Pascal y Agustín
Pascal y Agustín
Pascal y Agustín
Principio y
fin del deseo en Pascal y Agustn de Hipona1
Resumen
Abstract
The aim of this text is to show that, according to Augustine of Hippo and in
contrast to a relatively classic lecture of Pascal, desire can be de beginning of the
relation between man and the Absolute. I will divide the work into four parts: first
I will describe the existential situation in which desire is born: restlessness. In second place I will describe the development of desire: as love or as concupiscence,
according to its object and inclination. In third place I will try to describe the types
1 Debo agradecer a la prof. Alicia Villar por la primera motivacin fundamental para realizar este trabajo y por sus didcticos comentarios, que me ayudaron a concebir lo que de bueno haya aqu.
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ISSN: 0034-8244
http://dx.doi.org/10.5209/rev_RESF.2014.v39.n1.45622
1. Introduccin
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el deseo carga desde su origen, y de la necesidad de que ste sea plenamente comprendido y ajustado por la razn para que el hombre pueda realizar una vida buena.
Me propongo, pues, releer algunas de las tesis ms importantes de Agustn y de
Pascal sobre el deseo y alumbrarlas desde una perspectiva que conciba el deseo
[appetitus] como el primer momento del itinerario del hombre hacia el Bien. En primer lugar intentar describir la situacin fundamental de la existencia del hombre
que Agustn llam inquietudo cordis y cmo esta inquietud cobra fuerza en la filosofa moderna gracias al pensamiento de Pascal. En segundo lugar, explicar el
modo como esta situacin inicial de inquietud da lugar a la concrecin de los proyectos vitales a travs del mecanismo del deseo, y cmo este deseo puede llevar al
hombre a puerto seguro o, bien, puede tergiversarse en el despliegue de las concupiscencias, con lo que el proyecto humano puede llegar al naufragio. Para concluir,
explicar cmo tanto para Agustn como para Pascal, si bien el deseo humano trae
consigo inscrito en su propia estructura que el nico objeto posible de su satisfaccin es un Absoluto, este deseo solamente puede llegar a buen trmino si el hombre asume radicalmente su finitud e insuficiencia y permite que una gracia le
reconstituya su condicin.
2. La inquietudo cordis en Agustn y Pascal
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vaco completo o ser el entero todo. El hombre oscila, para Pascal, siempre entre
esos dos extremos.
La simpata de Pascal por Agustn no es casual pues para ste la vida misma se
presenta tambin como un enigma. El libro IV de las Confesiones es elocuentsimo
en este punto. En l Agustn narra la experiencia a partir de la cual la vida entera y
l mismo se convirtieron en un problema grandsimo:
Con qu dolor se oscureci mi corazn! Todo lo que miraba era muerte para m. La
patria era un suplicio, y la casa paterna un tormento insufrible, y todo lo que haba compartido con l se me volva sin l un cruelsimo suplicio. Mis ojos lo buscaban por todas
partes y no apareca. Y llegu a odiar todas las cosas, porque no lo tenan ni podan ellas
decirme ya, como antes, cuando vena despus de ausentarse: he aqu que ya viene.
Me convert en una gran pregunta para m mismo [factus eram ipse mihi magna quaestio] y preguntaba a mi alma por qu estaba triste, y me conturbaba, y no saba qu responderme. Y si yo le deca: Espera en Dios, ella no me haca caso y tena razn;
porque ms real y mejor era aquel amigo queridsimo que haba perdido que aquel fantasma en que se le ordenaba que esperase. Slo el llanto me era dulce, y ocupaba el lugar
de mi amigo en las delicias de mi corazn.4
La experiencia que Agustn aqu nos cuenta se dispara por la muerte de uno de
sus mejores amigos, pero en realidad no hace ms que poner en la carne de un ejemplo concreto la constatacin que hace un hombre, cualquiera, de la finitud de su propia vida, del momento por el cual comprende que no da igual cmo viva y por el
que comprende que la existencia humana est sujeta a una cantidad de veleidades y
otras no tanto, pero sobre las cuales hay sin duda que decidir, decisin que ha de
tomarse sobre la base de nuestra inconstancia, incapacidad y torpeza para poder realizar los ideales que podamos de alguna manera vislumbrar. Condicin del hombre. Inconstancia, aburrimiento, inquietud5, dice Pascal. Senta un grandsimo
tedio de vivir y al mismo tiempo tena miedo de morir6, dice Agustn. La contradiccin entre los deseos es evidente: no se desea vivir para siempre tal como vivimos, pues esa tal vida producira tedio y hasto, pero tampoco se desea la muerte, a
la cual se le teme desde la hondura ms profunda del alma. Inconstancia. Las cosas
tienen diversas cualidades y el alma diversas inclinaciones, porque nada de lo que
se ofrece al alma es simple y el alma no se muestra simple en ningn caso. Por eso
lloramos y remos de una misma cosa.7. Deseamos el mundo, pero ste produce
4 Agustn de Hipona (2005) IV, 4, 9. Las traducciones de los textos de Agustn son reelaboraciones
mas a partir de las versiones de la BAC. Para referenciar los pasajes utilizo el modo tradicional de
citar su obra: en romanos indicio el nmero de libro y en arbigos el captulo y, si es el caso, pargrafo. El ao corresponde a la edicin que he tenido en cuenta.
