes y sinceros sepamos ser en nuestras tristezas,
tanto ms profunda y resueltamente se adentra lo nuevo en nosotros. Tanto mejor lo
hacemos nuestro, y con tanto mayor intensidad se convierte en nuestro propio destino. As,
cuando ms tarde surge el da en que lo futuro "acontece" -es decir: cuando al brotar de
dentro de nosotros pasa a los dems-, nos sentimos ntimamente ms afines, ms allegados
a l. Esto es lo que hace falta! Hace falta -y a eso ha de tender paulatinamente nuestro
desarrollo- que no nos suceda nada extrao, sino tan slo aquello que desde mucho tiempo
atrs nos pertenezca. Se ha tenido que revisar y rectificar ya tantos antiguos conceptos
acerca de las leyes que rigen el movimiento! Se aprender tambin a reconocer poco a poco
que lo que llamamos destino pasa de dentro de los hombres a fuera, y no desde fuera hacia
dentro. Slo porque tantos hombres no supieron asimilar y transformar en su interior, cada
cual su propio destino, mientras ste viva en ellos, no alcanzaron tampoco a conocer lo que
de ellos sala. Les era tan ajeno, tan extrao, que ellos, llenos de pavor y de confusin,
crean que deba de habrseles entrado en aquel mismo instante en que se percataban de su
presencia. Pues hasta juraban que jams antes haban descubierto nada parecido en s
mismos. As como durante mucho tiempo hubo error acerca del movimiento del sol, sigue
an el engao sobre el movimiento de lo venidero. El porvenir est ya fijo, querido seor
Kappus, mas nosotros nos movemos en el espacio infinito. Cmo no habra de resultarnos
todo muy difcil...!
Volviendo a hablar de la soledad, aparece cada vez ms claramente que ella no es en rigor,
nada que se pueda tomar o dejar. Y es que somos solitarios. Uno puede querer engaarse a
este respecto y obrar como si no fuese as; esto es todo. Pero cunto ms vale reconocer
que somos efectivamente solitarios, y hasta partir de esta base! As, por cierto, ocurrir que
sintamos vrtigo, pues nos vemos privados de todos los puntos de referencia en que sola
descansar nuestra vista. Ya no hay nada cercano. Y todo lo que es lejano est infinitamente
lejos. Quien fuera llevado, casi sin preparacin ni transicin alguna, desde su aposento a la

cspide de una gran montaa, tendra que experimentar algo semejante. Se sentira casi
anonadado por una inseguridad sin igual y por el verse abandonado al capricho de algo que
no tiene nombre. Le parecera estar cayendo, o se creera lanzado al espacio, o bien
estallando en mil pedazos. Qu enorme mentira debera inventar entonces su cerebro para
alcanzar a recuperar el anterior estado de sus sentidos y devolverles su serenidad! As se
transforman, para quien se vuelva solitario, todas las distancias, todas las medidas. Muchos
de estos cambios se producen de un modo repentino, brusco. Y, al igual que en aquel
hombre transportado a la cima de una montaa, surgen entonces aprensiones inslitas,
sensaciones extraas, que parecen rebasar todo lo humanamente soportable. Pero es
necesario que tambin esto lo vivamos. Debemos aceptar y asumir nuestra existencia del
modo ms amplio posible. Todo, incluso lo inaudito, ha de ser viable en ella. Este es, en
realidad, el nico valor que se nos pide y exige: tener nimo ante las cosas ms extraas,
ms portentosas y ms inexplicables, que nos puedan acaecer.
El que los hombres hayan sido cobardes en este terreno ha causado infinito dao a la vida.
Los sucesos a los que se da el nombre de "fenmenos" o de "apariciones", el llamado
"mundo espectral"13, la muerte, todas esas cosas que nos son tan afines, han sido de tal
modo desalojadas de la vida por el diario afn de defenderse de ellas, que los sentidos con
que podramos aprehenderlas se han atrofiado -y de Dios, ni hablar! Mas el miedo ante lo
inexplicable no slo ha empobrecido la existencia del individuo. Tambin las relaciones de
ser a ser han quedado cercenadas por l. Valga el smil, han sido descuajadas del cauce de
un ro caudaloso en posibilidades infinitas, para ser llevadas a un lugar yermo de la ribera,
donde nada sucede. Pues no slo por desidia se repiten las relaciones humanas con tan
indecible monotona y sin renovacin alguna de un caso a otro, sino tambin por temor y
recelo ante cualquier vivencia nueva y de imprevisible trascendencia, que uno cree superior
a sus fuerzas. Pero slo quien est apercibido para todo, slo quien no excluya nada de su
existencia -ni siquiera lo que sea enigmtico y misterioso- lograr sentir hondamente sus
relaciones con otro ser como algo vivo. Slo l estar en condiciones de apurar por s
mismo su propia vida. Pues en cuanto consideramos la existencia de cada individuo como
una habitacin mayor o menor, queda de manifiesto que los ms slo llegan a conocer
apenas un rincn de su aposento. Un sitio junto a la ventana. O bien alguna estrecha faja del