5 Pascal, Penses, 22, 24.
6 Agustn de Hipona (2005) IV, 6, 11.
7 Pascal, Penses, 50, 54.
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bin, de algn modo, a que lo infinito penetre o permee por entero la finitud permanente que rodea la existencia.
La temporalidad, por eso, cobra una importancia decisiva para comprender el
drama de la existencia segn Agustn y Pascal. Como lo defini Agustn, el tiempo
es la distentio animi: no otra cosa es el tiempo que el movimiento del alma para
retener lo pasado o para prevenir lo futuro: en ti, alma ma, mido los tiempos. No
me molestes, que as es; ni te molestes a ti con los movimientos de tus afectos. En
ti repito mido los tiempos. Es con el afecto que te producen las cosas que pasan
y que, an cuando hayan pasado, permanece con lo que yo mido el presente, no
con esas cosas que pasaron para producirlo: cuando mido el afecto, mido los tiempos. Luego, o ste es el tiempo, o yo no mido el tiempo12. Agustn sita el tiempo
en la dimensin propiamente subjetiva de la vida y no como un objeto: el tiempo es
el devenir del alma, es su expansin hacia los recuerdos del pasado cuando hace por
retenerlos y volverlos a traer al nico presente, as como la expectacin de un futuro incierto, incertidumbre que hace indeterminado todo presente. La vida es, pues,
posibilidad; posibilidad de obtener lo que se desea o posibilidad de perder lo que ya
se tiene. Por eso la inquietud del corazn solamente cesar cuando el alma repose
en un Dios que sea estabilidad mxima, en el nico bien permanente que no se
pueda perder aunque quiera perdrsele. Y es en eso precisamente en donde est el
drama: como de Dios no tenemos experiencia sensible, en su devenir mundano la
existencia humana no es nunca definitividad sino un permanente estado intermedio
entre lo que ya se tiene o ya se conoce y lo que an ni siquiera se prev que pueda
llegar a tenerse; la vida es grandeza y miseria, como deca Pascal: no nos tenemos
nunca en el tiempo presente13 y, tambin: grandeza y miseria. La miseria se concluye de la grandeza y la grandeza de la miseria [...] En una palabra, el hombre
conoce que es miserable. l es miserable porque es, pero es grande porque sabe que
es miserable.14
Estamos tejidos desde la contradiccin, pensarn tanto Agustn como Pascal,
por eso a pesar de tener en esta vida ciertas verdades y algunas experiencias de definitividad o de gloria, inmediatamente las despreciamos por las razones, quizs, ms
vanas que puedan pensarse. Por eso la vida se teje bajo la tesitura de un cierto hartazgo o aburrimiento: la elocuencia continua del aburrimiento. Los prncipes y
reyes juegan alguna vez. No estn siempre sobre sus tronos. Se aburren. La grandeza tiene la necesidad de ser suprimida para poder ser sentida. La continuidad asquea
en todo. El fro es agradable porque hay calor. La naturaleza acta por el progreso.
Itus et reditus, ella pasa y vuelve, luego va ms lejos, luego dos veces menos, luego
ms que nunca, etc. As se hace el flujo de la mar, el sol parece funcionar as15.
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16 Recordemos la idea de San Ignacio de Loyola (en un sentido otro agustiniano en los albores de la
Modernidad): ...quitar de s todas las affecciones desordenadas..., (1982, [1]).
17 Agustn de Hipona (2011) XXXV, 65.
18 Cfr. P. Sellier, (1979), 28.
19 Pascal, Penses, 142, 152.
20 Esta afirmacin podra tener importantes consecuencias teolgicas, sobre todo respecto del modo
como se concibe las relaciones entre naturaleza y gracia. Una nota breve pero suficiente sobre la discusin entre Pascal y el jansenismo sobre el tema de la gracia eficaz, remito a Gouhier (1966) pp.316329 y (1978) pp. 123-146.
21 Pascal, Penses, 21, 23.
22 Agustn de Hipona (2005) I, 6, 7.
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Conocemos la verdad no solamente por la razn, sino tambin por el corazn,28 dice Pascal. De hecho, la categora del cur o del cor, para los latinos, es
una de las estructuras antropolgicas fundamentales para comprender la filosofa
agustiniana y tambin el pensamiento de Pascal. De resonancia eminentemente
bblica, el corazn agustiniano que es tambin el corazn de los Salmos y de los
profetas29, funciona como el centro total de la persona, como el lugar en el que
convergen todas las facultades y potencialidades propias del hombre: inteligencia,
memoria y voluntad de acuerdo con la antropologa trinitaria, pero tambin el
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miento: que este mi corazn te diga qu era lo que all buscaba para ser malo en
vano y que mi maldad no tuviese ms causa que la maldad. Fea era, y yo la am;
am perecer, am mi defecto, y no aquello por lo que faltaba, sino mi mismo defecto. Torpe alma ma que, saltando fuera de tu base, ibas al exterminio, no buscando
algo en el deseo, sino el deseo mismo40. En los comentarios a los Salmos seala
ya explcitamente los nombres de los dos tipos de deseos: con razn se entiende
por base del alma el amor [amor], que siendo maligno se llama concupiscencia o
libido [cupiditas aut libido], pero cuando es bueno, dileccin o caridad [dilectio vel
charitas]41.
En este sentido el appetitus, el deseo (que se identifica con el sentido ms lato
de la palabra amor, que en Agustn se refiere a prcticamente cualquier deseo) es el
primer mvil de realizacin de la voluntad libre de la persona, y lo que la impulsa
a salir de s y a buscar aquella realidad que pueda realizarla y plenificarla. El problema es que, como lo ha dicho Aristteles, se puede ser malo de muchos modos y
bueno de una sola manera. Por ello, caritas o amor, que es el appetitus bien dirigido, slo ha de dirigirse a un objeto: al summum bonum, por lo que solamente hay
una clase de amor, aunque las virtudes sean muchas y las bienaventuranzas tambin.
En cambio, la voluntad puede pervertirse de muchas y diversas maneras, por lo que
tanto Agustn como Pascal dedicaron importantes palabras a la explicitacin de las
tres concupiscencias ya presentes incluso desde el Nuevo Testamento.
4. Las tres concupiscencias
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Por ltimo, en fin, est el tercer gnero de concupiscencia, que es el ms tremendo y arrollador de todos. Es el ms terrible y causa de todos los dems: por
ventura puede dejarme durante toda esta vida este tercer gnero de tentacin, que
consiste en querer ser temido y amado de los hombres no por otra cosa sino por conseguir de ello un gozo que no es gozo? Msera vida es y fea jactancia!49. La tercera concupiscencia busca el temor de los hombres, busca el respeto y el poder. Es
la hybris que, deseando desordenadamente, est dispuesta a ordenar el mundo para
sus propios fines. La tirana consiste en el deseo de dominacin universal y fuera
de todo orden50, dice Pascal. Esta concupiscencia, pues, surge cuando al contemplarse a s mismo el hombre y horrorizarse de su incapacidad y de su fragilidad, se
inflama y se hincha de soberbia para parecer ms de lo que es. No otra cosa es, pues,
esta tercera concupiscencia, que el orgullo y la soberbia, la ltima y la primera de
todas las tentaciones: y seris como dioses (Gn 3, 5).