entarimado, que van y vienen recorriendo de un lado para otro. As disfrutan de alguna
seguridad...
Sin embargo, cunto ms humana es aquella inseguridad llena de peligros, que, en los
cuentos de Poe, impulsa a los cautivos a palpar las formas de sus horribles mazmorras y a
familiarizarse con los indecibles terrores de su estancia! Pero nosotros no somos presos. Ni
trampas, ni redes, ni lazos, se hallan aparejados en torno nuestro. Ni hay nada que deba
causarnos angustia o darnos tormento. Si hemos sido puestos en medio de la vida, es por ser
ste el elemento al que mejor correspondemos, al que somos ms adecuados. Adems, por
obra de una adaptacin milenaria, nos hemos vuelto tan semejantes a esa vida, que cuando
permanecemos inmviles, apenas si -merced a un feliz mimetismo- se nos puede distinguir
de cuanto nos rodea. Ninguna razn tenemos para recelar y desconfiar del mundo en que
vivimos. Si entraa terrores, son nuestros terrores. Si contiene abismos, estos abismos nos
pertenecen. Y si en l hay peligros, debemos procurar amarlos. Con tal que cuidemos de
ordenar y ajustar nuestra vida conforme a ese principio que nos aconseja atenernos siempre
a lo difcil, cuanto ahora nos parece ser lo ms extrao acabara por sernos lo ms familiar,
lo ms fiel. Cmo podramos olvidarnos de aquellos mitos antiguos que presiden el origen
de todos los pueblos, esos mitos de los dragones que en el momento supremo se
transforman en princesas? Quiz sean todos los dragones de nuestra vida, princesas que
slo esperan vernos alguna vez resplandecientes de belleza y valor. Quiz todo lo terrible
no sea, en realidad, nada sino algo indefenso y desvalido, que nos pide auxilio y amparo...
No debe, pues, azorarse, querido seor Kappus, cuando una tristeza se alce ante usted, tan
grande como nunca vista. Ni cuando alguna inquietud pase cual reflejo de luz, o como
sombra de nubes sobre sus manos y por sobre todo su proceder. Ha de pensar ms bien que
algo acontece en usted. Que la vida no le ha olvidado. Que ella le tiene entre sus manos y
no lo dejar caer. Por qu quiere excluir de su vida toda inquietud, toda pena, toda tristeza,
ignorando -como lo ignora- cunto laboran y obran en usted tales estados de nimo? Por
qu quiere perseguirse a s mismo, preguntndose de dnde podr venir todo eso y a dnde
ir a parar? Bien sabe usted que se halla en continua transicin y que nada deseara tanto
como transformarse! Si algo de lo que en usted sucede es enfermizo, tenga en cuenta que la
enfermedad es el medio por el cual un organismo se libra de algo extrao. En tal caso, no

hay ms que ayudarle a estar enfermo. A poseer y dominar toda su enfermedad, facilitando
su erupcin, pues en ello consiste su progreso. En usted, querido seor Kappus, suceden
ahora tantas cosas!... Debe tener paciencia como un enfermo y confianza como un
convaleciente. Pues quiz sea usted lo uno y lo otro a la vez. Aun ms: es usted tambin el
mdico que ha de vigilarse a s mismo. Pero hay en toda enfermedad muchos das en que el
mdico nada puede hacer sino esperar. Esto, sobre todo, es lo que usted debe hacer ahora,
mientras acte como su propio mdico.
No se observe demasiado a s mismo. Ni saque prematuras conclusiones de cuanto le
suceda. Deje simplemente que todo acontezca como quiera. De otra suerte, harto fcilmente
incurrira en considerar con nimo lleno de reproches a su propio pasado; que, desde luego,
tiene su parte en todo cuanto ahora le ocurra. Pero lo que sigue obrando en usted como
herencia de los errores y anhelos de su mocedad, no es lo que ahora recuerda y condena.
Las circunstancias anormales de una infancia solitaria y desamparada son tan difciles, tan
complejas, se hallan expuestas y abandonadas a tantas influencias y, al mismo tiempo, tan
desprendidas de todos los verdaderos vnculos vitales, que cuando en tales condiciones se
desliza un vicio, no se le debe llamar vicio sin ms ni ms.

13

Hay que ser de todos modos

tan cauto, tan prudente, con los nombres! Es tan frecuente que toda una vida se quiebre y
quede rota por el mero nombre de un crimen! No por la accin misma, personal y sin
nombre, que acaso respondiere a un determinado menester de esa vida, y hubiera podido ser
admitida y absorbida por ella sin esfuerzo alguno. Si el consumir tantas energas le parece
grande a usted, es slo porque exagera el valor de la victoria. No est en ella lo grande que
usted cree haber realizado, si bien tiene razn en su sentir. Lo grande est en que ah ya
existi algo que usted pudo poner en lugar de aquel artificioso fraude, algo real y
verdadero. Sin esto, su victoria slo habra resultado ser una reaccin moral, sin
importancia ni sentido, mientras que as ha llegado a formar parte de su vida. (De una vida,
querido seor Kappus, a la que yo dedico tantos pensamientos y buenos deseos). Recuerda
usted cmo esta vida, ya desde la misma infancia, suspir por los "grandes"? Yo veo cmo
ahora, partiendo de los grandes, anhela poder alcanzar a los ms grandes. Precisamente por
eso no cesa su vida de ser difcil. Pero por esta misma razn no cesar de crecer.

Si he de decirle algo ms, es esto: no crea que quien ahora est tratando de aliviarlo viva
descansado, sin trabajo ni pena, entre las palabras llanas y calmosas que a veces lo
confortan a usted. Tambin l tiene una vida llena de fatigas y de tristezas, que se queda
muy por debajo de esas palabras. De no ser as, no habra podido hallarlas nunca...
Su
Rainer Maria Rilke

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