Tres tentaciones, tres concupiscencias forman el catlogo de cadas y recadas
humanas: placer, ambicin, espectculo51, las llama Agustn, o liviandad, soberbia y curiosidad52, invirtiendo aqu el orden. Pero stas, sin embargo, no llegan por
s solas. Si bien nuestra naturaleza es miserable, pequea y necesitada, contingente
y defectuosa por el pecado, no podemos quitar culpa al hombre, pues todo vicio
surge de la necesidad que, a su vez, nace de la costumbre. Y la costumbre no es
banal en la filosofa pascaliana. La concupiscencia, ni para Agustn ni para Pascal
son aadidos eventuales a nuestra condicin sino que pareciera que se han convertido en la hermana malvada que acompaa siempre al hombre, al grado que Pascal
llega a llamarle segunda naturaleza: nuestra concupiscencia se ha vuelto natural
y se ha hecho nuestra segunda naturaleza. As, hay dos naturalezas en nosotros: una
buena, otra malvada. Dnde est Dios? En donde no ests t, y el reino de Dios
est en ti53. Parece, pues, que esta naturaleza contradictoria nos lleva de un lado a
otro a lo largo de la historia de la vida. Por un lado, podemos ser maravillosamente grandiosos, cuando conocemos, cuando reflexionamos, cuando heroicamente nos
abandonamos al Dios de la fe y aceptamos que somos limitados. Pero si somos
capaces de ese movimiento de alabanza y de confesin, somos tambin capaces de
olvidarnos de l y convertirnos y verternos al mundo, generando hbitos y costumbres que van tejiendo un caparazn y una segunda naturaleza en nosotros. En este
punto la vanidad tiene un papel importantsimo, pues nuestra ceguera o nuestro culya no contemplo la carrera del perro tras la liebre; pero en el campo, cuando por casualidad paso por
l, todava atrae mi atencin hacia s aquella caza y me distrae tal vez hasta de algn gran pensamiento y me hace salir del camino, no con el jumento que me lleva, sino con la inclinacin del corazn.
49 Pascal, Penses, 54, 58.
50 Pascal, Penses, 54, 58.
51 Agustn de Hipona (2011) XXXVIII, 69.
52 Agustn de Hipona (2011) XXXVIII, 70.
53 Pascal, Penses 523, 616.
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pable ocultamiento de las ms primarias necesidades nos conducen a crearnos mscaras que, por una parte, no nos muestren al mundo como realmente somos y, por
otra, no nos muestren a nosotros el mundo como realmente es: la vanidad preside
nuestras costumbres y por las costumbres se refuerza. Nos gobierna por completo y
es capaz de establecer una segunda naturaleza en el ser humano54. As, por la fuerza de la costumbre nos hemos convertido en una naturaleza de concupiscencia, libido nos ha conducido a una especie de monstruificacin en la que ya no solamente
somos hombres, sino hombres dobles. Agustn mismo lo describe de la siguiente
manera:
porque de la voluntad perversa [ex voluntate perversa] nace libido [libido], y de una
libido [libido] obedecida procede la costumbre [consuetudo], y de la costumbre no contradicha proviene la necesidad [necessitas]; y con estos a modo de anillos entrelazados
entre s por lo que antes llam cadena me tena aherrojado en dura esclavitud. Porque
la nueva voluntad que haba empezado a nacer en m de servirte gratuitamente y gozar
de ti oh Dios mo!, nico gozo cierto, todava no era capaz de vencer a la primera,
que con los aos se haba hecho fuerte. De este modo las dos voluntades mas, la vieja
y la nueva, la carnal y la espiritual, luchaban entre s y peleando destrozaban mi alma.55
55 Agustn
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da de Dios sino tambin respuesta a ese primer llamado que me interpela57. Por eso
es en l en donde surge la batalla entre mi propio deseo y el deseo del Bien: ambos
como mos pero uno ms mo que otro: uno ms ntimo a m que yo mismo. Por esa
razn no es una lucha como la imaginaba el maniqueismo, sino que hay una prevalencia al menos formal, por su telos de la voluntad o del deseo de beata vita, pues
an cuando se busquen los ms nfimos males y las ms bajas de las inmundicias,
aunque parezca que el hombre se est buscando nicamente a s mismo, emprende
esa bsqueda porque piensa que es la mejor, porque ve en ella el mejor estado de
cosas y la mejor realizacin de su vida para conseguir as, tambin del mejor modo,
la satisfaccin y la paz de su corazn inquieto. Con todo, de m mismo provena la
costumbre que prevaleca contra m, porque queriendo haba llegado a donde no
quera58, dice Agustn, y si haba llegado, queriendo, a donde no quera, es porque
esta dualidad de las voluntades: la que quiere y la querida (como ms tarde Blondel
afirmar59), mantiene una tensin segn la cual una de ellas se dirige siempre al
bien, al summum bonum que est codificado en el cur inquieto del salmista.
5. Conclusin
Hay, tanto en la filosofa agustiniana como en los fragmentos de Pascal una concepcin contradictoria del hombre. Parece que, estructuralmente, vivimos en la tensin que surge del anhelo profundo de un Absoluto y el amor a las carnalidades del
mundo. No obstante, esta disyuntiva, esta alternativa y estiramiento del alma solamente surge una vez que el hombre ha atravesado por el arduo camino de la insatisfaccin y el desasosiego. Ni los maniqueos de Agustn ni los libertinos de Pascal
han visto con plena patencia el drama que a ambos filsofos preocupa. Pero esta
especie de ceguera forma ya parte de esta perenne imperfeccin humana, de esta
naturaleza doblada y redoblada que no encuentra su proporcin: porque, en fin,
qu es un hombre en la naturaleza? Una nada frente al infinito, un todo frente a la
nada, un medio entre nada y todo, infinitamente distante de comprender los extremos. El fin de las cosas y sus principios estn para l invenciblemente escondidos
en un secreto impenetrable60.
Sin embargo, esta contradiccin y este secreto pueden comenzar a ser resueltos
en su paradoja por la claridad con la que el deseo quiere afirmar el absoluto. Pero
57 Sobre la llamada y la respuesta en San Agustn no solamente puede verse el bellsimo libro de Jean
Louis Chrtien (1992), que es una elaboracin fenomenolgica y original sobre subjetividad y lenguaje, sino tambin el trabajo, elaborado especficamente desde una perspectiva pascaliana, de Louis
Marin (1997) pp. 343-365.
58 Agustn de Hipona (2005) VII, 5, 11.
59 Cfr. M. Blondel (1996) pp. 137-179.
60 Pascal, Penses, 185, 199.
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ese deseo se vuelve hacia s mismo, haciendo que se odie el hombre, amndose a s,
pudiendo ser su natural inclinacin, a saber, aqulla que se dirige al Absoluto, el primer vehculo para el rescate de la vida en libido. A este respecto, no puedo dejar de
citar el maravilloso fragmento de los Penses:
Despus de haber mostrado la bajeza y la grandeza del hombre, estmese ahora el hombre en su justo precio. Que se ame, porque hay en l una naturaleza capaz del bien; pero
que no por eso ame las bajezas que hay en l. Que se desprecie, porque esa capacidad
est vaca; pero que no desprecie por eso esa capacidad natural. Que se odie, que se
ame: hay en l una capacidad natural. Que se odie, que se ame: hay en l la capacidad
de conocer la verdad y de ser feliz; pero no tiene ninguna verdad que sea constante o
satisfactoria. Quisiera, por tanto, llevar al hombre a desear encontrarla, para que est
preparado y despojado de las pasiones, para seguirla a donde la encontrara, sabiendo
cmo su conocimiento se obscurece por las pasiones; yo quisiera que l odiara en s
mismo la concupiscencia que lo determina, para que sta no lo enceguezca al llevar a
cabo su eleccin, y no lo detenga despus de haber elegido61.
Las pasiones oscurecen el deseo humano de verdad, deseo natural, por el cual
el hombre podra amarse adecuadamente, es decir, considerndose pequeo. Pero se
ama tanto a s mismo, y se considera tan grande y tan seor, que termina por odiarse al tergiversar esas pasiones y deseos en pasiones oscuras de concupiscencia. Con
todo, tanto Agustn como Pascal quieren llevar al hombre a desear, en el sentido
fuerte, porque, entre otras cosas: de toda su naturaleza, dos cosas instruyen al hombre: el instinto y la experiencia62, de modo que ese instinct de Pascal, o el appetitus de Agustn tienen en su seno la llave de apertura para la gracia63.
En cualquier caso, tanto para el filsofo de Hipona como para su discpulo
moderno, el hombre es una pequea porcin de la creacin de un Dios que lo corteja y lo busca, lo llama y lo persigue, que a pesar de los dolores y desgracias nunca
le abandona, y al que se puede acceder no solamente por un salto ciego de la fe sino
tambin por el asentimiento de la razn humana, tanto en su dimensin rigurosamente matemtica como en su dimensin cordial.
El drama de la existencia no se resuelve, tampoco, solamente en la disciplina
del monje que se recluye en su monasterio de la perversidad del mundo sino que
para ambos filsofos el deseo humano puede desenvolverse en el mundo, que en s
mismo es bueno, si lo considera como un bien a ser utilizado y disfrutado simplemente como un medio, como un punto de encuentro entre lo finito y lo infinito.
Pascal, Penses, 110, 119.
Pascal, Penses, 119, 128.
63 Cfr. . Morot-Sir (1996).
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